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El Edificio de Dios

Este documento resume los puntos principales de un capítulo sobre la edificación de Dios. Explica que la Biblia presenta la edificación de Dios como un tema importante que se extiende de principio a fin. La edificación de Dios implica la mezcla de Dios con la humanidad. Cristo es el ejemplo perfecto como la conjunción de lo divino y lo humano. El arca de Noé y el tabernáculo representan esta unión entre Dios y la humanidad en la edificación.

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El Edificio de Dios

Este documento resume los puntos principales de un capítulo sobre la edificación de Dios. Explica que la Biblia presenta la edificación de Dios como un tema importante que se extiende de principio a fin. La edificación de Dios implica la mezcla de Dios con la humanidad. Cristo es el ejemplo perfecto como la conjunción de lo divino y lo humano. El arca de Noé y el tabernáculo representan esta unión entre Dios y la humanidad en la edificación.

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El edificio de Dios
CONTENIDO
1. La mezcla de Dios y el hombre
2. La casa de Dios en el sueño de Jacob
3. El principio subyacente a la edificación divina
presentado en el Evangelio de Juan
4. Vida y edificación en el Evangelio de Juan
5. La edificación según las enseñanzas contenidas en las
Epístolas
PREFACIO
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano
Witness Lee para un entrenamiento celebrado en la ciudad
de Altadena, California, durante el verano de 1963. Los
mensajes no fueron revisados por el orador.
CAPÍTULO UNO
LA MEZCLA DE DIOS Y EL HOMBRE
Lectura bíblica: Gn. 2:9-12; 6:14-16; Éx. 25:8-9; 1 R. 6:1;
Jn. 1:14; 2:19-21; Ap. 21:2, 12, 14, 23; 22:1
En las Escrituras se nos presentan diversas vertientes de la
verdad con respecto a muchos temas importantes. Por
ejemplo, una de las vertientes o líneas que podemos
percibir desde el inicio mismo de las Escrituras hasta su
conclusión, concierne al tema de la vida divina. También
podemos detectar una línea de pensamiento que trata sobre
la redención, otra que trata sobre el pecado, e incluso otra
que trata sobre el enemigo de Dios, Satanás, el diablo. La
obra de edificación que Dios lleva a cabo constituye una
línea de suma importancia, la cual se halla presente en
toda la Biblia. Sin embargo, hoy en día muchos cristianos
no le dan la debida importancia a este tema; es difícil
encontrar un libro o escuchar mensajes que traten sobre el
edificio de Dios.
Al inicio mismo de las Escrituras encontramos el
pensamiento relacionado con la vida divina y la
edificación, y el concepto de que dicha vida tiene como
finalidad el edificio de Dios. De hecho, los primeros dos
capítulos de la Biblia nos proveen un plano o diseño del
plan de Dios. Todos sabemos que un plano tiene como
finalidad la construcción de un edificio. En Génesis 2
encontramos el árbol de la vida, y junto al árbol de la vida
encontramos las aguas vivas que fluyen (vs. 9-10). En este
fluir de agua de vida encontramos los materiales preciosos
requeridos para el edificio de Dios: oro, bedelio (una
especie de perla) y ónice (vs. 11-12).
Al comienzo de las Escrituras vemos la vida con los
materiales para la edificación, y al final, cuando las
Escrituras alcanzan su conclusión y máxima consumación,
vemos un edificio, representado por la ciudad santa, la
Nueva Jerusalén. Este edificio, cuyo centro es la vida, está
edificado con oro, perlas y piedras preciosas. Esto nos
muestra que las Escrituras, por un lado, son un libro de
vida, y por otro, un relato concerniente al edificio de Dios.
Así pues, a lo largo de toda la Biblia podemos encontrar
muchas referencias concernientes a esta obra de
edificación; por lo cual podemos afirmar con toda certeza
que las Escrituras son un relato de la edificación que Dios
realiza.
LA CREACIÓN DE DIOS Y EL EDIFICIO DE DIOS
En primer lugar, debemos percatarnos de la diferencia que
existe entre la obra creadora de Dios y Su obra de
edificación. En los sesenta y seis libros que componen las
Escrituras, únicamente los dos primeros capítulos de
Génesis tratan sobre la creación. Una vez finalizada Su
obra de creación, la labor de Dios consiste en edificar. Así
pues, la mayor parte de las Escrituras, desde el tercer
capítulo hasta el último, trata sobre el edificio de Dios.
Como hemos visto, al comienzo de las Escrituras está el
huerto de Edén, mientras que al final de las mismas vemos
una ciudad. Un huerto nos presenta un panorama natural,
una escena de la naturaleza; pero una ciudad es diferente,
pues es una edificación. Cuando Dios completó la
creación, obtuvo un huerto, pero no un edificio. Es decir,
el resultado final de Su obra de creación fue un huerto,
pero ello no le satisfizo. Por tanto, desde ese momento
Dios dio inicio a una labor adicional, la cual no consistió
en crear sino en edificar. Es únicamente después de haber
completado Su obra de edificación a lo largo de todas las
generaciones que Dios obtendrá, no sólo un huerto, sino
un edificio.
En la creación, la persona de Dios no se forjó en Sus
criaturas en ninguna medida. Sin embargo, al realizar Su
obra de edificación, Dios mismo se mezcla con Su
creación. En Su obra de creación, Dios creó algo con Sus
manos, pero Él mismo no era el material; mientras que en
Su obra de edificación, Dios edifica consigo mismo como
el material. Así pues, en la obra de edificación que Dios
realiza, Él se mezcla con Su creación. Por tanto, el edificio
de Dios consiste en la mezcla divina de Dios mismo con
Su criatura, el hombre.
Nosotros formamos parte tanto de la creación de Dios
como de Su edificio. Como meras criaturas que forman
parte de la creación de Dios, nada de Dios se ha forjado en
nuestro ser; pero, como aquellos que forman parte del
edificio de Dios, ciertamente algo de Dios se ha forjado en
nuestro ser. Si nuestro ser no poseyera nada de Dios
mismo, no formaríamos parte de Su edificio y solamente
seríamos parte de Su creación. Así pues, ¿en qué consiste
el edificio de Dios? Consiste en la edificación conjunta de
Dios y el hombre.
EL ARCA REPRESENTA A CRISTO
COMO LA EDIFICACIÓN CONJUNTA
DE DIOS Y EL HOMBRE
En las Escrituras, la primera edificación dispuesta por
Dios fue el arca de Noé (Gn. 6:14-16). El arca tipifica a
Cristo el Redentor, quien llega a ser nuestro Salvador. Él
trae consigo redención, liberación, salvación, seguridad y
protección. ¿Por qué, entonces, el arca debía ser una
edificación? Es posible que nos hayamos percatado de que
el arca de Noé tipifica a Cristo, pero probablemente no
sepamos por qué era necesario que fuese una edificación.
Detrás de ello se encuentra el pensamiento divino que
muchos han pasado por alto.
Erigir un edificio simplemente significa unir diversos
materiales. Cristo, el Redentor y Salvador, es una
edificación. Él no solamente es Dios, sino también un
Dios-hombre; Él es Dios y el hombre conjuntamente
edificados. En el principio, Cristo era únicamente Dios.
Juan 1:1 dice que en el principio era el Verbo, y el Verbo
era Dios. Sin embargo, el versículo 14 dice que el Verbo
se hizo carne. El Verbo, quien es Dios mismo, se mezcló
con la humanidad. Esto constituyó una edificación. El
versículo 14 dice que cuando Cristo, el Verbo de Dios, se
hizo carne, Él fijó tabernáculo entre nosotros. El Señor
encarnado es, pues, un tabernáculo, una edificación en la
que el material divino se mezcla con el material humano.
En Cristo está tanto la divinidad como la humanidad. Sus
dos naturalezas son los materiales que se han
entremezclado a fin de ser edificados conjuntamente como
una sola entidad. Cristo el Salvador, quien es Dios
encarnado, es la edificación, la mezcla, de la divinidad y la
humanidad, es decir, el edificio compuesto de Dios y el
hombre.
Antes de ser salvos, únicamente formábamos parte de la
creación de Dios; no formábamos parte de Su edificio. En
el mejor de los casos, sólo formábamos parte de los
materiales requeridos para dicha edificación. Sin embargo,
ahora que somos salvos, Dios se ha mezclado con
nosotros. Él ha mezclado la naturaleza divina con la
naturaleza humana, haciendo de nosotros un edificio
divino.
Los números tres y cinco aparecen con frecuencia en
relación con la edificación del arca. El arca tenía
trescientos codos de longitud, cincuenta codos de ancho y
treinta codos de alto. Además, tenía tres pisos, no dos ni
cuatro, y tenía una sola ventana o tragaluz. El número tres
hace alusión al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el
Espíritu—, mientras que cinco es el número que denota
responsabilidad, de la misma manera que los cinco dedos
que tenemos en cada mano asumen la responsabilidad de
hacer muchas cosas. El número cinco está compuesto de
cuatro más uno. El número uno representa al único Dios,
mientras que cuatro es el número que denota a las
criaturas, tal como los cuatro seres vivientes mencionados
en Apocalipsis 4:6-8. Así pues, cuatro más uno significa el
Creador añadido a las criaturas para llegar a ser una
edificación. Cristo es Dios mismo mezclado con la
creación, es decir, el “uno” mezclado con el “cuatro”.
Cristo es el verdadero “cinco”, y como tal, Él es el Dios-
hombre, Dios mezclado con la humanidad, quien se hace
responsable por nosotros delante de Dios. Además, en este
Cristo, el arca, están los “tres pisos”: el Padre, el Hijo y el
Espíritu.
EL TABERNÁCULO Y EL TEMPLO
REPRESENTAN
LA MEZCLA DE DIOS CON SUS CRIATURAS
Los números tres y cinco aparecen también muchas veces
con relación a la edificación del tabernáculo relatada en el
libro de Éxodo (25:8-9). Muchos de los componentes del
tabernáculo medían tres y cinco. Así como el arca tenía
tres pisos, el tabernáculo también tenía tres partes: el atrio,
el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Las tablas del
tabernáculo medían un codo y medio de ancho, por lo
cual, al emparejarse dos tablas, medían un total de tres
codos de ancho. La altura de estas tablas era de diez
codos, y cada tabla estaba dividida en dos mitades de
cinco codos de altura cada una, al igual que los Diez
Mandamientos también estaban escritos sobre dos tablas
con cinco mandamientos en cada una.
En el Lugar Santo encontramos tres muebles: la mesa de
los panes de la proposición, el candelero y el altar del
incienso. Asimismo, el arca del testimonio guardaba en su
interior tres cosas. Hay muchos otros aspectos
relacionados con el tabernáculo en los que vemos los
números tres y cinco. Nuevamente, el número tres
representa al Dios Triuno, mientras que el número cinco
representa la adición de Dios a Sus criaturas; por tanto, el
edificio de Dios es la mezcla de Dios con Sus criaturas.
En relación con esto, también podemos mencionar
diversos aspectos en cuanto a la edificación del templo (1
R. 6:1). El templo es un cuadro completo de la mezcla de
Dios con Sus criaturas. Nuevamente, en el templo vemos
el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Estos
representan los tres “pisos” del Dios Triuno. Cuando
Cristo el Señor se encarnó, Él afirmó ser el templo. Por un
lado, al encarnarse, Él era el tabernáculo; pero, por otro,
en Juan 2:19 Él dijo: “Destruid este templo, y en tres días
lo levantaré”. El cuerpo del Señor era un templo, la casa
de Dios, que el pueblo judío derribó, pero el Señor se
levantó nuevamente después de tres días. Ésta es una
prueba más de que el Señor mismo es una edificación.
LA IGLESIA ES LA MEZCLA DE DIOS Y EL
HOMBRE
El principio según el cual el Señor es una edificación es
que Dios se mezcla con la humanidad, y este mismo
principio rige toda obra edificadora que Dios realiza. Por
tanto, la iglesia es también la mezcla divina de Dios
mismo con la humanidad. La iglesia no pertenece a la
vieja creación. La iglesia es el edificio de Dios, el cual
está compuesto por Dios mismo como el material divino
que se ha mezclado con el material humano, el hombre. En
este sentido, la iglesia puede ser considerada un híbrido.
Un híbrido es una mezcla de dos vidas y naturalezas que
llegan a constituir una sola entidad. La mezcla de un
ciruelo y un durazno, por ejemplo, es una planta híbrida.
La iglesia es un híbrido divino por ser la mezcla de Dios
con el hombre.
Tal vez hablemos mucho sobre la edificación de la iglesia;
sin embargo, tenemos que percatarnos de que tal
edificación consiste en mezclar a Dios con el hombre.
Cuanto más nos mezclemos con Dios, más seremos
edificados juntamente como una sola entidad. Si Dios no
está presente, resulta imposible que seres humanos sean
juntamente edificados como una sola entidad. Aun si esto
fuera posible, tal edificación no sería el edificio de Dios,
sino una simple edificación o agrupación humana. La
iglesia, por ser el edificio de Dios, no es una mera
combinación o composición humana, sino que es la
mezcla de Dios y la humanidad.
LA NUEVA JERUSALÉN, LA MÁXIMA
CONSUMACIÓN
DE LA MEZCLA DE LA DIVINIDAD CON LA
HUMANIDAD
Después de la iglesia, la siguiente etapa en cuanto al
edificio de Dios es la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2). El arca
de Noé, el tabernáculo, el templo, Cristo, la iglesia y la
Nueva Jerusalén, todos forman parte de la obra edificadora
de Dios. Sin embargo, todas estas entidades constituyen
diferentes aspectos de un mismo edificio, y no diferentes
edificios. De hecho, en la Nueva Jerusalén podemos hallar
elementos relacionados con el arca de Noé, con el
tabernáculo erigido por Moisés y con el templo levantado
por Salomón en la vieja Jerusalén. Ciertamente podemos
ver a Cristo como la casa y el templo de Dios, y también
podemos ver la iglesia. Por tanto, la Nueva Jerusalén es la
suprema expresión del edificio de Dios y su consumación.
En la Nueva Jerusalén se encuentran inscritos los nombres
de las doce tribus de Israel y los nombres de los doce
apóstoles del Cordero (vs. 12, 14). Las doce tribus de
Israel representan a los santos de la era
antiguotestamentaria, mientras que los doce apóstoles
representan a los santos de la era neotestamentaria. Esto
nos muestra que la Nueva Jerusalén es una entidad
viviente compuesta por todos los santos que vivieron tanto
en la época del Antiguo Testamento como en la época del
Nuevo Testamento.
Además, Dios es la luz de la Nueva Jerusalén, y Cristo es
la lámpara (v. 23). Dios está en Cristo, y a partir de Dios
que está en Cristo fluye el Espíritu como el río de agua de
vida (22:1). Dios el Padre es la luz, Dios el Hijo es la
lámpara y Dios el Espíritu es el río de agua viva. Desde el
centro, esto es, desde el trono de Dios y del Redentor, el
Dios Triuno fluye a toda la ciudad para que se produzca la
mezcla de Dios con Sus criaturas. Éste es el verdadero
significado del edificio de Dios. Por tanto, la Nueva
Jerusalén es una entidad viviente compuesta por todos los
redimidos a lo largo de todas las generaciones, cuyo centro
es Dios en Cristo mediante el Espíritu Santo. Así pues, se
trata de un hombre universal y corporativo que se ha
mezclado con Dios a fin de llegar a ser el Cuerpo viviente
de Cristo y una ciudad edificada.
La Nueva Jerusalén es un cuadro completo de la mezcla
del Dios Triuno con Sus criaturas redimidas, es decir, de la
mezcla de la divinidad con la humanidad. Ahora, Dios ya
no es meramente un Dios que está fuera del hombre, sino
que Él es el Dios que está dentro del hombre.
Además de este único edificio, no existe otro edificio de
Dios. Dios únicamente tiene un edificio en el universo.
