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24 LA AGRICULTURA

de cáñamo y íbndos de calderas: todo esto y muchas más


cosas aún, unas sobre otras, forman un ajuar embrolla-
do que da miedo, ¿no es cierto? Pues todo esto requiere
una ojeada del dueño y un escobazo.
Un sitio destinado para cada cosa es la regla, y cada
cosa en su sitio es de rigor.
Sin salir, pues, de su alquería, tiene el cultivador m u -
chas cosas que ver en detalle, por todas partes, con buen
ojo, buena cabeza y buena mano, y ademas, en tan cor-
to camino, no debe faltarle inspiración, que es más esen-
cial de lo que parece.

III

Una buena inspiración

Marchará mal t u labor,


siendo p o b r e el l a b r a d o r ;
p u e s do l a m i s e r i a a p u r a ,
no prospera a g r i c u l t u r a .
(Ti. F. de R.)

Fácil es adivinar cuál es la mejor inspiración del cul-


tivador: es la que le enriquece. Podria decirse que es la
mejor inspiración de todas las clases, pero ahora se trata
sólo de saber lo que enriquece al cultivador.
Comprar barato y vender caro: hé ahí u n medio. No
basta; veamos otro.
Producir barato y vender á u n precio medio regular,
eso es lo más seguro; pero veamos cómo, porque es algo
complicado.
La venta á un precio medio no depende de nosotros;
la oferta y la demanda regulan el precio.
El que consume satisface sus necesidades; el que pro-
AL ABIOIt DE LA LUMBRE 25

duee calcula sus especulaciones con arreglo á las alter-


nativas del mercado.
Y aquí una palabra. Están limitadas las salidas en el
mercado de ciertas esplotaciones y de ciertos géneros;
pero h a y especulaciones determinadas que corresponden
siempre para cada cultivador á las ventas más ventajo-
sas, y á esas especulaciones es á las que debe atender con
preferencia.
Por otra parte, las salidas aumentan cada año para
cada país, á causa de los ferro-carriles que se multipli-
can y de los caminos que se mejoran.
El cultivador debe informarse del precio de los géne-
ros en todos los mercados, valiéndose para ello ele ios pe-
riódicos agrícolas que los publican, y debe ordenar sus
trabajos según las condiciones más favorables que se le
presenten.
La producción barata es más segura en sus resultados.
Esto nos incumbe, depende de nosotros y está en nues-
tra mano. Esto sigue reglas claras, sencillas, un poco
largas, es verdad, pero solidarias entre sí: requiere, es
cierto, por nuestra parte cuidados, tiempo é inteligen-
cia; pero al fin es u n medio conocido, puede ponerse en
práctica.
Y no digáis que es largo: es largo, pero útil.
Es necesario que cada uno estudie su granja, porque
si el estudio que de ella se hace es bueno, eso es preci-
samente lo que nos enriquece.
Es preciso conocer en ella detalladamente lo que
sigue :
Extension;
Composición del suelo;
Exposición, clima;
Frescor, manantiales;
Division de las tierras;
Distribución de los cultivos;
Prados;
26 LA AURICULTUKA

Tierra de labor;
Eriales, bosques;
Fertilidad;
Edificios;
Caminos;
Mercados vecinos;
Salario de los jornaleros;
Producción local;
Utensilios y enseres agrícolas,
Capital de esplotacion;
Hé ahí muchos objetos: es necesario que de todos j u n -
tos saque el cultivador provecho.
Largas combinaciones, inteligencia ejercitada, buenas
inspiraciones; todo esto necesita.
A cada caso particular ¿qué conviene?
A tal granja tal capital:
A tal suelo tales cultivos:
A tales prados tales cuidados, tales trabajos, tales
abonos.
A tales salidas, tales productos: todo cultivador debe
saber esto.
Por capital productivo necesario para cada hectárea de
tierra en cultivo ó en prados, calculo 2.000 rs., al me-
nos por término medio, para hacerlo bien; 2.800 rs. en
ciertos casos y lugares ; 3.600 rs. algunas veces, para
marchar con celeridad, para obrar potentemente, para
vencer todos los obstáculos. Se cultiva con menos costo,
pero sin provecho: se cultiva con 800, 1.200 r s . , por
hectárea; pero os lo advierto, es triste verlo.
Las tierras pobres producen poco; es necesario, por
consiguiente, elegirles los cultivos.
Pero las tierras pobres se mejoran. Abonos de todas
clases, rejas profundas y labores diversas; el desagüe,
los riegos y la buena elección en los cultivos según las
localidades, tiempo d estación, cambian completamente
el suelo.
AL AMOR BE LA LUMBRE 27

Nada más provechoso que los muchos forrajes: los


prados naturales sobrepujan á toda especie de cultivo
anual en la producción forrajera, teniendo en cuenta
que hablo bajo el punto de vista del provecho limpio, y
que ademas me refiero á prados tan bien cuidados como
los buenos cultivos de forrajes anuales.
En cuanto á los terrenos incultos, tengo mi opinion:
no se les debe desmontar sino después de haber abonado
bien todas las tierras sometidas al cultivo y los prados
de antigua creación.
Ante todo debe mejorárselo que existe; eso es lomas
cuerdo, sencillo y seguro. Hecho esto, pueden desmon-
tarse.
Una de las cosas que á mi parecer debe hacerse tam-
bién desde luego, es la mejora de los caminos de la casa
de campo: los buenos caminos influyen ventajosísima-
mente en los beneficios de una esplotacion rural.
Sin embargo, los caminos rurales no están en buen
estado. A vosotros me dirijo, agricultores de mi país: sin
esfuerzo, sin arruinar á nadie, se poclrian empedrar, rec-
tificar y mejorar con pocos gastos y en poco tiempo.
Desgraciadamente, nada queremos hacer para ios ve-
cinos, aunque sean amigos nuestros, y esos amigos
que tan cerca tenemos no saben echar una carretada de
guijarros para la conservación del camino que nos sepa-
ra: bajo este pié, seguirán así las cosas mucho tiempo.
Puede compararse esta terquedad, m u y común entre
nosotros, á un labriego á quien se le ofreciese de balde
avena ó cebada con la condición de que la diese á sus
caballerías, y que enterado de la condición no quisiese
aceptarla.
El precio de los jornales se eleva tanto, que debemos,
con los tiempos que corren, hacer la mayor parte de las
faenas con auxilio de los animales: los animales y las
máquinas, ó el vapor y las máquinas mantendrán los
gastos de producción por bajo del precio de los artículos
28 LA AGRICULTURA

