6 Fábulas

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La reunión de la selva

ilustración

É rase una vez un camino largo y difícil de cruzar. Al menos así lo veía una
tortuga, que caminaba lento con sus 4 patas y su enorme caparazón.

La tortuga tenía que atravesar el camino para llegar a la reunión de los animales de la
selva, que alternaban de casa todos los días para tomar café y charlar. Hoy la reunión
sería en la casa del león, el rey de la selva, y su casa quedaba al otro lado de la selva.

La tortuga siempre se levantaba temprano para llegar a tiempo a las reuniones, pero
como su caparazón era tan pesado, no podía caminar tan rápido, y siempre llegaba
tarde.

A pesar de que los animales de la selva le avisaban con tiempo suficiente el lugar de la
reunión, siempre que ella llegaba, los últimos comensales ya se estaban yendo.

Esa mañana temprano, la tortuga empezó su caminata hacia la casa del león por el
camino.

—Hoy sí llegaré a tiempo —pensó la tortuga.

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Todos los animales llegaron a la casa del león, y la tortuga aún no aparecía.

—No entiendo cómo esa tortuga siempre llega tarde y es tan lenta— decía el conejo—,
mírenme cómo yo puedo saltar tan alto y ser tan rápido —terminó de decir el conejo
mientras le daba 10 vueltas a la casa del león en tan sólo 4 segundos.
—Si, es tan lenta que hasta llegaría tarde al día de su matrimonio —dijo una
guacamaya en la reunión mientras tomaba un sorbo de café. Todos los animales
soltaron una carcajada.

—Todos los animales servimos para algo —dijeron los monos —. Nosotros podemos
trepar y escalar cosas.

—Es verdad. Nosotros tenemos una trompa larga y fuerte que nos permite tomar
cosas —dijeron los elefantes.

—¡Hasta nosotras podemos volar! —dijeron las ardillas voladoras, mientras saltaban
de una mesa a otra desplegando las membranas entre sus patas.

—Pero esa tortuga no sirve para nada —dijo de nuevo el conejo, y todos los animales
se volvieron a reír.

La tortuga al fin llegó a la casa del zorro después de cruzar por el largo camino
empedrado. Estaba exhausta y se echó al suelo. Pero cuando levantó su cabecita, vio
salir a la última comadreja de la casa del león diciendo:

—¡Gracias su majestad! ¡Definitivamente el café que usted prepara es el mejor de toda


la selva!

El león se rio mientras cerraba la puerta de su casa y apagaba la luz. La tortuga había
llegado tarde otra vez.

Estaba tan cansada que ni siquiera pudo levantarse. Se sentía triste porque todos los
demás animales eran muy rápidos, y ella muy lenta. Tal vez por eso no tenía amigos.

Guardó sus patas, su colita y su cabeza dentro del caparazón, y se quedó dormida en
frente de la casa del león.

Al siguiente día la tortuga se despertó de un golpe.

—¡Oye! ¡Mira por dónde caminas! —le gritó el león que se había tropezado con su
caparazón —. La próxima vez no quiero que te atravieses por mis narices —dijo el
león mientras sacudía su radiante y frondosa melena, y se fue caminando y moviendo
su cola.

Esa tarde la reunión sería en la casa de los monos.


Los monos vivían en un árbol que quedaba en medio del bosque. Era el árbol más
grande de todos, y quedaba en lo alto de una colina.

La tortuga, que ya estaba despierta después de los gritos del león, hizo sus ejercicios
de estiramiento y calentamiento antes de salir en marcha a la casa de los monos.

Estuvo calculando la distancia desde la casa del león, hasta el árbol de los monos, y el
tiempo que le tomaría recorrerla. Era una tortuga muy inteligente. Como caminaba
tan lento, siempre tenía tiempo de observar y aprender de lo que veía.

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El cielo de la selva se empezó a oscurecer. La tortuga vio cómo las nubes se


amontonaban y decidió agilizar el paso hacia la casa de los monos.

Empezó a llover en la selva muy fuerte. Todos los animales que se dirigían a la casa de
los monos salieron corriendo, saltando, galopando y volando.

Mientras tanto, la tortuga iba lento, paso a paso, paso a paso, a su propio ritmo.

Llovió muy fuerte por varias horas y toda la selva se empezó a inundar, pero como la
casa de los monos estaba en el alto de la colina, todos los animales estarían seguros
después de llegar allí. Además, el árbol tenía muchas ramas y muchas hojas,
seguramente no se mojarían.

La selva se inundó tanto, tanto, que apenas se veían las copas de los árboles más altos,
algunas rocas, y la colina con el árbol y todos los animales.

El león empezó a contar a los animales para asegurarse de que estuvieran todos,
cuando un rugido estridente atemorizó a toda la selva.

—¡Grrrrrrr! ¿Dónde está mi cachorro? —rugió el león desesperado, buscándolo entre


todos los animales.
—¡Miau! ¡Miau! — se escuchó el maullido del cachorro pidiendo auxilio. Estaba en
una roca alta un poco lejos de la colina, y el agua ya había empezado a tocar su patas.

—¡Alguien que me traiga ya a mi cachorro! -volvió a rugir el león.

Los monos que estaban en el árbol tomaron unas lianas y se balancearon tan lejos
como pudieron, pero no alcanzaban a llegar a la roca.

Los elefantes, con sus largas y fuertes trompas, intentaron succionar toda el agua que
tenían en frente y la tiraban hacia atrás. Cuando voltearon sus cabezas, le habían
tirado toda al agua encima al león, que ahora estaba muy enojado escurriendo su
melena mojada.

—¡Grrrrrrr! —volvió a rugir el león —. ¡Que alguien me traiga a mi cachorro ya!

Entonces las ardillas voladoras se treparon a la punta del árbol tan rápido como
pudieron. Desplegaron sus membranas y saltaron para planear hasta la roca donde
estaba el cachorro. Pero la roca seguía estando muy lejos, y las ardillas cayeron en un
chapuzón al agua quedando como unas ratas mojadas flotando con sus membranas.

El león ya estaba muy desesperado. Ningún animal lograría traer a su cachorro, que
seguía pidiendo auxilio.

En ese momento, algo llamó la atención de todos los animales de la selva.

Vieron un tronco de árbol flotando en el agua, y sobre él, la tortuga que iba cantando
una canción.

En mi barco en mi barco

¡Ya voy a llegar!

Voy cantando voy cantando

¡Sigo sin parar!

Cuando el león la vio, le gritó fuertemente en la distancia.

—¡Tortuga! ¡Tráeme a mi cachorro, y te daré la corona del rey de la selva!

La tortuga no entendió ni una palabra de lo que le dijo el león. Tal vez todos se
estaban burlando de ella, pensó.

Sobre su tronco, justo iba pasando por el lado de la roca donde estaba el cachorro.
Cuando lo vio le dijo:

—¡Cachorro! Salta sobre el tronco y los dos llegaremos a la colina.


El cachorro obedeció a la tortuga, y saltó encima del tronco, pero el tronco se empezó
a hundir por el peso de los dos animales, y el cachorro volvió a saltar sobre la roca
rápidamente.

Los animales veían toda la escena desde la colina.

Entonces la tortuga, como era tan inteligente, se puso a pensar.

Arrancó con su boca unas hojas grandes que había en el tronco flotante, y se las
amarró en sus patas y cola.

Mientras la tortuga hacía esto, el agua estaba empezando a llegar a la barriga del
cachorro.

La tortuga lo hacía lento, pero como lo hacía lento, su trabajo quedaba muy bien
hecho. Cuando terminó se dirigió al cachorro, que seguía aterrorizado porque no sabía
nadar.

—¡Rápido cachorro! ¡Salta sobre mi caparazón!

