Inevitablemente Enamorados - Patty Love
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Patty Love
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso del autor. Todos los
derechos reservados.
—Estos dos están muy enamorados, ¿no crees? —le dijo Jack a Janice
mientras volvían a casa en el coche.
—Eso parece. Espero que tu amigo no la fastidie.
—No lo hará. Hemos hablado mucho de eso. Me quise asegurar de que lo
que sentía por Gene era verdadero.
—¿Y qué ha querido decir con lo de tu madre? —Janice le había estado
dando vueltas a aquello.
—No le hagas caso, mi madre es una mujer de férreas convicciones,
tradicional y algo estirada, pero es una buena persona.
—No lo dudo, es una mujer judía y por lo tanto llevará su cultura muy
arraigada.
—Mi madre no es judía, es escocesa de pura cepa, su apellido de soltera es
McCan.
—Pensaba que eras judío cien por cien.
—Pues ya ves que no. Aún hay muchas cosas que descubrir el uno del otro y
espero poder conocerte como a la palma de mi mano. A veces eres muy
hermética.
—Si sabes que soy así de reservada es que ya me vas conociendo mejor. —
Sonrió ella.
—Así es, doctora Stone, y por eso me gustas tanto, eres todo un misterio
para mí.
2
Inevitablemente el lunes llegó y Janice se levantó perezosa aquella mañana.
Tras la cena con Gene y Lewis, Jack y ella habían pasado el resto del fin de
semana encerrados en su casa, disfrutando de los placeres que regalan los
comienzos de una relación. Jack era un amante fantástico y Janice disfrutaba
mucho con él. La hacía sentirse la mujer más deseada de la Tierra y se sentía
muy guapa y sexy entre sus brazos.
Se dispuso a prepararse un café, con el cabello todavía revuelto, y se dejó
caer en la silla de la cocina con el zumbido de la cafetera de fondo, sonriendo al
recordar algunos de los momentos vividos con Jack. Pero, de pronto, le vino a la
cabeza lo que Jack le había dicho el domingo antes de marcharse y frunció el
ceño.
—Janice, sé que no estás lista para conocer a mis padres. No entiendo la
razón, pero la respeto. Aun así, me gustaría pedirte algo.
—Adelante —dijo ella un poco recelosa.
—Verás, mi familia organiza una cena antes de la primera nevada de
Edimburgo. Es una antigua tradición familiar y me gustaría que me
acompañaras.
—¿Con tus padres? —A Janice la idea no le hizo demasiada gracia.
—Sí, son ellos quienes la organizan y supongo que estarán —le repuso él
mesándose el pelo y soltando una risilla.
—Hace un segundo me dices que respetas que todavía no quiera que me
presentes oficialmente, ¿y ahora me pides esto? —Janice no lograba entender
aquello.
—No te presentaré oficialmente, puedes venir en calidad de amiga. Lewis
vendrá con Gene. No me gustaría estar solo y aún menos sabiendo que te tengo a
ti.
—¿Y crees que alguien se va a creer que solo somos amigos? —rio Janice.
—Solo digo que me gustaría que me acompañaras. —Él la miró con los ojos
llenos de esperanza y ella no pudo resistirse más. Jack era un cielo.
—Lo haré —dijo asintiendo con la cabeza.
—¿De veras? —Los ojos de Jack brillaron contentos.
—Sí, iré a esa estúpida cena.
—No la califiques así delante de mi madre o te echará a los perros —la
previno él soltando una carcajada.
—¡Pues en buen lío me he metido! —exclamó ella arrepintiéndose en el acto
de haber accedido. El comentario de Lewis sobre la señora Lefkowitz todavía le
picaba tras la oreja.
—Ven aquí. —Jack la agarró del brazo y la acercó hacia él, apoyando la
frente en la de Janice para rozarle la nariz con la suya—. ¿Te he dicho ya que
eres preciosa?
—Unos miles de veces —respondió ella besándolo después.
Aquella noche Jack la convenció para pedir una pizza y ver una película.
Sabía que insistirle en salir a cenar fuera no sería buena idea y que el plan casero
se adaptaba mejor a las necesidades de su novia. Janice aceptó de buena gana a
acurrucarse con él en el sofá mientras veían Cuestión de tiempo, una de sus
películas favoritas.
—Entiendo por qué te gusta tanto esta película —comentó él.
—A ver, listillo, ¿por qué? —se burló ella, apartando la cabeza del hueco de
su hombro para mirarlo a la cara.
—Porque contigo todo es cuestión de tiempo —le respondió Jack besándola
con ternura.
Janice no podía resistirse a los besos de Jack, eran como una droga que
seducía todos sus sentidos. Y no le fue suficiente con aquel casto beso, quería
saborearlo entero y sentirlo bien cerca de ella. Se subió a horcajadas sobre sus
fuertes muslos, desprendiéndose de la manta que los cubría, y le envolvió la
nuca con las manos. Sus ojos se concentraron en los suyos y se mordió el labio
inferior esbozando una pícara sonrisa. Algo que excitó a Jack, sabía lo que
Janice quería e iba a dárselo. Janice era fuego en la cama y él ardía en deseos por
apagar sus llamas.
Sus bocas se unieron encajando a la perfección mientras sus lenguas se
acariciaban juguetonas y se sumían en un baile sensual y excitante que les iba
encendiendo los instintos. Al poco estaban devorándose y la película pasó a un
segundo plano.
Janice notó enseguida que la prominente erección de Jack le presionaba la
entrepierna, que le palpitaba dolorosamente clamando un remedio, y se movió
un poco sobre ella para procurarse alivio. Se deshizo con rapidez de la camiseta
y le ofreció los pechos a Jack. Él los agarró con suavidad y se los acarició para
luego centrarse en sus pezones. Los lamió con avidez, Janice tenía unos pechos
fantásticos que harían las delicias de cualquiera y Jack los disfrutaba porque eran
suyos, la sentía enteramente suya.
—Sabes a caramelo —dijo recorriéndole las rosadas areolas con la lengua
para después succionárselas hasta ponerle los pezones duros como piedras.
—Me vuelves loca, Jack —jadeó Janice mordiéndole el cuello. El sabor de
su piel era un manjar para su paladar. Nunca había experimentado en la boca un
sabor tan exquisito como la esencia que destilaba la piel de Jack. Una
mezcolanza de su propio ser y el perfume que usaba.
Ese hombre la volvía loca de deseo con su boca, sus manos y su fragancia
que la inundaba por dentro. No veía la hora de desnudarlo y comérselo entero de
arriba abajo, pero fue Jack quien esta vez tomó la iniciativa. Levantó a Janice y
la posó de nuevo en el sofá para comenzar a desnudarse para ella.
Era hipnótico, no parecía tener prisa alguna mientras se desabrochaba la
camisa mirándola con la cabeza ladeaba incitándola a observarlo. Y eso hacía
ella, lo contemplaba con deseo y ansia por poseerlo. En cuanto se quitó la
camisa, Janice gimió al ver su fuerte pectoral mientras él se tocaba la erección,
esa erección que ella ya sabía que era poderosa y capaz de catapultarla en el
mayor de los placeres terrenales, por encima del pantalón con un gesto tan sexy
que Janice no pudo aguantar más y comenzó a tocarse a sí misma introduciendo
la mano por dentro del pantalón del pijama. Estaba tan mojada que el roce era
delicioso y entornó los párpados dejándose llevar por todas las sensaciones que
se estaban concentrando en su núcleo del placer, henchido y caliente.
A Jack le encantaba cuando Janice hacía eso. Verla masturbarse para él lo
excitaba tanto o más que hacérselo él. Sin dejar de observar el cadente
movimiento de la mano de Janice bajo la tela del pijama, se deshizo del pantalón
y los bóxers, mostrándose ante ella con el corazón acelerado. Janice se
humedeció los labios y él sintió el deseo que irradiaban sus ojos, el deseo por
coronar su pene hasta desbordarlo de placer, pero antes quería llenarse la boca de
ella. Se agachó y le quitó a Janice el resto de la ropa para hundir la lengua entre
sus muslos. El sabor de aquella mujer lo aceleraba de tal manera que a veces la
embestía tan fuerte que pensaba que podría romperla. Janice parecía una mujer
frágil por la estructura pequeña y delicada de su cuerpo, pero no lo era, y eso
todavía enamoraba más a Jack Lefkowitz, que sentía que en Janice había hallado
al fin su alma gemela.
Era el equilibrio perfecto entre belleza, inteligencia e ingenio, siempre
conseguía hacerle reír con su humor algo ácido y disfrutaba tanto de su
conversación como de su cuerpo, un cuerpo fino de bailarina, pero de sinuosas
curvas y generosos pechos en proporción, rematados por unas suaves y apretadas
areolas de un rosa tan pálido que parecían pequeñas gotas de dulce de fresa.
Adoraba cubrírselos con la boca hasta escucharla jadear por el placer pidiéndole
más, mientras sus caderas se arqueaban buscando rozarse con su erección. Janice
por su parte, había encontrado en Jack la horma de su zapato, y había
descubierto que tras ese aspecto de gentleman de peinado impoluto y trajes
perfectos había un hombre ardiente y atrevido, destinado a hacerla gozar en
todos los aspectos.
4
Unos días más tarde, Janice se encontró en el vestíbulo de su edificio a su
amiga Gene justo cuando iba a salir camino de la cafetería. Como siempre,
llevaba el tiempo pegado al culo y si no se daba prisa perdería el autobús al
centro, aun así, hizo un alto y se detuvo a saludarla con dos besos. Entre los
horarios de una y de la otra, apenas se veían y llevaban varios días sin hablar.
—Estaría bien quedar un día de estos para tomar algo y charlar un rato —
comentó Janice con acritud, algo que a Gene no le pasó desapercibido.
—Lo siento, Janice, pero ya sabes que voy a mil por hora. Entre el máster
por las mañanas, el trabajo en el despacho por las tardes y Lewis —no pudo
evitar esbozar una soñadora sonrisa al nombrar al hombre del que estaba
perdidamente enamorada—, no tengo tiempo para casi nada. Pero te prometo
que de este fin de semana no pasa. Hablaré con Lewis y le diré que voy a quedar
con mis amigas, sí o sí.
—¿Necesitas su permiso? —Janice esta vez sonó bastante borde y Gene
sacudió la cabeza algo molesta por la actitud de su amiga. Era verdad que Lewis
era algo posesivo, pero Janice también lo era, y no estaba llevando demasiado
bien que se hubiera distanciado, pero lo cierto es que andaba muy ocupada y el
poco tiempo que tenía libre prefería pasarlo con su novio.
—No necesito su permiso y lo sabes perfectamente, no sé por qué dices eso
—le espetó Gene, sin camuflar el malestar—. Además, por lo que yo sé tampoco
tú paras mucho por casa.
Janice sacudió la cabeza y esta vez tomó aire sosegadamente antes de hablar.
Tenían que relajarse, ambas gozaban de fuertes caracteres y seguir lanzándose
reproches no solucionaría nada. Estaba claro que necesitaban una noche solo
para chicas. La tercera en discordia, Sarah, también se lamentaba mucho del
poco tiempo que pasaban juntas últimamente y se lo debían, pues ella estaba sola
y la tenían bastante abandonada.
—Perdona, Gene —dijo cambiando el tono y, sonriéndole a su amiga, se
excusó—: Parezco yo el novio celoso. Es que te echo mucho de menos, y tienes
razón, yo tampoco paso mucho tiempo en casa entre el trabajo, las clases y las
prácticas… —Lanzó un teatral suspiro, que hizo sonreír a su amiga, y añadió—:
Y Jack.
—Ay, Jack, Jack. —Gene puso los ojos en blanco—. Tenemos que hablar
sobre Jack largo y tendido. Estoy deseándolo. Ese hombre ha conseguido lo que
todo el mundo creía que era un imposible —dijo soltando una carcajada.
Janice chasqueó la lengua y se rio con su amiga.
—Pues sí que tengo mala fama —dijo ella muy consciente de que esa fama
se la había ganado a pulso, siempre alardeando de lo bien que estaba sola y lo
poco que necesitaba a los hombres para vivir.
Y así había sido, hasta que Jack hizo acto de aparición en su ajetreada vida,
desde entonces se había dejado llevar por completo por los sentimientos que
revoloteaban en su interior cada vez que escuchaba su voz o lo tenía cerca.
Aquello tenía que ser por fuerza eso que todos llamaban amor, porque si no,
¿qué podría ser? Janice nunca había sentido algo así con nadie y estaba
asombrada de lo bien que estaba llevando el sentir en su pecho esa necesidad por
llenar su tiempo y espacio con otra persona que no fuera ella misma, su
profesión o sus amigas. Una sensación que al principio la había aturdido un
poco, pero Jack siempre conseguía despejar esas dudas que se instalaban
brevemente en sus pensamientos con solo sonreírle, y ahora mismo aceptaba al
cien por cien la relación que mantenían y que ganaba fuerza cada día que pasaba.
—Entonces, ¿quedamos este viernes? —dijo Gene—. Yo puedo arreglarlo
para estar fuera del despacho a las siete.
Janice arrugó la nariz y le preguntó en broma:
—¿Tus jefes no te pondrán alguna pega? Se les ve muy estirados.
—Creo que sabré camelármelos —respondió Gene siguiéndole la broma—.
A uno de ellos lo tengo directamente en el bote y el otro bebe los vientos por una
que yo me sé, así que, si no quieren quedarse sin sexo el resto de fin de semana,
más les vale no decir ni pío.
—O sea, que vas a coaccionarlos de la manera más vil posible. —Janice
arqueó las cejas y luego silbó.
—No creo que sea necesario. Estarán encantados de dejarme salir a las siete
—rio Gene.
—Bueno, si necesitas refuerzos, no tienes más que decírmelo.
—Descuida, me las apañaré.
—Entonces, perfecto. Yo tengo libre el viernes por la tarde. Solo nos queda
saber si Sarah podrá. No sé si habrá quedado.
—¿Se lo dices tú?
—Está en casa ahora mismo, díselo cuando subas. Por cierto, ¿qué te trae
por aquí de buena mañana?
—He venido a por unas cosas.
—¿Aún hay cosas tuyas ahí arriba? —Janice no pudo evitar ironizar, era así
de serie y le costaba muchísimo contener esa acidez verbal.
Oficialmente Gene seguía compartiendo piso con ellas, pero poco a poco sus
cosas habían ido desapareciendo como por arte de magia. Poco quedaba de ella
allí y no tardaría mucho en decirles que se marchaba definitivamente. Ella y
Sarah estaban esperando el día que hiciera el comunicado oficial para poder
colgar en internet sin remordimientos un anuncio buscando nuevo inquilino.
Pagar la cantidad que pedía su casero, el señor MacDermot, entre las dos era
algo impensable con su miserable salario de camarera a tiempo parcial y el de
Sarah no mucho más boyante en una tienda de souvenirs en el Old Town.
—Alguna queda —rio Gene y se acercó a su mejilla para posarle un beso—.
Te dejo marchar, sé que llevas prisa y te estoy entreteniendo.
—Este viernes —canturreó Janice dándose la vuelta para luego salir
corriendo. Tenía exactamente tres minutos para llegar a la parada del autobús.
El viernes por la mañana, Janice fue a trabajar a The Country y recibió una
grata noticia por parte de su jefe.
—He estado pensando en lo que me dijiste el otro día —le dijo Bill
pinchando unas comandas.
—¿Qué te dije el otro día? —preguntó Janice sin apartar la vista de la
plancha de tortitas. Le daba pánico tener un descuido y quemarse, no sería la
primera vez.
