Engels y Pablo Iglesias 976703

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ENGELS Y PABLO IGLESIAS

PEDRO LAIN ENTRALGO.

Hojeando la edición alemana de las obras completas


de Marx y Engels («Karl Marx und Friedrich Engels. Wer­
ke», 39 Bd., Dietz Verlag, Berlín, 1968-1972) han saltado
a mis ojos las cuatro cartas que Engels dirigió a Pablo
Iglesias. Para cuando se escriba la biografía completa
del fundador del socialismo español, acaso tengan interés
una breve noticia de ellas.
Pablo Iglesias y Federico Engels debieron de conocerse
en París con motivo del Congreso Internacional Socialista
de Trabajadores que en 1889 fundó la Segunda Interna­
cional. Meses más tarde, en marzo de 1890, Paúl Lafargue
remite a Engels el original de una carta que él había re­
cibido de Pablo Iglesias. Engels la comenta así: «Gracias
por la carta de Iglesias, que le devolveré a usted la pró­
xima vez. Ese Back es un ruso-alemán de las provincias
bálticas, que hace como diez años comenzó a editar en
Ginebra una revista báltica (en alemán), y al cual el viejo
Becker, que no disponía de nada mejor, intentó convertir
al socialismo. Back ha enviado un artículo a Kautsky so­
bre el partido español fundado por él mismo, pero Kauts­
ky me ha dado el manuscrito sin publicarlo. ¡Qué fres­
cura la de este falso ruso báltico, poniéndose a la cabeza
de un partido español formado por tres oficiales sin sol­
dados!» (Engels a Paúl Lafargue, 7-III-90). No sé si entre
los papeles del Partido Socialista Obrero Español per­
durará algún recuerdo de este presunto y extraño aspi­
rante a organizador de nuestro socialismo.
120 HOMENAJE A PABLO IGLESIAS

La primera de las cartas de Engels a Páblo Iglesias fue


escrita, como antes dije, a mediados de abril de 1893. La
copia del texto original —en español— ha sido traducida
al alemán para la edición que yo he manejado y su con­
tenido, muy breve, no deja de ser curioso. Traduzco:
«Querido amigo Iglesias, no puedo responder a tu carta
sin decirte de antemano que me ofendes tratándome de
usted. No creo merecer esto. Los dos somos viejos interna­
cionales, y durante veinte años hemos luchado codo a
codo en los mismos combates. Cuando yo era Secreta­
rio para España me habéis concedido la honra de tu­
tearme, y por esto te ruego seguir como antaño. Van ad­
juntas unas líneas para vuestro número de mayo...».
Más extensa es la carta segunda, fechada el 26 de marzo
de 1894. Contesta Engels con ella a dos de Pablo Iglesias,
una del 24 de noviembre del año anterior y otra, recién
llegada a sus manos, del 22 de marzo del mismo año.
No era chica hazaña en 1894, que una carta llegase en sólo
cuatro días de Madrid a Londres. Engels, que desde hace
casi un año no ha escrito a su correspondiente, ratifica
su petición de tuteo : «Esta será mi última carta si te
obstinas en tratarme de usted. Tendría yo toda la razón
para ofenderme, si me negaras el tratamiento habitual
entre viejos internacionales y compañeros de lucha. An­
selmo Lorenzo me lo concedió en 1872, y tantos compa­
ñeros más, viejos y jóvenes, me lo conceden. ¡Por tanto,
al tú!» A continuación deplora no haberse encontrado
con él en Zurich, en donde coincidieron con motivo del
Tercer Congreso Internacional Socialista (6-12 de agosto
de 1893) y le cuenta el fracaso de sus varias tentativas
para lograrlo. «Uno de los motivos de haber ido yo a
Zurich, y no el menor, fue la esperanza de ver personal­
mente a mi viejo amigo Iglesias y estrechar su mano»,
añade. Le agradece el ¡envío regular de «El Socialista»
—«con placer lo leo los sábados por la tarde»—, y ex­
presa su satisfacción viendo en sus páginas que la orga­
nización socialista progresa en toda España, «que en las
provincias vascas nace el socialismo sobre las ruinas del
carlismo y que las alejadas provincias de Galicia y Astu­
rias empiezan a moverse». «¡Enhorabuena!», agrega en
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castellano. Comenta acto seguido las noticias que acerca


