6 Fábulas
6 Fábulas
6 Fábulas
ilustración
É rase una vez un camino largo y difícil de cruzar. Al menos así lo veía una
tortuga, que caminaba lento con sus 4 patas y su enorme caparazón.
La tortuga tenía que atravesar el camino para llegar a la reunión de los animales de la
selva, que alternaban de casa todos los días para tomar café y charlar. Hoy la reunión
sería en la casa del león, el rey de la selva, y su casa quedaba al otro lado de la selva.
La tortuga siempre se levantaba temprano para llegar a tiempo a las reuniones, pero
como su caparazón era tan pesado, no podía caminar tan rápido, y siempre llegaba
tarde.
A pesar de que los animales de la selva le avisaban con tiempo suficiente el lugar de la
reunión, siempre que ella llegaba, los últimos comensales ya se estaban yendo.
Esa mañana temprano, la tortuga empezó su caminata hacia la casa del león por el
camino.
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Todos los animales llegaron a la casa del león, y la tortuga aún no aparecía.
—No entiendo cómo esa tortuga siempre llega tarde y es tan lenta— decía el conejo—,
mírenme cómo yo puedo saltar tan alto y ser tan rápido —terminó de decir el conejo
mientras le daba 10 vueltas a la casa del león en tan sólo 4 segundos.
—Si, es tan lenta que hasta llegaría tarde al día de su matrimonio —dijo una
guacamaya en la reunión mientras tomaba un sorbo de café. Todos los animales
soltaron una carcajada.
—Todos los animales servimos para algo —dijeron los monos —. Nosotros podemos
trepar y escalar cosas.
—Es verdad. Nosotros tenemos una trompa larga y fuerte que nos permite tomar
cosas —dijeron los elefantes.
—¡Hasta nosotras podemos volar! —dijeron las ardillas voladoras, mientras saltaban
de una mesa a otra desplegando las membranas entre sus patas.
—Pero esa tortuga no sirve para nada —dijo de nuevo el conejo, y todos los animales
se volvieron a reír.
La tortuga al fin llegó a la casa del zorro después de cruzar por el largo camino
empedrado. Estaba exhausta y se echó al suelo. Pero cuando levantó su cabecita, vio
salir a la última comadreja de la casa del león diciendo:
El león se rio mientras cerraba la puerta de su casa y apagaba la luz. La tortuga había
llegado tarde otra vez.
Estaba tan cansada que ni siquiera pudo levantarse. Se sentía triste porque todos los
demás animales eran muy rápidos, y ella muy lenta. Tal vez por eso no tenía amigos.
Guardó sus patas, su colita y su cabeza dentro del caparazón, y se quedó dormida en
frente de la casa del león.
—¡Oye! ¡Mira por dónde caminas! —le gritó el león que se había tropezado con su
caparazón —. La próxima vez no quiero que te atravieses por mis narices —dijo el
león mientras sacudía su radiante y frondosa melena, y se fue caminando y moviendo
su cola.
La tortuga, que ya estaba despierta después de los gritos del león, hizo sus ejercicios
de estiramiento y calentamiento antes de salir en marcha a la casa de los monos.
Estuvo calculando la distancia desde la casa del león, hasta el árbol de los monos, y el
tiempo que le tomaría recorrerla. Era una tortuga muy inteligente. Como caminaba
tan lento, siempre tenía tiempo de observar y aprender de lo que veía.
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Empezó a llover en la selva muy fuerte. Todos los animales que se dirigían a la casa de
los monos salieron corriendo, saltando, galopando y volando.
Mientras tanto, la tortuga iba lento, paso a paso, paso a paso, a su propio ritmo.
Llovió muy fuerte por varias horas y toda la selva se empezó a inundar, pero como la
casa de los monos estaba en el alto de la colina, todos los animales estarían seguros
después de llegar allí. Además, el árbol tenía muchas ramas y muchas hojas,
seguramente no se mojarían.
La selva se inundó tanto, tanto, que apenas se veían las copas de los árboles más altos,
algunas rocas, y la colina con el árbol y todos los animales.
El león empezó a contar a los animales para asegurarse de que estuvieran todos,
cuando un rugido estridente atemorizó a toda la selva.
Los monos que estaban en el árbol tomaron unas lianas y se balancearon tan lejos
como pudieron, pero no alcanzaban a llegar a la roca.
Los elefantes, con sus largas y fuertes trompas, intentaron succionar toda el agua que
tenían en frente y la tiraban hacia atrás. Cuando voltearon sus cabezas, le habían
tirado toda al agua encima al león, que ahora estaba muy enojado escurriendo su
melena mojada.
Entonces las ardillas voladoras se treparon a la punta del árbol tan rápido como
pudieron. Desplegaron sus membranas y saltaron para planear hasta la roca donde
estaba el cachorro. Pero la roca seguía estando muy lejos, y las ardillas cayeron en un
chapuzón al agua quedando como unas ratas mojadas flotando con sus membranas.
El león ya estaba muy desesperado. Ningún animal lograría traer a su cachorro, que
seguía pidiendo auxilio.
Vieron un tronco de árbol flotando en el agua, y sobre él, la tortuga que iba cantando
una canción.
En mi barco en mi barco
La tortuga no entendió ni una palabra de lo que le dijo el león. Tal vez todos se
estaban burlando de ella, pensó.
Sobre su tronco, justo iba pasando por el lado de la roca donde estaba el cachorro.
Cuando lo vio le dijo:
Arrancó con su boca unas hojas grandes que había en el tronco flotante, y se las
amarró en sus patas y cola.
Mientras la tortuga hacía esto, el agua estaba empezando a llegar a la barriga del
cachorro.
La tortuga lo hacía lento, pero como lo hacía lento, su trabajo quedaba muy bien
hecho. Cuando terminó se dirigió al cachorro, que seguía aterrorizado porque no sabía
nadar.
Todos los animales vieron el momento. El cachorro saltó sobre la tortuga, y ambos
animales se hundieron.
