Holbraad - Puede Hablar La Cosa
Holbraad - Puede Hablar La Cosa
Holbraad - Puede Hablar La Cosa
Martin Holbraad
Para ver por qué éstos son más que ecos de una expresión, consideremos la
analogía de los propósitos. A pesar de su variedad, los argumentos de finales del siglo
XX etiquetados como “poscoloniales” y valorados como “descolonizadores” también
pueden caracterizarse como emancipadores (sensu Argyrou: 2002). Esto en la medida
en que adoptan típicamente la forma de lo que llamaré “ampliar el círculo de lo
humano”. El movimiento descansa en el diagnóstico básico de la condición colonial
como, de un modo u otro, una atribución deficiente de humanidad al sujeto colonial
(el nativo, el subalterno): la negación de su historia, su agencia, su subjetividad, su
racionalidad, en definitiva, su dignidad humana. La respuesta, entonces, adopta la
forma de una distribución más equitativa de estos atributos, un movimiento hacia la
globalización del sentido de justicia que expresan, en una especie de extensión del
dominio político-global del imperativo categórico. El sujeto colonizado es elevado, su
subjetividad reconocida, su voz escuchada. El molde conceptual de la agenda, si no
su precedente histórico, es tal vez la emancipación de los esclavos, de objetos-
mercancías relativos a sujetos-personas (relativos) (Cf. Guyer: 1993).
1
potente por ello. Y el remedio también ha sido la ampliación del círculo de lo humano
en diversas formas. “Agencia” ha sido el término con más resonancia, quizás debido a
su relativa neutralidad, aunque sus corolarios de personalidad, historia, voz, libertad,
responsabilidad y otras dignidades de este tipo nunca están lejos de la agenda
emancipadora. En efecto, es ciertamente evidente en estos escritos el tenor político
del movimiento, como lo es su estética poscolonial. Fowles cita, entre otros, a Bruno
Latour, quien reclama una “democracia extendida de las cosas” (incluyendo un
“parlamento” para ellas); Danny Miller, quien renuncia a la “tiranía del sujeto” y al
“cadáver de nuestra majestad imperial: la sociedad” en favor de una “república
dialéctica en la que las personas y las cosas existen en una autoconstrucción mutua y
en un respeto por su origen mutuo y dependencia mutua”; y también al compañero
arqueólogo Bjørnar Olsen, quien llama a sus colegas a “unirse en una defensa de las
cosas, una defensa de aquellos miembros subalternos del colectivo que han sido
silenciados y desplazados [othered] por los discursos sociales imperialistas y
humanistas”. (Latour: 1993: 12; Miller: 2005: 45, 37; Olsen: 2003: 100, todos citados en
Fowles: 2008).
Ahora bien, el ligero sarcasmo de llamar a todo esto una agenda para la
“emancipación” es en realidad una ironía, ya que yo mismo he suscrito a esta agenda,
en términos que no son diferentes a los que describe Fowles –particularmente, en el
volumen Thinking through things, que coedité y presenté con Ami Salmond (de soltera
Henare) y Sari Wastell (2007), así como un par de publicaciones de mi autoría
individual relacionadas a ella (Holbraad 2005 y más explícitamente 2009). En la última
parte de este artículo reviso esos argumentos con cierto detalle, en un esfuerzo por
aclarar lo que desde entonces he llegado a ver como la forma un tanto confusa en que
agrupan dos agendas paralelas de la analogía de Fowles. Sin embargo, como
argumentaré, vale la pena hacerlo, no para retroceder en la agenda de la
emancipación de la cosa, sino para hacerla avanzar. En pocas palabras, quiero
mostrar que si bien el enfoque expuesto en Thinking through things (en adelante,
“TTT”) se ofrece en parte como una forma de emancipar las cosas como tales, el peso
de su argumento acaba subsumiendo esta tarea a la de emancipar a las personas para
2
quienes esas cosas son importantes1. Si las cosas hablan en TTT, lo hacen
principalmente por asociación etnográfica con la voz de “los nativos” –una especie de
ventriloquia antropológica.
1
Aunque mis comentarios aquí se refieren al argumento tal y como lo presentan sus tres autores, no pretendo que Salmond y
Wastell estén de acuerdo con la crítica retrospectiva que desarrollo aquí (aunque es posible que lo estén, al menos en parte).
3
eliminarse de la forma en que pensamos dicha participación (Latour: 1993; Cf. Pinney:
2005). O la diferencia entre sugerir que las personas y las cosas surgen unas de otras
dialécticamente (Miller: 1987; 2005) y afirmar que en ciertos contextos es mejor
concebirlas como idénticas (Strathern: 1988; 1990). Se puede decir que estas
diferencias corresponden a dos grandes etapas del eje del radicalismo que, siguiendo
a Haraway (1991; Cf. Webmoor & Witmore: 2009), etiquetaré como “humanista” y
“posthumanista” respectivamente. La distinción, entonces, descansa en actitudes
antagónicas frente a la división ontológica entre humanos y cosas. Humanistas,
entonces, serían los enfoques que buscan emancipar la cosa en términos de esta
división, mientras que los posthumanistas serían los que buscan emancipar la cosa
yendo más allá de tal división. El movimiento que va de uno a otro, sostengo, puede
entenderse también como el desplazamiento de emancipar a las cosas por
asociación, es decir, dejando que algo de la luz de lo que es ser humano brille también
sobre ellas, a emanciparlas como tales, es decir, mostrando que pueden irradiar luz
por sí mismas –aunque, como veremos, de una manera no del todo satisfactoria.
