Lectura Obligatoria Completa
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Índice
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Semana 1
Cómo argumentar1
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Fragmento de cap. 1 de Copi, I. M. (2001). Lógica simbólica. Compañía Editorial Continental.
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del razonamiento. A él le importa la corrección del proceso completado. Su
pregunta siempre es: ¿se sigue la conclusión alcanzada de las premisas usadas
o supuestas? Si las premisas son un fundamento adecuado para aceptar la
conclusión, si afirmar que las premisas son verdaderas garantiza el afirmar la
verdad de la conclusión, entonces el razona miento es correcto. De otra manera
es incorrecto. Los métodos y técnicas del lógico se han desarrollado
primordialmente con el objeto de aclarar la distinción. El lógico se interesa en
todo razonamiento, sin atender al contenido del mismo, sino sólo desde este
punto de vista especial.
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de la verdad de aquél. La palabra argumento también tiene otros significados en
su uso cotidiano, pero en la lógica tiene el sentido técnico explicado. […]
Todo argumento tiene una estructura, en cuyo análisis usualmente se
emplean los términos “premisa” y “conclusión”. La conclusión de un argumento
es la proposición afirmada basándose en las otras proposiciones del argumento
y estas otras proposiciones que se afirman como fundamento o razones para la
aceptación de la conclusión son las premisas de ese argumento.
Notemos que “premisa” y “conclusión” son términos relativos, en el
sentido de que la misma proposición puede ser premisa en un argumento y
conclusión en otro. Así, Todos los hombres son mortales, es premisa en el
argumento
y conclusión en el argumento
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y conclusión en un argumento válido, y proporcionar las técnicas de
discriminación entre los válidos y los inválidos.
En los argumentos inductivos sólo se pretende que sus premisas
proporcionan algún fundamento para sus conclusiones. Ni el término “válido”
ni su opuesto “inválido” se aplican con propiedad a los argumentos inductivos.
Los argumentos inductivos difieren entre sí en el grado de verosimilitud o
probabilidad que sus premisas confieren a sus conclusiones, y se les estudia en
la lógica inductiva. Pero en este libro nos ocuparemos solamente de los
argumentos de ductivos y usaremos la palabra “argumento” en referencia
exclusiva a los argumentos deductivos.
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dos ejemplos muestran que, aunque algunos argumentos válidos tienen
conclusiones verdaderas, no todos las tienen verdaderas. La validez de un
argumento no garantiza la verdad de su conclusión.
Cuando consideramos el argumento:
Podemos ver que aunque tanto las premisas como la conclusión son verdaderas,
es un argumento inválido. Su invalidez se hace obvia al compararlo con otro
argumento de la misma forma:
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tiende a confirmar la teoría de donde se dedujo, pero si es falsa queda refutada
la teoría. En uno y en otro caso el científico tiene un interés vital en la validez
del argumento por el que la conclusión puesta a prueba se deduce de la teoría
investigada; porque si el argumento es inválido, su procedimiento es inútil. Lo
que precede es una descripción sobresimplificada del método científico, pero
sirve para mostrar que las cuestiones de validez son importan tes aun en
argumentos de premisas falsas.
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Semana 2
Argumentos ontológicos
A. La noción de Dios2
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voluntad por la moralidad, la libertad y la capacidad de actuar. Carecer de
intelecto o de voluntad es carecer de perfección.
Sin embargo, si Dios fuera una persona, sería muy inusual. Como el ser
más perfecto posible, Dios no puede volverse más perfecto; tampoco puede
volverse menos perfecto, ya que entonces no sería el ser más perfecto posible,
y por tanto no sería Dios. Por tanto, a diferencia de otras personas, Dios no
puede cambiar.
El intelecto y la voluntad son propiedades de la mente. Si Dios es una
persona, lo es en virtud de ser una mente. Las personas suelen tener también
cuerpo. Pero el ser más perfecto no puede tener cuerpo, al menos literalmente.
Cualquier cosa hecha de materia cambia con el tiempo, pero Dios no puede
cambiar. Y cualquier cosa hecha de materia debe tener partes. Dios no puede
tener partes, porque todo lo que tiene partes depende de ellas para su existencia.
Así que Dios no puede ser material. Pero Dios podría ser una mente, ya que a
menudo se piensa que una mente no tiene partes. Hablamos de “partes de la
mente”, pero normalmente no pensamos en que estas partes sean distintas de la
mente y se sumen para formar la mente. En su lugar, solemos referirnos a las
diferentes actividades, funciones o aspectos de la mente […].
Algunos filósofos sostienen que Dios puede sentir (tener emociones).
Pero si Dios no puede cambiar, entonces Dios no puede tener emociones, o al
menos emociones reactivas. Por ejemplo, si Dios se entristece o se enfada por
nuestra pecaminosidad, entonces la forma de ser de Dios depende de nosotros.
Pero como perfecto, Dios es completamente autosuficiente, independiente de
todo lo demás. Si Dios puede tener emociones, entonces éstas deben depender
exclusivamente de su voluntad, y nunca cambian, por ejemplo, el amor de Dios
hacia nosotros.
Por estas razones, los filósofos han dicho que Dios es personal y no una
persona, es decir, que Dios tiene atributos esencialmente asociados a ser una
persona, pero Dios no es una persona porque no cambia y no tiene cuerpo.
Siendo perfecto, si Dios es una mente, entonces es una mente ideal.
Tendrá un intelecto perfecto y una voluntad perfecta. El intelecto perfecto
implica la sabiduría perfecta, la racionalidad perfecta y el conocimiento
perfecto. La voluntad perfecta implica la bondad perfecta y el poder perfecto.
Omnisciencia
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El conocimiento perfecto suele entenderse como “omnisciencia”. La definición
más obvia de omnisciencia es “saberlo todo”, pero hay que recordar que Dios
es el ser más perfecto posible, y quizás sea imposible saberlo todo. Por tanto,
siendo omnisciente, Dios conoce todas las verdades que es posible conocer. Por
ejemplo, si los seres humanos tienen libre albedrío, tal vez no sea posible saber
lo que harán en el futuro. Lo que pensemos que es posible que Dios sepa
dependerá de otros atributos de Dios, por ejemplo, si pensamos que Dios existe
fuera del tiempo (por lo que no hay “futuro” para Dios).
La omnisciencia no es sólo una cuestión de lo que Dios sabe, sino también
de cómo lo sabe. Aquino sostiene que Dios conoce todo lo que sabe
“directamente” e “inmediatamente”, en lugar de hacerlo por inferencia o
mediante la comprensión de un sistema de representación (como el lenguaje o
el pensamiento en términos de proposiciones). Otros filósofos no están de
acuerdo, y argumentan que, si decimos que Dios no conoce todas las
proposiciones verdaderas, entonces hay algo que Dios no conoce; por tanto,
Dios tiene conocimiento proposicional además de conocimiento directo e
inmediato.
Omnipotencia
Como perfecto, Dios tendrá un poder perfecto, o el mayor poder posible. El
poder es la capacidad de hacer cosas. La definición más obvia de omnipotencia
es “el poder de hacer cualquier cosa”. Pero, ¿incluye “cualquier cosa” lo
lógicamente imposible? Por ejemplo, ¿podría Dios hacer que 2 + 2 = 5? ¿Podría
Dios crear un soltero casado? Algunos filósofos piadosos han querido decir que
sí: la lógica no es un límite para el poder de Dios. Desgraciadamente, no hay
forma de decir esto con sentido.
Lo que es lógicamente imposible no es nada en absoluto. Cualquier
descripción de un estado de cosas o poder lógicamente imposible no es una
descripción con sentido, porque contiene una contradicción. Los límites de lo
lógicamente posible no son limitaciones. Así que casi todos los filósofos han
restringido la omnipotencia a “el poder de hacer cualquier cosa que sea
lógicamente posible”. Aunque Dios no pueda hacer lo lógicamente imposible,
no hay nada que no pueda hacer.
La bondad perfecta
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Hay dos maneras de entender la bondad perfecta. Si la bondad es simplemente
la perfección, entonces decir que Dios es perfectamente bueno es decir que Dios
es perfectamente perfecto, o el ser más perfecto posible. Este es un sentido
metafísico de la “bondad”. Como la perfección también se ha relacionado con
lo que es real, entonces Dios es la última realidad. El otro sentido de “bondad”
es el sentido moral. En este sentido, “Dios es perfectamente bueno” significa
que la voluntad de Dios está siempre de acuerdo con los valores morales. […]
Platón y Agustín conectan las dos concepciones de la bondad perfecta.
Lo que es perfecto y real incluye lo que es moralmente bueno; el mal es un tipo
de carencia, una falta de bondad.
Creador y sustentador
Al ser perfecto, Dios es autosuficiente, no depende de nada más para existir.
Por el contrario, se suele pensar que todo lo que existe depende de Dios. Si algo
existe con total independencia de Dios, entonces Dios no es la realidad última.
Así que tradicionalmente se piensa que Dios es el creador del universo. Si hay
otros universos, entonces Dios debe ser el creador de esos universos también.
De hecho, de cualquier universo que pudiera existir, Dios sería el creador.
Tradicionalmente se considera que la actividad creadora de Dios es
completamente ilimitada en dos sentidos:
1 Dios eligió libremente crear, por un acto de voluntad. Al ser
autosuficiente, Dios no tenía necesidad de crear el universo. Su creación
es un acto de generosidad, una expresión de la perfecta bondad de Dios.
2 Dios creó de la nada, ex nihilo. Dios no se vio limitado o impedido por
la materia o las leyes de la física. Dios pudo elegir las leyes de la física, y
por tanto la naturaleza de la materia, para que fuera lo que él quisiera.
Algunos filósofos, llamados “deístas”, sostenían que una vez que Dios creó el
universo, éste podía continuar por sí mismo. Dios sólo tenía que ponerlo en
marcha, como dar cuerda a un reloj. Pero si Dios es intemporal, entonces su
creación del universo no tiene, desde su perspectiva, un tiempo, después del
cual el universo continúa su propio camino. Más bien, todo el universo, desde
el principio hasta el final, es su acto de creación, por lo que el acto de creación
de Dios está ocurriendo en cada momento del tiempo. En segundo lugar, si Dios
se limitara a crear el universo al principio, las únicas acciones posteriores que
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Dios realiza en el mundo serían los milagros. Esta separación entre la actividad
de Dios y el mundo va en contra del sentido religioso de estar cerca y depender
de Dios.
Así que tradicionalmente se piensa en Dios no sólo como creador, sino
también como sustentador del universo. Aunque la ciencia puede describir
cómo un estado de la materia puede convertirse en otro estado, a través de leyes
causales, no proporciona una explicación de cómo algo permanece en la
existencia. Dios mantiene el universo en existencia a través del tiempo: sin la
actividad constante de Dios de mantener las cosas en existencia, el universo
simplemente dejaría de ser. Dado que esta actividad es similar (o posiblemente
igual) al acto original de creación de Dios, se conoce como “creación continua”.
Dios crea continuamente todo lo que es.
Omnipresencia
La creación continua de Dios significa que su actividad está en todas partes. La
omnipresencia es la idea de “estar en todas partes” a la vez. Existe un
rompecabezas sobre cómo Dios podría estar literalmente en cualquier lugar,
dado que Dios no es un objeto material, y por tanto no está en el espacio.
Además, dado que Dios no tiene partes ni tiene un tamaño, parece que Dios no
puede estar “repartido” por el universo de la forma en que yo lo estoy (mi cuerpo
lo está) en una determinada zona del espacio. Más bien, la omnipresencia
significa que Dios está totalmente presente en todas partes. Dios apoya
inmediata y directamente la existencia de todo; y Dios conoce todo lo que ocurre
en todas partes directa e inmediatamente.
Trascendencia
La idea de trascendencia marca el modo en que Dios es muy diferente de la
creación. En primer lugar, Dios está “fuera” o “va más allá” del universo. Puesto
que Dios es la realidad última, autosuficiente y creadora del universo, es
evidente que Dios no es reducible al universo. En segundo lugar, Dios no es
espacial como el universo, y muchos filósofos sostienen que Dios también
trasciende el tiempo en el sentido de que Dios es intemporal (eterno), en lugar
de existir para siempre en el tiempo (sempiterno). En tercer lugar, aunque Dios
es personal, tiene intelecto y voluntad de una manera muy diferente a las
personas.
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B. El argumento ontológico de Descartes3
3
Fragmento de Hick, J. (1990). Philosophy of religion, 4th edition. Prentice Hall.
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esto no se sigue que el sujeto, con sus predicados, exista realmente. Lo que es
analíticamente cierto es que, si hay un triángulo, debe tener tres ángulos, y si
hay un ser infinitamente perfecto, ese ser debe tener existencia. Como dice
Kant: “Plantear un triángulo y, sin embargo, rechazar sus tres ángulos, es
autocontradictorio; pero no hay autocontradicción en rechazar el triángulo junto
con sus tres ángulos. Lo mismo ocurre con el concepto de un ser absolutamente
necesario”.
A un nivel más profundo, sin embargo, Kant rechazó el supuesto básico
sobre el que descansaba el argumento de Descartes, el supuesto de que la
existencia, como la triangularidad, es un predicado que algo puede tener o
carecer, y que en algunos casos puede estar conectado analíticamente con un
sujeto. Señala (como de hecho ya había señalado David Hume en un contexto
diferente) que la idea de existencia no añade nada al concepto de una cosa o
clase de cosa concreta. Unos cien dólares imaginarios, por ejemplo, constan del
mismo número de dólares que unos cien dólares reales. Cuando afirmamos que
los dólares son reales, o existen, estamos aplicando el concepto de los dólares
al mundo. Por lo tanto, decir de x que existe no es decir que además de sus
varios otros atributos tiene el atributo de existir, sino que es decir que hay un x
en el mundo real.
Esencialmente, el mismo punto ha sido expuesto más recientemente por
Bertrand Russell en su análisis de la palabra “existe”. Ha demostrado que,
aunque “existe” es gramaticalmente un predicado, lógicamente desempeña una
función diferente, que puede ponerse de manifiesto mediante la siguiente
traducción: “Las vacas existen” significa “Hay x's tales que ‘x es una vaca’ es
verdadera”. Esta traducción aclara que decir que las vacas existen no es atribuir
una cualidad determinada (a saber, la existencia) a las vacas, sino que es afirmar
que hay objetos en el mundo a los que se aplica la descripción resumida en la
palabra “vaca”. Del mismo modo, “Los unicornios no existen” es el equivalente
a “No hay x tal que ‘x es un unicornio’ sea verdadero”. Esta forma de interpretar
los enunciados existenciales negativos—enunciados que niegan que algún tipo
de cosa particular exista—evita el antiguo rompecabezas sobre el estatus del
“algo” del que afirmamos que no existe. Dado que podemos hablar de
unicornios, por ejemplo, es fácil pensar que los unicornios deben ser o subsistir
en algún sentido o, tal vez, que habitan un reino paradójico de no-ser o ser
potencial. El análisis de Russell, sin embargo, deja claro que “los unicornios no
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existen” no es una afirmación sobre los unicornios sino sobre el concepto o
descripción “unicornio” y es la afirmación de que este concepto no tiene
instancias.
La relación de esto con el argumento ontológico es la siguiente. Si la
existencia es, como supusieron Anselmo y Descartes, un atributo o predicado
que puede incluirse en una definición y que, como atributo deseable, debe
incluirse en la definición de Dios, entonces el argumento ontológico es válido.
Pues sería contradictorio decir que el ser más perfecto concebible carece del
atributo de la existencia. Pero, si la existencia, aunque aparece gramaticalmente
en el papel de un predicado, tiene la función lógica muy diferente de afirmar
que una descripción se aplica a algo en la realidad, entonces el argumento
ontológico, considerado como una prueba de la existencia de Dios, falla. Porque
si la existencia no es un predicado, no puede ser un predicado definitorio de
Dios, y la cuestión de si algo en la realidad se corresponde con el concepto del
ser más perfecto concebible queda abierta a la investigación. Una definición de
Dios describe nuestro concepto de Dios, pero no puede probar la existencia real
de tal ser.
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Semana 3
Argumentos cosmológicos4
La pregunta central del argumento cosmológico es “¿Por qué existe algo?”. ¿Por
qué algo en lugar de nada? El argumento es que, a menos que exista Dios, esta
pregunta no tiene respuesta. A diferencia del argumento ontológico, el
argumento cosmológico es a posteriori; se basa en el hecho de que algo, el
universo, existe, y sólo podemos saberlo a través de la experiencia.
Existen diferentes formas de este argumento. Dos de ellas son el
argumento de Kalam y el argumento de la existencia contingente. Suelen
presentarse como argumentos deductivos; Richard Swinburne ofrece una
variante inductiva.
El argumento de Kalam observa que
4
Fragmento de Lacewing, M. (2007) Revise philosophy. Routledge.
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empieza a existir tiene una causa? Segundo, ¿tiene el universo un principio? En
tercer lugar, ¿la explicación debe ser Dios? Dejaremos esta tercera cuestión para
el final de esta sección.
El principio de causalidad
¿Debe todo acontecimiento tener una causa? David Hume sostuvo que no
podemos saberlo. No es una verdad analítica (por el contrario, “Todo efecto
tiene una causa” es una verdad analítica; pero, ¿es todo acontecimiento un
efecto?). “Algo no puede salir de la nada” tampoco es analítico. Hume sostenía
que sólo podemos conocer verdades analíticas a priori; por tanto, sólo podemos
establecer las afirmaciones anteriores a través de la experiencia. Y aunque
nuestra experiencia es que todo hasta ahora tiene una causa, ¿puede aplicarse
este principio al principio del universo?
En primer lugar, los inicios de los universos no son algo de lo que
tengamos experiencia. En segundo lugar, el comienzo del universo no es un
acontecimiento como los que ocurren dentro del universo. No tiene lugar en el
espacio ni en el tiempo, ya que ambos surgen con el universo. Aunque todo
dentro del universo tenga una causa, eso no significa que el universo en su
conjunto la tenga. No podemos aplicar al universo en su conjunto los principios
que hemos desarrollado para los acontecimientos dentro del universo. Bertrand
Russell dijo: “el universo está ahí, y eso es todo”.
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El argumento de la existencia contingente
Esta versión del argumento cosmológico, defendida por Frederick Copleston en
un debate radiofónico con Bertrand Russell, hace hincapié en la necesidad de
explicar lo que existe:
Objeciones
Russell rechazó lo que el argumento afirma que es necesario para una
explicación satisfactoria - (2) y (4). Tal vez de cualquier cosa particular en el
universo, necesitamos una explicación de por qué existe, que la ciencia nos
puede dar. Pero es un error pensar que podemos aplicar esta idea al universo
mismo. Una forma de explicación desarrollada para las partes del universo no
tiene por qué aplicarse al universo en su conjunto.
Sin embargo, podemos responder que el universo es en sí mismo un ser
contingente: si cada parte del universo dejara de existir, también lo haría el
universo. Así que, como ser contingente, el universo es como sus partes. ¿Qué
hay de malo en el principio de que todos los seres contingentes requieren una
explicación de su existencia?
Una segunda objeción es que, aunque, como filósofos y científicos,
debemos buscar explicaciones de los seres contingentes, no podemos saber que,
de hecho, todo ser contingente tiene tal explicación. Sin esto, el argumento falla
como deducción. Sin embargo, esta objeción puede evitarse si renunciamos a la
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idea de que el argumento cosmológico es deductivo, y afirmamos que en su
lugar es una inferencia a la mejor explicación (véase más adelante).