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Pasaban los segundos y los 2 animales seguían bajo el agua. Las ardillas empezaron a
agachar sus cabezas lamentándose por los dos animales. Los elefantes agacharon sus
orejas y los monos recogieron sus colas. El león se movía desesperado de un lado a
otro.
Entonces, unas burbujas empezaron a salir del agua. La tortuga y el cachorro sacaron
sus cabezas y tomaron una bocanada de aire. Los animales se quedaron boquiabiertos
cuando vieron a la tortuga yendo a toda velocidad, nadando con sus aletas de hojas y
moviendo su colita.
—Nunca había visto tanta inteligencia y coraje en un animal —dijo el león —. Por
favor, toma la corona de la selva en agradecimiento por rescatar a mi cachorro.
Pasaron unas semanas y la selva ya se había secado. Todos los animales salieron desde
temprano al sitio de la reunión.
Todos llegaron a la hora en punto, menos la tortuga. Porque ya estaba en el lugar. Era
la dueña de la nueva cafetería de la selva. Los animales se encontraban allí todos los
días a la misma hora para contar historias y reírse juntos, y la tortuga los acompañaba
y les servía el café. Ella no regaba ni una gotita, porque hacía lento y con mucho
cuidado su trabajo, y el café siempre estaba caliente.
Érase una vez una roca dura y lisa. En ella vivía un solo cangrejo que tenía 8 patas, 1
caparazón tieso como el acero y 2 tenazas filosas con las que trituraba los hongos que
se adherían a la roca.
La roca era un buen hogar para el cangrejo, pero tenía un problema: Estaba en medio
del océano.
El cangrejo no sabía cómo había llegado allí, pero le gustaba su roca. La limpiaba
todos los días por las mañanas. Después contaba las 32 grietas de la roca. Le gustaba
cerciorarse de que todo estaba en orden. A medio día se preparaba un delicioso plato
de hongos con restos de animales muertos que traía el océano. En la tarde contaba los
78 peces del cardumen del coral. Eran 79 hasta hacía 1 semana. Tomás nunca debió
sacarle la lengua a un tiburón blanco. Al final de día, a eso de las 7 de la noche, le
gustaba mirar a las estrellas antes de irse a dormir. Esas nunca las terminaba de
contar.
El cangrejo les tenía mucho miedo a las tormentas porque no sabía nadar. Nunca lo
había intentado, pero estaba seguro de que no sabía.
- ¡Si pudiera nadar tendría aletas y no tenazas! – Refunfuñaba el cangrejo cada que los
peces del coral le decían que fuera a nadar con ellos.
El cielo se ponía gris y oscuro, la brisa se volvía fría y las olas se empezaban a agitar.
Las nubes se amontonaban y rugían como si estuvieran bravas.
Cuando el pequeño cangrejo sintió la brisa fría, salió corriendo con sus 8 patas para
aferrarse en una de las grietas de la roca hasta que la tormenta pasara.
Pero esta tormenta duró más. 25 minutos. 29. 36. 42 minutos y la tormenta aún no
cesaba. Por el contrario, parecía que cada vez se hacía más y más fuerte. El cangrejo
seguía agarrado a la roca para no caer al agua porque se ahogaría.
Al día siguiente el cangrejo se levantó como de costumbre, limpió su roca, contó las
grietas, preparó su almuerzo, y cuando estaba contando los peces del cardumen del
coral, pasó algo extraño.
Sintió de nuevo la brisa fría del día anterior. El cangrejo no salió corriendo porque no
creyó que volviera a haber otra tormenta tan pronto. Era imposible. Sin embargo, las
olas del océano se empezaron a agitar como advirtiendo al cangrejo, que ya empezaba
a aterrarse.
La tormenta duró 67 minutos y medio. Era la más larga que el cangrejo había resistido
en su vida.
Quedó tan exhausto que ni siquiera contó las estrellas esa noche y se quedó dormido
hasta el otro día.
Limpió su roca, contó las grietas, preparó su almuerzo y contó los peces. Cuando
terminó sus patas se pusieron tiesas del miedo que sintió. Nuevamente sintió la
misma brisa de los 2 días anteriores.
La tormenta llegó tan fuerte que casi tumba al cangrejo de su roca. Esta vez duró 74
minutos.
Pasaron 3 días más, y cada vez las tormentas eran más largas.
Al cuarto día, el cangrejo se dio cuenta que debía hacer algo al respecto, o si no caería
al agua y se ahogaría.
Se levantó más temprano que de costumbre y empezó a recolectar ramitas que traía el
mar a la roca. Empezó a construir una pequeña casita de palos para refugiarse de la
tormenta.
- ¡Jajaja! Ya creía una tormenta que me iba a vencer. – Casi cuando terminó de
pronunciar estas palabras, la casita salió volando por los aires como una hoja que lleva
el viento.
El cangrejo estaba furioso, casi que se volvió loco. Empezó a pegarle a la roca, a
arrancar las algas y a gritarle a la tormenta. Hasta cogió una ramita como si fuera una
espada y empezó a pelear con las gotas de lluvia que caían con fuerza. Pero estaba tan
cansado que se arrodilló en sus 8 patas. El cangrejo se dio cuenta que ya no tenía más
fuerzas. Ya no era capaz de pelear más. Cuando se dio cuenta de esto una lagrimita
cayó de uno de sus 2 ojos saltones. La lágrima cayó al océano. El cangrejo seguía
agarrándose con las últimas fuerzas que le quedaban, pero la tormenta no paraba, y
un ventarrón lo tiró de la roca hacia el océano.
El cangrejo cayó al agua, aunque era tan pequeño que el mar no lo sintió. Desesperado
intentó volver a la roca moviendo sus tenazas y patitas, pero no era capaz de nadar. El
cangrejo ya no tenía fuerzas. Tomó una bocanada de aire y dejó de moverse.
