Leyenda EL POMBERO Layerba

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EL POMBERO

Había una vez un duende guaraní que era robusto, velludo, con brazos tan largos que los
arrastra, manos desmesuradamente grandes, piernas cortas rematadas con enormes pies
mirando hacia atrás (para desorientar a quien lo rastrea), no tiene “coyunturas”, es decir
articulaciones del codo y rodilla, lo que hace que sus movimientos sean torpes y grotescos,
usa un gran sombrero de paja y anda sin ropas.

Su función primordial es la de cuidar del monte y los animales salvajes. Se enoja muchísimo
si algún cazador mata más presas de las que consumirá. Si eso ocurre se transforma en
cualquier animal o planta y con mentiras induce al infractor a internarse a lo profundo de la
selva donde se pierde. El hombre que quiera tener de aliado a este duende puede dejar
ofrendas por la noche como tabaco, miel o caña. Generalmente, la gente del campo le pide
favores tales como hacer crecer los cultivos en abundancia, cuidar de los animales de corral,
etc. Pero después de pedirle un favor no deben olvidarse jamás de hacer la misma ofrenda
todas las noches durante 30 días porque si lo olvidan, despertarán su furia haciendo
innumerables maldades en aquel hogar.

El Pombero recorre el monte a la hora de la siesta y si encuentra niños cazando pájaros, los
secuestra y después los abandona lejos de su casa, muertos o atontados. También actúa
durante la noche, se dice que bebe la sangre de los niños hasta matarlos, para luego
colgarlos de algún árbol. Si el niño no duerme la siesta o quiere escaparse de noche, se le
amenaza con recibir estas atenciones del Pombero.
Historia / Leyenda

Diversos aportes históricos refieren que serían los pobladores originarios de esta zona, indígenas guaraníes
quienes transmitieron a los españoles la forma de consumir la yerba mate en infusiones. Los primeros cultivos
de este árbol silvestre fueron realizados por los sacerdotes jesuitas promediando el siglo XV. Con el correr del
tiempo la producción de yerba mate en las reducciones jesuíticas se constituyó en una fuente importante de
recursos económicos.

Luego de la expulsión de los jesuitas hacia fines del siglo XVI con el abandono de las reducciones volvieron
a realizarse cosechas en yerbales silvestres con un manejo de tipo forestal muy dificultoso, costoso y de
baja rentabilidad. Recién a inicios del siglo XX comienzan a afianzarse nuevamente los yerbales cultivados
como fuente de materia prima.

El cultivo permite un manejo más adecuado, disminuyendo el esfuerzo humano y aumentando la


productividad. La conformación de las plantas es totalmente distinta a la que se presenta en el bosque
nativo. Los avances posteriores permitieron incluso la adaptación de yerbales incluso para cosecha
mecánica. Esto incluyó conformación de plantas más bajas, mayor densidad de plantas y por ende de
follaje por hectárea. Una medida de este cambio para yerbales implantados ya hacia 1980 es que en
promedio se duplicó la cantidad de plantas por hectárea pasando de las 1000 plantas tradicionales a 2000
o más con resultados altamente satisfactorios desde varios puntos de vista técnicos, económicos y
ecológicos.
LEYENDA DE LA YERBA MATE

Cuenta una vieja leyenda guaraní que Yasí, la diosa luna, hace muchísimo tiempo quiso conocer la tierra y
ver con sus propios ojos todas las maravillas que apenas podía ver entre la espesura de la selva, allá
abajo. Un día con su amiga, Araí, la diosa nube, bajaron a la tierra en la forma de dos jóvenes hermosas.
Cansadas de recorrer todo y maravillarse, buscaron un lugar donde descansar. Vieron una cabaña entre los
árboles. Cuando se dirigían hacia ella para pedir donde dormir, descubren, agazapado, un yaguareté
acechándolas en una roca cercana. Súbitamente, salta sobre ellas con las zarpas listas. Al momento, se oye
un silbido. El yaguareté cae atravesado por una flecha, herido de muerte. El salvador era un cazador que al
ver a las jovencitas indefensas, se compadece y también les ofrece la hospitalidad de su casa. Las
muchachas aceptan y lo siguen, hasta la cabaña que habían visto antes. Al entrar el hombre les presenta a
su esposa y a su joven hija, la que, sin pensarlo dos veces, les ofrece, una rica tortita de maíz, su único y
último alimento. Cuando las mujeres se van a buscar el mejor sitio para las visitas, el cazador les cuenta
que decidieron vivir solos en el monte, alejados de su tribu, para salvar y conservar las virtudes, regalo de
Tupá, que tenía su bonita y bondadosa hija, un tesoro para ellos. Pasan la noche y a la mañana siguiente,
Yasí y Araí agradecen sinceramente a la familia su hospitalidad y se alejan.

