1 5026346891604919077
1 5026346891604919077
1 5026346891604919077
T
odos pasamos por momentos difíciles, situaciones que
no podemos prever ni mucho menos controlar,
circunstancias que nos hacen tocar el suelo. A lo mejor
hemos recibido uno de los mejores golpes que nos hizo
poner rodilla al suelo, pero el hecho de estar caídos no
significa que estemos derrotados. De ahí parte nuestra
primera premisa en este capítulo.
El libro de 2 Corintios 4:8-9 (TLA) nos exhorta: «Por eso,
aunque pasamos por muchas dificultades, no nos
desanimamos. Tenemos preocupaciones, pero no perdemos
la calma. La gente nos persigue, pero Dios no nos
abandona. Nos hacen caer, pero no nos destruyen».
El apóstol Pablo nos habla desde su propia experiencia y
convicción, nos da ánimos para continuar. Particularmente,
me encanta este pasaje, porque lo veo poderoso, su
mensaje me inspira a ver las circunstancias desde otra
perspectiva. En medio de tantas vicisitudes, la clave está en
no perder la esperanza y en no desviar la mirada a lo que es
realmente importante: pon tu mirada en Jesús y en el
propósito que Dios tiene para ti.
Si redirigimos nuestra mirada hacia Jesús, la mejor
versión de cada uno de nosotros emergerá, cuando
aprendamos que la crisis no es un momento de derrota, sino
una oportunidad para aprender y levantarnos.
Las situaciones adversas que podamos enfrentar en la
vida no son sinónimos de fracaso o el fin de todo.
«Les digo estas cosas para que estén unidos a mí y así
sean felices de verdad. Pero tengan valor: yo he vencido a
los poderes que gobiernan este mundo» (Juan 16:36, TLA).
Esto significa que tu cuerpo puede tener marcas de
contiendas, enfermedades, guerras o de cualquier otro
conflicto, quizás sientas que derribaron tu fortaleza, tal vez
hasta tu identidad, pero eso no implica que sea el final de tu
historia, sino el clímax, el punto álgido para que nazca tu
nuevo yo, donde te reconozcas como el amado hijo de Dios,
el que escucha la voz de su padre celestial diciéndole que no
está solo, que renueve sus fuerzas y se remonte como las
águilas.
Ser como las águilas conlleva un proceso de
transformación doloroso y profundo. Esta ave, al verse
envejecida, decide remontar hacia las alturas, llega un
momento en que golpea su pico curvado, se rompe las uñas
y plumas para iniciar su renovación, volverse a sentir fuerte
para emprender un nuevo viaje. Su historia es una metáfora
de nuestras vidas, porque al final tienes que tomar una
decisión: ¿iniciar este proceso de transformación o dejarte
morir debido a las circunstancias?
Ponle un nombre a esa situación que te derrumba, que te
hace arrodillarte, caerte o decir: «No puedo más», «Ya no lo
soporto más», quizás puede ser un problema familiar, una
enfermedad, una crisis financiera, la pérdida o la ausencia
de alguien. Recuerda que somos humanos, esa situación a
la que le pusiste nombre te está afectando, pero es
importante que entiendas que el dolor es inevitable, pero el
sufrimiento es opcional.
Tú eliges cuánto tiempo quieres sufrir. Es tu libre albedrío
decidir si esa situación difícil te va a acompañar el resto de
tu vida o declarar que la vas a afrontar y trascender. Es la
transición de pasar del miedo a la confianza.
Pienso que parte del aprendizaje está en la superación de
los conflictos, además de tener siempre presente lo
siguiente: Dios está con nosotros. Dios nunca nos ha
abandonado, por más que pensemos que hemos caminado
solos en medio de las dificultades más grandes de nuestra
vida, llámese hambre, desnudez, escasez, divorcio o
enfermedad, Dios no nos ha dejado. De hecho, hay un
pasaje en la Biblia que nos lo recuerda:
«Dios siempre está cerca
para salvar a los que no tienen
ni ánimo ni esperanza.
Los que son de Dios
podrán tener muchos problemas,
pero Él los ayuda a vencerlos.
Dios cuida de ellos
y no sufrirán daño alguno».
(Salmo 34: 18-19, TLA)
Esta es la segunda premisa que considero importante de
este capítulo: Dios siempre está cerca para venir y
salvarnos, como decimos coloquialmente: darnos una mano,
tirarnos un salvavidas, echarnos una ayudadita. Dios
siempre está cerca para las personas que no tienen ánimo
ni esperanza, siempre está ahí para cada uno de sus hijos.
Ahora, depende de cada uno de nosotros subir la mirada y
verlo.
Tener conflictos en la vida no nos hace diferentes de los
demás, no podemos sentirnos víctimas, únicos o exclusivos
del sufrimiento, porque todos pasamos por momentos
difíciles, solo que unos y otros los procesan de forma
diferente. Es verdad que cada uno de nosotros tiene una
situación que afrontar, pero los animo a tener el coraje y la
fuerza para seguir adelante.
No hay que desesperarnos ante los conflictos. Por eso
me gusta ese pasaje donde Pablo nos exhorta a no perder la
calma. Creo que la desesperación es el peor consejero que
podemos tener, ya que nos lleva a tomar decisiones al calor
de una pelea, a buscar soluciones rápidas, de las que
después nos arrepentiremos. No hay que dejar que nuestras
emociones actúen como quieran,podemos cometer muchos
errores que en vez de solucionarlos, lo único que pueden
hacer es aumentar las crisis.
