El Profesor Miss Red
El Profesor Miss Red
El Profesor Miss Red
PROFESOR
¿Quieres adentrarte en su mundo?
Miss Red
Copyright © 2023 Miss Red
© Del texto: Miss Red
© Diseño de portada: @ale_graphic5
Dejo caer mi mirada a través del cristal mientras me dispongo a tirar de las
cortinas para cubrir las pequeñas ventanas, sin apartar la vista de aquel halo
de luz que reina en medio del cielo oscuro, rodeado de unos puntos
centelleantes. Siempre me ha intrigado el lado misterioso de la luna, tan
persistente en velar por nosotros y alumbrarnos cada noche, desprendiendo
pura energía renovadora, la cual, sin duda alguna, nos incita a quedarnos
dormidos.
Sonrío un tanto contenta y relajada y me doy la vuelta en la cama,
preguntándome cómo irá este nuevo curso. Casi al instante me respondo a
mí misma y me guiño el ojo mentalmente, como diciendo: «¡Genial! Irá
genial».
Agarro la bolsa de palomitas de maíz acarameladas de tamaño XXL que
he depositado en la mesita minutos atrás, y enumero la lista de objetivos
que me he fijado para este nuevo comienzo, ya que no sería yo sin dicha
lista.
Leo.
Objetivos Segundo Año:
1. Seguir siendo una de las mejores alumnas de nuestra promoción.
Eso significa que debo hincar los codos como nunca y no dejarme
intimidar por aquellos rumores que dicen que el segundo curso es más
difícil que el primero.
2. Participar en mi primera maratón y materializar en algo motivador mis
intentos fallidos de atletismo.
Salir a correr todas las noches es maravilloso, para mi cuerpo y para mi
mente, pero poder correr para ayudar a alguna ONG sería perfecto. Es lo
que necesito.
3. Conseguir realizar mis prácticas en una agencia financiera de
renombre, y eso significa que nadie me podrá superar. Llegados hasta aquí,
volvemos al punto 1.
4. Perder la virginidad antes de cumplir los veinte.
El punto más importante para Bert. Ella se muestra muy optimista, sin
embargo, yo lo veo complicado. Queda poco para mi cumpleaños y,
sinceramente, no creo en los milagros. Ese príncipe azul no se me cruzará
en el camino en menos de un mes.
Carraspeo con suma confusión y suavemente ruborizada cuando me doy
cuenta de que estoy puesta contra la pared ante las insistencias de mi mejor
amiga, Bert. ¡Maldito el momento en el que le confesé que sigo igual de
virgen que una niña de diez años!
Le doy un sorbo contundente al enorme vaso de Coca Cola con cierto
nerviosismo, mientras que vuelvo a dejar caer mi vista sobre la pequeña
pantalla que se encuentra enfrente de nuestras camas individuales,
intentando disfrutar de una película de Netflix con mi amiga y compañera
de habitación.
Ambas nos estamos quedando en una residencia estudiantil en el Campus
Universitario de Harvard Business School y acabamos de llegar a Boston.
Hemos acomodado nuestras cosas en el armario, estanterías y baño minutos
atrás y lo cierto es que ahora mismo somos presas de la euforia que supone
la vuelta a la universidad. Berta más que yo, hasta hace media hora no
hemos parado de charlar sobre distintos temas, nada nuevo por estas fechas.
Llevamos más de tres semanas sin vernos y cada vez que Berta y yo nos
juntamos, podemos invertir horas en hablar sin respirar, hasta que se nos
seca la boca, la cual después hidratamos con un capuchino recién hecho, el
favorito de mi amiga.
Y hoy en concreto tenemos muchas cosas que contarnos después de las
largas vacaciones de verano.
—Estoy segura de que se enamorarán —comento mientras observamos
intrigadas «Tácticas en el amor» y ya veo corazones en la pantalla.
No tengo ni la más remota idea de quiénes son los actores protagonistas y
lo único que sé es que la película es turca. Se me ocurre que en este aspecto
me parezco a mi madre.
—¡No! —contesta esta irritada y, de repente, me lanza unas palomitas—.
Estos dos lo que necesitan es un buen polvo, ¿no ves que están a un paso de
irse a la cama, pero no se atreven?
—¡Pues yo opino otra cosa! —Pongo una mueca—. Opino que con darse
un beso lo solucionarían todo.
—Lyn, ¡olvídate de los besos! —Oigo algo parecido a un chillido
espontáneo—. El sexo mueve al mundo, igual que el dinero —explica
deprisa mi amiga Roberta Monticelli, italiana de nacimiento y poseedora de
un máster en el acto sexual o «polvo».
Según ella, ha estado ya con más de diez chicos, pero ninguno le ha
convencido lo suficiente como para hacerle caso.
Alzo una ceja y examino la seriedad de su descabellada respuesta, hasta
dirías que lo que acaba de afirmar es que «hay mucha pobreza en el
mundo», y no precisamente que «el sexo mueve el mundo».
—Berta, ¡no me jodas! —Yo también le lanzo unas cuantas palomitas,
puesto que ya me están irritando sus comentarios.
—¡Auchhhh!
—¡Y no te quejes! —continúo con una rudeza fingida—. Tienes suerte de
que no te tire la Coca Cola encima. Bert, ¿desde cuándo te has vuelto tan
poco sensible?
Mi amiga rueda los ojos y sus labios se tuercen en una maliciosa sonrisa.
—Desde que he experimentado la cosa tan maravillosa que les cuelga a
los hombres entre las piernas. —Le sale una risa mientras mira el techo y se
estira perezosa—. ¡Ah! Y desde que me he dado cuenta de que a los chicos
no les molan demasiado las chicas cursis.
—¿Quieres decir que soy cursi? —pregunto molesta y me levanto, a la vez
que agarro el vaso de Coca Cola de un modo amenazante.
Mi amiga se empieza a reír sonoramente y agranda aquellos ojos verdes
tan bonitos, bastante sorprendida por lo que iba a hacer.
—Bueno... ¡cursi, cursi no! —aclara deprisa, deslumbrándome con su
sinceridad y desfachatez—. Pero sí, estás rozando ser una pava, ya sabes, de
aquellas que van todos los domingos a la iglesia y esperan a su hombre
ideal.
En algunos aspectos confieso que tiene razón, pero me niego a
reconocerlo delante de ella.
—¡Para ya! —levanto el tono y le sonrío con una frustración evidente—.
Como sigas, no te volveré a dar mis apuntes de Marketing.
—¡Noooo! ¡Eso no, Lyn! —brama verdaderamente asustada y mi cara
dibuja una sonrisa.
Sabía que este sería su punto débil, todos conocemos las ganas de estudiar
de Roberta.
—Vale, voy a parar —recula y arruga la nariz—. Pero que sepas que lo
estoy diciendo para ayudarte.
—¿Diciéndome que soy cursi? —Me hago la ofendida.
—Ya en serio… —empieza y yo pongo los ojos en blanco—. Debes
probarlo, Lyn. ¡Ya está bien! Te falta poco para cumplir los veinte.
¡Por Dios!
—¿Qué narices le pasa a todo el mundo? —La fijo con mi mirada y aleteo
las manos—. Hoy en día parece que ser virgen es peor que la peste.
—¡Y lo es! —afirma Berta con rapidez—. ¡Cariño, no sabes lo que te
pierdes! ¿Y si te mueres mañana?
Se me acerca con dulzura. Bert es así: puede ser una rebelde en un
momento y un osito de peluche al minuto siguiente.
—¡No seas tan dramática! —Me sale una carcajada sin querer, al ser
consciente de que mi amiga es una drama queen en toda regla.
—¿Dramática yo?
Se señala con la punta de su dedo y esboza un gesto inocente en su rostro
angelical.
«¡Genial!», pienso angustiada.
Ahora mismo me siento identificada con la típica oveja negra
precisamente porque no soy igual que las demás jóvenes de mi edad.
Aunque en el fondo me dé igual, no dejo de ser muy consciente de que
seguramente sea una de las pocas, sino la única joven de Harvard que
todavía no ha conocido a un hombre sexualmente hablando. Hubo cosas
con mis ex rollos, como por ejemplo besos y caricias, solo que lo extraño de
todo es que siempre que sobrepasamos eso, me entra el pánico y no soy
capaz de seguir adelante. No sé por qué siento una «antipatía» hacia ese
tipo de acercamiento —o más bien me niego a recordarlo—. ¿Será que no
me he enamorado nunca y no me siento preparada?
—Bert, vamos a dormir, mañana tenemos clases muy temprano —le ruego
verdaderamente cansada—. Es el primer día.
—Bjuaaaaa... ni me lo recuerdes. —Se queja—. ¡Joder, qué pocas ganas
tengo! No sé en qué momento decidí estudiar en la universidad —sigue
hablando con desazón mientras apaga la televisión.
—Mañana terminamos de ver la peli, ¿vale?
—Sí —afirma desganada—. ¿Qué clase tenemos a primera?
—No estoy muy segura, pero creo que.... —digo mientras me pongo de
pie y miro el horario de la universidad—. Finanzas.
—¡Ahhhhhhhh! —exclama y da un brinco inesperado en la cama,
provocándome un susto—. Lyn, ¿te has enterado de que el Señor Pembroke
ya no nos dará clases este curso?
—¿Y por qué? —pregunto con interés mientras me aseguro de fijar la
alarma en mi móvil.
La miro curiosa, Berta es la que siempre me informa de todo.
—Porque se ha prejubilado. Y confieso que, aunque le tenga mucho
aprecio a nuestro profe Pembroke, no me puedo quejar del cambio. —Se
empieza a frotar las manos y sonríe maliciosamente.
—¿A qué te refieres?
Me tumbo en la cama y me vuelvo de lado, sin dejar de mirar a mi amiga,
que se encuentra en otra cama individual, a dos metros de mí. Esta
permanece bocabajo y se sujeta en sus antebrazos. Su pelo rubio platino
brilla muy bonito en la oscuridad de la habitación.
—¡No es posible que no lo sepas!
Suspiro. Berta y sus novedades. Sin lugar a duda, mi amiga debería
escribir un blog con todos los cotilleos de Harvard. No dudo ni por un
instante que se volvería famosa debido a la gran cantidad de noticias que
conoce, tanto de alumnos, como de profesores. Conoce hasta los «pequeños
secretos» del personal de limpieza de nuestra facultad.
—¿De verdad no lo sabes?
—¿Qué? —inquiero impaciente.
—¡Que nos dará clases ni más ni menos que el ilustre profesor Brian
Alexander Woods!
«Brian Alexander Woods»
Hago una mueca y aprieto los párpados cuando me doy cuenta de que, al
pronunciar su nombre, mi amiga lo hace de una manera muy peculiar:
espaciado, altivo y con esa sonrisa maquiavélica y lasciva.
—¿Y quién narices es?
—¡Lyn! —suelta un inesperado grito—. ¡Es el tío más hot que he visto en
mi vida! —Se pone de lado y se sujeta en un codo, preparada para hablar—.
¡Dios, Lyn! El profesor Woods es….
—¡Bert! —Detengo su tan familiar avalancha de información—. ¡No!
Mejor no me digas nada —niego y bostezo—. Mira la hora que es y sé que
te vas a pasar con las explicaciones y me contarás toda la vida de aquel
profesor.
Frunzo el ceño.
—¡Pero debes enterarte de quién es!
—Vaaaaale. —Asiento—. Pero mañana. Mañana me lo cuentas mientras
desayunamos, ¿OK?
Me dejo caer sobre el colchón, fingiendo que estoy exhausta, aun no
siendo del todo mentira.
—¡Qué sosa! —Me acusa molesta y gira su cabeza hacia la pared.
—Buenas noches, loca.
—Buenas noches, santurrona.
Sonrío. Es su forma de molestarme.
—Me alegro que estemos de vuelta —añado y la miro con ternura.
—Yo también, cari.
Me devuelve la mirada de un modo cariñoso, me guiña el ojo, y después…
silencio.
Nos quedamos dormidas al instante. El día ha resultado demasiado
ajetreado con la mudanza y me encuentro sumamente cansada y, a decir
verdad, con muy pocas ganas de empezar el curso.
Durante la noche sueño con varias cosas, como por ejemplo todos los
acontecimientos del verano, con mi trabajo temporal en la pizzería más
conocida de Long Island, con mis padres y también con mi peludo, mi perro
Don. Pero también sueño con que el día de mañana me convertiré en una
gran inversora en bolsas.
Es muy común que en mis sueños me visualice a mí misma llevando un
elegante traje de oficina, de aquellos que consisten en una falda lápiz y una
chaqueta refinada. Casi siempre es lo mismo: camino alegre y con prisas,
taconeando por Wall Street y dirigiéndome a un gran despacho situado en la
mejor agencia financiera del condado.
También sueño con que tendré renombre en el mercado bursátil y que
ganaré una fortuna.
«Aylin Vega, la prestigiosa broker de Massachusetts»
¿Aspiro a demasiado?
Puede ser.
A veces pienso que me ocurra lo mismo que con el género masculino,
aunque en realidad no debería culparme por tener expectativas altas en mi
vida. Y, por el otro lado, es posible que no aspire a tanto, solo a lo que me
merezco y anhelo.
Y después de contaros este pequeño secreto, adivináis cuál es mi película
favorita, ¿verdad?
El Lobo de Wall Street, sin duda. Pero con un final diferente. Un final
feliz.
Sonrío.
CAPÍTULO 2
EL PROFESOR WOODS,
UN DIOS GRIEGO
Los rayos de la luz cegadora de la mañana invaden la habitación a través de
la fina tela de las cortinas. El murmullo del flujo de estudiantes del campus
se oye con nitidez y sería imposible para cualquier mortal seguir en la
cama. Esto de despertarse el primer día del curso no es precisamente mi
fuerte después de un largo verano, por lo tanto, me estiro con pereza. A
continuación, me pregunto cuánto quedará hasta que el despertador haga
acto de presencia.
Extiendo la mano hacia la mesita de noche y veo que quedan solamente
cinco minutos hasta la hora fijada. Siempre me ocurre lo mismo, despierto
antes de que el despertador lo haga, aunque luego no me lleve muy bien con
la puntualidad.
Tras aquellas típicas cosas rutinarias de por la mañana, tipo cepillarte los
dientes y manchar el lavabo entero, entrar en el servicio al menos dos veces
e ir con prisas porque se te están quemando las tostadas, consigo alistarme y
saltar encima de Bert, que todavía sigue en la cama. No muy inusual por su
parte.
—Bert —la llamo y la fijo con mi vista—. ¡Se te van a enfriar las
tostadas!
Mi amiga está lascivamente tendida sobre la cama, con la fresca sábana
tapándole hasta las orejas e incluso me da la impresión de que está inmersa
en un sueño placentero.
—¡Berta! —insisto y me inclino sobre ella—. Es la hora.
Me froto los ojos y tiro de la sábana, odiándola con amor porque a veces
me parezca más a su madre que a su amiga y compañera de habitación.
—Uffff… —Se queja—. ¡Voy ya! —articula con voz borracha y casi
derrumba el despertador que yace en la mesita que hay en medio de
nuestras camas.
No me sorprende cuando veo que vuelve a taparse con la dichosa sábana
hasta la coronilla.
—Es temprano, unos minutos más… —Suspira.
Pongo los ojos en blanco. Ya empezamos.
—¿Cómo que temprano?¡Te estoy llamando por enésima vez! —Le
regaño—. No creo que quieras empezar el primer día tardando.
Tras soltarle mi discurso de chica responsable y puntual —lo soy más que
ella—, me alejo hacia la diminuta cocina, a solo dos pasos. Nuestro
apartamento del campus es básicamente una habitación con un rincón que
es lo más parecido a una cocina, amplios armarios y un cuarto de baño.
Nada espectacular, de hecho, lo más asequible que pudimos reservar.
—Vale, ¡tú ganas! —dice dormida y, tras dignarse en levantarse, se me
acerca bostezando.
Roberta se sienta en la mesa con cara adormecida y cabello revuelto,
mueve su silla para colocarse a mi lado y me mira extrañada desde los pies
a la cabeza.
—Dios mío Lyn, ¡estás hasta vestida y todo! —Mueve la cucharilla en su
taza de capuchino.
—¿Qué quieres, que espere el fin del mundo para vestirme? —contesto
con brusquedad, mientras le doy un sorbo a mi café con leche fría —.
Queda nada más que media hora para que empiecen las clases.
—Pero si tardamos menos de cinco minutos, ¡la universidad está
enfrente! —Frunce el ceño cuando muerde su tostada, previamente
preparada por mí.
—¡Date prisa, porfis! Todavía te queda vestirte. —Le recuerdo.
«¡Dios mío, dame paciencia!», pienso atacada.
Me podría dar las gracias, al menos. El carácter de Berta por la mañana
hace que me entren unas terribles ganas de patearle ese trasero tan bonito
que tiene. Aun así, me muerdo la lengua y permanezco callada por tal de no
fastidiarla a primera hora de la mañana. No cabe duda de que necesito
conservar mis energías para lo que me venga encima con las nuevas clases,
que no es poco.
—¡Vaya! Pues sí que te ves guapa —resalta con amabilidad al cabo de
unos minutos—. Me recuerdas a mi sueño de anoche.
Bert ha vuelto ya. Menos mal. Sigue tomando su desayuno y observo que
analiza mi ajustado vestido negro de manga corta en un modo extraño. Hoy
visto una prenda cómoda, de cuello redondo y que, en realidad, parece más
bien una camiseta más larga de lo normal, que un vestido.
—¿Qué sueño?
—Ragazza…
Me mira con fijeza mientras reflexiona sobre algo y después me grita
entusiasmada.
—Creo que… ¡ya lo tengo!
—¿El qué? —pregunto embobada y le doy otro sorbo a mi taza de café.
—¡El concurso de moda de Vogue! —Posa su mirada en el techo, inmersa
en la ensoñación—. ¡Creo que ya tengo la temática del desfile!
—¡Ohhh! —Aplaudo con suavidad— ¡Qué bien, cariño! Y hablando de la
ropa… —La miro suspicaz—. ¿Tienes ya la ropa preparada?
—¡Cazzo! —Abre los ojos como platos—. No… ¡Y no sé qué me voy a
poner!
Por mi parte, frunzo la nariz y reprimo mis ganas de matarla cuando oigo
su típica expresión italiana, expresión que usa más que cualquier otra. Y sí,
la usa mucho porque la vida de Berta es un desastre.
—¿Mierda?¡No culpes al universo, Bert! —Le advierto entre divertida y
enojada; acto seguido, me levanto y coloco mi plato y taza en el fregadero
—. ¡Sabías que teníamos clases!
«¡Cazzo!», me susurro a mí misma, siendo consciente de que se me están
pegando sus cosas. Ahora, por su culpa, llegaremos tarde el primer día.
—Tranqui, mi doña Perfecta. ¡Improviso! —dice con una sonrisa y antes
de salir de la cocina, se levanta y me da un beso apretado en la mejilla.
Y sí, Berta aparte de desastre también es adorable de vez en cuando. Solo
de vez en cuando.
—¡No tardes! —indico.
Recojo sus platos también y me dedico a lavarlos, mientras la loca de mi
amiga corre a la habitación disparada, procurando estar lista a tiempo.
Recojo mi bolso y chaqueta, tras unos minutos, después, reviso mi sutil
maquillaje y, finalmente, me paso la mano por mi voluminoso cabello de
color bronce, el cual se me resiste esta mañana y cuyos rizos se tornan
rebeldes.
—¡Pareces una leona! Me encantaría tener tu melena —puntualiza Bert y
golpea mi trasero, juguetona.
Suelto una risita alegre y después salimos de la habitación, pero no antes
de comprobar la hora, intranquila. Constato con alivio que todavía nos
quedan diez minutos y saludo con la mano a unos compañeros a lo lejos,
tras saltar con energía en las escaleras de la residencia y cruzar la calle
Stanford.
—Por cierto, ¡ya me contarás qué te parece el profe Woods! —dice Bert y
arrima más su hombro a mí, lanzándome una mirada pícara, muy propia de
su locura.
—¡Ohhh, Bert, cuando se te mete algo en la cabeza, no hay quién te frene!
—¿Qué?
Pone cara de inocente.
—¡No seas aburrida! —Finge una cara encrespada—. ¡No me digas que
no tienes curiosidad, Santa Lyn!
—¡Bert! —intento aparentar seria, al mismo tiempo que la arrastro detrás
de mí. Sin embargo, mi sutil sonrisa y la manera en la que le aparto la
mirada me delata.
—¡Lo sabía! —Aplaude desenfrenada, pero al mismo tiempo queda
distraída con la imagen de un chico a lo lejos, el cual está aguardando
precisamente en la entrada de la Facultad.
El chico es alto y resulta atractivo, más que nada porque lleva gafas y
parece de los que hincan los codos. Y a mí la inteligencia me resulta
atractiva, pero a mi amiga no tanto. Noto entretenida que el chico está
apretando su carpeta de cuero a su pecho y, cuando alcanza vernos, se baja
las gafas sobre la nariz, sin quitarle el ojo a Bert.
—¡Menudo idiota! —murmura esta cerca de mi oído y lo señala—.
Estuvo detrás de mí todo el verano, y no sé por qué, pero sabía que me
esperaría en la puerta.
—¿Aquel chico que te gustaba?
—Ese mismo, pero ya no me gusta.
—¿Y por qué?
—Es un pedante.
—¿Y por qué te liaste con él entonces?
—Por diversión, ragazza. —Empieza a masticar su chicle y gira la cabeza,
en dirección a los aparcamientos—. Tim ya no es mi objetivo, de hecho…
—¿Qué?
Veo que se detiene discretamente y mira en dirección a un deportivo de
color oscuro, el cual ha aparcado a unos pasos de nosotras.
—...mi objetivo es otro —termina la frase, embobada.
«Su nueva presa», me susurro por dentro, conociéndola.
Esbozo una sonrisa al notarla tan absorta, pero, de repente, siento su
punzante codo en mi costilla.
—¡Míralo! —musita en mi oído como si entrara en un trance—. Está en
cuarto en Derecho y le ha puesto los cuernos a su novia un montón de veces
—habla en voz bajita—. ¿A qué está para comérselo? No me gustan tanto
los morenos, más bien los rubios, pero…
—Pero ¿qué?
Volteo la cabeza, persiguiendo su mano, la cual me señala a un atractivo
chico, que en este momento rodea el cuello de una chavala.
—Él podría servirme para que le vuelva a ponerle los cuernos.
—¡Qué dices, Bert! —La miro como una loca, ya que el chico parece
tener novia.
—¿Qué? —Eleva los hombros y habla con pasotismo—. La tipa seguro
que me daría las gracias y lo mandaría a tomar viento.
—¡Joder! —Le riño y me sale una risita nerviosa cuando veo las agujas
del reloj—. No sé si lo sabes, pero vamos a llegar tarde.
—¡Ahhh! —Tira de mí por el camino pavimentado del campus—. ¡El
profesor! Ragazza, te quedan cinco minutos como mucho para preguntarme
sobre él, es más, ¡sé que lo estás deseando!
Me ruborizo y no sé por qué. Berta es tan exagerada, que de una cosa
normal y corriente como lo es el tener un nuevo profesor, hace una bomba.
Y no es la primera vez. Aun así, elijo seguirle el juego porque
verdaderamente, el sustituto de Pembroke me está despertando el interés.
—¿Es su primer año aquí? —indago curiosa en un suspiro cuando
empezamos a subir las interminables escaleras de la entrada principal de la
Facultad de Negocios.
—¡Qué va! —exclama—. Lleva aquí cuatro o cinco años, tiene diez libros
publicados y terminó su Doctorado en Finanzas y Administración de
Empresas como alumno Summa Cum Laude, aquí mismo —Señala el suelo
con el dedo—, ¡en Harvard!
Quedo impresionada.
—¡Vaya! —Me sorprendo—. Es el máximo título que un alumno puede
conseguir y la verdad es que este hombre tiene pinta de profesional y
estricto.
—¡Y mucho! —añade Berta frenética, mientras me agarra el brazo y
mueve su largo cabello—. Es más, dicen que es muy serio, todos están
acojonados en su clase. Muy serio, muy severo y muy soso.
—Berta, ¿el profesor es mayor? Es que tiene todo el perfil.... —hablo
pensativa.
—¡Nooo! —Casi pega un chillido y saluda coqueta a un grupo de chicos
—. ¿Mayor? Si creo que tiene sobre treinta o treinta y uno. Aunque sí, es
mayor que nosotras.
—Bastante. —Vuelvo a mirar el reloj, jadeando.
—Ay Lyn, ojalá los mayores se parecieran a él.
Lo curioso es que después se lame los labios y pone ojitos. Eso, sin duda,
es una clara señal de que irá a por el nuevo profe —aunque no tan nuevo—.
No hay individuo del sexo opuesto que se le resista a esta rubia loca.
—¡No empieces el curso ligando! —advierto y le pego suavemente con mi
bolso.
—¡Como si pudiera! ¿Sabes lo que significa «inaccesible»? Es decir,
¿«fuera del alcance de los seres humanos»? —Abre los brazos y hace una
mueca—. ¡Encima casado!
—Entonces no me sorprende.
—A mí sí. Sabes igual de bien que yo que aquí hay más de uno casado
hasta las cejas y luego se la monta con las alumnas.
—¡Entremos ya!
Acabamos de ingresar por las amplias puertas de nuestra facultad, con lo
cual la interrumpo. A continuación, caminamos deprisa en los pasillos de la
planta baja, solo que, sin venir a cuento, empiezo a sentir molestias en mi
estómago. Maldigo en silencio haber cambiado mi desayuno, sospecho que
el café me ha sentado mal, o el paté, ya que hoy me ha dado por sustituir
mis tostadas de mantequilla con unas de paté.
¡Mi… ércoles!
—Berta, ahora te alcanzo —comento preocupada—. ¡Voy al servicio!
Presiono mi mano en mi vientre.
—¿Voy contigo?
Corro y miro para atrás, negando con la cabeza.
—No hace falta, me da tiempo. —Miro el reloj—. Quedan cinco minutos
todavía.
Esta asiente con la cabeza.
¡Penoso momento!
Después de terminar con el servicio, me lavo las manos rápidamente y
rezo que el señor Woods no haya llegado antes que yo a nuestra sala de
clase. ¡Oh Dios! Salgo escopeteada del servicio de la planta baja y abro los
ojos cuando agarro el horario de mi bolso y me doy cuenta de que la clase
donde tendremos Finanzas es la B23. Y la B23 está ni más ni menos que…
¡en la segunda jodida planta!
Pienso que no me va a dar tiempo, a no ser que un ser sobrenatural se
apiade de mí y haga un milagro. Aprieto el bolso en mi mano y empiezo a
subir las escaleras vertiginosamente, tras barrer mi alrededor con la mirada
y notar que el ascensor no está disponible.
Empiezo a correr desquiciada hacia la clase, como si me estuviera
persiguiendo una corrida de toros o como cuando pierdes el autobús y lo
intentas alcanzar, aun sabiendo que no servirá de nada. Los tacones de mis
sandalias retumban en el suelo del largo pasillo e incluso choco con una o
dos personas en mi ajetreada carrera hasta la jodida segunda planta.
¡No podría estar más lejos!
Respiro acelerada y miro a todas partes cuando alcanzo la planta. Tras
identificar el aula veo que, curiosamente, la puerta está abierta, y entonces
irrumpo en la sala con el corazón en la garganta, esperando que el profesor
no haya llegado aún. No obstante, mis esperanzas se disipan en un instante,
cuando tropiezo fuertemente con alguien que está en la entrada y el cual no
había visto.
—¡Ahhh! —Me sale un afilado grito, por el susto que me acabo de llevar.
Junto mis manos en mi regazo y quedo petrificada.
Un hombre alto, de tez morena, cabello muy oscuro —demasiado oscuro
— y el cual muestra facciones duras —demasiado duras—, se da la vuelta
más sorprendido que yo. Sus ojos de un negro intenso, tan negro como el
carbono, me fijan sin pestañear. Noto desconcertada y avergonzada que este
aprieta los labios cuando su mirada se cruza con la mía.
¿Está enojado?
Sí, lo está. Y con razón. Comprendo su enojo cuando observo que sujeta
en la mano derecha un vaso de plástico con café, casi vacío. También
alcanzo con la vista una mancha apenas perceptible en su pantalón de traje
oscuro, e incluso una mancha marrón del mencionado café en el suelo.
¿Acaso le he derramado el café?
Quedo atónita y mis mejillas se encienden.
—¿Se puede saber qué hace? —pregunta furioso cuando nota mi bloqueo,
ya que no soy capaz ni siquiera de pestañear.
—Ehhh… ¡perdón! —Tartamudeo—. Yo… no le he visto. ¡Pero déjeme
que lo limpie! —exclamo demasiado avergonzada y, acto seguido, saco un
pañuelo blanco de papel de mi bolso y me lanzo literalmente en dirección a
su pantalón.
Las rodillas me tiemblan mientras limpio la mancha de café,
verdaderamente conmocionada. Froto aquella mancha con mi pañuelo con
mucha dedicación, en el gran intento de arreglarlo todo y disculparme con
el señor Woods.
—Señorita… —Oigo su voz.
Pero es como si no oyera nada a mi alrededor, solamente me inclino más
mientras hablo sin cesar, como un disco rayado.
—Perdón, de verdad no le he visto —puntualizo y muevo mi mano con
rapidez—. Venía con prisa y...
—¡Pare ya! —ordena con rudeza.
¡Ohhh!
Enderezo mi espalda y lo fijo con mi mirada llena de incertidumbre. Este
se aleja de mí con cara desencajada y, a continuación, sus labios dibujan
una fina línea y sus dedos rozan con sutileza la parte húmeda de su
pantalón.
«¡Qué vergüenza!», pienso.
Y como si ya fuera poco lo que me está sucediendo, el rubor en mis
mejillas se intensifica cuando me doy cuenta de que la mancha está en una
zona «peligrosa».
«¡Virgen Santa!»
Solamente falta hacerme una cruz, en cambio, me llevo una mano a la
boca. Respiro acelerada, sin saber dónde meterme y entonces miro en
dirección a la clase. Mala idea, ya que todos mis compañeros me están
analizando divertidos, es más, veo que algunos incluso se están aguantando
la risa.
¿Qué he hecho?
—¿Quién es usted? —Oigo su voz de nuevo.
—Soy... soy alumna. Me toca ahora aquí —balbuceo mientras volteo la
cabeza e identifico a Bert en la gran sala, sentada más o menos en la mitad
del aula.
Cuando redirijo mi vista a él, observo que aprieta la mandíbula, aún sin
moverse del sitio.
—¿Y por qué llega usted tarde? —cuestiona y, de un movimiento brusco,
tira el vaso a la papelera.
Se gira.
—No ha sido por gusto. Tenía una urgencia y...
Me vuelve a fijar con esa dura mirada, como si de un taladro se tratase.
—¿Puede haber una urgencia mayor que su clase? —replica en tono
grave.
—Pues la verdad es que sí...
Froto mis manos inconscientemente y esbozo una sonrisa falsa cuando
Berta me hace una señal con la mano cortándose el cuello, e incluso me la
figuro diciendo: «estás acabada», «c´est fini», «é finita». ¡Carajo! Estoy tan
desquiciada que hasta parece que todos los idiomas se han dado una cita en
mi cabeza.
—Entonces espero que la próxima vez sepa usted elegir bien y estar
segura de cuáles son sus prioridades —responde punzante.
El profesor no se muestra más calmado, todo lo contrario. Mantiene aquel
tono lineal y raudo, a la vez que se toca la perilla, un tanto crecida. Es más,
suena descabellado, pero por un momento me imagino el tacto de su corta
barba. ¿Será áspera? ¿Cómo se sentirá en la piel?
Pestañeo y reflexiono sobre cómo diantres le podría decir que necesitaba
ir al servicio. ¿Acaso hay mayor prioridad que eso?
—Por supuesto —asiento con la cabeza dócilmente y agacho la mirada.
Ahora mismo estoy rezando de que no me eche de la clase, siendo
consciente de que eso supondría un muy mal comienzo de curso.
—Pase —dictamina tras unos tensos momentos—. Y que no vuelva a
ocurrir.
Lleva su mano al cuello y me da la impresión de que se arregla la corbata.
—Gracias.
Me muevo deprisa entre las mesas de la amplia sala y me acerco a mi
amiga que, menos mal, me ha guardado un sitio a su lado. Esta me mira
estupefacta y me señala que me tranquilice.
Un solemne silencio se adueña de nuestra clase.
—Bueno, ya que estamos todos… —Carraspea—. Mi nombre es Brian
Alexander Woods y seré vuestro mentor en Finanzas este curso… —Hace
una breve pausa—, o vuestra mayor pesadilla.
Nos miramos los unos a los otros. A continuación, analizo con más
detenimiento al nuevo —y un tanto cascarrabias—profesor de Finanzas, y
reconozco que Berta tenía razón, aunque sea por una vez en su vida. Brian
Alexander Woods es una persona con una alta dosis de atractivo, de hecho,
como muy pocos hombres que he visto en mi vida. Y aunque aparente tener
menos de treinta años, en realidad unas escasas canas se asoman
entremezcladas con su cabello del color del alquitrán.
¡Vaya, este hombre lo tiene todo oscuro! Salvo la camisa, la cual es
blanca. Y los dientes imagino, aunque no los he visto todavía porque no ha
sonreído ni en una sola ocasión.
Barro con la mirada mi alrededor y me percato de que, aparentemente,
todo el mundo le tiene una especie de «miedo», juzgando por el silencio y
la tensión que se ha adueñado de la clase. Más bien de las féminas, que lo
miran todas embobadas y maravilladas, como si el profesor Woods fuera un
verdadero dios griego. Es más, apuesto que mientras que escuchamos su
rudo y amenazante discurso de cómo hará de nuestra vida un infierno este
curso, hay más de unas bragas mojadas.
¡Y no sería para menos!
Suspiro encandilada y sin poder mentir y negar que el profesor es
realmente imponente. Para mi sorpresa, vuelvo a escanearlo con interés. La
chaqueta del traje negro resalta sus brazos robustos y la postura que está
teniendo ahora mismo mientras habla con seriedad —Se encuentra de
brazos cruzados—, podría ser el detonante del orgasmo de cualquier mujer.
O chica. O adolescente.
Casi no respiro y me estoy dando cuenta de que, efectivamente, el
profesor Woods tiene ese efecto. Un efecto tan intenso y descabellado que
hasta yo me he quedado bloqueada y con la boca abierta, aunque por suerte
no tan atontada como las demás.
—¡Ragazza, has sido muy cómica! —murmura Bert en mi oído, casi
llevándome un susto—. Pero esto te pasará factura, te lo advierto. Woods no
deja pasar ni una.
—¿Ah no?
—No, tenlo claro. Todos lo conocen aquí.
Menos yo.
—Pues que me castigue —susurro de vuelta, intentando hacer un chiste y
así relajarme.
—¡Chica mala! —Bert ahoga una impetuosa risa—. ¿Nos puede castigar a
las dos?
Por mi parte, en cambio, es como si no la escuchara. Mi atención está
totalmente centrada en las explicaciones del profesor de Finanzas. Es más,
me siento tan descolocada por lo que acaba de ocurrir, que incluso me da
cierto morbo imaginar al profesor con un cinturón en la mano, preparado
para castigarme por haber estropeado su impecable traje. O también lo
podría hacer con una regla de madera, no me importaría mucho. Agito la
cabeza instantáneamente bruscamente, invadida por la culpa.
«Pero ¡qué estoy diciendo!», me mortifico.
Me llevo las manos a la frente y me sonrojo vertiginosamente, a la vez que
me impongo que estos pensamientos impuros deben desaparecer de mi
mente.
—Después de una breve síntesis de lo que trata nuestra asignatura y cómo
voy a enfocar los criterios de evaluación este curso, damos paso a una
prueba que tengo preparada para hoy y en la que ustedes tendrán la
oportunidad de sorprenderme —explica.
—Profesor, ¿contará nota?
—Sí.
—Pues en general el primer examen no cuenta —continúa hablando un
chico de cabello rizado, con porte de rapero y el cual queda parcialmente
oculto por una gorra.
—En general —replica y da unos pasos hacia la primera fila—. Aquí
estamos en Finanzas y tengo grandes expectativas de ustedes. ¡Y quítese
esa gorra o salga usted de la sala! —le advierte amenazante y le señala la
puerta.
Doy un involuntario brinco en la silla y arrugo la frente.
«¡Pobre chico! Los rumores eran ciertos», pienso atolondrada, tras ser
testigo de la manera tan borde en la que le ha hablado a mi compañero.
A continuación, el chico lo mira atónito y se quita la gorra con
resignación. Su cara es perfectamente justificable, ya que nadie se esperaba
a semejante reacción.
«Y todo por una gorra…», pienso y pongo los ojos en blanco.
En los siguientes minutos, el señor Woods nos empieza a repartir los
exámenes y la tensión en la clase se hace cada vez más palpable.
—Tienen cuarenta minutos para realizar esta prueba.
Todos nos miramos ansiosos, una media de cincuenta alumnos.
—¿Podemos escribir con lápiz, profe? —pregunta una chica que lleva
Botox hasta en las pestañas.
La típica pregunta tonta, seguro que la ha hecho solo para llamarle la
atención al señor Woods.
—Un no categórico.
—Vale, gracias.
De momento, el profesor empieza a fruncir el ceño mientras que termina
de repartir los exámenes. Tras unos minutos de completo silencio, toma
asiento en su mesa y nos vigila, sumergido en sus propios pensamientos.
Procuro centrarme en la prueba inicial que estamos realizando, y en la
cual debo confiar que me saldrá bien. Cuando transcurre media hora de
trabajo muy intenso, levanto mi vista y noto que el hombre sigue en su
mesa, sin dejar de mirar la clase fijamente. Siento cierta intimidación, un
sentimiento que ha estado presente durante toda la clase, y más cuando
nuestras miradas se cruzan por un breve e incómodo instante. Sin embargo,
él no tiene ningún reparo en sostenerla durante unos segundos. Aprieto el
bolígrafo entre mis dedos y me sonrojo una vez más. De alguna manera, sus
ojos sumamente intimidantes me obligan a bajar la vista a mi examen.
«¡Vuelve a la Tierra, Aylin!», me doy aquel toque de atención necesario.
No me suelo dejar impresionar tan rápidamente por un hombre y él no será
el primero.
Conforme transcurre el tiempo, me encuentro más relajada y contenta de
que conozca todas las respuestas del examen. No me sorprende en absoluto,
el tema que el profesor ha elegido para su determinante examen, tiene
mucho que ver con lo que más me apasiona: la inversión en bolsas y los
mercados.
Pasa el tiempo sin percatarme de ello, la concentración es mi punto fuerte
y es como si todo desapareciera de mi alrededor y quedara solamente yo y
aquellas preguntas y números de la hoja. Minutos más tarde, apenas queda
gente en la sala de clase y, cuando mi amiga Berta me señala que me espera
fuera, asiento con la cabeza y miro el reloj. A la vez, pienso que quedan
menos de cinco minutos, así que debo darme prisa.
—La clase ha finalizado.
La voz ronca del profesor hace que dé un suave brinco en mi silla.
—Ajam…
Esbozo una sonrisa casi sin mirarlo y sin querer salir de mi zona segura.
Sigo respondiendo a la última pregunta y solamente falta que mi bolígrafo
prenda fuego sobre la hoja de papel, debido a la rapidez con la que resuelvo
la prueba. Otros dos compañeros le entregan el examen y salen del aula, al
mismo tiempo que yo sigo luchando con la última frase de la respuesta.
Unos lentos pasos en el suelo me desconcentran.
—¿Usted está acostumbrada a apurarlo todo hasta el último momento?
—Disculpe, ya he terminado —respondo con un jadeo.
Finalmente, suelto el bolígrafo, aunque a duras penas. Alzo mi mirada
mientras le tiendo el examen, sin dejar de pensar que no me ha dado tiempo
a revisar la última respuesta.
—Muy bien —ronronea.
Examino su rostro cuando este arruga la frente y escanea mi examen con
atención. Me llevo las manos a la barbilla y no sé por qué, pero se me
ocurre que el profesor Woods parece verdaderamente caído del cielo. Desde
su postura —yo sentada y él de pie, mirándome con arrogancia —, se ve
realmente atractivo, como si fuera un Dios.
—Ya puede salir.
Arqueo una ceja cuando me doy cuenta de que el profe gruñón me analiza
con aquellos ojos negros de pestañas infinitas. Acto seguido, se lleva la
mano al mentón por un instante, como si estuviera inmerso en una reflexión
profunda. Y esos labios…
—¡Señorita!
—¡Sí! —respondo sobresaltada desde mi silla.
—La clase ha terminado, se puede ir. —Indica con un gesto—. ¿O se va a
quedar aquí?
—No, para nada.
Aclaro mi garganta y me levanto de la silla avergonzada, a la vez que
recojo mi bolso, pensando por dentro que soy una imbécil. ¿Imbécil? No.
Imbécil nivel dios.
Seguro que el señor Woods se ha dado cuenta de la manera tan insolente
en la que le miraba, y claramente, eso no me lo puedo permitir. Soy una
chica educada y decente.
—Lo mismo pensaba, que no se quedaría aquí sola —ratifica.
—No, claro que no —añado con una alegría fingida—. Hoy hace un día
genial, no podría quedarme aquí, ¡por supuesto!
Muestro una amplia sonrisa y miro la ventana de reojo. Él no dice nada,
solo me persigue con aquellos ojos penetrante. A continuación, camino en
dirección a la puerta, pero —tan jodidamente espontánea como siempre—
aprieto los párpados y levanto el índice.
—Por cierto... —Me giro bruscamente— usted también debería salir fuera
para dar un paseo, y así se le seca el pantalón.
Su mirada se oscurece y vuelve a apretar la mandíbula cuando yo hago un
intento de guiñarle el ojo.
—Hasta luego, señorita.
—Hasta luego. —Se me traba la lengua—. Y perdón de nuevo por lo…
del café, ya sabe.
Me siento estúpida.
¡Joder!
Mil veces joder. Lo he empeorado todo, mi «brillante» discurso salido de
la nada me ha dejado en un peor lugar que en el cual estaba al comienzo de
la clase. En otras palabras, si hace una hora estaba al borde de un precipicio,
al final de la clase de este señor, he conseguido caer empicada; de hecho, yo
solita me he tirado.
Procuro controlar mi respiración cuando salgo fuera de la facultad, todavía
irritada por la metedura de pata, y me acerco a Berta, que me está esperando
sentada en un banco.
—Toma cari, te he comprado un café. —Suelta una ruidosa carcajada
mientras mis rodillas siguen temblando.
—¡No me hables, Bert! —le sermoneo—. He hecho el ridículo, ¿verdad?
—Un poquito...
Esta me hace una señal con la mano, un tanto crispada. Chasqueo la boca
y me desplomo sobre el banco, soltando un profundo suspiro.
—¡Mierda! —maldigo y acepto el vaso de plástico que me entrega—.
Además, ¿te puedes creer que le he dicho al profesor que salga fuera para
que seque su pantalón?
¡Vaya sinsentido!
—¿Le has dicho eso, de verdad? —La capulla de mi amiga empieza a
reírse a carcajadas y se lleva las manos a la boca.
—¡No, de mentira! Yo solo…
¡Puñetas!
No puedo continuar con mi innecesaria explicación por más tiempo.
Hablando del rey de Roma, al instante vemos salir al señor Woods por la
puerta principal de la Facultad de Negocios. Intento girar mi cabeza,
evadiendo sus pasos veloces, pero me es imposible no observar las gafas de
sol oscuras, seguramente de una gran marca, y aquel maletín profesional
que está cargando, al igual que su ajustado traje, el cual queda moldeado
como una segunda piel en su perfectamente proporcionado cuerpo.
—¡Ohhh, ahí va! —susurra Bert, igual de alcoholizada que yo— ¡Qué
hombre!
Seguro que, si en este momento se nos ocurriera tocar un cubito de hielo,
este se fundiría enseguida al rozar nuestra piel, así estamos de absortas y
excitadas.
—¿Será que te va a hacer caso y ha salido a tomar el sol?
—¡Shhh! —digo desquiciada, e intento detener la risa demasiado sonora
de Berta.
Permanecemos quietas y ambas lo miramos por el rabillo del ojo cuando
pasa por al lado. Él no dice nada y muestra exactamente la misma actitud
altiva que ha destilado dentro. A continuación, el profesor se dirige a los
aparcamientos y se monta en un Land Rover de color negro, de última
gama, un automóvil completamente nuevo y reluciente. Sin lugar a duda, el
negro es el color favorito del nuevo profe. Moreno, ojos negros, gafas de
sol oscuras, traje negro, coche oscuro...
—¡Vaya coche! —subraya mi rubia y esta vez hinca ella el codo en mi
estómago.
—Seguro que gana bien como catedrático —completo.
—No es solo eso —charlamos en voz baja, sin poder quitarle la vista—.
También es miembro de la directiva de aquella agencia financiera,
llamada… ahm… —Titubea—. American...
—¿¡American Express Co?!
Entreabro los labios.
—¡Eso! Es socio mayoritario —afirma—. Dicen que su padre es
colombiano y su madre americana. Su padre lo abandonó de pequeño y su
madre se casó con un estadounidense, de ahí su apellido. Al parecer, Woods
no tenía nada, trabajó y estudió duro para llegar a ser uno de los socios.
—¡No me digas! —exclamo estupefacta y tiro de su camiseta —Dios mío,
Bert... soy fan de esa empresa y de McGringuer. Son unas de las mejores en
transacciones financieras, inversión de capital y bolsas.
—Pues entonces ojalá puedas hacer las prácticas ahí, cari.
—Pero con lo difícil que es, ya sabes. Todos querrán esas plazas.
—Y el señor Woods es muy estricto —añade, recalcando lo evidente.
Tiene razón. Me quedo pensando en American Express Co y no me puedo
creer que él sea uno de los socios. Ojalá algún día pueda trabajar en una
gran empresa, además admiro mucho a las personas emprendedoras, que
son capaces de superarse y construyen un imperio de la nada. Y parece que
ese es el caso del profesor. Pese que me haya hablado de aquella manera tan
severa y descortés minutos atrás, en realidad lo estoy empezando a admirar,
aunque no disponga de mucha información.
Todavía.
Respiro trastornada por semejante presencia y me limpio las babas de
manera imaginaria mientras que me planteo que tendremos muchas cosas
que aprender del profesor Brian Alexander Woods.
CAPÍTULO 3
LA NUEVA ASISTENTE
***
La terraza del restaurante en el que hemos quedado para almorzar está
repleta de clientes sumamente elegantes, que destilan estilo y poderío
mediante los atuendos de grandes marcas y la actitud un tanto soberbia.
Asimismo, otros llevan la ropa de la playa, la cual puedo vislumbrar justo a
unos pocos pasos. El sonido estrepitoso de las olas golpeando la orilla
resuena de fondo y la brisa del mar nos acaricia, de modo que fijo mi
sombrero con una mano. Al instante empiezo a escanear el selecto
restaurante de nuestro hotel y observo que, a unos metros, una piscina
descomunal impone con su presencia. El oasis azul está rodeado de
palmeras y de una gran variedad de sombrillas y tumbonas de mimbre,
sumamente sofisticadas.
Un camarero trajeado se acerca y después nos muestra una mesa.
—¿Qué quiere tomar? —pregunta el señor Woods.
Acomodo la servilleta de un blanco impoluto en mi regazo.
—Lo mismo que usted.
Lo miro por debajo de las pestañas pensativa, en realidad no sabría
realmente qué tomar. Este pide una botella de vino tinto fresco y después
algunos platos, la gran mayoría de marisco. Ya me he percatado con
anterioridad de que el profesor tiene gran predilección por el pescado y el
marisco.
—¿Le gusta el sitio?
