Geriátricos, Acompañantes o Robots. ¿Qué Será de Nosotros
Geriátricos, Acompañantes o Robots. ¿Qué Será de Nosotros
Geriátricos, Acompañantes o Robots. ¿Qué Será de Nosotros
¿Qué será de
nosotros?
El tiempo pasa, y aunque estemos inmersos en la vorágine
cotidiana de nuestra vida activa, pocas veces nos detenemos a
reflexionar acerca de la finitud de nuestra existencia. Pero como
reza el dicho, tarde o temprano, todo llega. Quien no recuerda
hace un tiempo no tan lejano, ver a nuestros padres turnarse para
cuidar a nuestros abuelos, o simplemente, traerlos a casa para que
vivan con nosotros, en familia. Quien no recuerda también, peleas
y discusiones entre quienes se hacen cargo de ellos, y quienes
tratan de “zafar” de la mejor manera posible. Aunque no parezca,
esos tiempos han cambiado.
En aquellos años de mi juventud, hablar de llevar a nuestros
padres a un geriátrico era un imposible, y un tabú. Hoy, por
supuesto, lo sigue siendo. La culpa, el abandono, el qué dirán, son
conceptos que se nos presentan ante semejante disyuntiva y que
nos atormentan llegado el momento.
Cuantas veces hemos escuchado en las noticias acerca del
maltrato, los accidentes, las muertes dudosas y la mala atención
que suelen recibir nuestros abuelos en alguno de estos lugares.
Esto me lleva a pensar, que, en algún momento, en un tiempo
cada vez más corto, podría padecer alguno de estos males.
También, tengo casi la certeza que, en ese tiempo corto, me
convertiré en un ser no solamente inútil, sino, además, en un
estorbo, en algo que nadie sabrá que hacer exactamente conmigo,
y una carga para la sociedad y para el sistema de salud.
Pero algo tenebroso se suma a la lista de malas noticias. Han
pasado algunas décadas, y la sociedad ha tenido cambios
importantes, entre ellos, un aumento en la esperanza de vida,
cambios en las relaciones laborales, en la productividad de
nuestro trabajo, y la tendencia a tener menos hijos. Todo esto que
parecería mejorar la calidad de nuestras vidas, la implacable
realidad lo desmiente.
Esta posibilidad de vivir más tiempo nos puede generar una
amarga sensación de incertidumbre al acercarnos a esos años
donde nos crecen canas o se nos cae el pelo, donde guardamos el
azúcar en la heladera, o necesitamos de lentes para leer los
periódicos. En lo concerniente a lo laboral y económico, en la
actualidad, esto de ser productivo significaría tener menos tiempo,
estar en todos lados, y en ninguna parte, por ende, una creciente
desatención a los vínculos afectivos y familiares. Por otro lado,
hoy las familias tienen menos hijos, por presupuesto, por una
necesidad de desarrollo personal y por cambios culturales y
sociales. Todo conspira para que imaginemos un futuro sombrío,
un mundo con poca población, constituido en su mayoría por
personas octogenarias, solas, y desamparadas.
En el presente, nos encontramos hablando cada vez menos de
geriátricos, y más de cuidadores, asistentes, o acompañantes
terapéuticos. Profesionales y no tan profesionales que prestan su
servicio para el cuidado de personas mayores y ancianos, en su
mayoría, con problemáticas de salud física y mental. Debo
aclarar, que, estos servicios se prestan también a personas de
cualquier edad, y con patologías de toda clase. ¿Consecuencias de
la productividad y vida moderna?
Estos últimos años, he tomado conocimiento y he sido testigo de
diferentes tipos de atención y cuidados que se brindan, sobre todo,
a personas ancianas y longevas. Hay cuidados que se prestan
durante algunas horas, también durante jornadas completas,
semanas enteras, y servicios indefinidos. Supongo que estos
últimos tienen que ver con una atención hasta que la persona
fallece. Los cuidados y acompañamientos se realizan
normalmente en el domicilio del paciente, donde también, se
acondiciona un lugar para la persona contratada en la tarea.
