Encarnación Lemús López. Ellas. Las Estudiantes de La .. - Share

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Índice

Introducción. La Residencia de Señoritas, un mundo de


cartas
I. Padres e hijas
El valor de la generosidad
El discreto apoyo de madres y hermanas
Las profesoras y sus sabios consejos
II. El dinero importa
Las primeras becarias: el residencialismo
Otros modelos de becarias
La mayoría no llegó
III. El dolor
Juventud y enfermedad
Muerte en la familia
IV. Amistades e influencias
Los nudos de una red. Quien a buen árbol de arrima…
Cuestiones de familia
María Datas Gutiérrez, eternamente agradecida
Luisa Cuesta Gutiérrez, la ambición de llegar a ser
V. Ser, tener y parecer, las caras del éxito
La difícil gestión del éxito
Aprender a ser: mujeres triunfadoras
Tres maestras renovadoras, tres ambiciones diferentes
Profesoras de Enseñanzas Medias
Guerra entre libros
Investigadoras en Ciencias
El nutrido grupo de las farmacéuticas
De doctor a doctora
Las licenciadas en Derecho
VI. Grandes aventuras
Enriqueta Martín Ortiz de la Tabla, una pionera entre
pioneras
María Díez de Oñate y Cueto, «padre de familia»
Margarita de Mayo Izarra, la emigración del talento
Cándida Cadenas Campos… enemiga del tiempo
Luisa Mellado, la maestra de Larache
Rosa Herrera Montenegro, en el semillero de las
científicas
El sueño dorado de Antonina Sanjurjo Aranaz
Y tantas otras
Conclusiones. Las modernas de provincias
Bibliografía
Abreviaturas
Anexo. Archivo fotográfico
Créditos
Encarnación Lemus López

ELLAS
LAS ESTUDIANTES
DE LA RESIDENCIA DE SEÑORITAS
A mi madre, Ana Rosa Guadalupe
INTRODUCCIÓN

LA RESIDENCIA DE SEÑORITAS, UN
MUNDO DE CARTAS
Las investigaciones, a veces, comienzan de forma
inesperada; a veces también, la narrativa cobra su propio
impulso y el resultado final coincide poco con los primeros
planteamientos: así ha sucedido en este caso. Para
conmemorar en el año 2010 el centenario de la libertad
femenina para estudiar en cualquier nivel de la enseñanza
—antes no era posible de manera oficial—, incluido el
universitario, me invitaron a impartir una conferencia
sobre el tema. Quise complementar palabra con imagen y,
de entre las fotografías, una me gustó particularmente
porque para mí representaba el alegre disfrute de la
lectura: en ella un grupo de jóvenes sonrientes leían
sentadas en unos bancos, a la sombra de un cedro frondoso
en el jardín de la Residencia de Señoritas. Tiempo después,
acudí a la Fundación Ortega Marañón para seleccionar
algunos documentos que necesitaba en unas clases de
máster… Allí seguían los bancos, los cedros y el jardín.
Dada la intensa labor de la excavadora y el cemento en la
historia española de la segunda mitad del siglo XX, aquella
supervivencia me pareció tan milagrosa como el que se
hubiera conservado el Archivo de la Residencia de
Señoritas1. Lo que se pensó como una tarea docente se
convirtió en una larga investigación con la que he
disfrutado tanto como aquellas señoritas de la fotografía
con sus libros.
Como apuntaba, en 1910 se levantó la restricción para
que las españolas pudieran ingresar oficialmente en todos
los niveles de la educación y se concede por tanto la
libertad de acceso a la Educación Superior. Por entonces,
en el curso 1909/1910, 21 españolas estudiaban en las
aulas universitarias y, de hecho, entre 1910 y 1920 su
presencia siguió siendo más bien anecdótica, pero la
Residencia consiguió implantar a lo largo de la década de
los veinte un nuevo modelo de mujer, como recogía un
artículo de ABC, «Las que estudian»2. En contraste, hacia
1910 en Estados Unidos había 140.000 alumnas en la
Educación Superior, lo que suponía un 39,6 por 100 del
total del alumnado, y en Francia, el país vecino, en 1914 la
mujer aportaba el 6 por 100 a la población universitaria3.
Cuando comienza el curso 1915/1916 y abre sus puertas
la Residencia de Señoritas había 145 universitarias en todo
el país, de las que unas 60 estudiaban en la Universidad
Central de Madrid, muchas todavía por libre, sin
desplazarse a la capital salvo en la etapa de los exámenes.
La nueva Residencia comenzó con tres estudiantes, aunque
al terminar ese primer curso ya fueran treinta, si bien solo
tres seguían estudios universitarios. En realidad, como
entonces se reconoció, la Junta para Ampliación de
Estudios (JAE) no buscaba, con la apertura del centro,
responder a una demanda ya creada, sino, por el contrario,
que la posibilidad de residir en un marco cómodo,
agradable y seguro animara a las jóvenes españolas a
proseguir con su educación. Es esa una interpretación que
se ha venido repitiendo desde que María de Maeztu lo
declarara en una preciosa entrevista que le hizo la
residente y periodista Josefina Carabias4. Suponía una
apuesta educativa para formar jóvenes cultas,
independientes, con un proyecto de vida profesional y
capaces de pensar y decidir por sí mismas. Una iniciativa
inmersa en la visión regeneracionista de la Institución
Libre de Enseñanza (ILE), que buscaba la transformación
de la sociedad a través de su educación y optaba, y esto era
fundamental, por impulsar la educación femenina como una
base alternativa desde la que construir un nuevo proyecto
de sociedad, desengañados como estaban los
regeneracionistas de esa sociedad patriarcal, corrupta, que
había llevado al fracaso de España como nación en 1898.
En 1910 se había fundado la Residencia de Estudiantes,
dirigida hasta 1936 por el malagueño Alberto Jiménez
Fraud. Fue una creación emblemática de la Junta para
Ampliación de Estudios, cuya existencia quedó ligada al
florecimiento cultural de la Edad de Plata. En 1915, el
Grupo Universitario —el masculino— dejaba su antiguo
emplazamiento en la calle Fortuny para instalarse en su
definitivo marco de la Colina de los Chopos, donde lo
contemplamos hoy. Los espacios que dejaban los jóvenes
pasarían a ser ocupados por las recién llegadas. Con el
tiempo, por compra y, sobre todo, por su acuerdo con la
institución colindante —el International Institute for Girls
in Spain, una institución norteamericana que llevaba desde
el siglo XIX impulsando la enseñanza de la mujer en España5
—, ocupó la manzana que formaban las calles Miguel Ángel,
Fortuny y Rafael Calvo y en cuyo interior un gran jardín
comunicaba los diferentes hotelitos.
Al abrir, la Residencia aceptaba jóvenes que estudiaran
en distintos centros de enseñanza —la Escuela Superior del
Magisterio, el Real Conservatorio—, prepararan
oposiciones o, incluso, que solo quisieran mejorar su
cultura general, pero siempre estuvo claro el objetivo de
estimular intelectualmente a las mujeres y de orientarlas
en su ingreso en la universidad. A finales de la década de
los años veinte, la casa alcanza su plenitud y queda
estructurada en cuatro grupos (Rafael Calvo, Fortuny 30,
Fortuny 53, Miguel Ángel 8). Al frente de cada uno había
una responsable que solía ser una de las antiguas alumnas.
En el período republicano, el número de residentes se
acerca cada curso a las trescientas. Entonces sí, la mayoría
de sus moradoras asistía a las clases de la Universidad
Central y cada día un autobús hacía el trayecto entre
Fortuny y la Ciudad Universitaria. Se había logrado con
creces el propósito que guio a la JAE al querer impulsar la
presencia femenina en la universidad. Como se irá viendo
en las páginas que siguen, el proyecto de la Residencia
resultó un éxito indiscutible y las mujeres —como hoy se
viene reconociendo— también formaron parte de aquella
brillante y creadora Generación del 27.
Obedeciendo a su nombre, se trataba de un alojamiento,
pero en su planteamiento todo era nuevo; María de Maeztu
buscó un ambiente moderno y, a la vez, distinguido, que
rompiera con el estilo y recordara los centros anglo-
norteamericanos, pero, al tiempo, que no perdiera un cierto
carácter de hogar. Como escribe la residente Carmen de
Zulueta:
[Las estudiantes] vienen de hogares que tienen como modelo, en el
mejor de los casos, salas que solo se abren cuando viene una visita de
cumplido; comedores donde no se come, con aparadores de caoba
tallada, con plata regalada en la boda, o en muchas bodas de diferentes
generaciones y que nunca se usa más que en algún cumpleaños o
funeral; copitas talladas donde se escancia el jerez dulce o el vino de
Málaga, en ocasiones.

Al llegar, entraron en contacto con otro estilo: «alegres


cortinas de cretona que se corren para que entre la luz del
sol. Hay estanterías con libros que se leen y algún
cacharrito de Talavera con flores silvestres cogidas en la
sierra. En las paredes cuadros que reproducen obras
famosas vistas en el Museo del Prado»6.
Esa descripción puede ser tomada como una metáfora de
lo que supuso abrir las ventanas de la vida y dejar que
entraran el aire y la luz del sol en las jóvenes mentes. Una
transformación que rápidamente se percibía en su aspecto
exterior; chicas llegadas de los pueblos de España vivían
una metamorfosis, su arreglo sacrificaba el largo de la
falda y el moño en el altar de la moda, se depilaban las
cejas, incorporaban el uso del colorete y el rímel, al tiempo
que una renovación más profunda se iba operando en el
interior, tal como describió para la prensa una de ellas,
Carmen de Munárriz7.
Pero la Residencia fue también, desde el comienzo,
mucho más que un alojamiento, funcionó como centro de
enseñanza en el que se impartían los más variados cursos:
de arte y dibujo, de artes aplicadas como el repujado en
metal y la encuadernación de libros, de cultura general,
música y piano, de economía y contabilidad y otros;
además, sobre todo ello, fue cobrando el máximo prestigio
la formación especializada en lenguas modernas —inglés,
alemán y francés—, en biblioteconomía, en pedagogía y
filosofía y las clases prácticas en el laboratorio. La
dedicación al estudio se complementaba con una de las más
ricas ofertas culturales de las que dispuso Madrid en los
años veinte y treinta. Se organizaban múltiples actividades
—conferencias, lecturas poéticas, conciertos y
representaciones teatrales—, además de otras iniciativas
formativas más lúdicas, como las continuas visitas a los
museos y espacios artísticos de la capital, los viajes a
Toledo, Andalucía, Barcelona, Marruecos y, finalmente, a
París en abril de 1934. Siguiendo la orientación de la ILE,
esta concepción de la cultura no descuidaba la naturaleza
ni la vida sana y deportiva, así que se organizaban
excursiones a la sierra madrileña y se estimulaba la
práctica del deporte, como el tenis, o la organización de los
equipos de baloncesto y hockey femeninos que tuvo la
Residencia [véase imagen 3].
Raquel Vázquez Ramil ha destacado, particularmente, la
vida cultural del centro en el período republicano,
caracterizándola como una experiencia «entre la alta
cultura y el brillo social» y señala la calidad de los actos
que tuvieron lugar en sus salones, particularmente en el
paraninfo de la calle Miguel Ángel, donde, por ejemplo, el
26 de enero de 1931 Rafael Alberti hizo una lectura de
Santa Casilda, un joven Federico García Lorca presentó por
primera vez en público su Poeta en Nueva York el 16 de
marzo de 1932 y el 26 de abril de 1933 Victoria Kent
conferenció sobre «Rutas femeninas»8. No solo ellos, en
general los nombres más destacados en el campo de la
ciencia y la cultura española pasaron por la Residencia:
Ortega y Gasset, Zubiri, José Bergamín o Pedro Salinas,
entre otros, fueron asiduos conferenciantes en sus salones,
donde también comparecieron Gabriela Mistral o Victoria
Ocampo.
En su interior surgieron las instituciones culturales
femeninas que definen la llegada de la mujer a la esfera
social de la cultura en los años veinte, en especial el
Lyceum Club y la Federación Española de Mujeres
Universitarias —FEMU—, que tuvieron a María de Maeztu
en sus respectivas presidencias. Algunas residentes
figuraron en el comité que organizó el congreso de 1928 de
la International Federation of University Women —que
había nacido en 1919— en Madrid. Pero si algo distinguió y
prestigió singularmente a la Residencia de Señoritas fue la
dimensión internacional del proyecto, es decir, la sólida red
de conexiones internacionales con Europa y los Estados
Unidos. El funcionamiento de la Residencia y el tipo de
enseñanza recibida son inseparables de su conexión con el
International Institute for Girls in Spain, el centro
norteamericano vecino, como señalé, en el que previamente
ya era profesora María de Maeztu, con el que colaboró en
un objetivo común, trabajar por la Educación Superior de
las españolas, y con el que se fusionó espacial e
institucionalmente, de forma que, como ya se ha dicho,
tanto por arrendamiento como por compra, la Residencia
anexionó los edificios del Instituto Internacional en España
y negoció con la institución norteamericana un fructífero
acuerdo de intercambio. Desde 1919, las norteamericanas
que quisieran venir a estudiar español se alojaban y podían
recibir clases en la Residencia; al tiempo que diversos
colleges femeninos —Smith, Vassar, Barnard, Wellesley,
entre otros, organizados en el llamado Comité de Boston—
ofertaron becas para que las jóvenes españolas pudieran
estudiar allí. Esta colaboración supuso un éxito sin
precedentes y de inmediato repercutió, unido al esfuerzo
de la propia Residencia, en la aparición de la primera
generación de mujeres científicas españolas.
Nunca se insistirá bastante en el impacto cultural que
ocasionó este encuentro en el marco de la Residencia. Las
profesoras y estudiantes norteamericanas dieron clases de
inglés en el centro y de gimnasia rítmica y deportiva; más
allá de eso, la convivencia fraguó el enriquecimiento mutuo
y la amplitud de miras. Además, desde el Comité de Boston
llegaron fondos para dos recursos sustanciales de la
Residencia, la biblioteca y el laboratorio. Si tiene valor este
intercambio de culturas a través de la convivencia, lo
adquiere más al observar que no fueron las
norteamericanas las únicas extranjeras que cohabitaron
con las residentes españolas en la casa; en el prestigioso
centro encontraron acomodo profesoras y estudiantes de
español llegadas de múltiples países de Europa y, como
contraparte, con pensión de la JAE o sin ella, las españolas
no se quedaron atrás a la hora de encontrar nuevos
horizontes internacionales en los que completar su
formación, como se verá al final de este ensayo. Todo esto
sucedía en una Europa que tras la Primera Guerra Mundial
buscaba, a través de la Sociedad de Naciones, el refuerzo
de la paz y la internacionalidad.
La biblioteca ocupó el espacio que tenía la del
International Institute en Miguel Ángel 8. Se consideraba el
corazón de la Residencia porque era el lugar de trabajo por
excelencia, y en la etapa republicana llegó a alcanzar los
15.000 volúmenes; para entonces se había convertido en
una de las bibliotecas para mujeres más sólidas de Europa.
Una jovencita Victoria Kent tendría bajo su encargo el
cuidado de la primera biblioteca y se ocupó de las primeras
clasificaciones de libros y del pedido de las nuevas
estanterías. En el primitivo reglamento era obligado ir a
leer a la biblioteca y no se podían sacar los libros, porque
se pensaba que tenerlos por las habitaciones fomentaba
que las alumnas se quedaran hablando entre ellas y
perdieran el tiempo. Más adelante, el funcionamiento
cambió y se diversificó y en ella se implantarían los cursos
de biblioteconomía que impulsaron la presencia femenina
en la red pública de archivos, bibliotecas y museos.
El otro corazón científico de la Residencia hay que
situarlo en el laboratorio, que llegaría a ser conocido como
el Laboratorio Foster en honor a su primera directora, la
norteamericana Mary Louise Foster. Sin duda ayudó a que
un grupo destacado de mujeres desarrollaran una brillante
carrera científica en los años treinta, para cuando ya era
dirigido por científicas españolas —Rosa Herrera
Montenegro, licenciada en Farmacia, y Carmen Gómez
Escolar, auxiliar de química orgánica en la Universidad
Central9.
Más allá de un cuidado aprendizaje científico y
académico y de una educación cultural y física, ser
residente implicaba participar de un estilo de vida emanado
de la educación integral que preconizaba la ILE, al
perseguir una distinción física y moral que también
abarcaba el refinamiento y las buenas maneras. Ese
refinamiento aunaba aspectos materiales del centro con la
asunción de un comportamiento, unos valores y una forma
de entender el mundo que, ya en su momento, se distinguió
como «el espíritu de la Residencia» y que intento ir
desgranando en los puntos de vista y actitudes que las
residentes reflejan en su correspondencia y que, en su
conjunto, se plasma en el sentimiento de formar parte de
algo, lo que ellas denominaban la Casa, y una implicación
que convierte la vida de la Residencia en una obra coral,
que es la que este estudio quiere presentar.
En la materialidad, junto a la funcionalidad, luminosidad
y modernidad del espacio mismo, como antes se mencionó,
la excelencia pedagógica se plasmaba, igualmente, en la
comodidad de la instalación, dotada de calefacción. El agua
caliente y los baños y duchas junto a los dormitorios
constituían otro de esos lujos desacostumbrados; pero
sobresalía principalmente la disponibilidad de una cultura
material inaccesible entonces en los hogares españoles: la
cercanía a la música y a los discos, a los proyectores y
colecciones de imágenes de ciudades y obras de arte, con
las que explicar otros espacios. Con el mayor esmero se
atendía tanto al cuidado de las flores en los salones como a
las buenas maneras en el comedor: «La Residencia
agradece a las señoritas que se cambien de traje para la
comida de la noche», incluye una directiva.
Complementariamente, se prestaba mucha atención a la
confección de menús variados y saludables, y, sobre todo,
se aprovechaba cualquier oportunidad para incentivar la
urbanidad y sociabilidad: por ejemplo, se sorteaban los
puestos de las mesas del comedor tres veces en el curso
para ampliar los círculos y favorecer los lazos entre
residentes. En el mismo sentido, se impuso la costumbre de
tomar el té, que se convirtió en ritual: con un té servido por
las residentes fue obsequiado el presidente de la República,
Niceto Alcalá-Zamora, durante su visita a la institución en
1933.
Habituar a las jóvenes a la vida social era uno de los fines
del esquema educativo residencial, por ello había una serie
de fiestas a lo largo del curso: una en octubre, para recibir
a las nuevas estudiantes, y otra en mayo, para despedir a
las que concluían su estancia; además de varias
celebraciones y veladas musicales, eventos sociales en los
que se admitían acompañantes masculinos y se invitaba a
reconocidas personalidades de la sociedad madrileña. No
obstante, el sentido de la distinción resultaba compatible
con la incorporación de las estudiantes al funcionamiento
de la casa, incluso en las tareas físicas de gobierno y
mantenimiento. Este sistema de incorporación del trabajo
de las estudiantes —como docentes, en la gestión de la
biblioteca, la secretaría, la contabilidad, el cuidado del
jardín, el gobierno de los pabellones, la dirección de los
cuatro grupos de residentes—, además de servir al
aprendizaje global, posibilitó una reducción del coste del
internado, favoreciendo que jóvenes prometedoras y
trabajadoras de familias menos pudientes pudieran
mantenerse en el centro.
Uno de los ejes que ha guiado esta investigación consiste
en lograr precisar tanto ideológica como sociológicamente
la procedencia familiar de las residentes. Llegados a este
aspecto, los investigadores acuden a la propia explicación
de la JAE en sus memorias y a las palabras de María de
Maeztu en el sentido de abrir el centro a «hijas de familias
modestas, de clase media, con sólido fondo de honradez y
sinceridad y vivo deseo de crearse, con su trabajo, una
posición independiente». Y no obstante, un grupo de en
torno a un millar de estudiantes, como conjunto, no dejó de
ser una élite, creo que no exactamente económica, pero sí
una élite intelectual, una de esas minorías rectas y bien
formadas para llegar a conducir el país en un futuro.
Estas jóvenes fueron entrenadas para la responsabilidad,
el cumplimiento exacto, el esfuerzo continuado10, algo que
podía pensarse como una receta de educar para el éxito en
los ámbitos masculinos, pero nada habitual en la educación
femenina, de la que la sociedad también espera menos.
Este camino del perfeccionamiento, la disciplina y el
rendimiento docente conforma la vía de lo que he llamado
educar para el éxito, y que también imbuía a la residente
del «espíritu de la casa».
Siendo yo estudiante universitaria en Madrid, ganó el
premio Adonáis Blanca Andreu con el poemario De una
niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall11.
Muchos años después, esa misma niña es protagonista de
este libro, una niña que soñó con habitar las estrellas y lo
consiguió, porque la historia de la Residencia de Señoritas
fue un éxito; otra cosa sería la historia de España, cuyo
fracaso democrático se llevó por delante el proyecto de
modernización educativa de la Junta para Ampliación de
Estudios. Para seguir la trayectoria de esa niña ambiciosa
—de esas jóvenes, en realidad—, utilizo el hilo de la
correspondencia: básicamente la rica correspondencia del
Archivo de la Residencia de Señoritas y, de forma
complementaria, la conservada en los expedientes de la
JAE. Para profundizar en algunas biografías he recurrido a
la documentación personal del Archivo Histórico Nacional,
Sección Universidades, a la del Archivo General de la
Administración y, puntualmente, a instituciones muy
concretas: el Archivo de la Diputación de Córdoba, el
Colegio Oficial de Médicos de Huelva, la Real Academia
Hispano-Americana de Cádiz, el Ayuntamiento de Higuera
de Vargas, los institutos de bachillerato Santa Eulalia, de
Mérida, y Aguilar Eslava, de Cabra. En todos estos centros
he encontrado la más estrecha colaboración. En ocasiones
he podido entrevistar a algunos familiares o conocidos de
ciertas residentes.
La carta personal es un tipo de documento nacido para la
intimidad. Voy a pedir al lector una lectura interactiva, es
decir, que salte, al hilo de la narración, a un mundo de
cartas: sí, saltemos a un mundo sin emails, sin móviles, sin
whatsapp, con un uso muy restringido del teléfono
convencional, fuera del alcance de la mayoría de los
hogares —de hecho, apenas se habla de la comunicación
telefónica en esta extensa correspondencia—, aunque la
Resi —así la llamaban las estudiantes— tenía teléfono12. La
carta era, pues, la reina de las comunicaciones. Pensemos
en una auténtica carta, dirigida a alguien a quien deseamos
informar de nuestras necesidades, motivaciones, deseos,
preocupaciones o sueños. Estamos ante un epistolario que
se desarrolla entre una esfera profesional y otra más
cálida, dictada por los sentimientos de respeto, admiración
y amistad. Pensemos, luego, en los ritmos de una carta; las
cartas requerían un tiempo de espera… Alguien envía sus
palabras y aguarda una respuesta que podía tardar
semanas. El tiempo personal y el social discurrían a paso
muy lento, comparado con hoy. Las cartas se escribían con
sosiego y para que sintamos esa quietud se ha de esforzar
mucho nuestra imaginación, incluso se dejaban a medias
para ser retomadas otro día: ¿cuándo recibimos la última
carta que no fuera comercial o de un banco? ¿Cuándo
escribimos la última? Los más jóvenes puede que no hayan
escrito ninguna.
Cuando se escribe una carta, una está a solas consigo
misma, pero a la vez está pensando en el otro; hay, por
tanto, dos procesos simultáneos, el de la reflexión y el de la
comunicación sin la presión de otra presencia, que existe,
aunque ausente. La carta recibe, así, matices y confesiones
que una comunicación oral o presencial, más espontánea,
no recoge. Además, la recreación del receptor permite
intensificar las sensaciones, aproximarse al otro por encima
del espacio y del tiempo. Por otra parte, una carta del
primer tercio del siglo XX queda también sujeta a los
convencionalismos sociales, porque en su mayoría esta
correspondencia procede de una comunicación entre
personas colocadas en ámbitos desiguales, entre profesora
y alumna, o bien se origina en la relación entre la dirección
y la secretaría de la Residencia, María de Maeztu y Eulalia
Lapresta, y el entorno familiar de las estudiantes o con el
secretario de la JAE, José Castillejo.
A lo largo de su estancia, las jóvenes establecen un
estrecho vínculo con el proyecto de la Residencia y la carta
alimenta esa relación. Las residentes no escriben solo por
motivos académicos, sino que se relacionan mediante
cartas: se escribe al llegar a casa para contar cómo ha sido
el viaje y cómo se ha encontrado a la familia; se escribe en
verano para contar los planes. Se escribe cuando se está en
el extranjero comentando todo lo que llama la atención. Se
escribe cuando se han terminado los estudios,
compartiendo los planes profesionales, se escribe
recomendando a hermanas, primas, amigas, conocidas. Se
escribe a lo largo de la vida, reflexionando acerca de para
qué sirvieron los años de estudiante. O por nada, como
explica muy bien Dolores Guzmán de Granada: «[17 de julio
de 1917] Querida profesora: Escribo sencillamente porque
me acuerdo mucho de usted y de la casa y realmente no
puede ser de otra manera después del tiempo que he
pasado con ustedes y de la manera como lo he pasado»
(ARS, 33/94/1). En cuanto a ciertas pasiones omnipresentes
en las dinámicas de grupo como amor, celos, envidias,
rechazos…, han dejado un rastro menor en esta
correspondencia; una lectura atenta del conjunto permite,
no obstante, ir descubriendo ciertos casos de
insatisfacción, frustración o, abiertamente, enfados que
también se van tratando a lo largo del texto.
Por otra parte, el propio soporte de papel ofrece
información sustancial: era muy frecuente utilizar el papel
timbrado, con lo cual se tiene datado el negocio familiar o
la profesión paterna. Pero las estudiantes siguen
escribiendo ya convertidas en profesionales y podemos
encontrarlas empleando, luego, su propio papel timbrado
como médicas o farmacéuticas, etc., o el de las
instituciones en donde trabajan: colegios, institutos,
bibliotecas, oficinas administrativas, etc.
A veces, lo que llegaba por carta era una invitación de
boda, por ejemplo, la de Trinidad Rivas. En 1923, Pilar y
Trinidad Rivas, hijas de Enrique Rivas Beltrán, empresario
librero de Málaga, llegaron a la Residencia; nueve años
después, los padres enviaban a María de Maeztu la
participación de bodas de su hija Trinidad. Sin embargo, lo
que más llama la atención en un rápido repaso visual es la
abundancia de las cartas ribeteadas de luto, y es que la
muerte forma parte de la vida y convivía con el grupo, a
pesar de su juventud.
Las cartas se pierden y con ellas parte de los
sentimientos que llevaban… Todos nos preguntamos por
dónde navegan los emails que nunca alcanzan su destino.
Las cartas que no acaban su viaje han proporcionado un
tema habitual en la literatura y el cine. Tal vez en el
funcionamiento de la Residencia no supusieran un desastre
vital, pero siempre ocasionaban enfado y molestia: «[12 de
septiembre de 1922] No se refiere en la suya a una carta de
mi madre y mía, creo era del 7 del pasado y en ella le daba
mi madre las gracias por todas las atenciones que he
recibido en esa Residencia […]. Quizás con los jaleos que
hubo en Correos se perdería» (ARS, 37/66/5) —decía Anita
Martínez desde Almería.
Más allá de lo que cuenten, las cartas responden a
nuestras preguntas de hoy. Sobre todo, por qué y para qué,
en contra de convencionalismos y prejuicios, estas jóvenes
quieren estudiar y se marchan a Madrid. Quiénes son y de
dónde proceden. Qué les sucede en estos años y cómo
reaccionan. Es decir, que sometemos las cartas a una
lectura actual, pero quiero conservar, a pesar de ello, su
lenguaje —el tono cercano, la naturalidad, la confianza— y
huir de una expresión académica que marque distancia y
artificio.
He utilizado las cartas no para interesarme por las
instituciones, sino para ponerlas a ellas, a las estudiantes,
en el centro de atención y seguir, se podría decir,
escuchando sus palabras13. Ante un documento así, el
investigador tiene la capacidad de revitalizar la voluntad
comunicativa inicial, y he optado por construir el análisis
sobre las citas originales, evitando parafrasear los
contenidos, lo que podría apresurar el ritmo narrativo,
asumiendo el riesgo de sonar reiterativa. He buscado
salvaguardar el diálogo, en distinto tiempo y espacio, que
pretende toda carta. En el caso de la Residencia, tanto
María de Maeztu como Eulalia Lapresta respondían con
puntualidad a sus interlocutores, lo que nos permite, con
cierta frecuencia, participar en el intercambio. No resulta
excepcional, y con ello aumenta el valor de esta
documentación, encontrar las misivas cruzadas entre
ambas partes; lógicamente, aunque las cartas originales
partieron hacia sus destinos, en la secretaría se conservó la
copia al carboncillo, otra práctica que los jóvenes actuales
ignorarán.
Analizar una correspondencia nos lleva a un pasado
individual, pero al ser esta una correspondencia tan
numerosa, he querido construir no una suma de biografías,
sino, en cierta manera, una biografía colectiva, es decir, un
retrato del conjunto de las residentes. Ese retrato arranca
con la llegada al centro, a través de la correspondencia con
las familias, sobre todo, con los padres; prosigue indagando
en los costes de esta decisión para algunas familias y la vía
que Maeztu encontró para reducir esas facturas: incorporar
a las estudiantes a la organización y el funcionamiento del
centro, de forma que un grupo numeroso estudiaba y
trabajaba a la vez. Ya dije que abundaban las cartas de luto,
así que también era necesario recoger el dolor. Se ha
colocado a la Residencia, o mejor a su directora, en el
centro de una red de relaciones sociales, amistades y
colaboraciones que sostienen, conforme a la época, un
denso intercambio de influencias y favores que rodeaban
casi cualquier paso en la vida profesional y en la social
también. Para tener éxito había que desearlo con fuerza,
estas jóvenes luchaban por ser alguien en la vida y la
Residencia les proporcionó el camino, un camino que las
convirtió en cultas, modernas y viajeras. He dejado los
viajes para el final, porque en no pocos casos abrieron la
puerta al exilio.
Con independencia de esos temas que estructuran la
obra, el texto queda recorrido de principio a fin por una
serie de hilos transversales abiertos a la reflexión del
lector, todos ellos sustanciales para comprender la
revolución femenina del primer tercio del siglo XX.
Hablando de revolución, uno de esos hilos va destacando el
poder revolucionario de la educación. La Residencia se
convirtió en pieza fundamental en el proyecto
institucionista de la progresiva extensión de la educación
por toda la geografía; como una onda expansiva, las
estudiantes formadas en la moderna pedagogía se
transformaron en sujetos activos contra el analfabetismo.
Más aún, este hilo va dibujando el compromiso de unas
mujeres españolas de clase media con la educación
popular: se estableció una alianza de clases en pro de la
dignidad humana, mediante la educación. He trazado un
segundo hilo en torno al deseo, desear ser. Enseñar a
desear resulta parte esencial de la educación: dónde
encontrar los modelos con los que identificarse, cómo crear
las expectativas para fomentar la ambición y estimular los
esfuerzos. La Residencia trazó un horizonte de
expectativas. El esfuerzo mismo se configura como un hilo
más: trazar planes y alcanzarlos no depende de más
fórmula mágica que la del esfuerzo, esta es la historia de
muchas jóvenes esforzadas y, por tanto, disciplinadas.
Expectativas, metas, disciplina en los años veinte y
treinta… En eso consistía entonces el feminismo —un hilo
más—, en la búsqueda de independencia a través del
trabajo y el conocimiento, en adquirir libertad de
movimientos, vida social, reconocimiento. La camaradería
—no me gusta el término sororidad, lo asocio a convento—,
el apoyo entre compañeras y profesionales, la amistad
femenina, la admiración revelan actitudes que confluyen en
el feminismo, compatible con que el estado deseable para
la mayoría siguiera siendo el matrimonio. Cité antes a
Carmen de Munárriz y recurro de nuevo a su artículo sobre
la vida interior de la Residencia, ella que vivía dentro deja
escrito que, siendo el centro un lugar lleno de jóvenes, era
normal que «el amor interese por lo menos tanto como la
Química, el Derecho romano y la Historia de la Pedagogía.
Casi todas tienen novio […]»14. Algunas de ellas se casaron
con los vecinos de la otra Residencia, no obstante, una
proporción elevada de las que ejercieron profesionalmente
permaneció soltera. Hoy sabemos que en la casa también
se sintió el amor lésbico —Victoria Kent, Maruja Mallo,
Elena Fortún, Carmen Conde—, en las cartas se intuye
algún indicio, pero tan solo se constatan amistades fuertes.
De estos casos de amor prohibido —entonces— más bien
habla el silencio.
Corrieron malos tiempos para el liberalismo que
sustentaban la ILE y la JAE, y en el interior de la
Residencia, un centro oficialmente laico y liberal, el
proyecto educativo y el feminista colisionó con la
progresiva polarización entre fascismo y antifascismo. El
análisis del compromiso político constituye otro gran eje
transversal de la investigación: las antiguas amigas y las
compañeras de estudio terminaron militando en la Falange
o en el PCE; se integraron en la administración franquista o
marcharon al exilio, en otra versión de la falangista y la
roja tantas veces vista en la historia de España15.
Algunas de las residentes han entrado, por fin, en la
historia cultural española de los años veinte y treinta:
Carmen Conde, Delhy Tejero, Alfonsa de la Torre, Elena
Fortún, Marina Romero. Con ellas convivieron
personalidades sobresalientes: Victoria Kent, Matilde Huici,
Josefina Carabias. En la Residencia dieron clases Isabel de
Oyarzábal Smith, María Zambrano, Victorina Durán o
María Luz Morales. En definitiva, en los dormitorios,
salones y jardines pasaron años de juventud algo más de
una decena de Sinsombreros que componen la escenografía
de esta obra, cuyo protagonismo principal recae, no
obstante, en los centenares de mujeres modernas que
plantaron su libertad por los múltiples rincones de España
y de las que se ignora casi todo. Probablemente porque,
insisto, si la historia de la Resi fue un éxito no así la de
España. De ellas me ocupo.
Me encantan los largos paseos, soy una caminante;
cuando imagino que algún día este texto será un libro, creo
que algunas de sus páginas tendrán sabor a sal, porque las
palabras finales para muchas ideas las trajeron las olas en
mis largos paseos por las playas del Puerto de Santa María.
Por motivos personales me paso media vida —vivo— en la
carretera, también sabrán a curva y paisaje. He escrito un
libro de viajes, aquel —geográfico e interior a la vez— que
comenzó cada estudiante cuando subió al automóvil o al
tren y se dirigió a Madrid.
He de confesar que esta investigación se ha apoderado
de mí; después de leer cartas o de escribir sobre ellas, me
costaba volver a mi realidad y he aburrido a mi familia y a
los amigos y compañeros con mis relatos: a todos ellos les
agradezco su paciencia y su buen humor para escucharme.
Quiero recodar, en particular, el continuo interés de Juan
Sisinio Pérez Garzón y la lectura atenta de Alicia
Almárcegui y Montserrat Huguet.
Durante años he acudido a diversos archivos;
particularmente en la Biblioteca-Archivo de la Fundación
José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón, Jorge
Magdaleno, Carmen Ibáñez y M.ª Luisa Fernández Rueda
me han prestado un apoyo que excedía sus tareas de
técnicos, al igual que Almudena de la Cueva en la
Residencia de Estudiantes. En ocasiones, he accedido a los
recuerdos que sobre algunas estudiantes conservaban
amigos y familia; es el caso de Carmen Guerra San Martín
—Ramón Rodríguez Álvarez—, Antonina Sanjurjo Aranaz —
Santiago González y Tachi Novoa Sanjurjo—, María e Inés
García Escalera —Guillermo García Manrique—, M.ª
Dolores Saudiel —Margarita Lobo Sanz—, Consuelo Gómez
Pérez —Enrique Bracho Gómez y Jesús Estepa Giménez— y
Elena Felipe —M.ª Dolores Salguero—: agradezco a cada
uno su tiempo y la sensibilidad. Esta investigación tuvo su
origen en un pequeño proyecto financiado por el Centro de
Estudios Andaluces y, en su etapa final, la Universidad de
Huelva me concedió lo que más necesitaba para terminarlo,
tiempo. Agradezco a las dos instituciones su confianza.
1
Cuya existencia había sido destacada por Rosa M.ª Capel, «El archivo de la
Residencia de Señoritas», CEE Participación Educativa, núm. 11 (julio de
2009), págs. 156-161.
2
«Las que estudian. En la Residencia de Señoritas, hablando con María de
Maeztu», ABC, 7 de abril de 1929, págs. 15 y 16.
3
La comparativa internacional con el nivel de acceso de las mujeres a la
universidad en otros países está presente en Mercedes Montero, La conquista
del espacio público: mujeres españolas en la universidad (1910-1936) Madrid,
Minerva, 2009.
4
Josefina Carabias, «Las mil estudiantes de la Universidad de Madrid», La
Estampa, núm. 285, 24 de junio de 1933.
5
Montserrat Huguet, «Desembarco en tierras papales: educadoras
estadounidenses en España en el tránsito entre siglos (1877-1931)», en F.
Villacorta, Modernización no democrática: Estado y actores sociales, Madrid,
CSIC, 2012. La evolución del International Institute y su estrecha vinculación
con la Residencia han sido magistralmente analizados en Pilar Piñón, Go West
Young Woman! Redes transatlánticas e internacionalismo cultural: las mujeres
como protagonistas del intercambio académico entre España y los Estados
Unidos (1919-1939), tesis doctoral, Departamento de Historia Social y
Pensamiento Político, Madrid, UNED, 2015.
6
M.ª Josefa Lastagaray, María de Maeztu Whitney: una vida entre la pedagogía
y el feminismo, Madrid, La Ergástula, 2015, pág. 122.
7
Carmen de Munárriz, «La Residencia de Señoritas en la intimidad», Estampa,
año 3, núm. 118, 15 de abril de 1930, págs. 26-29.
8
Raquel Vázquez, «La Residencia de Señoritas de Madrid durante la II
República: entre la alta cultura y el brillo social», Espacio, Tiempo y Educación,
vol. 2, núm. 1 (2015), págs. 323-346, doi:
https://dx.doi.org/10.14516/ete.2015.002.001.016. Esta investigadora realizó su
tesis sobre la Residencia: Mujeres y educación en la España contemporánea: la
Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Señoritas de Madrid Madrid,
Akal, 2012. Estos trabajos y otros posteriores me han sido de gran ayuda.
9
Carmen Magallón, «El Laboratorio Foster de la Residencia de Señoritas: las
relaciones de la JAE con el International Institute for Girls in Spain y la
formación de las jóvenes científicas españolas», Asclepio. Revista de Historia
de la Medicina y de la Ciencia, vol. 59, núm. 2 (julio-diciembre de 2007), págs.
37-62.
10
En ello hace hincapié el excelente estudio de Isabel Pérez-Villanueva, La
Residencia de Estudiantes, 1910-1936: grupo universitario y Residencia de
Señoritas, Madrid, Residencia de Estudiantes, 2011. Esta investigación
constituyó la impresionante tesis doctoral de la autora, defendida en la UNED
en 1988 y publicada en primera edición en el 2000.

Blanca Andreu, De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall,


11

Madrid, Rialp, colección Adonáis, 1980.


12
El número 21-28J. Indica Pérez-Villanueva que su uso estuvo muy regulado y
que la comunicación no podía prolongarse más de tres minutos, 2011, pág. 647.
13
Si este planteamiento es viable se debe a las investigaciones desarrolladas
por Isabel Pérez-Villanueva Tovar y Raquel Vázquez Ramil, a cuyos estudios se
p y q q y
ha hecho referencia, al igual que a la información de la exposición Mujeres en
vanguardia, http://www.residencia.csic.es/expomujeres/expo.htm (consultado
16/5/2022). Véase también Almudena de la Cueva y Margarita Márquez,
Mujeres en vanguardia: la Residencia de Señoritas en su centenario (1915-
1936), Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2016. En el
marco del centenario de la Residencia se publicó, así mismo, Josefina Cuesta,
M.ª José Turrión y Rosa Merino (eds.), La Residencia de Señoritas y otras redes
culturales femeninas Salamanca, Universidad de Salamanca, 2015. Del mismo
modo, me han sido muy útiles los trabajos de Álvaro Ribagorda, entre otros,
«La ciencia española en la Segunda República y la historiografía», Revista de
Historiografía, núm. 29 (2018), págs. 119-140.
14
Carmen de Munárriz, op. cit.
15
Inmaculada de la Fuente, La roja y la falangista: dos hermanas en la España
del 36, Barcelona, Planeta, 2006.
I
PADRES E HIJAS
Madrid, capital y corte, quedaba lejísimos de los hogares
españoles. A la altura de 1915 existía una duda razonable
sobre si habría un número suficiente de estudiantes para
mantener a flote la empresa de una Residencia de
Señoritas. La respuesta fue llegando en forma de cartas de
padres temerosos, aunque interesados en enviar a sus hijas
al pensionado que dirigía la Srta. de Maeztu. Al sentarse un
día y otro ante el archivo de correspondencia, siempre
sorprende la fuerte presencia paterna y, al final, no cabe
duda: ellos tomaron la iniciativa. Se fraguó un pacto entre
padres e hijas, una promesa mutua en la que ellas debieron
de jurar prudencia y disciplina y ellos, confianza y respeto.
Visitaban el centro, pedían informes a los conocidos,
hablaban con la directora, acompañaban a sus hijas y, al
dejarlas en las que serían sus nuevas habitaciones,
confirmaban un acto de amor generoso, anteponiendo al
egoísmo de mantenerlas sanas y salvas bien vigiladas en
casa, el derecho a ser ellas mismas y a decidir con libertad
su futuro.
Solo muy ocasionalmente se hallan indicios de cómo las
madres fueron más difíciles de convencer y es que, saliendo
de casa, todo resultaba peligroso: el viaje, las compañías, la
salud, la honorabilidad…, de forma que, obviamente, hay
que preguntarse cómo, por qué y para qué estas familias
consintieron dejar marchar a sus hijas. A eso responden las
cartas y las respuestas muestran las sociologías familiares.
A la Residencia llegan muchachas de provincia, hijas de las
clases medias, comerciantes, profesionales liberales o
funcionarios que no podían legar un patrimonio importante
a sus descendientes, pero no solo, también algunas hijas de
trabajadores o bien de familias muy numerosas o con
múltiples hermanas. Con mucha frecuencia, lo hicieron
jóvenes —o no tan jóvenes— que ya eran maestras pero
deseaban seguir estudiando, bien para el ingreso en la
Escuela Superior o en la Universidad.

EL VALOR DE LA GENEROSIDAD
«Ya dije a V. que queriéndolo todo para la niña me
conformo con poco […] que trabaje en cosas positivas y
prácticas, que sienta un ideal recio y sano que pueda
llevarla a una felicidad relativa. Dirá V. y ¿eso es poco? Es
todo lo que yo quiero como padre» (ARS, 27/51/1). Así
escribía Pedro de Castro León, abogado de Bujalance, a
María de Maeztu en diciembre de 1915 sobre la educación
de su hija Mariana, que formaba parte del primer grupo de
jóvenes con el que, en el curso 1915/1916, abrió sus
puertas la Residencia de Señoritas. Con ellas convivía
Concha Barrero Tinoco, que estaba preparando el acceso a
la Escuela Superior del Magisterio; como don Pedro,
Guillermo Barrero Fernández también explica a doña María
por qué estaba su hija con ella en Madrid: «[18 de junio de
1916] Mi posición económica es la de un modesto empleado
que gana un sueldo que puedo calificar de bastante para
sostener las necesidades ordinarias de mi familia
compuesta de mi esposa y cuatro hijas; de tal sueldo he
podido a duras penas ir sufragando los gastos de la carrera,
haciendo el sacrificio en vista de las buenas disposiciones
que siempre observé en Concha y pensando que era, y es
por hoy, el único patrimonio que podría legarle» (ARS,
24/56/8).
Desde Bujalance, desde Almendralejo, estos y otros
padres exponen claramente por qué evitan los prejuicios:
en casos como los de Concepción Barrero se habla de
jóvenes de provincia con buenas disposiciones
intelectuales, que quieren cierta independencia y necesitan
trabajar; en el de Mariana, se buscaba una educación
integral que la ayudara en el futuro y elevara su calidad
humana. Con esos u otros matices, los padres dejarán
partir a sus hijas para favorecer su crecimiento personal y
profesional, y lo hacen porque la Residencia de Señoritas
poseía la solvencia científica de la Junta para Ampliación de
Estudios y la, no menos importante, solvencia moral de la
sabia dirección de doña María de Maeztu Whitney.
Las chicas llegaban a Madrid, a la gran ciudad, con
frecuencia era la primera vez que salían de sus casas y en
la capital no existía un lugar que ofreciera limpieza,
comodidad y un ambiente agradable que estimulara el
espíritu de trabajo y que además garantizara la
respetabilidad y alejara cualquier sombra de difamación. La
propia María de Maeztu había experimentado esas
carencias. En 1912 terminó en la Escuela Superior del
Magisterio y en julio fue destinada a la Escuela Normal de
Maestras de Cádiz, una plaza que no ocupó, pero sí se
trasladó esporádicamente a la ciudad. Sigo a Carmen
Gómez Moreno en su comentario de que, tal vez por la
incomodidad de su alojamiento en esa ciudad universitaria,
se esforzara más en hacer realidad el proyecto de la
Residencia de Señoritas en el que venía pensando y del que
hizo cómplice a Rafaela Ortega, hermana de José Ortega y
Gasset16. Sin embargo, como también se ha dicho, no es
que las jóvenes retrocedieran a la hora de estudiar y
formarse a la altura de 1915 por falta de lugares
apropiados para hacerlo, sino ante los fuertes prejuicios
sociales y morales en contra de la mujer trabajadora y
culta. En realidad, la idea de Maeztu y de la JAE no
obedecía tanto a la demanda de una residencia para
mujeres como a que su existencia alentara a las jóvenes a
continuar sus estudios, como Pérez-Villanueva y Vázquez
Ramil han subrayado. Por otra parte, las estudiantes —y
sus padres— la buscaban a ella —la Srta. de Maeztu—, su
ejemplo, sus pautas, su guía en medio de un marco
desconocido.
Voy a seguir profundizando en cómo eran estos padres,
qué querían, de qué grupos sociales provenían, de qué
ideologías, hasta dónde se implicaban en la educación, en
la relación con la Residencia, con la directora… Es decir,
voy a intentar reconstruir la intervención de los padres en
la educación de sus hijas hasta donde las cartas lo
permitan, comenzando por el principio, por los padres más
arriesgados, aquellos que favorecieron la presencia de sus
hijas en los primeros cursos, cuando la empresa de la
Residencia resultaba aún un interrogante y es casi
inexplicable cómo y por qué las dejaron marchar. Creo que
nos conviene comenzar por lo más sencillo: la familia
García-Andoín vivía en Bilbao y conocía de antiguo a doña
Juana Whitney y a los Maeztu, así que en este caso la
decisión resulta más comprensible:
Bilbao, 13 de septiembre de 1915
Oportunamente me entregaron en la oficina de la Naviera Uriarte un
prospecto referente a la constitución del Pensionado para señoritas que
tengan que hacer estudios en la corte. Debido a haber estado mi mujer y
mi hija en Elciego (Rioja) [sic] unos cuantos días, he demorado el acusar
recibo de dicho impreso, así como de la tarjetita que me adjuntaba, pues
como es natural deseaba hacer presente a mi familia lo que había sobre
el particular […].
El sábado regresaron y quedamos en que, si en ese pensionado se
podía disponer de una habitación económica (de diez pesetas mensuales)
conforme dice el prospecto y tratándose de que V. está de Directora,
como demasiado sabemos las atenciones que nos guarda, desde luego
estamos conformes en que vaya a ese pensionado, haciendo gustosos el
sacrificio de diez pesetas más que nos supone el presupuesto mensual de
gastos al ir Aurelia a ese centro (ARS, 32/30/1).

Son cuatro las García-Andoín: Aurelia Mercedes, María


Begoña, María Teresa y María Dolores. Las tres primeras
vivieron en la Residencia preparando el acceso a la Escuela
Superior del Magisterio y, luego, mientras seguían sus
cursos. En octubre de 1915 llegó Aurelia Mercedes para
estudiar en la Escuela Superior, donde termina en 1918. En
el siguiente año espera destino y para el curso 1919/1920
se incorpora a la Escuela Normal de La Laguna; su salida
de la Residencia coincide con la entrada de su hermana
María Begoña y en 1920/1921 ingresará la tercera, María
Teresa, que será residente hasta 1927.
Esta misiva ofrece mucha información: se trata de una
familia con muchas hijas y recursos limitados y, por la
alusión a las oficinas de la Naviera Uriarte, se puede
pensar en un comerciante o suministrador relacionado con
las empresas navieras, aunque siempre dejó claro que para
él el enviar a sus hijas a Madrid significaba un esfuerzo
económico:
Bilbao, 24 de septiembre de 1915
[…] Le incluyo la hojita de solicitud de ingreso debidamente firmada y
como verá en ella, consigno el precio máximo pts. 3,75 que según mis
cálculos si no estoy equivocado, corresponde a una habitación de las
económicas de 10 ptas. mensuales y el resto comprende todos los gastos
que detalla el presupuesto […] (ARS, 32/30/2).

Se trata, además, de un padre involucrado en la


educación de sus hijas, a las que implicaba en las
decisiones, al igual que a su madre, a quien también se
observa apoyándolas, y que es citada por el padre de
familia en repetidas ocasiones, a veces por su nombre,
Margarita Amilibia, aunque ella no escribiera nunca
directamente: «[18 de octubre de 1919] Debido a mis
muchas ocupaciones, me vi en la necesidad de delegar en
mi esposa, la que ha acompañado a Mercedes hasta Cádiz
en su viaje a La Laguna y a María Begoña hasta esa [la
Residencia], donde ya se encuentra instalada […]» (ARS,
32/30/8).
Es fácil imaginar que, aunque bajo la supervisión de su
admirada María de Maeztu, ese primer trimestre de
separación ocasionó alguna inquietud en el matrimonio, y
así se entiende la carta de contento y agradecimiento que
el padre envía a la directora, nada más constatar la
satisfacción de Mercedes cuando regresó para las
Navidades de 1915:
Bilbao, 21 de diciembre de 1915
[…] Por cartas que continuamente recibía de Mercedes, estaba
enterado del excelente trato que recibían en esa residencia, de sus
muchos planes para que disfrutaran todo el confort y cuidados
necesarios. Pero ayer noche, cuando vino ella, tuve la satisfacción de ver
ratificadas y aumentadas todas sus favorables impresiones respecto a V.
y a la casa y por todo ello le significo mi más completo reconocimiento.
[…] Mi mejor deseo para V. es, si esto no significa contrariarle en sus
justas aspiraciones, que permanezca V. al frente de esa institución que
tanto bien está llamada a reportar a todos los padres de familia que se
ven en la necesidad de enviar sus hijas a la Corte para ampliar sus
estudios […] (ARS, 32/30/4).

La presentación de María Begoña, la segunda, incorpora


otros rasgos a esta difícil decisión: también las estudiantes
sufren la separación, aunque solía ser una nostalgia corta
que daba paso al disfrute de su nueva independencia en la
capital de España: «[…] Creo que María Begoña se irá
acostumbrando a estar separada de sus papás y que dentro
de poco se encontrará tan encantada de la vida madrileña
como lo estaba Mercedes […]», comenta el padre. Por otra
parte, Antonio García-Andoín no era solo el padre de
muchas hijas, para él cada una de ellas era especial:
«Confío en que cuando ustedes la traten un poco a María
Begoña, apreciarán en ella cualidades que les han de caer
simpáticas y si buena fue la impresión que dejó la mayor,
en otro estilo esta no permitirá que se arríe el pabellón que
tan alto supo dejar su hermana» (ARS, 32/30/7). Aunque
María Begoña tuvo que presentarse en más de una ocasión
al examen de acceso a la Escuela, obtuvo plaza y pasado un
tiempo, en 1934, ingresaba en la Normal de Orense como
profesora de Matemáticas17.
Llegada María Teresa, también la describió
amorosamente:
[25 de diciembre de 1920] Mari Tere que llegó a esta el viernes último,
está muy bien de salud y poco a poco creo que va tomando gusto a
Madrid y me imagino que cuando vuelva a la Resi [sic] no se encontrará
tan apenada como en un principio […].
[…] Supongo que María Teresa se conducirá con toda corrección y se
captará las simpatías de todas sus profesoras y amigas, por su trato
cariñoso y su firme deseo de ser cumplidora con su deber (ARS, 32/30/9).

La infinita mayoría de las cartas refleja lo contentas y


bien instaladas que estaban las residentes, y no hay tantas
que, como estas, hablen del período de adaptación a la
nueva realidad de estar fuera del hogar, que seguro que
provocó —y no solo en las García-Andoín— momentos de
tristeza, pero estas chicas se adaptaron y se incorporaron
al círculo más íntimo de doña María. María Teresa figura ya
en 1921 como profesora en el Instituto-Escuela, de esa
manera sufragaba el coste de su sostenimiento en la Resi:
«Bilbao, 1 de noviembre de 1921. [Le informo de] lo
satisfecha que está María Teresa al sentirse profesora y
considerar que ya no nos resulta gravosa, pues con la paga
de profesora y con la beca tan amablemente ofrecida por V.
tiene para sus gastos y atenciones corrientes» (ARS,
32/30/17). Se puede asegurar que el satisfecho era él,
porque a este padre sus tres hijas le dieron múltiples
alegrías. Aurelia Mercedes, por ejemplo, mantenía con los
años su afán de superación: en 1928 impartía Matemáticas
en la Normal de Jaén y solicitó una pensión a la Junta para
Ampliación de Estudios para pasar en Francia y Bélgica
cinco meses investigando sobre la atención pedagógica a
niños deficientes para favorecer su desarrollo y adaptación
social. Se le concede pensión y realiza su estancia en 1929,
disfrutando, además, una prórroga de otros cinco meses
para el curso siguiente, 1930. Las hermanas Andoín
conservaron siempre su relación con la Residencia.
Cuando la Residencia abrió lo hizo con un pequeño grupo
de estudiantes, y la relación con María de Maeztu y Rafaela
Ortega, la atención y el cuidado que ellas les dedicaban
resultaban muy personales y directos: eso era, en realidad,
lo que los padres anhelaban. Esas primeras —Enriqueta
Martín, Juana Moreno, Victoria Kent, María Sánchez Arbós,
Matilde Huici, Adelina Cortina, entre otras, y, cómo no,
Eulalia Lapresta y Pura Arias— mantendrían para siempre
una fuerte relación con su mentora, a la que la propia
María se refiere con frecuencia, recordando con cierta
nostalgia aquella primera etapa. Un ejemplo sería su larga
relación con Adelina Cortina, que llegó a la Residencia en
1915 y mantuvo siempre la conexión; Adelina fue directora
de la Normal de Maestras en Gerona, y, en más de una
ocasión, la Srta. de Maeztu le reconocería su nostalgia:
Madrid, 15 de septiembre de 1923
[…] Por mi parte, ya sabe que esta casa está siempre a la disposición
de las alumnas de esa Escuela Normal [la de Gerona] pues guardo
siempre especial preferencia y cariño por aquellas primeras alumnas que
con su ejemplar comportamiento acreditaron esta obra que tan amplio
desarrollo ha adquirido […]» (ARS, 51/7/23).

Algo después insiste la directora en el mismo


sentimiento:
11 de abril de 1924
Desde hace mucho tiempo deseo escribir a usted pues aunque nada
especial tengo que comunicarle, siempre me es muy grato estar en
contacto con ustedes, las antiguas alumnas […]. Ahora va disminuyendo
el número de alumnas que se prepara para la Escuela Superior del
Magisterio y en cambio aumentando de una manera extraordinaria las
que siguen estudios en la Universidad. Yo no puedo menos que mirar
esta evolución con pena, pues como yo provengo del Magisterio siempre
me ha agradado tener un grupo de maestras en la casa […] (ARS,
52/4/35).

Sin caer en la exageración, se puede afirmar que, de


alguna manera, las familias le entregaban sus hijas,
requiriendo de ella el papel de madre. Así lo manifestaba el
padre de Adelina, Ángel Cortina, un abogado de Valencia,
cuya familia residía en Jérica, Castellón:
Jérica, 13 de abril de 1916
[…] En nombre de mi esposa y en el mío propio, un saludo respetuoso
para dar acceso al cumplimiento de una deuda de gratitud que con V.
tenemos contraída.
Hace seis meses ocupa la Residencia de su digna dirección nuestra hija
Adelina, acompañada hasta su ingreso por nuestros queridos hermanos a
quienes consideran nuestros hijos unos segundos padres y desde ese
dicho día y a juzgar por la sincera expresión de nuestra hija, gratitud y
consideración sin límites merece la acertada y digna dirección de V. que
nos complacemos en comunicar como deber de gratitud.
Esta garantía y la que nos ofrece Adelina, por lo juiciosa que siempre
ha sido, ha motivado nuestro retraso a V. para testimoniarle nuestra más
alta consideración a la vez que nuestra amistad sincera.
No obstante lo que queda expuesto, si creyera V. necesario algún
cariñoso tirón de orejas, se agradecerá, como así mismo saber de V. si
está satisfecha en absoluto de la conducta de nuestra hija […] (ARS,
28/40/1).

María, una madre para todas, también tenía que ser


recta, intachable, abnegada, trabajadora incansable, culta y
mujer de mundo.
Adelina Cortina se casa en Gerona, en 1922, con Miguel
Santaló Pavorell, que fue ministro de Comunicaciones con
la República, en el Gobierno de Lerroux, y antes, en 1931,
alcalde de Gerona; luego, parlamentario de la Generalidad
y miembro del Gobierno de Maciá. Durante la guerra ocupó
la vicepresidencia del Comité Antifascista de Gerona e
integró el Directorio de Esquerra Republicana de Catalunya
y, por último, presidió la Comisión de Patrimonio Artístico y
Arqueológico de Gerona. En enero de 1940, Adelina fue
dada de baja permanente en el Escalafón de Profesorado de
Escuela Normal. Toda la familia había marchado al exilio:
primero a Francia y de ahí a México y, ya envejecidos en
aquel país, vivirían en Guadalajara, donde residía su hija
mayor, también Adelina, casada con otro exiliado español.
Muy claro deja ese mandato de responsabilidad sobre su
hija el padre de Carlota Capdevilla, Tomás, empleado de la
Junta de Obras del Puerto de Almería: «Almería, 7 octubre
1921. [Le escribo] para significarle mi gratitud por los
términos tan expresivos de su carta en cuanto se refiere a
Carlota, debiendo añadir únicamente que, además del
cargo de Directora […], también se halla investida de la
doble personalidad de madre para con mi hija y, en tal
sentido, puede hacer uso en todo momento de las
facultades que están concedidas en el desempeño del
cargo» (ARS, 26/74/6).
En este caso, Carlota era huérfana e hija única, y su
padre explica la preocupación al separarse, porque en ella
había colocado —como él dice— todo su amor.
Con las cartas de Simón de Juan y Seisdedos seguimos
desentrañando por qué se decidían esos padres a dejar
volar a sus hijas y, junto con la preocupación y el amor de
un padre, encontramos un ejemplo muy válido de qué se
esperaba con ese sacrificio. Por el papel timbrado de sus
cartas, sabemos que Simón de Juan era director de la
Normal de Maestros de Burgos y, por tanto, compañero de
profesión de doña María; por ese canal ya se establece una
vía de contacto. Carmen de Juan Blesa llegó a la Residencia
el curso 1916/1917, también para preparar el ingreso en la
Escuela Superior del Magisterio, lo que no conseguiría
hasta 1919; permanecería en el centro mientras continuaba
los estudios en la Escuela, hasta 1923, y prosiguió después,
porque obtuvo un destino en el Instituto-Escuela, en el que
la Srta. de Maeztu dirigía la sección de Enseñanza
Preparatoria.
La correspondencia de Simón de Juan con María ilustra el
seguimiento cercano que los padres hacían del
aprovechamiento y el comportamiento de sus hijas, al igual
que de las expectativas que en ellas tenían depositadas y,
en consecuencia, de su frustración ante los fracasos. Como
en casos anteriores, la formación de Carmen requería a la
familia De Juan Blesa un esfuerzo económico. Desde el
principio, este padre pide a María que observe el
comportamiento de su hija y le informe:
Burgos, 20 de marzo de 1917
[…] En enero dejé en esa Residencia de su acertada dirección a mi hija
Carmen de Juan y no he querido molestar su atención con impertinentes
misivas hasta dar tiempo a que por el profesorado de ese centro se la
conociera. Hoy […] quisiera saber cómo marcha bajo todos sus aspectos.
Ella cuenta de sus trabajos y de sus excursiones científicas, pero quisiera
saber qué aprovechamiento revela en sus lecciones […] (ARS, 35/21/1).

En este caso, no es que Carmen se entregara al trabajo


sin desmayo, precisamente, como había sido el caso de
Mercedes García-Andoín, sino que, más bien, su dedicación
experimentaba altibajos y, al leer entre líneas algunas de
estas cartas, se intuye que le gustaba la diversión, algo
normal en una joven de su edad. Ni aprobó en la
convocatoria del 1917 ni lo haría al año siguiente, y el
padre seguía recomendando a Maeztu que la vigilara: «31
diciembre de 1918 […]. Carmen irá a esa para Reyes día
alto o bajo, ya que para esa fecha abrirán las clases, a ver
si este año somos más afortunados que los anteriores; va
con el encargo, como siempre, de trabajar. ¿Lo hará? Ya me
perdonará [que le pida] información sobre su conducta,
porque no tengo la paciencia de los fracasos […]» (ARS,
35/21/6).
Así lo hizo puntualmente doña María para desespero del
padre:
Burgos, 10 de marzo de 1919
[…] He sido honrado con su atenta del 7 y su contenido sobre la
conducta de mi hija, que ya es repetición del año anterior. No ha visto
eso en su padre, pero está visto que siendo yo un buen modelo no he
sabido modelar a mis hijos […].
Fracasado en el intento con el único hijo que Dios me dio, concebí la
esperanza en esa hija de resarcirme de los disgustos y penas que aquel
me causara y que perduran aunque ya es casado, con la satisfacción de
lograr mi intento alcanzando un puesto distinguido como fueron siempre
mis anhelos. De nada sirve a esa niña ver cómo anda su hermano de
maestro de pueblo, […] sigue creyendo sin duda que con un trabajo de
última hora ya se ha salvado la situación […]. Ayer mismo, al recibir sus
noticias, le escribí anunciándole que al primer informe que tuviera
desagradable, ni un día más estaría en la Residencia, ni en Madrid.
[…] Porque no hay que darle vueltas, la juventud de hoy estudia mucho
menos, bastante menos que en otros tiempos, y hay que poner
restricciones a su voluntariedad para distraerse y no trabajar, y no
perderles de vista […] (ARS, 35/21/7).
Con lo que se constata que los profesores de todos los
tiempos siempre hemos repetido lo mismo, que antes «se
trabajaba más» y que los estudiantes «cada día saben
menos». Sin embargo, Carmen terminó colmando las
expectativas de su padre y en 1927 ingresaba en el cuerpo
de Profesoras Auxiliares de Escuelas Normales, en la rama
de Ciencias18. Con esa escritura franca en la que dejaba ver
sus sentimientos más profundos, Simón de Juan
manifestaba el contento con aquella hija de sus amores en
la última carta que dirige a María; un texto diferente de los
anteriores en el que se aborda una dimensión nueva, la de
que la Residencia incorporaba a las estudiantes a una vida
social más distinguida que a la que podían aspirar
residiendo en sus provincias, al posibilitarles acceso a
círculos sociales e intelectuales que giraban en el entorno
de la ILE y de la JAE en Madrid. Así escribía ahora este
padre complacido:
Burgos, 27 de diciembre de 1923
[…] Esta hija de mis amores parece que al terminar su vida de
estudiante ha querido, por lo visto, inaugurar otra y, de la noche a la
mañana, me la veo acompañada de un joven que, al inquirir quién
pudiese ser, me entero que es de la Corte, hijo de un Catedrático de la
Universidad Central, y este verano hizo su presentación formal,
presentación que yo acepté y con ello sancioné sus relaciones de novios.
Ahora parece que la familia del novio quiere obsequiar a Carmen el día
de Nochevieja y para si esto llega, ya le pongo en autos para que V. sepa
quién va a buscarla y quién la acompaña, y, si dentro del régimen de la
Casa se puede consentir el permiso que ella solicitase a este objeto, yo
no he de poner reparo en ello. El novio se llama José de Benito […] (ARS,
35/21/12).

En el texto se encuentran las pistas para situar a la


familia con la que emparentarían los De Juan Blesa.
Lorenzo de Benito y Endara era por entonces catedrático
de Derecho Mercantil en la Universidad Central. José Luis
de Benito Mampel, su hijo, figuraba como joven profesor
asistente también en Mercantil. Terminaría convertido en
reconocido jurista y catedrático en la Universidad de
Salamanca; profundamente ligado al republicanismo y
cofundador con Azaña de Acción Republicana. Como
muchos destacados universitarios y tantos otros
republicanos, en 1939 se exilió, moviéndose por Colombia,
México y Francia19.
De manera que Carmen de Juan y Blesa, una joven
inquieta que se tomó sus estudios con cierta calma y que
provenía ya de una familia ilustrada, consolidó su
pertenencia a la España liberal y republicana ligada a la
Institución, compartiendo el destino amargo del
republicanismo liberal español; aunque su padre, principal
impulsor de su madurez intelectual y humana, no llegara a
ver ese horizonte más lejano, porque murió en Burgos el 18
de diciembre de 1928 a los sesenta y nueve años, treinta de
ellos transcurridos como director de la Normal. En la
esquela que Carmen mandó a María de Maeztu sí figura
José Luis de Benito, ya como hijo político del fallecido.
Carmen de Juan y nuestra nueva protagonista, Sofía
Novoa Ortiz, vivieron juntas en la Residencia e intimaron,
como una lenta lectura de la correspondencia de Sofía nos
permite descubrir. Sofía Novoa Ortiz, que había nacido en
Vigo en 1904, llegó jovencísima a la Residencia, para
estudiar piano. Por el sello del papel timbrado conocemos
que Joaquín Novoa Barros, su padre, era Corredor-
Intérprete de Buques y la familia vivía en el número 22 de
la calle Joaquín Costa de Vigo. Don Joaquín era también
presidente de la Sociedad Filarmónica de Vigo y periodista
en el diario local La Lucha. La familia Novoa se relacionaba
con la intelectualidad próxima a la ILE en Vigo, dos tíos
paternos, Edmundo y Germán Novoa Barros, se dedicaban
a la enseñanza en la Escuela de Artes y Oficios; entre sus
amistades más estrechas figuraban los descendientes de
Concepción Arenal (la familia de Francisco García Arenal).
Además, los Novoa, como aparece en alguna de las cartas,
también conocían a Ramiro de Maeztu. Se explica, así, la
decisión de que los hijos se educaran en el entorno de la
JAE; en 1919, se fue Sofía y, años después, en 1931,
llegarían Francisco y Alfonso a la Residencia de
Estudiantes. En cuanto a su situación económica, es posible
contar con la autodescripción del protagonista: «[…] un
hombre que vive exclusivamente de su trabajo, que carece
de fortuna y que viene realizando año tras año […] enormes
sacrificios para sostener a su hija en Madrid […]» (ARS,
39/50/8).
La correspondencia entre Sofía y María de Maeztu es
muy rica y sobre ella ya ha llamado la atención la
investigadora Elvira M. Melián20. Se trata, de hecho, de una
comunicación muy extensa en el tiempo, entre 1919 y
1936, y establecida entre la familia y la Residencia —
también con Eulalia Lapresta o Pura Arias—, que configura
un microcosmos en sí misma y nos muestra los
diversificados lazos que terminan conectando a la
Residencia y los entornos familiares de sus residentes:
salud, estudios, amistades, vacaciones, idas y venidas, vida
profesional, sueños de futuro…, existencias conectadas
entre sí a través del desenvolvimiento diario de la Resi. Por
ello, forzosamente, en sucesivos capítulos destinados a los
viajes y a los trabajos, reaparecerán los Novoa; ahora se
trata de reflejar este encuentro que tan fructífero se mostró
desde un principio. Con el tiempo, María de Maeztu
terminaría siendo un personaje esencial en la vida
profesional de los tres Novoa Ortiz, y don Joaquín se
convirtió en el amigo de las amigas de la Residencia,
dispuesto a auxiliar a las múltiples viajeras que, en las
costas gallegas, embarcaran o recalaran desde y hacia esos
destinos intelectuales que constituyeron uno de los más
decisivos logros de la Residencia de Señoritas:
Madrid, 7 de junio de 1932
Mi querido amigo:
Perdóneme que le moleste para pedirle un favor, pero se trata de lo
siguiente: en el vapor Rochambeau de la Compañía Transatlántica
francesa que, según me dicen, llegará a Vigo el lunes día 13, viene una
señora norteamericana a quien deseo muchísimo atender y que se llama
doña Susana Vernon, es una señora como de sesenta años que en cuanto
desembarque cogerá el primer tren que salga hacia Portugal con
dirección a Bussaco, donde la esperaré yo, si no encuentro muchas
dificultades para pasar el coche en la frontera portuguesa. Y si hubiese
dificultades la esperaría en Ciudad Rodrigo […]. Me es urgente que se le
entregue la adjunta carta, se la encomiendo a usted para que tenga la
bondad de llevársela y saludarla en mi nombre y en el de toda la
Residencia de Señoritas ya que esta Casa debe muchísimo a la
generosidad de esa señora […] (ARS, 64/8/60).

Y así era, ya que en Susana Vernon —con su nombre en


español— siempre encontró María una aliada para
fortalecer el vínculo de la Residencia con el Institute of
International Education y favorecer el intercambio de
estudiantes, y, una vez allí las españolas, les ofrecía
siempre la mejor acogida posible.
Situaciones como esta se repitieron con frecuencia,
porque la movilidad y el descubrir mundo caracterizaron la
forma de vida de las residentes; precisamente, siguiendo el
ejemplo vivo de su mentora. En otra ocasión, don Joaquín
informa a Madrid:
Vigo, 25 de noviembre de 1934
[…] Unas líneas nada más para decir a V. que su encargo está hecho.
Fui yo mismo a recogerlo a la estación, y a bordo del «Cap Arcona» fue
mi hijo Joaquín, que permaneció en el barco durante dos horas que
estuvo en puerto, acompañando a la Señorita Ocampo.
No necesito manifestarle a V. con cuánto gusto me pongo a su
disposición. En esta casa rendimos, todos, apasionado culto a esa insigne
y amable amiga que se llama María de Maeztu, tan buena y generosa
siempre con nuestra hija Sofía. Hay cosas que no olvidamos los padres
que no somos ingratos […] (ARS, 39/50/15).

Susana Vernon, Victoria Ocampo… la Srta. de Maeztu


depositaba en manos de Joaquín Novoa a lo más granado
de sus amistades.
Como el padre manifiesta, ese culto apasionado se debía
a las atenciones que, durante años, Sofía recibió en la
Residencia. Casi nos hemos colocado al final de la
experiencia y este capítulo sobre el interés paterno por la
formación de las hijas requiere retomar la relación desde el
principio. La primera carta que se conserva corresponde a
septiembre de 1920, cuando Sofía regresaba a Madrid para
un segundo curso, tras pasar las vacaciones con la familia:
Vigo, 23 de septiembre de 1920
[…] Quise más tarde escribirle, pero como la familia Arenal me dijo que
estaba en el extranjero, lo fui dejando… hasta hoy. Y hoy, por fin, le
escribo para manifestarle que Sofiita sale mañana, viernes, en el rápido
con Teresa Arenal y su marido. Llegará ahí el sábado por la mañana, a V.
se la confío. Usted, con su gran inteligencia, su gran cultura y su gran
bondad, influirá mucho en la dirección de sus ideas y sus sentimientos.
Como el último año, estudiará preferentemente el piano con D.ª Pilar F.
[Fernández] de la Mora y adquirirá ahí aquellos conocimientos generales
que V. estime necesarios […] (ARS, 64/8/4).

En ese empleo cariñoso del diminutivo de Sofía y en la


expresión «a V. se la confío» se concentra toda la ternura y
la inquietud que la marcha de Sofía, para los largos meses
de todo un curso, le ocasionaba, porque Sofía, a quien
podemos imaginar con un carácter de artista, era una niña
complicada que necesitaba atención especial, y la
correspondencia entre padre y directora durante esta
primera etapa residencial gira en torno a los cuidados
médicos de la joven [véase imagen 6].
Vigo, 21 de abril de 1921
Por carta de Sofía que recibo en este momento la sé a V. enterada de la
historia de su brazo […]. Hace tres años que estamos así y ya empiezo a
alarmarme. Cuando esperaba que mejorase con el tratamiento de
Marañón, deduzco de lo que hoy me escribe que está peor. Seguramente
que Marañón no se ha propuesto con los baños producir a Sofía tan
honda postración […].
Me dice Sofía que se toma gran interés por ella, interés que su madre y
yo, conmovidos, agradecemos a V. con toda nuestro alma. Me dice
también que V. ha pedido día y hora al Sr. Marañón para acompañarla a
la consulta. ¿Cómo pagar a V. rasgo tan delicado? […]. Nunca, nunca
olvidaremos tan gran beneficio.
La intervención de V. es además para nosotros un consuelo. Ya nuestra
hija no está sola; ya hay quien sustituya a sus padres; ya quien se cuida
de ella […].
Le ruego a V. con todo encarecimiento que me haga el favor de ir con
ella, de hablar V. misma con el Sr. Marañón y de preguntarle qué es lo
que realmente tiene Sofía. Todo ello con el mayor detalle posible, pues ya
comprenderá V. nuestra ansiedad […]. ¿Me escribirá V. dándome cuenta
de su entrevista con Marañón y contándome sus impresiones? […] (ARS,
39/50/1).

Ciertamente era así: Sofía vivió en la Residencia cuatro


cursos en esta primera estancia y, durante los tres
primeros, su padre escribió larguísimas y detalladas cartas
sobre el padecimiento de su hija: fuertes dolores en un
brazo que irradiaban hacia el hombro y el riñón. No
olvidemos que toda la ilusión y el esfuerzo del papá y la
niña se orientaban a su carrera de piano, y ahí estaba el
escollo del brazo enfermo, lo que transformó el dolor, para
ambos, de preocupación en ansiedad. Durante tres años,
las dolencias y el peregrinaje a un sinfín de consultas
médicas de Madrid y Vigo aportan prácticamente el único
tema a la comunicación. Además de Marañón, fueron
consultados: Miguel Gil Casares, José Goyanes Capdevila,
Díaz Delgado, Antonio Piga Pascual, Nicolás Paz Pardo,
Gonzalo Rodríguez-Lafora y Celestino Poza. Doña María,
igualmente preocupada, acompañaba a la enferma por los
consultorios de Madrid, lo que acrecentaba la devoción
paterna por la pedagoga y la institución, y a ello se refería
en la carta anterior cuando aludía a las «cosas» que los
padres agradecidos «nunca olvidan».
Entre tanto médico y tanto tratamiento, se observa que el
ritmo de la molestia y del estado de ánimo no era uniforme
y, en ocasiones, parecía que el mal remitía y, en otros, la
enfermedad cobraba intensidad. Así, a comienzos del curso
1921/1922:
Vigo, 4 de noviembre de 1921
[Sofia ha vuelto a la Residencia, el padre no ha escrito antes a María y
explica por qué] atenúa mi pecado el exceso de trabajo que pesa sobre
mí y mi creencia de que Sofía forma ya parte integrante de esa gran
familia femenina que V. con tanta autoridad y tanto talento preside. Ella,
Sofía, considera la Residencia como una prolongación de su casa y a V.
como a su madre espiritual. Siente por V. —y eso me halaga y conforta
mucho— un sincero y profundísimo afecto, junto con un respeto rayano
en el fanatismo […] (ARS, 39/50/6).

Continúa, afirmando entusiasmado que estaba mejor, con


ilusiones en completar la formación musical con otros
conocimientos, y que se entregaría al piano y las clases de
armonía, para terminar delegando en la pedagoga la
autoridad sobre su hija.
Bien es verdad que, siendo Sofía una joven delicada, los
padres necesitaban sentir que no le iban a faltar los
cuidados necesarios; de ahí ese imbuir a María de Maeztu
del carácter de madre, pero ya se ha visto que no se
trataba de una situación excepcional, sino lo contrario,
porque a todos les preocupaba la salud; querían que sus
hijas fueran vigiladas en cuestiones de amistades y
compañías, entradas y salidas, y, sobre todo, porque
deseaban que fueran supervisadas en sus estudios y
rendimientos académicos.
La sanación definitiva de Sofía se retrasaba y, a finales de
ese mismo curso, la estudiante padecía otra crisis:
Vigo, 9 de mayo de 1922
[…] Ya sé que no está su vida en peligro, ni siquiera su salud. Me apena
el tiempo perdido y me inquieta la incertidumbre de su mal. ¿Qué es lo
que tiene? No lo sé; no lo saben los médicos. ¿Curará, no curará? […].
El tiempo perdido en el estudio del piano no se recobra jamás. Ya no
podrá poseer nunca el mecanismo necesario para dominar el
instrumento, que era la más bella ilusión de mi vida; ya no podrá tocar
como yo soñé mucho tiempo que podría llegar a tocar dado su
temperamento musical […]. Mi espíritu se ha formado en la lucha y el
dolor, no ha de flaquear ante esta nueva prueba a que lo somete el
destino. Comprenderá V. muy bien mi amargura […] (ARS, 39/50/8).

Creo que esta carta nos señala la clave del problema:


soñar con el éxito introduce una presión emocional
constante que el padre transmite a la hija, en su afán de
verla convertirse en concertista, y que tal vez funcionó
como el principal escollo para curar definitivamente; un
problema que, probablemente, Sofía acrecentaba ante el
temor de no estar a la altura de las expectativas familiares,
algo que nuestra ya conocida Carmen de Juan, con un
carácter más expansivo, supo sortear mejor. La incapacidad
terminó resolviéndose, tras tres años de angustia; el
malestar quedó definitivamente clasificado como un caso
de reúma y estrés nervioso, y fue remitiendo, con la
adecuada alimentación, a lo largo de 1923. Las palabras de
don Joaquín reflejan su carácter perfeccionista e insiste
obsesivamente, ahora, en el régimen alimenticio de la
estudiante: «Vigo 24 septiembre 1922 […]. Se confirmó mi
sospecha de que se trataba de reumatismo […] que los
dolores eran pura aprensión […]. V. que tan eficaz ayuda
me ha prestado siempre no ha de abandonarme ahora.
Ruego a V. que suprima a Sofía la carne, incluso la de pollo,
todas las carnes […]» (ARS, 39/15/11).
Y, de momento, Sofiita permanece en la sombra, con su
frustración, aunque con esos cuatro años fuera de casa, en
Madrid, Sofiita se hubiera transformado en Sofía. Tras el
verano de 1923, la joven permaneció en Vigo, pero Sofía,
en esos meses, añoraba la vida madrileña y fue trazando
sus propias aspiraciones. En diciembre de 1924 dirigía a
Eulalia Lapresta una expresiva carta, preguntando sobre
los acontecimientos de la Residencia —jornadas de teatro,
la conferencia de Gabriela Mistral, reformas en el
laboratorio…— y haciéndola partícipe de sus planes:
Vigo, 8 de diciembre de 1924
[…] En este tiempo [en que] no me has escrito han pasado cosas dignas
de contarte: me ha oído Viana da Motta, gran artista y gran maestro
portugués. Le he gustado, me ha incluido en el número de sus discípulos,
pero hemos acordado que antes vaya a Madrid a terminar Armonía,
aunque luego iré a Portugal en verano para aprovechar el tiempo (ARS,
64/8/14).

José Viana da Motta, un reconocido pianista portugués,


compositor, teórico de la música y pedagogo, había incluido
la Filarmónica de Vigo en sus giras y ahí coincidió con
Sofía. Y la familia respaldó su iniciativa, porque, para
principios de enero, preparaba la joven su retorno con el
mayor entusiasmo y el 1 de febrero andaba ya en el rápido,
camino de Madrid: «Vigo 4 enero 1925 […]. No sabe V. la
alegría que siento al pensar que voy otra vez a la simpática
vida residencial, pues aunque a veces se protesta algo, se
echa muy de menos cuando no se tiene […] (ARS, 64/8/15).
Al mes siguiente anuncia el padre la llegada:
Vigo, 1 de febrero de 1925
Mi distinguida y querida amiga: Mañana en el rápido sale Sofía para
nuestra casa de Madrid, tal como consideramos todos a la Residencia
[…]. La Residencia es para nosotros algo íntimo, algo familiar, algo como
prolongación de nuestro hogar. Yendo a la Residencia, nos separamos sin
pena de nuestra hija, y ella vuelve ahí tan alegre y satisfecha que no sé si
tendré que pedirle a V. dentro de un par de meses hospitalidad para mi
mujer por unos 15 o 20 días. No es más que un proyecto al que yo la
aliento, seguro de que un descanso de sus faenas domésticas y una
ausencia de Vigo sentarían muy bien a su salud […] (ARS, 64/8/19).

En este caso se conserva la contestación de doña María:


Madrid, 3 de febrero de 1925
Creo inútil decirle con cuánto placer la he recibido y la han recibido [a
Sofía] sus compañeras ya que todas la consideramos como algo nuestro
[…].
Mucho me complace el que su señora se decida a hacernos una visita;
tendremos mucho gusto en recibirla en la casa si ella se amolda a la
modestia y, a veces, a la incomodidad de nuestra vida pues
especialmente en la primavera la casa suele estar más que llena y se
hace difícil recibir a las personas como nosotras desearíamos […] (ARS,
64/8/17).

Aunque no haya constancia, podríamos pensar que la


estancia se realizó; por otra parte, con frecuencia,
familiares o amigas de las residentes aprovechaban la
Residencia para pasar unos días en Madrid. Parece cierto,
pues, que en casos como este la Residencia funcionó como
un segundo hogar. La vida de Sofía, hasta 1926, giró en
torno a la casa y las personas que la integraban. Don
Joaquín no solo manifestaba por escrito su agradecimiento
y devoción, ya hemos visto que también lo ponía en
práctica; por su parte, Maeztu extendió su protección a los
dos hermanos pequeños, ya citados, como se verá en un
capítulo posterior.
Se puede pensar que la alumna terminó Armonía y
regresó para dar cumplimiento al plan anunciado, un año
en Lisboa, del que nos ha quedado una correspondencia
distinta: la de una mujer extrovertida y culta, con objetivos
claros, que busca caminos nuevos y siente la música no
como obsesión aplastante, sino como un camino hacia la
madurez intelectual, lo cual desde luego le seguía
requiriendo un esfuerzo continuo.
Lisboa, 23 de enero de 1926
[…] De verdad no puede nadie imaginarse lo que me cuesta estar
separada del ambiente de esa querida casa, en donde me he formado y
en donde he pasado seis años inolvidables […]. Quisiera estar ahí para
colaborar activamente con mis compañeras.
Todo, por ahora, es imposible, por la carencia que hay en Madrid de un
verdadero centro de cultura musical.
Ahora me doy cuenta de que tengo más conocimiento de pintura,
escultura, arquitectura y literatura que de música, ya que el ser un buen
músico no es solo tocar bien un instrumento, sino conocer las diversas
escuelas, tendencias y obras de todos los autores y poderlas analizar
como quien analiza una obra de literatura cualquiera.
Aquí he tenido la suerte de tropezar con amigos tan buenos y cultos
como los Sres. Rey Colaço. Y esto, además de proporcionarme
distracción, me sirve también para adquirir cultura musical, porque nos
reunimos en su casa con mucha frecuencia y tocamos a dos pianos y
hablamos mucho de música. Asisto también a un curso interesantísimo
de Historia y Análisis de la Música.
Mis clases con Viana da Motta, magníficas […].
Este año no podré visitarlas porque he de tocar aquí en público los
primeros días de junio y ya es muy tarde para ir allí […] (ARS, 39/51/12).
Esta nueva Sofía escribe ya como esas mujeres de mundo
que definieron a la Residencia y ella misma emplea la
palabra adecuada: formada. Con una inteligencia
desarrollada, capacidad de observación de la realidad, una
cultura sólida, para el propio goce y como instrumento de
comunicación, que le posibilitaba tropezar y cultivar la
amistad de personalidades sobresalientes, da la sensación
de que hubiera aprendido a tomar la vida a grandes sorbos.
Así eran las chicas de la Residencia y en eso consistía la
conocida expresión «el espíritu de la Residencia»; parte de
ese espíritu estaba igualmente en sentirse copartícipe de
una comunidad no solo intelectual, sino también de afectos.
Alexandre Rey Colaço era compositor y pianista y
estableció una corriente muy afectuosa con la alumna, a
quien aconsejaría sobre su futuro profesional. El
compositor vivió un tiempo en Madrid y fue vecino de
Cossío, de ahí su relación con la ILE, donde estudiaron sus
hijas, y con el grupo de la ILE en Galicia. Carmen Losada
Gallego detalla esta vertiente de la formación musical de
Sofía y añade que el curso de Historia y Análisis de la
Música e Interpretación y Estilo era impartido por
Francisco de Lacerda, reconocido director de orquesta,
bien asentado en París y que será el enlace de Sofía con
aquella ciudad21.
De momento, bien desde Vigo, bien desde Lisboa, Sofía
mantuvo el horizonte de la Residencia, por eso en
Navidades de 1927 buscó encontrarse con una residente
novata, Olimpia Valencia, para sentir la proximidad de
todas. Era común la vida social entre residentes de una
misma ciudad o de lugares cercanos, porque entre ellas se
creaba complicidad y había mucho que compartir. Algo que,
si las acercaba entre sí, las distinguía y alejaba del resto.
Olimpia Valencia López había llegado en el curso
1925/1926 para realizar un doctorado en Medicina, regresó
a Vigo y abrió una consulta ginecológica. Entre ambas se
estableció una larga amistad.
Vigo, 23 de diciembre de 1927
[…] Hace unos días pasé una hora inolvidable con Olimpia Valencia a
quien, sin conocer, fui a visitar para que me hablara de mi querida Resi.
Solo estuve una hora con ella y casi no me pudo contar nada, pero
mañana vendrá a pasar la tarde conmigo para contestar todas las
preguntas que pienso hacerle […].
Me ha dicho que este año ha llegado a funcionar la casa con tanta
perfección que cree que será imposible llegar a más. Yo, orgullosa y
encantada, pues el que me digan algo bueno de la Resi me hace feliz
(ARS, 64/8/23).

Esta carta incluye otra noticia fundamental sobre la vida


de Sofía: que había obtenido una beca de la Diputación de
Pontevedra para estudiar en París, aplicable a partir de
enero de 1928 y prorrogable por tres años, y pensaba
marcharse en cuanto pudiera. Así sucedió: desde Lisboa a
París. En febrero, en vísperas de partir, volvía a compartir
con Eulalia sus ilusiones y preocupaciones; parece ser que
Eulalia le había comentado que por París andaba otra
residente, cuyas señas pedía Sofía. Se alude por ello a
nuestra anterior protagonista, Carmen de Juan: «[Día
ilegible] febrero 1928 […]. No sabes cómo me alegró saber
allí también a Carmen Juan […]. ¿Qué hace? ¡Cuánto, pero
cuánto te agradecería que me pudieras dar sus señas!»
(ARS, 64/8/28). Como a cualquier joven de veinticuatro
años, la ilusionaba encontrar fuera a algunas amigas. Por
otra parte, con toda lógica, la inquietaba la dificultad para
lograr alojamiento económico en una ciudad tan cara y
temía su falta de limpieza. Precisaba que, para ayudarla en
la búsqueda inicial, viajaba acompañada de su padre.
Aquella Sofía enfermiza y desasosegada vivió otros tres
años maravillosos estudiando en París con prestigiosos
artistas y gozando de la amistad de la muy reconocida
Nadia Boulanger, otro lazo que la acompañará siempre y
constituirá un modelo para ella. Su antiguo profesor
Lacerda la introducirá en la École Normale de Musique y,
como la misma Sofía escribe a Maeztu, allí descubrirá dos
disciplinas que serán fundamentales en su posterior
ejercicio profesional, el método pianístico de los Cortot y la
rítmica musical de Dalcroze. Losada Gallego a través del
archivo familiar de Juan Novoa Docet reconstruye cómo en
París Sofía gana seguridad suficiente como para reconocer
y notificar a la familia que su ilusión futura no pasaba por
convertirse en la destacada concertista que su padre
deseaba. En una carta crucial, que a pesar de no
pertenecer al archivo de la Residencia, no renuncio a
mostrar, expresó la superación definitiva de su etapa
juvenil de inseguridad e insatisfacción:
[…] Cuando el tocar delante de la gente no es un placer sino una
tortura, si yo tengo que perder mi salud física y moral luchando por una
cosa que si bien haría la felicidad de papá, jamás haría la mía, ¿creéis
que vale la pena perder todo eso por la vanidad que supondría el
ponerme a tocar en un teatro y que a uno le aplaudan? […]. Y a fin de
cuentas salirse de lo vulgar para ser un genio, es decir para ser un Bach,
un Beethoven, un Liszt, un Chopin, etc., vale la pena, pero ser un Iturbi,
ser un Viana da Motta que tienen mucho mérito sí, pero de quien nadie
hablará ni se acordará dentro de 70 u 80 años… ¿creéis que esto vale la
pena de sacrificar la juventud y los gustos, de no vivir tranquilo hoy aquí,
mañana allá, de no tener tiempo de leer, ni de entender lo que pasa en el
mundo, sin tiempo siquiera de crearse afectos? Para mí no vale la pena22.

Conmueve ese nivel de autoconciencia, la valentía para


reconocer su falta de genialidad y para comunicar a su
progenitor una decisión que a, estas alturas del relato,
sabemos cuándo le contrariaría. Viana da Motta, también
José Iturbi, eran para ella intérpretes y maestros de
quienes asimismo había aprendido la vida que no quería
llevar.
Por otra parte, siguió en permanente comunicación con la
Residencia, y sus deliciosas cartas a Eulalia Lapresta y
María de Maeztu confirman, igualmente, que no
desaprovechó ocasiones para crecer humana y
artísticamente, pero que sus miras estaban en Madrid,
donde ella creía que había mucho por mejorar en la
enseñanza de la música, en la que quería, y esa era su
descubierta vocación, desempeñar un papel innovador.
Para eso sí encontró el apoyo incondicional de Maeztu, que
refrendó su convencimiento de dirigir hacia la
modernización y la innovación pedagógica los logros de su
talento, así que la directora preparó con tiempo ese regreso
y aprovechó la ocasión de crear una plaza de profesora de
música en el Instituto-Escuela. Desde 1931, Sofía renovó la
enseñanza musical y la gimnasia rítmica en ese centro, al
tiempo que, para conseguir su independencia económica,
trabajaba en la Residencia como encargada de grupo y
profesora de música.
El Con, 25 de septiembre de 1928
[…] No puede imaginarse la enorme alegría que me dio y lo que me
halaga que V. haya pensado en mí para desempeñar un cargo en el
Instituto-Escuela. Toda mi ilusión y mi trabajo de estos años ha sido
pensando en Madrid, así es que imagínese mi satisfacción.
En efecto, lo que V. me propone sería interesantísimo para mí.
Precisamente voy a asistir este curso a clases especiales de gimnasia
rítmica y a cursos para pequeños donde se enseña con los últimos
procedimientos pedagógicos.
Pienso trabajar mucho para poder traer algo a España […] de lo que
tan necesitada está. Los procedimientos que se emplean para la
iniciación y la formación de los chicos son rutinarios, absurdos y
antipedagógicos y por eso el solfeo, piano y otros instrumentos han
llegado a ser el terror de principiantes que nunca pasan de ahí, y ¡ay! de
todos los vecinos que tienen encima o al lado un músico en ciernes. Yo no
pretendo hacer una revolución ni modificar de repente lo que tan
arraigado está, pero si no una revolución, por lo menos una
revolucioncita […] (ARS, 64/8/34).

Y continúa explicando que asiste a un curso especial de


gimnasia por el método de Jacques Dalcroze, precursor de
la musicoterapia. Algo después llegaba la positiva
respuesta desde Madrid:
Madrid, 19 de noviembre de 1929
Srta. Sofía Novoa, 13 rue de Tocqueville, Paris, VII
[…] Este año hemos dejado sin organizar el curso de gimnasia rítmica
en el Instituto-Escuela, contando con que el curso próximo lo dirigirá
usted. Por eso me parece muy bien que se oriente en los métodos nuevos
y asista a cursos para pequeños. Nada tengo que decir a usted en este
sentido, pues de sobra conozco el entusiasmo que pone usted en cuanto
emprende y sé que vendrá usted perfectamente preparada […] (ARS,
64/8/35).

Esta Sofía llevaba toda su vida trabajando para poder


vivir con la música, pero también de la música, así que
tenía que dirigirle a María una pregunta obligada:
12 de septiembre de 1930
[…] Me agradaría también saber con cuánto puedo contar en el
Instituto-Escuela: mi padre tiene hace meses a mis dos hermanos
pequeños ahí estudiando y verdaderamente no puede seguir ocupándose
de mí.
Tanto por esto como porque ya lleva más de diez años gastando mucho
dinero conmigo, yo quisiera bastarme a mí misma, así que le agradecería
que pensara también en alguna clase particular […]. Con el Instituto y
tres o cuatro clases para empezar podría arreglarme y dejar de ser un
agobio para mi padre […] (ARS, 64/8/41).

Y añadió que estaba preocupada por enseñar lo mejor


posible los cursos que le habían encomendado. En esta
ocasión, la directora no respondió exactamente cuál sería
el salario de profesora, pero sí le elogió que quisiera ser
independiente:
18 de septiembre de 1930
Querida amiga: Recibo su carta del 12 y la veo a usted preocupada
pensando si desempeñará bien su trabajo, no dude de usted ya que no
hay motivo alguno para ello, pues está usted bien preparada y tiene
entusiasmo por la labor que va a comenzar […].
No puede molestarme que usted desee trabajar para no pesar más
sobre su padre; al contrario, lo encuentro justo y razonable […] (ARS,
64/8/42).

Ahí estaba, una vez más, la directora insuflando


autoconfianza. Esta es la labor permanente de apoyo
académico, social, anímico, económico que doña María
prestaba de continuo a sus discípulas, aunque viendo el
conjunto de su relación, se descubre un especial aprecio
por Sofía, que tanto la había necesitado en su juventud. En
este caso, además, puso los medios para que Sofía lograra
cierta autonomía, porque, para el curso 1930/1931, la
profesora de música vivía otra vez en la Residencia, donde
se encargaba de uno de los grupos, el de Rafael Calvo. Una
vez allí, relanzó la vida musical de la Residencia con la
organización de clases de música y veladas de conciertos y
audiciones: «9 mayo 1935. Querida Sofía: la Srta. de
Maeztu me encarga te diga que, como han llegado ya los
discos, sería conveniente que desde hoy te dedicases a
colocarlos en el armario nuevo que han hecho para ellos.
Habría que ver primero si hay alguno repetido» (ARS,
64/8/76).
Su capacidad de iniciativa y organización, junto a ese
afán de colaborar con sus compañeras, al que ella misma se
había referido alguna vez, la llevó a crear en 1931 la
Asociación de Alumnas de la Residencia, de la que fue
directora, y doña María, directora honorífica. Sofía
acompañó a la Residencia y a María en el esplendor
cultural que la institución alcanzó durante la Segunda
República. Aunque su vida como residente concluyó en
1935, no lo hizo su relación con el Instituto-Escuela y la
JAE, que llegaría a un inesperado final con la Guerra Civil.
También terminó entonces su nuevo proyecto de pasar otra
temporada en París, para lo que había pedido una pensión a
la JAE. Ese verano, como siempre, había vuelto a Vigo.
Provenía de una familia republicana y liberal —su padre,
conocido anticlerical, era presidente de la Conjunción
Republicano-Socialista de Vigo— y en 1937 emprendió un
viaje muy distinto del previsto, marchó a ocupar una plaza
de auxiliar en la Sección de Folklore Ibero-Americano de
Columbia en el Instituto de las Españas con Federico de
Onís (JAE/106-128). En Estados Unidos vivió Sofía
inesperadas oportunidades profesionales: actuó como
concertista en el MoMA —Museum of Modern Art— y en
distintas universidades norteamericanas y particularmente
en el Departamento de Español del Vassar College, donde
obtuvo en 1950 una plaza de associate professor23. Allí
desarrolló esa revolucioncita que no tuvo tiempo de hacer
en Madrid y ya no regresó hasta su jubilación en 1967 junto
a su compañera, la también exiliada en el mismo college,
Manuela Sánchez.
En julio de 2020 disfruté la oportunidad de pasar una
tarde con una parte de la extensísima familia Novoa
Sanjurjo, su sobrina Tachi Novoa Sanjurjo y el hijo de esta,
Manuel Pantoja Novoa, a quienes agradezco la generosidad
de su tiempo y sus recuerdos: al regresar a España, Sofía
se instaló en el piso superior del edificio en el que
habitaban sus padres; a don Joaquín la seguía uniendo un
vínculo estrechísimo y, al mismo tiempo, tenso. La familia la
presenta como una mujer fuerte e independiente —no era
para menos, se había labrado su propia vida por medio
mundo—, con un carácter complicado, salvo para el mayor
de los sobrinos nietos, Manu, que guardaba de ella un
recuerdo dulce: en casa de su tía seguía habiendo piano, en
el que ella no consentía que nadie pusiera un dedo, pero al
niño lo sentaba sobre sus piernas mientras él simulaba
tocar poniendo sus manitas sobre las de su tía.
Aunque hay muchas misivas en las que los padres
confiesan qué motivos los conducen a la Residencia y a
María, la que envía Juan M.ª de las Cuevas resulta muy
expresiva y clara. El autor utiliza su papel timbrado como
«Delegado de la Provincia de León y Distrito Judicial de
Benavente del Banco de Ahorro y Construcciones /
Sociedad Cooperativa de Crédito», en realidad, agente
comercial. Su hija Felisa estaba terminando Magisterio en
León, quería proseguir con sus estudios; él había resuelto
ayudarla y se dirigió a María:
León, 10 de marzo de 1920
[…] Siempre he creído que mi hija tenía ciertas disposiciones para el
estudio, juzgándolo así no quiero sacrificar sus aficiones, por tanto
guiado por los consejos que en su carta del 6 me da, dejo a V. en
completa libertad para que resuelva de acuerdo con las fuerzas de
inteligencia y condiciones de las que V. también me empondera [sic].
Visto el interés que V. se ha tomado por Felisa, me complace poder
dejarla bajo su tutela educativa, que desde luego ha de merecer de
antemano mi completa conformidad […].
Refiriéndome a uno de sus párrafos últimos (cuestión económica) […]
le manifestaré que no poseo rentas ni gran capital, pero de no sobrevenir
alguna desgracia que me imposibilite para el trabajo o una crisis
mercantil desastrosa, los ingresos anuales permiten sufragar los gastos
de esa Residencia hasta que termine la carrera, de no ser esta suntuosa y
de lujo, sin dejar de tener presente que tengo tres niñas más a quienes
educar […] (ARS, 28/57/1).

Resulta precioso y preciso ese uso de «educar», referido


a algo mucho más completo que dar estudios: se trata de
formar el carácter e infundir valores, porque a eso se
aspiraba en la Residencia. Y es hermoso también cómo se
coloca vitalmente Juan M.ª de las Cuevas junto a sus cuatro
«niñas», con todo su cariño, porque si las García-Andoín
eran tres, las Cuevas serán cuatro: Felisa, la mayor;
Concepción, que estuvo en la Residencia entre 1931 y
1934, cursando Pedagogía, y Esperanza y Pilar, que
llegaron al año siguiente, 1932/1933. Una vez más, se
comprueba esta clave sociológica para explicar qué tipo de
familias favorecían que las hijas estudiaran: familias
numerosas de clase media y muchas hijas, cuyos padres se
preocupaban por que pudieran labrarse un porvenir por
ellas mismas. Reaparecerán, por tanto, otros casos de
varias hermanas pasando por la Residencia.
Velando por los primeros pasos profesionales de Felisa,
su padre continúa dirigiéndose a María:
León, 24 de mayo de 1922
Distinguida amiga. Próximos los exámenes para el ingreso en esa
Escuela Superior del Magisterio […]. Sé positivamente que la lucha es de
prueba y que seguramente no han de jugar mal papel las influencias para
poder arribar a la meta; al objeto desearía de V. un consejo franco, por si
cree que Felisa está en condiciones de presentarse y poder quedar en
buen lugar, hasta las personas a quienes pueda recomendarla, pues de
no ser así, no me gustaría molestar a ningún amigo al efecto […] (ARS,
28/57/3).

Otro texto que va dibujando este entorno de padres que


hacen el seguimiento de los estudios de sus hijos —hijas, en
este caso— y, en consonancia con la universalidad del favor
y las recomendaciones, a los que se dedicará una atención
más específica posteriormente, deciden también mover los
hilos de las influencias para ayudarlas. Sin embargo, Felisa
de las Cuevas no sufrió tropiezo para acceder a la Escuela
Superior y siempre sobresalió como alumna destacada que
cumplía el perfil de las estudiantes de la Residencia, a cuyo
núcleo más íntimo terminó perteneciendo, probablemente
por su identificación con esa otra pieza esencial de la
misma, Eulalia Lapresta, leonesa como ella: «León, 23
diciembre 1924. Querida Eulalia: Un saludo muy leonés,
como toda yo, que le sepa un poco a cazurrería y le
recuerde todo lo grande que hay aquí [felicita luego las
Pascuas y el año nuevo]» (ARS, 28/56/4).
Felisa siguió los estudios en la Escuela Superior hasta
1925/1926 y en esos años terminó siendo una de las
íntimas; desde 1926/1927 se uniría al grupo de las
estudiantes que facilitaban el funcionamiento diario de la
casa, donde trabajó como responsable del grupo de Fortuny
53, y hasta 1931 también lo hizo en la sección de
Preparatoria del Instituto-Escuela. La intimidad de ese
conjunto de mujeres resulta sencillamente descrita en la
nota con la que anuncia su reincorporación, a finales de
septiembre de 1927, para hacerse cargo de sus
responsabilidades:
León, 23 de septiembre de 1927
[A Eulalia] Unas letras para comunicarle mi próxima aparición en esa
casa para ponerme de nuevo bajo el amparo maternal de sus brazos.
Como no he recibido nuevas noticias, supongo que persistirá la orden del
día 26 a las nueve de la mañana. Así que, si no hay novedad […], llegaré
a esa el domingo 25 por la noche […] (ARS, 28/56/8).

Para ellas, la Residencia era un hogar, tal como siempre


lo imaginó su directora, un hogar que hizo posible que
muchas alcanzaran el éxito profesional. Entre sus trabajos
en el Instituto y sus tareas en la casa, Felisa esperó destino
en la Inspección de Primera Enseñanza y en 1934 ocupaba
su plaza en su León natal. Con el membrete de Inspección
de 1.ª Enseñanza. León. Particular, escribe a María,
orgullosa y agradecida: «19 de enero de 1934 […]. Al tomar
posesión de mi cargo en esta, recuerdo a V. con verdadero
afecto y me pongo a su disposición incondicionalmente […].
Tengo muy buenos propósitos, ya veré si puedo realizarlos
[…]. La admira y la quiere su discípula» (ARS, 28/56/12).
Podríamos confiar en que diera cumplimento a sus
propósitos por esa vía o bien por la de las Misiones
Pedagógicas en la zona de Campos de Lomba y
Valdesamario en las que participó, en 193524. Encanta esa
despedida —«la admira y la quiere»— porque sencillamente
así era la relación de María de Maeztu con sus residentes
más próximas, equidistante entre la admiración y el cariño.
Y una vez más, se constata el valor de esta
documentación privada para acercarnos a la intimidad
individual y comprobar cómo la existencia humana está
sujeta por esos momentos que, al juego del azar, entrelazan
la vida con la muerte, argumentos universales, y por eso
podemos sentir cerca y comprender los sentimientos en el
pasado. En el verano de 1934, la familia Cuevas perdió a
uno de sus hijos, y Felisa agradece el pésame a su maestra,
en papel de luto:
León, 2 de octubre de 1934
Mi querida Srta. de Maeztu:
En circunstancias tan tristes como la presente, ¡cómo agradezco sus
palabras afectuosas! Puede V. figurarse lo que esta desgracia ha sido
para nosotras, ya que es el primer hijo que pierden mis padres y ya
hombre. Nueve meses de enfermedad con unos sufrimientos horribles
[…]. Ahora voy logrando, si no atenuar la pena, la resignación necesaria
para seguir la vida.
Quizá en la segunda quincena de este mes pasaré unos días con Vds.,
quiero ir con mi hermana que va a hacer el segundo ejercicio de las
oposiciones de Hacienda, pues afectada como está y un tanto agotada del
estudio, tengo interés en estar con ella el día del ejercicio […] (ARS,
28/56/14).

Aquí se halla este transcurrir de la vida que nos lleva.


Esperanza sacó entereza para culminar sus oposiciones y
desarrollaría una fructífera carrera administrativa que la
llevó a la Secretaría del Gobierno Civil de León en el
período republicano. En León conoció Esperanza a un joven
artista, José Vela Zanetti, y, años después, ya en el exilio
dominicano, se convertiría en su esposa25. Por su parte,
Felisa, casada en 1935 con Juan Antonio Fernández del
Campo, tendría un único hijo, Juan Antonio Fernández del
Campo de las Cuevas, nacido ya durante una guerra que
separó físicamente al matrimonio en 1936. La guerra y la
posguerra truncarían la trayectoria de Felisa, que, como en
tantos casos, había fundado otra de esas familias
intelectuales del tejido republicano liberal español. Desde
el Madrid republicano, el esposo marchó al exilio en
Francia y solo en 1948, al regresar, conoció al hijo de
ambos, quien sería, con el tiempo, un reconocidísimo
ingeniero de caminos, puertos y canales, cuya memoria se
recuerda en un premio que lleva su nombre26.
El ascendiente de Juan M.ª de las Cuevas sobre sus hijas
trascendería ese paternal desvelo por su cuidado y sus
estudios juveniles, porque, además, les legó su influencia
ideológica, como se puede pensar al conocer que Felisa fue
encausada por el Tribunal Especial para la Represión de la
Masonería y el Comunismo27; también su padre fue acusado
por masón y fusilado en Fuente de Castro el 23 de
septiembre de 193628.
El Boletín del Gobierno de Burgos de 21 de noviembre de
1936 publicó su cese en el servicio y baja en el escalafón29.
La investigadora Eva Gómez añade que, por orden de la
Junta Técnica del Estado de 9 de abril de 1937, se mantiene
la baja en el escalafón al considerarla culpable de haber
pertenecido a la Izquierda Republicana, ser simpatizante
de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, haber
hecho manifestaciones a favor del Frente Popular y haber
sido socia del Ateneo Obrero de Divulgación Social, una
entidad considerada «marcadamente marxista»30. Al
expediente de depuración profesional se le unió la apertura
de otro por el Tribunal de Responsabilidades Políticas31. No
obstante, en noviembre de 1941, tras una revisión de su
situación, se le autorizó ingresar en el escalafón del
Magisterio, aunque se le mantuvo la separación de la
Inspección, en la que no fue rehabilitada hasta 1951. En
cuanto al expediente del Tribunal de la Masonería, se había
iniciado en 1940 porque su nombre figuraba en un listado
de masones confeccionado por el gobernador civil de León;
aunque no se halló ninguna otra prueba, se mantuvo
abierto hasta 1955. A pesar de su calvario, una mujer como
ella mantuvo esperanza y empeño como para encontrar una
nueva labor de gran calado social: a partir de 1962 se la
incorporó al Servicio Escolar de Alimentación y coordinó un
Programa de Educación en Alimentación y Nutrición, que
acompañaba a los comedores escolares, y que recibió
apoyos de la FAO y de UNICEF32.
Como en otros casos anteriores ya tratados, Lino Duarte
Insúa era un personaje destacado en la vida cultural de su
ciudad, en su caso, Badajoz: ocasionalmente utilizaba en su
correspondencia el papel timbrado del Centro de Estudios
Extremeños, de cuya sección de Ciencias Históricas era
director; en otras ocasiones, el papel de su cargo, jefe del
Centro de Telégrafos. Además, don Lino era muy activo en
la Real Sociedad Económica de Amigos del País y, como
cronista de Alburquerque, su ciudad natal, llegó a ser
miembro correspondiente de la Real Academia Sevillana de
Buenas Letras. Este padre quiso volcarse en la educación
de su hija, Laura Duarte Albarrán, y, aunque ella no tenía
que acceder a la universidad hasta el curso 1926/1927, ya
desde 1925 había resuelto don Lino que ingresara en la
Residencia, convencido de la excelencia del centro por los
elogios de un amigo, Augusto Alonso Gracia, padre de otra
residente, Vicenta Alonso, y aprovechó un viaje a Madrid
para conocer el centro de primera mano:
Badajoz, 28 de octubre de 1926
[…] Y encontrándome en Madrid [diciembre de 1925] no quise regresar
a este país sin haberla visitado. Me recibió la Srta. Secretaria que me
manifestó que V. no estaba por aquellos días allí. Dicha Srta. […] me
enseñó el edificio y me explicó sucintamente el funcionamiento de esa
Institución. Le dije que tenía una hija que pretendía hacerse
Farmacéutica [aunque cursó Medicina] y que me agradaría mucho que
siguiera ahí la carrera y, como me indicara la conveniencia de solicitar el
ingreso con alguna antelación, pues eran más los alumnos o aspirantes
que las plazas, en unos impresos que me proporcionó, hice la solicitud
del ingreso […] (ARS, 29/64/1).

Se dibuja, así, un momento habitual en el funcionamiento


residencial: la inspección de los padres, interesados y
curiosos por ese centro sorprendente del que tanto se
hablaba en provincias; y se constata el método más efectivo
por el que se fue consolidando la Residencia, que no fue
otro sino la difusión que de ella hacían sus estudiantes. Un
año después, conforme a su previsión, a primeros de
octubre de 1927, padre e hija se encaminaron hacia la
Residencia y en su correspondencia se cita nuevamente a
otras jóvenes pacenses que, como Vicenta, formaban ya
parte de la comunidad: Jacinta García Hernández —que
había llegado en 1920 para estudiar en la Escuela Superior
— y Matilde López Serrano. Esta última posee una
interesante trayectoria en la que me detendré más
adelante. Vivió en la casa hasta 1928, precisamente, y en
1931 consiguió una plaza en el Archivo-Biblioteca del
Palacio Real —entonces Nacional—, donde desarrolló una
larga y fructífera carrera. Cuando cerró su larga etapa en
la Residencia, María de Maeztu le remitió una carta
entrañable, alegrándose por el comienzo de su
independencia:
14 de noviembre de 1928
Mi querida amiga: Ayer al regresar a casa, recibí su afectuosa tarjeta
de despedida con el ofrecimiento de su nueva casa en Luchana 22.
Sinceramente he agradecido mucho sus palabras cordiales y créame
que para mí será un gran honor, como lo es siempre, continuar la
relación con ustedes, antiguas alumnas de la Casa, que tienen que
abandonarla al terminar sus carreras para comenzar la vida por nuevos y
distintos caminos. Más aún, tratándose de usted, que ha vivido tantos
años en esta Casa y que le alcanzó en los primeros años de la Residencia
aquella época en la que yo daba clase a las alumnas de Pedagogía y
usted era una de las discípulas más inteligentes de aquella clase.
Aunque a veces el noble deseo de realizar un ideal difícil, dadas las
dificultades que en España se tropiezan para hacer toda obra social
importante, me lleve a exigir de ustedes, tal vez con un poco de
severidad, el cumplimiento de las normas más estrictas, ello no quiere
decir que no conserve siempre de todas ustedes, especialmente de
aquellas que me revelaron su personalidad en la lucha, un recuerdo de
cariño y afecto que me anima a seguir la obra emprendida por lo mismo
que cada día me parece más áspera y difícil (ARS, 53/32/25).

Doña María parecía atravesar un momento de desilusión


y cansancio; la Residencia había crecido, ahora funcionaba
estructurada en cuatro grupos o casas, se impartían
g p p
múltiples enseñanzas, se acogía a profesoras y alumnas de
diferentes nacionalidades, su vida cultural repercutía en
Madrid; la obra, en definitiva, tenía cada vez mayor
envergadura. Por otra parte, la crisis política que
atravesaba la Dictadura de Primo de Rivera también pudo
introducir cierta inestabilidad en su situación. Había
apoyado al régimen con gestos claros, como su
incorporación a la Asamblea Nacional, y secundando la
evolución conservadora y autoritaria de su hermano
Ramiro, y, en este curso 1928/1929 recién comenzado, se
había encendido una movilización estudiantil contra el
dictador y su pretendida reforma universitaria, a la que se
hará referencia, porque condiciona el contexto de la
estancia de Laura Duarte Albarrán en la Residencia.
Pero antes de llegar a ello, conviene pararse ante dos
términos aparentemente contradictorios que, sumados,
reflejan otra parte sustancial de ese espíritu de la
Residencia, que atraía y tranquilizaba a los padres:
severidad y cariño, porque en esa suma se concentra la
singular dirección de María sobre la obra. Sin duda, uno de
esos momentos de firmeza se vivió frente a los
requerimientos de Laura y Lino Duarte cuando, en el
segundo curso, este comunicaba que su hija —que tras el
preparatorio de Ciencias había optado por la rama de
Medicina— quería compartir cuarto con Isabel Téllez, que
era compañera de facultad, y no con la estudiante que la
Residencia le había adjudicado. Como el padre insistiera,
argumentando, probablemente con las mismas palabras
que su hija le había dicho a él, que: «7 octubre 1928 […]
naturalmente estudiando ambas Medicina, siempre pueden
auxiliarse en sus estudios, como decía a V. ayer» (ARS,
29/64/4), la directora contestó a vuelta de correo,
reiterando la negativa que seguramente ya debió de
haberles dado personalmente a las implicadas, y don Lino
le escribía por tercera vez, aceptando —¡qué remedio!— la
decisión:
Badajoz, 13 de octubre de 1928
[…] Ya comprenderá V. que mi afán como padre era hacerle más
llevadera a Laura la separación y ayudarla en algo, pues que decía que
sus amigas las Srtas. Gloria Fernández e Isabel Téllez estudian lo mismo
y se podrían auxiliar en sus asignaturas; pero entendiendo V. que por la
gran amistad que las une, es mejor separarlas para que así su tiempo lo
empleen en estudiar y no en charlar, me parece muy bien su
determinación […] (ARS, 29/64/5).
Otra carta que nos acerca al funcionamiento cotidiano de
la Residencia.
Meses después, se dirigía Lino Duarte nuevamente a
María; en esta ocasión, con un tema más académico: rogar
que Laura fuera admitida en las clases de Histología que se
impartían en la misma Residencia, aun reconociendo que
su hija no se había inscrito en el plazo previsto para ello; no
existe la respuesta directa, pero en la Sección de Clases sí
se conserva el listado de las estudiantes de primer curso de
Medicina inscritas en esa materia y efectivamente
aparecen las tres amigas, junto con el resto de las
compañeras: Antonia Martínez Casado, Julia Fernández,
Consuelo González, Mercedes Hernández, Nieves Piñolé y
Carlota Quintana (ARS, 11/3/20), y las tres aparecen
también recogidas en los informes anuales que la biblioteca
confeccionaba sobre el nivel de lecturas de cada residente;
en este caso, el correspondiente al curso 1928/1929:
Laura Duarte: de noviembre a marzo ha leído muchas novelas. En abril,
nada. En mayo, algunas novelas. De estudio, nada […].
Isabel Téllez: de diciembre a mayo, algunas novelas. De estudio, poco
[…].
Gloria Fernández: ha trabajado poco. Tiene muy pocas notas de libros
de estudio y lo mismo en lecturas literarias […] (ARS, 4/6/16).

Razones le sobraban a doña María para juzgar apropiada


la separación de dormitorios.
Con la vida universitaria revuelta, las clases en la
Residencia habían cobrado mayor interés y alcance. Como
antes se indicaba, el mundo universitario andaba
convulsionado ante el proyecto, y posterior aprobación en
mayo de 1928, de la llamada Ley Callejo de reforma de la
enseñanza. El sindicato de estudiantes, la Federación
Universitaria Escolar, estaba en pie de guerra ante su
planteamiento de equiparar la enseñanza privada con la
pública en la expedición de títulos académicos, lo que se
consideró un atentado contra la enseñanza pública. Para el
7 de marzo de 1929 se había convocado una huelga contra
la dictadura y la monarquía, que resultó impactante, en ella
por primera vez las universitarias marcharon junto con sus
compañeros; la tensión fue creciendo y los incidentes e
intervenciones de la Guardia Civil contra los manifestantes
se agravaron. El 16 de marzo, el Gobierno cerró la
Universidad Central y exhortaba a los estudiantes de fuera
a abandonar la ciudad. El incidente adquiere mucha
repercusión en la correspondencia que los padres remiten
a la directora, en su mayoría manifestando su disgusto ante
la probabilidad de que sus hijas perdieran el año
académico. Duarte Insúa se mostraba muy contrariado por
esa circunstancia:
Badajoz, 19 de marzo de 1929
Mi distinguida amiga: La supongo a V. tan contrariada, tan amargada
como lo estoy yo, por los recientes sucesos estudiantiles y por las graves
consecuencias para todos, ya sean culpables, ya inocentes. Comprendo
perfectamente que el Poder público tenga el derecho y el deber de
reprimir en la forma que entienda más conveniente cualquier alteración
del orden y de imponer las sanciones que juzgue adecuadas a los
promotores, instigadores, y a cualquiera que de cualquier modo haya
contribuido a darle calor a los sucesos o que tan siquiera haya
simpatizado con los actores de esta tragedia, pero castigar a los
inocentes, a eso creía yo que no había derecho y castigar a los inocentes
es a mi juicio hacer perder la matrícula y casi el curso a las alumnas de
esa Residencia […].
Siendo esto así, y que por la autoridad se les va a invitar a abandonar
la Corte a los que no tengan ahí residencia fija […] con gran dolor, con
grandísimo pesar tendré que disponer que mi hija Laurita se venga a
casa, a olvidar lo que haya aprendido […] (ARS, 29/64/7).

En los enfrentamientos con las fuerzas del orden


resultaron detenidos y encarcelados varios dirigentes de la
Federación Universitaria Escolar, entre ellos Salvador
Téllez Molina. Además, por primera vez se detuvo en
España a cinco estudiantes mujeres: Carmen Caamaño —
cofundadora de la FUE—, Pepita Callao —vocal—, Adelaida
Muñoz, Isabel Téllez y Lucía Bonilla. El nombre de esta
última coincide con el de una residente alojada en
1927/1928, pero no puedo detallar más. Acusadas de
auxiliar a los revolucionarios, su detención levantó el mayor
de los revuelos y causó escándalo. No hay duda de que,
igualmente, esta Isabel Téllez detenida era la amiga íntima
con la que Laurita quería compartir el cuarto, así que su
padre debió de arrepentirse mucho de haber insistido tanto
a doña María. Isabel Téllez Molina era hermana del
también detenido Salvador Téllez, quien inició en la FUE un
compromiso republicano, que, pasado el tiempo, le obligó a
permanecer fuera de España, en su largo exilio chileno. Los
Téllez Molina eran huérfanos, así que había sido Salvador
quien tomó la decisión de buscar en la Residencia plaza
para su hermana Isabel, para el curso 1927/1928, igual que
Laura y Lucía Bonilla: «Madrid, 24 de junio de 1927. Sr. D.
Salvador Téllez […]. Tengo el gusto de comunicarle, en
ausencia de la Srta. de Maeztu, Directora de esta
Residencia, que, conforme a sus deseos, reservaremos
plaza para su hermana Isabel a partir del día primero de
octubre» (ARS, 53/15/19).
El expediente universitario de Isabel, conservado en el
Archivo Histórico Nacional, no refleja nada de todo esto33.
La joven terminó Medicina y en la JAE se conserva su
expediente con una solicitud en 1934 para ir a
especializarse en Psiquiatría a Viena con el doctor Julius
Tandler (psiquiatra y también político socialdemócrata
austríaco). No se le concedió, y ella misma retiró ese mes
de junio la documentación depositada (JAE/141-50), pero
siguió vinculada a la JAE como miembro de las Misiones
Pedagógicas. Como su hermano, también Isabel hubo de
exiliarse y vivió en Venezuela, donde ejerció como
psiquiatra infantil34: no en vano Isabel —como tantas otras
compañeras— había ingresado en la facultad después de
haber estudiado Magisterio. En 1936 aprobó los exámenes
para pertenecer al cuerpo de maestros de primaria, una
situación que, ya en democracia, hizo valer, y le fue
reconocido, para la concesión de su pensión para la que se
consideró como fecha de jubilación 198035.
En el marco de las manifestaciones, circuló por Madrid
un manifiesto de protesta por la represión, firmado por un
centenar de universitarias y dirigido a Primo de Rivera36.
Entre las firmantes figuraban los nombres de estas tres
estudiantes de Medicina: Laura Duarte, Isabel Téllez y
Gloria Fernández, junto con los de otras cuarenta
residentes, aproximadamente. ¡Qué hubiera dicho don Lino
de haberlo sospechado! Él, que, clamando en nombre de
estas inocentes, había pedido contundencia contra los
culpables y sus simpatizantes. Tampoco debió de gustarle a
doña María, que secundaba la política gubernamental.
En cuanto a la vida de Laura Duarte, dio un giro de otro
tipo: don Lino Duarte Insúa fue trasladado a Sevilla como
jefe de Telégrafos y solicitó el traslado de expediente de su
hija a esa otra universidad, donde terminó Medicina.
Sería lógico pensar que, a medida que el centro se
consolidaba y ganaba prestigio —algo que se hizo evidente
ya a mediados de los años veinte—, la indecisión y la
inquietud de las familias ante el traslado a Madrid de las
residentes disminuirían, pero, en realidad, la preocupación
de los padres permaneció constante. Enrique de la Villa y
de la Torre era farmacéutico en Peñafiel y tenía su farmacia
en la Plaza Mayor número 9 de la localidad. Tardó en tomar
finalmente la decisión sobre si enviar a su hija María, que
tenía entonces diecinueve años y había cursado hasta
tercero de Historia en Valladolid, a terminar la carrera en
la Universidad Central y en la Residencia, lo que finalmente
hizo:
Enrique de la Villa, Farmacia y Droguería. Peñafiel, 22 de septiembre
de 1931
Muy Sra. mía: A su debido tiempo fue en mi poder su atenta carta del
22 del pasado Junio, pero por no estar decididos a lo que el curso
próximo haríamos con nuestra hija no contesté a V. inmediatamente […].
Hoy que ya lo hemos decidido, adjunto remito a V. el volante solicitando
el ingreso y mucho me alegraría que hubiere plaza para mi hija.
Le ruego que, a vuelta de correo, me comuniquen tienen plaza y día en
que comienzan las clases para unos días antes ir yo con mi citada hija
[…] (ARS, 64/13/16).

Y otra vez, como frecuentemente sucedía, surgió el tema


de los dormitorios:
14 de octubre de 1931
[…] Por carta que recibo de mi hija Marujita veo que la habitación que
le habían destinado para ella no le gusta, parece que le agradaría más
continuar en esa casa aun cuando fuere en habitación con otra
compañera, así que como mi afán es que ella esté bien y contenta, le
suplico ver de hacer la combinación que más le guste a mi citada hija y
siempre dentro de la posible en la organización de esa institución.
Una de las cosas que en este caso de la habitación yo he de tener muy
en cuenta es que sea higiénica, que le dé el sol (cuanto más, mejor), que
no sea húmeda y, a ser posible, en cuarto que no sea bajo, sino principal
o segundo (ARS, 64/13/20).

En definitiva, María de la Villa Fernández de Velasco, que


permaneció en la Residencia hasta 1936, habitó siempre
uno de los dormitorios del edificio de Miguel Ángel, el que
desde un principio había preferido.
Al mes siguiente, el interés del padre se centraba ya en el
comportamiento y los estudios: «[2 de noviembre de 1931]
Yo las estimaría mucho me informaran del comportamiento
de mi hija en esa casa, en cuanto a estudios, asistencia a
clase, etc., pues como es natural me agrada estar
informado, por si en algo hubiere que llamarla la atención
[…]» (ARS, 64/13/21). En este caso se dispone de respuesta
desde la Dirección:
Sr. D. Enrique de la Villa. Plaza Mayor, Peñafiel (Valladolid)
Madrid, 16 diciembre de 1931
[…] María sigue con normalidad sus estudios de 4.º curso de Historia
en la Universidad y aunque todavía no la han preguntado, como lleva
muy bien sus estudios y asiste a las clases con regularidad, es de esperar
que obtenga el éxito que merece correspondiendo con ello al sacrificio
que ustedes se imponen al estar separados de ella. Sale de casa poco,
generalmente con su hermano y otra familia. Frecuenta la Biblioteca y
asiste dentro de la Casa a las clases de inglés. Esto me satisface mucho
ya que nada hay que pueda serme más grato que el que las señoritas que
viven en esta Residencia aprovechen todas las oportunidades que esta
les ofrece para ampliar su cultura.
En la Residencia su comportamiento es excelente, llevándose bien con
todas las compañeras; es, en fin, el tipo de muchacha que siempre
quisiéramos tener en nuestra Casa (ARS, 64/13/24).

El último párrafo de la carta de la directora suena


absolutamente sincero: María se adaptó maravillosamente
a la Residencia y descubrió el fantástico mundo del libro.
Terminaba la licenciatura ese curso, pero debió de plantear
en casa sus deseos de continuar en la universidad y en la
Residencia y encontró, como tantas otras alumnas
disciplinadas y trabajadoras, la complicidad del equipo de
dirección de la Residencia para que así fuera. Ese junio,
llegó a Peñafiel una carta de Enriqueta Martín Ortiz de la
Tabla, la directora de la biblioteca, pero que también había
sido años atrás residente y estudiante de Filosofía y Letras
en la Universidad Central. En ella se le ofrecía la
posibilidad de colaborar en la biblioteca como auxiliar
durante tres horas diarias a cambio de una gratificación de
100 pesetas mensuales. De esta forma, Maruja tenía el
pretexto para poder regresar, aun habiendo terminado sus
estudios, y lo agradeció de inmediato: «Peñafiel, 22 junio
1932 […]. Recibí su atenta del 16 de Junio y quedo
conforme y acepto las consideraciones que indica por mi
colaboración en la Biblioteca de la Residencia de Señoritas
y del International Institute […]» (ARS, 64/13/32). En
sentido inverso, también viajaba hacia Peñafiel el informe
de final de curso remitido por la infatigable Srta. de
Maeztu:
23 de junio de 1932
[…] Como V. sabe ha terminado con éxito los estudios que seguía en la
Universidad y ya les habrá dicho los proyectos que tiene para el curso
próximo. La Srta. Enriqueta Martín, Directora de la Biblioteca, la ha
propuesto para trabajar con ella el próximo curso pues tiene, igual que
todas en la Casa, el mejor concepto de María y espera que por su amor al
trabajo y responsabilidad cumplirá perfectamente el trabajo que se le
encomienda, si ustedes le autorizan para aceptar esa ocupación.
Ya le dije a usted en nuestra entrevista cómo se portaba en el
Residencia y nada tengo que agregar a ello, causándonos gran
satisfacción el saber que la tendremos otro curso entre nosotros […]
(ARS, 64/13/33).

Como se va entrelazando la correspondencia de ambas


partes, se consigue seguir con continuidad la comunicación
establecida entre Peñafiel y la Residencia:
Peñafiel, 28 de junio de 1932
[…] Quedamos muy agradecidos a las atenciones que mi hija María ha
recibido de todas las señoritas directoras de esa casa y especialmente a
V. que tan bien las orienta en el sentido del trabajo y la aplicación que mi
citada hija este año ha demostrado.
A su debido tiempo, mi hija me dio cuenta de la proposición que la
Directora de la Biblioteca la hizo para el curso que viene e
inmediatamente le contesté que aceptara y diera a V. las gracias […]
puesto que, como V. recordará, en nuestra entrevista esto o una cosa
parecida, era lo que yo deseaba y de V. solicité, quedando por tanto muy
reconocido al habernos atendido tan bien a nuestra demanda […] (ARS,
64/13/34).

Un año después se repetía el preceptivo informe, pero


María había adquirido ya otro perfil académico y se iba
centrando en ese mundo del libro que le interesaba cada
vez más:
12 de mayo de 1933
[…] Como usted sabe, Maruja hace en la Universidad la tesis doctoral
sobre «Fernando VI» bajo la dirección del catedrático Sr. Zabala [Pío
Zabala y Lera], pero me dice que no la puede presentar por haber
expirado el plazo en que debió hacerlo y tendrá que hacerlo en el
próximo mes de Octubre. Asistió a principios del curso a clases de los
Sres. [Elías] Tormo y [Manuel] Gómez Moreno, clases que dejó para
atender mejor el trabajo de su tesis y a la Biblioteca […]. Su intención es
prepararse para el ingreso en el cuerpo de Archiveros y en este sentido
la práctica que ha adquirido en nuestra Biblioteca ha de servirle de
mucho.
En la Residencia ha asistido al curso de Biblioteconomía y la Srta.
Enriqueta Martín ha quedado muy contenta del interés que ha puesto en
seguir dicho curso […] (ARS, 64/13/48).

Efectivamente, desde 1930 se organizaban en la


Residencia, bajo la dirección de Enriqueta Martín, unos
estudios de Biblioteconomía estructurados en dos cursos y
orientados a formar personal, conforme a las demandas de
empleo y expectativas de trabajo que creaba la política de
difusión de la lectura y el libro de la Segunda República,
con la creación de bibliotecas —provinciales, municipales,
populares, circulantes, ambulantes— a través de la Junta de
Intercambio y Adquisición de Libros y de las Misiones
Pedagógicas. María adquirió esta especialización, al tiempo
que mantuvo y amplió sus responsabilidades en la
Residencia y en la biblioteca37.
Peñafiel, 10 de septiembre de 1934
Querida Señorita de Maeztu:
Desearía trabajar también este curso en la Biblioteca, como con tanto
gusto lo hice el pasado. Pero agradecería a V. mucho si pudiera hacer que
mi remuneración fuera este año de unas 200 pts.
Reconozco que esto es quizá una molestia para V., pero estoy segura
que comprenderá lo razonable que es mi deseo de necesitar la menor
ayuda de mis padres cuando la diga que este año somos cinco hermanos
los que estamos estudiando fuera de casa […] (ARS, 64/13/54).

María iba siguiendo ese camino hacia la madurez


personal que se ha observado con anterioridad en otras
residentes y que pasaba por ir adquiriendo cierta
independencia, también económica, respecto al hogar
paterno. En cuanto a la demanda en sí, en esta ocasión no
tenemos la respuesta directa, pero se deduce que fue
afirmativa, porque se constata que María desempeñó
tareas docentes el siguiente curso:
28 de abril de 1935
Sr. Director del Museo del Prado
Muy Señor mío y de mi mayor consideración:
La Srta. María de la Villa, Profesora de esta Residencia, acompañada
de diez discípulas, visitará mañana el Museo del Prado y le ruego a usted
le dé cuantas facilidades sean necesarias para que puedan visitarlo
gratuitamente […] (ARS, 64/13/55).

En este tejer hilos sobre el quehacer diario de las


residentes y el pulso cotidiano de la Residencia, la tarjeta
nos ilustra el tipo de pedagogía que caracterizó a la ILE, la
de unir teoría y prácticas en la docencia, y que,
naturalmente, guio el quehacer docente en la Residencia de
Señoritas.
Caso a caso, familia a familia, se va recomponiendo la
sociología y las motivaciones que pesaban en una decisión
nunca fácil y siempre se descubre una poderosa razón de
fondo: el convencimiento familiar de que sus hijas estaban
seguras en todos los sentidos; hallaban tranquilidad por la
seriedad de la Junta para Ampliación de Estudios y el
prestigio de María de Maeztu —recordamos a Joaquín
Novoa: «a usted se la confío». Quiero detenerme en el
alcance de la expresión que he utilizado: el prestigio de
María de Maeztu, prestigio como pedagoga y símbolo de
rectitud personal. Retomo también el término severidad
que ella misma había utilizado y añado que Isabel Pérez-
Villanueva apunta que las estudiantes la llamaban María la
Brava38.
El caso de María de la Villa nos sitúa ante este tema
complejo de la vigilancia y el seguimiento de las
estudiantes porque se conservan los informes de la
directora de su grupo, el de Miguel Ángel, que sirven de
base para la comunicación de doña María con los padres.
Con fecha de 23 de noviembre de 1931 se describe su
situación:
María de la Villa, 19 años, primero en la Residencia, 4.º de Historia, los
otros tres años en Valladolid. La familia vive en Peñafiel. En Valladolid
vivía con unos amigos. Ha venido a Madrid porque aquí está su hermano.
Tiene Historia de España Contemporánea, Historia del Arte, Historia
Universal Contemporánea, Lengua y Literatura Española. Profesores:
Zavala, Ovejero, Amat, Palencia. No le han preguntado. Dice que lleva
bien las clases. Estudia en la Biblioteca. Estudia los libros de textos y
algunos más de la Biblioteca como ampliación […].
En la Residencia toma inglés.
Sale de casa los jueves y los domingos con su hermano y familia.
A las clases va con María [ilegible].
En Peñafiel ha ido a un colegio de monjas. Los domingos va a misa y
comulga. Toda la familia es religiosa. El padre es farmacéutico. Tienen
tierras. Me habla de las huelgas en el campo.
Está contenta, ha engordado dos kilos y medio […] (ARS, 64/13/2).

Y en mayo de 1933, se añade: «Maruja de la Villa,


Segundo año. Hace la tesis doctoral sobre Fernando VI bajo
la dirección de Zavala. No la puede presentar ahora porque
expiró el plazo; la presentará en Septiembre […]. En la
Residencia ha seguido el curso de Biblioteconomía. Trabaja
en la Biblioteca 3 horas diarias […]. Piensa hacer
oposiciones a Archivos. Volverá el año que viene» (ARS,
64/13/3).
Por si fuera poco, este expediente muestra que el
seguimiento de las estudiantes incluía unos formularios de
«Calificación Intelectual y Moral» en los que se trazaba un
perfil que iba más allá del académico:
«Curso Escolar 1933/34. Concepto intelectual: Bueno.
Trabaja en lo que se compromete, aunque no sé si para ella
de resultados prácticos.
Concepto moral: Ha perdido en el mío a causa del último
choque habido por causa de su enfermedad. No ha sabido
mantenerse a la altura que exigía su puesto en la Casa.
Concepto social: Hace un poco el vacío a cuanto suponga
relación con la Casa. Y será indudablemente porque tiene
queja del grupo» (ARS, 64/13/8).
Tras el documento, se añade la firma de la directora de
grupo; en su caso lo hacía África Ramírez de Arellano. Al
final de ese curso se elaboraba el balance final: «[…]
Balance final: Desearía que Sí continuase en la Residencia
porque a pesar de su descontento la tengo por una buena
residente y más que por ello por buena persona» (ARS,
64/13/9).
En el primero de los informes se alude a que solía salir
jueves y domingo; efectivamente, por cada alumna se
recogía un informe diario de salidas y regresos nocturnos y
de asistencia a las cenas en el comedor de la Residencia. El
último boletín de inscripción firmado por su progenitor,
Enrique de la Villa, corresponde al 14 de julio de 1936, en
unos días comenzó la Guerra Civil y la Residencia no
reabriría sus puertas.
Conviene detenerse en este tema de la disciplina, la
severidad y las normas escritas, porque María de Maeztu
tuvo que encontrar la forma de navegar entre dos
corrientes abiertamente contradictorias, a las que ya se
han referido Vázquez Ramil y Pérez-Villanueva. Ambas han
recordado que el eje educativo de la ILE consistía en el
respeto a la libertad, una formación moral de las personas
para que hallaran en sí mismas las pautas correctas de su
conducta. Se sustituía cualquier vía de reprensión o
coerción por las de sugerencia y ejemplaridad, para ir
modelando personas distinguidas por su cultura y el
refinamiento de sus costumbres. Quedaban, pues, fuera las
prohibiciones y sujeciones a reglas, pero no en la
Residencia de Señoritas. La consolidación del proyecto
requería la confianza de las familias y estas, aun liberales
para la época, no escapaban totalmente a los prejuicios y
costumbres. Como se ha visto, demandaban vigilancia
constante y la directora sabía que la reputación de la
Residencia gravitaba sobre la respetabilidad de sus
residentes. Siempre existieron normas, aunque, desde los
primeros años, cuando en la casa convivían unas decenas
de estudiantes y se consideraba como una proyección del
hogar respectivo, las propias residentes fueron vinculadas
a la definición de dichas normas y quedaban, por ello,
implicadas en su cumplimiento. Siempre fue así, porque,
con el tiempo, las residentes se habían incorporado al
organigrama directivo del centro y a su funcionamiento:
secretaría, administración de grupos, clases, biblioteca,
programas de cultura y deporte… Al frente de cada
actividad figuraba una antigua residente o una estudiante.
Los horarios, el baño, el comedor, el té, las visitas…, todo
estaba regulado. En el formulario de inscripción, los padres
nombraban un tutor o persona responsable de la estudiante
en Madrid y dejaban expresa su autorización o no para las
salidas. En ese momento también era importante conocer el
ajuar que llevaría la residente en su baúl (el colchón, un
cubresomier y una manta blanca de cubre-colchón, la
colcha, juegos de cama y toallas, todo debidamente
marcado con las iniciales, y un cubierto de plata). Con el
tiempo, fue más común hacer uso de la ropa y el menaje de
la Residencia.
Ya para el curso 1922/1923 constaba en la secretaría un
reglamento mecanografiado que recogía las principales
pautas. Las puertas del centro se cerraban a las 20:30 y
solo se podría salir después de cenar «acompañadas de la
Directora o la Secretaria al Teatro Real o a los conciertos
musicales». Con el tiempo hubo mayor flexibilidad, pero
siempre se requirió un permiso y la previa inscripción en
un formulario específico que figuraba a nombre de cada
residente bajo control de la encargada de su grupo. Cada
pabellón se cerraba a las 22 horas y había una residente
encargada de hacerlo, y de abrirlo por la mañana: «Esta
señorita está autorizada por la Directora para solicitar de
las alumnas que guarden silencio a partir de las diez de la
noche e impedir que haya tertulias después de esa hora en
los dormitorios». Para el acceso al comedor, se requería el
mayor decoro en el atuendo y se rogaba a las señoritas que
se cambiaran de ropa y se arreglaran para la cena; si no se
llegaba puntualmente, según el horario de cada comida,
«no se tendría derecho a pedir los platos ya servidos» (ARS,
16/4/1-4). La composición de las mesas se sorteaba
regularmente para que todas coincidieran con todas, a fin
de estrechar la convivencia. La directora también rotaba,
presidiendo las diferentes mesas. La elegancia en la mesa,
el conjunto de las normas de urbanidad y el interés de la
conversación en esos momentos se atendían como parte
sustancial de una educación exquisita. Aun así, las chicas
gozaban de mayor libertad de la que disponían en sus
casas.
Preceptos estrictos que, para algunas familias, sabían a
poco. Antonio Gómez Paraíso, abogado y secretario del
Juzgado de Primera Instancia de Cabra (Córdoba), se
declaraba confuso. En el fondo, a él le hubiera gustado que
su hija Carmen Gómez García-Cantarero se hubiera
conformado con Magisterio, pero la muchacha insistía en
que estudiaría Farmacia, y este padre respetuoso
consultaba con doña María si merecía la pena su sacrificio
—la palabra es la precisa, porque sin duda lo era en todo
orden—: «30 noviembre 1924 […] porque ya indiqué a V.
que yo, hijo del trabajo, quiero que mi hija estudie con
provecho y para fin práctico en la vida, pues para el
porvenir no ha de contar más que con la educación y
aptitud personal que le pueda proporcionar con mi
sacrificio». La duda nacía en la recomendación que le había
hecho un amigo, que, portador de la opinión generalizada,
le aconsejó en contra de aquella locura, apelando a la
sensatez:
[…] me previno acerca de la inutilidad del esfuerzo de los padres, en la
mayor parte de los casos, de estudios facultativos por la mujer; y me
aconsejó meditase o consultase con V. si convendría más una preparación
más corta, económica y práctica, en vista de que mis medios de fortuna
son pequeños y que de faltar yo en el largo tiempo que lleva una Facultad
se truncaría por completo el porvenir de mi hija sin poder aprovechar los
estudios hechos […].

Es más, al prudente amigo le faltó añadir —pero lo


pensaría— que desconfiaba de la constancia femenina para
culminar una carrera universitaria. Ese era el prejuicio
general y por ello un buen número de residentes,
principalmente en la primera década, ya habían cursado
Magisterio al llegar. En cuanto a don Antonio, entre los
consejos de Maeztu y los tirones de Carmen fue
claudicando y cobrando ánimos, porque al principio no las
tenía todas consigo e iba de sorpresa en sorpresa: «a lo
hecho, pecho» —se repetiría el atribulado padre— y, si la
niña ya estaba en Madrid, al menos que recibiera las clases
en la Residencia sin salir diariamente para la facultad:
[…] Desconocía, y de ello me he enterado después, el régimen de
libertad para entrar y salir en esa Residencia de que gozan las
muchachas, y aun cuando yo presumo de que sea para acostumbrarlas al
buen gobierno por sí mismas, no deja de inquietarme por el peligro que
ello puede encerrar […]. Para mi tranquilidad le agradeceré también me
diga si, no obstante mi recelo, carece este de fundamento por la
vigilancia que se tenga en la Residencia o hábito que en ella se adquiera
[…] (ARS, 33/44/5).

Hay que ponerse en la piel de este padre, comprensivo


pero abrumado: en Cabra había instituto de secundaria y,
con seguridad, nunca antes había faltado Carmen del hogar
familiar; por el contrario, a la estudiante ir a clase con las
compañeras o salir al teatro por la tarde, aunque fuera con
Eulalia Lapresta, le sabría a gloria.
Como señala Vázquez Ramil, en la década de los treinta
se enviaba a las familias un reglamento impreso, el folletito
azul (de pastas azules). Para entonces, la Residencia había
adquirido una gran envergadura, en ella se alojaban más de
doscientas estudiantes distribuidas en cuatro grupos
independientes. Al frente de cada uno de ellos, una antigua
residente dirigía la marcha de la comunidad: horarios,
comportamiento, salud, estudio, etc., y sobre ello las
directoras de grupo emitían un primer documento, como el
elaborado para María de la Villa, que servía de base al
informe final remitido por la directora de la Residencia a la
familia. En relación con las salidas, siempre tema sensible,
se advertía:
[…] Las señoritas españolas no pueden salir de noche más que con una
carta escrita de sus padres en la que expresen quién es, en cada caso, la
persona que ha de acompañarlas y, en ningún caso, se otorgarán estos
permisos más de una vez al mes […]. Las papeletas en que se conceden
estos permisos […] habrán de entregarse en la Secretaría en el mismo
día para unirlas al expediente. A las señoritas que regresen a la
Residencia después de las once de la noche, les abrirá la puerta el
portero, al que abonarán una peseta por este servicio, cantidad que
deberán abonar directamente (ARS, 17/10/4).

En definitiva, las residentes resultaron educadas en un


escenario de disciplina estricta y de vigilancia meticulosa
que llenó el ambiente de un evidente puritanismo, como
señala Pérez-Villanueva, a tono con el deseo de doña María
de «mantener intactas las virtudes morales de la mujer
española». En comparación con la alegría de vivir del grupo
masculino, el rigor flotaba en el ambiente, lo que explica
que la residente Carmen de Zulueta titulara sus recuerdos
Ni convento ni college39. Recuerda Anna Caballé en su
biografía sobre Concepción Arenal —de contenido profundo
y de ligera lectura40— que con frecuencia anduvieron juntos
puritanismo y feminismo en el arranque de esta ideología.
Lo interpreto como un efecto de la hiperresponsabilidad; al
menos en la Residencia, las muchachas eran conscientes de
que recaía sobre sus hombros no solo la respetabilidad del
proyecto y la tarea de destruir tópicos arraigados sobre la
inconstancia, la volubilidad, la ausencia de miras, etc., sino
también el de la menguada inteligencia femenina. Aunque
mucho de todo esto haya perdurado hasta hoy, las cosas
comenzaron pronto a cambiar y se leen con mayor
frecuencia aquellas cartas en las que los progenitores
consideran que no les corresponde a ellos opinar sobre
ciertos detalles de estudios, y aun de compañías, sino a sus
hijas, en cuyo buen criterio confían. En 1929, la
movilización estudiantil contra la Dictadura de Primo de
Rivera acarreó el cierre de la universidad. Al ser
consultado por la directora, Lorenzo Fuyola Paraíso, padre
de Encarnación Fuyola Miret —entonces estudiante de
doctorado en Ciencias—, sobre el plan de estudios
alternativo que podría seguir la doctoranda en la
Residencia, un juicioso padre respondía:
Correos. Administración Principal
Huesca, 26 de marzo de 1929
[…] Respecto a la necesidad, conveniencia, forma, etc., de las clases
que V. con tan laudable interés quiere organizar en esa casa, creo que lo
más conveniente es que decida V. con mi hija, puesto que esta conoce
mejor que yo las especiales necesidades de sus estudios, dando por bien
hecho lo que ustedes hagan de común acuerdo (ARS, 31/48/1).

La estudiante contaba entonces con veintidós años y la


confianza paterna. Militante desde 1930 en el PCE, Fuyola
Miret se convirtió en una personalidad fuerte dentro del
partido, fue fundadora y secretaria de la Agrupación de
Mujeres Antifascistas y desempeñó varios cargos de
responsabilidad en el PCE, por lo que fue elegida candidata
para las elecciones a Cortes de 1933 por Huesca y por
Zaragoza; en 1936 alcanzó en el frente de Madrid el grado
de comandante. Terminada la guerra, su compañero resultó
detenido y fusilado en 1942, ella logró salir por la frontera
de Francia y llegó exiliada a México, donde vivió hasta su
muerte en 198241. Sufrió un expediente de depuración
como funcionaria de Correos y otro por el Tribunal Especial
para la Represión de la Masonería y el Comunismo42.
En cuanto al rigor y la vigilancia, veinte años después
algo había cambiado: los preceptos seguían estando ahí,
incluso más pormenorizados que nunca, pero había
disminuido el recelo familiar. Cada febrero, un nerviosismo
especial recorría la Residencia desde las buhardillas hasta
los sótanos ante la expectativa del baile de Carnaval, toda
una tradición [véase imagen 4], porque las reuniones y
fiestas siempre se vieron como la ocasión de pulir los
modales en el comportamiento social, pero aunque fuera un
té-baile, o mejor, justo porque lo era, no podía faltar su
reglamentación:
Madrid, 16 de febrero de 1935
[…] Para asistir a esta fiesta las alumnas deberán estar autorizadas por
sus familias, por lo cual deberán pedir el oportuno permiso, entregando
en la Secretaría la carta de autorización.
Las invitaciones a los muchachos que hayan de concurrir a la fiesta las
hace la Directora de la Residencia. Cada señorita podrá indicarle con la
suficiente antelación el nombre del muchacho a quien ella desea invitar
[…] (ARS, 61/12/1).

Desde Algemesí —Valencia— notificaba su aprobación


Rosa Trull, madre de Ángela Masiá Trull: «[22 de febrero
de 1935] me escribe [mi hija] para que Vs. tengan mi
consentimiento para dejarle asistir al baile […] así como si
se presenta alguna excursión y otras salidas que ella
necesite para bien de su trabajo y distracción; en fin, que
los permisos que ella pida es seguro que serán guiados de
buen fin […]» (ARS, 61/12/66).
Para la Fiesta de Primavera, se repetía el protocolo y, con
un sentido análogo al anterior, desde Bilbao, se expresaba
María Martínez de la Cuadra sobre los movimientos de su
hija María Ángeles Ugarte: «[29 de abril de 1935] Tengo el
gusto de dirigirle estas letras para comunicarle que mi hija
María Ángeles tiene permiso para asistir a ese baile, así
como a cuantas fiestas y excursiones organice esa Entidad
y todo lo que ella quiera hacer, pues le concedo plena
libertad de acción y tiene mi confianza […]» (ARS,
61/12/46).
Al fin han aparecido las madres, aunque algunas, no
muchas, estuvieron al frente desde el principio.

EL DISCRETO APOYO DE MADRES Y HERMANAS


Pero ¿y las madres? —nos preguntamos. La verdad es que
aparecen menos; en ciertos casos las madres intervienen
puntualmente, al principio, impulsadas por el vacío y el
miedo de haber perdido a sus hijas, porque actúan solo
como madres y no como preceptoras, para ese rol siguen
dejando la escena al marido. Solo muy ocasionalmente
aúnan ambas funciones y establecen relación directa con
María de Maeztu; cuando es así, se las observa guiando la
formación de sus hijas y se ve crecer una sólida relación de
confianza con la maestra de estas.
Carmen Húder Carlosena llegó a la Residencia a
principios de 1918 y la primera carta conservada pertenece
a su madre, Romana Carlosena de Húder; tras ella, el
padre, Vicente Húder Lasala, encabezará la relación con la
directora. La familia Húder Carlosena residía en Pamplona,
y el padre era médico de la Beneficencia Municipal, como
muestra su papel de cartas.
Pamplona, 31 de marzo de 1918
Distinguida Srta. de toda mi consideración: Ingrata quizá me haya
considerado después del gran interés demostrado por mi hija María
Carmen que jamás podré agradecer y hallarse en la actualidad bajo su
acertada dirección y custodia, pero lejos de mí tal ingratitud cuando la
única causa que me ha detenido el cumplir este deber de gratitud en el
primer momento, el querer esperar a que pudiera conocer a mi citada
hija para que, con la sinceridad que sé es una de las prendas que la
adornan, pudiera decirme el juicio que por su conducta, aplicación y
aprovechamiento ha merecido, así si como confío ciegamente, ha sabido
con su proceder corresponder a la deuda de gratitud eterna, que con V.
ha adquirido en unión de toda esta agradecida familia.
Sé por ella se halla enterada de nuestra impaciencia pasada, al
transcurrir más días de lo que pensaba sin noticias suyas, lo que no
debía extrañarle pues al faltarnos con su ausencia la alegría a que sus
oportunidades y carácter nos tenían acostumbrados, debía tener en todo
momento presente que solamente sus cartas son las que han de suplir,
aunque no en gran medida, la ausencia de ser tan querido […].
Comprendo mi exageración en ciertos extremos pero justificada
teniendo en cuenta ser la primera vez que me veo desamparada de ella y
que como bien sabe el vacío que ha dejado es difícil de llenar pues el
carácter de sus hermanos es muy distinto al suyo y me falta la
distracción de mis múltiples preocupaciones que su alegría característica
me proporcionaba.
¿Qué tal se porta? Ella ha sido siempre estudiosa y demuestra siempre
un amor propio por llegar a alcanzar los primeros puestos entre sus
compañeras, que es lo que nos ha hecho alimentar esperanzas de que
conseguiría lo que con tanto afán se ha propuesto […].
A nuestra común amiga Juana Ontañón visité hace poco […].
[Se hallan] en V. depositadas toda mi confianza y esperanza en el
porvenir […] (ARS, 27/4/4).

Una madre que expresa lo sola que se ha quedado —


desamparada— y se incomoda porque tardan las cartas de
la estudiante, que son ahora el único hilo. Una hija que se
empeña en seguir su destino y que destaca entre sus
compañeras, y una directora que recibe de todas las
madres el encargo personal de que las sustituya, algo que
en gran manera hizo con todas: tales son nuestros
personajes en esta obra. La Residencia abrió sus puertas en
el curso 1915/1916, Carmen llega el tercer año de su
existencia y todavía no se habían alcanzado la
consolidación y el prestigio de años posteriores; los padres
de Carmen, como muestran los encabezamientos de las
cartas, no conocían previamente a la Srta. de Maeztu, pero
la madre cita a una amistad común, Juana Ontañón
Valiente, entonces profesora de la Normal de Pamplona —
donde había estudiado Magisterio María del Carmen— y
compañera de promoción de María de Maeztu en la Escuela
Superior. Juana Ontañón pertenecía a una familia
institucionista, así que pudo ser la vía para que su alumna
llegara hasta la Residencia, una reconocida modernizadora
de la pedagogía, con una implicación política que la llevó al
exilio, llegó a México en el simbólico barco Sinaia43.
Carmen, que llegó para preparar el ingreso en la Escuela
Superior, continuó sus estudios y realizó una memoria de
final de estudios sobre el arte románico en Navarra.
Demostró con creces merecer ese sacrificio que impuso a
los suyos y el afán de superación que su querida madre le
atribuía: obtuvo una beca para estudiar en el Vassar
College —Poughkeepsie, Nueva York— en 1924/1925 y, al
regreso, quiso incorporarse como investigadora al Instituto
de Historia. Por otra parte, al final de esa década de los
veinte se casó con el arquitecto Javier Yárnoz Larrosa;
ambos colaboraron con los gobiernos de la República y, en
consecuencia, hubieron de partir al exilio, que vivieron en
Venezuela.
Otras madres, como decía, sí anudan una relación muy
personal con la mentora de sus hijas. Así se observa en
Pilar Alas de Coll, en realidad Alas Cores, que inicia su
correspondencia en 1922 a raíz de la llegada al centro de
su hija Josefina Alas Coll y se prolongará hasta 1932
abarcando muchos temas y preocupaciones familiares. Pilar
era sobrina de Leopoldo Alas, Clarín, hija de su hermano
Marcelino Alas Ureña, estaba casada con César Coll Brück,
que trabajaba de notario en Gandía; tenían ocho hijos,
como ella misma explica: Josefina, Óscar, César, Mercedes,
Pilar, Luis, Mario y María Socorro. En la primera carta se
observa que Josefina y De Maeztu no se conocían, fue
precisamente por ello por lo que esta madre decide
dirigirse a la directora:
Gandía, 22 de noviembre de 1922
Muy Sra. mía: Como no he podido acompañar a mi hija Josefina Coll
cuando entró en la Residencia y por lo tanto no he podido hablar con V.
como sería mi gusto y hasta creo mi obligación, me tomo la libertad de
escribirla para tratar así todo lo referente a ella.
Yo ya sé que, con tanto como V. tendrá sobre sí y tanto como tendrá a
qué atender, no puede ocuparse de las Señoritas que están bajo su
dirección una por una y con todo detalle, esto sería hasta ridículo
pretenderlo, pero yo, Señora, me atrevo a suplicarle que por una sola vez
escuche a esta madre y haga lo que pueda por ella.
Tengo ocho hijos (la última nació a los dos días de estar ahí Josefina).
Mi marido es notario y aunque con su trabajo podemos ahora vivir bien,
no tenemos más remedio que hacer que estos ocho hijos sepan ganarse
la vida porque el día que su padre falte solo les quedará esto, «lo que
ellos puedan hacer por sí solos». La mayor de los ocho es Josefina, la que
tiene V. ahí. Como vimos que no tenía facilidad para los estudios y por lo
tanto no podía dársele una carrera, hemos pensado en algo que fuera
fácil y que pudiera darle para vivir el día de mañana y por eso la hemos
enviado ahí para que estudie idiomas y aprenda la taquigrafía y
mecanografía, a ver si por ahí podíamos hacer algo de ella.
Pero yo tengo un miedo, Señora, y es que perdamos el tiempo y el
dinero, lo cual sería terrible para nosotros que tenemos que tasar lo uno
y lo otro. Yo le ruego que V. se entere de sus maestros si la niña estudia o
no, si aprovecha, si hace algo o no lo hace, si sirve o no sirve para ello.
Por Dios le pido que lo tome V. con interés, que hable con la niña, que la
estimule y a los profesores que tengan paciencia y constancia con ella,
que no desesperen […].
Dígale a la profesora de francés que ella el francés lo habla y lo
traduce bien, pero lo escribe muy mal, desconoce casi por completo la
ortografía; hace unos días me escribió en francés y tuve una pena muy
grande al ver lo mal que estaba de ortografía, tanto que a su padre no se
la he enseñado por no darle la misma pena. Pero aunque no ha visto esa,
sí las que escribe en español y también en estas sigue poniendo faltas y
resulta que cada carta es un disgusto para él y para mí […]. Ayúdeme, se
lo pido por lo que más quiera.
Pidiéndole perdón por este atrevimiento se ofrece incondicionalmente
para lo que pueda servirle su affma. s.s. que con respeto y cariño le
e.l.m. Pilar A. de Coll (ARS, 22/46/4).

Estamos ante un texto en el que se nos abre el corazón de


su autora: su preocupación por su hija, y por sus hijos en
general, sus responsabilidades de madre, su respeto al
dirigirse a María —simbolizado en ese Señora—, la
atención a los estudios de su hija, aun consciente de las
limitaciones de la estudiante. Una carta así nos muestra,
además, a una madre ilustrada, que escribe con corrección
y detesta las faltas de ortografía. Por otra parte, este texto
ilustra tanto la sociología de la procedencia de las
estudiantes, en este caso una familia culta, liberal, con un
padre profesional, pero muy numerosa, como el interés de
que todos los hijos por igual, incluso Josefina que parece
menos dotada, puedan vivir con independencia.
La correspondencia prosigue centrada en la formación de
Josefina:
Gandía, 27 de febrero de 1923
Mucho, muchísimo, le agradezco lo que ha hecho V. por mi hija y lo que
hará, pues que yo no me canso de pedir y V. es tan buena, y me ha oído
tan bien, que me atrevo a pedir más.
Josefina me decía en una de sus últimas cartas que tenía proyectada
una excursión a la Sierra, para lo cual unos amigos les dejaban unos
automóviles, pero que esta excursión no era con V. y esto me da miedo. A
mí me gusta, me entusiasma que haga excursiones de estas con V. o con
persona que le represente a V., pero… con chicos y sin V., la verdad, no
[…]. Le suplico con todo el alma que encargue […] que vigilen a Josefina
y vean si es formalita o no. Es muy niña y me da miedo […] (ARS,
22/46/1).
Aunque en este caso Josefina era muy joven, se constata
siempre esa particular tensión entre libertad y vigilancia
que definía a la Residencia. La madre pide supervisión,
pero al mismo tiempo, la estudiante se podía plantear una
excursión con los compañeros y amigos estudiantes. En
esta ocasión se dispone de la respuesta de María, lo que
nos permite recomponer el diálogo entrecruzado e ir
descubriendo la corriente de afinidad que se establece
entre ambas mujeres:
Madrid, 15 de marzo de 1923
Mi distinguida amiga: No sé decirle cuánto placer me causó la lectura
de su afectuosa carta al ver la confianza que en mí deposita al confiarme
con tanto cariño todo lo que a su hija se refiere. En cuanto a esta, me
parece que puede usted estar completamente tranquila pues en cuanto
recibí su carta hablé con ella y para entonces había desistido de sus
proyectos de excursión a la Sierra. Ambas convinimos en que, puesto que
la Residencia organiza excursiones, debe venir con nosotras y dejarse de
sus compañeras de clase, muchachas a las que no conocemos […] (ARS,
51/3/23).

Una lectura atenta nos conduce a otros matices de la


educación en la Residencia: por un lado, la directora no
reprime, sino que Josefina desiste de su primer deseo; por
otro, se apunta ese sentido de pertenencia a un círculo, el
de las muchachas conocidas, compañeras de la Residencia
o, por su edad, tal vez del Instituto-Escuela; en cualquier
caso, jóvenes cercanas a instituciones de la JAE.
Gandía, 22 de marzo de 1923
Mi distinguida amiga: Recibo hoy carta de mi prima Carmen Alas (Sra.
de la Llave) […] diciéndome que encuentra a esta [Josefina] triste y un
poco desconcertada y desilusionada con sus estudios […]. Mi prima teme
que en la Universidad Popular no tengan un buen plan, en fin que sea
insuficiente […].
Nuestro plan era que la niña aprendiera en este año la taquigrafía y
mecanografía y el francés; que aprendiera lo suficiente para no necesitar
volver, pues la práctica la adquiría aquí y el inglés también […]. Por lo
tanto, no nos importa gastarnos ahora lo que sea necesario con tal de
conseguir lo que queremos […]. Todo esto si Vds. ven que la niña está
bien de salud, si no nada. Prohíbala V. que para estudiar quite horas de
sueño. Ella necesita dormir mucho, como también comer mucho porque
es flojita […].
Si creen Vds. que la niña es incapaz de hacer nada, también me lo
dicen con toda franqueza […] (ARS, 22/46/2).

El matrimonio Coll Alas provenía de Oviedo, funcionaba


allí una de las Universidades Populares más antiguas de
España, inspirada además en la pedagogía krausista. Tal
vez por ello habían elegido ese centro madrileño para la
formación de su hija, que terminó, no obstante, vinculada a
la docencia impartida en el entorno de la misma
Residencia, como cuenta María:
Madrid, 19 de abril de 1923
[…] Le supongo a usted enterada por su hija del arreglo que hemos
hecho para que sus estudios rindan la mayor eficacia. Por mi parte, he
facilitado el que pueda escribir a máquina todos los días dos o tres horas
en la Secretaría del Instituto-Escuela, cuyo edificio está al lado de la
Residencia. Por otro lado la profesora de francés de la casa le da clase
diaria en su domicilio y parece que adelanta bastante […].
Es todo lo que hemos podido hacer y de veras lamento muchísimo que
no me haya usted manifestado antes sus temores de que Josefina no
adelantaba bastante pues hubiéramos puesto remedio enseguida […]
(ARS, 51/4/4).

Como tantas otras, la familia Coll Alas quedaría ligada a


la Residencia y a María hasta el final de la institución y la
promesa que Pilar Alas hacía a la directora no fue vana:
Gandía, 29 de mayo de 1924
[…] Antes de que emprenda V. su viaje a los Estados Unidos, quiero
despedirme de V. y darle las gracias por las atenciones que con nosotros
ha tenido.
Mucho, muchísimo se lo agradecemos lo mismo mi marido que yo.
Muy poco valemos y poco podemos ofrecerle a V. pero en eso poco nos
ponemos incondicionalmente a sus órdenes y ya sabe V. que cuenta con
unos amigos verdaderos. No sé si Josefina volverá a la Residencia o si irá
otra de mis hijas, todo depende de que salgan bien o mal los planes que
tiene mi marido. De todos modos yo no quiero despedirme del todo de V.,
aunque no estén ahí mis hijas mi primera visita cuando vaya a Madrid
será para V. […] (ARS, 22/46/3).

Unos años después, esta madre siempre atenta,


notificaba a María la boda de Josefina:
Gandía, 20 de octubre de 1929
[…] El día 18 de noviembre es la fecha fijada para la boda de mi hija
Josefina. Estoy contenta porque, como le dije, el que va a ser su marido,
Juan Ripoll Castillo, reúne condiciones excelentes, pero me da una
tristeza muy grande separarme de ella. Las cosas de la vida […] (ARS,
22/46/9).

Y nuevamente, en 1932, las Alas Coll volvían a la


Residencia, de cuyo influjo, en realidad, nunca habían
salido:
Gandía, 6 de junio de 1932
[…] Como ahora solo me quedan tres hijos estudiando en Madrid o
cuatro, si Mario ingresa en el Instituto-Escuela, queremos hacer cuenta
para ver si nos convendría más quitar la casa y colocarlos del siguiente
modo: las dos chicas en la Residencia de Señoritas, el chico (estudiante
del 2.º año en la Escuela de Arquitectura) en la Residencia de
Estudiantes y Mario, si ingresa, en el Internado del Instituto-Escuela. V.
dirá que para hacer esas cuentas bastaba que yo le pidiera un folleto con
los precios, condiciones, etc., etc., pero es que lo que deseo de V. es que
me diga si siendo cuatro los que hemos de tener con Vds. nos hacen una
rebaja y en caso de hacerla a cuánto asciende […].
Postdata: Sería para mí una gran satisfacción tenerlos bajo su
dirección y amparo (ARS, 22/46/10a).

El acuerdo debió de llegar, porque a partir de 1932/1933


Pilar y Mercedes Alas Coll figuran como residentes. Pilar y
Mercedes habían cursado bachillerato en el instituto
Cardenal Cisneros, en Madrid. La primera siguió con
Filosofía y Letras y comenzó una temprana militancia en las
Juventudes Socialistas Unificadas; iniciada la Guerra Civil,
trabajó como profesora en la Residencia de Señoritas que
se abrió en Paiporta44. En 1938 se casa con Julio García
García y tienen que marchar al exilio, hacia Francia, y de
allí hacia República Dominicana y más tarde a México,
donde estaban ya los dos primogénitos de la familia, César
y Óscar45, en tanto que Luis estuvo encarcelado hasta 1943.
Mercedes, por su parte, también se casó, con Antonio
Balada Fibla.
El Nuevo Régimen golpeó duramente a la familia Alas,
símbolo de la cultura y el liberalismo español: Leopoldo
Alas, rector de Oviedo, fue fusilado; los Alas Coll huían…
Josefina Alas Cores apenas sobrevivió a esa vorágine y
murió en 1940.
Como los Coll Alas, las hermanas M.ª Paz y Elena García
del Valle también provenían de una familia ilustrada que
había decidido no escatimar sacrificios para proporcionar
por igual los mejores estudios posibles a todos sus hijos —
además de ellas, sus hermanos, Isaac, Manuel, Javier y
Carlos— y en la que la madre, Filomena del Valle Vidal,
desempeñó un papel predominante en la responsabilidad
educativa, como se observa en la correspondencia que
sostiene con María de Maeztu, con la que compartía su
interés por la pedagogía, ya que ella había estudiado en la
Normal de Maestras de Navarra, aunque solo había
ejercido unos pocos años, antes de dedicarse de lleno, y no
metafóricamente, a la educación de sus hijos. En 1919 llegó
M.ª Paz —Mari— a la Residencia, con once años, para vivir
en el internado de niñas y empezar sus estudios en el
Instituto-Escuela. En el internado permanecería hasta
terminar el bachillerato en 1925, cuando ya otros hermanos
también estudiaban en el mismo centro, y la familia decidió
alquilar un piso que la mayor gobernaba al tiempo que
empezaba Ciencias Químicas en la Universidad Central,
pero la relación de M.ª Paz con la Residencia y con la JAE
se mantuvo.
Tras una de sus visitas a la Residencia, Filomena expresa,
al regresar al domicilio en San Esteban de Gormaz, el alivio
que le proporciona el alojamiento de sus hijas y la ayuda
que suponía un centro así para que las jóvenes de provincia
pudieran estudiar:
San Esteban de Gormaz, 9 de diciembre de 1924
[…] Quiero para su satisfacción hacerle presente la grande que yo he
sentido al observar en mis visitas al internado la admirable organización
que a aquel ha dado y especialmente las incomparables condiciones de
higiene y orden en que las niñas viven. Estas [las niñas residentes] no
están satisfechas y las señoritas saben que no se recatan para
manifestarlo, pero todo aquel a quien no ciegue la pasión observará
enseguida que es porque se les hace dura la saludable disciplina que es
indispensable en toda sociedad.
Acaso las señoritas son demasiado jóvenes para la extraordinaria
importancia del cargo, que la adquiere mayor al tratarse de niñas
educadas en hábito de pensar y discurrir pero que todavía no pueden
tener la madurez precisa para hacerlo siempre con acierto; pero en mi
conversación con las señoritas, pude observar que están bien orientadas
y que en muy poco tiempo la experiencia les hará todo lo perfectas que
en lo humano cabe.
Srta. de Maeztu: como madre y como mujer, doy a V. las más expresivas
gracias por su abnegación en pro de nuestras hijas que ni siquiera tiene
como incentivo una espléndida remuneración […] Filomena del Valle de
García (ARS, 47/54/49).

