Marcas de Un Fariseo.
Marcas de Un Fariseo.
Marcas de Un Fariseo.
Hace varios años hice un estudio a fondo sobre los fariseos, los líderes religiosos en
los días de Jesús. Si no estás familiarizada con este grupo de personas, te diré que
ellos eran hombres muy religiosos, con muy altos valores morales, que con frecuencia
se encontraban en el templo, estudiando la Ley y haciendo sacrificios. Sin embargo,
cuando Jesús comienza su ministerio, se sintieron tan ofendidos por Él que casi
inmediatamente comenzaron a tramar cómo matarlo.
La pregunta más apremiante que se desprende de este estudio es ‘¿por qué?’ ¿Por
qué los fariseos estaban equivocados? ¿Por qué odiaban a Jesús? ¿Por qué debe
evitarse su forma de vida? ¿Acaso no es bueno tratar de ser bueno?
El peligro de la autojusticia
Los sacerdotes principales y los ancianos del pueblo se le acercaron… Jesús les dijo,
“En verdad os digo que los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el
reino de Dios antes que vosotros.” (Mateo 21:23, 31)
Los fariseos tenían el problema de que se justificaban a ellos mismos. Sentían que
podían encontrar la rectitud dentro de sí mismos, y por tanto consideraban que no
tenían necesidad de Jesús como Salvador. Hasta aquí les estaba yendo bien así,
muchas gracias. En comparación, las prostitutas y los recaudadores de impuestos se
sentían desesperados por alguien que les salvara de su condición manchada por el
pecado, y sin esperanza. Entendían que se necesitaría un milagro (a saber Un
Salvador) para poder estar a cuentas con Dios. Esta es la razón por la que en el
párrafo de arriba Jesús dejó muy claro que la justicia propia te deja fuera del reino de
Dios mucho más pronto que un montón de pecado externo.
Refirió también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y
despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y
el otro recaudador de impuestos. El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta
manera: “Dios te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores,
injustos, adúlteros; ni aún como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces
por semana; doy el diezmo de todo lo que gano.” Pero el recaudador de impuestos, de
pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se
golpeaba el pecho, diciendo: “Dios ten piedad de mí, pecador.” Os digo que éste
descendió a su casa justificado pero aquél no; porque todo el que se ensalza será
humillado, pero el que se humilla será ensalzado.” (Lucas 18:9-14).
Al igual que en la parábola de Jesús, el fariseo siempre será el que se relaciona con
Dios basado en lo que ha hecho, no basado en lo que Dios ha hecho. Se siente bien
cuando está haciendo el bien y se siente desanimado cuando está batallando con el
pecado.
Cuando piensas en cómo vas en tu vida espiritual, ¿de inmediato te enfocas en lo que
has hecho para Dios?
¿Te sientes confiada después de que has tenido tu tiempo de devoción? ¿O cuando
has ofrendado mucho dinero? ¿O has compartido el evangelio cierto número de
veces?
¿Sientes que como no has estado cumpliendo con tus propios estándares de bondad,
no puedes acercarte a Dios?
Para evaluar lo bien que lo estás haciendo ¿con regularidad comparas tu espiritualidad
con otros en tu vida?
2. Menospreciando a otros
¿Te sientes consolada al pensar que eres una “mejor persona” o una “mejor cristiana”
que otras en tu vida?
¿Has pensado con frecuencia un ‘¡yo nunca haría eso!’ o ¿Qué tipo de persona haría
algo así?”
“[Los fariseos] hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; pues
ensanchan sus filacterias y alargan los flecos de sus mantos;” (Mateo 23:5).
Las filacterias eran cajitas cuadradas que contenían las Escrituras y por propósitos
religiosos de la cultura judía, los fariseos las usaban en la frente y en el brazo
izquierdo. Esto y las borlas de sus ropajes eran señales exteriores de espiritualidad,
para que los demás pudieran notarlas. Quizás no atemos las escrituras sobre nuestra
frente y brazos, pero eso no significa que no “ensanchemos” nuestras propias señales
de santidad en nuestra cultura cristiana en América.
