La guerra civil peruana de 1854 fue un conflicto entre el gobierno constitucional del general José Rufino Echenique y los revolucionarios liderados por el general Ramón Castilla. La revolución comenzó en diciembre de 1853 debido a acusaciones de corrupción contra el gobierno y su manejo de la deuda pública. Tras varias batallas entre enero y febrero de 1854, Castilla derrotó a Echenique y asumió el poder, aboliendo la esclavitud y el tributo indígena.
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La guerra civil peruana de 1854 fue un conflicto entre el gobierno constitucional del general José Rufino Echenique y los revolucionarios liderados por el general Ramón Castilla. La revolución comenzó en diciembre de 1853 debido a acusaciones de corrupción contra el gobierno y su manejo de la deuda pública. Tras varias batallas entre enero y febrero de 1854, Castilla derrotó a Echenique y asumió el poder, aboliendo la esclavitud y el tributo indígena.
La guerra civil peruana de 1854 fue un conflicto entre el gobierno constitucional del general José Rufino Echenique y los revolucionarios liderados por el general Ramón Castilla. La revolución comenzó en diciembre de 1853 debido a acusaciones de corrupción contra el gobierno y su manejo de la deuda pública. Tras varias batallas entre enero y febrero de 1854, Castilla derrotó a Echenique y asumió el poder, aboliendo la esclavitud y el tributo indígena.
La guerra civil peruana de 1854 fue un conflicto entre el gobierno constitucional del general José Rufino Echenique y los revolucionarios liderados por el general Ramón Castilla. La revolución comenzó en diciembre de 1853 debido a acusaciones de corrupción contra el gobierno y su manejo de la deuda pública. Tras varias batallas entre enero y febrero de 1854, Castilla derrotó a Echenique y asumió el poder, aboliendo la esclavitud y el tributo indígena.
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Guerra civil peruana de 1854: considerada la más cruenta guerra civil
desde la lucha por la independencia
Conflagración que aconteció en el Perú en 1854 producida por la colisión entre
el gobierno constitucional del general José Rufino Echenique y los revolucionarios liderados por el general Ramón Castilla. El conflicto comenzó con un estallido revolucionario en la ciudad de Ica el 21 de diciembre de 1853 y culminó con la batalla de La Palma en Lima el 5 de enero de 1855. Los historiadores la han considerado como una revolución liberal porque en el bando vencedor participaron conspicuos ideólogos liberales como Manuel Toribio Ureta (ministro de Relaciones Exteriores e Instrucción Pública en 1855 y cinco veces presidente de la Convención Nacional (Congreso Constituyente) entre 1856 y 1857). Rufino Echenique asumía un pensamiento conservador, contrario al general Ramón de castilla quien dispuso la abolición del tributo el 5 de julio de 1854 y la supresión de la esclavitud el 5 de diciembre de 1854, lo que se esclarece en el artículo Ni 17 del título IV – Garantías constitucionales de la constitución de 1856 . Más El triunfo de Ramón castilla sobre el bando constitucional del presidente José Rufino Echenique se gestó no sólo en el campo de batalla sino en los escenarios donde Castilla negoció la coparticipación gubernamental y la concesión de estatus, bienes y prebendas a los cuerpos y sectores sociales que lo apoyaran. Pero para hacerlo contó tanto con una infraestructura institucional de legitimación como con una cultura de la movilización centradas en el ciudadano armado. A diferencia del caso argentino, donde la fortaleza institucional y regional de este cuerpo de milicias, más que el propio ejército, fue clave en el resultado final de las guerras civiles, en el caso peruano la revolución de 1854 mostrará cómo, pese al interés del líder revolucionario civil Domingo Elías de convertirlas en decisivas fuerzas disuasorias de abusos constitucionales, la estructura del Estado peruano no favoreció su firme institucionalización como alternativa armada al ejército, produciéndose una erosión del principio de pueblo enarmas por esa vía. Rubén Vargas Ugarte enjuicia a la revolución como el producto de la ambición de poder de Elías y Castilla ya que «la revolución no se justificaba en manera alguna, los males si acaso eran ciertos, podían remediarse constitucionalmente; de acuerdo con esta versión el uso de la violencia se justifica como una reacción a la venalidad y corrupción derivadas del proceso de consolidación de la deuda interna, un camino