No aceptar la crisis es como una herida en nuestro
cuerpo, que si no se le presta su debida atención, puede
llevarnos hasta la muerte. Recuerdo que una vez me hice
una herida y la vi tan insignificante que decidí ponerme un
paño, pensando que por sí sola se cerraría. Sin embargo, a
medida que pasaba el tiempo, la herida seguía sangrando. Al
final necesité diez puntos de sutura. Eso me enseñó que hay
heridas que se sanan y Dios tiene el hilo y la aguja para
cerrarlas, cuando venimos a Él y nos dejamos caer en sus
brazos. Entonces, podemos estar en el peor de los
momentos, pero siempre vendrá alguien que nos ayudará a
levantarnos las manos.
«La verdad, “más valen dos que uno”, porque sacan más
provecho de lo que hacen. Además, si uno de ellos se
tropieza, el otro puede levantarlo. Pero ¡pobre del que cae
y no tiene quien lo ayude a levantarse! Y también, si dos se
acuestan juntos, entran en calor; pero uno solo se muere
de frío. Una sola persona puede ser vencida, pero dos ya
pueden defenderse; y si tres unen sus fuerzas, ya no es
fácil derrotarlas».
¿CUÁL ES TU REFUGIO?
Todos nosotros necesitamos un refugio donde podamos
descansar, pensar y replantearnos el siguiente paso que
vamos a dar. Pareciera que la palabra «refugio» puede
abarcar más conceptos y cosas tan necesarias para seguir
adelante y protegernos de una posible amenaza.
En la Biblia, en el Salmo 91 (TLA), habla que: «Vivamos
bajo el cuidado del Dios altísimo». Esta es la primera
declaración que hace David, es una invitación a que
vivamos bajo esa protección, porque Dios tiene cuidado de
cada uno de nosotros. David nos afirma y nos enseña que
no hay que tomar esa declaración a la ligera, porque alude,
nada más y nada menos, al Dios altísimo, el creador de
todo.
«Pasemos la noche bajo la protección del Dios
todopoderoso», me gusta mucho ese segundo versículo,
porque encierra una gran verdad. En la noche es cuando
vienen los pensamientos más fuertes en la vida de toda
persona, es cuando la incertidumbre, la soledad, el
desánimo se hacen más presentes, surgen las ideas que
tenemos escondidas en lo más profundo de nuestro
corazón, pero debido al ruido o a la bulla del día no les
hemos puesto la debida atención.
En el silencio de la noche es cuando nos damos cuenta de
que hay gente que vive en depresión y en soledad, hombres
y mujeres que caen en su realidad y se hacen vulnerables.
En esos instantes, tienen que acudir a ese refugio divino. La
invitación ya está hecha, es decir, en el momento más difícil
de su vida, tienen el acceso directo para dormir bajo la
protección de Dios, solo así la noche se convertirá en un
lugar seguro. Las puertas del refugio no tienen candado, las
pueden abrir cuando quieran.
Hay personas que viven su noche de día, esto significa
que están bajo una situación que es más grande que ellos,
por tanto, viven en un constante estrés al esquivar o lidiar
con cada amenaza. El cuerpo se les tensa y pueden llegar
hasta bloquear el dolor o el cansancio. No duermen en la
noche por las preocupaciones y afanes. En resumen, no
están teniendo un lugar seguro para descansar.
Por eso, la invitación que hace David en este salmo es
una buena noticia, porque nos está mostrando una puerta de
esperanza que nos llevará a sentir el descanso, la paz y la
tranquilidad.
Considero relevante ir al inicio, al libro de Génesis,
cuando Dios está separando la luz de las tinieblas. En el
capítulo 1 se describe que la tierra estaba desordenada y
las aguas cubiertas de oscuridad. Mientras el espíritu de
Dios recorría ese escenario, tomó la decisión de crear la luz
y llamarla «día» y a la oscuridad, «noche».
Quisiera hacer una analogía de esto, porque nuestra vida
puede estar en un desorden, un completo caos, incluso en
una oscuridad, sin embargo, llega el momento en que hay
que separar esa luz de las tinieblas, es el tiempo para dejar
que la noche se desvanezca y dar paso a que luz emerja.
Ese amanecer es tan hermoso, más aún cuando estamos
en el refugio de Dios, puesto que no hay nada que temer,
porque la luz de Dios deshace esos pensamientos nefastos
nocturnos.
Ese es el mensaje que toca la fibra más profunda de mi
ser, por eso le pido a Dios que la gente pueda sentir ese
refugio, que sepan que, en esos minutos de soledad, Él nos
cobija con su presencia. Dios quiere que sus hijos pasen de
esa oscuridad y se conecten con la fuente de vida, que
todos volvamos a recordar que somos la luz del mundo.
Qué interesante es ese transitar y confiar en que Dios, el
todopoderoso, es nuestro refugio. Si retomamos el Salmo
91, este pasaje nos muestra otro aspecto importante, dice:
«El Dios que nos da fuerzas». En otras palabras, en el
refugio correcto vamos a encontrar la fuerza necesaria para
seguir adelante, vamos a tener la fuente de energía para
afrontar las adversidades que se nos presenten. Esa es la
importancia de tener un buen refugio.