Volteó su mirada hacia abajo, hacia el fondo del mar. Se sorprendió de ver que todo
estaba muy tranquilo. Nunca había visto el coral realmente. Los peces danzaban
alrededor de las algas. Había plantas que brillaban. Se escuchaba un silencio tan
agradable y tranquilo que se quedó allí, disfrutando por unos instantes. El cangrejo
siempre luchó por mantener el orden, y le pareció muy curioso que esta vez que no
luchó por eso, todo parecía estar en orden de verdad.
Por primera vez en su vida, el cangrejo no supo cuánto tiempo pasó presenciando el
coral. Tampoco supo cómo le duró la respiración, pero cuando miró hacia arriba la
tormenta ya había pasado, y las olas del mar lo habían llevado tranquilamente hacia
su roca.
Las fuertes tormentas cesaron a los pocos días, lo cual ya era triste para el cangrejo,
que las esperaba con ansias. Cada que había una tormenta, el cangrejo hacía una
fiesta, pues se dejaría llevar a las profundidades del coral, en donde no existía el
tiempo y en donde se sentía libre, siempre sabiendo que las olas lo devolverían a su
roca.
Toc. Toc.
Era un árbol grande y viejo. Estaba lleno de vida. Parecía que en cada uno de sus
rincones había vida. Insectos, musgos, flores, y un nido con pichones que le pedían
comida a su mamá. Un pájaro carpintero miraba el árbol de arriba a abajo con sus dos
ojos, sus dos alas, su cola larga y su pico.
Tenía que hacer un hueco en el árbol, pero para él no era tan fácil: Había nacido con un pico
más corto que el resto de pájaros carpinteros.
Todos los días iba a la academia de pájaros carpinteros. El profesor – era un pájaro
carpintero muy exigente, pero enseñaba a hacer los apartamentos más hermosos en
los árboles.
Todos los pájaros de la clase aprendían con facilidad. Algunos demoraban un poco de
tiempo, otros hacían los apartamentos más grandes que jamás se habían visto, y se
llevaban una insignia tallada por el mismo profesor. Ése era el sueño del pájaro
carpintero. Tner una de esas. Pero ya llevaba varios años intentando ser como ellos, y
aún no lo lograba, por más que lo intentara.
Toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc.
El pájaro escuchaba cómo los demás pájaros de la clase picaban el árbol a velocidades
impresionantes.
Toc.
Toc.
El pájaro intentaba picar, pero sólo caían un par de pedacitos de madera al suelo.
Cuando lo pájaros terminaban sus apartamentos los amoblaban, los decoraban, y les
ponían una puertita que decía: Por favor TOC-ar. Y todos los días después de una
jornada de juego y diversión, todos se iban a sus hogares a descansar.
Pero el pájaro carpintero dormía en una ramita de un árbol. Siempre le daba mucho
frío, pero ya se había acostumbrado.
A veces hasta el profesor de la academia le ayudaba a romper el troco del árbol, pero
se concentraba más en los pájaros que hacían apartamentos grandes y lujosos, con
yacusis, mesas de billar y candelabros que colgaban del techo.
- Faltaban un par de días para el invierno. – Dijo el profesor en la clase. Era una mañana
soleada. – Recuerden todos que deben terminar sus apartamentos lo más pronto
posible, para que alcancen a hacer la puerta y ponerla en la entrada.
El pájaro miró los demás apartamentos. Algunos estaban hasta regando las flores del
jardín que habían hecho.
De pronto el pájaro empezó a notar cómo caían al suelo los restos de madera que
desprendían los picotazos de los pájaros. Eran montones y montones de madera que
caía al suelo y nadie hacía nada con ella. Entonces el pájaro tuvo una idea.
Hizo esto varias veces, con mucho cuidado de que el pájaro carpintero profesor no lo
fuera a pillar, porque seguramente lo regañaría. Cuando el pájaro tuvo suficiente
madera recogida, comenzó a construir un refugio para él mismo pasar el invierno.
Pegaba los restos de madera con savia que producían los árboles, una sustancia
pegajosa perfecta para lo que necesitaba. Además salió a buscar unos bejucos que
colgaban de los árboles, y así amarró su refugio para que quedara firme. También
cogió un poquito de agua en su corto pico para echarle a la tierra debajo del refugio, y
que cuando se secara quedara más firme que un roble.
El pájaro trabajaba a toda velocidad, y pudo terminar el refugio en muy poco tiempo.
Sólo le faltaba una cosa. Una banderita para el refugio. Así que se puso a observar su
entorno para ver qué utilizarían. En un rincón de uno de los árboles vio una hoja y
una astilla. Salió volando para cogerlas con su pequeño pico, pero cuando regresaba,
vio al profesor con todos los estudiantes rodeando el refugio.
- No creías que esto te iba a salvar del invierno. – Toda la clase soltó una carcajada
cuando el profesor dijo esto. - Quién te dijo a ti que los pájaros carpinteros vivían en
refugios al lado de las rocas. Así no son los pájaros carpinteros. Los pájaros
carpinteros viven en los árboles. Así siempre ha sido y así siempre será.
- ¡Él no es un pájaro carpintero porque ni pico tiene! – Gritó uno de los estudiantes de la
clase. Todos soltaron una carcajada y salieron volando a terminar sus apartamentos.
El pequeño pájaro carpintero se puso a llorar. Tal vez todos tenían razón. Tal vez no
sobreviviría al invierno. Tal vez ni siquiera era un pájaro carpintero.
Esa noche comenzó el invierno. El viento soplaba fuertemente y sacudía los árboles.
A media noche algo despertó al pájaro. El viento estaba soplando tan fuerte que había
empezado a desprender algunas de las ramas de los árboles.
Los árboles que tenían los apartamentos de los otros pájaros también empezaron a
desprenderse. Llegó un momento en el que todos los pájaros carpinteros que vivían en
los apartamentos estaban revoloteando por todos lados tratando de huir de la fuerte
tormenta. Pero era imposible. El viento era muy fuerte, y casi todos los árboles se
estaban cayendo al suelo.
La tormenta cesó en la madrugada, y un sol tenue salió, indicando que había llegado
el invierno.