¿Por qué, pues, el Señor habló en Juan 14:2 de “muchas
moradas”? En 2:16, el Señor claramente indicó que la casa
del Padre es el templo. Entonces, ¿qué es la casa del Padre
mencionada en 14:2? Este versículo dice: “En la casa de
Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo
hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”.
¿Cómo podemos hacer concordar este versículo con el
edificio de Dios? Cuando algunos predican el evangelio,
les dicen a las personas que si ellas no creen en Jesús, se
irán al infierno, pero que si creen, irán a una mansión
celestial, o a ciertas instalaciones en los cielos. ¿Acaso
deberíamos creer que hoy, mientras Dios edifica Su
iglesia, Él también está construyendo mansiones en los
cielos? Muchas veces se me ha condenado por predicar
que no hay “mansiones celestiales”. Al predicar así, no
obstante, mi propósito no es predicar en contra de las
mansiones celestiales, sino, más bien, ayudar a los hijos de
Dios a conocer en qué consiste el verdadero edificio de
Dios. El verdadero edificio de Dios no es un palacio en los
cielos, sino la mezcla de Sí mismo con Su criatura, el
hombre.
Algunos himnos contienen el pensamiento de que Dios es
un Dios que está en los cielos y que, un día, nosotros
también iremos a los cielos. No piensen que yo no creo
que los cielos existen. Ciertamente creo que los cielos
existen y que hay un Dios en los cielos, pero los cielos,
donde está ahora Dios, no son la eterna morada de Dios.
Podemos demostrar esto con lo que Apocalipsis 21:2 dice:
“Y vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del
cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su
marido”. En la eternidad Dios morará en la Nueva
Jerusalén, la cual desciende del cielo. Quizá tengamos el
concepto de que iremos a los cielos, pero el hecho es que
Dios descenderá de allí. La morada de Dios en la eternidad
es Su edificio divino, la Nueva Jerusalén, la mezcla de la
divinidad con la humanidad.
EL PENSAMIENTO CENTRAL DE LAS
ESCRITURAS
Debemos cambiar nuestra manera de pensar. Si
examinamos dónde se origina el concepto de “las
mansiones celestiales”, descubriremos que procede de las
enseñanzas del catolicismo romano y se basa en
supersticiones. Ciertamente creemos en un paraíso
preparado por Dios, pero tenemos que comprender y tener
presente que el pensamiento divino, tal como es
presentado a lo largo de las Escrituras, no da lugar a la
idea de que Dios está buscando una morada física. Una
morada física jamás podría satisfacer a Dios. El
pensamiento divino, que ocupa un lugar central en las
Escrituras, es que Dios está buscando obtener un edificio
divino, el cual consiste en la mezcla de Sí mismo con la
humanidad. Él está buscando una entidad viviente
compuesta por personas vivas, las cuales han sido
redimidas por Él y se han mezclado con Él.
Después de Su obra de creación, Dios comenzó la obra de
producir el edificio divino, la cual sigue llevándose a cabo.
Incluso en nuestros días, Dios sigue realizando la obra de
producir el edificio divino, la cual consiste en mezclarse
con el hombre. Predicamos el evangelio no solamente para
ganar almas o para salvarlas del infierno, sino para
ministrar a Dios al hombre mediante el Espíritu a fin de
que Dios pueda mezclarse con el hombre. De esta manera,
obtenemos los materiales necesarios para el edificio
divino. Asimismo, ministramos a Cristo a los santos a fin
de que ellos puedan mezclarse con Cristo y, así, ser
edificados juntamente con Él. Éste es el pensamiento
central y fundamental que rige todo cuanto hacemos.
Si mediante mi ministerio no he sido capaz de ayudar a las
personas a que se mezclen más y más con Cristo, entonces
mi ministerio habrá sido un completo fracaso. El éxito de
un ministerio estriba en ministrar a Cristo a las personas,
ayudándolas, así, a mezclarse con Cristo. Quizá antes de
recibir dicho ministerio hayamos poseído apenas un poco
de Cristo, pero después de recibirlo, obtenemos mucho
más de Él. Este ministerio nos ministra a Cristo mismo y
hace que crezcamos más en Cristo y que nos mezclemos
con Él continuamente. Esto lleva a cabo la obra de
edificación, la cual consiste en la mezcla divina de Dios
con el hombre.
Mezclarse con Dios día a día es un asunto profundo,
central y fundamental. Los esposos deben amar a sus
esposas, y las esposas deben sujetarse a sus esposos; no
obstante, el hecho de que los esposos meramente amen a
sus esposas no significa mucho. El auténtico amor, aquel
que es verdaderamente valioso a los ojos de Dios, es el
amor que resulta de la mezcla de Cristo con los esposos. Si
Cristo está mezclado con el amor de una persona, allí
vemos el edificio divino. Algunas personas dicen que las
mujeres japonesas son muy sumisas a sus maridos. Sin
embargo, la sujeción de una esposa a su marido no tiene
mucho valor de por sí; más bien, la sujeción de las esposas
debería ser producto de la mezcla de Cristo con ellas. Si
hay algo de Cristo mezclado con la sumisión de una
esposa, allí hay algo del edificio divino. Tanto el amor de
los esposos como la sumisión de las esposas deberían ser
producto de la mezcla de Dios con el hombre, es decir, el
edificio divino.
No olviden que después de que Dios terminó Su obra de
creación, la obra de edificación que Él está realizando hoy
consiste en mezclarse con el hombre. En todas nuestras
experiencias espirituales, Dios tiene que mezclarse con
nosotros, lo cual constituye el edificio divino. No basta
con ser personas humildes, amorosas y sumisas, sino que
en todo ello tiene que realizarse la obra divina de
edificación, la cual consiste en que Dios se mezcle con
nosotros. Por todo lo dicho, ahora podemos comprender
qué es el edificio de Dios, la casa de Dios y la morada de
Dios. La morada de Dios no es otra cosa que la mezcla de
Dios con el hombre. En esto también consiste la
edificación de la iglesia. Que la gracia de Dios nos permita
ver cada vez más claramente, que la mezcla de Dios con el
hombre es, de hecho, el verdadero edificio divino.
CAPÍTULO DOS
LA CASA DE DIOS EN EL SUEÑO DE JACOB
Lectura bíblica: Gn. 28:10-22; Jn. 1:51; 14:2-6, 20; 1 P.
2:5
En las Escrituras vemos primero la obra de creación de
Dios y, después, Su obra de edificación. En el capítulo
anterior vimos que una vez finalizada la obra de creación,
Dios obtuvo un huerto, el huerto de Edén, y que una vez
concluida Su obra de edificación, Él obtendrá la santa
ciudad, la Nueva Jerusalén. Una ciudad es muy diferente
de un huerto. En un huerto podemos contemplar un paisaje
natural compuesto por todo aquello que Dios creó. La
ciudad, en cambio, es una obra de edificación; no es
producto de la naturaleza, sino que es algo que ha sido
edificado. Tenemos que tener en mente estos dos cuadros:
un huerto y una ciudad.
Después que Dios completó Su obra de creación en
Génesis 2, vemos el huerto de Edén, en el cual Dios puso
al hombre creado por Él. Dios puso al hombre frente al
árbol de la vida con el propósito de edificar al hombre
consigo mismo, al hacer que el hombre le experimentará a
Él como vida (vs. 8-9). Junto al árbol de la vida se
encuentra un río que fluye, y en la corriente de dicho río
hallamos materiales preciosos que son aptos para el
edificio (vs. 10-12). Esto se hace mucho más claro al
considerar los últimos dos capítulos de las Escrituras. En
los últimos dos capítulos de Apocalipsis vemos una ciudad
edificada con esos materiales preciosos, a saber, una
ciudad de oro, perla y piedras preciosas. Esto nos revela
que después de Su obra de creación, Dios se propuso
llevar a cabo una obra de edificación, la cual consiste en
forjarse en el hombre y forjar al hombre en Sí mismo.
Todas las Escrituras nos revelan estas dos obras de Dios:
la obra de creación, y la obra de edificación, en la que
Dios se forja en el hombre y el hombre es forjado en Dios.
El edificio de Dios consiste, pues, en la mezcla de la
divinidad y la humanidad. Por tanto, al final de las
Escrituras encontramos una ciudad, el edificio de Dios, y
dicha ciudad es la mezcla de Dios con todos Sus
redimidos, entre los cuales se incluyen tanto los santos del
Antiguo como del Nuevo Testamento, quienes juntos
constituyen un vaso que tiene a Dios mismo como su
contenido y se han mezclado plenamente con Dios y están
llenos de Él. En esto consiste la mezcla de Dios con el
hombre, a saber, el edificio de Dios.
CASA DE DIOS Y PUERTA DEL CIELO
En Génesis 28 Dios revela por primera vez que Él y el
hombre habrían de ser conjuntamente edificados al traer
los cielos a la tierra y llevar la tierra a los cielos, a fin de
unir los cielos y la tierra. La historia de Betel, relatada del
versículo 10 al 22, es maravillosa y está llena de principios
divinos relacionados con el edificio de Dios. Es necesario
recurrir a la totalidad de las Escrituras para poder explicar
este breve relato acerca de Betel.
Antes de aquel tiempo, el hombre era un viajero errante.
Cuando Jacob tuvo su sueño en Betel, él era un viajero
errante que no tenía hogar y que tampoco podía hallar
reposo. Él incluso tuvo que recostar su cabeza en una
piedra lisa y dura, que le sirvió de almohada. Sin embargo,
si leemos este pasaje de la Biblia detenidamente nos
daremos cuenta de que no solamente el hombre era un
viajero errante, una persona carente de hogar, sino que
incluso Dios mismo carecía de hogar y de un lugar de
reposo. En semejante situación, Dios le dio a Jacob un
sueño simple en el que una escalera establecida en la tierra
llegaba hasta los cielos. Por aquella escalera ascendían y
descendían los ángeles de Dios. Después que Jacob
despertó, dijo algo maravilloso: “¡Cuan terrible es este
lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo”
(v. 17). Verdaderamente, un joven tan travieso como
Jacob no pudo haber dicho por sí mismo algo tan
maravilloso.
Al hablar de la puerta del cielo, él indicó que los cielos
estaban abiertos y que las personas podían entrar allí. En
otras palabras, las personas podían entrar en Dios mismo.
Al igual que una calle, una escalera es un camino, excepto
que es un camino vertical. Aquella escalera era un camino
vertical que unía la tierra a los cielos, es decir, que
ascendía del hombre a Dios y descendía de Dios al
hombre. Además de esta escalera, este camino vertical,
vemos que los cielos, donde está Dios, están abiertos. Esto
significa que hay una entrada mediante la cual el hombre
puede acudir a Dios y tener contacto con Él.
En lo que se refiere a los cielos abiertos, este lugar es la
puerta del cielo; mientras que en lo referido al lugar aquí
en la tierra, dicho lugar es Betel, la casa de Dios, la
morada de Dios y el lugar de Su reposo. El lugar del
reposo de Dios no se halla en los cielos, sino que está en la
tierra. Quizá nosotros queramos ir al cielo, pero Dios
quiere venir a la tierra. En Mateo 6:10 dice: “Venga Tu
reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también
en la tierra”. Dios anhela venir a la tierra porque la tierra
ha sido malignamente corrompida, usurpada y ocupada
por el enemigo de Dios. Dios desea recobrar la tierra. Hoy
en día en el cristianismo circula un concepto errado. Las
personas con frecuencia hablan acerca de un “hogar
celestial”, pero no existe tal cosa en las Escrituras; más
bien, el propósito de Dios es tener una morada, un Betel,
aquí en la tierra.
LA ESCALERA CELESTIAL
En este cuadro podemos encontrar todos los principios
divinos que rigen la obra de edificación que Dios realiza.
El edificio divino consiste en la apertura de los cielos a fin
de que los cielos se unan a la tierra y la tierra se una a los
cielos por medio de la escalera celestial. Si queremos ver
qué es esta escalera, debemos referirnos a Juan 1:51, que
dice: “De cierto, de cierto os digo: Veréis el cielo abierto,
y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del
Hombre”. Sin duda alguna, ésta es una referencia a
Génesis 28. En Génesis 28 hay una escalera sobre la cual
los ángeles de Dios ascienden y descienden, mientras que
en Juan 1 esta escalera es el Hijo del Hombre, sobre quien
los ángeles de Dios ascienden y descienden. Por tanto, la
escalera es el propio Señor Jesús, el Hijo del Hombre, el
Cristo encarnado.
Además, en Juan 14:6 el Señor dijo: “Yo soy el camino ...
nadie viene al Padre, sino por Mí”. El Señor Jesús no es un
camino horizontal, sino el camino vertical por el cual, y a
través del cual, venimos a Dios. Cristo es el camino, y
como tal, Él es la escalera. Es Él quien trae los cielos a la
tierra, y es Él quien une la tierra a los cielos. Es Él quien
introduce a Dios en el hombre e introduce al hombre en
Dios. Él es el camino, el camino vertical, que une a Dios
con el hombre y hace que los cielos y la tierra sean uno.
En Juan 1:51 el Señor dijo que los ángeles de Dios
ascendían y descendían, no sobre el Hijo de Dios, sino
sobre el Hijo del Hombre. En el primer versículo de este
capítulo vemos que el Señor es, en la eternidad pasada, el
Verbo eterno, la expresión de Dios. Después, según el
último versículo de este mismo capítulo, vemos que el
Señor es, en la eternidad futura, el Hijo del Hombre.
¿Cómo ha llegado el Verbo eterno a ser el Hijo del
Hombre? Haciéndose carne, tal como lo dice el versículo
14. El Verbo eterno se encarnó y fue hecho el Hijo del
Hombre. El Hijo del Hombre es Dios mezclado con el
hombre, un Dios-hombre. Él es un hombre procedente de
los cielos que, sin embargo, está en la tierra; y, al mismo
tiempo, es un hombre en la tierra que, no obstante,
continúa en los cielos y procede de los cielos. Este
maravilloso Hijo del Hombre une a Dios con el hombre y
hace que los cielos y la tierra sean uno. Por tanto, Él es la
verdadera escalera.
No debemos olvidar que Juan 1:51 es una referencia a
Génesis 28. Junto con la escalera celestial de Génesis 28
tenemos los cielos abiertos y Betel, la casa de Dios aquí en
la tierra. Esto nos muestra que, debido a que el Señor
Jesús es el camino celestial y vertical, tenemos los cielos
abiertos y la casa de Dios aquí en la tierra.
EL ACEITE DERRAMADO SOBRE LA PIEDRA
Génesis 28:18-19a dice: “Y se levantó Jacob de mañana, y
tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por
señal, y derramó aceite encima de ella. Y llamó el nombre
de aquel lugar Bet-el”. Jacob dio el nombre de Betel no
solamente a aquel lugar, sino también a la piedra. Esto es
muy significativo. Aquella piedra, la cual era Betel, la casa
de Dios, fue el lugar en el cual ese viajero errante pudo
descansar su cabeza. Además, este lugar donde el hombre
halló reposo, es también la morada misma de Dios. No
solamente aquel lugar, sino también aquella piedra sobre
la cual se derramó aceite, la almohada sobre la cual el
hombre descansó, es Betel, la casa de Dios. Allí donde el
hombre halla reposo, mora Dios.
Para que haya una casa de Dios aquí en la tierra, tiene que
haber piedras sobre las cuales el aceite sea derramado. En
las Escrituras el aceite representa al Espíritu Santo, el
tercero del Dios Triuno, que viene a visitar al hombre.
Cuando Dios está escondido en los cielos, Él es el Padre;
nadie puede conocer al Padre en Sí mismo y nadie jamás
le ha visto. Cuando Dios se manifiesta abiertamente ante
el hombre y entre los hombres, Él es el Hijo, Cristo.
Cuando Dios viene sobre las personas y entra en ellas para
visitarlas de una manera personal y subjetiva, Él es el
Espíritu. Por tanto, el aceite es un símbolo del Dios
Triuno, quien visita a las personas de una manera
subjetiva.