en el límite preciso para reportar todavía, ápesar de todo,


pingües beneficios.
Esto exige más dinero, mayor capital de esplotacion;
pero eso qué importa?
El beneficio es proporcional: 8 por 100; 10 por 100; 15
ó 20 por 100; en ciertas cosas 100 por 100.
Pero, por favor, no permitáis que un sólo puñado de
estiércol se pierda. Es necesario vigilar el estercolero,
los establos y corrales, los caminos, por todas partes por
donde el ganado pasa ó duerme: es la vida de la granja.
El estiércol se pierde de muellísimas maneras; utili-
zarlo completamente es sin duda alguna una buena ins-
piración .

IV

Camino recorrido

No b a y l a b r a n z a q u e s u b s i s t a ,
si p e n d e d e l p r e s t a m i s t a .

E s ladrón de t u g r a n e r o ,
el d e s a l m a d o u s u r e r o .
(ti. F. de R.)

He visitado ahora mis campos sembrados, para ver si


las regueras de desagüe saneaban suficientemente el
suelo. Solo en mi correría he reflexionado sobre nuestra
situación.
No estamos bien alojados en todas partes, pensé: nues-
tro alimento en ciertas aldeas podia ser mejor: nuestra
gaveta con frecuencia está exhausta. Y sin embargo,
trabajamos bastante durante el dia, pero el trabajo es
completamente perdido si se aplica mal.
En el dia, más que antiguamente, la vida tiene exi-
gencias y el trabajo leyes rigorosas, y mañana será to-
AL AMOR I)E LA LUMBRE 29

davía peor porque las necesidades aumentan. Es indu-


dable que una gran parte de los cultivadores lo pasan
mal.
No obstante, se ven ciertas comarcas en que el labra-
dor parece rico, y en donde la vida tranquila da á su
frente una alegre expresión de satisfacción interior.
¿Por qué rico acá y pobre allá?
¿Por qué rico? Es m u y sencillo. Los mercados están á
las puertas de la granja, y vende sus productos cuando
quiere. Ademas, siendo el suelo fértil el que pruduce bene-
ficios, ha abonado los cultivos, ha encalado, cuidado,
desaguado y limpiado la tierra y alimentado bien á los
animales; ha limpiado su casa, sus establos, sus corra-
les; ha cuidado sus caminos, ha aprovechado bien los
abonos, ha empleado ventajosamente las aguas; en fin, ha
vivido en el estudio y el trabajo, buscando, viendo, juz-
gando las cosas, mejorando hoy, mañana, poco á poco,
con lentitud, pero siempre.
¿Y por qué pobre? Fácil es saberlo. La inteligencia,
los puntos de consumo, el capital, hasta el ánimo, han
faltado, porque todo falta en ciertas situaciones; tan li-
gadas están las cosas á las causas qué las determinan,
tan solidarios, apocados y débiles son el hombre, la tier-
ra y el capital cuando una proporción conveniente de
todo esto no se presenta en nuestros negocios.
Pero las cosas van á cambiar: el tiempo lo exige así.
La necesidad de vivir bien nos estimula más cada
dia.
La libertad comercial será en breve una verdad, y las
exportaciones de España se extenderán pronto por todo
el globo: nuestra redención está próxima.
Hasta hoy no habíamos reservado para nuestra esplo-
tacion u n capital suficiente, y nos hemos visto deteni-
dos por obstáculos insuperables.
Tampoco hemos tenido bancos agrícolas para tomar á
corto interés los préstamos que necesitábamos con el fin
30 I.A AOllinULTUItA

de mejorar nuestras granjas, y liemos sido aplastados


por la usura. No hemos podido encalar, margar, des-
aguar, regar y desmontar nuestras tierras, y el ganado,
mal alimentado, ha dejado en muchas localidades infe-
cundo el suelo y pobre al cultivador.
Ahora seremos más cuerdos, y arrepentidos de la fal-
ta cometida, tomaremos labranza según nuestros medios,
y seremos propietarios en proporción á los beneficios.
No ahorraremos por indolencia ó por error el duro de
la escuela, y no dejaremos como antes á nuestros hijos
en el umbral de nuestras puertas, en la ceniza del ho-
gar, en el polvo ó en el estiércol del corral, sin aprender
á leer, á contar, á calcular las cosas que nos hacen vi-
vir, á estudiar la producción, á anotar los negocios.
Lo debemos todo al pensamiento; todo lo haremos
por él.
El camino recorrido es ya mucho; las fuerzas h u m a -
nas crecen como la velocidad adquirida por una constan-
te impulsion.
No se suenan ya con los dedos las narices como en
tiempo del rey W a m b a .
No se come sia tenedor como en Italia en el siglo x,
ó como aún se ve en algunas comarcas de nuestra pa-
tria; no se anda ya con los pies por el suelo como hace
cien años.
Si alguien se queja, tanto peor; nosotros vivimos al
dia, cada dia tiene su progreso, y cada hombre debe ser
de su tiempo.
Se cambian hoy diez veces más cosas que quiniento
años atrás, se produce y se consume diez veces más, se
tiene diez veces más ingenio, se obtienen diez veces más
beneficios, se es diez veces más feliz. Por mi parte me
regocijo de ello.
En el momento en que escribo esto, tengo tranquila-
mente los pies á la lumbre, mientras que una niebla h e -
lada oculta los objetos á diez pasos de mí.
AL AMOR DE LA LUMBRE 31