El cachorro la miró extrañado. La tortuga estaba loca. El cachorro era pequeño y no


sabía mucho, pero sí sabía una cosa: Las tortugas no nadan. Pero el agua seguía
subiendo y ya casi llegaba al cuello del cachorro, que no tuvo otra opción, y saltó
sobre el caparazón de la tortuga.

Todos los animales vieron el momento. El cachorro saltó sobre la tortuga, y ambos
animales se hundieron.

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Pasaban los segundos y los 2 animales seguían bajo el agua. Las ardillas empezaron a
agachar sus cabezas lamentándose por los dos animales. Los elefantes agacharon sus
orejas y los monos recogieron sus colas. El león se movía desesperado de un lado a
otro.

Entonces, unas burbujas empezaron a salir del agua. La tortuga y el cachorro sacaron
sus cabezas y tomaron una bocanada de aire. Los animales se quedaron boquiabiertos
cuando vieron a la tortuga yendo a toda velocidad, nadando con sus aletas de hojas y
moviendo su colita.

Llegaron a la orilla de la colina sanos y salvos, y el cachorro saltó donde su padre.


Todos los animales aplaudían, aullaban y graznaban.

Entonces, el león se inclinó frente a la tortuga, seguido de todos los animales de la


selva en una reverencia ante la tortuga.

—Nunca había visto tanta inteligencia y coraje en un animal —dijo el león —. Por
favor, toma la corona de la selva en agradecimiento por rescatar a mi cachorro.

—Gracias león, pero yo no necesito eso —contestó la tortuga.

—Entonces dime, ¿cómo puedo recompensarte?

La tortuga se acercó a la oreja del león y le dijo en secreto lo que quería.

Pasaron unas semanas y la selva ya se había secado. Todos los animales salieron desde
temprano al sitio de la reunión.

Todos llegaron a la hora en punto, menos la tortuga. Porque ya estaba en el lugar. Era
la dueña de la nueva cafetería de la selva. Los animales se encontraban allí todos los
días a la misma hora para contar historias y reírse juntos, y la tortuga los acompañaba
y les servía el café. Ella no regaba ni una gotita, porque hacía lento y con mucho
cuidado su trabajo, y el café siempre estaba caliente.

—¡Gracias tortuga! ¡Definitivamente el café que tú prepara es el mejor de toda la selva!


—dijo la comadreja.

Todos los animales soltaron una carcajada.


Las profundidades

Érase una vez una roca dura y lisa. En ella vivía un solo cangrejo que tenía 8 patas, 1
caparazón tieso como el acero y 2 tenazas filosas con las que trituraba los hongos que
se adherían a la roca.
La roca era un buen hogar para el cangrejo, pero tenía un problema: Estaba en medio
del océano.

El cangrejo no sabía cómo había llegado allí, pero le gustaba su roca. La limpiaba
todos los días por las mañanas. Después contaba las 32 grietas de la roca. Le gustaba
cerciorarse de que todo estaba en orden. A medio día se preparaba un delicioso plato
de hongos con restos de animales muertos que traía el océano. En la tarde contaba los
78 peces del cardumen del coral. Eran 79 hasta hacía 1 semana. Tomás nunca debió
sacarle la lengua a un tiburón blanco. Al final de día, a eso de las 7 de la noche, le
gustaba mirar a las estrellas antes de irse a dormir. Esas nunca las terminaba de
contar.

La vida del cangrejo solía ser muy tranquila, ordenada y agradable.

Hasta que llegaban las tormentas.

2 días a la semana había tormentas en el océano. El agua empezaba a chocar contra la


roca y con mucha fuerza y trataba de tumbar al cangrejo, que se aferraba con todas sus
fuerzas.

El cangrejo les tenía mucho miedo a las tormentas porque no sabía nadar. Nunca lo
había intentado, pero estaba seguro de que no sabía.

- ¡Si pudiera nadar tendría aletas y no tenazas! – Refunfuñaba el cangrejo cada que los
peces del coral le decían que fuera a nadar con ellos.

Un día el cangrejo vio acercarse otra tormenta igual a las otras.

El cielo se ponía gris y oscuro, la brisa se volvía fría y las olas se empezaban a agitar.
Las nubes se amontonaban y rugían como si estuvieran bravas.

Cuando el pequeño cangrejo sintió la brisa fría, salió corriendo con sus 8 patas para
aferrarse en una de las grietas de la roca hasta que la tormenta pasara.

Las tormentas duraban más o menos de 23 minutos y 8 segundos, a 24 minutos y 14


segundos. Al menos eso era lo que contaba el cangrejo, que se escondía en su
caparazón y contaba cada segundo hasta que la tormenta pasara.

Pero esta tormenta duró más. 25 minutos. 29. 36. 42 minutos y la tormenta aún no
cesaba. Por el contrario, parecía que cada vez se hacía más y más fuerte. El cangrejo
seguía agarrado a la roca para no caer al agua porque se ahogaría.

La tormenta pasó a los 53 minutos y 41 segundos. El cangrejo ya tenía sus tenazas y


patitas adoloridas y como estaba tan cansado, se echó la siesta más larga de su vida.
- Seguramente no va a volver a haber una tormenta en mucho tiempo. – Pensaba el
cangrejo. –

Al día siguiente el cangrejo se levantó como de costumbre, limpió su roca, contó las
grietas, preparó su almuerzo, y cuando estaba contando los peces del cardumen del
coral, pasó algo extraño.

Sintió de nuevo la brisa fría del día anterior. El cangrejo no salió corriendo porque no
creyó que volviera a haber otra tormenta tan pronto. Era imposible. Sin embargo, las
olas del océano se empezaron a agitar como advirtiendo al cangrejo, que ya empezaba
a aterrarse.

La tormenta duró 67 minutos y medio. Era la más larga que el cangrejo había resistido
en su vida.

Quedó tan exhausto que ni siquiera contó las estrellas esa noche y se quedó dormido
hasta el otro día.

Al día siguiente, el cangrejo volvió a empezar su rutina con ánimos. Seguramente no


habría una tormenta en 1 año, 2 meses y 5 días, según las cuentas del cangrejo.

Limpió su roca, contó las grietas, preparó su almuerzo y contó los peces. Cuando
terminó sus patas se pusieron tiesas del miedo que sintió. Nuevamente sintió la
misma brisa de los 2 días anteriores.

La tormenta llegó tan fuerte que casi tumba al cangrejo de su roca. Esta vez duró 74
minutos.

El pobre cangrejo ni siquiera arregló su cama para acostarse y se quedó dormido en


una de las grietas.

Pasaron 3 días más, y cada vez las tormentas eran más largas.

El cangrejo ya no tenía fuerzas en sus tenazas ni en sus patitas.

Al cuarto día, el cangrejo se dio cuenta que debía hacer algo al respecto, o si no caería
al agua y se ahogaría.

Se levantó más temprano que de costumbre y empezó a recolectar ramitas que traía el
mar a la roca. Empezó a construir una pequeña casita de palos para refugiarse de la
tormenta.

Cuando la tormenta llegó el cangrejo tenía todo preparado. Salió corriendo y se


escondió debajo de su casita. Pero la tormenta no tardó en tumbar las ramitas que
había puesto el cangrejo con tanto esfuerzo.
Pero el cangrejo no pensaba rendirse, así que al día siguiente se levantó más temprano
que de costumbre y empezó a recolectar piedras más pequeñas que estaban en la roca.
Construyó una fuerte casita de piedras. Cuando la tormenta llegó el cangrejo corrió a
protegerse, pero nuevamente, las piedras no tardaron en caer de nuevo al océano.

El cangrejo no se dejaría vencer. No iba a permitir que nada desordenara su vida


agradable y tranquila. Al siguiente día recolectó ramitas y piedras. Juntó ambos
materiales y construyó un fuerte inquebrantable. Esperó a la tormenta casi con ansias.
Cuando la tormenta llegó el cangrejo corrió hacia su fuerte. Pasaron unos minutos y la
casita no se caía. El cangrejo sonrió diciendo:

- ¡Jajaja! Ya creía una tormenta que me iba a vencer. – Casi cuando terminó de
pronunciar estas palabras, la casita salió volando por los aires como una hoja que lleva
el viento.