—Sobre lo de subirte el sueldo. Creo que te lo mereces. Tus tortitas son las
mejores de la ciudad y han dado notoriedad al local. Te mereces un aumento.
—¿De veras? —preguntó con suma emoción. Un incremento en sus
ingresos, por leve que fuera, le vendría de maravilla.
—Totalmente, te incrementaré un veinticinco por ciento el salario.
Janice abrió los ojos como platos, gratamente sorprendida. Aquello era
mucho más de lo que había pensado.
—Muchas gracias, Bill. Eso hará que venga todavía más motivada.
—Si vienes más motivada me tocará ampliar el local para que quepa más
gente —comentó él con una amplia sonrisa.
Aquella tarde la tenía libre y había quedado con las chicas para tomar algo y
ponerse al día. Desde que Gene había dejado el piso y ella hacía triplete para
sacar adelante estudios y trabajos, no se veían demasiado.
Sarah y Janice se arreglaron en el apartamento de Queen Charlotte Street y
fueron en busca de Gene. Habían quedado en The Dome y ellas iban con retraso,
algo que pondría de los nervios a Gene que era la más organizada y
perfeccionista de las tres.
—He estado a punto de largarme. Llevo media hora aquí sentada dándole
largas al camarero para pedir la comida —les reprochó con el ceño fruncido.
—Lo sentimos. La culpa es mía —se disculpó Sarah visiblemente afectada.
—¿Te pasa algo? —le preguntó Gene a su amiga, posando la mano sobre la
suya.
—No. Todo va bien. Son tonterías.
—Sea cuál sea esa tontería, queremos saberla —apuntó Janice.
—Es por Luke —dijo Sarah finalmente.
—¿Qué te ha hecho ese malnacido? —preguntó Gene tensándose en la silla.
—No me ha hecho nada. Solo me ha confirmado lo que ya sospechaba.
—Habla claro de una vez, Sarah —intervino Janice.
—Hoy le he preguntado que hacia dónde iba nuestra relación y me ha
respondido que no teníamos ninguna relación, que solo somos amigos que se
divierten. Y no le culpo, es algo que yo había asumido desde un principio, pero
albergaba la esperanza de que con el tiempo pudiera enamorarse de mí.
—¿Tú te has enamorado de él? —preguntó Gene apretándole la mano.
—Supongo que siento algo por él, no sé si es amor, pero tengo sentimientos
hacia su persona.
—Bueno, ¿y qué le has dicho tú? —preguntó Janice.
—Que en ese caso ya no quería ser su amiga. Así que supongo que ya no
volveré a verlo más —respondió Sarah encogiéndose de hombros asumiendo
aquello.
—¡Todos los tíos son iguales! —exclamó Janice molesta.
—¿No lo dirás por Jack? Él no es así —le repuso Gene.
—No, obviamente no lo digo por Jack.
—Ni por Lewis —añadió Gene mirándola fijamente.
—Ni por Lewis, pesada. Hablo en términos generales. Es difícil encontrar
un hombre sin taras o sin miedo al compromiso.
—Para eso ya estás tú —dijo Sarah esbozando una ligera sonrisa.
—¡Yo no tengo miedo al compromiso! Solo lo veo algo a largo plazo. Tengo
otras prioridades.
—Pues mañana Jack te presentará en sociedad. Por lo menos ha conseguido
sacarte de tu cueva feminista —dijo Gene con guasa.
—Eso es bastante machista, ¿no crees?
—Lo que creo es que debes dejarte llevar. Sarah lo ha hecho, le ha salido
mal, pero vive según le dicta el corazón. Al fin y al cabo, es lo más bonito que
tenemos los seres humanos, el amor. Seguro que cuando menos se lo espera
conocerá a alguien estupendo que la llene de ilusión —dijo Gene con un suspiro.
—Eso espero, o acabaré sola en nuestro piso a merced de unos cuantos gatos
—comentó Sarah poniendo los ojos en blanco.
8
La entrada de la casa de los padres de Jack era imponente. Gozaba de un
sendero que conducía a un jardín delantero, donde la gente podía aparcar los
coches sin dificultad de espacio, coronado por una fuente central que ese día
lucía encendida, chisporroteando agua con alegría, iluminada por unos focos. A
Janice se le instauraron los nervios en la boca del estómago, temía no poder dar
un mísero bocado a lo que fuera que hubieran preparado los Lefkowitz.
—¿Estás nerviosa? —le preguntó Jack antes de entrar en la casa.
—¿Debería estarlo? —dijo ella disimulando su verdadero estado.
—No, no deberías. Estás preciosa y lo más importante, estás conmigo.
Jack la besó dulcemente en la mejilla y, agarrándole con fuerza la mano,
entraron.
Aquello no era una casa, era una mansión de aquellas que Janice había visto
en algunas series americanas, pero guardaba el estilo tradicional escocés. El
frente de una maravillosa escalera doble de mármol lucía el escudo de la familia
de la madre de Jack. Era verdaderamente imponente.
La gente andaba de un lado a otro con vestidos de fiesta de todos los colores,
algo que alivió a Janice, la dependienta no la había engañado y no sobresalía
negativamente entre los demás.
Una mujer vestida de negro, con un chal de seda perfectamente colocado
sobre los hombros, cerrado delante con un broche de brillantes, se acercó a la
pareja con una sonrisa, que a primera vista era sincera.
—Hijo mío —dijo estirando los brazos para alcanzarlo y darle dos pequeños
besos en las mejillas—, qué gusto verte. Estás guapísimo como siempre —
añadió recolocándole unos mechones de cabello.
—Mamá, tu también estás preciosa, como no podía ser de otro modo —le
respondió Jack muy galante—. Te presento a Janice Stone. Janice. Esta es mi
madre, Eleanor Lefkowitz.
—Mucho gusto, querida. —La madre de Jack le ofreció un pómulo para que
Janice se lo besara—. No he podido evitar fijarme en tu precioso vestido, ¿de
qué firma es?
—El gusto es mío, señora, y el vestido es de Jenners.
—¿Jenners? —Levantó el mentón un poco como tratando de hacer memoria
—. ¿Es algún modisto inglés?
—No. Es de almacenes Jenners. Seguramente los conozca, son bastante
famosos —respondió Janice con toda la inocencia del mundo.
—No tengo el gusto —dijo haciendo una extraña mueca.
—Janice está estudiando medicina, madre. Está completando sus prácticas
en el hospital Chalmers —intervino Jack.
—¿No es ese el hospital al que el señor Greene ha puesto la demanda? —
comentó Eleanor.
—¿Qué demanda? —preguntó Janice dirigiéndose a Jack, que solo hizo un
leve gesto con la cara.
—Lo siento, ¿he metido la pata? —dijo la madre de Jack—. Pensaba que lo
sabría. No se lo tengas en cuenta —se dirigió de nuevo a Janice—. Jack es muy
reservado con ciertas cosas, sobre todo las de su negocio.
Janice miró a los dos y se sintió incómoda.
—Disculpadme, tengo que atender a los invitados. Luego, hijo, si tienes un
hueco me gustaría comentarte algo —dijo Eleanor.
—Por supuesto, madre.
—Janice —dijo Eleanor, ladeando la cabeza, antes de marcharse y dejarlos
solos.
Janice esperó un tiempo prudencial antes de preguntarle a Jack por aquello
de la demanda. No entendía por qué no se lo había dicho, ¿acaso no confiaba en
ella?
—¿A qué ha venido eso? —le increpó, después de que Jack sirviera dos
copas de vino para ellos.
—¿A qué te refieres?
—Lo sabes perfectamente. A lo de la demanda contra el hospital. ¿Se puede
saber por qué no me lo has dicho?
—Supongo que no ha salido el tema.
—No puede salir ese tema si tú no lo sacas, Jack —le reprochó.
—Es un tema delicado.
—No lo dudo, ¿pero no confías en mí?
—Son cosas del bufete, no es cuestión de confianza.
—Yo te cuento cosas de pacientes y es algo que no debería hacer. ¿Acaso me
estás comparando con Miranda?
Jack puso mala cara al escuchar el nombre de su antigua secretaria, con la
que no había terminado demasiado bien.
—No digas tonterías, jamás haría tal cosa.
—Pues es lo que me ha parecido, Jack.
Al punto que Janice le dijo eso, Lewis y Gene se encontraron con ellos.
—Estás guapísima, Janice —la alabó su amiga.
—Gracias, tú también.
—¿Lo estáis pasando bien? —preguntó Lewis agarrando la cintura de Gene.
—Estupendamente, gracias —respondió Janice demasiado seca.
—¿Ha pasado algo o me lo parece a mí? —dijo Gene mirándolos a los dos,
conocía muy bien a su amiga Janice.
—No ha pasado nada. Si me disculpáis. —Janice se marchó de allí,
dejándolos a los tres con cara de póker.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Lewis a Jack.
—Mi madre ha sacado el tema del caso Greene.
—Te lo dije, te dije que debías decírselo.
—Lo sé, lo sé. No esperaba que mi madre soltara eso, no ha venido a cuento.
—Ya sabes cómo es Eleanor Lefkowitz.
—Janice me ha dicho que si la estoy comparando con Miranda. Sabéis que
no, ¿verdad? —Jack miró a ambos, esperando un no por respuesta.
—Lo sabemos. No te preocupes. Iré a ver cómo está —dijo Gene, dejando a
los dos amigos a solas.
—Tranquilo, Gene hablará con ella —dijo Lewis dándole un suave codazo.
—Tengo que hablar con mi madre, quería decirme algo y creo que yo
también tengo algo que decirle. No puede soltar esas cosas sobre mi trabajo. Sé
que era Janice, pero podría hacerlo con cualquiera.
—Está bien. Ve a ver qué quiere. Yo buscaré a Gene y a Janice. Para cuando
vuelvas te la tendremos suave como la seda —aseguró Lewis riendo.
—Muy gracioso. Janice no es tan brava como la pintan.
—Solo estaba bromeando —se rio Lewis—. Anda ve.
9
Eleanor Lefkowitz entró con Jack en una sala privada de la casa. Se sirvió
una copa del mueble bar y le ofreció otra a su hijo. Eleanor tenía por costumbre
ahondar los temas importantes con un vaso de coñac.
—Querido Jack, la mujer con la que has venido esta noche es encantadora y
tiene una belleza excepcional.
—Así es, madre.
—No obstante, no puedo aprobarla.
—¿Perdón? —dijo confuso con la copa a medio camino.
—Oh, Jack, ya sabes lo que opino sobre la importancia de sostener el estatus
de la familia. ¿No me dirás que te pilla desprevenido?
—No, pero creo que este estatus te pertenece a ti, yo he creado el mío propio
y no suelo medir a la gente por categorías, pero, si te interesa saberlo, Janice es
de categoría suprema.
—No lo dudo. Será una estupenda medico, pero viste de almacenes Jenners,
por el amor de Dios. Nadie en esta fiesta llevaría algo así.
—¿Qué me quieres decir con todo esto? —preguntó Jack mesándose el pelo,
se sentía incómodo con la situación.
—Verás, hijo, quiero que conozcas a alguien.
—No quiero conocer a nadie, quiero a Janice.
—Puedes pasar ratos divertidos con esa chica si quieres hasta que te des
cuenta de qué es lo que te conviene.
—No doy crédito a tus palabras. —Jack empezaba a tensarse.
—Lili Halston es la sobrina del duque de Rothesay. Una joven de veintidós
años muy bien educada.
—No quiero conocer a esa estirada —le replicó sin perder las formas.
—Modera tu lenguaje cuando hables conmigo. Lili no es ninguna estirada y
vendrás mañana a conocerla.
—¿Me has concertado una cita a ciegas? —preguntó exasperado.
—He concertado una visita. Se mostró muy solícita a conocerte y vendrás.
No puedes hacerle ese feo a la sobrina del duque de Rothesay.
—¿Te referirás a que no debo hacerte ese feo a ti? Pero no te das cuenta del
feo que me estás haciendo tú a mí.
—Es por tu bien. Una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos. Hemos
quedado a las cinco. No te retrases —dijo Eleanor, saliendo de la habitación y
dejando a Jack con la palabra en la boca.
Jack no daba crédito a todo lo que acababa de ocurrir. Los nefastos
acontecimientos se producían en cadena: Janice enfadada por lo del caso Greene,
su madre echando pestes sobre la mujer que él amaba y encima obligándolo a
asistir a una estúpida reunión con una duquesita desesperada por cazar un
marido.
Dio un largo trago a la copa de coñac y asumió que asistiría a la cita
concertada al día siguiente, ya que sería en casa de sus padres y podría
marcharse pronto. Nadie se iba a enterar y contentaría a su madre, a la que
prefería tener de buen humor. No sabía cómo podría reaccionar si no se dignaba
a aparecer en aquella encerrona. Eleanor era una mujer de armas tomar, de esas
que no se doblegaban ante nada, muy capaz de cualquier cosa para que la gente
hiciera lo que ella quisiera, y Jack no iba a ser menos.
Cuando salió del silencio de aquella habitación, buscó entre la multitud a sus
amigos, debían estar con Janice, pero su padre se acercó a él antes de que
pudiera localizarlos.
—Hijo, a mis brazos —le dijo, estrechándolo fuertemente.
—Hola, papá.
—¿Ya te ha dicho tu madre lo que tiene planeado para ti? —preguntó sin
apartar la mirada de su hijo.
—Sí.
—No le hagas caso. Sabes que si la chica no te gusta te dejará en paz. No
estamos en el siglo XVIII. Nadie va a obligarte a que te cases con alguien que no
quieres. Yo no lo consentiré, pero dale la oportunidad de lucirse o nos volverá
locos a los dos —dijo Jack padre, soltando una risotada.
—Eso haré, gracias, papá.
—Y si buscas a Lewis y a esas dos chicas, te diré que están en el jardín.
Hacía mucho que no veía a Gene, está muy guapa, y su amiga…
—Janice, se llama Janice.
—Eso, Janice, también lo es. Has elegido bien.
—Gracias de nuevo. He de irme.
—Lo entiendo, pasadlo bien.
Jack salió disparado hacia el jardín, necesitaba encontrarlos y sobre todo a
Janice. Quería largarse de allí lo antes posible, no fuera que su madre volviera a
aparecer en escena y metiera la pata de nuevo. Salió al jardín y se abrazó a sí
mismo para guarecerse del frío que hacía. Ciertamente la primera nevada se
acercaba. Lewis, Gene y Janice estaban sentados en el poyete de un gran
macetero.
—Janice, ¿podemos hablar? —le dijo con gesto preocupado.
—No hay nada de qué hablar, solo quiero irme a casa —respondió
poniéndose en pie con el rostro serio.
—Está bien, será lo mejor.
Janice se adelantó a Jack y este aprovechó la ocasión para preguntarles a sus
amigos.
—¿Está muy enfadada?
—No, se le pasará —contestó Gene acariciándole el brazo.
—Gracias por acompañarla mientras no estaba.
—¿Qué tal con tu madre? —le preguntó Lewis.
—Mañana hablamos, he de irme —les dijo. No podía contarlo allí
abiertamente, si lo hacía, Janice se enteraría por boca de Gene y debía ser más
cauto esta vez.
Cuando montaron en el coche, la tensión podía cortarse con un cuchillo.
Janice estaba claramente enfadada y no se le había pasado.
—Siento no habértelo contado antes, lo he hecho por ti.
—¿Por mí? —Ella lo miró extrañada—. Creo que te confundes, lo has hecho
por ti, porque no confías en mí. Piensas que voy a traicionarte como Miranda.
