Revelacion

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La Revelación: Dios al encuentro del hombre

1.- Introducción

A la pregunta "¿puede Dios hablarle al hombre?", a pesar de las agudas objeciones que se hacen al
respecto, el cristianismo responde afirmativamente aportando el testimonio bíblico, conservado en
el seno de la comunidad creyente.

Se trata de una cuestión fundamental para el judaísmo y el cristianismo que se reconocen como
religiones históricas, es decir, fundadas por una experiencia dialogal auténtica de encuentro con
Dios en un espacio y en un tiempo precisos.

"Pues, efectivamente, para el hombre del actual humanismo antieclesiástico, del ateísmo
preocupado; de una actitud para la que Dios es una cifra eternamente indescifrable; de un
materialismo, para el que la verdadera fuerza motriz del mundo es el esperado futuro del Espíritu;
para ese hombre, decimos, la piedra de tropiezo, el escándalo no es el Deus absconditus del
cristianismo, que mora en luz inaccesible, sino la doctrina de que haya de haber una historia de la
revelación, en que Dios mismo abre un camino señero a los muchos otros de las restantes religiones
y, aparecido en carne, lo recorre él mismo. El escándalo es, si es lícito decirlo así, la categoría
histórica de la revelación, no la relación trascendente con Dios, por la que el hombre se funda en el
abismo del misterio inaccesible."

Esa magistral afirmación de KARL RAHNER pronunciada aproximadamente treinta años atrás, sin
embargo no ha perdido vigencia, aún más, la postmodernidad actual y la new age con su
atomización de la historia y la propuesta de una religión intimista, individualista, sincretista,
moldeada a gusto y paladar de cada creyente, han agudizado esa incredulidad o poco interés por el
conocimiento de la revelación sobrenatural. Inclusive, en no poco cristianos se observa mayor
propensión a las locuciones y visiones de las revelaciones privadas, que a un real y vivo interés por
conocer y seguir la revelación pública y oficial de Dios, conservada en la Escritura y en la Tradición
de la Iglesia.

En semejante contexto, una vez afirmada la posibilidad de conocer a Dios por la luz natural de la
razón en la observación del universo (el mundo y el hombre), conviene abocarse a este otro camino
de manifestación abierto por Dios mismo en el interior de la historia.

Abordemos entonces el estudio de este diálogo de Dios con el hombre en la contingencia de la


historia, partiendo:

2.- ¿Qué quiere decir Revelación de Dios?

"La palabra Revelación se deriva del latín revelare, que al mismo tiempo corresponde al griego
apokalyptein. Ambos significan, etimológicamente, "remover el velo" (velum - kalymna) pero
gracias al doble sentido presente en el prefijo re (apo), que es tanto repetición como remoción,
pueden significar también "velar nuevamente". En este sentido se manifiesta ya una dialéctica
inicial en la misma palabra que distancia la revelación de una simple exhibición, puesto que se trata
de un "desvelar/velar". En el lenguaje común, fuera del contexto religioso, la revelación implica
usualmente una comunicación sorprendente e inesperada de un conocimiento que tiene un
significado profundo para la vida y, posiblemente, para el mundo que lo rodea. Frecuentemente
también designa la acción con la que una persona confía libremente sus pensamientos y
sentimientos íntimos a otra, introduciéndola así en su mundo espiritual. Ya en el ámbito
estrictamente teológico y cristiano tal concepto ha tardado en estructurarse, aunque su realidad
refleja en todo caso y en definitiva uno de los hechos teológicos centrales del cristianismo: Dios se
conoce a través del mismo Dios."

La naturaleza de la revelación (apokalypteo) es quitar el velo. Es la manifestación amorosa que


Dios hace de sí mismo y de su misterio en orden a nuestra salvación. Dios rompe su silencio y se
hace cercano, aunque siga siendo un misterio.

El OBJETO de la revelación es Dios mismo, su palabra encarnada, Jesús: en él se nos muestra


quién es Dios y cuál es su proyecto para nosotros.

La FINALIDAD de la revelación no es el conocimiento, sino la salvación, la participación de la


misma vida de Dios.

Esa finalidad debe ser subrayada, pues a la hora de comprender la naturaleza de la Revelación, no
es infrecuente concebirla como una transmisión de un "conjunto de conocimientos" dirigido al
intelecto humano. Esta herencia de la modernidad racionalista, acaba por relegar el papel de Dios a
una especie de maestro de verdades, o bien de juez que vigila el cumplimiento del dogma. De esta
manera, la convicción de un Dios actuante en la historia queda reducida a un dato contingente para
ser reservado a la piadosa rememoración de la historia sagrada.

Dios no da mensajes intemporales a destinatarios anónimos, sino que dirige personalmente su


palabra a un interlocutor situado en una cultura e historia vivas: Abraham, Moisés, Josué, Samuel,
David etc. A la luz de la historia del

Pueblo de Israel vemos el constante darse a conocer de Dios que toma la iniciativa y actúa salvando.
El evento de la Revelación es indisociable de esta intervención divina, pues la constituye y la
transmite a todas las generaciones.

Revelación: "Remover el velo".

3.- La Revelación como: Palabra - Encuentro - Presencia

"En el Antiguo Testamento la noción dominante para la comprensión de la Revelación es el


concepto de "Palabra de Dios" tanto presente en la creación, como dirigida a Israel a través de la
historia. En efecto, la palabra de Dios es precisamente una fuerza dinámica que pide obediencia y
lleva al hombre a la acción. El punto central de esta revelación veterotestamentaria es la alianza de
Dios con su pueblo, que se convierte en la "Palabra de Dios" por excelencia, plasmada en la Ley,
anunciada por la Profecía y meditada como Sabiduría. Debe notarse que la forma de Revelación es
siempre con acontecimientos y palabras, expresión recuperada por el documento Dei Verbum (DV
2.4.14.15).

En el Nuevo Testamento la comunicación de Dios como punto central de la Revelación se cumple


plenamente en Jesucristo, como "Logos encarnado" (Jn 1,14), Palabra de Dios (Jn 1; Ap 19,13) por
excelencia, que no solo revela sino que es autocomunicación personal de Dios en Jesucristo por el
Espíritu. Y esta Revelación se ofrece tanto a los judíos como a todos los hombres que así puede
formar parte de la comunidad de los creyentes de Jesús en la comunidad cristiana que es la Iglesia
que debe predicar "la palabra de esta salvación" (Hech 13,26).

Esta comprensión de la palabra es la que ha posibilitado que se convierta en la categoría


fundamental de la Biblia para expresar la Revelación de Dios. Por esta razón, la fórmula "Palabra de
Dios", "Oráculo del Señor" y similares, con sus dos raíces hebreas dabar y amar, y sus dos
expresiones griegas logos y rema son los términos más empleados en toda la Biblia después de la
expresión "Dios".

