SAGA ROMANCE Y LETRAS 4. Una Esposa Inadecuada. Hilda Rojas
SAGA ROMANCE Y LETRAS 4. Una Esposa Inadecuada. Hilda Rojas
SAGA ROMANCE Y LETRAS 4. Una Esposa Inadecuada. Hilda Rojas
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Epílogo
«Hazte digno del amor y este vendrá.»
Louisa May Alcott
Capítulo I
Londres, 19 de noviembre de 1819.
*****
Emma miraba por la ventanilla del carruaje que
traqueteaba por Brook Street. El frío otoñal de esa tarde se
colaba al interior del coche, pero Iris y Emma cubrían sus
piernas con una manta de piel y conservaban el calor de sus
pies con ladrillos calientes.
―Quiero hacerle un regalo especial a Adrien ―reveló Iris
logrando la atención de su sobrina―. Y tú, mi querida
Emma, me vas a ayudar a encontrarlo.
―Ah, entonces ¿no vamos a ir al atelier de madame
Collier? ―interpeló desconcertada.
―No, iremos el viernes. Esto fue solo una mentirita
piadosa para Adrien ―confesó sin sentir culpa alguna.
―Pobrecito. Tía, eres malvada con él ―acusó socarrona.
―El fin justifica los medios, querida. Toda mujer debe
saber eso ―afirmó relajada―. Para compensarte por
participar involuntariamente en este engaño, te invitaré a
tomar un chocolate caliente en el Gunter’s cuando
terminemos nuestra misión.
―Usted sabe cómo persuadir a las personas. Me gustó
mucho la idea del chocolate. ―Sonrió Emma―. Y, ¿cuál es
el motivo de la sorpresa?
―Oh, solo es porque sí. A veces no se necesita ningún
motivo para hacer un regalo. Adrien lo hace siempre,
pueden ser flores, una golosina, algo que necesite. Cuando
menos lo espero, él me sorprende.
―Oh, lord Grimstone es un hombre único.
―Así es, tengo mucha suerte. En esta vida el amor tocó
dos veces mi puerta ―aseguró con una sonrisa que
evidenciaba su felicidad.
―Bendita sea, tía… ―Suspiró, sin duda el amor
correspondido era maravilloso―. Entonces, ¿a dónde
vamos?
―Vamos a Floris ―contestó lacónica.
―¿Floris?
―A mi juicio, la mejor tienda de Londres donde podremos
encontrar los más finos productos de cuidado, belleza e
higiene personal ―respondió con suficiencia.
―No puedo imaginar que el regalo especial para lord
Grimstone sea un cepillo de dientes.
Iris rió.
―No, no será un cepillo de dientes, te lo aseguro. Quiero
encontrar una fragancia únicamente para él.
El trayecto continuó virando hacia el sur por New Bond
Street hasta llegar a Picadilly. Tomaron luego St. James para
entrar a Jeremyn Street. En el número 89 se encontraba
Floris.
Tan pronto entraron en la elegante tienda, sutiles y
deliciosos aromas les dieron la bienvenida. Finas encimeras
de madera brillaban gracias a décadas de pulido en donde
se exhibían botellas de perfumes, peines, jabones, cepillos
de dientes, alfileres, correas y brochas de afeitar. En las
paredes también había vitrinas de vidrio y espejos, llenas de
productos.
Los candelabros de cristal le daban un toque de clase y
distinción pero sin llegar a ser ostentoso. Y, ¿qué era lo
mejor de todo? Ningún dependiente las presionó para hacer
una compra, ellas miraron a su antojo y probaron diversas
fragancias. No obstante, gracias a la gentil ayuda del dueño
del local, llegaron a la conclusión de que encargarían una
mezcla especial y personalizada para Adrien, compuesta de
bergamota, limón, azahar, menta y pino.
Salieron de la tienda con el compromiso de volver a la
semana siguiente para probar el resultado. Emma compró
una fragancia masculina de cuero y bergamota. Había cierta
sonrisa de malicia en su rostro al momento de abandonar la
tienda.
El siguiente destino, tal como lo prometió Iris, fue tomar
chocolate caliente en el Gunter’s.
*****
―Ha llegado una nota, su excelencia ―anunció Quinn, el
mayordomo de Westwood Hall. Un hombre que siempre
estuvo al servicio del ducado de Ravensworth. Había visto
crecer a Gregory, y se podía permitir ser más que un simple
empleado para el duque.
Gregory alzó la vista y se restregó los ojos.
―¿Qué hora es? ―preguntó desorientado. No notó en qué
momento del crepúsculo, Sally, la muchacha del servicio,
había encendido las velas, si no fuera por ello, todo estaría
sumido en la más absoluta oscuridad.
―Son las siete, su excelencia ―respondió con una sonrisa
bonachona. Su amo se la pasaba horas en la biblioteca
haciendo lo que debió hacer desde hacía más de diez años.
―Creo que es un poco tarde para el té ―observó el
duque haciendo una mueca y luego estiró su cuerpo de un
modo nada apropiado para un duque.
―Nunca es tarde para una buena taza de té, su
excelencia. ―En silencio, Quinn ofreció la bandeja donde
estaba la nota, un papel doblado y lacrado.
―Oh, cierto, gracias… ―Tomó el mensaje y lo revisó a la
rápida, sin remitente y sin sello, dirigió su atención al
mayordomo―. ¿Esperan respuesta para este mensaje?
―Sí, señor. El muchacho está esperando en la cocina.
―Muy bien… Por cierto, aceptaré su consejo respecto al
té, mi estimado Quinn.
―Enseguida traeré una bandeja ―anunció solícito y dio
media vuelta para salir de la estancia.
―Gracias… Oh, ¡espere! ―Los pasos de Quinn se
detuvieron en el acto y se volvió hacia Gregory―. ¿Qué hay
de cenar hoy?
―El menú de hoy es sopa de verduras, puré de patatas y
pavo asado ―respondió sin vacilar.
―Fabuloso, que me lo traigan a las diez.
―Se lo comunicaré a la señora Norris. ¿Desea algo más,
su excelencia?
―Nada más, muchas gracias, Quinn.
Gregory volvió a mirar la nota. Intrigado, rompió el sello,
desdobló el papel y ante él apareció la más horrenda de las
caligrafías que había visto en su vida.