A raíz de haber conocido personas que se dedican a brindar este
servicio, y que el tema en cuestión me ha interesado bastante,
pude investigar por mis medios y por terceros, que muchas veces,
no son personas idóneas las que quedan a cargo del paciente. No
obstante, también me he dado cuenta, de la cantidad de cursos
presenciales y no presenciales que se dictan en institutos no
reconocidos como recurso para una rápida salida laboral. Un
ejemplo de los tiempos que corren; donde surge una necesidad,
alguien lo convierte en un comercio muy lucrativo.
En este sentido, presumo que vivimos una época de transición, un
momento donde las piezas parecen juntarse y solo falta que algo o
alguien las ordene en términos organizativos y de cumplimiento,
ya que, me he encontrado con varios proyectos de ley de alcance
nacional, y al mismo tiempo, leyes provinciales que lo regulan,
por lo menos, en los papales, no así en la práctica.
Muchos, que han visto la oportunidad ante la suba del desempleo
registrado y una perentoria necesidad de ingresos, aprovechan
para generar un lucro desempeñándose como intermediarios entre
los pacientes, y aquellas personas que se encuentran sin trabajo.
Normalmente, estas personas se encuentran dentro del ámbito de
la salud, y tejen sus redes a través de conocidos, recomendados, y
familiares de quienes necesitan de un acompañante. Este
comercio, se realiza vox populi, sin ningún tipo de regulación,
donde las pagas se realizan sin los aportes legales, y con el
consecuente riesgo que este “negocio” conlleva. De esta manera,
en algún momento, todos pierden. Los cuidadores, que, frente a la
necesidad, quedan desamparados y fuera del sistema; los abuelos
y personas que reciben la atención, encontrándose acompañados y
guiados por quienes no poseen la idoneidad suficiente para ejercer
semejante responsabilidad; y los familiares, que, en su mayoría,
por acción u omisión, ponen en riesgo la salud y/o los últimos
años de vida de sus seres queridos.
En la gran mayoría de estos empleos clandestinos, nos vamos a
encontrar con cuidadores o acompañantes, que, más allá de si
están formados o no, llevan a cabo su trabajo con dedicación, con
mucha responsabilidad, con humanidad, y mucho amor hacia esos
seres que realmente necesitan de su ayuda. En la actualidad, por
supuesto, vamos a encontrar también ejerciendo este servicio a
una minoría de enfermeros profesionales con muchos años de
estudio y de mucha experiencia, como también, a una minoría de
cuidadores que se han capacitado en instituciones que otorgan
títulos oficiales, e incluso, médicos extranjeros que cumplen estas
tareas de manera adicional a sus labores en hospitales públicos o
centros privados.
En este paradigma tan variopinto, donde hombres y mujeres dan
lo mejor de sí, queda en evidencia la ausencia de políticas de
estado para los disminuidos, y las falencias de un sistema de salud
pública y privada que atienda en mayor grado estos retos. Es por
esto mismo, que las necesidades urgentes de prestar estos
servicios crea un mercado no claro acerca de lo que se debe y no
se debe en el ámbito de los cuidadores, con la consecuente mirada
hacia otro lado de las autoridades, ya que, al parecer, estas
problemáticas no están en la agenda pública.
Es como si estos últimos años, nos acercáramos lentamente a un
mundo con mayores necesidades sociales y humanas en las que el
estado no se encuentra en condiciones de poder sobrellevar,
siendo la misma sociedad la encargada día a día de hacer frente a
estos desafíos, como puede y con lo que tiene.
En cada contratación de este personal, usualmente nos
encontramos con un negociado entre las partes como si el único
beneficiado, el paciente, fuese una simple mercadería con un
precio arreglado entre la oferta y la demanda. El valor de la hora,
la comida, el tipo de atención, las vacaciones, los días libres, el
lugar donde duerme o descansa, los viáticos, todo es arreglado
entre la familia del paciente y la persona que presta el servicio.