"De hecho la Palabra marca el inicio y el término de la Biblia. En efecto, la historia de la Palabra se
inició en la mañana de la creación cuando por siete veces se afirma: "Dios dijo..." (Gn
1,3.6.9.11.14.20.24), y es en la Palabra hecha hombre que llega a la plenitud de su significado con
Jesucristo "la Palabra (que) se hizo hombre..." (Jn 1,14), ya que "Dios había hablado a los padres,
pero ahora nos ha hablado en la persona del Hijo" (Heb 1,ls.), que por esto "su nombre es Palabra
de Dios" (Ap 19,13)."

La Revelación, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, como Palabra, una vía de
acercamiento a este acontecimiento divino puede ser analizar las funciones que la lingüística ve en
el fenómeno de la palabra humana.

En el lenguaje humano pueden diferenciarse tres funciones, que si bien no se encuentran en estado
puro, sin embargo son distinguibles entre sí, e inclusive priorizadas por el sujeto parlante según éste
trate de relacionarse con el mundo, la historia, o bien consigo mismo, o bien en relación a otras
personas.

Dichas funciones clasificadas por la lingüística son:

1.- INFORMATIVA: es una función objetiva en la que se usa la tercera persona.

Es la capacidad de llamar a la existencia, nombrar, conocer, ordenar, distinguir, interpretar,


profundizar. Es función típica de la ciencia, la didáctica y la historiografía.

2.- EXPRESIVA: se maneja en relación con el interior del ser humano, se expresa la interioridad,
los sentimientos. Se usa en primera persona y es una función subjetiva: entrar en sí mismo,
apropiarse, autocomprenderse. Función privilegiada en la épica y la poesía.

3.- INTERPELATIVA: nos pone en relación con los demás porque apelamos al interlocutor
provocando su respuesta. Es función intersubjetiva en segunda persona, capacidad en encontrarnos
y comunicarnos. El hombre es relación.
"En efecto, la palabra informa sobre acontecimientos y realidades, cumpliendo una función objetiva
[palabra como símbolo]; a su vez, la palabra expresa la interioridad de aquél que habla con sus
sentimientos y emociones [palabra como síntoma]; finalmente, la palabra interpela provocando
respuesta [palabra como señal]. Se trata de tres funciones que responden a las tres personas del
verbo: la palabra expresa, en primera persona; interpela, en segunda persona, y cuenta, en tercera
persona. A partir de estas funciones podemos tipificar el concepto bíblico de Revelación en clave de
síntesis a través de las tres dimensiones que pueden englobar todos los aspectos que surgen en la
Biblia:

1.- Dimensión dinámica: revelando, Dios actúa: por la cual crea y actúa realizando signos
"milagrosos" en el cosmos y en la historia personal y colectiva del pueblo de Dios;

2.- Dimensión noética: revelando, Dios enseña: por la cual revela y enseña, desde la ley, la profecía
y la sabiduría hasta las bienaventuranzas y el Reino de Dios;

3.- Dimensión personal: revelando, Dios se autocomunica: por la cual progresivamente se


autocomunica de una manera total en Jesucristo, "palabra

de Dios" (cf. Jn 1; Ap 19,13: "su nombre es palabra de Dios").

Observando la fenomenología del lenguaje humano podemos aproximarnos a la comprensión de la


autodonación divina. La palabra posee la triple dimensión de autoexpresión, testimonio y encuentro.
Pero debemos ser conscientes de los límites de la comparación, puesto que el hombre nunca puede
expresar su interioridad plenamente, se ve sometido a sus limitaciones y miserias. Sólo Dios cuando
expresa su palabra puede realizar acabadamente estas tres dimensiones.

- PALABRA COMO AUTOEXPRESIÓN: así como la palabra humana intenta ser la expresión
total de la propia verdad, la palabra divina es perfecta manifestación de la verdad del Padre en el
Hijo en el seno de la Trinidad. Ésta palabra se expresa hacia afuera con la Encarnación de
Jesucristo.

- PALABRA COMO ENCUENTRO: la palabra pronunciada exige la respectividad dada en la


relación y en el encuentro interpersonal con un tú.

Requiere la reciprocidad que se encuentra en una relación constituida por dos personas libres. Ésta
relación interpersonal reclama también intimidad entre las personas que se encuentran. Se trata, por
lo tanto, de una verdadera relación que partiendo del intercambio subjetivo entre el yo y el tú,
desemboca en un nosotros fecundo, que puede ser constatado en el diálogo, la amistad y el amor
humano, como formas más exquisitas de este encuentro interpersonal.

Por toda esta profundidad relacional que conlleva el "encuentro personal", "no es extraño que la
Biblia use también la categoría del encuentro personal para caracterizar la Revelación de Dios. En
efecto, la gran obra de Israel no es solamente mostrar un único Dios verdadero, sino invocarlo como
un Tú, haber estado con Él. Así, en las narraciones donde se manifiesta a Israel el nombre propio de
Dios se muestra una voluntad de comunicación, de acercamiento, de llamada por parte de Dios... En
Jesucristo esta relación interpersonal llega a la plenitud como comunión con Dios y con los
hombres (l Jn 1,2-3). Por eso el Nuevo Testamento, especialmente los textos joánicos, acentúa el
carácter personal de la Revelación de Dios en Jesús, verdadero "camino, verdad y vida" (Jn 14,6),
de tal manera que quien ha visto a Jesús "ha visto al Padre" (Jn 14,9)."

En el documento conciliar Dei Verbum del Concilio Vaticano II, el Magisterio de la Iglesia habla
de la revelación como palabra amical de Dios, que conlleva esta dimensión de encuentro. El
documento afirma: "En esta Revelación, Dios invisible (cfr. Col 1,15; 1 Tim 1,17) movido de amor,
habla a los hombres como amigos (cfr. Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cfr. Bar 3,38) para
invitarlos y admitirlos a la comunión con él." (DV 2)

- PALABRA COMO PRESENCIA: la palabra humana interpela la confianza del oyente, solicita su
adhesión personal al testimonio que le ha sido confiado.

Así también Jesús solicita nuestra adhesión a su testimonio, pues Él es el testigo de la verdad en el
seno del Padre. Jesús es la verdadera presencia de Dios con los hombres, es el "Emmanuel" (Dios
con nosotros), que se impone por ella misma e ilumina, interpelando a su entorno.

"Es claro que en la Biblia las expresiones reveladoras, palabra y encuentro, se unen a la radical
presencia de Dios en medio de su pueblo. Presencia tanto en la naturaleza como en la historia
("Credo histórico israelítico" de Deut 26,5- 9). Ahora bien, en el Antiguo Testamento, más que una
acción histórica particular, la presencia de Dios en Israel engloba muchas etapas y es el sentido
interior que atraviesa todos los hechos. Será con Jesucristo donde esta Presencia de Dios se hace
presencia humana: "se hizo hombre, plantó la tienda entre nosotros" (Jn 1,14), que recuerda la
expresión del Ben Sira "pon la tienda entre los hijos de Jacob" (Sir 24,8). De aquí también el
significado del nombre Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1,23 = Is 8,10), hecho realidad plena en
Cristo Resucitado en su última palabra: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt 28,20), puesto que la asistencia que afirma Jesús es efecto y signo de su Presencia en
Ekklesía de los discípulos (18,20)... El Apocalipsis, además, hablando del cielo nuevo y la tierra
nueva, califica a la Iglesia como, la nueva Jerusalén, como "la tienda donde Dios se encontrará con
los hombres. Vivirá con ellos, ellos serán su pueblo y él será el Dios-que-está-con-ellos" (Ap 21,3).

