Integrador de Trabajo Social Iii - 2022

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INTEGRADOR DE TRABAJO SOCIAL III - 2022

EJE TEMÁTICO 1
GUERRA – ELEMENTOS PARA LA COMPRENSIÓN DEL TRABAJO
SOCIAL
INTRODUCCIÓN
Nuestra profesión, a lo largo de su trayectoria, se ha caracterizado por no enfrentar
algunas problemáticas, lo cual a mi entender, ha producido, reproducido y
alimentado algunas insuficiencias de naturaleza ideo-teóricas, políticas y
práctico-operativas, dentro de las cuales quiero destacar la ausencia de debates y
polémicas sobre las diferencias ylas divergencias existentes al interior de la
profesión, como sí la misma no fuese constituida por un mosaico de visiones de
hombre, mundo y sociedad, de proyectos políticos, de programáticas de
intervención, de racionalidad, de concepciones sobre la naturaleza y el significado
del Trabajo Social.

Esta ausencia o insuficiencia en el enfrentamiento de algunas cuestiones de fondo


en el Trabajo Social, -la abstracción de las diferencias[1], la no explicitación de los
contenidos y de los fundamentos teórico-políticos subyacentes-, nos lleva, al fin y
al cabo, a considerarlas como problemáticas propias de la profesión, tanto aquellos
condicionamientos socio históricos típicos del orden burgués maduro como las
cuestiones de naturaleza teórico-metodológica que afectan a las profesiones
sociales de carácter interventivo como un todo.

Considero que, en ambos casos, los trabajadores sociales se inclinan sobre seudo-
problemáticas o en las palabras de Iamamoto “falsos dilemas”, los cuales por
contraponerse a la realidad también suscitan interpretaciones, conclusiones,
pedidos, orientaciones práctico materiales incorrectas. A los efectos del análisis
que ahora nos proponemos, importa destacar la repetición acrítica de frases
hechas, modismos, palabras de orden, tales como “en la práctica la teoría es otra”
y el pedido (a mi entender improcedente) que los trabajadores sociales hacen por
modelos de intervención, por pautas de instrumentos técnicos-operativos: “el
fetiche de los instrumentos y técnicas o la deificación de las metodologías de
acción”, ambos sustentados por la creencia en soluciones inmediatistas, en
explicaciones padronizadas, simplificadas y simplificadoras de la realidad social,
las cuales por suprimir las mediaciones, impiden que se reflexione críticamente
sobre la instancia de pasaje entre las teorías macro sociales y la intervención
profesional del trabajador social y sobre el horizonte en el cual los medios y las
condiciones para el alcance de las finalidades profesionales son escogidas, o mejor
dicho, sobre La Instrumentalidad del Trabajo Social.

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Se busca contribuir al esclarecimiento y encaminamiento de una solución de estas
cuestionesen el ámbito del Trabajo Social teniendo en cuenta que ambas
problemáticas, - las relativas a la relación teoría/práctica y las concernientes a los
pedidos por la creación de nuevos instrumentos y técnicas de intervención y por la
recreación de los tradicionales-, ha sido recurrente entre los trabajadores sociales
(aunque no únicamente).

En el peso de las relaciones e interconexiones existentes entre estas problemáticas,


y en la intención de dedicarles el tratamiento más clarificador y didáctico posible,
fui conducida en algunos momentos a abordar cada una de las temáticas por
separado, para luego priorizar el entrelazamiento entre ellas y de ambas con la
Instrumentalidad del Trabajo Social; ésta, aquí concebida como la base particular
sobre la cual tales problemáticas se expresan.

EN LA PRÁCTICA LA TEORÍA ES OTRA


El primer conjunto de “pseudos” problemas que este análisis pretende destacar, se
refiere a la falsa concepción de que en la práctica la teoría es otra, o sea, la
dicotomía entre saber y hacer,entre ser y pensamiento, entre objetividad y
subjetividad, y consecuentemente, la visión equivocada de que el Trabajo Social
tiene demasiada teoría. Estas afirmaciones, que a pesar de su superficialidad se han
construido en una de las “frases hechas” que atraviesan históricamente la
profesión, sugieren que hay un desfasaje, una desarticulación o hasta mismo un
divorcio entre teoría y práctica y que éste alcanzaría su expresión más desarrollada
en aquellas intervenciones profesionales que intentan romper con los substratos
teórico-metodológicos positivistas. Estos substratos, histórica e insistentemente,
han acompañado las formas de ser, pensar y actuar a/en la profesión. Aún, son las
formas de intervención y los profesionales quienes buscan romper conlos límites, -
teóricos, metodológicos, políticos y operativos-, impuestos por las vertientes
positivistas y aquellos tomados como responsables por la brecha que se abrió, -
según la opinión de un número significativo de profesionales-, a partir de la
incorporación de la tradición marxista en el Trabajo Social, y por tanto los
profesionales legatarios de las formulaciones del marxismo, son los primeros
convocados a formular una pauta de instrumentos de intervención que redunde en
transformaciones sustantivas y efectivas en la realidad social. Se considera que
“hay un flagrante hiato entre la intención de romper con el pasado conservador del
Trabajo Social y los indicativos prácticos para consumarla” (Netto, 1991a: 161).

En ésta, el papel de la teoría es el de iluminar las estructuras y la dinámica de los


procesos sociales, las determinaciones contradictorias de los hechos y fenómenos,
disolver la positividad de los hechos por su negación, pero no ofrece, ni se lo
propone, una pauta acerca de los instrumentos de intervención sobre la realidad
social. La concepción del método, en el ámbito del referencial marxiano, como el
camino del pensamiento, la dirección analítica que obedece al movimiento del

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objeto, se aparta mucho de aquella que toma el método como el conjunto de
procedimientos y/o reglas de conocimiento, o todavía, como medio de aplicación
de este conocimiento.En lo que se refiere a las formas de considerar la teoría y las
prácticas vigentes en el interior del Trabajo Social, sumariamente, podemos
considerar que hay tres tendencias que acompañan la trayectoria de la profesión,
las cuales se vienen manifestando de manera híbrida:

1. Para los profesionales que toman la práctica como el fundamento de la


determinación de sus acciones, las teorías no pasan de construcciones
abstractas, ya que se sitúan secundariamente frente a la práctica, cabiéndole
a ésta, en última instancia, proveer indicativos sobre los instrumentos
operativos capaces de posibilitar una acción efectiva en las situaciones
concretas. Aquí, la receptibilidad de la práctica autoriza la formulación de
procedimientos, basados en las experiencias anteriores y válidas para
situaciones análogas, que son transformados en modelos de intervención.
De este modo de ver la relación teoría-práctica, cuyo substrato se localiza en
el empiricismo positivista de un lado (la práctica habla por sí misma) y en el
pragmatismo del otro, se deriva que estas dos determinaciones singulares,
estos modos de ser de los procesos sociales, -el empírico y el pragmático-,
son tomados sin las debidas articulaciones con lo particular y con lo
universal, y aún así, las acciones inmediatas desencadenadas sobre la
realidad son identificadas como práctica profesional. Al considerar lo
empírico y lo pragmático como práctica, los trabajadores sociales (no
exclusivamente) pueden denunciar, y con toda razón, una total dicotomía
con la teoría.
2. Para los profesionales que consideran que las construcciones teóricas son
determinaciones de la práctica, la opción del profesional por una teoría pasa
a constituirse en su “camisa de fuerza” (o se limita al ámbito de la mera
declaración de principios), una vez que ésta aparece como la expresión más
formalizada y completa de la realidad, exigiendo de ella respuestas e
instrumentos capaces de colocar la “teoría en acción”. El valor de la teoría,
en este caso, consiste en construir un cuadro explicativo del objeto que
contemple un conjunto de técnicas e instrumentos de valor operacional.
Concebidas como paradigmas de explicación de la realidad social, los que
comparten esta visión, esperan que las teorías los provean de las
explicaciones y los modelos de intervención sobre la realidad social. Aquí,
esta distorsión entre teoría y práctica es inevitable: si la realidad social es
histórica, dinámica, contradictoria, objetiva, posee causalidades puestas por
la expresión teleológica de los hombres; la utilización de modelos estaría, en
lo mínimo, siendo disfuncional, impertinente e improcedente a cualquier
aspiración, aunque limitada, de aproximación del conocimiento a la
realidad.

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En el primer caso, el reconocimiento de las posibilidades de las teorías se da,
apenas, en el nivel del discurso profesional, puesto que el proceso mismo de
construcción teórica la niega.

En el segundo, sus posibilidades se localizan en las respuestas producidas por la


confrontación entre los modelos teóricos y la realidad. Aquí, si la práctica no
corresponde a los modelos de acción profesional, tiene que ser modificada.

3. Hay, todavía, una tercera tendencia que, a mi entender, difiere de las


anteriores en cuanto a la concepción que tiene de la teoría. Esta vertiente
reconoce la teoría como procesos de reconstrucción, de refiguración de la
realidad por el pensamiento, vinculada a proyectos de sociedad
determinados, a visiones de hombre y mundo -frente a los cuales el
profesional asume una posición-, y a determinados métodos de
conocimiento e interpretación de la sociedad. Aunque se las dimensione
coherentemente, también reclama la ausencia de indicativos teórico-
prácticos que posibiliten romper con el anticuado conservadurismo que
acompaña la trayectoria de la profesión

Lo que cabe considerar en relación a estas tres tendencias presentadas


esquemáticamente, es que:

- En primer lugar hay una reducción en la forma de concebir las teorías,


limitando sus contribuciones al nivel de dar respuestas inmediatas a
situaciones concretas y, asimismo, de proveer instrumentos para la
intervención. En este caso, se trata de “teorías de resultados” y su
presupuesto es que hay una relación directa e inmediata entre teoría y
práctica.
- En segundo lugar, no consideran que teoría y práctica, pensamiento y
acción, idealidad y materialidad, posean naturalezas diversas.
- Y finalmente, en tercer lugar, no permiten la elucidación de los principios
que subyacen a las nociones de teoría vigentes en la profesión y esta
cuestión remite al otro polo de la relación, osea, cual es la concepción que se
tiene del Trabajo Social (Arte, Ciencia, Técnica, Práctica Profesional).

Además, hay más problemas en la relación teoría/práctica en el Trabajo Social de


los que pueden imaginar los trabajadores sociales. Intentaremos señalizar algunos,
obedeciendo al orden de los enunciados precedentes. En lo que se refiere a la
solicitud de los profesionales por teorías que respondan a las necesidades de la
intervención profesional tenemos que considerar que entre teoría y práctica no hay
correspondencia directa e inmediata. La relación entre ellas se procesa por
mediaciones o sistemas de mediaciones que involucran experiencias,
representaciones, concepciones de mundo, proyectos de sociedad, relaciones
sociales.

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¿Por qué no hay un pasaje directo de la teoría a la práctica? La problematización de
esta cuestión requiere una remisión a la premisa (en la cual nos apoyamos) de que
las teorías sociales son reflexiones sistemáticas que tienden a elaborar una
explicación macroscópica sobre la sociedad y, en este sentido, hay diferentes
teorías y diferentes métodos que se aproximan más o menos a la realidad social. La
realidad social, a su vez, presenta múltiples y complejas determinaciones que ni
siempre se explicitan de forma concreta, lo cual limita las posibilidades de la razón
de comprenderla en su totalidad .Esto explica el desfasaje que se explicita en la
relación teoría/práctica.

Si concebimos teoría como la (re)figuración de los hechos, fenómenos y procesos


hay que considerar que esta aprehensión de la realidad por la vía del pensamiento
es siempre mediatizada por las experiencias personales, profesionales y sociales de
los sujetos, por las visiones de mundo y por los proyectos societales con los cuales
acuerdan.

Hay dos puntos que merecen ser enfatizados:


- El primero se refiere a la naturaleza de estas instancias. Aunque
considerando teoría/práctica, pensamiento/acción, objetividad/subjetividad
como dos polos de un mismo movimiento, no hay identidad entre ellas.
Tampoco, puede haber preponderancia de una sobre la otra.
- El segundo es que no se extrae teoría directamente de la práctica, mucho
menos es función de las teorías sociales ofrecer respuestas y procedimientos
manipulatorios a las prácticas profesionales localizadas yparticulares.

La comprensión de estas cuestiones y su relación con el Trabajo Social exige una


reflexión que extrapole sus fronteras. La actividad práctica, a su vez, se constituye
en una acción racional de sujetos reales. En este sentido, las actividades prácticas
pueden ser sistematizadas por los sujetos que la realizan, aunque esta
sistematización, que es un paso necesario y que antecede a las elaboraciones
teóricas propiamente dichas, no se constituyen en teorías. Si por un lado, las
prácticas profesionales no producen teoría, pero conocimiento que permite una
intervención directa en los fenómenos sociales; por otro, proveen de subsidios para
el avance del conocimiento acerca de algunas cuestiones y de determinados
objetos. Como se puede observar, hay momentos teóricos y momentos prácticos.
No puede haber el primado deuno sobre el otro, sino una jerarquía de las
determinaciones en situaciones específicas.

La unidad teoría/práctica es dada por la realidad, que es la base material de ambas.


Si comprendemos que la realidad se mueve por contradicciones, no hay como
aceptar ni la perspectiva de equilibrio y homeostasis que las corrientes
funcionalistas quieren hacernos creer, ni los procedimientos y principios de la
lógica formal y mucho menos aquellos utilizados por las corrientes organicistas,

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para los cuales no hay distinción entre naturaleza y sociedad. Es por eso que, a mi
entender, las teorías que se basan en modelos, y hasta se jactan de ello, no dan
cuenta de explicar el movimiento, las transformaciones, las alteraciones sociales,
o mejor dicho, la realidad, y ni siquiera pueden ser pensadas como paradigmas
sino como tipologías, en el sentido más vulgar del término.

En lo que se refiere más directamente al Trabajo Social, salvando las debidas


diferencias, hay que considerar que la realidad social enfrentada por el profesional
o las demandas de clases que la intervención profesional polariza (y que se colocan
como objetos de intervención profesional) poseen amplias y complejas
determinaciones que van más allá de las posibilidades de los agentes profesionales
de captarlas y que, conforme afirmamos anteriormente, el conocimiento es
siempre a posteriori, procesual, aproximativo y relativo.

La dificultad de establecer las mediaciones entre las teorías sociales


macroscópicas, las prácticas sociales y profesionales y las singularidades de la
intervención profesional del trabajador social, nos lleva a incurrir a dos
concepciones erróneas de teoría: o como modelo de intervención o como
justificación de la práctica, ambas apartadas de la realidad.

Por otro lado, siendo el Trabajo Social un trabajo, una rama de especialización de la
división social y técnica del trabajo, una profesión de carácter eminentemente
operativo, el Trabajo Social no tiene teoría propia. Se basa en concepciones
extraídas de las ciencias sociales o de la tradición marxista[1] y en un conjunto de
procedimientos técnico-instrumentales, muchas veces recreados por los
profesionales para responder a su funcionalidad.

Si aceptamos el primado o la autonomía de la teoría frente a la práctica o viceversa,


incurrimos en la falsa concepción de que la opción del profesional por una teoría es
aleatoria, casuística, oportuna, instrumental o contingente y ecléctica
(dependiendo de la experiencia o las circunstancias). Al contrario, hay que
reconocer que la elección de una teoría se encuentrapermeada por experiencias
personales, concepciones de mundo, proyectos societarios y, en el límite, se
encuentra referida tanto a las necesidades de comprensión cuanto al nivel de
exigencia y satisfacción de los profesionales por el alcance y grado de explicación y
aproximación de la realidad brindados por las teorías. Son las preguntas que los
hombres hacen a sus objetos que circunscriben el alcance y el campo de visibilidad
de los sujetos. Son las respuestas que los hombres dan a sus necesidades que los
colocan en un determinado nivel que los aproxima más o menos del conocimiento
de la verdad. Del mismo modo es la congruencia entre el nivel de exigencia de los
individuos y el grado de explicación de una teoría que determinan esta elección
(cfr. Lukács, In: Guerra, 1995). Estos se constituyen en el segundo conjunto de
pseudoproblemas que este análisis pretende desmitificar.

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EL FETICHE DE LOS INSTRUMENTOS Y TÉCNICAS O LA DEIFICACIÓN DE LAS
METODOLOGÍAS DE ACCIÓN
El análisis de estas problemáticas nos demuestra que hay de parte de los
trabajadores sociales algunas exigencias para la creación de “nuevos”
instrumentos de acción profesional, como de “recreación” de los tradicionalmente
utilizados en la. Intervención profesional. Esta exigencia se ha manifestado tanto
en los eventos representativos de la categoría como en el interior de la academia,
con base en estas preocupaciones hay, a partir de mediados de la década de 80, un
retorno de las discusiones acerca del instrumental técnico-operativo. Aunque
expresada, muchas veces de manera fluida y apartada de los sesgos metodologistas
que atraviesan a la profesión, la solicitud por instrumentos y técnicas continúa
persistiendo en el medio profesional. No se trata de reeditar nuevas fórmulas para
la atención individual, grupal o comunitaria; tampoco de reforzar el equívoco de
que hay instrumentos diferentes para cada uno de los “procesos” tradicionales del
Trabajo Social substituidos, en este momento, por las denominaciones de
funcionalismo, fenomenología y materialismo histórico. Se trata, y esto
seconstituye en uno de los resultados del esfuerzo realizado por profesionales
apuntando a la madurez teórica de la profesión, de atribuir una nueva calidad a la
intervención; de recuperar el crédito históricamente depositado en la profesión -
tanto por los usuarios de sus servicioscuanto por el segmento de clase que lo
contrata-, de reconocer la naturaleza de las demandas, los modos de vida de los
usuarios, sus estrategias de sobrevivencia, en fin, de tener una competencia técnica
e intelectual y mantener el compromiso político con la clase trabajadora.

Mi argumentación obedece a dos órdenes de razones que se relacionan entre sí:


- La primera se refiere a las condiciones objetivas en las cuales la intervención
profesional se realiza;
- la segunda es relativa a la propuesta teórico-metodológica marxiana, que se
coloca como el sustrato de la perspectiva histórico-crítica, heredera de la
vertiente caracterizada por Netto como de “intención de ruptura” (Netto,
1991a).

En el primer nivel tenemos que la operacionalización de cualquier propuesta pasa


por la existencia de condiciones objetivas, determinadas por las relaciones de
causalidad entre los procesos que, dinámica y contradictoriamente, mueven los
fenómenos puestos en la realidad. Si no fuese por otras razones, el movimiento que
deriva de la institucionalización de la profesión, la forma por la cual su inserción en
la división social y técnica del trabajo se realiza, la fluidez puesta en las
definiciones sobre la naturaleza y atribuciones operacionales de la intervención
profesional, ya se colocarían como problemáticas suficientes para engendrar
constreñimientos a la intervención profesional y, consecuentemente, se
constituirían en campo de investigación. Pero hay más: se sabe que las condiciones
en las cuales la intervención profesional se procesa son las más adversas posibles:
pulverización y ausencia de recursos de todo orden para atención de las demandas;

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exigencia por el desempeño de funciones que se apartan mucho de lo que el
trabajador social, o cualquier otro profesional, se propone realizar; bajos salarios;
alto nivel de burocratización de las organizaciones; fluidez y discontinuidad de la
política económica; y todavía, que el tratamiento atribuido a la cuestión social a
través de las políticas sociales estatales y privadas es fragmentado, casuístico,
paliativo. De este modo, las condiciones objetivas colocadas a la intervención
profesional no dependen apenas de la postura teleológica individual de sus agentes
y de sus instrumentos de intervención. En este ámbito, la necesidad de reconocer
las estrategias y tácticas políticas de acción, secundariza la preocupación con el
instrumental técnico[1].

El segundo punto que sustenta nuestra argumentación pone en cuestión la


propuesta teórico-metodológica marxiana. Sabemos que Marx se preocupaba con
la lógica que mueve un objeto determinado: el orden burgués. Conforme
argumentamos en el ítem anterior, la teoría marxiana consiste en (re)producir, al
nivel del pensamiento, el movimiento real del objeto, pero jamás la realidad, una
vez que esta es más rica y plena de determinaciones (una totalidad inacabada, un
devenir) que las posibilidades de la razón en atraparla. Pero la razón, ya en Hegel,
es astuciosa y sigue a la práctica en todo momento, la guía, analiza sus
transformaciones, formula conceptos de acuerdo con ella, en fin “...se convierte en
fuerza de la historia” (Gorender, In: Guerra, 1995:29), lo que presupone una
imbricación necesaria entre teoría, práctica y método, una vez que éste “...objetiva
reproducir conceptualmente lo real en la totalidad inacabada de sus elementos y
procesos” (Ídem, Ibídem). La historia, entendida como acumulación de fuerzas
productivas, provee el material para el análisis de la razón. Las categorías extraídas
de la historia son remitidas a ella; la razón se historiciza y la historia se racionaliza.
Como venimos defendiendo, entre el conocimiento y la acción hay mediaciones de
diferente naturaleza, que incorpora las determinaciones objetivas de la realidad y
subjetivas, concernientes a los sujetos sociales que, aunque desveladas por el
método, no son por él solucionadas.

Con estas observaciones no pretendemos postergar o apartar, una vez más, las
discusiones acerca del instrumental técnico, ni siquiera negar la importancia de la
discusión y la intención de dar respuestas a estas cuestiones para la profesión. Lo
que se pretende demostrar es que gran parte de los problemas apuntados por los
profesionales como provocados por la ausencia de sistematización del
instrumental técnico, no se localiza en él.

Esto porque hay algo que precede la discusión de instrumentos y técnicas para la
acción profesional, que a mi entender se refiere a la Instrumentalidad del Trabajo
Social, o mejor dicho, a la dimensión que el componente instrumental ocupa en la
constitución de la profesión. Más allá de las definiciones operacionales (qué hacer,
cómo hacer), necesitamos comprender “para qué” (para qué, dónde y cuándo

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hacer) y analizar cuáles son las consecuencias que a nivel de lo “mediato” nuestras
acciones producen.