Exploremos esto con referencia a algunas de las contribuciones más influyentes.
Tal vez no esté del todo claro cómo Miller cuadra el círculo (por no decir la
rueda) de las exigencias contrapuestas de un impulso filosófico a superar el dualismo
y uno antropológico a detenerse en las múltiples maneras en que éste puede
desplegarse etnográficamente3. De todos modos, lo que Miller deja muy claro es que
su corazón está en el desorden de la etnografía y el estudio “vulgar” del “modo en que
el carácter específico de las personas emerge a partir de su interacción con el mundo
material a través de la práctica” (Miller: 2007), como él y sus estudiantes han estado
haciendo durante algún tiempo en UCL4. Si está interesado en emancipar la cosa de la
“tiranía del sujeto”, es porque hacerlo nos proporciona una comprensión más
profunda de lo que es ser humano. Los estudios sobre la cultura material pueden
desplazar a una antropología obsesionada con el imperio de lo social pero sólo para
sustituirla por una antropología mejor, lo suficientemente humilde como para
reconocer las formas en que las cosas también contribuyen de forma omnipresente a
nuestra humanidad. Esta es exactamente la clase de actitud que tengo en mente al
hablar de humanismo y su emancipación de las cosas por asociación.
El argumento de Alfred Gell en Art and agency (1998) ofrece otro ejemplo de
este enfoque, aunque menos directo. Ciertamente, la idea prominente por la que más
se cita el libro de Gell, a saber, que las cosas pueden entenderse como poseedoras de
agencia en el mismo sentido que los humanos, puede muy bien aparecer como un
2
Chris Tilley (cuyos esfuerzos por romper el dualismo se basan principalmente en la fenomenología), lo expresa de manera más
sencilla, en defensa de la noción de ‘materialidad’: “el concepto de materialidad es necesario porque intenta considerar y abarcar
las relaciones sujeto-objeto, yendo más allá de la materialidad bruta de [las cosas] y considerando por qué ciertas [cosas] y sus
propiedades se vuelen importantes para la gente. (Tilley: 2007: 17).
3
En este punto Miller, por ejemplo, recurre a una metáfora bastante elaborada sobre las ruedas filosóficas y los vehículos
antropológicos a los que ayudan, que no expresa, a mi juicio, con mucha claridad la relación entre las dos exigencias analíticas
(véase Miller: 2005: 43-46).
4
UCL es la sigla que corresponde a la universidad de XXXX, institución en la que Miller enseña.
5
intento de emancipar las cosas “como tales”. A diferencia de Miller, la bandera de la
emancipación (si es que lo es) no se planta aquí en el papel de las cosas para hacer de
los seres humanos lo que son (aunque esta también es una preocupación central para
Gell), sino en el punto en que las cosas pueden ellas mismas ser más como los seres
humanos que lo que podríamos creer. En la medida en que las cosas (por ejemplo, los
autos, las bombas, las efigies) pueden interpretarse como índices de una intención
previa, como ocurre a menudo (por ejemplo, la intención de hacernos llegar tarde al
trabajo, el deseo de Pol Pot de matar, la bendición de una deidad benigna), ellas
mismas se convierten en algo parecido a los humanos y, por tanto, podría decirse que
son emancipadas como tales y no por asociación.
Sin embargo, como han mostrado algunos debates sobre el argumento de Gell,
hay cierta ambigüedad respecto a cuanto, en su esquema, la agencia se adhiere la
realmente a las cosas mismas. En efecto, al leer el libro uno nunca está seguro de la
seriedad con la que Gell quiere que nos tomemos la noción -bastante escandalosa,
después de todo- de que a las cosas se les pueden atribuir intenciones. Parte del
problema es que, en su análisis, Gell tiende a tratar como equivalentes atribuciones
de agencia que, etnográficamente hablando, varían bastante en el grado en que son
tomadas en serio por quienes las realizan. En términos generales, si insultar al propio
auto por no arrancar se considera un fenómeno del mismo orden que rezar a una
efigie, entonces uno quiere saber si la última atribución de agencia que debe tomarse
tan a la ligera como seguramente debería tomarse a la primera (lo que hace que Gell
parezca bastante despectivo con los devotos que se toman sus oraciones y sus efigies
muy en serio), o si la agencia del auto debe imaginarse con tanto peso como la de la
efigie (en cuyo caso Gell parecería un poco un místico New Age). En efecto, a la hora
de la verdad, parece que el esquema de Gell se inclina por la primera opción. Como ha
argumentado James Leach, una lectura atenta de Gell revela que la agencia para él es
sólo un atributo indirecto de las cosas, situándose sus orígenes, en última instancia,
en un agente humano cuya intención la cosa en cuestión sólo indexa –de ahí, por
ejemplo, la significativa distinción que hace Gell entre la agencia “secundaria” de los
índices y la agencia “primaria” de las intenciones que, se infiere abductivamente,
indexan (Leach 2007, Cf. Gell: 1998: 17-21). Las cosas, para Gell, no pueden ser
6
realmente agentes, si por ello queremos decir algo más que el tipo de atribución de
agencia que supone insultar un auto por hacernos llegar tarde. Como dice Miller en su
propia crítica, “la de Gell es una teoría de antropomorfismo natural, en la que nuestro
principal punto de referencia son las personas y su intencionalidad detrás del mundo
de los artefactos” (Miller: 2005: 13). En efecto, al conferirles capacidad de acción, la
emancipación de las cosas por parte de Gell resulta ser más similar a la de Miller de lo
que parece a primera vista. Mientras que Miller eleva el perfil de las cosas haciéndolas
operativas al crear seres humanos, Gell lo hace haciéndolas operativas en actos de
agencia humana.