El Concilio Vaticano II ha entendido así la Revelación divina: "Dios envió a su Hijo... a fin de que
viviera entre los hombres y manifestara los secretos de Dios... Jesucristo, pues, con su total
presencia y manifestación personal, con palabra y obras..., con su muerte y resurrección gloriosa,
acaba y confirma que Dios vive con nosotros" (DV 4). H. DE LUBAC comenta así este texto
conciliar: "Jesús de Nazaret realiza, en sentido absoluto, la Presencia de Dios entre nosotros, una
presencia personal, Presencia plena: la que prefiguraban a manera de esbozos simbólicos la
presencia de Dios en el Tabernáculo o en el Templo de la Antigua Alianza y el reinado de la
Sabiduría en Israel a través de la ley mosaica. Pero esa Presencia encarnada, esa Presencia -esa
Schekinah de la fe judía- es, al mismo tiempo, plena y totalmente humana."

4.- La historia de la salvación


Dios, a la hora de revelarse, en su sabiduría ha elegido hacerlo al modo humano, es decir con obras
y palabras, respetando además, la condición histórica de las personas y los pueblos, pues toda
persona humana no puede concebirse sin un espacio y un tiempo.

Por esta condición espacio temporal, el ser humano necesita realizar su aprendizaje desde la
experiencia existencial a través de sus errores y aciertos. Por ello, Dios va revelándose a sí mismo y
su plan divino para el hombre de manera paulatina, dentro de esa temporalidad y especialidad (cfr.
DV 3-4; Cat.I.C. 54-64).

Por esto, el cristianismo es esencialmente un acontecimiento histórico. La palabra de Dios es


actuante: no sólo llama a Abraham para enviarlo a la tierra prometida, sino que lo colma de las
bendiciones de tierra y descendencia. Revela su nombre a Moisés y lo envía a liberar a su pueblo de
la esclavitud de Egipto; entrega Ley a Moisés, adopta al pueblo de Israel y establece una Alianza.
Habla por los profetas y purifica el corazón de los hombres. En la plenitud de los tiempos y en un
máximo gesto de ofrenda divina, su Hijo, Palabra Eterna se encarna en Jesús. Él nos comunica la
voluntad del Padre, nos redime en la cruz y nos envía su Espíritu. La Revelación divina en la
historia es autodonación de Dios a los hombres.

Sin embargo, aún cuando la Biblia nos muestra la historia humana como historia de la salvación,
una enorme proporción de esta historia estuvo bajo el "silencio de Dios", en la que Él sólo se
manifestó como Creador y Sustentador del universo (cfr. DV, 3). Sabemos, en efecto, que por
ejemplo, el homo habilis tiene 2.000.000 años de antigüedad y el homo sapiens tiene alrededor de
100.000 años, de modo que esta inconcebiblemente extensa etapa de la humanidad resultó una gran
preparación para el acontecimiento de la revelación explícita al pueblo de Israel, que se iniciaría
aproximadamente recién hacia el 1900 a.C. con la promesa divina a Abraham en el capítulo 9 del
Génesis, aún dentro del ciclo mítico, encontramos que luego del diluvio Dios establece una "proto-
alianza" con Noé y con la creación toda, en la que el Señor se reconcilia con el hombre y vuelve a
entregarle la tierra para que la pastoree (cfr. Gen. 9,1-17; Cat.I.C. 56-58).

Luego de concluir los once primeros capítulos del Génesis, comenzó el ciclo histórico con la
Revelación a Abraham (Gen 12-25). Desde entonces debieron transcurrir alrededor de unos veinte
siglos de preparación hasta la plenitud de la palabra de Dios en Jesucristo.

Resulta difícil sintetizar casi 2000 años de historia, pero a los efectos de apreciar la presencia de
Dios en la historia, su intervención en la vida de un pueblo, y el carácter pedagógico para todas las
generaciones de su entrada en el tiempo y espacio de los seres humanos, sintetizaremos la historia
de la salvación.

La amplitud del tema obliga a dividir la larga vida de los orígenes, desarrollo y avatares de la vida
del pueblo de Israel en períodos, de algunos de los cuales abunda información, y de otros que
apenas se tienen datos fidedignos.

Por tratarse de una historia sagrada entrelazada en la historia profana, los documentos, testimonios y
escritos que permiten narrar esta historia están entretejidos del hecho en sí y la reflexión religiosa
del mismo, al punto que resulta difícil o El Cristianismo es esencialmente histórico. 45 imposible de
separar el hecho de su interpretación desde la fe. Dios actúa en la vida de los hombres y la historia
se transforma en historia de la salvación contada desde la fe del creyente que ha contemplado la
intervención divina.

Siguiendo ya un esquema clásico dividimos la historia en las siguientes etapas:

1.- La época patriarcal (de los siglos XVIII a XIII).

2.- La esclavitud en Egipto, la liberación y la marcha hacia la tierra prometida

(mediados del siglo XIII).

3.- El asentamiento en Palestina (finales siglo XIII).

4.- La época de los jueces (siglos XII-XI).

5.- La monarquía unida: Saúl, David, Salomón (1030-931).

6.- Los dos reinos: Israel (norte) y Judá (sur), (931-586).

7.- El exilio (586-538).

8.- La época de dominio persa (538-333).

9.- La época griega (332-63).

Una distinción fundamental tanto para entender la historia de la salvación como para comprender la
historia del texto sagrado que la cuenta, es la de períodos "preexílico", "exílico" y "postexílico".

En efecto, el punto de inflexión en la historia de la vida del pueblo son los 48 años del exilio en
Babilonia durante el siglo VI a.C. A partir de este hecho traumático que significó la perdida de lo
más amado por el pueblo (tierra, templo, sacerdocio, etc), la comunidad tuvo que reestructurarse y
purificar su concepto de la promesa, la alianza y la ley.

4.1.- La época patriarcal (s.s. XVIII-XIII a.C.)

La historia de los patriarcas se sitúa en el medio Oriente durante el segundo milenio antes de Cristo.
Israel tiene su origen en unas emigraciones arameas que descendieron del norte para establecerse en
Palestina hacia el siglo XVIII a.C. El Génesis nos habla concretamente de Abraham, primer
patriarca, que viene con su familia desde la zona de Jarán, que está ubicada al norte de la
Mesopotamia. Con él comienza el período patriarcal -que abarca desde los siglos XVIII al XIII a.C.
aproximadamente En esta época no podemos hablar todavía de un "pueblo" de Israel, mucho menos
de nación.