Una tercera objeción ataca la conclusión. No es Dios, sino la
materia/energía (en alguna forma) el ser necesario. Una ley fundamental de la
física es la conservación de la energía: la cantidad total de materia/energía en el
universo permanece constante, no puede aumentar o disminuido. Si una versión
de esta ley se aplicara incluso al principio y al final de los universos, entonces
la materia/energía es un ser necesario. Sin embargo, no tenemos ninguna razón
para creer que esta ley se aplique al principio (y posiblemente al final) del
universo. La teoría del Big Bang sugiere que la materia/energía se creó, junto
con el tiempo y el espacio, es decir, que el universo empezó a existir, por lo que
es contingente.
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llegado a existir. Así que, según Swinburne, es probable que Dios exista y haya
causado el comienzo del universo.
Así que ahora tenemos que considerar si Dios es la mejor explicación.
Explicación personal
Swinburne sostiene que la ciencia no puede ofrecer ninguna explicación
satisfactoria, porque la ciencia no puede proporcionarnos el tipo de respuesta
adecuada a “¿Qué causó el universo?”. La ciencia debe asumir las leyes físicas
y la existencia de algo para poder ofrecer explicaciones. Si explicamos este
universo en términos de otro universo, tenemos que explicar la existencia de ese
universo. Y la ciencia no puede explicar las leyes científicas: de dónde vienen
o por qué son como son, porque todas las explicaciones científicas presuponen
leyes. Las leyes científicas son brutas, no tienen explicación a menos que
podamos encontrar algún otro tipo de explicación de ellas.
Nosotros utilizamos todo el tiempo otro tipo de explicación, la
explicación personal. Explicamos los productos de la actividad humana—este
libro, estas frases—en términos de una persona. Estoy escribiendo cosas que
tengo la intención de escribir. Este tipo de explicación explica un objeto o un
acontecimiento en términos de una persona y sus propósitos. La hipótesis de
que Dios existe y tuvo la intención de crear el universo (incluidas sus leyes)
proporciona una explicación personal de la existencia del universo.
5
Fragmento de Warburton, N. (2012). Philosophy. The Basics, 5th edition. Routledge.
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correspondientemente más inteligente que el relojero humano. De hecho, el
Divino Relojero debe haber sido tan poderoso y tan inteligente que tiene sentido
suponer que era Dios tal y como lo entienden tradicionalmente los teístas.
Sin embargo, hay argumentos de peso contra el argumento del diseño,
varios de los cuales fueron planteados por el filósofo David Hume (1711-76) en
sus Diálogos sobre la religión natural, publicados póstumamente, y en la sección
XI de su Investigación sobre el entendimiento humano.
EVOLUCIÓN
La existencia de un Relojero Divino no es, sin embargo, la única explicación
posible de cómo es que los animales y las plantas están tan bien adaptados a sus
funciones. En particular, la teoría de la evolución por selección natural de
Charles Darwin (1809-82), expuesta en su libro El origen de las especies
(1859), ofrece una explicación alternativa ampliamente aceptada de este
fenómeno. Darwin demostró cómo, mediante un proceso de supervivencia del
más fuerte, aquellos animales y plantas mejor adaptados a su entorno vivían
para transmitir sus características a su descendencia. Posteriormente, los
científicos han podido explicar el mecanismo de la evolución en términos de
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genes heredados. Este proceso explica cómo han podido producirse
adaptaciones tan maravillosas al entorno como las que se dan en los reinos
animal y vegetal, sin necesidad de introducir la noción de Dios.
Por supuesto, la teoría de la evolución de Darwin no refuta en absoluto la
existencia de Dios; de hecho, muchos cristianos la aceptan como la mejor
explicación de cómo las plantas, los animales y los seres humanos llegaron a
ser como son: creen que Dios creó el propio mecanismo de la evolución. Sin
embargo, la teoría de Darwin debilita el poder del argumento del diseño, ya que
explica los mismos efectos sin mencionar a Dios como su causa. La existencia
de esta teoría sobre el mecanismo de adaptación biológica impide que el
Argumento del Diseño sea una prueba concluyente de la existencia de Dios.
LIMITACIONES DE LA CONCLUSIÓN
Incluso si, a pesar de las objeciones mencionadas hasta ahora, el argumento del
diseño le sigue pareciendo convincente, debe tener en cuenta que no demuestra
la existencia de un Dios único, omnipotente, omnisciente y bueno. Un examen
minucioso del argumento muestra que es limitado en varios aspectos.
En primer lugar, el argumento no apoya en absoluto el monoteísmo, es
decir, la idea de que sólo hay un Dios. Incluso si se acepta que el mundo y todo
lo que hay en él muestra claramente la evidencia de haber sido diseñado, no hay
ninguna razón para creer que todo fue diseñado por un solo Dios. ¿Por qué no
podría haber sido diseñado por un equipo de dioses menores trabajando juntos?
Después de todo, la mayoría de las construcciones humanas complejas a gran
escala, como los rascacielos, las pirámides, los cohetes espaciales, etc., fueron
hechas por equipos de individuos, así que seguramente si llevamos la analogía
a su conclusión lógica nos llevará a creer que el mundo fue diseñado por un
grupo de dioses trabajando juntos.
En segundo lugar, el argumento no apoya necesariamente la opinión de
que el Diseñador (o los diseñadores) era todopoderoso. Se podría argumentar
que el universo tiene una serie de “defectos de diseño”: por ejemplo, el ojo
humano tiene tendencia a la miopía y a las cataratas en la vejez, lo que no es
obra de un Creador todopoderoso que quisiera crear el mejor mundo posible.
Estas observaciones podrían llevar a algunas personas a pensar que el Diseñador
del universo, lejos de ser todopoderoso, era un dios o dioses comparativamente
débiles, o posiblemente un dios joven que experimentaba con sus poderes. Tal
vez el Diseñador murió poco después de crear el universo, permitiendo que éste
se agotara por sí mismo. El argumento del diseño proporciona al menos tantas
26
pruebas para estas conclusiones como para la existencia del Dios descrito por
los teístas. Por tanto, el argumento del diseño no puede demostrar por sí solo
que exista el Dios de los teístas y no otro tipo de Dios o dioses.
Por último, en cuanto a la cuestión de si el Diseñador es omnisciente y
omnipotente, mucha gente considera que la cantidad de maldad que hay en el
mundo va en contra de esta conclusión. Este mal va desde la crueldad humana,
el asesinato y la tortura, hasta el sufrimiento causado por los desastres naturales
y las enfermedades. Si, como sugiere el argumento del diseño, tenemos que
mirar a nuestro alrededor para ver las pruebas de la obra de Dios, a muchas
personas les resultará difícil aceptar que lo que ven es el resultado de un Creador
benevolente. Un Dios omnisciente sabría que el mal existe; un Dios
todopoderoso sería capaz de evitarlo; y un Dios todopoderoso no querría que
existiera. Pero el mal sigue existiendo. Los filósofos han discutido mucho este
serio desafío a la creencia en el Dios de los teístas. Se conoce como el Problema
del Mal. En una sección posterior lo examinaremos con cierto detalle, junto con
varios intentos de solución. En este caso, debería hacernos desconfiar de las
afirmaciones de que el argumento del diseño proporciona pruebas concluyentes
de la existencia de un Dios supremamente bueno.
Como puede verse en esta discusión, el argumento del diseño sólo puede
darnos, en el mejor de los casos, la conclusión muy limitada de que el mundo y
todo lo que hay en él fue diseñado por algo o alguien. Ir más allá de esto sería
sobrepasar lo que lógicamente se puede concluir del argumento.
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CRÍTICA AL ARGUMENTO DEL AJUSTE FINO
LA OBJECIÓN DE LA LOTERÍA
Hay una objeción importante al argumento del ajuste fino. Imagínese que ha
comprado un boleto de la lotería nacional. Hay, quizás, muchos millones de
boletos, pero sólo uno ganará. Estadísticamente es muy poco probable que usted
gane. Pero es posible que lo haga. Sin embargo, si lo hace, esto no demuestra
más que su buena suerte: no se deduce del hecho de que, de entre todos esos
millones de boletos perdedores, se haya elegido su boleto ganador, que éste
debe haber sido el resultado de algo más que una selección al azar. Si usted es
supersticioso, podría interpretar todo tipo de significados en el hecho de haber
ganado la lotería. Pero todo lo que es estadísticamente improbable puede
suceder. El error que cometen los defensores del argumento del ajuste fino es
suponer que cuando ocurre algo que es improbable, debe haber una explicación
más plausible que el hecho de que haya surgido de forma natural. Nuestra
presencia en esta parte del universo puede explicarse adecuadamente sin
recurrir a causas sobrenaturales. No es de extrañar que estemos en un universo
en el que se dan las condiciones adecuadas para que surjan seres de nuestra
especie, ya que no habría ninguna posibilidad de que surgiéramos en otro lugar.
Por tanto, el hecho de que estemos aquí no puede considerarse una prueba del
diseño de Dios. Además, el argumento del ajuste fino también es vulnerable a
la serie de críticas a las versiones tradicionales del argumento del diseño antes
mencionadas.
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Semana 5
El problema del mal6
Mi [...] argumento [...] es muy común y sencillo: Hay mucho mal en el mundo.
No habría tanto mal si existiera un Dios todopoderoso y bueno. Por lo tanto, ese
Dios no existe.
En su forma más poderosa, este argumento se centra en ejemplos como
éste: Cada año nacen muchos bebés con síndrome de Down. La mayoría de
estos bebés, con cuidados pediátricos normales, crecerán sanos. Sin embargo,
un número significativo de ellos tiene obstrucciones intestinales que los matarán
si no son operados. Sin la operación, la deshidratación y la infección harán que
estos bebés se marchiten y mueran en un periodo de horas y días. Hoy en día
esta operación es relativamente sencilla, pero no hace mucho tiempo estos bebés
no podían salvarse. Pensemos en un bebé que nace con síndrome de Down y
una obstrucción intestinal en 1900. Este bebé sufre durante días y luego muere.
Si se duda de los detalles de este ejemplo, o si un ejemplo no parece suficiente,
entonces podría describir muchos más defectos de nacimiento y enfermedades
que causan a los bebés un dolor insoportable y la muerte después de vidas muy
cortas. No hay escasez de horror.
Para completar el ejemplo, supongamos que un médico podría haber
curado al niño y permitirle vivir una vida feliz con una simple operación que no
costaría mucho a nadie. Sin embargo, el médico decidió no salvar al niño. ¿Por
qué no? Imagina que el médico no tenía ganas de operar ese día. Yo consideraría
que ese médico es un monstruo moral. Supongo que la mayoría de ustedes
estaría de acuerdo. Si el médico puede salvar al niño sin que le cueste a nadie,
pero decide dejarlo morir, entonces el médico no puede ser una buena persona,
por no decir otra cosa.
Ahora apliquen estas normas a Dios. En la concepción tradicional, Dios
es todopoderoso, por lo que podría haber salvado al niño fácilmente. Todo lo
que tenía que hacer era eliminar la obstrucción intestinal. Los médicos pueden
hacer eso, así que Dios también puede. Mejor aún, Dios podría ayudar al bebé
secretamente y sin dolor cambiando los genes del niño para que este bebé nunca
hubiera tenido el síndrome de Down o, al menos, una obstrucción intestinal. La
6
Sinnott-Armstrong, Walter. Fragmento de God? A debate between a Christian and an atheist. Oxford
University Press, 2004.
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cura de Dios no tiene por qué perjudicar a nadie más. El médico podría necesitar
la mesa de operaciones para otro paciente, pero la misericordia de Dios no
utilizaría ningún recurso médico. El médico podría estar demasiado ocupado,
pero Dios no. El médico podría preocuparse de que el niño o los padres del niño
sufrieran más tarde, pero Dios podría evitar también ese sufrimiento futuro.
Todo esto podría requerir un milagro, pero no hay nada lógicamente imposible
para que Dios ayude a este bebé sin dañar a nadie, así que Dios puede hacerlo.
Dadas estas alternativas, ¿tenía Dios una razón adecuada para dejar que
este bebé sufriera y muriera? No puedo ver ninguna. Apuesto a que usted
tampoco puede. Si Dios tuviera alguna razón para dejar que este bebé sufriera
y muriera, podría decirnos su razón, y no tendría ninguna razón adecuada para
no decírnosla. Por lo tanto, ya que no vemos ninguna razón adecuada para ello,
el sufrimiento de este bebé es una evidencia de que no existe un Dios que tenga
todas las características de la concepción tradicional.
Obsérvese que cada mal injustificado es una prueba contra Dios, según
este argumento. Si yo afirmara ser todo bueno, un solo acto malo me refutaría.
Si afirmara que soy todopoderoso, podrías refutar esta afirmación encontrando
una cosa que no pueda levantar. Del mismo modo, un solo acto de maldad
injustificada refuta la existencia de Dios. Sin embargo, vale la pena añadir que
hay mucha maldad en el mundo. A lo largo de los siglos, muchos niños han
nacido con obstrucciones intestinales. Hay muchos más tipos de defectos de
nacimiento que conducen a vidas cortas llenas de intenso sufrimiento. Cada día
mueren muchos niños por enfermedad o desnutrición. En el mundo hay
inundaciones, huracanes, tornados, volcanes, terremotos, rayos y muchos otros
desastres naturales. Niños y adultos quedan atrapados bajo los escombros y
mueren tras horas de horrible sufrimiento. Tomemos cualquier desastre natural
individual. Un Dios todopoderoso podría evitar que se produjera ese desastre
natural. Podría hacerlo sin dañar a las personas tanto como son dañadas por el
desastre natural. Por lo tanto, no parece haber ninguna razón adecuada para que
Él permita que estos desastres naturales ocurran. Eso significa que Dios no
permitiría que ocurrieran si fuera todo bueno. Pero ocurren. Así que hay una
amplia evidencia contra la existencia de cualquier Dios todopoderoso y bueno.
Esa es la idea básica, pero mi argumento se puede presentar de manera
más formal y general así
30
1. Si existiera un Dios todopoderoso y todo bueno, entonces no habría
ningún mal en el mundo a menos que ese mal sea lógicamente necesario
para un bien que lo compense adecuadamente.
2. Hay mucho mal en el mundo.
3. Gran parte de ese mal no es lógicamente necesario para ningún bien que
lo compense adecuadamente.
4. Por lo tanto, no existe un Dios que sea todopoderoso y todo bueno.
31
identifica de forma plausible un mal como cualquier cosa que todas las personas
racionales evitan para sí mismas a menos que tengan una razón adecuada para
desearlo. El dolor, la discapacidad y la muerte son males porque cualquiera que
no los evite sin una razón adecuada es, en esa medida, irracional.
Por supuesto, a menudo tenemos una razón adecuada para aceptar el
dolor, la discapacidad e incluso la muerte. Pago a mi dentista para que me
perfore los dientes de forma muy dolorosa. ¿Es esto una locura? Lo sería si la
perforación no sirviera para nada; pero una visita al dentista no es irracional
porque el dentista evita más dolor en el futuro.
¿Cuándo está justificado un mal? Sólo cuando es necesario para obtener
algún bien o para evitar algún mal. Si pudiera prevenir las caries con una píldora
inocua en lugar de pagar a un dentista para que me taladre los dientes,
normalmente sería estúpido elegir el taladro en lugar de la píldora. Además, no
todas las razones son adecuadas. Aunque los calambres en las piernas sean
dolorosos, y aunque no haya otra forma de prevenir los calambres periódicos en
las piernas que cortándolas, el dolor de los calambres en las piernas sigue sin
ser una razón adecuada para cortárselas a esa persona. Hay desacuerdos sobre
qué razones son adecuadas, pero algunos casos son claros, y todo el mundo
reconoce algunas razones como inadecuadas. En cualquier caso, los males sólo
pueden justificarse con beneficios que sean adecuados para compensar esos
males. Esto no es más que sentido común sobre lo que es racional.
La moral entra en escena cuando el mal se causa no sólo a uno mismo
sino a otras personas. […] Es moralmente incorrecto causar males a otras
personas, aunque de nuevo tenemos que añadir “a menos que uno tenga una
razón adecuada”.
Desde el punto de vista moral, tampoco debemos dejar de evitar daños
importantes a otras personas cuando podemos evitarlos fácilmente con poco o
ningún coste para nadie, incluidos nosotros mismos. Un ejemplo común es el
de un bebé que se mete en una piscina y empieza a ahogarse. Si puedo salvar la
vida de este bebé sin más coste que el de mojarme, sería inmoral que me alejara
y dejara que se ahogara. Tal vez no deba salvarlo cuando de alguna manera sé
que crecerá y se convertirá en un asesino en masa. Tal vez no deba salvarlo
cuando otras personas pueden y lo salvarán si yo no lo hago. Tal vez tengo una
excusa cuando salvarlo sería peligroso o cuando hay demasiados bebés
ahogándose para que yo los salve a todos. Los moralistas no se ponen de
acuerdo sobre hasta dónde hay que llegar para evitar el daño a los demás. Sin
embargo, no es controvertido que debamos evitar un daño grave cuando nadie
32
más puede o quiere evitarlo y podemos evitarlo fácilmente y de forma segura,
así como otros daños similares, sin un coste significativo para nadie.
La controversia surge cuando la prevención de un mal o la obtención de
un beneficio tienen un coste significativo. Aun así, algunos puntos generales
parecen claros. Como en el caso de los dentistas, para que sea adecuada como
compensación por un mal, el beneficio compensatorio debe ser lo
suficientemente importante y no debe haber una forma mejor de prevenir el mal.
Cuando otras personas se ven afectadas, tampoco debe ser injusto causar o
permitir el mal para obtener el beneficio. Por ejemplo, un médico no estaría
justificado en tomar el hígado de una persona sin su consentimiento para
trasplantarlo a otra, incluso si esa otra persona moriría sin el hígado. La muerte
del donante de órganos no deseado es un mal, y la vida de la otra persona es una
compensación importante. Aun así, esta compensación no es adecuada desde el
punto de vista moral, porque es injusto sacrificar a una persona para salvar a
otra sin su consentimiento (en igualdad de condiciones). Esta restricción de la
equidad en la compensación muestra, de nuevo, que no asumo ningún
utilitarismo burdo.
Esta pequeña teoría moral es de sentido común y puede ser aceptada tanto
por los que creen en Dios como por los que no. Merece la pena resaltar aquí esta
base moral común, porque a menudo se acusa a los ateos de ser amorales o
inmorales. Esta acusación no tiene fundamento. Los ateos pueden, y a menudo
lo hacen, aceptar principios morales muy estrictos que restringen no sólo causar
daño, sino también no evitarlo. Los principios morales de los ateos no tienen
por qué ser diferentes de los principios morales de los teístas (excepto en
cuestiones religiosas, como la blasfemia).
El problema del mal surge cuando aplicamos estos principios morales
comunes a Dios. Se supone que Dios es más hábil que cualquier humano. Dios
puede salvar a los bebés que se ahogan sin siquiera mojarse. Dios puede
prevenir las caries sin ningún dolor. Podría parecer que ni siquiera Dios puede
hacer esto, porque la caries es el resultado de las leyes de la naturaleza. Pero se
supone que Dios puede hacer milagros. Dios puede intervenir en la naturaleza
e incluso cambiar las leyes de la naturaleza. Esto se desprende de la definición
de Dios como todopoderoso en el sentido de que puede hacer todo lo que es
lógicamente posible. Los únicos males que un Dios así no puede evitar sin
pérdida son aquellos que es lógicamente imposible evitar sin pérdida. En
consecuencia, los únicos males que Dios está justificado en permitir son
aquellos que son lógicamente necesarios para promover algún bien que
33
compense adecuadamente. Eso explica por qué utilicé el término “lógicamente
necesario” en mis premisas.