El cangrejo estaba furioso, casi que se volvió loco. Empezó a pegarle a la roca, a
arrancar las algas y a gritarle a la tormenta. Hasta cogió una ramita como si fuera una
espada y empezó a pelear con las gotas de lluvia que caían con fuerza. Pero estaba tan
cansado que se arrodilló en sus 8 patas. El cangrejo se dio cuenta que ya no tenía más
fuerzas. Ya no era capaz de pelear más. Cuando se dio cuenta de esto una lagrimita
cayó de uno de sus 2 ojos saltones. La lágrima cayó al océano. El cangrejo seguía
agarrándose con las últimas fuerzas que le quedaban, pero la tormenta no paraba, y
un ventarrón lo tiró de la roca hacia el océano.

El cangrejo cayó al agua, aunque era tan pequeño que el mar no lo sintió. Desesperado
intentó volver a la roca moviendo sus tenazas y patitas, pero no era capaz de nadar. El
cangrejo ya no tenía fuerzas. Tomó una bocanada de aire y dejó de moverse.

Volteó su mirada hacia abajo, hacia el fondo del mar. Se sorprendió de ver que todo
estaba muy tranquilo. Nunca había visto el coral realmente. Los peces danzaban
alrededor de las algas. Había plantas que brillaban. Se escuchaba un silencio tan
agradable y tranquilo que se quedó allí, disfrutando por unos instantes. El cangrejo
siempre luchó por mantener el orden, y le pareció muy curioso que esta vez que no
luchó por eso, todo parecía estar en orden de verdad.

Por primera vez en su vida, el cangrejo no supo cuánto tiempo pasó presenciando el
coral. Tampoco supo cómo le duró la respiración, pero cuando miró hacia arriba la
tormenta ya había pasado, y las olas del mar lo habían llevado tranquilamente hacia
su roca.

El cangrejo la escaló como si hubiera recuperado todas sus fuerzas.

Las fuertes tormentas cesaron a los pocos días, lo cual ya era triste para el cangrejo,
que las esperaba con ansias. Cada que había una tormenta, el cangrejo hacía una
fiesta, pues se dejaría llevar a las profundidades del coral, en donde no existía el
tiempo y en donde se sentía libre, siempre sabiendo que las olas lo devolverían a su
roca.

Toc. Toc.

Era un árbol grande y viejo. Estaba lleno de vida. Parecía que en cada uno de sus
rincones había vida. Insectos, musgos, flores, y un nido con pichones que le pedían
comida a su mamá. Un pájaro carpintero miraba el árbol de arriba a abajo con sus dos
ojos, sus dos alas, su cola larga y su pico.

Tenía que hacer un hueco en el árbol, pero para él no era tan fácil: Había nacido con un pico
más corto que el resto de pájaros carpinteros.

Todos los días iba a la academia de pájaros carpinteros. El profesor – era un pájaro
carpintero muy exigente, pero enseñaba a hacer los apartamentos más hermosos en
los árboles.

Todos los pájaros de la clase aprendían con facilidad. Algunos demoraban un poco de
tiempo, otros hacían los apartamentos más grandes que jamás se habían visto, y se
llevaban una insignia tallada por el mismo profesor. Ése era el sueño del pájaro
carpintero. Tner una de esas. Pero ya llevaba varios años intentando ser como ellos, y
aún no lo lograba, por más que lo intentara.

El profesor siempre empezaba con paciencia a enseñarle cómo tallar su apartamento.


El pájaro hacía la forma del hueco en el árbol, y le quedaba bastante bien. Hasta el
profesor lo felicitaba. Pero cuando llegaba la hora de romper el árbol, el pico le
empezaba a doler por lo corto, y nunca lograba pasar de más de 10 centímetros de
profundidad.

Toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc.

El pájaro escuchaba cómo los demás pájaros de la clase picaban el árbol a velocidades
impresionantes.

Toc.

Toc.

El pájaro intentaba picar, pero sólo caían un par de pedacitos de madera al suelo.

Cuando lo pájaros terminaban sus apartamentos los amoblaban, los decoraban, y les
ponían una puertita que decía: Por favor TOC-ar. Y todos los días después de una
jornada de juego y diversión, todos se iban a sus hogares a descansar.

Pero el pájaro carpintero dormía en una ramita de un árbol. Siempre le daba mucho
frío, pero ya se había acostumbrado.

La temporada de invierno se acercaba, y el pájaro trabajaba tan rápido como podía,


porque no sería capaz de sobrevivir una noche expuesto al invierno.

A veces hasta el profesor de la academia le ayudaba a romper el troco del árbol, pero
se concentraba más en los pájaros que hacían apartamentos grandes y lujosos, con
yacusis, mesas de billar y candelabros que colgaban del techo.

- Faltaban un par de días para el invierno. – Dijo el profesor en la clase. Era una mañana
soleada. – Recuerden todos que deben terminar sus apartamentos lo más pronto
posible, para que alcancen a hacer la puerta y ponerla en la entrada.

El pájaro miró los demás apartamentos. Algunos estaban hasta regando las flores del
jardín que habían hecho.

Cuando miró su apartamento, se dio cuenta que apenas le cabía su colita.


- Nunca terminaré a tiempo. – Pensó el pájaro carpintero preocupándose. Y se sentó a
observar cómo los otros pájaros terminaban sus trabajos.

De pronto el pájaro empezó a notar cómo caían al suelo los restos de madera que
desprendían los picotazos de los pájaros. Eran montones y montones de madera que
caía al suelo y nadie hacía nada con ella. Entonces el pájaro tuvo una idea.

Mientras el profesor estaba ayudando a hacer el parqueadero de uno de los


apartamentos, el pájaro cogió una bocanada de restos de madera con su pico, y se la
llevó al lado de una montaña de rocas.

Hizo esto varias veces, con mucho cuidado de que el pájaro carpintero profesor no lo
fuera a pillar, porque seguramente lo regañaría. Cuando el pájaro tuvo suficiente
madera recogida, comenzó a construir un refugio para él mismo pasar el invierno.
Pegaba los restos de madera con savia que producían los árboles, una sustancia
pegajosa perfecta para lo que necesitaba. Además salió a buscar unos bejucos que
colgaban de los árboles, y así amarró su refugio para que quedara firme. También
cogió un poquito de agua en su corto pico para echarle a la tierra debajo del refugio, y
que cuando se secara quedara más firme que un roble.

El pájaro trabajaba a toda velocidad, y pudo terminar el refugio en muy poco tiempo.
Sólo le faltaba una cosa. Una banderita para el refugio. Así que se puso a observar su
entorno para ver qué utilizarían. En un rincón de uno de los árboles vio una hoja y
una astilla. Salió volando para cogerlas con su pequeño pico, pero cuando regresaba,
vio al profesor con todos los estudiantes rodeando el refugio.

- No creías que esto te iba a salvar del invierno. – Toda la clase soltó una carcajada
cuando el profesor dijo esto. - Quién te dijo a ti que los pájaros carpinteros vivían en
refugios al lado de las rocas. Así no son los pájaros carpinteros. Los pájaros
carpinteros viven en los árboles. Así siempre ha sido y así siempre será.
- ¡Él no es un pájaro carpintero porque ni pico tiene! – Gritó uno de los estudiantes de la
clase. Todos soltaron una carcajada y salieron volando a terminar sus apartamentos.

El pequeño pájaro carpintero se puso a llorar. Tal vez todos tenían razón. Tal vez no
sobreviviría al invierno. Tal vez ni siquiera era un pájaro carpintero.

