Marconi, Género y Ts-Introd, Prólogo, Cáp 1

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Libros de Cátedra

Género y trabajo social


Reflexiones sobre la perspectiva de género
en la intervención profesional

Adriana Marconi y Germán Rómoli

FACULTAD DE
TRABAJO SOCIAL
GÉNERO Y TRABAJO SOCIAL
REFLEXIONES SOBRE LA PERSPECTIVA DE GÉNERO
EN LA INTERVENCIÓN PROFESIONAL

Adriana Marconi
Germán Rómoli

Facultad de Trabajo Social


Dedicamos estas páginas a ti que te dispones
a leer lo que con afecto hemos ido hilvanando,
como si estuviéramos debatiendo contigo
con un mate en la mano,
con pocas certezas y muchísimas preguntas.
Agradecimientos

Germán:
"A mi madre Marta por dejarme ser,
a mi hermana María por acompañarme en lo importante
A todas las que no volvieron, se lo debemos"

Adriana
“A mi compañero Carlos por estar siempre,
a mis hijos por modificar mi mirada,
a mis nietes por darme nuevos sentidos,
a todas las mujeres que me enseñaron a pelear”
“Si la mujer escribe es para conocer, no para evitar.
No para superar; para explorar, penetrar, visitar.
Donde tú escribes (…) tu cuerpo se despliega,
tu piel cuenta sus leyendas hasta ahora mudas”

Helene Cixous, LA LLEGADA A LA ESCRITURA.

“Una verdadera costumbre, decían los husihuilkes,


jamás se repite de manera idéntica.
Saludas cada día a tu hermano, a tu amada, a tus hijos;
y el saludo vuelve a nacer.
Te sientas en ronda para compartir el alimento
como si nunca antes lo hubieras hecho.
Deseas el cuerpo de quien duerme a tu lado,
y vuelves a aprender caricias.
La costumbre no es lo repetido sino lo sagrado”

Liliana Bodoc. LOS DÍAS DEL VENADO.


Índice

Introducción ................................................................................................................................. 7

Prólogo ....................................................................................................................................... 10

Capitulo 1
Géneros. Sus derroteros de análisis y lucha .............................................................................. 12

Capítulo 2
Subjetividades y géneros: lo instituido y lo instituyente ............................................................. 25

Capítulo 3
Las instituciones educativas entre la reproducción y la resistencia ................................................ 37

Capítulo 4
El género en las instituciones educativas ................................................................................... 52

Capítulo 5
Pensando la intervención en el Trabajo Social ........................................................................... 68

Capítulo 6
Intervenciones profesionales en el EOE ..................................................................................... 77

Capitulo 7
Intervenciones y pedagogías con la infancia y la juventud ........................................................ 92

Epílogo ..................................................................................................................................... 111

Bibliografía ampliatoria .......................................................................................................... 116

Les autores .............................................................................................................................. 122


Introducción

Este libro es producto de un camino recorrido, nunca recto siempre sinuoso y reflexivo, con
afectos que nos acompañarán siempre y con discusiones, conflictos y pérdidas que se van
quedando y que a veces nos dejan una herida marcada como el triste dulzor de una sonrisa
lejana. La estrategia pedagógica apuesta a la transformación a través de un proyecto educativo
no constituido por la repetición de conocimientos sino por la producción dialéctica con les estu-
diantes en un diálogo horizontal donde en ese encuentro con otres se intercembián saberes y
experiencias para construir nuevos conocimientos.
De ese mismo modo a lo largo de los años muchas personas nutrieron los conceptos y de-
bates que aquí se recuperan. Patricia Chacón en 1993 fue quien inició el camino, y por lo tanto
es responsable de estas líneas. Al recorrido se sumaron Ivone Amilibia, Nilda Zubieta y Evan-
gelina Mazur quienes nos enseñaron generosamente a pensar desde el género.
Néstor Artiñano fue compañero certero y comprometido para promover y sostener la institu-
cionalización de género en nuestra casa de estudios sin nunca dejar el afecto. Virginia Ceirano
se encargó de poner a disposición su lugar y su grandeza académica para que la primera in-
vestigación, en un lejano 1994, pueda concretarse y para que el Área de Género Y Diversidad
Sexual fuera realidad.
Numerosas voces se fueron sumando en su amplio abanico heterogéneo: Silvana Sciortino,
Marcela Trincheri, Susana Lonigro, Esteban Fernández, Gabriela Acosta, Isabel Burgos, Carla
Di Biase y Valeria Daraya. Más tarde siguieron incorporándose nuevas miradas, aportes y pen-
samientos con Germán Rómoli, Paula Tilbe, Vanesa Vieira, Arantxa Alonso, María Clara Rus-
so, Amaltea Canosa, Eliana Rojas y Sofia Izaza,
Todes quienes desde distintos espacios y posiciones pasaron por este trayecto fueron ar-
mado esta trama que hoy se resume en este pequeño texto que con afecto y pasión intenta
trasmitir a quienes vengan los sueños, las luchas y algunos saberes construidos entre discu-
siones y mates.
Pensamos que las normas genéricas son impuestas desde el nacimiento, como modelo de
identificación, interviniendo en los campos de la vida cotidiana, sus posibilidades y sus limita-
ciones. Por otra parte la frase inscrita como punto nodal del ser mujer: “el ser para otros” dio la
impronta a la carrera de Trabajo Social y a la de Magisterio con la consiguiente feminización de
su matrícula. El trabajo social como la docencia se ha asentado sobre las supuestas cualidades
femeninas para generar un espacio laboral sin el reconocimiento social y económico de su
importancia. Fueron mujeres quienes establecieron los fundamentos de la disciplina desde

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distintas posturas de las ciencias sociales: Mary Richmond y Jane Addams, Alice Salomon,
Octavia Hill, Anna Laurens, Dorothea Lynde, Virginia Robinson y acompañaron sus desarrollos
teóricos con prácticas, la mayoría disruptivas, habilitando nuevos espacios y sosteniendo lu-
chas por el reconocimiento de derechos.
La feminización no es solo historia pasada, pues puede observarse que las mujeres siguen
siendo una amplia mayoría de la currícula estudiantil en ambas carreras. La idea de servicio o
vocación sigue presente, en más o en menos, en la subjetividad de sus integrantes lo que pro-
mueve la repetición y obstaculiza posicionarse como profesionales del Trabajo Social. De este
modo, un hacer profesional sin reflexionar respecto del género puede llevar al cumplimiento del
deber ser patriarcal reproduciendo el discurso hegemónico y obturando los posibles caminos
autónomos de las personas.
Desde la perspectiva de género se han realizado reproches a las teorías críticas del traba-
jo social, en cuanto han estado ciegos en relación a la categoría género sin tener en cuenta
que las profesionales del Trabajo social como las personas a quienes asisten son, en su ma-
yoría, mujeres ubicadas en un contexto caracterizado por una sociedad patriarcal que las
coloca en una posición de opresión/ explotación en el marco del capitalismo patriarcal que se
consolida mutuamente.
Aunque las discusiones teórico políticas sobre géneros y cuerpos tienen hoy un espacio ga-
nado en las ciencias sociales, parecen permanecer las dificultades para ingresarlas en las cu-
rrículas universitarias. La presencia de esta materia en el plan de estudios de la carrera del
Profesorado en Trabajo Social es un paso imprescindible al proponer una nueva instancia de
formación institucionalizada. Esta materia es una apuesta a la democratización de las relacio-
nes sociales en los ámbitos educativos con la intención de lograr un hacer y un decir en equi-
dad en el marco tanto de las intervenciones profesionales como de los ejercicios docentes. En
este sentido, ambos espacios pueden ser herramientas que habiliten el reconocimiento de
identidades y experiencias diversas o, pueden ser todo lo contrario.
Las modificaciones culturales relativas a los roles e identidades de género y a las prácticas
sexo-afectivas proponen formas novedosas de comprender la sociedad y conllevan todo un
conjunto de derechos humanos a ser resguardados y promovidos. Es fundamental amplificar
dichas modificaciones para dar sustento teórico-metodológico a quienes desarrollan (o preten-
den hacerlo) tareas de docencia o en equipos de orientación escolar. El espacio escolar tanto
por su obligatoriedad hasta el nivel secundario como por la alta cantidad de horas que aloja a
las personas involucradas es el espacio óptimo para apostar a construir subjetividades autó-
nomas y responsables que habiliten un mundo en paridad. Se trata de ampliar la mirada, con-
cebir a las demás personas como semejantes en su diversidad y no como meros seres a guiar
hacia una norma.
Este texto más que una serie de lecturas para una asignatura intenta ser una herramien-
ta de debate y reflexión acerca de temas que nos atraviesan y que se instalan en nuestras
intervenciones de forma subrepticia si no analizamos nuestras acciones desde una pers-
pectiva de género.

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Entendemos la perspectiva de género en nuestra profesión como un hecho singular y colec-


tivo que se va tejiendo en el estar y en el andar, con rostros cotidianos y otros que nos acom-
pañan aunque solo son memoria y otros que aún no se vislumbran pero vendrán a rebasar lo
que hoy sabemos. Todes participamos en el trenzado de un espacio común más libre, con más
posibilidades para que cada singularidad crezca en toda su potencialidad.