Después de un par de segundos para recuperarse de la
impresión, se concentró en leer ―mejor dicho, en
descifrar― la nota:
Querido Greg:
¡Sálvame, por favor! No he tenido un momento de paz y
quietud desde que llegué a Londres. Tía Iris se ha encargado de
que no exista el aburrimiento durante mi estancia, mas necesito,
imperativamente, algo que solo tú me puedes dar, sin reproches
descorteses, ni expresiones de horror.
Me veo en la obligación de tomar tu palabra ―dado que no
se te ha visto un cabello por Bellway House― y pedirte que me
lleves a dar un paseo a caballo, disparar, lanzar piedras a un
estanque o cualquier otra actividad que no sea ir a tiendas,
merendar con adorables damas o cenar con parejas aún más
adorables ―todavía creo que es un error el haber venido a
Londres con tu madre recién casada―. He de admitir que todo ha
sido mejor de lo que imaginé, pero creo que tú entiendes el
motivo de mi desesperación.
Esperando que estés bien, y no haberte importunado, me
despido.
Gregory Ravensworth.
*****
*****
*****
*****
*****
*****
Emma sobre un caballo era algo digno de admiración. Ella
era una amazona excepcional, y Gregory lo sabía bien. Él
fue educado como un caballero, lo subieron a una montura
poco después de aprender a caminar, era parte de su vida
ser un jinete consumado. No obstante, debía reconocer que
Emma era mucho más hábil. Ella y el animal se fusionaban
en un solo ser.
Cabalgar a todo galope al lado de ella, era todo un placer;
estimulaba su espíritu competitivo y su esencia masculina.
Como nunca, él estaba disfrutando la aventura que era
seducir a esa mujer, le hacía cuestionar sus creencias, su
moral, su concepción de lo que debía ser un hombre. Lo
hacía sentir más vivo que nunca.
Todo era nuevo. Si bien, él conocía perfectamente lo que
era el deseo, la lujuria, el enamoramiento fácil, lo que
Emma le provocaba era indefinible, estaban presentes esos
impulsos, pero también había un sentimiento superior, más
cálido, tierno, de querer construir, proteger y atesorar. Tenía
la certeza de que lo que sentía en su pecho crecía en una
infinita progresión.
Lo llenaba, le desafiaba a ser mejor cada día.
Emma miraba de soslayo a Gregory, él cabalgaba a su
lado. No sabía qué hacer, usualmente disfrutaba de esa
tensión, de ese estado de peligro que sentía al soltar las
riendas y dejar que el caballo la llevara. No obstante, esa
misma sensación la estaba viviendo a todas horas cuando
estaba al lado de su primo. Los últimos días le estaba
costando ponerlo en su lugar, porque siempre fue un
extraño, y cada minuto que pasaba a su lado, su concepción
para el fraternal término «primo» se alejaba de su persona.
Ella podía decir con absoluta propiedad que las hermanas
de Greg, Cadence y Daphne, eran sus primas. Lo mismo
aplicaba para Angus y, por extensión, su esposa, Katherine,
por la cual sentía un especial cariño por comportarse como
una hermana. Todo el resto de los hijos de sus tíos eran sus
primos… Sin embargo, Gregory siempre fue una presencia
lejana, ajena a su vínculo de sangre.
No lo conocía realmente, hasta la última visita que él hizo
en abril. La imagen que conservaba de ese chico que era un
tiro al aire, se traslapaba con ese hombre que cuando creía
que estaba solo, se le veía taciturno y cansado, y que en el
momento en que era sorprendido, intentaba ocultar sus
tribulaciones con su sonrisa fácil y despreocupada.
Y ahora, él era un hombre diferente. Emma sabía a
grandes rasgos que estuvo a punto de perder gran parte de
su fortuna por abandonar sus responsabilidades. Dejó de
lado su antigua vida para dedicarse a administrar el ducado.
Sus escándalos ya no aparecían en pasquines de cotilleos
―según tía Iris, era mencionado, al menos, una vez al
mes―, no salía de parranda, se levantaba temprano y, en
vez de desfogarse con casadas, viudas y burdeles,
practicaba boxeo. Esto último, había transformado ese
cuerpo juvenil y delgado en uno corpulento y viril en tan
solo unos meses.
Lo que Emma no sabía a ciencia cierta era si sus salidas
se debían a que Greg solo estaba devolviéndole el favor que
ella le hizo en Brockenhurst, o porque él lo deseaba.
No sabía si esas miradas y actitudes eran propias de su
forma de ser; encantadora y seductora, o si él estaba
intentando llamar su atención seriamente.
No sabía si responder a ese llamado, o ignorarlo.
No sabía si ella se estaba enamorando, o si él estaba
estimulando algo más primario… ¿o ambas cosas iban de la
mano?
No sabía qué hacer o qué sentir, estaba confundida.
Necesitaba repuestas, claridad.
Un estruendo le hizo dar un respingo. Un disparo.
Emma perdió el control de su montura y Vulcano dejó de
obedecerla.
―¡Emma! ―exclamó Gregory muerto de preocupación,
olvidando que debía llamarla Emmet―. ¡Emma!
Emma escuchaba los gritos de Gregory, al tiempo que
intentaba recobrar el dominio del animal que se había
lanzado a una carrera desenfrenada.
―Tranquilo, Vulcano ―exhortó Emma, mientras tiraba de
las riendas, no quería hacerlo con demasiada fuerza y
brusquedad, el caballo podía encabritarse y el resultado,
fatal. Era mejor controlar la velocidad de a poco e intentar,
del mejor modo posible, esquivar a los pocos transeúntes
que daban sus paseos matutinos en Rotten Row―. Perdón
―le dijo a una señora que caminaba distraída―. ¡Mierda!
―exclamó al evadir a un tipo gordo que le lanzó furibundas
imprecaciones.
Gregory la seguía de cerca, mas no podía darle alcance.
En su mente cruzaron millones de terribles imágenes, una
peor que la otra. Se sentía impotente.
Espoleó a Hefesto, quien dio un relincho y aumentó su
velocidad. Deseaba con su vida alcanzarla. Para él fue el
minuto más largo de su existencia, confiaba en las
habilidades de Emma, pero no confiaba en las casualidades
que transformaban una situación ordinaria en algo que
jamás debió ser.
