Gonzales Alvarado Osmar 2017 Los Intelectuales PDF

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Los Intelectuales en el Perú: 200 años de vida republicana

DE ASESORES DE VIRREYES A IDEÓLOGOS DE LA EMANCIPACIÓN

Investigador responsable: Osmar Gonzales Alvarado

Colaboradora: Isabel Cristina López Eguren

Escuela de Posgrado, Doctorado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales


2016-2017

Resumen
Esta investigación pretende ofrecer una lectura amplia del papel que han cumplido los intelectuales
en la formación de la República peruana, es decir, en los tiempos de la emancipación de España.
Entiendo a los intelectuales como los sujetos sociales encargados de producir ideas y debates sobre
ellas; de dar sentido a la vida colectiva, de producir explicaciones, de formular siempre nuevas
preguntas con un espíritu de permanente búsqueda de la verdad, de insatisfacción con lo
aparentemente inevitable y con las explicaciones predominantes. Siguiendo las funciones sociales
de los sujetos de ideas persigo los siguientes objetivos: establecer la participación de los
intelectuales en los inicios de la República del Perú; identificar tipos o representaciones del sujeto
de ideas; intentar explicar las narraciones sobre nuestro país; y contribuir a la sociología crítica de
los intelectuales en el Perú. La hipótesis que propongo es que no se puede entender el papel del
intelectual en el Perú sin tomar en consideración la composición diversa culturalmente hablando del
país y el proceso inacabado de ciudadanización.

Palabras clave
Intelectuales – Intelectuales y política – Figuras de intelectuales – Narraciones y tradiciones

Summary
This research intends to offer a broad reading of the role that the intellectuals have played in the
formation of the Peruvian Republic, that is to say, in the times of the emancipation of Spain. I
understand intellectuals as the social subjects responsible for producing ideas and debates about
them; to give meaning to collective life, to produce explanations, to always formulate new questions
with a spirit of permanent search for truth, dissatisfaction with the seemingly inevitable and with the
prevailing explanations. Following the social functions of the subjects of ideas I pursue the following
objectives: To establish the participation of the intellectuals in the beginnings of the Republic of Peru;
Identify types or representations of the subject of ideas; Try to explain the narratives about our
country; And contribute to the critical sociology of intellectuals in Peru. The hypothesis I propose is
that the role of the intellectual in Peru can not be understood without taking into account the culturally
diverse composition of the country and the unfinished process of citizenship.

Keywords
Intellectuals - Intellectuals and politics - Figures of intellectuals - Narrations and traditions
2
ÍNDICE

Introducción

1. La rebelión, las ideas


Juan Pablo Viscardo y Guzmán: el ideólogo exiliado
Expresiones de la Ilustración criolla
El Mercurio Peruano
José Baquíjano y Carrillo: el censor fidelista

2. Las Cortes de Cádiz y el optimismo reformista


Vicente Morales Duárez y la transición del pensamiento criollo
Manuel Lorenzo Vidaurre y Encalada: el reformista fidelista
Mariano Melgar: el poeta revolucionario
El Absolutismo y el desencanto criollo
Toribio Rodríguez de Mendoza: el maestro difusor de ideas
Importancia del Real Convictorio de San Carlos

3. San Martín, los criollos y las multitudes


Manuel Pérez de Tudela: el funcionario republicano
Bernardo Monteagudo: el ideólogo importado
Paréntesis: San Martín, los libros y las bibliotecas
Mariano José de Arce: el tribuno bibliotecario
La Sociedad Patriótica: debates sobre el mejor gobierno

4. La reacción republicana y la dictadura de Bolívar


José Faustino Sánchez Carrión: el intelectual político
El Congreso Constituyente: auge del verbo liberal
Javier de Luna Pizarro: el clérigo legislador y conspirador
Simón Bolívar y las pugnas políticas en el Perú
Hipólito Unanue: el sabio asesor del poder
La frustración de la Confederación Americana
Bolívar, los criollos y la Confederación
José María de Pando: el diplomático intelectual
Los monarquistas alrededor de Bolívar

Conclusiones

Cronología de la Independencia americana

Cronología de intelectuales

Textos consultados

Bibliografía

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INTRODUCCIÓN

Esta investigación pretende ofrecer una lectura amplia del papel que han cumplido los intelectuales
en la formación de la República peruana, proyecto que he titulado provisionalmente “Los
intelectuales en el Perú: 200 años de vida republicana”. En este reporte me refiero a los llamados
ideólogos de la emancipación, como un primer capítulo de dicho plan general, y que lleva por título
“De asesores de virreyes a ideólogos de la emancipación”. El marco temporal cubre desde los
ochenta del siglo XVIII, cuando estalla la gran rebelión de Túpac Amaru, hasta 1826, luego del
fracaso del Congreso Anfictiónico y el retiro de Simón Bolívar del Perú.
Es necesario tomar en cuenta que se trata de una época convulsa y revolucionaria en el
mundo occidental. Primero, la Revolución de independencia de Estados Unidos en 1777 y, luego,
la Revolución francesa en 1789. Son movimientos que buscan acabar con el Antiguo Régimen a la
luz de las nuevas ideas de la Ilustración, de la filosofía moderna, del liberalismo y del republicanismo,
pero sin eliminar el peso de la tradición católica. De este modo, las independencias de nuestros
países se deben ubicar en tal contexto: acabar con el viejo orden de uno de los países europeos
más atrasados como lo era España, precisamente. Las nuevas realidades y las nuevas ideas ya no
podían ser albergadas en un molde ya entrado en crisis. El orden colonial tradicional se agrietaba
ante el ingreso del capitalismo emergente de quien en ese momento lograría la supremacía mundial:
Gran Bretaña. Surgirían entonces, acompañando los procesos generales, los sujetos de ideas
modernos, que no requieren necesariamente estar vinculado a los mecenazgos que podía ofrece el
poder político para legitimarse en una sociedad en constante cambio. Incluso, la voz de estos
sujetos del pensamiento podía oírse claro y alto aun cuando sea a título individual, sin otro requisito
que sus propias convicciones.
De manera provisional, defino a los intelectuales modernos como aquellos que utilizan de
manera primordial, aunque no única, a la palabra escrita para comunicar los conocimientos que
adquiere o produce. Su tarea principal es contribuir a generar y difundir los valores centrales que
sean capaces de unir a una sociedad determinada. Son los que se preocupan por constituir
narraciones sobre las comunidades políticas y nacionales −que pueden o no corresponder con las
delimitaciones geográficas y políticas−, es decir, sobre la comunidad imaginada, que es la nación;

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son quienes ofrecen razones para mantener la vida colectiva, definen quiénes la integran y cuál es
su lugar en el mundo. Los intelectuales son los sujetos sociales encargados de producir ideas y
debates sobre ellas; de dar sentido a la vida colectiva, de producir explicaciones, de formular
siempre nuevas preguntas con un espíritu de permanente búsqueda de la verdad, de insatisfacción
con lo aparentemente inevitable y con las explicaciones predominantes. Es evidente que el
intelectual, que opera en el ámbito de las ideas, siempre busca influir o participar en la política,
tratando de que sus prescripciones, diagnósticos y propuestas sean materializados por medio de
las decisiones del poder.
De esta manera, es falsa la dicotomía entre el intelectual y el político, o mejor, entre lo
intelectual y lo político. Cuando más cercanas estén ambas esferas, se interrelacionen e influyan
mutuamente, más provechoso será para ambas. Esto no implica, no debe implicar, la subordinación
de una sobre otra. Ambas funciones, la intelectual y la política, son relevantes para la vida social en
su conjunto.
Los intelectuales pueden ser reclutados de cualquier clase o estrato social. Además, se les
puede agrupar según su ideología, pues pueden ser conservadores o revolucionarios, nacionalistas
o cosmopolitas. También se les puede identificar por las tradiciones intelectuales en las que se
inscriben, o por las visiones que tienen sobre el ser humano y la sociedad. Su papel en la vida social
puede darse de manera individual o colectiva, tanto desde el terreno netamente académico-
intelectual como desde la política. Ya sea desde la creación artística o desde su compromiso político
(al interior o por afuera del Estado), los intelectuales ejercen una influencia determinada sobre la
sociedad o sobre segmentos de ella, y dicha influencia no se puede entender sin relacionarlos con
el tipo específico de sociedad en la que se inscriben. En efecto, será diferente la participación de un
intelectual en una sociedad letrada y que ofrece un campo intelectual plenamente constituido, a la
de aquel que se desarrolla en una sociedad en la que los analfabetos constituyen la mayoría y los
contornos institucionales que rigen la actividad intelectual son imprecisos.
Bajo estas premisas conceptuales que enmarcarán el proyecto general, acoto este informe
a los siguientes objetivos: establecer la participación de los intelectuales en los inicios de la
República del Perú; identificar tipos o representaciones del sujeto de ideas; intentar explicar las
narraciones sobre nuestro país; y contribuir a la sociología crítica de los intelectuales en el Perú.
El Perú, como cualquier otra nación, es producto del desenvolvimiento de múltiples factores,
lo que Norbert Elias (1982) llama figuración social, es decir, de sus complejidades sociales, políticas,
culturales y de sus actores sociales que son quienes articulan dichos campos. Y también es
producto de la acción de quienes ejercen la función social de producir ideas. Sin embargo, a pesar
de esta trascendencia, es muy poco lo que existe en nuestros estudios respecto de análisis

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específicos sobre la participación social de los intelectuales. De igual manera que se puede
reconstruir nuestra historia desde los movimientos sociales, desde los partidos políticos o desde el
Estado, por ejemplo, también es posible escribir la historia desde los sujetos de ideas. Y en ese
campo precisamente se inserta el presente trabajo. Como advierte Robert Merton (2013), los
intelectuales no deben ser “extraños al estudio de sí mismos”. Es decir, es legítimo estudiar a los
estudiosos.
Esta investigación, de carácter científico, analítico y original, busca aportar con una lectura
novedosa sobre un momento de la historia del Perú, el de los inicios de su época republicana,
rindiendo así tributo al Bicentenario de la Independencia pronto a cumplir nuestro país. El enfoque
es netamente cualitativo basado en el análisis bibliográfico que me permite realizar el seguimiento
histórico que posibilite ubicar a los intelectuales en sus respectivos contextos sociales, políticos e
ideológicos. En la medida que el objeto de análisis son los sujetos de ideas, la narración cronológica
pasa a un segundo lugar para dar prioridad a los procesos que siguen los intelectuales y, en ese
sentido, se incorporan los hechos históricos tanto por su importancia en sí mismos como, y sobre
todo, porque ayudan a dar contexto a las biografías y a las ideas de aquellos. Por esta razón, no es
un relato lineal, sino una propuesta de reflexión sobre la relación entre individuo-intelectual y
sociedad en proceso de transformación de su régimen político. En esa convergencia aparecen los
distintos tipos de intelectuales y la marca de su influencia en diferentes momentos de la vida nacional
en los tiempos de la lucha por la independencia, el momento fundador de nuestro Estado y de
nuestra República.

Breves referencias conceptuales


Parto de la propuesta de Pierre Bourdieu (1965) de construir una sociología crítica de intelectuales,
que permite unir al individuo con la sociedad. Para ello, utilizo la idea de Jean Paul Sartre (1963)
sobre las mediaciones, que son eslabones que, desde diferentes espacios de socialización, los
intelectuales (individuos) se van constituyendo. Dentro de este marco general, identificaré tipos de
intelectuales, valiéndome de las ideas de Lewis A. Coser (1966) así como las de Edward Said
(1996), quien analiza ejemplos de intelectuales a los cuales denomina representaciones. No me
valdré solo de figuras intelectuales individuales, sino que también identificaré grupos de intelectuales
al que los distingue un tipo de visión sobre el ser humano (Thomas Sowell, 1990) y tradiciones
intelectuales (Edward Shils, 1972). Por otra parte, tomaré como referencias los trabajos y libros que
se han escrito sobre las relaciones de los intelectuales con el poder y la política (Coser 1966;
Bourdieu 1965; Benda 1951; Gouldner 1980; Bobbio 1998) puesto que todos los intelectuales sobre

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los que pasamos revista tienen como catalizador sus relaciones con la política, sea desde su
posición de críticos del poder, o legitimadores del mismo, hayan sido participantes o no de él.
Sobre los sujetos de ideas en el tiempo de la emancipación, son clásicos los trabajos de
Raúl Porras Barrenechea (1974), Jorge Basadre en su Historia de la República, Jorge Guillermo
Leguía (1941) que tienden a enfatizar sus logros y positiva influencia. A ellos se sumaron los trabajos
desde el análisis filosófico de María Luisa Rivara de Tuesta (1972) y de José Ignacio López Soria
(1972). Asimismo, son imprescindibles los volúmenes sobre “Los ideólogos” que editó la Comisión
Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú en los que se ofrece un panorama
sumamente completo de sus ideas por medio de la transcripción de sus principales textos (Zevallos
Ortega, Maticorena, Tauro… [et. al] 1971). Más recientemente, son importantes los aportes de
Alejandro Rey de Castro (2010), quien reexamina los planteamientos intelectuales de los
pensadores de la independencia, y de Carmen Mc Evoy (2012), quien propone −en varios ensayos−
nuevas interpretaciones sobre la influencia de los ideólogos de la emancipación. No obstante,
advierto que sus contribuciones giran en torno de las ideas, y que en este trabajo incorporo como
preocupación central a las figuras de intelectuales que emergieron en dicho contexto desde la
mirada que posibilita la sociología crítica de intelectuales.
La hipótesis que propongo es que no se puede entender el papel del intelectual en el Perú
sin tomar en consideración la composición diversa culturalmente hablando del país y el proceso
inacabado de ciudadanización. Dicha diversidad se traduce no solo en la separación de
determinados contingentes humanos, sino incluso, y es lo más grave, en enfrentamientos que
pueden llegar a ser violentos. Esta contraposición de alguna manera se va superando con los
efectos del mestizaje que cada vez se va extendiendo más, pero sin que ello signifique que no se
produzcan conflictos con nuevas características. Al mismo tiempo, la diversidad cultural produce
una dramática lucha por determinados bienes culturales (para no hablar de los materiales) como el
lenguaje. En este momento es cuando entra a jugar el papel del intelectual, quien basa su función
social precisamente en el uso del lenguaje, con el que crea discursos, legitimadores o críticos,
propone realidades que luego se podrán volver o no movimientos políticos y posturas ideológicas e,
incluso, asume posiciones en la lucha por el poder.
Desde el inicio de la República está presente la huella de los intelectuales en la vida nacional.
Los momentos previos a la lucha emancipadora estuvieron caracterizados por una pregunta central,
¿qué somos? Entonces surge un interesante momento doctrinario y de reflexión, precisamente en
una circunstancia de crisis de la dominación colonial que se conjuga con un germinal descontento
de diferentes sectores de la vida peruana. Pero precisamente, al no tener como interlocutores a la
población peruana con escasos niveles de ciudadanía, el papel de los intelectuales se limita a ciertas

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esferas y sectores sociales y culturales. De esta manera, la escasa o menguada ciudadanización
de la vida peruana impacta en un acotamiento de la influencia de los intelectuales, especialmente
en el momento fundacional de la República cuando se empiezan a crear las nuevas instituciones.

Para finalizar, aprovecho la oportunidad para agradecer el apoyo del Rector de la Universidad
Ricardo Palma, Dr. Iván Rodríguez Chávez, del Vicerrector de Investigaciones, Dr. Héctor Hugo
Sánchez Carlessi y de la Directora de la Escuela de Posgrado Dra. Reina Zúñiga de Acleto, quienes
me permitieron presentar este proyecto al que decidieron finalmente financiar. Asimismo, quiero
expresar mis reconocimientos y amistad a los profesores José Martínez Llaque y Roberto Reyes
Tarazona quienes, más allá de las funciones profesionales y administrativas que cumplen en dicha
casa de estudios, son dos colegas y amigos que me estimularon permanentemente a llevar adelante
esta investigación.
Igualmente, debo agradecer la colaboración inteligente y eficiente de Isabel Cristina López
Eguren, quien me sugirió valiosas ideas y encontró información importante para desarrollar este
trabajo.

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1
LA REBELIÓN, LAS IDEAS

Un vistazo rápido a la situación del virreinato nos informa que, económicamente, se presentaba el
colapso de la minería, mientras que la producción agrícola veía reducido su mercado interno que
era esencialmente el de los centros mineros; pero el comercio, por el contrario, fue creciendo en
importancia, y este es un hecho sustancial para entender el proceso de separación política de 1821-
1824 dirigido por los criollos teniendo en cuenta la influencia de este grupo en la actividad comercial
y su posición burocrática dentro del engranaje colonial.
Durante todo el siglo XVIII España se encuentra en una etapa de socavamiento de su poder.
Debía enfrentar la arremetida de una Inglaterra en pleno despegue y que le fue arrebatando poco a
poco su predominio en el Viejo Mundo así como sus mercados en América introduciendo sus
productos en por medio del contrabando, al igual que Holanda y Francia. Por eso es que Inglaterra
acepta y promueve la lucha independentista americana, primero a nivel de los comerciantes,
industriales y prestamistas y luego con la injerencia del propio Estado británico. En estas
circunstancias España establece el llamado “Navío de Permiso” quebrándose el monopolio
metropolitano mediante el Tratado de Utrech de 1783. Esta medida no fue más que la sanción de
algo que ya se estaba dando en la práctica bajo el comercio ilícito. Se abre una etapa de libre
comercio tanto de mercancías como de esclavos negros en la cual Inglaterra comenzaría a asegurar
los mercados americanos.
Margarita Guerra Martiniére recuerda, además, que hubo una importante migración de
comerciantes peninsulares hacia nuestros países, quienes terminaron compitiendo con los criollos,
hecho que produjo en estos una sensación de postergación que les causaría resentimiento y enojo.
Por otra parte, las llamadas reformas borbónicas rompían el orden establecido imponiendo
impuestos que llegaron a afectar a las economías locales. En consecuencia, los criollos perdieron
ciertos privilegios y el lugar preferencial que tenían en el intercambio. Pero la autora subraya que
las reformas tributarias no solo incidieron en las clases altas, sino también en “los sectores bajos
incluidos los indios”. Este hecho explica la explosión de la rebelión de Túpac Amaru en Cusco en el

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año 1780, “temprano movimiento revolucionario americano que tuvo una gran extensión por el Alto
y el Bajo Perú, y cuyos ecos llegaron hasta Nueva Granada”. (Guerra Martinieré 2016, 28)

La importancia de Túpac Amaru II


El levantamiento de Túpac Amaru II (Cusco 1740-1781) fue un hecho histórico fundamental, a pesar
de su derrota, tanto por los cambios que provocó en la administración colonial como porque inició
el proceso que terminaría en la proclamación de la independencia (aunque ello no significa que la
independencia criolla fue continuidad de la rebelión tupacamarista). En verdad, Túpac Amaru sería
el origen de todo lo que vendría después y que concluiría con la expulsión definitiva de los realistas
en 1824.
Eduardo Arroyo señala algo importante sobre el sentido de la rebelión tupacamarista:
La fecha del 4 de noviembre es clave porque señala el inicio de este movimiento liberador
del poder colonial. El ajusticiamiento del corregidor Antonio de
Arriaga se hace delaten de toda una pléyade de españoles, indios,
mestizos, negros y todos los marginales del país, planteándose que
la (renta) ya no sería reconocida por los nativos del Perú ni los
desmesurados tributos e impuesto que debería pagar el pueblo.
Parte de la lucha de Túpac Amaru es antifiscal, pero no se queda
ahí ya que proclama el fin de la esclavitud, desafía todo el orden
colonial, su estructura de clases, el esquema de trabajo oprobioso
para los naturales del Perú. (Guerra Martiniére 2016, 28)

Túpac Amaru, por otra parte, fue el primero que se dirigía y


convocaba a todos cuantos debían ser considerados miembros del cuerpo
de la nación: indígenas, negros, mestizos, criollos; y para legitimar el carácter de su lucha se remitía
a su referente intelectual más importante y cercano, Los Comentarios reales de los Incas, del Inca
Garcilaso de la Vega, que leyó durante su formación en el Colegio de Caciques del Cusco.1 En su
fa
moso Edicto de Chichas (23 de diciembre de 1780) se nota con claridad su vocación integracionista
de todos los sectores sociales que conformaban lo que él llamaba “gente peruana”, y que tendrían
la tarea de luchar contra el poder español. Por ello dice:

Todo lo cual mirado con el más maduro acuerdo, y que esta pretensión no se opone en lo
más leve a nuestra sagrada religión católica, sino solo a suprimir tanto desorden después,
de haber tomado por acá aquellas medidas que han sido conducentes para el amparo,
protección y conservación de los españoles criollos, de los mestizos, zambos e indios y su
tranquilidad, por ser todos paisanos y compatriotas, como nacidos en nuestras tierras y de

1 En el Colegio de Caciques San Francisco de Borja del Cusco, fundado en 1575, se educaba la nobleza
inca con el fin de que los hijos mayores de los caciques abandonaran sus concepciones idólatras
tradicional.

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un mismo origen de los naturales, y haber padecido todos igualmente dichas opresiones y
tiranías de los europeos...

En ese sentido, el cacique cusqueño, como afirma Jaime Ríos Burga: “Anhela desde nuestras
diversidades una sociedad política americana tanto por medio de la reforma de la monarquía
española y luego de la independencia colonial”. (Ríos Burga 2015, 80-81)
Túpac Amaru quiso reivindicar el pasado incaico al que había conocido mediante las páginas
de Los Comentarios Reales, buscando restablecer los territorios imperiales para indios, criollos,
mestizos y negros en un Estado amplio bajo el gobierno de la nobleza inca. Luego de su derrota
surgirían otros movimientos rebeldes, también derrotados, pero al mismo tiempo se incubaba una
reflexión doctrinaria, ideológica, que desde el sector de los criollos socavaría los fundamentos del
orden virreinal hasta llegar a la independencia definitiva de España.
En esa línea, Charles Walker (2015), analizando las consecuencias de la rebelión
tupacamarista, recuerda que esta cambió la historia del Perú para siempre y que tuvo repercusiones
en la América hispana. El orden colonial instaurado con el virrey Toledo fue destruido sin ser
reemplazado por otro igualmente funcional; por otra parte, las autoridades coloniales quisieron
borrar de la memoria colectiva el movimiento insurgente así como sus señas de identidad, pues se
quiso prohibir el quechua, su música, vestimenta, representaciones artísticas, y se impidió la
circulación de Los Comentarios Reales de Garcilaso. Con todas estas medidas, que finalmente
fracasaron en sus propósitos, y la violencia que quedó en las relaciones sociales, el pacto colonial
toledano se había quebrado definitivamente, extendiendo una brecha inmensa entre el Estado y la
población indígena. Como muy bien resume Walker, el levantamiento de Túpac Amaru aceleró y
demoró simultáneamente el proceso de la independencia nacional. Derrotado el movimiento del
Cusco, y luego de algunos otros intentos subversivos, les tocaría a los criollos justificar sus
pretensiones separatistas.
En nuestra historiografía, el estallido de la guerra por la independencia puso en el debate si
esta fue conquistada o concedida. Aunque suene paradójico, fuimos los últimos en América del Sur
en lograr la independencia porque empezamos primero, precisamente con la rebelión
tupacamarista, y su impacto fue tan aterrador para las élites coloniales que impusieron un mayor
control para prevenir nuevas insurrecciones. Lo que se mantuvo controlado en el Perú permitió que
se desbordara en Caracas y Buenos Aires. No hay que olvidar que las secuelas ocasionadas por
dicha sublevación fueron de gran trascendencia aunque discursivamente no se alcanzó una única
narrativa sobre la independencia nacional.

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Juan Pablo Viscardo y Guzmán: el ideólogo exiliado
Durante el tiempo que se desenvolvía la rebelión de Túpac Amaru, el abate Juan Pablo Viscardo y
Guzmán (Pampacolca/Arequipa 1748-Londres 1798) vivió gran parte en Europa a causa del
destierro de los jesuitas en 1767, proclama vehemente y directamente la necesidad de la separación
definitiva de la Corona española. Su propuesta radical ya está en las cartas que le dirige al Cónsul
inglés en Livorno John Udny (desde Massacarrara los días 23 y 30 de setiembre de 1781),
pidiéndole que su país envíe refuerzos a la sublevación de Túpac Amaru, a quien había conocido
en su adolescencia cuando estudiaba en la ciudad imperial. Pero su pedido llegó tarde, pues el
cacique ya había sido sentenciado y ejecutado en el Cusco. Desde entonces, Viscardo se volvería
un tenaz difusor de su objetivo y seguiría reflexionando con el fin de darle a la emancipación de
nuestros países un sustento teórico buscando conciliar sus ideas con lo que los acontecimientos
mostraban como inevitable. En otras palabras, se proponía fundamentar la justicia de la separación
política de nuestros países con las ideas modernas de su tiempo.2 Por otro lado, en Viscardo está
presente un trasfondo ético vigoroso que se encuentra también en otros pensadores liberales del
siglo XIX en el Perú, como José Faustino Sánchez Carrión, Francisco de Paula
González Vigil, Sebastián Lorente, José Gálvez y otros. Como señala Augusto
Ruiz Zevallos:
En el pensamiento político de Viscardo encontramos una visión particular
de la historia (de la de España y de la historia americana); un retrato de la
sociedad de su tiempo, un cuadro en el que la polarización se da
básicamente entre los peninsulares y un ancho bloque no europeo; y un conjunto de
principios estratégicos, con sus respectivas operaciones tácticas, a fin de capturar el poder.
Todo ello con el fin de cristalizar una idea de futuro, una sociedad distinta de la que imperaba
entonces. (Ruiz Zevallos 1999, 335)

En su famosa “Carta a los españoles americanos”, escrita en 1792 pero publicada recién en
1799, Viscardo plantea por primera vez en la historia de las colonias hispanoamericanas la urgencia
de la separación de la metrópoli española, sustentando la necesidad de que los criollos asumieran
el control del gobierno en nuestras tierras.
Debido a sus propias circunstancias, especialmente el ser un exiliado y no pertenecer a las
élites aristocráticas, Viscardo sí fue capaz de distanciarse de la Corona, y también porque desde
lejos y desde afuera es posible comprender mejor el juego de poder que se desarrolla en el mundo.
Es evidente el resentimiento (por lo demás común en todos los sectores del Perú de ese tiempo,
sean indios, negros o criollos) que lo embarga luego de su expulsión del país y por la muralla que
significaba para los criollos la burocracia colonial en sus propósitos de acceder a cargos importantes

2 Para conocer el pensamiento de Viscardo y Guzmán, véase Viscardo y Guzmán 1998.

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y de dirección. La libertad con que critica se explica también porque, si bien tenía algunas
propiedades en tierras, no era un noble. En otras palabras, pertenecía a lo que podemos llamar más
o menos clase media del Perú colonial de ese entonces. Tenía menos que perder en comparación
con el grupo de nobles criollos que en su mayoría conformaban la Real Sociedad de Amantes del
País, y de cuya revista Viscardo era un ferviente admirador.
Producto de sus meditaciones Viscardo escribiría su “Carta dirigida a los españoles
americanos”, que como señalé sería difundida a partir de 1799, es decir, un año después de su
muerte, gracias a la labor publicista del prócer venezolano Francisco de Miranda.3 En su “Carta”,
Viscardo daría a la pretensión criolla de un gobierno autónomo una base doctrinaria. Al igual que
otros ideólogos de la emancipación, él encuentra la justificación a su anhelo en la libertad que deben
tener los criollos o “españoles americanos” para ejercer un comercio exento de toda traba o
imposición, pues dice:

Desde que los hombres comenzaron a unirse en sociedad para su más grande bien,
nosotros somos los únicos a quienes el gobierno obliga a comprar lo que necesitamos a los
precios más altos y a vender nuestras producciones a los precios más bajos. Para que esta
violencia tuviese el suceso más completo, nos han cerrado, como en una ciudad sitiada,
todos los caminos por donde las otras naciones pudieran darnos a precios moderados y por
cambios equitativos, las cosas que nos son necesarias. Los impuestos del gobierno, las
gratificaciones al ministerio, la avaricia de los mercaderes, autorizados a ejercer de concierto
el más desenfrenado monopolio, caminando todos en la misma línea, y la necesidad
haciéndose sentir, el comprador no tiene elección. Y como para suplir nuestras necesidades,
esta tiranía mercantil podría forzarnos a usar de nuestra industria, el gobierno se encargó
de encadenarla.

Por otro lado, Viscardo iría mostrando con argumentos filosóficos, religiosos y éticos la
solidez y justicia de su posición. El resentimiento que embargaba al novicio jesuita es notorio cuando
se queja de la imposibilidad de acceder a los cargos de mayor prestigio:
Así, mientras en la corte, en los ejércitos, en los tribunales de la monarquía, se derraman las
riquezas y los honores a extranjeros de todas las naciones, nosotros solo somos declarados
indignos de ellos o incapaces de ocupar aun en nuestra propia patria unos empleos que en
rigor nos pertenecen exclusivamente. Así la gloria, que costó tantas penas a nuestros
padres, es para nosotros una herencia de ignominia y con nuestros tesoros inmensos no
hemos comprado sino miseria y esclavitud.

3Francisco de Miranda (Caracas 1750-San Fernando/Cádiz 1816), fue de los que primeros enunciaron la
necesidad de la separación de nuestros países de la Corona española. Además de intelectual fue un
político que supo de la aventura revolucionaria. Así, participó en la guerra de Independencia de los Estados
Unidos, también en la Revolución Francesa y, obviamente, en la de su propio país: Venezuela. En este
país fue gobernante de la Primera República de Venezuela en calidad de Dictador Plenipotenciario y Jefe
Supremo de los Estados de Venezuela.

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Para Viscardo el Nuevo Mundo era su patria, adelantándose en tres décadas al proyecto
bolivariano. Percibía a América como una realidad diferente y autónoma de España, por lo que no
encontraba otra solución más apropiada que el rompimiento definitivo con la metrópoli. Hombre de
su tiempo, influenciado por las ideas de igualdad y libertad justifica su proyecto separatista cuando
dice:

Nosotros solos deberíamos frecuentar los puertos de España, y ser los dueños de su
comercio, de sus riquezas y sus destinos. No se puede dudar que los españoles, testigos
de nuestra moderación, dejen de someterse tranquilamente a este nuevo orden. El sistema
de igualdad y nuestro ejemplo lo justifica maravillosamente...El mismo gobierno de España
os ha indicado ya esta resolución, considerándonos siempre como un pueblo distinto de los
europeos, y esta distinción os impone la más ignominiosa esclavitud. Consintamos por
nuestra parte a ser un pueblo diferente; renunciemos al ridículo sistema de unión y de
igualdad con nuestros amos y tiranos, renunciemos a su gobierno...

Con respecto a los indígenas se refería a ellos como los “pobres indios, nuestros compatriotas”, es
decir, éticamente rechazaba los abusos de los que eran objeto y los consideraba como parte de la
nacionalidad, pero políticamente no creía que pudieran formar parte de una élite dirigente. Javier de
Belaunde Ruiz de Somocurcio expresa bien la crítica de Viscardo frente a la situación indígena: “El
precursor peruano sostiene que la condición de los indios sería muy agradable si las leyes que lo
establecen tuvieran toda la eficacia para garantizarla” (Belaunde Ruiz de Somocurcio 2002,129). Es
muy relevante en el pensamiento de Viscardo su esfuerzo por hablar de un “nosotros”, peruano
primero, americano enseguida. Para ello necesitaba anclar su pensamiento en una realidad
específica, distinta a la europea.
Tanto en Viscardo como en otros pensadores (como Baquíjano por ejemplo) las
coordenadas de sus propuestas se desenvuelven entre dos polos: el poder colonial y las masas
indígenas. En los intersticios de ambos es que tratan de elaborar un pensamiento propio, aunque
con propuestas políticamente distinguibles. Paralela y autónomamente a las formulaciones de los
ideólogos criollos, especialmente de Viscardo que logró una visión más integral del Perú, se iba
formando dentro de las élites indígenas un proyecto político de separación de la Corona y de
construcción de un orden social distinto. Pero, como sabemos, el llamado del cacique Túpac Amaru,
no tuvo respuesta salvo el apoyo de Viscardo y la comprensión de Baquíjano. El grupo criollo se
hizo notar por su ausencia y, lo que es más, se atemorizó al ver el carácter vertiginoso que tomaba
la rebelión y su creciente apoyo masivo. Por último, la suplantación de la tesis del virrey criollo por
la del gobernador indígena independiente terminó por alejar definitivamente a la élite criolla.
Entonces quedó claro que las dos “repúblicas” (de indios y españoles) vivían de espaldas una de la
otra. Para fines del siglo XVIII las élites indígenas estaban derrotadas, sin poder afrontar con éxito

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una lucha de liberación de la Corona española; por su parte, la minoría criolla todavía guardaba
esperanzas de un cambio lento de la administración colonial en su provecho. El proyecto
revolucionario de Túpac Amaru había sido liquidado, el pensamiento radical se mantenía
postergado.
Hay aquí dos intentos por definir la nacionalidad, el de Túpac Amaru y el de Viscardo y
Guzmán. El primero sería derrotado por las fuerzas realistas, el segundo retomaría vida en plena
lucha independentista. En efecto, la formulación del doctrinario Viscardo se interrelacionaría con los
planteamientos iniciales de quienes integraron la revista Mercurio Peruano (1791-1795) de la Real
Sociedad Amantes del País. Viscardo y Guzmán representaría el primer momento de la Ilustración
criolla.

Expresiones de la Ilustración criolla


El proceso de formación de una conciencia autónoma por parte de los criollos fue sumamente
ambiguo y contradictorio. Estuvo cruzado por pasiones, intereses y proyectos diversos. Poder llegar
a un sentimiento propio, que distanciara a los criollos de sus padres, los conquistadores españoles,
significó un poderoso esfuerzo de independencia ya no solo en términos políticos, sociales y
colectivos, sino también −y quizás principalmente− sicológico, personal, íntimo. Ahora sabemos que
dicho proceso no solo fue ambiguo sino también incompleto. Las reformas borbónicas
constituyeron −como señala Pedro Guibovich− un contexto especial para la producción y comercio
de libros, lo que al mismo tiempo les trajo un problema: cómo controlar a las personas para que no
lean esos libros que muchas veces portaban contenidos subversivos ante los ojos de la Inquisición:
“Controlar su lectura constituyó un auténtico desafío. Las prácticas de control por el Santo Oficio
para evitar la difusión de la literatura prohibida se ejercieron sobre la circulación, el consumo y, en
menor proporción, la producción de libros” (Guibovich 2013, 61). Para ello hubo dos tipos de
controles. El primero, mediante inspecciones en los puntos de embarque y arribo de los libros:
Sevilla, después en Cádiz, Casa de la Contratación y la Inquisición. El segundo, ir a las tiendas de
libros o libreros y vigilar a los consumidores, inspeccionar las bibliotecas, sean privadas o
institucionales. La propia Inquisición realizaba supervisiones de la producción de textos auscultando
los talleres de imprenta que había en Lima. Ideológicamente, en el plano de las ideas, este ambiente
contradictorio de difusión de ideas renovadoras y de intentos de censura, es el que prepara el
proceso que concluirá en la independencia.
El recorrido por el que transcurrió el pensamiento criollo en ese lapso tan crucial de nuestra
historia como es el tiempo de la independencia de España no es lineal, por el contrario, se trata de
un derrotero abrupto, lleno de alzas y bajas. Las ideas y los sujetos que las encarnan presentan

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matices y hasta contradicciones, propios de un momento de cambios sustanciales en la vida social
y política. Desde Juan Pablo Viscardo y Guzmán hasta el fracaso del Congreso Anfictiónico de
Panamá auspiciado por Simón Bolívar, que significó la derrota en la pretensión de hacer confluir el
proceso de una conciencia propia con su correlato en la organización política y social, hay un largo
camino de incertidumbres.
Es fundamental mostrar las características del pensamiento criollo para poder entender
mejor el desarrollo de las ideas políticas en nuestro país. ¿Cuánto queda de él?, ¿en quiénes?,
¿cómo se reproduce? Estas son interrogantes que definen por sí solas un campo de reflexión mucho
más amplio. Mientras tanto, se puede abordar otra pregunta un poco más sencilla ¿quiénes eran
los criollos? Sabemos que el mismo término “criollo”, como cualquier otro concepto, implica una
evolución simultánea a los acontecimientos históricos que quiere designar. En un primer momento
se le usó para identificar a los hijos de los primeros españoles llegados al Nuevo Mundo, luego sirvió
para designar a los hijos de los “españoles americanos” a fines del siglo XVII. En el siglo XVIII va
adquiriendo cierta equivalencia a descontento y postergación de determinados cargos
administrativos a las élites nativas. Es preciso aclarar que entre los criollos existió una cierta
diferenciación: los que estaban más ligados a la burocracia colonial eran aquellos que se mostraban
más reacios a los procesos separatistas; por otro lado, existía lo que Pablo Macera ha denominado
“la izquierda criolla”, compuesta por los criollos que estaban profundamente influenciados por las
ideas liberales europeas.

