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Anuario IEHS • Suplemento 2023

ANTIFASCISTAS, ANTIPERONISTAS, ANTICOMUNISTAS


MODULACIONES DEL ANTITOTALITARISMO EN EL
LIBERALISMO CONSERVADOR ARGENTINO (1936-1962)

ANTIFASCISTS, ANTIPERONISTS, ANTICOMUNISTS: ANTITOTALITARIAN MODULATIONS


IN ARGENTINEAN LIBERAL-CONSERVATISM (1936-1962).

Sergio Morresi 1 y Martín Vicente 2

Palabras clave Resumen


Antitotalitarismo El objetivo de este artículo es mostrar distintas modulaciones del pensamiento y la
Liberalismo acción política de los grupos liberal-conservadores argentinos en las décadas centrales
conservador, del siglo XX. En primer lugar, se expone una división interna de las élites derechistas
Neoliberalismo frente al fenómeno del fascismo, en particular a partir de la guerra civil española. Con
ello se terminan de separar los sectores liberal-conservadores de los nacionalistas-
reaccionarios. A partir de allí, los liberal-conservadores se perfilarían alrededor de una
Recibido identidad antifascista que habilitaba nuevos marcos de alianzas y que se fortalecieron
10-11-22 con el surgimiento del peronismo, al que entendieron como un fascismo a destiempo
Aceptado o una demagogia protofascista. Sin embargo, a medida que algunos aliados
22-12-22 defeccionaron y la Guerra Fría se agudizó, entre los liberal-conservadores adquirió
centralidad un antitotalitarismo más amplio que igualó al comunismo soviético con la
experiencia nazi-fascista. Cuando la Revolución cubana abrazó el marxismo-leninismo,
los liberal-conservadores dejaron de pensar el peronismo como un protofascismo y
comenzaron a observarlo como una amenaza de introducción del comunismo por la
vía del encuentro totalitario entre los diversos fenómenos antiliberales.

Key words Abstract


Antitotalitarianism, This article aims to show different modulations of thought and political action of the
Liberal- Argentinean liberal-conservative groups in the central decades of the 20th century.
conservatism, First, it shows an internal division of the right-wing elites in the face of the
Neoliberalism phenomenon of fascism, particularly after the Spanish Civil War. This ends up
separating the liberal-conservative sectors from the nationalist-reactionary ones.
Received From then on, liberal-conservatives will gradually take shape around an anti-fascist
10-11-22 identity that enables new alliance frameworks and that are strengthened with the rise
Accepted of Peronism, which they understood as untimely fascism or proto-fascist demagogy.
22-12-22 However, as some allies defected and the Cold War became more acute, among
liberal-conservatives a broader antitotalitarianism took center stage, which equated
Soviet communism with the nazi-fascist experience. When the Cuban Revolution
embraced Marxism-Leninism, the liberal-conservatives stopped thinking of Peronism
as a proto-fascism and began to observe it as a threat of introducing communism
through the totalitarian encounter among diverse anti-liberal phenomena.

1 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Universidad Nacional del Litoral, Argenti-
na. C. e.: smorresi@gmail.com.
2 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Universidad Nacional del Centro de la Provin-
cia de Buenos Aires / Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina C. e.: vicentemartin28@gmail.com.
378 • Anuario IEHS • Suplemento 2023 Antifascistas, antiperonistas, anticomunistas…

E ntre las décadas de 1930 y 1960, las posiciones de una parte del universo político
e intelectual argentino −referenciado en el liberalismo− experimentaron una serie
de torsiones, que implicaron el paso de posturas antifascistas a antiperonistas y, luego,
a anticomunistas. Ello se ligó con los orígenes del posicionamiento antifascista durante
el ascenso de los fascismos en Europa hasta el clímax de la Guerra Fría a principios de
los años sesenta. Ese pasaje implicó una postura antitotalitaria que fue antes un marco
general que una clave identitaria, como pudieron ser las que circularon bajo su refe-
rencia, pero al mismo tiempo el eje que permitió el pasaje entre identidades, pero no
estuvo exento de polémicas, como veremos.
En el presente texto, revisaremos los problemas centrales de la historia de esos pa-
sajes, recorriendo la principal bibliografía y marcando una serie de huecos temáticos,
para concentrarnos, en el tramo final, en un aspecto poco abordado: el impacto de la
Escuela de Austria en el escenario de la renovación internacional de las derechas, en
clave anticomunista y antitotalitaria.3 Justamente, esa recepción marcó un eje central
en las décadas posteriores a este trabajo, pero uno de los nudos de su despliegue se
dio en el contexto que aquí analizamos, expresando una serie de debates, tensiones y
rupturas que mostró grietas profundas en el espacio.
La acogida de las ideas de los autores austríacos nos permitirá mostrar cómo su cir-
culación expone, en ese momento, una escora hacia la derecha de una serie de actores
que había participado del antifascismo, abriendo polémicas en el interior de ese antito-
talitarismo genérico y reposicionando los debates previos sobre el peronismo (en tanto
populismo) y el fascismo, pero más densamente sobre las relaciones entre liberalismo
y democracia. Con ello, problematizaciones que se habían abierto luego del golpe de
Estado de 1955 se reformularon y acabaron por marcar una fragmentación interna.
En las páginas que siguen, entonces, relevaremos cómo el antifascismo apareció,
en un momento de crisis del liberalismo, con un rostro amplio que permitió obturar
rasgos de esa crisis y demorar posiciones sobre sus implicancias. El paso al antiperonis-
mo de un grueso de actores antifascistas, que abordamos luego, hizo más enfáticas las
lecturas acerca de que el fascismo había llegado transmutado al país. Esa articulación
antiperonista, sin embargo, no fue suficiente, tras septiembre de 1955, para contener
a todos sus protagonistas dentro de los marcos genéricos del antitotalitarismo: en las
querellas anticomunistas, se expresó una de las líneas de esas rupturas. A lo largo del
texto, centraremos la atención en tres grupos que expresaron rostros diversos del uni-
verso liberal y el antifascismo: los liberal-conservadores, los católicos democráticos y
los socialistas, entre los que el debate por el neoliberalismo impactó fuertemente y
antes que en otros actores, como los radicales o los demoprogresistas. Por lo ante-
dicho, el trabajo se divide en dos grandes bloques: en primer lugar, los dos primeros
movimientos nos permitirán mostrar las dinámicas de constitución del antifascismo
y su paso al antiperonismo; en el segundo, nos centraremos en los debates en torno al

3 Ver su desarrollo e impacto desde perspectivas diversas: Foucault 1992, Gloria Palermo 1999 y Plehwe
2009.
Sergio Morresi y Martín Vicente Anuario IEHS • Suplemento 2023 • 379

neoliberalismo (desde el impacto de la Escuela de Austria) en la irrupción del antico-


munismo en el contexto antiperonista.