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Prólogo

Una forma de empezar este prólogo, sería intentar responder a la pregunta “por qué este li-
bro es importante”. Y creo que emergen aquí varias respuestas.
Este libro condensa una trayectoria de les autores, que durante largo tiempo han venido
indagando en el tema de géneros, reflexionando, enseñando, interviniendo profesionalmente.
Trayectorias laborales diferentes de cada autor/a, pero que se complementan en forma ajus-
tada, acrecentando una potencia necesaria, ideal para dejar marcas o huellas , hacia donde
dirigirnos cuando andamos necesitados de alguna certeza. Y también trayectorias comunes
ligadas a la participación en el Área de Género y Diversidad Sexual de la Facultad de Trabajo
Social, en propuestas de seminarios de grados, en actividades de difusión y debate, jorna-
das, congresos, etc.
Emerge en un momento de la Facultad de Trabajo Social, donde por fin, se logró y se con-
solida día a día, un seminario de género para una carrera de grado -Profesorado en Trabajo
Social-, sabiendo que es sumamente necesario enseñar, debatir, llegar a conclusiones, apren-
der e interrogarnos permanentemente, ante un contexto que requiere de intervenciones acerta-
das ligadas al género en un contexto de avances y resistencias.
El género emergió como concepto para demostrar que algo no estaba bien en la sociedad.
Y aquello que no estaba bien, merecía ser cambiado, ser transformado. El género nos deja ver,
cómo una sociedad se organiza en base a mandatos culturales, históricos, sociales, políticos,
económicos, que otorga determinados lugares a las personas, según su género, y esos luga-
res, no poseen similares características o valoraciones, siendo las mujeres y también las per-
sonas identificadas con las diversidades, las que no accederán con la misma facilidad que los
hombres heterosexuales, a lugares considerados socialmente como privilegiados. Podemos
decir que el género organiza la sociedad en forma tal que quienes habitamos en ella no somos
iguales en tanto personas, sino somos desiguales en tanto seres genéricos.
Lógicamente, en un libro de estas características, se recuperan saberes adquiridos en estu-
dios de posgrado, en el ejercicio de la docencia, en actividades de investigación y extensión, y
eso lleva a un mayor reconocimiento de un libro, en tanto producto elaborado desde múltiples
dimensiones que lo fueron generando, a la vez que será, al mismo momento que un punto de
llegada, también un punto de partida hacia nuevas etapas.
Por otro lado, es muy interesante el recorrido que se propone el libro, desde un análisis de
la categoría género/s, una reflexión sobre las subjetividades y en qué modo se tensiona lo insti-
tuido con lo instituyente, qué sucede en las instituciones educativas en cuanto a la reproduc-

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ción de prácticas y normas, y a la vez las resistencias que aparecen allí, cómo aparece el géne-
ro en las instituciones educativas, y los tres últimos capítulos dedicados a la intervención social
en los contextos de escuelas.
Párrafo aparte, merece el epílogo, una forma de cierre que contemple lo artístico, la militan-
cia, la resistencia, la proyección, a partir de las palabras de Pedro Lemebel en su Manifiesto. A
partir de ese epílogo, queda abierta una puerta gigante, para seguir dando pasos, por una me-
jor educación, por intervenciones sociales mucho más ajustadas al saber acumulado y a las
necesidades de las personas, por una sociedad donde nos respetemos como personas, sin
importar las etiquetas que un sistema prioriza a la hora de generar desigualdades entre noso-
tres, y sobre todas las cosas, para que tengamos alas suficientes y todes podamos volar.

Néstor Artiñano
La Plata, noviembre de 2020

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CAPITULO 1
Géneros. Sus derroteros de análisis y lucha

El problema del género es que describe cómo debemos ser


en vez de reconocer quiénes somos.
Chimamanda Ngozi Adichie, TODOS DEBERÍAMOS SER FEMINISTAS

Introducción

Estas reflexiones intentan marcar algunas líneas sobre las categorías centrales en los estu-
dios de género, recorriendo los textos de algunas autoras clásicas, para poner en juego ese
universal vacío que es el género, pero que ha permitido desde el siglo XVIII en adelante consti-
tuir políticamente al movimiento feminista. Pues, como señala Amorós (1985), "el feminismo se
encuentra en una posición privilegiada para elevar a conciencia teórico reflexiva lo que le ha
enseñado una instructiva experiencia práctica".
Antes de comenzar quisiera dejar en claro, que cualquiera sea la definición de género con la
que acordemos o los límites que establezcamos al concepto, el género siempre tiene que ver
con el poder, este último se juega en cada aspecto del género y en la invisibilización social de
sus efectos. Si queremos una señal concreta de esto podemos observarlo en la condena, que
habitualmente realiza la Iglesia, sobre todo en sus alas más conservadoras, a la llamada des-
pectivamente “ideología de género” (Mattio, 2015).
Según Fraisse (2014: 48) “como concepto el género es, pues, a un tiempo una proposición
filosófica (pensar el sexo y los sexos) y un instrumento, el medio de poner en práctica dicha
proposición (hacer visible, mostrar). El género es una categoría que señala una forma de cono-
cimiento y es a su vez una categoría emancipatoria. Incorporar el género al análisis de la reali-
dad tiene como consecuencia una epistemología que conlleva a desnaturalizar el dispositivo de
construcción de las ciencias que incluye una lógica con categorías que determinan como inmu-
tables. Es revisar la ética científica para revisar los oscurantismos y omisiones ocurridos en el
devenir histórico. Reconocer lo múltiple, saltando el espectro binario que refuerza el determi-
nismo biológico y la dualidad inmutable (Gutiérrez 2017).
Por otra parte es importante repensar la categoría situada, cómo lo plantea la epistemología
feminista, pues nuestro lugar en Latinoamérica nos introduce en conceptos como el de colonia-
lidad de género, como lo ha llamado María Lugones, señalando que en la América prehispáni-

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ca el género no era generador de desigualdad, sino que fue a través del proceso de coloniali-
zación cultural que se instala la jerarquización de los cuerpos en la cual se basa la heteronor-
matividad, el sistema patriarcal, y el racismo.
Las relaciones jerarquizadas entre los géneros toman forma material en todos los ámbitos
sociales: el trabajo, la familia, la política, las organizaciones, el arte, las empresas, la salud, la
ciencia, la sexualidad, la historia. Ahora bien, nuestros análisis tienen una especificidad, se
dirigen a pensar la tensión existente entre las marcas de género y el quehacer docente y/o la
intervención profesional del Trabajador Social situada en el ámbito de la educación. Permite
vislumbrar las relaciones sexistas que juegan en los espacios escolares, las que en la vida
cotidiana se ponen el traje de la obviedad, ocultando las formas de discriminación y microma-
chismos instaladas en las aulas, en los recreos, en los actos. Observar asimismo la transversa-
lización de género existente en las prácticas profesionales y docentes, en las currículas y en el
conocimiento. La educación ha jugado un papel importante en la reproducción de modelos de
desigualdad, de género en interacción con otros patrones de “normalidad”, y ha consolidado la
superioridad masculina, blanca, burguesa, europeizada sobre las mujeres, negras, pobres,
nativas. A pesar de los cambios legislativos en favor de una sociedad más equitativa aún conti-
núa siendo dificultosa la implementación efectiva de los derechos en paridad para todas las
personas. Aún se descubren expresiones de discriminación, desigualdad y violencia sostenidas
soterradamente en un tejido cultural que nos sostiene y sostenemos.
La evaluación de la Unesco sobre la formación docente observó que existen programas que
refieren a un sujeto escolar desgenerizado universal, ergo masculino, con héroes varones y
mujeres subordinadas. Esto nos muestra la necesidad de recapacitar sobre:
los discursos y prácticas generizadas que conforman los cuerpos escolares
cómo se garantizan los derechos de la niñez y la juventud para el ejercicio de su diversidad
cómo se constituye el proceso de maternización del rol docente
las consecuencias de la feminización de la carrera docente y el Trabajo Social. Depreciación
que se produce al otorgar desde una mirada androcéntrica valores y prácticas femeninas como
incumbencias de ese espacio.

Las categorías centrales del género

Antes de reflexionar, específicamente sobre el género en el ámbito educativo, es fundamen-


tal conocer y repensar las categorías centrales de los estudios de género intentando sacudir la
modorra de las consignas para articular en este contexto su particular sentido. Para comenzar
tal vez sería bueno pensar la igualdad de género que se nutre no de lo igual sino de lo diferen-
te. Es la posibilidad de vivir, ser y mostrar lo diferente como potencia, como característica plena
de nuestra naturaleza humana lo que habilita la paridad.
Para Amorós (1985) el feminismo, hijo de la Ilustración, es la vindicación de la salida de las
mujeres del mundo de "las idénticas" para alcanzar el estatus de individuo propio del ámbito de

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"los iguales" La diferencia es un hecho, la igualdad es un valor del orden de lo ético que es
necesario construir en lo social.
La democracia es un sistema que se sostiene con la isonomía (igualdad ante la ley), pe-
ro, que requiere además la isegoría que es la posibilidad igual de decir su palabra con la
misma importancia. La isonomía debe sostener no la igualdad de las personas, que es una
ficción, sino, la igualdad de posibilidades y oportunidades atendiendo a las diferencias que
las caracterizan.
Fraser señala que para compensar la injusticia de género se debe considerar tanto lo
referido a la distribución como al reconocimiento pues sostiene que “e l género no es una
simple clase ni un mero grupo de estatus, sino una categoría híbrida enraizada al mismo
tiempo en la estructura económica y en el orden de estatus de la sociedad ” (Fraser, 2015:
45). Un enfoque transformativo como el que sugiere Fraser, plantea una redistribución que
tenga en cuenta esas diferencias y un reconocimiento de las particularidades, sin privilegio,
ni infravaloración alguna.
En esta línea lo piensa Faur (2008: 8), al sostener que

el género es una categoría construida, no natural, que atraviesa tanto la esfe-


ra individual como la social (…) influye de forma crítica en la división sexual
del trabajo, la distribución de los recursos y la definición de jerarquías entre
hombres y mujeres en cada sociedad. En suma, la construcción social y cul-
tural de las identidades y relaciones sociales de género redunda en el modo
diferencial en que hombres y mujeres pueden desarrollarse en el marco de
las sociedades de pertenencia, a través de su participación en la esfera fami-
liar, laboral, comunitaria y política. De este modo, la configuración de la orga-
nización social de relaciones de género incide sustantivamente en el ejercicio
pleno de los derechos humanos de mujeres y varones.