Como he dicho, mi argumento es muy antiguo. A lo largo de los siglos,
muchos cristianos han respondido a él, pero ninguna respuesta es adecuada, o
eso intentaré demostrar. No puedo considerar todas las respuestas posibles, pero
examinaré rápidamente las más destacadas. […] Algunas de estas respuestas
apenas se utilizan hoy en día, pero merece la pena repasarlas para cubrir el
territorio. [...]
Crítica: Para hacernos conscientes de la negrura, basta con ver una mota de
blanco. Para tomar conciencia de la bondad, basta con ver una mota de maldad.
Basta con un tropezón, o tal vez un tropezón por persona. Hay demasiada
maldad en este mundo como para que toda ella sea necesaria para permitirnos
concebir la bondad. Algunos teístas podrían afirmar que necesitamos más
maldad a nuestro alrededor para poder apreciar lo buenas que son nuestras
vidas. Aun así, esto no es muy loable, y no es lógicamente necesario que
nuestras mentes funcionen así, para que Dios pueda hacernos mejores.
La respuesta del castigo: Dios deja que la gente sufra a causa de los
pecados por los que su sufrimiento es una justa retribución.
Crítica: Incluso los bebés sufren, pero los bebés no han pecado, ya que aún no
son moralmente responsables, así que no hay nada por lo que castigarlos. Por
eso utilicé a los bebés en mis ejemplos.
Algunos teólogos responden que Dios castiga a los bebés por el pecado
original. Adán y Eva pecaron en el Jardín del Edén. Los bebés pagan ahora.
Pero eso sería tremendamente injusto. Hace mucho tiempo, los gobiernos
castigaban a familias enteras y a otros grupos por los delitos cometidos por uno
de sus miembros, por lo que entonces la respuesta del castigo podría haber
parecido plausible por analogía. Hoy, sin embargo, casi todo el mundo está de
34
acuerdo en que el castigo en grupo es una barbaridad. No deberías ser castigado
por lo que hizo tu padre o el gobernador de tu estado, especialmente si lo
hicieron antes de que tú nacieras. ¿Por qué no? Porque sus actos estaban fuera
de tu control, y es injusto castigar a la gente por lo que no puede controlar. Este
principio de justicia ampliamente aceptado sería violado al castigar a los bebés
por el pecado original.
Se supone que Dios es diferente a los humanos que castigan, ya que Dios
conoce el futuro. Tal vez Dios castigue a los bebés por adelantado por los
pecados que cometerán si viven. Pero eso sigue pareciendo tremendamente
injusto. Si las personas tienen libre albedrío, como suponen la mayoría de los
teístas tradicionales, eso hace que sea injusto castigarlas por adelantado,
mientras que todavía tienen la oportunidad de elegir no pecar. Además, no es
probable que los bebés con síndrome de Down se conviertan en tan malos
pecadores como para merecer una muerte dolorosa antes de pecar. Es
lógicamente posible que todos los bebés que sufren y mueren se conviertan en
asesinos en masa, pero no tenemos ninguna evidencia para tal especulación. Es
igual de probable que estos bebés se hayan convertido en héroes. Nuestra
evidencia, por lo tanto, sugiere que los males de este mundo no siempre se
distribuyen de acuerdo a los pecados pasados o futuros, por lo que estos males
no pueden ser justificados como castigo.
Crítica: Dios podría enviar a los bebés directamente al cielo antes de que sufran.
Como esta opción está disponible, su sufrimiento no es lógicamente necesario
para que lleguen al cielo, por lo que el cielo no puede justificar su sufrimiento.
Para ver por qué, comparemos a un padre que golpea a su hija y luego le da un
regalo para compensarla. La paliza sigue siendo inmoral, aunque el regalo sea
tan bueno que ella preferiría tener tanto la paliza como el regalo que ninguno
de los dos. ¿Por qué? Porque él podría haberle dado el regalo sin la paliza. Eso
sería mejor para ella que ambos juntos y también mejor que ninguno. Del mismo
modo, si Dios deja que los bebés sufran y luego los envía al cielo por la
eternidad, están mejor que si no tuvieran ni el sufrimiento ni el cielo. Pero eso
no puede hacer que sea correcto dejarlos sufrir, ya que Dios podría haberlos
enviado directamente al cielo sin el sufrimiento. Él podría haber hecho que la
madre del niño con síndrome de Down abortara, de modo que el bebé nunca
35
hubiera nacido, nunca hubiera sufrido, y sólo hubiera vivido en el cielo. ¿Por
qué Dios no eligió esa opción? El cielo no puede responder a esta pregunta.
Crítica: La educación debe ser eficaz, eficiente y justa. Dejar que los bebés
sufran y mueran suele ser una forma muy ineficaz de enseñar valor y compasión.
Por un lado, el sufrimiento y la muerte a veces ocurren en secreto. Si nadie vive
para contar la historia de un bebé que sufre, nadie puede aprender de ella.
Incluso cuando se conocen los males, muchos observadores se endurecen y se
vuelven cínicos, o se desaniman y se aíslan, en lugar de ser moralmente
virtuosos. E incluso cuando el mal enseña algo de coraje y compasión, suelen
producirse pérdidas mayores. Los padres del niño se separan, descuidan a sus
otros hijos y se alejan de Dios. Si un maestro de escuela utilizara técnicas tan
dañinas, usted despediría inmediatamente a ese maestro. Y Dios sabría
exactamente qué personas reaccionarían bien ante los males. Así que es difícil
imaginar alguna razón por la que Dios adoptaría una técnica de enseñanza tan
burda en los casos en que sabe que no será efectiva.
Además, cuando una lección es costosa, es ineficaz repetirla más veces
de las necesarias. Seguramente Dios puede crear virtudes morales con menos
daños de los que experimentamos. Un niño hambriento o deformado debería ser
suficiente para crear compasión, si la noticia se difunde. No necesitamos
millones.
Y lo que es más importante, incluso si los padres u otras personas
mejoraran como resultado del sufrimiento del bebé, seguiría siendo injusto dejar
que el bebé sufriera para ayudar a esas personas por separado. Compara a un
vecino cuyo bebé sufre una horrible enfermedad. El vecino puede ayudar
fácilmente, pero el sufrimiento de este bebé enseñará una valiosa lección a sus
otros hijos y a sí mismo, por lo que deja que el sufrimiento continúe sin cesar.
Este vecino es un monstruo moral. ¿No está de acuerdo? Pero este vecino es
análogo a Dios si éste deja que los bebés sufran sólo para construir virtudes
morales en otras personas, especialmente porque Dios tiene más y mejores
opciones que cualquier vecino humano. [...]
36
La respuesta del libre albedrío: No querría tener un robot como hijo,
aunque el robot le obedeciera siempre, ¿verdad? Entonces debe
admitir que la libertad vale el precio de mucho mal comportamiento.
Este valor también justifica que Dios nos diera el libre albedrío,
aunque supiera que a menudo haríamos mal uso de él y elegiríamos
o causaríamos el mal.
37
intestinal, ya que sus defectos de nacimiento no tienen nada que ver con el libre
albedrío. [...]
Crítica: Esta respuesta admite que Dios no es bueno según nuestros estándares
morales comunes. Esto no es una buena noticia para cualquiera que quiera un
modelo para guiar su vida. No es un Dios al que merezca la pena adorar, salvo
por miedo. No es un Dios al que podamos amar o admirar. No tenemos ni idea
de lo que podemos esperar de un Dios así. En el futuro, ¿permitirá o causará
aún más maldad sin compensación? ¿Demostrará esto que es aún mejor que
antes? Nadie puede saberlo, si no podemos entender los criterios por los que
Dios es considerado bueno.
Además, esta respuesta podría justificar atrocidades. Imaginemos a un
tirano humano que mata y viola o, al menos, deja morir dolorosamente a los
bebés cuando podría salvarlos fácilmente. Sus seguidores afirman que sigue
siendo una buena persona, porque tiene el derecho divino de gobernar sin estar
sujeto a las normas morales comunes. Sin embargo, digan lo que digan, tenemos
muchas razones para creer que este tirano no es una buena persona. Debemos
oponernos a él. Dios no es mejor si deja que los bebés mueran dolorosamente
sin una razón adecuada.
Algunos creyentes religiosos replican que, a diferencia de un tirano, Dios
no está sujeto a nuestras normas morales porque nos creó, así que se lo debemos
todo. Pero eso no le da a Dios el derecho de abusar o descuidar de nosotros,
como tampoco le da a los padres humanos el derecho de abusar y descuidar a
sus hijos. Otros dicen que nuestras normas morales no se aplican a Dios porque
es muy poderoso. Pero un tirano que es tan poderoso que nadie puede detenerlo
puede ser juzgado como moralmente malo. El poder no hace el bien. Esto no
deja ninguna buena razón para eximir a Dios del juicio moral según nuestras
propias normas.
38
Crítica: Cualquiera puede intentar defender cualquier acción, por horrible que
sea, diciendo que está justificada por alguna razón que no vemos. Supongamos
que su vecino deja que su hijo sufra y se muera de hambre. Tiene mucha comida
y dinero, y su hijo parece normal, así que no ves nada que justifique su
abandono. Entonces su amigo dice: “Quizá sea una buena persona y tenga una
razón adecuada, pero no la vemos. Tal vez la muerte de este niño sea lo mejor”.
Usted no se lo creería ni por asomo. Usted podría dar a tu vecino la oportunidad
de defender sus acciones. Sin embargo, si no da ninguna razón adecuada cuando
podría y daría una si la tuviera, entonces usted estaría justificado en concluir
que no tiene ninguna razón adecuada. Su conclusión sería aún más segura si su
vecino dejara morir a varios de sus hijos de diversas formas horribles sin razón
aparente. Del mismo modo, si observamos con detenimiento un mal natural,
como una obstrucción intestinal, y no encontramos nada que sugiera una
compensación adecuada, entonces está justificado que creamos que no existe
una compensación adecuada para ese mal. Esta conclusión se hace más segura
cuando el mismo patrón se repite caso tras caso.
No podemos estar seguros. Siempre es posible que alguna compensación
adecuada surja siglos después por algún oscuro proceso causal que ahora
ignoramos. Sin embargo, no debemos dejar que la incertidumbre nos impida
juzgar y actuar cuando tengamos pruebas sólidas. Es posible que nuestro vecino
tenga sus razones para dejar morir de hambre a sus hijos y que la muerte de
éstos resulte al final lo mejor, pero aun así podemos y debemos criticarle y
detenerle. Si no se nos permitiera llegar a ninguna conclusión sin estar
completamente seguros, entonces nunca se nos permitiría llegar a ninguna
conclusión sobre ningún asunto importante, ya que nunca podemos estar
completamente seguros sobre nada importante (al menos si es controvertido).
La exigencia de certeza conduce a la ignorancia y a la inacción.
Hay que reconocer que a menudo carecemos de pruebas sólidas. Antes
de preguntar a nuestro vecino qué está pasando, puede que no tengamos
suficientes pruebas para llegar a ninguna conclusión, ya que la mayoría de la
gente conoce a sus propios hijos y su propia situación mejor que sus vecinos
entrometidos. Por eso hay que investigar cuidadosamente antes de juzgar. Sin
embargo, después de investigar a fondo hasta donde podamos, si nuestro vecino
no revela nada y no vemos nada que se acerque a una razón adecuada o que
sugiera alguna vía prometedora para seguir investigando, entonces estamos
justificados para concluir que nuestro vecino no tiene ninguna razón adecuada
para dejar que sus hijos sufran y mueran. De forma análoga, si examinamos con
39
detenimiento un caso concreto de maldad, pero Dios no nos revela nada y no
vemos nada que pueda compensar ese mal, ni nada que nos indique dónde
buscar más, entonces es razonable concluir que realmente no habrá una
compensación adecuada para ese mal. Nuestra justificación se hace aún más
fuerte a medida que acumulamos más y más pruebas de más y más casos de
maldad natural.
Esta conclusión podría parecer precipitada si no fuéramos capaces de
prever una compensación adecuada aunque la hubiera. Pero, ¿por qué pensar
eso? La idea podría ser que la compensación podría llegar muy lejos en el
futuro. Eso es posible, pero no tenemos más razones para creer que el mal de
ahora conducirá a una gran felicidad a largo plazo que la de que este mal
conducirá a una gran miseria. Estas especulaciones se anulan mutuamente, si es
que hay alguna fuerza para anularlas en primer lugar. La idea podría ser que el
cielo espera al niño que sufre, pero ya he criticado esa respuesta sobre la base
de que Dios podría enviar al niño directamente al cielo sin sufrimiento. Añada
mis críticas a otras respuestas, y entonces no hay ninguna historia plausible
sobre una compensación adecuada de la que no tendríamos pruebas, aunque se
produjera. [...]
40
la evidencia del mal, entonces ningún argumento nuevo para la existencia de
Dios puede socavar mi argumento del mal contra la existencia de Dios.
Conclusión: Los teístas tienen una opción. Pueden decir que Dios no es
todopoderoso, o pueden decir que Dios no es bondadoso. Lo que no pueden
hacer es enfrentarse a la evidencia del mal en este mundo y seguir creyendo en
el Dios cristiano tradicional que es a la vez todopoderoso y bondadoso. Ese es
el único tipo de Dios sobre el que estamos discutiendo aquí. Por lo tanto, mi
argumento demuestra que no hay un Dios del tipo discutido.
41
Semana 7
Mente y alma
A Naturaleza humana7
Los seres humanos son animales con una gama distintiva de habilidades. […]
Un ser humano maduro es un agente consciente de sí mismo, con la capacidad
de actuar por razones y de reaccionar—en pensamiento, sentimiento y acción—
por razones.
Los animales, como los objetos inanimados, son continuos
espaciotemporales. Tienen una ubicación física y trazan un camino
espaciotemporal continuo a través del mundo. En este sentido, son, como
objetos materiales familiares, cuerpos ubicados sobre la faz de la tierra y en
movimiento. Son sustancias, cosas individuales persistentes que se pueden
clasificar en varios tipos sustanciales de acuerdo con su naturaleza y nuestros
intereses. Los animales son sustancias animadas, seres vivos. Entonces, a
diferencia de los meros objetos materiales, ingieren materia de su entorno y la
metabolizan con el fin de proporcionar energía para su crecimiento, sus formas
distintivas de actividad y su reproducción. A diferencia de las plantas, los
animales son agentes sensibles y todas las formas de vida animal, excepto las
más simples, también se mueven por sí mismas. Su sensibilidad se manifiesta
en el ejercicio de las facultades sensoriales que poseen: por ejemplo, las
facultades perceptivas de vista, oído, olfato, gusto y sentimiento, y en la
actualización de sus facultades pasivas de sensación: por ejemplo,
susceptibilidad al dolor, sensación cinestésica y propensión a sentimientos
corporales generales, como sentirse cansado, y sentimientos de condición
general, como sentirse bien. Las facultades perceptivas son cognitivas. Son
fuentes de conocimiento sobre el entorno perceptible. Es por el ejercicio de estas
facultades de los sentidos, por el uso de los órganos de los sentidos […], que
los animales aprenden acerca de los objetos y las características de su entorno.
Ser consciente y moverse por sí mismo son poderes complementarios de la
agencia animal. Porque un animal que puede aprender cómo son las cosas en su
vecindad exhibe lo que ha aprehendido tanto al encontrar las cosas que busca
(como comida, un ambiente protector, una pareja) como al evitar obstáculos y
peligros. […]
7
Fragmento de cap. 1.1 de Hacker, P.M.S. (2007). Human nature. Oxford: Blackwell.
42
Las habilidades distintivas de los seres humanos son las habilidades del
intelecto y la voluntad. Las habilidades relevantes del intelecto son el
pensamiento, la imaginación (la imaginación cogitativa y creativa más que la
facultad generadora de imágenes), la memoria personal (experiencial) y fáctica,
el razonamiento y la autoconciencia. Los seres humanos tienen la capacidad de
pensar (e imaginar) cosas que se encuentran más allá de su campo perceptivo
actual: pensar en las cosas tal como las encontró en el pasado y el encuentro con
ellas, las cosas pasadas aprendidas y el aprendizaje de ellas, de cosas futuras
que aún no existen y de eventualidades y acciones que aún no han ocurrido o
no se han realizado. En la medida en que otros animales superiores posean
habilidades comparables, lo harán solo en formas rudimentarias
(prelingüísticas). Los seres humanos pueden pensar tanto en lo que existe como
en lo que no existe u ocurre, en lo que se ha hecho o no se ha hecho y en lo que
se hará y lo que no se hará. Podemos creer, imaginar, esperar o temer que tal o
cual sea el caso, independientemente de que las cosas sean así o no. […] No
solo podemos pensar en y acerca de tales cosas, y pensar que las cosas son así
y así, sino que podemos razonar desde tales premisas hasta conclusiones que se
derivan de ellas o que están bien sustentadas en ellas. Y podemos evaluar ese
razonamiento como válido o inválido, plausible o inverosímil. Dado que el
horizonte del pensamiento humano es mucho más amplio que el del
pensamiento animal no humano, también el horizonte de los sentimientos y
emociones humanos es mucho más amplio que el de otros animales. Tanto los
humanos como los animales pueden tener esperanza y temer cosas, pero muchas
de las cosas que los humanos pueden esperar (como la salvación o el buen
tiempo la próxima semana) y temer (como la condenación o el mal tiempo la
próxima semana) no son objetos posibles de emociones animales.
Como otros animales, somos criaturas conscientes. Cuando estamos
conscientes (a diferencia de estar dormidos, comatosos o anestesiados),
podemos estar conscientes de aquellos elementos en nuestro campo perceptivo
que captan y mantienen nuestra atención. A diferencia de otros animales,
también somos cohibidos. No solo tenemos el poder de movernos a voluntad y
de percibir cómo son las cosas en nuestro entorno, sino también el poder de ser
reflexivamente conscientes de lo que hacemos o de lo que hemos hecho. No
solo podemos pensar y razonar, sino que también podemos reflexionar más
sobre nosotros mismos como si hubiéramos pensado o razonado de esta manera.
No solo podemos tener deseos razonados además de apetitos animales, sentir
emociones y adoptar actitudes, deliberar sobre metas y propósitos, sino que
43
también podemos darnos cuenta y reflexionar sobre tales hechos. Al ser
criaturas autoconscientes, estamos sujetos a una variedad de emociones de
autoevaluación, como el orgullo, la vergüenza y la culpa, que ningún animal
son autoconsciencia pueda tener.
Los seres humanos pueden razonar desde premisas dadas hasta
conclusiones teóricas o prácticas. Podemos tomar tal y cual como una razón
para pensar que las cosas son así y así. También podemos considerar que las
cosas son así y así como una razón para actuar o reaccionar de cierta manera.
Porque no nos limitamos a comportarnos y actuar como nos inclinan nuestros
apetitos y fantasías, hacemos mucho de lo que hacemos por razones. No solo
tenemos deseos animales e inclinaciones pasajeras, también tenemos metas y
propósitos razonados enraizados no solo en nuestra estructura biológica, sino
en la reflexión sobre la conveniencia de los objetos y objetivos en relación con
nuestra concepción de nuestro bien y del bien. La racionalidad tiene una cara
de Janus, incorporando razones tanto hacia atrás como hacia el futuro. Dado que
poseemos una memoria articulada, podemos tomar hechos pasados como
razones de acciones y actitudes presentes, como cuando actuamos por gratitud,
castigamos o recompensamos el merecimiento, albergamos indignación o
resentimiento, o nos sentimos avergonzados o culpables. Debido a que podemos
pensar y llegar a conocer verdades o probabilidades relativas al futuro, podemos
tomar hechos futuros o la probabilidad de eventualidades futuras como razones
para actuar de cierta manera aquí y ahora. En consecuencia, nuestro
comportamiento puede ser evaluado como racional o razonable, así como
irracional o irrazonable. Y también nuestras emociones y actitudes. […]
B El dualismo substancial8
8
Fragmento de cap. 1 de Ravenscroft, I. 2005. Philosophy of mind. Oxford University Press.
