Dario Villanueva Vision y Diccion
Dario Villanueva Vision y Diccion
Dario Villanueva Vision y Diccion
DEL IV CENTENARIO
E L QUIJOTE ( 1605-1615 ):
VISIÓN Y DICCIÓN.
C U AT RO SIGLOS DE MODERNIDAD
NOVELÍSTICA
Darío Villanueva
Director de la Real Academia Española
Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas de esta noche, su extraño
silencio, el sordo y confuso estruendo de estos árboles, el temeroso ruido
de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se despeña y
derrumba desde los altos montes de la Luna, y aquel incesable golpear
que nos hiere y lastima los oídos, las cuales cosas todas juntas y cada una
por sí son bastantes a infundir miedo, temor y espanto en el pecho del
mismo Marte, cuanto más en aquel que no está acostumbrado a seme-
jantes acontecimientos y aventuras. Pues todo esto que yo te pinto son incen-
tivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que el corazón me re-
viente en el pecho con el deseo que tiene de acometer esta aventura, por
más dificultosa que se muestra (pág. 175. Subrayado mío).
Mas como don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los
oídos y Sancho estaba tan junto y cosido con él, que casi por línea recta
Cuando don Quijote vio lo que era, enmudeció y pasmose de arriba aba-
jo. Mirole Sancho y vio que tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, con
muestras de estar corrido. Miró también don Quijote a Sancho y viole que
tenía los carrillos hinchados y la boca llena de risa, con evidentes señales
de querer reventar con ella, y no pudo su melancolía tanto con él, que a
la vista de Sancho pudiese dejar de reírse; y como vio Sancho que su amo
había comenzado, soltó la presa de manera que tuvo necesidad de apre-
tarse las ijadas con los puños, por no reventar riendo (I, 20, pág. 184).
Más cruel todavía será la burla del doctor Pedro Recio Agüero
de Tirteafuera, cuando con su varilla de ballena y sus letanías
hipocráticas provoca la ira del Sancho gobernador de la ínsula
Barataria, que tan felices se las hacía pensando en degustar por
fin los manjares de una mesa señoril, entre los que no faltaba
alguno de su máxima preferencia (II, 47):
–Aquel platonazo que está más adelante vahando me parece que es olla
podrida, que, por la diversidad de cosas que en las tales ollas podridas
hay, no podré dejar de topar con alguna que me sea de gusto y de pro-
vecho (pág. 901).
Clavó los ojos en la puerta, y cuando esperaba ver entrar por ella a la
rendida y lastimada Altisidora, vio entrar a una reverendísima dueña
con unas tocas blancas repulgadas y luengas, tanto, que la cubrían y
enmantaban desde los pies a la cabeza. Entre los dedos de la mano iz-
quierda traía una media vela encendida, y con la derecha se hacía sombra,
porque no le diese la luz en los ojos, a quien cubrían unos muy grandes
antojos. Venía pisando quedito y movía los pies blandamente.
Mirola don Quijote desde su atalaya, y cuando vio su adeliño y notó
su silencio, pensó que alguna bruja o maga venía en aquel traje a hacer
en él alguna mala fechoría y comenzó a santiguarse con mucha priesa.
Fuese llegando la visión, y cuando llegó a la mitad del aposento, alzó los
ojos y vio la priesa con que se estaba haciendo cruces don Quijote; y si
él quedó medroso en ver tal figura, ella quedó espantada en ver la suya,
porque así como le vio tan alto y tan amarillo, con la colcha y con las
vendas que le desfiguraban, dio una gran voz, diciendo:
–¡Jesús! ¿Qué es lo que veo? (págs. 909-910).
Pero también, antes del cinema, ahí está el más recio fundamento
para considerar a la primera novela moderna toda una enciclopedia
narrativa genuinamente precinematográfica, en el sentido que le
daba a este novedoso concepto Paul Leglise en su estudio de 1958
sobre la Eneida de Virgilio que pronto fue secundado por distin-
guidos críticos franceses, uno de los cuales, Henri Suhamy, ha
llegado a denominar a William Shakespeare como «cineasta por
anticipación». También en esto son equiparables ambos
genios de la literatura universal, cuyo cuarto cen-
tenario de sus respectivos fallecimien-
tos conmemoraremos muy
pronto, en 2016.