Borges y La Filosofia Griega
Borges y La Filosofia Griega
Borges y La Filosofia Griega
1Una versión preliminar de este texto se publicó en N.L. Cordero, Veinte siglos no es nada. Filosofía, tango,
París, Buenos Aires, Biblos, 2011.
Ahora bien, ¿por qué haber privilegiado en Borges este período en el cual sólo en Grecia
se filosofaba, o, lo que es lo mismo, por qué haber privilegiado la presencia de Grecia en la
obra de Borges? Porque se me ocurre, e intentaré demostrarlo, que el carácter eminentemente
personal del itinerario intelectual de Borges no le impidió encontrar ciertas personalidades
que, en alguna medida, actuaron como “compañeros de ruta” que lo secundaron a lo largo de
su carrera. Estos acompañantes no fueron muy numerosos, pues Borges era extremadamente
exigente en la elección de sus amigos, pero hay autores, la mayor parte pertenecientes al
pasado, con los cuales Borges estableció auténticas “afinidades electivas” y con los cuales –
estoy seguro– le hubiese gustado dialogar. No creo exagerar si afirmo que, entre dichos
personajes, algunos filósofos griegos, y, en especial, algunos presocráticos hubiesen ocupado
un lugar de preferencia.
La Grecia antigua, en efecto, representó siempre para Borges un terreno fértil, un ámbito
germinal, donde todo había comenzado, y es muy probable que a él le hubiese gustado
compartir dicha atmósfera. La certeza de que todo había comenzado en Grecia abunda en sus
textos, y el bellísimo escrito “El principio”, que forma parte de Atlas, es un homenaje al
nacimiento de la filosofía en Grecia, acontecimiento considerado por Borges como “el hecho
capital de la historia”.2
Este universo no podía dejar de ser un terreno acogedor para alguien que, como él, se
sintió siempre atraído por el origen, por el comienzo de todo. Y este interés por lo que él
llama “el principio” lo puso naturalmente, casi automáticamente, en contacto con Grecia.
Interesarse por el comienzo de la filosofía, significa, como vimos, interesarse en Grecia.
Demás está decir que, en este ambiente, caracterizado por una curiosidad inagotable, Borges
se hubiese sentido como en su casa, y por esta razón estos primeros filósofos fueron no sólo
maestros inspiradores, sino auténticos cómplices, y hasta diría compinches, de nuestro
escritor máximo.
Y ahora, vayamos al grano. Recién dijimos que este interés de Borges por el origen, por
“el principio”, como se titula el texto al que recién hicimos alusión, lo llevó a centrar su
interés especialmente en los presocráticos. Escasas son las alusiones en la obra de Borges a
Platón o a Aristóteles, hay algunas a Plotino, pero los presocráticos, que se sucedieron en el
tiempo a partir de comienzos del siglo sexto antes de Cristo –época probable de la actividad
intelectual de Tales de Mileto– hasta mediados del siglo V a.C., cuando Sócrates, joven aún,
comienza ya a cuestionar a sus contemporáneos, son quienes ocupan un lugar de preferencia.
En efecto, veintiséis siglos después, Borges no oculta su simpatía respecto de estos
2 Atlas, Obras completas, Barcelona, Emecé Editores, 1997-9, III, p. 413.
pensadores, y la noción de “simpatía” debe interpretarse, según nuestra perspectiva, desde un
punto de vista etimológico: se trata de un páthos compartido, ya que Borges comparte el
estado de ánimo, la situación espiritual, propia de los presocráticos.
Este páthos, como es sabido, es el asombro, la perplejidad, el thaumázein. Así lo han
afirmado dos auténticos conocedores: Platón, en el Teeteto (155d3) y Aristóteles en la
Metafísica (982b12). Y Borges concuerda con sus ilustres antepasados cuando en 1936
caracteriza de esta manera a la filosofía: “La filosofía no es otra cosa que la imperfecta
discusión (cuando no el monólogo solitario) de algunos centenares, o millares, de hombres
perplejos, distantes en el tiempo y en el idioma”.3
Para poner un poco de orden en nuestro trabajo, digamos de entrada que Borges no se
ocupa de los filósofos griegos desde la perspectiva de un historiador de la filosofía. En primer
lugar, Borges no es un helenista, en el sentido estricto del término. En un trabajo titulado “El
libro” y recogido en “Al margen de Siete Noches” confiesa ignorar la lengua griega y se
supone que un helenista debe conocerla.4 Pero fundamentalmente Borges no es un historiador
de la filosofía porque tiene las ideas muy claras en lo que se refiere a la diferencia que hay
entre la filosofía y la historia de la filosofía. En el artículo ya mencionado, publicado en El
Hogar en 1936, a propósito del libro de C.E.M. Joad Guide to Philosophy, Borges escribió:
“La historia de la filosofía suele increíblemente entorpecer la especulación filosófica”.5 Como
antídoto Borges propone el modelo que él cree encontrar en Oriente, donde, didácticamente,
los historiadores imaginan diálogos entre filósofos separados en el tiempo, como si en
Occidente hiciéramos a Aristóteles conversar con Bergson.6 Fiel a este desideratum, cuando
Borges cita filósofos del pasado, lo hace para dialogar con ellos.