hacia el enriquecimiento personal acelerado gracias a los ingresos provenientes de la exportación del guano de las islas, esta fue una época en la que el Perú vio un rayo de luz cuando por fin se anunciaron que gracias a los ingresos del guano, el Estado peruano podría indemnizar a sus atribulados acreedores, era el boleto de salida de la deuda interna arrastrada por décadas, deuda que en la que existieron dos tipos de acreedores, por un lado se encuentra a los acreedores marginados que han sufrido las requisitorias y empréstitos forzosos durante la guerra de Independencia y las pugnas caudillistas y por el otro están los acreedores privilegiados que prestan a elevado interés tanto al Estado como a los sectores de productores empobrecidos, entre este segundo grupo de acreedores podemos distinguir a los grandes comerciantes extranjeros, los cuales preferían invertir en abonos o adelantos sobre los rubros fiscales de aduanas y Casa de Moneda, era el momento indicado para limpiar la imagen del Perú y restituir el desprestigiado crédito público al interior del país. La balanza comercial era favorable, gracias a las ganancias que producía el guano el presupuesto del gobierno estaba bajo control, todo apuntaba a que se iniciara un proceso regenerador en el Perú, al fin se dejaría atrás esos largos años de lucha caudillista junto a la zozobra económica que se produjo continuamente a la independencia, “el Perú tenía grandes planes, tan grandes que terminaros desbordándose”
Se afirma, así, que como la consolidación «fue un fenómeno que benefició
básicamente a la clase dominante capitalina, los notables y pueblos provincianos utilizaron el escándalo de la consolidación como un motivo más para rechazar al gobierno de Echenique y la corrupción capitalina, Los inicios de la revolución cronológicamente deben remontarse a las dos cartas que Domingo Elías dirigió al presidente Echenique, en las que se refirió al mismo como «respetado general y amigo», y que fueron publicadas en el diario El Comercio el 12 y 16 de agosto de 1853. En ellas denunciaba la consolidación como un fraude por haber generado numerosos expedientes falsificados que habían permitido el enriquecimiento de personajes allegados al gobierno. La carta provocó que el presidente, autorizado por el congreso, dispusiese el encarcelamiento de Elías, quien tras prometer que se alejaría del país, fue liberado en septiembre. Elías se asiló en la legación francesa y partió hacia Guayaquil, pero apenas desembarcó en esta ciudad se impuso como propósito organizar una expedición revolucionaria contra el gobierno peruano. Sin emitir ninguna proclama, Elías ocupó con sus escasas fuerzas la localidad de Tumbes, siendo la asonada fácilmente desarticulada por la gendarmería el 21 de octubre de 1853.Tras el fracaso de su complot, Elías se ocultó y fugó con dirección a Lima en donde entró clandestinamente en contacto con el general Ramón Castilla, quien ejerció la presidencia entre 1845 y 1851, con el propósito de lograr su apoyo para la revolución que estaba empeñado en liderar. Obtenido el compromiso parcial del ex presidente, Elías eligió Ica, su tierra natal, como el escenario de su rebelión por contar allí con una amplia red de apoyos políticos de naturaleza clientelar y familiar formalizados en torno a club Progresista, organización que había secundado su candidatura presidencial en 1851. Para tener éxito le era vital contar con la aquiescencia del ejército y en eso se basó su oferta a Castilla para que este asumiese la jefatura militar del movimiento, mientras él se arrogaba la jefatura política. Elías inició la revolución en Ica el 21 de diciembre de 1853. El pronunciamiento hecho público ese mismo día estableció una junta gubernativa de provincia declarada «en situación independiente» de Lima hasta que se reuniese un congreso general. A esa razón se añadía una segunda causa para derrocar a Echenique referida al hecho de que el gobierno no hubiese aún reivindica-do por las armas los derechos nacionales ultrajados por Bolivia, estable-siéndose que el papel de limpiar el honor patrio debía corresponderle «al esclarecido guerrero gran mariscal D. Ramón Castilla- El casus belli fue planteado en Lima en el congreso, que autorizó a Echenique a declarar la guerra en mayo de 1853. La ofensiva peruana comenzó con una incursión naval que se limitó a ocupar el puerto de Cobija, siendo pospuesta sin embargo en varias ocasiones la anunciada invasión militar que se preparaba en Puno. Esta inoperatividad