del movimiento anarquista le da Pablo Iglesias: «Los
anarquistas están probablemente en trance de matarse a
sí mismos. Esos violentos ataques, esa serie de atentados,
insensatos todos y en el fondo pagados y provocados por
la policía, acabarán abriendo los ojos a los burgueses
sobre el verdadero carácter de esta propaganda de locos
y confidentes. Hasta la burguesía encontrará con el tiempo
absurdo pagar a la policía, y a través de la policía a los
anarquistas, para que salten por los aires los mismos bur­
gueses que pagan. Y si ahora corremos el riesgo de su­
frir bajo la reacción burguesa, a la larga ganaremos, por­
que de este modo podremos demostrar a todos qué en­
tre nosotros y los anarquistas media un abismo». Si­
guen a este párrafo varios, en los cuales va exponiendo
sumariamente la situación del movimiento obrero en In­
glaterra, Francia, Italia, Alemania y Austria —«después
de todo lo que he visto, me parece que los socialistas
austríacos tienen un gran porvenir»—, y se disculpa de
no enviarle unas líneas para «El Socialista» del 1 de mayo:
está metido en la redacción definitiva del tomo III de
El capital de Marx, y se ve obligado a desistir de cual­
quier trabajo, tanto para el 18 de marzo, como para el
1 de mayo. «Te abrazo cordialmente», termina diciendo.

Seis meses transcurren hasta la carta siguiente, escrita


entre el 6 y el 16 de agosto de 1894. Responde a dos de
Pablo Iglesias, fechadas el 8 de junio y el 27 de julio, en
las cuales éste pedía a Engels ayuda para que las organiza­
ciones obreras de Europa se adheriesen al Cuarto Congre­
so del Partido Socialista Obrero Español (se celebró entre
el 2 de agosto y el 1 de septiembre de ese año). Engels le
da cuenta de sus gestiones, y pondera de paso las dificul­
tades por que atraviesa el movimiento obrero inglés, par­
tido en varios grupos rivales. «A pesar de todo —conclu­
ye— ese movimiento va adelante entre las masas traba­
jadoras, gana más y más terreno la idea de la socialización
de los medios de producción, y vendrá un día en el cual
las masas conscientes echarán por la borda a todos los
integrantes y jefes comercializados». Una petición: que
122 HOMENAJE A PABLO IGLESIAS

haga enviar «El Socialista» a Eleanór Marx-Aveling (hija


menor de Marx y esposa del médico y publicista Edward
Aveling); publica semanalmente en el Workman’s Times
un informe sobre el desarrollo del movimiento internacio­
nal, y lee el español. «Viejo y fiel amigo» suyo, se declara
en la despedida.
La cuarta y última carta es del 16 de marzo de 1895;
pocos meses más tarde, en agosto de ese mismo año, mo­
ría Engels. Se disculpa ahora de no haber respondido
antes a las de Pablo Iglesias del 19 de octubre del año
anterior y de febrero: no sabía si el firmante de ellas
había salido o no de la cárcel de Málaga, en la cual había
ingresado como principal responsable de la huelga que
en la primera mitad de octubre de 1894 iniciaron en esa
ciudad los trabajadores de la fábrica de tejidos de la
casa Larios; huelga que duró ochenta días y con la cual
se solidarizaron obreros de otras ciudades españolas, en
primer término Madrid. Los socialista de Barcelona pi­
dieron a Eleanor Marx-Aveling que informase a las Tra-
de-Unions inglesas acerca de la situación de los huelguis­
tas malagueños. Con estte motivo, Engels lamenta otra
vez el estado de las organizaciones socialistas en Inglaterra;
y tras expresar su admiración ante la valentía y la tena­
cidad de los trabajadores y trabajadoras de Málaga, aña­
de este pintoresco relato:
«El nombre del Marqués de Larios me ha recordado
una historia que aconteció hacia 1850.»
Había entonces en Gibraltar una casa comercial Her­
manos Larios (judíos). Un comerciante inglés les enviaba
en depósito muchas de sus mercancías para que ellos las
vendiesen como artículos de contrabando a otros comer­
ciantes del territorio español. Estas mercancías eran siem­
pre decomisadas por los aduaneros españoles, y los Larios
pagaban al inglés el importe de la cantidad con que este
las había asegurado, como en tales negocios es usual. La
cosa, sin embargo, no gustaba nada al inglés, que desapa­
reció del mercado español y perdió la mayor parte de los
beneficios. Para comprobar por sí mismo por qué tales
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acciones afectaban siempre a sus mercancías y no a las