Es probable que si hubiese nacido quinientos años


atrás no estaria tan bien; mi habitación sería menos có-
moda y el hogar demasiado grande. La chimenea esta-
ria probablemente llena de humo.
Nada hemos perdido viviendo en este siglo, y si yo no
fuese ya tan viejo, quisiera ver el siglo de mis nietos.
Hay en las cosas una fuerza extraordinaria que inspi-
ra á la humanidad, y es la ley del progreso. La indus-
tria ha hecho prodigios; el comercio ha realizado mara-
villas.
El mismo labriego con su arado en la mano, alza la
cabeza, escucha y se. estremece; una aspiración más
fuerte levanta su pecho, y su mirada se ilumina con el
brillo de la inspiración.
Centenares de máquinas de vapor que representan
muchos miles de hombres, trabajan en el dia en Espa-
ña, y muchos centenares de periódicos y algunos mi-
les de publicaciones , que representan algunos millo-
nes de lectores, hacen de la prensa un poder formi-
dable.
De aquí á cien años, elevándose el espíritu con la mis-
ma impulsion, y acelerándose cada vez más con la velo-
cidad adquirida, se realizará la redención 'temporal del
hombre por medio de los agentes mecánicos, y se halla-
rá en cada familia el bienestar, que aún no se ve sino en
m u y pocos de nosotros.
La producción agrícola de España ha aumentado de
algunos años á esta parte de u n modo considerable. El
camino recorrido corresponde al esfuerzo que se ha
hecho.
Este esfuerzo no debe decrecer. La velocidad adquiri-
da no podria pararse jamás, ni nuestro trabajo podria in-
terrumpirse.
¿En dónde reside la causa esencial de este impulso? E n
el pensamiento.
Así, pues, en cada cabeza es menester procurar por
32 LA AGRICULTURA

todos los medios el estudio, la vida intelectual, el traba-


jo indefinido del pensamiento.
Pero ¿cuáles son los medios?
La palabra,
El ejemplo,
El libro,
Las escuelas,
Los institutos agrícolas,
Los concursos,
Los periódicos.
Casi todas las provincias tienen esto, tienen lo que ne-
cesitan. Se trata sólo de saber sacar partido de ellos.
Para eso no tenemos más que asociarnos. Un hombre
solo no es nada, pero un millón de hombres obedecien-
do á u n principio de progreso pueden llevar á cabo ma-
ravillas.
Por tanto, es preciso en adelante leer, ver, escuchar,
examinar, pensar y trabajar algo más.

ÏÏJO qiiis queda por hacer

Con sólo h a b e r s e i n s t r u i d o
se h a n m u c h o s e n r i q u e c i d o .
CiY. F. de R.J

Ignoro absolutamente qué tiempo hace hoy (31 de Di-


ciembre) en el mar, pero aquí la nieve cae, el viento sil-
ba, los árboles, privados de sus hojas, se doblan, las aves
acobardadas se abrigan en los jarales. Los campos se di-
señan á lo lejos por ondulaciones ilusorias en líneas
sombrías y en copos de nieve imitando la espuma de las
grandes olas.
AL AMOR BE LA LCMRKE 33

En el hogar el tronco chisporrotea; en el cortijo el g a -


nado duerme ó come. La noche empieza: entremos.
Cuando todo duerme y cobra fuerzas para el dia siguien-
te, y cuando la llama juega en los tizones hasta media
noche, ¡cuan feliz es el que vela! Paz profunda, ideas
tranquilas, caros recuerdos, proyectos felices; todo le ha-
laga: el mundo parece bien hecho y la vida dulce.
Pero es necesario que el año sea bueno: sin esta cir-
cunstancia se siente en el fondo de ese sueño algo que
entristece.
Cuando vemos las cosas bajo u n buen aspecto, la tier-
ra con flores, la vida amenizada con placeres, se dice se-
guramente que hemos nacido bajo un hermoso cielo;
pero también cuando consideramos al hombre tal cual
es, el hombre de otros tiempos, el cultivador de los eria-
les, el labriego de ciertas comarcas, pensamos en lo que
queda por hacer, y reflexionamos en que ya es tiempo,
después de tantos siglos que ha atravesado la especie hu-
mana, de hacer de nuestra vida una existencia más dul-
ce en todas sus fases, y de la tierra en que pasamos
nuestros dias una tierra más fecunda, más bella y más
fuerte.
A pesar del esfuerzo de todo el género humano y á
pesar del progreso realizado, la población rural no ha
alcanzado aún la comodidad media que da el bienestar.
En algunas comarcas, m u y pocas, tiene casi todo lo que
necesita, y hace casi todo lo bueno que tiene el arte;
pero en la mayor parte de los países le quedan muchas
cosas que hacer, importantes, urgentes y sin embargo
fáciles, si hay buena voluntad.
Instruir á los hijos es l o m a s importante; pero con-
viene saber ante todo:
La alternativa de cosechas;
La mejora de los prados;
El aumento de forrajes;
La distribución de las aguas;
-5
34 LA AGRICULTURA

La elección y perfeccionamiento del ganado;