No era una sintaxis al alcance de la pluma de cualquier


mujer de entonces y es que Filomena del Valle era maestra;
hay que subrayar, además, esa conciencia femenina a la
que la autora apunta. En las cartas utiliza el papel timbrado
con el nombre del esposo, Isaac García Alonso, que era
empresario, fundador de la fábrica de harinas La Güera en
El Burgo de Osma46. Esta madre valora los aspectos
fundamentales y distintivos de la Residencia que
caracterizan igualmente al grupo de niñas: la higiene, el
orden, el estímulo para pensar, discurrir y, como la madre
manifiesta, disentir; y es que a estas adolescentes no les
encantaba sujetarse a unas normas de estudio y
convivencia. Habla también en la carta de la juventud y de
la buena formación de las encargadas del grupo de niñas
(las señoritas). Para la madre supuso una liberación, que se
comprende mejor cuando se obtiene, por sus
observaciones, el contraste con las condiciones de
alojamiento del hermano:
11 de diciembre de [19]24
Distinguida amiga: Adjunto tengo el gusto de remitir a V. transferencia
a su cuenta de ptas. mil para las atenciones de mis hijas […]. Este mes
con mi viaje, que no creía sería tan largo, se ha retrasado la
mensualidad, pues mi marido, abstraído en sus asuntos, descansa en mí
cuanto compete a los hijos […].
No sería extraño que, a pesar del chiquitín, volviera yo por ahí hasta
ver cómo dejo instalado al mayor y, si es así, le explicaré lo que observé
en dos visitas a mi hijo, que solo porque la vida ha sido lo bastante dura
para dominar en absoluto el genio, se explica que yo no lo trajera en el
momento conmigo […]. Agradeceré a V. que lo considere como
pensionista y casi seguro que el resto del curso habrá también de serlo.
Deseo saber cuanto antes cuánto cuesta la media pensión […] (ARS,
47/54/50-51).

Como se desprende de esta carta, la madre se había


desplazado a Madrid para visitar a sus hijos y, en contraste
con la situación de las chicas, le indignaban las condiciones
de la pensión de su hijo Isaac, para quien no encontraba un
lugar adecuado, lo que la debió de llevar a la solución de
alquilar un piso para todos. Pero tal decisión ni frenó su
comunicación con la Srta. de Maeztu ni la relación de sus
hijas con el centro ni sus desvelos por impulsar sus
posibilidades y, al mismo tiempo, extender su protección
maternal. En septiembre de 1926, M.ª Paz tenía que
examinarse de matemáticas del preparatorio de Ciencias y
necesitaba preparar a fondo la materia, por lo que
buscaron una academia en Madrid para que pudiera
hacerlo en agosto. Esa situación, que una muchacha joven
residiese sola en su casa y asistiese a un centro privado, no
era común en el Madrid de 1926 y a la madre le
preocupaba; por ello, solicitó un alojamiento temporal en la
Residencia para que la joven no viviera sola en el piso
familiar. Pero quedaba el asunto de ir, también sola, a un
centro desconocido y ello la empujó a solicitar, de este
modo, el auxilio de la dirección de la Residencia:
Berlanga de Duero, 18 de agosto de 1926
Distinguida amiga: Mañana jueves 19 en el mixto de MZA que llega ahí
a la estación del Mediodía a las 8 de la noche va M.ª Paz. Ruego a V.
encarecidamente que envíe a alguna de las personas que la conocen a
esperarla a la estación y en los días sucesivos la acompañe alguien a la
academia en que ha de dar clase, porque temo que no tenga compañera
por lo anormal de la época y no quiero, en modo alguno, que concurra
sola a la lección. Siempre me han atendido en la Residencia con tal
solicitud que yo espero que lo hagan igual en esta ocasión, aunque la
Srta. de Maeztu se halle ausente47.

El mismo sentimiento que acaba de embargar al lector de


hoy —que se trataba de un momento de cambio tan fuerte
que incluso una madre consciente y progresista oscila entre
su inclinación liberal y la tradición inhibidora— lo
confesaba la propia autora tras comunicar con su hija:
Berlanga de Duero, 22 de agosto de 1926
Distinguida amiga: Carta que recibo hoy de Mari [M.ª Paz] me pone de
relieve la contradicción que personifico, entre las ansias de modernidad
y los viejos prejuicios españoles. Doy a V. las más expresivas gracias por
haber atendido tan amable mis instrucciones que hoy reduzco a que si V.,
al presentar a Mari en la academia, cree peligroso el que acuda sola la
haga acompañar, pero si ve que dan clase con ella otras compañeras, no
la acompañen porque indudablemente dada la orientación que lleva en
sus estudios habré de acostumbrarme a que ande sola por el mundo. No
conozco la academia ni el profesor, de ahí mi intranquilidad, pero es
urgentísimo que comience las clases, dada la proximidad de los
exámenes, y no es cosa de retrasarlas por mis, acaso, vanas aprensiones.
Su amabilidad es una de las muchas atenciones que hacen mis deuda con
esa Residencia «incancelable»48.

Sería difícil encontrar un testimonio que expresara mejor


que el de la propia Filomena el cambio de comportamiento
y mentalidad que estas decisiones implicaban para los
progenitores: no se podía querer formar una persona
independiente y culta sin confiar en ella, y, al mismo
tiempo: ¡qué natural también el miedo de esta y todas las
madres! Porque las hijas crecen muy deprisa y la situación
resultaba inédita. Pero lo que más sorprende es cómo este
proceso de formación había implicado también esa relación
tan igualitaria, que incluso hoy sorprendería, entre una
madre y su hija de dieciocho años, en la que la joven hace
ver a su progenitora la contradicción y la inconveniencia de
un exceso de protección, que la madre admite. La confianza
en los hijos —en las hijas— y en la educación ética que se
les ha dado no resulta sencilla, aunque formara parte
esencial de una instrucción que colocaba su eje en la
libertad de la persona y su perfeccionamiento moral. Por
otra parte, M.ª Paz estaba destinada a recorrer mundo,
como ya sabía su madre desde el principio. En 1929, y con
solo veintiún años, a través de la JAE, disfrutó un
intercambio con una estudiante de Alemania y pasó siete
meses en aquel país, aprendiendo la lengua a lo largo del
verano para afrontar luego un trabajo en prácticas en una
industria química de Berlín. Con ese motivo, y jovencísima,
realizó sola larguísimos desplazamientos por tren y barco y
convivió con distintas familias, lo que la convirtió en una
experta en mirar hacia el exterior, hacia nuevos países y
nuevas costumbres. De regreso a Madrid, entró como
investigadora en el equipo de Miguel Catalá en el Instituto
Nacional de Química y Física, aspecto que ha destacado la
investigadora Carmen Magallón49. Con esa experiencia,
obtuvo una beca en Radcliffe College, en la Universidad de
Harvard, y alcanzó la condición de pensionada de la JAE
para ese curso 1932/1933. A lo largo de este tiempo, la
comunicación con su madre también creció, como
testimonian sus cartas (JAE/61-189).
Elena Roldán García, su descendiente, ha reunido una
bellísima correspondencia conservada por la familia y
publicado una obra que recupera el arrojo de esta
adelantada a su tiempo y demuestra las posibilidades
infinitas que abrió la Residencia para estas jóvenes. La
lectura de esta obra50 explicita, por un lado, el esfuerzo
constante de María Paz y el gusto por aprender lenguas y
conocimientos o por observar otras costumbres, desde
nadar a cómo se relacionaban hombres y mujeres en otros
marcos, pero relata, además, ya que la base de la
correspondencia se sostiene entre madre e hija, el miedo y
la pena de esta madre al ver cómo marchan sus hijos, la
hija mayor, a estudiar lejos, y el gran acto de generosidad
que ello implica.
Finalmente, como otras compañeras, Dorotea Barnés o
Felisa Martín Bravo, también especializadas en
universidades europeas y norteamericanas, esta científica
de trayectoria asombrosa vio cortado su vuelo con la
Guerra Civil y la Dictadura. Después, la actividad de María
Paz se retrajo al ámbito doméstico, casada con Arturo
Roldán Palomo, prestigioso arquitecto de la Diputación de
Ciudad Real, fue madre de siete hijos —Arturo, Paz,
Francisco, Javier, Elena, Mario, Fernando y Rafael. Murió
en Madrid en 195951.
La madre de Emilia López Robado, estudiante de tercero
de Farmacia el curso 1927/1928, desempeñó igualmente,
en primera persona, la responsabilidad de supervisar la
formación de su hija en la Residencia. Francisca Robado
utilizaba en su correspondencia el papel timbrado de su
esposo, Adolfo López Parées, secretario del Gobierno Civil
de Badajoz. En todo momento, Francisca se manifestó como
una madre preocupada por su hija, y no solo por sus
estudios, sino por sus amistades y movimientos y, en su
caso, llama la atención que escribe en primera persona del
singular, lo que nos hace pensar que las decisiones sobre su
hija le incumbían principalmente a ella:
Badajoz, 13 de marzo de 1928
Srta. María de Maeztu: […] Me es muy grato participar a V. que me
lleva escrita varias cartas mi niña, Emilia López Robado, y en todas ellas
sin excepción de una me dice el buen trato de la Residencia y el cuido
tan bueno que les tienen y por todo ello estoy altamente satisfecha.
Ahora tendrá que salir mucho porque le tengo puesto dos profesores,
uno de Técnica Física y otro de Química Inorgánica, porque para aprobar
la segunda tiene que previamente tener aprobado la primera […] y
dichas clases las tiene por la tarde […] (ARS, 43/2/2).

Como la madre solicitara puntuales informaciones sobre


Emilia, la directora no tardaría en dárselas: «[Sin fecha] En
el poco tiempo que su hija lleva en esta casa no he podido
observar en ella nada que merezca que se le haga la más
mínima observación y veo que hasta ahora se somete de
buena voluntad a la disciplina que la casa impone. La veo
frecuentemente con la Srta. Laura Duarte, lo cual es
natural porque se conocían ya de Badajoz […]» (ARS,
53/24/10).
Prosigue la Srta. de Maeztu explicando que lamenta que
hayan tomado esos profesores particulares porque en la
Residencia se ofrecen esas clases gratuitamente.
Esta madre manifiesta, sobre todo, su preocupación por
el comportamiento y el aprovechamiento de su hija, a quien
sigue viendo como a una niña, así que, poco después,
vuelve a insistir en ello:
[Marzo de 1928, a mano puesto por la archivera]
La niña Emilia siempre fue su característica la seriedad y bondad y no
dudo que ahí siga lo mismo y más, aprendiendo mucho de su culta y
buena Directora como es V.
Yo siempre espero que cuando tenga algo V. me lo dirá porque es niña
que siempre la tuvimos muy mimada […] su papá y yo queremos que los
dos años que le faltan los haga ahí […] (ARS, 43/2/3).

Para mayo, nuevamente teme que Emilia flojee y se


comprueba que también recibe informes de los aludidos
profesores particulares:
Badajoz, 20 de mayo de 1928
[…] Habiendo recibido carta del profesor particular de mi hija Emilia
en la que nos dice que lleva varios días sin asistir a clase y
extrañándonos bastante, puesto que no está enferma, que deje de ir,
estando ya los exámenes encima y perdiendo un tiempo hermoso, puesto
que ha empezado algo tarde como V. bien sabe, me impulsa a molestar su
digna atención para que la observe y se entere el porqué no asiste a
dicha clase, y le haga todas las [reconvenciones] que crea necesarias,
puesto que en V. tengo depositada toda mi confianza para con ella.
Ayer su papá le puso una conferencia y le dijeron que no estaba, que
había salido con la Srta. Duarte. Sin que tenga nada que decir de dicha
señorita, porque no es mi ánimo ofenderla ni mucho menos, le
agradecería muy de veras que no la dejara salir más con ella y si V. viera
que tuviera algún pasatiempo con motivo de la excursión de Toledo,
ruégole me lo comunique sin reparo de ninguna clase […] (ARS, 43/2/5).

El empleo del término «pasatiempo» en ese contexto


podría referirse a amistad con un joven. Ya se ha tratado la
presencia de Laura Duarte, que estudiaba Medicina, y no
fue la única amistad que a la señora Robado no le
interesaba para su hija, pues también había advertido que
no quería que compartiera cuarto con otra joven de
Badajoz, curiosamente muy aceptada en la Residencia y
que permaneció durante años en ella, una vez licenciada,
como profesora del Instituto-Escuela, Casimira de Haro.
Se conserva la contestación a la misiva anterior, con la
que la Srta. de Maeztu tranquiliza a esta madre suspicaz:
[29 de mayo de 1928] En cuanto recibí su atenta carta del 20 de Mayo
hablé con su hija Emilia y me dijo que el haber faltado unos días a clase
era debido a una ligera indisposición que había tenido y en efecto la Srta.
María de Oñate, directora de grupo, corroboró lo que Emilia decía.
Ahora sale poco, solo para sus clases y estos últimos días la ha sacado
de paseo, llevándola el domingo a Getafe, don Cecilio García, que es la
persona a quien usted dejó encargada de la niña.
Esté usted tranquila que, en cuanto yo observase la menor
irregularidad en la conducta de Emilia, se lo comunicaría enseguida […]
(ARS, 53/26/12).

Emilia regresó para pasar el verano en Badajoz y doña


Francisca agradeció, una vez más, a la Srta. de Maeztu las
atenciones que su hija había recibido y anunció el regreso
de la estudiante: «[11 de julio de 1928] A fines del mes que
viene quiero llevarla puesto que tiene que aprobar otra
asignatura […]» (ARS, 43/2/6). Así fue, la joven volvió para
seguir el curso 1928/1929 en la Residencia y llegó a
terminar sus estudios, porque en 1946 la localizo como
«Inspector Farmacéutico municipal» en Zahínos, un pueblo
del sur de Badajoz, cercano a la raya de Portugal52.
Estamos, sin embargo, ante otra vida que quedó alterada
por la Guerra Civil: el BOE del Gobierno de Burgos, el 1 de
febrero 1937, publicaba el cese como jefe de negociado del
Gobierno Civil de Badajoz y la baja en el escalafón del
padre de familia, Adolfo López Parées53.
Como decía, las madres figuran menos, creo que debido
en parte a que algunas, aunque supieran escribir, no sabían
expresarse con fluidez y propiedad, algo que pudo
retraerlas, y otras veces porque no se sentían cualificadas
para entender de una instrucción superior. He comprobado
que aquellas que desempeñan un papel más activo —
escriben, hablan en primera persona— suelen ser maestras
y esto es interesante; en el fondo, se trata de que estamos
ante la primera generación que consigue suficiente bagaje
cultural. En ello se distinguirán de sus antecesoras que,
salvo algunas excepciones, no estaban formadas para
servirles de guía académica aunque, en un rasgo de amor y
respeto, hubieran aceptado la voluntad filial, y hay que
creer que, sin ese consentimiento, ningún padre se
arriesgaría en solitario a tomar la decisión.
A veces, las hermanas mayores son quienes se ocupan de
la educación de las pequeñas y no es arriesgado creer que
sucedía así en aquellos casos en los que las madres habían
fallecido: María Moreno estuvo interna en la Residencia
mientras estudiaba en el Instituto-Escuela; su padre
Guillermo Moreno Amador era abogado en Huelva, pero
quien mensualmente escribe a la secretaría del centro,
notificando el envío del cheque bancario para sufragar los
gastos de María, fue siempre su hermana mayor,
Concepción, que opina, además, sobre los detalles de su
aprendizaje:
Huelva, 28 de junio de 1928
[…] No estamos muy conformes con las notas que nos envía, las cuales
agradezco; mi hermana siempre ha sido tan distraída, pero ya es
necesario que se avive un poquito, es lástima que, pudiendo estar a la
altura de sus compañeras, no pueda por culpa suya; en fin ya veremos
cómo son las finales del curso […].
Nada más que manifestarle saludos a la Srta. de Maeztu de mi padre y
míos, así como para V. respecto del primero y sabe es su buena amiga y
s.s., Concepción Moreno (ARS, 39/10/9).

Esa despedida que no incluye a la madre induce a pensar


que son huérfanas y la mayor se ocupa de la pequeña.
En el caso de las hermanas Quirós Fernández de Tello,
también la mayor, María, se ocupa de la segunda, Gimena;
pero, en este caso, hay una conexión entre María Quirós y
María de Maeztu, porque la primera enseñaba piano en la
Normal de Maestras de Almería y en diversas ocasiones se
había instalado en la Residencia junto a sus alumnas, a
quienes acompañaba en su examen de piano del Real
Conservatorio. En 1924 se interesaba por la acogida de su
hermana: «[Sin fecha] Muy Sra. mía: Recibí su telefonema,
el que trasladé a Málaga para que mi hermana se enterara
[…]. Escribo a V. para suplicarle se interese por ella, ha
estado muy delicada y necesita mucha alimentación y todo
género de precauciones […]. Respecto a sus condiciones
personales nada tengo que decirle, sé quedarán Vds. de
ellas satisfechas […]» (ARS, 41/109/7). Jimena Quirós
Fernández de Tello tenía una destacada carrera científica
ante sí y sería una de esas estudiantes muy respetadas por
la Srta. de Maeztu y por sus compañeras. Retomaré su
trayectoria más adelante.

LAS PROFESORAS Y SUS SABIOS CONSEJOS


No debería cerrarse este capítulo sobre el entorno
familiar y afectivo que sostuvo a las estudiantes en su
decisión de estudiar en Madrid y albergarse en la
Residencia sin considerar el apoyo que algunas obtuvieron
de sus propias profesoras; particularmente, de sus
profesoras en las Escuelas Normales de Maestras. He
querido destacarlo por dos razones: porque es fácil
imaginar que serían ellas, las maestras, las responsables de
estimular el deseo y hacer crecer en las estudiantes la
ambición necesaria para dar un paso tan comprometido en
todos los sentidos —estas profesoras serían en muchas
ocasiones las principales aliadas frente a una inicial
oposición de los padres—; y también, porque muchas de
ellas, compañeras de la propia María en la Escuela
Superior del Magisterio, se convirtieron, además, en
sustentadoras del proyecto de esta Residencia para
Señoritas Estudiantes, precisamente porque habían
padecido por sí mismas lo que era tener que vivir y estudiar
en espacios inhóspitos y sin ningún aliciente intelectual, así
que, de inmediato, orientaron hacia la nueva institución a
sus mejores pupilas. Se acaba de observar en el caso de
María del Carmen Húder y cómo su profesora de la Normal
de Pamplona es la «común conocida» entre los padres y
María de Maeztu. María Quirós y Fernández de Tello
inscribió a su hermana; además, en diversas ocasiones llevó
a sus estudiantes de piano, como se ha indicado. Con el
apoyo de estas mujeres y de las grandes colaboradoras de
María en el momento de la fundación —Rafaela Ortega y
Gasset, María Díez de Oñate, Julia Iruretagoyena— o de
algunas que terminaron incorporándose al centro —
Enriqueta Martín Ortiz de la Tabla, Eulalia Lapresta, Pura
Arias, Margarita de Mayo, África Ramírez de Arellano y
otras—, la Residencia tiene mucho de obra coral.
Y una de esas maestras influyentes era, sin duda, María
del Buen Suceso Luengo y de la Figuera, pionera de lo que
ella llamaba el feminismo económico o la posibilidad de que
la mujer fuera independiente por su propio trabajo, y que
señalaba a la educación como la vía para conseguirlo. A
doña Suceso, el camino la había llevado desde ser directora
de la Normal de Soria a la Normal de La Habana; allí
andaba en 1898. Escritora y gran defensora del
hispanismo, destacó en Málaga por sus afanes
renovadores54. Podemos creer que su propia personalidad
fomentó entre las estudiantes malagueñas el afán de
superación y, tal vez por ello, llegaran desde aquella ciudad
tantas residentes, la más conocida de entre ellas, Victoria
Kent.
María y Suceso Luengo eran viejas conocidas y
compartían esa creencia en el feminismo económico. La
profesora malagueña se dirige así a su homóloga:
Málaga, 29 de abril de 1917
[…] Tengo una discípula a la que quiero como si fuera una hija. Es
muchacha de gran entendimiento pero le es tan adversa la vida que le ha
llenado el alma de pesimismo y desaliento. Actualmente se prepara para
hacer oposiciones a una cátedra de Ciencias Físicas de Normales, en
turno restringido, pues es auxiliar. Necesita permanecer en Madrid una
temporada a los efectos de una mejor preparación y ninguna casa como
esa que V. dirige para influir en su espíritu con la influencia excitante y
fortificadora que V. sabe imprimir.
Yo ruego a V. me informe de las condiciones en esa Residencia con
«beca» o «media beca» y qué gestiones son necesarias para conseguirlo
y qué personas influyen en esas condiciones.
V., seguramente, intervendrá en las decisiones y yo me permito
interesarle en favor de esta mi protegida. No se arrepentirá V. de su
bondad para con ella ni de los favores que le dispense; repito que es muy
inteligente y de una altura moral poco común (ARS, 37/6/2).

La profesora no nombra a su recomendada. Por otra


parte, una vez y otra aparece en el marco de la Residencia
ese retrato de la muchacha inteligente, dispuesta pero de
modesto capital, que busca, sobre todo, la tutela de
Maeztu.
Al igual que doña Suceso, María Quintana Ferragut
conocía de tiempo atrás a la Srta. de Maeztu, su
condiscípula en la Escuela Superior. Una mujer influyente
en el ámbito de la pedagogía española, que en 1913 formó
parte de la primera promoción de inspectoras de Primera
Enseñanza. Su primer destino fue Sevilla y en 1916
utilizaba su papel timbrado con ese nombramiento. En la
primera misiva, elogiaba de forma algo desmesurada a
María de Maeztu por su logro:
Sevilla, 4 de octubre de 1916
Mi querida amiga: Un saludo cariñoso: […] Si llegamos a votar alguna
vez, yo seré un paladín fuerte en loor a V. María, me inspira V. una
devoción grande. Unido arte, talento, gracia, bondad sirve V. para
acaudillar. No se ría y reciba ese sentimiento mío en su alma, por lo
sincero. ¡Se pueden decir tan pocas veces las cosas verdaderas de la
vida! ¡Se pueden decir a tan contadas personas!
Deseo a la Residencia toda la gloria que merece. En Natividad
guárdeme un rinconcito para mí y para mi hija […] ¡Quién fuera
muchacha! […] (ARS, 41/106/2).

En verdad resultó premonitorio ese voto por el futuro de


la Residencia. Aunque en 1915 solo albergara a unas
docenas de estudiantes, que en su mayoría aspiraban a
ingresar en la Escuela Superior, el centro figuraba ya como
el lugar en el que las mujeres profesionales que viajaban
podían contar para alojarse en Madrid; un espacio cómodo,
honesto y de encuentro intelectual. Esta carta encierra ese
matiz. Años después, en 1925, la inspectora consigue
destino en Madrid, y desde allí solicita a María una plaza
para una de sus estudiantes sevillanas, Rosario González,
que «necesita estudiar de verdad»:
Madrid, 3 de septiembre de 1925
Mi buena amiga: Necesito de V. un favor, que admita en la Residencia a
la Srta. M.ª Rosario González que necesita estudiar de verdad y no puedo
pensar en lugar mejor para llegar a lo que aspira y tiene derecho por sus
condiciones.
Está dispuesta a entrar con el pago de la pensión que se le indique y le
aseguro que quedará contenta por haberla tenido bajo su dirección. Es
una muchacha inmejorable por todo concepto y que honrará a la
Residencia, se lo garantizo.
De V. siempre buena amiga, María Quintana (ARS, 41/106/19).

Y en esta ocasión, sí se conserva la respuesta afirmativa


de Maeztu:
Madrid, 22 de septiembre de 1925
Me es muy grato comunicarle que su recomendada la Srta. Rosario
González ha sido admitida en la Residencia donde ingresará el día 1 de
Octubre.
Agradezco a usted muy de veras el interés que manifiesta siempre por
esta casa al recomendarnos alumnas, pues aunque es verdad que desde
hace unos años tenemos más demandas que plazas, preferimos desde
luego tomar señoritas que vengan recomendadas por personas que, como
usted, saben ya, porque la conocen, cuál es el espíritu de esta casa y lo
mucho que anhelamos tener alumnas inteligentes y aplicadas […] (ARS,
52/13/41).
Aunque la trayectoria de Rosario González apenas sea
conocida, sí se confirma que vivió en el centro entre 1925 y
1928. En cuanto a la inspectora, prosiguió su trayectoria
profesional y en octubre de 1931 formó parte del Consejo
Provincial de Primera Enseñanza, como vocal. Después de
la guerra, su ascenso no se vio frenado; por el contrario, en
1948, recibió la Real Orden Civil de Alfonso X el Sabio en la
categoría de Encomienda55.
Aurelia Gutiérrez-Cueto Blanchard, asimismo
condiscípula en la Superior, sufrió un destino adverso.
Pertenecía a la primera promoción de la Escuela Superior
del Magisterio y su primera plaza fue Jaén, en 1914; desde
allí fue trasladada a la Normal de Maestras de Almería, en
el curso 1918/1919, y escribe a María una preciosa carta
para facilitar que dos de sus estudiantes de aquella escuela
pudieran alojarse en la Residencia. En el texto no se
indican los nombres, por ello no se puede conocer si esta
recomendación fue atendida, pero me detengo en el escrito
por la personalidad de su autora, una profesional
comprometida con su labor de educadora y con una
vocación filantrópica aún más loable, la de mejorar la vida
de los menos favorecidos. La carta en sí es muy
representativa de otras muchas que llevaron a María de
Maeztu el interés de decenas de profesoras por sus
alumnas y ayuda a ir cumpliendo el objetivo de este
capítulo: responder cómo y por qué acudían las estudiantes
a la casa.
Almería, 17 de febrero de 1919
Mi distinguida compañera: V. me dispensará la moleste pero
necesitando informarme acerca de la Residencia de estudiantes, me ha
parecido que nadie mejor que V. podría hacerlo o proporcionarme medio
de ello.
Dos discípulas mías de la Normal de Jaén deseaban tomar parte de las
oposiciones a auxiliares de Escuelas Normales que, según parece, van a
convocarse y me piden les indique lo más conveniente referente a
estancia, preparación, etc. Como son muchachas que valen bastante por
su inteligencia y aplicación, se me figura lo mejor dirigirlas a la
Residencia, pues creo que allí hallarán excelentes orientaciones para su
preparación, para la cual no dejan de llevar buena base […].
Me intereso mucho por ellas y desearía tuvieran en sus aspiraciones
todo el éxito que merecen. Son de familia distinguida y no en mala
posición, pero tienen muchos hermanos y necesitan echar bien sus
cuentas. En particular, una sería una lástima que no pudiera costearse la
estancia en la Residencia pues era la mejor alumna de la Normal […]
(ARS, 33/91/1).

De nuevo, las jóvenes inteligentes, aplicadas, que buscan


y merecen éxito y, con frecuencia, se constata que sus
y y q
familias no gozan de grandes patrimonios.
En el curso 1925/1926, Aurelia Gutiérrez Blanchard se
traslada a Melilla para impartir clases de Pedagogía en la
Normal, que entonces ocupaba las aulas del Instituto
General y Técnico de la capital. Su actividad en esta etapa
ha sido recogida por Ángeles Sánchez Suárez, quien indica
que la profesora fue nombrada, por la Dirección General de
Primera Enseñanza, directora interina de la primera
Escuela del Magisterio Primario de la ciudad, el 19 de abril
de 193256. En consonancia con ese carácter suyo,
comprometido, con motivo de las huelgas mineras del
verano de 1931 en el Protectorado, Gutiérrez Blanchard
realizó un reportaje sobre las condiciones de vida y de
trabajo de los mineros de la Compañía Española de Minas
del Rif y de Setolazar, que fue publicado en la revista
Crisol57.
Como se comprueba en el membrete del papel de la
última carta que dirige a María en 1935, a partir del curso
1934/1935 Aurelia enseñaba Paidología en la Normal de
Maestras de Valladolid; desde allí se dirige a la directora de
la Residencia postulándose para ocupar el puesto de
directora de la sección de niñas de la Residencia, que
estaba vacante en 1935, y este azar nos permite disfrutar
de un bello perfil autobiográfico que, aunque fragmentario,
dibuja un fresco retrato humano de su persona:
27 de Febrero de 1935. Escuela Normal del Magisterio. Profesora de
Paidología
Valladolid
Distinguida compañera: Por la Gaceta me entero de que ha dimitido la
Directora de la Residencia de niñas, aneja sin duda a la de Señoritas que
V. dirige con el acierto que todos unánimemente le reconocen.
Suponiendo que el cargo esté vacante y como a mí me agradaría en
extremo obtenerlo, pidiéndole perdón por la molestia y por creer que en
su provisión ha de intervenir V., principalmente, a V. acudo con mi
pretensión, pues no veo se haya convocado concurso al efecto.
Me imagino que será un cargo más que nada de pura confianza para
entregarle a persona cuyas condiciones permitan esperar una gestión
muy feliz, pues harto me doy cuenta de que su desempeño es delicado y
nada fácil. Así que, aunque solo el resultado pueda atestiguar la
capacidad para él, le diré algunas de mis circunstancias que creo son
adecuadas.
No soy ni joven ni vieja, 57 años. Estoy ágil y fuerte, gozando de buena
salud.
No dependo de nadie ni nadie depende de mí ya que de mis cuatro
hijos tres están ya casados. La más pequeña y soltera obtuvo una plaza el
31 [1931] y es maestra de la graduada de Fuencarral así que vive por sí,
pudiendo.
Soy pues completamente independiente, pudiendo consagrar por
completo mi tiempo y mi atención a las niñas de la Residencia y al
gobierno de esta, siguiendo sus valiosas indicaciones y ejemplo. Por otra
parte, me gustan tanto los niños que son para mí la compañía preferida y
jamás me cansan ni aburren. Incluso si hace falta podría servirles de guía
y ayuda en sus estudios como lo haría una madre un poco ilustrada.
Naturalmente no me falta experiencia del gobierno de una casa y 20
años de profesora, diez de ellos en Pedagogía, me dan alguna en esa
dirección.
Hablo bien el francés y conozco el inglés y el italiano. Tengo cultura
literaria y artística bastante amplia ya que, aparte de la que podría
adquirirse en nuestra carrera, mis circunstancias de familia y ambiente
me han sido favorables a ella.
Por último, para terminar este panegírico un tanto inmodesto, aunque
no se conoce bien uno mismo, creo que poseo tacto social y carácter
apacible y transigente sin excluir la firmeza necesaria para que las cosas
de mi responsabilidad marchen bien.
Si acaso, puede pedir informes al Sr. [Luis de] Zulueta, a la Sra.
[Amparo] Cebrián, directora de la Normal del Hipódromo, al inspector
Sr. [Antonio] Ballesteros que conoce mi labor como organizadora de la
Normal de Melilla y fuera del terreno oficial a la Srta. Maravilla Segura,
directora del colegio Paidós.
Como voy a pasar tres o cuatro días en Madrid, tendré el gusto de
saludarla; informándome de si hay alguna posibilidad de obtener lo que
deseo.
Pidiéndole de nuevo mil perdones por la molestia, se reitera de V.
affma. compañera y amiga, Aurelia Gutiérrez Blanchard (ARS, 33/91/4).

Aurelia Gutiérrez aludía con modestia al entorno cultural


en el que se desenvolvió su vida juvenil. Creció rodeada de
libros y arte y de unos padres que estimularon las
cualidades de sus hijas, no en vano era hermana de la
pintora María Blanchard. Efectivamente, María de los
Ángeles Margarita Rodríguez Velasco, la directora del
grupo de niñas y antigua residente, había presentado su
dimisión en 1935. De haber obtenido Aurelia esa
oportunidad profesional, no hubiera sido detenida y
ejecutada en Valladolid en agosto de 193658.
Una relación estrecha, forjada en su común origen
bilbaíno y su coincidencia en 1910 en la Escuela Superior,
mantenía otra de las profesoras de la Normal de Almería,
Elvira de Laburu Calera, que, a la altura de 1921, afirmaba
sentirse ya «medio andaluza» y presentaba a una de sus
estudiantes:
Almería, 4 de diciembre de 1921
Distinguida amiga mía: Como siempre que la he necesitado, recurro a
V. en la confianza de que he de ser atendida. Ahora se trata de una
muchacha, íntima amiga mía, que proyecta ingresar en la Escuela
Superior del Magisterio y como únicamente le queda por preparar el
cuestionario de Pedagogía, desearía ir a Madrid desde el próximo enero y
permanecer en esa Residencia. Bajo su dirección, sé que habría de seguir
las mejores orientaciones en cuanto a frecuentar bibliotecas, obras que
deba consultar, museos, profesorado, etc., etc., cosa que en esta
provincia es sumamente difícil. No necesito decirle que, cuando me
atrevo a recomendársela, es porque se trata de una muchacha muy
inteligente y aplicada, pues además de haber sido ya alumna mía en la
Normal (de la que hoy es Auxiliar gratuita en una Sección), me consta
que lleva bien preparados todos los programas de ciencias, porque no ha
cesado de trabajar desde que terminó […].
Así que tómela V., como le suplico, bajo su «tutela» y tengo la casi
seguridad de que triunfará al quedarle ya afirmadas las cuestiones de
Pedagogía. El recuerdo de que siempre sirvió V. con cariño a las «chicas
bilbaínas» es lo que hace que hoy, a pesar de sentirme semiandaluza (mi
marido es malagueño y mi nena es nacida en Almería), no haya dudado
en dirigirme a V. […] (ARS, 36/1/2).

Unos días después llegó a Madrid Anita Martínez


Ramírez, que entregó personalmente a María una breve
presentación de su mentora: «Almería, 3 de Enero de 1922
[…]. Entregará a V. la presente la Srta. Ana Martínez de
quien hablaba a V. en mi última carta […]. Únicamente le
diré que cuanto haga V. por ella lo agradeceré como si
personalmente me favoreciera, su buena amiga […]» (ARS,
36/1/4).
Laburu Calera había tenido su primer destino en 1913 en
La Laguna y se jubiló en Guipúzcoa en 1959; vivió hasta los
noventa y cinco años, y falleció en Madrid en 198459. Al
contrario que a Blanchard, la llegada de la dictadura no le
supuso una tragedia. Desde 1941, con frecuencia, formó
parte de los tribunales de oposiciones, y su marido,
Eduardo Roquero Franquelo, que también había trabajado
en Almería en la Sección Administrativa de Primera
Enseñanza y en 1926 integraba como concejal el
Ayuntamiento de esa capital, recibió en 1962 la medalla al
Mérito en el Trabajo, en su categoría de plata, al cumplir
cincuenta años de servicios al Estado. En ese momento era
profesor en el Instituto de Enseñanza Media Peñaflorida de
San Sebastián60.
Así, de la mano de Laburu, llegó Ana Martínez Ramírez a
la Residencia en enero de 1922 y permanecería en el
centro hasta 1926, cuando salió graduada de la Escuela
Superior por la Sección de Ciencias. Tal como había
insistido su mentora, se hallaba muy bien preparada y logró
su propósito en la primera ocasión, 1922, tal como ella
misma relata:
Almería, 6 de agosto de 1922
Respetable y querida Profesora: Desde que llegué estoy con mucho
deseo de escribirle para saludarle y decirle lo satisfechos que están mis
padres por lo bien que he estado en esa Residencia de su digna dirección
y por todo lo que por mí ha hecho V., pero lo he ido dejando hasta hoy
porque mi madre quería escribirle y también porque he tenido un ojo
malo, gracias a Dios ya está bien.
Supongo estará enterada de la R. Orden publicada en la Gaceta del 31
de Julio por la que se concede a los ingresados en la Escuela Superior del
Magisterio los mismos derechos con los que ingresaron los que tomaron
parte en las convocatorias anteriores a la nuestra; figúrese la alegría que
tendré como a V. le ocurrirá, pues bien sufrió cuando el Sr. Silió
entorpeció nuestros estudios.
Ya se aproxima el tiempo de volver a esa Residencia y tendrá el gusto
de abrazarla su discípula, Anita Ramírez (ARS, 37/66/3).

Las primeras promociones de la Escuela Superior


salieron con acceso directo a las plazas de inspectores y de
profesorado de Normales, pero con el tiempo ese privilegio
no pudo seguir cumpliéndose, así que en marzo de 1922 el
ministro César Silió derogaba los artículos que en el real
decreto de 1914 se referían a la colocación directa. No
obstante, los estudiantes que aprobaron el ingreso en la
Escuela ese año solicitaron la suspensión de la medida y
finalmente lo lograron, al ser sustituido el titular de
Instrucción Pública. Así que la Gaceta de Madrid,
efectivamente, recogía que se mantendría el acceso directo
por última vez y solo para los alumnos que ingresaban en
1922. Sin embargo, esa incorporación ya no podía darse de
forma inmediata, sino a medida que se producían las
vacantes61.
Lamentablemente, Anita no podía esperar y, en el curso
1927/1928, decidió incorporarse a un centro privado en
Benalúa de Guadix. La carta en la que habla de su primer
trabajo lleva papel de luto y, como en su texto se lee que su
madre vive con ella, es fácil pensar que el luto se deba a la
desaparición del padre, un motivo más para entender la
urgencia por encontrar un trabajo:
Benalúa de Guadix, 5 de marzo de 1928
Querida Directora y buena amiga: Por las compañeras que se
encuentran en esa inolvidable Residencia sé con frecuencia de V. y me
alegro mucho se encuentre bien.
Quizá sabrá, por María Barrio, me encuentro en este pueblecillo de
Granada, desempeñando las clases de Ciencias correspondientes al
Bachillerato Elemental y también al Universitario en una Academia
dirigida por un compañero de la Superior.
Como a mi madre no le sienta bien esto y ni reúne condiciones el
pueblo, pues ni casa tenemos, no volveremos el próximo curso.
Al dejar esto, necesito otra colocación, mientras no me llega el turno
en mi carrera. Y como sé que, si puede ser, me colocaría en el Instituto-
Escuela, acudo a V. pidiéndole ese favor que no dudo alcanzar, en la
seguridad de que me aprecia y se interesará por mí […]. Anita Martínez
(ARS, 37/66/8).

La contestación de la directora debió explicar que lo que


la joven deseaba no era tan sencillo de conseguir, porque
Anita le respondía algo desilusionada, pero insistiendo a
Maeztu en que la tuviera en cuenta:
Benalúa de Guadix, 22 de mayo de 1928
[…] Recibí su cariñosa carta del 13 del corriente y por ella veo no es
seguro pueda colocarme en el Instituto-Escuela para el próximo curso.
Mucho lo siento, pues en ese centro me gustaría trabajar más que en
otro. Pero ya que ahí no puede ser le agradecería muchísimo que, si tiene
idea o se entera de alguna colocación que pudiera convenirme, me lo
diga y se interese todo lo que pueda por mí, pues, desde luego, necesito
una colocación (ARS, 37/66/9).

Una vez más, se comprueba que la directora se volcaba


apoyando a aquellas estudiantes con mayores necesidades
económicas o a quienes la desaparición del padre las había
dejado en peor situación. Para Anita Ramírez encontró,
finalmente, un hueco en el Instituto-Escuela y, en 1929, la
joven profesora regresó nuevamente a la Residencia, como
era su deseo. El del Instituto-Escuela se trataba de un
puesto transitorio, entre tanto le llegaba su ingreso en la
Inspección, que llegó. Al finalizar la guerra, solicitó cesar
en ese cuerpo para ingresar como docente en la Normal de
Almería, solicitud que fue atendida62 y, con el tiempo,
llegaría a ser la directora del centro.
Se observa en Ana Martínez Ramírez un perfil personal
muy distinto del de otras jóvenes cuya trayectoria se ha ido
recogiendo. Poseía un profundo sentimiento católico
materializado en una devoción exacerbada por la Virgen del
Mar, patrona de Almería, aprendido por tradición familiar.
Su abuela, María Teresa Cassinello Pagán, había sido Dama
Camarera de la Virgen, nombramiento que también Ana
recibió, terminada la Guerra Civil, en recompensa a su
arrojo al salvar de la iconoclastia republicana parte del
ajuar de la patrona. Con gran riesgo personal, logró
preservar en su casa el Manto Regio, regalo de Isabel II, y
el de Los Gusanos, obsequio del sedero catalán y
excomisario regio de la Seda, don Federico Bernades
Alavedra, en 1929, además de otros enseres de menor
entidad63. Con estos antecedentes desarrolló una larga y
tranquila vida docente en la Normal de Almería.
Con frecuencia me ronda la cabeza un fragmento de una
vieja conversación sostenida con la profesora Pilar Ballarín
de la Universidad de Granada, en la que ella evocó la
soledad anímica de las profesoras de Normales a principios
del pasado siglo. Enseguida imaginé un retrato de aquellas
mujeres cultas con escasas posibilidades de relaciones
j p
sociales enriquecedoras en sus entornos provincianos.
Salvo excepciones, sus estudios, lecturas y esfuerzos las
hacían distintas de las demás esposas y madres de clase
media, sin otra práctica social, en el mejor de los casos,
que la religión y la caridad; tampoco podían buscar su
contraparte en la sociabilidad masculina sin atraer el
rechazo y la crítica. Como en una fotografía de época, las
veo vestidas con trajes oscuros y el cabello recogido en un
moño, lo suficientemente modosas por fuera como para
proteger su audacia interior. Por supuesto que no sería
siempre así. Algunas de ellas sirvieron de único modelo a la
siguiente generación: «muchachas de gran entendimiento»,
que «necesitaban estudiar de verdad», «aplicadas», «que
merecían tener éxito» —retomando sus palabras. En ellas
no solo depositaron sus conocimientos académicos, sino
que sembraron la semilla del deseo, les enseñaron a desear
ser inspectoras, catedráticos, médicos, abogados.
Desde Almería, desde Gerona, de Badajoz, de Valladolid,
Pamplona, Soria, Alicante…, por estas páginas han pasado
señoritas inteligentes, provincianas que sin la Residencia
nunca habrían llegado a la capital, no habrían accedido a la
escuela superior, a las facultades, al doctorado. Eran hijas
de funcionarios, médicos, notarios, farmacéuticos,
pequeños empresarios, muchos maestros…, clase media
casi siempre y unas pocas hijas de trabajadores; de padres
y madres que repetían que no heredarían un patrimonio
sino una profesión, que necesitaban echar muchas cuentas
para pagar los alojamientos. Muchachas que un día leyeron
en la prensa que en Madrid existía un colegio para
señoritas estudiantes y aspiraron a cruzar su puerta. Sin
embargo, los deseos no bastan y el dinero importa; la Srta.
de Maeztu también echó muchas cuentas para invertir
pequeñas cuantías en el futuro de cientos de jóvenes
aplicadas y resueltas, que ansiaban autonomía.
16
Carmen Gómez Merino, Un modelo europeo de renovación pedagógica: José
Castillejo, Madrid, CSIC, 1988, pág. 165
17

http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1934/12/12/
037.html (consultado 27/5/2022).
18
https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1942/202/A05347-05359.pdf (consultado
19/5/2022).
19
http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/description/5627163
(consultado 19/5/2022).
20
Elvira M. Melián, «María de Maeztu Whitney y Sofía Novoa Ortiz (1919-
1936), cultivar la salud, cultivar el espíritu, cultivar la lealtad», Circunstancia:
Revista de Ciencias Sociales del Instituto Universitario de Investigación Ortega
y Gasset núm. 14 (2007).
21
Carmen Losada, «Sofía Novoa Ortiz, una pianista en la Edad de Plata», en
Adelaida Sagarra (coord.), Liberales, cultivadas y activas: redes culturales,
lazos de amistad, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2017, págs. 141-171.
22
Carmen Losada, ibíd., pág. 152, nota 35: carta de Sofía a su familia, París, 21
de abril de 1928.
23
Carmen de la Guardia, Las maestras republicanas en el exilio, Madrid, Los
Libros de la Catarata, 2020, pág. 141.
24
http://cipres.residencia.csic.es/misiones/ficha_participante.php?
id_persona=420&id_mision=146 y
https://www.diariodeleon.es/noticias/sociedad/maestra-llevo-praga-canciones-
boda-leon_1226452.html (consultados 22/5/2022).
25
https://www.diariodeleon.es/noticias/cultura/fallece-viuda-
artista_131570.html y https://eprints.ucm.es/38212/1/T37422.pdf (consultados
22/5/2022)
26
http://www.premioinnovacioncarreterasjafc.org/j-a-fdez-del-campo
(consultado 22/5/2022).
27
CDMH: Masonería B, legajo 345, exp. 19.
28
http://www.ibaneza.es/?p=34327 (consultado 22/5/2022).
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30
Eva Gómez, Inspectoras de primera enseñanza en el segundo tercio del siglo
XX, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, Facultad de Educación,
Departamento de Teoría e Historia de la Educación, 2017, págs. 372-373.
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32
Eva María Trescastro, Josep Bernabéu y María Eugenia Galiana, «Nutrición y
salud pública: políticas de alimentación escolar en la España contemporánea
(1931-1978)», Asclepio, vol. 65, núm. 2 (2013), doi:
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33
AHN, Universidades, Legajo 6218 / Exp. 10.
34
Raquel Vázquez, 2012, pág. 446.
35
https://www.boe.es/boe/dias/1992/02/12/pdfs/A04851-04852.pdf (consultado
27/5/2022).
36
Antonina Rodrigo, Una mujer silenciada. M.ª Teresa Toral: ciencia,
compromiso y exilio, Barcelona, Ariel, 2021, https://idoc.pub/documents/una-
mujer-silenciada-m-teresa-toral-ciencia-compromiso-y-exilio-qn8rpmmp5811
(consultado 27/5/2022).
37
Elvira M. Melián, «Elena Fortún y el Grupo de Alumnas de Biblioteconomía
de la Residencia de Señoritas (1930-1936)», Historia y Memoria de la
Educación, núm. 7 (2018), págs. 615-644, doi:
https://doi.org/10.5944/hme.7.2018.18518.
38
Isabel Pérez-Villanueva, 2011, pág. 638.
39
Carmen de Zulueta y Alicia Moreno, Ni convento ni college: la Residencia de
Señoritas, Madrid, CSIC, 1993.
40
Anna Caballé, Concepción Arenal: la caminante y su sombra, Madrid, Taurus,
2018.
41
http://exiliadosmexico.blogspot.com/2012/09/fuyola-miret-encarnacion.html
(consultado 12/7/2021).
42
CDMH, ES.37274.CDMH/9.8.3.2//TERMC,FICHERO, 71,2313382.
43
http://pares.mcu.es/MovimientosMigratorios/detalle.form?nid=21179
(consultado 29/5/2022).
44
Cristina Escrivá, La Residencia de Señoritas, 1936-1939: la etapa valenciana
del grupo femenino de la Residencia de Estudiantes, Valencia, Asociación
Cultural Institut Obrer de València, 2021.
45
http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/autoridad/128542 y
http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/autoridad/141927 (consultados
29/5/2022).
46
http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/autoridad/150767
(consultado 29/5/2022).
47
Esta carta se ha extraído de Elena Roldán, Pioneras del siglo XX, un relato
singular. María Paz García del Valle, de San Esteban de Gormaz a Harvard: una
trayectoria por la Residencia de Señoritas, el Instituto-Escuela y el Instituto
Nacional de Física y Química Oviedo, Sapere Aude, 2018, pág. 53.
48
Elena Roldán, ibíd., pág. 54.
49
Carmen Magallón, «Las mujeres que abrieron los espacios de las ciencias
experimentales para las mujeres, en la España del primer tercio del siglo XX»,
Arenal, vol. 17, núm. 2 (julio-diciembre de 2010), págs. 319-347.
50
Elena Roldán, op. cit.
51

http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1959/12/10/
063.html (consultado 29/5/2022).
52
https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1946/237/A06490-06490.pdf (consultado
29/5/2022).
53
https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1937/104/A00278-00278.pdf (consultado
29/5/2022).
54
En su biografía se destaca su perfil dentro del feminismo, con una marcada
actividad en la Pedagogía Social y el citado Feminismo Económico; véase Rosa
M.ª Baena, Feminismo y educación en Málaga: el pensamiento de Suceso
Luengo de la Figuera (1898-1920), Málaga, Universidad, 1992. Recientemente
la Academia de la Ciencia de Málaga la ha destacado,
https://academiamalaguenaciencias.wordpress.com/2020/03/08/suceso-luengo-
una-pedagoga-y-feminista-en-la-academia-malaguena-de-ciencias/ (consultado
12/7/2021).
55
https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1948/142/A02042-02042.pdf (consultado
12/7/2021).
56
Su actividad en aquella ciudad está recogida en M.ª Ángeles Sánchez,
Mujeres en Melilla, Melilla, Grupo Editorial Universitario, 2004,
http://www.stes.es/melilla/revista/mujer_melilla.pdf (consultado 29/5/2022).
57
https://melillaizquierda.blogspot.com.es/2013/05/trabajo-y-vida-de-los-
mineros-de-las.html (consultado 29/5/2022).
58
http://quefluyalainformacion.blogspot.com.es/2016/09/aurelia-gutierrez-
blanchard-la-culta.html (consultado 31/5/2022).
59

http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1984/09/18/
091.html (consultado 31/5/2022).
60
https://www.boe.es/buscar/doc.php?id=BOE-A-1962-12560 (consultado
31/5/2022).

M.ª Teresa López, Historia de la inspección de primera enseñanza en España,


61

Madrid, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2013, pág. 394.


62
https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1940/336/A08265-08265.pdf (consultado
31/5/2022).
63
https://www.virgendelmar.com/nuestra-historia/durante-la-guerra-civil/
(consultado 31/5/2022).
II
EL DINERO IMPORTA
Este tema, el dinero y el trabajo, forma parte también del
análisis sociológico de las estudiantes en la Residencia,
porque no vamos a ocuparnos de las finanzas de la
institución, sino de las estrecheces de algunas familias y
del trabajo en la Residencia como un recurso para reducir
ese gasto en la economía doméstica. La preocupación por
el dinero ocupó mucho tiempo en algunas de estas vidas y
dictó numerosas cartas. La Residencia era una institución
destinada a las clases acomodadas por pura lógica, el
acceso a los estudios superiores en España estaba
restringido socialmente a las clases altas y medias altas,
pero la lectura de la correspondencia permite definir, así
mismo, el perfil de una residente de clase media y media-
baja que «tenía que medir sus gastos», como describía
Aurelia Gutiérrez-Cueto Blanchard, y claramente esa
preocupación surgía en la comunicación con familias ya
conocidas como los García-Andoín o los Cuevas Canillas,
familias numerosas que tenían que economizar para
plantearse el mantenimiento de una hija —o varias— en
Madrid.
Recoge Isabel Pérez-Villanueva que Eulalia Lapresta
definió muy bien esta situación, al explicar que la
Residencia dirigía su oferta a familias liberales de clase
media, con recursos no muy elevados, que a lo mejor tenían
que hacer un esfuerzo económico para costear la educación
de sus hijas64. Esta declaración se correspondía con el
propósito que siempre tuvo María de Maeztu de poner la
Residencia al alcance de las clases más modestas y su
empeño en los primeros años al intentar que su precio no
se incrementara con el encarecimiento de la vida y la
inflación que el país experimentó a consecuencia de la
Primera Guerra Mundial. Vázquez Ramil expone la
evolución del coste del alojamiento en la Residencia de
Señoritas, que varió de una cuota mensual de 110,5
pesetas como opción más económica y 140,50 la más cara
—en 1916— a 180 y 210, respectivamente, para el curso
1933/193465. Unas cantidades que siempre se mantuvieron
por debajo de las de la Residencia de Estudiantes. La
diferencia fue posible gracias a un esfuerzo continuado por
controlar el gasto y, también, por la decisión de ir
implicando a las alumnas —Jiménez Fraud las llamaba las
residentas66— en la organización y el funcionamiento de la
Residencia, lo que reducía el coste de mantenimiento en
muchos servicios.
La decisión de limitar el importe de las cuotas estuvo
acompañada de una política de becas algo distinta de la
que se aplicaba en el centro masculino. Maeztu defendió
siempre la conveniencia de ofrecer la máxima ayuda a las
alumnas necesitadas que demostraran aplicación y una
decidida vocación para el estudio. Las becas se
fraccionaban —ya se ha observado cómo se refería a ello
Suceso Luengo, hablando de una media beca—, así se
podría beneficiar a un número mayor de estudiantes que
contraían, en contraprestación, el compromiso de
desempeñar tareas diversas en el funcionamiento del
centro: llevar el grupo de niñas adscrito en la Residencia,
labores de administración y secretaría, trabajar en la
biblioteca, enseñar algunas materias impartidas en la
Residencia: música, labores, cultura general o contabilidad;
así se explica en la Memoria de los años 1918-1919: «Se
han concedido, como en años anteriores, algunas becas,
generalmente tan pequeñas que solo pueden contarse como
ligero auxilio a señoritas que no pueden pagar la cuota
completa y que toman, a cambio de aquella ayuda, una
función en el régimen de la casa»67.
Aunque en 1926 los recortes en la financiación de la JAE
que aplicó el Gobierno de la dictadura acarrearon el fin de
las becas, que nunca habían bastado, en la Residencia se
continuó con la alternativa de ofrecer empleos a las
estudiantes para que pudieran sufragar sus estancias, y en
múltiples ocasiones las jóvenes trabajaron, además, como
aspirantes al profesorado en los cursos de la sección de
Preparatoria del Instituto-Escuela, donde se puede
encontrar a múltiples residentes, como las ya citadas Anita
Martínez Ramírez, Virtudes Luque Pérez, Sofía Novoa o
Teresa García-Andoín, y otras como Juana Moreno, Teresa
Bursútil, Elisa López Velasco, Adela Oliver, Margarita de
Mayo Izarra, Rosa Castilla Polo, Teresa Andrés y Pilar
Claver, entre muchas más.
Según indica Vázquez Ramil, a partir de 1933, mediante
un sistema de cooperativa, se ofrecía alojamiento a menor
coste con un servicio de self-service en las comidas y
asumiendo las residentes una parte de las tareas
domésticas, siguiendo el modelo de college
norteamericano. Por ejemplo, Alfonsa de la Torre de Rojas,
futura Premio Nacional de Literatura en 1951, vivió entre
1934 y 1936 en el grupo cooperativa (ARS, 61/7/14) que
estuvo instalado en el nuevo pabellón realizado por el
arquitecto Carlos Arniches en la esquina entre las calles
Miguel Ángel y General Martínez Campos, tal como hoy se
ve. Además, también con ese ejemplo, se instituyó un
último recurso para aquellas jóvenes con cualidades
excepcionales y sin medios: auxiliarlas con un llamado
préstamo de honor, que ascendía a 1.000 pesetas para un
curso y se comprometían a devolver con la retribución
posterior de su trabajo68. El resultado de todo ello es que,
aunque muchas familias tenían a sus hijas en la Residencia
y a los hijos en la Residencia de Estudiantes, el perfil
sociológico del conjunto del grupo femenino fue más
modesto económicamente.

LAS PRIMERAS BECARIAS: EL RESIDENCIALISMO


Concepción Barrero Tinoco, Concha, que llegó a Madrid
desde Almendralejo para preparar el examen de ingreso en
la Escuela Superior del Magisterio, figura en 1916 como
una de las primeras becarias de la Residencia. Entre su
padre, Guillermo Barrero Fernández, y María se entrecruza
otra más de esas extensas correspondencias que van
mostrando cómo estas chicas de pueblo llegan a la gran
ciudad y el apoyo familiar pleno a su sana ambición. La
primera carta de Guillermo Barrero corresponde a octubre
de 1915 y, a finales de ese mes, Concha ya se había
instalado en Madrid:
Almendralejo, 5 de octubre de 1915
Muy Sra. mía: Tengo el honor de dirigirme a V. solicitando el favor de
decirme si puede ser admitida en esa Residencia de su digna dirección
una hija mía que pienso llevar a esa para preparar el ingreso en la
Escuela Superior del Magisterio.
Caso afirmativo, le estimaré tenga la bondad de indicarme las
condiciones, precios, etc. […].
Anticipándole gracias por sus noticias y saludándola respetuosamente,
quedo de V. atto. s.s. q.b.s.p. Guillermo Barrero (ARS, 24/56/1).
No es una carta especial, pero tiene dos valores
historiográficos: así, de una manera tan sencilla esta
familia daba un pequeño paso para la historia, puesto que
Concha ingresaría en la Residencia el primer mes de su
apertura y, por otro lado, el texto nos coloca ampliamente
ante el fenómeno que la Residencia hizo posible: que estas
jóvenes saltaran desde, por ejemplo, Almendralejo
(Badajoz) a Madrid. Con ella llegó también Enriqueta
Martín Ortiz de la Tabla, natural de Llerena. Las dos se
conocían porque ambas ya habían estudiado para maestras
en la Normal de Badajoz; Concha quería preparar el
ingreso en la Escuela Superior y Enriqueta se matriculó en
Filosofía y Letras.
Ese primer curso, mes a mes, Guillermo Barrero abonaba
las cuotas:
Almendralejo, 1 de diciembre de 1915
[…] con la presente tengo el gusto de acompañarle el cheque a su favor
a cargo del Crédit Lyonnais por valor de ptas. 120,50, importe de la
mensualidad que principia de mi hija Concepción.
No sé todavía si vendrá por las vacaciones de Navidad y si, por tanto,
faltaría algunos días de Residencia, pero en tal caso, supongo serían
deducidos los que pudieran faltar y servirían de abono para el mes
siguiente […] (ARS, 24/56/4).

Este padre tenía que mirar por el dinero para mantener a


la estudiante en el pensionado. Pero no aprueba Concha en
la convocatoria de junio de 1916, algo que les ocurría con
frecuencia a las aspirantes en su primer intento, y su padre
explicaba a María que la joven tendría que volver a su
pueblo, estudiar allí y luego regresar a Madrid algo antes
de la fecha de los exámenes:
Almendralejo, 18 de junio de 1916
He sentido, como no podía menos, el fracaso del segundo ejercicio,
pero no me ha sorprendido demasiado porque, si bien ante los informes
de V. y de otros amigos, llegué a abrigar alguna esperanza de que
triunfase este año, a medida que avanzaba el tiempo y veía más de cerca
lo arduo de la empresa, iba decayendo mi confianza y me hallaba con el
ánimo dispuesto a toda eventualidad […].
Pero no me pesa que se haya presentado, porque de ese modo ha
ganado en experiencia más de lo que pueda haberse resentido en su
amor propio.
[…] Sabe Concha que mi pensamiento, si este año no ingresaba, era el
que continuara los estudios aquí como buenamente pudiera y que fuera
luego a esa tres o cuatro meses antes de las oposiciones […] así trataba
de amoldarme a las fuerzas con que cuento pues en lo que llevo hecho
tienen buena parte adelantos [de sueldo] que la bondad de mis jefes no
me negó.
Mi posición económica es la de un modesto empleado que gana un
sueldo que puedo calificar de bastante para sostener las necesidades
ordinarias de mi familia compuesta de mi esposa y cuatro hijas; de tal
sueldo he podido a duras penas ir sufragando los gastos de la carrera,
haciendo el sacrificio en vista de las buenas disposiciones que siempre
observé en Concha y pensando que era, y es por hoy, el único patrimonio
que podría legarle (ARS, 24/56/8).

Otra confesión que nos describe la realidad social de


estas jóvenes. Guillermo Barrero Fernández utilizaba en
sus cartas papel con el membrete de la empresa para la
que trabajaba, Luengo Hermanos, Fábrica de Alcoholes y
Embutidos, Almendralejo. Este extremeño inquieto fue
presidente en 1930 de la Sociedad Cooperativa y de
Socorros Mutuos El Obrero Extremeño, que hoy perdura
como asociación. Aunque la familia no había cursado
petición alguna, María añadió al final del texto una nota:
«Preguntar a Castillejo», lo que me lleva a pensar que
hablaron de ayudarla con una beca, porque un mes
después, en la carta siguiente, se agradecía tal atención:
16 de agosto de 1916
[…] Ahora que, gracias a su bondad, puedo contar con un considerable
alivio, no necesitaré repetirle que cuando lo crea oportuno tenga la
amabilidad de decirme la fecha en que deberá Concha estar en Madrid
[…].
El nuevo favor que le debo, con ser tan importante desde el punto de
vista material, lo estimo más aún considerado bajo otro aspecto, pues me
confirma y robustece las seguridades que ya abrigaba de que Concha
tiene en V. una verdadera protectora y no necesitaré decirle lo halagüeño
que es para un padre ver que su hija ha podido hacerse merecedora de
tan valiosa protección (ARS, 24/56/9).

Siguió, pues, Concha en la Residencia, ahora como


becaria, y entre Maeztu y don Guillermo van y vienen
cartas en las que se comenta su aplicación y el ritmo de los
estudios, y en las que, además, cabían testimonios del
cariño familiar y del vacío por su ausencia:
Almendralejo, 7 de diciembre de 1916
[…] Pensaba escribirle uno de estos días para rogarle me dijera si
observa adelantos en Concha en los dos meses que llevan de curso […].
Como todas las estudiantes hablan de vacaciones, Concha no puede
sustraerse a esa regla y me escribe que quizá este año venga porque se
le ofrece buena ocasión de hacer el viaje acompañada sin necesidad de
que yo tuviese que hacer gastos para traerla ni llevarla.
Le he dicho que consulte con V. y si los días que acuerden de
vacaciones merecen la pena del viaje, que se venga, pues todos en casa
pensamos que, de no venir ahora, nos pasaremos sin verla muchos
meses.
Me dice ella que, aun cuando tenga los mismos deseos que nosotros,
no quiere de ningún modo perder ninguna clase, ahora bien, yo opino de
igual manera, pero como nos alegraríamos tanto de verla ahora,
agradeceré a V. […] le permita el viaje (ARS, 24/56/10).
Y ojalá que así fuese y Concha disfrutara la posibilidad de
ver por última vez a su hermana la mayor, porque la carta
de principios de junio llegó en papel de luto:
2 de junio de 1917
[…] Quiere la desgracia que tenga que acudir a V. […] para encargarle
una misión harto triste y dolorosa, la de hacer saber a Concha una
horrible desgracia que en estos momentos no sospecha, el fallecimiento
ocurrido la pasada noche de la mayor de sus hermanas […].

El padre dudaba si darle la noticia entonces, cuando se


encontraba en pleno período de exámenes, u ocultarla,
temiendo el hundimiento anímico que produciría en ella y
las consecuencias para su rendimiento. María aconsejó lo
segundo, de momento, y así solo le previnieron de que su
hermana estaba aquejada de una enfermedad que preveían
larga y la correspondencia versó entonces sobre cómo
hacer para evitarle la verdad:
No sabe V. cuánto bien me proporciona el saber que no se halla ahí sola
ni abandonada.
Un nuevo ruego me permito hacer a V., que tenga la bondad de dar
orden al portero de que no entregue a Concha ninguna carta [salvo] las
mías, que distinguirá fácilmente porque todas llevarán el mismo sobre
que la presente.
[…] Como podrá suponer, mi objeto es evitar que pudiera alguna amiga
escribirle dándole el pésame, pues no quiero pensar lo que sería una
sorpresa de tal índole sin preparación alguna, pues nosotros seguimos el
plan acordado de no darle mucha importancia a la enfermedad y está en
la idea de que será larga, pero no peligrosa (ARS, 24/56/12).

¡Qué cantidad de sentimientos encierran estas letras! El


dolor de un padre por la muerte de una hija, el empeño en
proteger a otra; podemos imaginar con cuánta tristeza se
podría hablar de la hija muerta simulando que aún vivía… Y
también ¡qué estrecha es la relación de María con sus
estudiantes! Cómo estaba pendiente de su sostén
psicológico y qué responsabilidad adquiría en este tipo de
situaciones. Así era el marco entrañable de la Residencia
de Señoritas en esta primera etapa y, en cierta medida, este
ambiente familiar siguió manteniéndose, aunque se
convirtiera en una gran institución con varios grupos
independientes.
Tras dos fracasos, al principio del siguiente curso no se
pudo renovar la ayuda de la Residencia y, por otra parte,
con esta muerte infundada, la familia no estaba para
demasiadas alegrías —«estamos desmejoradas», decía
Concha—, de forma que se decidió aplazar la vuelta de
Concepción y que siguiera preparando el temario en el
pueblo:
Almendralejo, 10 de octubre de 1917
[Papel de luto] Me figuro que ya estará muy animada la Residencia y
me alegro como si la viera. Siento no poder estar este curso con ustedes,
pero no pierdo la esperanza de volver […].
He empezado a estudiar siguiendo mi intención que ya tenía de ir en
junio a examinarme […]. Hoy mismo mis hermanas y yo marcharemos al
campo con mi tío, donde quieren llevarnos porque estamos algo
desmejoradas, estaremos un mes.
[…] Dé mis cariñosos recuerdos a Rafaela y disponga como guste de su
siempre afectísima discípula, Concha Barrero (ARS, 24/55/4).

La experiencia no debió de diferenciarse mucho de la del


curso anterior, porque, un año después, Concha se
preparaba para otro nuevo intento y retomaba la conexión
con la Residencia, también con la idea de aplazar la marcha
a Madrid, para aminorar el gasto:
Almendralejo, 4 de octubre de 1918
Mi querida profesora: He recibido el Reglamento con el folleto del
nuevo Instituto-Escuela que usted ha tenido la amabilidad de enviarme y
creo no necesito decirle que me alegro sinceramente del creciente éxito
de la Junta en las instituciones que crea y que no pueden menos que
convenir a gran número de estudiantes. No dude de que las recomendaré
calurosamente siempre que tenga ocasión […] (ARS, 24/55/5).

Efectivamente, ese curso 1918/1919 daba comienzo


inicialmente en el edificio contiguo, en Miguel Ángel 8, el
Instituto-Escuela69 y, como se observa, para la difusión de
una y otra institución, la directora implicaba a las
estudiantes y les encargaba distribuir los folletos
informativos y publicitarios en sus pueblos y provincias.
A pesar de tanto esfuerzo colectivo, Concepción no
aprobó el ingreso ni ese curso ni el siguiente, 1919;
además, como otras estudiantes, hubo de regresar a casa
ante la gravedad de la epidemia de gripe. En su expediente
en la secretaría de la JAE, consta que en 1927 había
aprobado oposiciones de Magisterio y estaba en Sevilla
(JAE/16-140), y para 1933 impartía docencia en Villafranca
de los Barros, pueblo colindante con su Almendralejo natal
y también mi pueblo de nacimiento.
No obstante este primer revés en la concesión de las
becas, al favorecer sin éxito la estancia de Concha Barrero
Tinoco, el fracaso no sería la tónica para el resto de la
experiencia. Ante el listado de nombres que ofrece Isabel
Pérez-Villanueva para el período entre 1916 y 1926 70, se
comprueba que no se equivocó María de Maeztu al
beneficiar con ayudas a las jóvenes que demostraban su
valía personal y no poseían bastantes recursos y, así,
hallaremos renovadoras de la pedagogía como María
Sánchez Arbós; políticas de mucha trayectoria personal en
la historia de la República, como Victoria Kent, Matilde
Huici o Francisca Bohigas, o mujeres que se convirtieron
en destacadas profesionales, como Felisa Martín Bravo, la
primera doctora en Ciencias Físicas de España; Jimena
Quirós, oceanógrafa, y otras que quedarán como
permanentes colaboradoras en la Residencia o el Instituto-
Escuela, como la ya citada Enriqueta Martín y Pura García
Arias, Margarita de Mayo, África Ramírez de Arellano o
Mercedes Loperena.
María Sánchez Arbós fue, como Concha, becaria durante
el mismo curso 1916/1917; cursaba su primer año en la
Escuela Superior, donde se graduaría en 1919. Hasta 1920
viviría en la Residencia, desplegando una capacidad de
trabajo inusitada y compaginando sus estudios en la
Escuela con los de la licenciatura en Filosofía y Letras y su
quehacer en la Residencia y en el Instituto-Escuela. Hasta
1934 sostuvo una larga correspondencia con doña María,
en la que dejará rastros de su personalidad, volcada en
múltiples aspectos profesionales y pedagógicos, que
tratará, así mismo, en sus obras. Arbós colaboró con
revistas pedagógicas y publicó su experiencia educativa71;
en esto también fue pionera.
María, oriunda de Huesca, había terminado sus estudios
de Magisterio, iniciados en Huesca y continuados en
Zaragoza. En 1912 marchó a Madrid para presentarse a
oposiciones; las aprobó y consiguió plaza en La Granja, allí
se cruzó por primera vez con Francisco Giner de los Ríos72;
casualmente llegó hasta el Museo Pedagógico y siguió las
conferencias de Manuel Bartolomé Cossío; su acrecentado
interés por la pedagogía la condujo a la Escuela Superior y
allí estudió entre 1916 y 1919. La profesora de Historia,
Magdalena Santiago-Fuentes, la recomendó a María
pidiendo para ella, como hemos visto hacer a otras
normalistas, una media beca. De esta manera, en el curso
1916/1917 María Sánchez Arbós se alojaba en la
Residencia y en el verano de 1917 se dirigía a la directora,
explicándole una triste situación familiar: la enfermedad de
su hermano mayor. En una primera carta de julio (ARS,
44/37/6) confiesa que su hermano va a morir
inevitablemente y que, cuando remita la tristeza de su
madre, volverá a su trabajo… No se demoró la Srta. de
Maeztu en consolar a su pupila y en mantenerle abiertas
las puertas de la Residencia, y una agradecida alumna le
confiesa sus sentimientos:
Huesca, 26 de agosto de 1917 [papel de luto]
Mi queridísima Srta. de Maeztu:
No hubiera contestado a su carta si no hubiera producido en mí el
testimonio de agradecimiento que más vivamente he sentido en todos los
días de mi vida […]. Antes del día 3 de septiembre estaré en Madrid. Mi
querido hermano murió. Quizá fuera el único que podía prestarme
sombra para seguir luchando. Me queda otro hermano menor que yo,
que me lo llevo ahora a Madrid para ver si puede hacerse hombre. Si lo
consiguiera sentiría orgullo por primera vez en mi vida. Ya ve si mi
optimismo es grande. Tengo la suerte inmensa de que en lo único que no
creo es en los imposibles (ARS, 44/37/7).

En este caso María vio cumplido ampliamente su anhelo:


Andrés Sánchez Arbós realizó en Madrid una brillante
carrera de Derecho y se inició en la investigación. En 1936,
la JAE le otorgó una beca para que acudiera a la London
School of Economic and Sciences durante el curso
1936/1937 para realizar un estudio sobre la teoría
económica de Keynes; con la llegada de la guerra,
probablemente ese viaje de formación no se realizó, en
cambio sí se le incoó un expediente de depuración73. La
familia oscense de María Sánchez Arbós apenas aparece en
la correspondencia y la estudiante dedicará siempre a
María las más cálidas expresiones afectivas; por otra parte,
consigue dibujar la soledad de una mujer que cuenta casi
exclusivamente con su esfuerzo para hacerse a sí misma,
pero que dispone de una marcada fuerza de voluntad.
En los años siguientes, colaboradoras como María Arbós
se mantendrán al frente de la Residencia en verano y en
permanente comunicación con la directora, que pasaba las
vacaciones fuera de Madrid, aunque siempre pendiente de
la marcha de la casa. El verano de 1918 resultó
particularmente intenso porque hubo que ultimar la
apertura del nuevo Instituto-Escuela. En ello y en los
arreglos de la Residencia se afanó Arbós, que tenía
problemas para el cobro regular de su beca:
Fortuny 28, Madrid, 23 de agosto de 1918
[…] A mí no me han pagado todavía la beca que V. tuvo la bondad de
darme […]. De todos modos, no se preocupe, cuando vaya a primeros de
mes a cobrar por Eloísa y Juana, supongo que me pagarán todo a la vez y
si no ya se lo diría […].
Al Sr. Espadas [Burgos] notifiqué el aviso que trajo un guardia del
Ayuntamiento para que pusiéramos tres luces en la verja del jardín […].
Nada más ocurre. Mándeme lo que quiera que ya sabe que la quiere
muchísimo […], María (ARS, 44/37/9).

Ese curso trabajan en la Residencia, junto con María,


Eloísa Castellví, Juana Moreno, Cándida Cadenas Campos y
Margarita de Mayo, que, como encargada de la secretaría
del nuevo Instituto-Escuela, permaneció en Madrid; todas
reaparecerán en esta narrativa.
Fortuny 28, 4 de septiembre de 1918
Mi querida Srta. de Maeztu: Ayer recibí su carta y fui por la tarde a
Miguel Ángel 8 donde están todas las tardes de 6 a 8 el Sr. Laporta
[Francisco] y Margarita Mayo para recibir las consultas referentes al
Instituto.
Me dijeron que ya han mandado los folletos y reglamentos a cada una
de las familias de los niños […] y dejé la lista para mandar folleto y
reglamento a todas las señoritas que V. ha dispuesto […]. Yo escribí las
cartas por la noche y firmadas con su sello y cerradas las he dado hoy
también a Emilio que las llevará esta tarde, ya selladas, a la Junta. De
modo que ya está todo cumplido […].
Mande cuanto quiera que ya sabe cuán gustosamente hace todo cuanto
V. ordena, María (ARS, 44/37/10).

Se ha visto cómo una de esas cartas con el reglamento y


el folleto del nuevo centro llegó a Almendralejo para que
Concha Barrero colaborara, desde Badajoz, en la difusión.
María Arbós había pasado al frente de la Residencia el
verano, pero seguían los problemas con el cobro de su
ayuda:
7 de septiembre de 1918
[…] Esta carta suya se ha cruzado con una mía que le hablaba del
habilitado, así que guardo la carta que para él me manda hasta nueva
orden, porque como me dijo que no podía cobrar julio, me da vergüenza
volver. Es lo único en el mundo que me apura, el pedir dinero, creo que
pasaría por todo antes que hacerlo.
Esta semana quedarán los cuartos dispuestos para habitarlos cuando
se quiera y el comedor, salón y biblioteca también; procuraré hacer todo
lo que pueda, con objeto de que, cuando V. venga, no haya más que hacer
que esperar a que V. mande y de ese modo, aunque la fiebre del trabajo
le suba muy alta, tendrá buen remedio y sabe V. que a mí me encanta
trabajar mucho y estoy deseando que venga, aunque no crea que ahora
estoy parada […]. La quiere con todo el alma, María (ARS, 44/37/11).

Le daba pudor hablar de dinero, un tabú en un código de


honor bien asentado, pero estas mujeres romperán con él y
hablarán de dinero, de salarios, de pagos, de ingresos, etc.
Se observa, además, cómo se va fraguando la relación de la
Srta. de Maeztu con sus ayudantes, una relación muy
jerárquica —de ordeno y mando—, pero que suma el afecto.
Poco a poco, la Residencia y sus personajes cobran vida con
las cartas: era comienzos de septiembre y el centro estaba
en plena limpieza y reorganización, de cara al nuevo curso.
Podemos imaginar que las cortinas cerradas de los cuartos
desiertos durante julio y agosto comenzaban a descorrerse
mientras el sol inundaba otra vez los salones vacíos y los
pasos y voces femeninos resonaban en los pasillos, entre
olor a limpio y al aire fresco.
En otra misiva se aclara un error: «14 septiembre 1918
[…]. Ya suponíamos que el nombre de la niña estaba
confundido puesto que sabíamos que la madre se llamaba
Filomena, pero ya está subsanado» (ARS, 44/37/13). Aquel
año junto a las señoritas, más tranquilas, se oyeron algunas
carreras de las niñas del Instituto-Escuela, alojadas
igualmente en Miguel Ángel 8, como nuestra conocida
María Paz García del Valle —la hija de Filomena del Valle—,
cuyo envío se perdió y hubo que repetirlo.
Después del verano, la vinculación personal y económica
de Arbós con la casa y con doña María se estrecha, puesto
que la Srta. de Maeztu la propuso como profesora para el
Instituto-Escuela que había ayudado a organizar, y en
diciembre se incorporaba en la sección de preparatoria que
dirigía la propia doña María de Maeztu. Según su ficha
personal en la JAE, a partir de diciembre de 1918 percibiría
unos honorarios de 2.500 pesetas, que fueron aumentadas
a 3.360 para el siguiente curso, 1919, un año en el que tuvo
mayores responsabilidades en la Residencia porque la
directora pasó largos meses en un recorrido por distintos
colleges femeninos de los Estados Unidos, aunque siguiera
desempeñando la dirección de la Residencia y estuviera al
frente de la preparatoria del nuevo Instituto-Escuela. De la
marcha de ambas instituciones informaba puntualmente
Arbós:
Fortuny 28, 8 de mayo de 1919
[…] Encantadas estamos de que lo pase tan admirablemente pero no
olvide lo mucho que aquí la queremos y yo pienso siempre en que los
pueblos de raza latina nos sentimos más felices con riquezas espirituales
que con materiales, aunque ello implique romanticismos tontos y
maneras equivocadas de vivir la vida.
[…] Por aquí felizmente no ocurre nada malo. La Escuela [Superior] ha
dado por terminado el tiempo de prácticas y solo tres visitas nos han
hecho los profesores de la Escuela, cada una de media hora, porque creo
que la escalera ya les deslumbraba y los ciega como la luz divina a los
malos […]. Nosotras, como supondrá, hemos quedado encantadas de
estas insignificantes molestias que nos han producido.
[…] Creo que estamos haciendo verdaderos progresos. La Sra. de
Menéndez Pidal me lo está diciendo siempre y ella también está muy
entusiasmada de la clase.
No quiero contarle a V. lo que trabajo, porque no se enfade.
Verdaderamente que esto es ya un poco de manía que tengo yo, pero no
sé imponer mi voluntad a mi deseo […]. El jardín está muy hermoso y
todavía lo cuidaré y arreglaré más cuando no haya nadie aquí, para que
lo encuentre V. todo lo hermoso que pueda desear […] (ARS, 44/37/16).

Se había alcanzado un convenio para que las estudiantes


de la Residencia que seguían su formación en la Escuela
Superior realizaran las prácticas obligatorias en el
Instituto-Escuela, de ahí estas visitas de inspección de los
responsables de prácticas. Efectivamente, la escalera de
Miguel Ángel reflejaba —y refleja— toda la magnificencia
del edificio y sorprendía en una escuela para niños. María
Goyri desempeñaba la coordinación de la enseñanza de
Lengua y Literatura Española de la preparatoria del
Instituto-Escuela74 e integró desde el principio el comité de
responsables. Entre ambas Marías —Arbós y Goyri— se
estableció una sólida confianza y Arbós la consideró su
maestra. He escuchado hablar sobre ello a Elvira Ontañón,
su hija, quien añadía que ambas tenían cierta afinidad de
carácter: la diligencia, el ser muy ordenadas y una fuerte
motivación social.
Las cartas salían puntualmente para que la directora
conservara su hilo directo con Madrid:
21 de junio de 1919
[…] Está ya terminado el curso en el Instituto y pienso escribirle si
alguna nota interesante ocurriera, pero hoy he terminado en la
Universidad el Doctorado y estoy tan contenta que no puedo callármelo.
Ya sin Universidad y Escuela Superior, creo que soy la mujer más feliz
del mundo.
Me voy el 8 de julio con la Colonia escolar de la Institución a San
Vicente de la Barquera para regresar el día 30 del mismo mes […]. La
Srta. Rafaela [Ortega y Gasset] ha dicho que puedo quedarme hasta
primeros de agosto.
En cuanto regrese, pues, me quedo a cuidar esta Residencia a quien
quiero mucho más que a mi casa […] (ARS, 44/37/17).

Ya se han leído las declaraciones de afecto de María


hacia la directora. Para becarias como ella —Eulalia
Lapresta, Pura Arias, Enriqueta Martín, Rosa Herrera,
Victoria Kent y algunas más—, la Residencia terminó siendo
su verdadero hogar, a ello he querido referirme al enunciar
lo que he llamado el residencialismo. Sin fecha, pero
aproximándose el día del regreso de la Srta. de Maeztu,
María envía otra carta explicando los preparativos ante su
vuelta:
[…] No tenía que estar preocupada por su cuarto. La ropa está toda
lavada. Los cuartos limpios y arreglados. Por ningún sitio aparece ni un
solo bicho. Solo los mosquitos viven. Yo tengo el cuidado, desde que V. se
fue, de subir a abrir sus ventanas y sus armarios a las horas del fresco y
de guardar todas las llaves el resto del tiempo. Todo está muy cuidadito
[…].
Yo, pensando en lo que V. estima el jardín, aprendí a regar […] y todas
las mañana hago de jardinero y el jardín y las flores están tan hermosos y
todo tan florido. Esto se lo digo para que esté V. tranquila y tenga la
seguridad de que todo está muy bien y no hace falta nadie de fuera […]
(ARS, 44/37/36) [véase imagen 1].

En el gobierno de la casa y en el funcionamiento del


Instituto-Escuela destacó la implicación de las alumnas-
colaboradoras. La misma Victoria Kent también coincidió
como becaria con María Sánchez Arbós. En la primera de
sus cartas conservadas revela su carácter decidido y su
clara ambición personal. La correspondencia de la etapa de
becaria de Victoria refleja a una joven ávida de aprender,
entusiasmada con la ciudad y con el proyecto de la
residencia femenina. En el verano de 1916, Victoria Kent,
que había cursado Magisterio, trabajaba en San Miguel de
Laciana, parte del concejo de Villablino, en actividades
educativas de la Fundación Sierra Pambley —que había
abierto en 1913 una escuela de niñas— y recibió una oferta
de trabajo ligada a la Fundación:
San Miguel de Laciana, 5 de julio de 1916
[…] Recibí su carta […] en la que me da cuenta de la Fundación Sierra
Pambley. No tengo que decirle cómo le agradezco a V. y al Sr. Cossío el
favor que me dispensan al pensar en mí para dicha fundación pero voy a
hablarle a V. con toda sinceridad.
[Este puesto es para] personas de más edad, muy abnegadas y con una
completa edificación intelectual que no necesiten aires de fuera,
personas [que] puedan circunscribir sus aspiraciones a este pueblo
[Villablino] […], Victoria Ken (ARS, 20/77/1).

La futura abogada jugaba con la terminación de su


apellido adaptándolo a la identidad que estaba
construyéndose, y en esta ocasión firmó sin la t que
generalizará posteriormente. En su contestación dejaba
claro que no había salido de una Málaga portuaria y
comercial para terminar en un pueblo apartado de la sierra
leonesa; ella buscaba Madrid, como lo buscará siempre
María Sánchez Arbós, a quien nunca más le interesó volver
a Huesca. Y esta Victoria encontró igualmente un trabajo
junto a la Srta. de Maeztu y se ocupaba en 1919 de la
biblioteca de la Residencia y de la secretaría del Instituto-
Escuela, junto con la científica Rosa Herrera. De la
organización de la biblioteca le hablaba a la directora:
Madrid, 9 julio 1919 […]. No he querido escribirle hasta darle el
alegrón del feliz término de las famosas puertas de las estanterías de
nuestra biblioteca. Hemos impuesto varias multas, que han traído sus
consiguientes protestas, pero conseguimos lo que nos proponíamos. El
curso próximo irán las cosas mejor, mejor dicho, los libros, por un cauce
tranquilo y no se perderá ninguno. Está muy hermosa la biblioteca y
hasta parece que hay más libros y mejores, pero créame que me ha
costado buen trabajo.
En el Instituto [Escuela] terminamos muy bien, pero venga pronto,
porque ¿qué vamos a hacer en el nuevo curso sin V.? Con tanta cara
nueva como saldrá […].
Aunque haya tardado tiempo en escribirle, Srta. de Maeztu, y este
carácter mío tan concentrado no le deje ver mi afecto, crea muy de veras
que le profeso gran cariño y una profunda admiración.
Que los triunfos obtenidos sirvan para unirla más a esta casa donde
tiene afectos muy sinceros. Un cariñoso abrazo de Victoria Kent (ARS,
20/77/5).

Se trata de la primera carta en la que Victoria adopta la t


al final de su apellido.
Por la misma fecha la también becaria Cándida Cadena
Campos le escribe una fantástica carta en la que le detalla
la vida de la Resi:
21 de mayo de 1919
[…] Supongo que por varias de mis compañeras […] tendrá noticias de
la marcha general de todos los asuntos de esta casa; no obstante, deseo
particularmente darle cuenta de las obligaciones de mi cargo.
El salón y el comedor siguen tan monísimos como siempre, siéndome
preciso poco esfuerzo para conseguir su orden. En una de las anteriores
juntas, pedí al Sr. Jiménez [Fraud] nos enviasen alguna vez flores de la
Residencia [de Estudiantes] y tan amables han sido que desde entonces
no tengo necesidad de comprarlas, por la frecuencia y abundancia con
que las recibimos […].
La otra parte de cocina y despensa también están en orden, aunque su
aspecto nunca es posible sea tan perfecto dado el carácter que tiene.
Tenemos aquí un pequeño cambio consistente en la instalación de un
comedorcito de servicio […] con el fin de evitar la aglomeración de
personal en la cocina y el ruido que durante la comida aquí se producía;
esto nos da excelente resultado […].
Y ahora voy a darle cuenta de la creación de una Sociedad, obligación
que tengo en calidad de presidenta de la misma. Se trata del «Club de
Estudio Matinal» cuyo objeto es realizar el estudio en las primeras horas
de la mañana. Los miembros del mismo han de someterse a todas las
reglas o dejar de pertenecer a él. A las 5.30 (con cinco minutos más por
diferencia de relojes) han de estar todas en la Biblioteca y todas las que
lleguen un minuto [sic] después de las 5.35 han de pagar la multa de
0,10 ptas. A las 6 menos 20, comienza el estudio y cualquiera que hable
algo habrá de pagar 0,25 ptas.; terminando a las 8.30 permitiéndose a
cada señorita salir a la hora que precise. Todos los socios de nuestro
Club habrán de acostarse a las 10 de la noche con lo cual queda
suficiente tiempo de descanso.
La retirada de la Asociación se castiga con 0,50 ptas. El número de
señoritas que pertenecen es de 10 […] (ARS, 23/56/16a).
Solo se me ocurre decir que las alumnas habían superado
a la maestra en el rigor. Si lo hubiera marcado la Dirección,
clamarían al cielo, pero como había salido de ellas, todas
contentas, por el momento. Organización de cursos,
biblioteca, jardín, la gestión de la casa, dependencias de la
directora, supervisión de personal… constituyen tareas
esenciales para la buena marcha y, a su frente, María de
Maeztu había ido situando a esas residentes que perciben
bien una aportación económica o una reducción de la cuota
a cambio de su colaboración. Del mismo modo, al frente de
la secretaría estará Eulalia Lapresta, y recordemos,
igualmente, la posterior organización independiente de los
cuatro grupos en los que se dividió la Residencia, al frente
de los cuales actuarían las jefas de grupo. En definitiva,
parte del éxito de María consistió en saber mandar y
delegar y, por tanto, no solo en gestionar directamente,
sino en elegir y supervisar a un grupo de excelentes
colaboradoras que transformaron el funcionamiento de la
Residencia en una obra coral, como ya se avanzó. Solo así
se explica que el año en el que abría el Instituto-Escuela en
el edificio de Miguel Ángel, la directora de la Residencia y
encargada de Preparatoria del nuevo centro realizara un
largo viaje de varios meses por los Estados Unidos; a
informarla en su larga ausencia obedece este conjunto de
cartas que demuestran bastante autonomía en el
funcionamiento diario de la casa.
En este hilo de los acontecimientos estamos siguiendo la
línea que traza la correspondencia de María Sánchez Arbós
y se han adjuntado estas dos últimas misivas de Kent y
Cadenas, escritas en el mismo contexto, para ir
componiendo la imagen de estas becarias: mujeres con
ambición, capacidad de iniciativa, espíritu emprendedor y
trabajadoras en extremo; agradecidas al máximo a la
directora, a quien consideraban su benefactora por
haberles otorgado la posibilidad de permanecer en Madrid
con el fruto de su trabajo. Iniciaban en conjunto un camino
por el que la responsabilidad tradicional femenina, la casa,
y su ámbito de dedicación, lo doméstico, terminarían
transformados en lo público y, por ello, en trabajo
remunerado.
Regresando a la actividad de María Sánchez Arbós,
durante el verano de 1920 volvía a pasar unas semanas en
la colonia de San Vicente de la Barquera y desde allí,
aunque ya hacía un año que había terminado en la Escuela
Superior, declaraba su propósito de reincorporarse en
septiembre al Instituto-Escuela, pero junto con esa
intención añade una noticia que a todos debió de
sorprender —y a mí también—: «18 julio 1920 [San Vicente
de la Barquera] […]. Todavía no hemos podido celebrar la
pequeña ceremonia de casamiento, por un pequeño
inconveniente de mi familia. Ya arreglado, pensamos
celebrarlo el día 2 de agosto, pues el 31 de julio volvemos
ya de las colonias. Así pues, desde el día 2 ya sabe V. que
puede disponer de dos personas que seremos, en lugar de
una […]» (ARS, 44/37/24). Pues sí, sorprendentemente,
María se casaba. Con la soltería de Eulalia Lapresta, Pura
Arias, Sofía Novoa, África Ramírez de Arellano, María de la
Villa, Victoria Kent, Cándida Cadenas…, es decir, una parte
importante de las colaboradoras de la Residencia, y esa
entrega que María Arbós ponía en la marcha impecable de
la casa y su afán por el trabajo, no era fácil suponer que,
fuera de la Residencia, tuviera algún tipo de vida personal,
y la tenía: era novia de Manolo —Manuel Ontañón Valiente,
entonces un joven compañero del Instituto-Escuela, de
familia institucionista, hermano de la normalista
anteriormente citada Juana Ontañón Valiente—, que
desarrolló hasta la Guerra Civil una interesante carrera
científica; un matrimonio entre afines en el ámbito de la
JAE.
Pero si sorprende el matrimonio, también lo hace la
rapidez de los preparativos: la joven trabajó hasta dos días
antes de la fecha fijada para un enlace en el que, desde
luego, no dispuso de mucho tiempo para los trámites. Por
otra parte, María se empeñaba en no abandonar Madrid y
mantenerse en el entorno de la Residencia, aunque no lo
consiguió. En contra de sus deseos, en septiembre de ese
año tomó posesión de su plaza en la Normal de Maestras de
La Laguna y, desde allí, seguiría escribiendo a María,
manifestándose siempre empeñada en regresar a Madrid.
En Tenerife permanecerá hasta 1926; esta etapa ha sido
estudiada por Teresa González Pérez, quien explica las
dificultades profesionales del joven matrimonio para
adaptarse al alejamiento del ambiente institucionista y al
nuevo marco, generalmente atrasado y conservador de la
isla75. En esa línea se inscribe la comunicación con Maeztu.
En el primer curso creyó María que su estancia en La
Laguna podría ser corta y en enero expresaba su esperanza
de que así fuera: «Por aquí estamos contentos, pero
deseando volver a Madrid y creo que la esperanza de volver
a él nos hace parecer esto menos malo» (ARS, 44/37/26).
Unos meses después, retomaba la idea de regresar, de
cualquier modo:
La Laguna, 1 de marzo de 1921
[…] Por mi parte, no vacilaría en quedarme excedente en mi carrera,
cosa que creo posible, si Vds. me ocuparan nuevamente en el Instituto
[Escuela]. ¿Qué le parece esto? […] porque renunciaría a gusto a las
ventajas que aquí tengo por las que allí me ofrecen el trabajar a gusto y
el poder ampliar Manolo en lo suyo, que aquí no puede hacer más que
seguir de ayudante en el Instituto […].
Este país es muy hermoso y de una calma asombrosa, pero eso no es lo
más adecuado a los espíritus inquietos, que la vida tiene más energía y
ambiciones (ARS, 44/37/27).

María se presenta como una profesional afanosa y la


lejanía de Madrid le cortaba las alas, pero en la respuesta
su mentora le pedía calma:
La Laguna, 12 de abril de 1921
[…] Muchas gracias por su interés y desde luego seguiré su consejo de
no pedir la excedencia hasta octubre, asunto que hasta podré, si
conviene, retrasarlo cuanto me sea preciso ya que afortunadamente caí
en gracia de la Directora y dice está dispuesta a servirme en lo que
desee.
V. manda y, así mismo, espero su entrevista con el Sr. Castillejo para
que decidan lo que mejor les parezca. Yo no he escrito al Sr. Castillejo
porque, como V. siempre ha sido la intermediaria en todo, creí mejor que
nada acudir a V. Tengo además en su interés más confianza que en
ningún otro valimiento (ARS, 44/37/31).

La directora de la Normal de La Laguna, Elpidia


Rodríguez González, había conocido personalmente a María
de Maeztu. La carta, además de reflejar la insistencia de su
autora por retornar al ámbito de la JAE, va dibujando mejor
la relación jerárquica y, en cierta medida, personalista de
Maeztu con sus colaboradoras que, como bien se expresa,
acudían a ella para que actuara como su «valedora». Pero,
en este caso, a corto plazo no hubo ocasión y Arbós, que ya
había demostrado capacidad de iniciativa, lo comprendió y
fue ampliando sus horizontes en la isla: pasó desde la
Normal al instituto de bachillerato —con su esposo que era
allí profesor de Física— y también ingresó como docente en
la Universidad de La Laguna, convirtiéndose en la primera
mujer en ambos ámbitos —bachillerato y universidad— en
el archipiélago76, pero nada de ello la desvió del objetivo
final de alcanzar Madrid:
La Laguna, 25 de marzo de 1924
Mi querida Srta. de Maeztu: Mucho tiempo llevo sin saber de V.
directamente, aunque de la Residencia siempre charlamos, Navaz y yo,
cuando diariamente nos vemos.
[…] Como tierra de destierro no llegan más noticias que las que
quieren darnos […] se dice por aquí que es un hecho la creación de los
Institutos femeninos, que supongo que tendrán por base y norma el
creado y dirigido por V.
Aunque aquí no se está mal, siento siempre el deseo de ir a Madrid por
muchas razones. Como tengo la licenciatura y los ejercicios del
Doctorado y he prestado servicios en el Instituto-Escuela, he
desempeñado en el Instituto de aquí dos cursos las clases de Letras, por
no haber catedrático, y estoy desempeñando este curso la cátedra de
Literatura de la Universidad, ¿no daría todo esto algún derecho a poder
ir oficialmente a algún instituto femenino que allí se establezca? […].
Tengo una niña y un niño, los dos muy fuertes y muy desarrollados. En
este clima tan benigno se crían con suma facilidad y no me dan apenas
trabajo […].
Sabe cuánto la quiere, María Sánchez Arbós (ARS, 44/37/38).

Mercedes Navaz Sanz era prima de Matilde Huici Navaz.


Había sido compañera de Arbós en la Residencia y en la
Escuela Superior, y, aun sintiéndose en el destierro, como
el propio Miguel de Unamuno a quien Miguel Primo de
Rivera acababa de desterrar a las islas —en concreto a
Fuerteventura—, María debió de encontrar en ella una
compañera para sus confidencias y recuerdos, pero
Mercedes sí se aclimató al archipiélago y se casó con un
prestigioso abogado canario. Por otra parte, si María nos
sorprendió con su boda inesperada, lo hace ahora de nuevo
con esa capacidad para conciliar, con confesada facilidad,
la crianza de sus hijos con el logro de costosas metas
profesionales como introducirse en las aulas de bachillerato
o en los estudios universitarios. Será este un rasgo
sobresaliente que demostrará a lo largo de su vida, porque
María estaba creando un modelo nuevo de familia en la que
una madre, además de serlo, era una profesional
sobresaliente, sostenida en una relación de pareja con un
compañero que compatibilizaba su trabajo con las
responsabilidades familiares.
Los institutos femeninos aún tardarían unos años en
llegar, aunque, finalmente, la pedagoga dio el salto, pero no
hacia Madrid, sino hacia Huesca, su ciudad de origen, y
ella misma explica su insatisfacción; retornar a la base una
década después de abandonarla le pareció un retroceso:
Huesca, 4 de enero de 1927
[…] No sabe cuánto agradecí su cariñosa carta y sobre todo que siente
V. un poco de conmiseración al verme encerrada en esta Huesca que
tanta lucha me costó dejar […]; al pedir el traslado de Canarias no hubo
más vacante que Huesca, de modo que tomarla o pedir la excedencia
[…]. Desde que vine estoy discurriendo cómo volver a salir […]. ¡Con qué
gusto volvería a trabajar con V. aunque fuera de cocinera! Que es de lo
que menos sé.
V. podrá recordar que desgraciadamente soy de las muchas españolas
que valemos para todo, aunque no provechamos para nada y a mí no me
faltan ni los entusiasmos ni los arrestos que para el trabajo tenía hace
diez años […]. No me olvide y no olvide tampoco mi fe por trabajar y mis
grandes afanes por cumplir lo más perfectamente posible cuanto se me
encomienda […]. Sepa que me sirve de consuelo su recuerdo y que le
guardo el cariño y la adhesión de siempre […] (ARS, 44/37/40).

Y esta vez sí, por mediación de María de Maeztu y,


probablemente de María Goyri, la JAE incluyó a la
normalista como aspirante al Magisterio Secundario en la
Sección de Lengua y Literatura Castellanas a partir de
octubre de 1928. Allí continuaba en mayo de 1930, cuando
José Castillejo le extiende su certificación de los servicios
prestados en el centro (JAE/132-142). Ese año se
presentaba a oposiciones y obtenía una plaza de maestra
en el Grupo Escolar Menéndez Pelayo; tras opositar
nuevamente en 1934, esta vez a una dirección de centro,
alcanzaba su sueño, la dirección de su escuela, el Grupo
Escolar Francisco Giner. Con el nuevo nombramiento, la
María de siempre ofrece su lugar de trabajo a su mentora:
22 de febrero de 1934
Mi querida Srta. de Maeztu: V. ya está enterada de que estoy al frente
del Grupo Escolar Francisco Giner y cuánto me alegraría que un día
viniese V. a conocerlo […]. Estoy creando en este Grupo un ropero
especial y digo especial porque, en vista de lo difícil que es acertar en la
administración de la caridad, este ropero es para todos los chicos de la
Escuela (700) sin pensar en si lo necesitan o no (todos son obreros). No
le explico aquí por qué, porque es muy largo para una carta […] (ARS,
44/37/44).

Con mucho acierto, incluye la flamante directora esta


mención de la práctica de la caridad, aludiendo muy
someramente a que la sociedad española se hallaba en el
tránsito en el que la atención a los desfavorecidos iba
dejando de ser un ejercicio de caridad individual unido a
convicciones religiosas y las inquietudes sociales de
algunos individuos —normalmente mujeres de la burguesía
—, para ser considerado como una práctica regulada de
asistencia con un papel primordial del Estado. Se conserva
una respuesta que nos lleva a comprender el íntimo
significado de esa labor de dirección:
g
16 de marzo de 1924
Mi querida amiga: En mi poder su cariñosa carta del 22 de febrero a la
que contesto un poco avergonzada por no haberlo hecho antes, pero era
mi deseo ir a visitarla en su escuela y como los días pasan, no quiero
demorar ya más mi contestación.
Ante todo he de felicitarla por haber conseguido lo que era la ilusión de
toda su vida: dirigir un grupo escolar y más aún si este se llama
Francisco Giner […]. Gimena [Menéndez Pidal] me dijo que Doña María
[Goyri] Ménendez Pidal daba allí algunas clases y esto representa desde
luego una valiosa ayuda.

Maeztu entra también en detalles sobre el ropero y


termina prometiendo una pronta visita (ARS, 59/3/14).
Explica la hija de Arbós, Elvira Ontañón, la implicación de
María Goyri, que articuló el apoyo para el ropero a través
de donaciones del Instituto-Escuela y que se prestó a dar
ella misma clases de apoyo por las tardes a las alumnas
adolescentes, para suplir sus ausencias, frecuentes porque
estaban obligadas a trabajar en casa77.
Entre 1921 y 1928, Sánchez Arbós no había perdido de
vista su propósito de regresar a Madrid. Detrás de ello
estaba la realidad del centralismo político y cultural y el
convencimiento de que la lejanía de ciertas provincias
equivalía a un destierro: solo una combinación entre la
proximidad a personas influyentes y la ampliación del
conocimiento abría las posibilidades de mejora profesional,
y María sabía que en Canarias o en Huesca se hallaba lejos
del ansiado circuito. Finalmente, la ampliación real y
significativa de la oferta de plazas de dirección de grupos
escolares que trajo la República le concedió la oportunidad
de llevar a la práctica en la enseñanza pública el largo
aprendizaje adquirido en el Instituto-Escuela. El Grupo
Francisco Giner fue inaugurado por el presidente de la
República, Niceto Alcalá-Zamora, con la mayor solemnidad,
el 14 de abril de 1933. Por sus reflexiones en su Diario y
por los contactos que mantiene con las residentes, se
puede creer que María Sánchez Arbós vio cumplidos en el
desempeño de este cargo sus deseos de llevar a la práctica
su aprendizaje juvenil en la Escuela Superior, en la
Residencia y en el Instituto-Escuela.
A través de su antigua relación con la bibliotecaria,
Enriqueta Martín, becaria como ella y compañera de
aquellos años, y con las jóvenes estudiantes de los cursos
de biblioteconomía que Enriqueta impartía en la
Residencia, consiguió que un grupo de estudiantes abriera
en su centro una biblioteca popular, en la que «los lectores
serán los niños, pero también los padres, obreros de escasa
cultura, deseosos de saber vivir una vida más humana, el
tipo de “obrero comunista” que siente la injusticia de las
situaciones angustiosas, pero no puede, por todas las
circunstancias que le rodean, llegar a otra vida y no se
resigna». Sánchez Arbós estaba empeñada en implicar a
estos padres obreros en la educación de sus hijos y se
manifestaba convencida de que la docencia en el aula solo
progresaría si se vinculaba a las familias y se les
concienciaba de que la escuela era la llave para el progreso
social. Comenzó a organizar reuniones con los padres y
terminó institucionalizándolas a través de la Asociación de
Amigos de la Escuela, que venía a ser una asociación de
padres afines a las iniciativas del centro78.
La experiencia de la guerra no hizo sino reafirmar el
compromiso de Arbós con la enseñanza primaria y asumió
cometidos de la mayor responsabilidad: en 1937, y a
propuesta de la Confederación Nacional del Trabajo —CNT
—, fue nombrada miembro de la comisión encargada de
elaborar un nuevo plan de estudios para la escuela
primaria79; al año siguiente ejercía como director provincial
de Primera Enseñanza en Valencia80. Como era de esperar,
el hundimiento de la República supuso el fin de sus
experimentos pedagógicos y le mostró el reverso de la
moneda: desde septiembre a diciembre de 1939 estuvo
presa en la cárcel de Ventas.
Sufrió un primer consejo de guerra por el Tribunal de
Responsabilidades Políticas en el que se la juzgaba por ser
inspector provisional de Enseñanza Primaria en Madrid y
luego director provincial de Primera Enseñanza en
Valencia. Este consejo se celebra en Madrid el 2 de
diciembre de 1939 y sentencia pena de cárcel de seis años
y un día e inhabilitación absoluta. Por otra parte, también
es sometida a un expediente de depuración como profesora
ayudante del Instituto San Isidro y resultó acusada de
sostener ideas y sentimientos izquierdistas y estar afiliada
a la CNT; de haber denunciado a dos profesores de su
centro; de hacer ostentación en un acto en Valencia,
conmemorando la toma de Teruel por los rojos, en el que
leyó unas cuartillas ensalzando al «ejército marxista». Un
denunciante llegaba al quid de la cuestión —por qué se
juzgaba con dureza a mujeres valiosas como Arbós— al
definirla como «lista y competente y desde luego la
considero peligrosa», añadiendo: «creo que tiene a los hijos
sin bautizar». Aunque María negó esos cargos y declaró
haber pertenecido a la FETE, pero no a la CNT, e indicó el
nombre de África Ramírez de Arellano para que, como
asesora de la Sección Femenina de Falange y de las JONS,
diera fe de ella, de poco sirvió y se le dio de baja en el
escalafón y se le impuso la separación definitiva del
servicio81, aunque posteriormente se revisó la causa y en
1952 se consideró extinguida la sentencia. María Sánchez
Arbós no comprendía la razón de todo esto y escribe en su
diario: «18 agosto 1945. Han pasado casi siete años. Más
vale no hablar de ellos. Mi escuela ha sido deshecha, los
niños disueltos… Yo, encarcelada. ¿Razón? No he podido
averiguarla todavía»82.
Entre septiembre y diciembre de 1939 estuvo presa en
Ventas, la cárcel que había creado Victoria Kent, su
compañera en 1916, para la redención y reeducación de las
presas. No pudo ejercer la docencia hasta su rehabilitación
en 1952, cuando se resolvió la readmisión de la «Maestra
Directora que fue del Grupo escolar Francisco Giner», si
bien «con la sanción de traslado fuera de la provincia e
inhabilitación para cargos directivos y de confianza durante
tres años»83. En esta ocasión, el traslado sí resultó un
auténtico destierro, vivido y sufrido como tal, en Daganzo,
un pueblo madrileño cercano a Guadalajara que tenía
entonces algo más de seiscientos habitantes y en el que se
sintió como una extraña. Finalmente se jubiló en 1959
siendo profesora de la escuela preparatoria del instituto
madrileño Isabel la Católica, que había sido anteriormente
una de las sedes de su añorado Instituto-Escuela.
Maestra superior, profesora de Normal, inspectora de
primera enseñanza, licenciada universitaria, profesora de
instituto, profesora de universidad, directora de grupo
escolar… Mujer incansable, que se había hecho a sí misma,
renovadora radical de la educación popular y de la
educación femenina… Lista y competente. María era un
símbolo de la mujer de la que el Nuevo Régimen
abominaba.
La primera etapa de Pura García Arias en la Residencia la
aproxima al papel de colaboradora de confianza que hemos
visto desempeñar a María Sánchez Arbós; también era
maestra cuando llegó y, como a ella, un serio revés familiar
la impulsa a valerse por sí misma en Madrid. A diferencia
de María, no obstante, Pura permanecería en la Residencia
hasta el final de sus días, porque murió joven. Había nacido
en 1888 en Soto del Barco (Asturias), y pronto la familia se
trasladó a Avilés; después de terminar los estudios de
maestra en la Escuela Normal de Oviedo, ejerció en 1916,
durante dos años, en las Escuelas del Ave María, sostenidas
por la Asociación Avilesina de Caridad84. Entonces
colaboraba ocasionalmente en la Voz de Avilés o La
Monarquía, firmando como María Antonieta85.
Pura llegó a la Residencia en enero de 1920; como ella
misma refiere, un primo que vivía en la Residencia de
Estudiantes le había hablado de la institución y se había
demorado algo en solicitar la plaza, porque su madre había
estado gravemente enferma. Curiosamente, la solicitante
firmaba en 1919 como Prudencia García Arias. En el primer
contacto no mencionó qué estudios seguiría en Madrid ni
tampoco lo hizo en el siguiente, que ya correspondía a los
preparativos para el curso 1921/1922. En carta de luto, la
asturiana solicitaba cualquier trabajo a María de Maeztu:
Avilés, 4 de septiembre de 1921
No me sorprende lo que me dice respecto a lo de que no puedo
trabajar en la residencia de niñas ni en la Biblioteca, porque ya lo
habíamos hablado en Junio. Lo que se refiere a la ayuda particular que
quiere prestarme es un motivo más de intenso agradecimiento que yo
recojo con todo interés, pero permítame que le diga, Srta. de Maeztu,
que no puede ser y que yo también quiero vivir de mi trabajo como vengo
viviendo desde que cambió con mala suerte la situación económica de mi
familia. Y como aquí casi no hay medios de ganarse la vida ni de ampliar
estudios con la facilidad de esa, tengo dispuesto dedicarme a dar las
clases particulares que pueda o a algún otro trabajo para lo que avisaré a
personas conocidas de esa, y no dudo que si V. puede proporcionarme
algo también lo hará, hasta que tenga alguna otra colocación que pueda
ser más definitiva […] (ARS, 32/36/7).

En suma, que prácticamente sin dinero, Pura estaba


decidida a dejar atrás Avilés y, como marco de su decisión,
tenemos esa mala situación familiar y el hecho probable de
que esa madre muy enferma pudiera haber fallecido,
porque, como Sánchez Arbós, Pura tendría poco interés en
volver a casa siquiera en vacaciones, como veremos, y
terminará haciendo de la Residencia su definitivo hogar.
No debió de esperar mucho la respuesta de la directora
porque, en dos semanas, Pura estaba devolviéndole carta a
Madrid:
Avilés, 19 de septiembre de 1921
[…] Recibí su atenta y cariñosa carta […]. No tengo necesidad de
decirle que la concesión de la beca que me ofrece es un motivo más que
sabré reconocer con todo lo que me sea posible.
Llegaré a esa el 1 de Octubre para trabajar en todo lo que pueda y
ponerme a su disposición (ARS, 32/36/8).

A partir del curso 1921/1922, Pura se convirtió en una


colaboradora imprescindible, pero la pequeña beca de la
Residencia no bastaba, así que nuestra protagonista tuvo
que multiplicarse en distintos menesteres como empleada y
como profesora en la materia de Cultura General o en
clases particulares, sobrellevando una vida bastante frugal.
Ante el horizonte del siguiente curso, ya el de 1922/1923,
reapareció el tema del dinero en su comunicación:
Avilés, 11 de septiembre de 1922
Acepto con mucho gusto el cargo de Bibliotecaria que me señala para
el próximo curso y me pongo a su disposición para todo aquello que V.
crea conveniente dentro de la Residencia, que ya quiero y tengo como
algo propio […].
Respecto a mis planes son, bien lo sabe V., hacer frente a la vida que se
nos presentaría gris si no fuera por el apoyo ofrecido en esa Casa y, fuera
de eso, dedicar las horas que me quedan libres a algún otro trabajo y
estudio (ARS, 32/36/9).

Esta confesión nos sitúa ante una persona que no tenía la


ambición que hemos visto en otras residentes y que
mostraba un carácter algo taciturno, pero que se entregó
con fidelidad inquebrantable al cuidado de la Residencia y
sus residentes.
Llegó otro curso y Pura, nuevamente, acusaba sus
estrecheces económicas:
Avilés 4 de septiembre de 1924
[…] Mucho le agradecería que me tuviera en cuenta para
proporcionarme algún nuevo trabajo, bien sea de clases o de lo que a V.
le parezca. Y esto se lo digo porque V. bien comprenderá que las 150
ptas. que gano como Bibliotecaria me las lleva enseguida mi querida
Secretaria […]. Si no puede aumentarme mi sueldo de la Biblioteca, me
resigno, pero entonces no tengo más remedio que rogarle no se olvide de
mí para darme más trabajo en que ocuparme, pues como llevo la vida
hasta ahora, unas veces tengo una peseta de repuesto en el bolsillo pero
otras muchas me faltan dos. Creo que V. me conocerá un poco y, si así es,
adivinará lo que a mí me molesta tratar con V., a quien tantas atenciones
debo, de cuestiones económicas, pero la realidad se impone y, al fin y al
cabo, solo pido más trabajo y esto no es ningún atrevimiento ni, mucho
menos, ninguna injusticia.
Y como en el verano no gano nada, tengo que pesar sobre mi familia,
cosa que no debo hacer. ¡Cuánto le agradecería que pudiera sacarme un
sueldo para el verano, aunque tuviera que quedarme en esa!
Tenga en cuenta que yo necesito aprovechar estos años de energía
para el trabajo. Y a nadie quiero pedirle, nada más que a V. ya que todas
mis aspiraciones están en trabajar en esa casa de la Residencia […]
(ARS, 32/36/10).
Efectivamente, en esos primeros años veinte, el precio de
la habitación variaba entre 142 y 162 pesetas, según el tipo
de dormitorio; se entiende, pues, que Pura apenas tuviera
margen para sus gastos personales y, a pesar de que las
buenas costumbres tradicionales dictaban que las mujeres
no hablaran de dinero, en la Residencia muchas de ellas —
ya se ha visto en otros casos— tenían que discutir de algo
tan esencial. En esta última carta, Pura se presenta como
una mujer que se siente sola y ha encontrado en la
Residencia un hogar alternativo.
La directora debió de expresarle que no podía
incrementar su salario, así que, semanas más tarde, la
bibliotecaria explicaba que tendría que complementar ese
cometido con las clases particulares:
Avilés, 24 de septiembre de 1924
[…] Lo que yo siento es no poder dedicar todas las horas de mi trabajo
a la Biblioteca, pero si me sale alguna clase procuraré darla en horas que
sean compatibles con el servicio de aquella. Si V. tuviera que
proporcionarme alguna, como son dentro de la casa, ya me llevan menos
tiempo […].
Y también le justificaré la causa por la que pretendía ahora ganar
algunas pesetas más. En cuanto al sueldo del verano, si no pudiera
conseguírmelo, ya trabajaré en lo que saliere aunque sea en esa a pesar
del natural deseo que una tiene de estar con la familia algunos días […]
(ARS, 32/36/11).

En 1925, Pura Arias pasó ya gran parte del verano en


Madrid, al cuidado de la Residencia y de aquellas
estudiantes que, por motivos diversos —lejanía, eran
huérfanas, preparaban oposiciones, etc.—, no la
abandonaban. Además, la Residencia recibía entonces a
estudiantes extranjeras que venían, principalmente pero no
solo, a perfeccionar su español. En verano, también, con la
menor ocupación, llegaba el momento de las tareas de
mantenimiento y los arreglos; en definitiva, que no era
poca la tarea que le caía a Pura. Y, desde cualquier punto,
Bilbao, Jaca, Biarritz o Suiza, la Srta. de Maeztu vigilaba
los gastos, mantenía la coordinación y seguía sosteniendo
su incesante correspondencia:
Bern, 16 de agosto de 1925
Mi querida Pura. Como supongo que es V. la persona encargada de la
correspondencia, me dirijo a V. para decirle que me encuentro en Suiza,
en Berna en el Park-Hotel Favorite y que puede V. escribirme aquí si hay
algo que comunicarme o consultarme. Estaré aquí hasta fines de Agosto
para regresar a Madrid, a la Residencia, en los primeros días de
septiembre.
Espero que no abandonarán Vds. la Secretaría y que estarán ahí para
recibir las visitas, pues hace muy mal efecto que la gente que va a pedir
informes se encuentre sin nadie.
Dígale a Havencio [empleado de mantenimiento] que se vuelva
enseguida y que deseo encontrarme el jardín, la verja y la calle en
perfecto estado de limpieza. Que riegue todos los días la calle y que le
quite bien el polvo a los yerros de la verja que dan a Fortuny, para que no
estén polvorientos. Que arregle la puerta de la verja de Rafael Calvo que
empezaba a torcerse.
Habrá V. recibido una carta de la platería Cristophe de la Carrera de
San Jerónimo, el de la tienda se llama Mellerio, dando el presupuesto de
lo que costarán 5 docenas de cubiertos de comida y de postre —5 de
cada clase— y, como el encargo tiene que hacerse enseguida para que
estén el 1 de Octubre, póngame V. un telegrama diciéndome en pesetas o
en francos (en lo que él haya dado el presupuesto) la cifra total —
diciéndome solo: Maeztu, Favorite, Bern, tantas pesetas o francos— y yo
entenderé de qué se trata para no gastar palabras en balde […] (ARS,
19/9/10).

El perfeccionismo de la Srta. de Maeztu se extiende


sobre la multitud de temas que la ocupan y el interés
puesto aun en los pequeños detalles domésticos. En esta
ocasión sí existe la respuesta que envía Pura Arias. La carta
llegó a Madrid el 20 de agosto y Pura contestó el mismo
día, confirmando a la directora que el ritmo del centro se
ajustaba puntualmente a sus deseos:
[…] La correspondencia que llega de América se la guardo y la
española la abro para contestarla. Puedo decirle que esté V.
completamente tranquila, pues hago todo lo que me es posible para
desempeñar bien tanto cargo accidental que me ha caído en suerte. Ya
sabe V. que la Residencia la tomo como algo mío […].
Del asunto de los cubiertos, ya le telegrafié. El presupuesto es en
francos: 4.972,50. Esto de 50 no se lo puse porque pensé que costaba
más la palabra y por lo tanto no merecía la pena […].
Lo de la cuenta con doña Mercedes [cocinera] le doy todos los días,
mediante recibo, el dinero que necesita y yo le digo el número de
señoritas que hay. Somos 20 […]. Hace unos días que tenemos tres
profesoras americanas, marcharán pronto, pero yo las admití […], como
son 30 pesetas más diarias, siempre es una ayuda para ir defendiéndose
económicamente […].
Esté V. tranquila que Dirección y Secretaría no quedan ni un momento
solas […] (ARS, 32/36/12).

En estos pormenores sobre las pequeñas economías


domésticas de directora y empleada, se traduce la
compartida conciencia de que había que estirar la peseta al
máximo, como en la buena gestión de toda gran casa en la
que sin que faltara de nada se evitaba el despilfarro. Se
entiende, así, que la Residencia siempre tuviera superávit
en sus balances anuales86. Retomaré otros significados en
este cruce de comunicación en el capítulo sobre el éxito de
la casa y las residentes.
A finales de verano reinaba la normalidad:
Madrid, 28 de agosto de 1925
[…] [Las cartas] que han llegado se refieren a asuntos de peticiones de
plazas y estas las he contestado todas y enseguida que llegaban,
enviando el Reglamento, acompañado de la solicitud […]. Estamos en la
Casa 22 señoritas. Esta noche o mañana llegará Eulalia […]. Solicitudes
ya tengo aquí 6. Cuatro de Srtas. españolas y las otras dos de
extranjeras.
Han llegado dos paquetes —parecen libros— para V. de Francia. Vienen
de Rennes […] (ARS, 32/36/13).

Efectivamente, el ritmo de la casa cambiaba en verano,


pero precisamente por las vacaciones de la mayor parte del
personal, Pura desempeñaba tareas muy diversas:
propiamente escolares, de intendencia y mantenimiento, la
contabilidad, el trato con proveedores y obreros y el
cuidado de las señoritas residentes, que en verano se
mostraban más inquietas:
Madrid, 22 de julio de 1929
[…] Hoy le escribe Pepita Marín. Ya me dirá V. si la dejo salir o no. Yo le
he dicho que hasta que no llegara el permiso suyo no podría ser. Los
viernes van algunas chicas a la reunión que tienen en la Residencia de
Estudiantes. Ya me dice V. si pueden continuar yendo aunque V. no esté
en esta […].
Después iré a Fortuny 30, a recoger las llaves de sus habitaciones y a
arreglarle los libros que me dijo la última tarde. […] Le envío El Sol,
dígame si lo recibe […] (ARS, 32/36/15).

Este intercambio de correspondencia encierra el interés


especial de darle vida a la casa en sí, la casa es ahora
principal protagonista: el repaso de los cuartos, la
renovación de los colchones y la ropa de cama, la mejora
del mobiliario, el mantenimiento exterior… Y sobre todo
ello recaería la mirada y la última palabra de la directora,
aunque estuviera ausente:
Madrid, 26 de julio de 1929
[…] Luis sigue pintando [el edificio de Miguel Ángel] y el sábado
pasado le pagué el trabajo que hizo. Voy, de cuando en cuando, a dar un
vistazo a lo que hace […].
[A] Carmen Muro [le dije] que preparase la tela de los colchones, que
había venido, y que los fuera haciendo. También podría ir limpiando los
cuartos que están abiertos y que ya no tienen que pasar más los
albañiles.
El jardín da pena verlo. La obra marcha lentamente […].
Tomás ya ha pintado la verja, la puerta y el cajón de la basura. Ahora le
dije que pintara los bancos que faltan y el estanque de Fortuny 53. Hay
que comprar más pintura pero, como hace falta, no hay más remedio.
[…] Han traído tres armarios: son 862,50 pesetas me parece. V. dirá si
hay que pagarlos ahora o se dejan para septiembre […] (ARS, 32/36/16).

Madrid, 27 de julio de 1929


[…] Creo que habrá recibido en Jaca la carta [se refiere a la anterior].
En la carta iban muchos detalles. Tal vez le moleste con ellos, pero, como
sé que a V. le interesa todo lo que a esto se refiere, no dudo en ir
q q ,
comunicándoselo mientras esté en esta. Yo bien quisiera que V.
descansara plenamente del todo, pero como también sé que no quiere
descansar, le daré gusto. Y allá van otros cuantos detallitos […] (ARS,
32/36/17).

Entre 1927 y 1936 funcionó en Jaca una universidad de


verano. El verano de 1929 se programó una Semana
Pedagógica y doña María fue la primera mujer en impartir
una conferencia en esos cursos de Jaca87. El párrafo
describe un comportamiento que, a estas alturas, ya
conocíamos: el desvivirse por el trabajo, el poder con todo:
cuestiones académicas, de administración, de contabilidad,
decoración, intendencia… Pura recrimina cariñosamente a
la Srta. de Maeztu una actitud que ella misma —como
anteriormente María Sánchez Arbós— reproduce. Y en esta
correspondencia de verano, los temas más diversos
coinciden en el papel: «[…] Creo que se habrá enterado de
la muerte de la madre de Gabriela Mistral […]. También ha
muerto la madre de Carmen Cuesta. Le doy estas
desagradables noticias porque supongo que querrá
escribirles […]». Y se extiende, luego, en detalles sobre
muebles, la marcha de la pintura y la presión de las chicas
por salir de noche: «El permiso por V. concedido a Pepita
Martín ha hecho que Amparo Muñoz también quiera salir
[…]» (ARS, 32/36/17). Este último tema se había convertido
en un auténtico quebradero de cabeza para Pura. Aquel
verano habían permanecido en Madrid, entre otras
residentes, tres estudiantes de Farmacia: Pepita Martín,
Amparito Muñoz y M.ª Luisa Álvarez (que era de Villanueva
de la Serena y había estudiado en el grupo de niñas de
Miguel Ángel). Era verano, un tiempo habitualmente de
descanso, y en la casa salían y entraban las estudiantes
extranjeras con total libertad. A la anterior súplica de
Pepita, cedió doña María sin pensarlo mucho y llegó el
problema:
Madrid, 29 de julio de 1929
[…] El permiso concedido a la Srta. Pepita Martín ha originado el
conflicto de que otras me piden permiso. Yo no quiero hacer nada sin
consultar con V. Amparo Muñoz quiere salir con su tía después de cenar
[…]. La primera noche que salió con ella fue cuando Amparito volvió a las
dos de la mañana y se había llevado con ella, como ya dije, a M.ª Luisa
Álvarez. Yo ya le dije a Amparo que, para volver a salir, tendría que venir
la autorización suya a mí directamente. Le ruego, pues, que si V. decide
que salga, autoríceme para decírselo lo más pronto posible […]. Pero
permítame que le diga que, si durante el curso, estando V. al frente […]
no las deja salir, ahora que estoy yo sola y, dado mi modo de ser de
preocuparme, y mucho, por todo lo que se refiere a la Residencia […] y el
buen parecer que a las residentes se refiere, siento mucho que las pocas
que se quedan se quejen y quieran salir también. No creo que les pase
nada malo por salir pero yo, mientras están fuera las españolas, siempre
estoy intranquila (ARS, 32/36/17).

En el ánimo de Pura pesaba demasiado la responsabilidad


sobre las jóvenes y ese otro tema que surgía siempre en la
relación con la familia, el que el éxito de la Residencia
dependía de la reputación de sus residentes, que es lo que
intranquilizaba a la encargada.
La correspondencia salía casi a diario; se cerraban unos
asuntos y se abordaban otros:
Madrid, 31 de julio de 1929
[…] han llamado de la casa Rodríguez Hermanos para preguntar si
hacen las cincuenta colchas que V. encargó. Cuesta cada una 18 ptas.
[…]. Quieren saberlo pronto si han de estar para octubre […]. Que se
dirija V. al Sr. González […].
También estuvo Felipe Pérez para mirar una de las butacas de la
Dirección de Miguel Ángel 8. Me dijo que tenía que hacer otra y que le
había dicho V. que viniera a verla […] (ARS, 32/36/19).

El tema de las colchas quedó resuelto la siguiente


semana y el de la pintura entraba en una nueva fase, se
terminó con el edificio de Miguel Ángel y le tocó turno a
Fortuny 53: «Madrid, 8 de agosto de 1929. […] Luis
terminó de pintar Miguel Ángel. Hoy ha empezado Fortuny
53. Miguel Ángel ha quedado admirablemente. Lo que
haría falta sería revocar la casa de Fortuny 53. Pero, para
otro año, ¿verdad?».
En marcha, el repaso de los cuartos, el de la pintura, el
jardín, las chicas con sus problemas, se abría para agosto
otro nuevo frente, el cuidado de la biblioteca: «[…] mandé
los libros de las norteamericanas que V. me dijo, a
encuadernar. También mandé los nuestros, unos 400 que
les hacía mucha falta. Nos van a quedar todos muy bien»
(ARS, 32/36/23).
En cierta medida, en la biblioteca latía el corazón de la
casa y ocupó un lugar especial en la dedicación de muchas
becarias: allí colaboraron Kent, María de la Villa, Enriqueta
Martín y había sido la primera ocupación de Pura. La
memoria de la junta correspondiente al bienio 1922/1924
reconocía:
El éxito obtenido en este sector tan importante de la vida de la
Residencia, la asiduidad y el recogimiento con que las alumnas asisten a
la Biblioteca, se debe, en gran parte, además del influjo del ambiente
general de la casa, al talento de su bibliotecaria, señorita Eulalia
Lapresta, auxiliada de la manera más eficaz e insistente por la señorita
Prudencia García Arias, alumna becaria de la casa, a cuya adhesión y
entusiasmo por el fomento y expansión de la Biblioteca tanto debe la
Residencia88.

Por las cartas de las residentes se constata que Pura


murió poco después, en 1934. Nuestra ya conocida Felisa
de las Cuevas enviaba su pésame a Maeztu:
León, 12 de diciembre de 1934
Mi querida Directora y amiga:
Ayer supe la triste noticia de la muerte de Pura y puede V. figurarse la
enorme pena que me causó. Constantemente me acuerdo de V., pues sé
lo impresionada que estará con esta desgracia, ya que Pura era una
persona de la casa a quien todas queríamos.
Siento mucho, Srta. de Maeztu, no haber estado ahí para compartir con
V. los malos ratos que han pasado y ya que no puedo hacer otra cosa;
sepa V. que estoy unida espiritualmente a su sentimiento, desde que
recibí la noticia […] (ARS, 28/56/13).

Y por María García Escalera, doctora en Huelva, llegan


más detalles:
Huelva, 21 de febrero de 1935
[…] Luego supe por mi hermana la muerte de Pura Arias (q.e.d.).
También quise en aquellos días escribir pero me fue imposible. En este
momento acabo de llegar de una intervención y, aunque vengo muy
cansada, me encuentro con carta de Inés donde me dice que ha dejado
un donativo para la lápida de la pobre Pura y, como yo tengo mucho
gusto en contribuir, le envío cinco pesetas con sellos de correos para
dicha suscripción. No sabe cuánta pena me dio cuando supe que estaba
muy grave y la impresión que me produjo cuando supe que se había
muerto. Pues era muy buena persona y, mientras estuve ahí con ella,
siempre le tuve mucho afecto porque me parecía una persona muy
desgraciada […] (ARS, 32/44/3).

En su correspondencia, hemos observado que se trataba


de una mujer que nunca pudo despreocuparse del dinero,
porque sus circunstancias no se lo permitían; aun así,
también dependió de sus conocidas de la Residencia para
disponer al final de una sencilla lápida. La descripción de
sus reacciones nos ha mostrado a una persona volcada en
el trabajo y preocupada, con frecuencia. La valiosa mirada
del otro, la de María García Escalera, permite entrever a
alguien triste y que se hacía querer. La Residencia llegó a
ser su hogar, sin duda; una casa en la que fue
transformándose la Prudencia García Arias que escribió
desde Avilés en Pura García Arias y, finalmente, en Pura
Arias —así firma desde el verano de 1925—; junto con
Eulalia Lapresta, llegó a ser la mano derecha de la
directora en la Residencia.
En abril de 1933, durante uno de sus frecuentes viajes, la
directora de la Residencia recibe otra de esas cartas con
permanentes noticias como las que solía enviarle Pura
Arias:
Madrid, 13 de abril de 1933
[…] En la casa todo va bien y de las excursionistas hemos recibido
cuatro telegramas a cuál más satisfactorio. También llegan postales de
las de Barcelona —que están muy contentas— y de las chicas que se
fueron a Marruecos […].
Llegó una letra de Rentería importante 800 y pico pesetas. Como no
teníamos noticias de ella, hemos pedido que —libre de gasto— se aplace
el cobro hasta el próximo lunes. Así nos lo ha concedido el Banco. Tengo
en mi poder, firmados, los contratos provisionales de material escolar, en
las condiciones que V. había quedado en todo.
Esté tranquila por todo, pues, aunque las personas de V. y Eulalia son
dificilísimas de reemplazar, nuestra buena voluntad suplirá lo que haya
de deficiencia […]. No apresure su vuelta.
[…] Yo apenas salgo de casa, pero para más garantía de vigilancia,
hemos establecido como una guardia diaria por las tardes con Sofía
[Novoa], Pura y yo […].
Acabo de hablar con Jimena [Menéndez Pidal], quien me dice que la
fecha para la fiesta del Campo del Moro será la del 21, que no será antes
ni tampoco después, porque quieren que asista la Sra. del Presidente y
esta marcha el 22 […] (ARS, 42/6/55).

La alusión al Campo del Moro se refería a que doña


María no quería faltar a la merienda que el presidente de la
República iba a ofrecer a los niños de las Escuelas
Nacionales y que tuvo lugar en los jardines del Campo del
Moro89. Lo que nos lleva a comentar cómo Residencia y
directora se habían convertido en una referencia de la vida
cultural y social de Madrid. En cuanto a esta carta, que
bien podía haber sido de Pura Arias, estaba firmada, sin
embargo, por África Ramírez de Arellano, utilizando papel
con membrete del Grupo Escolar de Madrid Menéndez
Pelayo, del que era directora. África Ramírez de Arellano
comparte muchos aspectos vitales con Pura Arias y con
María Sánchez Arbós: las tres estrechan su relación con la
Residencia a partir de una carta de luto:
León, 28 de noviembre de 1922
No tengo palabras con que expresarle el profundo agradecimiento que
siento ante las inmerecidas atenciones de V. por mí recibidas y por su
bondad dictadas. Si alguna vez flaqueara mi ánimo y sintiera perdidas
mis energías, agobiada por la desgracia que me aflige, me bastaría con
leer su carta, beber en ella toda la fuerza de voluntad que encierra, para
sentirme confortada y dispuesta a hacer frente a esta y a todas las
desdichas que sobrevenirme pudieran. Juzgue, pues, el bien que me ha
hecho y lo que con toda mi alma tengo que estar agradecida […] (ARS,
42/6/38).
Había llegado a la Residencia en 1921 y estudiaba en la
Escuela Superior. Sin duda, podemos entender con este
testimonio que la Srta. de Maeztu, como en las ocasiones
anteriores, tendía su mano a una residente que acababa de
sufrir una pérdida afectiva. Ese impulso proverbial le sirvió
a la estudiante para emprender un vuelo propio aunque
nunca abandonara la Residencia, como se verá. A través de
su expediente en el Archivo de la Junta para Ampliación de
Estudios (JAE/120-12) se dispone de algunas notas de su
biografía: había estudiado en la Normal de Valladolid y
obtenido plaza de maestra en la escuela graduada de La
Florida, en Vitoria. En 1922 cursa estudios en la Escuela
Superior, ya en Madrid, y vive en la Residencia, donde
sigue las asignaturas de Pedagogía y Filosofía con la Srta.
de Maeztu. Ocasionalmente reintegrada a su plaza de
Vitoria, al comienzo del curso 1923/1924, escribía a María
para que, dadas sus buenas relaciones con el directorio,
consiguiera por algún medio su regreso a la Residencia:
Vitoria, 2 de octubre de 1923
[Esta carta] larga ha de ser, larga —y perdone— puesto que tenemos
que decirle que estamos agradecidas a V. y que lo vamos a estar mucho
más cuando consigamos volver a esa; que después de haber conocido a V.
y vivido en esa casa, no nos podemos someter a otra autoridad que no
sea la suya ni respirar otro ambiente que no sea el de la Residencia;
tenemos que suplicarle que emplee, por Dios, todos los recursos de que
tan rica es para convencer al Directorio de que hay dos maestras que no
ansían más que elevarse un poco intelectualmente […].
En fin, que no nos olvide, Srta. de Maeztu, que a V. nos encomendamos
como lo haríamos a San Pedro para que nos abriera las puertas del cielo
(léase Residencia) (ARS, 42/6/39).

Junto a ella firmaba, en esta etapa de Vitoria, Isabel Niño


Rueda, oriunda de Palencia, que había llegado el mismo
año a la Residencia también para estudiar en la Escuela
Superior. Ambas habían compartido dormitorio y, como en
muchas otras ocasiones, estudiar y convivir había forjado
lazos de amistad inquebrantable. La unió, además, una
corriente especial de afecto a Eulalia Lapresta, de León,
como ella.
Una carta, esta, que alude al ambiente especial, el
llamado «espíritu de la casa», una mezcla entre incentivos
culturales, nuevas posibilidades, ambiente de esfuerzo y
cierto grado de libertad, al tiempo que refinamiento, algo
que, en conjunto, hacía que las antiguas estudiantes
suspiraran siempre por los años dorados allí vividos. La
vuelta de África resultó relativamente rápida; de forma
temporal, lo hizo en 1924 porque obtuvo una licencia de
ampliación de estudios (ARS, 42/6/11) y, definitivamente,
poco después:
Vitoria, 2 de octubre de 1925
Querida Eulalia: La hermana de Isabel [María Niño] va a la Escuela
Superior a estudiar la especialización de Sordomudos y Ciegos y, como
según la Gaceta del 21 del pasado, ya va a ser un hecho mi destino a
Madrid, molesto a V. para suplicarle que me reserve la habitación que
Isabel y yo teníamos, a fin de ocuparla su hermana, que irá del 7 al 8, y
yo que no sé cuándo iré […] (ARS, 42/6/15).

Así era, la maestra no escatimó esfuerzo para regresar a


Madrid y había opositado a la dirección de grupos
escolares; de hecho, en septiembre de 1926, como ella
explicaba, se publicaba su nombramiento para el Grupo de
Niñas Menéndez Pelayo; allí la situó María Sánchez Arbós,
al integrarse en ese centro: «2 febrero 1930. He tomado
posesión en el Grupo Escolar Menéndez Pelayo […]. He
saludado a la Directora, África Ramírez de Arellano, que
me ha recibido con todo el cariño, y amablemente me ha
llevado a ver las dependencias y a enseñarme la clase que
voy a ocupar»90. Cuando en 1921 Arellano se instaló en la
Residencia, Arbós acababa de salir, pero estas vidas
paralelas terminarían encontrándose en 1930, para
separarse definitivamente tras la guerra.
En su afán, África se apresuró a solicitar a Eulalia su
antiguo cuarto en la Residencia. Desde entonces —curso
1926/1927—, residió nuevamente con María de Maeztu y
otra vez retomó su estrecha colaboración con ella. Cuando
al año siguiente, en 1928, la Residencia reestructuró
administrativamente su organización interna, África
Ramírez de Arellano recibió el cargo de responsable del
Grupo de Miguel Ángel. En el capítulo anterior la
conocimos en esa función, al realizar los informes sobre
María de la Villa.
Con su regreso, África daba cumplimiento a los deseos
que expresaba en su carta: retornar al lado de la Srta. de
Maeztu y aprovechar para su crecimiento profesional y
personal. En la Residencia disfrutaba de una situación
inmejorable para aspirar a las pensiones de la JAE y logró
lo que en dos ocasiones anteriores no había conseguido:
una pensión en Bélgica para ampliar su formación con el
conocimiento del Método Delcroy. Así, en el ya citado
expediente de la JAE consta —tras dos intentos fallidos en
1921 y 1922— la concesión de una pensión en 1931, cuyo
disfrute aplazó hasta el verano de 1932 y de cuyas
actividades envió puntual información a la secretaría de la
JAE, al final de la misma. Pero ese llamado «espíritu de la
Residencia» abarcaba también aprender a vivir de una
forma cosmopolita, hubiera o no ayudas de la JAE. El viaje,
como lo era en el caso de María de Maeztu, se convertía en
un sello distintivo entre estas mujeres cultas, que, no en
vano, convivían a diario con otras viajeras de América y
Europa en la propia Residencia. Para el fin de año de 1929,
África envió una felicitación de Año Nuevo a sus
compañeras desde Londres (ARS, 42/6/49); en agosto de
1930 le llegaba a Pura Arias una postal suya desde Suiza
(ARS, 42/6/2); el verano de 1931 lo pasó en Bruselas y ya
entonces estudió en el Instituto Delcroy, como le escribió al
secretario de la JAE, José Castillejo (JAE/120-12). Tras su
nueva estancia en Bélgica en 1932, pasa unos días en París
y remite una postal a Felisa de las Cuevas: «Como en
Miguel Ángel y en Fortuny 53, hemos resultado vecinas.
París es un pañuelo. África, Lucía, Amparito. París, 15
agosto 1932 [en el matasellos]» (ARS, 42/6/5); es decir, que
se había cruzado en la ciudad de la luz con otras dos
residentes: con certeza por Lucía se refería a la contable de
la casa, Lucía Calvillo, y, tal vez, por Amparito a Amparo
Muñoz. Sin duda, su larga colaboración con María de
Maeztu había hecho de ellas mujeres viajeras, una cualidad
a la que regresaré más adelante.
Se conserva de África Ramírez de Arellano y Ramírez la
publicación de una conferencia que impartió en un cursillo
pedagógico de 1926, La Maestra, figura símbolo de la
relación entre Escuela y Hogar, un texto que expresa una
visión muy conservadora de la maestra y su proclamada
vocación maternal como una cuasi inclinación genética por
su condición femenina91. Arellano iba adoptando posiciones
ideológicas tradicionales que pudieran ayudar a explicar
parcialmente que esta profesional «miembro de la
institución», como constaba en su expediente de la JAE,
figurara entre los integrantes de la comisión de técnicos
que el ministro Pedro Sainz Rodríguez del Gobierno de
Burgos nombra en 1938 para la revisión del programa
escolar de la enseñanza primaria, circunstancia que se ha
destacado con frecuencia92. En tanto que Sánchez Arbós
cumplía un similar encargo para la República.
Á
África Ramírez de Arellano se movió bien en los
entresijos de la Administración y la política a lo largo de los
muchos avatares de la historia de España (la Dictadura de
Primo de Rivera, la República y la dictadura franquista). En
1939 figura como «camarada» de Falange en el Congreso
Nacional de Pedagogía de la Música, celebrado el mes de
agosto en Barcelona, según anuncia La Vanguardia: «De
seis a siete: conferencia por la camarada África Ramírez de
Arellano que desarrollará el tema “Las virtudes de la Mujer
de la Falange”»93. En 1941 era confirmada en el cargo que
desempeñaba de directora de la sección de niñas del
colegio Menéndez Pelayo94, que al menos mantuvo hasta
1958, cuando recibió la Cruz de Alfonso X el Sabio por los
servicios prestados en su larga trayectoria al frente del
colegio, del que se hizo eco ABC95.
Sería un error identificar de forma simplificada el
proyecto liberal de la Residencia, como institución
dependiente de la JAE, con el carácter progresista de las
residentes. El compromiso político de las residentes va
inserto ineludiblemente de forma transversal en cada
capítulo de este ensayo y ello nos lleva a contemplar la
Residencia como un espacio de convivencia, que no quiere
decir que no estuviera recorrido por corrientes de
simpatías o de enemistades (aunque estas últimas apenas
dejan huella en las cartas). Se comprueba, sin embargo,
que residentes de marcado perfil político progresista, como
Victoria Kent o Matilde Huici, compartieron escenario con
las conservadoras Francisca Bohigas Gavilanes o Cándida
Cadena Campos, y entre ellas había más que simpatía. En
este recorrido literario se acaba de trazar la amistad entre
dos leonesas de trayectorias paralelas, Ramírez de Arellano
y Felisa de las Cuevas, colocadas ambas en cada una de las
dos Españas. También se cruzaron varias veces las
trayectorias de Ramírez de Arellano y Sánchez Arbós, muy
comparables hasta 1936 y tan distintas después: en 1928
ambas habían regresado a la proximidad de doña María y
en 1930 Sánchez Arbós dejaría el Instituto-Escuela para
volver a la primaria en la enseñanza nacional, precisamente
en el grupo escolar que dirigía África, hasta que ella
misma, mediante oposición, alcanzó la dirección del
Francisco Giner, como se vio antes.
Por el momento, este recorrido por los pasos en la
Residencia de un grupo de estudiantes que recibió el apoyo
económico de la institución para favorecer el cumplimiento
de sus proyectos personales se ha centrado en las primeras
becarias que, al llegar cuando la Residencia, e
inmediatamente después el Instituto-Escuela, se estaba
configurando, se transformaron en colaboradoras de
Maeztu y en su apoyo imprescindible. A esta etapa
pertenecen también Matilde Huici Navaz, Carmen Castilla
Polo y Juana Moreno. Como Kent, Huici ha sido estudiada
en profundidad y solo la esbozaré para esta especie de
retrato colectivo.
Al igual que las anteriores, Huici ya era maestra cuando
llegó a la Residencia en 1916, y coincide con Victoria Kent
en su ingreso y en gran parte de su trayectoria personal,
que ya ha sido biografiada96. No tiene sentido que resuma
aquí su vida, sino, como en el caso de Kent, su clara
identificación con el proyecto de la Residencia y su
carácter de becaria. Matilde escribe por primera vez a la
directora en abril de 1916, explicándole que su prima
Mercedes Navaz ya era residente —y otra de las pioneras,
pues—, que esperaba que la prima le hubiera comentado su
deseo de ir a la Residencia para preparar el ingreso en la
Escuela Superior durante el mes de mayo y presentarse al
examen de junio. Daba, entonces, como dirección la de la
escuela municipal de Ategorrieta, en San Sebastián, donde
enseñaba. María de Maeztu debió de contestarle que no
podía garantizarle una plaza, pero, inasequible al
desaliento, la aspirante insistió: «Mi intención es ir a
Madrid el 4 de Mayo y yo le suplico si para entonces no se
han ido las opositoras que me habilite una cama, aunque
sea en el desván» (ARS, 34/45/2).
A partir de septiembre de 1916, Matilde se instala en la
Residencia, lo que le suponía económicamente un desafío:
San Sebastián, 25 de septiembre de 1916
[…] Tengo que ensayarme para ver la manera de repetir el milagro de
los panes y los peces. Solicité del Ayuntamiento que me diese licencia
para seguir los cursos, lo mismo que hace el Estado con los maestros
nacionales, pero me ha dicho que nones, y ya que me atrevo a
permitirme el lujo de estudiar, que ayune. En fin, ya veremos, gracias a
que el trabajar no me asusta y todo se reducirá a eso, a trabajar un poco
más (si encuentro en qué) (ARS, 34/45/4).

El texto está escrito sobre una tarjeta marcada con un


sello personal formado por las iniciales M y H
sobrepuestas. En la carta anterior había empleado papel de
luto.
Huici había nombrado la palabra mágica para la Srta. de
Maeztu, trabajo; así que, para los cursos 1916/1917 y
1917/1918, la estudiante residió como becaria, inmersa en
el proyecto de consolidación y crecimiento de la
Residencia, con el que se sintió completamente
identificada, como se desprende del siguiente comentario,
al hilo de un cruce de correspondencia el verano de 1917,
desde Villafranca de Navarra, donde estaba viviendo con su
familia: «12 julio 1917 […]. Estoy deseando que llegue
Septiembre para poder verme otra vez ahí, en casa, como
digo yo con gran desesperanza de mis hermanos que
siempre me contestan: “Tu casa es esta, no aquella”. Pero
yo pienso y siento, como V., que la verdadera familia es la
que uno elige, aquella a la que le unen ideas y
sentimientos» (ARS, 34/45/7). Su llegada al entorno de
Maeztu, cuyas iniciativas se multiplicaban, le abrió un
nuevo mundo de posibilidades; al mes siguiente, ambas
intercambiaban detalles sobre el nuevo grupo de niñas de
Miguel Ángel: «Villafranca (Navarra), 2 agosto 1917 […].
Recibí el reglamento del grupo de niñas. Grande empresa,
pero ¿quién duda del éxito viendo el optimismo y la fe con
que V. la emprende? […]. Mi mayor satisfacción será poder
cooperar en esa obra, aun en la pequeñísima parte que mis
fuerzas me permitan» (ARS, 34/45/8).
Como ya sabemos, en septiembre de 1918 echaba a
andar el Instituto-Escuela y, como otras colaboradoras,
Matilde también fue nombrada, a propuesta de María de
Maeztu, profesora de la sección de Preparatoria, aunque,
de hecho, no se incorporara a la docencia en el centro
hasta 1920. En tanto, había iniciado los estudios de
Derecho y afianzado sus contactos con la JAE, así que,
además de trabajar en el Instituto-Escuela, colaboraba con
el Centro de Estudios Históricos, cuya secretaría para
cursos de extranjeros llevaba en el verano de 1922.
Preparando la programación de 1923 estaba cuando le
llegó su nombramiento como inspectora de Primera
Enseñanza para Las Palmas (en Canarias vivían ya la propia
María Sánchez Arbós y su prima Mercedes Navaz). Tras su
toma de posesión, apenas ejerció unos meses, porque en la
primavera de 1923 obtuvo, igualmente por mediación de
María de Maeztu, un contrato para enseñar durante un
curso en Middlebury College, cuya Spanish School había
sido implantada pocos años antes; solicitó y obtuvo la
consideración de pensionada de la JAE y llegó a Nueva
York: «D.ª Matilde Huici Navaz, natural de Pamplona de 28
años de edad, soltera, llegó a este puerto el día 10 de
septiembre de 1923 a bordo del vapor francés Le
Bourdonnais, residiendo actualmente en Middlebury
College, estado de Vermont, del cual es profesora desde el
12 de dicho mes. Firmado, 25 octubre 1923, NY, Alejandro
Barea y Rodrigo» (JAE/78-164). Así la registraba el cónsul
español.
La impulsaba un proyecto al que su interés por la
infancia la fue acercando: la atención a los menores
delincuentes (tribunales, reformatorios, etc.). Prorrogó su
estancia durante el siguiente curso y simultaneó su
docencia en Vermont con frecuentes viajes a Nueva York,
donde realizó cursos con esa orientación jurídica y trabajó
en el diario La Prensa, que dirigía el hermano de Zenobia
Camprubí, José. Al regresar, aprobó Derecho Mercantil,
que era la asignatura que le quedaba, y prosiguió con la
trayectoria iniciada en los Estados Unidos, que la llevaría al
Tribunal Tutelar de Menores. Al final de la guerra estuvo
muy implicada en los organismos para la evacuación de
niños y buscó la ayuda de los cuáqueros y otros organismos
internacionales97. Su compromiso feminista, socialista y
republicano no le abrió más puerta que la del exilio y murió
en Chile, donde se había dedicado nuevamente a la
pedagogía.
Retomemos una confesión de Huici: «Estoy deseando que
llegue Septiembre para poder verme otra vez ahí, en casa,
como digo yo con gran desesperanza de mis hermanos
[…]». Con anterioridad, había escrito Arbós: «Me quedo a
cuidar esa Residencia a quien quiero mucho más que a mi
casa», o Pura: «Me pongo a su disposición en todo aquello
que V. crea conveniente dentro de la Residencia que ya
quiero y tengo como algo propio», y algo análogo
expresaba Arellano con su «[…] después de haber conocido
a V. y vivido en esa casa no nos podemos someter a otra
autoridad ni respirar otro ambiente que no sea el de la
Residencia». Entre todas ellas van describiendo un
sentimiento que he llamado el residencialismo, el
convencimiento de que en la Residencia habían encontrado
el hogar verdadero, y en ese marco, profesional y de
afectos, afianzarán sus vidas, en torno a María de Maeztu,
Directora con mayúscula, sí, pero también guía, confidente
y familia libremente elegida.

OTROS MODELOS DE BECARIAS


A medida que la institución se consolida, se extiende un
modelo diferente de becaria, que no se dedica a la
pedagogía ni queda integrada en la Residencia u otras
instituciones adyacentes, incorporada al círculo de las
colaboradoras permanentes. Se trata de chicas que llegan
para estudiar sus diferentes licenciaturas, lo que harán con
el apoyo de la Residencia para luego ejercer sus
profesiones allí donde la vida las fuera llevando. Así
sucedió, entre otras, con Dolores Saudiel Repiso. La
correspondencia con su padre, Francisco, que era un
propietario agrícola modesto de Posadilla, en la provincia
de Córdoba, refleja maravillosamente el entorno económico
de algunas de estas estudiantes, así como las prioridades
familiares que beneficiaban al varón en la educación y en el
empleo de los recursos domésticos cuando, siendo estos
limitados, su beneficio no podía alcanzar a todos por igual.
Dolores, Lola, comenzó a estudiar Farmacia, pero su
progresión en el estudio y su estancia en la Residencia
tuvieron que irse adaptando a las necesidades económicas
de la vida de su hermano, y esto no quería decir que tanto
él como su padre infravaloraran la formación de Lola, como
se verá; simplemente, su proyecto personal era menos
importante, social y familiarmente, que la carrera de
médico de su hermano Rafael.
«Posadilla, 28 de agosto de 1918 […]. Leído el
Reglamento de esa Institución es aceptable pero ocurre la
duda siguiente. ¿Quién acompaña a una joven [para] llevar
y traer de clase? ¿Qué horarios?» (ARS, 45/8/1). Rafael
Saudiel Repiso pedía esta información porque su hermana
quería cursar Farmacia. Él acababa de terminar Medicina
en Sevilla y en esta universidad escuchó hablar de esta
novedosa institución al catedrático Antonio Salvat Navarro.
La Residencia de Señoritas conseguiría en poco tiempo que
esas preguntas perdieran sentido, pero lograrlo requirió
del tesón y la valentía de un grupo de mujeres dispuestas a
darles la vuelta a los prejuicios sociales.
Para septiembre, Rafael había enviado el formulario de
inscripción y un giro de 125,50 por «pensión, lavado,
asistencia médica, Biblioteca y habitación de 25 pesetas».
Dolores se traslada a la Residencia, pero en noviembre
regresa a Córdoba por las consecuencias de la epidemia de
gripe de 1918 que obligó al cierre de muchos
establecimientos públicos en Madrid y de la Universidad
Central. Hasta febrero de 1919 no reabre Farmacia, y la
estudiante sigue ese primer curso en la Residencia y se
mantiene en 1919/1920, aunque para entonces la
correspondencia del padre manifiesta que se ha ido
retrasando en los pagos y acumula una deuda que no se
liquidó hasta finales de 1920, así que Lola abandona la
Residencia por falta de medios:
Posadilla, 11 de noviembre de 1920
[…] Una vez liquidada nuestra cuenta con respecto a mi hija Lola,
ruégole encarecidamente se sirva disponer que en un cajón precintado
remita la ropa que en esa Residencia dejó mi referida hija, consistente en
ropa de cama, mantas, ropa interior, trajes, botas, sombreros, zapatos,
cubierto de plata, libros, una caja de madera y toallas (ARS, 45/7/21).

Y en el estado de cuentas adjunto, se liquidaban 485,35


pesetas. Así que, por lo pronto, Lola Saudiel abandonó
Farmacia y regresó a casa, pero no de buen grado y, un año
después, su padre se dirige de nuevo a María de Maeztu
recordándole que había tenido durante dos años a su hija
estudiando Farmacia, pero que:
Posadilla, 30 de noviembre de 1921
[…] A consecuencia de la terminación de otra carrera de mi otro hijo y
el gasto después de soldado de cuota apuré cuantos recursos poseía. Hoy
le faltan a mi hija dos años para terminar y no lo hace por falta de
fondos. En la Residencia existen algunas plazas con sueldo y sin sueldo.
¿No le sería factible, dado su interés por la ilustración y el progreso, que
mi hija ocupara un puesto en donde poder seguir sus estudios? (ARS,
45/7/7).

Y María debió de ver en Lola a una de esas jóvenes que


prometían intelectualmente y se veían frenadas por la falta
de medios; así que resolvió rápidamente ofrecer una media
beca, porque días después su padre agradecía la ayuda
prestada para que Lola regresara:
Posadilla, 11 de diciembre de 1921
[…] No puede figurarse la alegría que he recibido al notificarme la
noticia de concesión de beca que acepto, pues es la salvación de mi hija
[sic]. Ruégole me indique qué cantidad es la que he de pagar
mensualmente en calidad de resto […].
Doy a V. las más expresivas gracias […] porque [tras] dos años de puro
calvario, dirigiéndome a la mayoría de las entidades, sin resultado
alguno, ha sido para mí una sorpresa feliz el haber encontrado los
sentimientos puros basados en el amor a la enseñanza y en el porvenir
que de todas veras agradezco (ARS, 45/7/7).

Me detengo en el comentario de la expresión «la


salvación de Lola» que nos lleva a imaginar la frustración y
el aburrimiento de Lola en Posadilla, tras haber pasado dos
años en Madrid y, sin duda, ese estado de ánimo había
movido a su padre a intentar diversos caminos. Lola
Saudiel, en definitiva, figuró como becaria los cursos
1921/1922 y 1922/1923, y ahí podía haber quedado todo,
retomando normalmente el ritmo de sus estudios, pero la
familia no pudo afrontar los pagos complementarios de la
estancia y la correspondencia de Francisco vuelve, una vez
y otra, sobre las dificultades para ir saldando las deudas
que acumula, constatándose, así, el esfuerzo que algunas
de estas familias de pueblo hacían por impulsar el estudio
de sus hijas:
Posadilla, 8 de marzo de 1922
[…] Recibo su carta referente al pago de mi Lola […] y le participo que
el retraso no ha sido culpa mía, sino de las circunstancias […]. Sucede en
esta comarca, por costumbre de antiguo establecida, cobrar en el mes de
Agosto de cada año el producto de cuanto trabajo se hace, se fabrica o se
invierte y, pasado dicho mes, terminaron los cobros y los pagos hasta el
año venidero […] a causa de que el efectivo monetario desaparece,
empezando el cambio en especie para la atención de cualquier menester.
Por lo que dejo expuesto, comprenderá que al concederle la Beca a Lola
no existía la base monetaria, mas en mi deseo de no desperdiciar la
ocasión benemérita que se presentaba, vendí un pequeño local de 500
pesetas para hacer frente hasta la época de Agosto. El individuo a quien
lo vendí no puede pagar las 400 pesetas que adeuda hasta Abril y esto lo
dice ahora […]. En vista de ello, dispuse la venta de 5 quintales de trigo
que es la parte que le remito [75 ptas.] (ARS, 45/7/8).

Y a lo largo del resto de marzo y abril fue girando


distintas cantidades para sufragar las casi 300 pesetas que
se debían. Aunque la cita es larga y no habla propiamente
de la Residencia, no puede haber mejor indicio sobre la
procedencia social de una parte de estas jóvenes, su
empeño, el de sus familias y el esfuerzo de la Residencia.
Por otra parte, se incluye un magnífico retrato de esa doble
España, la urbana y la rural, un mundo agrario que gira
todavía en torno a las cosechas y al intercambio en especie,
según la «costumbre de antiguo». Se fue aclarando, pues,
el panorama para el curso 1922/1923, pero para el final del
verano de 1923 y el comienzo del nuevo curso académico
los retrasos en los pagos reaparecieron y no, como se ha
ido comprobando, por falta de interés del padre en los
estudios de su hija, sino por la decisión de priorizar el
destino del hijo:
30 de septiembre de 1923
[…] Mucho siento el percance de no haber podido atender a su letra a
falta de fondo en la actualidad. Yo creo que pasado el 15 de Octubre
próximo, fecha en que mi hijo se casa, ha de variar el asunto y en primer
lugar empezaré por saldar el descubierto.
Lo siento por mi Lola, víctima sin culpa de la necesidad, que
irremisiblemente tendrá que venirse (ARS, 45/7/15).

Entre retrasos, deudas, abandonos, idas y venidas, y


contra «las circunstancias», Lola terminó Farmacia y abrió
una en Villanueva del Rey en 1931, según se deduce de los
«Ecos de Sociedad» del diario La Voz de Córdoba:
Apertura de una farmacia. Ha tenido lugar en este pueblo la apertura
oficial de farmacia de doña Dolores Saudiel Repiso, esposa de nuestro
buen amigo don Antonio Lobo y Peña.
Tras largo calvario, los señores de Lobo Saudiel han podido ver
realizado el acto de abrir al público su farmacia. Cuántos sinsabores, qué
de ir y venir, qué lucha, cuántas trabas e inconvenientes se le opusieron
y al fin, el día deseado por referidos señores y por el público en general.
A las diez de la mañana y procedentes de Fuente Obejuna, llegaron en
auto nuestros queridos amigos don Gabriel Quintana de la Peña,
subdelegado de farmacia y don Rafael Saudiel, inspector municipal de
referida población, y hermano de la licenciada objeto de la apertura.
Asistieron al acto numerosas personalidades, que fueron obsequiadas
espléndidamente98.

Sin duda, el periodista se estaba refiriendo a problemas


administrativos y dificultades para la apertura de la
farmacia en sí, pero no podía imaginarse cuánta razón
tenía.
La localización de una nieta, Margarita Sanz Lobo99, me
ha posibilitado conocer que apenas existe memoria familiar
de Lola, porque murió muy poco después de abrir su
farmacia, en 1933, dejando dos hijos muy pequeños, que
apenas conservaron recuerdo de su madre. Entre unos
pocos vestigios, guardan su carné de estudiante de
Farmacia en Granada —allí terminó Lola su licenciatura en
1928— y el papel sellado de la farmacia, que no estaba en
Villanueva del Rey como anuncia la prensa, sino en el
municipio contiguo de Villaviciosa de Córdoba [véase
imagen 7].
A pesar de todo el esfuerzo y la lucha de María de
Maeztu por encontrar recursos, no se puede considerar que
lograra su deseo de posibilitar estudios superiores a las
hijas procedentes de familias humildes que destacaran
intelectualmente, pero no hay duda de que en bastantes
ocasiones así fue, y algunas de las beneficiadas eran, como
declaran en sus cartas, hijas de empleados; lo vimos en
Concepción Barrero y lo mismo expresa desde Granada
María J. Suárez López. En realidad, ella y su hermana Pino
procedían de Telde, en Gran Canaria; estudiaban Filosofía y
Letras y Farmacia, respectivamente, en la universidad
andaluza, pero querían seguir con el doctorado. Pino, que
era la menor, cursaba, además, música, y María, la que
escribía, estaba terminando Filosofía y proyectaba preparar
oposiciones de cátedra de instituto en esa especialidad
«que ha sido el sueño de toda mi vida»:
Granada, 1 de septiembre de 1924
[…] Nuestro padre es un empleado, Secretario de la Heredad, a fuerza
de grandes sacrificios nos trajo en el pasado mayo de 1923 porque, no
teniendo bienes de fortuna para dejarnos, quiso satisfacer nuestros
anhelos. Darnos la carrera que deseábamos […]. No tenemos madre.
Hace 19 meses que la hemos perdido. La cuota no es cara, atravesando
otra situación económica, pero mi padre no puede superar el imposible
que ha estado realizando con heroísmo hasta la fecha.
[…] Nosotras hemos hecho en el curso que llevamos en esta ciudad una
labor que por sí puede decir de nuestra inclinación. Hemos comprendido
que solamente estamos para corresponder positivamente al sacrificio no
solo material sino moral que se ha impuesto mi padre y eso pensamos
hacer donde quiera que vayamos.
Por tanto, proscriba aquellas cosas que, aunque necesarias, no son
indispensables para la vida y dígame el mínimo total de que hemos de
subsidiar. Pues tal como está la cuota nos es del todo imposible llegar
donde nos llevan nuestros deseos. A esa Residencia.
Criadas en un ambiente sano pero modesto, hemos llegado a conocer
cuán imposible es, en muchas circunstancias, llegar hasta donde
nuestros anhelos nos impulsan.
Felizmente V., que tan generosa se nos ha mostrado, acaso pueda
ayudarnos en nuestra aspiración; sabe V. que sea o no, con su deseo nos
creemos suficientemente pagadas (ARS, 46/25/9).

En las islas Canarias funcionan las Heredades de Agua,


agrupación de los propietarios de aguas que abastece un
barranco, en este caso, el Barranco Real de Telde, y el
secretario era el escribano público de la comarca que
levantaba actas de los acuerdos y custodiaba el archivo de
la heredad100. La carta encerraba las ideas básicas que
guiaban las decisiones de la Srta. de Maeztu; en
consecuencia, el 1 de octubre de 1924 emprendían viaje a
Madrid, y María Suárez aparece como becaria los dos
cursos siguientes, 1924/1925 y 1925/1926.
Tanto María de Maeztu como el padre de estas jóvenes,
Sebastián Suárez, tuvieron razones para sentirse
recompensados por el esfuerzo realizado y por haber creído
en sus promesas: Pino terminó Farmacia y se estableció en
su isla; fue la primera colegiada en Gran Canaria y abrió
una oficina de farmacia en Telde y luego ganó por oposición
la plaza de inspectora farmacéutica en ese Ayuntamiento
(que le ha dedicado una calle)101. María terminó una
investigación, La novela picaresca y el pícaro en la
literatura española, que fue editada 1926102. Conoció en
Madrid un ambiente de estímulo cultural que modificó su
sueño, afirmando su inclinación hacia la creación y la
poesía, a la que se dedicó, firmando bajo el seudónimo de
Hilda Zudán, todavía hoy una enigmática escritora, como
dicen sus biógrafas. Regresó a su isla, pero sus costumbres
de mujer moderna, su libertad, su defensa del feminismo y
su sentido de la justicia social la rodearon de una
incomprensión que se convirtió en asfixia, y en peligro
después de la derrota de la República, lo que la movió a
marchar definitivamente al exilio, primero a Francia y
luego a Argentina.
De sus escritos juveniles extraigo un párrafo:
[…] lenta, lenta musitó unas palabras llenas de dolor, llenas de poesía.
«¡No tengo madre!»… Y muchas veces he pensado que debe de ser muy
terrible la pérdida de unos seres queridos, pero comparado con la
pérdida de una madre, ¿hay dolor semejante?
Qué triste, qué triste debe ser la vida estando sola, llena de dolor, de
penas, de amarguras, como indudablemente está el que vive solo como
aquel aldeanillo; ¡qué triste es vivir sin madre!103.

Lola Saudiel obtuvo su beca para licenciarse en


Farmacia, María Suárez en Filosofía y Letras y Matutina
Rodríguez Álvarez llegó para ser médica. El que la nueva
becaria fuera hermana de Alejandro Casona —Alejandro
Rodríguez Álvarez— facilita la reconstrucción de su
biografía y también el entender cómo llega ella a la
Residencia104. Matutina era hija de un matrimonio de
maestros, el formado por Faustina Álvarez García y Gabino
Rodríguez Álvarez; maestros serán también los cinco hijos
del matrimonio, como recogen todas las biografías del
dramaturgo: José, Teresa, Matutina, Alejandro y Jovita. La
madre era oriunda de León y el padre de Asturias y, a
caballo entre las dos provincias —Besullo, Oviedo, Canales
y León—, se desarrolla una parte importante de la biografía
juvenil de Matutina y también de la profesional, como
veremos en sus cartas. Matutina nació en Canales (León)
en 1901. En su vida, su madre, que asoma en la
correspondencia, resultó ser el personaje clave, volcándose
casi en solitario en la educación de sus hijos y en la
atención a la enseñanza, que consideraba un instrumento
de transformación social. Fundó la primera mutualidad
escolar de Asturias, el Perfecto Socorro105. En 1916 es
ascendida a inspectora de Primera Enseñanza y, por su
traslado, los hijos cursarán el bachillerato en los institutos
Jorge Manrique de Palencia106, durante el curso 1916/1917,
y en el Alfonso X de Murcia, entre 1917 y 1919107.
De doña Faustina, una madre volcada en el estudio y la
práctica de la pedagogía, no puede extrañar que dirigiera a
sus hijas hacia la tutela de la Srta. de Maeztu. En 1920
entraba Teresa en la Escuela Superior; al año siguiente
llegó Matutina a Madrid, curso 1921/1922, y el mismo año,
su hermano Alejandro, que ya era maestro y licenciado en
Filosofía, ingresaba igualmente en la Escuela; así que en
esos años fueron al menos tres —si no cuatro, también José
— los Rodríguez Álvarez que coincidieron en sus estudios
superiores y ello explica que Matutina recibiera la ayuda de
Maeztu con una beca. Aunque Matutina vivió casi una
década en la Residencia, su correspondencia es diferente
de la del grupo de colaboradoras que terminan haciendo de
la Residencia su verdadera casa; en esta ocasión
observamos cómo en la vida de esta estudiante confluyen
coherentemente las dos experiencias, fundiendo familia y
amistades en sus dos espacios vitales (Asturias/León y
Madrid). Es muy frecuente encontrar en su
correspondencia, al contrario que ocurría con la de Matilde
Huici, que le daba pena que se terminara el verano porque
lo había pasado muy bien, aunque también tenía ya ganas
de volver a la Residencia:
Oviedo, 28 de septiembre de 1924
[…] Llegaremos Teresa y yo el martes. Ya ve que lo dejamos para lo
más tarde posible y así y todo nos parece que el verano terminó
demasiado pronto, aunque por otra parte ya hay ganas de empezar a
trabajar algo.
[…] Estoy en Oviedo […]. Por aquí he visto a Coloma y a Manolita […]
(ARS, 43/16/4).

