El Bergalarga

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Arthur Schopenhauer

El arte de conocerse
a sí mismo

Edición, introducción y notas


de Franco Volpi
Título original: Die Kunst, sich selbst zu erkennen
Traducción de Fabio Morales

Primera edición: 2007


Segunda edición: 2012
Novena reimpresión: 2022

Diseño de colección: Estudio de Manuel Estrada con la colaboración de Roberto


Turégano y Lynda Bozarth
Diseño de cubierta: Manuel Estrada

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© Verlag C. H. Beck oHG, München, 2006


© de la traducción: Fabio Morales, 2007
© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2007, 2022
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15
28027 Madrid
www.alianzaeditorial.es

ISBN: 978-84-206-6573-3
Depósito legal: M. 47.222-2011
Composición: Grupo Anaya
Printed in Spain

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Índice

9 Introducción por Franco Volpi


31 El arte de conocerse a sí mismo o Eis heautón
101 Máximas y pasajes predilectos
123 Notas
129 Fuentes
131 Ediciones de Schopenhauer utilizadas

7
Introducción
Por Franco Volpi
1. ¡Conócete a ti mismo!

El conocimiento de sí mismo es el primer paso hacia


la sabiduría. «¡Conócete a ti mismo!», gnóthi seau-
tón, nosce te ipsum: Esta exhortación de vieja data es
atribuida, como guía para la felicidad, a uno de los
siete sabios, y ha sido transmitida desde entonces
una y otra vez, de manera casi ininterrumpida, cual
quintaesencia de la filosofía práctica. Las fuentes más
antiguas la mencionan como una máxima de inicia-
ción para la autorrealización y apuntan a su pretendi-
do origen divino. Estaba grabada como inscripción
en el templo de Apolo en Delfos, es decir, en el «om-
bligo del mundo», el sitio donde se habría cruzado el
vuelo de dos águilas que, liberadas por Zeus desde
los extremos del cosmos, se dirigían al centro de la
superficie de la tierra. Su significado es incierto hasta
el día de hoy: se debate sobre si se refería al culto y se

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Franco Volpi

limitaba a afirmar que quien quisiera consultar el


oráculo debía primero tener muy en claro lo que
quería, para así poder plantear la pregunta correcta;
o si, más bien, tenía un sentido sacro y religioso de
orden más general, como, por ejemplo, que quien se
decidiera a ingresar en el templo debía ser consciente
de que no era un ser divino, sino puramente mortal.
«Conócete a ti mismo» es, al mismo tiempo, la piedra
angular de la filosofía, es decir, del «amor a la sabidu-
ría». Es la primera regla de vida que ésta se propuso en-
señar. «A todos los hombres les ha sido impuesto el co-
nocerse a sí mismos», recalca ya Heráclito (Fragmento
116). Pero es sobre todo Sócrates quien convierte al arte
de conocerse a sí mismo en eje del conjunto del conoci-
miento filosófico. Platón nos lo presenta en sus diálogos
–en la Apología y, sobre todo, en el Alcibíades I– como
maestro de autoconocimiento. A un Alcibíades que
apenas ha alcanzado la edad adulta, dispuesto a entrar
en la lucha por el liderazgo, Sócrates le advierte que
debe –antes que ocuparse de una Polis que reservaba
sus mejores energías para la contienda con el todopode-
roso rey de Persia– aprender primero a cuidar de su
persona. Y ello quiere decir: a conocerse a sí mismo.
El motivo del autoconocimiento se extiende a lo largo
de la filosofía antigua y se despliega en la literatura hele-
nística del «cuidado de sí» (epiméleia heautoû), que al-
canza su auge en autores como Cicerón, Séneca, Epicteto
o Marco Aurelio. Ya no se vincula el autoconocimiento a
una misión política, ni está restringido a una edad especí-

