Contextos Críticos (Resumen)

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CONTEXTOS CRÍTICOS

MINISTERIO DE EDUCACIÓN DE LA NACIÓN

Las condiciones de enseñanza en contextos críticos (1ª ed.). Buenos Aires: Ministerio de
Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. Consultado el 14 de julio de 2014

Partiremos de dos grupos de problemas: el primero tiene que ver con la situación crítica que
vive un porcentaje muy grande de los(as) niños(as) y jóvenes en nuestros países, y las
posibilidades de la escuela de modificar eso.

El segundo tiene que ver con la enseñanza escolar en sí y con las transformaciones que viene
sufriendo a partir de la crisis de la escuela como institución dadora de sentidos colectivos. Es en
el marco de esta doble problemática donde se inscribe la pobreza en la educación escolar, lo
cual puede formularse en una pregunta: ¿qué papel le toca a la escuela en la tarea de revertir la
situación de la infancia y adolescencia desamparada? Y al contrario: ¿en qué medida la crisis de
la escuela influye en las dificultades que hoy enfrentamos para educar en contextos sociales de
profunda desigualdad y fragmentación social? El “afuera” y el “adentro” de la escuela ¿Por qué
actualmente no cesa de insistir la idea de que la escuela está en crisis? ¿De qué crisis hablamos?
Algunos autores señalan que la escuela está en crisis desde la Primera Guerra Mundial; para
otros, la escuela entra en crisis cuando se hace masiva. Otros, en cambio, aseguran que “crisis”
es la situación que hoy vivimos como producto de las mutaciones de las coordenadas que
estructuraban la escuela, misma que no sabemos cómo entender y abordar. Por su parte, otros
autores sostienen que lo que está en cuestión es la eficacia que la escuela tuvo para producir
determinado tipo de sujeto (el ciudadano); tal eficacia se producía, al menos en cierta parte, en
la situación de la escuela como un espacio cerrado, donde parecían estar claramente
establecidas las fronteras entre el adentro y el afuera escolar. Hoy el afuera penetró los muros
de la escuela y comenzó a percibirse en el terreno educativo con un mayor “peso” y mayor
“influencia” sobre la función de la escuela en la educación de los(as) niños(as) y los jóvenes. El
peso del adentro y el afuera en nuestras sociedades ha abierto las puertas a la pregunta sobre
cuál es la relación que existe entre las condiciones de vida de los(as) niños(as) y jóvenes y sus
posibilidades de aprendizaje. Esta pregunta no formaba parte de las preocupaciones educativas
en los orígenes de los sistemas escolares o al menos no se hacía desde los supuestos que hoy
formulamos en torno a esta cuestión. Las respuestas que actualmente se brindan a esta
pregunta son múltiples y, de algún modo, tienen efectos en las prácticas cotidianas ligadas a la
enseñanza y a la función de la escuela. El reclamo de la cantidad de maestros(as) frente al estado
de desnutrición o abandono que tienen los(as) alumnos(as), así como las dificultades que esto
conlleva para hacer efectivo su aprendizaje constituye un claro ejemplo de cómo la tarea de
educar es percibida como una acción que se encuentra limitada por ese contexto desfavorable.
1 Fragmentos seleccionados del texto: Serra, M. S. y Canciano, E. (2006).