Los pájaros carpinteros caminaban desconsolados por los escombros, viendo cómo
hasta el apartamento más lujoso, ahora se había vuelto una pila de escombros.
En donde antes había un hermoso bosque, ahora sólo había pedazos de madera, hojas,
semillas y ramas regadas por todo lado.
Debajo de todos los escombros, algo se empezó a mover, lo que llamó la atención de
todos los pájaros carpinteros. De pronto, se abrió la puerta del refugio del pequeño
pájaro carpintero. Cuando salió todos lo estaban viendo, incluyendo al profesor y su
clase. El pájaro movió un par de escombros con su pico y allí estaba su refugio intacto.
Todos los pájaros lo vieron con sorpresa pero volvieron a agachar sus cabezas y
siguieron lamentándose al ver el montón de escombros.
- ¡Esperen! No se tienen que ir aún. Yo les puedo enseñar a hacer un refugio como el
mío. Me mantuvo caliente y aguantó la tormenta toda la noche. Estoy seguro de que
aguantará el resto del invierno.
Durante todo ése día el pájaro se pasó enseñándoles a los demás a hacer sus propios
refugios.
Al final del día todos habían terminado sus refugios. Todos eran chistosos, ninguno
era perfecto. Había de todas las formas, colores, tamaños y materiales. Todos se
metieron a su refugio y cerraron su puerta para pasar la noche de invierno. Todos los
pájaros habían querido ponerle una banderita a su refugio por el pequeño pájaro
carpintero.
Érase una vez un bosque frío y oscuro. Estaba habitado solamente por osos de anteojos que
tenían 4 patas, 20 garras, 42 afilados dientes y un par de anteojos bien puestos en su cabeza.
El bosque era conocido por ser aburrido. Por eso casi ninguna otra especie de animales iba a
visitar a los osos. Todos los animales que iban al bosque se preguntaban por qué los osos se
veían siempre tristes. Caminaban lento, con su cabeza baja y sus patas muy cerca al suelo. No
charlaban, no reían y tampoco jugaban.
Todos los adultos trabajaban para la misma empresa haciendo miel. Allí se quedaban toda la
vida hasta que morían de viejos.
Los cachorros entraban a la escuela, en donde se les ponía sus primeros anteojos, que llevarían
el resto de su vida. Los anteojos eran para que pudieran ver los símbolos del tablero y al
profesor enseñando a hacer miel. Las ardillas, que visitaban de vez en cuando el bosque para
recoger algunas bellotas, decían que los osos eran aburridos porque todos los días hacían lo
mismo: Levantarse con sus anteojos puestos, ir en busca de miel, llevarla a la Empresa de Miel,
recibir miel a cambio, volver a la casa con miel, comer algo de miel en la noche, limpiarse la
miel de sus garras, y por último acostarse con sus anteojos puestos hasta el otro día.
Un día como cualquier otro, Tomy estaba buscando miel. Se estaba tardando más de lo normal
en encontrar un panal.
—Seguramente fue el regordete de Pancrasio. Apuesto a que me ha estado siguiendo todo este
tiempo para robarme la miel —pensó Tomy—. O tal vez fueron los vecinos osos del frente,
siempre veo que me miran y estoy seguro que piensan que estoy gordo. No. Ya sé. Demás que
esas ardillas que vienen al bosque se llevaron los panales y crearon una empresa de miel sólo
para que los osos no tengamos. Sí, eso debe ser.
Después de un largo camino Tomy encontró un pequeño panal en las alturas de un árbol.
—Siempre me toca el trabajo duro a mí —seguía pensando Tomy, mientras empezaba a subir el
árbol–. Nunca puedo tener nada fácil. Estoy seguro que mi vida es la más difícil de todos los
osos del bosque. —Cuando llegó a las alturas vio que el panal estaba en la punta de una
delgada rama.
—Nada me sale bien, hasta los árboles están en mi contra —balbuceaba Tomy mientras trataba
de no caer de la delgada rama. El oso estiró su pata como nunca para alcanzar el panal, pero
aun así no lo alcanzaba, y la rama ya había empezado a crujir.
—Me voy a volver una tortilla de oso si me caigo de acá —pensó Tomy—. Si me caigo me
quiebro una pata. Sin una pata no puedo buscar miel. Sin miel me echan de la empresa. Si me
echan de la empresa, la empresa cae en banca rota. Si la empresa cierra todos los osos se quedan
sin miel. Y si todos los osos se quedan sin miel todos van a morir de hambre. Si, seguro eso es lo
que va a pasar.
Mientras Tomy se estiraba por el panal y pensaba en su futuro, la rama no aguantó el peso del
oso, y el panal, la rama, y el oso cayeron desde las alturas del árbol.
Una luz brillante hizo abrir los ojos a Tomy. Miró a su alrededor. Estaba en un lugar hermoso.
Era un bosque muy parecido al bosque en donde vivía, pero éste era soleado, claro e iluminado.
Las hojas caían de los árboles pacíficamente, las aves animaban con cantos y la brisa acariciaba
el rostro de Tomy que estaba maravillado y sin palabras.
—Ya me morí —pensó Tomy, y se pellizcó su colita con dos garras, lo que lo hizo gritar y saltar
en una pata.
—Creo que no me he muerto —Volvió a pensar, y se rió. Se dio cuenta de que nunca se había
reído en su vida, pero era agradable. Mientras se reía, una de sus patas se paró en algo filoso, y
volvió a saltar, esta vez en la otra pata.
Cuando Tomy vio al suelo, encontró los restos de los vidrios rotos de sus anteojos, que se
habían quebrado con la caída.
—¡Oye! ¡Regresa!
—Yo tampoco había hablado con una ardilla, es más, pensé que no hablaban.
—¿Estamos muertos?
—Es que estaba tratando de alcanzar un panal en mi bosque, pero caí de la rama y desperté en
este bosque que es muy parecido al mío, pero el mío no era tan lindo.
—¡Oye! —se quejó el oso sobándose un chichón que ya le había salido —. ¿Y eso por qué fue?