44
Antes de empezar, conviene hacer una breve aclaración terminológica. A
veces los dualistas de la sustancia llaman “alma” a la mente no física que
postulan. Sin embargo, al discutir el dualismo substancial, tenderé a evitar el
término “alma” debido a su asociación con doctrinas religiosas que no son parte
del dualismo substancial. Por ejemplo, según el uso común, el alma es una
entidad que sobrevive a la muerte del cuerpo. Sin embargo, la doctrina filosófica
del dualismo substancial no se pronuncia sobre la vida después de la muerte, ni
en un sentido ni en otro. […]
Imaginemos que, durante un safari, Bloggs ve un león a poca distancia y
corre hacia su coche. Unas cuantas zancadas rápidas y está a salvo dentro. Así
es como el dualista substancial explica esta serie de acontecimientos. Primero,
las ondas de luz del león golpean la retina de Bloggs, estimulándola de una
manera particular. El cerebro de Bloggs entonces extrae información sensorial
del patrón de activación en su retina, y pasa esa información a su mente no
física. Su mente interpreta la información sensorial que ha recibido del cerebro
y reconoce que hay una presencia de león. Entonces decide que lo mejor es
correr rápidamente hacia el vehículo. La mente de Bloggs envía un mensaje
(¡Corre!) a su cerebro. Su cerebro envía las señales pertinentes a los músculos
de sus piernas y corre rápidamente hacia el coche.
Según el dualismo substancial, la mente y el cuerpo, aunque son muy
distintos, interactúan entre sí. La información sensorial sobre el estado del
mundo se envía del cerebro a la mente, y las decisiones sobre cómo reaccionar
se envían de la mente al cerebro. El cuerpo es como una sonda enviada por la
NASA para explorar un planeta lejano. La sonda envía imágenes al control de
la misión, donde los científicos deciden qué debe hacer la sonda. Las
instrucciones se envían a la sonda, que responde en consecuencia. La sonda en
sí misma no es inteligente. Del mismo modo, el cuerpo comunica la información
sobre el mundo a la mente; la mente decide qué hacer y se lo comunica al
cuerpo. El cuerpo no toma ninguna decisión.
Es importante señalar que las relaciones entre la mente y el cuerpo son
relaciones causales. La información sensorial enviada por el cerebro a la mente
hace que ésta registre la presencia del león. Y la decisión de la mente de correr
hace que el cerebro active los músculos correspondientes. En otras palabras,
existen interacciones causales bidireccionales entre la mente y el cerebro.
Merece la pena considerar brevemente otros dos ejemplos.
45
1. Digamos que Bloggs se quema la mano con la estufa y, por tanto, siente
una sensación de dolor. Según el dualismo de sustancias, el daño en la
mano de Bloggs hace que se envíe un mensaje a su cerebro, que a su vez
envía un mensaje a su mente no física. La mente es entonces llevada a un
estado que Bloggs reconoce como una sensación de dolor. Según el
dualismo substancial, las experiencias de dolor son estados de la mente no
física; el propio cerebro no tiene experiencias conscientes.
2. Digamos que Bloggs sabe las dos cosas siguientes: (1) Si es viernes,
entonces es día de pago. (2) Es viernes. De (1) y (2) deduce algo más: (3)
Es día de pago. Según el dualismo substancial, todos estos estados de
conocimiento son estados de la mente no física de Bloggs. Además, los
estados (1) y (2) de su mente no física han provocado que se encuentre en
el estado (3). Desde este punto de vista, toda la inferencia racional ocurre
en la mente no física; el cerebro es simplemente tonto.
50
Pensemos ahora en la inferencia de (A) y (B) a (C). A primera vista, la
inferencia de (A) y (B) a (C) parece tener la misma estructura que este
argumento:
52
Semana 8
Mente y cerebro
A. EL PROBLEMA CUERPO-MENTE9
9
Fragmento de Kim, J. 2010. Philosophy of mind. Routledge, pp. 46-48
53
sensación de un dolor como el que se produce en el pie. Esto
estimula a la mente a hacer todo lo posible para deshacerse de la
causa del dolor, que considera perjudicial para el pie.
En Las pasiones del alma, Descartes identifica la glándula pineal como la “sede
del alma”, el lugar de la interacción directa mente-cuerpo. Esta glándula,
sostiene Descartes, puede ser movida directamente por el alma, moviendo así
los “espíritus animales” (fluidos corporales en los nervios), que luego
transmiten la influencia causal a las partes apropiadas del cuerpo:
54
claramente comprensible. En primer lugar, véase lo que Descartes ha dicho
sobre los cuerpos y su movimiento en la Segunda Meditación:
Para Descartes, las mentes son inmateriales; es decir, las mentes no tienen
extensión espacial y no están situadas en el espacio físico. Si los cuerpos sólo
pueden moverse por contacto, ¿cómo podría una mente no extendida, que ni
siquiera está en el espacio, entrar en contacto con una cosa material extendida,
incluso con las partículas más finitas y ligeras de los espíritus de los animales,
provocando así su movimiento? Esta parece una pregunta perfectamente
razonable.
En la terminología moderna podemos plantear el desafío de Elisabeth de
la siguiente manera: Para que algo haga que un objeto físico se mueva, o
provoque algún cambio en él, debe haber un flujo de energía, o una transferencia
de impulso, desde la causa al objeto físico. Pero, ¿cómo podría haber un flujo
de energía de una mente inmaterial a un objeto material? ¿Qué tipo de energía
podría ser? ¿Cómo podría cualquier cosa “fluir” de algo fuera del espacio a algo
en el espacio? Si un objeto va a impartir impulso a otro, debe tener masa y
velocidad. Pero, ¿cómo podría una mente no extendida fuera del espacio físico
tener masa o velocidad? La cuestión no se refiere a la plausibilidad intrínseca
de la tesis de Descartes de la interacción mente-cuerpo; la cuestión es si esta
tesis interaccionista de sentido común es sostenible dentro de la ontología
dualista de Descartes de mentes inmateriales no espaciales y cosas materiales
en el mundo espacio-temporal.
55
B. EL MATERIALISMO DE IDENTIDAD10
CORRELACIONES MENTE-CEREBRO
Pero, ¿qué nos hace pensar que el cerebro es “la sede de nuestra vida mental”,
como podría haber dicho Descartes? La respuesta parece clara: existen
correlaciones psiconeurales generalizadas y sistemáticas, es decir, correlaciones
entre los fenómenos mentales y los estados neuronales del cerebro. Esto no es
algo que sepamos a priori; lo sabemos por la evidencia empírica. Observamos
que las lesiones cerebrales suelen tener un impacto dramático en la vida mental,
afectando a la capacidad de razonar, recordar y percibir, y que pueden deteriorar
drásticamente las capacidades cognitivas de una persona e incluso alterar sus
rasgos de personalidad. Los cambios químicos en el cerebro provocados por la
ingestión de alcohol, antidepresivos y otras drogas psicoactivas afectan a
nuestros estados de ánimo, emociones y funciones cognitivas. Cuando una
conmoción cerebral nos deja fuera de combate, nuestra vida consciente se queda
en blanco. Sofisticadas técnicas de imagen cerebral nos permiten “ver” lo que
ocurre en nuestro cerebro cuando realizamos determinadas actividades
mentales, como ver el verde o sentirnos agitados. Se puede decir que ahora
tenemos una abrumadora evidencia científica que atestigua la centralidad del
cerebro y sus actividades como determinantes de nuestra vida mental.
Un codo mal raspado puede causarle un dolor punzante, y una leve
intoxicación alimentaria suele ir acompañada de dolores de estómago y
10
Fragmento de Kim, J. 2010. Philosophy of mind. Routledge, cap. 4.
56
sensaciones de náuseas. Las irradiaciones de tus retinas provocan sensaciones
visuales, que a su vez causan creencias sobre los objetos y acontecimientos que
te rodean. Las estimulaciones de tus superficies sensoriales provocan
experiencias sensoriales y perceptivas de diversa índole. Sin embargo, los
eventos neuronales periféricos son sólo causas remotas; pensamos que
provocan experiencias conscientes sólo porque causan estados apropiados del
cerebro. Así es como funciona la anestesia: Si se bloquean las señales nerviosas
procedentes de las periferias sensoriales o se interfiere en las funciones
normales del cerebro para impedir que se produzcan los procesos neuronales
centrales que subyacen a la experiencia consciente, no habrá experiencia del
dolor, o tal vez no haya experiencia de nada. Es plausible que todo lo que ocurre
en la vida mental tenga un estado del cerebro (o del sistema nervioso central)
como base física próxima. Sería difícil negar que la existencia misma de nuestra
mentalidad depende de la existencia de sistemas neuronales que funcionen
adecuadamente: Si todas las células y moléculas que componen tu cerebro se
dispersaran en el espacio intergaláctico, toda tu vida mental se desvanecería en
ese momento, con la misma seguridad que la aniquilación de todas las
moléculas que componen tu cuerpo significaría su fin. Al menos, eso es lo que
parece. Podemos resumir esto en la siguiente tesis:
Según esta tesis, pues, cada tipo de evento mental que puede ocurrir a un
organismo tiene un correlato neural que es necesario y suficiente para su
ocurrencia. Así, para cada organismo hay un conjunto de correlaciones mente-
cerebro que cubren cada tipo de estado mental que es capaz de tener.
Se pueden señalar dos puntos sobre estas correlaciones cerebro-mente:
57
desconocidos) en su estado cerebral; por ejemplo, cuando su dolor de
cabeza desaparece, debe haber un cambio apropiado en sus estados
neuronales.
58
dos acontecimientos están relacionados causalmente, y por eso se
produce la correlación observada.
• Entras en una relojería y te encuentras con una escena asombrosa:
Docenas y docenas de relojes de todas las formas y tamaños están
haciendo tictac afanosamente, y todos muestran exactamente la misma
hora, las 2:00. Al cabo de un rato, se ve que todos marcan exactamente
las 2:30, y así sucesivamente. ¿Qué explica esta maravillosa correlación
entre estos relojes? Creemos que no puede ser una coincidencia. Una
posible respuesta es que el tendero haya sincronizado todos los relojes,
que funcionan correctamente, antes de que la tienda abriera por la
mañana. En este caso, una causa común, la acción del tendero por la
mañana, explica las correlaciones que ahora se observan; dicho de otro
modo, un reloj que muestra las 3:30 y otro que muestra la misma hora
son efectos colaterales de una causa común. No hay relaciones causales
directas entre los relojes que son responsables de las correlaciones.
• ¿Por qué los relámpagos se producen justo cuando hay una descarga
eléctrica entre las nubes o entre las nubes y el suelo? Porque el rayo es
simplemente una descarga eléctrica que implica a las nubes y al suelo.
Aquí sólo hay un fenómeno, no dos que están correlacionados entre sí, y
lo que creíamos que eran fenómenos correlacionados distintos resulta ser
un mismo evento, bajo dos descripciones diferentes. Aquí una aparente
correlación resulta ser una identidad.
59
las diferentes partes del cuerpo, lo que, en última instancia, provocaba
diversos cambios fisiológicos y movimientos corporales.
• La "armonía preestablecida" entre la mente y el cuerpo. Leibniz, al igual
que muchos de sus grandes contemporáneos racionalistas, pensaba que
no tenía ningún sentido coherente la idea de Descartes de que una mente
inmaterial pudiera influir causalmente, o ser influenciada, por un cuerpo
material como la glándula pineal, consiguiendo mover este bulto de tejido
no tan insignificante de un lado a otro. Desde su punto de vista, la mente
y el cuerpo están en una “armonía preestablecida”, más bien como los
relojes que fueron sincronizados por el tendero por la mañana, habiendo
Dios puesto en marcha nuestras mentes y cuerpos en una relación
armoniosa. Es discutible si esta idea es menos fantástica, al menos para
nosotros, que la idea de Descartes sobre la interacción mente-cuerpo.
• La teoría de la identidad psiconeural (o psicofísica, mente-cuerpo). Esta
posición, explícitamente propuesta como solución al problema mente-
cuerpo a finales de la década de 1950, defiende la identificación de los
estados mentales con los procesos físicos del cerebro. Del mismo modo
que no hay rayos por encima de las descargas eléctricas atmosféricas, no
hay eventos mentales por encima o además de los procesos neuronales
del cerebro. “Rayo” y “descarga eléctrica” no son sinónimos en el
diccionario, y los griegos probablemente sabían algo sobre los rayos pero
nada sobre las descargas eléctricas; no obstante, los rayos son
simplemente descargas eléctricas, y las dos expresiones “rayo” y
“descarga eléctrica atmosférica” se refieren al mismo fenómeno. Del
mismo modo, los términos “dolor” y “activación de la “fibras C” no
tienen el mismo significado en el diccionario; Sócrates sabía mucho sobre
los dolores pero nada sobre la estimulación de la fibras C. Y, sin embargo,
los dolores resultan ser las activaciones de los fibras C, al igual que los
rayos resultaron ser descargas eléctricas. En muchos sentidos, la
identidad mente-cerebro parece una posición natural; no es sólo que
señalemos la cabeza cuando nos preguntan dónde están nuestras mentes.
A menos que se esté dispuesto a aceptar las sustancias mentales
inmateriales cartesianas fuera del espacio físico, ¿qué podría ser la mente
si no el cerebro? ¿Y qué podrían ser los estados mentales si no fueran
estados del cerebro?
60
Pero, ¿cuáles son los argumentos que apoyan la identificación de los eventos
mentales con los eventos cerebrales? Incluso si tu mente está en tu cabeza, tu
mente y tu cerebro podrían compartir el mismo espacio sin dejar de ser distintos.
Entonces, ¿hay buenas razones para pensar que la mente es el cerebro? […]
61
postular una cadena causal puramente mental, independiente de la cadena
neural-física, que llegue de alguna manera a tus músculos. (Eso se conoce como
telequinesis, un supuesto fenómeno “psíquico” que implica que una mente
provoque un cambio físico a distancia, como doblar una cuchara mirándola
intensamente). Parece, pues, que la única manera de salvar el dolor como causa
del movimiento de la mano es pensar en él como un evento neural. ¿Qué evento
neural? La mejor y más natural elección es su sustrato neural, N (como
suponíamos), el estado necesario y suficiente para que se produzca el dolor.
Este es, en resumen, el argumento causal, presentado de manera algo informal,
para identificar los estados mentales, especialmente los estados de conciencia,
con los estados neuronales.
Hay una versión más sistemática, y actualmente influente, del argumento
causal que se presentará ahora. Comienza con una premisa que afirma que la
causalidad mental es real:
62
que llevarnos fuera del mundo físico. Si un suceso físico no tiene una causa
física, entonces no tiene ninguna causa ni explicación causal. Además, este
principio es compatible con el dualismo y otras formas de no fisicalismo: Hasta
dónde llega, podría haber un mundo cartesiano de mentes inmateriales, junto al
mundo físico, y en ese mundo podrían darse todo tipo de relaciones causales.
Lo único, según el cierre causal físico, es que el mundo físico debe estar
causalmente aislado de tales mundos; no puede haber ninguna inyección de
influencia causal en el mundo físico desde fuera. Esto significa que no puede
haber “milagros” provocados por algunos agentes causales trascendentales y
sobrenaturales desde fuera del espacio-tiempo físico.
En el dualismo interaccionista de Descartes, el cierre causal físico falla:
Cuando un alma inmaterial hace vibrar la glándula pineal, poniendo así en
marcha una cadena de acontecimientos corporales, el movimiento de la glándula
pineal es causado, pero no tiene causa física ni explicación física. Y esto
significa que nuestra teoría física quedaría para siempre incompleta en el
sentido de que hay acontecimientos físicos cuyos sucesos no pueden ser
explicados físicamente. Una teoría completa del mundo físico requeriría
referencias a agentes y fuerzas causales no físicas, inmateriales.
¿Por qué debemos aceptar el cierre causal del dominio físico?
Enumeraremos aquí algunas razones sin entrar en grandes detalles. En primer
lugar, está el éxito ampliamente constatado de la ciencia moderna, en particular
de la física teórica, que consideramos nuestra ciencia básica. La física lo abarca
todo: Nada en el mundo espacio-temporal queda fuera de su dominio. Si un
físico se encuentra con un acontecimiento físico para el que no existe una
explicación física o una causa física, lo considerará como una indicación de la
necesidad de seguir investigando; quizás haya fuerzas físicas aún no
descubiertas. En ningún momento consideraría la posibilidad de que alguna
fuerza no física fuera del mundo espacio-temporal fuera la causa de este suceso
físico inexplicable. Lo mismo parece ocurrir con la investigación en otras áreas
de la ciencia, la ciencia física en general, incluyendo la química, la biología, la
geología y otras. Si un científico del cerebro encuentra un suceso neuronal que
no se puede explicar con los hechos actualmente conocidos en la ciencia
neuronal, ¿qué posibilidades hay de que se diga a sí mismo: “Quizá sea un caso
de una mente cartesiana inmaterial que interfiere en los procesos neuronales,
estropeando mi experimento. Debería investigar esa posibilidad”. Podemos
estar seguros de que eso nunca ocurriría. ¿Cómo sería una investigación de este
tipo, que investigara el funcionamiento de las almas inmateriales? ¿Por dónde
63
se empezaría? No es sólo que el principio de cierre causal físico sea el supuesto
operativo en la investigación científica -recuerde que en la ciencia el éxito es lo
que cuenta-. Es posible que haya una incoherencia conceptual en la idea de que
hay fuerzas causales no físicas fuera del espacio-tiempo que pueden intervenir
causalmente en lo que ocurre en el mundo espacio-temporal.
De estas dos premisas, (i) y (ii), tenemos la conclusión deseada:
Se podría señalar, con razón, que la única proposición que podemos derivar es
que sólo los fenómenos mentales que causan eventos físicos son eventos físicos.