Es verdad que no estamos lejos de la literatura fantástica, pero no olvidemos que en
varios pasajes de sus obras Borges hace suya una definición que él mismo atribuye a los
habitantes de Tlön: “la metafísica es una rama de la literatura fantástica”.7 Me permito decir
que Borges comparte esta idea porque cuando comenta un libro hoy seguramente olvidado
publicado en 1942, y que parece ser una antología de literatura fantástica, si bien su reseña es
bastante elogiosa, ello no le impide emitir la siguiente reserva: ¿por que no están
representados “los mayores maestros del género, Parménides, Platón, Juan Escoto Eriúgena,
27 “E. Kasner and J. Newman, Mathematics and the imagination”, Discusión, O.c., I, p. 276.
28 “En marge de Sept nuits”, Œuvres complètes, II, p. 745 (Este trabajo no figura en las O.c. en español).
29 “Nueva refutación del tiempo”, Otras inquisiciones, O.c., II, p. 137.
30 “La penúltima visión de la realidad”, Discusión, O.c., I, p. 200.
31 “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Ficciones, O.c., I, p. 436.
32 Historia de la eternidad, O.c., I, p. 357.
33 Uno en Elogio de la sombra, O.c., II, p. 357, y otro en La moneda de hierro, O.c., IV, p. 196.
tan evidente que el escritor suele burlarse irónicamente de esta preferencia. En efecto, en Siete
Noches Borges hace alusión a “mi cita predilecta, el río de Heráclito”.34 En dos pasajes
publicados en la traducción francesa de sus obras completas, no retenidos en la versión
española, Borges confirma esta fidelidad: “Heráclito dijo, y yo lo he repetido demasiado a
menudo, que uno no se baña dos veces en el mismo río”, y más adelante agrega, refiriéndose
siempre a la imagen del río: “este ejemplo, al cual yo recurro siempre...”.35
Si Borges recurre con una frecuencia que él mismo considera exagerada a esta imagen del
río es porque cree compartir la concepción del tiempo de Heráclito. Digamos ante todo que si
Borges decide refutar la realidad el tiempo es porque no soporta su carácter sucesivo, su
fugacidad, y la imagen heraclítea del río sería una ilustración ideal, e incluso una prueba, de
este devenir fugaz. En “A quien está leyéndome”, en El otro, el mismo, Borges dice: “¿No es
acaso tu irreversible tiempo el de aquel río en cuyo espejo Heráclito vio el símbolo de su
fugacidad?”.36 Y, en “El reloj de arena”, de El hacedor, habla de “el curso irrevocable del
agua que prosigue su camino”.37 Ese fluir del río es el transcurso del tiempo lineal. En El
libro de arena, que comienza junto a dos ríos, leemos que el protagonista dice:
“inevitablemente el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de
Heráclito”.38
Pero si hay algo fugaz, es la existencia humana; de ahí la asimilación que hace Borges,
ayudado por Heráclito, entre el tiempo, el río, la vida. En su negación del tiempo Borges
pretende superar lo irreversible, es decir, la fragilidad de la existencia humana. Como dice en
“Nueva refutación del tiempo”, en Otras inquisiciones, “nuestro destino no es espantoso por
irreal, es espantoso por irreversible. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo
es un río que me arrebata, pero yo soy el río; un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre, un
fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo,
desgraciadamente, soy Borges”.39 Y en el poema que se titula precisamente “Heráclito”, en
Elogio de la sombra, dirá: “El río me arrebata y soy ese río. De una materia deleznable fui
hecho, de misterioso tiempo”.40 O, como dice en “El hacedor”, poema contenido en La cifra,
“somos el río que invocaste, Heráclito, somos el tiempo”;41 y, una vez más en “Las fuentes”,
en Atlas, “estamos hechos no de carne y hueso, sino de tiempo, de fugacidad, y el agua es la