El Mercurio Peruano
En el proceso de descomposición del poder español surgiría la primera expresión ideológica
colectiva de los criollos: la revista el Mercurio Peruano (1791-1794), grupo compuesto por los
intelectuales pertenecientes a la Real Sociedad de Amantes del País, como Hipólito Unanue, José
María Egaña, José Baquíjano y Carrillo, José Rossi y Rubí, Jacinto Calero y Moreira, los padres
Diego Cisneros, Gerónimo Calatayud, Francisco González Laguna y Toribio Rodríguez de
Mendoza, entre otros. Esta publicación es un ejemplo de lo que Carlos Altamirano denomina
“microsociedad” de intelectuales, es decir, un espacio de socialización, de intercambio de ideas y
de formación de opinión de un grupo selecto sobre los problemas sociales y políticos (Altamirano,
2007). Antes de ahondar en el análisis de la importancia y contenido del Mercurio quiero mencionar
cuatro aspectos que permitan guiarnos. En primer lugar, recordar lo que Luis Alberto Sánchez
denominó “patriotismo geográfico”. Es verdad, estos pensadores se impusieron de alguna manera
la necesidad de conocer el territorio y lo que se encontrara en él (población, riquezas naturales,
restos arqueológicos), de descubrir el paisaje, analizar el clima y su influencia, y otros aspectos. En

16
segundo lugar, para definir la nación en el presente era necesario proveerse de un pasado, de una
tradición, de una continuidad histórica, que es lo que los mercuristas encuentran en los Incas. De
esta manera, hay un intento explícito y consciente de unir la historia con el presente, un esfuerzo
por dotar de una continuidad temporal a lo que ellos entendían constituían la vida colectiva. En tercer
lugar, obviamente, las reflexiones de estos intelectuales no pueden desgajarse de su procedencia
social. Son miembros de las élites, con apellidos de prosapia, criollos con anclajes familiares en
España. Por esta razón su “Idea general del Perú”, como se denominó el primer editorial del
Mercurio, es la de los criollos privilegiados, que solo discursivamente albergaban a otros sectores
sociales y culturales, pero que políticamente se sentían como los únicos legitimados para ejercer el
poder. No obstante, sus planteamientos constituyeron un antecedente para ir definiendo a la nación
peruana, no solo desde el Estado, sino también, y sobre todo, desde las élites privilegiadas. Al
mismo tiempo echó las semillas para un conflicto que aún no se resuelve: ¿integrar es también
compartir el poder? En cuarto lugar, a pesar de sus preferencias ideológicas, se manifestaron en
contra de la Revolución francesa porque sus líderes “llevaban por
estandarte la guillotina en lugar de la cruz”. Se movían, ideológicamente
hablando, entre el catolicismo y el fidelismo criollo, lo que no obstó para
que iniciaran una profunda renovación sobre la forma de mirar el
territorio, sus habitantes y su historia desde diversas disciplinas en auge
en ese tiempo (Mujica Pinilla 2013, 267).
El Mercurio fue básicamente la expresión ilustrada de los
ideólogos limeños influidos por las ideas de la Filosofía Moderna de boga
en Europa y por el contacto con los sabios llegados a América (Humboldt,
Ulloa) que los incita a conocer el medio geográfico en el que viven y que aún ignoran o conocen
mal. Las ideas modernas fueron traídas por el fraile jerónimo Diego Cisneros quien, en su propia
casa ubicada en la Calle del Pozuelo de Santo Domingo, puso a disposición su gran biblioteca para
aquellos que quisieran hacer uso de sus libros; doctores, maestros y estudiantes universitarios la
frecuentaban, sobre todo para consultar aquellos títulos prohibidos, pero que el padre Cisneros
podía tener gracias a una orden real ad hoc. De dichos usuarios nacería la idea de constituir la Real
Sociedad de Amantes del País. El jeronomita Cisneros cumplió un papel definitivamente importante
en la difusión de las ideas de avanzada de su tiempo.
Los mercuristas tienen clara consciencia que su primer deber es conocer el Perú desde
diversos aspectos: geografía, población, comercio, industria, minería, navegación, pesca e historia
natural. Por ello publicarían monografías sobre las distintas regiones del Perú señalando sus
riquezas principales y presentando recomendaciones para intensificar su comercio (Baquíjano sobre

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Potosí, por ejemplo) o explorando tierras desconocidas, como lo hicieron los padres Sobreviela y
Girbal en la selva peruana. La palabra que usan es descubrimiento, como una vía para consolidar
la identidad, pero una identidad específica, la criolla, pretendida representación de la nacional.
Otro aspecto fundamental es el estudio en que Hipólito Unanue, analizando el clima de Lima
rechaza la tesis de que los europeos pertenecen a una raza superior para abogar por la igualdad
de todos los hombres. Este es un hito muy importante de elaboración de una conciencia autónoma
de los centros políticos dominantes. Al respecto, Juan Abugattas, resumiendo la obra de Antonello
Gerbi (Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo) señala el impacto que produjo entre los intelectuales
americanos las tesis anti-americanistas de la época:
Fundamentalmente, las tesis pueden ser clasificadas en dos grupos: para unos, como
Buffon, la América, por ser un continente ‘joven’, no ha desarrollado ni una fauna, ni una
flora ni una clase de seres humanos comparables con los del `viejo mundo'. De modo que
los americanos no solamente son más débiles, sino que mentalmente están a la altura de
los niños de Europa y, podría agregarse, necesitados como ellos de tutores; para otros,
como el inefable de Pauw, la América, debido a su clima, tiene un efecto degradante y
degenerante en hombres, animales y plantas. De Pauw no solamente niega que sea verdad
todo lo bueno que sobre la América se ha dicho, incluido lo que cuenta Garcilaso, sino que
llega a afirmar que aquí los animales pierden la cola, que los pájaros no cantan, que los
órganos genitales del camello no funcionan y que los peruanos son como camellos. Dice del
Cuzco que era ‘un hacinamiento de chocitas, sin ventanas, y que las gentes del Marañón
tienen la cabeza cúbica’. (Abugattas 1987, 55)

Nuestros pensadores conciben al Perú como pieza del sistema económico occidental y proponen
un conjunto de principios o alaban aquellas medidas que tienden a consolidar esta situación aunque
el papel que le toca desempeñar al Perú sea el de exportador del producto natural e importador de
la mercadería manufacturada (López Soria 1972, 112). Como señalé recordando a Sánchez, el
aspecto natural sirvió de germen para el nacimiento del “patriotismo geográfico”. Esto vuelve
explicable por qué el primer número de la revista se inicie presentando su “Idea general del Perú”,
en donde señalan:
El principal objeto de este Papel Periódico, según el anuncio, que se anticipó en su
Prospecto, es hacer conocido el País que habitamos, este País contra el qual los autores
extrangeros han publicado tantos paralogismos.

Los intelectuales que conformaron el Mercurio constituían un grupo compacto, sólido,


afectivamente unido e ideológicamente coincidente. Es por ello que tratan conjuntamente de
reconceptualizar su manera de conocer el país. Dentro de este esfuerzo por crear un episteme
original pueden llegar a elaborar una idea no solo del país, sino también del hombre. Siguiendo a
José Ignacio López Soria:

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Naturalismo, utilitarismo y cristianismo se entremezclan, pues, en la concepción que del
hombre tienen los Amantes del País. La originalidad de la ideología está no solo en la
interpretación de la humanidad y de la felicidad a la luz de ciertas vigencias cristianas sino
también en la manera cómo esta interpretación gravita sobre la totalidad de las virtudes y
defectos del hombre. Podríamos, en consecuencia, hablar de un burguesismo cristiano o de
un cristianismo aburguesado (quitando la connotación peyorativa que hoy damos a la unión
de estos dos términos) para condensar en dos palabras el fundamento ideológico en el que
los principios sobre el hombre adquieren racionalidad, coherencia y consistencia. (López
Soria 1972, 106)

A pesar del esfuerzo de los mercuristas por concebir una idea del Perú integradora, amplia,
el proyecto que elaboraron era el de los criollos solamente, pues a pesar de algunas referencias
sobre los incas por parte de Unanue, la población andina no era una preocupación central para
ellos. Aurelio Miro Quesada acierta al resumir el proyecto del Mercurio:

Los hombres del Mercurio Peruano no tienen verdadera sensibilidad para lo indígena, ni
recogen el movimiento de reivindicación que diez años antes había producido la grande y
trágica rebelión de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru, y esto es explicable; no
solamente porque su publicación se hacía en Lima, con apoyo y al mismo tiempo vigilancia
oficial, sino porque su posición era distinta y tenían una manera diferente de enfocar el Perú.
Su concepto del Perú era fundamentalmente el de los criollos, y en todo caso también el de
los mestizos, dentro de su deseo de conseguir una integración general del Perú; pero no
hubieran sido sinceros consigo mismos si al criticar o juzgar los hechos hubieran renegado
de los valores de España misma, o si hubieran hablado de la restauración de una cultura y
de un mundo aborígenes que ellos sabían bien que no eran suyos. (Miro Quesada 1971, 41)

Si bien es verdad que los mercuristas no podían identificarse con las banderas indígenas
que habían remecido los Andes una década antes, también es cierto que eran personajes
considerados por la Corona como sospechosos, y no solo por su interés científico, sino porque
algunos de ellos ya habían establecido ciertas distancias del gobierno virreinal. Rodríguez de
Mendoza, por ejemplo, desde su puesto de rector del Convictorio de San Carlos, pugnaba por una
reforma educativa en donde se permita la enseñanza de las nuevas ideas de la Ilustración. Pero el
intelectual de este grupo que fue más lejos hasta ese momento al hacer una crítica al orden colonial
fue José Baquíjano y Carrillo.

José Baquíjano y Carrillo: el censor fidelista


José Baquíjano y Carrillo de Córdoba (Lima 1751-Sevilla 1818), III conde de Vistaflorida, fue hijo del
matrimonio entre Juan Bautista de Baquíjano, I Conde de Vistaflorida, y María Ignacia Carrillo de
Córdoba y Garcés de Mansilla, descendiente de conquistadores españoles. Baquíjano fue una
figura destacada del ambiente aristocrático del Perú del siglo XVIII. En él se resumen las
indecisiones y los vaivenes de la minoría criolla, pues frecuentemente mencionado como “precursor”

19
(término confuso por lo demás) de la independencia, atraviesa personalmente los momentos de
transición por los que pasan las tierras americanas en esos tumultuosos años. Realizó sus estudios
de latinidad en el Real Colegio de San Martín y luego ingresó al Seminario de Santo Toribio; siempre
destacó por sus dotes intelectuales. Fue bachiller en Cánones, y doctor en Leyes y Cánones en la
Universidad de San Marcos a los trece años. En 1769 ingresó a la Real Audiencia y fue secretario
del obispo del Cusco, Agustín de Gorrichátegui. Aunque de familia ilustre, Baquíjano tenía cierta
fama de conducta alegre y de afición por los juegos de azar; era, pues, un miembro de
establishment, pero uno un poco frívolo. Hacia fines del siglo XVIII, como profesor, impulsó en la
Universidad un movimiento modernizador de la enseñanza en la que prevalecía el enciclopedismo
y el derecho a la libertad de prensa. Baquíjano era, por sobre todas las cosas, un hombre de ideas,
su vasta biblioteca,4 de las más voluminosas y distinguidas del virreinato, así lo demuestra; parte de
ella la donó al efervescente Convictorio de San Carlos.
El texto más célebre de Baquíjano y Carrillo es el “Elogio al virrey
Jáuregui”. Como señala Pedro Guibovich:

En 1781, el claustro encargó a uno de sus profesores, José Baquíjano


y Carrillo, el discurso en honor del nuevo virrey Agustín de Jáuregui y
Aldecoa. El Elogio era un texto encomiástico en el cual su autor
exaltaba, en una prosa barroca, el origen social, y las dotes militares y
políticas del flamante gobernante, al tiempo que le auguraba un buen
desempeño al frente del virreinato. El texto de Baquíjano es bastante
extenso y complejo, y su lectura en la Universidad muy probablemente fue larga y
extenuante. (Guibovich 2013, 67)

Pero también en su “Elogio” Baquíjano expresa una profunda crítica a la administración colonial:

La sangrienta política aconseja que el ultraje ha de tener término, pero no su castigo; que el
perdón autoriza la ofensa, que es flaqueza ceder a la piedad. Se complace viendo al indio
abatido luchar con los horrores de su suerte, e implorar el cuchillo por fin de sus tormentos.
Pero V.E. desprecia esos partidos. Prudente considera que la vida del ciudadano es siempre
preciosa y respetable: que destruir a los hombres no es ganancia...que las pérdidas igualan
y equilibran vencedor y vencido; que las armas que solo rinde el miedo en secreto se afilan,
brillan y esclarecen en la ocasión primera que promete ventajas...Generoso Borbón, no
imputáis al reino un culpa que abomina, detesta y quisiera abismar a costa de su sangre...El
fiel americano te ama, venera y respeta.

4 En el virreinato hubo bibliotecas importantes, tanto personales como institucionales. Las de Pedro de
Peralta Barnuevo y Javier de Luna Pizarro se suman a las de Baquíjano, Cosme Bueno, Miguel Núñez y
Rojas, Gaspar de la Fuente, entre las particulares; y las bibliotecas conventuales, como la de los jesuitas,
la del Oratorio de San Felipe Neri, la del Convento Máximo de San Pablo, entre las institucionales. (Macera
1971) Véase Macera, 1962. También Lohmann Villena, 1971.

20
Baquíjano deslizaba su crítica detrás de un lenguaje conciliador y con un tono de
reconvención. Hábil táctica, puesto que se diferenciaba de las injusticias de la Corona pero jurando
al mismo tiempo fidelidad al rey. Precisamente para que las autoridades sintieran que los
enjuiciamientos provenían de uno de los suyos y evitar el enfrentamiento directo.

...cada siglo tiene sus quimeras y sus ilusiones, desdeñadas por la posteridad, disipadas por
el tiempo y que esta luz brillante ha convencido que mejorar al hombre contra su voluntad
ha sido siempre el engañoso pretexto de la tiranía; que el pueblo es un resorte, que forzado
más de lo que sufre su elasticidad, revienta destrozando la mano imprudente que lo oprime
y sujeta.

Nunca antes se había enjuiciado así a la administración colonial. Por su dureza y realismo,
el “Elogio” sería el blanco de los más duros ataques por parte de los funcionarios españoles como
el Visitador Areche o el Ministro de Indias José de Gálvez. Por ese motivo, las ediciones del discurso
de Baquíjano fueron censuradas.
Recordemos que el “Elogio” fue pronunciado en el mes de agosto de 1781, tres meses
escasos después de la derrota y ajusticiamiento de Túpac Amaru, ocurrido el 18 de mayo del mismo
año. La conmoción vivida por la sublevación indígena era parte del ambiente en que Baquíjano
pronunciaba su discurso. Su propuesta entonces es la conveniencia de iniciar reformas tendientes
a amortiguar los conflictos, aun cuando para ello hubiera que reconocer ciertos derechos a la masa
indígena. Prefería cambios políticos antes que una guerra social. Desde esta perspectiva es
importante anotar la sensibilidad que muestra ante los reclamos de los indígenas y su esfuerzo por
adecuar las ideas liberales de Europa a una realidad distinta como la peruana, atravesada por
importantes diferencias no solo sociales sino también culturales. Pero aun así, Baquíjano seguía
siendo un noble criollo, representante de una etapa germinal de un pensamiento propio. Por ello es
que en su programa político no podrá incorporar al componente indígena en igualdad de condiciones
que su grupo social privilegiado.
Algunos años después intentaría una reforma en San Marcos, que se frustró por la rivalidad
que ya tenía con las autoridades coloniales. En 1790 conforma la Real Sociedad Amantes del País,
del cual fue presidente por tres años, y miembro del Mercurio Peruano. Luego viaja a España por
segunda vez en busca de su nombramiento como Oidor de Lima, puesto que le otorgarían en 1807.
En sus años finales todo espíritu de reformas y cambio estaba aniquilado en él. Fue nombrado
consejero de Estado en España y, junto con Unanue, Calatayud y otros, conforma el grupo fidelista
en momentos de la crisis política que atravesaba Lima, oponiéndose a las conspiraciones que
soterradamente preparaban Riva Agüero y el Conde de la Vega del Ren.5 A pesar de ello, Baquíjano

5 Don José Matías Vásquez de Acuña, sexto Conde de la del Ren, fue uno de los más importantes

21
y Carrillo, seguía en la mira de las autoridades coloniales pues se sospechaba que junto con Manuel
Pérez de Tudela y otros tenían planeado formar un partido contestatario al gobierno. Las
autoridades peninsulares lo observarían con cierto recelo, no obstante que él siempre había
mostrado una actitud complaciente con la Corona y declarado públicamente su rechazo a la
separación. Esto nos permite comprender que él quisiera marcar distancia con los más radicales.
En el año 1811 fue nombrado vocal del Supremo Consejo de Estado “que gobernaría España
durante el cautiverio de Fernando VII”. El entusiasmo público fue general. “Con este cargo el notable
criollo tenía la posibilidad de salvar con sus conocimientos a la ‘península oprimida, y asegurar en
el goce de sus derechos a todo el continente americano´” (Mujica Pinilla 2013, 283-284). En 1814,
juró como consejero viviendo en Madrid, en donde los americanos liberales veían con desconfianza
y temor las tendencias absolutistas que ya se manifestaban en Fernando VII. Cuando este arremetió
contra los liberales Baquíjano sería confinado en Sevilla. En 1818, aunque caído en desgracia,
reitera su fidelidad al rey, muriendo en dicha ciudad.
En las etapas personales de Baquíjano y Carrillo −quien osciló entre el apoyo a los aspectos
reformistas de la rebelión de 1780 y la fidelidad a la Corona, pasando por una tercera posición, la
de una independencia por etapas, “eventual” como afirma Macera −es decir, manteniendo lazos con
España pero con un virrey criollo− encontramos, pues, una ambigüedad característica de su grupo:
por un lado, quiere despojarse de la traba que le significaba el poder imperial, pero al mismo tiempo
sintiendo que pertenecía fundamentalmente a España, a su legado histórico y cultural.

***

conspiradores de su tiempo, denominado por César Pacheco Vélez como el primer patriota. Tuvo
participación activa en la lucha por la Independencia, y era en su propia casa en donde se fraguaban
conspiraciones, especialmente desde 1810, cuando, siendo Alcalde de Lima, el gobierno desestimó su
pedido de que se realizara un Cabildo abierto para atender a los revolucionarios altoperuanos. Desde ese
momento, Del Ren optaría decididamente actuar en contra del poder. El virrey Abascal ya lo tenía en su
mira y le llamó la atención por lo menos en dos oportunidades, cuando en 1812 y en 1814 participó en
sendas conspiraciones; en 1819 conspiraría al lado de Riva Agüero. Dentro del “elenco patriotas que
incansablemente trabajan para lograr la Independencia política del viejo virreinato peruano, durante los
gobiernos de Abascal y Pezuela, figura el aristócrata limeño don José Matías Vásquez de Acuña, sexto
Conde de la Vega del Ren”. (Pacheco Vélez 1954, 355)
Con respecto a las conspiraciones, en esos años proliferan sociedades secretas con afanes
subversivos, en las que no solo se hablaba de política sino que también se leían las nuevas ideas presentes
en libros censurados. La reacción del gobierno fue seguirlos y tenerlos bajo su atenta mirada, aunque no
llegó a los niveles de sofisticación de Joseph d‘Hemery, inspector de la policía parisiense del siglo XVIII,
quien siguió meticulosamente, registrando sus hallazgos, a los intelectuales de la Ilustración francesa,
conformando un archivo valiosísimo para entender sus discusiones literarias y filosóficas. Véase Darnton,
1994.

22
Tanto Viscardo y Guzmán como Baquíjano y Carrillo son expresiones tempranas del descontento
criollo, y así lo manifestaron, pero desde espacios y situaciones distintas y hasta opuestas. El
primero despojado, exiliado, desde lejos de su país, y el segundo, por el contrario, desde el
núcleo mismo de los privilegios. A pesar de estas divergencias de ubicación social, espacial y en
cuanto sujetos de ideas propiamente, ambos constituyen dos momentos iniciales de la
sustentación de la separación ideológica e intelectual del Perú de la Corona.

23
2
LAS CORTES DE CÁDIZ Y EL OPTIMISMO REFORMISTA

Como ya hemos reseñado, España, a lo largo del siglo XVIII, se encontraba en desventaja dentro
del panorama europeo, lo que puso en cuestión su poder imperial. Tiene que afrontar el empuje
constante de Holanda e Inglaterra, que le disputaban la supremacía en Europa y que intentaban
arrebatarle su dominio ejercido sobre las colonias americanas. A inicios de ese siglo, la Corona
española —bajo la dinastía Borbón que había reemplazado a los Habsburgo de Austria— trata de
subsanar sus desventajas modernizando tibiamente su economía y aceptando algunas de las ideas
liberales. Se implanta el Despotismo Ilustrado encarnado en la figura de Carlos III. Buscando
prevenir que las fuerzas centrífugas existentes en el virreinato tuvieran éxito dicta una serie de
dispositivos buscando robustecer la influencia directa de la Corona: ataca el fortalecimiento de
poderes regionales que pudieran constituirse en grupos contrarios a sus intereses, elimina
corregidores, repartimientos, expulsa a los jesuitas (1767) que habían logrado un peligroso poder
económico y desplaza a los criollos de puestos importantes. Por el contrario, envía a Regentes,
Visitadores y establece las Intendencias. Por otro lado, dentro de este esquema, fragmenta el
virreinato del Perú creando, en 1736, el de Nueva Granada y, luego, en 1776, el de Río de la Plata,
que significó un duro golpe para la aristocracia criolla limeña que tenía la base de su prosperidad
en el comercio. En adelante este se realizaría por el sector atlántico fortaleciendo al grupo criollo
rioplatense.
El intento imperial por parte de España por asegurar su dominio sobre las colonias
americanas quedó frustrado por las luchas que sostuvo primero contra Inglaterra en Trafalgar en
1805, teniendo como aliada a Francia, y luego contra la invasión francesa durante los años de 1808-
1814. Así, España, preocupada por enfrentar a sus enemigos europeos dejó en cierto grado de
abandono sus posiciones ultramarinas, creando un vacío político muy grande que sería
aprovechado por los criollos americanos. Pero al lado de estos hechos internacionales, el
virreinato del Perú se vio sacudido por otro levantamiento en el Cusco, en el año 1805, siendo
entonces virrey el marqués de Avilés. Como afirma Víctor Peralta Ruiz, el mayor remezón no fue la
esperada incursión inglesa sino la conspiración encabezada por el teniente asesor Manuel Ubalde,

24
el mineralogista Gabriel Aguilar y el abogado protector de naturales Marcos Dongo (Peralta Ruiz
2013, 44). Su objetivo era coronar como Inca Aguilar. Fueron rápidamente derrotados y Aguilar y
Ubalde fueron condenados a la horca; el resto de partícipes y seguidores fue desterrado. Quien
defendió a Ubalde en el juicio que se les siguió fue Manuel Pérez de Tudela en tanto abogado de la
Audiencia. Hombre de ideas liberales, representa otra figura de intelectual en los finales del
virreinato y albores de la República, sobre el que volveremos después. Por esta razón, las
autoridades virreinales lo identificarían como defensor de conspiradores.
La invasión napoleónica constituye un hecho fundamental de la historia española, que
también repercutió decisivamente en los acontecimientos posteriores que concluirían en la ruptura
con la metrópoli española por parte de las colonias americanas.
El proyecto expansionista francés, que bajo el gobierno de Napoleón se propuso unificar
políticamente a Europa, se inició con la invasión a España en 1808. Napoleón destituyó a Fernando
VII (sucesor de Carlos IV), lo confinó en Valencay e impuso a José Bonaparte (“Pepe Botella”). La
reacción de los españoles fue múltiple y estuvo ligada a la posición económica y determinada por
el contenido ideológico de los distintos grupos que enfrentaron la invasión. Así es que hubo aquellos
quienes se entusiasmaron con el ingreso francés, como los conservadores, los colaboracionistas,
también llamados “afrancesados”, y los reformadores, aunque es posible encontrar entre ellos
diferencias y matices; hubo otros que se opusieron activamente al invasor viendo en Napoleón al
traidor de las ideas de la revolución de julio, estos eran conocidos como los revolucionarios. Con
ellos convergían los tradicionalistas que veían a Napoleón como un ser pernicioso y diabólico.
Paradójicamente, ambos, tradicionalistas y revolucionarios, ubicados en las antípodas de la
sociedad española, coincidieron en reclamar la restitución del rey depuesto: Fernando VII pasó a
ser “el Deseado”. Pero si bien estas fueron las reacciones ideológicas a la invasión, sobre quien
recayó toda la dureza de la resistencia fue en el pueblo español en una lucha enorme y llena de
sacrificios, el mismo que, cuando volvieron las autoridades depuestas, se vio traicionado. Algo
similar ocurriría después en el Perú.
En plena invasión se constituye en Sevilla una Junta Central que gobernaría,
supuestamente, a nombre del rey. Pero las tropas francesas avanzaban por todo el territorio español
haciéndose la autoridad de la Junta cada vez más precaria. Por esta razón se vio obligada a huir a
Cádiz, única porción del territorio hispano que se mantenía libre. Ahí se convocaron a elecciones
con el propósito de asegurar la lealtad de la Corona estableciéndose las llamadas Juntas
Provinciales.
Las elecciones para elegir a los representantes no solo de España, sino también de las
colonias americanas ante las Cortes no podían tener un carácter general y libre debido a la situación

25
política, por ello se opta por elegir a los llamados “diputados suplentes”. Se realizan las elecciones
pero en forma indirecta y restringida, en donde los diputados suplentes, o transitorios, americanos
fueron nobles elegidos en la propia España. Estos estarían supuestamente en funciones solo hasta
que los invasores hubieran sido expulsados y existieran las condiciones para cumplir con unas
elecciones libres, directas y universales. En 1812 se aprueba la Constitución española de signo
liberal. Ahí se establecen los Ayuntamientos, la libertad de prensa, marca distancia contra la
influencia de la religión católica, elimina la Inquisición y, especialmente, en el artículo primero afirma
que la nación española estaba conformada por “la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios”.
La representación peruana fue mayor a la de los otros “dos virreinatos sudamericanos y
capitanías generales”, en total, 36 diputados, aunque la forma de contabilizarlos ha generado
discusión (Rizo Patrón 2014, 53). De ellos, 21 pudieron asistir a las reuniones de las Cortes (Rizo
Patrón 2014, 63).
En la representación peruana destacó el limeño Vicente Morales Duárez, de posición
moderada y quien por su brillante desempeño llegó al cargo de Presidente de
las Cortes, puesto en el que moriría en 1812.

Vicente Morales Duárez y la transición del pensamiento criollo


Vicente Morales Duárez (Lima 1755-Cádiz 1812), estudió en el Seminario de
Santo Toribio y en el Convictorio de San Carlos donde también fue docente en
los tiempos de Toribio Rodríguez de Mendoza. En la Universidad San Marcos también fue
catedrático e, incluso, “rector accidental de este centro de estudios”. Se incorporó a la Sociedad de
Amantes del País y colaboró con artículos en el Mercurio Peruano, en donde entabló profunda
amistad con Baquíjano, y fue asesor de la Renta de Tabacos y de la Subinspección General de la
Marina. Tuvo además otros cargos: diputado del Colegio de Abogados, asesor del virrey Gil de
Taboada y Lemos. Se dirigió a España el 13 de enero de 1810 “con poderes que le otorgaron tanto
la Universidad San Marcos como el Cabildo de Lima” y llegó a Cádiz el 7 de agosto. El 20 de
setiembre de 1810 sería nombrado diputado suplente a las Cortes de Cádiz. “Se atribuye a Morales
Duárez haber redactado los once propósitos que fueron presentados ante las Cortes por los
diputados americanos, el 16 de diciembre de 1810, que ha sido considerado el programa básico de
la elite americana ante las Cortes” (O´Phelan Godoy 2014, 93). Además, integró la comisión que
redactaría la Constitución de 1812. El 24 de noviembre de 1811 sería electo como vicepresidente;
el 24 de marzo de 1812 fue designado para ejercer la presidencia de las Cortes, el cargo más alto

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dentro de las mismas, pero desafortunadamente no pudo asumir dicho puesto honorífico porque,
víctima de una epidemia, falleció el 2 de abril del mismo año.
Como precisa Scarlett O´Phelan: “Morales Duárez destacó en las Cortes al demostrar, a
partir de textos legales españoles, que los territorios americanos incorporados a la Corona de
Castilla, tenían los mismos derechos que los territorios peninsulares. Apoyó la abolición del tributo
y el otorgamiento de la ciudadanía a los indígenas” (O´Phelan Godoy, 2014, 94). El conocimiento
de Morales Duárez de la situación de abuso que sufrían los indígenas −que relevaba su calidad de
nativos de América− le dio prestigio ante los peninsulares, pero a contramano de su comprensión
frente a ellos, se opuso al otorgamiento de ciudadanía a pardos o mulatos. Complementariamente,
reclamaba mejores puestos para los criollos.
El otro diputado suplente destacado fue Dionisio Uchu Inca Yupanqui, la otra cara de la
moneda en cuanto a su trayectoria vital con relación a Morales Duárez. O´Phelan destaca muy bien
sus diferencias:
El primero, a pesar de remontar sus orígenes a la nobleza Inca, llevaba viviendo en la
península más de cuarenta años, habiendo arribado a España, ‘a tierna edad’,
cuando tenía alrededor de siete años. Por lo visto no había tenido oportunidad
de regresar al Perú en todo este tiempo y se había educado y formado en la
metrópoli. El segundo, por el contrario, a pesar de sus orígenes criollos, acababa
de llegar a España, por primera vez, trayendo consigo toda la experiencia de
haber estudiado, enseñado y ejercido como abogado en Lima. Había vivido,
además, el impacto político de la rebelión de Túpac Amaru, la implementación
del sistema de Intendencia y su alcance regional, la formación de las primeras
juntas de gobierno en los Andes y la implacable postura realista adoptada por el
virrey Abascal frente a los focos subversivos que iban surgiendo en
Hispanoamérica”. (O´Phelan Godoy, 2014, 84-85)

La experiencia de las Cortes de Cádiz es rica para entender el humor de los criollos de
aquella época, cuando pugnaban por lograr mayores reivindicaciones reclamando un trato igual al
de los españoles, y que se puede resumir en una sola palabra: reformas. Esto se puede apreciar
claramente en un documento elaborado por la representación americana que suscitó gran debate,
y es la famosa “Propuesta de los diputados americanos”, presentada el 16 de diciembre de 1810.
En dicho documento sintetizan sin ambigüedades el sentir de los criollos de aquella hora.
La “Propuesta” tiene dos puntos básicos sobre los que se sustenta: a) el reclamo del libre
comercio y b) el pedido por acceder a mayores cargos administrativos en igualdad de condiciones
con los peninsulares.
Los diputados reclaman que América debería tener libertad de comercializar sus propios
productos, sea con España, entre las Américas, con las posesiones asiáticas o con las islas Filipinas
“quedando abolido cualquier privilegio exclusivo que se oponga a esta libertad” (Puntos 3, 4 y 5).

27
Pero previo y complementario a esto estaría la libertad de cultivar y explotar las riquezas (azogue,
frutos) por los propios “naturales y habitantes de América” a la vez que impulsar “la industria
manufacturera y las artes en toda su extensión” (Puntos 2 y 7).
Por otro lado, con respecto a la ocupación de los altos cargos, en el Punto 8 dicen a la letra:
“Los Americanos así Españoles como Indios, y los hijos de ambas clases, tienen igual opción que
los Estados Europeos para toda clase de empleos y destinos, así en la Corte, como en cualquier
lugar de la Monarquía, sean de la carrera eclesiástica, política o militar”. Sin embargo, este reclamo
no alcanzaba la reivindicación de las llamadas “clases pardas” por iniciativa de Morales Duárez,
quien además alertaba por “los graves inconvenientes que una igualdad de esta naturaleza tendría,
señaladamente en el Perú”. Es claro que las ideas de la Filosofía Moderna llegaban de manera
mediatizada a muchos de los intelectuales criollos, quienes se hallaban ante la contradicción de
elegir entre sus ideas liberales y los privilegios adquiridos.
Sobre lo dicho también es ilustrativa la declaración de otro diputado ante las Cortes cuando
se debatía el problema de la esclavitud, pues decía que estaba de acuerdo con su supresión “como
amante de la humanidad; pero como amante del orden político, lo repruebo”. Es decir, el orden y la
jerarquía por encima de la justicia social; el pragmatismo y realismo político pesaban más que la
filosofía y los ideales.
Con relación a cómo abordaban el problema del desprecio y explotación del indio, los
diputados −peruanos en especial− elevaban su voz en contra de la visión obsoleta que los
consideraba como seres naturalmente inferiores, reivindicando su igualdad como hombres,
rescatando su sabiduría y su cultura milenaria y que ahora, como expresaría uno de sus más
tenaces defensores, Dionisio Inca Yupanqui, la Metrópoli debería “estrecharlos amorosamente en
el seno de la familia europea”. Es decir, se les reconocía en su pasado monumental, pero en
adelante su integración a la nacionalidad debería darse dentro de la cultura occidental. Resulta
interesante resaltar que esta visión sobre el indio −creativo y vital en el pasado, pero necesitados
de protección en el presente, casi sin racionalidad− se reproduciría posteriormente en diversos
intelectuales, desde José de la Riva Agüero y Osma hasta Mario Vargas Llosa.
Obviamente, esta posición sustentada por los diputados peruanos superaba el
segregacionismo de los criollos, más aún cuando reclamaban para los indígenas, en el citado Punto
8, igualdad de oportunidades en la ocupación de cargos. Pero, a pesar de este avance, el proyecto
de los diputados seguía siendo el de los criollos, aunque con mayor propósito de integración.
La situación política y los discursos ideológicos reseñados repercutirían profundamente en
tierras americanas.