del ejército proporcionaría a los revolucionarios un filón argumentativo para denunciar la dejadez del gobierno de Echenique en la resolución de la crisis con Bolivia por la vía armada. Las tropas del ejército comandado por el ministro de Guerra, el gene-real Torrico, desembarcaron en Pisco y derrotaron el 7 de enero de 1854 a los milicianos listas en las inmediaciones del cerro de Saraja. El saldo del combate con el que se inició la guerra civil de 1854 fue de ciento cuarenta milicianos iqueños muertos. Elías logró huir a Chile y desapareció tempo-realmente del escenario, mientras que Castilla, tras rechazar el gobierno su ofrecimiento de mediador, se asiló en un navío de guerra francés apostado en El Callao. Paradójicamente, el mismo día en que se produjeron los sucesos de Sajara, tuvo lugar un segundo estallido revolucionario en Arequipa liderado por «los señores Diego Masías y sus tres hermanos, Fernando Albizuri, Domingo Gamio y algunos artesanos»13que culminó con la hui-da de la ciudad del prefecto Rivero y de la gendarmería. Cuando un mal sistema administrativo empezó por conculcar el verdadero pacto social, la idea revolucionaria cundió».16Por administración defectuosa, Castillo comprendía a la corrupción gubernamental asociada con la consolidación denunciada por Elías en sus cartas a Echenique. En consecuencia, el pronunciamiento de Junín al ser similar al formulado unas semanas antes en Ica puede considerarse como un sucedáneo del mismo. Castillo era muy claro en enfatizar que «en esas circunstancias no se reconocía otro caudillo que el pueblo mismo; y la persona de D. Ramón Castilla fluctuaba entonces en la más completa indecisión».17El movimiento fue desarticulado el 13 de febrero por dos divisiones del gobierno al mando de los generales Deústua y Salaverry. Castillo huyó hacia el centro del país en donde terminó sumándose a las fuerzas de Castilla.
Las furibundas críticas vertidas en Lima contra él por el fiasco de Arequipa
obligaron a Echenique a quitarle su confianza y, en compensación, encomendarle una misión a Francia que le alejó definitivamente del país. Fortalecido por esa circunstancia, Castilla decidió aprovecharla para extender la revolución al conjunto de los departamentos del sur. Mientras él se dirigía con parte de las tropas hacia el Cuzco, sus agentes arequipeños redactaron una nueva acta para reformular los principios esgrimidos el 7 de enero. El nuevo pronunciamiento constaba de cuatro artículos. El primero confería a Castilla el supremo mando de la República con el título de Libertador de la «tiranía gubernamental» de Echenique; el segundo le daba plenos poderes políticos a condición de que convocase una asamblea constituyente en el plazo máximo de un mes contados desde la pacificación del país; el tercero creaba en Arequipa una junta o consejo departamental de seis miembros subsistente sólo hasta la reunión de la asamblea nacional y cuya única función sería informar sobre las reformas que conviniese adoptar por el gobierno en beneficio de la región; y el cuarto facultaba al prefecto para proponer a los individuos que considerase como los más ido ensopara integrar el consejo.
Esta Guerra Civil, se destaca como un punto de inflexión crucial en la historia
del país. Este enfrentamiento armado no solo marcó el fin de la rebelión liderada por Felipe Santiago Salaverry, sino también tuvo profundas implicaciones políticas y sociales para la nación peruana.
En el siglo XIX, Perú se encontraba en una encrucijada política y económica.
Las tensiones entre las regiones periféricas, como Arequipa y Cusco, y el gobierno central liderado por Ramón Castilla, se intensificaron. La lucha por la autonomía regional y el descontento con las políticas centralistas llevaron a un levantamiento armado encabezado por Salaverry en 1854.
La Batalla de La Palma se libró en un contexto de intensos combates. Las
fuerzas de Salaverry, ansiosas por desafiar el poder central, se enfrentaron al ejército de Castilla en un enfrentamiento épico. A pesar de la valentía de los rebeldes, el gobierno prevaleció, llevando a la captura y ejecución de Salaverry.
La victoria del gobierno de Castilla en La Palma consolidó su poder y estableció
un precedente para la estabilidad política en Perú. Sin embargo, la batalla también dejó cicatrices profundas en la memoria colectiva del país. La dureza del conflicto y la posterior represión gubernamental influyeron en la forma en que se desarrolló la política y la sociedad en las décadas posteriores.