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Este documento discute tres problemas actuales de los derechos humanos. Primero, nuevos poderes como el económico y mediático amenazan la dignidad humana a pesar del amparo de derechos clásicos como la libertad de expresión. Segundo, los derechos deben proteger la conciencia individual frente a obligaciones generales. Tercero, la historicidad de los derechos humanos debe considerarse junto con elementos estables como la dignidad y garantías institucionales.

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Este documento discute tres problemas actuales de los derechos humanos. Primero, nuevos poderes como el económico y mediático amenazan la dignidad humana a pesar del amparo de derechos clásicos como la libertad de expresión. Segundo, los derechos deben proteger la conciencia individual frente a obligaciones generales. Tercero, la historicidad de los derechos humanos debe considerarse junto con elementos estables como la dignidad y garantías institucionales.

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PROBLEMAS ACTUALES

DE LOS DERECHOS HUMANOS 18 de diciembre del 2023

SUBTITULOS:

 INTRODUCCIÓIN
 COMENTARIOS
 ARTICULOS

1. INIRODUCCIÓN

El planteamiento del tema pone de


relieve que los derechos humanos son un
concepto histórico, que evoluciona y adquiere
nuevos perfiles al hilo del cambio social y
cultural. Cualquier aproximación abstracta,
desde una perspectiva analítica que no
considere esa dimensión diacrónica, cometerá
errores de diagnóstico y obtendrá
conclusiones poco justificadas. Un signo de
esa conclusión aparece, por ejemplo, con la clasificación de los derechos por
generaciones. En la opinión mayoritaria hay una primera generación de los derechos
que incluye los individuales, los civiles y los políticos, una segunda generación que
comprende a los económicos, sociales y culturales y una tercera que es la de los
nuevos derechos, como al medio ambiente. Se les identifica, corrientemente como
los derechos de la tercera generación. Pero los criterios de clasificación que se
utilizan son analíticos, aunque usen un concepto, como es el de generación,
claramente histórico. El error es que ven las generaciones, no desde su momento
histórico, sino desde el tiempo en el que abordan la clasificación. Y es cierto que en
el siglo xx en todas las democracias caminan juntos, como un bloque del mínimo
democrático, o como expresión del compromiso justo del que habla Singer, los
derechos individuales, civiles y políticos. Pero esta igualdad de trato en las
Constituciones y en los ordenamientos jurídicos, y este acuerdo general de la
doctrina contemporánea en identificar esos tres grupos de derechos individuales,
civiles y políticos, no permiten generalizar esa

* Sesión del día 23 de mayo de 2000.


situación al tiempo pasada, desde la génesis histórica de los derechos y otorgar a
los mismos una unidad de nacimiento y de generación. Eso no es históricamente
cierto, porque en el siglo XVIII los partidarios de los derechos individuales y
civiles, Kant, Siàyes o los autores de los artículos políticos de la Enciclopedia, como
el Caballero de Jaucourt, eran adversarios declarados de la generalización de los
derechos políticos. En el siglo uno de los signos de los tiempos, fue la lucha por la
generalización de los derechos políticos, es decir por el reconocimiento del derecho
de asociación y del sufragio universal, y muchas veces con la frontal oposición de
defensores entusiastas de los derechos individuales y civiles. Situados juntos, en
una misma generación de los derechos, marca los límites de las aproximaciones
analíticas que desconocen y desprecian a la historia. Toda reflexión sobre los
derechos humanos debe pues partir de su historicidacl, incluso cuando se plantean
reflexiones, como ésta sobre sus problemas actuales.

Al mismo tiempo, y esta es la segunda dimensión metodológica que no se


puede olvidar al acercarse al estudio de los derechos humanos, su historicidad, no
supone aceptar sin más que todo cambia y que nada permanece en el concepto. La
razón de ser de los derechos humanos permite encontrar tres anclajes estables que
nos facilitan una reflexión intelectual, y un diagnóstico asentado sobre el
fundamento y el concepto. Son constataciones que han superado la prueba de la
historia y que no se han construido de espaldas a ella. Cualquier esfuerzo científico
en este campo debe considerarlas, en este momento de la doctrina, como postulados
o fundamentos de los que se debe partir.

La idea de dignidad de la persona como fundamento moral de los derechos,


la inseparable relación entre derechos y Derecho positivo, y la necesidad de garantía
jurídica de los derechos, para que estos sean reales y efectivos, son presupuestos
inexcusables de la cultura política y jurídica que se funda en los derechos.