El género es una construcción cultural del cuerpo sexuado. Así en función de un sexo
(supuesto) se confecciona un conjunto de características psicológicas y socioculturales,
roles, lugares, oportunidades y expectativas que se asignan a las personas y que estas
asumen como propias. Estas son histórico-culturales por lo que varían de un grupo a otro y
de una época a otra.
En las últimas décadas, se han construido políticas públicas y leyes que habilitan miradas
más amplias sobre el género y la sexualidad siendo expresión de importantes cambios cultura-
les respecto a las formas estéticas y a la actuación de los cuerpos, la comprensión de la identi-
dad como transitoria y la configuración de nuevos vínculos afectivos o parentales.
El género formó parte de la agenda pública en la discusión del cupo político y laboral feme-
nino y trans, la lucha contra la violencia de género, las leyes de matrimonio igualitario, identidad
de género, ESI y el debate sobre el aborto impulsado por los movimientos feministas y
LGTTBIQ. Esto impactó en las distintas instituciones de nuestra sociedad de forma diversa,
pues visibilizó la diferencia sexual de las personas y las jerarquizaciones de forma ineludible.

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En la Universidad provocó la sanción del Protocolo para la atención de las violencias de género
y la resolución para la adecuación administrativa de la identidad de género autopercibida.
Esto no implica que ya no quede nada por hacer, las prácticas esconden la inmovilidad
de muchos espacios de poder asignados y sostenidos por las estructuras patriarcales,
aunque disfrazadas. Aún el cupo sindical no se hace efectivo, el laboral y el político para
las mujeres se escamotea y el cupo laboral trans continúa siendo imposible de llevar a la
práctica; aún queda a criterio de cada agente estatal cumplir con una Ley Nacional como la
ESI y de vez en cuando el Poder Judicial cree que puede discutir el aborto no punible, en-
tre otras cuestiones no saldadas.
Mattio (2012) señala los cambios realizados en el concepto de género en el transcurrir histó-
rico y cómo actualmente continúa siendo una herramienta de lucha del feminismo y de los mo-
vimientos LGTTBIQ. La categoría de género permitió mostrar y visibilizar el hecho de que sobre
la base de una supuesta diferencia anatómica/biológica se establece una desigualdad social
que justifica la opresión.

Los afectos

En los últimos años se ha desplegado en las teorías de género el llamado ‘giro afectivo’,
como señala en su trabajo Macón (2014: 163).
Durante los años ´80, Carol Gilligan desarrolló una ética que sostenía que las mujeres
desarrollan sus emociones de forma más abierta que los varones y entablan vínculos ba-
sados en la lógica del cuidado, mientras estos lo hacen desde la justicia. Hoy esta postura
ha sido desacreditada por dualista y esencialista pero la teoría del cuidado abrió un debate,
en el seno del feminismo.
El giro afectivo indaga la dimensión afectiva, pasional y emocional, y su rol en el ámbito pú-
blico. Cuestiona la dicotomía emoción / razón, mente / cuerpo y afectos positivos y negativos.
Debate el papel de los afectos en la vida pública criticando la distinción entre público y privado,
el vínculo entre sufrimiento / desempoderamiento / victimización o la relación de afectos consi-
derados positivos como el orgullo en la acción política.
Los afectos referidos al cuerpo y a la mente son vistos como articuladores de experiencia:
no se los analiza como estados psicológicos, sino como prácticas sociales y culturales que se
establecen en los límites de lo individual y de lo social.
El giro afectivo provocó el análisis de la acción colectiva, de las emociones en la teoría
política de género, el testimonio, el trauma, la violencia y la victimización, y la representa-
ción política.
Los afectos son performativos: son actos capaces de alterar la esfera pública con su irrup-
ción. Según Gregg: “los afectos refieren generalmente a capacidades corporales de afectar y
ser afectados, o el aumento y la disminución de la capacidad del cuerpo para actuar, para
comprometerse, o conectar. De hecho, los afectos actúan” (Macón, 2014: 167).

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La vertiente crítica entiende que, si bien los afectos, tienen un rol central en el desarrollo y la
desintegración de los activismos, hay que evitar el riesgo de su romantización en términos
emancipatorios. Nussbaum (2006) señala los efectos adversos de la vergüenza y el asco en la
vida pública, considerándolas como emociones jerárquicas que legitiman la subordinación.
Históricamente han sido base de políticas discriminatorias que deben combatirse. Según Ah-
med el asco o el miedo guían hacia la discriminación y el rechazo y las narrativas del amor
suelen ser las que generan la normatividad, pero, ningún afecto es por sí mismo ni opresor ni
emancipador (Macón, 2014: 169).
Berlant (Macón 2014:170) introduce la idea de “esfera pública íntima” referida a la circula-
ción de lo privado en la producción de la política. Indaga cómo los afectos colaboran en la
constitución de vínculos de opresión. Reflexiona sobre la relación entre política y emociones,
como experiencias de articulación de ‘lo nacional’ y ‘lo identitario’, y sobre la clave interclasista
de la sentimentalidad que produce la fantasía de la desaparición de las desigualdades. Cues-
tiona la distinción entre afectos positivos (alegría, optimismo) que impulsan la acción y los ne-
gativos (odio, culpa, vergüenza) que la detienen.
El giro afectivo hace, según Macón (2013:2)

1.- Revisar la idea de agencia al analizar la capacidad de acción política, en relación a la


dimensión afectiva, cuando siempre se lo vinculó a lo racional. El sufrimiento o el trau-
ma dejan de ser limitaciones que afectan a la acción para pasar a ser parte de ella. Así,
la identidad herida logra constituirse por fuera de la dicotomía víctima/agente. El dolor,
la vergüenza, la desesperación pasan a complejizar esa distinción, estos afectos rela-
cionados con la victimización son ahora tenidos en cuenta como elementos clave para
los procesos de empoderamiento de la agencia. Para el giro afectivo las afecciones
pueden ser acciones (fijadas por causas internas) o pasiones (definidas por causas ex-
ternas). Esta perspectiva revisa la categoría de trauma. La victimización etiqueta una
identidad a partir de una experiencia traumática, mientras que esta posición establece
la posibilidad de habilitar la agencia sin esencializar la cualidad de víctima.
2.- Otro eje, también estudiado por Macón (2016:11) se refiere a la relación entre el pre-
sente y el pasado. Por una parte referida al trauma como descripción de la experiencia
histórica afectiva vivida por las víctimas y la persistencia del trauma que delimita la es-
cena política por la incidencia de las dimensiones afectivas sobre víctimas, perpetrado-
ras o espectadores. Y por otra, analizar modos alternativos de experimentar la tempo-
ralidad considerando el rol de los afectos. A veces el presente como es un ahora-
expandido, donde el pasado toca al presente dejando una impresión casi física que po-
ne en juego nuevas emociones.

Los afectos son, entonces, construcciones sociales, que exceden lo lingüístico son, en defi-
nitiva, estados del cuerpo que tienen un papel central en el expansión de la esfera pública.

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Los feminismos

El feminismo, según la RAE, “es una doctrina social favorable a la mujer, a quien concede
capacidad y derechos reservados antes a los hombres. Movimiento que exige para las mujeres
iguales derechos que para los hombres”. Esto no es correcto pues las mujeres son actoras de
su propia vida y el hombre no es un modelo para equipararse. Con esta definición, las mujeres
no tendrían derecho al aborto pues los hombres no lo hacen. La justicia no es la igualación sino
el reconocimiento de la diferencia en la paridad de derechos.
El feminismo es movilizado por la teoría de la justicia, para que las personas sean quie-
nes quieran ser y vivan como deseen, sin un destino prefijado por su sexo. Los feminismos
son posiciones diversas en esa lucha. Un conjunto de teorías críticas que interrogan los
orígenes de los procesos de subordinación, dominación, explotación y opresión de las mu-
jeres para transformarlos.
Nacen en la Revolución Francesa, en el siglo XVIII, a la luz de las consignas de la Ilustra-
ción: igualdad, libertad, fraternidad. Es en ese momento donde se cuestionan privilegios de
cuna y aparece el principio de igualdad, las mujeres toman conciencia que los hombres querían
un nuevo orden con nuevos derechos y libertades para ellos, pero no, para la totalidad de la
población. Tan así que las mujeres que reclamaran sus derechos les correspondía la muerte o
el exilio. Esta exclusión se refuerza luego en la tradición liberal.
De este modo el primer feminismo es vindicativo, apoyado en la razón y la autonomía de
las personas, rechazando los privilegios. Esta postura aparece en 1792 en la obra d e Mary
Wollstonecraft “Vindicación de los derechos de la mujer” donde se sustenta epistemológica-
mente la posición en que todos los seres humanos tienen razón y políticamente la igualdad
es el lugar de toda razón moral. Ella señala, siguiendo el contractualismo, que si los dere-
chos naturales son de toda la humanidad, la mujer está dentro de esa humanidad y tiene
derecho a la misma educación. Como dice Amelia Valcárcel (2001) “el feminismo es un hijo
no querido de la ilustración”. Rousseau, el padre de nuestra, democracia excluye a las muje-
res con el argumento que estas no pertenecen al orden de lo público político sino de lo do-
méstico privado, lo que cuesta la cabeza y exilio de decenas de mujeres que lucharon por la
revolución burguesa y sienta las bases de la más larga justificación de la subalternidad de las
mujeres: la supuesta naturaleza femenina proclive al sentimiento, y no a la razón, y el su-
puesto cuerpo endeble para portar armas -aunque esto no importó cuando hubo que trasla-
dar a cuestas al Rey hasta París-. Como otro documento fundante aparece la “Declaración
de los derechos de la mujer y la ciudadana” de Olympe de Gouges en 17911 quien murió
guillotinada junto a María Antonieta a quien dedicó su obra.