Sin embargo, te invito por un instante a que reflexiones
sobre cuál es tu refugio hoy día, en qué lugar pones tu
confianza, de dónde estás tomando las fuerzas para seguir
adelante. Recuerda que en el lugar equivocado no puedes
encontrar las garantías para sentirte cómodo, puedes vivir
en una incertidumbre y en una constante ansiedad.
Pienso que ya es el tiempo de definir cuál es tu refugio. Si
el lugar donde te encuentras hoy no es un sitio que te
trasmite paz ni fuerza para impulsarte, entonces es
indispensable que analices el lugar donde te metiste.
Concientizar esto te permite expandir tu mirada, porque es
darte cuenta en dónde te estás guareciendo de las
situaciones.
Es fundamental que lo puedas identificar. Mi intención con
esta pregunta es que puedas abrir tus ojos. A veces es
necesario cambiar de anteojos para poder ver e interpretar
el mundo con la fórmula correcta. Necesitamos
constantemente revisar nuestra visión y hacer un par de
ajustes para así tomar las decisiones más idóneas.
El refugio no es solo el lugar físico, sino también las
personas con las que te relacionas, es decir, es importante
que puedas identificar quiénes están en el lugar donde te
encuentras o con quiénes estás caminando.
La Biblia dice que: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren
de acuerdo?» (Amós 3:3, RVR 1960). Dios quiere que
nosotros tengamos el discernimiento de poder elegir a
aquellas personas que serán nuestros compañeros de viaje
y de vida. Sin embargo, puede suceder que esos
compañeros de hoy día no sean necesariamente los más
indicados. En ese sentido, saber cuál es nuestro refugio es
conocer con quiénes estamos caminando, quiénes son
aquellos que nos extienden la mano y nos abren el paraguas
para que nos podamos guarecer de esa tormenta.
Esto me recuerda una vez que fuimos para un evento y mi
hija estaba pequeña, ella tenía mucho sueño y, por
supuesto, en el trayecto se durmió. Era de noche, teníamos
que caminar bastante para llegar hasta donde se encontraba
el vehículo. Recuerdo que me quité el suéter, alcé a mi hija,
la cubrí con mi suéter y así me la llevé. Caminamos bastante
hasta que por fin llegamos al carro. Con mucho cuidado la
acomodé,que estuviera lo más cómoda y protegida posible,
porque no quería que se despertara. Ella no se dio cuenta, y
cuando se despertó, ya estaba en casa.
¡Qué interesante es esta anécdota! En el lugar correcto,
tal vez no te des cuenta de la gente que te está cuidando. En
el refugio adecuado, hay gente que vela por ti, que sana tus
heridas, te cuida en tus momentos débiles, te alza en sus
brazos cuando no puedas más, es la que te anima y te dice
que todo estará bien.
Otro aspecto fundamental de un buen refugio es
experimentar la libertad. Me refiero a la libertad de ser quien
tú eres, de expresarte sin ser censurado, de soñar, de
mostrarte al mundo tal cual eres y que te sientas cómodo al
hacerlo. Este es otro indicador de que estás en el refugio
correcto.
No hay que vivir en resignación, opresión o insatisfacción.
Creo que hay que rescatar el principio de que Dios puede
ayudarnos a abrir nuestros ojos y mostrarnos el camino
para llegar a su refugio, cuya bienvenida siempre será
calurosa como buen padre amoroso que es.
LLÉNATE DE PASIÓN
Una persona puede decir que tiene un sueño, pero si no
cuenta con la motivación suficiente para hacerlo realidad, ni
se siente inspirada para ponerle una fecha límite, entonces
se queda en una linda fantasía.
Cuando estás comprometido con algo, toda tu energía
está enfocada en lograrlo. Estás inspirado en crear nuevos
medios y hasta alianzas para llevarlo a cabo. Dicho de otro
modo, estás apasionado por hacer realidad tu sueño. Y es
que la pasión te lleva a hacer locuras, te induce a visitar
lugares que ni en tu imaginación pensarías que llegarías. La
pasión es tan grande que hasta te hace un guerrero o líder
dispuesto a explorar y conquistar nuevos territorios. Hemos
escuchado historias de gente que ha abandonado
absolutamente todo por ir tras su sueño. ¿Cómo lo hacen?
Si tu sueño es algo grande y lo amas, crees firmemente que
puedes hacerlo, entonces esa pasión va a trascender.
Serás conocido por el amor que le tuviste a ese anhelo, la
dedicación, el esfuerzo, la creatividad, los vas a vivir al
máximo, te arriesgarás a hacer una locura, lo imposible,
porque te decidiste a amar esa meta. Una de las
definiciones que tanto me encanta de la palabra «pasión» se
encuentra en The Free Dictionary (s. f.), que la describe
como: «Sentimiento muy intenso y perturbador que domina la
voluntad y la razón»”1.
¡Qué impresionante! La pasión puede modificar hasta
nuestras actitudes, comportamientos y pensamientos. No
importa si estás en China, Katmandú, Australia, Costa Rica
o Venezuela; cuando estás decidido a no dejar morir tu
sueño, el primer impulso será sacarlo a la luz y dar el todo
por ello. Significa que no vas a ver si es de día o de noche,
estarás tan enfocado que las horas pasarán y ni te darás
cuenta, porque tu gran deseo es que ese sueño viva, se
materialice y se muestre al mundo. Es un proceso donde te
darás cuenta de qué más tienes que dar a fin de que ese
sueño siga creciendo.
