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BLOQUE 1
LA PENÍNSULA IBÉRICA DESDE LA PREHISTORIA HASTA LA
DESAPARICIÓN DE LA MONARQUÍA VISIGODA (711)

1. LA PREHISTORIA.
2. LA ENTRADA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA HISTORIA (siglos X-III a.C.).
3. LA HISPANIA ROMANA (siglos III a.C.-V d.C.).
4. EL REINO VISIGODO (siglos V-VIII).

1. LA PREHISTORIA

1.1. El Paleolítico (800.000-5000 a.C.)

Es la etapa más larga de la historia de la humanidad y se divide a su vez en varias


fases: Paleolítico inferior, Paleolítico medio y Paleolítico superior.
En el Paleolítico el ser humano era depredador (cazaba, pescaba y recolectaba),
nómada y se organizaba en clanes familiares. Hay múltiples restos humanos y
herramientas de piedra tallada en muchos yacimientos arqueológicos de la Península.
Paleolítico inferior (800.000-100.000 a.C.). En esta etapa las herramientas eran
muy toscas, básicamente cantos tallados. Los primeros restos humanos descubiertos
en la Península Ibérica se encuentran en la Sierra de Atapuerca (Burgos) y tienen
una antigüedad aproximada de 800.000 años. Dichos hallazgos pertenecen al Homo
antecessor, que es un precedente del Hombre de Neanderthal y de nuestra especie,
los Homo sapiens modernos.
Desde el Homo antecesor hasta la aparición de restos de su inmediato sucesor
transcurrieron 500.000 años. Era el Homo heidelbergensis, cuyos restos también se
han encontrado en Atapuerca.
Paleolítico medio (100.000-35.000 a.C.). En esta etapa la talla de la piedra mejoró
y apareció la especialización instrumental: cuchillos, puntas de flecha, etc. En este
período de clima frío, las cuevas fueron el lugar de ocupación más frecuente. Durante
esta etapa se desarrolla el Homo neanderthalensis, cuyas características eran la
robustez, la baja estatura y la elevada capacidad craneal (1.450 cm/3). Era una
especie bien adaptada al frío y vivían en grupos con cierta organización social.
Conocieron el fuego y practicaron ritos funerarios. Se han encontrado restos de
neandertales en Atapuerca, Gibraltar y Zafarraya (Málaga).
Paleolítico superior (35.000-5000 a.C.). En esta etapa apareció nuestra especie, el
Homo sapiens sapiens, por lo que convivió algunos miles de años con los
neandertales hasta que estos se extinguieron. La industria lítica se fue perfeccionando
y surgieron nuevos utensilios, en ocasiones elaborados en hueso, como arpones o
azagayas. Los asentamientos de las cuevas se hallan más acondicionados y aparecen
las primeras pinturas rupestres. En la Península destacan dos zonas:

 Zona cantábrica, donde las pinturas tienen un carácter naturalista (muy


reales y aprovechan los salientes de las rocas para darle volumen),
aparecen animales, pero no forman escenas, no se representa la figura
humana y utilizan la policromía. Destaca la cueva de Altamira en

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Cantabria, una de las mejores muestras de la pintura paleolítica a nivel


mundial, de ahí que se la conozca como la “Capilla Sixtina del arte
Cuaternario”. También podemos citar las cuevas de El Pindal (Asturias) y El
Castillo (Cantabria).

 Zona levantina. Estas últimas pertenecen a la etapa de transición al


Neolítico y en ellas aparecen por primera vez la figura humana, escenas de
carácter narrativo (cacerías, danzas rituales), son monocromas y
esquemáticas. Podemos citar la cueva de Valltorta en Castellón y El Cogul
en Lérida.
También existen pinturas rupestres destacadas en Andalucía en grutas como las
de la Cueva de La Pileta, donde la prolongada presencia humana (varios milenios) en
ella ha hecho que se conserven pinturas naturalistas propias del paleolítico así como
esquemáticas próximas al neolítico.
Las pinturas rupestres han sido relacionadas con creencias mágicas, porque
pensaban que aseguraban la caza al representar a los animales. También se han
interpretado con un carácter religioso, en el que las cuevas son como santuarios
donde se hacían prácticas rituales, en las que los protagonistas son los animales. Otra
teoría señala que nuestros antepasados del paleolítico simplemente querían reflejar lo
que habían visto.
1.2. El Neolítico (5000-2500 a.C.)