La idea de dignidad entendida en el sentido kantiano de que las personas


no tienen precio y de que deben ser siempre consideradas como fines y nunca como
medios, exige el desarrollo de las cuatro grandes dimensiones en que se concreta
esa dignidad. Supone nuestra capacidad de elegir, nuestra capacidad de construir
conceptos generales y de razonar, nuestra capacidad de comunicarnos y de dialogar,
y nuestra condición de seres morales, capaces de elegir libremente nuestra
concepción del bien, de la virtud, de la salvación o de la felicidad. Los derechos
humanos o fundamentales, no son sino valores y pretensiones morales juridificadas,
que pretenden organizar la convivencia social para hacer posible el despliegue
histórico de la dignidad de todas las personas.

La relación de los derechos con el Derecho positivo, que representa la


imposibilidad de hablar de derechos morales, y que es expresión de la necesidad de
establecer criterios de eficacia que sólo el Derecho puede proporcionar, aparece
diseñada desde la perspectiva estoica del «legum servi sumus ut liberi esse
possumus»: «somos siervos de la ley para poder ser libres». Esta idea es
consustancial con la modemidad y se construye desde varias perspectivas que van
desde Bodino hasta Rousseau y Kant y se identifica con fuerza con el ideario de la
Ilustración liberal. Montesquieu lo expresó contundentemente al definir la libertad:
«La libertad consiste en hacer lo que las leyes permiten, porque si se pudiera hacer
lo que prohiben, todos tendrían ese poder y ya no habría libertad». Los derechos
humanos, o están reconocidos en el sistema jurídico positivo o son imposibles
esfuerzos para escalar el cielo como decía Feuerbach. Esa es una segunda verdad
que si se desconoce se acaba sin entender nada de este complicado entramado moral,
jurídico y social que son los derechos.

La tercera raíz de estabilidad la produce la idea de que sólo los derechos


son efectivos si están garantizados, es decir si existen dimensiones institucionales
que obligan a su aplicación en caso de desconocimiento y que sancionan a quienes
los violan. Son de dos tipos: unas generales que descansan en la propia existencia
de las instituciones democráticas que favorecen la efectividad de los derechos,
imposibles al margen de la democracia, y otras especiales que se establecen a través
de la Administración y sobre todo de los tribunales de justicia, de esos terceros
imparciales que dirimen los conflictos, sancionan a los criminales, y reparan las
violaciones de los derechos.

Este anclaje de la dignidad de la persona, de la relación de los derechos


con la Constitución y con la ley, y de la garantía institucional de los derechos está
en el origen de muchos de los problemas actuales, que no son sino consecuencia de
la comprensión de los mismos en cada tiempo histórico. Esta relación entre
historicidad y estabilidad de los derechos, entre diacronía y sincronía es uno de los
espacios intelectuales que permiten una mejor comprensión de la cultura de los
derechos fundamentales y de sus problemas actuales, y va a ser también una guía
para el razonamiento que vamos a construir.

n. TRES PROBLEMAS ACTUALES DE LOS DERECHOS HUMANOS

En la reflexión sobre problemas actuales de los derechos humanos el


campo es muy amplio y el acotar los contenidos depende en gran parte del punto de
vista que se adopte. Así, podemos desde la perspectiva de los titulares hablar de la
aparición del hombre concreto y situado además del hombre genérico y del
ciudadano, que eran los sujetos y destinatarios clásicos de los derechos. Si
pensamos en los objetivos de los derechos, en los peligros a evitar en la vida social
con su existencia, veremos cómo aparecen, junto a la necesidad clásica de limitar al
poder político, razón histórica de la aparición de los derechos, nuevos peligros
derivados de otros poderes emergentes como el económico, el mediático o el
científico. La ironía de la historia, además, pone de relieve que esos nuevos peligros,
han aparecido y se han potenciado, precisamente, beneficiándose del amparo de
derechos humanos clásicos. Los peligros económicos con las libertades de comercio
y de industria, los mediáticos, con la libertad de expresión y de información y los
científicos con la libefiad de la ciencia y de la investigación. Un análisis simplista
podría llevar a la conclusión errónea, para evitar estas patologías, de la necesidad
de limitar e incluso de suprimir esos derechos. Es un error en el que no se debe caer.
Sólo llego a esas conclusiones para afirmar que los propios derechos
fundamentales pueden engendrar monstruos que conspiren contra el fin último de
todo derecho, que es favorecer la dignidad de la persona. La solución es buscar
nuevos antídotos preservando a esos derechos clásicos, y eso genera otra dimensión
de reflexión de problemas actuales.