¿Qué es, entonces, la piedra? La piedra es el material
requerido para la obra de edificación. Por eso, en este
relato del sueño de Jacob se nos habla primero de la piedra
como material de construcción y, luego, de la casa de
Dios, el edificio. Después de que el aceite fue derramado
sobre la piedra, ésta se convirtió en la casa. Asimismo,
cuando acudimos al Señor, somos hechos piedras vivas
que han de ser edificadas como casa espiritual en el
Espíritu, por el Espíritu y con el Espíritu (1 P. 2:5).
Somos, pues, piedras sobre las cuales el Dios Triuno ha
derramado el Espíritu Santo como aceite.
El edificio de Dios consiste en que Dios mismo se derrama
sobre nosotros como Espíritu. Nosotros somos las piedras,
y Él es el aceite. Cuando Él se derrama sobre nosotros, en
virtud de dicho aceite nosotros llegamos a ser Betel, la
casa de Dios, el templo de Dios en donde mora el Espíritu
de Dios.
DIOS ENTRA EN EL HOMBRE,
Y EL HOMBRE ENTRA EN DIOS
El principio fundamental respecto al edificio de Dios
consiste en que Dios entra en nosotros y que nosotros
entramos en Dios. Como hemos visto, el Señor es el Hijo
del Hombre quien, como la escalera celestial, trajo a Dios
al hombre y llevó al hombre a Dios. Por Su encarnación,
Él introdujo a Dios en el hombre. Cuando Él se hizo carne,
hizo que Dios mismo entrara en el hombre. Antes de que
esto sucediera, Dios jamás se había vestido de carne, pero
por medio de la encarnación del Señor, Dios vino al
interior del hombre. Después de esto, ocurre una “vuelta
en U”. Después de descender con Dios, el Señor subió con
el hombre. Por medio de la encarnación, Él introdujo a
Dios en el hombre; y después, por medio de Su muerte y
resurrección, Él introdujo al hombre en Dios.
En el Evangelio de Juan vemos la venida del Señor y la
ida del Señor. Su venida fue Su encarnación, y Su ida fue
Su muerte y resurrección. Al venir el Señor a nosotros, Él
introdujo a Dios en el hombre, y al partir, Él introdujo al
hombre en Dios mismo. En Juan 7:33-34, el Señor les dijo
a las personas que Él iba a un lugar al que ellos, en ese
momento, no podían ir; pero después de un tiempo, en
Juan 14:2-6, Él les dijo a Sus discípulos que los llevaría
adonde Él estaba. El lugar en el que Él estaba no era los
cielos, sino Dios mismo. Es como si Él les dijera: “Yo
estoy en el Padre. El Padre es el lugar donde Yo estoy. Yo,
por medio de Mi encarnación, traje a Dios a ustedes, pero
ahora es necesario que Yo muera y resucite. Por Mi
muerte y resurrección, los introduciré a ustedes en Dios
mismo. Entonces, en ese tiempo, ustedes podrán estar
donde Yo estoy”.
Cristo es el camino por medio del cual el hombre puede ir,
no al lugar donde está el Padre, sino al Padre mismo. El
versículo 20 dice: “En aquel día vosotros conoceréis que
Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en
vosotros”. Estas tres preposiciones “en”, las cuales son
sorprendentes, nos dan a entender que debido a que Cristo
está en el Padre y nosotros estamos en Cristo, ahora
nosotros estamos en el Padre. Por tanto, allí donde está
Cristo, nosotros también estamos (v. 3). Antes de Su
muerte y resurrección, sin embargo, Él únicamente había
introducido a Dios en el hombre; fue por medio de Su
muerte y resurrección que Él introdujo al hombre en Dios.
Leamos nuevamente el Evangelio de Juan. Al leerlo,
veremos la venida e ida del Señor. En realidad, la venida e
ida del Señor constituyen el proceso mediante el cual se
lleva a cabo la edificación divina. La venida del Señor
hace que Dios entre en nosotros, y Su ida hace que
nosotros entremos en Dios mismo. Por medio de Su
venida y Su ida, Él hace que Dios se mezcle con nosotros.
El Señor no habló en vano sobre la escalera celestial en
Juan 1:51. En realidad, el principio subyacente a la
escalera celestial es hallado a lo largo de todo el libro de
Juan. Éste es un cuadro completo de la eternidad venidera.
Si hoy en día poseemos algún grado de perspicacia
espiritual, diremos: “Oh Señor, Tú eres la escalera
celestial. Cada día los ángeles ascienden y descienden
sobre Ti. Y cada día Tú traes algo celestial a la tierra y
llevas algo de la tierra a los cielos”.
Aquel día en que nos arrepentimos y creímos en el Señor,
Él, como la escalera celestial, trajo algo celestial a nuestro
ser y llevó algo desde la tierra hasta el interior de Dios
mismo. El momento mismo en que recibimos al Señor
Jesús, Él se convirtió para nosotros en la verdadera
escalera celestial. Desde ese momento se abrieron los
cielos para nosotros, y Betel fue establecida aquí en la
tierra; Betel es la casa de Dios, que a la vez también es la
morada de Dios y el lugar donde el hombre halla reposo.
Así pues, el Señor, como la escalera celestial, introdujo a
Dios en nuestro ser y también nos introdujo en Dios
mismo. Él es la escalera celestial que une los cielos a la
tierra y une la tierra a los cielos; es decir, mezcla a Dios
con nosotros y a nosotros con Dios.
Esta mezcla es la obra divina de edificación, a saber, el
edificio de Dios. A lo largo de las generaciones y hasta el
final de esta era, lo que Dios ha venido haciendo y seguirá
realizando es llevar a cabo esta obra divina de edificación.
Dios, por medio de Cristo, se imparte continuamente al
hombre y hace que el hombre entre en Dios; en esto
consiste el edificio de Dios.
Algún tiempo después que el travieso Jacob tuviera aquel
sueño, él se convirtió en padre de una gran familia, de una
gran casa. El Antiguo Testamento no habla de la casa de
Abraham, ni de la casa de Isaac, sino de la casa de Jacob,
la casa de Israel. La casa de Israel es la casa de Dios.
¿Cómo es posible que la casa de un joven tan travieso
como Jacob llegara a convertirse en la casa de Dios? Ello
ocurrió al venir Dios a las personas de esta casa y al ser
ellas llevadas a Dios. Ésta es la historia del pueblo de
Israel. Dios mismo vino al pueblo de Israel, y Dios llevó al
pueblo de Israel a Sí mismo.
En Éxodo, Dios ordenó al pueblo de Israel que construyera
un tabernáculo. En todo el tabernáculo vemos la mezcla de
dos materiales: el oro y la madera de acacia. El oro
representa la naturaleza divina, mientras que la madera de
acacia representa la naturaleza humana. El edificio de
Dios consiste en la mezcla de la naturaleza divina con la
naturaleza humana. Hacemos hincapié en este hecho
debido a que necesitamos percatarnos de que la
edificación de la iglesia no es sino la mezcla de estas dos
naturalezas. Es menester que Dios se mezcle con nosotros
día a día por medio de la escalera celestial y los cielos
abiertos. Así Betel es producido.
LA PRESENCIA DE DIOS, UN CIELO ABIERTO,
BETEL EN LA TIERRA Y LA ESCALERA
CELESTIAL
EN LAS REUNIONES DE LA IGLESIA
Por ser cristianos, nosotros celebramos muchas reuniones,
las cuales forman parte de nuestra vida cotidiana. No
reunirnos sería cometer suicidio espiritual. Cuando nos
reunimos, sin embargo, ¿cómo podemos hacer que los
demás perciban que los cielos están abiertos y que hay un
camino vertical que va desde nosotros a Dios y de Dios a
nosotros? ¿Cómo es posible manifestar Betel, la casa de
Dios, al reunirnos juntos? Logramos esto al permitir que
Dios se mezcle con nosotros todo el tiempo. Cuanto más
Dios se mezcle con nosotros al reunirnos, más haremos
que las personas perciban que entre nosotros está la
presencia de Dios, un cielo abierto, Betel y un camino
vertical que, como escalera celestial, trae Dios al hombre y
lleva al hombre a Dios.
Es posible que en nuestras reuniones recibamos la visita
de jóvenes traviesos, tal como Jacob. Quizá tales personas
sean viajeros errantes, pero si nosotros estamos mezclados
con Dios, ellos percibirán un sueño; ellos se percatarán en
medio nuestro de que los cielos están abiertos y que hay
una escalera por la cual algo asciende desde la tierra y
algo desciende desde los cielos. Ellos percibirán Betel.
Esto es lo que la gente debería percibir entre nosotros. Los
“Jacob” errantes que asisten a nuestras reuniones deberían
percibir tal clase de sueño. Ellos deberían exclamar:
“¿Qué es esto? ¿Es posible que exista algo así en esta
tierra? ¡Estoy en un sueño!”. Ellos deberían percibir algo
diferente, maravilloso y extraño. Finalmente, los “Jacob”
traviesos despertarán y dirán: “Esto no es otra cosa que la
entrada a los cielos, la escalera que es el camino vertical
mediante el cual las personas tienen contracto con Dios y
Betel, la casa de Dios”. Esto es la iglesia y en esto consiste
la vida de iglesia.
La vida de iglesia no consiste simplemente en predicar,
cantar himnos y gritar o dar exclamaciones. Si estamos
mezclados con Dios, entonces, aun cuando
permanezcamos sentados silenciosamente, sin orar ni
gritar, las personas percibirán la presencia de Dios en
medio nuestro. Sin embargo, si no estamos mezclados con
Dios, cuanto más gritemos, más disgustada se encontrará
la gente. Ellos dirán: “¿Qué es esto? Si queremos escuchar
a la gente dar gritos, es mejor que nos vayamos al estadio.
Allí se grita mejor. ¿Qué necesidad tenemos de venir
aquí?”.
Nuestra unión unos con otros depende únicamente de que
Dios se mezcle con nosotros. Día a día tenemos que
percatarnos de cuál es el verdadero significado de
derramar el aceite sobre la piedra. Tenemos que
experimentar verdaderamente a Dios como Espíritu de
vida que se mezcla con nuestro ser. Si nuestra vida diaria
es una en la que, de manera concreta, Dios siempre se
mezcla con nosotros, entonces, siempre que nos reunamos,
todos percibirán que se hallan en un sueño maravilloso.
Ellos jamás imaginaron que podría existir un lugar así en
la tierra. Ellos se percatarán de que los cielos están
abiertos y verán Betel, la casa de Dios sobre la tierra, en la
cual hay un camino vertical que trae a Dios al hombre y
lleva al hombre a Dios.
Yo he participado en esta clase de reuniones muchas
veces. La primera vez que visité al hermano Watchman
Nee en Shanghai, me quedé por un tiempo allí. Muchas
veces, durante aquellas reuniones, sentía que era partícipe
de un sueño maravilloso. Las reuniones eran como un
sueño para mí. Jamás había imaginado que existiera algo
tan precioso sobre esta tierra. Si alguno me hubiera
preguntado en aquella ocasión cómo me sentía, habría
respondido: “¡Aquí está la entrada al cielo y la presencia
del Señor!”. Incluso al entrar en el local de reuniones, y
antes de que comenzara la reunión en sí, ya se podía
percibir que el Señor estaba allí. Además, en el momento
en que comenzaba la reunión, nadie se atrevía a hablar a la
ligera, pues la presencia del Señor inspiraba reverencia a
los que allí estaban reunidos. Con frecuencia tales
reuniones eran sosegadas, sin mucho bullicio.
Comenzaban con suaves canciones y oraciones quedas,
pero ciertamente podíamos percibir que los cielos se
abrían. Percibíamos la presencia del Señor en Su casa,
Betel. Jamás olvidaré lo que experimenté aquellos años.
Según lo dispuesto soberanamente por el Señor, yo nací en
el cristianismo y fui criado en varios entornos cristianos.
Por ello, pude asistir a diversas clases de reuniones
cristianas, incluyendo reuniones de grupos
“fundamentalistas cristianos”, de grupos presbiterianos y
bautistas, de grupos de la Asamblea de los Hermanos y
grupos pentecostales. Después de haber pasado por estas
experiencias, puedo testificar que una reunión cristiana
apropiada no consiste en esto o aquello, sino en que los
participantes puedan percibir la presencia del Señor, un
cielo abierto, Betel sobre la tierra, y una escalera celestial
que une los cielos y la tierra y que trae a Dios al hombre y
lleva al hombre a Dios. Ésta es una reunión donde los
cristianos son partícipes de la edificación, una reunión en
la cual participan Dios y el hombre.
Esto fue un sueño para Jacob, quien entonces no era más
que un joven errante; pero, ¡alabado sea el Señor que este
sueño se ha hecho realidad! A lo largo de las generaciones
que han pasado por esta tierra, este sueño se ha venido
cumpliendo y seguirá haciéndose realidad. Si hay seriedad
en nuestra relación con el Señor, experimentaremos que
Dios se mezcla con nosotros. Entonces, al reunirnos
disfrutaremos de Betel, el lugar donde se nos abren los
cielos, y disfrutaremos de Cristo, quien, como Hijo del
Hombre, es la escalera celestial, el camino vertical por el
cual las personas tienen contacto con Dios y mediante el
cual Él visita a las personas a fin de mezclarse con la
humanidad. En esto consiste el edificio de Dios. Si hemos
de hablar sobre la edificación de la iglesia, tenemos que
percatarnos de esto. Es menester que tengamos el sueño de
aquel joven errante. Entonces tendremos un lugar de
descanso, que es la morada de Dios.
Que el Señor tenga misericordia de nosotros. En estos días
tenemos que volver nuestra mirada hacia el Señor para que
Él nos libere de diversos conceptos erróneos a fin de que
comprendamos la manera en que Él hará realidad Su
verdadera edificación aquí en la tierra. La verdadera
edificación es Betel.
Por un lado, Dios hoy tiene una iglesia; pero, por otro, Él
todavía carece de un hogar permanente. Al mismo tiempo,
muchas personas vagan en el desierto, sin hallar reposo ni
encontrar hogar. Ellas necesitan percibir un sueño. Quiera
el Señor que seamos fieles para que entre nosotros se
pueda ver la mezcla de Dios con el hombre a fin de que
tales personas puedan ver dicho sueño. Así pues, toda vez
que tales personas errantes se reúnan con nosotros, ellas
deberán percibir un sueño en el cual vean los cielos
abiertos, vean Betel en la tierra, y vean que uniendo Betel
y los cielos está la escalera celestial, el Hijo del Hombre,
el Señor Jesús.
CAPÍTULO TRES
EL PRINCIPIO SUBYACENTE
A LA EDIFICACIÓN DIVINA
PRESENTADO EN EL EVANGELIO DE JUAN
Lectura bíblica: Jn. 1:14, 51; 2:16, 19, 21; 14:1-6, 10-11,
16-21, 23; 15:4-5; 16:16-23; 20:19-23; 14:28; 17:21-24,
26
El principio subyacente a la edificación divina es que Dios
se mezcla con la humanidad. La obra de edificación es
diferente de la obra de creación. En la obra de creación
algo llega a existir a partir de la nada; sin embargo, la obra
de edificación consiste en unir cosas que ya existían
anteriormente. Cuando el Señor Jesús se hizo carne, Él era
Dios que se mezclaba con el hombre. Por tanto, en Su
condición de Dios en la carne, el Señor Jesús constituía
una edificación. Así pues, en Él vemos el principio
subyacente a la edificación divina.
Juan 1:14 dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó
tabernáculo entre nosotros”. En este versículo podemos
detectar el principio subyacente al edificio de Dios. En el
texto original en griego aparece la forma verbal de la
palabra tabernáculo, la cual fue traducida “fijó
tabernáculo”. El tabernáculo es una edificación. Por tanto,
el Señor se hizo carne según el principio subyacente al
edificio de Dios. También podemos ver este mismo
principio cuando el Señor hace referencia al sueño de
Jacob en el versículo 51. En este versículo, el Señor revela
que Él mismo es la escalera celestial (Gn. 28:11-22). Él es
el camino vertical que hace posible el edificio de Dios,
pues fue en virtud de Él y por medio de Él que Dios se
mezcló con la humanidad, y la edificación divina consiste,
precisamente, en mezclar a Dios con el hombre.