28
A imitación de lo que sucedía en España con la creación de las Juntas Provinciales, en
América también se instalaron Juntas en Buenos Aires, Cartagena, Bogotá, Santiago de Chile y
Caracas. Es decir, en las ciudades más importantes del Nuevo Mundo a excepción de Lima, en
donde el férreo control político del virrey Abascal obligó a jurar fidelidad y obediencia a un poder
prácticamente inexistente. Estas Juntas se crearon para defenderse de la agresión napoleónica y
se organizaron sobre la base de los cabildos abiertos, en donde paulatinamente fueron saliendo a
la superficie las principales reivindicaciones de los criollos y, lo más importante, los ejercitó en el
autogobierno sin participación de la Corona. Esto se vio reforzado con la promulgación de la
Constitución de Cádiz que sancionaba una cierta igualdad de derechos.
En el Perú el grupo criollo presentaba una cierta dualidad, no de modo tajante pero sí
evidente. Por un lado, los criollos de provincias sufrieron las consecuencias del reforzamiento del
Estado colonial y la marginación a que eran sometidos por los criollos urbanos en su deseo de llegar
a cargos más altos. Por otro lado, las élites urbanas que, al amparo del comercio, único sector de
la economía que no había entrado en crisis, habían ingresado a la nobleza y cargos administrativos,
obteniendo con ellos prestigio social y poder político, lo que

...fue creando una aristocracia criolla que asociaba en forma indistinta y combinada a
terratenientes, comerciantes y nobles que, a despecho de las indicaciones metropolitanas,
fue fusionándose con la administración colonial al punto que a fines del siglo XVIII habían
adquirido tal importancia que eran un riesgo para la Corona. (Cotler 1978, 63)

Por eso es que la metrópoli combatió especialmente a este grupo. Pero a su vez es distinto
hablar de los criollos de Lima que de los criollos de las otras ciudades, pues

...la aristocracia criolla, sobre todo después de Túpac Amaru, percibía su existencia en
función de la continuidad del andamiaje español. De allí que durante todo el lapso de las
guerras napoleónicas, en el que se debilitaba la presencia española, esta aristocracia
procuró recuperar las posiciones perdidas con las reformas borbónicas. A lo sumo, las
reformas que estos criollos limeños exigían a la metrópoli no eran sino las que les
aseguraban su continuidad. (Cotler 1978, 52)

En tal sentido, el coloniaje era una sombra protectora de la cual no querían desprenderse,
por ello, la situación española les hizo concebir cierto optimismo, porque veían que sus
reivindicaciones podían ser asumidas en un tiempo de debilidad de la Corona. El soplo liberal hacía
abrigar esperanzas a la aristocracia criolla de recuperar privilegios arrebatados desde el ingreso de
los Borbones. Es por eso que se presentan proyectos para “mejorar” la administración colonial
dando mayor participación a la aristocracia criolla estableciendo una relativa igualdad, corrigiendo
defectos de la mala administración y sacando a los funcionarios corruptos. Vendría una etapa de
progreso, optimismo y armonía. Los criollos no desecharon ningún resquicio para

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plantear sus reclamos. Así, criollos como Mariano Alejo Alvarez con su “Discurso
sobre la preferencia que deben tener los americanos en los empleos de América”6 de
1811 (que fue censurado por el fidelísimo Abascal, pero que circuló clandestinamente
hasta que fue publicado en 1820) reclamaban el derecho de las élites americanas de
particip
ar con un mayor grado en el control administrativo. Como ya se ha dicho, los ideólogos conciben un
nuevo commonwelth. En un contexto así era difícil que un discurso tan radical desde los criollos
como el de Viscardo tuviera posibilidades de extenderse.

La explosión de la palabra escrita: los periódicos doctrinarios


La inédita experiencia de las Cortes de Cádiz repercutió en Lima, inevitablemente. Una de las
consecuencias de la declaración de la libertad de imprenta de 1811 y de la Constitución de 1812
fue la explosión del número de periódicos que circularon por esos tiempos (Martínez Riaza 1985),
cuando regía el virrey Abascal:

…El Verdadero Peruano (1812-1813), fue el vocero directo pero encubierto de Abascal. La
réplica perfecta a El Peruano y a El Satélite del Peruano, que en esos momentos había
cuestionado el accionar del virrey. A El Verdadero Peruano le seguirían otros periódicos
más. Entre uno de los más destacados tenemos a El Investigador (1813-1814). En sus
páginas se percibe la vida cotidiana de la ciudad limeña en los tiempos finales de la época
colonial. Es, en apreciación de Ella Dunbar Temple y Raúl Porras Barrenechea, el periódico
que da origen al periodismo local en el Perú…el principal medio de la prensa de carácter
social en aquella época de crisis política.
Otros papeles impresos que circularán por la capital serán El Argos Constitucional
(1813), el cual defenderá y difundirá, incondicionalmente, el contenido de la Constitución
liberal de 1812. Buscará poner en práctica las disposiciones de aquella carta magna.
Por su parte, El Anti-Argos (1813), es una réplica de El Argos en forma de diálogo. Expresará
sus opiniones defendiendo la libertad de imprenta y la soberanía nacional. Asimismo, El
Peruano Liberal (1813) y El Semanario (1814), a excepción de El Cometa (1812-1813),
defenderán fanáticamente el constitucionalismo y la integración de la monarquía española.
Cumplen obedientemente las disposiciones y los deseos del virrey y el gobierno
colonial…Finalmente, aparecen La Gaceta del Gobierno de Lima (1810-1814), El Clamor de
la Verdad (1814) y El Pensador del Perú (1815). El primero es parte de la prensa oficialista,

6 Natural de Arequipa (1781-1855), Alejo Álvarez siguió estudios en el Real Colegio de San Juan Bautista
en donde se graduó de doctor en Teología en 1800. Posteriormente, en la Universidad de Chuquisaca se
graduó de bachiller en Derecho Civil y Canónico, y como abogado ante la Real Audiencia de Charcas en
1806. Ya en la República, llegó a ser presidente de la Cámara de Diputados en 1828; Ministro de
Relaciones Exteriores en 1829; vocal y presidente de la Corte Suprema de Justicia los períodos 1834-1835
y 1845-1847. Hombre de ideas liberales, apoyó fervientemente la Independencia. Durante el protectorado
de San Martín, fue nombrado fiscal de la Alta Cámara de Justicia, también fue asociado a la Orden del Sol,
se incorporó a la Sociedad Patriótica y conformó la comisión que redactó el proyecto de la Constitución
liberal de 1822. En ese mismo año, antes de reírse del Perú, el general San Martín le dio plenos poderes
para que lo representara en nuestro país; en esa condición Álvarez gestionó ante el gobierno de Ramón
Castilla el pago de las pensiones al Libertador por sus servicios a la causa peruana.

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a través de sus páginas, se informa desde arriba a la opinión pública. Se imprimen en él
Documentos oficiales del Estado y las autoridades diversas. Su periodicidad es constante lo
que indica que su consulta es importante si se toma las precauciones pertinentes. Así, La
Gaceta se convierte en una fuente valiosa para conocer las impresiones desde la óptica
dominante. (Morán y Aguirre 2008, 36-38)

El periodismo de la época estaba preñado de debate político e ideológico, como también lo


estaría el periodismo de los primeros treinta años del siglo XX. De varias maneras, las Cortes de
Cádiz anuncian procesos que se desenvolverían plenamente más adelante.

Manuel Lorenzo Vidaurre y Encalada: el reformista fidelista


Pero sin lugar a dudas, el proyecto más profundo y claro de la pretensión criolla de esos momentos,
en el que se planteaba una serie de cambios en la administración colonial fue el del noble limeño
Manuel Lorenzo Vidaurre y Encalada (Lima 1773-1841). Fue un ideólogo destacado tanto por sus
dotes intelectuales como virtudes personales. Manuel Tudela y Varela lo llegaría a describir como:
“Honrado en extremo, de ingenio perspicaz y vivo e inmensa erudición”. No
obstante, su trayectoria política debe ser observada con detenimiento, pues no
abrazó la causa independentista de manera absoluta y, por el contrario, mantuvo
vínculos con la Corona: “…al radical Vidaurre se le ha encumbrado como un ‘prócer’
independentista, olvidándose que este último se mantuvo, como magistrado, al
servicio de Fernando VII en la Audiencia del Puerto Príncipe hasta el 30 de mayo
de 1823, tardía fecha en la que renunció al negarse a ocupar un destino en la Audiencia de Galicia,
y cuando la independencia ya había sido jurada en Lima”. (Altuve-Febres Lores 2015, 47)
El texto más famoso de Vidaurre es, sin dudas, Plan del Perú, escrito en 1810, en el cual
presenta con claridad el sentir de su grupo social. En dicho Plan expresa:

En todas las edades han sido más los pueblos que gimen que los que pueden llamarse
dichosos. Los reinos militares casi siempre fueron despóticos: los hereditarios tenían en sus
príncipes el verdadero retrato de la voluptuosidad y del orgullo. Las leyes, según el concepto
de un sabio, eran como las telas de araña, que detenían al débil y servían de irrisión a los
fuertes. En vano los oprimidos gemían de cuando en cuando por sacudir el yugo y restaurar
su libertad. Esto les traía dobles males en un sucesor más criminal, o en una anarquía que
hacía corriesen ríos de sangre: no se necesita otra prueba que la historia de las
conspiraciones.
No obstante la intensidad de estas dolencias, ellas no son incurables; todo depende de que
el Rey se penetre en las necesidades públicas, conozca que sus vasallos no son unos entes
criados para su placer, mire y respete en el más pequeño una parte de sí mismo y vea la
prosperidad general como un bien propio. Que el pueblo conciba que la rebelión no es un
remedio, que la mudanza del que manda nada aprovecha y que la felicidad depende de
unirse con el monarca, indagar los males, pesar y examinar sus causas, cortar los abusos,

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recorrer las leyes, ratificar las útiles, derogar las perniciosas, o las que ya no son de
provecho por la alternativa de los tiempos, variedad del clima y costumbres.
En una palabra, el Rey y el pueblo en una unión perfecta y religiosa se deben hacer felices
desempeñando mutuamente sus derechos y obligaciones y formando aquella armonía que
celebra un naturalista, en la que el menor quebramiento altera y perturba, destruye y
descompone la justicia del plan primitivo.

Como se puede percibir en esta extensa cita, su proyecto fue reformas manteniendo lazos con la
Corona. Pero no solo eso, lo interesante es que ya comienza a plantear un tema básico de nuestra
reflexión política cual es la distancia que se tornaba evidente entre el Estado y la sociedad, entre las
instituciones y el pueblo, entre gobernantes y gobernados. Es por ello que critica al orden colonial
en su forma brutal e inclemente: porque impide la identificación que plantea debe existir con el
pueblo para ejercer un buen gobierno. La propuesta reformista llega, sin embargo, a niveles que
muchos se habían intimidado alcanzar cuando plantea la abolición de la esclavitud:

Sería el gran día de la victoria de la humanidad, aquél en que se extermine para siempre
hasta el nombre de esclavitud. Si la naturaleza no nos crió diferentes, cierto es que no
necesitamos la opresión para nuestra felicidad.

El Vidaurre de 1810, ya está dicho, no sintió la necesidad de separarse de España. Es más,


cuando aborda el problema de la separación de las colonias de la sujeción peninsular, señala que
los americanos no seríamos felices en repúblicas independientes. Y menciona tres consecuencias
que considera ineludibles: a) los continuos odios insanables; b) la ninguna fijeza en el modo de
gobierno, variando con los dictámenes, y c) la desesperación de los ciudadanos postergados, que
siempre han incurrido en perfidia y enemistad; amén de los conflictos inevitables entre las distintas
repúblicas.
Es preciso recordar que no todos los criollos pensaban así, pues en el mismo año que
Vidaurre escribía su Plan, llegaba a Lima procedente de Europa, José de la Riva Agüero y Sánchez
Boquete, iniciando sus actividades conspirativas. Por su parte, en 1808 había llegado a Lima el
bogotano Fernando López Aldana (Bogotá 1784-Quito 1841) mediante la Sociedad Filantrópica;
luego sería director del periódico El Satélite del Peruano, de un nítido carácter subversivo. Teniendo
como centro de irradiación su propia casa, fomentaría incansablemente la formación de sectas
conspirativas limeñas y difundiría de modo audaz las ideas de la Ilustración. Por otra parte, es
destacable la participación de otro personaje como José Eusebio de Llano Zapata (Lima 1721-Cádiz
1780), a quien le cabe el privilegio de haber instaurado la primera biblioteca pública en Lima. Como
señala Guillermo Lohmann Villena: “El primer intento conocido de erigir una biblioteca pública en
Lima fue promovido por el polígrafo José Eusebio de Llano Zapata, animado seguramente del deseo
de hacer participar a su ciudad natal de las ventajas de un centro bibliográfico como el que disfrutaba

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Madrid, desde que en 1712 se abriera al público la Real Librería, el más antiguo de los
establecimientos culturales creados por la Casa de Borbón en España, con el fin de favorecer y
difundir la ilustración” (Lohman Villena 1971, 22). Como es fácil percibir, se trata de un tiempo
agitado y efervescente en el que Vidaurre dejaría su impronta.
De carácter temperamental, Vidaurre fue amante de la justicia y dueño de una fidelidad a
sus principios a toda prueba. Por eso es que no puede ver con agrado los abusos que explican la
revolución de 1814 en el Cusco (de donde es Oidor). Pero a la vez guardaba distancia de los
insurgentes.

Sus prejuicios de casta −explica Raúl Porras Barrenechea− lo liga al rey y lo hace erogante
en las suscripciones para combatir la revolución, pero sus sentimientos de hombre y su amor
a la justicia y a la libertad, lo llevan a protestar ante la misma autoridad monárquica, en una
representación fechada en Arequipa el 4 de setiembre de 1814, de las medidas represoras
de Pezuela en la guerra del Alto Perú las que ‘habían acabado de desesperar a los pueblos’.
(Porras Barrenechea 1974, 120)

Además, la posición ambigua de Vidaurre se puede explicar también por la esperanza que
tenía en que los reclamos de los rebeldes pudieran ser atendidos por la Corona, en donde soplaban
vientos liberales y democratizadores. Una solución pacífica hubiera constituido un paso muy
importante en la legitimidad del régimen. En ese mismo año, la Corona pide a Baquíjano un
“Dictamen sobre la revolución” en el cual el noble peruano, luego de jurar fidelidad al rey amado,
describir los abusos de las autoridades españolas en tierras americanas y de denunciar los
vejámenes que sufrían los diputados americanos, el 31 de mayo dice:

Si la América es igual en derechos con las provincias de España, unifórmese el plan de


gobierno de las de Ultramar con las europeas, quede un capitán general encargado del
gobierno político y además del ejercicio del vicepatronato, que hará muy mucho en expedir
los graves delicados asuntos a que se extiende esas representaciones; pero cuide de la
Real Hacienda un intendente de ella, y sobre todo en la administración de justicia, no haya
otra intervención que la de los magistrados encargados especialmente de distribuirla.

Como se ve en estas líneas, Baquíjano mantiene una postura de reformas administrativas que,
aprovechando la coyuntura crítica que atravesaba España en esos momentos, trata de reivindicar
mayor libertad de acción para los criollos americanos.
Por su parte, Vidaurre continuaría por una senda sinuosa. Rechazaría la pretensión
monárquica de San Martín, pero apoyaría la dictadura vitalicia de Bolívar. En 1820 Vidaurre sería
nombrado Oidor de Puerto Príncipe. Dos años después viajaría a Estados Unidos en donde
establecería contacto con su sistema constitucional y las ideas liberales puestas en práctica. En
1823 editaría sus Cartas americanas, donde se muestra hispanófilo y separatista. Posteriormente,

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se enemista con el militar venezolano y encabeza la reacción anti-bolivarista. Fue nombrado ministro
de José de La Mar, pero luego sería acusado, falsamente, de conspirador. En los años treinta
regresa al Perú a ejercer su profesión de abogado. Al final de su vida escribe Vidaurre contra
Vidaurre, libro que Porras Barrenechea lo califica de “compungido y católico” y en donde se revela
un proceso que se repetirá en otros intelectuales: de librepensadores a conversos, cuyo derrotero
anticipa el de otros intelectuales, entre los que se pueden mencionar, como casos paradigmáticos,
a José de la Riva Agüero y Osma y Víctor Andrés Belaunde.
Hombre atormentado, más cercano a la ideología que a la realidad, proclive a la tentación
tan propia de los peruanos denunciada casi un siglo después por Francisco García Calderón, cual
es la de ir de extremo a extremo en el pensamiento y convicciones, Vidaurre fue un criollo peruano
del siglo XIX por excelencia, especialmente de esa crítica coyuntura que abre paso a la transición
de colonia a República.

Mariano Melgar: el poeta revolucionario


Es importante detenernos un instante en el movimiento de 1814, en donde todo el sur peruano fue
nuevamente escenario de una gran rebelión, y en el que emerge la figura de un nuevo tipo de
intelectual: Mariano Melgar (Arequipa 1790-Umachiri 1815).
La rebelión de 1814 estuvo dirigido por los mestizos José y Mariano Angulo, teniendo como
aliado al cacique Pumacahua (antiguo enemigo de Túpac Amaru). Este movimiento rebelde, al igual
que el de 1780, no contó con el apoyo de los criollos. Por el contrario, estos vieron que podían
dificultarle el camino para una integración con mayores privilegios dentro del orden colonial,
decidiendo por ello ayudar a las autoridades para sofocarlo.
En efecto, a diferencia de la aristocracia criolla, los sectores populares provincianos no
tenían ninguna expectativa en las reformas liberales que se estaban decretando en Cádiz, por ello
es que decidieron enfrentar militarmente al poder. La dispersión de las masas indígenas luego de la
derrota de Túpac Amaru, su falta de identificación total con los objetivos enarbolados (no se
pretendía restituir el imperio incaico, sino crear un nuevo Estado independiente) y la propia
superioridad del ejército realista, decretaron su derrota que se sella con la batalla de Umachiri con
el fusilamiento de Pumacahua y de Mariano Melgar el 12 de marzo de 1815.
“El poeta de los yaravíes”, como se le conoce a Melgar, abrigó en un momento de su
juventud, cuando era seminarista, la esperanza de que españoles y peruanos podían convivir sin
problemas. Posteriormente, pasó a integrar las fuerzas rebeldes arequipeñas enrolándose en el
movimiento iniciado en el Cusco, hasta que fue apresado y ejecutado a la edad de 23 años. Se

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puede decir que el poeta arequipeño, salvando las distancias de tiempo y circunstancias, es un
lejano antecedente de otro poeta que murió por sus ideales: Javier Heraud.
Melgar fue un espíritu que poco a poco fue radicalizándose y en el que fue creyendo cada
vez con más fuerza en la necesidad de la separación radical y definitiva de la Corona. La “patria
peruana” solo podría realizarse desligándonos del poder colonial. Así lo expresaría en su “Marcha
patriótica”:

Ya se puede á boca llena


Gritar: que la Patria viva,
Que la libertad reciba,
Que triunfe nuestra Nación...

Viva, viva eternamente


El Patriotismo Peruano,
Viva el suelo Americano
Viva su libertador.

Por otro lado, el “poeta mártir” era consciente de que la liberación solo sería posible si todas
las clases y castas se reunieran tras el mismo ideal y en contra de un
mismo enemigo: el poder virreinal. Ese es el llamado que hace por
medio de su conocida fábula “Los gatos”.
Como podemos ver, Melgar representaba una sensibilidad
distinta a la que exhibía Vidaurre. Para este, en 1810, todavía era
posible creer en una vida común entre españoles y americanos, y no
solo eso, sino que consideraba necesaria para lograr la felicidad. En
esta época Vidaurre se encontraba más cercano al Melgar seminarista
y adolescente que al Melgar insurgente, separatista y revolucionario.

El Absolutismo y el desencanto criollo


En 1814, ya expulsado el invasor francés de tierras españolas, retorna el rey depuesto, Fernando
VII, y con él el Absolutismo, echando por tierra los logros liberales alcanzados, la modernización
intentada, las Cortes y la Constitución.
La Corona trató de llenar el vacío político producido en América por sus guerras en Europa
y prosiguió con las reformas borbónicas: militariza el virreinato a la par que agudiza las acciones
para fortalecer el control metropolitano en perjuicio de los criollos nobles. Las admoniciones y
recomendaciones de Baquíjano y Carrillo y de Vidaurre no fueron atendidas.

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La reacción de la élite criolla no se hizo esperar y se reveló
cargada de resentimiento, olvidada ya la etapa promisoria de las Cortes.
Sus reclamos se hacen más airados y la sustentación de sus intereses
adquiere un carácter más pragmático que doctrinario. A la queja escrita
o hablada se suma la acción conspiradora que buscaba el
derrocamiento del poder virreinal. Son tiempos de crisis política y
conspiraciones. El Conde de la Vega del Ren, Francisco Javier
Mariátegui (Lima 1793-1884) y, sobre todo, Riva Agüero son los que
organizan pequeñas “sociedades secretas”, dispuestas siempre a
presentar la lucha soterrada y oculta pero corrosiva.
Por otro lado, también hubo nobles que se mantuvieron al margen de los hechos o
simplemente prefirieron cobijarse bajo el Estado colonial a cambio de prebendas o por legítima
convicción fidelista. Con la vuelta del Absolutismo se dio inicio al ciclo, ya irreversible, de la lucha
criolla que culminaría en Ayacucho, en 1824. La evolución se puede resumir por medio de la
anécdota: del suspirante “Fernando el Deseado” se pasa al despechado “el imbécil Fernando”. La
única opción que quedaba era la separación.
Mientras tanto, varias ciudades americanas habían proclamado su independencia: Ecuador
y Bolivia (Alto Perú) en 1809, Colombia, Argentina y México en 1810 y en 1811 lo harían Paraguay
y Venezuela. En ese año, en Tacna se produjo la rebelión encabezada por Francisco Antonio de
Zela, el 20 de junio. En 1812, en Huánuco Juan José Crespo y Castillo lideró un levantamiento que
concluyó con su ejecución. Al año siguiente, también en Tacna, Enrique Paillardelle, el 3 de octubre
de 1813, dirigió la toma de los cuarteles. Posteriormente serían Chile en 1818 y Uruguay en 1825
los que seguirían los mismos pasos. La fiebre independentista recorría toda América, el Perú no era
la excepción, al menos para esa “izquierda criolla” que se encargó de sustentar la opción separatista
que antes, cuando los intentos populares, mestizos e indígenas, había negado.

Toribio Rodríguez de Mendoza: el maestro difusor de ideas


La izquierda criolla a la que se refiere Macera se formó, en lo sustancial, en el Convictorio de San
Carlos, regida por el sacerdote chachapoyano Toribio Rodríguez de Mendoza (Chachapoyas 1750-
Lima 1825) (Zevallos 1961). Este fue un maestro difusor de las ideas modernas en un tiempo y
dentro de una sociedad que no asimilaba los vientos nuevos de la renovación filosófica. Ingresó al
Convictorio de San Carlos –convocado por el virrey Amat y Juniet− como docente de Filosofía y
Teología. Su labor destacada le valió ser designado Maestro de las Sentencias en San Marcos
(1773). En el año 1779 se recibió de abogado. El año 1785 sería muy importante para su carrera y

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para el desarrollo de las ideas en el Perú, pues sería nombrado vicerrector del Convictorio con la
misión de sacarlo de su anquilosamiento. El año siguiente ya sería rector interino y en 1788 rector
(cargo al que renunciaría en 1817 cuando dicho centro de estudios estuvo en la mira del virrey por
subversivo). Dos años después pasaría a integrar la Sociedad de Amantes del País, germen del
patriotismo geográfico. Coherente con sus principios patrióticos fue uno de los primeros en firmar el
Acta de la proclamación de la Independencia, el 15 de julio de 1821, en Lima. Durante el
Protectorado del general José de San Martín fue presidente de la Junta Eclesiástica de Purificación,
y asociado a la Orden del Sol y a la Sociedad Patriótica en 1822. También fue diputado por Trujillo,
y le correspondió presidir las sesiones preparatorias del Primer Congreso Constituyente del Perú de
1822 en el que 35 elegidos como diputados habían sido sus discípulos en el Real Convictorio. Ya
en la República fue nombrado decano del Colegio de Abogados de Lima y rector de la Universidad
Mayor de San Marcos, cuando lo sorprendió la muerte.

Importancia del Real Convictorio de San Carlos


Como señala Noé Zevallos, el Real Convictorio de San Carlos fue el lugar de formación de la élite
ilustrada (Zevallos, 1961). De sus aulas, y bajo la conducción de Toribio Rodríguez de Mendoza, se
formaron muchos liberales que posteriormente marcarían su impronta en el debate ideológico en
favor de la República. Rodríguez de Mendoza reformó ese centro de estudios modernizándolo tanto
en sus métodos como en las materias impartidas, reformas que fueron rubricadas por el mismo
virrey De la Croix. “Con la introducción del derecho patrio se empezó a consolidar la búsqueda de
leyes con base más ‘terrenal’, más local”. También modificó la forma de rendir los exámenes:
Primero se preparaba una boleta con temas solo de la cátedra con una incidencia en los
aspectos filosóficos; numerada cada una de las cuestiones, estos eran sacados por suerte
dando así el tema que el estudiante debía sustentar. Dicha novedad pedagógica contó con
la venia del mismo virrey, razón por la cual no se obstaculizó su aplicación. Sus nuevas
propuestas fueron apoyadas y tramitadas por el influyente Ambrosio Cerdán y Pontero, oidor
de la Real Audiencia de Lima así como Juez Protector del Convictorio, personaje que
reemplazó en dicha función a Domingo de Orrantia. En resumen, bajo el rectorado de
Rodríguez de Mendoza, y con la explicación puntual de las reformas que se aplicaron, se
demuestra que con la introducción de los planteamientos educativos borbónicos se introdujo
también una formación curricular moderna, más cercana a la ilustración española de fines
del s. XVIII…” (Huaraj Acuña 2007, 82). Rodríguez de Mendoza dedicó 45 años de su vida
a la enseñanza, desde catedrático hasta rector de dicho Convictorio. Lo reemplazaría un
discípulo suyo: Carlos Pedemonte (Lima 1774-Pisco 1831).7

7 Bajo su dirección ingresaría a sus claustros, en 1823, Bartolomé Herrera, que sería referencia
fundamental en el pensamiento conservador peruano.

37
La labor pedagógica de Rodríguez de Mendoza guarda similitud, es más, debe considerarse el
antecedente lejano de la obra de otro ilustre maestro, el puneño José Antonio Encinas, quien desde
la Escuela de Varones No. 881 formó a una generación de brillantes, escritores, artistas y
profesionales, que en una gran parte constituyó el Grupo Orkopata. (Gonzales Alvarado, 2012)
Entre sus destacadísimos alumnos se puede mencionar a José Faustino Sánchez Carrión,
Bernardo O’Higgins, José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, Francisco Javier Mariátegui,
Manuel Lorenzo Vidaurre y Encalada, Joaquín Olmedo, José de la Torre Ugarte, José Bernardo
Alcedo, Gregorio Paredes, José Joaquín de la Riva. Todos ellos tendrían, de modo diverso, papel
importante en la constitución de la nueva República.

José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete: un noble insurrecto


En dichos tiempos convulsos sobresale la figura de otro noble limeño, José de la Riva Agüero y
Sánchez Boquete (Lima 1783-Lima 1858), con su fundamentación escrita en Buenos Aires en 1816,
a causa de su destierro producido por sus actividades clandestinas. El extenso título de su
documento es “Manifestación histórica y política de la revolución de la América y más especialmente
de la parte que corresponde al Perú y Río de la Plata”, más conocido como “Las 28 causas” y que
circuló en los ambientes limeños azuzando espíritus burlando la estricta censura colonial. Radical
como Viscardo, Riva Agüero no fue un doctrinario como aquél sino un conspirador. El limeño fue
más un hombre de acción, el arequipeño era uno de pensamiento y filosofía.
En sus “Causas”, Riva Agüero expresa con claridad el resentimiento y la frustración
experimentada por los criollos limeños con la implantación del régimen absolutista que les cerraba
de plano sus aspiraciones de seguir escalando posiciones e influencias en las esferas coloniales.
Se sienten humillados y engañados, reclaman lo mal pagados que fueron sus servicios y su lealtad,
especialmente cuando la nación francesa aplastaba a España. Por eso, Riva Agüero escribe
amargado que, cuando ingresaron “las águilas francesas” a la península, esta pidió auxilio a
América, la que prestamente voló a socorrerle a pesar de insultos y ofensas. Sin embargo, los
virreyes y gobernadores no vieron en los americanos más que enemigos
en potencia. En consecuencia, afirma, no queda otra alternativa que la
separación, pues “no hay que esperar justicia en donde la influencia de
los intereses privados está superior y en oposición con los intereses
públicos”. Expresa, además, que los intereses americanos son opuestos
a los españoles, pues los primeros no han recibido más que abusos,
marginación y malos tratos por parte de los peninsulares. Este
resentimiento se explica por el férreo control comercial de los españoles,

38
pues es sobre estos que “refluyen...las utilidades del comercio o monopolio” y los americanos “tienen
que comprar sus efectos a un precio excesivo y recargado, sin dejarles siquiera a algunos
particulares el lucro de comisionistas” (Causa No. 4). Y más adelante dirá que “es doloroso a los
americanos el ser gobernados por unos déspotas, insultantes, ignorantes y soeces; y verlos al
mismo tiempo cargados de honores, colmados de riquezas, y cercados por hombres corrompidos e
inmorales” (Causa No. 20).
Así, Riva Agüero se ve disminuido en sus privilegios e imposibilitado de acceder a puestos
preponderantes (sean militares, políticos, eclesiásticos, en hacienda). Su calidad de noble se siente
degradada. Y en su Causa No. 10 afirma precisamente: “Que la nobleza está...estropeada por los
déspotas y sus satélites”.
Esta exposición breve de las ideas de Riva Agüero deja ver que su proyecto no fue el de los
“peruanos” en general, sino el de la minoritaria nobleza criolla en su extremo más radical. En todo
caso, solo reclama que las atribuciones, funciones y privilegios de las autoridades españolas pasen
a manos de la nobleza criolla pero sin propugnar un cambio radical de la sociedad peruana de aquel
entonces. Quizás esta incapacidad de la aristocracia criolla de pensar un gran proyecto, de avizorar
un futuro, de compartir ideales, llevó a un descendiente de Riva Agüero, su bisnieto José de la Riva
Agüero y Osma a calificarla, en 1910, como “¡Pobre aristocracia colonial, pobre boba nobleza
limeña, incapaz de toda idea y de todo esfuerzo!”.
Posteriormente, Riva Agüero protagonizaría el primer golpe de Estado en el Perú, cuando
se alía con los peninsulares para oponerse a Bolívar y, luego de su derrota, terminaría desterrado.
En su vejez, desengañado y solo, se refugiaría en el seudónimo de Pruvonena, renegando de su
pasado subversivo.

39
3
SAN MARTIN, LOS CRIOLLOS Y LAS MULTITUDES

En toda América el ambiente estaba convulsionado. En Argentina, el general José de San Martín
(Yapeyú 1778-Boulogne-sur-Mer/Francia 1850) ya preparaba, desde 1815, el llamado Ejército
Libertador del Perú, firmando el 5 de febrero de 1819 un tratado entre las Provincias Unidas del Río
de la Plata y Chile, que posteriormente, luego de desembarcar en Valparaíso, y con las unidades
del Ejército del Perú, se conformaría el Ejército Unido Libertador del Perú bajo su mando.8
Los planes –que se irían cumpliendo− eran, primero, pasar a Chile para expulsar a los
“godos”, lo que conseguiría con la definitiva batalla de Maipú en 1818, y luego llegar al Perú. San
Martín entendía que en nuestro país se definiría la suerte de América. En una carta que le dirigiera
a Nicolás Rodríguez Peña el 22 de abril de 1814 confesaría con claridad su plan y su
convencimiento:

Ya le he dicho a V. mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para


pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para
concluir también con la anarquía que reina. Aliando las fuerzas pasaremos por el mar a
tomar Lima: Ese es el camino y no éste. Convénzase, hasta que no estemos sobre Lima la
guerra no acabará.

Su desembarco en Paracas, el 8 de setiembre de 1820, estuvo precedido de numerosos


intercambios epistolares con los conspiradores limeños que reclamaban la presencia del ejército
sureño para forzar el enfrentamiento definitivo contra las huestes realistas que había acantonado su
mayor poderío en el Perú, a la sazón, último bastión de la Corona, y, por ende, el foco de la
contrarrevolución americana. San Martín era perfectamente consciente de ello, sabía que el éxito

8 A estos hechos se debe mencionar que la pertenencia a la logia masónica también cumplió un papel
importante. En el libro publicado por Gran Logia de Libres y Aceptados Masones de la República del Perú,
titulado Apuntes sobre la masonería en el Perú, su acción en la guerra de la Independencia y su evolución
hasta la fecha (1821-1921) (Lima, s/n, 1922), se afirma: “La Masonería tiene perfecto derecho de reclamar
su lote de gloria en la emancipación de América, los primeros gritos de Independencia que se lanzaron al
espacio en los ámbitos de la América y el Perú, fueron las palabras sagradas y de pase traídas al virgen
suelo del continente por los masones…” (pág. 15). También puede consultarse, por ejemplo, Jorge Luis
Castro Olivas, El secreto de los libertadores. Sociedades secretas y masonería en el proceso de
emancipación peruano: la logia Lautaro en el Perú, Universidad Ricardo Palma, Lima, 2011. También
Ricardo Piccirilli, San Martín y la logia Lautaro, Ministerio de Educación y Justicia, Buenos Aires, 1958.

40
de su campaña dependía del desenlace que tuviera la lucha en territorio peruano. La guerra por la
independencia tenía que ser continental.
Su plan militar para tomar Lima es descrito por Porras Barrenechea del siguiente modo:

Al desembarcar en Paracas tenía puesta la visión en la capital del virreinato peruano. Sus
agentes peruanos en Lima le habían indicado, minuciosamente, los pasos necesarios para
la realización de su plan. San Martín divide entonces sus tropas en dos alas que partiendo
de Paracas, la una por el mar y la otra por tierra hacia el interior, debían encerrar Lima en
un círculo de hierro. El ala terrestre, guiada por el instinto certero de Arenales debía penetrar
a la sierra del Perú por Ica, Huamanga y Tarma, levantar a las indiadas organizándolas en
guerrillas alrededor de Lima y cerrar su medio círculo heroico al norte de la ciudad de
Huaura. San Martín, transportado por las audaces naves de Cochrane iría hacia el norte,
bloquearía el Callao y desembarcaría las tropas libertadoras en Huacho, desde el que estas
marcharían a cerrar su arco de círculo en Huaura, uniéndose allí, con las tropas de Arenales.
(Porras Barrenechea 1974, 180)

El hostigamiento a Lima fue pacífico. San Martín no quería


arriesgar demasiado sin tener la seguridad del triunfo, y para ello
estableció contactos secretos con los patriotas. Un hecho promisorio fue
la proclamación de la independencia, el 29 de diciembre de 1820, en
Trujillo, a cargo del marqués José Bernardo de Torre Tagle.
Simultáneamente, el general argentino cruzaba información secreta con
sus espías en la capital. Buscaba un acercamiento con el virrey La Serna
tanto para tantear la posibilidad de una monarquía, como para lograr una
paz negociada en la famosa entrevista de Punchauca el 2 de julio de
1821. Intento frustrado. Entonces San Martín continuaría con sus planes mientras el virrey se
replegaba a la sierra para reunir fuerzas y contraatacar. Mientras tanto, en todo el Perú ya se habían
dado muestras de simpatía por la independencia −como en Piura, Tumbes o Trujillo−, la que sería
proclamada oficialmente por San Martín el 28 de julio en Lima.
Pero fue simplemente eso, una proclamación, porque la guerra, lejos de terminar, entraba a
su etapa más violenta y definitiva. Retirado La Serna de la capital, San Martín ingresa a Lima y el 3
de agosto instaura el Protectorado en el que asume el “mando supremo político y militar de los
departamentos libres del Perú, bajo el título de Protector”.9 El primer gabinete de la República del
Perú lo constituyeron el colombiano Juan del Río como Ministro de Relaciones Exteriores; el
argentino Bernardo de Monteagudo como Ministro de Guerra y Marina y el peruano Hipólito Unanue

9La investigación clásica sobre el Protectorado pertenece a Gérman Leguía y Martínez, Historia de la
emancipación del Perú: el Protectorado, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del
Perú, Jurídica S.A., Lima, 1972. Trabajo más reciente es el de Scarlett O'Phelan Godoy, El general don
José de San Martín y su paso por el Perú, Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima 2010.