También aparecen nuevas ideas que enriquecen el fundamento


intelectual de los derechos. En efecto, este se había construido, hasta ahora, desde
el consenso, es decir, buscando razones positivas apoyadas por la mayoría, aunque
la razón del fundamento no fuese la mayoría, sino la racionalidad moral. Pero
aparece como problema actual la necesidad, apreciada desde esa misma
racionalidad moral, de proteger a la conciencia si el Derecho positivo, al establecer
obligaciones generales, podía lesionar opciones morales de ética privada del
individuo. Esa construcción no podía basarse en el consenso sino que, precisamente,
trataba de proteger al disenso, frente a la posición del pensamiento liberal clásico
del «critica libremente pero obedece puntualmente». En un reciente seminario de
conmemoración del 50 Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos organizado por el Consejo General del Poder Judicial, traté alguno de
estos temas, en una conferencia sobre el «Pasado y Futuro de los Derechos
Humanos» y que naturalmente no voy a repetir aquí. Tomaré como punto de
vista los tres elementos que estabilizan la movilidad histórica de los derechos, la
dignidad humana, la relación entre derechos, Constitución y ley, y la garantía de los
derechos, para desde esa atalaya, examinar el concepto de ciudadano como
destinatario de los derechos, la idea de las cuotas femeninas en las elecciones y la
presunta incompatibilidad de la figura del Rey en la Monarquía Parlamentaria para
la ratificación del Tratado que establece el Tribunal Penal Internacional.

A) El concepto de ciudadano como destinatario de los derechos

Como es sabido en el
artículo 8, del título II del Tratado
de la Unión Europea de 1992 que
modifica disposiciones del Tratado
constitutivo de la Comunidad
Económica Europea, con el fin de
constituir la Comunidad Europea, se regula la llamada ciudadanía de la Unión.
Actualmente son los artículos 17 a 22 del Tratado de Amsterdam de 1998. Esta
concreción puede limitar los horizontes subjetivos y difuminar la vieja noción de
derechos del hombre, que a su vez traía causa de la idea de derechos naturales. En
las Declaraciones liberales del siglo XVIII, como la Declaración francesa de 1789,
se establecía el principio de que los hombres nacían y permanecían libres e iguales
en derechos (art 1.0) y de que la finalidad de toda asociación política es la
conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre (art 2. 0). Los
destinatarios de los derechos eran los hombres y la condición de ciudadano no
competía, sólo complementaba, en relación con los derechos políticos (art. 6. 0) y
con las contribuciones fiscales (art. 14. 0). Por otra parte no todos los nacionales
eran ciudadanos, sino sólo los que tenían medios materiales y conocimientos que
garantizasen su independencia de decisión, como recuerda Kant en «Sobre el dicho
común de que lo que sirve en teoría, no vale para la práctica». Así, el concepto de
hombre era el núcleo central de los derechos y el de ciudadano un apéndice limitado
para integrar la idea con el concepto de soberanía, cuyos contenidos fijados en la
voluntad general eran concretados sólo por los ciudadanos. Por otra parte, el siglo
XVIII y los anteriores, a partir del tránsito a la modernidad, cultivaban una imagen
positiva del hombre natural, del extraño, del indígena, del buen salvaje, desde
Montaigne a Rousseau, y así era lógico que fuera titular de los derechos. Otras
aportaciones del siglo XIX y en relación con los destinatarios, que creaban la
categoría conceptual de los derechos económicos, sociales y culturales, y de los
derechos de la persona situada y concreta, mujer, niño, anciano, minusválido,
consumidor, etc., arrancaban también de la categoría genérica de hombre o persona
para perfilar destinatarios acotados, pero en los cuales era irrelevante la categoría
de ciudadano. Era un concepto abierto de sociedades políticas agrupadas en torno a
la categoría de derechos del hombre, a partir del individuo que se integraba con el
contrato social. Por otra parte los ciudadanos eran un concepto débil que no
abarcaba a todos.