1
Olimpie de Gouges también escribió una obra de teatro contra el racismo llamada La esclavitud de los negros.

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Los primeros escollos a desarticular por el feminismo de la segunda ola es la herencia de


Rousseau y que latió hasta avanzado el siglo XX: la naturaleza complementaria de los sexos y
la consolidación a través del capitalismo liberal de la separación de lo público y lo privado.
Si bien las mujeres de los sectores populares se convierten en mano de obra barata, en es-
ta etapa se consolida la significación de la familia nuclear con el afecto maternal nacido al prin-
cipio del siglo XVIII. Se divide el espacio laboral / productivo (ámbito masculino) del espacio
afectivo / reproductivo (ámbito femenino). En la burguesía el status social está dado por la per-
manencia de la mujer en el hogar. En este contexto nace el sufragismo gestado en la clase
media, luchando por el derecho al voto y a la educación. Solo la primaria les era concedida
para cumplir mejor su rol doméstico. Habrá que esperar las guerras mundiales para avanzar
sobre lo público y concretar, como señala Amorós (2008), los procesos de individuación. Hasta
ese momento las mujeres portan una identidad difusa que las hace idénticas o sea intercam-
biables a través del pacto de los hombres que ostentan entre sí la igualdad.
En 1949 Simone de Beauvoir escribe su tesis de doctorado “El segundo sexo”, texto suma-
mente inspirador para la teoría y la praxis feminista. Ella problematiza desde el existencialismo
qué es una mujer y el origen de su lugar como segundo sexo. Este texto es el pivote sobre el
que se realizan las propuestas teóricas y políticas del feminismo de la segunda ola quienes
pusieron toda su fuerza en marcar la diferencia entre sexo (atributo biológico dado) y género
(construcción social situada, arbitraria y variable). Para eso analiza la relación entre los sexos.
Allí aparece su mentada frase: “No se nace mujer, se llega a serlo”, explicando que es “el con-
junto de la civilización el que elabora ese conjunto intermedio entre el macho y el castrado: la
hembra humana. Pues solo la mediación de otro puede constituir a un individuo como otro”.
Beauvoir se apoya en Hegel y en Levi Strauss para marcar la construcción de la desigual-
dad al transformar a la mujer en otro. Si B es no A, y A es lo humano, racional, esencial, B es lo
no humano, irracional e inesencial, como ya lo había señalado el pensamiento androcéntrico de
Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Este fue heredado por los romanos quienes a través del
derecho difunden las significaciones patriarcales en todo el mundo occidental.
Ella escribe en su introducción (Beauvoir, 1970: 31) “el hombre representa a la vez el positi-
vo y el neutro (...). La mujer aparece como el negativo, ya que toda determinación le es impu-
tada como limitación, sin reciprocidad (…). La mujer se determina y se diferencia con relación
al hombre, y no este con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el
Sujeto, él es lo Absoluto; ella es lo Otro…”. La relación que se da tiene su anclaje en la “lucha
de la conciencia humana por la libertad” porque “lo que define de forma singular la situación de
la mujer es que, siendo como todo ser humano una libertad autónoma, se descubre y se elige
en un mundo en el que los hombres le imponen que se asuma como lo Otro; se pretende fijarla
en objeto y consagrarla a la inmanencia, ya que su trascendencia será perpetuamente trascen-
dida por otra conciencia esencial y soberana. El drama de la mujer consiste en ese conflicto
entre la reivindicación fundamental de todo sujeto que se plantee siempre como lo esencial y
las exigencias de una situación que la constituye como inesencial”.

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Al llegar a los años 1970, las mujeres poseían derechos políticos y educativos pero sin em-
bargo no se hallaban en situación de paridad por la ley, la moral y las costumbres que las ubi-
caban en la subalternidad. Es en esta etapa donde el espacio personal de las mujeres se vuel-
ve un ámbito de politización, a través de la obra de Kate Millet llamada Política sexual (1969)
que consagra la consigna: “lo personal es político” poniendo en cuestión la división público /
privado y transforma el espacio sexo afectivo como el eje de la dominación patriarcal. Ella en-
tiende que la política está constituida por relaciones estructuradas de poder mediante las cua-
les unas personas ejercen poder sobre otras.
Se sostiene la categoría género como herramienta teórica para enfrentar la naturalización
de la diferencia sexual, pero aún subyace un esencialismo en el feminismo de la segunda ola:
mujer – varón y el binarismo de género. Esta concepción puede volverse peligrosa cuando
invisibiliza dentro del feminismo que “mujer” implicaba ser blanca, heterosexual, clase media,
cristiana de los países centrales.
Ante esto Butler (2007) señala que el binarismo de género tiene como correlato la diferencia
sexual biológica y que no cuestionarlo deja afuera a las personas intersexuales, quienes no
integran el binomio sexo/género. También critica la categoría mujer como sujeto del feminismo
pues remite a una identidad esencializada.
Por otra parte, señala el problema de naturalizar la relación causal entre sexo / género / de-
seo (macho / varón / mujer o hembra / mujer / varón) ya que reproduce una heterosexualidad
estable y, en definitiva, el orden patriarcal. La matriz heterosexual permite naturalizar los cuer-
pos, géneros y deseos y de este modo establecer cuerpos viables y sancionar a aquellos que
transgreden la norma. El feminismo, sostiene, debería desestabilizar el orden obligatorio de las
expresiones de género, no prescribir una forma de vida con género, sino alentar las posibilida-
des del género.
Butler, tomando la expresión de Nietzche “no hay ningún ser detrás del hacer” establece
que no hay ninguna identidad anterior a nuestra actuación. Así, plantea la noción de performa-
tividad de género y funda el feminismo de la tercera ola. La performatividad de género significa
que toda actuación de género es el efecto de la repetición de un conjunto de significados esta-
blecidos socialmente. Es una práctica reiterativa mediante la cual el discurso produce los efec-
tos que nombra. Es decir, el género no es un acto voluntarista y consciente, no se elige el gé-
nero que se va a actuar frente a otrxs. Cuando, ante el ecógrafo, el médico dice “es una nena”,
esa persona por nacer es colocada en un marco héterocentrado y la identidad comienza a
constituirse performativamente a partir de esa y otras expresiones que suponen un destino
prefigurado. El proceso de generización no presupone un cuerpo sexuado sino que las normas
reguladoras del género materializan la diferencia sexual y social.
El feminismo de la tercera ola también parte del origen biomédico del concepto de género.
Preciado tomó los aportes realizados en 1955 por John Money quien fue el primero en utilizar el
término género para explicar la conducta sexual de niñes intersex, en oposición a la sexología
decimonónica y el psicoanálisis que habilitaban el uso de la tecnología para modificar el cuerpo
según un ideal de lo que el cuerpo debe ser. Anne Fausto-Sterling (2006) señala la dificultad

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desde la biología para establecer criterios irrefutables al decidir el sexo de una persona, por lo
que cuestiona las intervenciones médicas de normalización de los intersexuales.
Otros aportes fueron tomados de Foucault (2018) quien planteaba el pasaje de una so-
ciedad soberana que decide sobre la muerte a una sociedad disciplinaria que administra la
vida. Este llamado biopoder normaliza la sexualidad disciplinando los cuerpos y regulando
las poblaciones.
El sexo opera a través de nuevas dinámicas desarrollando un proceso de autogestión bio-
tecnológica del cuerpo. Preciado profundiza esta idea en su obra Manifiesto contrasexual
(2002). Aquí aparecen entonces formas de resistencia al reapropiarse esas tecnologías del
género que estaban a disposición del poder médico para producir nuevas formas de subjetiva-
ción, donde ya no son solo regulaciones externas que deciden sobre mi cuerpo, sino que cada
persona, en ejercicio de su autonomía, decide sobre su cuerpo.
De este modo, señala Preciado, género no tiene solo un carácter performativo, como señala
Butler sino también prostético, se da en la materialidad de los cuerpos. Es puramente construi-
do y enteramente orgánico.
Desde estas concepciones, se pueden pensar el género como el sexo como tecnologías
biopolíticas. Debemos pensarnos como cyborg: incorporamos tecnología para prolongar el
cuerpo y para transformarlo. Más aún, quienes adhieren a la teoría queer consideran que las
clasificaciones por identidad u orientación sexual no deben ser categorías universales pues
ocultan múltiples variaciones culturales que no son menos naturales que otras. Consideran que
todas las identidades sociales son anómalas, son construcciones sociales que se producen en
un interjuego de la persona situada.

Feminismo Latinoamericano

En Latinoamérica el feminismo adquiere su propia especificidad ya que el sistema de géne-


ros se refuerza y consolida con el colonialismo. Aunque esta no ha sido siempre la mirada.
Cuesta reconocer una historia de devastación de la población originaria que nos precede, con
un saber que no nace en Europa y que pinta de morenidad nuestros rasgos. Este escenario
impulsó a las mujeres a instalarse en el lugar de las víctimas más que en el de luchadoras y
resistentes, a pesar de su participación efectiva en las luchas por la independencia no hubo un
autoreconocimiento de esos espacios ocupados.
La colonización europea y luego yanqui marcó nuestro territorio a través de la cruz, la econo-
mía y una estructura social discriminatoria que marcaba lo no dominante como otro no humano.
La occidentalidad se entendió, por mucho tiempo, como equivalente del mundo moderno y
legal deseado, solo la violencia de la desigualdad pudo lograr la ruptura del feminismo latinoa-
mericano con el universalismo cultural que establecía una única mirada del mundo.

