Lectura de Textos Literarios.

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JUAN EL PEQUEÑIN DE LA CLASE

PERSONAJES:
● Narrador (Voz en off)
● Juan (El pequeñín de la clase)
● Ana Clara (La maestra de Juan)
● Yamal Gabán (El superhéroe amigable)
● Compañeros (Compañeros de clase de Juan, al menos 2 pero pueden ser más)

Acto I Narrador:
Juan, el más pequeño de la clase y el favorito de la maestra Clara, con su elevado coeficiente intelectual, solía
crear un ambiente ameno dentro del aula. No obstante, su autoestima decaía día a día, a causa del frecuente
bullying del que era víctima.
(Juan, su maestra y compañeros en el salón de clase)

Ana Clara: Buenos días mis estimados, por favor abran su libro en la página número 13. ¡Juan, querido!
¿podrías realizar la lectura? Juan: ¡Con gusto maestra!.

Narrador: En el instante que Juan se levantó, todos sus compañeros de clase comenzaron a mirarse entre sí, y
a emanar risas entre ellos, como pretendiendo hacerle una travesura. (Juan camina tímidamente hasta el lugar
donde está su maestra)

Maestra: Lee desde el párrafo dos por favor.

Juan: “Al caer la eterna noche, se encontraba la bella dama durmiendo en su aposento, cuando de pronto
Felipe decide declararle su amor…”

Narrador: En seguida y sin razón alguna, todos sus compañeros comenzaron a reírse a gran carcajada.
Compañeros: ¡Ja ja ja ja ja!

Narrador: Juan, al ver la burla de sus compañeros, tiró el libro al piso e inmediatamente salió corriendo del
salón refugiándose en el armario de albañilería. Cuando de pronto, como por arte de magia escuchó unos
pasos cercanos a la puerta.

Acto II
(Juan empieza a temblar imparablemente crujiendo sus dientes. Seguidamente Yamal abre la puerta)

Yamal Gabán: ¡No temas pequeñín!, vengo ayudarte y a levantarte el ánimo.

Juan: Pero…Pero ¿quién eres tú?

Yamal Gabán: Soy Yamal, el gran amigo de todos los pequeñines. Vamos amiguito tengo algo que mostrarte,
sígueme. Narrador: Tras el asombro de Juan al ver a Yamal con su gran fuerza y fortaleza, sintió que por fin
había encontrado la solución a todo abuso sufrido.

Acto III
(Juan y Yamal miran de lejos a los chicos abusadores situados en el comedor)

Juan: ¡Mira allí están!, siempre me esperan en el comedor para comenzar a burlarse de mí, ya sea por mi
estatura, por mi inteligencia o por cualquier cosa que se les ocurra. A veces quisiera no ser así. Yamal Gabán:
Nunca digas eso amiguito, esos talentos te hacen único. Espera un momento… (Yamal camina por el comedor
y comienza a vociferar un excelso acontecimiento)
Yamal Gabán: ¡No puedo creer que me haya salvado ese pequeñín!. De no ser por él, ya hubiese muerto
ahogado por un trozo de carne. (Los compañeros de clase de Juan, se acercan a Yamal)

Narrador: Al ser Yamal conocido por los niños como el superhéroe amigable, todos deciden acercarse para
escuchar con detenimiento los detalles de tan importante noticia. Es así, como Hassín líder innato y curioso
realiza la siguiente pregunta.

Hassín: Yamal, pero…¿Quién te salvo? cuéntanos por favor. Compañeros: Sí, ¡dinos!, ¡dinos! (al unísono)
(Yamal pensativo, mientras Juan se queda mirándolo desde el fondo del comedor)

Yamal Gabán: ¡Me salvo aquel pequeño!… (Yamal señala a Juan, y todos los compañeros colocan cara de
asombro)

Compañeros: ¿Qué…? Yamal Gabán: Sí, fue ese pequeño. ¡Pequeñín ven acá!.

Narrador: Juan muy tímido con paso presuroso va hacia donde esta Yamal y sus compañeros. (Yamal lo mira
juntos con todos sus compañeros, con total silencio por la conmoción)

Juan: ¡ehhh!, aquí estoy… (Con timidez)

Compañeros: ¡eeeehhhhhhh! (Gritan de alegría) (Juan recibe un gran abrazo colectivo)

Narrador: Lo que menos esperaba el pequeño Juan, era ser sorprendido ante la reacción de felicidad por parte
de sus compañeros, gracias a lo declarado por el individuo que sin pensar, marcaría un elemento significativo
en la vida de aquel niño. Recordando, que a veces solo basta con cambiar la perspectiva de las cosas, sin
importar las personas y el lugar.

FIN.

