Los Sacramentos de Sanación

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LOS SACRAMENTOS DE SANACIÓN

"El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al
paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la
fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este
es finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de
los enfermos" (Cat.I.C. 1421). Los Sacramentos de sanación son aquellos que hacen presenta la
obra de sanación llevada a cabo por Cristo así como el curó el cuerpo y alma y perdonó durante su
vida terrena y quiso que la Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación
y de salvación. Esta es la finalidad de la Reconciliación y la Unción de los Enfermos (Cat.I.C 1421).

8.1.- LA RECONCILIACIÓN

Existe una experiencia profunda que realiza todo hombre la ruptura culpable con los otros. Las
tensiones y los conflictos son una constante de nuestra vida por este es importante en la vida
saber pedir perdón. De hecho no hay nada más penosos que encerrarse en sí mismo sin atreverse
a pedir cosa alguna, aunque resulte difícil. Frente a esta realidad el amor incondicional de Dios sale
a nuestro encuentro y es donde se funda el sacramento de la reconciliación. Es preciso que en la
comunidad se proclame que el perdón se da y se da totalmente. Es preciso que se diga que Dios y
la comunidad cristiana se aceptan sin condiciones. Está aceptación total es un don que Dios nos
hace y sólo podrá manifestarse si nosotros lo expresamos mediante el perdón mutuo. Es
importante que alguien pueda expresar este perdón no simplemente en nombre propio sino en
nombre de toda la comunidad, en nombre de la Iglesia y hacer presente el amor y perdón de Dios.
Será el sacramento de la reconciliación, llevado a cabo por el sacerdote, el que hará real el perdón
de Dios como portavoz de éste y de la comunidad de la Iglesia. Cristo confió a sus apóstoles el
ministerio de la reconciliación (cfr Jn 20,23; 2Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros
o sacerdotes, colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los
obispos y los presbíteros o sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de
perdonar todos los pecados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (cfr.
Cat.I.C.1461). "Aquellos que se acercan al sacramento de la penitencia reciben de la misericordia
de Dios el perdón de las ofensas hechas a El y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la
que infligieron una herida con el pecado y que coopera a su reconciliación con la caridad, el
ejemplo y la oración" (cfr. Cat.I.C 1422. L.G 11). Este sacramento debe vivirse con una gran
ternura. Es la ternura de quien sabe que a pesar de que todos compartimos esta realidad del
pecado todos somos perdonados. Es la ternura de quien dice: "todos somos cómplices, todos
estamos implicados en los conflictos, todos hemos sido heridos y seguimos hiriéndonos, por eso
no merece la pena que llevemos cuenta de todo ello. Como compañeros que somos y que
recibimos gratuitamente de Dios su propio amor vivamos el perdón siendo bondadosos unos con
otros con la ternura de quien ha vivido demasiados sufrimientos como para querer añadir otros
nuevos". La reconciliación o penitencia es el sacramento de la victoria de los bautizados sobre el
pecado. Por eso la Iglesia no deja solo al pecador en su camino de regreso al Padre, ni se limita a
una intervención solo al momento de la reconciliación, sino que lo acompaña antes, durante y
después de la absolución sacramental. "Los que se acercan al sacramento de la penitencia
obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo
tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a
conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (L.G.11). En el lenguaje común por el uso de
los fieles este sacramento es llamado "confesión", porque, además de ser ésta una parte esencial