—Ella no eres tú, no éramos nada. Y, aunque no lo creas, lo he hecho para
no ponerte en un compromiso con tus compañeros de trabajo. No quería
involucrarte y que acabaras en boca del hospital como la novia del despiadado
abogado que quiere hundir su reputación. El anestesista ha dejado inválido a un
hombre que iba a operarse de una rodilla.
—¿El anestesista, John Barney?
—El mismo.
—Eso es gravísimo.
—Lo es, bastante tienes ya con enfrentarte a ese médico que se equivocó
con el diagnóstico de tu paciente. Está claro que ese hospital está lleno de
incompetentes y necesitan a alguien como tú, que atienda dignamente a los
pacientes. Si se enteran de que eres mi novia, no podrás pedir la residencia, te
odiarán por ello y podrían pensar que eres una amenaza para el hospital. ¿Lo
entiendes ahora?
—Lo entiendo, pero bastaba con que me dijeras que me callara.
—Reconozco que eso ha sido un error por mi parte y lo siento mucho. Pero
no pienses ni por asomo que es porque no confío en ti.
—Ahora me siento tonta.
—No te sientas tonta. Entiendo que tengas tus reservas, pero yo no soy así,
Janice. Te quiero.
—Es la primera vez que me lo dices. —Janice lo miró con ternura. Aquel
hombre terminaría por ablandarla.
—Alguna vez tendría que ser la primera y la ocasión lo merece, ¿podrás
perdonarme?
—No hay nada que perdonar, vayamos a casa —le dijo ella esbozando una
sonrisa.
—Entonces, ¿está todo bien?
—Lo está.
—¿Confías en mí?
—Confío, Jack, y yo también te quiero. —Janice al fin lo había dicho en voz
alta y no había pasado nada. No se le había caído la lengua ni desintegrado la
garganta. ¿Qué no sería capaz de hacer por él?
10
A la mañana siguiente, Janice se marchó temprano de casa de Jack. Habían
pasado la noche haciendo el amor apasionadamente, pues toda pelea debe acabar
con una gran reconciliación a base de sexo. Pero el deber obligó a Janice a
marcharse pronto, debía dedicar unas horas al estudio de las asignaturas que le
quedaban, y concretaron verse el lunes por la noche. Jack le había dicho que esa
tarde tenía unos asuntos que resolver con su padre acerca del bufete y él se sintió
fatal por haberle mentido. Pero era una mentira piadosa, no podía contarle la
verdad de las intenciones de su madre o la odiaría para siempre, además de a él
por acceder a las peticiones de Eleanor.
Aprovechó la soledad de su casa para hablar con Lewis por teléfono,
necesitaba escuchar a su amigo y contarle todo. El tiempo que habían estado
distanciados lo había echado mucho de menos, fue un periodo corto, pero lo
había pasado francamente mal. Lewis siempre había sido su confidente, casi
como el hermano que nunca tuvo, y a pesar de que le falló una vez, volvía a
confiar en él ciegamente.
Cuando le contó las intenciones de su madre, Lewis no pudo reprimir las
carcajadas.
—¿Una qué? —preguntó al otro lado del teléfono entre risas.
—Una duquesa. ¿Te lo puedes creer?
—Me lo puedo creer, estamos hablando de tu madre y ya sabemos que como
se le meta algo entre ceja y ceja no hay quien la pare.
—Pero esta vez se ha pasado, no puede inmiscuirse en mis temas personales
y sentimentales de esa forma. Es raro, antiguo y anticonstitucional.
—Lo es, por eso mismo no debes preocuparte. Ve a esa reunión familiar,
tomate un té con pastas y vuelves a tu vida. Ya le dirás que no te ha gustado la
duquesita y te dejará en paz.
—Hasta que encuentre a otra digna de casarse conmigo.
—Entonces ahí ya te planteas tener una conversación seria con tu madre.
—Es lo que haré —resopló Jack.
—Luego quiero todos los detalles de esa quedada esnob.
—Por favor, ni una palabra a Gene.
—Descuida, mis labios están sellados —le aseguró Lewis, haciendo un
gesto al otro lado que Jack no pudo ver.
La tarde en la cafetería fue un desastre. Janice no daba pie con bola. Los
problemas y el sueño podían con ella y estaba distraída. Bill le llamó la atención
varias veces cuando derramó los cafés y se equivocó en varias comandas.
—¿Se puede saber qué te pasa hoy? —le dijo en un rincón.
—Lo siento, Bill. Últimamente no puedo con todo. Hoy me siento realmente
cansada.
—Has tenido todo el fin de semana para descansar. Deberías dosificar mejor
el tiempo. No querría arrepentirme de haberte subido el sueldo —le espetó de
mala manera, algo poco común en su jefe.
—Y no te daré ni un motivo más, Bill. Lo siento, procuraré centrarme.
Bill bufó y se apiadó de Janice.
—Vete a casa y recarga las pilas. Mañana te quiero aquí una hora antes,
¿entendido?
—Te lo agradezco —dijo ella deshaciendo el nudo del delantal, deseosa de
llegar a casa y meter la cabeza dentro del horno.
14
Una semana después, Jack había perdido toda esperanza de comunicarse con
Janice. Había hablado con Gene para que hiciera entrar en razón a su amiga y
esta lo había intentado por la amistad que también le unía con él. Pero le fue
imposible convencerla de que hablara con él. Janice era sumamente tozuda. Jack,
por su parte, tampoco había querido darle explicaciones de quién era esa chica y
de por qué estaba en Whistlebinkis con ella, algo que dificultó la tarea que le
había encomendado a Gene.
—Lo siento, Jack. No entra en razón. Creo que lo mejor será que dejes pasar
el tiempo —le aconsejó Gene por teléfono.
—No quiero dejar pasar el tiempo, dejará de quererme. Debes creerme, esa
chica estaba de paso. Es una amiga de mi familia —aseguró él con un gran pesar.
—Te creo, pero entenderás que para ella sea difícil creerlo. Y, por otro lado,
sé que tú y Lewis me ocultáis algo sobre esa chica.
—No quiero que te lleves una mala impresión de mí.
—Así vas por mal camino.
—Está bien. Esa chica es la sobrina del duque de Rothesay. Mi madre
insistió en que la conociera y ya sabéis lo insistente que puede llegar a ser.
Tendría que haberle dicho que no, pero soy un maldito cobarde. Te juro que no
pasó nada entre nosotros, no tenía intención de volver a verla.
—¿Y por qué no le dices eso a Janice?
—Me odiaría aún más por ser un calzonazos. No me lo perdono yo mismo y
sé que ella no lo haría. Está muy ofendida con mi madre y si se enterara que, a
pesar de todo, fui a complacer sus deseos estaría perdido del todo.
—Lo entiendo. No sé qué más decirte, Jack.
—Tranquila, gracias por todo y, por favor, no le digas nada.
—No lo haré, eso será decisión tuya. Pero te aconsejo que dejes pasar el
tiempo y te sinceres. La verdad a veces duele, pero no hay mejor camino.
Jack reflexionó sobre las palabras de Gene, sabía que su amiga estaba en lo
cierto. Ella decidió pasar por alto muchas cosas a Lewis cuando supo la verdad y
quizá fuera lo más correcto. Lo de dejar pasar el tiempo era otro cantar, echaba
mucho de menos a Janice y el móvil le quemaba en la mano.
Decidió salir a correr un rato para despejarse, el deporte siempre había sido
un buen aliado para Jack en los momentos más difíciles de su vida. Esa semana
había ido a correr varias veces, el caso Greene contra Chalmers estaba siendo
más duro de lo que esperaba. Los médicos eran muy astutos y cada vez veía
menos clara la defensa. No obstante, no podía decepcionar a su cliente, ya no era
una cuestión de orgullo profesional, era algo moralmente necesario. Aquel
hombre había perdido la capacidad de correr como él, de bailar y caminar por las
calles de Edimburgo de la mano de sus hijos. Jack quería de verdad hacer
justicia.
Tras varios días de colegueo por el hospital, desde que le propusiera cenar
juntos, Janice había accedido. El viernes, aprovechando la tarde libre de esta y
cuadrando los turnos de Ryan, quedaron para cenar y tomar unas copas. Le
apetecía mucho conocer más cosas sobre ella, cuando se quitaba la bata y el
fonendo y solo era una joven de veinticinco años. Ya sabía que era una mujer
guerrera, pero de gran corazón, y esperaba descubrir en ella todavía más de esas
cualidades que tanto admiraba en una mujer.
El jueves por la noche Janice fue a cenar a casa de Ryan, solían alternar las
citas en casa de ella y en casa de él, pero nunca dormían juntos, algo que pronto
iba a cambiar.
—Estoy deseando conocer la cabaña de tus padres en la isla de Skye. Mi
amiga Gene solía pasar allí los veranos —comentó Janice cogiendo con las
manos un puñado de almendras.
—Mis padres aún lo hacen, pero creo que en invierno todavía tiene más
encanto. Por cierto, ¿has hablado ya con ella?
—No contesta a mis llamadas. No sé qué le he hecho. Sarah ha intentando
hablar con ella, pero no le ha dado ninguna explicación. Ella no es así.
—Tranquila, pronto se le pasará lo que sea que le suceda. A veces pasan
malentendidos y la gente nos lo tomamos a la tremenda, pero con el tiempo
empezamos a ver que las cosas no son tal y como las habíamos imaginado y que
quizá hemos exagerado las cosas.
Esas palabras hicieron que a Janice le diera un vuelco el corazón. Eran
palabras muy ciertas y sintió que ella misma se había ofuscado con el
comportamiento de Jack sin haberle dado oportunidad alguna de explicarse. No
sabía por qué su cabeza se la jugaba en aquel momento, estaba con Ryan y era
feliz, llevaba mucho tiempo sin darle vueltas al asunto, creía que lo suyo con
Jack estaba superado.
—¿Estás bien? Te has quedado muda —le dijo Ryan acariciándole la
espalda.
—Perdona. Estaba pensando en si la cabaña está bien provista de mantas.
—Por supuesto, ¿por qué te preocupa eso?
—Porque pienso quedarme en la cama desnuda contigo todo el fin de
semana —respondió Janice besándolo con ganas.
17
El cumpleaños de Jack padre era un acontecimiento que toda la plantilla de
Lefkowitz y Maddox Asociados, familiares y amigos íntimos de los Lefkowitz,
disfrutaban al máximo. El padre de Jack había sido el fundador del bufete junto a
su buen amigo Colin Graig, y todos los empleados lo conocían muy bien.
Aunque desvinculado de su profesión de abogado, seguía muy presente en las
decisiones de este, siendo como era socio minoritario, desde que su hijo y Lewis
habían tomado el año anterior el relevo en la dirección. Jack padre era un
hombre simpático y afable que sabía tratar a todos por igual, agasajando a todos
sus invitados con buena comida, excelente bebida y un ambiente agradable.
—Una fiesta encantadora como siempre, señor Lefkowitz —le dijo Liza
Brown, la abogada de familia del bufete.
—Encantador es que estéis todos aquí celebrando el cumpleaños de un viejo
como yo —le respondió Jack padre con una amplia sonrisa de satisfacción.
—Usted no es viejo. Está todavía en una edad maravillosa —le repuso Carol
Kelles, la recepcionista del despacho, que se había puesto sus mejores galas para
asistir a la fiesta del que fuera su primer jefe.
—Carol, tú que me ves con buenos ojos. La empleada más fiel que he tenido
nunca.
—No me diga esas cosas que me sonrojo —dijo ella entre risas.
—Vayamos con los demás. Creo que Eleanor quiere hacer un brindis —dijo
el señor Lefkowitz al grupo formado por los empleados del bufete.
Efectivamente, Eleanor hizo un brindis correcto y austero en honor a su
marido. Esa mujer era incapaz de soltar una chispa de humor en ningún acto que
tuviera protagonismo en su casa. El carácter de Eleanor era en términos vulgares
como si tuviera un palo metido por el culo.
—Un discurso encantador, madre —la aduló Jack hijo.
—Gracias, cariño. Pero tengo algunas sorpresas más preparadas para esta
familia.
—¿Sorpresas? Creía que no te gustaban las sorpresas. Te gusta controlar
todo milimétricamente —le repuso Jack esbozando una sonrisa mientras bebía
de su copa.
—Y así es, pero es una sorpresa controlada. Sé que te gustará.
—Deduzco por tanto que esa sorpresa es únicamente para mí.
—Y para mí si todo surge como es debido —dijo su madre asintiendo con la
cabeza.
—¿De qué se trata?
—Te lo diré porque debe estar a punto de llegar. Me prometió que estaría
aquí antes de la tarta —respondió mirando su reloj—. Se trata de Lili.
—¡Madre!
—Oh, no te pongas melodramático. Sé que lo pasasteis muy bien la última
vez que os visteis, y me alegra que comprendieras que esa Janice no era mujer
para ti.
—Eso no fue así exactamente —negó Jack agachando la mirada.
—Fuera como fuese, ahora eres un hombre libre. Y Lili Halston está
esperando por ti.
—¿Esperando? —dijo él soltando una risotada.
—Le gustas, jovencito. Estaría muy feo que no le prestaras atención esta
noche.
—Lo intentaré, madre.
—Ese es mi chico. Disfruta de la fiesta, querido.
Jack buscó entre la gente a Lewis, que se encontraba hablando con el señor
Patterson, el abogado fiscal del bufete.
—Jack, felicita a tus padres por la fiesta —dijo el señor Patterson nada más
verlo, metiéndose un canapé en la boca.
—De tu parte, Charles.
—Os dejo, voy a ver si pillo al camarero con la bandeja de estos canapés —
dijo el señor Patterson dejando solos a los dos amigos.
—Charles amenaza con acabar con todas las reservas de comida de la fiesta
—comentó Lewis riendo.
—No lo creo. Mi madre es demasiado previsora. Seguro que sobra comida
para un par de días. ¿Dónde está Gene?
—Ha ido con Liza y Carol al baño, pero están tardando mucho.
—Estarán dando una vuelta de reconocimiento.
—¿Qué tal con tu madre?
—Ha invitado a Lili —dijo Jack con resignación.
—¿A la loca Lili?
—La misma. Está empeñada en emparejarnos. ¿Te lo puedes creer?
—Me lo puedo creer. Pero Jack, ¿qué tienes que perder?
—Por culpa de esa chica Janice me dejó —le espetó Jack con hastío.
—¿Estás seguro? Yo creo que Janice tergiversó las cosas. No hiciste nada
con ella, solo te vio tomando unas cervezas.
—Eso es cierto.
—Y tanto que lo es, ¿acaso no puedes tomar unas cervezas con alguien solo
porque sea del sexo femenino?
—Lo sé, lo sé, pero Lili acabó sacándome de mis casillas.
—Bueno, tómatelo como un segundo intento, si no te gusta se lo dices a
Eleanor. Seguro que tiene una condesa escondida en la manga —dijo Lewis
riendo.
—Muy gracioso, Maddox, muy gracioso.
Jack pasó a ver a Gene, que se encontraba mucho mejor, pero debía pasar la
noche en el hospital en observación.
Les contó a sus amigos lo que había hablado con Janice y ambos le
animaron a que la llamara. Gene sabía que ese día Janice saldría a las diez del
hospital. Se lo había dicho mientras la intentaba calmar contándole mil cosas.
Así que, animado por ellos y por la respuesta afirmativa que Janice le había
dado antes en la cafetería, le escribió un mensaje y se ofreció a recogerla a la
salida del hospital para invitarla a comer algo en algún pub del centro. La
respuesta no tardó en llegar y a Jack se le aceleró el corazón.
A las diez y diez minutos, vio que Janice se despedía de unos compañeros y
miraba a su alrededor, buscando el coche de Jack. Este le hizo luces y ella fue a
su encuentro.