Las mejoras de todas clases.
Vosotros habitáis como yo en el campo. Tal vez esto
no sea cierto, pero por ahora me lo figuro.
Tenéis todo lo que es menester en vuestra biblioteca:
literatura, historia, filosofía, viajes, ciencias, economía,
agricultura, etc.
Leéis con entusiasmo; hacéis bien. Son las mejores
horas de la vida.
Trabajáis corno yo, pero sin duda menos que yo, por-
que el labrador se debe ante todo á su y u n t a y á su ara-
do, á sus prados, á su huerta.
Vosotros os recostáis en las horas cálidas del dia, des-
pués de almorzar, con los pies en las hojas y en la hier-
ba, y soñáis con las alegres ilusiones del porvenir.
Tal vez no vivís lejos clel mar. Entonces os sentáis so-
bre el musgo y los heléchos, si en vuestros paseos los en-
contráis aún, y durante una hora meditáis sobre todo,
mirando distraídamente al piloto que sigue su ruta bajo
sus velas, y al pescador en su barquilla echando sus se-
dales y contando sus presas.
En el valle que se escapa oblicuamente á vuestras
miradas, una aldea se destaca de entre un bosquecillo de
castaños y abetos, y se ven las columnas de humo ele-
varse ó bajarse , ondular, dispersarse y oscurecer un
corto espacio del cielo, como una columna de polvo en
verano, ó como un copo de espuma en una tempestad en
la mar.
Os ha atraído la vista de ese grupo de casas. Cono-
céis el lugar, y entráis.
Hay allí niños de todas edades, robustos , numerosos,
en los brazos de las madres, en los umbrales de las puer-
tas, en los corrales, alrededor de los pajares ; y verda-
deramente todos tienen aspecto sano, feliz, con las me-
jillas sonrosadas y consistentes , con las manos an-
chas y las espaldas cuadradas, sólidas y vigorosas. Es la
AL AMOR DE LA LUMBRE 35

vida que corre en u n a sangre generosa, ardiente, joven


y noble. Los rasgos son acentuados como si hubieran
sido formados en moldes demasiado anchos para las
figuras.
Hay en esos rostros que sonrien, en esos ojos que lu-
cen ó que brillan como un rayo de sol, en esas bocas
que se abren, algo grandes como para aspirar con más
energía el ambiente exterior, en esos niños, en esas m u -
chachas, en esas mujeres y en esos fuertes y duros l u g a -
reños tanto sentimiento , pensamiento y vida, que se
cree que si todo no es á su alrededor rico, fecundo y ale-
gre, es porque ellos lo han querido así.
Pero nos engañamos; no es eso.
Hay, sí, fuerza, savia, virilidad, amor y vida en toda
su plenitud; h a y sentimiento, pero sentimiento bruto;
hay espíritu, pero espíritu comprimido; h a y pasión,
pero la pasión inculta de las pequeñas cosas. ¿Es eso
perjudicial? Sí. Ese mundo tan bien hecho debe .brillar
en una esfera poética y tranquila.
El hombre es grande, pero sólo por el pensamiento.
Cuando no conoce el valor de su inteligencia , debería
ocultarse. Lo que entristece á la vida rural, lo que opri-
me á la mayor parte del pueblo , lo que siempre nos hace
quedar rezagados en esa marcha constante de la h u m a -
nidad hacia el bienestar, no es ni la debilidad de la raza,
ni su pereza , ni su indiferencia; es la ignorancia, y en
esto probablemente todos estamos de acuerdo.
No obstante, en las aldeas los niños van á la escuela,
pero ved en qué condiciones : á los nueve años ingresan,
para salir á los trece. ¿Qué h a n aprendido? A leer, á
contar, si acaso. ¿Qué harán? Nada.
Pasan el resto de la vida, sin libros, sin periódicos, sin
papel, sin relación con el movimiento exterior; confina-
dos, detenidos allí, embrutecidos siempre por el trabajo,
arruinados por la inmovilidad del pensamiento, vencidos
y mil veces adelantados por el resto del mundo que
36 LA AGRICULTURA

piensa , trabaja, calcula, estudia, combina, compone,


inventa y marcha sin cesar; y viven en esa sujeción que
vemos aún, en las casas arruinadas, en medio de esos
caminos que destrozan sus carros, de tierras fatigadas
por una labor grosera, y entre animales que tienen h a m -
bre. Esta situación debe cambiar.
Allí está el hombre, pero el hombre de los tiempos an-
tiguos. El hombre que pasa, deja en pos de sí algo m e -
jor que él. Pronto veremos la juventud rural más ins-
truida.
Los niños no dejarán la escuela sino á los 16 ó 18
años, y en las escuelas habrán encontrado el gusto de
las cosas rurales y el gusto de los grandes sentimientos.
Entonces hallarán los libros que sostienen, fortifican y
desarrollan la inteligencia durante la vida entera, y el
periódico que todas las semanas ó cada quince dias nos
trae las noticias de fuera, el ruido del flujo que sube, y
la huella seguida por un millón de trabajadores en la
eterna investigación del progreso.
Esperando la instrucción agrícola de esos millones de
jóvenes y niños que frecuentan nuestras escuelas, h a g a -
mos nosotros mismos el esfuerzo supremo de nuestra
edad, á pesar de nuestras fatigas, nuestros recelos ó
nuestra repugnancia: es necesario leer, examinar de cer-
ca, comparar, aplicar lo que vemos mejor, lo que com-
prendemos como más verdadero, y aumentar nuestros
beneficios por medio del empleo de buenos instrumentos,
por el cultivo de los buenos forrajes, por la cria y con-
servación de buenos animales, por el establecimiento de
buenos caminos, por la mejora progresiva, constante, in-
teligente, del suelo que nos hace vivir, que nuestros h i -
jos deben cultivar después de nosotros, y que debemos
cada dia, por un progreso realizado, por un trabajo bien
aplicado , hacerlo bueno, fecundo y provechoso.
Y eso u r g e : todo lo bueno que encontremos debe ser
seguido, escuchado, visto, leido, estudiado y aplicado.
AL AMOR DE LA LUMBRE 37

Si el dinero falta, procedamos con inteligencia, y el


propietario nos dará sus ahorros ó el crédito público v e n -
drá en nuestra ayuda.
La inteligencia inspira confianza; estudiar es enrique-
cerse.

VI

La vicia del campo.

Debe vender el cortijo


q u i e n le ve sin regocijo.
(.Y. F. ch Ti..)