El oso miró al suelo y las abejas empezaron a picarlo, lo que lo hizo saltar esta vez en sus dos
patas al tiempo.
—Yo no te puedo ayudar —respondió la ardilla —. Pero sé quién tal vez puede. Una vez mi
abuelo me contó que habló con un oso guarda de la Empresa de Miel. Me dijo que el oso no
tenía anteojos, así como tú, y que por eso pudo hablar con él, pero yo nunca le creí porque todos
los osos son aburridos y creen que les queremos hacer daño. Bueno, tal vez no todos —y
diciendo esto la ardilla salió a correr.
Tomy se quedó pensando en las palabras de la ardilla. Se dio cuenta que ya no tenía anteojos.
¿Entonces podía hablar con la ardilla por eso? Y, ¿el bosque se había vuelto brillante por eso
también? Tenía muchas preguntas y sabía que sólo las podía resolver yendo donde el oso
guarda, así que emprendió la marcha.
El paseo por el bosque fue muy entretenido para Tomy. Para que el viaje le rindiera más,
atravesó el bosque en dos patas, y se dio cuenta que había muchas cosas que nunca antes había
visto. Había arroyos, ranas, topos, aves, saltamontes, y hasta vio una manzana que se comió
para saciar el hambre. No era tan dulce como la miel, pero había quedado muy lleno.
Cuando llegó a la Empresa de Miel vio una larga fila de osos y un guarda a cada lado de la
entrada. Al ver la larga fila de osos se dio cuenta que no tenía amigos. Siempre había criticado y
juzgado a todos como si fueran sus enemigos. Esto le pareció triste.
Tomy vio que uno de los guardas era más anciano y supuso que él sería el oso a quien buscaba.
Se quedó pensando cómo podía hablar con él y se le ocurrieron varias ideas. También se dio
cuenta de que nunca había resuelto un problema sin quejarse de él antes.
Como Tomy ya caminaba en dos patas, decidió volver a hacerse pasar por un oso normal: se
puso en cuatro patas, bajó la cabeza y quitó su sonrisa de la cara. Ya era como los demás.
Cuando llegó al guarda anciano, le pisó una pata, algo que no haría un oso normal, porque
todos tenían anteojos que los hacían ver bien por dónde caminaban sin equivocarse.
De inmediato el guarda notó que algo andaba mal y tomó al oso con un lazo para llevarlo
adentro.
Cuando estuvieron solos, Tomy se incorporó en dos patas y miró al oso guarda a los ojos. Se dio
cuenta que el oso guarda tenía unos anteojos pintados. El oso guarda lo miró con confusión, y
dijo:
—Pero tengo muchas preguntas—respondió Tomy —, y sé que eres el único que me puede
ayudar a entender.
—¿Quién eres tú? —Tomy le preguntó al oso guarda anciano, quien le contó su historia.
Se llamaba Alfredo. Hacía varios años había perdido sus anteojos en un accidente y decidió
seguir trabajando para el señor de las pesadillas porque tuvo miedo de estar solo. En su trabajo
de guarda había descubierto que El Señor de las Pesadillas era quien controlaba todos los
anteojos y los mandaba a poner a los cachorros para toda la vida.
—Esos anteojos te hacen ver el bosque oscuro y lleno de problemas, por eso te quejas todo el
tiempo de todo, pero ni te das cuenta. Donde hay cosas maravillosas, tu sólo puedes ver
conflictos y sufrimiento.
—Pero tenemos que hacer algo —dijo Tomy —. Tenemos que avisarles a todos los osos.
—Ya lo intenté —respondió Alfredo—. Al principio, cuando vi que el bosque era tan hermoso,
que podíamos caminar en dos patas y que podíamos comer frutas en vez de miel, quise decirles
a todos, pero nadie me escuchó. El poder del Señor de las Pesadillas es muy grande, y todos
tienen miedo de quitarse los anteojos.
—Pero no nos podemos quedar así —dijo Tomy, esta vez más fuerte —. No me puedo quedar
así.
Después de decir esto, Tomy salió corriendo hacia la entrada de la empresa gritando —
¡Escúchenme todos! ¡Se tienen que quitar los anteojos! ¡Las cosas no son como ustedes las ven!
El bosque es hermoso y soleado, podemos caminar en dos patas y hasta hablar con las ardillas.
¡Por favor! ¡Tienen que escucharme!
A pesar del disturbio que había hecho Tomy, ningún oso había levantado la mirada. En unos
segundos el otro oso guarda, y Alfredo lo tenían amarrado con lazos llevándolo a las jaulas de
la empresa.
Cuando lo encerraron Alfredo lo miró con tristeza. Tomy sabía que Alfredo tenía miedo, pero él
no, y estaba dispuesto a ayudar a los osos y al bosque.
Tomy estuvo encerrado varios días en la jaula. Hasta que uno de esos días llegó El Señor de las
Pesadillas. Era el oso más regordete que había visto, y tenía unos anteojos enormes.
—Es así como debe de ser. Es mejor que todos seamos iguales, que nadie intente cosas nuevas, y
para eso todos deben de tener sus anteojos puestos.
—Cuando los osos se quitan los anteojos son creativos, inventan nuevas cosas y descubren sus
talentos, y como yo no tengo ningún talento prefiero que todos sean como yo y tengan sus
anteojos puestos —y diciendo esto, El Señor de las Pesadillas se fue riendo.
—Rápido Tomy, tenemos poco tiempo. Tenemos que ir a la sala de comunicación y ver si
podemos informar a todos por los parlantes para que se quiten los anteojos.
Tomy estaba contento de que Alfredo hubiera vuelto a ayudarlo. Los dos salieron corriendo a la
sala de comunicación, y cuando estaban allí, activaron los parlantes.
—¿Estás listo Tomy? —preguntó Alfredo mientras estripaba botones —. Inicia la transmisión en
3… 2… 1…
Tomy habló por los parlantes que daban afuera de la Empresa de Miel. El volumen era tan alto
que hizo que los osos alzaran sus cabezas y detuvieran la fila de la entrada. Tomy hablaba cada
vez más fuerte para que los osos escucharan. Hasta hubo algunos que se pusieron en dos patas
escuchando el discurso de Tomy. Alfredo y Tomy estaban muy emocionados.