Estrictamente hablando, eso es correcto, pero recuerde esto: La causalidad es
transitiva, es decir, si un evento causa otro, y este segundo evento causa un
tercero, entonces el primer evento causa el tercero. Si un suceso mental causa
otro suceso mental, que causa un suceso físico, el primer suceso causa este
suceso físico, y nuestro argumento lo pronuncia como un suceso físico. Estas
cadenas de sucesos mentales pueden ser tan largas como se desee; siempre que
un solo suceso de esta cadena cause un suceso físico, todos los sucesos que lo
preceden en la cadena se califican como sucesos físicos. Esto debería cubrir más
o menos todos los eventos mentales; es difícil imaginar una cadena causal
mental que consista exclusivamente en eventos mentales que no toquen nada
físico en ninguna parte. Incluso si hubiera tales excepciones, el punto principal
del fisicalismo está hecho. Se mantiene una conclusión cualificada: Los eventos
mentales que tienen efectos en el dominio físico son eventos físicos. El dolor
que hace que tu mano retroceda con un movimiento brusco y te haga gritar
“¡Ay!” es un suceso físico. ¿Pero qué acontecimiento físico? ¿Qué mejor
candidato hay que el estado cerebral que es el correlato neural del dolor, es
decir, la activación de fibras C? La activación de fibras C es una condición
necesaria y suficiente para que se produzca el dolor, y ocurre exactamente al
mismo tiempo que el dolor. […]
64
nervioso humano? Tal vez en estas especies las células que funcionan como
neuronas nociceptivas -neuronas receptoras del dolor- no son en absoluto como
las fibras C humanas; ¿cómo podemos estar seguros de que todos los animales
con capacidad de dolor tienen fibras C? ¿Puede responder el fisicalista
identitario que debería ser posible llegar a una descripción fisiológica más
abstracta y general de un estado cerebral común a todos los organismos, en
todas las especies, que sienten dolor? Esto parece muy poco probable y, en
cualquier caso, ¿qué pasa con los sistemas inorgánicos? ¿No podría haber
criaturas extraterrestres inteligentes con una vida mental compleja y rica pero
cuya biología no esté basada en el carbono? ¿Y no es concebible -de hecho,
nomológicamente posible, si no prácticamente factible- construir robots
electromecánicos inteligentes a los que estaríamos dispuestos a atribuir diversos
estados mentales (estados perceptivos y cognitivos, si no sensaciones y
emociones)? Además, los sustratos neuronales de estados mentales muy
específicos (por ejemplo, tener la creencia de que los inviernos son más fríos en
New Hampshire que en Rhode Island) pueden diferir de una persona a otra y
pueden cambiar con el tiempo incluso en una misma persona a través de la
maduración, el aprendizaje y las lesiones cerebrales. ¿Tiene sentido pensar que
un único estado neuronal es compartido por todas las personas que creen que
los gatos son más inteligentes que los perros, o que 7 + 5 = 12? […]
En general, se considera que estas consideraciones muestran que
cualquier estado mental es “multiplicidad realizable” en una gran variedad de
sistemas físico-biológicos, con la consecuencia de que no es posible identificar
los estados mentales con los estados físicos. Si el dolor es idéntico a un estado
físico, debe ser idéntico a algún estado físico concreto, pero no existe un único
correlato o sustrato neural del dolor. Por el contrario, debe haber
indefinidamente muchos estados físicos que puedan “realizar” (o “instanciar”,
o “implementar”) el dolor en todo tipo de organismos y sistemas con capacidad
de dolor. Por tanto, el dolor, como tipo de estado mental, no puede identificarse
con un tipo de estado neural o con cualquier otro tipo de estado físico.
Este es el influyente y ampliamente conocido “argumento de la
realización múltiple” que Hilary Putnam y otros propusieron a finales de la
década de 1960 y principios de la de 1970. Ha tenido un impacto crítico en la
forma en que la filosofía de la mente se ha desarrollado desde entonces. Fue
este argumento, más que cualquiera de las otras dificultades, el que provocó un
inesperado y temprano declive de la teoría de la identidad psiconeural. Lo que
hizo distintivo al argumento de la realización múltiple, y lo diferenció de otras
65
objeciones diversas, fue que trajo consigo una concepción fresca y original de
lo mental, que ofrecía un atractivo enfoque alternativo de la naturaleza de la
mente. Se trata del funcionalismo, que sigue siendo la ortodoxia reinante sobre
la naturaleza de la mentalidad y el estatus de la psicología. […]
66
Semana 9
Mente y conducta
A El conductismo lógico11
11
Cap. 2.2 de Churchland, Paul M. 1999. Materia y conciencia: Introducción contemporánea a la filosofía de
la mente. Barcelona: Editorial Gedisa, S.A.
12
En el curso llamamos “conductismo lógico” a lo que Churchland llama “conductismo filosófico”.
67
que posee algún estado interno fantasmal. Simplemente es decir que, si el terrón
de azúcar se pusiera dentro del agua, se disolvería. Más estrictamente,
“x es soluble en agua”
B Funcionalismo13
13
Fragmento de cap. 2.4 de Churchland, Paul M. 1999. Materia y conciencia: Introducción contemporánea a
la filosofía de la mente. Barcelona: Editorial Gedisa, S.A.
70
por todos es absolutamente imposible. Por lo tanto, el funcionalismo es inmune
a una de las objeciones principales en contra del conductismo.
De modo que existe una diferencia entre funcionalismo y conductismo.
La diferencia entre el funcionalismo y la teoría de la identidad surge de la
consideración del siguiente argumento planteado en contra de la última.
Imaginemos a un ser de otro planeta, dice el funcionalista, un ser con una
constitución fisiológica distinta, que se basa en un elemento químico como el
silicio, por ejemplo, en lugar de estar basada en el carbón como la nuestra. La
estructura química, e inclusive la estructura física del cerebro de este ser extraño
tendría que ser sistemáticamente diferente de la nuestra. Pero, aun así, el cerebro
de ese ser bien podría mantener una economía funcional de estados mentales
cuyas relaciones mutuas se correspondieran perfectamente con las relaciones
mutuas que definen los nuestros. El extraterrestre puede tener un estado interno
que cumpla todas las condiciones para ser un estado de dolor, como hemos
explicado antes.
Ese estado, considerado desde un punto de vista puramente físico, tendría
una estructura muy diferente de la del dolor humano, pero sin embargo podría
ser idéntico a un estado de dolor humano desde un punto de vista puramente
funcional. Y lo mismo podría decirse para todos sus estados funcionales. Si la
economía funcional de estados internos del extraterrestre fuera en realidad
funcionalmente isomorfica con la nuestra —si esos estados tuviesen una
conexión casual con la entrada de estímulos, entre si y con la conducta, de
alguna manera que se correspondiera con nuestras conexiones internas—
entonces el extraterrestre tendría dolores, deseos, esperanzas y temores tan
plenos como los nuestros, a pesar de las diferencias en el sistema físico que
sostiene o realiza esos estados funcionales. Lo que cuenta en el terreno de lo
mental no es la materia de la que está hecho un ser, sino la estructura de las
actividades internas que sostiene esa materia.
71
C Una perspectiva aristotélica14
8.1 Introducción
Del mismo modo que en los últimos años ha resurgido el interés por la teoría
ética de Aristóteles, y en particular su concepción de las virtudes y la vida
eudaimónica, muchos filósofos han vuelto a la filosofía de la mente de
Aristóteles para obtener valiosos conocimientos sobre el problema
mente/cuerpo. Visto desde una perspectiva aristotélica, el dualismo de
sustancias y la teoría de la identidad mente/cerebro comparten un defecto
común: ubican los estados mentales en el lugar equivocado. Los primeros
atribuyen estados mentales a un alma incorpórea invisible y los segundos al
cerebro humano. De acuerdo con Aristóteles, sin embargo, el sujeto propio de
los estados mentales es la persona humana de carne y hueso familiar y viviente.
Los estados mentales no pertenecen exclusivamente a las mentes fantasmales,
así como las características físicas, tampoco pertenecen exclusivamente a los
cuerpos corporales. Tampoco debe pensarse en el cerebro, o incluso en el
cuerpo entero de una persona, como poseedor de estados mentales. Porque no
es mi cerebro el que siente dolor o piensa, ni mi cuerpo, sino yo, la persona
viviente, que unifica los atributos físicos y mentales en un solo sujeto. […]
En este respecto, Aristóteles tiene una estrecha afinidad con Wittgenstein
quien escribió, aunque por razones completamente diferentes relacionadas con
la forma en que los términos mentales adquieren su significado: “Sólo sobre un
ser humano vivo y sobre lo que se le parece o se comporta como tal, puede
decirse: tiene sensaciones; ve; es ciego; escucha; es sordo; es consciente o
inconsciente”. […]
14
Fragmento de cap. 8 de Maslin, Keith T., ‘An Aristotelian perspective’, de An Introduction to the Philosophy
of Mind 2nd Edition, Cambridge: Polity 2007.
72
para cualquiera que haya sido educado en la tradición platónica/cartesiana,
según la cual el alma es una misteriosa sustancia lógica no corporal. Las almas
de los animales, es decir, sus capacidades, van más allá de las plantas. Las
plantas en general no pueden moverse, aunque hay excepciones como la
mimosa que se encoge y cuyas hojas se curvan cuando se tocan, o la trampa
para moscas de Venus que tiene trampas en forma de mandíbula que se cierran
cuando un insecto entra. Incluso aquí, sin embargo, parece que estos
movimientos de plantas son meramente hápticos, es decir, iniciados por el tacto,
y no deben explicarse en términos de creencias y propósitos. En otras palabras,
no corresponden a acciones genuinas que puedan emprenderse con un
propósito.
Por el contrario, los animales que realmente pueden actuar requieren de
percepción para orientarse en su entorno a fin de perseguir objetivos tales como
evitar el peligro y buscar los medios para su supervivencia y procreación. Se
dice que los animales poseen un alma sensible que presupone la posesión de un
alma nutritiva. Como los animales carecen de lenguaje, no pueden formar una
concepción de los fines que persiguen como fines. Sin embargo, los deseos y
creencias simples pueden atribuirse a ellos. Sus percepciones están restringidas
de manera similar. Al carecer de lenguaje, no pueden formarse una idea de si la
apariencia de las cosas corresponde a cómo realmente son. Perciben lo que
Aristóteles llama ‘especiales sensibles’: carecen de creencias generales o
universales y conservan ‘solo una impresión y recuerdo de detalles’, como el
perro que puede recordar dónde está enterrado su hueso, pero carece de los
conceptos que vienen con el lenguaje, no es consciente de ello como algo que
puede clasificarse biológicamente como un hueso, o como una cosa que se
desenterrará cuando sea el momento adecuado.
76
Semana 11
Identidad personal15
1.1 Introducción
¿Qué soy yo? ¿Y cuál es mi relación con lo que llamo “mi cuerpo”? Cada uno
de nosotros puede plantearse los problemas filosóficos de la naturaleza del yo y
de la relación entre una persona y su cuerpo. La naturaleza de la identidad
personal a lo largo del tiempo, y el vínculo, si lo hay, entre la identidad personal
y la identidad corporal son aspectos de estos problemas. Y es esto, por supuesto,
lo que explica el inmenso interés filosófico por el concepto de identidad
personal. Pero, quizá a diferencia de otros problemas filosóficos, la naturaleza
de la identidad personal no sólo interesa a los filósofos profesionales, sino que
es una cuestión de gran interés práctico para todos nosotros, filósofos y no
filósofos. El hombre siempre ha esperado sobrevivir a su muerte corporal, y es
un principio central de muchas religiones que esa supervivencia es una realidad.
Pero, por supuesto, el hecho de que esa supervivencia sea posible y las formas
que pueda adoptar, si es que las hay, son cuestiones que dependen
fundamentalmente de la naturaleza de la identidad personal a lo largo del
tiempo. Porque sobrevivir, en el sentido que nos concierne, significa seguir
existiendo como personas identificables como las de aquí y las de ahora. De
nuevo, nuestro concepto de identidad personal está íntimamente ligado a
nuestro concepto de responsabilidad por las acciones pasadas y a nuestras
prácticas de alabanza y culpa; mientras que nuestros propios pasados y futuros
son el foco principal de muchas de nuestras emociones y actitudes centrales. Si
renunciáramos a la idea de una persona como entidad unitaria y continua, es
difícil imaginar el drástico impacto que esto tendría en nuestra imagen del
mundo y en nuestras respuestas emocionales y morales a él. [...]
15
Fragmento de Noonan, H. (2003). Personal identity (2nd edition). Routledge.
77
1.2 Criterios constitutivos e evidenciales
78
los caballos [...]. Y esto se ajusta a nuestra experiencia ordinaria. De hecho, en
el curso normal de las cosas nunca consideramos como una cuestión abierta si
alguien que, según el criterio corporal de la identidad personal, es idéntico a
alguna persona anterior, es esa persona, o si alguien que, según el criterio
corporal de la identidad personal, no es idéntico a alguna persona anterior, no
es esa persona. La identidad personal, tal como la conocemos en nuestra vida
cotidiana, fuera de los contextos psicopatológicos u otros contextos médicos,
está constituida de hecho por la identidad corporal.
Tampoco se puede objetar al criterio corporal de la identidad personal
que excluya cualquier esperanza de una vida posterior. Pues no es así. Lo que
sí excluye, sin embargo, es cualquier posibilidad de una vida después de la
muerte que no sea mediante la resurrección. Pero esto no puede considerarse
una objeción concluyente.
79
La mayoría de los filósofos modernos que han reflexionado sobre este
caso [...] no han encontrado una pregunta difícil de responder. Han encontrado
que no podían negar honestamente que Brownson, en el caso imaginado, fuera
Brown, y por ello se han visto abocados a rechazar el criterio corporal de la
identidad personal. Como dice Parfit, se han visto obligados a aceptar que
“recibir un nuevo cráneo y un nuevo cuerpo es sólo el caso límite de recibir un
nuevo corazón, nuevos pulmones, etc.”.
Pero una modificación bastante sencilla del criterio corporal puede dar
cabida al caso Brown/Brownson, conservando el supuesto de que la identidad
personal no consiste en otra cosa que en la persistencia de una determinada
entidad física. La respuesta obvia al caso es decir que sólo muestra que lo que
se requiere para la identidad personal no es la identidad de todo el cuerpo sino,
simplemente, la identidad de esa parte del cuerpo—que, contingentemente, es
el cerebro—que es el órgano central que controla la memoria, el carácter y la
personalidad. Según esta sugerencia, P2 en t2 será la misma persona que P1 en
t1 sólo si P2 en t2 tiene el mismo cerebro que P1 en t1. Llamemos a esto el
criterio cerebral de la identidad personal.
80
funciones, como ocurre a veces cuando un hemisferio queda incapacitado por
un accidente cerebrovascular. Pero entonces debemos rechazar el criterio
cerebral de la identidad personal, ya que en tal caso habrá identidad personal
sin identidad cerebral, ya que el superviviente sólo tiene parte del cerebro de la
persona original.
Es cierto que en este caso tenemos el resto del cuerpo al que aferrarnos,
por lo que podríamos apelar al criterio corporal original de la identidad personal
para justificar nuestro juicio. Pero una extensión obvia del caso muestra que
esta maniobra no nos lleva a ninguna parte.
Supongamos que se destruye la mitad del cerebro de un hombre y se
trasplanta la mitad restante a otro cuerpo con la consiguiente transferencia de
recuerdos, personalidad y rasgos de carácter. En este caso, no podemos apelar
al criterio corporal original de la identidad personal ni al criterio cerebral para
justificar el juicio de que la persona superviviente es el hemisferio cerebral
donante. Sin embargo, parece bastante claro que, si aceptamos que Brownson
es Brown en el caso original de Brown/Brownson, no podemos negar que en
este caso también el superviviente es el donante original del hemisferio cerebral.
Porque si aceptamos que una persona va a donde va su cerebro, no puede haber
ninguna diferencia si su cerebro consiste de hecho en un solo hemisferio
cerebral que combina las funciones normalmente divididas entre dos.
Esta línea de pensamiento nos aleja, pues, tanto del criterio corporal
original de la identidad personal como de su modificación demasiado simple, el
criterio cerebral. Pero todavía no nos obliga a aceptar que la identidad personal
no consiste en la persistencia de ninguna entidad física. Más bien, nos lleva a lo
que llamaré el criterio físico de la identidad personal [...]. La formulación más
sencilla de esta sugerencia es que lo que es necesario para la identidad personal
no es la identidad de todo el cerebro, sino la identidad de una parte suficiente
del cerebro para ser el cerebro de una persona viva: la persona P2 en t2 es la
misma persona que la persona P1 en t1 si y sólo si una parte suficiente del
cerebro de P1 en t1 sobrevive en P2 en t2 para ser el cerebro de una persona
viva.
81
cerebral de la identidad personal. Porque si uno está convencido por estos casos,
otra pieza de ciencia ficción le deja sin una defensa convincente del criterio
físico.
La pieza de ciencia ficción en cuestión es la empleada por Bernard
Williams [...]. Williams es, de hecho, uno de los pocos escritores modernos
sobre la identidad personal que se han resistido a la conclusión de que Brownson
es Brown, y su argumento en estos documentos se dirige contra los que aceptan
esta conclusión.
Podemos imaginar, dice Williams, la extracción de la información de un
cerebro en algún dispositivo de almacenamiento (el dispositivo, es decir, se
pone en un estado informativo-teórico equivalente al estado total del cerebro),
de donde se vuelve a poner en el mismo u otro cerebro. Parece claro, dice
Williams, y en esto parece estar en lo cierto, que, si esto se hiciera a un hombre,
sacando la información de su cerebro (con fines de reparación cerebral, por
ejemplo) y volviéndola a poner, entonces–suponiendo que recuperara todas sus
disposiciones, con respecto a la memoria y demás, que había tenido antes—no
deberíamos soñar con decir que, en la etapa posterior, no recordaba realmente.
El paso de la información a través del dispositivo no contaría como el tipo de
ruta causal a su conocimiento posterior que fuera incompatible con que ese
conocimiento posterior fuera memoria. Tal y como están las cosas, los tipos de
ruta causal que van fuera del cuerpo no cuentan para la memoria: si un hombre
se entera de nuevo de sus experiencias pasadas leyendo lo que antes escribió
sobre ellas en su diario, entonces no recuerda sus experiencias anteriores. Pero
el paso imaginario de la información a través del dispositivo no es, obviamente,
un caso que caiga bajo esta prohibición: la sustitución de la información no es
como tal “aprender de nuevo”; no es, pues, en sí mismo incompatible con que
el conocimiento posterior sea memoria.
Además, dice Williams, parece bastante claro que, en estas
circunstancias, un hombre debería contar como el mismo si se le hiciera esto y,
en el proceso, se le diera un nuevo cerebro (la reparación, digamos, requería
realmente una nueva parte). Pero, si es así, el criterio físico de la identidad
personal debe, por supuesto, ser abandonado. Sin embargo, no parece haber
nada que un defensor de ese criterio, que haya seguido el camino trazado
anteriormente para llegar a su posición, pueda decir convincentemente en contra
de la afirmación de Williams. Porque está implícito en su posición que la razón
por la que se debe preferir la identidad (parcial) del cerebro a la identidad
corporal como criterio de identidad personal es que es el cerebro y no el resto
82
del cuerpo el que lleva consigo la identidad psicológica: la identidad de la
memoria, la personalidad y el carácter. Sólo esto justifica el estatus privilegiado
que su criterio de identidad personal asigna a ese órgano corporal concreto. Pero
en el caso de Williams el cerebro ya no desempeña esta función: la identidad
psicológica está asegurada sin la identidad del cerebro o de la parte del cerebro,
al igual que en el caso de Brown/Brownson está asegurada sin la identidad del
cuerpo. Por lo tanto, parece bastante inmotivado que el defensor del criterio
físico de la identidad personal, si ha sido conducido a él por algo parecido al
camino esbozado anteriormente (¿y qué otro camino podría haber?), se resista
a la conclusión de Williams. Pero aceptarla es abandonar su posición.