Se mueve inquieto en la silla y señala el hotel con la cabeza.
—Mucho, la verdad.
Mi mirada resbala sobre el polo de color oscuro que se amolda
exquisitamente a su torso y brazos. Aun así, no dejo de preguntarme a mí
misma porque no es capaz de renunciar al color negro, incluso en un sitio
como Miami, donde el sol brilla con más fuerza.
—Me alegro —replica con la sobriedad que siempre le caracteriza—.
Entonces… comprendo que quiere tener una charla seria.
—Así es.
Una respuesta rotunda, agradecida de que él haya sacado el tema. Igual lo
iba a sacar yo.
—Dígame, ¿qué quiere saber?
—¿Qué quiere de mí? —pregunto tajante mientras le doy un sorbo a mi
copa de vino.
—Es obvio lo que quiero.
Intento controlar mi respiración. Conozco perfectamente su don de la
oratoria y lo elocuente que puede llegar a ser. Desde esta mañana he
decidido actuar con inteligencia y no permitirle manipularme, como ha
hecho en otras ocasiones.
—Quiero saber qué más quiere de mí, aparte de... eso.
—Lo único que quiero es hacerla disfrutar, no es otro mi propósito.
—¿Qué pasará después de esta noche? —Cruzo las piernas, intentando
contrarrestar los nervios que me sacuden por dentro.
—Sabe que estoy casado. Y quiero que lo tenga claro desde el principio.
Quedo hipnotizada por sus labios, los cuales rozan el filo de la copa de
cristal lentamente cuando le da un sorbo sutil a su copa.
—Lo tengo claro, descuide.
—Me alegro —Aprieta su boca, sin esbozar la más mínima sonrisa.
—¿Y si llegara a enamorarse de mí? —inquiero atrevida y dejo caer mis
codos sobre la mesa.
Lo fijo con una mirada expectante y noto que guarda silencio por unos
instantes. Siempre va por delante de mí y no me cabe la menor duda de que
sabe que lo quiero poner a prueba, ya que puedo notar que sus ojos se han
vuelto más turbios.
—El amor no se me da bien, señorita Vega.
—Al igual que bailar —añado con resquemor, inconscientemente
decepcionada.
Posiblemente sea así porque en el fondo me gustaría que el profesor se
enamorara de mí, y que él sea aquel príncipe azul que espero con ansias.
—Así es.
—¿Entonces por qué tiene un cuadro en su dormitorio en el que pone
«amor» en griego? —cuestiono.
—No tiene importancia.
Acaricia el cristal de su copa con el dedo gordo.
—¿No le parece raro, profesor?
—No puedo contestar a eso.
—¿Por qué le da miedo volar en avión?
—No es miedo —Me aparta la vista—. Y... tampoco puedo contestar.
Mi mirada baja a sus fuertes manos y me llama la atención la manera en la
que aprieta el puño. Sus rasgos se vuelven rígidos de repente.
—¿Por qué sigue casado si ni siquiera vive bajo el mismo techo con su
esposa?
—No es su problema.
—¿Qué significa Álympos? —insisto con mirada decidida. O ahora, o
nunca—. ¿A qué se refería su mujer con que no fue a Álympos aquella
noche que me quedé a dormir en su ático?
Agranda los ojos, sorprendido.
—Si buscó el significado de la palabra que había en el cuadro, supongo
que lo habrá hecho también con Álympos ¿Por qué me pregunta? —Se toca
el mentón, sin apartar la vista e intenta mostrarse calmado, a pesar de su
evidente nerviosismo.
—Sí, la busqué. Significa «Olimpo» en griego. Pero no encontré más
información.
—¡Vaya! Ha hecho muy bien la tarea, aunque no me debería sorprender en
absoluto, es muy aplicada —habla cortante y se inclina hacia atrás, con
lascivia.
—¿Qué es ese sitio?
—Señorita, en realidad no puedo contestar a nada.
—¿Lo ve? —recrimino indignada—. Se suponía que íbamos a tener una
conversación honesta y, en cambio, ¡oh! ¡Me parece que ha sido una
pérdida de tiempo! —Suelto un bufido, bastante molesta.
¡Qué puñetas!
Deseo levantarme de la mesa e irme de aquí urgentemente, al ser
consciente de que él no está respetando su promesa. Sin embargo, el
profesor no me permite levantarme y de momento atrapa mi muñeca con
firmeza.
—¡Quédese! —ordena serio—. Necesitamos hablar, ¿de acuerdo?
Mis facciones se suavizan y vuelvo a sentarme en la silla, extremadamente
esperanzada.
—Le voy a decir la verdad, aun cuando no quiera volver a verme nunca
más —confiesa tras mirar el suelo durante unos breves instantes.
Yo solo quedo expectante y me cruzo de brazos cuando observo que su
rostro se enciende instantáneamente.
—Lo cierto es que... soy muy diferente a cualquier hombre que podría
conocer.
—En eso estamos de acuerdo —completo.
—El cuadro es una reliquia familiar. Mi vida no ha sido nada fácil y no
voy a entrar en detalles. Me cuesta hablar de ello. De alguna manera, el
pasado hace que seamos las personas que somos hoy en día...—Hace una
breve pausa—. Y quiero dejarle en claro que no deseo que se haga ilusiones
conmigo. Nunca dejaré a Lorraine, ni me casaré con usted.
«No podía haber sido más claro», pienso asombrada, aunque en cierto
modo lo veía venir.
—¿La ama? —pregunto y aprieto los labios, crispada.
—No lo está entendiendo —prosigue, sin quitarme la vista —. Nunca la
he amado, ni he amado a nadie. De hecho, dudo que alguna vez pueda amar
a alguna mujer.
—¿Y por qué no? —Entreabro los labios, controvertida—. ¿Cómo puede
una persona vivir sin amor?
—Al igual que una persona puede vivir sin sexo, señorita Vega. Le
recuerdo sus propias palabras.
—Entonces si igualmente no la ama… —hablo con voz ahogada, sin
entender nada—, ¿por qué no se divorcia?
—No puedo. Hay lazos muy fuertes que me unen a ella.
—¿Tiene que ver con eso que ella dijo... con el «Olimpo»? —pregunto
deprisa en el tormentoso intento de sonsacarle algo de información.
—Hay cosas a las que no podré contestar y esta es una de ellas.
Veo cómo aprieta aquella mandíbula, bien conturbado.
—¿Por qué? ¿No confía en mí?
—Y usted... ¿confía en mí?
Típico de él, contestarte con otra pregunta.
—Es lo que estoy intentando, pero…
—No lo haga. De hecho, le aconsejo que no confíe en mí, ni intente
conocerme, ¿vale? Señorita Vega… —Carraspea—, sufriría mucho.
Su lengua viperina me está hiriendo.
—¿De verdad piensa que eso es algo que se puede controlar?
—Yo solo le estoy exponiendo la situación. Quería sinceridad y aquí la
tiene.
—Me ha hecho pensar que era especial para usted —le recuerdo bastante
decepcionada, mientras una sensación de ahogo me invade.
—Y lo es. —Coge mi mano entre sus manos y hasta diría que parece
emocionado—. Ahora mismo no puedo sacarla de mi mente.
—¿Y las demás mujeres?
—Le aseguro que en este momento no hay nadie más en mi mente. ¡Solo
usted!
—No lo entiendo, juro que no le entiendo... —Alzo mi abatida voz y retiro
mi mano.
—Comprendo su reacción, pero yo soy de esta manera. Soy una persona
extraña y… —Se detiene—, mis gustos sexuales también.
—Haga que lo entienda y que le conozca mejor, por favor.
—Conocerá de mí lo que tenga que conocer. Ni más, ni menos.
Le da otro sorbo a su copa y vuelve a endurecer sus facciones.
¿Pero de qué está hablando?
—¿Y qué tengo que conocer? —pregunto un tanto afligida, al mismo
tiempo que el profesor juega con el cuchillo que hay en la mesa, pensativo.
—Como ya sabe, quiero tenerla desesperadamente. Hay cosas que... —Me
mira persistente—, me producen placer y no sé si usted las podrá tolerar.
Quizás otra mujer sí, pero no usted.
—¿A qué se refiere?
—Me produciría placer verla en la cama con otro hombre.
Me atraganto con el sorbo de vino que acabo de tomar de la copa y
empiezo a toser desenfrenada.
—¿Está hablando de usted y otro hombre más?
Siento mi cadencioso pulso en todo mi cuerpo y se me ocurre que quizás
haya un malentendido y él no haya dicho lo que acabo de escuchar.
—Sí —afirma desvergonzadamente—. Sé que no debería hablarle de esto,
usted es virgen. Y sí, confieso que todo lo que está pensando de mí en este
preciso momento es cierto. —Su tono se vuelve jocoso—. Soy un
depravado, lo sé. Pero el placer es desmesurado, hágame caso, le aseguro
que disfrutaría mucho.
—¿Está demente?
—Pues sí, posiblemente esté compartiendo habitación en este hotel con un
demente.
—Y si no le importaría que estuviera con otro delante de sus narices. —
Agito la mano enojada y lo señalo— ¿por qué se puso así de celoso cuando
bailé con mi amigo Adam?
—No es lo mismo que lo haga con una persona que yo elija, que a que lo
haga con otro hombre.
—Es decir...
Lo miro con horror e intento tragar la saliva atorada en mi garganta.
—¿Que yo no puedo elegir con quién hacerlo? ¿Lo haría usted por mí? —
sigo conmocionada y no sé cómo diantres no me he caído ya de la silla por
el shock.
—Así es. Me niego a que usted se vea con otros hombres que no sea yo.
Porque es solo mía y se lo dejé claro desde el principio.
¿Qué broma barata es todo esto?
—¿Solo suya?... ¡Y de los que llame para que me follen mientras que
mira! —hablo con rudeza.
—Podría llamarlo así. Yo lo llamo placer.
Mi cabeza está por estallar y no me lo puedo creer. Me avergüenzo de las
palabras que estoy usando al instante, ya que no es propio de mí hablar de
este modo.
—¿Placer? Lo que me faltaría saber es que le van las orgías también. —
Aleteo la mano sumamente indignada.
—También me van, sí.
Sigue jugando con el puñetero cuchillo sobre la mesa mientras mi
respiración se vuelve descontrolada. De repente, noto cómo mi tensión
sube.
—Me está diciendo que... ¿también ha participado en orgías?
—Así es —responde sereno.
Abro la boca, desconcertada.
—¿Algo más? —Carraspea y mira el suelo por un momento, para que
después vuelva a alzar aquella misteriosa mirada.
—De hecho, debería preguntarle yo. —Levanto mi mano amenazante y
mis ojos sueltan chispas—. ¿Algo más que deba saber?
Temo mucho su respuesta.
—Que a veces me gusta hacer uso de ciertos juguetes.
—¿Juguetes?
—Sí, juguetes sexuales. Y también ciertos artilugios —habla firme y
frunce sus labios—. Quería saberlo todo, ¿verdad?
—¿También le gusta ese rollo? —pregunto incrédula y derrotada al mismo
tiempo.
—Me gusta todo lo relacionado al sexo no convencional. —Aclara su
garganta—. Y lo cierto es que soy insaciable.
¡Oh! No sé dónde meterme.
—¿Y no puede tener sexo normal y ... ya está?
Se inclina sobre mí y me mira sugerente.
—Puedo, por un tiempo. Pero «el sexo normal y ya está» no es para mí,
señorita Vega —recalca mis propias palabras.
Por mi parte, me llevo las manos a la cabeza. Siento como si un terremoto
se hubiese instalado en mi interior.
—¡Joder! —maldigo en voz alta—. ¡Usted es un jodido pervertido!
Por su parte, arquea sus labios, esbozando una leve sonrisa.
—Lo siento. No se lo puedo negar. —Se encoge de hombros.
Es la segunda vez que me quiero morir en menos de una semana.
—¿Y por qué no me lo ha dicho antes y ha esperado a que viajemos hasta
aquí?
—Recuerde que es mi asistente. Independientemente de si usted vaya a
estar de acuerdo en tener sexo conmigo o no, deberá acompañarme como
mi asistente.
—¿Y qué pasará si no acepto? —pregunto audaz y empiezo a temblar.
—¿Está segura de que no quiere experimentar todo lo que le he dicho? Le
aseguro que, si se deja llevar y me deja proporcionarle placer a mi manera,
nunca se arrepentirá. Será inolvidable y lo cierto es que… la necesito —
habla con euforia e intenta tocar mi mano, pero se la retiro enseguida.
—¡Usted lo que necesita es un psicólogo!
Me estoy aguantando las lágrimas. Definitivamente, no me esperaba a esta
conversación tan descabellada, pero no voy a dar lugar a que él me vea
llorar. Y como mi dignidad es más importante que todo esto, a
continuación, me levanto de la silla. Abandono la mesa aprisa,
dirigiéndome a la suite del hotel a una velocidad vertiginosa, pero él me
sigue, por supuesto. Escucho unos pasos rápidos detrás y su voz, la cual me
está llamando.
—¿Qué está haciendo, adónde va?
Cojo el ascensor deprisa mientras el corazón me late con locura. Siento
que me encuentro sin expectativas, ni planes. Mis ilusiones y viaje
improvisado se acaban de ir a la mierda.
—¡Déjeme en paz!
Cuando entro en la habitación, él me sigue adentro con desesperación.
— ¡Usted quería la verdad! Se la he dicho y ahora está huyendo de mí.
¡Pensaba que era más valiente, diablos!
—¡No se acerque a mí! —grito rabiosa y empujo la puerta de la habitación
contigua.
—¡Yo soy así! Ya le dije que soy así de retorcido, pero no me hacía caso.
Usted veía en mí algo que no existe.
—¿Y por qué no te mantuviste lejos de mí, maldita sea? —le suelto,
mientras le lanzo con rabia una sandalia que recojo de mi maleta.
Este la esquiva como un verdadero deportista e intenta alcanzarme.
—Porque la necesito. La necesito muchísimo, ¡entiéndalo!
Se acerca casi corriendo a mi habitación, pero le cierro la puerta en la
nariz de un golpe y la sujeto. ¡Puñetas! No hay ningún cerrojo, de manera
que tengo que hacer fuerzas para sujetarla.
¡Me puedo joder! El profesor lo tenía todo planeado. Mi mente está
nublada y tengo una sensación de ahogo por dentro. Y confieso que, aunque
no esté enamorada, me siento engañada y decepcionada, al igual que
empiezo a ver con más claridad ciertas cosas.
—Señorita Vega, por favor, ¡abra!
Su tono es más suave, aunque al mismo tiempo que habla, empieza a
ejercer fuerza desde el otro lado de la pesada puerta.
—¡Déjame tranquila!
Yo sigo sujetándola con mi peso para impedir que entre, pero no sé cuánto
tiempo más podré aguantar.
—Ya sé que acaba de llevarse una decepción conmigo, aun así, es muy
importante para mí y no lo dude en ningún momento. ¡No puedo estar lejos
de usted ni un segundo! —susurra detrás de la puerta.
—¡Me tendiste una trampa tras otra hasta llegar a este punto! —rujo
desquiciada desde el otro lado—. ¿Qué crees que no me he dado cuenta de
que lo planeaste todo? Me dijiste ir a tu despacho a las 11:30 y llamaste a
esa mujer para que yo os encuentre. ¡Niégalo!
Estampo la palma de mi mano en la madera, muy alterada.
—¡Déjeme entrar! —ruega y, de alguna manera, consigue invadir mi
cuarto. Consigue abrir aquella puerta que estoy sujetando porque claro, es
más fuerte que yo.
—¡Fingiste! —le acuso con una rabia descomunal—. ¿Por qué?
—Para ver su reacción. Ya me había dado cuenta de ciertos detalles y de
que usted me deseaba, al igual que yo a usted. Sin embargo, no sabía que
era virgen. Si lo hubiese sabido, ¡jamás lo hubiese hecho, le aseguro! —Se
pasa la mano por aquel cabello de color carbono.
—¿¡Has fingido todo lo que ha pasado entre nosotros!?
—¡No! —brama y me agarra los brazos—. Lo único que planeé fue aquel
encuentro en el despacho. ¡Todo lo demás es real, se lo prometo!
—Lorraine me dijo que podías haber fijado la charla en la universidad de
Miami durante la semana, y ¡podías haber venido solo!
—Está claro que quería viajar en fin de semana porque quería que
pasáramos tiempo a solas. Quería satisfacer mi deseo, ¡Y el suyo también!
Porque sé que me desea casi tanto como yo a usted.
—¡Sal de mi cuarto! —Le muestro la puerta con rencor.
—Señorita Vega... —Su voz suena demasiado ronca y, súbitamente,
enreda su mano en mi cabello de la parte posterior de mi cabeza—. ¡No
podrá librarse de mí! ¡Lo necesitamos los dos... y usted lo sabe muy bien!
Mi aliento se corta y ni parpadeo, solamente analizo su demente mirada.
Sin decir nada más, acerca mi cabeza a la suya y me planta un beso
agresivo, apretando sus labios contra los míos, al mismo tiempo que su
lengua me invade. Su respiración es acelerada y puedo sentir la pasión con
la que me besa. Como no paro de revolverme entre sus brazos, finalmente
me libera y doy un paso forzado para atrás.
—¡No te atrevas a volver a besarme sin mi consentimiento!
—Saldré, ¿vale? —Se aleja de mí unos pasos y levanta las manos—. Pero
solo por ahora...
Me llevo las manos a la boca cuando veo que sale de la habitación y cierra
la puerta de un portazo severo. Rozo mi pecho con mi mano e intento
tranquilizar el arrebato taquicárdico que me está doblegando sin piedad.
¿En qué… me he… metido?
Aun así, después de todo lo que he escuchado, ¿cómo es posible que lo
siga deseando con todas mis fuerzas? Niego con la cabeza, pensando en que
probablemente sea yo la que necesite aquel psicólogo. Después, me llevo
las manos a mi sien, indignada.
«¿Qué me has hecho, Brian Alexander Woods?»
Salgo a la terraza confusa y alcanzo con mi vista la línea donde el océano
se pierde en el horizonte. Me encuentro en un bucle y, desafortunadamente,
ahora mismo yo, Aylin Vega, me declaro prisionera de un círculo vicioso
sin salida. Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas. Estoy atrapada.
***
Tras poco más de una hora de conferencia y tratados que cerrar, en la que
me he tomado dos cafés, estoy de vuelta a la suite. No he dejado de darle
vueltas al asunto y, por primera vez en mi vida, tengo miedo. Temo que mi
confesión haya asustado a mi alumna más de la cuenta y que no me quiera
hacer caso en lo que queda de viaje. Tengo miedo de que sus principios
sean más fuertes que todo lo que le despierto.
Miro la puerta que separa mi habitación de la de Aylin.
—Señorita Vega... —digo cauteloso y acerco el oído a la madera—, ¿está
bien?
Estoy preocupado, aunque eso me fastidie más de lo que me gustaría. Ella
no contesta y entonces decido entrar. Me doy cuenta de que se encuentra en
medio de la cama, tumbada relajadamente y con los ojos cerrados. Está
dormida. Me acerco despacio mientras contemplo su perfecto cuerpo, que
se encuentra arqueado. Lleva un vestido blanco tipo camiseta, el cual oculta
su exquisito trasero, aunque sí deja al descubierto sus muslos bien
definidos. Me doy cuenta de que el blanco le queda muy bien y se me pasa
por la cabeza que se verá espectacular en Álympos.
¡Oh! Suspiro desconcertado y me rasco el mentón con nerviosismo.
«No es el momento de acobardarte, Brian», me inyecto una dosis de
ánimo.
Me muero de ganas de llevarla a mi territorio, sin embargo, tengo que ser
paciente. Así, tumbada, tan relajada y con sus párpados cerrados y cara
serena, parece extremadamente virginal. Y he de reconocer que esta mujer
es preciosa.
Me siento sigiloso en el filo de la cama y no me puedo resistir en
acariciarle la mejilla sonrojada. Su piel es tan suave, que te invita a quedarte
horas y horas acariciándola. Súbitamente carraspea y abre los ojos. Sus ojos
azules, los cuales han adquirido un tono grisáceo, me miran confundidos.
Asimismo, noto que sus ojos están rojos, señal de que ha estado llorando.
—¿Qué haces aquí?
Da un brinco en la cama y puedo leer el temor en su mirada.
—Quería saber cómo estaba —contesto calmado—. ¿Podríamos hacer las
paces?
Por dentro espero que no renuncie a mí, a pesar de todo lo que ya sabe.
—Esto no es una guerra —dice con astucia, algo muy característico en
ella.
—Dentro de poco tendremos la cena con mi socio y me alegro de que esté
más tranquila.
—Señor... —responde en tono burlón y acerca su hermoso rostro al mío
—, no estoy más tranquila. Simplemente voy a cumplir con mi trabajo y
punto. Y cuando este viaje termine, no volverá a saber más de mí, ¿vale?
Tras pronunciar aquellas palabras tan alto y claro, se levanta con rapidez y
se dirige al servicio. Espero hacerla cambiar de opinión porque la necesito.
Mientras que ella está en el baño, abro el armario y elijo la ropa que voy a
vestir hoy.
—¡Póngase algo elegante! —digo cuando esta sale del baño, pero ni me
mira. Solamente entra en el dormitorio y cierra la puerta.
¡Menuda terca!
Pienso que su orgullo es más grande que el jodido Templo, mientras tomo
un baño de agua fría. El calor no lo llevo muy bien, me siento abrasado y
parece que estoy envuelto en llamas a todas horas.
Al cabo de una larga media hora en la que he arreglado mi traje, corbata y
el cabello unas tres veces, y además me ha dado tiempo a contestar unos
correos, la veo salir por la puerta. Me quedo impactado y a la vez molesto.
Lleva un vestido dorado muy corto y descaradamente escotado. Ni siquiera
lleva sujetador y observo con estupor que el escote le llega hasta cerca del
abdomen, mostrando sus voluptuosos senos en un modo obsceno. Por
último, lleva su cabello dorado bellamente arreglado en una trenza que deja
caer en su hombro derecho, su piel blanca como la leche quedando al
descubierto.
—¿Está lista? —quiero saber.
Ella sigue sin responderme y eso me saca de quicio.
—Señorita Vega, creo que hay un malentendido. —Doy un paso hacia
ella, pero se aleja—. Antes únicamente he compartido mis gustos con usted,
porque así me lo ha pedido. Pero puede tener muy claro que jamás la
forzaría a hacer algo que no quiera, es más, no la volveré a tocar si así lo
desea.
No contesta, en cambio me mira furiosa y agarra un pequeño bolso. Me
abstengo de hacer algún comentario porque, visto lo visto, la señorita Vega
no está muy por la labor de comunicar. Únicamente le abro la puerta.
—¿No me volverá a dirigir la palabra?
Silencio de por medio. Seguimos caminando hacia el restaurante en el que
vamos a cenar con mis socios y yo intento mantenerme pacífico, aunque
maldigo todo el rato en voz baja. Esta mujer me pone cachondo con nada
más respirar.
Me acomodo las bolas y me distraigo con el móvil para no encontrarme en
una situación comprometedora delante de los demás. Hoy necesito
serenidad, esta cena es muy importante para mi empresa y no puedo
cometer ningún fallo.
Miro el móvil aburrido. He recibido unas llamadas de Lorraine y también
un mensaje: Haz lo que tengas que hacer. El domingo no estoy, viajo a
Los Ángeles. A la vuelta hablamos, tenemos cosas pendientes.
Seguramente se irá con Sanders, a follárselo por ahí. Típico de Lorraine.
—¿Qué espera de mí exactamente esta noche?
La pregunta de la señorita Vega interrumpe mis pensamientos.
—Nada en concreto, solo quiero que sea usted misma.
Gira su cabeza y me aparta la mirada.
En diez minutos llegamos a la terraza exclusiva de un restaurante
prestigioso de Miami y le indico la entrada con una mano, rozando
delicadamente su espalda descubierta. Vuelvo a mirar su vestido de morros,
muy poco convencido.
«Todos la mirarán», no puedo huir de mi pensamiento. Acto seguido,
aprieto la mandíbula, fruto de su indiferencia conmigo.
En una de las mesas que hay al fondo, identifico a Stephen Clark. Es una
de las personas encargadas de atraer potenciales clientes en la zona sur. Lo
consideramos un socio muy importante en Boston, ya que Clark es un
agente financiero bastante prominente en el mundo de los negocios. Aunque
también es el más cabrón que he conocido. Le dije a Carlyle que tuviera
cuidado con él. No sé por qué razón, pero no me fío ni un pelo, y mi sexto
sentido jamás falla.
—¡El lobo de Boston está aquí! ¡Auuugh! —exclama el imbécil conforme
nos vamos acercando a la mesa y él imita el sonido barato de un lobo.
—Clark... —musito—. Señores... señora...
Le miro a él y a los otros dos hombres que van con él, al igual que a la
mujer de Stevenson, que también está presente. Stevenson es la mano
derecha de Clark.
—¿Pero tú nunca envejeces, cabronazo? —dice Mark, un buen amigo que
hace tres años empezó a trabajar con Clark, haciéndose cargo de Florida,
principalmente.
Mi amigo se levanta de su silla y siento un manotazo en mi espalda. Mark,
a diferencia de Stevenson, es mi mano derecha; básicamente es el que se
encarga de informarme sobre cómo van los negocios en la costa sur, y eso
lo hace a espaldas de Stephen Clark y Carlyle. Y sí, me gusta tenerlo todo
controlado.
—¿Quién es esta hermosura que te has traído esta noche, Woods? —
escucho de nuevo al estúpido de Stephen Clark. Conoce a Lorraine y sabe
que no podría ser mi mujer.
—Ella es mi asistente, la señorita Aylin Vega. Y también es colaboradora
en mi futura publicación.
Cuando la presento a todos, sumamente orgulloso, ella saluda y sonríe con
suavidad.
—¡Encantados! —murmuran todos y muevo la silla de Aylin, mientras
todos nos miran.
—¿Cómo va la cosa por el norte?
—Todo bien, ampliando —informo—. Es más, quiero aprovechar esta
noche para felicitaros, han llegado muy buenos resultados desde Florida.
—Aun así, incomparables con tu último éxito, Brian —comenta mi amigo,
Mark—. Ya nos enteramos de que hace menos de un mes conseguiste un
contrato con USA Bank, el segundo banco más importante de Estados
Unidos.
—Cierto —añade Stevenson complacido—. Solo M. Chase está por
delante.
—¡Eso es que tuvo mucha suerte! —interviene Clark, envidioso y
queriendo contrarrestar mis éxitos.
Que diga lo que quiera este jodido cabrón. Desde siempre no me ha
podido ni ver. Ni yo a él tampoco, a decir verdad.
—Eso es lo que dicen todos, Clark. Ya sabes, cuando uno alcanza sus
objetivos, siempre «es cuestión de suerte» —le callo la boca al idiota este.
Aunque durante la cena la conversación gire en torno a lo que más me
gusta —los negocios—, no me puedo centrar y miro a Aylin por el rabillo
del ojo. Se ve extremadamente atractiva esta hoy y nunca la he visto tan
elegante y destilando aquella sensualidad que me eriza la piel. Y no solo yo
lo estoy notando. El buitre de Clark está nada más que mirándole las tetas y
sonriendo, aunque ella no le hace ni caso. Está hablando con la esposa de
Stevenson y agradezco por dentro de que al menos esté entretenida. En
cambio, me siento terriblemente ofuscado de que a mí no me haga caso. Ni
una palabra, ni una mirada.
Después de la cena, el camarero nos invita a pasar a un lounge un poco
más privado, donde podemos disfrutar de música y tomarnos unas copas.
Nos acercamos a la barra siguiendo hablando de los últimos informes de la
financiera de la costa sur. Al cabo de veinte minutos, Stevenson y su esposa
Marie se despiden de nosotros, con lo cual nos quedamos nada más que
Mark, yo, Clark y la señorita Vega.
Voy ya por mi tercera copa y estoy sentado en la barra con Mark. La
conversación estaba bastante entretenida, me estaba informando sobre los
movimientos que está haciendo Clark en la empresa. Sin embargo… ¡joder!
No soy capaz de escuchar ni una palabra de la que me está diciendo porque
no paro de mirar a Aylin. Se ha quedado en compañía de ese maldito, que se
la está comiendo con la mirada. Están a unos dos metros de nosotros,
también en la barra, y el jodido pegajoso no para de decirle algo en el oído.
Lo raro es que la señorita Vega se está comportando de una manera muy
extraña, tiene como un aura seductora y mira de manera insinuante a Clark.
Observo con estupor que hasta le está acariciando la corbata y que se
muerde el labio, mientras le está dando pequeños tragos a su copa.
¿Acaso está ebria?
Por su parte, él se muestra rojo como un cangrejo, está sudando y su brazo
está rodeando su espalda, a la vez que le susurra algo en el oído. Seguro que
hasta se le ha puesto dura, ¿y a quién no?
Me doy cuenta de que estos dos me están encabronando a tal extremo, que
aprieto mi puño y tomo mi copa de un trago. ¡Maldición! Mark me sigue
hablando.
No tolero más la ansiedad que me doblega y muevo una pierna, más que
convulso. La señorita Vega no me ha mirado ni una vez. Toda su atención
está centrada en Clark, que en este preciso momento lleva su mano al muslo
de Aylin y empieza a acariciarle la pierna en un modo perverso. Acerca su
silla demasiado a su cuerpo y poco después, le ofrece un cigarrillo.
Esta sigue jugando con él y seduciéndolo, a la vez que acepta el puto
cigarro y se lo lleva a los labios. Este le ofrece un mechero, con la misma
estúpida actitud y ella enciende el cigarrillo, muy coqueta. Tose un poco,
pero después empieza a echar el humo en la misma línea. Cuando ella le
sonríe obscenamente, este le agarra la cintura y ya termina de pegarse al
completo.
—¡Hijo de puta! —maldigo enfurecido— ¡A este hijo de puta lo voy a
matar!
Lo digo en voz alta, hecho que hace que mi amigo me mire embobado.
—¡Eh, Brian! ¡Tranquilízate!
Mark me frena y los mira con atentamente, al darse cuenta de que algo
anda mal. Pero yo no le hago caso, mi cerebro está sufriendo un
cortocircuito y solo me levanto enfurecido y me acerco a ellos. Mi jodida
paciencia ha terminado. Mark se me adelanta y corre en dirección a Clark,
presintiendo que la bomba está a punto de estallar.
—¡Stephen! Ven un momento, he recibido una llamada urgente y te
necesito.
Aquel baboso se aleja con Mark y lo fijo con la vista, verdaderamente
enfurecido. Lo aplastaría ahora mismo al jodido cabrón como a un gusano.
—¿Qué está haciendo? —pregunto con una furia desmesurada cuando
llego cerca de Aylin. Sin embargo, esta sigue fumando su cigarrillo con la
misma tranquilidad.
—¿No lo ves? —responde con desazón.
—¿Desde cuándo fuma?
—Desde hoy —contesta sosa y me echa el puto humo en la cara.
Esta mujer me quiere volver loco. Hace que me vuelva loco de deseo y de
rabia, al mismo tiempo.
—¿Estaba ligando con Clark? —recrimino y le agarro el brazo con
dureza.
—¿Ligando? —Se ríe—. Solo estaba preparando el terreno para el trío
que vamos a hacer esta noche.
No me lo puedo creer. Entreabro la boca con la respiración cortada.
—¿De qué está hablando?
Rodeo su cintura con una mano y la presiono contra mí con fuerza,
mientras aprieto la mandíbula.
—¿Me quiere sacar de quicio? —bramo en su oído.
Se muestra asombrada y mantiene la misma mirada inocente. A
continuación, me sonríe y me suelta nuevamente el desagradable humo en
la cara. ¡No soporto el maldito humo! Entonces, aprieto mi mano en sus
caderas y quiero hablarle, pero su pregunta me coge desprevenido.
—¿No para eso me ha traído a esta reunión? Sabe, señor Woods, toda la
noche me he estado preguntando qué hago aquí, porque lo cierto es que no
he aportado nada —habla en el mismo tono desafiante—, ¿o es qué el señor
Clark no le agrada para el trío? ¡Ah, se me olvidaba! Lo tienes que elegir tú,
no yo...
Me quedo mudo e intento averiguar si verdaderamente está ebria. Ella
continúa, muy a mi pesar.
—¿O te convence más el otro? —Mueve la cabeza y señala a Mark, que
está de pie hablando con Clark.
—¡Señorita Vega, no diga tonterías! —digo indignado—. ¡Nos vamos ya!
¡Coja su bolso! —ordeno.
La tengo que sacar de aquí ya, ¡diablos!
—Alexander... ¡no me toques! —contesta y se aparta de mí—. Voy al
servicio.
Dice esto y se aleja. ¿Alexander? ¿Por qué me llama Alexander? Nadie lo
ha hecho hasta ahora. Mi nombre suena tan bien cuando ella lo pronuncia
—aunque con mucha irritación—, que mi jodido pene responde. Le miro el
culo meneándose y me quedo quieto. Cuando volverá del servicio, me la
llevaré al hotel.
—Woods, ¡vaya mujer!
Se me acerca el sinvergüenza de Clark. Absorbe con la mirada a Aylin en
su caminata hacia el servicio y se frota las manos. Se ha aprovechado de
que Mark esté hablando por teléfono.
—Oye, ¿crees que puedo pasar la noche con tu asistente? Seguro que es
una putita muy caliente, me gustaría probarla.
Lo que acaba de decir suena tan escabroso, que me hierve la sangre. Me
da asco este subnormal. Me entran ganas de vomitar y la furia me posee.
Esto ha sido la gota que ha colmado el vaso. Aprieto el puño en su mentón
con determinación y le estampo la cara al cabrón.
—¡Hijo de puta!
Mi golpe hace que se derrumbe en un segundo. Queda tendido sobre el
suelo y me está mirando aturdido mientras se está tocando su maldito rostro
ensangrentado. En el labio superior veo asomarse una herida y su sangre
empieza a gotear alegremente.
—¿Qué cojones te pasa, Brian?
CAPÍTULO 18
EN MEDIO DE LA NOCHE
—¿Qué hacéis? —Oigo el grito de alguien, conforme regreso del baño.
Cuando estoy de vuelta al lounge, noto que el señor Clark está tendido en
el suelo y me pregunto qué narices habrá sucedido mientras me encontraba
en el servicio. Todo el mundo está mirando atentamente. El profesor está de
pie, delante de él, y su rostro parece desencajado. Al verme aparecer en la
terraza, se me acerca deprisa y me agarra el codo.
—¡Nos vamos ya! —dice con voz severa y noto cómo respira velozmente.
Algo ha ocurrido. Algo malo.
—¿Le acabas de dar un puñetazo al señor Clark?
—¡Esa escoria no es ni señor, ni es nada! —ruge diabólico.
Coloca su mano en mi cintura, aprieta sus dedos con fuerza y atrae mi
cuerpo hacia él, tirando de mí hacia la puerta. Nos alejamos deprisa hacia la
salida del restaurante, aun así, no puedo evitar mirar para atrás. Veo a Mark
ayudando al señor Clark a levantarse. El hombre se está tocando la herida y
también mira en dirección a la salida, extremadamente atónito.
—¿Qué ha ocurrido?
Los diez minutos que pasamos en el coche, de camino al hotel, son
parecidos a los que hemos pasado llegando al restaurante. El profesor no
contesta a mi pregunta y supongo que es porque acaba de darle un puñetazo
a uno de los socios más importantes de la costa sur, con lo cual es
absolutamente lógico que esté irritado.
Llegamos al hotel en un abrir y cerrar de ojos y, conforme vamos
caminando, me estoy dando cuenta de que este sigue en silencio y ni
siquiera me mira. Sus rasgos son muy tensos y me empiezo a preocupar
verdaderamente por él. Seguramente este altercado le pasará factura dentro
de la empresa y realmente no sé hasta qué punto sus negocios se verán
perjudicados.
El sonido rítmico de nuestros pasos sobre el suelo retumba en la gran
entrada principal del hotel. Mientras nos dirigimos a zancadas al ascensor,
unas personas de la recepción nos saludan con una sonrisa de cordialidad.
—¿Estás bien? —pregunto cautelosa y me acerco un poco más a él.
—Sí. Pero lo cierto es que estaría mejor si no le hubiese puesto las tetas en
la cara al imbécil de Clark. —Gira la cabeza de repente y clava su vista
sobre mí.
Su mirada me hiela.
¡Vaya! Yo soy la razón de la disputa. Abro mis párpados y me regaño
mentalmente. Acercarme e insinuarme al señor Clark ha sido bastante
insensato e infantil, pero la realidad que hay detrás es que únicamente
deseaba sacar de quicio al profesor y, por lo que veo, lo he conseguido.
—¿Por qué lo ha hecho, ehhh? —Aprieta su mentón con dos dedos como
siempre hace cuando está enfadado—. ¡Conteste!
—¡No es tu problema! —le freno, no es nadie para cuestionarme—. Y
aunque lo haya hecho, ¿qué necesidad había de pegarle al señor Clark, o lo
solucionas todo con la fuerza, como siempre haces?
¡Puñetas! No me siento mal, él me está empujando a cometer locuras y me
molesta que me eche en cara mis insinuaciones.
—¡Señorita Vega! —exclama este con brusquedad y levanta su tono de
voz, mientras me agarra del brazo y casi me arrastra al interior del ascensor.
Menos mal que no hay nadie dentro, es bastante tarde.
—¡Basta ya! —le grito mucho más enojada que él—. ¡No me puedo creer
que después de todo lo que ha pasado entre nosotros, me sigas llamando
«Señorita Vega»!
Me suelto de una sacudida y lo sigo desafiando con la mirada cuando este
pulsa el botón de nuestra planta. El ascensor no tarda en ponerse en marcha.
—Aylin... —sigue con voz más suave y el hecho de que pronuncie mi
nombre de esa manera hace que vibre—. ¡No voy a permitirle a nadie que te
insulte!
Inclina la cabeza y da un paso hacia mí.
—Entonces le has pegado porque… —murmuro con cierta suspicacia,
aunque me sale mirarle con ternura— ¿me has defendido?
—Siempre lo haría.
Noto la intrepidez que emana su voz y pienso de momento que suena tan,
tan jodidamente seguro cuando lo dice.
—Alex, yo no sabía que... —balbuceo a la vez que pienso que sufriré de
una parada cardíaca. Definitivamente, el hecho de que me defendiera ha
tocado mi fibra sensible.
—Dilo otra vez...
Su voz emana erotismo y, curiosamente, parece que a él también le incita
escuchar su nombre de mi boca. Sin duda, llamarnos por nuestro nombre es
nuevo para ambos y eso provoca una tensión invisible. Lo sé porque ahora
mismo este se está acercando a mí cada vez más. Tanto, que su pecho toca
el mío. Me está comiendo con la mirada y observo estupefacta cómo
levanta su brazo izquierdo de la nada y pulsa el botón de bloqueo del
ascensor, sin apartar aquella enigmática vista de mí. Enseguida, el ascensor
se detiene, emitiendo un fuerte chirrido.
La tensión que hay entre nosotros ahora mismo se podría cortar con un
cuchillo.
—Por favor, dilo otra vez Aylin. Di mi nombre...
Su rostro se enciende de una manera fascinante y me emociono.
—Alex... —vuelvo a pronunciar su nombre con mucho sentimiento y con
voz demasiado seductora.
El deseo me paraliza y no me puedo mover. Se me ha olvidado todo lo
ocurrido hoy y estoy totalmente cautivada por Alex, por Brian, por mi
profesor. Su boca me fascina de tal manera que se me corta la respiración.
Observo y siento dentro de mí que él también se ha quedado sin aliento. Lo
noto en todo su ser. Sus ojos oscuros destilan deseo y puedo notar que la
pasión arde dentro de él, está recorriendo cada célula de su cuerpo, de
hecho, la suelta por todos sus poros. Entonces, respiro profundamente y
quedo expectante, con el corazón a mil.
Inspiro. Espiro.
La adrenalina está invadiendo todo mi ser y me siento sencillamente
embriagada por el electrizante contacto que supone su pecho fuerte contra
el mío. La sensación aumenta cuando este inclina la cabeza hasta que acerca
más su cara a la mía, de modo que siento su sofocado aliento.
—Aylin, sé que he dicho que no te tocaría, pero... —habla con
profundidad y roza su frente con la mía.
Noto su respiración rauda y persistente. Sus labios se encuentran
demasiado cerca de mi boca y eso lo hace irresistible. Tan jodidamente
irresistible que…
De repente, un intenso deseo me invade.
—Bésa... —susurro en el silencio de la noche.
No espera a que termine de pronunciar aquella mágica palabra y, en un
visto y no visto, se lanza a mi boca, poderosamente hambriento. Su beso es
exigente y sus labios extremadamente persuasivos; su lengua roza a la mía
con mucha fuerza y noto la calidez de su boca. Nos estamos saboreando el
uno al otro y nuestras lenguas se retuercen con intensidad al mismo tiempo
que unos escalofríos placenteros me recorren.
Enseguida, el profesor me rodea con sus brazos robustos y me aprieta a su
cuerpo de manera severa. Estoy temblando de la emoción y respiro
entrecortadamente mientras nos fundimos en un abrazo desesperado, tan
intenso que parece que se nos va a ir la vida en ello. Hasta parece que este
preciso y maravilloso momento va a ser el último de nuestras vidas. Es
nuestro momento y es perfecto.
—Solo basta con que me lo pidas —ronronea.
Alex me sigue presionando contra él y, por la violencia de nuestro beso,
me obliga a retroceder unos pasos. La fuerza de su torso hace que roce el
espejo que hay detrás; lo noto claramente cuando mi espalda golpea la
pared del ascensor con demasiada ferocidad. No tarda en deslizar sus manos
por mi cuello y sus dedos empiezan a bajar desde mi rostro a mi espalda y
trasero. Por mi parte, clavo mis dedos en sus omoplatos y pienso que
necesito desesperadamente deshacerme de su camisa.
¡Maldita sea! Quiero besar y sentir su piel urgentemente.
El profesor vuelve a ser dominado por el salvajismo que tanto le
caracteriza, de manera que aprieta mis nalgas con una mano, mientras que
con la otra presiona mi nuca. Sus dedos rozan mi piel con intensidad, al
mismo tiempo que sigue con la danza erótica y apasionada de su lengua en
mi boca. Me tiene atrapada y sé que no hay vuelta atrás. No sobreviviré a
este momento, lo sé. Entonces, de manera inesperada, gira mi cuerpo
completamente hacia la pared, de modo que mis senos quedan aplastados
contra el amplio espejo del ascensor y mi trasero colisiona con sus caderas
en un instante. Hasta suelto un suave gemido, al tomarme por sorpresa.
Jadeo profundamente cuando él desliza sus dedos sobre mis brazos desde
los hombros hasta mis muñecas. Mi vello se eriza bajo el suave tacto. Y
esto no termina aquí. Agarra mis muñecas con las dos manos y me las
retiene en la espalda; mientras tanto, nuestras miradas se encuentran en el
cristal.
—¡Mírate! Eres preciosa.
El morbo me doblega cuando percibo su mirada tan atormentada por la
lujuria. Acto seguido, la punta de su lengua empieza a acariciar el lóbulo de
mi oreja con suavidad. Poco a poco, su boca va bajando sobre la piel de mi
cuello, obligándome de alguna manera ladear la cabeza. Él ya ha tomado
posesión de mi piel, como si de un vampiro se tratase, dispuesto a chupar y
a morder.
Nuestras miradas ardientes siguen clavadas en aquel espejo y estoy
observando maravillada cómo continúa recorriendo la línea de mi pálido
cuello con su boca. Suspiro cuando noto sus labios sobre mi hombro.
—Aylin... —me seduce con su voz, cuan serpiente venenosa.
—Dime…
Aprieta más mis muñecas retenidas, sin quitarme el ojo a través de aquel
espejo. Su respiración en mi oído provoca fuertes sacudidas en mi interior.
—¿Tienes idea de lo que te voy a hacer?
No contesto, solo inhalo el aire con fuerza. El corazón se me dispara y
bombea sangre en todo mi atormentado cuerpo. Aquellas palabras y la
manera en la roza sus caderas contra mí, hace que se desate la locura. Noto
claramente el roce de su miembro enorme a través de las telas y eso hace
que mi excitación aumente súbitamente.
Sus manos finalmente sueltan mis muñecas y sus descarados dedos
empiezan a rozar mi cintura al mismo tiempo que su lengua retoma mi
cuello. Observo ansiosa cómo cuela sus dedos debajo del minúsculo vestido
dorado que llevo y cómo me lo levanta hasta la cintura. Quedo absorta por
sus facciones y cara de deseo cuando inclina la cabeza y fija mi trasero
semi-desnudo con su ardiente mirada.
—Bonito tanga, señorita.
Pronuncia aquella palabra —«señorita»— con sensualidad y lascivia.
¿Cómo es posible que una palabra tan formal suene de ese modo de su
boca?
—¿Aunque no sea la lencería que me enviaste?
Me mojo los labios.
—Me da igual la lencería, me importa lo que hay debajo —murmura
fascinado.
Él, fascinado y mi garganta, estrangulada. Posteriormente, Alex roza mis
nalgas con la palma de su mano y me obliga a girar la cara hacia él, al
mismo tiempo que su lengua invade mi boca nuevamente. Aprieta sus
hábiles dedos contra mi piel y acaricia la línea de mi entrepierna. Doy otro
brinco cuando este hace que separe las piernas de un movimiento brusco.
Mientras sigue acariciando mis ingles con movimientos lentos, se agacha
y se coloca de rodillas, para mi sorpresa. Yo sigo de espaldas a él, sin
embargo, no puedo estar quieta. Cuando empiezo a moverme bulliciosa y
girar mi cabeza para atrás para ver qué va a hacer, limita mis movimientos e
inmoviliza mi cadera.
—No te muevas, pequeña.
«Pequeña», repito.
Su inesperado asedio tiene un objetivo. Noto la punta de su lengua sobre
una de mis nalgas y sus manos empiezan a acariciar mi abdomen bajo.
Después, las desliza peligrosamente hacia mis costillas, por debajo del
vestido. Su boca sobre mi trasero y sus dedos rozando mis senos me obligan
a inclinarme hacia delante. No tarda en llegar a mis pechos y una corriente
me recorre cuando noto mis pezones entre sus dedos, los cuales funde en
mis carnes con firmeza.
—¡Oh! —gimo perturbada—. Nos pueden ver.
—Shhh… —Me calla—. Eso es parte del juego.
Cierro los ojos y apoyo mis manos en el espejo que tengo delante. De vez
en cuando, los abro y observo mi cara abrumada de placer.
«No puede estar pasando», pienso alcoholizada.
Su respiración sobre mi piel hace que gima y cuando los movimientos de
su boca se intensifican, arqueo mi cuerpo y miro para atrás, al mismo
tiempo que hundo mis dedos en su negro cabello. De repente, él mira para
arriba y me observa detenidamente. Su rostro también se muestra
atormentado y no necesitamos las palabras. Aprieta los labios en un modo
calmado y, acto seguido, arquea mi cuerpo de una sacudida, de manera que
hace que me agache más todavía.
—Alex… —Hago una pausa—, ¿qué vas a hacer?
—Separa más las piernas —indica—. ¡Oh, así es perfecto!
Tiemblo por dentro y apoyo mi peso sobre aquel espejo, a la vez que giro
más la cabeza. No me quiero perder ni uno de sus movimientos
enloquecedores. Y sin desviar sus ojos de los míos, simplemente noto cómo
este aparta con una mano el hilo de mi tanga, mientras roza mi muslo con la
otra mano. Sin preámbulo alguno, siento su húmeda lengua sobre mi sexo y
pienso que me va a dar algo cuando este empieza a lamer la abertura que
hay entre mis piernas con ímpetu.
Gimo con poderío y clavo los ojos en el techo.