—Es momento, es momento de quitarse los anteojos y descubrir el bosque como en realidad es.
Es momento, ¡háganlo ahora! —gritó Tomy por el parlante.
Se escuchó un silencio entre los osos de la empresa miel. Tomy y Alfredo esperaban
atentamente.
Entonces, los osos que estaban de pie, bajaron sus patas delanteras al suelo, y los osos que
habían levantado sus cabezas, lentamente las volvieron a bajar. Continuaron de nuevo su fila.
El Señor de las Pesadillas entró con más guardas a la sala de comunicaciones listos para
capturar a los dos osos. Tomy y Alfredo estaban a punto de darse por vencidos, cuando Tomy
tuvo una idea.
Vio que en los anteojos del Señor de las Pesadillas había un botón rojo.
Tomy no estaba muy seguro de para qué servía, pero algo le decía que debía presionarlo.
Con 3 guardas encima atrapándolo, Tomy saltó sobre el Señor de las Pesadillas y lo tumbó al
suelo. Sin pensarlo dos veces presionó el botón rojo que tenía en sus anteojos. 4 guardas más
saltaron encima de Tomy amarrándolo con fuerza.
Empezaron a llevarlos a las jaulas cuando en la entrada de la empresa se oyó una algarabía.
Un montón de osos en 2 patas entraron corriendo directo a los guardas que tenían amarrados a
Tomy y a Alfredo. Los guardas al ver que eran tantos huyeron.
Cuando Tomy y Alfredo salieron a la entrada, vieron a muchos osos parados en dos patas
admirando la belleza del bosque, cachorros correteando por todos lados y osos riéndose y
hablando entre ellos. Lo habían logrado.
Todo cambió en el bosque desde ese día. Los animales de otras especies volvieron a compartir
con los osos. Los osos empezaron a alimentarse de frutos, y las abejas por fin pudieron vivir en
sus panales tranquilas.
Tomy y Alfredo ayudaban a los cachorros y a otros osos a inventar y construir nuevas cosas
todos los días.
Ahora todos viven en un bosque maravilloso, lleno de vida y alegría. De hecho, siempre habían
vivido allí, pero ahora se daban cuenta de ello.
Esa noche, mientras todos dormían, una de las casas del bosque tenía la luz encendida. Adentro
todo estaba en desorden, había papeles rayados por todas partes. Sonó el teléfono y contestaron.
Todos los días, los 4 amigos salían a jugar en el bosque. Investigaban, aprendían y
vivían cosas nuevas. Cada día era una gran aventura diferente para ellos.
Cuando terminaba el día, todos se iban a descansar con sus familias, menos el colibrí,
porque era el único colibrí del bosque. Él se iba sólo a descansar en su casita del árbol.
- Me pregunto qué se sentirá estar con otros colibrís. – Pensaba el pequeño colibrí en su
cómoda casita del árbol.
Los 4 amigos seguían saliendo a jugar, pero cada vez veían al colibrí más distraído, y
ya no se divertía tanto. Su amigo oso se acercó preocupado, mientras el colibrí tenía su
mirada perdida en las montañas.
El colibrí se dio cuenta que no tenía sentido decir que estaba bien, cuando en realidad
no lo estaba.
- Yo nunca he visto otro colibrí. – Dijo Oso. Ardilla y Tortuga negaron con la cabeza.
El colibrí seguía mirando en silencio a lo lejos. Hubo un silencio entre los amigos.
- Tengo una idea – Dijo Ardilla emocionada. Mañana iremos a buscar a otros como tú.
Al día siguiente los animales salieron temprano en búsqueda de más colibrís. Oso iba
con un mapa que ponía en el caparazón de Tortuga, e iba tachando cada lugar del
bosque que visitaban.
Recorrieron casi todo el bosque, pero no vieron ningún colibrí. De regreso a casa el
colibrí no pronunció ni una palabra. Sus amigos lo trataban de animar con chistes,
pero él no se reía. Llegaron a la casita del colibrí, quien se entró casi sin despedirse.
Sus amigos estaban muy preocupados por Colibrí. No querían que se sintiera solo.
Al día siguiente Colibrí salió temprano a seguir buscando más colibrís. Recorrió el río,
el valle, el árbol de los monos, el lago y el acantilado. Hasta visitó un par de cuevas,
pero no vio a otro colibrí.
Fatigado se devolvió para su casa y cuando llegó se llevó una sorpresa. 3 colibrís
estaban parados en una de las ramas del árbol. Al colibrí le pareció extraño el tamaño
de los colibrís, eran demasiado grandes, pero como él nunca había visto más como él,
tal vez así eran los demás.
- ¡Waw! No puedo creer que haya más como yo – Dijo el colibrí muy entusiasmado.
- Tus amigos nos dijeron que estabas buscando a otros colibrís y decidimos venir a
verte.
- ¡Es increíble! ¿Cómo se llaman?
- Yo me llamo… Soso – Dijo el más grande de los 3 colibrís.
- ¿Soso? ¿Pero qué clase de nombre es ése?
- Un nombre como cualquier otro – Respondió el colibrí grande.
- Yo soy… armilla
- Y yo Rotuga
- Tienen nombres muy extraños – Dijo el pequeño colibrí- Pero no importa, ¿qué les
parece si hacemos unas carreras volando?
Cuando el colibrí grande dijo eso, la rama en la que estaban posados rechinó.
- Entonces podemos jugar a buscar néctar en la punta de los árboles más altos del
bosque. – Exclamó entusiasmado el pequeño colibrí.
- Es que tengo un ala lastimada – Contestó Rotuga.
La rama rechinó otra vez. Poco a poco se iba doblando hacia abajo.
Los 4 colibrís se quedaron viendo unos instantes. El pequeño Colibrí no sabía por qué,
pero sentía cierto aire familiar en los otros 3 colibrís.