—¿No te importa que te vea?
—¿Quién, Ryan? No, no me importa. Solo voy a tomar algo con un amigo.
—Me alegra que te trate bien.
—Lo hace, pero no estamos aquí para hablar de eso. Tengo hambre.
—Tú y tu hambre —rio Jack, saliendo del aparcamiento.
En veinte minutos estaban entrando en un pub nuevo que acababan de abrir
en el centro. Era miércoles y el ambiente estaba tranquilo, así podrían disfrutar
de la cena y hablar sin levantar la voz, como era habitual en ese tipo de locales
frecuentados por la juventud de Edimburgo.
—No quiero molestarte con cosas del trabajo, pero no he podido dejar de
pensar en esa información que tienes sobre el caso Greene.
—Lo sé. Sé que no debía haberlo comentado, pero en realidad quiero
contártelo. Es más importante para mí que ayudes a ese pobre hombre que lo que
me une a Ryan —se sinceró ella, y Jack se alegró tanto por lo que concernía a
Harry Greene como a lo que podía suponer ese comentario en relación con ellos
dos. Si Ryan no era tan importante para Janice, tal vez lo suyo no estaba del todo
perdido. Todavía había esperanza.
—¿Creía haberte entendido que eras feliz?
—Soy feliz, pero él no es parte fundamental de mi felicidad. Es un buen
chico y me trata bien, pero… —A Janice se le atragantó la última frase.
—¿Pero? —dijo Jack instándola a que terminara lo que quería decir.
—Pero no eres tú —dijo finalmente sin evitar sonrojarse.
—Me alegra mucho oírte decir eso.
—No deberíamos estar haciendo esto. Está mal, Jack.
—Tampoco debimos hacer otras cosas antes y las hicimos. Cosas que
afectaron a nuestra felicidad y eso también está mal. Nos merecemos este
momento, hablar, sincerarnos.
—A mí me dolería que alguien me hiciera esto que estamos haciendo
nosotros.
—A mí me duele más no verte, no estar contigo, no poder olerte cada día.
—Jack…
—Déjame terminar.
—No hace falta que sigas, ya lo has dicho todo.
Janice se levantó de la mesa y se acercó a Jack, al que sorprendió besándolo
con ternura. Aunque lo había echado de menos, no se había dado de cuánto en
realidad hasta que lo había visto aquella mañana en el hospital. Al verlo la vida
se había parado de repente y no había comenzado a moverse hasta que él le
había sonreído, devolviéndole la esperanza de que no lo había perdido.
—Quería decir que también me dolía no poder besarte, pero me has quitado
ese dolor de un plumazo —dijo él cogiéndole la cara con ambas manos, uniendo
sus naricillas.
—Llévame a tu casa, Jack —le dijo Janice con lágrimas de felicidad en los
ojos.
—¿Ahora? Ya no quieres cenar.
Janice negó con la cabeza y sonrió.
—Eso puede esperar —respondió en el momento en el que el camarero se
acercaba a la mesa para tomar nota.
—¿Ocurre algo? ¿Se marchan? —preguntó, viendo que los clientes estaban
de pie.
—Es médico y le ha pitado el busca —respondió Jack, ayudando a Janice a
ponerse el abrigo.
—Lo siento. Volveremos otro día —añadió ella echando a andar a toda prisa.
En el exterior volvieron a besarse, esta vez desbordados de pasión. Jack
aprisionó el cuerpo de Janice contra la fachada de piedra del pub y devoró su
boca, mientras sus manos se perdían entre su suave cabello ondulado que
siempre olía a una mezcla de miel y frutas. Sabía que era por el champú que
usaba ella, pero ese olor lo perseguía a todos lados, echándolo de menos cada
segundo del día. Suspiró y olió su pelo, llenándose del aroma de Janice, sabiendo
que esta vez era de verdad y no el producto de su imaginación al pensar en ella.
Su virilidad se hizo poderosa y el vientre de Janice se tensó de deseo.
Necesitaba sentir las hábiles manos de Jack sobre su piel, sus persuasivos labios
besando los suyos, su fuerte y caliente miembro entrando en ella hasta hacerla
llorar de placer. El deseo que sentían era tan intenso que ambos sabían que sería
difícil controlarlo hasta llegar a casa de Jack.
Janice estaba tan excitada, que la humedad que se había instalado entre sus
muslos le hormigueaba de un modo tan agudo que apenas podía soportarlo. Su
cercanía, las sensaciones que la embargaban al tenerlo entre sus brazos, siendo
besada con esa voracidad que transmitía Jack hacia ella y la dureza de su
erección oprimiéndole el vientre. Jack se restregó contra ella, haciéndole saber
cuantísimo lo excitaba ella también y separó apenas los labios de su boca para
decirle lo mucho que la deseaba.
—No puedo esperar más, Janice. Necesito entrar en ti y sentirte entera
rodeando mi polla.
—Vayamos al coche —susurró ella con la voz entrecortada. Los besos de
Jack conseguían robarle el aliento. Tenía tantas ganas de que la penetrara que le
dolía el cuerpo entero.
Él la observó con intensidad y tragó saliva, controló la respiración y le
mordió la boca. Janice sintió que el placer empezaba a desbordarse por sus
braguitas.
—Por favor, Jack —le pidió. Estaban en la calle y aunque no había mucha
gente a aquellas horas, lo que estaban haciendo no era respetuoso.
Jack se separó y, tomándola de la mano, echó a andar calle arriba en
dirección a donde había aparcado el coche media hora antes, pero al llegar a la
segunda bocacalle, se detuvo y, dirigiéndole una expresiva mirada, le pidió
confirmación. Janice hizo un gesto de asentimiento y se desviaron del rumbo,
adentrándose en aquella oscura callejuela. Unos metros más adelante
encontraron un pequeño rincón entre dos fachadas no alineadas y Jack la empujó
contra él. En ese hueco estaban a salvo de miradas, siempre y cuando alguien no
pasara por allí, pero aun así la oscuridad les protegía de ser vistos. No obstante,
eso era un poco lo que andaban buscando: la excitación que multiplicaba por mil
las sensaciones que recorrían sus cuerpos ante la tensión de ser descubiertos o
que alguien los viera.
—¿Quieres que te muerda los pezones, Janice? —preguntó Jack, lamiéndole
el nacimiento del cuello, mientras con la mano le desabrochaba los botones de la
chaqueta.
—Sí, por favor —gimió ella, ayudándole a su vez con los botones de la
camisa. Necesitaba sentir la boca de Jack en sus crestas sonrosadas que, erguidas
de esplendor, clamaban su atención.
Jack apartó la copa del sujetador a un lado y su lengua recorrió el pico de
uno de sus pezones, primero suavemente para tantearlo. Gimió al notar que
estaba duro como un guijarro, lo apresó con los dientes y lo mordió sin llegar a
apretar, luego tiró de él, hasta que este se estiró visiblemente. Janice jadeó y le
pidió que apretara un poco más. Él lo hizo y ella sintió la humedad empapándole
ya los pantalones.
—Estoy muy mojada, Jack.
—¿Cuánto? —preguntó él abandonando el pezón con una sonrisa esbozada
en la boca.
—Mucho. Mira. —Le cogió la mano que no usaba para sujetarle el pecho y
se la puso entre los muslos. Jack sonrió de nuevo al sentir cómo se le mojaban
los dedos y los oprimió contra su sexo y empezó a moverlos sobre la tela del
vaquero, sabiendo que la dureza de la costura haría convulsionarse a Janice por
el gusto, y volvió a la carga con el pezón, mordisqueándolo y tirando de él.
Ella empezó a mover las caderas al compás de su mano y le pidió
entrecortadamente que la follara con los dedos, mientras se desabrochaba la
bragueta para facilitarle el acceso. Jack introdujo la mano por dentro de los
vaqueros hasta llegar a su sexo rebosante y caliente y, sin detenerse a juguetear
con su clítoris hinchado y palpitante, le metió tres dedos de golpe, algo que ella
recibió con un fuerte jadeo.
—Grita. Sé cuánto te gusta liberarte, Janice —le dijo Jack, arqueando los
dedos contra su carne más íntima para hacerla disfrutar como se merecía.
Janice se sentía tan bien que gritó dejándose llevar, sin pensar que estaban
en el exterior y que alguien podía acudir en su ayuda, alertado por sus gritos. En
cambio, Jack sí pensó en esa posibilidad y, cubriéndole la boca, sofocó sus gritos
sin dejar de embestirla con los dedos, al tiempo que ella movía las caderas contra
su cuerpo. La tenía tan dura que pensaba que si no le daba alivio pronto se le
partiría por la mitad.
—No puedo más. Voy a follarte —le dijo, dándole la vuelta. Sus pechos
desnudos tocaron la fría pared de piedra, calmándole un poco el escozor que le
había provocado las mordeduras de Jack—. ¿Quieres que lo haga? —le preguntó
a la vez que le bajaba los pantalones y las bragas. Ella tan solo asintió. Su
garganta era un sinfín de jadeos—. Pídemelo —le exigió susurrándole en el oído,
apretándose contra ella.
—Hazlo —consiguió decir con la voz entrecortada. Sentía la gruesa y dura
erección de Jack marcándole el trasero.
—Abre las piernas —le ordenó al tiempo que con sus manos guiaba su
miembro hasta su entrada, luego lo movió sobre su carne inflamada,
acariciándole de un modo desquiciante donde más lo necesitaba. Ella arqueó la
espalda buscando su propio alivio y él aprovechó el momento para penetrarla.
Doblando levemente las rodillas la empaló de una estocada y luego comenzó a
moverse contra ella, empujándola contra la pared, mientras ella le pedía que no
parase.
—¿Te gusta así, Janice? —preguntó Jack acoplándose de nuevo dentro de
ella, estaba tan mojada que, en algunas salidas, se le terminaba por salir del todo.
—Sigue, no pares —respondió ella y él volvió a la carga, balanceándose en
aquel baile sexual en el que sus cuerpos se movían como uno solo.
Sabía que ella estaba cerca de explotar, así que mientras con una mano le
cubría la boca con la otra le buscó el clítoris desde delante y comenzó a frotarlo
sin tregua, notando lo inflamado que estaba y provocando que ella sintiera un
relámpago de placer. Sus pezones erectos se rozaban a la vez contra la dura
pared incrementando las sensaciones en su cuerpo hasta volverlas infinitas.
Janice no podía soportar tanto placer dentro y tuvo que liberarlo. Salió por todas
las partes de su cuerpo a borbotones; de sus pezones, calentando la pared; de su
sexo, mojando la erección de Jack, que dura y fuerte, seguía penetrándola; de su
clítoris como una corriente eléctrica que traspasó las yemas de los dedos de Jack
y las penetró, recorriéndole la mano, el brazo y el pecho hasta llegar a su
virilidad conectada íntimamente con Janice, provocándole una última convulsión
que terminó por liberarlo a él, derramándose entero dentro de ella. Jack jadeó
mientras arqueaba la espalda y bombeaba las últimas gotas de su savia en el
interior de ella.
—Janice. —La besó en el hombro a la vez que le cubría el cuerpo con el
suyo—. Te quiero. No puedo vivir sin ti.
—Ni yo sin ti —dijo ella, subiéndose a toda prisa las braguitas. Aquellas
escenitas con Jack la excitaban mucho en el fragor del momento, pero, una vez
pasado, le entraba un pudor tremendo.
—Te echaba de menos y echaba de menos esto —le confesó él, dándole la
vuelta para mirarla a los ojos—. Tus ojos, tus labios, tus pechos, tus pezones del
color del dulce de fresa. —Con la mirada fue recorriendo cada parte mencionada
hasta llegar a estos últimos y, bajando la cabeza hacia ellos, se los besó
delicadamente, primero uno y luego el otro antes de cubrírselos con el sujetador.
Después le ayudó con los botones de la blusa—. No vuelvas a alejarte de mí. Por
muy imbécil que yo sea o muy mal que haga las cosas, no vuelvas a marcharte.
El rostro de Janice se iluminó con una enorme sonrisa. Ella tampoco quería
irse a ningún lado si no era con Jack.
—Yo tampoco quiero irme. —Janice dejó de abrocharse el abrigo para
mirarlo a los ojos. Había tanto amor en ellos, que ella no podía menos que
sentirse estúpida por haberse alejado de él, pero también sabía que estar juntos
de nuevo era muy difícil.
—Hemos sido muy tontos, los dos. Tú y yo —dijo Jack.
—Mucho. Por cierto, esto ha sido —volteó los ojos— impresionante.
—¿No me querrás solo por mi cuerpo? —bromeó Jack que también había
echado de menos ese sexo brutal y a veces desmedido que solo compartía con
Janice.
—Es un gran punto a tu favor, no lo negaré —rio ella.
22
—¿Sigues teniendo hambre? —le preguntó Jack cuando, tomados de las
manos, abandonaron aquella oscura callejuela, que había presenciado lo mucho
que ellos dos se entendían.
—Sí —confirmó Janice.
—Pues el pub sigue ahí —dijo él, señalándolo con la mano que los unía.
—Me parece una idea estupenda —dijo Janice, echando a andar en dirección
a la entrada. Jack la detuvo y se inclinó para besarla con suavidad en la boca.
Cuando se retiró, ella sonreía abiertamente.
—Eres una mujer muy voluble.
—No, soy una mujer acostumbrada a reordenar sus prioridades según la
ocasión. Y antes he decidido que necesitaba mucho más calmar mi ansia por ti
que el hambre que sentía en el estómago.
Jack se echó a reír, orgulloso de ser el culpable de ese cambio de decisión,
de nuevo se sentía como él era, sin artificios de cara a la galería, y, aunque había
ciertas cosas que tendría que solucionar, no pensaba dejar que Janice volviera a
marcharse. Nunca más.
Volvieron a entrar en el pub y el camarero se acercó, reconociéndolos al
instante.
—¿No le había pitado el busca?
—Sí —respondió Janice—, pero era una falsa alarma.
—La mesa de antes sigue libre. Los acompañaré.
Tomaron asiento y mientras estudiaban la carta, Jack recibió una llamada.
Era Lili. Tras sacar el móvil del bolsillo de su chaqueta, se quedó mirando la
pantalla contrariado. No era un buen momento para hablar con ella. Lili seguía
siendo su novia y pensar en lo que acababa de hacerle le avergonzaba, pero, la
felicidad que sentía por estar de nuevo con Janice, ayudaba a disipar la culpa.
—Es ella —le dijo.
—Responde, si quieres.
—No será nada importante —repuso, desechando la llamada y guardando el
móvil, pero, antes de introducirlo en el bolsillo, lo pensó mejor y decidió ponerlo
en modo avión para que no volvieran a molestarlos.
—¿Te gusta mucho? —quiso saber Janice, mordiéndose nerviosa el labio
inferior. Lo que acababa de suceder había sido increíble, pero no era correcto ni
para con Ryan ni para con esa chica con la que salía Jack.
—Me gusta, pero no estoy enamorado de ella.
—Eso es obvio, si no no habrías hecho conmigo lo que acabas de hacer.
—Nunca podría sentir por ella lo que siento por ti.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque eres la única que me hace ser capaz de engañar a una mujer. Yo no
soy así, Janice. Yo no hago estas cosas.
Ella lo miró extrañada, aunque pensaba que había conseguido entender lo
que quería expresar. Janice también se sentía muy confusa, todos los
sentimientos que tenía dentro se enredaban cuando tenía a Jack cerca. Ella
tampoco era una persona promiscua, pero con él había descubierto que también
era capaz de engañar a un hombre por el simple hecho de no poder resistirse a lo
que su cuerpo le pedía con tanta intensidad. Antes había sentido que necesitaba
llenarse de Jack, que sus manos abarcaran todo su cuerpo y sus labios la besaran
hasta dejarla sin aliento, y había comprobado poco después que la pasión entre
ellos estaba más encendida que nunca. Nadie le hacía sentir lo que sentía cuando
estaba con Jack, y no solo era sexo. Lo era todo.