Finalmente llegamos a lo que considero la base sobre la cual estas concepciones


equivocadas se edifican: La Instrumentalidad del Trabajo Social. ¿Qué estamos
entendiendo por “Instrumentalidad”? La categoría Instrumentalidad, configurada
en su aspecto más amplio y general, como categoría propia de la relación entre
hombre y naturaleza, en el orden burgués pasa a ser una mediación en la relación
entre los hombres. La sociedad capitalista se encuentra amparada en un nivel de
racionalidad, entendida como formas de ser, pensar y hacer históricamente
construidas, racionalidad esta que la alimenta y, al mismo tiempo, se expresa por
acciones instrumentales.

La hipótesis que orienta este momento de mi reflexión es que las sociedades


capitalistas se producen y se reproducen a base de una inversión: el trabajo, que
tiene en la instrumentalidad una determinación fundamental, de “primera
necesidad de la vida” se transforma en único “medio de vida” (Lukács, 1978:16). De
lo cual se deriva que la “instrumentalidad puesta en la relación de los hombres con
el objeto de trabajo en el acto de producción es transportada para la relación con
otros hombres” (Guerra, 1995:104), pasando a constituirse en la mediación
privilegiada de las formas de sociabilidad entre los hombres.

Cuando la perspectiva instrumental -condición interminable de las especies-, se


repite, se padroniza, se cristaliza e invade la totalidad de la existencia de los
sujetos, instituye una determinada racionalidad: la racionalidad formal-abstracta
(Guerra, 1995).

Pero, si la racionalidad formal-abstracta es hegemónica en el capitalismo, ella no


es la única, ni siquiera la última forma de racionalidad. Por eso, entiendo que
recuperar la perspectiva ontológica de la instrumentalidad del proceso de trabajo
significa reconocer que en la “expresión consciente” de los hombres, en la
teleología, en la cual comparecen razón y voluntad, residen las posibilidades
emancipadoras del trabajo humano.

En el ámbito del Trabajo Social, sabemos que la profesión se constituye en una


práctica profesional, de carácter operativo, históricamente reconocida por su
funcionalidad al sistema capitalista en su fase monopolista. El trabajador social se
encuentra inserto en la división social y técnica del trabajo como profesional
asalariado, que ocupa un espacio en las organizaciones públicas y privadas de
prestación de servicios, espacio éste limitado a las variables del contexto social en
el cual las acciones profesionales se insertan, apuntando a dar respuestas que
reduzcan “disfuncionalidades”, estas, como sabemos, engendradas por los
antagonismos de intereses de clases sociales.

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En esta línea de reflexión, consideramos que la ubicación socio-institucional de los
trabajadores sociales como prestadores de servicios, ejecutores de actividades
finalísticas, al descaracterizar la profesión como un trabajo y expulsarla de la
intermediación directa de la relación capital-trabajo, oscurece la naturaleza
política de la profesión y limita su intervención a acciones instrumentales,
incidiendo sobre las representaciones que los profesionales tienen de sus acciones
y de la profesión.
A medida que los profesionales se deparan con situaciones inmediatas acaban por
reducir sus acciones a la manipulación de variables del contexto empírico en el cual
actúan, porque la expectativa de las organizaciones (públicas y privadas) en torno
de la acción del trabajador social se localiza en la recuperación del índice de
normalidad necesario al (re)establecimiento del “orden social”. En el nivel de la
empírica la acción del profesional no ultrapasa la realidad inmediata de las cosas,
la singularidad de los fenómenos. Al dar respuestas del tipo “si, ...entonces”, el
trabajador social acciona a un determinado nivel de la razón o una racionalidad
determinada que captura apenas la forma de aparecer de los hechos y los
fenómenos, pero no alcanza sus propiedades constitutivas, tampoco su naturaleza
contradictoria y las posibilidades de revertir que ellas poseen. Esta racionalidad
permite que los trabajadores sociales fijen los hechos en padrones y
procedimientos predeterminados, cristalizados, pero impide que avancen más allá
de ellos. La racionalidad formal abstracta, porque vacía los hechos de sus
contenidos concretos y los separa de las relaciones que los engendran, tampoco
permite que se perciba la conexión, la articulación, la vinculación entre las
instancias socio-económicas, políticas, ideoculturales, etc.

Hay diferentes racionalidades en la profesión, entendidas como un conjunto de


tendencias, formas de actuar y de pensar a/en la profesión que demuestran los
niveles o grados de razón movilizados en las acciones profesionales. Sin embargo,
lo que a mí me importa reafirmar es que la racionalidad hegemónica del orden
burgués, la racionalidad positivista, ha ejercido una preponderancia en las teorías
que inspiran a la profesión y las formas de actuar de los trabajadores sociales.

Por eso, entendemos que la categoría Instrumentalidad tiene un amplio y profundo


poder explicativo sobre la razón de ser y de conocer a/de la profesión, autorizando
las siguientes afirmaciones:
- El Trabajo Social posee una instrumentalidad. Es por medio de ella que la
profesión consolida su naturaleza, realiza su funcionalidad. Esta dimensión,
al mismo tiempo en que se constituye en la razón de ser del Trabajo Social,
articula las dimensiones técnicas, ético-políticas, teóricas, pedagógicas e
intelectuales de la profesión; por eso es capaz de posibilitar tanto que las
teorías macroestructurales sean remitidas al análisis de los fenómenos,
procesos y prácticas sociales, como que esta comprensión se objetive en
acciones competentes técnica y políticamente.

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- El Trabajo Social posee modos particulares de plasmar sus racionalidades, lo
que conforma un modo de operar, lo cual no se realiza sin instrumentos
técnicos, políticos y teóricos, tampoco sin una dirección finalística y
presupuestos ético políticos, que incorporan el proyecto profesional.
- No obstante las solicitudes profesionales por “nuevos” instrumentos
operativos, lo que se percibe es la necesidad de una racionalidad, en cuanto
expresión y fundamento de las teorías y prácticas, capaz de iluminar las
finalidades a partir de las cuales el aparato técnico-instrumental es
movilizado.
- Sólo puede haber dicotomía entre teoría y práctica en el Trabajo Social
mientras los profesionales utilicen como referencial de análisis de la
realidad las teorías paradigmáticas (formalizadoras de la realidad).

EL RESCATE DE LA RAZÓN: PERSPECTIVAS PARA EL TRABAJO SOCIAL


Por todas las consideraciones aquí desarrolladas y teniendo como base las síntesis
mencionadas en las páginas anteriores, me permito afirmar que la insistente
presencia de racionalidad formal-abstracta en el Trabajo Social, o la razón
positivista que subyace a los proyectos conservadores, en la perspectiva de
mantener el orden social en los marcos de la hegemonía de la clase burguesa, se
coloca como una de las mediaciones de la Instrumentalidad del Trabajo Social. De
otro modo, el conocimiento sobre la Instrumentalidad del Trabajo Social nos
permite avanzar sobre las formas de pensar y actuar en/de la profesión.

Si es verdad que tanto la legitimidad de aquella corriente que es tributaria del


referencial teórico-metodológico e ideo-político marxiano como que de la
pertinencia de este referencial dependen las respuestas materiales efectivas dadas
a las demandas (tradicionales y emergentes), respuestas estas, que a su vez, se
refieren tanto a la producción de conocimiento -sobre los objetos, sobre la
realidad, sobre la población, sobre la Instrumentalidad del Trabajo Social, en el
interior del cual se delimita y se elige el instrumental técnico-operativo a ser
utilizado-, como a la intervención objetiva en las variables de la realidad social en
la intención de alterarlas, hay que invertir en una racionalidad que si no es del
“nuevo tipo”, supere aquella que tradicionalmente viene acompañando la
profesión. Esta “otra” racionalidad debe ser capaz de iluminar las finalidades
profesionales (el para qué de las acciones profesionales), permitir la elección de los
medios e instrumentos adecuados a la realización del proyecto, de movilizar las
condiciones objetivas, en fin, que permita la concretización de las finalidades
profesionales. Los trabajadores sociales al accionar Razón y Voluntad en la elección
de los procedimientos técnicos y ético-políticos, y dentro de ellos el instrumental
técnico-operativo, lo hacen en el ámbito de un proyecto profesional, lo que permite
que la profesión supere la dimensión eminentemente instrumental (necesaria,
pero insuficiente), respondiendo de manera crítica y consciente a las demandas
que le son puestas, alcanzando la competencia técnica y política necesaria para el

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avance de la profesión en sus diversas dimensiones: ética, técnico-política,
intelectual y formativa.

Esta “otra” racionalidad a la cual nos referimos debe ser guiada por una ontología
que, insólita al universo del pensamiento burgués y al mundo de la superficialidad,
tiende a rescatar aquello que en la realidad es indisoluble: la relación
teoría/práctica, ya que es la realidad misma la que se constituye en la
fundamentación del pensamiento y de la acción de los hombres en la sociedad
contemporánea.

GUERRA – LA DIMENSIÓN INVESTIGATIVA EN EL EJERCICIO


PROFESIONAL
Este perfil de profesional, determina la necesidad de un sólido referencial
teórico-metodológico, que permita un riguroso tratamiento crítico-analítico, un
conjunto de valores y principios sociales centrales adecuados al ethos del trabajo y
un acervo técnico-instrumental que sirva de referencia estratégica para la acción
profesional. De allí la necesidad de formar profesionales capaces de develar las
dimensiones constitutivas de la llamada cuestión social, del patrón de intervención
social del Estado en las expresiones de la cuestión social, del significado y
funcionalidad de las acciones instrumentales de ese patrón, a través de la
investigación, a fin de identificar y construir estrategias que vengan a orientar e
instrumentalizar la acción profesional, permitiendo no sólo la atención de las
demandas inmediatas y/o consolidadas, sino también su reconstrucción crítica.
La investigación asume, así, un papel decisivo en la conquista de un estatuto
académico que posibilita enlazar formación con capacitación, condiciones
indispensables tanto para una intervención profesional cualificada como para la
ampliación del patrimonio intelectual y bibliográfico de la profesión.
La investigación garantiza el estatuto de madurez intelectual para la profesión:
además de posibilitar a sus protagonistas una contribución efectiva a las diversas
áreas de conocimiento, nos permite conectarnos (a través de múltiples
mediaciones) a las demandas de la clase trabajadora - precondición para la
construcción de nuevas legitimidades profesionales.

Nuestra intervención “entre lo micro y lo macro”: estructura coyuntura y


cotidiano.
Las reflexiones acerca de la intervención del trabajo social en la compleja trama de
interrelaciones entre estructura, coyuntura y cotidiano, nos lleva, en nuestro caso,
a explorar los procesos de transformación de los modos de acumulación de capital
en la Argentina y cómo estos reconfiguran los escenarios de nuestra práctica
profesional. Nos referimos fundamentalmente a la consolidación de una parte de la
población como superpoblación obrera relativa, que no tiene o cuenta con una
precaria inserción en el sistema productivo y por lo tanto, ve limitado su acceso a

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los medios de reproducción. En el año 2001 nuestro país vive una de las peores
crisis de su historia, que se traduce en las instituciones estatales asistenciales en
un aumento de la demanda de vastos sectores de la clase trabajadora y, al mismo
tiempo, en un auge de la conflictividad de clase con el consecuente crecimiento de
las organizaciones de los trabajadores, en particular de los trabajadores
desocupados.
Para dar cuenta de las particularidades de los escenarios de intervención, se suele
apelar con frecuencia a poner en relación la dinámica macrosocial con los
acontecimientos que se producen en el espacio “micro” de intervención. Este modo
de analizar nuestra práctica parece oponer como esferas diferenciadas los dos
niveles. El contexto macro social, parecería influir de manera “exterior” a lo que
sucede en nuestra dinámica cotidiana de trabajo. Preferimos entonces acercarnos a
ese cotidiano estableciendo una unidad entre la estructura social, sus
manifestaciones coyunturales y la configuración particular que asume la
cotidianeidad recreando y transformando con prácticas concretas esa
estructura social.

Estructura. La dinámica de funcionamiento del sistema capitalista y la generación


de la pobreza.
El sistema capitalista funciona a costa de dejar en la pobreza y al límite de la
posibilidad de subsistencia a vastos sectores de la población. Para el
funcionamiento del sistema que debe garantizar la acumulación de capital es
indispensable la existencia de una masa de la población que se erija como
excedentaria en relación a las necesidades del capital. Se trata de entender que es el
mismo sistema el que genera, mantiene y reproduce a esta parte de la población
para poder, luego, comprender qué fenómenos son los realmente novedosos para,
en la comprensión de los mismos, enfrentarlos de la mejor manera posible. Una de
las funciones que cumple esta parte de la población es la llamada de ejército
industrial de reserva. La excesiva oferta de trabajo, cuando hay muchos
trabajadores que buscan empleo, hace que aquellos que están asalariados tiendan a
aceptar peores condiciones de trabajo, bajos salarios, etc.
Pero históricamente existe una parte de la población que se verifica como
superpoblación obrera consolidada
(pauperismo) que, por distintos motivos, no logra vender su fuerza de trabajo pero
tampoco funciona como ejército
industrial de reserva.
Estos fragmentos de la clase trabajadora son los que usualmente consultan los
servicios sociales demandando asistencia.
La tarea del Estado a través de las políticas sociales implica asumir una parte del
costo de reproducción de la
fuerza de trabajo que se encuentra como “sobrepoblación obrera relativa”.
Pero el sistema capitalista, al desarrollar y extender la lógica del capital,
desarrolla a la clase que porta la potencia de la transformación de las actuales
relaciones de producción. La condición de existencia del capital es el trabajo

13
asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de
los trabajadores entre sí. El progreso de la industria, sustituye el aislamiento de los
obreros, resultante de la competencia, por su asociación que es la que porta esa
potencia transformadora.
Esta asociación de los trabajadores no se da espontáneamente, sino más bien todo
lo contrario. En nuestros días, muchos son los esfuerzos para mantener esa fuerza
social fragmentada. El componente de control social de las políticas sociales se
dirige en ese sentido. Estas, en su gran mayoría, se organizan en base a una fuerte
individualización y responsabilizando, explícita o implícitamente, a los sujetos de
la situación en la que se encuentran. En la apariencia los sujetos se ven aislados
unos de otros, cada uno enfrentando, por sus propios medios, su situación de
vulnerabilidad. Es necesaria una mirada hacia el movimiento de la sociedad en su
conjunto (dimensión de totalidad) para poder reconocer la dimensión colectiva del
problema, pensarlo como social.
Para el trabajo social, este nivel estructural de las relaciones sociales, nos obliga a
reconocer que nuestra intervención está ligada a la necesidad del Estado de
incorporar parte de las reivindicaciones que plantea la demanda colectiva de los
trabajadores a través de sus organizaciones sociales y políticas; fragmentando la
cuestión social en múltiples áreas de intervención. En este sentido, las políticas
sociales expresan el carácter contradictorio de las luchas sociales pero acaban por
reproducir el perfil de la desigualdad social de nuestra sociedad.
En nuestra intervención esto se presenta como un sentimiento de permanente
frustración por estar llamados a resolver aspectos derivados de esa desigualdad
pero, al mismo tiempo, estar insertos en dispositivos que la reponen
permanentemente. Llamados a superar las situaciones de carencia, pobreza y
padecimiento subjetivo parecemos quedar entrampados en su reproducción.

Coyuntura. Trabajo precario y asistencia


Como tendencia general del sistema social capitalista se observa un incremento
constante de esta última parte de la población trabajadora. Este aumento va de la
mano de la generalización de la pobreza y la miseria para una enorme cantidad de
familias. Esta tendencia presenta fluctuaciones, pero si observamos el caso de
Argentina, vemos un constante aumento que llega a sus puntos críticos previo a la
crisis del 2001, con el aumento de la desocupación abierta. Posterior a esta crisis, se
verifica un aumento del empleo, pero dicha recuperación se da en base al empleo
precarizado, legalizado con la ley de flexibilización laboral, y al empleo no
registrado.
Para las familias trabajadoras la imposibilidad de reproducir su existencia a
través del salario se constituye en la “causa madre” de un sinnúmero de
problemáticas sociales. La irregularidad e inestabilidad en el acceso al trabajo
obliga a estas familias a recurrir a la asistencia estatal para reproducir sus vidas.
La política social se orienta entonces a acompañar el proceso de precarización
laboral. Lejos de plantearse el combate al trabajo no registrado, o la
instrumentación de políticas de regulación del mercado laboral para garantizar la

14
reproducción de las familias a través del salario y del trabajo con seguridad social,
se convalidan las ventajas que brinda para la acumulación de capital la sobre
explotación de la fuerza de trabajo, basada principalmente en el pago de la fuerza
de trabajo por debajo de su valor.
Qué hacer desde el trabajo social ante la política social, que por acción y por
omisión, es un instrumento al servicio de la reproducción de las relaciones sociales
dominantes y, en lo que respecta al área específica de nuestra experiencia,cuando
tan claramente está al servicio de intereses ajenos al derecho a la vivienda de la
clase trabajadora. O dicho de otro modo cuando como trabajadores sociales nos
enfrentamos a una situación en la que de un lado, del lado de las políticas sociales,
se nos pide que seamos agentes de un mecanismo de control social y del otro, del
lado de la población, se nos coloca en un lugar de “salvadores”, único o último
recurso para enfrentar situaciones extremas a través de la provisión de recursos
críticos cuyo acceso en el esquema instituido depende de nuestra intervención.

Cotidianeidad de la intervención. El trabajo social desde una institución estatal.


Los trabajadores sociales realizamos nuestra práctica inscriptos en diferentes
ámbitos de inserción. En muchos de ellos (centros de salud, hospitales, servicios
sociales zonales, defensorías de derechos de niños y adolescentes, centros de
acceso a la justicia, equipos de orientación escolar) una de las tareas asignadas
tiene que ver con la llamada “atención de la demanda espontánea”, entendiendo
por ella a la atención en el marco de entrevistas individuales y/o familiares de
demandas que traen personas que asisten a la institución.
El dispositivo implica un particular modo de entender y abordar las problemáticas
sociales, en el cual las personas llegan de manera individual y reciben o no una
respuesta para su problema. Es en este marco que los profesionales de trabajo
social realizan su práctica, muchas veces ante la ausencia de una política
institucional que intente dar respuesta de manera estructural o planificada a los
nuevos escenarios que plantea la realidad. Es así como se presentan en tensión en
la intervención profesional diferentes formas de abordaje de los problemas
sociales. Conviven en las instituciones de manera contradictoria distintas visiones
de “qué hacer” que se corresponden con diferentes proyectos profesionales para el
trabajo social.
La práctica profesional está signada por la actuación inmediata, de la acción
espontánea, alienada y alienante. En el caso de la atención de la demanda
espontánea guarda algunos elementos que se vinculan con este tipo de práctica.
Veamos:
★ Las personas se presentan de manera individual, el problema que plantean
se les presenta como personal cuando en realidad es expresión de un
problema social.
★ Hay una despolitización del problema. El sujeto que se presenta no es un
sujeto colectivo, está aislado de sus relaciones sociales más amplias.
★ Para acceder al recurso las personas enfatizan sus carencias, su no poder,
sus incapacidades.

15
★ Los sujetos que demandan asistencia lo hacen como “pidiendo un favor”, y
no reclamando un derecho. Quienes lo hacen muchas veces son
“sancionados” por su actitud “beligerante”.
★ Hay un sometimiento más o menos consciente del sujeto a las prácticas
burocráticas institucionales exigidas para acceder a los recursos.
★ El trabajador social puede fácilmente caer en una práctica burocrática,
limitándose a realizar informes, gestionar el recurso correspondiente,
sabiendo que en la mayoría de los casos este no resuelve de manera
estructural el problema que la persona trae.
★ En algunos casos se ejerce un control en torno a lo que la persona dice, se
“sospecha” de la veracidad de sus dichos. La institución pretende que el
trabajador social constate la realidad que relata el sujeto, que reconozca si la
persona realmente necesita lo que solicita.
★ Desde la institución hay una exigencia implícita al trabajador social en torno
a administrar el recurso escaso. No se realiza una estimación de cuantos
sujetos podrían llegar a demandar un recurso (algo posible de acuerdo con
los avances en la producción de datos estadísticos) sino por el contrario se
destina una cantidad de recursos económicos a un programa y eso tiene que
alcanzar. Esto hace que aparezca el recurso como “propiedad” del trabajador
social y este último opere, en algunos casos, como si así lo fuera.

Esta expectativa respecto del trabajador social y de la relación que debe establecer
con los sujetos con los que trabaja, consideramos que es parte de la identidad
atribuida.
Las prácticas corren el riesgo de volverse burocráticas, deshumanizadas y sin
potencialidad política transformadora (o mejor dicho con una utilidad política que
va en detrimento de los intereses de los sujetos que demandan asistencia). La
pregunta es, entonces, cómo puede el trabajador social desde otro tipo de
estrategia, desde otra identidad profesional, reconociendo los límites del
dispositivo construir una práctica que salga del círculo de la alienación.
Consideramos que la atención de la “demanda espontánea” en la medida en que
se centra en el apoyo a la gestión del adquiere un sesgo totalmente funcional a la
política gubernamental.
Por una parte, individualiza el problema al no trascender el abordaje del caso más
allá de su dimensión individual-familiar. Aunque el trabajador social pudiera
incorporar en el diálogo una referencia a la dimensión social del problema, su
aporte más concreto, materializado en el informe social y la posterior gestión
remiten al caso particular.
Por otra parte, implica un abordaje de los efectos visibles del problema a través de
una intervención paliativa ante la emergencia y sobre un supuesto de
transitoriedad del problema que encubre sus causas estructurales. En definitiva,
abordando lo visible, invisibiliza los procesos que lo determinan.
Por último, en la medida en que el problema se individualiza en su concepción y
en la estrategia de abordaje, los sujetos individuales de la demanda se constituyen

16
en competidores por un recurso escaso. De este modo se propicia el surgimiento de
conductas de control entre pares (denuncias cruzadas de acceso indebido al
recurso), exigencia de mayor control institucional hacia los otros y actitudes
discriminatorias hacia los extranjeros a los que se atribuye la insuficiencia de los
recursos. En otras palabras se instituye un mecanismo que enfrenta a pobres contra
pobres.