41
como Ministro de Hacienda. Además, fue nombrado Prefecto de Lima el entonces coronel José de
la Riva Agüero y Sánchez Boquete. La instauración del Protectorado, fue vista con buenos ojos por
la nobleza criolla, pero le fue quitando al general el apoyo popular, lo que se mostró más
agudamente cuando viajó al norte, a Guayaquil, a entrevistarse con Simón Bolívar, dejando en su
cargo al consejero Bernardo Monteagudo. Este, por su despotismo, se atrajo los odios tanto de
republicanos, nobles como de la gente del pueblo.

Manuel Pérez de Tudela: el funcionario republicano


Una figura importante de ese momento fue Manuel Pérez de Tudela (¿Arica? 1774-Chorrillos 1863).
Fue un hombre que abrazó las ideas liberales y representa otra figura de intelectual en los albores
de la República. Sus primeros estudios los realizó en el colegio de San Ildefonso. Luego, en el Real
Convictorio de San Carlos siguió jurisprudencia, en donde se contactó con las ideas de Heinecio y
el Derecho Natural, Condorcet, Rousseau, Constant, Montesquieu, la filosofía de la Ilustración.
Prontamente destacó como hombre de leyes, y en los inicios del siglo XIX,
como abogado de la Audiencia tuvo en sus manos la defensa, en 1805, de
Manuel Ubalde, el rebelde cusqueño. Por esta razón, las autoridades
virreinales lo identificaban como defensor de conspiradores, aunque
también fue consejero de los virreyes Abascal y Pezuela. Posteriormente,
fue funcionario de la naciente República, y como señala Margarita Guerra
Martiniére: “Don Manuel Pérez de Tudela pertenece a la generación que
aporta el mayor número de integrantes para el primer Congreso
Constituyente”. (Guerra Martiniére 2016, 29)
Fue Pérez de Tudela el encargado de redactar el Acta de Independencia, firmada el 15 de
julio de 1821, lo que grafica la confianza que le tenía el Libertador. Su trayectoria estuvo ligada
fundamentalmente al Estado, siendo funcionario por varios años en diferentes facetas. Fue Abogado
en la Real Audiencia de Lima a fines del siglo XVIII, en donde ganó prestigio y fama de honestidad
y profesionalismo. Posteriormente, fue asesor del Tribunal del Protomedicato (1808-1814); juró
fidelidad a la Junta Suprema de Sevilla, y el 4 de octubre de 1812 juró por la Constitución de Cádiz.
Desde 1811 hasta 1818, ejerció como asesor supernumerario del Cabildo de Lima, y de allí hasta
1820 lo fue en propiedad. Hay que relevar la importancia del cabildo:
El cabildo o ayuntamiento fue la institución donde se refugiaron los criollos, al punto de tener
allí los peninsulares solo una participación muy restringida. El cabildo sirvió a los americanos
para mantener una cierta vigencia social y política y desde donde lograron llevar a cabo sus
primeras manifestaciones de autonomía, antes de llegar al separatismo, el cual tuvo sus
expresiones iniciales en 1814, cuando se restauró el absolutismo en la península. Pérez de
Tudela tuvo una larga trayectoria como funcionario público. Guerra Martiniére 2016, 33)

42
En estos años consolidó su convicción liberal y republicana. Se opone a la creación de una Junta
de Purificación, que había sido propuesta por el virrey Abascal para “purgar” a aquellos que no
mantengan fidelidad absoluta hacia el monarca. Fue entonces cuando Tudela de Varela estableció
contacto con el Conde de la Vega del Ren, otro subversivo. “El virrey, pese a su autoritarismo,
mantuvo a Pérez de Tudela, al conde de la Vega del Ren y a otros patriotas en el desempeño de
funciones públicas en la Audiencia y en el Ayuntamiento, convulsionada, sobre todo por las
conexiones que llegaban del Alto Perú y de Buenos Aires. Igual actitud mantuvo el virrey Pezuela,
su sucesor”. (Guerra Martiniére 2016, 35)
En el año 1820, Pérez de Tudela apoya a San Martín al Perú, quien había desembarcado
en Pisco el 7 de septiembre, y mantiene, como patriota que es, comunicación permanente con el
Libertador: “[e]sta correspondencia hizo posible que San Martín conociera con gran exactitud todo
lo referente a la situación del virreinato, especialmente en Lima, así como quiénes eran los patriotas
más activos y confiables” (Guerra Martiniére 2016, 36). Cuando San Martín ingresa a Lima, el 7 de
julio, encontró un cabildo constitucional mayoritariamente patriota; Pérez de Tudela ocuparía
distinguidos cargos “en los diferentes poderes que se instituyeron con la independencia. Asimismo,
participó en las principales acciones cívicas que marcaron el inicio del nuevo estado propiamente
peruano”.10 Todo indica que fue Pérez de Tudela quien redactó la carta en la que se pedía al virrey
La Serna reanudar las conferencias que se interrumpieron en Punchauca. Luego, el 4 de agosto fue
nombrado, al igual que Mariano Alejo Álvarez, fiscal de la Alta Cámara. En septiembre, junto a los
radicales liberales Francisco Javier de Luna Pizarro y José Faustino Sánchez Carrión, integraría la
Junta Conservadora de la libertad de Imprenta establecida por el Ayuntamiento, aunque su posición
era mucho más moderada. Por ello, San Martín y Monteagudo lo distinguieron en medio del proceso
del establecimiento de la monarquía con la Orden del Sol, que le fue impuesta el 12 de diciembre
de 1821, en tanto patriota distinguido, aunque posteriormente pronunciaría un discurso en defensa
de la República en la propia Sociedad Patriótica, de la cual fue fundador y en la cual se dieron
importantes debates sobre la mejor forma de gobierno. Pérez de Tudela también sería elegido
diputado por Arequipa, y como tal participaría en el Congreso Constituyente de 1822.
Por cómo se desarrollaron los acontecimientos, San Martín sería obligado a convocar al
Congreso Constituyente el 20 de setiembre de 1822, fecha en que dimite a su cargo, siendo
reconocido a su vez como el Fundador de la Libertad del Perú. Su mandato estuvo orientado por el
establecimiento de la igualdad jurídica, lo que es claro cuando decreta la libertad de los esclavos y
la abolición de la servidumbre, estableciendo también la libertad de imprenta. Aunque hombre

10 loc. cit.

43
influenciado por las ideas liberales de su tiempo, su concepción sobre el nuevo gobierno no fue tan
radical como los enunciados por las ideas de la Filosofía Moderna en auge. Mientras que las ideas
de libertad, fraternidad e igualdad encontraban en un gobierno republicano y representativo su forma
política de realización, San Martín sin embargo opta por una monarquía constitucional. El Protector
encontraba como razones suficientes para su implantación las disputas entre los caudillos y la
ausencia de una clase sólida y madura. Estas condiciones, entendía San Martín, podía llevar al país
a la anarquía, haciendo peligrar la estabilidad del nuevo Estado independiente. Esto explica por qué
se acercó a la nobleza. En dicha estrategia, designó a Unanue, antiguo fidelista, como su ministro.
Luego, estableció la Orden del Sol buscando la nacionalización de la nobleza y fundó, bajo la
inspiración de Monteagudo, la Sociedad Patriótica, mediante la cual propagandizaría su tesis
monarquista. Pero, como sabemos, la idea sanmartiniana no encontró mayor respaldo. Menos aún
cuando lo sustituyó Monteagudo. San Martín ya había planteado su idea de la monarquía
constitucional en la entrevista de Punchauca y luego envió una comisión secreta a Londres
−integrada por Juan García del Río y Diego Paroissien, que partieron del Perú en diciembre de 1821
pero llegaron a su destino al final del Protectorado−, con la misión de traer de Europa un príncipe
para el nuevo gobierno.11

11 Esta concepción no radical de la ruptura colonial se observa también en los rituales del poder. La
simbología y ritos de la República se concibieron sobre los heredados del virreinato. Véase Ortemberg,
2014.

44
Bernardo Monteagudo: el ideólogo importado
El ámbito creado para la legitimación de la idea monarquista fue la Sociedad Patriótica, ideada por
el político tucumano Bernardo Monteagudo (Tucumán 1789-Lima 1825), quien por sus ideas y
temperamento se ganó el rechazo de buena parte de los criollos, especialmente de aquellos que
defendían las tesis republicanas, como Sánchez Carrión, quien se convirtió en su enemigo más
conspicuo.
Monteagudo era doctor en Teología, del Gremio y Claustro de la real Universidad de San
Francisco Javier de La Plata; también fue abogado de la Real Audiencia y Defensor de Pobres en
lo civil, según sus propias palabras. Fue un activo revolucionario en contra de la Corona, por lo que
fue apresado en 1810, cuando tenía 19 años de edad, por la rebelión de Chuquisaca ocurrida el 25
de mayo de 1809. Como él mismo lo confesó, odiaba a los españoles, y participó del grupo de los
radicales “morenistas” (por Mariano Moreno, y al que también perteneció Juan José Castelli, entre
otros) especialmente por el arrasamiento que cometieron contra las poblaciones indígenas, y a las
que dirigieron sus proclamas en quechua, aymara y guaraní (como la abolición del tributo y el Acta
de Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica, de 1816). Monteagudo fue parte del
desarrollo de un “pensamiento incaísta”, y además tenía como una figura emblemática al inca
Atahualpa (Tourres 2015, 64). En este ambiente intelectual de los criollos radicales, Manuel
Belgrano propone reinstaurar una monarquía incaica −el llamado Plan Inca−, como lo sostuvo en el
Congreso de Tucumán (1816) planteando designar a Juan Bautista Túpac Amaru como Inca Rey
(Ayala 2013). Estas ideas continuarían con la llegada de San Martín al Perú y el Protectorado.
Monteagudo desembarcó junto a San Martín en Paracas, y fue quien se encargó de la
publicación de las proclamas y boletines del Ejército Libertador a favor de la independencia, tanto
en Pisco, Ancón, Supe, Huaura como Retes; hojas que se imprimían en la imprenta del ejército que
llegó en el barco San Martín. Monteagudo se convirtió en el principal
propagandista de proyecto libertador. Por su fidelidad al general San
Martín y por sus dotes como político este lo nombró Ministro de
Guerra y Marina. De hecho, se convirtió en el poder ideológico y
político detrás del Protector. No obstante, no era un republicano, sino
que defendió y sustentó la tesis de una monarquía constitucional, y
para ello fundó la Sociedad Patriótica.
La Sociedad Patriótica fue creada por decreto por San Martín,
y puesta en acción el 10 de enero de 1822. En sus salones se
desplegó el debate por la forma más adecuado de gobierno para el
Perú, que fue altamente apasionado y decisivo. Carmen McEvoy

45
describe con acierto su finalidad: “La de restaurar aquel vínculo entre la inteligencia y el poder,
quebrado por el alejamiento del virrey Abascal y por la prolongada guerra revolucionaria” (Mc Evoy
2012, 74). La presidencia de esta institución le correspondió a Monteagudo, y la vicepresidencia a
Unanue, asesor de San Martín. La componían cuarenta socios, lo más selecto de la sociedad en su
momento, que discutían sobre diversos temas como la agricultura, la literatura y las ciencias.12 De
alguna manera, continuaba con las actividades iniciadas por la Real Sociedad Amantes del País:
cenáculo de hombres ilustrados que discutían sobre el futuro de la nación:
[B]ajo el alero de la ciencia, convivieron representantes de la nobleza peruana, de la Iglesia,
de la universidad e incluso algunos burócratas estatales. Lo que interesaba en realidad, era
desarrollar una sociabilidad masculina en la cual el ingenio y los buenos modales podrían
perfeccionarse mediante una ‘critica hecha con urbanidad’. (Mc Evoy 2012, 93)

Primó el talento sobre los títulos y recomendaciones. Con San Martín se fundan las primeras
instituciones de cultura del Perú: además de la Sociedad Patriótica, se crean la Biblioteca Pública
de Lima (hoy Nacional) el 28 de agosto de 182113 y el Museo Nacional en 1822, así como se impulsa
el teatro y se busca reformar el sistema educativo.14 Todo ello era “muestra palpable de que las
letras estaban fijando su domicilio en el Perú y por ello se les había preparado ‘templos y sacerdotes’
para acogerlas” (Mc Evoy 2012, 74). Pero sobre todas las cosas, el eje central de las discusiones
fue sobre el tipo de gobierno a instaurar una vez lograda la independencia.

12 Porras Barrenechea menciona algunos integrantes: “Los condes de Valla Osele, de San Donás, de Casa
Saavedra, de Villar, de Fuentes y de Torre Velarde, de don Diego de Aliaga, don Francisco Moreira, don
Hipólito Unanue, viejo amigo de los virreyes y algunos clérigos godísimos, en tanto que los clérigos Luna
Pizarro, Arce, Rodríguez de Mendoza y Méndez Lachica, el coronel don José de la Riva Agüero,
conspirador incansable, los abogados Pérez de Tudela, Mariátegui y el arequipeño Mariano Alejo Alvarez.
Obviamente, Sánchez Carrión no fue incluido”. (Porras Barrenechea 1974, 93)
13 Sin embargo, como precisa Lohmann Villena: “La creación en 1821 en Lima de un hogar para el libro y

para el estudioso no se hubiera visto facilitada, como lo estuvo, sin los antecedentes de copiosas y
riquísimas colecciones bibliográficas semipúblicas o particulares bajo el régimen anterior”. (Lohmann
Villena 1971,18)
14 “...en 1822, San Martín solicitó los servicios de James Thomson, para que implementara el sistema

‘lancasteriano’ de instrucción, llamado también monitorial, recíproco o mutuo”. (Rey de Castro 2013, 32)

46
Paréntesis: San Martín, los libros y las bibliotecas
Fueron aproximadamente 762 libros los que San Martín donó al Perú al momento de fundar la
Biblioteca Nacional de Lima, al mes exacto de haber proclamado la independencia nacional,15
constituyendo la primera institución cultural del país, y nombrando como primer director a Mariano
José de Arce. Puede haber y de hecho hay divergencias sobre el número de libros donados por el
Protector del Perú.16 Pero cifras más o cifras menos, lo que se debe resaltar es la perspectiva de
estadista de San Martín, quien luego de las armas se concentró en dar forma al nuevo Estado del
Perú. Por otro lado, es destacable cómo los libros acompañaron al propio general y a la expedición
libertadora que comandó: una ruta que inició en Cádiz, pasó por Argentina, luego por Chile hasta
llegar a Lima. De alguna manera, los libros de San Martín simbolizan la visión
integral del prócer latinoamericano, quien entendía que son parte sustancial
de la formación del ciudadano, trayendo luz y sustentando gobiernos libres.
En las propias palabras del prócer:

Facilitarles todos los medios [a los hombres y a los pueblos] de


acrecentar el caudal de sus luces, y fomentar su civilización por medio
de establecimientos útiles es el deber de toda administración ilustrada.
Las almas reciben entonces un nuevo temple. Toma vuelo el ingenio, nacen las ciencias,
disípanse las preocupaciones que cual una densa atmósfera impiden a la luz penetrar,
propáganse los principios conservadores de los derechos públicos y privados, triunfan las
leyes y la tolerancia, y empuña el cetro la filosofía, principio de toda libertad, consoladora de
todos los males, y origen de todas las acciones nobles.17

Es indudable que prevalece en San Martín la visión del libro como instrumento de Ilustración, que
le permite destacar la labor humanizadora que debe cumplir. Es decir, el libro, como símbolo del
objeto impreso, se torna en el baluarte de una nueva civilización. Se convierte en el soporte de la
memoria intelectual y el medio de expresión de las corrientes espirituales a la par que de toda la

15 Autores varios, “La Biblioteca Nacional del Perú: aportes para su historia”, Fénix núm. 21, Lima, 1971.
Es conocida la vocación de San Martín por los libros y su reconocimiento de la importancia de las
bibliotecas. Luego del triunfo en la Batalla de Chacabuco, en 1817, el gobierno de Chile le obsequia al
general 10.000 pesos, los cuales prefirió donarlos para la Biblioteca Nacional de ese país. Posteriormente,
en 1822, en Mendoza surgió la idea de fundar la Sociedad Biblioteca Mendocina, con el objetivo de difundir
el conocimiento, muy dentro del pensamiento de la Ilustración del cual San Martín era un entusiasta
seguidor, y para ello donó una parte de su biblioteca particular. A dicha donación se deben sumar 11256
volúmenes con aportes de la Universidad de San Marcos, de los jesuitas (Casa de San Pablo), otras
comunidades religiosas, y donativos personales como de Joaquín Olmedo, Hipólito Unanue, Manuel Pérez
de Tudela y el propio Bernardo Monteagudo, Martín de Osambela y otros. Según Estuardo Núñez la suma
debió rondar los 100 mil volúmenes. (Núñez 1971, 51)
16 El investigador argentino, Pedro Luis Barcia, afirma que solo se trató de 436 volúmenes. Entrevista a

Pedro Luis Barcia, “Su obsesión eran las novelas de viajes”, Clarín, jueves 5 de diciembre de 2013.
17 “Discurso de San Martín al crear la Biblioteca Nacional del Perú”, Gaceta del Gobierno de Lima

Independiente, Lima, 29 de agosto de 1821

47
creación literaria en todo el orbe occidental, como sostiene Jacques Lafaye (2002). La escritura, por
su parte, se constituye en el medio privilegiado para la transmisión del conocimiento. Como
sabemos, con la cultura escrita se producen documentos que fortalecen la historia como actividad
consciente y disciplinada del ser humano. La reproducción masiva de textos que permite la imprenta
expande la práctica y necesidad de leer. Gracias a la lectura se puede conocer el pasado y las
colectividades fortalecen los elementos de su identidad y reflexividad. Por medio de la cultura escrita
se pasa del recuerdo individual a la memoria colectiva. Así, libro, lectura y escritura son elementos
fundamentales en la formación de las sociedades modernas.
Esta visión sobre el libro, y en general sobre la cultura escrita, es la que guarda San Martín.
En este sentido, la función de la Biblioteca, y más si es nacional, se constituye en el centro más
importante de formación cívica y de conformación de identidades sociales. Como hombre de su
tiempo, el prócer veía al objeto impreso como imprescindible en la consolidación de los nuevos
estados sudamericanos.

Mariano José de Arce: el tribuno bibliotecario


El clérigo arequipeño Mariano José de Arce (Arequipa 1782-Lima 1852) fue uno de los más
importantes defensores del liberalismo en el Perú, y uno de los primeros que, gracias a su brillante
oratoria, defendió la tesis de la separación del Perú de la Corona española, inclinando a la opinión
pública de entonces hacia las tesis emancipadoras. Guarda una importancia especial al haber sido
el primer director de la Biblioteca Nacional el 21 de marzo de 1822 (mediante Decreto Supremo
emitido por el Marqués Torre Tagle en nombre del Protector y refrendado por Monteagudo), el
mismo año en que fue elegido como diputado por Arequipa para el Congreso Constituyente. Su
gestión fue breve, pero no se debe soslayar el hecho de que con él empezó a atender al público la
llamada “primera institución cultural del Perú”. Además, buscó darle un orden y cierta funcionalidad,
para lo cual realizó el catálogo, organizó sus fondos, y determinó la atención a los lectores. La
Biblioteca empezaba a tomar forma en tanto centro de la cultura dentro de las ideas prevalecientes
de la Ilustración.18 No fue fácil para Arce dirigir a la Biblioteca, esta no solo acompañó los vaivenes
de la República, sino que en muchos aspectos la replicó en su devenir. En este sentido, la
inestabilidad política y social que vivía el Perú en sus momentos fundacionales como Estado
independiente repercutió en la propia vida institucional de la Biblioteca; el rearme de las fuerzas
realista se tradujo en los saqueos que sufrió por manos de aquellas: ni el Estado peruano ni la

18 Como afirma Porras Barrenechea: “El nombre de Arce tiene así en el Perú una doble gloria de iniciador.
Es uno de los más auténticos fundadores de la república, concebida idealmente como la más pura forma
democrática y es de los primeros amantes o partidarios de la inteligencia que comprendió y puso en obra
la eficacia civilizadora del libro”. (Porras Barrenechea, 1974,104)

48
Biblioteca tenían asegurados su porvenir. 19 Arce, por lo tanto, debió realizar enormes esfuerzos
para recuperar los fondos extraídos de la Biblioteca; curiosamente, el presbítero liberal inauguró un
tipo de director-reconstructor que tuvo como principal misión recuperar a la Biblioteca Nacional como
el centro de la cultura escrita, al igual que lo harían años después el escritor Ricardo Palma y el
historiador Jorge Basadre. En 1823 reemplazaría a Arce en su puesto de director quien fue el
segundo bibliotecario, el presbítero Joaquín Paredes.
Arce se caracterizó por poseer una fuerza oratoria convincente y avasalladora, y fue
fundamental para inclinar el debate a favor de las ideas liberales. Arce no siempre abrazó la causa
independentista; por el contrario, hasta inicios del siglo XIX condenaba las ideas revolucionarias por
estar en contra de “la ley de Dios”, lo que le llevó a defender las tesis monarquistas. No obstante,
luego de la Constitución de Cádiz, su postura varió radicalmente, como en muchos otros
intelectuales de su tiempo, y abrazó con fervor las ideas independentistas, que expuso
brillantemente en la Sociedad Patriótica. Fue asesor político e ideológico de la rebelión
protagonizada por los hermanos Angulo y José Mateo Pumacahua (1814) a quienes defendió
ardorosamente cuando se pretendió jurar fidelidad al rey Fernando VII, a quien
denominó como déspota (Porras Barrenechea 1974). Ante la derrota de los
insurrectos debió huir a Chile por temor a las represalias. Arce fue uno de los que
suscribieron el Acta de la Independencia del Perú, firmada en Lima el 15 de julio
de 1821. Igualmente, en el Congreso destacó por sus ideas y verbo, y ocupó
importantes cargos en la vida pública peruana. Posteriormente, sería parte de los
congresistas que apoyarían a José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete y se trasladó con este
cuando estableció sede en Trujillo, aunque prontamente surgieron desavenencias entre ellos y Arce
retornó a Lima desde donde volvió a exiliarse en Chile. No regresó sino hasta cuando la
independencia estaba asegurada. Al final de sus años, participó de las tertulias realizadas en los
salones de la casona de Riva Agüero, que ya había renegado de sus ideas independentistas; en
ese momento Arce también ya era un crítico de las ideas liberales que en un momento crucial de la
vida nacional fueron tan decisivas.

La Sociedad Patriótica: debates sobre el mejor gobierno


El órgano de difusión de la Sociedad fue El Sol del Perú. Como apunta Víctor Peralta Ruiz: “En el
periódico de esta institución, El Sol del Perú (1822), patrocinado por el ministro de Estado de origen
tucumano Bernardo Monteagudo, la discusión en torno a la forma de gobierno más adaptable para

19 “Historia y bibliotecas: Mariano José de Arce”, en http://www.bnp.gob.pe/portalbnp/. Consulta: 3 de


febrero de 2017.

49
la nueva nación se decantó por rechazar la opción democrática republicana por el temor de que ella
degenerase en la anarquía” (Peralta Ruiz 2013, 77).
En la primera sesión de la Sociedad Patriótica del 1 de marzo de 1822, el clérigo José
Ignacio Moreno, canónigo guayaquileño educado en San Carlos de Lima, quien era el encargado
de defender las ideas de Monteagudo, pronunció un discurso en apoyo de la postura de una
monarquía constitucional. En contraposición, el presbítero Mariano José de Arce se opuso
fervientemente. Por su parte, Luna Pizarro, para entonces erigido líder de los criollos liberales,
sostuvo la posición de que el debate político sobre la forma de gobierno que debía adoptar la nueva
República debía encontrar su foro adecuado en el Congreso. El 5 de marzo, es decir, en la segunda
sesión de la Sociedad Patriótica, se leyó la carta enviada por Sánchez Carrión en la que refutaba
las ideas de Moreno. Las ideas republicanas se consolidaron, primero gracias al discurso de Pérez
de Tudela (quien señalaba que el debate académico no obligaba a decisiones políticas), y a la
intervención de Mariano José de Arce, quien se encargó finalmente de refutar las tesis de Moreno.
Como afirma Porras Barrenechea, en su discurso, Arce: “[e]xtrañó que se quisiera delegar el poder
en un solo hombre, cuando la ciencia política de su época, proclamaba la división de los poderes y
que el gobierno de la nación solo podían ejercerlo los representantes de ésta reunidos en un
congreso constituyente” (Porras Barrenechea 1974, 101). La exposición de Arce significó un triunfo
de los liberales y el descarte de la alternativa monárquica.
En este debate también hubo quienes no desearon tomar partido por ningún bando. Es el
caso de José Joaquín de la Riva (Lima 1780-1832), escritor limeño satírico, a quien el virrey Abascal
lo nombró Capellán del Regimiento de la Concordia en 1812. La independencia no le motivó
entusiasmo y simplemente esperó el desenlace de los acontecimientos. Solo cuando esta se había
consolidado en 1824 marcó posición y rindió homenaje a los caídos en la Batalla de Junín,
posteriormente sería admirador de Bolívar, a quien luego criticaría acremente cuando perdió el
poder. Pero fueron los liberales Javier Luna Pizarro, Mariano José de Arce y José Faustino Sánchez
Carrión los más tenaces opositores a la idea monárquica. Especialmente el último representaría la
oposición criolla a dicha pretensión en su artículo “Nobleza” aparecido en el número 25 de La Abeja
Republicana, que firmó con el seudónimo de “El Patricio”. Su postura es clara:

La nobleza ataca, pues, desde sus cimientos la base del contrato social. Es una institución
muy contraria a la igualdad para soportarse en un país libre.

Vemos, pues, que a las visiones generales sobre el Perú se sumaba la preocupación por el
tipo de gobierno que asumiría en adelante la nueva República. Ya no era la conquista de un Estado
puesto que este ya existía, aunque germinal y precario. De lo que se trataba entonces era de pensar

50
qué hacer con él. En esos momentos, los peruanos tuvieron la oportunidad de poner en práctica la
prédica liberal que los había caracterizado, teniendo como el escenario de su actuación al Congreso
Constituyente de 1822. Pero antes de entrar en esta nueva etapa de frustración es importante
detenernos en cómo “sintió” el pueblo peruano la “etapa sanmartiniana”.
No se puede decir que la multitud peruana se mantuviera al margen del proceso criollo que
culminó con las batallas de Junín y Ayacucho. En efecto, su actuación fue vital para el resultado
definitivo, pero también cabe señalar, para precisar mejor, que su reacción no fue uniforme y que
tuvo más bien una expresión heterogénea. En todo caso, de una u otra manera, siempre estuvo en
escena. Pero más allá de lo que es una comprobación histórica, sobre lo que debemos interrogarnos
es si ante un fenómeno concreto −el de la lucha contra el poder español− hubo una comunidad
espiritual.
Los historiadores tradicionalistas afirman que ella sí existió. Para responder mejor a dicha
interrogante es necesario hacer un recorrido a partir de 1814 de la actuación del pueblo peruano.
Este año es un hito, pues es el de la reacción absolutista, y resulta clave por dos circunstancias: a)
en ese año se dio el último intento popular de arremeter contra el gobierno virreinal con sus propios
líderes e ideólogos, y b) la implantación del régimen absolutista marca el inicio definitivo dentro de
las conciencias de los criollos de que sus aspiraciones solo podrían ser realizadas bajo un gobierno
independiente del poder metropolitano.
Las masas después de Umachiri continuaron combatiendo en contra del poder español pero
no en favor del proyecto criollo. Los criollos, en todo caso, usufructuaron en su beneficio el humor
de las masas pero no combatieron por su redención. Se coincidió en el tiempo, en el espacio y en
el tener un mismo enemigo. Se juntaron fuerzas, pero no se fundieron proyectos o visiones sobre el
Perú. El pueblo luchó por la separación de España pero no por el gobierno de los criollos. Si hay un
hecho que explica por qué el pueblo heterogéneo coincidía con la élite criolla es por el desencanto
criollo ante la vuelta absolutista. Los criollos, eufóricos con la nueva igualdad legal, pusieron todas
sus expectativas y esperanzas en la Carta de 1812, pero cuando se liquida la primavera liberal sus
planes se derrumbaron. Entonces crece en ellos el resentimiento y fueron, poco a poco, tomando
posiciones cada vez más claras con relación al poder virreinal. Es cierto, se distanciaron del poder
colonial pero no se sintieron comprometidos ni responsabilizados frente al conglomerado popular.
La experiencia de un espía de las fuerzas patriotas puede ser ilustrativa al respecto. José
Olaya (Chorillos 1795-Lima 1823), pescador chorrillano, de origen humilde, fue uno de los que se
encargaba de transportar las misivas que se cruzaban los conspiradores patriotas en su objetivo de
cercar a los realistas, comandados por el terrible José Rodil y Campillo. Pero la traición no tardó en
llegar. Olaya es apresado y luego torturado para que delatara a los instigadores de la conspiración.

51
El calló. No dijo que doña Juana de Dios Manrique de Luna y otros nobles criollos fueron quienes lo
habían atraído a la causa patriótica. Fue consecuente con sus principios y con el compromiso que
había adquirido. Negó conocer a la tía de doña Juana, doña Antonia Zumaeta de Riqueiro,
resguardando el secreto al que se había comprometido. Los nobles criollos no actuaron igual. En el
careo, acobardados y sumisos, negaron todo, le dieron la espalda al pescador y lo abandonaron
con sus ideales en las manos vengativas de Rodil, siempre dispuesto a escarmentar con sangre a
los rebeldes. Finalmente, luego de terribles torturas, Olaya sería fusilado en el callejón de Petateros
a las 11 de la mañana del 29 de junio de 1823.
Mientras corría la sangre de Olaya los criollos demostraban una absoluta ineficacia para
gobernar el país en un momento tan crucial, enfrascándose en pugnas absurdas que debilitaban al
nuevo gobierno que, además, tenía que enfrentar a los realistas quienes, bajo la conducción de
Rodil, recuperaba posiciones. Inmersa en estos conflictos, la minoría criolla hacía más evidente su
distanciamiento del conjunto de la sociedad no solo en cuanto a extracción social, linaje, apellidos
e ideología, sino también porque demostraba en los hechos no tener capacidad de dirección en
momentos tan difíciles como los que marcaban el resurgimiento de las fuerzas realistas. El
enfrentamiento con los españoles ya era entonces radical e irreversible. No podían los criollos dar
un paso atrás sin ceder a sus demandas y reclamos. Estaba en sus manos satisfacer los derechos
que exigían personajes tan importantes como Viscardo, Baquíjano o Riva Agüero, por ejemplo. Si
alguna vez los criollos abrigaron la esperanza de establecer una nueva convivencia con los
españoles, aquellos momentos les mostraban sangrientamente que esos planes eran solo una
quimera.
Diferente había sido el sentimiento que experimentaban los distintos sectores que
conformaban el pueblo, pues no necesitaron de la vuelta absolutista para entender que sus intereses
eran opuestos a los de la Corona. Ellos habían sido la base de la pirámide de la organización colonial
conociendo abusos tanto de los españoles europeos como de los españoles americanos. En esa
medida, la vigencia o no de una Constitución como la de 1812, que difícilmente iba a cumplir sus
enunciados, no los entusiasmaba demasiado. En este mismo año, precisamente, sería sofocada la
rebelión de Ambo en Huánuco.
Vemos, pues, que mientras en las clases populares el enfrentamiento contra el poder
español fue una lucha constante y permanente, en los criollos fue una salida abrupta cuando ya no
pudieron negar la evidencia de que sus intereses eran opuestos a los que encarnaban el dominio
colonial. ¿Qué habría sucedido si el régimen de igualdad y libertad que venía desde las Cortes de
Cádiz hubiera triunfado, atendiendo los reclamos de los criollos y concediéndoles más atribuciones?
Seguramente que el resultado final hubiera sido el mismo aunque no de una manera tan rápida y

52
violenta. Quizás de habría producido un copamiento por parte de los criollos de la legalidad colonial
haciendo innecesaria una confrontación como la que se produjo. Pero, con respecto a su relación
con las clases populares, a medida que satisfacieran sus expectativas hubiera mantenido la
tendencia de realizarse bajo la cultura europea perpetuando a los contingentes populares en la base
de su dominación. En este punto vale la pena preguntarse ¿en qué medida hubieran sido capaces
los criollos nobles de modernizar la economía e integrar culturalmente a la totalidad de la población?
El problema radica en que las visiones o las ideas sobre el Perú no eran similares, no
compartían un corpus epistemológico y, salvo coincidencias eventuales, no hubo una identidad
nacional. El nacionalismo estaba ausente, y mientras este en Europa, como señala Pierre Vilar,
“...consideraba a la nación como hecho fundamental y la finalidad suprema a cuyo interés debe
subordinarse e incluso ante el cual, en principio, deben desaparecer los intereses de grupo o
intereses de clase” (Vilar 1980, 173), en el Perú sucedía lo contrario. La división de la sociedad
virreinal, la diversidad de formas productivas, la multiplicidad étnica y cultural hacía que los
diferentes grupos sociales elaboraran proyectos sin que se tocaran entre sí. El prejuicio de casta,
los privilegios feudales eran criterios organizadores de la sociedad colonial. Y esto no se pudo salvar
con la fundación de la República.
El ingreso de San Martín a Lima fue recibido en medio de la algarabía general. Son
momentos en que, en términos de Jorge Basadre, surge en el Perú la multitud política. Los salones
privados –al estilo francés−, y los cafés −provenientes de la experiencia inglesa−20 cumplieron un
papel importante en la formación de la opinión política. Un caso representativo es el de las tertulias
en la casa de José María de Pando. Sobre ellas, Fernán Altuve destaca:

Sustentaba en su casa [de Pando] una sociedad seleccionada de jóvenes literatos, con
quienes previamente representaba algunas piezas, teniendo por espectadores a algunos
amigos y a un círculo elegante de señoras dedicadas al arte.
Es así como nació el más célebre cenáculo limeño, ‘tertulia de Pando’. Un salón literario que
reunía a personalidades cultas, institución típica del siglo XVIII donde los individuos
ilustrados se distinguían en el arte de la conversación de los más diversos temas, lecturas,
poemas, dramatizaciones. En estos salones los anfitriones introducían temas políticos para
invitar a los asistentes a debatir y conciliar posiciones que, muchas veces, se trasladaban a
la prensa en polémicas escritas. La tertulia que se reunía en la casa de Pando recibía la

20 Tanto el salón como los cafés, son partes de lo que Lewis A. Coser denomina “espacios de la vida
intelectual”, junto a la sociedad científica, la revista trimestral o semestral, el mercado literario y la
publicidad, el partido político, la bohemia y la pequeña revista. Con respecto a los dos primeros espacios,
Coser explica: “El salón, libre de las rígidas restricciones de la sociedad cortés, daba al hombre de letras,
que antes estaba aislado y apartado, ocasión de encontrarse con compañeros escritores y artistas, así
como con admiradores cultos; el café, la más democrática de las instituciones, permitía al escritor encontrar
las diferentes capas de su público y de sus compañeros sobre una base de igualdad social. Así, pues,
tanto el salón como el café daban oportunidad al hombre de letras de intercambiar ideas en una atmósfera
libre de restricciones formales”. (Coser 1966, 20)

53
inspiración de la estética clasicista, de las ideas de la ideología francesa, de la filosofía de la
ilustración inglesa y de la literatura del prerromanticismo alemán. También se discutía sobre
los beneficios del libre comercio o el proteccionismo, y se criticaba la anarquía y la
demagogia en contraposición de la necesidad de un gobierno estable. (Altuve-Febres Lores
2015, XL)

Igualmente, los cafés fueron fundamentales al constituirse en un espacio de socialización y


discusión políticas. Su crecimiento fue significativo en los inicios del siglo XIX. Según Oswaldo
Holguín Callo: “En 1815 los cafés limeños ya eran ocho, pues a los conocidos de Bodegones, Santo
Domingo, San Agustín y la Merced se habían sumado los de Mercaderes, el Puente (situado cerca
de la iglesia de los Desamparados), Abajo del Puente y la Inquisición” (Holguín Callo 2013, 54).
Como sostiene Basadre sobre la importancia de los cafés en la formación de la opinión pública:

La entronización del café en aquella época tiene gran importancia para el desenvolvimiento
de la opinión pública en Lima: la fonda del Caballo Blanco en la calle lateral de San Agustín,
la de Bartoloque, a la vuelta de la calle de Judíos, donde se servía en vajilla de plata; el Café
del Comercio, en Bodegones…Allí nacían o circulaban, agigantándose, las ‘bolas’; había
discusiones y disputas sobre toros, mujeres o política- profana trinidad sobre la que siempre
tiene que hablarse en el café-; amenazaban los chapetones a los criollos; gritaban su
criollismo algún mozalbete que quizás era espía de la policía virreinal; al ruido de las copas
y de las tazas mezclábase el de las voces; a la luz de las lámparas, el humo del tabaco.
(Basadre 2009, 128)

En los cafés se forjaba una opinión pública favorable a la separación de España y de apoyo al
general San Martín, cuya presencia significaba para muchos la esperanza de libertad, de justicia,
de igualdad, de poner fin a la opresión y al oprobio. Pero estos ideales abstractos no fueron
aprehendidos de igual forma ni representaron la misma esperanza para todos, y esto estuvo
correlacionado al lugar en que cada grupo ocupaba en la organización social colonial.
El reclamo de la minoría criolla se inició como uno por la conducción del aspecto comercial,
por el acceso de puestos de mayor prestigio en el gobierno y por una igualdad jurídica con los
españoles, hasta finalmente plantear la separación de la Corona. Sus pedidos se enmarcaron, en
todo caso, en un nivel de élite, de minoría. Al pueblo recurrió cuando ya su movimiento se había
desplegado en forma irreversible y quedaba claro que solo se resolvería en los campos de batalla,
para lo cual necesitaba de hombres con los cuales engrosar sus huestes. A nivel popular, los ideales
mencionados adquirieron un tono diferente, que serían recogidos de acuerdo a los grupos −dentro
del mismo campo popular− que los asumían.
Es diferente lo que pensaban y sentían los indios, lo que experimentaban los negros y lo
que advertía la gente pobre de las ciudades. En este sentido, es interesante observar,
primeramente, cómo el sector negro de Lima interpretó la declaración de la independencia hecha
por San Martín.