del sacramento, es considerada el momento más significativo. En el lenguaje teológico se ha
preferido, por muchos siglos, el nombre de "sacramento de la penitencia", como la más expresiva
del sacramento en su conjunto. El nombre "sacramento de la reconciliación", a partir del Concilio
Vaticano II, pone en relieve los efectos del sacramento. El avance de las ciencias, sobre todo de la
psicología, con el mejor conocimiento de las vivencias internas de las personas (como pueden ser
las responsabilidades personales y sociales, conflictos internos y externos, el sentido de culpa, etc)
llevaron a la teología a entender mejor las raíces antropológicas y la necesidad de este
sacramento. La renovación pastoral y su comprensión teológica de este sacramento fue objeto de
atención de toda la Iglesia. El magisterio eclesial, también el pontificio, manifiestan claramente la
necesidad y actualidad del sacramento. Desde el punto de vista teológico doctrinal la lucha contra
el pecado de parte de los fieles, y también en el seno de la comunidad cristiana, es una constante
desde los mismos orígenes de la Iglesia. El hombre es un ser llamado a la amistad con Dios pero es
también pecador, esta es su más profunda verdad. Esta verdad de la condición del hombre y de la
Iglesia, llamada a la santidad y pecadora, se encuentra enseñada en las mismas palabras de Cristo
en el Padre Nuestro: "perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden" (Mt 6,13). La advertencia de San Juan en su primera carta: "si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si
reconocemos nuestros pecados, el que es justo y fiel nos perdonará los pecados y nos purificará
de toda culpa" (1Jn 1,8-9); la exhortación del apóstol Santiago: "Confesad vuestros pecados los
unos a los otros y rogad los unos por los otros para ser sanados" (Sant 1, 16). La nueva cultura
exige una profundización en el concepto de pecado que tenga en cuenta, además de su dimensión
trascendente y de la responsabilidad personal, las raíces antropológicas de las que se alimenta, las
plataformas internacionales desde las que se proyecta y las consecuencias que provoca en todos
los niveles del orden social. No se trata sólo de los pecados cotidianos, San Pablo rechaza pecados
más graves y que afectaron a la Iglesia: "No se dejen engañar: las malas compañías corrompen las
buenas costumbres. Regresen en sí como conviene y no pequen. Algunos de hecho demuestran no
conocer a Dios; se los digo a vuestra vergüenza" (1Cor 15, 33-34). Estas citas bíblicas se podrían
multiplicar, nos hacen ver que la necesidad de la conversión y la penitencia no es consecuencia de
un decaer de la virtud después de un tiempo de oro del fervor cristiano. La Iglesia tuvo siempre
necesidad de conversión. Desde un primer momento el llamado a la penitencia ha resonado en el
seno de la Iglesia y hacia aquellos a quienes se anunciaba el Evangelio. La misma Iglesia ha debido
reaccionar fuertemente contra aquellos que querían reducirla a una comunidad de perfectos, de
"impecables". SAN AMBROSIO, en el siglos IV, amonestaba a los novacianos: "Cuando elimináis el
resultado de la penitencia, estáis diciendo: ninguno de los que tiene herida entre bajo nuestro
techo, ninguno sea resanado en la Iglesia, entre nosotros no se curan los enfermos, estamos
sanos, no necesitamos del médico" (ANSELMO DE CANTERBURY, De poenitentia, 1, 6.29). Por el
contrario la Iglesia es una comunidad de pecadores que buscan la conversión y el perdón, los fieles
encontrarán siempre el remedio contra el pecado. Si bien la lucha contra el pecado es algo
personal -no admite suplencias-, no es algo privado: el pecador no es dejado sólo, encuentra el
perdón en la Iglesia y mediante la Iglesia. El itinerario de conversión que recorren los fieles en la
Iglesia tiene manifestaciones externas que nacen de una conversión interior.