Disyuntiva: momentos de crisis y de ruptura. Oportunidad para enfrentarse a las


tramas internas entre estructura, coyuntura y cotidiano
Se trata de establecer los supuestos desde los cuales enfrentar el problema, desde
lo que llamamos una perspectiva crítica. En esta, encontramos los elementos que
serán el fundamento necesario para articular una estrategia superadora. Nos
referimos a:
La concepción de los problemas sociales como emergentes de una estructura
más amplia que los determina.
La concepción del conocimiento como construcción social e histórica y como
herramienta de liberación enraizado en la práctica social en la que los sujetos se
constituyen por lo que la nueva conciencia, crítica, no puede surgir sino asociada a
una nueva práctica social transformadora.
El posicionamiento desde la posibilidad de lo “imposible”, en términos de
construcción del “inédito viable”, de la transformación social a través de la
articulación de estrategias que operando entre lo cotidiano y lo estructural sienten
las bases de un orden social alternativo al actualmente vigente.
La confianza profunda en el hombre como sujeto del proceso de transformación
social y político en orden a sus necesidades propiamente humanas.
Para poner en funcionamiento una estrategia de intervención acorde con el
diagnóstico de la situación y el dilema, transformado ahora en problema, no puede
dejar de mediar un necesario espacio de reflexión. La orientación ético-política de
nuestro quehacer debe ser traída a la mesa de debate. En este sentido, es necesario
el reconocimiento del proceso contradictorio de reproducción del orden y de
desarrollo de la potencia transformadora del mismo que conlleva el ejercicio de
nuestra profesión. Entonces, de lo que se trata es de traer a la conciencia las
consecuencias políticas de nuestra intervención concreta, para los procesos de
lucha cotidiana, independientemente de la voluntad y las “buenas intenciones”
que tengamos. Este proceso reflexivo permite el reconocimiento de las
determinaciones en las que nos encontramos como trabajadores sociales y que
atraviesan a la población con la cual trabajamos y se estructura, al mismo tiempo
que comenzamos a intervenir intentando dar respuestas que surgen de acuerdo con
nuestros propios criterios profesionales. De este modo, se comienzan a establecer
los primeros pasos en el camino de una re apropiación del control del proceso de
trabajo y de establecer a nivel local el curso de las intervenciones, intentando
potenciar en ese proceso contradictorio la acumulación de fuerzas que permitan
desarrollar estrategias de transformación.

17
El trabajo precario, la inestabilidad, obligan a mayor dependencia del aparato
asistencial, a un mayor recorrido por instituciones en demanda de recursos y/o
servicios que permitan a la familia reproducir su vida. Este recorrido y esta
demanda se traducen, en ocasiones, en demanda colectiva ante la inestabilidad e
imposibilidad de reproducir la vida, obliga a la pelea por recursos y a garantizar
estabilidad en el acceso a los mismos. Esto ha configurado la organización de
diferentes espacios de lucha político reivindicativa a través de movimientos
sociales movimientos sociales y trabajo social. Disputa por la acumulación de poder
popular.

IAMAMOTO - SERVICIO SOCIAL Y DIVISIÓN DEL TRABAJO: CAP.


2. APARTADO 3. ÍTEMS 3.1. Y 3.4.

MASSA Y PELLEGRINI – TENSIONES EN LOS PROCESOS DE


INTERVENCIÓN PROFESIONAL: DESAFÍOS EN TORNO A LA
SUPERACIÓN DE LA FRAGMENTACIÓN Y LA MODELIZACIÓN

Fundamentos de los procesos de intervención: de la fragmentación a la totalidad


Trabajo Social surge, se institucionaliza y profesionaliza como una de las
estrategias de los sectores dominantes, para desarrollar acciones orientadas al
enfrentamiento de la “cuestión social”, no en su génesis estructural, sino en las
manifestaciones de la misma. Así la “cuestión social” queda fragmentada en un
amplio conjunto de “problemas”, la realidad queda fragmentada en un sinfín de
“campos de intervención” y, por tanto, se deshistoriza, despolitiza y
deseconomiza; lo que va a redundar en que la intervención profesional quede atada
a los aspectos fenoménicos de lo que “se le presenta” de manera inmediata y
superficial, particularizando e individualizando las demandas colocadas por los
usuarios de los servicios que se constituyen en los espacios socio ocupacionales los
trabajadores sociales, y por consiguiente, en acciones igualmente inmediatas,
superficiales, particularizadas/focalizadas, descontextualizadas y con supuesta
“neutralidad”.
De esta forma, la realidad se parte en tanta cantidad de “campos de
intervención/áreas de abordaje” como dimensiones de la vida social se reconozcan.
A cada campo de intervención “le corresponde” un profesional que conozca e
intervenga sobre ella, operando en esta acción, procesos de naturalización y
ocultamiento. Esta hiper-especialización opera como un refuerzo de los procesos
de deseconomización, deshistorización y despolitización de la “cuestión social”.
Así desde esta lógica que implica conocimiento pragmático para orientar las
intervenciones, donde los “problemas sociales” se explican en relación a las
conductas de los sujetos, los procesos de intervención en Trabajo Social, se
caracterizaran por: la fragmentación como fundamento, la especificidad como
concreción de tal fundamento; la ruptura de la relación teoría-práctica; y la

18
particularización e individualización en las intervenciones. Así, se puede dar cuenta
de la existencia de una primera tensión en el ejercicio profesional de los/as
Trabajadores/as Sociales: entre fragmentación y totalidad.

La fragmentación responde, como ya dijimos, a una estrategia de descomposición


de la “cuestión social”, y su recomposición en términos de “problemas sociales”,
quitándoles sus dimensiones político-materiales; lo cual conlleva a inhibir de la
comprensión la complejidad y el dinamismo de la realidad, repleta de
contradicciones,constitutivas éstas del modo de producción capitalista.
La reconstrucción aproximativa de la realidad como totalidad, requiere la
aprehensión de sus múltiples determinaciones y las relaciones entre las mismas,
implica identificar las categorías analíticas necesarias para construir las
mediaciones que permitan articular los aspectos estructurales que constituyen y
configuran la cotidianeidad de los sujetos.
Así, la identificación de condiciones objetivas de existencia, como aquellas
propias de la subjetividad, se expresan en un interjuego que permite superar las
dicotomías objetivo – subjetivo y/o estructura-singularidad y, por ello, superar la
fragmentación de la realidad en el plano de la reconstrucción analítica, lo cual
permite que los procesos de intervención partan de un conocimiento de la situación
problemática a abordar en el marco de las coordenadas de complejidad, dinamismo
y contradicción.
Una segunda tensión, que se desprende de la anterior, se expresa en la forma en
la cual se comprenden las situaciones, tiene que ver con si lo que se aparece como
“lo que es” se conoce en tanto tal, como cuestión que se explica por sí misma o si se
comprende como un “claroscuro de verdad y engaño” (Kosik; 1984), esto es como
algo que devela a la vez que oculta determinaciones. Así, la tensión entre la
inmediatez y superficialidad de los hechos o su ocultamiento-develamiento como
una unidad va a configurar los modos de ser -y hacer- Trabajo Social.
La fragmentación, tanto como operación (reflexiva-analítica-intelectual) como
modo de operar (técnico-instrumental) impide dilucidar un entramado de
determinaciones que se hacen aprehensibles en la “cuestión social” y sus
manifestaciones; y por ello, se va a entender que dichas manifestaciones no son
tales, sino “problemas sociales” en sí mismos, separados de la dinámica que los
genera. Hacer énfasis en lo aparencial lleva a desconocer que estructura y
fenómeno conforman una unidad dialéctica que se expresa en la vida cotidiana (no
solo de los usuarios de los servicios donde trabajamos, sino en nuestro propio
cotidiano profesional). Esta tensión se expresa en que el sobre qué se interviene se
reduce a lo aparente, o se complejiza y satura de mediaciones (Montaño, 2015); se
individualizan las situaciones, psicologizándolas y, por tanto, responsabilizando al
sujeto que las transita, o se comprende el carácter social y colectivo de las mismas,
en el cual se incluyen las trayectorias singulares de los usuarios de los servicios.
Una cuarta tensión, expresa “la separación entre conocimiento y acción, entre
saber y hacer, entre teoría y práctica” (Montaño, 2015:19), generando dos
cuestiones que se presentan como contradicción: por un lado, la idea de que el

19
colectivo profesional se divide según su espacios socio-laboral; y por otro, que el
conocimiento debe ser sistematizado, práctico y utilitario, dejando de lado los
aportes de la teoría social.
No es casual que la posición hegemónica dentro del colectivo
profesional,entienda a los procesos de intervención como la mera tecnificación del
ejercicio profesional. Esta afirmación, encuentra su fundamento en la pretensión,
casi siempre lograda, de romper la relación
teoría-práctica/conocimiento-acción/saber-hacer y la consecuente presentación
de estas categorías de manera enfrentadas y hasta antagónicas.
La escisión entre teoría y práctica opera de manera orgánica a la partición de la
realidad. Si consideramos que la realidad puede ser fragmentada y abordada desde
allí, lo que se necesitaría no es un profesional que pueda reconstruir la situación de
intervención en clave de totalidad, sino un profesional que, mediante la
consecución de acciones especializadas a tal fin, pueda resolver ESA situación y no
el conjunto de situaciones que evidencian las contradicciones de la sociedad
capitalista. Un profesional especializado, con un conocimiento técnico-
instrumental.
De esta manera, no haría falta conocer demasiado, solo con “saber hacer”
determinadas cuestiones alcanza, lo que en nuestra profesión ha sido
históricamente denominado el manejo de la “caja de herramientas”, ponderando y
reforzando un perfil profesional centrado en el formalismo. Esta postura
manifiesta la pretensión de modelizar y estandarizar la intervención, interviniendo
por analogía, ya que todas las situaciones son similares. Aún peor, se
individualiza/particulariza la intervención, pretendiendo anteponer los medios a
los fines, sin la definición de estrategias que, a partir del análisis del escenario, de
las relaciones de fuerza, de la viabilidad construida, de los recursos asequibles,
de las posiciones, etc., permitan la articulación de tácticas que nos permiten
acercarnos al fin puesto, definido éste a partir de hacer inteligibles las coordenadas
que se articulan en la traída estructura – coyuntura- cotidiano, entendiendo que
no hay singularidad por fuera de la estructura ni estructura que no se concretice en
el cotidiano.

GIANNA Y MALLARDI – EL TRABAJO SOCIAL COMO COMPLEJO


SOCIAL

MALLARDI – CONOCIMIENTO SITUACIONAL Y PRÁCTICA DEL


TRABAJADOR SOCIAL

20
La perspectiva histórico-crítica marxista ha posibilitado problematizar las
particularidades y el significado social de la profesión, en el marco del sistema
capitalista en el cual se inserta.
La perspectiva epistemológica: se caracteriza por un apriorismo Metodológico, en
tanto la determinación del método se realiza con independencia del objeto real; en
la perspectiva ontológica, recuperando la propuesta marxista, las preocupaciones
metodológicas son determinadas en relación con el objeto concreto (Montaño,
2000).
La posibilidad concreta de utilizar una perspectiva teórico metodológica en el
ejercicio profesional del Trabajo Social permite el desarrollo de una práctica que
posibilita fundamentar, tanto las estrategias adoptadas como la producción de
conocimiento que aporte en la explicación de los procesos sociales que adquieren
particularidad en una situación concreta y con el fin de retomar los procesos de
reconstrucción analítica de la realidad y avanzar críticamente en la aprehensión de
los procesos sociales.
Recuperando la postura ontológica, las posibilidades de profundizar el debate en
torno a la práctica profesional debe partir de considerar a los procesos sociales
desde dos miradas complementarias: por un lado, como totalidad compleja, pues
esta es una característica intrínseca del objeto y, por lo tanto, el proceso de
conocimiento debe incorporar a la totalidad como una de sus categorías decisivas;
mientras que, por el otro, recuperando la historicidad del objeto se trata de la
necesidad de captar la procesualidad histórica que permita explicar el presente y
diferenciar los aspectos esenciales de los fenoménicos, los cuales, dialécticamente
unidos y de igual importancia, constituyen lo particular de cada objeto.
Principales líneas argumentativas desarrolladas por Matus. Considera que la
planificación situacional es el cálculo que precede y preside la acción. Consiste en
considerar al plan como el producto momentáneo del proceso por el cual un actor
selecciona una cadena de acciones para alcanzar sus objetivos y el mismo se
cumple. Esa postura nos permite apreciar una visión dinámica e histórica de los
procesos de planificación.
Sobre esta base, reflexionar en torno a la categoría situación, permite una
aproximación a la realidad considerando los elementos objetivos y subjetivos que la
componen, como así también las distintas fuerzas sociales coexistentes. En
palabras del autor, se define a la situación a partir de la identificación de un actor y
su acción, donde ...acción y situación conforman un sistema complejo con el actor.
La realidad adquiere el carácter de situación en relación al actor y a la acción de
éste. Por eso, una misma realidad es al mismo tiempo muchas situaciones,
dependiendo ello de cómo está situado el actor y cuál es su acción (Matus, 1980: 55)
La relación de cada actor frente a una realidad determinada es lo que determina la
situación, por lo tanto las particularidades de cada situación estarán definidas por
los intereses, las visiones y las acciones que cada uno de los actores realicen. Ahora
bien, esta postura no debe llevar a pensar que existe una escisión entre los procesos
sociales generales y las prácticas que los actores sociales realizan en la realidad,
pues según la propuesta de Matus en cada realidad hecha situación es posible

21
identificar la coexistencia de aspectos estructurales y coyunturales. Elementos
estructurales que se expresan en la coyuntura y que son modificados, dentro de
posibilidades históricas concretas, por ella.
En toda situación el autor identifica un componente estructural, estructura o
sistema de estructuras al que denomina genosituación (clases sociales,
contradiccion, y, en relación dialéctica, la fenosituación (grupos sociales,
conflictos), pensada como el contorno fenoménico específico que cubre o envuelve
a la estructura. Esta última contiene lo diverso, lo específico, lo particular,
tratándose de la apariencia, la realidad visible, inestructurada, inentendible, sino
en relación directa con la genosituación y las leyes que la caracterizan. Otra
característica atribuida por el autor a la fenosituación es que la misma presenta
creatividad propia, heterogeneidad y existencia veloz.
Es en la genosituación donde se encuentra la posibilidad de la transformación a
través de las contradicciones en el interior y entre las estructuras que la componen.
De este modo encontramos en la genosituación la posibilidad de que se desarrollen
contradicciones, mientras que en la fenosituación, con la presencia de los distintos
grupos sociales es posible que se gesten y se desarrollen conflictos.
Esquemáticamente, podemos presentar los elementos anteriores de la siguiente
manera: en el proceso de planificación se presentan cuatro momentos. Se piensa
en momentos y no en etapas rígidas, ya que permite asumir el proceso como un
continuo caracterizado por un permanente aprendizaje, un permanente cálculo,
una permanente explicación, un permanente diseño y una acción persistente en el
día a día. La planificación situacional reconoce que los procesos sociales son
dinámicos, conflictivos, en donde cada momento debe ser actualizado de manera
constante, y la racionalidad de cada uno está dada por la lógica del mismo proceso.
Así el cálculo que precede y preside la acción es un proceso continuo que no cesa
nunca, acompañando la realidad cambiante.
1. Momento explicativo: Es el equivalente al diagnóstico en la planificación
normativa, aunque superando el mero listado descriptivo de aquello que
consideramos problemas. Implica seleccionar que problemas se trabajarán,
explicar las causas de cada uno y del conjunto de los mismos que
caracterizan la situación inicial;
2. Momento Normativo: Este momento apunta para lo más trascendental de la
planificación, el diseño del deber ser;
3. Momento estratégico: Implica producir un proceso interactivo entre la
búsqueda positiva por construir viabilidad política, económica y
organizacional al diseño normativo y la necesidad de ajustar o restringir
dicho diseño a lo que resulta viable;
4. Momento Táctico-operacional: Finalmente, a partir de haber razonado,
pensado y reflexionado sobre la realidad y las estrategias adecuadas para
garantizar la viabilidad, surge la necesidad de tomar decisiones, ejecutar y
evaluar la continuidad del plan.

Segunda parte

22
Los momentos de la planificación situacional
Los principales puntos de ruptura de la propuesta situacional para con la
planificación considerada tradicional o normativa: reduce el proceso de
planificación a un proceso formal, lineal y secuencial constituido por distintas
etapas, generalmente desvinculadas una de otras y hasta con referentes o actores
sociales distintos. Frente a la idea de etapa de la planificación tradicional que
supone un proceso lineal y secuencial, la propuesta situacional plantea la
coexistencia de distintos momentos en el proceso planificador: momento
explicativo, normativo, estratégico y táctico-operacional.

Los cuatro momentos son fundamentales en el desarrollo de un proyecto social y


siempre se encuentran presente, aunque alguno de ellos va adquiriendo una
importancia decisiva en el proceso de planificación, por lo cual es posible
identificar en cada uno de ellos un conjunto de características, a saber:
1. No siguen una secuencia lineal establecida
2. Conforman una cadena continua sin comienzo ni fin definido;
3. Cada uno de ellos, cuando es dominante, contiene a todos los otros
momentos como apoyo a su cálculo;
4. Se repiten constantemente, pero con distinto contenido, propósito, fecha,
énfasis y contexto situacional
5. En una fecha concreta del proceso de planificación, los problemas y
oportunidades que enfrenta el plan se encuentran en distintos momentos
dominantes
6. Para cada momento existen herramientas metodológicas más pertinentes,
aunque ninguna herramienta es de uso exclusivo en un momento específico.
La planificación situacional reconoce que los procesos sociales son
dinámicos, conflictivos, en donde cada momento debe ser.Así el cálculo que
precede y preside la acción es un proceso continuo que no cesa nunca,
acompañando la realidad cambiante.

MOMENTO EXPLICATIVO: este momento consiste en la identificación y análisis de


los problemas sociales, a través de un proceso de reconstrucción analítica de la
realidad. En términos generales puede decirse que este momento consiste en la
identificación y análisis de las situaciones problemáticas que dan origen al
proyecto social.

Según la propuesta de Matus, el diagnóstico situacional debe permitir “identificar


las posibles determinaciones y relaciones causales que inciden en la producción de
los fenómenos sociales y en delimitar las posibilidades de acción”, para lo cual,
como resultado, debe proporcionar, tanto una visión orgánica y dinámica de los
procesos sociales y las determinaciones de estos, como una ubicación de los
espacios estratégicos para la acción (Pichardo Muñiz, 1993: 70) que Implica
desarrollar una explicación situacional. Se requiere explicar las causas de cada
problema y del conjunto de problemas que marcan la situación inicial, avanzando

23
en la identificación de las relaciones entre la feno y la genosituación. Superando la
descripción superficial e inmediata de los problemas sociales, la explicación
situacional implica además aceptar que nuestra explicación no es necesariamente
compartida por los otros sujetos que también existen en la realidad, siendo
necesario precisar, definir cual es la explicación de “los otros”, en tanto la misma
es parte de la realidad. Resulta imprescindible reconocer que el concepto de
situación hace explícito al interlocutor o a los interlocutores, por lo que explicar la
realidad lleva a considerar el papel de los mismos y penetrar en sus explicaciones.
De este modo, la diferencia sustancial entre el diagnóstico tradicional, que es
pensado como un monólogo de alguien que lo escribe en su propia visión, la
explicación situacional es un diálogo, entre el actor y los actores, cuyo relato es
recuperado por uno de los actores, en tanto sujeto cohabitante de una realidad
conflictiva que admite otros relatos.

Algunos elementos para comprender las situaciones problemáticas en relación a:


1. Las determinaciones socio-históricas de las situaciones problemáticas
La definición analítica adoptada se sustenta en la incorporación de elementos que
permiten una explicación de las situaciones problemáticas que interpelan el
cotidiano de los sujetos superando aproximaciones fenoménicas que tienen a
individualizar y culpabilizar a quienes están afectados por tales problemáticas.
Recuperando la relación dialéctica entre feno y genosituación, se hace necesario
explicar aquellos elementos que nos permiten superar lo inmediato y superficial
que se nos presenta como demanda o necesidad al momento de iniciar un proyecto
social y, en consecuencia, articular cada una de las situaciones con procesos
sociales que exceden a los individuos pero que inevitablemente los involucran y
afectan generando las condiciones necesarias para que las situaciones
problemáticas se desarrollen. Para incorporar las distintas determinaciones que es
posible encontrar en las diferentes situaciones problemáticas que se abordan.
Fraser (1997), analiza las fuentes de la desigualdades de las sociedades
contemporáneas identifica dos tipos de injusticias: socio-económicas y socio-
culturales. Mientras que las primeras se encuentran arraigadas en la estructura
político-económica de la sociedad, implicando, por ejemplo, aspectos vinculados a
la explotación, la marginación económica, el trabajo mal remunerado y la privación
del uso de bienes materiales indispensables para la vida cotidiana, las segundas
encuentran su fundamento en patrones sociales de representación, interpretación
y comunicación, implicando aspectos como la dominación cultural, el no
reconocimiento y el irrespeto.

2. La tensión objetividad-subjetividad en las situaciones problemáticas


El proceso explicativo de las situaciones problemáticas tiene que permitirnos,
como afirmamos, identificar los determinantes sociales e históricos que las
producen. Ahora bien, este momento también nos tiene que permitir visualizar los
aspectos objetivos y subjetivos que convergen en las distintas situaciones
analizadas, donde la relación entre ambos no es lineal sino compleja y hasta

24
contradictoria. Sea que la situación problemática remita a tipos de injusticias
económicas o culturales, o un entrecruzamiento entre ambas, siempre es posible
identificar en cada una la coexistencia de aspectos objetivos y subjetivos. Con
aspectos objetivos hacemos referencia tanto a las condiciones físicas y materiales
como a distintas prácticas sociales, es decir, acciones que desarrollan las personas
involucradas en la situación problemática considerada. De esta manera, por
ejemplo, dentro de los aspectos objetivos de una situación problemática, podemos
ubicar cuestiones como el hacinamiento, la precariedad habitacional, la violencia,
en sus distintas expresiones, la discriminación, la desnutrición infantil, entre
otros. Por su parte, en el conjunto de aspectos subjetivos incluimos a aquellas
valoraciones, percepciones, visiones y significados que las personas involucras en
las situaciones problemáticas le atribuyen a los aspectos objetivos, es decir,
siguiendo con los ejemplos: cómo las personas vivencias y explican el
hacinamiento y la precariedad habitacional, donde ubican sus causas, cuales son
las explicaciones y visiones que las personas afectadas por distintas situaciones de
violencia han construido en torno a éstas, etc.