Gracias a la sangre fría de su jinete, poco a poco Vulcano
fue disminuyendo su velocidad. Emma, calmando sus
propios nervios, tiró fuerte de las riendas y la carrera
culminó.
―Bien hecho, cariño ―le susurró Emma al caballo y le dio
unas palmadas amorosas―. Tremendo susto que nos hemos
llevado.
No pasaron más de cinco segundos y Gregory llegó a su
lado.
―¿Estás bien, querida? ―preguntó, sin importarle si
había testigos cerca o no.
―Sí, Greg… ―respondió, intentando no detenerse a
pensar demasiado en ese «querida»―. ¿Escuchaste ese
disparo? Me sorprendió con la guardia baja y perdí el control
de Vulcano por unos instantes ―explicó apresurada. El
sonido de los disparos no le asustaba, en Brockenhurst
aquello era común, pero en Hyde Park no lo esperaba ni en
un millón de años.
―Lo oí, me diste un susto de muerte… ―Miró a su
alrededor, no sabía de dónde pudo provenir el disparo―.
¿Cómo se les ocurre hacer esto? ―masculló―. Sé que a
veces hacen competencias de tiro en algunas zonas de este
parque.
―Entiendo… Necesito caminar un poco ―estimó Emma.
―Sí, creo que yo también. ―Gregory se desmontó de
Hefesto. Emma hizo lo propio, pero en el momento en que
sus pies tocaron la tierra, sus piernas flaquearon―. ¡Emm…
met! ―exclamó intentando alcanzarla antes de que cayera
al suelo. La tomó fuerte de la cintura y la apretó contra su
cuerpo. No había espacio entre ellos. Emma lo miró con los
ojos muy abiertos. ¡Dios Bendito!
―Creo que fue la impresión ―susurró―… No siento
fuerza en las piernas.
―¡Maldición, Emma! ―masculló Gregory, sin saber muy
bien qué hacer.
Otro disparo.
Ambos miraron en todas direcciones.
―Me parece que la competencia se está llevando a cabo
por allá. ―Señaló[JPT14] Gregory con un gesto hacia una
zona boscosa más allá del Serpentine―. ¿Puedes caminar?
―Sí…
Emma logró sostenerse en pie y Gregory, de mala gana,
soltó su agarre y comenzaron a caminar a paso tranquilo.
No había mucha gente en Hyde Park en esa época del año.
Si bien el parlamento había empezado sus sesiones, la
verdadera actividad social comenzaría en enero. Emma no
podía imaginar cómo iban a ser de caóticos sus días, a
duras penas podía llevarle el ritmo a tía Iris, y eso que
todavía no empezaba la temporada.
Otro disparo. Se detuvieron.
―Deben estar muy aburridos para hacer competencias
de tiro un día lunes ―comentó Gregory intentando dilucidar
con más precisión el lugar exacto de dónde provenían los
disparos.
―Para los aristócratas londinenses, Londres es aburrido
todos los días, a todas horas en esta época ―replicó
Emma―. Hyde Park está casi desierto y, a mi juicio, es un
lugar, día y hora ideal para hacer esas competencias.
Disparo.
Ellos comenzaron a avanzar de nuevo a paso sosegado.
―Antes pensaba así ―dijo Gregory de pronto―. Que
Londres es aburrido sin la temporada ―aclaró.
―¿Qué te hizo cambiar tanto, Greg? ―preguntó Emma,
sin detenerse a pensar que quizás estaba haciendo una
pregunta demasiado personal.
Gregory se quedó en silencio con un aire melancólico,
miró sus botas que ya estaban sucias. Pensó en el hombre
que fue, en el que era ahora, en sus miedos, la raíz de ello.
«Dale en el gusto, solo así sabrás si ella también acepta
lo que eres».
El hermetismo se prolongó. Gregory no lograba encontrar
las palabras. Le invadió el temor a perder lo que tenía con
Emma, esa complicidad. ¿Cómo confesar sin provocar un
daño permanente? Su verdad se le antojaba demasiado
sórdida para contársela a una mujer que vivió toda la vida
en el campo, alejada de los vicios. Ella era demasiado
inocente respecto a la vida de un hombre con demasiada
libertad.
Ante el mutismo de Greg, Emma no quiso insistir y solo
se limitó a escuchar el sonido de sus pasos, el de los
caballos y los disparos.
―Muchas cosas sucedieron a lo largo de un año y medio
―reveló al fin, solo a medias. Una críptica introducción.
Emma no pudo evitar sonreír, era digna de la confianza
de él.
―¿Muy malas? ―preguntó Emma con mucho interés.
Gregory seguía mirando sus botas al caminar, esbozó una
floja sonrisa.
―Mi inocente Emmet, ¿sabes qué hace realmente un
libertino? ―Alzó la mirada y se quedó ensimismado en un
punto fijo.
―Me puedo hacer una idea.
―Muy bien, empeora esa idea por diez.
―¿Un libertino es una especie de descendiente de
Satanás? ―interpeló socarrona.
Gregory rio a carcajadas.
―Creo que es una descripción bastante infantil, pero
también es extrañamente acertada… Vivir como si uno
fuera el descendiente del impío e invulnerable Satanás,
tiene sus consecuencias. Soy un simple humano, al fin y al
cabo.
―¿Y se puede saber qué tipo de consecuencias sufriste?
―Durante un año, cinco compañeros de juerga
enfermaron gravemente. Uno murió en cuestión de meses,
otro dos sobrevivieron un año, quizá… creo que los otros ya
están agonizando. Hasta hace poco tiempo, pensé que iba a
morir del mismo modo que ellos ―confesó, recordando que
merecía todo lo que vivió en esa época negra, como castigo
a sus pecados capitales que le hicieron cometer el peor
error como ser humano, haber dejado en último lugar a su
familia y su legado―… Sífilis ―agregó.
―Vaya… eso es… vaya.
―Cuando murió el primero, no le tomé demasiada
importancia. Luego me fui enterando de la situación del
resto y, de pronto, pensé que yo iba a ser el siguiente.
