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Jesús

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Jesús, después de purificar el templo, se enfrenta con los fariseos que cuestionan lo que Jesús ha

hecho. Y es que todos los que hacen el mal, los que no viven conforme a la enseñanza de Jesús,
en cuanto se ven amenazados sus intereses, reaccionan violentamente. Esto le ocurre a cualquier
discípulo de Cristo que busque, con "celo", vivir lo que está en la Escritura. Rápidamente
emergerán las personas que, al igual que a Jesús, también a nosotros nos preguntarán: "¿con qué
autoridad haces esto?" Sólo para iluminar el ejemplo con algo que tiene que ver con nuestra
sociedad, pensemos en las reacciones violentas que tienen los médicos abortistas cuando los
cristianos, protegiendo el derecho de la vida desde su concepción hasta la muerte, se ponen
enfrente de las clínicas abortistas a protestar y denunciar el asesinato que se comente en esas
clínicas, para buscar convencer a las chicas que no maten a sus hijos. La mayoría de las veces
son removidos por la policía y siempre cuestionados: "y a ustedes ¿quién les dio derecho a
meterse en nuestras vidas y nuestros negocios criminales?". El pasaje de hoy nos invita a no
responder con violencia sino con la sabiduría que viene de Dios. Así lo había ya prometido Jesús:
"Y cuando los lleven a los tribunales por mi causa; no tengan miedo pues ahí se les inspirará lo que
han de decir". El Señor ha prometido no dejarnos solos y fortalecer nuestra defensa con sabiduría
"que nadie podrá refutar". Afrontemos con valor y alegría las dificultades que puedan venirnos por
cumplir "celosamente" la Palabra de Dios.
Toda nuestra vida es una búsqueda de la verdad. Queremos conocer la verdad de las cosas que nos rodean,
la verdad de las personas, nuestra propia verdad, pero sobre todo hay en el corazón humano una sed por
conocer la Verdad más importante, a Dios como Verdad, principio y fin de toda Verdad. San Agustín
expresaba esta sed con las siguientes palabras bien conocidas: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón
está inquieto, hasta que descanse en ti» (ConfesionesI, 1,1).

Podemos reseñar aquí brevemente tres formas distintas de conocer:

La primera forma de conocer la realidad consiste en dominarla. Conocemos algo en la medida en que lo
dominamos o ejercemos una influencia sobre ello. Este modo de conocimiento, que puede ser muy positivo en
el ámbito de las ciencias experimentales, es desastroso en el ámbito de las relaciones personales. No es
difícil sucumbir a la tentación de relacionarnos con los otros ejerciendo sobre ellos una influencia o dominio,
pretendiendo que sean como nosotros queremos o que piensen de acuerdo con nuestras ideas, imponiendo
nuestro modo de entender la vida, nuestro modo de entender el bien y el mal, la felicidad, la diversión,… A
veces esto se proyecta también en nuestra relación con Dios, intentando dominarlo, ponerlo de nuestra parte,
en lugar de ponernos en sus manos incondicionalmente con confianza.

Otro modo de conocer es tratar lo conocido de forma indiferente, sin que afecte en nada a nuestra vida.
Tampoco este modelo es el que debe regir nuestras relaciones interpersonales ni nuestra relación con Dios.
Sin embargo, tampoco este modo de proceder nos es ajeno, sobre todo cuando hacemos que Dios pase a un
segundo plano o somos indiferentes a su presencia. Esto parece echar por tierra toda una historia en la que
Dios mismo se ha esforzado por salir a nuestro encuentro y darse a conocer en una relación auténtica
marcada por el amor, en la que el único objetivo es compartir con nosotros su felicidad.

Finalmente, un tercer modo de conocer consiste en poner en juego todas nuestras facultades, todo lo que
somos, nuestro corazón; cosiste en entrar en relación con la realidad dejándose afectar y transformar por ella.
En el mundo de las relaciones personales, familiares y sociales, este es el modo de conocimiento propio de
una persona madura, que sin duda ha pasado por otras etapas, pero que ha logrado superarlas, aunque
todavía le quede mucho camino por recorrer. Este es el modo auténtico por el que llegamos a conocer un
poco la Verdad de Dios; este es el único camino para establecer con él una relación profunda y verdadera.
Pascal decía que «para conocer a una persona es necesario comprenderla, y para comprender a Dios, es
necesario amarlo». Toda la existencia terrena de Jesús trata de quitar los obstáculos que nos apartan de Dios
para restablecer con él la comunicación rota. Toda su vida es una revelación de Dios, especialmente su
encarnación, muerte y resurrección. En ella se nos revela el misterio trinitario, misterio que trata de entablar
con cada ser humano una relación personal, amorosa, y de convertir a la humanidad entera en una
comunidad de amor, en una familia donde reine el amor, la armonía y la paz.

Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo está en el origen de nuestras vidas, es él quien las sostiene y su meta
definitiva. No es indiferente, ni accidental ni superfluo saber que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino que
en la Trinidad encontramos un verdadero modelo de vida y de conocimiento de la realidad.

En Jesucristo, Dios se muestra como «una comunidad» de amor en la que hay un gran respeto de las
diferencias. Así es el amor verdadero: respetuoso. El Padre no es el Hijo y el Espíritu, pero tampoco pretende
suplantarlos. El Hijo no es el Padre ni el Espíritu, pero también respeta la alteridad que se da el seno mismo
de la Trinidad. Lo mismo hace el Espíritu Santo. Algo semejante sucede en sus relaciones con nosotros: la
Trinidad nos respeta porque nos ama; Dios no nos suprime, no nos sustituye, no nos suplanta, no nos impone
su voluntad o su ley por la fuerza, sino que nos deja libres; hacerse amar por la fuerza no tendría sentido. Y si
nuestras decisiones nos llevan al fracaso, nos tiende la mano para volver sobre nuestros pasos y retomar el
camino de la vida.

La primera lectura de este domingo nos sitúa en un contexto en el que el pueblo elegido por Dios se había
rebelado contra él porque no soportaba no poder verle con los ojos físicos. La fabricación del becerro de oro
le daba al pueblo una especie de dominio sobre Dios. La primera vez que Moisés se había encontrado con
Dios fue ante la zarza ardiente conoció la preocupación del Señor por su pueblo. Pero, después de este
pecado de idolatría, ¿cómo era Dios?, ¿cómo reacciona ante la infidelidad humana? Y Moisés tuvo el
atrevimiento de pedirle que le mostrara su gloria. Dios accedió en parte a esta petición y pasó ante él
diciendo: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Estas
palabras son como la carta de presentación del mismo Dios. En ella resalta su compasión, misericordia,
clemencia y lealtad.
En la segunda lectura san Pablo habla del Señor como un «Dios de amor y de paz». Su presencia se hará
palpable en quienes tienen y mismo sentir y se esfuerzan por ser artesanos de la paz. Quienes viven según
los valores del Evangelio sintonizan con el misterio de Dios; conocen a Dios por una cierta connaturalidad con
él.

El pasaje evangélico de este domingo recoge una de las afirmaciones que más ha ayudado a difundir el
significado del amor en la historia del cristianismo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». Para salvarnos, Dios nos ha dado lo
más querido. De este modo nos ha mostrado la grandeza de su amor. Por el Antiguo Testamento ya sabíamos
que Dios ama al mundo. Pero el Nuevo Testamento nos revela la grandeza de este amor. Si Cristo no hubiera
muerto por nosotros podríamos conocer que Dios nos ama, pero no hasta qué punto. Muchos cristianos han
encontrado en estas palabras la paz del corazón.

Creer en Jesús en adherirse a él, apegarse a su persona, confiar en él.

La salvación consiste en vivir en paz con Dios, con uno mismo y con los demás; es decir, vivir como hijos de
Dios y como hermanos de los otros.

La vida eterna es más que la vida biológica; nos remite a otra dimensión de la vida; es la vida del Espíritu
Santo en nosotros. Tener vida eterna es compartir la vida íntima de Dios.

Que toda nuestra vida esté impulsada por el deseo de conocer y amar cada día más este Dios Trinidad, así
como por el firme propósito de imitarlo en la medida de nuestras posibilidades.
En fiestas como la de hoy, pienso a menudo que los hermanos que acuden a la celebración
litúrgica se sientan ahí, en el banco, a ver lo que les cuenta el cura... sin haberse planteado antes
una pregunta personal: ¿Qué significa para mí eso de «creo en un solo Dios que es Padre, Hijo y
Espíritu Santo»?

Nuestras liturgias están llena de referencias trinitarias, a menudo escuchadas y repetidas


más o menos mecánicamente. Eso de «Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente
en la unidad del Espíritu Santo...», o cuando nos santiguamos o bautizamos «en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», o proclamamos el Gloria... ¿qué queremos expresar?
¿Tienen algo que ver con nuestra vida, con nuestra experiencia de fe? Detenerse sobre estos
asuntos tiene su importancia, pues nos remiten al núcleo central de la fe cristiana, justamente
aquello en lo que nos distinguimos de todas las demás religiones.