En la Unión Europea estamos en otros parámetros, se trata no de una


integración a partir de individuos, sino de una integración de sociedades soberanas,
de Estados, que necesitan superar sus límites nacionales para unirse en una sociedad
política superior. Son todos Estados democráticos y el sufragio ha generalizado el
concepto de ciudadano. Ya potenciado por esa generalización, en el espacio
nacional, necesita reforzarse en lo común y una forma relevante de hacerlo es
atribuir derechos a esa condición de ciudadano europeo. Es una forma de significar
los valores de la cultura jurídica y política europea. La noción de derechos del
hombre anclaba en raíces del antropocentrismo individualista, que en la Ilustración
predominaban sobre la ciudadanía, vinculada a la idea de soberanía. La noción de
derechos del ciudadano europeo se vincula a la cohesión de la nueva comunidad en
creación y al fortalecimiento de su identidad soberana. Es, por consiguiente, un
concepto colectivo, inseparable de la formación de la soberanía europea, el que está
detrás de los artículos 17 a 22 del Tratado de Amsterdam, que regulan la ciudadanía
europea y sps derechos. El centro de gravedad ha pasado del hombre al ciudadano,
limitando el alcance de los derechos. Así, el problema del inmigrante en Europa se
ve principalmente en claves de seguridad y de orden público, y en claves de utilidad
económica, y de mano de obra que realiza trabajos que no quieren los ciudadanos
europeos. Resucitan Hobbes y Adam Smith y se difuminan Locke y La Ilustración
liberal.

Cuando me refiero a Adam Smith, no me fijo en el maestro de filosofía


moral, ni siquiera en el autor de La Riqueza de las Naciones que culmina el proceso
de secularización de la economía, que conduce de la economía moral orientada por
la teología a la economía política, sino a todos los epígonos que en el siglo y han
contribuido a una deshumanización que conduce a la economía como moral, y que
permite poner precio a la dignidad humana, y considerar al hombre como medio y
no como fin. Esta subversión de la teoría de la virtud kantiana, ha contribuido
también en el marco europeo al interés por los derechos del ciudadano, titular del
status económico, junto con el interés por utilizar al inmigrante, pero limitando sus
derechos. La historia se repite de nuevo, el sufragio censitario se ha extendido y se
ha convertido en los derechos censitarios, los de todos los que están inscritos en los
censos de nacionales de los países de la Unión Europea, frente a los marginados,
que no tienen los derechos del hombre y que sólo esperan alcanzar a su vez la
condición de ciudadanos o al menos la de residentes para conseguir algún derecho
como el de petición que regula el artículo 194 del Tratado o el de queja ante el
Defensor del Pueblo Europeo que regula el artículo 195.

Es preocupante la restricción de los destinatarios de los derechos que


supone el concepto de ciudadanía europea. No se abarca la protección de la dignidad
de todos, sino sólo de los ciudadanos. No despeja la preocupación la declaración
del artículo 6. 0 del Tratado, de que la Unión se basa en los principios de libertad,
democracia, respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y
del Estado de Derecho. Ni tampoco la idea de la igualdad hombre-mujer como
objetivo de la comunidad (arts. 3.2 y 141), ni la competencia normativa de la
Comunidad para establecer políticas antidiscriminatorias en materia de sexo, raza,
origen étnico, religión o convicciones, discapacidad, edad, u orientación sexual. Los
títulos IV del Tratado comunitario y el VI del Tratado de la Unión, regulan un
espacio de libertad, seguridad y justicia, donde a pesar de dimensiones de lucha
contra el racismo y la xenofobia, predomina excesivamente la preocupación por el
orden público y por la seguridad, y las políticas de la Unión siguen vinculadas a la
errónea idea de una Europa fortaleza. Tampoco despejan la preocupación. No se
despeja porque el ámbito puede ser sólo la ciudadanía y no la condición de persona,
que es la sede de la idea de dignidad.