Esa es la gran diferencia que hay entre los que son
apasionados por un sueño,los que aman un sueño y los que
sencillamente, cuando vienen los momentos difíciles,
abandonan un sueño. ¡Y no está mal renunciar a un sueño!
Es preferible que la persona se sincere y diga: «No puedo
con esto, porque no estoy de verdad comprometido. No
tengo pasión por este sueño, no lo siento, no lo vivo».
Entonces mejor que lo deje, porque no va a dar lo mejor de
sí, lo hará mal, y cuando vengan los problemas, en vez de
ser una bendición, va a ser una cruz, una carga innecesaria.
No hay nada más satisfactorio que hacer las cosas con
amor. En mi caso, nosotros tenemos un tiempo de oración
en la madrugada, es un programa radial que inicia a las once
de la noche; y a veces me ha tocado estar con una
diferencia horaria de dos a tres horas más, pero eso no me
ha hecho retroceder ni a mis compañeros de programa,
pues nuestro compromiso es real y se demuestra con
hechos.
Por eso la pasión te hace trascender, te motiva a dar
pasos y hasta cambios en la forma en que accionas, en
cómo inviertes el tiempo y en cómo te preparas para
lograrlo. Entonces creo que alguien que no abandona su
sueño es aquel que, en verdad, dice: «Esto es tan grande
que no lo puedo dejar tirado».
Por lo tanto, retomo la pregunta que hice al inicio de este
capítulo: ¿qué tanto estás dispuesto a entregar por tu
sueño? No es sacrificar, es entregar. Son dos conceptos
distintos. Cuando uno ama, no se sacrifica, se entrega. Yo
amo a mi familia y si tengo que trabajar horas extras, para
mí no es un sacrificio, es una entrega. Esto significa que
entregar algo es desprenderse de la comodidad y darlo por
alguien.
El mejor ejemplo de entrega es Jesús. Su pasión
trascendió, tanto así que murió en una cruz por la salvación
de nosotros. Dice Juan 3:16: «Porque de tal manera amó
Dios al mundo…»,imagínate esa manera de amar al mundo,
«(...) que entregó a su hijo», o sea, Dios ama tanto a la
humanidad que entregó a su propio hijo para que viniera a
morir por nosotros y que hoy tuviéramos vida eterna.
Entonces ¿qué tanto estás dispuesto a entregarte por lo
que amas, por ese sueño o por lo que crees que es un
sueño? Si no estás dispuesto a levantarte temprano, a
caminar la milla extra y a entregar tiempo, entonces creo
que deberías preguntarte: «¿en verdad quiero hacer eso?».
Si no estás seguro, no lo hagas porque te vas a frustrar.
Si me preguntan: «¿Usted está dispuesto a morir por su
familia?», yo sí, estoy dispuesto a entregar lo que sea para
que ellos estén bien. Por eso hoy en día vemos a personas
que son inconstantes en todo lo que hacen, porque no han
definido sus verdaderas prioridades, propósitos, no han
precisado cuáles son esas cosas que aman.
Si no amas tus proyectos, los vas a abandonar, cualquier
excusa va a ser válida. Pero cuando estás decidido,
cualquier retraso te va a doler, te mostrará el valor que tiene
para ti ese sueño. Creo que nuestro proyecto de vida no es
algo desechable, de hecho, nos va a traer beneficios como
la satisfacción, el empoderamiento, la alegría, pensar y
soñar en grandes cosas.
Hacer este libro para mí ha sido una verdadera pasión.
Estoy caminando paso a paso, porque sé lo que representa
en mi vida y por eso estoy dispuesto a entregar mi tiempo y
mis recursos. Al final de cuentas, lo menos importante es el
dinero, ese no es el motivo por el que publico este libro, sino
que hay una razón más fuerte que me hace estar dedicado a
que este mensaje llegue y trascienda.
Ahora, si el sueño no se da por equis causa, entonces
hay que preguntarse qué aprendí de eso, por qué salió mal.
Y a partir de ese aprendizaje, seguir aprendiendo y
construyendo. A veces el problema más grande es que
somos tan vulnerables a las críticas que dejamos que ellas
sean quienes gobiernen nuestra vida. No podemos tomar
una acción desde las críticas y emociones, tiene que venir
desde nuestra convicción, desde lo que estamos creyendo.
Esa es la gran diferencia.
Por eso hay quienes se quedan en la orilla, pero hay otros
que se van a las profundidades, porque allí van a encontrar
el verdadero tesoro. Pero si tú te quedas en la orilla, tendrás
quienes te critiquen, te hablarán al oído y te dirán: «No
puedes lograrlo». Pero esos mismos, cuando vean que lo
estás logrando, te dirán: «Eso no va a durar mucho, es una
emoción, eso es una ilusión».
Siempre nos vamos a encontrar con gente negativa, que
lo único que quiere es detenernos en nuestro avanzar.
Mientras que las personas que te aman son aquellas que te
van a decir lo que tienen en su corazón: «Inténtalo, hazlo,
ten cuidado, averigua, prepárate, pero sigue adelante». Al
que le importas, no te va a poner obstáculos, sino te va a
impulsar a seguir adelante, te va a aconsejar, te va a instruir,
pero nunca te detendrá.