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En los últimos años nuevas voces, miradas y pensamientos han inscripto nuevos caminos
en la teoría y la política feminista en un proceso de descolonización e interseccionalidad que
sintetiza y amplía la lucha por el derecho a la diferencia.
Para esto ha cuestionado categorías del feminismo occidental que eran utilizadas sin refle-
xión alguna en nuestro contexto y ha realizado un proceso de deconstrucción del racismo (que
había ubicado a las mujeres en categorías por su clase o etnia y no por su género y que se
lleva a cabo a través del proceso de desindianización quitando la lengua y su cosmovisión) y
del heterocentrismo que atravesaba sus acciones prácticas y sus posicionamientos teóricos. El
“quererse saber, como señala Gargallo (2007:5) significa desconocer conscientemente la idea
de sí que ha construido (e impuesto) la cultura del poder hegemónico, es decir no reconocerse
en el género que se les ha asignado” Pero ¿con qué diferencia positiva de sus antepasadas
pueden identificarse las latinoamericanas sin pasar por una revisión antropológica de las cultu-
ras americanas actuales e históricas, y por la ruptura con la cultura mestiza hegemónica, que
encubre la historia en sentido racista y sexista?” (ídem.2007:6)
Desde espacios marginales como lo señala Ramírez Fierro(2004), se va conformando, ante
el avance del neoliberalismo, una guerra a todo lo que se plantee como un mundo con seres
superiores, con recursos y servicios para pocos, desde el espacio de la derrota conferida por la
tecnología de la jerarquización las mujeres desde diferentes espacios de lucha/sufrimiento van
reconociendo sus saberes como elementos de análisis y acción que les permiten observar el
valor positivo de la diferencia y la destrucción del modelo único. Como señala Calveiro (2005)
estos movimientos van a buscar en su historia elementos que den sentido a su presente

La vida social en perspectiva de género

La perspectiva de género es el modo en que concebimos el mundo y la vida. Todas las


personas tenemos una perspectiva de género que si no la reflexionamos críticamente repli-
ca lo que en nuestra sociedad y nuestro tiempo es lo que es. Ante la pregunta: “¿cuántos
sexos hay?”, respondemos rápidamente: “dos”. Y sin embargo hay muchas personas que
nacieron sin ser machos ni hembras y que durante mucho tiempo se las operó para darles
un cuerpo “natural”.
La lógica binaria no se sostiene solo para el género sino que instala la forma de ver el
mundo, blanco / negro, alto / bajo, y donde uno de los términos es siempre superior al otro.
Uno es la totalidad y el otro su diferencia. Romper con esta mirada del mundo implica plan-
tear la diversidad como característica humana y permite observar críticamente los efectos y
significados que se adquieren al pertenecer a uno de esos géneros. Es reconocer las rela-
ciones de poder que se instalan subordinando el lugar de quienes no son varones, enten-
der que estas relaciones sociales son construcciones situadas históricamente, que atravie-
san toda la sociedad, articulándose con otras características (clase, etnia, edad, deseo
sexual, religión) lo que instala como superior al hombre blanco / adulto / burgués / cristiano

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/ heterosexual. Son las gafas violetas que permiten observar como la historia del mundo se
ha desarrollado sin el relato de la mitad de la humanidad y en muchos casos a costa de
esa mitad: democracia, desarrollo económico, etc.
El violeta es el color del feminismo en honor a las obreras textiles asesinadas por hacer
huelga. El 8 de marzo de 1908 los dueños de la Fábrica Cotton de Nueva York decidieron
prender fuego a la fábrica donde las trabajadoras textiles estaban en huelga, las 129 obreras
que murieron estaban trabajando con telas violetas y ese fue el color del humo. Así nace el
símbolo de las gafas violetas, la perspectiva de género que habilita a ver la discriminación ha-
cia las mujeres, visibilizar los micromachismos, conocer la inequidad de una paga menor por
igual trabajo, observar las prácticas patriarcales cotidianas y la lucha inagotable contra la vio-
lencia de género.
El patriarcado se organizó como un sistema en el cual los lugares de poder, (económico,
político, religioso, militar) están, en manos de varones y cuyas lógicas de pensamiento y
valores corresponden a lo considerado como “masculino” en detrimento de las lógicas y
valores “femeninos”.
La familia nuclear logra, mediante las representaciones del amor romántico, consolidar las
relaciones maternales y paternales que nacieron en el siglo XVIII, invisibilizando la producción
de servicios femeninos lo que permite retener la plusvalía en manos de la burguesía industrial.
Literalmente patriarcado es gobierno de los padres. Aquella forma de organización so-
cial en que la autoridad la ejerce el jefe de familia, sobre las personas y bienes del hogar.
Claramente nace con la revolución industrial un varón en tanto productor y una mujer en
tanto reproductora unidos en una familia como espacio de amor e intimidad que se consti-
tuye en célula de la sociedad.
Las estructuras fundamentales del patriarcado son las relaciones sociales de parentesco y
dos instituciones imprescindibles: el contrato sexual y la heterosexualidad obligatoria. Esta
última, como señala Adrianne Rich (1980) en Heterosexualidad Obligatoria y Existencia Les-
biana, es necesaria para la continuidad del patriarcado, ya que expresa la obligatoriedad de la
convivencia entre varones y mujeres en tasas de masculinidad / feminidad numéricamente
equilibradas. Junto con estas dos categorías se encuentra la política sexual que regula todas
las relaciones como lo señalara Millet (1969).
Con la formación de los Estados modernos, el poder de vida y muerte sobre los demás
miembros de su familia pasa de manos del pater-familias al Estado, que garantiza principal-
mente a través de la ley y la economía, la sujeción de las mujeres al padre, al marido y a los
varones en general, impidiendo su constitución como sujetos políticos.
En la América española, la subordinación femenina fue consolidada por las Leyes de Parti-
das, que solidificaban la familia patriarcal con la influencia de la Iglesia católica. Esto se conti-
núa con las leyes que se van conformando a lo largo del siglo XIX que son herederas del Códi-
go napoleónico que recuperaba el Derecho romano del pater familias.

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Consideraciones finales

En esta primera aproximación hemos intentado mostrar por una parte la construcción teóri-
co- .práctica-política que ha significado el feminismo y la necesaria mixtura que imprime enton-
ces al área de los estudios de género y en paralelo como las diversas conformaciones de esta
categoría fueron y son herramientas en la lucha contra la desigualdad y el reconocimiento de la
diferencia como elemento constitutivo de nuestra humanidad.
Por otra parte reflexionamos someramente sobre algunos tópicos que se discuten hoy den-
tro de los feminismos demostrando que los aportes que realizan estas corrientes de pensa-
miento exceden extensamente a los estudios de género.
La equidad de género, tantas veces declamada, necesita de una perspectiva de género cons-
ciente, que permita observar desde donde se analiza la realidad y se realizan las intervenciones.
Es central para pensar y actuar la profesión, como para respetar y establecer el lugar de cada
sujeto en el mundo. Esto es fundante para el Trabajo Social, en tanto se desempeña en la dimen-
sión socioideológica, intentando consolidar o transformar los posicionamientos de cada sujeto
sobre su realidad. En definitiva, la perspectiva de género crítica permite analizar las interrelacio-
nes reconociendo las diferencias y visualizando las inequidades que operan en las mismas.
Ahora bien antes de adentrarnos en el tema central de este seminario la perspectiva de gé-
nero en la intervención profesional del trabajador social y del docente vamos a detenernos a
analizar cómo se realiza nuestra construcción subjetiva y la de los demás que nos acompañan
en el trayecto de la vida. Esto permitirá pensarnos, y pensarlos, siempre en tensión entre el
escenario, la situación, la historia, la voluntad, los deseos y las decisiones.

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CAPÍTULO 2
Subjetividades y géneros:
lo instituido y lo instituyente

presentía que había un más allá al que no tenía acceso, un allá sin límites, la mirada me oprimía, me
impedía entrar, yo estaba afuera, en acecho animal.
Un deseo buscaba su morada. Yo era ese deseo. Yo era la pregunta.
…¿Quién puede definir lo que quiere decir "tener"?;
¿dónde sucede el vivir?; ¿dónde se asegura el gozar?
…¿Era yo una mujer? Al revivir esta pregunta interpelo a toda la Historia de las mujeres.