7
transformador en el ensamblaje (es decir, el aspecto o momento contingente y
analíticamente localizado de la Red).
Sin embargo, en el marco del presente argumento, también hay una ironía
significativa en el rumbo de la emancipación de Latour. Para evitar la emancipación
de las cosas “por asociación” a los humanos, como en el caso de Miller o Gell, Latour
acaba definiéndolas, en un movimiento revisionista, como asociaciones (ensamblajes,
colectivos, redes), vinculándolas así a los humanos por decreto ontológico. Sin
embargo, esto plantea una pregunta: ¿hasta qué punto, si es que lo hace, la dignidad
8
conferida a los actantes de la red latouriana contagia a las cosas que una metafísica
pre-latouriana llamaría “cosas”? ¿La revisión latouriana de los constituyentes del
mundo nos acerca en algo a responder a nuestra pregunta de si la cosa puede hablar?
Por supuesto, desde el punto de vista latouriano, estas preguntas carecen de sentido
o son una tontería. No hay “cosa”, salvo en la quimera modernista. Plantear la
pregunta –¿Puede hablar la cosa?– es participar de un acto de purificación. Más bien
habría que morderse la lengua y preguntar: ¿Puede la cosa –quiero decir ¡la red de
actores!– hablar? (Respuesta: sí).
Sin embargo, quiero sugerir que algo importante se pierde en este acto de
censura analítica (porque ontológica). Lejos de mí está proponer cualquier tipo de
retorno a la ontología modernista, ni siquiera en aras de un compromiso
antropológico con el sentido común ordinario à la Miller. De hecho, ni siquiera estoy
seguro en esta fase de la reflexión sobre el asunto de si el sentimiento de insatisfacción
que expreso aquí apunta a un defecto analítico de principio en Latour, o a una
característica accidental de la forma en que los análisis latourianos tienden a llevarse
a cabo. Aun así, al leer estos análisis a menudo uno tiene la impresión de que todas las
cualidades que parecen peculiares a las “cosas” tal y como uno las concibe
normalmente –me refiero a los aspectos de las cosas que normalmente
etiquetaríamos como sus cualidades “materiales”, como las que estudian los
científicos de los materiales– de alguna manera resultan silenciadas o extraviadas en
la traducción latouriana. No estoy diciendo que no se mencionen, o que no
desempeñen un papel importante en los muy sofisticados análisis empíricos de
Latour, así como en los de sus seguidores. Por ejemplo, la refutación de Latour del
determinismo tecnológico de decir que las armas matan a gente no le impide destacar
las formas de agencia particulares que aportan las características tecnológicas del
arma –la mecánica de detonación, la velocidad, la precisión, etc.– al ensamblaje
hombres-con-armas. Lo que estoy diciendo es que el efecto neto de la amalgama
ontológica latouriana entre dichas características y las personas sobre las que actúan
para transformarlas las hace (o al menos tiende a convertirlas) corolarios de proyectos
y preocupaciones que una explicación lega y no latouriana interpretaría como
irreductiblemente humanas: lo importante de la bomba de aire de Boyle es su
9
contribución a la modernidad (1993a), lo significativo de las lomas de burro es que su
curvatura de concreto participa en el patrullaje del tráfico (1993b), lo que hacen los
elementos que conforman el poder de fuego de un arma es engendrar el potencial de
matar (1999).