Como tantas cosas importantes de la vida (la libertad, la esperanza, la amistad, el amor, la
belleza, la misericordia, etc.…) antes de teorizar sobre ellas es necesario haber experimentado,
vivido, sentido algo. Así ocurre con respecto al Dios-Trinidad: antes de intentar comprender y
madurar lo que significa, necesitamos preguntarnos cómo está presente, cómo he experimentado
en mi vida al Dios Padre, al Dios Hijo, al Dios Espíritu Santo...
Como la fe la hemos recibido de otros, es una fe heredada y luego asumida, podemos aprovechar
la invitación de Moisés (Dt 4, 32ss): «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos a ver qué te
cuentan sobre Dios» y así remontarnos a los orígenes y esencia de nuestra fe, qué nos cuentan
las Escrituras sobre Dios.

EL DIOS DEL PUEBLO


- Y lo primero que encontramos es a un Dios que habla para crear. Que tiene una Palabra
creadora, ordenadora y renovadora. La fe nos dice que todas y cada una de sus palabras han sido
recogidas porque tienen la capacidad de hacerme nuevo, de darme vida. Y por eso las escucho
con reverencia y estremecimiento, para que me llenen de vida, de luz, de bendición. Un Dios que
me habla y un Dios con el que puedo yo hablar. No es una energía, sino un Tú que dialoga.
- Es un Dios que hace al hombre a su imagen y semejanza, poniendo todo lo creado a su
disposición y cuidado. Por eso nuestra fe nos llama a vivir descubriendo detrás de cada ser
humano un espejo de Dios (a veces un poco o un mucho empañado, pero espejo, en definitiva).
Me dice que puedo mirar el mundo y la creación como un regalo exquisito para mí, que es mío y lo
debo cuidar. Así que no estoy en el mundo por casualidad, sino porque un Dios ha querido que yo
exista y me ha encargado una tarea que yo intento descubrir y llevar a la práctica. Nuestra vida
tiene sentido.
- Es un Dios que busca al hombre, que me busca, que quiere encontrarse conmigo y nos sale
al paso de manera especial cuando andamos perdidos en los muchos «Egiptos» de la vida. Un
Dios que tiene un oído especial para percibir el sufrimiento y la falta de libertad de los hombres y se
empeña en liberarlos (Moisés y la zarza). Por eso el sufrimiento, la injusticia y la falta de libertad
son siempre tareas nuestras. A este Dios le gusta «hacer salir», «quitar cargas», desenmascarar y
ridiculizar faraones y manipuladores de todo tipo, y conducirnos siempre hacia la tierra de la
libertad. Que tiene preferencia por el pobre, el huérfano, la viuda y el emigrante, y protesta contra
quienes les dañan, manipulan o desprecian.

- Es un Dios presente en la historia de un pueblo y le habla y le ayuda a interpretar cada uno


de los acontecimientos que le van sucediendo. También yo puedo descubrir su presencia cuando
me bloqueo con ese Mar Rojo que me parece mi fin, y él me ayuda a atravesarlo. Cuando recibo
cada día el pan y el agua que me ayudan a caminar por mis desiertos, pero también me descubre
que no sólo a base de pan llegaré a ser la persona que puedo y debo ser. Que me invita a subir
al Monte para encontrase conmigo y hablarme al corazón. Que va situando en mi camino a muchos
«Moisés» y «profetas» que me orientan y animan para no perderme, ni caer en las garras de tantos
dioses falsos que quieren confundirme y apresarme. En los acontecimientos y encrucijadas nos
está haciendo llamadas, señales, guiños que podemos ir descubriendo con ayuda (el Espíritu).
- Es un Dios empeñado en construir un pueblo universal, fraterno, justo. Todo lo que suene a
«construir comunidad» y ponerse al servicio de los hermanos viene de Él. Y siempre está al lado
porque para eso se llama «Yahveh»: el Dios que está y me acompaña, me protege, me guía...