—Yo tampoco y ahora me siento mal por Ryan —se sinceró, masajeándose
la frente.
—Y yo un poco por Lili —dijo Jack con pesar—. Hablaré con ella mañana y
le diré que no podemos seguir saliendo.
—No quiero que hagas eso.
—¿Por qué? Creo que ha quedado claro que tú y yo volvemos a estar juntos
—le repuso Jack apoyando las manos sobre las de Janice que descansaban en la
mesa.
—Lo deseo más que nada, pero es complicado —se lamentó ella—, porque,
aunque nosotros nos queramos, hay muchas cosas que nos separan, y, además,
¿qué pensará tu madre?
—Me importa una mierda lo que piense mi madre.
—¿Te seguirá importando una mierda la próxima vez que me lleves a tu
casa? —le reprochó ella.
—Esa ya no es mi casa, es la suya —la contradijo molesto—. Y si no te
acepta, no volveré a ir yo tampoco.
—No puedes hacer eso, Jack. Son tus padres, no puedes renunciar así a tu
familia. Ellos te quieren, creen que hacen lo mejor para ti.
—Si de verdad me quieren tendrán que aceptarte. Aunque mi padre ya lo
hace, este prejuicio es solo por parte de mi madre. Pero hablaré con ella y le
dejaré las cosas claras. Si no te acepta, me perderá a mí —declaró Jack con
rotundidad.
—Jack, te lo agradezco, pero no quiero ser el motivo por el que rompas
lazos con tu madre. Algún día podrías arrepentirte y echármelo en cara.
—No será por tu culpa, será por la suya. No puedo anteponer sus
pretensiones a mis deseos.
El camarero se acercó para tomar nota y le pidieron unas hamburguesas
especiales de ternera kobe, foie y cebolla caramelizada, unas patatas paja fritas
con bacon y queso chédar y unas pintas para acompañar. Mientras esperaban que
les trajeran la comanda siguieron hablando sobre la madre de Jack.
—¿Fue por ella que decidiste romper conmigo? —quiso saber él.
—No solo por ella y lo sabes. Aquello que vi en el pub me cayó encima
como un jarro de agua fría. Nunca he sido una mujer celosa, pero verte allí con
esa chica me encendió de sobremanera. Igual tampoco estaba tan equivocada, ya
que ahora es tu novia —se explicó Janice con pesar—. Pero en gran parte sí se
debe a eso. Sabes que estoy muy unida a mis padres y pensar que tú pudieras
distanciarte de los tuyos por mí me resultaba algo muy difícil de digerir. Uno no
puede jugárselo todo por nadie. ¿Y si lo nuestro no terminaba bien? ¿De qué te
habría servido enfrentarte a Eleanor?
—Lo tendría que hacer de todos modos, si no eres tú, será otra cosa, y no
estoy dispuesto a pasar por su aro. Nunca más.
23
—No hablemos de eso ahora o la cena me va a sentar mal —dijo Janice
sorbiendo de su jarra de cerveza.
—Hablo de estas cosas, porque quiero volver contigo —insistió Jack. Sabía
que ella lo amaba, pero no podía dejar que se alejara de nuevo.
—Es una probabilidad a largo plazo, Jack. No podemos eliminar a la gente
que hemos incluido en nuestra vida de un plumazo.
—¿Y entonces? —le preguntó él agobiado.
—Entonces nada, disfrutemos del momento —respondió ella jovialmente,
como si no estuviera pasando nada extraordinario.
—Me confundes, Janice. Me vuelves loco.
—No lo pretendo. Solo es que Ryan está pasando un mal momento y no
puedo salir de aquí y llamarlo para decirle que lo nuestro ha terminado así de
repente. He intentado comentártelo durante toda la noche, pero tú también me
vuelves loca a mí —dijo Janice, ladeando la cabeza y dedicándole una sonrisa a
Jack para que se relajara.
—Pues suéltame lo que tengas que decirme y remátame del todo —le
reprochó Jack.
—Creo que te alegrará lo que tengo que decirte. Es sobre el caso Greene y
las artimañas que el hospital tiene preparadas. Gregory Perkinson ha pedido a
Ryan que mienta en la vista. Al parecer los médicos eran conocedores de que la
aguja tocó la membrana que recubre la columna, provocándole una complicación
que hubieran revertido si hubieran aplicado el protocolo correcto, pero
prefirieron dormirlo entero y seguir con la operación a pesar de que el señor
Greene se quejó de molestias respiratorias durante la intervención. Ese hombre
era paciente de Ryan y fue a interesarse por su estado cuando terminaron la
operación. Escuchó lo que hablaban y les echó en cara que no habían actuado
bien. Después de eso, lo tienen amenazado, y sabe que si no miente lo
despedirán y no recibirá ninguna recomendación para trabajar en ningún otro
hospital de este país. ¿Me entiendes ahora?
—Lo que me cuentas es interesante, pero si él no testifica a favor de Harry
Greene no podemos probar eso.
—Lo sé, pero yo puedo convencerlo —dijo Janice emocionada con la idea.
—No quiero que lo hagas si eso supone seguir acostándote con él. No puedo
pedirte eso.
—Quiero ayudar a ese hombre. Le han jodido la vida cuatro matasanos.
—Janice…
—Jack, no pienso dejar a Ryan ahora, tienes que tener paciencia y ambos
debemos pensar las cosas bien. Precipitarse no es bueno, ya lo hemos hecho
antes y no ha salido bien.
—¿Pretendes que hoy vuelva a casa solo y haga como que esto no ha
pasado? —preguntó Jack, abriendo los ojos sorprendido por la capacidad de
Janice de restar importancia a las cosas.
—Nadie ha dicho que tengas que volver solo.
—No te reconozco, Janice.
—Pues entonces deberíamos volver a conocernos a fondo —le repuso Janice
de manera coqueta.
Entretanto, en el piso de Jack las cosas no estaban tan bien como habían
empezado. Subieron apresuradamente, casi quitándose la ropa antes de cruzar el
umbral de la puerta. Jack la había apoyado contra la pared y la había besado de
arriba abajo, excitándola al máximo para luego llevársela a su cama en brazos.
Hicieron el amor y jugaron con sus cuerpos como a ellos les gustaba, habían
disfrutado muchísimo de aquel segundo asalto de la noche, pero los ánimos se
torcieron cuando Janice encontró un anillo antiguo de compromiso sobre la
mesita de noche de Jack.
—¿Y este anillo? —le inquirió con el ceño fruncido, alzando la sortija con
dos dedos.
—Es un anillo familiar, mi madre me lo dio.
—¿Para qué te lo pusieras tú o para que se lo pusieras a otra en el anular
izquierdo? —preguntó ella incorporándose de la cama, lanzándole el anillo a la
cara.
—No pensaba hacerlo, Janice. Si alguien merece ese anillo eres tú.
—No, no sigas por ese lado. Antes me has dicho que querías volver conmigo
y que te había secuestrado el corazón. La única que te tiene secuestrado es tu
madre y no quiero interponerme en esa relación tan bonita que tenéis —le
reprochó ella, poniéndose la ropa atropelladamente, mientras ironizaba sobre la
relación madre e hijo.
—Janice, por favor —dijo Jack intentando detenerla.
—Me arrepiento de haber venido y de haberme acostado contigo. Y mucho
más de haberte contado lo de Ryan. Soy una mala persona y una egoísta.
—No digas eso, no lo eres. Tienes razón, soy un gilipollas por dejarme
manipular, pero lo que me has contado lo has hecho por ayudar a un pobre
hombre.
—En parte, pero otra parte de mí lo ha hecho por ti. —Janice se zafó de los
brazos de Jack que la intentaban retener y se marchó de allí dando un portazo.
Lili llegó a casa de los Lefkowitz interpretando su mejor papel. Era una
mujer que no se dejaba llevar por las emociones fácilmente en su vida real, pero
si quería conseguir meter la cabeza en esa adinerada familia y casarse con Jack,
los problemas financieros que sufría se verían solventados, y eso era motivo más
que suficiente para llorar a lágrima viva si era necesario. Su tío en duque de
Rothesay, a pesar de gozar de un título nobiliario, estaba arruinado al igual que
toda su familia. Habían tenido que vender casi todas sus propiedades para pagar
a los acreedores que los acosaban día sí y día también, pero ese detalle todavía
seguía oculto a los ojos de la alta sociedad escocesa, y ella podría salvar su culo
de vivir relegada a una vida de pobre con la ayuda de Eleanor que, creyéndose la
señora Lefkowitz muy inteligente, no había reparado en averiguar la actual
posición de la familia de Lili Halston.
—¡Dios mío, querida, estás helada! —exclamó Eleanor en cuanto vio a la
muchacha con la nariz roja y castañeando los dientes—. ¿No te ha puesto
Monroe la calefacción en el coche?
—Sí, pero no he conseguido entrar en calor, los nervios no han ayudado.
—¿No traes maleta?
—No, pensaba quedarme con Jack. En su casa tengo algunas cosas y no lo
vi necesario —le contestó forzando un sollozo.
—Este hijo mío es un irresponsable. Me avergüenzo profundamente de lo
que ha hecho, pero te prometo que lo arreglaremos. Si él no quiere abrir los ojos
tendremos que ayudarlo a hacerlo nosotras.
Eleanor pidió al servicio que preparara un té y algo de comer mientras Lili
se daba un baño y se ponía un pijama que Eleanor le había prestado. A pesar de
que era muy tarde, Eleanor le pidió que bajara a tomarse el té y hablar un poco
más sobre los planes que tenía para propiciar el compromiso de Lili y Jack.
—¿Te encuentras mejor? —le preguntó Eleanor sirviéndole una taza de té
ella misma, puesto que había mandado al servicio a descansar.
—Sí, muchas gracias por acogerme y rescatarme del frío.
—Es lo menos que puedo hacer para disculparme por lo que ha hecho mi
hijo.
—Me ha dolido mucho. Lo quiero tanto, Eleanor —dijo sin reparo alguno de
decir aquellas cosas tan falsas. Lili no se dejaba mover por los sentimientos y
menos por aquellos que realmente no sentía por Jack.
—Lo sé, se te nota en la mirada que estás enamorada. Y haberme llamado
denota que quieres luchar por mi hijo y ser una buena esposa. Las mujeres de
hoy en día no aguantan nada. Una mujer debe saber cuál es su lugar y que los
hombres a veces hacen muchas tonterías.
—Así es, Eleanor —dijo ella contentando a la madre de Jack y a su mente
retrograda y apolillada.
—Bien, querida, hablemos ahora de esa fiesta de compromiso —le dijo
esbozando una media sonrisa, pues Eleanor no era mujer de grandes gestos
faciales—. Quiero que sepas que ya le he hablado a Jack de esa posibilidad y le
he entregado el anillo de la familia. No lo rechazó y se lo guardó para llegado el
momento. Jack es muy solícito conmigo, lo he educado muy bien. Hablaré con él
el domingo y fijaremos una fecha para anunciar vuestro compromiso.
—Eso sería fantástico, pero ¿crees que él aceptará casarse conmigo? Si me
rechaza me partirá el corazón, Eleanor —dijo Lili suspirando mientras se
agarraba el pecho.
—Lo hará, querida, lo hará. Jack no pondría en peligro el buen nombre de la
familia y mancharía con esa deshonra el apellido Lefkowitz. Lo conozco, es
demasiado moldeable y me adora, nunca me defraudaría.
—Eso espero, o mi corazón quedaría maltrecho y mi tío estaría muy
disgustado. No quisiera que fuera hablando mal de vuestra familia en los
círculos de la sociedad escocesa, sería un agravio para ti. Como sabes mi tío no
tiene descendencia y yo seré la futura duquesa de Rothesay. No quisiera tener
que vivir maldiciendo a Jack Lefkowitz y a su familia por rechazarme, ¿verdad,
Eleanor? —dijo Lili con un tono que a Eleanor le preocupó de sobremanera.
—Eso no pasará. Confía en mí, querida —contestó alzando con nerviosismo
la taza de té.
25
El resto de la semana, Jack pasó muy malas noches, algo que le estaba
causando mella en el trabajo. La ausencia de Lewis, por su parte, que había
pedido unos días libres para cuidar de Gene, le dejaba además poca capacidad de
maniobra, ya que tenía que ocuparse también de algunos clientes de su socio.
Lo que había pasado con Janice lo había dejado muy tocado. Era la segunda
vez que perdía a la mujer de su vida por culpa de su madre, que lo había llamado
la noche anterior para pedirle que fuera a su residencia el domingo para hablar
con él. Jack había accedido como siempre, no sabía qué carajo se le había
antojado ahora a Eleanor, pero si era algo que tuviera que ver con su vida,
pensaba pararle los pies de inmediato.
Por otro lado, había hablado con Lili por teléfono y esta había intentado
propiciar un encuentro, prometiéndole una noche de pasión y lujuria. Una de las
cosas que más le agradaba a Jack de esa chica es que sexualmente lo
completaba. Al igual que él, tenía gustos extravagantes y era una amante
excepcional, pero no se encontraba con ánimos, y le había puesto excusas de
trabajo. Todavía se sentía culpable, pese a que no se arrepentía de haberse
acostado con Janice, porque era a la que verdaderamente amaba, pero sentía
pena por Lili, puesto que no merecía la traición.
Jack nunca había engañado a ninguna mujer, era la primera vez que lo había
hecho y saber ahora que era capaz de algo así lo torturaba, pero cuando pensaba
que lo había hecho por el amor que sentía por Janice esa culpa se disipaba un
poco. Ahora ya no tenía claro qué iba a hacer. Quizá debería pasar página de una
vez por todas y dejarse llevar. Estaba casi seguro de que con el tiempo podría
acabar enamorándose de Lili, y si Janice no iba a volver a formar parte de su
vida, lo mejor sería continuar con la suya.
Janice no pasó esos días de mejor manera, estuvo dándole vueltas a lo que le
había revelado a Jack sobre el caso Greene y se reprendió mentalmente por ello.
Con la intención de redimirse, le había contado a Sarah todo lo que había
sucedido y esta le echó un sermón moral que le estuvo martilleando la cabeza
esos días. Tenía que contarle a Ryan que había hablado con un abogado de la
parte contraria al hospital, omitiendo claramente en qué situación se encontraba
con dicho abogado cuando le contó aquello. Lo había traicionado doblemente,
pero había cosas que era mejor no contar y más si no iban a repetirse nunca más.
Esa tarde de viernes aprovechó un momento en el que la planta estaba
tranquila. Ese día no les tocaba atender urgencias y mandó un mensaje a Ryan,
para verse en la sala de descanso, cuando terminó con su último paciente.
—Hola, princesa —la saludó Ryan en cuanto entró en la sala y la encontró
sentada bebiendo un café.
—Hola, Ryan. Siéntate a mi lado —dijo ella con mala cara.
—¿Qué sucede? —Ryan se sentó lentamente. Sabía que Janice iba a decirle
algo poco agradable, o al menos su expresión decía eso.
—Tengo que contarte algo, algo que no te va a gustar y quiero que sepas que
me arrepiento mucho.
—Me estás asustando, Janice.
—Verás, nunca te he hablado de ello porque no lo creía importante y aún no
conoces a mis amigos. Excepto a Sarah —empezó con una risa nerviosa—, pero
el resto son abogados… bueno, no todos. Gene se dedica al marketing y tengo
más amigos que son otras muchas cosas…
—¿Dónde quieres llegar a parar?