Del liberalismo al antifascismo

La década de 1930 fue una de rupturas para la tradición liberal argentina: se inició bajo
el signo de una doble conmoción marcada, en su primer año, por el impacto de la crisis
económica internacional y luego por las reverberaciones del golpe de Estado contra el
segundo gobierno del radical Hipólito Yrigoyen. El ascenso de un nacionalismo belige-
rante en Europa, con el fascismo en su centro, y sus réplicas en el país implicaron uno
de los fenómenos centrales para la dinámica político-ideológica de esos años: así como
pudieron converger en las instancias golpistas y en el posterior orden conservador de la
democracia limitada, liberales y nacionalistas se enfrentaron en diversos aspectos hasta
volver imposible una convivencia que se había articulado, en gran parte, contra el poder
electoral del yrigoyenismo (Losada 2017). A ella se habían sumado socialistas, demócra-
tas progresistas y radicales antipersonalistas, pero la extensión de la alianza comenzó a
mostrar que la unidad por la negativa no podía sostener proyectos comunes.
Las limitaciones a la democracia, que caracterizaron al proceso de normalización
institucional restrictiva posterior al golpe, fueron centrales para los posicionamientos
del amplio campo del liberalismo argentino: por un lado, una serie de actores se incor-
poró al proceso desde cargos gubernamentales o el simple apoyo; por otra parte, otro
sector se mostró crítico de lo que describió como un orden fraudulento (Nallim 2014,
López 2018). En este escenario, el inicio de la guerra civil española en 1936 abrió un pro-
ceso de polarización identitaria, que se hizo liminar con el estallido de la Segunda Gue-
rra Mundial en 1939: allí, las convergencias entre liberales y nacionalistas se hicieron
imposibles, en tanto se dio un proceso de radicalización de las identidades político-
culturales (Romero 2011). Las publicaciones culturales donde podían compartir pági-
nas, los mítines donde alternaban presencia e incluso las relaciones sociales intraélites
dejaron de exponer el rostro vincular que había caracterizado a la primera parte de
la década. La denuncia de los nacionalismos radicales europeos llevó a que el campo
liberal argentino viese en los nacionalistas locales versiones criollas de nazis, fascistas
o falangistas, muchas veces sin diferenciar a los admiradores de esos movimientos de
conservadores populares de simpatías nacionalistas o asimilando a religiosos no libera-
les con integristas de un furibundo nacionalismo.
La activación antifascista encontró en la tradición liberal un amplio paraguas donde
hallar un cobijo hecho de historia y lenguaje, de símbolos e identificaciones, donde la
tradición liberal podía asimilarse a la democracia y la república, a la modernidad y la
historia nacional e incluso al humanismo y la civilización misma. Frente a ese abanico,
los antifascistas liberales colocaron el antifascismo como una característica más (pero
central en el momento) de la identidad liberal. Esta posición genérica permitió que
se identificaran con el antifascismo desde marxistas liberales (Pasolini 2013) a conser-
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vadores, pasando por radicales personalistas y antipersonalistas, socialistas y católicos


democráticos, liberal-conservadores y reformistas: finalmente, quedaban fuera los na-
cionalistas. Las propias dinámicas antifascistas permitieron que girasen, en este espacio
heterogéneo, políticos profesionales e intelectuales independientes o que las polémicas
quebraran relaciones políticas, intelectuales o culturales previas, así como se impulsa-
ran nuevas formas de articulación. En ese contexto agitado, los debates iniciados en
Italia, en la segunda mitad de la década de 1920, sobre el perfil del fascismo trajeron
al país un vocablo que comenzó a recorrer, tan omnipresente como desarticulado, el
vocabulario del antifascismo argentino: “totalitarismo” (Vicente y López Cantera 2022).

Del antifascismo al antiperonismo

Por su propio perfil, el antifascismo argentino representó un universo heterogéneo en


sus componentes y en las dimensiones identitarias, en el que la agenda internacional
y las particularidades de la década de 1930 convergieron de manera irregular, pero
donde, sin embargo, una serie de términos operó como ordenador de una sensibilidad
político-cultural amplia. La expansión conceptual que caracterizó las ideas sobre la
democracia o la libertad, la opinión pública o el sentido republicano, permitió que las
convergencias coyunturales implicasen también una mirada sobre la historia argentina
que afianzó una narrativa común al precio de obturar profundas diferencias previas.
Las más obvias tenían que ver con las evaluaciones sobre la historia reciente: para de-
cirlo con el ejemplo más simple, grandes sectores identificados con el radicalismo de-
jaron de lado sus críticas a las elites liberal-conservadoras, mientras actores visibles de
estas, así como socialistas o reformistas, hicieron lo propio con sus señalamientos más
duros con el radicalismo. Si bien ese fenómeno de limar distancias prevalentes, incluso
cuando estas tenían una historia de conflictos álgidos, se dio de modo transversal en
los antifascismos internacionales (Seidman 2016), en el caso local la marca del golpe de
1930 y la posterior crisis ofreció un mapa irregular donde estas operaron como precio
de una unidad en tensión que caracterizó los años siguientes.
En ese contexto, las dinámicas antifascistas enfatizaron sus críticas a los sectores
nacionalistas, considerando las diversas expresiones de ese universo como una unidad
profascista, desde las vertientes autoritarias del conservadurismo popular al fascismo
militante. Eso implicó un sitio particular para ciertos sectores del antifascismo. Por un
lado, un activo espacio católico reivindicó la democracia liberal, el pluralismo político
y la tradición republicana, contra los sectores integristas del universo confesional. A
tono con la renovación humanista europea y con las ideas del filósofo Jacques Ma-
ritain como bandera, promovieron un humanismo integral no sólo compatible con
la democracia, sino potenciado favorablemente por ella. Ese catolicismo se expresó
centralmente entre grupos de las elites, pero también en sectores como I popolari,
que desde la comunidad italiana se identificó con las posiciones de Luigi Sturzo y su
Sergio Morresi y Martín Vicente Anuario IEHS • Suplemento 2023 • 381