Hacía el 5000 a.C. aparecieron en la Península Ibérica las primeras comunidades


neolíticas. El Neolítico se caracterizó porque los seres humanos producían su propio
alimento. La agricultura y la ganadería fueron las tareas principales y aparecieron
otras actividades nuevas como el pulimento de la piedra (en el Paleolítico era tallada),
la fabricación de cerámica y la elaboración del tejido y del calzado. La necesidad de
vivir junto a los cultivos fomentó la aparición de poblados estables y del
sedentarismo. El origen de estos cambios se encuentra en la llegada a las costas
mediterráneas de pueblos de Oriente Próximo. Desde el litoral mediterráneo, el
proceso de neolitización se fue extendiendo al resto de la Península.
El Neolítico peninsular se suele dividir en dos etapas:

 Neolítico antiguo (5000-3500 a.C.): se desarrolló en la costa mediterránea,


desde Cataluña hasta Andalucía, donde los asentamientos seguían
haciéndose en cuevas, entre las que podemos destacar la cueva de L’Or
en Valencia y la de Nerja en Málaga. Se desarrolla la cultura de la
cerámica cardial, caracterizada por su decoración impresa con conchas
marinas.

 Neolítico pleno (3500-2500 a.C.): en esta segunda fase aparecieron


verdaderos poblados, que ahora se situaron en zonas más llanas y
adecuadas para el cultivo y no en zonas montañosas. En el sureste
peninsular sobresale la denominada cultura de Almería, con poblados
como El Garcel. También podemos destacar el yacimiento de La Carigüela
(Granada), en el que predomina la cerámica almagra, compuesta de arcilla
y pintura roja, muy representativa del neolítico andaluz. Mientras, en
Cataluña se desarrolló la llamada cultura de los sepulcros de fosa, así

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llamada por la existencia de enterramientos en fosas o cistas (caja de


piedra enterrada en el suelo).

1.3. La Edad de los Metales (2500-1000 a.C.)

La aparición del trabajo de los metales marcó un avance tecnológico fundamental.


Esta etapa se ha dividido en tres edades en función del metal predominante.

Edad del Cobre o Calcolítico. Sobre el tercer milenio a.C. comenzó el uso del
cobre en la realización de las herramientas. En esta etapa se desarrollaron las
siguientes culturas:

 La cultura megalítica, que son grandes monumentos de piedra entre los


que destacan los dólmenes. Éstos son construcciones funerarias en forma
de enterramientos colectivos, como los dólmenes de Menga, Viera y
Romeral en Antequera.
 La cultura de Los Millares en Almería, un poblado que contaba con
varias murallas y viviendas circulares.
 La cultura del vaso campaniforme, que se caracteriza por la cerámica en
forma de campana decorada con motivos geométricos. En Andalucía se
desarrolló, sobre todo, en el valle del Guadalquivir.
Edad del Bronce. En el segundo milenio a.C. aparece el empleo del bronce,
resultado de la aleación del cobre y estaño, para fabricar espadas, puntas de lanza
adornos, etc. En esta época destacan las siguientes culturas:

 La cultura de El Algar en Almería, con muestras de organización urbana,


viviendas rectangulares y calles definidas. Se enterraban a los muertos en
el suelo de las viviendas o en grandes vasijas, en enterramientos
individuales que a veces contenían ajuares.
 A finales del Bronce aparece la cultura talayótica en las Islas Baleares,
que se caracterizaba por la construcción de megalitos como los talayots
(torres defensivas), navetas (especie de templos en forma de nave
invertida) y taulas (dos piedras planas en forma de mesa para ritual).
Edad del Hierro. Los inicios de esta metalurgia aparecen en el primer milenio a.C.
En ese período se produjeron las primeras colonizaciones históricas: por el norte
penetraron los pueblos celtas indoeuropeos procedentes de Europa central, que dieron
lugar a la cultura de los castros en Galicia; y por el Mediterráneo llegaron los fenicios,
griegos y cartagineses que hicieron entrar a la Península en la Historia.

