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Neoliberalismo, la “fosa” de
México
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 Mauricio Romero @mauricio_contra


 enero 11, 2015
 12:00 am
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No importa el color del partido que detente el Poder Ejecutivo en


México: el que gobierna desde la década de 1980 es el neoliberalismo.
Entrega malas cuentas: no ha podido generar crecimiento económico y ha
profundizado la desigualdad, la pobreza y el desempleo, según los
propios datos oficiales. Sin embargo, el modelo económico sigue
inamovible. Los principales partidos políticos ligados a los grupos
empresariales beneficiarios de las privatizaciones garantizan larga
vida al neoliberalismo en México

La actual política económica –que data de la década de 1980– está entre los
factores que académicos, políticos y ciudadanos señalan como detonantes
de las crisis que enfrenta el país.

México ha estado inmerso en el neoliberalismo 32 años y los resultados son


contundentes: “Con Porfirio Díaz el 95 por ciento de la población era pobre.
En 1981 había bajado a poco más del 40 por ciento. Actualmente es de 85
por ciento”, señala en entrevista con Contralínea el doctor José Luis Calva
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Téllez, miembro del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad


Nacional Autónoma de México (UNAM).

Y ahonda: el poder adquisitivo de los salarios cayó 71.5 por ciento y los
salarios manufactureros perdieron el 38.5 por ciento de su poder de compra.
Además, “hoy los salarios mínimos están por debajo de la línea de la
pobreza alimentaria. Es decir que si un trabajador dedicara el ciento por
ciento de su ingreso exclusivamente para comprar comida –suponiendo que
no gaste en transporte ni en vivienda, ni en ropa ni en nada más– aun así no
le alcanzaría para tener una alimentación sana, equilibrada”.

A partir del gobierno de Miguel de la Madrid, México adoptó una estrategia


conocida como Consenso de Washington o neoliberalismo económico.

Los programas se alinearon a lo dictado por el Fondo Monetario


Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) –al Departamento del Tesoro
estadunidense, en resumen–, y consistieron en la “liberalización de manera
abrupta del comercio exterior, del sistema financiero y de la inversión
extranjera; en la privatización de las empresas públicas; el achicamiento del
papel del Estado en el fomento económico, agropecuario e industrial.

“Se hizo una reforma fiscal para bajar las tasas, incluso de la renta, para
particulares de altos ingresos y empresas; se amplió la base de
contribuyentes, afectando a los de abajo. En el manejo macroeconómico se
priorizó, por una parte, la estabilidad de precios, y cumplir metas de balance
fiscal, pero desatendiendo el crecimiento económico”, explica Calva Téllez.

Desde entonces, “lo que estamos viviendo es una tendencia a la


concentración extrema de la riqueza, que provoca que tengamos un puñado
de multimillonarios (entre ellos el más rico del mundo) al mismo tiempo y en
contraste con la enorme cantidad de población en pobreza extrema”, agrega
el doctor Guillermo Garduño, profesor de la Universidad Autónoma
Metropolitana.
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El vuelco fatal

Desde la administración de Lázaro Cárdenas hasta el inicio de la era


neoliberal, “el producto interno bruto (PIB) creció a una tasa de 6.1 por ciento
anual, lo que significó un crecimiento acumulado de 1 mil 597 por ciento, y
del 348 por ciento por habitante”, enfatiza el investigador José Luis Calva.
En consecuencia, se dio una “elevación del 200 por ciento en el poder
adquisitivo de los salarios manufactureros, mientras que los salarios mínimos
aumentaron 97 por ciento su poder de compra”.

En las 3 décadas neoliberales, el PIB por persona ha crecido a una tasa del
0.6 por ciento anual, es decir un crecimiento acumulado de 21 por ciento.
“Eso sin contar los millones de mexicanos que emigraron en busca de
empleos que no encuentran en nuestro país. Entonces, contando a los
emigrados, el crecimiento de PIB por habitante es escasamente de 0.3 por
ciento anual y acumulado de 10 por ciento en 32 años”, acota el autor
de México más allá del neoliberalismo. Opciones dentro del cambio global.
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En el periodo referido por los economistas e historiadores como “milagro


mexicano” se regulaba el comercio exterior con el afán de proteger las
nacientes industrias locales. Por ello “la manufacturera creció a una tasa de
7 por ciento anual, incluso por encima del crecimiento del PIB”.

“En aquellos tiempos la idea básica era que los mexicanos sí podíamos
tener industria. El Instituto Mexicano del Petróleo llegó a ser exportador de
tecnología petrolera. Hoy la ideología es: ‘no podemos; que vengan las
compañías extranjeras’”.