8.1.1.- Los actos del penitente La Iglesia, siguiendo su práctica penitencial milenaria, enseña con
precisión cuales deben ser los actos del penitente (cfr. Cat.I.C. 1450-1460). Por medio de este
sacramento se expresa y se realiza la reconciliación con Dios. Dios que perdona a uno de sus hijos,
y éste se aleja del pecado, regresa a su Padre y acepta ser hijo amoroso, cumpliendo la voluntad
de su Padre. Todo este proceso se realiza en Cristo y por la potencia del Espíritu Santo. "Nadie va
al Padre sino por mi" había dicho Jesús, por eso ir al Padre es ir por el Camino que él nos dio, su
propio Hijo. Mediante el encuentro con Cristo y la unión a El se obtiene el perdón, y Cristo se hace
presente en su sacerdote, su ministro, al cual con el don del Espíritu Santo le dio el poder de
remitir los pecados: "Jesús les dijo otra vez: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también
yo los envío. Dicho esto sopló y le dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados,
le quedan perdonados; a quienes se los retengais, le quedan retenidos" (Jn 20, 21-24). 8.1.2.- Los
efectos de este sacramento Los efectos que genera la recepción de este sacramento son
integrales, se trata pues de una reconciliación que sana varias dimensiones de las personas: con
Dios, consigo mismo, con los hermanos (cfr. Cat.I.C.1468-1470). - La reconciliación con Dios. En los
que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una disposición religiosa,
"tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo
consuelo espiritual" - La reconciliación con la Iglesia. El pecado menoscaba o rompe la comunión
fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente
al que se reintegra en la comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la
Iglesia que ha sufrido por el pecado de uno de sus miembros. - La reconciliación con uno mismo y
los demás La reconciliación con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones
que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo
mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en el ACTOS DEL PENITENTE La contrición: "un
dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" La
confesión de los pecados: el hombre se enfrenta a los pecados de los cuales se siente culpable;
asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el
fin de hacer posible un nuevo futuro. La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye
una parte esencial del sacramento de la penitencia: "En la confesión, los penitentes deben
enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia. Sin ser estrictamente necesaria, la
confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia. La
satisfacción: muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo
esta satisfacción se llama también "penitencia". Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por
nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo. LA RECONCILIACIÓN CON DIOS. LA
RECONCILIACIÓN CON LA IGLESIA. LA RECONCILIACIÓN CON UNO MISMO Y CON LOS DEMÁS.
EFECTOS INTEGRALES que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos,
agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la
creación.
LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Es una realidad de la condición humana el dolor, la enfermedad, la vejez y la muerte; frente a las
cuales las personas experimentan la impotencia y limitación. El sacramento de la Unción de los
enfermos tiene como finalidad ayudar a los que sufren, y a los que lo rodean el poder descubrir en
esta realidad la presencia de Dios. Son muchos los que sienten miedo a la muerte sobre todo en
nuestra cultura científico técnica, su irracionalidad es tal que muchas veces solo acontece el
silencio. Frente a este silencio y desesperación viene el Señor a nuestro encuentro a través del
sacramento de la Unción de lo enfermos. La Unción de los enfermos es el sacramento que "tiene
por fin conferir una gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al
estado de enfermedad y vejez" (Cat..I.C.1527). La Iglesia prefiere usar el nombre de Unción de los
enfermos y no tanto de Extremaunción para hacer patente que no es sólo un sacramento para
quienes se encuentran en el último momento de su vida, sino para aquellos cristianos que
empiezan a estar en peligro de muerte, por enfermedad o vejez. Se llama "unción" porque al
sujeto se le unge con óleo sagrado. Esta Unción de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro
Señor como un sacramento. Se trata de un sacramento insinuado por Marcos 6,13: "Saliendo a
predicar, exhortaban a que hiciesen penitencia, y lanzaban a muchos demonios, y ungían a
muchos enfermos con óleo y los sanaban". En este texto se encontraría una insinuación o una
preparación para la futura institución del sacramento" y fue recomendado a los fieles y
promulgado por Santiago 5,14-15: "¿Alguno de vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros
de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe
salvará al enfermo y el Señor le aliviará, y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados".