Además, los cuidadores deben manejar conflictos tácitos propios
de cada contratación, y que tienen que ver con la relación que
debe saber mantener con la familia del paciente. Muchas veces, se
generan conflictos acerca de, según la familia, como el cuidador o
acompañante debe ejercer su trabajo. Esto también, puede
acarrear un cambio y un riesgo en la relación entre el paciente y
su cuidador. Es sabido que en estas relaciones se suelen generar
lazos de sentimiento entre uno y otro desembocando en
situaciones impredecibles que no están contempladas en ninguna
norma, articulo o ley, que pretenda regular las relaciones
humanas.
Si sabemos, que en el país hay muchos centros privados que
atienden esta problemática. Lugares nuevos y de muchos años que
cumplen las más estrictas normas de calidad en la atención para el
cuidado de todo tipo de pacientes. Pero también sabemos, que
cada vez más, son para una minoría que puede afrontar los gastos
del servicio. El familiar de un paciente que haya buscado lo mejor
en la atención de su ser querido, sabe que lo mejor, se paga.
Otra de las aristas de esta problemática, es el desenlace. El
fallecimiento del paciente suele acarrear temores, suspicacias,
culpas, intervenciones policiales, prejuzgamientos, y hasta juicios
penales producto del limbo en el que se desarrollan estas tareas.
Hoy me pregunto, que será mejor, si volver a los geriátricos, pero
cambiando su fisionomía y reputación así poder dejar a los
pacientes en una “institución” renovada y acorde a los tiempos
que corren y sosegar un poco las culpas, o profesionalizar y
regular un mercado atomizado y en constante cambio según los
vaivenes económicos. No lo sé. Mientras tanto, los mayores y
personas con diferentes patologías, la familia, y los cuidadores,
siguen padeciendo una especie de laissez faire del mercado como
si todos fuesen una mercancía más que nadie sabe cómo regular.
Hace algunos años atrás, leí acerca de los robots que cuidan
ancianos en Japón como solución al envejecimiento acelerado,
políticas migratorias y baja natalidad. Las ventajas de mejorar la
calidad del servicio y menores esfuerzos para los acompañantes,
parece ser la más preponderante. La automatización de tareas, la
vigilancia y el mantenerlos activos intelectualmente con
diferentes juegos y actividades, son otras de las ventajas. Ahora
bien, en nuestro país, estaríamos muy lejos en el tiempo y en los
recursos para poder optar por esta alternativa. Y aunque sí
tuviésemos los recursos, hoy, no tenemos un estado con una
agenda pública que fomente la inclusión con una tecnología tan
avanzada.
Imaginemos por un momento a nuestro abuelo al cuidado de uno
de estos robots con inteligencia artificial. Como egoístas que
somos la mayoría, no preguntaríamos primero, si nos
quedaríamos tranquilos, sin culpa y con la sensación de haber
resuelto un problema. Después, nos interesaría saber cómo se
sentirían ellos, y no me refiero al robot. Para todo ello, en la
inteligencia artificial al servicio del cuidado de los seres humanos,
no hay regulaciones de ningún tipo. Pienso que no habría una
contratación, ninguna norma laboral que acatar, ni arreglos en la
manera de prestar el servicio, etc. Al parecer, a los abuelos
japoneses se los ve sonrientes en compañía de unos de estos
avanzados cuidadores. Creo, que la única ventaja que tenemos
como sociedad de un país que no ha llegado a ese punto, es tomar
conciencia, y estudiar este último fenómeno o experimento, para
poder, si es que realmente es una buena alternativa,
implementarlo como complemento en la atención del paciente.
¿Podría ser el fin de los geriátricos? ¿Podría ser el fin de los
acompañantes o cuidadores? Imposible saberlo. Aunque de ello
surge un interrogante que me desvela: ¿Estaremos en camino de
la robotización de los seres humanos, y la humanización de las
maquinas? Espero tener la respuesta en las próximas décadas,
cuando me llegue el momento del ocaso. Mientras tanto, cada vez
que veo la dejadez de la sociedad y de las instituciones en
nuestros mayores, me pregunto: ¿Qué será de nosotros?