Los músculos de mi parte más profunda se tensan por el placer de sentir
su desvergonzada lengua dibujando círculos, mientras que con uno de sus
dedos acaricia suavemente mi ano. Su boca hambrienta se termina de pegar
completamente y se mueve insaciable. El sudor se adueña de mi piel y no
dudo de que este hombre tiene una maestría en succionar y lamer.
—Me encantas. —Noto palpitaciones cuando empieza a frotar mi clítoris
con dos de sus dedos—. Nunca me cansaré de esto que tienes entre las
piernas, Aylin.
Sacude mi ropa interior y la tela hace presión sobre mi piel. Noto de
nuevo su respiración sobre mi entrepierna y bajo la cabeza, mientras respiro
hondo. Pero unos sonoros golpes interrumpen nuestro desliz y los dos nos
quedamos mirando las puertas del ascensor.
—¡Oh, mierda! —exclamo preocupada.
Mientras tanto, él se pone de pie deprisa y hace un gesto con la cabeza
mientras yo acomodo mi vestido sobre mis muslos.
—Tranquila...
No suelta mi cintura, sin embargo, pulsa el botón de la quinta planta. El
ascensor se pone en movimiento al instante. No digo nada, pero lo digo
todo. Lo miro avergonzada y solamente sonrío con cierto rubor, como
cuando alguien te pilla haciendo algo que no debes. Me apoyo en la pared,
sintiendo un intenso temblor en mis rodillas. Este jodido hombre me ha
dejado sin fuerzas.
—¿Estás bien? —Aprieta su mano en mi cintura y deposita un beso suave
en mis labios, antes de que las puertas del ascensor abran.
—¿Tú que crees?
Tira de mi mano y lo sigo al pasillo, todavía sonrojada. Él sigue
manteniendo su mano sobre mis caderas y observamos que no hay ni una
sombra por el pasillo del hotel. Entonces, me mira, se detiene en seco y me
levanta en peso. Suelto un pequeño grito cuando me veo flotar por el aire
como si fuese una pluma.
—Alguien nos va a ver —aviso nerviosa y rodeo su cuello.
—Me da igual —contesta en mi oído y me aprieta más contra él—. Lo
único que quiero ahora mismo es sentirte entre mis brazos, ¿vale?
¿Cómo me puede decir estas cosas y que espere que no me dé un infarto?
Menos mal que no tardamos mucho en llegar a la habitación. El profesor
no me deja en el suelo en ningún momento y, mientras me sigue sujetando,
saca la tarjeta y la acerca a la puerta. La luz verde de la cerradura se
enciende a la vez que acerca de nuevo sus labios a los míos. Me empieza a
besar con más intensidad que antes y le da una patada a la puerta.
Cuando una luz tenue se enciende dentro de la habitación, Alex me coloca
sobre la enorme cama con cuidado. A continuación, se deja caer sobre mí
sin intención de soltar mi boca. Le acaricio la nuca y espalda eufórica, a la
vez que siento aquella humedad característica inundándome, reacción
natural del cuerpo humano. Veo que el profesor se aleja de mí y se empieza
a quitar los zapatos. Persigo sus movimientos, completamente absorta por
su figura y me sujeto en los antebrazos. Me estoy empezando a poner muy
nerviosa.
—Yo, ya sabes que no sé... —balbuceo cuando este empieza a
desabrocharse los botones de su camisa, uno por uno.
Sus centelleantes ojos acarician mi cuerpo y noto la impaciencia en su
rostro cuando examina la parte alta de mis muslos, ya que mi vestido está
levantado y mis senos están casi fuera del pronunciado escote.
—No te preocupes, de verdad. Disfrutarás mucho.
Esboza una tranquilizadora sonrisa y se quita aquella camisa de un
movimiento, dejando al descubierto su excitante torso. Solamente se
muestra delante de mí vestido con su apretado pantalón de tela y una
reluciente correa de cuero de color negro queda anclada en su perfilada
cintura. Contrae sus músculos con cada movimiento, de modo que su
semblante se torna intimidante.
«¡Carajo! Solo espero que este hombre no me rompa en dos», hasta mi
conciencia tartamudea. ¿O espero que sí, que lo haga? Ya ni sé lo que
pienso. Estoy tremendamente húmeda y ver su figura en la penumbra de la
habitación, no ayuda nada.
Cuando este vuelve a colocar las rodillas sobre la cama, mis latidos
aumentan.
—Sabe lo mucho la deseo, ¿verdad, señorita Vega?
Sus dedos empiezan a resbalar sobre mis piernas y van subiendo hacia mi
sexo con caricias placenteras.
—Relájate —añade, al notarme tensa. Llevo tensa desde aquel primer
momento en el que me monté en su jet, esta mañana.
—¿Me va a doler? —pregunto con el corazón agitado en el momento en el
que él se desliza casi al completo sobre mí.
—Voy a ser un caballero, lo prometo. Pero solo esta noche —susurra en
mi oído.
Empieza a rozar mi mejilla con su boca hasta que llega a la comisura de
mis labios. Nuestros labios se funden de nuevo mientras él tira de mi
vestido y lo baja sobre mis hombros. Libera mis senos ya protuberantes, los
cuales empieza a masajear. Hace este gesto con tanta sensualidad, que soy
capaz de volverme loca a raíz de todas las sensaciones dementes que
provoca en mí.
Me presiona sobre el colchón con delicadeza y noto su lengua atrevida
sobre mi pezón. Lo empieza a succionar primeramente con sutileza,
ejerciendo su lengua sobre él y después, de manera vehemente. Con ansias.
Inclino mi cabeza para atrás y cierro los ojos. Suelto un gemido inesperado
cuando atrapa mi otro pezón en su boca y empieza a tirar.
—Eres preciosa, ¿te lo he dicho alguna vez? —pregunta cuando ingresa
un dedo en mi ropa interior.
Me sale una risita.
—Posiblemente me lo hayas dicho —replico—. Me has dicho tantas
cosas…
Acaricia mi sexo unos segundos, sin quitarme la vista. Se queda de
rodillas sobre la cama y noto con estupor como tira de mi tanga por debajo
de mis tobillos, hasta que se deshace de mi ropa interior por completo.
Sigue sujetando mis piernas en alto y empieza a besar uno de mis tobillos.
Me acerca más a él de un tirón delicado, es probable que no quiera
asustarme.
—Aylin, me encantaría follarte con los tacones puestos, ¿estás de
acuerdo?
Al mismo tiempo que habla, acaricia mis stilettos negros de un fino tacón
y sigue besando mis tobillos, apretando sus dedos en mis gemelos.
—Hazme lo que quieras, Alex. Hoy me dejo en tus manos.
Hablo temblorosa y trago saliva con suma excitación cuando contemplo
su imagen, besando la parte baja de mis piernas.
—Túmbate —ordena.
No puedo evitar pensar que este tipo de órdenes me encantan.
Él se inclina sobre mí y empieza a deslizar su boca desde mi abdomen
hasta cerca de mi región inguinal. Suspiro continuamente, fruto de la
amalgama de sensaciones que me sacuden mientras agacho la mirada. Y,
cuando este empieza a rozar mi clítoris con su boca y succionar
intensamente, hundo más mis dedos en su cabello. Agarro su oscuro cabello
con mis manos y separo más mis muslos, dejándolo instalarse
completamente entre mis piernas.
—¡Ohhh!
Jadeo incontrolable mientras él sigue con el insano juego de su lengua
sobre mi humedad. ¡Oh, Dios! Me retuerzo presa de las convulsiones que
me doblegan, fruto de sus intensas succiones y caricias continuas. Me
estremezco y estoy segura de que sentiré el éxtasis de un instante a otro y
no seré capaz de llegar cuerda al momento de la penetración.
—Estás muy húmeda y eso me encanta. —Me analiza de manera obscena
cuando acaricia aquel botón sensible y presiona sin límites.
Sonrío asfixiada y unas gotas de sudor se deslizan en mi pecho. Mientras,
él mueve sus dedos con precisión y con la otra mano se empieza a
desabrochar el pantalón. Lo miro nerviosa cuando se baja el bóxer y su
agigantado miembro se asoma por la parte de la bragueta de su pantalón de
traje. Veo claramente aquel músculo venoso palpitando en su mano.
«¡Mierda!», pongo los ojos como platos. «¿Entrará eso ahí?», me pregunto
en silencio.
— ¿Estás segura de que quieres hacerlo? —pregunta.
Me fija con su mirada oscura, pero la cual me parece tan bonita esta
noche.
—¿Crees que podría haber marcha atrás?
Frunzo mis labios con deseo en el momento en el que él intensifica ese
jodido dedo que se retuerce en mi interior y eso hace que suelte un sonoro
sollozo.
—Cuánto te deseo, Aylin... —murmura y se abalanza impaciente sobre
mí.
Me deposita otro beso con arrebato, al mismo tiempo que clava sus dedos
en mi cabello. A continuación, presiona su pelvis y noto la punta de su
miembro rozar mi entrepierna, haciendo que sienta el latente bulto. Es más
grande de lo que me imaginaba, por lo tanto, siento miedo. Por supuesto
que me entra miedo, este es el inconveniente de ser novata.
—¿Y la protección? —susurro.
Me siento como si fuese un caballo galopante.
—No es necesaria. Quiero sentirte. No tengo ninguna enfermedad, no te
preocupes, ¿vale? —me tranquiliza—. Me saldré a tiempo.
Asiento con la cabeza, aún un tanto indecisa, pero lo cierto es que yo
también lo quiero sentir por dentro. Alex se inclina enseguida sobre mí, de
modo que apoya sus manos en los dos lados de mi cabeza y queda
suspendido por encima de mí. Aprieta su cadera contra la mía y empieza a
empujar con suavidad mientras mi vello se eriza al notar la punta de su
miembro erecto en la abertura de mi sexo. Este sigue ejerciendo presión
sobre mí y avanza hacia mi interior, con mucha delicadeza. Sin embargo,
las paredes de mi vagina están muy cerradas y le cuesta continuar.
—Shhh, relájate. —Besa mi frente.
Su respiración es acelerada y sus ojos ardientes. De momento, su mirada
está llena de deseo, pero también de ansia. Entonces invade de nuevo mi
boca con su dulce lengua y yo le respondo, clavando mis uñas en la piel de
su espalda. Estoy que floto de la emoción.
Uno de los rasgos del profesor es la intensidad, así que, al instante me
penetra bruscamente y con mucha impaciencia. Suelto un grito ahogado
cuando este vuelve a morder mis labios con pasión. Acaba de desgarrar mi
virginidad y noto una sensación sumamente nueva, como si algo te
invadiera por dentro.
Me mira triunfante y empieza a soltar gemidos suaves y guturales.
—¿Te duele? —Besa la parte alta del cuello.
Aprieto sus brazos y a la vez niego con la cabeza, totalmente anulada
entre sus brazos. Adoro ver la imagen de su rostro sobre mí, al igual que
sentir el peso que ejerce su cuerpo sobre el mío. Tiemblo cuando este
empieza a moverse con lentitud, avanzando y retrocediendo dentro de mí.
Todo con mucha destreza y cuidado, al mismo tiempo que no deja de
mirarme, prueba de que está absorbiendo cada uno de mis gestos y
gemidos.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Te gusta?
—Me encanta… —murmuro en su oído.
Su voz es tierna y el beso que deposita en la punta de mi nariz lo es más
todavía.
—No creo que más que a mí.
—Uhmmm, no lo tendría tan claro —suspiro extasiada, embriagada por
sus lentos movimientos.
—No te puede gustar más que a mí, Aylin. He soñado con esto día y
noche.
Su confesión toca mi alma. Sonrío.
—Entonces… ¿qué nota tengo, profesor Woods?
Separa su cabeza de la mía unos centímetros y me mira con rostro
encendido.
—¿Nota? —Muerde mi labio inferior—. Esto acaba de empezar, señorita
Vega.
—¿Cómo?
Estampa sus caderas con pasión y suelta un intenso gruñido.
—Voy a follarte hasta que grites mi nombre, Aylin.
Lo miro desconcertada y con miedo, a la vez que me sacudo con fuerza al
escuchar aquellas palabras pronunciadas de su boca. Siento sus dedos en
cada centímetro de mi piel y cómo aprieta mi pierna con una de sus manos
y me obliga a rodear su cintura. Empieza a acelerar sus movimientos, y
aunque note un suave dolor y escozor, poco a poco me moldeo a él. La
sensación de tenerlo dentro de mí es muy placentera y conforme este
avanza y retrocede con más firmeza que antes, y cada vez con más fuerza
que la vez anterior, un calor abrasador me funde por dentro.
—¡Dime que quieres más!
—Quiero más —contesto atormentada, tras semejante exigencia.
—¡Entonces te voy a dar más, señorita! —exclama jadeante en mi oído y
clava sus dientes en mi piel.
Aprieto los labios cuando me empieza a embestir con firmeza e intensifica
el ritmo de sus movimientos de manera salvaje.
—¡Oh, joder!
Curiosamente, me sale de manera natural seguirle el ritmo, y yo también
me empiezo a mover, atrayéndolo cada vez más a mí mientras aprieto mis
muslos contra su cintura. Su modo implacable de invadirme y rozar su
miembro en mi interior, hace que sienta mucha tensión en todo mi cuerpo,
tensión que aumenta cuándo éste levanta mis rodillas de repente. De
momento, me succiona el cuello y siento algo moverse en mi interior. Mi
ansiado orgasmo está a la vuelta de la esquina, y él lo sabe.
—Lo notas, ¿verdad?
—Sí… —musito extasiada.
—No sabes lo que provocas en mí. Oír tus gemidos, sentirte por dentro…
¡ohhh! —Su voz desprende pasión cuando aprieta mi mentón con una mano
y se vuelve a lanzar a mi boca—. ¿Quieres más fuerte?
—¡Carajo!
—Dilo, Aylin… —demanda y mis suspiros quedan ahogados en su boca
cuando me vuelve a asediar—. Solo falta decírmelo.
—¡Sí! —Me siento asfixiada, presa de sus sucesivas estocadas—. Quiero
más…
Tras unos breves momentos, en los que mi cuerpo convulsiona y parece
que estoy en el séptimo cielo, mi vientre se sacude y gimo extasiada,
aturdida por la sensación insuperable que acabo de experimentar.
—Quiero llevarte al cielo, Aylin… —habla en mi oído, mientras siento
sus húmedos labios en mi cuello.
—¡Oh, Alex! Dios mío...
Tengo las palabras atragantadas y no soy capaz de hablar. Él esboza media
sonrisa, a la vez que ralentiza sus penetraciones.
—No metas a Dios en esto.
—Ha sido… —Clavo mis dedos en su nuca y también le sonrío cuando su
cadenciosa respiración me golpea.
—Tus gritos me vuelven loco, ¿sabes?
Me planta un beso suave en los labios y, sin decir nada más, se coloca de
rodillas en la cama. Observo atenta y con el corazón a mil sus movimientos.
Alex abre más mis muslos, haciendo que mis largas piernas queden
suspendidas por encima de sus brazos. Entonces vuelve a invadirme con
mucha fuerza, más que antes y extiende sus manos hacía mis senos. Los
empieza a masajear con pasión mientras yo intento recuperarme del éxtasis
y tranquilizar mi respiración.
Pero no me da tregua alguna. Sus testículos chocan violentamente contra
mí y me estremezco. Es tan incitante mirar su cuerpo bien esculpido y su
cadera pegándose a mí una y otra vez…
—¿Sabes? —habla con aliento sacudido y alcanza mi cuello con dos
dedos—. Desde que te vi supe que serías mía.
—No puedo ser tuya. Estás casado.
—Esto… —Me señala su alianza— no significa nada.
—Pero…
Aprieta mi cadera perturbado y su pelvis choca contra mí con desenfreno.
—Shhh, ¡eres mía, Aylin! —sentencia y aprieta más mis gemelos—. Y ni
tú, ni nadie podrá negármelo.
De momento, suelta un severo gruñido que me corta la respiración. Quedo
muda y profundamente complacida cuando él gime y libera mi vagina con
rapidez, marcándome con su descarga. Estalla sobre mí y el ardor de aquel
líquido blanquecino me trae de vuelta a la realidad.
Lo he hecho, al final se ha salido con la suya. He perdido mi virginidad
con él.
«Pero no me arrepiento», confieso en mi mente.
El profesor intenta recuperar el aliento y acaricia con suavidad la piel
interna de mi muslo. Después, extiende la mano para coger unas servilletas
y me limpia con cuidado. Le vuelvo a sonreír cuando él alza las cejas en un
modo adorable, a la vez que esboza una sonrisa a medias. Finalmente, se
derrumba a mi lado con satisfacción.
—Señorita Vega, le pongo un 9 de nota —dice con picardía.
Sus oscuros ojos están a solo unos centímetros de los míos.
—¿Y por qué no un 10? —pregunto divertida y me vuelvo hacia él. Estoy
con ganas de comerme a este hombre loco y pasional, con lo cual me lanzo
a su tenso cuello y dejo caer mi boca cerca de su mentón.
—Porque necesita usted más práctica —contesta haciendo que vuelva
aquella seriedad que tanto le caracteriza—. Sabe que soy exigente.
—Bueno, para ser la primera vez, no me quejo. —Me río—. Pero no se
olvide de que el aprendiz superará al maestro.
Él, en cambio, no me sigue el rollo y únicamente me mira con
profundidad. Después, tira de mí hacia su torso, de manera que dejo caer mi
cabeza sobre su hombro.
—Ya veremos. —Me rodea con su robusto brazo y siento su boca en mi
coronilla—. ¿Eres ya consciente de lo que te estabas perdiendo?
No le contesto. Solo levanto mi mirada y acerco mi cara a la suya.
Nuestros labios se unen en un beso apoteósico mientras nos abrazamos
con satisfacción, sumamente inmersos en nuestro íntimo momento. Estoy
feliz, aun cuando por dentro sea consciente de que lo ocurrido representa mi
capitulación ante él. Ante mi profesor de Finanzas y también ante… mi
amante.
***
El acto oficial y mi discurso se llevan a cabo en el Auditorio de la
Universidad de Miami, bajo la atenta mirada de una parte de mis hombres.
La otra parte se encuentra cerca del hotel, vigilando a la señorita Vega. El
acto de hoy lo están emitiendo hasta en las noticias, en una cadena local. A
ella la estoy disculpando, diciéndole al rector del gran complejo
universitario que se encontraba indispuesta y, como resultado, no ha podido
acudir a su encuentro. Le dedico una hora y media a mi discurso, una
conferencia en la que estoy tratando asuntos actuales del mundo de las
Finanzas y hablo sobre mi tarea como catedrático, aparte de tocar temas
relacionados con mis publicaciones. Noto muy agradecido y orgulloso
cómo el público me aclama.
Cuando estoy a punto de irme, identifico a Robert Kiroski entre los
invitados y me acerco para hablar con él. Es mi ídolo, el escritor y experto
en Finanzas con más libros vendidos de nuestro continente, ¿qué decir? Una
verdadera estrella. Él también se alegra de verme y ahora mismo nos
entretenemos hablando sobre la bajada de dos dólares del Dólar Blue, frente
a la subida de un dólar del BNA.
Conversamos durante unos momentos sobre las consecuencias de esta
fluctuación, y no sé por qué, pero pienso en Aylin. Seguramente a ella le
entusiasmaría conocer a Kiroski, ya que es adicta a este tema casi tanto
como yo. Piensa que no me doy cuenta de que, cada vez que mira
atentamente su móvil, está leyendo noticias financieras o vigila el
movimiento de las bolsas en Wall Street Journal.
Tras casi tres horas, me despido cordialmente y me disculpo por no poder
asistir a la fiesta en una playa cercana, la cual se celebrará después del acto.
Le indico a mi chófer llevarme al hotel y no veo la hora de volver y saber
cómo se encuentra. Ella no lo sabe, pero me han informado sobre cada paso
que ha dado.
La señorita Vega ha almorzado a las 14:43 horas —bastante tarde— y
después ha salido a pasear. Su paseo ha durado exactamente treinta y cinco
minutos y ha comprado varios suvenires en un quiosco colindante. Después,
ha estado bañándose en la piscina por aproximadamente una hora y quince
minutos y finalmente ha subido a la habitación. Asimismo, también he
avisado en recepción que ahuyenten a cualquier hombre que se le acerque.
Jamás permitiría que alguien ligue con ella.
Todo despejado. Los dos hombres que han hablado con la señorita
Vega en la piscina ya no son un estorbo. Con suma discreción, señor.
Leo el mensaje de texto que mi persona de confianza del hotel me ha
enviado minutos atrás. Respiro aliviado cuando me informan de que ella no
se ha dado cuenta de nada. Sería lo peor que me podría pasar ahora mismo,
que ella sepa que está rodeada de mis hombres.
Cuando llego a la quinta planta e ingreso en nuestra suite, me dirijo a la
puerta un tanto nervioso por su actitud de hoy. Toco una vez y entro, tras
suspirar profundamente y serenar mi mente. Debo ser inteligente y manejar
mis emociones, no puedo permitirme volver a tener la misma actitud de la
playa, la asustaría y perdería su confianza.
La encuentro sobre la cama, leyendo un libro.
—Hola —musito y me siento en el filo, cerca de ella—. Te tengo que
felicitar.
Lo gracioso de la situación es que ni me mira, pero sé que se ha dado
cuenta de mi presencia porque sencilla y hermosamente frunce sus labios y
acerca más su libro a su cara, intentando parecer concentrada. Ya lo he
pillado, me quiere dar a entender que pasa tres pueblos de mi cara.
¿A quién intenta engañar?
Lo cierto es que es adorable cuando está de morros.
—Aylin, te he traído algo.
Coloco el diploma y un cheque de mil dólares a su nombre delante de su
vista, ocultando debajo el libro que se está leyendo. Observo entretenido
que consigo hacer que me preste atención y entonces mira el diploma, mira
el cheque y después levanta la vista a mí.
—¿Qué es?
Sus preciosos ojos me examinan con desconcierto.
—Te lo mereces.
Empieza a leer en voz alta.
—«Diploma concedido a la alumna Aylin Vega como recompensa por
conseguir unos de los mejores resultados académicos de Harvard Business
School del...», —Me mira estupefacta— ¿año pasado?
—Así es —afirmo—. Señorita Vega, usted ha sido galardonada como una
de las tres personas que consiguieron los mejores resultados académicos de
nuestra facultad.
—¿Qué es esto?
—Un diploma —Me encojo de hombros.
—Pero, ¿por qué me entero ahora?
Sus ojos brillan y sus pupilas se dilatan.
—Al saber que trabajaba contigo, Brighton me avisó que el acto se iba a
oficiar en Miami y me pidió que te llevara conmigo de viaje y no decirte
nada, queriendo que fuese una sorpresa. Pero tú…
Miro el suelo por un instante y, en el fondo, me da rabia que no haya
salido todo cómo lo planeábamos tanto yo, como el rector de Harvard, el
cual sé que aprecia mucho sus esfuerzos académicos.
—¿Entonces era por eso que me insistías en ir a la universidad contigo?
Cierra el libro que supuestamente se estaba leyendo, con mucha prisa. Yo
solo asiento y, acto seguido, me acomodo mejor sobre la cama y me acerco
a ella.
—Correcto.
—¿Por qué la entrega de premios se ha realizado aquí y no en Boston?
—Porque las universidades van rotando —le hago saber—. Cada año se
celebra en un sitio distinto.
—¡No me lo puedo creer! —Agarra el diploma con sus diminutas manos,
todavía asombrada.
—Es tuyo, Aylin, te lo mereces. —Toco su rodilla en un gesto amable—.
Te doy las gracias por todo el esfuerzo depositado el curso pasado en la
Facultad de Negocios, en mi nombre y del todo equipo educativo.
—¡Ohhh!
Sigue mirando el papel, incrédula, sin prestar atención al cheque con el
dinero.
«No es ninguna interesada», examino su comportamiento.
Su carrera, en cambio, es lo más importante para ella. Y eso, sin duda,
representa un arma de doble filo. Por un lado, me beneficia, al poder
impulsar su carrera y hacer que ella sienta cada vez más conexión y
adoración por mí. Pero por el otro lado… si fuese una mujer materialista,
podría llegar a mi objetivo más rápido.
—Gracias…
Mi reflexión queda interrumpida por sus escasas palabras y noto que relaja
sus hombros, escondiendo las garras.
—También le agradeceré al rector de vuelta a Boston.
—¿Estás feliz? —le pregunto.
—Sí —contesta esta deprisa y vuelve a echarle un vistazo al diploma—.
¿Cómo ha ido la charla? —intenta ser amable.
Mis neuronas ahora mismo están aplaudiendo este logro. Pensaba que
Aylin seguiría muy enfadada y no cedería. Incluso estaba atrapado en mi
necedad y daba por hecho que no me dejaría entrar en su habitación.
—Bien —respondo animado—. En realidad, me hubiese gustado
presentarte a Robert Kiroski —remato, sabiendo de antemano el efecto que
esto provocaría en ella.
—¿¡Quién!? —exclama enloquecida—. ¿El mismísimo Kiroski?
Observo la creciente emoción e ilusión en sus ojos y, al instante, agarra mi
brazo con fuerza. Se coloca de rodillas sobre la cama, como una perfecta
niña pequeña y ejerce presión con sus dedos en mis músculos.
«¡No, Aylin! No hagas eso, por favor», piensa mi travieso y atormentado
falo. Claramente, todas mis neuronas se pierden por ahí cuando ella está
cerca y solo él es el que manda.
—¿Conoces a Kiroski?
—Sí —contesto complacido al verla tan feliz—. ¿Ve lo que se ha perdido
por cabezonería, señorita Vega?
Esboza una adorable mueca y se cruza de brazos.
—No intente librarse, señor Woods —replica cortante—. No puede
enojarme y después alegar que es mi culpa.
Sonrío sin querer, yo mismo asombrado por la naturalidad con la que me
sale torcer la boca, aunque de momento vuelvo a fruncir los labios con
seriedad.
—Bueno, habrá otra ocasión, no te preocupes. Además, te he traído algo
más.
Extiendo mi mano y le entrego un paquete rectangular, envuelto en un
papel morado. Me he dado cuenta que le gusta ese color por el vestido
violeta que llevaba en el Hotel Gold, en la cena con mis socios, y por la
pequeña maleta morada que se ha traído a Miami.
—¿Un regalo?
Agranda los ojos, intrigada, y yo disfruto viéndola analizar su regalo.
—Algo así.
—¿Qué es esta vez, un consolador? —pregunta sugerente, aunque con un
hilo gracioso en su voz.
Siento unas pequeñas llamas quemando mis mejillas y tenso los párpados,
a la vez que me llevo una mano al mentón, reflexivo.
—No se me había ocurrido, pero sería buena idea.
«Una buenísima idea, de hecho», reflexiono.
Pero más que poder pensar, siento la vibración entre mis muslos con
demasiada nitidez. Y eso es porque ahora mismo la vislumbro tumbada,
sobre esta misma cama —miro la cama de reojo—, completamente abierta
de piernas y yo jugando con un enorme consolador sobre su bonito…
¡Ohhh! Me quito la chaqueta de traje deprisa cuando me siento abrasado
por un fuego interno, surgido de la nada.
Apuntado en la lista.
—¿Estás bien?
Enlaza sus gemelos sobre el colchón, abriendo más sus muslos y se apoya
sobre sus rodillas con los codos.
—Sí Aylin, pero abre tu regalo.
Despedaza literalmente el envoltorio morado y me mira impaciente. No
más que yo a ella.
—¡Un libro! ¡Un libro de Kiroski! —exclama emocionada.
Empieza a tocar la portada con sus dedos.
—¡Ábrelo! —le indico.
Esta abre la portada y lee la dedicatoria que mi amigo Kiroski ha escrito
en la primera página, especialmente para la señorita Aylin Vega. Sus ojos se
iluminan.
—¡No me lo puedo creer! —Permanece con la boca abierta—. ¿Y cómo
has pensado en un libro?
—Señorita... —hablo serio y reprimo una sonrisa—, usted dijo que no le
gustaba la lencería y que hubiese preferido que le regalara un libro.
Me sonríe, al pillar mi indirecta.
—Veo que está aprendiendo la lección.
—Ahm… —Pongo los ojos en blanco—. Más o menos.
—Eso no me vale.
—Aylin —le corto—, ¿qué te parece si nos damos una vuelta por la playa
y comemos en algún bar que encontremos por el camino?
—No lo sé.
Siento su respiración entrecortada y la inseguridad que emana su voz. La
oscuridad en sus ojos ha tomado el lugar del brillo y la ilusión. Rezo por
dentro que no me rechace y pueda repararlo todo. Lo necesito y la necesito
a ella.
—No volverá a pasar lo de hoy y bueno… —Carraspeo—, me gustaría
hablar contigo.
—No sé por qué, Alex, pero esta situación me suena, ¿te acuerdas?
Su réplica es sarcástica y me aparta la mirada mientras se pone de pie,
gesto que hace que yo también me levante. Sin querer, mi vista resbala
sobre su cintura, aún lleva el maldito pantalón corto diminuto que me
vuelve loco.
—¿Qué dices si nos olvidamos de lo sucedido hoy y celebramos tu logro?
Doy un paso para atrás y me dirijo a la imponente mesa, en la cual se
encuentra una botella de champán en medio de una cubitera. Agarro la
botella y se la muestro, a la vez que su vista fija las dos copas que hay al
lado. Lo he pedido todo antes de llegar a la habitación. Me persigue con su
mirada consternada en el instante en el que vuelvo a depositar la botella en
la cubitera, probablemente intentando adivinar mis intenciones.
—Confía en mí. —Me aproximo con pasos lentos, mientras la incito al
pecado con mi voz y mirada.
—No creo que confiar en ti sea buena idea —susurra y se abraza a ella
misma.
—Inténtalo.
—Tú mismo me advertiste ayer.
Un golpe bajo. Jodidamente bajo.
—¿Qué quieres de mí? —Anclo mis pies delante de ella y rozo sus
antebrazos lentamente con mis manos—. Tus deseos serán órdenes para mí,
lo prometo.
—Tengo una condición.
Agradezco que no retire sus manos y no huya de mí nuevamente. No lo
soportaría.
—¿Cuál? —Frunzo el ceño.
—Bueno, en realidad dos.
Miedo me da.
—¿Cuáles? —Arqueo las cejas y le sonrío con el pecho encogido.
—Primero, que no vuelvas a darme órdenes.
—Podré hacerlo. —Aprieto los labios, pensativo—. ¿Y la segunda?
—Que no te lleves el móvil contigo a la playa, Alex. Quiero que te olvides
del trabajo, aunque sea por una noche.
¿El móvil? Me cuesta ir a algún sitio sin mi móvil.
—¿Te das cuenta de que me estás chantajeando? —Me encanta nuestro
juego de seducción—. Recuerdo que dijiste que no te gustaba el chantaje.
—¿Trato hecho? —pregunta sin contestar y pasa de mi culo, breve y
obscenamente dicho.
Me tiende la mano. Aprieto sus dedos, divertido, y sacudimos nuestras
enlazadas manos como si se tratara de un acuerdo de negocios que
acabamos de cerrar.
«Me gusta el juego», pienso.
—Trato hecho —afirmo.
Me gusta el juego y ella. Me gusta Aylin en todas sus facetas. Pero lo que
más amo es ponerla al límite y notar sus encendidas mejillas y ojos
ardientes, mientras tartamudea. Entonces, hago trampa y aprovecho la
mano que esta me ha extendido, para así tirar hacia mí. La atrapo entre mis
brazos en menos de un segundo y presiono mis caderas contra las suyas. Es
más, lo hago a propósito para que se dé cuenta de la demente y excitación
que despierta en mí.
—Ahora bien... —musito en su oído—, prepárate porque esta noche no te
voy a soltar.
Noto su cálido aliento en mi cuello y me estremezco.
—Alex…
—Me gustaría estrenar la playa contigo y no precisamente tomando el sol.
Tú ya me entiendes…
Suspira cadenciosamente a la vez que clava sus uñas en la tela de mi
camisa. Noto los latidos de su corazón acelerado en mi pecho y aplaudo en
mi mente obtener el resultado deseado. No tengo palabras para describir lo
satisfecho que me siento al hacerla temblar de esta manera. Y sí, todo está
yendo de maravilla.
—Eso dependerá de lo bien que se te dará solventar todas mis dudas —
habla con la misma firmeza que me ha mostrado hoy.
—De acuerdo, pequeña—. Me provoca ternura; a pesar de todo, es una
niña—. Veré lo que pueda hacer.
—Alex, te lo advierto… —Presiona mis hombros y me obliga a mirarla—.
¡Cuando digo todas, es todas!
Me aparta de ella con un empujón tosco, así teniendo la última palabra en
nuestro sagaz diálogo.
«¡Ahhh!», me sale un grito interno de rabia mezclada con euforia y
excitación. «¡Sí que es una fiera esta mujer!».
—Voy a ducharme.
Escucho embobado su escueto comentario y únicamente puedo callarme la
puta boca para no estropear nada. Observo su terroríficamente sexy culo
mientras se aleja.
¡Por los jodidos Dioses!
A la vez que me quedo mirándola como un bobo, agarro un cubito de
hielo de la cubitera donde está la botella de champán y lo acerco
vertiginosamente a mi cuello.
«Ahhh, Aylin», suspiro. «Prepárate, nena. Te romperé en dos esta noche».
El cubito de hielo se derrite de momento. Paso dos en marcha.
CAPÍTULO 22
RECUERDOS QUE DUELEN
Dedico una mirada fugaz a mi teléfono y me quedo impresionada por la
cantidad de mensajes que hay sin leer en el grupo de Los fantásticos de H:
cincuenta y dos mensajes. Los veo por encima y caigo en la cuenta de que
mis amigos se han enterado de que no estoy en Boston. Entre cachondeo,
emoticonos y gifs, Rebe y Adam están muy interesados en saber cómo está
yendo el fin de semana. Además, al ver que no contesto, empiezan a insistir
hasta el punto de ser cansinos. Incluso he recibido una llamada de Rebe.
Noto que, en un mensaje de tantos, Bert intenta quitarle hierro al asunto y
les dice que me dejen en paz y que tengo mucho trabajo. Añade que estoy
tan ocupada con el profe Woods, que ni siquiera he tenido tiempo de ir a la
playa.
¡La amo! Siempre da la cara por mí.
Ahora a ver qué narices les contaré el lunes, cuando me empiecen a
interrogar. Solo espero que en mi frente no ponga con letra mayúscula
«TENGO UNA AVENTURA CON EL PROFESOR DE FINANZAS».
Mentir no es uno de mis platos fuertes.
Aparto el móvil y procuro darme prisa. Mis ojos resbalan sobre mi cuerpo,
el cual queda reflejado en el espejo del cuarto de baño. Para esta noche he
optado por una camisa blanca de manga mediana y una falda vaquera corta.
Está empezando a refrescar y son casi las diez de la noche. Tuerzo un poco
la cabeza y me examino, intentando encontrar un fallo. Parezco una
verdadera colegiala y solo me faltan las gafas y los libros. A continuación,
le hago un nudo a la camisa en la zona del ombligo, de modo que dejo mi
cintura a la vista. También abro el botón de arriba y arreglo un poco mi
escote, poniendo el oído cuando escucho unos pasos acercándose.
—¿Qué te falta?
Alex entra en el cuarto de baño y se me queda mirando por un momento.
—¿No te has cambiado de ropa? —pregunto cuando noto que sigue
llevando el pantalón de traje gris, el cual está doblado unos centímetros en
la parte de abajo y la camisa blanca, también remangada. Observo que calza
unas sandalias playeras y que en la mano lleva la botella de champán y las
copas.
—No es necesario —contesta tranquilo.
—No te has traído ningún bañador, ¿verdad?
—No. Cuando viajo, suelo hacerlo por trabajo. No pensaba bañarme. —
Alza sus fuertes hombros y se apoya en el marco de la puerta—. ¿No estoy
bien así?
—No es eso —digo—. Pienso que no vas a estar cómodo.
—En realidad, cuándo más cómodo me siento es cuando llevo traje.
—Será... —murmuro poco convencida y camino hacia él.
—Bonita camisa.
Su pícara constatación hace que vuelva a sentir toda aquella amalgama de
emociones.
—¿Nos vamos entonces? —dice sereno cuando no le respondo y hasta
diría que muestra alegría. Alegría o satisfacción.
—¿Qué le has dicho al rector?
Aunque saque mi lado orgulloso, en el fondo, me da mucha vergüenza por
no haber acudido a un acto tan sumamente importante. La culpa me puede.
—Nada, que estabas indispuesta.
—La verdad es que no me esperaba el premio.
—No sé por qué lo dices. —Me mira mientras me indica la salida de la
planta baja del hotel—. Eres muy válida y trabajadora.
—Lo dices solo para halagarme.
—No soy ese tipo de persona. —Sus dedos presionan mi espalda y, por un
momento, parece que está distraído.
Sus ojos se mueven de un cliente a otro cuando salimos al jardín y me da
la impresión de que está buscando algo o a alguien con la mirada.
—¿Qué estás buscando?
—Nada —niega—. Me ha parecido conocer al solista vocal del grupo.
Miro intrigada en dirección a un pequeño escenario improvisado, junto a
la lujosa piscina. Hay un grupo de música tocando y los elegantes turistas se
muestran animados. La melodía sofisticada invade la silenciosa noche,
solamente incomodada por el ruido estrepitoso que hacen las olas al golpear
la orilla. Percibo las notas musicales de un teclado y de un violín.
¡Qué belleza!
Sigo empapándome de la romántica melodía, la cual actúa como un
bálsamo para mis oídos y también para la tensión que se ha instaurado entre
nosotros.
—Parece que hay una fiesta esta noche.
—Es sábado… —comenta—. Por cierto, ¿hoy todo bien?
—Sí, me he dado una vuelta alrededor y he estado en la piscina.
—Me alegro —responde—. Seguro que los regalos son preciosos.
¿Regalos? Giro mi cabeza en dirección a él, a medida que avanzamos
entre la multitud.
—¿Cómo sabes que he comprado regalos?
—No lo sé —habla tranquilo y desliza sus dedos hacia mi espalda baja—.
Puedo suponer. Cuando me he ido a la universidad, he visto muchos
quioscos de suvenires al filo de la carretera.
—¡Ahhh! —exclamo—. Sí, tienes razón, he comprado unos cuantos
regalos para mi familia. Y también he adelantado trabajo, Alex.
—¿A qué te refieres?
—No podía disfrutar aquí cuando en el fondo sé que tenemos trabajo
acumulado, con lo cual…
—¿Qué?
—Me he permitido redactar ya el primer capítulo del libro. Necesita
muchas correcciones y tu visto bueno, pero…
—¿Tienes ya el primer capítulo?
Su desconcierto hace que me humedezca los labios. Aleteo mis pestañas
con temor y espero que se lo tome bien. He tardado más de una hora en
redactar unas siete páginas y no me gustaría que piense que voy por mi
cuenta.
—Sí.
—¡Fabuloso! —dice para mi sorpresa—. La próxima semana lo revisaré,
¿de acuerdo?
Asiento con mi cabeza y no puedo evitar sonreír.
—Tenías que haber ido a la fiesta de la universidad.
Recuerdo aquella fiesta en la playa a la que iba a acudir después de la
charla. Y sigo pensando que, en realidad, el profesor no me atrajo este fin
de semana aquí para acostarse conmigo, sino que el propio rector le pidió
llevarme a Miami para la entrega de premios. Mi corazón late con fuerza y
siento alivio al saber que él no es un psicópata o un innato manipulador,
como he podido pensar en algunas ocasiones.
—No te preocupes, Aylin. Seguro que me hubiese aburrido mucho, como
siempre... —responde flemático y no me quita el ojo.
Llegamos enseguida a la zona de la playa, la cual localizamos a solo unos
metros en la penumbra de la noche. Miro el cielo de escasas estrellas y
empiezo a desabrocharme las sandalias. Mientras admiro la luna llena,
siento la necesidad de sentir la reconfortante arena debajo de mis pies. Solo
que, cuando me las intento quitar, me desequilibro y doy un brinco para un
lado.
—¡Cuidado! —musita.
Sujeta mi brazo y enderezo mi espalda.
—¿No te las vas a quitar? —pregunto y señalo con un gesto sus sandalias
de playa.
—No.
—Pues es una maravilla sentir la arena debajo. No sabes lo que te estás
perdiendo.
Hundo mis pies en la arena templada. Él no dice nada, solamente camina a
mi lado.
—Me basta con solo estar aquí contigo. Eso sí, es una maravilla —dice al
cabo de unos pocos minutos.
Lo miro encandilada, sin dar crédito a lo que acabo de escuchar. Todavía
me cuesta asumir que el profesor posea aquel lado tierno y romántico que
suele ocultar gran parte del tiempo. Su rostro se ve muy especial esta noche,
a la luz de la luna y, como siempre me pasa, sus palabras me tocan la fibra
sensible.
—Alex... ¿de verdad vas a ser sincero conmigo?
—Siempre lo he sido.
—¿Qué pasará mañana? —le pregunto a la vez que disfruto del tacto de la
arena y agito mis sandalias en mi mano derecha.
—Pues cogeremos el vuelo de vuelta a Boston, eso es lo que pasará.
—Eso ya lo sé. Pero... ¿qué pasará con nosotros?
Seguimos andando a una distancia de al menos un metro y lo cierto es que
nuestra conversación parece un témpano de hielo.
—Ya se verá.
—No me basta con eso —contesto rápido y me detengo bruscamente.
—¿Qué quieres que te conteste, Aylin? No te puedo ofrecer gran cosa, a
diferencia de ti que me estás ofreciendo tanto... —habla en tono neutro y
con mucha calma. Solo que, cuando me mira, percibo una desconcertante
emoción en sus ojos. Emoción que no sé cómo interpretar.
—¿Qué te estoy ofreciendo? —pregunto.
—Mucho. Me has entregado tu virginidad, para empezar. Te estabas
reservando para ese chico ideal. —Hace una pausa y extiende su mano a mí,
sus dedos rozando la mía— ¿Te arrepientes?
Termina de coger mi mano al completo entre la suya y enlaza sus dedos
con los míos con fuerza, hecho que me obliga a acercarme.
—No, Alex. No me arrepiento —respondo—. Y si tuviera que volver a
hacerlo, lo haría mil veces más.
—Me alegra escuchar eso.
Observo su sonrisa perfecta en la penumbra mientras la calidez de su
mano hace que me relaje. Siento que aprieta más sus dedos contra los míos.
—Me estás dando la oportunidad de vivir momentos normales —sigue.
¿Momentos normales?
—¿Qué quieres decir?
—Esto. Caminar por la playa como si fuéramos una pareja —Levanta
nuestras manos enlazadas y hace un gesto con la cabeza.
—No sé, es lo normal —balbuceo—. ¿No lo has hecho con nadie hasta
ahora?
—No —suelta un suspiro.
—¿Ni con tu mujer?
—Tampoco.
Mis neuronas ahora mismo están absorbiendo toda la información, pero lo
cierto es que acaban de recibir un azote, las pobres mías. Su respuesta es
sumamente extraña.
—¿Me podrías explicar?
Me arrepiento al instante de mi pregunta, ya que temo que vuelva a
cerrarse en banda. Y también temo que vaya a confesarme más cosas que
no desee escuchar. Verdades que me puedan provocar mucho daño.
—¿Y si nos sentamos? —habla en voz baja y me señala la orilla.
Caminamos unos pasos más hasta la orilla y nos dejamos caer uno al lado
del otro en la densa arena. El agua está un poco más calmada que hoy y
percibo la tranquilidad. Cuando miro hacia atrás, las luces del hotel apenas
brillan en la oscuridad. Observo que aún hay algunas personas caminando
por la playa y que dos o tres personas practican footing al filo de la
carretera. Fijo las débiles olas y lleno mis pulmones de ese aire tan
particularmente fresco. La naturaleza me encanta y siento mucha paz, de
repente.
Casi doy un brinco cuando escucho el tapón de la botella de champán. Las
burbujas salen con fuerza del vidrio.
—Su copa, señorita Vega.
—Gracias —contesto en un tono coqueto ante su amabilidad.
Él vierte el champán dorado y espumoso dentro de nuestras copas y al
mismo tiempo me analiza con aquellos profundos ojos. No solamente me
mira. Juraría que lo hace con una mirada especial, llena de dulzura y
misterio.
¿Cómo es posible que el profesor tenga personalidades tan diferentes?
—¿Cuál es el motivo del brindis?
Alzo mi copa en el aire casi al mismo tiempo que él.
—Por nosotros, aunque…
—¿Aunque? —repito ruborizada, feliz y en cierto modo intimidada.
—Esta noche brindamos especialmente por su logro, señorita Vega. Es
una de las tres personas que mejores notas tiene de nuestra facultad, que no
se le olvide.
Chocamos nuestras copas, complacidos con el ambiente en general, ya
que el sitio es verdaderamente precioso. A decir verdad, todavía no soy
consciente de lo que acaba de ocurrir, ni del diploma y tampoco de aquel
cheque de la recompensa económica. Recompensa que no me vendrá nada
mal, de hecho. Pero ahora mismo no me quiero desviar del tema, estoy
segura de que, si lo hago, él tomará ventaja.
—¿Existe un nosotros?
Le doy un delicado sorbo al champán y el dulzor invade mi paladar.
—Si estamos aquí en este momento doy por hecho que existe —afirma—.
Pero posiblemente no el «nosotros» que tú esperas, Aylin.
—Lo sé, estás casado.
Aparto mi mirada de la suya, al mismo tiempo que empiezo a dibujar algo
con mi dedo en la arena. No es un reproche, es una verdad. Verdad que
jamás podré cambiar.
—Así es. Yo en realidad… —Acaricia mi dedo con su mano y hace que
pare— no puedo ofrecerte nada más allá del placer.
—Aun así, —Se me traba la lengua—, siento que tú…
—¿Qué?
«Esto que hay entre nosotros es una aventura, Aylin. Una simple aventura,
¿vale?»
Recuerdo sus palabras y me siento ridícula.
—¡Nada! —digo acelerada—. No te preocupes, lo sabía desde el
principio. —Esbozo una sonrisa forzada—. Es obvio que no puedo ni debo
pretender estar al mismo nivel que tu mujer.
Mi afirmación es rápida e intento mostrarme fría. Elijo seguir con la
mirada baja, para que así él no se dé cuenta de que estoy afectada.
—Aylin... —Toca mi brazo al instante, de manera que me obliga a
levantar mi vista—. No estás al mismo nivel. Estás por encima.
Lo miro escéptica.
—Ayúdame a comprender. Es tu mujer, no puedo estar por encima.
—Eres pura, cariñosa, dulce, inocente, risueña, noble... precisamente lo
opuesto a Lorraine.
No sé si me está regalando el oído, pero hay demasiadas cosas que no
entiendo. ¿A qué diantres está jugando?
—¿Entonces? —insisto.
—Los lazos que siempre he tenido con ella han sido puramente físicos y
profesionales.
—¿Qué te proporciona ella que yo no te puedo dar? —Me lanzo de cabeza
al precipicio.
¡Soy jodidamente idiota!
—Es muy complicado de explicar. Cuando conocí a Lorraine, lo hice en
un contexto del que no estás preparada para que te hable.
—Ponme a prueba —digo sin titubear.
—No te puedo contar cosas que sé que te escandalizarán.
—Soy mayor de edad.
—¿Seguro?
—Anoche no lo dudabas tanto —suelto insinuante.
Él invoca un silencio repentino, pero su tono es gracioso. Después mira el
agua, pensativo.
—Tiene que ver con tus gustos sexuales, ¿verdad? —prosigo al ver que no
me responderá—. Lorraine está satisfaciendo todo eso que me dijiste.
—No solo eso, hay mucho más.
—Dijiste que usabas juguetes y artilugios y que tus gustos son diferentes.