En el origen del Estado liberal fue complejo el proceso de generalización


de los derechos. El proceso de internacionalización no ha resuelto los problemas y
en los casos de creación de un espacio soberano superior de un Estado de Estados,
se empieza casi de nuevo desde lo que llamo derechos censitarios. De nuevo hay
que recorrer el mismo camino para situar a los derechos del hombre en el espacio
jurídico de la Unión Europea.
B) las cuotas femeninas en las elecciones

Este tema es también un


problema actual, vivo en muchos
países, y desde luego en los de la
Unión Europea que afecta a dos de los
anclajes estables de los derechos, la
relación de la libertad con la
Constitución y la ley y la garantía de los derechos. En efecto, se puede afirmar que
la igualdad normativa hombre-mujer se alcanzó en el derecho de sufragio activo y
pasivo, en el derecho a la participación política, entre el siglo XIX y y en España,
en concreto, con la Constitución de la Segunda República. Tras la zona de oscuridad
que representó en esa materia el franquismo, la Constitución de 1978 estableció el
principio de igualdad en el sufragio activo y pasivo en el artículo 23 de la
Constitución: «1) Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos
públicos, directamente, o por medio de representantes, libremente elegidos en
elecciones periódicas por sufragio universal... 2) Asimismo, tienen derecho a
acceder en condiciones de igualdad a las funciones y cargos públicos, con los
requisitos que señalen las leyes.. Por su parte, el artículo 14 que regula el principio
de igualdad y prohíbe la discriminación por razón de sexo, cierra la problemática
constitucional. El sufragio universal es considerado por Bobbio como signo de la
inspiración igualitaria de la democracia (Vid la Voz «Democrazia» en Lessico della
politica, Edizioni Lavoro, Roma, 1987, pág. 167). Sin embargo, si el
panorama español en los veintidós años de vigencia de la Constitución, veremos
como esa conclusión es, al menos en parte, discutible. Los datos estadísticos y las
encuestas concluyen que la igualdad es cierta en el sufragio activo, en el derecho al
voto, pero no en el pasivo, el derecho a ser votado como candidato. Si la igualdad
política consiste en la igual capacidad del hombre y de la mujer para influir sobre
las decisiones colectivas, sobre la formación de la voluntad del Parlamento
y de los demás órganos colegiados, el sufragio activo no conduce directamente a
influir sobre la toma de decisiones, sino sólo a escoger o elegir a quienes van a
decidir. La igualdad en el sufragio activo depende exclusivamente de la
voluntad de los titulares del derecho, pero en el sufragio pasivo existen otras
mediaciones de las cúpulas de los partidos y sigue muy presente la cultura de cada
organización, que piensa sobre todo en el éxito y en colocar en puestos de salida a
los más fieles. La igualdad de sexos en esa materia no es su principal preocupación.

En la historia del sufragio y del derecho a la participación política han


existido varias etapas:

a) La discriminación normativa, donde la diferencia entre los sexos


era relevante para un tratamiento discriminatorio de la desigualdad de la mujer, en
el trabajo, en las relaciones familiares y en la participación política. La mujer era
excluida normativamente del goce de derechos como los referidos a la patria
potestad, del acceso o la promoción en el trabajo, del salario igual o del sufragio.
En el Estado liberal inicial la mujer carecía de derecho de voto y la justificación
generalizada, entre los autores del siglo XVIII, se concreta en el Kant de «sobre el
dicho común de que lo que vale en teoría no sirve para la práctica».

b) El modelo de la igualdad normativa como equiparación.


El proceso de generalización de los derechos que afecta inicialmente a
todos los hombres se extenderá a las mujeres (que presionan desde el movimiento
sufragista y desde el feminismo en general). Es un proceso de igualación normativa
como equiparación que considera jurídicamente irrelevante la diferencia de sexo.
Es el fin de los tratos desiguales que se plasman en nuestro tema en el artículo 14
de la Constitución, en relación con el 23 ya señalado.
c) El modelo de la especificación a través de la igualdad normativa
como diferenciación. El proceso se inicia cuando se contesta que hay grupos de
personas, colectivos, que por diferentes razones están en situación de inferioridad
respecto de otros y que necesitan un reforzamiento normativo para su igualación. Y
no estamos ante derechos de todos los hombres, sino ante derechos que pretenden
superar con su acción la desigualdad en la que están situados esos grupos de
personas. En estas categorías se pueden situar los trabajadores, los pobres, las
mujeres, los niños, los ancianos, etc. No basta con la proclamación normativa de la
irrelevancia de las diferencias, porque esto por sí solo no elimina las desigualdades.
En principio este tercer modelo supone supemr la desigualdad como hecho, porque
la igualdad normativa no la suprime siempre y, desde luego, no la suprime en la
igualdad normativa para el sufragio pasivo entre el hombre y la mujer.

