La Insurgencia Del Tacto Viento Fuerte

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La insurgencia del tacto

¿Qué significa ser tocado? Quizás para el grueso de las personas en el silencio
naturalizado que acomoda sus cuerpos en la posibilidad privilegiada de no
enfrentarse a ciertas preguntas, la proximidad del tacto no parezca del todo
relevante como cuestionamiento, aunque en algun*s de nosotr*s sea una voz aguda
que crece y de manera insistente aturde la forma de la escucha interna. Como
sabemos la distribución de lo posible, y las lógicas de funcionamiento de los
mercados del deseo aguardan en su interior una desigualdad enquistada que vuelve
interminable la espera de los afectos, el goce y el placer para algunos cuerpos,
mientras que para otros cristaliza la ininterrumpida disponibilidad de miradas, de
deseo y circulación socio sexual. Un diagrama desigual que organiza con una
temporalidad cruel la llegada de la calidez, construida exclusivamente a partir de la
idea obtusa de que algunos cuerpos son menos deseables que otros, por su origen,
por su clase, por su género, y por su peso. Es decir, por ser diferentes de la
proyección regulatoria normalizante que organiza el deber ser de la corporalidad.
Educado en la cultura sistemática de la duda y la desvalorización de mi cuerpo por
el hecho de ser gordo, ausente de representaciones o discursos afirmativos que
refieran a estas encarnaciones como posibles, comparto una pregunta que se mueve
en mi como un espectro obsesionado reclamando atención, casi como un fantasma
cansado de si, pero que no puede desaprender el grito que le dio lugar en el mundo.
¿Qué significa ser tocado? ¿Qué significa ser tocado con este cuerpo? En el tiempo
en el que un conjunto de personas gordas venimos cuestionando de manera
colectiva los imaginarios disponibles sobre nuestros cuerpos gordos, además de dar
batalla a la patologización de nuestros modos de vida y a la cultura eugenésica de la
industria de la dieta, tambien ha cobrado cada vez mas importancia hacer audible la
desigualdad política que estructura las economías sexoafectivas de los espacios en
los que nos movemos. Una desigualdad que reproduce la desvalorización de
nuestras subjetividades, la deserotización de nuestros cuerpos gordos, la
acelaración de la ansiedad social que nos atomiza y nos encierra, rematado por una
compleja revictimización social, promovida especialmente por los dispositivos
médicos, que nos culpa por no poder acceder a lo que deseamos en materia
afectiva: “¿Hace tanto que estas sol*? ¿No probaste con bajar de peso? Quizás eso
te ayuda a encontrar a alguien” Otra vez el problema es de nosotr*, pero nunca de
un sistema cultural dado y consensuado en el que nuestros cuerpos jamás cobran
valor, y en el que sistematicamente se oblitera la complejidad de nuestras potencias
afectivas y deseantes al tiempo que se privilegia la delgadez como único mérito y
requisito para la aprobación social. El precio que tenemos que pagar para ser
amad*s, para ser desead*s, para convocar la mirada del otr*, es abandonar nuestra
piel, es dejar de existir como personas gordas. Somos recordad*s de manera
permanente que si queremos que alguien se nos acerque, nos toque, nos mire o nos
desee, tenemos que esforzarnos, suplir el pecado mortal de nuestra desmesurada
carne, pagar el costo diferencial que tiene tener un cuerpo mas grande que el del
resto, y negarnos, despreciarnos a nosotr*s mism*s. Jamás poner en jaque el deseo
ajeno, jamás reclamar de manera organizada contra la obsesión incuestionada por
un ideal corporal producido por el mercado. ¿Qué significa ser tocado? Pensar en
una política radical del placer enunciada desde un cuerpo gordo, hoy me conduce a
reclamar una justicia afectiva en la que tanto personal como colectivamente pueda
ser restituida la sustancia del tacto, desmantelada la maquinaria de la duda y el
socavamiento autoinflingido, sin alimentar la responsabilidad con el grito
disciplinante que nos llama a “Ponerle onda” o “Cambiar de actitud”. Porque si algo
debe cambiar para que la ternura de una caricia no tarde tanto en tomar lugar en
nuestros cuerpos, si algo debe suceder para que el placer se haga carne y estalle en
nosotr*s, si algo tiene que dejar de ser, hoy podemos decir con seguridad y
convicción que no son nuestros cuerpos gordos. El llamado urgente es a claudicar
con estas mecánicas de reproductibilidad del hastio y el odio a la diversidad
corporal, a la gordura, a las máquinas productoras de belleza mercantilizada que
doman la mirada, aplanan la complejidad de las experiencias deseantes, clausuran
el encuentro con el goce, y serializan el acceso a los placeres.
Tocar/Dejarnos tocar no solo implica activar un umbral de sentidos que disputa la
naturaleza de nuestros cuerpos como basura, programados para ser desechados, no
elegidos, descartados, reemplazados, tambien nos desafía a sobreponernos, aunque
sea dificil y no siempre se pueda, aullentando el mandato injusto que nos separa de
nosotros mismos, que no nos permiten asociar placer con gordura, que nos subsume
al secreto, que nos mantiene como un goce oculto, que nos precariza sexualmente y
nos restringe a la gratitud. Tocar/Dejarnos tocar implica un trabajo arduo de
silenciamiento sobre esas voces que nos hostigan haciéndonos dudar sobre la
legitimidad de nuestras potencias, para poder cuestionar la historia del tacto y de
su desigual distribución, para darle lugar al grito indómito que reclama con una
urgencia necesaria todos los besos y todas las caricias que este mundo nos debe.

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