EL DIOS QUE SE HACE PUEBLO


- Jesús es ya una locura de amor del Dios Padre: «Tanto amó Dios al mundo...». Fue el modo
elegido por Dios para experimentar en «carne» propia todas nuestras cosas. Jesús es sobre todo
una invitación a ser una persona que merezca la pena. Hemos sido creador para ser felices, y así
nos lo explica con las Bienaventuranzas, parábolas, milagros, etc. Él mismo luchó a brazo partido
contra el Mal bajo todas sus formas. Podemos deducir entonces: ¡Cuánto tiene que valer el
hombre, ¡cuánto tengo que valer yo, para que todo un Dios descienda de su cielo y se haga en
todo como nosotros (menos en el pecado)! ¡Que se deje rechazar, despreciar y matar! Y a pesar
de todo, nos pone la resurrección, la plenitud, la eternidad a nuestro alcance, como un regalo para
quien quiera recibirlo.
- Cuando yo creo que el sentido de mi vida es vivir y ser como Jesús, y creo lo que Jesús me
ha enseñado: que puedo llegar a ser perfecto como el Padre celestial. Cuando yo sé que el amor a
los demás hasta entregar la vida por ellos merece la pena y tiene sentido... ¡Estoy creyendo en
Jesús! Cuando oro no con muchas palabras como lo paganos, sino que dejo que Jesús me enseñe
a orar para sentirme profundamente hijo amado por el Padre y para buscar su voluntad en todas
las cosas, me voy haciendo profundamente humano... y estoy siendo un pequeño dios en la tierra.
Estoy creyendo en el Hijo.

UN DIOS QUE HABITA EN EL PUEBLO


- Si cada vez que participo, por ejemplo, en una Eucaristía, experimento que eso no es un
«recuerdo» de algo pasado, sino un acontecimiento actual del que yo soy protagonista... es que el
Espíritu anda por medio.

- Si al escuchar en silencio lo más profundo de mí mismo, siento un eco que grita «Abba,
Padre» y me hace descubrirme como Hijo... es que el Espíritu anda por ahí dentro. Sí: Dios dentro.
- Si me considero propiedad personal de Dios, y vivo consagrado a Él, dejando que ese Dios
se exprese por medio de mis palabras, mis miradas, mis manos y mis pies, si dejo que mi corazón
lata al ritmo del Amor... es que tengo experiencia del Espíritu.

- Si siento la urgencia de contar a otros lo que Dios ha hecho conmigo, si busco hacer nuevos
discípulos, si he descubierto que tengo una tarea evangelizadora para hacer cada día... es que
creo en el Espíritu de Dios.

- Si siento una fuerte llamada a ir cambiando mi vida, a no cansarme de luchar para crecer, a
desterrar el pecado que se me agarra en el alma, si siento que 70 veces 7 Dios me perdona, me
hace hombre nuevo, me dice «vete en paz» ... es que sé quién es el Espíritu Santo.
Tenemos un Dios tan rico que va delante, está al lado, en medio y dentro de nosotros. En el
somos, nos movemos y existimos, de Él venimos y hacia Él vamos. Quien ha experimentado en
su vida algunas de estas cosas quizá no sepan explicar el Misterio de la Trinidad, pero lo estará
viviendo, que en definitiva es lo más importante.
Me ha salido hoy una reflexión que merece ser repasada y orada unas cuantas veces... El
Espíritu se encargará de abrirme caminos para madurar y amar más.
La autoridad

1) Volvió a Jerusalén: Después de tomar determinaciones en tu vida volvé a lo sagrado. No


descuides tu momento de oración y aquello que te da paz. Seguramente te tocan situaciones de
conflicto y de choque, porque en todo lo que implica relación social o trabajar con otras personas
siempre se generan conflictos o asperezas. Por eso nunca dejes la oración y el tomar tu espacio a
lo sagrado. Obvio que cuesta, pero debes volver. Te confieso que a mí me fortalecen mucho las
mañanas, tempranito, porque es mi momento de oración y silencio. Me da pilas para enfrentar el
día. Especialmente esos días que sé que me tocará chocarme con gente conflictiva. Busca tu paz
en esos momentos de oración y hacete un lugar en el día para ello.

2) Se acercaron: Siempre habrá gente que te cuestionará y hasta pondrá en duda tu modo de
actuar. No te acomplejes cuando tus cercanos estén buscando destruirte, cuestionarte o atosigarte.
Vos recordá quién sos y el objetivo de tu vida. No dejes de seguir construyendo vida en los que te
rodean por unos cuantos que tienen cara de muertos, que buscan atormentarte. Vos seguí con
prudencia y coraje.

3) Autoridad: La autoridad se la gana no por el cargo que tenes o la función social que ejerzas, sino
por tu estilo de vida y tu amor a Dios. Podrás tener muchos títulos colgados en la pared, pero si
realmente no vivís la vida con coherencia y convicción, entonces tu vida está colgada, pero no
vivida. Nadie es más que nadie, pero la soberbia de un cargo te puede hacerlo creer. Alguien
puede ser mejor que alguien cuando comprendes que estás llamado a aportar a la vida de alguien,
desde tu saber y de tu comprender. Algo bueno está por venir.

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