"Históricamente se sabe que los patriarcas pertenecían a las tribus seminómades que se movían por
el Oriente medio en el segundo milenio antes de Cristo. Eran pastores que se ocupaban de la crianza
de cabras y ovejas, y que estaban constantemente en movimiento porque en un territorio
generalmente estéril debían seguir el ritmo de las lluvias para encontrar agua y pastos para sus
ganados…
Los relatos bíblicos muestran a los patriarcas descendiendo desde la Mesopotamia y dirigiéndose
hacia la tierra de Canaán. En sus peregrinaciones llegan hasta Egipto".

Algunos de estos grupos seminómades se volvieron sedentarios y comenzaron a practicar la


agricultura, especialmente los que se habían establecido en el norte, cerca del lago de Galilea. Otros
establecidos en el centro y en el sur, en la zona montañosa y menos apta para la labranza, debieron
de seguir dedicados básicamente al pastoreo, con una vida más movida. Así se explica que, en un
período de hambre, muchos de ellos bajasen a Egipto en busca de mejores pastos junto al delta del
Nilo. Es lo que nos dice la historia de Jacob y de sus hijos.

"¿Cómo hemos de entender estas palabras dirigidas por Dios a Abraham?

Recordemos que este relato no pretende ser contemporáneo de lo que cuenta.

No recoge la experiencia concreta de Abraham. Expresa la interpretación de sus orígenes por el


pueblo judío a través de la "gesta" de los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob. El relato está lleno de
significación religiosa. La migración de Abraham desde su tierra de Caldea hasta Israel es
interpretada como un primer acontecimiento fundador del pueblo de Israel, mucho antes de la
historia de Moisés, Abraham, el primer judío, fue guiado por Dios en todo lo que hizo y creyó en la
palabra de Dios."

Es evidente que los autores bíblicos han simplificado en época posterior (posiblemente a partir de la
monarquía) una historia más compleja. La idea de que todos los futuros israelitas proceden de
Abraham carece de fundamento histórico.

A Palestina bajaron grupos muy distintos, en épocas diversas. Remontar el origen de todos ellos a
Abraham y su sola familia, es un recurso para expresar la unidad de todas las tribus.

El concepto de esperanza, que convirtió a Abraham y a los suyos en peregrinos hacia un horizonte
nuevo y mejor, comportó una ruptura con las concepciones de la vida como un tiempo cíclico,
vigentes tanto en los pueblos vecinos como en grandes culturas como la griega o la hindú. En estas
visiones no cabía ninguna aspiración futura, pues el hombre estaba preso de los ciclos naturales:
estaciones, día y noche, fases de la luna, sequías e inundaciones. Por eso, vivido un ciclo, no era
dable esperar novedad alguna; paradójicamente aunque los ciclos naturales permiten la fertilidad de
la tierra, éstos resultan ser a la postre existencialmente una estéril repetición de lo mismo.

Por lo tanto, con el relato de la vocación de Abraham, "Israel rompió con la concepción cíclica del
tiempo, porque encontró a Dios en la historia. Israel confiesa que Dios intervino en su historia, que
este encuentro tuvo lugar un día y que cambió por completo su existencia. Su Dios no está inmerso
en la naturaleza: es una persona viva, soberanamente libre, que interviene donde interviene la
libertad, en los acontecimientos."

4.2.- La esclavitud en Egipto, la liberación y la marcha hacia la tierra prometida (mediados del siglo
XIII) Empujados por una época de malas cosechas y hambre, José y sus descendientes emigraron al
delta del Nilo hacia el 1700 a.C. Allí fueron esclavizados por los egipcios, permaneciendo en
cautiverio hasta el año 1300 a época del advenimiento de Moisés (cfr. Gen 39- Ex 1).
Esta etapa de la historia del pueblo decisiva en su constitución, salvo por los datos bíblicos, es
difícil en su reconstrucción histórica por ello la subdividimos para su mejor tratamiento.

4.2.1.- La esclavitud en Egipto

La permanencia de los israelitas en Egipto, identificadas por varios autores con el período de los
Hyksos, debe tomarse con cautela dada la insuficiencia de material sobre su dominio en el bajo
Egipto durante los siglos XVIII a XVI a.C., aproximadamente entre el 1750 y 1550 a.C. Esta
carencia quizá se deba al intento de las dinastías posteriores de borrarlos de su historia por
considerarlos parte de un pasado oscuro.

También conviene analizar con prudencia la abundante documentación conservada en Egipto tanto
en escritos como en sobre relieves de templos, tumbas y palacios sobre la presencia de tribus
asiáticas en su dominio, y el consiguiente tratamiento dado a estos "schasu" por la autoridad
egipciana.

Atendiendo a la tradición bíblica que sitúa a Jacob y sus hijos en "el país de Gosén" (Gen 45,10;
47,6; Ex 8,18; 9,26), llamado también "país de Ramsés" (Gen 47,11), probablemente, según
algunos, "wadi et-tumelat", en una zona apropiada para el pastoreo, podríamos datar este
asentamiento del siglo XVIII en adelante.

Con la tradición bíblica antes mencionada podría compaginarse el dato probado de la existencia de
"Schasu" (los nómades asiáticos) en Egipto, esta vez en el delta oriental y con permiso legal para el
pastoreo.

Según el relato bíblico, las cosas fueron bien al comienzo. Al cabo de los años, cambiaron. Quizá
fueron los faraones Setis I y Ramsés II los que obligaron a los israelitas a trabajos forzados para
llevar a cabo la construcción de grandes palacios y graneros. El texto de Ex 1,11: menciona la
construcción de las ciudades de "Pitón" y "Ramsés". En este momento de opresión surge un
personaje fundamental, Moisés, a quien Dios encarga liberar a su pueblo.

Consta por la historia de Egipto que durante la dinastía XIX que comienza con Setis I en el 1306, se
opera un cambio en la conducción que implica un gobierno más riguroso y nacionalista. Durante su
gobierno Ramsés II (1290- 1224 a.C.) efectúa la reconstrucción de la ciudad de Avaris, antigua
capital de los Hyksos, motivado quizá por su ubicación estratégica en la frontera oriental.

Por su parte, lo que sí plantea mas dificultades con el dato bíblico es la ciudad de Pitón ("casa del
dios Atón"), ya que tenemos noticias ciertas de esta ciudad recién a partir de los textos del s. VII a.
C.

Aún en este terreno hipotético que nos permite pensar en la utilización de población semítica en la
construcción de las "ciudades almacenes" y en este período de la XIX dinastía, se transforma en
algo creíble al sentido común el recuerdo reflejado en las tradiciones bíblicas, de una "época de
esclavitud", pues no es ajeno a la realidad pensar que nómades libres, pastores, vieran como una
esclavitud el tener que trabajar en la construcción y bajo la exigencia de otros "patrones".
4.2.2.- El acontecimiento del Éxodo

El acontecimiento del éxodo tan evocado por la tradición bíblica, con el consiguiente paso
milagroso por el mar, mas allá de su revestimiento literario y de la preocupación que suscita de su
probable localización, parecería hacer confluir dos tradiciones, lo cual ha dado pie para hablar de
"éxodo huida" y de "éxodo expulsión". Para el primero, quizá en el siglo XIII bajo Ramsés II,
podría situarse el tiempo de opresión, y bajo el mandato de su hijo Mernephta la huida. En este
punto es interesante recordar la "estela de Mernephta" encontrada en Tebas en 1895, donde se hace
una mención explícita a Israel: "Desvastado quedó Israel, sin descendencia alguna".