—Verás, mis amigos, los abogados… —Janice miró a Ryan para comprobar
que este seguía el hilo de la conversación y este asintió—… Son los abogados
que llevan la demanda de Harry Greene. Más concretamente, uno de ellos, Jack
Lefkowitz.
—Al grano —dijo él temiéndose lo peor.
—Le conté lo que me dijiste sobre el día de la operación y temo que puedan
usarlo de alguna manera en la vista del viernes.
—¿Por qué has hecho tal cosa? —preguntó Ryan elevando el tono.
—No lo sé. Quedamos para tomar unas copas y me habló del pobre Harry y
de cómo se encuentra en su nueva situación. Ese hombre ha perdido tanto por
una simple operación de rodilla que me solidaricé o estaba borracha, no lo sé. La
cuestión es que se lo dije.
—No me esperaba esto de ti. He confiado en ti y me has puesto en una
situación muy comprometida, Janice. ¿Sabes cuáles pueden ser las
consecuencias si esa gente me interroga y utiliza eso que les has dicho? Si lo
hacen, el hospital pensará que les ha llegado esa información de mi mano,
porque es algo que solo sé yo y los médicos que lo operaron.
—Lo sé, por eso tenía que contártelo. Tenía que prevenirte. He sido una
tonta, y lo siento mucho.
—No lo sientas, Janice, no vale de nada —dijo Ryan poniéndose en pie con
un cabreo monumental.
—Ryan, perdóname.
—No creo que pueda hacerlo, que te vaya bien Janice —dijo marchándose
de allí y dejando a Janice llorando desconsoladamente.
Acto seguido, Janice llamó a Gene, necesitaba a su amiga, necesitaba
contarle todo y pedirle perdón por todo lo que le había dicho de Lewis. Si bien
ya lo había hecho el día que Gene fue al hospital por lo sucedido con su
embarazo, necesitaba disculparse más. Janice siempre había tildado a Lewis de
ser un gilipollas y ahora ella se había convertido en eso mismo. Sus palabras
hacia Lewis se habían vuelto contra ella y necesitaba decírselo, y no solo a Gene,
también al propio Lewis. Gene, que seguía de reposo, le pidió que fuera a su
casa, y en cuanto salió del hospital fue directa a verlos.
A las nueve en punto, tal y como Jack le había prometido a Lili, pasó a
recogerla. La chica apareció abrigada hasta el cuello con un gorro de lana rosa
que acababa en un gracioso pompón en la punta. El look le daba un aspecto
juvenil e inocente y Jack sintió ternura al verla. Era preciosa y era inevitable no
ver la belleza de la que gozaba. Tenía esa despreocupación de una joven de su
edad con el punto de locura que le gustaba a Jack, y, además, el saber estar de
una chica de su posición. Una combinación perfecta para la intimidad en pareja y
la vida pública que Eleanor deseaba.
—Qué frío tengo. Si llegas a tardar un minuto más me hubieras encontrado
congelada como una barrita de merluza —dijo Lili con la voz entrecortada por el
frío cuando subió al coche.
—Sabes que me gusta la puntualidad —dijo Jack poniendo el coche en
marcha.
—Sé muchas cosas sobre ti y muchas otras no. Diría que estoy a un
cincuenta por ciento.
—La magia de las relaciones es ir descubriendo cosas del otro poco a poco.
Si te las descubro todas de golpe dejaría de ser interesante.
—Tienes razón. Quizá yo haya sido demasiado transparente y por eso he
dejado de parecerte interesante.
—¿Por qué dices eso?
—Me sorprende que me lo peguntes puesto que has estado evitándome tres
días.
—Lo siento, he tenido muchos problemas en el trabajo.
—Es probable que así sea, pero sé que hay algo más que me ocultas.
—No te oculto nada.
—Jack, deja ya de fingir. Os vi la otra noche.
Jack apartó el coche de la carretera y paró en un claro.
—¿Nos viste?
—Sí, a ti y a esa chica en tu coche. Quería darte una sorpresa y la sorpresa
me la llevé yo —dijo Lili agachando la mirada.
—Lili, yo…
—No te he pedido explicaciones antes y no te las voy a pedir ahora. A veces
las personas hacemos cosas por impulsos, yo soy muy de impulsos ya lo sabes
—dijo ella riendo.
—¿De dónde sales tú? —preguntó Jack incrédulo.
—Pues de las partes nobles de mi madre —volvió a decir ella entre risas
para quitar tensión al momento.
—Yo creo que no eres de este mundo. Cualquier otra persona hubiera
montado en cólera ante una situación como esta —dijo Jack mesándose el pelo.
—Yo no soy así, intento ponerme en la situación de la otra persona. Sé lo
que te unía a esa chica y que a veces uno necesita hacer cosas para cerrar un
capítulo. Y supongo que no me he equivocado ya que ahora mismo estás aquí
conmigo, a menos que me hayas citado para dejarme. —Lili entornó los ojos en
un gesto triste.
—No, no, no he quedado contigo para eso. Quería verte, estos días he estado
pensando muchas cosas y lo mío con Janice ya terminó, tú eres lo que quiero
ahora. Me gustaría centrarme en nuestra relación si tú aún sigues interesada.
—Siempre he estado interesada a pesar de todo —contestó ella esbozando
una sonrisa.
—Soy un cabrón. —Jack se sintió mal.
—No lo eres, no pienses en eso.
—Ayer mi madre me insinuó que deberíamos casarlos —soltó Jack sin
pensar.
—¿Casarnos? —A Lili se le iluminó la cara.
—Sí. ¿No te parece una locura? —preguntó Jack concentrando la mirada en
el rostro de Lili.
—No, no me lo parece. Tú mismo has dicho que la mayor aventura de una
pareja es ir conociéndose poco a poco, qué más da que sea siendo solteros que
siendo casados. Yo estoy dispuesta a descubrir quién es Jack Lefkowitz en todas
sus facetas. Me gustan los retos y este no me asusta.
—¿Y por qué no te asusta? A mí me da terror —afirmó él soltando una
risita.
—No me asusta porque es contigo, Jack. —Lili extendió la mano y la posó
sobre la de Jack.
—Es muy bonito eso que dices.
—Es lo que siento, y espero que algún día tu sientas lo mismo que yo.
—Creo que será muy fácil, eres una mujer maravillosa —dijo Jack de nuevo
ilusionado y sorprendido de la reacción de Lili ante toda esa situación.
—Pues entonces déjame ser tu mujer maravillosa.
Jack no pudo evitar dejarse llevar por toda esa generosidad que desprendía
Lili y la besó. No estaba acostumbrado a toparse con personas tan encantadoras,
que se tomaran las cosas de aquella manera, ni que le dijeran abiertamente todos
aquellos sentimientos tan bonitos. Jack era un hombre demasiado correcto y con
un gran corazón. Lo que algunos podrían definir como ser un blando, él lo
calificaba como ser buena persona, y Lili le acababa de demostrar que ella
también lo era. No solo no se había enfadado por haberle visto besando a Janice,
sino que lo había comprendido y, a pesar de todo, seguía demostrándole que
quería estar con él.
27
Janice intentó durante varios días ponerse en contacto con Ryan, pero este
hizo caso omiso a sus mensajes y llamadas. El lunes lo buscó por el hospital,
pero no lo vio, era como si se lo hubiera tragado la tierra. Sentía que había
traicionado a un amigo y compañero, pero no sentía que había perdido a una
pareja. Janice seguía pensado en Jack y en la profunda herida que le había
causado saber que tenía un anillo de compromiso aguardando para otra.
Pese a que Lewis le había asegurado que su amigo sería incapaz de hacer
algo que no sentía, Janice sabía que Jack era un hombre profundamente
sentimental y que el mero hecho de sentir pena por alguien, sería suficiente
motivo para claudicar con lo que fuera. Jack era un hombre de palabra al que no
le gustaba hacer daño a nadie, aunque sus actos habían terminado por herirla a
ella.
Pero Janice sabía que no había sido de modo malintencionado. La había
llevado a su casa movido por la necesidad de ambos de volver a estar juntos, y si
lo hubiera premeditado habría escondido el anillo, pero Jack lo había hecho por
instinto, por el instinto del amor que se tenían. Pero ahora las cosas estaban en
un punto de no retorno. Debía asumir que todo había terminado, y que el daño
colateral que había provocado a Ryan sería en pos de ayudar al pobre señor
Greene. Ese era el único consuelo que le quedaba mientras vagaba por los
pasillos del hospital con fingida tranquilidad.
—¿Has podido hablar con él? —preguntó Sarah cuando Janice entró con un
visible cansancio en el apartamento que compartían.
—No, y tampoco lo he visto por el hospital. Estoy preocupada —respondió,
soltando el bolso y dejándolo caer en el suelo con despreocupación.
—Lo sé, pero lo hiciste por ese paciente. No le des más vueltas.
—Pasado mañana es la vista. Me preocupa que puedan poner en un aprieto a
Ryan y que todo por lo que ha luchado se vaya al traste por mi culpa —dijo
abatida.
Sarah ladeó la cabeza y le preguntó:
—¿Por qué no hablas con Jack?
—Porque no quiero liar más las cosas y porque no quiero verlo. Si lo hago,
daré un paso atrás y debo asumir que nuestros caminos se han separado. —
Janice se sentó en el sillón frente a Sarah.
—Yo no lo creo. Creo que han pasado muchas cosas en poco tiempo, cosas
que no habéis sabido resolver de forma adulta y se ha liado de tal manera que
parece que no pueda resolverse nunca. Pero os queréis y asumir tajantemente
que todo ha terminado no ayuda.
—Es posible, pero ahora mismo estoy muy confusa y, aunque lo mío con
Ryan se haya terminado, sería muy egoísta por mi parte ir en su búsqueda. Fui
yo quien le dijo que no y va a parecer que al quedarme sola ya no me importa lo
que suceda con otras personas, ¿me explico? —dijo Janice recostándose en el
sillón.
—Bastante mal, pero, si te refieres a que no vas a llamar a Jack por orgullo,
te diré que algunas veces podrías metértelo por donde ya sabes —concluyó
Sarah devolviendo la mirada hacia el televisor.
Janice se dio una ducha y pensó en las palabras de su amiga. Era cierto que
el orgullo se había impuesto en muchas de sus malas decisiones, pero esta vez se
trataba de otra cosa. Se había marchado ofendida del piso de Jack tras afirmarle
que no dejaría a Ryan de buenas a primeras. No era justo ir ahora a por él dada
su nueva situación. Le parecía egoísta y nada tenía que ver con el orgullo. Y
luego, estaba esa tal Lili Halston con la que Jack salía, no es que le encantara la
idea, pero no podía llegar y quitarle el novio, al fin y al cabo, esa chica no tenía
la culpa de las desventuras de ellos dos.
Dejó que el agua caliente cayera sobre su cuerpo y esta me mezcló con las
lágrimas diluyéndolas hacia el desagüe. Estaba pasando una mala época, una que
se remontaba a cerca de tres meses llenos de emociones agradables y otras que
no lo eran tanto. Temía que, si su vida no daba un giro para mejor, caería víctima
de un estrés postraumático, y eso era algo que no se lo podía permitir. Debía
mantenerse en pie y sacar adelante los estudios y las prácticas para convertirse
en médico, su sueño desde niña. Un largo camino del que ya casi veía la luz.
Tras la ducha se puso el pijama y la bata de ir por casa, y ya con el cuerpo
más recompuesto se preparó un té. Al entrar en la salita se encontró a Sarah
hablando muy animada con alguien por teléfono.
—¿Con quién hablabas? —le preguntó sentándose a su lado con una taza de
té en las manos.
—¿Recuerdas a aquel chico que conocimos en el Whistlebinkis aquella
fatídica noche?
—Recuerdo que hablabas con un tío, pero si te soy sincera no recuerdo su
cara.
—Pues hablaba con ese hombre sin rostro para ti —dijo Sarah cubriéndose
hasta el cuello con la manta que tenía al lado.
—Vaya, me alegro. Siento que ando perdida y desactualizada de tu vida, lo
siento —se lamentó Janice sintiéndose culpable.
—No te preocupes, entiendo tu situación.
—¿Y cómo se llama ese chico que hace que te brillen los ojos? —Janice se
recolocó en el sofá para atender a las explicaciones de su amiga.
—Jude, se llama Jude.
—¿Estáis saliendo? —Janice esbozó una sonrisa picarona.
—No, solo somos amigos y, ya que hablamos de él, quería comentarte que
está interesado en alquilar la habitación de Gene, si no te importa.
—¿Quieres meter un tío en esta casa? —preguntó Janice alzando levemente
la voz.
—Un tío y una niña. Jude tiene una hija de cinco años que se llama Emma.
Es una monada de niña, deberías conocerla.
—Repito: ¿un tío y una niña? —volvió a preguntar abriendo los ojos como
platos.
—Sí, Janice, dos seres humanos. Ellos compartirían el cuarto, a Jude no le
importa dormir con Emma. Están pasando por una situación complicada y ahora
mismo no pueden permitirse el alquiler de una casa para ellos solos.
—¿Quieres convencerme con chantaje emocional?
—¿Funciona? —le preguntó Sarah ladeando la cabeza y poniendo morritos.
—Supongo que funciona, sabes que, aunque vaya de dura en el fondo, soy
una blandengue —afirmó Janice cruzándose de brazos.
—Me alegra saberlo, porque se mudan en dos semanas.
—Serás… —la reprendió dándole con un cojín en el brazo.
—Lo hago también por nuestra economía. Miro por nuestra subsistencia.
—Y por la subsistencia de la especie, más concretamente la tuya —rio
Janice—. Ese Jude te gusta. Te lo he notado por la vocecilla que ponías cuando
hablabas con él. Siempre lo haces.
Sarah frunció el ceño y preguntó:
—¿Qué vocecilla?
—La de duendecillo desvalido. Te conozco desde hace mucho y sé cuando
alguien te gusta.
—Vale, puede que me guste un poco, aunque la situación es complicada —
dijo dejando caer el cuerpo de nuevo sobre el respaldo del sofá.
—Todas las relaciones son complicadas, mira el despojo de tu amiga —dijo
Janice señalándose de arriba abajo.
—Todo se arreglará, Janice —aseguró Sarah, apoyándose en su hombro
mientras la cubría con la manta para compartirla.
—Lo sé, mientras siempre nos quedará Outlander.
—Larga vida al clan —vitoreó Sarah riendo, provocando también la risa de
Janice.
28
El miércoles por la mañana el despacho de Lefkowitz y Maddox Asociados
recibió una llamada que daba un giro importante al caso Greene contra
Chalmers.
El abogado del hospital llamó para concertar una cita con Jack un día antes
de la vista, al parecer estaban dispuestos a llegar a un acuerdo económico que
satisfaría al señor Greene, y Jack se sintió pletórico. Algo había truncado la
estrategia del hospital que pretendía irse de rositas en aquel escamoso asunto.
Algo que no era fruto de la casualidad, pues Jack había utilizado astutamente la
información que Janice le había facilitado para propiciar esa vista previa.
Un par de días antes, haciendo de tripas corazón y anteponiendo la
profesionalidad a los sentimientos, se había puesto en contacto con el doctor
Ryan Simon. Quedaron ese mismo lunes en un restaurante del New Town para
comer y, ya frente a frente, Jack le expuso claramente en primer lugar el caso de
Greene y en las precarias condiciones en las que el paciente había sido
proscripto a vivir debido a su nuevo estado de movilidad. La casa de Harry
necesitaba unas mejoras considerables para ofrecerle una calidad de vida digna.