Este argumento es un argumento contra el criterio físico de la identidad
personal considerado como una condición necesaria de la identidad personal. El
desarrollo posterior de la historia de Williams proporciona un argumento
igualmente poderoso contra el criterio físico como condición suficiente de la
identidad personal. Supongamos que, antes de trasplantar el cerebro de Brown
al cuerpo de Robinson, se limpia la información que contiene y, mediante el uso
del dispositivo de transferencia de estado cerebral de Williams, se pone en un
estado teóricamente idéntico al del cerebro de Robinson. El trasplante se lleva
a cabo, pero ahora Brownson no sólo tiene el cuerpo de Robinson, sino también
sus recuerdos, su carácter y sus rasgos de personalidad. Lo que no tiene es el
cerebro de Robinson, por lo que, según el criterio físico de la identidad personal,
no es Robinson sino Brown, cuyo cerebro tiene. Pero seguramente esto debe ser
erróneo, al menos si Brownson es Brown en la versión original de la historia, y
el hecho de que Brownson tenga el cerebro de Brown debe considerarse, en este
caso, bastante irrelevante para la cuestión de su identidad con Brown; tan
irrelevante como lo era el hecho, en la versión original de la historia, de que no
tuviera la pierna izquierda de Brown
Hay otros argumentos en contra del criterio físico de la identidad
personal. […] Cuando los filósofos hablan del problema de la identidad
personal no utilizan “persona” como mero sinónimo de “ser humano”. Más bien
lo utilizan en el sentido introducido por Locke: “un ser inteligente pensante con
razón y reflexión que puede considerarse a sí mismo, el mismo ser pensante, en
diferentes tiempos y lugares”. En resumen, “persona” en el debate filosófico, es
un término funcional, un término que se aplica a algo sólo en caso de que tenga
ciertas capacidades (como “genio” o “profeta”). La posibilidad de que existan
personas distintas de los seres humanos es, pues, algo que no se puede negar,
como el propio Locke puso de relieve al referirse a la posibilidad (que, de hecho,
83
estaba bastante inclinado a aceptar como una realidad) de un loro racional muy
inteligente. (De hecho, la principal preocupación de Locke fue argumentar que
tal loro no sería un hombre, pero está implícito en su discusión que sería una
persona). Pero si puede haber personas distintas de los seres humanos, no parece
haber nada inconcebible en la idea de personas distintas de los seres humanos
en las que ningún órgano corporal ocupe el papel que el cerebro ocupa en el
organismo humano. Sin embargo, de ser así, el criterio físico de la identidad
personal será inaplicable a ellos. En consecuencia, a menos que uno abandone
la exigencia de un criterio de identidad en el tiempo para las personas como
tales, y se conforme con la opinión de que hay diferentes criterios de identidad
para diferentes tipos de personas (personas humanas, personas loros, personas
extraterrestres, etc.) uno debe rechazar el criterio físico de la identidad personal
incluso como una explicación de las condiciones lógicamente necesarias y
suficientes de la identidad en el tiempo para las personas humanas.
Creo que ahora he esbozado las principales consideraciones que han
influido para persuadir a muchos filósofos recientes de que la identidad personal
no puede estar constituida por la persistencia de cualquier entidad física.
84
persona, de nuestra propia identidad a lo largo del tiempo. Pero la noción de
memoria es muy amplia. Se puede decir que recuerdo mi tabla de
multiplicación, o que Colón navegó por el océano azul en 1492, o que tengo
que llevar a mi hijo a un partido de fútbol el próximo sábado. Se trata de la
memoria factual, de la retención de conocimientos adquiridos previamente.
También se puede decir que recuerdo cómo pilotar un avión o cómo hacer una
parada de manos. Esto es la retención de habilidades previamente adquiridas.
Pero también está el recuerdo de los acontecimientos de los que se ha sido
testigo o en los que se ha participado, que se suele comunicar de la siguiente
forma: “Recuerdo X metiendo la pata” (en contraposición al informe típico de
la memoria fáctica: “Recuerdo que X metió la pata”), y, como caso especial de
esta memoria de acontecimientos, está el recuerdo de las propias experiencias y
acciones, que se relatan en declaraciones de memoria en primera persona.
Es esta experiencia-memoria la que los escritos de Locke sugieren que
debería proporcionar el criterio de la identidad personal a lo largo del tiempo.
Sin embargo, como han señalado numerosos escritores, esto conduce
inmediatamente a dificultades. Ahora no puedo recordar muchas de las
experiencias que viví ayer, pero no se puede negar que soy la misma persona
que vivió esas experiencias. De nuevo, la explicación de la identidad personal
en términos de experiencia-memoria parece entrar en conflicto con una de las
propiedades lógicas de la identidad, a saber, la transitividad. Una relación R es
transitiva en el caso de que, si x está relacionada con y, e y está relacionada con
z, entonces x debe estar relacionada con z. Así, si x es más alto que y, e y es más
alto que z, entonces x debe ser más alto que z. Pero parece que, según el relato
de Locke, yo, tal como soy ahora, podría ser la misma persona que el joven de
19 años que fue a Cambridge en 1968, pero no la misma persona que el joven
de 11 años que fue por primera vez a la escuela primaria en 1961, aunque el
relato certifique que el joven de 19 años es la misma persona que el de 11 años.
Estas objeciones al relato de Locke, formuladas por primera vez por sus grandes
oponentes del siglo XVIII, Butler y Reid, […] han llevado a la mayoría de los
filósofos que básicamente simpatizan con Locke a distinguir entre conexión
psicológica y continuidad psicológica, y a replantear explícitamente el relato
lockeano en términos de esta última noción.
Digamos que, entre P hoy y P hace veinte años, hay conexiones directas
de memoria si P puede recordar ahora algunas de las experiencias que P tuvo
hace veinte años. Incluso si no hay conexiones de memoria directas entre P
ahora y P hace veinte años, puede haber continuidad de la memoria. Esto será
85
así si entre P ahora y P hace veinte años ha habido una cadena superpuesta de
recuerdos directos, es decir, si P ahora recuerda algunas de sus experiencias del
año anterior... y hace diecinueve años recordaba algunas de sus experiencias del
año anterior. El relato lockeano de la identidad personal puede entonces
revisarse para que diga P2 en t2 es la misma persona que P1 en t1 sólo en el
caso de que P2 en t2 esté vinculado por la continuidad de la experiencia-
memoria a P1 en t1. Llamemos a esto el criterio de memoria de la identidad
personal.
Pero, aunque esta reformulación de la idea lockeana evita las objeciones más
obvias, sigue implicando la afirmación de que la identidad personal debe
explicarse únicamente en términos de experiencia-memoria. Sin embargo,
muchos filósofos modernos, que por lo demás simpatizan con el enfoque
lockeano, piensan que para definir la identidad personal no sólo hay que tener
en cuenta la experiencia-memoria, sino también otros hechos psicológicos.
Porque no hay ninguna razón para pensar que nuestro concepto de nosotros
mismos como individuos reidentificables esté tan ligado a la noción de memoria
como para excluir la relevancia de cualquier otro tipo de continuidad
psicológica. Además de los recuerdos directos, existen otros tipos de conexión
psicológica directa. Una de ellas es la que existe entre una intención y el acto
posterior en el que se lleva a cabo dicha intención. Otras conexiones
psicológicas directas son las que se dan cuando persiste una creencia, un deseo
o cualquier otra característica psicológica. Estas conexiones psicológicas
directas son accesibles a la conciencia, pero otras no tienen por qué serlo. Así,
podemos considerar como conexiones psicológicas directas los vínculos entre
las experiencias de la infancia y los rasgos de carácter, los miedos y los
prejuicios de los adultos. En general, todos los vínculos causales entre los
factores del pasado y los rasgos psicológicos del presente pueden incluirse en
la noción de conexión psicológica.
Ahora podemos definir la continuidad psicológica en general de la forma
en que definimos anteriormente la continuidad de la experiencia-memoria, es
decir, como la celebración de cadenas superpuestas de tales conexiones
psicológicas directas; y luego definir la identidad personal a lo largo del tiempo
diciendo que P2 en t2 es la misma persona que P1 en t1 si y sólo si P2 en t2 es
86
psicológicamente continuo con P1 en t1. Llamemos a esto el criterio de
continuidad psicológica de la identidad personal.
Sin embargo, al igual que las otras versiones de la identidad personal ya
consideradas, esta propuesta no está exenta de dificultades. Hay dos líneas
principales de objeción.
87
hombre al que llama Charles que aparece en el siglo XX afirmando ser Guy
Fawkes:
Es tentador en este caso identificar a Charles, tal y como es ahora, con Guy
Fawkes, es decir, considerar el caso como una reencarnación. Porque lo que
Williams está suponiendo en efecto es que las pruebas disponibles en el caso
son todo lo que los creyentes en la reencarnación podrían desear. Pero, según
Williams, uno no está obligado a hacerlo y, de hecho, describir así el caso sería
vacuo. Porque si esto le ocurriera a Charles, también podría ocurrirle
simultáneamente a su hermano Roberto. Habría entonces dos candidatos
igualmente buenos para identificarse con Guy Fawkes, y como dos personas no
pueden ser una sola, tampoco podrían ser Guy Fawkes. Por lo tanto, concluye
Williams, tampoco se debería identificar a Charles con Guy Fawkes en el caso
original en el que no hay reduplicación, ya que la ausencia de Roberto en ese
caso no tiene nada que ver con las relaciones intrínsecas entre Carlos y Guy
Fawkes -las relaciones que se dan entre ellos independientemente de lo que
ocurra con otras personas-, pero es absurdo suponer que el hecho de que una
persona posterior P2 sea idéntica a una persona anterior P1 pueda depender de
hechos sobre personas distintas de P1 y P2.
Esta objeción no se aplica sólo a los casos putativos de reencarnación, en
los que un defensor actual del criterio de continuidad psicológica de la identidad
personal podría afirmar que su criterio no se satisface de todos modos (es decir,
que la persona posterior simplemente parece, pero no tiene realmente, […]
recuerdos genuinos de las experiencias de la persona anterior). También se
aplica en los casos en los que el defensor del criterio de continuidad psicológica
de la identidad personal debe considerar que proporcionan ejemplos innegables
de identidad personal.
88
Consideremos, por ejemplo, la variante del caso Brown/Brownson,
sugerida anteriormente como motivación para pasar del criterio cerebral de la
identidad personal al criterio físico, en la que sólo se trasplanta la mitad del
cerebro de Brown al cuerpo de Robinson, con la consiguiente transferencia de
estados psicológicos. El defensor del criterio de continuidad psicológica debería
considerar esto como un caso paradigmático de identidad personal, pero
considere de nuevo el caso […] en el que los dos hemisferios cerebrales de
Brown son trasplantados, pero a cuerpos diferentes (y supongamos, en aras del
ejemplo, lo que es concebible pero no es el caso real, que los dos hemisferios
son equipolentes en sus capacidades lingüísticas, etc.). El argumento de la
reduplicación de Williams puede aplicarse ahora como en el caso de Charles y
Guy Fawkes.
O consideremos el caso en el que, mediante el dispositivo de transferencia
de estado cerebral de Williams, el cerebro de Robinson se pone en un estado
teóricamente equivalente al de Brown. De nuevo, el defensor del criterio de
continuidad psicológica debe considerar el caso como un claro ejemplo de
identidad personal. Pero si esto pudo ocurrirle a Robinson, también pudo
ocurrirle simultáneamente a su amigo Smith. Una vez más, entonces, se puede
hacer valer el argumento de la reduplicación. Porque el hecho de que le ocurra
simultáneamente a Smith no afectaría en absoluto a las relaciones intrínsecas
entre Brown y Robinson.
En consecuencia, el defensor del criterio de continuidad psicológica de la
identidad personal no puede permitirse el lujo de ignorar el argumento de la
reduplicación de Williams. Debe responder a él.
89
Semana 12
¿Hay una vida post mortem?
90
algo distinto de cualquier cuerpo físico. Forma parte de esta distinción la idea
de que la mente puede existir sin que exista ningún cuerpo físico. Está claro,
entonces, que cualesquiera otros problemas que pueda tener el dualismo
substancial, si el dualismo sustancial fuera cierto, no habría ningún problema
filosófico adicional concerniente al más allá. El cuerpo físico de uno puede
llegar a destruirse en la muerte, y la sustancia no física que es la mente humana
puede seguir existiendo. La vida mental continuada de la sustancia pensante
sería, de hecho, una vida después de la muerte.
De acuerdo con el dualismo substancial, la vida después de la muerte del
cuerpo puede ser totalmente espiritual o totalmente mental. Otra posibilidad,
también compatible con en el dualismo substancial, es que la sustancia pensante
se reincorpora con un cuerpo físico, tal vez una versión reconstituida de tu
antiguo cuerpo, o quizás, como en muchos escenarios de reencarnación, unido
a un cuerpo completamente nuevo y diferente.
Mientras la posibilidad de una vida futura no plantea ningún problema
especial para el dualismo sustancial, esta concepción sigue, por supuesto,
teniendo muchos problemas de todos modos. Como vimos en el capítulo 2, tales
problemas incluyen el problema de la interacción. Tal vez, entonces,
deberíamos buscar una solución diferente al problema mente-cuerpo, así como
una solución diferente al problema de la vida después de la muerte.
Afortunadamente, el dualismo sustancial no es la única forma en que se puede
lograr la vida futura. También hay versiones fisicalistas de la vida después de
la muerte.
Conclusión
La mayoría de los lectores de este libro son personas. A menos que, por
supuesto, simplemente no exista una persona. Si no existe una persona, la
creencia de que eres uno es una especie de ilusión. ¿Pero quién o qué está
sufriendo la ilusión? ¿Cómo pueden existir ilusiones sin personas? Estas
preguntas son absolutamente fundamentales para comprender quiénes o qué
somos y hacia dónde vamos. Sin embargo, los filósofos de la mente, así como
92
otros investigadores, pueden muy bien estar en las primeras etapas de
comprensión de estos misterios más profundos.
Permítanme pasar a la otra parte del problema: qué debemos sentir respecto a la
muerte. ¿Es buena, mala o neutra? He venido hablando de qué es razonable
sentir acerca de tu propia muerte, no tanto la de otra gente. ¿Deberías ver la
perspectiva de la muerte con terror, dolor, indiferencia o alivio?
Obviamente, depende de lo que sea la muerte. Si hay vida después de la
muerte, la perspectiva será tenebrosa o feliz dependiendo de dónde vaya a parar
nuestra alma; pero la pregunta más difícil y filosóficamente interesante es qué
debemos sentir sobre la muerte si es el fin. ¿Es terrible dejar la existencia?
La gente discrepa al respecto. Algunos dicen que la inexistencia, el ser
nada en absoluto, no puede ser bueno ni malo para el muerto. Otros dicen que
el ser aniquilado, el que se interrumpa por completo el curso posible de nuestra
vida futura, es el mal supremo, aunque todos tengamos que hacerle frente. Y
otros dicen que la muerte es una bendición (claro, no si llega demasiado pronto,
pero sí finalmente), porque sería insoportablemente aburrido vivir por siempre.
Si la muerte sin nada tras sí es algo bueno o malo para la persona que
muere, debe ser un bien o mal negativo. Puesto que en sí no es nada, no puede
ser agradable ni desagradable. Si es buena, debe ser por la ausencia de algo malo
(como el aburrimiento o el dolor); si es mala, debe ser por la ausencia de algo
bueno (como las experiencias interesantes o agradables).
Ahora bien, podría parecer que la muerte no puede tener valor alguno,
positivo ni negativo, porque alguien que no existe no puede ser beneficiado ni
perjudicado: después de todo, hasta un bien o mal negativo tiene que sucederle
a alguien; pero si reflexionamos veremos que ello no es realmente un problema.
Podemos decir que la persona que existía ha sido beneficiada o perjudicada por
la muerte. Por ejemplo, supongamos que está atrapada en un edificio en llamas
y una viga le cae en la cabeza, matándola instantáneamente. Como resultado,
no sufre la agonía de morir abrasada. Parece que en su caso podemos decir que
tuvo suerte de morir sin dolor, porque se evitó algo peor. La muerte en ese
momento fue un bien negativo: porque la salvó del mal positivo que de otro
17
Fragmento de cap. IX de Nagel, T. (1995). ¿Qué significa todo eso?. México: Fondo de cultura económica.
93
modo habría padecido los siguientes cinco minutos; y el hecho de que no esté
presente para disfrutar ese bien negativo no quiere decir que no le beneficiara.
Estamos hablando de la persona que estaba viva, y que habría sufrido de no
haber muerto.
Algo parecido podría decirse de la muerte como mal negativo. Cuando
mueras, todas las cosas buenas de tu vida se acabarán: ya no habrá comidas,
películas, viajes, conversaciones, amor, trabajo, libros, música ni nada más. Si
esas cosas son buenas, su ausencia es mala. Por supuesto no las extrañarás: la
muerte no es como estar en confinamiento solitario; pero la terminación de todo
lo bueno de la vida, debida al cese de la propia vida, parece claramente un mal
negativo para la persona que estaba viva y ahora está muerta. Cuando muere
alguien que conocemos, lo lamentamos no sólo por nosotros, sino por é1,
porque hoy no puede ver brillar el sol, ni oler el pan en la tostadora.
Cuando piensas en tu propia muerte, el hecho de que todas las cosas
buenas de la vida terminarán es ciertamente motivo de pesar, pero eso no parece
ser todo. La mayor parte de la gente quiere que haya más cosas de las que
disfrutar en vida, más para algunos la perspectiva de no existir es aterradora en
sí, de un modo que no explica adecuadamente lo que se ha dicho hasta ahora.
El pensamiento de que el mundo continuará sin ti, que te volverás nada, es muy
difícil de aceptar.
No está muy claro por qué. Todos aceptamos el hecho de que hubo un
tiempo antes de que naciéramos, en el cual todavía no existíamos, así que, ¿por
qué habría de perturbarnos tanto la perspectiva de no existir después de la
muerte? Pero de algún modo no se siente igual. La perspectiva de la inexistencia
es aterradora, al menos para mucha gente, de una forma en que no puede serlo
la inexistencia pasada.
El miedo a la muerte es muy intrigante, de una manera que no lo es el
pesar por el fin de la vida. Es fácil entender que podemos querer más vida, más
de las cosas que proporciona, de modo que veamos la muerte como un mal
negativo. ¿Pero cómo puede la perspectiva de tu propia inexistencia ser
alarmante de una forma positiva? Si realmente dejamos de existir con la muerte,
no hay nada que esperar, así que ¿cómo puede haber algo que temer? Si se
piensa lógicamente, parece que la muerte sería algo temible sólo si nosotros
fuéramos a sobrevivirle, y tal vez arrastrar alguna horrible transformación; pero
eso no impide a mucha gente pensar que la aniquilación es una de las peores
cosas que podrían ocurrirles.
94
Semana 13
¿Somos libres? I
La libertad18
En fin, si todos los movimientos se encadenan y el nuevo nace siempre del
anterior, según un orden cierto, si los átomos no hacen, declinando, un
principio de moción que rompa las leyes del hado, para que una causa no
siga a otra causa hasta el infinito, ¿de dónde ha venido a la tierra esta
libertad que gozan los seres vivientes?
Lucrecio, De la naturaleza.
Un hombre joven dijo: ¡Es el colmo! He descubierto que soy una criatura
que avanza siguiendo una ruta predestinada: no un autobús, sino un
tranvía.
18
Fragmento del cap. 3 de Blackburn, Simon. 2001. Pensar. Una incitación a la filosofía. Barcelona: Paídos.
95
ido a la Luna, o castigar a un hombre encarcelado por no haber acudido a una
cita fuera de la cárcel, por ejemplo. En estos casos los obstáculos están fuera
del control del agente, lo cual significa que está libre de culpa.
Así, tanto nuestros juicios morales como nuestra forma habitual de pensar
parecen presuponer que en ciertas ocasiones depende de nosotros que
cometamos o no una mala acción.
¿Pero acaso no es posible que nos engañemos acerca de nuestra libertad?
¿Realmente podríamos haber actuado alguna vez de forma distinta a como lo
hicimos? Tanto Lucrecio como el joven que aparece al comienzo del capítulo
parecen defender el siguiente argumento:
96
sistema se encuentre exactamente en el mismo estado que otro —no hay
«variables ocultas»— y, sin embargo, que en uno de los sistemas se produzca
un determinado suceso cuántico y en el otro no. Esta clase de sucesos no tienen
ninguna causa: simplemente ocurren, o no ocurren. La física cuántica les asigna
una probabilidad, pero no puede determinar, a partir de las condiciones
existentes en un determinado momento, si tal suceso se producirá o no en un
futuro inmediato.