Este éxodo, indudablemente debió realizarse a través del desierto ya que la escalada de fortaleza
que custodiaban el camino del mar aconsejaba a un grupo de evadidos el camino de la península del
Sinaí.

Sobre el itinerario presentado en el Pentateuco con los detalles de sus paradas, es mejor realizar su
tratamiento con un pormenorizado análisis de este molde literario usado bastante en la asiriología.

Acerca del éxodo expulsión insinuado en los textos, no tendría nada de relevante si se mira en
relación a las numerosas oleadas de asiáticos hacia Egipto, y por tanto, podría efectuarse por la "vía
maris" (el camino del mar); pero éste en realidad poco importa a los autores bíblicos, dando más
trascendencia a las tradiciones ligadas al Sinaí.

4.2.3.- Marcha hacia la Tierra Prometida

En el libro del Éxodo (Ex 12-15) se narra el acontecimiento central, es decir la salida milagrosa de
Egipto a través de una zona de agua llamada Yam suf, traducida luego por la traducción griega de la
Biblia (La Septuaginta) como "Mar Rojo". Parecería que el autor bíblico trata de ubicar el milagro
en el delta oriental o en el lago Sirbonis.

Del Mar de las Cañas a Cades, el texto bíblico abunda en nombres de localidades, hoy desconocidas
para el lector. Aquí lo importante es la peregrinación al Sinaí que interrumpe la marcha del Mar de
las Cañas a Cades, donde el autor va narrando distintas pruebas del desierto: falta de agua potable,
el maná, las codornices (Ex 16,13-16; Num 11,7-9), la institución de tribunales que ayuden a
Moisés a impartir justicia en el pueblo, etc.

El momento central lo constituye la celebración de la alianza (Ex 24-34).

"Con este nombre de "alianza" se designa en este caso el solemne juramento con el que Dios se
comprometió a ser el Dios de las tribus, formando con ellas su propio pueblo. De esta forma se ve
que la salida de Egipto no es el paso de una situación de esclavitud a una libertad absoluta, sino el
paso de una condición de esclavos a la de miembros del pueblo de Dios. Antes estaban sometidos a
la realeza egipcia que los denigraba, a partir de la alianza están sometidos a Dios que los trata de
otra manera".
La tercera etapa del éxodo continúa entre Cades y la tierra prometida. La parte final del itinerario
sitúa al lector en la Transjordania y narra los incidentes con el rey de Moab y con los madianitas
(Num 22-25.31)

4.2.4.- Moisés

En cuanto al personaje principal de la gesta de liberación, y de todo el Pentateuco después de


Yahveh, "la actuación de Moisés está ligada a la organización del pueblo: conducción y legislación.
La Biblia no lo presenta, por ejemplo, como un guerrero, sino como el guía que debe organizar al
pueblo para sacarlo de Egipto y llevarlo por el desierto hasta la tierra prometida; es el intermediario
que sella la alianza y se ocupa de la transmisión de las leyes exigidas por Dios, etc. Es entonces
verosímil que haya sido educado en el palacio real, recibiendo la formación que se impartía a los
futuros funcionarios: lenguas de otros pueblos, leyes, etc. Por sobre todo, los textos bíblicos lo
muestran siempre como el confidente de Dios y con una autoridad indiscutible."

El mismo nombre de este personaje central del Pentateuco, explicado en el Éxodo como "Salvado
de las aguas" (Ex 2,10), mas allá de esta explicación teologizada, la etimología parecería provenir
de la raíz egipcia "msj" que significa "alumbrar, producir" y por ello aparece muy usada durante el
imperio nuevo formando nombres teofóricos tales como Ah- mose (hijo del dios Ah); Tutmosis
(hijo del dios Tut) o el mismo Ramsés (hijo del dios Ra); pero en el nombre de Moisés ha
desaparecido el elemento teóforo y ha quedado un nombre abreviado.

En definitiva, "el éxodo de Egipto, la marcha a través del desierto y la promulgación de la Torah en
el monte Sinaí son elementos que la tradición bíblica une indisolublemente a la figura de Moisés.
En él se funden, formando uno, diversos personajes: el fundador de la religión, el legislador, el
profeta, el creyente ejemplar severamente castigado en los pocos casos en que flaqueó su fe."

En lo sucesivo la Pascua judía de la liberación de Egipto y la Alianza de Moisés con Yahvé en el


Sinaí con el don de la Ley serán los acontecimientos fundacionales, que invocarán los profetas
como memoria viva, tanto para conservar identidad del pueblo como para instarlo a la conversión.

4.3.- El asentamiento en Palestina (finales siglo XIII)

Después de la marcha por el desierto se llega a la estepa de Moab, frente a la tierra prometida. Allí
muere Moisés, y Josué toma el relevo. Tras cruzar el

Jordán y conquistar Jericó, en tres rápidas campañas se apodera del centro, sur y norte de Palestina,
repartiendo luego la tierra entre las tribus.

Esta presentación esquemática sigue los datos bíblicos. Pero hay que matizar algunas cosas. En
efecto, podemos decir que no todos los antepasados de Israel bajaron a Egipto. Muchos se hallaban
instalados en el norte (Galilea) y en Transjordania, y no se movieron de allí. Algunos historiadores
piensan incluso que estos grupos fueron los más numerosos.
El asentamiento en Palestina de los grupos procedentes de Egipto se produjo más bien de forma
pacífica, estableciéndose en territorios desocupados o estableciendo alianzas con los habitantes
cananeos. Aunque debieron de darse conflictos locales, no se trató de una gran campaña militar,
como dice el libro de Josué. La Biblia ha dado un tinte épico a este momento.

Sin embargo la misma Biblia, según nos permiten deducir estos textos en relación con los otros de
la distribución de la tierra a las tribus, la enumeración de las ciudades de refugio y las ciudades
levíticas, o dicho en otras palabras, en el marco más amplio de Jos 13-21, los israelitas ocuparon
primeramente la región de la montaña en la Cisjordania y en la transjordania, o sea, regiones
escasamente pobladas, luego progresivamente se fueron extendiendo a lo largo del país, lo que
supuso enfrentamientos con los habitantes locales, indudablemente mas fuertes, que probablemente
recién pudieron ser asimilados o sometidos en la época de la monarquía.