¿Con frecuencia, cuando estás sola, abandonas las disciplinas inadvertidas (oración,
servicio a tu familia o compañeros de cuarto, autodisciplina, etc.)?
¿Con frecuencia te pones a pensar cómo te verían los demás si hicieras o dejaras de
hacer algo?
¿Buscas en las conversaciones por una oportunidad para contar a otros sobre tu
disciplina espiritual (oración, ayuno, ofrendas, compartir el evangelio, etc)? ¿O lo
compartes con regularidad en las redes sociales?
¿Pasas más tiempo buscando a Dios (en oración, lectura de la Biblia, alabanza, etc.)
cuando estás con otros, que cuando estás sola?
“[Los fariseos] aman el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las
sinagogas, y los saludos respetuosos en las plazas y ser llamados por los hombres
Rabí. (Mateo 23:6-7)
Antes de que viajara con mi esposo, Jimmy, nunca hubiera pensado que anhelaba
honor y enaltecimiento. Luego me encontré acompañándolo a conciertos cada fin de
semana donde con frecuencia se le daba alabanza y reconocimiento públicamente. De
pronto, me consumía con pensamientos de “¿Qué hay de mí? ¿Nadie se da cuenta de
lo espiritual que soy?” El honor que alguien más estaba recibiendo reveló mis
verdaderos deseos: Amaba el honor; amaba el ser reconocida.
¿Te resulta difícil alegrarte por otros cuando son honrados y elogiados?
Cuando alguien “menos spiritual” o más joven que tú es honrada, ¿Te comen los
celos?
¿Te sentirías complacida si supieras que Dios te ha llamado a un servicio de por vida
detrás del escenario, o siempre estarías deseando algo más?
“Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos antes los hombres, pero Dios
conoce vuestros corazones, porque lo que entre los hombres es de alta estima,
abominable es delante de Dios.” (Lucas 16:15)
Esto se verá diferente para cada una, dependiendo en la imagen que estás tratando
de proteger. Para la mayoría de las cristianas, yo incluida, tendemos a enorgullecernos
en diferentes aspectos de ser una “buena cristiana.” Esto puede referirse a cómo te
vistes y cuánto maquillaje te pones, cómo comes, con quién y cómo te relacionas,
cómo pasas tu tiempo, o lo que lees.
Por ejemplo, si te enorgulleces en ser una persona que no derrocha el dinero, ¿sientes
la necesidad de compartir lo poco que gastas? Si te enorgulleces en “sentirte bien sin
maquillaje” ¿Sientes la necesidad de dar explicaciones en los días en que sí lo usas?
Un deseo ardiente por justificarte muestra tu amor por la estima de otros, más que la
estima de Dios.
¿Te cuesta trabajo recibir halagos, sin tener que dar explicaciones?
En las conversaciones ¿Buscas el momento para contarle a otras porqué haces lo que
haces?
¿Te cuesta trabajo hacer cosas que puedan parecer “menos espirituales” de lo que
crees que eres?
El Antídoto
Me di cuenta que soy igual que los fariseos. Pasé una gran parte de mi vida buscando
la rectitud dentro de mí, y sintiéndome bastante confiada de poderla encontrar ahí. Mi
pecado no era uno que otros podían ver, porque se escondía detrás de una nube de
disciplinas espirituales. Pero darme cuenta que me identificaba más con el grupo de
personas que querían matar a Jesús, es muy humillante.
Si tú te identificas con esta gente religiosa anti-Jesús, que tu primera reacción sea una
de sincero quebrantamiento. Más que las buenas acciones y tiempos de devoción más
largos, lo que Dios desea es un corazón humilde y quebrantado. Nos pide que nos
arrepintamos de nuestros intentos de tratar de ser rectas pero lejos de Él, y
reconozcamos que solamente Cristo es lo suficientemente bueno para que seamos
consideradas como justas delante de Dios. Arrepintámonos de la justicia propia y
aferrémonos a Jesús, el cual se hizo para nosotras, nuestra justificación, nuestro
Salvador. (1Cor 1:30)