Siempre íbamos juntos a todas partes… ―Hizo una larga
pausa, Emma era una mujer que podía hacerse la idea de lo
que hacía, no era necesario entrar en demasiados
detalles―. No fui prudente, ni maduro. Solo pensaba en mí,
en retrasar mis responsabilidades, en vivir sin freno todo lo
que mi posición me brindaba con facilidad. Tenía la absurda
idea de que viviría lo suficiente para esperar el día en el que
me podría serio.
Emma estaba impactada. Esa enfermedad era terrible, la
horripilante agonía a veces se extendía por meses, las
personas se contagiaban y no sabían hasta que era muy
tarde, dejando en el camino a más personas enfermas.
―¿Y no estás contagiado?, ¿cómo estás seguro de ello?
―interrogó Emma con cautela, mientras que una punzada
aguda de temor le perforaba el pecho.
―Consulté innumerables opiniones médicas. Y hasta el
día de hoy visito a mi médico de cabecera. Él insiste en que
estoy sano, que no he manifestado los síntomas que
debieron haber aparecido hace meses… ―Se quedó callado
nuevamente. Notó que era muy fácil conversar con Emma,
abrirse, ella no lo juzgaba ni le reprochaba nada. No le daba
sermones mojigatos. Suspiró, ya que estaba en la labor de
exteriorizar sus pensamientos, bien podía admitir que―:
Hace más de un año no he sido capaz de involucrarme con
nadie, y no por falta de voluntad ―acotó―, sino por miedo a
propagar la enfermedad, o a ser contagiado.
―Debió ser muy difícil ―supuso Emma. Después de todo,
Gregory era un hombre y un año de celibato era como un
castigo. No era tonta, ella pudo vislumbrar el significado
implícito de las palabras de él. La naturaleza masculina
solía, en cierto modo, sepultar sus sentimientos, como si
temieran sentir. Era todo un logro que él hubiera tenido la
fortaleza mental de salir adelante sin ayuda―. Lo siento
mucho.
―No debes sentirlo, mi paranoia sirvió para poder ocupar
mi tiempo en tomar mis responsabilidades en serio. Debo
inferir que mi madre te ha puesto al día respecto a ello.
―Sí, ella me contó grosso modo… Supongo que tía Iris no
sabe lo de…
―Desde luego que no, Dios me ampare. Apenas podía
lidiar con eso como para involucrar a mi madre… Por eso
mismo, dejé que todo el mundo pensara que no pasaba
nada, que seguía siendo el mismo de siempre. Ella no se
merecía sufrir esa preocupación.
―Ella está muy orgullosa de ti, Greg.
―Sí, creo que lo está… Tomar el lugar de mi padre nunca
fue fácil.
―Eras muy joven cuando falleció tío Charles.
―Muy joven, muy estúpido, muy arrogante ―agregó con
dureza―… Aterrado de no dar la talla. ―Se encogió de
hombros, no era un gesto de que no le importara, era de
resignación―. Finalmente, he asumido que nunca voy a ser
lo suficiente, jamás seré como él…
―No digas esas estupideces, Greg ―interrumpió Emma.
En su voz había un tono que jamás había escuchado
Gregory―. Tú no eres tu padre, eres diferente. No puedes
siquiera comparar sus vidas, sus experiencias… No eres
más ni eres menos que él, eres tú y, en este momento de tu
vida, estás dando lo mejor de ti para honrar su legado.
―Emma tragó saliva, inesperadamente, se había formado
un nudo en su garganta, su voz se quebró, pero continuó―:
Puede que lo engrandezcas, puede que lo mantengas, ¡qué
más da! Si estás poniendo tu vida en ello.
Un disparo, el eco reverberó por largos segundos.
―Gracias, Emm. ―Gregory miró los ojos grises de esa
mujer. Estaba aliviado. La expresión de ella solo evidenciaba
una comprensión que iba más allá de la cortesía, sus ojos
estaban vidriosos y enrojecidos. Era preciosa―. Ha sido un
consuelo hablar contigo.
―Soy lo mejor que pudo haberte pasado en la vida
―satirizó, intentando quitarle seriedad a la conversación
que acababan de sostener.
―Debo admitir que así es, mi estimado Emmet.
Disparo. Gregory resopló.
―¿Qué te parece si vamos a humillar a esos tunantes que
están disparando? ―propuso Greg.
―¿Y cómo pretendes hacerlo? ―interpeló Emma,
parpadeando desconcertada por el brutal cambio de tema.
―Apostaré cinco guineas a que no pueden vencer a mi
secretario.
―Es una apuesta muy fuerte, su excelencia ―aseveró
Emma, fingiendo severidad―. ¿Acaso no está recuperado de
sus vicios?
―Por supuesto. De hecho, solo apuesto cuando voy a
ganador.
―En ese caso, solo accederé si me da la mitad de las
ganancias ―propuso desvergonzada.
―¿Estamos negociando, Emmet? ―Gregory sonrió de
medio lado.
―Siempre.
―Entonces, trato hecho.
Capítulo VIII
―¡Debí suponer que los tunantes eran ustedes!
―exclamó Gregory al ver al grupo conformado por cuatro
hombres.
Cuatro pares de ojos se quedaron mirándolo por cinco
segundos en silencio. Cuatro cejas se alzaron hasta llegar al
nacimiento del cabello, todas al mismo tiempo.
―¡Ravensworth! ―exclamaron todos casi al unísono.
Gregory le entregó las riendas de su caballo a Emma,
para ir al encuentro de los cuatro caballeros que dejaron el
juego de lado y saludaron a Gregory con abrazos y
palmadas en la espalda, llenos de entusiasmo. Emma, en su
papel de secretario, se mantuvo al margen, por lo que pudo
apreciar la escena a placer. Todos vestidos con informal
elegancia, eran la viva estampa de jóvenes granujas llenos
de vida y ajenos a las preocupaciones. Tal como lo era
Gregory.
―Estás irreconocible, duque ―observó lord Axford
mirándolo de arriba abajo―. Te queda bien la barba, el ojo
morado no, ¿fue algún marido agraviado?
Ravensworth rio grave. En su vida pasada llena de
excesos, prefería que las mujeres con las que se involucraba
tuvieran un esposo enterrado dos metros bajo tierra.