2. LA ENTRADA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA HISTORIA (1000-218 a.C.)

A principios del primer milenio a.C. empezamos a tener noticias escritas sobre la
Península Ibérica en las crónicas de los griegos y en la Biblia, es decir, comienza la
Historia Antigua. A través de ellas, tenemos referencias sobre los pueblos que
habitaban estas tierras: los pueblos de origen indoeuropeo y céltico en la mitad norte;
los pueblos iberos en el sur y el este; y los tartessos en el sudoeste. Sobre ellos
actuaron las influencias de pueblos colonizadores mediterráneos (fenicios, griegos y
cartagineses) que acudieron a la Península Ibérica atraídos por sus riquezas minerales
y su comercio.

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Los celtas. Tienen origen indoeuropeo, llegaron a la Península procedentes de


Centroeuropa y se asentaron en la Meseta
norte y en noroeste (Galicia, norte de
Portugal, Asturias). Entre ellos podemos citar
a los astures, galaicos, cántabros y lusitanos.
En las zonas (centro peninsular) en las que
entraron en contacto con los iberos dieron
lugar a los llamados celtíberos (como los
carpetanos).
Debido a la escasez de las fuentes, sus
costumbres son bastantes desconocidas.
Tenemos sobre todo referencias romanas,
que los presentan con formas de vida muy primitivas. Es generalmente aceptado que
su sociedad se organizaba en tribus, hablaban lenguas indoeuropeas y no conocían la
escritura. Sin embargo, aportaron avances tecnológicos como el uso de la metalurgia
del hierro. Poseían una cultura guerrera, como demuestran los ajuares compuestos
por armas y sus poblados fortificados, llamados castros. La dedicación principal de los
pueblos celtas era la ganadería, aunque también existían poblados de agricultores.
Los iberos. Estaban asentados en el sur de la Península y en la costa
mediterránea. Se trataba de un grupo de pueblos que mantenían unos rasgos
culturales comunes y hablaban variantes de la misma lengua, pero que nunca
establecieron ninguna forma de unidad política. Poseyeron, eso sí, una entidad cultural
muy destacable que se desarrolló especialmente entre los siglos VII y II a.C. En
Andalucía destacaron los turdetanos, en el valle del Guadalquivir, y los bastetanos,
cerca del pueblo granadino de Baza.

Su economía se basaba en la
agricultura y la ganadería; establecieron
también relaciones comerciales profundas
con griegos, fenicios y cartagineses. La
sociedad estaba jerarquizada y dirigida por
una casta guerrera, encabezada por un
caudillo o régulo. Los poblados solían ser
amurallados y localizarse en zonas de fácil
defensa, compuestos por casas
rectangulares dispuestas en calles.
Su desarrollo cultural fue destacable,
ya que tenían escritura propia y empleaban
la moneda, favorecido por los frecuentes contactos con fenicios y griegos. Practicaban
la incineración de los difuntos y poseían creencias religiosas, reflejadas en la
existencia de santuarios, relacionadas con divinidades guerreras y fuerzas de la
naturaleza. En el arte ibero es especialmente significativa la escultura, en las que
destacan obras como la dama de Elche y la de Baza.
Tartessos. Uno de estos pueblos iberos fundó el reino de Tartessos. Los
historiadores griegos lo sitúan entre las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz. Entre
sus características más destacadas podemos señalar la monarquía como forma de
gobierno, siendo Argantonio (“Hombre de plata”) el rey más conocido, aunque es muy
probable que este nombre se refiriese a una dinastía más que a un solo rey.