iniciativa internacional antifascista People & Freedom, con un estilo popular e incluso
populista que tuvo cercanías y distancias con los seguidores de Maritain (Mauro 2017).
Sturzo había sido uno de los intelectuales y activistas italianos quienes, en la se-
gunda mitad de los años veinte, utilizaron el término “totalitarismo” para calificar
negativamente las ideas y políticas de Benito Mussolini y el fascismo, ante lo que el
Duce recogió el término crítico de modo positivo, explicando que el fascismo era una
concepción totalitaria que permitía salir de la decadencia demoliberal (Traverso 2001).
Pese a ello, la influencia de Sturzo en el humanismo antifascista argentino fue menor a
la de Maritain, en parte por el tipo de circulación que los hombres y mujeres de Orden
Cristiano lograron fuera del espacio confesional, pero también por los modos en que
la figura del filósofo francés impactó en el amplio territorio exterior al catolicismo.
En ello, fue central su visita al país en 1936: desde su enfrentamiento a los sectores
integristas a su abrazo con Stefan Zweig, Maritain insufló de un espíritu humanista el
antifascismo, dentro y fuera de los ámbitos confesionales (Zanca 2014).
La facilidad con la cual las firmas de los maritaineanos circularon por las voces refe-
rentes de la cultura política liberal, de La Prensa a Sur, muestra diferencias con las di-
námicas de los popolaris y su construcción, quienes terminaron viendo en aquellos una
iteración de la ceguera de las elites italianas ante el ascenso del fascismo (Mauro y Vi-
cente 2017). Pero, asimismo, el antifascismo socialista recibió a estos católicos peculiares
con similar empatía, en parte por el mencionado impacto que Maritain había logrado
más allá del catolicismo, en parte porque los veían como la confirmación de que “la mi-
sión” antifascista tenía en los espacios religiosos un trabajo urgente para realizar. Desde
el socialismo, fue elogiado por figuras como Alfredo Palacios; desde el liberalismo con-
servador, su trato con Victoria Ocampo fue permanente. La mentada visita que realizó
al país, en 1936, expuso una partición del espacio católico donde los antiguos lectores
tomistas de Maritain expresaban críticas al maestro y desde el socialismo y el liberalis-
mo se aplaudían sus ideas y sus posiciones políticas (Zanca 2013). Pero ello no impactó
solo en un sentido progresista: en otro eje, entre las derechas liberal-conservadoras,
tradicionalmente marcadas por un desapego de lo religioso, la renovación humanista
católica apareció más moral que teológica, más ética que propiamente confesional.
Varios hechos pueden explicar esta aproximación que aún no ha sido estudiada en
detalle: por un lado, la renovación humanista europea se había fundado sobre una se-
rie de valores propios del liberalismo, aunque fuese crítica de diversas aristas (como su
individualismo o la presencia de un ideario mercantilista); por otro lado, el catolicismo
local había experimentado un proceso de visibilización en el espacio público, durante
la década de 1930, que fue surcado por una serie de dinámicas de vínculo con diversos
espacios del “afuera” de la religión (Lida 2021). Así, el rostro pagano y el carácter de re-
ligión política de los fascismos permitió que el liberalismo apelase a un discurso huma-
nista que podía mostrar compatibilidades con el catolicismo democrático y pluralista,
al que también atendieron desde posiciones laicas voces del socialismo. Las firmas de
los humanistas católicos aparecieron en Sur con textos programáticos varios, antes de
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que su revista Orden Cristiano ganase la calle en 1941: a poco de iniciada la ruptura de
1936, Rafael Pividal, desde las páginas de Sur, señalaba que el dilema de la hora era entre
“católicos fascistas y católicos personalistas” (Pividal 1937). El posicionamiento anti-
fascista era, entonces, identitario y agonal. Ello impactó en las propias trayectorias de
referentes de la revista que venían del nacionalismo y giraron al antifascismo activista,
reclamando que sus antiguos compañeros de ruta abrieran sus ojos del mismo modo,
pedido que los unía al de ciertos socialistas (Zanca 2013).
El encuentro entre sectores del liberalismo amplio y el catolicismo democrático
fue clave tras el golpe de Estado de 1943, cuando sus posiciones antifascistas hallaron
un diálogo dinámico, implicado en una articulación “cívica” entre liberalismo y huma-
nismo. Los católicos antifascistas desoyeron las posturas de la Iglesia, que censuraba
el voto a las opciones laicistas, como la Unión Democrática, e incluso caricaturizaron
ácidamente a conspicuos prelados integristas que apoyaban a Perón (Vicente 2015).
Justamente, el ascenso del Coronel fue central para el paso del antifascismo al anti-
peronismo: los antifascistas vieron en Perón un líder fascista y una reversión de los
caudillos del siglo XIX; el lenguaje antitotalitario ganó lugar y la oposición a su gobierno
se vivenció de modo análogo a las resistencias europeas (Vicente 2022).
Aquella imbricación, además, dejó huellas entre los jóvenes liberal-conservadores
que, formados durante la década peronista, vieron en los grandes referentes del libe-
ralismo argentino ejemplos a seguir, donde el humanismo confesional tuvo su lugar:
las diversas experiencias de “universidad en las sombras” de aquellos años y el rol de
actores como Federico Pinedo, Juan S. Linares Quintana, Ambrosio Romero Carran-
za o Alberto Ordóñez forjaron sociabilidades intergeneracionales, en las que los dos
últimos tuvieron un rol destacado articulando humanistas y liberales (Vicente 2022).
Del Seminario de Historia Argentina al Colegio Libre de Estudios Superiores, esas ins-
tancias funcionaron como espacios de articulación, conducidos por intelectuales que
tenían presencia pública previa al peronismo. Romero Carranza, de hecho, había sido
un protagonista central en las polémicas contra el integrismo, como lo graficó una
airada discusión con el sacerdote Julio Meinvielle, en 1945, así como Pinedo y Linares
Quintana provenían del socialismo, pero comenzaron a criticar el derrotero de diver-
sos izquierdistas, especialmente por sus aproximaciones al nacionalismo, que tuvo en
el caso de los comunistas que se acercaron al peronismo el ejemplo más agudo. Para
las voces antifascistas, ello probaba que el “totalitarismo rojo” era equiparable al “to-
talitarismo negro” y el peronismo podía juntar a ambos desde su sentido antiliberal.
El antifascismo de católicos democráticos, liberal-conservadores y socialistas era,
sin más, antitotalitario: eran totalitarios los fascistas o los nazis por sus ideas dictato-
riales, era totalitario el peronismo por no respetar la democracia constitucional, eran
totalitarios también los conservadores populares que hacían guiños al autoritarismo
o los religiosos antiliberales: el diario proalemán El Pampero, el gobernador bonaeren-
se Manuel Fresco, sacerdotes como Luis Barrantes Molina y Perón eran figuras tota-
litarias. Católicos democráticos, socialistas o liberal-conservadores presentaban una
Sergio Morresi y Martín Vicente Anuario IEHS • Suplemento 2023 • 383