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Introducción

fica, como el tránsito de la juventud a la madurez; tampo-


co es concebido únicamente como conocimiento teórico
de sí mismo, mera contemplación del yo. Se convierte
cada vez más en un cuidado integral de sí extensible a
toda la vida, e involucra una serie de ejercicios, prácticas
y obligaciones diarias cuya finalidad es imprimirle un se-
llo a la existencia, de la misma manera que se modela una
obra de arte, es decir, proporcionándole una forma lo
más bella y perfecta posible. El autoconocimiento y el
cuidado de sí representan, pues, los precedentes de una
estética de la existencia.
La tradición del autoconocimiento1, incorporada
luego al cristianismo y a la literatura religiosa de la in-
terioridad, perdura hasta la modernidad, cuando es
asumida y adquiere un nuevo impulso, especialmen-
te por parte de los grandes moralistas europeos como
Montaigne, Pascal, La Rochefoucault o Baltasar Gra-
cián. Su importancia nos la atestigua también la apa-
rición de motivos iconográficos que se hacen eco de
ella y le dan expresión plástica. No en balde se repre-
senta a la sabiduría práctica como figura femenina
que sostiene en su mano un instrumento, entonces
muy valioso, que permite contemplarse y conocerse
a sí mismo: el espejo. Es el caso, por ejemplo, del tra-
bajo clásico de Cesare Ripa, Iconologia (cuya segun-
da edición, ilustrada, data de 1603). En la leyenda de

1. Cf. Pierre Courcelle, Connais-toi toi-même. De Socrate à Saint Bernard,


3 vols., París: Études augustinennes, 1974-1975.

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Franco Volpi

la litografía, que representa a la prudencia (represen-


tada en la página siguiente), Ripa alude a la impor-
tancia del espejo: para actuar correctamente, el sabio
debe conocerse a sí mismo, es decir, conocer su ca-
rácter y sus errores. Esto es lo que Sócrates habría te-
nido en mente, según la explicación de Ripa, cuando
«exhortó a sus discípulos a mirarse cada mañana en
el espejo para conocerse a sí mismos».
El motivo del espejo refleja también el reverso del co-
nocimiento de sí, pues la autocontemplación puede te-
ner efectos funestos. Ése fue el gran error de Narciso.
Quien, prendado de su propia belleza, se inclina vani-
dosamente sobre su reflejo, sólo se ve a sí mismo y no lo-
gra establecer contacto con la realidad. Conocerse úni-
camente a sí mismo significa hacerse rehén de la imagen
propia. Así se explica que Goethe considere engañoso
el epígrafe de Delfos y ponga en duda su origen divino:

Erkenne dich! – Was soll das heißen?


Es heißt: sei nur! und sei auch nicht!
Es ist eben ein Spruch der lieben Weisen,
Der sich in Kürze widerspricht.
Erkenne dich! Was hab’ ich da für Lohn?
Erkenne ich mich, so muß ich gleich davon.
Als wenn ich auf den Maskenball käme
Und gleich die Larve vom Angesicht nähme2.

2. Johann Wolfgang von Goethe, Sprüche, en: Werke. Ham­burger Ausgabe


in 14 Bänden, Múnich: Beck, 1981, vol. I/1, p. 308.

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Franco Volpi

[¡Conócete a ti mismo! ¿Qué quiere decir eso?


Significa ¡sé tú mismo!, o acaso ¡no lo seas!
No es más que un lema de los buenos sabios,
contradictorio en su brevedad.
¡Conócete a ti mismo! ¿Qué saco yo con eso?
Si logro conocerme, al punto debo irme.
Es como si, no bien llegado a un baile de disfraces,
me quitara en seguida el antifaz.]

2. El desaparecido «cuaderno secreto»


de Schopenhauer

Como auténtico filósofo que es, Schopenhauer


hace suyo el motivo del autoconocimiento. Su
dominio de la gran filosofía que va desde Platón
hasta Kant, su familiaridad con la literatura de la
Antigüedad clásica, especialmente con los auto-
res del «cuidado de sí» como Séneca, Epicteto y
Marco Aurelio, y su lectura diaria de los textos
de los moralistas modernos, desde Montaigne
hasta Baltasar Gracián, hacen muy natural su afi-
nidad por el tema. Mejor dicho: no se limita a tra-
tar el autoconocimiento como objeto abstracto
de especulación teórica, sino que, poniéndolo en
práctica, se lo toma en serio como regla de la filo-
sofía. Como da a entender la primera frase del
presente librito: «Desear tan poco y conocer tan-
to como sea posible ha sido la máxima principal