Helen Cixous, LA LLEGADA A LA ESCRITURA

Introducción

En este segundo capítulo trabajaremos sobre cómo el género interviene en la construcción


identitaria y subjetiva de las personas, intervención que es trascendental para establecer los
sentidos que cada quien asigna a sus prácticas, acciones, reflexiones y pensamientos. Senti-
dos asignados que pueden ser conscientes o no, es decir que escapan a la elección directa.
Aquí se hace visible como el género es un dispositivo específico de poder; no solo en la
opresión de las significaciones imaginarias sociales a través de sus instituciones sino en los
procesos psiquícos, performativos e identitarios que normalizan la subjetividad.
Muchas veces cuando encontramos que las personas establecen ciertas decisiones que pa-
recieran no estar en sintonía con lo que dichas personas dicen y/o piensan de ciertas situacio-
nes, entendemos que esa no-correlación tiene que ver con un componente inconsciente.
Se afirma que el género establece los diferentes límites y posibilidades de cada subjetivi-
dad, lo que cada persona se permite o no en concordancia con un componente inconsciente y
construido desde su género asignado. Esto no debe traducirse en qué cada persona no saldrá
de esos límites y posibilidades, sino que deben tenerse en cuenta a la hora de definir las inter-
venciones y sus expectativas.
La categoría de género es un instrumento de análisis que permite complejizar la compren-
sión de algunas problemáticas. Esto porque desde el género se visibilizan los rasgos y marcas
que la cultura patriarcal deja en la constitución de las subjetividades. Pues desde los estudios
de John Money en 1955 se ha podido observar que la femeneidad como la masculinidad de-

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penden de factores psicosociales. No es la biología la que nos señala si somos niñas o niños
sino las distintas respuestas dimórficas que la cultura otorga a la diferencia sexual. Así lo “natu-
ral” de cada género es producto de la cultura.
En esta línea, advierte Burín (1996) que la noción de género puede ofrecer dificultades si se
lo toma como un concepto totalizador, imposibilitando ver la variedad de determinaciones con
las que se construyen los sujetos: razas, religión, clase social, nivel educativo, etcétera. Todos
estos factores se entrecruzan en la construcción de las subjetividades, por lo cual podemos
afirmar que el género no suele aparecer en su forma pura, sino entrecruzado con otros aspec-
tos determinantes de la vida de las personas. O dicho de otro modo, debemos buscar los facto-
res que acompañan al género en la construcción de las personas. Un sujeto se conforma siem-
pre en una interseccionalidad situada. Cada contexto establece un juego de organizadores
sociales que conformarán identidades jerarquizadas y subalternas sino modificamos el juego de
poder instalado.
La preocupación por las condiciones de construcción de la subjetividad ha estado presente
en distintas disciplinas científicas desde muy variadas perspectivas. Fernández (2008) sostiene
que los métodos de investigación psicoanalítica tienen su propia especificidad, a partir del ma-
terial clínico obtenido en las sesiones psicoanalíticas, mientras que los estudios de género lo
obtienen a través de las ciencias sociales. Sin embargo, ambos aportes encuentran puntos de
intersección, especialmente al aplicarlos al campo de la salud mental de las mujeres. Un ejem-
plo, puede ser la articulación entre el fenómeno del “techo de cristal” y su incidencia sobre la
generación de estados depresivos en la mediana edad de las mujeres.

Los imaginarios sociales

Fernández (2008, p. 39) toma el concepto de Castoriadis, el cual data del año 1961. Los
imaginarios sociales (en adelante IS) se definen como el conjunto de significaciones por las
cuales un colectivo se instituye como tal. Construyen los universos de sentidos de un grupo de
personas, inventan/imaginan el mundo en el cual esas personas van a desplegar esos senti-
dos. En otras palabras, los IS son la producción de las significaciones colectivas, es la capaci-
dad de invención colectiva. Instituyen los afectos, los valores y la estética.
Los IS “instituidos” consolidan lo ya establecido, operando como organizadores de sentido:
marcan lo lícito, lo permitido, lo prohibido, lo bello, lo esperado. Su función es mantener unida a
la sociedad, caso contrario habría pura disgregación y personas sueltas, sin sujetarse a ningún
orden, lo que sería un imposible porque la característica de los sujetos es ser sociales. Los IS
“instituyentes” transforman el orden dado, lo modifican, lo actualizan, encarnan lo disruptivo de
ese grupo humano. No es la mera destrucción de lo existente, sino la construcción de lo nuevo
que debe surgir desde lo instituido.
En definitiva, los IS, su capacidad de conservar lo instituido junto a la transformación insti-
tuyente, son inseparables del ejercicio del poder y de la producción de la subjetividad. Cuáles

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significaciones serán parte del orden vigente y cuáles surgirán, se dirimen en las dinámicas
del ejercicio pleno del poder en el marco del patriarcado. Toda la trama de significaciones
orienta y dirige toda la vida de las personas concretas que integran la sociedad. Esas signifi-
caciones se refieren a la concepción de “mujer”, “padre”, “estudiante”, “violencia”, “dinero” o
“Estado” entre otras.
Los individuos sociales se hacen por medio de las normas, los valores y el lenguaje que cir-
culan en esa sociedad, por lo tanto el proceso de institución de la sociedad es inseparable del
ejercicio del poder. Es fundamental tener en cuenta la inscripción de los dispositivos de poder
en la subjetividad de las personas. Afirma Fernández (2008, p. 42): “Las significaciones no son
aquello que los individuos se representan ni lo que piensan, son aquello por medio de lo cual y
a partir de lo cual los individuos son producidos como individuos sociales con capacidad para
participar en la sociedad”.

Los imaginarios sociales y la psique individual

En todo grupo laten (en diferentes intensidades) las significaciones que caracterizan al mo-
mento sociohistórico y las instituciones donde se aloja dicho grupo, y también aparece la di-
mensión instituyente propia del grupo. La indagación de los IS es inseparable de las prácticas
que realizan las personas/grupos. Esto permite construir un marco de análisis de las subjetivi-
dades concretas, no esencialista. Es decir que la relación significaciones-prácticas no debe
caer en un sesgo idealista asumiendo que una significación antecede y funda a una práctica
posterior: “se hace lo que se dice” o “se dice lo que se piensa”. Muchas veces puede ser así,
pero también puede que no.
Psique y sociedad son dos polos mutuamente irreductibles: para la psique el mundo externo
es siempre un mundo histórico-social y existe en y a través del sentido. La institución de la
sociedad es la que otorga ese sentido a través de los procesos de socialización. El trabajo de
la sociedad, por medio de sus IS instituyentes, consiste en crearse, reproducirse, modificarse,
disponiéndose en individuos sociales fabricados. Mediante una interiorización impuesta, los IS
de la sociedad se socializan en las psiques singulares. Las significaciones sociales otorgan
sentido a la vida colectiva e individual, donde la sociedad opera en términos represivos (lo no
permitido) y productivos (las posibilidades).
Sin embargo, la psique nunca se socializa completamente, siempre conserva un resto irre-
ductible al disciplinamiento que le proporciona la capacidad de crear, inventar. Hay dos funcio-
nes humanas propias. Una es la posibilidad de la psique de experimentar placer solamente
representando. Otra es el simbolismo por el cual puede verse una cosa en otra cosa. La psique
tiene la capacidad de crear flujos de representaciones, deseos y afectos tanto conscientes co-
mo inconscientes. Al dar el anclaje identitario a la psique, los IS mediante la socialización cor-
tan el flujo de esas representaciones, deseos y afectos, que solo podrán desplegarse subli-
mando en el mundo social.

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La construcción diferenciada de las subjetividades

Las formas de pensar, sentir y actuar de los géneros se basan en construcciones sociales
referidas a rasgos culturales y psicológicos asignados diferenciadamente a hombres, mujeres.
En la socialización temprana se incorporan normas de configuración psíquica y social que es-
tablecen la feminidad o la masculinidad.
Las relaciones desiguales entre los géneros han sido producto de las significaciones religio-
sas, el pensamiento médico y las normativas jurídicas que inciden en la socialización
La cultura patriarcal ha identificado a la mujer con la maternidad creando dispositivos ma-
teriales y simbólicos para mantener esa identificación: rol maternal, instinto materno, el ideal
maternal, etc.
Burín (2010) expone el proceso de imbricación entre IS y psique individual a través del pro-
ceso de aprendizaje de los roles genéricos que tiene lugar en las tradicionales organizaciones
familiares asimétricas, donde se producen y reproducen subjetividades femeninas y masculinas
diferenciadas y desiguales.
Con la revolución industrial nacen las familias nucleares, se limita el espacio para la intimi-
dad y se especializan las funciones dentro del hogar. Se da una distribución del “poder” asig-
nando el de los afectos a las mujeres y el racional/económico a los hombres. El centrarse en el
poder de los afectos significó demarcar un lugar propio para la mujer en lo doméstico, le fue
asignada la tarea, y por ella asumida, de regular y controlar las emociones que circulaban en
ese ámbito. Esto significó también una forma específica de enfermar y expresar malestar.
Se va configurando una moral maternal que implicaba subjetividades femeninas con ca-
racterísticas de contención y nutrición, que se enfrentaban a los afectos inmorales del mundo
extradoméstico.
Se van estableciendo roles de reconocimiento para las mujeres, el de esposa que requería
docilidad, comprensión y generosidad; el de madre: con amor, altruismo y contención; de ama
de casa para lo que necesitaba sumisión y servilismo.
Pero al avanzar el siglo con la ampliación de la educación que incrementó el ingreso feme-
nino, el aumento de las tecnologías en el hogar que invisibilizan el quehacer doméstico y los
anticonceptivos van generando en las mujeres un desasosiego que Betty Friedam(1963) llamó:
“el problema que no tiene nombre.” Este se conformaba por una depresión consecuencia de la
quita de valor y sentido social a los roles asignados a las mujeres. Vieron que su poder afectivo
perdía significación histórica y social.