El Código de Derecho Canónico, con palabras de la Constitución del Vaticano II Lumen Gentium 11,
indica la finalidad del sacramento, a la vez que precisa la materia y la forma, reguladas
definitivamente por PAULO VI en la Const. Sacram Unctionem Infirmorum del 30 de noviembre de
1972. Así pues, enseña: "La unción de los enfermos, con la que la Iglesia encomienda a los fieles
gravemente enfermos al Señor doliente y glorificado, para que los alivie y salve, se administra
ungiéndolos con óleo, y diciendo las palabras prescritas en los libros litúrgicos" (C.I.C. 998). La
materia es el aceite de oliva bendecido por el obispo en la misa Crismal del Jueves Santo (cfr. C.I.C,
999). En caso de necesidad es materia apta cualquier otro aceite vegetal que puede bendecir el
sacerdote que administra el sacramento. El Catecismo Romano señala razones de conveniencia
sobre el uso del aceite en este sacramento: "así como el aceite sirve mucho para aplacar los
dolores del cuerpo, así también la virtud de este sacramento disminuye la tristeza y el dolor del
alma. El aceite además restituye la salud, causa dulce sensaSe llama "unción" porque al sujeto se
le unge con óleo sagrado. 263 ción y sirve como de alimento a la luz; y, por otra parte, es muy a
propósito para reparar las fuerzas del cuerpo fatigado. Todo lo cual da a entender los efectos que
se producen en el enfermo por virtud divina cuando se administra este sacramento" (Catecismo
Romano, cap. 6, n. 5.). La forma del sacramento son las palabras, prescritas por el ritual y
pronunciadas por el sacerdote: "Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el
Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te
conforte en tu enfermedad" (cfr. Cat.I.C.1513). Enseña SANTO TOMÁS DE AQUINO que la unción
de los enfermos es "como una inmediata preparación para la entrada en la gloria" (S. Th., III, q. 65,
a. 1, ad. 4). Cristo viene a reconfortar a sus fieles con su omnipotencia redentora y con la
proximidad de su presencia. Cristo no abandona a los hermanos, por los que dio la vida, sino que
se hace presente para sostener a los "suyos" hasta el fin, para arrancarlos de la influencia invisible
del demonio e introducirlos sin tardanza en la casa del Padre. 8.2.1.- Los efectos del sacramento
Los efectos que produce este sacramento son: - aumento de gracia santificante; - gracia
sacramental específica: la gracia sacramental propia de la unción tiene como efecto la curación, si
ésta conviene a la salud del cuerpo. "Esta asistencia del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere
conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de
Dios" (cfr. Cat.I.C.1520). - la salud corporal, cuando conviene a la salvación del alma; la Unción de
los enfermos no produce la salud corporal en virtud de las propiedades naturales de su materia,
sino por el poder de Dios, que actúa de modo razonable; y como un agente dotado de inteligencia
nunca induce un efecto secundario sino en cuanto ordenado al efecto principal. De ahí que no
siempre se consiga la salud del cuerpo, sino sólo cuando conviene para la salud espiritual. - el
perdón de los pecados veniales y la desaparición de las reliquias del pecado. - indirectamente
puede perdonar los pecados mortales. Su finalidad propia no es perdonar los pecados mortales,
para lo que ya está el sacramento de la penitencia. Sin embargo, si no es posible recibir la
confesión y la persona está arrepentida, la unción también perdona los pecados mortales. Este
sacramento no es necesario por sí mismo para la salvación, no obstante por sus efectos propios, es
importante que los enfermos lo reciban cuando están en plenitud de sus facultades mentales. La
unción de los enfermos no imprime carácter, y por lo tanto puede repetirse. Si un enfermo que
recibió la unción recupera la salud, puede, en caso de una nueva enfermedad grave, recibir de
nuevo este sacramento. En el curso de la misma enfermedad, el sacramento puede ser reiterado si
la enfermedad se agrava (cfr. Cat.I.C.1515). Los ministros ordinarios del sacramento son los
sacerdotes que tienen 264 la obligación y el derecho de administrarlo a los fieles que tienen
encomendados: "Todo sacerdote, y sólo él, administra válidamente la unción de los enfermos"(cfr.
C.I.C.1003).

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