3. El papel de la teoría en la explicación de situaciones problemáticas


Abordar el papel de la teoría en la explicación de situaciones problemáticas en
particular y en la elaboración de proyectos sociales en general, remite a la compleja
relación entre la teoría y la práctica, en la elaboración de proyectos sociales es
fundamental la apropiación de la teoría como recurso explicativo de los procesos
sociales, y como elemento clave para descubrir las posibilidades de acción en el
proceso social (Iamamoto, 2000); procesos sociales que incluyen las visiones y
posturas de los actores sociales, que, como hemos intentado demostrar en los
distintos puntos aquí tratados, es necesario problematizar.

4. Orientaciones operativas
Se tiene en cuenta un conjunto de orientaciones operativas que permiten la
concreción del momento explicativo en la elaboración de proyectos sociales. Para
ello, proponemos trabajar sobre cinco ejes articulados:
a. La identificación de los actores sociales relevantes para el proyecto:
La perspectiva situacional adoptada obliga a una necesaria consideraciones de los
actores sociales involucrados en el escenario en donde se desarrollarán los
proyectos sociales. En términos generales, podemos afirmar que actores sociales
constituyen fuerzas sociales organizadas de acuerdo a intereses y objetivos
comunes. De este modo, es necesario romper con la linealidad que asimila a cada
persona con un actor social diferente, pues varias personas organizadas pueden
constituirse en un actor social particular. Lo que transforma a un sujeto, individual
o colectivo, en actor social es la capacidad de ejercer incidencia en determinada
situación o escenario. Dado que es fundamental una adecuada caracterización de
los actores sociales que participan en el escenario y que pueden tener algún tipo de
incidencia , sea positiva o negativa en el proyecto social, es necesario poder
analizar los intereses geno y fenosituacionales que éstos representan, como así

25
también los niveles de participación que ejercen en el cotidiano.Cuando hacemos
referencia a los intereses que persiguen los actores sociales, con el fin de superar
una aproximación fenoménica, se hace necesario poder identificar la ubicación de
los actores sociales en las estructuras generales de la sociedad, en tanto
expresiones objetivas de tales estructuras. Cabe señalar que en este momento
inicial interesa sólo la identificación y una primera caracterización de sus visiones,
posiciones y recursos, pues en la continuidad del trabajo se irá profundizando
sobre distintos aspectos de los actores sociales en relación a la particularidad de los
sucesivos momentos y componentes del proceso planificador.

b. Análisis de viabilidad y priorización de la situación problemática:


Para que un proyecto social sea viable se torna necesario seleccionar y priorizar
entre el conjunto de las distintas situaciones consideradas. Dicha priorización debe
poder realizarse teniendo en cuenta los aspectos objetivos y subjetivos que
particularizan cada situación como así también las posibilidades de acción del
equipo planificador, es decir, la viabilidad de poder intervenir, o no, en dichas
situaciones. En este punto es necesario afirmar que para Matus (1992) la viabilidad
puede ser analizada a partir de tres dimensiones concurrentes: política, económica
e institucional-organizativa. Mientras que la viabilidad política hace referencia a
la capacidad política que tiene el equipo planificador de llevar adelante el proyecto,
es decir si cuenta con la acumulación de poder necesaria para lograr que su
propuesta se pueda desarrollar, la viabilidad económica implica el análisis de la
disponibilidad de los recursos económicos y materiales que se constituyen en el
sustento de la estrategia planificada. Finalmente, la viabilidad institucional-
organizativa da cuenta de la consideración de la dinámica institucional y
organizativa en la cual se desempeña el equipo, con el fin de tener en cuenta como
su proyecto se inserta en los objetivos y políticas propuestos por la organización
empleadora. El análisis de la viabilidad en la elaboración de proyectos sociales, en
sus distintas dimensiones, se realiza permanentemente, desde este primer
momento hasta la culminación del proyecto, adquiriendo distintos niveles de
complejidad según los aspectos que se van considerando relevantes. En todo este
proceso, analizar la viabilidad no sólo supone identificar las restricciones y
posibilidades existentes, sino también considerar los espacios que permiten
construir o aumentar la viabilidad política, económica y organizativa que requiere
la estrategia propuesta. En síntesis, se puede afirmar que la viabilidad no está dada,
sino que es algo que se construye a partir de la acción estratégica del profesional.

c. Descripción de la situación problemática


Luego del análisis de viabilidad y la priorización de las distintas situaciones
problemáticas, el equipo planificador debe centrar la reflexión sobre la situación
problemática que será generadora del proyecto social. Importa en la continuidad
del proceso de planificación, poder conocer con la mayor rigurosidad posible las
particularidades de la situación considerada. Para ello, en primer lugar se hace

26
necesario poder identificar las expresiones que dicha situación problemática tiene
en el espacio en donde se desarrollará el proyecto. Por ello, en este submomento se
debe poder, en primer lugar, realizar una descripción con la mayor precisión
posible de la población afectada por la situación problemática y, en segundo lugar,
visibilizar cómo esta situación se está manifestando en el cotidiano de esta
población. Luego es necesario realizar una caracterización de las manifestaciones
de la situación seleccionada en el momento de iniciar el proyecto. Se trata de poder
construir la denominada línea base del proyecto social, la cual se encuentra
compuesta por un conjunto de indicadores que permitan explicitar las expresiones
de la situación problemática en ese momento y lugar particular. Los indicadores
que componen la línea base constituyen la evidencia empírica de la existencia y
magnitud de la situación problemática. La construcción de los indicadores al iniciar
un proyecto tiene una importancia fundamental, se puede decir que éstos revelan
cómo se comporta una variable en la realidad y permitirán posteriormente, a través
de constatar sus cambios, evaluar los resultados e impactos alcanzados por el
proyecto social. La construcción de los indicadores se relaciona al estudio de las
expresiones de la situación problemática, pues no es una cuestión meramente
técnica, pues la selección de una u otra variable tiene un fundamento teórico y
político en relación a cómo se piensa la realidad. Recuperando los aportes de los
autores arriba mencionados, puede decirse que una correcta construcción de
indicadores debe considerar si éstos son: pertinentes: si corresponden a la
situación problemática que se pretende abordar; sensibles: en tanto tienen la
capacidad de reflejar los cambios de la variable a través del tiempo; relevantes:
considerando si tienen utilidad para la toma de decisiones en el proceso
planificador; y accesibles: teniendo en cuenta las posibilidades de acceder a la
información y a los datos necesarios para evaluar sus transformaciones en el
tiempo.

d. La enunciación de la situación problemática


Luego de realizar la descripción de la situación problemática, lo cual nos permitió
identificar a las personas afectadas y los niveles de magnitud de tal situación, se
hace necesario enunciar la situación problemática articulando la totalidad de los
elementos que convergen y le dan particularidad en el escenario concreto en donde
se está trabajando. En la enunciación de una situación problemática es necesario
considerar que : a) está relacionada con actores; b) se debe formular en estado
negativo; c) implica aspectos reales y actuales; d) no debe confundirse con la falta
de solución de la situación problemática (p. e. Falta de escuelas); y e) siempre tiene
causas.

e. Identificación de los factores causales


Los submomentos anteriores permiten realizar una aproximación orientada a la
situación problemática que será el fundamento del proyecto social. A continuación,
se hace necesario poder identificar los determinantes socio-históricos que
convergen para que dicha situación problemática se desarrolle. Se trata de poder

27
recuperar los elementos anteriormente trabajados para poder desarrollar una
explicación situacional que considere los aspectos objetivos y subjetivos de la
génesis y desarrollo de la situación seleccionada. Explicar implica identificar los
factores causales, que de acuerdo a los planteos de Matus pueden ser geno o
fenosituacionales, es decir, es la articulación entre aspectos estructurales y
coyunturales lo que permite culminar el momento explicativo con una mayor
aproximación a la situación tal cual es. La identificación de los factores causales
nos debe permitir “ir más allá” de la situación problemática, trascender una
descripción superficial, de sus expresiones más inmediatas, para comprender cada
una de las causas que convergen para producirla. Consecuencia directa de estos
planteos es recuperar la historicidad y la idea de totalidad en la aproximación a las
situaciones problemáticas, interpelar la realidad e interpelarnos a partir de la
realidad analizada, con el fin de poder realizar una reconstrucción lo más fiel
posible de tal situación.La identificación de los factores causales nos tiene que
permitir partir de las expresiones identificadas en el escenario en donde se
desarrolla el proceso planificador y avanzar en la vinculación de tales expresiones
con los fundamentos de las injusticias que afectan a la población, sean económicas,
culturales o la articulación entre ambas. Para ello, operativamente se proponen
distintas estrategias que el equipo puede desarrollar: flujograma situacional, árbol
de problemas, etc.

Matriz de identificación de factores críticos


La propuesta de matriz de identificación de factores críticos tiene como objetivo
orientar el análisis del nivel de incidencia que cada uno de los factores explicativos
tiene con respecto a los otros. Para ello, la propuesta exige inicialmente poder
diferenciar los factores explicativos identificados en estructurales, indirectos y
directos.
- Factores Directos: aquellos que producen de forma inmediata y sin ninguna
mediación los distintos indicadores de lasituación problemática.
- Factores Indirectos: son aquellos que inciden a través de los factores
directos, mediando con los estructurales.
- Factores Estructurales: hacen referencia a las características de la sociedad
o sistema económico, social, político y cultural de la región en donde se
produce la situación problemática.
Posteriormente a esta diferenciación, se propone que el equipo planificador pueda
delimitar el ámbito de acción del proyecto, identificando los factores explicativos
sobre los cuales se puede intervenir directamente. Para ello, es necesario
considerar la viabilidad económica, organizativa y política con la que se cuenta
para abordar, o no, los factores explicativos considerados.
f. Síntesis del momento explicativo
Una vez realizado el procedimiento aproximativo a la explicación de la situación
problemática que se abordará en el proyecto, es necesario poder sintetizar toda la
información con el fin de avanzar en los momentos subsiguientes . Al respecto, se
hace necesario recordar que la totalidad de la propuesta aquí trabajada es

28
orientadora al debate y a la discusión, donde el intercambio entre los actores
sociales involucrados debe ser la base del enriquecimiento en las posiciones para
una toma de decisiones lo más acertada posible.

MOMENTO NORMATIVO: momento en el cual el equipo de trabajo define el deber


ser perseguido por el proyecto social. A diferencia de la planificación tradicional
este deber ser no es apriorístico, sino que surge del proceso de análisis de la
realidad y de las posibilidades reales de intervención, en tanto en el momento
anterior el análisis de viabilidad convergió permanentemente en la reflexión de los
diferentes submomentos. En este momento, el intercambio y el debate debe estar
orientado en definir la direccionalidad que se le quiere imprimir al cambio de la
situación problemática identificada, y se desenvuelve en el plano de la
argumentación, análisis y consistencia del “deber ser”. Allí una fuerza social
expresa su voluntad de alterar la realidad como “es” y “tiende a ser”, para
materializar como nuevas tendencias y realidades un “deber ser” que discrepa de
ellas” (Matus, 1992: 438). Esto supone el manejo de elementos operativos, la toma
de decisiones del equipo planificador, decisiones que deben sustentarse en una
posición teórico-analítica que articule aspectos políticos, económicos, sociales y
culturales. Una primera cuestión que debe considerarse en la definición de los
trazos generales del momento normativa está dada por las particularidades de la
situación problemática que se aborda en el proyecto, las cuales analíticamente
diferenciamos entre injusticias socio-económicas y socio-culturales. Sea que se
aborde uno u otro tipo de injusticia, los lineamientos programáticos que
direccionen la propuesta serán diferentes, pudiendo distinguir entre propuestas
redistributivas, sea que atiendan problemáticas índole socio-económicas, y de
reconocimiento, cuando abordan injusticias socio-culturales. Las injusticias se
entrecruzan y refuerzan mutuamente, por lo cual el desafío, tanto en el momento
explicativo como en el momento normativo, está en poder identificar cuál es el tipo
de injusticia que mayor preeminencia tiene en la determinación de la situación
problemática y de qué manera el otro tipo se articula para reforzarla.
Consecuentemente, se puede afirmar, toda propuesta normativa que se centre en
una política de redistribución deberá articular acciones de reconocimiento y
viceversa. En términos operativos, la concreción del momento normativo se
efectúa mediante la construcción y definición de dos submomentos
estrechamente vinculados: de la situación-objetivo, considerada como el
horizonte al que se pretende llegar en la realidad con la implementación del
proyecto, y de la propuesta direccional, constituido por los medios que el equipo de
trabajo considera adecuados para alcanzar la situación-objetivo definida
previamente.

La definición de la situación-objetivo: luego de haber identificado la situación


problemática, sus factores causales y expresiones concretas, en un momento y
espacio determinado, se hace necesario delinear el horizonte al que se pretende
arribar con la implementación del proyecto social. En términos generales puede

29
decirse, entonces, que la situación-objetivo es la situación que marca la
direccionalidad del proyecto social, la cual se expresa en los distintos objetivos
previstos.
Por ello, la definición de la situación-objetivo no debe asimilarse a la definición
de objetivos, a los cuales incluye y transciende, en tanto que tal situación se
encuentra constituida por la nueva realidad que se producirá a partir de la
alteración de los procesos sociales que generan la situación problemática. Por ello,
la S O. se formula a partir de la explicitación de la transformación deseada sobre la
situación problemática inicial, incluyendo modificaciones en las relaciones de los
actores sociales involucrados. En este proceso, los objetivos que convergerán y
aportarán a su alcance surgen a partir de la identificación de los procesos críticos
que se definieron en el momento explicativo.La S.O. surge de pensar un futuro
alternativo a la situación futura que existirá si no media intervención alguna. Como
consecuencia, el proyecto interrumpe la continuidad de la situación problemática,
procurando construir una realidad distinta a la explicada inicialmente.
Es necesario tener en cuenta que en la definición de la S.O. se hace necesario el
análisis de los actores sociales involucrados, directa e indirectamente, la situación
problemática que se pretende abordar, como así también de los grados de
viabilidad política, económica e institucional que dispone el equipo planificador en
relación a la situación futura trazada.
Matus (1992) plantea que en el diseño de la S.O. se hace necesario poder tener en
cuenta que la misma debe ser:
- Totalizante: La S.O. se diseña como totalidad situacional que el equipo de
trabajo imagina al término del horizonte de tiempo donde las
transformaciones en la situación problemática aparecen como una nueva
totalidad, no como variaciones o cambios marginales.
- Flexible: La S.O. no es algo estático definido de una vez y que perdura en el
desarrollo del proyecto, sino que se debe constituir en una referencia móvil,
pues debe poder acompañar el desarrollo cambiante de los procesos sociales
en los cuales se inscribe.
- Eficaz: porque debe responder no sólo a los problemas presentes, sino a
aquéllos que existirán en el tiempo futuro en que se ubica la S. objetivo.
- Coherente: porque el cumplimiento de un objetivo previsto en dicha
situación futura no debe imposibilitar el cumplimiento de otro. Para ello, es
necesario tener en cuenta que puede haber objetivos complementarios y
competitivos, donde los primeros implican que el cumplimiento de un
objetivo implica el cumplimiento de otro, y los segundos, implican que el
cumplimiento de un objetivo conlleva el sacrificio de otro.
- Posible: porque debe respetar las restricciones existentes, ubicándose
dentro del espacio de aceptación política de la fuerza social que decide sobre
el proyecto.
- Consensuada: la realización de un proyecto social supone la articulación de
intereses en la totalidad de su proceso, adquiriendo en la definición de la
situación-objetivo rasgos particulares

30
Se hace necesario consensuar una situación que incluya el interés de la mayor
cantidad posible de actores sociales. Por ello, puede decirse que un proyecto social
es también una estrategia de hegemonía, donde, sintéticamente podemos decir, se
produce la formación de la “voluntad colectiva”, en un marco donde múltiples
intereses son articulados. Esta perspectiva, sin negar la capacidad de dirección de
un sector social, presupone que se tengan en cuenta los intereses y las tendencias
de los grupos sobre los cuales se ejerce la hegemonía.
De este modo, los múltiples intereses aportan a la definición de la situación-
objetivo, que no es la sumatoria de cada uno de ellos, sino una construcción donde
se producen concesiones y conquistas de parte de cada uno de los actores.
En el marco de la definición de la situación-objetivo, se hace necesario que el
equipo planificador particularice tal horizonte en vectores que orientarán el logro
de los resultados, a los cuales llamamos objetivos. Los objetivos son los resultados
previstos o planeados que tienen las acciones sobre la situación problemática. Para
la perspectiva aquí adoptada, los objetivos siempre se refieren a cambios que se
pretenden producir en la situación problemática, y no a actividades que se quieren
desarrollar a lo largo del proyecto.
En el proceso de definición de objetivos es necesario distinguir entre objetivo
general y objetivos específicos, pues mientras que el primero corresponde a la
transformación de la situación problemática que da origen al proyecto social, los
segundos hacen referencia a estados que es necesario ir alcanzando para llegar al
objetivo general y se refieren a transformaciones en los procesos sociales que se
constituyen en causa de la situación que se pretende revertir, más particularmente,
a los procesos, nudos o factores críticos identificados en el momento anterior.
Posteriormente, en un nivel mayor de desagregación nos encontramos con la
definición de las metas, las cuales permiten precisar el alcance de los objetivos y
deben vincularse a los indicadores construidos en la línea base, con el fin de poder
evaluar posteriormente su cumplimiento o no. Las metas suponen una
cuantificación de los cambios esperados y la delimitación de un período de tiempo
para alcanzarlas. Las metas pueden ser de resultado, físicas o de cobertura.
- Metas de resultado: son aquellas que expresan cuantitativa y
cualitativamente los cambios esperados en relación con los objetivos
específicos del proyecto.
- Metas físicas: son la cantidad total de bienes y servicios (productos o
prestaciones) que se generarán en el proyecto en un período determinado.
- Metas de cobertura: es el porcentaje de población que se pretende
atender/que participe en relación con cada objetivo específico, en relación a
un período de tiempo particular o a todo el desarrollo del proyecto.
Los objetivos deben estar elaborados de manera que se evite la ambigüedad y la
confusión, siendo claros para la totalidad de los actores sociales. Así como la
enunciación de la situación problemática implicaba la articulación de un estado
negativo, el sujeto, individual o colectivo, involucrado y la ubicación geográfica o
institucional, estos elementos deben estar presentes en los objetivos, aunque,
obviamente modificando el estado negativo, en tanto un proyecto precisamente se

31
realiza para modificar tal situación. Generalmente los objetivos, sea general o
específicos, deben comenzar con un verbo en infinitivo que vinculado a los otros
elementos de cuenta de esta situación delineada por el equipo planificador.

a. El diseño de la propuesta direccional


Posterior a trazar la situación-objetivo, el equipo de trabajo debe poder diseñar
la propuesta direccional que considera adecuada para romper con el desarrollo
histórico de la situación problemática considerada y, de este modo, alcanzar los
resultados planteados.
La propuesta direccional se encuentra conformada por un conjunto de
operaciones y actividades que el equipo planificador considera adecuadas para
atender la situación problemática particular. Así la propuesta expresa la dirección
que el equipo quiere imprimirle al cambio de la situación presente.
Como propuesta de trabajo, presenta tres dimensiones articuladas: la definición
de las actividades y acciones, con aquellos elementos asociados, que se consideran
oportunas, el diseño de los ejes que se consideran en el proceso de seguimiento del
proyecto y de su evaluación final y la explicitación en un documento que permita la
socialización y comunicación en busca de adhesión a la propuesta.
Los ejes o componentes de trabajo se definen como el conjunto de actividades
que se desarrollan con la intencionalidad de alcanzar un objetivo específico.
Para la definición de tales actividades, siguiendo la propuesta situacional, el
equipo planificador debe considerar:
★ Enunciar los ejes o componentes de trabajo: Se trata de definir los ejes de
trabajo que materializarán el proyecto social, donde cada uno, como se dijo,
estará definido a partir de la direccionalidad de un objetivo específico. Se
trata, entonces, del conjunto de actividades y tareas que se coordinan para
alcanzar dicho objetivo. Para su enunciación se hace necesario transformar
el proceso, factor o nudo crítico en términos de propuesta general que
articulará a las distintas actividades. De este modo, por ejemplo, para la
situación problemática definida como precariedad habitacional en la
población del Barrio X de la ciudad de F, donde uno de los factores críticos
detectados era la irregularidad en la tenencia de las viviendas, la
enunciación posible del componente de trabajo podría ser: Regularización
en la tenencia de las viviendas.
★ Diseño de actividades: Delinear el conjunto de actividades que, orientadas
por un mismo objetivo específico, integrarán cada eje o componente de
trabajo.
★ Diseñar las tareas o acciones que se realizarán para alcanzar los efectos y
resultados previstos: las acciones o tareas son el nivel mínimo de
operatividad y se definen a partir de las necesidades que se establecen para
cada una de las actividades.
★ Definir al o los responsable/s directo/s, con el fin de precisar claramente a
los encargados de garantizar el desarrollo de las actividades;