Coloma y Manolita Escalera Suárez también estudiaban


Medicina y formaron parte de esa red de amistades que
enlazaron el ámbito familiar y el residencial de las
Rodríguez Álvarez.
Durante sus años universitarios, Matutina arrastró una
mala salud que la obligaba a pasar largas temporadas de
reposo. Al volver a Oviedo en el verano de 1924, se lo
comentaba a Eulalia Lapresta: «[…] Me han puesto a un
plan alimenticio y durmiente que no sé si podré resistir; si
al fin consigo poder con él, llegaré en Octubre hecha una
bola» (ARS, 43/16/5). El siguiente verano se repitió la
situación, pero con mayor gravedad; tras un tiempo de
reposo en casa, volvía a Madrid para una revisión: «[…]
Mañana salgo con mamá hacia esa para consultar con
Calandre. Creo que mi padecimiento será un poco de
miedo, pues no tengo nada más que algo de temperatura
que no cede […]» (ARS, 43/16/6).
Luis Calandre, institucionista y prestigioso cardiólogo,
era el médico de la Residencia y reaparecerá en numerosas
ocasiones, ocupándose de la salud de las residentes. Pero,
en contra de las esperanzas de la paciente, dictaminó que
le convenía seguir con su régimen de cuidados y
tranquilidad los siguientes meses:
22 noviembre 1925 [en papel con el membrete de inspectora de 1.ª
Enseñanza de León —de la madre— tachado].
Querida Eulalia: Casi no me atrevo a escribirle después de tanto
tiempo, pero algo disculpan mi tardanza las dichosas décimas que no
acaban de dejarme, aunque afortunadamente van disminuyendo; por lo
demás, me encuentro perfectamente y con cinco kilogramos de aumento
de peso […]. Llegaré a esa […] y veré lo que opina Calandre, si cree que
ya estoy en condiciones de empezar a trabajar o si aún he de reposar
hasta Enero […] (ARS, 43/16/8).

Y otra vez opinó que se quedara en casa, porque


finalmente no regresó hasta principios de 1926; sufriría
recaídas en otros momentos posteriores:
Besullo, Cangas de Narcea, 7 de octubre de 1929
Querida Eulalia: El hombre propone y Dios dispone; cuando me
disponía a marchar a Madrid con grandes ideas de trabajo y buenos
ánimos tuve una recaída que me obligó a guardar cama y que me hace
suponer que aún necesito varios meses de descanso. Habrá que tener
paciencia aunque en realidad, ya me voy aburriendo un poco […].
Si está ahí ya Felisa Martínez, dígale que me escriba y me cuente
detalles de la Facultad. Creo que seguiré aquí hasta Enero y luego iré al
Valle de Arán a esperar el sobrino que Rosalía está dispuesta a darnos
[…] (ARS, 43/16/14).

Estudios, viajes, familia, vacaciones y amistades


formaban, como decía, un todo en la vida de Matutina, a
quien no frenaba ese miedo por su mala salud. Llegó tarde
al curso 1925/1926, pero ese verano lo pasó en París:
«[Oviedo, 27 de septiembre de 1926] Acabo de llegar de
París con gran sentimiento por mi parte, pues no tenía aún
gana ninguna. Creo que llegaré ahí el próximo domingo día
3, M.ª Teresa irá quizá más tarde […]» (ARS, 43/16/10).
Esta vez no se refería a su hermana Teresa, sino a M.ª
Teresa Junquera Ibrán, también asturiana que había
estudiado enfermería en Francia; en 1921 coincidieron en
los estudios de Medicina y llegaba ese septiembre a la
Residencia para cursar, como Matutina, la especialidad de
Puericultura.
Y siguiendo con los viajes y los idiomas, al terminar ese
curso, la joven doctora, en su afán por vivir con
independencia económica, dio otro salto por la geografía
española para ejercer, por primera vez contratada, en la
Compañía de Río Tinto en Huelva; luego, con ayuda de
alguna familia británica, pensaba marchar al Reino Unido
para estudiar inglés:
Minas de Río Tinto, 11 julio 1927. Casa de D. C. W. Huÿssen, Bella Vista
Querida Eulalia: Aquí llevo una semana, según dicen trabajando, pero
la verdad es que no hago más que excursiones y asistir a tés y bailes;
bueno y comer sin parar, realmente si nos tratan así en Londres no
vamos mal.
El jueves voy a conocer Huelva y estaré en Madrid el sábado por la
mañana […] saldré para Londres el día 22. ¿Cuándo piensa V. hacerlo?
Me figuro que también hacia esa fecha y que haremos el viaje juntas […].
Como no arreglé aún de modo definitivo el día de la salida, le ruego me
conteste aquí diciendo su plan […].
¿No se extraña de lo bien que escribo? Lo hago en la cama, en donde
me meten a las 9 y media (¡oh!) (ARS, 43/16/13).

Efectivamente, los renglones de la carta están torcidos.


En Huelva durante el mes de julio no se hace realmente de
noche hasta las 22:30 horas, pero la colonia inglesa no se
caracterizaba por adaptar sus costumbres al medio, como
vemos, y Matutina sacaba, como muchas otras veces, su
sentido del humor. La relación de Huelva, y de Riotinto en
particular, con la Residencia no es extraña, al contrario; por
la influencia inglesa en la provincia, algunos empresarios y
técnicos del puerto y las minas llevaron siempre a sus hijas
al International Institute y, luego, al internado de niñas de
la Residencia para que siguieran los cursos del Instituto-
Escuela. Por otra parte, entre 1930 y 1934 las tres hijas del
ingeniero británico Frank Wiese —María, Paquita y
Maybelle—, vecino igualmente del barrio inglés de Bella
Vista, también estudiaron en la Residencia.
En su viaje a Londres la doctora no disponía de la ventaja
de conocer bien la lengua, por ello insistía en coordinar su
viaje con el de la secretaria de la Residencia. Al regreso,
Matutina se instaló nuevamente en Riotinto y se colegió en
Huelva, en enero de 1928, indicando que ejercía como
puericultora de la compañía [véase imagen 8]. Fue la
primera mujer colegiada en la provincia108; un año después
solicitaba su baja en ese Colegio. Sus cartas están llenas de
alusiones a otras compañeras, lo que demuestra su
carácter extrovertido: en los primeros cursos aludía a
Eloísa Carrasco, estudiante de Farmacia a quien conocía
del bachillerato en Murcia; en la Residencia encontró a dos
compañeras de Asturias, que estudiaban Medicina como
ella, las ya citadas Coloma y Manolita Suárez Escalera;
también cursaba Medicina Felisa Martínez Ruiz, que era de
Burgos y se especializó en Ginecología, e igualmente
estrechó fuertes vínculos con las hermanas Felisa y Rosalía
Martín Bravo, de San Sebastián, especialmente con esta
última: «25 diciembre 1929 […]. Supongo que esta semana
habrá visto por ahí a Rosalía. ¡Haciendo oposiciones a
globo terráqueo! Creo que piensan estar ahí unos días y
luego irán de nuevo al Valle de Arán, en donde pronto me
reuniré con ellos, pues nunca me perdonaría que el futuro
sobrino llegara sin que yo estuviera en la estación [sic]
[…]» (ARS, 43/16/15).
Rosalía Martín Bravo había sido compañera de Teresa y
Alejandro Rodríguez Álvarez en la Escuela Superior,
terminó siendo novia y luego esposa de Alejandro Casona y,
por tanto, cuñada de Matutina, que veía cómo se
estrechaban círculos «residenciales» y familiares.
Alejandro obtuvo destino en un pueblo del Valle de Arán,
Les, y debido a ello, Matutina se trasladó hacia aquella
región para asistir al nacimiento de su sobrina Isabel.
Y finalmente está su amistad con M.ª Teresa Junquera
Ibrán, una pionera muy biografiada: «Oviedo [sin fecha]
[Membrete] Doctoras M.T. Junquera y Matutina Rodríguez,
Enfermedades de la Infancia, González Besada, 22 […]»
(ARS, 43/16/17). Ambas doctoras —en femenino— abrían su
consulta propia y les faltó tiempo para compartir su alegría
con quienes en la Residencia habían seguido sus pasos. La
carta no tiene fecha, pero se puede deducir de la respuesta
que les llega desde Madrid:
19 de diciembre de 1930
Mis queridas amigas: Encantadas de saberlas a ustedes juntas y
luchando por los garbanzos y hubo un momento que estuvimos decididas
a ir a Oviedo y ponernos malas allí para que ustedes nos asistieran […].
La Residencia creciendo y creciendo; tienen ustedes que venir unos
días para ver lo que ha aumentado; no en balde ha cumplido quince años
que lleva muy bien. Las residentes con aire más juvenil y tal vez por esto
a las que estamos aquí no se nos notan, según dicen, muchos años pues
otro de los descubrimientos y este es residencial, es que la juventud es
contagiosa […] (ARS, 55/12/44).

¡Qué gran verdad! La juventud y su entusiasmo son


contagiosos. Matutina y Teresa Junquera habían cursado
juntas sus estudios y juntas iniciaban esta nueva andadura.
Ahora las mujeres en España no solo abrían farmacias, sino
también consultas médicas o despachos de abogados.
Teresa Junquera Ibrán provenía, así mismo, de Asturias.
Había nacido en 1890 en La Rebollada, en una familia muy
distinta de la de Matutina, de técnicos destacados en la
industria asturiana. Su padre era secretario del Consejo de
Administración de Fábrica de Mieres. Estudió enfermería
en Francia y luego el bachillerato en Oviedo. Durante los
estudios de Medicina, se desplazó al Reino Unido para
visitar escuelas de enfermeras y admiró el sistema de
Florence Nightingale en el hospital St. Thomas, que quiso
trasladar a la recién creada Escuela de Enfermeras de la
Casa de Salud de Valdecilla, en Santander, para la que fue
nombrada subdirectora en 1929, cargo del que dimitió en
1930 por su disconformidad con el plan de estudios
adoptado. Entonces fue cuando abrió con su compañera de
estudios la consulta de pediatría y allí se mantuvo hasta
que en 1935 marchó a Madrid para dirigir el orfanato del
Prado. Durante la guerra siguió ocupándose de los niños, se
integró en el Servicio de Evacuación y marchó a París. Al
ser ocupada la ciudad por el ejército alemán, regresó a
España y, tras pasar un corto período en el campo de
concentración de San Sebastián, se estableció en Madrid.
Su amistad con Matutina perduró para siempre; esta, a
su vez, había sido nombrada en 1934 jefa provincial de
Salud Infantil, iniciando un renovador programa de salud
para niños y a ello volvió tras la guerra. En su ejercicio de
la pediatría conoció a Antonio Martínez Torner, médico
pediatra formado en París, con quien se casó y trabajó en
equipo en Oviedo109.
Como se ha dicho, Matutina consiguió aunar su círculo de
amistades y el de sus hermanos y también su mundo de
Madrid y el de Asturias-León. Muy próxima siempre a su
siguiente hermano, Alejandro, participó en sus actividades
del Teatro Ambulante en las Misiones Pedagógicas. En
1932, 1933, 1934 y 1935, los hermanos Rodríguez Álvarez
—Alejandro, Teresa, Matutina y José— acudieron como
misioneros a Cangas de Narcea y Besullo110, acompañados
también por el médico Floretino Hurlé Morán, que se
convertiría en el esposo de Teresa. Algunos estudiosos de la
obra de Casona ven reflejados en Nuestra Natacha estos
escenarios: la vida residencial de su esposa y sus
hermanas, la utopía de las Misiones Pedagógicas en los
pueblos apartados y la experiencia de Teresa Junquera, el
personaje de Natacha, en la Casa de Salud de Valdecilla111.
Bien explica Isabel Pérez-Villanueva que las becas de la
JAE terminan en 1926, pero eso no quiere decir que
desaparezcan las facilidades con las que María de Maeztu
impulsó los estudios de algunas residentes con menos
posibilidades o que buscaban vivir por sí mismas sin acudir
a sus familias, y siguió utilizando para ello la posibilidad de
conceder empleos en la biblioteca y en las clases de la
propia Residencia, en el grupo de niñas de Miguel Ángel y,
sobre todo, en el Instituto-Escuela. Este será el caso de M.ª
Antonia Suau Mercadal, que había estudiado en Barcelona
pero quería preparar oposiciones y deseaba trasladarse a
Madrid tras haberse licenciado con veintiún años. En su
primera misiva, escrita en Palma de Mallorca, se constata
por qué estas jóvenes buscaban el ambiente de la
Residencia:
Palma 17 de diciembre de 1929
Muy Sra. mía: Voy a distraer un poco su atención para pedirle un favor
confiando en su benevolencia. Yo soy licenciado [sic] en Letras, para
servirla, y es el caso que necesito pasar 7 u 8 meses en Madrid para
preparar y hacer oposiciones.
No conozco la población pues siempre estudié en Barcelona, mas por
personas en quienes tengo la más plena confianza, me ha sido muy
altamente recomendada la Residencia que V. tan dignamente dirige.
El objeto de la presente es pues preguntarle si habría sitio para mí a
mediados del próximo Enero. Aunque fuera un rinconcito, Señora; yo no
soy nada exigente, con tal de poder estar en esa casa de probidad
reconocida […] (ARS, 46/27/11).
Probablemente para ese curso 1929/1930 no fue posible
ofrecerle el hueco que pedía, porque para el agosto
siguiente vuelve a solicitar plaza: «una habitación
económica y con calefacción» (ARS, 46/27/12). La solicitud
iba dirigida a doña María, pero le contestó Eulalia Lapresta
como secretaria, con el envío del reglamento y el folleto de
inscripción:
[Sin fecha] Como verá le adjunto el impreso que V. me mandó aunque
sin llenar el último requisito [la de tutor en Madrid]; no he sabido de
momento a quién adjudicar la tutoría y además en mi caso no me ha
parecido necesario. Con todo si a V. le parece que no puedo pasarme sin
ello, procuraré llenar esa omisión.
La mensualidad que hago constar la considero distribuida en la
siguiente forma: Pensión, 100; Habitación, 30; Lavado y planchado, 10:
Asistencia médica, 5; Biblioteca y estudios, 10; Colchón y ropas, 10;
Baños, 5. Total 170 […] (ARS, 46/27/10).

Se custodia, igualmente, el aludido formulario —con


fecha 31 de octubre de 1930— en el que figuran sus datos
personales y académicos: había nacido el 30 de agosto de
1908 en Palma de Mallorca y estudiado Filosofía y Letras y
a la pregunta de si poseía alguna especialización en sus
estudios contestó que «sobre Ramón Llull, los cantos
populares en Mallorca, D. Enrique de Villena y El
Futurismo». Hablaba francés y había trabajado como
«Ayudante de Literatura en el Instituto Nacional de Palma»
e impartido clases particulares (ARS, 13/1/45).
Ya en la Residencia, M.ª Antonia aplazó sus planes de
oposiciones y adoptó otros más ambiciosos, que priorizaban
concederse un tiempo para ampliar su formación, así que,
utilizando las posibilidades que la cercanía de María de
Maeztu brindaba, prolongó su estancia en Madrid como
colaboradora del Centro de Estudios Históricos, trabajando
con Samuel Gili Gaya, cuya amistad conservó siempre, al
tiempo que también se incorporó al Instituto-Escuela:
primero, como aspirante al Magisterio Secundario en
marzo de 1932 —desempeñó esa función hasta octubre de
1933— y, luego, como encargada de curso para la
asignatura de Literatura, tras haber superado los cursillos
del profesorado de 1933112. En mayo de 1934, solicita en la
secretaría de la JAE una certificación sobre todos estos
servicios para poder opositar a cátedra113. En la Residencia
permanecería hasta el verano de 1936, cuando la Guerra
Civil truncó esa etapa.
La correspondencia de Suau nos ofrece el testimonio de
cómo algunas de estas mujeres —ya se han visto otros
casos con anterioridad— querían automantenerse y, por
tanto, debían negociar el valor de su trabajo. En vísperas
del curso 1934/1935, la Srta. de Maeztu le ofrecía a M.ª
Antonia que diera unas clases en los cursos para
estudiantes extranjeras de la Residencia; el diálogo
establecido no puede resultar más ilustrativo:
18 de septiembre de 1934
Mi querida amiga: […] Me interesaría saber lo más pronto posible si
esta aceptación es en firme […] yo quisiera que este año comenzásemos
el día 2 [de octubre] a las 9 de la mañana y que no interrumpiese esa
regularidad.
En el caso de que acepte, las condiciones de trabajo serían las
siguientes: la Residencia le abonaría 100 ptas. mensuales por una hora
diaria de trabajo dividida en dos cursos. La Residencia ofrece, como
usted sabe, cuatro cursos a las extranjeras que son: 1.º Gramática, 2.º
Literatura española, 3.º Historia de España, 4.º Arte Español. Ruégole
me diga de esos cuatro cursos cuáles son los dos que prefiere […]. Creo
inútil decir a usted que la Residencia tiene gran interés en que los cursos
de las extranjeras tengan éxito y yo confío mucho en su competencia y en
la eficiencia de su labor […] (ARS, 12/6/2).

Este último párrafo en modo alguno obedece a un


formulismo, era exactamente así. La Residencia se había
convertido en el gran centro que albergaba a las profesoras
de español y a las alumnas que se estaban especializando
en la enseñanza de esta lengua no solo de universidades
norteamericanas, también de múltiples universidades
europeas, como muestra la frecuencia de apellidos
extranjeros incluidos en el listado de residentes que ofrece
la investigadora Raquel Vázquez Ramil. La estancia de las
extranjeras suponía una vía de ingresos nada despreciable
para el mantenimiento de la Residencia, y la calidad de los
cursos que se ofrecían constituía una buena carta para la
mejor difusión internacional de la institución y de la JAE.
Destaca, además, la proximidad que manifiesta Maeztu
en el encabezamiento, un simple Mi querida amiga, que
igualmente retoma Suau en su contestación:
[Sin fecha] Mi querida Directora y amiga: Mucho me halaga que se
haya acordado de mí para colaborar en los cursos que la Residencia
ofrece a las extranjeras, trabajo muy de mi gusto en el que quisiera
complacerla en todo. Y precisamente por esto, creo que voy a tener que
renunciar a él.
[Exige mucho tiempo], tiempo con el cual hay que hacerse dejando de
aceptar otros trabajos que salen al paso, indudablemente menos
interesantes pero productivos. Ahora bien, yo necesito atender también a
este aspecto y por eso he creído de mi deber decirle que por la cantidad
que la Residencia ofrece me temo que no voy a poder dedicar a sus
cursos todo el tiempo que merecen.
Lo que me agradaría explicar es, desde luego, Gramática y Literatura
(ARS, 12/6/3 y 4).

Elegante manera de rechazar una oferta, pero ya vemos


cómo se entraba en la negociación de la retribución.
29 de septiembre de 1934
[…] Me parece muy atinado lo que expone. Ya sabe cuán partidaria soy
yo de que el trabajo se pague en lo que vale y no cabe duda de que el de
usted, en su especialidad, vale mucho […] pero, por desgracia, no está en
mi mano el alterar las tarifas que nos dan ya establecidas.
Si de todos modos se decidiese por dar esta clase de Lengua y
Literatura, le ruego me diga cuál de las dos horas le conviene más: de
nueve a diez o la de diez a once […] (ARS, 12/6/5).

Comenzada la guerra, M.ª Antonia continuó en Madrid,


trabajando en un hospital como enfermera voluntaria,
donde conoció y se casó con el operador cinematográfico y
oficial del ejército republicano Antonio Vistarini, que
realizaba un documental sobre el conflicto, Frente a frente.
El esposo murió en 1937 sin llegar a conocer a la hija de
ambos y M.ª Antonia se trasladó, entonces, a Valencia y
entró como profesora en el Instituto Obrero, llegando a
tomar posesión como catedrática de Lengua y Literatura en
1938114. Precisamente, entre el programa de lecturas que
impartía en su curso, junto a La montaña mágica de
Thomas Mann, La madre de Maksim Gorki o Los valores
literarios de Azorín, figuraba Nuestra Natacha de Alejandro
Casona.
En abril de 1939 compareció en Valencia ante un juez
militar para prestar declaración y se le abrió un expediente
de depuración, cerrado en junio de 1940 sin imposición de
sanción. En su descargo sugería que se pidieran sus
antecedentes a su compañera en la Residencia Vicenta
Alonso —de quien se hablará. Quedó readmitida para el
ejercicio docente, pero no se le reconoció el nombramiento
de catedrática, y accedió nuevamente a esa condición,
previa realización de oposiciones libres, en 1943. Se
incorporó, después, a su destino en Bilbao. Se jubiló como
catedrática en 1978 en el Instituto Ramón Llull, que justo
portaba el nombre del autor que de joven había estudiado,
según su ficha de residente.

LA MAYORÍA NO LLEGÓ
Por último, al tratar este tema difícil del dinero, no
podemos olvidar que la inmensa mayoría de las jóvenes
inteligentes y cualificadas no pudieron, siquiera, aspirar a
la Residencia. Se han conservado muchas de esas cartas,
como la de Pilar Gómez, de Almería, que escribía en 1921
queriendo asegurar el porvenir de su hija:
Almería, 16 de septiembre de 1921
Muy Sra. mía:
Enterada de un anuncio de La Correspondencia de España sobre los
estudios universitarios de la mujer, me dirijo a V. para que tenga la
amabilidad de ponerme al corriente como indica el anuncio, pues tengo
una hija de 19 años de edad, que ya ha cursado el grado de bachiller,
obteniendo 18 matrículas de honor. El 20 del corriente se presentará a
examen en la Normal de Maestras de aquí, para hacer la mitad de los
estudios ahora y en Junio próximo terminará el Magisterio, para
trasladarnos a esa y se prepare a la Escuela Superior del Magisterio.
Debo advertirla que soy viuda y tropiezo con un sinfín de obstáculos
para conseguir que mi hija se cree una manera de vivir decente y
honrada, por tanto le ruego tenga en cuenta mi situación y me diga los
precios que V. acostumbra […] (ARS, 33/47/7).

Como tantas otras, esta madre soñaba con llegar a


Madrid y no pudo ser. Tampoco estuvo esa posibilidad al
alcance de Olimpia Pérez: ella misma fue quien escribió
desde Algeciras, porque había leído que existía una
residencia femenina en un artículo de la revista Nuevo
Mundo:
Algeciras, 11 de febrero de 1923
[…] Enseguida de leerlo fui a decirlo a mamá y aconsejada por esta, le
escribo. Le voy a decir mis condiciones: tengo 15 años y estoy casi bien
preparada en primera enseñanza, también hago muy bonitas labores y
principié a estudiar piano y dibujo de lo cual sé algo, pero me vi obligada
a dejarlo por falta de recursos, lo cual ha sido una gran pena para mí y
Dios ha querido que lea esto y me he animado mucho, pues a mí me
gusta mucho aprender y quiero saber mucho para hacerme una buena
profesora como era mi papá (QEPD), pues si él no hubiese muerto me
hubiese preparado para el magisterio, como él pensaba […] (ARS,
41/12/).

La contestación no se demoró y el día 1 de marzo,


Olimpia respondía al envío de la Residencia:
Muy Señora mía: Recibí su carta y le agradezco […] la atención de
haberme enviado el Reglamento. Lo he leído detenidamente y de seguida
consulté con mamá que, con bastante disgusto, me hizo comprender que
no podía ser. Verdaderamente estábamos equivocadas, desde luego no es
nada caro, pero a nosotras nos es imposible […].
Ojalá pudiera ser así pues después de leer el Reglamento, me han
entrado muchos más deseos de ir (ARS, 41/12/2).

Efectivamente, en el número de 12 de enero de 1923,


Nuevo Mundo publicaba un artículo sobre la Residencia115;
p
estamos ante una jovencita de quince años que lee prensa,
que redacta bien, se expresa con educación y demuestra
una asertividad poco común. Aún hoy entristece imaginar
esta ansia de saber y el desengaño al verse imposibilitada;
una hija de maestro con su madre viuda no podía llegar a
Madrid y no es arriesgado imaginar también la frustración
de María al percibir tanta resolución y sentirse incapaz de
ofrecer oportunidades a todas las peticionarias.
María de Maeztu auxilió con becas y trabajos a jóvenes
de muy distintas procedencias; en las menos ocasiones se
trató de jóvenes de familias de escasos recursos; solo en
unos pocos casos, los padres de las estudiantes se
consideraban empleados; con mayor frecuencia, se
encontró con familias de clase media —funcionarios,
comerciantes, empresarios, profesores— que tenían que
medir sus gastos y más si le coincidían varias hijas —o hijos
— a las que dar estudios. Hubo, no obstante, otras
beneficiarias para las que no contaba tanto la situación
familiar como la propia: Huici, Arbós, Arellano, Suau
también, ya trabajaban al llegar, y no es que tuvieran que
recortar gastos, sino encontrar ingresos, porque, con solo
sus ganancias, no se sufragaba una vida en la Residencia
dedicada a ampliar sus conocimientos. Ahí estuvo, para
construir sus independencias, la mano, inteligente y
generosa pero exigente, de la Srta. de Maeztu. Una ayuda
de la Residencia implicaba sumarse a su funcionamiento, y
las cartas de estas trabajadoras conservan la respiración
del edificio: nos hablan del jardín, de los muebles, el
menaje, los armarios, la contestación de la
correspondencia…, temas intrascendentes que no caben en
las actas de la institución. Sin embargo, en la marcha
perfecta de todo ello, tanto como en la disponibilidad de la
biblioteca, el laboratorio o en las clases complementarias a
las de la universidad, servicios en los que también aparecen
las becarias, radicaba la excelencia del establecimiento…
Por donde no se mira también pasa la Historia.
«Mándeme lo que quiera que ya sabe que la quiere
muchísimo […] María»: así se despedía Sánchez Arbós por
carta, y este afán de ser útil, mezclado con un fuerte lazo
de cariño, seguramente representa el sentir de las becarias
(en realidad, de las residentas). La expresión obedece a
algo más que al agradecimiento por el beneficio recibido.
En la despedida de otra carta, la de María Suárez, la
estudiante de Telde, se halla la clave: «Felizmente V. que
tan generosa se nos ha mostrado acaso pueda ayudarnos en
nuestra aspiración; sabe V. que sea o no, con su deseo nos
creemos suficientemente pagadas». María se esforzaba en
apoyarlas porque creía en sus aspiraciones, tenía
expectativas sobre ellas y era realmente algo excepcional,
en aquella España, el que las mujeres generaran
expectativas.
La Srta. de Maeztu sintió la Residencia de Señoritas
como la obra de su vida y no era para menos, pero nunca
estuvo sola en el empeño; en el primer momento mujeres
como Rafaela Ortega, María Díez de Oñate, Julia
Iruretagoyena (viuda de Tomás Meabe), Lucinda de Castro
(hermana de Américo Castro), que se ocupaba del cuerpo
de casa, y, de inmediato, residentes como Eulalia,
Enriqueta Martín, Kent, Margarita de Mayo, Pura… y todas
las demás comprendieron el interés y adquirieron
responsabilidad sobre el proyecto, aceptando un sistema de
jerarquía en el mando y en la toma de decisiones
compatible con la distribución de tareas y una delegación
en la cadena de la gestión diaria. En la delegación,
supervisión y representación de la Residencia en los
centros neurálgicos de la política y la cultura españolas se
asentó el éxito de doña María.
64
Isabel Pérez-Villanueva, 2011, pág. 617 y nota 484.
65
Raquel Vázquez, 2012, págs. 280-284.
66
Alberto Jiménez, Epistolario, vol. 1: 1905-1936, edición de James Valender,
José García-Velasco, Tatiana Aguilar-Álvarez Bay y Trilce Arroyo, Madrid,
Fundación Unicaja / Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2017, pág.
146, carta 112 de 16 de abril de 1928 a María de Maeztu.
67

http://cedros.residencia.csic.es/imagenes/Portal/ArchivoJAE/memorias/007.pdf,
pág. 302 (consultado 31/5/2022).
68
Raquel Vázquez, 2012, págs. 278 y 284.
69
El Instituto-Escuela fue un centro de educación primaria y secundaria
fundado por la JAE, que puso en práctica los principios de la ILE. La Srta. de
Maeztu se encargaba de la dirección de la primaria y, en su etapa inicial, el
centro quedó instalado en el ya conocido edificio de Miguel Ángel 8, la sede del
International Institute. Se pensó como centro experimental e impulsó una
revolución educativa. Al estudio ya clásico que realizó Luis Palacios Bañuelos —
Instituto-Escuela: historia de una renovación educativa, Madrid, Ministerio de
Educación y Ciencia, 1988—, se sumaron otras investigaciones, como las de
Encarnación Martínez «El Instituto-Escuela y la Institución Libre de
Enseñanza», Indivisa, Boletín de Estudios e Investigación, núm. 16 (2016),
págs. 83-101. En 2018 se conmemoró el centenario, por lo que un renovado
interés se ha plasmado en diversas investigaciones, como las de Ángel S. Porto
y Raquel Vázquez, En el centenario del Instituto-Escuela: obra educativa de los
institucionistas, Soria, CEASGA, 2019, y exposiciones: la del Museo Nacional
de Ciencias Naturales —Ciencia e innovación en las aulas: centenario del
Instituto-Escuela de Madrid (1918-1939)—, base del catálogo Encarnación
Martínez, Leoncio López-Ocón y Gabriela Ossenbach (eds.), Ciencia e
innovación en las aulas: centenario del Instituto-Escuela (1918-1939), Madrid,
CSIC-UNED, 2018, y la de la Fundación Francisco Giner de los Ríos,
Laboratorios de la Nueva Educación: en el centenario del Instituto-Escuela,
https://laboratorios.fundacionginer.org/exposicion/laboratorios/el-instituto-
escuela-1918-1924/ (consultado 1/6/2022).
70
Isabel Pérez-Villanueva, 2011, págs. 615 y ss., explica el distinto criterio que
se siguió en la distribución de las becas en ambas Residencias —la de
Estudiantes y la de Señoritas—: al fraccionar las ayudas en el segundo caso se
aumentó el número de beneficiadas. La investigadora incluye el listado
completo de las becarias.
71
María Sánchez Arbós, Mi diario, Zaragoza, Diputación General de Aragón,
2006; El Grupo Escolar Francisco Giner: sus dos primeros años de
funcionamiento, Madrid, Imprenta La Rafa, 1935; Una escuela soñada: textos
Madrid, Biblioteca Nueva, 2007.
72
María Sánchez Arbós, 2006, pág. 43.
73
ES.37274.CDMH//INCORPORADOS,645,24,
http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/description/12767986?nm
(consultado 1/6/2022).
74
Luis Palacios, op. cit., pág. 116.
75
Teresa González, «Educación y fronteras: María Sánchez Arbós y su lucha
por la renovación pedagógica en Canarias (1920-1925)», Revista de Educación,
núm. 356 (septiembre-diciembre de 2011), págs. 431-455.
76
María Sánchez Arbós, 2006, pág. 97, y Teresa González, op. cit., pág. 443.
77
Conferencia de Elvira Ontañón: «La Institución Libre de Enseñanza y la
educación de la mujer en España», en Mujeres de hace un siglo en el siglo de
las mujeres, mesa redonda organizada por la Residencia de Estudiantes, 2020,
http://www.edaddeplata.org/edaddeplata/Actividades/actos/visualizador.jsp?
tipo=2&orden=0&acto=7129 (consultado 5/6/2022).
78
María Sánchez Arbós, 2006, pág. 131, y
http://amigosdehesa.blogspot.com/2011/01/el-grupo-escolar-francisco-giner-
2.html (consultado 5/6/2022).
79
https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1937/120/B00467-00467.pdf (consultado
5/6/2022).
80
https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1938/058/B01079-01079.pdf (consultado
5/6/2022).
81
AGA, Expediente 32/16784.
82
María Sánchez Arbós, 2006, pág. 180.
83
https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1952/211/A03507-03507.pdf (consultado
5/6/2022).
84

https://web.archive.org/web/20140124210927/http://institutoasturianodelamuje
r.com/iam/wp-content/uploads/2010/08/MUJERES-ASTURIANAS-DESTACADAS-
Base-de-datos_.pdf (consultado 5/6/2022).
85

http://www.memoriademadrid.es/doc_anexos/Workflow/2/121427/hem_lamonar
quia_19120817.pdf (consultado 5/6/2022).
86
Raquel Vázquez, 2012, pág. 281.
87
Alberto Sabio, «Los primeros cursos de verano en la Universidad española:
Jaca, 1927-1936», CIAN-Revista de Historia de las Universidades, 22/2 (2019),
págs.185-209, https://doi.org/10.20318/cian.2019.5069 (consultado 5/6/2022).
88

http://cedros.residencia.csic.es/imagenes/Portal/ArchivoJAE/memorias/009.pdf,
pág. 375 (consultado 5/6/2022).
89
«El festival infantil en el Campo del Moro», Ahora, núm. 737 (25 de abril de
1933), pág. 17, disponible en:
http://www.memoriademadrid.es/doc_anexos/Workflow/3/152055/hem_ahora_1
9330425.pdf (consultado 5/6/2022).
90
María Sánchez Arbós, 2006, pág. 113.
91
África Ramírez de Arellano, La Maestra, figura símbolo de la relación entre
Escuela y Hogar, León, Imprenta de la Diputación Provincial, 1926.
92
Carmen Diego Pérez, «Intervención del Primer Ministerio de Educación
Nacional del Franquismo sobre los libros escolares», Revista Complutense de
Educación, vol. 10, núm. 2 (1999), págs. 53-72, y Antonio Viñao, «Política,
educación y pedagogía: rupturas, continuidades y discontinuidades (España,
1936-1939)», Con-Ciencia Social, núm. 19 (2015), págs. 15-24.
93
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1939/08/23/pagina-
2/33120642/pdf.html (consultado 5/6/2022).
94
https://studylib.es/doc/8404060/bolet%C3%ADn-oficial-de-la-provincia-de-
madrid-1941-09-26 (consultado 5/6/2022).
95

http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1958/03/07/
051.html (consultado 5/6/2022).
96
Nieves San Martín, Matilde Huici Navaz: la tercera mujer, Madrid, Narcea,
2009, y Ángel García-Sanz, Matilde Huici (1890-1965): una «intelectual
moderna» socialista, Pamplona, Universidad de Navarra, 2013.

Sofía Rodríguez, «Dear Matilde: Letters from the Refugees Camps», Nação e
97

Defesa, núm. 149 (2018), págs. 54-68.


98
La Voz (Córdoba), núm. 4.731 (29 de diciembre de 1931),
http://www.bibliotecadefuenteovejuna.com/1931/12/ (consultado 8/6/2022).
99
Agradezco a Margarita Sanz Lobo que compartiera conmigo las fotos
familiares.
100
https://jornadasdeculturadelagua.wordpress.com/2011/10/19/hola-mundo/
(consultado 8/6/2022).
101

https://www.teldeactualidad.com/hemeroteca/noticia/sociedad/2013/03/08/5830
.html (consultado 8/6/2022).
102
No he podido constatar que fuera una tesis doctoral. María también firmaba
como Mireya. Mireya Suárez, La novela picaresca y el pícaro en la literatura
española, Madrid, Imp. La Latina, 1926; existe versión en línea de la
Universidad de Toronto, https://archive.org/details/lanovelapicaresc00suaruoft
(consultado 8/6/2022).
103

http://www.guiadegrancanaria.org/memoriainsular/concurso/2001/hilda_zudan.
pdf (consultado 8/6/2022).
104
http://dbe.rah.es/biografias/11227/alejandro-rodriguez-alvarez (consultado
8/6/2022).
105

https://prohibidohablardemujeresolvidadasdeleon.wordpress.com/2014/11/25/f
austina-alvarez/ y http://www.mrbit.es/miranda/cason.htm (consultado
9/6/2022).
106
http://elblogdelarchivodeliesjorgemanrique.blogspot.com/ (consultado
9/6/2022).
107
Como consta en su expediente académico, Sign. IAX,283/18 / Expediente
académico de Matutina Rodríguez Álvarez, Núm. 1094,
http://archivoweb.carm.es/archivoGeneral/arg.muestra_detalle?
idses=0&pref_id=3147950 (consultado 9/6/2022).

Archivo del Colegio Oficial de Médicos de Huelva, Expediente Matutina


108

Rodríguez: 324.
109
J. B. López, M. Roza y G. Solís, «La Escuela de Pediatría del Prof. Arce en la
Asturias coetánea del Prof. Sánchez-Villares: J. L. Solís Cajigal, P. Víctor Álvarez
y E. Rodríguez-Vigil», Boletín de la Sociedad de Pediatría de Asturias,
Cantabria, Castilla y León, núm. 43 (2003), págs. 409-413. Disponible en:
https://www.sccalp.org/boletin/186/BolPediatr2003_43_409.pdf (consultado
11/6/2022).
110
http://cipres.residencia.csic.es/misiones/ficha_participante.php?
id_persona=750&nombre=matutina&apellido= (consultado 11/6/2022).

Rosendo Argüelles et al., «Nuestra Teresa», Híades. Revista de Historia de la


111

Enfermería, núm. 10 (2) (2008), págs. 1117-1128.


112
En 1933, el Gobierno de la República organizó unos cursos de formación
intensiva con el fin de disponer del profesorado necesario para incrementar el
número de centros educativos. Quienes superaban los requisitos de la
selección, los cursos y las prácticas adquirían el rango de encargados de curso.
Más adelante, se desarrollará esta fórmula que volvió a aplicarse en 1936.
113
JAE/140-652.
J
114
Antonio Bernat, José Damián López y Laura Martínez, «Antonia Suau
Mercadal (1908-2004), catedrática de Lengua y Literatura en enseñanza media:
modelo para la formación del futuro profesorado de secundaria», Educació i
Història: Revista d’Història de l’Educació, núm. 31 (enero-junio de 2018), págs.
167-195.
115
«Los hogares del resurgimiento español: la Residencia de las Señoritas
Estudiantes», Nuevo Mundo, 12 de enero de 1923, págs. 12 y 13, disponible en:
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0001795375 (consultado
11/6/2022).
III
EL DOLOR
Cuando se imagina un espacio universitario —facultades,
colegios mayores, residencias— no se asocia ese marco con
la enfermedad y la muerte, sino con la plenitud juvenil. En
la lectura de esta correspondencia, se constata, sin
embargo, la elevada incidencia de la enfermedad, y aun de
la muerte, en todas las edades y en todos los grupos
sociales. El control de las enfermedades y la prolongación
de la vida han caracterizado la marcha del siglo XX. Una
correspondencia que habla de la vida también lo hace de la
muerte y no sorprende su aparición entre las noticias, pero
sí impacta el que esté tan presente en la cotidianidad de un
grupo tan joven. Hay muchas cartas de luto. En las
sociedades actuales se ha roto esa convivencia con la
muerte; vivimos sin tenerla en cuenta, y la enfermedad o la
desaparición de una persona joven nos parece injusta y
aflora una pregunta inútil: «¿Por qué?». Había escrito este
párrafo en el verano de 2019, cuando nos creíamos casi
inmortales, socialmente hablando; lo releo ahora
nuevamente, en marzo de 2020, en medio de la crisis del
coronavirus que nos tiene, literalmente, recluidos y
atemorizados. De repente, siento que no tengo que
esforzarme para que la imaginación del lector perciba la
inquietud generalizada, entonces, cuando la muerte
acechaba tan cerca. Ya podemos ponernos en el lugar de
aquellas familias que se preocupaban ante la fiebre, por
que las hijas guardaran cama o simplemente ante la falta
de noticias en un tiempo en el que la distancia emocional
era mucho mayor que hoy y la comunicación dependía casi
únicamente del correo. Ahora sí entendemos la fragilidad.
Las cartas expresan a menudo el dolor por la enfermedad
grave de un familiar o la frustración porque los problemas
de salud obliguen a las estudiantes a volver a casa y a
apartar sus estudios y proyectos, temporal o
definitivamente, en ocasiones; también las obligaba a
renunciar a sus objetivos la enfermedad o la muerte de la
madre, porque han de sustituirla al frente del hogar, o la
muerte de un padre, que sume a las familias en la debacle
económica. Uno se halla ante la constatación de la
contingencia de la vida y su inestabilidad; esa sensación de
inseguridad fue sentida muy de cerca por las residentes,
que vieron cómo la enfermedad se llevaba por delante los
deseos de muchas compañeras. Entre las estudiantes se
dieron las fiebres tifoideas, la tuberculosis y otras
enfermedades respiratorias, la gripe, afecciones de
estómago, problemas con la alimentación y enfermedades
psíquicas. En la correspondencia con las familias, la salud
de las estudiantes pone siempre una nota constante de
preocupación. La inevitabilidad de la enfermedad estaba
prevista en la Residencia y una parte de la cuota se
destinaba a sufragar los servicios médicos, que, al tratarse
de un centro de la JAE, eran prestados por reputados
doctores de la época. Habitualmente, Luis Calandre, que
era también profesor del centro, y Francisco Sandoval se
ocupaban de esta atención y a ellos hemos visto que acudía,
por ejemplo, Matutina Rodríguez en sus revisiones.

JUVENTUD Y ENFERMEDAD
En el capítulo anterior ya conocimos la muerte de Pura
Arias. Los telegramas siguieron llegando:
Instituto Nacional de 2.ª Enseñanza. El Profesor de Literatura, Yecla
(Murcia)
18 de diciembre de 1934
Srta. M.ª de Maeztu: Acabo de recibir una carta de mi hermano en la
que me comunica el fallecimiento de Pura Arias; no puede V. imaginarse
la gran impresión que me ha causado la noticia, pues ya sabe V. cuánto la
estimábamos todas, pues aun en medio de sus rarezas se hacía querer.
Al saberlo, he sentido deseos de escribir a V., pues su pérdida nos
afecta a todas las residentes y yo, en este momento, no puedo menos que
llorarla con V. y de asociarme a su dolor […] Carmen Gabriel Peralt (ARS,
32/01/2).

La muerte ha caminado por los capítulos anteriores:


murió la hermana de Concepción Barrero, el hermano de
Felisa de las Cuevas, el de Sánchez Arbós, el padre de
Carmen de Juan, Isabel Téllez Molina era huérfana de
padre y madre; a Lola Saudiel se le resistió terminar su
carrera, por los problemas económicos pero también por su
enfermedad, y murió poco después de inaugurar su
farmacia… En este capítulo, enfermedad y muerte ostentan
el protagonismo.
En el capítulo primero se analizó la extensa
correspondencia mantenida con Joaquín Novoa, padre de
Sofía, sobre la salud de su hija. No se habló entonces de
otras estudiantes con largas y preocupantes enfermedades,
como el padecimiento de Carmen Húder Carlosena.
Sabemos ya de ella porque su madre, Romana Carlosena,
fue quien inició la conexión familiar con María de Maeztu y
se comentó su carta, pero luego le correspondió al padre,
Vicente Húder, que era médico de la Beneficencia en
Pamplona, mantener la relación con el centro, porque con
frecuencia tuvo que ocuparse de la mala salud de Carmen y
no solo de ella; enfermedad y muerte siguieron de cerca la
vida de esta familia, componiendo un cuadro que, lejos de
ser anecdótico, bien podía representar la experiencia de
cualquier familia española. Por ejemplo, como muchas
otras, los Húder Carlosena sufrieron los estragos de la
gripe de 1918. La Residencia estaba aún en sus comienzos,
la Universidad Central cerró y no abrió hasta el segundo
trimestre del siguiente curso, ya 1919. Las chicas
marcharon a sus casas y algunas pasaron largas
temporadas en el campo.
Hoy se considera la epidemia como una catástrofe más
vinculada a la guerra mundial (por el hacinamiento en los
campamentos y la mala alimentación y falta de condiciones
higiénico-sanitarias). Pero todos los países contendientes,
obsesionados por ocultar la incidencia, censuraron las
noticias y silenciaron los datos verdaderos. Se extendió en
cuatro oleadas entre 1918 y 1920 y se agravó con la
miseria y las hambrunas de la posguerra en una Europa
destruida. Como explican los investigadores, la tasa de
mortalidad varió entre el 10 y el 20 por 100 de los
infectados. Ello explica que muriese entre un 3 y un 6 por
100 de toda la población mundial; entonces se estimaba en
1.800 millones, de los cuales entre 500 y 1.000 millones
enfermaron y se evalúan en 50 millones las defunciones
inmediatas. Las víctimas de esta tragedia no solo fueron los
más vulnerables, también afectó a los adultos jóvenes y
sanos.
En Europa, el origen se localiza en Francia, pero se la
denominó gripe española porque este fue el primer país del
mundo que informó sin cortapisas sobre la pandemia. Con
la socarronería de vencer al miedo con el humor, en Madrid
se la conocía como «Soldado de Nápoles», en alusión a una
zarzuela que triunfaba en aquel momento en la capital, que
fue la ciudad española más afectada, desde donde se
extendió rápidamente al resto del país y acabó con la vida
de casi 300.000 personas, sobre un 1,5 por 100 de la
población, que era de 20 millones, con 8 millones de
infectados116. El hecho de que enfermase el rey Alfonso XIII
acrecentó la atención sobre la infección. La Universidad
Central cerró sus puertas y retrasó su apertura el curso
1918/1919. La Residencia de Señoritas estuvo casi desierta
aquel otoño.
La gripe detuvo el crecimiento de la esperanza de vida de
los españoles en esa década de 1910/1920117.
Carmen no llegó bien a Pamplona en junio de 1918,
estaba febril, agotada por los estudios y disgustada por no
haber aprobado el examen de ingreso en la Escuela
Superior. En agosto, escribió a la directora confirmándole
su intención de regresar y volver a presentarse al examen,
pero, como el resto de las estudiantes, recibió el mensaje
de que retrasara su marcha hasta que fueran abriendo los
centros escolares y mejoraran las condiciones sanitarias en
la capital. En Navidades, la estudiante relataba una
situación nada feliz:
Pamplona, 24 de diciembre de 1918
[Papel de luto] Mi querida Directora y distinguida amiga: Hora es ya de
dar señales de vida después de silencio tan prolongado […] siendo el
causante en gran parte las desgracias de familia acaecidas, pues en
tiempo brevísimo hemos perdido a una prima hermana, que falleció en el
pasado septiembre, y a un tío carnal, hermano de papá, que murió el 11
del actual […].
Desde que recibí su siempre gratísima última en la que decía retardase
mi viaje hasta nuevo aviso, todos los días lo he estado esperando […]
(ARS, 34/39/2).

Ya en enero, se incorporó a la Residencia y en ese


segundo intento, en 1919, sí superó el examen de ingreso.
Carmen Húder iniciaba sus estudios en la Escuela Superior
el siguiente curso académico, 1919/1920, pero ese otoño
llegaron las cartas de su padre, inquieto por el malestar de
Carmen, y no era para menos, después de la mortandad
que había ocasionado la reciente epidemia, que aún daba
coletazos:
Pamplona, 22 de noviembre de 1919
Mi distinguida amiga: Recibo su cariñosa y agradecidísima última,
viendo confirmado con pesar el hallarse María del Carmen en cama, si
bien confío en que cuanto en la suya me dice representa su verdadero
estado y, por consiguiente, pronto anunciará su deseada mejoría y
curación.
Huelga repetir la absoluta confianza que en V. tengo y por consiguiente
dentro de la natural intranquilidad al tener a mi hija enferma alejada de
mi lado, es un consuelo grandísimo el tener la seguridad de que nada ha
de faltarle […] (ARS, 34/40/14).

Otro curso, y los problemas de salud de Carmen


regresaron, aunque esta vez nada tuvieran que ver con
afección respiratoria alguna, sino con un trastorno
alimentario:
Pamplona, 8 de enero de 1921
Mi distinguida y querida amiga: […] la salud de mi hija María del
Carmen […] me tiene preocupadísimo.
Efectivamente no mejora cual debía pues, vencidas ya las mayores
dificultades y siendo este curso relativamente tranquilo, comparado con
el anterior, parece debía ser hora ya de que su organismo se hubiera
repuesto completamente […].
Como médico, bien sabe lo que nos sucede cuando se trata de un ser
tan querido: o no vemos nada o nuestra imaginación nos lleva demasiado
lejos, guiados únicamente por el cariño y el espantoso temor de ver
agostada una flor que debía estar en toda su lozanía […]. Hoy le escribo
diciéndole disponga sin miramiento alguno cuanto crea necesario tanto
en lo referente a la alimentación como a la clase de vida que debe llevar,
así como a la medicación si se juzgase necesario […] (ARS, 34/40/3).

Por otro lado, en Pamplona, la cosa no iba mejor:


13 de abril de 1922
[…] Hoy el principal objeto al dirigirle esta es la triste noticia del
fallecimiento de mi querida e inolvidable madre política […]. A María del
Carmen no hemos informado la muerte de su tan querida abuela […]
temo el efecto que le ocasione el ver confirmado mis anuncios [le había
advertido de la enfermedad]. Le escribo [ahora] diciéndole que la
irreparable pérdida no tiene remedio, siendo preciso que el mal quede
reducido a esto para lo cual debe cuidarse y no abandonar la
alimentación ni un momento […] (ARS, 34/40/8).

Seguían pasando los meses y los años sin traerle la


mejoría definitiva:
Pamplona, 3 de febrero de 1923
[Papel de luto] Ayer recibí carta de María del Carmen y en ella me da
cuenta de que ha estado en cama con gripe y que la Doctora que la ha
visitado le ha dicho que necesita una sobrealimentación para
recuperarse del estado de debilidad en que ha quedado […]. Temo que no
oiga los consejos que le han dado con gran perjuicio para ella y de aquí
acudo a V. para suplicarle encarecidamente ordene en la residencia
donde se encuentra [grupo de Fortuny] le den cuanto la Doctora ordene y
la obliguen a tomarlo […] (ARS, 34/40/10).

Es curioso el empleo de doctora en femenino y tal vez se


refiera a alguna residente que, terminada la licenciatura,
siguiera la especialización y el doctorado. Fuera quien
fuera, lo que más sorprende es que el padre médico
aceptara con total normalidad lo que entonces no lo era,
una colega en ejercicio, y acatara su dictamen para su hija.
Pasados unos años, la Residencia sí tuvo personal médico
femenino, como se verá.
Esta vez existe la repuesta de María y sirve para
confirmar su entrega, no solo con la tarea abrumadora de
contestar una correspondencia extensísima y detallada con
las familias, sino para velar por cada discípula, y sobre
todo, por las más delicadas:
Madrid, 13 de marzo de 1923
[…] Contesto con mucho gusto a su cariñosa carta para darle la buena
noticia de que su hija Carmen ha mejorado mucho de salud en estos días.
Yo como con el grupo donde ella vive todos los jueves y ese día la tengo a
mi lado […]. Tropezamos con el inconveniente de que a su hija no le
gusta la leche y se niega terminantemente a tomarla por lo que no
estaría de más que usted le haga la recomendación siguiente en ese
sentido. De todos modos, convinimos en que tomaría huevos y todo lo
que necesite para reponerse […] (ARS, 51/3/20).

Confesiones como esta representan la preocupación de


todos los padres, temerosos de que, alejadas de casa, las
chicas enfermaran por extenuación, un exceso de trabajo
intelectual, el desorden en los horarios o su propia
despreocupación por la alimentación. Luchando siempre
con su debilidad, Carmen terminó ese curso y regresó a
Pamplona a esperar destino como profesora de Normal,
aunque nada contenta, como otras muchachas, de
abandonar Madrid, pero su debilidad la hizo coger fiebres
tifoideas, porque una epidemia se había extendido por la
región. A principios de enero de 1924, Vicente Húder narra
a María la pesadumbre vivida:
[Sin fecha] […] Siendo precisamente entonces cuando quedó enferma
con fiebre paratíficas que le han tenido en cama —así como a su
hermana— tres meses.
Durante este tiempo no quiero decirle lo que todos hemos sufrido, así
es que solo me ocupaba de tan queridas enfermas […]. Han tenido varias
recaídas y así como la mayor puede considerarse, gracias a Dios, en
plena convalecencia, no sucede lo mismo con María del Carmen, pues
solo hace cinco días que está sin fiebre, siempre temiendo vuelva a
aparecer como varias veces viene sucediendo […] (ARS, 39/40/12).

Carmen tenía mala salud, pero no era una enferma: había


estudiado en la Normal de Pamplona, preparado y
aprobado el examen de ingreso en la Superior, se había
matriculado en bachillerato, había terminado en la Escuela
Superior, defendió una memoria final sobre arte románico
en Navarra y tenía grandes expectativas para su vida. Si
bien ese enero la imaginamos falta de energías, con la
primavera había recuperado su vitalidad y escribía a María
para pedirle opinión sobre unos arriesgados planes:
Pamplona, 2 de abril de 1924
Mi querida Directora: […] Le escribo para hablar de un negocio que me
han propuesto y pedirle consejo y un favor sobre el mismo.
He tenido noticias de miss Fahnestock en las que me propone vaya a su
College de Vassar, en el que me darán pensión y 150 dólares por el curso.
Pero nada menciona del pago del viaje y por tanto tendría que correr por
mi cuenta, en cuyo caso, como V. sabe muy bien, no me conviene pues
que sube demasiado. He pensado que V. con su mucha influencia podría
conseguirme que la Junta me pensionase para dicho College y así podría
marchar, ya que esta paga siempre el viaje de ida y vuelta, además de la
pensión […] (ARS, 34/39/13).

Edith Fahnestock era la directora del Departamento de


Español del Vassar College y en el curso 1922/1923 había
desempeñado la dirección del International Institute for
Girls de Madrid118. En cuanto a la concesión de las ayudas a
las pensionadas, así había venido siendo, pero el Directorio
de Primo de Rivera redujo esas consignaciones
complementarias y María le contestó aplaudiendo su
iniciativa, pero aclarándole la imposibilidad: «Me parecería
muy bien que fuese usted un año a América […] pues
además de aprender la lengua adquiriría usted para toda la
vida una experiencia admirable viviendo en uno de esos
Colleges […]», y explicaba luego que la Residencia había
perdido muchas becas por no poder contar con jóvenes que
pudieran sufragarse el viaje, «especialmente una muy
importante de Columbia University que tendremos que
renunciar a ella si no encontramos una muchacha que
pueda costearse el viaje» (ARS, 52/4/4).
Se comprueba que muchas de estas jóvenes chocaban de
frente con la falta de dinero, pero Húder se las arregló
bien, consiguió que el Vassar mejorara la oferta y se fue,
aunque tuvo que vencer la resistencia de sus padres:
Pamplona, 27 de agosto de 1924
Muy querida Directora:
La escribo para despedirme, pues el día 30 marcho para New York.
Miss Fahnestock volvió a escribirme a primeros de agosto haciéndome
una mejor proposición que en su primera, y, aunque tampoco es muy
ventajosa, comprendo que bien merece la pena de algunas privaciones el
ir a un país tan hermoso y nuevo para mí.
Mucho se han opuesto mis padres, pero al fin y aunque con disgusto,
han accedido […] (ARS, 34/39/14).

María vivía como un triunfo personal esa capacidad de


superación de sus estudiantes y el que se atrevieran a
romper con entornos conocidos y sintieran curiosidad por
p y p
llegar a otros ámbitos —recordemos cómo Sofía Novoa,
cuando se estabilizó, marchó a Lisboa y a París, y Matutina,
a Londres—, y quiso también tranquilizar al padre:
Madrid, 13 de septiembre de 1924
[…] Hace unos días recibí una carta de su hija M.ª del Carmen […] me
dirijo a usted para que le transmita mis mejores deseos de que alcance,
en su estancia en América, todo el éxito que ella merece. Me parece muy
bien que se haya usted decidido a dejarla marchar, pues ahí no hacía
nada y, en cambio, la experiencia de algún tiempo de trabajo en América
ha de servirle de mucho para su porvenir en la vida […] (ARS, 52/6/33).

Aquella Navidad en casa se la echó mucho de menos y


don Vicente confesaba a Maeztu:
26 de diciembre de 1924
[…] María del Carmen escribe con frecuencia encantada de aquel país
y de las atenciones y deferencias que con ella tienen […]. Su ausencia es
una verdadera mortificación, pues no puedo dominar el pensamiento y
con él el temor de que pueda quedar enferma sin poderla atender y
animarla […] (ARS, 34/40/13).

Sin duda el miedo distorsiona nuestra percepción de la


realidad hasta creerla mucho peor de lo que, de hecho, es.
Carmen, por su parte, disfrutó una experiencia de ensueño
y, entre oportunidades múltiples, esa delgadez suya le
sirvió para participar en un pase de modelos, vistiendo
trajes regionales españoles en una pasarela que se
improvisó en el Vassar con motivo de que la escritora y
periodista española Isabel de Oyarzábal Smith —fundadora
con María del Lyceum Club y la primera mujer embajadora
de España, con la República— impartiera en el Vassar una
conferencia sobre el tema. Otra becaria le enviaba las
noticias a la directora:
Vassar, 14 de febrero de 1925
Mi querida María: […].
El día 6 de este mes estuvo aquí Isabel de Oyarzábal dando una
conferencia acerca de los trajes regionales españoles y por cierto resultó
muy bien. Una de las alumnas hizo esa fotografía que le mando porque
creo que le gustará ver a estas garbosas chicas vestidas con nuestros
trajes regionales.
Una de ellas es Carmen Húder y la que viste de gallega es la hermana
de la Sra. de Palencia [Oyarzábal Smith]. Enriqueta Martín (ARS,
37/52/23).

Lo español, por así decir, estaba de moda en Estados


Unidos. De hecho, al interés por la lengua y la cultura
obedecía este programa de intercambio de becarias, que se
insertaba en un contexto de verdadera curiosidad: la
Hispanic Society of America estaba en pleno apogeo; en
Columbia se había creado el Instituto de las Españas; en el
college de Middlebury acababa de abrir la Escuela
Española. En ámbitos como estos y propiamente en el
mundo universitario gustaban particularmente las
manifestaciones de las artes y costumbres populares, desde
la canción a las artesanías. A ellas prestaron atención
grandes mujeres modernas, como Zenobia Camprubí119 o
Isabel de Oyarzábal Smith, quien organizó una gira por
varias universidades en las que impartía conferencias sobre
los trajes regionales y las acompañaba de una verdadera
muestra como la que exhibió en el Vassar. Incluso en la
Residencia de Señoritas se organizó el curso 1929/1930 un
ciclo de conferencias sobre la diversidad del folclore
español, en el que tanto doña María como varias residentes
tomaron la palabra.
En el Vassar College quisieron prorrogar la estancia de
Húder, y ella hubiera permanecido encantada, pero
Romana y Vicente entonces no accedieron y Carmen
regresó a Pamplona el verano de 1925. No le faltó razón a
doña María al considerar que la experiencia adquirida le
serviría para la vida, porque, aunque tomó posesión de su
plaza de normalista y enseñó Metodología de la Historia en
Alicante en 1937120, precisamente, por su conocimiento de
idiomas, se integró en el Servicio de Prensa y Propaganda
del Gobierno republicano, así que, como ya se indicó en el
capítulo primero, tuvo que salir al exilio.
Aquella pesadilla que atenazaba a Vicente Húder, que su
hija enfermara estando lejos y sola, se presentó en casa de
los Álvarez Mancha, en Guareña, Badajoz. Pilar y su
hermana Concepción Álvarez-Mancha vivieron en la
Residencia el curso 1919/1920 pero el año siguiente,
1920/1921, Pilar estuvo en el Wells College. La situación
resulta poco menos que increíble: con diecinueve años salió
de Guareña, un pueblo que entonces tenía unos ocho mil
habitantes situado en la comarca de La Serena, y aparece
en Aurora, una ciudad del centro del frío estado de Nueva
York, una decisión que pudo haberse convertido en una
gesta, pero no salió bien y terminó en tragedia.
Esta beca no se incluyó en el convenio de intercambio
suscrito por la Junta para Ampliación de Estudios y la
Residencia con diversos colleges norteamericanos que se
había iniciado el curso anterior. Fuera de esta
correspondencia, la única mención de la beca se debe al
periodista Miguel Zárraga121. En agosto de 1920, cuando
aún resonaba el estruendo de la Gran Guerra y todavía no
se había superado la epidemia de gripe, cuya cuarta oleada
azotó en octubre de ese año, Pilar se desplazó a Wells
animada por una profesora norteamericana que se había
alojado en la Residencia durante ese verano, Otilia
Theobald. Ya en el college, fue ayudante en los cursos de
español y la experiencia se torció porque desconocía el
inglés, le faltaba formación en lengua española, carecía de
recursos económicos y, sobre todo, de la madurez y la
resistencia para hacer frente a la soledad y las
complicaciones de una situación así. En definitiva, que cayó
en un desequilibrio nervioso del que llegaron unas
primeras noticias por carta a Guareña que los padres no
atendieron, al interpretarlas como un episodio de
desavenencia entre Pilar y la profesora Theobald. No era
así, y en mayo de 1921 un padre consternado se dirige a
Maeztu:
Guareña, 26 de mayo de 1921
[…] El asunto de Pilar parece que toma otro carácter de suma
gravedad, pues ayer recibo el telegrama siguiente: «Pilar perdida razón,
dinero acompañante a España o Asilo locas aquí». Esto firmado por la
profesora de español.
¡Horrible en alto grado es la noticia! Y demasiado decir para
interpretarlo de otro modo que no sea dándole crédito […]. Estoy
decidido, sea como sea, a que uno de mis hijos vaya a recogerla, pues si
bien con ello hay una nueva exposición, ¿qué hacemos con esa
desgraciada hija de nuestra alma? ¿Dios misericordioso se apiadará de
nuestro intenso dolor y nos los restituirá nuevamente? […] (ARS,
23/11/4).

Luis Álvarez Riarola se siente impotente, teme poner en


riesgo a otro hijo, igualmente inexperto, que habría de
marcharse en busca de la enferma, y está, además, todo el
problema económico de estos traslados. Pero así fue,
porque las diligencias que la Srta. de Maeztu realizó para
aclarar lo sucedido debieron de confirmar que,
efectivamente, Wells no quería mantener a Pilar Álvarez
allí. Y ya no se supo nada más de ella. Su hermana Concha,
por el contrario, mantuvo una larga relación con la
Residencia, terminó sus estudios de Farmacia y en 1927
regentaba una en Cazalla de la Sierra. Unos años después,
afianzaba su situación profesional en ese bello pueblo de la
sierra norte de Sevilla:
Concepción Álvarez Mancha, Farmacia, Cazalla de la Sierra, 4 de enero
de 1931 [papel de luto timbrado]
p p
Querida directora: Le ruego me envíe un documento en que se acredite
he practicado cuatro años consecutivos en su laboratorio de Químicas
con aprovechamiento. Estuve tres años con miss Foster y el anterior con
el Sr. Estalella.
Salen a concurso unas plazas de Farmacéutico titular y se proveen por
orden de méritos y deseo presentar en este Ayuntamiento el referido
certificado juntamente con mi solicitud […] (ARS, 23/10/14).

Ese laboratorio de la Residencia reforzó la formación


profesional de muchas estudiantes de ciencias y respaldó
trayectorias exitosas. Junto con los estudios de Archivos y
Biblioteconomía y la excelente biblioteca, constituyó un
pilar clave en la solvencia académica del centro. El físico
Josep Estalella Graells lo dirigió por un tiempo.
Pero si hay una correspondencia que ilustre cómo la
enfermedad desbarata un proyecto ansiado es la de Matilde
Landa Vaz. La biografía de Matilde es apasionante, aunque
resulta difícilmente separable de la de sus hermanos,
porque en todos late la herencia institucionista,
republicana y progresista legada por su padre, José Landa
Coronado, abogado, masón, republicano, hombre culto y
amigo, desde sus estudios en la Universidad Central, de
Giner de los Ríos y de Manuel Bartolomé Cossío y
compañero en el exilio de Nicolás Salmerón, con vínculos
familiares con Carolina Coronado y Ramón Gómez de la
Serna. Será esa herencia la que aparezca en las cartas que
los hijos intercambian con María: compromiso vital y
cultura. Rubén, maestro superior y licenciado, profesor del
Instituto-Escuela, catedrático de instituto, pensionado de la
JAE, trasladará, con su exilio, los principios educativos de
la Institución a México y Estados Unidos122; también lo hará
Jacinta, que fue la primera de las dos hermanas en llegar a
la Residencia, y lo hizo, movida por ese clima institucionista
familiar, en cuanto el centro abrió sus puertas. Algo
curioso, porque con ello se constata que en el grupo inicial
de la Residencia se contaban tres estudiantes de Badajoz,
Jacinta y las ya conocidas Concepción Barrero y Enriqueta
Martín. Las tres habían estudiado Magisterio en Badajoz, si
bien llegaron con objetivos distintos: Jacinta deseaba
ingresar en la enseñanza para ciegos, pero los problemas
en la organización y entrada en funcionamiento del
Patronato Nacional de Sordomudos, Ciegos y Anormales lo
imposibilitó, como ella misma explicaba a Maeztu:
«Badajoz, 16 septiembre 1916.Querida amiga: […] Este
curso no voy a Madrid en vista de que no he podido
conseguir una vida económica independiente. No puedo
prolongar más la vida de estudiante [sic]. El Colegio de
Ciegos parece que cada vez se desarregla más. ¡Qué
desdicha!» (ARS, 36/12/1).
Jacinta tenía veintidós años y ganas de independencia
(ese curso había trabajado para ayudar a su mantenimiento
en el Observatorio Astronómico de Madrid, limpiando y
puliendo lentes). Conociendo ya la actitud integradora de
María de Maeztu y las posibilidades que ofrecía un centro
que arrancaba, algo debió de ofrecerle, pero la extremeña
se aferraba, de momento, a la enseñanza de ciegos: «[28 de
septiembre de 1916] Tendré en cuenta sus ofrecimientos
que sinceramente le agradezco. Mi mayor placer será
poder entrar algún día por una puerta hermosa en la
Escuela de Ciegos» (ARS, 36/12/2).
El siguiente enero felicitaba el Año Nuevo a las
residentes: «[Badajoz, 1 de enero de 1917] Deseo a todas
las de esa querida casa un año muy feliz. ¡Será de grandes
alegrías si la guerra termina en él! Que los Reyes estén tan
espléndidos como los del año pasado» (ARS, 36/12/). Es
reseñable ese deseo pacifista en la mención de la guerra
mundial. El conjunto de la correspondencia analizada
incluye muchas temáticas diversas, pero apenas alusiones
históricas y políticas y, precisamente, ambas hermanas
Landa Vaz introducen ese tipo de referencias.
Al final, tuvo que desistir de su primer sueño, pero en
Madrid había conocido a Vicente Viqueira López-Cortón,
sobrino del amigo de su padre Manuel Bartolomé Cossío, y
con él se casaría unos meses después123. El esposo fue
catedrático en el Instituto de Santiago y luego en La
Coruña, y allí se estableció la nueva familia. El archivo de
la Residencia conserva la esquela de Vicente, que murió en
1924 (ARS, 36/12/6); por ella se sabe que, sin haber
cumplido treinta años, Jacinta quedaba viuda y madre de
tres hijos y que su hermano Rubén se había casado con su
cuñada, M.ª Luisa Viqueira, lo que estrechó aún más el ya
fuerte vínculo entre los Landa y los Cossío. Se cerraba,
pues, una de las sucesivas vidas que Jacinta estuvo llamada
a tener. Entonces sí regresó a Madrid y le tocó recuperar
su aparcada independencia, aunque esta vez no se
centraría en los ciegos, sino en la enseñanza de las lenguas
modernas: en 1928, junto con José Castillejo, fundó la
Escuela Internacional y poco después la Escuela
Plurilingüe, en la calle Serrano frente a la Residencia de
Estudiantes. Allí dieron clases otros profesores ligados a la
ILE, como Laura de los Ríos, o a la Residencia de Señoritas,
como Encarnación Aragoneses (Elena Fortún)124.
La Guerra Civil puso fin a estas iniciativas y Jacinta se
volcó entonces en las colonias escolares, organizando la de
Villalgordo del Júcar, en Albacete; esta vez, junto a su
hermano Rubén y con el ingeniero Casimiro Mahou Olmeda
—empresario de la cerveza Mahou—, que sería su segundo
esposo. Siempre sirviendo a la infancia, se ocupó —de
nuevo con Rubén y también Matilde— de la evacuación de
niños por intermediación de los cuáqueros. Tras la derrota,
presentó su documentación en la legación de México en
Francia en julio de 1939, junto a su compañero y sus tres
hijos, Luisa, Jacinto y Carmen Viqueira Landa, y con su
sobrina Carmen López Landa, hija de Matilde.
Jacinta ha sido una de esas mujeres profesionales,
exiliadas y desaparecidas para la Historia y hoy, que tanto
interés reciben los estudios sobre represión y la
recuperación del protagonismo femenino, felizmente
reencontrada, gracias al hallazgo de su recopilación de
canciones populares, recientemente editadas como O
legado sonoro: Jacinta Landa Vaz. Galiza, Portugal e
Extremadura por A Central Folque, Centro Galego de
Música Popular125.
David Ginard documentó en 2006 la trayectoria política
excepcional de Matilde Landa y su trágica muerte en la
cárcel de Palma en 1942126. Su paso por la Residencia fue
fugaz porque la tuberculosis la obligó a abandonar, pero en
su correspondencia se advierten ya unos rasgos de decisión
y convicción ideológica que ayudan a explicar su
trayectoria posterior. En 1922, Matilde estudiaba en
Badajoz bachillerato por libre y preveía terminar ese año,
así que ella misma se dirigió a la secretaría de la
Residencia pidiendo un folleto porque quería conocer
detalles del centro y, después de recibirlo, en diciembre de
ese año, volvía a hacerlo, explicando sus planes a la
directora:
Badajoz, 1 de diciembre de 1922
[…] En el próximo curso, quizá me traslade a Madrid para comenzar la
carrera de Ciencias Naturales. Desde luego, dado el gran afecto y
simpatía que nosotros profesamos por esa casa, mis mayores deseos son
los de ir a vivir en ella. Quisiera saber el precio aproximado de la pensión
completa y los medios de trabajo con que yo podría contar en la
Residencia (laboratorio, biblioteca, etc.) […] (ARS, 36/14/3).

La comunicación se interrumpió después y es retomada a


mediados de 1923 sobre papel de luto:
Badajoz, 4 de julio de 1923
[…] No sabe cuánto le agradezco todo su afecto y buen deseo para
conmigo. La pérdida de mi padre ha significado tanto para mí que hasta
pensé dejar los libros definitivamente, pues me aterra dejar la familia
[…]. En mi casa todos me han animado y esto me ha decidido, así que ya
comprenderá cuán doblemente agradezco su interés y cariño en esta
temporada de depresión moral.
Pienso ir a Madrid a final de Septiembre […] (ARS, 36/4/7).

Tenía entonces diecinueve años y la vida le acababa de


mostrar una mala cara, que no sería la última. A principios
de octubre, comenzó esa carrera que tanto la atraía, pero
en diciembre la directora recibía otra nueva carta:
Salamanca, 7 de diciembre de 1923
[…] Llegué aquí perfectamente y me encuentro mucho mejor, sin
décimas y aumentando de peso, es de esperar que pronto esté
completamente bien. Yo hago todo lo posible para mejorar, pues de mi
salud depende que yo tarde más o menos en volver a esa Residencia y no
puede figurarse los deseos que tengo de reanudar ahí mi vida (ARS,
36/14/8).

En Madrid se había descubierto su tuberculosis. La


situación se demoró mucho más de lo que ella esperaba y
no pudo incorporarse al siguiente trimestre; siguió en
Salamanca, donde trabajaba Rubén:
Salamanca, 27 de febrero de 1924
[…] Los médicos de aquí me aseguran que para Octubre podré
reanudar mi vida de trabajo sin temor alguno a nuevas recaídas, pero
naturalmente ni por la Residencia ni por mí, quisiera volver sin tener el
dictamen favorable de Sandoval [Francisco] y Calandre [Luis] (ARS,
36/14/9).

Como no deja de pensar en la vuelta, solicita entonces el


cuarto que querría para octubre de 1924: «Se lo pido con
tanta antelación porque el cuarto me gusta mucho y tendría
interés en ocuparlo durante los años de mis estudios en
esa».
Matilde escribía en los primeros meses de la Dictadura
de Primo de Rivera y deja en su carta uno de los pocos
testimonios en los que las estudiantes expresaron
abiertamente sus opiniones políticas. La joven Landa
arremete contra el régimen y contra su censura y no tuvo
en cuenta para ello la proximidad de doña María al
Directorio, a quien le informa de la retención de Nicolás
Salmerón en Almería:
Aquí estamos bajo la influencia del destierro de nuestro querido
Unamuno. De ahí no sabemos nada porque la censura no lo permite, pero
hoy nos escriben de casa de Salmerón y, entre otras cosas, nos cuentan
que simplemente por ser ateneísta tuvieron unas horas en la cárcel al
pobre de Nicolás (No sigo porque puede ser que también esta carta
quede en manos de la terrible censura! [sic])
[…] Yo después del susto pasado [su enfermedad] estoy ahora llena de
optimismo y grandes proyectos para el porvenir (con permiso de sus
excelencias del Directorio, como es natural) (ARS, 36/12/9).

Por encima de los deseos, la enfermedad impuso su ritmo


y ella hubo de acatar su designio, aunque mantuviera
intactos el espíritu de lucha y las ganas de vivir:
Navas del Marqués, 21 de julio de 1924
[…] Ya sabe que yo pensaba volver a la Residencia en Octubre próximo;
pero hace unos días fui a Madrid para que me viese otra vez Calandre y
aunque me ha encontrado curada, dice que hasta Enero debo seguir
haciendo vida tranquila y de mucha quietud […]. Para mí ha sido una
contrariedad grande como puede suponer (ARS, 36/12).

Matilde no retomaría sus estudios de Ciencias hasta


finales de los años veinte y no lo haría ya en la Residencia,
porque dispuso en Madrid de un domicilio familiar, con su
madre y su hermana Jacinta. Poco después se casó con
Francisco López Ganivet, sobrino del escritor y diplomático
Ángel Ganivet, y nacería su hija Carmen López Landa.
La trayectoria política de Matilde Landa durante la
República y la guerra resulta realmente extraordinaria. Se
conoce bien su encarcelamiento en Ventas127. Tiene además
una extensa ficha en el Centro Documental de la Memoria
Histórica128. Se afilió al Socorro Rojo Internacional y al PCE
y fue nombrada en Madrid responsable de hospitales y
colonias infantiles. Fue enviada a atender a los huidos de
Málaga en la desbandá por la carretera hacia Almería y allí,
con apenas medios, como el médico brigadista Norman
Bethune, intentó auxiliar a los más débiles. En 1938, de
nuevo en labores de evacuación, envió hacia Moscú a su
hija Carmen. Se ocupó de múltiples labores humanitarias y
sanitarias —y en ello estaría cuando Miguel Hernández le
escribió el poema «A Matilde»129— hasta que se integró en
el Servicio de Propaganda del Gobierno en Barcelona, como
Carmen Húder. Tras la caída de Cataluña no siguió hacia
Francia, sino que volvió a Madrid para incorporarse a las
labores de reconstrucción del PCE. Indica Hernández
Holgado que, en la última reunión que el Buró Político
celebró en Madrid el 25 de febrero de 1939, se nombró un
Comité Provincial nuevo en Madrid, que abarcaba
igualmente las provincias de Cuenca, Toledo y Guadalajara.
En la práctica, se constituía como la dirección del partido
en el interior de España y Matilde quedó a su frente.
Después de años de silencio sobre su nombre y su
protagonismo, Matilde ha regresado para la Historia y para
la historia del PCE, componiendo un episodio más de la
precipitación, el desorden y las decisiones improvisadas e
interesadas del final de la guerra de España.
Fue detenida el 4 de abril, interrogada y aislada durante
meses; en septiembre de ese año ingresó en Ventas y luego,
en 1940, la trasladaron a la cárcel de Palma, habiéndole
sido conmutada la pena de muerte por cadena perpetua.
Reapareció entonces la tuberculosis de antaño. En todo
momento sufrió una crueldad especial por su condición de
comunista y la falta de convicción religiosa y se fue
acrecentando su tortura psicológica, porque la dirección de
la prisión transfería su castigo, por el rechazo a ser
bautizada, hacia el empeoramiento de las condiciones de
vida del resto de las reclusas políticas, hasta que cedió:
para el 26 de septiembre de 1942, se orquestó, con
asistencia del obispo y del gobernador civil, su ceremonia
de bautismo; un poco antes de la hora prevista, las seis de
la tarde, se dejó caer al vacío desde el segundo piso de la
cárcel; en su agonía se le administraron las aguas
bautismales130. La productora Sagimesa ha realizado el
documental Lágrimas de mujer sobre la vida de Matilde
Landa131.
Las jóvenes convivían con la enfermedad, pero en aquel
Madrid insano, las residentes habitaron en un ambiente
privilegiado; alimentación y salubridad constituían un sello
distintivo de la JAE, que aceptaba la influencia del
higienismo, que establecía en las condiciones ambientales
—la ventilación, los espacios soleados—, la higiene y la
limpieza, vinculados a la vida saludable, la práctica del
deporte y la atención al descanso, la base para una vida
intelectual plena. En todo ello, el buen gobierno de doña
María y su equipo había convertido a la Residencia en un
buque insignia, con baño junto a las alcobas, algunas de las
cuales disponían de calefacción, y en todas se extremaba la
limpieza, que incluía la pintura en verano de los
dormitorios si iba a entrar una nueva residente en ellos.
Desde el primer día de su apertura, el centro no solo
garantizó a sus alojadas una alimentación abundante,
equilibrada y sustanciosa, sino que se prestó a adaptarla a
las dietas específicas que tuvieran prescritas las
estudiantes, como se ha comprobado en el caso de Húder y
se vio con Novoa. Entre los múltiples casos, a modo de
anécdota y para subrayar la modernidad de la cocina
residencial, rescato el requerimiento de Montserrat
Bertrán, que advertía a doña María de su peculiaridad,
antes de que la Residencia hubiera abierto sus puertas:
Barcelona, 15 de septiembre de 1915
Distinguida profesora: He sabido que V. funda una residencia para
señoritas que estudien en diversos centros docentes y con gran placer
me he inscrito en ella […]. Sin embargo, he de hacerle una advertencia
respecto a mi régimen de vida que temo que sea grave inconveniente
para una naciente pensión. Hace varios años he adoptado el régimen
vegetariano, aunque no en toda su pureza, pues tomo huevos y también
pescado. ¿Es posible seguirlo en la Residencia sin producir desorden ni
ocasionar molestias? (ARS, 25/47/1).

La respuesta debió de ser favorable porque Montserrat


residió en 1915/1916 con la Srta. de Maeztu, a quien
seguiría escribiendo durante las dos décadas siguientes.

MUERTE EN LA FAMILIA
Las enfermedades propias, la mala salud de los familiares
más cercanos y, aun peor, la muerte, acechaban a las
residentes y no era extraño que, al volver a casa,
encontraran a los suyos sumidos en la desgracia. La España
del primer tercio del siglo que había iniciado el largo
proceso hacia la modernidad demográfica todavía
presentaba índices elevados de mortalidad. La tasa bruta
de mortalidad entre 1900 y 1930 se aproximaba al 25 por
100; el tifus, la viruela, la tuberculosis y el paludismo
causaban estragos, también la malnutrición. Desde los años
cincuenta del pasado siglo hasta 2019, la demografía
española se ha transformado extraordinariamente y la tasa
de mortalidad bruta entre 1965 y 2019 se ha situado en un
8,4 por 1.000132. Se ha perdido, por ello, el recuerdo de que
ese cambio que ha garantizado niveles asombrosos de
salud y de bienestar, además de una larga vida, es muy
reciente y resulta algo extraordinario en la historia de
España y de la humanidad, incluso para la
contemporaneidad.
Dolores Guzmán llegó a la Residencia desde Granada en
octubre de 1916; según avisó oportunamente su padre,
viajó en el tren acompañada de su madre. Ya era maestra y
quería preparar el ingreso en la Escuela Superior. Como se
ha visto en otras ocasiones, Pascual Guzmán Jara, su padre,
que había iniciado en el verano de 1916 la comunicación
con María para solicitar la información del centro, enviar el
formulario, etc., mantendrá esa responsabilidad, ya
comenzado el curso, solicitando información sobre su hija y
notificando el puntual envío del giro mensual para el pago
de la estancia. Junto al de marzo, se incluyó un obsequio:
«Granada, 2 marzo 1917 […]. Como recuerdo de mi
primera visita a esa casa […] envío por este mismo correo
dos libros, uno para la biblioteca de la casa y otro para la
de V. particular, rogándole me dispense el honor de
aceptar» (ARS, 33/94/7).
Sin duda, cuando don Pascual conoció la Residencia,
visitó las instalaciones y también el despacho de la
directora y admiró sus libros; así vamos descubriendo el
respeto que sienten estas familias por la educación en
general. Como la Srta. de Maeztu le escribiera comentando
el detalle, él insistió: «2 de abril de 1917 […]. Le recuerdo
que es mi convencimiento que cuanto se haga en pro de
causas como esa es poco. ¿Cómo podría invertirse mejor
una fortuna si no se gastara en dotar casas como esa de
todos los elementos necesarios o suficientes para educar y
fortalecer a las generaciones presentes y futuras?» (ARS,
33/94/8).
Sin embargo, este estado de satisfacción y serenidad se
vio rápidamente ensombrecido. La carta de mayo presenta
una escritura menos firme y tiene algunos borrones en la
tinta:
Granada, 12 de mayo de 1917
[Su última carta] hablándome del aprovechamiento que mi hija sigue
obteniendo a su trabajo, gracias, gracias mil por el consuelo que con
tales noticias me proporciona en los actuales momentos que para mí son
de pena grande, mi hija menor acababa de pasar a mejor vida, víctima de
un catarro pulmonar, en ocasión que la veíamos reponerse de anterior
enfermedad.
Nada hemos dicho a mi hija Lola, hoy le escribo diciéndole que su
hermanita ha retrocedido un poco por efecto de un fuerte catarro […]. Yo
he de suplicarle a V. ya que tantas pruebas de su bondad nos tiene dadas,
nos dé una más, cuidando de ir preparando a mi Lolita sin decirle la
verdad de lo ocurrido hasta que nos pongamos de acuerdo, pues en
q p g , p
pasando estos días, su madre o yo iremos a esa; mientras tanto, bueno
sería que previniera a la Srta. Argentina Fernández y si es preciso
interceptara la correspondencia.
[…] Amó siempre entrañablemente a su infortunada hermanita y dado
lo próximo de las oposiciones y por tanto el exceso de trabajo que ha de
hacer, temo por su salud […] (ARS, 33/95/10).

Argentina Fernández era otra residente granadina a la


que me referiré a continuación; como amiga de Lola,
pensaba el padre que tenía que estar incluida, igualmente,
en el acuerdo de mantenerla ajena, de momento. La
situación recuerda a otra experiencia paralela, vivida por
Concepción Barrero, que también perdió a una hermana.
Este padre sufría doblemente, por el fallecimiento y por
las consecuencias de esta muerte prematura para la hija
viva; en cinco días retomaba la situación con la directora,
porque, igualmente, le incomodaba el compromiso que le
había creado:
Granada, 17 de mayo de 1917
[…] Hoy vuelvo a molestarla, rogándole mil perdones por si, en mi afán
de preparar lo mejor posible a mi querida Lola y teniendo en cuenta mi
atribulación, cometiera una indiscreción al hacerle indicaciones. Ignoro
lo que hasta ahora haya V. dicho a mi hija y, por si es pertinente,
acompaño [otra] carta, dedicada a V., concebida en términos que pueda
ser leída a Lola y que pueda dar a V. ocasión de hacer más fácil la
delicadísima misión que me atreví a confiarle.
Mi señora irá a esa de lunes a miércoles […]. Si para que mi señora y
mi hija no se separen pudiera, por unos días, vivir mi señora en esa
residencia […] ¡cuánto se lo agradecería! […].
Postdata: A Lolita vengo escribiéndole y hablándole más
acentuadamente cada vez del estado de su hermanita (ARS, 33/95/11).

Emociona el afán de este padre por proteger a Lola del


golpe emocional por la muerte de su hermana y su
escritura encierra el cariño por el ser desaparecido en el
sensible uso del diminutivo para referirse a ella. Pero lo
más conmovedor se halla en la carta alternativa, también
conservada. Ese mismo día redactaba:
Granada, 17 de mayo de 1917
Distinguida amiga: Mi hija menor, Ritina, de quien hablé a V. en mi
visita y que ya se encontraba delicada, se agravó hace unos días a
consecuencia de un fuerte catarro; está bastante delicada, puede decirse
que de cuidado aunque no desesperamos de salvarla si no se presenta
alguna complicación […].
He escrito a mi hija Lola y continúo dándole cuenta del estado de su
hermanita y, claro, temo que Lolita, preocupada con la recaída de su
hermanita y el mucho trabajo que las próximas oposiciones le ocasionan,
se abandone […]. Perdone que le ruegue preste a Lolita la mayor
atención que pueda para que no se apure, toda vez que aún no hemos
perdido la esperanza […] (ARS, 33/95/12).
«Aún no hemos perdido la esperanza»… ¡Qué duro tener
que escribir algo así, con la hija enterrada! María cumplió
inmejorablemente la función encomendada. En estos
primeros años, cuando solo residían unas docenas de
estudiantes, le tocaba ser la madre de cada una, porque
todos los padres así lo esperaban, tal como se manifiesta en
la primera carta de Lola que, una vez de regreso en
Granada, confesaba a la directora: «Granada 17 julio 1917
[…]. Escribo sencillamente porque me acuerdo mucho de
usted y de la casa y realmente no puede ser de otra manera
después del tiempo que he pasado con ustedes y de la
manera como lo he pasado» (ARS, 33/94/1). Continúa el
escrito admitiendo que no cree haber superado el examen
de ingreso y, efectivamente, en la siguiente comunicación lo
confirma. Toda la correspondencia de Lola Guzmán se halla
sobre papel de luto.
Desde la Residencia, como se hizo ese verano con todas
las residentes, le enviaron folletos sobre el nuevo grupo de
niñas que se iniciaba en Miguel Ángel, y Lola se
comprometía a hacer publicidad por Granada —«tendré
mucho gusto en mandar a la Residencia tres o cuatro
muchachitas»—, y añadía:
Granada, 23 de julio de 1917
[…] Tal vez ahora habría nuevos puestos en la casa y si cree usted que
para alguno puedo servir yo, haga el favor de decírmelo que de buenas
ganas me iría; pues si es cierto que me cuesta mucho esfuerzo
separarme de mi familia, yo he de hacer algo y si a la vez que trabajo en
mi carrera, pudiera ayudar algo a mi padre y además estar a su lado de
usted, estaría contentísima de no haber ingresado en la Superior (ARS,
33/94/2).

Efectivamente, María pensó en ofrecerle otra posibilidad


y en septiembre Lola contestaba entusiasmada: «[25 de
septiembre de 1917] Recibo su carta que me alegra mucho,
porque nada hay más de mi agrado que lo que en ella me
propone; todo me parece bien, sobre todo lo que más me
agrada es poder trabajar a su lado […]» (ARS, 33/94/4). La
Memoria de la JAE de 1918 incluye su nombre entre las
jóvenes que habían recibido el curso 1917/1918 una ayuda
para poder sufragar su estancia, así que con toda
probabilidad prestó su ayuda en la Residencia de Niñas133.
Como en una especie de mosaico, la personalidad de la
directora cobra realidad al unir una carta con otra: una
refleja su sentido jerárquico; otra, su sentido práctico, su
capacidad para multiplicarse y atender los mil frentes
p p p y
abiertos; su sentido social para buscar remedio a las
dificultades económicas y, ante el sufrimiento de las
residentes y sus familias, su empatía. Exactamente esto
último destaca la de una antigua residente, M.ª Luisa
Mellado Calvo, en una carta de luto, tras otra muerte
prematura, igualmente de una hermana:
Larache, de 29 noviembre de 1923
Mi distinguida amiga: Mucho sentí tener que salir de Madrid sin
despedirme de V., como era mi deseo, bien es verdad que me hubiera
producido auténtica emoción, pues nunca creí que fuera tan doloroso
dejar la Residencia, y es que en esa casa fui recibida siempre con tanto
cariño que encontré en V. más que una Directora una hermana, que vino
a sustituir en parte a la que yo acababa de perder. Nunca olvidaré los
días que pasé entre ustedes y mi único deseo es volver algún día a su
lado […] (ARS, 38/30/21).

Las experiencias se van entrelazando unas con otras, tal


como expresa M.ª Luisa. Pascual Guzmán aludía a
Argentina Fernández, que había llegado a la Residencia de
la mano de Lola y tampoco fue mucho más afortunada:
Granada, 3 de octubre de 1917
Mi siempre querida Directora: Bastante tarde le escribo, pero las
condiciones en que estaba mi casa cuando llegué y que después ha
seguido tienen la culpa de ello.
¿Recordará usted que me extrañó bastante no fuera mi padre a pasar
conmigo los días de exámenes como en años anteriores y más aún que
me dejara viajar sola? Creo que le comuniqué a usted mis temores de
que en casa ocurría algo extraordinario y nada agradable. En efecto
cuando llegué me encontré a mamá gravemente enferma.
Tuve que tomar el cargo de la casa porque estaba completamente
trastornado […] luego la preocupación por ver a mamá en ese estado y,
por último, casi todos los días sin dormir porque había que cuidarla.

Y continúa, refiriendo la evolución, indicando que,


cuando la enferma pudo viajar, por prescripción facultativa
marcharon a Málaga y se fue restableciendo poco a poco.
Pero nada más regresar a Granada, con el frío, volvieron
sus problemas: «Papá tenía dispuesto llevarme a la
Residencia ahora en octubre para que empezara el curso,
pero ya ve; acabamos de llegar y empiezan los trastornos.
Si estos son pasajeros, enseguida que desaparezcan saldré
para esa […] (ARS, 30/47/1).
Nunca regresó. Había llegado a Madrid el 3 de enero de
1917 y ella misma cuenta cómo se enteró de que existía la
Residencia y qué buscaba allí, cuando escribió solicitando
información en octubre de 1916. Explicaba que, en un
artículo de don Luis de Zulueta en El Defensor de Granada
de ese mismo mes, que se titulaba «Un problema de
nuestro tiempo», se hablaba de un centro recientemente
abierto en Madrid destinado a la educación femenina.
Informaba de que ella ya era maestra y quería preparar el
ingreso a la Escuela Superior, así que se interesaba por si
el centro ofrecía solo alojamiento o también clases
específicas para el ingreso (ARS, 30/47/2). Antes de que
terminara el mes tenía las respuestas de Maeztu, que
debieron de satisfacerle, puesto que envía el formulario de
solicitud y confirma que se incorporará después de
Navidades. Esta joven resuelta utilizaba en la
correspondencia el papel de la fábrica de artillería de
Granada —Artillería, Fábrica de Pólvora y Explosivos—,
donde, probablemente, trabajara su padre, José Fernández,
que la acompañó a Madrid para conocer la casa de primera
mano y a su directora.
No muy lejos, en la casa del notario cordobés Juan Díaz
del Moral, un referente del institucionismo andaluz, se vivió
el mismo problema. En 1923 refería así a María de Maeztu
la situación de su hogar: «Juan Díaz del Moral. Abogado y
Notario. Bujalance, 11 de enero de 1923. Mi admirada
amiga: A consecuencia de una grave enfermedad de mi
mujer no puede ir este trimestre a Madrid mi hija Serafina,
que ha de consagrarse a cuidar a su madre» (ARS,
29/28/1). Explicaba, luego, que seguiría en el Instituto-
Escuela cursando tercero de bachillerato la pequeña, Luz,
para quien solicitaba alojamiento en la Residencia, pero en
el grupo de niñas. Serafina no fue ese año, ni lo haría
tampoco el siguiente: «[8 de enero de 1924] Por haber
empeorado la enfermedad de mi mujer, Serafina no podrá ir
este año al Instituto-Escuela y, en consecuencia, no podrá
ocupar la habitación que le tenía Ud. reservada en la
Residencia de Señoritas […]» (ARS, 29/28/2). La
enfermedad entraba en todas partes sin llamar y cuando
afectaba a una madre, la hija mayor ocupaba su puesto.
En el caso de Paula Martín Ruiz, «Paulita», ya era
huérfana de padre cuando llegó a la casa en 1918 y perdió
luego a su madre. En una primera carta, en diciembre de
ese año, su hermano Leocadio se dirige a María de Maeztu
explicando que, habiendo pasado por la Residencia para
ver a Paulita, quiso saludarla también a ella y no la había
encontrado. Leocadio Martín Ruiz era empleado de
Ferrocarriles, deportista, escritor y periodista —firmaba
sus artículos con el seudónimo de Leocartín—, y tenía un
doble motivo para querer ver a María: escribir un artículo
sobre la Residencia para su periódico, La Unión, de Sevilla,
y hablar del futuro de su hermana: «Le suplico
encarecidamente haga por Paulita lo que pueda —que
puede mucho— a fin de que, si se presentara ocasión,
pueda desempeñar algún cargo secundario dentro de la
Residencia, auxiliándose en sus estudios con el producto
que aquello le proporcione, ya que en verdad no es poco el
sacrificio que realizo en pro de ella» (ARS, 37/64/8).
El hermano mayor, en este caso, convertido en jefe de
familia, sufragaba los gastos de estudio de Paula y pedía
auxilio. Y María —¿cómo no?— algo hizo, porque desde
1919/1920 Paula Martín trabaja en el Instituto-Escuela. En
febrero de 1920, la joven envía a María de Maeztu una
carta de luto desde Pueblonuevo del Terrible, en Córdoba
(hoy Peñarroya-Pueblonuevo):
Pueblonuevo, 22 de febrero de 1920
[…] No puede hacerse una idea de lo triste que es la situación nuestra;
entrar en mi casa y no encontrar a mi madre de mi alma. Creo que fue
imposible dejarla hasta que nosotros llegáramos [tuvieron que enterrarla
sin que llegaran algunos hijos].
Mis hermanas agotadas de tanto sufrir; la que la curaba se quedó sin
poderse mover de una butaca y no se la podía tocar. V. no sabe qué
tristeza hay y qué soledad a pesar de ser tantos […]. Era muy buena
madre, gastó su vida y su dinero en criar diez hijos […].
Probablemente el martes saldré de aquí; sé que mis obligaciones me
reclaman pero procuraré no abandonarme al dolor, porque el que es más
fuerte tiene que ayudar al más débil […] (ARS, 37/58/2).

Como decía el obituario en ABC, las desgracias no vienen


solas; en menos de un mes moría también el hermano
mayor, Leocadio, en un accidente de sidecar cerca de El
Escorial: «En pocas semanas, la desgracia se ha ensañado
en el feliz hogar del Sr. Martín Ruiz, arrebatando
sucesivamente a la madre de nuestro amigo, a una hija de
este y, por último, al que era el sostén de la casa, donde hoy
lloran una esposa y unos pequeñuelos inconsolables»134.
En consonancia con esa reacción de fortaleza que Paula
expresaba en su carta anterior, debió de pensar que la vida
continúa para los vivos y se entregó a su trabajo y a sus
relaciones sociales, porque vuelve a escribir también desde
su pueblo en las Navidades de 1922, en un tono ya muy
distinto: «27 de diciembre de 1922. Mi querida directora y
futura madrina: Estoy entre los míos pasando unos días,
quizás lo últimos que esté con ellos antes de mi
matrimonio. En casa se alegran mucho de que haya
aceptado mi ofrecimiento […]» (ARS, 37/58/5). Estaba
resuelta a casarse con su novio Antonio, después de haber
acabado el curso, en agosto de 1923, y aunque por el rito a
ella le correspondía llevar un padrino, llevaba una madrina,
doña María, como homenaje a esa madre de todas.
Paula no llegó a tiempo de ver con vida a su madre,
tampoco pudo hacerlo Elisa López Velasco, que era natural
de Mollina, en Málaga: «[Papel de luto] Madrid, 4 de agosto
de 1921. He tenido la desgracia de perder a mi madre
mientras estaba en París. ¡Pobre mía, la hija que fue
siempre su ilusión, con quien pensaba pasar los últimos
años de su vida, no la vio antes de morir! Ya es inútil ir a mi
casa, permaneceré aquí [en Madrid]» (ARS, 30/62/2). No
cabe mayor pesadumbre en tan escueta misiva, todo el
remordimiento por la culpa de esa ausencia involuntaria.
Las cartas ribeteadas en negro que notificaban la muerte
de una madre llegaron siempre con insistencia cruel. Tras
terminar sus estudios de Filosofía y Letras, María de la
Villa permaneció en la Residencia para seguir con el
doctorado; conseguía una remuneración por su trabajo de
ayudante en la biblioteca —como se ha comentado en el
capítulo segundo— y en ello estaba en diciembre de 1935
cuando resolvió viajar a su casa sin aguardar el permiso de
Navidad:
7 de diciembre de 1935
Mi querida Srta. de Maeztu: Hace varios días que vengo recibiendo
noticias de mi casa diciendo que mi madre tiene una grave enfermedad.
He hecho toda suerte de reflexiones para convencerme de que no es
urgente mi presencia allí. Pero después de pasar muy mala noche, y
teniendo en cuenta las noticias cada vez más alarmantes, decido
marcharme hoy en el primer tren segura de que V. comprenderá y me
perdonará por no despedirme ya que las circunstancias lo impiden.
Mi trabajo en la biblioteca lo desempeñará íntegramente Maruja
Blanco y ella está tan bien enterada del funcionamiento de la biblioteca
que estoy segura no ha de notar mi ausencia […] (ARS, 64/13/59).

La siguiente misiva traía ribete de luto: «[Peñafiel, sin


fecha] Querida Srta. de Maeztu: Mi madre murió el
miércoles por la noche, en unos momentos tan tristes como
estos, pues no llegué a ver a mi madre con conocimiento,
me olvidé ponerles unas letras cuando llegué, V. tan
indulgente sabrá perdonarme» (ARS, 64/13/63).
La distancia y las responsabilidades del trabajo privaron
a estas residentes de ese momento de la despedida final en
la muerte de sus madres, lo que aumentaba su desconsuelo.
Cuando Guillermina López llegó a Málaga, ya lo había
hecho la gripe. Era hija de un comerciante malagueño, que
utilizaba para sus comunicaciones el papel timbrado
anunciando un negocio tradicional en el puerto de Málaga
(Guillermo López Lara. Exportación de Pasas, Higos y
demás Frutos del País). Vivió en la Residencia el curso
1917/1918 y, al llegar el verano, retornó a Málaga:
3 de agosto de 1918
Mi querida directora:
[…] El viaje hasta esta lo hice muy bien pues vine con una amiga y su
hermano que me encontré en la estación de esa, de modo que llegué a
Málaga contenta porque al fin iba a ver a todos; pero al encontrarme con
mi papá todas mis alegrías desaparecieron pues está tan desmejorado
que casi no le conocía.
Ahora se encuentra mejor y si para octubre se encuentra repuesto
quisiera marcharme para esa, para lo cual, y abusando de su bondad, voy
a pedirle un favor; este consiste en que, debido a las circunstancias
actuales, mi papá no podrá costearme la pensión y quisiera que si fuese
posible me diera V. algún trabajo en el Internacional o en casa y de ese
modo ayudaría algo a mi padre, el cual se encuentra muy apenado al ver
que si no es así, no podré ir (ARS, 36/53/2).

Al nombrar el Internacional, la joven se refería al


internado de niñas que allí se albergaba. Aunque hemos
leído ya muchas cartas que aparentemente podían contar lo
mismo, cada una encierra un valor; en la sencilla
descripción de Guillermina de su entrada en la estación de
Málaga casi podemos ver su cara de desconcierto. Además
se trata de un testimonio sobre la procedencia social de
muchas estudiantes, que pertenecían a familias solventes,
pero que dependían del trabajo entregado de los padres y
no poseían grandes patrimonios sobre los que sostenerse.
La gripe de 1918 (ya se ha observado en casos
anteriores) afectó a todas las clases sociales y a toda la
geografía. Como las demás residentes, Guillermina recibe
desde la Residencia un aviso, rogando que retrase la vuelta
a Madrid, ya que el comienzo del curso queda aplazado por
la virulencia de la epidemia (ARS, 36/53/3), y también la
carta que ella ansiaba, y que contesta de inmediato, en la
que la directora ofrecía un auxilio económico para que
pudiera proseguir sus estudios:
Málaga, 15 de noviembre de 1918
[…] Con verdadera alegría recibí su carta y quedo enterada de la ayuda
que puede prestarme por lo que estoy completamente agradecida, pero
como desde hace varios meses a esta parte nada nos sale bien, ahora no
puedo partir para esa como es mi deseo, pues el estado de mi papá no
me permite ausentarme de esta ni separarme de su lado, pues los
médicos no creen que pueda salvarse (ARS, 36/53/4).
En la esquina superior, en el espacio que separa el
destinatario y el encabezamiento, se aprovecha el papel
para incluir la pregunta: «En caso de no poder ir este año,
¿podría concederme la media beca el curso que viene?». Y
en el lateral añade una posdata: «La epidemia empieza
ahora a aparecer por aquí y ya son bastantes muertes». Así
sería y se llevó primero las vidas de aquellos que ya
estaban debilitados:
Málaga 16 de diciembre de 1918
[Papel de luto] No puede imaginarse la pena con que cojo la pluma
para escribirle esta, pues a la presente me encuentro sin padre; el
pobrecito de mi alma dejó de existir el 5 del corriente a las 7 de la
mañana.
Ya imaginará usted lo mucho que estoy sufriendo, pues este dolor tan
grande me parece a mí que no tiene igual y, solo con pensar que ya no lo
voy a ver más y que lo perdí para siempre, se me oprime el corazón. Solo
me queda ser buena y pedir a Dios por él […].
De mi ida a Madrid por ahora no sé qué haré, pues no tengo gusto para
nada y además mi único hermano, niño de 15 años, quizás marche a
Buenos Aires con unos tíos míos […] y hasta que mi mamá no mitigue su
dolor no quiero dejarla […] (ARS, 36/53/5).

Como ya se ha visto en otros casos, la muerte de un


padre dejaba, además del dolor, la preocupación por las
dificultades económicas y esto era algo que la propia María
había vivido en sí misma, porque su familia, tras la muerte
de su padre, conoció la inseguridad.
Nunca volvió Guillermina, y, del mismo modo, Ana
Centeno Rilova tuvo que quedarse en su Ronda natal y
abandonar sus estudios y su vida en la Residencia, en la
que había estado durante el curso 1930/1931:
Ronda, 19 de septiembre de 1931
[…] Como se aproxima el mes de octubre y no puedo volver a esa por
encontrarse enfermo mi padre, se lo comunico para que pueda disponer
libremente de mi plaza. Cuando pueda volver se lo comunicaré con
tiempo para que se reserve una plaza.
Sintiendo muchísimo no poder volver, le saluda, Ana Centeno (ARS,
27/70/1).

¿Quién era Ana? La hija menor de Juan Centeno y


Sánchez de Tordesillas, abogado de Ronda, erudito y
vinculado por amistad y paisanaje a Francisco Giner, que
educó a sus tres hijos en el ámbito de la ILE. Ana ya era
huérfana cuando llegó a la Residencia y, en una
circunstancia así, el hacerse cargo de la situación familiar
se convirtió en su única opción, mientras que sus hermanos
mayores, Juan y Augusto Centeno Rilova, prosiguieron sus
respectivas trayectorias intelectuales. En el Archivo de la
p y
JAE figura que Augusto fue enviado como lector de español
a la Universidad de Princeton entre 1927 y 1934135. A partir
de ahí, desarrolló toda su trayectoria académica en
universidades norteamericanas, al igual que Juan, quien
comenzó a desempeñar la dirección de la Spanish School
de Middlebury en 1935 y allí siguió durante la guerra y
después. El college de Middlebury quedó convertido en un
punto de referencia para el exilio español136. A Juan se le
recuerda por su amistad entrañable con Pedro Salinas y
Jorge Guillén.
Cuando en el primer capítulo nos referíamos a la
sociología familiar y se apuntaba cómo la Residencia abría
una puerta real para familias con muchas hijas, se analizó
el caso de las hermanas Cueva —cuyo hermano moría en
1934—, pero hubiera resultado igualmente acertado
examinar el de las Haro Espejo. Don Juan de Haro
Fernández tenía seis hijas: Asunción, Casimira y Eugenia,
que vivieron en la Residencia, y otras tres que no: Josefina,
Inés y Milagros, que permanecieron en Bienvenida
(Badajoz). Asunción y Eugenia siguieron estudios del
Magisterio Superior, y Casimira, que llegó en 1925,
Filosofía y Letras, para continuar luego con el doctorado.
Fue profesora en el Instituto-Escuela y luego en el Instituto
Calderón de la Barca de Madrid y hasta 1934 vivió en la
Residencia. Sacó plaza por oposición en el excolegio de
Jesuitas de Villafranca de los Barros, en Badajoz,
convertido en instituto nacional de bachillerato entre 1932
y 1936, y, tras una corta estancia, ocupó plaza en Cazalla
en el instituto de secundaria, en 1935/1936.
En el verano de 1932, confesaba:
Los Cardales, 1 de junio de 1932
[Papel de luto] Siempre esperaba un día de más tranquilidad para
escribir sin que nunca llegase, pues desde que murió mi pobre padre
(q.e.p.d.) me dan unas fiebres sin que sean muy altas […] por espacio de
mes y medio, aparte del natural disgusto; ya puede usted comprender
cuál será mi estado de ánimo y voluntad […] (ARS, 62/13/61).

Y se conserva la respuesta de la Residencia:


9 de junio de 1932
[…] Me figuro los malos ratos que habrán pasado ya que, después de
tanto tiempo luchando con la enfermedad de su padre y cuando ustedes
creían en una mejoría, haya tenido tan triste fin. Ahora ya por desgracia
nada puede usted hacer por él […] debe usted cuidarse y reponerse, pues
nada tiene de extraño que después de una temporada tan mala esté
usted agotada […] (ARS, 62/13/62).
Hasta entonces, y desde 1921, año en el que había
llegado Asunción, la madre de las Haro Espejo —Casimira
Espejo— no había dejado rastro en la correspondencia,
pero con la desaparición del padre dio un paso al frente y
pensó que, en lo que de ella dependiera, para la educación
de sus hijas nada cambiaría:
Bienvenida, 30 de septiembre de 1932
[Papel de luto] Distinguida Srta.: Después de saludarla me permito
molestarle con motivo de marchar a esa hoy mi hija Casimira (Srta. de
Haro), pidiéndole le atienda en sus propósitos y deseos que lleva.
Correspondiéndome desde hoy escribirle, pensando seguir y respetar
los deseos de mi marido —q.e.p.d.— ya que siempre, al hablar de la
Residencia, era entusiasta de todo ello, quiero sigan mis hijas a su lado,
confiando que bajo su dirección serán atendidas en relación a todo, que
como jóvenes le ruego se ocupe V. de ellas […] (ARS, 62/13/67).

En la obra de la Residencia, estudios y salud formaban un


todo inseparable; en el interés de las familias, también. La
Casa contaba con la superior ventaja de disponer en ambos
campos de los mejores profesionales, investigadores y
catedráticos que aunaban ejercicio profesional e
investigación por su relación con la JAE. En la rutina
cotidiana Calandre y Sandoval se ocupaban de la salud de
las residentes, en circunstancias extraordinarias se acudía
a la consulta de los mejores especialistas de Madrid, como
se ha ido comprobando. Al contar con la experiencia previa
de la Residencia de Estudiantes, la mejor atención sanitaria
estuvo prevista desde el comienzo del nuevo centro, algo de
lo que queda gran rastro en la correspondencia entre
Jiménez Fraud y María de Maeztu. En noviembre de 1916,
el primero se dirige a su colega y le advierte sobre esta
necesidad: «[…] Parece ser que la epidemia de viruelas
adquiere por momento mayores proporciones y nosotros
debemos tomar las precauciones necesarias para que no
haya en la Residencia ni un solo caso. Convendría, pues,
proceder a la vacunación de quienes no lo estén y a su
revacunación si hace mucho tiempo que les vacunaron
[…]»137.
En esta etapa de implantación, se estudiaba la
organización conjunta de la atención sanitaria en las
Residencias y en los grupos de niños y de niñas y, para
finales de 1917, se había resuelto que las dos áreas,
Fortuny —Residencia de Señoritas— y Pinar —Residencia
de Estudiantes—, quedaran dotadas de lo que se denominó
sendas unidades locales, para que no se anduviera con
traslado de enfermos de un espacio a otro y evitar, además
de los peligros e inconvenientes, el malestar entre los
residentes y sus familiares138. En consecuencia, comenzó a
funcionar una enfermería en Fortuny con los doctores de la
Institución y la asistencia de algunas de las médicas
residentes; en particular, desde finales de los años veinte,
la enfermería estaba atendida por Felisa Martínez Ruiz. Era
natural de Miraveche, en Burgos, llegó a la Residencia en
1925 y había coincidido en sus estudios con el grupo
formado por Matutina Rodríguez y las hermanas Coloma y
Manolita Escalera; con ellas había cursado la especialidad
de Ginecología y Puericultura. Prestó hasta 1936 sus
servicios en la Residencia como médico auxiliar, lo que
implicaba también, como se ha indicado, la atención a los
niños del Preparatorio del Instituto-Escuela y a la sección
de niñas del edificio Miguel Ángel. Bajo su supervisión, al
menos desde 1928, se abría una ficha sanitaria a las
residentes al llegar y se siguieron desarrollando las
campañas anuales de vacunación: «El próximo lunes, día 3
de Diciembre [1928], la Srta. Felisa Martínez revacunará
contra la viruela de 3 a 5 en la Enfermería […]. Las
señoritas que no se hayan revacunado en los últimos cinco
años deberán inscribirse en la lista colocada a tal efecto en
la Secretaría […]» (ARS, 15/01/02).
Con atención sanitaria cercana y continua, instalaciones
higiénicas modelo y la atención al deporte que se prestaba
en la Residencia, como en el resto de los centros de la JAE,
sin duda el nivel de salud de las residentes estaría en el
máximo nivel de España. Sin embargo, como se ha visto,
tuvieron que convivir, a pesar de su juventud y las
excelencias de su entorno, con el dolor por la enfermedad y
la muerte cercana. La general inseguridad explica que los
padres repitan insistentemente a sus hijas que no se
descuiden, coman, duerman, paseen…, en la esperanza de
que la vida sana las preservara, pero no todas las familias
se imponían al miedo y renunciaban a tener cerca a lo más
querido. Antonio de Castro decidió enviar a Madrid a su
hija María Cristina:
Osuna, 20 de septiembre de 1929
[…] Teniendo una hija que deseo termine su educación, he sabido que
ahí en la Residencia encontraría lo que deseo, se llama María Cristina,
tiene 16 años, ha estado ocho años en El Valle […]. Desearía que me
contestase lo más pronto posible pues queda muy poco tiempo para
arreglarle el equipaje […] (ARS, 27/45/2).
En el colegio El Valle, de las Religiosas del Sagrado
Corazón, recibían cristiana educación las niñas de la buena
burguesía sevillana, y, en el último momento, don Antonio
se arrepintió de su proyecto:
Osuna, 29 de septiembre de 1929
[…] Hoy ha recibido papá su atenta carta en la que le hace V. saber que
tiene una plaza para mí. Le queda muy agradecido por la atención que
nos ha tenido V. admitiéndome, pero como el médico de la casa le ha
encomendado que en vez de llevarme a Madrid me lleve al campo por
encontrarme algo débil, me encarga [le diga que no iría] (ARS, 27/47/1).

Nunca sabremos si Cristina estaba realmente delicada o


si su papá prefirió tener cerca a su «princesa». Otros
padres —los de Húder, Novoa, de Haro…— dejaron
marchar a sus hijas, siempre con miedo, y las vieron venir
ya mujeres; también la familia de Rita Fernández
Queimadelos. Al tratar anteriormente la tensión entre el
rigor y la confianza, aparecieron los permisos para los
bailes; por ese motivo, en 1931, Rita Fernández recibía
carta de su madre (con membrete del negocio familiar):
La Modernista. Mercería y Novedades Domingo F. Fernández
Orense, 20 de abril de 1931
Queridísima Ritiña de mi corazón: Ayer recibimos tu carta con la que
quedamos contentísimos, pues ya hacía cinco días que nada sabíamos de
ti.
[…] Quedamos muy contentos con los dibujos que mandaste, que ya
vemos que adelantaste mucho, prendita mía, lo que no nos gusta nada es
que trabajes tanto, pues de poco vale que ahora trabajes mucho si
después te pones delicada y no puedes seguir. Es mejor que lleves las
cosas con más calma y que pasees un poco, pues tu salud nos interesa
mucho más que el estudio y [que] todo […].

La madre concedía el consentimiento solicitado y se


despedía insistiendo en la salud: «Adiós, Ritiña, cuídate
para tenernos contentos. Recibe muchos besos de papá,
Elenita y de tu madre, que está loca por verte, Modesta
[firma]» (ARS, 61/11/23).
Modesta Queimadelos Vázquez y Domingo Fernández y
Fernández regentaban una mercería en Orense. Para una
madre, su hija siempre será una niña; Rita había nacido en
1911 y había llegado ese curso 1930/1931 para cumplir su
vocación de estudiar Arquitectura, y estaba preparando los
exámenes de acceso, por eso aparece la alusión a los
dibujos y a su gran esfuerzo. Tiene sentido la preocupación
de Modesta, que conocía bien la entrega de su hija al
trabajo y temía que no supiera medir su cansancio. A pesar
de la preocupación de los padres, Rita realizó sus cursos
con mucho éxito, aunque la Guerra Civil le impidió finalizar
la carrera. Obtendrá finalmente el título en 1940, el mismo
curso que Cristina González Pintor; Matilde Ucelay había
conseguido el diploma en 1936. Ellas serán las únicas tres
mujeres que se titularán hasta 1940 en Arquitectura. No
obstante, solo Rita comenzó a ejercer de inmediato,
incorporándose en 1941 a la Dirección General de Regiones
Devastadas139. Allí trabajó hasta 1946 en el área de
Proyectos de la Sección de Reconstrucción. Se casó con
Vicente Iranzo Rubio y tuvieron seis hijos; dos de sus hijas
también fueron arquitectas. La familia se trasladó a
Murcia, donde el marido ejerció como catedrático de
Química Inorgánica; tras la interrupción de su carrera
profesional por unos años, la retoma en esa ciudad como
arquitecta del Distrito Escolar de la Región de Murcia, y en
ese puesto se jubiló en 1967140.
Cuando hace más de un año realicé una primera lectura
de esta carta, la archivé entre las que incluían un válido
testimonio para ilustrar el equilibrio entre libertad y
vigilancia que reinaba en este espacio y cómo, al igual que
si en unas cartas se pedía vigilancia, también había otras
en las que los progenitores confiaban en la sensatez de las
hijas. En otra lectura posterior, he percibido, más que esa
primera interpretación, la ansiedad de una madre ante las
múltiples amenazas para la salud de su hija, en cuya
fortaleza y bienestar cifraba su felicidad. Hay que
comprender la sensación de vivir a merced de la
eventualidad para acercarse a la incertidumbre, el temor y
la impaciencia de estas voces y a su gran esfuerzo por
superar el miedo. Enfermedad y muerte reaparecerán con
frecuencia en los capítulos que restan como una temática
transversal, porque suponían una realidad imposible de
eludir.
116
Manuel José Mejías, Rocío Domínguez y Esperanza Blanco Reina, «La
pandemia de Gripe de 1918: mitos y realidades desde la literatura científica»,
Journal of Negative and No Positive Results, vol. 3, núm. 8 (2018), págs. 655-
673.
117
Francisco José Goerlich y Rafael Pinilla, Esperanza de vida en España a lo
largo del siglo XX: las tablas de mortalidad del Instituto Nacional de
Estadística, Madrid, Fundación BBVA, 2006, pág. 32, disponible en:
https://www.fbbva.es/wp-content/uploads/2017/05/dat/DT_2006_11.pdf
(consultado 20/03/2020). Si en 1910 la esperanza de vida se cifraba en 41,73,
diez años después —1920— quedaba en 41,15, mientras que, superada la crisis,
en 1930, el índice había remontado hasta los 49,97 años. Nuevamente, la
Guerra Civil y la hambruna posterior detuvieron la esperanza de vida, que se
encontraba en 1940 en los 50,10 años.
118
Pilar Piñón, op. cit., pág. 94.
119
La faceta de empresaria de Zenobia Camprubí en su tienda de artesanías y
antigüedades en Madrid, en la que también trabajó Constancia de la Mora, es
destacada por Emilia Cortés, Zenobia Camprubí: la llama viva, Madrid, Alianza
Editorial, 2020.

https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1937/349/B01203-01203.pdf (consultado
120

11/6/2022).
121
Miguel Zárraga, «ABC en Nueva York por la mujer española», ABC, 27 de
abril de 1921, pág. 5.
122
http://ceies.cchs.csic.es/?q=content/landa-vaz-rub%C3%A9n (consultado
11/6/2022).
123
La trascendencia de Viqueira López-Cortón ha sido estudiada por Ángel S.
Porto y Raquel Vázquez, 2019, págs. 93 y ss.

Antonio Jiménez, La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente, Madrid,


124

Universidad Complutense, 1996, t. IV, pág. 153.


125
https://sites.google.com/view/projetojacinta/p%C3%A1gina-principal
(consultado 11/6/2022).
126
David Ginard, Matilde Landa: de la Institución Libre de Enseñanza a las
prisiones franquistas, Madrid, Flor del Viento, 2005.
127
Fernando Hernández, La prisión militante: las cárceles franquistas de
mujeres de Barcelona y Madrid (1939-1945), tesis doctoral, Madrid,
Universidad Complutense, 2011, disponible en:
https://eprints.ucm.es/13798/1/T33104.pdf.
128
http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/autoridad/63606/
(consultado 12/6/2022).

«En la tierra castellana / el castellano caía / con la voz llena de España / y la


129

muerte de alegría […]», http://archivo.juventudes.org/miguel-


hern%C3%A1ndez/matilde (consultado 12/6/2022).
130
https://www.cronicapopular.es/2016/07/matilde-landa-una-ciudadana-
ejemplar/ (consultado 12/6/2022).
131
https://vimeo.com/120632814 (consultado 12/6/2022).
132
https://conversacionsobrehistoria.info/2020/07/04/la-pandemia-actual-a-la-
luz-de-las-grandes-crisis-de-mortalidad-espanolas-de-los-siglos-xviii-al-xx/
(consultado 12/6/2022).
133

http://cedros.residencia.csic.es/imagenes/Portal/ArchivoJAE/memorias/007.pdf,
pág. 302 (consultado 12/6/2022).
134
«Trágica Muerte del señor Martín Ruiz», ABC 16 de marzo de 1920, pág. 14,
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1920/03/16/
014.html (consultado 12/6/2022).
135
Augusto Centeno no tiene expediente personal en el Archivo de la JAE, pero
sí aparece registrado como lector,
http://archivojae.edaddeplata.org/jae_app/JaeMain.html.

Andrés Soria, «La Spanish School de Middlebury», en J. García-Velasco (ed.),


136

Redes internacionales de la cultura española, 1914-1939, Madrid,


Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2014, págs. 377-384.
137
Carta 82 de 10 de noviembre de 1916, en Alberto Jiménez, 2017, pág. 109.
138
Carta 104 de 22 de diciembre de 1917, en Alberto Jiménez, 2017, pág. 137.

Cándido López, Paula Fernández-Gago y María Carreiro, «Rita Fernández


139

Quimadelos: los proyectos de reconstrucción de los Carabancheles, 1943-


1945», Arenal, vol. 24, núm. 1 (enero-junio de 2017), págs. 169-202.
140
Amparo Belinches, «Haciendo y rehaciendo. Arquitectura, mujeres y
patrimonio: en primera persona», en A. Torija e I. Baquedano (coords.) Tejiendo
pasado: patrimonio cultural y profesión, en género femenino, Madrid,
Consejería de Cultura, Turismo y Deportes de la Comunidad de Madrid, 2019,
págs. 98-124, http://www.madrid.org/bvirtual/BVCM019740.pdf (consultado
12/6/2022).
IV
AMISTADES E INFLUENCIAS
Los análisis que se refieren a la sociabilidad de la JAE y
su centro matriz, la Institución Libre de Enseñanza,
describen a sus integrantes componiendo un círculo amplio
pero cohesionado y con un marcado sentimiento de que
conformaban una élite no económica, sino cultural. Como
explica José Manuel Sánchez Ron, sus detractores la
asimilaban a una secta y señala un argumento de Enrique
Suñer Ordóñez, presidente del Tribunal de
Responsabilidades Políticas:
La Institución Libre de Enseñanza, en el curso de una labor medio
centenaria, ha ido creando una legión de adeptos, entre los cuales se
encuentran los principales agentes revolucionarios […] los resultados de
su labor fueron fatales para España […]. La Institución —lo mismo que
todas las agrupaciones humanas egoístas— actuó más tarde con interés
personal e hipócrita, disimulando bajo el calificativo de altos y diversos
ideales, esencialmente culturales, un proteccionismo a los afiliados de
carácter esencialmente masónico, con olvido absoluto del valer de los
adversarios141.

Está claro que esa declaración, en el marco de la


posguerra, obedecía a una justificación para perseguir a
sus miembros y acabar con la JAE. Pero el propio Sánchez
Ron, al caracterizar a la Junta para Ampliación de Estudios,
reflexiona sobre ese sentido de grupo, que denomina «una
densa red de relaciones personales, familiares a veces» que
permitía a sus miembros «acceder a una educación más
esmerada que otros cuyas condiciones familiares o
existenciales no les permitían tal privilegio», algo tan
fundamental como un mejor y más rápido acceso a la
información sobre convocatorias de pensiones de la JAE, el
conocimiento de vacantes u oportunidades en centros
educativos, como el Instituto-Escuela, o de investigación,
como el Centro de Estudios Históricos, y, tal vez,
«situaciones que pudieran ser consideradas como
favoritismo, o acciones endogámicas, para ocupar puestos
u oportunidades relacionadas con la Junta». Con respecto a
los vínculos internos de la ILE, el citado autor tituló una
reflexión sobre el tema «La Gran Familia del Paseo del
Obelisco», aludiendo a la sede de la Institución. Con
anterioridad a este escrito, la obra clásica de Antonio
Jiménez-Landi recupera un término que el propio Francisco
Giner atribuyó a los miembros de la Institución, dinastías:
«Estas dinastías tuvieron una importancia capital en el
desarrollo de la Institución y en el ambiente que le diera
tanto carácter, para constituir la trama en la que ha ido
tejiéndose, después, ese estrato social, que desde
comienzos de siglo, pero especialmente a partir de la
guerra europea de 1914 a 1918, popularizó el nombre
genérico de los intelectuales [sic]»142.
Podría decirse, también, que desde el interior de esas
dinastías, el mismo Alberto Jiménez Fraud, director de la
Residencia de Estudiantes, casado con Natalia Cossío, hija
del director del Museo Pedagógico, Manuel Bartolomé
Cossío, reflexiona sobre el carácter cohesivo de estos
reformadores, aunque también sobre cómo el proyecto
obedecía al convencimiento de perseguir el progreso social
de toda la comunidad. En una carta publicada en la prensa
en 1950 se expresa así:
20 de julio de 1950
Carta a un colaborador del New Statesman
Me siento en deuda con usted desde que leí en The New Statesman del
día 8 su artículo sobre «Spanish Honour». El artículo fija con claridad el
problema de España: la formación de una minoría capaz de guiar el vivo
sentido moral del pueblo español y de hacer fecundas su originalidad y
fuerza […].
La fórmula del reformista liberal viene a ser: «Solo los elegidos deben
trabajar en el perfeccionamiento de la humanidad, impidiendo que la
multitud perturbe con sus pasiones el ordenado movimiento de un sobrio
progreso». La equivocación consiste en que las minorías privilegiadas
por el rango o la inteligencia se consideran como entidades aisladas […].
[El grupo de Giner] solo creía justificado su entusiasmo por el progreso
intelectual si este estaba al servicio de la vida orgánica de la comunidad
y era como la expresión inteligente de toda ella […]143.

Sería ingenuo pensar que los miembros de la ILE y de la


JAE pudieran funcionar de otra forma en un marco como el
sistema caciquil y clientelar de la Restauración, en el que el
recurso al favor estaba anclado en todos los ámbitos de la
cultura política y había generado una corrupción
estructural extendida a través de una ubicua red de
mecanismos por los que se hurtaba a los demás el beneficio
de un bien —recurso público— del que el responsable de la
corrupción o su grupo se aprovechaba. Es decir, la
corrupción se caracterizaba por el disfrute oligárquico de
los recursos públicos y tiene un alcance político-cultural,
social y ético, acudiendo a la costumbre arraigada de
dividir a la sociedad entre un nosotros y los otros.
y
En este marco académico de la JAE, no enfrentamos
abiertamente un cuadro propiamente de corrupción, sino
que se trataba más bien de algo menos claramente
identificable y menos recriminable en aquel contexto, un
mecanismo universalmente aceptado por el que se recurría
sistemáticamente al amiguismo, al conocido, a la solicitud,
la protección, la recomendación…, para asegurar el acceso
a plazas de formación, oposiciones, puestos de trabajo, que
son los campos que aquí estamos tratando. Se hacía, como
procedimiento natural y normalizado en cualquier nivel y
en toda circunstancia, sin que produjera extrañeza ni se
cuestionara seriamente reglamento alguno. La cuestión en
el caso de la JAE radica en que este órgano nace como
instrumento para la regeneración y la modernidad, con el
objetivo de llevar a buen puerto la gestión de la educación
y la ciencia, pero para avanzar en el proyecto se recurre,
con lógica, a colegas «conocidos» en quienes se confía y es
así como se va montando el nosotros cuya materia cohesiva
se halla en la confianza que hay que tener en los
colaboradores, frente al resto, y también en su valía.
Incluso en la actualidad, se observa que es difícil aceptar
que «lo nuestro» —ya sea el experimento, el laboratorio, el
equipo, el departamento, el instituto, el despacho, el centro
en sí— no nos pertenezca y aplicar a la hora de las nuevas
incorporaciones el criterio de la igualdad de
opciones/derechos de los «otros», los desconocidos que
llegan de fuera. De hecho, se funciona con la idea de que el
«fin justifica los medios» y, por ello, se actúa en el
convencimiento de que, en garantía de la mejor gestión, es
aconsejable la unidad de criterios en la formación de un
equipo y, por tanto, la protección o mejora del aspirante
conocido —o recomendado por los conocidos— supone una
vía lícita. En este caso de la JAE, la indudable calidad de los
resultados difuminó los límites entre lo normativo y efectivo
y lo endogámico. Pero, en general, para aquella España, se
podría decir que la frontera esfumada entre la eficacia y el
cohecho estribaba en adoptar para el funcionamiento de lo
público criterios de moral privada, es decir, en la
confluencia de planos y la colusión entre la moral privada y
la pública hasta quedar convencido de que «lo que es
bueno para uno mismo lo es para todos».
He encontrado una fórmula sencilla y breve de definir
todo esto en el siguiente texto de Amelia Valcárcel
describiendo, hoy en día, el funcionamiento de la
cooptación aplicada en el sistema patriarcal de ejercicio del
poder: «La mayor parte de las posiciones relevantes en los
sistemas de poder explícitos están vinculados a la
cooptación. Y eso no es todo. Por supuesto que la
cooptación funciona en toda trama informal y en el sistema
no explícito de poder que conocemos por el nombre de
influencia. Son los otros —el grupo de iguales previamente
definido— quienes juzgan ese dar la talla y se trasladan
entre sí la aquiescencia o la negativa a la entrada de otro u
otra en su círculo»144.
La autora cita como parte de ese entramado informal
buen número de los encuentros sociales: cenas de trabajo,
comidas de empresa, prácticas deportivas, reuniones en
congresos, etc. Valcárcel encuadra esta reflexión sobre la
cooptación en su análisis sobre las vías por las que en la
sociedad patriarcal se ha ejercido el poder siempre. Y,
volviendo a nuestra Residencia, sería ingenuo pensar que la
progresiva llegada de unas cuantas mujeres iba a cambiar
las reglas ancestrales.
Ha surgido, así, el tema del poder, porque en este marco
educativo, aunque en distintos niveles y para fines
distintos, también se trataba del poder. De una forma
sencilla, el poder podría definirse como la posibilidad de
influir ampliamente sobre la vida de los otros, de intervenir
en el cumplimiento o no de los deseos y necesidades de
otros. En principio no hay por qué pensar en la intriga, sino
más bien en que el desempeño del poder, en cualquier
ámbito, partiría de la posibilidad de gestionar los medios a
favor de la mayoría.

LOS NUDOS DE UNA RED. QUIEN A BUEN ÁRBOL DE ARRIMA…


María de Maeztu era una mujer poderosa, su papel en la
JAE desde 1915 y, más tarde, sus buenas relaciones con la
Dictadura de Primo de Rivera consolidaron su imagen;
también fue muy respetada con la República. En ese
sentido de actuar como persona intermediadora, se explica
que recibiera una petición cursada desde Huelva, la del
maestro Ricardo Domínguez Moreno, para los niños de
Riotinto. Usando papel timbrado con membrete de Teniente
de Alcalde del Excmo. Ayuntamiento de Huelva —lo era por
el Partido Conservador—, Ricardo Domínguez expone a la
Srta. de Maeztu que ha pedido al Ministerio de Instrucción
Pública una ayuda para subvencionar excursiones escolares
para los niños de la escuela de Riotinto:
Huelva, 2 de junio de 1921
Mi distinguida amiga:
He solicitado del Sr. Ministro de Instrucción Pública una subvención
para las Excursiones escolares de estos pobres niños de Huelva, que
todavía presentan en sus cuerpos desmedrados las huellas de los
sufrimientos pasados con la huelga de Río Tinto; y deseo que V. haga el
favor de apoyar mi petición, coadyuvando con esta obra de caridad y
amor […] (ARS, 29/48/9).

Dos años después reitera la petición en parecidos


términos, indicio de que su anterior petición no condujo a
nada:
1 de abril de 1923
Me ofreció V. hace dos años recomendar en el Ministerio de Instrucción
Pública la petición del Ayuntamiento de Huelva de que se le concediera
una cantidad para las Excursiones Escolares de los niños pobres de esta
provincia a la playa de Punta Umbría; y como ahora es ocasión de
conseguirlo, yo le suplico se interese en ello.
Se trata, mi distinguida amiga, de los pobrecitos niños hijos de los
obreros de Río Tinto y de las Minas de esta provincia, y yo espero de su
bondad que haga lo posible en favor de ellos (ARS, 29/48/10).

Jamás se podría considerar que Ricardo Domínguez


Moreno cayera en la corrupción ni siquiera que demandara
para sí un trato de favor; se puede creer, más bien, que
expresaba de forma desinteresada una solicitud justa. Su
carta ilustra, no obstante, la universal cultura del favor, el
tener que recurrir al allegado, al conocido poderoso —
conocida, en nuestro caso—, que intercede, como vía más
certera para conseguir el fin que se desea, cultura de la
que también estaba imbuida doña María de Maeztu.
En un marco muy distinto, podemos recordar cómo le
dirigía África Ramírez de Arellano su petición de que le
buscara un medio para poder regresar a la Residencia:
«Vitoria, 2 de octubre de 1923 […]. Tenemos que suplicarle
que emplee, por Dios, todos los recursos de que tan rica es
para convencer al Directorio de que hay dos maestras que
no ansían más que a elevarse un poco intelectualmente,
que no buscan ninguna ganga, ni rehúyen ningún trabajo
[…]» (ARS, 42/6/40). Cartas como esta van dibujando su
capacidad para influir en un ámbito que llega mucho más
allá de la Residencia, aunque la Casa fuera su base de
partida; en las páginas anteriores ya hemos leído muchos
de esos ruegos para encontrar una colocación, para ayudar
en el éxito en las oposiciones o para ir mejorando destinos
provincianos y acercarse a Madrid, que era la meca del
poder. Cartas, viajes, relaciones… proporcionaban los
medios para mantener viva la red de influencias.
¿Qué gana doña María? Diría que, por un lado, el sentirse
necesaria para los demás, notoriedad, el considerarse en la
cúspide de una estructura jerárquica, en la que las
relaciones no son igualitarias y los individuos se entrelazan
por una invisible pero existente corriente de débito, de
endeudamiento/agradecimiento, de autoridad, en suma, de
la que no hay que desterrar los afectos reales. Por otro, se
gana crédito social, éxito, la materia que soporta un
liderazgo necesario e imprescindible en el que anclar el
nacimiento y la consolidación de un revolucionario centro
educativo femenino, en un país que se burlaba de la mujer
literata.
En vísperas de que la Residencia abriera sus puertas, la
Srta. de Maeztu recibió una curiosa carta de Regina
Carrera, una joven maestra en Huerta de Ánimas, un
pueblecito próximo a Trujillo, que expresaba su inmenso
deseo de ingresar en el nuevo centro, pero confesaba que
económicamente no podía afrontar el gasto si abandonaba
su escuela y solicitaba a María que buscara una salida a su
problema:
Huerta de Ánimas, 14 de septiembre de 1915
[Le pide una alternativa] Yo trabajaría con mi familia para lograr
conseguir su autorización para marchar y tendré también que sacudirme
esta pereza y abandono de cultura y de saber que la vida rural produce
[…].
¿Se dignará V. responder? Si no puede, no lo haga, pero me agradan
tanto los renglones por banales que sean que por eso los deseo. Otra
cosa que me producen sus escritos es que me creo yo superior,
solamente porque V. escribe mi nombre, y sabe que existo. Así como yo le
escribiré de vez en vez, y cuando tenga deseos de elevarme, respóndame
con algún intervalo para que yo sueñe que soy algo de lo que no llegaré a
ser nunca. Su apasionadísima admiradora que la saluda y quiere, Regina
Carrera (ARS, 27/13/1).

En una fecha tan temprana como 1915, María contaba ya


con fervientes admiradoras en cualquier rincón de España
y se comprende tanto que María multiplicara sus esfuerzos
por hacer lo imposible para favorecer la cualificación
profesional de las jóvenes voluntariosas como que se
sintiera halagada por esa devoción. Regina no llegó nunca
a la Residencia y, aun así, María mantuvo la
correspondencia y una especie de tutela cultural hasta
finales de 1917.
La consolidación de la Residencia, su afianzamiento en el
mundo de la cultura de la Edad de Plata, reforzarán a
María de Maeztu como mujer influyente. En la medida en
que la mujer se incorpora a la esfera de lo público, se
introduce en el juego de los mecanismos de poder y la
observamos en el engranaje de los favores. No se debe caer
en la simplificación, porque este recurso al apoyo, este
impulsar al conocido o al de la casa sustenta procesos que
aún valoramos como modernizadores, tanto si los
colocamos en el pasado como en el presente: la formación
de redes y la sororidad. Y de eso se trata también, de pedir
y prestar apoyo entre mujeres para ir escalando en la
esfera pública; María estaba en el centro, manejando
relaciones que lo hicieran posible. Con las expresivas
palabras de Mercedes Loperena, una residente de los
primeros tiempos, se entiende bien su capacidad de influir.
En una nota de 1927 le agradece sus cartas de
recomendación que había utilizado para buscar trabajo en
la Revista de Occidente y con Nicolás M.ª de Urgoiti:
[…] Aprovecho un momento para ponerle en pormenores de nuestras
andanzas y, sobre todo, para darle las gracias de nuevo por ese
maravilloso talismán que son sus cartas de presentación.
Al presentarlas, me acordaba de aquel «Sésamo, ábrete» del cuento de
Alí Babá y los cuarenta ladrones, que tanto me deleitaba de chica,
porque apenas habíamos dicho: «traemos una carta de la Srta. de
Maeztu», se precipitaban a abrirnos las puertas. ¿No le había dicho yo a
V. aquello de «quien a buen árbol se arrima…»? (ARS, 36/47/19).

Doña María se ha convertido en alguien importante, la


biografía de Isabel Pérez-Villanueva Tovar recoge sus
cargos y responsabilidades académicas y científicas. La
directora de la Residencia lo será también del grupo de
niñas de Miguel Ángel 8 desde 1917 y de la Sección
Primaria del Instituto-Escuela, a partir de 1918 y hasta
1934. En 1925 quedó integrada en la comisión encargada
de la dirección del Instituto-Escuela. Probablemente se
deba a este nombramiento la efusiva felicitación de la
alumna Caridad Marín, que escribía desde Barcelona: «3
nov 1925. Respetada y querida amiga: Supongo que el día
31 habrá sido para V. de una gran satisfacción. No todos los
que luchan por un ideal consiguen escalar la cima ni logran
rematar tan por completo su obra. Tengo una verdadera
alegría al pensar en esto y la felicito de todo corazón […]»
(ARS, 37/39/13).
Su nombre estará en el Patronato o Comisión del
Instituto-Escuela que se constituye el 20 de noviembre de
1928 y en el de la renovación de 1930, aunque ya no en el
que se formó en septiembre de 1933. Pérez-Villanueva
proporciona los nombres de quienes compusieron ese
comité asesor y que me permito incluir para que se
comprenda el papel preeminente de doña María. En la
comisión de 1925 figuraba María de Maeztu junto a Ignacio
Bolívar, Ramón Menéndez Pidal, José Ortega y Gasset, Blas
Cabrera, Luis de Zulueta, Luis Calandre y María Goyri. En
el Patronato de 1928, los anteriores e Inocencio Jiménez,
José G. Álvarez Ude, bajo la presidencia de Menéndez Pidal,
y figura como secretario Luis Crespi. Ya en en 1930, junto
con María de Maeztu, aparecen José G. Álvarez Ude, Blas
Cabrera, Luis Calandre, Antonio García Tapia, María Goyri,
Inocencio Jiménez, Ramón Menéndez Pidal y Luis de
Zulueta, además de Victoriano Fernández Ascarza por el
Observatorio Astronómico. A partir de 1933, no se la
incluye entre los miembros del Patronato145. En resumen,
María de Maeztu y María Goyri se codearon con lo más
granado de la ciencia española.
En esa primera generación de la JAE, solo tres mujeres
obtienen algún reconocimiento: María Goyri, pionera en
realizar estudios en la universidad y reconocida
investigadora y profesora, esposa de Ramón Menéndez
Pidal; Gloria Giner, que había ingresado en la primera
promoción de la Escuela Superior, fue profesora de Escuela
Normal en distintas provincias y en la ILE y se había
casado con Fernando de los Ríos Urruti, y la señorita De
Maeztu, que no se había educado en la Institución. Ella
alcanzó, sin duda, la mayor proyección, por lo que, el 20 de
noviembre de 1928, fue miembro de la comisión encargada
de las relaciones culturales con América, que dependía
también de la JAE, y ese 1928, por fin, se la nombró vocal
de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas, aunque cesa en marzo de 1930, tras la caída de
Primo de Rivera, de cuya Asamblea Nacional, que se
constituyó en 1927, formaba parte. Su visibilidad en el
mundo de la cultura justificaba el nombramiento como
presidenta del Lyceum Club en 1926146 y que integrara el
Consejo de Instrucción Pública en 1930 y luego el Consejo
Nacional de Cultura. Durante la República, María reforzó
su proyección académica, incorporándose como profesora
auxiliar temporal —por un período de cuatro años
renovable— a la Sección de Pedagogía de la Facultad de
Filosofía y Letras el 1 de octubre de 1932; posteriormente,
cuando en 1936 Luis de Zulueta fue nombrado embajador
en el Vaticano, ella desempeñó su cátedra de Pedagogía.
Desde 1915 se buscaba la presencia de la señorita María
de Maeztu en iniciativas culturales de distinta naturaleza
por toda la geografía española, porque su asistencia
reforzaba el esplendor de estos actos. Solo voy a recoger
unas pocas de estas actividades, que dan idea de la
diversidad y dispersión geográfica de su agenda en todo
momento. Para el Congreso de la Asociación Española para
el Progreso de las Ciencias que se celebraba en Sevilla
entre el 6 y el 11 de mayo de 1917, la inspectora María
Quintana Ferragud le escribió reiteradamente animándola
a asistir: «Sevilla, 8 marzo 1917 […]. Dígame si vendrá
para Mayo al Congreso de las Ciencias. Pensando en que
puede V. venir, así como algunas compañeras, he aceptado
ser de la Comisión receptora […]» (ARS, 41/106/8). Doña
María aceptó la invitación y Quintana se dispuso a tenerla
en Sevilla por todo lo grande:
Sevilla, 1 de mayo de 1917
Mi querida amiga: Resulta que dentro del Congreso no podrán oírla las
maestras ni muchas personas porque no pueden entrar no siendo socios
y, la verdad, me da pena. Le suplico me diga si podrá dar una
Conferencia fuera del Congreso en un salón que buscaremos […].
Caso de que acceda tendríamos motivo con ello de hacer patente a V.
nuestro agradecimiento con algún acto digno como banquete, té o gira
[…].
Y también le suplico me diga con qué amigos cuenta V. en esta para
ponernos de acuerdo respecto a lo que podemos hacer para testimoniarle
nuestra admiración […] (ARS, 41/106/12).

En relación con una institución cultural que estaba


naciendo en otro rincón de España, el Centro de Estudios
Extremeños, desde Badajoz hacían llegar a doña María una
carta a través de la residente Caridad Marín Pascual: «La
Junta Directiva del Ateneo de Badajoz acordó dar las
gracias a la Srta. María de Maeztu por el ofrecimiento de
prestar su valioso concurso para la creación de un Centro
de Estudios Extremeños proyectado por esta Sociedad […],
Badajoz a 20 diciembre 1923» (ARS, 23/71/1). Finalmente,
el nuevo centro se inauguró en 1925.
Años después, el Ateneo de Sevilla se felicitaba de que,
por fin, doña María hubiera aceptado su invitación para dar
una conferencia en la institución y un agradecido secretario
de la Sección de Pedagogía, Roberto Escobar, le escribía en
nombre del presidente, el escritor y periodista Blasco
Garzón: «19 octubre 1928 […] los ateneístas sevillanos
hemos quedado encantados de que, por fin, se decida V. a
complacernos, teniendo en cuenta nuestras reiteradas
invitaciones del curso último […]» (ARS, 30/21/1).
Por último, en relación con otro ateneo, el de Valencia,
escribía la antigua residente María Datas Gutiérrez: «19
febrero 1936. Nuestra querida Srta. de Maeztu: Ante el
nuevo triunfo alcanzado por V. en el Ateneo de Valencia que
la confirma en su puesto a la cabeza de toda la
intelectualidad española, no podemos menos de felicitarle y
enorgullecernos de poseer su afecto […]» (ARS, 29/11/27).
Se trata tan solo de unos pocos indicios para expresar la
idea de que las relaciones culturales de María la enlazaron
con todo el país en aquellos años, hasta el estallido de la
Guerra Civil. Su prestigio, que tenía su centro vital en la
Residencia, constituía un entramado cultural y social que la
ligaba a centenares de personalidades de la vida pública
española y, a través de ella, las residentes y sus familias se
integraban en esa tupida red de deseos, objetivos y favores.
El estudio que le dedica M.ª Josefa Lastagaray Rosales
destaca su permanente compromiso en conferencias,
cursos y congresos por España147 y subraya su popularidad
en toda América, desde el doctorado en el Smith College y
su nombramiento en la Hispanic Society of America hasta
los múltiples homenajes recibidos en Argentina; de ello,
justamente, hablaba María Díez de Oñate desde su centro,
Vassar College —Poughkeepsie, Nueva York—, tras una gira
de Maeztu por el Cono Sur en 1926:
Querida amiga María:
No le he escrito a V. antes porque con su vida errante y llena de
emociones no sabía a dónde ni cómo dirigirle mi carta. Pero he seguido
con mucho interés las noticias de V. que por uno y otro conducto llegaban
y que nos iban enterando de su pleno éxito en la América española. Es
ahora seguramente cuando, ya lejos de aquel país y disipada en parte la
impresión de cercanía, se da V. cuenta de lo que supone el esfuerzo
realizado y del valor que tiene el haberse puesto en contacto con todo un
mundo nuevo […] (ARS, 9/6/6).

Por otra parte, cuando la investigadora Raquel Vázquez


Ramil presenta el esplendor cultural de la Residencia en la
etapa republicana, define la actividad de la casa como
«entre la alta cultura y el brillo social»148. Se trata
exactamente de eso, la Residencia se consolidó como uno
de los centros de la vida cultural de Madrid y entre el
paraninfo de Miguel Ángel y el salón de Fortuny transcurrió
una parte de la vida social de Madrid, en medio de sus
bailes, veladas y tés.
No es casual que los principales trabajos que han
rescatado la historia de la Residencia de Señoritas ofrezcan
detalles sobre la importancia que tenía el rito del té de las
cinco que era servido para todas las residentes [véase
imagen 2]. Como el laboratorio, la biblioteca, el estudio de
idiomas o la práctica del deporte, el té definía la vida de la
Residencia. Ese ratito simbolizaba el interés de la directora
por la formación integral en el centro y el convencimiento
de que un aprendizaje completo requería refinamiento,
buenas maneras y habilidades sociales. Así que el té, las
fiestas, los eventos culturales, la organización de conciertos
y bailes constituían esa otra parte, la vida social, que tenía
que acompañar, con naturalidad, a la formación académica
para hacer de una joven estudiante provinciana una mujer
de mundo; además, por esos momentos transcurría el
fenómeno de la cooptación a los que ha aludido Amelia
Valcárcel.
Entre la documentación de la Residencia se conserva una
relación que, tras el título Lista de invitados a los tés de los
miércoles, recoge los nombres de 76 personalidades del
mundo de la cultura cercanas al centro. El documento no
tiene fecha, pero incluye un nombre que nos ayuda a
fecharlo, el del ingeniero, empresario y científico vinculado
a la JAE Domingo Orueta y Duarte: como muere en 1926, el
listado probablemente se enmarca en esos años centrales
de la década de los veinte en los que la casa ya había ido
tomando vuelo. Si a ello sumamos el conjunto de
personalidades femeninas ligadas al Lyceum, casi
podríamos confirmar que se trata de esa fecha, 1926: entre
otras figuras femeninas más difíciles de localizar, porque
son nombradas por el apellido del esposo, se cita, entre las
invitadas, a la escritora Concha Espina y, con ella, a
reconocidas socias del Lyceum: Zenobia Camprubí, Benita
Asas Manterola, Carmen Baroja, Isabel de Oyarzábal, la
joven escritora Aurora Lanzarote de Riaño o Carmen Díaz
de Mendoza, condesa de San Luis. Junto a ellas se
menciona a algunas compañeras de profesión de la
directora, como la ya citada María Quintana, Carmen Oña o
Mercedes Sardá.
En cuanto a los nombres masculinos, figuran los del
mundo científico de la JAE y el Instituto-Escuela Juan Uña,
Miguel Catalán, Luis Calandre, Homero Serís, Lorenzo
Luzuriaga, Gustavo Pittaluga, el director del Observatorio
Astronómico Victoriano Fernández Ascarza, Julián Besteiro,
Luis de Zulueta y otros catedráticos, como Tomás García de
Diego —de Caminos— y Laureano Díez-Canseco —de
Derecho—; escritores y políticos como Julio Álvarez del
Vallo, Ramón M.ª Tenreiro; escritores como Ramón Pérez
de Ayala, Eugenio d’Ors, José Moreno Villa o Ricardo
Baeza, y también el marchante de arte José Arnaldo
Weissberger, además de los marqueses de la Vega-Inclán y
de Palomares de Duero, tan ligados a la Residencia de
Estudiantes (ARS, 16/10/76-77).
Existe otra Lista de invitados —igualmente sin fecha e
igualmente encuadrable en los años de la Dictadura— que
llama poderosamente la atención porque ocupa diez folios
(ARS, 16/12/108-117). Sus nombres se presentan
ordenados según sectores profesionales: invitados de la
Junta para Ampliación de Estudios; del Comité Directivo de
la Residencia; del Centro de Estudios Históricos, del Museo
Pedagógico, del Museo de Ciencias Naturales. Continuaba
con el sector de catedráticos de universidad y, entre otros,
aparecían: Odón de Buen, Rafael Altamira o Juan Negrín, y
con el de catedráticos de instituto (del Cardenal Cisneros,
Vicente García de Diego, entre otros; del San Isidro, Miguel
Aguayo Millán, etc.). Se incluía a las profesoras de la
Escuela Normal de Maestras, comenzando por Dolores
Cebrián; al profesorado de la Escuela Superior del
Magisterio, con Rufino Blanco o el marqués de Retortillo, y
a los profesores del Instituto Francés, con el reconocido
hispanista Jean Sarrailh. Proseguía con otros expertos
destacados: médicos como Gregorio Marañón o Gonzalo
Lafora; abogados como Melquiades Álvarez, Ángel Osorio y
Gallardo, Niceto Alcalá-Zamora y Augusto Barcia. El listado
de escritores que encabeza Azorín continúa con Juan
Ramón Jiménez o Antonio Machado e incluye a dos
escritoras María Martínez Sierra e Isabel Oyarzábal de
Palencia. Se cita también a los directores de los diarios
ABC, El Sol y El Imparcial, al director del Museo del Prado,
José Moya del Pino, y al del Teatro Español, Enrique López
Alarcón.
Después de estos grupos sucesivos por los que va
pasando una radiografía de la élite cultural madrileña, se
inserta un denso colectivo de lo que seguramente se
consideró el conjunto más cercano al centro y a su
directora, las «amistades particulares», y entre este
centenar de personalidades quedan incluidos el conde de
Romanones, Santiago Alba; el entonces secretario de
Embajada en el Ministerio de Estado, José Antonio
Sangróniz; el catedrático Antonio Royo Villanova, diputado
en diversas legislaturas y ministro de Marina
posteriormente, con la CEDA; Pedro Sangro y Ros de
Olano, entonces jefe del Servicio Internacional de Trabajo
y, poco después, ministro de Trabajo a partir de enero de
1930, marqués de Guad-el-Jelú. Con ellos, dos grandes
nombres del mundo editorial, como Javier Lasso de la Vega
y Nicolás M.ª de Urgoiti, además empresario del diario
emblemático El Sol; títulos nobiliarios relacionados con el
mundo cultural como Juan de Madariaga, conde de Torres
Vélez, o Carlos Crespo Gil-Delgado, conde de Castillo Fiel.
El grupo más destacado, y no sorprende, lo proporcionan
las mujeres ya citadas como socias del Lyceum y con ellas
otro conjunto de reconocidas pedagogas de su entorno:
Matilde García del Real, Visitación Puertas Latorre o
Dolores García Tapia, junto con un nutrido grupo de
señoras de la nobleza: la marquesa de Villavieja; la condesa
de Cuevas de Vera; Julia de Torres Calderón, marquesa de
Guad-el-Jelú, o Marcelle Azra Hincks, condesa de Morphy y
célebre autora de un libro de cocina —Recipes of all
nations—, publicado en 1923, en el que elogiaba la comida
española, sobre todo el cocido.
Al analizar de cerca esta tupida red de contactos, tejidos
en el entorno de la Residencia de Señoritas, hay que
ponerlo en relación con el hecho de que en estos años se
constituyera la Sociedad de Cursos y Conferencias en el
marco de la Residencia de Estudiantes, con el objetivo —
según explica Isabel Pérez-Villanueva— de estrechar
relaciones entre el grupo universitario y ciertos círculos
socioculturales privilegiados149. En ambos documentos,
junto al nombre, figura la dirección del domicilio, para
poder enviar las invitaciones por vía postal. Evidentemente
no hay que considerar que todas las personas incluidas en
esa relación acudieran a los tés y demás celebraciones de
la Residencia, pero sí que muchos de ellos llegaran a
hacerlo en alguna ocasión, como invitados o tomando parte
en la amplia actividad cultural organizada en el centro.
Desde luego, quien sí lo hizo fue Niceto Alcalá-Zamora,
siendo ya presidente de la República, y —¡cómo no!— fue
agasajado con un té.
Tras una década, la Residencia se había convertido en un
lugar de referencia en la vida sociocultural de Madrid. El
sentido de haber incluido esta larga relación de nombres y
personalidades obedece al interés por ilustrar cómo María
se movía en el centro de una extensa red de conocimientos
y amistades que repercutía por toda España su capacidad
de influir y alcanzaba mucho más que las prerrogativas que
contemplaban sus cargos en la Dirección de la Residencia y
de la sección Preparatoria del Instituto-Escuela. Podemos
ver los hilos de esta red como caminos que la investían de
las cualidades que articulan un positivo ejercicio del poder,
el liderazgo y la autoridad para realizar su proyecto, su
obra de la Residencia, en la que subyacía mucho más: la
modernización de la educación femenina encaminada a
conducir a la mujer hacia la esfera pública, no de forma
singularizada, sino como género. Recomendaciones,
favores, influencias, etc., componían el canon de la época
para lograr el obligado prestigio.
La recomendación atravesaba como un eje cualquier
actividad social y profesional en España, y es difícil
discernir entre el necesario y razonable procedimiento de
conocer o buscar a la persona adecuada con quien se ha de
trabajar y la corrupción de intentar beneficiar a alguien
conocido con un pequeño o gran beneficio en lo público.
Teresa Olivé, que había llegado desde Tarragona el curso
1915/1916, no había aprobado en la primera ocasión el
examen de ingreso y su padre abordaba el tema con la
Srta. de Maeztu de la forma más cruda: «Tarragona, 16 de
mayo de 1917 […]. Aunque frecuentemente recibo noticias
de mi hija Teresa, me sería también grato conocer su
ilustrada opinión referente a sus estudios y la disposición
en que se halle para tomar parte en el próximo concurso de
ingreso en la Escuela Superior del Magisterio. Dada su
valiosísima influencia me permito suplicarle la recomiende
eficazmente al profesorado del tribunal de oposiciones para
que salga mejor que el año pasado […]» (ARS, 40/14/3).
En situaciones así habría que pensar que doña María
tendría las manos atadas, puesto que no podría recomendar
a todas las estudiantes que preparaban el acceso en la
Residencia. El caso es que Teresa tampoco aprobó ese
curso y fue decisión familiar que dejara temporalmente
Madrid y permaneciera en Tarragona para cursar
bachillerato. Lo hizo y regresó a la Residencia nuevamente
en 1920 y cubrió con éxito sus objetivos, porque en octubre
de 1922 quedó incorporada al profesorado de la
Preparatoria del Instituto-Escuela.
Los padres escribían plenamente conscientes de
situaciones como la que recoge la siguiente misiva para el
mismo contexto, aunque algo después:
El Presidente del Senado. Particular
Sr. Don Rufino Blanco
Mi querido amigo:
El Administrador de Contribuciones de Zaragoza, Don Mariano Claver,
con quien tengo antigua relación, me pide recomiende a V. a su hija, la
Señorita Dolores Claver Salas, aspirante a ingreso en la Sección de
Letras de la Escuela Superior del Magisterio y al transmitir a V. el ruego,
le agradeceré tenga la bondad de ver lo que dentro de los límites de la
justicia puede hacerse en su obsequio.
Aprovechando la oportunidad, quedo como siempre muy suyo aftmo.
amigo
J. de la Toca
8 de junio de 1921

En una modélica cadena de recomendación, el presidente


del Senado, Joaquín Sánchez de la Toca y Calvo, solicita a
don Rufino Blanco Sánchez, uno de los organizadores de la
Escuela Superior y en 1921 consejero de Instrucción
Pública, que se ocupe del ingreso de Lola Claver Salas150,
que también fue residente y que sí aprobó el ingreso.
Precisamente el nombre de Rufino Blanco figuraba en el
listado de amistades particulares que se acaba comentar.
Como muestra del general convencimiento de que no se
lograba nada sin recurrir a los enchufes, señalo la sincera
explicación que, con buena dosis de ingenuidad, Carlota
Capdevilla ofrecía, desde Almería, a María de Maeztu sobre
por qué no había estudiado ese curso: «Es verdad que no
he estudiado lo que debía, pero esto ha obedecido
solamente a haberme repetido mil veces personas muy bien
enteradas que el destino que yo pretendía no era más que
cuestión de influencias […] [sin fecha, en lápiz a mano 1923
o 24]» (ARS, 26/74/3).
No considero propiamente un vestigio de favor un tipo de
cartas que acompañaban con asiduidad las solicitudes de
ingreso, porque uno de los requisitos de admisión requería
que la solicitante presentara informes de terceras
personas; en estos casos se podrían considerar como cartas
de presentación o avales, algo que hoy se conserva en el
funcionamiento académico, que enfatizan los valores del
aspirante, todo lo cual se considera dentro de los usos y
costumbres habituales en cualquier proceso de selección.
Un poco más allá, no obstante, en el límite de lo que
implicaría trato de favor, se sitúa la carta del subsecretario
de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1925, Javier García
de Leániz, que utiliza el papel con sello oficial de la
Subsecretaría: «14 octubre 1925 […]. Con verdadero y
especial empeño me permito interesar a V. el ingreso en la
Residencia de Señoritas Estudiantes, de su digna Dirección,
de mi pariente María de la Gloria García de Leániz, que lo
tiene solicitado, y a quien desearía complacer en sus
deseos […]» (ARS, 32/52/3).
Ya en 1925 llegaban a la Residencia muchas más
solicitudes de las que se podían atender. En suma, no hay
que poner el acento en la excepcionalidad, sino, todo lo
contrario, en la universalidad de esta costumbre del
recomendar. Cuando en el verano de 1929 Pura García
Arias, antigua residente que permaneció como asistente de
María en la Residencia, se quedó al frente de la misma, se
mantuvo en permanente vinculación con la directora,
reenviándole la correspondencia o bien diligenciando lo
más urgente y los meros trámites. Con la mayor
naturalidad, se expresa así: «[26 de julio de 1929] Le
remito dos cartas de recomendación de oposiciones por si
quiere enviarlas a las personas que le pidieron la
recomendación» (ARS, 32/36/16). Por eso vamos a ir
recuperando algunos hilos de tan densa trama, porque
formaban parte de la cotidianidad en la vida de la
Residencia.
Se ha ido constatando en los capítulos anteriores cómo
muchas de las residentes que colaboraron más
estrechamente con María quedaron integradas en el
profesorado del Instituto-Escuela: Kent, Rosa Herrera,
Virtudes Luque, Juana Moreno, Carmen Castilla Polo,
Teresa García-Andoín, las hermanas Claver Salas —Pilar y
Dolores—, Marta Cejudo, Teresa Bursutil, Elisa López
Velasco, Paulita Martín, Ana Martínez, Carmen Húder,
Margarita de Mayo Izarra, María Sánchez Arbós, Teresa
Olivé, María López Corts, Encarnación Fuyola, María
Cuyás, Felisa de las Cuevas, Carmen Galdós, Pilar Elorza,
Sofía Novoa y muchas otras. En realidad, si se compara el
listado de residentes con el del profesorado del Instituto-
Escuela se comprende el acceso privilegiado que las más
estrechas colaboradoras de María tuvieron al Instituto-
Escuela.
Como se observa en el estudio clásico de Palacios
Bañuelos sobre el Instituto, las contrataciones para las
distintas secciones tenían en cuenta las propuestas del
profesorado, y en particular, las de la dirección de las
diferentes secciones. La Memoria de la JAE del año 1925
explicitaba: «Habiendo la Junta confiado a la Srta. de
Maeztu la designación del personal docente de esta
Sección elemental, consiguió pronto reunir y formar un
grupo homogéneo de maestras inspiradas en los mismos
métodos […] con unidad de disciplina […]»151. Entre la
numerosa y diversa correspondencia de la Residencia
también se hallan cartas que manifiestan esta vía de
especial ayuda de María hacia determinadas residentes.
Hay razones para pensar que María de Maeztu sostuvo
una relación de amistad especial con la familia de Haro
Espejo y tal vez una de las causas se hallaba en que el
matrimonio tenía seis hijas, tres de las cuales estudiaron en
la Residencia, como ya he indicado. Casimira de Haro
Espejo había terminado con éxito en 1930 la licenciatura de
Filosofía y Letras en la especialidad de Historia y debió de
solicitar a María su ayuda para ingresar en el Instituto-
Escuela como aspirante en la Sección de Bachillerato, por
lo que la pedagoga se dirigió al director de la Sección,
Francisco Barnés y Salinas —futuro ministro de Instrucción
Pública—, recomendando a la licenciada:
Madrid, 9 de junio de 1930
Mi querido amigo: la Srta. Casimira de Haro desearía trabajar como
aspirante en la Sección de Historia del Instituto-Escuela. Esta señorita
ha terminado la Licenciatura y quisiera muchísimo practicar junto a
usted y asociarse, si es posible, desde el próximo curso al personal
auxiliar de ese Instituto. Yo le he dicho que se presente a usted y estoy
segura de que, cuando la vea y hable con ella, ha de quedar muy
complacido pues es una señorita de maneras muy distinguidas y que
sabe muy bien su materia […] (ARS, 62/13/51).
Efectivamente, el profesor Barnés atendió el ruego de su
colega y doña María se lo agradeció por escrito: «[Sin
fecha] Mi querido amigo: Ya sé que atendiendo a mis
deseos ha concedido usted una plaza de aspirante en su
Sección a la Srta. Casimira de Haro, de esta Residencia.
Muy de veras se lo agradezco pues dicha señorita es una
excelente alumna de esta Casa y espero que en las clases
que usted le encomiende cumpla con fervor y entusiasmo
[…]» (ARS, 62/13/58).
La razón de peso para el ingreso se hallaba en que era
parte de la casa y, en ese sentido, colaboradora estrecha y
miembro de la obra de María, y esto nos da el quid de cómo
funcionaba la Residencia: no era un lugar para estar un
tiempo, sino un gran hogar que concitaba la cohesión y la
ayuda mutua entre sus miembros, con María de Maeztu
como núcleo. El padre de la estudiante agradeció, a su vez,
el apoyo que la directora les había prestado: «Bienvenida, 9
de octubre de 1930. En carta que tengo a la vista de mi
hija, Casimira, me dice está a V. muy agradecida por las
gestiones que ha hecho en su favor, para colocarla en el
Instituto-Escuela; me es grato testimoniarle una vez más mi
sincero reconocimiento por las atenciones que nos
dispensa, tan inmerecidas» (ARS, 62/13/57).
La respuesta de María vuelve a ofrecer la clave de sus
intervenciones en este y otros casos:
13 de octubre de 1930
Recibí su cariñosa carta del corriente en la que me da las gracias por
mi intervención en el nombramiento de su hija Casimira como aspirante
en el Instituto-Escuela. Nada tiene usted que agradecerme por ello, ya
que es natural que me interese por las alumnas que, como Casimira, han
hecho todos sus estudios en esta Casa sin que tengamos de ella la menor
queja y es mi deber ayudarlas en cuanto pueda ser un beneficio para el
ejercicio de su carreras […] (ARS, 62/13/59).

Realmente el interés de María la llevaba a impulsar


profesionalmente a sus estudiantes y, como decía,
particularmente en casos concretos como este, familias
cargadas de hijas en un mundo profesional casi
exclusivamente masculino, jóvenes con potencial o jóvenes
huérfanas que necesitan valerse por sí mismas, como sería
algo después el caso de Eugenia de Haro Espejo, hermana
menor de Casimira. Las Haro pierden a su padre en 1932 y
Eugenia, que acababa de terminar en la Normal, se pone
en contacto con María:
Cazalla de la Sierra, 20 mayo 1932 [papel de luto]
Después de saludarla y repetirle las gracias por el pésame, le pido lo
siguiente. No sé si recordará V. solicité trabajo en el Instituto-Escuela
quedando en que me avisaría los días primeros de Junio para hacer las
prácticas. Yo le pido no lo olvide y me diga cuándo tengo que ir ya que
mis circunstancias de ahora no son otras que ir a Madrid a trabajar como
era mi deseo […] (ARS, 62/14/2).

A vuelta de correo, recibía la contestación de María:


24 de mayo de 1932
Mi querida amiga: He recibido su carta del 20 del corriente y le
comunico que las prácticas para las aspirantes a ocupar plazas de
maestras en el Instituto-Escuela serán en los últimos días de Septiembre
o primeros de Octubre. Sería conveniente que, si usted insiste en sus
deseos de trabajar en el Instituto-Escuela, me escriba usted la primera
quincena de Septiembre para recordármelo y por si tuviera usted que
agregar algún dato o modificar solicitud […] (ARS, 62/14/3).

La mayor y más rápida accesibilidad de la información


podía ser una estimable ayuda y también disponer de
alguien como doña María que supervisara la solicitud y,
efectivamente, llegó el recordatorio que sale de Cazalla el 9
de septiembre y ante lo cual María confirmaba:
19 de septiembre 1932
Querida Eugenia: Como creo que tiene usted hecha la solicitud de
prácticas en el Instituto-Escuela, no tiene usted más que hacer que
presentarse en él para el día 10 de Octubre, fecha en que empezarán las
prácticas de las maestras que solicitan trabajar en la Sección Primaria
del Instituto […] (ARS, 62/14/7).

La iniciativa del Instituto-Escuela se convirtió en un gran


éxito y, por mucho que la institución creciera y se fueran
incorporando sucesivas y magníficas instalaciones, pronto
el espacio se hacía insuficiente otra vez, debido a la
aceptación entre la buena sociedad madrileña que
solicitaba, más y más, la entrada de sus hijos, y entonces se
multiplicaron las solicitudes a la directora de la
Preparatoria para que facilitase tal o cual ingreso de algún
niño. En el contexto de esta investigación es fácil pensar
que serían centenares estas peticiones de apoyo, como la
que llegó de parte de Blas Cabrera y que Pura Arias remite
a la directora, que estaba de vacaciones: «27 julio 1929
[…]. Ha escrito D. Blas Cabrera recomendando la entrada
de dos niños en el Instituto-Escuela […]. Pero si tiene V.
interés en dar gusto al Sr. Cabrera y quiere contestarle,
ahora está en San Sebastián […]. Yo ya le he contestado
que en su nombre se hará todo lo que se pueda por
complacerle» (ARS, 32/36/17).
Curiosamente, algunas de esas peticiones llegaron de
parte de una antigua y conocida secretaria del propio
Instituto-Escuela, Victoria Kent, en otra fase ya de su vida
profesional. En 1932, utilizando el papel timbrado de «La
Directora General de Prisiones. Particular» se dirige a su
mentora:
[8 abril 1932] Mi muy querida amiga:
Persona a la que querría complacer me pide sea admitido en el
Instituto-Escuela para el curso próximo el niño Juan José Carranza que
tiene presentada la inscripción provisional para hacer estudios en una
Sección preparatoria.
Tanto el Ministro como yo tenemos gran interés en el asunto y le
agradeceré haga cuanto pueda por conseguirlo.
[En el reverso está anotado por la mano de María:] Preguntar a Rosa
Herrera y contestarle (ARS, 20/77/9).