El problema que nos ocupa es de desigualdad y no de discriminación ni de


diferencia y conviene deslindar el sentido de esos términos: las diferencias son
rasgos de las personas que las identifican y que las distinguen de otras y que no
pueden ser consideradas relevantes para un trato distinto. La irrelevancia se resuelve
en el modelo de la igualdad normativa como equiparación, que regula un trato igual
con dimensiones diferentes de sexo, raza, religión, etc. Y no importa que esas
diferencias sean antropológicas o naturales como el sexo o la raza, o voluntarias,
derivadas de la decisión humana como la religión.

Las discriminaciones son violaciones de la igualdad normativa como


equiparación. Se produce cuando la norma establece la igualdad y en la realidad las
mujeres no perciben el salario igual, o cuando no pueden participar en una
determinada profesión o cuando en una religión no pueden hacer públicas
manifestaciones de culto. La norma superior está clara, pero puede necesitar
desarrollarse en los ámbitos legal y reglamentario. Las discriminaciones se sitúan
en el ámbito normativo, en el comportamiento de los operadores jurídicos y su
solución aparece igualmente en ese ámbito.

La desigualdad es una cuestión de hecho, que existe como consecuencia


de las diferencias, cuando alguna se considera relevante y también de que las
normas que protegen los derechos que pretenden superar la desigualdad no alcanzan
su objetivo. La desigualdad persiste como hecho pese a la intervención normativa.
Incluso en el supuesto que nos ocupa existe un derecho fundamental a la
participación política que regula el sufragio activo y pasivo igual entre hombre y
mujer. Sin embargo, persiste la desigualdad de hecho, constatada desde hace años.
Los partidos han establecido cuotas en sus listas para reparar esa desigualdad de
hecho pese a la intervención del Derecho. Además de eso cabe una nueva
intervención del Derecho para corregir normativamente la desigualdad que persiste
pese a la igualdad normativa como equiparación. ¿Si la desigualdad es una cuestión
de hecho, es posible intervenir normativamente no en la realidad desigual, sino en
una norma que pretendía la igualdad pero que no ha conseguido alcanzarla?

Cabe una norma que regule un número de plazas con puesto seguro para
las mujeres, y que corrija, no ya la realidad, que sigue siendo desigual, sino la norma
que la regula y que no ha conseguido superar la desigualdad.
Se puede hacer, sin modificar la Constitución y al amparo de una norma
constitucional, el artículo 9.2: corresponde a los poderes públicos promover las
condiciones para que la libertad, y la igualdad de los individuos y de los grupos en que se
integra, sean reales y efectivos, remover los obstáculos que impidan o dificulten su
plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica,
cultural o social». La jurisprudencia del Tribunal Constitucional ha aceptado el tercer
modelo de la igualdad como diferenciación, siempre que tenga una fundamentación
objetiva y razonable, y siempre que los elementos diferenciadores no sean arbitrarios o
carezcan de fundamento (SS 128/1987, 214/1988, 70/1990 ó 177/1993).

Este es un problema actual de gran importancia y supone, a través de esas cuotas


obligatorias, corregir esas mediaciones del sufragio pasivo, que han frustrado la igualdad
normativa como equiparación, a través de una diferenciación incluida en la ley electoral
estableciendo un número obligatorio de mujeres candidatas y utilizando sanciones
negativas o incentivando el cumplimiento de la norma. Naturalmente que esa norma, en
cuyas fórmulas técnicas concretas no entro, es excepcional y de vigencia temporal y debe
durar sólo hasta que desaparezcan los desajustes entre la desigualdad real y la igualdad
normativa.

C) In monarquía parlamentaria como dificultad para la ratificación por España del


Tratado para el establecimiento de un Tribunal Penal Internacional

Este problema que afecta a la garantía y a la efectividad de los derechos en el


proceso de internacionalización, se refiere a un tema de gran importancia como es la
creación de un Tribunal Penal Internacional acordado por una Conferencia internacional
de Estados celebrada en Roma, en Julio de 1998. Se aprobó esa creación de un Tribunal
Permanente para juzgar delitos como el crimen de agreSión —con limitaciones— de lesa
humanidad, genocidio y crímenes de guerra. La enorme importancia del asunto que
evitaría problemas de persecución y que acabaría con la barrera de la competencia interna
de los Estados ha adquirido en España, ante la ratificación, un cariz especial, cuando algún
autor ha encontrado dificultades para la ratificación por nuestro país por el carácter de la
Corona en el Título II y en concreto en el artículo 56.3.