―Nada de eso, solo exigí satisfacción de una forma que
no resultara fatal para mí ―respondió―. ¿Qué hacen en
Londres a esta hora de la mañana? Ninguno de ustedes
suele «madrugar» ―interrogó Gregory de buen humor.
―Nos reunimos por un motivo no muy alegre ―reconoció
Axford, bajando la vista por un instante―. Ayer fue el
funeral del pobre de Wroughton, nos emborrachamos en su
honor y decidimos terminar el día aquí, antes de partir
mañana a la casa de campo de Brunswick.
―Entiendo… ―Gregory respondió lacónico. En ese grupo
todos sabían la causa de la muerte, sus semblantes se
entristecieron―. Es una verdadera lástima lo de Wroughton.
Por un momento que se les antojó eterno, solo se
escuchaba el dulce trinar de los pájaros que abundaban en
el parque.
―Hace mucho que no te veíamos ―continuó lord Axford
rasgando el lúgubre aire silente―. Pensamos que tú
también…
―¡No! ―Gregory cortó con cierta brusquedad lo que
Axford insinuaba―. No… ―rectificó más suave―. Solo
estuve a un paso de perder mi patrimonio. Un ducado no
sirve de nada si eres pobre, mi madre me desollaría vivo
―repuso intentando imprimir en su tono de voz su habitual
indolencia. Emma, en ese instante, supo que él no les iba a
contar lo que le había revelado a ella minutos atrás―. Estoy
dedicando mis esfuerzos y tiempo en ello.
―Un caballero sin dinero no es nada ―convino Axford.
―Y también sin una esposa ―agregó Ravensworth
guasón.
Emma alzó una ceja. ¿Esposa?
―¡No! ¡¿Te vas a dejar atrapar por las matronas de
Londres?! ―dramatizó Axford, llevándose las manos a la
cabeza.
―La vida es demasiado corta, y ya he perdido demasiado
tiempo pensando únicamente en mí, solo debo hallar una
esposa inadecuada.
―¿Inadecuada? ―interrogó intrigado.
―Creo que una mujer que es considerada inadecuada
para el resto de la sociedad, es lo que un libertino retirado
necesita como estímulo para mantenerse alejado de
burdeles y amantes. Estoy convencido de que una esposa
feliz, es una mujer dispuesta a saciar toda clase de apetitos
―explicó Gregory.
Las palabras de Greg le provocaron a Emma un súbito
sonrojo. Se acomodó las gafas y se aclaró la garganta con
discreción.
―Es interesante tu teoría… Pero no me convence para
nada.
―No tengo por qué convencerte, no me casaré contigo.
Todos prorrumpieron en sonoras y graves carcajadas.
Vulcano y Hefesto relincharon.
―¿Y bien? ―agregó Greg tomando una pistola―. ¿Alguno
de ustedes le ha atinado a la diana? ―interpeló observando
dicho objeto con aire distraído ―. ¿O siguen siendo los
peores tiradores del reino?
Todos discreparon en una sonora cacofonía. En realidad
eran bastante buenos y, según recordaban, Gregory era el
que tenía peor puntería.
―Ustedes no aguantan ni una broma ―prosiguió Gregory
sonriendo―. Pero insisto en que son los peores y les
apuesto cinco guineas a cada uno, a que mi enclenque
secretario puede disparar mejor que todos ustedes… Al
primer intento ―agregó altanero.
Todos miraron al hombrecito anodino que acompañaba a
Ravensworth y que sujetaba las riendas de dos caballos. Las
carcajadas volvieron a estallar y aceptaron la apuesta en
medio de burlas y risotadas.
―¡Cross! ―llamó Gregory autoritario―. Proceda…
―Emma, aparentando estar intimidada, titubeó incómoda
no sabiendo qué hacer con los caballos. Greg reía
internamente ante esa muestra de fingida torpeza―.
¡Muévase, hombre! ―apremió, poniendo sus ojos en blanco
y tomó con brusquedad las riendas. De soslayo, le guiñó el
ojo―. Patéales el trasero, gatita ―susurró solo para ella,
provocando un rojo intenso en la cara de Emma.
―Ravensworth es un hombre perverso, ¿cómo tolera
trabajar con él? ―interpeló Axford, entregándole una pistola
a Emma, quien examinó el arma con ojo crítico. Comprobó
que ya estaba preparada apropiadamente y miró de soslayo
el objetivo. Todas las marcas estaban cerca del centro.
Debía reconocer que tenían razón en afirmar que eran
mejores que Greg.
Emma se aclaró la garganta.
―Solo el oneroso pecunio que me da su excelencia
justifica mi paciencia ―respondió Emmett con sequedad.
Todos rieron por la insolente insubordinación de Cross.
Emmett alzó su brazo y disparó sin mirar realmente la
diana.
―¡Perdón, se me disparó sin querer! ―exclamó Emmett
consternado.
Las risas cesaron en el acto. Los cuatro hombres, en un
estado de total incredulidad, fueron a inspeccionar la diana
al mismo tiempo.
La bala estaba incrustada en el mismísimo centro. Un tiro
limpio que estaba rodeado por una linda constelación de
disparos errados.
―Válgame, eso ha sido inesperado. Cross está ciego
como un topo ―afirmó Gregory, simulando a la perfección
estar tan sorprendido como el resto―. Prefiero no seguir
tentando mi buena fortuna. Un caballero sabe cuándo
retirarse, les enviaré un pagaré para que cada uno liquide
su deuda ―sentenció Greg―. Soy un duque casi en la
bancarrota, debo volver a ser un partido aceptable para mi
futura esposa inadecuada.
―Eso fue pura suerte, tu secretario ni siquiera sabe
tomar una pistola ―masculló Axford, regresando al lado de
Greg―. Queremos otra oportunidad.
Todos concordaron en que había sido una simple
coincidencia y deseaban recuperar sus cinco guineas.
―No, no, no, no, no, no, no ―negó rápido Greg, pero dos
segundos después, dijo―: Oh, está bien… ¡Cross, intente
atinarle otra vez! Y no me haga perder dinero o le juro que
será despedido.
*****
Emma y Greg, durante todo el camino de regreso a
Bellway House, reían a carcajadas [JPT15]cada vez que
recordaban la charada que habían improvisado. Casi no
podían creer que habían ganado una pequeña fortuna, al
repetir dos veces la apuesta.