En otra ocasión, la abogada escribe sobre el papel del


Parlamento:
El Diputado a Cortes por la provincia de Madrid
6 de septiembre de 1932.
Mi querida amiga: Con mucho interés la recomiendo una instancia que
hay presentada en el Instituto-Escuela para el ingreso del niño José
Moreno Serrano, el que tiene legalizada su situación, manifestándole la
gran satisfacción que tendría viendo que este niño ocupaba una de las
plazas que haya vacantes […] (ARS, 20/77/10).

Por último, desde su flamante bufete, la abogada también


se dirigía a la Residencia con el mismo fin:
Victoria Kent. Abogado. Madrid
31 de octubre de 1933
Mi querida amiga: Le doy las más afectuosas gracias por su interés en
la recomendación que le hice para que interpusiera su influencia para
conseguir que los hijos de la Sra. viuda de Fernández consiguieran una
beca en el Instituto-Escuela, con lo que ha hecho V. una buena obra pues
se trata de una familia necesitada […] (ARS, 20/77/13).

Existían muchas más solicitudes que vacantes y,


conforme a la costumbre, se acudía al método de la
recomendación, aunque recurrir a ello para la obtención de
plaza en un centro emblemático de la JAE no pueda ser
considerado propiamente un acto de corrupción; la
cuestión radica más bien en la sempiterna costumbre de
recurrir a las relaciones de favor para la consecución de un
bien, el que fuera, y en el empleo de términos como
complacer, pedir, interés, recomendación, influencia, y una
sintaxis con expresiones como «Tanto el ministro como yo
tenemos gran interés», «Con mucho interés le
recomiendo», «que interpusiera su influencia», etc., que
siguen al pie de la letra la sintaxis de la recomendación, un
tipo de carta tan extendido que podemos decir que
compone un subgénero dentro de la literatura epistolar.
En otro campo, relacionado igualmente con las iniciativas
de la JAE, las convocatorias para la concesión de pensiones
para cursar estudios en el extranjero salían
convenientemente publicadas en la Gaceta. Así, las
respectivas memorias de 1920 y 1921 recogen la
publicación los días 4 de marzo de 1920 y 5 de marzo de
1921 (Memoria, Madrid, 1922, págs. 5 y ss.) A partir del
curso 1919/1920, las memorias incluyen un apartado
relativo a las estudiantes que marchan a los Estados Unidos
como parte del intercambio firmado con un conjunto de
universidades norteamericanas femeninas. Explica la
Gaceta que las aspirantes a estas pensiones han de dejar
constancia en sus solicitudes de sus titulaciones, puestos
que desempeñan, investigaciones y trabajos desarrollados,
formación y todos los méritos, además de un proyecto
detallado de los estudios y actividades que pretenden
elaborar. A partir de 1920/1921, para la ejecución del
intercambio con los colleges femeninos norteamericanos se
organizó una comisión especial bajo la presidencia de doña
María Goyri y contando como vocales con doña María de
Maeztu, la doctora Trinidad Arroyo de Márquez y el
secretario de la Junta, José Castillejo; la Secretaría del
Comité quedó confiada a doña Zenobia Camprubí de
Jiménez.
La Memoria de la JAE para el primer intercambio explica
simplemente que seleccionaron como alumna becaria
española para desempeñar el cargo de repetidora de
español —podría considerarse auxiliar de prácticas— a la
señorita Milagros Alda, maestra superior, que recibió la
subvención de 2.000 pesetas para gastos de viaje. Milagros
era bilbaína, de familia cercana al entorno de los Maeztu;
una versión más detallada de lo acontecido se halla en la
correspondencia de la agraciada, que reaparecerá en esta
narrativa más adelante, cuando se hable de las primeras
becarias. Ya en el Smith, el 13 de noviembre de 1919,
Milagros escribe a la Residencia:
Srta. María de Maeztu. Madrid
Mi distinguida amiga: Agradecidísima por haberme mandado aquí.
Decir que estoy muy contenta sería poco decir. ¡Estoy encantada! Qué
amabilidad, qué atención, qué solicitud tan grande las de estas gentes. Y
el colegio ¡qué precioso, qué movimiento, qué orden, qué alegría; qué
vida tan simpática!
Y Miss Bourland, ¡mujer tan encantadora! Desde el mismo momento
que desembarqué (estaba esperándome en el muelle) hasta el momento
presente, no ha cesado de dedicarme atención y cariño maternales. Su
mamá, que no sabe una palabra de español, ha sido mi primera profesora
de inglés. No son más que tres horas por semana; por enero empezaré el
resto. Esto me permite dedicar más tiempo a mi inglés […]152.

Por lo que manifiestan las palabras de la estudiante en


esa ocasión, el criterio de María había sido decisivo. En
realidad, la opción resultó exitosa, la candidata se adaptó,
prorrogó su estancia y, finalmente, terminó realizando su
proyecto personal y profesional en los Estados Unidos.
Indicios posteriores, sin embargo, apuntan a que la opinión
de Maeztu siguió siendo decisiva para que las becas fueran
otorgadas y no solo para los destinos norteamericanos.
Elvira de Laburu Calera también era bilbaína y
compañera de María en la Escuela Superior. Como
profesora de la Normal de Almería, realizó una encomiable
labor de acercamiento de sus alumnas más destacadas al
ámbito de la Residencia y de la JAE. Para el interés de su
amiga Concepción Francés decidió dirigirse directamente a
María en los siguientes términos:
[1925, sin mes ni día]
Mi distinguida y buena amiga: Consecuente con lo que me dijo V. en
cierta ocasión sobre lo de que, aun cuando no mediase correspondencia
entre nosotras en mucho tiempo, no dudase en establecerla en cuanto
algo se me ofreciese en que V. me pudiera servir, lo hago ahora por creer
que esa ocasión ha llegado.
Se trata de que una buena amiga mía, hija de la Directora de la Normal
de La Laguna, desea obtener el cargo de «Repetidora de español» en
Francia. Como creo recordar que algo por el estilo fue lo que V. consiguió
para Milagros Alda, pienso que sería posible que V. haga mucho en ese
asunto en que no sé qué resortes deben tocarse, a quién debe dirigirse,
etc., etc. Mi amiga Concepción Francés solo me dice que […] es cuestión
de influencias […] (ARS, 36/1/7).

Dicho y hecho: la Gaceta del 29 de agosto de 1925


publicaba la equiparación de pensionada para Concepción
Francés Piña para una plaza en la Normal de Toulouse de
repetidora de español. La aspirante, en realidad, no andaba
desprovista de méritos, pero anteponía a todos la
mencionada influencia. Concepción Francés Piña había
nacido en Palencia, en 1896. Como en muchos otros casos,
siguió en primer lugar estudios de maestra, pero entró
posteriormente en la Escuela Superior. En la historia de la
Universidad de La Laguna se recuerda que cuando
comenzó el primer curso de Filosofía y Letras en 1913/1914
p y
Concepción Francés fue la única mujer estudiante153. Dos
años más tarde se traslada a Barcelona y allí se licencia en
Filosofía y Letras, sección Historia, con la calificación de
Excelente. Además, por la Alianza Francesa de Barcelona,
obtuvo el diploma de Fin de Estudios de Lengua Francesa,
pero la cultura de la época aconsejaba asegurarse,
igualmente, el espaldarazo del favor, y así fue. Una vez
dentro del grupo de la JAE, la profesora obtuvo el apoyo de
la Junta en diversas ocasiones: permaneció como lectora en
Toulouse durante dos cursos (1925/1926 y 1926/1927). A su
regreso, logró una plaza de catedrática en el Instituto de El
Ferrol y alcanzó nuevamente la Consideración de
Pensionada en el curso 1929/1930 para estudiar en los
Estados Unidos, en el New Jersey College for Women (New
Brunswick). Posteriormente, volvió a pasar otro curso
fuera, esta vez en Londres, en el City Literary Institute, con
el propósito de investigar sobre la enseñanza de una lengua
extranjera, en este caso el inglés154.
Su perfil de persona activa, siempre esforzada,
disciplinada y curiosa por el conocimiento se ve aún más
reforzado por el hecho de que, con más de sesenta años,
emprendió un nuevo camino: estudiar Enfermería en la
Escuela de Santa Madrona de Barcelona y dedicarse a la
atención domiciliaria y gratuita de enfermos pobres155.
La preeminencia de la Srta. de Maeztu en decisiones de
este tipo nos llega igualmente por otra vía, la
correspondencia con otra compañera, María Teresa
Martínez de Bujanda y Sainz de Baranda, que trabajaba en
Granada, la tierra de su marido, y había estudiado con
María en la Escuela Superior. En realidad, ella y su esposo,
Fernando Sainz Ruiz, formaban una familia modelo del
institucionismo. Ambos eran inspectores de Enseñanza en
Granada y en 1920 habían disfrutado simultáneamente una
pensión de la JAE en Francia. Encuadrados en un
liberalismo progresista, Fernando Sainz fue asesor del
Ministerio de Instrucción Pública durante la República y
diputado socialista por Granada en las Cortes
Constituyentes de 1931, pero cuando en 1929 María Teresa
se dirigió a María de Maeztu, las cosas no pintaban
ideológicamente bien para el matrimonio, y las autoridades
de la Dictadura habían represaliado al esposo, que fue
apartado de su cargo de inspector. Así que Martínez de
Bujanda buscó remedio, viendo la forma de salir
temporalmente de España, a través de una nueva estancia
de investigación pensionada por la JAE.
Además de sus estudios de maestra y de su graduación
en la Escuela Superior, María Teresa Martínez de Bujanda,
una de las renovadoras de la pedagogía española, figura
también como pionera en los estudios universitarios: en
1909/1910 comenzó la licenciatura de Filosofía y Letras en
Madrid y se especializó en Pedagogía156, y desde ese círculo
de cultura y pedagogía se aproximaba a María:
Granada, 23 de abril de 1929
[…] Desde que mi marido ha sido destituido de su cargo de Inspector
de Granada (de cuya injusticia no quiero hacer comentarios) estamos
separados, puesto que Fernando trabaja en Madrid y particularmente yo
he solicitado una pensión de 6 meses para Francia y si la consiguiera
tendría la satisfacción inmensa de pasar allí, reunida con mi marido, el
invierno próximo, aparte, de lo seriamente que habría de estudiar el
problema escolar que indico en mi solicitud y de lo que eso me atrae.
Sé que es V. quien tiene que informar las instancias y de quien depende
por tanto mi suerte. Creo que en una cosa tan justa como la que solicito
no me faltará apoyo. Es una situación penosa la nuestra; no nos
resignamos a vivir separados y conseguir la pensión sería para nosotros
una alegría inmensa y creo que una reparación que nos merecemos.
Como resultado de mi viaje anterior al extranjero, organicé aquí una
Escuela Maternal y cursos complementarios que funcionan con gran
éxito […] (ARS, 26/33/1).

Por otra comunicación de meses posteriores, conocemos


el resultado positivo de este ruego: «[29 de julio de 1929]
Agradecidísima a su cariñosa carta y al interés con que ha
gestionado y conseguido mi propuesta de pensión para
Francia […]» (ARS, 26/33/2). Pero el disfrute de la ayuda
quedaba pendiente de la disponibilidad de fondos y se vio
inicialmente aplazada; así las cosas, en los siguientes
meses la situación mejoró rápidamente para el matrimonio
con la caída de la dictadura. Como ya se indicó, Fernando
Sainz obtuvo acta de diputado, en tanto que María Teresa
aprobaba una oposición restringida para incorporarse a la
Inspección de Enseñanza en Madrid. Así, año tras año, se
fue aplazando el disfrute de la ayuda hasta hacerse efectiva
en el curso 1934/1935. El 8 de mayo de 1935, desde París,
envía Teresa un informe a Gonzalo Jiménez de la Espada a
la secretaría de la JAE, explicando sus visitas y prácticas en
centros maternales de los alrededores de París, Montrouge,
Villejuif, Suresnes (JAE/95-301); en tanto, el marido había
obtenido el nombramiento de lector de español en el liceo
de Albi para el curso 1934/1935 (JAE/130-52). Se puede
pensar que esta estancia y la experiencia que le permitió
recopilar sirvieron de base para la publicación de su texto
Escuelas maternales y de párvulos157.
Como para muchas familias institucionistas, el final de la
guerra les trajo el exilio. Refiere Vicente Lloréns que el
matrimonio compartió con él el exilio dominicano y, allí,
Fernando Sainz ejerció de profesor en la Escuela Normal
de Señoritas y luego en la Universidad de Santo Domingo.
Más tarde, como muchos de los exiliados de esta isla,
marchó a Puerto Rico y desde allí consigue la entrada en
los Estados Unidos. Enseñó en un college de Mississippi y
murió en 1959. En cuanto a María Teresa, regresó antes a
España, en 1948, a Granada, aquejada por la tragedia de
haber perdido al menor de sus hijos. Explica Lloréns que el
matrimonio salió al exilio hacia Francia con el segundo de
sus hijos y una niña menor; cuando iban a marchar a la
República Dominicana decidieron viajar solo con su hija y
que su hijo, prácticamente un adolescente que había sido
reclutado por el ejército republicano al final de la guerra,
volviera a Granada, porque pensaron que no peligraba;
pero, al pasar la frontera, fue recluido en un campo de
concentración en Burgos, donde contrajo tuberculosis y
murió poco después: «La madre no encontró ya consuelo.
Ella misma, sin decirlo, venía a acusarse injustamente de la
muerte del hijo. La carta de la familia en que le
comunicaron la funesta noticia, y que llevaba siempre en su
bolso, ¡cuántas veces no la leería a los amigos que fueron a
visitarla! […]. Aquella señora, pocos días antes de tan buen
aspecto, tan animada e inteligente en la conversación, era
ya una anciana […] regresó a Granada para morir junto al
hijo»158.
La guerra terminó, pues, con el espíritu de esta mujer,
animosa, inteligente y pionera en tantos aspectos.
María, como expresaba Teresa Martínez de Bujanda,
informaba las solicitudes de las aspirantes, por ello no es
extraño que un número muy elevado de las beneficiadas
pertenecieran al ámbito de la Residencia. Merece ser
recordada, siquiera por la perseverancia, Elisa López
Velasco, que solicitó pensión en 1911, 1916, 1917 y no lo
consigue hasta 1920, cuando ya era residente en Miguel
Ángel 8. Muchas otras de las residentes más próximas a
María disfrutaron pensiones de la JAE: Enriqueta Martín, la
ya citada África Ramírez de Arellano, que fueron jefas de
grupo, Margarita de Mayo, Rosa Herrera, que era la
directora del laboratorio, y sería lógico pensar que en su
proximidad a María hallarían el momento para comentar
sus aspiraciones. En el caso de Sofía Novoa, jefa de grupo
de Rafael Calvo, hizo la petición por escrito y por ello se
conserva una carta análoga a las anteriores, de 1935: «Mi
Querida Srta. Maeztu: He pedido a la Junta una pensión
para este verano y los ponentes son Domingo Barnés,
Zaragüeta y Ballesteros (Inspector de Madrid). No sé si V.
conoce al último, pero sí a los dos primeros. ¿Le molestaría
a V. mucho hablarles de mí en la Universidad?» (ARS,
64/8/88). Además de en la universidad, María conocía a
Domingo Barnés y a Juan Zaragüeta como colegas en la
Escuela Superior y en el Instituto-Escuela. Sofía Novoa
Ortiz solicitó la ayuda en 1935 y en febrero de 1936, año en
el que la obtuvo para pasar julio y agosto en Francia y
Suiza (JAE/106-128), aunque ya sabemos que esta
posibilidad se truncó.
Tampoco extraña la influencia de doña María en el
complicado y variado mundo de las oposiciones en el campo
de la enseñanza. Una carta de su compañera Aurelia
Gutiérrez Blanchard la señala por su facilidad de acceso a
información imprescindible:
Almería, 9 de mayo de 1919
[…] Mucho le agradeceré en efecto procure enterarme de la fecha
aproximada de las oposiciones que yo creo no dejarán de tener que
verificarse estando como están la mayor parte de las Auxiliarias de
Normales servidas por interinas, pues se me figura no permitirán queden
estas en propiedad de unas plazas que deben solo al favor y la influencia
casi siempre reñidas con el verdadero mérito.
Por tanto, mucho estimaré, repito, me dé alguna noticia concreta sobre
el asunto, rogándole me perdone tanta molestia (ARS, 33/91/2).

La normalista lamentaba que las adjudicaciones se


consiguieran más por el favor que por el mérito.
Funcionaba como regla general y en medio de la
costumbre, también a la Srta. de Maeztu le tocaba pedir y
agradecer:
28 de febrero de 1926
Sra. D.ª María Quintana
Mi querida amiga: Según convinimos, adjunto le envío una lista de las
señoritas opositoras que están en la Residencia por las que me intereso
vivamente y por lo tanto me permito entregarlas a su solicitud. En la
seguridad de que usted hará cuanto pueda por ellas, queda su buena
amiga de siempre (ARS, 53/2/42).
D.ª María Quintana, antigua condiscípula, siempre en
contacto con la Srta. de Maeztu, estaba también
contemplada en los listados de invitados de la Residencia.
Además, en 1917, como se acaba de ver, había intervenido
en la invitación para la conferencia en el Congreso de las
Ciencias de Sevilla.
Las intersecciones de esta red alcanzaban a todo el
territorio y funcionaron en todo tiempo; años después, la
opositora Rosa Ángela Cazcarro Doménech se dirige a la
directora con esta súplica:
Albaida del Aljarafe, 28 de noviembre de 1929
Srta. María de Maeztu:
[…] He hecho oposiciones a una Sección de la Graduada de Huelva
(donde viven mis padres) y he obtenido 190 puntos con una diferencia de
18,25 sobre mi contrincante, pero como el R.D. de convocatoria dice que
el Ministro puede nombrar libremente a una de las propuestas, aunque
figuro en la terna con el número uno, no estoy tranquila y le ruego se
interese cuanto le sea posible para que sea yo la nombrada ya que figuro
en primer lugar. El expediente de las oposiciones ha llegado hoy día 29 al
Ministerio y es el Director General quien propondrá al Ministro la
opositora que haya de ser elegida […] (ARS, 27/57/12).

Rosa Cazcarro ni tan siquiera era alumna de la


Residencia, pero doña María le parecía la eminencia a la
que había que recurrir en defensa de sus derechos.
Con mayor o menor lógica, situaciones como la anterior
se multiplican. Josefina Casaseca llegó a la Residencia en
1920 y allí residió hasta 1924, estudiando Farmacia. Su
padre, Ángel Casaseca, era secretario de la Diputación
Provincial de Zamora y siguió en estrecho contacto con
doña María y Eulalia Lapresta la formación de su hija en
Madrid. Al terminar, debió de aconsejarle que tomara un
camino sencillo, así que Josefina se presentó y ganó las
oposiciones a una plaza de farmacéutico en la Diputación
de su provincia, algo que, en principio, no le debía parecer
muy atractivo, puesto que siempre se había quejado de lo
aburrida que era Zamora. En fin, quiso disfrutar de su éxito
y, al terminar las oposiciones, no perdió un momento para
comunicarlo a Madrid: «Zamora, 23 de febrero de 1925. Mi
queridísima Eulalia: cuatro letras para decirle que hoy en
la mañana terminé las oposiciones y me dieron la plaza.
Estamos un poco intranquilos por tener a mi hermano en
cama hace más de un mes y no se le quita la fiebre […]»
(ARS, 27/23/4). En paralelo también le escribe a su
directora: «Zamora, 23 febrero 1925. Mi buena amiga: le
escribo a usted para notificarle que hoy me dieron la plaza
de Farmacéutico de la Beneficencia Provincial. Me tiene a
su disposición en esta aburrida Zamora. Es posible que
dentro de poco tenga el gusto de ir a esa a verla» (ARS,
27/23/16).
La felicitación de la directora no se hizo esperar y el
mismo día que llegó la carta se enviaba respuesta: «25 de
febrero de 1925 […]. Ya sabe cuánto la estimamos en esta
casa y por eso se ha recibido esta mañana con gran alegría
la noticia de que había usted conseguido sus deseos» (ARS,
52/9/95). Sin embargo, la situación se torció por una
impugnación y la joven farmacéutica acudió a doña María
buscando su amparo:
Zamora a 12 de marzo de 1925
[…] Como le notifiqué en su día, gané las oposiciones de Farmacéutico
de la Beneficencia Provincial y ahora, cuando menos lo esperaba, llegan
las noticias a esta de que mi antecesor en el cargo ha denunciado dichas
oposiciones.
Como podrá suponerse la noticia no me agrada, tanto porque las
oposiciones se han hecho con las formalidades legales, y por
consiguiente no tienen lugar las protestas, como porque, si dicho señor
se vale de algún hecho falso, puede estropearme el porvenir.
Recordando que V. se trata con Martínez Anido, le ruego tenga la
bondad de interesarle en el asunto.
Padre quizá salga mañana para esa y le contará las cosas al detalle […]
(ARS, 27/23/17).

El general Severiano Martínez Anido era ministro de


Gobernación y, efectivamente, doña María llegaba hasta él
a través de su hermano Ramiro, muy comprometido con la
política de la Dictadura. En cualquier caso, la situación se
resolvió a su favor, porque en octubre de 1926 Josefina se
dirigía nuevamente a la Residencia escribiendo en papel
con su membrete —J. Casaseca. Farmacéutico de los
Hospitales. Zamora. Particular— y solicitaba habitación
para unos días que quería pasar en la capital (ARS,
27/23/5). Mantuvo esta costumbre durante años, tal vez,
para contrarrestar su aislamiento en Zamora. Todavía
aparece en activo en 1967, incluida en una relación de
socios de la Asociación de Farmacéuticos de Hospitales
Civiles159.

CUESTIONES DE FAMILIA
Las situaciones en las que se apela a María de Maeztu
para demandar su intervención fuera de un marco
p
académico propiamente hablando son múltiples. Se acudía
a ella, por ejemplo, para impulsar las carreras
administrativas y los empleos de los familiares. Ya
conocemos a Pilar Alas, una de las madres más
estrechamente vinculadas a la educación de sus hijas
(Josefina, Mercedes y Pilar Coll Alas, que procedían de
Gandía). Escribiendo una carta paradigmática en esa fusión
entre afecto, respeto y solicitud de recomendación, Pilar
Alas se dirige a María en 1928, cuando su marido
preparaba unas oposiciones de notaría para plazas de
Madrid, un destino que abriría las puertas de la capital a la
familia:
Gandía, 4 de noviembre [1928]
[…] Un poquito me tiembla la mano al escribirle, como me temblaría la
voz si en lugar de escribirle le hablara, pero me decido a hacerlo y me
animo a ello repitiéndome a mí misma varias veces aquellas palabras de
V. tan alentadoras: «Pilar, cuando tenga V. que pedirme algo en concreto,
cuando necesite V. algo, pídamelo, dígamelo» […].
Es lo siguiente: el día 19 de este mes darán comienzo las oposiciones
entre notarios; uno de los opositores es mi marido. Salen a oposición,
entre otras, dos notarías de Madrid. Ya irá V. viendo que es algo mucho
[sic] lo que pido. Convencida de que no basta solo con saberse el
programa perfectamente y conocer muy bien todas las pruebas, sino que
hace falta un apoyo [sic] de verdad, una recomendación grande y sincera
a V. me acojo, querida María. Yo sé que entre dos que sepan mucho
llevará la plaza el que además de saber mucho esté bien recomendado,
¡es tan humano eso! Si has de elegir entre dos o tres en iguales
condiciones elegirás al amigo, al recomendado, al que sepas que en ello
das una alegría a una persona a quien aprecias.
¿Puede V. hacer algo por mi marido? Él va muy bien preparado pero le
falta eso…
Mi familia ahí se ha movido todo lo que ha podido pero ¡es tan poco! Yo
solo me he atrevido a recurrir a V. […]. Para mi marido la solución es
Madrid […]. ¡Son ocho hijos a quienes tenemos que dar carrera y abrirles
paso en la vida! […].
Aparte le envío una lista de los señores que forman el tribunal […]
(ARS, 22/46/5).

Efectivamente, también se conserva el texto con la


composición del tribunal:
[…] Director General de los Registros y del Notariado: Don Pío
Ballesteros
El Subdirector: Sr. Carrasco
El Decano del Colegio Notarial de Madrid: Sr. Azpeitia
Decano de Albacete: Sr. Martínez Ortiz
Decano de Barcelona: [Valentín Marín]
Profesor de la Universidad Central: Clemente de Diego
Sr. Puente Quijano, como Secretario (ARS, 22/46/7b).

Resulta inútil que intente mejorar este análisis profundo


del alcance de la recomendación. Como en toda su
correspondencia, Pilar Alas deja evidente la perspicacia de
su análisis. Desde luego que no se negó doña María a
ayudar a esta amantísima esposa y madre en apuros y
disponemos del intercambio de misivas:
6 de noviembre de 1928
Mi querida amiga: Recibo su afectuosa carta del 4 de Noviembre que
me ha producido la más honda emoción por el tono de noble sinceridad
con que está escrita. Aunque tratándose de mí no tenía que darme tantas
explicaciones pues con una breve nota me hubiera dispuesto enseguida a
hacer todo lo que esté a mi mano para que obtenga su marido el éxito
que merece, me complace, sin embargo, que este motivo haya dado
oportunidad a que me escriba usted una tan bella carta que sirve para
que yo estime a usted todavía más de lo que ya la estimaba.
De los señores del Tribunal no conozco personalmente más que a
Clemente de Diego a quien hablaré yo misma con el mayor interés y
estoy segura que me atenderá; en cuanto a los otros señores veré de
llegar a ellos directamente o por medio de mis relaciones y, en todo caso,
puede usted estar segura de que agotaré todos mis recursos para que
esos señores conozcan bien quién es su marido y cuáles son sus
condiciones personales, que es lo que más ayuda a la determinación de
todo juicio que haya de hacerse en justicia, pues si no contamos con la
justicia de antemano entonces ya no cabe esperar nada.
Siga usted dándome cuantos datos y detalles puedan favorecer el
mejor éxito de nuestra gestión (como por ejemplo la relación de estos
señores del Tribunal con otras personas a quienes yo pudiera conocer)
[…] (ARS, 53/32/8).

Así era el mundo de las relaciones, la oportunidad de


encontrar la intermediación acertada, directa o indirecta,
como expresa la Srta. de Maeztu. La respuesta desde
Gandía no se hizo esperar:
Gandía 12 de noviembre de 1928
[…] Estoy tan apartada del mundo que no puedo darle ningún dato ni
detalle de los que me pide […]. Conozco al mismo que V. a don Felipe
Clemente de Diego y es fácil que hasta él hayan llegado ya noticias y
pretensiones de mi marido por mi hermano, José Alas, por D. Adolfo
Posada y por Rafael Ureña (decano honorario de la Universidad Central,
primo de mi padre [se trata de los descendientes de Leopoldo Alas,
Clarín]. D. Felipe será nuestro, ¡qué remedio! Pero ¿y los otros? Al Sr.
Azpeitia se le puede coger por Romanones y a Romanones ¿por quién?
No lo sé…
[…] Podría preguntarle a César pero no quiero que sepa nada de esto
hasta que pase todo […] (ARS, 22/46/6a).

Así se va trazando la trama de quién se relacionaba con


quién: el conde de Romanones sí figuraba en la citada
relación de «amistades personales» de la directora. El
acopio de detalles proseguía: «19 de noviembre de 1928
[…]. Tengo un dato que me apresuro a comunicarle por si
puede serle útil para nuestro asunto. El notario de
Barcelona que forma parte del Tribunal, Don Valentín
Marín, es hermano del dibujante Marín [Joaquín Marín
Llovet]» (ARS, 22/46/7a). Al final, el marido no sacó las
oposiciones de Madrid y la familia optó por abrir casa en
Madrid para que pudieran estudiar todos los hijos, como ya
se ha comentado en el capítulo anterior.
Quiero retomar uno de los razonamientos expuestos por
Pilar Alas: «¡La recomendación era —es— tan humana!». Si
hubiera que elegir entre personas con méritos análogos, se
elegiría al recomendado, porque así se daría satisfacción a
quien lo recomienda, alguien allegado, a quien se aprecia.
En el fondo se juntan los afectos y el favor. Probablemente
no haya mejor caso para ejemplificar esa fusión que el
vínculo de cariño y protección establecido con la familia
Novoa, en cuya casa de Vigo se recibió a doña María. A
principios de enero de 1928, la directora envió a Sofía
Novoa una entusiasmada carta que iba más allá del
agradecimiento:
Madrid, 3 de enero de 1928
[…] No quiero dejar pasar más tiempo sin decirle cuán deliciosas han
sido para mí las breve horas pasadas entre ustedes […]. Diga a sus
padres y hermanos, pero especialmente a su madre que no sé cómo
agradecerles la cariñosa acogida que me hicieron y la hospitalidad que
me brindaron en su casa.
[…] Le digo lo mismo que le dije allá: cuando se decida usted a
comenzar su vida de trabajo yo la ayudaré no solo como he ayudado
siempre a los demás residentes sino más aún, ya que usted considera
esta casa como suya y muestra por ella tan inquebrantable afecto […]
(ARS, 53/22/4).

Recordemos a Sofía como una estudiante singular, con su


temperamento de artista y su naturaleza delicada. Doña
María se había preocupado muy personalmente por su
salud, llevándola a las consultas de los mejores
especialistas médicos; las relaciones se afianzaron, en 1925
la madre de Sofía pasó, probablemente, un tiempo de
descanso en la Residencia… Se alcanzó lo que podríamos
llamar una amistad de familia y la Srta. de Maeztu cumplió
su promesa con creces; como se vio, Sofía Novoa trabajó
desde 1930 en la Residencia y en el Instituto-Escuela.
La concesión de becas en la Residencia, la consecución
de una pensión de la JAE, de un puesto de trabajo en el
Instituto-Escuela podían dan lugar a decisiones y
actuaciones diversas de María para favorecer o impulsar a
determinadas estudiantes, ya que la pedagoga
desempeñaba responsabilidades directas en esas
instituciones, pero, como antes decía, el ascendiente de la
Srta. de Maeztu alcanzaba más porque la élite política y la
cultural conformaba un grupo no numeroso y bien
cohesionado. Por ello, las estudiantes, o sus familiares más
cercanos, traspasaban, propiamente, en sus peticiones de
intercesión el ámbito de lo educativo para introducirse en
la otra esfera mucho más extensa de lo profesional. En esa
órbita entraba la solicitud del padre de Sofía Novoa,
Joaquín, pidiendo a María de Maeztu que influyera para
que sus hijos aprobaran oposiciones convocadas en Obras
Públicas y, efectivamente, la profesora transmitió esa
petición al presidente del tribunal:
Sr. D. Tomás García de Diego / Génova, 23
10 noviembre 1930
Mi distinguido amigo: Perdone que moleste su atención para rogarle
recomiende al Tribunal de Oposiciones para el ingreso en el Cuerpo de
Ayudantes de Obras Públicas a los Sres. Francisco y Alfonso Novoa Ortiz,
Opositores con los números 475 y 476, que actúan hoy en dichas
Oposiciones.
No dude que cualquier indicación que haga usted a los Sres. D. Carlos
Orduña, D. Aparicio López Franco, D. Antonio Velao Oñate, D. Alberto
Laffón Soto, será atendida y yo quedaría a usted muy agradecida por
cuanto por los Sres. Novoa, que son muchachos aplicados y trabajadores,
haga en esta ocasión […] (ARS, 64/8/45).

Tomás García de Diego de la Huerga era profesor en la


Escuela de Caminos, Canales y Puertos y presidente del
Instituto de Ingenieros Civiles. En la inagotable riqueza del
archivo de correspondencia de la Residencia se halla
también constancia de que la Srta. de Maeztu se afanó al
máximo por facilitar el camino de los hermanos de su
protegida Sofía y acudió a otro nudo en su extensa red de
amistades. En octubre de 1930 intercambiaba
correspondencia con Vicente Machimbarrena Gogorza,
director de la Escuela de Ingenieros, Caminos y Puertos de
Madrid, y este profesor le agradecía «la bondad de atender
en lo posible a la recomendación que le hice a favor de los
hijos del Sr. Salafranca» (ARS, 37/19/13). En la misma
fecha que salió la misiva para García de Diego se expidió
otra para el director de la Escuela, cuya contestación se
recibió de inmediato, aunque el panorama no pintaba
demasiado bien:
Madrid, 11 de noviembre de 1930
[…] Recibo su carta en la que se interesa por los aspirantes a ingreso
en el cuerpo de ayudantes de Obras Públicas, Don Francisco y Don
Alfonso Novoa Ortiz.
La Comisión de Exámenes ha tomado el acuerdo con mi beneplácito de
no admitir ni contestar las recomendaciones y así lo ha hecho público en
la prensa, así que me veo imposibilitado de transmitirles sus deseos […]
(ARS, 37/19/13-14).

Queda claro que una condición para encontrar el éxito


consiste en perseguirlo, así que dos años después recibió
de la directora otra carta análoga, en esta segunda ocasión
intercediendo por Francisco: «29 de septiembre de 1932.
Mi distinguido amigo: Me permito molestarle para
recomendarle con el mayor interés a D. Francisco Novoa
Ortiz, que se presenta a los exámenes de ingreso para la
Escuela de Ayudantes de Obras Públicas. Es un muchacho
muy inteligente y estoy segura de que hará buenos
ejercicios pero son muchísimos los que se presentan y
convendría mucho interesar al Tribunal» (ARS, 64/8/64).
Y, en 1933, se hacía un tercer intento:
16 de junio de 1933
[…] Perdone que perturbe un momento sus muchas ocupaciones y
preocupaciones y que le pida, una vez más, su valioso apoyo. Mi hijo
Francisco entrará de nuevo en capilla —y con él nosotros— el 21 de este
mes, dentro de cinco días. ¡358 opositores para 16 plazas!
[…] El director de la Academia nos asegura que Paco está
perfectamente preparado, pero esto nos tranquiliza poco […]. Todo esto
nos llena de zozobra y nos lleva a solicitar de V. la ayuda que V., en su
acostumbrada generosidad, no ha sabido nunca negarnos.
¿Quiere V. como otros años escribir a don Vicente Machimbarrena,
presidente del tribunal, y a don Tomás García-Diego, profesor, creo, de la
Escuela de Ingenieros? […] (ARS, 64/8/66).

Con independencia de que Francisco lograra o no un


puesto como funcionario de Obras Públicas, pretendo
dibujar la dependencia absoluta de una ubicua red de
amistades clientelares. Gustara o no, pocos pasos se podían
dar prescindiendo de esa realidad y había que entrar en esa
práctica. La misma Sofía requería, algo después, una ayuda
similar para sí misma, porque aspiraba a un puesto de
profesora en el Conservatorio de Madrid:
El Con, 1 de agosto de 1935
Mi Querida Srta. de Maeztu: Le escribo para pedirle un gran favor. Sé
que V. no ha de dejar de hacérmelo si está en su mano y por eso me
atrevo.
Tengo entendido que V. tiene ahora mucha relación con el Ministro de
Instrucción Pública [Joaquín Dualde Gómez] y quisiera que V. le hablara
de mí con todo interés.
Dentro de poco va a quedar en el Conservatorio una vacante de
supernumerario producida al pasar a ser profesora de número Pura
Lago, consecuencia de la jubilación del Maestro Larregla. Estos
nombramientos los hace exclusivamente el ministro sin consultar con
nadie y así lo hicieron Barnés [Francisco] y no digamos Villalobos
[Filiberto Villalobos González] que colocó a toda la provincia de
Salamanca.
Si V. con su autoridad y facilidad de palabra [le habla] en favor mío,
creo que sería una cosa relativamente fácil pues no quiero alabarme,
pero de verdad creo que soy más apta que todos los que han entrado de
dos años a esta parte por el mismo procedimiento [Nota de María:
contestada 3 de agosto: «haré la recomendación»] (ARS, 64/8/81).

Efectivamente, se conserva la carta al ministro cursando


la recomendación:
Madrid, 19 de agosto de 1935
Mi distinguido amigo:
He ido varias veces al Ministerio con el propósito de hablarle de
algunos asuntos que tengo pendientes pero el período de vacaciones es
siempre tan malo que no me ha sido posible encontrar a V. Por eso me
tomo la libertad de dirigirle estas líneas […] y vengo a suplicarle una
cosa por la que tengo interés.
Me dicen que va a quedar vacante en el Conservatorio un puesto de
supernumerario […]. Y como estos nombramientos son competencia
exclusiva del Sr. Ministro vengo a rogarle que tome en consideración la
propuesta de la Profesora Srta. Sofía Novoa, diplomada del
Conservatorio; pensionada en el extranjero, profesora de música del
Instituto-Escuela y de la Residencia de Señoritas, que yo dirijo. Se trata
de una mujer competentísima que domina la técnica de su profesión
como ninguna otra mujer en España, y que posee una sensibilidad
infinita y un arte muy refinado […] (ARS, 64/8/82).

Con toda certeza, María describía a Sofía tal como la


veía, sin exagerar su formación ni sus cualidades. Con
fecha de 28 de agosto de 1935, contestó el ministro
lamentando, sin embargo, no poder complacerla porque
estando vigente la Ley de Restricciones la plaza del
Conservatorio no se podía dotar de momento (ARS,
64/8/83).

MARÍA DATAS GUTIÉRREZ, ETERNAMENTE AGRADECIDA


María nació en León en 1896 y murió en Madrid, casi
centenaria, en 1993. Su biografía prácticamente atraviesa
el siglo XX español. En febrero de 1917 escribió su padre,
José Datas Prieto, a la Residencia indicando que enviaba el
formulario de inscripción y toda la documentación
solicitada y que su hija y él llegarían el 1 de marzo. José
Datas escribía con una preciosa letra sobre papel timbrado
con el membrete de secretario del Excmo. Ayuntamiento de
León y, como la inscripción en la Residencia solicitaba que
se indicaran dos personas que pudieran respaldar a la
solicitante, don José expresaba: «Mis ilustres amigos y
paisanos Excmo. Sr. D. Gumersindo de Azcárate y D.
Rogelio Villar pueden informar» (ARS, 29/12/1). La familia
tenía, por tanto, conexión con uno de los fundadores de la
ILE y amistad con el afamado compositor. María llegaba
para preparar el ingreso en la Superior, por la sección de
Ciencias, lo que consiguió, y siguió viviendo en la
Residencia hasta 1920. Hasta entonces apenas sabemos
nada de ella, salvo que el padre había muerto en la Navidad
de 1919: «[Papel de luto] León, 6 de enero de 1920. Mi
distinguida profesora y querida amiga: […] no puedo menos
de poner unas letras para expresarle mi reconocimiento y
cariño por su amable conducta para conmigo siempre,
sobre todo en mi desgracia, y la gratitud inmensa de mis
hermanos y mía por los juicios que dedica a nuestro buen
padre […]» (ARS, 29/11/8).
Aun con la muerte reciente, María Datas retomaba sus
clases ese enero y finalizó con éxito en la Superior aquel
verano de 1920, regresando a León a la espera de un
nombramiento que, no obstante, se demoró demasiado
tiempo, algo que a ella, ansiosa como estaba por comenzar
a trabajar, aún se le hizo más largo, como se observa en la
correspondencia de esta etapa con la directora. Ya ese
primer verano creyó que podría entrar en la Normal de
León, y explicaba a doña María que, por el derecho de
preferencia que se les concedía a los alumnos de la
Superior, había solicitado la plaza de auxiliar de Pedagogía,
añadiendo: «[Papel de luto] León, 29 de julio de 1920 […]
como creo tener derecho a ello, deseo interponga su
influencia para obtener dicho nombramiento. Si estuviera
ya hecho a favor de la interina solicitaré la auxiliar de
Pedagogía de la Normal de Zamora […]» (ARS, 29/11/9).
Pero la Srta. de Maeztu ya había abandonado Madrid y
nada pudo hacerse, así que en septiembre una impetuosa e
inexperta María arremetía contra la Administración:
León, 14 de septiembre de 1920
[…] Ya supuse al no tener contestación a mi carta que no estaría V. en
Madrid y de eso se aprovecharon en el Ministerio para hacer […] una
cosa poco correcta. El 28 de junio solicité la Auxiliaria de Pedagogía […]
y el 14 de agosto se recibió en esta Normal el nombramiento […] a favor
de la que lo tenía interina, no asistiéndole ningún derecho para ser
nombrada con preferencia a mí […].
Esto ya es cosa de amor propio y estoy dispuesta a acudir donde sea
preciso, si es que, como creo, se ha cometido una ilegalidad, y lo que yo
agradecería de V. es que estuviera con el Sr. Aguilera [Joaquín Aguilera,
jefe de Negociado de Normales, Ministerio de Instrucción Pública] para
ver qué se hace de este asunto y si tiene arreglo, dárselo […] (ARS,
29/11/10).
No obstante, poco arreglo debió de encontrar la tutora y
le escribió a León aconsejándole aceptación, porque una
compungida María declaraba: «22 de octubre de 1920 […].
He leído su carta y no tengo más que lamentar que no me
haya dado cuenta de alguna ilegalidad en las altas esferas
que hacía imposible que yo lograra mi propósito, pues de
ese modo hubiera evitado a V. tanta molestia […]» (ARS,
29/11/11).
María Datas Gutiérrez acababa, por tanto, de recibir una
primera lección de realidad con la que aprendería a ir
moviéndose con mayor paciencia por los intríngulis del
favor para impulsar su carrera profesional, en la que buscó
siempre la influencia de la Srta. de Maeztu, a quien no
tardó mucho en encomendarse nuevamente para otro plan
muy distinto, una vez que había aceptado que su
nombramiento tardaría en llegar. Se trataba de conseguir
una de las pensiones de la JAE para ampliar estudios en el
extranjero, así que se decidió a presentar una solicitud
para estudiar «la enseñanza de las Ciencias Naturales en
las escuelas primarias en Inglaterra» y preguntaba a la
directora:
León, 11 de marzo de 1921
¿Cree V. que podrán dármela sin dificultad o considera
consecuentemente que vaya mi hermano para hablar con algunos
señores, teniendo en cuenta que las ocupaciones de V. la impidan
ocuparse de ello?
Como he puesto mucho entusiasmo en este asunto, insisto en rogar a V.
me indique lo que debo poner de mi parte para conseguir la pensión […]
(ARS, 29/11/12).

Sorprende, a veces, la franqueza con la que se reconocía


que se apelaba a las influencias y es que realmente se veía
como lo más natural. Seguro que María le envió una larga
respuesta en la que descartaba que hubiera de desplazarse
el hermano e incluyendo consejos sobre cómo argumentar
el interés de su propuesta, pero además, debió de
explicarle que había dos vías para conseguir una estancia:
las pensiones de la JAE dirigidas a distintos países
europeos y, por otra parte, las becas que se acababan de
conseguir por el intercambio con distintos colleges
femeninos norteamericanos. Probablemente añadió que
esta nueva opción se adecuaba mejor a su perfil y resultaba
más accesible.
María Datas siguió dándole detalles de su demanda:
3 de abril de 1921
[…] el día primero de este mandé la instancia solicitando una pensión
para Inglaterra […] y como el 5 se cierra el plazo de admisión de
instancias y los señores de la Junta empiezan a informar sobre ellas,
escribo a V. para que, como de costumbre, haga por mí todo lo que
pueda.
Todas las personas a quienes he hablado de ello coinciden en
reconocer la influencia enorme que posee V. en esas esferas y, careciendo
como yo carezco de relaciones pues era mi Padre el que tenía algunos
conocimientos entre políticos […], le suplico que me haga el grandísimo
favor de encargarse de mi asunto, único modo de que yo logre la pensión
que solicito […] (ARS, 29/11/14).

Sin duda, la directora le comunicó poco después su


extrañeza y, probablemente, su malestar porque no hubiera
seguido su consejo de orientarse hacia la beca de los
Estados Unidos, porque María confesaba en mayo:
[…] su carta me presenta lo muy difícil que es conseguir una pensión
[…]. Como V. me ha demostrado muchas veces que, además de Directora,
podía considerarla como una amiga, a este título me acojo, aunque
teniendo siempre delante el respeto que V. me merece por todos [los]
conceptos, al atreverme a explicar a V. los motivos por los que solo he
solicitado la pensión de la Junta y no la beca de los Estados Unidos.
Yo tengo relación con un muchacho de esta capital, Intendente
Mercantil, y estando los dos en expectativa de destino, pues su situación
es casi análoga a la mía, como los estudios de este muchacho están
especializados en cálculo financiero, nada más adecuado que Inglaterra
para estudiar Seguros, que era lo que se proponía. Y entonces yo pensé
también en ese país, a fin de poder trabajar juntos una vez casados […].
Este fue el motivo por el que no pensé en Estados Unidos […].
Ahora lo que le suplico a V., muy de veras, es que no se moleste ni
atribuya a falta de respeto el que yo ocupe su atención con estas
pequeñeces mías, sino que vea V. en mí el deseo de que no me juzgue
caprichosa si yo me ofuscaba en conseguir una pensión […] (ARS,
29/11/15).

Y así era: en el archivo de la JAE se conserva la petición


de pensión de Ramón Rodríguez Dorado, enviada
igualmente el 1 de abril de 1921, que recoge los mismos
datos que puntualmente refería su novia a doña María.
Ramón era auxiliar de Ciencias Exactas en la Escuela de
Comercio de León y se especializaba en cálculo financiero,
pretendiendo marchar a Inglaterra con el objetivo de
desarrollar la rama de Seguros en las escuelas de
Intendentes Mercantiles, para lo cual solicitaba la pensión
de 500 pesetas mensuales, que no obtuvo (JAE/123-313).
María temió que bien sus motivos, bien la confidencia,
hubieran molestado a la Srta. de Maeztu, porque esta
intensa relación de la directora con sus discípulas se
mantenía normalmente en un plano desigual de respeto a la
jerarquía, que doña María no pretendía rebajar, de
momento, entrando en el terreno de mayores intimidades,
aunque llegó a hacerlo con el tiempo, estableciendo con
María Datas una relación afectuosa y familiar. Por lo
pronto, la aspirante insistía: «Mi sinceridad no era
incompatible con la consideración que V. merece ni suponía
familiaridad que nunca me he creído con derecho a tener
con persona superior a mí y a la que tanto agradecimiento
debo» (ARS, 29/11/16).
En fin, que no consiguió la pensión, pero sí un noviazgo
que terminaría en boda. Por otra parte, la comunicación y
la permanente solicitud de apoyo con la mentora se
restablecieron. El interés de Maeztu no se ceñía
exclusivamente a su alumna. En enero de 1922, una feliz
María comunica el favorable resultado de su hermana Justa
en las oposiciones a profesora de música en la Normal de
Lugo, manifestando «nuestro grandísimo agradecimiento
por las gestiones que V. realizó y por el interés que V. se
tomó por nosotras» (ARS, 29/11/17). No obstante, todavía
iba a necesitar otro empujoncito en este otro asunto:
«León, 30 de marzo de 1922. Querida Srta. de Maeztu: Creí
que sería posible no molestar a V. más y por eso antes de
hacerlo, he esperado al último momento», y explica que no
llega el nombramiento de su hermana, porque hubo una
protesta de varias opositoras. Aunque ya les hubieran
informado de que la impugnación se había resuelto a favor
de Justa, se retrasaba el nombramiento definitivo y la
demora las tenía impacientes, preocupadas por si hubiera
surgido algún otro inconveniente: «Por eso me dirijo a V.
para que, si le es posible, se entere por el Sr. Aguilera de la
causa que se opone a la tramitación de ese nombramiento
[…]. Llega a tal punto nuestra impaciencia que, como mi
hermano no puede por hallarse delicado de salud, si esta
semana no hay alguna noticia favorable, piensa ir mi
hermana a ver qué sucede, deseando si fuera posible estar
en la Residencia, ya que tiene que ir sola […]» (ARS,
29/11/18).
No perdió ni un minuto la Srta. de Maeztu y el día
primero de abril envió una carta a Joaquín Aguilera para
acelerar el nombramiento de Justa Datas (ARS, 50/25/1). El
nombramiento llegó y Justa se marchó a Lugo, en tanto que
María se aproximó más al entorno de la directora y arribó a
Madrid, para prestar servicios por su mediación en el
Instituto-Escuela, mientras le llegaba su destino en
propiedad: «León, 31 de agosto [sin año]. Ilustre Directora
y distinguida amiga: De conformidad con lo que hemos
hablado en julio, tengo el gusto de dirigirle a V. la presente
para que cuente conmigo desde el primero de Octubre en
las mismas condiciones que estuve desde marzo […]» (ARS,
29/11/19). Si bien esa carta no lleva año, María Datas
figura como encargada de curso en el Instituto-Escuela en
1925, por lo que percibía una retribución de 168 pesetas160.
No se trataba del único cambio en la vida de la docente;
para esa fecha estaba casada con Ramón, y cuando al fin
llegó el nombramiento que tanto había esperado —que
resultó ser profesora de Matemáticas en la Normal de La
Laguna— no le convino demasiado. Desde León comentaba
con Eulalia, el verano de 1926, que llegaría a Madrid con
su esposo para tratar de conseguir prolongar su estancia
en la capital por un curso, «pues el viaje a Canarias me
sería peligroso y molesto por todos [los] conceptos» (ARS,
29/11/2). Así era: como a muchas otras residentes, el
primer nombramiento la llevó a la Normal de La Laguna —
recordemos a María Sánchez Arbós, pero también a
Mercedes Navaz, Adelina Cortina, Aurelia García-Andoín,
Susana Villavicencio Pérez y M.ª del Carmen Galdós
Letamendia161. Aunque la profesora no dijera nada, del
análisis de la documentación se deduce que, con esa
alusión al peligro, se refería a que estaba embarazada: ese
año nacería su primer hijo, José Ramón, que fue
amadrinado por la Srta. de Maeztu. A pesar de todo, la
profesora se trasladó a La Laguna, aunque ya había
regresado a la península cuando en 1929 nació la segunda
hija del matrimonio, M.ª Concepción. Con los años, María
Datas había terminado anudando con su mentora una
relación cariñosa que englobaba a su marido Ramón —el
cual añade su firma a las cartas que María envía a la
Residencia— y a sus dos hijos.
En la década de los treinta, el papel de cartas de María
Datas incluye un membrete que la sitúa ya en otra posición:
La Inspectora de Primera Enseñanza. Zamora
28 de diciembre de 1930
[…] En esta bendita Zamora se vive con una tranquilidad paradisíaca y
solo ligeros rumores se encargan de recordarnos, de vez en cuando, que
en todas partes sucede igual. Entonces evoco mis años en la Residencia
con su inolvidable salón y sus animadas y vitales discusiones. Bien es
verdad que mis actuales problemas son bastante más reducidos, aunque
no menos importantes. Mis dos fierecillas, que se encargan de demostrar
que la pedagogía casera está todavía en los tratados, absorben por
completo el escaso tiempo que me deja libre la Inspección. José Ramón,
con sus cuatro años, no ignora la importancia de su madrina y le envía
un abrazo.
Con motivo de las próximas oposiciones al Magisterio escribí al
Director General Rogelio Sánchez, manifestándole mi deseo de formar
parte del Tribunal de Madrid, aunque me contestó muy atento, no tengo
muchas esperanzas, pues habrá quien lo trabaje con más ahínco; en caso
de que llegara a ser, mi primera y más cariñosa visita sería para usted
[…] (ARS, 29/11/20).

Se encuentra en el archivo de la Residencia la respuesta


de la directora asegurándole que, efectivamente,
contactaría con el director general y que en los próximos
días mandaría un obsequio para su ahijado (ARS, 55/12/55),
algo que la familia recibió de inmediato:
8 de enero de 1931
[…] Recibimos y agradecemos en el alma el precioso obsequio que
envió a su ahijado. […]. Salió el precioso perrito del que no se separa el
niño ni un momento pues hasta se acuesta con él.
Respecto a su valioso ofrecimiento para lo del tribunal de oposiciones
de Magisterio, no siguen otra norma para su nombramiento que el
interés del Ministro o del Director General […]. Por tanto, excuso decir a
usted que le agradecería que se interesara por que mi nombramiento
para dichas oposiciones se llevara a efectos […] (ARS, 29/11/21).

En la Inspección de Zamora, como en cualquier otro


momento de su trayectoria, Datas Gutiérrez no dejó de
demandar la protección de doña María de Maeztu, y en sus
cartas se funden las noticias familiares y las peticiones de
favor en un todo que es lo que, en esencia, define esa
canalización de favores y beneficios hacia los amigos y
allegados, aceptada universalmente en la España del
primer tercio del siglo XX y que tampoco la República
desterró, aunque el cambio de régimen sí influyera en el
uso del lenguaje y renovara otros procedimientos:
Zamora, 9 de enero de 1932
Con inmenso agradecimiento recibimos la preciosidad de juguete que
envió a su ahijado, demostrando que los Reyes Magos no son demócratas
aún, porque los obsequios que dejan en Madrid son infinitamente más
bonitos que los que depositan en Zamora, por ejemplo.
Aquí estamos en plenos cursillos que me han dado un trabajo
agobiador entre los de las célebres oposiciones de 1928 y estos actuales.
Sin embargo, como procedimiento es algo admirable.
Políticamente andamos un poco molestos pues pertenecemos al partido
socialista, aunque no tenemos más enchufes que los de uso doméstico.
Pero como, merced a un reciente descubrimiento, se ha llegado a la
conclusión de que los socialistas somos los causantes de todos los
descalabros actuales, nos encontramos bajo el enorme peso que supone
sentirse responsable de la ruina de España […] (ARS, 29/11/12).
Con esa alusión a los «cursillos» alude al procedimiento
que el Ministerio de Instrucción Pública puso en marcha
para garantizar la formación de profesorado para cumplir
con el programa de apertura de nuevos centros escolares.
El testimonio de Datas incluye el compromiso del
matrimonio con el Partido Socialista Obrero Español. Un
eco de su trabajo en esos cursillos pedagógicos se halla en
el Heraldo de Zamora, que da cuenta de una intervención
en Benavente en la que decidió coger el toro por los
cuernos y disertar sobre «El respeto a la conciencia del
niño en la Constitución del Estado». La inspectora habló a
los maestros sobre la enseñanza laica y cómo en el marco
del artículo 48 de la Constitución los educadores tenían que
desarrollar su función docente en un plano aconfesional162.
A pesar de su ironía en la carta anterior, María Datas
redobló su laboriosidad en esta etapa y su apoyo a la
transformación de la enseñanza primaria, primero en
Zamora y finalmente en Cantabria. Siguiendo la tradición,
envió a Madrid una felicitación la siguiente Navidad:
«Zamora, 24 diciembre 1932 […]. Tener el gusto de desear
a V. un dichosísimo año de 1933. Al mismo tiempo le
agradeceré que cuando tenga algunos momentos libres me
indique bibliografía de Pedagogía social, que me interesa
para unos cursillos que proyectamos, continuación de los
que hemos desarrollado este invierno. Para que vea la
actividad de sus discípulas […]. María y Ramón» (ARS,
29/11/23). De nuevo, el Heraldo difundió la actividad
académica para los maestros, la Semana Pedagógica en
Fuentesaúco, en la que Datas expuso otro tema que, aun
hoy, sonaría actual: la «Educación pacifista»163.
Siguiendo el hilo de la correspondencia, ese 1933 que
comenzaba abría un nuevo horizonte en la vida de la familia
Rodríguez Datas, situada ahora a caballo entre Zamora y
Santander. En una nueva misiva sin año, pero enmarcada
en 1933, comunica la inspectora:
[…] El último día que hablé con usted no quise detenerla más por no
molestarla, ya que tenía V. que salir en aquel momento. Pero sí deseaba
decirle, y lo hago ahora, que desde el momento en que pensamos en
Santander se nos ocurrió la idea de crear una Residencia para Señoritas
para lo cual hablé con Llopis [Rodolfo, director general de Primera
Enseñanza y condiscípulo de María de Maeztu en la Escuela Superior] a
quien le pareció muy bien, ofreciéndome, desde luego, la ayuda
necesaria.
Una vez que esta idea es también de V., todo lo que yo realice en este
asunto en cuanto me destinen allí, que creo que será en agosto, lo
subordinaré a la iniciativa y dirección de V. […]. María y Ramón (ARS,
29/11/25).

De manera que el matrimonio se trasladaba a Santander,


en cuya Escuela de Comercio ingresaría Ramón, en primer
lugar, mientras que María tuvo que permanecer algún
tiempo en Zamora a la espera de reunirse con él. En 1932,
la JAE había inaugurado la Universidad Internacional de
Verano de Santander como gran centro abierto al
hispanismo internacional, de ahí que el matrimonio pensara
en la oportunidad de abrir una residencia que, como la de
Madrid, acogiera con el máximo confort a las profesoras
que se desplazaran a la ciudad para seguir los cursos del
prestigioso centro. Al poco tiempo, la inspectora retomaba
el tema:
Zamora, 3 de junio de 1933
[…] Me escribe Ramón desde Santander diciendo que las gestiones que
ha realizado para lo de la Residencia han tenido la mejor acogida. Le han
enseñado la Residencia de Jesuitas por si fuese capaz, pero le dijeron que
ya [Domingo] Barnés había pensado en ese edificio como Residencia de
varones y que el día 5 llegará Barnés a Santander […].
Al mismo tiempo agradecería a V. infinito hablara con de los Ríos para
que salgan las inspecciones creadas pues aunque en el presupuesto
consta la creación de dos, aun sacándolas ahora a concurso no
empezarían a funcionar al menos hasta fin de año. De este modo podría
yo ir pronto a Santander de un modo oficial y dedicarme de lleno a
secundar a V. en esta obra que tanto me entusiasma […] (ARS, 29/11/26).

Fernando de los Ríos ejercía entonces de ministro de


Instrucción Pública. El proyecto no progresó y María Datas
adquirió en 1933 un mayor compromiso político, su nombre
se barajó para integrar la candidatura del PSOE por
Zamora para las elecciones generales de ese año, pero
finalmente no se incorporó164. En enero del siguiente año
llegó el esperado traslado a Santander y también allí
seguiría el respaldo incansable de la Srta. de Maeztu a
María Datas; ese mismo mes la directora se dirigía a Pedro
Salinas, entonces secretario de la Universidad
Internacional, recomendándole al matrimonio: «María
Datas de Rodríguez Dorado va destinada a Santander como
Inspectora de aquella provincia. Su marido es Catedrático
de la Escuela de Comercio en el mismo Santander y ambos
son muy inteligentes y tal vez si usted necesita alguna
ayuda en la Universidad Internacional podría prestarle un
valioso apoyo, pues María ha sido alumna en esta
Residencia muchos años y conoce bien los problemas de un
Internado […]. Aquí se entendía muy bien con las
extranjeras […]» (ARS, 17/1/1934).
En Santander, pues, se inscribe la última etapa de esta
larga relación epistolar que sitúa a María Datas en su
función de inspectora de Primera Enseñanza en esa
provincia:
María Datas de R. Dorado. Santander
2 de mayo de 1936
[…] José Ramón se ha comprado un magnífico reloj de pulsera que
causa la admiración de sus compañeros de clase. Hasta ahora esta
admiración se mantiene contemplativa; el día que descienda a la acción
preveo grandes trastornos horarios.
Si tiene V. un minuto le agradecerá que no eche en olvido mi
nombramiento para el Tribunal de cursillos de Santander […] (ARS,
29/11/28).

María había convidado a su ahijado, que se había


comprado un reloj con el regalo de su madrina. Como en
los renglones de esta carta, al final se había impuesto esa
fusión entre familia y favor, que está, de hecho, en el núcleo
de estas relaciones de protección. De acuerdo con sus
deseos, Datas quedó incluida en el tribunal que iba a juzgar
a los maestros admitidos en el cursillo de selección para
entrar en el Magisterio Nacional165.
En esta etapa, sin embargo, la inspectora no ejercía su
labor con facilidad y refleja el ambiente crispado durante el
período del Frente Popular en su última carta:
Santander, 20 de mayo de 1936
Mi querida Srta. de Maeztu: Ha llegado una época que no solo no se
puede vivir con tranquilidad, sino que la misma actividad profesional
está rodeada de tales peligros que se va haciendo enojoso en extremo el
cumplimiento del deber.
El otro día en Comillas se cometió conmigo un grave atropello que está
pálidamente reflejado en el recorte [de prensa] que envío. La Federación
de Trabajadores de Enseñanza ha elevado la correspondiente protesta.
Se da el caso de que otros inspectores de derechas en misión análoga a
la que yo llevaba no fueron molestados por nadie. Esto me hiere más
porque yo no me distingo más que por un respeto exagerado hacia las
ideas ajenas. Pero ya veo que la realidad impone otra actuación.
Sé el afecto que V. me tiene y el mero hecho de comunicarle lo anterior
me da energías para seguir resistiendo y venciendo las dificultades que
se presenten […].
Le agradecería que no olvide el asunto de mi nombramiento para el
Tribunal de Santander en el próximo cursillo. Le digo esto por el cambio
que ha habido en los altos cargos del Ministerio […] (ARS, 29/11/29a).

Se conserva el citado recorte, que no incluye, no


obstante, el nombre del diario, pero informa de cómo, con
motivo de iniciar la sustitución de la enseñanza religiosa en
algunos pueblos de la provincia, se estaban produciendo
graves incidentes, de los que eran víctimas los inspectores
que tenían que hacer cumplir el mandato constitucional.
Así, el inspector jefe, Antonio Angulo, había sufrido acoso
en Ampuero y, en Comillas, María Datas, que había asistido
a una reunión en el Ayuntamiento para estudiar las vías de
allegar fondos para lograr en el futuro la sustitución de las
monjas en la primaria, vio cómo los elementos más
exaltados rodearon el Ayuntamiento y tuvo que salir del
pueblo escoltada por el alcalde y algunos concejales y
protegida por la Guardia Civil. Ese día, precisamente, la
acompañaba su hijo Juan Ramón, que entonces tenía nueve
años (ARS, 29/11/29b). Maeztu no dejó sin respuesta esta
última solicitud y el 3 de julio de 1936 escribió a su
protegida para confirmarle que gestionaría su
nombramiento (ARS, 59/30/2).
Con su trayectoria ya podemos imaginar que María Datas
Gutiérrez tenía que quedar sancionada en la Depuración
del Magisterio y, efectivamente, el BOE de 9 de mayo de
1939 publicaba la resolución firmada por Tomás Domínguez
Arévalo, jefe del Servicio Nacional de Primera Enseñanza,
con una sentencia que no resultaba excesivamente dura
pensando que era una reconocida socialista:
Visto el expediente de depuración instruido por la Comisión
Depuradora C de la provincia de Santander a doña María Datas
Gutiérrez, Inspectora de Primera Enseñanza de dicha provincia […]. Este
Ministerio ha resuelto: el traslado fuera de la provincia y limítrofes de
Santander y Zamora, con prohibición de solicitar cargos vacantes
durante un período de cinco años, con pérdida de haberes que dejó de
percibir e inhabilitación para el ejercicio de cargos directivos y de
confianza en Instituciones Culturales y de Enseñanza166.

Como indica Ángel Llano Díaz, en 1939 fue destinada a


Málaga167. Una noticia de El Sol de Antequera la localiza en
esa ciudad, dirigiéndose a los estudiantes en una fiesta
organizada como cierre de curso del año 1941168. En
Málaga permaneció hasta 1954, año en el que reingresó en
el cuerpo de profesores de Escuela Normal, siendo
destinada a Ceuta. En el Protectorado ya la aguardaba
Ramón, que desde 1950 desempeñaba la cátedra de
Contabilidad en el Instituto Politécnico Español de Tánger.
Y en aquel recóndito destino, María tampoco debió de
escatimar esfuerzos en pro de la enseñanza, porque,
paradójicamente, aquella inspectora represaliada mereció
en 1966 ser condecorada como Comendadora de la Orden
de África169. Falleció en Madrid en 1993170.

LUISA CUESTA GUTIÉRREZ, LA AMBICIÓN DE LLEGAR A SER


Cuenta la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
de Valladolid con un aula llamada Luisa Cuesta como
homenaje a la primera licenciada de esa universidad, Luisa
Cuesta Gutiérrez, que había nacido en 1892 en Medina de
Rioseco, dentro de una familia modesta; como explican sus
biógrafas, su padre era sobrestante —capataz— y su madre
ama de casa171. Componían una familia que está muy
presente en su correspondencia y por la que tomó
decisiones importantes, como se verá. Luisa había
finalizado bachillerato en el Instituto de Valladolid y
también cursó Magisterio en la Normal de esa ciudad. El
magisterio fue su primera ocupación; de hecho, en 1914
ganó por oposición una plaza de maestra en Población de
Campos, Palencia. Ese mismo curso 1914/1915,
probablemente porque ganarse la vida de forma
independiente resultaba para ella una necesidad, pero
también solo un medio para seguir progresando, se
matriculó en la Universidad de Valladolid. Todavía no se
había fundado la Residencia de Señoritas y, cuando esto
ocurrió meses después, no tardó mucho Luisa en
relacionarse con esa institución y su directora y, por un
tiempo, siguió sus estudios en Madrid.
Pilar Egoscozábal y María Luisa Mediavilla se preguntan
en el documentado trabajo que dedican a la bibliotecaria
«cómo una niña de Medina de Rioseco llegó a doctorarse
en Filosofía y Letras y en Derecho, a pesar de ser mujer, a
comienzos del siglo XX». Exactamente esa es la pregunta
pertinente y la respuesta aúna diferentes circunstancias
que lo hicieron posible; la normativa de 1910 que
normalizaba el acceso de la mujer a todos los niveles de la
enseñanza y el lento, pero progresivo, cambio de
mentalidad que comenzó a impulsar que las jóvenes
emprendieran caminos profesionales hasta entonces
inusitados resultaron decisivos. Sin embargo, ¿cómo
impulsaron, en particular, esas nuevas circunstancias a esta
joven de Medina de Rioseco? Creo que esa parte de la
explicación radica en ella misma, en su tesón y su afán de
mejorar, algo que se descubre en su correspondencia y,
junto a ello, en el haber encontrado en María de Maeztu a
una confidente y una aliada imprescindible en el empeño.
La primera carta conservada está fechada el 4 de enero
de 1918 y en ella notifica a la Residencia que irá para allá
un par de semanas porque tiene que examinarse de dos
asignaturas en la Central; no se trataba, sin embargo, del
primer contacto con doña María: «Mi querida Srta. de
Maeztu: Por pereza y por falta de tiempo ha pasado
bastante tiempo sin dedicarle a V. un rato, pero sin
olvidarla nunca; y hoy que lo hago es para pedirle un favor.
Yo espero que V. me perdone por ello» (ARS, 28/52/11). El
favor consistía en solicitar un hueco para esos días de sus
exámenes. El siguiente verano comunicaba a la directora
que ya había terminado la licenciatura y la ponía al tanto
de sus proyectos inmediatos dentro de una trayectoria que
se había marcado desde bien joven y en la que no hubo
descansos ni veranos:
Rioseco, 4 de julio de 1918
Mi querida Srta. de Maeztu: Terminé hace pocos días la licenciatura,
por tanto es seguro que el curso que viene lo pasaré en Madrid para el
Doctorado, así que puede contarme nuevamente como alumna […].
Deseo aprobar en septiembre alguna asignatura de Doctorado y desearía
saber si los días de ese mes que tenga que pasar en Madrid podré estar
en la Residencia […].
Y, por último, como he de pasar todo el curso en esa, me agradaría
infinito explicar algunas de las clases del Internacional, compatible con
las asignaturas que me queden de Doctorado […] (ARS, 28/52/12).

Hay que pensar que, tras esta petición, asomaba una


razón económica, ya que, siendo profesora, obtendría una
pequeña ganancia con la que ayudarse durante su estancia
en Madrid. No obstante, su búsqueda incesante la llevó de
nuevo a Valladolid, en donde la encontramos entre 1918 y
1921 como profesora en la sección de Historia. Luisa
Cuesta Gutiérrez es considerada la primera mujer en llegar
a las aulas universitarias, un desempeño que simultaneó
con sus estudios de doctorado y con la preparación de
oposiciones: en 1920 se presentó a Enseñanzas Medias y
accedió al nivel inferior, aspirante, en el Instituto de Palacio
de la Sierra, Burgos172, y al siguiente, 1921, ingresó en el
Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y
Arqueólogos: «Valladolid, 1921 [solo año] […]. He solicitado
oposiciones para Archivos que creo que empezaron en este
mes y mi deseo grande sería entrar nuevamente en esa
Residencia que V. dirige tan digna y cariñosamente» (ARS,
28/52/14).
Meses después escribe Luisa —sobre un papel timbrado
que reflejaba su éxito— desde el que será su destino hasta
1930, la biblioteca de la Universidad de Santiago, para
compartir su experiencia con María, aunque no era de las
que se paraban a saborear el triunfo, sino de las que miran
de inmediato a la siguiente meta; en esta ocasión, la
buscaba para su hermana Modesta:
Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos,
Biblioteca Universitaria de Santiago, 1921 [solo año]
Mi querida Srta. de Maeztu: Quedo agradecidísima por la alegría
grande de V. al saber que alcancé la plaza, crea que la necesitaba
bastante pues ya me encontraba desalentada de trabajar sin éxito. Como
creo que para nada puedo prestarle servicio, me da vergüenza casi
ofrecerle mi trabajo, pero si en algo puede necesitarme, sabe que la
plaza y yo estamos en absoluto a su disposición.
Galicia me ha gustado mucho; los habitantes aún más, pues desde el
Rector hasta el último conserje se esfuerzan en hacerme menos violento
este primer momento de morriña al no conocer a casi nadie y
encontrarme alejada de mi familia.
En cuanto a lo que me dice de mi hermana, agradezco mucho su
interés y nunca olvidaré sus cariñosas palabras cuando de ello hablé en
aquel jardincito tan simpático de la Residencia […].

Explica que, de momento, su hermana se iría a Santiago


para que ella no estuviera tan sola y porque allí podría
estudiar Farmacia en dos años, que era su plan para
Modesta: «Podrá adelantar más en la carrera, aunque lo
haga peor, pero ya sabe que yo tengo perdidas las ilusiones
en todo lo que signifique conseguirlo todo solo por el
trabajo personal del individuo. Perdóneme Srta. de Maeztu
esta lata de carta sabiendo sus importantes obligaciones,
pero aún conservo el recuerdo fresco de su bondad y tengo
verdadero placer en este rato de charla con V. a distancia»
(ARS, 28/52/15a).
Con cartas como esta se va recomponiendo ese anhelo
por triunfar que hacía que le supiera a poco el haber
aprobado dos oposiciones en pocos años y,
sorprendentemente en su caso, ese convencimiento de que
solo por sí misma poco lograría, lo que la condujo a buscar
en momentos cruciales el favor de alguien influyente, por
supuesto, la Srta. de Maeztu. Este texto encierra, además,
el retrato de aquellos ratos tranquilos en el coqueto jardín
de la Residencia cuando la directora todavía tenía tiempo
para escuchar de las estudiantes sus necesidades y deseos.
La preocupación que Luisa sintiera la víspera de que su
hermana ingresara en la universidad aumentó cuando
Modesta terminó Farmacia y creo que, en cualquier caso, la
inquietud y la preocupación por el futuro de su hermana
obedecían, en realidad, a su miedo —que también sintió por
sí misma— de verse arrinconadas en la limitada vida que un
pequeño pueblo les podría ofrecer en todos los ámbitos,
desde el progreso cultural a las relaciones y las miras
personales:
Biblioteca Universitaria. Santiago, 1923 [solo año]
Mi siempre admirable Srta. de Maeztu: Me tiene que perdonar ante
todo que, abusando de las bondades que V. siempre tiene con las
antiguas alumnas de esa simpática Residencia, me atreva a pedir a V. un
favor y, a la vez, un consejo.
Mi hermana Modesta se licenció en junio en esta Facultad de Farmacia
y ahora realmente no sabe la pobre qué orientación tomar: en casa le
dicen que se busque alguna farmacia de pueblo cercano, pues les parece
que no es necesario el Doctorado, por las pocas cátedras que hay de
Farmacia y aún quedan varios hermanos en casa haciendo la carrera. Por
esto recurro a V., pues si mi hermana pudiera tener una colocación
cualquiera en esa Residencia o en el Instituto-Escuela de que V. es
directora, aunque fuese poquito lo que ganase, yo le ayudaría con lo que
faltase para completar sus gastos en Madrid y podría hacer el Doctorado
a la vez que buscarse un medio mejor de ganar la vida, que no en la
tristeza de una Farmacia de aldea.
Yo tengo plena confianza en su bondad y por esto recurro a V. en la
seguridad de que me ha de ayudar, por esto le escribo antes de empezar
el curso […]. Ya verá como queda satisfecha pues hizo su carrera
brillantemente en dos años y el pasado trabajó todo él en el Laboratorio
de los Sres. Deulofeu y Puentes [José Deulofeu Poch y Carlos Puentes
Sánchez], así que tengo el convencimiento de que hará buen papel […]
(ARS, 28/52/17).

Otra petición de beca en la Residencia que, como tantas


veces, doña María no se demoró en responder, y Luisa
agradece el favor y añade algunas confesiones en las que
muestra su visión de la vida:
Biblioteca Universitaria. Santiago, 1923 [solo año]
Mi siempre admirada Srta. de Maeztu: Muchísimas gracias por su
telegrama que inmediatamente envié a Modesta […]; no esperaba yo sin
fundamentos su valiosa ayuda y crea que le quedaré siempre
agradecidísima por lo que hizo en favor de mi hermana que a su lado
podrá abrirse camino más conscientemente en la vida que no conmigo y
sin orientación ninguna […] mi deseo es que le ocupe mucho tiempo, que
trabaje intensamente, porque sufrió hace poco un desengaño de esos que
aplanan completamente el espíritu y conviene que piense poco en ello; yo
espero que la vida activa de Madrid la cure más radicalmente de su
desgraciado amor que todas las reflexiones y mimos que en casa
pudieran emplear, y tengo la esperanza de que el amor propio y la
ambición de llegar a ser [la cursiva es mía] será el remedio más eficaz
para ella […] (ARS, 28/52/16).

Desde luego que hablaba de ella misma al enunciar ese


«amor propio y la ambición de llegar a ser» y, del mismo
modo, al sentir el trabajo como elixir frente a la
contrariedad, como demostrará a lo largo de su vida; por lo
pronto, también ella obtuvo una segunda licenciatura en
Santiago, en Derecho, en 1923. Esto nos lleva a afirmar
que Luisa Cuesta estuvo entre las primerísimas licenciadas
en Derecho en España; inmediatamente después que
Carmen López Bonilla, Ascensión Chiriviella y la maestra
Concepción Peña Pastor, y antes de que lo hicieran Kent y
Huici. En cuanto al destino de Modesta, no consiguió, sin
embargo, el respaldo familiar para la apuesta por su
hermana, tal vez porque los padres no compartieran la
necesidad de tanto sacrificio:
[Sin membrete y sin fecha: ¿1923?] De casa me escriben que no se
atreven a dejar ir a Modesta por temor a que caiga enferma [ha tenido
una gripe]. Irá a pesar de la carta de mi papá; si V. no ordena lo
contrario, el domingo próximo o, a más tardar, el 4 de noviembre en que
va una compañera de aquí, para que no se encuentre sola.
Yo deseo arrancar a la chiquilla del ambiente para ella horrible del
pueblo, no encuentro mejor sitio que a su lado […] (ARS, 28/52/18).

Una vez y otra, el miedo al encierro y, no obstante,


tampoco Modesta se decidió plenamente por ese camino y
dudó entre la independencia inmediata o la mirada hacia el
futuro, así que, al final, renunció al beneficio que su Luisa
le había conseguido; residió en la Casa unos meses y optó
por la farmacia de pueblo:
[1924] Recibí su amable carta que se cruzó con la mía y otra de mi
hermana en que me enviaba la cuenta que le diera la Sra. Secretaria
[para pagar].
La solución mejor sería dejarlo [un contrato] e irse a Madrid; pero
primero que firmó el contrato por este año y después que ella me decía
que, de perder la beca [de la Residencia], como ella allí tiene, además de
la asistencia completa, su sueldito de ciento y pico pesetas al mes, creía
que, con lo que ganara hasta octubre, podría estar, ayudándole yo un
poco, el curso próximo en la Residencia todo él.

En definitiva, que después de lo conseguido, Modesta


abandonaba Madrid para irse a Guadalajara, donde había
firmado un contrato para regentar una farmacia de Lupiana
—población entonces de 473 habitantes— que no tenía
titular. Y Luisa la excusaba:
Aquí el mal ha sido culpa mía, cuando V. me escribió anunciando la
beca para ella, como decía que cubría la mitad de los gastos, en casa les
pareció como si el aceptar fuese una limosna; los pobres somos muy
orgullosos, acaso si hubiera yo dicho que Modesta ahí tenía una
ocupación que le valía la media beca, pero dársela sin hacer nada les
parecía bochornoso y solo conseguí sacarla de Rioseco, donde se
asfixiaba, pues allí se aburría más que en parte alguna, para ir a trabajar
a la Farmacia de esa señora.
Si no es posible que Modesta la disfrute, ¿no sería posible dejar sin
adjudicar [la media beca] aunque ella no figurase [oficialmente] como
becaria cuando vuelva a esa en este curso? […] (ARS, 28/52/22).

Como había ejemplificado consigo misma, Luisa no quería


renunciar a nada: ella había estudiado, trabajado,
opositado…, todo al mismo tiempo, e intentaba que su
hermana la secundara. Siempre ejerció sobre la hermana
menor un papel de protección que también hemos visto en
otras hermanas mayores. De una manera o de otra,
Modesta sí siguió los cursos de doctorado y, como, por su
parte, Luisa también proseguía con el estudio y la
investigación, mantuvieron ambas sus frecuentes estancias
en la Residencia: «[7 de marzo de 1924] Si es verdad que
en abril quedamos excedentes el 30 por 100 de todos los
empleados del Estado, iré muy pronto a la Residencia para
seguir estudiando; si no, hasta junio que espero poder
aprobar alguna de Doctorado de Derecho […]» (ARS,
28/52/19). Precisamente en junio recibió Luisa una cariñosa
carta de su consejera: «10 de junio de 1924 […] A su
debido tiempo recibí el periódico que me envió usted en el
cual leí que había usted sido nombrada profesor auxiliar de
una de las cátedras de la Facultad de Filosofía y Letras de
esa Universidad. Le envío mi más cumplida enhorabuena
por ese honor […]» (ARS, 52/5/6). Siempre disfrutó doña
María compartiendo los éxitos de sus estudiantes, que
significaban el mejor logro de la Residencia.
Por fin, Luisa defendió su tesis en la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad Central —en 1927— con el título
La Gasca en América: contribución al estudio de la política
colonizadora de España en América durante el siglo XVI,
aunque con el logro no se concediera un respiro, porque se
concentró en avanzar en Derecho. Desde 1924 había estado
desplazándose entre Santiago, Medina y Madrid, mientras
simultaneaba la investigación histórica, los cursos de
Derecho y luego el doctorado en ese campo, el trabajo en la
biblioteca de Santiago y sus enseñanzas como auxiliar en
Filosofía y Letras de Santiago, que desempeñó entre 1924 y
1930, momento este en el que estaba definitivamente
decidida a introducir otro cambio en su vida:
Cuerpo Facultativo de Archiveros. Particular
[Sin fecha, finales de 1929 o principios de 1930]
Mi querida Srta. de Maeztu: Como siempre recuerdo lo bondadosa que
fue conmigo en todas las ocasiones, ofreciéndome facilidades para
solucionar problemas de la vida; por eso nuevamente molesto a V. con la
confianza de que me ayudará también ahora.
V. sabe la muerte de papá; como consecuencia de ella me encuentro
con mi mamá delicada y dos hermanos que aún necesitan mi ayuda más
moral que materialmente para su carrera, así que me convenía más aún
que antes el traslado a Madrid, pues así podría estar reunida con ellos, lo
que me facilitaría muchas cuestiones a la vez que podría yo continuar la
tesis doctoral, que por tratarse de las primeras relaciones diplomáticas
entre España y Estados Unidos de Norteamérica tiene todos los
documentos en los Archivos Histórico Nacional y el Ministerio de Estado.
Si V. pidiera al conde de las Infantas, que tan gentilmente le concedió
mi permiso para las oposiciones que la muerte de papá me hizo
abandonar, tengo la confianza en que nuevamente su amistad con él
lograría este nuevo beneficio grandísimo para mí, ya que él, solo por
conveniencia de servicio, puede ordenar los traslados nuestros y esperar
a que llegue el anuncio de concurso de traslado será cosa larguísima,
pues me dijeron en esa que antes se haría la reforma del cuerpo y que lo
más probable es que fuese cosa de años.
Como existen muchas vacantes en Madrid, cuya nota le incluyo, tengo
esperanzas de que con su valiosísimo favor el Sr. Conde me conceda este
traslado que tanto me favorecería en los momentos actuales […] (ARS,
28/52/24a).

No era, pues, la primera vez que ambas acudían al favor


del conde, y de nuevo chocamos con otro caso en el que la
muerte desbarataba, como se vio en el capítulo anterior, los
proyectos vitales. En el citado listado sobre vacantes se
incluyen dos plazas en la Biblioteca Nacional (ARS,
28/52/24b). El conde de las Infantas, Joaquín Pérez del
Pulgar, ocupó la Dirección General de Bellas Artes entre
1925 y febrero de 1930.
La última carta, también sin fecha, anuncia ya los
preparativos para marchar a Madrid y va dirigida a Pura
Arias, que permanecía encargada de la casa en los veranos,
a quien avisa de su llegada, previniéndola de que estará
unas semanas «o hasta siempre, si consigo traslado a esa»
(ARS, 28/52/2), y pide detalles sobre si estará abierta la
biblioteca para no llevar tanto peso de libros que sabe que
tienen allí. Le llegaron las indicaciones de Pura Arias, que
confirmaban el alojamiento para el verano, aunque no todo
iba a ser bueno: «Siento mucho decirte que este año es el
primero que ha quedado cerrada la Biblioteca, así que
tienes que venir cargadita con los libros. Ya veo que [estás]
tan trabajadora como siempre […]» (ARS, 55/8/4). A raíz de
este mensaje he pensado que, poco a poco, fue cambiando
el paisanaje de las estaciones de tren; aquí y allá surgía
una jovencita cargada con sus baúles ¡de libros!
Efectivamente, otro verano más en su sostenido esfuerzo,
si bien este último empujón la condujo a la defensa de su
segunda tesis, en 1930, en la Facultad de Derecho, con el
título La colonización de Patagonia en el siglo XVIII, según
consta en el archivo de la Universidad Complutense173.
Confiamos en que sería un otoño feliz para su amor propio,
porque la Gaceta del 6 de octubre publicaba un real
decreto que disponía su deseado traslado a la Biblioteca
Nacional174. La correspondencia con la Residencia termina
aquí, aunque su instalación en la Nacional, donde comenzó
siendo jefa de la sala de lectura, introducirá un revulsivo en
su desarrollo profesional y su carrera investigadora, en la
que publicó numerosísimos estudios, por los que recibió
diversos premios y reconocimientos que la llevaron a ser
nombrada Académica de Honor en la Real Academia
Hispano Americana de Cádiz en 1933 en su sesión de 30 de
junio175. Ese mismo año fue comisionada por la Dirección
General de Comercio para asistir a la Feria del Libro
Español en Buenos Aires y, en 1935, representó a la
Biblioteca Nacional en el XXVI Congreso Internacional
Americanista de Sevilla.
Aun con esta entrega, nunca fue una intelectual
encerrada en su torre de marfil y la instauración de la
República, que coincidió con su asentamiento en la capital,
le dio pie para demostrar que su vocación cultural lo era
también política. En 1931 se unió a la Federación Española
de Trabajadores de la Enseñanza de UGT y luego ingresó
en el Partido Comunista y perteneció a la Asociación de
Amigos de la Unión Soviética. En agosto de 1936 se publicó
el cese de la Junta Facultativa del Cuerpo de Archiveros,
que era sustituida por una Comisión Gestora presidida por
Tomás Navarro Tomás y de la que Luisa Cuesta formó parte
como vocal. Esta gestora tenía como finalidad la
elaboración de un plan de reorganización del cuerpo
facultativo176; a ello se entregó. Por otra parte, se integró
en la Unión de Trabajadores de Archivos, Bibliotecas y
Museos177. Durante toda la Guerra Civil permaneció en su
puesto demostrando en todo momento su sentido de la
responsabilidad y también su compromiso con sus
compañeros, por encima de las diferencias ideológicas,
como bien subrayan sus biógrafas. Algo que al final le sirvió
para no sufrir una sanción cruel cuando se le abrió un
expediente de depuración, aunque fue sancionada con
traslado forzoso, postergación durante tres años e
inhabilitación para el desempeño de puestos de mando o
confianza178. Enseñó y trabajó en archivos en ciudades
diferentes, hasta que en 1945 obtuvo, por segunda vez,
plaza en la Biblioteca Nacional. Curiosamente, desde 1941
también constaba allí, como auxiliar, su hermana Modesta,
lo que nos lleva a pensar que su ascendiente sobre ella la
condujo por ese camino179. Desde 1949 hasta su jubilación
en 1962, fue jefa de la Sección de Hispanoamérica, y la
lista de sus trabajos y méritos es interminable; ese 1949
ganó un concurso bibliográfico organizado por la misma
Biblioteca Nacional con la obra Bibliografía de la Imprenta
de Burgos, de la que era autora junto con Justo García
Morales180. Tras aquel primer congreso en Argentina de
1935, realizó estancias de formación en Portugal,
Colombia, Bélgica y Austria y nunca sabremos si en sus
afanes juveniles soñó alguna vez con llegar tan lejos. Murió
pocos meses después de su jubilación.
141
La cita literal está tomada de Enrique Suñer, Los intelectuales y la tragedia
española, y es recogida en José Manuel Sánchez Ron, «Encuentros y
desencuentros: relaciones personales en la JAE», en J. García-Velasco y J. M.
Sánchez Ron (eds.), 100 años de la JAE: la Junta para Ampliación de Estudios e
Investigaciones Científicas en su centenario, Madrid, Publicaciones de la
Residencia de Estudiantes, 2010, págs. 95-215 (págs. 99-101).

Antonio Jiménez, La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente, Madrid,


142

Ministerio de Educación y Cultura, Universidad Complutense, Universidad de


Barcelona, Universidad de Castilla-La Mancha, 1996, vol. II: Período
parauniversitario, pág. 53.
143
Alberto Jiménez, Residentes: semblanzas y recuerdos, Madrid, Alianza
Editorial, 1989, páginas 91-94.
144
Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, Madrid, Cátedra, 2004, pág. 98.
145
Isabel Pérez-Villanueva, María de Maeztu, una mujer en el reformismo
educativo español Madrid, UNED, 1989, pág. 106 y nota 240.
146
Se trata el alcance de ese nombramiento en Ángel Serafín Porto y Raquel
Vázquez, María de Maeztu: una antología de textos, Madrid, Dykinson, 2015,
pág. 63.
147
M.ª Josefa Lastagaray, op. cit.
148
Raquel Vázquez, 2015.
149
Véase Isabel Pérez-Villanueva, 2011, págs. 448 y ss.
150
https://www.racmyp.es/docs/RufinoBlanco/9-11.pdf (consultado 13/6/2022).
JAE, Un ensayo pedagógico: el Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza de
151

Madrid (Organización, métodos y resultados), Madrid, JAE, 1925, págs. 8 y 9.


152
Esta carta se recoge en M.ª Josefa Lastagaray, op. cit., pág. 105.
153
https://www.ull.es/portal/noticias/2013/el-profesor-emerito-alfredo-mederos-
repasa-la-historia-de-la-ull-del-ultimo-siglo/ (consultado 15/6/2022).
154
JAE/57-371.
155
http://www.ub.edu/arxiu/img/galeria/perfundet-omnia-
lucet/slideshow_2.html?2 (consultado 15/6/2022).

Consuelo Flecha, Las primeras universitarias en España, 1872-1910, Madrid,


156

Narcea, 1996, pág. 238.

M.ª Teresa Martínez de Bujanda, Escuelas maternales y de párvulos, Madrid,


157

Espasa Calpe, 1936.

Vicente Lloréns, Memorias de una emigración (Santo Domingo, 1939-1945),


158

Sevilla, Renacimiento, serie Biblioteca del exilio, 2006, págs. 98-99.


159
https://www.sefh.es/bibliotecavirtual/historiasefh1/5consolidacion0.pdf
(consultado 15/6/2022).
160
https://jaeinnova.wordpress.com/2014/03/ (consultado 16/6/2022). María
Datas no tiene expediente en la secretaría de la JAE, pero sí ficha en la que
consta como profesora del Instituto-Escuela.
161
Teresa González, Las escuelas de Magisterio en el primer tercio del siglo XX:
la formación de maestros en La Laguna, tesis doctoral, La Laguna, Universidad
de La Laguna, 1994, http://riull.ull.es/xmlui/handle/915/9892.
162
«El cursillo pedagógico», Heraldo de Zamora, 6 de octubre de 1932, pág. 1,
https://prensahistorica.mcu.es/es/catalogo_imagenes/grupo.do?
path=1002758222 (consultado 16/6/2022).

«Semana Pedagógica en Fuentesaúco», Heraldo de Zamora, 21 de marzo de


163

1933, pág. 2, https://prensahistorica.mcu.es/es/catalogo_imagenes/grupo.do?


path=1002750405 (consultado 16/6/2022).
164
https://www.fpabloiglesias.es/archivo-y-biblioteca/diccionario-
biografico/biografias/4601_datas-gutierrez-maria (consultado 16/6/2022).
165
«Los tribunales para juzgar a los cursillistas», La Región, 12 de junio de
1936, pág. 6, https://prensahistorica.mcu.es/es/catalogo_imagenes/grupo.do?
path=2000690474 (consultado 16/6/2022).

https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1939/128/A02525-02526.pdf (consultado
166

16/6/2022).
167
Ángel Llano, La enseñanza primaria en Cantabria: Dictadura de Primo de
Rivera y Segunda República, tesis doctoral, Santander, Universidad de
Cantabria, 2012,
https://repositorio.unican.es/xmlui/bitstream/handle/10902/4303/Tesis%20ALD.
pdf?sequence=1 (consultado 16/6/2022).
«Festival escolar de fin de curso», El Sol de Antequera, 29 de junio de 1941,
168

pág. 5, https://core.ac.uk/download/pdf/48113039.pdf (consultado 16/6/2022).


169
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1966/04/01/pagina-
44/32649989/pdf.html (consultado 16/6/2022).
170
Esquela, ABC, 5 de diciembre de 1993, pág. 116,
https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19931205-116.html
(consultado 16/6/2022).
171
Pilar Egoscozábal y María Luisa Mediavilla, «La bibliotecaria Luisa Cuesta
Gutiérrez (1892-1962)», Revista General de Información y Documentación, vol.
22, núm. 1 (2012), págs. 169-187.
172
https://prensahistorica.mcu.es/es/catalogo_imagenes/grupo.do?
path=2000787727 (consultado 16/6/2022).
173
https://ucm.on.worldcat.org/oclc/914512157 (consultado 16/6/2022).

https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1930/279/A00155-00155.pdf (consultado
174

16/6/2022).
175
Real Academia Hispano Americana de Cádiz, Archivo Histórico, Actas de
Junta Ordinaria 1. Agradezco al personal del Archivo que me facilitara este
documento.

https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1936/219/B01086-01086.pdf (consultado
176

16/6/2022).
177
http://culturagalega.gal/album/detalle.php?id=189 (consultado 16/6/2022).

https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1940/022/A00556-00558.pdf (consultado
178

16/6/2022).
179
https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1941/090/A02130-02131.pdf (consultado
16/6/2022).

https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1949/180/A02892-02892.pdf (consultado
180

16/6/2022).
V
SER, TENER Y PARECER, LAS CARAS
DEL ÉXITO
Hoy en día se mide el éxito según el número de «caritas
sonrientes» que acumulen las fotos subidas a Instagram u
otra red social, fotos del lugar donde se pasa el fin de
semana, los platos que han servido en el restaurante, el
paisaje que se contempla, la ropa que se acaba de comprar,
el coche nuevo, el salón de la casa o el dormitorio…, todo
aquello que nos haga parecer felices y disfrutar de una
situación envidiable para otros, los que miran. El mundo
anda ávido de likes, el emoticono de cuyo número depende
el equilibrio de numerosos jóvenes (y no tan jóvenes). Este
final tuvo, no obstante, un principio muy distinto, el de
querer ser: ser abogada, ser farmacéutica, pedagoga,
investigadora en Físicas, doctora en Medicina, bibliotecaria
en la Biblioteca Nacional, registradora de la propiedad, etc.
Para ello de nada iban a servir las cartas de la influyente
Srta. de Maeztu si no tenían detrás años de estudio y
esfuerzo. En definitiva, que antes de presumir de bienes o
parecer felices estuvo querer ser alguien en la vida.
Hablar del éxito en la Residencia consiste en hablar de la
progresiva realización de los respectivos proyectos
personales que guiaban hasta ella a numerosas mujeres
españolas que vivieron y cursaron estudios en Madrid y
cuyos deseos de realización personal, plenamente
coincidentes con los motivos por los que el centro fue
creado, han sido ya expresados con anterioridad. Además,
en su conjunto, el éxito del proyecto se manifiesta en el
progresivo incremento de estudiantes y en el grado de
aceptación social de la empresa. Es decir, la admiración
que la obra, sus promotores y la dirección —y también sus
usuarias— fueron recabando, algo que queda muy bien
reflejado en la prensa. Pero un proyecto así, dirigido hacia
el fomento de la cultura y el incremento de las
posibilidades profesionales entre las mujeres, nacía en
contra del pensamiento mayoritario y las costumbres
españolas. Para empujarlo se requirió no solo el apoyo
decidido de la JAE y el esfuerzo titánico de María de
Maeztu, también la entrega de los primeros grupos de
residentes, que hicieron de la obra una cuestión personal,
eso que había denominado «el espíritu de la Residencia» y
que las chicas enunciaban sencillamente cuando hablaban
de la institución como de la Casa.
El éxito nunca cae del cielo; requiere, al menos, una
doble habilidad: la inteligencia para acertar con objetivos
razonables y renunciar sabiamente a lo imposible y la
disciplina para no desfallecer y proseguir en los períodos
de desespero que han de llegar. Nada de ello le faltó a la
directora ni a su amplio equipo de colaboradoras, que se
entregaron a afianzar aquella casa común que hacía posible
la expansión del saber femenino y, como acabo de usar ese
adjetivo, me detengo en añadir que lo hicieron con plena
conciencia feminista, haciendo de la institución una punta
de lanza del feminismo español del primer tercio del siglo
XX, que es decir muchísimo.
En el anterior capítulo sobre la universalidad de la
recomendación presenté un perfil de María de Maeztu
como mujer de éxito que conquistó sola la consideración y
el respeto de la sociedad española. El reconocimiento a la
Srta. de Maeztu penetró en muchos hogares; en ello
coincide la numerosa correspondencia que sustenta este
texto. Como tantas veces repitió doña María, la Residencia
fue la obra de su vida, que logró plenamente el objetivo de
ensanchar los caminos hacia los estudios superiores de las
españolas. Las residentas han quedado en el recuerdo de
quienes las conocieron como personas cultas y dotadas de
una especial distinción que las rodeaba en sus entornos
como un aura. Es lo que sintió una mañana, en su veraneo
en Biarritz, Virtudes Luque Pérez, una malagueña hija de
un comerciante de esa ciudad, que había llegado al centro
en 1921 y formó parte del profesorado de la primaria del
Instituto-Escuela:
Biarritz, 25 de agosto de 1930
Srta. de Maeztu, queridísima Srta. de Maeztu:
No es una fórmula, es que la quiero a V. mucho y le estoy muy
agradecida, en mi nombre y en el de muchas muchachas que gracias a V.,
a la Residencia, que es V., no hacen una labor oscura, la «pobre» labor de
la maestra anónima […].
El contacto con V. ha sido para muchos padres de familia la revelación
de la personalidad de la maestra de sus hijos. No puedo por menos de
decir esto a V., no sé yo misma por qué hoy me pongo a escribirle para
decírselo, es una espontaneidad inevitable. Veo mi situación frente a la
de otras maestras que conozco y no han sido inspiradas ni influenciadas
en su formación por V., por su obra de la Residencia… y noto que yo soy
un valor, que las demás lo reconocen y que es la Residencia, V., la que me
ha dado ese concepto de mi personalidad y de mi dignidad profesional
(ARS, 37/9/2).

Me andaba preguntado qué era el éxito y he encontrado


una excelente respuesta en esta carta: hay que llamar éxito
a esa íntima satisfacción al mirar atrás y al autovalorarse
como persona y como profesional, teniendo la sensación de
estar cumpliendo los objetivos que una misma se ha
trazado. La carta rebosa agradecimiento y transmite
felicidad. Da un paso más: las residentes compartían su
éxito con doña María, se lo hacían llegar.
Carmen Ramírez Gómez incluye a Virtudes Luque entre
las escritoras andaluzas de la primera mitad del pasado
siglo, indicando que colaboraba en revistas, daba
conferencias y escribía ensayos pedagógicos181; Vázquez
Ramil informa de que entre 1928 y 1933 cursó Filosofía y
Letras. Con la guerra, la biografía de Virtudes cae en un
vacío, pero una mención puntual en la prensa de finales de
los cincuenta la situaba trabajando en Ámsterdam182, había
por ello indicio de que hubiera salido al exilio.
Efectivamente, Virtudes Luque Pérez padeció un
expediente de depuración que la separó definitivamente del
servicio por orden ministerial de 27 de noviembre de
1940183. Fue juzgada como maestra y directora del Grupo
Escolar Tomás Bretón de Madrid —sin duda su gran éxito
personal— entre 1931 y 1936 y se le imputaron los cargos
de «haberse incorporado voluntariamente desde el
extranjero a la zona roja —en julio de 1936 estaba en
Londres y regresó a Madrid— y ser de «arraigadas ideas
izquierdistas», además de pertenecer a la FETE, no
practicar religión y haber contraído matrimonio civil «con
un compañero izquierdista», Rafael Fernández Álvarez.
En 1941, la profesora vivía en Murcia desde 1937 y
estaba viuda. Solicitó entonces revisión de la sentencia
alegando en su descargo que, si había vuelto de Londres, lo
hizo siguiendo a su marido; que figuró en la FETE solo
durante contadas semanas y no por su voluntad, que no era
cierto que fuera irreligiosa y que casarse por lo civil
obedecía a que su marido no quiso aceptar otra clase de
unión y ella «cedió sustentando la creencia de que su
marido cedería más adelante a hacer casamiento católico».
Entre diversos avales adjuntó el certificado de bautismo de
su hijo, Rafael Fernández Luque, celebrado en la parroquia
de los Santos Justo y Pastor de Madrid el 26 de mayo de
J y y
1939. De nada sirvió la humillación de abjurar por escrito
de lo que probablemente fueron sus valores, porque al
tribunal de revisión también llegó la denuncia de un
inspector de enseñanza primaria que la definía como
«convencida institucionista» que «alardeaba de su
matrimonio civil y nada religiosa», argumentando que «si
se mostraba arrepentida» sería porque ya no contaba con
la ayuda económica que había recibido de sus amistades.
En suma, se ratificó la sentencia.
Desde la embajada española en Ámsterdam, llegó en
1951 la segunda solicitud de revisión y se indicaba que
Luque Pérez desempeñaba allí el cargo de lectora en la
Universidad Municipal, para el que había sido nombrada
por el propio Ministerio de Exteriores de España; que
también desarrollaba una labor en Radio Nederland-
Wereldomroep y desde ambos foros desplegaba una valiosa
publicidad sobre España y su cultura. La nueva sentencia,
dictada el 11 de febrero de 1953, sí proponía su
readmisión, aunque sometida a «traslado durante dos años
e inhabilitación para cargos públicos y de confianza».
Esta pequeña semblanza de Virtudes Luque Pérez
encierra el destino de numerosas residentes: la ambición
por destacar, el esfuerzo para ir subiendo peldaños
profesionales, la debacle de la guerra, el afán de los
represores por hacer morder el polvo a muchas de las
sobresalientes y buscar su humillación. En ocasiones, no
siempre, se asiste de nuevo a su reconstrucción, un éxito
aún mayor si se tiene en cuenta que se trataba ya de
figuras rotas.
En su contexto, abrir la Residencia implicó el riesgo de
no conseguir suficientes residentes; por ello, sobrevivir al
primer año ya fue un triunfo, como reconocía Concepción
Varela de Prada, profesora en la Normal de Cádiz: «19 de
junio de 1916 […]. Celebro el éxito obtenido por el
internado, que para ser el primer año, tiene V. personal
sobrado para justificar la existencia de la Residencia
escolar. Con V. al frente no era de esperar otra cosa» (ARS,
48/1/12). Algo después, pero todavía en el camino hacia la
consolidación, María recibía los ánimos que le enviaba
desde Alcalá de Guadaíra la residente Francisca Ortiz
Espejo: era maestra y marchó a Madrid para ingresar en la
Escuela Superior; permaneció en la Residencia entre 1921
y 1924, año en el que, finalizados los estudios, se traslada a
Granada. En septiembre de 1922 felicita a la directora:
«Alcalá de Guadaira, 20 de septiembre de 1922 […]. Me
alegró mucho que sus proyectos de ampliación de la
Residencia se vean convertidos en hermosa realidad
evidenciando lo que puede conseguir un gran espíritu que
con tesón persigue un buen fin […]» (ARS, 40/37/1). Se
refiere precisamente a la firma de un nuevo contrato entre
la JAE y el International Institute for Girls, a finales de
mayo de 1922, por el que se ampliaba la cesión de Fortuny
53 y Miguel Ángel 8 para la ampliación de la Residencia y
las clases del Instituto-Escuela. Meses después, Francisca
reitera la idea de desear a Maeztu ante el nuevo año —
1923— que siguiera progresando en el logro de su empeño,
que lo era también de las mujeres que querían ser
profesionales: «En el nuevo año que comienza yo le deseo
muchos éxitos y prosperidades particularmente y como
Directora de ese Centro […], puesto que esos éxitos
representan el triunfo definitivo de la mujer que trabaja y
labora, abriéndose paso en la vida contra los prejuicios que
hasta ahora la envolvieran obstruyéndole el paso» (ARS,
40/37/2).
El éxito tiene muchas dimensiones, existe esa vertiente
de satisfacción íntima al recibir el agradecimiento de las
personas por las que has trabajado y a las que has dedicado
tu tiempo. Algo así, una sensación de logro muy personal,
debió de sentir María al recibir otra misiva de Francisca,
una vez que se marchó de la Residencia para comenzar su
labor en Granada:
[Carta sin fecha, verano de 1924] Las agradables impresiones recibidas
durante la estancia en la Residencia no se borrarán fácilmente, así como
tampoco podré olvidar las atenciones que le debo. Al mismo tiempo,
entusiasta de mi tierra, le envío estos claveles que son luz y sol
transformados en color y aroma, como muestra de lo que esta bendita
tierra es capaz de dar sin esfuerzo apenas por parte del hombre.
Quisiera que estas flores al adornar el comedor, su despacho o sus
habitaciones, dando su nota alegre de color y perfume consiguieran
obtener un recuerdo, no más, para la tierra que los crio (ARS, 40/37/3).

La institución avanzó ganándose rápidamente la


confianza de las familias de clase media, en parte por la
constatable dinámica de estudio y trabajo que consigue
entre las residentes y por los inmejorables resultados
académicos que sus alumnas obtienen, como señalaba una
de ellas en 1922, Carmen Húder —natural de Pamplona y
que consiguió el acceso a la Escuela Superior del
Magisterio en 1918—, quien felicitaba en agosto a la
directora por los buenos resultados obtenidos por las
estudiantes de la Residencia en el examen de ingreso a la
Escuela Superior aquel curso: «Ingresaron 9 de casa, así
que el éxito para V. ha sido realmente completo» […]
cuanto se relaciona con V. y la Residencia me interesa tanto
como si de mí se tratase» (ARS, 34/39/8). En realidad, el
éxito había sido aún mayor, como la misma María de
Maeztu señalaba al padre de una de las estudiantes: «5 de
julio de 1922 [a don Juan de Haro]. Hemos conseguido que
ingresaran once alumnas de la casa, lo cual representa un
verdadero éxito para las muchachas que tanto han
trabajado y una satisfacción muy grande también para la
casa» (ARS, 62/12/3).
En todas las informaciones coetáneas sobre la Residencia
se subraya el rápido crecimiento de las estudiantes, al
tiempo que se apunta el fuerte incremento de las alumnas
universitarias frente a las que se matriculaban en la
Escuela Superior del Magisterio, las más numerosas al
principio.

LA DIFÍCIL GESTIÓN DEL ÉXITO


En muy poco tiempo la Residencia había pasado de ser un
experimento a un centro prestigioso hacia donde las
familias cultivadas de todo el país no dudaban en enviar a
sus hijas. El engrandecimiento de un lugar para el estudio
de las mujeres y dirigido por una de ellas no dejaba de
sorprender, y de ello se ocupaba con frecuencia la prensa.
En 1923, Nuevo Mundo difundió una imagen muy
laudatoria: «Los hogares del resurgimiento español. La
Residencia de las Señoritas estudiantes». Todo el artículo,
en el marco de decadencia que envolvía la política española
y el turnismo de los partidos de la Restauración, desprende
una esperanza en la acción de la mujer para la
regeneración nacional. El pie de foto que acompaña una
excelente fotografía de la biblioteca describe: «La hora del
trabajo en la Biblioteca de la Residencia donde se forman
las inteligencias femeninas que han de regir a España, con
la silenciosa, con la amorosa revolución llevada a cabo por
cada esposa y cada madre». Partiendo de este tópico
conservador de defender la educación femenina para el
mejor desempeño de sus funciones de esposa y madre, la
institución se contempla como una revolución positiva y es
descrita con admiración: se recoge el funcionamiento
interno, las orientaciones pedagógicas, el valor de las
conferencias o el deporte y las palabras de orgullo de
Maeztu: «Del progreso de esta Institución dan idea estos
datos facilitados por su Directora: en Octubre de 1915,
fecha en que fue inaugurado el Grupo de Señoritas de la
Residencia de Estudiantes, había en el establecimiento tres
alojadas; hoy pasan de 150»184.
El prestigio de la Residencia no dejó de crecer y a finales
de los años veinte la prensa la identificaba como una pieza
clave en el afianzamiento de un nuevo modelo de mujer
moderna para las españolas. César García Iniesta así lo
publicó en El Heraldo. Retomando la reflexión que
relacionaba la regeneración de España con la educación
femenina, describe una exhaustiva visita guiada por una de
las residentas que prestaba su servicio en la secretaría,
Ramona Torremocha (estudiante de Comercio y residente
entre 1925 y 1930). El periodista ofrece todo tipo de
información acerca de las instalaciones, los estudios y las
jóvenes, destaca la inspiración de su planteamiento en los
colleges norteamericanos y su estrecho vínculo con el
International Institute for Girls. Incluye ciertas reflexiones
que explican el éxito social de la institución: «La
Residencia, en suma, coopera resuelta y acertadamente con
todos los medios que están a su alcance a la obra de
cultura que actualmente viene realizando, modesta y
tenazmente, la mujer española; ofrece a las familias las
garantías de un hogar espiritual, rodeado de benéficos
influjos, en el que pueden disfrutar las alumnas de las
ventajas de la vida corporativa, de un sano ambiente moral
y de toda clase de estímulo y facilidades para su trabajo»185.
Deteniéndose en la influencia norteamericana en la
práctica de deportes como tennis o basket-ball, y en la
calidad de la oferta cultural complementaria, que implicaba
a lo más reputado de la intelectualidad española, terminaba
pormenorizando los detalles económicos: el precio del
alojamiento entre el 1 de octubre y el 30 de junio variaba
entre 153 y 173 pesetas mensuales, dependiendo del
tamaño del cuarto y de los servicios complementarios
contratados. En definitiva, la Residencia ofrecía a un precio
asequible para las clases medias refinamiento cultural,
salvaguarda moral y el no sacar, en cierta medida, a las
jóvenes de un ámbito hogareño.
Ese sentido de hogar se subraya en otro artículo, muy
citado, de ABC —«Las que estudian»—, que pone su énfasis
en la tutela moral de Maeztu, pero desarrolla
particularmente la idea del avance del feminismo:
La eximia educadora parece venida al mundo, entre otras cosas, para
confundir a los detractores sistemáticos de la mentalidad del sexo
contrario y avivar la fe de los tibios creyentes como nosotros […].
Pero la impresión directa será más eficaz que mis palabras […].
Golpecitos en la puerta de una habitación que no tarda en abrirse.
Alrededor de una mesa tres muchachas asociadas para el estudio.
¿Filosofía? ¿Historia?
Termodinámica.
La Literatura en baja, aquí también…186.

Se difunde un nuevo modelo de mujer, que no solo


estudia, sino que cursa ciencias y se introduce, sin
renunciar a la feminidad, en ámbitos que los hombres
creían solo suyos.
En el apoyo gráfico que acompañaba este tipo de
artículos se encuentra, igualmente, un mensaje favorable al
impacto social de la Residencia. Las fotos se centran, sobre
todo, en la biblioteca y los dormitorios, situando el acento
en una cultura del esfuerzo y proyectando la imagen del
centro como un hogar. Junto a estas imágenes, la de María
de Maeztu, su sostenedora moral, y la del salón de Fortuny,
el centro de la convivencia entre las residentes.
El prestigio de la Residencia no hizo sino crecer en los
años de la República y su influjo se utilizó en Barcelona
para abrir la Residencia Internacional de Señoritas
Estudiantes. A ello se refería un artículo de La Vanguardia
firmado por la insigne María Luz Morales, «Residencia-
Hogar». El texto recogía la idea que había sustentado la
creación de la Residencia de Señoritas: la necesidad de que
las jóvenes que se trasladaban a la capital para estudiar
dispusieran de un lugar decoroso, honorable y a un coste
razonable para favorecer su educación. Explicaba cómo
habían surgido las residencias femeninas: «[…] En Nueva
York son numerosas […]. Entre las de París, nadie puede
olvidar la gentileza del “Foyer International des Étudiants”
en el Boulevard Saint Michel, y “La Maison des Étudiants”
en el Boulevard Raspail. Más cerca de nosotros tenemos,
en Madrid, la “Residencia de Señoritas”, fundada por María
de Maeztu, y que es raro ejemplo de prosperidad material y
espiritual en obra española de cultura. Nació en 1915, con
diez o doce residentes, en forma limitada y modesta, y hoy
ocupa, en las inmediaciones de la Castellana, “diez hoteles”
que alojan a más de doscientas señoritas […]»187. Entre
tanto, la Residencia seguía haciendo furor. La autora
también podría figurar como una de nuestras chicas;
mantuvo una larga y densa correspondencia con María de
Maeztu y, al menos desde 1926, se alojó con frecuencia en
la Residencia de Señoritas, así que conocía bien la empresa
cuando impulsó la apertura de una institución hermana en
Barcelona. Entre ambos centros se estableció una estrecha
coordinación que posibilitó el intercambio de estudiantes
mediante viajes de grupo entre una y otra residencia,
durante los años republicanos. Se considera a María Luz
Morales Godoy la primera periodista cultural española; en
los años veinte trabajó en la redacción de La Vanguardia,
donde era la única mujer, y en 1936 dirigió el periódico;
también colaboró con El Sol de Madrid. Cuando, meses
después, abrió sus puertas la Residencia Internacional de
Señoritas Estudiantes la periodista estuvo al frente como
directora. Ha dejado una extensísima obra literaria, de
traducción, como guionista de cine y crítica teatral. En la
actualidad se otorga un premio de periodismo que lleva su
nombre, María Luz Morales.
Los años republicanos coinciden con el esplendor de la
Residencia de Señoritas: algunas de las primeras
estudiantes alcanzaron posiciones de prestigio en el mundo
cultural y profesional; los principios feministas de la
institución logran abrirse paso, la sociedad española ofrece
nuevos espacios al desarrollo de la mujer. En consonancia
con la labor que el centro venía haciendo desde su
fundación, la presencia femenina en las facultades
universitarias se multiplica y, por tanto, el número de
residentes, que termina superando al de sus vecinos, los
chicos de la Residencia. El trabajo conjunto de María y su
grupo culminó, como bien apunta la investigadora Raquel
Vázquez Ramil, en ese título del ya citado artículo
destinado al análisis de este éxito intelectual de la
Residencia «entre la cultura y el brillo social». Siguiendo a
esta especialista, recojo dos de los momentos apoteósicos
que se vivieron en la Residencia. El 16 de marzo de 1932,
un ya reconocidísimo Federico García Lorca presenta y
comenta en el Paraninfo de Miguel Ángel 8 su todavía
inédito Poeta en Nueva York. La conferencia se transformó
en un acontecimiento cultural del que se hizo eco el
también poeta Víctor de la Serna en El Sol, en el que
comenta: «La visión poética de Nueva York que trae
Federico García Lorca es una maravilla de gracia y de
matiz, el más feliz logro de nuestra poesía contemporánea,
por ahora y por bastante tiempo. El público,
afortunadamente bastante cultivado e inteligente como
para no ir a buscar en la poesía anécdotas, sino imágenes,
gracia y eso, poesía, siguió los tres ciclos de los poemas de
Lorca con una atención y una devoción sin un fallo»188.
Y el gran observador de la vida cultural madrileña, el
diplomático chileno Carlos Morla Lynch, grandísimo amigo
del poeta y quien da título a la edición de su diario,
comentó ese día aquel éxito:
[…] En las filas paralelas a la nuestra se encuentra toda la elite
intelectual; la de ayer, la de hoy y la de mañana: las alas nuevas que se
entreabren. Federico toma la palabra en forma deslumbrante desde el
primer momento. No solo son magníficos los poemas que nos lee con una
fuerza de evocación prodigiosa —que a un tiempo exalta y agobia—, sino
también lo que nos dice después de la lectura de ellos. Esa explicación
emitida en tono reposado y comunicativo, que contrasta con el huracán
de hierros y cementos que desencadenara unos momentos antes, tiene el
encanto de un paréntesis de sol en medio de las bellezas de la
tormenta189.

El segundo, tal vez más prosaico pero no menos


impactante, consiste en la visita del presidente de la
República, don Niceto Alcalá-Zamora, la tarde del viernes 3
de febrero de 1933. A su llegada, le esperaban la directora
y la secretaria, el comité en pleno de la Residencia de
Estudiantes y todas las residentes; el periódico señala,
entonces, la cifra de 350 estudiantes. Corrían nuevos
tiempos para la mujer en España y no podía haber mejor
acto simbólico que esta visita presidencial. María de
Maeztu tomó la palabra y se refirió a ello orgullosamente,
explicando que:
El acto que se celebraba era una visita que el Jefe de Estado hacía a las
mujeres intelectuales que representaban la vanguardia de España, ya
que esta Residencia, fundada bajo los auspicios de la Junta para la
Ampliación de Estudios en 1915, fue la primera residencia para mujeres
y, por tanto, la primera agrupación femenina que con carácter oficial se
fundó en España. La visita del Presidente —dijo— representa no solo la
visita del Jefe del Estado a este centro oficial que se llama Residencia de
Señoritas, sino también la visita del hombre inteligente y bueno que ha
tenido siempre una palabra de comprensión para el problema de la
educación superior de la mujer en España190.
Se podría decir que María de Maeztu rozaba la gloria con
la punta de los dedos, y ese gesto de cordialidad del
presidente tomando un té en el salón del centro, que fue
servido por las residentes, debió de compensarle los años
de entrega al proyecto. Ninguna gran obra resulta fácil en
esta vida y, en ocasiones, en las palabras de la directora se
vislumbra la tensión sostenida durante años, como en las
declaraciones a Julio Romano para Mundo Gráfico al
plantear la desigualdad social entre hombre y mujer y el
doble esfuerzo y, por ello, el desgaste que ocasiona cargar
con ese lastre:
[…] Del reconocimiento de esta inferioridad —continúa— nace el deseo
primero, la necesidad después de intervenir en la cultura superior. Y
como no existe más que un tipo de cultura, la creada por el varón, la
mujer se encuentra ante este dilema: o tiene que renunciar a sus afanes
intelectuales o tiene que resolver el conflicto de incorporar a su alma
femenina […] el contenido de una cultura masculina que, como tal, le es
extraña, ajena a sus más íntimos anhelos […]. Y cuando consigue su
emancipación —feminismo— viene primero el aplauso por el esfuerzo
realizado, el reconocimiento de ese valor indiscutible; enseguida la
dificultad, a veces dolorosamente trágica, de competir y dominar en un
terreno que no es el suyo y donde el clima le es decididamente
adverso191.

Poca duda cabe de que la pedagoga estaba hablando de


su propio camino y analizaba la necesidad del éxito y su
dura trayectoria hacia él en ese competir y dominar en un
mundo de reglas adversas y rivalidades, una batalla larga
—que solo estaba empezando— contra quienes
ridiculizaban la inteligencia femenina y su ansia de saber.
Cuando hablaba de la experiencia dolorosa y trágica de
competir con reglas ajenas se refería a su propia vivencia;
en 1925, aquella doña María de Maeztu que parecía tallada
de una pieza se quebró y nos ha quedado sobre ello una
penosa carta a su amiga María Martos, que no esconde el
dolor… ni el miedo:
Park-Hotel Favorite, Berna [sin fecha]
Mi queridísima María: El encabezamiento de esta carta [la remitía
desde la clínica del Dr. Kocher en Suiza] le explicará a V., mejor que todo
lo que he de decirle en esta, mi silencio… ese silencio de seis meses que
solo su bondad (y más aún que su bondad, su inteligencia) sabrán
comprender y perdonar.
Desde hace seis meses no me abandona la fiebre, María, y he venido en
busca de esta celebridad para curarme. Ese es todo mi secreto […].
El éxito en la vida requiere muchas cosas… muchas. Los que más o
menos lo hemos tenido unas horas entre nuestras manos sabemos bien
de qué hilos tan sutiles se compone. Pero requiere más que nada, y como
condición previa salud que es: fuerza, energía, capacidad en la lucha
para no ser vencida por los miserables; y cuando no se tiene hay que
fingirla […].

Una carta estremecedora porque, comedidamente, como


corresponde al perfil de su autora, manifiesta una
clarividencia poco común, mostrando la dureza de las
relaciones profesionales, que nunca son un camino de
rosas. Con la alusión a la necesidad de la salud para buscar
el éxito y al fingimiento, en su ausencia, se alude al
requerimiento de firmeza ante la hostilidad social frente a
la ambición profesional femenina y al escenario de
rivalidades y envidias que todo proyecto extraordinario
suscita, y la Residencia, también.
Cuando la remitente se adentra en el relato de la
dolencia revela su soledad de meses, eso que ella llama el
silencio, y, además, que la fuente principal de sufrimiento
no radica tanto en su dolencia como en el miedo a que la
enfermedad le impida recibir, entonces que lo rozaba, el
éxito profesional perseguido durante años de esfuerzo sin
pausa, y le impida el remate final de la obra de su vida;
bien se sabe que paraliza mucho más el miedo al futuro que
el dolor presente:
[…] Su carta de Enero […] la recibí cuando ya no estaba bien. A la
cantidad de cariño y amistad que V. vacía en mí, me parecía indigno
contestar con una carta dictada a máquina, de las mil que escribo todos
los días para salir del paso. Pude haberle puesto dos líneas —me parecía
poco… y para más ¡me temblaba tanto la mano! Esperaba cada día que al
siguiente pasaría ya todo y yo podría dedicarle dos horas. Lo deseaba,
no, lo necesitaba más por mí que por V. No era el deseo de corresponder
a su bondad y a su confianza, no pretendía pagar una deuda, no, hubiera
querido hablarle, hallar en la palabra escrita el ritmo de la conversación
para alejar un poco de mí el dolor de tantas cosas […].
Aprovechando las vacaciones de Navidad fui a Andalucía a descansar,
esto creo que ya se lo dije; y al regreso, justo al empezar el año, empezó
para la Residencia mía, que es (V. lo sabe bien) mi propia vida, más
querida que un hijo, el momento de su éxito pleno. Por todas partes
venían demandas, de los más remotos pueblos de España llegaban cartas
pidiendo el ingreso en la Residencia […]. Nuestras alumnas, las primeras
en la Universidad; fue un momento magnífico. Aunque no vuelva a
repetirse, bien vale el dolor de una vida. De América me enviaban dinero
para conferencias y en nuestra biblioteca se organizaban las mejores de
Madrid. Las de Ortega en primavera fueron el acontecimiento más
fastuoso del año. El teléfono no paraba un momento: no había Duque ni
Duquesa (sobre todo Duquesa) que no pidiese como favor especialísimo
el asistir, el ser admitida en nuestra humilde casa. Esto enorgullecía a las
muchachitas de la Residencia que al terminar la conferencia subían
apresuradas a sus cuartos a ver «el desfile de coches». A mí no me
enorgullecía… Me daba miedo.

Y entra de lleno en el tema de la ambición, otra condición


para el éxito, que tiene un condicionante social de difícil
equilibrio, porque si no se doma la exigencia, a ambos
lados del éxito, ronda el fracaso: «[…] No sé si alude V. a
Rosa Ortega en su carta al decir que no le escribe. A mí
tampoco. Le he pedido que me mande la Revista [de
Occidente] y, nada. Pero es buena y hay que perdonarla. Tal
vez yo también, si estuviera casada con un hombre tan
célebre, me permitiría tales abandonos. No lo sé. Debe ser
magnífico llevar un nombre glorioso sin que haya costado
nada el derecho a poseerlo. Yo para mantener el mío —muy
modestito— tengo que dejarme la piel en cada escena
[…]»192.
El nobel de medicina Emil Theodor Kocher había fundado
en Berna el Instituto Kocher, un centro especializado en
patologías del tiroides. Allí detectaron a Maeztu un
problema de tiroides y, tras un período de tratamiento, la
pedagoga regresó a la Residencia en octubre de 1925. Con
ese «dolor de tantas cosas» expresaba doña María la
dificultad para gestionar el éxito y, en su caso particular, la
posición delicada, primero, incómoda, después y,
finalmente, de abierto enfrentamiento en la que se vio ante
la JAE por su progresivo acercamiento político a la
Dictadura de Primo de Rivera, a cuya Asamblea Nacional se
incorporó, lo que trazó a su alrededor un halo de suspicacia
por parte de algunos institucionistas. Tras la crisis, la
directora se rehízo y siguió imparable.

APRENDER A SER: MUJERES TRIUNFADORAS


Frente a los detractores de la inteligencia femenina se
erigió imponente el éxito de la Residencia de Señoritas,
pero este éxito, a la altura de 1933, no fue ya solo el éxito
institucional, sino el de una generación de mujeres que se
habían ido formando en la casa, bajo la guía intelectual y el
estricto código de moral y disciplina de su directora, en «el
espíritu de la Residencia». De ellas, socialmente hablando,
no se esperaba nada, como tan plásticamente recordó
Concha Méndez: cuando le dirigieron a sus hermanos la
típica pregunta: ¿Y tú, qué quieres ser de mayor?,
respondió ella, sin haber sido interpelada: «Yo voy a ser
capitán de barco»; «Las niñas no son nada», recibió por
respuesta. Pues eso.
¿Entonces? De nuevo la pregunta que surgía ante la
pionerísima Luisa Cuesta: ¿cómo aprendió a ser? Y otros
interrogantes: ¿en qué mujeres se miraban? ¿Cómo
albergaron otras expectativas sobre ellas mismas? ¿Por qué
ya no fue suficiente ser las reinas del hogar? Comúnmente
se refieren como pasos previos a la Residencia la
organización de la Asociación para la Enseñanza de la
Mujer y las Conferencias para la Mujer de Fernando de
Castro, las clases para mujeres que abren las sedes de la
Institución Económica de Amigos del País en algunas
provincias, la apertura de la Escuela de Institutrices, etc.
Me pregunto si pudieron llegar tan lejos estas influencias.
¿Hasta Medina de Rioseco en Valladolid; Bienvenida en
Badajoz, hasta Ibros en Jaén? Todo son preguntas. Hablé
antes del papel de las profesoras de Normales; algunas
muchachas escribieron que habían conocido en la prensa
que existía una residencia para señoritas estudiantes… No
lo veo suficiente; no había tantas heroínas de novela, ni
tantas aventureras de cine… Me hubiera encantado
escuchar de los labios de cada una sus personales
respuestas a las que no podré llegar nunca. En cambio, sí
observo que, ya en ruta, al atravesar la verja del jardín de
Fortuny —aquella que decía doña María que tenía que estar
reluciente y sin polvo—, todo se hacía más fácil, porque allí
sí había modelos para convertir la aspiración individual en
comportamiento colectivo, en movimiento feminista,
porque ellas eran como muchas otras: ellas mismas, sí,
pero con ganas de tener voz pública. El éxito se medía
también en el progresivo cumplimiento de los sueños, de
las expectativas personales, que se van viendo realizados
en la correspondencia de las residentas.

TRES MAESTRAS RENOVADORAS, TRES AMBICIONES DIFERENTES


Elisa López Velasco, Josefa Fernández y Gómez-Rico y
María Cruz Gil Febrel consagraron sus vidas a la educación
popular, pero cada una albergó un proyecto distinto de
vida; las tres coincidieron en la Residencia de Señoritas y
compartieron experiencia en el Instituto-Escuela.

Una maestrita con mucho vuelo, Elisa López Velasco


Elisa podría ser considerada como una maestrita que
remontó el vuelo. Cuando se dirigió por primera vez a
María de Maeztu ya no era una jovencita, andaba por la
treintena; escribía desde Nerva, Huelva, donde tenía su
plaza. En mi primera lectura, me pareció una mujer sencilla
y, tal vez, un poco ingenua… No leí bien aquella primera
carta, que, en realidad, manifiesta los afanes de una
maestra que ha conservado sus ambiciones de juventud, la
fuerza que la condujo al éxito profesional y a recibir, aún
hoy, el reconocimiento por la modernidad de sus
planteamientos pedagógicos. Nunca fue aquella maestra de
pueblo que yo, erróneamente, había creído encontrar:
Nerva (Huelva), 1 de Agosto de 1918
Calle Maestros, 2
Muy Sra. mía:
Soy maestra nacional, alumna del 2.º curso, Sección Labores, en la E.S.
del Magisterio y con grandes deseos siempre de hacer mi vida en
Madrid, en la Residencia de su dirección. En el curso anterior
encontraron mis entusiasmos obstáculos económicos, así lo hice presente
a la Srta. Sánchez Arbós, con quien hablé del asunto.
Mas enterada de que otras compañeras tienen en ese Centro algunas
clases que les permiten resolver el problema, me atrevo a molestar a V.
haciéndole presente el gusto que me proporcionaría poder ir el curso
próximo a la Residencia, prestando mi trabajo en las clases de Labores o
en Cultura General […] (ARS, 36/60/1).

Y con esa sencilla carta, desembarcó en la Residencia el


curso 1918/1919, como becaria, y afianzaría así su deseada
conexión con los centros de la JAE, a la que hasta entonces
se había dirigido sin demasiado éxito. Elisa había nacido en
Mollina (Málaga) en 1884 y probablemente en una familia
humilde, porque en la partida de nacimiento la profesión
del padre, Juan López Moreno, consta como «del campo» y
la de la madre, Gertrudis Velasco Pacheco, como «de su
casa». De hecho, los recursos económicos, más bien su
falta, añadieron siempre dificultad a su vida. Estudió
Magisterio en Sevilla y en 1910 aprobó sus oposiciones.
Según ella informa en el expediente de la JAE, en 1913 era
maestra en un pueblo de Huelva, Villablanca, y poco
después, en 1916, lo sería en Sanlúcar de Barrameda.
Entonces comenzaron sus solicitudes a la JAE. En 1913
declaraba su «marcadísimo interés por estudiar la
educación de adultos» y solicitaba a la JAE una pensión
para estudiar la Metodología y Organización de la
Enseñanza postescolar femenina en Suiza y Bélgica,
alegando como méritos, además de su declarado interés,
sus conocimientos de francés y esperanto. En 1916 se
dirigió nuevamente a la JAE para inscribirse en un
concurso para obtener una plaza de maestra en una
fundación de Madrid. Lo que interesa, no obstante, es la
relación de sus méritos: además de sus seis años de
docente, alega su certificación de aptitud en Bordados y
Corte y Confección de ropa blanca obtenido en la Escuela
Hogar de Madrid. Un año después, en 1917, con su plaza
en Sanlúcar, Elisa demuestra cómo su empeño la va
acercando a otro tipo de currículum: ha realizado el Curso
de Anormales que impartía Gonzalo Rodríguez Lafora en el
Ateneo de Madrid; el de Criminología del Museo
Antropológico; dos cursos de Dibujo con Víctor Masriera
Vila, pedagogo y especialista en dibujo infantil; realiza
prácticas en las Colonias Escolares que organizaba el
Museo Pedagógico y es alumna de los cursos para lectores
que se organizaban en el Centro de Estudios Históricos. Ha
comenzado a moverse en el entorno de la JAE, pero no
consigue la pensión para estudiar en el Instituto Jean
Jacques Rousseau de Ginebra que llevaba persiguiendo
desde 1913; ni lo logrará en su tercera solicitud, en 1920.
Curiosamente, en paralelo, había tomado la iniciativa de
contactar, en 1917, con Federico de Onís en Columbia para
que le buscara un empleo de profesora en algún college
norteamericano, adelantándose en ello al convenio que se
firmaría poco después entre la JAE y el Comité de
Boston193.
Sin duda, su llegada a la Residencia allanó el camino; en
1918/1919 María de Maeztu le abrió las puertas al centro
puntero que la JAE acababa de crear, el Instituto-Escuela.
Aquello solo fue un comienzo; para el siguiente curso
accedió al otro buque insignia de la modernización
pedagógica española, el Colegio Cervantes, como profesora
auxiliar de uno de los miembros más reconocidos de la ILE,
Amparo Cebrián; allí conseguiría su plaza en propiedad en
poco tiempo, junto a un claustro de colegas envidiables y la
dirección del comprometido Ángel Llorca. Y ahora sí, como
parte de un viaje de estudios dirigido por la profesora
Matilde García del Real —otra de las amigas de Maeztu— y
para conocer el funcionamiento de diversos centros en
Francia y Bélgica, con un grupo de maestras e inspectoras
de Primera Enseñanza, Elisa consiguió su experiencia
internacional194. Pero ya vimos en el capítulo sobre el dolor
que el destino no le sonreiría del todo; al regresar de su
viaje, una desconsolada Elisa escribe a María: «[Papel de
luto] Madrid, 4 agosto 1921 […]. He tenido la desgracia de
perder a mi madre mientras estaba en París. ¡Pobre mía, la
hija que fue siempre su ilusión, con quien pensaba pasar
los últimos años de su vida, no la vio antes de morir! Ya es
inútil ir a mi casa, permaneceré aquí» (ARS, 30/62/2). Esa
última frase implicaba una reafirmación: Elisa se había
convertido en una mujer autónoma que fijaba su residencia
en su entorno profesional.
Cuatro años después, en 1925, emprendió un segundo
periplo por Europa, porque Ángel Llorca organizó con
financiación de la JAE una expedición para un grupo de
profesores del Cervantes al III Congreso Internacional de
Educación Nueva, que se celebró en Heidelberg, y que se
completó magníficamente con visitas programadas a las
llamadas Escuelas Nuevas de Francia, Bélgica, Austria e
Italia y al curso de verano del Instituto Rousseau de
Ginebra195, colmando con ello el sueño que Elisa había
alimentado durante doce años. Me imagino su emoción al
cruzar el portón de entrada del emblemático Instituto.
Una vez más, a su regreso, retoma el contacto con María
y le pide que le busque clases, se supone que para
incrementar sus ingresos:
Madrid, 10 de octubre de 1925
[…] El horario de este año en «Cervantes» me deja libre unas horas por
la mañana y la tarde que deseo aprovechar en dar algunas lecciones.
V. sabe que hice estudios de Fonética con el Sr. [Tomás] Navarro Tomás
y que mi memoria del último año, «Fonética experimental», fue hecha
por mí en aquel Centro de Estudios Históricos, así que daría con gusto
lecciones a las señoritas americanas o inglesas que estudian español […].
Y como V. siempre fue tan amable para conmigo le ruego tenga
presente mi deseo […] (ARS, 36/60/3).

De inmediato recibió su respuesta: «Madrid, 16 de


octubre de 1925 […] con mucho gusto le recomendaré para
dar alguna clase en el caso de que alguien nos pida una
profesora. Ya sabe usted cuánto la estimo y por lo mismo
me es muy grato poder complacerla […]». Y la directora
añadía otro tema: «La Srta. representante de Boston me
dice que este año pagarán, como siempre, las matrículas de
su sobrina y en cuanto hagan efectivo el pago se lo
transmitiremos a usted […]» (ARS, 52/14/28).
Se descubre, pues, que una sobrina de Elisa bien
estudiaba en el Instituto-Escuela, bien pertenecía al grupo
Á
de niñas de Miguel Ángel. En cualquier caso, confirma la
idea de que Elisa venía de una familia humilde y que, al
igual que ella llegó a la Residencia a través del apoyo
económico de la casa, probablemente también María
consiguiera que esta niña estudiara en aquel marco
privilegiado, manejando el apoyo de sus amigas
norteamericanas, ilustrando así la siembra de la educación.
Aquella maestra que se ofrecía para dar clase de costura o
cultura general, había terminado escribiendo sobre
fonética y aprendiendo con Tomás Navarro Tomás, con
Amparo Cebrián, con Ángel Llorca… y con María de
Maeztu, seguro que sentía que tenía lo que siempre había
querido. Mas el afán de aprender no se colma, sino que
crece, y así fue en ella. Los trabajos sobre la pedagogía del
dibujo de Elisa López Velasco se estudian hoy: en 1933
publicó en Espasa Calpe sus cuatro volúmenes sobre La
práctica del dibujo en la escuela primaria196. Se necesita
mucha dedicación, pero también mucho gusto, para
culminar algo tan extenso. Se comprende ahora que
aquellos primeros cursos que recibió, los de Masriera, no
obedecían a un afán, tan común y viejo en la universidad,
por acumular méritos en el currículum, sino por su sana
curiosidad y la fe en la capacidad pedagógica del dibujo.
Para ello estaría, sin duda, atenta en sus visitas a las
Escuelas Nuevas en Europa, investigaría en el Museo
Pedagógico y adquiriría experiencia con las Misiones
Pedagógicas; entre 1932 y 1934, la maestra participó en las
de San Martín de Valdeiglesias (Madrid), Fuentepelayo
(Segovia), Santa María de Nieva (Segovia), El Burgo
(Málaga) y Ronda (Málaga)197. Con la práctica, Elisa iría
analizando el valor formativo del dibujo sobre la
personalidad del niño, como estímulo del esfuerzo y la
técnica, de la imaginación, de la habilidad espacial, de la
expresividad y hasta de su valor curativo, tal como luego se
puso en práctica en las Colonias Escolares durante la
guerra, otra experiencia de Ángel Llorca. En la Fundación
que lleva el nombre de Llorca se recuerda hoy esta obra de
Elisa y su carácter de pieza fundamental en el laboratorio
pedagógico que fue el Cervantes.
Me atrevo a creer que Elisa se entendía a sí misma como
uno de esos eslabones en la cadena de maestros o
científicos en los que la ILE veía los instrumentos para que
gradualmente su proyecto de educación, inicialmente de
unos pocos, se agrandara de forma progresiva para
alcanzar a las mayorías. Para esas mayorías escribió su
libro y la creencia en el derecho de las mayorías a la
educación se transformaba entonces en ideología y la llevó
a militar en UGT. En 1931 integró la ejecutiva de la
Asociación General de Maestros de la Federación de
Trabajadores de la Enseñanza198. No está claro cuándo
falleció, pero parece ser que al comienzo de la Guerra Civil.
Elisa López y M.ª Josefa Fernández coincidieron en la
Residencia y en los pasillos del Instituto-Escuela. Ambas
eran maestras de vocación y carecían de medios
económicos, por lo que tenían que trabajar para seguir
estudiando, pero no podría haber personas más distintas en
la forma de contemplar la vida y plantearse el futuro que
deseaban.

M.ª Josefa Fernández y Gómez Rico, la maestra del Corral


A mí me parece que si M.ª Josefa Fernández y Gómez-
Rico no hubiera sido de Ciudad Real y persona cercana a la
familia Castillejo Duarte, nunca hubiera llegado a la
Residencia, pero, una vez allí, pudo cumplir una parte de
sus sueños: aunque ella nunca se vio como una intelectual,
sintió una fuerte vocación de maestra reformadora,
entendiendo la educación como la vía de redención social.
Josefina, dotada de una gran inteligencia práctica, era
también una persona conservadora y siempre quiso
trabajar cerca de su familia, aunque su experiencia en la
Residencia, como tantas veces confesara en sus cartas, la
marcó y, si de verdad ambicionó algo, fue, como tantas
otras compañeras, regresar a aquel entorno.
Sus cartas nos van descubriendo a una joven sencilla,
cariñosa, trabajadora y poco amante de lo desconocido.
Manifiesta constantemente su religiosidad; a veces, diría
yo, como mero formulismo supersticioso y, en ocasiones,
como fuente de consuelo. M.ª Josefa llegó a Madrid en
1920 y, con alguna interrupción, estuvo en la Residencia
hasta que ganó sus oposiciones de maestra de primaria, en
1924. Siempre se mantuvo en contacto con doña María y
demostró, además, un afecto muy especial a Eulalia
Lapresta y a algunas de sus antiguas condiscípulas, con
quienes mantuvo una afectuosa relación: con la pacense
Asunción de Haro, con Julia Coello, Pilar Fernández o Pura
Arias, todas maestras como ella; también con la científica
Rosa Herrera, otra de las antiguas alumnas. Era huérfana
de padre y no hubiera estudiado en la casa sin una de esas
ayudas que la directora se afanaba por conseguir para las
jóvenes con ciertos apuros; aunque en este caso, el mayor
empeño lo puso Mariana Castillejo, hermana de don José, el
secretario de la JAE.
Ciudad Real, 23 de octubre de 1920
[…] Mis deseos y mi ilusión eran haber estudiado este curso en la
Residencia, a V. se lo dije antes de venirme y después al Sr. Castillejo. V.
sabrá que no ha podido ser, porque al Sr. Ministro no le ha parecido bien
conceder becas y, como de otra forma yo no podía estar en la Residencia,
tengo que resignarme hasta que Dios quiera a estudiar en mi casa. [A la
Residencia] yo le tengo verdadero cariño, pues es la primera y única casa
en donde he vivido fuera de mi familia y como una segunda familia de la
que V. es la madre la considero […] (ARS, 30/55/20).

Doña María —¿cómo no?— se propuso arreglar la


situación en cuanto pudiera, de forma que, en el verano de
1922, le planteó la posibilidad de volver a la Residencia
como empleada en la secretaría: «Ciudad Real, 24 de
agosto de 1922 […]. Cuando Mariana [Castillejo] me dijo
las condiciones que V. me exigía para poder desempeñar el
cargo de ayudante de Eulalia Lapresta en Secretaría las
acepté; aunque entonces no sabía escribir a máquina,
confiaba que hasta octubre aprendería a escribir con la
ligereza y seguridad que V. me exigía. Ya escribo bastante
bien […]» (ARS, 30/55/22).
Ya he dicho que M.ª Josefa, que era una joven sencilla,
estaba dotada de un claro sentido práctico y, desde luego,
algo poco corriente entonces, resultó ser una infatigable
negociadora. Casi cruzándose con su carta anterior, recibió
otra de la Residencia detallando unas condiciones de
trabajo que le parecieron excesivas, y se expresó sin
rodeos:
Ciudad Real, 9 de septiembre de 1923
[Mecanografiada] Según aquellas [condiciones] no tenía inconveniente
en haberme marchado, pero según estas, por las que debo estar atada al
cargo sin quedarme apenas tiempo para el cultivo de mis estudios y
aficiones, he decidido no marcharme.
Además, a un hermano mío, se lo han llevado a África y con lo que
contábamos para mis gastos en Madrid, tenemos que ayudarle a él; otro
motivo muy poderoso que me impide atender a la generosa oferta de V. y
corresponder con el gran interés que por mí ha tomado Mariana
Castillejo […] (ARS, 30/55/23).
Ya se ha explicado que en esta Residencia el dinero
importaba y las jóvenes tenían que hablar de ello; a vuelta
de correos, doña María transigió con darle algo más de
libertad y un salario de 165 pesetas mensuales. Aclarada la
situación, Josefa escribía demostrando que también ella
estaba poniendo de su parte: «23 septiembre 1922
[mecanografiada] En la máquina Underwood no he podido
practicar porque nadie ha podido facilitármela, en la que
estoy practicando es Yost. Yo creo que, aunque al principio
encontrara algún entorpecimiento por la diferencia de
máquina, pronto vencería esa dificultad […]» (ARS,
30/55/24).
Como era de prever, M.ª Josefa encajó en el engranaje de
la Residencia; trabajó con Eulalia y Rafaela Ortega y no
desengañó a nadie, ni a doña María ni a su familia ni a ella
misma. Al dejar su trabajo, sus cartas a Eulalia describen el
funcionamiento interno de la Residencia en esa fase en la
que la Srta. de Maeztu la concebía como un hogar y,
además de transmitir el espíritu de las relaciones entre las
estudiantes y las responsables, también reconstruyen los
fuertes lazos tejidos entre esas rompedoras figuras de la
estudiante/trabajadora o de aquellas mujeres que
acompañaron a Maeztu en la organización de la marcha de
la Casa:
Ciudad Real, 27 de febrero de 1925
Mi querida Eulalia: He recibido tu postal con la noticia de la muerte de
Lucía (q.e.p.d.). No puedes imaginarte cuánto lo he sentido y cuánto he
pensado estos días en ella y en vosotras […]. Evelia, tan buena, y tanto
como quería a su hermana lo habrá sentido mucho […].
¿Y tú y la Srta. de Maeztu? ¡Cuánto habréis sufrido! Y ¡cuánto habréis
trabajado! Pues si no está Rafaela y D.ª Lucinda no está todo el día, no sé
cómo habréis podido resistir. Claro, que en circunstancias difíciles y,
sobre todo tristes como estas, las señoritas no son exigentes; al
contrario, ponen de su parte todo lo que pueden […] (ARS, 30/55/5a).

Evelia y Lucía Gutiérrez trabajaban como empleadas de


la Residencia. La primera, como Habencio, el encargado
del mantenimiento, permaneció muchos años en la casa,
convirtiéndose también en una parte de la institución.
Volviendo a Josefa, había terminado Magisterio, y
preparado y aprobado oposiciones en el verano de 1924,
aunque su éxito personal, que la enorgullecía, también le
causó disgusto:
Ciudad Real, 3 de julio de 1924
[…] El último día que pasé en la Residencia fue de los más tristes de mi
vida (¡y los he pasado tristes!). De tal manera me encontraba espiritual y
físicamente que un día más en aquel estado no lo hubiera podido resistir
[…].
De cómo nos vamos a colocar, todavía no sé nada […]. Esta tarde me
presentará Concha Castillejo al Jefe de Sección Administrativa de
Primera Enseñanza, que es amigo suyo, para que me ponga al corriente
de las vacantes que hay […].
Me preocupa mucho todo esto y aún más el resultado. ¿Dónde iré?
¿Qué haré en mi nueva vida? […] (ARS, 30/55/25a).

Como la espera se alargaba, sigue confesando: «[…] En


Ciudad Real no hago nada. Claro que ayudo en los trabajos
de casa, vienen amigas, salgo con mi hermana porque
estando aquí no la voy a dejar sola; pero esta vida no me
gusta y, por momentos, deseo dejarla. ¡Cuánto me acuerdo
de la Residencia!» (ARS, 30/55/25c).
Se aburría Josefina Casaseca en Zamora y se aburre esta
otra Josefina en Ciudad Real. Ella no esperaba ser, como
otras, la número uno de esa promoción; al contrario, con
ocupar la posición 287 se sintió muy satisfecha y así lo
comunicó a la Srta. de Maeztu y a Eulalia Lapresta: «Es
bastante buen número y creo que me colocarán de las
primeras […]. Por aquí dicen que hay pueblos bastante
buenos. Dios quiera que, para tranquilidad de mi familia,
me dejen alguno de estos y no tenga que marchar a una
provincia desconocida […]. Yo estoy deseando empezar a
trabajar […]» (ARS, 30/55/26).
Y también estuvo contenta cuando pudo conseguir plaza
en Corral de Calatrava; para ella, un precioso pueblo que
cumplía el principal requisito que buscaba, estar a pocos
kilómetros de Ciudad Real, con lo que podría ver con
frecuencia a su familia, y donde contaba con algunos
conocidos: ninguna revolución, por tanto:
Ciudad Real, 2 de febrero de 1925
Mi querida Srta. de Maeztu: Desde hace dos o tres días sé que voy
destinada a un pueblo de esta provincia que se llama Corral de
Calatrava. ¡Voy a ser la maestra del Corral! […]. Mi hermano mayor tiene
allí algunos amigos y el párroco, que nos conoce mucho, ya me está
buscando casa donde estar. Es pueblo de dos maestras y la que ahora
hay está [hace] muchos años […]. Yo voy de auxiliar, que significa estar a
las órdenes de la otra maestra y trabajar al mismo tiempo y en la misma
habitación (ARS, 30/55/28).

Al día siguiente ya estaba respondiendo doña María, que


debió de contagiarse del buen humor de Josefa:
3 de febrero de 1925
Mi querida amiga: Acabo de recibir su cariñosa carta del 2 de Febrero
y me apresuro a felicitarle porque al fin ha sido usted nombrada maestra
del Corral de Calatrava. Ahora lo que hace falta es que a los tres meses
de llegar, me anuncie usted su boda con el maestro del pueblo. No crea
usted que la noticia tendría nada de extraño ni original, pues acabo de
recibir carta de Florencia, su compañera de fatigas en esta casa de
trabajo, anunciándome que se casa muy en breve gracias a la feliz
fortuna de haber sido destinada al pueblo de Brañalonga [localidad
asturiana que cuenta en este siglo XXI con 56 habitantes]; espero que el
Corral de Calatrava no será menos y que usted ni en eso ni en nada
quedará por bajo de Florencia […]. Aquí seguimos con muchísimas
alumnas […] (ARS, 52/9/62).

Una curiosa carta que ilustra cómo, aun en medio de este


proceso de autoafirmación, obviamente el horizonte de la
realización femenina seguía apuntando hacia el
matrimonio, incluso en la cabeza de la feminista María de
Maeztu. No fue el caso de Josefa, ni en Corral ni en ningún
momento; lo que sí llegó tres meses después fue la
confesión de impotencia y pesadumbre de la maestra, que,
al conocer su escuela, perdió momentáneamente la
esperanza y envió a Madrid una dolorida radiografía de la
enseñanza rural para niñas que bien podríamos extrapolar
a la mayoría de las escuelas de 1925 y a las maestras que
se empeñaban en cambiar las condiciones ambientales que
impedían introducir su pequeña revolución, la de enseñar a
niñitas inteligentes, alegres y mañosas:
Corral de Calatrava, 12 de mayo de 1925
Queridísima Directora: Ni un solo día ha pasado desde que salí de la
Residencia que no me haya acordado de V. y mucho más desde que vine
destinada a este pueblo.
[El nombramiento] me alegró mucho por los buenos informes que de él
nos daban y por estar cerca de Ciudad Real. Yo le voy a decir a V. en dos
palabras en lo que consiste la bondad [sic] de este pueblo: en que es
bastante indiferente y en él se vive con alguna independencia. Y
precisamente estas buenas cualidades [sic] son la causa de que lo peor
de este pueblo sean las Escuelas.
¡Qué pena y qué indignación le produciría a V. una visita a mi Escuela!
El local, sucio, feo y triste, es lo mejor. Lo peor, lo que a mí me produce
más pena, es que en esta Escuela ni se educa ni se hace nada. Allí se
pasa el tiempo tomando lecciones de memoria, sin comprender las niñas
absolutamente nada de lo que dicen. En los primeros días me decía una
niña la regla de interés compuesto de memoria y no sabía sumar. Y como
esto, todo. Yo que tenía la ilusión de hacer algo no puedo hacer nada o
casi nada, pues como auxiliar, no tengo más remedio que seguir las
indicaciones de la otra maestra.
Ahora mis deseos son que desdoblen la Escuela […] y entonces yo,
solita en mi Escuela, llegaré hasta donde alcancen mis fuerzas y mi
conciencia me mande:

Sacó, sin embargo, esa visión práctica que la define:


No crea V. que yo pensaba poner una pica en Flandes. Nada de eso.
Sencillamente que mis niñas salgan del colegio siendo buenas cristianas
y con los conocimientos más elementales de las ciencias y letras y
sabiendo coser. Cómo están las niñas de todo esto, vale más no meneallo
[sic].
[…] De mis niñas ¿qué le voy a decir a V.? Son demasiado buenas […].
Las hay bastante inteligentes y muy simpáticas […]. Algunas de estas
cosas que le cuento a V. y muchas más que no caben en una carta me
tienen disgustada […]. Perdóneme si le digo que alguna vez me escriba,
pues su carta me iluminará y alentará en la difícil tarea de maestra de
pueblo […] (ARS, 30/55/30).

Y ahí estuvo doña María para enviar el aliento que se le


pedía, redactando en medio de su muchísimo trabajo un
texto sencillo que se puede leer como testimonio de cómo
funcionaba, paso a paso, este proceso institucionista de la
reforma educativa, con abanderados a quienes no se dejaba
solos:
23 de mayo de 1925
[…] comprendo los mil cargos que tendrá usted que pagar antes de
orientar su trabajo con arreglo a lo que usted se propone y a lo que usted
quisiera que fuera. Cada vez que recibo una carta así, me apena ver lo
muchísimo que hay que hacer todavía en la Primera Enseñanza de
España […]. Lo único que de una manera concreta puedo recomendarle
es que no se desaliente y dentro de las difíciles circunstancias en que se
halla ponga en cada una de sus clases un empreño tan brioso como si se
tratase en cada instante de ganar de nuevo las oposiciones […]. En esta
empresa tendría usted siempre a su lado a las alumnas que ven con el
mayor agrado una enseñanza más humana que las libere de la rutina […],
no vacile en recurrir a su antigua directora y amiga […] (ARS, 52/12/34).

No frustraba a Josefa el ser maestra de pueblo, sino las


condiciones miserables y el desinterés del Gobierno y de
los municipios por la instrucción femenina, y el consejo
consistía en pensar en las alumnas. Aunque el alcalde de
Corral le prometiera el desdoble, nunca llegó: «25 de
marzo de 1926 […]. Aquí me tiene V. después de un año lo
mismo que el primer día. No me amoldo, no puedo
amoldarme a trabajar de esta forma. Por lo cual doy gracias
a Dios. […] Yo sigo acordándome de V. y de la Residencia
con el mayor cariño […]» (ARS, 30/55/31a). Corral de
Calatrava, un pueblo situado a 18 kilómetros de la capital
de provincia, tenía 2.181 habitantes en 1920 y solamente
un aula de enseñanza pública para niñas. M.ª Josefa miró a
Madrid buscando respiro y optó por volver de vez en
cuando para reencontrarse con sus viejas amistades:
Corral de Calatrava, 25 de noviembre de 1926
[A Eulalia Lapresta] Cuando a primeros de Noviembre fui a mi casa
dije que en vacaciones de Navidad quería ir unos días a Madrid y a todos
les pareció muy bien, así que, si Dios quiere, seguro que nos vemos estas
Pascuas […].
Bueno, otra cosa. Si escribes a M.ª Luisa [García] Dorado, dile que voy
a pasar unos días en la Residencia y me gustaría si ella va también, ir
cuando ella. Cuando determine el día, la escribiré. Dios quiera que no me
ocurra nada que me impida el viaje, que tanto ilusión tengo en él.
A mis amigas les das mis recuerdos. Voy a ver si escribo a Asunción de
Haro. Julia Coello te hablaría de mí y te diría que el día que estuvo aquí,
le hice mil preguntas de la Residencia […]. También me acuerdo mucho
de Evelia, díselo […] (ARS, 30/55/7a).

Con el tiempo, pudo tener aula propia, pero no en Corral,


sino en otro pueblo algo mayor, La Solana, con Escuela
Graduada. Pero el ambiente no sería muy distinto y siguió
buscando los medios para frecuentar Madrid: «La Solana, 7
septiembre 1929 […]. Hace tiempo tengo pensado ir una
temporada a Madrid. Este verano he hablado con mi
Inspector y está conforme […]. Me gustan más los
pabellones y el comedor de Fortuny que los de Rafael Calvo
[…]» (ARS, 30/55/8). Efectivamente, ese otoño volvió a
pasar varias semanas en la Residencia y ese aire le
ampliaba su horizonte: «Ciudad Real, 26 de diciembre de
1929 [A Eulalia Lapresta] Mañana, si Dios quiere, salgo
para Barcelona con una amiga […]. Dios quiera que no me
pase nada en el viaje, porque no sabes la oposición que, lo
mismo mi amiga que yo, hemos tenido que vencer. Nos
decían y dicen que es una locura en este tiempo hacer un
viaje tan largo […]» (ARS, 30/55/12).
El año 1929 fue convulso: a los movimientos estudiantiles
y el cierre universitario, que hemos tratado, se unían
huelgas y levantamientos obreros y, finalmente, el mismo
Ejército se manifestó contra el general Primo de Rivera,
que tuvo que abandonar el país en enero de 1930. A esa
inestabilidad se refería la familia. A pesar de las escapadas,
la soledad del pueblo la apesadumbraba y pensó en cursar
alguna especialización pedagógica que le permitiera
marchar durante un curso, 1930/1931, para lo que puso en
práctica distintas vías y, como era natural, recurrió a sus
permanentes apoyos:
La Solana, 30 de abril de 1930
Querida Eulalia: Hoy recibo carta de Pilar Fernández y me dice que la
convocatoria para el curso de Disártricos saldrá muy pronto, pero que
según le ha dicho Orellana [Jacobo Orellana Garrido], pondrán muchas
trabas para solicitarla.
Las vacaciones de Semana Santa las he pasado en Sevilla con dos
hermanos míos. No sé qué me ha gustado más: Sevilla o la Exposición.
Maravilloso todo […] (ARS, 30/55/13).
Al mes siguiente, nuevamente insistía en ello, porque la
preocupaba: «[…] Perdona que vuelva a molestarte con el
mismo tema de la convocatoria de disártricos […]. El Sr.
Orellana dijo que pondrán muchas dificultades. ¿Van a
hacer la convocatoria para la Fulanita y Menganita que no
salen de Madrid en años? Entonces ¿qué vamos a hacer las
de los pueblos? También quiero yo ir un año a Madrid […]»
(ARS, 30/55/14).
Jacobo Orellana Garrido impulsó la logopedia en España,
por ello es citado en ese contexto. Josefa denuncia cómo el
sistema de cursos y sus oportunidades beneficiaban a un
grupo reducido y privilegiado, que se aferraba a Madrid y
perduraba en la capital al estar más cerca del poder (otra
manifestación del peso de la influencia). En un intento por
llegar, acudió a la Srta. de Maeztu. En 1930, con la caída de
Primo de Rivera y el nuevo gobierno de Dámaso Berenguer,
en la transitoria situación de apuntalar la desautorizada
Monarquía mientras la República llamaba a la puerta, se
rompía cualquier normalidad:
La Solana, 14 de junio de 1930
Muy querida Directora: Ayer recibí su carta que agradezco muchísimo.
Como el curso de disártricos […] no se anuncia este año, ahora estoy
pendiente del que anuncien en Agosto o Septiembre en la Escuela de
Puericultura. Tengo entendido que será difícil la selección de solicitudes,
porque seremos muchísimas las solicitantes, y el número de plazas
limitado. Es natural que yo desee, y en ello tengo gran interés, que una
de ellas sea para mí.
Por esto, no solamente ruego a V. y agradezco en el alma que me
reserve una plaza en el Instituto-Escuela, sino que también le pido su
ayuda para que admitan mi solicitud en la Escuela de Puericultura […]
(ARS, 30/55/33).

Y en el verano, repite la solicitud a José Castillejo, con


novedades:
Ciudad Real, 29 de agosto de 1930
Sr. D. José Castillejo: He leído unas declaraciones del Director General
de Primera Enseñanza en las que manifestaba que los cursos especiales
para maestros (Puericultura, Disástricos, etc.) quedaban suprimidos.
Este año tenía yo pensado ir a uno de esos cursos y, aprovechando la
mañana o la tarde que me quedara libre, trabajaría en el Instituto-
Escuela, según había pedido a la Srta. de Maeztu […] en la confianza de
que lo de los cursos [sería] una manera legal para poder estar en Madrid.
Como muchas de las maestras que trabajan en el Instituto-Escuela
asistían a dichos cursos y al suprimirlos no tienen más remedio que
marchar a sus escuelas, yo he pensado que si Vds. buscan algún arreglo
a la situación de sus maestras […] y yo pudiera ser una de ellas, me
alegraría muchísimo, por los deseos que tengo de pasar un curso en
Madrid […] (ARS, 30/55/1).
José Castillejo comentó la situación con la directora de la
Preparatoria del Instituto y le envió la carta de Josefa —por
ello se halla en el Archivo de la Residencia—, a la que doña
María trató de dar satisfacción; pero sin el motivo de los
cursos, el ingresar como profesora en el Instituto-Escuela
implicaba la renuncia a la plaza en propiedad de La Solana,
proposición que Josefa no se arriesgó a aceptar. De
momento, no le quedó otra que retomar la conjunción de
pasar el curso en el pueblo y las vacaciones en la
Residencia, aunque no siempre con la misma suerte. El 29
de diciembre escribió para felicitar el Año Nuevo: «[A
Eulalia Lapresta] Pensaba felicitarte las Pascuas y el Año
Nuevo personalmente y otra vez me quedo sin ir a Madrid.
Mi familia teme que si se realiza la huelga ferroviaria no
pueda regresar a La Solana el día 2. Fíjate si me habré
disgustado que hoy te iba a poner un telegrama
anunciándote mi llegada […]» (ARS, 30/55/16). Y en
paralelo le comentaba lo mismo a la directora: «Estaba
ilusionada con pasar unos días estas Navidades en Madrid
y […] me quedo en Ciudad Real. El día 2 volveré a La
Solana a reanudar la lucha callada del pueblo y de mi
escuela, allí y en todas partes siempre la recuerda con el
mayor cariño su antigua discípula […]» (ARS, 30/55/37).
Imaginamos a una M.ª Josefa resignada, aunque presa de
la soledad que podían sentir estas maestras cultivadas en el
mundo rural; pero era allí, no obstante, donde tenían que
sembrar para el futuro, con su labor generosa, aquellas
maestras instruidas en los planteamientos de la ILE,
extendiendo la educación del pueblo español, arrancándolo
de la ignorancia aniquiladora y la superstición.
A Josefa, la posguerra no le supuso ningún tropiezo, al
menos en su carrera profesional, y en 1945 la
reencontramos integrando como secretaria un tribunal de
oposiciones para proveer vacantes de Dirección y
Secciones de Graduadas anejas a las Escuelas del
Magisterio Primario199. No cuando a ella le hubiera
gustado, pero sí con los años, se aproximó a las esferas
decisorias de la administración educativa y, a finales de los
años sesenta, se jubilaba, podemos creer que tocando la
cima que ella había fijado para sí misma, la Dirección de un
Grupo Escolar en Ciudad Real y habiendo recibido en 1965
de la Dirección General de Enseñanza Primaria el galardón
de Director Distinguido200.
María Cruz Gil Febrel, la educación por encima del color
político
Sobre María Cruz Gil Febrel hay que afirmar que puso la
educación popular, y en particular la educación de la mujer,
por encima del color político. En esta ocasión vamos a
empezar por un día señalado de su vida, el de la
inauguración oficial de las escuelas de Trébago, el 19 de
mayo de 1929:
Invitados por el Ayuntamiento del pueblo […] hicieron acto de
presencia […] las autoridades provinciales (sobre las cinco de la tarde
aproximadamente, de aquel radiante día de mayo); fueron estos el Sr.
Gobernador Civil acompañado de su señora esposa; vicepresidente de la
Diputación, D. Rafael Arjona; Comandante auxiliar de los somatenes, Sr.
Sánchez Neira; Inspectora de primera Enseñanza, Srta. María Cruz Gil
Febrel, e Inspector jefe D. Gervasio Manrique; también formaban parte
de la comitiva D. Felipe las Heras, Director de El Avisador Numantino,
periodistas, Obregón y Sanz, y varias personalidades más.
Para esta hora, ya habían llegado a la cita los invitados de los pueblos
limítrofes, de Valdelagua, Fuentestrún, Castilruiz y Matalebreras; de
todos ellos asistieron los alcaldes, secretarios, maestros, sacerdotes y
cantidad de gente que no quiso perderse la novedad del acontecimiento;
también hubo presentes en los actos personalidades de Ólvega, Agreda y
Madrid; ¡(fue un acontecimiento multitudinario)!201.

La señorita inspectora Cruz Gil, que recibió un ramo de


flores, aquella tarde seguramente se reafirmó en su
convicción de vivir muchos días felices como ese, en los
que, rodeada de niños y de música, se inauguraran
escuelas y casas de maestros en la España rural, porque en
eso consistía su vocación, en llevar la escuela a la España
rural; por ejemplo, a Trébago, al noreste de la provincia de
Soria, que entonces tenía unos 425 paisanos (que son 43 en
2021, cuando escribo). La actividad de esta inspectora
plasma cómo podría llegar a funcionar la progresiva y
pausada revolución educativa que la ILE buscaba y que ella
impulsó.
María de la Cruz Gil Febrel nació en Soria en 1895 y era
la tercera de las hijas de Pedro Gil Lozano, empleado de
profesión, y de Raimunda Febrel Esteras, dedicada a sus
labores. La hermana mayor se llamaba Julia y luego
vinieron Antonia y Cruz, ambas estudiaron en la Escuela
Superior y vivieron en la Residencia. Cruz debió de
aprender en casa la necesidad de no escatimar esfuerzos y
siempre destacó en los estudios; por ejemplo, en su
asignatura de Francés en el Instituto General y Técnico de
Soria, su profesor, don Antonio Machado, le adjudicó una
Matrícula de Honor y no sería la única. Como recuerda José
María Martínez Laseca, la pequeña de las Gil Febrel figuró
entre los estudiantes reconocidos en la «Fiesta de la
Inteligencia» del curso 1912/1913 del Instituto, con la que
el centro premiaba la aplicación y la brillantez de los
resultados del alumnado más sobresaliente202. Su paso por
la Normal de Valladolid cumplió con las expectativas a las
que ya tenía acostumbrada a su familia y en junio de 1916
ingresó en la Escuela Superior del Magisterio en Madrid —
donde ya estudiaba su hermana Antonia—, precisamente
con matrícula gratuita porque había sacado sobresaliente
en más de dos tercios de las asignaturas del último curso
de Magisterio. Ese año las hermanas compartieron cuarto
en la Residencia de Señoritas y, como todas las muchachas
de aquella etapa incipiente, en particular las que se
dedicaban a la Pedagogía, establecieron con la directora
una relación casi familiar: «Soria, 13 agosto [1918] Son
unos pinares hermosísimos los de esta provincia en la parte
de Covaleda, cerca de Urbión; a V. le gustarán seguramente
cuando los vea. Estamos proyectando algunas excursiones
para que su estancia en Soria le resulte agradable […]»
(ARS, 33/13/9). Así escribía Antonia a doña María aquel
difícil verano de 1918, animándola; las hermanas habían
proyectado un viaje a Soria para María y su hermano
Gustavo, el pintor. Para las Gil Febrel, particularmente para
Cruz, estaba siendo un tiempo de reposo y
restablecimiento. Había tenido que regresar
apresuradamente a casa en cuanto terminaron los
exámenes de la Superior, porque enfermó, aunque sin
gravedad. Empleaba su tiempo en excursiones y lectura;
tampoco Soria les daba para mucho más, como ambas
reconocían: «[16 de septiembre de 1918] Muy pocas
noticias podemos darle de nuestra vida tan tranquila como
Soria; salimos mucho al campo por conveniencia y por
recurso, a falta de otras diversiones […]» (ARS, 33/13/11).
Cuando se sintió mejor, y a pesar de que sus padres
insistieran en contra, Cruz recuperó su afán por los libros;
siempre apreció el privilegio de vivir y aprender en el
entorno excepcional que para ella simbolizó doña María de
Maeztu, a quien admiró profundamente:
Soria, 11 de septiembre de [¿1918?]
Mi queridísima profesora: Recibí su cariñosa carta, que agradecí
muchísimo, por el afecto que en ella me demuestra y por sus consejos,
tan útiles como oportunos. Cuando este verano leía obras referentes a los
griegos o a los grandes renacentistas, recordaba siempre a V. porque, en
verdad, no conozco helenista más devota. Ese mismo cariño que V. hace
nacer entre V., maestra, y sus discípulas es verdaderamente propio de los
grandes espíritus, e influye V. tan decisivamente en nosotras, que no es
posible viviendo a su lado, dejar de amar lo que V. ama. Por esta causa,
creo que me dedicaré a la Filosofía, porque al hacerlo así, viviré en
relación más íntima con V. […].
[Este verano] no he perdido el tiempo, he ganado mucho físicamente,
recobrando gran parte de la energía que reservo para el curso próximo;
además, he leído bastante, cosa indispensable para una mediana cultura
[…] (ARS, 33/18/5a).