No tuvo más opción que poner la bandera y entrar a su refugio.

Esa noche comenzó el invierno. El viento soplaba fuertemente y sacudía los árboles.

El pájaro estaba quieto en el refugio, que había quedado bastante sólido.

A media noche algo despertó al pájaro. El viento estaba soplando tan fuerte que había
empezado a desprender algunas de las ramas de los árboles.

El pájaro observaba todo desde un agujerito que había dejado en el refugio.


Las ramas se desprendían más y más. Los árboles se mecían de un lado a otro. La
ventisca y los truenos eran tan fuerte que hasta algunas plantas del suelo habían
empezado a deshojarse también.

De repente un ruido estridente asustó al pájaro. Un árbol se había desprendido desde


su raíz y había caído. Después otro. Luego otro más. El pájaro veía toda esta escena
con horror.

Los árboles que tenían los apartamentos de los otros pájaros también empezaron a
desprenderse. Llegó un momento en el que todos los pájaros carpinteros que vivían en
los apartamentos estaban revoloteando por todos lados tratando de huir de la fuerte
tormenta. Pero era imposible. El viento era muy fuerte, y casi todos los árboles se
estaban cayendo al suelo.

La tormenta cesó en la madrugada, y un sol tenue salió, indicando que había llegado
el invierno.

Los pájaros carpinteros caminaban desconsolados por los escombros, viendo cómo
hasta el apartamento más lujoso, ahora se había vuelto una pila de escombros.

En donde antes había un hermoso bosque, ahora sólo había pedazos de madera, hojas,
semillas y ramas regadas por todo lado.

Debajo de todos los escombros, algo se empezó a mover, lo que llamó la atención de
todos los pájaros carpinteros. De pronto, se abrió la puerta del refugio del pequeño
pájaro carpintero. Cuando salió todos lo estaban viendo, incluyendo al profesor y su
clase. El pájaro movió un par de escombros con su pico y allí estaba su refugio intacto.

Todos los pájaros lo vieron con sorpresa pero volvieron a agachar sus cabezas y
siguieron lamentándose al ver el montón de escombros.

- Es hora de migrar a otro bosque. – Gritó el profesor pájaro carpintero.


- Pero con el invierno nunca llegaremos con vida. – Dijo uno de los estudiantes.
- Es probable que no, pero lo tenemos que intentar. – Y diciendo esto emprendió el
vuelo.

En ese momento el pájaro carpintero gritó

- ¡Esperen! No se tienen que ir aún. Yo les puedo enseñar a hacer un refugio como el
mío. Me mantuvo caliente y aguantó la tormenta toda la noche. Estoy seguro de que
aguantará el resto del invierno.

El pájaro carpintero profesor se devolvió y con tristeza le dijo. – Gracias muchacho,


pero nosotros nunca seríamos capaces de hacer algo así. Nosotros somos pájaros
carpinteros, y los pájaros carpinteros no hacen esas cosas.
- Pero no necesitan ser pájaros carpinteros ahora. Sólo necesitan una cosa, creer en
ustedes mismos.

Diciendo esto el pájaro carpintero tomó un pedacito de madera y se lo puso al


profesor en el pico. Luego le puso un poco de savia por encima, y luego le puso otro
pedacito encima. Ambos pedacitos quedaron pegados firmes como el cemento.

Durante todo ése día el pájaro se pasó enseñándoles a los demás a hacer sus propios
refugios.

- ¿Este está bien pájaro? – Le preguntaban. Y él siempre respondía:


- Sólo está bien si es divertido para ti.

Al final del día todos habían terminado sus refugios. Todos eran chistosos, ninguno
era perfecto. Había de todas las formas, colores, tamaños y materiales. Todos se
metieron a su refugio y cerraron su puerta para pasar la noche de invierno. Todos los
pájaros habían querido ponerle una banderita a su refugio por el pequeño pájaro
carpintero.

Detrás de los anteojos

Érase una vez un bosque frío y oscuro. Estaba habitado solamente por osos de anteojos que
tenían 4 patas, 20 garras, 42 afilados dientes y un par de anteojos bien puestos en su cabeza.

El bosque era conocido por ser aburrido. Por eso casi ninguna otra especie de animales iba a
visitar a los osos. Todos los animales que iban al bosque se preguntaban por qué los osos se
veían siempre tristes. Caminaban lento, con su cabeza baja y sus patas muy cerca al suelo. No
charlaban, no reían y tampoco jugaban.

Todos los adultos trabajaban para la misma empresa haciendo miel. Allí se quedaban toda la
vida hasta que morían de viejos.
Los cachorros entraban a la escuela, en donde se les ponía sus primeros anteojos, que llevarían
el resto de su vida. Los anteojos eran para que pudieran ver los símbolos del tablero y al
profesor enseñando a hacer miel. Las ardillas, que visitaban de vez en cuando el bosque para
recoger algunas bellotas, decían que los osos eran aburridos porque todos los días hacían lo
mismo: Levantarse con sus anteojos puestos, ir en busca de miel, llevarla a la Empresa de Miel,
recibir miel a cambio, volver a la casa con miel, comer algo de miel en la noche, limpiarse la
miel de sus garras, y por último acostarse con sus anteojos puestos hasta el otro día.

Un día como cualquier otro, Tomy estaba buscando miel. Se estaba tardando más de lo normal
en encontrar un panal.

—Seguramente fue el regordete de Pancrasio. Apuesto a que me ha estado siguiendo todo este
tiempo para robarme la miel —pensó Tomy—. O tal vez fueron los vecinos osos del frente,
siempre veo que me miran y estoy seguro que piensan que estoy gordo. No. Ya sé. Demás que
esas ardillas que vienen al bosque se llevaron los panales y crearon una empresa de miel sólo
para que los osos no tengamos. Sí, eso debe ser.

Después de un largo camino Tomy encontró un pequeño panal en las alturas de un árbol.

—Siempre me toca el trabajo duro a mí —seguía pensando Tomy, mientras empezaba a subir el
árbol–. Nunca puedo tener nada fácil. Estoy seguro que mi vida es la más difícil de todos los
osos del bosque. —Cuando llegó a las alturas vio que el panal estaba en la punta de una
delgada rama.

—Nada me sale bien, hasta los árboles están en mi contra —balbuceaba Tomy mientras trataba
de no caer de la delgada rama. El oso estiró su pata como nunca para alcanzar el panal, pero
aun así no lo alcanzaba, y la rama ya había empezado a crujir.

—Me voy a volver una tortilla de oso si me caigo de acá —pensó Tomy—. Si me caigo me
quiebro una pata. Sin una pata no puedo buscar miel. Sin miel me echan de la empresa. Si me
echan de la empresa, la empresa cae en banca rota. Si la empresa cierra todos los osos se quedan
sin miel. Y si todos los osos se quedan sin miel todos van a morir de hambre. Si, seguro eso es lo
que va a pasar.

Mientras Tomy se estiraba por el panal y pensaba en su futuro, la rama no aguantó el peso del
oso, y el panal, la rama, y el oso cayeron desde las alturas del árbol.

Una luz brillante hizo abrir los ojos a Tomy. Miró a su alrededor. Estaba en un lugar hermoso.
Era un bosque muy parecido al bosque en donde vivía, pero éste era soleado, claro e iluminado.
Las hojas caían de los árboles pacíficamente, las aves animaban con cantos y la brisa acariciaba
el rostro de Tomy que estaba maravillado y sin palabras.

—Ya me morí —pensó Tomy, y se pellizcó su colita con dos garras, lo que lo hizo gritar y saltar
en una pata.
—Creo que no me he muerto —Volvió a pensar, y se rió. Se dio cuenta de que nunca se había
reído en su vida, pero era agradable. Mientras se reía, una de sus patas se paró en algo filoso, y
volvió a saltar, esta vez en la otra pata.