Una vez en el cielo, Yasí, no pudo olvidar su aventura en la tierra. Cada noche que ve al cazador y a su
familia, recuerda su valentía y generosidad. Sabiendo de su sacrificio filial, decide premiar a su salvador
con un valioso regalo para él, y para el tesoro que tanto cuidaban: la hija. Cierta noche, Yasí recorre los
alrededores sembrando unas semillas mágicas. A la mañana, ya han nacido y crecido unos árboles de hojas
color verde oscuro con pequeñas flores blancas. El hombre y su familia, al levantarse, contemplan
asombrados estas plantas desconocidas que aparecieron durante la noche. De repente, un punto brillante
del cielo desciende hacia ellos con suavidad. Reconocen a la doncella que durmió en su casa.

—Soy Yasí, la diosa Luna —les dice—. He venido a traerles un presente como recompensa de vuestra
generosidad. Esta planta, que llamarán “caá”, nunca permitirá que se sientan solos y será para todos los
hombres, un especial símbolo de amistad. También he determinado que sea vuestra hija la dueña de la
planta, por lo que, a partir de ahora, ella vivirá por siempre y nunca perderá su bondad, inocencia y
belleza-. Después de mostrarles la manera correcta de secar las hojas, Yasí prepara el primer mate y se los
ofrece. Luego, regresa satisfecha a su puesto en el cielo.

Pasan muchos años y luego de la muerte de sus padres, la hija se convierte en la deidad cuidadora de la
yerba mate, la Caá Yarí, esa hermosa joven que pasea entre las plantas, susurrándoles y velando su
crecimiento. A ella, también confían su alma los trabajadores de los yerbales…
Leyenda de la yerba mate
Un día la luna y la nube, transformadas en dos niñitas muy bellas, quisieron bajar a la tierra pero cuando lo
hicieron, perdieron los poderes de los dioses. Comenzaron a caminar por los bosques, observando los
árboles, oliendo el perfume de las flores, saboreando los frutos, cuando oyeron los rugidos del yaguareté. En
el tronco de un árbol, la fiera se preparaba a saltar sobre las diosas. Las niñas cerraron los ojos pensando
resignadas que morirían bajo sus garras cuando oyeron un silbido, un rugido y un golpe. Abrieron los ojos
asombradas y vieron al yaguareté tendido en el suelo con una flecha clavada en el corazón y a un joven indio
que se acercaba al tigre. Las diosas desaparecieron rápidamente porque no podían ser vistas por los ojos de
ningún ser humano. El indio, contento con su presa, sacó el cuchillo y cuereó al animal.. Se durmió luego
profundamente y soñó que una hermosa joven se acercaba a él y le regalaba una planta, diciéndole que era
en agradecimiento por haber salvado a Yasí, la luna. Le explicó que esa planta nueva se llamaba Caá y
servía para preparar una bebida que acercaba los corazones de los hombres y alejaba la soledad. Cuando el
cazador despertó, descubrió en el bosque, muy cerca suyo una planta nueva: la yerba mate, la yerba
milagrosa. Siguiendo las instrucciones de Yasí, tostó las hojas, las puso en una calabacita, vertió agua y con
una caña probó la bebida. ¡Le pareció deliciosa! Quiso compartir la bebida con toda la tribu y de mano en
mano, el mate fue pasando. Así nació el mate, el premio de Yasí al pueblo guaraní por haberle salvado la
vida.

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