El profesor le proporciona un profundo sorbo a su copa de champán, tanto
que la deja vacía. Vuelve a llenarla hasta la mitad.
—¿Quieres?
—No, gracias.
—Como te dije el viernes —sigue hablando y soy toda oídos—, siempre
me ha gustado probarlo todo. Y sí, me gusta jugar, azotar, atar...
—¿Azotar…? —Pongo una mueca bobalicona—. ¿Atar?
—Me gusta ver a la mujer que tengo delante a mi merced. Me gusta verla
capitular ante mí. Pedir y suplicar por más. Me gusta tener el control —
continúa este.
—¿Eres una especie de Christian Grey? —pregunto incrédula.
¿Quién no se habrá leído esa novela?
Me estremezco cuando los nervios me arrodillan una vez más. Todo eso
suena muy tenebroso de su boca y lo curioso es que ahora mismo empiezan
a flotar en el aire látigos y antifaces imaginarios delante de mis narices. Me
tomo la copa de champán de un trago.
—¿Christian Grey? —Se ríe—. ¡Qué cosas tienes! — sigue—. No
conocería al señor Grey si no hubiese coincidido con la escritora en una
charla literaria en Nueva York.
—¿En serio?
Agrando los ojos, sin poder creérmelo.
—Sí —asiente—. Ella hablando del poder de seducción y la dominación y
yo del trading online.
—Una charla multifacética, sin duda.
Me río sonoramente y lo miro con cariño. Estoy empezando a amar el
humor seco del profesor. Y eso se define en soltar una sutil broma sin
esbozar media sonrisa y hablar en un tono grave, como si estuviera tratando
el tema de un contrato que acaba de cerrar. Este es él.
—Y volviendo a tu pregunta… —Me mira—. Sería muy triste si el señor
Grey fuera el único que tuviera esos gustos, Aylin. Como bien sabes, soy
Brian Alexander Woods —habla con seguridad—. Además, las prácticas
del señor Grey, con lo poco que sé de él, son bastante «vainilla»,
comparadas con las mías.
¡Por Dios! El corazón me está dando tumbos en el pecho. ¿A qué se
refiere exactamente?
—Lo que me estás contando no es algo típico —digo confundida.
—¿Y qué es «algo típico», para ti?
—No sé. —Alzo mis brazos y pienso—. Normal. Por ejemplo, lo que
sucedió anoche o esta mañana.
—Mis gustos no son anormales, solo son diferentes.
—Comprendo.
—No tienes ni idea de cuánta gente practica eso —explica muy entregado
—. El sexo es más interesante de esa manera, pero desgraciadamente, este
tema sigue siendo un tema tabú y la gente tiene muchos prejuicios acerca de
ello.
—¿Entonces esperas que yo sea tu sumisa? —suelto la bomba y vuelvo a
darle otro trago a mi copa, bastante atacada.
—¿Mi sumisa?
—Alex, a mí no me va ese rollo y quiero que lo sepas desde ya.
Intento averiguar qué puñetas espera de mí. Él hace una mueca y piensa
en algo.
—No te quiero hacer mi sumisa, solo quiero que disfrutes. Y, en realidad,
soy switch.
—¿Qué significa?
Le tiendo mi copa y le pido que me la llene, intentando no seguir
hablando, ya que es lo que me suele ocurrir cuando mis nervios me
traicionan. Además, esto se está poniendo interesante.
—Versátil. Aunque me guste dominar, tampoco me importa si la mujer
toma el control en un momento dado. También disfrutaría si jugaras
conmigo, me ataras o me proporcionaras golpes con un látigo. Eso
despertaría más mis instintos y me pondría verdaderamente loco. En el
momento en el que conseguiría desatarme, te dominaría completamente.
¡Jesús! Me hago una cruz mental e intento procesar en mi cabeza lo que
acaba de decir. ¿Golpes? Sus ojos brillan.
—¿Y por qué te golpearía?
Quedo totalmente atónita. Levanto mi tono de voz, sobresaltada, y
empiezo a notar un hormigueo recorriendo mi piel.
—¿Lo ves? No estás preparada para hablar de esto, no lo entenderías. —
Su mirada se vuelve sería, igual que su voz. Es como si estuviera molesto
de repente.
—No te voy a mentir, Alex —respondo—. Confieso que me parece muy
extraño todo lo que me estás contando.
—No te juzgo.
—¿Y qué pasará con nosotros si yo…?
—¿Si tú no podrás hacerlo?
—Sí.
La voz me tiembla.
—No pasará nada —me contesta en un modo tranquilizador—. Aylin, si
querías saber si voy a seguir deseándote, mi respuesta es sí.
Me alivia escuchar que no me presionará en hacer algo que no desee y que
me provoca cierta inseguridad y miedo.
—Debo preguntarte algo. —Ruedo mis ojos avergonzada y me muerdo
una uña, a la vez que nuestras rodillas chocan—. Hoy me has dicho que me
castigarás.
—Sí —replica cuando yo me apoyo en la palma de mis manos—. Y
quieres saber de qué manera.
—Así es.
Lo miro con timidez y con temor. Jamás sabes a qué esperarte de él.
—¿Estás segura de querer saberlo?
—Segurísima.
Él también se apoya en sus manos, de modo que nuestras bocas quedan a
unos pocos centímetros.
—Te ataría, por supuesto.
¡Mierda! Ese «por supuesto» no suena nada bien.
—Jugaría con tu sensibilidad, con tu piel, con tu cuerpo… con tu mente.
Tanto que te excitaría a niveles inalcanzables. Perderías la cabeza y no
pensarías en nada más que no fuera sentirme dentro de ti, Aylin.
—¡Oh! —ahogo un jadeo, intentando que él no lo escuche.
—Haría que ardieras de deseo y después te mantendría a raya. Ese sería tu
mayor castigo, no poder tocarme. Aparte de usar mis juguetes contigo, sin
duda.
Se relame los labios mientras pronuncia estas palabras y se deja caer a mi
lado, apoyándose en su antebrazo. Yo solo trago en seco, inmóvil y con la
piel erizada. Mente fría. Este será mi lema de ahora en adelante.
—Entonces concluyo que me golpearías de verdad, si yo te diera permiso.
Para mí nada de esto tiene sentido alguno.
—Dicho así, suena muy feo. Sería una manera de castigarte placentera, no
te preocupes. —Acerca su cara un poco más a mí y deja resbalar su dedo
sobre mi pierna—. Algo con lo que disfrutarías. Las esposas tienen su
encanto, aunque cueste pensarlo, pero confieso que yo prefiero las cuerdas.
Mi corazón bombea sangre velozmente y entonces me llevo una mano al
pecho, presintiendo que esto estallará por algún lado.
—Yo no podría…
Siento mi vista empañada y mis ojos se llenan de lágrimas.
«¿Por qué lo estás recordando ahora, por qué?», me fustigo.
—¿Qué ocurre? —pregunta preocupado y aprieta su mano en mi brazo al
ser testigo de mi reacción—. ¿He sido muy brusco?
—No, no es eso —regulo mi voz, atormentada por el llanto—. Solo que…
lo estoy recordando todo.
—¿Qué estás recordando?
Agarra mi mano deprisa y me la aprieta entre la suya, endureciendo sus
facciones.
—Me cuesta mucho.
—¡Shhh! —Besa mi mano—. No hace falta que me lo cuentes si no
quieres.
Intento deshacerme de la bola de saliva atorada en mi garganta. Quiero
hablar y quiero contárselo.
—Cuando tenía quince años tenía un amigo. De hecho, mi mejor amigo.
—Recuerdo—. Todo marchaba muy bien entre nosotros hasta que...
Siento que me ahogo. Jamás pensé que nuestro paseo en la playa
desencadenaría esto. Le doy un severo trago a la copa y me la termino de
golpe.
—¿Hasta que...? —Me examina curioso.
—Hasta que un día me dijo que había llegado el momento de dar un paso
más en nuestra relación. Para mí era solo una amistad. Una tarde nos
encontrábamos en su casa haciendo las tareas y sus padres no estaban. De la
nada, me empezó a besar y yo por supuesto, no le correspondí. Le dije que
parara, pero... no se detuvo ahí. —Se me caen otras dos lágrimas—. Me dijo
que me gustaría mucho lo que me haría. Me tiró a la cama, cogió las
esposas de su padre, que era policía nacional y después...
Es como si las palabras salieran de mi boca sin control alguno sobre ellas,
aun cuando no podría explicar por qué. Brian Alexander Woods no es
ningún ser digno de confianza.
—No hace falta que hables de ello si te hace daño, ¿vale?
Pero no le hago caso. Necesito confesar algo de lo que he estado huyendo
durante años. Un inquietante momento de mi vida que nadie conoce, ni
siquiera Bert.
—Después, inmovilizó mis manos en el cabecero de la cama y me empezó
a quitar la ropa. Luché con él y recuerdo que le daba patadas, muchas
patadas. Pero no me hizo caso. Me estampó un puñetazo y después otro.
Empecé a sangrar, mientras que él repetía una y otra vez que me gustará.
—Maldito cabrón… —Oigo su voz llena de impotencia.
—Pero en ese momento, se escucharon unas llaves. Era su hermano
pequeño que había llegado a la casa y lo estaba llamando. Tuve suerte. Yo
no sabía que él, en realidad, sentía algo más que una simple amistad.
Suspiro y sigo mirando temblorosa el suelo arenoso. Por más que quiera
añadir algo más, lo único que hago es entreabrir mis labios y soltar un
sonido sordo.
—¡Ven aquí! —Alex me rodea con sus brazos de acero y yo aprieto mis
dedos en su espalda, mientras hundo mi cabeza en su clavícula —. Siento
mucho escuchar esto, pequeña.
Nuestro abrazo es conmovedor, tan conmovedor que me deja sin aliento y
me mueve por dentro.
—Mi amigo de la infancia se llamaba Brian —susurro en su oído, con el
corazón roto.
Sigue roto, aunque hayan pasado años. Y ahora es cuando me doy cuenta
de que todavía no he superado esta etapa de mi vida. Siempre me rompo en
pedazos al recordarlo.
—Tranquila. —Él pasea sus dedos en mi espalda y siento su boca en mi
coronilla.
—¿Ahora lo entiendes?
—Sí, lo comprendo perfectamente. —Exhala el aire—. Para ti siempre
seré Alex.
Me separo de él y nuestras miradas se cruzan con mucho afecto.
—Aylin... ¡mírame! —Sus manos toman mis mejillas—. Nunca. Nunca
jamás te obligaría a hacer algo que no quieras.
Su voz emana una fuerza arrolladora y lo interpreto como una promesa.
Una promesa que tomaré al pie de la letra. Una promesa que hace que mi
alma brinque y le dé un voto de confianza.
—Hoy, cuando me has inmovilizado contra la puerta, después de la playa,
yo… he vuelto a tener la misma sensación —confieso con sinceridad.
Suspira profundamente y acaricia mis sonrosadas mejillas con el dorso de
su mano.
—¿Me puedes perdonar?
Acerca su rostro al mío con delicadeza y después sus carnosos labios
recaen sobre mi frente. Su rauda respiración y sus gestos hacen que me
relaje y vuelva a recobrar el buen humor.
—No sabía que podía llegar a ser tan tierno, profesor.—Sonrío feliz.
—Yo tampoco lo sabía. Sacas muchas cosas de mí, Aylin. Y hoy... —bufa
—. Hoy casi me vuelvo loco al pensar que te pasaría algo.
—Estoy bien y eso es lo único que importa. —Acaricio su mentón con
mis dedos—. ¡Pero cuéntame!
—¿Qué quieres que te cuente?
—Algo que tú quieras. Algo que no has podido echar de tu mente y que
sigue ahí anclado. Algo que te duele...
Carraspea y reflexiona sobre mi propuesta, perplejo. Coge la botella de
champán, que está por acabar, y llena de nuevo las copas. Después, le
proporciona un intenso sorbo al vaso, en el desesperado intento de armarse
de valor, imagino. Observo que sus rasgos se han vuelto inexpresivos, de un
momento a otro. La misma mirada gélida y facciones duras de siempre. Sin
duda, está volviendo a ser de nuevo otra persona.
—Son muchos momentos. De hecho, tengo más malos recuerdos que
buenos. —Su mirada sigue perdida en un punto en el horizonte—. En
realidad... no tuve una infancia feliz, Aylin, ni siquiera normal.
Sonríe amargamente. Me conmueve su confesión, aunque podía suponer
algo. Llámalo intuición. Entonces, toco su brazo con mis dedos para darle
confianza.
—De pequeño vivía a unos pasos del mar —relata—, en Cabo de Vela,
Colombia. Un paraíso. Ahí fue donde mis padres se conocieron. Fue un
flechazo, mi madre no se lo pensó ni por un momento, se quedó a vivir en
Colombia. Bueno, recuerdo que nos pasábamos el día entero en la playa.
Era un niño, tenía menos de ocho años. Y un día... —Se detiene y resopla,
sintiendo la misma asfixia que he sentido yo minutos atrás.
—Estoy aquí a tu lado.
—Me estaba bañando con mi primo en el mar, pero de repente empezó la
tormenta —continúa cohibido, pero decidido—. Éramos pequeños, no nos
dimos cuenta. Seguimos dando brincos y jugando en el agua, solo que la
cosa se puso muy fea. Las olas estaban peor que hoy.
—¿Qué ocurrió? —Pongo más atención que nunca.
—Mi primo consiguió salir, pero yo no. Empecé a luchar para salvar mi
vida. Sabía nadar, pero aquellas olas me asfixiaban. —Se lleva una mano al
cuello—. Me revolvían y no me dejaban salir. Finalmente, el socorrista
logró llegar a mí y gracias a él estoy vivo.
—Me gustaría darle las gracias a ese socorrista —digo alegre para intentar
atenuar aquellos sentimientos a flor de piel que nos están invadiendo.
—¿Por qué? —pregunta asombrado.
—Porque gracias a él, he tenido la posibilidad de conocerte.
Alex me sonríe de vuelta y aprieta mi mano.
—Denunciaron a mis padres por negligencia y estuvieron de juicio unos
meses. Al final les quitaron mi custodia.
— ¿Y por qué? —Me sorprendo.
—Porque ellos también estaban en la playa en ese momento.
—Lo mismo no se dieron cuenta...
—No se dieron cuenta porque estaban en otro mundo, se habían metido un
chute de heroína —especifica—. La policía les investigó.
Se me hiela la sangre. Aprieto más mis manos en su cuerpo y le empiezo a
acariciar el cabello, verdaderamente apenada.
—¿Consumían?
—Sí, desde que tengo uso de razón. Lo peor de todo es que... —Tose y
regula su voz, que ahora mismo suena muy rota— cuando llegamos a la
casa, mi padre estaba furioso por la denuncia. No podía creer que no había
sido capaz de nadar y enfrentarme a aquellas olas. Para él, tenía que ser
fuerte. Invencible.
—¡Pero no fue tu culpa! —bramo indignada.
—Me arrastró hacia un barril de plástico lleno de agua que había en el
patio de la casa —sigue—. Me agarró el pelo y sumergió mi cabeza un buen
rato en el barril. Me… me… —Se relame los labios, nervioso, y aprieta uno
de sus puños—. Me obligó a estar quieto, pero fue demasiado rato. Al no
poder respirar, quedé casi inconsciente.
—¡Ohhh! —suspiro con un nudo en la garganta.
—Mientras, él me gritaba que era un idiota al haber dejado que las olas
me ganaran. Y que, gracias a eso, él iba a tener problemas con la ley. Por mi
culpa.
—¡Dios mío! —exclamo sumamente perturbada.
Lo rodeo con mis brazos sintiendo que unas lágrimas rodarán en mi rostro
en cualquier momento.
—¡Joder, Alex! Lo que me estás contando es... muy cruel.
—Aunque era pequeño, recuerdo que luchaba con los brazos de mi padre.
Él sigue hipnotizado por los recuerdos y habla como si hubiese
abandonado este mundo y entrara en trance. Apoyo la cabeza en su hombro.
—Lo siento mucho. Muchísimo.
Aprieto mis ojos cuando monto en mi cabeza aquella escena tenebrosa.
Un pobre niño pequeño.
Por su parte, solamente mantiene la mirada al frente. No se le cae ni media
lágrima y concluyo que él siempre ha tenido que ser fuerte, no tenía otra
opción.
—No me tengas lástima —ruega—. Ya pasó.
—Ahora comprendo por qué no querías meterte en el agua hoy. Siento
haber insistido.
—No lo sientas.
Vuelvo a apretar mis manos sobre su cuerpo, uniéndonos en un abrazo
intenso. Permanecemos callados durante unos instantes más, dando rienda
suelta a las emociones que nos invaden y las cuales no podemos controlar.
Y es como si no pudiéramos alejarnos.
Pero, súbitamente, nuestro abrazo y tenebrosa confesión quedan
interrumpidos por un ensordecedor trueno, seguido de una ráfaga de gotas.
Después, comienza la lluvia torrencial, e incluso dirías que el mismo cielo
ha roto en llanto al escucharnos hablar.
—¡Mierda! —exclama y me ayuda a levantarme deprisa.
El mismo cielo está llorando y la lluvia está cayendo desbocada.
—¿Qué hacemos? —le pregunto.
Barro todo a nuestro alrededor con la mirada, a la vez que siento su brazo
sobre mis hombros. No hay nadie ya en la playa, serán las once de la noche
y solamente queda un suave brillo que llega de las farolas, aparte de la
opaca luz de la luna.
Alex me ofrece la mano y nos miramos desorientados, sin saber qué hacer.
Estamos en plena playa y sin una zona urbana cerca. Echamos un vistazo al
hotel, pero sus luces brillan a lo lejos. Una lejanía considerable.
—¡Ven!
Empezamos los dos a correr sobre la arena, bajo la fuerza de la naturaleza.
—Alex... —advierto intranquila.
—¿Qué?
—Me dan mucho miedo los truenos... —grito para que me pueda
escuchar.
Este mueve sus labios, sin embargo, el sonido de la lluvia es tan intenso
que no consigo oír nada. Renuncio a la conversación y, en cambio, solo
corro a su lado y lucho con el agua deslizándose en mi cara.
—Creo que esto nos servirá.
Me lleva a una especie de cobertizo que hay al lado de unos árboles,
básicamente a orillas de la playa. La luz tenue de una farola que hay cerca y
la luna hace que lo visualicemos todo parcialmente. Podemos distinguir que
es un pequeño espacio al aire libre donde se encuentra una mesa amplia de
madera y un banco. El cobertizo muestra un deteriorado techo de paja, que
deja pasar el agua alegremente y también tiene unas columnas de madera.
Agradezco que la parte de atrás esté cubierta de una chapa y que alrededor
haya palmeras y plantas, así nos protegeremos mejor de la lluvia. Queda a
la vista nada más que la parte de delante, la cual da a la playa.
—Espero que la tormenta no dure mucho —comento.
Me agacho para adelante y aprieto mi cabello con las manos,
deshaciéndome de la abundante agua. Me sacudo desenfrenada; los dos
estamos chorreando, literalmente.
Sin previo aviso, un fuerte relámpago parte el cielo en dos. Este va
seguido de un trueno muy agudo, el cual hace que grite desquiciada, muerta
de miedo. Es más, prácticamente en el momento en el que escucho ese
horripilante sonido, salto en sus brazos.
—¡Alex! Tengo miedo.
Rodeo su torso con mis delgados brazos. Odio las tormentas. Odio los
truenos, siempre los he odiado.
—Me estás ofendiendo, Aylin. —Sus labios se tuercen en una serena
sonrisa—. No puedes tener miedo conmigo a tu lado.
Él corresponde a mi abrazo y habla altanero, aunque con aquella chispa
que adoro en su voz. Aprieta una de mis nalgas.
—Ahm... —Carraspeo al darme cuenta de sus intenciones—. En realidad,
tú tienes más peligro que la tormenta.
—Cómo lo sabes —replica con aquella jodidamente excitada y seductora
voz.
Acto seguido, me aprieta vehemente contra él y coloca sus manos en mi
trasero. Sus dedos hacen trampa y siento que empieza a levantar mi falda
vaquera lentamente, sin quitarme el ojo.
—Aylin...
—Dime.
Le sigo el juego, como siempre hago. Claramente, me estoy olvidando de
la tormenta y hasta de los escalofriantes truenos. Solamente me pierdo en
sus ojos.
—¿Lo has hecho alguna vez bajo la lluvia?
—¿Tú qué crees?
Arqueo mis labios.
—Yo creo que no… —me incita.
—Y eso significa que… —lo incito.
Me muerdo el labio, presa del vicio y del deseo que me invade.
—Eso significa que ha llegado el momento.
Su respiración veloz. La mía. Él apretando los labios y tensando los ojos.
Yo acariciando su trabajada cintura.
¡Mierda!
Sin demora, agarra mi trasero con las dos manos y me levanta sobre su
pelvis, obligándome a separar mis muslos y rodearlo con mis piernas.
Rozamos nuestra piel húmeda y eso provoca una sensación más fuerte
todavía en mi interior. Pese a que estamos los dos hechos un trapo, se ve
maravillosamente atractivo.
¿Cómo me puedo excitar en menos de un minuto? Y aseguro que no es el
agua de la lluvia.
—Prométeme que este viaje será inolvidable.
—Lo será… —responde.
—Alex, prométeme que no volveremos a discutir.
—Te lo prometo.
Camina conmigo hasta la mesa de madera y me coloca encima, mientras
acerca sus labios a los míos y me proporciona un beso suave. Nuestras
lenguas se encuentran y nuestras bocas empiezan a seducirse mutuamente.
Se retuercen, se muerden y se invaden.
—Me encanta besarte —confiesa.
—¡Y a mí! —le respondo emocionada y sin poder contenerme más.
Desabrocho deprisa los botones de su mojada camisa, poseída por una
incomprensible necesidad de sentir su piel. Enseguida consigo quitársela y
la deslizo sobre sus hombros. Él la tira sobre el banco que hay al lado y
aparta mi cabello empapado de mi cara, mientras sus dedos alcanzan mi
cuello. Acaricio su fuerte torso, el cual brilla en la escasa luz y frunzo los
labios con mucho afán.
«¡Virgen Santa! Lo deseo tanto», suspiro en mi mente.
—Señorita Vega... —Su boca se empapa de la mía en un beso pasional y
siento la presión que ejerce con su pelvis—. ¿Se acuerda que le dije que no
siempre seré un caballero?
Los latidos de mi corazón se aceleran y las severas vibraciones en mi sexo
me sentencian. Y ni hemos empezado.
—¿Qué quieres decir?
—Nada.
Succiona mi labio inferior y me invade con su famélica lengua, intentando
alcanzar cada rincón de mi interior. Yo aprieto mis muslos contra sus
caderas y clavo mis uñas en su cuello mientras sigo el ritmo de la danza
erótica de sus labios. Nos estamos devorando con demasiado anhelo y…
simplemente me encanta.
—¡No tire la piedra y esconda la mano, señor Woods!
—No soy un hombre de palabras… —habla ahogado mientras ancla su
mano en mi cabello— sino de hechos.
De repente, Alex coloca una mano en mi pecho y ejerce presión sobre mí,
de modo que me tumba sobre la madera en un visto y no visto. El hombre
salvaje y apasionado que conozco ha vuelto y ha dejado atrás al hombre
suave y dulce. Mis vellos están de punta cuando este se abalanza sobre mí y
agarra mi camisa de botones con las dos manos.
—¡Oh, joder! —suspiro impactada. He notado claramente el golpe en mi
espalda, al tumbarme sobre la madera.
Lo miro desconcertada. Es el mismo de anoche, pero con tres energizantes
en el cuerpo.
Empieza a tirar de mi camisa con mucha precisión, haciendo que los
botones de la prenda se rompan bajo sus hábiles manos. Estos saltan por el
aire y queda nada más que la parte de arriba de mi bañador.
—¿Sabes? —Tira de mi sujetador enseguida y su mirada queda fija en mi
desnudez—. No he dejado de pensar en ti todo el maldito día, Aylin.
Se inclina rápidamente sobre mí y hunde sus labios en mis pechos,
agarrándolos con sus manos, mientras me tiene completamente atrapada
encima de la mesa del cobertizo. Mis rodillas chocan con sus costillas y
rodeo su cintura con mis persuasivas piernas.
—¿Y tú…? —Su veloz y húmeda boca sube y baja sobre mi cuello,
obligándome a ladear la cabeza—. ¿Has pensado en mí?
Deja que su abultado músculo toque mi entrepierna a través del pantalón.
—Ojalá fuera solo pensar… —Mi infiel corazón me delata—. Te he
echado de menos.
—¡Ohhh!
Mi mente se nubla cuando él empieza a devorar mis senos cuan animal
hambriento. Proporciona fuertes golpes con su lengua en mis excitados
pezones y dibuja círculos en mi piel.
—Me alegro tanto oír esto —Jadea fascinado.
Siento que en este preciso momento me estoy olvidando de absolutamente
todo. Me olvido de mi pasado y de mi presente, y únicamente quedamos él
y yo, inmersos en nuestra tremenda lujuria, con los relámpagos y la
cadenciosa lluvia de fondo. Esta se ha intensificado —igual que nuestra
locura— y hasta noto unas gotas cayendo sobre mi cara, a través del techo
de paja inestable.
—Aylin, ¡necesito deshacerme de esto ya! —habla grave en mi oído e
introduce sus dedos en mi ropa interior. Agarra mis bragas con sus dedos y
me levanta las piernas con prisas. Después, las desliza por mis muslos,
hasta las pantorrillas y las desecha al banco que hay al lado.
Su mano alcanza mi entrepierna de momento y me empieza a acariciar,
mientras sigue apretando su lengua húmeda contra mis erectos bultos.
Separa mis muslos con un movimiento tosco y sus dedos atrapan aquel
botón placentero que hace que me funda bajo sus caricias. Aprieta sus
dedos en mis carnes y su desatada boca recorre mis labios, atrapándolos con
fervor. Acaricia unos segundos más mis pliegues y después me roza
atrevido, ingresando uno de sus dedos en mi interior.
—Te morías por sentir esto, ¿verdad?
Quedo totalmente anulada cuando muerde mi oreja y me aprieta con su
gran torso, sin dejar de mover su mano contra mi periné. Su dedo sigue
moviéndose en mi interior y acelera el ritmo de su mano. Pero hay más. Sin
más demora, me penetra con otro de sus gruesos dedos.
¡Mierda!
Me arqueo y me sacudo sobre la mesa, como una demente en una camisa
de fuerzas. Suelto un fuerte grito de sorpresa cuando noto la presión en mi
vientre, sus dedos intentando hacerse hueco. Me siento embriagada.
—¡Maldita sea! —Empiezo a sudar y aprieto su nuca, alterada—. ¡Perdí la
jodida virginidad ayer!
—¿Quieres que pare?
Anclo más mi mano en su nuca, de modo que su cara queda cerca de la
mía. Me vuelve a dar un beso tosco y me invade con salvajismo, al mismo
tiempo que me mira con sus inexpresivos ojos.
—¡Ohhh! —Siento calambres.
—Quieres que pare, ¿eh? Solo basta con decírmelo.
Sus dedos chocan turbulentos con las paredes de mi interior y aprieto mis
muslos alrededor de su mano, totalmente descompuesta.
—¡No! —chillo—. No quiero que pares.
Aprieto su cabeza sobre la mía y soy yo la que me apodero de su boca esta
vez.
—¡Así, pequeña! —susurra en mis labios—. ¡Grita para mí!
Suspiro por el placer enloquecedor que me produce sus diestros
movimientos y entonces aprieto mis uñas en su piel. Los roces continuos de
sus dedos en mi humedad hacen que gima de una manera incontrolable.
—¡Quiero tenerte ya, Aylin!
Me suelta momentáneamente y empieza a quitarse el cinturón con rapidez.
Desabrocha el pantalón de traje, mientras yo intento levantar mi cabeza de
la mesa. Aprieta una de mis caderas con una mano y observo en la
penumbra del cobertizo que está ya más que preparado. Al instante,
presiona mi hombro con su mano izquierda y hace que mis caderas se
peguen más a él. Con su mano derecha, sostiene su agrandada erección.
Desliza su miembro dentro de mí de un solo movimiento y veo
constelaciones enteras cuando este me invade de lleno.
—¡Cuidado! —susurro desconcertada, pero a la vez extasiada.
A diferencia de la suavidad que me demostró anoche, hoy se muestra más
lanzado que nunca, ya que entra y sale de mí con firmeza. Siento el temblor
en cada célula de mi cuerpo cuando este ahoga mis placenteros gemidos
con sus invasores labios. Me estoy dando cuenta de que me gusta hacerlo
con él de todas las maneras.
—¿Te duele? —pregunta con todos los músculos contraído cuando apoya
sus manos alrededor de mi cintura y aprieta la palma de sus manos en la
madera.
Nuestras caderas chocan y nuestros sexos rozan con turbulencia. Siento la
firme opresión de su mano en mi hombro y la presión que ejerce con sus
dedos en mi seno. Agarro el filo de la mesa e intento sujetarme, ya que sus
embestidas son continuas y enérgicas, e incluso pienso que romperemos la
mesa y acabaremos en el suelo.
Sus dedos se deslizan sobre mi costilla y abdomen mientras atrapa el
lóbulo de mi oreja entre sus labios. Lleva su mano derecha a aquel monte
húmedo y empieza a ejercitarme con sus dedos, mientras me penetra con
fuerza. Mi cuerpo entra en un estado de euforia y la tan ansiada vibración
hace acto de presencia. Ya estoy notando las sacudidas en mi interior y sé
que el momento clave se acerca.
—Alex, voy a… —Jadeo con los labios entreabiertos cuando este
intensifica los movimientos de su pelvis contra mí, sometiéndome a una
creciente dilatación.
—¿Correrte?
—¡Ohhh!
No respondo, solo hundo mi mano en su cabello y succiono sus labios
enloquecida, sintiéndome en el séptimo cielo.
—Te lo prohíbo. Quiero que supliques por más —responde serio.
Para mi sorpresa, ralentiza sus movimientos y se inclina más sobre mí,
deteniéndose completamente. Mientras dice esto, vuelve a apoderarse de mi
entreabierta boca y esta vez es su lengua la que me embiste.
Rodea mi cintura y me levanta de la mesa en un instante, haciendo que
enderece mi torso. Me atrae hacia él de una sacudida, sin detener nuestro
beso continúo.
—Dime ¿qué quieres? —habla en voz baja y aprieta mi trasero con sus
manos.
—Ya te lo he dicho…
Lo miro consternada. Siento el ardor en mi vientre y no me puedo creer
que acaba de interrumpir mi orgasmo. Como respuesta, solamente le beso y
mis ojos le están suplicando que siga. Me niego a que las llamas me
quemen por dentro, llamas que necesito que alivie.
—¡Dímelo! —levanta su voz ronca y clava sus dedos en la parte posterior
de mi cabeza.
Me aprieta contra su boca con pasión.
—¡Quiero que sigas! —murmuro en sus labios, fuera de mí.
Él me sonríe y siento un pequeño mordisco en mi labio inferior.
—¿Me lo ordenas? —Su voz suena juguetona, pero obscena.
—Dudo que acates órdenes.
—Jamás podría negarme a darle a una mujer lo que necesita.
Me gira con brusquedad y esta vez me presiona bocabajo, colocándome en
un ángulo de 90º. Siento sus dedos apretando mi nuca cuando me obliga a
tumbarme. Cuando mis pezones y mi abdomen tocan la madera fría, mis
sentidos se agudizan.
¡Menuda locura!
Noto su caliente piel sobre mi trasero y eso hace que unas punzantes
corrientes atraviesen mis partes bajas, siendo capaz de terminar con la
tormenta que se libra en mi interior en este preciso instante.
Giro mi cabeza y observo que sus facciones se alteran cuando inclina la
cabeza hacia atrás e introduce primero la punta y después el tronco
completo en mi interior. Alex empieza a gemir extasiado con cada honda
estocada. Jamás nadie me ha hecho sentir esto y nunca pensé que el coito
fuera una experiencia tan intensa.
—¿Te gusta así, cuando te follo desde atrás? —pregunta, absorto por la
lujuria, igual que yo. Enseguida golpea mi trasero con una mano.
—¡Ahhh! —suelto un gutural chillido.
—¿Te gusta?
—Me gusta todo de ti, Alex. Todo…
Cierro los ojos y aprieto de nuevo mis manos sobre el filo de la mesa,
disfrutando de las dementes sensaciones que me provoca cada vez que me
llena por dentro y sus labios rozan mi espalda. Después, noto otro golpe en
mis nalgas y mi piel escuece. Sin embargo, es una sensación placentera.
—¿Quieres otro? —pregunta atormentado.
Percibo su energía y sus contracciones.
—Sí.
No sé si quiero otro, pero no quiero que se despegue de mí. Enseguida, me
proporciona otra suave nalgada y siento un fuerte pellizco.
—¿No le importaría ponerle el culo rojo, verdad, señorita Vega? —Su
garganta emite un quejido.
Sus palabras van seguidas de un golpe más intenso que los demás, el cual
hace que gruñe. A continuación, acelera las embestidas de película, de
manera que empotra más mi abdomen en la débil mesa, que se tambalea.
Nuestro tan ansiado y deseado orgasmo no tarda en llegar y gemimos los
dos casi al unísono. La sangre fluye deprisa por mis venas y el volcán
latente de mi vientre bajo se desborda, haciendo que mi vello se erice y una
intensa sensación de desahogo me atraviese.
Respiro acelerada. Ha sido extraordinario, espectacular y maravilloso.
Las gotas de sudor se asoman en nuestros cuerpos y siento que estoy en el
paraíso cuando Alex me libera, sin embargo, sigue anclado en mi cintura y
deposita un beso casto en mi cuello.
—Aylin, me encantaría llenarte por dentro.
Respiro cadenciosamente con mi mente en blanco, como si de una mera
hoja de papel se tratase. Sus atrevidas palabras me asombran, pero me
siento inhabilitada para hablar.
— Quiero correrme dentro de ti la próxima vez.
Noto su tórrido aliento en mi oído y en ese instante vuelvo mi cara hacia
él. Nos abrazamos con ternura, mientras lucho para calmar mis latidos y,
por ende, mi respiración. Solamente continúo pensando en lo que acaba de
decir.
—No está bien asumir riesgos de ese tipo. Yo, al menos, no los asumiré.
¿Acaso se espera que esté de acuerdo? ¿Acaso piensa que soy una idiota a
la que no le importaría quedarse embarazada?
—Hay formas de protegerse. Igual, eres muy valiente, ¿sabes? —Aprieta
sus labios en mi mejilla y me giro, de modo que quedamos de frente—.
Gracias.
—¿Gracias por qué?
Sigo aferrada a su pecho.
—Por ti. Porque existes.
Tiemblo. Pestañeo sumamente confundida y recorro su espalda con la
yema de mis dedos, a la vez que escucho su galopante corazón. No voy a
permitir que la conversación siga, no quiero que juegue con mi mente. Por
la mañana me recuerda que esto es solo una aventura, sin expectativas de
futuro, y por la noche me regala el oído, agradeciéndome de que existo. No
quiero seguir hablando, pero tampoco voy a permitir dejarme dominar por
la furia. La noche es perfecta.
—¿Y si nos refrescamos un poco? —propongo sonriente y le señalo la
lluvia, para así evadirme.
Él besa mi frente y su mirada cambia a las trepidantes gotas.
—¿En pelotas?
—¡Sí! —bramo alegre y con ganas de improvisar—. ¿Algún problema?
—No. Todo lo contrario. —Hace una complacida mueca—. Lo
necesitamos, te aconsejo que recuperes fuerzas para esta noche.
Me guiña el ojo.
—Me parece que tú también las necesitarás —comento, provocadora.
Nos ayudamos mutuamente a deshacernos de las prendas restantes y
damos un paso fuera del cobertizo, en plena lluvia. Nos cogemos de la
mano y respiramos hondo, con las refrescantes gotas cayendo a mansalva.
La tormenta ha incrementado y, por un momento, me pregunto cómo
volveremos al hotel.
—¿Qué tal estás? —Me abraza cálidamente, procurando centrarme en él y
no mirar a nuestro alrededor ruborizada, pensando en que alguien nos verá.
—Bien.
—Tranquila, no hay un alma en la playa ahora mismo.
Me río y rodeo su cuello con mis brazos. Sus centelleantes ojos me
producen una sensación de bienestar que asusta. Él y yo, desnudos,
abrazados como si estuviéramos siguiendo los pasos de una inexistente
música y la lluvia como único testigo de nuestro desliz.
—Gracias por escucharme —digo emocionada, pensando en que por fin le
he podido contar mi secreto a alguien.
—Gracias a ti por ser tan especial.
Sonreímos felices y permanecemos hipnotizados delante del cobertizo y a
un paso de la playa. Disfrutamos de la lluvia y de nuestra última noche en
Miami, noche que sé que aprovecharemos muy bien.
Todo lo que tienes que hacer es ponerte los cascos, tirarte al suelo,
y escuchar el CD de tu vida. Canción tras canción, no puedes saltarte
ninguna, todas han pasado, y de una forma u otra servirán para seguir
adelante. No te arrepientas, no te juzgues, sé quién eres. Y no hay nada
mejor para el mundo. Pausa, rebobinar, play, y más y más aún....
(Extracto de la película «A tres metros sobre el cielo»)
CAPÍTULO 23
¿TE ATREVES A COMETER UNA LOCURA?
EL PROFESOR
Quinientas calorías en cuarenta minutos.
¡Demonios!
Necesito perder ochocientas kcal, mínimo. Pienso desmoralizado que esto
no funciona así y que tenía que haber sido más rápido. Miro mi Polar Grit
X, al mismo tiempo que camino agotado hacia la habitación del hotel. El
reloj deportivo que llevo en mi muñeca indica las nueve de la mañana y es
demasiado tarde para mí, ya que estoy acostumbrado a salir a correr a las
siete. Me irrito de repente, fruto de aquel penoso resultado, pero el calor de
cojones que hace hoy también tiene mucho que ver.
Me llevo la botella de agua a la boca y pienso indignado que siempre
quemo una mayor cantidad de calorías. Siempre salvo hoy, hoy no he sido
capaz. El deporte va de la mano con el descanso y la alimentación y
confieso que estos días no he estado a la altura ni con una cosa, ni con la
otra. Mis labios se tuercen discretamente al recordar la noche que pasé con
Aylin y no puedo impedirle a mi mente que procese sucesivas escenas
placenteras de nuestra velada pasional en la playa.
Y qué velada…
Todo mi ser recuerda su olor, su piel suave, la calidez y la humedad de su
cuerpo. Su risa tan melodiosa y divertida. Definitivamente, ha sido un fin de
semana intenso y gratificante, pero no perfecto.
Y yo busco la perfección.
Sé que, si hubiese tenido entre mis manos una cuerda y aquella fusta negra
de cuero, la cual lleva aquellos maravillosos flecos que tanto me gusta usar,
entonces sí, hubiese sido perfecto.
Me paso los dedos por mi sudorosa frente e ingreso en la habitación con
sumo cuidado, pensando en que es probable que Aylin siga dormida. Cierro
la puerta con más cuidado todavía y lanzo una mirada a nuestra cama.
Anoche volvimos casi de madrugada y dormimos juntos, algo que me
resulta bastante inusual. Raramente duermo con alguna mujer en la cama,
por no decir nunca.
La razón real que hay detrás de haber reservado una suite con dos
habitaciones es que quería dormir solo. Solamente la hice pensar que
reservé la gran suite con dos camas diferentes pensando en ella, pero ni más
lejos de la verdad. La gran realidad en todo esto es que siempre estoy
pensado en mí y en mis necesidades.
Giro mi cabeza de un lado a otro, buscando a Aylin con la mirada, pero ni
rastro de ella; ni en la cama, ni en la habitación y tampoco en la terraza. Sin
embargo, noto que se escucha el agua. No me muevo más de medio metro
porque enseguida me doy cuenta de que mi móvil, que se encontraba en la
mesita de noche, ahora está sobre las blancas sábanas. Juraría que ese no es
el sitio donde lo dejé.
Me deshago de mi camiseta empapada de sudor y cojo el móvil entre mis
manos, mientras la tormenta toma forma en mi interior, de hecho, me siento
invadido de una tormenta más grande que la que se ciñó anoche sobre
Miami. Quedo de pie, frente a mi teléfono celular, con la mandíbula tensa y
los puños apretados. Un simple mensaje de ella ha desencadenado una
tumultuosa oleada de emociones en mí.
Leo el mensaje corto, pero directo de Lorraine: Ya veo que no te dignas
en contestar mis llamadas. No se te ocurra cometer el mismo error que
con Beth. Sabes que te saldrá caro, siempre termina mal.
¿Por qué ella me escribe? Me siento en el filo de la cama y jadeo al mismo
tiempo que fijo con mi vista el dichoso mensaje. Aquellas palabras,
aparentemente inofensivas, han abierto una herida profunda y los recuerdos
me invaden. Mis emociones y pensamientos oscilan entre el dolor y la ira.
¿Por qué siempre tiene que elegir el peor momento para recordármelo?
Todo iba viento en popa, pero siento dentro de mí que su maldito mensaje
inoportuno me ha dejado con una extraña sensación de vulnerabilidad,
sensación que me resulta insoportable.
Vuelvo a echar un vistazo rápido a la puerta del cuarto de baño, intentando
asegurarme de que Aylin no haya terminado de ducharse. No quiero que lea
algo así, eso haría echar por la borda todo lo que hemos avanzado. A no ser
que… ya lo haya leído.
¡Demonios!
Agarro el teléfono enfurecido y me alejo para que ella no me pueda
escuchar desde la ducha. Salgo al balcón y mis dedos golpean con furia las
teclas.
—Sí.
—¿Qué diablos haces? —Agarro la barandilla de la terraza con una mano
y aprieto los dedos en el metal—. ¿Por qué me envías mensajes?
—¿Se te ha olvidado hasta saludar, o qué?
—¡Contesta! —voceo en el teléfono.
—Quería recordártelo, por si lo estás olvidando —contesta.
Noto el resentimiento en su voz y entonces recuerdo que esta jodida mujer
quiere tener el control de todo.
—¡Olvídate de Beth! —le grito nuevamente—. No nos merecemos ni
siquiera pronunciar su nombre, ¡y lo sabes bien!
—¿Qué pretendes, Brian? Esa mujer te ha vuelto débil, ¿verdad? —
pregunta con sarcasmo —. Vaya, esa adolescente ha necesitado solo unas
pocas semanas para atraparte.
«No puede estar más equivocada», pienso.
—Lorraine, no estás bien —digo alterado—. ¡Te advierto, mejor no metas
tus narices!
—¡Soy tu maldita mujer! —Me recuerda y ojalá pudiera borrar esa parte
de mi memoria—. Te están saliendo los planes por ahora. ¡Bien, mi señor!
—Aplaude frenética—. ¿Sabe ella que aquel diploma que supuestamente
tenías que entregarle en Miami se lo podías haber entregado perfectamente
en Boston?
—¿De qué cojones hablas?
—Hablé con Brighton. ¡Me dijo que le insististe en que tu asistente te
acompañara y que fue tu maldita idea!
—¡No te metas!
—Pero ella se enterará, tarde o temprano.
—¡Yo decidiré eso! ¡Solo yo y nadie más que yo!
Esta maldita mujer me saca de mis casillas. Piensa que me puede dominar
y se le olvida de que esto no funciona así.
—¿No te das cuenta de que estás permitiendo que esa perra se meta por
medio?
—¡Te callaré esa boca sucia! —rujo atormentado—. ¡Es la última vez que
hablas así de ella!
—¡Quiero que me la calles! —grita con deseo en su voz—. Necesito
desesperadamente que me calles la boca como solo tú y yo sabemos.
Su tono de voz ha cambiado deliberadamente y ha cobrado un tono
inquietante y seductor. Lo hace a propósito porque sabe lo que eso provoca
en mí. Sé que ahora mismo, Lorraine está probando mis límites, como
siempre hace.
¡Diablos!
Todo mi jodido ser responde cuando imagino las cuerdas en su cuerpo y
hasta parece que oigo en mi cabeza los continuos azotes. Azotes que le
podría estar dando en estos momentos a aquella descarada y pasional mujer
rubia de labios rojos. A mi mujer. Pero en el fondo tengo que reconocer que
me encantaría practicar el bondage con otra. Una joven niña de rostro
angelical, pero cuerpo de mujer. Un verdadero ángel caído del cielo, con
cabellos dorados como la espiga del trigo y ojos de color oceánico. Me
encantaría atar a mi cama a aquella chica de mirada inocente, pero afilada
lengua.
¡Por Zeus y por todos los jodidos dioses!
Me retuerzo en mi interior. Debo tenerla. Debo dominarla. Debo
doblegarla. A ella, a Aylin.
—¿Verdad que me necesitas? —prosigue—. Me necesitas tanto como yo a
ti.
Queda claro que Lorraine no me lo pondrá nada fácil, me quiere de vuelta
en sus malditas garras.
—Lorraine, ¡no seas hipócrita! Mi persona no te importa lo más mínimo,
ni tampoco me necesitas.
—Y ahora dime, Brian... —habla tranquila, mofándose—. ¿Qué
pretendes, traerla a Álympos?
—¿Acaso lo dudabas? —suelto con rudeza, al mismo tiempo que me
paseo por el balcón nervioso y llevo una mano a mi cintura.
—¡No lo hagas! —amenaza—. Ahí tienes bastantes heteras y ninfas, ¡y
me tienes a mí! ¿Qué más quieres?
Tenso los ojos mientras echo una ojeada al cuarto de baño. Aprieto la
boca, ¡no tengo ni una jodida gana de discutir!
—No es suficiente, ¿vale? —bramo—. ¡La quiero a ella!
—¡Ya la has tenido!
Habla demasiado, como siempre. Mi paciencia ha acabado.
—¡No es suficiente he dicho! —Alzo más mi voz para que me escuche
bien, porque al parecer se ha quedado sorda—. Y tú, Lorraine... —Me
detengo por un momento—, tendrás que aguantar su presencia ahí y no vas
a intervenir de ninguna manera, ¿queda claro?
—Ilusiones, Brian, ¡putas ilusiones! —dice alterada—. ¿Es que no te has
dado cuenta de lo mojigata que es?
—No tienes ni idea...
—¡Jamás estará de acuerdo! ¡Nunca te dará lo que yo te estoy dando! —
Intenta marcar territorio—. Cariño... te echo de menos.
Permanezco callado con todos los jodidos músculos en guerra. Sigue
intentando tentarme.
—No vuelvas a escribirme, ¿entendido? —advierto colérico—. Mañana
hablamos.
Le cuelgo. Estoy sudando de nuevo y esta vez no es por el deporte, sino
por el cólera que ha desatado en mí. Vuelvo a presionar la barandilla
mientras miro el suelo, metido en la niebla. Ahora mismo en mi cabeza se
está dando una atroz batalla. Mis pulmones se llenan de aire y se deshacen
de ello con suavidad.
Inhalo, exhalo.
La realidad es que quiero echar de mi mente lo que estoy pensando. No
quiero seguir dándole vueltas. Aylin me dijo que no estaba dispuesta a ir
más allá, que no quería sobrepasar los límites. Y yo, como un perfecto
necio, le prometí que la seguiría deseando igual.
Pero la mentí, una mentira más entre cientos.
No tengo ningún derecho a engañarme solo y a ella tampoco. Siento que,
si no intentaré nada más allá de «lo convencional» con ella, será algo
parecido a comerme un plato de arroz muy vistoso, rico y con muchas
proteínas. Por supuesto que lo estaré disfrutando mientras me lo esté
comiendo, pero cuando haya terminado, el resultado final será
insatisfacción. ¿Por qué? Porque seguiría hambriento.