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★ Establecer las metas de resultado, lo cual implica prever en dimensión y
alcance los resultados esperados en relación a los procesos críticos
considerados;
★ Explicitar los recursos necesarios para el desarrollo de las actividades: Los
recursos pueden ser humanos (personal de la organización o de la
comunidad cuya participación es necesaria para el desarrollo de las
actividades), materiales (aquellos bienes que se requieren para el
funcionamiento y puesta en marcha del proyecto social), prestaciones
(aquellos bienes y servicios que son entregados a la población afectada) y
financieros o económicos (los cuales hacen referencia al dinero que se prevé
necesario para el desarrollo de las actividades). También es oportuno incluir
un cálculo de imprevistos, para posibles erogaciones que puedan surgir en la
marcha de las actividades. La sumatoria de los valores que implican los
distintos recursos conforman el presupuesto del proyecto.
★ Establecer el cronograma de trabajo, es decir, el horizonte de tiempo en que
deben ejecutarse las actividades y se propone alcanzar los resultados. La
definición de los tiempos de las distintas actividades y su articulación de
acuerdo a la propuesta de trabajo se materializa en el cronograma de trabajo,
el cual es la representación gráfica de los tiempos de implementación de las
diferentes actividades y tareas previstas.De este modo, a cada objetivo
específico le corresponde la definición de un eje o componente de trabajo. A
su vez, estos deben estar conformados por la cantidad de actividades
necesarias que se consideren para alcanzar el objetivo considerado. Del
mismo modo, como unidad de intervención menor, para cada actividad se
hace necesario definir las acciones o tareas indicadas para su desarrollo. En
cuanto a la definición de los demás elementos, es decir: responsables
directos, recursos necesarios, tiempo de duración y resultados esperados,
éstos pueden desagregarse por cada actividad definida, o por cada una de las
acciones o tareas necesarias para que las actividades se desarrollen.
b. Diseño del seguimiento y evaluación del proyecto social
Uno de los cambios sustanciales de la planificación Situacional sobre la llamada
planificación tradicional o normativa es la consideración que se realiza en el
proceso planificador sobre la evaluación. Frente a una escasa ponderación sobre la
misma en la propuesta tradicional, los planteos alternativos abogan por una
revalorización de la evaluación durante todo el proceso. De este modo, se instala en
la agenda de la planificación social a la evaluación como un elemento fundamental
que debe trabajarse solidamente en la elaboración de planes, programas y
proyectos sociales.A diferencia, también, de la planificación tradicional, donde la
evaluación aparecía como una etapa que se desarrollaba antes de iniciar el proyecto
(evaluación ex-ante) y al finalizar el mismo (evaluación ex-post), y donde quien la
realizaba muchas veces era un agente externo al proyecto, la propuesta situacional
incorpora fuertemente la necesidad de una evaluación que se realiza durante la
ejecución del proyecto social, con el fin de ir considerando posibles modificaciones

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en su puesta en marcha. De este modo, en términos operativos, la evaluación es
entendida como un proceso permanente de análisis sobre los procesos y prácticas
que se desarrollan en los distintos momentos constitutivos de un proyecto social.
En términos generales, entonces, evaluación nos debe permitir reflexionar sobre:
★ la viabilidad económica, política y organizacional del proyecto social;
★ la necesidad de redefinir alguno de los elementos del proyecto a partir de
exigencias del contexto social, o escenario, en el que se inserta;
★ la posibilidad de fortalecer relaciones estratégicas con distintos actores
sociales con el fin de construir viabilidad, en cualquiera de sus dimensiones
al proyecto de trabajo;
★ el grado de cumplimiento de los objetivos y metas y los cambios en la
situación problemática, permitiendo saber los grados de aproximación o
distanciamiento con la situación objetivo definida previamente.
★ los alcances en torno a reducción de las injusticias socio-económicas o
socio-culturales que existen en nuestra sociedad.
Considerando que los aspectos centrales sobre la evaluación ex-ante han sido
incluidos en el momento explicativo, aquí nos interesa mencionar algunos puntos
para orientar la evaluación concurrente y de finalización de proyectos sociales. En
términos generales, la evaluación que se desarrolla en estos dos momentos se
orienta por los siguientes ejes:
1) El cumplimiento de las actividades previstas: Aquí se puede contrastar
información como actividades previstas sobre actividades realizadas;
2) El alcance de los objetivos definidos: Esta segunda posibilidad se centra en la
ponderación del logro parcial o final de los objetivos específicos y metas
delineados al definir la propuesta direccional. En este caso, se trata de una
evaluación de resultados que debe surgir de contrastar los indicadores que
dan cuenta de los factores, procesos o nudos críticos identificados al
momento de la evaluación en relación a los valoresque éstos tenían al
iniciarse el proyecto.
3) Los cambios ocurridos en la situación problemática: La consideración de los
cambios sucedidos en la situación problemática que dio origen al proyecto
social se denomina generalmente evaluación de impacto, y trata de conocer
las consecuencias, positivas o negativas, de la propuesta direccional sobre la
situación considerada.
4) Las posiciones de los actores sociales fundamentales: Esta última
posibilidad, más cualitativa, orienta a indagar las posiciones que los
distintos actores sociales relevantes tienen o tuvieron para con el proyecto
social. La definición de los lineamientos que materializarán la evaluación de
la propuesta direccional debe contemplar la articulación complementaria de
los cuatro ejes mencionados, procurando el mayor nivel de precisión
posible, tanto en los tiempos en que se deberían realizar la evaluación
(periodización de evaluación concurrente y/o al finalizar el proyecto), en los
indicadores que se tendrán en cuenta y las fuentes de información que se
consultarán, como en lo que respecta a las personas involucradas en las

34
distintas evaluaciones, sean los propios miembros del equipo planificador,
otros miembros de la organización en donde se desarrolla el proyecto u otros
actores fundamentales, entre los que se incluye, obviamente, a la población
afectada por la situación problemática.
c. Elaboración del Documento del Proyecto Social
Luego de tomar las decisiones que materializan la propuesta direccional, se hace
necesario poder socializarla a los actores sociales que se considere oportuno. Es el
momento de la elaboración del documento del proyecto social, en el cual se
explicitarán aquellos elementos que estratégicamente se consideran para la
comunicación a terceros. Elementos que se deben considerar para la presentación
de un proyecto social:
★ Portada: donde se incluye título del proyecto, equipo de trabajo y, en caso de
corresponder, institución a la que pertenecen.
★ Introducción: en la cual el equipo de trabajo realiza una presentación
general del proyecto, en la misma se debe incluir, sea en el mismo cuerpo o
con un apartado especial, información sobre los antecedentes del proyecto,
es decir el trabajo previo que se viene realizando con respecto a la situación
problemática que se aborda en el espacio donde se realizará la experiencia; la
justificación o fundamentación , en donde se sintetizan los argumentos que
se consideran oportunos para dejar sentada la posición sobre la necesidad de
implementar el proyecto social.
★ Situación Problemática: donde se plantea la enunciación de la situación
problemática, se desarrolla la explicación de los factores causales que se
consideran relevantes y se incluye la línea base con los indicadores
construidos para demostrar las manifestaciones de la situación
problemática al inicio del proyecto social.
★ Delimitación Social del proyecto: implica realizar una caracterización de la
población afectada por la situación problemática, un análisis de su realidad
social inmediata, y la descripción de la inserción geográfica o institucional.
★ Objetivos: diferenciando entre objetivo general, objetivos específicos y
metas del proyecto.
★ Ejes o componentes de trabajo: en los cuales se incluyen para cada caso las
actividades, tareas y acciones y los recursos necesarios.
★ Cronograma de trabajo: en donde se muestra gráficamente la distribución
temporal de las actividades y acciones que se desarrollarán para alcanzarlos
objetivos.
★ Seguimiento y evaluación: En este apartado se presentan los trazos
generales que se consideran adecuados para la evaluación concurrente y de
finalización del proyecto social.
★ Presupuesto: implica explicitar los costos previstos para la ejecución del
proyecto

MOMENTO ESTRATÉGICO:

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Posterior a la propuesta direccional que el equipo de trabajo realiza a partir del
análisis de la situación problemática que interpela el cotidiano de un sujeto,
individual o colectivo, surge la tarea de construir la viabilidad necesaria para que
dicha propuesta pueda implementarse. Anteriormente, mencionamos que para la
propuesta situacional la viabilidad debe ser considerada en proceso, como algo que
se construye permanentemente en el marco de las relaciones que el equipo
planificador tiene con el resto de los actores sociales involucrados. También
mencionamos que la viabilidad presenta tres dimensiones distintas, pero
articuladas: económica, política y organizacional. De este modo, superando el
análisis economicista de los procesos sociales, esta perspectiva incorpora otros
elementos que deben ponderarse en el proceso de toma de decisiones. A diferencia
del análisis de viabilidad inicial que se realizó en el proceso de priorización de la
situación problemática que se abordaría en el proyecto social, en este momento, el
análisis de viabilidad se torna más complejo, pues ahora se trata de elucidar la
capacidad económica, política y organizacional que el equipo planificador tiene de
desarrollar la propuesta direccional que se considera adecuada para atender una
situación problemática en un momento histórico particular. Se trata, como afirma
Matus (1992) de analizar la distancia entre el deber ser y el puede ser, y, a partir de
tal análisis, actuar estratégicamente en el marco de las relaciones con los actores
sociales involucrados. En la construcción de la propuesta direccional el equipo de
trabajo definió aquello que consideró necesario para resolver la situación
problemática, debiendo ahora preguntarse acerca de lo posible y luego,
comparando la distancia entre lo necesario y lo posible, crear las posibilidades para
aproximarse al primero. En este análisis, las tres dimensiones de la viabilidad ya
consideradas, se cruzan con el análisis sobre la capacidad política, económica y
organizacional que el equipo de trabajo tiene para:
1) tomar las decisiones inherentes al desarrollo de la propuesta,
2) poder operar en la puesta en práctica del proyecto; y
3) lograr que el proyecto permanezca desarrollándose en el tiempo previsto.
Cada uno de estos puntos implica un plano diferencial de la viabilidad,
correspondiendo, respectivamente: viabilidad de decisión, viabilidad operacional y
viabilidad de permanencia. La articulación de las dimensiones de la viabilidad,
económica, política y organizacional, con sus diferentes planos, de decisión,
operacional y de permanencia, permiten apreciar la complejidad que implica el
gobierno de una propuesta direccional en el marco de las relaciones que se entablan
con los distintos actores sociales.

36
MADRID – LA OBSERVACIÓN EN LA PRÁCTICA PROFESIONAL
DEL TRABAJO SOCIAL

MALLARDI – LA ENTREVISTA EN TRABAJO SOCIAL:


APROXIMACIONES A UN OBJETO POLILÓGICO

EJE TEMÁTICO 2
NETTO – COTIDIANO: CONOCIMIENTO Y CRÍTICA

MASSA – ESTRATEGIAS DE REPRODUCCIÓN SOCIAL Y VIDA


COTIDIANA: REFLEXIONES DESDE LA DIVISIÓN SOCIAL Y SEXO
GENÉRICA DEL TRABAJO

GIANNA Y MALLARDI – LAS SITUACIONES PROBLEMÁTICAS EN


LA INTERVENCIÓN PROFESIONAL: ELEMENTOS PARA SU
PROBLEMATIZACIÓN
LA APREHENSIÓN FENOMÉNICA DE LAS SITUACIONES PROBLEMÁTICAS:
IMPLICANCIAS PARA LA INTERVENCIÓN PROFESIONAL DEL TRABAJO SOCIAL
La intervención del trabajador social se inicia a partir de una determinada demanda
que se le presenta al profesional en la institución empleadora que lo contrata y que
requiere de su accionar profesional. Dicha demanda, en términos genéricos, alude a
situaciones problemáticas que inciden en la vida cotidiana de determinados sujetos
y grupos sociales que encuentran obstáculos en el proceso de reproducción de la
vida, tanto en sus aspectos objetivos como subjetivos. En apariencia las situaciones
problemáticas expresan apenas ciertos aspectos fenoménicos y es allí donde se
enfrenta el trabajador social, quien es el resultante del modo en como el Estado
aborda el tratamiento de los mismos. Así, el Estado actúa frente a la “cuestión
social” mediante un conjunto de modalidades de actuación que dan sentido a la
categoría de problemas sociales, o como aquí denominamos, situaciones
problemáticas. Se trata de poner en cuestión las concepciones inmediatistas y
fenoménicas de las situaciones problemáticas que los trabajadores sociales se
enfrentan cotidianamente en su quehacer profesional. Desde esta óptica la
“problematización de las situaciones problemáticas” supone un esfuerzo teórico,
ético y político por parte del profesional, dirigido a actuar y sostener una actitud
crítica frente a una doble procesualidad: en primer lugar, en el modo como el
Estado concibe y define los problemas sociales, en cuales son los criterios de
accesibilidad a los recursos y prestaciones vinculadas a las mismas y como éstas se
materializan en las instituciones y en las prácticas de los distintos miembros de la
misma. Es decir, el trabajador social debe reconstruir analíticamente el tratamiento

37
institucional de las situaciones problemáticas, de modo de posibilitar una mayor
flexibilidad en los criterios de accesibilidad y, mediante la alianza con otros
profesionales y la población usuaria, permitir la incorporación de otras
problemáticas sociales en las instituciones y la modalidad en que éstas son
definidas y concretizadas. En segundo lugar, el trabajo con la población usuaria
permite analizar los modos en que la misma explica las situaciones problemáticas,
habilitando al profesional el inicio de un proceso de cuestionamiento del cotidiano
y de sus expresiones alienantes, de modo de forjar junto a los sujetos otras
concepciones en torno a las problemáticas y las modalidades de resolución
concretas y colectivas de las mismas. Sin dudas, ello será posible en la medida que
los profesionales pongan en cuestionamiento su cotidiano profesional y superen
las expresiones fenoménicas de las problemáticas sociales.

PIMENTEL – CUESTIÓN SOCIAL: GÉNESIS HISTÓRICA,


FUNDAMENTOS ECONÓMICOS, SOCIALES Y POLÍTICOS

FEDERICI – LA CONSTRUCCIÓN DEL AMA DE CASA A TIEMPO


COMPLETO Y DEL TRABAJO DOMÉSTICO EN LA INGLATERRA
DE LOS SIGLOS XIX Y XX

ARRUZA Y BHATTACHARYA – TEORÍA DE LA REPRODUCCIÓN


SOCIAL. ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA UN FEMINISMO
MARXISTA

MASSA – LA DIMENSIÓN SOCIO-ESPACIAL DE LA "CUESTIÓN


SOCIAL"

Introducción
Es decir, “territorio” aparece y reaparece en el Trabajo Social, muchas veces sin
explicitación de su contenido, de su orientación teórico-política, o sus
aportaciones al desarrollo de los procesos de intervención; y eso hace que se
formalice como una categoría homogeneizadora, invisibilizando posturas,
soslayando diferencias y obturando la explicitación del eclecticismo.

Reflexionar acerca del territorio es relevante en tanto éste se nos presenta como
algo dado, que “está ahí”, de forma tan inmediata y cotidiana que no damos cuenta
de él (su génesis, su lógica, sus dimensiones, sus relaciones de fuerza, sus límites y
posibilidades para garantizar la reproducción de la vida de las personas); o que se
reduce a “caminar el barrio”, a fijar una mirada romantizada de los anclajes socio-
espaciales en los que se desarrolla – y que configuran– la vida cotidiana, o se
homologa a la implementación de las políticas sociales. Esto es, desde mi punto de

38
vista, asumir una perspectiva de totalidad con todo lo que ello implica. Y, por lo
tanto, se hace necesario explicitar los alcances de la categoría en los diferentes
planos analíticos que la componen, a fin de sintetizar que es una determinación
constitutiva de nuestra configuración societal y, debe ser tenida en cuenta al
reconstruir los elementos que constituyen/configuran/expresan la “cuestión
social”.

Tendencias sobre el territorio: una apretada síntesis sobre la no-neutralidad de la


categoría

Las categorías no son neutras ya que expresan opciones teórico- políticas. Así,
presentar -aunque de forma muy sintética- las diversas líneas analíticas sobre el
territorio, nos permite reflexionar acerca de las implicancias que éstas poseen en la
comprensión de los fundamentos y expresiones que configuran nuestra sociedad y
en su particularización en las lógicas que sostienen los procesos de intervención
profesional.

A grandes rasgos, podemos decir que existen tres grandes líneas de aproximación a
la categoría de territorio, cada una de las cuales configura un modo de acercarnos
al conocimiento de la realidad y, en consecuencia, brinda u obstaculiza modos de
ser/hacer intervenciones situadas, en tanto condensa o fragmenta los elementos
que las componen y, así, explicita o anula las mediaciones entre “cuestión social” y
vida cotidiana. Estas líneas analíticas son:
- El territorio como ámbito de intervención del Estado;
- El territorio como condición y expresión de la ley general de la sociabilidad
capitalista patriarcal;
- El territorio como esfera de acción de sujetxs colectivxs.

a) El territorio como ámbito de intervención del Estado:


Esta perspectiva se asienta en los lineamientos de la teoría social de la anomia y la
cohesión social (acuñados por Durkheim y Weber). Desde allí, se plantea que la
ciudad es un “laboratorio social” en el cual se pueden analizar tanto los problemas
de desorganización social como las tipologías sociales que surgen del crecimiento
de la ciudad con el fin de desarrollar reformas sociales que favorezcan, organicen y
se orienten al “progreso” . Las personas en esta tendencia son entendidas como
“citoyen” y/u “homo economicus” (expresiones del liberalismojurídico y
económico, respectivamente) y la finalidad del estudio y la intervención en
territorio es lograr la competencia equilibrio armonía. Las ciudades son un paisaje
fragmentado en sectores diferenciados, que surgen espontáneamente y pueden
explicarse por la “fuerza natural” (competencia) entre individuos y, a la vez, en su
igualdad formal en su dimensión de “ciudadanos”.

Esta perspectiva afirma que el territorio es el espacio de lo cotidiano, debido a que


las personas operan individualmente, y si lo hacen colectivamente es porque esto

39
es más beneficioso, porque les conviene. Aparece -aunque no de forma explícita-
una equiparación entre cotidianeidad e individualidad. Y así es que las afirmaciones
recuperan la pequeña escala, es decir una dimensión “micro” social (barrio/grupo
de barrios/una región) enmarcada por una coyuntura socio-política particular -lo
macrosocial- que opera como telón de fondo.

Como se busca la armonía, la intervención en el territorio es para organizar,


regular y ordenar las relaciones entre las personas, los grupos y el entramado
institucional, dado que aparecen conflictos que tensionan e, incluso, ponen en
jaque, la cohesión social.

A razón de esto, es central la intervención del Estado en los territorios locales y los
procesos de descentralización a fin de separar la vida social en esferas (el mercado,
por un lado, y “lo social”por el otro) y sub-esferas e intervenir en cada esfera, en
cada problema de cada territorio. Esto que se logra a partir de, por una parte,
subdividir el territorio en unidades pequeñas (por eso laescala de intervención es,
una persona en relación, como máximo, a su barrio). Por otra parte, el aumento de
la eficacia de las intervenciones se centra en vincular la falta de inclusión (en el
aspecto o la dimensión que fuere) con un plan, programa o proyecto y la vez de
promover la participación delas personas como requisito para acceder a los
recursos de esos planes, programas o proyectos.

En síntesis, se articulan respuestas frente a la conflictividad social, o frente a los


efectos negativos de la dinámica societal que se encuentran desprovistas de su
contenido económico, y se respaldan en categorías de alto contenido moral, que
enuncia la búsqueda del “bien común” a partir de la formalización de una igualdad
jurídica de la que se derivan líneas de acción que se efectivizan en las políticas
sociales. Es una tendencia que pone el eje en el “entramado institucional”, sean
organización de la sociedad civil, el Estado o las empresas.

b) El territorio como condición y expresión de la ley general de nuestra


sociabilidad.
Esta tendencia se centra en los aportes de la sociología y de la geografía urbana, de
cuño marxista y sus expresiones a nivel regional. Desde ella, existe una división
social, técnica, sexo-genérica pero también espacial del trabajo socialmente
necesario y por ende, los procesos de acumulación – desposesión se fundamentan
en la apropiación del espacio y, a la vez, se expresa en el acceso que se tiene a él.

Para esta tendencia, no hay manera de dar cuenta de los territorios singulares sino
se reconstruye la dinámica en la que se dan los procesos de urbanización en una
sociabilidad constitutivamente desigual, entendiendo que la desigualdad en su
totalización en clave explotación -opresión – dominación, adquiere una dimensión
espacial.

40
Así la tierra, medio de subsistencia por excelencia, es una mercancía de desigual
acceso (hábitat, equipamientos colectivos, acceso a la vivienda), esto es, los usos
del espacio concretizan la contradicción entre los procesos de reproducción de la
vida y de reproducción del capital.

El territorio produce, reproduce y expresa una forma particular en que ocurre la


división social, sexo-genérica y étnico racial del trabajo y con un ordenamiento de
las actividades cuya jerarquía está establecida por los lineamientos generales del
modo de producción en que vivimos, razón por la cual, las contradicciones que
estructuran la sociedad capitalista-patriarcal se cristalizan en la geografía
(Harvey, 2014). A partir de ello, la desigualdad espacial -repetimos, como aspecto
de la desigualdad estructural- va a configurarse en términos objetivos y subjetivos.
Es decir que así como se evidencian accesos/inaccesos diferenciales a las
posibilidades de producción, distribución y consumo de los bienes y servicios,
también lo será clave de determinada subjetividad. Esto no es sino otra forma que
decir que la subjetividad (entendida como una síntesis de las condiciones, las
determinaciones sociales, políticas, económicas, culturales en los que se produce la
socialización), tiene carácter de género-clase-étnico racial.

Esta perspectiva nos permite pensar el territorio como una categoría mediadora
entre “cuestión social” y vida cotidiana, para la cual, el rol del Estado, orientado a
“gestionar” la conflictividad social materializa en su intervención en un espacio de
disputa.

El principio en que se asienta esta perspectiva es el de contradicción-lucha de


clases expresada en las condiciones de producción del espacio, dado que toda
forma de explotación/opresión/dominación genera simultánea y
contradictoriamente, resistencia y rebeldía y por eso las personas son sujetos
materiales, con necesidades que se organizan segúnsus intereses y, en esa clave,
son sujetos políticos; por lo tanto el espacio es fundamento y expresión de la
desigualdad y rebeldía.

c) El territorio como esfera de acción de sujetxs colectivxs


Esta tendencia parte de la consideración de que las personas se organizan en
grupos – los cuales tienen un anclaje en las clases sociales fundamentales- a fin de
disputar el reconocimiento/atención de algún aspecto de la reproducción de la vida
– impedido por el modo de producción y reproducción societal-; frente a lo cual
convierten, por medio de la acción colectiva, las necesidades en reivindicaciones
(Topalov, 1979) colocadas en la agenda del Estado.