lectura de la historia argentina en clave liberal, crítica de fenómenos como el caudillis-


mo (con la figura de Juan Manuel de Rosas como epítome), favorable a la democracia
constitucional leída como tradición republicana e incluso rescatando a actores como
Bernardino Rivadavia o Domingo Faustino Sarmiento (otrora muy criticados por las
voces católicas) (Vicente 2019).
En el interior de Orden Cristiano, la transformación del liberalismo había sido un
problema que condujo al final de la revista y a la desarticulación del grupo. Mientras
para un sector de los integrantes de la publicación el liberalismo económico era un
problema ante el cual la democracia cristiana debía imponer un criterio social-soli-
dario, para otros actores era un eje básico de las libertades humanas. Las diferencias,
como mostraban los intercambios, eran irreconciliables y se sumaban al fracaso de no
lograr erigir la Democracia Cristiana como partido. En 1947, las reuniones en Monte-
video de diversos grupos humanistas, bajo la tutela de Maritain, había promovido la
organización de esos partidos, y el caso argentino fue especialmente polémico no solo
por no lograr articular un sello partidario, sino porque un sector de humanistas cató-
licos se expresó en contra de las críticas al capitalismo expresadas en el documento
montevideano y esas marcas impactaron fuertemente en los años que siguieron.
Ahora bien, en la medida en que el fascismo avanzaba en Europa, el nacionalismo
autoritario hacía pie en Argentina y el liberalismo político local −convertido en lingua
franca del movimiento antifascista− permitía las críticas al capitalismo, la colabora-
ción de actores disímiles (radicales, conservadores, demócrata progresistas, católicos)
con los sectores socialistas, que ya venía desarrollándose desde la década del 30, se
afianzó en los años 40 y se institucionalizó en agrupaciones como Argentina Libre, en
periódicos como Antinazi y, finalmente, en la alianza electoral Unión Democrática.
Con el triunfo de Perón, sin contar con diputados propios en el Congreso y consta-
tando la adhesión de los sectores obreros de los que el socialismo se sentía verdadero
representante, el PS se convirtió en el más “acérrimo y feroz crítico de Perón” (García
Sebastiani 2014, p. 127) sosteniendo viva y en primer plano la identidad entre el pre-
sidente argentino y las experiencias nazifascistas europeas. Esta virulencia fue la que
llevó al socialismo no solo a apoyar los intentos de derrocamiento contra Perón, sino
también a mantener una disciplina férrea dentro de sus propias filas, castigando de
forma severa a aquellos dirigentes que (como Mario Bravo, Enrique Dickman o Julio V.
González) impugnaban la equiparación del peronismo con el totalitarismo y plantea-
ban distintas formas de acercamiento y convivencia con el justicialismo.
Si tras el golpe de 1955 los jóvenes liberal-conservadores pudieron reivindicar un li-
beralismo humanista, ello fue en razón de recrear la historia inmediatamente previa y
darle un sentido propio y activista, tomando selectivamente retazos de esa historia anti-
fascista y proyectándola sobre su antiperonismo y luego sobre su anticomunismo, para
el cual implementaron también argumentos de los socialistas. Efectivamente, la nueva
generación de actores del universo liberal-conservador ascendió al espacio público, tra-
yendo consigo una renovación de lecturas y una posición intransigente sobre ese pasado
384 • Anuario IEHS • Suplemento 2023 Antifascistas, antiperonistas, anticomunistas…

reciente, muchas veces graficado de manera épica. Ello desde las páginas de las grandes
voces de la prensa liberal como La Nación y especialmente La Prensa, desde revistas
culturales como Sur o Criterio, impulsando experiencias político-culturales como Ideas
sobre la libertad, en fin, desde una heterogeneidad de experiencias por las que circularon
nuevas lecturas y posiciones marcadas por una novedosa perspectiva del peronismo a
tono con las líneas maestras de la Guerra Fría. Entre las particularidades de ese grupo,
estuvo la recepción que hicieron de las ideas de la renovación internacional de las de-
rechas, en la cual la Escuela de Austria tuvo un lugar de preponderancia: ello implicó
también polemizar en el interior de los espacios antifascistas girados al antiperonismo.
Si bien el anticomunismo argentino tenía ya un desarrollo para la década de 1940, al cual
no eran en absoluto ajenos los sectores nacionalistas que los antifascistas combatían, el
modo en que este se transformó y desarrolló durante los años peronistas permite una
comprensión de la manera en que los caminos tendieron a divergir después de 1955.

Del antiperonismo al anticomunismo

Poco después del triunfo de Perón en las elecciones de 1946 (o incluso antes, de acuer-
do con Gabriel Piro Mittelman 2021), el Partido Comunista Argentino (PCA) dio por
iniciada una nueva línea política que esencialmente rechazaba su caracterización pre-
via del peronismo como un totalitarismo criollo y proponía “criticar lo negativo y apo-
yar lo positivo”. Si bien esto no implicó de inmediato que los dirigentes e intelectuales
comunistas dejaran de ser considerados parte del movimiento antifascista, expuso un
cambio en la composición del antifascismo argentino que tendría consecuencias im-
portantes en cuanto a facilitar un nuevo pasaje dentro del eje del antitotalitarismo ge-
nérico: aquel que va del antiperonismo al anticomunismo, cuyas raíces pueden leerse
antes la agudización de la Guerra Fría. Como ha mostrado Jorge Nállim (2014), durante
el período peronista, a medida que avanzaron la represión y la censura sobre las acti-
vidades y los principales órganos del antifascismo, socialistas, liberal-conservadores y
católicos democráticos comenzaron a cultivar una sociabilidad que parecía acercarlos
no solo en su oposición al peronismo, sino también en su caracterización negativa del
comunismo. Pero, al mismo tiempo que se producía esa convergencia, la introducción
de una nueva perspectiva −llegada desde el campo intelectual internacional− colocó
tempranamente una cuña entre algunos de esos compañeros de ruta, análoga a las
rupturas en el plano supranacional (Seidman 2017).
En ese contexto, se dio un debate político-intelectual que no ha recibido la misma
atención que otros de los tópicos para pensar el antifascismo argentino y que, sin em-
bargo, resultó políticamente relevante: el impacto de la llegada de interpretaciones
neoliberales sobre el totalitarismo, que tuvo entidad dentro de los tres sectores que
recorremos en este texto. Si bien las ideas de la Escuela de Austria circulaban ya en la
década de 1930, sobre todo entre economistas, fue en la segunda posguerra cuando
estas perspectivas comenzaron a ser objetos de debates públicos que impactaron en
Sergio Morresi y Martín Vicente Anuario IEHS • Suplemento 2023 • 385