Resultó un verano atípico y largo, aquel de 1918, y en el


otoño no abrieron sus puertas los centros de Madrid, como
se ha visto con anterioridad; la mayoría de las estudiantes
no regresó a la Residencia hasta el siguiente enero; así
sucedió con María Cruz, aunque no por ello perdió el
tiempo:
Soria, diciembre [¿1919?]
[…] Ya pronto tendré el gusto de verla, pues parece que al fin se
abrirán las clases el día 7. Toda esta temporada la he aprovechado
trabajando en mi Memoria, que decidí hacerla de Historia y sobre
Numancia. He estado en comunicación con la Srta. Fuentes, que es la
que dirige el trabajo, y a ella le envié el plan que presentó a su tiempo en
Secretaría. Me incliné por este tema porque realmente era el único que
podía trabajar en Soria, dado que para otro, ya fuese Filosofía o de otra
materia, necesitaba la biblioteca que aquí no tengo. En cambio, para este
trabajo cuento con lo esencial, como son las excavaciones realizadas en
Numancia y los objetos hallados, que me permiten apreciar con vivos
testimonios los distintos estados de cultura y variedad de costumbres de
aquella ciudad, así como su terrible destrucción. Además, manejo la
Biblioteca del Museo Numantino, que, aunque reducida, contiene lo más
interesante que se ha escrito sobre la cuestión […] (ARS, 33/18/11).

Magdalena Santiago-Fuentes Soto era profesora de


Historia en la Superior —ya se citó por su relación con
María Sánchez Arbós— y también ejerció mucha influencia
sobre Cruz. En el anómalo 1918/1919 vivió su último año
de estudiante, defendió la memoria, desarrolló las prácticas
y terminó en la Escuela Superior, no de cualquier manera:
[Sin fecha, verano de 1919]
[…] He terminado en la Escuela Superior con el número 1 en tercer
año y en definitiva. Al acabar mis prácticas en la escuela primaria, me
habló la Srta. Fuentes de la dificultad que tenía para seguir las clases de
Historia de la Residencia de niñas durante el mes de junio, por tener
exámenes de ingreso en la Escuela Superior. En primer lugar por la
Residencia y en segundo por la Srta. Fuentes, me ofrecí a desempeñarlas
y, en efecto, les he dado clases hasta que las niñas se han examinado.
Ella, agradecidísima, me ha dicho que escribirá a V. para proponerle que
desempeñe yo el año que viene dicha clase, como la desempeñaron
María [Sánchez] Arbós y [Francisca] Bohigas el año pasado.
Yo prefiero trabajar en el Instituto Escuela en la clase que deja vacante
Eloísa [Castellví], pero de todos modos estoy a su disposición, pudiendo
, p y p , p
V. figurarse con el gusto que trabajaré en cualquiera de sus obras.
No me decido a estudiar en la Universidad, porque —según V. nos
conoce— tanto mi hermana como yo ponemos todo el alma en aquello a
que nos dedicamos y claro es, solamente podría estudiar en la
Universidad sin hacer otra cosa y esto supondría un gasto excesivo para
mis padres, que yo no debo permitir […] (ARS, 33/18/10).

Otra joven con medios limitados y con ansia de


independencia. Había terminado, pero estaba a la
expectativa del destino que le concediera el ministerio,
aunque dejó bien clara su preferencia, insistiendo a doña
María en lo que ya antes le había manifestado: «Soria, 22
de septiembre [1919] […] desearía trabajar con Vds. ya
fuese en el Instituto-Escuela o en el Internacional. Conoce
V. el entusiasmo que sentimos por todo lo creado y dirigido
por V. y ese entusiasmo va unido a un deseo grande de
trabajar bajo su dirección […]» (ARS, 33/18/6). Tuvo éxito:
unos días después, avisaba de que tomaba el tren para
Madrid y en el expediente de la JAE203 figura que el 27 de
septiembre de 1919 se la designó profesora de
Preparatoria en el Instituto-Escuela para ese curso
1919/1920, un tiempo breve que destinó a consolidar su
intenso aprendizaje en la Escuela Superior y en la
Residencia, porque, para el siguiente año, la joven María
Cruz fue nombrada inspectora de enseñanza primaria en su
provincia. Volvería, por tanto, tras sus años madrileños al
hogar paterno, una base sólida desde la que patear toda la
provincia hasta llegar, no me cabe duda, a la más
encumbrada escuelita del Moncayo, así fuera en burro.
Pasado un tiempo, llegó a la Residencia una carta de luto;
en ella enviaba Cruz la convocatoria de un certamen
narrativo para maestros, que había organizado desde la
Inspección de Soria, y cuya información remitía para que se
animasen a participar los maestros del Instituto-Escuela, y
añadía: «2 de febrero de 1926 […] Hemos sufrido la
inmensa desgracia de perder a nuestros buenísimos y
queridos padres en menos de un año y esto nos ha
producido un aplanamiento moral tan intenso que es difícil
de vencer. Cariñosos recuerdos de mis hermanas […]»
(ARS, 33/18/9). Se ha conservado una inmediata y sentida
contestación de la directora: «[…] me encuentro con la
triste noticia del fallecimiento de sus padres (q.e.p.d.).
Nada sabía y créame que he sentido una honda pena al
saber la inmensa desgracia que la aflige […]», y añadía una
declaración de amistad en la que dejó patente uno de los
hilos conductores de este relato, la implicación de las
residentes en la consolidación y el engrandecimiento de la
casa: «Tenga la seguridad de que no olvido nunca a las
alumnas de los primeros años de la Residencia ni lo mucho
que me ayudaron para poder llevar a cabo la obra […]»
(ARS, 53/2/8).
María de Maeztu atrajo y reunió a su alrededor a varias
generaciones de mujeres que vivieron la vida siendo ellas
mismas y que aprendieron a encontrar en el trabajo un
refugio necesario frente a penas y tropiezos. En esa carta
de febrero de 1926 aparecen las dos versiones de Cruz: la
que se doblegaba por el abatimiento y la que sacaba
fuerzas de flaqueza para proseguir y se entregaba con
dedicación a la mejora de la educación rural. La Gaceta del
25 de junio de 1926 publicó un reconocimiento, a
propuesta del gobernador civil de Soria: por su «cultura,
celo, actividad y trabajo» que la hicieron merecedora de
unas Gracias de Real orden204. Los estudiosos de la
educación en Soria señalan que en 1926 andaban en
construcción treinta y un edificios escolares, en gran parte
fruto de la persistencia de la inspectora, y señalan su
particular empeño en la construcción del edificio de las
escuelas unitarias de Quintanas de Gormaz, que fueron
entregadas en 1927205.
Y es de suponer que, precisamente queriendo llevar esa
tarea más allá, se comprometió con la política municipal en
1927, integrándose como concejala a la corporación de
Soria en aquella primera ocasión en la que las españolas,
aunque fuera en medio de una dictadura, pudieron asumir
esas funciones206. Lo hizo con el interés de impulsar la
mejora de las escuelas municipales y las provinciales,
porque se incluyó como vocal en la Comisión de
Construcciones Escolares de la Provincia, de ahí su
presencia en Trébago, Quintanas de Gormaz y en otras
localidades.
En 1929 solicitó a la Junta una pensión para ampliación
de estudios y poder visitar con un grupo de inspectores
diversas escuelas europeas; no lo logró y, dando otra
muestra de tenacidad, volvió a presentar su solicitud y su
proyecto en las convocatorias de 1931, 1933 y 1934. En
esta cuarta ocasión sí obtuvo la concesión de una pensión
por tres meses para conocer distintas instituciones
pedagógicas de Bruselas, Ginebra y París; mas no siempre
llegan las cosas en el mejor momento y, con tanto como lo
había deseado durante años, en 1934 la situación de la
Inspección en Soria no le permitía ausentarse, por ese
sentido de la responsabilidad que, sin duda, la definía. Así
que explicó su situación a la Junta: desempeñaba entonces
el cargo de inspectora jefe de la provincia y tenía vacantes
dos de las cinco plazas que tenía Soria, por lo que pensaba
que su deber la obligaba a mantenerse al frente y que no
quedara desatendido el servicio. Tenía, así mismo, otros
compromisos pendientes, como su implicación en la
terminación del Grupo Escolar Manuel Blasco en la capital
soriana207, que se culminó en 1934. Por dos veces tuvo que
solicitar el aplazamiento y, finalmente, en el verano de
1935 disfrutó la pensión con la que venía soñando desde
1929 y obtuvo además una ampliación a Italia. En su
expediente se incluye la extensísima relación de centros
visitados y también una memoria que dedicó a lo que, en el
fondo, daba razón de ser a su vida: Función social que la
maestra rural puede realizar en el medio en que se
encuentra.
La enseñanza como instrumento de mejora social
comenzaba por la limpieza, del aula y del niño, la
alimentación, el sueño…, para luego abordar propiamente
el desarrollo de su conocimiento a través de la conexión
con su medio, con su realidad, el pensamiento vanguardista
de la ILE. Le ocupaba la expansión de la escuela infantil
hacia las familias y en particular hacia las madres,
apostando por que las maestras también se
comprometieran en la enseñanza de adultas. Tal como en
su propia vida demostraba, la educación era un continuo
que vinculaba el aula con la casa, por eso partía de un
ideal: «Llevemos a la escuela las realidades de la vida», y
en este sentido puso interés prioritario en retener en el
aula a las muchachas mayores de catorce años, futuras
madres y para ella el eslabón decisivo hacia el cambio
social, porque ellas estaban a tiempo de aprender «el arte
de la vida más sana, más feliz y más fecunda»208, y se podía
cultivar en ellas una personalidad fuerte. Tanto Elisa López
Velasco como Cruz Gil, cada una a su manera, se
interesaron por lo que llamaban la enseñanza
«postescolar» para mujeres, intentando retener en el aula a
las jóvenes el máximo tiempo y pensando en algo análogo a
unas Escuelas Profesionales para mujeres.
A la vuelta de su viaje europeo retomaba la actividad a
favor de la escolarización, y a esta etapa corresponde su
impulso para la realización de la singular escuela unitaria
de Bayubas de Abajo —entonces tenía 577 habitantes, y
142 en 2020—, uno de los primeros edificios del
Movimiento Moderno en Soria, que se inauguró en 1936.
Las nuevas autoridades franquistas sospecharon de ese
compromiso con la educación social y, ya en 1937, el
Gobierno de Burgos la cesó definitivamente y la dio de baja
en el escalafón por: «Simpatizar y favorecer en el ejercicio
de su cargo al Frente Popular; Haber cambiado sus ideas
derechistas y católicas al advenimiento de la República,
“sin duda con el propósito de medrar en su carrera”; Haber
pasado desde Santander a zona roja por Francia, habiendo
podido hacerlo a zona nacional; Haber ocupado cargos
oficiales con los gobiernos del Frente Popular»209. En una
España partida, curiosamente también sufrió ese mismo
año otro expediente por parte republicana, en el que se
indagaba el porqué de su retraso para incorporarse a su
nuevo destino como inspectora en Cuenca, aunque
finalmente fue sobreseído y la inspectora se mantuvo en
activo210. Ganaron, sin embargo, los sublevados y, en 1940,
tras una revisión de su expediente de depuración, quedó
sancionada con suspensión de empleo y sueldo por un año
e inhabilitación de cargos directivos y de confianza211. En el
Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca
se conserva la ficha de María Cruz Gil Febrel212. Volvería en
1941 a su cargo de inspectora, pero ya por poco tiempo,
porque murió a finales de 1942.
La conjunción de la Escuela Superior, la Residencia de
Señoritas y un espacio preferente para la práctica docente
en el Instituto-Escuela obtuvo un resultado transformador
para la enseñanza en las décadas de los veinte y los treinta
del pasado siglo. Por la Residencia pasó una generación de
mujeres rompedoras, inmejorablemente formadas
académicamente, que con frecuencia estuvieron en
contacto con centros pioneros en Estados Unidos y en
Europa. Un rápido vistazo al inapreciable apéndice que
ofrece Raquel Vázquez Ramil sobre las residentes y sus
profesiones213 ya transmite la idea del peso colectivo de las
maestras y las inspectoras en la Residencia.
No cabía mucha distancia entre educación e ideología, de
ahí que la actividad y aun las palabras de las maestras e
inspectoras fueran vigiladas muy de cerca por la política.
En relación con las inspectoras, Eva Gómez San Miguel
demuestra que sufrieron muy marcadamente la depuración
y la represión durante la guerra y la posguerra;
curiosamente por parte de ambos contendientes y, en
concreto, de las 152 inspectoras contabilizadas en 1936, 51
fueron expedientadas por el Gobierno Republicano, un 34
por 100, y 37 por los sublevados, el 24 por 100. De estas 88
inspectoras, 11 lo fueron por unos y otros, ya se ha visto en
este sentido el caso de Gil Febrel, y, finalmente, a 64 no se
les inició expediente, el 42 por 100214. Según la citada
investigadora, muchos de los expedientes iniciados por la
administración republicana fueron pronto sobreseídos; la
depuración franquista, por otra parte, se alargó más en el
tiempo.
Se deduce de esos datos que las inspectoras no
constituyeron un colectivo anodino, todo lo contrario. La
función de la Inspección se entendía en este período como
el apoyo pedagógico a las maestras y maestros en la
actividad cotidiana de sus aulas; las inspectoras tenían que
llegar, por tanto, hasta donde lo hiciera la última escuela
unitaria, allí donde no alcanzaba el transporte público o
donde no había pensión para pasar la noche, y, más que
controlar, tenían que infundir a aquellos alejados docentes
de aldea que no quedaban olvidados de la mano de Dios. En
el colectivo abundan los nombres carismáticos: María
Sánchez Arbós, Francisca Bohigas Gavilanes, María Datas
Gutiérrez, Carmen Castilla Polo, Felisa de la Cueva, Aurora
García de Salazar Zabaleta… y tantas otras. Escribieron
ensayos y artículos en revistas y medios científicos de la
época, publicaron en la prensa, organizaron cursillos de
formación para el profesorado, impartieron conferencias,
participaron en congresos y transmitieron a públicos más
amplios un modelo de mujer independiente y con algo que
decir.

PROFESORAS DE ENSEÑANZAS MEDIAS


Comencé una primera escritura de este apartado
comentando el gran hito que supuso que, en 1923, María
Luisa García-Dorado y Seirullo se convirtiera en la primera
catedrática de instituto, pero así no iba bien, porque, en
realidad, lo que tenía que explicar era qué significaba ese
dato, cómo se había producido ese nombramiento y cómo
iba a evolucionar esa profesión. El camino que conduce a la
presencia de la mujer en el profesorado de enseñanzas
medias arranca en 1910; ese año se convierte, así, en
doblemente fundamental para el progreso educativo
femenino, porque el 8 de marzo se legisló por primera vez
la igualdad de los dos sexos en el acceso a todos los niveles
de la enseñanza. Hasta entonces las jóvenes, siempre de
forma muy minoritaria, solo pudieron matricularse por una
vía extraordinaria y tras haberlo autorizado, caso a caso, la
autoridad superior, el rector por ejemplo. El 2 de
septiembre de ese mismo 1910 se permitió que las mujeres
que poseyeran los títulos académicos requeridos pudieran
ejercer los cargos dependientes del Ministerio de
Instrucción Pública y Bellas Artes; es decir, se abrió el
acceso a las plazas de profesorado de secundaria y
universidad, así como de los archivos, las bibliotecas y los
museos. Para que pudiera haber mujeres ganando
oposiciones tenía que haber licenciadas, situación que
hasta entonces apenas se daba y desde entonces empezó a
darse. Una realidad y otra estaban enlazadas: cuando las
muchachas fueron apareciendo en la secundaria, aumentó
el número de institutos, se requirió más profesorado y las
licenciadas firmaron como opositoras las nuevas
convocatorias. El cambio no fue tan rápido, sin embargo,
como precisa la investigadora Consuelo Flecha, a quien
sigo en esta explicación; si para la primera cátedra hubo
que esperar hasta 1923, transcurrieron otros cinco años
hasta que Pilar Díez Jiménez Castell ganara la segunda, en
Lengua y Literatura Española —y fue enviada al Instituto
de Cabra.
Las primeras profesoras que llegaron a los institutos no
fueron todas licenciadas, pues para impartir Dibujo,
Música, Educación Física, Taquigrafía, Mecanografía y
Caligrafía, consideradas materias especiales, no se
requería una licenciatura. En 1918 solo nueve profesoras
trabajaban en secundaria en toda España, seis de ellas
licenciadas y tres de materias especiales. En 1928/1929,
pasados diez años, ya figuraban 111 profesoras y suponían
el 5,7 por 100 del profesorado, y, para el año 1933/1934 —
el de mayor presencia femenina—, las 307 profesoras
contabilizadas en las estadísticas españolas significaban el
11,3 por 100 de las plantillas. Sin embargo, de entre todas
ellas, no alcanzaban el 10 por 100 quienes disponían de la
posición de numerarias, es decir, de funcionaria oficial de
plantilla, y, aunque solo sea como cifra orientativa, eso
quiere decir que, en los primeros años treinta del pasado
siglo, aproximadamente una treintena de españolas
disfrutaron esa situación.
Para ofrecer una visión más gráfica de la configuración
de las plantillas de los institutos de secundaria acudo a los
datos ofrecidos por Consuelo Flecha para 1932/1933 según
las estadísticas oficiales disponibles. Entonces, las 249
profesoras registradas alcanzaban el 9,9 por 100 del
profesorado total de secundaria y entre ellas constaban 34
catedráticas, 50 pertenecían al rango de especiales y había,
también, 14 encargadas de curso. Las 151 restantes se
encuadraban en las categorías inferiores, auxiliares y
ayudantes215. En definitiva, en aquel contexto una
catedrática de instituto había logrado una posición
respetada de la que —insisto— apenas gozaban 34 mujeres
en toda España en 1933.
El curso 1933/1934 trajo novedades: los gobiernos
republicanos habían dado un impulso a la creación de
nuevos institutos y, en poco tiempo, se requirió un mayor
número de docentes. Para disponer de ellos se organizaron
los llamados Cursos formativos y de perfeccionamiento del
profesorado en 1933 (los cursillos del 33). El profesorado
que optaba debía pasar previamente una selección, recibir
la formación, aprobar los cursos y superar finalmente un
corto período de práctica. Al terminar, se obtenía la
consideración de encargado/a de curso; a partir de
1933/1934, el número de encargados de cursos se
incrementó notablemente y el número de profesoras pasó
de las citadas 249 de 1933 a las 307 de 1934, el año de
mayor presencia femenina en enseñanza media. En 1936 se
repitió el mismo procedimiento, los cursillos del 36, pero
apenas tuvieron efecto sobre la mejora de las plantillas
porque la guerra interrumpió cualquier normalidad e
impidió la incorporación de los docentes. En 1938, el
Gobierno republicano reguló la homologación de los
encargados de curso que habían superado los cursillos de
1933 a catedráticos de universidad, pero con la
instauración de la Dictadura la medida quedó sin efecto.
Como en el caso de la renovación de la enseñanza
primaria, la coordinación de la Residencia de Señoritas —
con su biblioteca y sus clases complementarias que
ampliaban y mejoraban la enseñanza de la universidad— y
el Instituto-Escuela desempeñó un papel determinante para
que muchas de las residentes consiguieran un precioso y
valorado puesto en la enseñanza secundaria pública. Al
crearse el Magisterio Secundario del Instituto-Escuela se
contempló una figura de profesorado en formación, el/la
aspirante, y enseguida las señoritas de la Residencia
aspiraron a desempeñar esa función como el mejor modo
de elevar su formación pedagógica y científica y, al mismo
tiempo, como una excelente vía para preparar el ingreso en
la secundaria. Así será la trayectoria de María Luisa
García-Dorado, que presentamos a continuación, quien
comenzó su vida profesional como aspirante al Magisterio
Secundario.

María Luisa García-Dorado Seirullo, señora catedrático de


latín
Si no conociéramos ya la diversidad en la procedencia de
las estudiantes de la Residencia se podría ver en M.ª Luisa
García-Dorado Seirullo a la residente prototípica: provenía
de familia institucionista; su padre, Pedro García-Dorado
Montero, era catedrático de Derecho Penal en la
Universidad de Salamanca y amigo personal de Giner de
los Ríos, mientras que su madre, M.ª Luisa Seirullo de
Onís, estaba emparentada con el afamado hispanista
Federico de Onís, un nexo esencial en las relaciones de la
JAE con las universidades norteamericanas, impulsor del
estudio de la lengua y la civilización española en Columbia
y fundador del ilustre Instituto de Las Españas de aquella
universidad216. Su familia disfrutaba, por ejemplo, de la
amistad de Unamuno, y M.ª Luisa mantuvo
correspondencia con el maestro. No cabe duda de que esa
procedencia familiar y cultural le sirvió de base y la
favoreció tanto a la hora de conocer los interiores de la
profesión docente como en el acceso a la información y a
las personas adecuadas para buscar consejo y guía para sus
proyectos, sin que por ello desmerezca su esfuerzo
continuado y una valentía que la llevó a donde ninguna otra
española había estado antes: a la toma de posesión de una
cátedra de bachillerato en 1923. Su hermano Pedro se
licenció con brillantez en Medicina y fue pensionado por la
JAE, como ella, pero la tercera hermana, Elvira, que
dispondría de la misma educación familiar y los mismos
recursos, no estudió: las circunstancias ayudan, pero la
voluntad personal decide.
M.ª Luisa García-Dorado había nacido en Béjar en 1896;
muchos años después, en una breve referencia curricular
que presentó en la JAE, ella misma indicaba que había
cursado los estudios primarios en Francia. Demostró en el
bachillerato la máxima aplicación y de sus éxitos durante la
carrera de Filosofía y Letras, que siguió en Salamanca,
daba buena cuenta la prensa provincial, anunciando sus
sobresalientes y matrículas: Historia Universal,
Sobresaliente; Teoría de la Literatura y de las Artes,
Matrícula de Honor; Lógica Fundamental, Matrícula de
Honor; Historia de España, Sobresaliente; Lengua y
Literatura Española, Sobresaliente…217; cada final de curso
se repetían estas menciones. También se publicó el final de
su licenciatura, en la que obtuvo el mayor reconocimiento,
Premio Extraordinario de su promoción218. La familia
García Dorado-Seirullo debió de estar de fiesta esa fecha,
porque también recibió el Premio Extraordinario de la
licenciatura de Medicina su hijo Pedro. No se trataba de
honores protocolarios, puesto que ese 1917 quedaron
desiertos los premios de Derecho y Ciencias. Con el gusto
por saber y el interés por la vida académica, no sorprende
que decidiera continuar los estudios y se matriculara en la
Universidad Central para cursar las asignaturas del
doctorado en Letras; eligió: Sánscrito, Árabe, Lengua y
Literatura Rabínicas y Filología Románica. En Sánscrito y
Árabe obtuvo sendas matrículas de honor y sobresaliente
en las otras dos.
Como señalaba, M.ª Luisa provenía de un ambiente
próximo a la JAE y en 1918 conoció la apertura de un nuevo
centro, el Instituto-Escuela, en el que se requería
profesorado de secundaria; se dirigió por ello a dos
personas clave en la organización de la institución, María
de Maeztu y José Castillejo, a quienes comentó que estaba
interesada en esos nuevos puestos y les preguntó cómo
tenía que proceder para ser seleccionada:
[Papel con el sello de la Facultad de Derecho, Universidad de
Salamanca] 20 de agosto de 1918
g
Querida Srta. de Maeztu: He tardado algo en cumplir la promesa que
hice a V., en nuestra última conversación, de escribirle, porque la
suponía muy ocupada en los arreglos del nuevo Instituto y no quería
molestarla, preguntándole cosas a las que solo oficialmente [sic] me
podría V. contestar y de las que, por consiguiente, no me sería difícil
enterarme sin causarle a V. molestias.
Me he enterado por la Gaceta de la organización del cuerpo de
aspirantes al Magisterio Secundario […]. ¿Cree V. que puedo solicitar,
con alguna probabilidad de que mi solicitud sea atendida, el ingreso en la
Sección dirigida por el Sr. Menéndez Pidal?
También he leído que estas aspirantes pueden ser encargadas de clase,
que se les retribuirán, o disfrutar de becas. Esto, desde luego, sería muy
interesante para mí […] (ARS, 29/58/3).

Efectivamente, procedía del círculo afín a la JAE, pero


había aprendido cualidades esenciales para luchar por una
carrera propia: autonomía y resolución. Como
habitualmente, la Srta. de Maeztu no demoró su respuesta
y le aconsejó que optara: «20 de septiembre de 1918 […].
Muchas gracias por su cariñosa carta. Hago lo que V. me
indica y que también me ha aconsejado el Sr. Castillejo. Mi
hermano […] lleva mi solicitud para presentarla en la Junta.
Así, pues, aquí estaré hasta que se me notifique si estoy
admitida o no; en caso afirmativo, iré enseguida a esa y
cuento con que, si V. lo supiera antes que yo, tenga la
bondad de decir que me reserven habitación […]» (ARS,
29/58/4).
Con un expediente como el suyo, se le notificó la
admisión: «28 de octubre de 1918 […]. Ayer tuve carta del
Sr. Castillejo dándome cuenta de que tenía una de las
plazas […]» (ARS, 29/58/5), y solicitó a la Residencia que le
prepararan un dormitorio porque llegaría la noche del 3 de
noviembre. Al observar las fechas y los hechos —el
Instituto-Escuela, tan reiteradamente citado, abría sus
puertas en 1918; M.ª Luisa marchaba sin asomo de dudas a
la capital…—, se constata que la mortífera gripe de 1918 no
había detenido las vidas de los ciudadanos, las cartas no
reflejan pánico, aunque sí la preocupación y más aún el
dolor. A principios de diciembre, M.ª Luisa tuvo que
regresar precipitadamente a Salamanca: «11 de diciembre
de 1918 […]. Con la ansiedad que V. puede suponer y,
después de un viaje muy bueno, llegué a mi casa […]. Lo
encuentro [a su padre] muy demacrado, pero conserva la
viveza en la expresión y una movilidad de espíritu muy
grande. Mucha curiosidad por todas las cosas […]. Los
médicos lo encuentran muy mal y no sé qué decir. Lo mejor
sería dejar al tiempo que hable […]» (ARS, 29/58/6).
La joven que escribe solo tiene veintidós años y está
delante de la muerte: Pedro García-Dorado Montero fallecía
a principios de 1919. Tal vez hubiera menos miedo que hoy
porque las personas no hubieran abandonado la general
impresión de incertidumbre, la conciencia de que la vida es
siempre insegura… Tal vez por ello en tantísimas cartas se
avise de que se ha llegado bien a casa, como en esta.
Permanecía la memoria ancestral de los peligros que
entrañaba un viaje y la conciencia de que lo milagroso es
permanecer vivo, sano y fuerte a pesar de los años, una
sensación que, con el tiempo, se había perdido al confundir
la bendición de la salud con un derecho adquirido.
Me ha extrañado que una muchacha con poco más de
veinte años supiera ya que hay que aferrarse a la
curiosidad para seguir viviendo. Nunca podremos saber
cuántas cosas se le pasaron a Luisa por la imaginación al
perder a su padre: puede que se dijera que la dejaba
cuando más lo necesitaba, entonces que comenzaba una
vida profesional en la que hubiera podido guiarla, o, al
contrario, que la dejaba ya convertida en una prometedora
universitaria… Puede, en fin, que la joven se afirmara en
que tendría que lograr por sí misma todo lo que su padre
hubiera esperado de ella y le hubiera hecho sentirse
orgulloso. La cuestión es que regresó a la Residencia y al
Instituto-Escuela y, un año después, solicitó a la JAE la
consideración de pensionada, porque estaba resuelta a
marchar a Estados Unidos como becaria del exclusivo Bryn
Mawr College de Pensilvania, el curso 1920/1921, para
ampliar sus estudios de lenguas clásicas y ensanchar sus
horizontes vitales.
El intercambio de las españolas con los colleges
femeninos norteamericanos se había activado después del
viaje en 1919 de María de Maeztu y José Castillejo a los
Estados Unidos y tras la firma de un primer convenio con el
Smith College. Para el curso 1919/1920 dos españolas
cruzaron el Atlántico hacia Northampton (Massachusetts),
y hay que asombrarse, porque la Primera Guerra Mundial
acababa de terminar y la gripe todavía causaba estragos.
Para el siguiente curso también viajaron dos españolas: al
Smith, Juana Moreno Sosa, y M.ª Luisa, al Bryn Mawr,
como decía. No queda rastro de su experiencia en la
correspondencia de la Residencia ni en su expediente de la
JAE219, pero en la prensa publicó un estupendo artículo
sobre sus impresiones. Explica Ximo Górriz que, en 1925,
María Luisa escribe los recuerdos de aquel campus en la
revista El Estudiante: revista de la juventud escolar, una
publicación mantenida por intelectuales contrarios a la
política educativa de la Dictadura de Primo de Rivera220.
Como ella expresa, transmite su asombro ante las
infraestructuras, las dotaciones de los edificios y la
grandiosidad del campus, que demostraban el valor social
de la enseñanza universitaria:
La primera impresión fue de asombro. Confieso que la multitud de
datos, croquis, noticias y fotografías que yo me había procurado acerca
de las Universidades americanas en general y de mi futura residencia en
particular, no fueron suficientes para borrar de mi espíritu una
Universidad a imagen y semejanza de las nuestras. Por eso, al verme de
repente en una inmensa pradera sombreada por corpulentos árboles, en
medio de la cual se levantaban aquí y allá airosos edificios, cubiertos de
hiedra, aseguro que me pareció que la Universidad no podía ser aquello.
Pesaban en mí muchos siglos de tradición y varios años de carrera en
aulas incómodas, oscuras e inhospitalarias, para que al verme tan cerca
de la naturaleza no sintiera que la ciencia no había que buscarla
solamente en las hojas amarillas de los libros, sino que se hallaba en
todas partes; que ciencia y vida, naturaleza e historia, habían de ir
estrechamente unidas.

La pensionada va describiendo los edificios del college,


las residencias, los aularios, los gimnasios y campos de
deportes, y:
[…] dominándolo todo, con sus ventanales góticos de imitación, se
levanta la Biblioteca, donde miles de volúmenes, revistas y modernas
publicaciones se ofrecen a la curiosidad de los estudiantes y en cuyos
claustros, en los atardeceres serenos de octubre, mientras hojeamos
algún libro, que quizás nos recuerde a la patria lejana, nos sentimos
sorprendidos por un canto de invocación que voces juveniles elevan a
Palas Atenea, diosa de la sabiduría, en la lengua de Platón.

La comparativa con las residencias españolas, salvo


excepciones, se hacía inevitable:
La bondad del ambiente llena el espíritu de sano optimismo. La
característica del estudiante americano es la alegría sana y, si se quiere,
infantil, pero la alegría con todos los beneficios que de ella se derivan. Y
lejos, muy lejos de esa vida, lejos de la Universidad, lejos del estudiante,
el tipo clásico de nuestra casa de huéspedes, donde toda vulgaridad tiene
su asiento, y donde toda mezquindad y lo que es peor, tristeza y hastío de
vivir, han hecho su habitación.

Sabemos, a través de los comentarios de su colega Juana


Moreno, que la becaria, como sigue sucediendo hoy día,
tuvo al principio problemas con el inglés que le dificultaron
su adaptación; sin embargo, al poco tiempo su entusiasmo
la llevó a solicitar a la JAE una prórroga de tres meses para
realizar cursos de pedagogía en el Teachers College de
Columbia, la universidad donde enseñaba su primo
Federico de Onís, y la JAE la concedió, aunque finalmente
no realizó esa segunda estancia porque el mismo Bryn
Mawr le ofreció permanecer un segundo año, en calidad de
lectora.
Cuando M.ª Luisa regresó a Madrid, tras una experiencia
americana de dos años, venía resuelta a presentarse a
oposiciones de segunda enseñanza; había orientado su
aprendizaje y sus lecturas hacia ese objetivo y presentó en
la JAE una memoria sobre Metodología del latín. En 1923
se convirtió en la primera española en ganar una cátedra
de instituto y fue destinada a Castellón, estableciendo un
hito que mereció la atención de la prensa española, no solo
la salmantina; por ejemplo, con un paradójico titular
apareció la noticia en El Pueblo de Valencia, «Señora
catedrático de latín»221, y con un impactante «La primera
profesora de Instituto» en La Prensa de Santa Cruz de
Tenerife222. En Castellón permanecería hasta 1928, cuando
se trasladó al instituto Padre Isla de León, que sería su
destino oficial hasta 1936, aunque en 1930 impartió
docencia en el recién creado instituto femenino de Madrid,
el Infanta Beatriz, y para 1933 retornó a la institución que
había estado en la base de su formación, el Instituto-
Escuela, aunque en estos años republicanos, en la nueva
sede de Valencia. Desde esa ciudad solicitó una nueva
pensión a la JAE, para pasar los tres meses del verano de
1933 en un viaje de estudios por Francia, Italia y Gran
Bretaña, interesándose por la metodología del aprendizaje
de lenguas clásicas en la enseñanza secundaria; se le
concedió, pero motivos profesionales le impidieron
disfrutar la ayuda en el período previsto y se aplazó hasta
1934, cuando finalmente efectuó la estancia.
Al terminar el curso 1935/1936, M.ª Luisa se marchó a
Salamanca; sobrevino el golpe de Estado y quedó en la
España inicialmente controlada por el ejército sublevado;
allí supo que su hermano Pedro, entonces jefe provincial de
Sanidad en Ávila, había sido asesinado. Ella quedó
suspendida de empleo y sueldo en noviembre de 1936223 y
luego fue encarcelada en la prisión de Salamanca durante
tres semanas entre febrero y marzo de 1937. Su
vinculación personal y familiar con la ILE y la JAE la
convertían en sospechosa de ideas izquierdistas, de lo que
se la acusaba en un expediente de depuración abierto en
agosto de 1939, al término del cual, en mayo de 1941,
quedó reintegrada en su cátedra de Latín de León, porque
se concluía que no había realizado ninguna actuación
política ni prestado «adhesión al gobierno marxista»,
aunque estaba inhabilitada para cargos directivos y de
confianza en instituciones culturales y de enseñanza224.
Regresará al instituto Padre Isla de León nuestra
catedrática y en él permanecería hasta 1949, porque sería
trasladada al Jorge Juan de Alicante y en aquella ciudad
luminosa llegará el final de su carrera como catedrática.
Indica Ximo Górriz que la señorita Dorado sería recordada
incluso por generaciones de alumnos que no llegaron a
conocerla personalmente. Murió en 1965, poco después de
jubilarse.
Fuera de Alicante y en su patria chica la primera
catedrática de instituto en España se convirtió en una más
de esas mujeres que la historia omite, como puso de
manifiesto un homenaje realizado en 2018, la exposición
Rostros del olvido, en la que la artista Pepa Baldiola
esculpió su perfil en un medallón que colgó durante la
exposición en la Plaza Mayor de Salamanca y,
posteriormente, ha permanecido en el patio del Colegio
Mayor Fonseca225 para que, ahora sí, su figura marque el
camino a las universitarias que quieran alcanzar lo que les
parezca imposible.

A la sombra de las «Siete Sillas»


El IES Santa Eulalia de Mérida se fundó en 1933. En una
breve referencia histórica a su profesorado, aparece:
«Fernando Fernández Cortés, que estuvo muchos años
como director, y su esposa Vicenta Alonso Delgado,
catedrática en el instituto, se adelantaron a su tiempo»226.
¿Quién era la esposa del director?
Vicenta Alonso Delgado llegó en 1923 a la Residencia de
Señoritas y allí vivió, aunque con alguna intermitencia,
hasta 1936. Se licenció en Filosofía y Letras y se
especializó en Filosofía. Lo curioso en ella no radica en una
carrera científica y profesional deslumbrante y aventurera,
como era el caso de García-Dorado, sino en algo que no ha
caracterizado a los extremeños, una vez que han alcanzado
una formación superior, ni tampoco a la mayoría de las
residentes que se convirtieron en cualificadas
profesionales… Lo curioso en ella es que regresó,
cumpliendo así, a su modo, el proyecto de la ILE de
esparcir la educación. Sobre una tarjeta postal con una
panorámica de unas bellísimas excavaciones arqueológicas
del Teatro Romano de Mérida en su estado de 1923, cuando
solo descollaban lo que los emeritenses llamaban las Siete
Sillas, escribió Vicenta: «Hoy, 27 diciembre 1923. La
recuerda con gusto en esta su casa y le desea pase un feliz
año 24, su discípula […]» (ARS, 22/71/1). Sana y salva, la
estudiante había regresado a casa tras su primer trimestre
de estudios en Madrid; acababa de cumplir diecinueve
años, porque había nacido en La Zarza, un pueblecito
cercano a Mérida, en diciembre de 1904. Siempre me
sorprende que en la primera etapa de la Residencia,
cuando su reconocimiento era menor, familias que
aparentemente se hallaban más alejadas de la influencia de
la JAE dejaran marchar a sus hijas. ¿Cómo habría
comenzado esta empresa en el caso de Vicenta Alonso? —
me pregunto—, y encuentro una parcial respuesta en la
correspondencia de su padre. Augusto Alonso Gracia,
propietario agrícola, ya había estudiado en Madrid; su
expediente de licenciado en Derecho se encuentra en al
Archivo Histórico Nacional227. Don Augusto era alcalde de
Mérida en 1911 cuando comenzaron las importantísimas
excavaciones arqueológicas que fueron descubriendo la
impresionante ciudad romana bajo la dirección de José
Ramón Mélida; se comprende, así, tanto la elección de la
tarjeta postal por parte de Vicenta como que la familia
mantuviera contactos con el mundo científico madrileño.
En la correspondencia que sostuvo con la directora se
advierte, como en otras tantas ocasiones, el afecto de un
padre preocupado por la hija ausente y también se atisba
algún rasgo del carácter de Vicenta, una joven aplicada y
de salud frágil.
A principios de 1924, Augusto Alonso toma la pluma para
escribir a la Residencia:
Mérida, 1 de febrero de 1924
[…] No quiero que pase más tiempo sin significar mi agradecimiento
por las atenciones que prodiga a mi hija […].
Espero que se tome la molestia en ver cómo se encuentra Vicenta, pues
siempre cuando llega esta época estudia mucho y se queda desmejorada,
así que usted verá, consultando con el doctor, si necesita algún
reconstituyente […].
Deseo que se examine de lo que buenamente pueda sin perjudicar su
salud, todo lo dejo a su buen juicio […] (ARS, 39/13/4).

La misma impresión de debilidad se deduce de la


siguiente misiva, de 25 de noviembre de 1924: «[…] Vicenta
deseando marcharse. Veremos si su estado lo permite
después de Reyes […]» (ARS, 39/13/3). En esta carta, don
Augusto solicitaba un reglamento porque uno de sus
amigos estaba pensando en llevar a su hija a la Residencia.
Efectivamente, el padre de la futura residente Laura
Duarte se dirigió en su momento a la directora afirmando
que lo hacía por los excelentes comentarios de Augusto
Alonso. Por esta otra vía, por tanto, quedaba confirmada la
satisfacción del padre con los servicios y la asistencia que
recibía Vicenta. Por si fuera poco, en la inmediata Navidad
dejó buena constancia de ello, enviando a la casa un
curioso obsequio: «22 de diciembre de 1924 […]. Adjunto le
remito talón a fin de que se tome la molestia en mandar a
recoger al mediodía un pavo criado en mi dehesa para que,
a nuestra salud, se lo coma estas Pascuas, que se las
deseamos felices […]» (ARS, 39/13/5). No hace tanto que
desaparecieron del centro de nuestras ciudades los grupos
de pavos cantando antes de la cena de Navidad, aunque
habría que ver la imponencia de aquel animal salvaje
correteando por el cuidado jardín de las residentas. No hay
que ver en el agasajo un gesto anecdótico: no solo los libros
para cultivo del espíritu, sino también vinos, dulces y
demás delicias llegaron asiduamente a Fortuny para la
mesa de doña María. En diciembre de 1921, lo hizo desde
Burgos «una cajita de mis quesos de mantequilla, que
espero que sean de su agrado», que enviaba el padre de
Felisa Martín-Cobos Lagüera (ARS, 37/63/9).
Pero volvamos a la salud de Vicenta. En septiembre de
1925 se repite el aplazamiento de su reincorporación, a los
estudios y a la Residencia, por motivos de salud:
«Encontrándome un poco delicada de salud (y por
prescripción del médico), no puedo ir a empezar mis
estudios a primero de curso como son mis deseos […]»
(ARS, 22/71/2), y rogaba que le mantuvieran la habitación
hasta enero, pero no se restableció y en enero comunicó un
nuevo aplazamiento. A pesar de las interrupciones, Felisa
avanzó y terminó Filosofía y Letras, en la sección de
Filosofía, probablemente por la influencia que doña María
tuvo sobre ella; asistió en su primer año al curso de
Filosofía que impartía la directora y siguió aprovechando
las oportunidades de la Residencia para ampliar sus
conocimientos: estudió siempre francés y algún año
también alemán. Cuando se creó en 1928 la gran biblioteca
de Miguel Ángel, que pasó a dirigir su paisana Enriqueta
Martín, prestó sus servicios como ayudante; todavía en
1935/1936 permanecía viviendo en la casa y,
probablemente para reducir su factura, ese año trabajó
como profesora con las clases de Psicología y Lógica.
Cuando llegó a la Residencia, Vicenta Alonso había
terminado Magisterio en la Normal de Maestras de
Badajoz, donde estuvo matriculada como alumna libre
hasta 1922228. A pesar de sus estudios de Filosofía,
aprovechó esa titulación para iniciar un ejercicio
profesional que, por algún motivo, no se le presentó
sencillo: de hecho, ocupó en 1934 por oposición una plaza
de maestra en Fuente de Cantos, un pueblo —el de
Zurbarán— situado al sur de la provincia de Badajoz sobre
la Ruta de la Plata, pero apenas tomó posesión, pidió una
excedencia que le fue concedida en octubre de ese mismo
año229. De hecho, Vicenta siguió habitando en la capital, en
cuyo instituto Quevedo consta como ayudante interino
gratuito en la sección de Letras durante los cursos de
1933/1934, 1934/1935 y 1935/1936230. Formó parte del
profesorado que recibió y aprobó los Cursillos de
Formación y Selección del Profesorado de 1936 e incluso
fue admitida para la convocatoria de oposiciones a
profesorado de secundaria por la asignatura de Filosofía,
una convocatoria que también firmó María Zambrano, la
filósofa, profesora como ella de esa especialidad en la
Residencia231. Sin embargo, no debió de entrar entonces en
ningún instituto, de forma que, en julio de 1936, solicitó su
reincorporación al escalafón del Magisterio y se le concedió
plaza en Llerena. Probablemente, una vez que la provincia
de Badajoz quedó en su mayor parte bajo control de los
sublevados, la maestra debió de reincorporarse a su plaza,
porque se le valoraron los cursillos de 1936 y fue destinada
como encargada de curso al instituto femenino de León
para el curso 1939/1940 y al de Lugo en el siguiente,
1940/1941. Su expediente de depuración cerrado en 1940
resultó favorable y no tardó en plantarse definitivamente
en Mérida. Una orden del 28 de septiembre de 1942 incluía
el nombramiento de los encargados de curso para ciertos
institutos de enseñanza media, entre ellos el de Mérida,
que se había fundado en 1933 como señalé, y al que llegaba
el siguiente plantel: en Ciencias Naturales, don Ángel Nieto
Muriano; en Latín, don Fernando Fernández-Cortés Morán;
en Filosofía, don Juan Gallego Gavilán, y para Literatura,
doña Vicenta Alonso Delgado. El Archivo del Instituto Santa
Eulalia custodia el acta de su toma de posesión: «Don
Pedro Redondo Fernández, Profesor de Religión y
Secretario accidental del Instituto Nacional de Enseñanza
Media de Mérida: Certifico que […] el Sr. Director
accidental, don Fernando Fernández-Cortés, dio posesión a
doña Vicenta Alonso Delgado en el cargo de Profesora
Encargada de curso de Lengua Española y Literatura de
este Centro para el curso 1942-43 […] con la gratificación
de seis mil pesetas anuales […]»232.
En el siguiente curso, doña Vicenta ya se encargaba del
área de Filosofía. La profesora de Filosofía y el de Latín
debieron de entenderse bien y terminaron siendo
matrimonio, como se recordaba en el centro. Casi veinte
años después de marchar a Madrid, Vicenta llegaba como
profesora de instituto y lo hacía para quedarse y para
implicarse: actuó como interventor entre 1943 y 1959,
ejerció el cargo de vicesecretario de 1964 a 1966 y de
vicedirectora —esta vez en femenino— de 1972 a 1974. Ese
último año alcanzó la jubilación, habiendo educado a varias
generaciones de conciudadanos durante décadas en las que
la fisonomía de los institutos volvió a masculinizarse y en
tiempos en los que la apertura de miras de la JAE dejó de
brillar, salvo en determinados puntos de la geografía
española, como en Mérida.
En un momento u otro, en la densa correspondencia de la
Residencia destellan las corrientes de afecto entre
residentes: cuando María Antonia Suau necesitó avales que
la defendieran en su expediente de depuración contó con el
apoyo de Vicenta Alonso.

«Fraternidad» y sus mejores amigas


El primer escrito de Caridad Marín Pascual llegó a la
Residencia en junio de 1923; la estudiante había terminado
bachillerato en el Instituto de Badajoz y pedía alojamiento
en la institución. Llegó ese año y se convertiría en una de
las íntimas de la casa, gran colaboradora y persona de
confianza para la directora y la secretaria, a quienes
siempre demostró su cariño. Permaneció unida a la
institución hasta 1936. Caridad Marín había nacido el 6 de
marzo de 1896 en Lérida, pero la familia estaba asentada
en Badajoz y ella se había incorporado a la vida social y
cultural de aquella ciudad de provincia, según algunos
indicios de la prensa, que incluye su presencia en los bailes
de San Juan, fiesta mayor de la ciudad, en 1915.
Posteriormente, estando ya en la Residencia, el Ateneo de
Badajoz acudirá a ella como intermediadora para hacer
llegar una carta de agradecimiento a doña María de
Maeztu por su ofrecimiento de colaborar con la Real
Sociedad Económica de Amigos del País en la creación del
Centro de Estudios Extremeños (ARS, 23/71/1).
Para mi sempiterna pregunta sobre cómo conocería la
joven la Residencia y cómo decidiría irse, esta vez tengo
respuesta: de la Casa le hablaban sus mejores amigas,
Matilde López Serrano, que había llegado a Madrid en
1921, y Matilde Landa, cuya hermana mayor, Jacinta, ya
había vivido allí en 1915/1916. En septiembre de 1923, las
dos Matildes y Caridad viajaron juntas hacia Madrid. En
1922 estudiaba por libre en el Instituto de Badajoz un
curioso grupo de jóvenes que terminó en Madrid: además
de Landa y Caridad, también figuraba la siempre destacada
Elena Felipe González, que se llevaba todos los
sobresalientes y matrículas de cada curso, aunque Caridad
y Elena tal vez no se vieran por primera vez hasta
encontrarse en la Residencia, porque Elena Felipe vivía en
un pueblo serrano del sur de la provincia, Higuera de
Vargas. Ambas sostendrían, en el ámbito de la Residencia y
el Instituto-Escuela, vidas en paralelo.
Aquel verano de 1923, Caridad andaba impaciente ante el
horizonte de vivir en Madrid y estudiar en la Central;
escribió a la Residencia a finales de junio y luego a
principios de julio:
Badajoz, 8 de julio de 1923
[…] Ya me dijo Matilde López que ella iba a traerme una carta de V. y
que, a última hora, no pudo ni despedirse.
Le adjunto mi solicitud […]. La Srta. Matilde Landa, que también irá
por primera vez a la Residencia en el próximo curso […] tiene ya plaza
concedida, pero no habitación determinada, y me dice que le ruegue a V.
que le haga el favor de procurar que su habitación y la mía las reserven
en el mismo pabellón […] (ARS, 37/39/2).

Pero no se quedó tranquila y, ante la falta de una


respuesta, reiteró su solicitud pasadas dos semanas:
«Badajoz, 25 de julio de 1923 […]. Escribo a V. nuevamente
por si mi carta se hubiera extraviado o aquella en la que V.
contestaba mi solicitud» (ARS, 37/39/3). Tampoco entonces
hubo respuesta, extrañamente, porque la secretaría de la
casa siempre permanecía atendida, incluso en agosto —
como ya sabemos—, así que, en una cuarta carta, avisaba
de que, como no tenía información contraria, pensaba
llegar el día primero de octubre con sus dos amigas y con
toda la ropa que indicaba el folleto de matrícula, porque
confiaba en quedarse (ARS, 37/39/4).
El 13 de septiembre de 1923, el capitán general de
Barcelona, Miguel Primo de Rivera, daba un golpe de
Estado; terminaba el sistema parlamentario —aunque
profundamente corrupto— que llamamos la Restauración y
daba comienzo una dictadura en la que Primo se
consideraba el cirujano de hierro que acabaría con el mal
endémico de la corrupción y que perduraría hasta 1930. A
corto plazo, esta interrupción del ciclo político no modificó
los planes de nuestras universitarias: se trasladaron a
Madrid e iniciaron sus estudios sin novedades.
Para el siguiente curso, Caridad se había convertido en
una de las chicas cercanas a Eulalia Lapresta, y el tono
formal en su correspondencia había desaparecido:
«Badajoz, 10 de septiembre de 1924 […]. Creo que antes
del 20 estaré en Madrid y, aunque supongo que habrá
cuartos desocupados, se lo aviso por si hubiera uno algo
bicoca: bueno, bonito y barato y si no tuviese V., un gran
compromiso, me lo reservara […]» (ARS, 37/39/6).
Tras su segundo año en Madrid, la familia Marín Pascual
se trasladó a Barcelona, y Caridad dirige a Eulalia y a la
directora cartas mucho más personales, que transmiten
fragmentos de su nueva experiencia:
Barcelona, 3 de noviembre de 1925
Srta. Eulalia Lapresta
Mi querida amiga: Después de mil experiencias que pienso aprovechar
para argumentar una película, tenemos casa. Es tan hermosa que para
Augusto [su hermano] hemos encargado una cama turca de un palmo de
alta con ruedas, para tenerla de día debajo de otra y por la noche sacarla
al gabinete […].
Aquí no se pasa mal; el domingo antepasado estuvimos viendo unos
submarinos, un contratorpedero y el «Dédalo» […] comimos en el
«Dédalo» […].
Barcelona me ha gustado mucho, pero no como Madrid. Al fin y al cabo
esto es una provincia y tiene costumbres de tal. Hay pocas «carabinas» y
las señoritas salen aún con las criadas, etc. […] (ARS, 37/39/8).

Desconozco qué motivos habían llevado a la familia hasta


Barcelona —una ciudad que estaría años después
definitivamente ligada a la vida de Caridad—, pero esta
visita a la flota amarrada en Barcelona resulta curiosa: el
Dédalo fue el primer portahidroaviones que tuvo la Armada
española y prestó un servicio esencial en el desembarco de
Alhucemas, la gran victoria que daría pie al final de la
guerra de Marruecos; como esa actuación sucedió en
septiembre de 1925, la familia visitaba el heroico buque
prácticamente un mes después del acontecimiento: o la
familia tenía un vínculo militar con la oficialidad o se trata
de una falta de reserva inaudita por parte de la Armada.
Por otra parte, en dos años universitarios, Caridad se había
convertido en una madrileña, y Barcelona, aunque bella, le
pareció provinciana; aun siendo la capital condal, se repite
una reacción que ya se ha visto en Zamora, Soria, León o
Ciudad Real.
El mismo día se dirigió también a la directora, con una
carta más seria, aunque igualmente muy personal: «[…] En
esta Universidad me encuentro muy a gusto. Se trabaja
algo más que en Madrid, pero el ambiente es amable […].
Me he dado cuenta de que por aquí es muy desconocida la
Residencia y demás instituciones de la Junta. Una sola vez
he oído mencionar el Centro de Estudios Históricos. Reciba
saludos afectuosos de mi madre […]» (ARS, 37/39/13).
Como parte de ese Madrid añorado, la estudiante había
hecho suyas las instituciones que respetaba —Residencia,
Centro de Estudios Históricos, Instituto-Escuela— y a las
que volverá, poco después. En estas dos misivas se incluyen
algunas referencias a la familia: a su hermano Augusto y a
su madre. No será esta la única carta en la que su autora
incluya exclusivamente los saludos de su madre sin
mencionar al padre, en la despedida, lo que me lleva a
pensar que ese progenitor, que nunca aparece, había
fallecido.
La estancia en Barcelona duró un año y, para septiembre
de 1926, Caridad pedía nuevamente una habitación en la
Residencia: «25 de septiembre de 1926, […]. No olvide que
trabajo bastante de noche y por lo tanto me conviene con
calefacción. En fin V. me arregla siempre muy [bien] estas
cosas, así que “en sus manos…” […]» (ARS, 37/39/9).
Seguro que la residente no solo estudiaba de noche,
también de día; aquella estudiante de notables en el
Instituto de Badajoz, como señala María Poveda, obtuvo el
máximo mérito académico, recibiendo en 1927 el Premio
Extraordinario de Licenciatura en la sección de Letras y
uno de los premios en metálico dispuestos en el
presupuesto del Estado para recompensar los mejores
expedientes233. Al menos hasta el curso 1928/1929, Caridad
vivió en la Residencia, aunque para entonces su situación
ya no era la de estudiante, sino que, como muchas otras
licenciadas, había ingresado como aspirante al Magisterio
Secundario para Lenguas Clásicas en el Instituto-Escuela y,
según un certificado que solicitó para presentar su
currículum al ministerio, prestó sus servicios desde octubre
de 1927 a junio de 1931234.
Con su expediente académico y una experiencia laboral
de cuatro años en el Instituto-Escuela, quedó seleccionada
como profesora aspirante para integrar el profesorado del
Instituto Cervantes de Madrid en el año de su creación,
1931/1932. En el siguiente curso figura como encargada de
curso interina en el instituto Calderón de la Barca235.
Realiza los cursillos de 1933 y gana oficialmente su plaza
como encargada de curso con destino en el Instituto de La
Línea de la Concepción; llegaba como secretaria del
centro236 y allí residirá hasta noviembre de 1934, cuando
regresa a Madrid adscrita al Antonio de Nebrija. Firmó
oposiciones para cátedra de instituto en 1934, pero no
aprobaría, porque aparece entre los aspirantes aceptados
para una nueva convocatoria de cátedras en julio de 1936,
que no llegó a celebrarse237. Tras cerrar el curso 1935/1936
en Madrid, se trasladó a Barcelona y permaneció hasta la
caída de la ciudad en el instituto Nicolás Salmerón.
Finalmente, en ese destino fue promovida en septiembre de
1938 al escalafón de catedráticos238.
En aquel Madrid de Las Modernas o Las Sinsombrero,
Caridad Marín, como otras muchas residentes, debió de
sentir el vértigo del final de la dictadura y del período
republicano, y estas eran conscientes del vuelco que las
costumbres españolas experimentaban y cómo se estaban
convirtiendo en protagonistas de primer nivel: seguían
estudiando, ganaban oposiciones, se relacionaban en
ambientes culturales vanguardistas… A Caridad le gustaba
el francés, asistía al Liceo de Madrid y soñaba con estudiar
en la Sorbona, por lo que solicitó una pensión a la JAE en
1934 para estudiar Lengua Francesa y Literatura Latina
entre los meses de junio y octubre de aquel año, aunque no
consta que la obtuviera. Se había relacionado en el Ateneo
de Badajoz, así que en Madrid se hizo socia del Ateneo
Republicano… Y entró en la logia masónica Amor (donde
coincidiría con Colombine). La guerra arrasó con todo.
En un primer momento, la Comisión de Depuración de
Cádiz le inicia un expediente como profesora en La Línea. A
pesar de que no trabajaba en aquel centro desde hacía dos
años, se la juzgó como huida de aquella plaza y, si bien se
hizo constar que en La Línea se conducía «decente y
moralmente», se consideró demostrado que se manifestaba
públicamente como extremista de izquierdas y que
ostentaba ideas libertarias entre sus alumnos, de modo
que, por orden de 19 de junio de 1937, quedó
definitivamente separada del servicio y fue dada de baja en
el escalafón del profesorado, aunque seguía desempeñando
su función en el Salmerón de la Barcelona republicana. Así
que al llegar la Victoria, se quedó sin trabajo, pero la
persecución solo acababa de empezar; a continuación abrió
otro expediente la Comisión Depuradora de Madrid como
profesora en el instituto Antonio de Nebrija. La acusación
anónima le atribuía haber profesado ideas antirreligiosas,
manifestar adhesión a las ideas izquierdistas y ser
entusiasmada propagandista del Frente Popular; que, por
su pertenencia al Partido Comunista, fue nombrada «por
los rojos» profesor del Instituto Obrero de Barcelona, cargo
de confianza, dado el profundo carácter marxista del
centro, y, se añadía, que «fue separada del Instituto-
Escuela por causas afectantes a su reputación,
indispensable a un educador»239. Caridad negó las
acusaciones y presentó a la comisión el testimonio de
Inocencio Hernández Alonso, inspector de primera clase
del cuerpo de Investigación y Vigilancia, que la avalaba
para que no se mantuviera la sanción de Cádiz:
A fines del año 1933 conocí en La Línea (Cádiz) a la Srta. Caridad
Marín Pascual, profesora del Instituto de Segunda Enseñanza de aquella
ciudad; conviví con dicha señorita y otros profesores en la misma pensión
durante varios meses y no le conocí en absoluto actividades políticas ni
sociales de ninguna especie. Se notaba en las conversaciones que era
enemiga del régimen republicano. Hago constar, especialmente, que en
octubre de 1934 yo marché de La Línea y en noviembre del mismo año la
señorita Marín se trasladó a Madrid y pasó a pertenecer al Instituto
Antonio Nebrija de Chamartín de la Rosa, donde la visité en varias
ocasiones con motivo de circunstancias diversas y siempre advertí en ella
la misma ecuanimidad. La conducta de la Srta. Caridad Marín Pascual ha
sido, desde todos los aspectos, inmejorable (firmado por Inocencio
Hernández Alonso en Madrid, el 10 de octubre de 1940).

Junto al recurso presentó un oficio para que le fuera


expedido pasaporte para los Estados Unidos, ya que había
conseguido en aquel país empleo como profesora ayudante
de español (assistant in Spanish), nombramiento que
adjuntaba visado por el Consulado General de España en
Nueva York240. En vano una y otra cosa, porque la sanción
quedó ratificada en 1942:
Visto el expediente de depuración, en trámite de revisión, de doña
Caridad Marín Pascual, Encargada de Curso del Instituto «Antonio
Nebrija», de Madrid; Examinado el expediente, la propuesta del Juzgado
revisor de expedientes de depuración y el informe de la Dirección
General de Enseñanzas Superior y Media. Este Ministerio ha resuelto:
Declarar definitivamente revisado el expediente de depuración de doña
Caridad Marín Pascual, y en su consecuencia, ratificar la Orden de 19 de
junio de 1937 que la sancionó con la separación definitivamente del
servicio241.

Como las desgracias vienen de tres en tres, a su


expediente se le unió un sumario abierto por su condición
de masona ante el Tribunal Especial para la Represión de la
Masonería y el Comunismo y se terminó dictando una
sentencia de doce años y un día de reclusión menor. En
abril de 1943 se presentan las diligencias realizadas por la
Jefatura Superior de Policía de Barcelona sobre la
encausada, que se hallaba en la Prisión de Mujeres de esa
ciudad, y en las que se establecía que Caridad Marín
Pascual
[se trataba] de una persona de ideas izquierdistas, habiendo pertenecido
a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza y afecta a la UGT. Al
estallar el Movimiento Nacional, era profesora de Instituto de Segunda
Enseñanza de La Línea de la Concepción (Cádiz), pero se hallaba en
Madrid, volviéndose a esta capital [Barcelona] a los pocos días de su
iniciación, desempeñando el cargo de Profesora del Instituto «Salmerón»
hasta la liberación de Cataluña. Debido a sus ideas izquierdistas, fue
dada de baja en el Escalafón del cuerpo […].
Perteneció a la Masonería, afiliándose en año mil novecientos treinta y
tres, a la logia «Amor», donde adoptó el nombre simbólico de
«FRATERNIDAD» y alcanzó el grado Primero, según manifiesta, siendo
presentada en dicha logia por una profesora suya llamada ANDRÉE
LISSARRAGUE, que frecuentaba mucho el Liceo [francés] de Madrid.
Asistió a dos tenidas […] y también a un banquete masónico celebrado en
La Línea […], suponiéndose que en esta última población tuviera así
mismo actividades masónicas, ya que en la misma existían gran número
de logias. A los quince días de su ingreso en la logia, dice, fue trasladada
a La Línea de la Concepción, despidiéndose de la logia Amor de Madrid
con una «tenida» celebrada, no dándose de baja en la misma ni
solicitando «plancha de quite» por lo que supone que continuó afiliada a
la Masonería durante el período rojo. No se le conocen bienes de fortuna
alguno y en la actualidad desempeña el cargo de Profesora de Castellano
en la Escuela de la Colonia Suiza de esta capital, donde dice percibir una
remuneración […] mensual de ciento veinticinco pesetas.

Las diligencias se remitieron al TERMC, ingresando


Caridad en prisión a disposición del Tribunal. El 13 de
mayo, su madre depositó un suplicatorio pidiendo
clemencia, en el que alegaba que se había retractado y
adjuntaba catorce certificados y declaraciones favorables;
por ejemplo, la del conserje del instituto de secundaria
Ausiàs March declarando que había ayudado a algunos
estudiantes acusados de fascistas, aun a riesgo de su vida,
incluso poniéndose en peligro, pues la consideraron «la
amparadora de los fascistas». Una desamparada Asunción
Pascual García, su madre, pidió clemencia al Tribunal:
EXCELENTÍSIMO PRESIDENTE DEL TRIBUNAL PARA LA
REPRESIÓN DE LA MASONERÍA Y EL COMUNISMO. ASCENSIÓN
PASCUAL GARCÍA, de 81 años de edad, de estado civil viuda, de sus
labores […] a V.E. con todo respeto
EXPONE:
Que una hija de la compareciente de 45 años de edad, llamada
CARIDAD MARÍN PASCUAL, Catedrática de Latín, sostén de mis
necesidades y amparo de mi ancianidad, se encuentra detenida en la
cárcel de mujeres de esta ciudad y a disposición de V.E. por creérsela
afiliada a la masonería, y lo cierto es, Excmo. Sr., que si bien mi hija, por
necesidad de ampliar estudios en la Sorbona concurrió a un concurso
para la concesión de una beca con tal fin, se la obligó a ingresar en la
masonería para la concesión de dicho beneficio que luego no aceptó por
retirarse de aquella afiliación, como demuestran la serie de certificados
que en número de catorce se acompañan con este escrito.
Mi expresada hija, como puede verse por estos documentos, si bien
ingresó en la masonería en la que no pasó de aprendiza, se retractó en el
primer trimestre del año 1940 (véase certificado del Rvdo. Padre D. Luis
Monfort) y por tanto en cuanto a su conciencia habiendo cumplido con
los preceptos que impone Nuestra Santa Madre Iglesia dentro de nuestra
Religión Católica.
[…] No necesito acudir a sentimentalismos. Me basta con la Justicia de
V.E., de ese Tribunal, y aun cuando pudiera ser poco favorable a mi hija
el informe policíaco, lo cierto es que su actuación es la que reiteran los
certificados adjuntos, y no otra.
Es mi hija la que subviene a mis necesidades y por ello al encontrarse
presa, mi situación vista mi senectud es verdaderamente angustiosa.
[…] Así procede en Justicia y a la espera alcanzar de la probada bondad
y rectitud de V.E. cuya vida guarde Dios muchos años para el bien de
España y que pido en Barcelona para Madrid, a ocho de Mayo de mil
novecientos cuarenta y tres.

Ascensión Pascual García242.


Fue puesta en libertad con cargos el 14 de mayo de 1943,
pero el 18 de septiembre se cursa una orden de búsqueda y
captura por no comparecer ante el Tribunal y estar huida
de su domicilio, que en noviembre de 1945 se archiva
provisionalmente al seguir la acusada en paradero
desconocido. Sin embargo, diez años después, la misma
Caridad Marín Pascual envía un escrito al Tribunal
explicando que «habiendo estado algún tiempo ausente de
su domicilio de Barcelona, se presenta ante el Tribunal por
si hubiera pendiente algún trámite legal», así que se reabre
el sumario. La sentencia se dicta el 8 de octubre de 1956,
imponiendo la pena de doce años y un día de reclusión
menor. El mismo Tribunal consideró excesiva la pena y
sugirió la conmutación por seis años y un día de prisión
mayor. El 11 de septiembre de 1957 se le informa de la
sentencia, que ha quedado reducida a los seis años y un día
en los que «deberá quedar en libertad vigilada sujeta a las
presentaciones periódicas […], significándosele se le
abonan por el tiempo de prisión sufrida nueve meses y
veintiséis días, dejando extinguida la pena impuesta el día
9 de Octubre de 1962».
El 20 de mayo de 1959, Caridad envía otro suplicatorio al
TERMC exponiendo su deseo de acogerse al indulto
otorgado por la coronación de Juan XXIII y, efectivamente,
se le aplica el decreto de indulto, que reducía la pena en
una cuarta parte, notificándosele que la nueva fecha de
extinción de la pena impuesta sería el 9 de abril de 1961;
de modo que, el 10 de abril de 1961, la Dirección General
de Seguridad le comunicó que quedaba extinguida la
condena: la encausada había cumplido sesenta y cinco
años.
La curiosidad intelectual de Fraternidad en aquel,
entonces brillante, para ella, 1934 desató una crueldad
desproporcionada: se siguió repitiendo que abandonó su
destino en la España leal —una falsedad a todas luces— y
no se pudo demostrar que prolongara sus actividades
masónicas ni en La Línea ni a su regreso a Madrid; no
obstante, por encima de cualquier prueba, fue culpable de
acercarse a la masonería con el agravante de ser mujer. El
despropósito de esta actuación judicial ha sido subrayado
por Rosa María Aragüés Estragués243. Además del estigma
de su sentencia, ya podemos imaginar las dificultades para
mantenerse siendo soltera, ya entrada en años y con
antecedentes penales… En los primeros años sesenta
realizó alguna traducción al español de trabajos científicos
como El universo al descubierto de Charles Noël Martin244.
Hasta el final, Caridad luchó por el reconocimiento de sus
derechos y en el BOE de 25 de agosto de 1965 se publica la
orden por la que se «declara admitidos definitivamente a
los cursillistas de 1933 que se relacionan», y en un corto
listado figura el nombre de Caridad Marín Pascual en el
concurso convocado por orden ministerial de 2 de
noviembre de 1964 para el ingreso —todavía— de
profesores cursillistas de 1933 en el Cuerpo de Profesores
Adjuntos Numerarios de Institutos Nacionales de
Enseñanza Media245. Contaba con sesenta y nueve años,
pero de esta forma adquirió los derechos de pensión para
no verse, como fue el caso de su madre, desvalida y sin
ingresos en su ancianidad.
Me pregunto si, en 1942, en medio del seísmo de su
represión, Caridad Marín llegó a conocer el suicidio de su
amiga Matilde Landa, presa, como ella. ¿Y Matilde López
Serrano, convertida en influyente franquista, qué pensaría
de sus mejores amigas? Habrá que recordar esta pregunta
cuando se vea, posteriormente, la valiosa trayectoria de
Matilde López. Ya he comentado el paralelismo entre los
caminos de Caridad Marín y Elena Felipe, aunque esta
última estudió Ciencias.

Elena Felipe González, del éxito al olvido


En Higuera de Vargas, un pueblo en el suroeste de
Badajoz próximo a la frontera de Portugal, no recuerdan a
Elena Felipe González, que nació en 1901 y conoció en vida
la admiración de sus convecinos. Según la prensa del
momento, en 1930 le dedicaron una vía: la calle Zarza pasó
a llamarse Elena Felipe, pero ni en las actas municipales ni
en la memoria oral queda rastro de esa denominación. La
trayectoria de su formación discurre en paralelo a la de su
paisana Caridad Marín Pascual, tanto en la Residencia
como el Instituto-Escuela, y también como profesora de
secundaria en Madrid.
Higuera posee un pasado histórico ligado a las fronteras
que separan políticamente y, por ello, a las contiendas
fronterizas entre cristianos y moros y entre portugueses y
españoles, de ahí que, entre su rico patrimonio, destaque
su castillo templario. Con 2.000 habitantes actualmente, sin
tren, sin carreteras nacionales cercanas, lejos de Mérida,
lejos de Sevilla, de Madrid… lejísimos; mirando hacia el
Alentejo y la Sierra de Huelva. Aun hoy —con internet,
facebook, twitter, whatsapp—, los higuereños se sienten
lejos de todo. Así que, cómo no preguntarse otra vez: ¿de
qué manera supo Elena de la Residencia de Señoritas?, y
¿cómo llegó a Madrid para convertirse en universitaria? Su
caso implica la constatación de que las ideas —como tanto
temen las dictaduras— no se detienen ante ninguna
frontera y para eso, por ejemplo, existía el semanario
librepensador Las Dominicales, órgano de la Federación
Internacional de Librepensadores de España, Portugal y
América Latina, una publicación con mucho seguimiento, a
pesar de la persecución y los secuestros que padeció, que
apoyaba el republicanismo y el laicismo y que mostraba
«sus simpatías por la masonería, a la que pertenecían sus
fundadores y gran número de sus redactores, el espiritismo
y la teosofía, y también por el krausismo de la Institución
Libre de Enseñanza, la Asociación para la Enseñanza de la
Mujer y la Sociedad Protectora de los Niños», cuya
publicidad incorporaba gratuitamente en sus páginas. En
su número 131, correspondiente al 28 de agosto de 1903,
se informa de la constitución de la Junta Municipal
Republicana de Higuera de Vargas bajo la presidencia de
Manuel Felipe Berjano246. Manuel Felipe estaba casado con
Florencia González Tonado, ama de casa, y el matrimonio
tuvo dos hijas: en 1897 nació Magdalena y cuatro años
después vino Elena. Sus actas de nacimiento ofrecen
alguna información sobre la procedencia familiar. En 1897,
el padre contaba con treinta y ocho años y fue registrado
como jornalero e hijo de José de Gracia Felipe, jornalero
también. Cuando nació Elena, la profesión adjudicada al
padre había pasado a ser la de labrador; hay que
considerarlo, pues, un pequeño propietario agrícola que
venía de una familia de jornaleros porque como tal sigue
constando el abuelo de Elena Felipe.
Aun con la mejora social, don Manuel mantuvo su
activismo republicano y en 1907 encabezó un mitin en
Higuera reclamando la aprobación de una «ley de
asociaciones» que finalmente terminaría siendo la conocida
como Ley del candado de 1910, por la que se intentaban
limitar algunos de los múltiples privilegios de la Iglesia
católica. El presidente de los republicanos manifestó su
indignación porque «los elementos reaccionarios» de la
villa hubieran obligado a los niños y niñas del colegio a
firmar contra la aprobación de la ley de asociaciones y
abogó por que el Estado amparara a los industriales y
agricultores, por que se creara trabajo con el que los
obreros pudieran ganar su subsistencia y no tuvieran que
emigrar —hay males que no se curan—, pues «mientras los
trabajadores huyen de España, continúa la creciente
invasión de frailes y monjas que hacen la competencia a las
clases obreras a quienes roban sus medios de vida»247.
Y, una vez presentado el padre, miremos a Elena, la cual
tuvo la suerte de nacer en un hogar en el que ya había
entrado la idea del derecho y la necesidad de la educación
femenina, pero en una comarca de naturaleza
sobrecogedora y escasas letras para todos y, en particular,
para la mujer. Las ideas de la ILE no se detuvieron en
Cáceres, Badajoz o en Mérida; avanzaron en su ruta, hacia
Almendralejo, Llerena, Bienvenida… y hasta Higuera de
Vargas, como lo hacían hacia Besullo en Asturias o Cevico
de la Torre en Palencia. Elena Felipe cursó bachillerato
como alumna libre en el Instituto de Badajoz, compartiendo
curso, que no aulas, con las anteriores Matilde Landa y
Caridad Marín; a diferencia de ellas, se llevaba todos los
sobresalientes —por eso se tituló con Premio
Extraordinario— y, como ellas, llegó a la Universidad
Central en 1923. Estudió en la Facultad de Ciencias entre
1923 y 1928 y se licenció en Ciencias Químicas248 e inició
una brillante carrera como profesora e investigadora en
química, que terminó dirigiendo hacia la enseñanza
vinculándola con un feminismo activo. Precisamente por
ese interés encontramos su pista en la prensa. En el verano
de 1930, Elena, ya licenciada, impartió una conferencia en
su pueblo y el Correo Extremeño la presentó como una
joven doctora en Ciencias, profesora auxiliar en Física y
Química en la Universidad Central, profesora de
Contabilidad en la Escuela Profesional Femenina de Acción
Católica de la Mujer, profesora de la Residencia de
Señoritas y del Instituto-Escuela. En la mesa de la
conferenciante se sentaron con ella el alcalde, el juez y su
anticlerical padre, que no sabremos nunca si no cabía en sí
de satisfacción al contemplar cómo sus convecinos
admiraban la sabiduría de su hija o rabiaba al escucharle
hablar de la «cultura de la mujer en la sociedad dentro de
la más pura moral cristiana», tema que la oradora
desarrolló a través de las vidas y obras de santa Teresa de
Jesús, Beatriz Galindo y doña Concepción Arenal. Al final,
la dedicación de don Manuel había ganado a su hija para la
ciencia, pero no la había arrancado de la Iglesia. La
profesora agradeció emocionada al alcalde y a sus vecinos
que le hubieran dedicado la calle que anteriormente —y
hoy— se llamaba Zarza249. El corresponsal elogió su
capacidad para comunicar y debía de ser cierto; sin duda,
por ello la habían elegido para que interviniera en la Feria
del Libro que celebró la Universidad Central en 1927, en la
que tomó la palabra el rector y luego, ante una gran
afluencia de profesores y alumnos, la estudiante impartió
una conferencia, novedad que alcanzó amplia repercusión
en la prensa y fue noticia en los diarios de Madrid —ABC,
La Nación, La Libertad— y de provincias —Diario de
Córdoba, La Opinión de Málaga, La Correspondencia de
Valencia.
Con pequeñas inexactitudes, el Correo Extremeño dejó
trazado un valioso perfil profesional de la conferenciante.
Siguiendo un camino iniciado en su bachillerato, la
estudiante demostró un sobresaliente rendimiento en sus
asignaturas universitarias y recibió por ello el Premio
Extraordinario de Fin de Carrera250, pero no aparece su
nombre en el repositorio de las tesis doctorales defendidas
en la Universidad Central, lo que me lleva a pensar que,
como en el caso anterior de María Luisa García-Dorado, tal
vez solo hubiera superado las asignaturas de doctorado y
no la defensa de la investigación. Mientras estudiaba la
carrera, en la Residencia de Señoritas, además de su
asidua asistencia al laboratorio y la biblioteca, se constata
su seguimiento de las clases de francés y que se apuntó a
las de alemán avanzado. La distingue, sin embargo, su
grado de implicación en la casa como profesora. Una vez
que terminó sus estudios, impartió clases a las alumnas
universitarias de Medicina y Farmacia (de Química y de
Matemáticas) y a las de Comercio (materias de ciencias).
Cuando en 1932 se constituyó la Asociación de Alumnas de
la Residencia, que se estructuraba en varias secciones,
Elena Felipe presidió la de Acción Social251. Estas
responsabilidades en la Residencia de Señoritas nos hablan
de la confianza que doña María de Maeztu tenía depositada
en ella, algo que explica que en un intercambio de
estudiantes entre la Residencia y la recién creada
Residencia Internacional de Senyoretes Estudiants de
Barcelona, en las vacaciones de Pascuas de 1933, la Srta.
de Maeztu especifique que el numeroso grupo de Madrid
iría dirigido por la «Doctora en Ciencias Físicas» Elena
Felipe. Elena, desde luego, se había convertido en una
colaboradora predilecta de la directora, que seguramente
la respaldaría para que ingresara en la enseñanza
secundaria del Instituto-Escuela el curso 1927/1928, y allí
permaneció, asumiendo la excelencia educativa de la ILE,
hasta 1932.
En realidad, en una de sus cartas de recomendación, la
directora la presenta al entonces director general de
Enseñanza Superior y Secundaria —Miguel Allué Salvador
—, de manera que podemos saber con exactitud lo que
doña María pensaba de ella:
13 de noviembre de 1929
[…] Aunque me figuro que estará usted lleno de peticiones solicitando
las cátedras que interinamente han de proveerse en el nuevo Instituto
Femenino de Madrid, me tomo la libertad de molestarle encareciéndole
tenga presente la instancia de la Srta. Elena Felipe González que tiene
un expediente muy brillante y en la que concurren circunstancias muy
apreciables de experiencia y laboriosidad a pesar de ser joven. Es
auxiliar de la Universidad de Madrid, profesora auxiliar del Instituto-
Escuela y profesora de la Residencia de Señoritas de mi dirección. Hizo
la Reválida con sobresaliente y el Doctorado con Premio en todas las
asignaturas. Me parece que pocas muchachas podrán presentarse con un
expediente tan brillante […] (ARS, 54/12/33).

Así era, Elena Felipe se encuentra entre las primeras


mujeres que llegaron a trabajar en la universidad. Para el
curso 1929/1930 desempeñó una plaza de auxiliar de la
Facultad de Ciencias, pero no resultó seleccionada para
entrar en el centro femenino. Se conserva en su expediente
de la Junta la solicitud de un certificado sobre los servicios
prestados, ya que, para participar en el concurso de
auxiliar en la universidad, «necesitaba aportar el mayor
número de méritos»252, algo que suena de lo más actual.
Desde 1928 también perteneció a la Sociedad Española de
Física y Química, otra vía para seguir formándose, al igual
que su asistencia al Cursillo de Geoquímica, con prácticas
sobre «la determinación de la estructura de los minerales»,
impartido por el científico Gabriel Martín Cardoso en 1933
y orientado a la interpretación de roentgenogramas
sencillos como iniciación al estudio de la estructura de los
cristales, según aparece en la Memoria de la JAE de ese
año253.
Finalmente, como ya adelanté, terminó orientando su
vocación hacia la enseñanza secundaria, aunque hubo de
esperar hasta 1932, cuando, con la experiencia adquirida
desde 1927, sí quedó seleccionada como profesora
encargada de curso con carácter interino en la sección de
Ciencias del Instituto Velázquez de Madrid254. Al terminar
ese primer año en la enseñanza pública, fue admitida para
seguir los Cursillos de Formación del Profesorado de 1933.
Mantuvo su trabajo en ese mismo centro durante cuatro
años más, hasta 1936. Por fin, al igual que Caridad Marín,
firmó y fue admitida a las oposiciones a cátedras de
institutos previstas para el verano de 1936255 y que no
tuvieron lugar. Como último eslabón de esta cadena
profesional, se puede decir que Elena Felipe se mantuvo en
ejercicio activo durante la guerra y fue profesora del
Instituto Lope de Vega, uno de los tres que permaneció
abierto durante la contienda256.
Elena aunó en su actividad su inclinación por las ciencias,
su vocación social y pedagógica y su convicción feminista.
De esto último trataba precisamente la conferencia que dio
en su tierra, pero ya antes había mostrado interés por
contemplar unidas la realidad de la enseñanza y la
condición de mujer. En 1926 se ocupa la prensa de un
encuentro celebrado en la Casa del Estudiante en el que
Elena intervino en representación de la Confederación de
Estudiantes Católicas Femeninas, un movimiento asociativo
dentro de Acción Católica con el que la Iglesia quería
seguir manteniendo su presencia dentro de los
movimientos asociativos de mujeres y de estudiantes, en
este caso, al igual que sucedió en el movimiento sindical.
En su charla, la oradora denunció el abandono que
predominaba en los centros docentes257. Parece chocante
esta militancia frente al reivindicativo anticlericalismo
paterno, pero así era. Sin embargo, para la etapa
republicana la profesora se inscribe en otro tipo de
contextos menos eclesiásticos. Retomará su temática
feminista en su colaboración con las Misiones Pedagógicas;
en 1931 participó en la misión de Ayllón (Segovia) y en
1932 en Navas del Madroño (Cáceres). En la primera,
Elena impartió para los vecinos una conferencia sobre «la
mujer en la nueva Constitución». La crónica periodística de
la actividad transmite una visión dorada de aquella
experiencia que, según la memoria interna del Patronato, lo
fue algo menos. La misión de Ayllón se celebró en
diciembre de 1931, era la primera y tuvo un carácter
experimental. Se proyectaron películas de cine sonoro —
Romanza sentimental, El ogro, Sinfonía polar, El barco
encantado— y joyas del cine mudo —Moana y Chang—,
además de diversos documentales educativos: «Los cantos
regionales, música clásica, lecturas y conferencias han
tenido cautivado al pueblo, que ha vivido emocionado por la
cultura y el arte todos estos días que ha permanecido la
Misión entre nosotros»258. La descripción interna
contradice esa imagen idílica, aunque ambas coinciden en
la actitud arrobada de la población:
Es la primera salida, la Misión de ensayo, cuyos resultados y
aportaciones han de señalar, con amplio margen de flexibilidad, el rumbo
espiritual de las Misiones subsiguientes. Forman en ella los vocales del
Patronato doña Amparo Cebrián de Zulueta y don Enrique Rioja; y los
colaboradores señorita Elena Felipe y don Guillermo Fernández,
profesores auxiliares del Instituto-Escuela de Madrid; don Abraham
Vázquez, abogado; don Carlos Velo, comisario de la F. U. E., y don
Antonio Bellver, estudiante. Colabora también espontánea y
gratuitamente la Sociedad de Industrias Eléctricas Españolas con la
aportación de un cine sonoro. La Misión tropieza con dificultades de
orden material solo compensadas por el entusiasmo y la adhesión
cordialísima de todo el pueblo: local mezquino, voltaje insuficiente,
tiempo desapacible, frío intenso. La actuación se extiende a los pueblos
próximos: Santa María de Riaza, Ribota, Saldaña, Estebanvela 259.

El recorrido personal de Elena Felipe había encajado en


el motor de la renovación educativa y cultural de la
República. Meses después repetía la experiencia en la
misión a Navas del Madroño, que se trasladó
posteriormente a los pueblos cercanos de Garrovillas,
Salorino, Herreruela y Piedras Albas y, según la Memoria
del Patronato, la formaron, además de ella: doña María
Zambrano, profesora auxiliar de la Universidad Central;
don Juvenal de Vega, inspector jefe de la provincia; don
Abraham Vázquez, abogado, y don Antonio Sánchez
Barbudo, estudiante; con la colaboración de don Julián
Rodríguez Polo, profesor de la Normal de Cáceres; don
Miguel Orté, director del Instituto Provincial de Higiene;
don Antonio del Campo, médico, y don Eduardo Málaga,
presidente de la Asociación Provincial del Magisterio. Elena
Felipe y la filósofa María Zambrano convergían en varios
puntos de su evolución vital hasta entonces: ambas
coincidían como profesoras de la Residencia de Señoritas,
auxiliares en la universidad, eran profesoras de instituto y
finalmente las dos figuraron entre las firmantes a cátedras
de instituto en 1936.
En relación con su vida profesional, Elena Felipe fue
tomando ciertas decisiones personalmente decisivas en la
historia de España que estaba por venir: se afilió a la UGT
en la Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE),
en cuya organización, como señala María Poveda,
sobresalieron dos residentes, Pilar de Madariaga Rojo y
Encarnación Fuyola Miret, igualmente licenciadas en
Ciencias, y donde también se encontraban las bibliotecarias
y residentes Teresa Andrés Zamora y Luisa Cuesta
Gutiérrez. En marzo de 1936 fue elegida tesorera de la
nueva junta directiva de la Asociación Profesional de
Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias,
acompañada de Julio Hernández (presidente), Juan Vicens
(vicepresidente), María Calvo (secretaria) y Antonio Garcés
(contador).
En ese escenario y rodeada de colegas represaliadas que
en su mayoría terminaron en el exilio —Madariaga Rojo,
Fuyola Miret, Andrés Zamora— o padecieron sanciones —
Cuesta Rodríguez—, no sorprende que la represión
franquista detuviera su carrera profesional, apartándola
durante años. En el Centro Documental de la Memoria
Histórica se encuentra la ficha de su expediente, en la que
figuraba como «Presidenta de la Comisión Ejecutiva de la
Provincial de Trabajadores de la Enseñanza de UGT»260.
Desconozco cómo transcurrió la existencia de Elena Felipe
en las siguientes décadas, hasta que en 1960 reaparece,
todavía opositando a profesora de secundaria, y obtiene
entonces una plaza de profesora adjunta de Física y
Química en el Instituto Verdaguer de Barcelona, el cual
curiosamente había sido en 1932 el Instituto-Escuela de la
capital catalana261. Un último registro la sitúa en 1969,
cuando aparece participando en un concurso de traslado
que la lleva como agregada a Alcázar de San Juan para el
curso 1969/1970262.
Se conserva en el Archivo del Registro Civil de Higuera
de Vargas copia del acta de defunción de la profesora Elena
Felipe González, que sucedió en Madrid en 1977, siendo
viuda (me sorprendió porque había dado por hecho que
había permanecido soltera). Consta en él su enterramiento
en el cementerio civil de Madrid; es decir, pasado el
tiempo, fue olvidando su militancia católica y se acercó a la
herencia paterna.

Entre la investigación y la docencia, Emilia Fustagueras


Juan
Emilia Fustagueras nació en 1897 en Barcelona y se la
considera la primera mujer que obtuvo una cátedra de
instituto en Historia Natural. En realidad, es difícil marcar
una línea clara entre las docentes en áreas científicas y las
consideradas netamente investigadoras de ciencias, porque
unos límites tan estrictos no existían entonces (se acaba de
indicar que Elena Felipe comenzó como auxiliar en la
universidad). Si hoy resulta casi imposible desarrollar una
investigación fuera del ámbito universitario, en los años
veinte y treinta aún lo era más. La carrera investigadora
implicaba prolongar una situación económica inestable y de
provisionalidad, así que las investigadoras que necesitaban
asegurarse un porvenir con mayor premura debieron optar
pronto por una carrera docente en la secundaria. La
investigadora Ángeles Delgado Martínez ya llamó la
atención sobre esta mujer de ciencias263. Emilia estudió su
licenciatura en Ciencias Naturales y Farmacia gracias a
una Beca Museo Universitaria otorgada por la Academia de
Ciencias y Artes de Barcelona. En 1927 obtuvo su título de
licenciada; además de ayudarse con su beca, mientras
estudiaba trabajó como auxiliar del Laboratorio de
Mineralogía y Cristalografía en el Museo de Ciencias de
Barcelona y también impartió clases en la Escuela de
Enfermería Santa Madrona, de esa ciudad. Por otra parte,
en 1926 ocupó por oposición una plaza de practicante en la
farmacia del Hospital Clínico de la Facultad de Medicina de
la Universidad de Barcelona. Casi simultáneamente,
colaboró como ayudante interina en la sección de Ciencias
del Instituto de Gerona —1925— y en 1928 en el Instituto
Balmes de Barcelona. Sin duda a su día le faltaban horas.
Los datos anteriores permiten ir trazando el perfil de una
mujer inteligente y con capacidad de iniciativa, pero sin un
patrimonio que le permitiera estudiar —y menos vivir— sin
trabajar, lo que sirve para entender mejor su breve
correspondencia con la Residencia, a la que llegó en el
curso 1929/1930 para realizar los cursos de doctorado en la
Universidad Central, en consonancia con una atracción por
la investigación científica de la que había dejado constancia
desde muy joven, cuando en 1917 comenzó a asomarse a
los laboratorios.
Sobre papel de la farmacia del Hospital Clínico envió su
primera carta a Madrid en febrero de 1929 explicando eso:
que deseaba conocer la Residencia y alojarse en ella
mientras preparaba sus exámenes de doctorado (ARS,
31/47/1); al poco tiempo, remite el formulario de
inscripción deteniéndose en el precio del alojamiento y de
los servicios que deseaba recibir, que ascendían a 188
pesetas; había optado por una alternativa módica porque se
movía con un presupuesto ajustado (ARS, 31/47/2).
Definitivamente, en marzo de 1929 comenzó su etapa
madrileña, que no la condujo, no obstante, a la defensa de
la tesis doctoral, probablemente porque constatara que de
la investigación una mujer difícilmente podía vivir con
tranquilidad en la España de 1930, así que resolvió retomar
la docencia y en 1931 la localizamos como catedrático
interino de Historia Natural en el Instituto Maragall de
Barcelona. Se presentó a oposiciones de cátedra en 1932 y
las aprobó, y obtuvo como primer destino el Instituto de
Huelva264, al que solo se acercó para tomar posesión en
enero de 1933, porque en marzo se le concede una permuta
para que don Joaquín M.ª Chirveches Aranguren ocupara
su plaza de Huelva y ella la del Instituto de Gerona265.
Si queremos saber qué significaba en realidad ser la
primera mujer en obtener una cátedra de instituto en
Historia Natural y Fisiología e Higiene, se puede consultar
el Escalafón de los catedráticos numerarios de Institutos
Nacionales de Segunda Enseñanza del año 1934 y
comprobar que la científica era la única mujer en un
colectivo formado por setenta catedráticos y una
catedrática, ella, que ocupaba el último lugar en el
escalafón de esa materia. En realidad, entró a formar parte
de un cuerpo formado por 839 personas en el que tan solo
figuraban 26 mujeres, y en el que la catedrática mejor
situada ocupaba el lugar 269. Fustagueras, que había
ingresado en 1932, se hallaba en 1934 en el grupo de
octava categoría y en la posición 642266.
En realidad, tampoco desempeñó su docencia en Gerona
en aquel momento, porque su paso por la Residencia no
había sido en vano y la búsqueda de formación la acercaba
nuevamente a la JAE; pidió y obtuvo una comisión de
servicios para incorporarse al Instituto-Escuela de
Barcelona y allí se asentó en 1934 con la idea de combinar
docencia e investigación, lo que probablemente hizo
temporalmente, hasta que llegó la guerra. En el expediente
disciplinario que se le abrió después, quedó inhabilitada
para el ejercicio de cargos directivos y de confianza en
instituciones culturales y de enseñanza, pero fue
readmitida en su ejercicio docente en su plaza de
Gerona267.
Aunque no retomó su carrera investigadora, guardó algo
de su juvenil vocación y en 1950 publicó Ciencias
cosmogónicas, un manual de ciencias naturales para
bachillerato268, publicado en su primera edición en 1950 y
que conoció muchas reediciones. La autoría de un manual
se convertía en sí misma en una proeza, porque muy pocos
libros de texto o materiales pedagógicos para la docencia
de secundaria llevaban, entonces, una firma femenina.
Milagros Martínez Prieto «estaba muy rabiosa»
El Laboratorio Foster estimulaba a las estudiantes de
Farmacia y a las de Ciencias. Entre estas, me centro en
otra trayectoria reseñable, la de la estudiante sevillana
Milagros Martínez Prieto, que cursó un doctorado en
Ciencias y conoció en Madrid a quien sería su marido,
Pedro Laín Entralgo. El interés de su presencia allí es
doble: de un lado, sirve para ilustrar el ambiente cultural y
las múltiples puertas que la vida en la Residencia abría
para sus estudiantes, aspecto sobre el que ya he tratado; de
otro, para ejemplificar la diversidad en la procedencia
social e ideológica de las residentes.
La doctoranda estaba en Madrid en el curso 1932/1933 y
aquel verano realizó los cursillos del profesorado y aprobó
la selección de encargada de curso. Se conserva una única
carta relacionada con ella, la de su padre Jesús Martínez a
María de Maeztu, fechada el 29 de mayo de 1932, en la que
agradecía a la directora los positivos informes sobre su hija
y confirmaba que Milagros permanecería en la Residencia
el curso siguiente. Añadía también una reflexión que
demuestra el valor de la documentación epistolar para
conocer el carácter de sus autores; este padre describía a
sus hijos como «acostumbrados al trabajo y educados en la
verdadera democracia» (ARS, 37/69/2). Una declaración
que cobra sentido, porque Jesús Martínez Martínez, médico
dermatólogo en Sevilla, afiliado a Izquierda Republicana,
era rotario. Perteneciente al entorno de amistad de Blas
Infante, fue víctima, como él, de la sublevación franquista;
murió por aplicación del bando de guerra el 8 de agosto en
la carretera de Sevilla a Dos Hermanas269.
Después de realizar los cursillos de 1933, para 1934
Milagros había regresado al sur y obtenido una plaza como
encargada de curso en la materia de Física y Química del
Instituto Elemental de Segunda Enseñanza de Utrera;
también era la secretaria del centro. Igualmente, Laín
Entralgo desempeñaba una plaza de médico en la ciudad y
no tardaron en casarse. Lo hicieron, siguiendo la tradición,
en la ciudad de la novia, en diciembre de ese año; un
matrimonio entre diferentes: ella, una joven afín a
Izquierda Republicana, y él, prometedor falangista.
Milagros ocupaba la misma plaza cuando quedó separada
del servicio en junio de 1937 como consecuencia de un
expediente de depuración. Ante la Comisión Depuradora de
Sevilla se presentaron los cargos de falta de asistencia a
clases, ser simpatizante del Frente Popular y, en concreto,
«muy afecta a Izquierda Republicana» —como su padre— y
estar afiliada a la UGT; se la tachó de «irreligiosa» y de
manifestar una «desenvoltura modernista» y se dictó la
sentencia de separación definitiva. Milagros no compareció
al juicio; estaba ausente, en Valencia270. Tras la guerra, el
matrimonio vivió en Madrid, ella no volvió a la enseñanza y
no solicitó revisión de su causa hasta 1966, por lo que
hasta entonces se mantuvo la sanción.
A pesar de la compenetración con su esposo, Milagros
mantuvo la herencia del pensamiento liberal, y así lo
advertía en un informe sobre el matrimonio Pilar Primo de
Rivera, enfatizando su conexión con el mundo de la
Residencia:
Madrid, 15 de julio de 1943:
La esposa de Pedro Laín Entralgo se llama Milagros Martínez Prieto
[…]. Y se sabe que influye enormemente sobre su marido y que, por
desgracia, es ella de ideas avanzadas, habiendo sido fundadora de la
FUE [Federación Universitaria Escolar].
Está muy rabiosa porque su marido [parafraseando] «es un tonto que
no se acaba de convencer de que, con esta gentuza, no va a ninguna
parte, y confirmará para él la serie de injusticias».
Es íntima del CIE (Centro Internacional de Enseñanza) que sabe V. es
todavía de la Institución Libre de Enseñanza, de la que hacía mucha
propaganda la mujer de Laín de soltera271.

Con CIE se refiere al edificio de Miguel Ángel 8, el


International Institute, que tras la guerra había vuelto a sus
propietarios norteamericanos, y pasado un tiempo se
utilizaba nuevamente para la enseñanza, y donde siguió
abierta la antigua biblioteca de la Residencia, mientras que
en Fortuny se instalaba el Colegio Mayor femenino Santa
Teresa de Ávila, dirigido por la Sección Femenina de
Falange. Volviendo al texto, razón tenía Milagros para estar
«rabiosa», tras el triste destino de su padre. Mantuvo, no
obstante, sus antiguas amistades juveniles y recuerda el
luchador socialista Ventura Castelló Hernández que,
estando prisionero del franquismo, la primera persona que
le visitó en la cárcel fue su antigua compañera de
bachillerato, Milagros Martínez Prieto272. Probablemente,
como tanto temía Pilar Primo de Rivera, la posterior
evolución del escritor sea inseparable de la convivencia con
su esposa.

GUERRA ENTRE LIBROS


En capítulos anteriores ya había afirmado que el
laboratorio de ciencias y la biblioteca se constituyeron
como el corazón académico de la Residencia de Señoritas y,
en ambos casos, muy en relación con el vínculo de la casa y
el International Institute y sus profesoras norteamericanas.
En este sentido, conocemos también la creación de la gran
biblioteca de Miguel Ángel y la puesta en marcha de los
exitosos cursos de biblioteconomía; en el centro de todo
ello estuvo la bibliotecaria Enriqueta Martín Ortiz de la
Tabla, sobre la que centraremos nuestra atención en el
capítulo «Grandes aventuras». Se ha presentado, así
mismo, la trayectoria de otra de las pioneras de los
archivos y bibliotecas en España, Luisa Cuesta Gutiérrez,
que ganó su plaza de facultativo en las oposiciones de
1921. En un bien documentado texto de Evelia Vega sobre
las mujeres en archivos, museos y bibliotecas en la España
de la primera mitad del siglo XX, se destaca ese dato.
Precisa la investigadora que, con anterioridad a 1921, solo
dos mujeres habían ingresado en los cuerpos técnicos de
Archivos y Bibliotecas y que, ya en esa convocatoria de
1921, entre los veinticinco nuevos nombramientos para el
cuerpo facultativo figuraron cuatro: con el número 6 en el
listado de aprobados estaba Áurea Lucinda Javierre Mur;
Rafaela Márquez Sánchez había sacado el número 12;
Ernestina González Rodríguez, el 15, y el 16, Luisa Cuesta
Gutiérrez. Rafaela, Ernestina y Luisa eran residentes.
También lo fueron cuatro de las mujeres que aprobaron en
la siguiente promoción, 1922: Luisa González Rodríguez,
hermana de Ernestina; Pilar Fernández Vega, que finalizó
su carrera siendo directora del Museo de América; Pilar
Lamargue Sánchez, que trabajó en la Biblioteca Nacional, y
Socorro González de Madrid, que obtuvo un primer destino
en Simancas y terminaría siendo directora del Museo
Arqueológico de Valladolid.
A ellas se fueron uniendo otras colegas de la Residencia:
Isabel Millé Jiménez, quien se incorporó a la Biblioteca
Nacional; la rompedora Teresa Andrés Zamora, en la
Biblioteca del Palacio de Oriente, al igual que Matilde
López Serrano y Pilar Plaza; María Buj Luna, que obtuvo
destino en el Archivo de la Delegación de Hacienda de
Badajoz. Carmen Guerra San Martín ganó la plaza de la
Biblioteca Pública de Córdoba en 1932, y en 1935
ingresaron Carmen Nieto González y Amalia Prieto
Cantero, que obtuvo destino en Simancas y pasó luego al
Archivo de Hacienda en Lugo, donde fundó la Biblioteca del
Soldado para el Frente y Hospitales y perteneció al Servicio
de Lectura para el Soldado de la España franquista273.
Algunas de ellas, como la gallega Pilar Fernández Vega,
ya despertaron hace tiempo el interés de la investigación.
Pilar obtuvo su primer destino en el Archivo de Hacienda
de Logroño, en 1922. En 1928 ingresa en el Archivo
Arqueológico Nacional y pasa a la historia como la primera
mujer conservadora de museos en España; se ha destacado
de ella su carácter viajero, que la llevó por los años treinta
desde Estados Unidos a la URSS, a donde viajó en 1935.
Con una vida llena de avatares, culminó su periplo personal
como directora del Museo de América de Madrid; murió en
1973274.
Las hermanas González Rodríguez, de Medina del Pomar
(Burgos), fueron tres en la Residencia: Ernestina llegó
primero, en 1920; al curso siguiente lo hizo Luisa y, ya en
plena República —entre 1933 y 1936—, se estableció en
ella la menor, Paula. Las tres estudiaron Filosofía y Letras.
Ernestina y Luisa prepararon y aprobaron oposiciones a
archivos. Ernestina había nacido en 1899; cursó
bachillerato en el Instituto de Soria y luego inició la
licenciatura en Salamanca, pero la terminó en la
Universidad Central, atraída por los centros de la JAE. En
el curso 1919/1920 fue becaria del Instituto de Estudios
Históricos, especializándose en Paleografía y Latín
Medieval con Pedro Zacarías García Villada; el curso
siguiente trabajó en el Instituto-Escuela y ya vivía en la
Residencia. Es posible inferir su espíritu abierto y su
curiosidad cultural del hecho de que ambas hermanas,
Ernestina y Luisa, participaran en la Orden de Toledo,
fundada por Buñuel en la Residencia de Estudiantes,
compartiendo amistad y literatura con Lorca, Dalí y Moreno
Villa —también archivero como ellas—, entre otros275.
En 1924 solicitó a la JAE consideración de pensionada
por seis meses, y la obtuvo, marchando a París con el
objetivo de buscar en el Archivo de Asuntos Exteriores y en
los Archivos Nacionales documentación para una tesis que
realizaba sobre «La vida de los expatriados españoles en
París durante los períodos emigratorios políticos del
reinado de Fernando VII». Allí tenía que permanecer hasta
marzo de 1925, pero, como ella explica a la Junta, había
encontrado tanta y tan interesante documentación que
solicitaba que se le ampliara la consideración por otros seis
meses, lo que no consiguió y, aun así, según le escribía al
secretario, José Castillejo, había resuelto quedarse en
aquella ciudad276. No parece, no obstante, que esa tesis
llegara a ser defendida. Durante la República prestó sus
servicios en la Biblioteca de Ciencias de la Universidad
Central y en la de la Escuela Especial de Pintura. En agosto
de 1939 se publicaba su cese y su separación definitiva del
Servicio277; se exilió a México y regresó mediados los
sesenta. En 1966 reingresó en el Cuerpo Facultativo de
Archiveros y obtuvo su destino en las Bibliotecas Populares
de Madrid, por un tiempo corto, porque se jubiló poco
después.
En cuanto a María Luisa, ocupó una plaza en el Archivo
General Central de Alcalá de Henares. Se dice de ella que
había sido alumna predilecta de Unamuno y que mantuvo
siempre con él una estrecha relación. En su grupo de la
Residencia de Estudiantes y en las tertulias de la Orden de
Toledo conoció a Juan Vicens de la Llave y se casó con él.
Les unía el disfrute de una cultura lúdica contraria a los
tópicos, el interés por el mundo del libro y la biblioteca, la
convicción del profundo sentido educativo y
democratizador de la lectura y su afán por impulsar las
Bibliotecas Populares, que fue una de las grandes líneas de
actuación de la República. Juan Vicens, militante
comunista, organizó el Servicio de Bibliotecas de las
Misiones Pedagógicas y destacó en el Comité Nacional de
Cultura Popular, una institución muy influida por el Partido
Comunista; acompañó a León Sánchez Cuesta en la
aventura de abrir la mítica Librería Española de París, tan
unida siempre al exilio republicano y a la cultura en
español de esa ciudad. Mientras, María Luisa consiguió la
consideración de pensionada de la JAE y residió en París el
año 1932. Solicitó ese respaldo institucional para acometer
una investigación sobre el Rosellón en el siglo XVII a través
de un fondo documental que estaba depositado en los
Archivos Nacionales y bajo la dirección del catedrático de
español en la Sorbona, Aurelio Viñas. Al final de su
estancia, octubre de 1932, entregó a la Junta la memoria,
«Incidentes ocurridos en los condados del Rosellón y la
Cerdaña durante los años 1640/41»278.
En 1933 terminó la experiencia parisina del matrimonio y
M.ª Luisa volvió a su trabajo de bibliotecaria, esta vez en la
Facultad de Letras de la Universidad Central. Se conserva
en la Residencia de Estudiantes una entrevista con M.ª
Luisa González, realizada cuando ya contaba con noventa
años y en la que repasa todo aquel tiempo de amistades y
agitación, sus años de residenta:
[…] Nos íbamos de excursión los sábados y los domingos con los
chicos, porque las chicas gozábamos de una libertad tremenda en la
residencia. Nos dejaban pasar la noche fuera, aunque las costumbres
eran diferentes de las de ahora y no pasaba nada; ni ellos se atrevían ni
nosotras hubiéramos consentido. Íbamos a Toledo, o a la sierra, o al
Museo del Prado, que nos explicaba estupendamente Dalí porque lo
conocía muy bien.

Recuerda la vorágine cultural que pusieron a su alcance


las Residencias:
[…] había muchas conferencias. Yo recuerdo haber escuchado a Madame
Curie, a Einstein, a Keynes, a Stravinski… En los días siguientes
hablábamos mucho sobre lo que habíamos oído, y hasta se organizaban
conferencias más divulgativas después, para poder entender cosas
complejas, como la teoría de la relatividad. Cada conferencia era un mes
de hablar sobre ello, de comprenderlo, de asimilarlo279.

Llegó el final de las revoluciones culturales. Al igual que


Ernestina, Luisa también fue dada de baja definitivamente
en el escalafón del cuerpo facultativo —en la misma orden
publicada en agosto de 1939— y vino el exilio. Juan Vicens
se marchó desde Francia a México, pero Luisa y sus dos
hijos se dirigieron hacia la URSS: «Pensábamos que era
para un año y fíjate», decía. Regresó a España en 1977.
Ejerció de maestra en Krasnovidovo, Stalingrado,
Bashkiria, en las casas-orfanatos de los niños españoles, y
fue jefa de la cátedra de español del Instituto de Relaciones
Exteriores y, desde 1951, profesora de español en la
Universidad de Moscú, donde crearía la primera cátedra de
Literatura Española y se convertiría en toda una leyenda —
expresa M.ª Cristina Gállego. En 1954 se reencuentra en
Moscú con su marido y, ya juntos, salen en misión a la
China Popular, para colaborar en el montaje y
funcionamiento de las emisoras de Radio Pekín para
España y América Latina; también trabajaron allí en la
enseñanza del español en instituciones pedagógicas. En
1959, muere Juan Vicens en Pekín.
María Luisa había nacido en 1900. Sus años se
acompasaron con los del siglo de las mujeres, que
contempló zarandeada por las convulsiones de Europa
occidental, la URSS y China. Mirando atrás, al hablar sobre
las nuevas libertades femeninas, expresó con firmeza que
las dos vías para conseguirlas habían sido los
anticonceptivos y la independencia económica. Fallece en
noviembre de 1998.
En el Comité Nacional de Cultura Popular Juan Vicens
trabajó codo con codo con otra colega bibliotecaria y
residente, la extraordinaria Teresa Andrés Zamora, gran
impulsora del proyecto de las bibliotecas circulantes con
las que se quiso que los libros pudieran llegar a todo el que
ansiara leer en cualquier punto de la geografía nacional. Ya
la conocemos porque, en septiembre de 1936, formó parte
de la comisión que sustituyó a María de Maeztu al frente de
la Residencia. Hoy resulta conocida gracias, en parte, al
trabajo en equipo de Blanca Calvo, Alicia Girón y Ramón
Salaberría, quienes han reconstruido su origen familiar y
su trayectoria humana: su padre, don Diógenes, era un
médico de ideas progresistas, y Pilar Zamora, la madre,
maestra en Cevico de la Torre (Palencia). El matrimonio
tuvo seis hijos y todos cursaron estudios superiores. Teresa,
que era la primogénita, nació en Villalba de los Alcores
(Valladolid) y recibió sus primeras enseñanzas en la escuela
de su madre en Cevico280.
El destino de la familia ejemplifica lo que significó para
algunos perder la guerra: a don Diógenes y uno de sus
hijos, también médico, los subieron en un camión y nunca
más se les vio con vida; otro de los hermanos murió en el
frente del Ebro; Isabel, su hermana, por una enfermedad
crónica, y solo quedaron la madre —maestra expedientada
— y dos de los seis hijos, porque Teresa, que marchó al
exilio, también murió joven.
Había nacido en 1907, llegó a la Residencia en 1928
siendo ya maestra y con los estudios de Filosofía y Letras
comenzados en la Universidad de Valladolid; los terminó en
la Central, donde quería realizar la tesis doctoral; así que,
una vez licenciada, se matriculó en los cursos de doctorado
y terminó inscribiendo su tesis con Manuel Gómez Moreno
sobre la rejería en España. Entre 1926 y 1929 trabajaba en
la Preparatoria del Instituto-Escuela con María de Maeztu y
también colaboró con el Centro de Estudios Históricos en
cursos e investigaciones de arte medieval. En 1931 aprobó
la oposición al cuerpo facultativo con la mejor valoración de
ese concurso; en segundo lugar figuró Matilde López
Serrano y ya en el puesto treinta —entre los cuarenta y tres
aprobados —quedó Severina del Carmen Guerra San
Martín, residentes y bibliotecarias que conoceremos a
continuación281.
Algo había cambiado entre 1921 y 1932; en esa última
convocatoria, la presencia femenina es mayoritaria y el
varón mejor situado en el listado de aprobados ocupaba el
octavo puesto. Teresa y Matilde consiguieron plaza en la
Biblioteca del entonces Palacio Nacional. Ambas
entendieron que haber alcanzado su plaza de facultativo no
cerraba su período de formación y quisieron aprovechar los
mecanismos de la JAE. Teresa Andrés disfrutó una pensión
en Alemania para el curso 1932/1933. Su expediente en la
JAE incluye una completa ficha de actividades que refleja
su actitud de no malgastar ni un minuto282. Asistió a clases
en el Instituto de Historia del Arte de la Universidad de
Berlín con los profesores Giese, Brinckman, Fischer y
Haufman. Trabajó en varios museos de Berlín (Altes
Museum, Neues Museum, Kaiser-Friedrich Museum,
Deutsches Museum y Pergamon Museum). Visitó
bibliotecas diversas especializadas en arte, para hacer
búsquedas bibliográficas (Staatliche Kunstbibliothek,
Kunsthistorisches Institut). En los meses de verano acudió
a cursos en la Universidad de Bonn con los profesores
Neuss, Clemen y Lüttgen y aprovechó para realizar un viaje
de estudios organizado por el Instituto de Historia del Arte,
con el que conoció Aquisgrán, Münster, Kleve, Emmerich,
Kalkar y Xanten, un recorrido por el arte medieval y la
arqueología romana de Renania del Norte / Westfalia. A la
experiencia, ella añadió sus visitas a las ciudades de
Dresde, Múnich y Núremberg, un periplo de un año por el
país donde emergía el nazismo, lo que muy probablemente
contemplaría. La observación de su expediente de la JAE,
su especialización en Alemania y sus visitas a museos
apuntan a una especial inclinación por la historia del arte
medieval, lo que explica la preciosa colección de fotografías
del románico de Castilla y León, su entorno cultural
(Palencia, Soria, Valladolid), incluida en el expediente de la
JAE y que debió de formar parte de una investigación en
marcha, que atendía, sobre todo, a las figuras de los
capiteles del Románico. Impulsada, sin duda, por esos
estudios y por la vivencia de la universidad alemana, se le
pasó a Teresa por la imaginación firmar las oposiciones de
una cátedra de Historia del Arte, Arqueología y
Numismática de la Universidad de Santiago, en 1935:
ciertamente, una ilusión sin posibilidades en aquel
momento, por mucho que las mujeres hubieran subido
escalones en la escala profesional española283.
En aquel entonces, entre la efervescencia republicana y
sus particulares revoluciones, llegó la guerra y la vida de
Teresa giró como un torbellino, al ritmo de su doble
compromiso con la democratización del libro y la política
republicana. Mientras su familia se desmoronaba, ella se
casaba con Emilio Gómez Nadal, historiador, profesor en la
Universidad de Valencia, comunista y al mismo tiempo
valencianista. Adquirió las máximas responsabilidades en la
gestión de la nueva política del libro y las bibliotecas, como
ha señalado Ramón Salaberría284, de ella dependió la
Sección de Bibliotecas de Cultura Popular, cuyo éxito a la
hora de impulsar la creación y distribución de pequeñas
bibliotecas por toda la España republicana que llegaron a
guarderías, hospitales, organizaciones políticas al frente o
a los cuarteles y hogares del soldado sitúa el investigador
en la estrecha colaboración entre Teresa Andrés y María
Moliner. Como bibliotecaria fue nombrada para la Comisión
Gestora del Cuerpo Facultativo de Archivos, Bibliotecas y
Museos, el organismo que se ocupó de coordinar el
funcionamiento de la red existente de bibliotecas que
dependían del Ministerio de Instrucción Pública y que tenía
que coordinarse con la Junta Delegada de Incautación,
Protección y Salvamento del Tesoro Artístico en la
planificación para salvar los tesoros de los archivos y
bibliotecas, que corrían peligro de destrucción ante el
avance de la guerra. En esta Comisión Gestora coincidió
con otra residente, Luisa Cuesta Gutiérrez, y con su ya
colega María Moliner.
En su visión revolucionaria no había distancia entre
cultura y política; para los sublevados, diría que tampoco:
unos distribuían bibliotecas y otros las quemaban, algo
tendrá el libro que merezca el fuego. La dimensión política
la llevó a ser delegada del Ministerio de Instrucción Pública
en Valencia, al tiempo que hasta 1938 presidió el Sindicato
de FETE-UGT en esa provincia. En correspondencia con su
trayectoria, Teresa, su jefe, el científico Tomás Navarro
Tomás —director de la Biblioteca Nacional, uno de los
mejores lingüistas de todos los tiempos, lo que le fue
reconocido por la Universidad de Columbia, para la que
trabajó durante su exilio en Estados Unidos— y Juan
Vicens, entre otros, fueron los primeros facultativos
cesados fulminante y definitivamente al terminar la guerra.
Teresa Andrés Zamora se exilió en París. En la embajada
española de la capital francesa trabajaba ya su esposo y
con él se reunieron Teresa y su hijo recién nacido. Para
aquellos jóvenes comunistas la guerra no había terminado y
prosiguieron su combate incorporados a la Resistencia; hay
que pensar que Teresa, una mujer culta y que hablaba y
escribía alemán, resultaría de la mayor utilidad. En
Francia, en 1941, nació su segundo hijo, Antonio. El
matrimonio, en constante peligro, decidió enviar a los dos
pequeños a Madrid para que vivieran con la madre de
Teresa. En 1944 murió Vicente por una enfermedad;
Antonio, pasado el tiempo, estudió Medicina, como el
abuelo Diógenes.
En París, la bibliotecaria comenzó a colaborar con el
insigne hispanista Marcel Bataillon, a quien podría conocer
de sus tiempos en la JAE y por la conexión del francés con
el Centro de Estudios Históricos. Bataillon, que destacó
siempre por su esfuerzo en auxilio de los exiliados
españoles y en su cruzada a favor de los intelectuales
antifascistas, contrató a Teresa para la elaboración de un
catálogo colectivo de los libros españoles en las bibliotecas
de París. Como mujer destacada en la lucha contra el
fascismo, Teresa colaboró en la organización del Primer
Congreso Mundial de Mujeres Democráticas que se
inaugura en París el 26 de noviembre de 1945 con la
participación de delegadas de 41 países, que acudieron
para fortalecer la defensa de los derechos de la mujer y
recomponer los nexos rotos entre feminismo, democracia y
pacifismo. Participó junto a Pasionaria, como la voz de las
mujeres españolas de la resistencia y de las comunistas,
pero ya estaba herida de muerte y lo que no consiguieron
dos guerras, lo hizo el cáncer: murió de leucemia en 1946.
Su hijo Antonio solo había vivido con ella año y medio, pero
guardó su diario, sus fotografías, sus documentos y las
conversaciones con su abuela para escribir su biografía285 .
Recojo de él la anécdota de que, prácticamente, lo único
que pidió Teresa a su madre cuando terminó la guerra fue
su cámara fotográfica, la que había utilizado para ir
recopilando los materiales de su tesis, que dejó muy
avanzada, según indica.

Carmen Guerra San Martín, una bibliotecaria sin calle


Compañera de Teresa Andrés en la Residencia y en los
cursos de biblioteconomía era Severina María del Carmen
Guerra San Martín, una bibliotecaria no tan recordada
como las anteriores. Encontramos su primera pista en un
precioso artículo de la escritora Elena Medel de 2013, que
bien merece una larga cita; en él se planteaba la deuda de
Córdoba con su bibliotecaria:
[…] Ni Carmen Guerra ni Pilar Sarasola figuran en el callejero de
Córdoba. Lo merecerían. Independientes en una época de zancadillas,
pioneras de las auténticas, de las que avanzaron sumando los hechos a
las palabras, de la memoria de una conocemos nada y de la memoria de
otra conocemos poco. Quien se refiera al grupo de poetas forjado en
torno a la revista Cántico no puede omitir los nombres de estas dos
mujeres que —Guerra como guía en el origen, Sarasola como mecenas en
su desarrollo— posibilitaron aquel milagro feliz en esta ciudad triste. Sin
embargo, las crónicas las ignoran, e incluso falsean la historia y
atribuyen a hombres sus logros y sus responsabilidades.
«[…] había una bibliotecaria en la Diputación que fue depurada,
inmediatamente la cesaron, e íbamos mucho a su casa. Esa mujer tenía
muchos libros y nos los prestaba. Se llamaba Carmen Guerra, era
asturiana [sic], y vivía con su madre. Y allí en los días terribles de la
guerra, mientras en la Iglesia de los Jesuitas estaban continuamente en
la Oración, las plegarias por el triunfo de las armas Nacionales y tal,
nosotros aprovechábamos para leer, Alberti, Lorca, Cernuda, etc. […].
Era socialista abiertamente declarada. Lo raro es que no se la llevaran
por delante. Simplemente la cesaron. Estaba en su casa recluida. Se
llamaba Carmen Guerra» —así recordaba Pablo García Baena a la
bibliotecaria Carmen Guerra, en una entrevista concedida en 2007 a la
revista literaria Nadadora— […]286.

Había que ponerse, pues, a reparar ese olvido: ¿quién era


Carmen Guerra? En el archivo de la Residencia solo
aparecían dos cartas, pocas, pero ambas con información
sustanciosa: en la primera, escrita desde Córdoba en enero
de 1934, la bibliotecaria pedía alojamiento en la casa,
dejando constancia de cierta guasa andaluza en contra de
los cordobeses: «5 enero 1934. Asuntos biblioteconómicos
me obligan a ir a Madrid —dulce obligación en este caso—
g g
y deseo me hagan Vds. un huequecito en la querida Resi,
pero tengan Vds. cuidado no me venga a Córdoba con un
radiador de la calefacción central. ¡Qué frío, Eulalia! Y esta
gente haciéndose la ilusión de que Andalucía es la Costa
Azul o algo parecido y sin decidirse a sustituir el brasero
por algo más positivo […]» (ARS, 37/76/3).
Fuera de la broma, la carta tiene valor por su membrete:
«El Jefe de la Biblioteca Pública, Córdoba», así que,
ciertamente, tenemos localizada a Severina del Carmen
Guerra como directora de ese centro.
En la siguiente carta, fechada en Bilbao unos meses
después, la bibliotecaria pide nuevamente alojamiento,
porque quiere detenerse en Madrid en su trayecto entre su
ciudad y Córdoba; nuevamente interesa el membrete:
«Santiago Guerra, Enfermedades del Aparato Digestivo.
Cirugía General. Bilbao», es decir, en esta ocasión, Carmen
había utilizado el papel de carta de su padre. Al saber que
Carmen Guerra había sido durante décadas directora de la
biblioteca de la Universidad de Oviedo, me dirigí a la
institución para que me pusieran en contacto con alguien
que la hubiera conocido y así fue como llegué a Ramón
Rodríguez Álvarez, que trabajó junto a ella y,
posteriormente, también desempeñó la dirección de esa
biblioteca universitaria; he encontrado en él una
inestimable ayuda para saber cómo era doña Carmen
cuando vivía en Oviedo.
Severina María del Carmen había nacido en 1907 en
Ollanza —Logroño—, de donde era natural su madre,
Piedad San Martín Castilla. Ya sabemos la profesión de su
padre. Era la única hija entre cuatro hermanos: el mayor,
Santiago, también era médico; José era magistrado, y el
tercero, Gabriel, empresario. Su padre ejercía en Bilbao y
en el instituto de aquella ciudad cursó Carmen un
bachillerato triunfal que la llevó a obtener su título en 1925
con sobresaliente y premio extraordinario287. Se matriculó
en la Universidad Central en el curso 1925/1926 y terminó
la licenciatura en los cuatro años preceptivos, en 1929. El
30 de septiembre de ese 1929 le fue otorgado el Premio
Extraordinario de Licenciatura. No hay duda: Carmen era
una joven aplicada y brillante, enamorada de sus estudios.
Permaneció en la Residencia hasta 1931 y aprovechó ese
tiempo para mejorar en lenguas modernas —alemán e
inglés— y siguió el curso de literatura española de Salinas
—curiosamente, recuerda Ramón Rodríguez que doña
Carmen le comentó que le había dado clases particulares
de latín al hijo de Salinas. En suma, estamos ante una
estudiante que aprovechó sus años universitarios para
aprender y que siempre será recordada como una mujer
muy culta y a la que le encantaban los idiomas. En su
infancia bilbaína pasaba los veranos en Burdeos, donde
aprendió francés. Durante el último curso como residente
preparó las oposiciones de archivos, que aprobó en la
convocatoria de julio de 1931, y de forma provisional se le
adscribe al Archivo del Ministerio de Fomento, pero, ya en
marzo de 1932, fue destinada a la Biblioteca Provincial de
Córdoba288, ciudad donde vivió la Guerra Civil, como
sabemos.
Aquella Carmen había subido el primer peldaño de la
escalera de su vida profesional y estaba llena de proyectos;
el segundo la llevaría a otra aventura, un curso en el
exclusivo Wellesley College, según recoge el archivo de la
JAE, donde consta que en la sesión del 24 de junio de 1932
se acordó concederle 3.000 pesetas para cubrir sus gastos
de traslado y la consideración de pensionada, porque
Carmen había conseguido una beca de aquel centro para
ampliar sus conocimientos de biblioteconomía. No se
conserva, no obstante, el expediente de la becaria, pero en
los años futuros recordaría con gusto aquella experiencia
que terminaría por convertirla, como a sus colegas
residentes, en una mujer de mundo, antes de recalar en la
provinciana Córdoba de aquellos años. Una vez allí, se
esforzó por dignificar la biblioteca pública, imbuida como
estaba del sentido social del libro, y la prensa recogió el
lucido acto de inauguración en abril de 1935 de la nueva
sede, en el Salón Antiguo del Censo —de la Diputación
Provincial—, al que acudieron el ministro de Trabajo, Eloy
Vaquero; el director general de Sanidad, Rafael Castejón; el
director de la Biblioteca Nacional, Miguel J. Artigas —que
había ayudado a la financiación de la obra—; el presidente
de la Diputación, Pablo Troyano, y un numeroso público de
catedráticos y maestras y maestros nacionales. En el acto,
todos tomaron la palabra, y Artigas explicó la concepción
republicana del libro y el fin que se proponían los
impulsores del proyecto, al querer extender los beneficios
del libro a todos los lugares de la geografía española289.
También habló la señorita bibliotecaria para explicar los
pasos que se habían dado hasta llegar hasta ese momento y
no sería poco el tiempo que a Carmen le habría llevado
preparar el traslado del centro y la organización de un acto
en el que hizo coincidir a tanta autoridad. Como
reconstruye Manuel Morente, «en aquel rincón de cultura
se fraguaría la primera amistad entre los fundadores del
grupo Cántico, los poetas Ricardo Molina y Juan Bernier.
Molina, muy interesado por los autores franceses y la
literatura latina, recibía allí mismo, de doña Carmen
Guerra, clases de latín. Mientras Juan Bernier colaboraba
con ella en la organización de la Biblioteca»290.
Aunque pasara frío, Carmen se incorporó, como se
comprueba, a la vida cultural de Córdoba y se fue metiendo
profesionalmente a fondo en aquel ambiente; además de a
la biblioteca, se dedicó a su otra vocación, la enseñanza y,
desde septiembre de 1935, se hizo cargo de una plaza de
profesora auxiliar vacante en la Escuela de Artes y Oficios
de Córdoba, sin dotación económica inicialmente y, a partir
del siguiente curso, ya sí contemplada oficialmente como
«Auxiliar temporal de Gramática castellana y Caligrafía»
por cuatro años y una retribución de 2.000 pesetas291. Por
otra parte, en el curso 1934/1935 figura matriculada en los
estudios de Derecho de la Universidad de Sevilla.
Con la guerra terminó su vuelo: en agosto de 1936 fue
detenida y por carta del 31 de octubre se le comunicó que
quedaba cesante según había ordenado el gobernador
militar, como sería ratificado después en el BOE de 16 de
junio de 1937292.
Su expediente disciplinario ejemplifica la particular
sinrazón en algunas de estas actuaciones293. Guerra San
Martín fue detenida en Córdoba el 6 de septiembre de 1926
y se le abrió expediente en noviembre de ese año, tanto por
su cargo de directora de la biblioteca como en su calidad
de profesora de Gramática en la Escuela de Artes y Oficios.
Era acusada de «izquierdista y marxista, siendo
propagandista de estas ideas en el ejercicio de su
profesión»; se decía, además, que celebraba reuniones con
jóvenes izquierdistas en el local de la Biblioteca Provincial
y que la unía una gran amistad de carácter político con el
catedrático socialista de la Universidad de Sevilla Manuel
Martínez Pedroso —que hubo de salir al exilio—, con el
alcalde socialista de Córdoba, Manuel Sánchez-Badajoz —
fusilado en agosto de 1936— y con Antonio Jaén Morente —
historiador y político andalucista, también exiliado. El
cuadro se completaba con la consideración de «irreligiosa».
Algunos destacados intelectuales de Córdoba se
manifestaron a su favor y con sus declaraciones se obtiene
un perfil muy distinto. Sobre ella aseguraba José de la
Torre y del Cerro, entonces director del Archivo de la
Delegación de Hacienda, que «entre sus jefes y
compañeros estaba considerada como uno de los valores
más positivos con que cuenta el Cuerpo, tanto por su
perfecto conocimiento de idiomas como por su extensa
cultura». Afirmaba que no estaba afiliada a ningún partido
y trataba de explicar las acusaciones justificando que,
«como mujer a la moderna, independiente de carácter, que
había viajado mucho por el extranjero, solía sostener en sus
conversaciones teorías muy especiales sobre materias
religiosas o filosóficas y de ahí que fuera considerada por
algunos como de avanzadas ideas políticas, sin serlo en
realidad». Tal vez no comprendía su defensor que en ella
justamente se castigaba la independencia y la heterodoxia.
Insistía en su valía Samuel de los Santos Gener, entonces
director del Museo Arqueológico, y añadía «su juvenil
entusiasmo y deseos de implantar […] una Biblioteca a la
moderna» y que, como la acusada conocía bien las mejores
bibliotecas de la nación y algunas famosas norteamericanas
e inglesas, «acarició la ilusión de ampliar la Biblioteca y
modernizarla», lo que la «obligó a realizar frecuentes
visitas a las autoridades republicanas». Detallaba que
incorporó muchos libros europeos y norteamericanos, los
cuales «aun siendo revisados, no se puede decir que sean
nocivos ni pornográficos ni divulgadores de ideas
irreligiosas», y concluía añadiendo que, mientras que otros
jóvenes llegaban a provincias deseando volver a Madrid,
«la Srta. Guerra, no». Con parecidos argumentos se
expresó el director del Museo de Bellas Artes, Enrique
Romero de Torres: «No la oí nunca hablar de política, pues
estuvo siempre dedicada con gran laboriosidad y pericia a
la reorganización de los libros, códices y manuscritos», y
recalcaba que con su trabajo había transformado por
completo la biblioteca, «incluso dotándola de calefacción
para beneficio de los lectores que se han multiplicado» —
un detalle que nos hace sonreír al recordar el frío que
Carmen pasaba en Córdoba.
En consecuencia, hasta octubre de 1942, no pudo ejercer
ningún trabajo y, al menos durante los primeros años,
simplemente permaneció encerrada en casa. En 1942 pasó
un juicio de revisión que rebajó la sanción, sustituyendo el
cese definitivo por: traslado forzoso de Córdoba, con
prohibición de solicitar cargos vacantes durante cinco
años; postergación durante cinco años; inhabilitación para
cargos directivos y de confianza; prohibición de solicitar
haberes atrasados294. A consecuencia de ese destierro, llegó
a la biblioteca de la Universidad de Oviedo, donde
desempeñó desde el comienzo las funciones de dirección
sin que fuera oficial, porque se había jubilado el director,
pero aún tuvo que esperar mucho, hasta 1948, para ser
rehabilitada del todo (perdiendo por supuesto el derecho a
los haberes anteriores). Es decir, a causa de ideas como el
sentido social de la biblioteca y el libro, Carmen quedó
postergada durante doce largos años y, aunque en Oviedo
tuviera un nuevo comienzo, ya nadie vio a aquella jovencita
que una vez creyó que España podría mejorar por medio de
la lectura. En Oviedo nunca se refirió personalmente a su
tropiezo, si bien se manifestaba como furibunda
antifranquista y hablaba con desprecio de las falangistas;
allí se rumoreaba que había sido denunciada por un
subalterno por escuchar la radio internacional, tal vez un
rumor basado en que siempre siguió escuchando las
cadenas internacionales.
Retrata el escritor y periodista Ignacio Gracia Noriega a
la doña Carmen directora de la biblioteca universitaria de
esta forma: «Doña Carmen Guerra era una directora de
biblioteca admirable y mujer erudita y culta; pero le
pasaba, y supongo que le sigue pasando, aunque ya está
jubilada, lo que a casi todos los bibliotecarios: que a causa
de una extraña modestia, a la larga se quedan en
bibliotecarios, lo que no es poco». Si era así, un purgatorio
de doce años bien podría explicarlo, en su caso295.
Llegó a Oviedo con su madre y su vida siguió adelante,
aunque con menos experimentos. Se mantuvo interesada
en los idiomas y publicó del alemán el artículo científico
«Las Brañas: contribución a la historia de las
construcciones circulares en la zona astur-galaico-
portuguesa»296. De nuevo se incorporó a la docencia y en
los años sesenta era profesora auxiliar de Latín en el
Instituto Jovellanos. Rehízo una gran biblioteca personal y
su colega recuerda, en particular, que disponía de «muchos
libros sobre las sufragistas y sobre la mujer en general.
Tenía sensibilidad feminista». Esto me recordó que la
biblioteca de la Residencia de Señoritas llegó a convertirse
en una de las mejores bibliotecas europeas sobre temas
feministas y, más aún, que vivir allí, como se comprueba en
todas nuestras protagonistas, significaba vivir el
feminismo, con lo que implica de autoafirmación y,
entonces, riesgo.
Menciona Ramón Rodríguez que mantuvo una estrecha
amistad con Juana María Casinelles y con una bibliotecaria,
Modesta Rodríguez San Juan —Modesta también había
vivido en la Residencia, estuvo matriculada en Química
entre 1933 y1936—; de ella se contaba que en sus años
madrileños había participado en La Barraca y que había
sido novia del pintor José Caballero, que preparaba las
escenografías para las obras: tres mujeres especiales que
formaban un trío llamativo al que podría hacerse extensivo
el recuerdo de Ramón Rodríguez: «En cualquier caso, era
una mujer peculiar, muy interesante y se salía de lo común,
lo que era muy de agradecer en aquellos tiempos tan
ramplones»… Pero también recuerda a una persona muy
educada en el trato, pero «severa y difícil». Mantuvo
siempre el interés por la política, se jubiló en 1977, en
medio de la Transición, y manifestaba, entonces, simpatía
por Adolfo Suárez, sobre quien exclamaba: «Ramón, yo no
he cambiado. ¡Ellos han venido a mis posiciones!». Le
gustaba estar bien informada: «En sus últimos años, la
visité muchas veces en su casa. Era lectora voraz de
periódicos, seguía escuchando la radio, veía la televisión,
sobre todo los informativos, y escuchaba mucha música,
sobre todo ópera, en la que era muy experta».
Y como anécdota recuerda su colega que era muy
preguntona, rallando en lo indiscreto: «Por otro lado, era
muy curiosa y sin duda indiscreta en sus preguntas.
Recuerdo que una vez Modesta Fernández San Juan le dijo,
a propósito de alguna de esas indiscreciones: “Por Dios,
Carmen, qué preguntas haces; ¿cómo eres tan curiosa?”. Y
ella tan tranquila le contestó: “Mujer, no es curiosidad; es
interés humano”». Así la recuerda también Gracia Noriega:
La biblioteca era el mundo de doña Carmen y, luego, la calle del Rosal,
en la que siempre la veo, más que nada para que me pregunte cosas: que
si sé algo de Aurobel, que por dónde anda Jesús Hernández (por Salt
Lake City, doña Carmen, ¡estos matemáticos!), que cuánto me pagan por
los artículos que escribo (muy poco, doña Carmen, muy poco); y lo mismo
que se precipita sobre uno como un torrente, se va dejándole con la
palabra en la boca. Las bibliotecas de la Universidad eran dos, la de
Filosofía y la de Derecho, pero la más hermosa era la de Filosofía, con
sus muebles de madera, de un tono dorado, y la escalerilla que conducía
al altillo, que a mí siempre me recordó la biblioteca del profesor Higgins
en «My fair lady». Una mañana estaba yo allí abriendo un libro con un
cortaplumas; doña Carmen se acercó por detrás, me dijo: «No hay placer
mayor que abrir un libro», y se fue corriendo a su despacho. ¡Admirable
doña Carmen!

Severina del Carmen Guerra San Martín murió soltera en


1999 [véase imagen 9].

El gesto de Rafaela Márquez Sánchez


La correspondencia de la Residencia de Señoritas
permite hilar las biografías de otras bibliotecarias con
trayectorias bien distintas de las anteriores: jóvenes que
provenían de ambientes familiares y sociales comparables,
con una pareja formación intelectual, que coincidían en
proyectos personales de independencia económica y
respeto profesional, cultas, viajeras, retadoras, eligieron
destinos opuestos y enfrentados ante el imperativo de la
Guerra Civil. Me quedo pensando… En realidad la
Residencia se definía así, como un espacio de libertad con
anchos caminos que se bifurcaban según las vivencias o la
voluntad personal. Y, al fin y al cabo, en eso consiste una
guerra civil, una realidad destructiva, traumática, en la que
los amigos y aun los familiares dejaban de serlo.
Compañeras y colegas —Kent y Bohigas, Sánchez Arbós y
Ramírez de Arellano, Ernestina González y Rafaela
Márquez, Caridad Marín y Matilde López Serrano— se
colocaron a uno y otro lado de la trinchera.
Rafaela Márquez Sánchez había nacido en Linares, Jaén,
en 1892. Cursó el grado de Filosofía y Letras en Barcelona,
entre 1913 y 1916. Su madre, Rafaela Sánchez Posadas,
era maestra en la ciudad, según recoge La Vanguardia al
notificar la graduación de la aplicada Rafaela297, que había
destacado sobre todo en lenguas, y merecido Matrícula de
Honor en Árabe, Hebreo y Griego. Al final, recibió el
Premio Extraordinario de Licenciatura. A la joven Rafaela
de 1916 no le faltaba determinación y durante el curso
1916/1917 se marcha a Madrid, a la Residencia, con
objetivos bien definidos: matricularse en el doctorado y
preparar oposiciones a archivos, una dedicación doble que
le costaba mantener, según confesaba. En una primera
carta a María de Maeztu, del verano de 1917, se excusa
porque «17 de Junio de 1917 […] con la alegría de volver a
ver a mi querida mamá, me viniera casi sin despedirme y,
aunque algo tarde, [escribo] dándoles las gracias a V. y a
Rafaela —a la que hará el favor de saludar en mi nombre—
por las muchas atenciones de que he sido objeto por parte
de Vds. durante mi agradabilísima estancia en esa
Residencia», y añadía: «supongo volveré en Octubre o
Noviembre; veremos a ver, dependerá de cuándo se
anuncien las oposiciones» (ARS, 37/41/1). A lo largo del
verano, Rafaela mantuvo su comunicación con la directora
y a finales de agosto le explicaba su esfuerzo del verano y
su plan para el nuevo curso: «Barcelona, 25 de agosto
de1917 […]. Yo por aquí estudiando un poco en mi
preparación de Archivos y haciendo algo además en la tesis
doctoral para la cual estoy traduciendo del hebreo el libro
de Proverbios de Salomon ben Gabirol […]» (ARS, 37/41/2).
En Rafaela, como decía, se va reflejando el perfil de
persona no solo trabajadora, sino resolutiva y práctica;
además, debía de estar bien informada, porque, finalmente,
cuando volvió a la Residencia y pidió plaza para el período
de febrero a mayo de 1918 (ARS, 37/41/4 de 13 enero
1918), no iba ya solo para continuar con la investigación y
las oposiciones, sino que la razón de su traslado se hallaba
en la Gaceta del 7 de febrero de 1918, donde se la
nombraba «oficial de tercer grado de forma interina y por
necesidades del servicio» del cuerpo de archiveros298, y, en
una España todavía poco acostumbrada a que las mujeres
se incorporaran profesionalmente a la vida pública, su
nombramiento interino fue recogido por la prensa
madrileña y salió en El Debate299.
A caballo entre Barcelona y Madrid, Rafaela Márquez
continuó empujando sus proyectos: regresó a la Residencia
en 1919 y en 1920: «21 de abril de 1920. Mi distinguida
Srta.: El día primero del mes próximo quiero ir a ver si al
fin consigo presentar la tesis doctoral que tantas veces he
dejado, que por fin creo haber terminado» (ARS, 37/41/6).
Así fue: antes de las vacaciones de verano, la doctoranda
defendió su trabajo sobre el poeta y filósofo judeo-andalusí,
Salomon ben Gabirol: libro de escogidas perlas300. Meses
después, a finales de julio de ese 1921, veía nuevamente su
nombre impreso en la Gaceta, que daba cuenta del
resultado de las oposiciones a oficiales de tercer grado del
Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y
Arqueólogos por las que fue destinada al Archivo de la
Delegación de Hacienda de Tarragona301, y no iba a ser su
único éxito ese año, porque en septiembre una Rafaela feliz
se dirigía a su mentora hablándole de estos progresos;
utilizaba un papel con el membrete de su nuevo puesto —
Jefe del Archivo de Hacienda de Tarragona. Particular— y
declaraba: «Tarragona, 13 septiembre 1921. Hace días
pensaba escribirle participándole de mi toma de posesión
del cargo de Jefe de este Archivo de Hacienda donde, sabe,
estoy incondicionalmente a sus órdenes; pero suponía que
no habría regresado todavía a Madrid». Tenía razones
suficientes para compartir su satisfacción y lo hacía,
añadiendo: «Es muy probable que en octubre o noviembre
tenga necesidad de ir a Madrid al premio de Doctorado y
entonces tendría nuevamente el gusto de saludarla […]»
(ARS, 37/41/7).
En definitiva, que, a finales de 1921, tenemos a una
doblemente premiada Rafaela que había logrado, además,
afianzarse en un campo que le ofrecería un porvenir
brillante. Sorprende, por ello, el siguiente paso de su
trayectoria, pero sirve, precisamente por inesperado, para
ir configurando otros rasgos de su carácter: además de
trabajadora, resolutiva y práctica, Rafaela se manifiesta
como una persona ambiciosa y con aplomo, porque más que
eso se requería para firmar en 1923 oposiciones a cátedra
de universidad (doce años antes de que lo hiciera Teresa
Andrés). Efectivamente, en el largo listado de admitidos a
las distintas cátedras de la convocatoria que se publicaba el
5 de septiembre, entre docenas de caballeros, figuraba una
dama, doña Rafaela, como aspirante admitida para la
cátedra de Lengua Hebrea de la Universidad de Barcelona,
junto a la flor y nata de la universidad española de los años
veinte y treinta con nombres como Diego Angulo Íñiguez y
Juan de la Mata Carriazo (en las letras) o José Baltá Elías y
Fidel Enrique Raurich y Sás (en las ciencias)302. Raurich
había sido director del Laboratorio Foster de la Residencia.
No sabemos si se presentó, pero en este momento lo
importante radica en que decidiera hacerlo: aún hoy,
resulta arriesgado y difícil sobrellevar el peso de
presentarse a una oposición de cátedra contra corriente, es
decir, prescindiendo de las relaciones académicas que se
mueven en torno a uno u otro candidato. ¡Qué sería
entonces que una sola mujer, una joven doctora, osara
competir con otros candidatos! Se la vería totalmente fuera
de lugar.
Por supuesto, no aprobó. Interesa, no obstante, su
autoconcepción como persona suficientemente preparada y
su fortaleza, siquiera para desear entrar en campos en los
que ninguna mujer había aparecido aún, más allá de la
simbólica Emilia Pardo Bazán, que no había ganado una
cátedra por oposición, sino que fue un nombramiento del
Gobierno en 1916. No deja de ser sugerente que la primera
mujer contratada en una universidad fuera Luisa Cuesta
Gutiérrez —compañera en la Residencia y que aprobó las
mismas oposiciones— para impartir Geografía Política y
Descriptiva y Paleografía en Valladolid, y que Rafaela
firmara esta plaza de cátedra en 1923. Antes de la Guerra
Civil, ninguna mujer logró consolidar una plaza de
profesora universitaria y, de hecho, Ángeles Galino Carrillo,
catedrática de Pedagogía en la Complutense —en 1953—,
es considerada como la primera catedrática en España:
hubo, por tanto, que esperar tres décadas303.
Más allá del gesto, le quedaba por delante una valiosa
carrera en archivos y, en 1932, trabajaba en el de la
Presidencia del Consejo de Ministros. Como en tantas
vidas, la Guerra Civil provoca un giro en su trayectoria; en
este caso, interpreto que, por desafección a la República,
fue dada de baja definitivamente en el cuerpo, según la
Gaceta del 10 de septiembre de 1936304, aunque en 1938 se
hallara cumpliendo servicio en el Archivo de la Delegación
de Hacienda de Sevilla, dependiente del Gobierno de
Burgos305, de manera que, en noviembre de 1939, fue
repuesta en su plaza del Archivo de Presidencia306, a cuyo
frente está situada como directora en 1954307, y en ese
puesto se jubila en 1961. Rafaela muere nonagenaria en
Madrid, en 1985.

Matilde López Serrano, la espía de azul


Matilde López Serrano aprobó las oposiciones de
Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos en 1931 —junto
con Carmen Guerra y Teresa Andrés, como ya dije—;
consiguió de entrada una plaza en el Archivo de Hacienda
de Toledo, aunque, casi de inmediato, logró traslado al
entonces Palacio Nacional, y allí desarrolló una fructífera
carrera no solo entregada a la custodia de la biblioteca,
sino al estudio y la recuperación de volúmenes singulares
en este centro y en otras grandes bibliotecas del
Patrimonio Nacional. Diez años antes había llegado a la
Residencia desde Badajoz y permaneció hasta 1928; allí
hizo su mundo, su círculo profesional y de amistades, así
que, como veremos, se mantuvo siempre vinculada al
centro.
Cuando terminó Magisterio en la Normal de Badajoz,
Matilde se dirigió a María de Maeztu:
Badajoz, 15 de junio de 1921
[…] Muy Señora mía y de mi mayor consideración: Habiendo terminado
los estudios de Magisterio y deseando prepararme para ingresar en la
Escuela Superior del mismo, me han indicado y recomendado
calurosamente como la mejor para mi estancia en Madrid, la Residencia
que tan dignamente V. dirige. Y, en consecuencia, desearía obtener una
plaza. Le ruego se sirva indicarme las condiciones para obtenerla y las
que se refieran al régimen interior de dicho centro.
De mí le dará a V. informes D.ª Gloria Giner de los Ríos […] (ARS,
36/58/13).

La aspirante contaba entonces con veintidós años y


llegaba a la Residencia de la mano de una destacada
miembro de la ILE y colega de Maeztu en la Escuela
Superior y en el Instituto-Escuela, que viviría un largo
exilio junto con Fernando de los Ríos, su esposo. A lo largo
de ese verano se entrecruzan distintas cartas en las que
Matilde recibe y envía los formularios de inscripción,
formaliza su reserva y, finalmente, comunica que llegará a
la Residencia el 1 de octubre (ARS, 36/28/16). A partir de
ese momento, la ya residente va a mantener una doble
relación en su correspondencia: por un lado, se dirigirá con
frecuencia a la directora, saludándola en los veranos y
felicitando las Navidades y, en paralelo, y casi en los
mismos momentos, Matilde escribirá a Eulalia Lapresta,
pero con ella utilizará un tono más amistoso y cercano en el
que, ocasionalmente, la estudiante transmite ciertos rasgos
de su personalidad.
En su comunicación deja constancia de que vivía en
Badajoz con unos tíos, junto a una hermana, Magdalena, y
un hermano menor. Magdalena se hospedará
ocasionalmente en la Residencia, por ejemplo, en
septiembre de 1928, cuando acudió a examinarse de piano
en el Conservatorio (ARS, 36/57/22). En 1923 murió su tío y
Matilde escribirá dos cartas de agradecimiento por el
apoyo recibido en esa circunstancia penosa, a doña María y
a Eulalia. A la primera se dirigía el 15 de abril:
[Papel de luto] Una vez instaladas en nuestra casa […], más tranquilas
de espíritu, le pongo estas líneas para saludarle, anunciarle nuestra
llegada y decirle de nuevo lo muchísimo que le agradezco todas las
atenciones y delicadezas que han tenidos ustedes no solamente conmigo,
sino también con mi tía y el pequeño […].
Recuerdo siempre con mucho cariño y simpatía la Residencia, que ha
sido mi casa durante dos años y en la cual y bajo la dirección de V. tan
bien lo he pasado y tanto he aprendido. Crea que deseo que llegue mayo
para habitarla de nuevo y saludarla a V. […] (ARS, 36/28/20).

Es de suponer que, al final del curso, la estudiante


volvería a Madrid para los exámenes y luego tornaría a
Badajoz durante las vacaciones. Al final de ese verano,
recibió un encargo de la directora: por carta le enviaba una
serie de escritos para que consiguiera su publicación en la
prensa extremeña, y el 13 de septiembre escribía Matilde
comunicando que ese mismo día —día también del golpe de
Estado del general Miguel Primo de Rivera— salía en el
Correo de la Mañana el primero de los anuncios (ARS,
36/28/21), que hablaba del crecimiento que experimentaba
la Residencia:
La Residencia de Señoritas abrirá el próximo mes de octubre un nuevo
grupo de 30 plazas en locales anejos a los que ocupa en la calle Fortuny
30. La creciente demanda de las familias ha obligado a la Residencia a
ampliar sus edificios de tal forma que en el próximo curso podrá alojar a
150 señoritas estudiantes.
La Residencia ofrece cursos para la preparación de las carreras
universitarias de Ciencias y Letras y para el ingreso en la Escuela
Superior del Magisterio; tiene establecidas clases prácticas de
Laboratorio para las alumnas que siguen sus estudios en las Facultades
de Medicina y Farmacia […].
Los Laboratorios de Ciencias están bajo la dirección de una profesora
norteamericana, designada por el Instituto Internacional, perteneciente a
una de las más reputadas Universidades de mujeres de los Estados
Unidos.
Se concede especial atención al estudio de los idiomas extranjeros […].
Queda abierta la matrícula en la Secretaría de la Residencia durante
todo el mes de septiembre. Pueden pedirse informes y folletos a la
directora, doña María de Maeztu, calle de Fortuny 30, Madrid308.

Como en tantas otras ocasiones, la Residencia se apoyaba


en sus residentes como línea principal para ir consolidando
su crecimiento.
La relación de Matilde con Eulalia es más expresiva, ya
en la carta de abril de 1923 deja salir su abatimiento:
[Papel de luto] Badajoz, 14 de abril de 1923
Mi buena amiga: Bien pocas son las noticias que puedo darle y poco
agradables también, porque no tenemos el ánimo para nada ameno […].
Estoy deseando regresar a la Resi. Solo la pena de mi tía me hace no
pensar en Madrid algunas veces; pero crea que estoy aquí abrumada. Yo
que no me estoy quieta nunca y que ando siempre de un lado para otro
sin apenas detenerme en parte alguna, aquí casi no me muevo de un
butacón. ¡Con decirle a V. que me canso horrores de no hacer nada! […]
(ARS, 36/28/1).

La inquieta Matilde muestra un estado abúlico, propio de


un duelo. En su relación con Eulalia irá dejando ver otros
rasgos de su personalidad, por ejemplo, su sentido del
humor, con tendencia a reírse de sí misma; en septiembre
de 1924 le refiere que ha tenido un verano ajetreado:
Badajoz, 14 de septiembre de 1924
Al llegar aquí, hemos tenido que arreglar (o mejor desarreglar) la casa.
Toda la casa para empaquetar y embalar, porque mi tía se ha trasladado
a Granada y no he tenido tiempo de nada. Esto de las mudanzas es
trágico: con decirle a V. que prefiero un examen está todo dicho.
El día 17 llegaré a Madrid en el rápido de Andalucía que llega a las 10
de la noche […]. Espero que no me dejarán en la calle esa noche aunque
llegue tarde y que, a pesar de que la hora haya pasado, me tendrán una
cena preparada. ¿Por lo menos un vaso de leche, verdad? No va V. a
conocerme de negra que voy. «Febo me ha tratado este año muy
despiadadamente» […] (ARS, 36/58/4).

El mismo tono bromista asoma en la felicitación de


Navidad de ese año:
Badajoz, 22 de diciembre de 1924
[…] Yo estoy muy contenta entre los míos y sobresaturándome [sic] de
extremeñismo. Lástima que los días pasen con tanta rapidez. No quiere
esto decir que me disguste volver a la Resi, V. lo sabe, sino que lo bueno
pasa tan deprisa en todos sitios… Después de esta frase y de esos puntos
suspensivos, no me queda otro remedio que terminar: no quiero que al
seguir escribiendo se desvanezca el perfume jorgemanriqueño [sic] que
exhala […] (ARS, 36/58/5).

Una persona inquieta, bromista, que encontraba lo bueno


de cada sitio y disfrutaba el momento, pero que le gustaba
sobre todo la vida de la Residencia y en ello insiste en la
felicitación navideña de 1925: «[…] Le envío un abrazo
particular y otro colectivo para mis compañeras en la noche
de mañana. Especialmente afectuoso para las chicas que
pertenecen a mi mesa. Naturalmente me encuentro
encantada pero no por eso me acuerdo menos de esa casa.
Ya sabe que yo soy una enamorada de la Resi. Pero estas
estancias en la casa de una sabiendo que se ha de volver a
Madrid son deliciosas […]» (ARS, 36/58/8).
Asoma aquí, además, otro rasgo: Matilde demuestra ser
una residente extrovertida y cercana a diversas
compañeras; en la primera etapa viajará con paisanas como
Matilde Landa, Jacinta García Hernández o Caridad Marín,
a quienes denomina sus «amigas» —ya se habló de esa
amistad—; más adelante, se refiere con asiduidad a Carmen
Nieto y Luz —pienso que se refiere a Luz Cano—, que
también estudiaban Filosofía y Letras, y, todavía en 1933,
se dirigirá a Eulalia en nombre de otra antigua residente,
Carmen Muñoz, paisana de Badajoz, que terminó siendo
profesora de piano y necesitaba pasar una temporada en
Madrid para acompañar a sus estudiantes en los exámenes
del Conservatorio (ARS, 36/28/10).
En cuanto a sus estudios, su primer proyecto no cuajó, tal
vez, como en otros casos, por ejemplo el de la misma
Victoria Kent, porque no aprobó en la primera convocatoria
el examen del ingreso en la Superior; en cualquier caso,
terminó Filosofía y Letras. Además, en la Residencia había
recibido clases de francés y filosofía. Al final de su estancia
—se marchaba porque había abierto casa propia en Madrid
en otoño de 1928—, en un intercambio de notas con la
directora, la misma doña María, con tono algo nostálgico, le
recordaba sus clases de Pedagogía, donde la había
descubierto como una de sus alumnas más inteligentes
(ARS, 53/32/25). No obstante, Matilde siguió visitando la
casa y se matriculó en Biblioteconomía el curso 1930/1931,
mientras preparaba sus oposiciones de facultativo.
Su llegada al Palacio Nacional le abrió un mundo infinito
de posibilidades y se entregó con pasión al cuidado del
libro antiguo: el tratamiento y la recuperación de
incunables, el comentario de antiguas ediciones, el estudio
de las bibliotecas del Patrimonio del Estado, el análisis de
la iluminación y las miniaturas… De hecho, para observar
su dedicación basta con mirar su ficha de Dialnet309.
En octubre de 1934 enviaba un Saluda personal como
secretaria de la biblioteca del Palacio Nacional a Eulalia
Lapresta, con una invitación para que visitara la exposición
sobre Encuadernación artística que se exhibía en palacio.
Sin duda, la bibliotecaria encontró en esta iniciativa una
nueva dimensión libresca a la que también se entregó con
entusiasmo. La experiencia le sirvió de base para solicitar
al año siguiente a la JAE una estancia en Francia con la
idea de estudiar la encuadernación francesa de los siglos
XVIIIy XIX. Efectivamente, le fue concedida pensión por tres
meses y se marchó a París entre agosto y octubre de 1935;
con ello le sacaba partido, además, al francés de la
Residencia. Para cumplir con las exigencias de la
convocatoria, la pensionada envió puntualmente una reseña
de las actividades que iba emprendiendo; por eso podemos
conocer sus visitas a la colección de encuadernaciones del
Museo Cluny y del Museo del Louvre y la búsqueda
bibliográfica en la Biblioteca Nacional, durante el mes de
agosto, y, posteriormente, el estudio de las
encuadernaciones de la Biblioteca de Santa Genoveva, de
la Biblioteca Mazarina o de la colección Dutuit del Petit
Palais, entre otras310.
Para noviembre de 1935 y con un nuevo bagaje cultural,
la bibliotecaria había regresado a Madrid y en esa plaza
vivió la Guerra Civil. Sus responsabilidades como vocal de
la Junta Delegada de Incautación, Protección y Salvamento
del Tesoro Artístico han sido subrayadas por los
investigadores. En una primera fase se fueron recopilando
en los sótanos y salas de la Biblioteca Nacional los fondos
incautados de la más diversa procedencia —monasterios,
catedrales, palacios— porque corrían peligro de ser
asaltados, destruidos por las bombas… Pero pronto, el
peligro también acechó a la misma Biblioteca —como a la
joya hermana, el Museo del Prado— y se decidió el envío,
primero a Valencia y luego a Suiza, de los fondos del Tesoro
Artístico Nacional, para lo cual la Dirección General de
Bellas Artes creó la citada Junta Delegada. En julio de 1937
se reorganizó su composición y la bibliotecaria Matilde
López Serrano, en pleno ascenso administrativo, fue
incorporada como vocal (una dama y cinco caballeros)311.
Además, en diciembre de 1938, Matilde fue nombrada
delegada de la Dirección General de Bellas Artes en
Madrid312, lo que implicaba una responsabilidad de
vicedirectora general y, de hecho, en ausencia del director
general de Bellas Artes, el 22 de febrero de 1939 recibió
esa responsabilidad, quedando «encargada interinamente
del despacho ordinario y firma de los asuntos relativos al
cargo»313. En definitiva, que aquella jovencita extremeña
que llegó a Madrid con el sueño de estudiar en la Escuela
Superior se había convertido en parte sustancial del
mecanismo ideado para la salvación del Tesoro Artístico y
en ello trabajó, noche y día, sin descanso.
Y sin embargo… Otra visión complementaria a esta labor
heroica se descubre en su ficha en PARES (Portal de
Archivos Españoles)314, donde se explica que la «archivera,
bibliotecaria e historiadora española […] durante la Guerra
Civil ocupó el cargo de Delegada de Bellas Artes, […] en
este tiempo colaboró con el SIPM, el servicio de
inteligencia franquista, lo que evitó que fuera depurada al
finalizar la contienda».
Efectivamente, José Álvarez Lopera ha señalado que en el
fondo Jiménez Quesada del Museo del Prado figuraba una
ficha sobre Matilde López Serrano, que según el
investigador estaba redactada por ella misma y en la que se
declaraba que:
Desde 5 de Abril [1938] hubo de asumir la dirección del despacho de la
Junta, como vocal más antiguo, por ausencia temporal del Presidente de
la misma. Entonces y ante la presencia constante de dos agentes del
S.I.M. [Servicio de Seguridad] republicano y la ofensiva de peticiones de
obras de arte que el gobierno emprendió contra los depósitos de Madrid,
obtuvo el contacto directo con el S.I.P.M. [Servicio de Información y
Policía Militar, agencia de inteligencia de los sublevados] entrando a
formar parte de él, aunque desde antiguo y por enlaces, tenía relación
con el mismo315.

Desde muy pronto corrieron rumores de que en la


Biblioteca Nacional se había infiltrado una red de espías
franquistas camuflados en la CNT. Eduardo Pérez Boyero,
que reconstruye detalladamente el agitado proceso de la
salvación del Tesoro Nacional, se detiene en documentar el
movimiento de esta red y apunta a Matilde como uno de
sus agentes más activos, dada su posición destacada en la
Junta de Madrid; en enero de 1939 preparó un extenso
informe sobre lo incautado y el proceso de traslado del
tesoro y lo entregó con destino al puesto del SIMP. Ella
custodió la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico en
medio de los enfrentamientos finales entre partidarios de
Casado y los comunistas en el mes de marzo de 1939, antes
de que las tropas franquistas entraran en la ciudad, y,
cuando lo hicieron, allí estaba ella para izar la bandera
monárquica en el edificio de la Biblioteca, «mientras
gritaban hasta quedar sin voz: “¡Viva España! ¡Arriba
España!”»316. También se refiere a esto el joven
investigador Carlos Píriz, que afirma que en la Junta
Delegada funcionaba una célula de infiltrados compuesta
por Matilde López Serrano, Luis Martínez-Feduchi, Vidal
Arroyo Medina, Celestino Martín Parra y Cayetano de
Mergelina y Luna, director del Museo Arqueológico
Nacional (nuevamente la única mujer entre hombres)317.
Ya contaba la propia Matilde que ella era una mujer de no
parar; ahora sabemos que no le importaba vivir
peligrosamente en defensa de sus ideas conservadoras. Al
terminar la guerra, el director de la Biblioteca de Palacio,
Jesús Domínguez Bordona, fue depurado y no se
reincorporó, pero ahí estaba ella, sustentada sobre sus
servicios a los vencedores, de nuevo en su descomunal
biblioteca y entregada en vida a sus libros. A lo largo de los
años cuarenta fue ascendiendo en el cuerpo facultativo;
nunca sabremos qué sintió o si supo, siquiera, que su amiga
y compañera de viajes entre Badajoz y Madrid, Matilde
Landa, se había suicidado en la cárcel de Palma de
Mallorca como huida ante una represión inmisericorde, ni
si movió un dedo en favor de Caridad Marín. Mantuvo
siempre su plaza en el Palacio Nacional, que tan fructífera
investigación le permitía, y, entre otros campos, fue
ganándose el reconocimiento por sus estudios sobre
encuadernación que había emprendido al inicio de su
carrera. Esta especialización le granjeó lo que podríamos
considerar otra dimensión de su éxito, el poder de influir en
los nombramientos de profesorado en las Escuelas
Profesionales, porque en los años cincuenta integró
numerosos tribunales para la provisión de plazas que
tenían que ver con la factura del libro —encuadernación,
repujado en cuero, grabado, dibujo artístico—, esto antes y
después de obtener ella misma el nombramiento como
Profesor numerario de Historia de las Artes Decorativas en
el Instituto de Enseñanzas Profesionales de la Mujer en
mayo de 1957318, que simultaneó con la dirección de la
Biblioteca de Palacio.
Aunque el Cuerpo Facultativo de Archiveros,
Bibliotecarios y Arqueólogos había comenzado a
feminizarse en los años treinta y la dinámica se mantuvo
con la Dictadura —hasta que se le llegó a conocer con el
calificativo de La Cuerpa Matilde logró siempre situarse en
un marco de reconocimiento al que pocas mujeres podían
ascender y ella sería consciente de ello en momentos como
el viaje de la comisión que asiste al Congreso Internacional
de Bibliotecas que se celebró en Bruselas en 1955, en la
que figuraba como única señora junto a siete colegas319.
En los años setenta y ochenta, ya jubilada, siguió
publicando sus trabajos científicos sobre el libro; murió
nonagenaria en 1994. Hoy la Real Biblioteca del Patrimonio
Nacional custodia el Archivo Matilde López Serrano; los
recuerdos de Teresa Andrés los guardaba su hijo Antonio
en una caja que llegaría de Francia para su abuela y que él
heredó… Sin duda, consiste en esto el traído y llevado lío
de la Memoria Histórica, con los muertos que unos y otros
nos arrojamos: todos son muertos nuestros, pero a algunos
los hemos tenido más presentes que a otros.

INVESTIGADORAS EN CIENCIAS
Desde que Carmen Magallón Portolés realizara su
investigación sobre Pioneras españolas en las ciencias: las
mujeres del Instituto Nacional de Física y Química, quedó
muy claro que las científicas habían desempeñado un papel
destacable dentro de la JAE. Esta catalogación mía, que
distribuye a las residentes entre profesoras de ciencias,
investigadoras, farmacéuticas o médicas, resulta
claramente artificial. Como antes explicaba, Carmen
Fustagueras bien podría figurar en este epígrafe sobre las
investigadoras, pues así inició su trayectoria y como tal
llegó a la Residencia, e, igualmente, la farmacéutica
Concepción Lazárraga, que abrió un laboratorio en Málaga,
o las doctoras Nieves González del Barrio o Cecilia García
de la Cosa (con sus respectivas investigaciones sobre la
lactancia artificial o el paludismo). He buscado, no
obstante, subrayar el papel de aquellas científicas que
inscribieron su actividad básicamente en institutos de
investigación, siguiendo un criterio actual. Entre ellas
destaco a Jimena Quirós e Isabel Torres, aunque más
adelante, entre las grandes viajeras, también tendrán
cabida Felisa Martín Bravo y Josefa Barba Gosé.
Jimena Quirós y Fernández de Tello, el compromiso
feminista y político
Probablemente, Jimena Quirós y Fernández de Tello, que
era de Almería, debió de soñar desde pequeña con el mar,
lo que había dentro de él y más allá de él. Aprendió pronto
a moverse entre varones, porque como cuenta el periodista
Manuel León, salía sola al patio del instituto, bajo las
arcadas del claustro de los Dominicos. Allí estuvo desde su
primer curso en 1909/1910 y en el año 1916 fue la única
alumna que terminó bachillerato. Obtuvo el grado de
bachiller en junio de 1916 y se matriculó, sin perder
tiempo, a partir de aquel septiembre en la Facultad de
Ciencias de la Universidad Central.
José M.ª Quirós Martín, su padre, era ingeniero y llegó a
Almería para trabajar en la minería y en el montaje de la
fábrica de luz eléctrica Mongemor; Carmen Fernández de
Tello, la madre, era maestra. El matrimonio se separó
pronto: el padre dejó Almería y la madre abrió un colegio
para niñas. La hermana mayor, Carmen Quirós y Fernández
de Tello, estudió en el Conservatorio y en la Normal de
Almería y siguió allí como docente, enseñando piano.
Por su expediente académico seguimos sus cursos
universitarios entre septiembre de 1916 y septiembre de
1921; el 17 de ese mes solicitó el título de Licenciado en
Ciencias, con el que recibió el Premio Extraordinario
Sección Ciencias Naturales, a sus veinticinco años320. Para
entonces ya había comenzado una temprana y brillante
carrera científica que ella misma describe en la
documentación que presenta a la JAE en 1926321. Entre
1920 y 1921 fue ayudante gratuita de clases prácticas de la
asignatura de Mineralogía y Botánica, clases que
desempeñó con «extraordinario interés y competencia».
Por real orden de 5 de abril de 1920 había sido nombrada
alumna interna de los Laboratorios Centrales del Instituto
Español de Oceanografía, y el 20 de diciembre de 1921
ocupó por oposición la plaza de ayudante del Laboratorio
de Baleares y se convirtió en la primera mujer en ser
contratada en el Instituto Español de Oceanografía. No la
asustaban las situaciones extraordinarias y acumuló
muchas veces el título de «primera mujer en»: según dice
el investigador Pablo Lozano, ese verano participó en una
campaña de investigación organizada por el IEO en el
buque Giralda, lo que la convirtió en la primera española en
formar parte de este tipo de prospecciones científicas en el
mar322.
Poco después, una real orden de 3 de marzo de 1922 la
nombraba ayudante del Laboratorio de Málaga. En ese
centro realizó una investigación que fue publicada en 1923
como «Algunos moluscos comestibles de la provincia de
Málaga», en el Boletín de Pescas del IEO, y, según los
investigadores, es considerado como el primer artículo
científico del IEO firmado por una mujer. En el estudio
incluye datos más detallados para las cuarenta especies
principales, describiendo su biología, fluctuaciones en la
abundancia, distribución geográfica de cada una,
naturaleza y profundidad en los fondos y comentarios sobre
su pesca323.
En 1924 se presenta a un concurso para una plaza de
auxiliar temporal en la Facultad de Ciencias, sección
Naturales, para impartir en el preparatorio: Geología,
Geografía y Geología Dinámica. Volvió a Madrid y se
matriculó en las asignaturas de doctorado, aunque no
consta que defendiera la investigación. Entonces llegó a la
Residencia, a través del conocimiento que su hermana
Carmen tenía de ese centro. Como profesora de música en
la Normal de Almería, en varias ocasiones había acordado
con la dirección que las estudiantes que iban a examinarse
en el Conservatorio de Madrid pudieran ser alojadas allí.
Ella misma acompañaba a sus alumnas, de forma que, como
en alguna ocasión reconoce, conocía el funcionamiento del
centro y había tratado personalmente a su directora. Por la
correspondencia, se puede pensar que Carmen era la
hermana mayor y, en cierta medida, junto a su madre, pudo
haber guiado la educación de Jimena y seguía
preocupándose de ella:
[Sin fecha] Muy señora mía: Recibí su telefonema el que trasladé a
Málaga para que mi hermana se enterara […].
Escribo a V. suplicándole se interese por ella, ha estado muy delicada y
necesita mucha alimentación y todo género de precauciones. También le
advierto que al estar con el período suele tener dolores y desarreglos
precisando tenga quietud para evitar una hemorragia que es a lo que
está expuesta.
Respecto a sus condiciones personales nada tengo que decirla pues se
quedarán Vds. de ellas satisfechas […] (ARS, 41/109/7).
Hasta entonces, pues, María de Maeztu no conocía a
Jimena, pero para el curso 1924/1925 figura como becaria
en la Residencia y a cambio enseña biología en el centro. El
siguiente verano, el de 1925, tras cerrar el curso en la
Residencia, se marchó a París, utilizando con provecho las
relaciones del IEO y de la propia Residencia:
París, 9 de julio de 1925
[…] Le escribo estas líneas desde París a donde llegué el día 2 después
de un buen viaje. Ya estoy instalada definitivamente en casa de Mme.
Cattet muy cerca de la Sorbonne y aquí me tiene haciendo vida de
estudiante parisino algo bohemio.
Creo que estaré hasta los primeros días de agosto, entonces volveré a
Madrid o tal vez me decida a pasar unos días en algún laboratorio de la
costa. Para esa fecha escribiré a V. Todo depende de la cuestión
económica […] (ARS, 41/110/1).