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Introducción

que ha guiado mi existencia»3. Pues la filosofía


no es para él una mera elaboración de teorías y
estructuras de pensamiento, sino asimismo la
adopción de decisiones vitales y de una determi-
nada concepción de la vida.
Bajo el título de Eis heautón, que probablemente
escogiera basándose en la analogía de las Meditacio-
nes sobre sí mismo de Marco Aurelio (en griego: Tà
eis heautón), Schopenhauer acumuló a lo largo de
los años pensamientos, meditaciones e ideas frag-
mentarias que irían dando lugar a un «cuaderno se-
creto» personal, perdido tras su muerte, y recons-
truido aquí según una versión presunta. Lo comenzó
en 1821 y siguió escribiéndolo a lo largo de las dos
décadas siguientes. El cuaderno abarcaba en su con-
junto una treintena de páginas y era particularmente
caro al Maestro del Pesimismo, pues constituía una
especie de Suma de experiencias vitales sobre su
persona, su propio Journal Intime, compuesto de
observaciones autobiográficas, recuerdos, reflexio-
nes, indicaciones pragmáticas, reglas de comporta-
miento, máximas, citas y refranes. Al mismo tiempo,
servía como una especie de bosquejo para un arte
del conocimiento de sí, un vademécum para la orien-
tación personal, de esos que uno puede llevar consi-
go en la vida al igual que un médico de cabecera car-
ga con su maletín de instrumentos.

3. Cf. infra, p. 33.

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Franco Volpi

No en balde Schopenhauer empezó a hacer


anotaciones en su cuaderno en una época de
grandes conflictos que pusieron a prueba su ca-
rácter. Tras la publicación de El mundo como vo-
luntad y representación (1819), había adquirido
consciencia de su vocación para la filosofía, un
campo en el que no se sentía inferior a nadie; in-
cluso se creía predestinado a cumplir una misión
a favor de la humanidad. Pero esta convicción no
obtuvo el menor reconocimiento por parte del
gremio filosófico. De hecho, su obra fue total-
mente ignorada y, en último término, asfixiada en
sus orígenes por la confrontación con Hegel, la
estrella más rutilante del firmamento filosófico de
la época. A ello se sumaron obstáculos y contra-
tiempos de toda índole: el rompimiento doloroso
con la madre, problemas financieros causados
por la bancarrota de las instituciones financieras
que administraban la herencia de su padre, difi-
cultades insuperables y roces continuos en el tra-
to con los demás, una nunca superada descon-
fianza hacia el otro género y, para colmo, una
serie de alimenta misantropiae adicionales que
justificaban y agudizaban su visión pesimista de
la vida. Sin embargo, este pesimismo no era sim-
ple fruto de una actitud amargada, de la debili-
dad o de la resignación, sino resultado coherente
de la clarividencia, la desilusión y el sentimiento
trágico de la vida. Por ello, se podría afirmar que

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Introducción

un pesimista auténtico como Schopenhauer equi-


vale a un optimista esclarecido.
De ahí que Schopenhauer no se comportara ni
como un estoico fatalista ni como un erudito absor-
to en sus ideas, sino como un desenvuelto hombre
de mundo, capaz de reaccionar ante los desafíos
existenciales utilizando todos los mecanismos, so-
corros y estratagemas que le brindaban su inteligen-
cia y habilidad para adaptarse al mundo. He ahí la
fuente de su convicción de que la filosofía no es úni-
camente conocimiento teórico del ser, sino también
filosofía de la vida práctica.
Así lo manifestó en una serie de opúsculos que
concibiera para su uso personal y que nunca dio a la
prensa. Si los examinamos de cerca, constataremos
que no se puede seguir subestimando su importan-
cia para la obra póstuma o su intrínseca significa-
ción filosófica. Deberían más bien conducir a una
revisión de la imagen tradicional de su pensamien-
to, imagen basada casi exclusivamente en su obra
publicada en vida. Textos como la Eudaimonología,
el Bosquejo de un tratado sobre el honor y la Dialéc-
tica erística, surgidos en los decisivos años berline-
ses, han de ser evaluados desde esta perspectiva4. El
Eis heautón se inserta en ese mismo marco herme-

4. Los he editado bajo los siguientes títulos: Die Kunst, glück­lich zu sein,
Múnich: Beck, 1999; Die Kunst, sich Respect zu verschaffen, Múnich: Beck
(en preparación); Die Kunst, Recht zu behalten, Fráncfort del Meno: Insel,
1995; [El arte de tener razón, Madrid: Alianza Editorial, 2002 (2006)].