Ahora, bien, esta forma de pensar la relación entre las condiciones de enseñanza y los contextos
críticos puede ser puesta en cuestión si se asume que, aun cuando el escenario social sea difícil
y hostil, la escuela puede ser un espacio donde se generen condiciones de amparo y abrigo para
los(as) niños(as) y adolescentes, y para los(as) docentes y las familias de estos(as) jóvenes. Nos
gustaría invitar a reflexionar acerca de que las condiciones de la enseñanza no están dadas, ni
son determinadas lineal e irrevocablemente desde el exterior de las escuelas o por el contexto
social de pertenencia de los(as) alumnos(as), y a interrogar acerca de las posibilidades y
alternativas que se abren si pensamos qué papel le toca a los(as) educadores(as) en la
producción de las condiciones de enseñanza. Representaciones sobre la pobreza en la tarea de
enseñar ¿Cómo es que el docente llega a ser tal? ¿Cómo es que el docente llega a encarnar la
autoridad del Estado para, desde allí, ejercer la función de la enseñanza? Si bien la figura del
maestro es previa a la consolidación de los Estados como los nuestros, los(as) maestros(as)
pasan a ser una figura central en las instituciones educativas cuando empiezan a ser sostenidos
por el Estado a través de la alianza que éste establece con las familias. En el tácito acuerdo que
la familia y el Estado celebran, por el cual la familia delega en un espacio extrafamiliar cierta
porción de educación, es donde puede ubicarse el reconocimiento de la autoridad y la
legitimidad del Estado para educar, hacerse cargo y cuidar a los ciudadanos. La posibilidad del
desplazamiento de la tutela de los(as) hijos(as) desde los padres a las escuelas parte del principio
de que la familia sola no puede ofrecerle al niño todo lo que éste necesita para su educación.
Aquello que la familia no puede ofrecer, sí puede hacerlo quien posee saberes específicos: el
docente. En el presente esta función ha sido tan afectada como lo fue el sistema educativo en
su conjunto, con el agregado que en las escuelas, la exclusión, la pobreza y las turbulencias de
los tiempos actuales se hace sentir en cada relación pedagógica. (s. a.). (s. f.). Niña estudiando
[fotografía]. Tomada de: http://sociologiayteorias.blogspot.mx/ Los maestros de hoy frente a la
pobreza La relación entre escuela y pobreza ha adquirido en las últimas décadas otros
significados, otras respuestas y otras preguntas. Pobreza y educación son una relación más
compleja que nos exige interrogarnos acerca de las concepciones y posturas que actualmente
se están sosteniendo alrededor de lo que la escuela puede y no puede hacer frente a la
fragmentación social. En este contexto, una de las cuestiones a pensar es que el problema hoy
no es la expansión cuantitativa de la educación, sino cómo ofrecer condiciones de enseñanza
que contribuyan a disminuir los elevados índices de repetición y deserción que se observan en
la educación básica y media. Dicho de otro modo, ya no se trata del acceso al sistema educativo
por parte de un grupo que quedó afuera, sino de cómo ofrecer una educación enriquecida
simbólicamente para todos para, así, sostener la permanencia en el sistema. Esta situación ha
dado lugar al perverso dilema “retención-calidad”. El “riesgo” que trae la pobreza En el marco
de la relación educación-pobreza emerge la noción de “riesgo”. Esta noción aparece nominando
a un colectivo de sujetos provenientes de sectores de pobreza, para quienes se considera que la
educación común es insuficiente o inadecuada –previamente a cualquier intervención
pedagógica y basándose en los factores de riesgo que se construyen a partir de la vulnerabilidad
del grupo social por sus condiciones socioeconómicas de vida. En este marco, la noción de
alumno creada por el proceso de escolarización pierde consistencia; a ella se antepone la idea
de que el niño que vive en condiciones de pobreza es, centralmente, un niño en “riesgo social”.
Esta nueva condición habilita el diseño y la justificación de circuitos diferenciados incluso dentro
de la escuela común, donde el circuito de la pobreza tiene como común denominador la