54
a) Los negros
Para los negros esclavos la independencia era romper con las cadenas que los sujetaban a las
haciendas coloniales, sentimiento al que se sumaban los negros libertos de la ciudad por comunidad
de sangre. Al respecto, es sumamente interesante el análisis que hace Juan José Vega con
respecto a la discutida segunda estrofa del Himno Nacional, el “Largo Tiempo”, que ahora se tiene
la certeza de que es apócrifa. Vega señala que dicha estrofa fue compuesta por los negros de Lima.
Para demostrarlo parte señalando la importancia que numéricamente tenía la población negra en la
Lima de tiempos de la emancipación, pues, afirma, “era una urbe con más negros, mulatos, zambos
y trigueños que españoles y criollos, o que mestizos e indios juntos. Unos eran esclavos, otros
libertos, y todos ligados entre sí, fundamentalmente merced a las cofradías...”. (Vega 1984, 38)
Y con relación al entusiasmo por la llegada de ejército Libertador se explica fácilmente, pues
“se rumoreaba que San Martín proyectaba la abolición de la esclavitud y la vindicación de los
negros”. Esta esperanza los llevó a formar parte de las montoneras que iban cercando Lima. Pero
esta confluencia de acciones no estuvo respaldada por un mismo proyecto, pues mientras San
Martín se plegaba a la nobleza, en Lima corrían rumores de un posible levantamiento de la negrada.
Por ello es que “el libertador había ya prohibido a las montoneras acercarse a la capital; sus aliados
los aristócratas limeños las temían pese a saberlas patriotas, por el hecho de que las integraban
indios y negros en su mayoría”(Vega 1984, 38). Nuevamente, los intereses inmediatos triunfaron
obstaculizando la posibilidad de realización de un proyecto.
La proclamación del 28 de julio produjo una efervescencia en todos los sectores limeños
(aristocráticos, criollos, negros, mestizos e indios). Es entonces cuando surgen numerosas
composiciones para cantar el advenimiento de la ansiada libertad. Concretamente, refiriéndose al
“Largo Tiempo”, Vega señala que puede haber sido escrita por “uno de los muchos decimistas que
abundaban entonces, negros palanganas e ilustrados algunos de ellos entre criollos y españoles”.
Lo que es importante destacar aquí es que la percepción negra de la independencia no era
igual a la aspiración criolla, ni siquiera a la de los indios y mestizos. Mientras la letra de la estrofa no
tiene ningún sentido si se le aplica a cualquiera de estos grupos, en cambio, si es adjudicada a la
minoría negra

…entonces toda la letra de la estrofa sí posee un sentido muy coherente, incluso las
desagradables referencias a cadenas, crueles servidumbres y a cervices humilladas. Los
conceptos que resultan inaplicables para todo un país, sí tienen congruencia si se refieren a
una clase social, la esclavizada. Vale esa letra para la mitad de los negros de ese entonces,
para el amplio sector que seguía sometido a la esclavitud. Esta opción halla fundamento si
advertimos el tenor de la parte final de la estrofa aludida: MAS APENAS EL GRITO

55
SAGRADO/LIBERTAD EN SUS COSTAS SE OYO/LA INDOLENCIA DE ESCLAVO
SACUDE/LA HUMILLADA CERVIZ LEVANTO”. (Vega 1984, 38)

Como sostiene Marcel Velázquez (2005), la utopía republicana no fue capaz de integrar y
de fundar un discurso de integración, y esta incapacidad ha permitido la permanencia en nuestras
mentalidades de un racismo encubierto y de franca denigración cultural de los otros diferentes. Esto
es muy significativo en el caso de los negros, pues la cultura criolla le debe muchos de sus aspectos
que la identifican, como hemos visto en parte. Desde la literatura, la política o la crítica social, se
ha mantenido una descripción de los miembros de la comunidad afroperuana prejuiciosa,
temerosa21 o llena de odio. Por esta razón, son presentados como niños que necesitan protección
de los que sí saben, pero también como traicioneros, violentos, rebeldes, alejados per se de la
cultura y la civilización. Y esto sin importar la posición ideológica del que enuncia: Vidaurre y Pando
(Velásquez Castro 2015, 90-91) en los tiempos de la independencia, pero también, y
posteriormente, Ricardo Palma, Manuel González Prada, Flora Tristán, Felipe Pardo y Aliaga,
Manuela Gorriti, Mercedes Cabello de Carbonera, Fernando Casós o Concolocorvo, entre otros. 22

b) Los indios
Esta era la percepción que los negros tenían de la independencia, pero los indios, por su parte, la
sentían diferente. En todo caso, la independencia debería significarles el fin del tributo, del trabajo
personal, de la exacción de los productos que creaban con su exclusivo esfuerzo. Asimismo, el
término del avasallamiento del que eran objeto por la cultura occidental en contra de sus tradiciones
y costumbres. Mientras no se contemplaran estas, sus principales reivindicaciones, no se
movilizarían, puesto que, además, es bueno reiterarlo, sus dirigentes ya habían sido liquidados. Por
ello, quienes quisieran ganar su adhesión deberían ser capaces de asumir estos sentires. La
población indígena fue el centro de disputas entre realistas y patriotas. Su participación fue vital para
el resultado de la guerra, y esto se puede comprobar en la composición de ambos ejércitos cuya
masa de combatientes era mayoritariamente de origen andino. Ganar su adhesión no solo era
importante por su número, sino también porque la guerra se decidiría en la sierra, escenario que
conocían a la perfección. El proceso de proselitismo fue intenso, y un combatiente de la época,
Francisco Javier Mariátegui, en sus Anotaciones a la Historia del Perú independiente de don

21 “Basil Hall, un marino inglés que visitó Lima en 1821, señaló que la elite limeña vivía aterrorizada con la
posibilidad de un motín, que él no consideró posible”. (Arrelucea Barrantes y Cosamalón Aguilar 2015, 90-
91)
22 Carlos Aguirre, estudia el proceso de la disolución del sistema esclavista y pone en evidencia el papel

de la propia comunidad afroperuana en su liberación. (Aguirre 1993)

56
Mariano F. Paz Soldán describe cómo los agentes patriotas se las ingeniaban para lograr la
deserción dentro del ejército español en beneficio del ejército libertador:

Tres eran las principales fracciones en que se dividieron los patriotas. Un grupo estaba
capitaneado por los señores D. Fernando López Aldana, bogotano, y por D. Joaquín
Campino, chileno, y esta fracción era denominada de los forasteros. Otro lo fue por D. José
de la Riva Agüero, perteneciente a él D. Manuel Pérez de Tudela y algunos pocos miembros
del ayuntamiento. El tercero denominado el de los Carolinos, más numeroso, más decidido
y menos temeroso a los riesgos, era compuesto de la juventud de aquel tiempo. Han muerto
casi todos, y solo dos o tres viven. A él perteneció el Dr. D. Julio Morales, aunque no fue
carolino, cura que fue de Huaraz, indígena, y cuyas acciones parecerán increíbles por su
arrojo...
Trabajaron estos grupos en reducir a la oficialidad americana a hacer lo que [el] ‘Numancia’;
pero sus trabajos fueron estériles; los oficiales americanos que tenían relación con los
patriotas eran mal vistos y espiados, y sus más insignificantes acciones mal interpretadas
y denunciadas.
En el cuerpo en que más se avanzó en este sentido fue en el batallón “Cantabria” mandado
por un Cevallos, que después casó con una hija de Pezuela. Los oficiales que trabajaron
con más celo y eficacia fueron La Rosa y Taramona y los dos hermanos Castro, los que
tuvieron que ocultarse y pasarse. Fue necesario entonces ocurrir a trabajar sobre el
soldado, y varios se dedicaron a esta arriesgada empresa. Merece entre otros el ser
recordado Pablo Salazar: hablaba como indígena el quechua, y la mayoría de los soldados
del ejército real eran aborígenes del interior y hablaban también este idioma. Salazar
determinó conquistarlos para la patria, haciéndolo en las barbas mismas de los oficiales
enemigos. Abocado con el que estos renglones escribe, le expuso que él se reduciría a
vender los utensilios que necesitaba el soldado, como son agujas, hilo, espejos pequeños,
peines, pañuelos y otras especies de esta clase. Agregó, que con el pretexto de venderlos
estas menudencias, hablaría, y que cuando conociese que alguno estaba disgustado con
el servicio, lo trataría de que se desertase y de ocultarlo; que conseguido esto de algunos
ya era fácil lograr lo de otros, principalmente cuando viesen las medidas infructuosas que
para tomarlos empleaban sus oficiales.

Como se puede colegir de estas líneas, se trataría solo de aprovechar un estado de ánimo,
un momento de descontento. Pero las ideas “patriotas” estaban lejos de ser asumidas por los indios
que ni siquiera hablaban el mismo idioma de los dirigentes criollos. Poco o ningún significado tenían
para ellos ideas como defensa de la patria, república o interés nacional, vocablos irradiados por la
Ilustración europea. Pero la labor de propaganda y agitación de los emisarios de San Martín tuvo
efecto y lograron organizar cuerpos de lucha pequeños y de gran movilidad con base a indios
principalmente, negros, gañanes, formándose las guerrillas.
Estos destacamentos, que adquirieron numerosísimas formas, comenzaron a operar al
conocerse la noticia de la llegada de la expedición. Al principio tuvieron un funcionamiento
espontáneo, pero luego San Martín, reconociendo su importancia militar, las organizó técnicamente
y las unificó bajo un solo comando. Las guerrillas estuvieron dirigidas por Vidal, los mestizos
Ninavilca, Huavique, Quirós y otros; también estuvieron integradas por colombianos, argentinos,

57
chilenos y uruguayos. Sus operaciones se desarrollaron en los departamentos de Junín, Pasco,
Huánuco; además se fueron formando, paralelamente, partidas de montoneras en las serranías
cercanas a Lima que cumplían con el plan de asediar a la capital.23
Pero las fuerzas realistas también fijaron sus ojos en la masa indígena buscando atraerla
mediante el ofrecimiento de atender y cumplir con sus esperanzas. Es así que, luego de su retiro al
Cusco, La Serna puso en funcionamiento su plan de captar apoyo indígena, por medio de distintas
modalidades. La más sorprendente fue la de plantear constituir una monarquía indígena. Al respecto
fue Basadre quien exhumó hace algún tiempo un documento del Conde de Torata (Basadre 1979,
55-58) en el que daba a conocer dicha pretensión. Es importante destacar que esta formulación (al
margen de concretarse o no, pero que tocó fibras muy sensibles en la población indígena, sobre
todo de la sierra sur) fue posible porque los criollos limeños, directores del proceso separatista,
desconocían la realidad indígena, vacío que procuró ser llenado por los españoles. Este intento tuvo
sus efectos cuando las huestes de la Corona reagrupadas lograron recuperar Lima.
Más allá del momento del enfrentamiento de los criollos contra la Corona, a los seres
indígenas –al igual que a los afroperuanos− se les veía como una especie de hermanos menores,
casi como seres infantiles a los que hay que prestar ayuda. Esta visión de los indios como niños no
es original de los intelectuales criollos, pues se remonta en sus orígenes a los primeros años de la
evangelización. Por ejemplo, Jerónimo de Mendieta (1562) decía que lo que caracterizaba a la raza
indígena, básicamente, era su inocencia, su falta de maldad, su pureza de alma y sin pecado, en
suma, su inocencia infantil. De esta manera, el indio era concebido como un libro con las páginas
en blanco que esperaba ser escrito con las sagradas palabras provenientes de una civilización
superior, como “cera blanda” que los frailes podían moldear a su antojo.24 Hay que agregar, para
una mejor comprensión, que la totalidad de los intelectuales criollos fueron formados en colegios
religiosos, recibiendo, en consecuencia, todo su bagaje cultural. Se debe señalar que en la imagen
de los criollos sobre el indio pesa indudablemente la figura del dominico De las Casas que defiende
la humanidad del indígena, entendiendo la conversión del indio como “tutelaje, seducción y
derecho”, suponiendo “su reconocimiento como sujeto virtual, o también una conciencia vacía o una
tábula rasa en la que, al modo de la teoría epistemológica que más tarde formuló la filosofía de la
ilustración europea, pudieran inscribirse cualesquiera códigos y normas de vida”.25

23 Al respecto véase Leguía y Martínez, 1972.


24 Sin embargo, esta no era una visión única, pues habían otros, como Ginés de Sepúlveda, que calificaban
a los indios como criaturas sin juicio, de inferioridad natural. El indio como “homúnculo”. Al respecto véase
Manrique, 1993.
25 Por ejemplo, Francisco Núñez Pineda y Bascuñán escribe “El feliz cautiverio”, en donde los indios son

vistos como seres humanos igual que los españoles, no idólatras ni salvajes. Véase Brading, 1991.

58
***

Los casos de negros e indios son claros en precisar que en las clases populares no existió una
conciencia compartida que les permitiera librar una lucha autónoma respecto del proyecto criollo y
con capacidad de marcar claros deslindes con la pretensión española. Por ello, fue factible que
fueran seducidos por un lenguaje atrayente y demagógico (también a veces sincero, pero con
fórmulas que resultaban exóticas para su realidad, a pesar de las buenas intenciones que pudieron
tener las propuestas de algún pensador individualmente). Y en esta atracción para una u otra causa
jugó un papel importante el líder o caudillo. Pero también, las barreras sociales, culturales y hasta
políticas, impidieron que a ambos contingentes se les consideraran en sus inmensos aportes en la
lucha por la independencia, especialmente cuando los criollos intentaran producir una narración
sobre esos hechos y la formación de la nacionalidad.

c) La plebe capitalina
La relación líder-masa en este momento histórico, tiene muchos aspectos interesantes que sería
bueno destacar para conocer a qué grados se llegó en la comunión de ideas dentro de una lucha
que ponía a prueba la madurez de los pueblos que buscaban fundar un Estado autónomo. En este
sentido, la importancia de San Martín como líder es indiscutible y grafica que la adhesión a un
caudillo es precaria si no está respaldada por un proyecto compartido.
San Martín había despertado una gran simpatía popular. Era el prototipo del líder innato que
despierta el entusiasmo y la solidaridad espontáneos, pues era él quien encarnaba una promesa, la
de la vida libre y sin cadenas. Un caudillo puede cautivar corazones y someter voluntades logrando
la entrega de las multitudes que dejan de lado muchas veces las diferencias sociales que las
separan. Pero esta identificación no significa necesariamente compromiso con el proyecto del
caudillo. Ella termina cuando los pueblos van adquiriendo conciencia de su autonomía o cuando sus
intereses o expectativas pretenden ser vulnerados obligándolos a tomar distancias de su líder.
La llegada de la expedición, ya hemos visto, genera este tipo de solidaridad para con el
general argentino...pero con un límite. Y este llegó cuando fue conocida su posición acerca de la
instauración del nuevo gobierno bajo la égida de una monarquía constitucional. La clase nobiliaria,
obviamente, apoyaba ese proyecto. Pero cuando San Martín tuvo que viajar a Guayaquil y quedó
en su reemplazo Monteagudo, su entusiasmo se fue enfriando dado el exacerbante despotismo del

59
que hacía gala el consejero, actitud que no se advenía con las nuevas circunstancias. La élite nativa
llegó a distanciarse y buscó deshacerse de él, pero en realidad correspondió al pueblo lograr su
expulsión del país. “Fue la primera reacción triunfal de la multitud capitalina rebelde en el Perú
emancipado de España”, apunta Basadre (1973, 164).
Nuevamente se repite el esquema que con negros e indios, en el que los sentires de las
élites y de las clases populares limeñas llegan por distintos caminos a un mismo punto pero sin
internalizar, repetimos, un mismo proyecto. Los de “arriba” recusaron el despotismo de Monteagudo
porque veían en su actitud una posibilidad de que sus propósitos se prolonguen en ser concretados;
los de “abajo” manifestaban su rechazo porque les recordaba los tiempos de la más tirana opresión
que sobre ellos había recaído durante la dominación española. Por eso, la minoría criolla encontró
en las clases populares un apoyo que ella sola nunca hubiera sido capaz de fomentar.
El ambiente era liberal y republicano y cualquier indicio de querer volver al pasado era
suficiente para convocar a todas las voluntades en su contra. Y fueron quienes, precisamente,
enarbolaron las ideas liberales en su mayor radicalidad los que encabezaron el Congreso
Constituyente, es decir, la “etapa peruana” de la emancipación.

60
4
LA REACCION REPUBLICANA Y LA DICTADURA DE BOLÍVAR

Si bien el intento en estas páginas es mostrar cómo fue evolucionando el pensamiento criollo
tomando documentos representativos de las diferentes etapas por las que atraviesa, es necesario
evitar caer en una posición determinista afirmando que son siempre los intereses económicos los
que definen mecánicamente las formulaciones teóricas. De ser así ¿qué interés podrían tener los
criollos de avanzada en proclamar las ideas liberales si ellos mismos no conformaban una burguesía
que fue la clase que históricamente dio origen y sustento a esas ideas?
Para cualquier análisis de las ideas hay que tener siempre presente, como un marco de
fondo, que los sentimientos, las pasiones, los ideales también juegan un papel importante en la
elaboración de los “proyectos”, aun cuando esas propuestas de alguna manera vayan en contra de
los intereses inmediatos de quienes los enuncian. En ese sentido, como vimos, el Vidaurre de cierto
momento es una confirmación de lo dicho, pues él como noble pudo haberse sentido complacido
con la tesis monarquista, pero su posición liberal lo llevó a oponerse al intento sanmartiniano e,
incluso, más tarde, la fidelidad a sus ideas lo alejó de Bolívar con quien había establecido una
profunda amistad. Se puede afirmar, entonces, que entre los pensadores nobles existieron algunos
románticos inspirados más en los ideales abstractos que en las conveniencias económicas
inmediatas. Pero es entre los criollos que no pertenecían a la nobleza que encontramos a quien fue
el más pugnaz defensor de la propuesta liberal.

José Faustino Sánchez Carrión: el intelectual político


Es el caso de otro doctrinario como Viscardo, pero que le tocó vivir una etapa diferente. Se trata del
“Tribuno” José Faustino Sánchez Carrión (Huamachuco/Intendencia de Trujillo 1787-Lurín 1825)
quien encarnó como ningún otro contemporáneo suyo la figura del intelectual político. A diferencia
del novicio jesuita, no se tuvo que preocupar tanto en justificar la necesidad de la independencia
como en proyectar cómo sería el gobierno del Perú independiente. Por medio de publicaciones
como La Abeja Republicana,26 El Correo Mercantil, Político y Literario y El Tribuno de la República

26 La Abeja Republicana fue especialmente importante para la difusión de los planteamientos de Sánchez

61
Peruana, se encargó de formar a la opinión pública en favor de sus ideas bajo el seudónimo ya
célebre de “El solitario de Sayán”.
Natural de Huamachuco, de formación religiosa y carolino, Sánchez Carrión fue recibiendo
las ideas liberales, las cuales encontraron terreno fértil donde desarrollarse en su personalidad firme
de principios, inteligencia y, a decir de Bolívar, enorme patriotismo.27 Desde joven mostró su
inclinación por la justicia la misma que afloró cuando leyó un discurso crítico de la administración
colonial frente al mismísimo Abascal, emulando a Baquíjano de quien era admirador, y siguiendo a
su maestro del Convictorio de San Carlos, Toribio Rodríguez de Mendoza. Luego de unos meses
de reclusión en su tierra natal, reapareció cuando se hicieron evidentes las intenciones de San
Martín. Con sus cartas se enfrentó brillantemente a la Sociedad Patriótica y a Monteagudo,
fulminando las pretensiones monarquistas. Las publicaciones de
Sánchez Carrión, dice Porras Barrenechea, su mejor apologista,
“resolvieron el debate que se planteó por Monteagudo en la Sociedad
Patriótica. Cuando el Congreso Constituyente tenga que resolver la forma
de gobierno, la República no necesitará ya de apologistas. El Solitario de
Sayán y sus colaboradores habían ganado ya todos los espíritus”. (Porras
Barrenechea 1974, 25)
Para ser más exactos hay que decir que Porras exagera, puesto
que “todos los espíritus” eran, en realidad, muy pocos. Baste mencionar
que cuando San Martín mandó consultar al pueblo de Lima si estaba de acuerdo con la
proclamación de la independencia, los que firmaron el acta −porque podían hacerlo− fueron solo
tres mil habitantes. Quedaron relegados indios, negros, analfabetos, mujeres y, por supuesto, niños.
La población de la capital constaba para ese entonces, según el censo de 1812, con 64 mil
habitantes, aproximadamente.
En su carta enviada al editor del Correo Mercantil de Lima, Sánchez Carrión reflexiona sobre
la inadaptabilidad del gobierno monárquico al Estado libre del Perú el 1 de marzo de 1822, sustenta
su posición. Luego de describir la falta de energía y celo por la libertad y la blandura de carácter del
peruano y suponiendo una monarquía se pregunta “¿qué seríamos?” y responde:

Carrión. Tuvo vida entre julio de 1822 y junio de 1823, es decir, desde la caída de Monteagudo hasta el
retiro del gobierno de José de la Riva- Agüero al Callao. Lo fundó Mariano Tramarria, “el principal vocero
de las fuerzas que precipitaron la caída del poder del monteagudismo. En un inicio fue cerradamente
oficialista, pero hacia fines de 1822 tomó distancia del triunvirato entonces a cargo del Ejecutivo. Trasluce
allí un choque producido entre el ejército y la Asamblea Constituyente convocada ese año”. (Palti 2012,
99)
27 En carta a Francisco de Paula Santander, Bolívar definió a Sánchez Carrión con las siguientes palabras:

“El señor Carrión tiene talento, probidad y un patriotismo sin límites”.

62
...seríamos excelentes vasallos, y nunca ciudadanos: tendríamos aspiraciones, y nuestro
placer consistiría en S.M. extendiese su real mano, para que la besásemos: solicitaríamos
con ansia verle comer: y nuestro lenguaje explicaría con propiedad nuestra obediencia...
Cómo nos defenderíamos de la real opresión, si pocos diestros en el ejercicio de nuestros
derechos, no hemos sabido más que obedecer ciegamente? Un trono en el Perú sería acaso
más despótico que Asia, y asentada la paz, se disputarían los mandatarios la palma de la
tiranía.

Por eso defiende a la República como forma de frenar el servilismo y fomentar la conciencia
pública del bienestar individual.
Lo que nos parece fundamental de las líneas transcritas es la agudeza de Sánchez Carrión
por su intento de justificar un régimen político tratando previamente de elaborar una visión del
peruano. De cómo somos derivará el sistema político necesario. Este es un aporte de Sánchez
Carrión que no ha sido suficientemente valorado. En su tiempo, solo Unanue trató de hacer algo
similar, aunque su proyecto era el de una monarquía constitucional, al menos durante gran parte de
su vida, pues terminó apoyando a Bolívar. La necesidad por definir una antropología, una idea del
ser humano, pero en este caso específico, una idea del peruano, es fundamental para fundar un
pensamiento político. Así sucedió con los grandes pensadores que trataron de conformar estados
nacionales en concordancia con su idea del hombre (Maquiavelo por ejemplo), o con aquellos que
reflexionaron sobre el régimen más apropiado para sus respectivas naciones (Hobbes y el
absolutismo).
En el Perú, por ejemplo, González Prada denunció, acusó, sacó a la superficie, nuestros
vicios pero nunca llegó a proponer cómo de ese diagnóstico se derivaba una institucionalidad. Para
entender mejor la formación de un pensamiento político en nuestro país es necesario tomar en
cuenta con mucha agudeza esta relación que Sánchez Carrión comenzó a ver, entre su imagen del
hombre y la coronación institucional. Solo años más tarde, casi un siglo después, se podrá hablar
de un pensamiento político peruano, pensado de manera integral, con diagnóstico y propuesta
institucional, con una idea del hombre y de la política, con una visión del pasado que sea útil al
presente. Primero serán los intelectuales formados en los inicios del siglo XX (Riva Agüero,
Belaunde, García Calderón), luego vendrían los centenaristas (Mariátegui, Haya de la Torre,
Sánchez, Basadre).
En otra Carta sobre la forma de gobierno conveniente al Perú del 17 de agosto del mismo
año, Sánchez Carrión expresaría:

…nos han agobiado los reyes con su tiranía: cansados estamos de esperar la felicidad, que
prometen con los labios: nuestros derechos nunca pueden afianzarse bajo su imperio:
república queremos, que solo esta forma nos conviene.

63
Es interesante observar cómo en Sánchez Carrión se manifiesta un espíritu revolucionario,
puesto que aun cuando tiene el juicio que hemos visto sobre los peruanos, que pudo haberlo llevado
a aceptar la tesis monarquista porque supuestamente no estaríamos en condiciones o preparados
para gobernarnos autónomamente, él pretende cambiar las circunstancias, ir contra la corriente por
más posición en minoría en que esté. Sánchez Carrión manifestará, pues, una ética radical y, para
su tiempo, subversiva. Una visión no restringida sobre el ser humano se desprende de las
reflexiones del Tribuno.
Más adelante plantea como forma de gobierno que garantice la unidad del Estado al
federalismo que para él era un “gobierno central sostenido por la concurrencia de los gobiernos
locales y sabiamente combinado con ellos”. Pero para que esta nueva República sea una realidad
efectiva y no simple deseo es necesario que la Constitución sobre la que se asiente cuente con las
siguientes características:

...conserve ilesas...la libertad, seguridad, y propiedad, de modo que nunca jamás se perturbe
su ejercicio; y que, adecuándose a la extensión, población, costumbres, y civilización, las
multiplique, mejore y regenere, por la eficacia y benignidad de su influjo. Así, lograremos
todas las ventajas imaginables en nuestro estado, teniendo juntamente la gloria de no haber
dado campo a la perniciosísima zizaña de la anarquía, que de ordinario cunde a la sazón
de organizarse una nueva nación, o al transformarse los elementos de un plan gubernativo.

Para Sánchez Carrión −que está muy conciente que vive un momento fundacional− “el
gobierno y la Nación deben ser la misma cosa”. El primero subsumiéndose en la segunda. La
sociedad por encima del Estado. Al mismo tiempo, es un celoso defensor de la separación de
poderes, buscando el equilibrio y evitando la preeminencia del ejecutivo. Sánchez Carrión continúa
el problema planteado por Vidaurre sobre la distancia entre el Estado y la sociedad, y la solución
que propone se ubica consecuente dentro de los criterios democráticos, sin dejarse ganar por la
tentación autoritaria.
Enemigo de la monarquía y la autonomía, el huamachuquino propone algo original: que
quien gobierne no solo sea una persona sino tres, porque así será más difícil que se pueda
transgredir la ley y se caiga en el abuso de un déspota. Para evitar la anarquía y que el Estado se
convierta en botín “del más afortunado o del más fuerte”, señala en su “Discurso preliminar del
Proyecto de Constitución de 1823” que “el único, legítimo y eficaz agente para consolidar las
asociaciones políticas es la libre voluntad de los pueblos que las forman; además que…
entre tanto no se afirmen las leyes fundamentales, todo es precipitación y movimiento en un
Estado; más claro, se vive en una especie de anarquía más o menos pronunciada; porque
es condición indispensable del orden reconocer ciertos principios, fijos de que parta la
regularidad en todas las acciones y la precisión de límites en el ejercicio de la autoridad y
de los derechos civiles.

64
El Congreso Constituyente: auge del verbo liberal
Tal es la prédica liberal que triunfa culminando en la instalación del Congreso. Este, como señala el
historiador Alberto Tauro del Pino (1975), es el que ha tenido la vida más accidentada de todos
cuanto han existido en la República, llena de postergaciones, huidas y recesos.28
Primero fue convocado por San Martín el 27 de diciembre de 1821, pero no pudo iniciar sus
funciones en la fecha programada, el 1 de mayo del año siguiente. Luego hubo prórroga para el 28
de julio. Pero el viaje del Protector al norte y un proceso incompleto para elegir a los diputados
originaron una segunda postergación. Finalmente, el Congreso recién se pudo instalar el 20 de
setiembre de 1822. Ese día, en su discurso inaugural Luna Pizarro pronunció unas palabras en las
que advirtió sobre el peligro de caer en la anarquía si los representantes no son capaces de llegar
a acuerdos, prevaleciendo la minoría o dominando la mayoría. Palabras que tendrían con el
transcurrir del tiempo mayores constataciones. El día siguiente, Arce pronunciaría un discurso
fundamental en el que “planteó la necesidad de que el Congreso asumiese tanto el Poder Legislativo
como el Ejecutivo y propuso que éste estuviese compuesto por una comisión de su seno, la misma
que debía actuar como Junta Gubernativa hasta que la Constitución fuese promulgada” (Núñez
1971, 52). Solo lo apoyó Luna Pizarro. Como consecuencia se nombró la Junta Gubernativa
compuesta por La Mar, Manuel Salazar y Baquíjano y Felipe Antonio Alvarado.
Posteriormente, el 10 de octubre, Sánchez Carrión redacta un mensaje “a los indios de las
provincias interiores”, que es firmado además por Luna Pizarro y Mariátegui. Se dirige a los indios
como “hermanos” e inaugura la mirada paternalista, representa a la nación como una familia, y
pretende establecer simbólicamente un cuerpo de nación. Además, señala:
Nos acordamos de lo que habéis padecido y trabajamos para haceros felices en el día. Vais
a ser nobles, instruidos, propietarios y representaréis entre los hombres todo lo que es
debido a vuestras virtudes.

Desde el propio inicio de la República queda inscrita la promesa incumplida de la nación peruana.
Como sabemos, la contraofensiva española gana posiciones y el Congreso tiene que huir al
Callao el 19 de junio de 1823. El día 22 el Congreso se instala en Trujillo, entrega el poder militar a
Antonio José de Sucre y Riva Agüero es desplazado. El 17 de julio el Congreso delega el poder a
Torre Tagle mientras esperan a los representantes que llegarían una semana después, pero a los
dos días el Mariscal Riva Agüero disuelve el Congreso. Rápidamente el rebelde es sustituido por

28Un panorama completo de los debates en torno al régimen político en los tiempos de la independencia
se puede encontrar en Block, 2012.

65
un “senado precario”. En Lima, bajo el mando de Torre Tagle, el Congreso vuelve a sesionar el 6
de agosto. Entra en receso el 10 de febrero de 1824 y llama a Bolívar a quien concede poderes
dictatoriales, hasta el 10 de febrero de 1825 cuando la separación de España ya se había asegurado
en la sierra central. Finalmente, da por concluida su labor el 10 de marzo del mismo año.
El Congreso Constituyente estuvo compuesto por lo más representativo del pensamiento
liberal de aquellos momentos. Los intelectuales asumen el papel de legisladores. Se elige
Presidente de las Juntas Preparatorias al clérigo chachapoyano y ex-rector de San Carlos, Toribio
Rodríguez de Mendoza. Impulsor principal de la reforma educativa, ex-mercurista, formó a
generaciones de pensadores bajo los preceptos del pensamiento moderno, orientándolos por la
causa liberal y republicana. Como Primer Presidente Efectivo se eligió a otro clérigo, el arequipeño
Francisco Javier de Luna Pizarro. Ex-presidente del Supremo Consejo de Indias, rector del Colegio
de Medicina (San Fernando),29 fue también un hombre ganado por las ideas liberales, aunque en el
tiempo de los virreyes fue cauteloso. Vice-presidente del Congreso fue el noble Manuel Salazar
Baquíjano, conde de Vista Florida. Y como secretarios se eligieron a Francisco Javier Mariátegui y
José Faustino Sánchez Carrión. Pro-secretario sería el arequipeño Felipe Santiago Estenós.

Javier de Luna Pizarro: el clérigo legislador y conspirador


En este momento me debo detener para referirme con algo de detalle al clérigo Javier de Luna
Pizarro (Arequipa 1780-Lima 1855) que tuvo gran trascendencia en su
tiempo, especialmente por su papel en tres Congresos Constituyentes (los
de 1822, 1828 y 1834), y en otros cargos públicos. También fue Arzobispo
de Lima (1846-1855), diputado por su departamento y senador. Cuando
contaba con solo 18 años de edad, fue nombrado catedrático de Filosofía
del Seminario de San Jerónimo,30 para luego ser enviado por Pedro José
Chávez de la Rosa (Belaunde Ruiz de Somocurcio 2006)31 a la Universidad
San Antonio Abad del Cuzco en donde optó licenciatura y doctorado en

29 En sus aulas estudiaría Manuel de Mendiburu, autor del Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, que
consta de ocho volúmenes (1874-1890).
30 El Seminario San Jerónimo de Arequipa fue fundado en el año 1619, y cumplió también un papel

importante en la formación de las élites que luego tendrían protagonismo en la lucha por la emancipación.
31 El obispo español Chávez de La Rosa (1740-1819) cumplió un importante papel reformador en la

educación de Arequipa que lo asemeja al papel de Rodríguez de Mendoza en Lima, pues modificó el
currículo del Seminario de San Jerónimo con el fin de adecuarlo a las nuevas corrientes de la época. Con
él estudió, además de Luna Pizarro, Mariano José de Arce, otro ilustre precursor de las ideas
independentistas. En 1800 ingresó Benito Laso, exponente del liberalismo, decidido defensor de la
independencia, apoyó la rebelión de Zela y, luego de los Angulo y Pumacahua. En 1803 ingresaría quien
sería también protagonista importante en el debate de ideas del siglo XIX: Francisco de Paula González
Vigil.