Rodearon Bellway House y llegaron al patio trasero,
desmontaron casi al mismo tiempo sus caballos.
Experimentaban el mismo estado de ánimo, Emma no se
quería despedir, Gregory tampoco.
Ambos suspiraron en perfecta sincronía y rieron con
timidez al notarlo. Había cierta nota de nerviosismo, de
anticipación en el aire, estaban absolutamente convencidos
de que algo tangible se estaba construyendo entre ellos.
―Bien, señor Cross, lo dejo sano y salvo. ―Le tomó la
mano enguantada a Emma y le dio un leve toque con sus
labios―. Esta tarde vendré a ver cómo sigue la salud de mi
madre ―anunció sin soltarla―. Por lo que tendrás que
tolerar mi presencia dos veces en un mismo día.
―Creo que puedo hacer ese sacrificio, su excelencia
―replicó con su tono de secretario―. Hasta la tarde, Greg
―se despidió volviendo a ser Emma.
―Hasta la tarde, querida. ―Se inclinó hacia ella y le
depositó un suave beso en la mejilla, muy cerca de la
comisura de sus labios y que duró más de la cuenta. Emma
contuvo la respiración, no fue capaz de mover un músculo
cuando él susurró grave a su oído―: ¿Qué sucedería si te
beso?
Emma tragó saliva.
―Creo que eso ya lo has hecho ―murmuró evasiva,
sintiendo que su corazón latía desbocado ante esa
repentina y sugerente pregunta.
Gregory sonrió sintiendo cierta satisfacción. Emma no se
movía, pero tampoco lo rechazaba por completo. La miró a
los ojos, luego a sus labios rosados y anhelantes.
―Tienes razón… Pero quiero saber… ―Se acercó
peligrosamente a su boca―. Qué se siente… besarte…
aquí…
Con suma delicadeza, los labios de Gregory acariciaron
los de Emma. Ah, tibios, suaves…
―¡Mon Dieu! ―exclamó Baudin casi chillando. Emma y
Greg se separaron en medio segundo―. ¿Lodg Gavenswog?
―El chef, estupefacto, miraba alternando entre Gregory y su
acompañante y, al reconocerlo, jadeó―. ¿¡Madeimoselle
Cross!? ―interrogó centrando su atención en ella.
―¡Shhhhhh! Ni media palabra de esto, Baudin ―advirtió
ella, confirmando tácitamente su identidad.
―Pego, ¿qué hace en esa facha? ―interrogó
escandalizado.
―Esto es ropa para montar a caballo, naturalmente
―respondió Emma poniendo sus manos en jarra.
―He visto a muchas damas a caballo y pegmítame
discrepar, ellas no lucen un atuendo como el suyo ―censuró
el chef, imitando el gesto de Emma.
―Con razón Hamilton a veces le quiere estampar los
nudillos en la cara, usted es insufrible ―intervino Greg―.
Baudin, solo imagine que no ha visto nada.
―Es muy difícil olvidag ese tête à tête entre caballegos
―satirizó Baudin, irreverente―. Pego, justamente, no
guecuegdo qué venía a buscag, tal vez lo haga si vuelvo a la
cocina.
El chef volvió por dónde vino, mas no les dio la espalda,
su mirada era acusadora.
Un vacío frío los invadió, dejándolos despojados de esa
efervescente emoción. El momento se había ido para
siempre.
―¡Maldita sea! ―mascullaron los dos al unísono.
Gregory resopló molesto, ni siquiera iba a regañar a
Emma por maldecir, solo por el hecho de que esa palabrota
confirmaba que ella deseaba ese beso tanto como él.
Emma, por su parte, solo deseaba gritar de pura frustración.
―Ya te besaré apropiadamente ―advirtió Greg con
determinación, iniciando su retirada―… Y me aseguraré de
que no haya interrupciones. ―Montó a Hefesto sin soltar las
riendas de Vulcano, se tomó el ala de su sombrero como
despedida y se marchó.
Emma solo atinó a tocarse los labios. ¡Demonios! ¡Había
sido tan breve! ¡La iban a besar de verdad! Y ella solo
quería colgarse del cuello de él y entregarse sin recato.
Maldijo nuevamente entre dientes. Enojada, frustrada y
acalorada se dirigió a la puerta. Lo único bueno de toda la
situación era que la próxima vez que saliera con Greg, no
iba a tener que ingeniárselas para evadir a Baudin. Ya con
él, eran dos quienes sabían su sucio secreto; Penélope no le
decía nada, pero siempre le fruncía el ceño reprobando su
conducta.
Emma se detuvo, dio un pisotón y gimió.
Más le valía a Ravensworth cumplir con su palabra.
Volvió a caminar y llegó hasta la puerta que daba a la
cocina, puso la mano en el pomo y suspiró. Negó con la
cabeza, ¿qué estaba haciendo? Gregory la estaba volviendo
loca.
No quiso darle más vueltas y entreabrió la puerta.
―No hay nadie más, madeimoselle ―avisó Baudin desde
su mesón.
Emma entró con más seguridad y le sonrió al chef que
estaba frente al fuego, probando la sazón del caldo de pollo
que borboteaba llenando el ambiente de un delicioso aroma
que le recordó a Emma que no había probado bocado
alguno.
―Gracias, Baudin ―dijo Emma con suavidad―. Le debo
una, así que le prometo que no vendré a molestar a la
cocina por una semana ―se comprometió con total
sinceridad.
―Oh, no tiene que agradeceg nada ―respondió el chef,
un tanto desconcertado por aquella muestra de amabilidad.
Usualmente, cuando a los amos les conviene, la
servidumbre es invisible―. Solo no haga cosas de las que se
pueda aguepentig en el futugo. Llevo poco tiempo aquí,
pego me he dado cuenta de que este país es mucho más
conservadog que France… ―se atrevió a aconsejar.
―Eso lo tengo muy claro, señor Baudin. Gracias por el
consejo.
―Baudin, vi a lord Ravens… Oh, tiene compañía, ¿quién
es el señor? ―interpeló Hamilton, entrecerrando sus ojos. El
hombrecito de gafas tenía un rostro familiar… uno que no
tardó en descubrir―. ¡Dios mío! ¿Señorita Cross?