carencia, la cual, por un lado, sólo se sostiene y, por otro, interrumpe la idea del margen de
indeterminación que existe entre un sujeto y su futuro en la educación común. Entonces, la
inversión es la siguiente: se determina de antemano cómo es el otro, cuáles son sus
características, es decir, a qué grupo pertenecerá según indiquen los factores de riesgo y,
posteriormente, se estima cuáles deberán ser los modos de intervención pedagógica
“adecuados” según sus características. Este modo de pensar la relación entre educación-
pobreza nos coloca, por un lado, ante el quiebre del imaginario que defendía una educación
“común” e “igual” para todos los(as) niños(as) y, por otro lado, ante la idea de que la condición
de pobreza inscribe en el cuerpo de los sujetos marcas que pueden llegar a ser del orden
irreversible. Las operaciones pedagógicas presentes sobre los contextos críticos Las perspectivas
pedagógicas basadas en el supuesto de que la pobreza determina las posibilidades de
aprendizaje de los(as) alumnos(as) colocan en el centro de sus preocupaciones la idea de que,
ante la educación de los(as) niños(as) provenientes de sectores carenciados, se tiene que
recurrir a “estrategias especiales” que vengan a operar sobre esa falta, carencia o defecto, con
el fin de reducir la distancia que media entre quienes tienen este “déficit” y quienes se ubican
del otro lado de la línea, en el lugar de la “normalidad”. ¿A qué se refiere en este contexto la
noción de déficit? En primer lugar, la noción de déficit es definida como una distancia negativa
en relación con un parámetro de normalidad establecido; en efecto: el déficit se inscribe como
carencia, deficiencia, incapacidad, retraso o inferioridad. Existen criterios que definen –antes de
cualquier intervención educativa– quién es el otro (un sujeto “deficitario” que está en “riesgo
social”) y qué tipo de abordaje pedagógico “debe” recibir. Esta forma de interpretar la relación
educación-pobreza opera desde el criterio de normalización y desde una relación con el otro
que se fija en el criterio de mismidad. ¿Qué significa esto? Significa que lo que se plantea es que
los(as) niños(as) que viven en condiciones de pobreza siempre son “otros”: es el “otro” el que
no se comporta como “nosotros”, el que vive otra vida, el que tiene otros códigos y requiere de
estrategias especiales. Esta visualización de la pobreza implica la emergencia de nuevas formas
de inclusión/exclusión en la medida que se pone en marcha una serie de operaciones que
convalidan la ruptura de la impronta común del sistema educativo público y legitiman la
fragmentación y estratificación de la educación escolar. En este sentido, el cuestionamiento más
radical se dirige a aquellas perspectivas que insisten en definir (de antemano a todo acto
educativo) cualquier relación con el otro: quién es el otro y cuáles son sus características, como
si las respuestas permitieran operar de un modo más eficaz sobre el sujeto y su constitución.
Ahora, bien, ¿acaso esa definición previa no interviene ya en los resultados de la operación
pedagógica? Cuestionar e interrumpir estas concepciones es uno de los caminos para comenzar
a pensar la educación en contextos de pobreza desde otro lugar. Se trata de preguntarnos por
el posicionamiento que asumimos frente al otro y sus aprendizajes, pero también por las
múltiples posibilidades que ofrecemos para que la enseñanza pueda suceder. En este sentido se
torna imperativo cuestionar las miradas deficitarias sobre los(as) niños(as) y romper las cadenas
de interpretación causales que enuncian pobreza-deficiencias-carencias. Allí se juegan nuestras
formas de vincularnos con los otros, pero también con el trabajo de enseñar. Cuando se habla
de niños(as) en riesgo social o en riesgo escolar, o de escuelas ubicadas en zonas de riesgo, a
menudo suele proponerse una serie de prácticas ordenadas en torno a la noción de
“prevención”, en tanto acción confiable que puede traernos gran parte de la solución de los
problemas que son visualizados como propios de los sujetos. Interrogar esta noción puede
contribuir a mostrarnos algunos de los efectos que produce en el terreno educativo. (s. a.). (