El ruiseñor y la rosa
-Ha dicho que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas -se lamentaba el joven estudiante-,
pero no hay en todo mi jardín una sola rosa roja.
Desde su nido de la encina oyole el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
-¡No hay una sola rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaban de lágrimas.
-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído todo cuanto han escrito los
sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y tengo que ver mi vida destrozada por falta de una
rosa roja.
-He aquí por fin el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aun
sin conocerle; todas las noches repito su historia a las estrellas, y ahora le veo. Su cabellera es
oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha tornado
su rostro pálido como el marfil y la pena le ha marcado en la frente con su sello.
-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi adorada
asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa
roja, la tendré en mis brazos. Reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía.
Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará caso ninguno.
No se fiará en mí para nada y mi corazón se desgarrará.
-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es
alegría para mí, para él es pena. Realmente el amor es una cosa maravillosa: es más precioso que las
esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y granates no pueden pagarle porque no se halla
expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor, ni pesarlo en una balanza para
adquirirlo a peso de oro.
-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de
cuerdas y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie
no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no
bailará porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer sobre el césped, hundía su cara en sus manos y lloraba.
-¿Por qué lloras? -preguntaba una lagartija verde correteando cerca de él con su cola levantada.
-Sí, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
-Eso es, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una dulce vocecilla.
-Llora por una rosa roja.
-¿Por una rosa roja? ¡Qué ridiculez!
Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en
la encina, reflexionando en el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.
En el centro del parterre se levantaba un hermoso rosal, y al verle voló hacia él y se posó sobre
una ramita.
-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal sacudió su cabeza.
-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve en
la montaña. Pero ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá él te
dé lo que pides.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía en torno del viejo reloj de sol.
-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal sacudió su cabeza.
-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se
sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados, antes de
que llegue el segador con su hoz. Pero ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la
ventana del estudiante y quizá él te dé lo que pides.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto sacudió su cabeza.
-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los
grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas,
las heladas han marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré ya rosas en
todo este año.
-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio
para que yo la consiga?
-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy asustadizo.
-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con notas de música, al claro de
luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí, con el pecho apoyado en mis
espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de
tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor- y todo el mundo ama la vida.
Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de
perlas. Dulce es el olor de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle
y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de
un pájaro comparado con el de un hombre?
Entonces desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y
como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped, allí donde el ruiseñor le dejó, y las
lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
-Sed feliz -le gritó el ruiseñor-, sed feliz; tendréis vuestra rosa roja. La crearé con notas de
música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que os pido en
cambio es que seáis un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque
ésta lo sea. Y más fuerte que el poder, aunque éste también lo sea. Sus alas son color de fuego y su
cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.
El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le
decía el ruiseñor, pues únicamente sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñorcito que había
construido el nido en sus ramas.
-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina; y su voz era como el agua reidora de una fuente
argentina.
Al terminar su canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuadernito de
notas y su lápiz de bolsillo.
-El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable,
¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas, todo estilo sin nada de
sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el
mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su voz tiene notas muy bellas. ¡Qué
lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!
Y volviendo a su habitación se acostó sobre su jergoncito y se puso a pensar en su adorada.
Al poco rato se durmió.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las
espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas; y la fría luna de cristal se detuvo
y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche y las espinas penetraron cada vez más en su pecho y la sangre de
su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha; y sobre
la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y
argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal, parecía la sombra de una rosa en un espejo
de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba
el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un
enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa
seguía blanco; porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él
sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor
sublimizado por la muerte, el amor que no acaba en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y
purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió
sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último fulgor. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se
detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío de la
mañana. El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los
rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió: yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de
espinas.
A mediodía el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto una rosa semejante
en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
En seguida se puso el sombrero y corrió a casa del profesor con su rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un
perrito echado a sus pies.
-Dijisteis que bailaríais conmigo si os traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa
más roja del mundo. Esta noche la prenderéis cerca de vuestro corazón, y cuando bailemos juntos,
ella os dirá lo mucho que os amo.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no se armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del
chambelán me ha enviado varias joyas de verdad y ya se sabe que las joyas cuestan más que las
flores.
-¡Oh, a fe mía que sois una ingrata! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo. Un pesado carro la aplastó.
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Os diré que os portáis como un grosero, y después de todo, ¿qué sois?
Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que podáis tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las
del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa. -¡Qué bobería es el amor! -se decía el estudiante
a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no puede probar nada; habla siempre
de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada
práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio
de la metafísica.
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a
leer.

FIN
HAGAMOS UN TRATO
Mario Benedetti

Compañera si otras veces


usted sabe me encuentra
puede contar huraño sin motivo
conmigo no piense qué flojera
no hasta dos igual puede contar
o hasta diez conmigo
sino contar
conmigo pero hagamos un trato
yo quisiera contar
si alguna vez con usted
advierte
que la miro a los ojos es tan lindo
y una veta de amor saber que usted existe
reconoce en los míos uno se siente vivo
no alerte sus fusiles y cuando digo esto
ni piense qué delirio quiero decir contar
a pesar de la veta aunque sea hasta dos
o tal vez porque existe aunque sea hasta cinco
usted puede contar no ya para que acuda
conmigo presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.

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