Emma, como única respuesta, entornó sus ojos y gimió
dando un pisotón en el suelo por segunda vez en menos de
diez minutos, ya parecía ser el día de la frustración eterna.
―¿Qué hace en esa facha? ―repitió la misma pregunta
que Baudin, pero sin el tono de censura en su voz, era más
bien de sorpresa.
―Es ropa para montar a caballo, naturalmente. ―Y ella
también repitió la descarada respuesta que le dio al chef,
sintiendo que esta vez su sucio secreto quedaría al
descubierto.
Lo sabían demasiadas personas y no tenía el suficiente
poder ―económico, principalmente― para lograr que
mantuvieran la boca cerrada.
―Naturalmente ―coincidió Hamilton, para gran asombro
de Emma―. El almuerzo será servido a la una de la tarde y,
dado que no ha desayunado, le serviremos un plato de sopa
junto con los emparedados ―avisó, sin insistir en el
incómodo asunto de vestimentas masculinas.
―Muchas gracias por la consideración… bien… yo me iré.
―Apuntó hacia la escalera de servicio―… por ahí.
Hamilton hizo una leve inclinación con su cabeza y
Emma, como si fuera una especie de gata asustada, enfiló
su rumbo hacia la escalera con pasos estudiados y
comedidos.
Cerró la puerta tras de sí.
Baudin y Hamilton rieron en voz baja al escuchar cómo el
sonido de los pasos de Emma, delataban que subía
corriendo la escalera como alma que lleva el diablo.
Hamilton se aclaró la garganta tras un instante, dirigió su
atención a Baudin.
―Señor Baudin, ¿por qué no me dijo que la señorita Cross
vestía de ese modo tan singular para una dama? ―interrogó
Hamilton sin reproche.
―Oh, es que cuando ella salió con lodg Gavenswog la
sentí pasag, pero no la vi ―contestó relajado―. Solo
configmé que ega ella cuando escuché su voz hablando con
el duque.
―Entiendo, muchas gracias, señor Baudin.
―¿Va a delatag a madeimoselle Cross? ―interpeló
interesado, después de todo, ella no era una mala persona.
―Creo que mantendremos el secreto de su peculiar
atuendo… de momento ―contestó ufano―. Prosiga con su
buen trabajo, Baudin.
Hamilton dejó solo al chef quien, desde hacía mucho
tiempo, no sonreía por pasar un buen momento.
*****
*****
Emma entró al vestíbulo de Bellway House un par de
horas antes de la cena. Hamilton recibió su pelliza con
solemnidad.
―Gracias, Hamilton ―dijo Emma con suavidad. Casi ni
quería mirarlo a la cara después de haber sido sorprendida
vestida de hombre esa misma mañana.
―Un placer, señorita ―respondió impasible. Emma se
preguntó si Hamilton había perdido la memoria. En su tono
de su voz no se reflejaba ni la diversión ni el reproche―.
Lady Grimstone me ha encomendado indicarle que algunos
de sus vestidos nuevos han llegado, y que ya están en su
guardarropa.
Incluso si el mensaje estaba relacionado con ropa, a
Hamilton no se le movió un músculo de su rostro.
Impresionante, el hombre era la discreción personificada.
Aquella actitud hizo que Emma se relajara al instante,
liberándose en el proceso, un entusiasmo femenino que
recorrió el cuerpo de ella y se tradujo en una linda sonrisa. A
veces, se permitía sentir un poco de vanidad, y vestidos
nuevos siempre le alegraban. Lo que no le alegraba era el
tedio de tomarse medidas, volver al taller a hacer ajustes y
elegir complementos.
―Excelente ―celebró y, al fin, se atrevió a mirar al
mayordomo―. Hamilton. ―La efímera tranquilidad la
abandonó; cambió su peso de un pie a otro, quería
aparentar normalidad pero era una tarea titánica―. ¿Lord
Ravensworth vino esta tarde? ―preguntó para salir de
dudas. No sabía qué tan extensas eran las visitas que le
daba Gregory a su madre… ¿Y si todavía estaba en casa?
¡Dios!
―Llegó justamente después de su salida con lady Corby
―respondió solícito, recordando el leve gesto de decepción
del duque cuando él mismo le informó que ella no estaba en
casa―. Le ha dejado una nota cuando se marchó ―informó,
extendiendo un papel doblado y sellado.
―¿Ah, sí? ―preguntó, maldiciendo a sus condenadas
cuerdas vocales que delataron sus repentinos nervios con
una vergonzosa vacilación en su tono de voz. Tomó la nota
de entre los dedos del afable mayordomo―. ¿Algo más?
―No, señorita Cross ―contestó.
―Muchas gracias… este… ―Intentó conservar su
dignidad sin salir corriendo a leer la nota―. Me voy…
―Hamilton asintió regio, y sus labios se curvaron apenas
una décima de pulgada, imperceptible a los ojos de Emma.
―Un placer servirle, señorita.
Emma caminó con su espalda recta y midiendo la
distancia de sus pasos, hasta que supuso que Hamilton ya
había abandonado el vestíbulo. Alzó su falda y emprendió
una carrera hasta el inicio de la escalera, donde no se
detuvo, subió los escalones de dos en dos para llegar más
rápido, rogando al cielo que su tía o lord Grimstone no la
sorprendieran en ese indecoroso ascenso.
Tuvo suerte, llegó a su habitación sin ser descubierta,
cerró la puerta y apoyó su espalda en ella. Estaba acalorada
y jadeaba, pero no sabía si era por correr o por la nota que
tenía aferrada sobre su pecho.
Intentó calmarse, abrió la nota con cuidado, intentando
no romper el papel. Ahí estaba la inconfundible caligrafía de
Greg que decía:
Mi estimadísima Emma:
Grande fue mi congoja al enterarme de que no estabas en
casa. Pero, en el fondo, agradezco que Katherine te hubiera
abducido a tomar el té, mi madre estuvo particularmente…
¿cómo puedo decirlo sin que suene descortés?... Muy
conversadora…
Tuyo.
Greg.
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Querido Daniel:
No te daré ningún inútil y cortés preámbulo en esta carta
porque estoy muy emocionada y feliz:
¡He conseguido un esposo para Emma!