Esta acción colectiva, en América Latina, se configura por un conjunto de


dimensiones (clase, nación, anti-imperialismo, etc.) que toman forma en función
de las particularidades con que se expresa la relación entre momentos de
acumulación de intervenciones del Estado. Así en el marco de las transformaciones

41
societales contemporáneas (y la emergencia de nuevas expresiones de la “cuestión
social”), adquieren particular relevancia “los movimientos sociales” cuyas
reivindicaciones se asocian al acceso/uso del espacio, tanto por las acciones
necesarias para satisfacer necesidades como por las condiciones de
residencia/habitabilidad. Se desarrollan estrategias llamadas “de acción directa no
tradicionales” (Svampa, 2009) tales como cortes de ruta, toma de lugares de
trabajo, pañuelazos, etc., con el objeto de conseguir la interlocución con el Estado,
concretizando, estos sujetxs colectivxs la resistencia a la lógica de dominación en
alguno o varios aspectos de la reproducción social.

Estos sujetxs colectivos se caracterizan por su diversidad, heterogeneidad de


demandas y particularidades locales; lo cual hace extremadamente compleja la
articulación entre sí. A pesar de ello, transversalmente los configura la
territorialidad. Es decir, el territorio es espacio de desigualdad, pero también de
resistencia, lo cual reconvierte a nuevas formas de interacción. En ese marco, cabe
hacer mención a que las prácticas territoriales, aunque invisibilizadamente, han
sido tradicionalmente “femeninas”, y siguen siendo desarrolladas
mayoritariamente por mujeres e identidades femeneizadas; aspecto que será nodal
para pensar como, en muchísimas ocasiones, los procesos de intervención
profesional, las colocan como “co-responsables” de nuestras acciones de
intervención.

Pueden identificarse y reconstruirse analíticamente en clave de la fragmentación o


totalización de la realidad a partir de la cual se comprende a estos sujetxs
colectivos, sus demandas, sus relaciones de fuerza y su configuración socio-
territorial, por cuando es una exigencia ético-política desentrañar sus alcances.
Esto solo es posible a partir de reconstruir el movimiento de la realidad a partir de
sus categorías ontológicas.

La dimensión socio-espacial como aspecto constitutivo de la “cuestión social”


Esta lógica de cohesión invisibiliza la desigualdad estructural tanto en lo que
refiere a la explotación de clase, la opresión de género, a la dominación étnico
racial y a como estas se concretizan como totalidad en la dimensión socio-espacial.
Así, para disputar este sentido analítico en el cual no se trascienden las
manifestaciones fenoménicas de la realidad, es que es dable colocar la categoría de
territorio /dimensión socioespacial como mediación que nos permita comprender
cómo se desarrollan los procesos de producción y reproducción social, porque
entendemos que el espacio es una determinación de nuestra sociabilidad que
configura, que es fundamento y a la vez expresa otro conjunto de determinaciones
en el marcode la división social, sexogenérica y étnico-racial del trabajo.

En síntesis, la desigualdad se convierte en “geografía” Reiteramos, la categoría de


territorio es relevante porque es una categoría mediadora entre “cuestión social” y
vida cotidiana. Es en este marco que, a partir del entendimiento de que la “cuestión

42
social” como dice Netto (2003) “es un objeto ineludible para el Trabajo Social”, es
que se hace necesario reconstruirla en clave de sus fundamentos y sus expresiones
en las determinaciones de clase, género, etnia y espacio.Su elemento predominante
en la sociabilidad capitalista es la explotación de clase, fundamento esencial de la
forma en la que se organiza la dinámica de la reproducción social tanto en términos
individuales como colectivos, materiales como espirituales.

Es decir, esta forma de reproducción tiene una configuración que parte del
planteamiento de que los bienes necesarios para garantizar la reproducción de la
vida son mercancías; y por la mercantilización de todos los satisfactores a nuestras
necesidades es que aparece la exigencia qué tenemos las personas de vender (o
intentar hacerlo) nuestra fuerza de trabajo para obtener un salario, que es sólo una
porción de la riqueza socialmente producida; y que, además, y, por lo tanto, el
salario es expresión /contracara de la explotación.

Por otra parte, junto a la explotación de clase podemos identificar otras dos
determinaciones fundamentales de nuestra sociabilidad: la opresión de género que
se vincula a las formas en las cuales se organizan la división sexo-genética de las
actividades llamadas productivas y reproductivas en nuestra sociabilidad y la
dominación étnico-racial.

Respecto de la primera, a la escisión entre trabajo productivo y reproductivo le cabe


el hecho de que el primero produce valor, y el otro, al que denominamos trabajo
doméstico y de cuidados no remunerado, justamente, no lo generaría dado que se
asienta sobre la idea de “amor”, el “instinto” y/o “la responsabilidad” de mujeres
(esto dará lugar a las conceptualizaciones en torno a la “organización social del
cuidado”).

La segunda, tiene que ver con el proceso por el cual la configuración del
imperialismo genera procesos de desposesión, dominación y colonialismo,
sometiendo identidades culturales y los recursos materiales de los que disponen en
sus territorios, bajo la premisa del “progreso” o la “peligrosidad”. La lógica de la
acumulación por desposesión se ha visto aumentada en el marco de la
característica contemporánea de la circulación del capital: la globalización; que
sumerge a sectores de las clases subalternas a la desposesión de los medios de
subsistencia, de producción y recursos naturales en todos los rincones de nuestro
sistema-mundo.

El uso/acceso al espacio va a estar configurado por el lugar que las personas


ocupamos en la división social y sexo-genérica del trabajo. Es decir, que hay un
proceso de reconfiguración espacial qué va a expresar los límites y las posibilidades
que tiene la reproducción social de las personas en contradicción con la
reproducción del capital.

43
Ahora bien, la expansión del capital en el espacio genera una valorización y
cualificación de ese espacio, constituyendo aspectos propios de la objetividad social
(costo de la tierra, infraestructura, accesibilidad, habitabilidad, etc.); pero también
configura un conjunto de significaciones respecto de ese espacio para diversos
grupos sociales según su pertenencia de clase-género-etnia.

El espacio es para el capital un conjunto de mercancías, objeto de ganancias y, a la


vez, como decíamos en el párrafo anterior, es un valor de uso que permite acceder a
otros valores de uso.Gran parte del conjunto de estas “mercancías espaciales” son
producidas por el capital (particularmente las múltiples aristas del mercado
inmobiliario) pero, a la vez, configura y es configurado por los modos de resolver la
reproducción individual y social, material y espiritual de las personas, por lo tanto,
el territorio no se reduce a producto de la naturaleza, sino que expresa el
antagonismo de clases a escala socio-espacial.

Entonces, es posible, en clave de totalidad, identificar un plano universal del


territorio, vinculado al proceso mismo de urbanización capitalista y, por lo tanto,
al proceso por el cual el espacio se constituye en catalizador de la acumulación de
capital; cristalizando la segregación de amplios sectores de la población del acceso
a la ciudad. Esto se da por un doble proceso de cualificación/ valorización del
territorio.

La urbanización capitalista, implica la articulación de tres elementos


indispensables en el espacio: las infraestructuras físicas, necesarias a la producción
y el transporte de mercancías; la mano de obra, que se reproduce en base a
equipamientos colectivos de consumo dispersos en el espacio (que son provistos
por el Estado, o por negociaciones del Estado con el sector capitalista, como formas
de atención de las manifestaciones de la “cuestión social”); y un conjunto de
empresas capitalistas privadas.

De esta forma, el espacio urbano absorbe el excedente de capital para generar más
plusvalor, y que a medida que se otorga más cualidades (acceso, servicios,
equipamientos, etc.) al territorio, más se lo valoriza (es decir, más valor tiene), y a
su vez, cuando más valor posee, más de lo cualifica. Este proceso implica una
transformación urbana caracterizada por “una ´destrucción creativa´, que casi
siempre tiene una dimensión de clase, ya que suelen ser los más pobres y menos
privilegiados, los marginados del poder político, los que más sufren estos procesos.
Para hacer surgir la nueva geografía urbana del derrumbe de la antigua se requiere
siempre violencia” (Harvey: 2012: 37).

Ello se va expresar como diferenciación socio-espacial, es decir se van a


particularizar las formas de inacceso al espacio urbano con las cuales la clase que
vive y necesita vivir del trabajo se encontrará, y que en estos tiempos y de manera
formal, en el plano normativo-jurídico se conoce como “derecho al acceso a la

44
ciudad”. En esa dimensión analítica, no solo se evidencian las manifestaciones de
la “cuestión social” a escala espacial, sino también las estrategias de resistencia de
las personas y los modos de intervención del Estado. Es decir, el territorio como
ámbito de disputa se encuadra en un “para que” que, en principio, se define por las
prácticas relacionadas al intento de satisfacer necesidades en un contexto desigual.
Por ello, las tensiones que aparecen en la vida cotidiana para garantizar la
reproducción individual y social tienen una dimensión espacial, en tanto se
realizan en, y en referencia a, un territorio. Un análisis territorializado de las
personas y las acciones que realizan permite identificar un proceso de interacción
con actores múltiples, que construyen relaciones cambiantes (situacionales) de
conflicto y cooperación.

Es por eso, que al hablar de territorio nos encontramos con que los procesos de
urbanización generan desigualdades y resistencias de los grupos sociales que
orientan su acción a la búsqueda de satisfacción de necesidades y, en ese proceso
involucran tanto las instituciones estatales como las organizaciones sociales que se
inscriben en el territorio.

Con ello, llegamos a la posibilidad de reconstruir el plano cotidiano del territorio,


que se llama territorio de la cotidianeidad, y se vincula a los trayectos, a las
estrategias de reproducción que realizamos las personas para satisfacer
necesidades, y van a estar configuradas por las expresiones y los fundamentos de la
acumulación capitalista en el espacio.

En este plano es que podemos reconstruir la vida cotidiana de las personas usuarias
de los servicios donde trabajamos, y las nuestras en el marco del cotidiano
profesional, considerando que este es un proceso que se ancla en el territorio y que
es configurado por él; que permite trascender “la institución” en la que nos
desempeñamos, “el caso” que atendemos, y en esa clave analítica, empezamos a
identificar que hay sujetos individuales y colectivos, que hay múltiples servicios
sociales, actores y relaciones de fuerza que se sintetizan en nuestros procesos de
intervención.

Una aproximación a las intervenciones socio-espaciales del Estado


Su relevancia radica en, al menos, un doble sentido, por un lado, porque contribuye
a la superación de los procesos de fragmentación en el abordaje de los obstáculos a
la reproducción social de los sujetos, propios de la sectorización tanto de las
políticas públicas como de los “campos de intervención” y, por otro, favorece la
superación de los procesos de homogeneización de “casos”, que desconocen las
singularidades en que aquellos se desarrollan. Las estrategias de reproducción
llevadas a cabo por los sujetos serán diferentes de acuerdo al tiempo y al espacio en
el cual se efectúen pero compartirán la siguiente similitud: son concretadas con el
fin de obtener satisfactores (bienes de uso), mediante el salario, los recursos de las

45
políticas sociales, y/o las acciones conocidas como trabajo doméstico y de cuidado
no remunerado.
Ahora bien, en términos de la división socio-sexual del trabajo, somos las mujeres
e identidades genéricas no hegemónicas las más explotadas, cuyas expresiones se
sintetizan en que tenemos más posibilidades de ser cesanteadas, ganamos menos
salario que un hombre a igual tarea, debido al “piso pegajoso” y “techo de cristal”,
el incumplimiento del cupo laboral trans y, porque, independientemente de
nuestra inserción en el mercado laboral, somos quienes desarrollamos
mayoritariamente las acciones domésticas y de cuidados a escala familiar, geo-
espacial y de gestión de recursos/cumplimiento de condicionalidades de las
políticas sociales.

Y esto se hace explícito en un aquí-ahora que la dimensión territorial nos permite


reconstruir para proyectar acciones de intervención a partir de ello, esto es
situadas. Es decir, en el plano cotidiano del territorio se expresa la realidad social,
mostrándola y ocultándola al mismo tiempo. En él se manifiestan las
contradicciones de la sociabilidad capitalista patriarcal, en el conjunto de
complejos sociales que en la trama económica-socio-cultural-jurídica lingüística
lo sostiene, por cuando se disputan en el espacio diversas formas de habitar,
acceder, producir y reproducir los valores de uso para la satisfacción de
necesidades y, en ese-y por ese mismo tránsito, se produce y reproduce la ciudad.
Esto es, el territorio es el espacio en se desarrolla la vida, y, por tanto, conocer sus
determinaciones estructurales como sus expresiones coyunturales nos permite
reconstruir analíticamente las características que adquiere la vida cotidiana de las
personas usuarias de los servicios donde trabajamos, es decir, situar los
“problemas” que atraviesan esas personas y, a la vez, nos otorga los elementos
para pensar y desarrollar una intervención situada. No hay expresión de la
“cuestión social” ni abordaje que el Estado haga de ella que no sea resultado de
luchas sociales frente a condiciones indignas de vida, trabajo y/o acceso a la ciudad,
y, a la vez, no hay ni expresión ni abordaje de ésta que no sea socio-territorial. Este
abordaje a “escala espacial” tiene como finalidad “neutralizar”, “armonizar”,
“ordenar” las relaciones sociales a partir de fragmentar las intervenciones del
Estado atendiendo territorializadamente los “problemas sociales” con la intención
de hacer desaparecer “la cuestión social”, y de mantener una visión de mundo
concordante con la lógica dominante de nuestra organización societal (por
ejemplo, que tales territorios son “peligrosos”; o que el Estado es “garante de
derechos”).

Transitar, en el marco de los procesos de intervención, un proceso de


reconstrucción analítica de la realidad que permita dar cuenta de las
determinaciones de la vida cotidiana en términos de las mutuas implicaciones
entre explotación de clase, opresión de género, dominación ético-racial y
segregación socio-espacial y como el Estado interviene en sus manifestaciones
hace posible hacer explícito que las intervenciones del Estado guardan una triple

46
orientación: se orientan a la clase que vive-necesita vivir del trabajo, con un fuerte
sesgo de colocar responsabilidades de cuidado en las mujeres e identidades
feminizadas y desplegando intervenciones o fortaleciendo en aquellos anclajes
socioespaciales caracterizados por una “condensación de desigualdades”.
Tengamos en cuenta que dentro de los sectores más pobres de la clase que vive
necesita vivir del trabajo, las más pobres son las mujeres/identidades feminizadas
(tasa más alta de desempleo, o más tasa de trabajo informal y peor remunerados),
que, además, residen en territorios con menos provisiones de equipamientos y
servicios públicos (ausencia o escasa red de alumbrado público, calles de barro y
rotas, sin zanjeo, con acumulación de agua, nulo o escaso recorrido de transporte
público, las escuelas se consideran totalmente periféricas y de mala calidad, no hay
centros de salud o son los más desabastecidos, hay concentración de situaciones de
violencia barrial y/o policial, etc.). Es decir, hay una condensación de desigualdad
de clave de pobreza, género y
uso/acceso/distribución del territorio.

Por otra parte, si las dimensiones de la “cuestión social” incluye la intervención del
Estado, al intervenir sobre sus manifestaciones de forma fragmentada, con una
perspectiva de clase y también con una perspectiva patriarcal, como expresábamos
antes, también lo hace con una perspectiva de segregación socio-espacial en la cual
se evidencian dispositivos estatales en una doble lógica: por una parte, con
servicios sociales, planes, programas y proyectos, donde la cara del Estado son un
puñado de trabajadores muchas veces sin recursos, sin infraestructura donde
desarrollar su trabajo y, por la otro con la militarización de determinados
territorios. Para decirlo claramente, el Estado, con la finalidad de garantizar las
condiciones de acumulación y de minimizar la conflictividad social lo que hace es
territorializar sus intervenciones sea con la provisión de recursos (humanos,
materiales, institucionales) o con la militarización.

Es decir, cuando expresamos, de acuerdo a los planteos de Netto (2002) y Pimentel


(2016) que el Estado interviene sobre las expresiones de la “cuestión social” como
si fueran causas, no solamente esos “efectos” se concretizan en una configuración
socio espacial determinada, también lo hace la intervención estatal. Esto significa
que los “desdoblamientos sociopolíticos” (Netto, 2002) de la “cuestión social”,
por los cuales aparece la idea de “lo social” como algo difuso pero diferenciado de
las esferas económica y política, se territorializan, se concretizan en el espacio. Es
importante identificar que, independientemente de la expresión de la desigualdad,
del aspecto refractario que aborde, el Estado siempre organiza sus intervenciones
en clave socio-territorial, configura estas intervenciones en función de las
particularidades que adquiere la combinación emplazamiento territorial/
desigualdad/relaciones de fuerza. La espacialización de la intervención del Estado
es una característica que se concretiza en todas sus intervenciones.

Reflexiones preliminares: Hacia una perspectiva territorial de las intervenciones

47
profesionales
La posibilidad de, en clave de totalidad, reconstruir la configuración socio-espacial
de la “cuestión social” tanto respecto de sus fundamentos socio-históricos como
de sus manifestaciones contemporáneas, nos permite establecer y desarrollar un
conocimiento situado que hace posible colocar finalidades “situadas” a nuestra
intervención es decir, nos permite explicitar una finalidad y los medios para
lograrla a partir de la reconstrucción analítica de las condiciones en las que se
desarrolla el proceso de intervención, con sus límites y posibilidades. Entonces,
reconstruir a partir del “sobre qué” (es decir, de las situaciones problemáticas) de
la intervención, implica dar cuenta de cómo la “cuestión social” en términos de las
desigualdades de clase, de género y territoriales se particularizan en la vida
cotidiana de las personas que transitan los servicios sociales donde trabajamos.
Nos permite avanzar en poder dar cuenta en términos fenoménicos y estructurales
de las formas en que las desigualdades se profundizan y se imbrican mutuamente.
En resumen, la espacialización del abordaje fragmentado de la “cuestión social” se
concretiza en una parcialización de las intervenciones de los servicios sociales y,
por ende, de les profesionales que intervienen en ella. Se plantea una intervención
territorial sobre las pobrezas, las mujeres, las niñeces, etc., desarticulando la
situación, de la población, de la conjunción de expresiones de la “cuestión social”
y, por supuesto, de sus fundamentos. Es la posibilidad de avanzar en la
reconstrucción analítica de la realidad superando la lógica de la fragmentación y,
concretar, a su vez, intervenciones territorializadas en el sentido desarrollado en
estas páginas, el puntapié inicial para desarrollar procesos de intervención
situados. Esta clave situacional se configura tanto por la comprensión de la
situación problemática inscripta en un procesos de totalización de la realidad como
por la unicidad entre el establecimiento de finalidades-alternativas para lograrlas-
su concreción en un tiempo-espacio determinado que oculta a la vez que evidencia
la realidad social.

EJE TEMÁTICO 3
PASTORINI – LOS FUNDAMENTOS DEL MODO DE PRODUCCIÓN
CAPITALISTA COMO CLAVE PARA ANALIZAR LAS POLÍTICAS
SOCIALES

IAMAMOTO – SERVICIO SOCIAL Y DIVISIÓN DEL TRABAJO: CAP


2. APARTADO 3. ÍTEMS 3.2. Y 3.3

48
EJE TEMÁTICO 4
ANTUNES – EL TRABAJO Y LOS SENTIDOS

LÓPEZ – TRANSFORMACIONES SOCIETALES Y


RECONFIGURACIÓN DE LOS ESPACIOS SOCIO-OCUPACIONALES
(p. 10 a 21)

ARRUZA, BHATTACHARYA Y FRASER – FEMINISMO PARA EL


99%

GIANNA Y MASSA – EL ENFOQUE DE DERECHOS COMO


TENDENCIA CONTEMPORÁNEA DE LA DUALIDAD ENTRE
IGUALDAD POLÍTICA Y DESIGUALDAD MATERIAL

FRASER – EL CAPITAL Y LOS CUIDADOS

EJE TEMÁTICO 5
MALLARDI – LA ELABORACIÓN DE PROYECTOS SOCIALES
DESDE UNA PERSPECTIVA SITUACIONAL (p. 36 a 65)
Primera Parte: Ejes fundamentales de la Planificación Situacional

1.1. El proceso de elaboración de proyectos sociales


En el presente apartado se pretende sintetizar los distintos elementos que
convergen en el proceso de elaboración de proyectos sociales. Dada la complejidad
de dicho proceso se analizan las características generales que materializan una
perspectiva estratégica o situacional. Para despejar dudas desde el inicio, se hace
necesario explicitar aqué nos referimos cuando hablamos de proyecto social,
identificandolos aspectos que los diferencian de los programas y planes sociales.
a) en primer lugar el proyecto es concebido como ‘unidad elemental de acción’
y como ‘unidad de sentido’;
b) en segundo lugar se lo considera como instancia ‘racional’ y
‘racionalizadora’ de decisiones o procesos; y
c) en tercer lugar, aunque no siempre, como momento instrumental de
objetivos más globales tales como el desarrollo social y/o la planificación
social”
Esto orientan el proceso de elaboración de proyectos sociales a una lógica que
supere la unidireccionalidad y normatividad propia de la planificación tradicional,
considerando, en cambio, la coexistencia de múltiples actores y procesos
sociopolíticos que convergen en dicho proceso y donde la contradicción y el

49
conflicto aparecen como elementos fundamentales de la realidad en la cual se
insertan los proyectos sociales.
Consecuentemente, se consideran válidos los aportes de Robirosa(1990), cuando
sintetizando sus visiones acerca del significado de un proyecto social, argumenta
que el mismo es simultáneamente cada uno de los siguientes puntos:
- un escenario en el que interactúan diferentes actores sociales;
- una unidad de planificación social con coherencia interna y externa que se
inserta en procesos preexistentes de la realidad;
- un espacio de intercambio de información, de alianzas y resistencias;
- un ámbito para el aprendizaje social de todos los actores; y
- un proceso de elaboración de diagnósticos y estrategias de acción y de
aplicación, monitoreo y ajuste de dichas estrategias y de ejecución de lo
elaborado.
Proyecto social, programa y plan social: Lejos de tratarse de sinónimos, la
principal diferencia se encuentra en los niveles operativos que cada uno implica,
en tanto que las lógicas y procesos constitutivos tienen los mismos ejes
fundamentales:
- El plan debe ser el marco general que contenga las directrices que deben
seguirse en la formulación de los programas.
- Los programas deben ocuparse de atender problemas específicos.
- Los proyectos, como el eslabón final del proceso de Planificación, deben
orientarse a la obtención de un producto final que garantice el logro de los
objetivos propuestos en las políticas”. La elaboración de un proyecto social
no exige la presencia de un programa social, pues si bien el proyecto es por
definición un nivel de instrumentalización de objetivos más generales,
también puede tener origen en procesos sociales que demande
laintervención puntual en un escenario particular. Se trata de un mismo
nivel operativo, pero sin los lineamientos y racionalidades de los programas
y planes que le otorguen sustento y direccionalidad.