Este modo de expresarlo muestra cuán cerca está esta preocupación de la expresada
recientemente por Tim Ingold (2007). Harto de lo que considera debates
perversamente abstractos e intrincadamente abstrusos sobre la “materialidad” en los
últimos años, Ingold insta a los antropólogos a “dar un paso atrás, desde la
materialidad de los objetos a las propiedades de los materiales […] una enmarañada
red de complejidad meandrina, en la que –entre otras cosas– las agallas de las avispas
del roble se mezclan con el hierro viejo, la savia de acacia, las plumas de ganso y las
pieles de ternera; y los residuos de piedra caliza calentada se mezclan con las
emisiones de cerdos, ganado, gallinas y osos” (Ingold: 2007: 9). Ingold no oculta que
su manifiesto a favor de una renovada atención de los materiales tiene una
5
Es posible que exista un análisis latouriano de un ensamblaje de actantes compuesto únicamente por las cosas que llamaríamos
cosas, aunque la perspectiva parece más especulativa en la actualidad – véase Harman 2009.
10
motivación metafísica y está vinculado a una forma particular de ver la relación entre
los seres humanos y las cosas. Inspirándose en Gibson y en la fenomenología, Ingold
ve a los seres humanos y las cosas como sumergidos en igualdad de condiciones
ontológicas, en un “océano de materiales” (Ingold: 2007: 7). Escribe:
Una vez que reconocemos nuestra inmersión, lo que este océano nos revela es […] un
flujo en el que materiales de los más diversos tipos –a través de procesos de mezcla
y destilación, de coagulación y dispersión, de evaporación y precipitación– sufren
una continua generación y transformación. Las formas de las cosas, lejos de haber
sido impuestas desde fuera sobre un sustrato inerte, surgen y son arrastradas –como
también lo somos nosotros– dentro de esa corriente de materiales (ibíd.).
Se podría decir que la táctica de Ingold para emancipar la cosa implica una
especie de humanismo inverso (ya que no se trata del materialismo tal y como lo
conocemos), en el que, en lugar de elevar las cosas al poder de lo humano, los
humanos y las cosas por igual se factorizan hasta su denominador material
primordial: la vida en la Tierra (ibíd.). No obstante, mi punto aquí es que el alegato de
Ingold en favor de los materiales puede tomarse independientemente de la agenda
teórica de la que pueda surgir, y tenido en cuenta como un poderoso recordatorio de
todo un terreno de investigación que no puede darse el lujo de ignorar cualquier
intento de tomar las cosas en serio –incluso emanciparlas en los términos
desarrollados aquí.
En efecto, es con el alegato por los materiales de Ingold que quiero ir al grano de
lo que puede significar pedirles a las cosas que hablen. El problema es, si se quiere, el
de querer tener el pastel y comérselo. Comer el pastel, en este caso, es asumir
plenamente el punto posthumano (por ejemplo, latouriano) según el cual una
emancipación adecuada de la cosa debe, como punto de partida, evitar cualquier
distinción de principio entre ella y los seres humanos. Tener el pastel es encontrar de
todos modos una manera de dar crédito a la intuición ingoldiana de que una
emancipación completa de la cosa debe situar las características cósicas de las cosas
[thing-like or “thingy”] (¡la designación es puramente heurísitca, sin prejuicios
metafísicos!) en lo más alto del programa. Preguntar si la cosa puede hablar,
entonces, es pedirle que hable en sus propios términos, en su propio lenguaje, si se
quiere. Cualquier respuesta interesante a esta pregunta, sugiero, tendría que empezar
11
por la observación bastante flagrante de que sería una pena que ese lenguaje –
¿llamado “cosés” [thingase]?– resultara no tener sonoridades de lo que consideramos
el rasgo distintivo más obvio de las cosas, a saber, sus características materiales. Es
en respuesta a esta pregunta que puede ser útil una crítica al argumento de TTT.
12
de prejuicio etnográfico –son, para usar la palabra sucia, etnocéntricos. Y esto se
aplica también a los intentos teóricos de emancipar las cosas mediante la atribución
de toda clase de cualidades que las anteriores cadenas consideraban como sólo
pertenecientes a los humanos, como la socialidad, la espiritualidad, y la más popular,
la agencia. En otras palabras, si lo que la cosa puede ser es en sí misma una variable
etnográfica, entonces la tarea analítica inicial no debe consistir en “añadir” a la
adquisición teórica de ese término nuevas formas de pensar en él –por ejemplo, como
un lugar de objetivación de los seres humanos (Miller), un índice de agencia (Gell), un
acontecimiento en curso de ensamblaje (Latour), o lo que sea. Más bien se trata de
desteorizar la cosa, vaciándola de sus múltiples connotaciones analíticas, volviéndola
una “forma” puramente etnográfica lista para ser completada contingentemente de
acuerdo a sus propias exigencias etnográficas. Tratar la cosa como heurística (es decir,
sólo como una etiqueta para identificarla como objeto de estudio) era, en efecto, una
manera de permitirle hablar en sus propios términos –que etnográficamente pueden
ser tan variados como cosas hay para escuchar– detrás del clamor de los intentos
teórico-sociales de teorizar tal cosa como la cosa en tanto tal. La idea era que las cosas
hablan, pero el problema es cómo escucharlas más allá de todas las cosas que
decimos acerca de ellas.