los modos de ser antifascista. Tras la experiencia peronista, cobraron un particular ca-
riz anticomunista que ponía a la democracia en el centro de las problemáticas.
Camino a la servidumbre fue el primer libro propiamente político de Hayek,
publicado en inglés en 1944 en Inglaterra y en Estados Unidos. En 1945, se editó
una versión condensada en el popular mensuario estadounidense Selecciones del
Reader’s Digest, que se editaba en varios países e idiomas, lo que hizo crecer de
forma exponencial la celebridad del autor y sus ideas. Rápidamente, salió a la venta
la versión completa en español, impresa por Editoriales de Derecho Reunidas, con
prólogo y traducción de Javier Vergara, en 1946. Varias de esas ediciones llegaron a
la Argentina y sus postulados caldearon discusiones entre los distintos grupos que
compartían los antifascistas.
La tesis de Hayek en ese volumen es conocida: los causantes profundos del totali-
tarismo del siglo XX se encontraban en el colectivismo y la planificación. Lejos de lo
afirmado por las narrativas “progresistas” en boga, el fascismo y el nazismo no eran
una reacción contra las tendencias socialistas, sino su “producto inevitable” (Hayek
2005, p. 32 y 58). El colectivismo era, entonces, ante todo “un método” (del cual el
socialismo sería un caso) que utilizaba la economía centralmente planificada para la
obtención de un “ideal distributivo” que podía ser el de una elite racial o de partido o
de una utopía igualitaria (Hayek, pp. 63-64). Así, el totalitarismo no era un fenómeno
que solo englobara al nazismo, el fascismo y el comunismo, sino que también incluía a
“los socialistas de todos los partidos” −como mentaba la irónica dedicatoria del texto−
que, buscando alcanzar objetivos que podían ser moralmente loables, se adentraban
en un fatal sendero iliberal. La acusación de Hayek al socialismo fue lo que provocó que
el político y editor de La Vanguardia, Rómulo Bogliolo (cuyo mandato como diputado
había sido interrumpido por el golpe de 1943) publicara, en julio de 1946, un volumen
para responderle de forma airada. Si bien el reparo de Bogliolo no era particularmente
original, e incluso en muchos sentidos repetía argumentos con los que ya se lo había
criticado en varios periódicos de izquierda en Europa, el libro Socialismo, Libertad, Di-
rección: Réplica al profesor Hayek, al responderle al economista vienés, tomaba parte
de su argumentación para atacar el peronismo, lo cual resultaba clave en ese contexto.
El centro del razonamiento de Bogliolo, contra los “argumentos libertarios” de Hayek,
consistía en reposicionar la primacía de la política. “No fue la planificación económica
[...] la que deparó a la humanidad de sátrapas, mandones, zares, dictadores [e] inquisi-
dores”, por eso la dialéctica antisocialista de Hayek no podía explicar las dictaduras de
José Porfirio Díaz, Gerardo Machado o el propio Rosas, que no habían sido precedidas
por ningún tipo de ideas o prácticas de planificación económica o socialismo (Bogliolo
1946, p. 22). En realidad, destacaba el autor, habría que preguntarse si no era más bien
cierto lo inverso de lo que postula Hayek y que era la dictadura política la que, tal como
mostraban los casos de la Alemania nazi o la Rusia comunista, engendraba un tipo de
planificación totalitaria que anulaba al individuo. Era preciso, entonces, reconocer el
lugar del Estado, de ser conscientes de su poder y discutir para qué se lo utilizaba.
386 • Anuario IEHS • Suplemento 2023 Antifascistas, antiperonistas, anticomunistas…