Subjetividad femenina

Tanto niñas como niños crecen dentro de familias en las que las madres u otras mujeres
son el progenitor principal y encargado predominante de los cuidados personales, sobre todo

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durante los primeros años. La identidad femenina tiene en sus orígenes la identificación con la
madre, con su experiencia de cercanía “cuerpo a cuerpo”, no así la identidad masculina. La
ausencia del padre en la estructura familiar habitual no significa que los niños no aprendan la
masculinidad, ni los roles masculinos, pero el tipo de identificación que realizan es diferente.
Las niñas desarrollan una "identificación personal" con la madre, entrelazando los procesos
afectivos y el aprendizaje del rol. Identificándose mediante el ideal maternal. Ahora bien cuando
la identidad femenina lleva a la experiencia cuerpo a cuerpo en la primera infancia de los hijos,
conlleva un estancamiento libidinal para la mujer al llegar sus hijos a la edad adulta y salir del
hogar pues esta queda privada de objeto libidinal.
Los niños, en cambio, desarrollan una "identificación posicional" con aspectos del rol masculino.
La identificación de la niña, de índole “personal”, consiste en la incorporación difusa de los
rasgos de personalidad, conducta, actitudes y valores de esa otra.
En cambio, la "identificación posicional" consiste en la incorporación específica del rol de
aquel otro, y no lleva necesariamente a la internalización de sus actitudes o valores.
La niña, entonces, puede desarrollar una identificación personal con su madre debido a una
íntima relación que surge de un temprano lazo primario. La niña se puede identificar con la
madre y luego con otras mujeres (mucama, maestras, etcétera) porque su presencia en su vida
cotidiana es personal.
El niño, en cambio, debe desarrollar una identificación masculina y aprender el rol masculino
en ausencia de una relación personal continua y persistente. Los niños se identifican con algu-
nos rasgos de su padre, pero no parecen hacerlo tanto, sino de un modo difuso con su padre
como persona.
Los vínculos madre-hija se basan en la cercanía y la fusión. Así las mujeres conformarían la
identidad sobre el ser (una con la madre) mientras los varones se conforman sobre el hacer
(alejándose de la madre)
Las mujeres aprenden roles básicamente familiares, reproductivos, pertinentes a los lazos
personales y afectivos.
Los roles masculinos valorados, en cambio, están definidos en nuestra sociedad como no-
familiares. Aunque los hombres se interesan por ser padres y esposos, la representación social
de la masculinidad no se asienta en los roles familiares sino extrafamiliares, especialmente
laborales, en la organización de la producción. Esto tiene sus efectos en el modo como la fami-
lia se relaciona con el mundo extrafamiliar: quien determina principalmente la posición de clase
y el status social de toda la familia es el esposo/padre, por su rol ocupacional. Y aunque las
familias dependen cada vez más del ingreso económico de ambos esposos, la posición de
clase deriva habitualmente, en todos los estudios realizados, de lo que hace el "jefe de hogar".
La esposa, en muchos casos, deriva su status y posición de clase principalmente de su marido,
y así se la valora socialmente, aunque sea también parte activa de la fuerza laboral y contribu-
ya al mantenimiento de la familia.
Los roles de esposa y madre tienen una calidad imprecisa, y consisten en obligaciones bas-
tante difusas. Las funciones maternas descritas sugieren que se trata de un trabajo que se

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caracteriza por ser repetitivo, rutinario, de máximo esfuerzo y dedicación, que no implica se-
cuencias específicas ni progresiones: es un trabajo invisible, que sólo se lo percibe cuando se
lo realiza mal o de forma insuficiente.
En cambio, el trabajo de los hombres suele ser contractual y delimitado específicamente:
contiene la noción de progresión y de producto que se espera obtener. Dentro del ámbito fami-
liar, el rol paterno predominante es proveer económicamente a la familia; muy rara vez se le da
semejante importancia a su contribución emocional. Cuando los hombres hacen trabajos do-
mésticos: lavar platos, limpiar, acostar a los niños, lo hacen, habitualmente, por delegación de
la mujer, que mantiene una responsabilidad residual en esas situaciones. Cuando los padres
se relacionan con sus hijos, lo hacen para crear independencia, como personas separadas,
mucho más de lo que lo hacen las madres.
En estas condiciones, la construcción de la masculinidad se convierte en un problema de
modalidades muy diferentes de la de la feminidad, especialmente como resultado de que el
niño fue maternizado por una mujer; esto lleva a niños y niñas a temer que el vínculo con la
madre les represente una regresión y establecer vínculos de mayor dependencia y menor au-
tonomía. Para el niño varón, la dependencia y el apego a su madre representan lo que no es
masculino: por ello el niño debe rechazar la dependencia y negar los vínculos de apego, debe
reprimir las cualidades que crea femeninas, y rechazar y devaluar a las mujeres para afirmar su
masculinidad en un contexto patriarcal que establece valores diferentes para cada género.

El techo de cristal
Burín (1996) describe a partir de su investigación tres tipos de mujeres de mediana edad y
de clase media: las tradicionales, las transicionales y las innovadoras, estas últimas con otros
recursos que les permiten una mayor movilidad pulsional.
Ella analiza el estancamiento libidinal que ha encontrado en mujeres que lograron el máxi-
mo de movilidad pulsional a través de su carrera laboral y se encuentran con una depresión en
su mediana edad, producto del techo de cristal que opera como realidad cultural opresiva y
como realidad psíquica paralizante. El techo de cristal sería una superficie superior invisible en
la carrera laboral de las mujeres, que estas no pueden atravesar y les impide avanzar aunque
los dispositivos que lo establecen son invisibles.
Lo que la autora manifiesta es que este se construye psíquicamente en la infancia temprana
y en la pubertad. Al configurarse el aparato psíquico de las niñas que se resignifica en la puber-
tad juegan dos componentes subjetivos: el deseo hostil y el juicio crítico, ambos mecanismos
permitirían evitar el techo de cristal. El juicio crítico va a surgir a partir de que en la pubertad se
rompa el juicio identificatorio, a partir de un proceso de desprendimiento de las figuras origina-
rias que producen un reordenamiento enjuiciador, sentando las bases del juicio crítico.
Por otra parte, el deseo hostil es un deseo diferenciador, cuya constitución y despliegue
permite la gestación de nuevos deseos como el deseo de saber (Menard.1993) y el de po-
der. Este deseo tiene en nuestra cultura un destino de represión porque atenta contra el

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vínculo fusional que permite el vínculo identificatorio madre-hijo que requiere la identifica-
ción mujer-madre.
Cuando este no se da, se desarrollan afectos como la hostilidad, que es un afecto complejo
por un estado de frustración ante una necesidad. Esa tensión insatisfecha provoca una descar-
ga en forma de estallidos emocionales: cólera o resentimiento, de transformaciones afectivas:
altruismo o representaciones en el cuerpo: investidura de órgano.
El deseo hostil en cambio promueve nuevas búsquedas de objetos libidinales al aparato
psíquico.
Pero la sociedad también ha construido un andamiaje cultural que sostiene este techo
de cristal:

1. La incompatibilidad entre las responsabilidades domésticas y laborales con tiempos,


valoraciones y dispositivos pensados desde el patriarcado.
2. La doble exigencia para el mismo puesto (académica y moral lo que implica una situa-
ción de discriminación laboral.)
3. Los estereotipos sociales sobre las mujeres y el poder asignados y asumidos. (“A las
mujeres no les interesa el poder”, “las mujeres no son competitivas”, etc)
4. Falta de modelos femeninos para identificarse. (miedo a perder identidad sexual,
travestismo)
5. Derivación al mercado de trabajo secundario. No solo tiene que ver con que en la divi-
sión sexual del trabajo se han establecido profesiones feminizadas sino que en las pro-
fesiones caracterizadas como masculinas se derivan a las mujeres a ramas de la acti-
vidad feminizadas menos reconocidas socialmente y menos pagadas.
6. Ideales juveniles, donde los medios importan tanto como los fines, se enfrentan a los
valores del neoliberalismo. Solo en las innovadoras esto funciona como un motor para
pensar en nuevos criterios laborales.

Subjetividad masculina

Cuando se asimila hombre a ser humano la mujer queda ubicada en lo otro, en lo no hu-
mano y los varones pierden sus particularidades para asimilarse al ideal. Los varones, tal vez
por un cumplimiento riguroso de la normativa sexista confunden identidad personal con identi-
dad de género.
Dice Barthes: toda lengua es fascista y la nuestra lo demuestra.

• El hombre es independiente de su estado civil (señor) tiene una personalidad autóno-


ma, mientras que a la mujer su lugar le viene dado a través de su relación con el varón:
señorita, señora.

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• En el caso de existir un grupo de hombres y mujeres el término dominante para referir-


se será masculino nombrando al todo y a la parte. Hay una tendencia inconsciente a
identificar lo masculino con lo total y lo femenino con lo específico. Otro ejemplo lo da
Freud al equiparar el clítoris a un pene subdesarrollado.
• Tenemos también como consolidada la óptica del varón como si fuera lo general y se
aclara en el caso de las mujeres como hace el Diccionario. (Inda .1996)

Ahora bien, como señala Bonino ser varón es un factor de riesgo.


Padecer de normalidad es el estereotipo más constante y silencioso a costa de alienarse
como personas. Muchas de las prácticas varoniles impiden la función de autoconservación. Los
niños son adiestrados desde muy pequeños en lo deseable para un varón (defender a las her-
manas, pelear, ganar sobresalir, tener una sexualidad frecuente)
En la relación con la madre en el varón se da la protofeminidad, por lo que el varón deberá
desidentificarse de su madre y buscar la identificación con los hombres. La masculinidad es
para los hombres más importante que la feminidad para las mujeres. (Badinter1992)
Los aspectos de la sexualidad que caen bajo el dominio del género son determinados por la
cultura. En la Revolución industrial se aleja a los padres de la cotidianeidad del hogar, las nor-
mas genéricas ponen el acento en su rol de proveedor, por lo que va quedando por fuera la
dimensión afectiva y criadora y solo se ven sus emblemas de poder en relaciones distantes.
El proceso de construcción social de la masculinidad implica reducir las diferencias entre va-
rones y aumentar las diferencias con las mujeres.
Para poder liberarse de los sujetamientos a la normativa sexual el varón debiera analizar:

• El estereotipo boy scout, siempre listo del sexo,


• El sexo es una dimensión placentera no normativa.
• Todas las personas podemos elegir dónde, cuándo, con quién, cómo
• Se puede no tener deseo sin ser impotente
• Se puede desear a un hombre
• No desear estar con una mujer no significa no desear estar con ninguna.