Cuando Tomy vio al suelo, encontró los restos de los vidrios rotos de sus anteojos, que se
habían quebrado con la caída.

En ese momento Tomy vio a una ardilla correteando por el lugar.

—¡Oye! ¡Regresa!

—Nunca había hablado con un oso —respondió la ardilla.

—Yo tampoco había hablado con una ardilla, es más, pensé que no hablaban.

La ardilla le tiró una bellota en la cabeza al oso.

—¡Cómo no vamos a hablar! —replicó la ardilla.

—¿Estamos muertos?

La ardilla le tiró otra bellota a la cabeza del oso.

—¡Cómo vamos a estar muertos! —dijo la ardilla.

—Es que estaba tratando de alcanzar un panal en mi bosque, pero caí de la rama y desperté en
este bosque que es muy parecido al mío, pero el mío no era tan lindo.

La ardilla le tiró una tercera bellota a la cabeza del oso.

—¡Oye! —se quejó el oso sobándose un chichón que ya le había salido —. ¿Y eso por qué fue?

—Porque estás parado en el panal, zopenco.

El oso miró al suelo y las abejas empezaron a picarlo, lo que lo hizo saltar esta vez en sus dos
patas al tiempo.

Antes de que la ardilla se fuera con sus 3 bellotas, el oso le gritó.

—¡Espera! Me siento muy confundido. Necesito tu ayuda.

—Yo no te puedo ayudar —respondió la ardilla —. Pero sé quién tal vez puede. Una vez mi
abuelo me contó que habló con un oso guarda de la Empresa de Miel. Me dijo que el oso no
tenía anteojos, así como tú, y que por eso pudo hablar con él, pero yo nunca le creí porque todos
los osos son aburridos y creen que les queremos hacer daño. Bueno, tal vez no todos —y
diciendo esto la ardilla salió a correr.

Tomy se quedó pensando en las palabras de la ardilla. Se dio cuenta que ya no tenía anteojos.
¿Entonces podía hablar con la ardilla por eso? Y, ¿el bosque se había vuelto brillante por eso
también? Tenía muchas preguntas y sabía que sólo las podía resolver yendo donde el oso
guarda, así que emprendió la marcha.
El paseo por el bosque fue muy entretenido para Tomy. Para que el viaje le rindiera más,
atravesó el bosque en dos patas, y se dio cuenta que había muchas cosas que nunca antes había
visto. Había arroyos, ranas, topos, aves, saltamontes, y hasta vio una manzana que se comió
para saciar el hambre. No era tan dulce como la miel, pero había quedado muy lleno.

Cuando llegó a la Empresa de Miel vio una larga fila de osos y un guarda a cada lado de la
entrada. Al ver la larga fila de osos se dio cuenta que no tenía amigos. Siempre había criticado y
juzgado a todos como si fueran sus enemigos. Esto le pareció triste.

Tomy vio que uno de los guardas era más anciano y supuso que él sería el oso a quien buscaba.

Se quedó pensando cómo podía hablar con él y se le ocurrieron varias ideas. También se dio
cuenta de que nunca había resuelto un problema sin quejarse de él antes.

Como Tomy ya caminaba en dos patas, decidió volver a hacerse pasar por un oso normal: se
puso en cuatro patas, bajó la cabeza y quitó su sonrisa de la cara. Ya era como los demás.

Cuando llegó al guarda anciano, le pisó una pata, algo que no haría un oso normal, porque
todos tenían anteojos que los hacían ver bien por dónde caminaban sin equivocarse.

De inmediato el guarda notó que algo andaba mal y tomó al oso con un lazo para llevarlo
adentro.

Cuando estuvieron solos, Tomy se incorporó en dos patas y miró al oso guarda a los ojos. Se dio
cuenta que el oso guarda tenía unos anteojos pintados. El oso guarda lo miró con confusión, y
dijo:

—No deberías estar aquí. Vete.

—Pero tengo muchas preguntas—respondió Tomy —, y sé que eres el único que me puede
ayudar a entender.

El oso guarda anciano suspiró. —No quieres que Él te vea así.

—¿Quién es “Él”? —preguntó Tomy.

—El Señor de las Pesadillas. Al menos así le digo yo.

—¿Quién eres tú? —Tomy le preguntó al oso guarda anciano, quien le contó su historia.

Se llamaba Alfredo. Hacía varios años había perdido sus anteojos en un accidente y decidió
seguir trabajando para el señor de las pesadillas porque tuvo miedo de estar solo. En su trabajo
de guarda había descubierto que El Señor de las Pesadillas era quien controlaba todos los
anteojos y los mandaba a poner a los cachorros para toda la vida.

—Esos anteojos te hacen ver el bosque oscuro y lleno de problemas, por eso te quejas todo el
tiempo de todo, pero ni te das cuenta. Donde hay cosas maravillosas, tu sólo puedes ver
conflictos y sufrimiento.

—Pero tenemos que hacer algo —dijo Tomy —. Tenemos que avisarles a todos los osos.

—Ya lo intenté —respondió Alfredo—. Al principio, cuando vi que el bosque era tan hermoso,
que podíamos caminar en dos patas y que podíamos comer frutas en vez de miel, quise decirles
a todos, pero nadie me escuchó. El poder del Señor de las Pesadillas es muy grande, y todos
tienen miedo de quitarse los anteojos.

—Pero no nos podemos quedar así —dijo Tomy, esta vez más fuerte —. No me puedo quedar
así.

Después de decir esto, Tomy salió corriendo hacia la entrada de la empresa gritando —
¡Escúchenme todos! ¡Se tienen que quitar los anteojos! ¡Las cosas no son como ustedes las ven!
El bosque es hermoso y soleado, podemos caminar en dos patas y hasta hablar con las ardillas.
¡Por favor! ¡Tienen que escucharme!

A pesar del disturbio que había hecho Tomy, ningún oso había levantado la mirada. En unos
segundos el otro oso guarda, y Alfredo lo tenían amarrado con lazos llevándolo a las jaulas de
la empresa.

Cuando lo encerraron Alfredo lo miró con tristeza. Tomy sabía que Alfredo tenía miedo, pero él
no, y estaba dispuesto a ayudar a los osos y al bosque.

Tomy estuvo encerrado varios días en la jaula. Hasta que uno de esos días llegó El Señor de las
Pesadillas. Era el oso más regordete que había visto, y tenía unos anteojos enormes.

—Sé lo que tratas de hacer, y no lo lograrás —dijo El Señor de las Pesadillas.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Tomy con tristeza.

—Es así como debe de ser. Es mejor que todos seamos iguales, que nadie intente cosas nuevas, y
para eso todos deben de tener sus anteojos puestos.

—Pero sabes que hay una manera diferente de vivir en el bosque.

—Cuando los osos se quitan los anteojos son creativos, inventan nuevas cosas y descubren sus
talentos, y como yo no tengo ningún talento prefiero que todos sean como yo y tengan sus
anteojos puestos —y diciendo esto, El Señor de las Pesadillas se fue riendo.

Al poco tiempo la puerta se volvió a abrir. Era Alfredo.

—Rápido Tomy, tenemos poco tiempo. Tenemos que ir a la sala de comunicación y ver si
podemos informar a todos por los parlantes para que se quiten los anteojos.

Tomy estaba contento de que Alfredo hubiera vuelto a ayudarlo. Los dos salieron corriendo a la
sala de comunicación, y cuando estaban allí, activaron los parlantes.

—¿Estás listo Tomy? —preguntó Alfredo mientras estripaba botones —. Inicia la transmisión en
3… 2… 1…

Tomy habló por los parlantes que daban afuera de la Empresa de Miel. El volumen era tan alto
que hizo que los osos alzaran sus cabezas y detuvieran la fila de la entrada. Tomy hablaba cada
vez más fuerte para que los osos escucharan. Hasta hubo algunos que se pusieron en dos patas
escuchando el discurso de Tomy. Alfredo y Tomy estaban muy emocionados.