- Prefieren el néctar de las flores del suelo o de los árboles – Preguntó Colibrí.
- Del suelo por supuesto – Contestó Armilla.
- ¡Pero si sabe terrible! – Dijo Colibrí
- Bueno si es verdad, mejor la de los árboles – Corrigió Armilla
Los colibrís iban a seguir la conversación cuando de pronto la rama se reventó y los 3
colibrís cayeron al suelo.
- ¡Oso, Tortuga, Ardilla! ¡No puedo creer que hayan sido ustedes! – El colibrí se sintió
tan triste y enojado con sus amigos que salió volando, dejando a sus 3 amigos
mirando con desconsuelo.
El colibrí voló y voló el resto del día y parte de la noche. No tenía un rumbo fijo, sólo
quería alejarse de todo lo que conocía.
La noche era fría y silenciosa, lo que la hacía un poco atemorizante. Entonces el colibrí
decidió emprender su vuelo de regreso a su casita, pero cuando intentó volar, se dio
cuenta que tenía una de sus alas resentida por el sobreesfuerzo que había hecho.
Decidió esperar al amanecer.
El colibrí empezaba a buscar un lugar donde pasar el resto de la noche, cuando vio 2
ojos amarillos que lo vigilaban desde detrás de uno de los árboles de la zona. El colibrí
quedó petrificado. Intentó emprender su vuelo de nuevo, pero su ala seguía sin
responderle, cuando los 2 ojos empezaron a acercarse. Más cerca. Más cerca. El colibrí
respiraba rápido y asustado, corriéndose para un rincón.
Una trompa con unos colmillos afilados se acercó al colibrí, y lo olfateó de arriba
abajo. El colibrí ya casi había perdido los colores de su plumaje de lo pálido que
estaba.
El amenazante lobo seguía olfateando al colibrí mientras chorreaba baba sobre él.
- No como basura. – Dijo el lobo echándose al costado de uno de los árboles del lugar.
El colibrí casi se sitió ofendido por lo que dijo el lobo, pero prefería ser basura a ser
comida.
El colibrí recuperó el color de su plumaje y empezó a buscar una salida donde pudiera
irse caminando. No quería pasar toda la noche cerca al intimidador lobo.
Entonces el colibrí vio 2 caminos. Uno angosto, empedrado y lleno de maleza, y otro
ancho limpio y fácil de cruzar. Así que empezó a dirigirse al camino ancho, muy
despacio para no llamar la atención del lobo.
El lobo resopló, y el colibrí empezó a rezar por su vida. Tal vez el lobo también había
rezado por cenar esa noche. No sabía si rezar era una competencia.
- Verás Colibrí. – Dijo el lobo- Siempre que tomas un camino estás buscando llegar a
alguna parte diferente de donde estás. Quiere decir que muy probablemente donde
estás, no estás a gusto. Así que emprendes el viaje por el camino, y cuando crees que
llegaste a donde querías va a pasar lo mismo. Vas a querer recorrer otro camino, y
nunca estarás a gusto con nada.
El colibrí no entendía mucho las palabras del lobo, pero no se atrevía a interrumpirlo.
El lobo continuó.
- Ese camino es mágico. Te llevará a tu deseo más profundo. El otro camino angosto te
llevará de vuelta a tu vida normal.
Cuando el colibrí escuchó las palabras del lobo no dudó ni un segundo seguir por el
camino ancho. Por fin podría tener una familia de colibrís iguales a él. Así que le dijo
al lobo mientras se dirigía al camino ancho.
Todos los colibrís lo recibieron con alegría y empezaron a hacer cosas de colibrís.
Hicieron carreras volando, tomaron néctar de los árboles más grandes y buscaron las
flores más deliciosas de todas. Al final del día todos dormían juntos en la misma
ramita, y al siguiente día repetían su rutina.
Día tras día repetían sus actividades. Hacer carreras, ir a árboles altos y buscar flores.
El colibrí no sabe cuántos días pasaron, hasta que empezó a cansarse de lo mismo.
Un día le dijo a uno de sus amigos que hicieran algo diferente, pero él le respondió –
Pero si esto es lo que los colibrís hacemos. –
Seguían pasando los días y el colibrí se cansaba más y más. En las noches todos
dormían muy juntos, que ya ni le quedaba espacio. Extrañaba su casita sola pero
cómoda. Extrañaba sus amigos raros pero que lo querían como era. Extrañaba las
aventuras diferentes que pasaba cada día con ellos.
Un día amaneció igual al resto de días. Un sol radiante sobre las montañas llenas de
flores y aromas deliciosos, y miles de colibrís volando felices por todas partes. Pero el
pequeño colibrí no lo soportaba más. Sentía que estaba viviendo un mundo de
mentiras. Y se devolvió por el camino.
Cuando llegó estaba de noche y el lobo estaba echado en la misma parte. El colibrí
estaba tan decepcionado de todo que ni siquiera sintió miedo del lobo, y le preguntó.
- ¿Cómo puedes estar ahí Lobo, cuánto tiempo estuve allá adentro?
- Unos minutos – Respondió el Lobo
- Pero eso no es posible, si estuve semanas enteras.
- Recuerda Colibrí. En el mundo de los deseos nada es lo que parece.
- Regresaré a casa con mis verdaderos amigos. ¿Cuál es tu hogar lobo?
El lobo resopló, pero al colibrí ya no le daba miedo. No sabía por qué, pero donde
antes veía a un atemorizante lobo, ahora veía a un animal igual a él, perdido, solo y
decepcionado.
- Algún día tuve una manada – Empezó diciendo el lobo - Pero quería el trono del
macho alfa, así que reté a duelo al lobo de lomo plateado, y perdí. Fui desterrado de la
manada, pues así eran las reglas. Alguien me habló de este camino mágico y vine.
Quería ser el líder, ser el mejor de todos, que todos me obedecieran, así que entré.
Estuve no semanas, sino años adentro. Hasta que un día pasó algo extraño, algo que
no debía de pasar en el mundo de los deseos.