De hecho, es indicativo que esto se me ocurrió por primera vez (en todo caso)
cuando me enfrenté a la pregunta inquisitiva de un arqueólogo en una conferencia en
la que mis coeditores y yo presentamos nuestro argumento (véase también Hoblraad
2009). Admitiendo que estaba obligado a trabajar con cosas sin el beneficio de una
rica información etnográfica sobre ellas, se encontraba perdido en cuanto a cómo los
arqueólogos podrían desplegar con alguna consecuencia nuestro enfoque. A pesar de
16
nuestra afirmación de haber encontrado una forma de dejar que las cosas hablen por
sí mismas, nuestro argumento parecía, como mucho, un método para permitir que la
etnografía de las cosas hablara en su nombre, para establecer, de hecho, los términos
de su compromiso analítico. Si lo que motiva todo el planteamiento es, como ya se ha
explicado, el hecho de que en diversos casos la gente habla de las cosas o actúa con
ellas de formas que contradicen nuestras suposiciones sobre lo que una cosa podría
ser; y si además, son precisamente esas formas de hablar y actuar en torno a las cosas
las que se suponen que proporcionan el “contenido” de su metafísica potencialmente
alternativa; entonces ¿cómo podrían los arqueólogos, para quienes lo que la gente
podría haber dicho o hecho en torno a las cosas que los arqueólogos llaman
“hallazgos” es tan a menudo la cuestión principal? Si alguien necesita una forma de
dejar que las cosas hablen por sí mismas, ése es el arqueólogo, para quienes las cosas
son a menudo todo lo que tiene para seguir adelante. Nuestra confianza no
problematizada en la etnografía y nuestro amor desvergonzado por ella en nuestra
forma de “pensar a través las cosas” no es de gran ayuda. La pista está en el subtítulo
del libro: “teorizar los artefactos etnográficamente”.
Estos recelos van al centro del problema que quiero abordar aquí, y están
conectados de forma reveladora con otra preocupación que, como antropólogo
social, he tenido yo mismo (¡en privado!) sobre el argumento de TTT, a saber, el hecho
de que las experimentaciones analíticas que pretende promover parecen, de una
forma u otra, estar entrelazadas en los fenómenos etnográficos que uno podría
llamar, a grandes rasgos, “mágicos” o incluso “animistas” en un sentido u otro.
Cigarrillos que hacen volar los pensamientos de los reclusos de Port Morsby,
parafernalia legal maorí y suazi que tiene una eficacia metafísica, disfraces
chamánicos que transportan a los mongoles a legiones de cielos, y cofres y fotografía
familiares que contienen su fuerza vital, polvos adivinatorios que tienen el poder de
revelar deidades: estas son las cosas que pensaron los colaboradores de nuestro
volumen, junto con las personas que les “informaron” etnográficamente sobre ellas.
En línea con el comentario del arqueólogo, sospecho que ese tenor “realista mágico”
de los capítulos no es accidental. La palanca para pensar fuera de la caja metafísica
que tanto nos fascinó como editores se debió, al menos en gran medida y en primera
17
instancia, a la magia etnográfica de los capítulos, por acuñar una frase, más que al
carácter específicamente de “cosa” de su materia.
18
nativo en antropología es una cuestión de abrir un espacio para su
“autodeterminación conceptual” (2002) dentro de ella, entonces el argumento de TTT
equivalía principalmente a la adición de que la etnografía de (el involucramiento de
las personas con) las cosas es un sitio primordial para perseguir ese objetivo. En otras
palabras, cualquier emancipación que TTT pueda ofrecer a las cosas fue
retóricamente subsumido bajo el más antiguo (aunque no menos urgente) programa
político de la emancipación del nativo. En efecto, la metodología de dos pasos de TTT
reflejaba eso directamente. El movimiento “cosa como heurística” abría las “cosas”
como un lugar de autodeterminación ontológica, mientras que la cláusula “concepto
= cosa” permitía que la etnografía de lo que los nativos hacen y dicen a su alrededor
la dotara de contenidos ontológicamente variables.
Todo depende, por supuesto, de lo que se entienda por “cosas que pueden
hablar”: ¿qué cuenta como una cosa que habla por sí misma? Es en este punto en
donde creo que la homología con la pregunta de Spivak sobre el subalterno es más
atractiva. Ya hemos visto que los intentos de transponer la agenda humanista de la
emancipación poscolonial de las cosas incluyéndolas en el “círculo de lo humano”
sólo proporciona emancipaciones a medias, “por asociación”. Pero también hemos
visto que hay una alternativa al humanismo en la lucha por descolonizar la
antropología, sobre todo en la retórica propia de TTT, así como en la obra de Viveiros
de Castro. Capturado por el lema de Viveiros de “autodeterminación conceptual”, este
6
Mis candidatos favoritos son el análisis de Pedersen sobre los trajes chamánicos en Mongolia (Pedersen: 2011 en prensa), en el
que afirma que estos artefactos “proporcionan un análisis de sí mismos”, el comentario de Strathern sobre el análisis de las
hachas de pico de Sabarl (Stathern: 1991), en el que sostiene que estos artefactos “contienen sus propios contextos”, y el debate
arqueológico sobre el skeuomorfismo, en el que, quiero argumentar, los materiales se analizan entre sí a través de la traducción
de formas previas en contenidos novedosos (análisis como concreciones de abstracciones).