Maldigo una vez más. Es bastante complicado desear tanto a una mujer y
ser consciente de que por ahora no puedas tenerla, aunque en verdad sí, la
has tenido.
—¡Buenos días! —escucho su inconfundible voz.
Me giro deprisa y la contemplo. Suena alegre. Por su parte, queda inmóvil
y me mira desde el marco de la puerta del balcón, interrumpiendo mi
tenebrosa reflexión. Observo que lleva puestos unos pantalones cortos y una
camiseta de tirantes. De momento, esboza una gran sonrisa, de oreja a oreja,
algo tan característico y que adoro en ella.
—Buenos días —balbuceo.
De momento, se acerca y me planta un beso en la boca mientras rodea mi
cuello con sus brazos. Sus labios rozan los míos y, aunque haya sido un
beso corto, respiro su aroma con fuerza, preguntándome por qué narices
huele siempre tan bien siempre.
—Vaya, señor Woods, necesita usted una ducha. —Esboza una graciosa,
pero desagradable mueca, señal de que mi sudor le ha llegado al olfato.
Es tan dulce esta mujer.
—Ya lo creo. —Me despego de ella, todavía nervioso.
—¿Has ido a correr?
—Pues un poco —suelto una broma y me señalo a mí mismo, chorreando.
—Eres muy gracioso esta mañana.
Se muestra relajada y habla con un tono de voz desenfadado. Yo, en
cambio, la analizo embobado, a la expectativa de que me diga algo sobre el
mensaje que ha leído en mi móvil. Mi sexto sentido me confirma que sí, lo
ha leído.
—¿Estás bien? —pregunto sospechoso.
—Sí... —replica confusa—. ¿Por qué no lo estaría?
No respondo, únicamente apago mi teléfono móvil deprisa.
—¿Quieres desayunar en la piscina o aquí en la habitación?
—Aquí mismo. —Mira la pequeña mesa—. ¿A qué hora partimos hacia
Boston?
—Dentro de una hora y media, más o menos —le contesto con seriedad.
—De acuerdo —responde con voz neutra, pero sus rasgos se ven
transformados—. ¿Va todo bien, Alex?
Me pongo serio, no me gusta mostrar mis sentimientos. Lo considero un
gran signo de debilidad y sumisión. Y la sumisión no entra en mi
vocabulario.
—Sí —le guiño el ojo con rapidez—. Me voy a la ducha, me estoy
abrasando.
—¡No tardes!
Salgo del balcón, titubeante y en cierto modo, frío. Posiblemente, la
preocupación haga que me sienta así. Observo de refilón que Aylin se ha
sentado en una silla y lleva un puño a su barbilla, mientras fija su mirada
sobre el océano, pensativa. Cuando ella piensa, no es nada bueno.
Probablemente, ahora mismo estará maquinando la manera en la que me
podrá soltar la cuestión del mensaje de Lorraine.
Me meto en la ducha, pero no antes de hacer una llamada y pedir el
desayuno.
Al cabo de diez minutos de agua templada y pensar sin cesar en los
asuntos que tengo que atender a lo largo de esta semana, envuelvo una
toalla blanca de algodón alrededor de mis caderas, agradecido por sentirme
más relajado que hace veinte minutos. Me pongo desodorante y me dirijo al
balcón. Antes me ha parecido escuchar la puerta y seguro que el desayuno
está ya. Salgo a la terraza, cojo una de las dos tazas de café que hay encima
de la mesa y le doy un pequeño sorbo. Siento una sensación más que
placentera al disfrutar de mi café y a la vez de la brisa mañanera del mar,
aunque sea casi mediodía. Me he quedado como un recién nacido.
Sin embargo, hay algo que me llama la atención. Caigo en la cuenta de
que ella no está. La señorita Vega no está, ni en la habitación, ni en la
terraza.
—¡Aylin!
Elevo mi tono de voz y me desplazo con pasos veloces hacia la puerta que
da a la habitación.
Me giro consternado y miro en todas las direcciones, pero no hay
respuesta alguna.
—¡Aleeeeeeex!
Sin previo aviso, escucho un gutural grito, el cual llega desde fuera. Salgo
deprisa al balcón de nuevo y empiezo a mirar a mi alrededor con una
desesperación palpable, dibujando un círculo imaginario con mi mirada.
Sin embargo, Aylin no está.
¡Por Zeus! ¿Qué puñetas está ocurriendo?
—¡Aquí!
Cuando giro mi cabeza a la derecha, veo que esta se encuentra a por lo
menos tres metros de distancia de mí, con los pies sobre algo que parece el
alféizar de una ventana —aunque no hay ninguna ventana—, doblando una
esquina. En este preciso momento, quedo pasmado y observo que ella sigue
agarrada a la pared como si fuera una lagartija, mirando para abajo,
atemorizada. Miro sus pies y corro hacia el borde del balcón, sin dejar de
observar con horror lo fina que es aquella repisa.
Mi jodido corazón está acelerado, como si estuviera corriendo en una
maratón. Parece que me va a dar un infarto cuando miro para abajo.
—¡Mierda! ¿Qué estás haciendo ahí? —le cuestiono.
—Na...da —dice.
La miro estupefacto y noto que intenta avanzar hacia el balcón, pero se
desplaza muy lentamente, a pasos de hormiga.
—¿Cómo que nada? —voceo angustiado y miro de nuevo hacia abajo—.
¡Estamos en un jodido quinto piso!
—¡Ahhh! —grita una vez más y mi cabeza empieza a dar tumbos.
Clavo el suelo con mi vista, de reojo, y siento un repentino mareo acechar
mi cerebro. No puedo mirar para abajo.
«Por favor…», suplica mi inconsciente.
No quiero que la historia se repita. Unos intensos escalofríos me
atraviesan, me encuentro tenso y la jodida verdad es que no puedo con la
maldita altura. Me provoca muchos temblores. Pero, visto lo visto, a la
señorita se le ha olvidado y se ha subido ahí, ¡no sé con qué propósito!
—¡Tranquila! ¡Ven aquí despacio!
—¡No puedo! —Su rostro está completamente desencajado—. Antes he
estado a punto de caerme, Alex.
Aprieto la mandíbula. Veo que tiene una pequeña herida en la parte frontal
de su pierna, parecida a unos arañazos. Es normal que le entre el pánico, si
se cayese desde un quinto piso, se convertiría en puré.
—¡Mueve el culo aquí, Aylin! —chillo.
Ella no es la única que está entrando en pánico.
—¡No puedo, joder! —clama—. ¡Ya te lo he dicho!
—¡No mires para abajo!
Vuelvo a tender mis brazos con trémulo, pero por más que lo intente, no
consigo llegar a ella.
—¡Ahhhh!
Me sobresalto cuando vuelve a soltar un aterrador chillido y leo el miedo
en sus ojos. No la puedo dejar ahí, ¡maldita sea! No podría perdonármelo si
le ocurriera algo.
—¡Espera, voy! —Inhalo el aire con decisión—. ¡No se te ocurra
moverte!
«No mires para abajo. Tú puedes, Brian», repito en mi cabeza.
Coloco uno de mis pies en el inestable borde y después el otro pie. Intento
mantener el equilibrio y, sin mucha demora, coloco mis manos en la pared.
Agradezco de que esta sea rugosa y tenga algunas hendiduras, de modo que
pueda clavar mis dedos y agarrarme mejor.
Sigo pensando que esto es de locos. He hecho muchas cosas turbias en mi
vida, pero caminar sobre un fino borde a más de diez metros de altura jamás
de los jamases.
—¡Ten cuidado! —dice con voz entrecortada.
«Ten cuidado…», comento escéptico y chasqueo la boca.
—¡Todavía no entiendo qué cojones haces ahí!
Doy otro paso más a la izquierda con un profundo temblor en mis rodillas.
—Tenía que salvarlo —murmura esta.
—¿De qué narices estás hablando? —La fijo con una mirada de
incertidumbre.
No dice nada, pero sus actos lo dicen todo. Veo que está apretando algo a
su pecho. Al mirar atónito en su dirección, me estoy dando cuenta de que en
su brazo izquierdo está sujetando un pequeño gato blanco, tan pequeño
como una pelota de tenis, el cual yace acurrucado en su mano. No lo veo
muy bien, solamente escucho su suave maullido.
—¡Demonios, Aylin! —siseo con las pelotas encogidas, evitando mirar
para abajo—. ¿Quieres decir que ahora mismo estamos jodidos por un gato?
Ella queda bloqueada ante mi recelosa mirada y lo único que hace es alzar
los hombros y esbozar una mueca de culpabilidad. Decido terminar con este
asunto cuanto antes, por consiguiente, doy otro pequeño paso e intento no
mirar hacia abajo. Aylin sigue sin sacar ni una jodida palabra y me extiende
la mano. Yo le extiendo también la mía, pero no conseguimos alcanzarnos.
¡Joder!
Calculo la distancia aproximada que me queda para llegar a ella y
entonces solamente intento desplazarme un poco más a la izquierda. Solo
que, de repente, piso el borde erróneamente y me desequilibro. Me
tambaleo con brusquedad.
—¡Cuidado! —la escucho advirtiendo, sumamente horrorizada.
Tenso los labios en una fina línea y aprieto más mis manos en aquellos
surcos en la pared. Me quedo blanco de momento. Parece que por mis
movimientos —o no sé por qué puñetas—, la toalla blanca que traía
envuelta alrededor de mi cadera, se desprende en un instante. Es más, noto
cómo esta se desliza sobre mis nalgas y muslos.
¡Se me ha caído! Miro incrédulo para abajo, a la vez que hinco más los
dedos en los surcos y observo helado como la tela está flotando en el aire.
Trago en seco y vuelvo a girar la cabeza hacia la pared, pero no antes de ver
la cara embobada de Aylin, observando como la jodida toalla toca el
puñetero suelo.
—¡Oh, mierda! —musita y si pudiera, sé que se llevaría las manos a la
boca—. ¡Tu toalla ha…!
Queda muda y su mirada cambia de mis bolas a mi cara y de mi cara a mis
bolas.
¡Maldita sea, tiene que ser una hermana de la caridad y meterme en estos
líos!
—¿Te estás dando cuenta de que estoy en pelotas sobre una repisa a más
de diez jodidos metros de altura? —le riño con demasiada dureza.
Ella sigue boquiabierta, mirando mi jodido culo expuesto.
—Sí... me estoy dando cuenta —dice preocupada.
Veo que sigue mirando para abajo, en dirección a mis jodidas pelotas que,
a decir verdad, ahora mismo las tengo diminutas por el miedo que me está
entrando.
—¡Acércate! —la invito a avanzar y le hago una seña con mi mano
izquierda, intentando agarrarla.
Ella tiende su mano hacia mí y se desplaza unos pocos pasos, de manera
que finalmente agarro su mano.
—Tenía tanto miedo —murmura.
—Camina despacio, ¿vale?
La aprieto con fuerza e intento tirar de ella detrás de mí. Los dos seguimos
avanzando por el borde, de vuelta al balcón, mientras el gato de las narices
sigue maullando. Paso a paso, nos estamos aproximando a la parte más
estable y suspiro aliviado cuando pongo el pie en el suelo del balcón. Me
giro y agarro su cintura con fuerza, al mismo tiempo que la suspendo en el
aire y después la bajo. A ella y al gato.
Conforme pisa el suelo, Aylin salta a mi cuello y me abraza emocionada.
Me está estrechando impetuosamente a su pecho y noto su corazón
retumbar en mi torso. Aún sigue muy asustada.
—Gracias —susurra en mi oído. —Y perdón.
Se despega de mí y me mira a los ojos, expectante.
—¿Estás cabreado?
—¡Maldición! Por supuesto que lo estoy. Aylin, te aseguro que hoy no
entraba en mis planes el exhibicionismo —hablo muy enojado.
Su cara es bastante inexpresiva y solamente me mira con aquellos ojos
grisáceos. Sin embargo, de un momento a otro, se empieza a reír. ¡Reír! A
mí no me hace ni pizca de gracia, ¡diablos!
—Alex, créeme que tu culo vale la pena ser exhibido. Seguro que lo ha
disfrutado más de una o uno mirando desde sus ventanas —continúa
hablando divertida y mira alrededor.
No obstante, se nota que sigue en shock porque está temblando.
—¿En serio te estás riendo?
El gato maúlla, de repente.
«¡Tierra trágame!», suplica mi subconsciente y pongo los ojos en blanco.
—¡Mira! Ha valido la pena —dice cuando abre la palma de su mano.
El pequeño gato, blanco como un copo de nieve, se estira y abre sus
grandes ojos azules. Sus ojos son casi del mismo color que los de Aylin y
son tremendamente puros. Igual que los suyos. Sin pecados ni maldad. No
como los míos.
Le aparto la vista. No le contesto, no estoy de humor.
—¿Verdad que es muy bonito?
Ella tira de mi brazo para captar mi atención y le da un beso en la pequeña
cabeza. Después le acaricia y me mira sonriente. Me encuentro más
tranquilo, además... ante una imagen que desprende tanta ternura, ¿cómo
podría cabrearme?
—Deberías alegrarte. Hoy has salvado una vida —habla con dulzura.
Yo solo arqueo los labios y, a decir verdad, hasta me he olvidado de que
sigo mostrándome al mundo en todo mi esplendor.
—¡Vamos a entrar!
Tiro de su codo y entramos en la habitación sin dejar de fijar con la vista
al pequeño copo de nieve, el cual sigue bostezando.
—¿De dónde ha salido este gato? —pregunto inquieto, al mismo tiempo
que cojo una camisa y me empiezo a vestir.
—Puede ser que venga de la habitación de al lado. Las ventanas están por
el otro lado, doblando la esquina.
—Tenemos que preguntar —afirmo y me subo la cremallera de mi
pantalón de traje.
—¡Espera! —exclama esta enérgica —. Voy a darle un poco de leche,
debe estar hambriento. Me está lamiendo el dedo.
La persigo con mi mirada cuando esta sale al balcón y agarra una pequeña
jarra de leche que hay en la mesa y un recipiente de cerámica de la bandeja.
Después, vierte un poco de líquido y lo deja en el suelo. Por último, se
arrodilla y deja caer al pequeño gato, que empieza a lamer y mojar su
hocico.
—Te lo he dicho —comenta esta y entra de nuevo en la habitación, sin
apartar su vista de aquella diminuta criatura.
Por mi parte, no puedo dejar de mirar a esta mujer. Cuando se acerca a mí,
cojo su mano entre la mía y rodeo su cintura con mi brazo, al mismo tiempo
que hago que vuelva mi cara a mí y que me mire.
—¿Sabías que eres una mujer espectacular?
Ella se sonroja con suavidad. No me contesta.
—Me descolocas —continúo hablando con mucha tranquilidad y toda la
furia que he sentido minutos atrás se ha desvanecido.
—Alex...—baja la mirada—. No viajaré más contigo. Te he estado
provocando disgustos todo el rato, soy una necia y yo... ¿Me puedes
perdonar?
—Una necia muy guapa —añado.
Su belleza y nobleza me embaucan.
—No te preocupes, quedas perdonada. —Aprieto mi mano en su cadera
—. Aun así, me muero de ganas de castigarte.
Hablo con honestidad, pero a la vez incauto, temiendo por su reacción.
—¿Qué?
Levanta la vista muy sorprendida y sus ojos serían capaces de helar hasta
la llama de un fuego.
—¿Me dejarás? —pregunto esperanzado.
—Ya hablamos sobre esto, Alex.
—Aylin... ¿te atreverías a cometer una locura?
Le lanzo una mirada sugerente y mi corazón empieza a latir ferozmente.
Soy muy consciente de lo que supone la pregunta que le acabo de hacer. Y
ella también lo sabe. No debería adelantarme a los acontecimientos, ni
tampoco darme tanta prisa, solo que... ¡demonios! No tengo paciencia.
Debo arriesgarme y jugar todas mis cartas.
CAPÍTULO 24
ALEXITIMIA
***
De camino a mi dúplex en Back Bay pienso en las pocas ganas que tengo
de volver a ver a Lorraine. Sé que teóricamente es mi mujer y siempre
hemos tenido un matrimonio liberal; de hecho, sería imposible sernos fieles
mutuamente. Cuando amas la vida promiscúa que vives y accedes a
participar en orgías, acostarse solo con una mujer sería imposible. Y lo
llevábamos bien hasta... hace dos años.
Llevo dos años luchando con el fantasma de Beth y con las dudas. Aunque
Lorraine me ha estado intentando convencer en todo este tiempo de que ella
no tuvo nada que ver con que Beth llegara a padecer esa depresión tan
fuerte y con todo lo que vino después, mi sexto sentido me dice que me está
mintiendo. No me fío de ella ni un pelo.
Abro la puerta desganado y tiro las llaves sobre una pequeña cómoda que
hay al lado de la puerta. Estoy muy irritado únicamente con su sola
presencia. De repente, la veo asomarse por la puerta acristalada de la terraza
con la misma sonrisa cínica, sujetando una copa de vino en la mano; en la
otra mano tiene un cigarrillo. Su pelo rubio y vestido de cuero
extremadamente ajustado hacen que se vea muy atractiva, he de reconocer.
Sabe muy bien que el cuero en una mujer me vuelve loco, y es por eso que
lo hace.
—Te esperaba.
Le da una calada a su cigarro de manera seductora mientras camino a su
encuentro, un tanto desganado.
—¿Qué hay tan urgente que no podía esperar hasta el jueves?
Tiro mi chaqueta de traje sobre el gran sillón del salón.
—No me digas que pensabas acudir a la asamblea el jueves. ¿Quieres una
copa? —pregunta y se dispone a verter whisky en un vaso que coge de
encima del bar.
—Les dije a Jackson y a Liam que iría.
—Tenemos problemas —explica inquieta y levanta su vista hacia mí.
—¿Qué problemas?
Arrugo la frente, invadido por una repentina preocupación.
—Han localizado nuestro cargamento en Plymouth, Brian.
—¿¡Cómo!? —Parpadeo consternado—. Jackson dijo que todo estaba en
orden.
—Esta madrugada han dado el aviso. Ha habido un chivatazo y estamos
metidos en un lío. —Aletea la mano con la misma preocupación que yo—.
Tú eres el único que puede intervenir.
—¡Maldita sea! —grito desquiciado y tiro mi copa al suelo—. ¡Él estaba a
cargo! ¿Cómo puñeta ha dado lugar a eso?
—Debes hacer la llamada ya.
Aprieta sus labios y su cara cambia.
—¡Lorraine! —La miro con los ojos salidos de las órbitas—. ¡Falto unos
jodidos días y dais lugar a esto!
—¡Estamos juntos en esto, te guste o no! —Me señala con el dedo y
avanza unos pasos—. Jackson te ha llamado esta mañana y no se lo has
cogido.
—¡Su puta madre!
—Lo conoces... —replica descarada y me toca el brazo.
Me desprendo de su mano de una sacudida y cojo el teléfono velozmente,
con el corazón acelerado. Dejo que suene dos veces y cuelgo. Es la señal
del llamamiento. Al cabo de un minuto, escucho mi tono de llamada.
Descuelgo ante la atenta mirada de Lorraine.
—Identificación —me indica una voz ronca desde el otro lado del
teléfono.
—Olimpo.
—¿Código?
—Ares.
—¿Subcódigo?
— Saqueo —especifico.
—Recibido. Espere noticias. 1 hora.
—Recibido —digo.
Cuelgo. Noto los fuertes latidos en mi sien y temo a que haya sido
Gambino. Temo a que los rumores sean ciertos y hayamos entrado en una
guerra de lleno. Si eso ocurriera, quedaríamos en el punto de mira de todos.
Y no solo de un retorcido como lo es él, sino también de…
Trago en seco.
Del FBI y del maldito Interpol.
—¡Maldita sea, Lorraine! —La fijo con mi vista—. Me arrepiento tanto
haber de confiado en Jackson, ¡joder!
Llevo mi mano a la barbilla e intento averiguar cómo arreglarlo, ya que
todo depende de mis órdenes.
—Sanders intentó intervenir, pero ya sabes que no recibe los mismos
favores que tú.
Le lanzo una mirada endemoniada. Estaría mejor que esta mujer cierre el
pico ya.
—Por cierto… —continúa—, debemos tenerlo todo en orden antes del
sábado. Tenemos invitados especiales este fin de semana, ya sabes, el
gobernador de California y el ministro de exterior. Y ellos iban a probar la
mercancía —añade.
—¡Diablos! —exclamo al darme cuenta del lío en el que estamos metidos
—. ¡Habéis sido unos inconscientes!
—¿Sabes qué, Brian? —Agita su mano con indignación—. Si no te
hubieses perdido con tu puta por ahí, lo tendríamos todo bajo control.
No aguanto más su lengua que suelta veneno, por consiguiente, la alcanzo
de unas zancadas y agarro su media melena con una mano. Retuerzo mis
dedos en su cabello con rabia y acerco su cabeza a mi cara. Me entran ganas
de estamparle ese malvado rostro. ¡Maldita sea! No puedo, me repugna que
hable así de ella.
—Vuelve a hablar así de Aylin y te juro… —Aprieto mi boca—, te juro
por nuestro dios Zeus, ¡que no volverás a verme nunca más en tu puñetera
vida!
Le suelto de un empujón.
—Ah, ya no es la señorita Vega... —Se ríe con una familiar locura—. A
ver, dime. ¿Qué te ha hecho?
De la nada, se abalanza sobre mí sumamente enojada, y agarra el cuello de
mi camisa con fuerza.
—¡Soy tu jodida mujer!
—¡Dejaste de ser mi mujer cuando llevaste a Beth a abortar a nuestro hijo,
maldita sea! —le grito con rudeza.
—Brian, ¡Beth no te importaba! —Me recuerda—. Ella se obsesionó
contigo, lo sabes bien. ¡Dio un paso equivocado, no lo podíamos permitir!
—¡Pero era mi hijo!
—Nunca quisiste tener hijos.
Los ojos de esta víbora sueltan chispas y hasta me entran ganas de
estamparle la cara de verdad.
—No quería ser padre, pero tampoco quería que abortara —contraataco y
después hundo mi rostro en mis manos.
Me siento en el sofá, enfurecido y suelto un bufido. Lorraine es un jodido
grano en el culo.
—Brian... —dice y se coloca de rodillas junto a mí—. Te juro una vez más
que no fue idea mía. Yo solo la acompañé.
No me salen las palabras, me encuentro sobrepasado, así que solamente
pienso en la mercancía y le lanzo una mirada diabólica.
—No te reconozco.
Ella sigue hablando y juro que me entran ganas de echarla a patadas de mi
casa.
—¿Dónde está ese hombre fuerte que conocí? —Juega con mi mente—.
Te estás haciendo muy débil y eso te pasará factura, cariño. Sabes que te
van a romper el corazón, como cuando eras pequeño. Por eso el amor no es
bueno, te vuelve débil. ¿No decimos en Álympos que el amor es una
enfermedad? Sabes lo que dice el reglamento.
—¡Sé lo que dice el maldito reglamento, Lorraine! ¡No me lo recuerdes!
—contesto derrotado mientras hundo mi cara de nuevo entre mis fuertes
manos. Siento que mi cabeza va a explotar.
—Vivimos para el placer, no para el amor —murmura y me empieza a
acariciar la pierna—. Eso es lo que nos mantiene fuertes e unidos.
—¡Sé perfectamente lo que tengo que hacer, métete en tus mierdas! —
Vuelvo a mirarla, cansado ya de sus continuas manipulaciones—. ¡Largo de
aquí!
—Brian, te echo de menos... —dice en voz baja.
Aprieta mis separados muslos con sus manos, al encontrarse de rodillas. A
continuación, se inclina más sobre mí y empieza a abrir la bragueta de
mi pantalón. Respiro con dificultad cuando esta pasa la punta de su lengua
por sus rojos labios y libera mi glande con una mano.
—No lo hagas.
Noto su hambrienta y persuasiva mirada. No se detiene ahí, en cambio,
presiona sus dedos en mi erección, haciendo que mi polla responda en
segundos.
¡Mierda!
La tensión acumulada y el rechazo de Aylin hacen que mi dureza aumente
considerablemente. Se muerde los labios con un gesto lascivo e imparable
—como ella es— y al momento se hace conmigo completamente,
proporcionándome pequeños golpes con su dominante lengua.
—Sabes que me echabas de menos.
—¡Maldita seas! —ronroneo enfurecido, pero es tarde.
No me da tiempo a apartarla y solamente alcanzo su nuca con mis dedos
cuando esta envuelve mi miembro con sus labios. La humedad de su boca
me provoca contradicciones, pero me impide detenerla. En cambio,
solamente la miro con rostro desencajada y presiono el nacimiento de su
cabello con mi mano, aproximando más su cabeza a mi pelvis.
Sé que soy un depravado y confieso que no me puedo resistir cuando una
mujer se coloca de rodillas y se lanza a mí, dispuesta a todo. Aun cuando
esa mujer sea Lorraine.
Cuando ella empieza a succionar con fuerza, me apoyo en el respaldo del
sofá y cierro los ojos, mientras me imagino que esos labios son de Aylin.
¡Demonios!
Esa jodida mujer de ojos celestes y labios dulces siempre está en mi
cabeza.
CAPÍTULO 26
A 13.000 METROS
—¡Hola!
—Lyn, ¿dónde estás? —Oigo la voz acelerada de Berta, desde el otro lado
del teléfono.
—Estoy en el despacho de Woods —respondo relajada y sigo tecleando
asiduamente en mi ordenador.
—OK. Él no está, ¿verdad?
—No, está de viaje. —Le doy un mordisco a un donut que me acabo de
comprar.
—Si quieres, voy a ayudarte. Así estarás lista pronto para el almuerzo.
—No, Bert, no es necesario. No te preocupes —contesto, concentrada en
la pantalla.
—¿Quieres ir a almorzar conmigo y con Bram? Hemos reservado en un
restaurante italiano.
—Pues... ¿yo con vosotros? —titubeo, confusa—. Mejor que estéis solos.
—Lyn, en realidad ... —explica—. Adam también quiere ir a almorzar, se
lo ha dicho a Bram. Si tú vas, él irá también.
—Bert, —Bufo con cierto agobio repentino—, no quiero que Adam se
haga ilusiones conmigo.
—Ya lo sé. De todas maneras, te recuerdo que Woods está casado, cariño.
No puedes limitarte a él nada más —confiesa mi amiga, con mucha
franqueza.
Tiene razón, está casado y no es necesario que mi amiga me lo recuerde.
Le doy un sorbo al vaso de café que tengo sobre mi escritorio y pienso que
estoy muy ocupada con el trabajo que estoy realizando, como para
detenerme ahora a ir a comer. Sé que después de almorzar, tocarán las
cervezas, como siempre pasa y así.
—¿Lyn? —insiste esta, al notar mi evidente silencio en el teléfono.
—Dime...
—¿Estás bien?
Sonrío y pongo una mueca.
—¿Por qué no lo voy a estar, ragazza?
—No quiero que sufras, ¿vale?
—¡No debes preocuparte! —La tranquilizo—. Sé lo que hay, solo estoy un
poco agobiada con el trabajo.
—El trabajo puede esperar, baby. —Su alegre voz me tienta.
—Debo continuar, ¿OK? Alex llegará esta tarde y necesito mostrarle mi
propuesta.
—¡Uyyy! —Su exclamación hace que ruede los ojos y mueva un lápiz en
la mano—. ¡Tú me escondes algo, mi amor! ¡Te conozco!
—¡Bert! No es nada…
—¿Qué tal con el profe?
—Bien. —Bufo una vez más.
—¿Solo bien?
—Muy bien. —Me río.
—Entonces presiento que estás tan bien porque… —Esta ejecuta una
breve pausa, manteniendo el suspense.
—¿Por qué, loca?
Me sale una carcajada.
—Porque segurísimo que Woods te ha dicho que se divorciará —continúa
con un hilo de emoción en la voz.
Me llevo una mano a la barbilla y miro el reloj con preocupación.
—No es el caso, créeme. De hecho, me dejó claro que no iba a separarse
de su esposa. Tampoco quiero que lo haga por mi culpa, ¿vale?
Al decir esto, tiro el donut a la basura. Se me ha cortado el apetito,
verdaderamente.
—¿Lo ves? Woods es un jodido mujeriego —exclama esta con seriedad
—. ¡Lo sabía!
Respiro profundamente.
—Sí, lo es —afirmo con cierta decepción e intento ajustar mi voz para que
Bert no se preocupe más por mí.
—¡Entonces con más razón de que sigas con tu vida! —Me anima, aun
cuando es de lógica que seguiré con mi vida. No sé por qué me lo dice.
—Bert, ten claro que eso haré.
—No puedes dejar de ver a Adam solo porque estás teniendo una aventura
con el profesor.
—¡Lo sé! —replico con un chillido, aunque muy poco convencida.
No sé por qué de repente me encuentro mal y siento que esto me está
afectando más de lo que debería. Así se siente una cuando le dicen la
verdad en sus narices, imagino. Verdad de la que quiero huir.
—Lyn… —Oigo su extraño tono.
—¿Qué?
—¿Lo quieres?
Me quedo de piedra. ¿Cómo narices lo voy a querer tan pronto, ¿Bert se
ha dado un golpe en la cabeza, o qué?
—¡No! —digo con voz repelente—. Es una aventura nada más, como bien
has dicho.
—Ragazza, me estás diciendo la verdad o... ¿te estás intentando convencer
a ti misma de que es solo una aventura?
—Berta, ¡no me jodas! No me voy a enamorar en poco más de dos
semanas. El profesor me encanta, lo reconozco.
—¿Solo te encanta? —pregunta con una carcajada alegre—. ¡Te tiene
embaucada!
—¡Qué dices!
—¡Eh, que conste que no te culpo! —agrega, intentando repararlo—. Es
imposible no quedarte pillada por un hombre así.
—Bert… —contesto nerviosa y doy unos golpes en la madera de mi mesa,
a la vez que lanzo una mirada en dirección al escritorio victoriano y a
aquella silla vacía de cuero—. No voy a ser tan gilipollas para enamorarme
de un hombre casado.
Me abanico nerviosa y espero que haya sonado convincente.
—Ahm —musita esta en el teléfono—. ¡Entonces demuéstralo haciendo
tu vida normal, ragazza! ¿Cómo estás tan segura de que él no está con su
mujer por ahí ahora mismo?
—¡No me has entendido! —hablo exasperada—. No es por mí, es por él.
Adam parece un buen chico y no quiero que se ilusione conmigo. Aunque
no quiera al señor Woods, no estoy preparada para conocer a otro hombre.
«Más bien, ¡dile que estás tan jodidamente loca por el profesor, que no ves
a nadie más delante de tu puta cara, Aylin!», me delata mi viciosa mente.
Me muerdo el labio inferior inconscientemente cuando pienso en esta noche
y en lo que voy a experimentar con Alex. Dijo que me permitiría conocerle
más y que cometeríamos «aquella locura», de la que me habló.
—Vale, nena. —Se muestra ofuscada—. De todas formas, lo que Adam
haga o deje de hacer no es tu problema. Podéis quedar como simples
amigos.
—De acuerdo —replico rendida—. ¿A qué hora?
—¿Te espero en una hora?
Miro mi reloj.
—Perfecto. —Sonrío—. Y Bert...
—Dígame, señorita «ex- santurrona, que se está espabilando». —Sigue
riéndose con intensidad; como ella es, puro nervio.
—¿Sigues negándote de que sientes algo por Bram?
—Ja-ja-ja, ¿estás de broma o qué?
—Ya sé yo que te haces la dura, pero conmigo no te funciona ragazza —
matizo con chulería y uso su expresión italiana.
—Bueno, posiblemente haya algo...
—¡Guau! —Aplaudo eufórica mientras sujeto el móvil entre mi oreja y
hombro.
Guardo unos documentos en una carpeta.
—Amiga, yo disfruto el presente. Y, mientras dure, perfecto, de lo
contrario, ¡otro en la lista! —Sigue carcajeándose con la misma locura de
siempre. Bert es la persona más alegre que he conocido jamás.
—¡Lo sabía! —hablo satisfecha y emocionada por mi amiga—. Te lo
mereces.
—Te quiero, baby —susurra en el teléfono, con voz melosa.
—Yo también te quiero, Bert.
Colgamos.
Me alegro mucho por ella. Hasta podría afirmar que Bert tiene novio de
manera oficial. Jamás la he visto así con un hombre. Y, a pesar de que a
veces veo actitudes extrañas en ella, como por ejemplo que desaparece
durante horas, o que me dice que ha estado en Staten Island y después
resulta ser una mentira, imagino que es porque tampoco me quiere dar
detalles sobre sus escapadas con Bram. Parece buen chico y sé que será el
hombre perfecto para ella si la hará feliz.
Y en cuanto a mí… Vuelvo a pensar en mi situación. Aunque esté
esforzándome en ahuyentar el sentimiento tan horrendo que tengo, soy
incapaz. Soy muy consciente de que es algo temporal, y si antes del viaje a
Miami tenía mucha curiosidad, ahora mismo Alex me tiene intrigadísima.
Ojalá fuese solo intriga y curiosidad lo que despierta en mí, pero es más que
eso. Tengo la nefasta sensación de que quiero todo de él cada vez más. Y
eso, definitivamente ... es malo. Muy malo.
Termino de completar el formulario con todos los resultados de las
encuestas y sonrío satisfecha. Alzo mi barbilla triunfante, pensando en que
he hecho buen trabajo esta mañana. Hago planes sobre cómo llegar al
restaurante italiano y miro el reloj. Veo que no me dará tiempo llegar a la
habitación y menos tendré tiempo para tomar una ducha o cambiarme de
ropa.
Salgo a la calle y detengo un taxi. Después, le indico el nombre del
restaurante donde me van a esperar Berta, Bram y Adam. Vuelvo a mirar mi
móvil, pero ninguna señal de Alex. Estará muy ocupado con la reunión que
tiene, además, ayer me dijo que esta iba a realizarse en Nueva York y doy
por hecho que no volverá a Boston hasta entrando la tarde.
En menos de media hora llego a la ubicación que Bert me ha enviado y
entro con prisas, tras identificar a mis amigos sentados en una mesa a lo
lejos.
—¡Hola! —saludo alegre y me dejo caer en una cómoda silla, al lado de
Adam.
—¿Qué tal, Lyn? —pregunta Bram.
—Bien, aunque no tanto como vosotros.
Les señalo con la cabeza. Los tortolitos están muy juntos y noto el
posesivo brazo del moreno de ojos verdes sobre los hombros de mi amiga.
Esta lo mira con rostro encendido de vez en cuando y es como si estuvieran
compartiendo un secreto.
Pongo una mueca de incertidumbre y prefiero centrarme en Adam, que
está más receptivo con mi llegada. Sus dientes de un blanco perfecto lucen
muy bien y me sorprende que su piel siga muy morena, señal de que
continúa yendo a la playa, aunque en Boston estén ya bajando las
temperaturas vertiginosamente. Estamos casi en noviembre.
—¿Cómo vas con todo, preparada para la presentación del jueves? —Este
se dirige a mí.
—Creo que sí —respondo, recordando la presentación de Finanzas y le
empiezo a hablar sobre nuestro compañero pelirrojo, con el que me ha
tocado el proyecto en pareja—. Erik ha hecho un buen trabajo. ¿Y tú, cómo
lo llevas?
—Creo que bien, espero que me dé para un aprobado —dice intranquilo
—. Tiene la pinta de que Woods será muy severo con la nota.
—Woods es un hijo de puta —agrega Bram.
Lo miro de momento, sorprendiéndome con el comentario tan negativo y
cortante que acaba de hacer. Una cosa es que el profesor sea severo, y otra
muy distinta, que sea lo que el novio de Bert le acaba de llamar.
—¿Por qué piensas eso? —pregunto.
—Por nada, Lyn. —Se ríe—. Conozco a los tipos como él, llámalo sexto
sentido.
Le da un sorbo a una cerveza a la vez que desvía la vista a mi amiga y le
planta un beso tosco en la mejilla.
—B tiene razón. —Adam le apoya—. Se le ve venir.
—¡No te extrañe que suspendamos todos! —exclama Berta—. Creo que el
ogro hasta disfruta suspendiendo a los alumnos.
«En realidad, creo que disfruta con otras cosas», dice mi mente perversa.
—Bram, tu padre es amigo del profesor Woods, ¿verdad?
Recuerdo el momento en el que vi a la rubia agarrando el brazo del
senador Sanders. Obviamente, debo actuar bien, ya que no puedo decirle a
Bram que su padre se la estaba cepillando en un dormitorio de la primera
planta, minutos después.
—Sí —contesta este—. Íntimos amigos.
—¿Y de qué se conocen?
—Por negocios.
—¿El senador frecuenta American Express Co? —Sigo interrogándolo.
—¿Qué? —Adam tensa los ojos y presta atención.
—Hablo sobre la agencia financiera que regenta el profesor —le explico.
—¡Oh-oh-oh! —Bram me mira y habla en un modo teatral, incluso pienso
que encaja muy bien con Bert—. ¡No me digas que aquel capullo te
interesa, Lyn!
—¿Cómo?
Se me corta el aliento y solo espero que la insensata de mi amiga no le
haya contado nada. Mi vista salta de Bram a Bert y al revés, intentando
adivinar si este sabe algo. La miro con sospecha cuando su cara se torna
seria y me hace una señal, negando con la cabeza.
—¡Cómo le va a interesar un hombre mayor que ella y encima casado,
chico! —Esta regaña a Bram y lo fulmina con la mirada, más irritada que
yo.
—OK, bebé —le suelta este y junta los labios como si le estuviera
lanzando un beso.
—El profesor Woods no tiene tanto atractivo como dicen, Bram. —Me río
relajada, aunque por dentro tenga el corazón en un puño.
—Lyn se merece otra cosa —agrega Adam.
Veo furtivamente que Bram le guiña el ojo de manera disimulada.
Seguramente el moreno se ha confesado con su amigo ya.
¡Menudo almuerzo! Suspiro mentalmente, intentando determinar cómo
narices salir de la conversación.
—Oye, por cierto, ¡el sábado hay fiesta en mi casa! —interrumpe Bram,
algo que agradezco mentalmente.
Me ha sacado él mismo del apuro en el que también él me ha metido.
—¿De qué? —quiere saber Adam.
—El ascenso de mi padre.
—¡No me digas! —Bert le aprieta el brazo—. ¡Enhorabuena!
—Sí. El viejo ya es senador de Massachusetts, con pleno derecho. Ha
finalizado su periodo de prácticas.
—Bram, yo este fin de semana no voy a estar —comento cuando recuerdo
la conversación con mis padres—. Voy a Long Island a ver a mi familia.
—¡No jodas, ragazza!
—No puedo dejar plantados a mis padres otra vez, Bert. Llevo dos
semanas sin verlos.
—Pero puedes volver antes de Long Island —propone Adam y le da un
mordisco a la pizza de pepperoni que hay sobre la mesa.
—Pensaba volver el domingo —contesto.
—Sabéis que la próxima semana tenemos clases nada más que el lunes,
¿verdad? —informa Bram.
—Pues no lo sabía —murmuro extrañada.
—Sí, es cierto. Tenemos libre casi una semana —asiente Adam.
—Ah, y… —quiero decir algo, pero, de repente escucho el sonido de mi
móvil—. Perdón.
Me disculpo y voy al chat, deseando ver quién me está escribiendo. Es
Alex y confieso que me da mucha alegría tener noticias suyas. ¿Cómo le
estará yendo en Nueva York?
¿Qué tal la tarde, pequeña?
«Pequeña», vuelvo a leer dicha palabra. Suena tan jodidamente bien, que
hasta me lo imagino delante de mí, pronunciándola y besando mi coronilla
al mismo tiempo, sacando su lado más tierno.
Miro a Adam, espero que este no haya alcanzado con la vista los
mensajes. Suspiro aliviada. Mis amigos siguen hablando sobre los planes
que tienen cada uno la próxima semana.
Almorzando. Espero que la reunión haya ido bien . —Tecleo deprisa.
Sí. Todo ha salido según lo planeado.
Me alegro . —Escribo.
Sigo mirando la pantalla y esbozo una discreta sonrisa, de manera que no
quede retratada delante de mis amigos.
Ahora estoy en el jet, volviendo. En dos horas máximo estaré en
Boston —me informa Alex.
—Entonces ¿vas a ir a la fiesta? —Escucho la impaciente voz de Berta.
Levanto mi vista hacia ellos y permanezco callada.
—No es por nada, pero yo creo que deberíamos ir. Va a haber gente
importante, dueños de grandes empresas, políticos. Y si nos dejamos ver un
poco, vendrá bien para el currículum, ya sabéis —añade Adam y me fija
con la mirada.
—Yo pienso lo mismo —dice Bram—. Deberíais aprovechar la
oportunidad. Y está bien que alumnos de Harvard vayan a este tipo de
eventos. Vendrá la prensa también.
—¡Yo voy por la bebida! —chilla Bert.
—¡La bebida es lo importante y os aseguro que no faltará! —añade su
novio.
Nos reímos los cuatro y no me queda más remedio que asentir con la
cabeza, un poco distraída. Enseguida vuelvo a mirar mi móvil con mucha
curiosidad. Estoy presente físicamente, pero mi cabeza está volando en el
jet, con Alex.
Sabes... el jet me recuerda a ti. Todo me recuerda a ti. Espero de
verdad que lo hayas pasado bien en Miami. —Leo su mensaje.
Me lo pasé muy bien, Alex. Gracias por todo.
Te mereces todo eso, y más. Pronto tendrás días libres en la
universidad.
Siento mis latidos veloces y me emociono como una niña pequeña.
Lo sé —respondo—. Me acabo de enterar de que la próxima semana
tenemos clases solo el lunes.
Escribiendo...
Estoy preparando algo...
Vaya. ¿Una sorpresa? —pregunto.
Viajaremos de nuevo . —Sigue tecleando—. Y también estrenaremos
el jet... Aylin, tengo ganas de tenerte aquí, a 13 000 metros de
altura. Me estoy imaginando que ahora mismo estás encima de mí,
moviéndote conmigo debajo... en este asiento...
Bendita imaginación la tuya, pero creo que es mejor que te centres en
el trabajo —le regaño y miro a mis amigos con disimulo, por debajo de las
pestañas.
¿No te excita pensarlo? —pregunta este sugerente.
Visualizo en mi mente los asientos de cuero de su jet. ¡Virgen Santa! Ya
está, mis neuronas se han ido ya da vacaciones. Solo espero que los demás
no me vean ruborizada, ya que el corazón me está latiendo con fuerza y eso,
sin duda, queda reflejado en mis gestos.
¿Tú qué crees? —contesto cohibida, pero caliente. Jodidamente caliente.
Ahora mismo me estoy desabrochando la camisa.
No te emociones demasiado. Guárdate para esta noche —le digo con
picardía.
¿Me estás subestimando? —responde y hasta esbozo en mi mente su
imagen con una ceja en alza.
¿Podría hacerlo?
¿Estarás lista para las 8? Te invito a cenar y después vamos a mi casa.
De acuerdo.
Aylin... te voy a pedir un favor.
¿Cuál? —pregunto expectante, con respiración entrecortada.
Me encantaría que llevaras puesto el conjunto de lencería negro.
Pienso en sus palabras. El conjunto negro que él dice es el único de color
negro que hay en aquella caja de lencería que me envió, que por cierto se la
tengo que devolver.
Con una condición.
Alex pone un signo de interrogación.
¿Debería tener miedo?
Quiero que me muestres tu otro lado. —Escribo sin pensar—. Tu lado
oculto.
Ya veremos, según como te portes. —Llena la pantalla de emoticonos
de gafas de sol, engreído—. ¿Algo más, señorita?
Te devolveré la lencería que me enviaste y no quiero que insistas en
que me la quede . —Continúo tecleando.
Escribiendo...
Sabes que no me convence mucho que me la devuelvas. Es un regalo.
Insisto . —Escribo deprisa, intentando ser convincente.
Señorita Vega... estoy duro ahora mismo. Por su culpa.
Usted se lo ha buscado, enviándome lencería sexy.
Sabe usted que la lencería no tiene nada que ver —termina diciendo.
Guardo el móvil, encendida hasta los dedos gordos de los pies. Carraspeo
e intento llenar mis pulmones de oxígeno, a la vez que siento unas llamas
abrasando mis mejillas. Cuando miro a mis amigos, los tres tienen la vista
fijada en mí, aunque Berta está intentando distraer a los chicos, oliéndose
con quien estoy hablando. Al parecer, llevaban unos minutos sin decir nada.
Estos están centrados en mí y ni me he dado cuenta de cuándo han detenido
su charla.
—¿Qué? —pregunto con inocencia y me encojo de hombros. ¡Qué
vergüenza!
CAPÍTULO 27
JUGANDO CON EL
DEMONIO
Eso es lo que obtienes, jugando con un demonio
(EMO: «Don´t mess with my mind»)
EL PROFESOR
Me quedo aguardando en la acera de enfrente, mientras tomo un café en una
cafetería que hay muy cerca de la residencia de Harvard. Es el tercer café
que me estoy tomando hoy. Llevo sin pegar ojo desde las seis de la mañana,
y todo gracias a que mi hermanastro, Jackson, sea un verdadero
inconsciente. Casi perdemos el cargamento ayer por su estúpida decisión de
llevar la mercancía a otro punto, un punto diferente. Desde siempre nos ha
ido bien, pero últimamente no sé qué le pasa al jodido idiota. Actúa muy
raro y toma muy malas decisiones.
Lorraine es otra más que me intenta manipular y, en el fondo, siempre lo
supe, desde el momento que la conocí. Ayer lo hizo una vez más,
recurriendo a trucos bajos de seducción, pero supe detenerme a tiempo y la
eché de mi casa, sin poder soportar su presencia por más tiempo.
Cuando miro la hora, me percato de que faltan todavía quince minutos
para que llegue el momento de recoger a Aylin, llevo sin verla desde ayer
por la mañana y el ansia me carcome.
Está oscureciendo, de modo que aparto mis gafas de sol y después miro el
coche, el cual está aparcado a unos metros. Doy el visto bueno a un informe
en mi móvil y también compruebo los mensajes. Podría decir que estoy más
tranquilo que ayer, nuestro infiltrado respondió bien y, afortunadamente,
pudo solucionar el problema, por lo tanto, nuestra mercancía está a salvo
ahora mismo. Agradezco en mi mente que no hayamos recurrido a los tiros,
que es lo que más odio. No obstante, este nos ha pedido el triple de lo que
cobra en general, e incluso parece que está deseando que algo nos salga mal
para poder cobrarnos demás.
Vuelvo a mirar el reloj mientras muevo una pierna con nerviosismo, sin
apartar mi vista de la entrada de aquel edificio, que es la residencia. Y, de
repente, la veo. Ahí está, en la otra acera, saliendo por la puerta. Rozo mi
mentón con el puño, mientras la veo llegar, caminando con su típico
movimiento de caderas, sumamente sexy. Y lo más sexy de todo es que lo
hace de manera inconsciente.
Aylin ni siquiera se da cuenta de lo que puede provocar en un hombre: su
forma de agitar las manos tan despreocupada, cómo mueve la cabeza, su
expresión cuando se pasa la mano por aquel rebelde cabello, cuando levanta
una ceja en modo interrogante, o incluso cuando frunce aquellos labios de
seda.
Dejo el dinero en la mesa y, acto seguido, le hago una señal con la mano y
cruzo la calle. Me centro en su vestimenta, intentando determinar si me ha
hecho caso con respecto a la lencería. Lleva puesto un vestido verde oscuro
un tanto holgado, aunque evidencia sus formas armónicamente, calza unos
tacones negros y viste un abrigo largo muy fino, de color oscuro. Noto
intrigado que también lleva un paquete en la mano, el cual seguramente es
la caja de la lencería que le envié. Seguramente me la quiere devolver.
Como si no la conociera.
—¡Hola! —saluda deprisa y me regala una de sus mejores sonrisas.