66
Leyes y Sagrados Cánones En 1800, se recibió de abogado en la Real Audiencia del Cuzco, y
posteriormente se incorporaría a la de Lima; desde entonces destacó como docente por sus amplios
conocimientos y convicción de ideas. En el año 1806, fue ordenado como sacerdote en Lima. El
año siguiente sería nombrado vicerrector del Seminario; en sus aulas siguieron estudios Mariano
Melgar y Francisco de Paula González Vigil. Pero también en 1807 sería denunciado ante la
Inquisición por difundir libros insertos en la lista de prohibidos, por las ideas modernas que portaban,
como el padre Cisneros en su momento. En marzo de 1809, Luna Pizarro y Chávez de la Rosa
viajarían a la España que había sido invadida por el ejército napoleónico. Este momento fue un
observatorio para Luna Pizarro muy importante. Conoció a varios diputados elegidos para las Cortes
de Cádiz, y pudo obtener información directa sobre los reclamos de los criollos y el humor político.
Él mismo fue elegido diputado suplente ante las Cortes de Cádiz, sin hacer efectiva su
representación. En 1819 fue nombrado por el Virrey rector de San Fernando. Ya conquistada la
independencia, en la República fue diputado y senador, además de presidente de los congresos
constituyentes de los años 1822, 1828 y 1834. Es decir, como intelectual fue un clérigo legislador
que en vez del púlpito fue la tribuna parlamentaria la que priorizó para hacer uso de la palabra en el
debate público, además que estuvo inmerso en las pasiones políticas de los voraginosos años que
le tocó vivir. (Villanueva 2016)
Luna Pizarro fue, como muchos de sus contemporáneos, reacio en un principio a apelar a
la guerra como medio para alcanzar la independencia; por ello, lamenta el fracaso del experimento
de las Cortes, porque pensaba que pudo haberle dado a los criollos la posibilidad de asumir mayores
responsabilidades de gobierno sin derramamiento de sangre. Dentro de este esquema de
pensamiento, Luna Pizarro coincidía con Canterac sobre la aparente inmadurez del Perú y de todos
nuestros países en conjunto para vivir como estados independientes de España; además, los
generales San Martín y Bolívar eran considerados como enemigos por el clérigo. Es probable, como
afirma Javier de Belaunde Ruiz de Somocurcio, que la postura de Luna Pizarro variara en los meses
iniciales del año 1821, es decir, poco tiempo antes de la proclamación de la Independencia. Incluso,
en tanto rector de San Fernando, firmó el acta de declaración de la Independencia, el 15 de julio de
1821, integrando un grupo de vecinos de Lima que se había pronunciado a favor de ella. Quizás
había comprendido que la guerra era inevitable y que su desenlace inexorable.
La representación constituyente
Luego de la entrevista en Guayaquil, los días 26 y 27 de julio de 1822, entre Bolívar y San Martín
se instaló el Congreso Constituyente, el 20 de septiembre, la misma fecha en la que San Martín
renunciaría a su cargo de Protector. Luna Pizarro, para entonces diputado por Arequipa, sería
elegido presidente del Congreso, teniendo como secretarios a José Faustino Sánchez Carrión y

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Francisco Javier Mariátegui. Apenas producida la dimisión de San Martín, el Congreso nombra una
Junta Gubernativa el 22 de setiembre de 1822, compuesta por José de la Mar como presidente, y
por Felipe Antonio Alvarado y Manuel Salazar y Baquíjano, la misma que gobernó hasta el 27 de
febrero de 1823.
La mayoría de la representación estuvo conformada, entre diputados propietarios y
suplentes, por Eclesiásticos (26) y Abogados (28). Después Médicos (8), Marinos (1), Empleados
(6), Propietarios (9), Comerciantes (9) y Mineros (3). En cuanto a la nacionalidad la distribución fue
de 78 peruanos y 13 extranjeros. Entre algunas figuras sobresalientes se puede contar a Mariano
de Arce (Racionero de Lima), Tomás de Méndez y Lachica (Padre de la Congregación del Oratorio),
Carlos Pedemonte (Padre del Oratorio), Justo Figuerola (Catedrático de San Marcos), Pedro
Pedemonte (miembro del Colegio de Abogados), Manuel Pérez de Tudela (Fiscal de la Alta Cámara
de Justicia), José Joaquín de Olmedo (Presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil), Hipólito
Unanue (Consejero de Estado y Ministro de Hacienda), José Pezet (Catedrático de Anatomía),
Miguel Tafur (Protomédico), José de la Mar (General de División) y otros. Los intelectuales habían
tomado el poder. “El primer Congreso Constituyente no sólo se caracterizó por la singular calidad
intelectual de sus integrantes, sino también por su laboriosidad y la rectitud moral en sus actividades”
(Belaunde Ruiz de Somocurcio 2006, 37). Pero pronto el Perú entraría en una profunda crisis: los
hombres de pensamiento se mostraron ineficaces a la hora de gobernar.
La prédica liberal que le arrebató las pretensiones a Monteagudo y a la Sociedad Patriótica
inspiraría a los hombres de la primera Asamblea Constituyente de la historia del Perú. Nobles
principios que se verán enfrentados brutalmente con la realidad y que en 1823 darían nacimiento a
la primera Constitución, objetivo central del Congreso. En realidad, la Constitución fue producto de
una comisión conformada por Sánchez Carrión, Rodríguez de Mendoza, Unanue, Pedemonte,
Figuerola, Paredes, Pezet y Mariátegui. Pero correspondió a Sánchez Carrión sustentar el proyecto
de Constitución el 14 de abril de 1823. En dicho documento, el Tribuno hace una exposición
resumida y clara de las ideas liberales que sustentarían la ideología oficial de la nueva República y
que se plasmarían en la Constitución. Sobre ella dice López Soria:
Se compone de 24 artículos y en ella quedan asentados los principios de la soberanía que
reside en la nación, la democracia representativa, el catolicismo como religión oficial, el voto
directo, la libertad de residencia y de prensa, la inviolabilidad de domicilio y de la
correspondencia, la igualdad de todos ante la ley, etc. Se establece igualmente la división
de poderes conforme al más rancio esquema liberal. El senado estaría compuesto por
delegados de las provincias y se encargaría de vigilar la observancia de las leyes y de la
constitución, nombrar al ejecutivo, designar empleados públicos religiosos y civiles y
convocar al congreso extraordinario. Diríase que los intereses de la burguesía industrial
quedaban bien resguardados. El único problema era que esa burguesía era prácticamente
inexistente. Las ‘Bases de la constitución política’ de 1822 reflejan, pues, un doctrinarismo

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liberal que poco o nada tenía que ver con la realidad peruana pero que abre las puertas del
Perú a la penetración de las burguesías extranjeras. (López Soria 1980, 102-103)

Pero, entonces, si no había base social que sustentara las ideas liberales ¿qué nos puede
explicar su victoria? Basadre atribuye a tres episodios fundamentales la imposición liberal: a) los
fusilamientos, sin previo juicio, de un antiguo agente de San Martín, Pablo Jeramy, y del coronel
Mendizábal, quienes defendían las tesis democráticas; además de persecusiones, destierros y
acoso a los simpatizantes de las ideas liberales, creando en la opinión pública un clima de terror; b)
la multitudinaria expulsión de Monteagudo y c) la libertad de imprenta decretada en 1822. (Basadre
1973, 163-164)
Es necesario precisar que las ideas liberales solo se pudieron propagar y difundir en un radio
relativamente pequeño, cual es la capital, fundamentalmente, y algunos pequeños núcleos de
provincias, donde sí existían condiciones para ello. Es claro, entonces, que la mayoría de la
población quedó excluida. Analizando las dos primeras causas propuestas por Basadre, nos
daremos cuenta que fue el rechazo y el miedo a un sistema monárquico lo que, por reacción, le
abrió el paso a las ideas liberales sin que esto llegase a significar identificación plena y absoluta con
sus preceptos. Esta imposibilidad no se pudo salvar con la libertad de imprenta, puesto que la
mayoría de la población no hablaba ni leía el español; y tampoco con las proclamas traducidas al
quechua por insuficientes.
De esta manera, la propaganda quedaba constreñida a un pequeño segmento de la
población. Las condiciones previas que permitieron en Europa la divulgación de las ideas liberales
y su asunción por parte de la sociedad, a saber, existencia de una burguesía, de una economía
integrada, de una cierta homogeneidad cultural, no existieron aquí. Esta situación de incomunicación
y de ausencia de un interés y sentimiento nacionales, se tradujo en las pugnas entre los caudillos
que representaron a Riva Agüero con Torre Tagle; la solución fue dárselo a un triunvirato, como
sustentó Sánchez Carrión. La anarquía imperaba y el caudillo que necesitaba el grupo criollo, que
fuera capaz de aglutinar voluntades mientras se organizaba el nuevo Estado, no existió: “La realidad
les da en la cara con la derrota de Torata y Moquegua y el Jefe del Ejército, Santa Cruz, se presenta
en el recinto del Congreso, haciendo sonar las espuelas, ante la estupefacción de los tribunos
embebidos en la lectura de Montesquieu, de Payne y de Jefferson. Es el día del derrumbe de Luna
Pizarro y de sus incautas jugarretas civiles” (Belaunde Ruiz de Somocurcio 2006, 32). Por medio
del motín de Balconcillo, el “Ejército del Centro” solicitó al Congreso, el 26 de febrero de 1823, la
disolución de la Junta Gubernativa; el ejército ejecuta el primer golpe de Estado de nuestra historia
y obliga a que se nombre como presidente a Riva Agüero el 28 de febrero de 1823 −a pesar de los
esfuerzos de Unanue por impedir la ruptura institucional−, prontamente, el propio Congreso lo

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ascendería a Gran Mariscal. Ante tan caótica situación, el Congreso se vio dividido en tres facciones.
Por un lado, la de Luna Pizarro, que lideró la de los “puritanos o recalcitrantes”, junto a Mariano José
de Arce; por otro lado, la que apoyaba a Riva Agüero; y, finalmente, la de los “relativistas”. Luna
Pizarro, se declaró mal de salud y se autodesterró en Chile. Riva Agüero, en su afán por consolidar
la independencia, organizó la Segunda Campaña de Intermedios, que terminó en un tremendo
fracaso.
Mientras tanto, La Serna, refugiado en el Cusco, había acumulado fuerzas entre los sectores
indígenas y también entre algunos criollos de provincias que no se sentían satisfechos en la nueva
organización del Estado que, formalmente al menos, descuidaba sus intereses, según el espíritu de
la Constitución. Y en este doble proceso de resquebrajamiento entre los peruanos y de reagrupación
de los realistas es que las tropas de Canterac ocuparían Lima.
Por un lado, los conflictos con el Congreso y, por otro lado, la llegada de Bolívar para asumir
el control del Estado, determinarían el fin del gobierno de Riva Agüero, quien fue deportado a
Guayaquil, primero, y a Europa después, en donde residió hasta 1828. Todo fue una sucesión rápida
de acontecimientos. El gobierno de Riva Agüero solo duró hasta el 23 de junio
de 1823, fecha en la que el Congreso, que sesionaba en el Callao, lo destituyó.
Con las fuerzas realistas en Lima, el Congreso –que sesionaba en el Callao−
determinó que los poderes Legislativo y Ejecutivo se trasladasen a Trujillo; pero
también creó un poder militar que confió al general Antonio José de Sucre, que
desde el mes de mayo estaba en el Perú, y nombró una delegación con la misión
de solicitar a Simón Bolívar –el 19 de junio de 1823− que tomara la conducción de la guerra contra
los españoles. El 23 de junio, el Congreso concedió a Sucre facultades de Presidente de la
República y, simultáneamente, depuso a Riva Agüero. Este, por el contrario, se mantuvo reacio de
acatar lo acordado por el Congreso y, más bien, se trasladó a Trujillo pretendiendo mantener su
investidura decretando la disolución de la Asamblea el 19 de julio de 1823; conformó un Senado
con diez diputados e intentó constituir un ejército. Por su parte, el presidente provisorio, Torre Tagle,
en Lima, convocaba al Congreso el 6 de agosto que, a su vez reconoció al Marqués como
Presidente de la República. El inicio de la República marcó la anarquía que caracterizaría al Perú
en las décadas siguientes. En el contexto de un poder bifronte, Riva Agüero quiso negociar una
tregua con los españoles; prevaleció su enfrentamiento
a Bolívar. El general venezolano resolvió enfrentarlo prontamente, Riva Agüero fue traicionado y el
coronel Antonio Gutiérrez de la Fuente lo envió al destierro a Guayaquil, 25 de noviembre de 1823,
en lugar de obedecer la orden de ejecutarlo. Posteriormente, se refugiaría en Inglaterra.

70
Este momento histórico reseñado revela con claridad la ausencia de un sentimiento
“nacional” incluso dentro de los propios criollos nobles que pretendían dirigir la guerra. No podían
sentirse defensores de una comunidad en la que, de aceptarla, convivirían con indios siervos,
negros esclavos, plebe miserable, con una población mayoritariamente quechua-hablante y de
tradiciones opuestas a las de la cultura occidental. La mayoría de los criollos nobles reproducían un
discurso liberal que ocultaba una mentalidad feudal, estamental y aristocratizante. Quizás por esa
razón, los ideólogos criollos liberales más consecuentes serían aquéllos que pertenecían a una
cierta clase media, como Viscardo o Sánchez Carrión, por ejemplo.
En este punto es necesario tener en cuenta que gran parte de los hombres de pensamiento
que marcaron su impronta en los tiempos de la lucha independentista unieron a sus ideas y
proyectos la acción, incluyendo las actividades armadas, especialmente cuando toda esperanza de
una convivencia pacífica e igualitaria entre españoles y americanos había desaparecido. En este
sentido, fueron intelectuales subversivos, que no se contentaron con la mera especulación y
supieron comprender la situación peculiar que tuvieron que afrontar. No obstante, si fueron eficaces
en la crítica al poder instituido no mostraron la misma virtud cuando les correspondió asumir las
tareas de gobierno. Esto se revela dramáticamente en los momentos de la instalación y actuación
de la Asamblea Constituyente de 1822, como hemos reseñado. Si tomamos la clasificación de Lewis
A. Coser, los representantes de la menguada ciudadanía de aquellos años se enmarcan dentro de
aquellos intelectuales que llegan al poder, como los jacobinos o los bolcheviques.32 Los primeros
produjeron el terror post-Revolución francesa, y los segundos la dictadura estatal a la cual no fue
ajeno el terror también, especialmente en tiempos de Stalin. Pero en ambos casos los sujetos de
ideas refundaron las instituciones de sus respectivos países y abrieron una nueva etapa histórica.
En cambio, lo que ocasionó la actuación de los constituyentes peruanos de 1822 fue el desbarajuste,
el caos y la posibilidad de un retorno del poder colonial. Si bien, en términos generales, a los
intelectuales no les viene bien el ejercicio del poder, en este caso específico la desconexión entre
el poder ideológico y el poder político se manifiesta en su más cruda expresión. Además de que
fueron incapaces de institucionalizar a la nueva República perdieron el control del Estado. Los
extremos de su incapacidad explican que se les hiciera impostergable y urgente llamar a Bolívar
para que restableciera condiciones mínimas de paz. Una vez alcanzadas se renovaría la pugna por
el poder.

32 Coser afirma: “Durante breves periodos de exaltación y resurgimiento revolucionario, cuando todo
parece posible y los hombres mueren en deseos de rehacer el mundo, los intelectuales han logrado tomar
el poder. Pero han fracasado en retenerlo, cuando las exigencias rutinarias subsiguientes llevaron a
escena a los políticos profesionales no estorbados por el intelecto pero sí dotados con destrezas prácticas
requeridas”. (Coser 1966, 147)

71
Simón Bolívar y las pugnas políticas en el Perú
Con la recuperación de sus fuerzas, los avances que había logrado el ejército realista pusieron en
peligro el proyecto independentista del Perú, incluso llegó a ocupar Lima y, entre el 13 de junio y el
16 de julio de 1823, es decir, apenas a casi dos años de su creación, la Biblioteca Nacional fue
saqueada por los invasores, con el inevitable daño que se ocasionó a su naciente colección; este
sería el primero de varios hechos que atravesarían la azarosa vida de nuestra primera institución
cultural.
La Asamblea debía tomar lo más rápida y serenamente posible una determinación. A falta
de un líder peruano y entendiéndose que no solo la Independencia del Perú estaba en peligro, sino
la de toda América del Sur, el Congreso decide invitar al general victorioso del norte, Simón Bolívar
(Caracas/Venezuela 1783-Santa Marta/Colombia1830), para que comande las fuerzas patriotas. La
comitiva que envió la Asamblea a Guayaquil estuvo compuesta por Olmedo y Sánchez Carrión,
tenían la misión de ofrecerle la dirección de la guerra.
Cuando San Martín se encontró con Bolívar en Guayaquil, los días 26 y 27 de julio de 1822,
la revolución del norte estaba casi completa. Fue una larga y sangrienta lucha, cuyos hitos
más próximos habían sido la devastadora ofensiva del general Morillo en 1816 y la notable
reacción general de las fuerzas patriotas dirigidas por Bolívar desde 1817. La recuperación
patriota condujo a las decisivas victorias de Boyacá (7 de agosto de 1819), Carabobo (24 de
junio de 1821) y Pichincha (24 de mayo de 1822), que aseguraron, respectivamente, la
libertad de la Nueva Granada, Venezuela y Quito. (Pereyra Plascencia 2014, 109)

Los hombres del saber, del pensamiento, de ideas, claudicaron ante el poder del militar vuelto
estadista.
Bolívar llegó al Callao en el bergantín “Chimborazo” el 1 de setiembre de 1823, y Lima lo
recibió como al libertador esperado. Al día siguiente, el Congreso Constituyente lo nombra “suprema
autoridad”, subordinando incluso al presidente designado por la Asamblea, Torre Tagle, quien junto
a su gabinete debía consultar al general venezolano todas sus decisiones. Bolívar era de facto el
dictador del Perú. Haciendo gala de su poder el 11 de noviembre, es decir, el día anterior de
promulgar la Constitución, presiona para que el Congreso Constituyente decrete que todos aquellos
artículos opuestos a los deseos de Bolívar queden en suspenso. Al día siguiente, Torre Tagle
promulga la inocua Constitución de 1823, y el Congreso lo nombra “Presidente Constitucional”, un
cargo nominativo.
A inicios del año 1824, el 9 de enero, Bolívar, desde Pativilca, se dedica a formar el ejército
patriota en el territorio libre de presencia de los realistas, es decir, la costa del centro y del norte, y
la sierra del norte, lo que no fue sencillo, pues tuvo que enfrentar graves problemas como la
desorganización y la inmoralidad. El que sería más tarde el ejército triunfador contaría además con

72
la decisiva colaboración de las guerrillas y montoneras que, lejos de desaparecer, el general
venezolano fortaleció. Para alcanzar la organización que requería su ejército, Bolívar necesitaba
tiempo y por ello debía postergar el enfrentamiento con las fuerzas españolas. Para tal fin, envía a
Jauja un negociador, Juan de Berindoaga, Ministro de Guerra de Torre Tagle, quien debía
establecer conversaciones con los realistas pero con el expreso mandato de no llegar a ningún
acuerdo, solo ganar tiempo. Bajo esas circunstancias ocurre el intento de traición de Torre Tagle,
quien confiesa a Berindoaga que está en negociaciones con el virrey La Serna para expulsar a
Bolívar del Perú, y así permitir el regreso del antiguo régimen. Su falta de celo patriótico hace que
no tome las medidas necesarias para sofocar la rebelión del sargento Moyano, quien con sus tropas
argentinas en el Callao reclamaban mejores condiciones para continuar en la guerra. Torre Tagle,
sospechosamente, prefirió entablar negociaciones ocasionando que el 10 de febrero los rebeldes
liberaran a los españoles presos y les entregaran la fortaleza del Real Felipe, que sería comandada
por José Rodil. La reacción del Congreso fue deponer a Torre Tagle y entregar el poder absoluto,
político y militar a Bolívar, quien el 10 de febrero de 1824 fue nombrado Dictador del Perú;
simultáneamente, decide entrar en receso hasta que el libertador lo vuelva a convocar, lo cual
constituyó una abdicación de sus funciones. Sería la primera de muchas veces que ello ocurra en
el Perú.
El 29 de febrero de 1824, las fuerzas realistas nuevamente toman y saquean Lima; entre
otras cosas, esa sería la ocasión en la que ocurriría una nueva depredación que sufriría la Biblioteca
Nacional, cuya historia acompaña la de la propia República. Criollos, especial pero no únicamente
de la nobleza se pliegan a favor de los realistas, entre ellos Torre Tagle y su ministro, Berindoaga.
El 18 de marzo, las fuerzas españolas abandonan Lima y regresan a refugiarse en la sierra central,
por lo que Torre Tagle, Berindoaga y buena parte de la nobleza criolla limeña deben refugiarse en
la fortaleza del Real Felipe. Como su ocasional enemigo, Riva Agüero, Torre Tagle asumiría una
radical postura anti-Bolívar. Por su parte, el 26 de marzo, Bolívar nombra Ministro General o ministro
único, a José Faustino Sánchez Carrión (él, que había teorizado sobre la conveniencia de un
triunvirato gobernante), al mismo tiempo que termina de dar forma al ejército patriota con los
generales Antonio José de Sucre, José María Córdova y Jacinto Lara, como sus jefes principales,
mientras que el general La Mar tomaría la conducción del ejército peruano. Desde entonces, las
fuerzas libertadoras avasallarían a las realistas. El almirante Martín Guisse destruye a los barcos
españoles que impedían que lleguen refuerzos provenientes de Guayaquil, y se mantiene el asedio
contra el Real Felipe, defendido tercamente por Rodil. Con su hombre de confianza, el general
Sucre, Bolívar pudo definir la contienda en los campos de Junín y Ayacucho. En efecto, el 6 de
agosto, el ejército unido derrota al ejército español en la Batalla de Junín. El 28 de octubre, Bolívar

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nombra su gabinete ministerial conformado por Sánchez Carrión como Ministro de Gobierno y
Relaciones Exteriores; Hipólito Unanue como Ministro de Hacienda, y al coronel venezolano Tomás
Heres como Ministro de Guerra. El 7 de diciembre, Bolívar convoca a las naciones latinoamericanas
a participar en el Congreso Anfictiónico de Panamá. Apenas dos días después, los patriotas se
llenarían de gloria al triunfar en la decisiva batalla de Ayacucho.
Ya sellada la independencia se planteaba ahora la necesidad de comandar el Estado y crear
un gobierno estable y fuerte. En 1826 Bolívar redacta, con el asesoramiento del conocido
diplomático peruano José María de Pando, la Constitución Vitalicia en donde planteó la República
federativa con un presidente vitalicio. Se propone a este tipo de gobierno como transitorio, hasta
que nuestros pueblos hubieran adquirido la madurez necesaria y ya no corrieran el peligro de caer
nuevamente en la anarquía. Esto no fue entendido así, por lo que se sucedió una serie de actos
tumultuosos, uno de ellos encabezado por Vidaurre, que declaraban suprimido el gobierno vitalicio
y establecían la vigencia de la constitución de 1823.
La obra gubernativa de Bolívar fue muy moderna a la vez que reposaba en una conducción
fuerte. Pone coto a la corrupción, establece cortes superiores para una mejor administración de
justicia, organiza el servicio de correos, establece la Corte Suprema de Lima, busca estructurar un
sistema educativo acorde con las ideas modernas y combate la esclavitud. Pero en donde se calibra
mejor su espíritu liberal es en la legislación dada en 1825 para hacer propietarios individuales a los
indios, rompiendo de esta manera el “pacto colonial” en el que el Estado consentía la propiedad
comunal a cambio del pago de impuestos. Era una medida audaz pero que no contaría con el apoyo
de la aristocracia criolla que veía peligrar sus privilegios, y tampoco se ajustaba a la realidad
peruana: los campesino-indígenas basaban su organización social en la vida comunitaria; aún no
eran individuos ciudadanos.
Sin embargo, hubo quienes, a pesar de provenir de la nobleza criolla, apoyaron
decisivamente al gobierno de Bolívar, tal fue el caso, en un primer momento, de Vidaurre, pero
también de Pando y Unanue.
Hipólito Unanue: el sabio asesor del poder
Hipólito Unanue (Arica 1755-Cañete 1833) encuentra en sus ancestros una profunda tradición
aristocrática. Era dueño de una cultura enciclopédica, por ello Hugo Neira lo llama con justicia
“eminencia gris de la Colonia” (Neira 1967). Desde su opción científica abarcó múltiples disciplinas
como medicina, periodismo, economía, elaborando importantes trabajos, especialmente el referido
a la influencia del clima en los habitantes de Lima, estableciendo una polémica con las ideas anti-
americanistas de Buffon y de Paw. Participó en el Mercurio junto a lo más selecto de la inteligencia
criolla. En dicha revista ofrece referencias sobre los incas y observaciones sobre los monumentos

74
de los antiguos peruanos.33 Fue un gran impulsor del periodismo científico que aglutinó a los
Amantes del País.
A través de su dilatada vida pudo ser espectador y actor de todo el periodo crucial que marca
la independencia de las tierras americanas. Fue un fidelista hasta la madurez, siendo un brillante
asesor de virreyes como Gil, Avilés, Croix, Pezuela y especialmente Abascal, cuando el gobierno
virreinal tiene que enfrentar rebeliones y el descontento de la plebe. El mismo Abascal lo nombra
Protomédico del reino. Bajo el impulso de Unanue se crean la Sociedad de Beneficencia y la Escuela
de Medicina en 1811.
En 1812, Unanue colabora con El Verdadero Peruano en donde ya va manifestando un
cambio en su percepción política, toda vez que se ve seducido por la posibilidad de un reformismo
moderado, quizás influido por el ambiente de las Cortes de Cádiz.
En 1814 viajó a España para representar a Arequipa ante las
Cortes, pero cuando llegó estas ya habían sido disueltas. En la
península coincidirá con su antiguo compañero del Mercurio,
Baquíjano y Carrillo, en el lado moderado del reformismo criollo.
En 1820, como secretario del virrey Pezuela, asistió a las
entrevistas realizadas con San Martín en Punchauca, quien lo
cautivó con su personalidad y lo convenció de la viabilidad de su
tesis de la monarquía constitucional. Desde entonces
Unanue defendería la separación del Perú del reino español. Posteriormente, el general argentino
lo llamaría a colaborar en el Protectorado en donde fue Unanue el que redactaría la abolición del
tributo de indios. En 1822 participó en las elecciones para la Asamblea Constituyente de la que fue
presidente durante los años 1822-1823.
En su discurso al ser elegido presidente del Congreso, el 20 de diciembre de 1822, Unanue
afirma:

Debemos a nuestros padres el ser natural, la enseñanza a nuestros maestros, los honores
a la Patria, más careciendo de ésta como los colonos de una nación lejana, ni aún el ser
natural hemos tenido en integridad. Los padres tutelares del Perú que componen este
Soberano Congreso, nos la restituyen en el día, y con ella todos los derechos naturales y
sociales.

33“El estudio de los monumentos que erigieron los Incas para ostentar su poder y recordar su existencia:
los recitados de su gloria: las tradiciones y reliquias de sus antiguos usos y costumbres, que aun
permanecen entre los indios modernos, que tenazmente conservan y rescatan sus antiguallas: el
reconocimiento de las obras que erigieron por magnificiencia ó por necesidad, ofrecen ciertamente una
nueva luz capaz de exclarecer la obscuridad en que yace sumergida la parte histórica y civil de la
Monarquía Peruana, en todo el tiempo que precedió a su conquista”. Mercurio Peruano núm. 1, 2 de enero
de 1791, Edición Facsimilar, Biblioteca Nacional del Perú, Tomo I, Lima, 1964, pág. 203

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Y enseguida exclama: “Peruanos: ya tenéis Patria”. Estas líneas son interesantes en la
medida que permite acercarnos al estado de ánimo en el que se encontraban los criollos en ese
entonces. Por un lado, como forasteros en su propio suelo, desarraigados; no pertenecían a
España, ni mucho menos son integrantes de su élite −aun cuando muchos criollos hubieran
comprado títulos− porque eran vistos por los peninsulares como seres de segunda categoría, como
tampoco eran integrantes de la en ese entonces naciente República peruana, a la que recién
estaban dando forma. Por eso, la declaración de la Independencia y el establecimiento del Congreso
adquieren para ellos un carácter fundacional. Solo desde entonces encontrarían un referente, ya
tienen un terruño, una patria a la que pueden apelar como factor de identidad. Por otro lado, los
criollos se percibían a sí mismos como ciudadanos mutilados, pues no gozaban íntegramente de lo
que Unanue llamaba derechos naturales y sociales, es decir, son algo así como figuras borrosas,
como sombras informes, como reproducciones imperfectas de aquellos que sí tenían una identidad
y gozaban de sus derechos a plenitud como eran los españoles, aun a costa del sojuzgamiento de
los demás. Pero ahora, con el nacimiento de la República, con la nueva legalidad, con la
institucionalidad que los criollos estaban a punto de crear podrían poseer una individualidad
diferenciada de los antiguos conquistadores.
En las reflexiones de Unanue, es factible encontrar una mayor maduración en la
preocupación sobre la identidad de los criollos. Desde el amplio término de Viscardo (“españoles
americanos”), pasando por las propuestas de reformas gubernativas tanto de Baquíjano como de
Vidaurre, por la justificación político-económico que sustenta Riva Agüero y la defensa del tipo de
gobierno republicano de Sánchez Carrión, los criollos llegan con Unanue a pensar sobre sí mismos
y sobre los elementos con los cuales puede ser posible construir una identidad propia.
Esta preocupación fundamental es la que le permite a Unanue, aun cuando fuera vice-
presidente de la Sociedad Patriótica que propagandizaba la tesis de la monarquía constitucional,
mostrarse tolerante y respetuoso de las convicciones de los demás. Cuando se debatía por el tipo
de gobierno que se debería optar, Unanue, como director de debates de la Asamblea, pidió que se
leyera la carta dirigida a ella por Sánchez Carrión y que fue la que inclinó definitivamente la balanza
hacia la causa de la República. Para el sabio sanmarquino lo fundamental era que, cualquiera sea
el tipo de gobierno que se instale, debía ser fiel a la identidad en ciernes en los criollos primero, y
después en todos los peruanos. De ahí que apoye la monarquía constitucional, defienda la
República y propugne una “democracia dictatorial”.34

34 El término es de Juan Abugattas (1987).

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En efecto, lo más importante para Unanue era diseñar una organización social en donde se
respetaran las jerarquías y el orden y, claro, se eviten posteriores subversiones. Unanue ratifica
estas ideas con transparencia en su artículo “Soberanía del pueblo”, de 1824, en donde se confiesa
defensor del pacto social y de la democracia representativa:

Es verdad que la soberanía radical y primitiva reside siempre en el cuerpo de la nación, más
la soberanía actual y en ejercicio está confiada a las autoridades superiores, en cuyas
manos la deposita por tiempos determinados la asamblea nacional. Si la soberanía
pemaneciese siempre activa en la universalidad del pueblo, habría dos verdaderos poderes
en ejercicio, el de la masa común y el otro de sus representantes; habría dos gobiernos, el
uno demócrata y el otro representativo. ¡Qué laberinto, que caos tan espantoso! ¡Adiós
orden, adiós seguridad pública e individual!

Coherente con este modo de pensar y preocupado por la crisis política que atravesaba Lima,
que se expresa en las rivalidades entre Riva Agüero y Torre Tagle que desarma a los criollos para
hacer frente a la reacción realista, Unanue coincide con Sánchez Carrión en la necesidad de llamar
a Bolívar para salvar la independencia. En 1823 Unanue fue nombrado por Torre Tagle como
Ministro de Hacienda y después colaboraría con el Libertador venezolano hasta la caída de este
como Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores (1824 y 1825) y sería presidente del Consejo
de Gobierno (1825-1826) con lo cual sería el primer intelectual en ejercer el máximo cargo de la
República.
Unanue tuvo una sincera admiración por Bolívar. En su texto, “Elecciones populares”, de
1824, Unanue, refiriéndose al entonces dictador del Perú afirmaba lo siguiente. “Sí: un dictador es
un déspota; pero un dictador llamado a serlo por sus virtudes sociales y su total consagración a la
libertad de sus pueblos, es un padre”. Es el germen intelectual de lo que después, a principios del
siglo XX, se discutiría acerca del caudillo necesario o de la dictadura civilizadora.
Unanue renunciaría a la política en agosto de 1826, fecha desde la cual se dedicaría de
lleno a su gran pasión: la investigación científica.
Hombre de rectitud y honradez comprobadas, Unanue, sin embargo, nunca gozó de la
simpatía popular, hecho curioso que inquietaba y extrañaba al propio Bolívar tal como lo deja ver en
una de las cartas que le envía a Santander.
Como se ha podido apreciar en esta apretada biografía, Unanue acompañó al Perú en los
momentos de cambio por los que pasó desde fines del siglo XVIII hasta inicios del XIX: desde el
gobierno colonial hasta la dictadura vitalicia. El sabio ariqueño decidió su participación política
básicamente desde su papel como asesor de los diferentes gobernantes, sean virreyes españoles
o patriotas americanos. Esta cercanía ante el poder es calificada por Jorge Guillermo Leguía como
de “excesiva permisividad”; por su parte, Porras Barrenechea prefiere entenderlo como un “Amante

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del País”. Sea uno u otro caso, lo cierto es que Unanue como intelectual supo que su influencia solo
podía ser eficaz siendo la reflexión detrás del poder, la sombra del gobernante, la conciencia del
político; opción que dicho sea de paso es común en la historia de los intelectuales.
Con el caso de Unanue se puede observar la difícil y compleja relación de un intelectual con
el poder, más aún cuando ese intelectual es un noble y el poder está en manos de un caudillo
dispuesto a acabar con los privilegios feudales y dejar el terreno libre para que pueda desarrollarse
el capitalismo como lo quiso Bolívar, quien se había ganado la enemistad de la mayoría de la
aristocracia criolla por su proyecto liberal radical. Desde ese momento quedaría una imagen de
Bolívar disminuida frente a la de San Martín, visión que será fomentada y divulgada por medio de
la enseñanza escolar cooptada por una concepción tradicionalista y señorial de la vida.
Con respecto a este punto, es decir, al de los proyectos bolivarista y sanmartiniano y sus
relaciones con la aristocracia, Pablo Macera afirma:

Bolívar lo comprendió mejor que San Martín. El denunciado ‘antiperuanismo’ de Bolívar solo
expresaba su implacable convicción que la independencia política debía ser completada por
un cambio social revolucionario que sustituyera las estructuras feudales por un modelo
liberal, burgués, capitalista. Pensaba, además, que el desarrollo capitalista sudamericano
resultaba imposible si la desaparición del imperio español desmembrase a sus provincias y
ocasionaba una nueva dependencia en favor de Europa o EE.UU. Por esta doble razón
combatió a la nobleza criolla y debilitó a las comunidades campesinas, solidaridades ambas
de tipo pre-capitalista. Y se opuso a los nacionalismos provinciales para crear en su
reemplazo un gran Estado sudamericano. En su esquema geopolítico solo cabían 5
unidades dentro del Nuevo Mundo. EE.UU., Méjico, La Gran Colombia (Colombia,
Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia), Brazil y la Argentina. (Macera 1983, 315-316)

La frustración de la Confederación Americana


Efectivamente, la unidad americana era la gran ambición de Bolívar, pero encontró un gran
obstáculo en la aristocracia criolla más conservadora. El libertador siempre fue consciente de la
necesidad de unificar políticamente a las naciones americanas, preocupación que la encontramos
en su Discurso al Congreso de Angostura, su Manifiesto de Cartagena, su Carta de Jamaica o su
Convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá.
El Congreso realizado en Panamá buscó concretar la formación de la “patria grande”. En
dicha Convocatoria (Lima, el 7 de diciembre de 1824) Bolívar diría lo siguiente:
Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América, por obtener un
sistema de garantías que en paz y en guerra, sea el escudo de nuestro destino, es el tiempo
ya que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las Repúblicas americanas, antes
colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración
de estos gobiernos.
Entablar aquel sistema, y consolidar el poder de este gran cuerpo político, pertenece al
ejercicio de una autoridad sublime que dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo
mantenga la uniformidad de sus principios y cuyo nombre solo calme nuestras tempestades.