En Juan 2:16, el Señor les dijo a quienes vendían palomas
en el templo: “No hagáis de la casa de Mi Padre casa de
mercado”. Según este versículo, la casa del Padre era el
templo, un edificio mucho más sólido y estable que el
tabernáculo. Si bien el tabernáculo y el templo existieron
en épocas diferentes, ambos cumplían el mismo propósito.
Ambas edificaciones eran símbolos que representaban al
pueblo de Israel como morada de Dios (Lv. 22:18; Nm.
12:7; cfr. He. 3:5-6). Después, en Juan 2:19, el Señor dijo:
“Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. En este
versículo, al hablar del templo se hace referencia al cuerpo
físico del Señor, tal como nos lo indica el versículo 21, el
cual dice que: “El hablaba del templo de Su cuerpo”. En
aquel tiempo, los judíos procuraban destruir el cuerpo del
Señor. Sin embargo, el Señor dijo que si ellos destruían Su
cuerpo, en tres días Él lo levantaría de nuevo, con lo cual
claramente daba a entender que Él habría de resucitar de
los muertos (Mt. 16:21).
Ahora, debemos percatarnos de algo muy importante. Lo
que los judíos destruyeron fue el cuerpo de un hombre,
Jesús; sin embargo, lo que el Señor levantó en
resurrección no era únicamente Su propio cuerpo, sino
también Su Cuerpo místico, esto es, la iglesia, el Cuerpo
de Cristo. Los judíos destruyeron el cuerpo de Jesús, pero
el Señor resucitó un Cuerpo mucho mayor en Su
resurrección. Todos nosotros fuimos resucitados cuando el
Señor Jesús fue resucitado (Ef. 2:6). En Su resurrección, el
Señor levantó el Cuerpo de Cristo. Por tanto, la casa del
Padre mencionada en Juan 2:16 es el templo, y según el
versículo 19 el templo no solamente representa el cuerpo
físico del Señor sino también el Cuerpo de Cristo, en el
cual están incluidos todos los santos a quienes el Señor
resucitó mediante Su resurrección. Este templo es el
Cuerpo místico de Cristo, la casa de Dios (1 Co. 3:16; 1
Ti. 3:15). La casa del Padre es el templo, y el templo es el
Cuerpo místico de Cristo, el cual incluye al propio Cristo
además de todos Sus miembros, a los cuales Él resucitó
mediante Su resurrección de entre los muertos.
JESÚS ES UNO CON DIOS
Habiendo comprendido esto, abordemos ahora el capítulo
catorce del Evangelio de Juan. En el primer versículo el
Señor nos dice: “No se turbe vuestro corazón; creéis en
Dios, creed también en Mí”. Este versículo nos da a
entender que el hombre Jesús era uno con Dios. Si
deseamos creer en Dios, tenemos que creer en Jesús, pues
Él y Dios son uno (10:30). Por tanto, tenemos que
relacionarnos con Él de la misma manera que lo haríamos
con Dios. En Juan 14:1, el Señor parecía decirles a Sus
discípulos: “Si ustedes supieran que Dios y Yo somos uno,
no se turbarían vuestros corazones. Están turbados
simplemente debido a que no se dan cuenta de que Yo y
Dios somos uno. Ustedes piensan que Yo soy sólo un
hombre, y cuando un hombre muere, le ha llegado su fin.
Por tanto, se han turbado vuestros corazones. Sin
embargo, quisiera decirles que Yo y Dios somos uno. Aun
si Yo muriese, no ha llegado mi fin. Aun si los dejo,
seguiré estando presente. Tienen que darse cuenta de que
Yo, el Hijo del Hombre, Jesús, soy uno con Dios. Si
ustedes creen en Dios, también tienen que creer en Mí”.
Dios no está limitado por el tiempo ni el espacio. Los
discípulos pensaban que cuando el Señor los dejara, Él ya
no estaría presente. Ellos no se habían percatado de que,
debido a que Él es uno con Dios, aun cuando Él los
dejaba, seguía estando presente. Así pues, para Él no había
diferencia alguna entre ir y venir, pues los dos eran lo
mismo. Puesto que Jesús era uno con Dios, los discípulos
no debían turbarse en sus corazones ni sentirse afligidos.
Ellos deberían haberse dado cuenta de que, en realidad, Su
ida les traería mayores beneficios (16:7).
LA CASA DEL PADRE
En Juan 14:2 el Señor dijo: “En la casa de Mi Padre
muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera
dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. ¿A qué
se refiere la casa del Padre mencionada en el capítulo 14
de Juan? Tenemos que explicar las Escrituras con las
propias Escrituras; ésta es la manera más segura de hacer
un estudio expositivo de la Palabra. Si queremos saber a
qué se refiere la casa del Padre mencionada en Juan 14,
debemos remitirnos al capítulo dos de este mismo libro,
donde dice que la casa del Padre es el templo (v. 16).
Además, según lo dicho en los versículos del 19 al 21, el
templo representa al Cuerpo místico de Cristo, en el cual
están incluidos todos los miembros de Cristo, quienes
constituyen la morada de Dios (Ef. 2:21-22). No sería
lógico afirmar que la casa del Padre mencionada en Juan
14 es diferente de la casa del Padre mencionada en Juan 2.
En Juan 2 vemos claramente que la casa del Padre es el
templo, el cual, a su vez, representa al Cuerpo místico de
Cristo como morada de Dios. Por tanto, al usarse el mismo
término en el capítulo 14, también se hace referencia al
Cuerpo de Cristo.
Tanto la versión King James como otras versiones de la
Biblia en el idioma inglés traducen Juan 14:2 de la
siguiente manera: “En la casa de Mi Padre muchas
mansiones hay”. Dichas versiones usan el término
“mansiones” para traducir la palabra griega monai. Pero la
palabra griega monai no es más que el sustantivo que
corresponde al verbo morar o permanecer, el cual aparece,
por ejemplo, en Juan 15:4-5, en donde se nos habla de
permanecer en el Señor y de que el Señor permanezca en
nosotros. Por tanto, este sustantivo griego usado en Juan
14:2 debería traducirse “moradas”. Ahora bien, si la casa
del Padre es el Cuerpo místico de Cristo, y dentro de esta
casa hay muchas moradas, ¿en qué consisten tales
moradas? Es obvio que tales moradas son los muchos
miembros del Cuerpo. Así pues, tenemos que darnos
cuenta de que, por ser miembros del Cuerpo, todos
nosotros somos moradas debido a que Cristo mora, o
permanece, dentro de cada uno de nosotros. Esto se halla
demostrado en Juan 14:23, donde el Señor mismo afirma
que Él y el Padre harán Su morada en aquellos que le
aman. Por tanto, las muchas moradas son los muchos
miembros del Cuerpo místico de Cristo.
LA VENIDA Y LA IDA DEL SEÑOR
En el versículo 3 de este mismo capítulo, el Señor dice: “Y
si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez”. El Señor
no dijo que “Él vendría”, sino, más bien: “He aquí,
vengo”. Esto quiere decir que la ida del Señor era también
Su venida, y que Él venía a los discípulos por medio de Su
ida. Hay quienes han dicho que la frase: “vendré otra vez”,
se refiere a la segunda venida del Señor, la cual ocurrirá en
el futuro. Sin embargo, tenemos que afirmar que esta
interpretación no es la correcta. La frase “vendré otra
vez”, en este versículo, se refiere al retorno del Señor en
resurrección. El Señor les estaba diciendo a Sus discípulos
que Él habría de morir; debido a esto, los discípulos se
habían turbado en sus corazones, pues ellos pensaban que
el Señor iba a dejarlos. Ellos no se daban cuenta de que al
ir a Su muerte, el Señor hacía posible Su venida en otra
forma. En aquel momento en que el Señor hablaba con
Sus discípulos, Él había venido a ellos, pero no en toda
plenitud. Ciertamente Él había venido a ellos mediante la
encarnación, pero sólo podía estar entre Sus discípulos;
todavía no podía estar dentro de ellos. Así pues, el Señor
había completado el primer paso de Su venida, el cual
consistió en Su encarnación, pero todavía era necesario
que Él diese un segundo paso a fin de poder entrar en Sus
discípulos. Para efectuar este segundo paso, Él tenía que
irse, a fin de poder venir otra vez. En este sentido, Su ida
era Su venida.
Podríamos dar una ilustración de estos dos pasos mediante
el siguiente relato. Supongamos que cierto día unos padres
les compran una sandía a sus hijos. Al ver la sandía en la
mesa, enseguida los niños sienten un gran aprecio por ella.
Luego, los padres les dicen: “Discúlpennos, pero tenemos
que llevarnos la sandía”, lo cual entristece mucho a los
niños, pues ellos piensan que ya no volverán a ver la
sandía. No obstante, los padres les dicen: “No se aflijan ni
se inquieten por ello. Tenemos que llevarnos la sandía
para poder cortarla. Después que la hayamos cortado en
pedazos, la volveremos a traer para que ustedes la puedan
comer”. Así pues, el primer paso fue la adquisición de la
sandía. Sin embargo, la sandía podía estar sólo entre los
niños y no en ellos. Por tanto, se requería de un segundo
paso. La sandía tenía que ser “matada”. Sólo entonces,
después de haber sido “resucitada”, podría ser puesta
nuevamente en la mesa, si bien esta vez sería puesta allí en
otra forma, una forma en la que los niños podrían ingerirla
con facilidad. Por ende, la ida de la sandía no significaba
que ella los dejaría, sino que su ida equivalía a su venida.
El Señor Jesús había venido a Sus discípulos mediante Su
encarnación, pero aun así, Él no podía entrar en ellos. Él
tuvo que ir a la cruz, ser muerto y sepultado, para entonces
ser resucitado. Después de cumplir con estos pasos, Él
regresó a Sus discípulos como el Espíritu (20:22; 1 Co.
15:45). Por tanto, la ida del Señor era Su venida.
INTRODUCIDOS EN DIOS
En Juan 14:3 el Señor dice: “Y si me voy y os preparo
lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que
donde Yo estoy, vosotros también estéis”. La expresión “a
Mí mismo” es una expresión enfática. Tal expresión nos
indica que la ida del Señor tenía como propósito poder
recibir a los discípulos al interior de Sí mismo haciendo
que ellos estuvieran en Él. Él también les dijo que ellos
estarían allí donde Él estuviese. ¿Dónde estaba el Señor al
pronunciar estas palabras? Él estaba en el Padre (vs. 10-
11, 20). Además, el lugar adonde el Señor iba, era en
realidad una persona: el Padre (vs. 12, 28). Después, en el
versículo 4, el Señor les dijo a los discípulos que ellos ya
sabían el camino para ir adonde Él iba. Tomás entonces le
preguntó cómo es que ellos podrían saber el camino; y el
Señor respondió: “Yo soy el camino” (v. 6). El lugar
adonde el Señor iba era una persona, y el camino mediante
el cual los discípulos podían ir allí, era también una
persona. Así pues, la meta final era el Padre, y el camino
mediante el cual se llegaba a dicha meta final era el Hijo.
Esto resulta evidente cuando leemos el versículo 6, en el
cual el Señor dice: “Yo soy el camino, y la realidad, y la
vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. Por tanto,
nosotros no estamos en camino a algún lugar físico, sino
que nos dirigimos al interior de una persona divina: el
Padre, quien es Dios mismo. Además, el camino mediante
el cual entramos en Dios el Padre es también una persona:
el Señor Jesús. Por tanto, es por medio del Señor como el
camino que nosotros podemos estar allí donde Él está, es
decir, en el Padre.
Los versículos 10 y 11 dicen: “¿No crees que Yo estoy en
el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os
hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre
que permanece en Mí, El hace Sus obras. Creedme que Yo
estoy en el Padre, y el Padre está en Mí; y si no, creedme
por las mismas obras”. Muchos enseñan que el Señor está
en los cielos, y puesto que nuestro destino es estar allí
donde el Señor está, nosotros también estaremos en los
cielos. Sin embargo, esta interpretación es completamente
errónea. El Señor jamás nos dice en este capítulo que Él
está en los cielos; más bien, nos dice una y otra vez que Él
está en el Padre y que Él ha de preparar el camino
mediante el cual nosotros podremos ser introducidos en
Dios mismo. El Señor declaró que el día de resurrección
nosotros sabríamos que Él está en el Padre, que nosotros
estamos en Él, y que Él está en nosotros (v. 20).
Hubo un tiempo en que nosotros estábamos separados de
Dios; había una gran distancia entre nosotros y Dios. Este
distanciamiento entre nosotros y Dios se debía al pecado,
el mundo, la carne y el yo. Nosotros estábamos alejados de
Dios, separados de Él por muchos impedimentos y
obstáculos. Pero mediante Su muerte y resurrección, el
Señor Jesús eliminó esta distancia entre nosotros y Dios,
con lo cual nos introdujo en Dios mismo. La muerte del
Señor y Su resurrección prepararon el camino para que
nosotros pudiésemos entrar en Dios y pudiésemos tener
contacto con Dios. Fue mediante Su muerte y resurrección
que el Señor nos trajo de regreso a Dios y nos introdujo en
Él.
Juan 14 nos revela claramente que el lugar donde el Señor
está y el lugar al cual nosotros hemos sido traídos, no es
un lugar físico, sino una persona divina. Muchos cristianos
se apoyan en Juan 14 para afirmar que ellos irán al cielo.
Sin embargo, éste es un concepto ajeno a las Escrituras. El
concepto que predomina en la mente divina no es que
nosotros iremos al cielo, sino que Dios mismo se está
forjando continuamente en nuestro ser al mismo tiempo
que nosotros estamos siendo forjados en Dios. El
pensamiento predominante en la mente divina es que Él
mismo se introduzca plenamente en nuestro ser y nosotros
seamos introducidos plenamente en Él. La morada de Dios
no es un lugar físico carente de vida, sino que está
compuesta por personas vivas; asimismo, nuestra morada
es el propio Dios vivo. En Salmos 90:1 Moisés oró:
“Señor, Tú nos has sido morada / De generación en
generación”. El Señor es nuestra verdadera morada;
nosotros permanecemos en Él y hacemos morada en Él.
Además, nosotros somos la morada y residencia del Señor.
DIOS Y EL HOMBRE SON MORADA
EL UNO PARA EL OTRO
Juan 14:16-17 dice: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el
Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir,
porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis,
porque permanece con vosotros, y estará en vosotros”.
Estos versículos nos muestran que el Espíritu de realidad,
el Espíritu Santo, permanece en nosotros. Nosotros somos
Su morada.
El versículo 18 dice: “No os dejaré huérfanos; vengo a
vosotros”. Este versículo nos muestra nuevamente que la
ida del Señor era Su venida. Los discípulos sentían temor
porque Él se iba, pero el Señor les dijo que no los dejaría
huérfanos; por el contrario, Él venía a ellos, no en forma
de carne, sino en forma del Espíritu, en forma del otro
Consolador. Por un lado, el Consolador es el Espíritu de
realidad, es decir, Aquel mencionado en el versículo 16;
por otro, el Consolador es el propio Señor, Aquel que
viene a los discípulos según el versículo 18. En otras
palabras, el pronombre “Yo” del versículo 16 se refiere a
la misma persona que viene según el versículo 18. Si éste
viene, ello quiere decir que aquél viene; uno es la
transfiguración del otro. Ambos se refieren a una misma
persona, aunque en diferentes formas. Antes de Su muerte,
el Señor estaba en forma de carne; después de Su
resurrección, Él estaba en forma de Espíritu. Si bien las
formas son diferentes, la persona es una sola y la misma.