Sin embargo, esto no es exactamente lo que buscábamos, ya que
introduce un elemento de azar en las cosas, pero no un elemento de control o de
responsabilidad. Veremos mejor a qué me estoy refiriendo si pensamos en el
sistema neurofisiológico formado por nuestro cerebro y nuestro cuerpo. Todo
sucede de acuerdo con una causa. Si a un nivel microfísico se producen a veces
cambios al azar, difícilmente se nos puede considerar responsables de los
cambios que se hayan producido a consecuencia de ellos. No podemos controlar
los saltos de los electrones. Siendo algo genuinamente indeterminado, no hay
nada que pueda controlarlos. Mala suerte si uno salta en la mala dirección: sería
como si nuestras buenas intenciones se hubieran frustrado por culpa de un
accidente externo ajeno a nuestro control. Introducir el accidente en nuestro
cerebro no nos convierte en responsables.
El indeterminismo físico convierte la responsabilidad y la ética de la
culpa en algo todavía más escurridizo. Es lo que se conoce como «el dilema del
determinismo». Si el determinismo se sostiene, perdemos nuestra libertad y
nuestra responsabilidad. Si no se sostiene, ya que algunos sucesos «pasan
porque sí», perdemos igualmente nuestra libertad y nuestra responsabilidad. El
azar es tan ciego como la necesidad.
Higueras y cascadas
[…] En este punto alguien podría pensar lo siguiente:
97
dirección del Verdadero Yo hará que actúen de otra forma. Puedo
tomar el control e interferir en el modo en que las cosas se habrían
desarrollado si no lo hubiera hecho. En esto consiste mi libertad.
En tal caso estamos describiendo una cierta relación entre mí mismo, por un
lado, y mi cerebro y mi cuerpo, por el otro, como si fuera una interacción entre
dos instancias distintas. El cerebro y el cuerpo transmiten mensajes al
Verdadero Yo, y éste responde con instrucciones. El Verdadero Yo se halla en
la cabina de mando, y la persona en conjunto se comporta libremente cuando
éste tiene la situación bajo su control. Si no, el cerebro y el cuerpo siguen
adelante con sus («inconscientes») evoluciones físicas.
De nuevo encontramos el dualismo mente-cuerpo. El Verdadero Yo
dirige los acontecimientos. Los mensajes llegan hasta él, quizás a través de la
glándula pineal. Un soplo del alma pone en marcha las neuronas y las sinapsis,
e inicia nuevas cadenas causales. Hay un fantasma en la máquina, y la máquina
se comporta libremente cuando el fantasma tiene el control. Ya hemos tenido
ocasión de conocer algunos de los misterios de la interacción entre la mente y
el cuerpo. Pero en este caso podemos proponer una objeción distinta. El
dualismo trata de comprender la libertad humana mediante la introducción de
un ingrediente extra, el alma. Pero ¿de dónde sale la libertad del alma?
Examinemos otra vez el dilema del determinismo. ¿Cómo escapa a este
mismo problema un fantasma dentro de la máquina o un alma? ¿Acaso hay leyes
que gobiernen el comportamiento del elemento espiritual, de modo que si un
espíritu se halla en un determinado estado en un momento dado, existe una ley
que determina cuál será su siguiente estado? Si no es así, ¿acaso el elemento
espiritual está sometido al azar? ¿En qué me ayuda eso a ser libre y responsable?
Recordemos también que no hay ninguna garantía divina de que lo mental, por
el mero hecho de serlo, tenga que estar bajo mi control: no puedo desear sin más
que desaparezcan los dolores, los deseos, las obsesiones, los pensamientos
indeseables y las confusiones.
La concepción dualista de la libertad comete un error filosófico
fundamental. Advierte un problema y trata de resolverlo llamando a escena a
un nuevo tipo de «cosa». Pero se olvida de preguntar cómo escapa esta nueva
«cosa» al problema que se había planteado en relación con las cosas normales.
Encontraremos esta misma clase de error en el capítulo 5, al hablar de la
filosofía de la religión. En realidad, si pensamos acerca de ello veremos que sin
darnos cuenta concebimos la libertad de cualquier alma inmaterial, o de
98
cualquier fantasma en la máquina, desde el modelo de la libertad humana. Es
decir, que lejos de ayudarnos a comprender la libertad humana, la propia idea a
la que hemos acudido depende de ella. En realidad, el fantasma no es más que
una especie de pequeño ser humano etéreo, un «homúnculo» que recibe
información, delibera, desea cosas, es influido o inspirado o guiado por ciertas
informaciones, y eso es todo lo que podemos imaginar que hace. Si no somos
capaces de comprender la libertad en los seres humanos, tampoco podemos
comprenderla en el caso de un tal homúnculo.
Y por supuesto, queda en pie el problema de la relación entre la mente y
el cuerpo, que tan intratable se ha mostrado en el marco del dualismo cartesiano.
El sistema físico es un sistema cerrado. Se requiere una causa física para
producir un efecto físico.
99
Semana 14
¿Somos libres? II
A. EL COMPATIBILISMO19
19
Fragmento del cap. 3 de Blackburn, Simon. 2001. Pensar. Una incitación a la filosofía. Barcelona: Paídos.
100
Recordemos que todo esto no es más que una descripción de las partes del
cerebro en términos de software. Supongamos ahora que el funcionamiento de
dichos módulos ha dado como resultado una determinada decisión.
Supongamos que se trata de una decisión tuya, y que estos módulos han
trabajado para producirla tal como lo hacen normalmente. Si les damos el
nombre de «módulos de decisión», y aceptamos su implicación en la
elaboración de la respuesta, entonces se puede decir perfectamente que la
respuesta la escogiste tú. No fue algo que se te impusiera, como por ejemplo el
ahogarse es algo que se impone al bañista atrapado.
Supongamos que la decisión consistía en hacer algo realmente malo.
Entras en mi habitación y tiras a mi pacífico perro por la ventana. Yo me siento
ultrajado, y me dispongo a tomar represalias. Supongamos que tratas de
defenderte invocando el argumento del incompatibilismo.
Títeres y marcianos
Todavía hay otra razón para compartir la opinión de Kant. Los módulos y las
complejidades del procesamiento de la información han acabado por complicar
el escenario causal. Pero ¿acaso lo alteran en lo fundamental? […]
A medida que vamos descubriendo las regularidades causales que se
esconden detrás de las decisiones y otros estados mentales, es probable que
pasemos a planteamientos menos moralistas. Podríamos reprocharle a alguien
su tendencia a estar deprimido todo el tiempo, hasta que descubriéramos el
historial químico que lo explica. Podríamos estar enfadados con alguien por ser
incapaz de mover un dedo, hasta que supiéramos que padece mononucleosis.
Pero, según el determinista, siempre hay cosas como éstas por descubrir. Sin
necesidad de acudir a otros ejemplos neurofisiológicos, podemos pensar
105
simplemente en el caso de un «lavado de cerebro» o «condicionamiento». A
menudo los padres reprenden a sus hijas adolescentes por gastar tiempo, energía
y dinero en cosméticos perfectamente prescindibles, pero serían más
comprensivos si tuvieran en cuenta las presiones sociales y comerciales que
bloquean su buen juicio y las llevan a esta situación.
Las cosas se ponen todavía más difíciles para el compatibilismo si nos
permitimos un poco de ciencia ficción. Imaginemos la invasión de unos
marcianos increíblemente pequeños, maliciosos y bien organizados: lo bastante
pequeños como para invadir nuestros cerebros y pasearse por dentro. En tal
caso, los marcianos podrían configurar nuestros módulos prácticamente a su
antojo. Estaríamos en sus manos, como si fuéramos títeres. […] Por supuesto,
podría ser que los mini marcianos nos pusieran a hacer lo mismo que haríamos
nosotros en cualquier caso. Pero también podría ser que pulsaran las teclas
químicas adecuadas para que hiciéramos cosas terribles. Supongamos entonces
que la ciencia, por fortuna, inventa un detector que nos permite saber si los
marcianos nos han invadido. ¿Acaso no seríamos compasivos con cualquiera
que hubiera sufrido tal desventura? ¿Acaso no reconoceríamos inmediatamente
que no era responsable de sus malas acciones?
Sin embargo, diría el incompatibilista, ¿acaso importa si la culpa fue de
los marcianos o de alguna causa de tipo más natural?
Este tipo de respuesta pone en entredicho la interpretación compatibilista
de la expresión «no podría haber actuado de otro modo». Está muy bien, viene
a decir, afirmar que alguien podría haber actuado de otro modo si hubiera
tomado una decisión diferente. Pero supongamos que estuviera configurado de
modo que no pudiera escoger otra cosa. Supongamos que en el momento de
actuar sus módulos de decisión estuvieran bloqueados en cierta posición por los
marcianos, la química o lo que sea. ¿Y entonces qué? El compatibilista que
hemos visto hasta ahora se quitaría el problema de encima: no le interesa saber
cómo hemos llegado a ser como somos, sólo si el resultado es bueno o malo. Su
oponente cree que sí es importante, y por lo menos algunas de nuestras
reacciones al conocer más cosas acerca de las cadenas causales demuestran que
estamos de acuerdo con él.
Obsesiones y Twinkies
Creo que la mejor línea de argumentación que puede emplear el defensor del
compatibilismo frente a este contraataque es cuestionar el significado de la
palabra «configuración», cuando decimos que los módulos están configurados
106
para producir cierto resultado. Se trata de una estrategia parecida a la que había
empleado antes al distinguir el hecho de tomar una decisión del hecho de
ahogarse. En aquella ocasión introdujo un cierto grado de flexibilidad en el
proceso causal al señalar que los módulos pueden ser ajustados o configurados
de un modo distinto. Cuando su oponente afirma otra vez que el sujeto no es
más que una víctima de unos módulos mal «configurados», la réplica debería
consistir en introducir otro nivel de flexibilidad. Es cierto, podemos decir: tanto
en el caso de la adolescente como en el de los marcianos puede ser que la
configuración de los módulos haya sido realmente predeterminada, sea a causa
de procesos químicos o de otro tipo. Pero se trata de casos especiales,
precisamente porque cuando el sujeto se encuentra en esta clase de situaciones
se vuelve inflexible: inmune a la argumentación o a las novedades o cambios
que se puedan producir en el escenario de la toma de decisiones. Pero
normalmente los agentes no están tan predeterminados en su comportamiento.
Su libertad consiste en el hecho de que son receptivos ante nuevas
informaciones y ante las diferencias que puedan darse en la situación. No se ven
empujados de forma irresistible a tirar perros por la ventana o a quedarse todo
el día en el mostrador de los cosméticos.
Podríamos desarrollar esta idea del siguiente modo, que llamaré el
principio revisado del compatibilismo:
107
libertad de expresión). Sólo somos libres en la medida en que tenemos
oportunidades abiertas ante nosotros, y la falta de información nos niega estas
oportunidades. Podríamos añadir esta reflexión al principio revisado del
compatibilismo, especificando que los «otros pensamientos o consideraciones»
son, en primer lugar, representaciones adecuadas de la situación en la que se
encuentra el agente y de las opciones que tiene y, en segundo lugar, que deben
ser asequibles para él. Dicho de otro modo, no sirve de mucho asegurar que bajo
la influencia de otros pensamientos o consideraciones el sujeto habría tomado
una decisión diferente, si esos otros pensamientos y consideraciones
simplemente no entraban en el juego. Así, supongamos que me propongo
envenenarte y que astutamente pongo arsénico en tu café. Lo bebes. No sirve
de mucho decir que eras libre de no hacerlo, pues aunque es cierto que podrías
haber rechazado el café si así lo hubieras decidido, y también que el
pensamiento o consideración de que el café podría estar adulterado con arsénico
habría hecho que tomaras una decisión diferente, sin embargo, como no había
razón alguna para que tal idea se te pasara por la cabeza, fuiste más una víctima
que un agente libre. Podríamos incorporar este punto a una versión revisada del
principio revisado del compatibilismo:
108
una cuestión de simple mala suerte. Pero a veces no lo tratamos como «simple»
mala suerte. Decimos que se le debería haber ocurrido. El agente se expone a
ser censurado si no se le ocurre. Alguien que se divierta provocando incendios
en edificios de viviendas no puede alegar seriamente que «nunca se le ocurrió»
un niño o un deficiente mental. Incluso si fuera verdad que no se le había
ocurrido, y no hubiera, por lo tanto, una decisión libre de poner a terceras
personas en peligro, seguiría siendo responsable. Tanto la temeridad como la
negligencia son faltas y somos tan responsables por ellas como lo podamos ser
por decisiones más controladas.
20
Fragmento de Kane, R. (2005). Free Will. Oxford: Oxford University Press, pp. 93-95.
109
son especialmente relevantes para el libre albedrío porque no sólo afectan a
nuestra libertad para hacer lo que queremos. También afectan a nuestra libertad
para querer lo que queremos.
Para tratar las limitaciones internas de la voluntad, Frankfurt introduce
una distinción entre deseos de primer orden y de segundo orden. Los deseos de
segundo orden son deseos sobre otros deseos. Por ejemplo, un drogadicto puede
tener un deseo de primer orden de consumir una droga. La desea con fuerza.
Pero también puede querer superar su adicción para salvar su trabajo y su
matrimonio. En otras palabras, tiene un deseo de segundo orden para que el
deseo (de primer orden) de la droga no le lleve a consumirla. Este deseo de
segundo orden es, pues, un deseo sobre otro deseo. Dado que este deseo de
segundo orden es un deseo de que el deseo de primer orden de la droga no sea
“efectivo en la acción”, Frankfurt también lo llama una volición de segundo
orden.
Frankfurt piensa que la capacidad de tener deseos y voliciones de orden
superior es una de las cosas que nos hace humanos. Para ser más específicos,
nos hace personas o seres. Los animales no racionales también tienen deseos y
propósitos. El tigre desea protegerse del frío, por lo que busca un lugar cálido
para descansar. Lo que hace que las personas o los seres humanos sean
diferentes es que somos capaces de pensar en qué tipo de deseos y propósitos
tenemos y debemos tener. En otras palabras, las personas […] (también
podríamos llamarlos animales racionales) son capaces de “autoevaluarse
reflexivamente”, de reflexionar y quizás cambiar los deseos y propósitos que
tienen en lugar de limitarse a actuar instintivamente según sus deseos.
Consideremos de nuevo al drogadicto involuntario. Desea la droga. Pero
para salvar su trabajo y su matrimonio, también desea resistirse a su deseo de
tomar la droga. Como dice Frankfurt, tiene un deseo de segundo orden (o
volición) de que su deseo de primer orden por la droga no le “mueva a la
acción”. Por desgracia, para el adicto, este deseo de segundo orden de evitar ser
movido a tomar la droga es ineficaz. No puede resistirse a tomar la droga. Su
comportamiento es, por tanto, compulsivo o adictivo; y el comportamiento
compulsivo o adictivo no es libre.
Lo que le falta al adicto involuntario, según Frankfurt, es la libertad de
voluntad porque no puede hacer que su voluntad (su deseo de primer orden por
la droga) se ajuste a su volición de segundo orden de resistirse a tomar la droga.
Según Frankfurt, el adicto involuntario carece de la voluntad (deseo de primer
orden) que quiere tener (volición de segundo orden). Cuando las personas no
110
tienen la voluntad que quieren tener, carecen de libre albedrío. Consideremos,
por el contrario, a una persona que puede resistir su deseo de tomar la droga.
También puede tener un deseo de primer orden por la droga. Tal vez tomó esta
droga en una ocasión anterior y le gustó. Pero conoce los peligros de la droga
y, a diferencia del adicto, puede resistir su deseo de tomar la droga y se resiste.
Esta persona tiene libre albedrío. […]
Las teorías del libre albedrío, como la de Frankfurt, se denominan
“teorías jerárquicas” porque se refieren a deseos y motivos de “orden superior”
(deseos y motivos sobre otros deseos y motivos). Las teorías jerárquicas
suponen una mejora en muchos aspectos con respecto al compatibilismo
clásico, ya que proporcionan una explicación novedosa de la libertad de la
voluntad (así como de la libertad de acción) y una explicación más rica de la
persona humana capaz de niveles superiores de motivación. Pero nótese que las
teorías jerárquicas, como la de Frankfurt, siguen siendo teorías compatibilistas
del libre albedrío, aunque vayan más allá del compatibilismo clásico. Como dice
Frankfurt, es “concebible que se determine causalmente que una persona es
libre de querer lo que quiere querer” o “tiene la voluntad que quiere tener” (a
diferencia del adicto sin voluntad). Y “si esto es concebible, entonces podría
determinarse casualmente que una persona goza de una voluntad libre”.
111
Semana 15
¿Somos libres? III
21
Cap. 7 Kane, R. (2005). Free Will. Oxford: Oxford University Press.
112
siguientes pensamientos. Es comprensible que estuviera decepcionado y
resentido porque lo rechazaron para las Fuerzas Especiales. Pero muchos otros
jóvenes han sido rechazados para este servicio de élite y no se convirtieron en
asesinos en masa.
Otras personas también tienen resentimientos contra el gobierno. Pero
pocos se unen a los grupos de milicias, y la mayoría de los que se unen a esos
grupos no cometen realmente actos violentos, mucho menos asesinatos. No, se
dijo, McVeigh hizo lo que hizo por su propia voluntad. Otros en las mismas
circunstancias y con las mismas experiencias no necesariamente habrían hecho
lo que él hizo. Todos tenemos dificultades en la vida, pero tenemos la libertad
de elegir entre sacar lo mejor de ellas o lo peor. Existe el mal moral; y personas
como McVeigh son responsables de elegir el mal sobre el bien. El jurado en el
juicio de McVeigh obviamente razonó de esta manera. McVeigh fue condenado
a muerte y ejecutado en 2001.
La gente razonó de manera similar sobre la terrible masacre en
Columbine High School en Colorado el 20 de abril de 2000. Dos jóvenes, Eric
Harris y Dylan Klebold, ingresaron a la escuela con un arsenal de armas,
matando a catorce compañeros de estudios y a un maestro e hiriendo a muchos
otros antes de girar las armas sobre sí mismos. Al igual que McVeigh, Harris y
Klebold abrigaban resentimientos, en su caso porque sus compañeros de clase
los ridiculizaban constantemente y la mayoría de sus compañeros los trataban
como forasteros. Bueno, se podría decir, muchos adolescentes son tratados de
esa manera en la escuela secundaria sin convertirse en asesinos en masa.
Harris y Klebold también fueron profundamente influenciados por
películas y videojuegos violentos. En ese momento hubo mucho debate público
en la prensa y en la televisión sobre los efectos de la violencia en los medios de
comunicación y de los videojuegos violentos en los jóvenes. Pero también se
dijo que la mayoría de los jóvenes son objeto de violencia en los medios de
comunicación de hoy y juegan estos juegos desde edades tempranas, pero no se
convierten en asesinos como Harris y Klebold. Harris y Klebold también
estaban obsesionados con la celebridad y querían ser famosos. La obsesión por
la celebridad es otra tendencia preocupante entre los jóvenes (y viejos) de la
sociedad moderna, pero la mayoría de la gente no mata por ello. No, se dijo,
estos jóvenes eran malvados y eligieron como lo hicieron por su propia
voluntad. Si Harris y Klebold no se hubieran suicidado, no es difícil imaginar a
un jurado razonando de esta manera y quizás condenándolos a muerte.