19
es el proyecto de construir una antropología que abra espacios para que los nativos
establezcan los términos de nuestros involucramientos antropológicos con ellos,
planteándolos como productores de conceptos en lugar de, digamos, consumidores
de los nuestros. En lugar de preocuparnos por la medida en que los nativos puedan (o
deban) ser considerados humanos, agentes, sujetos y demás, debemos preguntarnos
qué conceptos de humanidad, agencia, subjetividad, y otros podría producir nuestro
involucramiento antropológico con ellos, y estar totalmente preparados para
sorprendernos con lo que encontremos (sensu Strathern 2005). Es esta noción de
emancipación, entonces, la que propongo transponer a las cosas: las cosas pueden
hablar en la medida en que pueden establecer los términos de su involucramiento
antropológico actuando como los creadores (en lugar de objetos) de nuestras
conceptualizaciones antropológicas. Las cosas pueden hablar si pueden producir sus
propios conceptos.
Esta forma de plantear la cuestión nos acerca mucho más a la idea de por qué
la propuesta de TTT podría ser, después de todo, adecuada para escenificar tal
movimiento. Dejando a un lado las preocupaciones poscoloniales subyacentes a las
que se recurrió, la fórmula “concepto = cosa” habla directamente del problema en
cuestión. Basta con leer la fórmula al revés (en la escuela lo llamábamos “simetría de
la igualdad”): “cosa = concepto”. En efecto, la idea es en un sentido pertinente lo
inverso (aunque no el opuesto) de lo que se defiende explícitamente en TTT. Si allí la
formula “concepto = cosa” designaba la posibilidad de tratar lo que la gente dice y
hace en torno a las cosas como modos de definir lo que esas cosas son, aquí su
interpretación simétrica “cosa = concepto” plantea la posibilidad de tratar la cosa
como una forma de definir lo que nosotros (los analistas ahora, en lugar de los nativos)
somos capaces de decir y hacer en torno a ella. Lo que está en juego, para acuñar otra
frase, son las posibilidades conceptuales de una cosa.
20
en la contingencia etnográfica. Una vez vaciada la noción de “cosa” de cualquier
presuposición conceptual de lo que puede contar como tal, la llenamos de nuevo con
conceptualizaciones alternativas extraídas de los datos etnográficos contingentes
que encontramos a su alrededor. Una forma de describir el procedimiento, me parece,
sería como una forma de “ontología empírica” donde “empírico” denota su base
etnográfica. Así, podemos preguntar: ¿cuál es el fundamento empírico equivalente del
procedimiento inverso que intento articular aquí para las cosas? Siguiendo la simetría
de nuestra estrategia de inversión, la respuesta sólo puede encontrarse en las
características materiales de la cosa misma. Lo que era empírico respecto a los
conceptos (etnográficamente dirigidos) que definían a las cosas debe serlo ahora
respecto a las cosas (digamos, “pragmatológicamente” dirigidas) que ahora definen a
los conceptos. ¿Con qué otra “materia” pueden las cosas alimentar sus
conceptualizaciones que mediante la propia materia que las hace ser lo que son,
como “cosas” heurísticamente marcadas? Los datos que hacen una diferencia
(conceptual), en este caso, ya no son lo que oímos y vemos que la gente dice y hace
en torno a las cosas, sino lo que oímos, vemos, olemos, saboreamos y tocamos de la
cosa tal como la encontramos (heurísticamente).
Por supuesto, soy consciente de que esta forma de pensar nos lleva a aguas
filosóficas profundas que no soy capaz de trazar (aunque uno puede notar con placer
que esto es exactamente como debería ser: uno difícilmente esperaría que la idea
escandalosa de las cosas que hablan tenga implicaciones filosóficas más amables). De
hecho, a mi amateur entender, hay una línea en la filosofía occidental, que va desde
Heráclito a través de Leibniz y llega hasta Deleuze, que trata muchos de estos
problemas. Aun así, adoptando un sesgo distintivamente antropológico con
referencia a la noción de Marilyn Strathern de “conexiones parciales” (1991), Morten
Pedersen y yo hemos tratado de articular con cierto detalle las implicaciones
analíticas de la capacidad de las cosas para la transformación vertizontal –llamamos
a esta forma de auto-movimiento “abstracción”, para indicar el carácter intensivo (en
contraposición a extensivo) que las abstracciones adquieren cuando son pensadas
como transformaciones auto-diferenciadoras de cosas-en-conceptos (ver Holbraad &
Pedersen 2009). Sin embargo, en lugar de volver a cubrir el terreno para los propósitos
actuales, termino mostrando cómo es este tipo de movimiento analítico con
referencia al ejemplo del aché que empecé a discutir previamente. (En efecto, en
retrospectiva parece notable que esta línea de argumentación haya sido plasmada no
sólo en la introducción de TTT, donde la noción de un polvo que es poder se utiliza
como ilustración, sino incluso en mi propio capítulo del libro, donde se lleva a cabo el
análisis real de este material).