Después, en el versículo 19 el Señor dijo: “Todavía un
poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis;
porque Yo vivo, vosotros también viviréis”. El Señor dio a
entender en este versículo que Él resucitaría después de
“un poco”, es decir, después de menos de setenta y dos
horas. Era como si Él dijera: “Ahora voy a morir, pero
después de poco, viviré, resucitaré. Además, viviré en
ustedes, de tal manera que ustedes vivirán por Mí. Yo
viviré y ustedes también vivirán”.
En el versículo 20, Él dijo: “En aquel día vosotros
conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y
Yo en vosotros”. Aquí, “aquel día” es el día de
resurrección. El Señor estaba diciéndole a Sus discípulos
que el día de resurrección Él regresaría como el Espíritu, y
que entonces ellos conocerían que Él está en el Padre, que
ellos están en Él y que Él está en ellos. Por tanto, ellos
también estarían en el Padre, pues estarían en el Hijo, y
dondequiera que el Hijo estuviera, ellos también estarían
allí. Mediante Su muerte y resurrección, el Hijo
introduciría a los discípulos en Sí mismo, y puesto que el
Hijo está en el Padre, los discípulos también estarían en el
Padre. Además, el Señor estaría en los discípulos. En esto
consiste la edificación. El Señor, mediante Su muerte y
resurrección, está forjando a Dios mismo en nuestro ser y
nos está forjando a nosotros en el interior de Dios.
En el versículo 21, Él dijo: “El que tiene Mis
mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el
que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y
me manifestaré a él”. Reitero, es imprescindible que nos
demos cuenta de que en este capítulo no se habla de nada
físico, no se habla de ninguna mansión celestial; más bien,
este capítulo nos habla de una persona, el Señor, que se
manifiesta a aquellos que le aman.
En el versículo 23, el Señor dice: “El que me ama, Mi
palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada con él”. ¿En qué consiste esta morada?
Esta morada no es una mansión celestial. Nosotros
mismos somos las moradas, las muchas moradas que
forman la casa del Padre. La casa del Padre es el Cuerpo
místico de Cristo, el templo de Dios, y las muchas
moradas en esta casa son los muchos miembros de Cristo.
El Señor está en el Padre, nosotros estamos en el Señor, y
el Señor está en nosotros. Esto nos da a entender que el
Padre es la morada del Señor, que el Señor es nuestra
morada, y que nosotros somos la morada del Señor. Por
tanto, el Señor y nosotros somos morada el uno para el
otro, debido a que estamos en Él y Él está en nosotros. Es
por esto que en Juan 15:4 el Señor dice: “Permaneced en
Mí, y Yo en vosotros”. Aquí no se nos habla de ninguna
mansión celestial, sino de que moramos el uno en el otro.
EL ESPÍRITU QUE MORA EN NOSOTROS
En Juan 20:21 el Señor le dijo a Sus discípulos: “Como
me envió el Padre, así también Yo os envío”. Cuando el
Padre envió al Hijo, el Padre lo envió y al mismo tiempo
vino en Él. Así también, el Hijo envió a los discípulos y, al
hacerlo, Él mismo vino en ellos. Esto es lo que nos
muestran los versículos 22 y 23 de este mismo capítulo:
“Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid
el Espíritu Santo. A quienes perdonáis los pecados, les son
perdonados; y a quienes se los retenéis, les son retenidos”.
El Espíritu, quien es el propio Señor, estaba en los
discípulos; como resultado de ello, ellos poseían la
autoridad, el conocimiento y el entendimiento necesarios
tanto para perdonar los pecados de las personas como para
retenérselos. Ellos poseían tal autoridad no por sí mismos,
sino en virtud del Espíritu que moraba en ellos.
En Juan 14:28 el Señor dijo: “Habéis oído que Yo os he
dicho: Voy, y vengo a vosotros”. Tenemos que darnos
cuenta de que la muerte y resurrección del Señor no
significó que Él nos dejara, sino que Él diera un paso
adicional viniendo a nosotros para entrar en nosotros e
introducirnos en Dios. Mediante Su resurrección, pudimos
conocer que el Señor está en el Padre, que nosotros
estamos en el Señor y que el Señor está en nosotros. En
esto consiste la obra edificadora que el Señor realiza.
Mediante Su muerte y resurrección, Él forjó a Dios mismo
en nuestro interior y nos forjó a nosotros en el interior de
Dios, haciendo que Dios y nosotros nos mezclemos para
ser uno. Éste es el edificio divino, la casa del Padre. Así,
Dios y Sus redimidos moran el uno en el otro. Nosotros
moramos en Dios, y Dios mora en nosotros. Por tanto,
Dios y nosotros moramos el uno en el otro (15:5).
CAPÍTULO CUATRO
VIDA Y EDIFICACIÓN
EN EL EVANGELIO DE JUAN
Lectura bíblica: Jn. 1:1, 4; 10:10; 1:14; 2:19; 15:4; 14:2,
20, 23; 17:21-23
Hemos visto que Dios, en conformidad con Su plan, lleva
a cabo Su obra en dos secciones: la obra de creación y la
obra de edificación. La creación tiene como finalidad el
edificio de Dios. Dios realizó Su obra de creación en
concordancia con Su propósito, el cual consiste en que se
produzca una edificación al mezclarse Dios con Sus
criaturas. Los primeros dos capítulos de los sesenta y seis
libros que conforman las Escrituras tratan sobre la
creación, mientras que desde el tercer capítulo hasta el
último, las Escrituras tratan sobre la obra de edificación
que Dios realiza. La obra de creación fue completada en
aquellos dos primeros capítulos, pero el tiempo que
corresponde a la obra de edificación comienza en el tercer
capítulo de las Escrituras, abarca nuestro presente y se
extiende hacia el futuro.
Una vez terminada la obra de creación, Dios obtuvo el
huerto de Edén, un panorama de la creación, y una vez
acabada la obra de edificación, Dios obtendrá una ciudad,
la cual es una señal, un símbolo, que representa al edificio
de Dios, la Nueva Jerusalén. En el huerto habían muchas
cosas creadas, pero nada había sido edificado. Sin
embargo, en el huerto ya estaban presentes los materiales
necesarios para la edificación: oro, bedelio (una especie de
perla) y ónice, una piedra preciosa. Al final de las
Escrituras, estos tres elementos —oro, perlas y piedras
preciosas— se hallan conjuntamente edificados como
componentes de una ciudad. Toda la ciudad de la Nueva
Jerusalén está compuesta de oro, sus puertas son perlas y
los cimientos del muro son piedras preciosas. Todo lo
dicho anteriormente nos muestra que en el universo
entero, conforme al plan de Dios, la obra divina consta
únicamente de dos secciones: la obra de creación y la obra
de edificación. Hoy en día estamos en el período que
corresponde a la obra de edificación y somos partícipes
del proceso que corresponde a dicha edificación.
EL PRINCIPIO SUBYACENTE AL EDIFICIO DE
DIOS
El principio subyacente al edificio de Dios consiste en que
Dios se forja en nuestro ser y nosotros somos forjados en
Su propio ser; es decir, Dios y nosotros, la divinidad y la
humanidad, nos mezclamos para conformar un solo
edificio. Crear consiste en hacer que, a partir de la nada,
algo llegue a existir. En cambio, edificar consiste en unir,
juntar, dos elementos que ya existen. Dios y el hombre
están presentes, pero todavía existe la necesidad de cierta
labor para unir a Dios con el hombre a fin de que los dos
lleguen a ser una sola entidad y para reunir muchas
personas como una sola en Dios y con Dios. En esto
precisamente consiste la obra de edificación.
Ahora ya conocemos cuál es el principio subyacente al
edificio de Dios y también sabemos en qué consiste la
obra que Dios realiza en nuestros días, los cuales
constituyen el período, la era, de Su edificación. Lo que
Dios siempre ha hecho y continúa realizando, es forjarse a
Sí mismo en nuestro ser y forjarnos a nosotros en Él, con
lo cual nos une a todos nosotros en Dios, y por Dios, como
una sola entidad. Podemos ilustrar esto con la manera en
que se elabora el concreto, el hormigón armado. Dios es el
cemento, el Espíritu es el agua y nosotros somos las
piedras. Cuando el cemento es puesto en el agua y las
piedras son puestas en el cemento, las piedras son unidas
por el cemento y por el agua; como resultado tenemos un
edificio de concreto.
Dios primero llevó a cabo Su obra de edificación al venir,
como la persona divina, y encarnarse en la humanidad a
fin de edificar al hombre con Dios, es decir, a fin de
edificar un Dios-hombre. En los cuatro mil años que
abarcan desde los días de Adán hasta los días de Cristo
existieron millones de personas, pero ninguna de ellas era
una edificación de Dios con el hombre. Antes de la
encarnación, Dios era Dios, y el hombre era hombre. Dios
y el hombre, el hombre y Dios, jamás se habían mezclado
como una sola entidad hasta el día en que Dios mismo se
encarnó y nació en un pesebre. Este hombre era un
hombre único, pues Él era Dios mezclado con el hombre y
el hombre mezclado con Dios, es decir, un Dios-hombre.
Así pues, lo que Dios hizo para forjarse a Sí mismo en el
hombre y para que el hombre fuera forjado en Él,
constituyó el comienzo del edificio divino.
LA VIDA TIENE COMO FINALIDAD LA
EDIFICACIÓN
El Evangelio de Juan trata sobre la vida. Sin embargo,
debemos percatarnos de que este Evangelio también trata
sobre la edificación. El apóstol Juan escribió este
Evangelio, las Epístolas de Juan y Apocalipsis, el último
libro de la Biblia. Al final del libro de Apocalipsis
encontramos una ciudad en la que está el árbol de la vida.
La ciudad es la edificación, y el árbol es la vida. Por tanto,
en la Nueva Jerusalén están presentes tanto la vida como
la edificación. La vida divina tiene como finalidad la
edificación, y la edificación se compone de la vida divina.
En el Evangelio de Juan también vemos que la vida tiene
como finalidad la edificación. El Señor Jesús vino para
que tengamos vida, y Él mismo vino a nosotros como vida
(10:10). Juan 1:1 y 4 dice: “En el principio era el Verbo, y
el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... En El
estaba la vida”. Además, el versículo 14 nos dice que Él se
encarnó para ser un hombre y que este hombre es un
tabernáculo. Puesto que un tabernáculo es una edificación,
ello demuestra que Dios mismo y Su vida tienen como
objetivo la edificación.
Al final del primer capítulo de Juan el Señor le dijo a
Natanael que éste vería a los ángeles de Dios subir y
descender sobre Él mismo en calidad de Hijo del Hombre
(v. 51). Hemos visto que esto hace referencia al sueño de
Jacob, el cual era un sueño sobre la edificación. En este
sueño vemos la escalera celestial y los cielos abiertos.
Jacob derramó aceite sobre la piedra que había usado
como almohada y la llamó un edificio: Betel, la casa de
Dios. La casa de Dios está formada por el hombre, o sea la
piedra, y por el Espíritu Santo, el aceite que se derrama
sobre el hombre. Cuando el Espíritu Santo es derramado
sobre nosotros, llegamos a ser Betel, la casa de Dios.
El Señor vino en la carne en calidad de tabernáculo, y nos
dijo que Él es la escalera celestial, cuya finalidad es Betel,
la casa de Dios y el templo de Dios. Esto nos muestra que
el Señor vino a nosotros para ser nuestra vida con el
objetivo de hacer realidad el edificio de Dios, la casa de
Dios. El primer capítulo de Juan trata sobre este asunto.
CAMBIAR LA MUERTE EN VIDA
PARA EDIFICAR LA CASA DE DIOS
En el segundo capítulo de Juan encontramos dos relatos;
en el primero se nos narra cómo el Señor convirtió el agua
en vino, y en el segundo, cómo el Señor limpió el templo,
la casa de Dios. En el versículo 19, Jesús les dijo a los
judíos: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”.
Los judíos no entendieron que el Señor se refería a Sí
mismo como templo. El Señor mismo era el templo que
los judíos intentaban destruir, pero Él levantó el templo en
tres días; es decir, mediante Su resurrección, Él volvió a
edificar aquello que los judíos habían derribado. Más aún,
en Su resurrección y mediante Su resurrección, el Señor
levantó y edificó no solamente Su cuerpo físico, sino
también a todos los santos en calidad de miembros de Su
Cuerpo místico, a fin de que ellos sean el templo de Dios,
la iglesia.
El primer relato del capítulo dos de Juan nos revela el
principio según el cual el Señor vino para ser nuestra vida;
este principio consiste en obtener vida de la muerte, así
como se obtuvo vino del agua. Después, en el segundo
relato, se nos revela el propósito por el cual el Señor vino
para ser nuestra vida; dicho propósito es que la casa de
Dios sea edificada. La manera en que el Señor edifica la
casa de Dios es que introduce a Dios mismo en nuestro ser
y nos introduce a nosotros en Dios, haciendo, así, que
nosotros lleguemos a ser moradas de Dios y que Dios sea
una morada para nosotros; es decir, hace que Dios more en
nosotros y que nosotros moremos en Él, de tal manera que
Dios y nosotros, nosotros y Dios, lleguemos a ser morada
el uno para el otro, una morada mutua.
En el primer capítulo de Juan se nos presenta al Señor
como el Verbo de Dios, Dios mismo, en quien está la vida.
El Señor mismo se encarnó para ser un hombre y se llamó
a Sí mismo el Hijo del Hombre. Como Hijo del Hombre,
Él es la escalera celestial, la cual tiene como objetivo
Betel, la casa de Dios. Después, en el capítulo dos se nos
muestra que el Señor viene a nosotros para ser nuestra
vida, para obtener vida de la muerte, lo cual está
representado por el vino y el agua, con el propósito de
edificar Su Cuerpo místico como casa de Dios. Él logra
esto introduciendo a Dios en el hombre e introduciendo al
hombre en Dios.
CRISTO LLEVA A CABO LA OBRA DE
EDIFICACIÓN
POR MEDIO DE SU ENCARNACIÓN,
SU MUERTE Y SU RESURRECCIÓN
En todas las Escrituras, es mayormente en los libros
escritos por Juan, su Evangelio y sus Epístolas, en donde
se nos dice que nosotros estamos en Dios y Dios está en
nosotros, que nosotros moramos en Dios y Dios mora en
nosotros. Por ejemplo, Juan 15:4 dice: “Permaneced en
Mí, y Yo en vosotros”. Permanecer el uno en el otro
mutuamente de esta manera, es llevado a cabo mediante la
obra de Cristo. Cristo se encarnó a fin de traer a Dios al
hombre; y Él retornó a Dios junto con el hombre. Cuando
Cristo vino al hombre, Él vino con Dios. Él vino con un
don, un regalo, que es Dios mismo. Después, Él volvió a
Dios con un regalo, que es el hombre. Él vino con Dios
por medio de la encarnación, y Él llevó al hombre consigo
por medio de la muerte y la resurrección. Al venir, Él
introdujo a Dios en el hombre; al ir, Él introdujo al
hombre en Dios. Por medio de Su venida e ida, Él edifica
la casa de Dios forjando a Dios en el hombre y forjando al
hombre en Dios. Por medio de Su venida e ida, Él hace del
hombre la morada de Dios y hace de Dios la morada del
hombre. De este modo, Dios y el hombre, el hombre y
Dios, se convierten en morada el uno para el otro.
Entonces, al final y conclusión de los escritos de Juan
vemos un edificio, la Nueva Jerusalén, edificada por la
mezcla de Dios con el hombre.
En los primeros trece capítulos de Juan no encontramos
frases como: “Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti” o “Yo
estoy en el Padre, y el Padre está en Mí”. Sin embargo, en
el versículo 20 del capítulo catorce el Señor nos dice: “En
aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y
vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Esto se refiere a la
obra de edificación que, en primera instancia, se llevó a
cabo mediante la primera venida del Señor; en Su
encarnación, el Señor introdujo a Dios en el hombre y,
después, al irse, en Su muerte y resurrección, introdujo al
hombre en Dios mismo. Si no hubiese sido por la muerte y
resurrección de Cristo, nosotros, los seres humanos,
estaríamos muy lejos de Dios. Entre nosotros y Dios
habría una gran distancia, una gran separación compuesta
por el mundo, Satanás, la carne, la concupiscencia y otras
cosas. Pero, por Su muerte y resurrección, Cristo eliminó
tal distanciamiento y preparó el camino para llevarnos
cerca de Dios e introducirnos en Él. Cristo es el camino
mediante el cual llegamos a Dios. Él eliminó la distancia
que separaba al hombre de Dios; es decir, quitó de en
medio el pecado, el mundo, la concupiscencia, la carne e,
incluso, al enemigo, Satanás. Él aun eliminó la muerte.