113
Pero hay otra forma de pensar sobre estos casos bien conocidos, una
forma favorecida por los deterministas duros. Los deterministas duros creen
que, si miras más profundamente en los resortes psicológicos y otros de la
acción, verás que todos estamos decididos a hacer lo que hacemos, ya sea bueno
o malo; y ninguno de nosotros es últimamente responsable. La gente está
cometiendo un error fundamental, dicen los deterministas duros, cuando
razonan que McVeigh, Harris y Klebold deben haber actuado por su propia
voluntad porque otras personas en las mismas circunstancias y con las mismas
experiencias no habrían hecho lo que ellos hicieron. Porque nadie jamás se
encuentra exactamente en las mismas circunstancias que los demás. Todos
aportamos diferentes antecedentes, historias, experiencias y temperamentos a
cada situación; y es ingenuo pensar que las personas tienen libre albedrío
simplemente porque actúan de manera diferente en circunstancias similares. Si
supiéramos lo suficiente sobre su pasado para explicar realmente por qué
McVeigh, Harris y Klebold hicieron lo que hicieron, veríamos que cualquier
persona que fuera exactamente como ellos (no simplemente similar) habría
actuado como lo hizo en estas circunstancias. Si esto no fuera cierto, no
podríamos explicar realmente por qué hicieron lo que hicieron en lugar de otra
cosa.
2. Determinismo duro
Tal es la visión del determinismo duro, la tercera posición tradicional sobre el
libre albedrío. […] [S]eñalé que quienes creen que el libre albedrío y el
determinismo son incompatibles pueden adoptar una de dos posiciones
opuestas. Pueden negar el determinismo y afirmar el libre albedrío, como hacen
los libertarianos. O pueden afirmar el determinismo y negar el libre albedrío,
que es lo que hacen los deterministas duros. El determinismo duro también se
puede distinguir del determinismo “blando” […]. Tanto los deterministas duros
como los blandos creen en el determinismo. Pero los deterministas blandos son
compatibilistas que insisten en que el determinismo no socava ningún libre
albedrío que valga la pena poseer, mientras que los deterministas duros son
incompatibilistas que adoptan una línea “más dura”: dado que el determinismo
es verdadero, el libre albedrío no existe en el verdadero sentido requerido para
la responsabilidad genuina, culpabilidad y mérito por hechos y logros. […]
No es sorprendente que pocos pensadores hayan estado dispuestos a
adoptar la posición del determinismo dura sin reservas, ya que parece requerir
cambios importantes en la forma en que pensamos sobre las relaciones y
114
actitudes humanas, cómo tratamos a los delincuentes y evaluamos el
comportamiento delictivo, etc. Esto no ha impedido que algunos pensadores,
como el barón d’Holbach en el siglo XVIII y Paul Edwards en el XX,
respaldaran el determinismo duro. El controvertido abogado estadounidense
Clarence Darrow incluso era conocido por defender el determinismo duro en la
sala del tribunal. Darrow ganó fama en el juicio de Scopes de 1931, en el que
defendió a un profesor de secundaria de Tennessee que había sido despedido
por enseñar la teoría de la evolución. Pero en otros casos, como el igualmente
famoso juicio de Leopold y Loeb, Darrow argumentó que sus clientes, Nathan
Leopold y Richard Loeb, no fueron en última instancia responsables de hacer
lo que hicieron — de asesinar a un niño a sangre fría por el puro placer de
hacerlo — porque estaban decididos a hacer lo que hicieron por sus
circunstancias formativas. Sin embargo, pocos pensadores han estado
dispuestos a llegar tan lejos como Darrow, d'Holbach o Edwards. El respaldo
incondicional del determinismo duro ha sido raro. El principio subyacente
parece ser el de la dama victoriana que, al escuchar por primera vez la teoría de
la evolución de Darwin, exclamó: “Descendió de los simios. Esperemos que no
sea cierto. Pero si es así, esperemos que no sea conocido en general”.
No obstante, un núcleo de la tradicional posición determinista dura
persistió durante todo el siglo XX y sigue desempeñando un papel importante
en los debates sobre el libre albedrío. Para entender este núcleo del
determinismo duro, observe primero que el determinismo duro tradicional se
define mediante tres tesis: (1) el libre albedrío es incompatible con el
determinismo, y (2) el libre albedrío no existe porque (3) el determinismo es
verdadero. Los pensadores modernos que sostienen el núcleo del determinismo
duro aceptan las tesis (1) y (2), pero no están comprometidos con la tesis (3): la
verdad universal del determinismo. Conscientes de los desarrollos de la física
del siglo XX, estos pensadores modernos tienen menos confianza que los
tradicionales deterministas duros en que el determinismo es universalmente
cierto en el mundo natural. Prefieren dejar la cuestión de la verdad del
determinismo a los científicos. Sin embargo, siguen convencidos de que (1) el
libre albedrío y el determinismo son incompatibles y que (2) el libre albedrío
(del tipo incompatibilista o libertario) no existe.
Este es el núcleo del determinismo duro tradicional: tesis (1) y (2). Lo
interesante de este núcleo es que equivale a un rechazo tanto del compatibilismo
como del libertarismo. Porque cualquiera que acepte la tesis (1) sostiene contra
los compatibilistas que el libre albedrío es incompatible con el determinismo; y
115
cualquiera que también acepte la tesis (2) sostiene contra los libertarios que no
hay libre albedrío del verdadero tipo libertario o incompatibilista. En resumen,
quienes sostienen este núcleo del determinismo duro son escépticos acerca del
libre albedrío. Rechazan tanto el compatibilismo como el libertarismo, las
soluciones tradicionales al problema del libre albedrío. Uno de esos escépticos,
Derk Pereboom, ha introducido una expresión útil para caracterizar a quienes
aceptan las tesis (1) y (2). Los llama “incompatibilistas duros”.
Las posiciones escépticas del determinismo duro y el incompatibilismo
duro constituyen un “tercer carril” en los debates contemporáneos sobre el libre
albedrío, el carril que la mayoría de la gente no quiere tocar por temor a ser
electrocutada. Porque ambas posiciones escépticas requieren vivir sin creer en
el libre albedrío y la verdadera responsabilidad moral. Sin embargo, si bien
pueden ser impopulares, estas posiciones escépticas son importantes porque
representan un desafío significativo para las otras dos posiciones principales
sobre el libre albedrío, el compatibilismo y el libertarismo.
1. Haces lo que haces por ser como eres (tu naturaleza o carácter).
2. Para ser verdaderamente responsable de lo que haces, debes ser
verdaderamente responsable de ser como eres (de tu naturaleza o
carácter).
116
3. Pero para ser verdaderamente responsable de ser como eres, debes haber
hecho algo en el pasado de lo que también fuiste responsable de
convertirte, al menos en parte, en lo que eres ahora.
4. Pero si fuiste verdaderamente responsable de hacer algo en el pasado para
convertirte en lo que eres ahora, debes haber sido responsable de ser
como eras entonces (de tu naturaleza o carácter) en ese momento anterior.
5. Pero para haber sido responsable de ser como eras en ese momento
anterior, debes haber hecho algo de lo que eras responsable en un
momento aún anterior para volverte como eras en ese momento anterior,
y así sucesivamente hacia atrás.
117
hicieron en el pasado de lo que eran responsables (algunas acciones que
realizaron o decisiones que tomaron) para convertirse en el tipo de personas en
las que se convirtieron. Pero si las premisas 2 y 3 son correctas, entonces los
pasos 4 y 5 también parecen seguir. Para los pasos 4 y 5, simplemente vuelva a
aplicar las premisas 2 y 3 a las acciones pasadas mediante las cuales los agentes
se convirtieron en lo que son. Si los agentes han de ser responsables de esas
acciones pasadas, también deben haber sido responsables de los personajes y
motivos de los que surgieron esas acciones pasadas.
¿Hay alguna forma de evitar la conclusión de Strawson a partir de estas
premisas plausibles? Puede ser cierto, como afirma su argumento, que no
podemos ser creadores de nuestros personajes y motivos “originales”, los
personajes y motivos con los que empezamos en la infancia antes de que
tomáramos decisiones libres. Pero a medida que envejecemos y nos
desarrollamos, ¿somos impotentes para cambiar los personajes originales con
los que comenzamos en la infancia? Tanto los compatibilistas como los
libertarios responden a argumentos escépticos como el de Strawson diciendo
que, aunque no somos los creadores de nuestros personajes originales, podemos
cambiar libremente nuestra naturaleza y nuestro carácter a medida que
maduramos.
Esa parece formar parte del sentido común. Pero Strawson responde que
ni los compatibilistas ni los libertarios nos dan una explicación adecuada de
cómo podríamos cambiar nuestro carácter que dé cuenta de la verdadera
responsabilidad. Si la forma en que nos cambiamos a nosotros mismos más
adelante en la vida, argumenta, está determinada por cómo ya somos, como lo
permiten los compatibilistas, entonces ese tipo de cambio no equivaldría a una
verdadera responsabilidad. Pero si la forma en que cambiamos a nosotros
mismos más adelante en la vida es indeterminada, como requieren los
libertarios, entonces equivaldría a mera suerte o casualidad y esa tampoco sería
una verdadera responsabilidad. […]
118
aún más lejos, afirmando […] que renunciar a la ilusión del libre albedrío en
realidad conduciría a un enfoque de la vida más positivo, saludable y honesto.
Ted Honderich es uno de esos escépticos que ha abordado las
consecuencias de vivir sin libre albedrío. Honderich admite que, si creyéramos,
como él cree, que nuestro comportamiento está lo suficientemente determinado
como para que no tengamos libre albedrío, tendríamos que renunciar a algunas
importantes “esperanzas de vida”, pero no a todas. Por ejemplo, ya no podíamos
creer que nuestros éxitos y logros fueran realmente “de nosotros” en el sentido
de que éramos los “creadores” definitivos de nuestras acciones. Tampoco
podíamos creer que fuéramos responsables en última instancia de los rasgos de
carácter de los que nos enorgullecíamos: que fuéramos trabajadores, diligentes,
leales, exitosos, etc. En la medida en que tuviéramos tales características,
tendríamos que admitir que simplemente tuvimos suerte en nuestra herencia y
circunstancias formativas.
Pero la mayoría de las esperanzas de la vida cotidiana permanecerían,
dice Honderich. Desea convertirse en un actor, bailarín o escritor exitoso, iniciar
un negocio, encontrar el amor, tener hijos, ser admirado por los demás; estas
esperanzas que dan sentido a la vida no se verían socavadas por la creencia de
que no somos los causas “originales” de nuestro propio carácter. Lo que estas
esperanzas de la vida cotidiana requieren es solo que, si hacemos los esfuerzos
voluntarios apropiados, hay una buena posibilidad de que nada nos impida
alcanzar nuestras preciadas metas. Incluso si nuestro comportamiento está
determinado, no podemos saber de antemano cómo están destinadas las cosas.
De modo que debemos seguir tratando de realizar nuestras esperanzas de vida
y sueños de la misma manera que lo haríamos si creyéramos que tenemos libre
albedrío en el sentido incompatibilista, aunque en realidad no es así.
¿En qué se diferencia esta visión escéptica de Honderich del
compatibilismo? Honderich dice que los compatibilistas tratan de convencernos
de que, si el determinismo fuera cierto, nada de importancia se perdería en el
camino de la libertad y la responsabilidad. Pero esto, piensa Honderich, está
equivocado. Las esperanzas de vida que dependen de creer que somos los
creadores indeterminados de nuestros personajes y acciones son importantes
para nuestra propia imagen. De hecho, estamos renunciando a algo importante
cuando adoptamos una posición determinista o incompatibilista dura. Debemos
ser honestos y no engañarnos sobre eso. Pero todavía quedan suficientes
esperanzas de vida, piensa, para permitirnos seguir viviendo de manera
significativa.
119
¿Cómo lidiaríamos con el comportamiento delictivo si adoptamos esta
posición escéptica sobre el libre albedrío? Según Honderich, tendríamos que
abandonar la teoría del castigo de la retribución. Según la teoría de la
retribución, el castigo de la conducta delictiva es correcto porque se lo merece.
El criminal ha obrado mal y debe pagar en especie el daño infligido. “Ojo por
ojo” es el lema de la teoría de la retribución. Pero si las personas carecieran de
libre albedrío, en última instancia no serían culpables de sus acciones y, por lo
tanto, el castigo no sería verdaderamente merecido. Entonces, si el
determinismo duro o el incompatibilismo duro fueran verdaderos, la teoría de
la retribución del castigo tendría que ser abandonada.
Pero Honderich insiste en que renunciar a la teoría de la retribución no
significa que tengamos que dejar de castigar a los criminales. Hay otras
justificaciones para el castigo que siguen siendo válidas incluso si se rechaza el
libre albedrío. La más común de estas justificaciones alternativas es la
disuasión. También castigamos a los delincuentes para disuadirlos de cometer
delitos en el futuro y, lo que es más importante, los castigamos para disuadir a
otras personas de cometer delitos similares. Otro motivo más para el castigo es
reformar o rehabilitar a los criminales para que regresen de la cárcel como
miembros productivos de la sociedad. Estos motivos para el castigo —disuasión
y reforma— siguen siendo legítimos, insiste Honderich, incluso si rechazamos
el libre albedrío. Así que no debemos temer que nuestras cárceles se vacíen si
todo el mundo llega a creer que la gente carece de libre albedrío. De hecho,
Honderich sugiere que, si abandonáramos la fe en el libre albedrío, pondríamos
más énfasis en la prevención del crimen a través de la disuasión y la reforma
que en la retribución y la venganza, y la sociedad estaría mejor como resultado.
Otro escéptico sobre el libre albedrío, Derk Pereboom, lleva los
argumentos de Honderich sobre el castigo criminal un paso más allá. En su
libro, acertadamente titulado Vivir sin libre albedrío, Pereboom introduce una
analogía de la cuarentena para justificar el castigo criminal:
120
transmitieron al nacer, la cuarentena es, sin embargo, intuitivamente
legítima.
Además, si tenemos el derecho de “poner en cuarentena” a los
criminales, tenemos el derecho de decirle a la gente por adelantado
que serán aislados de la sociedad si cometen delitos. … Esta
publicidad en sí misma tiene un poderoso efecto disuasorio.
Una ventaja del modelo de cuarentena citado por Pereboom es que los castigos
no serían más severos de lo necesario para proteger a la sociedad y disuadir
futuros delitos, al igual que una cuarentena de los enfermos no debería ser más
restrictiva de lo necesario para proteger a la sociedad de enfermedades. Pero
una dificultad del modelo de cuarentena es que podría permitirnos encarcelar a
personas que no han cometido ningún delito pero que, sin embargo, se cree que
son un peligro para la sociedad.
En respuesta a esta objeción, Schoeman sostiene que es más difícil
predecir quién cometerá crímenes en el futuro que determinar quién tiene una
peligrosa enfermedad contagiosa. Pero si bien este suele ser el caso, ¿es siempre
así? Hay gente muy mala y potencialmente peligrosa por ahí. (Considere los
debates sobre cómo tratar a los abusadores de niños que han sido liberados de
la prisión después de cumplir una condena por sus delitos). Los retributivistas
argumentarían, en respuesta, que las prácticas de castigo son injustas si no nos
enfocamos en quién merece castigados, sino que se centran solo en los castigos
que disuadirán el crimen o protegerán a la sociedad. Si la atención se centra
exclusivamente en la disuasión y la protección en lugar de en la retribución, es
probable que surjan injusticias. Pereboom responde que el modelo de
cuarentena funciona bastante bien en la mayoría de los casos. Si rechazamos el
libre albedrío, tendríamos que vivir con los pocos casos en los que el modelo de
cuarentena podría ser injusto. Después de todo, los que están en cuarentena
porque están enfermos también suelen ser inocentes. Además, si le damos un
alto valor a la libertad, seremos reacios por esa sola razón a encarcelar a
personas que en realidad no han cometido un crimen.
121
mucho ser amados por los demás como resultado de su libre albedrío, queremos
amor de libre albedrío”. Pero, agrega: “En contra de esto, el amor que los padres
tienen por sus hijos generalmente se engendra independientemente de la
voluntad de los padres y no encontramos este amor deficiente”. Además, cuando
nos enamoramos románticamente, rara vez es una cuestión de nuestra libre
decisión. Sin embargo, no encontramos el amor romántico menos satisfactorio
por esa razón. Pero, ¿no hay un tipo de amor maduro que deseamos de los
amantes, esposos, amigos, e incluso los padres cuando seamos mayores que
serían deficientes si supiéramos que factores más allá del control de los demás
determinan que nos aman? A esta objeción, que una vez planteé a la posición
de Pereboom, él responde de la siguiente manera:
Surgen preguntas similares sobre otras actitudes además del amor. ¿Podríamos
admirar a las personas por sus actos generosos o heroicos si no pensáramos que
son los responsables en última instancia de esos actos? ¿Podríamos sentirnos
agradecidos con ellos? ¿Podríamos sentirnos resentidos con ellos o culparlos si
reaccionaron de manera traidora o engañosa hacia nosotros? Pereboom dice que
algunas de estas actitudes reactivas (como la culpa y el reproche) tendrían que
abandonarse si aceptamos el determinismo duro o el incompatibilismo duro.
Pero otras actitudes importantes de este tipo no deberían abandonarse por
completo. Podríamos seguir creyendo que los actos de cierto tipo, digamos, de
generosidad y heroísmo, son admirables y que los actos de otro tipo son
despreciables incluso si no creemos que las personas sean las responsables
últimas. Gratitud, por ejemplo, dice, “por lo general, involucra la alegría
ocasionada por el acto benéfico de otro. Pero el incompatibilismo duro
122
armoniza plenamente con el gozo y la expresión de gozo cuando los demás son
considerados y generosos en nuestro nombre”.
Para decirlo sin rodeos: la gente, por regla general, no debe ser
plenamente consciente de la inevitabilidad última de lo que ha hecho,
ya que esto afectará la forma en que se hace responsable. … A menudo
queremos que una persona se culpe a sí misma, se sienta culpable e
incluso vea que merece ser castigada. No es probable que una persona
así haga todo esto si internaliza la última perspectiva dura
determinista, según la cual … estrictamente, no podría haber hecho
otra cosa que no fuera lo que hizo.
123
en el Federalist Paper 10, si la sociedad no tiene una base ética, la ley por sí sola
no nos protegerá. Smilansky también argumenta que aceptar la perspectiva
duramente determinista o dura incompatibilista sería “extremadamente dañino
para nuestra visión de nosotros mismos, a nuestro sentido de la valía por los
logros y el respeto propio”. Contrariamente a los argumentos de Honderich y
Pereboom, él piensa que abandonar ciertas actitudes reactivas como la culpa, el
reproche y el resentimiento tendría efectos nefastos para la sociedad y la vida
personal.
Todo esto sugiere a Smilansky que debemos fomentar la ilusión del libre
albedrío y la responsabilidad moral. (Como dijo la dama victoriana sobre la
teoría de Darwin: “Si es verdad, esperemos que no se conozca en general”).
Smilansky no quiere decir que debamos inducir creencias ilusorias en las masas,
como en la película The Matrix, en el que casi todo el mundo vive en un mundo
ilusorio virtual creado por ordenador. Más bien piensa que la ilusión del libre
albedrío ya está en su lugar. Porque la mayoría de las personas ya se consideran
compatibilistas o libertarios. Pero los compatibilistas creen que ya tenemos toda
la libertad y responsabilidad que necesitamos, incluso si el determinismo es
cierto. Y los libertarios creen que también tenemos el libre albedrío
incompatibilista más profundo. Ambos están equivocados, según Smilansky.
Pero él cree que estas creencias ilusorias juegan un papel social y moral en gran
medida positivo y deberíamos dejarlas en su lugar en lugar de socavarlas. […]
124