Hayek mismo reconocía ese poder, sostenía Bogliolo (1946, pp. 60-62), cuando aban-
donaba el laissez faire a ultranza y alababa la planificación democrática “liberal” que
estimulase la competencia y corrigiera el mercado con medidas “socialistas” extraídas
del recetario bismarckiano. Los socialistas, en cambio, querían que el Estado fuera el
representante de “una colectividad formada por individuos pensantes” que dictase las
normas generales y permitiera “organizar [una] democracia económica” que, lejos de
implicar un capitalismo monopolista, promoviera la autonomía de la población por
medio de “cooperativas, empresas mixtas, entidades gremiales y otras formas de or-
ganización que las necesidades dictarán”. Solo de esa manera la colectividad sería una
“fuerza pensante y activa” que podría conjurar los cantos de sirena de los demagogos y
los “taumaturgos de la felicidad” (Bogliolo 1946, pp. 57, 34, 41-42, 110-111).
Más allá de la defensa del proyecto socialista que hacía Bogliolo, era central el modo
en que identificaba el “liberalismo” impulsado por Hayek con un “capitalismo indivi-
dualista” que, resistiéndose con tenacidad al avance del socialismo democrático, había
facilitado “con su egoísmo, los medios, el dinero y la fuerza de la propaganda la ascen-
sión del nazismo” (Bogliolo 1946, p. 47). No se trataba solo de una perspectiva histórica
distinta, sino de un problema político urgente: para el autor, era ese mismo liberalismo
el que apoyaba “y apoyará hasta el último momento” al general Francisco Franco en Es-
paña y el que se oponía al new deal roosveltiano y la planificación del gobierno laborista
de Clement Attlee en el Reino Unido. Más importante aún para el debate argentino, ese
mismo tipo de liberalismo egoísta y con falta de sensibilidad política impulsado por Ha-
yek era el que engendraba o apañaba a “hombres nuevos”, “hombres fuertes”, presuntos
“salvadores” de la libertad que solo podían alcanzar sus metas “fingiendo una política
social avanzada o aun satisfaciendo ciertas necesidades materiales [...] a cambio de la
dignidad o la libertad del pueblo” (Bogliolo 1946, pp. 37, 49 y 55).
Para el economista porteño, no fueron las “tendencias socialistas”, sino “las capas
adineradas” las que condujeron al país al golpe de junio de 1943; tampoco fue la “eco-
nomía planificada”, sino “los egoísmos de la oligarquía [...] los que dieron el triunfo al
peronismo” en 1946. Era el mismo diagnóstico que tenían los sturzianos de I popolari:
la ceguera de las elites ante el ascenso de las formas contrarias a la democracia. En
Argentina, los “defensores de la competencia”, atemorizados por perder la libertad de
“explotar el pueblo a mansalva”, aplaudieron los inicios de un proceso que bien podría
terminar en una dictadura. Lo que estaba haciendo Perón al tomar medidas que sa-
tisfacían demandas populares, lejos de implicar una tendencia socialista, era “aprove-
char una realidad para aferrarse al poder”. Como había sucedido en otras latitudes con
otros líderes, y en vista a la experiencia en el período previo, las posibilidades de que se
afianzase una dictadura peronista eran reales (Bogliolo 1946, pp. 48-49).
Pero mientras los socialistas criticaban a Hayek, figuras más cercanas al pensa-
miento liberal-conservador hacían lecturas distintas de Camino a la servidumbre y
de otros textos de pensadores de la escuela austríaca, como Ludwig Mises (2010).
Nállim (2014, pp. 256-257) llamó la atención sobre el uso público temprano de los
Sergio Morresi y Martín Vicente Anuario IEHS • Suplemento 2023 • 387

pensadores austríacos en las publicaciones antifascistas como Argentina Libre. Sin


embargo, centrarnos en una figura que no era relevante en los años 40 pero que nos
ayudará a seguir un hilo conductor para el período siguiente, como Álvaro Alsogaray,
nos permite ver cómo en otros espacios de ese universo se construían interpretacio-
nes de otro tenor.
Al terminar la segunda guerra mundial, Alsogaray era un joven sin actividad políti-
ca, para quien la lectura de Camino a la servidumbre fue “una verdadera revelación”
que le hizo abrigar “graves preocupaciones” con respecto a la deriva que estaba adqui-
riendo ante sus propios ojos el régimen militar inaugurado en junio de 1943 y que, a
su entender, se vieron “lamentablemente confirmadas” con el derrotero adoptado por
Perón. Alsogaray entendía que las ideas desplegadas en Argentina, entre 1930 y 1946,
contrarias a la libertad económica y la filosofía liberal, eran las que habían posibilitado
el ascenso de Perón. Desde su perspectiva, el golpe de 1943 se había agotado como
tal a poco de perpetrarse por su falta de claridad y unidad (como lo demostraban los
cambios en la presidencia) y fue entonces cuando Perón comenzó a implementar, des-
de la Secretaría de Trabajo y Previsión, las iniciativas de “planificación económica” que
permitirían luego que se avanzara hacia un “totalitarismo económico”, el cual, a su vez,
daría luz un “totalitarismo político” (Alsogaray 1993, pp. 19-22).
Para Alsogaray (que fue brevemente funcionario de una empresa estatal en ese
período) el peronismo fue un régimen “nacional-socialista” que implementó medidas
“definidamente socialistas” de tipo totalitario que implicaron un “avance del Estado
sobre las actividades privadas”. Estas habrían comenzado en el terreno de lo económi-
co (mediante estatizaciones y regulaciones de precios) y se extendieron a lo político
“porque se requiere una acción política para hacer cumplir compulsivamente con los
mandatos de los planificadores”. En este punto, Alsogaray tomaba in toto como propia
la argumentación de Hayek: el sendero del totalitarismo empezaba con el socialismo
económico y culminaba en el totalitarismo político, sea fascista, nacional-socialista o
soviético. En su narrativa, el dirigismo, la censura, la represión y las penurias económi-
cas ya estaban anunciadas desde el comienzo, pero la sociedad argentina, por miedo
o por perseverancia, fue soportando esa deriva fatal. Sin embargo, “los hombres so-
portan hasta cierto punto la arbitrariedad y el sometimiento, pero más allá de este
punto, tarde o temprano, se rebelan” (Alsogaray 1993, pp. 23-28). En este sentido, para
Alsogaray los distintos intentos para derrocar a Perón habían sido parte de una larga
gesta por la libertad que solo se vio coronada por el éxito con la autodenominada “Re-
volución Libertadora” que “no fue un golpe de Estado ni mucho menos una asonada
militar”, sino “una auténtica reacción del pueblo”; a diferencia de lo que había sucedido
con los fascismos europeos, Argentina tendría “el mérito de haber logrado despren-
derse de un férreo régimen dictatorial sin ayuda exterior ni como consecuencia de una
guerra” (Alsogaray 1993, pp. 29-30).
El libro de Hayek, fuertemente criticado por Bogliolo y cuya lectura fue para Also-
garay una suerte de epifanía, permitió a distintos sectores del movimiento antifascista
388 • Anuario IEHS • Suplemento 2023 Antifascistas, antiperonistas, anticomunistas…

dar un marco más amplio a su visión del peronismo como un fascismo. Sin embargo,
la distancia entre las dos lecturas y las dos posiciones políticas mostraba que mientras
los socialistas impugnaban enfáticamente el amalgamiento de peronismo y socialis-
mo, los liberal-conservadores que leían a la escuela austriaca impulsaban ese desliza-
miento: para ellos el asunto se dirimía en términos binarios, a favor o en contra de la
libertad, y no había ningún espacio para caminos híbridos o intermedios, ya que estos
siempre terminaban decantándose en contra de la libertad.4 Lo mismo ocurría con la
ruptura entre los católicos democráticos, donde el eje de discordias había pasado por
allí (Mauro y Zanca 2022). En el prólogo a la edición americana de 1951 de su libro de
1922, Socialismo, Ludwig Mises sostenía que no había ninguna diferencia sustancial en-
tre las intenciones de los autodenominados “progresistas” y las de los fascistas italianos
y los nazis alemanes:
Los fascistas y los nazis no estaban menos deseosos de establecer una regimentación total de todas
las actividades económicas que aquellos gobiernos y partidos que anuncian con ostentación sus
principios antifascistas. Perón en Argentina intenta imponer un esquema que es una réplica del New
Deal y del Fair Deal y, si no se detiene a tiempo, resultará en un socialismo total (Mises, 1962, p. 13).