En 1982, el PIB por habitante en México era mayor, por ejemplo, que el de
Corea del Sur, así como los salarios: mientras que los del país asiático
rondaban los 3 mil 925 dólares al año, el promedio mexicano era de 7 mil
762 dólares.

Después los papeles se invirtieron: 20 mil 210.7 dólares es ahora el


promedio en Corea –con un aumento del 456.7 por ciento del poder
adquisitivo de los salarios manufactureros–, mientras que el nacional apenas
llega a 9 mil 755.9 dólares –con una reducción del 38.5 por ciento del poder
de compra.

Otro ejemplo del rezago frente a otras naciones es China. “En el pasado los
salarios en China eran menores que los de México. Hoy es al revés”,
subraya Calva Téllez. “En 2011, el salario medio mensual en China fue de
523 dólares; en México fue de 467 dólares”.

De acuerdo con los datos del propio Fondo Monetario Internacional, en 1982
México era una economía más grande que China. “Medida en dólares
corrientes, corregidos a paridad de poder adquisitivo, la economía mexicana
era de 488 mil 140 millones de dólares, mientras que la china era de 390 mil
660 millones de dólares. China era la décima economía del mundo y México
la novena, antes de esta estrategia neoliberal.

“México era un país que tenía un crecimiento de su PIB por habitante que
más que duplicaba el de los países desarrollados. Convergía a tener un
ingreso per cápita de los más altos del mundo”, recuerda el académico del
Instituto de Investigaciones Económicas. “Si no se hubiera abandonado esa
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estrategia de desarrollo, México sería actualmente la cuarta potencia


económica del planeta. Y el ingreso por persona en el país sería similar al de
Francia, Alemania”, asegura.

Pero en la década de 1980 sobrevino el vuelco fatal. Tras una serie de


endeudamientos en los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo,
Miguel de la Madrid tomó el poder y aplicó las recomendaciones de los
organismos internacionales controlados por Estados Unidos. “Los
tecnócratas neoliberales han mantenido el modelo no obstante sean del
Partido Revolucionario Institucional o del Partido Acción Nacional”.

Desde entonces los caminos de México y China llevaron a niveles diferentes:


“En 2014, cuando China se convierte en la primera economía del mundo, su
producto interno bruto ascendió a 17 billones 632 mil millones –el de
Estados Unidos es de 17 billones 416 mil millones–, y el de México de 2
billones 143 mil millones de dólares. Es decir que las cuentas que el
experimento neoliberal trae para el país no son nada halagüeñas”.
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Pudrición social, el resultado

La concentración de capitales genera desigualdad de oportunidades; la


disparidad de condiciones recrudece la pobreza. Quienes acaparan la
riqueza obtienen poder político y solidifican su rentabilidad; quienes
están abajo, en la miseria se quedan. Entonces la desesperación impera y
con violencia se expresa.

“El pueblo que trabaja incesantemente es, sin embargo, pobre y desvalido.
[…] Y esto consiste en que el fruto del trabajo es usurpado por los que a
fuerza de usurpaciones se llaman después nobleza o aristocracia”, escribió
Francisco Zarco.

“Y el origen de la aristocracia ha sido siempre la usurpación del trabajo


ajeno, la acumulación en unos cuantos de lo que era de los demás.

“Y cuando la aristocracia ha crecido como planta parásita, como árbol


maléfico que seca las plantas que lo circundan, el pueblo ha sido extranjero
en su patria, porque se ha visto despojado de la tierra y el agua, del trabajo y
el pan.”

Zarco describió el México decimonónico, pero bien pudo ser el México del
siglo XXI. Ambos momentos históricos están marcados por políticas liberales
en favor de una minoría.

“La violencia es un síntoma, no la enfermedad, la enfermedad se llama


neoliberalismo y ha calado hondo”, escribe la doctora en ciencias sociales
Mónica Vargas Aguirre. El desempleo , el hambre, la vulnerabilidad ante las
enfermedades, el frío por la ausencia de vivienda y vestido dignos, las
puertas cerradas a la educación, la ciencia y la cultura gangrenan a la
sociedad.
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El 59 por ciento de la población está en el empleo informal. También


“tenemos 2 millones y medio de mexicanos en el desempleo abierto, según
la perspectiva del Instituto Nacional de Estadística y Geografía; quien busca
empleo y no lo encuentra es etiquetado como ‘desempleado’, mientras que
el que ya se cansó y dejó de hacerlo no es considerado como tal. Hay 6
millones más en esa segunda situación”, detalla José Luis Calva, miembro
del Sistema Nacional de Investigadores.