Después se sinceró y le explicó que Janice le había contado todo lo sucedido en
el quirófano durante la intervención, porque era una mujer profundamente
humana y no podía pasar por alto esa negligencia tan grave. Le aseguró a Ryan
que no permitiría que el hospital usara el chantaje laboral en su contra si decidía
testificar a favor del paciente y que él mismo se encargaría sin costa alguna de
defenderlo e interponer una demanda por despido improcedente. Algo que
pondría en un apuro al hospital, ya que Ryan y otro médico que había sido
despedido un año antes podrían testificar en contra del hospital, desmantelando
los trapos sucios del mismo.
Ryan no habló mucho durante aquella comida, pero, al despedirse con un
apretón de manos, le prometió a Jack que pensaría en ello. Y eso hizo, tras darle
muchas vueltas el resto del día, decidió que iba enfrentarse a Gregory Perkinson.
El martes, en el despacho de dirección del hospital Chalmers, la tensión
podría haberse cortado con un cuchillo. Ryan, asumiendo su parte de
responsabilidad en todo aquello, renunció a su puesto de trabajo y le advirtió a
Gregory Perkinson que, si no llegaban a un acuerdo sumamente satisfactorio
para el señor Greene, no le dejarían otra opción que testificar en contra del
hospital con la ayuda de otro compañero. Compañero que no existía, pero que se
sacó de la manga, convenciendo a Gregory de que el susodicho también estaba al
corriente de la negligencia en el quirófano y del que no iba a facilitarle el
nombre para evitar más chantajes. De ese modo, consiguió finalmente que
Gregory Perkinson y el abogado del caso consideraran una vista previa para
otorgar a Harry Greene una indemnización cuantiosa.
Por otro lado, Jack había accedido a que Eleanor montara la ansiada fiesta
de compromiso. Lili le había demostrado ser una buena persona, capaz de
comprenderlo y amarlo sin condiciones, un gesto que agradó mucho al bueno de
Jack, que acabó accediendo sin darle muchas más vueltas. ¿Qué podía perder? Si
las cosas no marchaban bien dentro del matrimonio, siempre podría divorciarse,
pero quería hacer las cosas bien y quiso hablar primero con Liza del asunto y
preguntarle si sería buena idea firmar una separación de bienes.
—Hola, Jack. ¿Qué te trae por aquí? —lo saludó Liza levantando la vista de
unos papeles.
—Quiero hablar contigo de un tema legal.
—¿Has dejado de ser abogado? —preguntó Liza riendo.
—No —rio él también—, pero para casos matrimoniales necesito alguna
ayuda.
—¿Matrimonio? ¿Voy a tener que comprarme una pamela?
—Me temo que sí. Voy a comprometerme.
—Enhorabuena. Janice estará loca de contento.
—No es con Janice. —Jack agachó la mirada.
Liza en su asiento se tensó y se puso seria.
—Lo siento, yo creía…
—Lo sé, no importa. Las cosas se torcieron y apareció Lili… Es una larga
historia que no te apetecerá escuchar.
—Tengo tiempo, puedes contármela si lo deseas.
En la siguiente media hora, Jack le contó a Lisa todos los pormenores que
habían truncado su feliz relación con Janice. Esta lo escuchó con atención, sin
interrupciones. Liza había adquirido el don de la paciencia, así como aprender a
escuchar siendo objetiva, pero lo que estaba oyendo la estaba enervando de
sobremanera. Jack era un buenazo y no tenía muy claro que las intenciones de
Lili Halston, sobrina del duque de Rothesay, fueran tan nobles como el título de
sus familiares y como quería hacer ver.
Cuando Jack terminó de exponer todo aquello, Liza lo miró fijamente y
ladeó la cabeza. No pudiendo soportar más las palabras en la boca, le dijo:
—¿Has perdido el juicio?
Jack la miró asombrado, no se esperaba esa reacción en Liza, siempre tan
cauta y razonable.
—¿Eso crees?
—Lo creo firmemente, tú no quieres a esa tal Lili. Te has conformado,
porque te ha hechizado como buena encantadora de serpientes que es. ¿Crees de
verdad que esa mujer está tan enamorada de ti que perdonaría que la engañaras y
encima se casaría contigo a ciegas? —le preguntó Liza apoyando las manos en la
mesa.
—No entiendo dónde quieres llegar a parar.
—Perdona mi atrevimiento, pero eres tonto, Jack Lefkowitz.
—Vaya, gracias —le espetó él molesto.
—Deberías dármelas. Cierra la puerta. Tengo algo que contarte que te abrirá
los ojos —dijo Liza señalando la puerta del despacho.
Durante la siguiente hora, Liza le expuso claramente a un incrédulo y cada
vez más enfadado Jack, sus argumentos para basar su dura acusación hacia Lili.
Y Jack no pudo menos que agradecerle que le contara todo aquello. Era cierto
que Lili se había mostrado demasiado solícita y comprensiva después de todo,
pero le costaba pensar que esa chica de mirada dulce estuviera movida por su
dinero. Pero Liza conocía de primera mano los trapos sucios de la familia, ya
que hacía unos años, antes de incorporarse al bufete, había trabajado de pasante
en St Andrews Lawyers. Este bufete había llevado el divorcio de los padres de
Lili y Liza se había encargado de recopilar los datos económicos de la familia. Si
bien era cierto que Lili jamás le había hablado de su familia, ni tampoco le había
presentado a sus padres, a los que solo había mencionado una vez para justificar
el porqué vivía con su tío el duque.
—¿Cómo no había pensado en eso antes? —inquirió Jack mesándose el pelo
con nerviosismo.
—Porque eres un hombre demasiado visceral. Te dejas mover demasiado
por los sentimientos y dejas la razón a un lado. Y eso está bien, porque te hacer
ser una bellísima persona, pero de tan bueno que eres te toman por…
Jack no dejó a Liza terminar la frase.
—Tonto, ya lo sé —suspiró.
—¿Qué piensas hacer ahora? —le preguntó Liza.
—Supongo que debería hablar con Lili y preguntarle si está conmigo por
puro interés económico. Dudo mucho que mi madre esté al corriente de la
bancarrota de esa familia, pero no seré yo quien la informe de ello. Me ha
decepcionado profundamente. Es triste decir eso de una madre, pero así es.
—No creo que esté al corriente, pero sí lo estaba de tus intenciones con
Janice. No entiendo qué ve de malo en ella. Será una médica excelente y gozará
de una independencia económica considerable. ¿Por qué querría Eleanor
emparentarte con una duquesa que no tiene ni para zapatos nuevos? —le
preguntó movida por la curiosidad.
—No lo sé, pero prefiero no saberlo. Por mi padre fingiré que siento respeto
por mi madre, pero me ha demostrado que no es capaz de querer a nadie más que
a sí misma —dijo Jack con gran pesar.
Ahora solo tenía dos opciones: dejarse llevar por el impulso de preguntarle
directamente por sus intenciones o dejar que las cosas siguieran su curso y dar
una lección a Lili y a su madre en la fiesta de pedida. Por una vez Jack
Lefkowitz decidió actuar fuera de sus normas habituales y disfrutar de la cara
que se le quedaría a su madre cuando expusiera delante de todos quién era en
realidad Lili Halston.
Liza, por su parte, le propuso redactar una separación de bienes que Jack
debía entregar a Lili el día de la fiesta de pedida. Si la reacción de Lili no era la
de una mujer con intenciones de desposarse por amor, Jack podría mostrarle a su
madre la verdadera cara de Lili y, Eleanor, sintiéndose vapuleada y engañada por
esa mujercita, no dudaría en poner en evidencia al duque de Rothesay y a su
sobrina delante de todo el mundo.
29
Aprovechando que el viernes era su día libre en la cafetería, Janice cambió
el turno en el hospital. Sabía que esa mañana era la vista del caso Greene y
prefería estar al corriente de todo lo que sucediera en el hospital, en vez de estar
en su casa dándole vueltas a la cabeza.
Cuando llegó, el ambiente estaba relajado, lejos de lo que había imaginado
que podría ser una mañana como esa en el hospital Chalmers. Entró en la sala,
donde se cambiaban para empezar su turno, y cuando abrió la taquilla se
encontró con un sobre que llevaba su nombre escrito en el frontal. Lo cogió con
cierto nerviosismo, aquello podía ser una carta rescindiendo sus prácticas al
enterarse por boca de Ryan que ella podía ser un topo del hospital. La abrió con
resignación, al fin y al cabo, se lo tenía merecido.
Querida Janice,
te escribo esta carta para despedirme y darte las gracias. Sé que no
te traté bien la última vez que nos vimos, pero en ese momento me
sentía traicionado por la persona que quería. Fue un golpe muy duro
que me costó asimilar un par de días, pero la llamada de Jack
Lefkowitz hizo que abriera los ojos. Cuando me reuní con él y me
expuso el estado en el que se encontraba Harry Greene se me
encogió el corazón y comprendí que tú aún tienes algo que yo tenía
cuando estudiaba medicina: integridad y humanidad. Es por eso que
decidí enfrentarme al hospital, presentando mi dimisión y
obligándolos a pactar un acuerdo económico que satisficiera al
paciente, evitando así una confrontación que no beneficiaría a Harry
en ningún caso.
Yo puedo empezar de nuevo en cualquier otra parte, tengo libertad de
movimiento, algo que al señor Greene le han arrebatado y de lo que
no podría ser partícipe sin odiarme cada día.
Gracias, Janice, si tú no hubieras contado a Jack por lo que estaba
pasando, todo esto se hubiera producido de otra manera y yo pagaría
el precio de una mala conciencia el resto de mi vida. Gracias de
nuevo por haberme devuelto la humanidad y el sentido de
compromiso con esta profesión.
Te deseo lo mejor, Janice, te lo mereces, eres una gran mujer y una
gran profesional. Quiero que seas feliz y que pienses en ti y en lo que
necesitas para ser feliz. Y con ese fin te voy a pedir un último favor.
Habla con Jack Lefkowitz, sé que te quiere y creo firmemente que él
tiene la clave para hacerte feliz. No lo dejes escapar, hacéis un buen
equipo.
Jack no había podido finalmente hablar con Lili. Justo en el momento en que
alcanzó su posición, la madre de Lili y su tío, el duque de Rothesay, se habían
reunido con esta y él no supo cómo librarse de ellos. El tiempo avanzaba sin
tregua y Jack cada vez se sentía más condenado. La madre estaba pletórica y el
duque le había insinuado que debían mantener una charla para estrechar lazos
familiares, algo que Jack supo muy bien leer entrelineas. Lili le dirigía miraditas
sonriente y él no podía dejar de pensar en lo tonto que había sido por dejarse
convencer para entrar al trapo de ese matrimonio.
—¿Tío Basil, te importa que me lleve un ratito a Jack? —dijo Lili,
dirigiéndose al duque, que accedió con una escueta inclinación de cabeza. Luego
le ofreció la mano a Jack que la aceptó de buen gusto—. ¿Te ocurre algo, Jack?
Estás pálido.
—No podemos casarnos —le dijo él bajando la voz.
La cara de Lili se descompuso y el labio le tembló visiblemente.
—¿Cómo?
—No te amo, Lili.
—¡¿Y me lo dices ahora?!
—Me he dejado llevar mucho, pero no puedo seguir con esta mentira. No te
amo.
—Pero podrás amarme —le dijo ella, mirándolo a los ojos con dulzura,
tratando de convencerlo.
—No creo —suspiró—. Amo a otra persona.
—¿A esa Janice que no hace más que tomarte y dejarte cuando le da la
gana?
—Sí, a ella, no puedo evitar amarla a pesar de todo. La tengo metida en el
pecho.
Lili arrugó la nariz e hizo un amago de echarse a llorar.
—Tienes que marcharte ahora —le pidió Jack.
—No pienso hacerlo.
—Entiende que si te quedas tendré que negarme a este matrimonio delante
de toda esta gente. Aún puedes irte y ser yo el que quede como el dejado.
—No pienso hacerlo. Si quieres romper conmigo tendrás que tener los
cojones de hacerlo delante de todos. —Lili se cruzó de brazos enfurruñada y
miró hacia Eleanor, presumiendo que Jack no sería capaz de hacerle esa afrenta a
su madre delante de sus familiares y amigos más íntimos.
—Si no me dejas otra opción, no dudes que lo haré —aseguró Jack tajante.
—Pues hazlo.
Disgustado, Jack sacudió la cabeza, esa niña loca no le dejaba otra elección
más que romper con ella en público.
Llamó la atención de un camarero y le pidió otra copa de whisky, necesitaba
la falsa seguridad y templanza que le brindaría el alcohol.
Se la tomó de un trago y, hecho un manojo de nervios, esperó a que su
madre hiciera la llamada de atención de todos los asistentes. No tardó mucho,
Eleanor estaba deseando terminar con todo aquello de una vez.
Con unos firmes y chispeantes toques de cuchara contra el cristal de
bohemia de las copas, Eleanor captó la atención de los presentes. Todos la
miraron expectantes, aun sabiendo cuáles iban a ser sus palabras.
—Jack —lo llamó, extendiendo la mano para que acudiera a su lado—. Lili.
—La sonrisa que tenía esbozada no podría ser más grande, algo extraño en
Eleanor, no muy dada a sonreír, pero la ocasión lo merecía, no todos los días una
prometía a su hijo con la sobrina de un duque.
Jack se acercó a su madre y se posicionó a su lado con una expresión seria,
muy distante a la de un hombre que iba a prometerse felizmente en cuestión de
segundos. Lili, se situó a su otro lado, con la espalda rígida y la barbilla
levemente alzada. Miró nerviosa la cara de Jack, rezando en su interior por que
no siguiera adelante con la ruptura pública. Se dijo que no, que Jack no sería
capaz de algo así.
—Os agradezco muchísimo a todos vuestra presencia —comenzó Eleanor en
tono solemne—. Los Lefkowitz somos una gran familia y deseamos que siga
creciendo, acogiendo con alegría y humildad a otras familias que pronto pasarán
a formar parte de la nuestra. Por eso, es un honor para mí, esta noche, anunciar el
compromiso de mi querido y único hijo, Jack, y la encantadora y preciosa Lili
Halston, sobrina del duque de Rothesay.
Dicho esto, los familiares y amigos de las familias aplaudieron felices
festejando el momento, y Eleanor tuvo de nuevo que pedir silencio, tintineando
la cuchara contra la copa.
—Jack, ¿por qué no sacas el anillo de la abuela? —Sonrió hacia su hijo,
instándolo a hacer aquello que le pedía.
Jack tomó aire y miró a todos los presentes, luego a Lili que, a su lado, con
el alma en vilo, mantenía petrificada la sonrisa en la cara, y sacó el estuche del
bolsillo de su chaqueta.
—Madre —dijo, levantando el estuche hasta sus ojos. Eleanor sonrió
satisfecha mientras veía a su hijo abrirlo y sacar el anillo de la familia—. Este
anillo de mi bisabuela ha sido testigo durante décadas de matrimonios
fundamentados en el amor y el respeto, y así será por siempre. Yo me guardaré
de ello. Por eso, en este momento, tengo… —Jack, nervioso, tragó saliva—…
que decir con gran orgullo que este anillo será para la mujer que amo en cuerpo
y alma.
—¡Esa soy yo! —exclamó Lili, esbozando una sonrisa para todos los
presentes.
Todos en la sala, excepto Eleanor que ya se olía lo peor, aunaron las voces
en un emocionado y jubiloso: «oooh», que Jack se vio obligado a interrumpir.
—No. Lamentablemente no eres tú.