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Franco Volpi

néutico y constituye hasta cierto punto la quin-


taesencia de esa peculiar forma de entender el co-
nocimiento filosófico.

3. Averiguaciones y sospechas

Schopenhauer no le había ocultado a amigos y se-


guidores la existencia de ese vademécum personal
tan atesorado. A sus discípulos más allegados les
había dicho que debía ser publicado, si acaso, sólo
tras su muerte; así se lo confió, por ejemplo, a Ernst
Otto Lindner, quien fuera el primero en informar al
respecto y lamentar la desaparición del manuscrito5.
Otros testigos corroboraron su versión6. Pero los
intentos de recuperar el manuscrito, emprendidos
poco después de la muerte de Schopenhauer (el 21
de septiembre de 1860), y luego con ocasión de la
apertura de su legado (el 6 de abril de 1861), resulta-
ron totalmente infructuosos. En especial Adam von
Do se dio a la tarea de buscarlo varias veces con la
asistencia del albacea del legado, Wilhelm Gwinner.
Otro tanto hizo Julius Frauenstädt, quien, por es-
tarle encomendada la edición de los manuscritos fi-

5. Lindner/Frauenstädt, Arthur Schopenhauer. Von ihm. Über ihn, Berlín:


Hayn, 1863, pp. 5-6. Para los datos bibliográficos de las ediciones de
Schopenhauer utilizadas, véase la lista de las páginas 130-131 de este libro.
6. Cf. Schopenhauer, Gespräche, Nr. 118 (Johann August Becker), 119 (del
mismo), 275 (Adam Ludwig von Doß), 276 (del mismo), 306 (Ernst Otto
Lindner), 351 (Robert von Hornstein).

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Introducción

losóficos, había encontrado en ellos numerosas alu-


siones al misterioso cuaderno.
Gwinner dio a entender lo siguiente:

El Eis heautón no era manuscrito científico alguno; en


él se refería Schopenhauer únicamente a asuntos perso-
nales, a sus relaciones privadas con algunas personas,
entremezclando todo ello con reglas de prudencia y pa-
sajes favoritos como los que solía guardar en forma de
anotaciones en todas sus carteras y que, en la medida en
que lo consideraba oportuno, incorporaba luego en los
Parerga. Se trataba de un cuaderno de unas treinta pági-
nas sueltas, de las que en ocasiones me había leído algu-
nos pasajes, y que, de acuerdo a mis noticias [de Gwin-
ner], fue destruido tras su muerte7.

Frauenstädt estaba altamente insatisfecho con


esta respuesta, sobre todo porque había albergado
la esperanza de poder utilizar el material inédito
para la nueva edición póstuma de Parerga y Parali-
pomena que estaba preparando. Y el descontento
inicial se transformó en irritación cuando, poco
después, Gwinner dio a la prensa una biografía del
filósofo, titulada Arthur Schopenhauer aus persönli-
chem Umgange dargestellt [Arthur Schopenhauer, re-
tratado de cerca] (1862), en la que evidentemente se
incluían pasajes demasiado impregnados del estilo

7. Lindner/Frauenstädt, Arthur Schopenhauer. Von ihm. Über ihn, p. 6.

21
Franco Volpi

literario característico de Schopenhauer como para


provenir de la pluma de Gwinner. Bajo cuerda se
intensificó la sospecha de que éste, antes de dar a
las llamas el cuaderno que custodiaba, lo había es-
cudriñado exhaustivamente para ornar con él su
narración de la vida de Schopenhauer.
A los discípulos más fieles del maestro el com-
portamiento de Gwinner les pareció tanto más im-
propio cuanto que éste insistía en que él mismo no
era schopenhaueriano, pues, en línea con una con-
cepción cristiana inspirada en Jacob Böhme y
Franz von Baader, se había distanciado de la meta-
física del pesimismo. Exactamente el año en que
murió Schopenhauer, Gwinner había publicado
bajo el seudónimo de Natalis Victor una novela
con el título de Diana und Endymion, en la que po-
nía de manifiesto la nueva evolución de sus ideas.