—Es momento, es momento de quitarse los anteojos y descubrir el bosque como en realidad es.
Es momento, ¡háganlo ahora! —gritó Tomy por el parlante.
Se escuchó un silencio entre los osos de la empresa miel. Tomy y Alfredo esperaban
atentamente.

Entonces, los osos que estaban de pie, bajaron sus patas delanteras al suelo, y los osos que
habían levantado sus cabezas, lentamente las volvieron a bajar. Continuaron de nuevo su fila.

Tomy y Alfredo no sabían qué pensar.

El Señor de las Pesadillas entró con más guardas a la sala de comunicaciones listos para
capturar a los dos osos. Tomy y Alfredo estaban a punto de darse por vencidos, cuando Tomy
tuvo una idea.

Vio que en los anteojos del Señor de las Pesadillas había un botón rojo.

Tomy no estaba muy seguro de para qué servía, pero algo le decía que debía presionarlo.

Con 3 guardas encima atrapándolo, Tomy saltó sobre el Señor de las Pesadillas y lo tumbó al
suelo. Sin pensarlo dos veces presionó el botón rojo que tenía en sus anteojos. 4 guardas más
saltaron encima de Tomy amarrándolo con fuerza.

Empezaron a llevarlos a las jaulas cuando en la entrada de la empresa se oyó una algarabía.

Un montón de osos en 2 patas entraron corriendo directo a los guardas que tenían amarrados a
Tomy y a Alfredo. Los guardas al ver que eran tantos huyeron.

Cuando Tomy y Alfredo salieron a la entrada, vieron a muchos osos parados en dos patas
admirando la belleza del bosque, cachorros correteando por todos lados y osos riéndose y
hablando entre ellos. Lo habían logrado.

Todo cambió en el bosque desde ese día. Los animales de otras especies volvieron a compartir
con los osos. Los osos empezaron a alimentarse de frutos, y las abejas por fin pudieron vivir en
sus panales tranquilas.

Tomy y Alfredo ayudaban a los cachorros y a otros osos a inventar y construir nuevas cosas
todos los días.

Hasta le ayudaron a El Señor de las Pesadillas a montar su propia tienda de manzanas.

Ahora todos viven en un bosque maravilloso, lleno de vida y alegría. De hecho, siempre habían
vivido allí, pero ahora se daban cuenta de ello.

Esa noche, mientras todos dormían, una de las casas del bosque tenía la luz encendida. Adentro
todo estaba en desorden, había papeles rayados por todas partes. Sonó el teléfono y contestaron.

—Ya casi los termino jefe —respondió Ardilla.


El Camino
Era una casita en un árbol cómoda y pequeña. En ella vivía un pequeño colibrí que
tenía un pico afilado 2 patitas pequeñitas y unos hermosos colores en sus plumas.

El colibrí tenía 3 amigos en el bosque: un oso, una tortuga y una ardilla.

Todos los días, los 4 amigos salían a jugar en el bosque. Investigaban, aprendían y
vivían cosas nuevas. Cada día era una gran aventura diferente para ellos.

Cuando terminaba el día, todos se iban a descansar con sus familias, menos el colibrí,
porque era el único colibrí del bosque. Él se iba sólo a descansar en su casita del árbol.

- Me pregunto qué se sentirá estar con otros colibrís. – Pensaba el pequeño colibrí en su
cómoda casita del árbol.

Los 4 amigos seguían saliendo a jugar, pero cada vez veían al colibrí más distraído, y
ya no se divertía tanto. Su amigo oso se acercó preocupado, mientras el colibrí tenía su
mirada perdida en las montañas.

- Oye, ¿estás bien?


- Si Oso, estoy bien.

El colibrí se dio cuenta que no tenía sentido decir que estaba bien, cuando en realidad
no lo estaba.

- En realidad, me siento triste.


- Perdón Colibrí, no era mi intención ganarte en el juego de velocidad – Dijo la tortuga
riéndose. Pero dejó de reírse cuando vio que el colibrí no se rio.
- ¿Ustedes saben si hay más como yo en el bosque?
- ¿Qué quieres decir? – Preguntó Ardilla
- Si, como yo, más colibrís.

Los animales se quedaron pensando.

- Yo nunca he visto otro colibrí. – Dijo Oso. Ardilla y Tortuga negaron con la cabeza.

El colibrí seguía mirando en silencio a lo lejos. Hubo un silencio entre los amigos.
- Tengo una idea – Dijo Ardilla emocionada. Mañana iremos a buscar a otros como tú.

Al día siguiente los animales salieron temprano en búsqueda de más colibrís. Oso iba
con un mapa que ponía en el caparazón de Tortuga, e iba tachando cada lugar del
bosque que visitaban.

Recorrieron casi todo el bosque, pero no vieron ningún colibrí. De regreso a casa el
colibrí no pronunció ni una palabra. Sus amigos lo trataban de animar con chistes,
pero él no se reía. Llegaron a la casita del colibrí, quien se entró casi sin despedirse.

Sus amigos estaban muy preocupados por Colibrí. No querían que se sintiera solo.

Cuando dejaron al colibrí en su casita, Oso, Ardilla y Tortuga se fueron caminando,


cuando Ardilla tuvo otra gran idea.

- Ya sé lo que haremos – Dijo. Y los 3 se sentaron a crear un plan.

Al día siguiente Colibrí salió temprano a seguir buscando más colibrís. Recorrió el río,
el valle, el árbol de los monos, el lago y el acantilado. Hasta visitó un par de cuevas,
pero no vio a otro colibrí.

Fatigado se devolvió para su casa y cuando llegó se llevó una sorpresa. 3 colibrís
estaban parados en una de las ramas del árbol. Al colibrí le pareció extraño el tamaño
de los colibrís, eran demasiado grandes, pero como él nunca había visto más como él,
tal vez así eran los demás.

- ¡Waw! No puedo creer que haya más como yo – Dijo el colibrí muy entusiasmado.
- Tus amigos nos dijeron que estabas buscando a otros colibrís y decidimos venir a
verte.
- ¡Es increíble! ¿Cómo se llaman?
- Yo me llamo… Soso – Dijo el más grande de los 3 colibrís.
- ¿Soso? ¿Pero qué clase de nombre es ése?
- Un nombre como cualquier otro – Respondió el colibrí grande.
- Yo soy… armilla
- Y yo Rotuga
- Tienen nombres muy extraños – Dijo el pequeño colibrí- Pero no importa, ¿qué les
parece si hacemos unas carreras volando?

Los 3 colibrís se miraron. El más grande habló.

- Nos gustaría volar contigo, pero ahora estamos muy cansados.

Cuando el colibrí grande dijo eso, la rama en la que estaban posados rechinó.
- Entonces podemos jugar a buscar néctar en la punta de los árboles más altos del
bosque. – Exclamó entusiasmado el pequeño colibrí.
- Es que tengo un ala lastimada – Contestó Rotuga.

La rama rechinó otra vez. Poco a poco se iba doblando hacia abajo.

- Entonces podemos quedarnos aquí charlando, supongo – Dijo Colibrí.


- Esa es una buena idea. – Respondió Armilla.

Los 4 colibrís se quedaron viendo unos instantes. El pequeño Colibrí no sabía por qué,
pero sentía cierto aire familiar en los otros 3 colibrís.

- ¿Y de qué hablan los colibrís? – Preguntó Colibrí.


- De cosas de Colibrís. – Respondió Armilla.
- Pero yo no sé de qué hablan los colibrís.
- Pero si tú eres un Colibrí. Dinos tú de qué hablas.

El pequeño Colibrí se empezaba a impacientar. Los colibrís no eran lo que él esperaba.