En términos generales, Matus considera que la planificación situacional es el


cálculo que precede y preside la acción. Evitando posturas rígidas, normativas y
estáticas, el autor considera que planificar es sólo trazar un camino, definir los
hitos principales, pero no implica ni puede implicar un cálculo previo de la
totalidad y particularidad situacional. Una dosis subordinada de improvisación, de
espontaneidad y de cálculo del momento conforma necesariamente la conducción
práctica de una estrategia” por lo que aquello que “se planifica es aquella parte
capaz de arrastrar al todo en la dirección y por el cause previsto. La parte de
improvisación, de espontaneidad y de cálculo inmediatista, no es una desviación
del plan, es un complemento indispensable y natural de su ejecución práctica
(Matus, 1980: 353).
Esta perspectiva analítica sobre la planificación permite recuperar el carácter
socio-histórico de la praxis humana y la capacidad creadora del hombre frente a
la naturaleza y la sociedad. No hay futuro predefinido, sino que éste es producto

50
del accionar de los hombres en él involucrado. Por ello Matus afirma que la
planificación “se inserta dentro de las conquistas de libertad más grandes que
puede perseguir el hombre. Porque planificar no es otra cosa que el intento del
hombre por crear su futuro y no ser arrastrado por los hechos” (Matus, 1985: 13).
Efectivamente, la planificación nos invita a suspendernos momentáneamente de
las demandas y exigencias cotidianas, del aquí y ahora que nos interpela y nos
aprisiona quitando del horizonte mediato toda posibilidad de imaginar algo
distinto, alternativo. Como contrapartida, planificar, entonces, es analizar el
proceso social que nos ocupa en su dimensión histórica, comprendiendo los
determinantes del pasado que provocaron el presente y previendo distintos
futuros, principalmente aquel al que se llegaría sin ninguna intervención de
nuestra parte que tienda a modificarlo y aquel que definimos como horizonte de
nuestra intervención, es decir, aquel futuro al que aspiramos interviniendo sobre
la realidad con nuestro proyecto social. Por ello para el autor, la necesidad de la
planificación descansa en la exigencia de prever posibilidades para definir acciones
y, por lo tanto, ser oportunos y eficaces con la acción. Como consecuencia, la
planificación nos debe permitir la reacción veloz y planificada ante las sorpresas y
modificaciones de la realidad en la cual se está interviniendo. De este modo, uno de
los principales avances teóricos de Matus consiste en considerar al plan como el
producto momentáneo del proceso por el cual un actor selecciona una cadena de
accionespara alcanzar sus objetivos. El plan no se cumple si la praxis contradice el
plan o su grado de intersección con él niega el cálculo previo. Por ello, los objetivos
del plan no constituyen productos acabados, sino parte de un proceso que sólo llega
a su término cuando, tras sufrir los cambios exigidos por el proceso práctico, es ya
un producto real, donde la relación del plan con la praxis no implica solamente la
sujeción de la praxis al plan, sino igualmente la posibilidad de realizar cambios en
el plan ante los requerimientos de la praxis (Matus, 1980).

La categoría situación
La denominación a la propuesta de Carlos Matus como planificación situacional
deviene de la impronta que el autor le otorga al análisis d elas situaciones sociales.
Para ello, el inicia su propuesta planteando analíticamente las implicancias de la
categoría situación, considerando sus determinaciones y elementos constitutivos.
En términos generales, puede decirse que la categoría situación permite una
aproximación a la realidad considerando los elementos objetivos y subjetivos que
la componen, como así también las distintas fuerzas sociales coexistentes. En
palabras del autor, se define a la situación a partir de la identificación de un actor
y su acción, donde acción y situación conforman un sistema complejo con el
actor. La realidad adquiere el carácter de situación en relaciónal actor y a la acción
de éste. Por eso, una misma realidad es al mismo tiempo muchas situaciones,
dependiendo ello de cómo está situado el actor y cuál es su acción (Matus, 1980:
55). La relación de cada actor frente a una realidad determinada es lo que
determina la situación, por lo tanto las particularidades de cada situación estarán

51
definidas por los intereses, las visiones y las acciones que cada uno de los actores
realicen.
Ahora bien, esta postura no debe llevar a pensar que existe una escisión entre los
procesos sociales generales y las prácticas que los actores sociales realizan en la
realidad, pues según la propuesta de Matus, en cada realidad hecha situación, es
posible identificar la coexistencia de aspectos estructurales y coyunturales.
Elementos estructurales que se expresan en la coyuntura y que son modificados,
dentro de posibilidades históricas concretas, por ella. De este modo, en toda
situación, el autor identifica un componente estructural, estructura o sistema de
estructuras al que denomina genosituación, y, en relación dialéctica, la
fenosituación, pensada como el contorno fenoménico específico que cubre o
envuelve a la estructura. Esta última contiene lo diverso, lo específico, lo
particular, tratándose de la apariencia, la realidad visible,
inestructurada,inentendible, sino en relación directa con la genosituación y las
leyesque la caracterizan. Otra característica atribuida por el autor a lafenosituación
es que la misma presenta creatividad propia,heterogeneidad y existencia veloz.

Analizando la relación dialéctica entre la genosituación y la fenosituación


sostiene que la primera se encuentra envuelta en la segunda, por lo cual su
percepción no es directa, sino a través de la fenosituación, constituyéndose la
situación en síntesis dialéctica entre ambas. De este modo, la realidad, si bien
existe aún sin explicar, al ser definida por un actor se convierte en situación.

Recuperando el carácter político de las situaciones, en tanto los individuos,


pueden participar en más de un grupo social, canalizando influencias, poder y
recursos en el ámbito de los proyectos sociales concretos, adquiere importancia
hacer referencia brevemente a las fuerzas sociales, las cuales con capacidad y
voluntad de acción para ser actores relevante en la producción de hechos sociales,
son identificadas en las distintas situaciones y en el escenario que actúa como
genosituación a las clases sociales, en tanto grupos sociales antagónicamente
situados a partir de su ubicación en el modo de producción.

Por otro lado, los conceptos de grupo o agrupamiento social tratan de elementos
fenosituacionales por los cuales se expresan las ideas de un conjunto social de
individuos con intereses fenosituacionales comunes. Por estas razones, estas
segundas fuerzas sociales tienen una entidad más inestable en su composición y
límites que la clase social, y que por ser su aglutinamiento y cohesión derivado de
relaciones puramente fenosituacionales, es mucho más variable.

Analizando los procesos dinámicos que caracterizan a las situaciones, Matus


plantea que las estructuras pueden ser transformadas o modificadas, en donde la
primera hace referencia al cambio de las estructuras, mientras que la segunda a un
cambio en las mismas, no alterando lo esencial de las mismas: su organización y el
ejercicio de la función

52
dominante. Sin embargo, es en la genosituación donde se encuentra la posibilidad
de la transformación a través de las contradicciones en el interior y entre las
estructuras que la componen. De este modo encontramos en la genosituación la
posibilidad de que se desarrollen contradicciones, mientras que en la
fenosituación, con la presencia de los distintos grupos sociales es posible que se
gesten y se desarrollen conflictos.

Los puntos de ruptura con la planificación tradicional:


1. El sujeto es diferenciable del objeto: El “sujeto” que planifica, generalmente
identificado con el Estado, es independiente y ajeno al “objeto” (realidad)
planificado, y se considera linealmente que el primero tiene la capacidad de
controlar al segundo.
2. Se trata de una planificación tecnocrática: Esta propuesta sostiene que son
los técnicos, considerados como únicos sujetos que planifican, quienes
saben las prioridades sociales, las necesidades de la población y las acciones
oportunas para su resolución.
3. Quien planifica tiene todo el poder: Como se considera que quien planifica
tiene la capacidad de controlar al objeto planificado, no compartiendo la
realidad con otros actores sociales.
4. Es un proceso centralista y autoritario: Es una planificación centralista
porque quien define el proceso planificador es el sujeto (u organismo
especializado) que centraliza el poder y la toma de decisiones, adquiriendo
un carácter autoritario porque no se incluye en su horizonte la negociación
con otros actores que puedan estar involucrados en la realidad en la que se
planifica o que su participación pueda ser relevante para la viabilidad del
proyecto.
5. La realidad es explicable mediante leyes de funcionamiento: La realidad
social es reducida a un conjunto de comportamientos que pueden ser
explicados por leyes de funcionamiento, al estilo causa-efecto, que
permitirían una gobernabilidad total en el proceso de planificación.
6. No puede haber más que una explicación sobre la realidad: El sujeto que
planifica debe partir de un diagnóstico que le permita conocer la verdad
objetiva y única de la realidad, negando la coexistencia de múltiples
apreciaciones y visiones de la misma realidad.
7. Es normativa: en tanto se mueve exclusivamente en el plano del deber ser y
asume mecánicamente las relaciones causa-efecto en la realidad social. El
proceso de planificación tiene su origen y punto de partida en la definición
de un deber ser o imagen-objetivo definido previamente de acuerdo a un
proyecto político o en los acuerdos sociales, y no a partir de un análisis de los
procesos sociales e identificación de líneas estratégicas de intervención.
8. El proceso de planificación tiene un final cerrado: La planificación
tradicional se basa en la definición de una realidad futura definida
apriorísticamente por el sujeto planificador a partir del estudio de las leyes
de funcionamiento de la realidad social. Como consecuencia, no existe

53
incertidumbre y todos los esfuerzos deben orientarse a alcanzar los
objetivos preestablecidos.
9. Se plantea como un proceso técnico y neutro: pues se declara objetivamente
aplicable para cualquier actor, en cualquier circunstancia o caso y para
cualquier propósito.
10. Es una propuesta basada en el reduccionismo económico: Esta propuesta
sostiene que los únicos recursos escasos son los económicos y supone la
existencia de agentes económicos con comportamientos previsibles. Se basa
en el análisis y tratamiento de variables económicas, no considerando en el
proceso de planificación aspectos sociopolíticos, como son los políticos y los
institucionales, por ejemplo.
11. Se plantea escindida de los procesos socio-históricos en los que se inserta:
Esta propuesta se basa en una ruptura entre historia y plan, negando los
procesos sociales que dieron origen a las situaciones problemáticas que
motivan el desarrollo del proyecto.
12. Reduce la planificación a un “metodología” formal: Reduce el proceso de
planificación a procedimientos metodológicos que es necesario respetar
secuencialmente, sin tener en cuenta las influencias del contexto y corregir
el curso de acción. La planificación se reduce a la elaboración de un
documento y no es considerada como un proceso social.
13. Define al proceso de planificación de manera lineal constituido por etapas
secuencial y rígidamente ordenadas: Para esta propuesta la planificación, la
ejecución y la evaluación son etapas diferenciadas y separadas, realizadas
habitualmente por instancias y/o actores distintos. El desarrollo del
proyecto es lineal, primero se planifica, después se ejecuta y luego se evalúa,
sin posibilidad de retroalimentación entre estas etapas o fases.
14. La evaluación del proyecto aparece como etapa aislada: La planificación
tradicional considera a la evaluación como una etapa que debe realizarse al
inicio y al final del proyecto, con el fin de evaluar la viabilidad económica del
mismo y los resultados alcanzados con su implementación,
respectivamente. Su desvinculación con el contexto inmediato hace que se
desestime la evaluación concurrente o durante la ejecución del proyecto, lo
que permitiría ir adaptándolo a las exigencias que se van presentando en su
desarrollo. Como puede verse, se produce una eliminación artificial del
OTRO, lo cual presupone un YO con poder absoluto. De esta manera en
términos abstractos se niega la existencia de fuerzas sociales coexistentes,
las contradicciones genosituacionales y, por ende, los conflictos
fenosituacionales.

54
LÓPEZ – TRANSFORMACIONES SOCIETALES Y
RECONFIGURACIÓN DE LOS ESPACIOS SOCIO-
OCUPACIONALES: UN ANÁLISIS DE LAS CONDICIONES
OBJETIVAS DEL EJERCICIO PROFESIONAL (p. 21 a 46)

LÓPEZ, PARADELA Y PELLEGRINI – PRECARIZACIÓN DE LA


VIDA Y PRECARIZACIÓN LABORAL: DEBATE PRESENTE EN LA
COLECTIVA PROFESIONAL DE LXS TRABAJADORXS SOCIALES
EN TIEMPOS DE PANDEMIA

MATUSEVICIUS – INTERVENCIÓN PROFESIONAL EN TIEMPOS


DE PRECARIZACIÓN LABORAL: CONTRAPODER INSTITUYENTE
Y ARTICULACIÓN CON LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

MALLARDI – LA ELABORACIÓN DE PROYECTOS SOCIALES


DESDE UNA PERSPECTIVA SITUACIONAL (p. 65 a 96)

MASSA Y PELLEGRINI – TÁCTICA Y ESTRATEGIA:


REFLEXIONES EN TORNO AL EJERCICIO PROFESIONAL DEL
TRABAJO SOCIAL DESDE LA PERSPECTIVA DE LA
PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA SITUACIONAL
Características que determina la planificación estratégica situacional:

a) Cálculo situacional: hace referencia a la reflexión y explicación de la realidad


por parte de un actor en función de su acción sobre la misma (situación);
b) la relación entre presente y futuro, que hace referencia a la comprensión de
si el escenario donde se planificó la intervención, se “comportará” de la
misma manera en el futuro;
c) en relación al punto anterior, ante la incertidumbre que crea el
desconocimiento de ese futuro pensado, surge la necesidad de contemplar
las determinantes que influirán y provocarán/modificarán acciones, como
también posibilidades y lineamientos que tiendan a (re)direccionarlas;
d) a su vez, esto evidencia la necesidad de ser rápidos a la hora de modificar
prácticas y actuar frente a los imprevistos (“factor sorpresa”), pero además
aprender de aquellas que no fueron modificadas y de los errores, lo cual
implica revalorizar la capacidad de ser flexibles de quienes
diseñamos/ejecutamos acciones en “escenarios turbulentos”;

55
e) la relación entre conocimiento y acción determina la importancia de la
reflexión y el análisis antes de realizar cualquier acción, teniendo presente
que ese proceso analítico se orienta siempre, asentado en el carácter
eminentemente interventivo del Trabajo Social, al desarrollo de acciones
que tiendan a modificar la situación problemática sobre la cual versa el
desarrollo del ejercicio profesional.

El sujeto que planifica es también parte de aquello que va a ser planificado. Esto es
importante porque pone de manifiesto que NO EXISTE una relación de externalidad
en nuestro rol como diagnosticadores/planificadores/ejecutores/evaluadores,
debido a que somos parte, en términos generales, de la singularidad sobre la que
intervenimos, ya que pertenecemos al mismo mundo social.

Esto significa que todo “sobre qué” de la intervención, se hace en base a una
situación problemática que requiere de acciones para modificarla, pero dicha
situación no se desarrolla en el vacío, sino en un “aquí y ahora” que es puesta de
manifiesto por un grupo de personas que la transitan. Y que a su vez, dicho “sobre
qué” incorpora a más sujetos, dado que la dinámica de la vida social, por más
singular que sea, siempre es relacional y se dirime en los determinantes sociales
generales. En este sentido, toma vital importancia el concepto de situación, el cual
refiere a “una apreciación de conjunto hecha por un actor en relación a las acciones
que proyecta producir para preservar o alterar la realidad que vive” (Matus, 1992:
126).

De esta manera, no hay una única voz (la del planificador), sino la de un conjunto
de actores: como son varios los actores que coexisten en la realidad con
capacidades de planificación diferenciadas, habrá varias explicaciones de la
realidad y todas estarán condicionadas por la inserción particular de cada actor en
dicha realidad, es decir por su situación. En consecuencia, ya no es posible el
diagnóstico único y la verdad objetiva. Sólo es posible una explicación situacional
donde cada sujeto explica la realidad desde la posición particular que ocupa en el
sistema (objeto) planificado. (Matus, 1992: 94)

Así, la planificación estratégica se funda en la relación dialéctica entre


acción/reflexión o reflexión/acción, que se caracteriza por dos dimensiones: por
un lado, las visiones, posiciones, significaciones político-ideológicas que los
diferentes actores le dan a una situación problemática y su resolución (Massa,
2012); y por otro lado, por las mediaciones universales, particulares y singulares
(Pontes, 2000), que la determinan.

Además, y en concordancia con los aportes de Matus, en esta perspectiva de


planificación, el concepto de situación ocupa un lugar central, dado que hace
referencia a la realidad explicada por un actor social que vive en ella, pero esa
explicación siempre se hace en función de la acción que ese actor desarrolla, por
eso es que la situación se compone de cuestiones socialmente objetivadas y
objetivas, y que a su vez comprende connotaciones subjetivas; dado que cada
actor social la explica desde su perspectiva situacional; esto es desde su universo
de sentidos, desde la lectura que efectúa de ella a partir de la acción que desarrolla
en ese espacio.

56
La planificación estratégica tiene un fuerte componente prospectivo, es decir a
partir de la relación entre presente y futuro, se establece un horizonte hacia donde
ir (situación deseada), razón por la cual se determinan y seleccionan entre
diferentes posibilidades aquella que sea considerada, a partir del análisis de las
relaciones de fuerza, los recursos disponibles y la historicidad de la situación sobre
la que se erige la intervención; entendiendo que los “procesos de planificación
(están) caracterizados e imbricados en un contexto de incertidumbre, turbulencia y
conflictividad” (Massa, 2013: 1).

Posicionamiento ético-político, construcción de estrategias y despliegue de


tácticas
Entendemos aquí por estrategia al modo en que se cumplirán determinados
objetivos. Y dicha estrategia se llevará adelante a partir del planteamiento de
tácticas concretas. En pocas palabras, diremos que la estrategia se define a partir
del qué, el porqué y el para qué, mientras que la táctica define el cómo, quienes y
donde nuestras acciones.

La estrategia tiene un fuerte componente de dirección/coordinación, pero también


implica una “actitud analítica, un resultado, una conclusión y una posición” . Es
decir, que la definición de determinada estrategia implica por un lado, el análisis
de las condiciones objetivas y las relaciones de fuerza, del escenario y la viabilidad
construida; pero por otro lado, también implica la definición de las tácticas que
utilizaremos para lograrlo, determinadas a partir tanto del análisis anterior, como
de la trayectoria planteada entre la situación inicial y la deseada. De modo tal, que
toda acción será direccionada e intencionada, es decir, estratégica.
A la hora de construir escenarios, se deben considerar por lo menos tres aspectos
para luego optar por el más óptimo y posible: que sea coherente, pertinente y
verosímil.

Pero sin dudas, necesitamos poder identificar actores y las relaciones de fuerza
presentes, a partir de la forma en que se concretizan los intereses, las alianzas y los
conflictos entre ellos. Siempre teniendo en cuenta que el modo en que cada actor (o
grupo de actores) se relaciona con la situación problemática que se constituirá
como núcleo de nuestra intervención, ya que según los intereses que entran en
juego o las alianzas que entablen, determinará y condicionará la estrategia
construida para intervenir y, en consecuencia, sus tácticas. Tácticas que están
cristalizadas en un conjunto de acciones que remiten a las funciones asignadas a
los trabajadores sociales, y en base a las cuales se ha configurado y desarrollado la
profesión, que, como sintetiza Oliva (2007) son asistencia, gestión y educación.

Si luego de elaborar el diagnóstico situacional correspondiente, incluyendo la


construcción del problema e identificando los actores que se vinculan con este (de
forma directa o indirecta), construiremos escenarios a partir de analizar cómo se
comportará y cómo se manifestará esa situación en el futuro, y qué papel juegan
cada uno de los actores intervinientes, de modo tal que construiremos una

57
estrategia para poder intervenir. Esa estrategia estará determinada a su vez por el
escenario elegido, por la viabilidad construida y por las relaciones de fuerza
manifiestas, y, a partir de todos estos elementos, se seleccionarán las tácticas a
utilizar.

A partir de esto, una vez determinado el para qué intervenir y él como hacerlo,
definiremos las tácticas a utilizar. Si bien dentro de la estrategia que construimos
para intervenir vamos a utilizar varias tácticas, la diferencia sustancial entre
ambas radica en que estas últimas se presentan como acciones aisladas (Trotsky,
s/f). Es decir, podemos realizar una entrevista o una observación que se presentan,
a priori, sin encadenamiento entre sí, pero es justamente la estrategia la que
constituye el “paraguas” que otorga integralidad e inteligibilidad a esas acciones
que se nos presentan como esporádicas, erráticas o fragmentadas. Es, en
definitiva, la direccionalidad, el sentido de la intervención lo que integra lo que en
apariencia está escindido; y ese es el rol de la estrategia.

Otro de los aspectos fundamentales a la hora del establecimiento de determinada


estrategia es la construcción de viabilidad, en tanto “capacidad de hacer que una
iniciativa sea posible en un contexto determinado” (Massa, 2013: 9), a partir del
análisis de la complejidad social y las relaciones entre los actores intervinientes. La
posibilidad de realizar determinada acción radicará, entre otros aspectos, en la
viabilidad que hayamos construido. Conocer e identificar los actores
intervinientes, sus opiniones, intereses, posiciones, alianzas, o relaciones de
fuerza, nos permitirá construir viabilidad. Es decir, no podemos dejar de lado estas
cuestiones al plantear determinada estrategia. Si no construimos viabilidad
correctamente, corremos el riesgo de obturar cualquier posibilidad de acción. Si
bien la viabilidad que se construye es una, está compuesta por múltiples
dimensiones, de las cuales principalmente se articulan tres: la viabilidad política,
la económica y la institucional-organizativa. Pero además entran en juego las
dimensiones social, técnico-operativa, financiera, jurídica, tecnológica,
ambiental y de finalización (Massa, 2013).