22
asociándola a la etnografía de un nativo ontológicamente emancipado, entonces mi
análisis del aché en mi capítulo de TTT es ciertamente un ejemplo de ello. Ya hemos
visto, por ejemplo, que el mismo problema que ese artículo estaba dedicado a
resolver –¿qué puede ser un polvo que también es poder?– fue impulsado
etnográficamente: no fue el polvo el que me dijo que es poder, fueron mis informantes
adivinos. Y ciertamente, una gran cantidad de datos etnográficos sirven para
enmarcar y desarrollar el propio problema, así como partes de su solución analítica.
Por ejemplo, dado que lo que puede ser el polvo en este caso depende de la noción de
poder, parte de mi intento de articular la cuestión implica desarrollar sus diversas
dimensiones etnográficamente. En pocas palabras, ofrezco una explicación de la
cosmología adivinatoria afrocubana basada en las respuestas de los informantes,
para mostrar que para los adivinos el poder consiste en la capacidad de hacer que las
divinidades que de otro modo estarían ausentes, se hagan presentes durante la
ceremonia adivinatoria, y que este poder se manifieste en la adivinación como los
“signos” que los adivinos marcan con sus dedos en el polvo que se esparce en la
superficie de su tablero zahorí, que se denominan “oddu” y de los que se dice que
“son” divinidades por derecho propio. Sobre la base de esta información etnográfica,
demuestro que la noción de un polvo que “es” poder surge como solución a un
antiguo enigma teológico, conocido en la antropología de la religión (por ejemplo,
Keane 2007): las deidades aparentemente trascendentes se hacen inmanentes en la
superficie del tablero de adivinación, permitiendo a los presentes relacionarse con
ellas directamente. Conceptualizar el polvo como poder, entonces, requiere que
entendamos analíticamente cómo la adivinación afrocubana resuelve efectivamente
este “problema de presencia”, para recordar el libro de Matthew Engelke sobre un
problema relacionado (2007). Y es esta cuestión a la que el polvo, finalmente, se
refiere:
El polvo nos da la respuesta […]. Como vimos, extendida sobre la superficie del
tablero zahorí, el polvo proporciona el telón de fondo sobre el que “salen” los oddu,
considerados como signos de la deidad. En este sentido tan crucial, el polvo es el
catalizador del poder adivinatorio, es decir, la capacidad de hacer que [las deidades]
“salgan” y “hablen” […]. Considerado prosaicamente, el polvo es capaz de hacer esto
debido a su carácter permeable, como una colección de partículas no estructuradas –
su pura multiplicidad, por así decirlo. Al marcar el oddu en el tablero, los dedos
23
del babalawo son capaces de dibujar la configuración no sólo en la medida en que la
capacidad “intensiva” del polvo de moverse (de desplazarse como el agua de la bañera
de Arquímedes) se lo permite. El movimiento extensivo del oddu tal y como aparece en
el tablero presupone, por tanto, la movilidad intensiva del polvo como medio sobre
el que se registra. [De este modo] el polvo hace explícita la premisa móvil de la
revelación del oddu, a la vista de todos, mediante una simple inversión figura-fondo:
las figuras del oddu se revelan como un desplazamiento temporal de su fondo, el polvo.
[…] Esto sugiere una inversión lógica que llega al corazón del problema de la
trascendencia. Si tomamos en serio el argumento de los babalawos de que los oddu sólo
son las marcas que hacen en el polvo- aché […], entonces la constitución de las
deidades como desplazamientos del polvo nos dice algo bastante importante sobre las
premisas de la cosmología del Ifá: que estas deidades deben ser pensadas [no como]
entidades, sino como movimientos. […] Si los oddu […] sólo son movimientos […],
entonces se resuelve la aparente antinomia de dar prioridad lógica a la trascendencia
sobre la relación o viceversa. En un universo lógico donde el movimiento es primitivo,
lo que parece trascendencia se convierte en distancia y lo que parece relación se
convierte en proximidad. [Asi que los movimientos qua, las deidades tienen en sí
mismas la capacidad de relacionarse con los humanos, a través del potencial de
movimiento dirigido que el] polvo-aché garantiza, como solución al genuino problema
de la distancia que las deidades deben atravesar para hacerse presentes en la
adivinación. (Holbraad 2007: 208-9).
24
parámetros conceptuales para en análisis antropológico que “permiten” el
argumento. Como elemento irreductible del análisis del aché, es el polvo el que
introduce en el análisis los conceptos fundamentales de permeabilidad,
multiplicidad, movimiento dirección, potencialidad, etc., como transformaciones
conceptuales de sí misma, según la cláusula “concepto = cosa”. En este sentido, creo
que habla por sí mismo, más que cualquier otro elemento del análisis presentado.