Así pues, Él quitó de en medio todo aquello que constituía
una barrera o impedimento entre nosotros y Dios, a fin de
llevarnos cerca de Dios e introducirnos en Él.
Ahora bien, después de Su resurrección, Él no solamente
puede declarar que está en Dios y que Dios está en Él, sino
también que nosotros estamos en Él y Él está en nosotros.
Es por Cristo, mediante Cristo y en Cristo que nosotros
estamos en Dios. Ésta es la edificación en la que Dios se
mezcla con la humanidad, la cual Cristo ha realizado
mediante Su muerte y resurrección.
LA CASA DEL PADRE Y SUS MUCHAS MORADAS
A la luz de todo esto, ahora podemos comprender en qué
consiste “la casa de Mi Padre” mencionada en Juan 14:2.
Esta casa no es una mansión celestial; más bien, la casa
del Padre es el Cuerpo místico de Cristo con Sus muchos
miembros, y cada uno de estos miembros es una morada.
El versículo 23 también nos habla de una morada. Este
versículo dice: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama,
Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a
él, y haremos morada con él”. Todos y cada uno de los
creyentes, todo aquel que ha sido salvo y regenerado, es
un miembro del Cuerpo místico de Cristo y es una morada
en la casa del Padre, el Cuerpo.
A fin de comprender la primera parte del capítulo catorce,
tenemos que considerar como contexto la totalidad del
libro de Juan. No podemos aislar los primeros dos
versículos e interpretar que las muchas moradas son unas
mansiones en los cielos. En lugar de ello, iluminados por
el contexto de todo el libro, podemos conocer el verdadero
significado de estos versículos. El Señor no está
edificando un “salón” celestial. Él está edificando el
Cuerpo místico, la casa de Dios, en la que Sus muchos
miembros son las muchas moradas.
Nosotros mismos somos unas de estas muchas moradas. El
Señor ha introducido a Dios en nosotros y nos ha
introducido en Dios a fin de hacer que Dios y nosotros
seamos uno, esto es, a fin de forjar a Dios en nosotros y
forjarnos a nosotros en Dios. Es por esto que con
frecuencia los escritos del apóstol Juan nos hablan de
permanecer nosotros en Dios y Dios en nosotros, o de
estar nosotros en Dios y Dios en nosotros. También en
estos escritos Juan nos habla de la ciudad santa, el edificio
de Dios, cuyo centro y suministro de vida es el Dios
Triuno. Si consideramos todos los escritos de Juan en su
conjunto, podremos descubrir que el verdadero significado
de tales escritos estriba en que la vida tiene como finalidad
la edificación.
PERMANECER EN EL DIOS TRIUNO
Y NEGARNOS A NOSOTROS MISMOS
PARA MANTENER LA UNIDAD DE LA
EDIFICACIÓN
La verdadera edificación de la iglesia jamás podrá hacerse
realidad si carecemos de la experiencia apropiada de la
vida divina. Si permanecemos en Cristo y dejamos que
Cristo permanezca en nosotros, llegaremos a experimentar
lo que es la edificación de la iglesia. La vida tiene como
finalidad la edificación, y la edificación se compone de la
vida divina. Tenemos que declarar: “Hoy, yo estoy en el
Señor y Él está en mí. Además, yo permanezco en el
Señor y Él permanece en mí”. Al decir esto, sin embargo,
debemos recordar que Él es la vid y nosotros los
pámpanos; no solamente estamos estrechamente
vinculados a la vid, sino también a los otros pámpanos. No
solamente estamos edificados con el Señor, sino con el
Señor y con todos los miembros de Su Cuerpo.
Una vid tiene muchos pámpanos, sin embargo, todos los
pámpanos constituyen una sola vid; no están separados.
Cuando estos pámpanos son separados de la vid, son
muchos pámpanos individuales; pero al permanecer en la
vid, todos ellos son uno en la vid. Si decimos que
permanecemos en el Señor, tenemos que examinar si
somos uno con los otros miembros o no. Si no somos uno
con los demás miembros, dudo mucho que
verdaderamente permanezcamos en el Señor. Reitero, a fin
de permanecer en el Señor, tenemos que ser uno con todos
los otros miembros. Cuando todos los pámpanos
permanecen en el Señor, todos ellos conforman una sola
vid. En esto consiste la realidad del edificio de Dios.
En la totalidad del Nuevo Testamento, Juan 17 es el único
capítulo que trata directamente sobre la unidad de la
iglesia, el Cuerpo de Cristo. En este capítulo, el Señor ora
varias veces pidiendo que nosotros seamos uno. Conforme
a los versículos del 21 al 23, podemos ser uno únicamente
en el Dios Triuno. Cuando permanecemos en el Dios
Triuno, somos uno; pero cuando no permanecemos en el
Dios Triuno, estamos separados. De hecho, cuando usted
permanece en Dios y yo permanezco en Dios, usted y yo
somos uno; pero si ninguno de los dos permanece en Dios,
estamos separados. Jamás podremos ser uno por nosotros
mismos. Podemos ser uno únicamente en Dios, en el
Señor y en el Espíritu. Ésta es la única manera en que la
edificación se hace realidad.
Puedo dar testimonio de estas cosas basado en muchas de
mis propias experiencias. Tres hermanos —un hermano
cantonés, un hermano mandarín y un hermano
estadounidense moderno— no siempre pueden ser uno,
pues son tres personas diferentes. Muchas veces, sin
embargo, ellos son uno, no por el hecho de que ellos sean
cantoneses, ni mandarines ni estadounidenses, sino debido
a que ellos están en Dios. Otras veces, quizá uno de ellos
se obstine en actuar conforme a su propia mentalidad
peculiar; en tal caso, los otros dos hermanos le temerán.
Ellos simplemente no podrán lidiar con ese hermano.
Probablemente todos hemos tenido tal clase de experiencia
con los santos. He conocido hermanos muy queridos pero
que eran obstinados, aparentemente sin ningún sentido ni
lógica alguna. En tales ocasiones, he deseado que tal
hermano obstinado sea quebrantado, a fin de que podamos
ser uno en Cristo. Si alguien está completamente inmerso
en sí mismo, nadie podrá ser uno con él. Aun si oramos
juntos, es posible que luego discutamos. Quizá uno de los
hermanos ore y, después, otro hermano ore en contra de lo
que ha dicho el otro en su oración. Si todos estamos
inmersos en nosotros mismos y ninguno está en Cristo al
vivir y permanecer en el Señor, no habrá unidad; más bien,
habrá separación e individualismo.
Cuando nos negamos a nosotros mismos, estamos en el
Espíritu, y cuando otro hermano se niega a sí mismo, está
en el mismo Espíritu. Entonces, maravillosa y
espontáneamente, somos uno en el Señor. Tanto los
hermanos mandarines, como los cantoneses y los
estadounidenses, todos ellos reconocerán que han sido
puestos en la cruz y que ahora se hallan en la resurrección
del Señor. Nosotros estamos en la resurrección, el Señor
resucitado está en nosotros, y le poseemos como nuestra
vida. Nos damos cuenta de este hecho y, basados en él,
nos negamos a nosotros mismos. ¡El resultado es
maravilloso! Somos uno en la vida de resurrección y en el
Señor resucitado. Somos conjuntamente edificados, no
mediante las enseñanzas o las doctrinas, sino por la muerte
y resurrección del Señor. En la muerte y resurrección del
Señor, somos conjuntamente edificados como una sola
entidad en el Señor. No existe otro modo en que podamos
hacer realidad la verdadera edificación de la iglesia.
A esto se debe que dondequiera que nos reunamos como
iglesia con los santos, es imprescindible no obstinarse ni
insistir en nada. Esto quiere decir que tenemos que
negarnos a nosotros mismos y ponernos a un lado.
Tenemos que olvidarnos de nosotros mismos. Si todos
hacemos esto, el resultado será que todos estaremos en la
resurrección del Señor, todos estaremos en el Espíritu y
todos seremos uno en el Señor. Entonces, el Señor será
manifestado, no en conformidad con usted, o conmigo o
con ninguna otra persona, sino según Él mismo, pues el
que será expresado será el Señor crucificado y resucitado.
Nosotros hemos sido puestos en la cruz y ahora es el
Señor quien vive en nosotros. Ésta es la única manera en
que el Señor edifica la iglesia. No hay otra manera. Esto
no se logra por medio de debates o enseñanzas. Cuanto
más enseñanzas tengamos, más divisiones habrá; y cuanto
más debates tengamos entre nosotros, más opiniones y
más divisiones habrá. La unidad de la edificación divina es
posible únicamente al experimentar nosotros la muerte del
Señor y Su resurrección. Es la cruz y el Cristo resucitado
lo que nos introduce en Dios e introduce a Dios en nuestro
ser. Es mediante esta muerte y resurrección que el Señor
hace que nosotros y Dios seamos conjunta y mutuamente
edificados. En esto consiste el edificio de Dios.
Como veremos, los escritores de los libros de los Hechos y
las Epístolas también nos muestran algo con respecto a
esta edificación. En numerosas ocasiones ellos dicen que
la edificación se lleva a cabo en nuestro espíritu. Es en
nuestro espíritu y por medio del Espíritu que somos
conjuntamente edificados como una sola entidad en el
Señor.
La edificación divina es el Cuerpo único, la iglesia única,
el Betel único, el testimonio corporativo único del propio
Señor; finalmente, la Nueva Jerusalén será la
consumación. La Nueva Jerusalén, en realidad, no es un
lugar físico sino una composición viviente conformada por
aquellos que han sido redimidos y vivificados por el
Espíritu, quienes están en Dios y tienen a Cristo como su
vida.
Que el Señor nos revele más y más acerca de esta
edificación; mientras tanto, les transmito estas dos
palabras: vida y edificación. La vida tiene como finalidad
la edificación, y la edificación se compone de la vida. La
vida es el propio Señor, y la edificación es resultado de
experimentar al Señor como vida. Cuanto más
experimentemos al Señor como vida, más se hará realidad
entre nosotros la edificación divina.
En esta ocasión, únicamente puedo darles breves
indicaciones con respecto a estos asuntos. Si ustedes
dedican más tiempo a considerar estos temas, verán
claramente que después de realizar Su obra de creación, el
propósito de Dios es forjarse en el hombre y forjar al
hombre en Sí mismo, a fin de que el hombre llegue a ser
Su morada y Él llegue a ser la morada del hombre. La
manera en que Dios lleva esto a cabo es por medio de la
encarnación, la muerte y la resurrección de Cristo. Por
medio de la encarnación, Él vino a impartirse en el
hombre, y por medio de Su muerte y resurrección, Él
retornó a Dios para introducir al hombre en Sí mismo.
Ahora podemos afirmar que Dios está en nosotros y
nosotros estamos en Dios, y que nosotros permanecemos
en Dios y Dios permanece en nosotros. Ahora somos uno
con Dios, y Dios es uno con nosotros. Ahora nosotros y
Dios, Dios y nosotros, somos morada el uno para el otro,
una morada mutua. Siempre y cuando experimentemos
tanto la crucifixión como la resurrección del Señor,
estaremos en el espíritu y seremos uno los unos con los
otros, en el Señor, como una entidad corporativa única: el
Cuerpo de Cristo. En esto consiste el edificio de Dios.
CAPÍTULO CINCO
LA EDIFICACIÓN SEGÚN LAS ENSEÑANZAS
CONTENIDAS EN LAS EPÍSTOLAS
Lectura bíblica: 1 Co. 3:12; Ef. 4:13-16; Col. 2:19; 1 P.
2:4-5; He. 11:10, 16, 40; 12:22-24
El edificio de Dios es el divino mezclar de Dios con el
hombre. La totalidad de las Escrituras nos permiten
comprender que Dios, después de haber realizado Su obra
de creación, se propuso forjarse en la humanidad y forjar
la humanidad en la divinidad. Así pues, después de Su
obra creadora, lo que Dios ha hecho siempre es edificarse
conjuntamente con el hombre y edificar al hombre
conjuntamente con Él.
EL RESULTADO DIVINO DEL EVANGELIO DE
JUAN
Si examinamos detenidamente lo relatado en el Evangelio
de Juan, nos daremos cuenta de que este Evangelio no
solamente trata sobre la vida divina, sino también sobre la
edificación. La vida divina tiene como finalidad la
edificación, y la edificación se compone de la vida divina.
Por tanto, en este Evangelio el resultado divino es que
nosotros permanecemos en el Señor y el Señor permanece
en nosotros; así, nosotros llegamos a ser la morada del
Señor, y el Señor llega a ser nuestra morada. El Señor y
nosotros, nosotros y el Señor, llegamos a ser morada el
uno para el otro, la morada de Dios y el hombre. En las
Escrituras podemos encontrar una frase tan maravillosa
como: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (15:4). Ésta
es una frase muy breve, no obstante, ella posee un
significado muy profundo. Tales palabras jamás podrían
haber sido dichas en el Antiguo Testamento. Estas
palabras únicamente podían haber sido proferidas después
que el Señor se encarnó como hombre, fue crucificado en
la cruz, resucitó y se transfiguró para llegar a ser el
Espíritu. Por Su encarnación, Cristo introdujo a Dios en el
hombre, y por Su muerte y resurrección, Él introdujo al
hombre en Dios mismo. En otras palabras, mediante la
encarnación de Cristo, Dios se forjó en el hombre, y
mediante la muerte y resurrección de Cristo, el hombre fue
forjado en Dios.
En Juan 14:20 el Señor dijo: “En aquel día vosotros
conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y
Yo en vosotros”. Ese día fue el día de resurrección.
Después de aquel día, los discípulos pudieron permanecer
en el Señor, y Él pudo permanecer en ellos. Cristo pudo
venir a ellos junto con el Padre y hacer morada en ellos;
esto es, finalmente, el resultado de que Cristo sea nuestra
vida. El hecho de que el Señor venga a nosotros para ser
nuestra vida tiene un resultado, pues redunda en que
lleguemos a ser la morada del Señor y que el Señor llegue
a ser nuestra morada. Esto significa que el Señor y
nosotros, nosotros y el Señor, somos conjuntamente
edificados como una edificación divina a fin de ser
morada el uno para el otro. Así, nosotros y Dios, Dios y
nosotros, moramos recíprocamente el uno en el otro. En
esto consiste el edificio de Dios; es misterioso, pero muy
real y maravilloso.
EDIFICAR CON ORO, PLATA Y PIEDRAS
PRECIOSAS
El pensamiento central que predomina en todas las
Epístolas es el edificio divino, la edificación conjunta de
Dios con el hombre. Lo que el apóstol Pablo hizo no fue
sino una labor de edificación. En realidad, Pablo usa
muchas veces la palabra edificación. Lo que el apóstol
Pablo hizo fue edificar a las personas con oro, plata y
piedras preciosas (1 Co. 3:12).
Edificar a los creyentes con el Dios Triuno
El oro, la plata y las piedras preciosas no son dos
elementos ni cuatro, sino tres, pues ellos corresponden con
los tres del Dios Triuno. El oro representa la naturaleza
divina, lo cual se relaciona con el Padre como fuente y
naturaleza. La plata, el segundo de estos materiales
preciosos, se relaciona con la obra y la persona del
segundo del Dios Triuno; ella representa la obra redentora
efectuada por el Hijo de Dios. Debido a que éramos
personas caídas, necesitábamos de la redención efectuada
por Cristo. El tercer elemento, las piedras preciosas,
representan la obra transformadora del Espíritu Santo, el
tercero del Dios Triuno. En virtud de la obra redentora
efectuada por el Hijo, hemos recibido la naturaleza de
Dios. Desde ese momento, somos partícipes del proceso
de transformación realizado por el Espíritu Santo a través
de todo aquello que compone nuestro entorno y conforma
nuestras circunstancias a fin de que nosotros, pedazos de
barro, seamos transformados en piedras preciosas. En esto
consiste la obra de transformación que realiza el Espíritu
Santo.