Yo sé lo que buscáis: u n momento ele placer. Eso es lo


que busca todo el mundo, pero el placer no lo consigue
quien quiere.
Creo que el herrero que agita el martillo desde la m a -
ñana á la noche, el notario que se caliéntala cabeza con
sus clientes, el portero que aguanta mil injurias, el ma-
rino en su buque que come carne podrida, no gozan de
la dicha como yo.
La felicidad es rara y de g r a n precio: conozco personas
que, según dicen, no la h a n experimentado jamás.
Hay u n estado en que la dicha sonríe al hombre m u y
de cerca, con agrado por mucho tiempo y con variedad;
es el estado de cultivador. Y sin embargo, no falta quien
crea que es una triste profesión la de labrar el campo.
Yo soy labrador, quiero á mis bueyes, mis caballos, mi
arado, mi sol que con frecuencia luce bien y hermoso,
y que no luce, como creéis, para todo el mundo. E n oca-
siones soy hortelano y jardinero, y cuando mis coles, mis
guisantes y mis lechugas prosperan, doy u n a cava al
38 LA AGRICULTURA.

pié de mis flores, y mis flores tienen para mí perfumes,


colores, formas t a n bellas, que permanezco extasiado á
su vista y me digo: ¿Puede todo el mundo verlas y aspi-
rarlas como yo?
Soy leñador cuando la nieve cubre la tierra, y corto el
tronco del hogar escuchando el ruido de - mis golpes. Y
de tiempo en tiempo, cuando cobro aliento, miro alrede-
dor de mí, llenos los ojos de imágenes de luz y de mara-
villas, diciéndome: ¿Tienen todos un momento de placer
como yo?
Soy viajero cuando voy al mercado, y si mi caballo
retoza, si el tiempo es bueno, si los comerciantes pagan
bien, vuelvo feliz y contento de mi jornada.
E n la siega, mi guadaña vuelca las mieses con u n a
cadencia que hace dormir á mis hijos, y cuando conclu-
yo mi tarea, recojo con todos mis sentidos el placer de
los campos, y el insecto ziimba cerca de mí, el ave rom-
pe en u n canto ardiente de amor y el viento tibio que
atraviesa el seto, tiembla y m u r m u r a cosas que inundan
el alma de u n vago y profundo placer.
E n la primavera, cuando siembro mis maíces y pata-
tas, cuando planto mis remolachas y mis coles, el aire
que me acaricia el rostro me trae de los bosques y de los
prados los olores de las yemas y de las flores, y todo can-
ta y murmura alrededor de mí en u n a exquisita ar-
monía.
Cuando u n amigo viene á verme, le conduzco á los
campos y á los prados, y le hago ver á cada paso cuan
bella es la vida en estos lugares, cuando todo prospera,
cuando todo luce, las cosechas en tierra, los henos en el
valle, el ganado en los pastos y en el pesebre, los cerdos
en sus cómodas zahúrdas, las gallinas en su nido, el
puchero delante del tronco que arde.
Para mí, h a y sobre todo u n momento de placer en
esta estación. La vieja sidra se ha concluido, la nueva
ya espuma y chisporrea; se la cata, dispensadme, pero
AL AMOR DE LA LUMBRE oí)

yo la saboreo en mi comida con n n placer que deseo a


todos: soy yo quien la lia hecho.
Yo no menosprecio á nadie; no tengo n i n g u n a mala
intención, pero quisiera proporcionar á cada ciudadano
el placer de la vida rural.
Para conseguirlo, se necesitan indispensablemente
libros y periódicos. Lo que es grande, fuerte y hermoso
en el mundo, es la inteligencia humana aplicada á los
fenómenos terrestres, á la historia de los pueblos, á los
progresos de la vida. Pues bien, los ocios de la vida ru-
ral permiten durante las largas veladas el estudio de las
obras más importantes publicadas todos los años.
Pero es necesario elegir, porque es imposible leer todo
lo publicado en agricultura. Tampoco se puede comprar
todo: el dinero cuesta penas; es menester colocarlo á
g r a n interés comprando sólo las obras más útiles, que
pueden adquirirse poco á poco, una á una si se quiere.
Al cabo de diez años se tienen todas, se tiene una biblio-
teca.
No me atrevo á indicar aquí los libros y periódicos
agrícolas que creo preferibles, por no herir el amor propio
de los autores. A cada localidad y á cada cultivo se adap-
tan tratados especiales, en cuyo estudio me ocupo y que
empiezo á publicar con la creación de la BIBLIOTECA DEL
LABRIEGO, cuya primera obra forma el presente tratado
de economía rural, iniciando en la agricultura una era
nueva, cuyos resultados se tocarán pronto, sobre todo
si personas de más saber agrícola que yo, aunque no de
mejor deseo, me secundan en esta empresa.
40 LA AGRICULTURA

VII

H}1 capital agrícola y el capital i n d u s t r i a l .

U n n i n g ú n o b j e t o se p u e d e e m p l e a r u n
capital de u n a m a n e r a m á s l u c r a t i v a á la
sociedad, q u e en la a g r i c u l t u r a .
(ÁiUim Smylh.)

Se arriesga la fortuna en la industria; se presta dinero


á los comerciantes, pero es m u y raro que u n agricultor
tenga crédito entre los capitalistas.
Nos parece m u y natural que se adelante capital á los
industriales y estamos lejos de lamentarnos de ello, por-
que la industria es la vida, de la sociedad, y las poblacio-
nes donde los fondos no se colocan más que sobre hipote-
cas ó en inmuebles, son las menos florecientes.
La g r a n prosperidad de los pueblos comerciantes con-
siste en que los capitalistas toman parte en las empre-
sas ó las secundan con su crédito.
. Los fondos dedicados á la agricultura no producen con
tanta rapidez grandes capitales, ni dan esos beneficios
que pueden en algunos años doblar, triplicar y basta
aumentarse en proporciones más considerables aiín; pero
en cambio, en donde liay grandes probabilidades de be-
neficios rápidos, deben existir también grandes causas de
pérdida y de ruina. E n la industria el terreno quema; es
menester ganar con celeridad, amortizar el capital con
prontitud, porque pierde enormemente, porque puede
convertirse en nada, porque u n a nueva invención, u n a
circunstancia poco importante al parecer, puede cambiar
por completo u n ramo determinado del comercio.
Tomemos, por ejemplo, lo primero que se ocurra. El que
AL AMOit DE LA LUMBRE 41