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Su riqueza se basaba en la agricultura, la ganadería, la pesca, la explotación de


las minas de cobre de Huelva y, posiblemente, en el control de las rutas que
abastecían de estaño, plata y plomo a los pueblos del Mediterráneo oriental. También
desarrollaron un intenso comercio con los asentamientos fenicios y griegos de la
Península, intercambiando productos agrícolas y minerales por bienes de lujo
(perfumes, ámbar, cerámicas). No se han hallado restos de ciudades de esta
civilización, pero sí magníficos tesoros de oro y plata como los de El Carambolo
(Sevilla) y Aliseda (Cáceres).
Hacia el siglo VI a.C., Tartessos
comenzó a debilitarse hasta
desaparecer como consecuencia del
dominio cartaginés del Mediterráneo
occidental, que intentó adueñarse del
comercio de la zona e impidió los
intercambios por el Estrecho de
Gibraltar, el principal punto de salida
del metal de las minas onubenses.
Esta decadencia económica trajo
consigo la fragmentación de su
territorio, que acabará cayendo bajo el
dominio de Cartago.
1Tesoro del Carambolo
Los pueblos colonizadores
mediterráneos. En la primera mitad del milenio I a.C., llegaron a la Península Ibérica
los fenicios, los griegos y, más adelante, los cartagineses, quienes establecieron en
las costas levantinas y andaluzas pequeñas factorías comerciales o colonias. Los
motivos de su llegada respondían a la búsqueda de metales (oro, plata o estaño) y el
sur peninsular era especialmente rico en ellos y tenía, además, una magnífica
situación estratégica en la ruta del estaño (entre el Mediterráneo y el Atlántico hacia el
noroeste de la Península y las Islas Británicas). El impacto de estos pueblos más
avanzados sobre las poblaciones indígenas fue muy importante.

 Los fenicios. Fueron los primeros que iniciaron la colonización de la


Península y procedían de la actual Líbano, en el Mediterráneo oriental.
Hacia el 1100 a.C. fundaron Gadir (Cádiz), desde donde mantuvieron
contactos con Tartessos. En la costa andaluza fundaron factorías, como
Malaka (Málaga) y Sexi (Almuñécar), desde las que comerciaban con los
pueblos indígenas. La colonización fenicia finalizó en el siglo VI a.C.
cuando Fenicia cayó en manos de los asirios.

 Los griegos. Los griegos llegaron en el siglo VIII a.C. Fundaron enclaves
en la parte norte de la costa mediterránea peninsular: Emporion
(Ampurias) y algunos en el sur: Mainake, cerca de Málaga. A partir del
siglo VI a.C., las continuas fricciones entre griegos y cartagineses
terminaron por desplazar a los griegos al norte peninsular.

 Los cartagineses. Tras la decadencia fenicia, sus factorías pasaron a


depender de los cartagineses, pueblo fenicio instalado en Cartago (Túnez).
Vencieron a los griegos y se convirtieron en una potencia comercial y naval
dominando el Mediterráneo occidental. Entre sus principales fundaciones
destacan Ebussus (Ibiza) y Cartago Nova (Cartagena). Al principio los

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cartagineses se limitaban a comerciar, siguiendo el modelo fenicio, pero la


disputa con Roma por el control de esta parte del Mediterráneo hizo que
conquistaran y dominaran todo el sur y sudeste peninsular.
Las aportaciones culturales y tecnológicas de fenicios, griegos y cartagineses
fueron de enorme trascendencia: la salazón del pescado, el torno de alfarero, la
metalurgia del hierro, nuevos cultivos como el olivo y la vid, nuevos animales como el
asno y la gallina, la moneda y la escritura alfabética.