Esta carta ofrece una lectura muy interesante. Se trata,


más que de analizar la información que transmite, de
observar el perfil de la mujer que escribe: una persona
libre, capacitada para viajar sola y para decidir sus
movimientos, puede volver o quedarse…, depende de ella o,
más bien, depende de las posibilidades económicas.
En el currículum de la JAE incluye la certificación de esta
estancia: «Université de Paris, Faculté de Sciences,
Laboratoire de Biologie, Sorbonne. 5 décembre 1925.
Mademoiselle Jimena Quirós Fernández-Tello a travaillé
pendant l’année 1925 dans mon laboratoire et a fait cet été
une séjour à la station biologique de Roscoff. Signé:
Charles Perez».
Efectivamente, Charles Perez fue un reconocido biólogo,
que enseñaba en la Sorbonne desde 1921 y tenía bajo su
competencia la estación biológica de Roscoff, en Bretaña.
Así que, finalmente, Jimena pasó el verano en el norte de la
lluviosa región francesa, nada más diferente de las
mediterráneas Almería y Málaga, y para el nuevo curso
retomó sus múltiples actividades en el IEO y en la
Residencia; en aquel ambiente decidió su siguiente
aventura, un año en Estados Unidos, como otras muchas
residentes. No hay duda de que el saber hacer de doña
María resultó indispensable para obtener una invitación del
profesor Douglas W. Jonhson, reconocido experto en
geomorfología submarina, y una beca de 1.500 dólares de
la Universidad de Columbia. Para hacerla realidad aún
necesitaba la ayuda de la JAE para el viaje, por eso solicitó
la consideración de pensionada y pidió la recomendación
de la directora:
27 de Abril de 1926
Al Presidente de la Junta para Ampliación de Estudios
Mi ilustre amigo: La Srta. Jimena Quirós, profesora de Biología en la
Residencia de Señoritas que dirijo, solicita […] la consideración de
pensionada para ir a estudiar a Columbia University en los Estados
Unidos de América. Con la instancia presenta los documentos que
justifican su petición. Y por si pudiera servir de algo mi juicio a la
resolución del expediente, me permito, como directora de la Residencia
de Señoritas, informar a la Junta que en efecto dicha señorita reúne las
consideraciones que la hacen acreedora a dicha petición como lo
demuestra el haber sido invitada a estudiar a dicha Universidad por el
mismo profesor con quien ha de realizar sus estudios (ARS, 8/10/4).

Se le concedió, y la investigadora se formó en Columbia


entre julio de 1926 y julio de 1927. Se especializó en
fisiografía y geografía física de la atmósfera324.
Antes de viajar, dejó constancia de su agradecimiento a
María con un obsequio que se desconoce, pero que estaba
acompañado de una nota, que deja constancia de su
marcha: «3 de mayo de1926. Jimena Quirós la ofrece este
modesto recuerdo antes de su partida a América quedando
muy complacida si V. lo acepta y es de su agrado […]»
(ARS, 41/101/2).
Su progresiva especialización fue ampliando su
vinculación con el IEO y, tras el regreso, por la real orden
de 5 de abril de 1928, Jimena fue escogida como ayudante
del Laboratorio Central325. Sin embargo, durante la
República, a pesar de la entrega a la profesión, su
progresión y sus reconocimientos sufrieron serios tropiezos
que el investigador Pablo Lozano atribuye a cierta rivalidad
y animadversión de su jefe directo en la sección de
Oceanografía. Después de una remodelación del IEO en
1932, Odón de Buen se mantuvo en la dirección, en tanto
que Rafael de Buen Lozano, uno de sus hijos, fue nombrado
director de Oceanografía y jefe directo de Jimena, a quien
hizo objeto de cierta persecución y consiguió que fuera
traslada a la sección de Marina y Pesca y le fuera abierto
un expediente disciplinario. Durante más de un año, Jimena
luchó en los tribunales por el reconocimiento de sus
razones y el restablecimiento de su honor, lo que consiguió
finalmente en 1934, cuando logró ser repuesta en su plaza
de Oceanografía y que el expediente se resolviera a su
favor.
Sin embargo, en este tiempo la investigadora abandonó el
IEO y se orientó hacia la enseñanza, así que, después de
realizar los famosos cursillos de 1933, durante el curso
1933/1934 ingresó como profesora de Historia Natural en
el Instituto Nacional Nuevo de Bilbao326. Aunque Jimena
regresó al IEO en 1934, durante la guerra, el Gobierno
republicano la requirió nuevamente como profesora de
Ciencias en los institutos de Valdepeñas y de Ciudad Real.
Su perseverancia en entrar y permanecer sola en
espacios académicos y profesionales masculinizados
arrancaba de una concepción feminista y política de la vida.
Inclinaciones que pudo alimentar en la Residencia de
Señoritas, la cuna para asociaciones como Lyceum Club y
la Juventud Universitaria Femenina, que formaba parte de
la International Federation of University Women (IFUW) y
del movimiento internacional de mujeres por el pacifismo.
Jimena se integró en el comité directivo de la JUF desde
1922, recién licenciada. En 1928, la IFUW organizó en
España su XII Conferencia Internacional y la científica
presidió el comité de organización, junto con la también
residente Matilde Huici, además de destacadas
profesionales como Clara Campoamor, Conrada Calvo
Tejero, María Arapiles, Josefina Soriano, Hertha Grimm,
María Barbán y Loreto Tapia (quien un poco después
ejercería como pediatra en Minas de Riotinto, Huelva). De
nuevo, sería la Residencia una base de respaldo para este
grupo de españolas y, como muestra de reconocimiento, se
les agasajó con un simbólico té en Fortuny (ARS, 10/5/26).
Del mismo modo, la joven mostró una clara vocación
política que la llevó a incorporarse a las filas del Partido
Republicano Radical Socialista en su Almería natal,
mientras aprovechaba el tirón político para dar en su tierra
conferencias sobre oceanografía327. Cuenta Colombine que
Jimena presentó su candidatura para ser incluida en el
listado de candidatos a las Cortes de ese partido por la
provincia de Almería en 1931: «una lista de candidatos
ilustres en favor de la consolidación de la República. La
lista que finalmente se desestimó por los personalismos tan
apegados a la política, era un lujo para una provincia
olvidada», y da los nombres de los candidatos rechazados:
Nicolás Salmerón, José Salmerón, Jimena de Quirós y
Fernández de Tello, Juan Company, Antonio Tuñón de Lara,
Gabriel Pradal y ella misma, Carmen de Burgos Seguí328. En
1932 lideraba la Sección Femenina del partido, pero a
pesar de ello volvió a quedar fuera de las listas en 1933 y
terminaría distanciándose del grupo, pero su compromiso
político activo se mantuvo y una curiosa noticia del verano
de 1936 recoge su participación en la «republicanización»
de la Sociedad Geográfica Nacional. Según la noticia: «Una
comisión de miembros de la Sociedad Geográfíca Nacional,
pertenecientes al Frente Popular, se ha incautado de dicha
Corporación […]. Levantada el acta de incautación,
constituyose una nueva Junta […]», y allí aparecía Jimena,
entre un numeroso grupo de varones, para ocupar el cargo
de nueva bibliotecaria de la Sociedad329.
La relación de Jimena con el Partido Republicano Radical
Socialista trascendía la conexión personal y se enmarca en
su círculo familiar; su hermano, José Quirós y Fernández de
Tello, fue gobernador civil en Navarra durante el Bienio
Progresista y pertenecía igualmente al Partido Republicano
Radical Socialista. Fue uno de los gobernadores que perdió
la vida los primeros meses de la guerra, en octubre de
1936, en la ciudad de Toledo330. La propia Jimena, como
muchas de las científicas de la Edad de Plata, también
sufrió la persecución del Tribunal de Responsabilidades
Políticas en Madrid331 y quedó suspendida de empleo e
inhabilitada para el desempeño de su cargo, situación que
perduró hasta octubre de 1970, cuando por orden del 7 de
octubre se la readmitió en el cuerpo de funcionarios del
IEO, aunque en situación de «Jubilado»332. Durante décadas
se ganó la vida enseñando en un centro privado.
Jimena, que había nacido en Almería el 7 de diciembre de
1898, murió en 1992 en Pozuelo de Alarcón, aunque residía
habitualmente en Madrid, y siempre fue soltera, como su
hermana Carmen.

Una carrera en Alemania, Isabel Torres Salas


Isabel Torres Salas cursó en 1923/1924 el preparatorio
de Farmacia en Zaragoza, donde residía entonces su familia
—ella había nacido en Cuenca en 1905—, pero ya en
diciembre de 1923 preparaba su padre su ingreso en la
Residencia, adonde escribió demandando un reglamento
para conocer el funcionamiento del centro y solicitar una
reserva (ARS, 47/27/1). Con el documento en su poder, don
Antonio debió de pensar que exactamente eso era lo que
buscaba para su hija, porque en junio de 1924, ahora desde
Santander, adonde por motivos profesionales se había
trasladado, notificaba que su hija había aprobado el
preparatorio y desde Zaragoza ya habían solicitado el
traslado de expediente a Madrid. Como el padre interesado
en los estudios de su hija que era, entraba en los detalles
de la nueva matrícula en la Central (ARS, 47/27/3).
Imaginamos que tras un verano de preparativos, en
septiembre todo estaba dispuesto para el traslado de la
universitaria a Madrid y don Antonio, habiendo enviado a
primeros de mes la documentación necesaria para la
matrícula: «[…] la partida de Bautismo legalizada, cédula
personal y el pase de matrícula de la Facultad de Zaragoza
para la de Farmacia de esa […]», indica que a la alumna la
acompañaba su madre y que llegarían a Madrid el 29 de
septiembre.
Sin duda todo fue bien e Isabel se incorporó sin dificultad
a Madrid, a las costumbres de la Residencia y a su nueva
facultad. Sin embargo, en el organizado cosmos de la
Residencia de Señoritas sorprende un pequeño desajuste: a
principios de abril, un padre inquieto se dirige a doña
María:
Santander, 2 abril 1925
[…] Molesto su atención con la presente para rogarle me diga, cuando
sus ocupaciones se lo permitan, cómo se porta en la Residencia […] mi
hija Isabel, y a la vez si se aplica en los estudios aprovechando, como es
natural, el tiempo.
Antes no me había dirigido a V. sobre estos, para mí interesantes datos,
porque me dijo mi Sra. que V. le indicó que alguna vez nos escribiría
dándonos noticias de Isabelita, pero como ha transcurrido tiempo y la
finalidad del curso se aproxima, es por lo que, como antes digo, molesto
a V. […] (ARS, 47/27/6).

Pues sí, aunque es de suponer que don Antonio conocía


por su Isabelita que ella estaba contenta y bien atendida,
requería, como tantos padres, la opinión de la directora y
esperaba una carta que no llegó, aunque, pillada en falta,
doña María contestaba al día siguiente, tranquilizándolo y
transmitiendo su satisfacción por el comportamiento de
Isabel y el aprovechamiento en los estudios. Sobre Isabel se
podría aplicar el dicho de «Sin noticias: buenas noticias»,
en esta ocasión y en los años siguientes, hasta que la crisis
universitaria de 1929 planteó el dilema de si abandonaba
Madrid o no:
Santander, 26 de marzo de 1929
[…] Ha sido en mi poder su atenta carta del 23 a que me refiero.
Es muy de mi agrado la idea por V. iniciada para poder continuar los
estudios del Doctorado de Farmacia mi hija Isabel en esa Residencia por
lo menos hasta el mes de Junio.
En cuanto a los demás extremos de su citada, nada tengo que objetar,
manifestándole para su satisfacción que, durante las algaradas
estudiantiles, he estado completamente tranquilo porque sé que, bajo su
custodia, mi hija estaba sencillamente bien. A esto hay que agregar que
con frecuencia recibía y recibo noticias de Isabel, diciendo cómo usted la
aconseja y la trata […] (ARS, 47/27/7).

Se observa que Isabelita ya era Isabel. Desde aquel 1925,


don Antonio había aprendido a confiar y, a pesar de que el
centro había crecido muchísimo, seguía contando con la
atención personal de la directora para con su hija, la cual,
respondiendo siempre a las expectativas familiares, se
había licenciado en 1928 y permanecía en la facultad
matriculada en doctorado, cuyas asignaturas terminó en
1930. Entonces regresó a Santander, y allí, en la Casa de
Salud de Valdecilla, arrancó su singular carrera científica,
cuyas primeras noticias envió a Madrid una Isabel en pleno
rendimiento:
Santander, 24 de mayo de 1932
Querida Eulalia: Me decía Pura Arias en su última carta que debía
avisar a V. con alguna anticipación para que me reservara un sitio para
pasar los 15 días que aproximadamente estaré en Madrid […]. Hoy
recibo una carta dándome cuenta del Tribunal que me han nombrado. Ya
ha leído el Trabajo parte de ese Tribunal y me dicen que me telegrafiarán
el día que he de presentarme. De todo ello deduzco que no tardarán más
de una semana o dos como máximo […].
Como sabe, todavía me escribo con Pura, de ahí que no he perdido del
todo la pista de Vds. y siempre tengo noticias de esa Casa que es difícil
olvidar. Yo no he salido de Santander desde que terminé el curso de
Doctorado. He trabajado desde entonces intensamente y creo que he
aprovechado el tiempo; esto me tiene bastante contenta […] (ARS,
47/27/11).

Isabel preparaba su viaje a Madrid para defender en la


Facultad de Farmacia su tesis Contribución al estudio de la
composición química de los alimentos españoles, lo que
debió de producirse unas semanas después, antes de las
vacaciones de verano de 1932. A través de la Asociación
Española de Investigación de Historia de las Mujeres
(AEIHM) se ha recuperado la memoria de Isabel Torres
Salas, a cuyo recuerdo ha destinado la Universidad de
Cantabria el Aula Interdisciplinar Isabel Torres de Estudio
de las Mujeres y de Género. Como explica Fernando
Salmón, la Casa de Salud de Valdecilla inició en 1929 un
programa pionero de investigación sobre salud y nutrición,
a cuyo desarrollo se incorporó la investigación de esta
y p g
joven licenciada, volcada durante dos años en el análisis
químico de la dieta que recibían los enfermos, una
investigación de campo que estuvo en la base de su tesis
doctoral. El jefe del Departamento de Química del Hospital,
José Puyal Gil, abrió un programa bianual de
especialización de Medicina para posgraduados y, como
explica Salmón, Isabel Torres figura como la única mujer
entre los setenta asociados médicos y estudiantes de
posgrado y, por su condición femenina, solo fue admitida
como residente externa333. Sin embargo, el hospital había
abordado una ambiciosa modernización científica, en la
que, no por casualidad, ingresó casi en paralelo otra
licenciada compañera en la Residencia, la médica Teresa
Junquera Ibrán, como subdirectora de la recién creada
Escuela de Enfermeras, a la que conocemos del capítulo
segundo. Las dos únicas mujeres vinculadas a la
modernización del centro provenían, por tanto, de la
Residencia.
Bajo la dirección de Puyal, Isabel analizaba el valor
nutricional de la comida servida en el centro, una actividad
que quedaba muy lejos de sus inquietudes, según Fernando
Salmón, que expresa que la investigadora no tuvo ningún
interés intelectual en el tema y justificó su trabajo por su
utilidad práctica para la clínica, destacando el desencanto
que reflejan sus palabras al inicio de la memoria doctoral:
«El lugar apartado de todo centro de pura investigación
farmacéutica, donde no disponemos de la bibliografía
necesaria para llevar a feliz término un trabajo que pueda
aportar algún interés para el progreso de la ciencia […]».
No obstante, sus resultados fueron muy valorados y
recogidos en tres números de la Gaceta Médica Española
publicados entre 1933 y 1935. En realidad, esta rendición
al pragmatismo obtuvo el fruto deseado: además de la tesis,
le permitió la concesión de una beca de la Dirección
General de Sanidad, según consta en su expediente de la
JAE334, y pudo ser admitida en un equipo puntero en España
y vinculado a la JAE, lo que sería, sin duda, su sueño: en
1933 se incorpora en Madrid a la investigación sobre la
estructura de las vitaminas con José Collazo en el Instituto
de Patología dirigido por Gregorio Marañón, mediante una
beca de la dirección, y vive nuevamente en la Residencia de
Señoritas hasta que estuvo en disposición de dar un nuevo
salto, hacia Alemania, como investigadora en Heidelberg en
1934. Ya sí podía, en palabras de Salmón, «crear ciencia».
Efectivamente, en febrero de 1934 solicitó una beca de la
JAE, que le fue concedida por once meses. El 27 de agosto
llegaba Isabel a Heidelberg para estudiar e investigar en el
Instituto del Kaiser Guillermo II para la Protección de las
Ciencias con el profesor Otto Fritz Meyerhof, que había
obtenido el Premio Nobel de Fisiología en 1922. Con la
sistematicidad que la había caracterizado siempre, cada
mes enviaba puntualmente a la secretaría de la JAE el
resumen de unas actividades que colmaban todas sus
aspiraciones.
En septiembre de 1935, a punto de finalizar su estancia,
solicitó prórroga y, en apoyo de su demanda, envía a la
Junta, además de un certificado sobre su cualificación
personal extendido por Meyerhof, un resumen del conjunto
de las actividades que había emprendido en dos líneas de
investigación: «Sobre el resto de la respiración en los
tejidos de los mamíferos de ácido cianhídrico» y «Sobre la
síntesis del ácido creatinofosfórico en diversos órganos de
mamíferos», cuyos resultados estaban pendientes de
publicación en sendos números de la revista Biochemische
Zeitschrift, que efectivamente vieron la luz en 1935 y
firmaba con Meyerhof335. Añadía que, además, se había
incorporado al equipo de este científico para trabajar sobre
el metabolismo intermedio de los hidratos de carbono y su
conexión con problemas relacionados con la fisiología del
músculo. En consecuencia, consideraba que no había
terminado los trabajos de laboratorio ni logrado
satisfactoriamente sus objetivos referentes a «una mejor y
más completa formación científica», por ello pedía la
prórroga, que finalmente obtuvo, tras un período de
incertidumbre por el retraso administrativo de la JAE. La
nueva situación requirió la conformidad expresa de
Marañón con el proyecto de prórroga: «[…] De Isabel
Torres tengo noticias directas y sé que está haciendo una
fecunda labor», y añadió: «Tiene su puesto en Madrid para
cuando llegue la persona formada»; así que ese hubiera
sido el previsto destino de Isabel como científica.
De momento, su estancia en Alemania también sufrió
algún vaivén: desde marzo de 1936, los informes a la Junta
llegan desde Múnich; en el Instituto Patológico de esa
universidad se había incorporado al programa de Hans
Dyckerhoff sobre la vitamina K y su relación con la
coagulación de la sangre y la hemofilia. Se desconoce si el
cambio obedeció a una decisión personal o forzada, ya que
Meyerhof, por su condición de judío, tuvo que abandonar
Heidelberg y emigrar primero a París y luego a los Estados
Unidos, donde prosiguió sus investigaciones. Desde 1936,
la científica española firma sus artículos con Dyckerhoff y
continúa publicando en Biochemische Zeitschrift; de hecho,
en 1943 la revista alemana publica una última aportación
conjunta.
A medida que avanzaba el año 36, sobrevino la
hecatombe, porque la situación en España repercutió en su
estancia, sometida desde la primavera de 1936 a la
inseguridad de una financiación irregular, contra lo que se
quejaba a la Junta en sus últimas cartas, y que, como
podemos imaginar, solo empeoró: «Múnich, 10 septiembre
1936 […]. Aprovecho la ocasión de enviar mis notas de
trabajos para intentar de nuevo aclarar qué ha podido
pasar con mi pensión desde el 19 de junio, fecha en la que
recibí la última mensualidad, correspondiente al mes de
mayo». Explicaba sus infructuosas gestiones bancarias y
concluye: «Así, pues, agradeceré a V. que me saque de
estas dudas que me desorientan más cada día y que no veo
el medio de llegar a salir de esta situación tan molesta que
me he creado aquí debido a la falta de dinero desde hace
tres meses […]». En el archivo de la JAE no se conserva
respuesta, probablemente no la hubo y tampoco
financiación.
Isabel vivió la Guerra Civil en Alemania. Cuando regresó
en 1939, en Madrid no quedaba ni rastro de Marañón, del
Instituto Patológico ni de la JAE… Se instaló en Santander y
comenzó a trabajar como investigadora en una pequeña
empresa, Laboratorio Cántabro —actualmente Industrial
Farmacéutica Cantabria—, hasta su jubilación en 1966.
Murió en Granada en 1998.
Quienes la recuerdan la describen como una persona
«seria, constante, responsable y muy trabajadora; su forma
de trabajo era germánica y hablaba perfectamente el
alemán». Nunca se casó, vivió primero con su madre y
luego con su sobrina Isabel. Fernando Salmón, que llegó a
entrevistarla antes de morir, reflejó su frustración: «Morí (a
la investigación básica) en 1939»336.
EL NUTRIDO GRUPO DE LAS FARMACÉUTICAS
Ya decía María de Maeztu que los estudios que más
seguían sus chicas eran los de Farmacia, y así lo ha
constatado Consuelo Flecha para las universitarias
españolas. Por ello, a estas alturas han desfilado muchas
farmacéuticas por estas páginas. La docencia, la medicina,
la archivística y los estudios de farmacia fueron opciones
prioritarias entre las residentes. Hemos sabido de Emilia
López Robado, que era de Badajoz; de Lolita Saudiel, de
Peñarroya; de Pino Suárez, de Gran Canaria; de
Concepción Álvarez Mancha, de Guareña, que abrió su
farmacia en Cazalla y aprobó una concurso como
farmacéutica municipal; de Josefina Casaseca,
farmacéutica en la Diputación de Zamora, y de Modesta
Cuesta Gutiérrez, de Medina de Rioseco, o M.ª Teresa
Manrique Garrido, de Jarandilla de la Vera. Todas ellas
licenciadas en Farmacia sobre las que no vamos a volver,
sino que, desde la óptica del éxito, me detengo en un grupo
que aúna dos rasgos de las farmacéuticas residentes: la
familiaridad con el laboratorio, como novedad en el
horizonte de los estudios universitarios femeninos de
Ciencias, y, por otro lado, la observación de que, con
frecuencia, estas flamantes farmacéuticas eran hijas de la
pequeña burguesía, con padres comerciantes o pequeños
empresarios, y su licenciatura implicaba no solo un éxito
personal, sino el familiar de conseguir una mejora social
evidente.
Entre las farmacéuticas que se centran en la
investigación sobresalen dos nombres: Rosa Herrera, la
directora del laboratorio de la Residencia, y Josefa Barba
Gosé, doctora en Farmacia e investigadora del Instituto de
Fisiología de la Facultad de Medicina de Barcelona. Ambas
aparecen contempladas en el capítulo sobre las
aventureras, así que en este momento voy a dirigir la
mirada a otra adelantada de la investigación farmacéutica,
Concha Lazárraga, que llegó a Madrid desde Málaga.
Concepción Lazárraga Abecucho nació en Oñate en 1892 y
era hija de Pablo Lazárraga Ortiz de Zárate y de
Encarnación Abecucho Ugarte. La familia llegó a Málaga en
1899337. Concepción estudió en el Colegio Alemán. Su
expediente de la JAE permite conocer estas fases previas
de su formación, hasta 1921, cuando solicita una pensión
para especializarse en el extranjero. En Málaga, además
del bachillerato, se tituló en la Normal de Magisterio y
siguió estudios en la Escuela de Comercio. Su inclinación la
impulsaba a los estudios universitarios y, estando rodeada
de una familia de médicos, puesto que, al igual que su
padre, sus tres hermanos varones también lo eran, se
decidió por Farmacia, aunque su clara vocación la conducía
hacia el mundo del laboratorio y la analítica, en cuyo
conocimiento se había iniciado con ocasión de una larga
estancia familiar en Berlín, durante la cual se matriculó en
clases de Ciencias Químicas en aquella universidad.
El 29 de septiembre de 1916, cuando la Residencia se
preparaba para su segundo curso, Concha se dirige a María
de Maeztu (ARS, 36/28/1) notificando su llegada al centro
para el 10 de octubre. En esta primera ocasión su
presencia en la Universidad Central y en la Residencia fue
corta, porque, en diciembre, el doctor Lazárraga había
cambiado de parecer y notificó a la directora que prefería
que su hija continuara el resto del curso en Cádiz; allí
estudiaba Medicina su hermano y «con motivo del trabajo
intensivo que este año tenía que hacer la alumna, la mala
combinación de las clases con horas de las comidas y la
gran distancia desde esa Residencia a la Universidad,
consideré imposible que aprobara en Junio las asignaturas
de que se halla matriculada» (ARS, 36/29/1 y 2), y añadía
que el preparatorio era común para Medicina y Farmacia.
En suma, hay que concluir que, aunque Pablo Lazárraga
era un profesional que se había formado en distintas
universidades europeas, estaba preocupado por la
seguridad de su hija en Madrid y prefería tenerla ese curso
al amparo de su hermano. En su expediente académico se
justifica el traslado por motivos de salud, alegando que la
estudiante padece catarros con frecuencia y le conviene un
clima más cálido338. La siguiente carta de Concha a la
Residencia, justo un año después, el 5 de octubre de 1917,
habla de sus planes inmediatos: «Terminé mi Preparatorio
en Cádiz donde estuve con mi hermano»; comunica que
primero de Farmacia lo hará en Granada, pero que tiene
pensado marchar luego a «esa Residencia ya que Madrid
ofrece más facilidades y laboratorios para el estudio de la
Química» (ARS, 36/28/2). Efectivamente, así fue y en
septiembre de 1918 anunciaba que iría a la Residencia y
repite que atraída por el laboratorio. Añade que una amiga,
Rosario Guerra, natural de Puebla de Cazalla, también
cursaría, como ella, segundo de Farmacia y ya había
solicitado admisión; ambas querían un cuarto cercano
«para seguir estudiando juntas».
En Concha encontramos varios valores: en primer lugar,
la perseverancia en su objetivo y una valentía que la llevará
hasta especializarse en análisis en Nueva York, pero
también el compromiso con la Residencia. Por su mediación
llegará a la Residencia un grupo de jóvenes estudiantes de
Farmacia, mujeres de éxito que lograrán establecerse por sí
mismas y obtener su independencia profesional. El 15 de
junio de 1921 escribe una vez más a Maeztu, emocionada,
para comunicar dos importantes noticias: había terminado
Farmacia y marchaba a Estados Unidos: «Estoy con mi
familia […] a orillas del mar, reservando energías para el
próximo viaje a Estados Unidos, que espero realizar con
excelente ánimo y mejores deseos» (ARS, 36/28/5).
Efectivamente, en marzo de 1921 había solicitado pensión
a la JAE, en su petición alegaba haber residido ya tres años
en Berlín y estudiado en la universidad de esa capital, pero
la coyuntura del reciente acuerdo que la institución había
firmado el curso anterior con el International Institute of
Education para favorecer el intercambio de estudiantes la
condujo hacia ese destino, probablemente por intervención
de la Srta. de Maeztu. De hecho, María Concepción formó
parte del primer intercambio con Estados Unidos. Algún
refuerzo en casa debió de obtener del hecho de que su
hermano Ignacio disfrutara en 1918 de otra pensión de la
JAE para realizar cursos de especialización de cirugía en
Berna. En suma, se encuentra entre las primeras mujeres
en emprender esa nueva empresa y pasó el curso
1921/1922 en el célebre Barnard College de la Universidad
de Columbia en Nueva York339. Curiosamente, ya estaba allí
otra mujer de origen andaluz, Carolina Marcial Dorado,
profesora de español, que poco después sería directora del
Departamento de Romance Language de aquella
universidad.
Y, ¿cómo no?, siguió escribiendo a la Residencia también
desde Nueva York, primero en septiembre, nada más llegar,
y luego en noviembre: «Nueva York, 1 noviembre 1921 […].
Aquí estoy contenta, todas se deshacen en atenciones y el
trabajo aunque hasta ahora no es lo que deseaba, no deja
de ser interesante; el clima o la alimentación es lo que
parece no me sienta muy bien, tanto que últimamente he
tenido que dejar una clase que me aconsejaron tomara,
primero porque es repetición de lo que yo había hecho,
segundo porque me cansaba enormemente; cuando me
reponga o me acostumbre emplearé ese tiempo en otros
trabajos más útiles para mí» (ARS, 36/28/6).
De acuerdo con su interés, Concha consiguió completar
sus clases de Barnard con un curso de prácticas en el
Laboratorio Municipal de la Ciudad de Nueva York, lo que
obedecía a su verdadera motivación.
De vuelta a España en el verano de 1922, regresó a
Málaga y, tras colegiarse, abrió la primera farmacia
regentada por una mujer en aquella provincia —en la calle
Santa Lucía 3—, a cuyo frente estuvo hasta su jubilación en
1967. Con ayuda de su padre instaló igualmente un
laboratorio farmacéutico, viendo cumplidos sus sueños
juveniles. De su vida social en la mediterránea ciudad
andaluza sabemos que, siguiendo también la influencia
familiar, se interesó por la práctica del excursionismo —el
movimiento scout—, ayudó a organizar y presidió, a
mediados de los años treinta, el primer grupo femenino de
muchachas guías340.
La misma Concha nos da la pista de cómo llegó Rosario
Guerra Pérez a la Residencia para cursar juntas segundo de
Farmacia, un curso —el 1918/1919— en el que las clases no
comenzaron hasta el 7 de enero porque la universidad
estuvo cerrada. Durante ese otoño envió varias cartas a
Madrid para pedir el reglamento, solicitar el dormitorio al
lado de Concha —al igual que su amiga—, para que le
gestionaran la matrícula desde la Residencia… y, en
diciembre, ya estaba bastante agobiada por los retrasos.
Sucedía que, con la epidemia de gripe, el comienzo del
curso se retrasaba: «Puebla de Cazalla, 11 diciembre 1918
[…]. Como me decía en su última carta que para asuntos de
matrículas y libros me dirigiese al Secretario [sic], así lo
hice […] le agradecería que me dijera si al fin he sido
matriculada y si las clases comienzan el 7 de enero […]»
(ARS, 33/77/7).
En estas primeras cartas Rosario empleó un papel que
llevaba impreso el nombre de su padre, José Guerra, pero
sin membrete del negocio. José Guerra era comerciante en
Puebla de Cazalla, dueño de una tienda, el Establecimiento
de Tejidos, Quincallas y Coloniales José Guerra, situada en
la calle Cruz 17. Debió de ser un negocio próspero porque,
a diferencia de tantas estudiantes que expresaban sus
estrecheces, Rosario no manifestó ninguna dificultad
económica. Después de un desordenado comienzo, allí pasó
dos cursos que le influyeron para siempre: por sus
amistades, por su gusto por viajar a Madrid, por sus
iniciativas. En el verano de 1921, al regresar a Puebla de
Cazalla ya licenciada, siente sobre todo una nostalgia que
confiesa a doña María: «Puebla de Cazalla, 29 de agosto de
1921 […]. Siempre estoy recordando la Residencia, pero su
carta parece que ha aumentado el recuerdo. Como supongo
le interesan mis proyectos, me parece oportuno
manifestárselos, siendo estos por ahora, practicar en una
Farmacia de Sevilla 2 o 3 meses para luego establecerme»
(ARS, 33/77/10).
Y así fue: al poco tiempo, Rosario estaba muy bien
situada en Sevilla, donde regentaba su farmacia en Muñoz
y Pabón 6. Es decir, la familia había pasado de una tienda
de tejidos en la Puebla a una farmacia en el centro de la
capital. Su relación con la Residencia se mantuvo; en 1925
volvió en primavera para asistir a la fiesta de la Residencia
y, podríamos creer que entonces también le hablaría a
María de su farmacia en Sevilla y de una licenciada en
Medicina que quería hacer el doctorado en Madrid. Insistió
después, en enero de 1926, recomendando y pidiendo dos
formularios para dos jóvenes que querían marchar a
Madrid: a una la conocemos ya, su amiga Cecilia García de
la Cosa; la segunda, Isabel Carrión, quería estudiar
Farmacia y era hija de un médico de Utrera que le pidió
consejo y a quien ella le había respondido: «que donde
podía estar su hija, mejor que en parte alguna, era en la
simpática e inolvidable Residencia». Así que pedía
reglamentos y formularios para ambas y terminaba
expresando que «todo lo que sea fomentar y aumentar el
número de alumnas de la Residencia, además de la
satisfacción que siento lo considero un deber» (ARS,
33/77/12). La misma doña María le contestó agradeciendo
el interés que se tomaba por la institución: «22 enero 1926
[…]. Ahora tenemos una gran demanda de plazas pero, de
todos modos, viniendo recomendadas por usted, que es la
máxima garantía que aquí podemos tener, claro está que
siempre habrá plazas para ellas […]. Siempre recuerdo con
el mayor placer el gusto tan grande que me dio usted al
asociarse a la fiesta de la Residencia […]» (ARS, 53/1/31).
Estas licenciadas de la Residencia se sentían mucho más
que boticarias y una pista de ello se halla en la revista La
Farmacia Moderna, que incluye ese mismo año, 1926, una
nota sobre el éxito de la convocatoria de una oposición para
cubrir dos plazas de farmacéuticos en el Hospital Provincial
de Sevilla y a la que habían acudido catorce aspirantes;
entre ellos, como única mujer, Rosario Guerra Pérez, que,
aunque ya tenía su propio negocio, debió de ver en este
puesto la ocasión de continuar con la investigación y el
laboratorio, tal como hiciera en la Residencia. Seguramente
no aprobó, porque nada de ello consta en su
correspondencia341.
En una reunión del Colegio de Farmacia de Sevilla en
junio de 1930, entre los cincuenta y cuatro colegiados
asistentes son citadas dos mujeres, Rosario Guerra y la
farmacéutica Concepción Álvarez-Mancha, que había sido
su compañera en la Residencia en 1920 y tenía abierta su
farmacia en Cazalla, donde además era farmacéutico
municipal. Ya con anterioridad, y a raíz del desequilibrio
nervioso que sufriera su hermana Luisa en Estados Unidos,
aludí a la larga comunicación de Concepción con la
Residencia.
Existe un último rastro de Rosario Guerra que utilizo
para proseguir en la reconstrucción del pulso vital de la
casa: en 1932 escribe a Eulalia Lapresta preguntando si
podría quedarse unos días en la Residencia y añade que se
encuentra en Tarragona disfrutando de la compañía de
Teresa Olivé; la tarjeta lleva en su esquina derecha un
anagrama con las letras TOM entrelazadas (Teresa Olivé
Magarolas). En el capítulo sobre las recomendaciones e
influencias citamos a Teresa Olivé, que no aprobó el
ingreso en la Escuela Superior en 1917, pero regresó a la
Residencia en 1920, después de terminar el bachillerato en
Tarragona, y permaneció hasta 1926. Trabajó en el
Instituto-Escuela y, revisando su correspondencia, se
encuentran tarjetas de 1927 y 1929 pidiendo alojamiento
porque se detendría en Madrid al regresar desde Sevilla a
su casa en Tarragona. Como en tantas ocasiones, la vida
universitaria y la convivencia entre residentes trazaron
largas amistades que siempre siguieron mirando hacia la
Casa como el común hogar feliz. Rosario no se casó, Teresa
Olivé Magarolas, sí, con José M.ª Pons Prats.
En esos primeros años veinte en los que Concha
Lazárraga y Rosario Guerra vivieron en la Residencia,
coincidieron con Amelia Gabriel Peralt, que venía de
Carcagente (Valencia); en 1925 llegó su hermana Carmen,
que estudió Filosofía y Letras y sería finalmente profesora
de Literatura y Lengua en el Instituto de Yecla y, luego, en
el Vicente Ferrer de Valencia. El padre, Ricardo Gabriel
Lloret, era abogado; la madre se llamaba Concepción Peralt
Vila. Amelia, como Rosario Guerra, se dirigió ella misma a
doña María para pedir plaza en la institución en 1918 y
utilizó el papel de cartas con el sello del padre. Ya había
cursado preparatorio en Valencia y había trasladado la
matrícula a Madrid para el segundo curso, así que insistía
en que la aceptaran dando como argumento que «sus
padres solo desearían que fuese a la Residencia»; como se
vio en el primer capítulo, la Residencia y María de Maeztu
funcionaban como garantía para las familias. Allí estuvo,
asistiendo a las prácticas de laboratorio y a las clases de
Químicas y Ciencias Naturales, etc. Cuando ella terminó,
como continuaba la hermana, siguió teniendo contacto con
la casa. En 1925 escribió a doña María y a Eulalia para
agradecerles una carta de pésame que estas le habían
dirigido por la muerte de su abuelo, pero en el escrito
Amelia dejó expreso el sentimiento común de todas estas
estudiantes al regresar a sus pueblos o ciudades de
provincia: «A las chicas de estas que están en la Residencia
pedí noticias de V. y de mi querida Resi, pues recuerdo
siempre con alegría los años de mi estancia en esa,
llevando cada una de nosotras, al separarnos de ella,
pedazos suyos guardados en el alma». De nuevo la
Residencia aparece siempre como un referente en estas
vidas y un vínculo social permanente.
Esta carta añade dos informaciones más, pertinentes a la
hora de ir recomponiendo estas sociabilidades: como se ha
constatado en otros casos, la familia Gabriel también había
recurrido a doña María para que facilitara con sus
influencias una salida profesional para el hermano:
«También le agradecemos muy de veras el interés que se
ha tomado por las cosas de mi hermano, tiene el núm. 8 en
la calificación y una vez más hemos de rogar que se
interese en sus asuntos, a fin de conseguir una plaza si no
en Valencia, sea lo más cerca posible de nosotros» (ARS,
32/3/9). Juan B. Gabriel Peralt, con la carrera de ingeniero
industrial, se debió de haber presentado a unas oposiciones
para el Ministerio de Hacienda, porque unos años después,
en 1928, esa es su posición, aunque tenía destino en Las
Palmas, así que esta segunda intervención de doña María,
si la hubo, no surtió ningún efecto342. Se notificaba, por
último, que la familia había abierto un nuevo domicilio en
Valencia capital, lo cual estuvo encaminado a facilitar el
futuro profesional de los hijos. En Valencia abriría poco
después su farmacia y laboratorio Amelia —en la calle Pi y
Margall 10—; a la capital terminaría volviendo Carmen,
después de su destino como profesora de instituto en Yecla,
y, en ella, pasados también unos años, obtendría su plaza
por escalafón el hermano ingeniero.
Nos encontramos, en suma, ante un caso familiar más en
el que las estudiantes y también el hijo, en suma, todos los
hermanos, van alcanzando con éxito sus metas
profesionales en el marco de la Residencia y el ascendiente
de la Srta. de Maeztu; pero hay más: también se observa
que, como en otros múltiples casos, se ha establecido una
relación de allegados, el sentimiento de integrar la
Residencia como algo propio, que explica que en la misma
carta en la que Carmen Gabriel comunicaba su destino en
Yecla, en 1933, se hiciera la presentación de un naranjero
de Carcagente, por el convencimiento de que a la
institución le convenía, dado el consumo de naranjas que
había, entrar en negocios con él: «Don Vicente Carrasco me
ha requerido para ser presentado a V. por mi mediación,
cosa que hago con sumo gusto por tratarse de persona
respetable, a quien en casa todos estimamos […]. Yo creo
que su proposición pudiera convenirles, dada la cantidad
de naranja que en la Residencia se consume, pues es
propietario de huertas de naranja y solo le anima el
propósito de colocar su cosecha […]» (ARS, 32/1/1).
Existe un expediente sobre Amelia Gabriel en el Centro
Documental de la Memoria Histórica, pero no se trata de
un expediente de depuración profesional, sino de
indagación sobre lo sucedido con su farmacia-laboratorio,
que en 1937, en la Valencia republicana, quedó
colectivizada por los Comités de Control Obrero343. No
obstante, al terminar la guerra, la farmacéutica recobró la
propiedad.
Isabel Carrión Cadilla, la segunda recomendada de
Rosario Guerra, llegó a la Residencia en 1926 y terminó
Farmacia en 1930. Era hija de Antonio Carrión Gavira,
inspector municipal de Sanidad, y posteriormente, en 1935,
alcalde de Utrera, y de Pilar Cadilla Matamoros. Isabel
trabajó como farmacéutica en Utrera. Como sus
compañeras, realmente se sentía muy atraída por las
prácticas de Química, en las que había destacado durante
su tiempo de residente. Magallón Portolés refiere que
Isabel asistía a las prácticas del Laboratorio Foster con
asiduidad y verdadero aprovechamiento y que su actividad
quedó recogida en la Memoria de la JAE correspondiente a
1930, en la que se citaba textualmente cómo la estudiante y
otras dos compañeras
asistieron asiduamente y con verdadera aplicación, resolviendo seis
problemas de Análisis químico cualitativo, incluso alguno que constituía
el llamado «caso complicado». Al empezar los trabajos de Análisis
cuantitativo estas mismas señoritas se prepararon y comprobaron las
soluciones valoradas más corrientes, verificando repetidas veces, hasta
imponerse bien de la técnica, las siguientes determinaciones
cuantitativas: glucosa, cloruros y fosfatos en la orina; acidez total, fija y
volátil; grado alcohólico, tanino y sulfatos en los vinos; número de acidez,
de saponificación, de yodo, de acetato; residuo insaponificable,
falsificaciones y adulteraciones en un aceite traído por una de las
señoritas, materia orgánica y cloruros del agua del Laboratorio.

Concluye la Memoria que este trabajo realizado en el


Laboratorio Foster fue presentado en el seminario de la
Real Sociedad Española de Física y Química con motivo de
su reunión anual, en Sevilla, en mayo de 1930344. Tras esa
positiva experiencia y terminada su licenciatura, Isabel se
incorporó a la citada Sociedad Española de Física y
Química el 3 de noviembre de 1930345. Algo después, en
1931, la joven comienza a trabajar como auxiliar en una
farmacia de su localidad. Con posterioridad a esa fecha
Isabel se casó, pero murió pronto, en 1946.
La trayectoria de Eloísa Alpáñez Domínguez es diferente,
porque llegó muy jovencita a la Residencia. Su padre,
Manuel Alpáñez Adrián, tenía una de las letras más
regulares y bonitas que se conservan en el Archivo de la
Residencia de Señoritas y era maestro de escuela nacional.
Aunque había tenido diversos destinos, en 1920, cuando se
dirigió a la directora de la Residencia, ejercía en El Cerro
del Andévalo (Huelva), un sitio muy apartado para mirar a
Madrid. No obstante, él explica cómo le llegaron noticias y
por qué le interesó el centro. En su primer contacto con la
Residencia utilizó papel del Balneario de Alhama en
Granada, escribía a mediados de septiembre y lo hacía con
conocimiento preciso: «14 de septiembre de 1920 […].
Habiendo tenido conocimiento en este balneario de la
próxima apertura del grupo de niñas de esa Residencia,
ruego a V. se sirva remitirme […] el Reglamento de esa
institución donde consten los requisitos para ser admitida
como alumna interna una hija mía de 14 años que muestra
gran afición al estudio […]» (ARS, 22/77/5).
Eloísa Alpáñez Domingo, la mayor de los tres hijos del
maestro, quería estudiar el bachillerato y también lo
deseaban sus padres, pero no se habían atrevido a alejarla
de casa aún, siendo tan pequeña, para que viviera en
centros que no les merecían confianza. La noticia de una
institución adscrita a la JAE, y bajo la responsabilidad de la
Srta. de Maeztu, les abrió una posibilidad que quisieron
aprovechar de inmediato, porque su hija ya había perdido
varios años y solicitaron la admisión en el Instituto-Escuela.
Cuando llegó por telegrama la admisión definitiva unas
semanas después, don Manuel se puso inmediatamente en
marcha hacia Madrid: «El Cerro, 8 de octubre de 1920 […]
necesitando viernes y sábado para los últimos preparativos
del ajuar, puesto que hasta anoche no me constaba su
admisión, espero salir de aquí en la madrugada del
domingo y llegar a esa la mañana del lunes, dirigiéndome
directamente a la Residencia, donde tendré el gusto de
saludar a la Sra. Directora y a V. [Eulalia Lapresta] y
presentarles a mi hija […]» (ARS, 22/77/2).
Se establecía así una relación epistolar que se
mantendría durante años y en los que la familia Alpáñez
recibió siempre los informes más satisfactorios sobre
Eloísa, que demostró ser una joven aplicada y ávida de
aprender:
15 de marzo de 1923
[…] He recibido su gratísima […] en la que nos da tan halagüeñas
noticias de los adelantos de nuestra hija, de su conducta y de su estado
de salud. Para nosotros no podía haber nada tan satisfactorio y por ello
nos complacemos en dar a V. las más efusivas gracias, gracias muy
merecidas porque, al confiar a nuestra hija a su protección y cuidados,
no esperábamos, conocida la multiplicidad de asuntos que el régimen de
esa Casa implica, que aquellos fueran tan minuciosos y continuos como
revela su estimada y como en sus cartas me comunica mi propia hija […]
(ARS, 22/77/10).
Manuel escribe con frecuencia en plural, englobando a su
esposa, cuyos saludos transmite con frecuencia, pero cuyo
nombre nunca cita. Por lo demás, concedió igualdad de
oportunidades a la educación de su hija y a la de sus hijos:
el segundo, Manuel, llegó en 1923 al Instituto-Escuela y
dos años después, en 1925, ingresaría Enrique. Sea por el
coste económico de los estudios de los tres hijos o, tal vez,
por voluntad de la propia Eloísa, quiso que se le hiciese un
plan especial para que pudiera terminar de cursar
bachillerato cuanto antes. Ciertamente, Eloísa había
comenzado con tres años de retraso sobre la edad habitual
y, con diecisiete años, ya no era una niña y no se sentía
cómoda con los menores. Aunque la Srta. de Maeztu no lo
creía aconsejable y hubo oposición en el Instituto-Escuela,
finalmente sí se consiguió una adaptación, de forma que la
estudiante realizó quinto y sexto curso del bachillerato en
un año346 e iniciaba el preparatorio de Ciencias en
1925/1926 y regresó al grupo de Fortuny 53 para el
segundo año de Ciencias.
A partir de 1927 no hay cartas, pero Carmen Magallón la
incluye entre los miembros de la Asociación Nacional de
Física y Química. En 1943, doña Eloísa inauguró su
farmacia en la calle Betis de Sevilla; se cuenta que, como
era una zona de gente humilde, los vecinos abrían cuenta
en la farmacia y la iban pagando, poco a poco, cuando
podían347. La farmacéutica se casó con José Luengo, y en
los Ecos de Sociedad del año 1967, la prensa sevillana
recoge la boda de uno de sus hijos348.
Concha Lazárraga, primera farmacéutica en Málaga;
Rosario Guerra y Eloísa Alpáñez, en Sevilla; Amelia Gabriel,
en Valencia… No solo en capitales de provincia: Concepción
Álvarez Mancha, en Cazalla; Consuelo Gómez, en Puente
Genil; Isabel Carrión, en Utrera; María Soledad Fernández-
Grandizo Martín, en Llerena; etc. Estas mujeres diferentes
y cultas, que viajaban, que entraban y salían, no se
quedaron en las capitales, ejercieron su influencia en los
pueblos más diversos de la geografía española, como las
profesoras de instituto y, más ocasionalmente, como
algunas doctoras.
En esas prácticas de la Residencia que tan bien
aprovechara, Isabel Carrión coincidió con Consuelo Gómez
Pérez, otra joven de un pueblo andaluz que había llegado a
Madrid. Consuelo había nacido en Cabra, en 1903, y parece
ser que su estancia en la Residencia la financiaba su única
tía por parte materna, una mujer adinerada que quiso
brindarle una educación privilegiada. En el archivo de la
Residencia quedan dos cartas, ambas escritas en el verano
de 1927, en las que la estudiante declaraba que estaba
pasando unas vacaciones de lujo: había estado un mes en
Lisboa y luego disfrutando del verano en Málaga.
Confesaba que, aunque tenía que presentarse nuevamente
a examen en septiembre, no sabía si lo haría, ya que apenas
había estudiado. El caso es que Consuelo cambió su
expediente a Granada y en esta universidad se licenció en
1928349. En la familia se cuenta que el traslado se debió a
que quisieron alejarla de un novio no bien mirado.
Sin capital familiar para adquirir una farmacia propia,
buscó trabajo y lo encontró como regente de una en un
pueblo de la provincia de Badajoz, y fue allí donde conoció
a un joven representante de productos ortopédicos, oriundo
de un pueblo cercano al suyo, Enrique Bracho García-
Hidalgo, con quien se casó en 1931, y se establecieron en
Puente Genil. Allí, con ayuda de su marido y la familia de
este, abrió su farmacia-laboratorio en la calle Don Gonzalo
18. El matrimonio, no obstante, no salió bien y en 1937
Consuelo toma la iniciativa de separarse del marido, algo
que pudo hacer porque había sido educada para ser
independiente y adquirido los medios para serlo. Se quedó
en su farmacia y a cargo de sus cuatro hijos varones350.
Por una circunstancia azarosa, mantuvo en Puente Genil
una amistosa relación con doña Dolores Gasset Chinchilla,
madre de Rafaela Ortega y Gasset, casi se podría decir la
cofundadora con la Srta. de Maeztu de la Residencia.
Probablemente ambas se habían cruzado en los salones de
la Casa; el hecho es que sí lo hicieron en Puente Genil,
donde doña Dolores pasaba el verano de 1936 en una
propiedad familiar cuando estalló la guerra, y allí hubo de
permanecer hasta su muerte en abril de 1939. Se podría
pensar que se encontraron en la farmacia y recordarían con
nostalgia aquellos años que debieron parecerles tan
lejanos, aquel Madrid del florecimiento cultural en el que
las estudiantes se movían con libertad, entraban y salían.
Acabada la guerra, siguió viviendo en Puente Genil y al
frente de su farmacia [véase imagen 10]. Como residente
que era, tenía cualificación de analista, así que durante un
tiempo ejerció como inspectora de Sanidad local. Tras su
jubilación, traslada su residencia a Madrid, la ciudad que
significaba su idealizada etapa de estudiante y a la que
había ido escapando con frecuencia cuando sus
obligaciones se lo permitieron. No recuerda la familia que
mantuviera relación con ninguna de sus antiguas
compañeras de la Residencia. Su última etapa la vivió en
Sevilla, donde murió con noventa años. La familia reconoce
que tenía un carácter difícil y poco expansivo. En el ámbito
profesional fue una mujer de éxito, en Puente Genil la
recuerdan como una persona fuerte y valiosa: se la incluyó
en una reciente exposición que recogía a las mujeres más
destacadas en la historia de la localidad351. No tuvo, sin
embargo, una vida fácil: le frustraron su amor de juventud,
su matrimonio resultó un fracaso, dos de sus hijos murieron
en la infancia y la España rural franquista no ofrecía el
horizonte social que hubieran deseado aquellas
universitarias de los años veinte que conocieron la Edad de
Plata.
Precisamente, de que algunas estudiantes entraban y
salían demasiado y, sobre todo, llegaban tarde por la noche,
se quejaba Pura Arias a doña María en el verano de 1929, y
de entre ellas, se preocupaba por M.ª Luisa Álvarez, que
ese año hacía el preparatorio de Farmacia. 1929 había sido
el año de los disturbios universitarios, como sabemos, y
Manuel Álvarez García, contratista de obras en Villanueva
de la Serena (Badajoz), recibió una carta de doña María
explicando que, ante el cierre universitario, la Residencia
había reforzado y ampliado su oferta de cursos para que las
estudiantes pudieran seguir sus estudios y prepararan los
exámenes. Una carta análoga había recibido el padre de
Isabel Carrión, que se mostró conforme con que Isabel
regresara a la Residencia y siguiera las clases según los
planes de la directora; en el mismo sentido se manifestó
Manuel Álvarez.
Villanueva de la Serena, 26 de marzo de 1929
[…] Empiezo por darle a V. las más expresivas gracias por su atención
que, con su valiosa influencia, procura conseguir el atenuar en parte el
gran trastorno que nos causan las consecuencias del proceder de los
estudiantes.
Confirmo mi autorización ya dada en otra ocasión para que V. ordene a
mi hija María Luisa con completa autoridad […]. Le repito mi profundo
agradecimiento por cuánto se preocupa a favor de la cultura y moral de
las estudiantes […] (ARS, 23/8/1).
Otro padre que confía plenamente en el papel orientador
de la Srta. de Maeztu y que asocia la Residencia a cultura y
moral.
María Luisa terminó Farmacia y en 1936 aún permanecía
en la Residencia. La investigadora Vázquez Ramil la sitúa
impartiendo ese último curso clases de Historia Natural.
Como en 1929, María Luisa también pasó en Madrid el
verano de 1936. Como explica la citada investigadora,
cuando en septiembre de 1936 María de Maeztu presentó
su dimisión y fue sustituida por un comité que dirigiría el
centro, María Luisa formaba parte del mismo, junto con
Regina Lago, Encarnación Fuyola, Teresa Andrés y Pilar
Coll. Todas ellas estaban vinculadas a organizaciones de la
izquierda republicana —UGT, PCE, JSU— y tuvieron que
marchar al exilio.
María Luisa coincidió en las aulas y en la Residencia con
Carmen Gómez Cuervo, una sevillana cuyo padre recibió en
1929 una misiva igual que la enviada a Manuel Álvarez de
parte de doña María. En el verano de 1927, Carmen Gómez
escribió varias veces a la Residencia para formalizar su
inscripción y para organizar los pagos de su matrícula de
Farmacia en Madrid y, luego, como se ha visto ya muchas
veces, siguió escribiendo para anunciar las llegadas en
momentos sucesivos y, ocasionalmente, utilizó el papel
profesional de su padre: «Manuel Gómez García, Coronel
de la Guardia Civil». La familia residía en el número 9 de la
céntrica calle Amor de Dios. A don Manuel escribió la Srta.
de Maeztu explicándole su plan para dar las clases en la
Residencia con asistencia de los profesores de la
universidad y preparar, así, a las chicas para los exámenes
y, aunque el coronel ya había dado a su hija la orden de
retirada, la visión de la directora lo tranquilizó y permitió
que permaneciera en Madrid hasta nueva orden:
Sevilla, 24 de marzo de 1929
[…] Verdaderamente las algaradas estudiantiles tan insensatas como
injustificadas [han] venido a sembrar de dudas y vacilaciones en el
camino rectilíneo que teníamos trazado los padres en la educación de
nuestros hijos y, en estos momentos, todo es duda y desorientación.
Estudiado el problema que tan inesperadamente se nos ha planteado,
hube de hallar la única solución, trayéndola a casa donde habría de
continuar sus estudios para examinarse en la Universidad de Granada
[…]. Me adhiero a su proposición y acato desde luego la solución que se
adopte […] y escribo a mi hija para que suspenda el viaje hasta, por lo
menos, el fin del mes, fecha en la que haya de tener solución las
proposiciones de su carta […] (ARS, 33/37/5).
Carmen terminó Farmacia en Madrid y vivió en la
Residencia hasta 1934. Cuando regresó a Sevilla, tardó
tiempo en tener un negocio propio, pero en 1945 abrió su
farmacia —que hoy existe— en la calle Porvenir 29 y la
regentó hasta 1967, año en el que se hizo cargo de ella su
hija María del Carmen López Gómez.
En sus años estudiantiles, Carmen elegía un cuarto doble
que compartía con otra estudiante de Farmacia, Fernanda
Morales. Aunque no la nombrara, seguramente que en sus
traslados a Madrid procuraba coincidir con otra estudiante
sevillana, que igualmente se alojó en la Casa hasta 1934,
María Luisa de Castro, que era hija del decano de la
Facultad de Filosofía y Letras de aquella universidad, José
de Castro y Castro. El decano también respondió a la
propuesta de la directora, pero, en esta ocasión, este padre
contestaba que, estando enferma María Luisa, no
regresaría a Madrid hasta que se restableciera. En 1933,
ya licenciada, Luisa se matriculó de los cursos de doctorado
en la Central.
Aquella primavera de 1929, la vida social sevillana estuvo
más animada aún de lo acostumbrado; con el cierre de la
Universidad Central, muchas de las jóvenes universitarias
que estudiaban allí permanecieron en sus casas, lo que hizo
exclamar a una de ellas, la maestra María Amorós, que
seguía un curso para Educación Especial de Sordomudos,
que no se podía dar una vuelta por la ciudad sin saludar a
una residente. Aun siendo una exageración muy a la
andaluza, algo de verdad había en ello: «[…] En estos días
he visto a una porción de residentes por esta ciudad. ¡No se
puede ir por ningún sitio sin encontrar gentecita de esa
casa!». Y añadió: «Aquí me han dicho que la Señorita de
Maeztu ha solucionado el conflicto de las estudiantes
universitarias, proporcionándoles profesores para que
puedan seguir sus estudios. Me alegro por ellas y por la
Residencia» (ARS, 23/26/5). Ella misma notificaba en esa
carta su regreso.
También retornaron Piedad Candela y Adela Oliver.
Piedad vivió en la Residencia entre 1928 y 1935, y estudió
Farmacia. Por carta, su padre, Antonio Candela Aznar,
confirmó a doña María que aceptaba que su hija
permaneciera en Madrid a pesar del cierre universitario:
«Córdoba, 10 mayo 1929 […]. Mi deseo sería que
continuase estudiando en Madrid y como quiera que el caso
no está bien definido en lo relativo a la continuidad del plan
de estudios hasta Septiembre […], le ruego que mi hija
Piedad quede ahí el mayor tiempo posible y, una vez
conozca V. el resultado, la incline a lo que más convenga
con respecto a los exámenes, o sea la fecha que convenga
para su presentación, de acuerdo con mi hija, desde luego
[…]» (ARS, 68/3/3).
Don Antonio, un padre que no quería imponer su
voluntad a su hija, utilizó papel de su negocio, Almacén de
Esteras y Persianas, que anunciaba, además, muebles de
mimbre y un gran surtido de calzados y alpargatas, situado
en Córdoba en la calle Conde de Cárdenas, números 7, 9 y
11, y allí tenía también domiciliado su automóvil, un
Dodge352. Tanto los productos de su almacén como los
apellidos me llevan a creer que la familia procedía de
Alicante, de Crevillente, donde se puede identificar a un
Antonio Candela Aznar como cofundador de la Caja de
Ahorros y Monte de Piedad de Crevillente, que es el
antecedente de la actual Caja del Mediterráneo353.
Desde Linares (Jaén), utilizando su papel timbrado,
escribe Julio Oliver, Sastre: «[24 de marzo de 1929] En mi
poder su atenta y expresiva carta del 22 del actual que con
gusto respondo para significarle mi incondicional adhesión
a sus proyectos y por consecuencia puede contar con mi
hija Adelita que de una manera u otra saldrá para
incorporarse a la Residencia tan pronto pasen estos días de
Semana Santa» (ARS, 40/15/6). Adelaida Oliver Ruiz —
Adelita para su padre— había nacido en 1907 y siguió
bachillerato por libre en el Instituto Santísima Trinidad de
Úbeda; después, como tantas otras residentes, ingresó en
la Normal de Maestras de Jaén en 1925, finalizando en ese
centro en junio de 1927354. Sin perder el tiempo, el curso
1927/1928 llegó a la Residencia para estudiar Farmacia en
la Central. En esta ocasión, ella misma narra sus objetivos
y avatares en diversas cartas a la directora, estando ya de
vuelta en Linares después de haber dejado la casa:
«Linares, 23 septiembre 1932 […]. Cuando fui a la
Residencia era ya maestra y allí cursé Farmacia y las
asignaturas de Doctorado, pensaba volver a hacer la tesis y
establecerme aquí en Linares, pero no he podido hacerlo
porque el negocio de mi padre comenzó a flaquear. Como la
situación no se ha afianzado, sino que se ha agravado,
aunque no en extremo, hay que ponerle remedio
trabajando, correspondiendo así a los desvelos y sacrificios
de mi padre por nosotros» (ARS, 40/15/1). Durante ese
período del doctorado, Adelaida trabajó como profesora
auxiliar.
Adela —así es como firma ella— se había enterado de que
se habían convocado plazas en el Instituto-Escuela y se
dirigía a la Srta. de Maeztu para que le ayudara a ser
seleccionada, ya que ella, además de licenciada en
Farmacia, era también maestra. Lo contemplaba como una
situación transitoria: «He pensado que, con la
remuneración que esas plazas tengan, remuneración que
no sé cuál será y alguna clase particular que usted me
proporcionara podría disponer de lo suficiente para vivir en
la Residencia y poder así, durante mi estancia en Madrid,
hacer la tesis y algún cursillo que me capacitara para hacer
algunas oposiciones relacionadas con mi carrera» (ARS, 23
40/15/1). Le faltó tiempo a doña María para ponerse manos
a la obra y, de inmediato, aconsejó a la antigua residente
que, efectivamente, se presentara a esas plazas, algo que
Adelaida hizo, pero, siguiendo sus palabras: «[13 de
octubre de 1932] no ha querido Dios que vaya, pues aquel
mismo día caí enferma, he tenido fiebres gástricas y como
desde el primer momento me dijeron que era cosa larga,
me di cuenta de que para el día 10 que empezaban las
prácticas no podía estar ahí. Figúrese mi disgusto, hoy me
encuentro mejor, quizás mañana me levante y de nuevo
empezaré a orientarme. Si encuentra durante el curso algo
que yo pueda hacer acuérdese de mí […]. No sabe la
alegría que me proporcionó su contestación aunque la
fatalidad se interpusiera y deshiciera mis ilusiones» (ARS,
40/15/3).
Estas vicisitudes en la vida de Adela bien podrían haber
sido incluidas en el pasado capítulo sobre el dolor, para
revelar la frustración que ocasionaba la frecuente
interferencia de los problemas de salud en estas vidas
universitarias, pero esta protagonista, además, muestra la
capacidad de reacción ante las adversidades: dio un paso
adelante para buscar un trabajo con el que poder suplir la
falta de disponibilidad económica de su casa y, al perder
esa oportunidad, siguió buscando alternativas para
reconducir su vida profesional. En este caso se podría decir
aquello de a Dios rogando y con el mazo dando: «[30 de
noviembre de 1932] Ya repuesta de mi enfermedad, he
conseguido ser admitida en un concurso convocado por el
Instituto de Linares para cubrir vacantes de ayudantes de
Cátedras de Ciencias, puestos que si bien hoy no tienen
importancia por ser gratuitos, es muy probable que el año
que viene sean un mérito casi definitivo para cubrir las
[plazas]». Habiendo, no obstante, dos vacantes se habían
admitido cinco auxiliares y se iniciaba entonces una especie
de concurso de méritos entre ellos: «Aunque yo soy la que
tengo más méritos oficiales, parece ser que el Claustro ha
dado importancia a certificados particulares que otros
admitidos han presentado […]», y solicita entonces que se
le certifique la asistencia a los cursos del laboratorio de la
Residencia con Louise Foster, Rosa Herrera y Enrique
Raurich, hasta 1931 (ARS, 40/15/4). ¡Qué antigua es la
arraigada costumbre española de recopilar todo tipo de
certificaciones para el curriculum!
No debió de enderezarse la situación tampoco en esta
tercera vía, porque su nombre figura entre los cursillistas
de primera enseñanza que iban a ocupar plaza en 1934355.
Es decir, que tuvo que abandonar la opción de una cátedra
de instituto y desempolvar su título de maestra, por ello en
la secretaría de la Normal de Jaén consta que se expidió el
certificado de titulación en 1934. Años después, en 1943,
Adela conseguiría una vacante en Sevilla356, en lo que se
puede considerar su consolidación como maestra de
primera enseñanza.
A veces el destino juega en nuestra contra y algo así
parece que le sucedió a Adelaida Oliver, que era hija de un
sastre, como Victoria Kent. No pudo abrir una farmacia ni
tampoco consiguió una cátedra de instituto… ¿Había
estudiado e invertido demasiado para conformarse al final
con su plaza de maestra? Aparentemente sí, pero el bagaje
personal de una vida estudiantil en el Madrid de los años
veinte, en el núcleo de cultura e internacionalidad que creó
la Residencia, me parece en sí mismo un logro
extraordinario y que, sin duda, daría su fruto en la larga
existencia de una vida que, ciertamente, fue
económicamente independiente.
En cualquier caso, no se trata tanto de cuantificar éxitos
personales, que no despreciamos en modo alguno, como de
ir dibujando las pequeñas pinceladas que configuran el
lienzo del éxito social, la asiduidad con la que las españolas
de los años veinte y treinta entraron en la esfera pública
como mujeres cultas, profesionales cualificadas y personas
experimentadas y salieron del círculo de Madrid, para
desembarcar en capitales de provincias (Huelva, Zamora,
Valencia, León, Oviedo, etc.), aun a sabiendas de que
llegaban a lugares aburridos, más aún lo sintieron aquellas
que se instalaron en un pueblo (Utrera, Cazalla, Puente
Genil…). Mujeres a las que la historia de repente hizo
volver atrás, al mundo ruralizado y pobre de la dictadura,
donde la cultura y lo internacional inducían a la sospecha.
Sus convecinos las recuerdan como mujeres fuertes,
dedicadas a sus trabajos, nostálgicas del pasado. Esto iba
de entregar el testigo, como en las carreras de relevo, y
ellas tuvieron que agarrarlo largo tiempo, sin hacer la
entrega hasta la década de los sesenta.
DE DOCTOR A DOCTORA
Los estudios de Medicina estuvieron desde siempre muy
solicitados entre las estudiantes. A pesar de las reticencias
institucionales y de los prejuicios, su ejercicio quedaba
asociado al cuidado de los demás y, por tanto, a la
naturaleza asistencial atribuida a las mujeres. Por ello,
cuando estas comenzaron a llegar a las facultades se
orientaron hacia Pediatría y Obstetricia y Ginecología.
Estas fueron las especialidades más seguidas por las
residentes.
Francisca Guillermina Victoria de los Ángeles Medina
Verdeja, a quien siempre llamaron Fanny, nació en 1891 en
Málaga. Fue hija única del matrimonio entre Francisco
Medina Chavarría, comerciante, y Ángeles Verdeja
Maldonado, que se dedicaba a sus labores. Hoy consta
como la primera médica titulada que ejerció en Andalucía y
una de las primeras médicas doctoradas de España. En
Málaga comenzó primero estudios de música en el
Conservatorio y terminó la carrera de piano en 1906; ese
año se matriculó en Magisterio, algo esperable, pero lo
interrumpió para cursar bachillerato por libre, lo que logró
en dos cursos, entre 1907/1908 y 1908/1909. En 1911
estaba ya inscrita en la Facultad de Medicina de Cádiz,
donde comenzó como alumna libre. Un trabajado artículo
de Víctor M. Heredia ofrece los detalles de la carrera
académica, para la cual contó con una beca del
Ayuntamiento de Málaga y en cuya solicitud se hizo constar
que, además de sus títulos de bachillerato y piano, hablaba
tres idiomas: una eminencia. En 1916 colaboró como
alumna interna para las prácticas clínicas de Obstetricia y
en 1917-1918, además de culminar Medicina, aprovechó
para aprobar las asignaturas de Magisterio que aún le
quedaban pendientes357 y resolvió decididamente conseguir
un doctorado en Madrid.
Cuando escribió a la Residencia utilizó un papel timbrado
en el que figuraba su licenciatura —Fanny Medina,
Licenciada en Medicina y Cirugía— y comunicaba que se
había enterado por Alberto Jiménez Fraud —el director de
la Residencia de Estudiantes— que estaba admitida para el
curso 1918/1919, lo que agradecía a doña María, «Málaga
[ilegible] septiembre de 1918 […] pues en ello tenía gran
empeño, por ser muy de mi agrado el ambiente de cultura
de la misma y la buena organización que reina en ella»
(ARS, 38/27/19). Esta breve carta nos pone en la pista de
que la familia de Fanny conocía a Jiménez Fraud. Tal vez
siguiendo su consejo, su padre, pensando en su futuro,
había visitado la casa y se había entrevistado con doña
María. Él mismo lo cuenta en una bonita carta que nos
retrata la tesitura familiar de esas chicas de provincia y
que, como está escrita sobre el papel de la empresa, indica
también la procedencia económica. Tenía don Antonio una
preciosa letra:
Francisco Medina
Comisiones Representaciones e Informes Comerciales
Málaga, 11 de mayo de 1918
Muy Sra. mía: En el mes de Abril tuve el gusto de visitar a V. en esa con
el propósito de que mi Sra. hija fuese para el curso venidero a parar en
esa Residencia […] no haciendo yo solicitud en el acto porque, como mi
hija no se había separado durante sus estudios del lado de su madre, no
tenía seguridad de poderle convencer de que estando en esa residencia
no eran precisos los cuidados de su dicha madre.
Deseosa mi señora hija de residir en ese establecimiento durante el
curso de Doctorado, ha conseguido conformar a su madre por cuya razón
mi hija se dirigió a V. desde Cádiz pidiéndole un impreso para hacer la
solicitud […].

Se perdió una primera carta, parece ser, y por ello se


escribe esta segunda que iba certificada e incluía un sobre
con sellos para la respuesta. Prosigue su autor: «Creo que
con estos datos que le facilito no le será difícil recordar mi
visita, pues me mandó V. a la calle Fortuny para que doña
Julia [Iruretagoiena] me enseñara la Residencia de la cual
quedé altamente satisfecho […]» (ARS, 38/27/21). Como se
desprende del contexto, Fanny tenía que convencer a su
madre de que la dejara ir a Madrid y para ello contó con la
complicidad de su padre, pero, tal como ya se trató en el
primer capítulo, resultaba doloroso permitirlo y en este
caso más, siendo hija única; la misiva muestra que su
madre la había acompañado en los años de sus estudios en
Cádiz.
En realidad, hubo hasta una tercera carta, pues la
anécdota es también recogida en la correspondencia de
Jiménez Fraud, que critica la vehemencia paterna: «[…] El
que en cambio no se da cuenta de su pesadez es un señor
Medina, de Málaga, papá de una médica aspirante a
residenta [las cursivas son mías], que por los más diversos
conductos me lleva preguntando lo menos cuarenta veces
cuándo dará la señorita de Maeztu contestación a su
solicitud. Ya sabe usted que este es el hombre de las tres
cartas y que tiene un certificado (de correos) y dos sellos
para contestación, en abono suyo»358. En definitiva, que
esta vez el formulario llegó a Málaga y no se perdió tiempo
en mandarlo relleno de vuelta a Madrid: «Málaga, 28 mayo
1918 […]. Adjunto le acompaño la hoja de la solicitud, en el
claro donde dice “precio máximo de pesetas mensuales” he
llenado con la cantidad de 110,50 pesetas». Se refiere al
precio de la mensualidad, y sigue preguntando el padre si,
además del listado de ropas y enseres, podría su hija llevar
otros objetos personales como «un lavabo-tocador y algún
estantito para libros» (ARS, 38/27/22).
No hay más información sobre su estancia en la casa y
parece ser que no estuvo mucho tiempo en ella, porque,
según cuentan los familiares, no se adaptó a la rigurosidad
de las normas359 y probablemente no estableció una
corriente de simpatía con la Srta. de Maeztu: Fanny había
sido una niña única, de sorprendente inteligencia, que tenía
a sus padres permanentemente a su alrededor. Sin
embargo, dos años después de su llegada a la Universidad
Central, en 1920, defendió su tesis, Importancia
ginecológica y aplicación terapéutica del radio en los
procesos neoplásicos360, bajo la dirección de Sebastián
Recasens, convirtiéndose, como decía, en una de las
primeras doctoras en Medicina, aunque seguía dispuesta a
vivir la vida a toda velocidad: en 1921 regresó a Málaga, se
casó, abrió su consulta y tuvo su primera hija. Contrajo
matrimonio con José María Bermejillo Pelayo, licenciado en
Ciencias en la Universidad Central y oriundo de Espinosa
de los Monteros (Burgos). En Málaga, la prensa anunciaría
esos años su «consultorio para señoras», pero en 1926 hay
que situarla en Barcelona, donde se colegia361 y ejerce
brevemente, ya que a partir de 1928 reaparece colegiada
en Málaga y también nace allí su segundo hijo. Su
matrimonio duró poco más; en 1930 está separada del
marido y criando con ayuda de su padre a sus dos hijos. En
estos años Fanny no solo cambió constantemente de
ciudades, sino de domicilios: varios en Málaga, varios en
Cádiz, al menos dos en Madrid, también más de dos en
Barcelona… Difíciles relaciones en la Residencia, difíciles
relaciones matrimoniales… Fanny no parecía encontrar lo
que buscaba y aún habría de soportar una terrible
experiencia: a finales de agosto de 1932, Francisco Medina
se suicidó y su cadáver apareció flotando en el puerto de
Málaga. Antes de la guerra la ginecóloga se había instalado
nuevamente en Madrid, allí vivió la guerra y allí siguió
ejerciendo durante años. Murió en Madrid en 1977.
Pero antes que ella había obtenido su licenciatura y su
doctorado María de las Nieves González Barrio, a quien
Raquel Vázquez Ramil coloca en la Residencia en el curso
1916/1917 e impartiendo, como becada, clases de Física y
Química y cuya trayectoria ya había destacado Consuelo
Flecha362. Además del excelente trabajo de esta
investigadora, disponemos de dos fuentes valiosas que
ayudan a valorar su rompedora trayectoria: su expediente
en la JAE y su entrevista a la revista Blanco y Negro en
1935, en la que ella misma comenta su ascendencia
familiar. Nieves había nacido en 1884 en Minas de Riotinto
(Huelva), donde su madre, Bernarda Barrio, era maestra.
La familia provenía de León y regresó pronto a aquella
provincia, estableciéndose en Vegacervera; Nieves pasó allí
su infancia. Su padre, Marcelo González, tenía un comercio
que regentó con aprovechamiento. No obstante, al ser la
mayor de una familia muy numerosa —tenía nueve
hermanos—, la futura doctora reconoce que siempre
trabajó, bien ayudando a su madre, en la casa y en la
escuela, o a su padre en el comercio. Realizó el bachillerato
en el Instituto Padre Isla de León y luego en el Jorge
Manrique de Palencia363. Siguiendo un patrón muy
extendido entre las estudiantes de la Residencia, incluidas
las licenciadas en Medicina, Nieves cursó primero estudios
de Magisterio Superior e incluso —como ella misma hace
constar en su solicitud a la JAE— llegó a ganar por
oposición una plaza de maestra en Cervera de Pisuerga364,
pero renunció a la escuela para estudiar Medicina en
Salamanca, ganando para ello una beca en un concurso en
el que obtuvo el número uno entre sus competidores, todos
varones, como ella explicaba365. Durante la carrera fue
alumna interna en el Hospital Provincial de Salamanca y
trabajó gratuitamente en la Gota de Leche. En los años de
licenciatura se acrecentó su vocación por los aspectos
sanitarios que tenían que ver con la mujer y el recién
nacido y, curiosamente, su solicitud de pensión a la JAE en
1913 manifiesta este interés, junto con una predilección
Á
por África. Dejó constancia de que había obtenido
matrícula de honor en Obstetricia y de haber asistido como
alumna interna a la Clínica de Partos de la facultad y
solicitaba una ayuda durante los meses de junio a
septiembre para acudir a Marruecos a mejorar su «Árabe
vulgar» y observar las condiciones higiénico-sanitarias de
la mujer marroquí y su asistencia en el parto y el puerperio.
No obtuvo lo que quería, pero no renunció a esa
experiencia, como veremos.
De su carrera en Salamanca, comenta María Luz de
Prado que Nieves fue la más brillante alumna e
investigadora que pasó por las aulas de la Facultad de
Medicina. Se matriculó en 1910 y el 1 de junio de 1911 le
fue concedido el título de alumna interna con la
gratificación anual de 500 pesetas. Ganó la beca
compitiendo con una docena de estudiantes varones. Un
recorrido exhaustivo por su expediente académico ofrece
datos incluso más brillantes que los obtenidos en los
estudios secundarios. En diecisiete asignaturas consiguió
sobresaliente y en nueve de ellas con premio y mención de
honor; solo en Otorrinolaringología obtuvo un notable.
Todas las aprobó en convocatoria ordinaria. Compaginó los
estudios de medicina con los de química y alemán en el
Instituto General y Técnico de Salamanca, además de
trabajar gratuitamente en la Gota de Leche. Con treinta
años, y los estudios concluidos satisfactoriamente, se
examinó el 12 de junio de 1914 del Grado en Medicina y
obtuvo un sobresaliente. El título de licenciada le fue
expedido el 26 de febrero de 1915366.
En 1914, ya licenciada, se trasladó a Madrid para seguir
los estudios de doctorado y trabajar en el equipo de
Gustavo Pittaluga en el Instituto Nacional de Higiene
Alfonso XIII. En septiembre de 1915 defendió su tesis
doctoral, Algunas observaciones de anatomía patológica del
Kala-Azar infantil367. Como antes indicaba, en el curso
1916/1917 figuraba como profesora de Ciencias en la
Residencia, pero debió de ser muy temporalmente, porque
en 1917 ganó una plaza de médico municipal que la llevó a
Tetuán, lo que había sido su deseo años antes. En su
entrevista aclara: «A los dos meses me nombraban, sin yo
solicitarlo, médico del harén de Su Alteza Imperial el
Jalifa». La aventura resultó puntual porque, en 1918, a
propuesta de Pittaluga, ingresó como investigadora en el
laboratorio Ibys. De esa época y en relación con su
experiencia académica y profesional, datan sus primeras
publicaciones368, que incluye como documentos adjuntos en
otra solicitud a la JAE en 1921, cuando se presenta como
nuevamente residente en Fortuny 30. En esta ocasión sí se
le concede una beca para el Santa Teresa College de
Winona, Minnesota, y la consideración de pensionada por
diez meses. De modo que, en septiembre de ese 1921,
estaba ya cursando Bacteriología, Química Orgánica e
Inglés en ese college, y el boletín de septiembre de 1921 de
la Clínica Mayo informa de su incorporación como alumna
interna en el laboratorio con el doctor Leonard Rowntree.
Desde el primer momento su estancia se vio dificultada
por la falta de fondos y el retraso con el que llegaban desde
España, por lo que el International Institute tuvo que
acudir en su ayuda; a ello se añadió un cambio de planes
sobre la marcha. Nieves no cumplía con el patrón habitual
de una becaria: era ya doctora, una mujer adulta de treinta
y siete años con una carrera científica y profesional ya en
marcha en España. Sus iniciales estudios de biología en la
Clínica Mayo enseguida se le quedaron cortos, con lo cual,
en marzo de 1922, terminó una memoria de esa estancia
que mandó a la Junta para justificar el período en
Rochester y envió a Pittaluga, y ella misma arregló, un
cambio en el programa y se marchó a Nueva York para
buscar lo que quería: formación sobre el parto y la
lactancia. Como la doctora explica, entró en contacto con la
Fundación Rockefeller y pidió admisión en su Babies
Hospital, que dirigía entonces Luther Hemmett Holt y
desarrollaba un pionero programa en lactancia artificial.
Una vez allí, contactó con la JAE para informar del cambio
de planes, pedir que la ayudaran con la Fundación
Rockefeller y demandar una ampliación de la pensión hasta
después del verano: «Nueva York, 6 mayo 1922 […]. Espero
que la Junta atenderá mi petición y no me obligarán
ustedes a volver sin haber estudiado nada de lo que
verdaderamente me interesa». La burocrática maquinaria
española no estaba preparada para tanta improvisación y a
larga distancia, pero sorprendentemente respondió muy
bien: la cuestión de los pagos, como era de esperar, se
atascó, pero el nuevo acuerdo científico avanzó más allá de
lo previsible. La JAE conectó con la Fundación Rockefeller,
que resolvió, tras una entrevista con la interesada, becar a
la doctora si la Administración española se comprometía a
emplearla a su regreso en beneficio de la sanidad pública.
Rápidamente José Castillejo conectó con el director general
de Sanidad, Manuel Martín Salazar, quien manifestó por
escrito el interés del Gobierno en esa formación, ya que
entre los proyectos inmediatos se contemplaba la creación
de una institución especializada en maternidad y
puericultura, dentro de los planes del Gobierno de lucha
contra la mortalidad infantil y el fortalecimiento de la
sanidad pública, tras la incidencia de la gripe de 1918.
Ofreció, incluso, su contratación como inspectora de las
instituciones de puericultura de Madrid con un salario de
5.000 pesetas, a cambio del compromiso de dedicar todo su
trabajo a la sanidad pública por un período de unos diez
años. Incluso hoy parece inaudita la sucesión de esa cadena
de resoluciones en menos de un mes. Nieves González
Barrio desarrolló su estancia en el Babies Hospital, tal
como quería, y visitó otros hospitales en Boston, Baltimore
o Filadelfia para observar la organización de las
enfermeras visitadoras; volvió a España con ese bagaje que
sería fundamental en su trayectoria posterior, pero no
aceptó el ofrecimiento de la Dirección General, porque, si
bien la retribución era considerable, estimó que la
prohibición de abrir una consulta privada la perjudicaba
económicamente y la minusvaloraba en relación con otros
colegas varones a quienes no se les exigía la exclusividad:
sorprendente autoafirmación.
Al igual que cambió sus planes como becaria, también
abandonó la investigación en bacteriología y parasitología
desarrollada con Pittaluga, para entrar de lleno en el
campo de la pediatría con el apoyo del catedrático de
Pediatría Enrique Suñer Ordóñez —a quien cité por su
posterior persecución a los miembros de la JAE— y, al
regresar, ingresó con él en el Laboratorio de Enfermedades
de la Infancia del Hospital San Carlos de Madrid, y poco
después se la nombró encargada del laboratorio del
Instituto Rubio —institución creada por Federico Rubio Gali
— y, al abrir la Escuela Nacional de Puericultura, que
dirigió Suñer, tal como se había hablado durante su
estancia en Estados Unidos, fue nombrada profesora
auxiliar y recibió el encargo de organizar el Servicio de
Enfermeras Visitadoras y la formación de ese cuerpo
especializado, cuya experiencia recogió en un tratado que
recibió en 1929 el premio Legado Roel de la Sociedad
Española de Higiene. Precisamente el artículo de ABC
sobre la Escuela de Puericultura de 1926369 incluye algunas
fotografías de la doctora, rodeada de las enfermeras que
reciben la formación, y textualmente se explica que es la
encargada de la cuarta sección de la Escuela, la dedicada a
la enseñanza de las enfermeras visitadoras y las niñeras
tituladas y del laboratorio. Aunque no hay mención en su
expediente de la JAE, según sus declaraciones, vivió otro
período de ampliación de estudios en 1930, esta vez en
centros europeos de Londres y París.
La doctora arremete en la entrevista de Blanco y Negro
contra el Gobierno de la República que la dejó cesante y
puso en su lugar a una persona sin la necesaria
cualificación, según ella. Esta chocante situación se
inscribe en la rivalidad científica e ideológica entre
Pittaluga y Suñer. Tras el ascenso de los planteamientos
sobre pediatría y enfermedades de la infancia plasmados
por este último en la Escuela Nacional de Puericultura
durante la Dictadura de Primo de Rivera, la República
favoreció la posición de Pittaluga, tan vinculado a la JAE, a
través de la Escuela Nacional de Sanidad, y González del
Barrio cayó con el equipo de Suñer y fue sustituida. De
hecho, aparece firmando un concurso para profesor titular
de la asignatura de Laboratorio aplicada a la puericultura
en la Escuela de Puericultura y lo ganó Manuel Díaz del
Solar370. Tras la guerra, Pittaluga salió hacia el exilio en
México y Suñer conoció los máximos honores del régimen y
se ocupó de la represión del cuerpo médico; sus
colaboradores le acompañaron en el ascenso, pero el
nombre de María de las Nieves González Barrio no
reapareció371.
En la entrevista de 1935 aparecen dos confesiones más,
muy valiosas de cara a dos preguntas recurrentes en la
reconstrucción de estas vidas: «Estoy soltera. La
Providencia no puso en mi camino un hombre que hubiera
sabido hacerme creer que estaba muerto por mis pedazos.
¿Falta de sex appeal? ¿Influencia del medio hostil en que
pasé mi juventud? Quizá si alguno hubiera llamado
seriamente a mi corazón habría sabido corresponder. Creo
que hubiera sido buena ama de casa y excelente madre
[…]. ¿Mi opinión sobre el feminismo? Creo que la mujer
tiene tanto derecho como el hombre a ser feliz y la felicidad
puede encontrarse en el trabajo y la salud, que viene a ser
su consecuencia». Un curioso encadenamiento entre
feminismo y felicidad y entre felicidad, trabajo y salud.
Aunque se trate de reflexiones bastante ambiguas, se
puede interpretar que la soltería no obedece a una decisión
deliberada, sino que es la consecuencia de no encontrar el
compañero que pudiera congeniar con el tipo de nueva
mujer que ella significaba. Lo primero se conecta con lo
segundo: creo no equivocarme al pensar que Nieves
utilizaba el término felicidad como afín a éxito, la mujer —
como el hombre— tiene derecho al éxito por el trabajo,
aunque muchas pagaran el éxito con la soledad. Murió en
Vegacervera en 1961.
Estas dos primeras doctoras eran también maestras, y en
la misma situación estaba Rosa Poy Martí cuando inició sus
estudios sanitarios. De hecho, debemos al fracaso en el
intento de ingreso en la Escuela Superior del Magisterio su
valiosísima trayectoria alternativa. En 1916 llegó a Madrid.
Según su ficha en el Servicio de Migración de México, en
donde finalmente recaló, Rosa habría nacido en Roquetes
(Tarragona) en 1902; no obstante, esa fecha no encaja bien
con la primera documentación que se conserva en la
Residencia —una carta pidiendo alojamiento para enero de
1917—, cuando estaba ya en Madrid preparando el ingreso
en la Escuela Superior del Magisterio, porque sería
demasiado joven (ARS, 41/77/3). Consigue plaza en la
Residencia pero no aprueba el ingreso; ni tampoco el
siguiente curso, 1917/1918. Se enmarca en esa sensación
de fracaso y desorientación, una franca comunicación con
doña María en búsqueda de consejo y orientación para el
futuro. Sobre un papel presidido por un anagrama que
enlazaba sus iniciales RP, se dirigía Rosa a la directora tras
haber recibido el formulario que anunciaba la apertura del
Instituto-Escuela y la hacía partícipe de sus dificultades:
Barcelona, 13 de agosto de 1918
[…] Voy a consultar a V. una cosa con el fin de que me aconseje lo que
crea más conveniente: al no sacar la plaza en la Escuela Superior, creo
que le dije a V. que ya no volvería, pues este era el deseo de mi madre
que, con el fin de que estuviera a su lado unido a los muchos gastos que
ocasiona la estancia fuera, quería que dejara de estudiar. Pero después
de mucho pelear este verano, he conseguido que me dejara volver a
últimos de curso para probar otra vez en la Superior. Al recibir el folleto
y leer esto de las «Aspirantes al Magisterio Secundario», hemos pensado
que si estuviera a mi alcance podría hacerlo, pues a mi madre le ha
parecido muy bien. Así que desearía me aconsejara V. sobre el particular
y me pusiera al corriente de todo lo necesario para estos estudios y el
y p p y
porvenir que con ellos se alcanza, pues si comprende V. que tengo
suficientes aptitudes, podría matricularme en la Universidad […] (ARS,
41/77/8).

Seguramente Maeztu tuvo que aclararle que lo de ser


aspirante al Magisterio Secundario no era un estudio, sino
un primer escalón de empleo para las ya licenciadas. La
carta dibuja la escena del verano batallador que pasó Rosa
Poy contra una madre que pecaba de prudente y, al fin, se
rindió. La mención exclusivamente de la madre como
responsable de las decisiones, el papel de luto utilizado y
las alusiones, en esta carta y otras, a las limitaciones
económicas me llevan a pensar que fuera huérfana. En
estos viajes juveniles, Rosa se trasladaba acompañada de
otras catalanas que también aspiraban al ingreso en la
Superior, como la ya citada Teresa Olivé —que tampoco
aprobó— o Virginia Garau Ríu. Regresó en enero de 1919,
como ella quería, para retomar la preparación del acceso.
Pero algo bullía ya en su interior y había puesto sus ojos en
la universidad. Después de un tercer fracaso hubiera sido
esperable el abandono, y la falta de correspondencia podría
haberlo dejado entrever, pero no; fechada en noviembre de
1924 y remitida a la directora aparece una carta muy
diferente que nos aclara a qué se había dedicado la
residente en los últimos cuatro años:
Barcelona. Rambla Cataluña 70, principal 2.
28 de noviembre [1924]
[…] Hace ya mucho tiempo que quería escribirle, pero esperando
establecerme y notificarle la nueva se ha pasado el tiempo, hasta que,
por último, he conseguido el fin que perseguía, que era establecerme en
Barcelona donde tiene V. una casa y una alumna antigua de la Residencia
a su entera disposición.
Hace seis meses que estamos aquí, pero dos que he empezado a
trabajar; claro está que los clientes no son muchos, pues todos los
principios son difíciles y más en una capital donde se conoce menos
gente […]. De momento estoy contenta de todos los trabajos que hasta
ahora he hecho. He tenido de cliente al Sr. Estalella [Josep] y a su
hermano […] (ARS, 44/77/13).

En el número 70 de la Rambla de Cataluña acababa de


abrir su clínica dental la joven cirujana odontóloga Rosa
Poy Martí, quien había tenido arrestos para convencer a su
madre, transformar su frustración en nuevo comienzo,
elegir una especialidad inusual para una mujer, terminar
brillantemente sus estudios en la Facultad de Medicina de
la Universidad Central, elegir una gran ciudad para ejercer,
donde, como ella confiesa, no cuenta con gran ayuda, e
inaugurar una consulta propia. No estaba nada mal… —
para una chica de pueblo y probablemente huérfana, añado
yo—, y se entienden las ganas de comunicar su logro y su
satisfacción. Josep Estalella había sido profesor de Física
en la Residencia y en el Instituto-Escuela y sería luego
director del Instituto-Escuela de Barcelona. Desde
principios del siglo XX, Odontología figuraba como
titulación independiente adscrita a la Facultad de Medicina.
Como precisa Raquel Vázquez Ramil372, en el curso
1921/1922 las cuatro estudiantes de Odontología de la
Universidad Central —Olga Grasser, Ángeles Pardo Celada,
Francisca Puig y Rosa Poy— vivían en la Residencia de
Señoritas. Este tipo de detalles ejemplifica el impacto
académico de la Casa. Doña María disfrutaba
especialmente los triunfos de sus estudiantes y respondía
con placer a estas noticias felices:
18 de diciembre de 1924
[…] No sé decirle cuánto me alegra ver que las antiguas alumnas de
esta casa muestran valor ante la vida y saben afrontar las dificultades
para obtener por su trabajo aquello a que son acreedoras por su carrera.
Comprendo que es muy aventurado el establecerse en Barcelona,
donde […] la competencia debe [de] ser tremenda […].
La Residencia continúa progresando de día en día, habiendo llegado a
tener entre todos los grupos ciento sesenta alumnas. Todo ello se debe,
sin duda, a la gran propaganda que ustedes saben hacer por todos los
rincones de España […] (ARS, 52/8/41).

Por supuesto que el éxito de las residentes se convertía


en la mejor publicidad y, por si fuera poco, ellas mismas la
enviaban a sus amigas y allegadas. Por este motivo retomó
Rosa Poy la comunicación con Eulalia Lapresta, para
recomendar a una amiga que quería alojarse en el centro, y
la secretaria le enviaba una cálida respuesta, que ayuda a
conocer el camino profesional que iba recorriendo y,
además, la propia evolución de la Residencia:
10 de septiembre de 1930
[…] Acabo de recibir tu carta con la alegría que puedes imaginar
después de los años que hace no nos dabas noticias tuyas […]. Sabía que
estabas en Barcelona, que trabajabas con mucho éxito y puedes suponer
cuán de veras me alegraba de esto […].
Tu recomendada tendrá plaza, más que por el número de estas que
tengamos por venir presentada por ti […].
Tendría tanto que contarte de estas tierras que no sé por dónde
empezar; creo que es mejor que dejes de martirizar a los clientes una
temporada y te la vengas a pasar con nosotras y verás lo que ha
cambiado nuestra Residencia […]. Las antiguas esparcidas por esos
mundos: Teresa Recas en Gerona, María Luisa Dorado en León; todas
trabajando y ganándose la vida; algunas afortunadas que se han
dedicado al matrimonio han dejado esta ingrata tarea del trabajo en
manos del esposo […]. En la Residencia están ahora (creo que estas son
las que tú conoces) Pura Arias, Pepita Castán, Enriqueta Martín, Rosa
Herrera y este año vuelve Sofía Novoa […]. Las demás, hasta llegar a
doscientas diez, son residentes de una lamentable modernidad […] (ARS,
55/9/34).

Eulalia le escribe como una compañera más de aquellos


primeros años y rememora al grupo de entonces, tanto a
las que se marcharon como a las que se habían quedado
empleadas en la casa. No resulta muy feminista su
consideración de la fortuna que disfrutaban quienes, una
vez casadas, renunciaban a trabajar; en 1930, el principal
horizonte femenino no era la soltería y si se llegaba al
matrimonio, muy especial y comprensivo tenía que ser el
esposo como para respetar la vocación profesional de su
pareja, aunque ya se ha ido comprobando que este tipo de
compañero también había comenzado a existir.
La indagación sobre el destino de Rosa Poy me condujo a
su ficha personal, digitalizada en el portal de PARES
proveniente del Servicio de Migración de México. En el
Nyassa llegó a Veracruz el 16 de octubre de 1942 una
española rubia, menuda y de nariz gruesa de cuarenta y un
años, que aparece fotografiada de frente y de perfil y mira
con unos inmensos ojos garzos, levantando la barbilla373:
otra residente exiliada. El siguiente paso consistía en saber
cómo había llegado hasta allí. Durante la República, Poy
militó en Esquerra Republicana y trabajó en el
Ayuntamiento de Barcelona. Conectó con Cruz Roja
Internacional y los Amigos Cuáqueros de Londres —Friends
Service Council— para desarrollar una misión de apoyo y
protección a la población civil, un compromiso que se
incrementó con la caída de Barcelona y la salida al exilio.
Sofía Rodríguez Serrador ha recuperado su papel
comprometido en la evacuación y la ayuda a los niños
refugiados a través de su correspondencia con una antigua
compañera en la Residencia, Matilde Huici. Durante la
guerra, Poy destacó en su conexión con la Comisión
Internacional para la Ayuda a los Niños Refugiados
(International Commission for the Assistance of Child
Refugees in Spain, ICACRS) y en Francia fue delegada para
esa asociación y principal enlace con los cuáqueros, tanto
de la oficina de Londres como de la norteamericana de
Filadelfia (American Friends Service Committee in
Philadelphia). Como su delegada, visitó los campos de
refugiados, atendiendo no solo a los republicanos
españoles, sino a los de múltiples huidos de esa Europa que
iba ya hacia la guerra mundial. Se implicó principalmente
con la atención a la infancia y a la juventud estudiante,
coincidiendo nuevamente con su grupo de antiguas
residentes. No solo Huici, también Kent, Jacinta Landa,
Rosa Herrera o Estrella Cortichs, quienes, como ellas,
estaban ocupadas en el servicio de evacuación. Redactó
informes, captó y redistribuyó fondos, medicinas, ropa y
alimentos y parece ser que acompañó a una periodista,
Miss Linsley, que, en agosto de 1939, estaba grabando la
situación de los españoles en los campos de
internamiento374. Fue delegada en Montpellier de una
asociación formada en los años veinte para ayudar a
estudiantes refugiados, l’Entraide Universitaire
Internationale, que estaba actuando desde Ginebra. Con
ese respaldo denunció particularmente las condiciones de
salvajismo en las que sobrevivía un grupo de alumnos
españoles encerrados en Ceilhes, cerca de Montpellier375.
Tras la división de Francia y ante la presión de la
Gestapo, en 1942 terminó embarcando en el Nyassa vía
México. Una vez allí, su vinculación con los cuáqueros se
mantuvo, al igual que su disposición a ayudar al resto de
los exiliados. Prestó sus servicios en el Colegio Madrid,
ayudó a la organización de asociaciones de ayuda mutua y
solidaridad, como el Grupo Femenino Español Mariana
Pineda, y, en un plano más personal, reutilizó su
experiencia pasada de haber montado su clínica desde cero
para volver a hacerlo en México D. F. Algunos indicios
apuntan a que se mantuvo alerta en la formación y la
investigación odontológicas, muy en contacto con el doctor
Pedro Planas Casanova, investigador español puntero en la
aplicación de una práctica novedosa de odontología
preventiva, la rehabilitación neuro-oclusal. Junto con una
cirujana dentista mexicana —María de la Luz Gayol Mejía—
se ocupó en 1972 de sacar la primera edición de un libro de
este investigador, Génesis de la rehabilitación neuro-
oclusal376. Rosa Poy murió en México en 1987.
Fanny Medina y Nieves González, doctoradas ambas en la
segunda década del siglo XX, se especializaron en
Obstetricia y en Pediatría; no es casual, porque estas
fueron las especialidades más seguidas por las estudiantes
de Medicina en la Residencia, junto con Odontología. De
algunas de las licenciadas en Medicina ya hemos hablado al
tratar al grupo de las becarias, en especial de Matutina
Rodríguez Álvarez. También leonesa e, igualmente, ligada a
Minas de Riotinto, fue la primera doctora colegiada en la
provincia de Huelva. En esos años veinte coincidieron en la
Facultad de Medicina y el Hospital Clínico San Carlos con
Enrique Suñer un grupo de residentes que, además, como
señalé, trazaron un vínculo de amistad entre ellas:
Matutina Rodríguez, inseparable de su colega M.ª Teresa
Junquera, con quien abrió consulta en Oviedo; luego, la
primera aprobó en 1933 un concurso para médico
puericultor en el Centro de Higiene Infantil de Oviedo377 y
la segunda ingresó como vocal en la Junta Provincial de
Protección de Menores de esa capital y cesa en 1936378,
cuando estaba ya en Madrid, a cargo del orfanato del
Pardo.
También eran de Oviedo y licenciadas en Medicina las
hermanas Coloma y Manolita Suárez Escalera; Coloma,
igualmente, se especializó en Pediatría, una especialidad
que hallamos que ejercía todavía en 1962 en Hortaleza,
Madrid. En estos casos, al menos Matutina, M.ª Teresa y
Coloma se casaron. Tanto en la Residencia como en el San
Carlos todas ellas coincidieron con otras dos ovetenses,
Pilar y Vicenta Echevarría Labandera, que cursaron las
especialidades de Ginecología y Odontología,
respectivamente. En 1933 llegó a la Residencia una
notificación de la muerte prematura de Vicenta: tenía
veinticinco años y acababa de graduarse, otra de esas
muertes en flor que reafirmaban el carácter milagroso de
una buena salud.
Las hermanas Echevarría Labandera cumplen el patrón
de muchas residentes: provenían de familias con muchas
hijas. Su padre, Alfredo Echevarría Noya, regentaba en
Oviedo la ferretería Las Dueñas de la calle Palacio Valdés,
cuyo papel con membrete utilizó en la correspondencia con
la Residencia, a donde llegaron puntualmente sus cartas de
autorización para que Pilar y Vicenta acudieran a los bailes
anuales. Pilar era la mayor de seis hermanas y todas
estudiaron: Vicenta, como ya se ha dicho, Odontología;
Carmen fue profesora del Instituto Femenino de Oviedo, y
Mercedes, M.ª Luisa y Eladia, maestras nacionales. Una
experiencia que constituye, sin duda, un éxito familiar. Pilar
se licenció en 1929 y a su promoción también pertenecía
otra residente ya citada, por su amistad con Sofía Novoa,
Olimpia Valencia López, que era de Orense y, así mismo,
ginecóloga. Tras permanecer un tiempo como ayudante
auxiliar en el San Carlos con el doctor Sebastián Recasens,
en 1933 se incorpora como ayudante de clínica en el
Servicio de Obstetricia y Ginecología del Hospital de la
Beneficencia Provincial en Oviedo. En 1938 ingresó como
médico titular en el Servicio de Obstetricia y Ginecología
del Hospital del Orfanato Minero y allí permaneció hasta
que dejó de funcionar en 1962, al abrirse el Hospital
General de Asturias. Hasta entonces, entre los médicos
titulares solo ella era mujer. Esta plaza llevaba vinculada la
atención de la maternidad del Hospicio Provincial. Además,
en 1948 obtuvo por oposición una plaza de Tocología en la
Seguridad Social. Fue profesora de las primeras
promociones de la Escuela de Matronas del Hospital
General de Asturias. Nunca se casó. Falleció el 13 de
febrero de 1979.
Según su biógrafo, sus conocidos la dibujaron como una
mujer de gran personalidad, de mucho carácter, seria y
estricta en su trabajo. Y, como a muchas residentes, le
encantaba recorrer Europa y practicar idiomas.
Aprovechaba sus escapadas para visitar clínicas y
hospitales, especialmente en Francia y Alemania, de los
que retornaba ilusionada con novedades y proyectos379. Su
trayectoria resulta paralela a la de María García Escalera,
la tercera mujer colegiada en Huelva —después de
Matutina Rodríguez y Loreto Tapia—, también ginecóloga y
que también llegó a la Residencia en 1921 y a la Facultad
de Medicina del San Carlos. Como en los casos anteriores
en sus respectivos entornos, introdujo por las calles de
Huelva un modelo distinto de mujer, el de la profesional
independiente y de fuerte carácter. María e Inés García
Escalera llegaron a la Residencia de Señoritas en el curso
1921/1922. La primera, para hacer el preparatorio de
Ciencias; Inés, Filosofía y Letras. Eran hijas de un
reconocido abogado de Huelva, Guillermo García, y de
Concepción Escalera. El matrimonio García Escalera tuvo
cinco hijas (una de ellas murió siendo aún niña) y un varón.
María era la primogénita y eso marcó su carácter, como a
su colega de Oviedo. Después de Inés, venían Concepción y
Josefa, que permanecieron en Huelva. Guillermo García
Escalera, el único varón, era el más pequeño, sería también
abogado como su padre y, aunque estudió en Madrid, como
sus hermanas mayores, ya no coincidió con ellas en el
tiempo.
Guillermo García García sostuvo una larga permanencia
en el Partido Conservador en la provincia de Huelva. Ya en
1897 integró la corporación municipal como miembro del
Partido Conservador. En la renovación del Consejo de
Administración de la Junta de Obras del Puerto en 1903
representó a la Diputación Provincial y desde entonces se
mantuvo en la corporación hasta el final de la Dictadura de
Primo de Rivera, como secretario contador. En dos
ocasiones fue diputado provincial por Aracena. En 1930
volvió a serlo una tercera vez, igualmente por el Partido
Conservador, pero entonces en representación del Colegio
de Abogados de Huelva. Además, Guillermo García García
figura como profesor auxiliar numerario de Letras en el
claustro del Instituto General y Técnico de Huelva. La
llegada de la República puso fin a su trayectoria política y,
en parte, a la profesional.
En el Archivo Histórico Nacional se encuentra el
expediente del primer curso universitario de María, el
preparatorio de Ciencias, y recoge también que había
cursado el bachillerato en el Instituto Rábida de Huelva con
una calificación final de Sobresaliente sin matrícula de
honor. María había nacido en 1902 y llegaba con
diecinueve años a Madrid. El expediente incluye el
certificado médico, que firmaba Juan José Mora Doblado:
«En Huelva a 14 de septiembre de 1921, certifico que he
reconocido a la señorita María García Escalera, la cual se
encuentra vacunada con resultado positivo y no padece
enfermedad infecto-contagiosa de clase alguna»380.
La primera carta de María llegó a la Residencia en las
vacaciones de Navidad de 1922: «Huelva, 9 diciembre de
1922. Querida Srta. de Maeztu: Después de descansar del
viaje y de normalizar mi vida en esta, me apresuro a
escribirle pues la recuerdo mucho. A pesar de estar en casa
con mi familia hay ratos en que echo mucho de menos la
Residencia. Si no fuera porque estoy con mis padres me
volvía otra vez de seguida […]» (ARS, 32/44/4). Con lo cual
se podría pensar que María se adaptó muy bien a Madrid y
que mucho más le costaba regresar a Huelva.
No era fácil entender cómo, en 1921, estas dos jóvenes
habían llegado hasta Madrid para estudiar sus respectivas
carreras universitarias y fue la primera pregunta que hice
en mi entrevista oral con Guillermo García Manrique381 —
nieto de don Guillermo y sobrino de María e Inés—, quien
transmitió cómo su abuelo era, sin duda, un hombre muy
conservador en todo, pero nada tradicional en su profundo
convencimiento de que sus hijas tenían que estudiar para
valerse por sí mismas; quiso que también lo hicieran las
pequeñas, aunque en eso ya no tuvo éxito. El que fueran a
Madrid, sin duda, se debe a que allí, precisamente, estaba
la Residencia de doña María de Maeztu, impregnada de su
solvencia moral y su rectitud y en la que los padres
esperaban que sus hijas estuvieran «rodeadas de
atenciones y cuidados».
La última carta del padre se inscribe en la inestabilidad
del final de la Dictadura de Primo de Rivera y la radical
movilización de los estudiantes de Madrid, atajada con el
cierre de la universidad decretado por las autoridades.
Cuando María de Maeztu le dirigió la propuesta de
mantener a las estudiantes en la Residencia, don Guillermo
daba su consentimiento al plan de urgencia planteado:
«Huelva, a 26 marzo 1929 […]. Recibí su grata, me parece
muy bien el plan que se propone desarrollar para que las
alumnas no pierdan el resto del curso […]. María lo
utilizará en cuanto sea compatible con sus guardias
forzosas, pues deseo que apruebe ese año todas las
asignaturas del Doctorado […]» (ARS, 32/43/4).
Entre 1921 y 1930, María permaneció en la Residencia;
terminó la licenciatura en Medicina y la especialidad de
Puericultura y Tocología. El 1 de diciembre de 1928 obtenía
su título y, al tiempo que se matriculaba en el doctorado,
comenzaba el 1 de enero de 1929 su trabajo como médico
de guardia de la Maternidad Provincial de Madrid.
Compaginó sus guardias con un nombramiento de alumna
interna en la Beneficencia Provincial y terminó los cursos
de doctorado: aprobó las asignaturas de Historia de la
Medicina, Parasitología y Patología Tropical, Hidrología y
Radiología, Electrología, aunque no la tesis, lo que haría
años después, en junio de 1954, con la investigación
Cirugía transvaginal del uréter, convirtiéndose entonces en
la primera doctorada de Huelva382. Pero, finalmente,
renunció a afianzar su carrera en la capital y optó por
buscar un hueco profesional en su ciudad, en cuyo Colegio
Médico solicitó inscripción en febrero de 1930. Meses
después, el 1 de octubre, tomó posesión de su cargo como
médico tocólogo interino de la Beneficencia Municipal y, ya
para el siguiente enero, se resolvió a su favor el concurso
convocado para otorgar la plaza en propiedad. Ella misma
confesaba su satisfacción, porque había pensado que ser
mujer no le iba a favorecer. A principios de 1931 notificaba
su éxito a la Residencia en un papel de cartas con flamante
membrete de su cargo:
Huelva, 9 de febrero de 1931
María García Escalera
Médico-Tocólogo de la Beneficencia Municipal. Huelva
Mi respetada y querida amiga: Por haber tenido mucho trabajo que
hacer no he escrito antes a usted notificándole mi nombramiento en
propiedad para la plaza de Médico-Tocólogo, vacante en este
Ayuntamiento. Ya se figurará lo contenta que estaré y sobre todo de ver a
mi padre lo satisfecho que está por tenerme a su lado y colocada con una
base segura, cosa que parecía tan lejos y para mí tan imposible el año
que empecé el Preparatorio.
Hasta ahora estoy satisfecha, pues voy trabajando particularmente con
lucimiento profesional y económicamente, pues para ser una mujer creí
que iba a tener más dificultades […] (ARS, 32/44/5).

María estaba llena de proyectos que muy pronto


comenzaron a cuajar; no tardó mucho más de un año en
enviar otra noticia a Madrid:
María García Escalera. Médico-Puericultor
Tocólogo de la Beneficencia Municipal
B. L. M.
A la Srta. Eulalia Lapresta
Y tiene el gusto de participarle que ha inaugurado su Clínica y
Consultorio S. Ramón de Partos y Enfermedades de la Mujer y de los
Niños, con servicio de Diatermia y Rayos ultravioleta, en la calle Rascón,
12-14 […] (ARS, 32/44/1).

Entre líneas se aprecia el orgullo que siente por su logro


y así lo percibe Eulalia, que le dirigió una respuesta
inmediata, lo que para la investigación supone un valor
añadido, al lograr cruzar la comunicación con misivas de
ida y vuelta: «Madrid, 16 septiembre 1932 […]. Mi
felicitación por la inauguración de su Consultorio al que
deseo un éxito grande. Espero que lo tendrá pues es usted
persona preparada para el trabajo, seria y cumplidora y ha
de ganarse la confianza de la gente de Huelva […]» (ARS,
57/9/58).
Llaman la atención esos elogios porque no eran los que
entonces recibía habitualmente una mujer, aunque
exactamente así habría que definir a las profesionales de la
Residencia. La joven doctora estaba entregada de lleno a su
profesión y comenzaba a sentir la falta de tiempo para
otros aspectos de su vida y de ello se lamenta en la
siguiente misiva, en la que se observa su dedicación al
trabajo:
31 de diciembre de 1932
[…] Mucho tiempo hace que estoy queriendo escribirle, usted, que
también tiene muchas cosas que hacer, sabe que sobre estas cosas no
basta pensar, sino tener además tiempo […]. Hoy último día del año me
he propuesto que no pase sin ponerle unas líneas para desearle muchas
felicidades en el que empieza mañana.
Ya me dijo mi padre que estuvo a verla con mi hermano [Guillermo
García Escalera, que luego sería inspector de Trabajo], yo iba a ir con él
unos días, pero una señora se interpuso y me fue imposible. Veremos
cuándo me paso unos días, pues hace un año y medio que no voy por
Madrid y tengo necesidad de ir unos días a descansar. ¿Ha visto a
Colomita [Coloma Escalera Suárez] casada? Yo espero verla en Sevilla
[…]. A Cecilia [García de la Cosa], si puedo en estos días, la veré en
Sevilla.
Por aquí sigo mi camino trazado y voy bastante bien. Tengo que hacer
unas fotos de mi clínica y se las mandaré para que la vean […] (ARS,
32/44/2).

Todavía conservaba su círculo de amistades, el de las


condiscípulas de carrera, a las que he ido haciendo alusión.
Cuando en febrero de 1934 María envió sus condolencias
por la muerte de Pura Arias, expresaba: «En este momento
acabo de llegar de una intervención y aunque vengo muy
cansada…», se sentaba, no obstante, a recordar a su
compañera y expresar su pésame a doña María. En los años
siguientes, la prensa de Huelva incluirá el anuncio de la
Clínica San Ramón, que brevemente destacaba su pasado
como «médico de la Maternidad Provincial de Madrid»383.
Poco a poco, sus ocupaciones la fueron absorbiendo y su
actividad quedó volcada en su ciudad.
La citada entrevista oral completa estos datos de archivo
con otro perfil más personal de María. En el período
republicano, la actividad profesional de su padre se redujo
—de hecho, quedó cesado en su cargo como secretario
contador de la Junta de Obras del Puerto—, y María, con su
plaza de médico de la Beneficencia y su clínica privada,
pasó a convertirse en el cabeza real de familia. Por
añadidura, el padre enfermó gravemente de cáncer y murió
finalmente en 1937. Cuando comenzó la guerra, Inés
estaba en Madrid, donde estudiaba su hermano Guillermo,
y ambos quedaron incomunicados con el resto de la familia.
En Huelva, María se hacía cargo sola de su madre y sus dos
hermanas, Concepción y Josefa, también solteras. Y ya
juntas permanecerían hasta el final de sus vidas; Inés
también se les unió a fines de los setenta. La familia dibuja
con admiración la figura de una mujer poco común, con un
gran sentido de la responsabilidad y del deber, entregada a
su trabajo, muy unida a su padre, al que profesaba
devoción, al igual que al único hermano. Era una mujer
única en Huelva, moderna por esa dimensión profesional y
tradicional a ultranza en todo lo demás, sobre la que todos
concuerdan en que «tenía un humor endiablado».
María se jubiló de su cargo de médico del Ayuntamiento
en junio de 1972, tras cuarenta y un años de ejercicio, a los
setenta de edad [véase imagen 11]. Ella, que nunca fue
ama de casa, sino el cabeza de familia, recibió en 1975 un
reconocimiento de la Asociación Provincial de Amas de
Casas de Huelva, que decidió conmemorar el Año
Internacional de la Mujer, en 1975, rindiéndole un
homenaje como primera doctora. Moriría a los noventa y
uno en 1993.
Como a Pilar Echevarría, también la ciudad la recuerda
como una excelente profesional, volcada en su trabajo, con
mucho carácter. En el marco de Huelva fue una excepción y
quiero centrarme en esto. María pertenecía a la España
vencedora, no se sentía aislada por sus convicciones o
puntos de vista, estaba inserta en su medio local. En su
informe personal que se conserva en el Colegio Médico se
incluye la siguiente declaración de Falange: «Lo mismo con
anterioridad al Movimiento que durante él, ha demostrado
ser persona de orden, buenas costumbres, religiosa y de
una conducta moral, pública y privada, intachable. Con
anterioridad al Movimiento, perteneció al Partido de
Renovación Nacional y, al surgir este y con motivo del
Decreto de Unificación, pasó a pertenecer a Falange
Española Tradicionalista y de las JONS […]». María estaba
bien vista y muy considerada, pero, con el final de la
guerra, se detuvo ese ritmo de acelerada incorporación de
las mujeres a la vida pública a través de su profesión y, en
una lejana y pequeña ciudad como Huelva, María se
convirtió en esa excepción, la singularidad que expresaba
el homenaje recibido en 1975. Porque ni siquiera Inés
estuvo allí, en Huelva, sino que hizo su carrera profesional
en Madrid. Se me ocurre pensar que María hubiera
contestado, como Nieves González, que su felicidad tenía
mucho que ver con el éxito en su trabajo, un éxito que
también la dejó sola. Su ciudad, no obstante, no la ha
olvidado: una de las salas del Colegio Oficial de Médicos
está presidida por un gran retrato de María García con su
bata de cirujana, realizado en 1953.
Como ya se ha visto en otras ocasiones, las estudiantes
de la Residencia tejían relaciones familiares entre sí. En
esta ocasión, Guillermo García Escalera, el hermano menor
de María, terminó casado con una residente del período
republicano, M.ª Teresa Manrique Garrido. Las hermanas
Manrique Garrido eran cinco: Elena, Concepción, María
Teresa, Purificación y María, y también tenían un hermano,
Luis. Todas se licenciaron porque tal fue el empeño de su
padre, Luis Manrique Martín, farmacéutico en Jarandilla de
la Vera, y habría que decir, no ya con los patrones de
entonces, sino con los de hoy, que esto sí que es un exitazo
familiar de conjunto y por ello aparecen aquí. Elena llegó a
la Casa en 1927 y al año siguiente lo hizo Concepción. La
primera estudió Derecho y su hermana, Medicina, y
coincidió con el final de los años de facultad y Residencia
de María García Escalera. Se especializó en Pulmón y
Corazón y ejerció hasta su jubilación en Madrid, como
especialista en vías respiratorias. En este punto, se
conserva una carta en el Archivo de la Residencia paralela
a aquella que escribió don Guillermo ante el cierre de la
Central en 1929:
Jarandilla de la Vera a 24 de marzo de 1929
Srta. María de Maeztu:
[…] Recibo su atenta y desde luego presto mi conformidad a cuanto V.
pretende. Como a últimos de este mes, iré a esa, personalmente
hablaremos respecto a este asunto, que creo que habría de encontrar
alguna dificultad sobre todo en lo que a las que estudian medicina se
refiere. De todos modos, felicito a V. por su interés y entusiasmo y espero
hará algo que enaltezca su nombre […] Luis Manrique (ARS, 37/33/5).

Don Luis era, pues, otro padre interesado en la educación


y formación de sus hijas. La tercera, María Teresa, llegó a
la Residencia en 1933/1934 y comenzó Farmacia; coincidía
con María Wiese y juntas hacían las prácticas de Química
Orgánica en el laboratorio (ARS, 12/2/46). Las tres
hermanas Wiese —María, Maybelle y Pepita— provenían de
Riotinto y, por estas amistades residenciales, María Teresa
pasó algún verano de las playas de Huelva y coincidió con
Guillermo García Escalera. Más tardíamente también
estudiaron Farmacia Purificación y María. En esta familia, a
diferencia de las García Escalera, todas se casaron:
Concepción con un compañero médico, el doctor Manuel
Iglesias, y tuvieron dos hijos. Esta doctora ganó primero
una plaza de médico ayudante del Dispensario Filial
Antituberculoso de la Universidad de Madrid y luego pasó,
en 1941, al Dispensario Antituberculoso de Chamberí; era
el comienzo de su larga carrera como neumóloga. Murió en
Madrid en 1989.
En el doctorado coincidió María García con Cecilia García
de la Cosa, la sevillana con quien mantuvo su amistad a lo
largo del tiempo. Cecilia nació en Sevilla en 1903 y señala
Consuelo Flecha que fue una de las primeras jóvenes que
ingresan en la Facultad de Medicina de Sevilla, en 1919.
Entre 1923 y 1926 permaneció como alumna interna
numeraria en la facultad, pero era su deseo proseguir con
el doctorado. Encontró en ello una aliada en Rosario
Guerra, que la puso en contacto con la Residencia, como se
vio, y en 1926 ella misma envió el formulario de inscripción
de la joven doctora, la cual, utilizando el papel de la
farmacia de su amiga, remitió, a su vez, el recibo de haber
pagado el traslado de matrícula de su expediente a la
Central de Madrid (ARS, 32/23/5).
La ya licenciada García de la Cosa llegó a la Residencia el
6 de enero de 1927 y, como era lo habitual, no viajó sola
esa primera vez; lo hizo en compañía de otra residente, la
maestra María Amorós, ya citada en el epígrafe anterior. En
el centro, además de los cursos de doctorado, preparó la
oposición que la ha singularizado como pionera, la del
Cuerpo Médico de la Marina Mercante. En ese concurso se
inscribieron tres mujeres, Elisa Soriano Fisher y Antonia
Martínez Casado, que ya estaban doctoradas, y la
licenciada Cecilia, entre un nutrido grupo de varones, y
aprobaron dos, Elisa y Cecilia384. Tal vez por ello la
consideraron la persona adecuada para representar a las
españolas en la reunión de la Medical Women’s
International Association que se celebró en el año 1929 en
París. García de la Cosa vivió su dedicación a la Marina
como algo temporal, puesto que, después de defender su
tesis en 1930 —Ideas actuales sobre la patogenia y
tratamiento hidromineral de la gota, en la Facultad de
Medicina385—, se volcó en la sanidad rural y en la
investigación contra el paludismo. De hecho, se presentó —
y ganó— un concurso para el Cuerpo Técnico de la
Comisión Central Antipalúdica y en él ingresó como la
primera mujer; participó en la campaña de lucha por su
erradicación en las áreas endémicas que se desplegó
durante la República, integrada en los equipos que, con
ayuda de la Fundación Rockefeller, trabajaron en los
nuevos centros de Higiene Rural, en Navalmoral de la
Mata, Talavera de la Reina y después en Aranjuez. Se
trataba de una línea que ya hemos visto puesta en práctica
por otras predecesoras de la Residencia, como Nieves
González, al unir investigación y práctica médica, lo que se
refleja en su producción científica de estos años386.
Para entonces, Cecilia García de la Cosa se había
convertido en un referente que concitaba la admiración de
sus colegas, y su éxito ejemplar queda reconocido en el
homenaje que recibió a finales de 1932, organizado por
mujeres que sabían mucho de eso, esfuerzo y éxito: María
de Maeztu, Consuelo Bastos, Clara Campoamor, Isabel
Oyarzábal Smith, la doctora Antonia Martínez Cuadrado, la
doctora Nieves González Barrio y la doctora Jimena
Fernández de la Vega. Merece la pena reproducir el texto
de la invitación al homenaje, porque los argumentos
explican cuanto quiero argumentar en este capítulo:
Ninguna de las mujeres que trabajan debe ignorar el esfuerzo callado
de sus compañeras que van penosamente conquistando puestos hasta
ahora cerrados a la mujer.
La Doctora Cecilia García de la Cosa, después de un severo concurso-
oposición, acaba de ingresar en la Escuela Nacional de Sanidad como
alumno del curso de oficiales sanitarios que se preparan para ocupar
plazas en la Sanidad Nacional.
Es la primera vez que una mujer entra como alumno en una Escuela de
Sanidad, y este paso más en el feminismo inteligente bien merece el
estímulo de un homenaje, que sirva al propio tiempo para apretar más
los lazos que nos unen a todas en el esfuerzo común y para que los
amigos y compañeras de la Dra. García de la Cosa puedan testimoniarle
por este motivo su simpatía y afecto […], Madrid, 4 noviembre 1932
(ARS, 1/7/4).

La convocatoria se publicó como «Noticia de sociedad»


del diario Ahora el 2 de noviembre387.
Después de su formación en la Escuela, en los primeros
meses de 1934 se presentó nuevamente a oposiciones, esta
vez del Cuerpo Médico de Sanidad Nacional, y las aprobó,
según se publica en la Gaceta del 30 de marzo: de nuevo es
la única mujer entre los dieciséis médicos que reciben el
nombramiento388. Su imagen, como doctora del Cuerpo de
Sanidad Nacional, está recogida en el banco de datos de la
Academia Nacional de Medicina389.
Para la joven, lógicamente, este hito debió de significar
un gran éxito personal, y no era para menos. Mucho de ello
quedaba implícito en el trasfondo del orgulloso «saluda»
que mandó a fin de año a la Residencia y por el que se
constata que fue enviada a Úbeda:
La Directora del Centro Secundario de Higiene Rural de Úbeda
E. L. M.
A la Srta. de Maeztu, su querida amiga, y al ofrecerse en el citado
cargo, le felicita en las presentes fiestas de Navidad y Año Nuevo, y le
ruega haga extensiva esta felicitación a las alumnas y personal de la
Residencia de Señoritas.
Cecilia García de la Cosa aprovecha la ocasión para saludarle y
ofrecerle el testimonio de su consideración más distinguida
En Úbeda a 24 de diciembre de 1934 (ARS, 32/39/3).

A su llegada a Úbeda puso en marcha una intensa


campaña para contrarrestar el paludismo endémico en
Cazorla, con un empeño que hoy reconoce la
investigación390.
No quiero caer en el error de perderme en precisiones y
enfoques sobre el lenguaje, el feminismo y la Historia, pero
resulta curioso ver cómo el lenguaje va nombrando las
nuevas realidades y transmite ideología. En el homenaje de
1932 se había incorporado el «doctora», pero Cecilia era
«alumno» de la Escuela Nacional de Sanidad, un alumno
mujer la primera vez; hoy las alumnas en las facultades de
Medicina suponen la mayoría. La mano que redacta la
invitación es femenina —tal vez la misma doña María de
Maeztu— y lo hace en un tono equilibradamente feminista.
A raíz del ingreso en el Cuerpo Médico de Sanidad
Nacional, España Médica —de abril de 1934— incluye una
entrevista con la doctora que firma el periodista Juan Falá.
Al igual que en la entrevista antes comentada a Nieves
González, las que se realizan a María de Maeztu o los
reportajes sobre la Residencia de Señoritas, el texto
transmite la valoración social y el apoyo a esas opciones
contra corriente. El artículo divulga la imagen de una joven
arriesgada, trabajadora infatigable y, aun así, muy
femenina. No puede escapar a todo un imaginario social
que hoy resulta chocante. Sin embargo, representa el gran
esfuerzo que una parte de la sociedad española realizaba
para asumir el cambio vertiginoso que estaban viendo en
algunas mujeres: dos de las fotografías muestran a una
joven con el pelo cortado a lo garçonne y un niqui ajustado
y sin mangas, en actitud de trabajo, no obstante, y en la
tercera foto luce bata blanca, sentada al microscopio. Se
quiere difundir el mensaje de que es inteligente y también
guapa, pero hay que justificarlo, al igual que el término
«doctora»:
[…] Cecilia es una trabajadora incansable y se ha jugado la belleza de
sus clisos gitanos [ojos, en caló] leyendo muchas horas diarias los
plúmbeos textos de las Anatomías, las Fisiologías, las Patologías, etc.,
etc. […].
A mí no hay nadie que me obligue a decir doctor a una señorita, sobre
todo si es tan guapa como Cecilia […] a una muchacha bonita, simpática,
elegante y tal, no hay manera de llamarla doctor […]. [Preparó
oposiciones al] Cuerpo de Marina, que ganó sobrándole muchos puntos
para el rotundo triunfo, y ya tenemos a nuestra ilustre amiguita
embarcada y vistiendo el airoso uniforme del Cuerpo de Marina Civil,
que en ella era y es un Cuerpo mucho más airoso y atrayente que en
ellos…
[…] Los trabajos dados a la publicación por la doctora García de la
Cosa significan una ingente labor de titán, inconcebible en su apariencia
delicada y minúscula, y es que su inteligencia y perseverancia, su
firmeza espiritual son verdaderamente ejemplares. Entre otras notables
publicaciones de la doctora García [incluye relación]391.

Rescato el título de una de esas publicaciones que se


detallan en esa entrevista —«Algo sobre la educación
sexual en España»—, porque se aparta de su línea de
investigación sobre paludismo y porque resulta,
igualmente, rompedor que una mujer abordara la temática.
Además de los datos biográficos que ya conocemos, se
añade que ganó al final de su etapa universitaria sevillana
el premio académico Padre Manjón. No voy a alargarme,
sin embargo, en analizar más la perdurabilidad del tópico
de que la mujer no está hecha para el estudio, aunque si
fuera fea tendría un pase; pero siendo bonita parece
inconcebible, y, no obstante, todo el texto denota
admiración y el convencimiento de que la doctora García
rompía moldes.
Como fue el caso de la mayoría de las científicas, su
trayectoria investigadora termina con la República, aunque
administrativamente García de la Cosa sostuvo una larga
carrera en la medicina pública: el 7 de noviembre de 1946
se la nombraba «inspector» regional de Sanidad en el
Campo de Gibraltar392. Pasado el tiempo, ya en la década de
los setenta, reaparece como miembro de un tribunal
médico que juzgaba una plaza por oposición para Médico
de la Beneficencia de la Diputación de Cádiz, en 1972;
como única mujer, representaba a la Dirección General de
Sanidad de esa provincia393, y, algo después, en abril de
1973, encontramos que fue condecorada con la Orden de
Mérito Civil de Sanidad en la modalidad Encomienda con
Placa y nuevamente su nombre aparecía como la única
señora entre siete caballeros394.
Doña Cecilia García de la Cosa murió en 1985 en
Algeciras. A pesar de su proclamada belleza, siempre
permaneció soltera y la acompañaron hasta el final su
hermana María y una amiga, Angehta Cabrerizo, como
recoge la esquela publicada en ABC395.
No todas las doctoras de la Residencia tuvieron la
oportunidad de desarrollar largas carreras profesionales en
España, como lo hicieron estas protagonistas. Ya se ha visto
que la Guerra Civil cortó la brillante carrera de
puericultora de M.ª Teresa Junquera Ibrán, que, al volver
de Francia, se dedicó a una empresa agraria familiar. La
psiquiatra Isabel Téllez Molina marchó a Venezuela, y
también se exilió su paisana Elena Gómez Spencer, que
posee igualmente una biografía apasionante. Las dos
hermanas Gómez Spencer vivieron en la Residencia. La
primera en llegar fue Virginia, que estudiaba piano; escribe
en 1922 y había conocido la institución a través de otra
residente almeriense, Anita Martínez Ramírez, que llegó en
1921 para preparar el ingreso a la Escuela Superior y
consiguió su nombramiento de inspectora de Primera
Enseñanza. La estancia de Elena se constata
posteriormente, en septiembre de 1925; ese agosto se
había dirigido dos veces a la Residencia insistiendo en que
el cuarto para ese año se lo dieran en el hotelito de Fortuny
53, porque disponía de calefacción central (ARS, 33/46/4 y
6) —la verdad es que se lo rifaban. Se licenció en Medicina
en junio de 1930. En la Memoria de la JAE correspondiente
al curso 1926/1927, se la cita como alumna de un curso de
Anatomía Microscópica con el doctor Madinaveitia396.
Virginia y Elena eran hijas de un conocido ingeniero de
minas, Bernabé Gómez Iribarne, director de la Jefatura
Provincial de Minas, y hermanas del que fuera un héroe de
la aviación nacional que se decantó por la República —otra
biografía apasionante—, Alejandro Gómez Spencer, quien
tripuló en Cuatro Vientos el primer vuelo del autogiro de La
Cierva397. Elena Sofía Gustava Fernanda Gómez Spencer
vino al mundo el 30 de mayo de 1894398. En la Residencia
se conservan, junto a sus dos cartas de solicitud, dos
tarjetas postales, una enviada desde Lisboa, en 1927,
dando noticias de la salud de su madre, y la otra desde
Almería, en diciembre de 1929, felicitando el Nuevo Año.
Hay, además, una carta más extensa, sin año, pero que
debemos situar ya en los treinta. Habla como una vieja
conocida de la Residencia, recordando anécdotas y
conversaciones compartidas, preguntando por la salud de
antiguas compañeras y solicitando el contacto con alguien
a quien había conocido en la Residencia: «Almería, 20 de
diciembre [sin año] mi hija se aburre tanto en Almería que
le ha tentado mi aventura de ir de institutriz a Sofía, ha
salido tan aventurera como su mamá» (ARS, 33/46/5). Y
pide noticia de la persona que le habló de Sofía —entiendo
que la capital de Bulgaria— en la Residencia. Más bien
pienso que la aburrida era ella y quiero subrayar ese rasgo
de su carácter, el de valiente aventurera, porque
definitivamente abandonará España. Había aprovechado
mucho el tiempo en Madrid: había conocido gente
interesante, viajado —he citado la postal desde Lisboa—,
era miembro del Lyceum Club, y se había casado. Elena
estuvo casada con Luis Pardo de la Torre Ayllón y obtuvo el
divorcio en 1932, por ello considero que esta última carta
es posterior a esa fecha.
En ciertas declaraciones a la prensa almeriense, Elena
citó a su compañera de estudios Isabel Téllez; por esta
declaración suya encontré la pista para localizar a Isabel.
Efectivamente, ya como flamante doctora, la primera mujer
en la provincia de Almería, Elena, acompañada de su hija,
volvió a su tierra y la prensa se hizo eco de su singularidad.
Entre los colegas provocó tal admiración que se le hizo un
homenaje ese mismo verano, el 28 de agosto, según recoge
ABC: «El Colegio Médico obsequió con un banquete a la
señorita almeriense Elena Gómez Spencer, que ha
terminado brillantemente los estudios de Medicina en la
Universidad de Madrid. Se recibieron muchas adhesiones
[…] y la agasajada pronunció sentidas frases de
gratitud»399. Para el verano siguiente, el 8 de junio de 1931,
Elena estaba en el centro de la movida política en la
Almería republicana. En la Casa del Pueblo asistió a una
asamblea de la Agrupación Socialista para designar una
primera lista con diez precandidatos para la posterior
selección de los elegibles para la Asamblea Constituyente,
y el de Elena estaba entre esos diez nombres400; luego no
salió designada en la definitiva.
De nuevo en Madrid, firmó en junio de 1936 un concurso
para Practicantes Auxiliares de Dispensarios
Antituberculosos. Dada la fecha, tal vez no pudo celebrarse
nunca. Médica, divorciada, libre, socialista… La España de
la Dictadura no era para ella. Encuentro su última pista en
Tánger, ciudad internacional, literaria, nido de espías
durante la Segunda Guerra Mundial: «Poseedora de una
notable formación cultural, ejerció la medicina en Tánger y
formó parte del círculo de amistades del escritor Ángel
Vázquez, autor de La vida perra de Juanita Narboni»401. De
hecho, por un requerimiento judicial dictado en Almería en
1944, se constata que los tres hermanos Gómez Spencer —
Elena, Virginia y Alejandro— se hallaban en paradero
desconocido402.

LAS LICENCIADAS EN DERECHO


La Estampa, que prestó atención a la cuestión candente
del feminismo, trató en más de una ocasión la singularidad
de las mujeres abogados. Precisamente un reportaje del 21
de febrero de 1928 («El feminismo en marcha: las
“abogados” de España están contentas de su profesión»)
planteaba cómo habría que denominar a las licenciadas en
Derecho. Informa de que todavía había muy pocas
abogados en ejercicio. En concreto habla de tres colegiadas
en Madrid (Kent, Campoamor y Huici), de María Lacunza
en Navarra y «de otra más» en Valencia (Chirivella) —no se
refiere a Luisa Cuesta en Santiago—, y se pregunta cómo
les iría, si estarían contentas con sus trabajos y cuáles
serían sus proyectos. Incluía unas entrevistas con las
colegiadas madrileñas en las que las tres manifestaron su
entusiasmo por el ejercicio de la profesión, las
satisfacciones que les daba y cómo gozaban de la confianza
de sus clientes, precisando que, sobre todo, de los varones.
Las tres, porque el tema se prestaba, abordaban alguna
reflexión sobre el feminismo y las profesiones. Kent afirmó
que «la mujer tendrá en todas las profesiones lo que quiera
y pueda llevar sobre sus hombros; hablar de […]
profesiones “propias de la mujer” es un lenguaje para mí
intraducible, sin sentido. La vida es una; […] todos tenemos
el deber de la colaboración en el trabajo. Trabajo,
Competencia, Cultura, Paz, no creo que sea otro el
problema de hombres y mujeres». Por su parte, expresó
Campoamor que:
El advenimiento de la mujer a la vida del Derecho tiene trascendencia
sin igual para el sexo. La mujer-letrado […] ha de batallar […] por que la
analogía de derechos públicos y privados rompa el cerco de egoísmo con
que las leyes han acotado el pleno disfrute de la personalidad en
beneficio exclusivo del varón; esto lo defenderá, como ninguna otra, la
mujer-abogado, porque siente también como ninguna otra en la carne
viva toda la trágica desigualdad con que la afrenta la ley, en cuya
formación no intervino jamás. Cuando intervenga habrá comenzado la
igualdad.

Finalmente, Huici condujo sus argumentos hacia el


desigual ejercicio profesional:
Y conseguiremos que el abogado y la abogada tengan, al graduarse, los
mismos horizontes. Registros de la Propiedad, Consulados, Notarías,
Judicatura, ¿por qué no para la mujer? […]. Una mujer casada, madre de
familia, tiene la oficina en su propia casa y puede atender a las dos
divinamente. ¿Que ha de salir de noche para autorizar un testamento?
Más salen las comadronas y a nadie se le ocurre que sea profesión
impropia de la mujer. Desengáñese, son necios todos esos distingos de
propio e impropio. No hay más límite que la capacidad individual […]403.

De María Lacunza solo se publica una imagen en la


simbólica posición de estar de perfil, sentada, mirando un
libro abierto: desde la Antigüedad clásica así ha quedado
representada la relación entre la mujer y la cultura.
Sucedía que las ideas preconcebidas y la costumbre
levantaban una y otra barrera contra el lento avance de la
igualdad. Hasta 1910 se mantuvo de hecho la vigencia de la
Ley de Partidas de Alfonso X el Sabio que impedía que una
licenciada en Derecho pudiera ejercer la abogacía; luego,
las cosas comenzaron a cambiar muy lentamente y hubo
que esperar hasta 1922 para que la primera mujer
ejerciera la abogacía; Ascensión Chirivella Marín se hizo
cargo en Valencia del bufete de su padre; tras ella se
fueron colegiando Victoria Kent y Clara Campoamor
(Madrid, 1925), Matilde Huici (Madrid, 1926), María
Lacunza Ezcurra (Pamplona y San Sebastián, 1927) y
Concepción Peña Pastor (Madrid, 1928): las seis únicas
mujeres abogadas en ejercicio libre antes de 1931; de ellas,
tres, Kent, Huici y Lacunza, vivieron en la Residencia. Pero
la ley, como plantea Huici, les siguió impidiendo el acceso
al notariado, la judicatura, al cuerpo de registradores de la
propiedad o a la procuraduría.
Carmen López Bonilla, una joven madrileña que se había
licenciado en 1921 y es hoy reconocida como la primera
y y p
licenciada en Derecho de España, presentó en 1924 una
solicitud en el Ministerio de Justicia para que la dejaran
opositar al Registro de la Propiedad, y la maquinaria
administrativa entró en crisis. Se pasa el expediente al
Negociado de Registros de Propiedad, que tras una larga
argumentación dictaminaba que en la ley no existía
prohibición expresa que lo impidiera y, por tanto, «queda
reducida la cuestión a determinar si la especial o singular
índole del cargo permite ejercerlo a las mujeres en
igualdad de condiciones que los varones, y examinadas
todas las funciones que la ley Hipotecaria encomienda a los
titulares de los registros, no se halla operación alguna que
no pueda ser desempeñada por individuos de uno u otro
sexo, previa la demostración de capacidad, que ha de
exigirse a todos de la misma manera». Sin embargo, dada
la enjundia y trascendencia del dictamen, se proponía que
quedara igualmente sometido al estudio de la Comisión
Permanente del Consejo de Estado, la cual expresó
múltiples consideraciones contrarias, con argumentos
parecidos a este:
[…] que aun cuando ni la obligación de la mujer de seguir a su marido, ni
la incapacidad de la misma para testificar en los testamentos puedan
considerarse obstáculos legales para admitir a las mujeres a las
oposiciones que se señalan, acaso fuera posible, en cambio, el
resurgimiento de complicaciones cuando se tratara de hacer efectivas las
responsabilidades pecuniarias de la mujer, en virtud de su especial
situación jurídica dentro del matrimonio, ni existir un precepto expreso
que deje los bienes sobre que hacer efectivas las responsabilidades de la
mujer casada por sus actos profesionales.

En definitiva, que la española casada no era dueña de sus


bienes y eso sí resultaba un problema. Se reconocía que,
aunque a la mujer soltera se le pudiera permitir, supondría
un problema cuando dejara de serlo y por tanto
desaconsejaba el permiso, sentando con ello precedente
para la prohibición expresa de acceder a tales funciones404.
Una vez proclamada la Segunda República, un decreto
firmado por el presidente Alcalá-Zamora levantaba la
prohibición, que retornó posteriormente en la década de los
cuarenta, en la que reapareció legalmente la exigencia de
ser varón, salvo excepciones, para el ejercicio de esas
funciones. La reforma de 1931 mantuvo, no obstante, la
exclusión femenina para la judicatura.
En este ambiente, un segundo artículo de la Estampa, de
9 de abril de 1932, se titulaba «Las mujeres van a ser
jueces, notarios, registradores…», y se preguntaba por qué
Derecho seguía siendo opción minoritaria entre las mujeres
que, sin embargo, se orientaban tanto por Filosofía y Letras
como por Medicina o Ciencias. El artículo lo firmaba
Josefina Carabias Sánchez-Ocaña —ella misma, una de las
más ilustres residentas —, que acababa de licenciarse en
Derecho pero se dedicaba al periodismo, y, acudiendo a
otras entrevistas, esta vez a destacados profesionales de la
abogacía en campos como notariado, registro, el Colegio de
Abogados y la magistratura, señaló la persistencia de
prejuicios sociales sobre el ejercicio en unas funciones que
se consideraban inapropiadas para el «temperamento
femenino». En un término medio se posicionó Ángel
Ossorio y Gallardo —decano del Colegio de Abogados,
conservador heterodoxo, opositor a la dictadura de Primo
de Rivera, conferenciante asiduo en la Residencia—, que
mostró su conformidad con la apertura republicana, al
levantar las exclusiones comentadas y mantener, no
obstante, cerrada la magistratura: las mujeres no podían
ser jueces, porque «requiere unas condiciones de
serenidad, de experiencia, de valor y de calma que la mujer
no alcanzará sino después de bien curtida en otras
disciplinas menos trascendentales». En definitiva, según el
artículo, no pasaban de diez las mujeres que ejercían la
abogacía y poco más de una veintena se habrían licenciado,
en 1932, en las universidades españolas. Se informaba,
además, de que en el Reino Unido, a pesar de la fuerza del
sufragismo, también se daba cierta reticencia contra las
abogadas, pero no en Francia, donde se aceptaba mejor su
actividad405. Apunta en su tesis doctoral José Santiago
Yanes que, con la Guerra Civil, llegarían con cuentagotas y
de forma interina los primeros nombramientos de mujeres
para cargos de jueces y fiscales.
Ya conocimos a Kent y Huici como becarias dispuestas a
todo en la primera etapa de la Residencia; pasado el
tiempo, Kent se convertiría en la primera colegiada de
Madrid y la primera europea occidental en formar parte de
un Gobierno, al ser nombrada directora general de
Prisiones. Huici, por su parte, fue designada juez del
Tribunal Tutelar de Menores en 1937. En la Residencia
vivió también la tercera pionera, María Lacunza Esquerra,
de quien Yanes Pérez ya recogió en su tesis una biografía,
señalándola como la primera colegiada, en 1927, en el
Colegio de Abogados de Pamplona y en el de San
Sebastián406, y muy recientemente Luis Garbayo Erviti ha
publicado un volumen que recoge su rompedora trayectoria
en la que destacan la tenacidad y la valentía407. María había
nacido en Pamplona en 1900 y era la menor de los siete
hijos de José María Lacunza Vidaurre y Celedonia Ezcurra
Vaquedano. El padre, que era maestro, había trabajado
primero de zapatero y acumuló, junto al de enseñar, otros
múltiples oficios porque tenía que mantener una numerosa
familia. María estudió bachillerato en el Instituto de
Vitoria. Siempre la única muchacha entre varones,
aprendió a sobresalir entre ellos y con sus buenas notas —
obtuvo doce matrículas de honor— se decidió por estudiar
Derecho. Se matriculó en la facultad de Zaragoza y de
nuevo fue la única mujer, esta vez en toda la facultad. Llegó
el curso 1920/1921 a la Universidad Central, aunque no se
instaló en la Residencia hasta el año siguiente, y entonces
la acompañó su hermana Silvia, que siguió en la casa los
cursos de cultura general. Silvia regresó pronto a
Pamplona, se casó y tuvo su primer hijo. En diciembre de
1923 prometía que llegaría con él a la Residencia en cuanto
pudiera para que lo conocieran (ARS, 36/2/4). María, por su
parte, vivió en la Casa hasta 1926. Fue la madre, que
firmaba Celia E. de Lacunza, quien entró en contacto con la
directora (ARS, 36/2/2).
En enero de 1927 juró su cargo en Pamplona la nueva
colegiada, y la prensa de la provincia otorgó atención a la
novedad:
Ayer, como anunciamos, prestó juramento en la Audiencia, con las
solemnidades prevenidas en la ley, la joven letrado y encantadora
señorita pamplonesa María Lacunza. Es preceptivo de la ley que el
juramento lo presten los abogados ante la Sala de Gobierno de las
Audiencias, pero ayer todos los magistrados que constituyen las Salas de
Justicia tuvieron la gentileza amable de estar presentes en la ceremonia,
como en Tribunal Pleno, rindiendo así un homenaje a la damita gentil
que con la toga de abogado ocupaba por vez primera la tribuna forense
de la Audiencia. También estuvieron presentes algunos letrados —muy
pocos—y distinguido público; y en el mismo acto prestó también
juramento para el ejercicio de la profesión el joven letrado navarro don
José María Francas, a quien también deseamos muchas felicidades y
triunfos en el foro408.

Sobresale el tono entre paternal, obsequioso y, al mismo


tiempo, admirativo con que se trata la situación insólita
frente a la escueta alusión a lo que no es noticia, el
juramento del colega varón. Así sucedería siempre: una
mujer letrada daba la nota; unos meses más tarde, el
mismo diario se hacía eco de su primera actuación en San
Sebastián como defensora de un presunto delincuente y de
que había logrado su primer éxito, porque después de que
«la encantadora señorita pamplonesa» mostrara sus
pruebas con especial acierto, el fiscal retiró su acusación.
Sostuvo su bufete abierto hasta 1931; luego intentó,
como Matilde Huici —que fue la segunda colegiada en
Pamplona—, especializarse en la jurisdicción sobre
menores y acarició el proyecto de trasladarse a Nueva
York. No consta ningún expediente en el Archivo de la JAE,
pero según sus biógrafos, se dirigió a diversos colleges
solicitando una beca, sin conseguirla. Estaba resuelta a
retornar a la capital por cualquier vía; en 1931 figura
nuevamente en la Residencia de Señoritas. Allí permaneció
un año preparando un giro en su vida, que iba a acompañar
al de la propia política española, como se alude en la carta
que recibió de Pura Arias en agosto de 1931, un documento
que manifiesta la cordialidad que siempre mantuvo con las
antiguas residentes, quienes no solo volvían, sino que
vivían la Residencia y eran tratadas como una extensión de
la familia. En la misiva le reclamaba el pago de la última
mensualidad para dejar cerrada la contabilidad del curso:
26 agosto 1931
[…] Todavía no ha llegado el giro que decías llegaría el domingo o
enseguida que tú llegaras [a tu casa]. Se te habrá olvidado con los
encantos de la familia y el contar las interesantes cosas de la política que
presenciaste en Madrid […].
Por esta te recordamos y echamos mucho de menos. A las horas de la
comida te dedicamos siempre un recuerdo. Rita sigue tan entusiasmada
con los higos y las uvas.
Saluda a tu familia, especialmente a tu hermana, y para ti no te mando
hoy nada por haberte olvidado de mí y por lo tanto me has obligado a
escribirte esta carta con las muchas cosas que tengo que hacer. Bueno,
para que no te enfades allá, te mando la cuarta parte de un abrazo (ARS,
56/8/23).

Lacunza comenzaba, entonces, una meteórica carrera


administrativa en el Instituto de Reformas Sociales, del
Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio. Ingresó en
abril de 1932 como auxiliar interino, pero en unos meses ya
ascendió por oposición a oficial de tercera. Llama la
atención Luis Garbayo sobre que, prácticamente recién
llegada a la institución, se la designó como secretaria de
una comisión que viajó por Alemania, Austria, Hungría,
Turquía, Rumanía y Polonia para conocer detalles de los
modelos de reforma agraria puestos en marcha en esos
países. Por ese lado, cumplió su objetivo de adquirir
experiencia internacional.
Ya en la guerra, cuando el Gobierno republicano
abandonó Madrid, tuvo que trasladarse a Valencia como
personal del ministerio. Se casó en Castellón en 1937.
Aunque no estuvo afiliada a ningún partido ni organización
política ni desempeñó función alguna de relevancia política,
fue depurada por sus servicios al Estado durante los
gobiernos de la República. El expediente se resolverá el 25
de octubre de 1940, disponiendo la readmisión al servicio
del Estado, pero con sanción de inhabilitación para el
desempeño de puestos de mando o confianza y traslado
forzoso a la ciudad de Sevilla, ante lo cual María dirigió al
ministerio su protesta: «Conste aquí, con todos los respetos
pero muy enérgicamente, mi protesta por la injusticia que
conmigo se ha cometido, rogando a esa Superioridad
admita la renuncia de mi puesto». Colgó, literal y
metafóricamente, la toga y se recluyó en su ámbito
doméstico. Murió en Valencia en 1984.
En esta mirada hacia «las primeras», voy a enfocar a la
residente Josefina Perdomo Benítez: se colegió en Las
Palmas en 1933 y se apuntó el galardón de ser la primera
colegiada en Canarias. En este caso, tal vez resulte más
llamativo para comprender su proeza que la siguiente
mujer en ese Colegio de Abogados no lo hiciera hasta
treinta y nueve años después, en 1972. José Santiago Yanes
rastreó las pistas de su paisana Josefina Perdomo, que
comenzó sus estudios en La Laguna. Josefa Leonarda
Perdomo Benítez había nacido en Las Palmas en 1901; sus
padres, Francisco Perdomo de la Peña, propietario, y Josefa
Benítez González, tuvieron siete hijos y ella era la menor.
En el Instituto de Las Palmas cursó bachillerato y luego, en
1924, se matriculó como alumna libre en la Universidad de
La Laguna, en la que cursó casi toda la licenciatura, hasta
que en 1928 se marchó a la Universidad Central y aprobó
allí las seis asignaturas que le quedaban para terminar la
carrera. Vivió desde entonces en la Residencia de
Señoritas, entre 1928 y 1933, y ha dejado rastros como
matriculada en las clases de Derecho Administrativo que se
impartían en la casa y en inglés. Aunque se le expidió el
título en enero de 1930, permaneció en la capital siguiendo
las asignaturas de doctorado y parece que no tuvo
demasiada prisa en dejar Madrid.
La prensa canaria siguió sus éxitos académicos y se
notificó en octubre de 1929 que había terminado los
estudios de licenciatura y también lo hizo el Colegio de
Abogados de Las Palmas, que la homenajeó en 1930409,
según incluye la Gaceta de Tenerife: «Las mujeres
estudiosas. Nuestra comprovinciana la abogada Srta.
Josefina Perdomo. Al mediodía del domingo último [18 de
enero] se celebró en el Hotel Santa Brígida el banquete con
que el Ilustre Colegio de Abogados de Las Palmas obsequió
a la distinguida señorita Josefina Perdomo Benítez, primera
mujer canaria que ha obtenido la hermosa investidura de
doctora en la Facultad de Derecho. Resultó un brillante
acto de homenaje a dicha culta comprovinciana […]»410.
La noticia añade dos informaciones de interés: la
primera, que la homenajeada estaba trabajando en el
Ministerio de Justicia y que regresaba a Madrid, pero en
esta ocasión acompañada de una hermana, Julia, que iba a
estudiar Medicina. Curiosamente, la novedad trascendió y
fue referida en distintos rotativos peninsulares. Así lo
transmite la Nueva España el 4 de marzo de 1931 en las
páginas 15 y 16:
Josefina Perdomo Benítez ha abierto una brecha de verdadera
modernidad femenina en nuestro gregario ambiente. Mujer
excepcionalmente bella, podía haber resuelto su vida por el camino más
corto: el matrimonio. Pero egregiamente ha preferido embarcarse en la
nave de su talento a navegar por mares universitarios hasta atracar al
puerto de un título. Quizá ella sepa que una mujer bonita, solamente
bonita, es algo delicioso, pero horriblemente aburrido. Hasta aquí, las
mayores muestras de emancipación femenina, en nuestro insular
ambiente, no habían rebasado la línea de recitar unas poesías o de bailar
un charlestón con más o menos esnobismo en cualquier sociedad. El
ejemplo de Josefina Perdomo Benítez es magnífico […]411.

Un texto fruto de su época, anclado, por un lado, en esa


forzosa conexión entre mujer, belleza y gracia, pero que,
además, rendía pública admiración al esfuerzo y la
inteligencia femenina. Josefina había permanecido en la
capital tras licenciarse con el fin de iniciar los estudios de
doctorado. En este momento y en otros, la prensa le
adjudicó el doctorado, pero difícilmente lo habría
conseguido al año de terminar los estudios; creo, más bien,
que habría que interpretar la situación como que había
aprobado las asignaturas del curso de doctorado. En la
base de datos de tesis defendidas en la Universidad Central
no aparece ninguna a su nombre. Al fin regresó la abogada
e ingresó en el Colegio de Las Palmas en octubre de 1933,
incorporándose plenamente a la vida social y política de las
islas. Desempeñó ocasionalmente la presidencia de la
Juventud Radical Socialista y, aunque fugazmente, se
anunció su candidatura a las elecciones generales de 1936,
pero no llegó a presentarse. Después de la guerra terminó
con el ejercicio profesional de la abogacía y emprendió una
carrera administrativa en el servicio del Catastro de Las
Palmas, al que ingresó como auxiliar interino en 1939 y
había ascendido a auxiliar de 2.ª clase en 1946 cuando
pidió excedencia voluntaria; acababa de casarse a la
infrecuente edad de cuarenta y cinco años y abandonaba
Las Palmas para acompañar al esposo a Santa Cruz de
Tenerife, donde abrirían su nuevo hogar. Solicitó diez años
después su reincorporación, pero la respuesta se demoró
hasta 1960 y llegó tarde, porque Josefina Perdomo había
muerto en 1959.
Como refería antes, implantada la Dictadura, la situación
de la mujer recorrió el camino inverso y se fueron
perdiendo los avances que con tanto esfuerzo habían
conseguido estas adelantadas. A Consuelo Movellán
Gutiérrez la prensa la calificó en 1968 como Bella
terquedad: se había empeñado en ingresar en el Registro
de la Propiedad, como antes quisiera López Bonilla, y
perseveró en el empeño. El título paradójico reivindicaba,
transformaba en cualidad, una característica habitualmente
peyorativa y que en el lenguaje hablado suele atribuirse por
igual a la mujer y a la mula. Sucedía que en los primeros
años cuarenta se fue cerrando el acceso femenino a las
carreras jurídicas: judicatura, abogados del Estado,
notarías, cuerpos facultativos del Ministerio de Justicia, la
carrera consular y diplomática, así que en 1946 la Ley
Hipotecaria exigió la condición de ser varón para opositar a
registros, aunque se incluyó la excepcionalidad de
permitirlo a las mujeres que habían iniciado la carrera de
Derecho antes de 1945; entre 1946 y 1964 solo una mujer
ingresó en el cuerpo. Había que tener arrojo para
intentarlo, pero no le faltó a María del Consuelo Movellán
Gutiérrez. La Ley de 1961 sobre Derechos Políticos,
Profesionales y de Trabajo de la Mujer reabrió el acceso,
aunque el número de registradoras aumentó con lentitud:
una en la promoción de 1964, otra en la de 1968, dos en la
de 1970, tres en la de 1972, dos en la de 1974, tres en la de
1976. En 1968 ingresó Bella terquedad. Había nacido en
Villaviudas, un municipio de Palencia, en 1912; por tanto,
alcanzaba su meta con cincuenta y seis años, un
extraordinario ejemplo de perseverancia, como destacaron
sus colegas en un homenaje a las pioneras412.
Me pregunto qué fuerza interior llevaría a aquella joven,
inteligente y resuelta, hasta la Facultad de Derecho y la
Residencia de Señoritas. Su padre, Dionisio Movellán
Villameriel, había estudiado en el Instituto Jorge Manrique
de Palencia y era jefe de la estación de ferrocarril de
Boadilla del Camino. En sus primeros pasos, sin duda
guiada por la familia, se manifestó pragmática y, como
otras colegas, optó por Magisterio para asegurarse un
medio de vida y la prepararon para el ingreso de forma
particular en un colegio de monjas de Boadilla. Hasta aquí
hubiera llegado el camino que le hubiera correspondido a
una muchacha de sus orígenes; aprobó con catorce años el
examen de ingreso y ganó por concurso una beca de la
Diputación Provincial413 y la mantuvo año por año mientras
se titulaba en la Normal de Palencia y conseguía el título de
bachiller, pero no pensaba en la enseñanza. Se marchó a
Madrid y se instaló en la Residencia, donde recibió clases
de Pedagogía y también de alemán y música, pero se
licenció en Derecho en 1935. En el siguiente curso,
1935/1936, permaneció en la Residencia e impartió en el
centro clases de Ética y Derecho. Las circunstancias de la
Guerra Civil y la posguerra no debieron de abrirle muchas
puertas a la recién licenciada; por la prensa se constata su
presencia en Palencia en 1938. En 1941 aprobó unas
oposiciones de mecanógrafa y escribiente en el Ejército del
Aire414. Me inclino a pensar que, ya con un puesto
asegurado en la Administración, se volcó en prepararse
para metas más altas. Firmó las oposiciones a Registros de
1945, las últimas en las que no se exigía ser varón, y eso la
capacitó para volver a intentarlo; así lo hizo en 1949, 1951
y 1959, aun cuando la mujer quedaba generalmente
excluida. Tenía cincuenta y seis años cuando aprobó, pero
aún tuvo por delante catorce años de ejercicio, hasta que se
jubiló en 1982 en Barcelona. El Ministerio de Justicia
destacó su firmeza distinguiéndola con la Cruz de San
Raimundo de Peñafort. Murió soltera en 1995,
curiosamente rodeada tan solo de mujeres: sus hermanas
Teresa y María del Pilar y su amiga, María Luisa
González415.
Con ser minoritaria la presencia femenina en Derecho, el
dibujo de la débil presencia que he venido realizando no
haría justicia al esfuerzo y al interés por ese campo de las
españolas en general, ni al de las residentes en particular,
si todo terminara aquí. Curiosamente, Derecho fue una
segunda opción para un grupo numeroso de estudiantes;
así había sucedido con Consuelo Movellán, pero también
con Victoria Kent, que primero pensó en dedicarse al
magisterio, al igual que Matilde Huici. Otras residentes se
decidieron una vez que ya se habían encauzado
profesionalmente, sin duda, por la mayor dificultad para
convertir la licenciatura en un medio de vida. Hemos
hablado de ello, al comentar la sana ambición de
conocimiento de Luisa Cuesta Gutiérrez, que fue la primera
mujer en figurar como profesora de universidad. Aprobó en
1921 oposiciones a Archivos y Bibliotecas y en su destino
como archivera de la Universidad de Santiago decidió
seguir estudiando, esta vez, Derecho. En 1927 defendió en
la Universidad Central su doctorado en Historia y en 1930
su segundo doctorado, en Derecho. Otra
archivera/bibliotecaria, Carmen Guerra San Martín, se
matriculó en Derecho en Sevilla, después de haber
obtenido destino en la Biblioteca Provincial de Córdoba. En
1932 se licenció en Derecho en la Universidad de
Barcelona la residente Pepita Barba Gosé, que era médica y
había comenzado una extraordinaria carrera científica, de
manera que se podría decir que se matriculó en Derecho
para no aburrirse, como explicaba un familiar: lo hizo para
ganarle una apuesta a su hermano, que cursaba esa
licenciatura y estaba tardando demasiado.
Nieves López Pastor, que se licenció en Letras, se
matriculó en Derecho, y la inspectora Carmen Isern
Galcerán se tomó la molestia de doctorarse en Derecho.
Con nuestra mentalidad capitalista no incluiríamos a
Nieves López Pastor en ningún listado de mujeres exitosas,
porque no lo fue: no tuvo dinero, no conoció el triunfo y no
consiguió el reconocimiento literario que buscó, pero si
escapamos de la tiranía del prestigio —tener y parecer— y
acordamos considerar como éxito gozar del respeto de
quienes la conocieron y que el afecto que se le profesó en
vida haya aguantado cincuenta años en el recuerdo,
hablaremos de María de las Nieves como de una
triunfadora. Vivió la última parte de su vida profesional en
Villanueva del Arzobispo, un municipio serrano cercano a
Cazorla, en la provincia de Jaén. En 1994 se inauguró el
Instituto de Enseñanza Media y desde el curso 1997/1998
se denomina IES Nieves López Pastor por iniciativa de la
primera directora, Ana M.ª Segarra, que fue su discípula416.
Nieves había nacido en otro pueblo serrano y olivarero de
la Subbética cordobesa, en Cabra, donde su padre Antonio
López Solaz era propietario y la madre, María de la Sierra
Pastor y Aguilera, se ocupaba en sus labores; tenía al
menos un hermano, Francisco. De niña estudió primaria en
el Colegio San José de Calasanz de la localidad, atendido
por monjas, y también recibió clases particulares del
maestro Luis Flores Leña. El Instituto Nacional Aguilar y
Eslava conserva su expediente y en él aparece su examen
de ingreso, que realizó el primero de junio de 1925 para
poder ser examinada a continuación como alumna libre; de
hecho, lo hizo de todas las asignaturas del bachillerato,
salvo dos, entre las convocatorias de junio y septiembre de
ese curso 1924/1925, y en enero de 1926 superó las
restantes, Química y Agricultura. En enero de 1926 obtuvo
el título y ese año se marchó a la Universidad Central y a la
Residencia de Señoritas. Curiosamente, de esa comarca
cordobesa llegó un buen número de chicas a la Casa, ese
año 1926 residían tres estudiantes de Cabra: además de
Nieves, Felisa Gómez García-Cantarero, que había llegado
en 1924, y en 1926 se instaló Consuelo Gómez Pérez;
ambas estudiaban Farmacia. Si entre estos viajes hubo
alguna influencia o vínculo de amistad, nada se ha
conservado; además, Nieves, como se ha comprobado, no
frecuentó las aulas del instituto.
En Madrid, se matriculó como alumna no oficial en
Derecho entre 1926 y 1928, aunque terminaría
licenciándose en Filosofía y Letras, sección Historia. Se le
atribuye una tesis doctoral sobre «La mujer en la obra de
Séneca», pero se trata de una memoria de licenciatura,
presentada en Madrid en el curso 1956/1957417, lo cual,
además de decirnos que se licenció tarde, también
transmite su interés por los temas feministas, como muchas
otras universitarias que vivieron en el ambiente chispeante
de la Edad de Plata en la Residencia. López Pastor encontró
allí el aire para una infantil vocación literaria que cultivó a
lo largo de su vida y hoy nos quedan retazos de sus
amistades artístico-literarias: su amistad con el escritor
Alfonso Hernández Catá —escritor, periodista y diplomático
hispano-cubano—, autor celebrado en aquel Madrid, cuyo
teatro estrenó Margarita Xirgu; con el escultor Juan Luis
Vassallo, que según reseñó La Libertad le había hecho un
busto que presentó a la exposición Artistas en acción del
salón Heraldo de Madrid en 1932418. La escritora chilena
Gabriela Mistral se alojó en la Residencia en 1928 durante
una estancia en Madrid en la que asistió al Congreso de la
Juventud Universitaria Femenina, en el que algunas
residentes —Kent, Huici, Jimena Quirós— capitaneadas por
doña María de Maeztu tuvieron especial protagonismo.
Muy probablemente en un punto entre el dinamismo de la
Residencia, el de las mujeres universitarias o el de las
escritoras, se produjo el encuentro entre Nieves y Gabriela
Mistral y despertó una especie de admiración y sintonía
entre ambas que se mantuvo durante años, como se deduce
de dos eslabones de una correspondencia que no sabremos
si fue intensa, pero, al menos, sí larga en el tiempo. Desde
el París de 1930, Gabriela escribe a la española: «[…] hay
en usted una pasión de servir que me conmueve. Así era yo
a su edad, usted me recuerda una criatura que fui yo
misma. Me acuerdo siempre de usted que realiza un viejo
sueño mío, tener profesión y oficio […]»419.
Además de la sintonía, la mención del oficio era real.
Indica su biógrafo Óscar Marcos Jurado que durante el
período republicano y, al menos hasta la guerra, López
Pastor trabajaba en Madrid como linotipista y que en 1936
había entrado como auxiliar de los Servicios Técnicos de la
Armada (C.A.S.T.A.) con destino en la imprenta del
Ministerio de Marina en Madrid; en 1937 permanecía en la
ciudad420, mientras que en Cabra, su hermano Francisco,
capitán de la Guardia Civil, protagonizó el golpe de Estado:
levantándose el 19 de julio contra el gobierno legítimo, se
incautó del Ayuntamiento en presencia del alcalde y de los
concejales, que quedaron destituidos421.
Lo que vino después ilustra el retroceso de esas mujeres
que habían luchado por su propio destino en los años veinte
y treinta. Por su vinculación profesional con el Estado
republicano y, en particular con Aviación, un arma
mayoritariamente republicana, Nieves López Pastor
padeció la represión de la dictadura y sufrió un Consejo de
Guerra por el que fue cesada en su trabajo de linotipista y
se la condenó a seis meses y un día de prisión menor. De
manera que, a partir de 1940, encontramos a una Nieves
López Pastor, sancionada económicamente y sin profesión,
cuyas dificultades se cuelan en una carta a Gabriela Mistral
para felicitarla por el Nobel de 1945: «Madrid, 28
septiembre de 1946 […]. De nuestra vida en tan largo
tiempo habría tanto que contar que no cabe en una carta.
Ahora me gano la vida dando clases particulares. No
abandono tampoco mis aficiones literarias y sueño en
publicar en esa querida América algunas cosas mías y hasta
que usted las patrocine con un prólogo. Son cosas de mera
literatura, pero ¿cómo hacerlas llegar a sus manos
exclusivas y confidencialmente íntegras para saber si usted
las encuentra aceptables? […]»422. Seguía en Madrid y vivía
con una amiga llamada Reposo de quien nada más
sabemos, y, poco después, Nieves llegaba a Villanueva del
Arzobispo para ocuparse de la Biblioteca Municipal, de sus
libros y sus lectores, porque en su modesta biblioteca
aficionó a la lectura a los niños y jóvenes de Villanueva y a
algunos les enseñó a leer. Se dedicó a la enseñanza en una
academia particular que fundó y en sus clases del colegio
municipal Nuestra Señora de la Fuensanta. El pueblo le
sigue agradeciendo su labor de maestra, su entrega para
preparar a los estudiantes que cursaban bachillerato o
preparaban el ingreso en Magisterio y se examinaban por
libre, como ella misma había hecho. La intelectual del
Madrid de la Edad de Plata cambió las tertulias del café
Jorge Juan por las del bar Segarra, donde fue aceptada a
pesar de sus costumbres distintas y su cigarrillo, en un
pueblo en el que, como en todos los pueblos, las mujeres
buenas ni fumaban ni iban solas a los bares. En Villanueva
dicen que se dedicó a «sembrar» —lecturas, conocimiento.
Como le dijo a Mistral, siguió escribiendo y ha dejado una
extensa obra que se conserva inédita, sobre todo poesía;
también cuentos, novelas y algo de teatro, como Doña
Jimena, y un libro de historia, «Aportación a una posible
Historia de Villanueva del Arzobispo», igualmente inédito…
Apenas obtuvo el reconocimiento literario que le hubiera
gustado ni encontró las posibilidades de publicar, aunque lo
hizo ocasionalmente: en 1955 ganó el premio Juan Valera,
de Cabra, con un breve relato en prosa, Narraciones, y
también en su pueblo participó en un poemario colectivo,
Ala al viento (1965). Cuando se jubiló en 1973, Villanueva
la obsequió con un sentido homenaje en el Santuario de
Nuestra Señora de la Fuensanta [véase imagen 12].
Dieciocho años después nació en el municipio la Asociación
Cultural Nieves López Pastor: su siembra había germinado.
María de las Nieves López Pastor murió en Úbeda en 1978.
La atracción de las inspectoras por su trabajo condujo a
algunas de ellas hacia áreas colaterales como la psicología,
la ética, la protección del menor, la educación como
antídoto contra la delincuencia y, por estas vías, algunas de
las inspectoras realizaron estudios de Derecho, así Matilde
Huici, compañera de promoción de Gil Febrel en la Escuela
Superior. Ya la vimos como inspectora en Las Palmas antes
de marchar becada a Estados Unidos, donde afianzó su
interés por los derechos del menor; al regresar, terminó la
carrera y ejerció en el Tribunal Tutelar de Menores. La
maestra, la inspectora y la abogada Matilde Huici Navaz
militó siempre en el campo de la izquierda socialista y en
1940 fue separada del servicio y dada de baja en el
escalafón. Vivió el exilio en Chile, donde recuperó su
vocación pedagógica e introdujo en el país la práctica de
los parvularios, mirando principalmente a las madres
trabajadoras. En 1958 logró para Chile la incorporación a
la Organización Mundial para la Educación Preescolar
(OMEP).
En el ámbito conservador ha destacado la inspectora y
doctora en Derecho Carmen Isern Galcerán, quien se
hallaba igualmente motivada por las leyes de protección a
la infancia, un ámbito en el que, así mismo, se especializó
en universidades europeas.
Desde Java a la puerta del palacio Güell, la doctora Carmen
Isern Galcerán
He ido descubriendo al personaje de Carmen Isern
Galcerán poco a poco y confieso que me tiene
desconcertada; me resulta el vivo ejemplo de que las
personas nunca somos simples: cuántas contradicciones y
cuántos silencios. El primer encuentro me llegó a través de
la voz de su madre, Petronila Galcerán, que sonaba
sorprendentemente fuerte y segura, en comparación con
las débiles presencias maternas:
Garrigás, 20 de septiembre de 1915
[…] Recibí su atenta del 12 del actual y el folleto explicativo de la
Residencia […]. Estando conforme con los datos que en el mismo he
visto, he determinado que mi hijo que estudia Medicina vaya también a
Madrid en la misma Residencia, Grupo Universitario, para que los dos
estén más cerca el uno del otro.
Así pues, hacia últimos de este mes, iremos a Madrid para que mis
hijos puedan entrar en la Residencia y empezar el curso el primero de
Octubre […] (ARS, 32/9/1).