hubiese cifrado toda su industria en la preparación de


las p lumas de ave para escribir, habrá sido evidentemente
arrumado por las plumas de acero. El fabricante que no
contase más que con la fabricación de los aros de acero
para los vestidos, puede encontrarse embarazado con su
posición y con sus máquinas, si la moda cambia, lo que
es m u y fácil, reduciendo á los vestidos á las proporciones
de fundas de paraguas.
¿Y dónde iríamos á parar con vuestras máquinas de
vapor que representan u n capital enorme, si u n motor
más sencillo y menos dispendioso, lo que podría m u y
bien suceder, viniese á conocerse de pronto en la in-
dustria?
Los dueños de diligencias ¿no h a n visto su industria y
su propiedad arruinada por los caminos de hierro?
Ademas, ¿ el capital industrial representa siempre u n
valor efectivo? ¿Lo que ha costado 100 pesetas algunos
años antes, vale en el dia 50? Aveces la disminución
es enorme y á ese capital no se puede dar u n valor real,
es necesario da,rle el valor de uso.
E n efecto, una máquina, u n artefacto, u n telar pa-
rados, no valen sino la materia que ha servido para
construirlos: el dia en que dejan de funcionar, están he-
ridos de muerte y son m u y difíciles de reanimar esos
cuerpos cuya alma se h a ido.
Un comerciante, u n fabricante que A ende, como ser

dice, su fondo, no puede hacerlo sino después de haber


ganado su capital y realizado algunos beneficios; de otro
modo lo perdería casi todo.
¿De dónde procede, pues, esa actividad febril de las
empresas? Es porque son seductoras; es que en ellas se
vive más aceleradamente que en u n oficio más lento
como es la agricultura: es que se puede pasar más fá-
cilmente á las ilusiones más locas.
Comparemos ahora el capital agrícola. ¿De qué se com-
pone? Principalmente de ganado, de granos, de cose-
6
42 LA AlUUCULTüllA

chas de todas clases, y de una m u y pequeña parte de ma-


terial que son los instrumentos.
El dia en que el agricultor quisiera vender su fondo
de almacén, sus vacas, á menos que hubiesen sido mal
cuidadas ó mal alimentadas, darían u n valor igual al
que hubiesen costado, á veces m á s ; lo mismo sucedería
con los bueyes, los cerdos, los carneros, etc.
El trigo, la cebada, la avena se venden fácilmente y
casi siempre al contado; los henos, las hierbas, b á s t a l a s
raíces encontrarían compradores.
Sólo en los instrumentos como carretas, etc., podría
haber pérdida, pero, repito, esta es la parte del capital
menos importante, y aun suele darse el caso de que se
vendan más caros de su valor real. Hasta en esta parte
puede haber superioridad sobre la industria, porque to-
dos los cultivadores tienen necesidad de carretas, ara-
dos, rastros, etc., mientras que el material industrial
encuentra salida con más dificultad.
El agricultor puede, pues, realizar su fortuna casi
cuando quiere, porque su capital es m u y sólido y real.
Ahora bien; ¿de dónde proviene que no se le confien
las más pequeñas sumas? Se podrían hallar muchas cau-
sas de g r a n importancia, y enumerarlas todas nos lle-
varia demasiado lejos. Citaré t a n sólo algunas.
Los beneficios son lentos en agricultura, aunque casi
seguros: se necesitan cerca de 365 días para obtener una
cosecha entera.
E n la industria no es así: en dos meses se puede hacer
una máquina de hilar algodón, hilar algunos miles de
kilogramos, venderlos, y tocar inmediatamente el bene-
ficio. Pero la agricultura es más pesada: u n a vaca no
da más que un becerro por año. u n campo de trigo nece-
sita con poca diferencia igual tiempo para trasformarse
en dinero, y para llegar á este resultado es necesario
mucha perseverancia y cuidados numerosos.
Otra causa de la inferioridad del producto agrícola con-
AL AMOR I)]¡ LA LLMBRE 4íí

siste, y, me atrevo á decirlo aun á riesgo de disgustar á


mis consocios, en que no hemos estudiado tanto nuestra
profesión como los industriales, y en que la mayor parte
de las veces no sabemos nuestro oficio sino m u y imper-
fectamente.
La agricultura tiene pues contra sí misma, si se la
compara con la industria, lentitud y con frecuencia
falta de conocimientos, pero es más difícil de estudiar
que las demás profesiones, á causa de que exige conoci-
mientos más variados.
Se citan numerosos industriales que hacen inmensas
fortunas, pero no siempre se ven los que h a n quedado
en el camino: del mismo modo se mencionan los solda-
dos que vuelven de la guerra con la cruz en el pecho,
sin ver los que quedan en el campo de batalla. La i n -
dustria y el comercio son u n verdadero combate.
La agricultura es más lenta en sus marchas; en ella
no se hace t a n pronto fortuna como en la industria, pero
se tienen u n capital y beneficios asegurados.
Terminaré expresando mi deseo de que los capitales
tomen en parte el camino industrial, pero que dediquen
también á la agricultura. De ese modo la propiedad g a -
naría, y el comercio y la industria serían más florecien-
tes , porque todo está de tal modo ligado y encadenado
entre sí, que lo uno no puede marchar sin lo otro.
44 LA AGRICULTURA

VIII
Una idea quo pviodo servir de algo.

Sin c a p i t a l y sin crédito suficiente


no puode ser ventajosa u n a e m p r e s a
agrícola.