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Tan respetable autoridad no puede existir sino en una Asamblea de Plenipotenciarios,
nombrados por cada una de nuestras repúblicas y reunidos bajo los auspicios de la victoria
obtenida por nuestras armas contra el poder español.

Entre 1824 y 1825, Sánchez Carrión fue Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, y en
esa condición sería quien firmaría en nombre de Bolívar las invitaciones a los diferentes países para
que designaran a sus representantes ante el Congreso de Panamá. En este serían importantes
otros dos intelectuales: Manuel Lorenzo Vidaurre, y luego José María Pando, aunque con proyectos
distintos. Bolívar tenía confianza en Vidaurre, por lo que lo nombró presidente de la Corte Superior
de Trujillo, en abril de 1824. Pocos meses después, en noviembre, ocuparía el cargo (hasta 1828)
de Presidente de la Corte Suprema de Justicia (el primero en nuestra historia) en la Lima liberada
−designación firmada por Sánchez Carrión, entonces secretario de Bolívar−, desde el Cuartel
General de Chancay. En ese contexto fue que Bolívar designaría a Vidaurre como su representante
plenipotenciario ante el Congreso de Panamá.
No todos los países invitados asistieron, y por distintas razones. Los que sí estuvieron
presentes fueron la Gran Colombia, México, la República Federal de Centro América y Perú. Bolivia,
gobernado por Sucre, no pudo asistir por las pugnas políticas para nombrar delegados; los
representantes de Estados Unidos no llegaron a tiempo. Argentina estaba enfrascada en sus
conflictos internos y en un conflicto bélico con Brasil, por lo que ninguno asistió al Congreso; por su
parte, Chile declinó por desconfianza hacia Bolívar. Paraguay −que mantenía una política
aislacionista− no fue invitado. Gran Bretaña designó a un observador, mientras que los Países Bajos
enviaron a un representante oficioso. El Congreso lograría instalarse en la ciudad de Panamá el 22
de junio de 1826 y dejó de estar en funciones el 15 de julio del mismo año. El Congreso de Panamá
fue concebido por Bolívar como un contrapoder a la Santa Alianza entre Austria, Rusia y Prusia,
que redefinió Europa tras la caída de Napoleón Bonaparte. Por otro lado, en el plano político-
ideológico, se proyectó discutir la doctrina Monroe “América para los americanos”, planteamiento
que Vidaurre ya había esbozado en su Plan del Perú de 1810. El papel del limeño fue preponderante
en Panamá en donde relevó su proyecto integracionista, redactando las bases de la Confederación
de naciones hispanoamericanas. Vidaurre fue en ese momento el mejor intérprete del pensamiento
de Bolívar.
Esta gran confederación soñada no maduraría. Únicamente Colombia ratificaría el tratado.
El ideal lanzado por Viscardo a fines del siglo XVIII, también por el prócer venezolano Francisco de
Miranda, retomado por Vidaurre e intentado llevar a cabo por Bolívar quedaría frustrado. En ese
sentido, repitiendo las palabras de Porras Barrenechea, “el Congreso de Panamá no fue el preludio
sino el epílogo de la fraternidad continental”. (Porras Barrenechea 1974, 68)

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Bolívar, los criollos y la Confederación
El Congreso de Panamá no prosperó no por la imposibilidad de los criollos de elaborar una
conciencia particular, o porque hubieran elaborado visiones globales propias con relación a cada
una de las nacionalidades a las que pertenecían y que sentían podían verse afectadas con la
imposición de un organismo supra-nacional que bloqueara sus desarrollos autónomos. Fracasó
porque buena parte de los dirigentes criollos no habían podido alcanzar la madurez de una
identidad; caracterizados por la indefinición, prefirieron resguardarse en sus respectivas fronteras,
facilitando luego el ingreso de nuevas potencias económicas. Por el contrario, para Bolívar la
Confederación significaba (o debía significar al menos) la coronación de un proceso de toma de
conciencia por parte de los americanos de su propia especificidad. En el militar y político venezolano
encontramos más agudamente desarrollada una conciencia de “nosotros” que en la mayoría de sus
contemporáneos.
Partiendo de la idea de la determinación de un “nosotros” y de lo “nuestro” por el legado
cultural, es decir, por una herencia que debe preservarse a la vez que renovar, entendiéndola no
como algo estático sino dinámico, para lo que se requiere de la afirmación de un sujeto histórico,
Arturo Andrés Roig señala que fue Bolívar el que mejor y más agudamente percibió la importancia
para América de “hacer historia” partiendo de su unidad y siendo conciente de los factores
disolventes que la amenazaban. Para el Libertador, la misión de América y de los americanos estaba
en el futuro, no en el pasado ni siquiera en el presente:
Se trata de un hombre −afirma Roig−, en este caso, del hombre hispanoamericano, el que
representa y expresa Bolívar, que si bien no ha entrado en la historia mundial, o estaba
dando sus primeros pasos en ella, se consideraba a sí mismo como sujeto de historia, aun
cuando estuviera en sus primeras páginas. Se trataba de un hombre que no se apoyaba
tanto en la historia como lo ya acaecido y lo historiable, aun cuando se le presentaba como
un pasado inmediato glorioso, como en su propia historicidad, es decir, en su condición de
ente histórico, raíz de aquella valoración. No temía por eso incursionar por lo que podría ser
utópico, y aquella ‘época dichosa de nuestra regeneración’, con la que Bolívar expresaba su
sentimiento, tenía un ‘lugar’ posible, por lo mismo que el juicio futuro, y con él el del saber
de conjetura, eran ejercidos desde una voluntad que correspondía a un sujeto no enajenado.
(Roig 1981, 135)

Esta es la diferencia básica que separa a Bolívar de los criollos peruanos, renuentes a
romper definitivamente con el pasado y sin la audacia para comprometerse con un sujeto histórico
nuevo que pudiera romper con la herencia y el pasado coloniales. Los atisbos de una nueva
identidad que empezaba a forjarse en los criollos y de la cual trataron de encontrar las claves
personajes como Viscardo, Sánchez Carrión o Unanue, quedaron tempranamente truncos. Es cierto
que la separación entre el pensamiento y la realidad fue demasiado profunda, pero también es

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verdad que no existió la voluntad de modificar lo dado, de transformar las circunstancias. Prevaleció
la visión restringida del ser humano, es decir, aquella que sostiene que lo único que puede hacer es
sacar el mayor provecho a las circunstancias pero no modificarlas. De este modo, se organizó
formalmente una República pero no se fomentó un sentido republicano en la sociedad; se defendió
la integridad y la unión pero triunfaron los caudillismos, los enfrentamientos y la anarquía; se
proclamó verbalmente la ruptura con España pero bastó poco tiempo para que volteara la cara a la
hispanidad afirmándola como la depositaria de nuestra identidad nacional; se habló de la igualdad
de los peruanos pero se mantuvo el orden segmentado y de privilegios de la colonia.
De este modo, el proyecto criollo no llegó a ser ni nacional ni revolucionario. André Decouflé,
sociólogo francés, señala dos conceptos que comprende todo proyecto que pretende ser
revolucionario, cuales son los de totalidad e historicidad. Así, dicho proyecto:
Abarca a todo el hombre, y más allá del orden social que trata de renovar, tiene la ambición
de comunicar su visión del mundo nuevo a la humanidad toda. Esta posición particular
proviene de su otro carácter principal: se encuentra profundamente hundido en la historia y
situado aparte de ella, tiene su propio pasado y su porvenir singular. (Decouflé 1968, 35)

En ese sentido, en el proyecto y acción criollas estuvo ausente ese sentimiento fundador y
universal que pudiera abrir una nueva etapa en la historia de la humanidad, lo que hubiera requerido
mucho de un heroísmo y de una audacia que gran parte de los criollos del tiempo de la
Independencia carecieron. No obstante, el proyecto de integración latinoamericana retornaría
posteriormente: primero bajo la prédica del escritor uruguayo José Enrique Rodó que retoma la
generación peruana de 1900, especialmente Francisco García
Calderón, y que después se redefine con la generación del
Centenario, con la propuesta de la Revolución indoamericana
enarbolada por Haya de la Torre, y, de alguna manera, en los años
setenta con la izquierda y los populismos latinoamericanos.

José María de Pando: el diplomático intelectual


José María de Pando –hombre de amplia cultura y diplomático por
excelencia−, había dejado de ser Ministro de Hacienda y luego que
había acompañado a Vidaurre a Panamá, hubo de regresar a Lima
al haber sido nombrado Ministro de Relaciones Exteriores; en su reemplazo asistiría Tudela de
Varela. La figura de Pando es cautivante, y fue otro de los descendientes de la nobleza criolla que
apoyó a Bolívar. (Altuve-Febres Lores 2015)

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José María de Pando (Lima 1787- Madrid 1840) provenía de una familia encumbrada. Su
padre, José Antonio de Pando y La Riva, era caballero de la Orden de Carlos III. Desde muy joven,
a los 15 años de edad, José María ingresó a la vida diplomática. En Italia, hacia el año 1802, prestó
sus servicios en la secretaría de la embajada de España ante el duque de Parma, posteriormente,
pasaría a Roma, ante la Corte Pontificia, en donde permanecería hasta 1808. En dicha ciudad
conocería al entonces muy joven Simón Bolívar, acompañado de su ilustre preceptor: Simón
Rodríguez. Inmediatamente deslumbró al futuro libertador, quien fácilmente pudo apreciar su amplia
cultura. Ante la invasión napoleónica a España, José María fue tentado por José I para que trabajase
para su gobierno, lo que nos dice mucho del prestigio que ya estaba alcanzando el joven
diplomático. El limeño se negó, ante ello fue exiliado en una fortaleza de Saboya Fenestrelle hasta
1811. Ante su difícil situación económica decidió regresar al Perú. Lima vivía las secuelas de la
revolución en Buenos Aires, que afectó a las familias de la élite a las que pertenecía el propio Pando,
quien regresó a Europa. En los Países Bajos fue encargado de Negocios hasta 1818, cuando
retornó a España, que vivía una agitada situación política, una rebelión liberal que propugnaba el
restablecimiento de la Carta de 1812. Pando, amante del orden la apoyó, pensando que un régimen
constitucional pudiera llevar orden y paz. Por el contrario, en Hispanoamérica, la apelación de a la
Constitución liberal de Cádiz azuzó aún más las luchas independentistas y ante los ojos de Pando,
un mayor caos, y por ello fue uno de los que trabajaron por el restablecimiento del régimen
constitucional en España. El gobierno liberal designó a Pando su plenipotenciario en Lisboa en
1820. Se convierte en un asesor político, ya es parte del poder. De nuevo en España. El noble
limeño fue enviado a Francia pero la delegación española fue repatriada por conflictos políticos. El
gobierno constitucional que Pando defendió solo era una aspiración en España. En 1823 Pando fue
nombrado canciller de España e Indias con el título “Secretario de Estado del rey”. Evidentemente,
la reputación del limeño iba en ascenso. Defensor de una monarquía moderada, se opuso a la
destitución del rey y dimitió en agosto de ese año. Posteriormente, Fernando VII retrocedería en
todas las reformas liberales y Pando se vería despojado de toda influencia política, por lo que decidió
partir al exilio, curiosamente el exilio para él fue volver al Perú. Llegó a Lima en 1824, tres años
después de proclamada la Independencia y pocos meses después de las decisivas victorias en
Junín y Ayacucho.
Con Pando ocurrió exactamente lo inverso a lo vivido por Viscardo. Este pasó la segunda
parte de su vida en el exilio, mientras que Pando fue un retornado, que pasó la segunda mitad de
su vida en el Perú. A pesar de ello, Pando siguió siendo un monarquista moderado. Se comunica
con Rodil, atrincherado en el Real Felipe para solicitarle su pasaporte para poder reunirse con su
esposa en Europa. Pero la situación política era extremadamente compleja. Llegó entonces a

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entrevistarse con Bolívar en Chancay y a partir de ese momento se incorporaría a su séquito. Como
otros −Vidaurre, Luna Pizarro, por ejemplo−, fue en un inicio melosamente elogioso con el
venezolano, y no rompería con él como sí lo decidieron otros que lo precedieron –como Riva Agüero,
Torre Tagle−. Pero sus ideas monárquicas seguían presentes. En su Pensamientos y apuntes
sobre moral y política, de 1837, diría:
El gobierno más ventajoso es el que corresponde al carácter y genio del pueblo gobernado.
El Perú se compone de una multitud de hombres de diversos colores y castas, de calidades
muy heterogéneas, de costumbres y educación desemejantes; por eso, el sistema
republicano que se basa en la igualdad es totalmente inadaptable; sirve sólo a labrar la
muerte de pocos hombres y no contribuye a la felicidad de la masa general del pueblo.

Bolívar siempre tuvo en alta estima la cultura y capacidad de Pando, por ello le propuso, en
enero de 1825, que se encargase de la redacción de la Gaceta del Gobierno, lo que no aceptó por
su carácter demasiado independiente, por sus opiniones demasiado libres, según sus propias
palabras. En ese mismo año, en el mes de mayo, Bolívar le confiaría su representación, junto a
Vidaurre, en el Congreso de Panamá. Algo los unía, y era cierta visión sobre la monarquía. Ambos
poseían una mentalidad monárquica en una República recién iniciada. Estando todavía Pando en
Panamá, en abril de 1826 ocurrió un impasse diplomático entre los agentes ingleses y Unanue,
entonces canciller. Inmediatamente, Bolívar decidió nombrar a Pando en reemplazo en el Ministerio
de Relaciones Exteriores. El dictador venezolano era conciente de las reticencias que originaba el
noble limeño, a quien lo veían muy parecido a los españoles así como por su carácter enérgico;
pero en contraste estimaba y consideraba, a pesar de su exagerado peruanismo − decía él− mal
entendido. Al poco tiempo de ser nombrado ministro, Pando publicó, el 10 de mayo de 1826, un
folleto titulado A sus conciudadanos.
Para entonces, Bolívar se había asentado el poder. Su renuncia −el 10 de febrero de 1825−
ante el Congreso de los poderes con que este lo invistió, fue rechazada por los representantes.
Desde Arequipa, Bolívar −el 20 de mayo de 1825− convocó a las elecciones del Congreso, el mismo
que debía instalarse en Lima el 10 de febrero de 1826. Luna Pizarro, Francisco de Paula González
Vigil, Mariano Alejo Álvarez y Manuel Ascencio Cuadros, pensaban apoyar la elección de Bolívar
como presidente. Pero ya iba germinando una sorda oposición desde el sector liberal encabezada
por Luna Pizarro,35 que engaño a Bolívar con su supuesto apoyo. Quien sí respaldaba a Bolívar fue
Pando, precisamente, y en virtud de ello en junio de 1826 publicaría el poema en loor de Bolívar

35Bolívar llegaría a identificar a Luna Pizarro como su gran adversario. Diría: “Luna engañó a Riva Agüero;
Luna echó a Monteagudo y San Martín; Luna perdió a la junta gubernativa. Por culpa de Luna entró en el
gobierno Riva Agüero y por culpa de Luna entró Torre Tagle. Por Luna se perdió el Perú enteramente y
por Luna se volverá a perder pues tales son sus intenciones”. (Belaunde Ruiz de Somocurcio 2006, 42)

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titulado “Epístola a Próspero”. Como cuando apoyó a Fernando VII, su defensa de Bolívar también
guardaba relación, coherentemente, con la finalidad de evitar el desorden, la anarquía, y asegurar
el orden. Ese cuidado del orden también debía ser más allá de las fronteras nacionales, pero el
Congreso de Panamá no cumplió con sus objetivos. Surgió entonces el proyecto de Bolívar sobre
la Federación de los Andes. La integración de nuestros países era una necesidad política, no solo
un vago sentimiento altruista. La reunificación del Alto y Bajo Perú fue un tema de discusión en el
que Pando estaba de acuerdo. El 4 de septiembre de 1826, Bolívar se embarcaría con dirección a
Colombia con el fin de enfrentar una crisis política e impedir la Independencia de Venezuela, y deja
en el poder a un Consejo de Gobierno presidido por el mariscal Andrés de Santa Cruz e integrado
por José María de Pando, Hipólito Unanue, José Larrea y Loredo, Manuel Pérez de Tudela y Carlos
Pedemonte. No sustituían las ideas de Bolívar, por el contrario, tenían la misión de realizar sus
proyectos. Por su parte, el libertador se reuniría con Vidaurre quien regresaba a Lima para ocupar
la Presidencia de la Corte Suprema, pero en verdad retornaba para liderar a los liberales con el
propósito de derrocar al gobierno que supuestamente defendía.
En Lima, en el mes de diciembre de 1826 es proclamada −por Santa Cruz en ausencia de
Bolívar− la Constitución Bolivariana o Vitalicia. El 26 de enero de 1827, la tercera división
colombiana acantonada en el Callao se sublevó exigiendo regresar a Bogotá para actuar en defensa
del gobierno de Francisco de Paula Santander. Estos momentos críticos facilitaron las cosas para
los conspiradores liberales quienes pudieron hacer caer al Consejo de Gobierno. Si Vidaurre
organizaba un motín en Lima con quienes se pronunciarían a favor de una nueva Asamblea
Constituyente, Pando dimitía de su cargo de ministro el 28 de enero de 1827. Irónicamente, quien
lo reemplazaría sería su rival, el propio Vidaurre.36 Este sería quien organizaría las nuevas
elecciones para el Congreso Constituyente que ganaron los liberales, liderados por Luna Pizarro
quien regresaba de su auto exilio en Chile. Con esto, se abría una nueva etapa en la vida política
peruana.

Los monarquistas alrededor de Bolívar

36“A fines de 1826, sin embargo, la protección de Bolívar, era ya solo ficticia. Manuel Lorenzo de Vidaurre,
quien por razones políticas y también personales encabezó la oposición, siempre había estado al corriente
del desarrollo de misión de Bolívar en Colombia. A mediados de octubre, Vidaurre había llegado de
Panamá trayendo los Tratados que Pando no ratificó por considerarlos contrarios a los planes bolivarianos.
Vidaurre había reaccionado en primer momento con críticas abiertas a Bolívar y en Consejo de Gobierno,
pero después había seguido los consejos de Luna Pizarro y, fingiendo seguir partidario del bolivarianismo,
había ocupado nuevamente la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia y logrado recuperar la
confianza de los miembros del Consejo, de Pando y, sobre todo, del jefe de las tropas colombianas en el
Perú, el general Lara. Tenía acceso, pues, a las mejores fuentes de información”. (Baltes, 2014, 97)

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Bolívar incorporó en su gobierno a asesores y hombres de confianza a personajes que habían
manifestado explícitamente sus tesis monarquistas, como Unanue, Pando y el ex colaborador de
José de San Martín: Bernardo de Monteagudo.
Unanue, como hemos visto, defendió las ideas monarquistas de San Martín. Pando, quien
no puede ser considerado un prócer de la Independencia −pues llegó al Perú cuando esta ya había
sido conquistada−, defendía el proyecto político de una monarquía, que se emparentaba con el que
habían sostenido San Martín y Monteagudo.37 Este, por su parte, fue convocado por Bolívar en el
tiempo en el que su gobierno tenía sede en Trujillo (Danero 1968, 207), aunque no le ofreció cargo
oficial alguno. Su regreso al Perú reavivó las pugnas con los liberales quienes habían logrado
mantener a Monteagudo fuera del país; su más enconado y conspicuo enemigo era Sánchez
Carrión. Curiosamente, la muerte los sorprendió en días cercanos. Monteagudo sería asesinado de
un disparo el 28 de enero de 1825 en la Calle San Juan de Dios, y algunos rumores decían −como
lo relata Ricardo Palma en una de sus tradiciones−, que el responsable fue Sánchez Carrión,
aunque siempre ha sido un rumor sin comprobar. El Tribuno, por su parte, ya con su salud
sumamente frágil, se retiró a la hacienda “Grande” de Lurín, de los padres del oratorio de San Felipe
Neri, en donde falleció el 2 de junio de 1825 cuando contaba con solo 38 de edad. La autopsia la
realizó el destacado galeno Cayetano Heredia quien señaló que la causa de la muerte fue un
aneurisma en el hígado. En pocas semanas fallecieron los representantes más notorios de las dos
tesis contrapuestas, la monarquista y la republicana. Sus muertes −además de la de Rodríguez de
Mendoza ocurrida el 12 de junio−, representaron simbólicamente el final de una etapa trascendental
de nuestra historia.
Aunque suene contradictorio, Bolívar no tuvo reparos en rodearse con defensores de las
tesis monárquicas, quizás porque privilegiaba el talento y reconocía de su importancia en un
momento formativo de un nuevo país; pero también porque en su concepción ser dictador era como
ser un rey por los poderes que concentraba y por el amplio margen de discrecionalidad del que
podía gozar, los que consideraba imprescindibles para gobernar en un tiempo convulso y fundador.
Posiblemente, se trate de ambas cosas. Evidentemente, las fracturas políticas y militares no siempre
van de la mano con los cambios culturales y de mentalidades.

37Como afirma Peter Baltes: “…el hecho de haber simpatizado en la Península con los patriotas peruanos,
no equivalía a haberse adherido a sus ideas republicanas”. (Baltes 2014, 24)

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CONCLUSIONES

Durante los años fundacionales de la lucha por la independencia, en su largo periplo, fueron
apareciendo diversos tipos de intelectuales que, individual o colectivamente, ejercieron una
influencia importante en el devenir de los acontecimientos. Cada tipo de intelectual que emergía
expresaba su contexto particular y acompañaba a los cambios más generales que se producían en
la sociedad peruana. Al mismo tiempo, cada configuración intelectual dejaba de lado aspectos y
sectores sociales que pugnaban por apropiarse de un espacio y reconocimiento dentro de la nueva
realidad que iba apareciendo.
Como se ha visto en las páginas precedentes, hubo diferentes espacios en los que se
cultivaron los intelectuales y en los que procesaron y afinaron sus ideas. Importante para su
socialización fueron los institutos educativos, especialmente el Convictorio de San Carlos, pero
también el Seminario San Jerónimo de Arequipa, en donde se apropiaron de las armas de la lógica,
del razonamiento y de la argumentación. Posteriormente, fueron ampliando sus espacios de
referencias: el lugar más privado, como sus bibliotecas particulares, luego los espacios sociales
restringidos como los salones y las tertulias, los clandestinos en los que conspiraban contra el orden
vigente, los espacios semi-públicos como las revistas (micro sociedades de los intelectuales), o
totalmente públicos como los cafés hasta llegar al Congreso en el que los hombres de ideas de los
momentos fundacionales del Estado peruano defendieron de manera abierta sus ideas.
La fundación de la Biblioteca Nacional fue la primera piedra en la constitución de un campo
intelectual peruano pero que incluso hoy no se termina de institucionalizar. Finalmente, hay que
mencionar los espacios que los intelectuales mismos dieron origen para debatir, como la Real
Sociedad de Amantes del País o la Sociedad Patriótica, por ejemplo. En todos estos espacios, los
intelectuales intercambiaron ideas, polemizaron, cincelaron sus argumentos. Fue entonces cuando
se produjo una explosión de la palabra escrita –amparada en la libertad de imprenta de la
Constitución gaditana−, y prueba de ello es la aparición de una gran cantidad de periódicos que
animaron el debate ideológico y político. Los intelectuales, en la medida que adquirían conciencia
de la importancia de las ideas, iban tomando más atención a sus papeles como tales, como guías

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de una sociedad que recién empezaba a aprender a gobernarse en tanto la promesa republicana
de crear ciudadanos.
El nacimiento de la República peruana fue también la fundación de tipos o representaciones
de intelectuales. Desde el ideólogo exiliado (Viscardo) hasta el intelectual diplomático (Pando),
pasando por el censor que no renuncia a la fuente de su poder y prestigio (Baquíjano), el que
expresa la transición del reformismo a la opción radical (Morales Duárez), el asesor del poder
(Unanue), el poeta revolucionario (Melgar), el intelectual importado (Monteagudo), el difusor de
conocimiento (Rodríguez de Mendoza), el tribuno bibliotecario (Arce), el funcionario que defiende la
República (Tudela de Varela), el clérigo legislador y conspirador (Luna Pizarro), el intelectual político
(Sánchez Carrión), el ideólogo subversivo y errático (Vidaurre), y otros que hemos ido presentando
en las páginas precedentes. Todos estos fueron hombres de ideas de transición de un orden
político-social a otro, pero no solo fueron testigos, sino protagonistas que −enlazados con los
asuntos del poder y del gobierno−, dieron forma a ese tránsito. Salvo Viscardo (más por
circunstancias que por voluntad), todos los demás tuvieron una relación activa con la política y, más
aun, con el poder. No eran hombres que pudieran decir “mi reino no es de este mundo”, como los
clérigos de Julien Benda (1941), por el contrario, eran parte activa de los conflictos políticos,
inmiscuidos en las pugnas políticas. Pero este fue un proceso de los sujetos de ideas que fue
tomando formas diversas en la medida que los acontecimientos de la historia se presentaban. De
esta manera, en un mismo sujeto de ideas encontramos a lo largo de su trayectoria diferentes
ubicaciones respecto al poder y al gobierno: críticos en un momento, legitimadores en otro; sin
olvidar que otros requiebres podían resultar de nuevas correlaciones de fuerzas ante las cuales
eventualmente se oponían. Es decir, no es posible esperar una trayectoria de los sujetos de ideas
totalmente llana y sin matices.
Intentando esbozar un recorrido más o menos general , se puede decir que el intelectual
ilustrado que apareció a fines del siglo XVIII estuvo muy ligado al poder estatal colonial. Este se
constituía en su espacio principal de actuación y legitimación social, pues el único interlocutor del
intelectual ilustrado era precisamente quien ejercía el poder. El establecimiento de un diálogo con
otros sectores sociales estaba lejos de sus preocupaciones. Los Amantes del País eran hombres
que tenían como referencia a las élites, sean políticas o culturales. Pero si bien su espacio natural
de desenvolvimiento eran los salones, también se puede observar que en este puñado de letrados
aparece de forma germinal un espíritu que se haría más ostensible pocos años más tarde.
Personajes importantes del Mercurio serían después conspicuos hombres de la independencia. La
actitud contestataria que se haría parte fundamental de las élites ilustradas se refería no solo a su
distanciamiento del Estado colonial y a actuar por sus márgenes sino, incluso, en contra de él. Esto

87
sucedería de una manera nítida cuando la lucha por la emancipación llegue a sus puntos
culminantes.
Posteriormente, el ilustrado sería desplazado por el ideólogo a medida que las posiciones
políticas y sociales se iban haciendo cada vez más irreconciliables. El ideólogo en tiempos de la
emancipación tuvo como tarea justificar el proyecto republicano, a diferencia del hombre ilustrado
que buscó alternativas para la convivencia pacífica entre españoles y americanos. No se trata de
afirmar que el ideólogo hizo desaparecer del mapa al ilustrado, solo es menester decir que aquél
ocupó el centro del escenario que antes le había pertenecido a este. Definitivamente, el papel que
cumplieron los ideólogos fue determinante para los fines de los rebeldes separatistas. La figura de
Sánchez Carrión es representativa en este sentido. Más allá de las exageraciones de Porras
Barrenechea, ya comentadas, el Tribuno actuó como un justificador de un nuevo proyecto político
consiguiendo alcanzar un impacto fundamental en las mentes de su tiempo, colocándose de manera
radical como una figura opuesta al poder estatal colonial. La irradiación de su mensaje se dirigió a
los rebeldes, y fue, para tomar un término de Enrique Krauze (1976) cuando se refiere a los
intelectuales mexicanos post-Revolución de 1910, un “caudillo cultural”, que no solo reflexionó y
realizó una campaña proselitista a favor de su causa sino que también contribuyó al diseño de
algunas instituciones de la nueva República.
Entre ambos, es decir, entre los ilustrados cortesanos y los ideólogos radicales, se ubica
como una figura paradigmática el sabio Unanue. Este representa fidedignamente a aquellos
intelectuales que basan su actuación pública en ser asesores de quien ostenta el poder. Hombre
ilustrado, actuó también como un ideólogo en las diferentes etapas que le tocó vivir, sea como
asesor del gobierno virreinal o de la República. Por ello, Unanue, al haber sido parte del Antiguo
Régimen y también de la República, actuó como puente entre un tipo de intelectual y otro.
En un sentido estricto, en los años de la independencia no se puede afirmar que haya habido
un debate de ideas entre los que debían legitimar el orden colonial y los que justificaban su
derrumbe. Por el contrario, las reflexiones más consistentes se desarrollaron exclusivamente en el
terreno de los cuestionadores al régimen vigente. Mientras que aquellos que remecían
ideológicamente el orden eran capaces de ofrecer la promesa de un nuevo país con argumentos
anclados en lo más avanzado del pensamiento europeo, los legitimadores del régimen colonial solo
atinaban a responder con acciones de fuerza: ideas contra cañones fue el signo de aquellos
tiempos. Por esta razón, el debate ideológico se dio casi exclusivamente en el terreno de los
rebeldes. Esta ausencia de hombres de ideas por parte de quienes detentaban el poder hasta antes
del triunfo de las fuerzas independentistas ayuda a explicar su debacle. Y esta lección puede tener

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una lectura más general: el poder material necesita del poder intelectual para garantizar su
estabilidad y permanencia.
Es necesario tener en cuenta que gran parte de los hombres de pensamiento que marcaron
su impronta en los tiempos de la lucha independentista unieron a sus ideas y proyectos la acción,
incluyendo las actividades armadas, especialmente cuando toda esperanza de una convivencia
pacífica e igualitaria entre españoles y americanos había desaparecido. En este sentido, fueron
intelectuales subversivos que no se contentaron con la mera especulación y supieron comprender
la situación peculiar que tuvieron que afrontar. No obstante, si fueron eficaces en la crítica al poder
instituido no mostraron la misma virtud cuando les correspondió asumir las tareas de gobierno. Esto
se revela dramáticamente en los momentos de la instalación y actuación de la Asamblea
Constituyente de 1822. Si tomamos la clasificación de Coser ya mencionada en páginas anteriores,
los representantes de la menguada ciudadanía de aquellos años se enmarcan dentro de aquellos
intelectuales que llegan al poder, pero que se muestran incapaces en los asuntos de gobierno
derivando sus acciones hacia gobiernos dictatoriales. Pero a diferencia de jacobinos y bolcheviques,
que refundaron las instituciones de sus respectivos países y abrieron una nueva etapa histórica, lo
que ocasionó la actuación de los constituyentes peruanos de 1822 fue el desbarajuste, el caos y la
posibilidad de retorno del poder colonial. Si bien, en términos generales, a los intelectuales no les
viene bien el ejercicio del poder, en este caso específico la desconexión entre el poder ideológico y
el poder político se manifiesta en su más cruda expresión. Además de que fueron incapaces de
institucionalizar a la nueva República perdieron el control del Estado. Los extremos de su
incapacidad explican que se les hiciera impostergable y urgente llamar a Bolívar para que
restableciera condiciones mínimas de paz. Una vez alcanzadas estas se renovarían las pugnas por
el poder.
Como es conocido, los dueños de la palabra escrita y del verbo que se había legitimado
como fundador de la nueva República eran una minoría que se localizaba en los sectores sociales
medios y altos, básicamente, y se correspondían con lo urbano, con lo limeño, siendo una minoría
los provincianos. De esta manera, los llamados ideólogos de la emancipación, al mismo tiempo que
justificaban una causa universal, la independencia, excluían a gran parte de la población que
habitaba el territorio peruano. Esta era mayoritariamente analfabeta, quechua hablante y de
tradición oral. La palabra escrita aún no pertenecía a su bagaje cultural. La desconexión entre líderes
provenientes de una tradición cultural y pueblo de otras tradiciones ayuda a explicar la excesiva
heterogeneidad de la respuesta ante el poder español. Frente al uso del poder cultural de quienes
detentaban la palabra escrita y el español, los sectores marginados aprovecharon pequeños
resquicios para, subrepticiamente, introducir sus formas de pensar y sentimientos, tal es lo que

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hicieron los negros, como vimos con el caso de la estrofa apócrifa del Himno Nacional. En otras
palabras, usaron la estrategia de aprovechar un bien cultural −el idioma español−, para hacerle
cumplir el papel de vehículo de expresión de cosmovisiones distintas a los que habían justificado el
poder. Otra estrategia de los marginados de las élites fue la de utilizar el español para ofrecer un
nuevo proyecto, como fue el caso de Túpac Amaru. El cacique había sido educado en la tradición
escrita y ese recurso lo puso a disposición de una alternativa distinta a la que usualmente legitimaba
el poder político-cultural. La palabra, en este caso, fue reapropiada para subvertir el orden que ella
misma había contribuido a formar. De alguna manera, la intención de reunir a todos los sectores
sociales marginados del poder fue expresada por el poeta revolucionario Mariano Melgar,
especialmente en su fábula de “Los gatos”.
Indudablemente, la libertad de imprenta fue muy importante en la formación de un proyecto
distinto del colonial, como lo ha relevado Basadre. Sin embargo, no tuvo el mismo significado en
cuanto a la conformación de una “comunidad imaginada”, para usar el término de Benedict
Anderson (1993). En otras palabras, la difusión de la palabra escrita no podía alcanzar a la mayoría
de un país al margen del bien cultural de la educación. Ello recién empezaría a resolverse desde
mediados del siglo XX. Bajo estas circunstancias, los elementos de identidad o nacionalismo
estaban lejos de cristalizar, aun en sus formas discursivas más elementales o ideales.
La lucha por la separación de España no repercutió en cambios radicales en las formas de
vida de la mayoría de peruanos, al reemplazo político le faltó la transformación cultural en términos
de integración. Este disloque entre ambos campos estaría a la base de la distancia, a veces
demasiado aguda, entre instituciones y sociedad en nuestro país, tema que intelectuales de
posteriores épocas abordarían como problema y al cual buscarían soluciones. Sin embargo, se debe
llamar la atención en que no ha constituido una sola narración y una sola genealogía sobre la nación
peruana. De manera muy gruesa, sostengo que se produjeron dos explicaciones o narraciones que
con variantes e incluso contradicciones tratan de dar cuenta de los caminos de la nación peruana,
que expresan a su vez dos tipos de tradiciones intelectuales, valiéndome de la propuesta de Shils
(1972).
La primera narración/tradición intelectual, elitista que se funde con la racionalista, es la que
nace desde los tiempos de los mercuristas a fines del siglo XVIII. Esta vertiente sostiene que la
nación se debe formar desde arriba, desde el Estado y, más aun, desde las élites privilegiadas.
Supuestamente por poseer cualidades y condiciones particulares (conocimiento, riqueza, poder y
otras) la nación peruana se constituiría a imagen y semejanza de esas élites. Este discurso nació
con el Iluminismo, se fortaleció con el racismo científico y el positivismo y después se cobijaría en
posiciones autoritarias como el fascismo. Solo desde fines del siglo XX proyecta una idea de nación