—Hola —contesto mientras le abro la puerta del coche.
Me reprimo a la hora de besarla, no puedo en público, pero habrá tiempo.
En cambio, barro nuestro alrededor con la mirada, identificando el vehículo
de mis hombres, a unos metros de distancia. Estos están respetando a pie de
la letra las órdenes recibidas. No confío en que los italianos se quedarán de
brazos cruzados, a decir verdad. No soy tan estúpido.
—Te dejo esto aquí atrás —comenta y señala la jodida caja.
Me prometo en mi mente no discutir.
—Tú te lo pierdes, pequeña.
Le guiño el ojo.
—¿Y esa costumbre de llamarme «pequeña»? —pregunta, una vez dentro
del coche.
Arranco el motor mientras me pregunto si es normal verse tan
malditamente bella.
—¿No te gusta?
Miro cómo se mueven sus labios cuando habla y pienso que me encanta el
pintalabios que se ha puesto hoy. Un rojo muy sutil, no tan intenso como el
que usa Lorraine.
—Por supuesto que me gusta. —Toca mi brazo—. Solo que no pensaba
que podrías ser tan cariñoso, Alex.
—Bueno, ya sabes. Sacas lo mejor y lo peor de mí.
Le recuerdo una vez más lo que me produce. Aparte de otras muchas
cosas en las que es mejor no pensar. Queda noche por delante.
—¿Ah sí? —Finge indignación y eleva una ceja, gesto que me encanta de
ella.
Intento concentrarme en la carretera, pero presiento que va a ser imposible
e intento adivinar si lleva puesto aquel conjunto negro de la abertura. La
miro nervioso. No me podría concentrar ahora mismo ni siquiera en crear
una estrategia de inversión para un cliente importante, que es la tarea que
más prefiero de mi trabajo como agente.
—Pero eso es bueno —digo—. Ya sabes que a mí no me va mucho lo
normal.
Se sonroja suavemente, seguramente piensa en lo que pienso yo. En esta
noche.
—Bueno, yo en realidad soy más bien normal.
—Pues no sé hasta qué punto —hablo divertido y aprieto los labios—.
Nada más que a ti se te ocurriría dejar plantado al rector de una universidad
tan importante como la de Miami.
—¿Cómo? —pregunta con un tono de niña pequeña, haciéndose la
molesta—. Recuerda que no tenía ni idea de que me iban a premiar, Alex.
Estás siendo injusto —me acusa y me vuelve a tocar el brazo.
«¡Quieto ahí!», ordeno en mi mente. Creo que me estoy volviendo
irremediablemente demente, ahora mismo estoy hablando con mi propio
pene.
—Y no te quiero recordar que de vez en cuando también te da la vena de
supe heroína Marvel —añado—. ¿O se te ha olvidado que casi te caes de
una quinta planta salvando gatos?
—¡Qué dices! —Le sale una carcajada y yo no puedo evitar sonreír.
No puedo sacar de mi cabeza todas las travesuras que ha estado haciendo
la señorita Vega. Mi vida a su lado es una aventura, definitivamente.
—Me recuerdas a Bert, solamente ella me dice que parezco salida de
Marvel.
Su risa es contagiosa.
—Lo eres.
—En realidad, si pensamos bien, tú fuiste el héroe. Nos salvaste a los dos,
así que no te quites mérito, señor Woods.
—¿A qué precio?
Me giro y frunzo el ceño, recordando el penoso momento en el que me
quedé con el culo y otras cosas al aire. El frenesí de su risa me embauca.
—¡Para ya! —ordena e intenta tranquilizar sus carcajadas, hasta se limpia
una lágrima—. Por cierto, hoy he trabajado mucho. En tu escritorio te he
dejado…
—Aylin…
Alcanzo su mano y hago que se detenga.
—¿Qué? —Sus centelleantes ojos se unen con los míos.
—No quiero hablar de trabajo, al menos por hoy.
—Deseo concedido —dice con simpatía y juro que está para comérsela—.
Y a todo esto, ¿a qué restaurante vamos?
—Pues, uno que está cerca de la casa. Por cierto, te ves espectacular —
digo, sin dejar de admirarla—. Este vestido combina muy bien con tus ojos.
—Gracias —contesta con aquella timidez que me enciende. Siempre
pensé que me gustaban las mujeres atrevidas.
—¿Y qué quieres cenar?
—No sé, es muy temprano. No tengo mucha hambre, la verdad.
Escuchar esto hace que empiece a sentir unos latigazos en mis pelotas, de
modo que agrando los ojos y carraspeo. Yo tampoco tengo mucha hambre,
suelo cenar sobre las nueve y media.
—Entonces... ¿qué te parece si vamos a la casa y pedimos comida? —
propongo ocurrente.
—¿Tú tampoco tienes hambre? —pregunta.
—No. Yo solo tengo hambre de ti.
Se me queda mirando embobada, pero no añade nada. Mi tan atrevida
respuesta la ha tomado por sorpresa. Seguramente está nerviosa, lo puedo
percibir. Mi olfato nunca me engaña. Siento cuando una mujer está
temblando de deseo y se pone nerviosa.
Sigue callada y solamente me mira. Yo tampoco sigo con la conversación.
Paso por al lado del restaurante en dónde íbamos a cenar y me dirijo al piso,
el cual se encuentra a solo unos pasos. Se ha dado cuenta de que hemos
pasado de largo y nos dirigimos a la casa.
—¿De verdad no tienes hambre? —pregunto nuevamente, para
asegurarme.
Permanece quieta y me gustaría colarme en su cabeza ahora mismo. O
está muy nerviosa, o tiene miedo.
Al cabo de unos cinco minutos, nos aventamos hacia el aparcamiento de
mi edificio.
—Jamás pensé que volvería a este sitio —musita, inmersa en sus propios
pensamientos.
—¿Estás bien? —Me giro hacia ella cuando se detiene el motor.
—Sí —asiente dócil—. Estoy bien. ¿Y tú, Alex?
Su suave mano alcanza la mía. Me sorprendo con su pregunta, la verdad
es que muy poca gente me pregunta si estoy bien en mi día a día. Ni
siquiera Liam, mi mejor amigo, lo hace. Supongo que siempre he dado la
impresión de que nada me puede derrumbar y todos dan por hecho que me
encuentro bien. O simplemente no les interesa cómo estoy.
—Estoy bien —respondo inseguro—. En realidad, siempre que estás
cerca, estoy bien.
—Creo que estarás mejor cuando veas tu sorpresa.
Alza un dedo en el aire y me mira con un aire misterioso.
—¿Mi sorpresa?
Los circuitos de mi cabeza se han activado —o desactivado— en estos
instantes. Y eso es porque sospecho lo que es.
—Te has puesto la lencería, ¿verdad? —inquiero y me mojo los labios
mientras sigo apretando su mano, en la penumbra del coche.
Solo imaginándome aquel conjunto negro en su cuerpo hace que una
corriente recorra mi piel. Aquel sexy y ajustado conjunto debajo de este
vestido...
Interesante.
—Ya lo comprobarás, ¡no te adelantes a los acontecimientos! —responde
con delicadeza y después extiende su mano para abrir la puerta del auto
vehículo.
Tiro de su brazo como poseído y no la dejo apartarse de mí. Mi
movimiento la obliga volver dentro del coche, ya que me muero de ganas
de darle un beso.
—Lo quiero comprobar ahora —digo demandante, con voz áspera.
Ella vuelve su mirada hacia mí, asombrada, cuando la pego a mí con una
mano mientras que con la otra mano agarro su cabeza y la acerco a mis
labios.
—¿Pensabas que me esperaría para llegar arriba?
Presiono mi boca contra la suya, ahogando sus palabras. Ella me responde
sin titubear y nuestras lenguas empiezan a unirse en un beso desenfrenado.
Junta más su cuerpo al mío y entonces deslizo mi mano izquierda sobre sus
caderas. A continuación, acaricio su entrepierna y muslo como hipnotizado,
tras levantarle el vestido en un visto y no visto.
Necesito con desesperación sentirla, las horas me han pesado. No puedo
esperar más cuando mi «amigo», responde y se agranda vertiginosamente
en mis pantalones. Mis dedos la acarician con suavidad y noto su ropa
interior sedosa. No veo el color, pero espero que sea ese conjunto con el que
llevo casi una semana soñando. No suelto sus labios en ningún momento,
de hecho, la tengo retenida en el asiento con mis brazos. No me ando con
tonterías, por consiguiente, busco rápido la abertura de la entrepierna con
sus gemidos de fondo. Y la encuentro. Ahí está.
Siento la respiración irregular de Aylin y sus suspiros al notar mis dedos
ejerciendo presión sobre la tela. Acaricio delicadamente su ropa interior y el
tacto de la seda me provoca escalofríos.
¡Ohhh! Me enciendo más aún.
—¿Contento? —Esta muerde mis labios.
—Gracias —susurro.
Empiezo a besar su cuello mientras me abro paso a través de la abertura y
finalmente toco su excitación. Mis dedos se humedecen con suavidad al
acariciar ese botón de sus partes bajas, que reclama atención. Sigo paseando
mis labios por su cuello, el cual desprende un olor maravilloso a coco y
también noto su pulso agitado. Presiono mis dedos y enseguida la invado
con uno de mis dedos a través de la abertura de aquellas cadentes bragas.
Me encanta sentir la calidez de su cuerpo. Eso hace que mi paciencia
desaparezca.
—No sé si podré aguantarme hasta arriba.
Al notar mi dedo, ella empieza a exaltarse y alcanza mis labios, haciendo
que me desvíe de su cuello pálido, rumbo a su boca. Sigue gimiendo
mientras mi dedo la invade. Quiero hacerla que me desee tanto, que esta
noche esté dispuesta a darlo todo, de manera desenfrenada.
Tanto que se olvide de sus principios.
—Mejor vamos arriba, ¿no? —murmura temblando.
Me intenta quitar la mano de su entrepierna y al instante empieza a mirar
alrededor, seguramente para comprobar si el aparcamiento está despejado.
—No hay nadie aquí.
—Alex, por favor. —Me frena.
La libero y asiento con la cabeza, pese a la tensión generada. Salimos del
coche y nos montamos en un ascensor que se encuentra a un paso, cogidos
de la mano. Sorprendentemente, en el ascensor entran tres personas, de
modo que nos quedamos quietos.
—Decías que no había nadie aquí —murmura en mi oído.
—Bueno, todo el mundo se puede equivocar.
Ella suelta una risita, a la vez que se coloca delate de mí y me da la
espalda.
—¿Te acuerdas?
Siento su aliento en mi cuello cuando gira la cabeza. Me alegro escuchar
su pregunta, me recuerda a lo ocurrido aquella noche en Miami, la noche
que perdió su virginidad.
—No me tientes… —mascullo mientras esperamos como niños buenos.
Pero eso no quita de que rodeo su cintura y empotro su trasero en mi pelvis
con un suave empujón.
—¡Chist!
—Me gustan demasiado los ascensores.
—No es nada nuevo. —Se lleva la mano a la boca y aprieta mi brazo,
dándome a entender que nos ponemos en evidencia.
De la nada, el ascensor emite un ensordecedor ruido y se detiene,
bruscamente. Las luces del gran foco empiezan a parpadear, debido al
bloqueo repentino.
—¿Qué ocurre? —Escuchamos una voz.
Los dos nos quedamos mirando asombrados, a la vez que las tres personas
con las que nos encontramos pulsan los botones del cuadro. Curiosamente,
el foco se funde enseguida y salta la luz de emergencia.
—Seguramente sea un cortocircuito, es probable que se haya ido la luz por
un momento —comento.
—Si esto es una avería, no nos sacarán de aquí hasta dentro de media
hora, al menos —dice otro.
—¡Diablos! —exclamo.
—Alex…
Me mira interrogativa y me relajo para que ella no se asuste.
—Esta vez no he sido yo.
Pongo una mueca simpática, o al menos eso creo. Reprimo una sonrisa, al
igual que ella y aprieto más mi brazo alrededor, mientras quedo embriagado
por su aroma. Aquel aroma a coco.
—Señorita Vega… —musito en voz casi inaudible mientras esperamos—.
Tengo una idea.
—¿Qué idea?
Pego mi nariz a su oreja, pensando en que es imposible que los demás se
den cuenta de algo, ya que la tenue luz nos proporciona intimidad. Con una
mano me bajo la bragueta lentamente, mientras beso la parte alta de su
cuello con delicadeza.
—¿Qué haces?
—Nada…
No dejo de vigilar a las tres personas del ascensor, las cuales nos dan la
espalda. Sé que es peligroso, pero a la vez es morboso. Y el peligro me
fascina.
—Ya te he dicho que no podré aguantarme.
—¡Ohhh, Dios! —Suspira consternada cuando deslizo mi mano hasta su
entrepierna y la rozo con dedicación, mientras presiono sus costillas y la
atraigo más hacia el fondo del ascensor.
Noto los galopantes golpes de su corazón, a la vez que alguien habla por
teléfono, intentando informar sobre el problema técnico que estamos
experimentando. Con suerte, tenemos cobertura.
—Alex, aquí no.
Su voz intenta sonar convincente y la noto tensa, pero lo arriesgado me
incita. Y me incita hasta tal punto, que siento mis venas palpitar con
desenfreno y deseo. Empiezo a subir la falda de su vestido sumamente
discreto, mirando al frente y, a continuación, la elevo suavemente con mi
brazo, de modo que su trasero llega al nivel de mi pubis. Mantengo su falda
levantada, a la vez que acaricio sus nalgas con una mano. Después, rozo su
desnudo trasero con mi punta, intentando no realizar movimientos bruscos.
—No podemos…
—¿Quién ha dicho que no?
Mis dedos la presionan y deslizo mi miembro en su interior con lentitud,
colándome por la abertura de aquellas bragas que me quitan el aliento. Ella
solloza discretamente y también disimula mientras gira su cabeza y me mira
boquiabierta.
—No te preocupes, todo se solucionará y saldremos de este ascensor —le
digo mientras empujo mis caderas y la penetro.
Ella aprieta los labios y vuelve a mirar al frente, nerviosa y sin
responderme. En cambio, presiona sus dedos en mi antebrazo otra vez.
Agradezco quedar camuflados por la penumbra y la voz que está hablando
por teléfono.
—¡Estás loco! —susurra cerca de mi rostro y tira de la parte de delante de
su falda. La parte de atrás, en cambio, le queda completamente levantada.
Yo también tiro mientras avanzo en su interior.
—Tranquila, no lo van a notar.
Hace frente a mi lento embiste y roza mi muñeca esta vez. Cuando
empiezo a avanzar y retroceder, dominado por la adrenalina, le arranco otro
sutil gemido. Beso su mejilla, aferrándome más a su cintura y rozo su oreja
con mis labios, sintiendo su instantánea dilatación.
—Te he echado tanto de menos…
—Yo también… —responde.
La siento temblar en mi pecho. Noto la manera desquiciante en la que se
amolda a mí y su suave movimiento sobre mi desnudo pelvis me deja con
ganas de más. Lleva la caja con la lencería en sus manos y,
afortunadamente, la coloca delante de nuestro abdomen, de manera que
nuestros movimientos quedan disimulados.
—¡Listo!
La luz se enciende y veo las caras alegres de la gente. El ascensor se pone
en marcha y me retiro discretamente y con elegancia, acomodándome y
subiendo la cremallera con tranquilidad. A la vez, ella tira de su vestido con
un suave rubor.
—Está todo bien, ¿vale? —Aprieto mi mano en su cadera.
Al instante, nos lanzamos una mirada seria, pese a que siga reprimiendo
aquella juguetona sonrisa. Al menos yo, ella parece en estado de shock.
—Te ayudo —comento y quito la caja de sus manos cuando las puertas
abren y empezamos a caminar por el pasillo.
Uso la caja para ocultarme. Agarro su mano y meto la llave en la puerta,
haciéndole una señal de que ingrese. Las luces del ático se entienden de
momento, ya que dispongo de sensores.
—¡Dios mío! —Se lleva las manos a la cabeza y me mira descompuesta
—. ¿Por qué lo has hecho?
—¿El qué? —Alzo los hombros y dejo la caja en el sofá.
—¡Alex! —Se sobresalta—. Lo acabamos de hacer en un ascensor, con
gente delante, ¿sabes?
—¿Y no te ha gustado?
—Sí, me ha gustado, pero… —Se detiene en seco y lanza su bolso
también en el sofá.
Sus ojos siguen agrandados y me mira casi histérica cuando me empiezo a
quitar la chaqueta y no le respondo.
—¡Di algo!
—¿Quieres una copa? —pregunto mientras me dirijo a la barra de mi
salón. Reflexiono sobre qué decirle y qué no.
—¡No quiero una jodida copa!
—Las vistas son espectaculares, ¿verdad? —pregunto, intentando
distraerla.
—Di algo, por favor… —Se lleva una mano al pecho, todavía consternada
—. Te lo suplico.
—Solo puedo decir que…
Su mirada sigue persiguiendo atentamente mis gestos. Me detengo en
medio del salón y me empiezo a remangar la camisa con la misma lentitud.
—Tu preparación ha empezado —remato.
—¿Quieres decir que me acabas de poner a prueba?
—Ahm… —Me remango también la otra manga, sin mirarla.
—Alex... —habla con incertidumbre—. Si practicar sexo delante de los
demás ha sido una prueba, déjame decirte que no estoy de acuerdo.
—¿Por qué? —Alzo mi mirada a ella, finalmente.
—Porque no creo que vaya a aprender nada aquí o en aquel ascensor. —
Mueve las manos y mira a su alrededor, con un evidente nerviosismo.
—¿Y dónde aprenderías entonces?
—¡En ese sitio! —exclama irritada.
No entiendo su irritación.
—Querías conocerme.
—Sí.
—Pues este soy yo, ¿vale?
—¡No creo que seas tú del todo! Yo creo que en ese sitio podría ver a lo
que te dedicas y así…
Empieza a hablar sin freno alguno, como siempre hace. Entonces, doy
unos pasos rápidos en su dirección y agarro sus brazos.
—¡Aylin! —Elevo mi voz y arrugo la frente, invadido por la irritación
que ella misma me ha transmitido—. ¡Este soy yo! Y no me vengas con
«practicar sexo», ¿entendido? En mi mundo, follamos, ¿queda claro? ¡Estoy
hasta las malditas narices de andar con rodeos!
—¡Alex! —Me llama la atención—. ¡Contéstame!
—No estás preparada, ¿vale?
—Pero ... —Me mira con más calma—. Necesito saber que pasa en ese
sitio. ¿Por qué piensas que no estoy preparada?
—¿Te parece si hablamos de esto en otro momento?
¡Maldita sea! No pensaba que el hecho de tener un mero y disimulado
acercamiento en un jodido ascensor, haría que se ponga así. ¿Cómo podrá
ella soportarlo? Lorraine tenía razón, es más remilgada de lo que pensaba.
—¿Y por qué no ahora? —Su voz me trae de vuelta a la Tierra—. He
venido para eso.
Le suelto los brazos y le doy la espalda, con la cabeza llena de dudas.
—Hay ciertos pasos que hay que seguir para ingresar —explico serio y
aprieto la mandíbula.
—¡Lo tengo claro! —dice rápido, antes de dejarme terminar la frase.
Me giro consternado, sin comprender ni una palabra. Cualquier otra mujer,
con la misma decencia con la suya, hubiese salido pitando de aquí. Debo
reconocer que le sobra valentía.
—No sin antes tenerlo claro yo. No sabes en lo que te quieres meter,
¿vale?
Me agarra el brazo de manera insistente.
—¡Asumo! —Me grita de la nada—. Alex, ¿qué coño pasa
en Álympos que no pueda saber? ¡Me quieres llevar ahí, sin embargo, no me
puedes dar detalles!
Vuelve a sacar aquel lado salvaje y obstinado, lado que, en el fondo, me
encanta.
—Si te lo digo ahora mismo, debería matarte después.
Me mira perpleja y dudosa, piensa que estoy bromeando.
—No estás hablando en serio, ¿verdad? —Sus facciones se relajan. Acto
seguido, me sonríe.
Soy yo el que la mira embobado esta vez.
—Álympos es una sociedad secreta —digo furioso y me dirijo al bar, sobre
el cual se encuentra mi botella. Vierto alcohol en una copa, mientras noto su
silencio y su mirada persistente sobre mí. No sé por qué mierda me está
obligando a hablar de eso ahora mismo.
—¡Lo suponía! —replica—. ¿Qué más?
—Cualquier información que tengas sobre nosotros, como comprenderás,
te va a perjudicar. Por eso te estaba diciendo que es mejor empezar poco a
poco, probando cosas y cuando yo considere que eres apta, ya te llevaré ahí.
—¿Y cuándo ocurrirá eso?
Me giro, tras proporcionarle otro severo trago a mi vaso.
—Créeme que lo que más deseo es llevarte ahí —respondo con voz
atormentada y camino en su dirección, intentando hacerla comprender—.
Aylin, cuando lo tenga claro, tendrás que firmar un documento.
—¿Qué documento?
—Tu ingreso y acuerdo de confidencialidad. Y eso implica que, antes de
eso, no puedo darte detalles.
—Pero... —Mira el suelo, confusa—. ¿De qué me estás hablando? ¿No es
un sitio donde practicáis el sado?
—Sí, también. —Intento explicarle, pero de momento me desespero—.
Además, ¿qué sabes tú del sado, demonios?
Me enfurece que sea tan terca y que piense que lo tiene todo controlado.
—No tiene que ser tan complicado…
Me da la espalda y se quita el abrigo de golpe, con frustración. Lo tira
sobre el sofá.
—¿Ah no?
Esta mujer necia no sabe nada.
—Quiero que me lo enseñes todo —insiste.
—No creo que estés preparada, te lo vuelvo a decir.
—¿Solo lo puedes hacer con Lorraine? —Se cruza de brazos y junta los
labios.
La miro desorientado. ¿Está celosa?
—¡Estás jugando con el demonio, Aylin! —suelto y noto una repentina
tensión en todo mi maldito cuerpo.
Ella como si nada.
—Estamos aquí para eso, ¿se te olvida?
¡Mierda!
—Soy toda tuya —continúa con serenidad.
¿Qué?
Me acerco a ella desafiante y noto su respiración cerca de mi barbilla.
Levanta su cara y me fija con aquellos ojos celestes tan serenos, pero… tan
inocentes.
—¿No tienes miedo? —pregunto.
—No. Solo quiero conocer tu otra cara.
Respiro con profundidad y la taladro con mi vista mientras mis ojos
recaen sobre su agitado pecho y después bajan hasta sus piernas.
—¡Quítate la ropa entonces! —demando con seriedad, pensando en la
inmensa fe que me tiene esta mujer—. ¡Solo el vestido, lo otro no! Lo otro
te lo arrancaré yo.
Me ha turbado de tal manera que ahora lo único que deseo es darle unos
tremendos azotes. ¿Cómo se atreve a ponerme en esta situación, diablos?
Lo tenía claro. Tenía claro que no era apta.
Ella asiente con sumisión y empieza a deshacerse de su vestido, sin
apartar ni un momento su vista de mí. Mientras, empiezo a desabrocharme
los botones de mi camisa azul marino, mientras siento que me estoy
asfixiando. Me encamino hacia un mueble imponente que hay en el salón,
justo al lado del sofá. Abro un cajón deprisa, pero dudo entre unas esposas
y una cuerda. Mejor la cuerda, las esposas no creo que le gusten después del
trauma que experimentó en su adolescencia. Cuando volteo mi mirada en su
dirección, observo que su vestido yace en el suelo y solamente lleva puesta
la lencería que le regalé.
La miro encandilado y he de reconocer que es preciosa.
Tras agarrar la cuerda, cojo también la fusta de cuero, la famosa fusta, con
la que soñaba tanto usar con Aylin. No tardo en agarrar también una
mordaza. Es una correa de cuero con una bola que se mete en la boca de tu
sumisa para ahogar sus gritos. Por último, elijo también un vibrador, todo
bien colocado y desinfectado. Reviso mis artefactos y estoy seguro de que,
con todo esto, la volveré loca, ahora bien, no sé si de placer o de dolor.
—A ver si después de esto, vas a estar tan dispuesta a seguir con la
tontería de ingresar en Álympos ya, ¡Aylin! —rujo.
Estoy de morros.
—Ponme a prueba.
Cruza sus piernas y se mira las uñas, desafiante.
¿De qué va?
Queda parada en medio del salón, solamente llevando aquella sugerente
lencería, la cual elegí especialmente para ella. Me encanta, pero también me
da miedo, puesto que me invita a lanzarme sobre ella en este preciso
momento. La combinación de cuero, seda y encaje, junto a las ligas hacen
que esté más duro que una piedra. Tiro de su sujetador y sus pechos rosados
quedan expuestos.
—No sabes en lo que te has metido, ¿verdad?
Al mismo tiempo que le suelto esto, acaricio sus senos con una mano.
Después, tiro de ella y la llevo deprisa cerca de la isla que hay en medio de
mi cocina, la cual tiene un estilo abierto. Agarro sus muñecas y cojo la
cuerda. A continuación, junto sus muñecas y empiezo a envolverlas con la
oscura cuerda, colérico e impaciente. A la vez, examino sus facciones. No
dice nada, solo está observando con atención los nudos que estoy haciendo.
—¿Estás bien? —La miro escéptico.
—Estupenda. —Arquea los labios, con ironía—. Y también deslumbrada
por tu habilidad con los nudos.
Pienso que ella podría detenerme en este momento, pero no lo hace.
—Aylin… —Suavizo mi voz—. Estás a tiempo de echarte para atrás.
No quiero hacerle daño. No quiero. Me niego a que pudiera hacerle daño.
Solo quiero que disfrute, solo que… sé dentro de mí que una vez que
empiece, me costará parar.
—Sigue —murmura.
¡Muy bien! Terca ella, terco yo.
Extiendo sus manos hacia una barra metálica que hay en el falso techo
lleno de focos, que se encuentra por encima de la isla de mi cocina. Sus
muñecas llegan bien, ya que el techo es muy bajo. Ajusto la luz, dejándola
más suave. Aylin sigue sin decir nada y se limita a analizar todos mis
movimientos.
—Debo amarrarte también los pies.
—Adelante.
Me arrodillo con la intención de inmovilizarla completamente, pero al
instante cambio de opinión. Será demasiado para ser la primera vez. Acto
seguido, agarro la mordaza y se la coloco en la boca, mientras noto con
estupor que esta no protesta en ningún momento.
—Aylin… —susurro cerca de su rostro, tras colocarle la mordaza de cuero
—. En mi mundo no hay límites, ni palabras de seguridad. Debes saberlo.
Parpadea, ya que no puede hablar. Le doy un beso en la frente y deslizo
mis dedos sobre su cuello, con erotismo. Su suspiro despierta mis
encadenados y dormidos instintos. Pienso que no es normal la excitación
que me esclaviza ahora mismo, al verla de este modo. Tan vulnerable y
desprotegida.
Me he divertido mucho en el Templo, con multitud de mujeres y con
sumisas empedernidas, que hasta me besaban los zapatos. Pero lo que estoy
sintiendo en este preciso instante es indescriptible, algo que me deja sin
palabras y que, sencillamente, no tiene precio.
—Ahora está a mi merced, señorita Vega —murmuro en su oído.
Ella lo ha querido.
Mis manos alcanzan su pecho y su cálida piel me estremece. Entonces,
bajo mi boca a sus senos con mucho arrebato y succiono profundamente, ya
que sus rosados pechos me invitan a ello. Mientras que lamo
completamente su blanca piel, deslizo mis dedos hasta sus muslos y le
separo las piernas de una sacudida. La miro atento cuando se retuerce y solo
noto que cierra los ojos.
Me pongo de pie velozmente y la escaneo con mi vista, al mismo tiempo
que me quito la camisa azul lentamente. Cojo la fusta que hay sobre la
mesa. Juego con los flecos y la analizo. La placentera imagen de tenerla
atada delante de mí, llevando solamente aquellas ligas y sus braguitas
sumamente sensuales, hace que me sacuda de deseo.
Anhelaba esta poderosa sensación. La sensación de dominar, de atar, de
sentir el control absoluto. Y sí, soy así de maquiavélico, como el mismo
diablo. El diablo construyó su propio imperio de fuego del repudio, igual
que yo. Llegué a ser el líder supremo del mismísimo Infierno, tras haber
sido un mero esclavo. Aprendí del diablo y ocupé su puesto. Yo, Brian
Alexander Woods, asumí la responsabilidad de liderar el obsceno legado del
mismo demonio y así será hasta mi muerte.
Tenerla delante de mí me recuerda quién soy y, aunque disfrute con el
sexo, no hay punto de comparación con esto. Nada puede compararse con
verla a ella a mi merced, dejándose dominar. Es sinónimo de poder.
—Tenemos unas cuentas pendientes, ¿verdad? —Aprieto de nuevo los
flecos de la fusta entre mis dedos—. Hoy recibirá su castigo, señorita Vega.
Aylin lleva su mirada hacia arriba, a aquella barra de la cual queda atada
cuando me acerco con pasos sinuosos. Por un efímero instante, dudo de si
seguir adelante o no. Pero ella me invita con la cabeza. He de reconocer que
es una mujer con dos ovarios; hace menos de una semana era virgen y ahora
está atada en mi cocina, dispuesta a todo.
Acerco mi fusta a su cuerpo y la deslizo sobre su piel, encandilado.
Primero va el cuello, después bajo los flecos a sus brazos y, por último, a su
pecho. Desciendo mi fusta hacia sus muslos y la miro atentamente,
torciendo mi cuello. Estoy fascinado, tanto que no quiero perderme ninguna
de sus reacciones. Noto que hasta mantiene la respiración e intenta seguir el
rastro de la fusta sobre su cuerpo con su intranquila mirada. Sin éxito
alguno, por supuesto.
Sigo deslizando mi artefacto hasta su espalda y entonces dibujo círculos y
desciendo hacia sus ricas nalgas. Súbitamente aprieto la fusta y la sacudo
sobre su trasero, no con mucha fuerza, pero la suficiente como para que ella
dé un suave brinco. No lo ha visto venir.
—Sabes lo preocupado que estaba, ¿verdad? —Aprieto la mandíbula—.
Pensar que fuiste al cine con aquel chico…
Le sigue otro golpe, más fuerte. Ella se agita y abre los ojos, pero no es
una sacudida de abandono. Si así fuera, haría lo necesario para detenerme.
Pero sigo. Continúo paseando los flecos sobre sus senos y la miro.
—Aylin, esto es lo que me gusta. —Vuelvo a proporcionarle un suave
golpe—. Lo que me hace sentir que estoy vivo. —Le sigue otro más fuerte.
Ella aprieta los ojos y emite un pequeño grito, sin embargo, la mordaza se
lo impide. Noto que, tras aquella rozadura, la piel de sus bultos enrojece y
muestra cierta irritación. Entonces, sujeto sus voluptuosos senos y los
empiezo a besar, al mismo tiempo que aprieto su cuerpo contra el mío y
hago que me rodee con una pierna.
—Me vuelves… —La miro a los ojos— sencillamente… —Agarro su
trasero con la otra mano—… loco.
Me arrodillo y la obligo a colocar una pierna sobre mi hombro. Mientras
mi boca llega a la abertura de su ropa interior y la abro con una mano, con
la otra alcanzo el vibrador. Miro hacia arriba con el corazón a mil, necesito
desesperadamente analizar su rosto y oír sus gemidos. Me doy cuenta de
que sigue soltando sollozos que parecen de placer. A continuación, aprieta
los ojos, viendo venir lo que le haré.
Mi pequeña mujer está ya sumamente húmeda, de modo que me empapo
de su jugo antes de darle al botón de encendido. Acto seguido, mira para
abajo con curiosidad y entonces, aprieto más su muslo contra mi hombro.
—Te aseguro que te va a encantar. Como te dije, no sentirás solo dolor. —
Me relamo los labios.
Acerco el vibrador y abro bien la tela mojada de su entrepierna. Coloco la
cabeza del estimulador sobre su clítoris y presiono, a la vez que subo la
velocidad. Voy alternando velocidades y la invado con mi lengua con
demasiada ansía. Por su parte, empieza a agitarse, sin parar de soltar
sonidos, sonidos que quedan ahogados por la mordaza. Se está sacude con
violencia y disfruto viendo como todo su ser tiembla bajo mis manos. Sí,
está temblando de deseo. Cuando está a punto, detengo mi tortura y me
pongo de pie, volviendo a apoderarme de la fusta. Ella me sigue mirando
con atención.
—Señorita, ha hecho muchas travesuras. Necesita más azotes.
Estoy tan excitado, que las morbosas palabras me salen solas, al igual que
mi mano se mueve desinhibida, paseando mi artefacto sobre ella.
Inesperadamente, le proporciono otro merecido golpe y los flecos retumban
en su abdomen, esta vez. Ella da un suave brinco para atrás y me estoy
dando cuenta de que está temblando.
¡Maldita sea! Apretaría más, pero le haré daño.
¡Demonios, le quité la virginidad la semana pasada! Suelto la fusta,
pensando que es suficiente y me apresuro en quitarle la mordaza, mientras
toco sus mejillas, verdaderamente preocupado.
—¿Estás bien? —La miro, consumido por el remordimiento—. Te he
hecho daño, ¿verdad? Perdón, créeme, no he apretado mucho. Esto no es
nada comparado con lo que tenía ganas de hacerte. Voy a parar ya, ¿vale?
—balbuceo confundido.
Ella solo me fija con su mirada inexpresiva.
—¡Di algo! —suplico y la beso mientras paseo mis manos por sus brazos
—. No eres tú ahora mismo, la Aylin que yo conozco no se hubiese dejado
amordazar.
—Alex... —Se humedece los labios con calma, manteniendo el mismo
misterio—. Lo he hecho para demostrarte a ti mismo que serías incapaz de
hacerme daño. Yo ya lo sabía.
—Pero... —susurro.
No puedo hablar y es como si sintiera una bola de saliva en mi garganta.
No entiendo nada, de manera que solamente la bloqueo con mis caderas
contra la isla de la cocina, mientras la rodeo con mis brazos y apoyo mis
manos en la encimera de cuarzo.
—Estoy preparada, ¿lo ves? —dice en un suspiro.
—Entonces, ¿no te ha dolido? —pregunto, a la vez que acaricio sus
pechos, suavemente enrojecidos.
—Un cosquilleo.
Suspiro aliviado y me calmo al instante.
—¿Y esto? —pregunta de repente, señalando con la cabeza sus manos
tendidas, todavía suspendidas por la gruesa cuerda.
—¿Y si te desato después?
—¿Después de qué? —Frunce el ceño.
Yo también lo frunzo.
—Después de hacerte mía así, con las manos atadas —sugiero insinuante
y toco sus tendidos brazos—. Y, en realidad, debo decirte que no estás
preparada. Esta ha sido la primera sesión nada más. No sabes de lo que
puedo llegar a ser capaz, Aylin. No me conoces.
—Tú tampoco me conoces. Si me conocieras, sabrías que no tengo miedo
a nada.
—¡Ohhh!
Mi alma da un brinco. Ha usado las mismas palabras que yo usé tiempo
atrás, en esta misma casa.
«No me conoce en absoluto. Si me conociera, sabría que nunca sería
capaz de obligar a una mujer», rememoro.
Acaricio la piel suave que hay en el interior de sus brazos y, sin perder ni
un segundo más, agarro su trasero y la levanto sobre la losa fría de la isla.
—Eres una mujer valiente, pequeña. —Me apodero de sus labios—. Y
eres mía.
—No soy de nadie, Alex. Me pertenezco a mí misma, pero hoy… —Su
contundente voz en mi oído me provoca escalofríos—, hoy puedo ser tuya
completamente.
Su ansiosa boca se desliza sobre mi cuello y siento que me voy a comer a
esta mujer.
No aguanto más la excitación y siento una inminente explosión de
sentidos en mis partes bajas, de modo que mi paciencia ha terminado. Abro
sus piernas y me hundo en ella completamente a través de la bonita abertura
de esas bragas negras.
—Señorita Vega, no me obligue a amordazarla de nuevo —digo cuando
ella suelta un gemido e inclina la cabeza hacia atrás.
Le guiño el ojo. Todavía no me lo puedo creer. Aylin tiene las manos
atadas y la estoy haciendo mía sobre esta inmensa isla. El ardor nos funde
cuando empezamos a movernos frenéticos sobre la gélida encimera. Siento
sus convulsiones y la forma en la que aprieta sus muslos a mi alrededor, me
indica que mis embestidas han surtido el efecto deseado.
—Acabas de cumplir una de mis fantasías.
—¿Cuáles son las demás?
—Paciencia, pequeña… —Libero un agudo gruñido y agilizo mis
estocadas, mientras su embriagada mirada me alcanza.
—Hazlo dentro, Alex. —Presiona su mano en mi cabeza, cuando quiero
despegarme, bastante incrédulo—. Estoy con pastillas, no te preocupes.
«¡Ahhh, diablos!», maldigo en mi mente.
Su invitación hace que no pueda aguantar más y la clavo intensamente, al
mismo tiempo que aprieto su cuerpo con las dos manos. Invado su boca con
cierto salvajismo y, acto seguido, me derramo en su interior.
Siento que he tocado el cielo con la mano. Nuestras cadenciosas
respiraciones se enlazan y nuestras satisfechas miradas se admiran unos
momentos más, sin querer despegarse.
Pienso en lo maravillosa que es mientras beso su sudorosa frente. Pienso
en que me ha ganado, mientras permanezco unos minutos más en su
interior, abrazándola con calidez. Me encanta sentir su cuerpo y su alma
temblar y sé que ahora mismo es lo único que me da paz y hace que sienta
el equilibrio.
Lo único.
La miro abrumado.
Aylin es mía en cuerpo y alma. Objetivo alcanzado.
¿Qué más puedo pedir?
CAPÍTULO 28
LA PIEZA QUE FALTABA
Estamos sentados en el sofá amplio del salón de Alex, cenando tras haber
pedido comida a un restaurante árabe. He averiguado que tenemos eso en
común, nos gusta la comida con muchas especies, de modo que no nos ha
costado trabajo ponernos de acuerdo sobre la cena.
En la mesa de salón hay de todo: varios tipos de kebab, cuscús, falafel,
hasta tabule. También hemos hecho una ensalada con espárragos, otro gusto
que ambos compartimos, para mi sorpresa. Estamos disfrutando de la
comida y tomando unos enormes vasos de Coca Cola. Me encanta este
refresco, bendito el que lo haya inventado.
—¿En qué estás pensando? —pregunta Alex, al mismo tiempo que cubre
su cuerpo con una camiseta de manga corta. Es de noche ya y está
refrescando, pese a que su piso está condicionado para tener un ambiente
óptimo.
—En nada.
Me encojo de hombros y tiro de su camisa azul marino, que yace en mi
cuerpo y la he usado para salir del apuro. Mi vestido me resultaría bastante
incómodo. Noto que él se sienta en el sofá, a mi lado, tras colocarse
también un pantalón de deporte. De momento, acaricia mi pierna y me mira
sereno.
—Cuéntame en qué estás pensando.
Insiste en colarse en mi mente y atrae mi cuerpo hacia él. Entonces,
coloco mi cabeza sobre su pecho mientras disfruto del movimiento de sus
dedos en mi despeinado cabello. Envuelvo su cintura con mis brazos.
—Estaba pensando en que prefiero mil veces más este momento, que ir a
un restaurante elegante. Prefiero la intimidad que tenemos ahora mismo.
—Yo también —responde.
Alzo mi vista a él, ya que no esperaba semejante respuesta.
—¿De verdad?
—Sí —dice—. ¿Por qué te sorprende tanto?
—No sé, siempre vas vestido muy elegante y tienes toda la pinta de
preferir comer en un restaurante de lujo, a comer acurrucado en el sofá de tu
casa.
—Te equivocas. —Fija la cristalera con su mirada—. Esto me recuerda a
mi infancia.
—¿Colombia?
—Sí. Me acuerdo de cuando mi tía nos sentaba a mí y a mis dos primos en
una pequeña mesa, en su humilde cocina. —Sonríe distraído y mueve una
mano, señalando la mesa—. Recuerdo que siempre nos daba de comer
frijoles, huevos fritos, chorizo y arepa. La arepa me encantaba.
—¿Arepa? —pregunto y levanto mi cabeza de su pecho, con demasiada
curiosidad.
—Sí.
—¿Qué es?
—Es un tipo de pan, muy popular en Colombia y Venezuela. Es un
pequeño pan redondo, que puedes rellenar con lo que se te antoje.
—Tiene que estar muy bueno —digo—. ¿Echas de menos Colombia?
—No sabría decirte. Me vienen en la mente fragmentos.
—¿Qué fragmentos?
—Principalmente de cuando jugaba con mis primos. La hermana de mi
padre vivía al lado.
—¿Y cuándo te viniste a Estados Unidos?
—Creo que tenía sobre 10 años —contesta, a la vez que muerde un kebab
y le da un sorbo a su vaso de Coca Cola.
—Te viniste con tus padres aquí... —continúo y hundo mi cuchara de
plástico en el cuscús. Está delicioso.
—No, solo con mi madre.
Lo miro sorprendida y dejo de masticar.
—¿Se separaron? —pregunto con delicadeza, intentando no seguir
haciéndole preguntas incómodas, como siempre hago. Me he dado cuenta
de que debo darle tiempo para abrirse conmigo.
—No —responde de momento y coloca el kebab en una servilleta, sobre
la mesa—. Fue después de que mi padre falleciera.
¡Oh! Me llevo las manos a la boca, consternada. Pensaba que había venido
a Estados Unidos a vivir con sus padres, no solo con su madre.
—Lo siento mucho. —Le toco el hombro, apenada.
Recuerdo a aquel hombre que metió su cabeza en un barril llenó de agua,
siendo solo un niño y mi pesar desaparece al instante. Lo mismo recibió lo
que se merecía, aunque suene cruel.
—No te preocupes. Fue hace muchos años.
—¿Estaba enfermo?
—Más o menos. Fue un accidente.
Alex carraspea con gravedad y cambia su vista a otro lado. Dudo de si he
hecho bien en preguntárselo, puesto que, al segundo siguiente, evade el
tema completamente.
—¿Qué planes tienes para el fin de semana? —Se vuelve hacia mí.
—Ahm... —titubeo, pero finalmente le respondo, no quiero forzar la
situación—. Este fin de semana viajaré a Long Island para ver a mi familia.
—¿Cuándo te vas? —Abre sus párpados, asombrado, y se pasa la mano
por el cabello.
—El viernes, después de las clases.
—OK. La próxima semana no hagas planes, ¿vale? —añade y coge mi
mano entre la suya.
—¿Por qué?
Adoro sentir que descubriré algo nuevo a su lado con cada instante que
pasa. Aprieto mis dedos contra los suyos con una sonrisa, a la espera de su
respuesta. Sé que está preparando algo para los días que tendremos libres en
la universidad.
—El lunes por la tarde nos vamos de viaje, ¿entendido? —Me mira con la
misma ilusión que yo a él—. Así que, prepare las maletas, señorita Vega.
—¡Vaya! Será verdad que viajaremos de nuevo en el jet.
Agarro sus brazos, queriendo saber más sobre sus planes, de modo que
juntamos más nuestros cuerpos y nos acurrucamos los dos en el amplio sofá
gris aterciopelado.
—¿Y a dónde me quieres llevar?
—Si te lo dijera, no sería una sorpresa.
—Pero necesito saberlo.
—No lo creo —habla con cabezonería—. No puedes ser tan curiosa, debes
dejar las cosas fluir.
—Pero… ¿y si tuviera otros planes? —Lo miro con atención, deseando
ponerle a prueba.
—Pues, esa opción no existe para mí.
—Pero, ¿y si..?
—Te secuestraría, ¿vale? —afirma convencido y aprieta sus dedos contra
mis brazos.
—¿Te convertirías en un delincuente por mí, señor Woods? —Me oculto
la boca con una mano, frenando una carcajada—. Yo le veo un hombre
bastante legal, profesor.
Aleteo las pestañas en un modo inocentón.
—Ajam, «legal». —Frunce el ceño—. Si tú lo dices...
Me lanza una enigmática mirada y arquea la comisura de sus labios con
suavidad.
—Por cierto... —continúo—. ¿Cómo puedes trabajar en tantas cosas a la
vez? Es decir... ¿de dónde sacas el tiempo?
Pienso que debería aprovecharme de esta oportunidad y saber más cosas
de él, aunque le haga preguntas triviales. Le veo más abierto y dispuesto a
compartir conmigo detalles de su vida y eso me pone de buen humor.
—Pues, sencillamente me organizo bien. En realidad, en la universidad
doy clases nada más que seis horas semanales. Vuestro grupo y otro más. A
lo que más le dedico tiempo, es a la agencia y la investigación.
—¿Y aquel sitio?
Analizo sus facciones y espero que se olvide que minutos atrás me haya
dicho que todo es confidencial y que, según él, ahora mismo estoy en
prácticas. Me sigo preguntando, ¿estoy en prácticas para qué?
—Bueno…. —Mueve los labios con cierta agitación, pero lo sorprendente
es que me responde—. La verdad es que no paso tanto tiempo en el Olimpo.
Me encargo de los asuntos necesarios y listo.
—¿Y cuáles son aquellos asuntos necesarios?
—Gestionar, por ejemplo.
—Ahm, cierto —digo cohibida—. Se me olvidaba que debe haber mucho
trabajo detrás.
—Así es.
—¿Puedo preguntarte algo?
Jadea, al verme venir.
—Pregunte, señorita. —Noto su cara crispada—. Qué remedio…
—¿Qué es lo que ocurre ahí exactamente, Alex?
Me lanza una mirada inexpresiva, prueba de que mis preguntas ya no le
sorprenden en absoluto.
—Aylin, cuando te he dicho que no puedo desvelar nada, no bromeaba. —
Suspira—. Es el protocolo, ¿lo entiendes?
—¿Tan serio es todo? —Me siento en el sofá y lo miro—. Alex, ¿desde
cuándo necesitas firmar un documento para participar en una orgia o para
dejarte azotar?
—Ojalá fuera solo eso.
—¿Hay más?
—Bueno, lo irás comprendiendo —explica y empieza a pestañear deprisa.
—¿Cuándo?
La impaciencia de saber en lo que está metido mi profesor de Finanzas no
me deja vivir en paz. No puedo aguantarme las ganas de querer saber más.
—No lo sé con exactitud —añade—. Todavía te quedan unas cuantas
pruebas más. Cuando lo tenga claro, hablaremos de las cláusulas y, si
estarás segura, firmarás un documento, como te he dicho. No quiero que te
apresures, ni que firmes nada sin estar segura.
—¿Estás hablando en serio? Yo antes… —Se me traba la lengua—.
Pensaba que estabas bromeando.
—Es muy en serio, pequeña.
Desliza su mano sobre mi espalda y yo le acaricio el pecho, quedándonos
inmersos de nuevo en aquel aura de sensualidad.
—¿Cuál es la verdadera relación entre Lorraine y tú? —Me inclino sobre
él, rezando en mi cabeza de que me cuente de una vez por todas por qué
siguen casados.
—Aylin… —intenta hablar, pero le freno.
—O sea, tú dijiste que no la amas y queda claro que no tenéis una muy
buena relación. —Muevo las manos—. Doy por hecho que ella sabe de lo
nuestro, ya que en la fiesta de la casa del Senador Sanders me dijo que no
me haga ilusiones contigo.
—¿Qué más te dijo?
Su interés ha despertado y también se sienta en el sofá, quedando los dos
cara a cara.
—Que jamás podré darte lo que ella te da. Y que… te estoy distrayendo.
—No deberías hacerle caso, ¿vale?
—Eso no es tan fácil, ella es tu esposa y, si al menos comprendiera vuestra
relación… —digo esperanzada y aprieto su mano.