—Buenos dias, 'querido, me dij o entrando en mi casa uno


de mis mejores amigos, inteligente cultivador, hombre
honrado hasta la médula de los huesos y al cual para g a -
nar dinero con el trabajo de la tierra no le falta más
que u n capital mayor del que dispone: buenos dias, que-
rido, ¿queréis prestarme u n billete de cuatro mil reales?
Confieso que esta petición hecha á quemaropa, a u n -
que sinceramente y con naturalidad, me causó alguna
sorpresa.
—¿Prestaros un billete de cuatro mil reales? le contestó;
pero si yo no soy banquero, amigo mió, bienio sabéis, y
á pesar de todo el deseo que tengo de serviros, me veo en
la precision de decir que no tengo dinero alguno que
prestaros. Id á u n banquero, á u n Banco agrícola, á u n a
casa de comercio.
—Los banqueros no me conocen, y lo mismo que el Ban-
co agrícola, me preguntan cuáles son mis garantías.- Así
pues, yo que no soy propietario sino sólo colono, que soy
u n hombre honrado y que mi posición bajo el punto de
vista de realizar beneficios no es inferior á la de u n co-
merciante , no encuentro quien me quiera prestar dine-
ro , pues todos me preguntan si tengo garantías hipote-
carias que ofrecer, de las cuales carezco, mientras que
u n comerciante encuentra cuando pide prestado quién le
da dinero bajo la garantía de su firma. Por consiguiente,
no tengo otro recurso que el de mis amigos, y hasta aho-
AL AMOK DE LA LUMBRE 45

ra os había considerado como el mejor, el tínico que t e -


nia. No hablemos más de esto.
— Sois injusto en enojaros, repliqué. Yo no os he di-
cho que me negara; os he dicho que no tenia dinero, lo
cual es m u y distinto: h a y en mí deseo de favoreceros,
pero al propio tiempo imposibilidad material de hacerlo.
El rostro del buen hombre se serenó.
— Perdonad, me dijo, olvidad mi arranque. Iré á lla-
mar á diez puertas, á veinte puertas, encontraré diez ó
doce personas que quieran ayudarme, pero que, como vos,
no podrán, y entre tanto yo no puedo pasar sin esa can-
tidad.
—Oid, continuó, vosotros no sois consecuentes, ñ i v o s
ni ninguno de los que se dedican á escribir para el pú-
blico, pero vos menos que nadie. Un sabio escribirá, dirá
necedades; es m u y natural, pues con frecuencia no sa-
benotra cosa; pero vos, que antes de ser agricultor de
bufete habéis sabido lo que es la tierra, lo que quiere, lo
que produce; vos que sabéis que nada se obtiene de ella
por nada, pero también que paga buen interés á lo que
se le presta, ¿cómo os podéis arrastrar á remolque de los
escritores agrícolas? ¿Por qué escarbáis en el viejo saco de
las vulgaridades, empleando estas añejas frases que ali-
neáis las unas bajo las otras?
«Tened ganado y tendréis estiércol.
«Tened estiércol y obtendréis buenas cosechas.
«Vale más abonar abundantemente una pequeña su-
perficie que esparcir u n pequeño montón de estiércol
sobre u n g r a n campo.
»La mano de obra está cara; comprad máquinas é
instrumentos perfeccionados.
»E1 estiércoles caro; comprad abonos comerciales.
»Las abundantes cosechas son las que dan grandes
provechos. Aumentad, pues, la producción para dismi-
nuir ese precio de coste.
«Trasformad vuestros cultivos, aumentad las cosechas
41) I.A AGRICCLTt'RA

por medio del ganado, de los abonos, de los instrumen-


tos perfeccionados, etc., etc.»
—¿Queréis que os lo diga.? Todas esas frases son pura
chachara, música celestial, que no os cuesta nada; fra-
ses que ocupan su sitio, pues sólo sirven para que el edi-
tor llene un tomo con toda, esa palabrería y con ella
atiende á sus suscritores: es llenar el papel y nada más.
Sed, pues, francos, señores consejeros, y reasumid
vuestros sermones en dos palabras. Decidnos « Encontrad
el medio de acuñar moneda sin ir á California.» Esto será
brusco y seco, pero el fondo verdadero de vuestras plá-
ticas.
Nos falta dinero para seguir vuestros consejos. Los es-
critores, que todo lo saben, escriben artículos y más ar-
tículos, entregas y más entregas, hasta llenar carretadas
enteras. ¿Qué sale de todo ese fárrago? Nada, nada y
nada.
Mi hombre se habia exaltado. Yo no sabia qué de-
cirle, porque no tenia buenas razones con que contes-
tarle: sin embargo, me rehice como pude del ataque tan
brusco, aunque lo reconozco juicioso y fundado, y le dije:
—Los banqueros os vuelven las espaldas,el Banco agrí-
cola no os escucha, los amigos no tienen dinero, es ver-
dad; pero me habéis dicho ahora mismo una cosa que
quiero recoger: los comerciantes, decíais, encuentran
dinero; ¿por qué los cultivadores no lo encuentran?
Los comerciantes encuentran no dinero, continué,
sino crédito, lo cual no es lo mismo. Se encuentra dine-
ro á tres meses plazo, no se encuentra á seis meses, y
sin embargo se halla crédito á un año, hasta dos años.
Así, pues, me parece que seguís mal camino buscando
dinero; ¿por qué no os limitáis simplemente á buscar
crédito?
El prestamista á quien os dirigís echa estas cuentas:
Ese cultivador me pide dinero prestado porque no tiene—
es una verdad de Pero Grullo—mas no me da prenda
AL AMOK DE LA LUMBRE 47