Aquí, por tanto, tenemos a Dios el Padre como la fuente,
la naturaleza, representada por el oro; tenemos a Dios el
Hijo con Su obra y Su persona representados por la plata;
y tenemos a Dios el Espíritu, quien realiza la obra de
transformarnos de barro en piedras preciosas. Estos son
los tres aspectos de la obra que realizan los tres del Dios
Triuno.
Todo edificio requiere de materiales de construcción para
ser edificado. ¿Con qué clase de material edificamos a los
creyentes? Únicamente con Dios el Padre como el oro,
Dios el Hijo como la plata y Dios el Espíritu como las
piedras preciosas. En otras palabras, edificamos a los
creyentes con el Dios Triuno.
La necesidad de redención y regeneración
En 1 Corintios 3:12 se menciona la plata como el segundo
de estos materiales preciosos, pero en Génesis 2:12 y en
Apocalipsis 21:21, el segundo de los materiales preciosos
no es la plata sino la perla o el bedelio. La perla tipifica la
regeneración. La perla es algo que ha sido producido; no
es algo que haya sido creado, sino algo que ha sido
generado. Cuando un pequeño grano de arena hiere una
ostra y permanece en dicha herida, ello “genera” una
perla, por causa de las secreciones procedentes de la ostra.
De este modo, un grano de arena se convierte en una perla.
Nosotros somos los granos de arena que hirieron a Cristo y
permanecieron en Su herida. La secreción continua del
jugo vital de la vida divina de Cristo que nos va
recubriendo, hace que nosotros lleguemos a convertirnos
en verdaderas perlas.
En el caso de las perlas, el concepto de redención está
ausente; solamente se hace alusión al concepto de
regeneración, pues ello corresponde con el pensamiento
original de Dios. El eterno pensamiento original de Dios
no estaba relacionado con la redención; más bien,
consistía en que nosotros, los seres creados, seríamos
regenerados. Sin embargo, en dicho proceso vino el
pecado y nosotros caímos. Ahora es necesario que no
solamente seamos regenerados, sino también se requiere
que seamos redimidos. Era, pues, necesario que el Señor
Jesús muriera, no solamente para que pudiéramos recibir
Su vida en nosotros, sino también para que nos redimiera
de nuestros pecados. Por tanto, cuando las Epístolas
fueron escritas, la redención se había hecho necesaria. A
ello se debe que en 1 Corintios 3 tengamos la plata en
lugar de la perla. Finalmente, no solamente somos
redimidos, sino también regenerados mediante la
redención; es decir, tenemos la plata, pero a la postre, nos
convertimos en perlas. Después que somos redimidos,
Dios hace realidad Su eterno pensamiento al regenerarnos
en Su redención.
Edificados con el Dios Triuno
para ser llenos de Dios
El material con el que edificamos la iglesia y a los
creyentes es el Dios Triuno: Dios el Padre, Dios el Hijo y
Dios el Espíritu. El propósito de Dios es que Él llegue a
serlo todo para nosotros, que Él llegue a ser nuestra misma
naturaleza a fin de que nosotros seamos hechos la
corporificación de Dios. La ciudad de la Nueva Jerusalén
en su totalidad es oro, lo cual quiere decir que está llena de
Dios. El contenido intrínseco de la iglesia, de todos los
creyentes, no debiera ser otra cosa que Dios mismo. Dios,
pues, se forja a Sí mismo en cada uno de nosotros a fin de
serlo todo para nosotros. De este modo, nosotros
poseemos la naturaleza divina, que es el oro. Nosotros
somos regenerados en la redención de Cristo y somos
transformados por medio de la obra transformadora del
Espíritu Santo a fin de poseer la naturaleza de Dios como
el oro, la obra y persona de Cristo como la perla y la obra
del Espíritu Santo como las piedras preciosas. De esta
manera somos edificados con el Dios Triuno: con Dios el
Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu.
ASIRNOS DE LA CABEZA Y
CRECER CON EL CRECIMIENTO DE DIOS
Cualquier enseñanza dada en la iglesia que no concuerde
con esta línea de pensamiento ni sirva a este propósito,
independientemente de cuán bíblica sea, es un viento de
enseñanza que aleja a las personas de Cristo y Su Cuerpo
(Ef. 4:14). La enseñanza que es apropiada para la
edificación de la iglesia introduce a las personas en el Dios
Triuno a fin de que el Dios Triuno se forje en ellas. Según
Efesios 4:13-16, la manera apropiada de edificar el Cuerpo
consiste en tomar a Cristo como la Cabeza y en llevar la
vida que es propia del Cuerpo, es decir, la vida de iglesia.
De esta manera, todos los miembros son edificados
conjuntamente con el Dios Triuno a fin de desempeñar sus
respectivas funciones en el Dios Triuno, mediante el Dios
Triuno y con el Dios Triuno. Entonces, la iglesia se
convierte en la mezcla, la edificación, del Dios Triuno con
aquellos que han sido salvos y redimidos.
Deberíamos leer nuevamente todas las epístolas. En
principio, todas las epístolas, sin excepción alguna, nos
hablan sobre la edificación de los creyentes como la
iglesia, teniendo al propio Dios Triuno como su material.
Así pues, edificar a los creyentes no consiste meramente
en traerlos de vuelta al Señor ni solamente en hacer que
sean aceptos ante el Señor. Esto no basta. Edificar a los
creyentes consiste en impartir y ministrar a Cristo en el ser
de ellos, es decir, forjar cada vez más a Cristo en ellos.
Vemos esto en Colosenses 2:19. Ciertamente un versículo
así no procede de la mente humana. Este versículo dice:
“Asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el
Cuerpo, recibiendo el rico suministro y siendo entrelazado
por medio de las coyunturas y ligamentos, crece con el
crecimiento de Dios”. La Cabeza es Cristo, el segundo del
Dios Triuno, el Redentor; las coyunturas dan lugar al rico
suministro; y los ligamentos sirven para entrelazar a los
miembros. Debemos concentrarnos en la frase: “crece con
el crecimiento de Dios”. Cuando nos asimos de Cristo,
todo el Cuerpo crece con el crecimiento de Dios. Cada día,
continuamente, Dios tiene que crecer en nosotros. El
elemento mismo de Dios, Su esencia, tiene que crecer en
nuestro ser.
EDIFICAMOS AL IMPARTIR
Y MINISTRAR A CRISTO A LOS DEMÁS
Edificar la iglesia y a los creyentes consiste simplemente
en impartirles, ministrarles, a Cristo a ellos. Edificar no es
meramente enseñar a los creyentes a que se amen los unos
a los otros y a que sean personas humildes. Si el
cristianismo consistiera en eso nada más, entonces el
pueblo chino, por ejemplo, no tendría necesidad de tal
doctrina. Las enseñanzas de Confucio eran mejores que las
del cristianismo, pues hace más de dos mil quinientos años
Confucio enseñó a sus seguidores que ellos debían amarse
los unos a los otros y ser personas humildes. Así pues, no
necesitamos del cristianismo como una religión de
enseñanzas mediante las cuales se educa a las personas a
ser bondadosas. La realidad del cristianismo es el propio
Cristo ministrado a las personas e impartido en ellas. La
verdadera enseñanza cristiana no consiste en enseñar a las
personas a hacer esto o aquello, sino que consiste en
ministrarles a Cristo mismo.
Las Epístolas del Nuevo Testamento son libros que
rebosan de tal ministerio de Cristo, pues ellas ministran a
Cristo a las personas. Cuando se nos ministra a Cristo, Él
llega a ser nuestro amor, nuestra humildad, nuestra
paciencia para con toda clase de persona; Él llega a serlo
todo para nosotros. Ya no se trata meramente de amor,
sino de Cristo como amor. Asimismo, ya no es cuestión de
tener paciencia, sino de experimentar a Cristo, quien llega
a ser nuestra paciencia. Ya no se trata de ser simplemente
buenos. El bien no pertenece al árbol de la vida, sino que
pertenece al árbol de la ciencia del bien y del mal. Por
tanto, la manera apropiada de edificar la iglesia y a los
creyentes no consiste en hacerlo mediante enseñanzas ni
ninguna otra cosa, sino por medio del Dios Triuno.
Nuestras enseñanzas, ¿ministran a Cristo a los demás?
Nuestros dones o talentos, ¿ministran a Cristo a los
demás? He aquí un gran problema.
El apóstol Pablo habló mucho sobre el edificio de Dios, el
cual tiene al propio Dios Triuno como los materiales de
construcción. El apóstol Pedro hizo lo mismo; él nos dijo
que el Señor es la piedra viva y que nosotros también
somos piedras vivas conjuntamente edificadas en el Señor
para llegar a ser una casa espiritual (1 P. 2:4-5).
Asimismo, el apóstol Juan habló de que permanezcamos
en el Señor y que el Señor permanezca en nosotros. El
verdadero significado de este permanecer el uno en el otro
es la mezcla, la edificación.
Cuando vamos a ayudar a un hermano o hermana, ¿de qué
manera le ayudamos? Debemos darnos cuenta de que
ayudar a los santos es edificar, y que para edificar se
requiere de materiales. Los materiales necesarios para la
edificación divina no son otra cosa que el propio Dios
Triuno. Por tanto, primero tenemos que experimentar al
Dios Triuno nosotros mismos. Tenemos que experimentar
a Dios el Padre, a Dios el Hijo y a Dios el Espíritu. De este
modo obtendremos los materiales en términos de nuestra
propia experiencia. Entonces, cuando visitemos a los
santos con el fin de tener comunión con ellos, sabremos
qué debemos ministrarles y con qué debemos hacerlo. Nos
daremos cuenta de que la única manera de ministrar a
otros es por medio del Dios Triuno y con el Dios Triuno
mismo. Así pues, edificar es ministrar a Cristo como el
Espíritu a los demás, a fin de que ellos puedan ser
edificados con Cristo. Tenemos que tener esto bien en
claro.
Por casi dos mil años han habido muchas enseñanzas en el
cristianismo. Por la misericordia y soberanía de Dios, he
conocido muchas diferentes clases de cristianismo. Yo
nací en el cristianismo, crecí en el cristianismo, fui
enseñado en el cristianismo y llegué al punto en que me
hastié del cristianismo. En el cristianismo vi grupos
religiosos que enseñaban herejías; y conocí otras
agrupaciones —a las que me uní— que eran grupos
religiosos con enseñanzas correctas. Sin embargo, después
de muchos años, yo no había logrado ser edificado con
otros, pues nada de Dios se había forjado en mí. En lugar
de ello, se me dieron enseñanzas, enseñanzas tales como
las setenta semanas mencionadas en Daniel 9, las cuales se
dividen en siete semanas, sesenta y dos semanas y la
última semana, la cual, a su vez, se divide en dos mitades
de cuarenta y dos meses cada una. Calculábamos el
número de los años, los meses y los días. Yo fui enseñado
de esta manera. También aprendí mucho sobre la imagen
descrita en el sueño de Nabucodonosor, la cual tenía la
cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el abdomen
y los muslos de bronce, las piernas de hierro, los pies y los
diez dedos de los pies de barro y hierro. Aprendí que esta
imagen representa a los imperios de Babilonia, de Medo-
Persia, de Grecia y al Imperio Romano, y que los diez
dedos de los pies son diez reinos. Realmente llegué a
hastiarme de todas estas enseñanzas, pues en ellas no se
nos ministraba nada de Dios ni de Cristo.
La manera apropiada de edificar el Cuerpo de Cristo, la
cual fue adoptada por los apóstoles, consiste en edificar el
Cuerpo de Cristo con Cristo, por Cristo y en Cristo,
teniendo a Cristo como nuestro todo. Así pues, la manera
de edificar es ministrar a Cristo a las personas. Entonces
estas personas menguarán, mientras que Cristo el Señor
crecerá en ellas. Él crece hasta llegar a serlo todo, mientras
que nosotros somos reducidos a nada. En esto consiste
crecer con el crecimiento de Dios. Me gusta mucho la
expresión “el crecimiento de Dios”. ¿Cuánto ha crecido
Dios en nuestro ser? ¿Qué medida de crecimiento de Dios
ha habido entre los que conformamos la iglesia? No es
cuestión de enseñanzas ni de dones, sino de Dios mismo.
Tengo en gran estima Himnos, #235, originalmente escrito
por A. B. Simpson, el fundador de la Alianza Cristiana y
Misionera. La primera estrofa de este himno dice: “Antes
bendiciones, / Hoy es el Señor; / Antes sentimientos, / Hoy
revelación; / Antes eran dones / Hoy tengo al Dador; /
Antes sanidades, / Hoy el Sanador”. El Sanador es distinto
de las sanidades mismas. Es posible que obtengamos
sanidades, pero que no ganemos más del Sanador. Siempre
y cuando tengamos al Sanador, lo tendremos todo.
Asimismo, poseer los dones es algo muy superficial, pero
obtener al Dador es algo mucho más profundo y sólido.
Siempre y cuando tengamos al Dador, no tendremos que
preocuparnos por los dones, de la misma manera que
cuando Rebeca vino a Isaac, ella heredó espontáneamente
todo cuanto Isaac había heredado. Tenemos que darnos
cuenta de que no edificamos la iglesia y a los creyentes
con algo distinto al propio Dios Triuno.
LA NUEVA JERUSALÉN:
LA CORPORIFICACIÓN DE TODO LO QUE
CRISTO ES
La Nueva Jerusalén es la suprema conclusión de toda la
Escritura. En el Evangelio de Juan vemos varios aspectos
del Señor Jesús. Por ejemplo, Él fue recomendado por
Juan el Bautista como el Cordero de Dios y como el
Novio; Él es también la luz, la vida, el camino y todo para
nosotros. Pues bien, la Nueva Jerusalén es la
corporificación todo-inclusiva de Cristo como nuestro
todo. En la Nueva Jerusalén, Cristo es el Cordero, y Él es
también el Novio que se casa con la Nueva Jerusalén, la
cual es Su novia. En la Nueva Jerusalén, Cristo es también
la luz, la vida, el camino, y la verdad, la realidad. La
Nueva Jerusalén, pues, es la corporificación de todo
cuanto Cristo es.
Si leemos el Evangelio de Juan nuevamente, podremos
encontrar muchos aspectos de Cristo. Entonces al
contemplar la Nueva Jerusalén, podremos encontrar allí
todos esos elementos. Todo cuanto el Señor es, está en la
Nueva Jerusalén. Todos y cada uno de los elementos que
se le atribuyen al Señor en el Evangelio de Juan, también
se hallan presentes en la Nueva Jerusalén, por ser ésta la
corporificación todo-inclusiva de lo que el Señor Jesús es.
Esto quiere decir que todo cuanto el Señor es, ha sido
forjado en Su pueblo redimido y “edificado” en ellos al
mezclarse Él con ellos para constituir una sola entidad. Por
ello, en el relato contenido en la totalidad de las Sagradas
Escrituras, el cuadro supremo es el de una edificación
como corporificación de todo lo que Cristo es. Éste es el
edificio de Dios.
Hebreos 11:10, 16 y 12:22 nos habla de la Nueva
Jerusalén. Los santos del Antiguo Testamento, tales como
Abraham, Isaac y Jacob, abrigaban la firme esperanza de
ser partícipes de la ciudad celestial, la Nueva Jerusalén, la
ciudad que tiene fundamentos. Esta ciudad celestial que
tiene fundamentos no es una ciudad física, sino que es una
edificación orgánica, una composición viviente,
conformada por todos los redimidos que llegan a formar
una entidad compuesta en Dios, por Cristo y con el
Espíritu Santo.