- Prefieren el néctar de las flores del suelo o de los árboles – Preguntó Colibrí.
- Del suelo por supuesto – Contestó Armilla.
- ¡Pero si sabe terrible! – Dijo Colibrí
- Bueno si es verdad, mejor la de los árboles – Corrigió Armilla

La rama seguía rechinando y se doblaba cada vez más.

Los colibrís iban a seguir la conversación cuando de pronto la rama se reventó y los 3
colibrís cayeron al suelo.

Cuando cayeron los 3 disfraces se descocieron y Oso, Tortuga y Ardilla quedaron


expuestos ante el colibrí.

- ¡Oso, Tortuga, Ardilla! ¡No puedo creer que hayan sido ustedes! – El colibrí se sintió
tan triste y enojado con sus amigos que salió volando, dejando a sus 3 amigos
mirando con desconsuelo.

El colibrí voló y voló el resto del día y parte de la noche. No tenía un rumbo fijo, sólo
quería alejarse de todo lo que conocía.

Su cuerpo estaba tan cansado que ya no respondía y se detuvo en medio de la


oscuridad del bosque. Sus ojos se empezaron a cerrar solos del cansancio.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que abrió los ojos. La noche aún abrazaba todo el
bosque.

El colibrí se incorporó lentamente aún cansado, y miró a su alrededor. Casi no podía


ver nada.

La noche era fría y silenciosa, lo que la hacía un poco atemorizante. Entonces el colibrí
decidió emprender su vuelo de regreso a su casita, pero cuando intentó volar, se dio
cuenta que tenía una de sus alas resentida por el sobreesfuerzo que había hecho.
Decidió esperar al amanecer.

El colibrí empezaba a buscar un lugar donde pasar el resto de la noche, cuando vio 2
ojos amarillos que lo vigilaban desde detrás de uno de los árboles de la zona. El colibrí
quedó petrificado. Intentó emprender su vuelo de nuevo, pero su ala seguía sin
responderle, cuando los 2 ojos empezaron a acercarse. Más cerca. Más cerca. El colibrí
respiraba rápido y asustado, corriéndose para un rincón.

Una trompa con unos colmillos afilados se acercó al colibrí, y lo olfateó de arriba
abajo. El colibrí ya casi había perdido los colores de su plumaje de lo pálido que
estaba.

El amenazante lobo seguía olfateando al colibrí mientras chorreaba baba sobre él.

- No me comas por favor. – Dijo el pequeño colibrí.

El lobo casi esbozó una sonrisa y se dio media vuelta caminando.

- No como basura. – Dijo el lobo echándose al costado de uno de los árboles del lugar.

El colibrí casi se sitió ofendido por lo que dijo el lobo, pero prefería ser basura a ser
comida.

El colibrí recuperó el color de su plumaje y empezó a buscar una salida donde pudiera
irse caminando. No quería pasar toda la noche cerca al intimidador lobo.

Entonces el colibrí vio 2 caminos. Uno angosto, empedrado y lleno de maleza, y otro
ancho limpio y fácil de cruzar. Así que empezó a dirigirse al camino ancho, muy
despacio para no llamar la atención del lobo.

- Ni lo intentes. No tendrás resultados. – Dijo el lobo


- Le agradezco su gentil ayuda, oh magnífico lobo, su majestad, omnipotente, el
grandioso lobo de lobos – Decía el colibrí nervioso mientras caminaba lentamente.
- Déjate de bobadas – Dijo el lobo amenazando al colibrí con sus dientes. – Ése camino
no te llevará a lo que buscas. Ya lo he intentado muchas veces, y siempre resulta igual.
- Tenga la bondad de disculparme, oh generoso lobo. Permítame interrumpirle su
tranquilidad y serenidad mental para hacerle una sencilla pregunta, oh su excelencia.
¿Por qué no debería ir por el camino limpio? – Preguntó Colibrí

El lobo resopló, y el colibrí empezó a rezar por su vida. Tal vez el lobo también había
rezado por cenar esa noche. No sabía si rezar era una competencia.

- Verás Colibrí. – Dijo el lobo- Siempre que tomas un camino estás buscando llegar a
alguna parte diferente de donde estás. Quiere decir que muy probablemente donde
estás, no estás a gusto. Así que emprendes el viaje por el camino, y cuando crees que
llegaste a donde querías va a pasar lo mismo. Vas a querer recorrer otro camino, y
nunca estarás a gusto con nada.

El colibrí no entendía mucho las palabras del lobo, pero no se atrevía a interrumpirlo.
El lobo continuó.

- Ese camino es mágico. Te llevará a tu deseo más profundo. El otro camino angosto te
llevará de vuelta a tu vida normal.

Cuando el colibrí escuchó las palabras del lobo no dudó ni un segundo seguir por el
camino ancho. Por fin podría tener una familia de colibrís iguales a él. Así que le dijo
al lobo mientras se dirigía al camino ancho.

- Oh su imparable, insuperable, inconmensurable grandeza. Gracias por su sabiduría,


su increíble e inimaginable, bestia… de… los… 7… mares y hortalizas… de… los…
aullidos… siniestros… de las noches… la… luna… que… se asomaba…

El lobo soltó un gruñido al colibrí que salió corriendo.

Atravesó el camino y llegó a un lugar hermoso. Estaba lleno de flores, mariposas y


rocío. Como ya había empezado a amanecer el sol se asomaba y alumbraba una fresca
mañana. El colibrí vio a miles de otros colibrís revoloteando por todos lados. Casi
parecían danzando al compás del amanecer. “Este si es mi hogar” Pensó el colibrí.

Todos los colibrís lo recibieron con alegría y empezaron a hacer cosas de colibrís.
Hicieron carreras volando, tomaron néctar de los árboles más grandes y buscaron las
flores más deliciosas de todas. Al final del día todos dormían juntos en la misma
ramita, y al siguiente día repetían su rutina.

El colibrí estaba muy feliz. Sentía que por fin lo entendían.

Día tras día repetían sus actividades. Hacer carreras, ir a árboles altos y buscar flores.
El colibrí no sabe cuántos días pasaron, hasta que empezó a cansarse de lo mismo.

Un día le dijo a uno de sus amigos que hicieran algo diferente, pero él le respondió –
Pero si esto es lo que los colibrís hacemos. –

Seguían pasando los días y el colibrí se cansaba más y más. En las noches todos
dormían muy juntos, que ya ni le quedaba espacio. Extrañaba su casita sola pero
cómoda. Extrañaba sus amigos raros pero que lo querían como era. Extrañaba las
aventuras diferentes que pasaba cada día con ellos.

Un día amaneció igual al resto de días. Un sol radiante sobre las montañas llenas de
flores y aromas deliciosos, y miles de colibrís volando felices por todas partes. Pero el
pequeño colibrí no lo soportaba más. Sentía que estaba viviendo un mundo de
mentiras. Y se devolvió por el camino.

Cuando llegó estaba de noche y el lobo estaba echado en la misma parte. El colibrí
estaba tan decepcionado de todo que ni siquiera sintió miedo del lobo, y le preguntó.

- ¿Cómo puedes estar ahí Lobo, cuánto tiempo estuve allá adentro?
- Unos minutos – Respondió el Lobo
- Pero eso no es posible, si estuve semanas enteras.
- Recuerda Colibrí. En el mundo de los deseos nada es lo que parece.
- Regresaré a casa con mis verdaderos amigos. ¿Cuál es tu hogar lobo?

El lobo resopló, pero al colibrí ya no le daba miedo. No sabía por qué, pero donde
antes veía a un atemorizante lobo, ahora veía a un animal igual a él, perdido, solo y
decepcionado.