LA PLANTA DE TOMATES
Esta es una historia grandiosa. Mi hijo Andrés es muy
parecido a mí y siempre anda buscando qué hacer, qué
crear, qué diseñar. Un día llegó y me dijo:
—Voy a tener una huerta y sembraré unos tomates.
—Está bien, hágalo —le respondí.
Mi hijo, bien entusiasmado, empezó a buscar las semillas,
la maceta, la tierra y todos los implementos necesarios,
pues estaba decidido a cultivar sus tomates.
Pasado el tiempo, las plantas comenzaron a crecer, se
veía muy bien, pero algo sucedió, ya que de un momento a
otro empezaron a marchitarse. Mi hijo, preocupado, se
acercó a mí y me dijo:
—Papá, mira cómo se están poniendo las plantas de
tomates.
No te voy a mentir, mi querido lector, el escenario no lo
veía para nada favorable y tampoco lo era mi reacción.
Inmediatamente le contesté:
—Esas plantas se están muriendo. En verdad, eso no va
a funcionar. Te diría que las arranques y siembres otras.
Por breves segundos, él se quedó observándome
sorprendido y sin dudar me respondió:
—¡No!
—¡Cómo que no! No estás viendo cómo están, eso no
sirve. Se están muriendo. No vale la pena.
—No, papá. Creo que sí podemos rescatarlas. Yo sí creo
que podemos hacer algo diferente con esto.
Inmediatamente caí en conciencia:
—Entonces te vas a hacer cargo de esto. ¿Entiendes la
responsabilidad que debes afrontar para que esas plantas
vivan?, ¿estás dispuesto a hacerlo?, ¿estás dispuesto a
cuidarlas, a tomar el tiempo para lograrlo?
—Sí, estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para
aprender cómo puedo, primero, levantar estas plantas y,
segundo, no dejarlas que se mueran y que den fruto.
Admito que me sorprendió y hasta me llenó de orgullo ver
cómo mi hijo me respondía desde una inquebrantable
convicción.
—Ok, vamos a hacer lo siguiente: no las vas a arrancar,
pero a partir de ahora es tu responsabilidad que estas
plantas crezcan.
Mi hijo lo tomó tan en serio que al día siguiente se
preparó, buscó tutoriales, cambió tierras, hizo mediciones
de agua, supo en qué momento había que rellenarlas,
absolutamente de todo les hizo. ¿El resultado? Las plantas
revivieron.
Un día venía entrando a la cochera de mi casa y vi un
tomate verde, aunque en realidad eran muchos, porque no
fue una planta, sino varias las que crecieron. Días después
nos estábamos comiendo los tomates de las plantas que
había sembrado Andrés.
Si mi hijo me hubiera hecho caso, esos tomates tal vez
nunca los hubiéramos visto, quizás hubiéramos visto otras
plantas, otros tomates, pero de esas no. La diferencia fue
que Andrés creyó en lo que estaba haciendo, y a pesar de
que el proyecto se veía que iba a ser un fracaso, él no lo
abandonó.
Como padre me llena de satisfacción ver cómo él luchó y
lo logró. Entonces creo que esta anécdota refleja un
mensaje importante para nuestra vida: ¿qué tanto estoy
dispuesto a entregar en ese proyecto?, ¿qué tanto estoy
dispuesto a caminar por mi sueño?
Yo no puedo dejar morir mi sueño, no puedo abandonarlo,
porque Dios soñó conmigo. Si Dios puso ese sueño en mi
corazón es porque Él confía en mí, Él sabe que puedo
desarrollarlo. A veces lo que necesitamos es darnos cuenta
de que alguien está confiando en nosotros.
En ocasiones, la gente renuncia porque siente que nadie
cree en sus proyectos, incluso pueden venir voces o
pensamientos negativos para que desista de sus sueños.
Sin embargo, si en realidad, y en eso es una de las cosas
que quiero hacer énfasis, estamos soñando con algo, si
estamos creyendo que Dios nos lo ha puesto en nuestro
corazón, es porque Él soñó con nosotros, es porque Dios
vio virtud en nuestras vidas pese a que nosotros todavía no
la hemos visto, pero Él sí.
Por eso una de las lecciones que aprendí en mi vida,
cuando empecé a estudiar comunicación, fue a no desistir.
Desde muy pequeño quise ser locutor, predicador y
comunicador. Una vez fui a hacer una prueba de radio y me
dijeron que no tenía la voz para estar en un medio
comunicación; no fue mi mejor experiencia ni el mejor trato,
de hecho, me fui dolido y, sí, un poco molesto de ese lugar.
Pero eso fue gasolina, es decir, era el combustible que
necesitaba para tomar la decisión de que nadie me iba a
quitar mi sueño. En aquel entonces tenía diecisiete o
dieciocho años. Me tomé el tiempo para prepararme
diferente y cuando estaba listo, me fui a otro medio de
comunicación, hice otras pruebas y califiqué.
Ha sido hasta el día de hoy un aprendizaje y una
búsqueda de consejo constante, entendiendo que yo no lo
sé todo, pero tengo la oportunidad de aprender, el llegar a la
televisión me abrió un nuevo panorama y con ello desafíos
que tuve que asumir y ser responsable, pero no era por mi
talento, sino por la fe que tuve en mí mismo, por esa pasión
que cada vez más crecía en mí, por esa convicción al
decirme que, si Dios me puso esto en el corazón, entonces
que sea Él mismo quien me lo quite. A veces nosotros no
dejamos que la pasión crezca, porque matamos las ganas y
aniquilamos el sueño.