Hebreos 11:40 dice: “Proveyendo Dios alguna cosa mejor
para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados
aparte de nosotros”. ¡Éste es un versículo maravilloso! Si
la ciudad celestial fuese un lugar físico, una realidad
objetiva para los redimidos, un lugar externo reservado
únicamente para los redimidos, entonces el Espíritu Santo
no habría dicho en este versículo que nosotros, los santos
del Nuevo Testamento, servimos para que los santos del
Antiguo Testamento sean perfeccionados, es decir, hechos
completos. Esto equivale a afirmar que sin los santos del
Nuevo Testamento, los santos del Antiguo Testamento
jamás podrían ser perfeccionados. Podemos comparar a
los santos del Antiguo Testamento con un cuerpo que
carece de piernas, brazos y manos; dicho cuerpo no puede
ser un cuerpo perfecto, un cuerpo completo. La parte
superior del cuerpo requiere, para ser perfecta, de la parte
inferior del cuerpo. Los santos del Antiguo Testamento
son apenas una parte de la santa ciudad; sin los santos del
Nuevo Testamento, la ciudad santa jamás podría ser
perfeccionada. La parte antiguotestamentaria requiere de
la parte neotestamentaria como su complemento
perfeccionador. Este versículo debe permitirnos darnos
cuenta de que la santa ciudad no es un lugar físico que se
encuentra fuera de nosotros, los redimidos; más bien, los
redimidos mismos componen esta santa ciudad, la cual es
una entidad compuesta por todos aquellos que fueron
redimidos.
Hebreos 12:22-23 dice: “Sino que os habéis acercado al
monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la
celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea universal,
a la iglesia de los primogénitos que están inscritos en los
cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos
hechos perfectos”. La iglesia de los primogénitos es una
entidad compuesta por los santos del Nuevo Testamento,
que han sido inscritos en los cielos. No es que ellos estén
en los cielos, sino que simplemente ellos están inscritos en
los cielos. Los justos que aquí se mencionan hacen
referencia a los santos del Antiguo Testamento. A
continuación, el versículo 24 dice: “A Jesús el Mediador
del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que
la de Abel”.
Estos versículos nos hablan de acercarnos a ocho
entidades. Algunos argüirán que puesto que la Nueva
Jerusalén es la segunda entidad mencionada, los santos del
Nuevo Testamento que conforman la iglesia constituyen
una cuarta entidad y los santos del Antiguo Testamento,
los justos, conforman la sexta entidad, entonces, la Nueva
Jerusalén tiene que ser una entidad distinta a los santos
mismos. Sin embargo, si leemos estos versículos
detenidamente podremos darnos cuenta de que todas estas
entidades son los “ladrillos” de un mismo edificio. Por
ejemplo, el Señor Jesús es mencionado en séptimo lugar, y
la sangre del Señor Jesús es el octavo elemento
mencionado; no obstante, la sangre del Señor Jesús
ciertamente forma parte del Señor Jesús mismo. Bajo el
mismo principio, los santos del Nuevo Testamento y los
santos del Antiguo Testamento son “ladrillos” de la santa
ciudad, la Nueva Jerusalén, la cual incluye el monte de
Sión.
Por tanto, la Nueva Jerusalén no es un lugar físico, sino
una persona compuesta por todos los santos que han sido
redimidos por Dios, quienes son edificados conjuntamente
con Dios y en Dios como morada para la satisfacción y el
descanso de Dios. La prueba de ello es que en el capítulo
21 de Apocalipsis dice que la Nueva Jerusalén es una
entidad que incluye los nombres de las doce tribus de los
hijos de Israel y los nombres de los doce apóstoles del
Cordero (vs. 12, 14). Ella es una entidad compuesta por
todos los redimidos que han sido edificados
conjuntamente en Dios y con Dios para constituir el
edificio de Dios. En tal edificación, Dios es la satisfacción
de los redimidos y los redimidos son la satisfacción de
Dios. Así pues, en esta edificación tanto Dios como el
hombre hallan reposo y satisfacción el uno en el otro.

Nota de los herederos


Nosotros los herederos quienes disfrutamos y estamos en
el recobro del señor, y las iglesias locales Siguiendo el
único ministerio de la economía eterna de Dios, de los
hermanos watchman Nee y witness lee, somos las
personas más Bendecidas en toda la tierra.

Somos los herederos, de toda Las Revelaciones y visiones


divinas. Que conteniente la Biblia en su totalidad. Lo cual
Dios ha revelado durante toda la era del antiguo
testamento, Nuevo Testamento y hasta la Era presente y
futura, por medio de sus santos profetas, apóstoles y los
hombres, que Dios ha levanto, desde Adán hasta la era
presente.
Nosotros como herederos de toda Las Revelaciones y
visiones divinas. Que conteniente la Biblia en su totalidad.
Somos personas más responsables de llevar y dar a
conocer las verdades profundas y cruciales que ha sido
comisionada a nosotros, de quienes estamos en el recobro
del señor. Por qué si no damos a conocer la voluntad de
Dios el señor nos va demandar como vemos en: (Lc 12:47
Aquel siervo que conociendo la voluntad de su
señor… ni hizo conforme a su voluntad, recibirá
muchos azotes. Mat 24:48-51 Pero si aquel siervo malo
dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir y
comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer
y a beber con los borrachos vendrá el señor de aquel
siervo en día que éste no espera, y a la hora que no
sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con
los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes).
Aquí no solo los quienes estamos en el recobro del señor y
las iglesias locales somos personas responsables sino que
también, quienes leen estos libros de este ministerio de los
henos watchman Nee y witness lee. Ellos también llegan
a ser parte de estas responsables. Por esta causa necesitan
ser uno y llevar estas verdades a todos, porque todos
encuentran en tinieblas, no solo los incrédulos, sino
también los cristianos en toda la tierra. Esta es la razón por
lo que el señor nos ha encomendado a nosotros, a quienes
estamos en el recobro del señor, y las iglesias locales. La
propagación de todas las verdades cumbres que se
encuentra en el recobro del señor hoy en día es para ser
propagada y dar a conocer a todos. Y esta carga y visión
era de nuestro hermano Witness lee, y hoy es también
nuestra carga, Visión y práctica.
Según la visión que hemos visto y heredado al disfrutar
del ministerio neotestamentario de los hnos. Watchman
Nee y Witness lee, durante los años que hemos disfrutado
hemos recibido mucha luz, gracias a este único ministerio
de la era. Durante algunos años hemos participar en la
propagación de este precioso ministerio neotestamentario,
y también hemos ganado la visión y la carga, de continuar
en la propagación de las verdades profundas, en el recobro
del señor. También hemos visto y aprendido que Para
enseñar, las verdades cumbres que se encuentran en este
ministerio, no necesitamos predicarnos a nosotros
mismos, ni inventarnos nuestras propias enseñanzas, ni
nuestra propia doctrina con nuestra propia terminología.
Sino que simplemente tomar este ministerio, disfrutarlo y
dar a conocer conforme a lo que el señor ha revelado en su
recobro.
Por causa de participar en la propagación del ministerio de
los hermanos Watchman Nee y Witness lee, hemos visto
el establecimiento de las iglesias en toda la tierra y en sur
américa principalmente en Ecuador.
Nuestra pequeña Historia de Conocer, el ministerio del
hn. Watchman Nee
Nuestra pequeña Historia de Conocer, el ministerio del hn.
Watchman Nee en el 1988 cuando estudiábamos, la biblia
en un seminario cristiano. Alli habíamos muchos alumnos
y profesores, misioneros que nos dictaban clases, pero
había un hn. De tantos hnos. Misioneros que había alli.
quien era muy espiritual y tenía un espíritu de
descernimiento muy agudo. Y él era muy Admirado Por
todos nosotros, quienes éramos sus alumnos, y también
por los demás misioneros que pertenecían a esa misión.
Cuando tocaba con él las clases se tornaba tan
maravilloso, pero al mismo tiempo él era muy estricto en
todo sentido. Así que en esa ocasión Él nos enseñó con
respecto al terreno de la iglesia, y nos mandó deberes para
el siguiente día, del mismo tema que el compartió. En esa
ocasión como en las otras no pudimos contestarle con
exactitud sus temas y preguntas, porque eran muy difíciles
para nosotros contestarlas. Así que no podíamos
responderles por más que esforzábamos estudiando con
comentarios, diccionarios y concordancias bíblicas, los
temas que él nos mandaba no podíamos responderles
conforme a la visión que el poseía. Pero cuando él hablaba
nosotros le veíamos el hablar de Dios por medio de este
hno.
Así que El un día nos dijo a todos nosotros que si
queríamos ser aquellos siervos conforme al corazón de
Dios, que deseamos ser gobernado por el Señor, teníamos
que adquirir los libros de un ministro y siervo de Dios.
Como es el hno. Watchman Nee. Lo más ante posible,
también nos dijo que el Gracias a los libros de este
ministro y siervo de Dios. Como es el hno. Watchman
Nee, poseía la visión y el descernimiento espiritual. Así
que este hno. Misionero. Nos recomendó adquirir si son
posible todos los libros del hno. Watchman Nee.
Él nos dijo también como y donde Obtener. Los libros
escritos del hn Watchman Nee. Él dijo también en las
siguientes editoriales Por medio de la Editorial Clie y
Vida.
Más tarde en 1990 conocimos. El recobro del Señor bajo
el liderazgo del Hno. Dong Yulan. Según la historia
presentada por el hno. Dong yulan y sus Colaboradores,
que el hn Dong Yu Lam había sido levantado por Dios
para Propagar el Recobro del señor en sur américa desde
1962. Y comenzó a propagar, dicho recobro desde Brasil
para toda sur américa, según el hn. Dong Yu Lam él era
levantado por el señor como apóstol para llevar y propagar
el recobro del señor, y establecer las iglesias locales, en
toda sur numérica.
Bueno si el hno. Dong Yulam es apóstol levantado por
Dios para establecer las iglesias no lo sé. En realidad no he
visto que ha tenido el ministerio ni que el haiga hecho el
Trabajo del apostolado. Quizás estuvo en el ministerio del
recobro del Señor, durante muchos años, es más lo daño
en cierta manera el recobro del señor. Pero en cuanto a la
propagación del recobro del señor si lo hizo. Aunque con
cosas mundanas y mescladas. Además tomo camino de la
denominación, establecía las iglesias para su propio
beneficio con el nombre del recobro del señor. A muchos
le engaño de esta manera aun a los hermanos genuinos que
amaban al señor de una manera pura. A esto me refiero al
decir que daño en cierta manera el recobro del señor, el al
tomar el camino de las denominación estaba Suicidándose
así mismo. Pero a nosotros a unos cuanto no nos podía
engañar o manipular tan fácilmente. Para ese entonces
nosotros por la misericordia del Señor ya aviamos
conocido Probado el ministerio del hn. Watchman Nee.
Más antes en 1988 por medios de los libros escritos del
hno. Watchman Nee. Esto nos ha Guardado y creemos
que ahora y en los años venideros también nos seguirá
guardándonos aún más.
Le damos las gracias al señor por a ver usado los medios
como son las editoriales Clie, Vida y luego al hno. Dong
Yu lam por haber usado para traer el ministerio de los
hermanos Watchman Nee, Witness lee, principalmente a
Ecuador.
Nuestra pequeña participación en la propagación masiva y
a Tiempo completa, del ministerio de los hermanos
Watchman Nee, Witness lee, fue desde 1992 hasta 2003
bajo el liderato del hn Dong Yulam. Y Gracias a esta
Propagación de este ministerio de la era, el Señor comenzó
a establecer las iglesias locales en toda sur América y
principalmente en Ecuador.
Por esta causa seguimos en pro de la propagación de estas
verdades de este maravilloso ministerio de la era.
En realidad no tenemos que hacer mucho para esparcir y
propagar estas verdades que se encuentran en el recobro
del señor. Hoy en día solo debemos tener un corazón puro
y dispuesto para la propagación de estas verdades.
Simplemente tenemos que salir con un corazón puro, sin
reservar nada para nosotros mismos, poniendo todo a
disposición del Señor. Simplemente debemos salir con
todas las verdades y con la Versión Recobro para leérsela
a las personas. Sin ninguna ambición de hacer nada u
obtener algo para nosotros mismos, si salimos de tal
manera ganaremos toda la tierra, y tendremos un impacto,
tendremos la moral en alto.
Solo debemos presentar conforme, a la manera ordenada
por Dios. Solo debemos presentar conforme a lo que
hemos heredado la revelación del señor en su recobro
¿Qué hemos heredado en el recobro del señor? Todas y
cada una de las revelaciones profundas y cumbres que
contiene la biblia en su totalidad la revelación que es
desde la eternidad pasada hasta la eternidad Futura que
maravilloso es esto.
La propagación de todas las verdades cumbres que se
encuentra en el recobro del señor hoy en día es para ser
propagada y dar a conocer a todos. Y esta carga y visión
era de nuestro hermano Witness lee, y hoy es también
nuestra carga, Visión y práctica.
El hno. Witness lee, dijo en cuanto a la propagación de
las verdades en el recobro del señor dijo que Cumplir
la comisión que el señor ha dado a su recobro
La comisión que el Señor nos ha dado es Su recobro, y Su
recobro hoy es el recobro de Cristo como vida y de la
iglesia como nuestro vivir, es decir, que sea recobrado el
disfrute que tenemos de Cristo como nuestro todo y,
además, todos los aspectos significativos de la vida de
iglesia con el propósito de no solamente predicar el
evangelio sino también propagar la verdad. Creo
firmemente que ésta es la única razón por la cual el Señor
nos ha confiado casi todas las verdades a nosotros, de
entre todo el cristianismo de hoy. Él nos ha dado Sus
verdades para que nosotros las propaguemos, no
solamente entre los cristianos, sino también entre los
incrédulos. Toda la tierra está en tinieblas. Todo ser
humano en la tierra necesita escuchar las verdades; sin
embargo, la propagación de las verdades preciosas que
hemos recibido ha sido seriamente limitada. Hemos
escuchado numerosos testimonios de cómo las personas
han sido atraídas y cautivadas por las notas de la Versión
Recobro, pero ¿quién de nosotros tiene la carga de salir y
propagar estas verdades?
El Señor nos ha encomendado Su recobro, y Él
ciertamente nos ha abierto el Nuevo Testamento y nos ha
revelado muchas verdades muy preciosas y valiosas. Lo
que el Señor necesita es que millares de Sus santos le
amen, le vivan y no les importe nada más que Su recobro
y seguir un solo camino. De este modo, aunque los santos
sean de Brasil, Australia, Nueva Zelanda, Taiwán,
Inglaterra, Tailandia, Indonesia o Estados Unidos, todos
llevaremos la misma carga, seguiremos el mismo camino
y propagaremos las mismas verdades. Impartiremos las
verdades corporificadas en la “barra de oro”, la Versión
Recobro. ¡No tenemos otra mercancía que ofrecer! Si
somos así, ¡conquistaremos toda la tierra!
En realidad no tenemos que hacer mucho. Simplemente
tenemos que salir con un corazón puro, sin reservar nada
para nosotros mismos, poniendo todo a disposición del
Señor. Simplemente salgan con todas las verdades y con
la Versión Recobro para leérsela a las personas. Les
aseguro que cada semana ganarán una persona. No
necesitan predicar sus propias enseñanzas ni su propia
doctrina con su propia terminología. Es preciso que
veamos lo que es el recobro del Señor. Al recobro del
Señor se le ha encomendado la gran tarea de propagar las
verdades. Él nos ha dado las verdades que ahora tenemos
en nuestras manos. Pero tenemos que ser fieles, puros de
corazón, aquellos que no tienen el deseo de vivir para sí
mismos sino para Él, y que salen a propagar las verdades
contenidas en la “barra de oro”. No es necesario que
ustedes prediquen o enseñen a su manera. Simplemente
abran la Versión Recobro y lean algunas de las notas a los
que tengan más hambre.

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