Carmen, quien en la correspondencia no ha aparecido


aún con su nombre, había nacido en 1895; con veinte años,
llegó a la Residencia en el primerísimo momento, otra
pionera entre pioneras, por así decir. Resuena alto ese uso
de la primera persona del singular —«he determinado»—:
Petronila Galcerán parecía tomar en solitario la nada
sencilla decisión de desprenderse de su hija —de sus hijos
— y enviarlos a Madrid, cuando la Residencia aún estaba
en ciernes. Así era, maestra y viuda, esta madre, guiada
probablemente por su personal experiencia, procuró para
sus dos hijos la mejor educación a su alcance. Como la
familia vivía en Garrigás, donde ejercía Petronila, Carmen
recibió sus primeros estudios en un internado de monjas en
Bèziers, en la zona fronteriza francesa, donde, además de
aprender francés, también estudió música. Cursó luego el
bachillerato en el Instituto de Figueras y se graduó en junio
de 1914; tal vez, por la influencia materna, se decidió por
Magisterio, así que, tras su bachillerato, en solo un curso
más, recibió el título de Magisterio Superior en la Normal
de Gerona. Llegaba a Madrid para preparar, con un
programa especial de la Residencia pensado por doña
María, el acceso a la Escuela Superior: «Garrigás, 23
diciembre 1915 […]. Muy agradecida le estoy de sus
esfuerzos y cariñoso trato para con mi hija Carmen, la que
me entera por sus cartas de lo mucho que V. se interesa por
ella […]» (ARS, 32/9/2). La implicación de doña Petronila
con los estudios de Carmen le dictó el siguiente ruego:
Garrigás, 6 de junio de 1916
Muy respetable y distinguida Sra.: Siéndome imposible ir a esa de
Madrid para animar y acompañar a mi hija Carmen en los días de sus
exámenes, días como ya sabe V. de atribulación y pena, me dirijo a V.
como Directora de la misma, rogándole tenga la bondad de hacer por ella
todo lo posible, sabiendo así suplir V. los cariños y cuidados de una
verdadera madre.
En V. pone su confianza (en la seguridad de que será atendida,
haciendo para mi hija todo lo que sea posible) esta su agradecida y
afectísima amiga […] (ARS, 32/9/3).

Eso de la atribulación y la pena habría que adjudicárselo


a la madre que escribe, que sin duda se sentía así; quien se
examina padece, más bien, nerviosismo e inseguridad. El
tono y el contenido de la misiva nos conducen a una
situación similar anterior, la vivida por Guillermo Barrero
ante los exámenes de su hija Concha, que, al igual que
Carmen, se examinaba para el ingreso ese mismo año,
como se vio en el primer capítulo. Ninguna de las dos
aprobó. Ante la nueva convocatoria de 1917, la madre se
sinceraba con la directora, confesando sus esperanzas y
preocupaciones: «Garrigás, 6 de abril de 1917 […] le
agradecería que, si no es causarle molestia, se sirviera
enterarme de cómo siguen los estudios de Carmen e
indicarme su parecer respecto a los adelantos de la misma
y de las posibilidades de ingreso en la Escuela de Estudios
Superiores, que tanto anhelamos. Dejo, pues, a su cuidado
la dirección de todo lo que crea necesario para ver si este
año tiene mi hija más suerte […]» (ARS, 32/9/4).
En definitiva, con esfuerzo constante, Carmen entró en la
Escuela, eligió la rama de Letras y terminó en la promoción
de 1921, quedando en aquel momento en expectativa de
destino. Hasta aquí, lo único especial que se aprecia en
Carmen radicaba en su madre, una maestra con carácter
volcada en su formación. Como no se conservan cartas de
ella, nada personal se puede encontrar por esta vía, así que
mi interés despierta al indagar en su expediente de la JAE,
donde sí aparece Carmen en primera persona y se
descubre a una mujer que piensa en grandes horizontes y
que va sentando las bases para alcanzarlos. En 1924, la
normalista se hallaba aún sin plaza propia y, como ella
expresaba, quería emplear el tiempo del que ahora disponía
en ampliar su formación en la materia a la que había
destinado su trabajo de fin de carrera en la Escuela en
1921, «Delincuencia infantil y Tribunales para niños»;
precisamente de 1918 data la creación del primer tribunal
para niños en España, de modo que en ese contexto la
inclusión de la pedagogía en campos como el derecho y el
delito infantil demostraba una vocación innovadora para la
que recurrió a solicitar una pensión a la JAE en mayo de
1924, con el objetivo de estudiar durante seis meses las
«instituciones penitenciarias» para los menores
delincuentes en Francia, Bélgica y Suiza. En esos países se
contaba para este tipo de instituciones con una experiencia
de la que se carecía en España, que necesitaba crear
centros que sirvieran para «retirar a los niños abandonados
de las calles», organizando «verdaderos reformatorios
donde se les enseñe a ser útiles y honrados antes de
devolverlos a la sociedad» (JAE/80-70). Se le otorgó su
pensión y desarrolló su estancia entre marzo y septiembre
de 1925.
No fue Carmen una persona inclinada a incluir
información personal en sus cartas: si las escribió a María
de Maeztu o a Eulalia Lapresta, no se conservan; las que
envió a la Junta —a Gonzalo Jiménez de la Espada y a Pablo
Martínez Strong— solo contienen referencias a los centros
que conoce y visita, no transmiten sus opiniones y
reflexiones ante sus experiencias y descubrimientos. No
obstante, al seguir sus pasos a través de los organismos
que enumera y, ocasionalmente, ciertas menciones del
sentido del aprendizaje que le interesa, se va detectando la
orientación de su trayectoria profesional y vital. De hecho,
a primeros de marzo de 1925 andaba la pensionada por
París ocupada en conocer «las leyes de Protección a la
infancia, los Tribunales para niños y la Corrección
fraternal». Se desplazó, entre un sinfín de dependencias de
reeducación, a las «prisiones para niños» de Fresnes y la
Petite Roquette; las «colonias penitenciarias» de Mettray y
Saint Maurice, para chicos, y la de Doullens para chicas; la
obra para la Preservación y Salvación de la Mujer; conoció
órganos tutelares —La Tutélaire o el Patronazgo de la
Infancia y la Adolescencia—, y asistió, también, a la Escuela
Práctica del Servicio Social y la Escuela Normal Social, lo
que debió de interesarle particularmente porque dedicaría
en el futuro mucha atención a esta especialidad del
Servicio Social.
En Bélgica y Suiza prosiguió sus recorridos. En la
primera, presenció igualmente el funcionamiento de los
tribunales para niños, acudió a la prisión-escuela de
Merksplas, observó la nueva institución de los «homes de
semilibertad» para niños y niñas, el asilo para niñas-madres
de Uccle en Bruselas y el Instituto Médico-Pedagógico
Sainte Elisabeth de Rixensart. Finalmente, en Suiza estuvo,
entre otras instituciones, en la «granja para niños
difíciles», en el Neuhof de Pestalozzi, y en la «casa para
jóvenes de mala conducta Manchdenheim Heimgarten», e
igualmente se interesó por la Escuela Femenina de
Estudios Sociales de Ginebra, ciudad en la que asistió al
Primer Congreso General del Niño, celebrado en agosto de
1925. Con anterioridad a él, había acudido en Luxemburgo
a la asamblea general de la Asociación Internacional de
Protección a la Infancia, portando la representación
española.
Hubiese sido curioso conocer su parecer sobre estos
diferentes espacios de reclusión y, hay que creer que, de
reeducación para niños y adolescentes. Hoy nos extraña la
asociación de términos como prisión, prisión-escuela,
colonia penitenciaria e infancia y solo el recorrido por los
nombres de las instituciones nos trae a la memoria la
miseria infantil en Oliver Twist, aunque colocándome en el
ámbito francés, internet me ha conducido a las vidas de
Jean Genet y Albertine Sarrazin; pasaron ambos su
adolescencia encarcelados en algunos de los centros
citados, Fresnes, la Petite Roquette, Mettray o Doullens,
espacios de redención a base de palos, frío, hambre y
aislamiento que alimentaron sus respectivas escrituras
biográficas. Cuando en 1925 Carmen Isern visitó Mettray
muy probablemente Jean Genet estaba allí.
Seguro que no fue casualidad el que Carmen estuviera en
Ginebra en 1925, donde un vuelco en la consideración de la
infancia acababa de suceder. El concepto de infancia tal
como se entiende hoy resulta relativamente reciente,
prácticamente entra en la historia a últimos del siglo XVIII
de la mano de Rousseau y su Emilio. Durante siglos, los
niños solo fueron mirados como humanos más pequeños de
talla, con fuerzas reducidas y mucha capacidad de
obedecer; sujetos a deberes con pocas o ninguna exigencia.
Los cambios en la maquinaria bélica de la Primera Guerra
Mundial causaron estragos entre los menores. Los
gobiernos reunidos en París firmaron los tratados de la paz
impuesta de 1919, por la que los países derrotados,
obligados a pagar los destrozos causados por la debacle, se
comprometían a entregar importantes sumas a los
vencedores. Nadie pensó en que los niños, desde la URSS
hasta la frontera francesa, aunque no eran el enemigo,
tenían que pagar esa deuda con su hambre. En este marco,
Eglantyne Jebb lanzó su grito de Save the children;
acababa de nacer el primer organismo para la protección
de la infancia desvalida y poco después Jebb redactaba la
Declaración de los Derechos del Niño que fue aprobada por
la SDN, en Ginebra en 1924, semanas antes de que Carmen
Isern solicitara su pensión. Al amparo de la Declaración de
Ginebra, surge la Asociación Internacional de Protección a
la Infancia, a cuyo primer congreso, de agosto de 1925,
compareció Carmen, y también lo haría a los inmediatos de
Roma y Milán: por así decir, la pedagoga española estaba
en la cresta de la ola.
Regresó la pensionada después de haber estado en el
corazón de la nueva Europa de entreguerras. Le llegó su
nombramiento como profesora de la Normal de Gerona
para el nuevo curso 1925/1926 y se hizo cargo de su
cometido. Pero su bagaje de información y el conocimiento
adquirido sobre los primeros pasos que se daban en Europa
hacia la implantación de servicios sociales para la infancia,
los jóvenes desprotegidos y las madres solteras llegaban a
una España en la que, con el sesgo católico y conservador
de la dictadura, también se miraba a la necesidad de crear
los primeros centros asistenciales, como las escuelas de
enfermeras visitadoras o los dispensarios de higiene rural,
en los que algunas de las residentes ya conocidas
comenzaron sus carreras profesionales. En la mente de la
normalista bullía su propio proyecto personal en esta línea,
tal como dejó expuesto en su nueva petición de pensión a la
JAE en febrero de 1928, y en esta ocasión sí resultó
comunicativa, pues no solo presentó los méritos que había
reunido esos años, sino que, además, expuso para qué
estaba preparándose.
Conocemos por ello que «estaba terminando de cursar la
carrera de Derecho» en Barcelona (se había matriculado en
1926). La ronda europea le había abierto los ojos sobre la
conveniencia de aunar pedagogía y derecho. Además, había
asistido «delegada por el Ministerio de Instrucción
Pública» al II Congreso Internacional de Protección a la
Infancia que tuvo lugar en Roma en 1926 y, así mismo,
nombrada por real orden del Ministerio de Gobernación al
tercero de esos congresos, el organizado en Milán en 1927,
ocasión para la que también recibió «el encargo de estudiar
las instituciones benéfico-sociales de Italia». Conviene
recordar que se trataba entonces de la Italia fascista, a la
que la España de Primo de Rivera miraba con admiración.
La solicitante añade que había sido nombrada por real
orden vocal del Consejo Superior de Protección a la
Infancia y que «estando próxima para España la
implantación de las Escuelas de Asistencia Social», que
abriría para la mujer nuevos horizontes en profesiones
«femeninas» apenas conocidas en el país, como directoras
de orfelinatos, asilos infantiles, bibliotecas populares,
campos de juegos, las inspectoras del trabajo, las
enfermeras visitadoras y escolares y «siendo autora del
primer proyecto de Escuela Española Femenina de
Asistencia Social», resultado de su conocimiento de los
principales centros de esa naturaleza en Europa, que había
presentado al ministro de Gobernación con la aprobación
del Consejo Superior de Protección a la Infancia, el cual
había pedido al Gobierno su inmediata implantación,
solicitaba nueva pensión, al objeto de incrementar su
cualificación: «considerando la necesidad de una más firme
preparación para que, al implantarlas [las Escuelas de
Asistencia] en España, haya alguien suficientemente
preparado y no hubiera que recurrir al extranjero, pide ser
pensionada en Estados Unidos en la más importante
Escuela de Asistencia que existe, The New York School of
Social Work».
Carmen Isern Galcerán no recibió la pensión para Nueva
York. Por otra parte, el planteamiento de la citada escuela,
si lo hubo, no avanzó con la rapidez que ella imaginó, como
tampoco una red básica de centros de asistencia para la
protección de la infancia y la maternidad. El régimen
dictatorial conoció a partir de 1928 un largo período de
movilización de múltiples sectores sociales, al que ya se ha
aludido en otros capítulos. Le correspondería a la
República ejecutar estos planes de protección de la infancia
y de estímulo de sus capacidades. El proyecto de Carmen
no pudo ser, en suma, pero ella siguió adelante con su
carrera de méritos: en junio integró como secretaria el
comité español que asistía a otro encuentro internacional,
esta vez la Quincena Social Internacional que tendría lugar
en París entre el 2 y el 13 de julio de 1928, en la que
estuvieron previstos «Congresos de la Habilitación, de
Protección a la Infancia, de Asistencia y de Servicio
Social»423. Y a su regreso, la aguardaba otra buena noticia:
su nombramiento como inspectora de enseñanza primaria
para la provincia de Barcelona424.
Lo suyo era un no parar: en junio de 1929 nos topamos
con una noticia sorprendente en La Vanguardia: la
inspectora recurría a un anuncio en la prensa para
distribuir una encuesta sobre el absentismo escolar, y la
presentó de este modo:
ASOCIACIÓN INTERNACIONAL PARA LA PROTECCIÓN DE LA
INFANCIA. BRUSELAS. Encuesta sobre la no frecuentación escolar. 1.
Causas: a) Por tendencia a la vagancia: anomalías mentales y del
carácter; b) Por razones de familia (legítimas e ilegítimas); c) Por motivos
de salud (ausencias largas y cortas, según las enfermedades). 2.
Resultados o consecuencias de la no frecuentación: a) Para el individuo
(ignorancia, viciosidad [sic], etc.); b) Para la sociedad (inadaptación
social, delincuencia, etc.). 3. Remedios: De orden legislativo,
administrativo, educativo, social, médico, etc.: a) Empleados en la
localidad; b) Propuestos.
Se ruega al médico, al legislador, al filántropo, al educador, a todas las
personas a quienes pueda interesar la solución de este grave problema,
se sirvan presentar su valiosa cooperación mandando antes del 15 de
julio las estadísticas globales y análisis que hayan podido obtener a la
inspectora de Primera Enseñanza de la provincia de Barcelona, señorita
Carmen Isern Galcerán, la cual se encargará de transmitirlas en un
trabajo de conjunto al próximo Congreso que la Asociación celebrará en
Estocolmo425.

El procedimiento no deja de ser irregular aunque


ingenioso; de inmediato nos recuerda que también
Colombine —Carmen de Burgos— recurrió a algo parecido
en 1904, publicando una encuesta sobre el divorcio en el
Diario Universal y las respuestas sirvieron de base a su
libro El divorcio en España. No puede caber ninguna duda
del carácter moderno de esta mujer de ideología
conservadora que manifiesta, a través de sustantivos como
vagancia, anomalía, ignorancia, «viciosidad», una
percepción negativa y crítica con respecto al problema que
la ocupa, la infancia desvalida, en la que no logra
despegarse de una visión mayoritaria y propia de la época.
En cuanto a los resultados, de haberlos, con esas preguntas
no pudieron presentar mucha solvencia científica. No sería
su única tarea con la prensa aquel año; como otra muestra
de innovación, participó en una serie de conferencias
educativas en el programa de radio Emisión
radiopedagógica, previsto para las tardes de primavera de
1929, el año de la Exposición Internacional cuando
Barcelona inauguraba Montjuïc, para el que disertó sobre
temas como «Los polos de vida: infancia y vejez» o «Los
niños sin padres»426.
Con el cambio de década se le pierde un poco la pista,
aunque reaparece a través de la Gaceta en 1932 nombrada
inspectora en San Sebastián, tras haber disfrutado una
excedencia voluntaria, y ya en 1935 retorna a la Inspección
de Barcelona y desarrolla su segunda estancia de estudios
en Europa, refrendada por la JAE como equiparada a
pensionada para los meses de julio, agosto y septiembre.
Nuevamente había argumentado la conveniencia de
conocer mejor las escuelas femeninas de asistencia social e
instituciones «postescolares» como cantinas, colonias
vacacionales, así como las obras sociales de protección a
los desfavorecidos, ya que tanto en España como en
Barcelona las instituciones e iniciativas de esa naturaleza
se hallaban en un «período de organización intensiva». Al
igual que en la ocasión anterior, puntualmente al cerrar su
estancia en cada país, enviaba una exhaustiva relación del
recorrido por las más diversas instituciones y nos interesa
saber la modernidad de algunos de los centros con los que
Europa intentaba responder a la crisis social y económica
de 1929; además de lugares como la biblioteca Las Horas
Felices en Bruselas o la instalación «El reino de los niños»
de la Exposición de Bruselas, junto a las ya previstas visitas
a las Escuelas de Servicio Social, también incluyó otros
centros recién creados, como la Comisión de Socorros a
Parados y la Obra de Asistencia a Extranjeros Indigentes.
En Holanda conoció la existencia de instituciones
específicas para la vejez, una policía femenina para la
vigilancia de las costumbres y la moralidad o las Woning-
Dienst —servicios de viviendas sociales— para familias sin
recursos que ofrecían servicios comunitarios.
Con el nuevo curso 1935/1936, Carmen Isern mantuvo la
Inspección en Barcelona y aún tuvo tiempo de participar en
una iniciativa de las Misiones Pedagógicas427, pero llegó la
guerra y en su concepción de las dos Españas se decidió
resueltamente por la sublevación; en septiembre de 1936,
la Gaceta publicó su cese en el escalafón de funcionarios428.
Carmen Isern, recordemos, había iniciado la carrera de
Derecho en 1926, y en 1947 defendió en la Universidad de
Madrid su tesis doctoral en esa disciplina, en la que empleó
parte del material recogido en sus recorridos por Europa y
que tituló La mujer en la vida del trabajo. Su misión social.
Su aspecto jurídico, una investigación que fue rápidamente
publicada por el Ministerio de la Gobernación y a la que
volveremos para tratar su concepto de feminismo. En el
prólogo, Pedro Sangro y Ros de Olano introdujo valiosas
referencias sobre su actividad de estos años, empezando
por una anécdota significativa para la reconstrucción del
perfil de la residente, al presentarla como viajera
incansable: «No olvido mi sorpresa cuando, por el
nombramiento para determinado cargo, allá por el año
1930 [ministro de Trabajo en el Gobierno Berenguer de la
llamada dictablanda], recibí un telegrama de felicitación
procedente de Java firmado por la autora de este libro».
Otra vez la sorprendente Carmen: la Europa que se
reconstruía en los años veinte, que sufría el crac de 1929,
le debió de parecer poco excitante a esta ávida Carmen
Isern y, entre congreso y congreso, decidió huir al exotismo
de Java. ¿Por qué y cómo? No lo puedo imaginar, pero
cuando en 1932 reingresó en la Inspección se especificaba
—como he dicho— que había dispuesto de un tiempo de
excedencia voluntaria. Mucho interés encierra, así mismo,
la aclaración del prologuista sobre lo que sucedió durante
la guerra: «Debo recordar también su meritoria labor
patriótica durante nuestra Cruzada […] hallábase en
Holanda y trabajó por la buena causa […] y sé cómo
consiguió convencer a muchos, ilustrar a la opinión y
aportar a los combatientes y a la dolorida retaguardia
palabras de aliento y elementos de resistencia y asistencia
[…]»429.
Como se venía intuyendo, la innegable inquietud social de
Isern Galcerán provenía de su marcada militancia católica
que la acercó al conservadurismo de la Dictadura de Primo
de Rivera y al nacionalcatolicismo de la Cruzada. Su
compromiso obtuvo inmediata recompensa y en 1939
reingresó en la Inspección. Comenzaba una escalada en el
escalafón del cuerpo y la recepción de un sinfín de cargos y
honores que la convirtieron en una reconocida
personalidad dentro del catolicismo social de los años
cincuenta: en 1951 recibió la Encomienda de la Orden Civil
de Alfonso X el Sabio; fue designada vocal del Patronato de
los Suburbios de Barcelona y miembro de la Junta
Provincial de Protección de Menores; en 1957, vocal
femenina en el Consejo Superior de Protección de Menores.
Además, siguió desarrollando una de sus actividades
preferidas: representar al Gobierno en congresos
internacionales. Entre otros, asistió en la década de los
cincuenta al Congreso Internacional de Infancia de
Bruselas; al I Congreso Internacional Femenino de
Copenhague, en el que conferenció sobre «La mujer
española actual en el campo cultural, social y jurídico», y
en 1956 a la reunión de París del Comité Internacional de
la Paz; ya al final de la década el gobierno italiano la invitó
para que conociera durante dos meses la Obra Nacional
para la Maternidad y la Infancia430.
Mantuvo, como en los años veinte, su interés por la radio
como medio de comunicación y colaboró desde 1947 como
guionista de un magacín de radio, Ella. Revista femenina
literario-musical, de Radio Barcelona, un precedente del
Consultorio para la mujer de la inexistente Elena Francis431.
Recibió múltiples homenajes; el 14 de octubre de 1965,
La Vanguardia se hizo eco del último de ellos, la
inauguración del curso escolar de Sabadell se hacía
rindiendo reconocimiento a doña Carmen: «En el salón de
actos de la Cámara de Comercio, bajo la presidencia del
teniente de alcalde delegado de los Servicios de Cultura,
don Luis Costa; concejal de dicho Departamento, señor
Urzaiz; doctor don Juan Argemí y otras personalidades, la
inspectora de Primera Enseñanza, doña Carmen Isern
Galcerán, pronunció una lección magistral de inauguración
de curso, bajo el tema «Ideario de mis treinta y tres años
de inspectora de Enseñanza Primaria»432. Sería su último
curso porque la inspectora y abogada se jubiló ese 1965.
Carmen Isern dedicó el libro de su tesis a su madre: «A la
memoria de mi amada madre, cuya vida ejemplar ha sido
para mí espejo y guía y gracias a cuyos sacrificios pude
seguir la senda de mi vocación». Se confirma, así, la
impresión de firmeza que percibí en aquellas cartas
maternas, pero también se corrobora que Carmen,
profesional, independiente, soltera, aprendió en casa el
modelo de la independencia económica femenina de
aquella viuda que había afrontado en solitario la educación
de una hija inspectora y un hijo médico. En torno al eje del
derecho de la mujer al trabajo y a su independencia
económica, sostuvo su concepto de feminismo hispánico,
ajeno en los años cuarenta a la regresión de las demás
españolas en sus derechos y en sus libertades, y ajena, ella
también, al igual que las dirigentes falangistas, a la
recomendación de reinar solo en el hogar.
Su trabajo se desarrolla en torno a la idea de que
perjudicaba más a la patria la ociosidad y el parasitismo
femeninos que el trabajo fuera del hogar. Señala
claramente la desigualdad jurídica de las españolas: «La
mujer actual en España goza de amplia capacidad jurídica
si es soltera o viuda; en cambio, está sometida a la
vergonzosa tutela del sexo contrario como esposa y madre,
no pudiendo comparecer a juicio, ni disponer de sus bienes,
ni ejercer la patria potestad […]». Reafirma continuamente
el derecho de la mujer al trabajo: «La mujer tiene derecho
al trabajo y cada vez más se ve obligada a realizarlo. Nadie
tiene autoridad para impedírselo»433. El tema se desarrolla
en el capítulo segundo, y en el cuarto se ocupa de las
«Diferencias de sexo» para zanjar la polémica con un
rotundo «Predominio, no. Igualdad, sí».
Surge la pregunta: ¿qué hace una persona con este
discurso en las instituciones franquistas? Construye una
teoría y sobrelleva unas actividades en completa
desconexión con la realidad circundante para cuya mejora
acude a la aplicación de la «Doctrina Social de Pío XII» y al
derecho laboral español, «uno de los más perfectos de
Europa». No parece que intente llevar a ninguna actuación
generalizada su indiscutible conocimiento de las
instituciones sociales europeas, más bien le inspiran
remedio para casos concretos, como las guarderías de
fábricas de la empresa Marcet, S.A., de Hilados y Tejidos,
en Sabadell, en cuyo proyecto había trabajado.
Recurro de nuevo al adverbio sorprendentemente al
comprobar cómo sorprendentemente la viajera incansable y
mujer de mundo encontró salida a su vocación social
participando con entusiasmo en las mesas petitorias que las
señoras de la buena sociedad montaban en plazas y vías
principales de Barcelona en las campañas anuales de las
banderitas, para recoger donativos contra el cáncer,
Cáritas o la Cruz Roja; a ella se la solía encontrar en la del
Palacio Güell434. La doctora en Derecho Carmen Isern
Galcerán murió en 1983.
Nos hemos acostumbrado a leer a doña María
refiriéndose a la Residencia como a su obra. Al ensartar
estos itinerarios vitales en aquel marco de trabajo y
estudio, se entiende mejor que su obra fueran ellas (las
residentas). En cierta medida, todas tuvieron algo de ella y
la directora las aunaba y se erigió como un paradigma ético
para la actitud vital y el comportamiento. La Residencia fue
evolucionando, como les gustaba decir a la Srta. de Maeztu
y a Eulalia Lapresta: el centro nació con aspiración de
hogar y sin duda así fue en la primera etapa; en la segunda
década del siglo, la institución se consolidó y creció sin
olvidar del todo la inicial vocación hogareña. Entre las
estudiantes de los primeros años articuló la directora su
más estrecho equipo de colaboradoras, algunas de cuyas
trayectorias atraviesan las dos décadas de la casa; otras,
como Felisa Martínez, la médica, o Elena Felipe llegaron un
poco después.
Cuando Consuelo Flecha escribió su ya clásico Las
primeras universitarias, señaló la senda extraordinaria que
iniciaron unas jóvenes sin precedentes a los que mirar. Las
españolas que se dirigieron a la Residencia desde 1915
disfrutaron de una mejora sustancial con respecto a las
anteriores, tenían legalmente reconocido el derecho a
estudiar oficialmente. Tal vez las referencias ya no fueran
inexistentes pero siguieron resultando tan lejanas y escasas
que hay que comprender que hicieran —ellas y sus familias
— un esfuerzo igualmente ímprobo. Pero esta vez sí, las
muchachas estudiantes alcanzaron eco: ellas mismas
estuvieron conjuntamente destinadas a convertirse, dentro
de aquella obra, la Residencia de Señoritas, que significaba
mucho más que la suma de todas, en un nuevo patrón
femenino. El prestigioso centro femenino de estudios y la
guía de sus profesionales exitosas estaban destinados a
funcionar como una onda, cuya sacudida, amplificada
progresivamente, se transformara en movimiento social. La
Guerra Civil y sus consecuencias levantaron un dique
contra la movilización; aunque muchas residentes
sobrevivieron profesionalmente desperdigadas por la
geografía española, algo que pudo funcionar como una vía
de irradiación sociológica se convirtió en atomización,
volvieron a ser individualidades y se perdió la conciencia
colectiva.
181
Carmen Ramírez, Mujeres escritoras en la prensa andaluza del siglo XX
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La calidad y la repercusión de las actividades culturales de la Residencia de
Señoritas quedan fuera de discusión. No obstante, hay que considerar las
reflexiones de Álvaro Ribagorda, gran conocedor de la cultura de la Edad de
Plata y de la vida intelectual de la Residencia de Estudiantes, que introduce
una necesaria comparativa y aun reconociendo que si en la residencia femenina
«sus conferencias y lecturas literarias estuvieron en la línea de algunos de los
principales centros culturales de la época, y su organización y propósitos
fueron evidentemente muy similares a los de la Residencia de Estudiantes […]
los grandes nombres de personalidades como Einstein, Le Corbusier, Marinetti,
Paul Valéry, Keynes, H. G. Wells, etc., que convirtieron el salón de actos de la
Residencia de Estudiantes en el centro cultural más cosmopolita de España, no
se pueden asociar a la Residencia de Señoritas», y añade que, incluso, Marie
Curie, que se alojó en Fortuny, impartió su conferencia en el salón de Pinar, en
Álvaro Ribagorda, «La vida cultural de la Residencia de Señoritas en el Madrid
de la Edad de Plata», en J. Cuesta et al. (eds.), op. cit., págs. 195-196. El autor
también abordó esta comparativa en «La Revolución cultural y educativa de la
Residencia de Estudiantes y la Residencia de Señoritas y su estela en
Andalucía», en E. Lemus (coord.), Renovación en las aulas: la Institución Libre
de Enseñanza en Andalucía, Sevilla, Fundación Centro de Estudios Andaluces,
2016, págs. 93-126. Sobre el impacto cultural del Grupo Universitario puede
verse Á Ribagorda, El coro de Babel: las actividades culturales de la Residencia
de Estudiantes Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2011.
189
Carlos Morla, En España con García Lorca, Sevilla, Renacimiento, 2008,
págs. 215-216. Tomo la cita de Raquel Vázquez, 2015, págs. 333-334.
190
«El Presidente de la República visita la Residencia de Señoritas», El Sol, 5
de febrero de 1933, pág. 9.
191
Julio Romano, «María de Maeztu en la Residencia de Señoritas», Mundo
Gráfico, 18 de mayo de 1932, págs. 4 y 5.
192
Este bellísimo documento forma parte del estudio de M .ª Josefa Lastagaray,
op. cit., páginas 138-143. En el Archivo de la Residencia no tiene signatura,
porque solo se trata de una copia que no pertenecía propiamente a la
secretaría.
193
JAE/88-327.
194
Ibíd.
195
JAE/160-230.
196
Antonio Cuenca, «La obra de Elisa López Velasco», Arte, Individuo y
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Gormaz, disponible en: https://www.eastudio.es/01_Escuelas.pdf (consultado
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206
Cruz Gil Febrel fue una de las españolas que resultó elegida concejala
después de que en 1924 la legislación permitiera la participación femenina en
las elecciones municipales; véase Guadalupe Gómez Ferrer y Marta del Moral,
«Las pioneras en la gestión local: concejalas y alcaldesas designadas durante la
dictadura de Primo de Rivera y el gobierno de Berenguer (1924-1930»), en G.
Nielfa (coord.), Mujeres en los gobiernos locales: alcaldesas y concejalas en la
España contemporánea, Madrid, Biblioteca Nueva, 2015, págs. 41-71.
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Cito a María Poveda para este segundo expediente, AGA, 32/16815, op. cit.,
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1931, págs. 397-400. Tomado de Carmen Magallón, «El Laboratorio Foster de
la Residencia de Señoritas: las relaciones de la JAE con el International
Institute for Girls in Spain y la formación de las jóvenes científicas españolas»,
Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, vol. 59, núm. 2
(julio-diciembre de 2007), págs. 37-62.
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Carmen Magallón, Pioneras españolas en las ciencias: las mujeres del
Instituto Nacional de Física y Química, Madrid, CSIC, 1998, págs. 200 y 312.
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JAE/6-265.
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https://aprocom.org/wp-content/uploads/2016/01/DOSSIER-19-1-2016.pdf
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Archivo Universitario de Granada, Exp. 094-58 096-85.
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Agradezco a la familia Bracho sus referencias.
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fotografias-mujeres-relevantes-su-historia-reciente-como-homenaje (consultado
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https://biblioteca.cordoba.es/images/biblio-
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Investigación del Fondo del Archivo UCA núm. 3 (2021), págs. 14-31.
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Víctor M. Heredia, 2021.
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362
Consuelo Flecha, 1996, pág. 208.
363
El IES Jorge Manrique mantiene una valiosa web en la que recopila muy
diversa información de archivo sobre las primeras estudiantes del centro, entre
ellas, Nieves González Barrio y otras sobresalientes profesionales, comenzando
por Trinidad Arroyo y Villaverde:
https://elblogdeliesjorgemanrique.wordpress.com/2013/05/04/el-archivo-del-
instituto-jorge-manrique-jesus-coria-y-joaquin-j-fernandez/. Quiero felicitar al
centro por la iniciativa.
364
JAE/71-666.
365
«Una sincera confesión de la Doctora Nieves González Barrio», Blanco y
Negro, 15 de diciembre de 1935, pág. 162,
https://www.abc.es/archivo/periodicos/blanco-negro-19351215-162.html
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M.ª Luz Prado, «Universitarias en Salamanca en el primer tercio del siglo
XX: cuantificación y perfiles», Culture & History Digital Journal, vol. 8, núm. 1
(2019), doi: https://doi.org/10.3989/chdj.2019.005.
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https://ucm.on.worldcat.org/oclc/1024973687 (consultado 19/6/2022).
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Richard C. Cabot, Ensayos de medicina social: la función de la inspectora a
domicilio, trad. de Nieves González Barrio, prólogo de Gustavo Pittaluga,
Madrid, Jiménez y Molina, 1920; Nieves González, Estudio sobre la anatomía
patológica del Kala-Azar infantil (Leishmaniosis infanteum), Madrid, Nicolás
Moya, 1917, y Nieves González, Notas de patología local de Tetuán, Madrid,
Nicolás Moya, 1918.
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«El niño español y la Escuela Nacional de Puericultura», ABC, 18 de abril de
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apropiación del laboratorio en la periferia, 1907-1939», História, Ciências,
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Agradezco a Guillermo García Manrique que compartiera conmigo su tiempo
y sus recuerdos familiares.
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acción inmediata del nuevo preparado Atebrin Bayer contra el paludismo»,
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Barcelona, 2000, págs. 108-118.
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VI
GRANDES AVENTURAS
Sabía desde el principio que un capítulo de esta historia
tenía que considerar la aventura, pero luego he dudado
mucho al decidir de qué aventura íbamos a hablar, porque,
en realidad, de la primera a la última palabra, en este libro
se cuenta una gran aventura, la aventura del saber, una
aventura que no ha dejado de serlo con el tiempo —el lema
de mi universidad, Sapere aude, infunde, al hilo de la
alocución latina, la exhortación a saber—, que hace un
siglo, para una mujer, implicaba el riesgo social de ser
diferente, de contravenir la general costumbre de aceptar
que el espacio apropiado para la hembra sensata no se
hallaba en las aulas universitarias ni en la redacción de un
periódico o en un bufete de abogada, ni mucho menos en
las estaciones de tren, porque estaba claro, todavía, que la
división de roles sociales provenía de un orden natural y
servía, por ello, para ordenar la sociedad. Ya era
extraordinario intentar estudiar, siquiera desde el hogar
con matrícula no oficial; resultaba poco razonable querer
hacerlo oficialmente, asistiendo a las aulas, y, temerario,
pretender irse a la capital. Así que en este capítulo sobre la
aventura debieran figurar todas ellas, que contribuyeron a
romper la regla de la ignorancia. Hubiera podido optar por
haber dibujado otra aventura, consecuencia de la anterior,
la aventura de la independencia, que era aún más
insensata, el extraño deseo de querer vivir ejerciendo
profesionalmente el conocimiento que se había adquirido y,
por lo tanto, de empeñarse en conciliar la vida familiar
propia con el ejercicio de una actividad profesional: en esta
insensatez ya llevamos más de un siglo sin haber logrado
encajarlo del todo; pues bien, ellas comenzaron la
aventura. Otras, estas sí auténticas extravagantes,
quisieron trascender: opinar, influir socialmente, intervenir
en el ordenamiento de lo público, y unas pocas hasta lo
consiguieron, sus nombres ya han aparecido y van a seguir
haciéndolo, convirtiendo, pues, esta narrativa en un libro
de aventuras, como he dicho.
Iniciar una aventura tiene mucho que ver con vencer el
miedo; a estas alturas de la vida, creo que el miedo traza la
mayoría de nuestros límites y nos hace desistir de las
empresas con las que soñamos; cuanto más imaginemos el
peligro, menos nos movemos, porque el miedo imaginado
paraliza más que la realidad adversa. No sé si conviene que
repasemos el miedo, que así en singular, se refiere al gran
miedo a sufrir, y en plural, a un descenso a los infiernos
cuyo último sótano se hallaría en el miedo al fracaso y
hasta allí iríamos descendiendo por los miedos cotidianos, a
la enfermedad, al esfuerzo, al cansancio, al no saber, al
peligro, a la mala suerte, al ridículo, a la pobreza… Se me
ocurren muchos más miedos, porque soy lo suficientemente
mayor como para haberlos conocido, y los que aún lo son
más ya lo dicen: «La mayor aventura es vivir». Escribe
María Moliner, que estuvo muy próxima a la aventura de la
Residencia, que entendemos por aventurera a la persona
que vive irregularmente, pues de ello se trata: todas estas
jóvenes con María de Maeztu a la cabeza llevaron una vida
irregular, iniciaron una empresa con resultado incierto y
que implicaba riesgos y algunas persistieron en mantenerse
en esa vía, la del resultado incierto.
Buceando más en el significado de la palabra aventura,
encuentro que Julio Casares, en su Diccionario ideológico
de la lengua castellana, asocia tres sustantivos: aventura,
atrevimiento y audacia. Tenía conscientemente vinculados
estos términos porque llevo años trabajando bajo el aludido
lema universitario, ese «atrévete a saber», que combina el
audax latino con el conocimiento y con lo que lleva
implícito de atrevimiento y aventura; lo que no quiere decir
que viva según ello, pero nuestras aventureras sí lo
hicieron, siendo audaces y atrevidas.
Parece ser que fue Horacio quien utilizó la expresión
sapere aude para unir la aventura, la audacia y el saber a
los recursos que empleó Ulises al vencer en las pruebas
que sufrió en el regreso a Ítaca. De forma que, desde su
origen, la aventura de saber estuvo ligada también al viaje,
al movimiento, y en este libro de aventuras este capítulo
será un capítulo de viajes, de recorridos geográficos que
abrieron, además, caminos interiores, tarea en la que
también fue maestra María de Maeztu. El viaje —de estudio
y de ocio— caracterizó la manera de vivir de las chicas de
la Residencia, formó parte de ese conjunto de rasgos que
ellas mismas llamaron «el espíritu de la Residencia».
María, que estudió en Alemania y en Inglaterra, que siguió
cursos y dio conferencias en Francia, Suiza y Bélgica,
asistió a congresos en Italia, viajó a Estados Unidos, a
México, a Argentina y fue doctora honoris causa por el
Smith College; María, que veraneaba en Portugal, en Gran
Bretaña, en Ginebra y en su casa de Biarritz, hizo escuela;
Eulalia Lapresta, que sigue siendo una gran desconocida,
se paseaba en verano por Londres, París o Roma; la
pensionada Rosa Herrera, que realizaba un curso en
Ginebra en 1930, se encontró allí con su colega África
Ramírez de Arellano; como veremos, en 1928 Sofía Novoa,
que se iba a París, pensaba quedar con su antigua
compañera Carmen de Juan; la almeriense Elena Gómez
Spencer enviaba en 1927 una tarjeta postal a María de
Maeztu desde el maravilloso Palacio Hotel de Bussaco,
destino turístico de moda en los años veinte y en el que, en
1932, se alojó la Srta. de Maeztu en unas vacaciones con la
hispanista Susan Huntington, auténtica responsable de
muchas de las aventuras que vamos a contar… Quiero
insistir en que estos viajes dejaron de ser excepcionales en
el entorno residencial. Juntas o separadas, estas jóvenes se
pusieron en movimiento, una actitud que también se
aprende.
Se ha ido recuperando en distintos apartados la
trayectoria de Sofía Novoa, porque la correspondencia,
tanto con ella como con su padre, es riquísima y casi
encierra todos los aspectos de la vida en la Residencia. Me
permito acudir brevemente a su experiencia, en esta
ocasión, para ilustrar cómo se enseña también la curiosidad
y el interés por lo diferente o, lo que es lo mismo, que
también se aprende a ser una mujer de mundo. Instalada ya
Sofía en París, a donde llegaba para estudiar piano en
l’École Normale de Musique, se desahogaba con la
directora cantando las excelencias de la Casa perdida:
París, 4 de abril de 1928
[…] Hace ocho o nueve días que parece que empiezo a acostumbrarme,
pues el primer mes lo pasé bastante mal […]. Contribuyó a encontrarme
mal aquí el desorden que hay en la pensión en que estoy […]. Es el
internado del Lycée Molière y somos cerca de cuarenta chicas casi todas
pequeñas. El barrio es muy bueno, Passy, pero para las que no tenemos
auto está lejísimos de todo y pierdo mucho tiempo en ir y venir […].
¡Si supiera todo lo que me he acordado de la Residencia en estos
tiempos! Juanita Lempé y yo estamos de acuerdo en afirmar que nuestra
querida Residencia es una cosa única y ahora comprendemos la suerte
de las extranjeras que llegan y se encuentran, por un precio módico, toda
la limpieza, todo el confort y todas las facilidades que ahí tienen para
todo […] (ARS, 64/8/29).
Juanita Lempé había sido también residente. La carta
manifiesta la reacción típica de echar de menos el entorno
conocido, pero es cierto que la higiene, el orden y la
comida de la Resi —que es lo que otras residentes también
echaron en falta, una vez fuera— no tenían parangón en
otros marcos estudiantiles europeos. Me interesa mucho
más, no obstante, la respuesta de la Srta. de Maeztu a
vuelta de correo:
Mi querida amiga: No sé decirle el placer que siempre me producen
sus cartas, pues es usted de las pocas alumnas de la Residencia que no
digo que recuerdan esta casa, pues recordarla creo que la recuerdan
todas con grande afecto, sino que mantienen una correspondencia
continuada y llena de añoranza por los días pasados en esta casa, cosa
que, como es natural, me complace extraordinariamente. La psicología
de los seres humanos se advierte, como la de los buenos cuadros, en
perspectiva; por eso cuando pasa algún tiempo y veo que unas cuantas
alumnas, muy pocas, siguen todavía con el mismo vivo recuerdo de la
Residencia que tuvieron el día siguiente de su marcha, pienso que
todavía queda algo bueno por el mundo.
No deje de aprovechar, Sofía, todas las oportunidades que París le
ofrece aparte de aquellas concretas y específicas que usted haya ido a
estudiar. Yo recuerdo siempre con deleite el año que pasé en París
después de terminar mis estudios. En mi vida he andado más; corría
París de punta a punta con tal velocidad que casi llegó a parecerme
pequeño. París es algo inacabable, cada día se advierten nuevas bellezas
y nuevos motivos de estudio. Creo que le convendría a usted mucho vivir
en una de las casas de estudiantes donde por el mero trato de otras
muchachas de su edad que siguen distintos estudios se pondría usted en
contacto con otros mundos diversos […] (ARS, 64/8/30).

Cuando una ha releído tantas cartas enviadas por tantas


alumnas y desde tantos destinos, solo se puede pensar que
doña María se encontraba algo pesimista ese día y en su
juicio faltó la objetividad: muchas de las residentes la
recordaron siempre con especial cariño. Por otra parte, no
se puede dudar de que la pianista cogió onda de esas
confesiones de Maeztu y, cuando se acercaba al final de
aquella etapa y planeaba el regreso, confesaba la
contradicción de sus sentimientos: «Le Mesuil, 20 julio
1930 […]. Estoy encantada de pensar que el curso próximo
lo pasaré entre Vs. […] y… al mismo tiempo, qué pena tan
grande dejar París y esta Escuela donde tanto he aprendido
y donde he encontrado personas tan extraordinarias como
Nadia Boulanger».
La compositora y pedagoga musical Nadia Boulanger
llegó a ser reconocida directora de orquesta en los años
treinta: otra mujer arriesgada, y es que las aventureras se
encuentran entre sí. Como hoy señalan sus biógrafos, con
ella estudiaron Leonard Bernstein, Daniel Barenboim,
Aaron Copland, Igor Markévich, Yehudi Menuhin, Astor
Piazzolla, Philip Glass o Quincy Jones; también Sofía Novoa,
que, al terminar aquel curso en París, la siguió a su casa de
campo para continuar trabajando con ella: «[…] en una
aldeíta encantadora. El campo es magnífico […] el paisaje
es de una grandeza, de una serenidad extraordinarias, y el
silencio tan grande que de verdad impresiona […]» (ARS,
64/8/38). Exactamente de eso hablaba la carta de doña
María: de nuevos caminos y nuevas personas y, en cada
caso, del desarrollo personal, que en el de Sofía la llevaba a
escuchar el sonido del silencio como la mejor de las
melodías y a escucharse a sí misma para descubrir su
vocación y salirse de la influencia paterna, como se vio en
el primer capítulo.
Decenas de estudiantes de la Residencia la abandonaron
no para volver a casa, sino para continuar sus estudios en
otros países, ensanchando así el destino de las españolas.
Con ello se cumplía la razón de ser de la JAE: afianzar
vínculos científicos internacionales y fomentar la educación
femenina. A través de un sistema de pensiones, la JAE
incentivó la formación internacional, favoreciendo una
modernización científica que también forma parte de la
Edad de Plata de la cultura española435. El 15,6 por 100 de
estas pensiones fueron disfrutadas por mujeres, lo que
supone un altísimo porcentaje si se considera la
inferioridad proporcional de su número en el campo
académico y científico. Entre las pioneras, figuró María de
Maeztu, que realizó varias estancias cortas en Reino Unido,
Suiza e Italia entre 1908 y 1909 y a quien, una vez
terminados sus estudios en la Escuela Superior del
Magisterio, durante 1913, se le concedió una pensión para
especializarse en Filosofía y Pedagogía en Alemania. Con
posterioridad, volvería a disfrutar otras ayudas para
conocer personalmente el sistema universitario
norteamericano, los colleges femeninos, o participar en
cursos y congresos por el Reino Unido o América Latina.
Sin duda esa experiencia internacional le sirvió para hacer
prender la curiosidad entre las alumnas de la Residencia.
La principal corriente de pensionados se dirigía a los
países europeos del entorno, Alemania, Reino Unido y
Francia, sobre todo, y a Estados Unidos solo llegó poco más
de un 3 por 100; no obstante, entre ese grupo la presencia
femenina fue notablemente más elevada, precisamente por
la colaboración intensa entre el International Institute for
Girls y la JAE, en particular con la Residencia de Señoritas,
que tan admirablemente ha estudiado la investigadora Pilar
Piñón Varela en su tesis, a la que se alude con frecuencia
en este texto. En ese fructífero acuerdo, María de Maeztu
desempeñó el papel clave por la parte española, por ello
tanto las residentes como las profesoras del Instituto-
Escuela lograron una destacada participación. Uno de los
proyectos de la colaboración consistió en la firma de un
acuerdo de intercambio entre estudiantes femeninas, que
dependió del Comité de Boston, el organismo
norteamericano que aunaba a aquellas universidades. Para
el curso 1919/1920 entró en vigor un primer convenio con
el Smith College. Las becarias españolas recibían
alojamiento y manutención durante el período escolar, a
cambio de impartir clases prácticas de español, y podían
matricularse en las asignaturas de su elección. También las
norteamericanas se alojaban en la Resi y seguían los cursos
de lengua allí o en el Centro de Estudios Históricos. El
acierto de la experiencia hizo que otras instituciones
siguieran ese ejemplo: Bryn Mawr, Vassar, Wellesley,
Barnard College y otras. Como se ve por la
correspondencia de María, la opinión de Susan Huntington
Vernon —doña Susana— y de Caroline B. Bourland era
tenida muy en cuenta436.
A través de esta vía y mediante becas que otorgaban los
colleges, se trasladaron decenas de estudiantes españolas,
como lectoras, assistants professors o como estudiantes
para cursar una especialidad; del mismo modo, a Madrid
llegaron jóvenes norteamericanas estudiantes de español y
también consagradas profesoras destinadas al International
Institute for Girls in Spain, la institución hermana de la
Residencia de Señoritas, localizada en los hotelitos
colindantes de Fortuny y Miguel Ángel y que terminaría
fundida a lo largo de la década de los veinte con la propia
Residencia. De esta manera, norteamericanas y españolas
forjaron una estrecha convivencia que se mantuvo durante
décadas a uno y otro lado del Atlántico. En la Residencia
también se alojaron estudiantes extranjeras y profesoras de
español de muchas universidades europeas que
encontraron en esta casa el sitio ideal para cualquier
viajera de la época. Unas y otras, las norteamericanas y las
europeas, de forma espontánea y por el natural contacto,
transmitieron costumbres y actitudes: aspiraciones
profesionales, una mayor libertad, cierto desenfado en los
atuendos, la práctica del deporte o la disposición hacia el
trabajo manual y doméstico, que tan inapropiado veían las
españolas de la burguesía. Todo ello, claro, dentro del
orden reinante en la vida residencial que, siendo estricto en
comparación con los cánones de la JAE, resultaba relajado
en relación con el qué dirán provinciano que las residentes
dejaban atrás.
El conjunto de esta experiencia compone uno de los
capítulos más exitosos y atractivos de la institución, que ha
recibido la atención de algunos investigadores. Junto con el
estudio de conjunto de Pilar Piñón, la experiencia personal
de algunas protagonistas ha sido ya recogida: así el diario
que escribió Carmen Castilla Polo durante su curso en el
Smith —Un año en Smith College (1921-1922)— rescatado
por el investigador Santiago López-Ríos Moreno437. Este es
autor de varios trabajos sobre Juana Moreno de Sosa, otra
de las grandes mujeres de mundo que aparecerá más
adelante. La correspondencia de María Paz García del Valle
con su familia en San Esteban de Gormaz (Soria) también
ha sido delicadamente editada por su nieta, Elena Roldán
García438. Las tres han quedado incorporadas a distintos
escenarios de este relato.
En definitiva, terminada la Primera Guerra Mundial, las
residentes comenzaron a viajar, más lentamente, hacia una
Europa sumida en la posguerra, y con mucho entusiasmo
hacia el otro lado del Atlántico. En 1919, María de Maeztu
y José Castillejo se habían desplazado a América para
consolidar el compromiso entre la JAE y el International
Institute y para septiembre ya pudo viajar al Smith College
la primera española interesada, para lo cual María
seleccionó a una de las antiguas residentes que debió de
parecerle la candidata perfecta, Antonia Gil Febrel. Las
hermanas Antonia y Cruz Gil Febrel eran de Soria y
residieron en el centro mientras terminaban sus estudios
en la Escuela Superior; Antonia era la mayor, en 1919
acaba de recibir su nombramiento como profesora de la
Escuela Normal de Magisterio en Teruel, pero esa
primavera aceptó sin dudar la sorprendente propuesta de
pasar un curso en el Smith. El intercambio, sin embargo, no
empezó con buen pie.
Soria, 14 de julio [1919]
Me querida amiga: Supongo que recibiría V. una carta que le escribí
desde Teruel, diciéndole que había aceptado lo que V. me proponía desde
Cádiz, antes de embarcar y dándole a la vez las gracias por haberse
acordado de mí. He tenido que sostener una verdadera lucha con mi
familia para que me dejase ir, al fin he logrado conseguirlo.
Tengo ya el pasaporte sacado y el visado por el Cónsul de los Estados
Unidos […]. Miss Bourland tiene mucho interés en que embarquemos en
ese puerto [Le Havre] por resultar el viaje más económico; pero según
nos han dicho casi todos los vapores salen llenos de tropas
norteamericanas y reservan muy pocas plazas para los pedidos que
tienen. Hago el viaje con Enriqueta Martín. Miss Bourland no nos
acompaña […].
El presupuesto del viaje hasta Northhampton —hecho por la agencia
Cook y con algunos datos de Miss Bourland— es de 2.800 pesetas ida y
vuelta. Enriqueta está dispuesta a hacerlo en esas condiciones y la Junta
solo da para el viaje 1.000 pesetas. Esto lo ha conseguido Rafaela
[Ortega] trabajando mucho, porque al principio la Junta decía que no
tenía dinero […].
El contrato con Smith College me parece muy bien. Voy a gusto
sabiendo que tengo la pensión pagada, que viviré en la Universidad y que
el trabajo será de 6 horas a la semana, pudiendo dedicar a la Química
bastante tiempo.
Si V. tuviera unos minutos libres y me escribiera, yo se lo agradecería
en el alma, pues seguramente lo hará animándome y será un gran
consuelo para mi familia que la pobre está apenadísima, pensando en el
viaje y la separación […] (ARS, 33/13/6).

Para acentuar el carácter aventurero de estos primeros


viajes, se daba el caso de que las becarias embarcaban en
buques que repatriaban a los soldados que habían luchado
en la guerra, lo que podía garantizar que el viaje no
resultara aburrido, pero tampoco de lo más relajado. En
esta primera carta salen a relucir dos de los diversos
problemas con los que siempre chocó el intercambio: la
oposición familiar y la estrechez financiera de la Junta y de
las propias solicitantes para complementar las becas
norteamericanas, que no cubrían los traslados. Las
dificultades económicas —el retraso en llegar las pensiones
españolas, cuando las había, la falta de dinero para realizar
ampliaciones de matrícula si se aspiraba a más, para viajar
o permanecer en verano, y la incertidumbre para recabar
fondos para el billete de retorno— ocuparon mucho espacio
en la correspondencia y causaron mucha ansiedad a las
protagonistas. Por otra parte, no hay que insistir en que las
familias imaginaron todo tipo de acechanzas sobre sus
hijas, y ante el temor de que enfermaran lejos y solas, no en
vano todavía se sufría el envite mortífero de la gripe, se
ejercía sobre ellas un afecto protector que consideraba esta
experiencia, por lo demás, como un esfuerzo excesivo y
baldío de cara al futuro que pudiera aguardar una mujer.
Antonia emprendía su travesía con Enriqueta Martín
Ortiz de la Tabla, colega de la Residencia, pero el traslado
de esta obedecía a un acuerdo personal entre la estudiante
y el Departamento de Español en el Smith, al que iba como
lectora, a través de la hispanista Caroline B. Bourland,
profesora en aquel college, que se hallaba en Madrid ese
curso 1918/1919 e intervino en la firma del concierto entre
la JAE y el International Institute439. La soriana tenía todo
dispuesto y comprado el billete, pero en el último momento,
retrocedió. Ella misma se disculpaba con María y le
explicaba que el motivo de la renuncia se hallaba en su
novio:
Soria, 1 de septiembre [1919]
[…] No sé cómo le habrá parecido a V. mi manera de proceder, faltando
al compromiso adquirido con la Junta y con Smith College.
Rafaela le habrá contado el caso como es. Mi novio no consentía, como
es natural, una separación de tanto tiempo y habiendo tanta distancia
entre los dos y si quería darle gusto, debía renunciar a ir. Fui a Madrid
con mi padre unos días antes del que teníamos pensado para salir
Enriqueta y yo. Nuestra intención era cumplir el compromiso si Rafaela y
la Junta veían inconveniente en desistir […].
Hablé con el Sr. Bernaldo de Quirós, encargado de los asuntos de la
Junta, y al pedirle opinión en el caso de que me conviniera no ir, por
razones de familia, me dijo que no veía inconveniente […]. Tratándose de
unas relaciones a gusto de mis padres y de un chico que valía la pena de
atender […]. Excuso decirle que yo me puse en relaciones después de
adquirido el compromiso […] (ARS, 33/13/10).

Los intercambios —y las carreras profesionales— se


daban de bruces con la realidad: no se trataba ya de la
oposición familiar, sino del convencimiento de las mismas
protagonistas, en la mayoría al menos, de que un desarrollo
personal con estas oportunidades —pero desde otro ángulo,
también exigencias— era incompatible con el matrimonio.
Se pueden encontrar excepciones si las becarias eran muy
jóvenes y llegaban más tarde a la vida en pareja o bien si
encontraban un compañero afín en el ámbito científico o
del entorno de la JAE. Consciente del dilema, Antonia optó
por el novio, una persona prometedora y que colmó sus
deseos de estatus social y estabilidad económica, en lo que
podemos saber. Leopoldo Ridruejo Ruiz-Zorrilla, que así se
llamaba el afortunado, se convirtió en un innovador
ingeniero agrónomo, nombrado director general de
Agricultura durante la Dictadura de Primo de Rivera, pero
también responsable de los planes de regadío con la
República y, posteriormente, durante el franquismo.
Influida por mi consideración del carácter estricto de la
pedagoga y su sentido de la disciplina, llegué a pensar que
esta falta de palabra por parte de su alumna habría
disgustado a la Srta. de Maeztu y perjudicaría la relación
entre ambas, pero no fue así, la amistad continuó, y cinco
años después:
Soria, 15 de mayo [1924]
[…] He esperado a que llegase V. a Madrid para darle la noticia de que
el día 19 sería mi boda. Mucho me alegraría que pudiera V.
acompañarme ese día […] (ARS, 33/13/20).

De momento, no obstante, hubo que buscarle sustituta, y


María la encontró en una joven maestra que trabajaba en el
colegio de Juana Whitney, su madre, en Bilbao, Milagros
Alda Gorostiola, que embarcó en Cádiz con Enriqueta en el
Cataluña el 20 de septiembre de 1919, con destino Le
Havre y de allí a Nueva York. Si el intercambio con el Smith
College no empezó bien, enseguida cogió vuelo. Milagros
prorrogó su estancia en aquel marco y, aunque regresó a
España, realizó un segundo viaje a Estados Unidos y allí se
especializó en Egiptología; se casó con el psiquiatra
mundialmente reconocido Adolfo Meyer, de la Johns
Hopkins University. Como egiptóloga, recorrió el mundo,
pero no pudo regresar a España, perseguida como estaba
su familia por su vinculación con el nacionalismo vasco440.
Milagros y Enriqueta debieron de verse por primera vez
en Cádiz, listas para embarcar; provenían del norte y del
sur de España, de paisajes muy diferentes que tenían en
común, no obstante, la histórica tradición de sus gentes en
la aventura americana. Ellas, desde luego, aceptaron el
desafío.

ENRIQUETA MARTÍN ORTIZ DE LA TABLA, UNA PIONERA ENTRE


PIONERAS

Llerena es un pueblo precioso y su densa historia se


proyecta en su arquitectura, no en vano albergó la sede del
Priorato de San Marcos de León de la Orden de Santiago y
del Tribunal de la Inquisición; estuvo muy ligado a mi
infancia y recuerdo que me llamaba la atención, sobre todo,
el vistoso nombre de su patrona, la Virgen de la Granada.
Me parecía entonces, y me parece hoy, un lugar lejano,
apartado de las grandes vías de circulación, y en parte por
eso, no dejo de preguntarme cómo supo Enriqueta Martín
Ortiz de la Tabla —y su familia— que en octubre de 1915
abriría en Madrid la Residencia de Señoritas de la JAE, bajo
la dirección de doña María de Maeztu, porque aquel otoño
esta pionera extremeña viajó a Madrid para quedarse
definitivamente allí, aunque ella entonces no lo supiera, y
convertirse en la personalidad clave de la gran biblioteca
del edificio del número 8 de la calle Miguel Ángel.
Enriqueta había aprendido en casa el gusto por los libros,
porque allí se respiraba el olor de la tinta. Emilio Martín
Fernández, su padre, estaba casado con Enriqueta Ortiz de
la Tabla Cerrato y el matrimonio tenía tres hijas, Soledad,
Dolores y Enriqueta. Se podría decir que don Emilio
encajaría en lo que hoy consideramos el perfil de un
emprendedor: con el abuelo, Lorenzo Martín de Robles, y
un hermano, otro Lorenzo, había constituido de joven una
sociedad financiera441. Su interés por una apicultura
científica le llevó a fundar y dirigir una publicación, El
Bético-Extremeño (Revista ilustrada con grabados para
propagar el cultivo de las abejas por el sistema movilista en
Extremadura y Andalucía), que se editó entre 1893 y 1896.
Además, la hermana mayor, Soledad, también debió de
transmitirle la inclinación por las Letras; Soledad Martín
Ortiz de la Tabla, entregada sorprendentemente en ese
tiempo y en ese marco a su vocación literaria, hoy
recuperada, escribió numerosos poemas y relatos cortos
para diversas publicaciones periódicas y terminó fundando
con su marido, Pablo Fernández Grandizo y Niso, El
Curioso Extremeño, en 1905442.
Enriqueta nació en 1892 y había cursado Magisterio en la
Normal de Badajoz y también el bachillerato en esa ciudad;
llegaba a Madrid con el objetivo de estudiar Filosofía y
Letras. La primera misiva de Enriqueta está fechada el 18
de septiembre de 1916, así que nada sabemos de su primer
curso; en aquel momento, la estudiante anunciaba que
regresaría a la Residencia a principios de octubre y que
viajaría acompañada de Concha Barrero, a quien ya
conocemos como natural de Almendralejo y que también
había estudiado en la Normal de Badajoz. Se me ocurre
pensar que Enriqueta y Concha se conocieran ya de la
Normal, y se hubieran animado y apoyado mutuamente
para aventurarse juntas en su marcha a Madrid.
En estos primeros años de su estancia y también de la
vida de la Residencia, Enriqueta, como la mayoría de
aquellas chicas, escribía al llegar a casa para las
vacaciones, confirmando que nada excepcional o negativo
había sucedido durante su traslado y, del mismo modo,
anunciaba con antelación el día del regreso a Madrid. No
abundaban entonces las residentes y la Casa funcionaba
«como una gran familia»; el transporte por la geografía
española no dejaba de tener sus dificultades e incidencias y
en aquel país resultaba extraño ver un grupo de muchachas
viajando juntas y mucho más si una lo hacía sola. La carta
de julio de 1917 ilustra esa situación, pero añade alguna
otra información que nos va dibujando las actitudes de
Enriqueta ante la Resi:
Llerena, 14 de julio de 1917
Mi querida profesora: He hecho el viaje felizmente y encontrado bien a
mi familia […]. Apenas he llegado, he empezado a trabajar el latín según
el consejo de V., guiada por el profesor del que le hablé antes de venirme.
Mi mamá deseaba escribir a V. dándole gracias por las atenciones que
por mí se ha tomado; pero en estos días sus ocupaciones lo hacen
completamente imposible y así me encarga que ofrezca a V., en su
nombre, el testimonio de su gratitud.
No olvide mandarme los folletos de propaganda, pues tengo ya mi plan
de distribución de los mismos […] (ARS, 37/52/13).

En 1917, Enriqueta se manifiesta como una activa


difusora de la labor de la Residencia. No podemos explicar
cómo llegó ella a Madrid, pero sí cómo estudiantes como
ella se convertirían en los principales agentes para la
consolidación y el progresivo crecimiento de la obra; a esa
tarea autoimpuesta y al estudio del latín entregó su verano,
como seguía refiriendo el siguiente agosto: «Mi querida
profesora: Recibí los prospectos a su debido tiempo […]. He
repartido los prospectos entre los pueblos vecinos […]. A
algunos de los pueblos a que he mandado prospectos, creo
que tendré que ir con mi mamá en el próximo septiembre y
de paso podré hacer algo de esto, porque yo veo que
aprovecha más un rato de conversación que diez cartas y
otros tantos anuncios […]» (ARS, 37/52/14).
Inserta en la cultura rural, sabía Enriqueta que sus
paisanos no se fiaban de lo que pudieran leer y lo hacían
algo más de aquello que veían. No tanto como le hubiera
gustado, pero su ejemplo sí dejó cierta estela en su
comarca: de Bienvenida, que está a unos escasos 20
kilómetros, llegaron a principios de los años veinte las tres
hermanas Haro Espero, a las que conocemos. Y, sobre todo,
influyó en su propia familia, y en la Residencia vivieron,
años después, su sobrina María Soledad Fernández-
Grandizo Martín, hija de su hermana Soledad, y una prima
de la joven, M.ª Luisa Fernández-Grandizo. Ingresaron el
curso 1929/1930, la primera hizo Farmacia y se doctoró, y
la segunda estuvo matriculada en Magisterio (ARS,
16/11/33).
El padre de Enriqueta, Emilio Martín, un hombre activo,
como decía, y que ha dejado rastro en la prensa de la
época, permanecerá, no obstante, ausente en toda esta
correspondencia; no así la madre, que si bien no interviene
activamente, se asoma a las cartas: Enriqueta Ortiz de la
Tabla Cerrato presenta en las cartas de su hija sus respetos
a la directora o le agradece el trato a su hija; resulta
extraño que sea descrita como una mujer muy ocupada y
que se mueve por los pueblos de los alrededores, algo que
me indujo a creer que fuera maestra, pero no hay indicios.
Las cartas —decía— van marcando desde Llerena
llegadas y salidas, con pequeños detalles que señalan el
ritmo de los acontecimientos: «15 de julio de 1918 […].
Llegué bien y aunque mi mayor deseo habría sido enviar a
V. enseguida un cariñoso saludo, me lo ha impedido el
haber estado enferma con este mal de la epidemia unos
cuantos días […]» (ARS, 37/52/18). Otra evidencia de la
extensión de aquel mal ya tratado en el capítulo sobre el
dolor. La joven se despide transmitiendo, como siempre, el
saludo materno. En la correspondencia de estos primeros
años hay unos rasgos característicos, no en cuanto al
contenido, sino en cuanto a su estudio formal, la
regularidad de la caligrafía y la calidad del papel. La
estudiante empleaba, a veces, un papel grabado con su
elegante anagrama en el que una E y una M sobrepuestas
se insertan en un círculo, la O de Ortiz, pero en más
ocasiones utiliza un papel con escenas del Quijote grabadas
—el mismo que usaba en ese tiempo su amiga Antonia
Cruz.
Siempre se vigiló muy de cerca en la Residencia el
aprovechamiento académico de las estudiantes. En octubre
de 1918, la extremeña se enfrentaba a su último año
universitario; descubrimos que, hasta entonces, se había
matriculado por libre en la Central y su estudio cotidiano se
había apoyado en las clases que en la Casa se impartían;
esta estrategia había resultado ventajosa en la crisis
sanitaria de 1918 porque cerró la universidad y ella pudo
seguir trabajando, pero ante el último año la estudiante
dudaba:
Llerena, 17 de agosto de 1918
[…] Como el curso se acerca no quisiera quedarme sin saber si a V. le
parece bien que me matricule oficial, con lo cual encontraré una
economía de tiempo y de dinero, pues, por lo demás, he comprendido
que, aunque sea por libre, tengo que asistir a las clases, por ser las
lenguas muertas en que abunda mi carrera impropias para que yo las
prepare sola […]. Yo le agradecería mucho […] me dijese V. su parecer,
porque como hasta ahora nada hice en la Universidad sin su consejo, me
cuesta trabajo decidirme sin saber antes si a V. le parece bien […] (ARS,
37/52/19).

Sus palabras ofrecen una clave para comprobar la


implicación total de María de Maeztu en la formación de lo
que ella llamaba las antiguas y cómo así encontró en ellas
el mejor equipo de colaboradoras. A Enriqueta le fue bien
aquel curso:
Llerena 13 de julio de 1919
Mi querida profesora: Tengo el gusto de felicitar a V. por los éxitos que
constantemente obtiene en ese país.
Al mismo tiempo quería notificarle que terminé la Licenciatura de
Letras el 17 de junio pasado y que, solicitada por miss Bourland,
marcharé a Smith College a fines de agosto si no hay alguna cosa que lo
impida […] (ARS, 37/52/17).

En ese mes de julio no había regresado aún María de


Maeztu de su primer viaje a los Estados Unidos. Enriqueta
partía con un acuerdo directo con el Departamento de
Español en el Smith College a través de Caroline B.
Bourland, y aunque la JAE le otorgó consideración de
pensionada, lo hizo sin efectos económicos. Llevaba el
propósito de tomar clases de pedagogía y de enseñanza de
la lengua.
No iba a desaprovechar doña María a una mujer con ese
empuje y con la formación que ya había acumulado
Enriqueta: estudios de Magisterio, de bachillerato,
licenciada en Filosofía y Letras y el arrojo de saltar de
Llerena a Madrid y de Madrid a Northhampton
(Massachusetts); así que, al regresar, fue incorporada al
Magisterio Secundario del Instituto-Escuela y también a
diversas actividades de la Residencia, donde enseñó Latín
y, poco a poco, se fue convirtiendo en una de las
indispensables:
Madrid, 17 de septiembre de 1923
Mi querida amiga: Hace tiempo deseaba ponerme en comunicación con
usted para cambiar impresiones sobre sus futuros planes para el próximo
invierno […] quisiera que me dijera con toda sinceridad si le convendría
trabajar en alguno de los grupos de la Residencia de Niñas o de
Señoritas para que le sirviera de ayuda en su carrera en tanto que se va
usted labrando un porvenir de cosa algo más definitiva y permanente
[…]. Usted sabe la grande estimación con que la he considerado siempre
y por eso me gustaría mucho que en una forma o en otra colaborara en la
labor de la Residencia […] (ARS, 51/7/59).

Era mucho más habitual que las residentes solicitaran


trabajo y colaboración a doña María que al revés y tampoco
sucedía con frecuencia que la beneficiada no pareciera
saltar de alegría y aceptara la invitación con condiciones:
«25 de septiembre de 1923 […]. Agradezco a V. lo que me
dice y efectivamente no tendría inconveniente en prestarle
mi colaboración siempre que sea compatible con lo que
este curso tengo que hacer en Madrid» (ARS, 37/52/21).
Además de las tareas ya citadas, Enriqueta participaba, por
su experiencia en el Smith, en la docencia de los cursos de
español para extranjeros del Centro de Estudios Históricos.
Sin duda, querría prestar mayor atención a la elaboración
de su tesis doctoral que había iniciado pero que fue
dejando aparcada múltiples veces, hasta que, por fin, la
defendió en 1948 en la Universidad de Madrid:
Antecedentes de la situación social de la España
musulmana en el siglo XI 443. En cualquier caso, Enriqueta,
junto con Margarita de Mayo, figura al cargo del grupo de
niñas en el curso 1923/1924 (ARS, 16/5/18), una positiva
coincidencia: mujeres solas, de ámbitos rurales parejos y ya
en la treintena, decididas a potenciar sus trayectorias
profesionales. Entre ambas se trabó una fuerte confianza y,
tal vez por ello, ambas cruzaron juntas el Atlántico el
siguiente septiembre, en 1924, en esta ocasión hacia el
Vassar College. Una vez allí, Enriqueta retomaba la
conexión con la Residencia para felicitar la Navidad:
Vassar College, Poughkeepsie, New York, 25 de diciembre de 1924
Mi querida María: Es increíble la rapidez con que el tiempo pasa y se
dejan sin hacer cosas que no se quisieran dejar […]. V. creo que conoce
ya esto. Algunas alumnas me han hablado de su paso por este College.
Creo que no estuvo mucho tiempo pero no dudo que tendría ocasión de
apreciar muchas de las cualidades que lo hacen atractivo.
Estamos contentas las tres, pues además de que esta vida nos resulta
agradable ya sabe V. lo simpática que es Miss Fanhestock y no es decible
lo que hace por facilitarnos y ayudarnos.
No piense V. que por lo bien que estamos olvidamos España y
particularmente los alrededores de Fortuny, donde hemos puesto tanto
esfuerzo y dejado tantas energías. Al contrario, lo recordamos todo eso
con mucho gusto, aumentado por la idealización que presta la distancia
[…] (ARS, 37/52/22).

Las tres, sí, pues ese curso también viajó hacia el Vassar
Carmen Húder, de quien Enriqueta hablaba en su siguiente
misiva, comentando que había desfilado exhibiendo los
trajes regionales españoles que mostraba Isabel de
Oyarzábal en la gira de conferencias que se ha tratado con
anterioridad. En esta carta de mediados de febrero de 1925
ya no se mira atrás, su autora comunica la decisión de
permanecer otro año más en el Vassar e informa de que
pasaría el verano en la escuela de español de Middlebury
(donde pensaba coincidir con Gonzalo de Maeztu). Esta
situación no se encuadraba tanto en un proyecto de estudio
y formación como en el desempeño profesional como
Spanish assitant professor, y a la española se le ofrecía la
posibilidad de permanecer en este prestigioso college largo
tiempo y, a la larga, definitivamente en Estados Unidos. Así
era su perspectiva tras los cuatro años que continuó como
profesora en el Vassar, cuando la cesión definitiva del
edificio de la calle Miguel Ángel y la ampliación de la
biblioteca le presentaron una oportunidad imprevista: al
escuchar de la profesora Susan Huntington que
necesitaban una bibliotecaria para Madrid, resolvió
proponerse, por motivos afectivos y familiares: o volvía
entonces o si no, quizás nunca. Retribuida por el Comité de
Boston, inició una nueva etapa vital, en un marco que
consideraba el suyo:
Llerena, 21 de septiembre de 1929
[…] Me alegro de tener ocasión de trabajar y vivir en la Residencia
como antaño. No he escrito a V. acerca de esto desde América porque mi
vida durante los últimos meses fue un frenético correr de un lugar a otro.
También confiaba en que Mrs. Vernon […] le habría hablado de todo lo
que yo pudiera decirle.
Puesto que V. me conoce bastante, creo inútil expresarle mis vivos
deseos de cooperar y ser útil en la Residencia que por tantos títulos
merece mi adhesión, así como ayudar a los planes que V. tenga con
respecto a la Biblioteca […] (ARS, 37/52/24).

Se reanudaron también las antiguas amistades —Pura


Arias, Eulalia, Nieves de Mayo, hermana de su amiga
Margarita— y estrechó otras nuevas, en particular con
Carmen Nieto González, una de las bibliotecarias
auxiliares, con quien acostumbró a pasar los veranos en su
pueblo extremeño.
Llerena, 9 de septiembre de 1929
Querida Eulalia: Aquí me tienes otra vez dispuesta a verte con
frecuencia, como hace algunos años […]. Te escribo para tratar de mi
residencia en Miguel Ángel, si es posible. Nieves me ha dado idea de los
precios que ahí tenéis […]. Ella me ha ofrecido generosamente que
comparta el suyo [cuarto], con lo cual según dice la mensualidad se
aproxima a mi presupuesto […] (ARS, 37/52/4).

Finalmente no tuvo más remedio que compartir


dormitorio para ajustar la mensualidad a las 180 pesetas de
las que disponía. En cierta medida, el retorno significaba
algo así como cerrar un círculo, lo que sin duda la impulsó
a reflexionar sobre la experiencia de aquellos quince años:
lo que había permanecido y los grandes cambios. Algo de
todo ello asoma en la felicitación de la Navidad de 1930:
Llerena 24 de diciembre de 1930
Mi querida María: Hoy hace quince años que menos de treinta
residentes celebrábamos por primera vez la Nochebuena en el atractivo
salón de Fortuny 30. Yo no he olvidado, y estoy segura de que las otras
tampoco, las simpáticas fiestas de aquellos días, en las que tomaba V.
parte tan activa, despertando la cordialidad y la unión de todas las
alumnas […] (ARS, 37/52/26).

La vuelta de Enriqueta a la Residencia obedecía al plan


de convertir la biblioteca en un centro emblemático —como
el laboratorio—, en el que se aunaran el propósito de
impulsar la educación de la mujer española, que siempre
sostuvo el Instituto Internacional, y el objetivo de
modernización social a través de la cultura y el libro que,
también siempre, sostuvo la JAE; si a ello unimos las
nuevas políticas republicanas, que favorecieron la
extensión y democratización de la lectura, tenemos a
Enriqueta situada al principio de otra nueva aventura
personal, la de dirigir la conversión de la biblioteca en un
buque insignia de la Residencia y del feminismo cultural.
En los años treinta se modernizó su funcionamiento,
implantando el sistema de clasificación decimal Dewey y
agilizando los préstamos, y se creó una de las mejores
bibliotecas europeas sobre la mujer. Para fomentar la
accesibilidad, se abrió a todas las mujeres estudiantes de
Madrid, se celebraron las ferias del libro, se creó una
sección circulante. Enriqueta, siempre bajo la atenta
mirada de doña María, dirigió el proceso y se entregó en
cuerpo y alma: amplió jornadas, redujo vacaciones y no
dejó de tomar decisiones innovadoras que ampliaran la
influencia del centro, en particular, tres: que la biblioteca
atendiera no solo a las estudiantes sino a las opositoras; los
p
cursos de Biblioteconomía, y el estimular la iniciativa de las
estudiantes a través de la Asociación Libros.
En el primer caso, se atendió muy especialmente a las
profesoras que siguieron los Cursos de Selección y
Perfeccionamiento, los famosos cursillos del profesorado de
la República para formar al profesorado que requería la
ampliación de la enseñanza pública, lo cual obligó a
mantener la biblioteca abierta incluso en el verano:
8 de julio de 1932
[…] De veras lamento que las opositoras presenten a V. el conflicto de
la Biblioteca […]. Es lástima que tal como están las cosas sea de difícil
solución, pero siempre son posibles estas dos: una, hacer con las nuevas
solicitantes lo que con las anteriores, es decir, darles en depósito los
libros; otra, llamar a Isabel López Ganivet, cuyo hermano está casado
con Matilde Landa […] y pedirle que tenga dos horas diarias abierto. Es
persona de toda capacidad y responsabilidad […] (ARS, 37/52/30).

Nuevamente aparece el tema de la sociabilidad: Matilde


Landa, antigua residente en cuyo recuerdo ya me he
detenido, era también de Badajoz y había estudiado en el
instituto de aquella ciudad, estaba casada con el sobrino
del escritor y diplomático Ángel Ganivet, el también
escritor Ángel López Ganivet, y la bibliotecaria demuestra
tener conocimiento y amistad con la familia de su antigua
compañera y, como con Carmen Nieto, siempre trabajó muy
a gusto con Isabel López Ganivet.
La Asociación Libros fue sostenida por las alumnas de
Biblioteconomía, y a través de esta colaboración se impulsó
la creación de bibliotecas populares como las que llegaron
a funcionar en la Casa del Niño, una guardería para niños
de madres obreras que había fundado el Lyceum Club y
que funcionaba incluso los domingos, o la que se abrió —en
colaboración con su directora, María Sánchez Arbós,
antigua compañera de Enriqueta— en el nuevo Grupo
Escolar republicano Francisco Giner444. Por último, los
cursos de Biblioteconomía marcaron otro hito en la
enseñanza de la JAE y, en particular, de la Residencia de
Señoritas. Bajo la dirección de Enriqueta y, desde
1930/1931, los estudios de Biblioteconomía configuraron
una especialidad estructurada en dos cursos académicos,
una enseñanza exigente y eminentemente práctica que
daba lugar a la expedición de un título con alto
reconocimiento para el ejercicio profesional. Todo ello
implicaba no solo la atención continua en una biblioteca
viva, sino los cambios de reglamento, las contrataciones de
g
personal y, en el caso de los cursos, los trámites de su
reconocimiento con el Estado:
Madrid, 17 de noviembre de 1934
[…] Como indiqué a V. hace algún tiempo, las alumnas de
Biblioteconomía han pedido que firme una solicitud en la que piden al
Ministerio reconocimiento oficial del Diploma que aquí reciben y derecho
a opositar a las plazas de Auxiliares de Bibliotecas […]. Si tiene ocasión
interponga su valiosa influencia cerca del Sr. Villalobos […] (ARS,
37/52/36).

Ya se ha tratado antes a Filiberto Villalobos como


ministro de Instrucción Pública. Aunque el reconocimiento
oficial no se consiguió, a estas clases acudieron mujeres
destacadas en el ámbito de las letras como Elena Fortún,
Ernestina de Champourcin, María Martos; estudiantes
cuyas valiosas trayectorias se han ido subrayando, como
Rosalía Martín Bravo, M.ª Antonia Suau Mercadal o la
archivera del Palacio Real Matilde López Serrano, y, sobre
todo, decenas de mujeres que hallaron, o esperaban
hacerlo, una cualificación profesional para encontrar un
medio de vida bien considerado, en un país en el que
parecía que se había comenzado a valorar la cultura como
instrumento de educación y promoción social445.
Después de la guerra nada sería igual, la biblioteca se
desmanteló y quedó definitivamente seccionada: una parte
correspondería al Colegio Mayor Santa Teresa de Jesús,
dirigido por la Falange Femenina, y la otra permanecería
en la sede de Miguel Ángel 8, una vez devuelto el magnífico
edificio a la Embajada de los Estados Unidos. Enriqueta
Martín y Ortiz de la Tabla, que se había entregado en
cuerpo y alma a la gran obra de la biblioteca, regresaría
coyunturalmente al colegio mayor y desde los años
cuarenta dirigiría hasta su jubilación, en 1971, la biblioteca
del Instituto Internacional, pero era ya un centro
decapitado, unido nuevamente a la docencia
norteamericana y sin vinculación con el proyecto de la
educación femenina en España (en él se alojará, sin
embargo, el ilustre colegio Estudio). Entre su círculo de
colaboradoras más estrechas ocurrió de todo. Carmen
Nieto González había aprobado oposiciones a auxiliar de
bibliotecas en 1935 y tuvo destino en Huelva.
Curiosamente, con ella estaba Enriqueta en 1937, según
comentaba Susana Huntington Vernon. La norteamericana
mantuvo una fluida correspondencia con el matrimonio
Natalia Cossío y Alberto Jiménez Fraud, que ya estaba en el
exilio londinense; a finales de octubre de aquel año, les
informaba de cómo iban llegando a Estados Unidos algunas
residentes y otros miembros de la JAE, gracias a las
invitaciones y puestos docentes que en los colleges se iban
creando para ellos, y en concreto refiere: «Enriqueta
Martín no pudo asegurarse un pasaporte para venir y
disfrutar de su beca para continuar sus estudios de
Biblioteconomía. Está ahora con Carmen Nieto en
Huelva»446. Carmen, en 1941, regresó a Madrid, a la
Biblioteca Nacional447, y trabajó en la Sección Hispano-
Americana. En cuanto a Isabel López Ganivet, vinculada al
PCE —como su cuñada Matilde Landa—, viajó a la URSS
acompañando a los niños evacuados y permaneció exiliada
en aquel país hasta 1946 y luego en México448. Entre su
familia más cercana, su sobrina, la también residente María
Soledad Fernández-Grandizo, que regentaba una farmacia
en Llerena y se había casado con el abogado republicano
Zacarías Laguna Rodríguez-Mógena, sufrió la ejecución de
su esposo. María Soledad participó en la resistencia
antifranquista de los años cincuenta en Madrid y fue
detenida por estar implicada en las actividades de una
célula comunista-trotskista encabezada por su tío, Manuel
Fernández-Grandizo —G. Munis449—; sometida a juicio,
quedó encarcelada durante varios años450.
Enriqueta murió en 1984, nonagenaria, su vida condensa
el siglo XX español: aprovechó al máximo las oportunidades
que dos décadas extraordinarias brindaron a las mujeres
atrevidas para que hicieran realidad sus deseos de
progreso cultural e independencia y logró coronar con éxito
no una, sino tres aventuras, pero las circunstancias
históricas alteraron su futuro.

MARÍA DÍEZ DE OÑATE Y CUETO, «PADRE DE FAMILIA»


Apenas se había creado la escuela española del
Middlebury College cuando llegó la española María Díez de
Oñate y Cueto. La profesión militar del padre —Luis Díez
de Oñate y Ortiz, teniente coronel de infantería— hizo que
María Díez de Oñate y Cueto naciera en Ceuta en 1888;
murió en Marbella, en 1979, la tierra de su familia. Era la
segunda de siete hermanos. Soledad Ortega ha transmitido
un bonito retrato de la profesora, pariente lejana de la
familia, pero muy allegada, como ella reconoce:
Era persona muy querida en la casa, y aunque el parentesco no fuese
muy cercano, integrada en el contorno familiar como muy próxima,
María Díez de Oñate. Aproximadamente de la misma edad de mi tía
Rafaela, inteligente, fina y sensible, era la mayor de cinco hermanos,
hijos de militar, que quedaron muy pronto huérfanos por culpa de alguna
de nuestras guerras coloniales. María tenía grandes dotes musicales y
había conseguido estudiar la única carrera que entonces se consideraba
adecuada para las mujeres: la de piano. Y llegó a ser una buenísima
pianista. Pero tenía que ayudar a la crianza y educación de sus hermanos
menores y trabajó primero, gracias a la amistad con Rafaela y con María
de Maeztu, en la recién fundada Residencia de Señoritas. De allí,
siempre empujada por sus obligaciones familiares, marchó a Estados
Unidos como profesora de college. Entonces no se era muy exigente con
los títulos y era mujer culta e inteligente. Volvió a España en cuanto le
fue posible económicamente y tuvo el valor de hacerse bachiller a los
cuarenta años y de cursar luego toda la carrera de Filosofía y Letras,
donde fue condiscípula mía por un momento, a pesar de ser tía y sobrina.
Opositó luego a cátedra de Instituto de Lengua y Literatura y ganó plaza
en Salamanca. Al poco de tomar posesión, en el verano de 1936, estalló
la Guerra Civil. Se vio obligada a tirar por la borda todo lo logrado con
tanto esfuerzo y volvió a trabajar como profesora en Estados Unidos —
ahora ya sí titulada— hasta su jubilación. Española al fin… «de los tristes
destinos»451.

Así fue, desde 1915 María Oñate había trabajado en


tareas de organización y administración en la secretaría de
la Casa, pero en 1920, aconsejada por María de Maeztu,
resolvió dar un giro radical en su vida y marchó a los
Estados Unidos, una decisión que la marcaría para
siempre, aunque ella entonces no lo sospechara. Ese año
solicitó, y obtuvo, la consideración de pensionada (JAE/43-
131) para ocupar una plaza de profesora en el remoto
College de Middlebury —en Vermont, cerca de la frontera
con Canadá—, que acababa de reforzar los estudios de
español y donde se había fundado una Spanish School
llamada a convertirse en el núcleo de encuentro para los
exiliados españoles, «la Segunda Magdalena», que diría
Pedro Salinas. La lectura de su correspondencia indica que
los motivos económicos y una larga crisis personal
convencieron a María de que le convenía alejarse de
España para renacer en el Nuevo Mundo y, así, sus
palabras van marcando una dura senda de reafirmación. A
veces hay que alejarse de todo para ser una misma: eso
pensaría ella.
En 1920, con treinta y dos años, además de haber
terminado en el Conservatorio sus estudios de piano con
Premio Extraordinario, era maestra nacional, según hace
constar en la documentación presentada en la JAE. A
finales del mes de noviembre de ese 1920, María llegó a
Middlebury, un lugar lejano, pequeño y gélido, y la
profesora se sintió sumamente aislada. Tal vez por ello,
vuela con sus recuerdos sobre el papel e inicia una
deliciosa relación por carta con la Srta. de Maeztu en la
que manifiesta sus pequeños y grandes descubrimientos
internos y externos; más que la de otras muchas
pensionadas, la correspondencia de Díez de Oñate
transmite los sentimientos de duda, soledad, interés y
autoconfianza que los viajes existenciales infunden a sus
protagonistas de ayer y de hoy. María no era ya una
jovencita, sino una mujer adulta, y, aun así, la experiencia
le otorga un grado nuevo de madurez, que ella misma
detecta.
Middlebury, 4 de diciembre de 1920
Querida amiga mía: Quizás ha sabido V. ya algo de mí y de mi viaje que
fue muy feliz. No me mareé absolutamente y eso era cuanto se podía
pedir.
En Nueva York no estuve más que unas horas con gran pena mía.
¡Cómo me ha entusiasmado la ciudad! Telefoneé a Onís [Federico] para
ver si podría visitarle pero no pude comunicar con él; así que su carta de
V. no se la he entregado […]. En cuanto vaya a Nueva York, lo visitaré.
Desde primeros de diciembre he empezado a actuar como profesora
[…]. Tengo dos clases diarias o sea doce horas a la semana; pero además
tengo las comidas en el Colegio para presidir lo que llaman «mesa
española» en la cual no se habla más que español. Resulta que hablo
demasiado español y no aprendo inglés. Y no entiendo ni una palabra a
estas gentes, lo que me desespera. Me parece que nunca he de llegar a
entender inglés.
[…] Hay aquí entre chicos y chicas 500 alumnos. La mayor parte
pertenece a familias modestas y muchos de ellos ganan su vida o una
parte de lo que les cuesta esta trabajando en las cosas más humildes. Las
chicas van a fregar los platos, por ejemplo, a casa de un profesor
mediante 25 centavos la hora y los muchachos limpian la nieve de las
calles, encienden la calefacción en las casas y hacen otros trabajos por el
estilo. Es verdaderamente digno de admiración el amor que demuestran
estas gentes por la cultura.
¿Le interesa a V. saber si estoy contenta? Creo que estoy en el
momento peor de mi empresa, en el de acomodarme a un nuevo mundo.
Sobrellevo muy bien estos tiempos difíciles y tengo fe en el porvenir.
Pero pienso en mi porvenir en España, no en América.
Todo lo que me rodea tiene para mí solo un interés pasajero, no puedo
hacerme a otra idea. Pero tal vez cambie de opinión a medida que vaya
entrando en esta vida. Al fin y al cabo solo hace doce días que estoy en
América […] (ARS, 40/21/2).

Una descripción muy parecida de su trabajo había


aparecido días antes en el diario del college, The
Middlebury Campus, que se hacía eco de su llegada,
presentaba su trayectoria en la Residencia y describía su
misión como asistente del director Julián Moreno-Lacalle y
responsable de la mesa española en el comedor del Battell
Cottage: «un acuerdo por el que a los estudiantes de
español se les da la oportunidad para practicar
conversación bajo la dirección de instructores del
Departamento de Español»452.
¡Resulta tan realista esa lucha —y la consiguiente
desesperanza— con el inglés durante las primeras
semanas! La carta, además, describe un rito que todavía se
mantiene, la mesa española, en la que estudiantes y
profesores no hablan una palabra de inglés. Oñate se
sorprende —y no era para menos— de la distinta relación
con el trabajo manual entre estos estudiantes americanos y
la costumbre española en la que las clases altas y medias
vivían rodeadas de criados y de asistencia o ante esa vida
americana en la que a una edad temprana comenzaba la
búsqueda de la autosuficiencia. Este tipo de comparaciones
que establece con frecuencia repercutirán, al igual que lo
hizo la experiencia americana de María de Maeztu, en
distintas prácticas que se fueron imponiendo en la
Residencia de Señoritas.
Las cartas de Oñate permiten observar en ella el
complicado proceso de adaptación, que requirió desde el
comienzo ese esfuerzo de voluntad que manifiesta cuando
confía en que, poco a poco, irá entrando en la nueva vida,
pero a corto plazo la situación no mejoraba mucho y su
escritura transmite, sobre todo, soledad:
18 de marzo de 1921
Mi querida María: Le agradecí a V. infinito su cariñosa carta. En este
aislamiento de afectos en que vivo aquí, no sabe V. lo que significan para
mí las noticias de los buenos amigos.
Va a hacer cuatro meses que estoy en América y no puedo decir que he
hecho una amistad, aparte mis compatriotas y una señora francesa con
quien cambio lección de español e inglés!! Es absurdo que, estando en
un país de lengua inglesa, tome lección de una extranjera, pero fue una
especie de compromiso del que estoy bien arrepentida.
Es además Middlebury un sitio tan muerto… La verdad es que esto es
lo menos Norteamérica que pueda haber en los Estados Unidos y yo
estoy deseando poder circular y ver otras cosas. Por el momento no me
es posible porque mi sueldo de 83 dólares al mes me da lo justo para
vivir además de que no conozco a nadie que me pueda invitar a su casa
según sabe V. es costumbre en este país […].
Con este aislamiento en que vivo mi inglés avanza poco y me doy
perfecta cuenta de que no entro en la lengua o la lengua no entra en mí,
lo que sería más justo.

Pero emerge, de nuevo, la María del gran tesón y los


objetivos claros:
j
Estoy haciendo un cuadro poco risueño de mi vida y realmente nada
alegre puedo decir respecto a ella. Pero, cosa rara en mí, no estoy
desanimada y espero pacientemente la venida del verano, época en la
cual hay en este Colegio un curso de lengua española que es el más
importante de los Estados Unidos. Espero que entonces me conozca más
gente y que el horizonte de mi vida americana se ensanche.
[Le agradezco…] su deseo de que llegue a trabajar al lado de V. Yo lo
deseo muchísimo también y le pido que no me olvide. Un año aquí es
poco tiempo y sobre todo si no he de salir mucho de este rincón. Pero
cuando haya pasado un par de años en este país y visitado otros colegios
y estudiado sus organizaciones me parecería muy bien volver a España si
la Junta tiene algo concreto que ofrecerme.
[En la Residencia] supongo que el caballo de batalla seguirá siendo la
cuestión económica. Cuando veo la diferencia de espíritu que hay entre
nuestras Residencias y el Colegio este en que estoy y la diferencia
también de los medios materiales, me da una pena […] (ARS, 40/21/3).

Díez de Oñate se había desplazado hasta el lejano


Vermont con el doble objetivo de mejorar sus
circunstancias económicas y de acumular suficiente
formación y experiencia como para poder encauzar una
vida profesional satisfactoria en España. Eso hizo, merced a
una gran voluntad; sin embargo, la esclavitud del dinero
estará siempre presente en sus decisiones, comenzando
con esos 83 dólares que apenas le permitían sobrevivir. Por
otra parte, se lamenta la profesora de su incoherencia al
establecer su acuerdo de intercambio lingüístico con una
profesora francesa, pero ignoraba entonces cuán útil se
volvería ese aparente error en su futuro, pues terminó
siendo catedrática de bachillerato de Lengua Francesa.
Y llegó la primavera, fuera y dentro:
1 de mayo de 1921
Mi querida amiga: Le agradezco infinitamente su carta tan llena de
afecto y de buenos deseos. Y le agradezco muchísimo también que V.,
que tanto tiene que hacer, se ocupe de mí escribiendo a Onís y Mrs.
Vernon.
Escribí a Onís que me contestó enseguida una carta muy afectuosa,
ofreciéndose a recomendarme en la primera ocasión que se presente.
Igualmente escribí a Mrs. Vernon; pero esta no me ha contestado y
pienso que quizás espere tener alguna noticia que comunicarme.
Ya está completamente decidido que cambiaré de puesto para el
próximo curso. Espero que no me faltará sitio pues hay mucha demanda
de maestros de español. Tengo a la vista un puesto en un college de Ohio
que sería muy bueno en cuanto al sueldo. Pero si no es este será otro, ya
V. conoce este país y sabe lo fácil que es ganarse la vida, sobre todo
cuando se ha apoderado uno ya un poco del ambiente. Y yo, aunque
hasta ahora no he vivido más que en esta aldea, me siento dueña de mi
situación y tengo una confianza en mí misma que no he tenido nunca.
¿Verdad que es prodigiosa la intensidad y la complicación de la vida
material americana? Aquí todo el mundo encuentra medio de ejercitar su
actividad y no cabe duda de que el quitar de la vida la inquietud ante el
problema de ganar el dinero necesario supone la mitad de la felicidad.
Así resulta que estas gentes son mucho más felices que nosotros que
tenemos que ganarnos la vida en nuestra tierra con tanto esfuerzo y que
tenemos, además, una sensibilidad muy superior a ellos. Porque…
¡cuidado que son inocentes y pueriles estos americanos! Por esto un
europeo no podrá encontrar nunca aquí ni una pequeña parte de la otra
mitad que hace falta para hacer feliz a una persona espiritualmente
refinada.
Parece mentira que un fenómeno tan natural como es la venida de la
primavera haya influido en mi ánimo hasta el punto de que ahora es
cuando empiezo a gozar de la vida en América. Ahora que ha
desaparecido la nieve, este campo parece otro y es realmente
espléndido.
Pienso muchas veces en V. y en la Residencia […]. Y ya ve V. como
acierta plenamente cuando dice que para mí «cualquier tiempo venidero
será mejor». Hasta en los momentos de más nostalgia he pensado que
todo es preferible a mis últimos cinco años. Al menos soy consecuente
con mis sentimientos […] (ARS, 40/21/4-5).

María había llegado hacía siete meses y, a medida que


mejoraba su inglés e iba estableciéndose en las redes de
amistad académico-cultural, confiaba en afianzar su
posición académica y empezaba a creer que había acertado
en la decisión que la había alejado de todo por su afán de
mejorar económicamente, algo tan difícil para una mujer
honorable en España, hasta entonces. Y con esa
tranquilidad y la luz de Vermont en primavera, reaparecía
una María más relajada, se podría decir reconciliada con su
vida, que le permitía gozar del esplendor de la naturaleza y
que recobraba seguridad.
Proseguía en sus continuas comparativas entre la cultura
material y las costumbres de uno y otro país y suscribía el
tópico extendido en España sobre la diferente sensibilidad
entre europeos y norteamericanos y la simpleza de estos
últimos. Sin embargo, María se introducirá en círculos
donde pudo comprobar que estas afirmaciones no siempre
se cumplían. No dejó Middlebury, precisamente por motivos
económicos, y siguió observando qué parte del
funcionamiento de aquella institución podría ser
trasplantada a Madrid para que la Resi no resultara
inasequible a las jóvenes de menos recursos o para que las
estudiantes se incorporaran a la organización y dirección
del centro. En realidad, para eso sirve viajar: para aprender
de otros su distinta experiencia.
16 de octubre de 1921
[…] Ya veo que han organizado Vds. para este año un nuevo grupo en la
Residencia […]. Crea V. que no dejo de pensar y reflexionar en todos los
problemas de nuestras Residencias y de observar cómo aquí solucionan
esos mismos problemas. De una cosa estoy convencida y es de que nunca
se podrían aplicar a nuestras organizaciones la mayoría de los sistemas
americanos.
La sensibilidad de estas gentes es muy diferente de la nuestra. Están
acostumbrados a vivir en masa, a fundirse en la colectividad y se
someten a mil cosas a que un español o un francés, más individualistas,
no se someterían.
Hay algunos detalles de organización que pudieran tal vez ensayarse
con éxito en España: por ejemplo, el sistema de «self-government» que
tienen las chicas y por el cual ellas mismas dictan las leyes a que han de
estar sometidas en cuanto a detalles de la vida colectiva, salidas de
noche, etc. Y ellas mismas son las encargadas de hacer cumplir estas
reglas y de castigar a las que no las cumplen.
Le extraña a V. que me haya decidido a quedarme un año más en este
Colegio y lo he hecho porque no he encontrado otra cosa que me
conviniera más. Aquí gano 1.500 dólares más casa y comida: total unos
2.000 dólares. Es difícil encontrar un puesto en que paguen tanto […]. En
algunas instituciones privadas dan más sueldo pero suele haber más
horas de trabajo.
Lo que haré será viajar lo más que pueda. He visitado ya Wellesley y en
la primera ocasión iré a Smith.
Lo más triste para mí es que no será un año más lo que esté en
América, sino ¡Dios sabe cuántos! La catástrofe económica en Cuba y el
venirse por tierra los negocios de mi hermano han trastornado todos
nuestros planes […] (ARS, 40/21/6-7).

La María de este segundo año era otra persona, con


decisión y asertividad; ya puede viajar sin aguardar a ser
invitada o llevada por otros. Sus problemas económicos, sin
embargo, empeoraban porque no se trataba solo de vivir
por sí misma, sino de convertirse en sostén familiar. Su
hermano Alejandro Luis se había instalado en Cuba y
regentaba un negocio de papelería e imprenta —El Siglo XX
— y si en 1921 María relata su bancarrota, todavía en 1931
arrastraba una cuantiosa deuda y ella seguía acudiendo en
su ayuda453. La situación trastocaba los planes de la
profesora de estar unos pocos años enseñando en
universidades americanas y aumentaba su incertidumbre;
no obstante, acertó a encontrar la vía de regreso, como se
verá.
También pasó su segundo verano impartiendo los cursos
de español de Middlebury y por el anuncio que hacía el
centro se descubre el perfil profesional que una práctica
María conseguirá ir introduciendo en su docencia y que
garantizará tanto su regreso temporal a España como su
afianzamiento académico, el de incorporar el folclore y la
música a la docencia de la literatura española:
La Srta. María Díez de Oñate, titulada por el Conservatorio de Música
de Madrid, en el que recibió un Premio Extraordinario en piano, es una
de las ayudantes del Departamento de Español y de nuevo enseñará este
verano. Uno de sus cursos será sobre música folclórica española, el
primero de esta naturaleza que se haya impartido en los Estados
Unidos454.
Así se explicaba su propuesta docente en una revista de
Middlebury. Podría pensarse que en estos cursos de verano
sentó las bases de lo que sería una publicación prestigiosa,
su Cancionero español: colección de canciones regionales,
populares e infantiles de España, para uso en las escuelas y
colegios de los Estados Unidos, que publicó en 1924455.
Por lo demás, para el siguiente curso académico
consiguió su objetivo de acercarse a Nueva York y se
incorporó al Vassar, uno de los colleges femeninos señeros
y en el que funcionaba ya una estrecha vinculación con la
Residencia de Señoritas, cuya clave estaba, como muy bien
muestra Pilar Piñón, en el interés de la hispanista Edith
Fahnestock en impulsar el estudio de la literatura y la
cultura españolas. Explica Pilar Piñón la sólida relación de
la doctora Fahnestock con la JAE y su reforma del
Departamento de Español en el Vassar para incorporar la
figura del lector nativo, como distinción de una enseñanza
de calidad456. En el curso 1922/1923 se incorporaron por
ello las españolas Díez de Oñate y Carmén Ibáñez, quien
sería más tarde esposa del escritor Cipriano Rivas Cherif, y
algo después llegaría Enriqueta Martín.
En 1924 contempló la posibilidad, tras cuatro años, de
regresar temporalmente a España y, para ello, de algo
sirvió la conexión que ella había establecido entre música,
literatura y aprendizaje del español:
Marzo 1, 1924
Vassar College, Poughkeepsie, NY
[…] Tiene V. razón de reprocharme que no le haya escrito diciéndole
cómo marchaban aquí las negociaciones para mi ida a España el año que
viene. Desde que llegué en Septiembre estamos trabajando y discutiendo
la cuestión y esperando poder decirle algo definitivo, he ido retrasando el
escribirle.
Miss Fahnestock se inclinaba algunas veces en favor de mi ida; otras
parecía reaccionar en sentido contrario […]. Ahora todas parecen estar
conformes con mi marcha [como becaria].
No hay más que un punto poco claro. Mrs. Vernon quiere presentar
como principal motivo de mi ida a España la preparación de un libro
sobre música española. Yo no me siento por ahora inclinada a un trabajo
de ese género […]. Miss Fahnestock opina que no hay para qué poner
esta condición puesto que de lo que se trata es de que yo dé mi atención
y mi tiempo a la obra de la Residencia […].
La reunión del Comité se verificará en Boston el 7 de este mes y
entonces se decidirá todo […] (ARS, 40/21/8).

Como un indicio más de su progresiva adaptación, puede


observarse que la autora ha cambiado la forma de fechar,
adoptando la costumbre anglosajona de anteponer el mes
al día. Aunque, días después, una exultante María
q p
comunicaba entusiasmada a la Srta. de Maeztu que ya se
había resuelto su estancia en Madrid, nada resultó fácil:
Marzo 16, 1924
[…] La semana pasada en la reunión de Boston fueron aprobados sus
proyectos de V. y mi «fellowship» para España […]. Mi plan es
embarcarme hacia el 20 de agosto después de cumplir el compromiso
que tengo para dar unos cursos en la escuela de verano de Middlebury.
Puede V. imaginarse lo contenta que estoy con la perspectiva de mi
vuelta a España. Mi «fellowship» por un año. Después… Dios dirá […]
(ARS, 9/6/3).

Pero en el mes de abril y resuelta una tramitación


complicada con la parte norteamericana, cuyos detalles la
protagonista expone a María y en la que se observa la
firmeza con la que la aspirante sostiene sus intereses,
comienza lo peor: negociar con la Residencia y la JAE el
que sufragaran su estancia en Madrid, y en estas líneas
asoma un serio disgusto, porque la protagonista juzgaba
que su larga relación con la Residencia bien merecía esa
aportación:
Wilton, Connecticut, Abril 6, 1924
[…] Hasta hace poco yo misma no he sabido a qué atenerme sobre las
condiciones de mi ida a España […]. D.ª Susana insistía en que yo no
puedo ser enviada por América más que en calidad de fellow y que para
recibir esta beca era preciso presentar como justificación algún trabajo
de orden intelectual. Aprovechando el que yo he hecho algo sobre música
española, D.ª Susana creyó que esta sería la mejor baza para fundar mi
petición […], pero con la idea de que no pasaba de ser una fórmula y que
el verdadero propósito de mi viaje es que yo pueda dedicar mi actividad a
la obra de la Residencia.
Esto era lo que yo tenía entendido cuando recibí una carta de Mrs.
Vernon en la que me decía que […] esperaba que me dieran la beca, pero
que con ello yo me comprometía a escribir un libro sobre la música
española.
Como tal trabajo no entra dentro de mis proyectos y esto cambiaba por
completo la perspectiva de mi vida en España, le contesté a D.ª Susana
diciéndole que no podía aceptar la beca con esa condición. No tengo
inconveniente en hacer algún trabajo en música durante mi estancia en
Madrid, algo que me permita dar algún recital o conferencia a mi vuelta
y de este modo justificar un cierto tipo de actividad que va unido a la
idea de beca, pero en ningún caso estaba inclinada en comprometerme a
realizar una obra por la que no siento ningún interés.
Finalmente todo se ha solucionado en el mejor sentido para mí. El
Comité me concede el «fellowship» de 1.200 dólares y yo quedo libre de
dar todo mi tiempo a la Residencia […].
En la última carta me dice las dificultades que encontrará para que la
Junta pague mis gastos de cuarto y comida en la Residencia. A mí me
parece esta una condición necesaria para mi ida.
Bien sé que la suma de 1.200 dólares parece fabulosa en España, pero
tienen Vds. que tener en cuenta que el ir y venir a América supone 300
dólares de barco sin contar con el ferrocarril y los otros muchos gastos
que ocurren al trasladarse. Y como además soy «madre de familia» y
tengo que abastecer a los gastos de mi casa, la cuestión del dinero es de
gran importancia para mí […].
Yo aceptaría de cualquier manera, pero tengo gran interés en que la
Junta me ayude (ARS, 9/6/4).

El documento contribuye a que se conozcan aspectos


esenciales de la historia de colaboración que hay tras la
excelencia de la Residencia de Señoritas y cómo una red
académica sostuvo no solo con el intercambio, sino con el
apoyo científico y económico, el objetivo de incrementar la
formación universitaria de las estudiantes españolas. El
International Institute y su Comité de Boston, los colleges
femeninos norteamericanos, no solo aportaron profesorado
nativo para enseñar inglés, química, biblioteconomía,
gimnasia y otras materias, también aportaron fondos para
infraestructuras que desde entonces determinaron la
calidad de la formación que recibieron las residentes, como
el Laboratorio Foster o la biblioteca; ahora aceptaban
enviar a Madrid a una profesional con una doble formación
hispano-norteamericana destinada a beneficiar con su
doble experiencia tanto la enseñanza en la Residencia como
la enseñanza del español en aquellos departamentos
norteamericanos, al retorno. No obstante, la contraparte
española presentaba dificultades para hacerse cargo de la
estancia, evaluable en unas 2.000 pesetas anuales:
Vassar, 26 de abril de 1924
[…] Siento en el alma que el asunto de mi ida le esté ocasionando
tantas molestias. En mi carta anterior, que a estas alturas debe de estar
ya en su poder, le explicaba todas las dificultades y discusiones que
habíamos tenido hasta llegar a un acuerdo. Yo puse toda la cuestión en
manos de D.ª Susana y ella es quien fijó la cuantía de la beca y la que
insistió en que no podía considerarse como sueldo sino como fellowship
[…].
Una cosa que me molesta mucho es tener que discutir con usted la
cuestión del pago de mi pensión. Puesto que yo voy a dar todo mi tiempo
a la Residencia y que tendré a mi cargo la administración de una de las
casas, no me parece ninguna cosa excesiva el que la Junta pagara 2.000
pesetas o bien, tratándose como se trata de la persona que administra
una de las casas no incluyera mis gastos en las cuentas. Después de todo
no se trata de una persona desconocida sino de alguien que ha trabajado
cinco años en la Residencia […]. De todos modos y, como le digo a usted
en mi carta anterior, me conformaré con lo que usted disponga […] (ARS,
9/6/5).

María había aprendido del sistema norteamericano a


negociar el valor de su trabajo y su valía personal y, a
juzgar por la decisión del Comité, también tenemos que
creer que había adquirido la práctica docente
norteamericana, una tutoría más personalizada, la entrega
de trabajos, la lectura con el profesor nativo. Los colleges
norteamericanos que estaban interesados en extender la
fórmula del viaje a Europa y a España de sus estudiantes —
junior year in Spain— vieron la ocasión para que sus
alumnas recibieran en la Residencia una enseñanza similar
a la que estaban acostumbradas. No sabemos en qué
condiciones, pero Oñate volvió a la Residencia y con su
maestría se creó un grupo para extranjeras en el que María
impartió las prácticas de literatura: lectura y comentario de
texto y conversación todos los días de 9 a 10 de la mañana
(ARS, 11/1/39), durante los cursos académicos 1924/1925 y
1925/1926, al tiempo que, como había resuelto la Srta. de
Maeztu, quedó encargada de la dirección de uno de los
cuatro grupos en los que ya estaba estructurada la
Residencia457. Terminado el primer curso escolar,
comenzaron las clases de verano para extranjeras y María
Díez de Oñate se mantuvo al frente; en concreto, ese mes
de julio de 1925 habían llegado siete estudiantes. También
se ocupaba, junto con Eulalia Lapresta y Pura Arias, de
custodiar la casa y mantener a la Srta. de Maeztu bien
informada.
Finalmente, los dos años de la beca transcurrieron y la
JAE no fue capaz de garantizar un puesto permanente para
María en Madrid, que regresó inevitablemente a su puesto
del Vassar. Su escritura nos deja su vivencia de la vuelta, la
readaptación, como ella misma define:
Vassar College, Poughkeepsie, Nueva York. Diciembre 19, 26
Querida amiga María:
No le he escrito a V. antes porque con su vida errante y llena de
emociones no sabía a dónde ni cómo dirigirle mi carta. Pero he seguido
con mucho interés las noticias de V. que por uno y otro conducto llegaban
y que nos iban enterando de su pleno éxito en la América española. Es
ahora seguramente cuando ya lejos de aquel país y disipada en parte la
impresión de cercanía, se da V. cuenta de lo que supone el esfuerzo
realizado y del valor que tiene el haberse puesto en contacto con todo un
mundo nuevo.

Probablemente aunque las palabras se destinaban a


María de Maeztu, Oñate hablaba de sí misma también. La
carta proseguía:
De mí tengo poco que contar porque mi vida se desliza bastante
monótona en este ambiente cerrado y bastante artificial que forma un
Colegio americano. La readaptación me fue en extremo penosa, nunca he
sentido la nostalgia de una forma tan honda y en verdad creí que
difícilmente soportaría un año más de destierro. Ahora pasó la crisis
aguda y me encuentro más tranquila y aprovechando las ventajas
positivas que ofrece la vida de Colegio: tiempo y tranquilidad para
estudiar y leer. Hay que tomar los tiempos como vienen y coger de cada
momento lo que ofrece.
De mi posible vuelta a España, no puedo decir más sino que la deseo.
Las circunstancias dirán si hay medio, por ahora, de encontrar allá
campo para mi actividad.
Suya muy cariñosamente (ARS, 9/6/6).

María dejó escrita una carta intemporal de emigrante, la


persona que está pendiente del regreso. Una vez y otra la
vemos sobreponerse a su nostalgia, porque no tenía la
cualidad de adaptarse fácilmente sino la sabiduría de saber
que aprovechar las oportunidades de estudio allí allanaría
su vuelta a Madrid. Y, efectivamente, la directora contaba
con ella, aunque la posibilidad se demorara dos cursos:
Madrid, 27 de diciembre de 1927
Mi querida amiga:
Aunque nada he sabido de usted desde que se marchó de España
supongo que no nos habrá olvidado y que le acompañará el deseo de
regresar a su país, como ocurre con todos los buenos españoles que van
al extranjero.
Pienso llegar a Nueva York el 30 o 31 de Enero y espero tener
enseguida la oportunidad de hablar con usted para que tratemos de si le
conviene regresar a Madrid en Octubre de 1927.
Por eso sería conveniente que fuera usted pensando en las condiciones
bajo las cuales emprendería usted su regreso a la Residencia tanto en lo
que se refiere a su sueldo como al género de trabajo […] (ARS, 53/10/26).

En definitiva, María Oñate vivirá nuevamente en la


Residencia, retomando sus cursos para extranjeras y la
gestión de uno de los grupos hasta octubre de 1929. A
partir de ese momento, María introdujo otro desafío en su
vida, sacando partido de aquel francés con el que también
comenzó a practicar en sus primeros tiempos del
Middlebury. En 1930, Díez de Oñate residió en Limoux, en
el departamento de Aude, pero para entonces había
comenzado también su licenciatura universitaria, tal como
recordaba Soledad Ortega en su semblanza, con
especialidad en Filología Románica. Desde allí le dirigió a
María una carta muy personal:
Limoux, 13 de marzo de 1930
[…] Hoy he recibido su carta de V. escrita desde México y con ella me
llega la gran alegría de saber noticias de mi hermano Luis. Hace varios
meses que no escribe a casa y para mi madre es un gran dolor el tener
que vivir sin noticias de este hijo. Le envío a mi madre su carta de V.
[…] Espero verla a V. pronto a mi vuelta a Madrid y oírle hablar un
poco de su viaje. Deseo mucho saber también en qué forma afecta a la
Residencia la nueva situación política.
Yo estoy pasando el invierno en Francia, trabajando mucho y
procurando compensar con una vida tranquilísima el esfuerzo que me
veo obligada a hacer […] (ARS, 40/41/12).
Oñate aludía a la desaparición de Primo de Rivera y a la
situación en tránsito bajo el Gobierno de Dámaso
Berenguer. Con la tenacidad que mostraba en la
correspondencia, María Díez de Oñate había ido dirigiendo
su esfuerzo a mejorar su cualificación y lograr una
especialización que le permitiera vivir holgadamente y con
reconocimiento en España. Podemos imaginar que invirtió
sus estancias en Madrid para obtener el título de bachiller
y emprender sus estudios universitarios en Filología
Francesa, que terminó en 1932. En 1934, siendo ya
catedrática de Francés en el Instituto Nacional de
Salamanca, solicita pensión para estudiar el curso
1934/1935 Filología y Fonética Francesas en la Universidad
de París, y volverá a insistir al año siguiente para poder
viajar el año 1935/1936, pero no parece que obtuviera la
pensión en ninguno de los dos casos, a pesar de que en su
expediente sí figura un trabajo mecanografiado sobre La
enseñanza de las lenguas vivas: la enseñanza del francés
458
. María no era ya la mujer insegura e inexperta que salió
de España con la ayuda de Maeztu para buscar trabajo; se
había forjado su propia red de relaciones profesionales y
afectivas que le permitía encontrar alternativas para
abordar sus objetivos, así que, sin la pensión, el verano de
1936, estaba en Francia. Allí supo del comienzo de la
guerra y su vida dio otro giro inesperado. Como a todos los
funcionarios, a Díez de Oñate, cuyo nombramiento había
tenido lugar durante la República, se le abrió un expediente
de depuración en 1938 con un primer resultado de baja en
el escalafón459, de manera que la profesora optó por
recuperar su experiencia americana con ayuda de la
omnipresente Susana Huntington Vernon.
La evolución española convirtió en realidad sus temores,
permanecer como emigrada en aquel país, pero
ciertamente en esta tercera vuelta sus circunstancias
habían cambiado: ya no viajaba como una lectora poco
cualificada, sino como una catedrática con experiencia
profesional en España, Estados Unidos y Francia y,
lamentablemente para la ciencia española, no lo hacía sola;
a corto plazo fueron llegando muchos de los miembros de la
JAE con quienes había coincidido en el Instituto-Escuela o
en la universidad y, particularmente, algunas de sus
compañeras de la propia Residencia de Señoritas. Junto a
ellos convivió tanto en Wellesley como en Middlebury, en
cuya Summer Spanish School siguió participando.
Se podría pensar que ciertas situaciones que María sintió
en los años veinte como un destierro encajaron dos décadas
después de otra manera. Los veranos de Middlebury no
hubieran sido los mismos en los años cuarenta sin su piano,
tal como recoge Emilio Quintana Pareja, al comentar el
estreno de una obrita de teatro de Pedro Salinas, Doña
Gramática, en la fiesta de final de curso 1942. Doña
Gramática constituyó un divertimento aplicado a la
enseñanza del español como lengua extranjera escrito casi
a coro por Pedro Salinas, Joaquín Casalduero, Enrique
Canedo y los hermanos Centeno, Juan y Augusto, en la que
verbos, preposiciones y cláusulas gramaticales eran los
personajes. En su éxito resultó fundamental el
acompañamiento de María al piano y su acierto al adaptar
la música de canciones populares españolas a la temática
de las clases de gramática460. Esa María disconforme y
desasosegada redescubrió su papel de animadora de las
veladas, como lo había sido en su juventud en casa de los
Ortega.
En otra mención de los veranos de Middlebury, esta vez
en un estudio sobre la estancia allí de Luis Cernuda en
1948, reaparece una alusión a la profesora Díez de Oñate,
que coincidió ese año con Tomás Navarro Tomás, Joaquín
Casalduero, Isabel García Lorca, Pilar de Madariaga,
Emilio González López, Juan A. Marichal, Joaquina Navarro,
Sofía Novoa y Eugenio Florit. Ese verano la música reinó a
cuatro manos, con las interpretaciones al piano de María
Oñate y Sofía Novoa461.
María pertenecía al Departamento de Español de
Wellesley, a donde también había llegado Pedro Salinas
como profesor invitado, estrecharon una gran amistad y el
librero León Sánchez Cuesta recuerda cómo a lo largo de
los años cuarenta llegaba a su librería una profesora
malagueña que daba clases en Wellesley buscando libros
para Salinas462.
Desde 1936, su vida transcurrió en Estados Unidos con
sus continuos viajes de verano a España y Francia. En 1947
adopta la nacionalidad norteamericana y, ya jubilada,
regresó a España para afincarse en Marbella, donde murió
en 1979.
MARGARITA DE MAYO IZARRA, LA EMIGRACIÓN DEL TALENTO
Ya he escrito que en el segundo viaje de Enriqueta Martín
la acompañaba Margarita de Mayo. Margarita de Mayo
Izarra, que había nacido en Polán (Toledo), en 1889, no
cumple el patrón de una residente más; fue una de esas
mujeres que se empeñó en aprovechar por todos los medios
las posibilidades que la Residencia y la JAE podían
ofrecerle para convertirse en una destacada profesional,
culta y experimentada, y para labrarse una vida
económicamente independiente que sirviera de sostén a su
familia. Así fue como esta maestra nacional, que ocupaba
en 1914 una plaza en la escuela graduada de niñas de
Valdepeñas, recorrió todos los escalones de su profesión y
se doctoró en 1948 en la Universidad de Madrid con la
tesis El estilo de Gabriel Miró 463; enseñó como professor en
el Vassar College y dirigió su Departamento de Español. Allí
se jubiló en 1957, regresó luego a España y murió, en
Madrid, en 1969. Estamos ante una mujer que se hizo a sí
misma. La lectura de sus cartas nos trae la imagen de una
luchadora que no temió nunca iniciar una aventura y que
las comenzó prácticamente con lo puesto, es decir, sin
ahorros ni un fondo para emergencias; tuvo que trabajar
muchísimo para vivir dignamente, dentro y fuera de
España: estudio, dinero y trabajo constituyen los ejes de
sus preocupaciones y, por tanto, de su comunicación.
Probablemente para su primera aventura, la que la llevó
de Valdepeñas a Madrid, Margarita contó con la amistad de
José Castillejo y su familia. Había intentado saltar a Madrid
muy pronto, en 1914, solicitando una pensión de la JAE
para matricularse en un curso de Metodología de la
Historia y de Historia Contemporánea que impartía Rafael
Altamira en el Centro de Estudios Históricos, pero no lo
logró, de modo que hasta el verano de 1918 no se instala
en la capital. Para entonces, había conseguido un puesto en
la secretaría de la JAE y venía dispuesta a utilizar cualquier
vía que esa institución le proporcionara. No tuvo que
esperar mucho, porque en 1918 abría sus puertas el
Instituto-Escuela y, probablemente, también por indicación
de Castillejo, María contó con ella como maestra para la
primaria. Desde ese verano y hasta 1934, se la consideró
miembro de la Institución, aunque pasó buena parte de ese
tiempo en el extranjero.
Madrid, 13 de agosto de 1918
Distinguida amiga: En la Gaceta del 20 de julio, vi mi nombramiento
para el Instituto-Escuela, hecho a propuesta suya. Por el Sr. Castillejo sé
las referencias que V. ha dado de mí a la Junta […]. La gratitud que por
ello le debo se traducirá en una labor intensa en la clase, en la que
pondré todos mis entusiasmos a fin de no defraudar sus esperanzas.
Este verano estoy en la Junta donde, gracias al Sr. Castillejo, puedo
ganarme algunas pesetas […] (ARS, 38/23/2).

De hecho, así sería. Margarita se entregó en sus


responsabilidades con la Junta y el Instituto-Escuela, donde
comenzó a enseñar el 1 de diciembre de 1918 con un
sueldo de 2.500 pesetas anuales, que fue aumentado a
3.360 para el curso siguiente464.
Las iniciativas de la Srta. de Maeztu estaban en pleno
crecimiento y Margarita se consolidó como uno de sus
fieles apoyos, no solo en el Instituto-Escuela, sino también
como profesora del grupo de niñas de la Residencia,
instalado hasta 1928 en el edificio de Miguel Ángel 8, en
donde, una vez afianzada ella misma, conseguirá un hueco
para su hermana Nieves (ARS, 16/5/18). Pero su objetivo no
consistía tampoco en ser una de las excelentes profesoras
de la JAE, sino en realizar una carrera brillante. Por ello
pensó probar suerte nuevamente con el sistema de
pensiones; ahora desde dentro, no como en 1914, y
aunando el apoyo de Castillejo y de la Srta. de Maeztu. En
1921 se le otorgó una pensión para pasar el curso escolar
en Londres y conocer distintos sistemas pedagógicos
practicados en centros femeninos de enseñanza primaria y
secundaria. De sus dificultades de adaptación, de las
incidencias en el trabajo y de sus pequeños y grandes
logros con el inglés dejó constancia en su correspondencia
con la directora y con Castillejo.
Se encontró con problemas esperables para una persona
que manejaba un presupuesto muy ajustado: tenía
dificultades con la comida, se quejaba de lo mal que le
caían en el estómago el té amargo y los incontables
sándwiches y se sorprende con el precio de todo para la
cuantía de su pensión. Margarita abandonaba un marco
excepcional: con una alimentación saludable y una higiene
impecable, algo que ella siempre echó de menos. Su
estancia en Londres es inseparable de las estrechas
conexiones que el secretario de la JAE tenía con aquella
ciudad; de hecho, él mismo había pasado allí ese verano y
había arreglado la agenda de actividades de su
colaboradora, quien, al poco de llegar, le ponía en
antecedentes:
18 Hilldrop Rd, London. 31 de octubre de 1921
[…] Quisiera comenzar enseguida a dar alguna clase de español que
me saque de apuros, pues después de pagada la pensión necesito de 6 a
10 chelines diarios para comer y moverme. Quiero asistir a unas clases
de Geografía […] eso me cuesta una guinea por todo el curso. Para esto
necesito dinero que la Junta no me da […].

Y continúa solicitando a Castillejo cartas de presentación


para distintos profesores que pudieran proporcionarle
clases de español.
La correspondencia de Mayo Izarra abre una línea de
interpretación nueva. La joven enviaba el 31 de octubre
sendas cartas en paralelo a Castillejo y a la Srta. de
Maeztu, pero el tono es bien distinto en cada una. Siendo
su relación con el secretario de la JAE más antigua, la carta
a María adquiere un tono informal y humorístico que
demuestra cercanía, tal vez porque se trataba de una
comunicación entre mujeres y se establecía de una forma
más distendida, algo que ocurre con otras comunicantes,
como se verá:
[…] Ya me tiene V. en Inglaterra pasando las de Caín con estas
endemoniadas comidas. En los cuatro días que llevo aquí habré tomado
unos cuarenta tés y 400 sandwiches, aproximadamente […]. Las comidas
no me parecen insuficientes, pero sí insoportables, porque hasta en un
emparedado de queso echan mostaza. En fin, qué le voy a contar, si V.
habrá padecido esto mismo.
Una vez aquí se entera una de muchas cosas que no sospecha allá en
España; por ejemplo que un chelín dura menos que diez céntimos
españoles y que lo que menos cuesta a una en Londres es la pensión:
después de pagada, necesita de 10 o 12 chelines para tomar un
emparedado de tomate o pepino y una taza de té áspero como lija […].
Todo esto me hace afirmarme en la idea de dar alguna clase de español
que me ayude a salir de apuros.

E, igualmente, le solicita una carta para el escritor


Ricardo Baeza —amigo cercano de la directora—, que
estaba residiendo en Cambridge. Termina con un desahogo
nostálgico, que no se habría permitido con don José: «Me
acuerdo de mis compañeras, de mis clases y de toda esa
casa, que no sé si la nostalgia que tengo es de España o si
para mí España es esa vida de actividad, de bullicio, de
alegría y de sol» (ARS, 38/23/10).
Margarita había llegado a Londres de mano de Castillejo
para trabajar bajo la tutoría de Miss Wright, profesora en la
Campden School for Girls, pero la relación no funcionó y la
española consideraba que la profesora abusaba,
encomendándole sus propias clases e impidiendo que sus
obligaciones fueran compatibles con su principal objetivo,
visitar distintos centros punteros para conocer sus métodos
educativos. A principios de enero de 1924, se dirige a
Castillejo, comentándole que ha mejorado mucho su
alojamiento y está instalada en el King’s College for
Women, rodeada de estudiantes inglesas, lo que la obliga a
hablar el idioma y se confiesa contenta con el progreso que
nota; no obstante: «He dicho a Miss Wright que deseaba
cambiar el horario del trimestre próximo por otro que me
permitiera ver las clases que no conozco, pero ella insiste
en que asista a las mismas», y le pide consejo sobre qué
hacer.
Poco después, el 10 de febrero, en una nueva carta,
explica la pensionada que, como la respuesta de Castillejo
se retrasaba, ella por su cuenta se las había arreglado para
encontrar cartas introductorias para distintas escuelas que
le interesaba conocer. En cuanto a la relación con Miss
Wright, lejos de marchar, empeoraba; le había insistido en
el cambio de horario a la tarde para poder conocer otros
centros por la mañana:
[…] Me contesta ayer que durante el trimestre solo puedo visitar las
mismas clases. Yo viendo que esto es una estratagema para que yo le
siga dando las clases de español [me opongo]. Esto en España tiene un
nombre adecuado; no conozco la palabra inglesa: selfish [egoísmo] me
parece suave. Ya le he escrito diciéndole que ahora tengo que asistir un
par de semanas al King Alfred y King Alfred Play Garden, con lo cual doy
tiempo a que V. decida qué hago. Si a V. no le parece mal que prescinda
de Campden School, no se moleste en escribirme porque estoy en buenas
manos, la familia Claremont se ha encargado de darme trabajo ameno y
tiene en mente unas cuantas escuelas que podré ver de aquí a vacaciones
[…].

En 1921, la maestra española tenía treinta años, sabía lo


que quería y no pretendía perder el tiempo. No consintió en
dejarse explotar, y constató que lo bueno y lo malo existe
en todos los países; acostumbrada a moverse por sí misma,
encontró los medios para proseguir con sus planes. Alude a
la familia Claremont, que lo era de la esposa de Castillejo,
Irene, con quien el catedrático español justo acababa de
iniciar un insólito romance ese verano de 1921 que duró
muy poco, porque la pareja se casó pocos meses después,
una anécdota a la que hará alusión Margarita en sus
cartas465.
También en febrero se recibía en la Residencia una
misiva paralela a la enviada a Castillejo y, al igual que
antes, se observa un tono muy distinto, diría que de cierta
complicidad antibritánica y de ironía respecto a Castillejo;
además, se añaden muchos datos sobre la vida en el King’s
College, precisamente porque a ambas les interesa la
comparativa entre residencias:
Estoy instalada en esta Residencia que es algo así como un mirlo
blanco, pues se come bien, no muy a la inglesa; puede una bañarse todos
los días —cosa no frecuente en las casas de huéspedes—, dan toda clase
de facilidades para el pago […] y todo por algo menos de 8 libras al mes.
Claro que en eso no entra el lavado de ropa, que una tiene que hacerse
en el cuarto, porque aquí hay poco servicio, que es el capítulo más caro
de Inglaterra […]. Para mí tiene esto el valor grande de que estoy oyendo
hablar inglés constantemente y estoy haciendo muchos adelantos. Si por
esto estoy contenta en Londres, en cambio me molesta
extraordinariamente la conducta de la Directora de la escuela Campden
[…].

Y detalla la situación ya conocida:


[…] Yo no sé cómo se llamará esto en inglés; en español lo llamaríamos
abuso […]. Se lo he comentado a Castillejo, preguntándole si debo perder
el tiempo […] pero no me ha contestado.
Quizá ahora menos que nunca verá los defectos de los ingleses como
tales defectos. Dentro de un mes aproximadamente tendrá V. que hacer
un regalito de boda. Vaya preparando el bolsillo, porque ahora va de
veras. Supongo que a estas horas se sabrá ya en la Institución […] (ARS,
38/23/4-5).

Este último párrafo alude al compromiso y el inmediato


enlace de Castillejo.
En los siguientes meses, una Margarita muy observadora
continúa enviando a María de Maeztu sus reflexiones
pedagógicas y sociológicas sobre lo que va conociendo,
unos párrafos entre los que, como es lógico, también se va
colando su estado de ánimo:
King’s College. Londres, 2 marzo 1922
[…] Siempre es agradable escribir a personas que se quiere. Esto no
suena a lisonja. V. sabe que no es mi cuerda. Es sencillamente que aquí,
en esta tierra tan triste en lo interno como en lo externo y rodeada de
esta gente tan fría como el clima, siente una necesidad de hablar con los
suyos […].
Verdad es que hay cosas admirables, sobre todo para ser observadas
por un latino, pero no sé si esas cosas modelo son el resultado de una
prodigiosa auto-educación o de una extraordinaria falta de imaginación y
de nervios […]. He asistido a una escuela fantástica, muy simpática
porque es el único sitio de Londres donde no he visto planos sociales
[sic]; pero una escuela donde no hay horarios para los chicos […] tienen
libertad absoluta [sic] para entrar y salir […]. Deben ocuparse en aquello
que más les agrade […]. Esta escuela ha implantado este método sin
método [sic] y los padres aceptan el ensayo y no se toman la molestia de
preguntarse qué resultará de todo eso. Si en España tuviéramos la
humorada de exponer tan solo esa ideíca, ¡habría que oír a los señores
del Congreso!

Refiere que Castillejo le ha insistido en que:


«No olvide que ha ido a Inglaterra para traer a nuestra escuela la
técnica y las ideas [sic] inglesas». Y yo le contestaré que eso que él llama
la técnica inglesa es, en primer lugar, una técnica «económica», porque
aquí las cosas de enseñanza se hacen con dinero abundante, y en
segundo lugar una técnica de raza, porque nadie se atrevería a protestar
de la marcha de una escuela, por descabellado [que fuera]. Lo que él
llama la técnica española es un problema de raza que no se resuelve
aunque se envíen aquí a todos los maestros de España […].

Y prosigue describiendo una clase de primaria en la que


los estudiantes habían formado una orquesta de cacharros,
desde un tambor a tapaderas, todo lo que hiciera ruido, y
que ningún niño se movía antes de que el director, otro
compañero, diera la entrada; cuando el concierto había
terminado no se escuchaba una mosca: «Haga V. la prueba
ahí y dígame cómo le va con la técnica inglesa» (ARS,
38/23/6-7).
Hay que imaginar a esta profesora que había roto con su
mundo conocido, con las pequeñas comodidades de su vida,
lo que hoy se denomina el espacio de confort: la bondad de
las comidas, el soleado clima de Madrid en primavera… Del
solo hecho de instalarse en Londres se desprendía un
descenso en su calidad de vida y la fatiga continua de no
bajar la guardia, con la lengua, los transportes, el frío, las
costumbres, pero mantuvo su actitud observadora, su
empeño por discernir entre lo útil y lo inútil y el interés por
aprender de lo primero; al final de la estancia seguía
reconsiderando sus experiencias:
Holmesdale House, Kew Gardens. London, 16 de junio de 1922
[…] El curso ha terminado en Colleges y High Schools, después de seis
semanas escasas de curso, pero no de trabajo forzado como el que hacen
nuestros estudiantes en esta época, sino de un curso de juegos, matchs,
carreras y bailes […].

Es decir, no se aplicaba el conocido refrán de «la letra


con sangre entra» y estaba cautivada por estos métodos
más atractivos, pero junto con lo bueno se encontraba lo
malo:
[…] Otro día cuatro muchachas que terminan ahora el M.A. [Master of
Arts] en ciencias disentían en la mesa: ¿Qué sustancia tendría el agua del
mar para ser azul a veces y gris otras? Viendo que se devanaban la
cabeza sin dar con el quid, digo yo tímida: «Será por la reflexión», y una
de ellas toda asombrada, me dice: «Do you think so?». Pues bien, estas
muchachas, a estas horas, están capacitadas para ser profesoras de
Ciencias en escuelas secundarias y universitarias […]. Si esto nos ocurre
en el Instituto [Escuela] con un chico de 12 años, lo menos que hacemos
es calificarle de anormal.

Y, a raíz de esta y otras anécdotas, reflexiona sobre cómo


las últimas generaciones británicas no estaban a la altura
para sostener el papel del Imperio británico en el mundo,
según ella. Para junio, la pensionada preparaba su vuelta a
Madrid y pedía a doña María un cuarto en Fortuny 53:
«Creo que el año que viene habrá también varias
americanas y tengo el firme propósito de no abandonar el
inglés y aprovechar toda ocasión de hablarlo y oírlo» (ARS,
38/23/7-8).
En definitiva, el informe final que Margarita de Mayo
Izarra entregó a la Junta concretaba el resumen de su
actividad: en sus prácticas en King Alfred School estuvo
dirigida por Mister Wicksteed, y en King Alfred Play
Garden, por Miss Kelly. Se movió por otras muchas
escuelas: la High School for Girls, Montessori House y
algunas más en Londres; se trasladó a Oxford —Christ
Church College— y a Dublín, al Trinity College.
De vuelta a Madrid, Margarita se reintegró al núcleo que
apoyaba a María en la dirección simultánea de la
Residencia, el Instituto-Escuela y el internado de niñas de
Miguel Ángel, como otras residentes/trabajadoras que
figuran en estas páginas (Eulalia Lapresta, Pura Arias,
Sánchez Arbós, Ramírez de Arellano, Enriqueta Martín
etc.). Se unió al equipo que permanecía como responsable
de la Casa en los veranos y que resultaba imprescindible
para suplir las ausencias de doña María en sus viajes. Su
ayuda sobresalió durante el periplo norteamericano de la
directora en 1923 y, al final de aquel verano, mientras
María prolongaba su descanso en familia, se ocupó de las
matriculaciones en el grupo de niñas, de la distribución de
folletos del Instituto-Escuela y de la Residencia: «13 de
septiembre de 1923 […]. Le envío la relación que me pide
de las chicas de Cultura general. A estas hay que agregar
dos peticiones más que nos han hecho y dos probables de
Bachillerato […]. La matrícula del Instituto va muy bien,
aunque solo hay 50 instancias estas son de gente nueva […]
y no es aventurado esperar 150 chicos más que el curso
anterior» (ARS, 38/23/17). Al tiempo que se ocupaba del
repaso de mantenimiento que la Casa recibía en verano:
«17 de septiembre de 1923 […]. Por aquí nada de
particular, si no es que los pintores se han declarado en
huelga, dejando sin pintar tres pabellones. Pero a nosotras,
no nos pueden las huelgas, y para demostrarlo, esta tarde
Rafaela [Ortega], María [Arbós] y yo entramos en funciones
de pintoras honorarias de brocha gorda, ni más ni menos
que si fuéramos norteamericanas» (ARS, 38/23/18).
Como se diría coloquialmente, «no se les caían los
anillos». En cualquier otro sitio que no fuera la Residencia
de Señoritas, resultaría inconcebible que señoras de la
burguesía —rodeadas siempre de abundante servicio— se
«arremangaran» para emplearse en estas funciones casi
masculinas, a ese nivel también llegaba la influencia
internacional —como la autora señala—, que habitualmente
solo consideramos en materia académica.
Desde esta situación consiguió —hay que suponer que a
propuesta de María de Maeztu— una de las becas que
ofrecía el Comité de Boston y, tras lograr de la JAE la
consideración de pensionada, viajó al Vassar College —en
Poughkeepsie, estado de Nueva York—, a un departamento
que le garantizaba condiciones inmejorables para su
proyecto de seguir especializándose en la pedagogía
aplicada a la enseñanza femenina. No podría imaginar
entonces que, tres décadas después, se jubilaría como
miembro de esa institución a la que llegaba para impartir
las prácticas de las clases de español. Cruzar el Atlántico
para enseñar en una universidad americana en un marco
académico nuevo, en un país con costumbres tan
diferentes, no es fácil hoy; hace un siglo implicaba una
aventura solo para heroínas, aunque Margarita iba
acompañada de una viajera experimentada, Enriqueta, y de
Carmen Húder. El viaje no fue fácil. Las españolas
partieron desde Le Havre en el paquebote France en
agosto de 1924; usando el papel de la Compañía
Trasatlántica, Margarita escribió a la Residencia justo
antes de desembarcar. «À bord, 11 septiembre 1924.
Parece que de esta no muero, pero poco me ha faltado.
Mañana —si Dios quiere— llegaremos a Nueva York, donde
tenemos que pasar por las horcas caudinas antes de entrar
[…]» (ARS, 38/23/1). Las pensionadas navegaban en tercera
clase y tenían que pasar el duro trance aduanero de la Isla
de Ellis con la mayoría de la emigración. Una vez realizados
los controles de entrada, les esperaban profesoras
norteamericanas, amigas de la obra de la Residencia, y
también becarias, estudiantes que habían pasado por
Madrid y, ya más acompañadas, se dirigían al consulado de
Nueva York, donde se registraba su estancia en el país.
Una carta de primeros de octubre nos muestra a una
Margarita plenamente integrada y dispuesta a aprender en
cualquier oportunidad, en un marco que siempre se le
presentó más risueño que el de su estancia londinense;
probablemente lo era, pero también sucedía que se
aprende con la experiencia: el clima de Nueva York no es
amable, por ejemplo, pero en esta segunda ocasión, sin
embargo, no hubo una queja.
Vassar College, Poughkeepsie, NY. 5 de octubre de 1924
[…] Aquí me tiene […] haciendo propaganda de la Residencia, aunque
poco podremos añadir a la mucha labor que viene haciendo Miss
Fahnestock en este terreno […]. Ella se encarga también de que la vida
nos sea lo más agradable posible y lo consigue a poca costa, porque ¡es
tan fácil vivir bien en estos colleges! […].
Aun las clases se hacen agradables, porque las chicas trabajan con
mucho interés […]. Hasta la comida —que suele ser el punto flaco en los
países anglosajones— es abundante, sana y no tiene nada que envidiar a
la española […] (ARS, 38/23/22).

Ya se dijo que Edith Fahnestock, la directora del


Departamento de Español, estuvo siempre muy ligada a
doña María y a su obra para la educación superior de las
mujeres españolas. A Margarita, los problemas que se le
plantearon en aquella estancia no los ocasionaban las
circunstancias americanas, que no podían ser más
satisfactorias, sino la inestabilidad de su posición en el
Instituto-Escuela, porque la JAE, en malas relaciones con el
Directorio de Primo de Rivera, tenía dificultades para el
reconocimiento oficial definitivo de su profesorado. Ahí
radicó su incertidumbre sobre si prorrogar su estancia en
aquel marco idílico para el estudio o regresar para
maniobrar en Madrid, más cerca de los órganos decisorios.
Tal como había sucedido desde el Reino Unido, la
profesora se dirige en paralelo a sus dos mentores,
Castillejo y Maeztu, cartas en las que se narra en esencia lo
mismo, pero de modo distinto. El 3 de diciembre escribe a
Castillejo transmitiéndole sus pasos y proyectos
inmediatos, y cómo Miss Fahnestock había dispuesto un
plan de visitas a diversos centros neoyorquinos para
después de Navidad466:
[…] Poco es lo que he visto hasta ahora, pero sí lo suficiente para
comprender que si bien algunas enseñanzas —literatura, por ejemplo—
rayan a una altura incomparable, en cambio Geografía, que es lo que
sigo con más interés, creo que no solo en Inglaterra, sino en España, en
el Instituto-Escuela, se hace más y mejor. Estas cosas me alientan a
seguir trabajando en este campo, con la mirada puesta ahí, por supuesto.

Geografía había sido el descubrimiento en Londres;


Literatura lo sería en el Vassar, y resultaría un hallazgo
definitivo. Continúa comentando al secretario su intención
de asistir en verano al Teacher’s College de Columbia.
Después de Navidades, en el ánimo de la española pesaba
la incertidumbre de su futuro. Se dirige a Castillejo el 5 de
enero para que le aconsejara si le convenía más regresar a
Madrid aquel verano o permanecer otro curso en aquel
mundo: «Si es conveniente que vuelva en agosto, tendría
que buscar trabajo en un curso de verano, pues con los
ahorros del curso no se puede emprender el viaje. De
quedarme un curso más sin perder mis derechos en el
Instituto-Escuela […] me quedaría en Columbia […] me
atrevo a pedirle me diga qué haría V. en mi lugar». En un
margen del papel, a lápiz y a mano aparece la nota: «Que
se apunte al Teacher’s College y siga allí».
Ese mismo 5 de enero, envió la profesora a la Srta. de
Maeztu copia de su carta a Castillejo, planteándole
igualmente a ella su opinión sobre si su regreso sería, o no,
lo más acertado. Añade que, si se quedara, tendría que
buscar clases en otro college y que la profesora Susana
Vernon estaba pensando en Brooklyn, para terminar
recordando que:
[…] El día 26 [diciembre] fuimos Enriqueta y yo a comer a casa de D.ª
Susana y allí encontramos a Mrs. Hamilton. Pasamos un día muy
agradable y la recordamos mucho. Ayer creo que se reuniría toda la
colonia española e hispanófila a tomar el té. Nosotras no pudimos ir
porque V. sabe cómo cansa y excita la vida de Nueva York y tuvimos que
volver el sábado a fin de empezar las clases descansadas (ARS,
38/23/24).

Cecilia Hamilton era otra de las profesoras de español


que había trabajado años en el Instituto Internacional de
Madrid, otra vieja conocida de las españolas, pues.
Para febrero, Castillejo había enviado su respuesta y
Margarita se lo comentaba a María, en una expresiva carta
que refleja, sobre todo, el ambiente de interinfluencias que
reinaba entre el entorno de la Residencia y el Vassar; es
decir, que ilustra cómo entre unas y otras se fueron
tejiendo las redes científicas de los futuros intercambios y
cómo se creó un entorno que sirvió para la acogida de las
españolas cuando llegó el exilio. Castillejo se decantaba por
que permaneciese en Estados Unidos, como acabo de
indicar; textualmente expuso: «[Si] los nombramientos los
hace la Junta, la tendrán presente aunque usted no esté
aquí y si los hiciera otra persona o entidad creo que no
adelantaría usted nada con venir para influir a favor de su
nombramiento», y narra la pensionada a doña María:
26 de febrero de 1925
[…] Lo de la beca del Teacher’s College no se ha arreglado a pesar del
mucho interés que puso en ello Mrs. Vernon […]; he solicitado trabajar
este verano en Middlebury. Sé que viene su hermano a dar unas
conferencias y esto es ya un aliciente para nosotras […].
Recibí el recorte que me mandó de la velada en honor de Gabriela
Mistral y solo le diré que el telerecorte [sic] dio mucho juego en nuestras
clases al hablar del feminismo español e hispano-americano. En este
correo le mando un ejemplar de la Nueva Democracia, semanario latino-
americano […]. Pienso suscribirme a él. Si V. cree que pudiera tener
algún interés para las muchachas de esa casa a fin […] de sostener en
ellas el espíritu de solidaridad hispano-americana que Gabriela Mistral
haya dejado en ellas, no tiene más que indicármelo y se lo iré remitiendo
[…].
El otro día estuvieron aquí D.ª Susana e Isabel de Oyarzábal. Creo que
Enriqueta le ha mandado a V. una foto de los trajes que exhibió.
Causaron verdadera sensación […] (ARS, 38/23/26).

Así era, el verano de 1925 Ramiro de Maeztu impartió un


ciclo de conferencias en Middlebury; en todos los medios
españoles de aquel país su gira obtuvo mucha repercusión.
En esta carta surgen dos temas concretos sobre los que
giró el aprendizaje del español ese curso en el Vassar: la
diversidad y riqueza del folclore español y sus trajes
regionales y el feminismo. Las menciones a la prensa nos
apuntan otra de las facetas de Margarita, que introduce el
feminismo en sus clases, lógicamente por su interés
personal, e igualmente incorpora la prensa en la docencia,
lo que resultaba innovador. En años sucesivos, la profesora
también ejercerá el periodismo y en la década de los treinta
serán frecuentes sus colaboraciones con ABC y Nuevo
Mundo. La revista Nueva Democracia se publicaba en
Nueva York como órgano del Comité de Cooperación
Latino-Americano.
Después del verano en Middlebury, la profesora ingresó
en la Universidad de Illinois. Sus planes, no obstante,
quedaban supeditados al futuro profesional de su hermana
Nieves junto a Maeztu: «19 de junio de 1925 […]. Mi
estancia aquí será cosa de un par de años, si, como espero,
Nieves sigue saliendo airosa con su trabajo y contando con
la confianza y estimación de V. En caso contrario, como su
porvenir me interesa, me la traería aquí a una oficina y ya
sería más difícil poder fijar la fecha de vuelta» (ARS,
38/23/27). Tanto en Madrid como en el Vassar, no dejó
nunca de ocuparse del bienestar de su hermana menor, de
quien se sintió siempre responsable. No es el primer caso
en el que se observa cómo las hermanas mayores «tiran»
de las más jóvenes; en este momento, Margarita se desvivió
por conseguir para Nieves la protección de María de
Maeztu.
Aunque la actitud de Mayo Izarra buscaba trasladar a
España su aprendizaje, su regreso solo sería temporal.
Retomó sus clases del Instituto-Escuela en 1926 y sus
responsabilidades en la Residencia pero, enseguida, tomó
la resolución, poco frecuente para una mujer en su época,
de optar por los Estados Unidos, donde se le ofrecía un
horizonte económico y profesional más prometedor. Una
decisión que habían ido aceptando otros miembros de la
JAE muy conocidos, como Federico de Onís, César Barja,
Antonio García Solalinde o los hermanos Centeno Rilova,
Juan y Augusto. En el caso de las mujeres, una apuesta así,
que antepusiera su desarrollo profesional a otras
consideraciones, resultaba excepcional, si bien hay que
reconocer que no se trataba de la primera; para entonces,
Carolina Marcial Dorado467 ya estaba bien consolidada en
Columbia y la periodista Teresa Escoriaza se había
establecido en Montclair University. Ambas, como explica
Pilar Piñón, habían sido estudiantes del Instituto
International y conocían al profesorado norteamericano, lo
que tal vez había hecho algo más fácil su determinación.
De manera que, después de un año en Madrid, vuelve al
Vassar en 1927, como lectora, y aunque mantiene su
vinculación con la JAE, que la sigue clasificando hasta 1934
como personal de la institución trasladada temporalmente,
aquel será su destino definitivo y desde entonces solo en
vacaciones volvería a España. En 1935, para regularizar allí
su situación, solicita un certificado a la JAE, que sirve para
cerrar su vinculación administrativa con la institución,
aunque no con la obra de la Residencia. Margarita de Mayo
actuó como puente entre Madrid y el Vassar College: se
ocupó de potenciar el intercambio de becarias y de la
acogida de otras colegas que llegaron más tarde, de Pilar
de Madariaga Rojo, en 1929, y ya en 1935, de Concepción
Carro Alcaraz, licenciada en Derecho, y luego conocida
como gran actriz por su seudónimo, Conchita Montes468.
Además, al igual que a ella le había ayudado compartir
tiempo y recuerdos con otras personas que conocían la
Casa de Madrid, Margarita también cumplió ese rol con
otras pensionadas. Así escribe María Paz García del Valle,
pensionada en Radcliffe, sobre la Navidad de 1932: «Con
Margarita Mayo estuvimos cenando en un restaurante
español. Me tomé una sopa de ajo y un cochinillo asado que
me supieron a gloria. Estuvo hablando de la república que
no dejó a uno sano, ¡cómo puso verde a todo el mundo!»469.
El comentario de Paz nos conduce a un último tema, el
talante políticamente conservador de esta mujer tan
aventurera en todo lo demás, distinguiéndose así de las
personalidades más destacadas de su círculo, incluido, por
ejemplo, el mismo José Castillejo. Elena Sánchez de
Madariaga plantea su progresiva derechización a raíz de la
relación afectuosa que siempre mantuvo con Pilar de
Madariaga; de hecho, Margarita de Mayo buscó e hizo
posible el regreso de Pilar al Vassar en 1939, ya como
exiliada. Del mismo modo, M.ª Josefa Lastagaray destaca la
larguísima amistad de Mayo con María de Maeztu y su
papel en su visita a los Estados Unidos, huyendo de
Madrid, en 1936. Mayo se implicó en conseguir que el
Departamento de Español ofreciera una plaza a la
pedagoga, oportunidad que esta rechazó optando por
Buenos Aires, pero la correspondencia y la confianza entre
ambas superó ese desaire.
Como decía, el estudio del español en el Vassar simboliza
esos vínculos que se habían ido trazando desde 1915 a
través del International Institute y la Residencia, y se
enriqueció con la acogida de la diáspora española después
de la Guerra Civil; al departamento llegaría, además de
Pilar, Sofía Novoa470. Sofía era musicóloga; Pilar de
Madariaga, científica; el exilio las hizo readaptarse para la
enseñanza del español y, como bien explica Elena Sánchez
de Madariaga, este grupo de antiguas residentes —
Margarita, Pilar y Sofía— constituyó el núcleo del
departamento en el Vassar y las tres fueron desempeñando
su dirección a lo largo de dos décadas, los años cuarenta y
cincuenta del pasado siglo471.
CÁNDIDA CADENAS CAMPOS… ENEMIGA DEL TIEMPO
A Cándida Cadenas Campos le encantaban las flores. Ella
pertenece, como Enriqueta Martín o como García-Andoín,
al grupo de estudiantes con el que abre la Residencia en
1915/1916 y hasta 1934 se extiende una correspondencia
que deja de manifiesto su vínculo con la institución hasta el
final de esta. Había nacido en Villaquejida (León). Su
padre, Felicísimo Cadenas, era médico castrense y la
familia vivió en Melilla y en Málaga, desde donde tanto
Cándida como su padre escriben a doña María. Felicísimo
Cadenas figura entre los padres más pendientes del
desplazamiento, las necesidades y las características del
«colegio» al que mandaba a su hija. Su correspondencia
tiene la singularidad de que, en ocasiones, escriben a la
directora, conjuntamente, padre y madre, lo cual confirma
que el desplazamiento de Cándida obedece a un decisivo
acuerdo familiar, que perfectamente hubiera podido ser
incluido en el primer capítulo —padres e hijas— para
ayudar a entender qué significa para estas familias
renunciar a la cercanía de las jóvenes y también la
tranquilidad que les ofrecen María de Maeztu y la
Residencia. La estudiante llegaba a Madrid para asistir a la
Escuela Superior y, una vez instalada, contó en casa cuánto
le gustaba el lugar, por lo que unos padres ya más
tranquilos declaraban el contento que las informaciones de
su hija les producían:
El Subinspector Médico de la Comandancia General de Melilla
10 de noviembre de 1915
[…] Con extensos detalles nos describe la buena habitación que
disfruta, la abundante y buena alimentación que les dan, el amable y
cariñoso trato de que son objeto por parte de V., la independencia y
libertad de que gozan, dentro de la obediencia y disciplina que en tales
centros es de necesidad, las buenas compañeras que tiene, las
conversaciones amistosas con que V. les facilita los estudios, los medios
de ilustración de ese Colegio, entre ellos la nueva creación de clases y
profesores de idioma, literatura, historia, pedagogía. En una palabra, que
la niña se halla encantada de estar ahí […],

Y a pesar de todo, interviene Cándida Campos, la madre,


encomendando muy personalmente a su hija al cuidado de
la profesora:
Ratifico todo cuanto dice mi marido, y me dispensará que como madre
le añada que: queda V. autorizada para hacer en todo mis veces y
dirigirla como si fuera yo, pues como tiene tan poca edad deseo
particularmente que la vigile […] hay circunstancias en la vida en esas
edades que necesitan de la inspección y buen consejo de una madre.
Creo que con su buen talento entenderá perfectamente lo que quiero
significar […] (ARS, 26/54/2).

Una vez más, queda muy bien explicitada la tutela


personal y la confianza en María que explicaba que los
padres vencieran reparos y temores y permitieran la
marcha a sus hijas, bajo el cuidado de la Srta. de Maeztu.
Cándida pasó en Madrid el curso 1915/1916 y regresó a
casa para las vacaciones de verano; aunque no era lo más
habitual, parte del regreso lo hizo sola y la experiencia le
produjo una inquietud que se percibe en la carta que envía
a la Residencia para comunicar que todo fue bien:
Melilla, 11 de junio de 1916
[…] Hice un viaje muy bueno, aun cuando no pude dormir en toda la
noche, llegamos a Córdoba a las 10 de la mañana y allí encontré una
familia que iba precisamente a Melilla, de suerte que tuve acierto en
llegar ese día. En Málaga me esperaba la Sra. de un capitán de Estado
Mayor a quien mi papá había pedido el favor, por ser imposible ir ellos.
La travesía del mar fue buenísima, pues parecía que estábamos
parados continuamente; yo dormí muy bien hasta el día siguiente, que
llegué a Melilla, donde encontré buenos y muy contentos a mis padres y
hermanos (ARS, 26/53/7).

La inquietud le quitó el sueño la primera noche y ya pudo


descansar más tranquila, sintiéndose cerca de casa, la
segunda. Su evolución personal mostrará una persona muy
diferente en poco tiempo. La experiencia de la Residencia
le dará seguridad e independencia y la convertirá en una
mujer resuelta, algo que no se consigue sin esfuerzo. La
numerosa correspondencia sostenida de 1915 a 1918 entre
la familia y la Residencia añade pequeños rastros para ir
componiendo el cálido entorno de aquellos primeros años y
ese tono de gran casa familiar. Para informar del regreso a
Melilla, finalizado el segundo año de estudios, coge la
pluma Felicísimo Cadena: «18 de junio de 1917 […] muy
satisfechos estamos del resultado final del curso (aunque
en alguna asignatura tuvo sus apurillos) […] pero muy
especialmente lo estamos de la dulzura y cariño con que
ustedes la tratan [y] la participación de contento que en sus
pequeños éxitos se toman […]». La madre añade, a
continuación, su personal agradecimiento y, finalmente, la
estudiante comenta la travesía: «Llegué bien a esta
población después de un buen camino, pues tuve la suerte
de encontrar una señora que con su nietecita venía a
Málaga y fue muy amable todo el tiempo para conmigo
[…]» (ARS, 26/54/6).
Nos imaginaremos la escena en la que una joven inquieta
sigue apresurada al mozo que le lleva el baúl, mientras
sujetaba el sombrero y el hatillo de libros, y miraba ansiosa
al pasaje en la explanada de Atocha, buscando la persona
de confianza, otra mujer… o mejor un grupo familiar, al que
unirse para sentirse más protegida.
La carta del verano de 1918, concluida con éxito su etapa
de la Escuela Superior, plantea otra realidad: la dificultad y
hasta el descontento que estas jóvenes sentían al retomar
una vida provinciana —la protagonista vivía ahora en
Málaga, a cuyo Hospital Militar había sido trasladado su
padre—, tras una estancia en ese mundo culto y, en algún
modo, sofisticado que la Residencia les había abierto:
9 de septiembre de 1918
[…] En mi última lamentábame de la monotonía de mi vida presente sin
pensar más que en divertirme, lo cual me satisface para una temporada,
pero nada más, mi mayor satisfacción hubiese sido volver este año a la
Residencia y continuar estudiando, varias veces lo he dicho a mis padres
y me responden con razones que yo comprendo suficientemente: me han
dado una carrera para la cual hicieron sus esfuerzos y ya no les es
posible sufragar los gastos que mi estancia en Madrid les ocasionaría […]
(ARS, 26/53/11).

Llegó el ofrecimiento de un puesto, pero a Cándida no le


pareció suficiente su retribución y argumentó cuán caro
estaba todo a consecuencia de la guerra mundial en aquel
fatídico 1918 y que, en su casa, se había casado su
hermano, lo cual, unido a la mudanza doméstica, había
terminado con los ahorros familiares. En suma, que le
solicitaba buscarle «algún cargo en la Junta» para mejorar
el sueldo (ARS, 26/53/13), y doña María lo consiguió. No
obstante, a las ganas de la aspirante se antepuso la gripe:
Málaga, 21 de octubre de 1918
[…] He perdido más de 5 kilos de peso en este mes y sufro con
frecuencia dolores de cabeza, mis padres no obstante mi insistencia se
oponen a que marche hasta no estar respuesta completamente. ¡Qué
mala suerte! Después de tanto desear su ofrecimiento, al llegar me veo
imposibilitada para acudir a él inmediatamente y tal vez empiecen las
clases y no puedan esperarme (ARS, 26/53/14).

Finalmente, también ella formó parte de ese grupo de


estudiantes con empuje que, al responsabilizarse de las
distintas tareas de la Residencia y el Instituto-Escuela,
pudieron seguir ampliando su formación. En la Residencia
tenía a su cargo ciertos cuidados para el mantenimiento y
la ornamentación de las zonas comunes. Como la directora
pasase esa primavera de 1919 en Estados Unidos, Cándida
le remitió un fantástico informe de sus actividades: «21 de
mayo de 1919 […]. El salón y el comedor siguen tan
monísimos como siempre […]. En una de las anteriores
juntas, pedí al Sr. Jiménez [Fraud] nos enviase alguna vez
flores de la Residencia y tan amables han sido que desde
entonces no tengo necesidad de comprarlas […]. La Sra. de
Espada me ha llamado algunos días a fin de enseñarme a
colocar las flores a estilo japonés […] es una forma más
sencilla y elegante […]» (ARS, 26/53/16b).
Don Gonzalo Jiménez de la Espada y su esposa, Isabel
Suárez, habían regresado a España en 1916, después de
una larga estancia del profesor en Japón enseñando
español. Jiménez de la Espada, ligado a la ILE desde su
infancia, desempeñaba la dirección de la Residencia de
Niños de la Residencia de Estudiantes y se ocupó también
en la Secretaría de la JAE. La misma persona que enviaba
estos delicados detalles continuaba explicando una
anécdota, que ya quedó recogida en el capítulo destinado a
las becarias, aludiendo al trabajo diversificado de estas y,
particularmente, al sentido de la disciplina que algunas
practicaban en la Residencia. Me refiero a la fundación del
«Club de Estudio Matinal» para fomentar el estudio de
madrugada en la biblioteca y en cuyo reglamento las
asociadas fijaban sanciones para quien no estuviera ya
sentada en la mesa de trabajo a las cinco y media de la
mañana. El testimonio dibuja la sensibilidad y la
rigurosidad que, simultáneamente, constituían el ambiente
de la Residencia: flores y libros, se podría decir. Nada
puede extrañarnos, por tanto, que el siguiente verano
Cándida escribiera a su mentora indicándole que le habían
otorgado, ya como inspectora de enseñanza primaria, su
destino en Zamora y no faltaron las flores:
Málaga, 10 de mayo de 1920
[…] En esta época abundan las flores en esta población, no pueden
figurarse los deseos que he sentido mil veces de poder hacerles una
visita y adornar con lindos claveles o rosas nuestro comedor o el
simpático saloncito; pero ya que me encuentro en la imposibilidad de
realizarlo, quiero al menos hacerme la ilusión de ello. Acepte V. pues este
pequeñísimo recuerdo en el que puse todo mi cariño; nadie quise que
tocara estas flores, yo misma las recogí de las plantas y recién cortadas
se las envío […]. Es muy poco esto para lo que Vds. se merecen, pero
solo quiero que vean en ello mi cariño y el mejor de los recuerdos.
Tendría mucho gusto en que Rafaela pusiese en mi nombre algunas de
las más bonitas para su Virgen (ARS, 26/53/18).

Y en septiembre, sobre un papel de cartas que lucía su


anagrama —las tres Ces de su nombre—, comunicaba que
se dirigía a regañadientes a su nuevo destino; a una joven
que no se adaptaba ya a Málaga, menos aún le interesaba
Zamora:
Málaga, 5 de septiembre de 1920
[…] Supongo sabrá V. ya mi destino en Zamora de Inspectora de
Primera Enseñanza, verdaderamente no me convenía este destino, pero
por no retrasarme en mi carrera iré a él. Ya tomé posesión desde aquí y
el 10 o 12 me iré, pasando por Madrid […]. ¿La Residencia estará ya
abierta? […]. En ese caso podría yo pasar ahí [la noche], puesto que he
de ir sola (ARS, 26/53/19).

Pasaban los años, pero no terminaba de acostumbrarse a


eso de los viajes en solitario; tampoco a Zamora, donde no
estuvo mucho tiempo. En cuanto pudo, escapó, y la ocasión
le vino con la idea de hacer un curso de manualidades que
una de las profesoras norteamericanas del International
Institute impartía en la Residencia, Anna F. Webb. Solicitó y
obtuvo un permiso, de abril a junio de 1921, para recibir
esa formación; con lo cual retornó en primavera a Madrid,
saliendo de Zamora, a donde tuvo que regresar después del
verano. Para entonces, sin embargo, ya había tomado una
decisión arriesgada, la de conseguir, con apoyo de María,
una de las becas que otorgaba el Comité de Boston y
marcharse a los Estados Unidos. Obtuvo la consideración
de pensionada para el curso 1922/1923 y se dirigió a un
lugar del que seguramente no había oído hablar nunca
antes —y que, en cuanto a aburrimiento, superaba a
Zamora—, St. Paul, la capital del estado de Minnesota, que
tenía un centro femenino, St. Catherine’s College. Al leer
sus cartas de los comienzos, lo primero que se nos ocurre
es lanzarle la pregunta de Fernando Colomo: «¿Qué hace
una chica como tú en un sitio como este?». En su
imaginación, Norteamérica no iba más allá de las grandes
ciudades con rascacielos e inmensas avenidas o podía
conocer, a través de la Residencia, algo de los prestigiosos
colleges del Este, pero, como María Oñate, terminó en un
lugar distante y solitario, una pequeña ciudad del Medio
Oeste, que en el marco norteamericano, salvada la
distancia y hace un siglo, no iba mucho más allá que la
provinciana Zamora, socialmente hablando, por no entrar
en comparaciones de historia y arquitectura con la noble y
bella ciudad castellana. Bastante desolada, escribe sus
primeras cartas a Castillejo, ofreciéndole detalles. En St.
Paul nada le había llamado la atención, ni los edificios ni las
personas, y describía a las estudiantes como «faltas de
trato y delicadezas de una buena sociedad […] pensaba que
con una buena educación todo el mundo iba a ser refinado
y veo que no», algo que ella justificaba porque el sitio
estaba alejado de todo, aunque en el ejercicio comparativo
algunos aspectos salían mejor parados:
[…] He encontrado verdaderamente admirable el aprovechamiento del
tiempo que tanto perdemos en España […]. Los relojes de timbres
eléctricos marcan los cambios de ocupación con una precisión tan
matemática que la puntualidad es indispensable […]. Se trabajan muchas
horas y no recuerdo haber trabajado tanto, por eso creo que las
muchachas de aquí no son muy inteligentes, porque si en España se
trabajara tanto habría grandes eminencias […].