APRENDE A CREER EN TI
¡Es muy sencillo! Parto del principio de que, si Dios creyó en
nosotros y envió a su hijo a morir en una cruz para
salvarnos, ¿quiénes somos nosotros para no creer en
nosotros mismos?
Los peores obstáculos nos los ponemos nosotros. Somos
especialistas en bajarnos al nivel del piso, porque nos
vemos siempre como víctimas o como gente insignificante,
no merecedora de reconocimiento ni de amor. Entonces
tenemos que entender algo: si Dios nos trajo a esta tierra y
nos puso un sueño en nuestra vida, es porque Él vio algo en
nosotros, creyó y sigue creyendo en nosotros.
Mientras estemos aquí en esta tierra, podemos
retrasarnos en el cumplimiento de nuestro propósito, pero
para Dios que es eterno presente siempre nos va a llamar
desde su amor eterno, nos motivará desde su misericordia,
desde esa luz que emana nos envolverá y nos mostrará
cómo somos y cómo realmente Él nos ve. Esto quiere decir
que Él no ve nuestras imperfecciones, sino la perfección al
ser sus hijos, su creación.
Quizás el tiempo para nosotros puede ser
desesperanzador, pues nos indica que no hemos sabido
aprovecharlo, creemos en la mentira de que queda poco
tiempo para poder llegar a ser la persona que queremos ser.
Déjame decirte que para Dios no hay límites de tiempo, no
existen los imposibles. Él ya nos ve desde esa perfección,
solo depende de nosotros creerlo, unirnos a su voluntad y
accionar.
¿Qué es lo más importante de todo esto? Que puedas
asimilar e interiorizar el siguiente mensaje: ¡lo más
importante que puedes hacer es amarte! Si no te amas, no
vas a creer en ti. Hay gente que no ama su cuerpo ni su
forma de ser, muchos se maltratan y hasta dañan su cuerpo,
cuando en realidad deberían amarlo. Es un tema de
aceptación. Por supuesto que hay cosas que hemos de
mejorar y lo vamos a hacer, pero que sea siempre desde el
amor y respeto hacia nosotros mismos, que nos edifique el
alma.
Por eso quiero presentarte mi caso. En cuanto a mi
aspecto físico, no tengo el privilegio de tener una cabellera
abundante, de hecho, casi no tengo tanto cabello, así soy
yo, así Dios me hizo, ¿y qué?, ¿me voy a echar a morir por
eso? No, porque creo en lo que Dios me ha dado. Tal vez no
me puso tanto cabello, eso no importa, pero sí me dio otras
cosas que me nutren mi alma, que me pueden servir incluso
para ayudar a otros.
Ahora, también tiene que ver mucho el contexto en donde
hemos crecido. Muchas veces nuestros padres no fueron
los mejores ejemplos o tal vez no recibieron las mejores
enseñanzas para que aprendieran a apoyarnos y amarnos,
debido a que venían de contextos muy fuertes donde había
menosprecio, injusticia, carencia, dolor y, por supuesto, falta
de afecto. En consecuencia, eso fue la réplica en nuestras
vidas.
Pero en este punto considero fundamental hablarle a la
gente y en especial a ti, querido lector, para decirte que hay
que renunciar a esos comentarios negativos, a todas esas
palabras que nos han dicho en algún momento, a no repetir
esas historias familiares. Una cosa es honrarlos, pero otra
muy distinta es ser leal a esos comportamientos
generacionales que no nos ayudan a avanzar ni a sanar ni a
crecer como personas. El acto de renunciar a todo eso
conlleva un proceso de liberación. En otras palabras, es el
proceso de creer en uno mismo.
Si no hubiera creído en mí, no hubiese hecho este libro ni
siquiera estuviera en los medios de comunicación y mucho
menos estaría cada día esforzándome por seguir
caminando con sentido y dirección. Es verdad que me
cerraron las puertas, en ciertos momentos me complicaron
las cosas o me hicieron el camino un poco cuesta arriba,
pero más allá de las situaciones decidí creer en mí, elegí ser
persistente y no desistir bajo ninguna circunstancia. Hoy día
sigo adelante, ¿por qué?, porque declaré y sigo creyendo
que Dios me puso en esta tierra por algún propósito.
Pero para lograrlo, primero tuve que dejar a un lado y bien
atrás esas palabras negativas que alguna vez recibí en mi
vida, no dejar que esas expresiones hicieran habitación ni
mella en mí. Por eso siempre hago el llamado de que es un
buen momento para renunciar a esas palabras y
pensamientos negativos, a esos recuerdos que debilitan la
fe en Dios y en uno mismo. Hoy es un buen momento para
empezar a entender que somos amados.
En el libro de Efesios, capítulo 1, se declara que somos
bendecidos, escogidos, aceptados, inteligentes, herederos,
somos perdonados, porque somos los hijos de Dios. La
palabra «bendecidos» significa que tenemos el permiso para
prosperar.
En una etapa de mi vida estuve marcado por una historia
de orfandad. Mi papá murió cuando tenía apenas ocho años
de edad, era un niño que en ese momento no tenía la
capacidad de entender lo que estaba viviendo mi familia ante
ese suceso. Pero como hijo único, fue inevitable no vivir y
sentir la ausencia de mi padre.