—No lo comprenderías —musita en el silencio de la noche y retira su
mano deprisa, cerrándose herméticamente.
Nada nuevo.
—Ponme a prueba.
Alzo el mentón, deseando mostrarle que, al igual que comprendí sus
peculiares gustos sexuales, también comprendería el motivo por el cual
sigue anclado en un matrimonio de mentira.
—Lorraine... —dice y carraspea de nuevo— me dio el cariño que nunca
recibí. El cariño de una madre, de una amante, de una sumisa. Me lo dio
todo.
Alex me aparta un tanto irritado y se levanta, dando unos pasos hacia la
cristalera de la terraza. Termina de colocarse delante de los enormes
cristales y se cruza de brazos, quedando de espalda a mí. Pienso en sus
palabras y reconozco que me encantaría que la realidad fuera otra. Confieso
que estoy deseando con todas mis fuerzas que me diga que ella ya no es
importante para él, o incluso que quisiera pedirle el divorcio.
«¡No sueñes con los ojos abiertos!», me regaño a mí misma.
Su actitud me demuestra que eso nunca pasará.
—Y, aun así, nunca la has amado.
—Así es.
—Pero ella a ti…
—Ella tampoco. Somos parte de Álympos, recuerda que seguimos una
doctrina.
¡Oh, dios! ¿De qué está hablando? Habla como si pertenecieran a una
secta. Me pongo de pie con mis terminaciones nerviosas entumecidas por lo
descabellado de su afirmación, y me acerco a él.
—¿Hablas en serio? —Arrugo el entrecejo, suspicaz—. ¿Piensas que no
puedes amar a nadie porque unas normas o una jodida doctrina te lo
impida? —Toco su brazo y sigo con mi verdad por delante—. Alex, ¡nunca
en mi vida he escuchado semejante estupidez!
Ahora mismo estamos los dos de pie, delante de la cristalera de la terraza,
inmersos en nuestra cómplice, pero a la vez, distante mirada.
—Te lo he dicho, no lo comprenderías.
Puedo concluir que empieza a alterarse por la forma en la que aprieta su
mandíbula y se revuelve el cabello con una mano. Incluso parece derrotado.
—En el amor no hay normas. No puedes dictarle a tu corazón no querer.
Hemos nacido del amor y estamos hechos para el amor —hablo
atormentada y toco su pecho en la parte donde se encuentra el corazón.
—Yo no —niega, a la vez que coloca su mano sobre la mía, con una turbia
mirada—. Por eso te dije que controlaras tus sentimientos, no quiero hacerte
daño, Aylin.
«Demasiado tarde», me recuerda mi jodida mente.
Pestañeo con los ojos vidriosos cuando me percato de su evidente gesto de
rechazo. A continuación, mi corazón empieza a latir con más fuerza y retiro
mi mano de su pecho, desesperanzada y sintiéndome estúpida. Estoy
recibiendo una vez más aquel duro azote de realidad. Aun así… Lo sigo
analizando perpleja. No sé por qué su mirada me da la impresión de que no
es totalmente cierto. No me puedo creer que la semilla de la duda se haya
convertido en mi mayor enemigo.
—Siento que tenga que ser así, ¿vale?
—Todo controlado, Alex —musito en voz baja.
Le doy la espalda. Le estoy mintiendo y no puedo permitir que sepa que,
en realidad, mi forma de ser hace que me haya encariñado con él más de lo
que debería. No puedo confesar que se ha convertido en alguien demasiado
importante para mí, en tan poco tiempo. Mi confesión lo ahuyentaría.
—¿Te conformas con esto que te estoy ofreciendo?
Su voz suena sincera. Me empieza a acariciar los brazos, de arriba –abajo
con movimientos constantes. Después estrecha mi cuerpo desde atrás,
proporcionándome un cálido abrazo. Posiblemente quiera recompensarme
por sus tan duras palabras.
Cuando siento su torso pegado a mi espalda, me aguanto una lágrima que
está a punto de rodar en mi mejilla. Me siento asfixiada, sin poder hablar.
Noto un repentino ahogo y una intensa vibración de sufrimiento en mi
pecho. Es como si mi alma estuviera convaleciente.
¿Es así el amor? Si es así, no lo quiero sentir.
—¡Ahhh! Aylin… —suspira con profundidad en mi oído—. Cuando lo
único que has recibido en la vida ha sido abandono, insultos y golpes,
sencillamente... dejas de sentir.
Me estremezco, pero no le interrumpo. Solamente me dejo llevar y
disfruto de su abrazo y del tambor de su corazón, cuyos latidos veloces
siento en mi espalda.
—Cuando nunca le has importado a nadie, tanto que ni si quiera tu propia
madre ha sido capaz de protegerte y quererte, tu corazón ya no existe. Está
muerto.
—No, no está muerto —suelto y me vuelvo bruscamente a él,
quedándonos de frente—. Alex, ¡escúchalo! Está latiendo —susurro—.
Solo debes escucharlo —añado emocionada y vuelvo a colocar mi mano en
su pecho.
—Es pura supervivencia. —Me atraviesa con los mismos ojos de hielo—.
Soy incapaz de sentir, ¿vale?
Su convicción me está destrozando el alma y, desgraciadamente, me doy
cuenta de que, por más que insista, él no cederá, ni me escuchará.
—Pero tú... —dice, perturbado, mientras acaricia mi mejilla.
—¿Yo qué? —pregunto.
Estoy deseando escuchar de sus labios algo que me dé esperanza y me
indique que debo ser paciente. Algo que me incentive para seguir a su lado.
Algo que me haga pensar que él podría ser aquel hombre cuyo rostro
borroso veo en mis sueños, aquel príncipe azul que me esperará en el altar y
me jurará amor eterno.
—Tú... eres sencillamente preciosa. —Me mira hipnotizado—. Eres la
diosa que necesito en el Olimpo. La pieza que faltaba.
Mientras continúa acariciando mi rostro, el color de sus ojos ha cobrado
intensidad y brillan. A él lo invade la ilusión y a mí la decepción. Sin
embargo, debo ser sensata. Vuelvo a repetirme por enésima vez que esto es
una aventura, una simple y jodida aventura. Es más, mi conciencia me grita
de debo aceptarlo ya.
Permanezco callada e intento volver en mí cuando Alex empieza a pasear
sus dedos sobre mi cuello y baja su mano sobre las curvas de mi cintura.
Me desabrocha la camisa azul botón a botón y me lanza aquella lasciva
mirada, la misma mirada que le sale cuando me desea.
Me desliza la camisa sobre los hombros y, una vez que esta cae al suelo. A
continuación, me examina minuciosamente, como si en este preciso instante
viera la octava maravilla del mundo.
—Eres una verdadera Diosa, Aylin. —Se deshace de su camiseta con
movimientos lentos y sus contraídos brazos hacen que aquella placentera
sensación me invada una vez más, en menos de una hora.
¿Cómo es posible?
Hago un borrón necesario en mi mente y me obligo a olvidarme del amor,
aunque sea por un instante. Estoy aquí por otra cosa. Y eso se llama…
lujuria.
—Pues esta Diosa quiere darte placer a su manera.
—Me gusta que tomes la iniciativa. —Levanta una ceja y aprueba con la
cabeza, un tanto sorprendido por mi atrevimiento.
—¿Podemos usar su jacuzzi, señor Woods? —pregunto con travesura y mi
dedo índice resbala sobre sus marcados pectorales.
—Por supuesto, señorita—. Se ríe—. Faltaría más.
Atrapa mi mano y me invita a seguirlo en dirección a la terraza. Nos
dirigimos al jacuzzi de al menos seis personas que hay en su enorme
balcón, arropado por una estructura de madera. La terraza entera está
acristalada y las luces de Boston brillan como puntos de luz en la oscuridad
en la distancia. Es un espectáculo brillante y de cuento. Es más que
placentero admirar la ciudad desde su terraza.
Noto que Alex pulsa un botón y el agua burbujeante comienza con su
frenesí.
—¡Vamos!
—Primero tú— respondo salerosa y le hago una señal con la cabeza.
Él acata mis órdenes y se quita el pantalón, dejando su bonito trasero al
aire. Después, se sumerge en el agua del jacuzzi, mirándome curioso. Yo
estoy ya como Dios me trajo al mundo. Le sigo hacia el interior del jacuzzi,
moviéndome con pasos seductores y me paso la lengua por los labios, ya
que los noto secos por la repentina excitación que me sacude.
—Estás aprendiendo…
Siento el agua burbujeante y sigo caminando hacia él.
—¿A qué te refieres?
—A seducir.
—¡No me digas! —Me ruborizo y casi patino en el resbaladizo fondo.
Típico de mí.
—No parece que seas la misma alumna torpe que me llenó de café hace
dos semanas.
—Yo no estaría tan segura. —Agarro su mano cuando me la ofrece—. No
te puedes fiar de mí.
—Bueno, espero que al menos no se te ocurra escalar aquí —Nos reímos,
absortos por el ambiente relajado que destila semejante sitio.
Enseguida, me siento encima de él dentro del jacuzzi y observo que me
sonríe mientras desliza sus manos sobre mis glúteos. El tacto de las
burbujas hace que me sienta más excitada todavía.
—¿Te gustan las burbujas?
—Sí, mucho —contesto mientras barro con mi vista la inmensa bañera—.
¿Y a ti?
—A mí me gustas tú, Aylin. Miento. No solo me gustas… —Sus
traicioneras manos se deslizan de mis nalgas a mi espalda—. Me fascinas.
Presiona su mano en la parte posterior de mi cabeza y me planta un
delicado beso. Un beso sumamente diferente a los que me tiene
acostumbrada. Le muerdo el labio con sensualidad, y juego con él, alejando
mi cabeza. Le estoy tentando una y otra vez y después retiro mis labios,
impidiéndole besarme.
—Paciencia, señor Woods.
Mientras, le sonrío insinuante.
—Niña traviesa —comenta con voz gruñona al notar que estoy
esquivando sus besos.
Entonces, ejerce más presión sobre la parte posterior de mi cabeza con
impaciencia y me empuja sobre él. Siento sus toscos labios enseguida y su
boca ahoga unos jadeos. Nos besamos como si no hubiera un mañana, con
mucho arrebato y desesperación.
—Querías jugar, ¿eh?
No tarda en girarme con fuerza y colocarme debajo de él en el agua, de
modo que el agua salpica agitada a nuestro alrededor.
—¡Ahhh! —grito, enloquecida.
Mientras tanto, él sigue devorando la comisura de mis labios y baja a mi
cuello, apretando su cadera contra mí. Nuestros ágiles movimientos hacen
que las burbujas del jacuzzi luchen con nuestros desnudos cuerpos.
—Quiero estar dentro de ti ya, Aylin. No aguanto más. ¿Sabes lo que
provocas en mí, ¿verdad?
Inmoviliza mi cintura contra el borde del jacuzzi y me penetra
tórridamente, arrancándome un profundo jadeo. Es imposible callarte la
jodida boca cuando llegas a conocer sus embestidas y te embriaga
continuamente con su manera de moverse entre tus piernas.
—¡Diablos! —gruñe poderosamente y muerde mi mentón.
Mis manos intentan abarcarlo todo y empaparme de todo él, mientras el
roce del agua en mis partes bajas, me provoca una insuperable sensación.
Resbalo más de una vez debajo de él y, lo siguiente que hago para
apoyarme, es colocar una de mis manos por detrás de su cuello. Me agarro a
sus hombros y lo miro a los ojos, al mismo tiempo que observo sus
facciones, encendidas por la pasión.
—Alex...
—Dime.
—Quiero ponerme arriba —propongo jadeante.
—Sus deseos son órdenes —responde este con una sonrisa.
Me libera e intercambiamos los sitios. Me agarra con un brazo, como si
pesara menos que una pluma y me coloca encima de él, mientras se deja
caer en el agua. Me acomodo sobre sus caderas y nuestros cuerpos mojados
empiezan a unirse. Aprieto su dureza en mi mano y me entra la impaciencia
cuando siento unos fuertes latidos y sus gruesas venas. Sin querer, recuerdo
aquel momento en el que lo probé también con mi boca y la atormentada
cara de Alex.
Siento un tremendo ardor en mi abdomen bajo y, sin más demora, me
deslizo suavemente hacia abajo hasta que lo entierro completamente en mi
interior. Alex suspira de placer y me toca las caderas con su inquebrantable
agarre.
Empiezo a moverme con precisión y elevo la cabeza, mientras cierro los
ojos. No tengo ni la más mínima experiencia en esto, pero el cuerpo es
sabio. Me sale de forma natural dejarme fluir y querer más cuando siento el
roce de su excesivamente agrandado miembro por dentro.
—¿Te gusta? —le pregunto cerca de su rosto.
Agilizo mis movimientos. El hecho de sentarme encima y moverme a mi
antojo, hace que sienta que tengo el control.
—No necesitas oír mi respuesta.
—Ahora tú estás a mi merced —susurro contundente y agarro su cabello.
—Me encanta estar a tu merced —afirma complacido.
Desciende su cabeza hasta mis pechos. Lame uno de mis pezones con
suavidad y, segundos después, lo oculta dentro de su húmeda boca.
¡Oh, Jesús!
Mis galopantes sacudidas y el alborotado agua hacen que me resulte muy
excitante ser yo la que toma las riendas y controla la situación. Noto la
creciente tensión y nuestros movimientos son envolventes y concluyentes.
El éxtasis no tarda en hacer acto de presencia y nuestros cuerpos quedan
anclados en una perfecta sintonía. Mientras tanto, nuestros ojos llenos de
paz, simplemente se encuentran. Nuestro aliento es cadencioso mientras nos
abrazamos, mojados hasta las pestañas. Llevamos una irradiante sonrisa en
la cara e intentamos calmar nuestra delatadora respiración.
—Eres verdaderamente una Diosa.
—No necesito ser una Diosa para hacerte disfrutar.
Nos volvemos a besar, meros esclavos de la implacable atracción que se
ha instaurado entre nosotros, mientras nos sumergimos en el agua
templada.
—Jamás pensé que me gustaría tanto tu casa —digo alegre, sin poder
retirar mis ojos de sus labios.
Acaricio su irresistible boca con la yema de mis dedos y cierro los ojos
cuando siento sus brazos enroscados alrededor de mi cintura.
—Mi casa es tuya.
—Estaba bromeando. —Me río, avergonzada.
No pretendía que él me dijera eso, claramente soy su amante, no puedo
venir aquí cuando se me antoje, salvo cuando vayamos a…
—Quédate a dormir conmigo esta noche, Aylin.
Lo miro atónita.
CAPÍTULO 29
¡QUEDAS ADVERTIDA!
—Vamos a ver los ingredientes —comento en voz alta y me rasco la
cabeza con dos dedos—. La arepa lleva harina de maíz. ¿Y dónde estará la
harina?
En estos momentos me encuentro en el piso de abajo, invadiendo la cocina
del profesor Woods, después de una noche de lo más divertida y lasciva. Me
froto la cara y pienso en el anti ojeras como solución a mis cansados ojos,
pero a la vez también pienso en qué le diré a Berta, tras no dormir en la
residencia. Solo le envié un mensaje de texto anoche, pero no me respondió.
Imagino que Bert estará bastante entretenida con Bram, de modo que ni se
habrá acordado de mí.
Miro el reloj de la cocina de Alex bastante somnolienta, mientras intento
darme prisa. Llevo puesta una de sus camisetas, de color gris oscuro, la cual
me queda bastante ancha, pero corta. Honestamente, espero no liarla, pero
de repente me ha apetecido prepararle en el desayuno el plato que le
gustaba de pequeño y que le recuerda a su infancia en Colombia.
—¿Cómo se llamaba esa torta?
Me llevo una mano a la sien, pensativa.
—¡Arepa, sí!
Enseguida empiezo a abrir las puertas de su sofisticado mueble de cocina,
en busca de la harina. Noto que Alex no cocina mucho y la clara evidencia
de ello es que en sus armarios sopla el viento, más que en mi nevera de la
residencia. No pierdo la oportunidad de meter mi nariz en la nevera
también, y la verdad es que aparte de unos pocos huevos, algunos
embutidos, yogures, un trozo de queso lleno de moho —supongo que será
uno de los más caros—, y leche, no encuentro gran cosa. Sin embargo, hay
mucha verdura. Fruta y verdura a mansalva. El profesor come muy sano, sin
duda.
Me hago con los ingredientes que me indica una receta que acabo de
encontrar en YouTube —mi fiel amigo y consejero— y me pongo manos a
la obra. En un bol preparo la masa, según las instrucciones que salen en la
pantalla de mi móvil. Una pizca de sal y listo. Dejo que la masa repose
durante unos minutos y pienso en la noche anterior con una sonrisa de boba
total. Pero una boba tremendamente satisfecha y feliz.
¿Qué más llevaba ese plato? Saco los huevos de la nevera y el chorizo.
Empiezo a cortarlo en una tabla de cortar y lo dejo todo preparado. El
siguiente paso es amasar y empiezo a darle forma a pequeñas tortas
redondas, tal y como salen en la foto. Me concentro con todas mis fuerzas
sobre lo que estoy haciendo y, desde el fondo de mi corazón, espero que me
salgan bien. Quiero sorprenderle.
Tras darle forma a las tortas, me dispongo a calentar un poco de aceite en
una sartén, al mismo tiempo que saco otra pequeña para los huevos y el
chorizo. Coloco cuidadosamente las pequeñas ruedas de masa y al mismo
tiempo empiezo a remover los huevos y los trozos de embutido, apenas sin
aceite. Seguro que al profesor no le gusta el aceite.
Mientras que la comida se está haciendo, también corto un tomate, un
poco de queso y aguacate y lo distribuyo todo en un plato. Sonrío satisfecha
al darme cuenta de que las tortitas se están inflando y aplaudo deprisa.
—¡Bien! —Miro preocupada en dirección a las escaleras del ático,
temiendo que este haya despertado.
Ya tengo cuatro, me faltan unas pocas. Distribuyo la masa restante en la
sartén y saco los huevos y el chorizo ya dorados en otro plato.
También pienso que sería buena idea hacer zumo de naranja, de modo que
saco las grandes y maduras naranjas de la nevera y pongo en
funcionamiento el exprimidor. Mientras estoy exprimiendo la fruta, estoy
leyendo por el grupo de chat, los mensajes que ponen mis amigos. Bram
anoche nos volvió a recordar que la fiesta del ascenso de su padre al final
será el sábado y espera confirmación. Le confirmo que iré, tras las
insistencias de todos. Sin embargo, debo encontrar una explicación urgente,
mis padres no querrán soltarme en todo el fin de semana.
Cuando termino de escribir, retomo el zumo de naranja, pero lo curioso es
que noto un intenso olor a quemado. Me sorprendo que huela bastante y
empiezo a mirar a todos los lados. Estaba sumamente distraída con el móvil
y debo ver de dónde viene el maldito olor. Pero no me da tiempo, puesto
que, en el mismo instante en el que tengo intención de darme la vuelta,
escucho una voz.
—¿Qué está pasando aquí?
Identifico a Alex cerca de la isla de la cocina y cuando dirijo mi vista
hacia la vitrocerámica, detecto una enorme llama en la sartén y también veo
con estupor que las toritas están carbonizadas.
—¡Oh, Dios mío! —pego un grito—. ¡Mierda!
Alex se adelanta. Quita la sartén del fuego rápidamente. —¡Menos mal!
—. Tira deprisa un paño sobre la sartén y reduce las llamas, pero no hay ni
rastro de las tortitas, están muy chamuscadas. Por mi parte, apago la vitro
temblando. Por poco, quemo su cocina.
Le miro atónita, con el corazón acelerado. Él se apoya con una mano en la
encimera y lleva su otra mano a la cadera. Estoy notando que viste nada
más que los pantalones del traje negro y lleva la camisa enteramente
desabrochada. Seguramente se la estaba abrochando, conforme estaba
entrando en la cocina, pero no le ha dado tiempo.
—¿Qué haces? —pregunta suspicaz y mueve una mano.
—Nada…
Apenas puedo hablar, en cambio, me centro en el desastre que acabo de
provocar.
—¿Es que ahora la has tomado con mi cocina? —lo escucho preguntar,
muy a mi pesar.
«¡No puedo ser más torpe, joder!», me culpo. Y eso que me estaba
alegrando de que iba todo estupendo.
Solamente lo miro y trago saliva, tras el tono serio que ha empleado
conmigo.
—Estoy bromeando. —Las comisuras de sus labios se arquean en un
modo adorable y concluyo que simplemente se estaba metiendo conmigo.
En el mismo momento en el que sonríe, coloca su mano en mi cadera y me
acerca a su torso desnudo.
Suspiro cuando noto su abrasadora piel y mi piel se eriza. ¿Por qué será?
—¡Qué gracioso, profesor! —Suelto un bufido.
—Buenos días, querida alumna.
Me sonríe y lo miro, abstraída. Se ve verdaderamente guapo, hermoso,
tremendamente atractivo. Lleva un aura especial esta mañana.
—Buenos días. No sé cómo ha pasado, Alex. Estaba haciendo zumo y
yo...
—Y tú has pensado deshacerte de mi cocina —puntúa, y con la otra mano
empieza a limpiar mi cara—. Espera... —Veo que se acerca más y queda
concentrado en algo.
—¿Qué?
—Tienes algo aquí —dice y empieza a sacudir mi rostro y cabello—. Tu
pelo está lleno de harina.
Empiezo a tocar mi cabello, un tanto avergonzada. No sé en qué momento
me he podido pasar las manos llenas de harina por mi pelo. Él sigue cerca
de mi cara y noto palpitaciones en mi pecho.
¿Cómo es posible que siempre me haga temblar? ¿Incluso recién
levantado?
—Quería prepararte el desayuno y, de repente…
—No pasa absolutamente nada. —Me sonríe—. ¡Tú eres mi desayuno! —
exclama en mi oído y besa mi mejilla de manera inesperada.
Yo también sonrío relajada.
—¡Vaya! ¿Qué es esto? —pregunta alegre cuando observa los platos de
comida sobre la isla de la cocina.
No le respondo, en cambio agarro la jarra de zumo y dos vasos.
—¿Acaso has preparado la comida de la que te hablé... anoche? —Se
sienta en una silla alta, delante de los platos y al mismo tiempo me fija con
su asombrada mirada.
—Sí. Solo faltan los frijoles. No tenías y, además, no creo que sea buena
idea comer frijoles en el desayuno.
Él todavía mira los platos embobado y alcanza una arepa con su mano. Se
la lleva a la boca y la saborea.
—Ahm, está esponjosa. Te ha salido muy bien. Se parece mucho a la de
mi tía.
—¿De verdad?
—Sí, está buena —dice, mientras mastica con ansias.
—Gracias.
Me siento halagada y mi crispación desaparece.
—Entonces no se le dan bien solamente las Finanzas por lo que veo,
señorita Vega. También cocina —añade y tira de mi cadera. Me hace un
hueco y me sienta sobre su pierna cuando me acerca a él.
—No diría lo mismo después de quemar casi la mitad del desayuno —
respondo divertida.
—Lo podré soportar. Todo se ve muy sabroso —sigue hablando—.
Gracias.
Me mira a los ojos durante un largo instante y percibo que ese «gracias»
que acaba de pronunciar, no es un simple gracias. Está cargado de emoción.
No puedo resistirme más al ver su cara tan adorable y le deposito un beso
suave en la boca, al mismo tiempo que juego con su nariz.
—De nada —murmuro—. ¿Quieres café?
—Siéntate. El café lo haré yo.
Me sienta rápido sobre la silla y se dispone a encender la cafetera.
—Alex, estoy pensando en que Lorraine nos podría encontrar en
cualquier momento. Sé que tenéis un matrimonio liberal, pero no me
sentiría cómoda si ella… ya sabes.
Bajo mi vista al suelo. No puedo olvidarme de la vergüenza que pasé
cuando Lorraine abrió la puerta y nos encontró juntos en el ático.
—No te preocupes, Lorraine ya no entrará aquí. Cambié la cerradura —
contesta para mi sorpresa, al mismo tiempo que coloca dos tazas de café
sobre la encimera.
—¿De verdad?
Agarro la taza y le doy un mordisco a una tortita. La saboreo y aplaudo
mi logro en silencio.
—Sí, no tienes por qué preocuparte. Por cierto, hoy tenemos mucho
trabajo. Debemos empezar con la edición del libro.
—OK —asiento, recordando que se nos echa el tiempo encima.
—Estaré en el despacho solo sobre media hora. Te encargaré las cosas
que tienes que hacer. ¿Decías que mañana te irás a Long Island?
—No, mañana es jueves. Me iré el viernes, después de las clases.
—Mañana necesito verte entonces —clama en un modo autoritario, al
mismo tiempo que le da un sorbo a su vaso con zumo.
—Y hoy…
—Hoy tengo muchos compromisos y no estaré en la ciudad.
Me rasco la cabeza, pensativa y desconfiada. No puedo no pensar que
igual Alex está viendo a más mujeres en los sitios a los que viaja por
negocios.
—Sabes que me encantaría que te quedaras aquí esta noche, ¿verdad?
Él se da cuenta de mis dudas.
—¿De verdad te gustaría que me quedara a dormir de nuevo? —inquiero
ilusionada y todas mis dudas se disipan. Noto lo enganchado que está a mí
por la forma en la que aprieta mi cintura y me proporciona húmedos besos
en el hombro y cuello.
—Sí —replica convencido.
—¿No es demasiado?
—No —niega—. Es más, hay algo más que me gustaría probar contigo.
Súbitamente, mis mejillas se sonrojan.
—¿Qué?
—Ya lo verás.
—Profesor, no sabía que podría tener tanto misterio —suelto sarcástica y
curiosa—. ¡No me digas que serán unas esposas esta vez!
—No quieras saber tantas cosas... —Me corta en seco y me guiña el ojo.
—Es solo una cosa, no son «tantas».
—Aylin… —Me da un beso casto en la boca—. Espera y lo verás. Es
algo que espero que te guste, una verdadera prueba de fuego —avisa
entusiasmado—. Necesito estar seguro de que estás preparada.
Me quedo pensando por un momento.
—¿Entonces a qué hora nos vemos mañana? — pregunto deprisa y me
humecto los labios.
Y sí, ya sé que la curiosidad mató al gato.
—Te llamaré y te escribiré estos días, no te preocupes.
—¿De verdad?
—Te lo prometo —Mira el reloj, ajetreado mientras mi alma da un brinco
—. Es muy tarde ya, ¡debemos irnos!
—¡Oh, sí! —exclamo preocupada.
—Aylin, esta tarde estaré en la agencia —titubea y vuelve a mirar su
Rolex—. Tenemos una reunión importante y no te podré llamar.
—No pasa nada, igual estaré muy ocupada. Llevo los estudios muy
atrasados —digo, sumamente agobiada.
—Tú puedes con todo. —Me guiña el ojo—. Confío en ti. ¿Y tú, confías
en mí?
Me mira por debajo de sus pestañas a la vez que sus dedos se mueven
veloces sobre los botones de su camisa. Me percato de su sospechoso
análisis, como si todavía hubiera algo de lo que dudara, o algo que no le
convenciera.
—Confío en ti, Alex. —Acaricio su rasposo mentón.
—Necesito que lo hagas.
—¿Por qué insistes tanto con ese tema?
—Porque debes confiar en mí si quieres pasar la siguiente prueba.
Unos trepidantes escalofríos recorren mi espina dorsal.
***
He viajado hasta Harvard en el coche de Alex, pero este me ha dejado en
una calle más abajo, de manera que he tenido que caminar unos pocos
metros. No deseamos que alguien se entere de nuestra aventura, es
peligroso tanto para él, como para mí y no podemos dar ni un paso en falso.
Unas horas más tarde, estamos disfrutando del descanso y nos juntamos
todos fuera de la facultad. Nos encontramos en los bancos los de siempre,
solo falta Rebe, que no ha venido hoy a clases. Lleva unos días con un
fuerte cuadro viral, el cual posiblemente se lo haya pegado Bert.
—Lyn, dijiste que este fin de semana te irías a Long Island ¿cierto? —
pregunta Adam, que se sienta en un banco, a mi lado.
Todos sujetamos unos pequeños vasos de espresso y mostramos cara de
estrés y de estar hasta las narices de estudiar. Esta semana estamos
empezando con la tenebrosa época de exámenes de la universidad, y,
aunque no sean los exámenes oficiales, sino puros simulacros, debemos dar
la talla e ir bien preparados. Sin duda alguna, nos espera una temporada de
lo más intensa.
—¿Tienes ganas?
—La verdad es que sí. Llevo ya tiempo sin verlos. Tú tienes suerte al ser
de Boston —digo.
—La verdad es que sí —asiente—. Mi hermana, Mia, siempre dice eso.
—¿Dónde estudia tu hermana?
—En Los Ángeles.
—¡Guau! —exclamo—. California está muy lejos.
—Imagínate. Por cierto, la presentación de ayer en Finanzas os salió muy
bien —añade este y me mira alegre.
—Bueno, nos costó bastante. —Me encojo de hombros—. A vosotros
tampoco os salió mal —añado.
—Mejor ver las notas, antes de decir eso. Woods es engañoso —comenta
con una estrepitosa voz.
Tiene razón. El profesor es engañoso, es más, nadie podría imaginarse
cómo es debajo de esa coraza. Sonrío, perdida en mis pensamientos.
—¡Lyn! —Bert interviene—. Vente a almorzar con nosotros.
—No creo que sea buena idea, me encuentro cansada —le digo con cara
muy seria—. Prefiero ir a comer algo y a echarme una siesta.
—¡Ya veo que anoche no dormiste mucho, ragazza!
¿Será cabrona? Ella sabe perfectamente que no pasé la noche en la
residencia.
—¿Qué pasó? —pregunta Adam deprisa—. ¿Insomnio?
Me ruborizo al recordar mi supuesta noche de insomnio, revolcándome
con el señor Woods.
—Algo así…
—¡Ha tocado ya! —suelta Bert y nos hace una señal con la mano.
***
Tras unas dos horas más de clases, mirando las musarañas porque no he
sido capaz de concentrarme en la explicación de la profesora, —después de
estar todo el rato pensando en la noche que pasé con Alex—, me despido de
mis compañeros en la salida de la facultad.
Camino deprisa hacia la residencia, valorando en mi mente por qué tarea
empezar para así tener la noche libre y poder leer o simplemente relajarme,
viendo alguna película, de las empalagosas que tanto odia Bert. Pero esta
noche la castigaré en ese modo, se lo merece después de dejarme en
evidencia delante de Adam.
No consigo llegar a la entrada de la residencia, ya que, repentinamente,
escucho una voz de mujer llamándome.
—¡Espera! —dice la voz.
Me doy la vuelta y aprieto las carpetas con los apuntes a mi pecho. Estoy
a un paso de la entrada principal cuando observo con estupor que la mujer
que me estaba llamando no es ni más ni menos que Lorraine.
¡Por Dios!
La señora Woods acaba de salir de un pomposo automóvil —marca
Maserati— después de que alguien parecido a un chófer le abra la puerta.
¿Tiene hasta chófer?
Me quedo bloqueada en medio de la acera, mientras veo que esta se
acerca deprisa a mí. Analizo el traje celeste ajustado y perfecto que lleva
puesto, ya que Lorraine viste siempre de manera impecable. Perfecta y
elegante, como una verdadera dama. Cosa que no es.
—Espera. —Vuelve a repetir con cara larga y mueve una mano.
Me giro y pienso que ojalá alguien me ahorrara el mal trago que sé que
me espera y desapareciera ahora mismo de aquí por arte de magia. Yo o
ella, no me importaría mucho, a decir verdad.
—Hola —saluda amable.
—Hola.
—¿Cómo estás? —pregunta.
La miro atónita y con una ceja en alza. ¿Acaso esto es el aperitivo suave
antes del plato fuerte?; en otras palabras, antes de que me suelte que soy
una zorra que le está quitando el marido.
—Lorraine... ¿qué quieres? —Muevo mis brazos, sin estar dispuesta a ser
una más en su pérfida obra de teatro.
—Hablar contigo.
—Dime, tengo prisa.
—Veo que estás siendo cada vez más desvergonzada.
Su contestación me parece insultante. ¿Qué piensa esta mujer, que me va
a acobardar?
—Te advierto que no te permitiré que me vuelvas a faltar el respeto —le
amenazo con un dedo y me acerco a ella.
—Querida Aylin... —Suaviza su voz— ¡qué engañada vives! ¿No te estás
dando cuenta?
Su burlón tono de voz y actitud altiva hacen que me entren ganas de
girarme y dejarla plantada. La mujer de Alex sigue con su juego peligroso
de intentar manipularme.
—¿Por qué has venido? —le suelto y muevo la pierna, al mismo tiempo
que siento una tremenda ansiedad golpear mi pecho.
—Para decirte que es tu ultima oportunidad para retirarte.
¡Aquí no estamos en la jodida fiesta de Bram y esta mujer me va a
escuchar!
—¿Y si no quiero? —le encaro, verdaderamente cansada de su actitud.
—Sigues pensando que tienes algo real con él, ¿cierto?
¡Oh, joder!
—No, lo que pienso es que, si tienes que reprocharle algo a alguien, este
debería ser tu marido, ¡y no yo!
—Lo que hable con mi marido es mi problema, ¿vale?
Aprieta los labios en cólera, yo ni siquiera parpadeo y no sé porque
diantres no me he ido ya. No estoy para perder el tiempo.
—¿Piensas que está enamorado de ti? ¡No lo conoces! —Me grita en
plena calle.
Miro a mi alrededor desconcertada y avergonzada y entonces, avanzo un
paso en su dirección.
—¡No importa! —exclamo—. Confío en él.
—Eres más ingenua de lo que pensaba. ¿No ves que simplemente te está
usando?
—Déjame decirte que… creo que tú eres la engañada —opino con
crueldad y confieso que, cuando ella está cerca, me sale aquella vena cruel
de mujer celosa—. Lorraine, tu marido está feliz conmigo.
—¡Vaya estupidez! —Le sale una sonora risa, la cual se me antoja
diabólica.
—¡No voy a perder el tiempo!
Me quiero dar la vuelta para salir de aquí echando humo, pero ella me
alcanza con su voz y hace que me detenga.
—No sé lo feliz que lo haces tú, pero sé lo feliz que está conmigo. Me lo
dijo el otro día, mientras me follaba.
Intento no derrumbarme y solamente me llevo la mano al cabello y
arreglo mi pelo con calma. A la vez, siento un nudo en la garganta y cierro
los ojos, enojada.
—¿Y ahora qué? ¿Quieres saber también cuántos orgasmos me dio?
Su aguda voz molesta mi tímpano de manera desmesurada. Se me hiela la
sangre. El corazón se me para. Posiblemente ella tenga razón, aunque me
cueste reconocerlo.
Al principio daba por hecho que seguían manteniendo relaciones, no
podía ser tan ingenua, por supuesto. Sin embargo, después, veía a Alex tan
absorto y pendiente de mí, que realmente pensaba que podría llegar a ser
especial para él. Debo ser fuerte y echar las dudas de mi mente. Él no se
acostaría con nadie y con ella menos.
—¡No necesito detalles de tu vida privada! —respondo con asco.
—Te lo digo por si se te has olvidado de que eres la amante.
—Sabes que no te quiere, Lorraine —subrayo—. ¡Y tú a él tampoco! Él
mismo me lo dijo —intento hablar con serenidad.
—¿Querer?
Suelta una carcajada de la nada. No sé cuánta gracia tiene todo este
maldito embrollo para que ella se lo tome a burla.
—Querida señorita Vega, él y yo nos entendemos a nuestra manera. Nadie
me conoce tanto como yo a él, y nadie lo conoce como yo lo hago.
Tenso los ojos y sigo enfrentándola.
—Por eso cambió la cerradura de su piso, ¿verdad? —pregunto nerviosa.
Espero que Alex no me haya mentido, peor la reacción de ella me indica
que es cierto. La maldita rubia me agarra el brazo de repente y me mira con
un cierto toque de demencia.
—Una cerradura es lo de menos, ¡y ni tú ni nadie se va a interponer entre
nosotros! —amenaza—. Lo que hay entre nosotros es mucho más fuerte
que eso.
Permanezco callada, sin poder de réplica. Y no porque no se me ocurriera
algo, sino porque no tiene sentido. Es la típica mujer que es capaz de pisar
por encima de quién sea. Tiro de mi brazo para deshacerme de su agarre,
pero ella sigue.
—La mala noticia es que como no salgas de su vida, acabarás como Beth.
Embarazada, en depresión y finalmente bajo tierra.
El aliento me falla cuando oigo su comentario.
—Hasta luego —procuro darme la vuelta deprisa, no quiero escuchar ni
una sola palabra más.
—Brian es más malvado de lo que piensas, tanto que hasta obligó a su
amante abortar. Nunca te dará lo que quieres, ¿vale? —Grita detrás—.
¡Nunca!
—Lorraine, te repito: la estás tomando conmigo y no es conmigo con
quién la debes tomar —respondo de vuelta.
—Por supuesto que esto va contigo. —Mueve la cabeza, asintiendo—.
Eres la pequeña zorra que se está revolcando con él y la cual acabará con
otro bastardo en sus brazos.
—¿Qué? —La miro horrorizada.
—Eso si no te tiras desde un puente antes.
La miro con ojos agrandados, con la cabeza dándome vueltas y al borde
de una taquicardia. Aprieto el puño. El ruido molesto de sus tacones sobre
la acera chirria en mis oídos. Ni siquiera he tenido la oportunidad de
defenderme, ¡maldita sea!
—¡Quedas advertida!
La miro con perplejidad cuando veo que se da la vuelta y me chilla a todo
pulmón, antes de tomar la pose de «dama letal», y montarse en el coche,
después de que el chófer le abra la puerta.
Me giro con las piernas temblándome y me aguanto el llanto. Me ha
gritado y me ha humillado. Me está buscando en la residencia, con lo cual,
sabe dónde puñetas vivo.
¿De qué hablaba esta mujer? Me muerdo las uñas, a la vez que las llaves
se me caen al suelo, sin ser capaz de abrir la puerta de nuestra pequeña
habitación de la residencia.
«Beth», busco en mi mente.
Acaso con Beth ha querido referir a Elizabeth Stuart, ¿la chica inglesa,
abogada de éxito que se tiró de un puente hace dos años y se suicidó?
Rebe dijo que el profesor estuvo involucrado en un escándalo hace unos
años y que salió ileso tras ser considerado sospechoso. ¡Debe ser esa mujer,
encajan todos los detalles! Sollozo con gravedad, mientras me siento sobre
la cama, descompuesta. Me froto las manos sin parar. Es mi manera de
calmarme cuando me encuentro en una situación de estrés, mi psicóloga me
lo sugirió tras el episodio de mi adolescencia.
¿Fue Alex capaz de obligar a Beth a abortar? ¿Sería él capaz de eso?
Mi aliento se dispara.
CAPÍTULO 30
TE PERDÍ
EL PROFESOR
Escucho hasta mi respiración. Los nervios me funden y, acto seguido,
decido recurrir a lo más fácil —pero menos sensato— que se me ocurre
ahora mismo: echarme un trago. No, de hecho, necesito varios tragos. Me
aflojo el nudo de la corbata. No, mejor me la quito, ¡qué puñetas!
Miro el reloj. Faltan menos de quince minutos hasta la hora a la que he
quedado con Aylin. He estado ocupado yo mismo con nuestros puntos de
entrega, y el tiempo se me fue volando. Ella en cambio, sabe otra versión
muy distinta a la realidad. Piensa que he estado viajando fuera de Boston
por distintos motivos.
He intentado llamarla esta mañana, pero no me ha respondido, solamente
me ha puesto un breve mensaje. Incluso me he ofrecido para ir a recogerla a
la residencia, sin embargo, me ha hablado en un tono seco, dejándome claro
que no era necesario. Me ha dicho que cogería un taxi para venir a mi casa.
Pienso seriamente en su tono de voz y por dentro, espero que no le pase
nada. Intento animarme a mí mismo, pensando en que seguramente está
agobiada por los exámenes. Lo que menos me puede pasar esta noche es
que esté de mal humor, puesto que, necesito más que nunca que lleve bien
la sorpresa que le tengo.
Empiezo a darme vuelta, totalmente bloqueado y con unas ganas
tremendas de verla. Me llevo la copa a la boca. ¡Diablos! Sin esta última
prueba, sería impensable que Aylin entrara en aquel mundo de manera
voluntaria. Ese mundo no es para mujeres delicadas o débiles. He revisado
en mi cabeza miles de veces cuál sería la mejor decisión, pero necesito
desesperadamente salir de dudas.
La señorita Vega es una mujer valiente, juzgando por los acontecimientos.
Me demostró que pudo con todo el volumen de trabajo que le encargué, me
ha plantado cara las veces que ha hecho falta y accedió a probar mis
técnicas sadomasoquistas con ella. Además… me dijo que confiaba en mí.
Me paso una mano por el mentón. Si Aylin resultará ser apta, dudo que se
conformará con ser Ninfa. Y eso es porque su perspicacia y fortaleza le
proporcionan las cualidades necesarias para ser Diosa.
Agarro el teléfono, casi se me olvida que tenía que realizar una llamada.
—Hola
—Jack, debemos hablar —hablo con voz gutural y me termino el vaso.
—Brian, necesito que mañana por la noche estés aquí, sabes que el comité
se retrasó por tu culpa.
—Hoy estaba ocupado, pero lo he dejado todo preparado —aviso—. Sin
embargo, el sábado no podré asistir.
—¿Por qué?
—Lorraine y yo tenemos un compromiso y debo acudir como
representante de Harvard.
—¿Iréis a la fiesta de Sanders?
—Sí. —Voy al grano—. Jack, serás tú el que recibirá al gobernador.
Asegúrate de tenerlo contento, ¿entendido? Sabes qué maneja, nos beneficia
tenerlo de nuestro lado.
—Vale, pero te tendrás que encargar del siguiente transporte —afirma—.
No podemos permitir cometer el mismo error. Yo estaré fuera casi una
semana.
—Jackson, ¡no hables en plural, demonios! —Aprieto los dientes. Me
enfurece que este nunca asuma su culpa, es un jodido cobarde.
—Bueno, Brian, quedas avisado.
Escucho el timbre y me asomo para ver qué me muestra la cámara
exterior. Espero a dos personas.
—Te tengo que colgar —digo deprisa y pulso el botón rojo.
Reviso el correo mientras pasan unos minutos. Cuando oigo unos golpes
en la puerta, abro frenético. Y ahí está él. El chico que he mandado a llamar.
—Entra —ordeno dubitativo.
El chico no dice nada, solamente agacha la cabeza, mostrando sumisión.
Es lo que debe hacer ante mí.
—A la derecha tienes una habitación. Puedes quitarte la ropa ahí. Lo
tienes todo dentro, ¿vale? —le indico—. No tardes.
Él solamente asiente con la cabeza.
Está empezando a oscurecer y Aylin no aparece. Lleva diez minutos de
retraso y me estoy poniendo de los nervios, culpándome por haberle hecho
caso. Debí haberla recogido y asegurarme de que vendría. La incertidumbre
me puede. He hecho esto con muchas mujeres antes, pero no sé porque esta
vez estoy tan nervioso. Para mí, esto se ha convertido en una rutina, es casi
automático, pero...
¡Maldita sea! ¿Por qué ahora mismo me viene en la mente su imagen
debajo de mí, mientras le quitaba la virginidad?
Tras diez minutos en los que no he parado de dar vueltas, pensando en que
no debí hacerle caso, escucho el timbre y me quedo helado. Miro la puerta,
indeciso, ya que sé que es ella. Vuelvo a mirar en dirección a la habitación
donde se ha metido el chico para cambiarse.
Abro.
Ahí está ella parada, delante de mi puerta. Preciosa, como siempre. Hoy
lleva un mono vaquero que tiene varios botones, desde el cuello hasta sus
muslos y también unas medias oscuras, al igual que una chaqueta de cuero,
de color negro. Su pelo dorado está recogido en una cola alta y muestra un
sutil maquillaje.
—¡Hola! —saludo titubeante y le doy un beso apretado en la boca.
Ella me aparta despacio mientras desvía su atención, y eso me obliga a
volver a mi sitio. Solamente le hago un gesto de invitación con la mano y el
sudor me funde completamente, presintiendo que algo le ocurre.
Cierro la puerta y noto que tira su chaqueta sobre una mesita que hay
junto al sillón.
—¿Qué tal? —pregunta, escaneando su alrededor.
—Bien —respondo inseguro y ajusto mi voz—. ¿Estás bien?
—Sí.
Su respuesta y actitud no me convencen, debe haber algo.
—Pero necesito que hablemos —agrega—. Quería preguntarte algo, Alex.
No nos da tiempo a seguir con la conversación, puesto que se oye un ruido
de la habitación adyacente.
—Después hablamos si te parece, ¿vale? —Me apresuro en aproximarme
a la puerta—. Aylin, ¡te tengo una sorpresa!
Me vuelvo en su dirección y abro mis brazos, mostrando alegría y
serenidad. Una infame mentira.
—¿Qué sorpresa? —Su rostro se ilumina al instante.
—¡Espera! —exclamo emocionado, intentando darme ánimos de que todo
irá bien—. Ahora vuelvo.
Ella avanza en mi dirección, confundida al verme actuar de esa manera.
Abro la puerta de la habitación, sin demora alguna y miro al chico. Su
desnudez sobresalta y su cuerpo tonificado es sencillamente perfecto. El
hombre lleva una tela blanca alrededor de su cuerpo y una máscara dorada,
siguiendo mis indicaciones al pie de la letra. Sus rasgos masculinos
combinan muy bien con el antifaz. Ahora bien, lo único que espero es que a
ella le atraiga y despierte sus instintos, ya que me he esforzado bastante y
he elegido a uno de los mejores chicos que tenemos en el Olimpo. Mi
intención es recrearlo todo y que Aylin esté segura cuando vaya a dar el
paso de ingresar en Álympos.
—Puedes salir. —Hago una señal con la cabeza.
Este da un paso fuera de la habitación y queda expuesto, delante de ella.
—Esta es la sorpresa que te tenía, pequeña.
Analizo su reacción, inquieto. Aylin queda inmóvil y examina al chico de
arriba-abajo, al mismo tiempo que frunce el ceño. Intento leer la expresión
en su rostro, pero no veo nada. Es como si su rostro se hubiera convertido
en una hoja de papel en blanco, sin letra alguna o sentimientos de por
medio. Su cara es terriblemente pálida, es más, parece puro bloque de hielo,
simplemente no refleja nada.
Me empiezo a alarmar, y no sin razón.
—No te gusta la sorpresa, ¿verdad? —pregunto sospechoso cuando noto
que no suelta ni una maldita media palabra.
Camino hacia ella velozmente y le toco el brazo. Sus rasgos permanecen
quietos y es como si hubiese entrado en trance, incluso diría que hasta se le
ha olvidado respirar. Aprieto su hombro, intentando llamar su atención,
pero su mirada sigue fija en el chico y ni gira la cabeza hacia mí.
—Aylin…
De un golpe, retira su hombro y da un paso hacia un lado, sin dirigirme la
vista. Sigue sin sacar ni el más mínimo sonido.
¡Mierda! Esto no pinta nada bien.
—Te puedes retirar.
Jadeo furioso y avergonzado y, acto seguido, le hago una señal con la
cabeza al chico. Este entra en la habitación, recoge su ropa y se pone nada
más que los pantalones y los zapatos. Al cabo de unos instantes, durante los
cuales Aylin continúa mirando la jodida puerta donde se ha metido el
pornos y yo me paseo con las manos en los bolsillos, este abandona el
cuarto. Lo llevo a la salida mientras viste su camiseta deprisa.
Cierro la puerta de mi ático cabizbajo y confieso que estoy muy
confundido, debo saber qué estará pensando ella ahora mismo. Sospecho
que nada bueno. Permanece quieta y con la mirada perdida.