3. LA HISPANIA ROMANA (siglo III a.C. – siglo V d.C.)

LA CONQUISTA. La conquista romana de la Península Ibérica fue un proceso


bastante dilatado en el tiempo, ya que duró aproximadamente doscientos años, desde
el 218 hasta el 19 a.C. Podemos señalar tres etapas:

 Conquista del levante y sur


peninsular (218-197 a.C.). La
llegada de los romanos a la
Península se produjo dentro
del contexto de la Segunda
Guerra Púnica (218-201
a.C.) que enfrentaba a Roma
y Cartago por el control del
Mediterráneo occidental.
Nuestro territorio era la vía
de suministros del ejército
cartaginés que, mandado por
Anibal, atacaba Italia. Roma
decidió conquistar la
Península para cortar esta
2 Conquista romana de la península Ibérica ruta. Los romanos, al mando
de Escipión el Africano, mandaron una expedición de contraataque a
Emporion (Ampurias, en Gerona) para frenar a los cartagineses. Comenzó
así la 2ª Guerra Púnica (218 a.C.-201 a-C.) que terminó con la victoria
romana sobre los cartagineses en la batalla de Ilipa (Alcalá del Río, Sevilla).
Por esta razón el sur y el este de la Península se convirtieron en territorio
romano. Estos territorios no ofrecieron especial dificultad al dominio de los
romanos.

 Conquista del interior peninsular (197-31 a.C.). En esta segunda fase los
romanos planificaron la conquista de Hispania, nombre que dieron a la
Península, dominando durante el siglo II a.C. el centro y oeste peninsular,
habitado por pueblos celtíberos y lusitanos muy hostiles a los romanos.
Ejemplos de esta resistencia fueron el asedio a la ciudad celtíbera de
Numancia (133 a.C.), que duró trece meses, o la actividad guerrillera
contra los romanos del líder lusitano Viriato (139 a.C.), que finalmente fue
asesinado por sus propios generales, sobornados por Roma.

 Conquista de la cornisa cantábrica (31-19 a.C.) . Por último, en la tercera


fase de la conquista, los romanos, con el emperador Octavio Augusto,

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dominaron en el norte a cántabros y astures, pueblos nada habituados al


contacto con el exterior.
LAS PROVINCIAS. Para controlar mejor la Península, los romanos dividieron Hispania
en provincias y pusieron al frente de cada una de ellas a un gobernador, que podía ser
un pretor o un cónsul. El número de
provincias creció a medida que
aumentaba el control romano sobre el
territorio. Al principio de la conquista los
romanos dividieron el territorio en
Hispania Citerior (costa mediterránea y
Valle del Ebro) e Hispania Ulterior
(Valle del Guadalquivir). Tras finalizar la
conquista de toda la Península, Octavio
Augusto la dividió en tres provincias: la
Baética con capital en Corduba, la
Lusitania con capital en Emerita
Augusta y la Tarraconensis con capital
en Tarraco. Más tarde se establecieron
seis provincias, añadiendo la
Carthaginensis, la Gallaecia y la
Balearica.

LA ECONOMÍA. La agricultura y la ganadería fue la base económica de los


habitantes de Hispania, aunque se introdujeron nuevas técnicas que aumentaron
notablemente la productividad, como el barbecho y el regadío. Los principales cultivos
fueron el trigo, la vid y el olivo, mientras que en la ganadería sobresalió la explotación
de ovejas. La artesanía recibió un notable impulso y tuvo un fuerte desarrollo en las
ciudades, donde se generalizó el sistema monetario romano. El comercio adquirió
una gran relevancia, favorecido por la seguridad de la navegación marítima y la
construcción de una amplia red de calzadas, entre las que cabe destacar la Vía
Augusta, que iba desde Hispalis hasta Roma, y la Vía de la Plata, desde Emérita
Augusta hasta el norte cantábrico. Esto favoreció el comercio exterior, así Hispania
exportaba a Roma productos como el aceite, el trigo o el garum por puertos como
Gades, Cartago Nova o Malaca, entre otros.
LA SOCIEDAD. La sociedad hispanorromana se caracterizaba por la desigualdad
jurídica y económica, pudiendo distinguirse dos grupos sociales: libres y esclavos.