Mi mamá es una mujer lindísima que hasta el día de hoy
sigue orando por mí y dándome sus mejores consejos y
correcciones. Siempre ha sido trabajadora y en aquel
entonces se dedicó a darme lo mejor. No la tuvo fácil, pero
pudo sacar adelante a su familia gracias a que Dios siempre
vela por cada uno de sus hijos.
Cuando uno entiende que Dios es nuestro padre y que
nos ama, es una manera de asumir nuestro linaje, estamos
reafirmando una y otra vez que somos sus hijos, que Él
nunca nos va a abandonar, porque nos está enseñando
nuestro lugar de pertenencia. A veces no creemos en
nosotros mismos porque no nos sentimos parte de algo. ¿Te
ha pasado?
La Biblia nos enseña que Dios nos amó a nosotros
primero. ¿Y sabes qué? Es muy lamentable ver que en
Latinoamérica y en otras partes del mundo hay un
sentimiento de orfandad. Es muy difícil para un niño
procesar ese sentimiento. Para mí era muy difícil ver a otros
niños con sus papás, y yo no tenerlo. Nunca me faltó el
amor de mi madre, ¡nunca! Pero sí sentía una falencia de un
papá. Hasta que pude entender que Dios era mi padre, que
me puso un nombre y me dio un sentido de la vida.
No somos cualquier clase de personas, somos amados,
bendecidos, escogidos, aceptados. Somos únicos. No
somos los nietos de Dios, somos sus hijos. A pesar de
nuestra forma de ser, nuestro Padre celestial nos acepta,
por eso nuestro aprendizaje es amarnos y aceptarnos; lo
que se pueda cambiar a beneficio de nosotros, lo haremos
por amor a Dios y a nosotros mismos.
¡Qué bonito es saber que podemos creer en nosotros,
porque somos perdonados! A pesar de nuestros errores,
fracasos, de lo malo que pudiésemos ser, podemos recibir el
perdón. ¡Somos perdonados para seguir adelante!
Entonces, te invito a que te perdones por tus
equivocaciones, es un acto de amor propio. Nadie puede
avanzar en la vida si desempeña constantemente el rol de
inquisidor y juez de sí mismo. Deja que ese rol lo tome Dios,
quien reinterpretará la situación de manera muy distinta a
como lo estás haciendo tú, porque Él verá ese «supuesto
error» desde su amor y misericordia, y lo transformará en
una oportunidad para crecer y sanarte.
El punto clave es que puedas asumir tu identidad. Mientras
estás en este plano terrenal, tu meta será no solo
descubrirlo, sino creer que eres el heredero de la victoria de
Dios, de la salvación y de su amor.
Las casualidades no existen, tampoco los errores.
Entonces si por un microsegundo pensaste que eres un
error, que estás en esta tierra por un desliz de tus padres,
déjame decirte que no es cierto. Todos tenemos una razón
de ser, un propósito. A Dios nada se le escapa, de hecho, te
tiene contado hasta los cabellos de tu cabeza, porque Él se
tomó el tiempo y la dedicación para hacerte y moldearte
como una obra de arte.
Aprende a darte valor y a ver tus fracasos o momentos de
debilidad como circunstancias que te enseñarán a
fortalecerte y a seguir adelante. Nuestros fracasos no nos
descalifican nunca para seguir adelante. Creer en nosotros
es saber que mañana tendremos las fuerzas necesarias
para levantarnos y que el suelo no es nuestra habitación.
¡LEVÁNTATE!
Una de las cosas que capta mi atención es cómo Japón,
después de todos los bombardeos, terremotos y demás
embates, hoy día es uno de los países de mayor presencia y
autoridad en el mundo mercantil. Vietnam, tras sufrir las
guerras civiles y enfrentamientos con Estados Unidos,
ahora es uno de los países productores más ricos.
Entonces, es interesante observar cómo estos países que
prácticamente fueron destruidos por las guerras, lograron
levantarse de las cenizas e iniciar una nueva vida.
Considero que tal vez la clave de su transformación
estuvo en tener una mentalidad de querer levantarse tras
esas vivencias tan violentas y traumáticas. También pienso
que el querer levantarse se vincula con qué tanto yo me amo
y quiero seguir adelante. No tiene que ver con la condición
que una persona tiene hoy, sino con la actitud de su
corazón, porque puede no tener absolutamente nada y, aun
así, verse y sentirse como un ganador.
Quizás para la gente suena ilógico y hasta estúpido
escuchar eso, dirá que esa persona se le zafó un tornillo de
la cabeza, no comprenderá cómo alguien se puede sentir
triunfador cuando no posee nada, pero, en realidad, la gente
no está viendo todo el panorama. Esa actitud de verse
ganador implica exactamente tomar una posición y decirle a
su condición actual: «Hoy estoy aquí, pero no me esperes
para siempre, porque mañana me levanto y me voy de esta
situación».
Esa es la gran diferencia. Hay que querer levantarse.
Nuestra actitud en momentos difíciles determinará cómo
seremos cuando pase ese tipo de situaciones o tormentas.
Nadie está exento de vivir esos momentos, incluso puede
suceder lo peor, que esa circunstancia aplaste, dañe y hasta
destruya a una persona, y cierre todas las posibilidades
para poder levantarse.