El texto afirma que «la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a
responsabilidad», y algunos han entendido que esa exención debe ser salvada porque nadie
puede tener una situación jurídica que le libre de responsabilidad ante la gravedad de los
crímenes que juzgará el Tribunal Penal Internacional. Pro482

ponen o una modificación de la Constitución que aclarase que el Rey también está
sometido a ese Tribunal, en su caso, o simplemente que se elimine ese inciso del artículo
56.3.

COMENTARIOS:

En mi opinión es un
planteamiento que tiene un
cierto morbo y sobre todo
interés periodístico, pero que
carece totalmente de
fundamento.

En primer lugar, el Rey no es un poder del Estado y todas las hipotéticas


decisiones que tomase el legislativo, el ejecutivo y el judicial no pueden serle atribuidas.
El refrendo que tenía un sentido en la Monarquía Constitucional, donde el Rey era cabeza
del ejecutivo, y compartía el legislativo con el Parlamento, tiene otro muy diferente en la
Monarquía Parlamentaria. En el primer modelo pretendía excluir al Rey de la
responsabilidad, que realmente podría tener, apartándole de la censura política, y en este
segundo sólo supone escenificar que el Rey carece realmente de intervención en las
decisiones que firma y que se le atribuyen como Jefe del Estado.
En el supuesto, creo que meramente académico, de que un gobierno tomase
decisiones que pudieran incluirse en las conductas juzgadas por el Tribunal Penal
Internacional, el Rey debería negarse a firmar la correspondiente norma, sin incurrir en
inconstitucionalidad, porque sería el Gobierno, o el órgano correspondiente, el que habría
violado la Constitución. El Rey al negarse a firmar estaría cumpliendo el artículo 9-1 de
la Constitución «. . . Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución
y al resto del Ordenamiento jurídico». Al desobedecer a los hombres estaría obedeciendo
al Derecho. Nunca se puede cumplir un deber constitucional cuando está basado en un
supuesto delictivo.

Obviamente estamos en una situación inconcebible, en un auténtico golpe de


Estado, contrario a los valores democráticos que reconoce el artículo 1.1 de la
Constitución y el Gobierno ha hecho bien al decidir enviar a las Cortes el Tratado para la
autorización para prestar el consentimiento para obligarse. El tema sólo puede dar algún
juego en medios de comunicación y en alguna tertulia. En ningún caso tiene futuro en un
ámbito de reflexión jurídica. Prestar atención a ese supuesto sería hacer imposible el
modelo de Monarquía Parlamentaria y no entender el funcionamiento de las sociedades
democráticas.

ARTICULOS:

Artículo 1: todos nacemos libres e iguales

Artículo 2: ser libre de discriminación

Artículo 3: derecho a la vida

Artículo 4: ser libre de la esclavitud

Artículo 5: ser libre de la tortura

Artículo 6: el derecho a ser reconocido como persona ante la ley

Artículo 7: el derecho a la igualdad ante la ley


Artículo 8: el a la reparación

Artículo 9: ser libre de detención arbitraria

Artículo 10: derecho a un juicio justo

Artículo 11: presunción de inocencia y crímenes internacionales

Artículo 12: derecho a la privacidad

Artículo 13: derecho a la libertad de movimiento

Artículo 14: derecho al asilo

Artículo 15: el derecho a la nacionalidad

Artículo 16: derecho al matrimonio y a fundar una familia

Artículo 17: el derecho a la propiedad

Artículo 18: Libertad de religión o de conciencia

Artículo 19: Libertad de opinión y expresión

Artículo 20: libertad de reunión y asociación

Artículo 21: un breve curso sobre democracia

Artículo 22: derecho a la seguridad social

Artículo 23: derecho al trabajo

Artículo 24: derecho al descanso y al tiempo libreal tiempo libre

Artículo 25: derecho a un nivel de vida adecuado

Artículo 26: derecho a la educación

Artículo 27: derecho a la vida cultural, artística y científica

Artículo 28: derecho a un mundo libre y justo


Artículo 29: deberes respecto a la comunidad

Artículo 30: los derechos son inalienable

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