“En consecuencia tenemos un incremento dramático de la pobreza. México


es el único país de América Latina donde la pobreza ha aumentado”.

El incremento del crimen organizado y la violencia, según el Banco Mundial,


está asociado a tres factores: el aumento de la pobreza, de la corrupción y
de la desigualdad. “De ahí el desarrollo del crimen organizado y la
inseguridad pública”.
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Gran parte de la población joven sin posibilidades de estudiar, trabajar o


emigrar, quedan a merced de ser reclutada por el crimen organizado en
cualquiera de sus ramas.

“No sólo las desigualdades son el caldo de cultivo del crimen organizado,
sino que además éste se retroalimenta continuamente de las desigualdades,
buscando mano de obra, nuevos integrantes o víctimas”, apunta la maestra
Alicia Pisabarro Cuervo, especialista en criminología. Y agrega:

“Cada vez hay más pobres, lo que lleva a estos ciudadanos a ver el crimen
organizado como una salida de la pobreza, dado que el Estado no les
proporciona otras soluciones. Sigue siendo un Estado débil y con niveles
muy altos de corrupción. La criminalidad es la vía más rápida y eficiente para
salir de la pobreza y tener un medio de vida.”

Para el doctor Guillermo Garduño, otro hecho social derivado del modelo es
el “creciente radicalismo de ciertos sectores, particularmente en los
ilustrados”. Lo cual puede comprobarse “de manera muy fehaciente, sobre
todo en el ámbito educativo, donde las presiones y las protestas
antisistémicas son cada vez mayores, pues los viejos sistemas de controles
ya no tienen valor porque ya no hay nada que esté planteando la posibilidad
de mejoramiento en un futuro relativamente próximo”.

Las consecuencias del modelo impuesto trascendieron las muertes por


hambre, enfermedades o trabajos en condiciones inhumanas. Éstas
terminan visibilizándose en el desmembramiento social, en el fuego, la
sangre y las muertes en un contexto de violencia extrema, creando las
condiciones para un estallido general. Tal es el caso de México.
La alternativa

El discurso oficial de los políticos tecnócratas que han mantenido el modelo


neoliberal ha aseverado siempre que México no tenía alternativa ante las
devaluaciones sufridas en la segunda mitad de la década de 1970 y la
profunda crisis de 1982. Que la única era someterse a los designios del
Departamento del Tesoro estadunidense.
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En 2001, Argentina vivió la culminación de un infierno alimentado durante


años por las políticas impuestas por el FMI: la deuda externa representaba el
157 por ciento del PIB, la tasa de desempleo rebasaba el 20 por ciento, la
pobreza pasó del 24 al 54 por ciento y la miseria, del 7 al 24 por ciento.

“Aquellas clases medias que se habían ilusionado con el modelo económico


neoliberal de [Carlos] Menem se vieron con que quienes tenían depósitos
bancarios no los podían retirar porque estaban embargados”, rememora
Calva Téllez.

Entonces la bomba estalló: desahucios, saqueos, protestas reprimidas;


violaciones a los derechos humanos, heridos, muertos. Cinco presidentes
pasaron por la Casa Rosada en 2 semanas.
Finalmente, Eduardo Duhalde dio el primer paso al suspender los pagos de
la deuda externa. Tras unos meses convocó a elecciones y Néstor Kirchner
asumió el gobierno argentino el 25 de mayo de 2003, con los efectos de la
crisis asolando el país.

“¿Qué hace Argentina?”, se pregunta el catedrático José Luis Calva. “Para


empezar, mantuvo una situación moratoria de la deuda externa. En el
discurso de posesión, él [Kirchner] dice: ‘No podemos seguir pagando deuda
externa a costa del hambre y el sufrimiento de los argentinos. La condición
para volver a pagar estriba en renegociar’”.

La moratoria se mantuvo y el país andino reanudó los pagos hasta marzo de


2005, una vez que los acreedores aceptaron quitas en números redondos de
75 por ciento sobre el PIB, el porcentaje de reducción más alto en la historia
económica internacional. “Argentina acabó pagando poquito menos de 25
centavos de dólar por cada dólar de deuda”.

En la administración de Kirchner, la salud de la economía dejó de medirse


por la estabilidad de los signos de valor, “es decir, la tasa de inflación y por
las ganancias de los grupos más concentrados de la economía”. Ahora la
medida es el empleo, “el empleo genuino. Y anunció un programa de
políticas de cambio subvaluado. El fin era no dejar sobrevaluar el peso
argentino”, uno de los motivos de la ruina.
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Mientras en México el tipo de cambio es utilizado “como ancla inflacionaria,


provocando una sobreevaluación permanente del peso mexicano –
actualmente del 30 por ciento–, Argentina hizo lo contrario: se abarataron las
exportaciones y se encarecieron las importaciones. Ejecutó Buna política de
fomento de actividad productiva y de creación de empleos mediante obra
pública, consiguiendo un superávit en balanza comercial, porque la planta
productiva se convirtió en competitiva”, explica el doctor en economía por la
UNAM.