Siento que Dios me puso en el corazón que tal vez hay
gente hoy que está viviendo una condición muy difícil, pero
que le falta que alguien le diga que es tiempo de levantarse.
Si te sientes identificado con lo que acabas de leer,
permíteme ser esa persona que hoy te diga lo siguiente en
compañía de Dios:
MI ANCLAJE FAVORITO
Hablar sobre la bondad de Dios es un aspecto que toca lo
más profundo de mi ser, porque he visto cómo su amor y
benevolencia han surgido en medio de todos los
acontecimientos vividos en los últimos años.
Ha sido un período de cambios bruscos, donde las
circunstancias nos han hecho sentir la pérdida de la libertad
tras estar sujetos a un encierro, convivir con el miedo y la
incertidumbre, sobrevivir bajo ciertas limitaciones impuestas
y ver cómo nuestra manera de relacionarnos ha ido
cambiando. En otras palabras, movieron completamente
nuestras bases, nuestra cotidianidad, nuestra vida.
Sentimos que nuestra normalidad desaparecía y
entrábamos en una zona desconocida, donde vivíamos
momentos llenos de intranquilidad, que nos hacían sentir
desorientados por no saber qué hacer.
Pero en el día más oscuro de la tormenta más intensa,
Dios siempre nos ha dado una respuesta. Esto lo digo con
mucha propiedad. Recuerdo que un día me encontraba en
mi oficina, acababa de llegar de Guatemala, y me sorprendió
la noticia de que los vuelos se suspendían, por lo tanto,
todos tenían que estar en sus hogares, nadie podría salir del
país hasta nuevo aviso. Mucho de mi trabajo depende de
viajar, entonces, me sentí desubicado, mis manos sujetaban
mi cabeza ante el pensamiento «¿Y ahora qué voy a
hacer?». Sentía que estaba perdiendo cosas, no solo me
refiero a todo lo que había construido, además de lidiar con
la frustración de ver cómo todo se desmoronaba delante de
mí, no era solo lo material, sino también la sensación de
perder mi libertad, mis oportunidades de ser feliz.
Es sentir que se acabó el camino, porque llegaste al final y
no ves nada más, quizás haya un acantilado, pero al mirar a
todos los lados, observas que no hay un camino distinto.
Estás ahí, acompañado de tu única inquietud: «¿Qué voy a
hacer?».
Esa fue la pregunta que me hice en aquel instante.
Inmediatamente, se me vinieron otros pensamientos:
«Tengo que pagar la casa, los estudios de mis hijos, los
recibos de agua, luz y teléfono, dar de comer a mi familia,
tengo que asumir todas las deudas. ¿Cómo voy a hacer?».
Cuando se está en esos momentos donde la situación
crítica agudiza y se acaban las posibilidades humanas, las
lágrimas salen involuntariamente, las piernas pierden
estabilidad y hasta se debilitan, la cabeza se baja, porque se
siente la impotencia más grande que puede vivir uno como
ser humano.
Así me sentía en esa oficina, lidiando con mis emociones
y preocupaciones, cuando de repente Dios puso en mi
corazón el pasaje:
«Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad
de Jehová en la tierra de los vivientes».
(Salmo 27:13, RVR 1960)
ANTES DE FINALIZAR…
Querido lector, ya llegamos al final de nuestra travesía y no
me quiero despedir sin antes contarte una historia final.
Había un hombre que llegaba temprano a su trabajo y en
la puerta de entrada a la oficina se detenía y les decía a sus
compañeros: «¿Quién necesita un abrazo de papá?».
Muchos de sus compañeros, inclusive uno de sus jefes, se
acercaban a él, ponían su cabeza en su pecho y recibían
ese abrazo, algunos dejaban caer una que otra lágrima al
sentir que eran importantes a través de ese gesto de amor.
Ese hombre era mi suegro, que hoy está en el cielo
repartiendo abrazos seguramente.
¿Quién necesita un abrazo de papá? Sabes, Dios está
esperándote para darte ese abrazo que necesitas para
levantarte y seguir caminando, y recordarte que no
caminarás solo nunca más. Él te está esperando con los
brazos abiertos sin importar tu condición. Te invito a que
experimentes el calor del abrazo del padre.
Y, por último, quiero orar por ti:
«Padre bueno, gracias por amarnos sin importar nuestra
condición, gracias por estar esperándonos, gracias por
creer en nosotros y no juzgarnos, te pido que bendigas a
cada persona que tomó de su tiempo para leer este libro y
que al llegar a este momento está orando conmigo. Te pido
que este día pueda ser recordado como el inicio de una
nueva temporada en la vida de aquellos que deciden
habitar en el refugio correcto. Gracias, porque en ti tengo
todo lo que necesito para seguir caminando. Amén».
Espero un día poder conocerte en persona o a través de
un e-mail o por medio de mis redes sociales y escuchar
cómo sigues caminando.
¡Que Dios te bendiga!
1 Farlex. (s. f.). Pasión. En: The Free Dictionary.com.. Recuperado de:
https://es.thefreedictionary.com/pasi%C3%B3n
2 Oxford. (s. f.). Luchar. En: Lexico.com. Recuperado de:
https://www.lexico.com/es/definicion/luchar
3 Oxford. (s. f.). Esfuerzo. En: Lexico.com. Recuperado de:
h ps://www.lexico.com/es/definicion/esfuerzo