Por lo tanto, "Si dejamos aparte la región de Hebrón, ocupada por Caleb (un grupo asimilado más
tarde a Judá) de forma probablemente independiente, viniendo del sur y no del este (y sería
interesante poseer detalles tanto sobre el desenvolvimiento de la operación cuanto sobre la situación
económica, demográfica y urbanística de la región), la conquista empezó siempre en regiones
escasamente pobladas, como las estepas marginales y altiplanos. En cambio, las regiones de la costa
y de las llanuras, todas densamente pobladas y las segundas particularmente fértiles, organizadas
además en un mosaico de ciudades- estados, siguieron fuera de la esfera de influencia de Israel, en
un primer momento porque Israel no tenía interés en conquistarlas, en un segundo momento porque
carecía de capacidad militar para ello."

Esta opinión de una ocupación progresiva que ha comenzado por la estepa y el altiplano, parecería
confirmada por una corriente de interpretación de los datos que ha aportado la arqueología, pues
más allá de las diversas escuela, parece ser un dato adquirido que en el paso de la edad del bronce a
la edad del hierro, época donde situamos estos acontecimientos de la conquista, las llanuras estaban
pobladas de ciudades estados y en los altiplanos anteriormente deshabitados, o habitados por
poblaciones trashumantes, ahora comienza a multiplicarse los asentamientos agrícolas ganaderos,
quizá debido al descubrimiento de una técnica para impermeabilizar las cisternas, lo cual posibilitó
el asentamiento de grupos humanos en ciudades poco fortificadas, dedicados a la cría del ganado
menor.

Por lo tanto, contrastando con la versión oficial, los textos bíblicos de Jos 13,1-7.13; 15,63; 16,10;
17,12-13 permiten postular una "penetración pacífica" en un primer momento, que se transforma en
"conquista" probablemente recién en el tiempo de la monarquía con Saúl, no sólo contra las
poblaciones locales, sino y sobre todo cuando los enemigos: los filisteos, contrincantes poderosos
llegados por el mar, se presentaban como una alternativa al poder del país.

En definitiva, a la razón de la lucha religiosa e idolátrica que plantea la Biblia en la conquista (v.g.
Ex 23; 34; Num 33,50-56; Deut 7) se suma ésta, no menos decisiva y perentoria en la vida de los
pueblos: la lucha por el poder político y económico.

4.4.- La época de los Jueces (1200-1020)

"De los primeros tiempos de los israelitas en la tierra de Canaán, en el período de sedentarización,
el libro de los Jueces recoge varias tradiciones pertenecientes a las diferentes tribus. Unas tienen
más valor histórico que otras, algunas son solamente folklóricas (como sería el caso de Sansón en
Juec 13-16).

En todas ellas actúan personajes llamados "jueces", que son los líderes carismáticos que surgieron
en las tribus en tiempos de angustia y llevaron a cabo la liberación… En una forma literaria como la
que ha escogido el autor del libro de los Jueces, estos aparecen en sucesión como si hubiera estado
uno en continuación del otro sobre todo Israel. Pero la lectura de los relatos muestra que la acción
de cada uno de ellos se redujo a una tribu o en todo caso a unas pocas, y que los hechos de un juez
podían ser contemporáneos con los de otro.

Cuando el autor describe a las doce tribus como un solo pueblo, está adelantando un hecho que sólo
se dará en un período posterior, sólo bajo los reinados de David y Salomón. En el resto de la
historia ha sido una aspiración que nunca se llegó a concretizar."

En líneas generales podemos decir que tres rasgos caracterizan a este período. Primero, la falta de
cohesión política, ya que cada tribu se va organizando independientemente y resuelve como puede
sus problemas.

Segundo, un profundo cambio en la forma de vida, al menos en los grupos procedentes de Egipto,
ya que se sedentarizan y se convierten en agricultores; este cambio tendrá graves repercusio-nes
sociales, económicas (posesión y reparto de la tierra cultivables) y religiosas (difusión del culto
cananeo a Baal, dios que garantiza la fecundidad de la tierra). Tercero, la continua amenaza de los
pueblos vecinos; tanto de los que vienen del desierto y los saquean periódicamente como los
madianitas que arrasan el territorio, destrozan los sembrados y roban cuanto encuentran; como así
también los conflictos con los pueblos vecinos de Edom o Moab, que les imponen fuertes tributos.
Sin embargo, el principal enemigo son los filisteos. Se trata de un pueblo venido "del mar" que
gracias a su perfecta organización política y militar, junto con su elevado grado de industrialización
para aquella época, le permite atacar y dominar continuamente a Israel. Esta amenaza filistea
culmina, el año 1050, con la derrota de los israelitas en Afec y la destrucción -del santuario de Siló-.

Esta situación de opresión y lucha en esta etapa de la historia del pueblo, hizo surgir en las tribus la
urgencia de organizarse, pues fueron cayendo en la cuenta de que es imposible defenderse de estos
enemigos poderosos si no se unen y organizan de forma nueva. Así va surgiendo el anhelo de la
instauración de la monarquía.

Los jueces son líderes que surgen de las tribus en tiempos de angustia.

4.5.- La monarquía unida (1020-931)

El texto bíblico deja entrever que la institución monárquica en sus comienzos tuvo sus partidarios y
sus detractores. Muchos piensan que esta institución significa un atentado contra Dios, único rey de
Israel, y se oponen decididamente a ella (1 Sam 8; 10,17-24; 12). Otros, sin embargo, desean imitar
a las naciones vecinas y organizarse en torno a la figura de un rey para luchar contra el poderoso
enemigo filisteo (1 Sam 9,1-10.16; 11)

A pesar de las oposiciones, Saúl de la tribu de Benjamín es elegido rey y libra al pueblo de la
amenaza filistea, pero solo temporalmente. Pues, distrayendo sus obligaciones reales por sus celos
de poder con David, y abriendo una brecha entre el poder religioso-carismático y el poder civil por
su deterioro en la relación con Samuel, el último de los jueces, finalmente, permite que los filisteos
se refuercen, y terminará derrotado por ellos en la batalla de Gelboé, suicidándose ante la derrota
inevitable.

A Saúl le sucede David de la tribu de Judá. Primero es elegido rey del sur; sólo al cabo de siete
años, le piden las tribus del norte que reine también sobre ellas. Esto demuestra que la unión
conseguida en tiempos de Saúl era bastante superficial y no había eliminado las tensiones entre
estos dos grandes bloques.

"David tuvo un genio militar muy superior al de su predecesor. Organizó un ejército con el que en
poco tiempo liberó a Israel de todos sus opresores y llegó a dominar los reinos vecinos,
estableciendo una especie de imperio. Los que ahora pasaban a ser dominados debían pagar tributos
y aportar mano de obra, con lo que la situación económica llegó a ser floreciente. David conquistó
la ciudad de Jerusalén, que no pertenecía a ninguna de las tribus, allí fijó su capital estableciendo su
corte (2 Sam 5,6-12). Un gesto de importancia para su reinado consistió en llevar el Arca de la
alianza a su palacio, con lo que aseguraba en su mano aquello que era el signo de unidad de las
tribus (2 Sam 6).