Años antes, una jovencita y becaria Cándida Cadenas ya


había dado muestras de su obsesión con los relojes, el
tiempo y la puntualidad, en la carta ya recordada. Llegó a
un mundo que, al menos, parecía funcionar con sus reglas
del tiempo. Y seguía:
En cuanto a mis clases durante estos cuatro meses han sido diferentes.
En los tres primeros meses me dediqué a estudiar el idioma, porque, al
llegar, vi que el inglés que aprendí en España apenas me servía,
siéndome indispensable acostumbrar el oído al acento y la
pronunciación; ahora todo el mundo admira los progresos que hice
pudiendo comprender muy bien y expresar cuanto deseo. También seguí
el trimestre último los cursos de gimnasia y juegos que, ya sabe V., cómo
me interesan y con gran facilidad he aprendido los ejercicios de unos y
las reglas de otros, tomando parte en algunos partidos y juegos del
college, y además he seguido una clase de pintura decorativa y comercial
que es la que utilizan para pintar los artísticos anuncios de los tranvías,
carteles decorativos, etc. No sé qué nombre tiene en España, pero
supongo que V. me comprende. Me gusta mucho porque se aprende
sobre todo a combinar los colores armónicamente y como es un trabajo
relativamente sencillo, me parece que sería de gran utilidad en nuestras
escuelas, enseñando con ello a las niñas un poco de arte y cultivando
artísticamente su gusto para el empleo de los colores en cualquiera de
los usos de la vida.

Es decir, que, además de la gimnasia, Cándida estudió


diseño publicitario.
Esto fue hasta Navidad, y desde primeros de año, sin dejar el estudio
del inglés y las otras clases, he comenzado a trabajar más intensamente
sobre la organización de las Escuelas primarias y secundarias. Ya he
visitado algunas que me han gustado extraordinariamente, los edificios
son tan magníficos y están dotados de tantas comodidades y adelantos
que he sentido verdaderos deseos de poder transportarlos a España.
¡Qué bien se puede enseñar en estos locales! Con tan buena luz, bien
ventilados, agradable calefacción, material moderno. Yo, que siempre fui
muy española, ahora que estoy tan lejos de mi patria me siento
terriblemente unida a ella y todo lo bueno que veo quisiera llevármelo,
entristeciéndome los defectos que ahí tenemos, que necesariamente
tengo que reconocer en la comparación y quisiera tener el poder
suficiente para quitárselos; V. no puede suponer el entusiasmo con que
trabajo pensando que pueda hacer algo, por poco que sea, en beneficio
de nuestro progreso nacional.
No pensaba que me fuera a acordar tanto de mi tierra. He pasado
muchos días de nostalgia y creo que habré llorado más que en toda mi
vida.
Hay bastantes diversiones en el college y tengo amistades que me
llevan de cuando en cuando a teatros, bailes, etc., pero el carácter de
estas gentes es tan frío que me cuesta mucho trabajo acostumbrarme y
me siento sola y aislada entre tanta gente.
Pero no quisiera volver a España sin conocer algo más de los Estados
Unidos, desearía viajar un poco y visitar otras poblaciones, por lo cual he
decidido solicitar prórroga de mi permiso por otro año y enviar una
instancia al Presidente de la Junta […]. La posición que dejo en St.
Catherine’s College tengo facilidad para sustituirla en la Universidad de
Madison donde me ofrecen algo equivalente o mejor, si doy algunas
clases de español en el próximo curso […]472.

La carta, con esa minuciosidad en los detalles de su


ánimo y en la descripción de sus quehaceres, resulta
fascinante. Además de la perseverancia y la laboriosidad
que ya se había ido descubriendo, se observa aquí la
curiosidad y el interés por descubrir lo nuevo. A pesar de
esa falta de conexión con la población, persiste en su
propósito de permanecer en los Estados Unidos un segundo
curso, para encontrar las modernas ciudades que había ido
a buscar y las novedades pedagógicas que perseguía.
Negocia con la JAE para que le mantuvieran la
consideración de pensionada y se ocuparan de la prórroga
de su situación administrativa en el Ministerio de
Instrucción Pública, para no perder en el escalafón.
Cuando Cándida terminó el curso en el college, aunque
en vacaciones, tampoco quiso perder el tiempo, como ella
misma narró a Castillejo, el 18 de diciembre desde
Madison, Minnesota, su nuevo destino:
En las vacaciones pasadas aproveché para viajar un poco y visitar
algunos de los más importantes lugares de aquí, pues estuve en Ann
Arbor, Michigan, donde el Sr. Wagner me atendió muchísimo,
mostrándome la Universidad.
De allí fui a Detroit y cruzando el lago a Buffalo y luego a Niagara
Falls; de aquí tomé el tren hasta Albany y allí el vapor para continuar por
el Hudson hasta Nueva York. En Nueva York pasé unos días e hice una
excursión a West Point, que es uno de los lugares más pintorescos del
Este. Después pasé a Middlebury, Vermont, donde pude hacer lindas
excursiones por las montañas, residiendo algunas semanas en una
Escuela de Español, donde trabajé para cubrir mis enormes gastos; y así
pude más tarde continuar mis viajes, ahora acompañada por otra
p j p p
señorita francesa. Fuimos a Boston desde donde visitamos todos los
históricos lugares de sus alrededores durante unos seis días, tomando al
fin el tren para Nueva York; pero como ambas deseábamos conocer el
país lo más posible, hicimos el viaje de día en un buen tren por la línea
que sigue el borde de la costa, de esta forma tuvimos ocasión de
disfrutar lindísimos paisajes que se ofrecen a la vista del viajero por esta
línea produciéndonos muchas veces la impresión de estar en el mismo
mar […]. El día era encantador y nunca podré olvidar lo que disfrutamos
ese viaje.
Ya en Nueva York, nos detuvimos otros cuatro o cinco días visitando los
más interesantes lugares y recorriendo la ciudad sin más guía que
nuestros planos […]. Desde Nueva York fuimos a Washington, la capital
[…] donde tantas cosas interesantes encontramos que ver que no
obstante nuestros propios planes permanecimos hasta cinco días […].

Con gusto las hubiéramos acompañado. Charles Philip


Wagner, profesor del Departamento de Lenguas Romances
de la Universidad de Ann Arbor, había pasado temporadas
en España y fue un importante eslabón en las relaciones
intelectuales entre ambos países473. Prosigue Cándida
comentando que en septiembre llegó a Madison y que
estaba alojada en la Residencia de profesoras y alumnas
graduadas, y aprovechando múltiples posibilidades para
aprender, siempre con ese afán de traer a España las
innovaciones. Esta última parte puede seguirse en su
comunicación con María de Maeztu, a quien también
escribe ese diciembre para felicitarle las fiestas y desearle
un feliz 1924:
University Women’s Club, 12 East Street, Madison, Winsconsin, 14 de
diciembre de 1923
[…] Ya sabrá V. que me prorrogaron mi permiso un año más, por lo que
arreglé mis asuntos para ganar lo necesario a mi vida aquí y poder salir
del college, donde no tenía ocasión de conocer mucho de la vida de
América. Y así pues, vine aquí donde doy algunas clases de español al
tiempo que asisto como alumna a otras; aprendo inglés con dos de los
mejores profesores de la Universidad y continúo mis trabajos en las
Escuelas. Pero este año dedico más tiempo a los Cursos de Educación
Física, que sabe V. que me interesan mucho, así es que voy a clase de
natación, a otra de gimnasia, a otra de tiro al arco, a basket-ball y
también a bailes artísticos o de interpretación musical. Y cuando llegue
el buen tiempo seguiré otros cursos de juegos al aire libre; también
quiero aprender a patinar bien este invierno.
Con todas estas cosas comprenderá V. que no me sobre ni un minuto,
antes al contrario me faltan muchos […] (ARS, 26/53/24).

Se observa a una persona que había encontrado, por fin,


lo que había ido a buscar, novedades pedagógicas: la
especialización en Educación Física femenina y la
enseñanza al aire libre, que se conocía como escultismo,
que cultivó desde entonces como la pasión de su vida.
En septiembre de 1924 se reincorporó la inspectora a su
plaza de Zamora y en los siguientes años trabajó
frenéticamente, como no podía ser de otro modo en ella,
para seguir formándose y, simultáneamente, organizar
cursos y exhibiciones de gimnasia femenina con los que
implantar en España la cultura y la práctica del deporte
como parte de la docencia y la formación curricular de
maestras y alumnas. Su entrega mereció que el 4 de
febrero de 1927 le fuera otorgada la cruz de Alfonso XII por
Méritos en la Enseñanza de la Educación Física. Ese año,
además, fue nombrada por el Gobierno para integrar una
comisión que estudiara un plan nacional de implantación y
difusión entre la ciudadanía de prácticas de «Gimnasia,
Educación Física, Escultismo y Tiro». Siguió impartiendo
cursos de adiestramiento por las provincias de Zamora,
Ávila, Salamanca y Madrid y, como ella explica en un
curriculum vitae depositado en la JAE en 1929, «invitada
por la Real Sociedad Gimnástica Salmantina a fines de
mayo de 1928, presentó a un grupo de sesenta muchachas
ante S.M. el Rey, realizando con las mismas varios
ejercicios de gimnasia educativa, rítmica, juegos y danzas
artísticas, siendo llamada al final de los mismos por el
Monarca de quien recibió una calurosa felicitación». En esa
etapa, además, la pedagoga plasmó sus ideas en dos textos:
Proyecto para establecer una Escuela o Sección Superior
de Educación Física Femenina y Conferencia sobre
educación física femenina, ambos publicados en Zamora,
en 1928474.
Desde 1930 aborda otro desafío personal que la llevó a
realizar nuevamente serios esfuerzos, dentro y fuera de
España. Por un lado, se matricula en la Facultad de
Medicina de la Universidad Central para especializarse en
algo que hoy llamaríamos Medicina del Deporte; ella misma
se lo comentará a Castillejo, al finalizar en 1934: «No sé si
sabrá V. que terminados mis estudios de tres años en
Medicina y un curso de especialización, hice la Reválida y
conseguí el título de Profesora de Educación Física por la
Universidad de Medicina de Madrid». Por otro lado, retoma
la asistencia a institutos internacionales especializados: en
1930 pasó el verano en un centro en Lancanshire, el
Waddow Hall, en Clitheroe, punto de encuentro de la
organización internacional de los Scouts —en su caso, de
las chicas scouts—, desde donde, como siempre, saludaba a
sus amigas de la Residencia (ARS, 26/53/1).
Con posterioridad, acudió al Instituto Émile Jacques
Dalcrozze de Ginebra, especializado en el aprendizaje a
través del ritmo —era un lugar de culto para las residentes
pedagogas y por él desfilaron muchas de ellas—, y por
último, en 1934, a la English Scandinavian Summer School
of Physical Education, Milner Court, Sturry, de Kent, desde
donde volvía a comunicar con Castillejo, el 14 de agosto de
1934. Le explicaba que, aunque su título de la Facultad de
Medicina la acreditaba para desempeñar cierto ejercicio
profesional en España, de cara a sí misma ella le daba
mayor importancia a la formación permanente y por ello la
buscaba en centros punteros, como esa escuela
angloescandinava, que le habían recomendado en la World
Association of Girl Guides and Girl Scouts, asociación de la
que formaba parte y con la que había colaborado en
Lancanshire. Ni la JAE ni el Gobierno la habían becado, así
que «aquí he venido por mi propia cuenta […] el sacrificio
ha sido grande, pero creo que la labor y el beneficio que
estoy recibiendo lo compensa todo».
Era una escuela de verano que recibía profesorado de
Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia e Inglaterra y
alumnas de toda Europa: «Estoy muy contenta de haber
venido y me tratan muy bien porque soy la primera
española que ha venido para estudiar Educación Física […].
Da gusto ver a estas muchachas, tanto por su agilidad y
fuerza como por su belleza y, como en España nada hemos
hecho de fundamento en la Educación Física, me
interesaría que en nuestro país se hiciera algo bien
orientado»475.
Puede observarse que nunca renunció a difundir en
España todo lo que aprendía y, con ayudas del ministerio o
de la JAE, siguió organizando cursos para profesorado, sin
desatender sus labores de inspección, que desde 1933
desempeña en Salamanca. Como parte de sus actividades,
organizó en 1933 y 1934 viajes de estudios de los maestros
de Salamanca a Madrid para visitar distintos museos. En
todas esas iniciativas cuenta con el respaldo de la
Residencia: para su alojamiento, para organizar las visitas
guiadas por profesoras o estudiantes residentes en ella;
pero en 1934 pidió a María de Maeztu, y ella aceptó, que,
además, ofreciera algunas charlas de pedagogía a sus
maestros. La carta de agradecimiento que le dirigió recoge
una delicada muestra de esa transmisión de conocimiento
que buscaba desarrollar por todos los medios y cómo
seguía colocando a Maeztu y a la Residencia en el centro
de su formación cultural y ética:
Salamanca, 7 de diciembre de 1934
[…] No sabe cuánto se lo agradezco por este grupo de Maestros, que
trabajan con interés y a los que hace un año que se me asignó esta zona,
he unido mi labor, procurando con afán su mejoramiento.
[…] trabajan con entusiasmo pero carecen de orientaciones, por eso
deseo que aprendan y V. puede hacer una interesante obra influyendo
sobre ellos, dándoles aliento, ilusión y nuevas ideas que les fortalezcan y
den vida.
No sabe el gusto que tengo en llevarles a ver sus enseñanzas, como un
día yo también las recibí, así como si fuera V. la madre a la cual una de
sus hijas acudiera con una nueva familia para escuchar su voz […] (ARS,
26/53/30a).

Para entonces, Cándida Cadenas Campos, obsesiva con la


disciplina, el esfuerzo, la belleza corporal…, había
encontrado una ideología a la que adscribir sus
inclinaciones e ingresó en Falange476, y aparece como una
de las fundadoras de la Sección Femenina en Salamanca.
Después de la guerra, fue nombrada regidora de Cultura
Física. Mantuvo su destino en Inspección de Salamanca y el
1 de octubre de 1946 tomó posesión de su cargo como
inspectora en la provincia de Las Palmas, donde
permaneció hasta 1961, año en el que se trasladó a
Santander. Allí se jubiló poco después; en 1963 recibió la
Medalla de Plata al Mérito Deportivo de la Delegación
Nacional de Educación Física, por su incansable labor al
servicio de la Educación Física477.
LUISA MELLADO, LA MAESTRA DE LARACHE
Cuando Modesta Luisa Mellado llegó nuevamente a la
Residencia, en 1932, decidió inscribirse en los cursos de
Biblioteconomía que dirigía su antigua conocida Enriqueta
Martín y rellenó, a fecha de 20 de septiembre de 1932, su
boletín de inscripción en el que, en varios trazos, quedaba
descrita su vida: Modesta Luisa Mellado Calvo había nacido
en Mengabril, un pueblito que tiene hoy apenas 470
habitantes, situado entre Medellín y Don Benito, cuando
esos pueblos no conocían el verdor del riego del Vegas
Altas del Guadiana y eran tan solo la desolada comarca de
La Serena extremeña. Según la citada ficha, había
estudiado Magisterio, Filosofía y Letras y los cursos de
doctorado; hablaba francés, portugués e italiano y había
viajado por Francia, Portugal y África. A la pregunta de si
había trabajado en alguna biblioteca, contestaba: «Fundó
en Larache una Biblioteca con carácter circulante y
escolar», y, sobre si tenía alguna experiencia profesional,
precisó que: «Fundó y dirigió un Grupo Escolar, dando
enseñanza de Instrucción Primaria y Bachillerato» (ARS,
13/3/41). Una vez más, reconstruiremos los caminos que, a
través de la Residencia de Señoritas y de María de Maeztu,
la llevaron a un impensado destino, difícil no solo por su
lejanía, sino por la guerra permanente en la que el
Protectorado vivía.
Luisa inicia la conexión con la Residencia en 1920: en
marzo de ese año, se dirige a María de Maeztu solicitando
los estatutos de la Asociación Nacional de Mujeres
Españolas, de la que doña María era la secretaria, y le
preguntaba qué condiciones se requerían para ser asociada
(ARS, 38/30/14a); ya es interesante que su primer contacto
no sea como estudiante, sino como mujer. En 1920, Luisa
estaba matriculada en bachillerato en el Instituto de
Badajoz478 y, previamente, había terminado estudios de
Magisterio en la Normal de esa ciudad. La comunicación
entre ambas prosiguió; ya en septiembre del mismo 1920,
la extremeña alude a sus serias dificultades personales,
probablemente debidas la muerte de una hermana, y por
eso utilizaba entonces papel de luto:
Don Benito, 10 de septiembre de 1920
Srta. María de Maeztu
Muy Srta. mía: Suponiendo efectivo su regreso a Madrid y siguiendo
las indicaciones que me hiciera en el mes de junio el día que tuve el
honor de hablarle, me permito molestar su atención y recordarle el
generoso ofrecimiento que entonces me hiciera de ver si podía
proporcionarme una colocación en cualquiera de los centros que de su
dirección dependen […].
[Su benevolencia] me hace cifrar en V. mi única esperanza para salvar
la difícil situación por la que atravieso y para lo cual tan espontánea y
generosamente me brindó su ayuda […] (ARS, 38/30/14b).

En suma, que Luisa, que acababa de terminar su


bachillerato, deseaba marchar a Madrid porque quería
obtener una licenciatura y, aunque la Residencia le
brindaba una oportunidad, chocaba, como tantas otras
jóvenes, con el freno económico. La solución no llegó de
momento, pero tanto la directora como la aspirante se
definían por su perseverancia: en abril de 1922, enviaba la
estudiante desde Don Benito su boletín de inscripción para
el curso 1922/1923, un curso en el que ya figuró como
becaria: «Don Benito, 24 Abril de 1922. Muy Sra. mía:
Adjunta remito a V. la hoja de inscripción […]. Como verá,
dejo en blanco el precio de la pensión por ignorar los que
rigen hoy en la Residencia; me atrevo, pues, a rogarle
tenga la bondad de poner en ella la pensión más módica»
(ARS, 38/30/16). Sin duda, María le había advertido de que
entonces sí podría conseguir la ayuda, como se constata en
el intercambio de cartas que se produce entre septiembre y
octubre, en el momento previo del traslado a Madrid:
«[Papel de luto] Recibí su atenta de fecha 2 [septiembre] y
le agradezco la buena acogida dispensada a mi solicitud»
(ARS, 38/30/15).
Ese septiembre, las buenas noticias se sucedían más
rápido de lo que Luisa hubiera deseado en esa ocasión:
hacia mitad de septiembre, doña María le ofrecía una
colocación en la Residencia, pero la carta se perdió. El 28
del mismo mes llegó una segunda en la que la directora se
extrañaba por la falta de respuesta, a lo que Luisa comentó
de inmediato:
Mengabril, 29 de septiembre de 1922
[…] Ignoro, pues, qué cargo me ofrece, aunque me apresuré a
telegrafiar aceptando, pues estoy dispuesta a aceptar cualquier cosa que
V. me ofreciera y sea capaz de desempeñar.
[…] He de decirle que inmediatamente no podré marchar pues, a
consecuencia de un fuerte catarro gripal, me he visto precisada a
guardar cama y hoy es el primer día que me levanto […] (ARS, 38/30/17).
Ya nos hemos detenido en la frecuencia con la que la
enfermedad desordenaba planes en estas vidas; estaba
todavía muy reciente la mortalidad de la gripe de 1919 y la
población se tomaba estos procesos gripales con alarma.
De hecho, como era esperable, su convalecencia se alargó y
la enfermedad también atacó a otros miembros de la
familia, de forma que, hasta primeros de noviembre, no
llegó Modesta Luisa a su deseado destino. Como en tantas
ocasiones, la intuición de María de Maeztu no la engañó y
la inversión que realizaba en Luisa rindió enseguida el
fruto esperado, porque la alumna no perdió ni un minuto en
esa meca de la excelencia a la que, por fin, arribaba. Allí
supo que se iba a celebrar un concurso para cubrir plazas
docentes en el Protectorado y es imaginable que, con la
asistencia de doña María, se empeñara a fondo para
conseguir una de ellas:
Don Benito, 13 de agosto de 1923
[…] En espera de poderle decir que tomaba posesión de mi nuevo
cargo no he escrito antes, pero como veo que esto se prolonga, no quiero
dejar pasar más tiempo sin decirle que el éxito coronó mis afanes y
aunque fuimos seiscientos opositores a las plazas de Marruecos, obtuve
el número 2 con algún disgusto de los Sres. [Manuel Bartolomé] Cossío y
[Luis Álvarez] Santullano que creían debía haber obtenido el 1, pero ya
sabe V. lo que sucede cuando las oposiciones son tan reñidas y el tribunal
numeroso. Después de todo, eso no era más que amor propio porque las
dos plazas son de igual categoría y sueldo y tengo una de ellas, en
consecuencia he sido nombrada Maestra Primera de Larache.
Doy a V. las gracias más expresivas, pues no puedo atribuir el favorable
concepto que desde el primer momento formaron de mí los miembros del
Tribunal sino a las frases encomiásticas y cariñosas con que al hablarles
ensalzó mi humilde persona.

En este concurso, que tuvo lugar en 1923, y sobre el que


la misma autora ofrecerá más detalles posteriormente, no
nos cabe duda de que Modesta Luisa había realizado
plenamente su parte, en tanto que doña María hizo la suya,
hablando favorablemente con un tribunal cuyos miembros
eran colegas muy cercanos a la JAE. Por si su diligencia
sonaba a poco, añade la residente: «Terminé también el
Doctorado, pero me vine con el disgusto de no concluir el
catálogo de sus libros como era mi deseo», porque María
de Maeztu realizaba en la primavera de 1923 un viaje por
Estados Unidos y Eulalia no quería que, en su ausencia, se
abriera su habitación. Luisa insiste: «Volveré a Madrid el
18 de septiembre y, si para entonces hubiera regresado,
sería la ocasión de terminarlo. Tendré un gran placer si
puedo dejarle ese pequeño recuerdo de mi paso por la
Residencia […]» (ARS, 38/30/20).
Con textos como este, Modesta Luisa Mellado Calvo deja
de ser el número 2 de una oposición y se transforma en una
mujer extraordinaria: la joven cursaba bachiller en 1920 en
Badajoz, estaba decidida a irse a Madrid. Terminó Filosofía
y Letras y en julio de 1923 había aprobado las asignaturas
de doctorado al tiempo que superaba brillantemente las
oposiciones. Pero lo que realmente traza su perfil
perfeccionista se halla en ese rasgo de no querer dejar
nada a medias, ni siquiera el pequeño detalle del catálogo
de los libros del despacho de la directora, que no dudo de
que lo culminaría.
Habría que pensar que Luisa optó por la vía del
Protectorado porque necesitaba con urgencia asegurarse el
porvenir, pero llegado el momento de encaminarse allí
debió de parecerle un destierro. Sin embargo, el 2 de
noviembre tomó posesión de su plaza en Larache y allí
permanecería durante casi una década, en la que mantuvo
siempre su vínculo con la Residencia, a la que terminaría
volviendo, como ya se vio. Por lo pronto, mandó a Madrid
sus primeras impresiones:
Larache, 29 de noviembre de 1923
Mi distinguida amiga: Mucho sentí tener que salir de Madrid sin
despedirme de V., como era mi deseo, bien es verdad que me hubiera
producido una intensa emoción, pues nunca creí que fuera tan doloroso
dejar la Residencia, y es que en esa casa fui recibida siempre con tanto
cariño que encontré en V. más que una Directora una hermana, que vino
a sustituir en parte a la que yo acababa de perder. Nunca olvidaré los
días que pasé entre ustedes y mi único deseo es volver algún día a su
lado […].
Aquí he sido bien recibida por todos, pero la vida es muy aburrida y no
tengo nada que hacer, pues las escuelas, Dios sabe cuándo se abrirán; de
modo que estoy cansada de pasear. Quisiera marcharme hasta tanto se
inaugurara el curso pero el cónsul teme que no vuelva y constantemente
me promete abrir pronto, para no dejarme marchar.
La ciudad es casi toda europea, pero nada hay en ella que distraiga. El
otro día me hablaron de la biblioteca del Casino español como de una
gran cosa y me nombraron socio honorario para que pudiera ir a
distraerme, pero cuál no sería mi asombro al encontrar una biblioteca
magníficamente decorada sí, pero en la cual se habían olvidado de lo que
ellos tomaron por un pequeño detalle… los libros; solo tenemos 50
volúmenes y sin espacio para poner más. Con esto le doy una idea de lo
adelantado de la cultura; en cambio, el edificio escolar es magnífico,
veremos cómo se emplea […] (ARS, 38/30/21).

Efectivamente, Luisa intentó regresar y solicitó, sin éxito,


una plaza de aspirante al Magisterio Superior en el
Instituto-Escuela479. En Larache, el Grupo Escolar Alfonso
XIII se había inaugurado en 1917 y llamaba la atención, al
menos a Luisa, quien nada más llegar debió de sentir que
aquel edificio hermoso tenía que servir para algo noble; en
consecuencia, se puso manos a la obra, solicitando
programas y documentos sobre el Instituto-Escuela para un
proyecto que comenzaba a tomar cuerpo en su cabeza:
«Recibí los programas que devolveré tan pronto saque
copia de ellos», explica en una carta de enero que se
detiene en una mención de la guerra muy realista:
«Larache, 18 de enero de 1924 […] pero, en fin, todo tiene
su atractivo, seguramente no hubiera presenciado el
espectáculo de poder ver desde mi balcón cómo los aviones
arrojaban bombas sobre las kábilas enemigas a 5
kilómetros de aquí. ¿Verdad que es curioso?» (ARS,
38/30/3). Efectivamente, el ejército español en ese
momento prácticamente solo controlaba una estrecha línea
de tierra que rodeaba las principales ciudades, por eso la
maestra podía ver el humo de los bombardeos desde
Larache, la línea del frente estaba a pocos kilómetros.
Antes de dejar la Residencia para descansar fuera de
Madrid aquel verano, la Srta. de Maeztu respondió a las
cartas de su discípula:
Madrid, 12 de junio de 1924
Mi querida amiga: Estoy avergonzada por no haber contestado antes a
su cariñosa carta en la que daba usted cuenta de su llegada primero y de
su vida después en esa población. Pero el deseo de contestarle como
usted se merece, una larga y explicativa carta que tuviese la virtud de
distraerla en su retiro, ha ido demorando mi contestación porque nunca
encontraba un rato bastante largo que poderle dedicar, libre de mis
tareas y afanes.
Y, al fin hoy, más apresurada que nunca, pues tengo que contestar
antes de terminar el curso a todas las cartas retrasadas, me decido a
ponerle unas breves líneas para que al menos sepa usted que en esta
casa no se le olvida nunca, y con frecuencia la Srta. Eulalia y yo
hablamos de usted, comentando cuál será su vida en ese rincón del
mundo.
[…] A mí me parece que, una vez que vaya usted conociendo a la gente
de ahí y advirtiendo sus necesidades, como la labor que hay que realizar
en esa región es infinita, su vida y su trabajo han de tener gran interés.
Si usted cree que desde aquí podemos ayudarle en algo, no vacile en
escribirme y consultarme en la seguridad de que me será muy grato
ponerme a su disposición […] (ARS, 52/5/29).

Otra preciosa carta para observar cómo el trabajo


devoraba el tiempo de doña María, pero también para
reparar en que, con una breve pero clara alusión, dejaba
claro qué esperaba de su alumna en el Marruecos español:
que formara parte de la contribución civil a la colonización
del territorio; aunque, de momento, la extremeña insistía
en volver:
Don Benito, 28 de agosto de 1924
[…] Recibí en Larache su cariñosa carta a la que no he contestado
porque deseaba saludar a V. personalmente al venir a España, pero como
no puedo cumplir mi propósito, pues acabo de recibir un telegrama con
orden de salir inmediatamente para Larache, no quiero marchar de
España sin demostrarle una vez más la expresión de mi afecto.
[Siento no] escuchar sus sabios consejos que hoy, más que nunca
necesito, tanto para el acierto en la labor que me está encomendada,
como para que me sirva de guía en la desorientación en que me hallo
respecto a si debo o no continuar en Larache, está todo tan mal
organizado […] que nunca sabemos a punto fijo qué derechos ni deberes
tenemos que cumplir […]. Yo había pensado pedir excedencia, pero
quería comunicarlo antes con V., además que para abandonar aquello
necesitaría tener alguna otra cosa mientras preparaba oposiciones a
cátedra y esto bien sabe V. que no es posible hacerlo más que en Madrid
[…] (ARS, 38/20/23).

No tuvo opción, así que las dudas se resolvieron solas y,


una vez en el Protectorado, se hizo cargo de una realidad
difícil, que giraba en torno a la guerra:
Larache, 3 [octubre] 1924
[…] Pero son tantas las ocupaciones que ahora tengo que no dispongo
de tiempo ni de día, ni de noche. Durante el día, además de mis clases en
la escuela, doy las clases de Historia Universal e Historia de España a los
alumnos de bachillerato en el Patronato Militar. El Instituto del que le
hablé no se ha creado y figura este centro incorporado al Instituto de
Cádiz. También se cursan los estudios de Magisterio, con incorporación
al de Cádiz, igualmente, y yo explico la Historia de la Pedagogía y dirijo
las prácticas de enseñanza; con este motivo tendré que molestarle a V.
muchas veces aprovechando sus generosos ofrecimientos. Después que
termino las clases, como me nombraron tesorera de la Cruz Roja, tengo
que ir al Hospital y ayudar algo a las Hermanas y enfermeras porque
esto es horrible, si no termina pronto esta maldita guerra, el fatídico año
21 será un año próspero comparado con el 24 […] (ARS, 38/20/24).

En 1921 se produjo la vergonzosa derrota de Annual en la


que el ejército colonial español fue masacrado y vejado en
sitios como el Monte Arruit, que más tarde será recordado
por Luisa. La profesora solicitaba a la Residencia
materiales y programas del Instituto-Escuela, que quería
tomar como modelo para la reforma que estaba estudiando
para Larache y, en principio, sus propósitos tuvieron buena
acogida por las autoridades de la zona, como ella misma
notificaba a la Srta. de Maeztu meses después:
Larache, 2 de abril de 1925
[…] Como yo suponía cuando escribí a V. mi anterior, he sido propuesta
para la Dirección de este Grupo Escolar. Ahora bien, como V. mejor que
nadie sabe cómo suelen desvirtuarse las cosas al llegar el momento de
resolver, recurro a V. como de costumbre, rogándole apoye mi
nombramiento ante el Sr. Santullano, que es uno de los que debe
, q q
informar, o ante otras personas que V. juzgue pueden influir en el asunto;
yo como V. sabe muy bien carezco de influencias y de otro apoyo que el
de mi trabajo y el que V. tan leal como generosa me prestó en diversas
ocasiones […].
Desde luego que para ocupar este cargo, cuento también con su
consejo y su apoyo moral; no he olvidado el ofrecimiento que me hizo de
venir a esta, lo he indicado a varias entidades y todos celebrarían que,
por fin, se decidiese a visitarnos […] (ARS, 38/20/27).

La Srta. de Maeztu no se hizo de rogar y dirigió su


recomendación a Álvarez Santullano: «Madrid, 23 de mayo
de 1925 […] recibí una carta de la Srta. Luisa Mellado, que
como usted sabe está en Larache, en la que me decía que le
habían propuesto para la dirección del grupo escolar y me
pedía que le hablase a usted rogándole informase
favorablemente en su nombramiento […]» (ARS, 8/9/35).
Tras esto, mandaba a Larache la respuesta favorable que
no se hizo esperar: «Madrid, 1 junio 1925 […]. Recibí su
cariñosa carta y con el interés de siempre, recomendé su
asunto al Sr. Santullano y adjunto le remito carta que me
contesta. Por ella puede usted ver que informarán
favorablemente y que, por lo tanto, tiene usted muchas
posibilidades de ser nombrada para el puesto que tan
dignamente desempeña y merece […]» (ARS, 52/12/48).
El Grupo Escolar Alfonso XIII abrió sus puertas el
siguiente curso con su nueva directora al frente. Y así
continuó su vida, poniendo en Larache toda su energía y
visitando a su mentora en la Residencia cuando podía
desplazarse de vacaciones a la península. La Guerra del Rif
se alargaba en tiempo y en crueldad y terminó poniendo en
contra a la gran mayoría de la sociedad española. Después
de un año 1924 desastroso para el ejército español, de lo
que Luisa Mellado se hizo eco, la unidad estratégica con
Francia facilitó el desembarco de Alhucemas, en
septiembre de 1925; con esa coordinación, se avanzó hacia
la derrota de los rifeños y el control total del territorio, ya
en 1927. La creación de grupos escolares como el de
Larache, el concurso-oposición de 1923, otro concurso
posterior que tuvo lugar en 1926, la llegada de Luisa
Mellado y sus compañeros, la favorable actitud de la Alta
Comisaría hacia la reforma que la joven profesora quería
intentar demuestran el valor que la educación tenía en la
política colonizadora, como instrumento de control social,
en línea con las afirmaciones de la investigadora Irene
González480.
En ese mismo año 1927, doña María de Maeztu Whitney
había de formar parte de la Asamblea Nacional Consultiva
que estableciera la Dictadura. Su interés por la enseñanza
en el Protectorado, que sin duda avivaba la relación con su
alumna que en múltiples ocasiones la invitó a visitar las
escuelas de la Zona, la llevó a solicitar a Luisa un informe
con el que poder tratar posibles mejoras en aquel sistema
educativo. La diligente directora del Grupo Escolar redactó
un pormenorizado informe en el que se hablaba del modelo
educativo establecido; lo estructuraba en tres tipos de
enseñanza orientados a las distintas poblaciones y las
distintas funciones que habían de cumplir en la sociedad
colonial: una enseñanza española, en la que estaba
integrada Luisa Mellado; una enseñanza hispano-árabe, y
otra tercera hispano-judía. La profesora compuso un buen
retrato de los maestros y también de lo que ella
consideraba la desatención a los hispano-árabes, o a la
comunidad judía, que tenían que dirigirse a la escuela
francesa porque España no les ofrecía suficiente enseñanza
en judeo-español. Acompañaba su texto con una breve
carta:
Larache, 6 de diciembre de 1927
[…] Agradezco de todo corazón su ofrecimiento y disposiciones para
con el Magisterio de esta Zona […] celebro también que no desista de su
viaje […]. Ya encontraremos época propicia […]. Los maestros de este
Grupo Escolar a quien he comunicado su generoso ofrecimiento me
encargan de transmitirle a V. su profundo agradecimiento […] (ARS,
38/30/28).

En el informe que adjuntó refería con detalle la


distribución de los maestros, explicaba cómo había sido el
procedimiento practicado para destinarlos al Protectorado,
cuáles eran las relaciones entre los antiguos y los recién
llegados y cómo ni unos ni otros se regían por el régimen
habitual del funcionariado; precisamente por ello, ella
misma no podía regresar a la península sin pasar por el
sistema general de oposiciones. Según la profesora, había
73 maestros españoles en la zona:
De estos ejercen su cargo por nombramiento libre extendido por el
Ministerio de Estado los que lo desempeñaban con fecha anterior a 1923,
poseían unos el título de Maestro Superior, otros el elemental y algunos
carecían de él.
Después de un estudio hecho en la Zona por don Américo Castro y don
Luis [Álvarez] Santullano, se convocó un concurso examen anunciado en
la Gaceta, celebrado en Febrero del 1923, celebrado también en el
Ministerio de Estado ante un Tribunal presidido por el Sr. Cossío
[Manuel B.], en el que figuraban los Sres. Castro [Américo], Cabrera
[Blas], Santullano y tres miembros del cuerpo diplomático. Se exigió a los
concursantes el título de Maestro Nacional o Superior y se efectuaron
varios ejercicios escritos y prácticos, teniendo estos lugar en el Instituto-
Escuela y en el Grupo Cervantes, cubriéndose 18 de las 43 plazas
anunciadas y dando posesión a los nuevos maestros el 2 de noviembre
del mismo año. Se destinaron 7 a las escuelas graduadas de Tetuán, 3 a
Alcázar y 2 en Arcila que eran unitarias y 7 a Larache con destino al
Grupo Escolar recién construido [suman 19].
Existían en esta ciudad 1 maestra y 2 maestros en unas escuelas
infectas, mandadas clausurar por la autoridad local; al crearse el nuevo
Grupo Escolar se incorporaron a él los maestros de la escuela
clausurada, el estado de los alumnos era tan deficiente que de 200 niñas
matriculadas en los primeros días solo 21 sabían leer, pero no escribir.
En 1926 se ha efectuado otro concurso en iguales condiciones que el
anterior en el que solo se sacaron plazas de tercera categoría,
nombrándose 10 maestros y 7 maestras.
Existe un pleito casi insoluble entre los maestros antiguos que
renunciaron a la invitación que se les hizo para asistir al Concurso y los
modernos procedentes de este. Casi todos los antiguos disfrutan las
primeras categorías desde 1923, antes tuvieron sueldos de 500 pesetas
anuales que les han ido aumentando progresivamente. Alegan estos su
mayor antigüedad, suelen ser gente laboriosa y deseosa de cumplir con
su deber… en lo que saben y pueden, son muy subordinados y… muy
bien relacionados, por lo que en los ascensos suelen saltar por encima de
los de concurso a pesar de una R.O. que lo prohíbe en la Zona. La mayor
parte de los maestros nuevos tienen plaza por oposición en el Magisterio
de España, pero no se les reconocen los servicios que aquí prestan.
No existen en la Zona derechos pasivos ni jubilaciones, ya le citaba el
caso de doña Josefa Hidalgo y don José Cotta, muertos uno de cáncer y
otro de tuberculosis, fallecidos en el hospital, teniendo que desempeñar
las clases los demás, por no privarles de lo necesario, y el de don Juan
Nieto, obligado a desempeñar su clase hasta pocos días antes de su
muerte, acaecida a los 73 años. Solo se abona una pensión a la familia
del maestro de Monte Arruit, a quien se obligó a coger un fusil para
defender la alcazaba de Zeluán, pereciendo en aquel sitio el año 21. En
cambio, se conceden subvenciones a órdenes religiosas y centros
particulares que nada hacen por difundir la cultura, si no es cobrando
una buena remuneración y ni aun pueden hacerlo por no estar
cualificados.
Nadie se preocupa de las escuelas ni de las enseñanzas, se hacen
traslados incesantemente sin causa justificada, hubo clase en este Grupo
Escolar que tuvo cinco maestros el curso pasado. En fin, el desorden es
completo, cada uno hace lo que quiere, lo que a veces es un beneficio, así
he podido organizar en Larache una Biblioteca circulante de cerca de
1.000 volúmenes y establecer clases especiales de Dibujo y Música,
campo de cultivo, sección de avicultura extra, de lo que carecen las
demás escuelas.

Se observa cómo había utilizado el modelo del Instituto-


Escuela con la guía de los materiales que había estado
recibiendo de la Residencia. No obstante, prosigue:
[…] pero en castigo hace un año que no me dejan hacer nada y me he
ganado la animosidad del Director de Intervención Civil, jefe de los
servicios de enseñanza.
La aspiración general es la de ser acogidos en el Ministerio de la
Península, aumento de los sueldos, aunque la gratificación bajara al 50
por 100 en vez del 100 por 100 como los demás funcionarios, así no se
daría el bochornoso caso de que un maestro figure con 2.250 pesetas y
un ordenanza de la Alta Comisaría con 2.500.
Que se concediera un abono de tiempo como se hace con los jueces ya
que aquí la labor es más pesada, el clima muy debilitante y se corren
indudablemente peligros y molestias. De esta manera podría venir
personal de España que ya tuviera alguna práctica y prestigio y nos
ahorraríamos espectáculos poco edificantes como ha sucedido en
algunos casos, pues la moralidad no puede apreciarse en un examen y se
ha de seleccionar cuidadosamente el personal si queremos captarnos la
consideración y el respeto entre los indígenas.
Hoy el analfabetismo entre los adultos ha desaparecido por lo que a
Larache respecta, de tres grados de analfabetos que existían el año
pasado ha sido preciso reducirlos a uno, llegando a la graduación
completa, pero es una lástima que no se creen escuelas de barrio y que
dejemos a los hebreos deseosos de venir a nuestras escuelas en manos
de los franceses por no tener el suficiente número de escuelas.
Los maestros están condenados a expatriación forzosa y perpetua y les
está prohibido adquirirse otro medio de vida porque no se les concede
permiso para hacer oposiciones en España como a mí me sucede en la
actualidad y ni siquiera puedo decirlo pues, de saberse en ciertas esferas
que enviaba a V. estos datos, me expondría a un serio disgusto.

Con respecto a su centro de Larache, incluye una


observación muy propia de una persona con vocación
pedagógica; al explicar que la escuela hispano-árabe de
Larache no tenía clases de adultos, lo interpretaba como
que las autoridades no se habían percatado de que era la
manera más eficaz de atraer a los «moros», que preferían
las enseñanzas de la escuela española, y añade: «Hace
algún tiempo se les admite en el Grupo Escolar, en el que
se mezclan en las clases nocturnas soldados españoles,
“moros” y hebreos, no se puede dar más impulso a estas
clases, como fuera mi deseo, porque no me lo permiten»
(ARS, 38/30/29 a 37).
En esta ocasión se dispone del acuse de recibo que cursa
la destinataria:
20 de diciembre de 1927
Recibí su cariñosa carta del 6 del corriente y tomo muy en cuenta sus
indicaciones para cuando sea el momento oportuno tratar de ellas en la
Asamblea […]. Espero que podamos arreglar mi ida a Larache
coincidiendo con alguno de los breves períodos de descanso que en este
año, de tan abrumador trabajo, pueda tomarme […] (ARS, 53/21/14).

Los investigadores Raquel Vázquez Ramil y Ángel S.


Porto Ucha han publicado este texto de forma completa481 y
añaden que no parece que el trabajo de la Asamblea
introdujera ninguna novedad en la enseñanza del
Protectorado ni en las especiales condiciones laborales de
los profesionales que allí ejercían su magisterio.
Las cartas siguieron llegando a Madrid, anunciando el
ritmo de sus regulares visitas a la Residencia en cada
vacación, como cuando en febrero de 1932 advertía que
iría, acompañada de una sobrina, directamente desde
Marruecos «con el tiempo justo para las oposiciones, deseo
tener resuelto de antemano el tema del hospedaje» (ARS,
38/30/9). Ya se había quejado de la falta de facilidades que
obtenía de las autoridades en el Protectorado para poder
intentar el regreso a la península; tampoco esta vez
consiguió la colaboración necesaria:
Larache, 11 de marzo de 1932
Querida Eulalia: […] he esperado inútilmente la autorización para
marchar, de suerte que hoy ya no tengo más remedio que desistir del
viaje y resignarme a perder la convocatoria. Decididamente en
Marruecos seguimos en plena Dictadura, dando o quitando permisos a
capricho.
Anímese y a ver si se deciden a realizar el viaje a la Zona, entonces
podré decir aquello de «no hay mal que por bien no venga» […] (ARS,
38/30/10).

Efectivamente la Asociación de Residentes preparaba una


excursión al Protectorado, que no tuvo lugar hasta 1933. El
viaje transcurrió entre el 8 y el 17 de abril de 1933 y estuvo
organizado por la Asociación de Residentes bajo la
dirección de Eulalia Lapresta. La secretaria llegó un poco
cansada, porque gobernar bajo los rígidos criterios de la
Residencia a treinta y dos señoritas —una gran mayoría con
veinte o veintiún años— no resultaba fácil. En muchos
casos, lo que para Lapresta obedecía a una actividad
educativa y cultural, para las jóvenes consistía en una
diversión y era la permanente ocasión para entretenerse en
los bazares con las compras o seguir la corriente de
algunos de los flirteadores que más de una vez se unieron
al grupo, para disgusto de la Srta. Eulalia. Visitaron
Larache, Tetuán, Xauen y Tánger; conocieron instalaciones
militares y las cabilas; se alojaron en hoteles, montaron en
ferrocarril y en barco… Estoy segura de que adquirieron un
recuerdo imborrable. La Residencia tramitó un pasaporte
colectivo en el que se conservan las fotografías de las
treinta y tres excursionistas (ARS, 61/2/8) [véase imagen
5].
Para entonces Luisa había decidido regresar
definitivamente y en la Gaceta del 8 de junio de 1932 se
incluía la orden que accedía a su petición482. Así que,
nuevamente en la residencia familiar de Don Benito, se
dirigía a doña María, como lo había hecho doce años antes,
pidiéndole su apoyo para poder retornar a la Residencia
(ARS, 38/30/40), y hay que pensar que lo obtuvo porque
Modesta Luisa vivió en la casa el curso 1932/1933 y siguió
los cursos de Biblioteconomía, como se ha visto ya. Al
tiempo que perseguía su acariciada idea de presentarse a
las oposiciones de cátedra para enseñanza media, intentó
sin éxito mejorar su formación fuera de España a través de
una pensión de la JAE; su expediente incluye varias
solicitudes en 1929, 1931 y 1934, sin que en este caso la
proximidad a María de Maeztu le diera un resultado
favorable.
Una última noticia positiva sobre su trayectoria, ya en
España, nos la sitúa entre los titulados que siguieron los
Cursos de Selección y Perfeccionamiento el verano de
1933, en Barcelona. Desde esa ciudad, Luisa escribió sobre
todo ello a la directora, que pasaba el verano en su casa de
Biarritz:
Barcelona, 26 de julio de 1933
[…] le manifiesto que aprobé los ejercicios eliminatorios y que la
Residencia, como siempre, quedó a buena altura […]. Estoy muy
contrariada pues no conozco a nadie, aquí me dicen que es V. amiga del
Dr. Estalella, y le agradecerá que me enviase una carta de presentación
para dicho señor, como alumna de la Residencia, por cualquier
eventualidad que pudiera surgir […] (ARS, 38/30/41).

Ya presenté a Josep Estalella Graells, que había sido


compañero de María de Maeztu en el Instituto-Escuela; en
1932 desempeñaba la dirección del Instituto-Escuela de
Barcelona.
Aunque durante la Guerra Civil gran parte de la provincia
de Badajoz fue cayendo bajo el avance de las columnas
franquistas en su marcha hacia Madrid, la resistencia en La
Serena originó, hasta el verano de 1938, una bolsa
republicana que incluía a Don Benito (y también a
Villanueva de la Serena, Castuera, Cabeza del Buey y
Herrera del Duque). Todavía coloquialmente se recuerda el
aguante con la expresión «vas a tardar más que los rojos en
Castuera». En su expediente de depuración, Luisa dejó
constancia de su persecución por los rojos. En 1939 quedó
confirmada en el cargo; aunque en un primer momento
prestara servicio en un colegio de segunda enseñanza de
Don Benito, pronto fue trasladada al Instituto de
Bachillerato de Badajoz483. Una última información, de
1953, nos la sitúa incluida, en calidad de doctora en
Filosofía y Letras, dentro de una comisión que organizaba
en Badajoz un homenaje a su paisano Juan Donoso Cortés,
en el que se pensaba erigir una escultura conmemorativa
del centenario de su muerte, obra del también extremeño
Enrique Pérez Comendador484.

ROSA HERRERA MONTENEGRO, EN EL SEMILLERO DE LAS CIENTÍFICAS


Sabemos muy poco de Rosa Herrera Montenegro, aunque
la investigadora Carmen Magallón Portolés llamó la
atención sobre ella y expuso su trayectoria como
pensionada de la JAE, en 1929/1930, con una fructífera
estancia de investigación por distintos centros punteros de
Reino Unido, Francia y Suiza485. Su expediente de la JAE es
muy rico486, pero no lo es su correspondencia con la
Residencia, a pesar de ser una de las imprescindibles y de
que su figura simboliza, por su trabajo en el laboratorio de
ciencias —como el de Enriqueta Martín en la biblioteca—,
la excelencia científica que logró la institución y el
beneficio de la influencia norteamericana. Al dejar menor
rastro, cuesta más saber cómo era aquella científica, hoy
apenas reconocida.
Rosa Herrera Montenegro había nacido en Jerez, en
1891; su familia vivía en la calle Francos 49 de esa señorial
ciudad. Como en alguna ocasión utilizó el papel timbrado
del despacho de su padre, sabemos que era el abogado José
Eleuterio Herrera, quien gozaba de una sólida trayectoria
en la provincia, porque en 1883 había defendido a uno de
los acusados en el célebre juicio contra la asociación
anarquista La Mano Negra de Jerez, Juan Galán
Rodríguez487 El expediente académico, en el Archivo
Histórico Nacional, recoge que cursó el bachillerato como
alumna no oficial del Instituto Cardenal Cisneros de
Madrid, entre los años 1905 y 1915, y lo terminó con la
calificación global de Sobresaliente en Letras y Aprobado
en Ciencias488. En 1915 tenía ya veinticuatro años y se
matriculó en Ciencias en la Universidad Central y en 1919
se licenció en Ciencias y en Farmacia489. Conocemos algo
más: que tenía una hermana menor, María de los Ángeles,
que cursó piano en el Conservatorio de Madrid y quiso
seguir su vocación artística con una formación
internacional a través de una pensión de la JAE, sin
conseguirlo490; finalmente, como del piano o se es un genio
o no se puede vivir, entró como personal administrativo en
el Ministerio de Comercio y allí se jubiló tras veinte años de
servicios. De otro hermano, solo conocemos el nombre, José
Luis.
Rosa llegó a la Residencia en 1917 y debió de congeniar
bien con sus compañeras y, sobre todo, con doña María,
porque en 1918 la directora contó con ella para la puesta
en marcha del Instituto-Escuela, donde entró de profesora
aspirante para el Magisterio Secundario en el área
Matemáticas, al tiempo que compartía el trabajo de su
secretaría con Victoria Kent y Adela Gómez491. Con el
tiempo se convirtió en indispensable para llevar la
contabilidad de este centro, trabajando muy directamente
con la Srta. de Maeztu.
En 1919, la andaluza se dirige dos veces a la directora y
la comunicación se inscribe en el marco de sus tareas en la
Residencia y en el Instituto-Escuela. En la primera ocasión
lo hace a mediados de julio y desde Sevilla, donde se
hallaba disfrutando de unas vacaciones, mientras que la
directora andaba por América: «Yo estoy haciendo un
pequeño viaje por Andalucía con Adela [Gómez], hasta el
final de julio que iremos a mi casa [en Jerez]. Hemos visto
Córdoba y Sevilla y ahora vamos a Granada […]. Un
modesto viaje de recreo, mientras que V. se pasa los
grandes viajes en la América de las ilusiones […]. Supongo
que traerá V. grandes novedades que implantar en la Resi
para que nos imaginemos que estemos en New York […]».
En realidad, Rosa quería informarle del final de curso en el
Instituto-Escuela: «Como su preocupación al dejar la
Residencia eran los exámenes, he querido enviarle
enseguida una nota del resultado para que vea V. que las
cosas han marchado bastante bien. Solo hubo un pequeño
incidente, con don Avelino [¿], pero la Sra. de Menéndez
Pidal [María Goyri] lo arregló bastante bien. Por lo demás,
todo ha marchado bastante bien resultando en general los
exámenes hasta lucidos» (ARS, 34/17/1).
En la segunda, prepara su regreso a Madrid para el
nuevo curso; se tratan aspectos diversos de matriculación y
organización de los cursos de niñas y confirma que llegará
al Instituto-Escuela el 26 de septiembre, como le había
pedido Victoria Kent. La carta comienza con un detalle que
nos interesa: «21 de septiembre de 1919 […]. Mil gracias
por su amable carta y por sus felicitaciones por el resultado
del trabajo del curso pasado, yo me alegro muchísimo de
que V. haya quedado contenta […]» (ARS, 34/17/1). Rosa
Herrera se había ganado ese primer curso, por tanto, la
confianza de la directora y su vinculación con el Instituto-
Escuela y la Residencia se estrecharía aún más.
Cuando pensó que Maeztu traería novedades a la
Residencia para que se pareciera a Nueva York, no podía
imaginar que, como una de las consecuencias de ese viaje a
Estados Unidos y del redoblado compromiso del
International Institute con el proyecto de la Residencia, se
terminaría creando en ella un laboratorio de ciencias y que
allí encontraría ella su auténtico espacio; primero como
auxiliar de la organizadora, la profesora Mary Louise
Foster. Foster llegó en 1920 desde el Smith College y
organizó el laboratorio para remediar la falta de prácticas
de la universidad española, sobre todo para las mujeres,
que no recibían esa formación en sus facultades. El
laboratorio que luego llevaría su nombre en una fase
posterior, Laboratorio Foster, resultó esencial para que
surgiera la primera generación de científicas españolas y
pudieran incorporarse a la investigación en los centros de
la JAE o en la universidad: Cecilia García de la Cosa,
Dorotea Barnés, Felisa Martín Bravo, Pilar de Madariaga o
Paz García del Valle, entre muchas otras, iniciaron su
camino en este centro, como muy bien ha señalado Carmen
Magallón Portolés492. Explica Magallón que en 1923, otra
norteamericana, Vera Colding, sustituyó a Foster, pero a
partir del curso 1923/1924, Rosa Herrera pasó, de ser
auxiliar con las anteriores, a encargarse de su dirección.
El expediente de la científica en la JAE incorpora un
certificado, firmado por José Castillejo en 1925, que
acredita el conjunto de sus responsabilidades hasta ese
año: en noviembre de 1919 había comenzado su labor como
auxiliar en el Magisterio Secundario hasta junio de 1922, y
recibió una retribución que fue mejorando desde las 125
pesetas mensuales del principio a las posteriores 175;
desde octubre de 1922 realizó labores de administración en
la secretaría de la Sección Preparatoria, con una
retribución mensual de 250 pesetas; así mismo, desde 1920
figuraba, como se indicaba, como auxiliar en el laboratorio
de química de la Residencia y percibía 165,92 pesetas al
mes. Rosa Herrera sería directora del laboratorio hasta
1932, aunque en 1927/1928 la pionera Mary Louise Foster
volvió a estar al frente del laboratorio modernizado —este
sí el Laboratorio Foster— por ese curso; y cuando Herrera
pasó fuera de España el año 1929/1930, la sustituyó
Enrique Raurich. A partir de 1932 —y hasta 1936—
desempeñaría la dirección la también residente Carmen
Gómez Escolar.
Por otra parte, en algún momento posterior a 1925, las
labores auxiliares en la secretaría de la Preparatoria del
Instituto dieron paso al desempeño efectivo del cargo de
secretaria de esa sección que dirigía María de Maeztu,
porque así se denomina ella misma cuando, en febrero de
1928, solicitó pensión a la Junta: «Rosa Herrera
Montenegro […] Secretaria de la Sección Preparatoria del
Instituto-Escuela y Directora del Laboratorio de la
Residencia de Señoritas […]. Deseando ampliar los estudios
y enseñanza de la Química y conocer los procedimientos
modernos para poder aplicarlos al Laboratorio [solicita
pensión] para aplicar sus propósitos en centros de
Inglaterra, Francia y Suiza».
Herrera Montenegro, que había recibido una formación
puntera directamente de cualificadas profesionales
norteamericanas, deseaba completarla con una estancia en
centros europeos universitarios y de investigación. Y se le
concedieron nueve meses de pensión, que luego se
prorrogaron por tres más. Justamente, en el intercambio de
información que sostiene con doña María para ultimar
gestiones relativas a la secretaría del Instituto, en los días
previos a su partida para Londres el verano de 1929, se va
descubriendo el alcance real de esas responsabilidades y su
capacidad, tan femenina, de desenvolverse bien y,
simultáneamente, con temas muy diversos:
Hendaya, 17 de julio de 1929
Mi querida amiga: […] Adjunto las cuentas […] los Libros [de
contabilidad] están en el Instituto, así que si V. los quiere o necesita […]
se pueden comprobar.
Los talonarios los tengo yo aquí para enviar firmados si necesitaban
Vds. ahí algún dinero, pero como no estarían firmados por V. si se
perdían no importaba […] (ARS, 34/17/5).

Los pagos, por tanto, necesitaban su firma. En realidad,


directora y secretaria pensaban encontrarse en esa región
fronteriza francesa donde ambas pasaban los veranos: la
Srta. de Maeztu, porque había adquirido una casa de
vacaciones en Biarritz, El Caserío, en la zona de Chassin;
en tanto que la Srta. Herrera descansaba en casa de una
vieja amiga, la misma Adela Gómez con quien había viajado
por Andalucía diez años antes, en 1919, compañera del
Instituto-Escuela. Aquel mes de julio, la secretaria siguió
transmitiendo información muy confidencial, la que posee
la persona que, en realidad, asume la gestión del día a día
en una institución; en la práctica desempeñaba la
codirección de la sección: «Hendaya, 10 de agosto de 1929
[…]. Las llaves se las entregué a Juanita [Moreno] no solo
las de la Caja, sino todas las del Instituto, armarios y mi
mesa; en dos manojos, pues todas las tengo por duplicado,
por si una se perdiera no tener que descerrajar […]». Era
depositaria de firma, talonario y llave, y prosigue dando el
mecanismo de apertura de la caja fuerte: «[…] Hay que
ponerla en el número para que abra. Ahora está en 20. Para
ello se empieza a hacer girar el botón de izquierda a
derecha varias vueltas, marcar exactamente el 20 y volver
entonces en sentido contrario […]. En la caja están los
cubiertos [eran de plata], los libros de contabilidad y
balances hasta el 30 de junio de 1929» (ARS, 34/17/6).
Al mes siguiente ya comunicaba a Gonzalo Jiménez de la
Espada, no que estaba instalada en Londres y que se había
inscrito en el consulado, sino que ya estaba matriculada y
siguiendo un curso de verano en la London School of
Pharmacy. Como una manifestación de la firmeza de sus
compromisos y el gusto por la sistematicidad, mes por mes,
envió el documento acreditativo de su estancia en la ciudad
que correspondiese, una fe de vida certificada por el
respectivo consulado —que era obligatoria— y un extracto
exhaustivo de las actividades y la investigación realizada en
el mes de referencia, lo que no siempre se hacía. Así, por
ejemplo, en el siguiente mes de octubre se había
matriculado en el Imperial College of Science and
Technology e inscrito en un curso de «análisis de alimentos,
drogas y aguas», sobre el cual ofrecía el detalle de que
recibía una atención muy singular, ya que eran solo tres los
estudiantes: un italiano, un indio y ella. A través de estas
notas mensuales, seguimos su periplo por laboratorios
punteros de lo que hoy llamaríamos I+D+i, es decir,
investigación aplicada a la innovación científica y
empresarial. En este sentido, se inscribe su paso por la
empresa fotográfica Kodak, la Oxo —de jugos de carne—, la
Anglo-American Oil, de hidrocarburos, Rockware Glass
Company y otros muchos centros sobresalientes, al tiempo
que, por su interés en la incorporación de la investigación a
un laboratorio universitario, se ocupaba por conocer
instituciones docentes como Battersea Central (Girls)
School, en diciembre, o en marzo de 1930 dos escuelas
politécnicas, las de Chelsea y Regents Street Technology.
No dejó de visitar los laboratorios de la Universidad de
Oxford y también estuvo en el prestigioso colegio Eton. La
verdad es que debió de recorrerse Londres arriba y abajo
muchas veces.
Precisamente ese marzo de 1930, Herrera Montenegro
solicitó a la Junta una ampliación de tres meses de la
pensión ya concedida, argumentando que su curso del
Imperial College no terminaba hasta junio y que, por tanto,
para seguirlo debidamente y mantener el proyecto inicial,
que incluía las visitas de París y Ginebra, necesitaba ese
nuevo plazo. Informó, además, de que estaba acometiendo
un trabajo de investigación que le permitiera obtener un
diploma final por el curso realizado. Efectivamente, en una
comunicación posterior dirigida a doña María, una
satisfecha Teresa le anuncia que:
Ginebra, 25 de julio de 1930
[…] Por carta que tuve del Imperial College de Londres, que he enviado
a la Junta, he sabido que me han otorgado el diploma del college, lo que
me alegra, pues así puedo demostrar a la Junta que no he perdido el
tiempo de la pensión y, además, a ellos y a V. les agradará más tener al
frente del Laboratorio un diploma de Londres (ARS, 34/17/7).

La reflexión concuerda con el argumento que expuso


María de Maeztu a la JAE, al ser consultada sobre la
conveniencia o no de la prórroga que había solicitado la
investigadora: «Me parecería muy bien que la Junta
accediese a la petición […], Herrera trabaja mucho y con
gran aprovechamiento y, como además esta señorita dedica
toda su actividad a las instituciones creadas por la Junta, el
beneficio que obtenga como resultado de su labor
repercutirá en beneficio, a su vez, de esas instituciones»493.
Quedaba claro por ambas partes y no se trataba de una
situación excepcional; muchas de las pensiones se
concedieron a personas ligadas a los diversos centros de la
JAE y no solo al Instituto-Escuela o la Residencia de
Señoritas, como corresponde a los casos que aquí se vienen
tratando. En su documentación de la JAE se incluye el texto
de la investigación en cuestión, «Biochemistry of iodine»:
aun con tanta ida y venida defendió lo que hoy sería un
trabajo final de máster, en inglés; versaba sobre el
funcionamiento y los efectos del yodo en los organismos del
reino animal.
El escrito en el que se informaba del logro del diploma
corresponde a una tarjeta postal remitida desde Ginebra; a
principios de julio de 1930, Herrera había abandonado
Londres con destino a París, donde visitó el laboratorio de
química de Madame Curie y el Instituto de Química de la
Sorbona; de camino, conoció la Ciudad Universitaria
Internacional, todavía en construcción junto al delicioso
jardín Montsouris; el pabellón español, que aún no se había
comenzado, también sería obra de la JAE. Y de ahí, a
Ginebra, donde llegó a tiempo para inscribirse en un curso
mensual del Instituto Rousseau; allí coincidió con una
compañera de la Residencia, la pedagoga África Ramírez de
Arellano. Estando en Ginebra, se trasladó a Berna, porque
tenía interés en conocer el Instituto de Química de Los
Cantones, reconocido por su excelencia en análisis de
alimentos.
Después de catorce meses por Europa, Rosa Herrera
regresaba a Madrid, donde siguió al frente del laboratorio y
de la secretaría del Instituto-Escuela hasta 1933. Pero el
regreso no empezó bien y terminó definitivamente mal. La
misma carta que anunciaba su llegada a la Residencia
transmitía una fuerte porfía con la directora en relación
con el acceso a las cuentas de la secretaría:
Hendaya, 6 de octubre de 1930
[…] Pero si para V. representa más facilidad que el dinero esté en el
Banco solo a su nombre, en cuanto yo llegue puede sacar todo y ponerlo
a su cuenta. El que esté V. dispuesta a ser la única directora, si
realmente está decidida a ello, me parece admirable. Eso me simplificará
de un modo enorme el trabajo y me ahorrará una serie de
preocupaciones y molestias […] y para el Instituto será aún mayor que
para mí la ventaja de una dirección única […] (ARS, 34/17/9).

Más allá de una discusión profesional entre colegas, no


parece que cambiara nada a corto plazo, pero sí lo haría
dos años después, en 1933. En octubre de ese año,
Castillejo se dirige a Maeztu para transmitirle el disgusto
con el que Rosa Herrera había conocido su «separación»
del Instituto. Al parecer se había decidido su cese y ella fue
la última en enterarse; se adujeron razones motivadas por
j p
su carácter y falta de tacto en el trato con el público. La
propia interesada, al tiempo que solicitaba al secretario de
la Junta copia del acta de la sesión en la que la decisión se
había tomado, confesaba: «Estoy pasando los días más
amargos de mi vida, viendo el pago que recibo […] sea el
final el que sea, a mí personalmente me han deshecho». Le
llegó la copia solicitada, que recogía cómo en la
reorganización del Instituto-Escuela acometida de cara al
curso 1933/1934 se resolvía la supresión de la división de
la gestión en dos secretarías —de la primaria y la
secundaria— y la organización de una nueva que «tendrá a
su cargo los servicios de oficinas, expedientes, títulos y
funciones administrativas» para el conjunto del centro, y,
en otra reunión posterior, además de hacer los nuevos
nombramientos, se acordó: «rogar a la Srta. Herrera que,
de acuerdo con las indicaciones de la Srta. de Maeztu,
ingrese en la Habilitación de la Junta el remanente que
tenga en su poder como fondos de la Preparatoria». Como
explica Palacios Bañuelos494, en 1933 se reestructuró la
organización del Instituto en su conjunto, unificando las
diferentes secciones, y con ello también hubo cambios en el
personal. Al final, la misma María de Maeztu presentaría,
como se vio en el capítulo cuarto, su propia dimisión en
1934.
En definitiva, a raíz de 1933, Rosa Herrera Montenegro
cerró esta larga y fructífera etapa de su vida: abandonó el
Instituto, el laboratorio y también su alojamiento en la
Residencia. Mientras tanto, había ido abriendo otro ciclo
del que nos llegan unos pocos, aunque valiosos, retazos. Al
regresar de Europa, Rosa estableció su propia Farmacia y
Laboratorio de Análisis Clínicos en Madrid, situada en
Francisco Silvela 70, y de la que queda algún rastro en el
Archivo de la Residencia a través de una factura por la
compra de productos farmacéuticos en junio de 1931 (ARS,
15/2/59). Por otra parte, en la coyuntura de su cese en el
Instituto-Escuela, parece ser que la profesora había
superado ya los célebres cursillos para la formación de
profesorado de enseñanza media y estaba a la expectativa
de algún destino. Debió de concedérsele, concretamente en
el recién creado Instituto de Alcázar de San Juan, en
Ciudad Real, al que llegó en 1933 como catedrática de
Ciencias Naturales y Agricultura. No desaprovechó
tampoco su amplia experiencia con la gestión
administrativa, porque en 1935 era ya la directora del
centro495. No había muchas mujeres en la España de 1935
que fueran directoras de institutos, pero es que Rosas
Herreras también había pocas. Durante la guerra fue
profesora en el Instituto de Manresa y en una carta a
Susana Huntington Vernon narra el desalojo del centro y su
salida en febrero de 1939 a pie hacia Francia, a cargo de
un grupo de chicos del centro con los que llegó a
Villefranche-de-Rouergue, en la región del Midi-Pyrénées.
El boletín del Instituto Internacional publicó su carta para
recabar ayudas:
La guerra […] nos ha arrojado como náufragos a esta ciudad francesa.
Las autoridades nos ordenaron evacuar a los chicos del internado para
evitarles los peligros de una ciudad sitiada y tomamos la carretera de
Olot… Nuestro propósito era trasladar el instituto a otra ciudad en los
Pirineos, pero los acontecimientos sucedieron tan rápidamente que, con
la caída de Cataluña en un par de semanas, no hubo tiempo para
organizar nada, y tuvimos que cruzar los Pirineos a pie, al amanecer de
una noche gélida en el corazón de la montaña en la misma frontera. En
aquel momento éramos sesenta y cinco, treinta de los niños de entre 4 y
7 años y alguno más pequeño aún. Finalmente aquello terminó, pero
todavía nos aguardaba otra tragedia: la de encontrarnos en un país
extranjero, los niños sin ropa, porque todos los equipajes tuvieron que
ser abandonados y las ropas que habían llevado durante cinco días y
dormido con ellas estaban inservibles. Los franceses nos recibieron con
cariño y los pobladores del lugar nos proporcionaron amablemente
comida y ropa, pero era una pequeña población de unos 6.000 habitantes
y no podían hacer gran cosa; entonces había unos 600 refugiados. Daban
unos zapatos a uno, una camisa o ropa interior a otro, pero era imposible
proporcionarnos todas nuestras necesidades.

El texto continuaba describiendo el lugar inhóspito donde


estaban internados, un edificio que había sido una antigua
cárcel y en la que se hallaban hacinados entre refugiados
desesperados: «maleados por la guerra, algunos de los
cuales, que han vagabundeado sin casa ni hogar durante
dos años, han perdido el respeto por sí mismos y los demás.
No necesito contarles que si esta atmósfera es infausta
para los adultos es peor para los chicos». Habían pedido
ser sacados de allí y tener un lugar para impartir clases,
pero no pudo ser496.
Mientras, en España se la apartaba de la docencia tras la
apertura de un expediente de Responsabilidades Políticas y
se investigan sus antecedentes como masona, sin encontrar
pruebas497. También fueron investigados sus hermanos
Ángeles498 y José Luis499, investigado este por pertenencia a
la masonería. Por lo demás, la farmacia de Francisco
Silvela fue cerrada y requisada, aunque, según el Colegio
de Farmacia de Madrid, en 1945 volvió a regentarla500. Una
última huella de su presencia en Madrid se descubre en la
correspondencia de Alberto Jiménez Fraud, que recibe
noticias del funeral que Eulalia Lapresta y Herrera
organizaron el 16 de enero de 1948 en la iglesia de San
Fermín de los Navarros por la muerte de María de Maeztu
en Argentina501.

EL SUEÑO DORADO DE ANTONINA SANJURJO ARANAZ


A Antonina Sanjurjo Aranaz en casa la llamaban Toni.
Madrid, 21 de julio de 1932
[…] Me da un poco de apuro escribirle y turbar su descanso veraniego
con cuestiones de régimen interior de la Residencia, pero […] no nos
atrevemos a tomar ninguna determinación sin consultárselo.
Recordará V. que habíamos hablado con don Alberto [Jiménez Fraud]
de hacer el próximo curso campeonatos de tenis entre las dos
Residencias y nos parece a nosotras que es ahora el momento más
oportuno […] para empezar los entrenamientos. Pero como a nuestro
campo nunca han venido los muchachos, he ahí el problema que […]
sometemos a su decisión.
Además, ya sabe usted que las chicas de casa vamos de vez en cuando
a jugar a las pistas de tenis de arriba o al campo de hockey, de manera
que el invitar a los residentes aquí sería una ocasión de corresponder a
su amabilidad para con nosotras.
Y ya que le estoy molestando voy a hacerle una pregunta más: ¿tiene
usted algún proyecto definitivo para hacer el refugio o disfrutarlo este
invierno? […]. Si yo se lo menciono nuevamente es nada más que por si
pudiéramos, las que nos hemos quedado, hacer algún servicio en Madrid
o en la Sierra. Ya que no me he ido a picar piedra a Alemania, como
pensaba, lo haría con doble gusto siendo en provecho de la Resi. Con que
ya sabe, cuente en sus cálculos con la mano de obra de unas cuantas
obreras […] (ARS, 44/53/3).

¿Torneos mixtos de tenis, entrenamientos de hockey en el


campo masculino, ayuda de peón en el refugio de la
temporada de esquí, campos de trabajo en Alemania…? Si
la carta hubiera ido sin su encabezamiento podría
atribuirse a una de nuestras actuales Erasmus
universitarias, pero corresponde a la vida de las residentes
en la etapa republicana. La estancia de Antonina Sanjurjo
Aranaz en la Residencia se sitúa en esa época y, aunque la
institución había crecido, se organizaba en cuatro grupos
independientes y había un quinto en marcha, el nuevo
edificio cooperativa, y daba acogida a varios centenares de
jóvenes, y, aunque María de Maeztu apenas podía ya
atender de forma personal a cada una de las residentes y
escribir periódicamente a la familia, como al principio, la
directora seguía siendo como siempre el clavillo del
abanico, en ella confluía toda la estructura y le incumbía la
responsabilidad última en la vida de la Residencia.
La correspondencia conservada con Antonina Sanjurjo se
reduce a esta misiva y una tarjeta postal de su segundo
viaje a Estados Unidos; no obstante, sobre esta joven
gallega se guarda un magnífico expediente en la secretaría
de la Junta para Ampliación de Estudios502. En su biografía
ha trabajado la investigadora Cristina López Villar, que la
ha rescatado como una pionera del deporte femenino503. A
su vocación de deportista, María Antonina sumó una
intensa carrera como investigadora en un campo
igualmente inusual para las mujeres, la geografía
económica, progresando desde su graduación en la Escuela
de Comercio de Vigo hasta su grado de Master of Arts en la
Universidad de Clark (Worcester, Massachusetts).
María Antonina, que había nacido en Santiago de
Compostela en 1910, llegó a Madrid para proseguir sus
estudios en la Escuela Central Superior de Comercio, al
tiempo que se matriculaba en bachillerato y,
posteriormente, en Derecho. Provenía de una familia de
empresarios —hoy en día se ha rescatado y valorado la
figura emprendedora de su abuelo, Manuel Sanjurjo Badía
—, que pertenecía al círculo cultural de los García-Arenal —
descendientes de Concepción Arenal— en Vigo y mantenía
una estrecha amistad con la familia Novoa Ortiz, y como
muestra de estas vinculaciones culturales y
«residenciales», un hermano de Sofía, Joaquín Novoa Ortiz,
se casará con una de las muchas hermanas de Antonina,
Carmen Sanjurjo Aranaz. Los Sanjurjo Aranaz componían
una numerosísima familia, en la que la deportista ocupaba
el segundo lugar entre sus trece hermanas y hermanos. Por
ello, sin duda, como se ha ido descubriendo en tantas otras
aventureras, Antonina tenía que buscar fórmulas para no
gravar el presupuesto familiar, aunque proviniera de una
familia acomodada. Al regresar a Vigo en 1933, organizó un
Club de Hockey femenino, el Atlántida, en cuyo papel
timbrado solía escribir a la JAE; la familia Sanjurjo sostuvo
con el secretario de la Junta, Pablo Martínez Strong, un
cierto vínculo de amistad y de ahí la fluidez de esta
correspondencia.
Antonina solicitó por primera vez una ayuda a la Junta en
febrero de 1932 y no la obtuvo, pero la completa
documentación que presentó sirve para reconstruir su
trayectoria académica. Por eso, es posible saber que había
estudiado Magisterio; que en 1925 ingresó en la Escuela de
Comercio de Vigo y obtuvo, en 1930, el Grado Profesional
en la Escuela de Comercio de La Coruña. Para el año
académico 1930/1931 se matriculó en el Instituto Nacional
de Bachillerato Cervantes, en Madrid, y aprobó la Reválida
en septiembre de ese año. Cuando en febrero de 1932
demanda una pensión, se hallaba cursando primer año de
Derecho y las tres últimas asignaturas que le faltaban para
obtener el título de la Escuela Superior de Comercio en
Madrid. En una esquinita de su solicitud, una mano ha
dejado escrito: «Habla algo de inglés».
Pero nuestra deportista no consiguió su propósito de
obtener pensión y regresó a Vigo para incorporarse como
ayudante a la Escuela Profesional de Comercio en la que
había estudiado y aprovechó para trasladar allí su afición al
hockey, como decía. Cuando en enero de 1934 deposita su
segunda solicitud, deja constancia de que impartía en el
centro la docencia de Geografía General y Geografía
Económica Universal; destacó, además, que también la de
Geografía de América y, sobre esa base, expresaba su deseo
de ampliar estudios en el Radcliffe College (Cambridge,
Massachusetts), porque era el lugar más «destacado en
estudios económicos». Y esta vez sí, obtuvo una beca del
Institute of International Education de Nueva York, aunque
para el Smith College, y una pensión de la Junta para
sufragar el traslado: «Atlántida Hockey Club. Vigo, 17 de
junio 1934. Sr. don Pablo Martínez Strong: […] Mucho
agradecería que me pusiese unas letras diciéndome en qué
forma y cuándo voy a percibir esa cantidad […]».
El camino de la ciencia nunca ha sido fácil, así que en
junio comenzaba una dura lucha para conseguir
comunicación oficial de su beca y de la pensión, y poder
tramitar, así, el visado, al tiempo que para saber cuál era la
cantidad concedida en la pensión y que le transfirieran los
fondos para ocuparse de la gestión y el pago del pasaje,
algo que no consigue hasta mediado ya agosto, por lo que
ha quedado una minuciosa correspondencia cruzada con
Martínez Strong, en la que se comprueba cómo la Junta
apenas disponía de capital para afrontar el intercambio:
Madrid, 6 de julio de 1934
No he contestado antes a su carta del 30 por haber esperado que el
Ministerio de Estado nos concediera la cantidad necesaria para poder
aceptar una muchacha norteamericana en intercambio con V., ya que los
fondos de que este año disponemos no permiten hacerlo de otra manera.

Aunque la Junta tenía dificultades para comprometerse


con la aceptación de la contraparte, todo se logró en el
último minuto y aún se pudo arreglar un segundo
intercambio ese año, que disfrutó Dolores Ibarra. En tanto,
Antonina remiraba los precios de las distintas compañías
hasta asegurarse de que adquiría los pasajes más
económicos, en tercera como ella misma comentará
posteriormente en un interesantísimo informe que la
estudiante redacta para el Instituto Internacional de Nueva
York, en abril de 1935, en el que comienza narrando cómo
fue su travesía:
22 de abril de 1935
Llegué a Estados Unidos en el Leviatán. La Junta para la Ampliación de
Estudios de Madrid me dio aproximadamente 195$ para mi viaje. Yo no
adquirí el billete de vuelta porque costaba aproximadamente la suma
entera [se sobreentiende ida y vuelta]. Pagué a la sucursal de United
States Line en Madrid 79$ por un billete de tercera desde Madrid a
Northampton, la única compañía que hacía un precio especial para
estudiante.
No recomiendo a ninguna muchacha española que venga a Estados
Unidos por primera vez que lo haga en tercera clase, sobre todo si viaja
sola, como era el caso. Porque por las leyes de inmigración los pasajeros
de tercera padecen en Le Havre una inspección física muy desagradable.
Estuve sola prácticamente durante toda la travesía, aunque me considero
a mí misma una persona sociable. Cuando llegamos al puerto de Nueva
York (a las 10 de la mañana), fuimos objeto de otro examen sanitario,
pero para esta vez estaba preparada y mostré todos los documentos que
poseía del Instituto Internacional, de Smith College, etc., y
afortunadamente no tuve que ser examinada. No tuve tanta suerte con
los oficiales de inmigración, que no me permitieron desembarcar antes
de que llegaran las señoras de la Asociación de Ayuda al Viajero (a las 5
de la tarde) […].
Estoy muy contenta de estar aquí y todos mis problemas cesaron en
cuanto encontré al representante del Instituto Internacional […].

Y tras detenerse en el elogio a la amabilidad y la simpatía


que encuentra en su centro, pasa a pormenorizar el monto
de sus ayudas y el uso que había hecho del dinero hasta ese
momento. El total de los ingresos percibidos (de la JAE, una
ayuda de mantenimiento del Smith College y otra, de la
misma institución, para gastos personales y de
esparcimiento —luxury fund—) ascendía a 310 dólares, y
sus desembolsos, desde el día de su viaje de Vigo a Madrid
hasta ese abril de 1935, entre los que va incluyendo desde
una entrada para el teatro —10 dólares— hasta una visita
al dentista —15 dólares— o sus vacaciones de Navidad y
Primavera, le dejaban un remanente de 67,80 dólares, con
lo que la becaria demostraba que, aun siendo más que
ahorradora, el resto no le alcanzaba hasta el final del curso
y menos para el viaje de regreso.
Pero volviendo al punto de su llegada a Nueva York el 14
de septiembre, está claro que la española se sintió
exultante desde el primer momento; en cuanto recaló,
asistió con Lola Ibarra a una conferencia de acogida que
tenía preparada el Instituto Internacional para los nuevos
estudiantes extranjeros, más de cien, de todo el mundo,
que compartieron la información necesaria para el año. Ella
constató en ese primer momento que «ese algo de inglés»
que hablaba no le servía para sus fines y en su primer
contacto con Martínez Strong le confesaba: «Estoy
luchando con el inglés» y, por su carencia, con las
asignaturas que había escogido. Pasado el primer semestre,
ya no tenía que lidiar tanto con la lengua y su balance no
podía ser más positivo: «Me encuentro tan excelentemente
aclimatada a Norteamérica que quisiera quedarme un año
más, ahora que veo el campo de acción que puedo tener
aquí en mis estudios de Geografía Económica, me da pena
marcharme sin aprovecharlo por completo», declara, y
continúa destacando que le han aprovechado mucho los
cursos de inglés y que sigue con gusto las enseñanzas de
geografía, pero que su departamento estaba especializado
en geología y aquello se alejaba de su especialidad, más
económica, a la que deseaba dedicar un segundo año: «Lo
de Columbia ya me imagino debe de ser muy difícil, pero
realmente es mi sueño dorado [sic]. Otros colleges que creo
que están bien en esta cuestión son Radcliffe y Bryn Mawr,
que yo sepa».
Las personas ambiciosas persiguen sus sueños, pero su
éxito depende de que sepan, pragmáticamente, adaptarlos
a la realidad circundante para salvar lo esencial de ellos.
Después de las vacaciones de primavera, en abril, además
de presentar a la institución americana el informe citado
anteriormente —en inglés—, escribe formalmente a la
secretaría de la Junta para solicitar la prórroga de su
pensión y ofrece múltiples detalles de cómo sus profesores
de Geografía en el Smith le habían aconsejado que pidiera
una beca a la Universidad de Clark. Olvidándose de
Columbia, la pensionada explica que, como sus proyectos al
volver a España pasaban por presentarse a las oposiciones
de cátedra de Geografía, cuya docencia había desempeñado
como auxiliar dos años en Vigo, vio en Clark una
oportunidad para su estudio con ese objetivo, y la solicitó.
El 30 de marzo había recibido notificación oficial de que se
le concedía matrícula gratuita en el Máster de la Escuela
de Geografía de Clark y una bolsa de estudios de 200
dólares para manutención, una suma a todas luces
insuficiente para sostenerse todo el curso. Con ayuda de la
Oficina para el Intercambio de Estudiantes Extranjeros del
Smith, había presupuestado el gasto aproximado que le
ocasionaría la estancia y lo fijaba en un montante de 450 o
500 dólares, es decir, unos 60 dólares al mes, que era la
cuantía que demandaba a la Junta. Estos eran los datos
concretos que ella narraba entusiásticamente a Martínez
Strong en otro escrito:
18 de abril de 1935
[Querría haberle escrito antes], pero no ha sido posible. Apenas
salimos de un examen, entramos en otro y cuando no tenemos que
escribir un «paper», tenemos que ir a un «meeting» o lo que es peor,
muy a menudo, las tres cosas a la vez.
Como comprenderá estoy impacientísima por saber la opinión o
posición de la Junta ante mi caso. Mucho agradecería que hiciera V. lo
posible para convencerles «hasta qué punto es conveniente que yo pueda
trabajar en Clark». Porque, en verdad, es una ocasión excepcional. Yo
estoy ilusionadísima, pues no solo me han dado la beca, sino que me ha
escrito el Presidente unas cartas amabilísimas […].
Le agradecería también me comuniquen la decisión tan pronto la
tomen, pues comprenderá que en caso negativo (¡que Dios no lo quiera!),
tendría que rehacer planes y pensar en marcharme cuanto antes para
buscarme algún trabajo para el año próximo.

Con la burocracia española había topado: conseguir la


beca de Clark había sido lo fácil, lo difícil iba a estar en
conquistar la cofinanciación española. Para facilitar la
decisión de la JAE, la directora de la Oficina para el
Intercambio con Estudiantes Extranjeros del Smith, Gladys
Bryson, que ya había colaborado con la española para
ayudarla a evaluar el coste de una posible estancia en
Clark, cogió de nuevo la pluma para avalar ante la Junta la
solicitud de su pensionada. María Antonina había
manifestado reiteradamente que se sentía muy satisfecha
con el trabajo en el Smith y muy bien acogida por la
simpatía del entorno, Bryson dejó constancia de la
excelente opinión que el profesorado del Smith y ella,
particularmente, tenían de la española y de las virtudes que
la hacían merecedora del respaldo español, en
correspondencia con la oportunidad que le brindaba la
universidad norteamericana:
2 de mayo de 1935
[…] Estoy muy interesada, como otros profesores de Smith, en ayudar
a la Srta. Sanjurjo en su formación y sentiría que la falta de financiación
la obligara a renunciar a la beca que le ha sido concedida por una
universidad prestigiosa. El Instituto de Educación Internacional prefiere
patrocinar a candidatos españoles que vengan por primera vez a los
Estados Unidos. Estamos de acuerdo en que esto es justo, pero yo me
siento más interesada en este punto en impulsar la demanda para un
segundo año de una joven brillante y de atractiva personalidad […].

Es decir, en contra de la inclinación de Miss Bryson,


Sanjurjo Aranaz no podía solicitar para un segundo año la
ayuda del Instituto, por eso miraba a España. Pasaban las
semanas y no recibía ni el acuse de recibo a sus escritos; a
mitad de mayo, la madre de Antonina, María Aranaz,
decidió dirigirse directamente a Martínez Strong. La
familia compartía, ya se dijo, el círculo de amistad de los
García-Arenal, sus suegros. A finales del mes, volvía a
insistir nuevamente Antonina. El curso universitario estaba
a punto de cerrar y mantenerse en el verano esperando
respuesta española hubiera sido un problema si no hubiera
encontrado oportunamente, de nuevo, el patrocinio del
Smith, que le otorgó una beca de 400 dólares —más de lo
que demandaba a Madrid— más otros 25 para gastos
personales, a fin de que asistiera a un curso de Geología
que se impartía en Black Hills —Dakota del Sur— entre
mediados de junio y primeros de agosto y luego habían
puesto a su disposición una plaza en una residencia
veraniega para profesoras y alumnas graduadas, Juniper
Lodge. Debemos a la mano de Zenobia Camprubí la
descripción del lugar; en 1940, Juan Ramón y ella
permanecieron allí unos pocos, pero deliciosos, días:
[…] También pasamos por Smith College y vimos luego a Miss
Bourland, que nos llevó a Juniper Lodge, cerca de Miami: una casa de
ensueño que una de las alumnas de Smith le legó, al morir, a su
universidad. La casa está en un bosque de pinos en la ladera de una
montaña, mirando al lago. La dejó su dueña tal como la había vivido,
preciosamente amueblada, con toda su plata, su vajilla, su ropa. Un
regalo regio504.

Con ese trato por parte del Smith College, se entiende


que Sanjurjo se deshiciera en elogios sobre el centro en el
informe correspondiente al segundo semestre, que realizó
en noviembre de 1935. En él expresa cómo la energía
empleada en la mejora del inglés le ha servido para sacar
mayor partido a las materias de geografía, porque seguía
mucho mejor el ritmo de las clases. Además valoró muy
positivamente la ocasión de aprender métodos prácticos de
la geografía en los cursos de Black Hills, considerando lo
bien que le vendrían en su proyecto de enseñar estas
materias en España, y finalizaba el documento con un
párrafo que condensa la satisfactoria experiencia de su
curso académico:
Deseo expresar mi gratitud a cuantos me han ayudado en mi primer
año en América. Una lista de nombres sería demasiado extensa, pero
quiero decir que estaría muy contenta de devolver toda la amabilidad,
ayuda y hospitalidad que encontré aquí a quienes, relacionados con
Smith College, el Instituto de Educación Internacional o centros afines,
pudieran venir a España.

Ciertamente, la sociedad académica estadounidense es


muy acogedora y está entrenada para recibir con
frecuencia a los nuevos miembros que llegan de otros
centros como profesores visitantes o alumnos
internacionales, pero esta inversión en la persona de
Antonina se entiende por ese interés que manifestaba
Gladys Bryson en estimular a personas valiosas y con un
futuro prometedor, y esa era María Antonina, como habría
de demostrar en Clark University.
En el idílico Juniper Lodge descansaría, finalmente, de la
ansiedad que, sin duda, le había acarreado el silencio
español. La Junta no decidió hasta su reunión del día 2 de
julio y la notificación favorable se expidió el 6: se le
otorgaba pensión de 350 pesetas —aproximadamente 49
dólares— por nueve mensualidades. Para entonces, ya se
había trasladado a Dakota del Sur y hasta agosto no
conoció el final feliz de su iniciativa; a estas alturas, sabía
que la lucha no había terminado y en la misma carta en la
que sinceramente agradecía la distinción de que era objeto
por parte de la Junta preguntaba sobre el pago: «Mucho
agradecería tuviera V. la amabilidad de informarme […] en
cuanto a la forma que voy a hacer efectiva dicha pensión
[…]».
En septiembre y mirando ya a su estancia en el Clark,
recibió la geógrafa las requeridas indicaciones de la Junta:
se le aplicaba el procedimiento general, la pensión sería
enviada cada mes por el habilitado para la contabilidad,
previa recepción de un certificado que igualmente cada
mes tenía que emitir el centro, acreditando la estancia. El
sistema resultó ser tremendamente lento y se convirtió en
un agobio más para la estudiante que, si no hubiera sido
por la penuria, hubiera disfrutado una estancia plenamente
satisfactoria. En el plano científico y académico, el centro
colmó todas sus expectativas y la española se entregó en
cuerpo y alma al estudio, recibiendo la admiración de sus
profesores. En el primer semestre, como ella relata a
Martínez Strong, se matriculó en siete asignaturas, más un
seminario, una práctica en laboratorio y una clase de
dibujo, lo que significaba, a todas luces, una carga excesiva
incluso para un angloparlante: «A pesar de que el trabajo
me parece excesivo, estoy encantada con mis estudios y
creo que aprovechándolos» [véase imagen 13].
Así era. En febrero había superado todos los exámenes y
el profesorado elogiaba su rendimiento. Fue entonces
cuando explicó realmente a la Junta el alcance de su
decisión. El master degree comprendía dos cursos
académicos, por lo regular, y solo cuando se hubieran
aprobado un número determinado de materias se permitía
matricular la tesis de máster con la que se obtenía el grado
pertinente, Master of Arts. Antonina había superado con
éxito en febrero ese requisito, trazado habitualmente para
todo un primer curso académico; en el segundo semestre
pensaba mantener el mismo ritmo: aprobar las materias
que le faltaban y simultanear la investigación de la tesis,
pero para terminarla requería, al menos, dedicar el verano
a la redacción y realizar su defensa en agosto. Quería
obtener el grado de Master of Arts en un curso y no en los
dos que el plan de estudios preveía, y solicitaba por ello
una prórroga de dos meses —julio y agosto— a la Junta y en
ello la respaldaban el presidente del Clark —entonces su
catedrático de Geografía, el profesor Wallace Atwood— y el
secretario de la Escuela de Geografía del Clark, el profesor
Jones. No iba a ser la primera vez que Wallace Atwood se
encontrara con una española supertrabajadora, ya había
disfrutado de esa experiencia con Carolina Marcial Dorado,
autora de una Geografía moderna, cuya edición en 1916
incluye que había sido revisada y supervisada por el
geógrafo en cuestión505.
Clarence F. Jones, prestigioso especialista en Geografía
Económica y Comercial, explicaba su mérito: «10 Febrero
1936 […] la Srta. Sanjurjo ha realizado un trabajo tan
excelente que el profesorado en una reciente reunión votó
a favor de admitirla para que obtuviera el grado al final del
curso de verano de este año […]», y seguía recordando la
beca y el bonus económico que el Clark había otorgado:
«La Universidad ha invertido una suma considerable en la
formación de la Srta. Sanjurjo. Por esta razón, estamos
particularmente deseosos de que complete su grado antes
de regresar a España». Por su parte, el profesor Atwood
insistía en su excelente rendimiento: «11 de febrero de
1936 […]. Ella está trabajando seriamente. Al completar
todos los requisitos al final del verano, consigue la tarea en
mucho menos tiempo del que requiere la mayoría de los
estudiantes. Reconocemos que su trabajo en Smith le fue
de gran ayuda y la campaña de verano le sirvió para
prepararse para su trabajo en el máster […]. Confiamos en
que ustedes la ayudarán para hacer posible que complete
sus estudios y regrese a su país con el reconocimiento y el
honor que merece y que la preparará para rendir un gran
servicio a su país […]».
Y, no obstante estos elogios, la preocupación de Antonina
consistía en cómo sobrevivir cada día. El 5 de marzo
escribía a la Junta con angustia: «5 marzo 1936 […]. Puede
imaginarse cómo estoy sin haber recibido un céntimo desde
el 8 de enero […] y este trastorno económico tiene
necesariamente que reflejarse en mi aprovechamiento en la
Universidad, lo cual sería francamente lamentable. Entre
otros mil detalles, no he podido comprar todavía los libros
del segundo semestre […]. He llegado al límite en el que el
SOS se hace inevitable […]».
En esta ocasión, por lo demás, la Junta aprobó casi de
inmediato la demandada prórroga, aunque la solicitante
había rehecho sus planes. En marzo recibió una oferta de
trabajo como profesora de español en el New Jersey
College for Women, en New Brunswick, algo así le permitía
volver por un tercer año a los Estados Unidos, y, sin tener
ya la presión de defender el trabajo de máster en agosto,
decidió disfrutar de un verano en Galicia con su familia, de
la que llevaba dos años separada; aunque esto no implicaba
que dejara de trabajar, puesto que adaptó el tema de
investigación a su próximo verano y pensó en elegir algo
que conocía muy bien por tradición familiar, la industria
pesquera y sus derivados en Vigo.
Pero nuevamente el dinero se anteponía a sus planes,
porque seguía percibiendo la pensión con meses de retraso
y no disponía de fondos para adquirir el billete de regreso,
así que su ansiedad creció, ya que la situación española, en
esa primavera de 1936, dificultaba enormemente el envío
de efectivo al extranjero. El último pago que le había
llegado en mayo correspondía a febrero y, a unas semanas
del previsto retorno, pues el curso terminaba en junio,
reconocía: «Tengo una porción de atrasos en la casa en la
que vivo y en la Universidad, los cuales tengo que liquidar
antes de irme», y solicitaba que le enviaran juntas las
mensualidades adeudadas, pero no era posible. Al final,
Martínez Strong, que siempre se tomó el máximo interés
por la situación, afrontó el delicado procedimiento de
explicar la situación de retraso al Instituto de Educación
Internacional y pedir que adelantaran allí el capital
adeudado, previo el compromiso de pago de la Junta y, con
la buena voluntad de todos y una dosis de flexibilidad
añadida, pudo regresar la estudiante, que casi vio que se
quedaba en tierra por falta de liquidez, pero el dinero llegó
finalmente a Estados Unidos.
Una última carta escrita ya desde casa, a finales de junio
de 1936, informaba a la Junta sobre cómo había superado
los exámenes del segundo semestre y la reválida que
cerraba el período formativo del máster, y estaba a
expensas de la defensa de la tesis. No obstante, tuvo que
volver a insistir en temas dinerarios: el Clark había enviado
puntualmente el certificado de permanencia de la
estudiante correspondiente a mayo, pero no el de finales de
junio, porque la española ya había abandonado la
universidad a mediados de mes, de forma que no recibió la
última cuota de la pensión.
Una postal de las fuentes de Versalles, con un cariñoso
recuerdo para doña María, nos confirma que Antonina
seguía sintiendo por su directora la devoción de sus
tiempos de residente: «Splendeurs des Charmes de
Versailles, 7 agosto 1936. Antes de dejar Europa, le envío
un saludo muy afectuoso». La guerra en España había
comenzado, pero ella se incorporaba a su nuevo puesto en
New Brunswick; en el New Jersey College for Women iba a
coincidir con una compañera de la Residencia, Isabel
Brugada Altabás. Las dificultades para mantener el
contacto con Vigo, de cara al tema de la tesis sobre la
industria pesquera, la obligaron a modificar otra vez la
temática y, al final, en 1938 defendió en la Escuela de
Geografía de Clark University una tesis de máster sobre las
colonias francesas, An Approach to the Colonial Evaluation
of the French West Indies and French Guiana.
Nos hemos ido acercando a una joven atlética, inquieta,
inteligente, muy trabajadora, con una gran personalidad —
como decía Miss Gladys Bryson— y que, al menos en esta
primera etapa norteamericana, sufrió privaciones (aunque
muchas otras pensionadas también padecieron dificultades
económicas). Se puede suponer que María Antonina vivió
una etapa de sacrificios y de esfuerzos, probablemente
tantos que terminaron quebrantando su salud, eso que
algunos padres de residentes tanto temían y sobre lo que
alertaban por carta constantemente a sus hijas. A Antonina
nunca le falló el ánimo, pero sí las fuerzas, y enfermó de
tuberculosis. A esa etapa final corresponde la carta
remitida por su compañera Isabel a su madre:
New Jersey College for Women, New Brunswick, N.J.
22 de marzo de 1939
Querida Señora Sanjurjo:
No sé si habrá recibido la carta que le escribí hace cosa de un mes en
que le explicaba el estado de salud en que se encontraba María Antonina.
Desde entonces hemos estado esperando a cada momento un cable que
nos anuncie su venida. Pero, por fin, María Antonina el domingo me
enseñó el cable que había recibido diciendo que encontraban Vds.
muchas dificultades para el viaje. Verdaderamente es una desgracia que
no pueda V. venir. Yo no sé hasta qué punto debe María Antonina intentar
el viaje. El médico le dice que puede hacerlo, pero en cambio el director
del hospital dice que hay verdadero peligro, pero, claro, la pobrecita no
sabe esto y la idea del viaje la ilusiona mucho, no piensa en otra cosa. Yo
la quiero muchísimo, si fuese hermana mía no podría quererla más, y
haría por ella todo lo que humanamente pudiese, pero la idea de
embarcarme sola con ella, pensando en todo lo que puede ocurrir, me
hace vacilar. Si V. pudiera venir, aunque no desembarcara siquiera! […].
Yo me ocuparía de todo […].
No sé cómo nos las arreglaremos para obtener pasaportes […].
También quería decirle que compren Vds. el pasaje para Toni (de primera
clase), pues ella cree tener más dinero del que verdaderamente tiene.
Cuenta con vender el coche, y no sabe que el motor está estropeado y
podremos obtener muy poco dinero […]. La pobre sufre mucho no solo
por la enfermedad sino al pensar en la pena que tendrán Vds. y en el
gasto que les ocasiona, etc. […].
¡Qué ganas tiene de ponerse buena! El médico, claro, no le ha dicho la
gravedad de su caso y ella no duda de que se pondrá bien aunque cree
que será para largo.
Ahora pensamos en embarcarnos el 20 de mayo en el Saturnia, pero
esto depende de muchas cosas, en primer lugar de lo que decidan Vds. al
recibir esta carta […].
Yo la veo tres veces por semana, que son los días de visita, y ahora
desde que le han puesto en un cuarto individual a veces me permiten
verla algún día «extra». La semana pasada parecía mejor; estuvo unos
días sin fiebre, pero tose muchísimo a pesar de darle muchos calmantes
[…]. A veces está animada y con ganas de hablar y otras veces tiene
dolor de cabeza y de garganta y todas las visitas le molestan. Su médico,
Dr. Guzmán, la quiere mucho y le hace mucha compañía […].
Esperando saber su decisión lo antes posible, le ruego disponga de mí
para todo lo que pueda hacer […] [Firma: Isabel Brugada]506.

La guerra en España no había terminado, movimientos,


pasaportes, pasajes requerían trámites interminables;
María Aranaz debió de mover cielo y tierra para recoger a
su hija y traerla de vuelta a casa, donde murió al poco de
llegar. La carta trata de la enfermedad, pero trata más de
los afectos, de esta declaración de amistad entre dos
compañeras de la Residencia a las que la lejanía y las
ausencias convierten en hermanas. En la última década, a
raíz de la conmemoración del centenario de la creación de
la JAE, se ha hablado mucho de las redes científicas
internacionales que se fueron fraguando a través de estos
intercambios; también podría hablarse de las redes de
amistad que tuvieron que forjar las mujeres que
permanecieron en el extranjero durante años por motivos
profesionales y crearon entre sí vínculos tan fuertes como
los familiares. Se ha visto en los casos de Díez de Oñate y
Sofía Novoa, Pilar de Madariaga y Margarita de Mayo o
Isabel Brugada y Toni Sanjurjo, por ejemplo.

Y TANTAS OTRAS

Como explicaba al principio de este capítulo, todas y cada


una de las residentes llevaban dentro a una aventurera:
había que tener audacia para imaginarse a una misma
moviéndose sola libremente por Madrid y había que
agarrar con fuerza ese sueño para que no se lo tragaran los
obstáculos sociales, familiares o económicos que surgieron
en la mayoría de los casos, sin duda. He elegido a estas
viajeras porque podía acceder a sus trayectorias y no
habían sido objeto, como Carmen Castilla o M.ª Paz García
del Valle, por ejemplo, de estudios sistemáticos que las
rescataran. Hay otras mujeres intrépidas con las que me
hubiera encantado trabajar, pero considero que han
despertado ya el interés de otros investigadores y que, con
las fuentes de la Residencia y de la JAE, nada muy
novedoso podía aportar. Sin embargo, no me resisto a
cerrar el texto sin referirme a tres grandes personalidades
femeninas, rompedoras cada una a su manera: Juana
Moreno de Sosa, Felisa Martín Bravo y M.ª Josefa Barba
Gosé. Aunque son ya conocidas, sobre todo las dos
primeras, opino que hay que seguir extendiendo su
repercusión más allá de los pequeños círculos científicos y
creo, también, que su fortaleza añade color y volumen al
nuevo modelo de mujer que entre todas crearon.
Como decía, Santiago López-Ríos Moreno ha realizado
sobre la fascinante Juana Moreno de Sosa una cautivadora
semblanza, en la que destaca esa valía personal que la llevó
desde su papel de maestra destinada a vivir con pocos
recursos a su doble y exquisita formación norteamericana y
europea. Sobre la primera vertiente, López-Ríos nos
comenta su estancia en el Smith College, a principios de la
década de los veinte, a través de una curiosa carta en la
que su autora alude con humor a ciertas inclinaciones
lésbicas observadas en el centro norteamericano507; más
tarde realizará varias estancias en Francia, Suiza y en
Alemania, donde contactó con el escritor Thomas Mann y
se convertirá en la traductora al español de su novela
Königliche Hoheit (Alteza Real) 508.
El comienzo de Juana Moreno me hace recordar las
incertidumbres vitales de María Díez de Oñate. Ambas,
huérfanas de militares que habían muerto jóvenes, sacaron
el coraje para apartar su futuro de una existencia limitada
por la estrechez económica. Vivieron con estrecheces,
cierto, porque los sueldos de la Residencia y el Instituto-
Escuela y las pensiones de la JAE no daban para alegrías,
pero su arrojo y su ambición las llevaron tan lejos como las
condujo su imaginación, o más, y consiguieron integrarse
en un triángulo cultural que aunaba su experiencia en los
centros de la JAE con las vivencias norteamericana y
europea. En 1915, la maestra Juana Moreno, que era de
Madrid, vivía ya en la Residencia con la ayuda de una
pequeña beca y preparaba el ingreso a la Escuela Superior,
que no logró, aunque sí obtuvo el título de bachiller. María
de Maeztu contó con ella para el arranque del Instituto-
Escuela, donde comienza a trabajar en diciembre de 1918.
Poco después es designada para ir como becaria al Smith
College y obtiene de la JAE una ayuda para el viaje y la
consideración de pensionada para el curso 1920/1921. En
la correspondencia que estableció con Castillejo en esa
primera experiencia fuera de España, sorprenden la
perspicacia de sus análisis, la facilidad con la que transmite
el todo y el detalle, la capacidad crítica y la oportunidad de
sus comparativas, un instrumento para analizar y aprender
en su nuevo marco. Hacia noviembre le comenta al
secretario de la JAE:
Smith College, Baldwin House, 25 de noviembre de 1920
[…] Esto de América va marchando bastante bien. Las clases me
interesan ahora mucho y me dan bastante trabajo. Al principio, estaba
bastante desilusionada porque me parecían tan raras que no encontraba
qué hacer […]. Las clases son muy bonitas, muy claras […], el maestro es
buenísimo en cuanto a los procedimientos que emplea para meter la
ciencia en la cabeza. Pero en cuanto al procedimiento para volver a
sacarla de allí es fatal. No saben preguntar […].

Y se extiende en una larga reflexión sobre las


capacidades y habilidades del profesorado con el que
trabaja en las materias de pedagogía y los cursos de
ciencias en los que estaba matriculada. Todas sus
reflexiones sobre pedagogía están llenas de interés, pero
López-Ríos se detiene en el análisis de una misiva
diferente, dirigida a su mentora, la Srta. de Maeztu, y
escrita igualmente desde el mismo Baldwin House, unos
meses después que la anterior, el 28 de febrero de 1921, en
la que entraba en confidencias sobre las amistades
femeninas —lesbian desire— en el Smith. Era un tema
realmente sorprendente para ser tratado entre mujeres de
edades diferentes y con una relación de maestra y
discípula, lo que demuestra el grado de complicidad de
Maeztu con sus primeras colaboradoras. Aunque el
investigador señala la ambigüedad de distintos párrafos de
la carta, centra su atención en el siguiente: «[…] Miss
Bourland continúa tan deliciosamente encantadora como el
primer día. Yo me asombro y me confundo ante sus
amabilidades. Pero eso no quita para que dos veces me
haya enseñado las patitas [la cursiva es mía]. Yo me he
hecho la distraída; estoy dispuesta a no ver más patas que
las que obligan las faldas de las jóvenes americanas, de
ningún modo las de la Facultad […]». Aunque el autor
señala que en español enseñar la pata puede ser
interpretado como mostrar las verdaderas intenciones, se
inclina más por otorgar a esas palabras el significado de
una insinuación sexual de la profesora hacia la estudiante,
y lo justifica en una extensa literatura que muestra que no
fueron extrañas en esa época las relaciones lésbicas entre
profesoras y estudiantes en el Smith College o en el
p y g
Wellesley y que se dieron parejas estables. A las pasiones
que se establecen en el interior de esos universos
exclusivamente femeninos también alude Carmen de la
Guardia al enmarcar las amistades juveniles en el Vassar de
Louise Crane, compañera de Victoria Kent hasta su
muerte509.
Aunque todo ello ilustre un magnífico ejemplo del
progresivo descubrimiento de la diversidad con la que se
puede conducir una vida, quiero rescatar, no obstante, otra
parte de esta carta genial en la que la española establece
varias de esas comparaciones entre uno y otro mundo para
interesarse en lo mejor de ambos. Centrándose en su
vivencia del funcionamiento de las asociaciones y clubes
universitarios en el Smith, declara:
Tengo la pena de decirle que todos los comités que intentemos en la
Residencia fracasarán. Somos demasiado listas para que resulten bien.
Es lástima, pero es así. Aquí, naturalmente, me ha interesado estudiar
este aspecto de las chicas. Créame: para que las cosas organizadas
prosperen al estilo americano, hay que ser tontos de cabeza […]. Estas
dos entidades [dos comités] se han pasado el invierno discutiendo para
llegar a dos magnas decisiones: 1.ª Se ha de llevar sombrero hasta la
tercera tienda de Main Street. 2.ª Jurar por escrito en los exámenes que
no se ha recibido ayuda de nadie [copiado]. V. comprenderá que el que
tiene maldad bastante para engañar, la tiene para jurar en falso […]»

La experiencia de las asociaciones de alumnas de la


Residencia se condujo, de hecho, de una manera muy
diferente; siguiendo con sus observaciones, la becaria
encontraba muy útil, sin embargo, el funcionamiento de la
Asociación de Antiguas Alumnas del Smith:
Este año ha organizado la mar de cosas para conseguir dinero para el
fondo Smith. Nosotras vamos siendo ya un gran número de antiguas. Tal
vez pudiéramos también tener nuestro fondo, no para ayudar a la
Residencia, precisamente, sino para ayudarnos nosotras mismas. No se
me borra que, cuando María Carrascosa nos visitó este verano, nos dijo
que el único traje que en dos años pudo comprarse había sido con el
dinero que le mandamos nosotras; eso quiere decir, además, que en dos
años apenas había comido. Si entonces hubiéramos estado preparadas
con un fondo, le hubiésemos podido ayudar más y humillar menos,
porque en vez de darle una limosna, le hubiésemos podido prestar dinero
por un tiempo indefinido para defenderse hasta encontrar una
colocación. Por la tragedia de María Carrascosa pasan muchas […].

Entraba Juana en el núcleo de la realidad social de un


grupo numeroso de las estudiantes de la Residencia: María
Carrascosa recibió beca en la Residencia en el curso
1918/1919, era también maestra; podemos imaginarla
sobreviviendo en la mayor de las estrecheces y
manteniendo hacia fuera las apariencias que el
convencionalismo exigía. Probablemente Juana hablaba, en
el fondo, también de ella misma.
Su experiencia en el Smith tuvo, pues, luces y sombras en
cuanto a lo académico. Una vez en Estados Unidos, deseó
con fuerzas asistir a lo que todos, incluida doña María, le
anunciaban como una Meca de la Pedagogía, el Teachers
College de la Universidad de Columbia, y con bastante
trabajo, se consiguió prorrogar la estancia y una pensión
por dos meses para que pudiera asistir a aquellos cursos de
verano antes de regresar a Madrid. La valoración de este
centro no presentó fisuras, aunque la tranquilidad en el
estudio quedó turbada por el retraso y las trabas
burocráticas para el cobro de la pensión, algo a lo que el
habilitado de la JAE acostumbró a todos los pensionados.
De hecho, como no le llegaron los fondos para la matrícula
en Columbia y pagar el alojamiento, explica la estudiante
que, textualmente: «Smith me prestó 200$». Pero los
apuros valieron la pena: «17 de julio de 1921 […]. Tengo
tres cursos en Teachers College. Pero el más interesante es
el de la Escuela de demostración. Yo estoy entusiasmada,
no he visto nunca una Escuela así, [deja] la libertad más
completa dentro de la Escuela, por ejemplo. No he oído a
ninguna maestra hacer una sola observación. Realmente no
hace falta». Explica con detalle cómo el objetivo del
profesorado consistía en «enseñar a estudiar», y añade
que, igualmente, le había motivado estudiar la pedagogía
del Método de Proyectos 510.
Con tal bagaje se reincorporó como una docente mucho
más cualificada al Instituto-Escuela. Además, Juana se
había convertido en una mujer poco convencional y tal vez
por ello frecuentó diversos ambientes culturales donde
pudo descubrir al que sería el compañero de su vida, el
pintor y grabador Albert Zeigler, recién llegado a España
desde Alemania; se conocieron en 1924. Juana ya había
dejado la Residencia, pero no, como decía, su trabajo en el
Instituto-Escuela bajo la dirección de la Srta. de Maeztu.
Parece que en estos años se fue fraguando cierta reticencia
entre nuestra protagonista y doña María y un
distanciamiento en la valoración de los horizontes
profesionales y en las actitudes ante la vida que
ocasionaron una durísima reflexión por parte de la
directora y han dejado una de esas cartas magistrales que
consiguen dar vida a las relaciones entre las personas y
ayudan a conocer mejor la implicación de María de Maeztu
en la orientación de las residentes:
20 de febrero de 1925
Srta. Juana Moreno
Mi querida discípula y amiga: No quiero dejar pasar más tiempo sin
decirle por escrito que no me ha molestado su actitud violenta de esta
mañana y las censuras tan injustificadas y tan sin sentido que me ha
dirigido usted solo por el capricho de molestarme.
Pero como desde hace algunos años estas censuras, fuera de tiempo y
de tono, se van repitiendo aunque en nada me hieren, pues usted no
puede herirme, creo que es mi deber puntualizar las cosas y enseñarle a
leer en la realidad de la vida lo mismo que, en otros días y con el mismo
cariñoso interés, le enseñé algunos conocimientos que usted posee
cuando era usted mi discípula en esta casa.
A mí me gustan los discípulos rebeldes, cuando su rebeldía se refiere a
puntos concretos de la ciencia que el maestro ha enseñado; pero usted
no se ha acercado a mí en tal actitud más que para pedirme aumento de
sueldo o para reprocharme lo poco que he hecho por usted en la vida,
estorbándole —según usted dice— los brillantes caminos que usted
hubiese elegido de no haber tenido la desgracia de encontrarse conmigo.
Nada más lejos de mi propósito y de mi corazón que recordar a las que
fueron mis alumnas que, muy especialmente en los primeros años de la
Residencia, puse en ellas cuanto supe y cuanto pude y libré batallas para
que su vida en esta casa les fuera más grata y les sirviera de aprendizaje
fecundo en la vida.
Pero con usted, por lo mismo que era huérfana y que no tenía quien
ejerciese cerca de usted una vigilante tutoría, hice más: se presentó
usted a mí sin que yo la conociera para nada; nada le pregunté de su vida
ni de sus antecedentes; me bastó verla para sentir la natural simpatía
que toda muchacha joven, estudiosa, me inspira cuando anhela abrirse
camino en la vida. Le concedí una beca en la Residencia para que hiciera
usted su preparación de ingreso en la Escuela Superior y no logró usted
conseguirlo. Al no realizar usted sus propósitos la coloqué en la
Residencia junto a mí para que cubriera usted los gastos de su vida. Al
fundarse el Instituto-Escuela, y sin que usted pudiera alegar años de
experiencia en la enseñanza, la coloqué en dicho Instituto donde ha
alcanzado usted el sueldo máximo. Le proporcioné una beca para que
fuese usted a estudiar a América y a aprender inglés. Nada más […].
Creo, por consiguiente, que ha llegado el momento de que usted
afronte la vida sin mi ayuda […]. Me parece muy bien que solicite usted
una beca para el extranjero; yo hablaré con el Sr. Castillejo para que se
la conceda. Pero, por si a pesar de mis buenos deseos, no se la
concediera, escriba usted a América donde tiene usted muchas
relaciones para que le busquen una colocación o intente usted por todos
los medios buscar algo en otro sitio pues yo, por mi parte, entiendo que
no le conviene a usted continuar trabajando en el Instituto-Escuela […].
No vea usted en estas palabras mías el menor asomo de amargura;
todo lo contrario, si usted necesita que yo le ayude a buscar algo, o si
quiere que la recomiende, lo haré con mucho gusto y daré de usted los
más excelentes informes. Pero durante unos cuantos años usted necesita
trabajar en algún sitio donde la persona que la dirija no sea algo tan
familiar y tan íntimo como soy yo para usted porque, basada en la
creencia de que conmigo puede usted hacer cuanto quiere, no logra
situarse en aquel plano de objetividad en que es preciso colocar los
hechos y las cosas para contemplarlos con ojos limpios y serenos.
[…] En todo caso me parece que desde que salió usted de la Residencia
ha tenido usted tiempo para terminar su carrera universitaria y
encontrarse en condiciones de hacer oposiciones a una cátedra de
Instituto. En ese caso no habría ninguna de las dificultades que ahora se
le plantean; y no creo que pueda usted decir que yo tengo la culpa
también de que usted no haya destinado sus muchos ratos de ocio al
estudio.
Le saluda con el afecto de siempre su buena amiga [sin firma porque es
copia] (ARS, 52/9/92).

La magia que encierra esta carta nos lleva a sentir la


Residencia como un organismo vivo, con sus turbulencias,
lleno de esperanzas, predilecciones, desorientación… Tal
vez fuera ese el estado de Juana, desorientada ante
caminos atractivos pero contradictorios, que se abren en la
vida y que consumen tiempo, esfuerzo y dinero, algo que
nunca abunda, ni aun cuando se es joven. Tal vez doña
María hubiera preferido mayor pragmatismo y menos
tanteos en campos distintos: Juana estudiaba inglés,
francés y alemán, se inclinaba hacia el arte, le interesaba la
biología, la pedagogía y, efectivamente, cursaba estudios de
Psicología en la Facultad de Ciencias, pero no avanzaba.
Más allá del caso concreto, el texto manifiesta la
motivación profunda de la Srta. de Maeztu para liberar de
un destino limitado a jóvenes inteligentes y sin posibles y
cómo empleó los recursos de la Residencia, el Instituto-
Escuela y los intercambios con América como instrumentos
apropiados para conseguirlo. La carta, además, en línea
con la anteriormente enviada desde Connecticut,
demuestra el fuerte vínculo personal entre ambas; ningún
otro contexto afectivo hubiera permitido este choque
frontal y que luego ambas mantuvieran la relación
profesional en el Instituto. Aunque, ciertamente, Juana
obtuvo la pensión para Europa —otorgada por la JAE el 23
de junio de 1925—, posiblemente con la aquiescencia de
doña María, y pasó unos años fuera de Madrid. 1925
tampoco estaba siendo un año fácil para la directora, ocultó
una enfermedad de tiroides y pasó el verano en tratamiento
médico en Ginebra, desde donde escribió otra carta
desgarradora sobre el alto precio del éxito social a su
amiga María Martos.
El curso 1925/1926 estudió Juana en el Instituto de
Psicología de la Universidad de París y en el Instituto
Rousseau de Ginebra. Al abandonar París transmitía a
Castillejo sus impresiones:
[1926, sin fecha]
He seguido este año cursos muy interesantes en la Universidad de
París: sobre los Fundamentos del Carácter; Psicología de la Vida
Afectiva; Psicología del Arte; Etapas del Desenvolvimiento Psicológico. Al
tomar estos cursos pretendía encontrar solución de algo que desde hace
años me preocupa: ¿qué es cada niño? […]. Estos cursos me han sido
muy útiles, me han orientado perfectamente y, al dejar la Universidad de
París, lo hago sintiendo gran agradecimiento por ello.

Añadía que su preocupación por esas temáticas se había


acrecentado y solicitaba una ampliación de la pensión para
poder seguir sus estudios en Berlín, tras su prevista
estancia en Suiza. Le confesaba a Castillejo que las
aptitudes y las orientaciones profesionales la preocupaban
por los niños y también por ella misma, que había tenido
que «irme encontrando poco a poco […]. He perdido tanto
tiempo, que quisiera evitar este daño a otros».
Lógicamente estas palabras nos conducen de nuevo a la
carta de la directora y al comportamiento errático que le
recriminaba.
En Berlín siguió cursos de Psicología con los profesores
Wolfgang Köhler y Max Wertheirmer sobre capacidades
relacionadas con la inteligencia, la memoria y la
percepción, en el curso 1926/1927, y, luego, prorrogó su
estancia en la ciudad un año más. López-Ríos destaca,
entonces, cómo la familiaridad con la lengua y la amplitud
de sus intereses culturales la condujeron por nuevos
caminos, los de traductora del alemán al español; con
intermediación de Ziegler, entró en contacto con Thomas
Mann y llegó a acordar con él la traducción de Alteza Real,
que se publicó en la editorial Aguilar poco antes de que su
autor recibiera el Nobel en 1929.
A su regreso, contrae matrimonio civil con Albert Ziegler
—no tuvieron hijos— y continúa sus labores en el Instituto-
Escuela. Aunque no en la dirección que apuntara doña
María, sí afianzó su situación como docente, porque,
después de realizar, como tantos otros profesores, los
célebres cursillos para docentes de 1933, entró como
funcionaria en el escalafón nacional en 1934. Su expediente
de la JAE incluye una nota correspondiente a la sesión del
Comité el 16 de octubre de ese año en la que «se acuerda
rogarle atienda provisionalmente al despacho de asuntos
del Instituto-Escuela por dimisión de la Srta. de Maeztu», y
definitivamente sucederá a su mentora en la dirección de la
preparatoria del Instituto. Sin embargo, su implicación en
ese centro emblemático, al que había llegado en el
momento de su creación, estaba alcanzando el final,
coincidiendo con el de la propia vida del centro, que
terminó con la guerra. Por su vinculación con el
institucionismo, se le abrió un proceso de depuración en el
que se indagó su actividad en el servicio de evacuación de
niños511. Después, como explica López-Ríos, ya nunca volvió
a ejercer como maestra y se entregó a apoyar la labor
artística de Ziegler. Murió en Madrid en 1971.
Sin duda, la trayectoria de Felisa Martín Bravo, otra de
«las antiguas» —siguiendo la terminología de la Casa—, fue
más del gusto de doña María. Sobresale Martín Bravo por
haber sido una de las primeras mujeres españolas que
siguió una carrera investigadora. Había nacido en San
Sebastián en 1898 y llegó a la Residencia el curso
1918/1919, cuando se matriculó en Ciencias en la
Universidad Central. En su expediente académico512 se
incluye su título de bachillerato, que había cursado en el
Instituto de San Sebastián. Se licenció en Ciencias y
continuó su formación inscribiéndose en doctorado,
comenzando a trabajar en el equipo del joven catedrático
de Física Julio Palacios Martínez, dentro del Laboratorio de
Investigaciones Físicas que dirigía Blas Cabrera. Allí estuvo
hasta que terminó su tesis, Determinación de la estructura
cristalina del óxido de níquel, del óxido de cobalto y del
sulfuro de plomo, que defendió el 30 de junio de 1926 y
mereció una consideración de Sobresaliente por parte de
un tribunal que presidía Luis Octavio de Toledo. Sobre esa
temprana y brillante trayectoria ha llamado la atención
Carmen Magallón Portolés, quien subraya su actividad en
este centro y en el Instituto Nacional de Física y Química y
la sitúa como la primera doctora en Física 513, aunque hasta
este momento no se había podido datar cuándo
exactamente presentó la tesis; su acta de defensa y un
ejemplar se incluyen en el expediente del AHN.
Felisa perteneció a ese grupo de mujeres excepcionales
con recursos limitados por las que María de Maeztu apostó
apoyando sus estudios con una beca para que pudieran
permanecer en la Residencia. En su caso, ambos
progenitores eran maestros, Enrique Martín y Rosalía
Bravo, y como muchas otras residentes, se da también el
caso de que las Martín Bravo eran tres hermanas: Felisa, la
del medio; su hermana pequeña se llamaba Teresa, y, a la
mayor, Rosalía Martín Bravo, ya la conocemos, a raíz de su
relación con otras hermanas residentes, las Rodríguez
Á
Álvarez —Matutina y Teresa—; por su mediación conocería
Rosalía a quien sería su esposo, Alejandro Rodríguez
Álvarez (Alejandro Casona). Rosalía Martín, Teresa
Rodríguez y Alejandro Casona fueron compañeros en la
Escuela Superior del Magisterio. Volviendo a Felisa, recibió
su beca para que pudiera permanecer en la Casa mientras
finalizaba su tesis doctoral, entre 1924 y 1926.
No se conserva la correspondencia de Felisa Martín con
la Residencia pero sí un estupendo expediente en la
secretaría de la JAE514, que ha permitido a su biógrafa
reconstruir su trayectoria profesional; se incluye en él un
certificado de su pertenencia al Instituto-Escuela como
aspirante al Magisterio Secundario en la sección de
Ciencias desde los comienzos del centro, entre 1919 y
1923, otro impulso de Maeztu al desarrollo profesional de
Felisa. Consta, además, que para el curso 1925/1926 la
doctoranda se había incorporado como profesora ayudante
de Física a la Facultad de Ciencias de la Universidad
Central.
Recién doctorada, Felisa se embarca en otro reto
académico, aceptar una invitación del Connecticut College
de New London para impartir clases de español y
«lecciones de Físicas», y, para hacerlo posible, solicita una
pensión a la JAE, que le concederá una ayuda de 300
pesetas por siete mensualidades, entre noviembre de ese
1926 y junio de 1927. La pensionada alargó su estancia,
porque encontró la posibilidad de incorporarse a la Spanish
School de Middlebury, que estaba aquel verano tan
concurrida con colegas de Madrid —Margarita de Mayo,
Enriqueta Martín, Pilar Claver y muchas de las estudiantes
norteamericanas que habían vivido en la Residencia— que
le llevó a escribir a Gonzalo Jiménez de la Espada que
aquello «parecía una sucursal del Instituto [Escuela]»515.
Precisamente del Instituto conocía también a otro colega,
con quien igualmente se encontró en Vermont, José Vallejo
Sánchez; con él se casaría después en Sevilla, en cuya
universidad desempeñaría Vallejo una cátedra de Latín.
Aunque en Connecticut se había incorporado al
Departamento de Lenguas Románicas, no perdió la ocasión
de entrar en el campo que realmente le interesaba, el de
ciencia aplicada: «Connecticut, 29 de abril de 1927 […].
Estas vacaciones de Pascua he visto bastantes cosas
nuevas. La Universidad de Harvard, una de las más
antiguas, y la de Yale, quizás la mejor […]. En Harvard vi
algunos laboratorios en marcha; los nuevos son magníficos;
tienen los últimos aparatos a medida y nada les falta […].
Recorrí las instalaciones importantes y me enteré de mucho
[…]. Visité también Wellesley College […]».
Al regresar de Estados Unidos, retoma sus anteriores
trabajos como ayudante en la universidad y en el equipo de
Julio Palacios. Con ese grupo, quedará integrada como
becaria de la Cátedra Cajal en la sección de Rayos X del
nuevo Instituto Nacional de Física y Química, el conocido
como edificio Rockefeller, y, durante dos cursos —entre
1928 y 1930—, volverá a vivir en la Residencia, aunque
ahora como directora del grupo de Rafael Calvo. Tomará,
después, Felisa dos decisiones que serán decisivas para su
vida: la primera, casarse con José Vallejo y aceptar adaptar
su trayectoria investigadora a la de su esposo —la pareja
no tendrá hijos—; la segunda, acceder como auxiliar al
Servicio Nacional de Meteorología. Nuevamente sería, en
1931, la primera mujer en ingresar en esta institución.
Solicitará poco después una segunda pensión a la JAE
para pasar un curso en Cambridge, y la obtendrá, por lo
que se trasladará junto con su esposo, que ese año sería
profesor visitante en la universidad británica, para el
comienzo del curso 1932/1933. Vuelve entonces a aparecer
una detallada información sobre sus actividades a través de
la fluida correspondencia mantenida con Gonzalo Jiménez
de la Espada y se constata cómo la investigadora desarrolla
ese año una doble línea de trabajo: su tarea en la
espectografía de los rayos X, al tiempo que también se
introduce en una serie de prácticas y mediciones de la
electricidad atmosférica, de cara a su aplicación para los
vuelos. La investigadora informa con detalle de los cursos
que seguía en Cambridge con el profesor P. Debey sobre
«los últimos resultados en el estudio de la estructura
cristalina por medio de Rayos X» o la asistencia en el
laboratorio de Cavendish a los coloquios sobre
«constitución de la materia y desintegración del núcleo
sobre radiación penetrante», entre otras diversas
actividades. Por otra parte, desarrolló un intenso
aprendizaje sobre la organización y el funcionamiento del
Servicio Meteorológico en el aeródromo de Croydon, y se
volcó en el aprendizaje para realizar sondeos sobre
electricidad atmosférica en los observatorios de Duxford y
Kew. Se concentró en esas mediciones una vez que los
cursos teóricos terminaron y colaboró en el Solar Physics
Observatory de Cambridge con los profesores Charles T. R.
Wilson —que había recibido el Nobel de Física en 1927— y
G. W. Wornell, «obteniendo hasta la fecha interesantes
resultados», según decía ella misma, que le sirvieron de
base para la redacción de su memoria final para la JAE
sobre Corrientes eléctricas verticales originadas por la
acción de las puntas bajo nubes de tormenta, chaparrones,
etc.
A su regreso a España, no obstante, su investigación en
el Instituto Nacional de Física se frenó, aunque según C.
Magallón, a quien sigo, mantuvo los trabajos sobre
electricidad atmosférica y radiación cósmica que
desarrollaba en el Observatorio del Retiro junto a otra
compañera, Antonia Roldán. Parece ser que en 1937, al ser
trasladado el Servicio Meteorológico a Valencia, Felisa no
se presentó en su destino, por lo que fue expedientada y
separada del mismo por la República. En realidad, Felisa se
había desplazado al domicilio paterno de San Sebastián y
allí se haría cargo de las observaciones meteorológicas del
observatorio del Monte Igueldo, fundamentales para la
estrategia de guerra del ejército sublevado, asegurando los
vuelos. Se explica, por ello, que, terminada la Guerra Civil,
quedara readmitida en el Servicio Nacional de
Meteorología, a pesar de haber sido militarizado y pasar a
depender del Arma de Aviación. En él permanecieron solo
dos mujeres hasta los años setenta, Antonia Roldán y
Felisa, que alcanzó el grado de comandante del Ejército del
Aire. Atrás había quedado, no obstante, su brillante carrera
como investigadora en físicas, probablemente por la
dificultad de conciliar la carrera investigadora con la vida
familiar y las nuevas condiciones políticas y sociales del
país. Un reciente artículo de J. Núñez y C. Carbonell
complementa su trayectoria profesional con un breve
retrato final de su carácter a través de la entrevista con un
descendiente indirecto, quien recordaba que era Felisa una
mujer obsesionada con no perder el tiempo y volcada en el
trabajo, hasta el punto de que no quería asistir a eventos
culturales, espectáculos o reuniones familiares y llegó a
vivir en un relativo aislamiento con pocas relaciones
sociales. Murió en Madrid en 1979516.

À
Sobre M.ª Josefa Barba Gosé, sus biógrafos —Àlvar
Martínez-Vidal y Empar Pons-Barrachina— han narrado
cómo, desde una referencia marginal hallada en un libro,
iniciaron el camino de su recuperación, localizaron a su
descendiente —su sobrino Eduardo Barba Martínez de la
Hidalga— y realizaron el documental Las dos vidas
científicas de Josefa Barba517. Se había perdido por
completo su recuerdo, en parte porque, después de salir de
España durante la Guerra Civil, nunca regresó y murió en
Estados Unidos en el año 2000 y, en parte, porque durante
ese largo período vivió como Josefa B. Flexner, el apellido
de su esposo, y con él firmó su impresionante producción
científica; antes de 1938, M.ª Josefa ya era doctora en
Farmacia y había iniciado una carrera investigadora en
Barcelona y Madrid, de ahí sus dos vidas.
Cuando Pepita Barba Gosé —así firmaba ella— llegó a la
Residencia en el curso 1926/1927, ya era licenciada en
Farmacia; podemos imaginarla en el Laboratorio Foster,
acudiendo a las prácticas de Rosa Herrera Montenegro e
iniciando los primeros pasos en el complicado mundo de la
ciencia. Se había matriculado en los cursos para el
doctorado de Farmacia, que terminó ese año, pero
permaneció comunicada con la Casa y regresó
ocasionalmente en los años sucesivos. Aunque prosiguió
con su tesis en Barcelona y se incorporó al Instituto de
Fisiología de la Facultad de Medicina, su espíritu la
impulsaba más lejos, siguiendo las rutas de otras colegas
de la Residencia. En 1928 solicitó y obtuvo una pensión de
la JAE para continuar su investigación en farmacología y
valoraciones biológicas en la Royal Pharmaceutical Society
de Londres, y allí residió el primer semestre de 1929.
Para entonces, esta Pepita que desborda en sus cartas
buen humor y un carácter optimista —ella misma se
caracteriza así— había tomado otra iniciativa totalmente
discordante con la investigación y la ciencia: matricularse
por libre en Derecho en la Universidad de Barcelona.
En el expediente en la secretaría de la JAE se incluye una
relación documental que respaldaba su petición y una
propuesta clara sobre el aprendizaje y la investigación que
quería acometer, marcando unos objetivos con los que,
según sus posteriores palabras, cumplió satisfactoriamente:
«Durante estos seis meses de mi trabajo […] bajo la
dirección del Doctor J. H. Burn, he aprendido el trabajo y la
significación de las Valoraciones biológicas, el método para
obtener resultados generales a partir de las experiencias
(estadísticas, gráficos, curvas) y he adquirido la práctica
suficiente en la técnica de los ensayos […]»518.
Regresaba en 1929 empeñada en continuar con su
formación en centros especializados y después de que le
denegaran una segunda pensión de la JAE, a finales de año,
confesaba a Eulalia Lapresta: «Yo no sé si V. sabe que entre
mis muchas ocupaciones existe una que está ya tomando la
categoría de deporte, ello es el lanzarme a solicitar becas
de estudios. En el momento actual pretendo una, otorgada
por una entidad exclusivamente local, para la que me hace
falta un dato, el coste de la vida estudiantil en las
Universidades y Colleges americanos» (ARS, 24/35/5), y
pedía que la Srta. de Maeztu la ayudara a hacer un
presupuesto realista porque quería ir a la Johns Hopkins;
efectivamente, la información que necesitaba no le tardó en
llegar.
La investigadora continuó su comunicación con Eulalia y,
riéndose de ella misma, comentaba burlona su aspecto
londinense: «5 de diciembre de 1929 […]. Le contaré mis
hazañas feministas en Londres, empezando por la
descripción de mi “toilette” cuando disfrutábamos [sic] de
la suave temperatura de 12.º bajo cero, temperatura que
me obligaba a tener un aspecto completamente
“sufragístico”» (ARS, 24/35/6).
De hecho, en los descansos de ese deporte tan propio de
la investigación española, aspirar a las becas, terminó su
tesis, Contribución al estudio farmacológico de la efedrina
519
: «21 de junio 1930 […]. Llamada a comparecer en la
Facultad de Farmacia para defender mi tesis doctoral, llego
a Madrid el lunes por la mañana» (ARS, 24/35/8), y pedía
ser recibida en la Residencia. Andaba, por fin, con su beca
y su tesis bajo el brazo: «Si no hay nada que lo impida,
pienso salir de España el próximo […] mes de agosto con el
intento de pasar el curso 1930/31 en Baltimore, trabajando
en la de Baltimore University» (ARS, 24/35/7). En su
comunicación con la Residencia, Pepita había aludido a que
buscaba el respaldo de una entidad local, e indican sus
biógrafos que se trataba de la Fundación Maria Patxot i
Rabell. Se fue a Baltimore, y en aquella Facultad de
Medicina, su vida se cruzó con la de Louis B. Flexner e
iniciaron algo que perduró en la distancia, porque se
reencontraron para casarse en 1937 y formaron para
siempre un matrimonio y un equipo profesional.
En 1932, Pepita Barba regresó a Barcelona y retomó sus
contactos con Eulalia Lapresta. Incluso en Barcelona la
señorita Barba no dejaba de ser distinta, y su sobrino ha
transmitido la opinión familiar: «Hacía cosas raras siempre
[…]. Estaba muy asumido que era la excéntrica [de la
familia]». No hay sombra de crítica en esos rasgos —la
palabra excéntrica sí la tenía entonces—, sino de
admiración por ese carácter tan rompedor. El mismo que la
llevó a emprender el regreso por la ruta más alejada,
atravesando el Pacífico: así que llegó a Barcelona después
de haber dado la vuelta al mundo. Confieso que por este
poderoso detalle no he querido renunciar a su recuerdo. Y
esta excéntrica no dejaba las cosas a medias; de nuevo en
Barcelona, y hay que pensar que habiendo retomado en la
ciudad su trayectoria científica, guardó algo de su energía
para terminar Derecho: «[7 noviembre 32] Ya soy
abogado!! De momento para lo único que me sirve es para
que mis amistades puedan presumir de mí» (ARS,
24/35/10).
En realidad, había optado desde el principio por una
vocación científica que continuaba en el Instituto de
Fisiología, hasta que la Guerra Civil destrozó cualquier
normalidad. Su relación con Louis B. Flexner debió de
haberse afirmado en la distancia —ya se sabe lo fuerte que
es el amor soñado—, porque el día en el que Pepita cruzó la
frontera de La Perthus, él la esperaba en el lado francés. Se
casaron en la ciudad fronteriza el 23 de agosto de 1937 y
marcharon juntos hacia Estados Unidos. Tras una estancia
en Baltimore —curiosamente, otra antigua española,
Milagros Alda, como se vio, también residía en la ciudad—,
vivieron en Washington y, más tarde, se instalaron
definitivamente en Filadelfia, trabajando en la Universidad
de Pensilvania, en el Instituto de Neurociencia que Flexner
dirigió. En aquella ciudad moriría Josefa Barba Gosé en el
año 2000.
Como señala Àlvar Martínez-Vidal, en 1941 publicaron
juntos su primer artículo —«The oxygen consumption,
cytochrome and cytochrome oxidase activity and
histological structure of the developing cerebral cortex of
the fetal pig» —reeditado en 2005520—, y el nombre de
Pepita figuró en primer lugar. Seguirían muchos otros
textos científicos en común, y con frecuencia la autoría de
Josefa se antepuso a la de su marido —«Memory in Mice as
Affected by Intracerebral Puromycin»521. En relación con
ello, recurro a otro detalle interesante de las declaraciones
de Eduardo Barba Martínez de la Hidalga: fue un
matrimonio sin hijos porque ella nunca los quiso. Pepita
priorizó su carrera investigadora en un marco en el que
entendía que la conciliación entre ciencia y familia no le
era posible.
No regresó. Su hermano, el ingeniero Eduardo Barba
Gosé, se exilió a República Dominicana y, años después, a
México; según recuerda su hijo, México fue el país de sus
encuentros y en el que él conoció a su tía, que se les unía
en las vacaciones familiares.
No quiero que el hilo narrativo, al ir desgranando
sucesivamente las trayectorias y al no poder hablar de
todas al unísono, dificulte la visión de un rasgo esencial, a
mi modo de ver: que se trataba de una aventura colectiva.
Estas muchachas no fueron llegando de manera descolgada
al Smith, al Vassar, al Wellesley, a Berlín, la Sorbona o el
Instituto Rousseau de Ginebra; las primeras abrían caminos
para las siguientes. Además, desde Madrid, la Srta. de
Maeztu arbitraba una operación coral, crear una élite
femenina de mujeres inteligentes y bien relacionadas. Lo
consiguió. Cada una de las protagonistas puso de su parte
en el esfuerzo, aprendieron a vivir al día y, al menos al
principio, casi con lo puesto, ligeras de equipaje, también
ligeras de equipaje emocional; es decir, estuvieron
dispuestas a dejar atrás muchos convencionalismos sociales
y tuvieron que renunciar al objetivo que entonces se le
suponía a toda mujer: el de crear una familia. Las más
permanecieron solteras y aquellas que encontraron un
compañero que comprendiera su rareza no tuvieron hijos.
435
El sistema de pensiones y la formación de redes constituyen aspectos que
han recibido mucha atención por parte de la investigación. Son estudios ya
clásicos el de Justo Formentín y M.ª José Villegas, Relaciones culturales entre
España y América: la Junta para Ampliación de Estudios (1907-1936), Madrid,
Mapfre, 1992, y los de M.ª Teresa Marín Eced, La renovación pedagógica en
España (1907-1936): los pensionados en Pedagogía por la Junta para
Ampliación de Estudios, Madrid, CSIC, 1990, e Innovadores de la Educación en
España, Albacete, Universidad de Castilla-La Mancha, 1991.
436
Pilar Piñón pormenoriza el proceso negociador y su contenido exacto, op.
cit., págs. 303-304.
437
Carmen Castilla, Diario de viaje a Estados Unidos: un año en Smith College
(1921-1922), introducción, edición crítica y notas de Santiago López-Ríos
Moreno, Valencia, Universitat de València, 2012.
438
Elena Roldán, op. cit.
439
Pilar Piñón, op. cit., pág. 239.
440
http://www.euskomedia.org/aunamendi/397 (consultado 20/6/2022).
441
https://bancaandalucia.blogspot.com/2016/10/lorenzo-martin-de-robles.html
(consultado 20/6/2022).
442
https://eusal.es/index.php/eusal/catalog/download/978-84-1311-216-
9/4987/3579-1?inline=1 (consultado 20/6/2022).
443
https://ucm.on.worldcat.org/oclc/1024757624 (consultado 20/6/2022), y Pilar
Piñón, op. cit., pág. 480.
444
Encarnación Lemus, «Cultura y libros en la Residencia de Señoritas: la
biblioteca durante la Segunda República», Cultura de la República: Revista de
análisis crítico, núm. 4 (2020), págs. 113-132.
445
Elvira M. Melián, 2018, incluye la relación por curso académico de todas las
alumnas matriculadas.
446
Carta de Susan Huntington Vernon a Natalia Cossío, 24 de octubre de 1937,
en Alberto Jiménez, 2017, pág. 191.

https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1941/312/A08722-08724.pdf (consultado
447

20/6/2022).
448
http://www.exterior21.org/publicaciones/08%20Yelpatievski%20FINAL.pdf
(consultado 20/6/2022).
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451
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452
https://diezdeonate.weebly.com/uploads/6/5/8/9/6589761/4933110_1.png
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hermana-mariacutea.html (consultado 20/6/2022).
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Archivo del International Institute for Girls in Spain, Notes and News, núm.
25, junio de 1939. Agradezco muy sinceramente a Pilar Piñón que me halla
proporcionado este documento.
497
CDMH: Antecedentes, exp. 31257.
498
CDMH: legajo 2930, tomo 13, exp. 1.
499
CDMH: Masonería B, legajo 1294, exp. 6.
500
https://www.cofm.es/recursos/doc/portal/2019/05/08/rosa-herrero-
montegro.pdf (consultado 20/6/2022).
501
Carta de Andrés Maroto a Alberto Jiménez Fraud, 25 de enero de 1948, en
Alberto Jiménez, 2017, pág. 803.
502
JAE/134-290.
503
http://consellodacultura.gal/album-de-galicia/detalle.php?persoa=3623, doi:
https://doi.org/10.17075/adg.3623 (consultado 20/6/2022).

Emilia Cortés, Zenobia Camprubí y Olga Bauer: epistolario (1932-1956),


504

Huelva, Universidad de Huelva, 2017, pág. 149.


505
Adelaida Sagarra (coord.), Liberales, cultivadas y activas: redes culturales,
lazos de amistad, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2017, pág. 193.
506
Agradezco a su descendiente Santiago González Sanjurjo que me haya
facilitado esta carta preciosa, y a Tachi Novoa Sanjurjo y a Manuel, su tiempo y
sus recuerdos.
507
Santiago López-Ríos, «“I may be seized by curiosity”: echoes of lesbian
desire in a Spanish letter from Smith College in the 1920s», Journal of the
History of Sexuality, vol. 24, núm. 2 (2015), págs. 179-197.

Santiago López-Ríos, «Juana Moreno, traductora de Thomas Mann», en G.


508

Beck-Busse et al. (eds.), Señoritas en Berlín, Fräulein in Madrid, 1918-1939,


Berlín, Hentrich&Hentrich, 2014, págs. 93-115.
509
Carmen de la Guardia, 2015, págs. 35 y 36.
510
JAE/103-797.
511
CDMH, DNSD-SECRETARIA,FICHERO,45,M0268677,
http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/description/10728410?nm
(consultado 11/8/2021).
512
AHN, Universidades, Legajo 5833 / Exp. 14.
513
Carmen Magallón, «Del laboratorio de investigaciones físicas a la
meteorología: la primera española doctora en Física. Felisa Martín Bravo», en J.
García-Velasco y J. M. Sánchez Ron (eds.), 100 años de la JAE, Madrid,
Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2010, págs. 762-791.
514
JAE/93-199.
515
Recientemente se ha prestado atención al grupo de profesoras españolas
que estuvieron en Middlebury en estos años veinte: Teresa Amalia Asensio, «De
España a Vermont: las profesoras de la Spanish Language School de
Middlebury College (1925-1928)», en R. Riestra (ed.), Narrativas y voces
angloamericanas y gaélicas en clave feminista, Madrid, Dykinson, 2021, págs.
103-133.
516
Juan Valdés y Carmen Carbonell, «100 años de derechos: la primera mujer
española doctora en Física», disponible en:
https://idus.us.es/bitstream/handle/11441/40454/Pages%20from%20Investigaci
on_Genero_103-681-1256-8.pdf (consultado 20/6/2022).
517
https://vimeo.com/107604281.
518
JAE/15-77.
519
https://ucm.on.worldcat.org/oclc/1024980503 (consultado 20/6/2022).
520

https://www.researchgate.net/publication/230055620_The_oxygen_consumption
_cytochrome_and_cytochrome_oxidase_activity_and_histological_structure_of_t
he_developing_cerebral_cortex_of_the_fetal_pig (consultado 20/6/2022).
521
https://science.sciencemag.org/content/141/3575/57/tab-article-info
(consultado 20/6/2022).
CONCLUSIONES

LAS MODERNAS DE PROVINCIAS


Todo trabajo de historia responde al general objetivo de
explicar cómo se ha llegado hasta aquí, este también.
¡Conviene tanto echar la vista atrás y recordar que las
situaciones hoy habituales no lo eran hace muy poco!
Cuando se es consciente de las mejoras sociales se
saborean los detalles de la cotidianidad, por ejemplo, el
abrir la puerta del aula cada curso y contemplar
aproximadamente un mismo número de alumnas y de
alumnos. Si no hay que pelear por el derecho a estudiar, a
trabajar, a opositar, a viajar, a opinar… queda más tiempo
libre y mejor disposición de ánimo para estudiar, trabajar,
opositar, viajar u opinar. Cuando en momentos de crisis
político-social o personal se duda del concepto de progreso
histórico —por tanto, de progreso humano—, bastaría con
recuperar esta perspectiva para reajustar las impresiones.
En la introducción explicitaba los hilos transversales que
recorrían el conjunto del texto. Ahora, ya podemos
alejarnos para contemplar la figura central del tapiz, las
modernas de provincias. Por el camino hacia la ciudadanía
plena para la mujer se ha avanzado las más de las veces
con parsimonia y en contadas ocasiones a toda marcha. En
el primer tercio del pasado siglo en España se vivieron
cambios sorprendentes, una revolución social: los
coetáneos lo percibían, el debate alcanzaba a la sociedad,
la prensa se hacía eco y, más allá de cortarse el pelo a lo
garçonne o de recortar el largo de la falda, algunas
españolas se transformaron en ciudadanas visibles en el
ámbito público. Por ello habla Shirley Mangini de Las
Modernas de Madrid; la modernidad saltaría más allá de la
Rive Gauche. Las páginas anteriores demuestran que
también desbordó la barrera de la capital de España: junto
con afianzar el proceso en la capital, el éxito de la
Residencia, a mi modo de ver, consistió en abrir esa
oportunidad a las jóvenes de provincias: las modernas
llegaron a la periferia, como anunciaba en la introducción y
recordaba en una entrevista oral la residente María Luisa
González, al hablar de las jóvenes de la periferia.
El devenir histórico lo explicamos como un proceso: nada
surge de la nada. A las modernas de la Generación del 27
las precedieron rompedoras como María de la O Lejárraga,
Concha Espina, Carmen Baroja o Rosario de Acuña, entre
otras. A ellas, unas valientes como Colombine, Emilia Pardo
Bazán, Concepción Arenal, Carmen Karr o Blanca de los
Ríos y podríamos desandar el camino: Carolina Coronado,
Rosalía de Castro, Gertrudis de Avellaneda… No les faltó a
estas antecesoras ni el deseo ni el logro de realizarse
siendo mujer, ni un grado de conciencia feminista, pero
eran unas pocas autodidactas que, en gran medida,
actuaban aisladas en su individualidad visionaria. Ahí está
ese salto cualitativo de las modernas de finales de los
veinte y de los treinta, que transformaron la búsqueda
individual en movimiento social, algo así como una
actuación en red —compañeras, amigas, correligionarias—,
una alianza que se tejió entre la Residencia de Señoritas y
el Lyceum Club o la Juventud Universitaria Femenina. El
mismo ejemplo de la Residencia de Señoritas se trasladó a
la Residencia Internacional de Señoritas Estudiantes de
Barcelona, a través de María Luz Morales; es decir, que las
modernas dejaron de ser un puñado para ser una
generación con conciencia de movimiento social. No es ya
el surgimiento más o menos explicable de una intelectual,
una pensadora, una activista como personalidad
precursora, sino que maduraba la semilla diseminada por
las sembradoras y germinaba mucho más allá de la
espectacularidad de las Sinsombrero.
Al tiempo que las vanguardistas se descubrían la cabeza
en la Gran Vía, la ola de la modernidad en Madrid irrumpía
en los espacios masculinos: se metieron en política —Kent,
Bohigas—, se hicieron socias del Ateneo —como Caridad
Marín—, acudieron a las tertulias —así conoció Nieves
López Pastor al escultor Juan Luis Vasallo, que le hizo un
busto—, a las salas de concierto —la ópera era una pasión
para Sofía Novoa. Se hicieron hueco en los periódicos —
hemos utilizado los artículos de Carmen de Munárriz— y en
los hospitales o desempeñaron las representaciones
sindicales, como Elisa López Velasco y Encarnación Fuyola.
Simultáneamente, lo rabiosamente moderno consistía en
que las cinco hijas del farmacéutico de Jarandilla de la Vera
estudiaran en la Universidad Central o que lo hicieran las
Muñoz, tres hermanas con un padre maestro en Antequera.
No sé si estas jóvenes en sus respectivos espacios se
quitaron el sombrero o anduvieron tocadas, a esas alturas
el gesto decisivo consistía en poner un pie donde antes no
se habían visto mujeres.
María Luisa González, una de las primeras españolas en
ganar una oposición para Archivos, Bibliotecas y Museos,
era una moderna y ya dije que formó parte del grupo de
residentes que Buñuel bautizó como la Orden de Toledo. En
su entrevista refiere los viajes a Toledo con la Orden. Su
desenfado me recuerda las bromas que la leonesa Felisa de
las Cuevas narraba a su paisana Eulalia Lapresta,
contándole las tertulias nocturnas que organizaban durante
las vacaciones en el Bar Azul. En una de ellas casi le mete
el «dedo en la copa de Benedictine a un amigo que la
acompañaba», y al día siguiente la broma se convertía en la
comidilla de León: «Hay quien dice que metió toda la
mano…», y narra cómo organizaron una excursión para
asistir a una corrida de los toros en La Robla: no se cabía y
les ofrecieron una escalera de mano para llegar a los
tendidos, «estaba todo el mundo pendiente de la escena».
Cuevas y su pandilla paseaban por León su modernidad y
escandalizaban a los leoneses con esa camaradería entre
jóvenes de distinto sexo. Se me ocurre imaginar en una
ciudad tan cerrada en sus ritos sociales como Sevilla el
revuelo causado por las residentes, del que se hacía eco
María Amorós cuando escribía a María de Maeztu que no
se podía dar un paso por la ciudad sin encontrarse con una
de ellas.
Las modernas tomaban las calles. Acudo a una entrevista
a Eulalia Lapresta, la secretaria del centro —también
conservada en el Archivo de la Residencia de Estudiantes
—, en la que consideraba la Residencia como el primer
lugar del que las mujeres salieron solas y nadie las molestó:
«¿Quién acompaña a las estudiantes para ir y venir a la
Facultad?», preguntaba, incrédulamente, el hermano de
Lolita Saudiel desde un pueblo de Córdoba. En Oviedo
abrieron una clínica de puericultura Matutina Rodríguez y
Teresa Junquera, pero también ejercieron la medicina las
hermanas Coloma y Manolita Suárez Escalera y las
Echevarría Labandera —Pilar y Vicenta—, que cursaron las
especialidades de Ginecología y Odontología,
respectivamente: así que las mujeres doctoras dejaron de
ser anecdóticas en la lluviosa capital del norte.
En todos los capítulos se encuentran los ecos del
asombro social ante la modernidad; lo manifestaba la
prensa en San Sebastián y Pamplona ante la colegiación y
las primeras actuaciones de la señorita abogado María
Lacunza Ezcurra; algo que se repite en el homenaje del
Colegio de Abogados de Las Palmas a Josefina Perdomo.
También el Colegio Médico de Almería organizó un
entusiástico homenaje a su nueva colega, Elena Gómez
Spencer, que llegaba con una hija y sin marido y terminó
enrolada en la Agrupación Socialista de su ciudad. No se
puede dudar de que significó, siguiendo la estela de
Colombine, una nueva manera de ser mujer en Almería.
Podríamos continuar saltando de un punto a otro de la
geografía española y recalar en el impacto en Las Palmas
de la hija de un empleado de la Heredad del Agua de Telde,
María Suárez López, que firmaba como Hilda Zudán —
lectora voraz de sus paisanos Benito Pérez Galdós e Ignacia
de Lara Henríquez, de Unmauno, Valle-Inclán y de otros—;
el mismo papel de amiga de los libros que el grupo Cántico
en Córdoba atribuía a su bibliotecaria Carmen Guerra San
Martín: «Íbamos mucho a su casa. Esa mujer tenía muchos
libros y nos los prestaba».
Algunas incluso llegaron a la España rural. ¿Cómo
reaccionarían los habitantes de Talavera de la Reina o los
de Úbeda cuando supieran que la jefa del dispensario
antipalúdico había sido médico de la Marina Mercante? Si
la recién llegada tenía vocación, con ella llegaba también la
revolución: ahí queda la reconocida tarea de María Cruz Gil
Febrel inaugurando grupos escolares y su convicción
cuando escribía sobre la Función social que la maestra
rural puede realizar en el medio en que se encuentra; con
esa guía desempeñó el cargo de inspectora jefe de la
provincia de Soria. «Voy a ser la maestra del Corral»,
bromeaba María Josefa Fernández, aunque la tarea le
pesara y acudiera al desahogo y al consejo de la Srta. de
Maeztu: «Lo único que de una manera concreta puedo
recomendarle es que no se desaliente», le contestaba ella, y
que pusiera en cada una de sus clases un «empeño tan
brioso como si se tratase en cada instante de ganar de
nuevo las oposiciones». No es necesario imaginar el
asombro, porque los documentales de las Misiones
Pedagógicas grabaron los ojos de la incredulidad, pero los
misioneros venían y se iban… Tal vez parecieran personajes
tan de otro mundo como los que surgían en las mágicas
pantallas de cine; las inspectoras, las maestras, las
profesoras de instituto, las farmacéuticas permanecían.
Además de valientes, eran esforzadas. En la citada
entrevista, al ser preguntada sobre el modelo de mujer que
la Residencia quería impulsar, Eulalia Lapresta la definió
como inteligente, cultivada y trabajadora, lista para
intervenir en la sociedad española, y habló después del
reglamento de régimen interno. Esto me conduce a una
consideración de Isabel Pérez-Villanueva acerca de la
educación recibida por las residentes: preparadas para la
responsabilidad, el cumplimiento exacto, el esfuerzo
continuado… Me he preguntado reiteradamente si hubo
espacio para la transgresión y si la disciplina y la
responsabilidad implicaron un freno a la creatividad.
¿Pueden convivir el reglamentismo, ese cumplimiento
exacto, con el vanguardismo cultural y artístico?
La vanguardia cultural parece aliada con la ausencia de
normas, de horarios, de rutinas mantenidas; retomo la
reprensión de María de Maeztu a Juana Moreno al
recriminarle que tal vez hubiera podido tener su vida
económicamente resuelta si hubiera «destinado sus muchos
ratos de ocio al estudio». Sin embargo, bien a través de las
clases que el centro organizaba o de los ciclos de
conferencias, las estudiantes sí entraban en contacto con
las intelectuales del momento: ahí queda el indicio de la
correspondencia sobre literatura de Nieves López Pastor
con Gabriela Mistral, y también se contaba con la
influencia rompedora de otras extranjeras.
Tal vez la pregunta no esté bien formulada y tendría que
ser la de que si aquellos estímulos y estrategias que tanto
impulsaron los objetivos profesionales de las residentes
también sirvieron, como en el caso de la Residencia de
Estudiantes, para estimular en ellas la genialidad artística.
A través de esta correspondencia no hay respuesta: la
exploración de nuevos caminos, el dolor de la existencia, la
desmesura, la extroversión que pudiera llegar a ser
impúdica no hallaban su natural curso en la
correspondencia mantenida con las instituciones,
Residencia y JAE. Tal vez solo he topado con una excepción,
la de Sofía Novoa, a quien he acompañado en su dolorosa
decisión contraria, la de dejar colgada su formación
artística musical para profesionalizarse como profesora de
música.
La misma pregunta también puede tener otra
reformulación: ¿se enseña la transgresión? La respuesta es
sí. En la Residencia, todo respondía a la gran transgresión
de trastocar el rol tradicional femenino. Apunta Carmen
Gómez Escolar, otra entrevistada, la desaprobación social
al elegir un centro de la JAE para la formación de una
joven: un centro donde no se rezaba diariamente el rosario
y no se celebraban misas… los amigos de la familia
desaconsejaban la opción. Desde ese primer paso se
comenzaba a predicar con el ejemplo. Una ejemplaridad
venturosa para el reformismo educativo-cultural
institucionista y perniciosa para los defensores de la
España eterna del conservadurismo católico, de modo que,
ya durante la guerra, las modernas estuvieron en el ojo del
huracán de la depuración por el hecho de serlo. En Cazalla
de la Sierra, un denunciante de Casimira de Haro,
profesora del instituto, declaraba por escrito sobre su
conducta personal: «sSu personalidad corresponde a lo que
corresponde exactamente el tipo de “chica de residencia”
(la ILE)». En la España franquista, haber sido residente se
había convertido en sospechoso; por lo mismo, en el
expediente de Milagros Martínez Prieto un informante de
Utrera denunciaba su conducta particular por su
«desenvoltura modernista».
Llegó un tiempo en el que hubo que pagar por la
transgresión de ser moderna. En todos los espacios de la
diáspora del exilio republicano hallamos los nombres de las
residentes: Luisa González en la URSS; en México, Estrella
Cortichs; Teresa Andrés Zamora, en Francia; Elena Gómez
Spencer, en Tánger; Carmen Húder, en Venezuela; Pilar de
Madariaga, en Estados Unidos. He llamado la atención
sobre represaliadas como Caridad Marín o María Sánchez
Arbós. Por otra parte, en Falange militaron Cándida
Cadenas, África Ramírez de Arellano o María García
Escalera. No me ocupa en estas páginas finales la
dispersión ideológica de las residentes, sino el destino final
de la transgresión de la modernidad, ahora un pecado para
profesionales en pueblos y capitales de provincias. Se
acabó para ellas la trayectoria incipiente de intervenir en la
vida pública y fueron devueltas a lo privado por las nuevas
costumbres y la reposición de los roles tradicionales. No es
que tuvieran que dejar de ejercer, aunque algunas lo
hicieron —la profesora Milagros Martínez Prieto, la
maestra y traductora Juana Moreno o la doctora María
Teresa Junquera—, sino que simplemente les faltó el
espacio exterior. Probablemente a ellas también se les
pueda aplicar la metáfora del exilio interior; prefiero, sin
embargo, describirlas de una manera más sencilla: mujeres
en soledad. Ellas, que habían echado a rodar una
revolución generacional y habían conseguido una
habitación propia, se vieron otra vez arrojadas al pasado,
aisladas en su individualidad, transformadas de modernas
en extravagantes, desalojadas. Pienso en el recuerdo de
mujer difícil, poco expansiva, replegada, que guardaba la
familia de Carmen Gómez, divorciada y farmacéutica en
Puente Genil, que huía a Madrid cuando las circunstancias
lo permitían, hasta que se jubiló y se marchó para siempre.
A Elena Felipe le pusieron una calle en su pueblo, Higuera
de Vargas, y hoy nadie recuerda su existencia.
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Abreviaturas
AGA Archivo General de la Administración
AGGCE Archivo General de la Guerra Civil Española
AHN Archivo Histórico Nacional
ARS Archivo de la Residencia de Señoritas
CDMH Centro Documental de la Memoria Histórica
CEDA Confederación Española de Derechas Autónomas
CNT Confederación Nacional del Trabajo
FETE Federación de Trabajadores de la Enseñanza
FUE Federación Universitaria Escolar
IEO Instituto Español de Oceanografía
IFUW International Federation of University Women
ILE Institución Libre de Enseñanza
JAE Junta para Ampliación de Estudios e
Investigaciones Científicas
JONS Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista
JSU Juventudes Socialistas Unificadas
JUF Juventud Universitaria Femenina
PARES Portal de Archivos Españoles
PCE Partido Comunista de España
SDN Sociedad de Naciones
TERMC Tribunal Especial para la Represión de la
Masonería y el Comunismo
UGT Unión General de Trabajadores
URSS Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
Anexo
Archivo fotográfico

[1] El delicioso jardín de la Residencia ocupaba el espacio interior que


enmarcaban las calles Fortuny, Rafael Calvo y Miguel Ángel. Sin duda fue el
escenario de la vida intensa de las residentes y también de sus lecturas, como
vemos en la fotografía. Las cartas cuentan cómo le gustaba a doña María que
luciera esplendoroso (© Archivo de la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio
Marañón).
[2] En los primeros años, la Residencia funcionaba como un segundo hogar y el
simpático saloncito —que las primeras residentes siempre recordarían con
nostalgia— acogía las tertulias; en torno a él giraba la celebración diaria del té
de las cinco (© Archivo de la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón).
[3] Siguiendo los principios pedagógicos de la ILE, la formación integral de las
estudiantes también incluía el estímulo de una vida saludable y la práctica
deportiva. En la Residencia se jugaba al tenis, al baloncesto y al hockey; para
este último deporte había que utilizar el campo de la Residencia de Estudiantes
en Pinar, toda una revolución para la enseñanza de la mujer (© Archivo de la
Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón).
[4] Las fiestas y las veladas sociales tenían su tiempo en la vida de las
residentes. Cada febrero un nerviosismo especial recorría la casa con los
preparativos de la Fiesta de Carnaval (© Archivo de la Fundación Ortega y
Gasset-Gregorio Marañón).
[5] Además de las frecuentes excursiones a la Sierra o a Toledo, en la Residencia
se organizaron otro tipo de excursiones culturales: a Andalucía, Barcelona, París
y Marruecos. En 1933, Eulalia Lapresta dirigió la excursión a Marruecos. Las
residentes visitaron Larache, Tetuán, Xauen y Tánger. Conocieron las
instalaciones militares, pasearon por las medinas y los zocos, montaron en
ferrocarril y en barco… Aquí y en páginas siguientes se muestran algunas hojas
del pasaporte colectivo que utilizaron (© Archivo de la Fundación Ortega y
Gasset-Gregorio Marañón).
[6] Sofía Novoa Ortiz era natural de Vigo y llegó muy jovencita a la Residencia
para estudiar piano. María de Maeztu se volcó siempre en su formación y
cuidados, porque era una estudiante de salud frágil, y por ello entre la familia
Novoa Ortiz y la directora se fortaleció una clara relación de amistad. Sofía
completó su formación en Lisboa y en París y luego fue profesora en el Instituto-
Escuela. Tras la Guerra Civil marchó a Estados Unidos, donde desempeñó la
dirección del Departamento de Español del Vassar College (por gentileza de su
sobrino Juan Novoa Docet).
[7] Lola Saudiel era de Posadilla (Córdoba). Como en otros muchos casos de
estudiantes, su familia tuvo que hacer sacrificios económicos para enviarla a la
Residencia y no hubiera podido permanecer en el centro sin la ayuda de una
beca. Con un gran esfuerzo, al final abrió su farmacia en Villaviciosa de Córdoba
(por gentileza de su nieta, Margarita Sanz Lobo).
[8] Matutina Rodríguez Álvarez, que era hermana de Alejandro Casona, fue en
1928 la primera doctora colegiada en el Ilustre Colegio de Médicos de Huelva.
Había sido contratada como pediatra por la Rio Tinto Company (Ilustre Colegio
Médico de Huelva).
[9] Cuando Carmen Guerra San Martín ganó por oposición la dirección de la
Biblioteca Provincial de Córdoba, aquello era un almacén oscuro y húmedo que
no tenía ni catálogo. En 1935 logró inaugurar una moderna biblioteca, luminosa
y con calefacción en su sala de lectura, en el Salón Antiguo del Censo. Esta foto
corresponde a su etapa a cargo de la dirección de la Biblioteca de la
Universidad de Oviedo (Biblioteca de la Universidad de Oviedo, por gentileza de
don Ramón Rodríguez Álvarez).
[10] Consuelo Gómez Pérez regentó su farmacia de Puente Genil (Córdoba)
hasta su jubilación. Como doña Dolores Gasset, la madre de Rafaela Ortega y
Gasset, una de las grandes ayudas de María de Maeztu en la organización de la
Residencia, pasara la guerra en aquel pueblo cordobés, las dos tuvieron ocasión
de recordar juntas aquellos viejos tiempos (por gentileza de la familia Bracho
Gómez).
[11] María García Escalera abrió en 1932 la primera clínica ginecológica
dirigida por una mujer en Andalucía. Desarrolló una larga carrera como médico
de la Beneficencia Municipal en Huelva hasta su jubilación en 1972 (Ilustre
Colegio de Médicos de Huelva).
[12] Nieves López Pastor se licenció en Filosofía y luego se matriculó en
Derecho. Como a muchas otras residentes, la guerra le deshizo la vida. Pasados
unos años, se trasladó a Villanueva del Arzobispo y se dedicó a la enseñanza.
Hoy el Instituto de Bachillerato de esa localidad jienense lleva su nombre (por
gentileza de la familia Medina González y Óscar Marcos, del IES Nieves López
Pastor).
[13] María Antonina Sanjurjo Aranaz fue una pionera entre pioneras.
Apasionada jugadora del hockey en la Residencia, creó en Vigo un equipo
femenino, el Atlántida. Prosiguió sus estudios de geografía en el Smith College y
luego prorrogó su estancia en Estados Unidos, matriculándose en un máster de
Geografía Económica en la Universidad de Clark, donde finalmente se graduó
con sus tesis de máster (por gentileza de la familia Sanjurjo).
Índice

INTRODUCCIÓN. La Residencia de Señoritas, un mundo de


cartas
I. PADRES E HIJAS
El valor de la generosidad
El discreto apoyo de madres y hermanas
Las profesoras y sus sabios consejos
II. EL DINERO IMPORTA
Las primeras becarias: el residencialismo
Otros modelos de becarias
La mayoría no llegó
III. EL DOLOR
Juventud y enfermedad
Muerte en la familia
IV. AMISTADES E INFLUENCIAS
Los nudos de una red. Quien a buen árbol de arrima…
Cuestiones de familia
María Datas Gutiérrez, eternamente agradecida
Luisa Cuesta Gutiérrez, la ambición de llegar a ser
V. SER, TENER Y PARECER, LAS CARAS DEL ÉXITO
La difícil gestión del éxito
Aprender a ser: mujeres triunfadoras
Tres maestras renovadoras, tres ambiciones diferentes
Profesoras de Enseñanzas Medias
Guerra entre libros
Investigadoras en Ciencias
El nutrido grupo de las farmacéuticas
De doctor a doctora
Las licenciadas en Derecho
VI. GRANDES AVENTURAS
Enriqueta Martín Ortiz de la Tabla, una pionera entre
pioneras
María Díez de Oñate y Cueto, «padre de familia»
Margarita de Mayo Izarra, la emigración del talento
Cándida Cadenas Campos… enemiga del tiempo
Luisa Mellado, la maestra de Larache
Rosa Herrera Montenegro, en el semillero de las
científicas
El sueño dorado de Antonina Sanjurjo Aranaz
Y tantas otras
CONCLUSIONES. Las modernas de provincias
BIBLIOGRAFÍA
ABREVIATURAS
ANEXO. Archivo fotográfico
CRÉDITOS
Ilustración de cubierta: Jardín de la Residencia de Señoritas en la calle Fortuny
de Madrid.
© Archivo de la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón

Edición en formato digital: 2022

© Encarnación Lemus López, 2022


© Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.), 2022
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15
28027 Madrid
www.catedra.com

ISBN ebook: 978-84-376-4521-6

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