César Vera Latorre - La Vocación
César Vera Latorre - La Vocación
César Vera Latorre - La Vocación
*Esta escena forma parte de la obra “Conversaciones sobre la felicidad”, que puede
encontrarse completa en esta misma web.
IMPORTANTE:
Esta obra está disponible para lectura personal. Para publicarla o montarla, completa o
parcialmente, en cualquier medio fìsico o digital, es indispensable contactar con el autor:
cesarveralatorre@gmail.com
La vocación (un hombre sujeto)
A: ¿Auténtico?
A empieza a imitarlo.
A: ¿Ah?
B: Mejor... Aunque solo uno mismo puede saber cuando está siendo
auténtico.
A: ¿Y cómo sé?
B: Simplemente lo sabes.
B: No lo sé.
A: Ah, cierto. (Se queda callado otra vez) ¿Y tú? ¿Eres auténtico?
B: (Piensa) No estoy seguro. Aunque eso seguramente significa que aún
no lo soy… ¡Cuando uno es realmente auténtico, lo siente con cada
célula de su ser! ¡Uno no tiene la menor duda!
A: Ya veo…
A: ¡Dos horas! ¡Qué aburrido! ¿Al menos podemos jugar entre los dos?
B: No, ya te he dicho que es algo que se debe encontrar por uno mismo.
B: ¡Oh, claro que se puede! Pero sólo una vez que lo has dominado, una
vez que has llegado al nivel avanzado. Nosotros aún somos
principiantes.
B: ¡Claro! Y allí radica la verdadera felicidad: poder ser uno mismo y así
relacionarse auténticamente con los demás, desde tu yo profundo.
A: Oh, entiendo…
Se queda pensativo.
A: …Sólo pensaba que cómo era posible llegar a ser uno mismo leyendo
un libro que ha sido escrito por otra persona, que encima nunca has
visto…
A: ¿De quién?
B: ¡Del autor!
A: ¡Otros caerán!
B: ¡Démosles muerte!
A: ¡Vamos!
Empiezan a avanzar en la misma dirección. De pronto, el que llevaba más tiempo ahí se
detiene.
B: Espera… espera…
A: ¿Qué sucede?
Comienza a rebuscar locamente en su ropa, hasta que encuentra el libro y lo saca. Lee en
silencio. De pronto explota de emoción.
A: ¿Qué cosa?
A: ¿Un qué?
A: No entiendo…
B: ¡Pero claro!
B: ¿Qué pasa?
B: ¿Eres gay?
A: Eso he dicho.
A: Sí.
B: ¡Mierda!
A: ¡No, tranquilo! ¡Ha sido una broma, una broma! Pensé que sería
divertido... Tú sabes, por lo del impulso…
A: ¿Matarme?
A: Listo. ¿Y de ahí?
B: Yo, sí.
A: ¿Y cuál es?
B: No, tú no.
B: Tú sólo has tenido un impulso: has querido matar a los sabios. Quizás
todo el que lea el manual y quiera llegar a sí mismo tenga que pasar
por eso necesariamente.
A: ¿Y tú sí?
B: Yo he querido matarte.
B: Sí.
A: ¿Y por qué?
A: No…
B: Parece.
B: No, tú no puedes.
A: ¿Por qué?
A: ¿Y si no la encuentro?
B empieza a irse.
A: ¿Estás seguro?
A: Dame un beso.
B: ¿Qué?
A: Que me beses.
A: ¡Y yo besarte!
A: (Asombrado) ¿Qué?
B: (Luchando consigo mismo) ¡No lo voy a hacer!, ¡no lo voy a hacer!
(Cayéndose) ¡ No… lo voy… a hacer! (Se desmaya)
El otro despierta.
A: ¡Oh, estás bien! ¡Gracias a dios, qué susto! ¿Qué ha sido eso?
A: Yo sólo quise jugarte una broma… Lo juro, sólo quise jugarte una
broma…
B: Casi me mata.
B: Está bien.
A: ¿Estás bien?
B: Sí, pero existen valores que trascienden las vocaciones y nos tocan a
todos como seres humanos. Ellos son los que nos dan dignidad, al
margen de cuál sea nuestra vocación. Yo puedo ser un asesino digno
o uno indigno. La elección es solo mía… Uno de esos valores es la
amistad. No quise matarte porque eres mi amigo.
B: Capítulo 13. (…) A veces las vocaciones se enfrentan con los valores
genéricos humanos. Entonces solo pueden pasar dos cosas: si el
valor es verdadero y auténtico, si nace de nuestras entrañas, de
nuestra condición humana, entonces generará un impulso aún mayor
que se impondrá al de la vocación. Pero si es un valor aprendido o
superficial, algo social, si es algo que te dijeron en la escuela como
por ejemplo “los amigos no deben matarse entre sí”, entonces la
vocación ganará. Si yo hubiese tenido la amistad como un valor moral
que me han enseñado, o si la nuestra fuera una amistad convenida y
no real, ten por seguro que te habría matado. Pero parece ser que
está arraigada en nosotros como especie, y que nosotros somos
amigos. Por eso no te maté.
A: Tengo una idea… ¿Qué tal si vamos por la calle y nos relacionamos
con la gente? Yo improviso y tú los matas.
B: Vamos, amigo.
La luz se va apagando. Escuchamos What a wonderful world de Louis Armstrong.