26
conceptuales radicales al servicio de la comprensión de las formas materiales del
universo. Sin embargo, esto también tiene problemas, en parte debido a la exigencia
de explicación causal que todavía tienen los físicos (una exigencia que es ciertamente
distinta y posiblemente incompatible con nuestra preocupación pragmatológica por
la conceptualización). En cualquier caso, no hay ninguna razón para limitar nuestra
putativa pragmatología a las opiniones de los físicos sobre la materia, excluyendo las
de, por ejemplo, los químicos, los biólogos, los ingenieros o, de hecho, los artistas, los
escultores o los músicos. Sospecho que lo más parecido al tipo de investigación que
podría implicar la pragmatología sería una forma inversa de arte conceptual,
interpretada, por supuesto, de forma muy amplia. Si se supone que el trabajo del
artista conceptual se traduce en un objeto que congrega en forma concreta un
conjunto de posibilidades conceptuales, el trabajo del pragmatólogo sería uno que
emite conceptos que abstraen un conjunto de realidades concretas. La pragmatología
es, pues, como el arte al revés.
Agradecimientos
Se han presentado versiones de este trabajo en seminarios departamentales en
Aberdeen, SOAS Y UCL, así como en la conferencia Things and spirits en Lisboa
(septiembre de 2010) y en la conferencia de TAG 2010 en Bristol. Agradezco a James
Leach, Ed Simpson, Victor Buchli, Ricardo Roque, Joao Vasconcelos y Dan Hicks sus
respectivas invitaciones, y a los participantes de cada una de ellas sus valiosos
comentarios. También agradezco las conversaciones esclarecedoras durante la
redacción.
Referencias7
Appadurai, Arjun. 1986. «Introduction: commodities and the politics of value». en The
social life of things: commodities in cultural perspective. Cambridge: Cambridge
7
N. de la T. Se ha optado por dejar todas las referencias originales del texto.
27
University Press.
Argyrou, Vassos. 2002. Anthropology and the will to meaning: a postcolonial critique.
London: Pluto Press. Engelke, Matthew. 2007. A problem of presence: beyond scripture
in a african church. Berkeley: University of California Press.
Evans-Pritchard, E. E. 1956. Nuer Religion. New York & Oxford: Oxford University Press.
Fowles, Severin. May 24. «The perfect subject: postcolonial object studies».
Theoretical archaeology group.
Gell, Alfred. 1988. Art and agency: an anthropological theory. Oxford: Clarendon Press.
Guyer, Jane. s. f. «Wealth in people and self-realisation in equal Africa». Man M.S.
2(28):243-65. Haraway, Donna. 1991. Simians, cyborgs and women: the reinventation of
nature. London: Free Association Books.
Harman, Graham. 2009. Prince of networks: Bruno Latour and metaphysics. Re.press.
Holbraad, Martin. 2005. «Expendin multiplicity: money in cuban Ifá cults». Journal of
the royal anthropological institute 2(11):231-54.
Holbraad, Martin. 2007. «The power of powder: multiplicity and motion in the
divinatory cosmology of cuban Ifá (or mana again)». Pp. 189-225 en Thinking through
things: theorising artefacts ethnographically. London: Routledge.
Holbraad, Martin. s. f. «Ontology is just another word for culture: against the motion».
Critique of anthropology 2(30):179-85.
28
Ingold, Tim. 2007. «Materials against materiality». Archaeological dialogues 1(14):1-16.
Keane, Webb. 2007. Christian moderns: freedom and fetish in the mission encounter.
Berkeley: University of California Press.
Latour, Bruno. 1993b. We have never been modern. London: Prentice Hall.
Latour, Bruno. 1999. Pandora”s hope: essays on the reality of science studies.
Cambridge: Harvard University Press.
Miller, Daniel. 1987. Material culture after mass consmption. Oxford: Basil Blackwell.
Miller, Daniel. 2005. «Materiality: an introduction». Pp. 1-50 en Materiality. Durham &
London: Duke University Press.
Miller, Daniel. 2007. «Stone age or plastic age?» Archaeological dialogues 1(14):23-27.
Olsen, BjØrnar. 2003. «Material culture after text: re-membering things». Norwegian
Archaeological Review 3(36):87-104.
Pedersen, Morten. 2011. Non quite shamans: spirit worlds and political lives in Northern
Mongolia. Ithaca: Cornell University Press.
Pels, Peter. 1998. «The spirit of matter: on fetish, rarity, fact and fancy». Pp. 91-121 en
Border fetishisms: material objects in unstable places, editado por P. Spyer. New York:
Routledge.
Pinney, Chris. 2005. «Things happen: or, from which moment does that object come?»
Pp. 256-72 en Materiality, editado por D. Miller. New York: Routledge.
Spivak, Gayatri Chakravorti. 1988. «Can the subaltern speak?» Pp. 271-313 en Marxim
an the interpretation of culture. University of Illinois Press.
29
Pp. 25-44 en Culture and history of the Pacific, editado por J. Siikala. Transactions of
the finish anthropological society.
Strathern, Marilyn. 2005. Kinship, law and the unexpected: relatives are always a
surprise. Cambridge: CUP. Tilley, Christopher. 2007. «Materiality in materials».
Archaeological dialogues 1(14):16-20.
30