La sucesión de David está marcada por una serie de intrigas y derramamiento de sangre entre sus
propios hijos. Le sucede Salomón, que reina cuarenta años (971-931). Este reinado es uno de los
momentos más gloriosos de la historia de Israel. Salomón organizó su reino siguiendo el modelo de
la monarquía de Egipto. Abandonando las guerras exteriores, se dedica casi por completo a
construir grandes edificios, como el templo de Jerusalén y su palacio; asegura la defensa nacional
mediante la construcción y restauración de fortalezas; organiza el ejército y aumenta notablemente
el número de carros de combate y la caballería. Pero, sobre todo, fomenta el comercio, controla el
paso de las caravanas árabes, construye una flota para traer de África productos exóticos. La riqueza
aumenta de forma inesperada, las ciudades crecen, y se produce un fuerte fenómeno de inmigración.

Sin embargo su gobierno faraónico lo lleva a utilizar abundante mano de obra y exige mucho
dinero; obliga a trabajar forzadamente tanto a los cananeos como a los israelitas, y los impuestos
crecen día a día. El pueblo siente esta situación de injusticia, es decir, una prosperidad para unos
pocos cortesanos conseguida a base de los más pobres. De ese modo se produce la revuelta,
capitaneada por Jeroboán. Salomón tiene fuerza suficiente para dominar la rebelión, y Jeroboán
debe refugiarse en Egipto.

Pero, a la muerte de Salomón, la situación se agrava por la ceguera de poder de su hijo Roboám y su
mala política para manejar el reclamo social del pueblo (1 Re 12). En este momento del año 931 se
rompe la obra comenzada por Saúl.

La monarquía unida ha durado menos de un siglo. A partir de ahora, existirán dos reinos, el del
norte, Israel, y el del sur, Judá.

4.6.- Los dos reinos (931-586)

Comienza de esta manera una historia dual entre los dos reinos, cuya suerte no corre paralela. El del
norte, Israel, desaparece de la historia el año 722, cuando Salmanasar V de Asiria lo conquista. En
sus 209 años de existencia, Israel tuvo nueve dinastías distintas y 19 reyes, de los cuales siete
fueron asesinados y uno se suicidó.

En cambio, Judá, que consiguió sobrevivir hasta el 586, en sus 345 años de existencia sólo tuvo una
dinastía (la de David) y 21 monarcas. Esta estabilidad se debe a un hecho importantísimo. En el sur,
la dinastía davídica cuenta con el respaldo ideológico de la religión oficial, formulado en la promesa
de Natán a David de que su dinastía duraría eternamente (2 Sam 7).

La información bíblica sobre este período se encuentra en los dos libros de los Reyes. Son una
fuente muy especial, ya que omiten intencionadamente los datos de tipo político, económico y
social, para centrarse en una visión teológica.

De todos modos, son esenciales para conocer la época. A nivel de la crítica histórica, "sin embargo,
es interesante constatar que, a partir del "cisma", contamos finalmente con una cronología relativa.
Los años de reinado del soberano de un estado son calculados sincrónicamente en relación con los
del soberano del otro estado. Pero esto conlleva notables dificultades de detalle: no siempre
conocemos las cifras absolutas; tampoco sabemos si en las dos naciones eran usados calendarios
diversos y distintos sistemas de datación; si hubo o no regencias; cómo se calculaba el reinado de
un soberano considerado legítimo en relación con los años en que hubo también un usurpador. Por
otra parte, el texto hebreo, el griego de los LXX y la historia de Flavio Josefo traen a menudo cifras
distintas. Pero a pesar de estos factores negativos, las cifras de que disponemos son relativamente
seguras, con variaciones no superiores a los diez años en los casos más graves."

"Esta época de contaminación religiosa por el influjo de los cultos paganos coincide con la
aparición en Israel y Judá de las más grandes personalidades religiosas del Antiguo Testamento: los
profetas."

Los profetas tuvieron un papel esencial para el discernimiento del proyecto de Yahvé para con el
pueblo de Israel. Desde su vocación, acontecimiento fundante en el cual el Señor lo urgía a hablar
en su nombre, el profeta era constituido ante todo testigo de la admirable acción divina en la
historia. Le era encomendado, en efecto, leer desde la perspectiva de Yahvé mismo los "signos de
los tiempos" en los diversos sucesos que le tocaba vivir. El profeta proclamaba entonces un juicio
sobre el presente de infidelidad del pueblo de Israel, al que conminaba a volver a la Alianza pactada
en el Sinaí, y se proyectaba a la vez en la promesa de la futura concreción definitiva del designio
divino de salvación.

"No se trata ya del relato posterior que habla mucho después de los acontecimientos originarios,
sino de la experiencia originaria de un hombre. Este dice lo que le ha ocurrido; transmite palabras
que Dios le ha dirigido... Se puede hablar pues a propósito del profeta de una "inspiración", no sólo
de una inspiración literaria o poética, sino de una inspiración propiamente divina."

Desde esta experiencia cercana del Señor, los profetas serán los encargados de leer la historia a la
luz de la voluntad y las promesas de Yahvé. Es justamente a partir de esta lectura teológica desde
donde integrarán su triple magnitud de pasado, presente y futuro: leyendo los signos adversos de los
tiempos actuales como ocasión para la purificación, exhortarán al pueblo a mantener una
perseverante fidelidad para con la Alianza original de Yahvé, a la vez que anunciarán una
intervención decisiva del Señor (el "día de Yahvé").
4.7.- El destierro (586-538)

Las crónicas de Babilonia indican que el 16 de marzo del año 597 el rey Nabucodonosor llevó
cautivos a Babilonia a todos los miembros de la familia real del reino de Judá. Pero los
acontecimientos más graves ocurrirán en el 586, cuan-do Nabucodonosor conquista Jerusalén, la
incendia y deporta a numerosos judíos a Mesopotamia. Entonces comienza el período del exilio, el
momento más triste, semejante al de la opresión en Egipto.

El pueblo queda dividido en tres grandes grupos: los que han quedado en Palestina, campesinos
pobres; los que han marchado a Babilonia; los que han huido a Egipto. En efecto, el país quedó
desolado, aunque su población no desapareció del todo. A la devastación llevada a cabo por las
tropas de Nabucodonosor le siguió el pillaje de los pueblos vecinos de Edom (Abd 11) y Ammón
(Ez 25,1-4).

El profeta Jeremías informa que 4.600 varones adultos fueron deportados (Jer 52,28-30). Por su
parte el profeta Ezequiel narra la vida de los deportados en Tel Abib (Ez 3,15) en Babilonia, donde
además de construir sus casas y cultivar huertos (Jer 29,5-7), mantienen sus prácticas religiosas que
los van uniendo y fortaleciendo en la tradición de sus antepasados.

En medio de estas condiciones favorables, muchos exiliados se van acomodando y progresando en


la nueva situación, y por lo tanto desisten de regresar a Palestina; otros, sin embargo, comienzan a
alentar la esperanza del retorno. Los Profetas realizan una lectura del pasado, presente y futuro.