Además se dio “una reforma fiscal con real poder contributivo, no sobre los
pobres, sin IVA en alimentos ni medicinas. Así se aumentó en 10 puntos
porcentuales el PIB por contribución real: todo un entorno de una política
social para atender los temas de bienestar”.

Los resultados no tardaron generaciones en aparecer. En 10 años, los


salarios mínimos incrementaron su poder adquisitivo 320 por ciento y los
salarios medios de toda la economía 120 por ciento; la pobreza se redujo de
44.7 puntos porcentuales a 7, y la miseria de 24 a 1.7. El PIB por habitante
creció a una tasa de 6.5 por ciento anual.
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En México, en 1983, la deuda externa representaba el 49 por ciento del PIB,


“ni la tercera parte de la argentina”.

¿Qué hizo México en una situación crítica pero no de la extrema gravedad


como la argentina?, cuestiona de nueva cuenta el investigador, y él mismo
responde:

“El gobierno decidió pagar la deuda externa a costa del hambre y el


sufrimiento de los mexicanos. Muchos intelectuales proponían la moratoria –
como la declarada por Argentina 20 años después–, por la
corresponsabilidad de los acreedores, el FMI y el Banco Mundial en los
programas de la deuda.”

El BM había recomendado a los países en


desarrollo –como México– endeudarse
“para reciclar los petrodólares que se
habían acumulado en los bancos de los
países desarrollados”. Así que se estaba
pagando una “sobretasa de interés, una
prima de riesgo. Y a pesar de pagar la
sobretasa, Miguel de la Madrid decidió
seguir pagando la deuda externa.

“Entonces hubo un incremento tremendo


de la pobreza, de la desnutrición infantil
severa. La reducción de consumo no sólo
de carne y de leche, sino también de frijol,
fue espantosa.”

A diferencia de Argentina, “México aplicó


toda la receta, todas las recomendaciones
del FMI en política económica. El decálogo
de políticas neoliberales”.

El académico también expone el caso de China, cuya economía estaba por


debajo de la mexicana antes de periodo neoliberal.
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“China hizo exactamente lo contrario a las medidas neoliberales: trazó


fuertes políticas de fomento tanto industrial como agropecuario.

“Además, no liberalizó su comercio exterior, lo administró. Aunque desde la


década de 1980 creó zonas francas de libre comercio, apenas en 2004
comenzó una liberalización paulatina y gradual del comercio exterior.

“La inversión extranjera se subordinó a los intereses de la industrialización


de China. Atrajeron esa inversión a las áreas prioritarias para el desarrollo y
con compromisos de desempeño: transferencia de tecnología, capacitación
de trabajadores, creciente porcentaje de componentes nacionales,
asociaciones con capital chino. Desde luego, no privatizó las empresas
públicas.”

En cambio, explica, en México se liberalizó la inversión extranjera sin


imponer ningún compromiso de desempeño. Entonces en vez de que esa
inversión extranjera llegara a abrir nuevas industrias, a crear nuevas fuentes
de empleo, llegó a comprar activos nacionales ya existentes.

“Las políticas de fomento desaparecieron y México ha sufrido un proceso de


desindustrialización. Se desmexicanizó la economía, y con el torrente [de
inversiones] que ha venido en estos 32 años, la economía no ha crecido: 2.3
por ciento anual contra el 10 por ciento [de China] y los 6.1 durante los años
del ‘milagro económico mexicano’”.

“Hay evidencia de que el modelo neoliberal, el camino que siguió De la


Madrid, no era la única opción para México. Corea del Sur nos dejó atrás,
China nos dejó atrás. Argentina salió del abismo.

“¿Cuál es la moraleja? La moraleja es que sí hay de otra en este mundo global. Que
la narrativa neoliberal en el sentido de que no había otra más que aplicar las políticas
del Consenso de Washington y pagar la deuda a costa del hambre y sufrimiento de
los mexicanos no era la única de las opciones.

“Esta estrategia económica ha mostrado contundentemente su fracaso, que hoy se


plasma en forma de una dramática descomposición social y política de nuestro país.
La gran interrogante es si la sociedad mexicana va a tolerar si se sigue aplicando.”

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