Para Mises, el problema importante era no caer en la tentación de insistir en un gobier-


no omnipotente que inevitablemente terminaría en una experiencia totalitaria, indepen-
dientemente de su origen popular y sus credenciales supuestamente democráticas. Elegir
entre comunismo, fascismo, nazismo, socialismo, progresismo, laborismo (o peronismo)
no sería más que escoger entre distintas dictaduras contrarias a la sociedad de mercado.
Ello ponía a los socialistas en tensión con sus socios antiperonistas: desde su perspectiva, la
concepción binaria de los austríacos, que tomaban como propia algunos conservadores,
demócrata-progresistas y radicales, les impedía ver la auténtica brecha política. Esa era la
se establecía entre los sectores democráticos, que irían desde socialismo al liberalismo, y
los antidemocráticos, que englobarían a los fascismos, el comunismo de tipo soviético y
también a aquellos sectores otrora aliados que insistían en acusarlos de potencialmente
totalitarios. Al respecto, una discusión que se dio en el seno de la Academia Nacional de
Ciencias Económicas (ANCE)5 entre el exdiputado radical Mauricio Yadarola (quien había
sido suspendido de su rol en el Congreso por el peronismo, como Bogliolo) y el entonces
líder del Partido Socialista Argentino (PSA), Alfredo Palacios,6 resultaba ilustrativa.

4 Un poco más adelante, luego del período que analizamos aquí, Alsogaray (1969, p. 54) lo expresaría de
modo tajante al referirse a “Radicalismos, Progresismos, algunas Democracias Cristianas, Social-Cristian-
ismo, Liberalismos progresistas [...] en el plano económico se inclinan por los métodos colectivistas, lo
cual los aproxima más al Socialismo y al Comunismo que a la Democracia”.
5 Sobre la ANCE y las discusiones en este período, ver Morresi y Vicente (en prensa).
6 El Partido Socialista (PS) se vio tensionado durante todo el peronismo entre sectores que buscaron
diálogo con el gobierno y aquellos que lo rechazaron. Eso provocó expulsiones como las de Enrique Dick-
man. Derrocado el peronismo, surgieron nuevas tensiones entre los sectores más radicalmente antipero-
nistas y aquellos otros que (aun dentro del antiperonismo) se mostraban menos radicalizados. Pero estas
disputas se superponían con otras: entre aquellos que –como Américo Ghioldi y Bogliolo– apuntaban
Sergio Morresi y Martín Vicente Anuario IEHS • Suplemento 2023 • 389

En su discurso, Yadarola realizó una defensa de los valores liberales para reclamar
lo que llamó un “liberalismo social” que repusiera los ideales de la revolución fran-
cesa. Pero al hacerlo, llamó la atención sobre un tópico central en la discusión que
relevamos: la economía dirigida, a la que consideraba “típica de los regímenes tota-
litarios y las plutocracias demagógicas”. En la opinión del político radical, cuando el
Estado intervenía en la economía, tal como había sucedido durante el período pe-
ronista, “las libertades del hombre desaparecen, entre ellas, la libertad política, y sin
libertad política no existe democracia [puesto que] la sumisión económica conduce
a la esclavitud moral” (Yadarola 1959, p. 44). Palacios reaccionó frente al discurso
con cierta indignación, al punto que avisó que antes de dar el suyo propio precisaba
responderle a Yadarola, por quien reconocía tener un afecto personal que no le
impedía señalar que lo que estaba haciendo era repetir lo dicho por “Mises y Hayek,
cuyas exageraciones son absurdas”, e impugnar la propiedad social que, desde la
perspectiva socialista, era un requisito de la democracia y de ninguna manera su
anatema (Palacios 1959, pp. 59-62).
Si bien la de Yadarola y Palacios fue una discusión en el marco de una academia,
su sentido era propiamente político. Si ambos sectores –años atrás profundamente
unidos por el antifascismo y el antiperonismo– acabaron enfrentándose fue porque
había retornado la política electoral, pero también porque se habían vuelto a dispa-
rar las discusiones internas en cada espacio y finalmente porque estas discusiones se
producían con el telón de fondo de un discurso anticomunista radicalizado por la
guerra fría, que implicaba debates sobre las relaciones entre liberalismo, socialismo y
democracia, entre otros.
Los socialistas argentinos eran, al menos desde la década de 1930, profundamente
anticomunistas, e incluso habían vivido con incomodidad la obligada camaradería con
quienes impulsaban el modelo soviético durante el lapso en que el PCA se había unido
a la causa antiperonista. Pero ahora, ya sin el peronismo, sus antiguos aliados antifas-
cistas, usando a los autores austríacos neoliberales como instrumento, los acusaban
de representar una insidiosa tendencia totalitaria y obturaban los elementos que sepa-
raban al socialismo del comunismo. Al respecto, Alsogaray, por entonces ministro de
Hacienda de Arturo Frondizi, explicitaba en 1959:
El avance agresivo de los comunistas en distintas partes del mundo es un hecho innegable [...]
Existe ya una tentativa firme de procurar una base comunista en América Latina. En nuestro país
se ha intensificado últimamente la campaña de penetración sistemática [...] En un ambiente de
auténtica libertad, la ideología comunista no puede soportar en manera alguna la competencia
de nuestros métodos [de sociedad libre]. Pero la realidad que enfrentamos no es esa. La ideología
comunista actúa también en forma clandestina y busca provocar el desorden para imponer luego
con mano de hierro su dominio total (en Haidar 2015a, p. 30).

hacia un socialismo liberal (y que en 1958 se separaron y fundaron el Partido Socialista Democrático,
PSD) y quienes –como Alicia Moreau de Justo o Palacios– perseguían una perspectiva más cercana a la
socialdemocracia europea. Estos últimos, junto con otros grupos juveniles más claramente inclinados
hacia la izquierda, formaron el PSA.
390 • Anuario IEHS • Suplemento 2023 Antifascistas, antiperonistas, anticomunistas…