Me acerco y rozo su cadera con delicadeza. Necesito respuestas
desesperadamente, pero sobretodo, necesito saber cómo está ella.
—Aylin, ¿qué...?
Sin previo aviso, estampa mi cara con su mano derecha. El golpe preciso
de su mano sobre mi rostro retumba ruidosamente y noto el cosquilleo en
mi mejilla. Percibo la irritación en mi piel y llevo mis dedos a mi enrojecida
cara, agónico.
Definitivamente, esto no pinta nada bien.
Empiezo a hervir por dentro y todos mis sentidos se agudizan. No lo he
visto venir. ¡J-O-D-E-R! Esta mujer me pone a mil, hace que mi cólera
aumente en segundos, pero también hace que mi deseo y pasión por ella
florezca con cada segundo que pasa. Los incesantes golpes parecen que
romperán mi pecho y la frustración de que las cosas no hayan salido según
lo planeado, me arrodilla.
—¿Qué diablos haces? —Me inclino sobre ella, consternado—. ¿Me
quieres pegar? ¡Venga! ¡Golpéame!
—¡No tengas la caradura de sentirte ofendido, maldita sea! —Me empuja
con fuerza—. ¡Un paso más y no respondo!
De momento, mueve su mano en el aire y sus ojos reflejan…
¡Ohhh!
Odio. Ira. Desprecio.
—Recuerda con quién estás hablando, Aylin. Recuerda que estoy muy
acostumbrado a golpear y que me golpeen ¡Estás delante de un sádico! —
Aprieto los dientes, sin creérmelo todavía.
Jamás pensé que reaccionaría en un modo tan violento.
—¡Lo eres! —chilla a todo pulmón—. ¡Eres un sádico y un jodido
pervertido! —Mueve los labios con ira, tremendamente nerviosa—. ¿Y
sabes qué más, Alex? ¡Lo peor de todo es que estaba ciega! ¡CIE-GA! ¡No
lo quería ver! —continúa con rencor, a la vez que retrocede un paso.
Me acerco a ella asombrado por su reacción y, al instante percibo el miedo
en sus ojos cuando mi torso roza su pecho. Pero no me detendré, me tiene
que escuchar.
—¿Qué haces?
Tiembla cuando la acorralo entre el sofá y el mueble. La verdad es que no
puedo permanecer lejos de ella ni un segundo.
—Escúchame, por favor… —Deseo abrazarla, pero ella me empuja
velozmente y me obliga a retroceder.
—¡Cállate!
Me sacudo y doy un brinco para atrás cuando sus dedos queman mi piel.
La miro embobado cuando intenta apartarse de mí y camina lanzada hacia
la puerta, queriendo irse. Pero no se lo permito, de manera que le agarro el
brazo, casi al vuelo. No, no voy a permitir que se vaya de mi maldita casa
sin al menos escuchar mi versión.
—¿A dónde crees que vas? —pregunto, tensionado por la furia—. ¿A qué
estás jugando, Aylin?
—¡Suéltame! ¿A qué estás jugando tú?
—¡No entiendo nada! —contesto bloqueado.
Me siento en la obligación de soltarla cuando empieza a retorcerse bajo
mis dedos.
—¡No hace falta que entiendas, igualmente no lo entenderías!
—Pensaba que lo tenías claro —continúo hablando con incertidumbre—.
¡Pensaba que ibas a estar dispuesta a hacer todo lo que yo te pidiese!
—¿Cómo lo has podido hacer? —Me pregunta con una tremenda
decepción en su mirada—. Esa era tu sorpresa, ¿eh? —Levanta la barbilla
desafiante.
—Dijiste que querías ingresar ahí. —Le recuerdo confundido y cortante
—. ¿Cómo pensabas hacerlo? ¿Cómo pensabas ingresar en un sitio como
ese?
—Hiciste lo mismo con Beth, ¿verdad?
Agrando los ojos, asombrado.
—¿De qué estás hablando? —Vuelvo a agarrar sus brazos, bruscamente.
La fulmino con mi mirada. ¿Cómo demonios sabe ella de Beth? ¿Acaso
vio el mensaje que me envió Lorraine en Miami?
Respiro asfixiado y aprieto más mis dedos en sus hombros,
inmovilizándola completamente.
—¡Responde! —rujo.
—¡Elizabeth Stuart! —Se sacude, mientras muestra un evidente ataque de
ansiedad—. ¿Hiciste lo mismo con ella, ¿verdad? La perseguiste, la
conquistaste, la metiste en ese sitio…
Su angustiosa mirada me parte por dentro y me destroza completamente.
Sin embargo, no se detiene ahí.
—¡La dejaste embarazada y se suicidó por tu puta culpa! —Me remata
con una única frase.
Miro sus ojos centellantes y sus desencajadas facciones y temo a lo que
pudiera pasar a continuación. Temo que ella jamás me perdone.
—¡No te atrevas a hablar de algo que no sabes! —Aprieto más mis dedos
en sus carnes—. ¡No es lo que piensas, te lo aseguro! Déjame explicarte...
Siento mi pecho encogido. Me aterra la idea de que ella piense lo peor de
mí.
—No pierdas tu tiempo en explicarme nada, Alex. Visto lo visto, no tienes
ningún jodido corazón en tu pecho —habla sumamente desengañada y me
golpea el torso con la mano— ¡La mandaste a abortar!
—¡¿Qué?! ¿De qué diablos estás hablando, Aylin? —Sacudo su brazo y la
acerco más a mí.
Mi corazón se detiene de repente. Los recuerdos me invaden, recuerdos
que quería enterrar y olvidar. No puedo pensar en el aborto de Beth sin
estremecerme.
—¡No me sorprendería en absoluto! Después de esto… —Me mira
confusa y dolida—, me espero a cualquier cosa de ti…
—¡Eso no es cierto!
—¡No voy a creerme ni una puta palabra tuya, Alex! —contesta con
resquemor.
—¡Aylin! —grito—. ¡Para ya! ¿Quién te contó de Beth? Fue Lorraine
¿verdad? —Agarro su cadera y la intento tranquilizar, pero me es casi
imposible. Se retuerce y lucha conmigo. —Por favor, tranquilízate…
Pese a que le hable en un tono más suave, esta me vuelve a empujar y
parece poseída, demostrando una fuerza arrolladora.
—Sí, ¡fue ella! —grita—. ¿Vas a negarlo?
—No voy a negar lo que pasó, pero te dije que hay cosas de las que no
puedo hablar y…
Mi voz tiembla y no sé de qué forma contárselo sin darle demasiada
información sobre quiénes somos. ¡Maldita sea! No sé cómo abordar la
situación.
— ¡Qué estúpida he sido, por Dios! —susurra escéptica.
Se lleva una mano a la cabeza y mira el suelo, confundida.
—No la creas, por favor... —imploro—. Confía en mí, Aylin. —Muevo
mis manos desesperado e intento atraparla y acercarla más a mí.
—¡No-te-cre-o! —dice de manera pausada.
—Yo no sabía nada del aborto, además... —Una súbita taquicardia se
adueña de mí y entro en pánico—. ¡No tengo por qué darte explicaciones!
¡Siempre te empeñas en meterte en mi vida, joder! —grito enloquecido.
No lo voy a permitir, no voy a permitir que ella meta sus narices en todo y
piense que tiene algún derecho en cuestionar mi presente y mi pasado.
—¡Perdón! —responde indignada—. La verdad es que... me equivoqué en
querer saber de ti.
—¡Oh, maldita sea! —Me paso las manos por el rostro—. Te lo advertí, te
dije que era mejor que no supieras nada de mí.
—¡Todo fue un error! —brama con voz rota, pero segura—. ¡Nada fue
verdad!
Baja la vista trastornada y sus ojos se enrojecen de momento.
«¡Diablos, no puedo verla así!», me retuerzo por dentro. Llevo mi puño a
mi mandíbula y aprieto los dientes.
—Aylin... —Alzo mi vista de nuevo hacia ella y susurro con la respiración
acelerada—. Aquí hay una única verdad y esa es que sabías a lo que te
exponías en el momento en el que elegiste acostarte conmigo. ¡Yo te dejé
las cosas claras desde el principio! —concluyo mientras levanto mi dedo
índice.
Espero hacerla comprender.
—Me dijiste que era especial para ti, Alex. —Me recuerda—. ¡Me dijiste
que no había ninguna otra mujer en tu vida!
Su voz suena derrotada y me aparta la mirada, afligida.
—¡Y lo eres!
Me siento tan poquita cosa y tan trastornado, que intento abrazarla por una
segunda vez. Sin embargo, ella empieza a retorcerse y a colocar aquella
maldita barrera entre los dos.
—¿De qué manera? —Me aparta con ojos enrojecidos —
¿Compartiéndome con otro, aquí mismo, en tu maldita casa?
—Yo solo quería comprobarlo.
—¡Alex! ¿Aquí, donde hace dos días me hiciste sentir la mujer más
especial del universo? —Señala el suelo con un dedo.
Las lágrimas empiezan a correr sobre sus mejillas y sus hombros
tiemblan. Me mira desamparada y triste mientras se deshace de aquella
mansalva de lágrimas que retumban de repente en su cara.
—Era necesario —digo contundente—. Gracias a esto me he dado cuenta
de que no estás preparada.
Confieso que no soporto verla sufrir y esta situación me supera. No puedo
mostrar debilidad, no puedo. Enlazo mis manos en mi espalada, como mero
bloque de hielo, sin sentir ni padecer. Es mejor así, no puede ser de otra
forma.
—¡Pues no, no estoy preparada! —suelta desafiante—. ¡No voy a seguir
dejándome engañar por una persona como tú! ¡No, Alex, se acabó!
—Aylin, ¿de qué demonios hablas? —Aprieto los ojos consternado y
agarro su brazo—. Tú me insististe en querer saber más sobre mí. Es más,
¡estuviste de acuerdo con todo cuando elegiste tener sexo conmigo en
Miami, diablos!
—¡Fue un error!
—¡No fue ningún maldito error! ¡Sabías a lo que te exponías, no me
puedes culpar! —concluyo.
—Alex... —Se acerca a mí lentamente y noto como otras dos lágrimas se
abren paso en su triste rostro—. En Miami no tuve solamente sexo, me
dejé llevar y me entregué a ti. Sí, fue mi error. —Hace una pausa—. Me
entregué a ti completamente, ¿vale? ¡En cuerpo y alma!
Clava su dedo índice en mi pecho.
—Aylin...
Jadeo desesperado. No entiendo nada.
—Alex, mi corazón no entiende de normas, como el tuyo. Tienes razón,
no te puedo culpar, es mi culpa —Vuelvo a golpearme con su índice—.
Solo me entregué y pensé que, en algún momento, esto sería recíproco. Fui
una idiota, ¿verdad?
Ahoga un suspiro.
—Yo también me entregué a ti, ¡me encantas! —le hago saber, viviendo
mi propio infierno—. ¡Me vuelves loco, pequeña! ¡Me encanta sentir tu
cuerpo!
—Mi cuerpo —murmura con voz amarga—. ¿Lo ves? Yo no estoy
hablando de eso.
Llevo mis manos a sus mejillas con dulzura y le acaricio la cara,
intentando deshacerme de sus lágrimas.
—¿De qué estás hablando, entonces?
—De amor... ¡Estoy hablando de amor, Alex! —Levanta su tono de voz y
me aparta las manos de su rostro.
Se me corta el aliento. ¿Ha dicho «amor»? Reprimo mi respiración y me
siento defraudado, en cierto modo. Jamás la engañé con respecto a lo que
pretendía de ella y creí que le había dejado claro que en mi vida no había
cabida para el amor.
—Yo no sabía que... ¿Tú me... ? —Levanto mis brazos y quiero tocar sus
mejillas de nuevo, pero... ¡mierda!
Me siento tan confuso y aturdido tras su afirmación, que bajo los
brazos. Ella suspira profundamente y dirige su vista a la puerta.
Quedo mudo.
—No hace falta que digas nada más. —Arquea sus labios con ironía
cuando se da cuenta de mi confusión.
Puedo notar el sufrimiento y el dolor en sus ojos cuando vuelve a
mirarme.
—Aylin, déjame explicarte. Yo podría....
—Tranquilo. —Me corta en seco —. Sabía que esto pasaría.
Después, simplemente se da la vuelta, coge su chaqueta de cuero y
empieza a caminar.
—¡No te puedes ir!
No aguanto la inmensa presión que siento en mi pecho. No me gusta verla
así y es una sensación inexplicable. Pero ella hace caso omiso de mi
suplica, en cambio, agarra el pomo de la puerta y la abre con decisión.
—¡No puedes irte! —grito furioso—. Por favor, no te vayas, ¡vamos a
hablar!
—¡No te atrevas a seguirme! —ordena de manera severa, al mismo
tiempo que se dirige al ascensor.
Intento agarrar su brazo, pero se resiste. Cuando las puertas del ascensor
abren, entra y pulsa el botón de la planta baja, en silencio. Intento dar unos
pasos, sin embargo, me lanza una gélida mirada, mirada que me destroza
por dentro.
—No, Aylin… —musito bloqueado—. ¡No, por favor!
Me aguanto el llanto como un verdadero hombre cuando esta coloca una
mano en mi pecho para impedirme el paso.
—¡Adiós, Alex! —Se despide con voz temblorosa.
Ni siquiera parpadeo.
Doy un paso hacia atrás, testigo del impacto que producen sus palabras en
mi oído. Las puertas del ascensor se cierran enseguida. Me quedo en el
pasillo, perplejo. Fijo con la vista el ascensor y mis piernas no funcionan.
Es como si viviera una pesadilla, manteniendo la esperanza de que pronto
despertaré de aquel cruel sueño en el que ella se acaba de ir c0n el rostro
bañado de lágrimas. Una pesadilla en la que la acabo de perder.
«¡Por Zeus!», maldigo por dentro y pongo el grito en el cielo.
¿Cómo es posible...?
Vuelvo a mi piso colérico y doy un tremendo portazo, mientras no paro de
dar vueltas por el amplio salón. Confieso que me estoy asfixiando y siento
que algo se está rompiendo en mi interior, al pensar en todo lo que ha
pasado. Pero tampoco estoy en condiciones de seguirla.
¡Maldita sea! Debo... debo aclarar mi mente.
—¡Ahhhhhhhh! —gruño desesperado. Necesito sacar la tormenta que
llevo dentro.
Arraso con todo lo que hay encima de la barra. Las varias botellas de
alcohol y los vasos de cristal chocan contra el suelo.
—¡Ahhhhhhhhh! —Mi desalentador grito truena con un fuerte eco en mi
propia casa. Acto seguido, me siento y hundo mi rostro en mis manos. Mis
ojos se humedecen, al darme cuenta de que ella se ha ido de verdad.
La perdí. La perdí de verdad… ¡Ohhh! Tiemblo.
Debo pensar.
«¡Piensa, Brian! ¡Piensa!», me amenazo.
Me siento devastado mientras pienso en todo. En ella, en mí, en sus
palabras.
«—¿De qué estás hablando, entonces?
—De amor... ¡Estoy hablando de amor, Alex!»
¿Amor? Suspiro con el pecho contraído.
—¿¡Amor!? ¡Amor! —grito como loco y aprieto los puños sintiendo miles
de agujas en mi pecho—. ¡No creo en el maldito amor, joder!
«¡No creo en el puto amor, Aylin!», grita mi razón, sin dar su brazo a
torcer.
Siento mi mirada empañada y una garra aprieta mi garganta.
«No creo en el amor…», repito como demente y aprieto los ojos. Lucharé
con mis lágrimas hasta el final.
«No creo en el amor», dictamino.
Abro los ojos y aprieto los labios, decidido.
No creo en el amor ¿Por qué? Porque el amor te invade como la más letal
droga y te devora al completo, sin excusas, ni preámbulos. Porque aniquila
tu razón. Porque primero se convierte en tu falso amigo, para después
convertirse en tu enemigo y finalmente en tu dueño. Y yo no tengo dueños.
Dos lágrimas traicioneras se deslizan lentamente en mi pómulo.
Tengo aquí una pena que quiere salir
Y un gran remordimiento que me habla de ti
No ves en mi lo que soy, si no lo que fui
Te quedas con lo que escondo, y no con lo que di
Te miro y te lo juro no sé qué decir
El daño que nos hicimos no se va a curar
Si crees que tengo dudas la respuesta es sí
Si preguntas hasta cuando, digo hasta el final
Lloramos hasta que vuelve a salir el sol
Yo no encajo en este puzle al que llamas amor
No soy lo que esperabas
(SHÉ: «Te perdí»)
CAPÍTULO 31
MÁS QUE IMPOSIBLE
Recuerdo que años atrás
Alguien me dijo que debía tener cuidado
Cuando se trataba de amor, Lo hice
Tú fuiste fuerte, y yo no
Me ilusioné, fallo mío…
(JAMES ARTHUR: «Impossible»)
***
Minutos más tarde, entro en la habitación de la residencia, intentando
disimular mi aflicción. Finjo una sonrisa cuando encuentro a la italiana
tumbada en el sofá, escuchando música.
—¡Hola, Bert!
—Qué rápido has vuelto, ¿no? Te acabas de ir.
No soy capaz de contestarle, tengo las palabras atragantadas y me estoy
aguantando el llanto. Me muevo rápido por la habitación, con miles de
pensamientos en la cabeza y ni siquiera soy consciente de cuando saco una
maleta del armario y agarro unas pechas de ropa, aunque poquita cosa. En
Long Island tengo suficientes prendas para todo el fin de semana.
—¡Lyn! ¿Qué haces con la maleta?
Bert salta del sofá como quemada y se aproxima vestida con su pijama
rosa de unicornios, visiblemente preocupada.
—Mi autobús sale dentro de poco.
—¿Autobús? —Entreabre los labios—. ¿De qué me estás hablando?
Sigo sin contestarle, solamente procuro que no se me olvide nada de mi
lista mental.
—¡Ehhh, para!
Me detiene de un movimiento y agarra mis hombros mientras me fija con
la vista.
—Me voy a Long Island.
—¿Ahora? ¿Por la noche?
—Sí —respondo exasperada y con mucha prisa, temiendo que vaya a
perder al autobús. Además, no la quiero preocupar.
—Cariño, ¿has llorado?
—¡No! —exclamo y miro el suelo. No es plato de buen gusto reconocer
mi derrota.
—¡Aylin Vega! —brama muy seria y aprieta sus dedos en mis hombros—.
¡Te conozco como si fuera tu madre!
Me sacude para traerme de vuelta a la realidad.
—Bert... —suelto un bufido y no puedo disimular más cuando siento la
calidez de unas cuantas lágrimas que resbalan en mi cara. Vuelvo a sentir
aquel nudo en mi pecho y me maldigo por ser tan sensible y enamoradiza.
—¿Qué pasa? —Me mira intrigada y sumamente afectada.
Respiro profundamente.
—¡Nunca me tenía que haber fijado en el profesor!
Estallo en llanto, aunque lo haya intentado evitar con todas mis
fuerzas. Siento mucho dolor y ni yo misma lo comprendo.
—Ay, cariño.... —contesta mi amiga con empatía y me acerca a su pecho.
Enrosco mis brazos alrededor de su cuello, quedando las dos unidas en un
fuerte abrazo.
—Llora, mi amor —susurra, con mis sollozos de fondo.
—Bert, estaré bien. —Suspiro—. Ahora me tengo que ir, el taxi me está
esperando. Por favor, coge todos los apuntes de mañana, no me quiero
quedar atrás con los estudios.
Me seco las lágrimas de mis mejillas con mi manga rápidamente y me
despego de ella. No tengo tiempo suficiente y miro mi reloj, acelerada. Cojo
mi maleta y abro la puerta mientras le echo un furtivo vistazo a mi amiga.
—Lyn, hazme el favor y escríbeme cuando llegues. Me quedo muy
preocupada.
Asiento con la cabeza y me dirijo deprisa hacia la salida, mientras ella se
despide con una mano y me muestra su rostro confuso. Acto seguido, me
monto en el taxi y, en menos de un cuarto de hora, estoy cogiendo ya el
autobús de camino a mi ciudad natal.
***
Unos suaves lamidos en mi cara me despiertan de la ensoñación. Abro los
ojos lentamente y lo primero que veo es una enorme cara peluda y unos
grandes ojos llenos de ilusión, observándome.
—¡Don! ¡Bebé! —grito emocionada y me lanzo a su cuello.
Empiezo a acariciar a mi perro labrador del color de la avellana, muy feliz
de verlo, pero seguro que menos que él. Mi bebé tiene dos años, tiene el
pelaje tan suave que parece un peluche y ¡lo adoro! Este mueve el rabo
encantado y salta a la cama, acurrucándose a mi lado. Fue el único que se
enteró cuando llegué de Boston anoche.
Me levanto de la cama y admiro mi querida habitación, la cual me trae
muchos recuerdos de mi infancia y adolescencia. Mi universo. Sí,
irónicamente, ahora mismo me encuentro en mi habitación de Long Island,
cuando en realidad, me debería encontrar en la universidad, dando clases,
ya que es viernes.
Calzo mis suaves zapatillas en forma de conejo, y tras ir al servicio y
vestir unos vaqueros y una camisa a cuadros, bastantes cómodos, me
apresuro en bajar las escaleras de mi casa. No sé qué hora es, pero presiento
que temprano, juzgando por el ruido de la planta baja y el olor a café. Mis
padres deben estar desayunando y presiento que se van a llevar una gran
sorpresa.
Inspiro fuerte y me adentro en la cocina, seguida de Don, que no para de
saltar y ladrar a mi alrededor, por más que intente que se calle. Llevo mi
dedo a mi boca una vez más, antes de entrar en la cocina, pero ni modo. Mi
peludo está eufórico.
—¡Buenos días! —exclamo y hago un gesto con las manos mientras
sonrío.
—¡Ahhhhh! —Mi madre suelta un agudo grito—. ¡Mi niña! ¿Qué haces
aquí? —pregunta impactada, como si hubiese visto un fantasma.
Su cabello rubio está recogido en un bonito moño y su bata floral me es
más que familiar. A mi madre le encantan las flores y su cuidado jardín es
fiel prueba de ello. Se lanza a mí deprisa y me abraza.
—Hija, te esperábamos esta tarde, ¿cuándo llegaste? —pregunta mi padre
sorprendido y rodea mis hombros.
—Anoche, papá.
—¿Y por qué no nos despertaste? —pregunta también mi madre, al
mismo tiempo que se pone nerviosa y empieza a echar un montón de cosas
en una sartén—. ¿Qué quieres? ¿Huevos, beicon? ¿Te hago también
salchichas?
—¡Mamá! —Me río—. No es necesario todo eso. Solo huevo y beicon.
—Bueno, yo os dejo —responde papá a la vez que agarra su chaqueta y
mira la hora. Mi padre trabaja en una fábrica de automóviles, cerca de la
casa.
—Tira, llegarás tarde al trabajo.
—¡Esta tarde barbacoa! —dice este amable y me guiña el ojo.
—¡Perfecto! —contesto.
Es buena idea, no me vendría mal distraerme un poco. Antes de irse, este
me planta otro beso en la mejilla.
—Hija, ¿hoy no tenías clase? —pregunta mi madre suspicaz mientras
coloca una taza de café sobre la mesa.
—No, los profesores han faltado —le proporciono un sorbo a la taza. El
café está en su punto y confieso que echaba de menos el sabroso café de mi
madre.
—Pero, cariño, ¿venir de noche?
—No pasa nada, os echaba de menos. —Agacho la cabeza, es una mentira
a medias.
—Prepárate, iremos a comprar y después nos pasaremos a ver a tu prima
en el hospital. ¡Acaba de tener al bebé!
—¿De verdad? —Salto de la silla con los ojos como platos—. ¿Lili acaba
de ser mamá?
Pienso en mi prima, ella es la mayor de todos y me lleva cuatro años.
—¿Y cómo están ella y el bebé?
—Parece que bien —comenta y me echa el desayuno en el plato—. El
bebé es precioso, hija, y…
La canción de Juego de Tronos suena al instante en mi móvil y lo levanto
de la mesa con nerviosismo. ¡Joder! Intento esconder el móvil, tras ver su
nombre en pantalla. Mientras tanto, mi corazón empieza a latir con fuerza.
Lo pongo en silencio al instante y agradezco que mi madre no me empieza
a hacer preguntas incómodas.
—Bueno, voy a subir a vestirme y así estar lista para irnos.
Me deposita un apretado beso en la mejilla. ¡Qué placentera sensación
estar en casa! Le sonrío y la persigo con la vista, incapaz de terminar mi
desayuno. Vuelvo a agarrar mi móvil, ya que no me puedo aguantar la
curiosidad. Leo el mensaje que me acaba de enviar Alex.
Sé que no has ido a clases y sé que tampoco estás en la residencia.
¿Podemos hablar? Llámame.
Suspiro con el alma en un puño, pero debo ser fuerte. Posiblemente este
me buscará y me insistirá unos días más, pero al final se cansará y se
buscará otro «juguete».
Mi vello se eriza cuando recuerdo las duras palabras de su propia esposa.
¡Cuánta razón tenía! Yo era la única que no lo veía, ¡qué inocente pensar
que podría conocerlo y confiar en él! He tomado una decisión y esa es que
no volveré a saber nada más de él. Borro el mensaje decidida, y empiezo a
comer mientras me entretengo viendo noticias en Internet. Debo hacer
cualquier cosa para no pensar.
«¡Alex, desaparece de mi cabeza de una vez!», me ordeno a mí misma.
Me niego a seguir llorando.
***
—Richard, trae la carne ya, ¡estamos hambrientos! —Escucho a mi
querido tío, llamando a mi padre.
Mi tío es como un segundo padre para mí y mis primas son como mis
hermanas. Y hoy tenemos un gran motivo para celebrar: hay un nuevo
miembro en la familia. Hace poco hemos visitado a mi prima en el hospital
y están todos bien, pero deben permanecer unos días más bajo cuidado
médicos, tanto ella, como el bebé. Y sí, esa cosita tan pequeña se ve
preciosa.
—¡Ya voy, mamón! —le responde mi padre—. ¡Podrías mover el culo y
venir a ayudarme!
—Lisa, ¿os ayudo? —pregunta mi tía y mi madre le hace una señal con la
cabeza de que no es necesario.
Mi madre y yo estamos colocando los platos y todo lo necesario sobre
nuestra mesa del pequeño jardín. Mi tía Leonor está hablando por teléfono,
ya que todos los familiares la están llamando para felicitarla por ser abuela.
Está radiando de felicidad, como todos.
—Aylin, ¡cuéntame! ¿Qué deberíamos comprarle al bebé? He visto un
conjunto muy bonito, pero también podríamos ir al mall a mirar —habla mi
prima apresurada, al mismo tiempo que le indico que corte el pan.
—Perfecto, querida tía, iremos al centro comercial —le digo alegre y le
guiño el ojo. Ella me da un abrazo, la mar de contenta.
—Sí, ¡soy tita! —exclama entusiasmada al mismo tiempo que se
entretiene cortando el pan y colocándolo en la mesa. Elisa es más joven que
yo, hay poco menos de dos años de diferencia entre nosotras.
—Lyn… —Se acerca cautelosa.
—Dime.
—¿Qué te parece si esta noche vamos a Blay? Estará Rob ahí y ya sabes
que mi padre no me deja verlo —murmura en mi oído.
Ya lo he entendido. Mi prima quiere usarme para ir a un bar y quedar con
su novio gamberro, al cual mis tíos no quieren ver ni en pintura.
—¡Porfis! —suplica—. Ya sabes que papá exagera, Rob no es como ellos
piensan.
—¡Hecho! —le contesto tras pensármelo unos minutos.
Le guiño el ojo y suspiro
***
Tres horas más tarde, cuando la barbacoa haya finalizado, mi prima y yo
nos encontramos en uno de los bares más populares del sitio aburrido que
supone ser Long Island, ya que, salvo que sea verano, no hay mucho que
hacer. El pub está repleto de gente y el ambiente es bastante cargado. Mi
prima empieza a mirar hacia todos lados en busca de Rob y, finalmente lo
identificamos a lo lejos, junto a su pandilla. Esta me deposita un beso
rápido en la mejilla y se va corriendo, mientras yo me acerco a la barra.
Estoy a punto de sentarme en un alto taburete cuando, de repente, noto
una cara familiar a lo lejos, en la otra esquina de la barra. Cojo mi cerveza y
me acerco deprisa, bastante emocionada.
—¿Cómo está el inconfundible sex bomb del instituto? —pregunto,
mientras dejo caer mi cerveza en la barra.
—¡Joder! ¡Aylin!
Un chico demasiado guapo, alto, rubiales, boca de labios gruesos y dientes
de anuncio de pasta de dientes, me analiza sorprendido
—¿Qué haces aquí?
—¡Dom! —digo al ver al sinvergüenza de ojos verdes que tenía locas a
todas las chicas de mi instituto.
Este se levanta de la silla y me da un abrazo.
—Vaya, ¡que sorpresa! No me esperaba verte aquí. ¿No estabas en
Boston?
—Pues sí, pero estoy aquí de fin de semana. —Le sonrío.
—¿Quieres tomar algo?
—Sí, otra cerveza —contesto animada.
—¡Otra, Tommy!
—Aquí tienes Dom, ¡para tu novia! —dice el camarero rechoncho de la
barra.
—¿Este, mi novio? —Me entra una carcajada—. ¡No, gracias! —contesto
exaltada—. Demasiado idiota y chulo para mi gusto.
Dom también suelta una alegre carcajada.
Sin embargo, pienso de momento que la idiota soy yo. Al parecer, el
destino jugó en mi contra y me enamoré precisamente de un capullo y un
arrogante. Caí prendida de un hombre con cuerpo pecaminoso, ojos de
infarto y más caliente que la arena del desierto.
—No te creas que no lo intenté con esta muñeca —explica deprisa,
mirando al camarero y señalándome—. Yo y todos mis amigos, pero no
podía nadie con la virgen estrella del instituto, «La virgen Lyn» —añade y
mueve sus manos.
Le doy una palmada fuerte en la espalda, ruborizada y pensando en que
eso es agua pasada.
—¡No cambias, Dom! Siempre te ha gustado meterte conmigo...
—¿Qué? —responde con una mueca inocentona—. No era un secreto.
Todos mis amigos iban detrás y querían estrenarte, ¡yo incluido!
—No me lo recuerdes —hablo divertida, recordando escenas del instituto
—. ¿Y cómo te va, chico malo? —pregunto intrigada e intento cambiar de
tema.
—Podría decir que bien. Aunque me podría ir mejor.
—¡No me digas! —Le doy otro trago y lo examino—. Una chica,
¿verdad?
Le echo un vistazo a mi prima, que se está matando a besos con su novio,
Rob.
—Sí, una chica preciosa que se llama Sophie y que ha tenido la mala
suerte de dar conmigo —confiesa y noto en su cara arrepentimiento y
posiblemente... tristeza.
—Más bien de dar con un capullo como tú, querrás decir —suelto,
conociéndolo muy bien. Fuimos compañeros y amigos desde pequeños.
—Has dado en el clavo —dice divertido. —¡Como me conoces! ¿Y tú,
Lyn?
—Una larga historia, Dom —respondo y me quedo mirando al vacío.
—¿Una historia imposible?
Dom arquea una ceja y me mira con sospecha.
—Más que imposible, Dom… —Mi tono es serio y sigo mirando un punto
fijo en la pared.
—Tengo toda la noche, muñeca. —Sonríe seductor—. Soy todo oídos.
—Yo también... —respondo, deseando olvidar—. La noche es virgen.
Nos reímos los dos con complicidad, alegrándome volver a ver al mejor
crush de toda la historia de nuestro instituto en Long Island. El indomable
Dom, el roba corazones.
—¡Camarero! Chupitos de tequila aquí. Por los viejos tiempos. —Me
guiña el ojo.
NOTA DE LA AUTORA:
Me complace informar que Dom es un personaje que he prestado de la
novela de una gran persona y escritora, a la que podéis encontrar en el IG
como anayazti29. Si queréis saber más sobre la historia de Dom (Dominik),
ese rubiales de ojos verdes y sobre su amada Sophie, no os perdáis su
bonita historia, «Me encanta tu forma de mentir». Eres maravillosa, Ana,
gracias por pasar tan buenos ratos juntas, construyendo esta pequeña
escena.
CAPÍTULO 32
FIESTA CON SORPRESAS
¡El teléfono! ¡¿Dónde está, joder?!
Siento pequeñas punzadas en mi sien y los párpados me pesan. Anoche
me explayé más de la cuenta con Dom y finalmente llegué a mi casa muy
tarde, tras dejar a mi prima en un barrio cercano, a petición de mi tío. Abro
los párpados a duras penas, con el molesto ruido de fondo. Localizo mi
bolso, el cual yace en el suelo, de modo que extiendo una mano desde la
cama y lo agarro con torpeza. Saco rápidamente mi móvil y me pregunto
qué hora será. Seguramente sea Bert la que me está llamando, le prometí
que la llamaría esta mañana. Por lo visto, se está adelantando, al notar que
no doy señales.
—¡Bert! —exclamo con los ojos cerrados y suspiro adormilada—. Ya sé
que dije que te llamaría, pero ufff… tengo un dolor de cabeza.
—Aylin...
Agrando los ojos, los cuales parecen que se me van a salir de las órbitas.
Mis sesos estallan cuando oigo su grave e inconfundible tono de voz desde
el otro lado del teléfono. Alex.
—Buenos días —continúa.
Me apoyo en un codo cuando percibo su voz, pero, muy a mi pesar,
enseguida me desequilibro, ya que me encuentro en el filo de la cama. En el
segundo siguiente me veo en el suelo de parqué, golpeándome la cabeza
con la afilada mesita de noche. Suelto un quejido y el desastre está servido.
Como si fuera poco, se me cae el teléfono también y, sin duda, el ruido
emitido ha sido bastante notable.
—¿Qué quieres? —Agarro deprisa mi móvil del suelo y le hablo,
intentando que mi voz suene decente.
—¿Te acabas de caer de la cama? —pregunta este sospechoso.
¡Mierda!
—¡No! —exclamo rápido y me toco la cabeza—. Ha sido el teléfono.
Además ¿por qué tengo que darte explicaciones? —rujo en el maldito móvil
con un enojo y una resaca del copón, y estoy por colgarle.
—¡Espera! No vayas a colgar —amenaza con voz seria—. ¿Cuándo
vuelves?
—No te importa, ¿vale?
—¡Sí, me importa! —me contradice enfurecido—. ¿Podemos hablar?
—No hay nada de qué hablar, te dejé las cosas claras.
—¡Por supuesto que hay algo de qué hablar! ¿Voy a recogerte?
—¿Qué? —Me pongo de pie, sobresaltada—. ¡No te atrevas a buscarme!
—¿Por qué? —Percibo su angustioso tono de voz—. ¿Estás muy ocupada
con la fiesta y con los amigos de la infancia?
Pestañeo sin aliento. ¿Cómo sabe que anoche me tomé unas cervezas con
Dom, y que este es un amigo de la infancia?
—¿Cómo lo sabes? —pregunto con un hilo de voz—. ¿Acaso estás aquí,
en Long Island?
—No me hace falta estar ahí para saberlo, ¡diablos!
—¡No te atrevas a vigilarme! —amenazo, todavía atónita. No comprendo
por qué lo sabe si no está aquí. ¿O ha mandado a alguien aquí a buscarme?
«Oh, Virgen Santa, ¿en qué me metí?», me hostigo.
—Alex, olvídate de mí, ¿vale? —Intento mantenerme fuerte, aun cuando
convulsiono por dentro.
—¡Te fuiste a Long Island para huir de mí, Aylin! —me acusa—. ¡Pero
sabes que no podrás hacerlo! Soy tu profesor y tarde o temprano nos
veremos las caras.
—No te creas tan importante, señor Woods —contesto con recelo—. El
mundo no gira en torno a ti.
Suspiro exasperada y desconcertada, sintiendo que mi cabeza explotará de
un momento a otro. Me siento en la cama deprisa al notarme sutilmente
mareada.
—¿Y cómo se te ocurre pasarte otra vez con el alcohol? —reprocha.
Su excesivo control saca al demonio que llevo dentro.
—No es tu problema, ¿vale? —digo de manera pausada, fuera de mí —
¡No soy tu problema!
Le cuelgo, sin más.
«¡Vete por ahí a hacer tríos!», pienso mientras tiro el móvil en la cama.
¿Qué más quiere de mí? De momento, retomo el móvil y busco su número
en la agenda y lo borro. Vuelvo a tumbarme en la cama y aprieto la
almohada a mi pecho. La tristeza se apodera nuevamente de mí y el mero
pensamiento de que ha acabado todo entre nosotros hace que suelte unas
lágrimas. Mi corazón se encoge una vez más y siento aquella indomable
asfixia de la nada.
Mientras quedo inmersa en mis desalentadores pensamientos y le doy a la
televisión, recibo un mensaje. Bufo y vuelvo a coger el móvil con miedo.
Cierro los ojos y acerco la pantalla, estando segura de que es él. Pero no, es
Bert.
Buenos días mi ex-santurrona favorita. —Leo—. No te he querido
llamar, imagino que te quedaste hasta más tarde anoche . Cuando
despiertes, llámame, tenemos que hablar sobre la fiesta —finaliza con
unos emoticonos molones de bailes, maquillaje y corazones rosas.
Pongo los ojos en blanco cuando veo la hora —cerca del mediodía— y
pienso en las pocas ganas que tengo de volver a Boston. Debo estar de
vuelta antes de las 19:00 y también debo maquinar una excusa para mis
padres. Pulso el teléfono de llamada y le abro la puerta a Don, el cual está
ya arañando la puerta desde fuera, deseoso de saltar a mi cama y lavarme la
cara con sus lamidos.
—¿Quién es mi bebé? —le grito con ternura—¿Quién? ¡Ven aquí, tesoro!
Salta enloquecido y llena de ladridos el ambiente.
***
Antes de las siete de la tarde, Bert, Rebe y yo nos estamos montando en el
tuneado automóvil de Bram. Este ha venido hasta la calle Stanford a
recogernos en su Porsche deportivo de última gama y Adam se encuentra
sentado en el asiento del copiloto.
—¡Buenas noches, bellas damas! —exclama Adam con galantería, sin
embargo, es a mí a quien no me quita el ojo.
Sus ojos brillan de una manera extraña y es como si estuviera ebrio o en
su punto. Nos carcajeamos las tres cuando escuchamos su caballeroso
comentario.
—¡Pues yo de dama no tengo nada, eh! —habla Rebe divertida, pero a la
vez de morros—. Estas dos me han obligado a ponerme este vestido y
tienen suerte de que al menos me gusta el color.
Rebecca tiene razón. Es muy complicado convencerla de arreglarse
cuando se trata de una fiesta o un evento especial. En eso no se parece en
nada a Bert y a mí, que somos más bien coquetas. Bueno, yo coqueta y Bert
pija.
—¡No te quejes tanto, Rebe! —le regaña Berta—. Debes salir bien en las
fotos del periódico. Recuerda que habrá prensa y gente importante —
añade.
Rebe solamente esboza una mueca y no le contesta. Mientras, Bram
acelera el coche y sube el volumen de la música de pop y R&B. Una
canción de rap, de 50 Cent suena a través de los sonoros altavoces. Bert se
empieza a mover enloquecida en el asiento trasero, mientras Bram le guiña
el ojo y le manda un beso.
—¿Y qué? ¿Preparados para un fiestón? —grita este enseguida al mismo
tiempo que sube el volumen. La melodía envolvente inunda el coche.
—Me parece a mí que estos dos han empezado la fiesta sin nosotras —
vocea Bert, con una risa.
—Parece que sí —respondo y nos carcajeamos las dos; Rebe sigue seria y
analiza su vestido.
Tras unos intensos quince minutos, en los cuales todos hemos tarareando
la letra de las canciones en el coche y nos hemos divertido mucho, llegamos
a la mansión Sanders. Fuera hay mucho alboroto de gente elegante,
entrando y saliendo. También veo varios agentes de seguridad y
los paparazzi se apresuran en sacar fotos a los invitados. La fiesta tiene
lugar en el jardín y es, sin duda, una fiesta de categoría. Claramente, tanto
Rebe, como Bert y yo estamos aquí gracias a que Bert esté saliendo con un
chico cuyo padre sea uno de los senadores más populares de Boston.
Cuando nos bajamos del coche, Adam se acerca a mí con galantería.
—Te ves muy guapa esta noche, Aylin. —Me halaga.
—Eres tú que me miras con buenos ojos, Adam. —Le sonrío cuando este
roza mi espalda, que queda al descubierto.
Mi ajustado vestido largo, el cual muestra una combinación de tonos
oscuros y granate, muestra mi espalda casi al completo. Miro a Bert de
reojo y pienso que se ve reluciente con su conjunto de falda y top plateados,
que evidencia su cintura de avispa. Su lacio cabello recae muy bonito sobre
sus hombros y combina a la perfección con el plateado.
Nos dirigimos todos hacia una de las mesas del jardín, especialmente
acondicionadas para los invitados. Las luces brillan de manera espectacular
y a unos pasos identifico una piscina.
—¿Con qué empezamos? —dice Rebe y se frota las manos.
—Yo propongo empezar con un Frosé, ¡os va a encantar! —informa
Bram—. Lo hemos pedido especialmente para esta noche.
Asentimos con la cabeza y, acto seguido, este se dirige a uno de los
camareros y trae a varias personas cargadas con bandejas. Colocan bebidas
sobre nuestra mesa, al igual que distintos platos, los cuales se ven
deliciosos. También depositan una cubitera con unas botellas de alcohol de
lo más caro y dos botellas de champán.
El ambiente de la fiesta es bastante agradable y, mientras empezamos a
cotillear sobre los profesores y compañeros de la facultad —típico de los
universitarios—, el señor Sanders se detiene para saludar. Le felicitamos
por el ascenso, ante su amabilidad y agradecida sonrisa. También avisa que
habló con el rector de Harvard, el señor Brighton, ya que su política
promoverá apoyo económico para que los alumnos de Harvard puedan tener
acceso a becas en el extranjero. Es una genial noticia para la universidad y
de momento empezamos a aplaudirlo.
A continuación, este nos invita a sacarnos una foto con él y llama a los
periodistas con una mano. Asisto a todo esto, pero por dentro pienso en lo
hipócrita que es. Si no fuéramos los amigos de su hijo, nadie se acordaría de
nosotros.
—¡Brian, ven! —oigo la voz del señor Sanders.
¿Alex está aquí?
Miro a todos los lados asombrada y buscándolo con mi vista. Lo localizo
de momento y observo que el profesor se encuentra en otra mesa, a
solamente unos metros de distancia de la nuestra. No me he dado cuenta de
su presencia previamente, estando centrada en mis amigos.
—¿Estás bien? —pregunta Bert en mi oído cuando notamos su presencia.
Solamente le hago un gesto a la vez que poso mi mirada sobre su
acompañante. Lorraine, que lleva un vestido blanco ajustado, el cual
muestra un gran escote, agarra su brazo. Siento que el corazón me va a
saltar del pecho cuando observo atónita que él aparta la mano de su esposa
con suma elegancia y empieza a caminar hacia nosotros. Mi sacudida
respiración me avisa que, como no me calme, me desmayaré en los minutos
siguientes.
¡Carajo! Tenía que haber pensado que él estaría también aquí esta noche y
haber venido preparada mentalmente. Intento volver mi vista hacia otro
punto, pero no funciona, ya que Alex me fija con la mirada mientras sigue
caminando hacia nuestra mesa. Pese a que intente esquivarle
continuamente, no puedo no darme cuenta de su atuendo y lo
increíblemente atractivo que se ve. Más que nunca. Apostaría que lleva un
traje parecido al que vistió el primer día de clase, ya que su atuendo y
corbata son de color negro y su camisa es blanca y hace juego con su
impoluta dentadura. También noto que se ha arreglado el pelo con una
especie de gomina, la cual lo deja sencillamente perfecto.
—Buenas noches —saluda con aquella sobriedad que tanto le caracteriza.
FIN
AGRADECIMIENTOS
Queridos lectores,
Si habéis llegado hasta aquí, entonces me gustaría, en primer lugar, daros
las gracias por acompañarme en este viaje literario lleno de emoción, intriga
y pasión. Nada sería posible sin los lectores y sin las inmensas ganas que
tenemos de vivir otras vidas a través de este maravilloso mundo que es la
literatura.
En segundo lugar, me emociona enormemente informaros que la aventura
acaba de comenzar. Y si esta novela os ha agradado y ha despertado vuestro
interés, os tengo buenas noticias. Este libro representa la primera parte de
una trilogía a la que le tengo mucho cariño, intitulada EL PROFESOR y la
cual está formada por:
1. El profesor
2. Ares
3. Afrodita
Habiendo dicho esto, os invito a seguir disfrutando de la historia de Aylin
y Alex, la cual espero de corazón que os llegue al alma con cada palabra y
línea que vayáis leyendo, porque, al fin y al cabo, se trata de eso, de sentir
la magia en cada palabra. Las tres historias estarán disponibles en formato
físico y Kindle en esta plataforma, aparte de otras de mis historias, las
cuales espero que disfrutéis mucho.
Y si queréis saber más de mi mundo y del mundo de los «viciosillos del
romance erótico», también os invito a que me sigáis en mis redes sociales
(ver siguiente sección), he incluido un adelanto de la novela «Ares», la
segunda parte de esta trilogía.
Me despido con mucha ilusión y ganas de saber vuestras opiniones sobre
esta novela, para bien o para mal. Confío mucho en el poder constructivo de
las palabras, de modo que siempre habrá cabida para mejorar, sin duda. De
la manera que sea, solo espero que, mediante la lectura, hayáis vivido esta
bonita historia con la misma intensidad que lo he hecho yo mientras la
escribía.
Por último, pero no menos importante, les doy las gracias a mi familia y a
mis amigas por todo el apoyo brindado y por la paciencia que me han
demostrado en todo momento. Sois mi motor. Una parte de mi corazón
también pertenece a aquel fantástico grupo de lectoras que aman mi trabajo
y disfrutan de mis interminables historias de Instagram. Gracias por tocar
mi alma y levantarme cuando más lo he necesitado, a pesar de la distancia.
Vosotras sabéis perfectamente quiénes sois.
Gracias a todos por ser tan especiales,
Miss Red.
Te planteo lo siguiente...
¿Qué ocurriría si el hombre que amas te diera a elegir entre VIVIR... o
MORIR?
¿Y qué ocurriría si VIVIR significa VIVIR BAJO SUS NORMAS?
Y no, no es ninguna broma. Tampoco es una cruel escena sacada de una
película de terror.
ES MI REALIDAD.
Mi nombre es Aylin Vega, estudio en la Universidad de Harvard y hasta
hace un mes era una joven como cualquier otra. Una chica con ganas de
comerse el mundo y con grandes expectativas de futuro, la cual deseaba
convertirse en una reconocida agente financiera en Wall Street. Una mujer
que soñaba con conocer a un príncipe azul que la amara para siempre.
LO ERA. Hasta que él entró en mi vida: el mismísimo diablo que viste de
traje y que se cree Dios. Un hombre de mente afilada, con cuerpo
pecaminoso y ojos de infarto. El Profesor. Necesitó unas pocas semanas
para llevarme del cielo al infierno, sin previo aviso. No me dio ninguna
opción, en cambio, me arrastró a un mundo oscuro, peligroso, donde la
perversión y el placer priman y donde los escrúpulos no tienen cabida, pero
la delincuencia sí.
Un mundo cuyo nombre quedó grabado en mi piel: Álympos.
Dicen que el amor puede con todo, pero… ¿será el amor capaz de apagar
las llamas del infierno?
¿Te atreves a adentrarte en el mundo de ARES?
ACERCA DEL AUTOR