 Entre los libres existían dos grandes grupos: los patricios (eran los
privilegiados) y la plebe. Los privilegiados lo formaban las capas más
altas, integrados por los grandes latifundistas, que ocupaban las
principales magistraturas; los caballeros, que integraban la oligarquía de
las ciudades; y los decuriones, que ocupaban los cargos municipales. El
otro grupo, la plebe, lo formaban los campesinos y los artesanos.
 Los esclavos carecían de libertad y fueron utilizados en la minería, la
agricultura y las tareas domésticas. En una situación intermedia se
hallaban los libertos, esclavos que había conseguido la libertad.
LA ROMANIZACIÓN. Durante los siglos de presencia romana se llevó a cabo la
romanización, es decir los hispanos adoptaron el latín, el derecho romano, los
edificios -anfiteatros, templos o arcos de triunfo-, la religión romana, primero la pagana
-Júpiter, Venus, Marte- y luego cristiana a partir del 380, cuando se convirtió en

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religión oficial del Imperio con el Edicto de Tesalónica por el emperador Teodosio
(precisamente, natural de Hispania). Fue un proceso de desigual intensidad según los
territorios: fue más fuerte en la franja mediterránea y el sur, pero menor en el norte
peninsular, debido al retraso de la conquista y a la menor presencia romana.
La intensa romanización de Hispania lo demuestra el hecho de que fue cuna de
intelectuales como Séneca y de emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio.
FIN DEL IMPERIO ROMANO. En el siglo III d.C. el Imperio Romano entró en una
grave crisis económica, surgiendo problemas internos, como revueltas y saqueos, que
llevaron al empobrecimiento y abandono de las ciudades. Empezaron a entrar por las
fronteras del norte pueblos bárbaros o germánicos que fueron tomando el poder
lentamente hasta que en el año 476 el último emperador, Rómulo Augústulo, fue
depuesto, terminando la Antigüedad y comenzando la Edad Media.

4. EL REINO VISIGODO (siglos V-VIII)

A lo largo del siglo V pueblos bárbaros, como los vándalos, suevos y alanos, se
asentaron en Hispania sin una resistencia clara. Para frenarlos, los romanos pactaron
con los visigodos (otro pueblo bárbaro pero romanizado) que se asentaron en la
Península para controlar esas invasiones. Cuando el Imperio Romano desapareció, los
reyes visigodos asumieron el poder organizando un poderoso reino con capital en
Toledo, tratando de unificar la península Ibérica desde los Pirineos hasta Gibraltar.
Consiguieron expulsar a los vándalos y alanos, arrinconaron a los suevos en Galicia y
no pudieron evitar la ocupación de Andalucía por los bizantinos. Finalmente lograron la
unificación territorial de todo el territorio peninsular al someter al reino suevo y
expulsar a los bizantinos en el siglo VII. El reino visigodo duraría más de 250 años,
hasta el año 711, cuando la invasión musulmana lo hizo desaparecer.
Sin embargo, los visigodos y los antiguos habitantes hispanorromanos vivían
separados por la religión y por leyes distintas. En materia religiosa, los visigodos eran
arrianos (herejía que negaba la divinidad de Jesucristo) y la mayoría hispanorromana
era cristiana. En el año 589, con el objetivo de poner fin a las diferencias, el rey
Recaredo acepta el catolicismo y se consigue la unificación religiosa. En el 654,
Recesvinto promulga un código legal único para visigodos e hispanorromanos, el
Fuero Juzgo, logrando la unificación jurídica.
La monarquía visigoda era electiva y no hereditaria, lo que provocó multitud de
enfrentamientos cada vez que se elegía un rey. Estas luchas internas favorecieron que
cuando una facción nobiliaria partidaria del rey muerto, Witiza, no reconoció la
autoridad del nuevo rey, Don Rodrigo, pidiese ayuda a los musulmanes, recién
llegados al norte de África. En el 711 los musulmanes cruzaron el estrecho de
Gibraltar y derrotaron al rey Don Rodrigo en la batalla de Guadalete, lo que supuso el
fin del reino visigodo, tras 250 años de existencia.

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