Matus (1992), identifica tres líneas posibles y generales para definir una estrategia
en la medida que construimos viabilidad, la cual, en nuestro caso estará
principalmente vinculada a la relación profesional-actor. Estas son:
★ Estrategias de cooperación, que implica instancias de negociación para
generar acciones comunes y acuerdos;
★ Estrategias de cooptación, que supone la atracción de otros actores, la suma
de voluntades;
★ Estrategias de conflicto, que suponen la resolución/disminución del
enfrentamiento o el rechazo, intentando reducir el conflicto.
Si optamos por una de estas estrategias de acercamiento o construcción de
viabilidad, no podemos olvidarnos que estamos vinculándonos con actores sociales
que tienen sus intereses, alianzas y necesidades; que nuestras acciones pueden

58
orientarse a transformar o preservar; que la realidad está siempre en movimiento y
que la complejidad social puede conservar o modificar el escenario construido. Es
importante que tengamos en cuenta que la relación entre táctica y estrategia no se
escinde de la vinculación que esta tiene con nuestro posicionamiento ético–
político, con el proyecto de sociedad, y de profesión que configura nuestro ejercicio
profesional. Es decir, que así como diversos autores plantean que el ejercicio
profesional se configura en la triada estructura, coyuntura, cotidianeidad; las
intervenciones en situaciones problemáticas concretas, que se configuran en el
núcleo de nuestras intervenciones en el día-a-día profesional, cristalizan, desde la
perspectiva de la planificación situacional, esa triada en la relación dimensión
ético-política/estrategia/táctica.

Aclaraciones:
Desde la perspectiva situacional, un problema es una percepción de un actor (o
varios actores), de una discrepancia entre la realidad actual que constata y la
situación deseada; es una “indicación/alarma” de que existe una brecha entre la
situación en la que estamos y la proyectada como ideal. Ahora bien, en la
delimitación y explicación de un problema existe siempre, pues, un conjunto de
valores que influyen sobre su demarcación y jerarquización. Un “problema”
entonces, no es el problema que perciben indistintamente de la misma manera los
distintos actores, sino que es una construcción teórico - empírica que emerge de
la valoración que de él efectúa un actor social o un conjunto de ellos. Por eso es que
se afirma que no existe el problema si no hay sujetos que los asuman como tal.

La segunda aclaración, tiene que ver con que cuestionamos la idea que el
“problema social” se reduce al inacceso de los bienes/servicios con los cuales
satisfacer las necesidades para la reproducción de las personas, sino que este
aparece en el orden de lo fenoménico como “manifestación particular”, o
“dificultad personal”. Como forma de de-construir ese apriorismo, es que
sostenemos la pertinencia de la categoría situación, no solamente como la
“lectura” que hace un actor de una realidad en determinado momento, sino como
aquello puntual que debe ser determinado en relación a una totalidad, con el fin de
restituir el aspecto constitutivamente político de dichos problemas y, por ende,
superando su equiparación a las refracciones de la cuestión social. Es decir que,
concebir al problema social como situación, implica explicarlo en el contexto
social en el que emerge, del que forma parte y al que explica en términos parciales.
De modo tal que descontextualizado, tanto el problema social como la situación,
serán deshistorizados, despolitizados, sin contemplar la complejidad social, lo que
devendrá en la cosificación de los problemas sociales y, por ende, en una
intervención fragmentada e inmediatista.

Es a partir de estas dos aclaraciones, que repetimos que no hay que confundir una
táctica con una estrategia, o dicho de otra manera, un medio con un objetivo.
Hacerlo genera que el medio se transforme en un fin en sí mismo. Y ello es así,

59
porque las tácticas cambian tanto como los agrupamientos situacionales. Es en
ellas donde se hace manifiesta la dimensión flexible de la planificación
situacional: las tácticas tienen que ser variables, elásticas y adecuarse al momento
singular. Entonces, el objetivo estratégico es el de largo plazo, y las tácticas son
los medios para llegar a ese objetivo.

La teoría no es táctica, ni estrategia; sino que reviste el carácter de permitir


describir y explicar las leyes generales del proceso histórico en relación a los
factores estructurales y coyunturales que generan que “algo” sea un “problema”
la teoría es la que nos permite encuadrar el tipo de horizontes estratégicos, y de
acciones fácticas concretas, porque al ser la generadora de explicaciones y
descripciones, nos marca el camino de reconstrucción analítica de la realidad y las
posibilidades de su consecución. El ámbito de la táctica, es el ámbito de lo
inmediato, de lo fenoménico; en tanto que la estrategia es la dimensión que, a
partir de la construcción de un aspecto de la realidad en situación, nos permite re-
unificar la táctica con los principios generales sobre los que se asienta nuestro
proyecto de profesión.

Aspectos tácticos-operativos en los procesos de intervención


Todo proceso de intervención es una totalidad, que se compone y está determinada
por varios aspectos. Sin duda alguna, uno de ellos es la comprensión de que la
realidad es compleja y dinámica. Otro de esos aspectos, es que esa realidad es
inteligible en términos ético-políticos, teóricos e instrumentales a partir de la
categoría de situación. Por otro lugar, tenemos la identificación de los actores
intervinientes, con sus intereses, valores y relaciones de fuerza. A partir de ello, se
construye la estrategia más viable, y con ella se plantean las tácticas que harán
posible la consecución de la estrategia establecida, que es, por otra parte, el modo
en el que está planteado lograr la “situación deseada”.

Entendemos que toda intervención profesional se constituye en proceso, ya que:


a) será determinada por aspectos sociales, históricos, políticos, económicos y
culturales, y que se concretizan en las dimensiones de la estructura, la
coyuntura y la cotidianeidad;
b) incluye un análisis de las relaciones que los actores/sujetos entablen entre
sí, con el profesional y/o con el “problema social”, a partir del análisis de la
situación y del inacceso/derecho vulnerado;
c) dado que no hay dos intervenciones iguales, se pondrán en movimiento los
recursos asequibles (Oliva, 2007), como así también aquellos aspectos
tácticos operativos que sean compatibles y coherentes con la estrategia
diseñada, sin olvidarnos del acervo teórico que dará sustento a la
intervención;
d) a partir del punto anterior, se determinara según el espacio socio-
ocupacional donde ejerza cada profesional, y a partir de las denominadas
funciones asignadas en el marco de la autonomía relativa profesional;

60
e) la direccionalidad que tome el proceso de intervención, estará determinada
por la posición ético-política del/de la profesional y la opción por la
alternativa más viable, el cual remite siempre a un proyecto de sociedad, y
de profesión.

Oliva (2003), establece su definición acerca de lo que considera recursos, en


contradicción a lo que usualmente se denomina instrumentos. Mientras los
primeros tienen significado a partir de su “disponibilidad”, los segundos son tales
en cuanto a su utilización/finalidad. La distinción entre ambos conceptos, radica en
que lo que “hay”, no es necesariamente lo que se utiliza, si no que se definen como
tales a partir de saber si son asequibles o no (es decir, si están disponibles o no). En
el desarrollo del ejercicio profesional se pueden identificar una serie de recursos:
el/la profesional del Trabajo Social, ya que pone en juego en cada intervención sus
conocimientos y habilidades.
a) las prestaciones, que son todos aquellos recursos tales como bienes, dinero,
servicios, etc., vinculados a la asistencia y a la gestión, de carácter
reparatorio/redistributivo;
b) de funcionamiento (espacios físicos, muebles, maquinas, infraestructura,
medios de comunicación, teléfonos, internet, etc.); los cuales tienen que ver
con las condiciones laborales en las que desarrollamos nuestro ejercicio
profesional (poder realizar una entrevista con la privacidad que requiere,
disponer de computadora para realizar un informe, etc.);
c) escritos (teóricos y/o fuentes informativas), que permiten por un lado
recuperar la historicidad de los “problemas sociales”, y por otro,
comprender que dichos problemas no son individuales y si son
manifestaciones de la desigualdad estructural;
d) visuales (imágenes, videos, etc.);
e) tiempo, en dos sentidos, por un lado, superando la urgencia y la inmediatez
enmarcando las intervenciones en estrategias, y por otro, estrechamente
vinculado a las condiciones laborales, donde se evidencia la imposibilidad de
destinar el tiempo necesario a cada intervención;
f) vínculos con otros profesionales, personas, administrativos, porteros, etc.,
Que se configuran como potenciales alianzas estratégicas en el desarrollo
del ejercicio profesional, a partir de, como ya se dijo, la incorporación e
identificación de los actores sociales;
g) profesionales, que remiten a los conocimientos y habilidades propias del
profesional, y que entran en juego al momento de desarrollar la creatividad y
flexibilidad en marcos de incertidumbre, turbulencia, conflictividad y
complejidad.

Aquí es necesario realizar dos aclaraciones. Primero, la asequibilidad o no de los


recursos, estará determinada por el espacio socio-ocupacional, la dependencia
(público o privado), o el área donde se desempeña el/la profesional. En segundo
lugar, Oliva (2007), define como arsenal operativo a la articulación del conjunto de

61
recursos presentados anteriormente. Otras de las características de todo proceso de
intervención, y que se encuentra en estrecha relación con lo anterior, son aquellas
funciones “propias” del Trabajo Social, en tanto profesión inscripta en la división
social del trabajo, que le son asignadas girando “en torno a necesidades, demandas
y recursos bajo la relación Institución/Usuario/Trabajador Social” (Oliva; 2000:4).

El/la profesional se encuentra atravesado por los antagonismos y los conflictos


propios de la lucha de clases y el sentido, la direccionalidad de esas funciones es lo
que permitirá hacer explícito su posicionamiento respecto de dicho antagonismo.
La práctica de cada trabajador/a social estará determinada por las contradicciones
sociales, de modo que su acción puede del mismo modo reproducir la dominación y
la explotación propia de la sociedad de clases, como también favorecer procesos
concordantes con la reproducción ampliada de la vida, dando respuestas a las
necesidades de los sujetos que viven/necesitan vivir del trabajo. A partir de la
incorporación de la complejidad y la conflictividad social, se deja en evidencia que
la intervención del/de los/as trabajadores sociales no puede ser de forma repetitiva,
modelizada o estandarizada, de modo que, las tácticas-operativas “como
conceptualizaciones superadoras de las llamadas técnicas, permite articular
reflexión de las dimensiones objetivas y subjetivas de los procesos sociales y las
finalidades ético políticas, lo que conduce a redimensionar elementos de los
registros, visitas domiciliarias, entrevistas, entre otros”
Así las cosas, acordamos con Mallardi (2014a: 70), en que “no hay, entonces,
herramientas, técnicas, métodos que el profesional aplica, sino estrategias y
tácticas operativas que desarrolla a partir del análisis que realiza de la realidad y
la
finalidad del proceso de intervención profesional”. Ello significa que no
determinaremos a priori las tácticas a desarrollar, sino que las mismas se aglutinan
en una estrategia que les da sentido, y esa estrategia se define a partir del horizonte
de intervención que nos hemos planteado, a partir de los límites y las posibilidades
que plantea la situación problemática que requiere del desarrollo de las acciones
profesionales.

Por último, cabe remarcar que uno de los aspectos no señalados hasta ahora en la
construcción de los procesos de intervención y de las estrategias, y por ende,
selección de tácticas, tiene que ver con el posicionamiento de cada profesional a
partir de su relativa autonomía, esto es, a partir de las posibilidades de generar
alianzas con otros profesionales, con otros actores que nos permitan definir el
encuadre en el cual se desarrolla nuestro proceso de trabajo.

Proyectos socio-profesionales y estrategias de intervención

Al definir una estrategia y el conjunto de tácticas que permiten desarrollarla,


todo/a profesional manifiesta en ella su adhesión a determinado proyecto socio-
profesional. No es casualidad que decidamos vincularnos con tal o cual actor, o

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realizar determinada acción y no otra. Guerra (2011: 16), establece que “un proyecto
es la expresión de una intencionalidad que se plasma en la acción”. Todo proyecto
implica una finalidad, valores que la sustenten y medios para lograrla.

Los proyectos pueden ser tanto individuales como colectivos, en estos últimos
podremos identificar tanto a los proyectos societarios como a los profesionales
(Netto, 1999). Mientras los primeros se hacen extensivos al conjunto de la
sociedad, y por ende son proyectos de clase, los segundos son aquellos vinculados
a una profesión reconocida y regulada “jurídicamente y que suponga formación
teórica y/o técnico-interventivo a nivel académico superior” (Netto, 1999: 274). En
este sentido, entendemos que no se puede escindir a los proyectos profesionales de
la complejidad social; es decir, los proyectos profesionales están determinados
por las visiones y por las contradicciones de la sociedad. Entonces todo proyecto
profesional tiene vinculación con proyectos más amplios que hacen referencia a
cuestiones sociales, políticas, económicas, culturales e históricas. Por ende, todo
proyecto profesional se enmarca en proyectos societarios, a partir de la
identificación de cada profesional a determinado proyecto de sociedad. Pero, a su
vez, los proyectos socio-profesionales son estructuras dinámicas (Netto, 1999),
dado que son concreciones que expresan modificaciones en el sistema de
necesidades sociales sobre el cual opera la profesión, en las determinantes
económicas, históricas y culturales, en el corpus teórico y práctico, y en la
composición del colectivo profesional.
La inscripción en determinado proyecto socio-profesional, nos permite
manifestar en cierta forma nuestro posicionamiento ético-político. Es decir,
ninguna acción que el profesional realice será meramente objetiva y limpia de
subjetivaciones. Al contrario, nuestra posición ético-política determinará tanto a
la dimensión táctico-operativa como a la teórico-metodológica (Pellegrini, 2014).
De algún modo podemos decir que adscribir a determinado proyecto, traerá
consigo la determinación de ciertas teorías, herramientas metodológicas, ciertas
técnicas, etc. En este sentido, cada profesional pondrá en juego a la hora de la
intervención o bien las llamadas estrategias básicas de intervención o aquellas
denominadas funciones asignadas. Ahora bien, nuestra profesión ha
particularizado el concepto de “estrategia”, restringiéndolo a la idea de
“estrategias básicas de intervención”, que rigidizan la posibilidad de establecer
objetivos (las estrategias) y sus consecuentes dispositivos (técnicas) para
lograrlos, entendiendo que la definición de “estrategias básicas” entra en tensión
con la concepción que entiende a la realidad como dinámica y compleja. Tanto la
asistencia, la promoción como la prevención, sintetizan en la historia de la
profesión la modelización de la dimensión estratégica de la intervención.

Pensar en “estrategias básicas” como “modelos de actuación” tienen el riesgo de


tener visiones parcializadas tanto de la realidad como del desarrollo del ejercicio
profesional en ella; ya que se orientan a cierta individualización de los problemas
sociales, dada la replicación de las intervenciones a través de “protocolos” o

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modelizaciones en situaciones que revisten características similares, cayendo en la
inmediaticidad, la superficialidad y el espontaneismo, central en el método de caso
individual, o vulgarmente denominado “caso a caso”.

A nuestro entender, no contemplar la complejidad y el dinamismo de la realidad y,


a su vez, escindir a los problemas sociales con los determinantes políticos, sociales,
económicos y culturales, conlleva a la construcción de estrategias de intervención
que lejos están de acercarse a la perspectiva de la planificación estratégica
situacional debido a la normatización que proponen en su desarrollo. Es por ello,
que entendemos que pensar en estrategias básicas, pre-definidas nos acerca más a
una perspectiva normativa de la planificación. En tanto, pensar desde las funciones
asignadas al trabajo social, nos permite transitar procesos de construcción de
acuerdos que, incluso por ellos, sean consideradas nuevas acciones, no tenidas en
cuenta, como proceso de análisis y abordaje de la situación problemática. De esta
forma, tanto la asistencia, la gestión como la educación estarán atravesadas por la
lucha de clases y el orden social imperante: mientras la asistencia puede ser vista
como mero asistencialismo, también puede ser reivindicativa; la gestión puede ser
burocrática o participativa; como así también la educación puede ser orientada al
control o la reproducción, o a la lucha y el cambio social. Siempre dependiendo, en
uno u otro caso, en la posición ético-política y la adscripción de cada profesional a
determinado proyecto socio-profesional.

OLIVA Y GARDEY – COMPONENTES DE LA ASISTENCIA


PROFESIONAL DEL TRABAJO SOCIAL

Información básica para la asistencia: La asistencia que realiza el profesional del


Trabajo Social—al igual que en toda profesión— requiere en primer lugar de
formación teórica y actualización permanente. Erróneamente se suele asimilar la
asistencia con acciones de ayuda de carácter caritativo o filantrópico, que nada
tienen que ver con la intervención profesional, más que desde una cuestión
discursiva conservadora.

El profesional debe tener presente que en todo proceso de intervención debe


considerar las estructuras sociales y los distintos momentos del contexto
sociopolítico y económico global dado que atraviesan cualquier situación
particular. El análisis de la genosituación y fenosituación son indispensables en
todo procesos de intervención. En cuanto a la aproximación a los procesos de
intervención particulares del Trabajo Social, ofrecemos aquí una selección de
elementos a fin de facilitar el ordenamiento de la información que requiere todo
profesional:

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★ Contexto global: régimen político vigente en el país y las políticas
económicas a nivel nacional, provincial y local.
★ Información general sobre la institución empleadora: antecedentes
históricos; política general de la institución.
★ Inserción del Trabajo Social: dependencia del profesional o del equipo de
trabajo social; nivel de remuneraciones salariales, viáticos; condiciones
laborales; etc.
★ Prestaciones, recursos de funcionamiento y visuales; Recursos de tiempo y
vínculos
★ Recursos escritos: acceso a producción teórica; materiales informativos;
leyes, etc.
★ Recursos del profesional;
★ Mecanismos institucionales: modos de definir el objeto de intervención;
Sector poblacional/usuarios.

Relación entre demandas y prestaciones institucionales: La demanda debe ser


ubicada en el contexto socio-histórico en el cual se realiza, siempre teniendo
presente la dimensión subdeterminante popular. En tal sentido, si bien el
profesional suele asistir a un usuario, con modalidades de atención individual o
grupal, preestablecidas por la institución, esa demanda siempre responde a
necesidades sociales y se enmarca en un contexto de demandas colectivas: “...la
comprensión y aprehensión de las legítimas demandas sociales se expresan en la
particularización de los múltiples sistemas de mediaciones presentes”.

En ese marco se debe analizar la relación entre demandas y prestaciones, siendo


éstas determinaciones de la función de asistencia. Es preciso considerar que para
quienes se presentan en los servicios sociales subyace su derecho de acceso al uso o
consumo de bienes y/o servicios.

El establecimiento de prestaciones deviene de la necesidad de un funcionamiento


institucional fragmentario que intenta demarcar el tipo de respuestas y los sectores
de población que pueden ser usuarios. Existe una dinámica en la relación entre las
demandas presentadas y la disponibilidad de recursos para otorgar como
prestaciones. En momentos de mayor intensidad de las luchas sociales se logra el
acceso a prestaciones que en otros períodos de reflujo se presentan inasequibles.
Un ejemplo de ello son las conquistas de los movimientos sociales organizados en
torno al acceso a la vivienda que han convertido tierras inasequibles en
asentamientos de viviendas reconocidas legalmente y la definición de prestaciones
en materiales de construcción destinados específicamente a esos pobladores.

En defensa de los intereses de las clases subalternas se puede plantear, desde el


espacio profesional concreto, una intervención que colabore con las conquistas y
participe en la mayor cobertura de necesidades con financiamiento público. El
profesional puede recibir demandas que se expresan en forma colectiva. Es decir,

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no necesariamente la asistencia significa una entrevista individual (demanda
espontánea). En ese sentido, en la atención de la demanda el profesional tiene que
realizar la re-construcción de las manifestaciones de la cuestión social,
apuntando a realizar una devolución que les permita a los usuarios superar los
límites que le impone su vida cotidiana en la comprensión global de sus
necesidades y demandas.

Formas de otorgar prestaciones

Los profesionales del Trabajo Social insertos en los servicios sociales realizan su
función de asistencia atendiendo demandas y otorgando prestaciones. La
actividad de otorgar prestaciones está determinada por procedimientos
institucionales, funciones asignadas al personal, características de las
prestaciones, disponibilidad de recursos, entre otras. La forma de otorgar se puede
realizar con la entrega directa por parte del profesional o mediante distintos
mecanismos de comunicación escrita o verbal. La entrega directa se realiza cuando
el profesional es quien toma parte en el encuentro entre los recursos materiales y
los usuarios

- Las planillas se utilizan frecuentemente para registrar en el otorgamiento de


subsidios. Se procede a consignar los datos del usuario y se lleva a cabo una
serie de pasos administrativos según lo establece la institución para
efectivizar el cobro.
- La entrega de vales que se realiza como medio de acreditar al usuario el
acceso a ciertos bienes o servicios.
- Se puede realizar también la confección de un listado de beneficiarios donde
constan los nombres y datos de los usuarios que acceden a determinada
prestación.

Reducir el análisis de la vida cotidiana a manifestaciones individuales implica


ignorar la trama de determinaciones y se centra en una culpabilización de los
sujetos que solicitan asistencia al Trabajo Social.

La relación entre el profesional y los usuarios se constituye en una mediación


importante para definir el carácter que adquiere la asistencia. Cuando existen
prácticas instaladas institucionalmente en las que los usuarios solamente son
receptores de servicios, el profesional debe realizar mayores esfuerzos para
superar el asistencialismo. Diferenciar asistencia de asistencialismo, es una tarea
que desde hace tiempo algunos autores se han propuesto, tal como planteaba
Alayón: “...es la orientación ideológico-política de la práctica asistencial, lo que
determina si es asistencialista o no”.

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POLANCO – EL FEMINISMO COMO LENTE PRIVILEGIADA PARA
EL ANÁLISIS CRÍTICO DEL EJERCICIO PROFESIONAL, DE LAS
POLÍTICAS PÚBLICAS Y DE LAS PRÁCTICAS COTIDIANAS

PANTANALI – OFENSIVA NEOLIBERAL Y POLÍTICAS DE NIÑEZ


Y ADOLESCENCIA. CAP. 4 LAS ESTRATEGIAS PROFESIONALES
DE LXS TRABAJADORXS SOCIALES

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