De este modo, cuando pensamos en la subjetividad masculina, podemos pensar tres


momentos.
Inicialmente, la subjetividad masculina se constituye como el centro humano del mundo. To-
da actividad es desarrollada a su imagen: la ciencia, la política, los deportes, el trabajo y el
empleo. Esto hace que los varones asuman la ficción que el mundo y sus actividades les perte-
necen. El problema parece estar en que esta ficción no es obvia para los varones, sino que
permanece subrepticia, alojada en su psiquis. El mundo aparece como una continuidad de su
propio ser, "padecen de normalidad" (Inda, 1996).
En segunda instancia, a medida que avanzan los feminismos y las desigualdades empiezan
a ser cuestionadas, el modelo imperante de masculinidad empieza a tambalear: el "rol de pro-

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veedor" ya no tiene el mismo sentido en un mundo donde las mujeres pueden trabajar y soste-
ner su autonomía material. Así, cuando uno de los pilares de la masculinidad (como lo es el rol
de proveedor) comienza a caer impacta negativamente en su subjetividad. Los varones no
pueden entender este movimiento y modificar su posición subjetiva enfrentando esta variación:
su espacio de reconocimiento social y de autoreconocimiento que era la forma de ser parte de
la sociedad y definir su identidad se quiebra. El eje básico de su subjetividad no ser como las
mujeres en la práctica cotidiana entra en contradicción.
Para cerrar, los tiempos contemporáneos, con tintes de "cuarta ola feminista", pueden ser
asumidos por los varones como un desafío para cuestionar sus privilegios y su modelo de mas-
culinidad, para construir colectivamente procesos de equidad. Aunque, también puede ser vivi-
do como una guerra contra quienes propician esa equidad que les hace tambalear su construc-
ción subjetiva basada en organizadores sociales en devaluación. Aquí es donde puede esbo-
zarse una posible explicación a que el número de femicidios se mantenga estable, o aumente
(Segato, 2011). Varones que lejos de sentirse interpelados a modificar su posición, actúan re-
sistiéndose y obrando cuerpo a cuerpo en defensa del orden que los privilegia.

La construcción de la identidad trans

El colectivo trans (travestis, transexuales y transgéneros) es uno de los más expuestos


a la violencia (Berkins, 2003) porque es producto de un sistema social heteronormativo,
patriarcal y cisgenérico.
La identidad personal es un producto conversacional (Bruner,1991) producto de la constante
negociación de definiciones acerca de lo que somos, cuando nos relacionamos con otres. Las
formas de estos intercambios son regulados por los discursos sociales.
En su artículo 2º, la Ley de Identidad de Género (Ley 26743, 2012) define la identidad de
género como la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual
puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vi-
vencia personal del cuerpo (p. 1).
Godoy (2015) en su investigación identifica 4 componentes que las personas trans usan pa-
ra definirse como mujeres o varones:

• La percepción del propio género (es la experiencia subjetiva que cada persona tiene de
pertenecer a determinado género)
• La inclinación hacia actividades asociadas al género autopercibido,
• La atracción sexual hacia personas del género «contrario» del autopercibido,
• Tener una apariencia concordante con el género autopercibido y el nombre adoptado.
(incluye la postura corporal y el apariencia física)

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La identidad de género trans es el resultado de un proceso que va desde el género asigna-


do hacia el autopercibido. Este se inicia durante la infancia o hacia la pubertad. El deseo de
pasar del género asignado a otro género va creciendo en intensidad en la adolescencia. Desa-
rrollan una presentación (en la que la vestimenta es central) alejándose del género asignado.
Posteriormente, la percepción de imposibilidad se modifica y comienzan los primeros ensayos.
Finalmente se toma la decisión
Son muy importantes las interacciones que realizan:
Las de apoyo son aquellas en las cuales la identidad de género de la persona trans es re-
conocida y aceptada por otras/os, y su construcción y plena expresión son alentadas. Es cen-
tral que estas se den en su familia y grupos de pares.
También es importante que no se den interacciones de rechazo en la vía pública, al realizar
trámites administrativos, ir al banco, ir a votar, en el transporte público, en los establecimientos
educativos y en el ámbito laboral. Estos generan profundo malestar y hacen que la persona los
evite. Los tipos predominantes de femineidad y masculinidad dan pautas de inteligibilidad para
regular las expresiones de género a las que deben ceñirse las personas trans. Las representa-
ciones que el común de la sociedad tiene de las personas trans generalmente tienen una con-
notación negativa y alientan tratos discriminatorios hacia éstas.
El reconocimiento legal de la identidad de género de las personas trans disminuye la per-
cepción de imposibilidad asociada a la idea de vivir de acuerdo con el género autopercibido
que las personas trans experimentan hasta entrada la adolescencia (e incluso la adultez), y que
da lugar a un importante malestar subjetivo.
Muchas personas trans han comenzado a circular por espacios que anteriormente no transi-
taban o que dejaron de transitar para evitar el rechazo y aquellas personas que nunca dejaron
de transitarlos ahora lo hacen sin el temor constante —muchas veces naturalizado— de que se
produzca algún rechazo. Esto también da lugar al planteo de proyectos que anteriormente no
se tenían en mente (como por ejemplo buscar ciertos trabajos, cursar estudios terciarios o
adoptar). La ley de Identidad de Género contribuye a construir democracia. Esto es así en tanto
permite que un sector de la población anteriormente marginado goce de los mismos derechos
que el resto; pero también en tanto ese reconocimiento de derechos supone una modificación
de la realidad social, que ubica a las personas trans en una nueva posición que les otorga una
mayor participación en la definición de esa realidad. Como señala Butler (2006, p. 316) cuando
dice: «Para cumplir con los objetivos de la transformación democrática radical, necesitamos
saber que nuestras categorías más fundamentales pueden y deben ser expandidas para tor-
narse más incluyentes y más sensibles a toda la gama de poblaciones culturales»

La complejidad de las subjetividades

Es fundamental para las disciplinas que trabajan con sujetos, ergo son sociales y con psi-
ques individuales, delinear intervenciones en relación con la noción de complejidad. Esta no-

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ción a grandes rasgos requiere flexibilidad en los abordajes, tolerancia de las contradicciones y
capacidad para sostener la tensión entre aspectos antagónicos de las conductas.
Burín (1996) retoma a Morin, quien describe como el pensamiento occidental ha sido domi-
nado por el “paradigma de la simplicidad” y sus principios de la disyunción, la reducción y la
abstracción, los cuales son mutilantes.
La autora (Burín, 1996, p. 68) sugiere un diálogo entre género, psicoanálisis y complejidad
que tenga en cuenta:

1. la necesidad de ubicar a las personas en su entorno, su contexto y las interacciones


dentro de él. Pensar el sujeto situado.
2. la necesidad de vincular las personas y su problema/conflicto, dejando la objetividad ci-
tada por dichas personas, solo ellas pueden dar cuenta de cómo sienten su proble-
ma/conflicto
3. la persona productora del problema/conflicto, no es solamente un objeto, en tanto, es
un ser social, productor/a de sentidos.
4. En la situación existen elementos que se relacionan en forma de complementariedad,
antagonismo y contradicción.

Pensar las subjetividades desde la complejidad y la categoría género requiere reponer


relacionalmente las particularidades ancladas en cada persona. Por ejempl o, en el campo
de la salud mental de las mujeres se han descripto los procesos que han llevado a la gene-
ración de subjetividades femeninas vulnerables (Burín, 1996, p. 70) . Mientras que las sub-
jetividades masculinas se construyen desde la dominación y lo hegemónico (1996) no de-
bemos olvidar los costos de tales mandatos, sobre todo cuando estos se cruzan con orde-
nadores sociales no hegemónicos, de clase, étnicos, de normalidad, edad, en determina-
dos contextos sociales con significaciones patriarcales imperan tes. De esta manera, cuan-
do intervenimos debemos tener en cuenta que las personas tienen un punto de partida en
el marco del patriarcado que no las ubican en las mismas posibilidades, no para tomarlo
linealmente, sino para poder cartografiar un estado de s ituación inicial sobre el cual se in-
tentará producir un movimiento hacia la equidad.

Consideraciones finales

Proponemos pensar la dimensión subjetiva evitando todo sustancialismo y esencialismo, ope-


rar desde la diferencia y las multiplicidades subjetivas, y no desde un sujeto predeterminado.
Cada persona encierra en sí una subjetividad que va siendo en cada momento histórico que
atraviesa y en cada contexto particular que lo atraviesa, porque cada subjetividad es situada y
producto de los organizadores sociales, y estos se jerarquizan según el juego de fuerzas exis-
tente en el campo, que es a su vez consecuencia de la colectivización de las luchas que se dan

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en ese escenario. De este modo es que la femineidades, masculinidades o identidades trans


pueden ser una extensa gama de subjetividades que se irá ampliando en la medida que demo-
craticemos la sociedad que habitamos.

Referencias

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Buenos Aires: Paidós.
Burín, Mabel (2010). Género y salud mental: construcción de la subjetividad femenina y mascu-
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http://dspace.uces.edu.ar:8180/xmlui/bitstream/handle/123456789/1529/Burin_2010_Preprin
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Butler, Judith (2006). Deshacer el género. Barcelona: PAIDOS
Fernández, Ana María. (2008). Las lógicas colectivas: Imaginarios, cuerpos y multiplicidades.
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Friedam, Betty. (1963/2016). La mística de la feminidad. España: Ediciones Cátedra.
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Segato, Rita. (2011). Femigenocidio y feminicidio: una propuesta de tipificación .Ponencia en
mesa “Feminismos Poscoloniales y descoloniales: otras epistemologias” durante el II En-
cuentro Mesoamericano de Estudios de Género y Feminismos, 4-6 mayo de 2011, Ciudad
de Guatemala.

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