Esta transición significa una nueva forma de concebir a los sujetos y las modalidades o
estrategias de intervención social. En las últimas tres décadas se ha venido dando un proceso de
autonomización de la noción de riesgo respecto a la de peligro, acompañada de una nueva
modalidad de trabajo. La novedad consiste en el abandono de las intervenciones de modalidad
directa, que se ocupaban del sujeto o del individuo concreto, y su reemplazo por la construcción
de un flujo de población a partir de la articulación de factores abstractos factibles de producir
un riesgo. Ahora, pre-venir es anticiparse a lo que está por venir, a lo que vendrá.

Así pues, la prevención es solidaria de la idea de potencialidad (en el sentido de latente) en


cuanto a que “el otro” puede ser potencialmente un delincuente, un niño en riesgo o un sujeto
peligroso. Desde esta lógica, quienes viven en condiciones de pobreza se convierten en sujetos
potencialmente delincuentes, potencialmente peligrosos, potencialmente “desertores” del
sistema escolar. Pensar una educación que se posicione para evitar esos riesgos implica, por un
lado, reubicar el lugar social de la educación (ahora para prevenir el orden social más que para
instituirlo) y modificar el sentido de la operación pedagógica, reduciendo lo que tenga que ver
con habilitar, incluir a un colectivo o igualar. Si se establece de antemano quién es “el otro” y lo
que podrá o no podrá hacer en el futuro, entonces la educación se encuentra emparentada con
aquellas prácticas anunciadoras de pronósticos. En este sentido, la educación se vuelve
prevención (antes que transmisión de la cultura) y procura orientar o asignar un modo
diferencial de atención incluso dentro del mismo sistema educativo. La formación docente y su
papel A la hora de pensar en las respuestas que el sistema educativo posee para abordar los
interrogantes que plantea la agudización de la pobreza y de las desigualdades sociales, la
formación docente se constituye en uno de los eslabones de este sistema sobre el que, en última
instancia, mayores interpelaciones recaen. ¿Cómo se están formando los docentes? ¿Se
encuentran “preparados” para educar en los difíciles contextos de pobreza? ¿Cuál es la
formación que los docentes deberían recibir para trabajar en condiciones sociales tan adversas?
¿Se trata de diseñar estrategias de formación específicas para educar en contextos de pobreza?
¿Qué problemas y tensiones se abren cuando esta interrogante se instala en el imaginario
educativo?