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incorporando a los sujetos populares, pero con una bifurcación: por un lado, los que sostienen que
es inevitable y hasta necesario un gobierno fuerte y autoritario; y por otro lado, aquellos que valoran
el régimen político democrático. Es decir, aquellos que separan el pensamiento liberal de la política,
y los que unen ambos en un solo proyecto.
La segunda narración/tradición intelectual es la que amalgama la mirada populista con la
revolucionaria, y nace desde el movimiento rebelde de Túpac Amaru II, también a fines del siglo
XVIII. Contrariamente a la explicación anterior, en esta vertiente se enfatiza que la nación la deben
construir, para que sea auténtica, las clases oprimidas, desde abajo, desde lo más profundo del
país. Sean reformistas, radicales o democráticos, el punto de apoyo siempre estará en los
desposeídos a quienes se les otorga generalmente virtudes ideales. Lo popular es lo nacional, se
sostiene, todo lo otro sería apócrifo y superficial. Igualmente la política. Esta tiene que ser
revolucionaria o significar cambios, y lo que el Estado establezca debe ser consecuencia de la
acción de las masas, del pueblo, de las clases populares. Pero luego de la emergencia y derrota del
senderismo en los años 1980-1990, la idea de la revolución para forjar la nación fue cediendo de a
pocos para abrir paso a un planteamiento distinto: la nación peruana también se puede construir sin
un momento radical (la revolución), lo que significa cuestionar la herencia de los años 20 aunque
aún no se tiene claro cuál otra idea la reemplazará. La democracia es una posibilidad, pero no
totalmente internalizada.
No hay que dejar de lado un hecho trascendental, y es que la totalidad de los intelectuales
de la emancipación provinieron de una acendrada formación católica: desde el hogar, la educación
formal y la vida pública la tradición religiosa se hizo presente en ellos (como en toda la sociedad).
Sobre esa base incorporaron las ideas de la Ilustración, de la filosofía moderna. El resultado fue
ambiguo y considero que ello se tradujo en el momento de querer conciliar las ideas con las
decisiones políticas en el momento de constituir instituciones inéditas de la nueva República. La
base compuesta por las ideas tradicionales del catolicismo sostuvo las nuevas ideas de la
modernidad. Un claro indicio es la persistencia de las ideas monárquicas en cuanto expresión de
las ideas de orden y autoridad que no conjugaban con los postulados liberales. Considero que este
desajuste explica en buena parte la poca representatividad del Estado de la compleja vida social
peruana, hecho que se ha mantenido a lo largo de nuestra existencia republicana.
Todo lo anteriormente expresado nos lleva a la reflexión sobre el papel de los intelectuales
en la fundación de regímenes políticos. Algunos casos históricos nos pueden ser útiles. En Estados
Unidos los intelectuales que dirigieron el debate ideológico y político también forjaron instituciones,
pero sobre todo reflexionaron, inaugurando, una forma de régimen político. La separación de
Inglaterra motivó la creación de un tipo de ciudadano, de un sistema político, de partidos políticos y

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de las maneras que debía relacionarse el Estado con la sociedad. De esta manera, la separación
política estuvo precedida y acompañada de una intensa reflexión intelectual que luego se acoplarían
en la nueva organización estatal (Hofstadter 1987). Su independencia fue también ideológica,
cultural y mental con esas ansias de comunicar a la humanidad toda lo que consideraba su legado.
Y fueron sus intelectuales soportes fundamentales para construir el discurso del “sueño americano”,
del pasado heroico, del modelo a seguir y de todas las imágenes que identifican a ese país. Por otra
parte, los intelectuales en los tiempos de la Revolución francesa fueron radicales en su proyecto de
refundarlo todo, acabar con el Antiguo Régimen no fue suficiente, también lo fue el crear todo de
nuevo, desde una forma de lenguaje hasta la propia constitución de un nuevo Estado; proyectaron
la idea que ellos encarnaban un nuevo momento de la humanidad (Chartier 1995). El caso de la
fundación del Estado de Israel es sumamente sugestivo en cuanto a la variación que sufrieron sus
intelectuales. Antes de la fundación del mismo, sus intelectuales pertenecían a toda la humanidad;
sus aportes al conocimiento y sus proyectos de reivindicación eran ecuménicos, cosmopolitas, se
trataba de intelectuales humanistas; pero a partir de 1945 estos intelectuales generales devinieron
en intelectuales particulares, perdieron aquellas características de universalidad y redujeron sus
reflexiones a legitimar el papel de su Estado (Traverso 2014). Finalmente, la Revolución de México,
que representó el fin del Antiguo Régimen en dicho país, incorporó a los sujetos de ideas en las
instancias del Estado, especialmente en la educación, y desde ellas construyeron una genealogía
capaz de ocultar las obvias contradicciones que portaban los diferentes proyectos de sus
protagonistas políticos, desde Madero hasta Cárdenas (Camp 1995). Así, el Estado
posrevolucionario construyó un discurso o una narración que representaba una sola línea histórica
que pudo ser legitimada gracias a una combinación de persuasión y represión amparada en el
accionar de un Estado sumamente fuerte y a un pacto de dominación activo.
Valgan estos casos para poder contrastar con la experiencia peruana en el momento de su
fundación como Estado independiente y el papel que cumplieron los intelectuales en dicho proceso.
En primer lugar, no tuvieron la capacidad de luego de conseguida la independencia construir una
edificación estatal sólida y amplia que incorporara como ciudadanos a los diferentes sectores
sociales y culturales; tampoco representó una ruptura total con los patrones culturales provenientes
del tiempo del virreinato, y menos pudieron amalgamar un régimen político diferente y expresivo del
nuevo momento histórico que ellos mismos habían contribuido a forjar. Por otra parte, y relacionado
con esto último, no representaron una ruptura radical con el Antiguo Régimen, prueba de ello fue la
importante presencia de intelectuales que aún sustentaban las tesis monarquistas en plena
República, en gran parte porque no identificaron a un nuevo tipo de ciudadano que se adecuara al
Estado naciente. Por más esfuerzos discursivos que realizaron en el sentido de asentar las nuevas

92
ideas que llegaban de Europa y Estados Unidos, fueron mediatizados en su rechazo al poder
colonial y en su intento de constituir una nueva realidad por temor a que se desbordara un torrente
social que no estaban en condiciones de encauzar. Al mismo tiempo, sus esfuerzos intelectuales
no fueron dirigidos a comunicarse con la humanidad, menos aun cuando fracasó el intento de la
Confederación Americana. Por otra parte, la ausencia de un poder político-estatal poderoso permitió
la emergencia de pugnas que no encontraban cauces institucionales para ser solucionados y de
incorporar a todas los proyectos en uno solo, aunque sea solo simbólicamente. De este modo, la
anarquía institucional se constituyó en el signo que identificó a la historia peruana durante todo el
siglo XIX, y que abriría el paso a la aparición de nuevos tipos de intelectuales.

93
CRONOLOGIA INDEPEDENCIA AMERICANA

1780

4 de Noviembre. Inicia la Rebelión de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, en Tinta
(Cuzco), con la captura del corregidor Antonio de Arriaga
18 de Noviembre. Batalla de Sangarará. Victoria de las fuerzas de Túpac Amaru II.

1781

13 de marzo. Julián Apaza, caudillo aymara también conocido como Túpac Katari, sitia la ciudad
de La Paz.
6 de abril. Las fuerzas realizas capturan a Túpac Amaru II y a su familia.
18 de mayo. Ejecución pública de Túpac Amaru II y de sus seguidores más cercanos.
10 de noviembre. Captura de Túpac Katari.
13 de noviembre. Ejecución de Túpac Katari.

1808

17 de marzo. Motín en Aranjuez contra Carlos IV y Manuel Godoy.


19 de marzo. Por presión de los partidarios de su hijo Fernando, Carlos IV abdica en favor de
aquel.
23 de marzo. Merced al tratado de Fontainebleau, las tropas francesas del mariscal Murat ocupan
Madrid. Al día siguiente, Fernando VII es aclamado como nuevo soberano.
2 de mayo. Comienzo de la guerra de Independencia de España: ante la noticia de la salida del
nuevo rey de territorio español, llamado por Napoleón, el pueblo de Madrid se levanta
masivamente contra las tropas francesas.
6 de mayo. Fernando VII abdica en Bayona (Francia) a favor de su padre Carlos IV quien, a su
vez, entrega el trono a Napoleón.
6 de junio. Napoleón designa como rey de España a su hermano José.
9 de agosto. El cabildo de Lima recibe la noticia de la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo
Fernando.
13 de octubre. Jura de Fernando VII en Lima.

1809

Enero. En el contexto de la resistencia contra la ocupación francesa en la Península, se establece


la Junta Central en Sevilla.
16 de julio. En La Paz, revolucionarios deponen al intendente y forman una Junta de Gobierno
bajo la presidencia del soldado mestizo Pedro Domingo Murillo.
10 agosto. Proclamación de una Junta de Gobierno en Quito.
26-27 de septiembre. El virrey del Perú, José Fernando de Abascal, desbarata una conspiración
en Lima encabezada por Antonio María Pardo y Mateo Silva.

94
25 de octubre. Fuerzas realistas peruanas aplastan a la Junta de La Paz.
Diciembre. Napoleón invade la Península con 250,000 soldados // Represión de los líderes del
movimiento de Quito a manos de fuerzas enviadas por el virrey Abascal.

1810

Enero. El Consejo de Regencia sustituye a la Junta Central en España.


19 de abril. Establecimiento en Caracas de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando
VII.
18-19 de mayo. Revolución en el Río de la Plata.
13 de julio. Abascal decreta la reanexión del Alto Perú al Virreinato del Perú.
20 de julio. En Bogotá, un grupo de revolucionarios criollos deponen al virrey y forman una Junta
de Gobierno.
27 de agosto. El cabildo de Lima escoge a Francisco de Salazar como su diputado ante las
Cortes.
24 de septiembre. Las Cortes se reúnen en Cádiz.

1811

25 de mayo. Entre las ruinas de Tiahuanaco, en el Alto Perú, el líder rioplatense Juan José
Castelli procede a abolir el tributo y los trabajos forzados y proclama a los indios como
ciudadanos con igualdad de derechos.
20 de junio. Estimulado por el avance rioplatense en el Alto Perú, Francisco Antonio de Zela se
subleva en Tacna.
25 de Junio. Llegan a Tacna las noticias de la derrota en Huaqui (Alto Perú), del ejército
rioplatense de Castelli por las fuerzas realistas peruanas al mando de José Manuel de
Goyeneche.
5 de julio. Establecimiento de la primera República de Venezuela, inspirada por el joven
separatista Simón Bolívar.

1812

Febrero. Levantamiento contra las autoridades virreinales en Huánuco.


15 de febrero. Segunda revolución en Quito: un congreso revolucionario promulga la Constitución
del Estado Libre de Quito.
19 de marzo. Promulgación de la Constitución liberal en España, fruto del trabajo de las Cortes
de Cádiz desde 1810.

1813

20 de febrero. Los realistas, invasores desde el Alto Perú al mando de Pío Tristán, son derrotados
por las fuerzas insurgentes en Salta.
15 de junio. Bolívar proclama la guerra a muerte contra los españoles.

95
1 de octubre. En Vilcapugio (Alto Perú) las fuerzas rioplatenses al mando de Manuel Belgrano
son derrotadas por el ejército realista de Joaquín de la Pezuela
3 de octubre. Estalla en Tacna una rebelión encabezada por los hermanos, Enrique y Juan
Francisco Paillardelli, motivada por el segundo avance rioplatense en el Alto Perú.
14 de noviembre. En Ayohuma (Alto Perú), Belgrano es nuevamente derrotado por Joaquín de
la Pezuela.

1814

3 de mayo. Tratado de Lircay en Chile entre el gobierno de José Miguel Carrera y autoridades
españolas enviadas por el virrey del Perú. Es otorgada una cierta autonomía al régimen de
Santiago a cambio de reconocer la legitimidad Fernando VII y de la Regencia hasta el regreso
del monarca.
4 de mayo. A los 42 días de su regreso a España, Fernando VII decide abolir, mediante decretos,
toda la obra legislativa de las Cortes
21 de julio. Fernando VII restablece la Inquisición
2 de agosto. Estallido del levantamiento de los hermanos mestizos José, Vicente y Mariano
Angulo en el Cusco, demandando la puesta en práctica de las reformas prometidas en la
Constitución de 1812. Se les une el brigadier indio Mateo García Pumacahua y el mestizo Gabriel
Béjar.
28 de septiembre. Saqueo de La Paz por las fuerzas de Pumacahua.
28 de octubre. En Lima, es apresado el Conde de la Vega del Ren bajo sospecha de actividades
subversivas.
10 de noviembre. Las fuerzas de Pumacahua capturan Arequipa.

1815

Febrero. Desde Tucumán, Manuel Belgrano, líder de la revolución en el Río de la Plata, prometa
su apoyo a los “pueblos del Perú”.
10 de marzo. El general Juan Ramírez derrota de Pumacahua en Umachiri (Lampa).
18 de marzo. Ejecución del brigadier Pumacahua en Sicuani.
29 de marzo. Ejecución de los hermanos Angulo y de Gabriel Béjar en el Cusco.
29 de noviembre. Se confirma la reconquista realista del Alto Perú: derrota de las fuerzas
rioplatenses de José Rondeau a manos de Pezuela en Sipe Sipe.

1816

Marzo-mayo. El general español Morillo somete a la Nueva Granada con gran violencia.
9 de julio. El Congreso Nacional de Tucumán declara a las Provincias Unidas de Sud-América
como “nación libre e independiente del rey Fernando 7, sus sucesores y metrópoli”.

96
1817

9 de enero. Las fuerzas de José de San Martín salen de Mendoza para liberar Chile.
12 de febrero. El Ejército de los Andes sorprende y derrota a los realistas en Chacabuco.

1818

12 de febrero. Bernardo O’Higgins proclama en Talca la independencia de Chile.


19 de marzo. Derrota de San Martín en Cancha Rayada a manos del general Mariano Osorio.
5 de abril. Batalla de Maipú. Afirmación de la independencia de Chile.
Octubre. Se comienza a organizar en Cádiz una poderosa fuerza expedicionaria española para
reconquistar los territorios controlados por los insurgentes.

1819

5 de febrero. Chile y las Provincias Unidas firman un tratado para poner fin a la dominación
española en el Perú.
23 de junio. Una real cédula devuelve Guayaquil a la jurisdicción de la Audiencia de Quito en
todos los asuntos criminales, civiles y del tesoro. El Perú se mantiene como responsable de su
defensa militar.
7 de agosto. La victoria patriota en la batalla de Boyacá sella la independencia de la Nueva
Granada.
17 de diciembre. El Congreso de Angostura decreta la unión de Venezuela y Nueva Granada y
declara al territorio de la antigua presidencia de Quito, inclusive Guayaquil, como parte de la Gran
Colombia.

1820

1 de enero. Sublevación de Riego en España que restaura la Constitución de 1812 y suspende


el envío de un ejército español desde Cádiz a los territorios americanos rebeldes.
1 de febrero. Anarquía en el Río de la Plata. Derrota del gobierno de las Provincias Unidas de
Sud América, al mando de Rondeau, por las Provincias del Río de la Plata, en la batalla de
Cañada de Cepeda.
3-4 de febrero. Thomas Cochrane captura la base naval española de Valdivia.
1 de junio. Barcos chilenos capturan el puerto de Arica.
20-21 de agosto. Partida de la Expedición Libertadora al Perú desde Valparaíso.
4 de septiembre. El virrey Pezuela recibe una orden oficial para proclamar la Constitución liberal.
8 de septiembre. La Expedición Libertadora, al mando de San Martín, desembarca en Pisco.
15 de septiembre. El virrey Pezuela proclama oficialmente la Constitución de Cádiz y, en sintonía
con los sucesos de la Península, ofrece a los peruanos la autonomía dentro de la nación
española.
30 de septiembre-1 de octubre. Finalizan sin éxito las conferencias de Miraflores entre
representantes de San Martín y el virrey Pezuela para tratar el asunto del cese de las

97
hostilidades. San Martín propone coronar a un príncipe español como rey de un Perú
independiente.
9 de octubre. El puerto de Guayaquil depone a las autoridades españolas, establece una junta
revolucionaria y declara su independencia.
5 de noviembre. La flota chilena captura en el Callao la fragata española Esmeralda, la mejor
nave de guerra del Pacífico.
26 de noviembre. Merced a la tregua entre las fuerzas de Morillo y de Bolívar, España reconoce
la existencia, aunque no todavía la legalidad, del nuevo estado colombiano.
3 de diciembre. El batallón Numancia, del ejército realista, se pasa al bando patriota.
6 de diciembre. En su primera expedición a la Sierra, con el respaldo de la población peruana
del Centro pronunciada por la Independencia, Juan Antonio Álvarez de Arenales vence a fuerzas
realistas en Pasco.
28-29 de diciembre. La ciudad de Trujillo, con el marqués de Torre Tagle a la cabeza, se
pronuncia a favor de la Independencia.
30 de diciembre. Tomás Guido, emisario de José de San Martín, firma en Guayaquil un convenio
con las autoridades del puerto donde se señalaba que esa provincia conservaría su autonomía
y que se declaraba bajo la protección del libertador rioplatense.

1821

29 de enero. En el campamento de Aznapuquio, Pezuela es depuesto por un grupo de altos jefes


españoles liderados por José de La Serna, quien asume como nuevo virrey.
15 de mayo. Antonio José de Sucre, enviado de Bolívar, firma con la Junta de Gobierno de
Guayaquil un convenio por el cual se ponía esa provincia bajo la protección de las armas de
Colombia.
2 de junio. San Martín se reúne con el virrey La Serna en la hacienda Punchauca, cinco leguas
al norte de Lima y reitera su propuesta monárquica.
4 de junio. Jaén, perteneciente a la Presidencia de Quito, decide formar parte del Perú por
voluntad de sus pobladores.
24 de junio. Victoria de Bolívar en Carabobo. Se consuma la independencia de Venezuela.
25 de junio. El general español José Canterac inicia la retirada realista de Lima hacia la Sierra.
4 de julio. Proclama del virrey La Serna anunciando que abandonaba la capital por razones
estratégicas.
9 de julio. Los primeros soldados de la Expedición Libertadora ingresan en Lima.
12 de julio. San Martín entra en Lima.
14-15 de julio. Un cabildo abierto declara la independencia en Lima: “…la voluntad general está
decidida por la independencia del Perú y de la dominación española y de cualquiera otra
extranjera…”
28 de julio. San Martín encabeza en Lima la ceremonia pública de proclamación de la
independencia del Perú.
3 de agosto. San Martín es declarado Protector del Perú con poderes civiles y militares supremos.
9 de agosto. San Martín deroga en Lima la Constitución de 1812.

98
7 de septiembre. El Congreso de Cúcuta nombra a Bolívar primer presidente de Colombia. Luego
de este episodio, Bolívar marcha rápidamente hacia el Sur, bajo el temor “de que San Martín
pudiera llegar antes a(l futuro) Ecuador y lo reclamara para el Perú “(Lynch)
10 de septiembre. Las fuerzas realistas de Canterac pasan cerca de Lima sin ser atacadas e
ingresan en el Callao, que permanecería por poco tiempo más bajo control realista.
6 de octubre. Luego de apoderarse de fondos públicos del gobierno de San Martín en Ancón,
Thomas Cochrane abandona las costas del Perú con seis buques.
14 de octubre. Clausura del Congreso de Cúcuta en la frontera entre Venezuela y la Nueva
Granada.
28 de noviembre. Panamá declara su independencia.
Fines de año. En Lima, en el contexto del deterioro del régimen protectoral, circulan pasquines
que proclamaban “Viva el Rey”.

1822

18 de enero. Bolívar escribe a la Junta de Gobierno de Guayaquil afirmando que ese puerto no
podía convertirse en un estado independiente y que formaba, más bien, parte del territorio
colombiano.
30 de enero. El ejército realista ingresa en el Cusco.
28 de marzo. El Senado de los EE.UU. acuerda reconocer la independencia de los países
americanos.
2 de abril. José Joaquín Olmedo, presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil escribe a San
Martín explicándole las amenazas de Bolívar de tomar su provincia mediante “un golpe de
fuerza”, y diciéndole que había llegado “el caso de cumplir su solemne voto de sostener la libertad
de este pueblo”
7 de abril. Derrota de las fuerzas patriotas en Ica.
11 de abril. Ocupada por fuerzas del general Sucre, Cuenca decide de manera “espontánea” su
anexión a la Gran Colombia.
2 de mayo. Clímax de la represión contra los españoles en Lima dirigida por Monteagudo: 600
españoles son detenidos y deportados a Chile.
24 de mayo. Sucre derrota a los realistas del general Aymerich en Pichincha, cerca de Quito, con
la colaboración de un contingente auxiliar peruano.
16 de junio. Bolívar entra triunfante en Quito.
22 de junio. Carta de Bolívar a San Martín, sobre la situación en Guayaquil: “Yo no pienso como
V.E. que el voto de una provincia debe ser consultado (…) la Constitución de Colombia da a la
provincia de Guayaquil una representación de lo más perfecta”
6 de julio. Firma de un tratado de amistad y alianza entre el Perú (representado por Bernardo de
Monteagudo) y la Gran Colombia (representada por el ministro colombiano en Lima, Joaquín
Mosquera). La Gran Colombia fracasa en su objetivo de obtener del Perú el reconocimiento a la
aspiración de la Gran Colombia sobre Guayaquil // Los EE.UU. informan a todas las cancillerías,
incluso la española, sobre su decisión de reconocer la independencia de los países americanos.
11 de julio. Bolívar ingresa a Guayaquil. Se inicia de inmediato la agitación a favor de la anexión
de este puerto a la Gran Colombia.

99
13 de julio. Bajo presión política y militar contra el grupo partidario de la unión con el Perú, Bolívar
decreta la formal incorporación de Guayaquil a Colombia.
25 de julio. Por la noche, una multitud enfurecida rodea el Palacio y el Cabildo de Lima,
reclamando la caída del ministro Bernardo Monteagudo.
26 y 27 de julio. San Martín y Bolívar se entrevistan en el puerto de Guayaquil.
29 de julio. Olmedo escribe a Bolívar una carta denunciando el “abuso” cometido contra el pueblo
de Guayaquil y anunciando que se autoexiliaba, porque “así lo exige mi honor”.
3 de agosto. Carta de Bolívar a Santander, Vicepresidente de la Gran Colombia, desde
Guayaquil: “Tenga Ud. presente que el corregimiento de Jaén lo han ocupado los del Perú; y que
Maynas pertenece al Perú por una real orden muy moderna y que también está ocupada por
fuerzas del Perú”.
7 de septiembre. Proclamación de la independencia del Brasil.
20 de septiembre. Apertura del primer Congreso peruano. San Martín renuncia al cargo de
Protector, entrega el poder al Congreso, y abandona el Perú al día siguiente.
12 de octubre. Proclamación de Pedro II como Emperador del Brasil.
21 de octubre. Firma en Santiago de un Convenio de Amistad, Liga y Confederación entre Chile
y la Gran Colombia.
23 de diciembre. Firma entre el Perú y Chile de un Tratado de Liga, Alianza y Confederación.

1823

21 de enero. Derrota en Moquegua de la primera expedición a puertos Intermedios, ordenada


por el Congreso peruano.
27 de febrero. Golpe de estado de Balconcillo y cese la Junta de Gobierno peruana. Los militares
imponen al Congreso el nombramiento de José de la Riva-Agüero como primer presidente del
Perú.
1 de junio. Carta de José de la Riva-Agüero a Georges Canning rememorando sus servicios a
Gran Bretaña en España “cuando ambos países estaban en guerra”, e instando a su Gobierno a
reconocer la Independencia del Perú, con la consecuente firma de un tratado de “comercio y
amistad”.
18 de junio. Las fuerzas de realistas del general Canterac ocupan temporalmente Lima; diez mil
personas huyen de la capital bajo el temor de represalias.
22 de junio. El Congreso depone a Riva-Agüero.
16 de julio. Las fuerzas realistas abandonan Lima.
17 de julio. El Congreso nombra a Torre Tagle como jefe del ejecutivo. Riva-Agüero se mantiene
en rebeldía.
7 de agosto. En el cuarto aniversario de la batalla de Boyacá, Bolívar parte desde Guayaquil
rumbo al Perú, con la convicción de que su presencia era vital para la seguridad de Colombia.
27 de agosto. Batalla de Zepita, previa al desastre de la segunda Expedición a Intermedios,
ordenada por Riva-Agüero.
1 de septiembre. Bolívar llega al Perú.
3 de octubre. Tratado de Alianza y Confederación entre México y Colombia.

100
Octubre. Memorándum de Polignac. Con el objeto de aparecer como favorecedor de la
Independencia americana, Gran Bretaña persuade a Francia de renunciar a utilizar la fuerza
contra las jóvenes naciones sudamericanas.
11 de noviembre. Se declaran incompatibles los títulos de Castilla con las instituciones
republicanas.
25 de noviembre. Caída de Riva-Agüero en Trujillo, quien había estado en conversaciones con
el virrey La Serna para establecer una monarquía peruana independiente de España. Es
apresado y deportado por Antonio Gutiérrez de la Fuente.
2 de diciembre. Enunciación de la Doctrina Monroe por el gobierno de los Estados Unidos, que
expresaba el principio de no colonización contra las aspiraciones rusas a los territorios
americanos Nor-occidentales, y que representó un advertencia a la Santa Alianza para que no
intervenga en el Nuevo Mundo, en tiempos en que la independencia de las naciones
hispanoamericanas tomaba un rumbo definido.
18 de diciembre. Firma de un tratado de límites entre el Perú y la Gran Colombia, conocida como
la Convención Galdeano-Mosquera. El Perú acepta el principio del Uti Possidetis de 1809, pero
no acepta que la ciudad de Tumbes quede fuera de su territorio.
Fines de año. Llegan noticias al Perú sobre la restauración de Fernando VII en su trono
absolutista.

1824

1 de enero. Bolívar llega gravemente enfermo a Pativilca, presa de un ataque de tuberculosis.


5-7 de febrero. Las fuerzas rioplatenses y chilenas se amotinan en el Callao bajo el mando del
sargento Dámaso Moyano. Los castillos de ese puerto caen en poder del coronel realista José
Casariego.
10 de febrero. El Congreso nombra a Bolívar dictador del Perú.
11 de febrero. Pedro Antonio de Olañeta entra en Chuquisaca (Alto Perú) y proclama la
monarquía absoluta en rebelión contra el virrey La Serna.
29 de febrero. Al mando del general Juan Antonio Monet, los realistas ocupan Lima. Pocos días
después, Torre Tagle, el vicepresidente Diego de Aliaga, numerosos funcionarios y 337 oficiales
del ejército, se pasan al bando realista.
6 de marzo. Manifiesto público de Torre Tagle: “El tirano Bolívar y sus indecentes satélites han
querido esclavizar al Perú y hacer este opulento territorio súbdito del de Colombia…”
9 de marzo. En el Alto Perú, el general español Gerónimo Valdés y Olañeta firman un acuerdo
por medio del cual el último reconocía la autoridad de La Serna. Este tratado es posteriormente
desconocido.
11 de abril. Bolívar ordena la confiscación temporal de toda la propiedad privada de cualquiera
que viviese en el territorio controlado por los realistas.
15 de junio. El ejército de Bolívar parte de Trujillo e inicia la ofensiva contra las fuerzas realistas.
23 de junio. El Congreso de la Gran Colombia promulga una ley de demarcación territorial. Sin
disponerse de los títulos jurídicos, ni de la posesión efectiva, el ámbito selvático peruano de
Maynas es incluido en el Departamento de Azuay.
6 de agosto. Victoria de la caballería de Bolívar en la Batalla de Junín.

101
7 de diciembre. Bolívar retorna a Lima e invita a los gobiernos de Colombia, México, Río de la
Plata, Chile y Guatemala al Congreso de Panamá. Posteriormente, invita al Imperio del Brasil.
9 de diciembre. Batalla de Ayacucho. Concluye la era virreinal en el Perú.
21 de diciembre. Bolívar convoca a una nueva instalación del Congreso peruano.
Fines de año. El gobierno británico decide hacer público el reconocimiento de las Provincias
Unidas (acordado a mediados de año), así como de Colombia y de México.

1825

7 de febrero. Luego de cruzar el Desaguadero, el ejército de Antonio José de Sucre ingresa en


La Paz.
10 de febrero. Reunión del Congreso peruano.
9 de febrero. Sucre emite un decreto convocando a una asamblea para determinar la suerte
posterior de las provincias altoperuanas, que es cuestionado por Bolívar.
1 de abril. Olañeta es asesinado en el tumulto de Tumusla. Concluye la resistencia española
absolutista en el Alto Perú.
16 de marzo. Bolívar da marcha atrás y acepta el decreto de Sucre, pero señalando que la
resolución de la asamblea altoperuana no recibiría sanción alguna hasta que se instalara el
nuevo Congreso del Perú.
10 de abril. Bolívar parte desde Lima hacia el interior del Perú, rumbo al Alto Perú.
10 de julio. Instalación de la Asamblea de Chuquisaca.
6 de agosto. La asamblea de Chuquisaca declara la independencia del Alto Perú y da a la nueva
república el nombre de “República Bolívar”, en homenaje al Libertador.
18 de agosto–29 de diciembre. Bolívar gobierna Bolivia.
30 de noviembre. El Emperador del Brasil acepta la invitación para participar en el Congreso de
Panamá, “pero con tantas reservas y condiciones que equivalían a una negativa” (Mariano Felipe
Paz Soldán)

1826

27 de enero. Carta de Sucre a Bolívar, desde Chuquisaca: “Sería bien que usted mostrase algo
al Congreso peruano de la pretensión de esta república (Bolivia) para que se le ceda Arica”.
7 febrero. Bolívar se establece en el pueblo de La Magdalena, cerca de Lima.
10 de febrero. Apoteosis del régimen bolivariano en el Perú: entrada triunfal de Bolívar en Lima.
19 de febrero. El brigadier José Ramón Rodil capitula en el Callao, último bastión realista en el
Perú.
19 de marzo. Instalación del Congreso peruano.
15 de abril. Fusilamiento de Juan de Berindoaga.
1 de mayo. Cese de funciones del Congreso peruano.
12 de mayo. Carta de Bolívar al general Antonio Gutiérrez de la Fuente, explicando su idea de la
Federación de los Andes, con la división del Perú en dos estados: “Unido el Alto y Bajo Perú,
Arequipa será la capital de uno de los tres grandes departamentos que se formen a manera de
los tres de Colombia”.
25 de mayo. Una Asamblea Constituyente de Bolivia nombra a Sucre como presidente del país.

102
22 de junio. Inauguración del Congreso de Panamá.
4 de julio. Francisco Javier Luna Pizarro, opuesto a la hegemonía colombiana en el Perú, parte
a Chile.
15 de julio. Conclusión de las sesiones del Congreso de Panamá.
6 de julio. Dos escuadrones del regimiento peruano Húsares de Junín se rebelan en Huancayo
contra el régimen bolivariano
27 de julio. Represión en Lima contra el sector opuesto a la Constitución Vitalicia. Por la noche,
piquetes de tropas recorren las calles y entran en las casas para prender a los complicados y
sospechosos.
7 de agosto. Ejecución del patriota peruano teniente Manuel Aristizábal en la Plaza de Armas de
Lima. Antes de morir, declara haber querido librar a su patria del “yugo extranjero”, en alusión a
Bolívar y las tropas colombianas.
3 de septiembre. Bolívar abandona el Perú, dejando a Andrés de Santa Cruz como presidente
del Consejo de Gobierno y comandante en jefe de las fuerzas armadas.
15 de noviembre. El representante del Perú en Bolivia, Ignacio Ortiz de Zevallos, concluye con
el gobierno de ese país un tratado de federación y otro de límites, el último de los cuales acordaba
la cesión peruana de Tacna, Arica y Tarapacá a Bolivia a cambio de la provincia de Apolobamba
o Caupolicán y el pueblo de Copacabana.
30 de noviembre. El Consejo de Gobierno peruano declara a la Constitución Vitalicia como Ley
Fundamental del Perú.

103
CRONOLOGÍA DE INTELECTUALES

1740
24 de junio. Pedro José Chávez de la Rosa nace en Cádiz (España).

1748
26 de junio. Juan Pablo Viscardo y Guzmán nace en la localidad de Pampacolca, Arequipa.

1750
15 de abril. Toribio Rodríguez de Mendoza nace en la ciudad de Chachapoyas.

1751
13 de marzo. José Baquíjano y Carrillo nace en la ciudad de Lima.

1755
13 de agosto. José Hipólito Unanue nace en Arica, Virreinato del Perú.

1757
24 de enero. Vicente Morales Duárez nace en la ciudad de Lima.

1773
19 de mayo. Manuel Lorenzo Vidaurre y Encalada nace en la ciudad de Lima.

1774.
10 de abril. Manuel Pérez de Tudela nace en la localidad de Arica.

1780
3 de noviembre. Francisco Javier de Luna Pizarro nace en Arequipa,

1782
Julio. Mariano José de Arce nace en Arequipa.

1787
13 de febrero. José Faustino Sánchez Carrión nace en Huamachuco, Intendencia de Trujillo.
28 de marzo. José María Pando nace en Lima. Madrid,

1789
20 de agosto. Bernardo José Monteagudo nace en Tucumán (actual Argentina).

1790
10 de agosto. Mariano Melgar nace en la ciudad de Arequipa.

104
1792
13 de setiembre. Francisco de Paula González Vigil nace en Tacna.

1798
10 de febrero. Fallece en la ciudad de Londres, Juan Pablo Viscardo y Guzmán.

1808
24 de agosto. Bartolomé Herrera nace en la ciudad de Lima,.

1812
2 de abril. Fallece en Cádiz (España), Vicente Morales Duárez.

1815
12 de marzo. Mariano Melgar es fusilado en la localidad de Umachiri.

1817
24 de enero. José Baquíjano y Carrillo fallece en Sevilla (España).

1819
26 de octubre. Fallece Pedro José Chávez de la Rosa en Chiclana de la Frontera (España).

1825
28 de enero de 1825. Bernardo Monteagudo fallece en la ciudad de Lima.
2 de junio. José Faustino Sánchez Carrión fallece en Lurín, Lima.
12 de junio. Toribio Rodríguez de Mendoza fallece en la ciudad de Lima.

1833
15 de julio. Hipólito Unanue fallece en Cañete.

1840
23 de noviembre. José María Pando fallece en Madrid.

1841
9 de marzo. Fallece en la ciudad de Lima, Manuel Lorenzo Vidaurre y Encalada.

1852
11 de marzo. Mariano José de Arce fallece en Lima.

1855
9 de febrero. Francisco Javier de Luna Pizarro fallece en Lima.

1863
15 de marzo. Manuel Pérez de Tudela fallece en Chorrillos.

105
1864
10 de agosto. Fallece en Arequipa, Bartolomé Herrera.

1875
9 de junio. Fracisco de Paula González Vigil fallece en Lima.

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---”Nobleza” (Seudónimo “El Patricio”, La Abeja Republicana núm. 25, 27 de octubre de 1822, op.
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