de los demás, viajó a Gibraltar, pero no pudo descubrir
la causa. Hasta que paseando un día por la ciudad, vio
cómo un carro perdía una rueda, con lo cual algunas ca­
jas con mercancías cayeron al suelo y se rompieron. Eran
sus cajas, llevaban la marca de su casa; pero en lugar
de mercancías contenían arena. El enigma quedó resuelto:
los Larios comunicaban a los carabineros españoles el
envío de las cajas llenas de arena, las cuales eran inme­
diatamente decomisadas, y pagaban al inglés el montante
del seguro; luego expedían las mercancías a sus interme­
diarios españoles, ahora por su cuenta y de modo más
seguro, y sin mayor riesgo se embolsaban todas las ga­
nancias del negocio.

El encolerizado inglés corrió hacia la casa Larios. «¡Da­


ré publicidad a todo esto, les formaré un escándalo y les
llevaré ante el juez!» «Señor mío, ¿para qué tanta indig­
nación? Le pagaremos a usted lo que exija, y recibirá la
satisfacción que desea». Tras mucho tira y afloja, se pagó
al inglés una determinada suma, y los Larios firmaron la
siguiente declaración:

«Los Hermanos Larios somos los mayores pillos de esta


ciudad de Gibraltar, y aconsejamos a todos no hacer ne­
gocios con nosotros, porque si los hacen pueden estar se­
guros de ser engañados. Gibraltar, tantos de tantos... Her­
manos Larios».

Esta declaración fue colgada en la Bolsa en Gibraltar,


sobre el lugar donde el viejo Larios solía instalarse y
donde durante veinte años hizo sus compras y sus ventas,
con este rótulo clavado en la pared, encima de su cabeza.

El Marqués de Larios, ¿pertenece a la familia de estos


Larios de Gibraltar?».

Aquí termina la correspondencia entre Pablo Iglesias


y Federico Engels. En el índice del volumen que la contie­
ne, los editores soviéticos («Instituto para el Marxismo-
Leninismo, en el ZK de la SED») resumen así su vida:
«Iglesias, Pablo (1850-1925). Impresor, publicista proleta-
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rio, representante del movimiento obrero ¡español e in­


ternacional, miembro del Consejo Federal Español de la
IAA (1871-1872); redactor del periódico «La Emancipación»
(1871-1873) y miembro de la Nueva Federación Madrile­
ña (1872-1873). Luchó contra la influencia anarquista. En
1879, cofundador del Partido Socialista Obrero Español,
y más tarde jefe de su ala reformista. Delegado en los
Congresos Socialistas de Trabajadores de 1889, 1891 y
1893». En su honor —en honor de un hombre que con
tanta abnegación y eficacia luchó, no sólo para mejorar
la condición de los trabajadores españoles, también para
que España fuera un país plenamente europeo— he que­
rido ser yo ocasional informante y traductor.

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