Perseo
Perseo
Perseo
Con el fin de sacárselo de encima, Polidectes ideó un plan: anunció que iba a casarse y
que cada habitante del reino debía darle un caballo como regalo de bodas. El astuto rey
sabía que Perseo no iba a conseguir un caballo y el día en que todos sus súbditos se
presentaron con los animales, le dio la posibilidad de hacerle otro regalo. Le pidió la
cabeza de Medusa, la única de las Gorgonas que no tenía el don de la inmortalidad.
Perseo aceptó de inmediato y se comprometió a matarla y a volver con su espantosa
cabeza. La tarea parecía imposible y Polidectes dio por hecho que se había librado de
Perseo, quien seguramente moriría en el intento. Pero por su valentía y porque era hijo de
Zeus, el joven héroe contaba con la ayuda de los dioses. Para que lograra su cometido,
Atenea, la diosa de la sabiduría, de la guerra y de las artes, le regaló un escudo tan pulido
que brillaba como un espejo. Hades le dio su casco, que volvía invisible a quien lo llevaba
puesto. Hermes, el mensajero de los dioses, le entregó unas sandalias con alas que
daban el poder de volar. Y Hefesto, una indestructible espada de bronce. Con esas armas
y atributos, y un morral al hombro, Perseo fue en busca de su objetivo. Y guiado por
Atenea y Hermes, llegó a la morada de las hermanas de las Gorgonas: las Greas. Estas
espantosas mujeres habían nacido viejas y tenían, entre las tres, un solo ojo y un solo
diente, que dejaban en una cajita cuando estaban en su casa y que usaban solo cuando
salían. Perseo se apoderó del ojo y del diente, y les dijo que se los devolvería cuando le
confesaran dónde encontrar a las Gorgonas. Al principio, las horribles viejas se negaron.
Pero pronto comprendieron que no podrían vivir sin el ojo y sin el diente, y tuvieron que
explicarle cómo ir a la casa de sus hermanas. Entonces, cumplió su promesa: les devolvió
el ojo y el diente, y voló hacia la guarida de sus enemigas.
Las Gorgonas eran todavía más feas que las Greas: sus enormes dientes parecían los de
un jabalí y tenían los pies de bronce. De la espalda les nacían horrorosas alas y en la
cabeza, en el lugar del pelo, un montón de serpientes se retorcían y hacían un ruido
aterrador. Aunque lo más espantoso era su poder de convertir en piedra a todo el que se
atrevía a mirarlas. Atenea ya le había hablado de ese maléfico don, así que Perseo evitó
mirarlas a la cara. Con la ayuda del escudo lustrado como espejo, luchó con ellas de
espaldas, guiando sus golpes hacia la imagen que se reflejaba en el bronce. La diosa
también le había revelado cómo distinguir a Medusa, la única Gorgona mortal. Y de un
golpe con la espada, logró cortarle la cabeza. Al ver a su hermana decapitada, las dos
Gorgonas inmortales se lanzaron sobre el héroe inútilmente, porque Perseo consiguió huir
poniéndose el casco de Hades, que lo volvió invisible. Con la misión cumplida, guardó la
cabeza de Medusa en el morral, se calzó las sandalias aladas y voló hasta la morada
del gigante Atlas. Pero Atlas no fue amable con él y no le permitió descansar en su casa.
Por eso el héroe sacó de su bolso la cabeza de Medusa, se la mostró y el gigante se
convirtió en piedra. Luego, las sandalias voladoras lo llevaron a Etiopía. Allí salvó a
Andrómeda, la hija del rey, cuando iba a ser devorada por un monstruo marino. Después,
se casó con ella y vivió un tiempo de felicidad, hasta que decidió volver a Sérifos con su
esposa.
Apenas llegó a su patria adoptiva, Perseo se enteró de que Dánae vivía en el templo de
Atenea. Se había refugiado allí huyendo de la persecución de Polidectes, que seguía
insistiendo en casarse con ella. Entonces comprendió que el rey lo había enviado a
realizar una tarea tan peligrosa porque quería alejarlo de su madre y, furioso, se presentó
ante él con la cabeza de Medusa. Como el tramposo Polidectes desconocía su poder, la
miró y quedó petrificado. El agradecido Perseo les devolvió a los dioses los dones que le
habían prestado y a Atenea le regaló la cabeza de Medusa. Y después de realizar estas
tareas, se embarcó rumbo a Argos, su ciudad natal.
Cuando Acrisio supo que su nieto había regresado, recordó el oráculo y temió por su vida.
Por eso huyó a Tesalia, sin revelarle a nadie adónde iba. Y como el reino quedó sin rey,
Perseo fue declarado su sucesor en el trono.
Poco después se celebraron unos juegos atléticos en Tesalia, y el joven rey de Argos se
presentó para demostrar su destreza en el lanzamiento del disco. Sin embargo, cuando le
tocó el turno, el disco se desvió y pegó en la cabeza de un forastero que miraba el
espectáculo y que murió en el acto. Muy pronto, Perseo descubrió que el anciano a quien
había matado accidentalmente era su abuelo Acrisio, que vivía de incógnito en Tesalia
intentando evitar el terrible augurio. Pero nadie escapa de su destino. A pesar de que no
había sido su intención, Perseo sentía que había cometido un crimen. Por eso decidió
renunciar al trono de Argos y le propuso al rey de Tirinto intercambiar los reinos.