Alguien de la manada me retó a un duelo. Según las reglas yo lo debía de aceptar para
ver quién era en realidad el más fuerte. La pelea fue larga y salvaje, y yo lo vencí al
final. Había que desterrarlo y tendría que estar condenado a una vida de un lobo
solitario. A los pocos días lo encontramos muerto. No había logrado sobrevivir por sí
solo. Ahí fue cuando comprendí lo que el deseo de poder podía hacerme, y me salí del
allí.
El lobo acachó su cabeza cuando dejó de hablar. Un animal tan amenazante e
imponente ahora se veía como un cachorro indefenso.
El colibrí se acercó a la trompa del lobo, y sin un vestigio de miedo, se recostó. Y allí
estaban. Dos animales muy diferentes, pero con sentimientos iguales.
- No sé si te has dado cuenta Colibrí, pero soy un aterrador lobo, y le doy miedo a
todos. Sólo debo estar con los que son como yo.
- No lobo. No es así. Ahora entiendo a mis amigos. Yo quería estar con otros como yo,
iguales a mí, pero nunca me di cuenta que donde estaba tenía una verdadera familia
que me quería como yo era a pesar de ser diferente. Ése es el verdadero amor. Ven
conmigo y mis amigos, que si hay alguien que pueda aceptar a un lobo aterrador
como tú, son ellos.
El lobo cambió su mirada. La idea de una nueva manada le llenó el alma de alegría.
Oso, Tortuga y ardilla estaban sentados al lado del lago. Estaban descansando pues
llevaban todo el día buscando a Colibrí en el bosque. No lo veían desde el día anterior
que se había ido volando.
Estaban a punto de retomar la búsqueda cuando vieron que un lobo se acercó por sus
espaldas.
Tortuga se metió en su caparazón. Ardilla cayó desmayada. Oso saltó en medio del
lago como una bomba de agua.
- ¿Colibrí? – Dijo el oso casi llorando – Pero ¿quién te hizo esto? ¿Quién te convirtió en
un lobo? – Dijo el oso llorando y gritando a la vez
- No tarado, estoy aquí arriba. – Dijo el colibrí que estaba en el lomo del lobo.
Ardilla ya se había puesto de pie, estaba temblando detrás del caparazón de tortuga,
que aún no había salido.
- ¿Co… co… colibrí? – Dijo la ardilla temblorosa – Creo que es mejor que te bajes de ahí.
- Les presento a Lobo, mi nuevo amigo.
- Hola – Dijo lobo con una voz que casi hace desmayar a Ardilla otra vez.
Colibrí se sonrió.
La Telaraña Salvavidas
Era una rama resistente que se dividía en 2. “Perfecta para hacer una telaraña” Pensó
Nía la araña, que estaba empezando a tejer la telaraña con sus 8 patas y una sonrisita
en su cara.
Llamó a sus amigas para que le ayudaran, y con el esfuerzo de todas lograron
terminar la telaraña.
La telaraña había quedado muy bien hecha, pero las arañitas no contaban con una
cosa: A los escarabajos peloteros les encantaba jugar fútbol, y en uno de sus partidos
dañaron la telaraña con la pelota.
Nía se puso a llorar. Tanto esfuerzo que les había costado para hacer la telaraña y
ahora sólo había restos de ella regados por todo el árbol. Pero las amigas de Nía la
calmaron y le dijeron que le ayudarían a reconstruir la telaraña.
Pasaron varios días hasta que por fin terminaron la telaraña. Había quedado más
resistente que la anterior. Nía estaba feliz con el resultado. Le habían hecho
decoraciones, una zona de spa y hasta le habían puesto lucecitas.
Pero las arañitas no contaban con otra cosa: Las termitas habían empezado a construir
su casa hacía unos días en el árbol y se comieron tanto la madera, que una de las
ramas en donde estaba pegada la telaraña, se desprendió, y volvió a tirar la telaraña
por todo el árbol.
Nía se volvió a poner a llorar, esta vez junto con otras 3 arañitas más. Pero entre todas
se calmaron y decidieron hacer un último intento. Esta vez no harían la telaraña
donde hubiera ni escarabajos peloteros ni donde hubiera termitas.
Entre todas consiguieron el hilo más resistente que pudieron encontrar, cogieron sus
agujas y se pusieron patas a la obra, para tejer la telaraña más grande y resistente del
mundo.
Nía la araña vio toda la escena. Pero esta vez no lloró. Esta vez sintió mucha ira. Sin
decir una palabra empacó su aguja y su costura. Tomó la decisión de irse del árbol.
No podían dejar que Nía tomara esa decisión sin estar tranquila, así que la trataron de
detener. Pero la araña estaba tan cegada por su emoción que no pudo escuchar nada.
Nía empezó a bajar del árbol, pero vio algo que le llamó la atención.
Un ciempiés que estaba caminando por una de las ramas del árbol, noo vio por dónde
caminaba, tropezó sus 100 patas y se cayó de la rama.
El cien pies se hizo bolita en el aire para prepararse para el duro impacto contra el
suelo, pero uno de los restos de las anteriores telarañas, lo atrapó, y quedó colgando
en ella.
El cien pies se estiró, alcanzó una rama y siguió su camino. La próxima vez tendría
más cuidado.
Nía quedó sorprendida al ver el suceso.
Después vio cómo un grupo de hormigas caminaba sobre otro resto de telaraña para
atravesar dos ramas y así conseguir su comida.
A otro lado había una pareja de grillos que habían tomado los restos de la telaraña y
habían tapado un agujero en su techo para que no les entrara agua.
Nía y sus amigas vieron cómo todos los insectos del árbol habían aprovechado cada
uno de los restos de la telaraña.
Desde ése día, las arañas dejaron de hacer una telaraña para ellas y ayudaron a todo el
árbol. Arreglaban huecos, orificios, pegaban ramas, ponían techos y más.
Así fue como Nía y sus amigas se convirtieron en las constructoras del árbol.