Si bien Alsogaray no hacía mención expresa del socialismo (y en el contexto de su


discurso parecía más bien apuntar contra las acciones de los sindicatos peronistas), lo
cierto es que la idea de que el comunismo entraba en forma clandestina y subrepticia y
buscaba establecer una cabecera de playa en el continente pudo leerse de otra manera
cuando el PSA, desde las páginas de La Vanguardia, apoyó la revolución cubana. Ello
fue refrendado por Palacios viajando a la isla en mayo de 1960 y luego dando una serie
de conferencias elogiosas sobre los avances del socialismo en Cuba (Palacios 1961): in-
cluso, la campaña electoral por una banca en el senado por Buenos Aires a comienzos
de 1961 giró alrededor de Cuba (Tortti y Blanco 2000). Allí, Palacios (que terminaría
triunfando) fue el único candidato que continuó defendiendo el carácter no totali-
tario del nuevo régimen en contra de lo que declaraban no solo los referentes liberal-
conservadores, sino también los candidatos del PSD de Ghioldi. El veterano referente
incluso llegó a justificar el carácter dictatorial adoptado en el país caribeño poniendo
como ejemplo a Lonardi y la “Revolución Libertadora”, que los había unido años atrás:
“todo gobierno surgido de una revolución es una dictadura” (en Collazo 2009, p. 8). Jus-
tamente, el sentido de aquel golpe y gobierno también agrietaba las relaciones con el
universo liberal-conservador, que promovía homenajes a lo que veía como una gesta, y
con el catolicismo democrático, donde las posiciones no eran uniformes.
Si bien Palacios terminaría retirando el apoyo al régimen de Fidel Castro cuan-
do este anunció la marcha de Cuba hacia el marxismo-leninismo en diciembre de
1961, para ese momento el divorcio entre los antiguos aliados antifascistas era un
hecho consumado. El antitotalitarismo había quedado hegemonizado por el espa-
cio liberal-conservador y ya no era solo sinónimo de antifascismo, antiperonismo y
anticomunismo, sino también de un antiizquierdismo más bien genérico que podía
aplicarse a casi cualquier posición política. Como llama la atención Victoria Haidar
(2015b) al referirse al caso particular de Alsogaray –aunque se trató de algo co-
mún a otras figuras del liberalismo-conservador influido por las ideas austríacas,
como, por ejemplo, enfatizaba décadas luego Alberto Benegas Lynch (1989)– hubo
en ese antitotalitarismo de fines de la década de 1950 y comienzos de la de 1960
una construcción vaga y generalista del adversario, en el que las diferencias entre
actores se borraban y las voces disímiles quedaban asimiladas en un ente amorfo.
Para el liberalismo-conservador el combate al totalitarismo ya no era solo combate
al fascismo, al peronismo o al comunismo, era plantar cara a todos ellos y, además,
a cualquier tipo de socialismo, izquierdismo o progresismo, escorando por ello su
perfil hacia la derecha.

Conclusiones

El liberalismo argentino experimentó un proceso de coincidencias y desarticulaciones


con el proceso internacional del liberalismo en Occidente, pero para 1930 se halló fren-
te a una crisis.
Sergio Morresi y Martín Vicente Anuario IEHS • Suplemento 2023 • 391

El complejo contexto de esa década condujo a que diversos referentes se articu-


lasen en un ideario antifascista que cruzaba de modo desigual la realidad interna-
cional con el mapa local, donde el liberalismo operó como un nexo común entre
actores disímiles. Ello rompió vínculos previos con sectores como el nacionalista, al
tiempo que acalló polémicas entre socialistas y radicales o entre estos y referentes
liberal-conservadores.
La relación entre antifascismo y liberalismo creó una suerte de lingua franca que
atenuó e incluso acalló problemas previos entre actores y tradiciones que, si bien disí-
miles, se rearticularon en torno al nexo de un liberalismo antifascista. En este trabajo
dimos cuenta de tres espacios centrales, pero el abanico más amplio de identidades,
pertenencias y posiciones permite ver un mapa heterogéneo sostenido en la pauta
liberal del antifascismo. El golpe de Estado de 1943 y posteriormente el peronismo
reformularon el tipo de antifascismo dominante en ese sector, donde ganó énfasis
una mirada antipopulista que puso en primer plano la oposición al peronismo y, si
bien hubo diferencias e incluso deserciones, esa transformación dio una continuidad
reformulada al antifascismo liberal. Tras el golpe antiperonista de 1955, más temprano
que tarde las posiciones antijusticialistas se mostraron incapaces de sostener proyec-
tos comunes más allá de esa coincidencia, y las consecuencias de las desavenencias
profundas se expresaron no sólo en la incapacidad de sostener un programa, sino en
enfrentamientos abiertos que dieron contexto a un giro clave.
Si en los años treinta el antifascismo tuvo al liberalismo como nexo entre actores
que tenían posiciones y proyectos distintos (e incluso enfrentados en otros ángulos),
su giro desde ideas antifascistas genéricas a un antifascismo particularizado en anti-
peronismo implicó cambios que, sin embargo, sostuvieron una unidad relativa que se
rompió después del golpe de Estado septembrino. Allí, diversos debates y polémicas
conectaron el plano local con lo internacional, en momentos de agudización de las
pautas de la Guerra Fría. En ese sentido, la recepción de las ideas de la Escuela de Aus-
tria que analizamos en la segunda parte de este artículo permite ver cómo el antico-
munismo tuvo modulaciones muy distintas, especialmente en el modo en que diver-
sos socialistas se desligaron de los sentidos más conservadores de otros miembros del
antifascismo. Al mismo tiempo, la competencia electoral operó como un factor que
redefinió agendas y relaciones, resquebrajando también en ese plano aquella lingua
franca que comenzaba a quedar lejana.
El impacto de la Escuela de Austria, además, se dio en un contexto mayor de recep-
ción de la renovación internacional de las derechas, donde la problemática totalitaria
ocupó, con el telón de la Guerra Fría de fondo, un sitio central, pero abrió polémicas
antes de la agudización de ese conflicto internacional. En la recepción de las ideas de
Hayek y Mises se expuso, como mostramos, una serie de polémicas que agrietaron a
sectores antes cercanos, donde finalmente se impugnaba la democracia como plura-
lismo: se cerraba, con ello, un círculo, que el violento devenir de los años siguientes
mostró, valga la expresión, con oscura claridad.
392 • Anuario IEHS • Suplemento 2023 Antifascistas, antiperonistas, anticomunistas…

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