- Algún día tuve una manada – Empezó diciendo el lobo - Pero quería el trono del
macho alfa, así que reté a duelo al lobo de lomo plateado, y perdí. Fui desterrado de la
manada, pues así eran las reglas. Alguien me habló de este camino mágico y vine.
Quería ser el líder, ser el mejor de todos, que todos me obedecieran, así que entré.
Estuve no semanas, sino años adentro. Hasta que un día pasó algo extraño, algo que
no debía de pasar en el mundo de los deseos.
Alguien de la manada me retó a un duelo. Según las reglas yo lo debía de aceptar para
ver quién era en realidad el más fuerte. La pelea fue larga y salvaje, y yo lo vencí al
final. Había que desterrarlo y tendría que estar condenado a una vida de un lobo
solitario. A los pocos días lo encontramos muerto. No había logrado sobrevivir por sí
solo. Ahí fue cuando comprendí lo que el deseo de poder podía hacerme, y me salí del
allí.
El lobo acachó su cabeza cuando dejó de hablar. Un animal tan amenazante e
imponente ahora se veía como un cachorro indefenso.

El colibrí se acercó a la trompa del lobo, y sin un vestigio de miedo, se recostó. Y allí
estaban. Dos animales muy diferentes, pero con sentimientos iguales.

El colibrí saltó y dijo:

- Tengo una idea lobo. Ven conmigo a donde mis amigos.

El lobo lo miró con extrañeza

- No sé si te has dado cuenta Colibrí, pero soy un aterrador lobo, y le doy miedo a
todos. Sólo debo estar con los que son como yo.
- No lobo. No es así. Ahora entiendo a mis amigos. Yo quería estar con otros como yo,
iguales a mí, pero nunca me di cuenta que donde estaba tenía una verdadera familia
que me quería como yo era a pesar de ser diferente. Ése es el verdadero amor. Ven
conmigo y mis amigos, que si hay alguien que pueda aceptar a un lobo aterrador
como tú, son ellos.

El lobo cambió su mirada. La idea de una nueva manada le llenó el alma de alegría.

Ambos animales cruzaron el camino angosto y empedrado con dificultad, regresando


a la casa del colibrí.

Oso, Tortuga y ardilla estaban sentados al lado del lago. Estaban descansando pues
llevaban todo el día buscando a Colibrí en el bosque. No lo veían desde el día anterior
que se había ido volando.

Estaban a punto de retomar la búsqueda cuando vieron que un lobo se acercó por sus
espaldas.

Tortuga se metió en su caparazón. Ardilla cayó desmayada. Oso saltó en medio del
lago como una bomba de agua.

- ¡Ey amigos! Soy yo, Colibrí.

El oso sacó la cabeza del lago todo mojado.

- ¿Colibrí? – Dijo el oso casi llorando – Pero ¿quién te hizo esto? ¿Quién te convirtió en
un lobo? – Dijo el oso llorando y gritando a la vez
- No tarado, estoy aquí arriba. – Dijo el colibrí que estaba en el lomo del lobo.
Ardilla ya se había puesto de pie, estaba temblando detrás del caparazón de tortuga,
que aún no había salido.

- ¿Co… co… colibrí? – Dijo la ardilla temblorosa – Creo que es mejor que te bajes de ahí.
- Les presento a Lobo, mi nuevo amigo.
- Hola – Dijo lobo con una voz que casi hace desmayar a Ardilla otra vez.

El oso estaba saliendo del lago y dijo

- Pues si es tu amigo Colibrí, también es nuestro amigo – Y se acercó para darle un


coscorrón al lobo de bienvenida, a quien no le gustó mucho la verdad.
- Oh su magnífica majestad, espero sepa disculpar mi atrevimiento – Empezó a decir
tortuga – Oh su reverencia soberbia y formidable, sea bienvenido su esplendorosa e
inimaginable grandeza.
- Ya veo de dónde lo sacaste – Le dijo Lobo a Colibrí.

Colibrí se sonrió.

“Este es mi verdadero hogar” Pensó.

La Telaraña Salvavidas
Era una rama resistente que se dividía en 2. “Perfecta para hacer una telaraña” Pensó
Nía la araña, que estaba empezando a tejer la telaraña con sus 8 patas y una sonrisita
en su cara.

Llamó a sus amigas para que le ayudaran, y con el esfuerzo de todas lograron
terminar la telaraña.

La telaraña había quedado muy bien hecha, pero las arañitas no contaban con una
cosa: A los escarabajos peloteros les encantaba jugar fútbol, y en uno de sus partidos
dañaron la telaraña con la pelota.

Nía se puso a llorar. Tanto esfuerzo que les había costado para hacer la telaraña y
ahora sólo había restos de ella regados por todo el árbol. Pero las amigas de Nía la
calmaron y le dijeron que le ayudarían a reconstruir la telaraña.

Pasaron varios días hasta que por fin terminaron la telaraña. Había quedado más
resistente que la anterior. Nía estaba feliz con el resultado. Le habían hecho
decoraciones, una zona de spa y hasta le habían puesto lucecitas.
Pero las arañitas no contaban con otra cosa: Las termitas habían empezado a construir
su casa hacía unos días en el árbol y se comieron tanto la madera, que una de las
ramas en donde estaba pegada la telaraña, se desprendió, y volvió a tirar la telaraña
por todo el árbol.

Nía se volvió a poner a llorar, esta vez junto con otras 3 arañitas más. Pero entre todas
se calmaron y decidieron hacer un último intento. Esta vez no harían la telaraña
donde hubiera ni escarabajos peloteros ni donde hubiera termitas.

Entonces encontraron el lugar perfecto, y empezaron a tejer su nueva telaraña.

Entre todas consiguieron el hilo más resistente que pudieron encontrar, cogieron sus
agujas y se pusieron patas a la obra, para tejer la telaraña más grande y resistente del
mundo.

Varias semanas después la terminaron. La telaraña tenía baño, cocina, comedor y


hasta un salón de juegos. Había quedado hermosa. Así que todas las arañitas se
tomaron un merecido descanso.

Al día siguiente unos pichoncitos que estaban en el árbol, estaban aprendiendo a


volar. Ambos se tiraron en caída libre moviendo sus dos alas sin plumas, y pasaron a
través de la telaraña, dañándola toda de nuevo.

Nía la araña vio toda la escena. Pero esta vez no lloró. Esta vez sintió mucha ira. Sin
decir una palabra empacó su aguja y su costura. Tomó la decisión de irse del árbol.

Sus amigas arañas se preocuparon mucho. La tristeza acumulada se transforma en ira


y la ira hizo tomar a Nía una mala decisión.

No podían dejar que Nía tomara esa decisión sin estar tranquila, así que la trataron de
detener. Pero la araña estaba tan cegada por su emoción que no pudo escuchar nada.

Nía empezó a bajar del árbol, pero vio algo que le llamó la atención.

Un ciempiés que estaba caminando por una de las ramas del árbol, noo vio por dónde
caminaba, tropezó sus 100 patas y se cayó de la rama.

El cien pies se hizo bolita en el aire para prepararse para el duro impacto contra el
suelo, pero uno de los restos de las anteriores telarañas, lo atrapó, y quedó colgando
en ella.

El cien pies se estiró, alcanzó una rama y siguió su camino. La próxima vez tendría
más cuidado.
Nía quedó sorprendida al ver el suceso.

Después vio cómo un grupo de hormigas caminaba sobre otro resto de telaraña para
atravesar dos ramas y así conseguir su comida.

A otro lado había una pareja de grillos que habían tomado los restos de la telaraña y
habían tapado un agujero en su techo para que no les entrara agua.

Nía y sus amigas vieron cómo todos los insectos del árbol habían aprovechado cada
uno de los restos de la telaraña.

Desde ése día, las arañas dejaron de hacer una telaraña para ellas y ayudaron a todo el
árbol. Arreglaban huecos, orificios, pegaban ramas, ponían techos y más.

Así fue como Nía y sus amigas se convirtieron en las constructoras del árbol.

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