ni garantía alguna. Si yo estuviese segaro que destina-


ba á la tierra la cantidad que yo le prestase, trataría con
él; pero si en lugar de comprar ganado, guano ó ins-
trumentos cuyo empleo puede acarrearle una economía
de mano de obra, y por consiguiente hacerle aprove-
char la baja del precio de producción, compra obliga-
ciones de alguna sociedad de seguros mutuos sobre la
vida ó cosa semejante, mi dinero es perdido, y por con-
siguiente, lo mejor es no prestarle un céntimo.
¿Cómo inspirareis confianza al mencionado prestamis-
ta? Diciéndole: «Señor mió, yo no me ocupo más q u e d e
cosas del campo, ni gasto mi dinero en acciones del fer-
ro-carril de Escatron, ni en empresas de navegación
aérea. Lo que yo quiero es tener ganado en mi establo
para hacer mucho estiércol, es comprar guano ó cual-
quier otro abono industrial, cuyo empleo, haciéndome
cosechar 28 ó 30 hectolitros de trigo en vez de 14 ó 15,
me permita ganar dinero aunque el trigo baje á 15 pe-
setas el hectolitro; lo que yo quiero es comprar una ex-
celente segadora pequeña de Wood-Pettier, que me hará
con gran economía el trabajo de diez ó doce segadores
perezosos; una revolvedora Nicholson, que me ahorra por
el mismo precio el jornal de 20 mujeres charlatanas; u n
rastrillo de Howard, que en una tarde de tempestad me
recoja con poco trabajo, y en algunos minutos las ringle-
ras de mi heno agrupado en montones apretados y com-
pactos. »
¿Qué responderá el prestamista á una proposición así
formulada? «Eso es otra cosa, dirá; á esta cuenta os pres-
taré dinero de buena gana. Queréis ganado, guano,
una guadañadora, una trilladora, una revolvedora, etc.
Comprad esos objetos y mandadme la factura, yo la pa-
garé y os cargaré en cuenta el importe. A la recolec-
ción, ó más tarde, dentro de dos años, si queréis, me
pagareis mis desembolsos, más los intereses y la comi-
sión; pero sino, yo tengo una garantía. Os creo un
IS LA AGRICULTURA AL AMOR DE LA LUMIÍRE

hombre honrado, os tengo por un cultivador inteligen-


te; ese ganado, esos abonos, esos instrumentos, os harán
ganar dinero; pero si por una causa ó por otra no podéis
hacer frente á los empeños que vais á contraer, tendré
un recurso contra vos y derecho á tomar para mí esos
objetos, que en realidad no son vuestros, sino míos, por-
que soy yo, mi dinero, quien los paga.»
Mi amigo me interrumpió diciéndome:—Teorías, uto-
pias, delirios, es todo eso. Ninguna sociedad de crédito
querrá tratar conmigo ni con n i n g ú n cultivador con
esas condiciones: si así fuese, la agricultura estaría sal-
vada, porque nosotros no pedimos otra cosa, ganado,
abonos, instrumentos y tiempo para pagar; con esto lle-
garíamos á la edad de oro, alcanzaríamos los 35 v 40
hectolitros de producto de la Flándes y de Normandía.
Es sencilla vuestra idea, añadió tristemente mi camara-
da, pero nadie la pondrá en práctica.
CAPITULO II

El suelo y los atoónos.

Cosecha tendrás segura


con b u e n a e s t e r c o l a d u r a :
con sólo d o b l a r l a á v e c e s
doblemente te enriqueces.
i'ff. F. líe R.)

Hace algunos años, el mundo agrícola se ocupó mucho


de una acusación que M. J. Liebig dirigió á Inglaterra
por apropiarse todos los huesos de Europa áfinde de-
volver la fertilidad á su suelo agotado por u n cultivo
sin prevision, preparando así la esterilidad á todas i as
demás comarcas europeas que se hacían sus tributarias.
«La Gran Bretaña, dijo, arrebata á todos los demás
«países de Europa los elementos de su fertilidad; ha es-
carbado el suelo en los campos de batalla de Leipzig, de
«Waterlóo y de Crimea para llevarse los huesos allí en-
cerrados; ha recogido igualmente los huesos de numero-
»sas generaciones amontonados en las catacumbas de la
«Sicilia, y destruye anualmente el germen de u n a futu-
»ra generación de tres millones y medio de hombres. Se-
»mejante á un vampiro, la Gran Bretaña se agarra á la
«nuca de la Europa, p o m o decir á la del mundo entero,
i
50 I.A AUIUGliLTl'KA

»y le cimpa la sangro sin absoluta necesidad y sin dura -


»dero provecho para sí misma.»
11. Liebig se bmentaba. ademas de que en vez de
arruinar á todo el mundo por esas importat-iones á In-
glaterra de masas enormes de fosfato de cal. no se pre-
ocupaba de recoger las deyecciones de las poblaciones bri-
tánicas que se dejaban perder en cantidades considera-
bles en las aguas del mar, sin provecho para nadie y en
perjuicio de la salubridad pública.
Estos reproches firmados por un nombre de reconocida
autoridad, produjeron, naturalmente una gran sensación
en Inglaterra. Los periódicos agrícolas procuraron refu-
tarle, pero no tuvieron mejor razón que dar para j u s t i -
ficar el hecho que el hecho mismo. Habiendo reconocido
los ingleses los primeros el poder fertilizante do los hue-
sos, se procuraron esta materia en donde pudieron, y no
es suya la falta si las otras comarcas, desconociendo sus
propios intereses. so los han entregado en todos los
mercados de Europa. En efecto, depende absolutamente
de cada país guardar para sí ese precioso agente de fer-
tilización, y si él no lo hace, la Gran. Bretaña, que no
tiene otra responsabilidad que la de sus propios intere-
ses, no puede asumir Ia.de la imprevisión general.
Tan injusto seria en el fondo acusar á la Inglaterra
de haber comprendido la importancia, la necesidad del
elemento fosfat acloque los cereales quitan incesante-
mente á la tierra, como lo sería vituperar en el industrial
una fortuna adquirida con su trabajo. Antes que acri-
minar á los habitantes de la antigua Albion, es mejor
imitarlos, mostrar la misma habilidad aprovechándonos
de la lección de guardar para nuestros cultivos los h u e -
sos que vienen á pedirnos, y no cedérselos benévola-
mente con riesgo de esterilizar para el porvenir el ter-
ritorio nacional.
Lo que se puede, por ejemplo, acusar con justicia á
los ingleses, como también á nosotros mismos y á la

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