Colección Cuentos para Adolescentes Noveno
Colección Cuentos para Adolescentes Noveno
Colección Cuentos para Adolescentes Noveno
1. El ruiseñor y la rosa
Paseaba muy triste un estudiante cerca de la encina en
donde el ruiseñor había construido su nido. El joven lloraba
amargamente mientras gritaba a los cuatro vientos su
desdicha: – ¡Una rosa roja! ¡Solo quiere una rosa roja y no
encuentro ninguna!- decía entre lágrimas el estudiante.
– Eso, eso- añadió una mariposa que volaba entre las flores-
¿Por qué?
– Podría dar una rosa roja nacida del sacrificio por amor. Si tú
vienes a la luz de la luna esta noche y cantas hasta el
amanecer pegado a mis espinas, y la sangre de tu corazón
llega hasta el mío, podré crear la rosa roja más hermosa.
– ¡Oh! ¡Qué suerte la mía! ¡Qué gran dicha! ¡Una rosa roja! ¡Mi
amada querrá bailar al fin conmigo!
– Oh, no, claro que no- dijo entonces la joven ingrata– Tengo
otro pretendiente que me ha regalado joyas. Como
comprenderás, una joya vale más que una estúpida rosa roja.
Así que llévatela, porque no la quiero.
Separó a los niños más altos, entre ellos a Rafael. Como quiera
que Claudio resultó ser el más bajo no lo llamó, a pesar que
pidió, casi rogó que lo incluyeran. A Rafael mándelo al salón y
yo lo reemplazo, dijo. El profesor lo miró sin entender, pero para
su desdicha fue él a quien enviaron junto a las niñas por
reclamar.
3. Remos
Esa noche me acosté cansada, muy cansada. Tanto, como
hacía tiempo no me sentía. Me dormí pensando por qué todo
me costaba tanto. En realidad, creo que me acosté
preguntándome por qué todo me era tan difícil, por qué
parecía que todo lo que yo deseaba o necesitaba estaba a
kilómetros de distancia de mi realidad.
Soñé que era mi primer día en este mundo. Estaba en un
lugar hermoso, con un bello e inmenso río llamado “Vida”, yo
estaba en una orilla mirando hacia la otra orilla, la que tenía
en frente de mi. En esa orilla que podía ver estaban mis
sueños, mis anhelos, aquello que quería lograr, lo que quería
para mi vida. También los sueños de otras personas.
No sabía cómo hacer para llegar hasta ahí, era mucha la
distancia para cruzar a nado. De pronto, apareció un ángel,
mi ángel de la guarda con un par de remos en sus manos.
– “Tómalos” -me dijo- “debes remar”.
Algunos remaban más rápido que yo, otros con mucho menos
esfuerzo y algunos ni siquiera lo hacían. Me sorprendió ver
que varios de los que no habían remado ya estaban del otro
lado del río disfrutando de lo que ofrecía ese lugar.
Yo lo miraba y él continuó:
– “Quienes reman, más allá de su cansancio, sin importar
las decepciones, mucho más allá del resultado, son lo que
permiten que este río siga vivo y que valga la pena
transitarlo. Créeme, el río se nutre, enriquece y cobra valor
con los que reman, no necesariamente con los que llegan”.
De ahí salían todas las maravillas que mis hijos hacían y que
volvían con ese SOBRESALIENTE que le ofrecían a la abuela
de regalo.
Casi siempre acompañada con bicicletas o pelota, enemiga
de la cometa desde el día que el más pequeño cayó al agua
persiguiendo una. La verdad que creo que mi madre quería
que yo descansara y también, pasear con sus nietos.
5. El niño de la rueda
Chiriguato Chirimoya se enjugó el sudor y contempló la
montaña de cocos que se levantaba ante él. Llevaba
cuarenta cocos guardados, y afuera quedaban quizás una
cantidad mayor que su cansancio multiplicaba por diez.
Cómo le encantaría que todos aquellos cocos apilados al
nivel del piso del mostrador se fueran mudando hasta el
depósito de la bodega. Rápidamente, aconsejado por
experiencias anteriores, dejó de estar fantaseando y siguió
halando cocos por las ramas hacia adentro.
7. Hay Duende…
– “Es más bella que en mis sueños tu famosa Andalucía, te
has quedado corta” -le confieso a mi amiga, quien sonríe
orgullosa como dueña de casa nueva.
Es un agosto que hierve y gracias a la Asunción de la Virgen,
es sábado de fiesta, y se transforma la calle principal
cubierta de pétalos desde temprano. La vista de muchos se
fija en los barriles y en las hieleras de los puestos que
sugieren promesas. De esas que atraen y erizan la piel a
pesar del calor.