Tras todo aquello, Jack padre decidió disolver el evento, pidiendo a todos los
invitados que se marcharan, ya que Eleanor no se encontraba en condiciones de
seguir festejando nada, además de que no había nada que festejar, pues Jack
había decidido no comprometerse con Lili en el último momento y toda la
familia de esta estaban con el morro torcido tras semejante agravio.
Una hora más tarde, cuando Janice se aseguró de que Eleanor se encontraba
en perfecto estado, la pareja decidió marcharse.
—Jack, ¿puedes meter esa bici en el coche? Tengo que devolverla a sus
dueños —le pidió, señalándole la bicicleta verde que seguía tirada en el porche,
tal y como la había dejado al llegar.
—Claro, ¿de quién es?
—No lo sé, la cogí prestada sin preguntar —dijo ella—. Viven a unos diez
kilómetros en dirección al campo de golf.
Jack cogió la bici y, tras reclinar los asientos traseros del coche, consiguió
meterla en el maletero, luego se acercó al lado del copiloto para abrirle la puerta
a Janice.
—Tu madre hablaba muy en serio cuando dijo que por encima de su
cadáver. —Janice no pudo evitar hacer la broma y Jack se echó a reír ante tal
ocurrencia.
—Mi madre es tan cabezota que haría cualquier cosa con tal de salirse con la
suya.
—¿Incluso morir?
—Incluso eso. —Él le siguió la broma—. Pero estoy seguro de que a partir
de ahora empezará a verte con otros ojos.
—Es lo normal tras ver de cerca la muerte. Eso cambia a cualquiera —
siguió ella con la chanza.
—Eres increíble, Janice, la mujer más increíble del planeta Tierra.
—¿Acaso hay mujeres fuera del planeta Tierra? —preguntó ella con ironía.
—Si las hubiera no te llegarían ni a la altura de los zapatos —respondió él,
atrayéndola hacia su cuerpo para abrazarla—. Antes nos interrumpieron, pero
sigo queriendo decirte que te amo, Janice. Intensa y profundamente. Tienes que
saberlo y tienes que creerme. He sido muy tonto. —Jack volvió a hincar la
rodilla en el suelo por segunda vez aquella noche y sacó el anillo del bolsillo de
la chaqueta—. Solo hay una mujer en el mundo a la que me gustaría ver con este
anillo puesto, y esa mujer eres tú. Solo tú.
—Dime la verdad, si no hubiera llegado, ¿te hubieras prometido con Lili?
—No, de hecho, acababa de decirle a todo el mundo que no la quería. Pero
me gustaría prometerme esta noche contigo. ¿Quieres casarte conmigo? —dijo
aún con la rodilla en el suelo.
—Jack. —A Janice se le escapó una risita nerviosa—. No sé qué decirte —
dijo tapándose la boca, emocionada.
—Pues di que sí. Yo no puedo evitar quererte. ¿Y tú?
Janice sonrió y, haciéndole que se pusiera en pie, lo miró a sus maravillosos
ojos azules y dijo:
—Yo estoy loca e inevitablemente enamorada de ti, Jack Lefkowitz.
Tampoco puedo evitarlo.
FIN
Y ahora un poquito de:
Rabiosamente enamorados
Patty Love
1
—¿No le parece que el pequeño Andrew es un bebé divino? —le preguntó
Carol Kelles, la recepcionista del bufete Lefkowitz y Maddox Asociados, en
cuanto vio a Liza Brown entrar por la puerta, mostrándole en la pantalla de su
teléfono móvil la foto que todos, empleados y jefes, habían recibido esa misma
mañana del retoño de Lewis y Gene.
—Es precioso —respondió Liza—. No había visto un niño tan guapo desde
que usted me enseñó la foto de su nieto —añadió, ganándose una sonrisa de
Carol, que había sido abuela por tercera vez el pasado enero.
—El pequeño Pete es tan guapo que parece una niña —confirmó la abuela
de la criatura con una amplia sonrisa esbozada en la cara.
—Sin duda es un niño precioso. ¿Has encargado ya a la floristería que le
envíen un centro de flores a Gene de parte del bufete? —Gene Johnson no solo
era la pareja de Lewis Maddox, uno de los dos socios nominales del bufete,
también era compañera de trabajo, pese a que los últimos meses había estado de
baja debido a su embarazo de riesgo, que finalmente había terminado muy
favorablemente, no había más que ver al pequeño Andrew. Era perfecto a la vista
y gozaba de una salud estupenda, según el informe pormenorizado que el recién
estrenado padre había enviado a todos con el memorándum de la buena noticia
—Por supuesto, lo primero que he hecho nada más llegar —confirmó la
recepcionista orgullosa de estar al tanto de todos los detalles que concernían al
despacho de abogados para el que llevaba más de veinte años trabajando.
—Estupendo. Luego me escaparé un rato a ver al pequeño Andrew y a la
madre, que debe estar radiante de felicidad. Supongo que a Lewis no se le habrá
pasado por la cabeza venir a trabajar.
—No, ese hombre no es el mismo desde que la señorita Jonhson entró en su
vida. Ha sido una bendición para él y para todos.
—Desde luego que sí —afirmó Liza, mirando su reloj de pulsera. Si no
andaba mal de memoria tenía una cita concertada con una tal Kasey Blake en
diez minutos y por lo visto su cliente no había llegado todavía, puesto que los
asientos de la sala de espera estaban vacíos.
—¿Cómo tengo la agenda esta mañana? —preguntó pensando en buscar un
hueco para hacer esa pequeña escapada al hospital antes de comer.
Carol desvió la mirada a su pantalla de ordenador para revisar la agenda de
la señorita Brown. Además de ser la recepcionista del bufete también hacía las
funciones de secretaria de la abogada de familia.
—Tiene una cita a las 9:00 con la señora Blake y llamó hará una media hora
para decir que sería puntual y que no la hiciéramos esperar, pero de momento no
ha llegado. A las once tiene una cita con los Callaghan y luego no tiene nada más
apuntado hasta la tarde.
Liza asintió y se dirigió alegre a su despacho, pensando que últimamente el
bufete era un hervidero de felicidad, todos por allí estaban pensando en casarse,
comprometiéndose o trayendo niños al mundo, en contraposición a su trabajo
que consistía básicamente en sentar, en el mejor de los casos, unas buenas bases
para repartir lo que se había amasado fruto del amor a lo largo de un matrimonio
que, por desgracia, había fracasado.
Su trabajo como abogada de familia, especializada en divorcios, le
encantaba, pero no era muy reconfortante en ese aspecto, ya que cuando los
clientes acudían a ella era precisamente porque la separación no era muy
amistosa que digamos. A menudo tenía que vérselas en medio de airados
conflictos irreconciliables en los que las partes estaban más por la labor de
tirarse a la cabeza los platos de la vajilla que eligieron con tanto amor al
principio que en cómo repartirla amigablemente.
De su cita de las nueve poco sabía, pero suponía que tendría que lidiar con
un hombre despechado con una mujer a la que ahora detestaba, y que este no
querría soltar ni una libra para seguir sufragando el ritmo de vida que había
llevado su querida esposa cuando todo funcionaba de perlas.
Se sentó a su mesa y, dejando encima el vaso de café que había recogido en
la cafetería de la esquina antes de subir al despacho, repasó toda la superficie
comprobando que todo se encontraba en su lugar, salvo uno rotulador verde que
se había torcido un poco. Lo enderezó y luego encendió el portátil para leer la
prensa diaria. Le gustaba estar al tanto de la actualidad nacional e internacional y
seguía on-line las noticias de los principales medios de prensa de Escocia.
Sorbiendo con cuidado el café, leyó por encima los titulares de primera
plana y después pinchó en el enlace de sociedad, donde se informaba sobre las
bodas y divorcios de las personas más influyentes del país. Entre cuatro bodas y
un funeral, vio que Olivia Milo, una supermodelo de cuerpo escultural y cara de
ángel, había anunciado su divorcio tras solo seis meses casada con el solista de
Rage Veuble, un grupo muy famoso en todo Reino Unido y que hacía estragos
entre los adolescentes. En su opinión eran demasiado escandalosos y sus letras
hirientes y a menudo soeces.
Estaba pensando en la suerte que sería que la modelo la contratara para
llevarle el asunto del divorcio, pues una clienta de ese calibre podría suponer una
fuerte inyección de ingresos al bufete y a su cuenta personal, cuando el teléfono
fijo sonó. Levantó el auricular sabiendo que era Carol quien la llamaba, su
extensión aparecía iluminada en la pantalla, y respondió con una sonrisa
esbozada.
—Señorita Brown, está aquí la cita de las nueve —anunció la recepcionista.
—Estupendo, haga pasar a la señora Blake.
Al otro lado, Carol dudó un poco.
—Verá, es que no viene sola
—Pues haga pasar a la señora Blake y a su acompañante.
—Es que son unas… —La recepcionista desde su posición tras el mostrador
contó la gente que había frente a ella antes de seguir hablando—… siete
personas.
—¿Siete? —Liza, en su sitio, sacudió la cabeza sorprendida y, tras mirar las
dos sillas que tenía en el despacho para recibir a los clientes, dijo—: Acompañe
a la señora Blake y demás personas a la sala de juntas. Creo que allí estaremos
más cómodos. Yo enseguida me reuniré con ellos.
Mientras cogía una libreta para tomar notas y su pluma estilográfica, se
preguntó quién sería esa señora Blake para precisar la compañía de seis personas
para asistir a una reunión con una abogada. Se terminó de un tragó el café y
encestó el vaso en la papelera.
Recorrió el pasillo hasta la sala de juntas y ya en el umbral de la puerta se
detuvo un poco para observar a toda esa gente de aspecto moderno que había
invadido la estancia. Uno de ellos, un tipo moreno de pelo largo y barba de
náufrago se había aposentado en la silla presidencial y tenía cómodamente
apoyados los pies encima de la mesa de caoba; a su lado, una chica escuálida de
cabello extremadamente corto y rubio platino y con más anillos en las orejas que
Saturno gritaba a alguien con quien mantenía una conversación por teléfono; los
otros cinco chicos parecía que habían caído desde un helicóptero directamente
sobre las sillas, a juzgar por la postura desmadejada que lucían con la cabeza
caída a un lado y los brazos descolgados hasta el suelo. A Liza la curiosidad le
pinchaba en el cerebro, ¿quién sería toda esa gente? Tomó aire profundamente y
entró en la sala con aire decidido.
—Buenos días —saludó con una sonrisa cordial a la vez que se dirigía a la
silla enfrentada a la presidencial—. Soy Liza Brown. ¿Le importaría quitar los
pies de encima de la mesa? —le habló de buenas maneras al tipo de las greñas,
que la miró fijamente con cara de perdonarle la vida durante unos segundos
antes de bajar las piernas.
Luego dirigió la mirada a la chica rubia, que ahora se encontraba de espaldas
mientras a gritos le decía a su interlocutor que se las iba a pagar muy caro.
Supuso que esa chica gritona, pese a que parecía muy joven, era la señora Blake,
pues era la única persona, aparte de sí misma, del sexo femenino en aquella sala.
Esperó pacientemente a que esta cortara la llamada y se sentara a la mesa para
iniciar la reunión.
—Usted dirá, señora Blake —le dijo Liza a la chica y esta la miró abriendo
los ojos de par en par antes de explotar en una sonora carcajada que dejó a Liza
del todo descolocada.
—¿Perdona? —dijo aún entre risas echándose hacia atrás en el asiento.
Liza sacudió la cabeza y miró al resto de los presentes sin entender nada.
—¿Es usted Kasey Blake o me equivoco? —Liza estaba empezando a
pensar que se había equivocado de clientes.
—¿Tengo cara yo de llamarme Kasey? —preguntó la chica en tono burlón y
se rio de nuevo.
—Bueno, no lo sé. ¿Tengo yo cara de llamarme Liza? —le repuso Liza en
tono serio.
La chica dejó de reír y miró al tipo de las greñas, que asintió con la cabeza.
—Diría que sí —respondió con una sonrisa burlona.
—De acuerdo —dijo y se encogió de hombros—. Si no es usted Kasey
Blake, ¿sería tan amable de decirme con quién hablo?
—Me encanta. Me encantas, tía, eras la leche —dijo la rubia y los cinco
estrellados se echaron a reír. Momento en el que Liza pensó que estaba siendo la
víctima de una cámara oculta. Había escuchado hablar de un nuevo programa de
ITV que hacían ese tipo de cosas. Estaba a punto de decírselo a aquellas
personas, cuando el de las greñas le hizo un gesto con la mano a la chica y esta
se puso seria, o al menos, lo intentó, la sonrisilla permanecía indomable en su
rostro—. Me llamo Cinthya y soy la asistente personal de Kasey Blake —dijo
señalando con una especie de gesto reverencial al tipo de las greñas.
—Entiendo —dijo Liza concentrando la mirada en su verdadero cliente y
que hasta el momento no había abierto la boca para decir nada—. ¿El señor
Blake no habla?
La chica volvió a explotar en una carcajada y Liza empezó a sentirse
bastante irritada con la situación. Esperaba que todo aquello no fuera una broma
de mal gusto y que aquel hombre estuviera allí con la firme intención de
contratar sus servicios, porque de momento lo único que habían hecho era
hacerle perder su tiempo y crisparla, y eso era algo bastante difícil, ya que Liza
tenía la paciencia de un santo.
—Habla —afirmó la rubia impertinente—. Pero solo cuando es
imprescindible.
—¿No piensa que el motivo que le trae aquí hace imprescindible que hable?
—A Liza todo aquello le parecía absurdo y una completa desfachatez.
—No, siempre y cuando yo pueda trasmitírselo.
—¿Cree usted que podrá hacerlo? —Liza no pudo evitar sonar un poco
antipática.
La rubia se enderezó en el asiento y levantó su fina naricilla como si algo en
el ambiente oliera mal.
—Kasey ha sido recientemente intervenido de unos pólipos en las cuerdas
vocales por lo que debe mantener reposo vocal. Es decir, no utilizar para nada la
voz —informó con aire repelente.
Liza miró al tipo de las greñas sintiéndose una completa imbécil y este se
encogió de hombros esbozando una sonrisa irónica. Se levantó y, dirigiéndose a
él, le tendió la mano.
—Lo siento, señor Blake. En primer lugar, ha habido un malentendido,
puesto que pensaba que se trataba de una mujer y, en segundo lugar, lamento
haber sido impertinente, ya que desconocía el origen de su mudez y he supuesto
que me estaban tomando el pelo. —Liza no era de andarse con tonterías y quería
poner todos los puntos sobre las íes.
El tipo le sonrío y asintió, poniéndose en pie, luego le envolvió la mano con
las suyas. Tenía unas manos enormes y cálidas de dedos largos y finos, y, visto
de cerca, unos ojos negros penetrantes que parecían capaces de meterse dentro
de la cabeza de cualquiera y leer el interior.
—Nos han dicho que usted es la mejor especialista en divorcios de toda la
ciudad y Kasey necesita la mejor —intervino de nuevo la asistente.
Liza se ruborizó un poco. Aunque era algo que siempre le decían, no
terminaba de acostumbrarse a los halagos.
—Haré todo lo que esté en mi mano para resolver ventajosamente la
disolución de su matrimonio, señor Blake.
—A Kasey no le gusta que le digan señor Blake —añadió la rubia.
—Está bien, Kasey. A mí también puede tutearme, cuando esté en
disposición de hacerlo, es decir, cuando pueda hablar. —Liza habló un poco más
relajada, aunque la intensidad de los ojos de ese tipo fijos en su cara la estaban
poniendo algo nerviosa.
Continuará en noviembre…