Con la intención de atender estas preguntas han surgido en los últimos años innumerables
estrategias de capacitación y formación docente que asumen que los contextos de pobreza
implican una formación puntual y específica. Es así como, por ejemplo, presenciamos la
emergencia de especializaciones que se dedican a capacitar maestros(as) que trabajan con
alumnos(as) en riesgo, lo cual marca un punto de inflexión en el tratamiento de las condiciones
socioeconómicas adversas del alumno. Pero, ¿es la pobreza un rasgo que debe tenerse en
cuenta a la hora de enseñar? ¿Qué supuestos se sostienen cuando se propone una asignatura
como Didáctica de la Matemática para contextos de pobreza? ¿La enseñanza de la matemática
requiere de métodos y estrategias diferentes según la condición social de quien aprende? Lo
que se pone en juego es que para enseñar en contextos de pobreza, los docentes deben poseer
una formación específica que les otorgue conocimientos acerca de lo que el pobre es. Se
construye así la idea de que la formación docente tal como está diseñada no es “suficiente” para
abordar el problema y se proponen asignaturas que señalan la inscripción de la pobreza en la
naturaleza del alumno, en cuanto a que se postulan saberes científicos a través de los cuales se
pretenden describir las características especiales del grupo social individualizado; se enfatiza la
construcción de un patrón biológico y psicológico en cuanto a que pobre es el otro, y sobre qué
puede y qué no puede debido a su contexto social de pertenencia. En consecuencia, la
insistencia por una supuesta especificidad que la pobreza trae al terreno de la educación
también significa una ruptura respecto a la ficción igualitaria sobre la cual estaba estructurada
la educación escolar en la modernidad. La educación funcionó como la que podía hacer con el
otro una cosa diferente de lo que era. La educación de ahora no sostiene una ficción igualitaria,
por lo que recorta el futuro a ese otro pobre. La exclusión que esta inclusión conlleva es negarle,
por su pertenencia a un determinado sector social, el acceso a la cultura común, al sistema
común o simplemente a “otro mundo” que la educación pudiera traer consigo. ¿Es posible que
el reconocimiento de la pobreza no obstaculice la posibilidad que trae consigo la enseñanza de
habilitar al otro a conocer otros mundos, transformarse y habilitarse a ser diferente? La escuela
como lugar de transmisión de la herencia cultural y de formación de las nuevas generaciones
tiene la función de ofrecer herramientas valiosas que les permitan a los(as) niños(as) y los
jóvenes comprender el mundo, analizar las situaciones sociales que día a día nos atraviesan y
participar en la interacción con los adultos educadores en la construcción de trayectorias de vida
más inclusivas. Resulta imprescindible entonces apostar por una experiencia escolar que
recupere, tanto para los(as) estudiantes como para los(as) docentes, un encuentro productivo
con el conocimiento a través del cual se habiliten nuevas preguntas y se brinden otros saberes.
La formación docente tiene que nutrirse de los enfoques y aportes que buscan problematizar
las miradas educativas que tienden a criminalizar, culpabilizar, discriminar y estigmatizara los
sujetos que viven en condiciones de pobreza. Así sería posible que la escuela sea un espacio para
debatir cómo han sido definidos los sujetos que viven en condiciones de pobreza. Enseñanza
escolar y enseñanzas extraescolares La escuela fue la institución que a lo largo del siglo XX se
encargó de la transmisión de la cultura de un modo casi hegemónico, operando con una lógica
análoga a otras instituciones del Estado –como las de la salud, las policiales y las ligadas al
tratamiento del delito–, desplazando otras estrategias que funcionaban socialmente en muchos
casos en pos de ofrecer la misma alternativa de educación a todos los sujetos. Hoy, esa
hegemonía está siendo desplazada, no sólo por el desarrollo de formas alternativas de acceder
al conocimiento ligadas con la tecnología, por ejemplo, sino también por la transformación del
gesto del Estado (en estos tiempos “corrido” de una voluntad única). Actualmente el problema
no es que el Estado se haya debilitado o haya desaparecido, sino que ha cambiado su forma, ya
que la responsabilidad por los derechos del conjunto de los ciudadanos no se toma en los
mismos términos que antes. En este escenario el afuera de la escuela crece día a día. Para
enfrentar los contextos de pobreza existen políticas públicas nacionales, estatales y municipales,
que al mismo tiempo y de modo diferenciado se dirigen a los(as) niños(as) desde distintas
miradas; a estrategias de aprendizaje como modo de inserción social; a combinar inserción
laboral, social y educativa; y a poner en juego estrategias pedagógicas para el tratamiento de
chicos y jóvenes en problemas con la ley. El espacio es muy amplio y va más allá de la escuela,
aunque en muchos casos trabaja con ella, la suma o simplemente supone su presencia. Si bien
la escuela ha desarrollado formas específicas ligadas con la educación de la infancia y la
juventud, las acciones dirigidas a la comunidad con estrategias educativas más allá de la escuela,
y cada vez más numerosas, desarrollan sus propias modalidades de transmisión. A modo de
conclusión Parte de los desafíos consiste en trazar o esbozar aquellas convicciones para poder
anclar los horizontes de nuestras prácticas de enseñanza y que, a modo de “medios de
orientación”, se constituyan en marcos de referencia o “herramientas” que contribuyan para
poner bajo sospecha las miradas que tenemos sobre los(as) niños(as) y sobre los futuros que
ofrecemos en la tarea cotidiana de enseñar. Junto con lo anterior, se trata de trabajar e instalar
en las instituciones discusiones acerca de cómo construir hoy condiciones de enseñanza basadas
en la igualdad: cómo hacer de la escuela un lugar de disputa de las injusticias y desigualdades
sociales, por qué y desde dónde rechazar el conformismo y esa sensación de que nada se puede
hacer. Si por enseñanza entendemos ese acto político de poner a disposición de las nuevas
generaciones la herencia cultural que las habilite a apropiarse de los interrogantes de este
mundo y a elaborar los propios, nuestra responsabilidad se juega en esa brecha simbólica,
imaginaria, que cada día procuramos abrir para dar un lugar a nuevas experiencias y al
encuentro con mundos hasta entonces desconocidos. Todo esto da cuenta de la importancia
que tiene para los(as) niños(as) contar con maestros(as) que cada día los reciben para enseñarles
cómo es el mundo y, a través de ese gesto, abrir nuevos horizontes para ellos. Seguramente ello
no implica pisar siempre un terreno seguro; al contrario, seguramente supone la difícil apuesta
de sostener, como constitutivo o inherente a todo vínculo educativo, la posibilidad de dudar,
tener incertidumbres, a veces dolor e inseguridades, así como interrogantes sin respuestas
certeras acerca de los alcances y posibilidades de la relación educativa. Enseñar supone rechazar
las comprensiones moralizantes y dictaminadoras de lo que debe ser y de lo que es la escuela,
para en cambio trabajar sobre la perplejidad que nos produce hacerlo en el actual escenario
educativo. A su vez, exige sostener la confianza como modo de vinculación vital entre
educadores(as) y alumnos(as), como una hipótesis sobre la conducta futura del otro que
concierne al futuro. “La confianza es una experiencia inicial y determinante para el ser hablante
y deseante por la simple y sencilla razón de que no puede elegir. Se trata entonces de responder
a la confianza del niño dando confianza. El no poder del niño es la causa o la razón de su
desconfianza, pero la ofrenda que el adulto hace confiando en el niño es lo que le permite creer
en sus capacidades”. (s. a.). (s. f.). Niños en escuela [fotografía]

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