4.8.- El período persa (538-333)

Con la entrada triunfal a Babilonia de Ciro rey de Persia en el 539 a.C. una nueva etapa se abre para
el pueblo de Israel. Ciro con una política de tolerancia religiosa y cultural distinta a las de los
caldeos, autorizó en el 538 mediante un edicto (Esd 1,2-4; 6,3-5) el regreso de los deportados a
Jerusalén y la reconstrucción del Templo con la ayuda del imperio. Además ordenó la devolución
de los objetos sagrados que Nabucodonosor había sustraído del templo.

El retorno a Palestina fue difícil y lento, el primer contingente llegó al mando de Sesbasar (Esd 5-
11), luego mediante el apoyo de Zorobabel, el sumo sacerdote Josué y la acción alentadora de los
profetas Ageo y Zacarías, reconstruyeron el Templo que consagraron el año 515.

Posteriormente, luego de una dificultosa etapa debido a las penurias económicas, las divisiones
internas de la comunidad y la hostilidad de los samaritanos, accede al gobierno Nehemías, quien
además de reconstruir las murallas de Jerusalén, lleva a cabo una gran reestructuración de la
comunidad (Neh 10).

En el 445 se suma a esta renovación el sacerdote Esdras, quien se ocupa del culto y de la instrucción
del pueblo en la Ley de Dios.
Gracias a la reforma religiosa y moral promovida por Esdras, toda la vida del pueblo judío se fue
centrando en la Torah (Ley), al punto de convertir al pueblo en el "pueblo del Libro". En adelante la
figura de este sacerdote escriba dada su importancia en la restauración, será puesta al lado de
Moisés por las tradiciones judías.

4.9.- Época griega (333-63)

La aparición del genio de Alejandro Magno en la historia, termina con el poderío persa, y en
sucesivas conquistas entre los años 356-323 a.C., logra consolidar un imperio entre oriente y
occidente. Su muerte prematura y la división de su potencia en manos de sus generales no pudieron
sostener esa unidad, y en el caso concreto de la tierra de Palestina, paso de la mano de los Lágidas o
Tolomeos de Egipto a la dinastía de los Seléucidas de Siria. Con el arribo al trono de Antíoco IV
Epífanes, rey de la dinastía seléucida (175-163 a.C.) y debido a su tesón por helenizar la vida del
pueblo, se produjo la división de la comunidad, entre los que se plegaban a este nuevo modo de vida
y aquellos que querían mantenerse en la tradición de sus antepasados. El punto álgido de esta tensa
relación sucedió el año 169, cuando Antíoco volviendo de una campaña contra Egipto, saqueó el
templo de Jerusalén, apoderándose de los utensilios y vasos sagrados y arrancando incluso las
láminas de oro de su fachada. Pero la gran crisis comenzará el 167, cuando decida llevar a cabo la
helenización de Jerusalén.

Como primer paso, su general Apolonio atacó al pueblo, degollando a muchos y esclavizando a
otros; la ciudad fue saqueada y parcialmente destruida, igual que las murallas. Luego, viendo que la
resistencia de los judíos se basaba sobre todo en sus convicciones religiosas, prohibió la práctica de
esta religión en todas sus manifestaciones. Fueron suspendidos los sacrificios regulares, la
observancia del sábado y de las fiestas; mandó destruir las copias de la ley y prohibió circuncidar a
los niños. Cualquier transgresión de estas normas era castigada con la muerte. No contento con
estas medidas represivas, Antíoco IV levantó al sur del templo una ciudadela llamada el Acra,
colonia de paganos helenizantes y de judíos renegados, con constitución propia; la misma Jerusalén
era considerada probablemente como territorio de esta "polis". Además se erigieron santuarios
paganos por todo el país y se ofrecieron en ellos animales impuros; los judíos fueron obligados a
comer carne de cerdo bajo pena de muerte y a participar en ritos idolátricos. Como coronamiento de
todo, en diciembre del 167 fue introducido dentro del templo el culto a Zeus Olímpico.

La rebelión comenzó con Matatías y sus cinco hijos. Después de la muerte de su padre, Judas "el
Macabeo" (166-160), quedó al frente de la resistencia; en el año 164 reconquistaron el templo de
Jerusalén y luego establecieron un periodo transitorio de independencia judía. Con la muerte de
Simón, el último de los hijos de Matatías, asume su hijo Juan Hircano (134-104 a.C.) quien funda la
dinastía asmonea. A pesar de algunos éxitos en el aspecto militar, que le significan a Judá la
recuperación de territorios, los disturbios y las insurrecciones van minando esta independencia que
acaba con la entrada de Pompeyo en Jerusalén el año 63 a.C., quien convirtió a Siria y a Palestina
en una provincia del imperio romano.
El Nuevo Testamento se desenvolverá en la órbita del imperio romano, marcada por revuelta judía
de los años 66-70 d.C. que culminará dramáticamente con la caída de Jerusalén y la destrucción del
segundo templo.

5.- Jesucristo: mediador y plenitud de la toda la revelación

La larga historia apenas bosquejada en los párrafos anteriores es la preparación para la llegada del
Hijo de Dios al mundo. Este acontecimiento central y decisivo que marca en el calendario un
"antes" y un "después" de Cristo, constituye la cima de la revelación de Dios.

El Concilio Vaticano II sintetizó magníficamente esta cumbre que alcanza la revelación divina con
la entrada del Hijo de Dios en la historia: "Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de
muchas maneras por los profetas.

Ahora, en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo (Heb 1,1-2). Pues envió a su Hijo, la Palabra
eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad
de Dios (cfr. Jn 1,1-18). Jesucristo, Palabra hecha carne, "hombre enviado a los hombres" habla las
palabra de Dios (Jn 3,34) y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó (cfr. Jn 5,36;
17,4). Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre (cfr. Jn 14,9); pues El, con su presencia y
manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa
resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma
con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado
y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna. Jesucristo hasta las palabras de Dios.

La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra
revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (cfr. 1 Tim 6,14;
Tit 2,13)."(DV 4; cfr. Cat.I.C. 65-67.73.)

Refiriéndose a esta plenitud de la revelación, el teólogo BERNARD SESBOÜÉ comenta que:


"Jesús revela pues a Dios y su designio para los hombres por su presencia y manifestación, "con sus
palabras y sus obras", a lo largo de toda su vida. Es su misma persona lo más importante; el
cristianismo no es una enseñanza ni un programa: es alguien. Es el peso concreto de la existencia y
del comportamiento de Jesús lo que cuenta ante todo. Es la coherencia sin fisuras entre lo que dice,
lo que hace y lo que es, lo que le da su autoridad única. Es su manera de vivir y de morir la que nos
dice que es Dios, y en qué consiste ser Dios. En él Dios es para nosotros ya un rostro.

Las palabras de Jesús son la predicación del Reino, son las parábolas y las palabras sobre el misterio
de Dios y de la salvación. Sus obras son sus grandes iniciativas de perdón a los pecadores, es la
invitación a comer con ellos, son los signos que acompañan a sus actos y, sobre todo, su muerte y su
resurrección. Porque a su manera de vivir corresponde su manera de morir, que suscita la fe en el
centurión. La resurrección, en fin, es el sello divino en todo este itinerario.

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