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Mi estimado lord X:
Mis investigaciones al fin han rendido frutos, acabo de
confirmar lo que los rumores indican; Ravensworth es un
sodomita.
Quedo a la espera de sus órdenes.
Saludos.
Sr. M.
Lizbeth.
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Al entrar en la cocina, Emma se encontró con una imagen
que la llenó de temor y orgullo en partes iguales. Quinn, la
señora Norris y todo el resto del servicio de Westwood Hall
estaban reduciendo al otro hombre que los tenía bajo
amenaza. Posiblemente, habían aprovechado la distracción
que ella les ofreció al dejarlos con un solo vigilante.
Quinn, arrebatando la escopeta, asestó el golpe final y el
sujeto quedó inconsciente en el suelo.
―¿Cuántos hombres más vinieron con Castleford?
―interrogó Emma con autoridad, ignorando con indolencia
al tipo ensangrentado. Todos los sirvientes la miraron
boquiabiertos, menos Quinn, que ya estaba acostumbrado a
ver en ese atuendo a su señora.
―Creo que hay dos más, milady ―respondió el
mayordomo―. Deben estar en el vestíbulo vigilando el salón
blanco.
―Aten a este y al otro que está a la entrada de la cocina
―ordenó Emma como general de ejército―. Quinn, ¿está en
condiciones de acompañarme?
―Siempre a sus órdenes, milady.
Emma se agachó y comenzó a registrar al esbirro de
Castleford. Encontró más municiones y otra pistola, la revisó
y se la escondió en el bolsillo interno de su levita.
―¿Sabe usar la escopeta? ―le preguntó Emma al
mayordomo, quien asintió. Le fue entregado un morral con
municiones―. Tenga, venga conmigo. El resto, ármense con
lo que puedan y sígannos.
Emma encabezó el pequeño escuadrón de sirvientes de
Westwood Hall, que iban armados de sartenes, cuchillos, y
herramientas de jardinería. Con mucho sigilo, salieron de la
cocina, traspasaron el sector de las habitaciones de la
servidumbre y subieron por la escalera de servicio que daba
acceso al comedor y al vestíbulo. Optaron por hacer un
desvío por el comedor, puesto que había menos
posibilidades de encontrar a alguien en esa estancia.
Y estaban en lo correcto.
Emma, avanzando apegada a la pared, se asomó por la
puerta de acceso al comedor, divisó con precisión a dos
hombres y se volvió a esconder; uno estaba en la puerta
que daba a la calle y el otro, a quien ella reconoció como
Mark Willis, hacía guardia en la puerta de acceso del salón
blanco.
―Yo le disparo al que está en el salón blanco ―susurró
Emma muy bajito para que su eco en el gran comedor fuera
imperceptible―. Cúbrame, Quinn, hágase cargo del otro que
está en la entrada principal. Cada uno tiene un disparo, no
hay tiempo para recargar… A la cuenta de tres… Uno…
dos… ¡tres!
Quinn y Emma, sincronizados, salieron apuntando cada
uno a su objetivo. Prácticamente dispararon al mismo
tiempo. El sujeto de la entrada no supo lo que sucedió, llevó
sus manos a su abdomen y en sus ojos solo se veía el terror.
Quinn había dado en el blanco.
Por su parte, Emma no tuvo tanta suerte. Mark estaba
más atento y, lanzándose al suelo, pudo evadir la bala que
iba directo a su pecho, no sin antes disparar sin éxito.
Emma gritó frustrada, tiró la escopeta que se había
transformado en un estorbo y sacó una de las pistolas. Casi
al mismo tiempo, todo el servicio doméstico se lanzó contra
Willis, a quien intentaron reducir antes de que lograra
ponerse de pie.
Pero sus esfuerzos fueron en vano, Willis de todos modos
disparó otra vez a ciegas, antes de recibir un golpe con una
sartén que lo dejó inconsciente.
Emma, al ver que ya tenía vía libre, caminó a paso veloz
y abrió la puerta del salón blanco con violencia.
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Fin
Agradecimientos
Al llegar al final [JPT41]de esta serie, no me queda más
que agradecer a todas mis lectoras ―y uno que otro lector―
que me apoyan de todas las formas posibles; leyendo,
asistiendo a eventos, alentando mi trabajo y exigiendo
historias nuevas a través de las redes sociales. A todas
ellas, les dedico mi más infinito agradecimiento.
A mis lectoras beta, mi brújula, reciban toda mi gratitud.
[JPT42]
Siempre le voy a agradecer a mi familia, sin ellos, todo
sería difícil. Los amo.
Y, por último, gracias, lord Afrelailo, por amarme y ser
como eres. Te amo.
[1]
Agua de estiércol de caballo.
[2]
Traducción de la expresión: «Quand on parle du loup, on en voit la queue»,
que es una variante francesa de «Hablando del rey de Roma, y por la puerta se
asoma».
[3]
Traducción de la expresión: «Speak of the devil and here he is», que es una
variante inglesa de «Hablando del rey de Roma y por la puerta se asoma».
[4]
Término utilizado en el siglo XIX para denominar a un homosexual.
[5]
Tener un pelo del perro que lo mordió, es el término que se usaba en aquellos
años para hacer referencia a la resaca
[6]
Porque yo también te amo con todo mi corazón.
[JPT5]RÁSGALA, EMMA!!!!!
[JPT6]¿Sabes qué es lo que más me duele de esta frase? Que, incluso a pesar
de los años que han pasado, se aplica a nuestra sociedad actual :c
[JPT9]CHÚPALOCONMAYOHIJODETUHERMOSAMADREEEEEEE
[JPT10]Debería ir en mayúscula, ¿o aún no tenía tanta importancia en esos
años?
[JPT11]Si dirá lo mismo que Emma, siento que debería haber un comentario o
actitud listilla de parte de ella.
[JPT35]Entiendo por qué usas este término, pero, ¿podrías usar un sinónimo?,
¿«infructuoso» u otro? «Estéril» se suele usar más como un término de limpieza,
hospitales… o al menos así lo relaciono yo.
[JPT36]TT-TT
[JPT37]Menos mal que Emma no llegó virgen al matrimonio jajajaja, pobrecitos
jajajajajajaj