4. Gwinner en apuros

¿Qué hizo, pues, Frauenstädt? Trató de reunir entre


los discípulos de Schopenhauer a personas que pen-
saban como él, para con su ayuda atacar a Gwinner
y obligarlo o bien a realizar una confesión pública,
o bien a entregar el cuaderno desaparecido. En res-
puesta a la biografía escrita por Gwinner, publicó
junto con el antes mencionado Ernst Otto Lindner
un gran volumen de recuerdos, además de manus-

22
Introducción

critos hasta ese momento inéditos, titulado Arthur


Schopenhauer. Von ihm. Über ihn. Ein Wort der Ver-
theidigung von Ernst Otto Lindner und Memorabi-
lien. Briefe und Nachlaßstücke von Julius Frauens-
tädt [Arthur Schopenhauer. De él. Sobre él. Palabras
en su defensa y Recuerdos, por Ernst Otto Lindner.
Cartas y manuscritos del legado póstumo, por Julius
Frauenstädt] (1863).
El testimonio personal de Lindner resultó ser es-
pecialmente revelador. Recordaba que Schopen-
hauer le había hablado reiteradamente de Eis heau-
tón dando especial importancia al cuaderno:

Hablé varias veces con él al respecto. La última vez fue


en el año de 1858. Según decía, quería registrar en el
cuaderno una serie de recuerdos de índole puramente
personal, con el propósito parcial de percibir, como en
un espejo, aspectos concretos de su propia naturaleza.
Al mismo tiempo insistió en que esas notas no debían,
bajo ningún motivo, ser publicadas antes de su muer-
te. Y no fui el único a quien hizo semejantes revelacio-
nes. Siempre pareció dar especial valor a este escrito,
razón por la cual yo al menos estuve muy pendiente de
esa parte de su legado8.

En cuanto a la versión de Gwinner, la rechazó de


plano:

8. Op. cit., p. 5.

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Franco Volpi

Me resulta, por otra parte, muy extraño que Schopen-


hauer mismo hubiera estipulado la destrucción de ese
escrito. Ello no concuerda en absoluto con lo que me
había dicho. La disposición, asimismo, se corresponde
poco con su naturaleza precavida, que difícilmente ha-
bría encomendado con ánimo sereno la destrucción de
un escrito tan importante para él a la buena voluntad
de un sobreviviente9.

Lindner reafirmó además el reproche de plagio:


los obvios cambios de estilo, inocultables en el tex-
to de Gwinner, sólo eran explicables suponiendo
que en su presentación biográfica éste sencillamen-
te había copiado literalmente pasajes tomados del
manuscrito oculto.
Gwinner se defendió con su libelo Schopenhauer
und seine Freunde. Zur Beleuchtung der Frauen-
städt-Lindnerschen Vertheidignung sowie zur Ergän-
zung der Schrift «Arthur Schopenhauer aus persönli-
chem Umgange dargestellt» [Schopenhauer y sus
amigos. Precisiones sobre la Defensa de Frauen-
städt-Lindner, así como un Suplemento a la obra
«Arthur Schopenhauer retratado de cerca»] (1863).
Pero a la vez que rechazaba indignado la acusa-
ción de plagio, hacía una confesión involuntaria,
pues reconocía que Schopenhauer le habría «co-
municado» y «leído» algunas partes del polémico

9. Op. cit., p. 6.

24
Introducción

manuscrito, que él registró y luego incorporó a su


biografía.

5. Extraño proceder

En verdad, para Gwinner habría sido muy sencillo


disipar cualquier sospecha o duda. Hubiera basta-
do con poner a disposición del público sus propios
apuntes. Ello habría permitido que cualquiera com-
probase los hechos, y distinguir lo que provenía de
la pluma de Gwinner de aquellas otras formulacio-
nes que se retrotraían en mayor o menor grado al
maestro.
Algunos indicios, empero, apuntan inequívoca-
mente a que no había destruido tales pliegos, sino
que, por el contrario, los guardaba en secreto. Así,
por ejemplo, en las subsiguientes ediciones de la
biografía escrita por él –una segunda edición apare-
ció en 1878 bajo el título de Schopenhauers Leben
[Vida de Schopenhauer], a la cual siguió una tercera
en 1910– añadió declaraciones de Schopenhauer
hasta entonces desconocidas, las cuales citaba lite-
ralmente entre comillas. Aparentemente, las toma-
ba de los papeles inéditos que se hallaban en su po-
der. También en sus cartas a distintos corresponsales
proporcionaba detalles y precisiones ulteriores, que
obviamente extraía alegremente de los documentos
guardados.

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