La Lluvia A Traves de Nuestros Ojos - Natalia Brown

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EDICIONES KIWI, 2023


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Editado por Ediciones Kiwi S.L.

Primera edición, abril 2023

© 2023 Natalia Brown


© de la cubierta: Borja Puig
© de la fotografía de cubierta: shutterstock
© Ediciones Kiwi S.L.
Corrección: Ana Mª Benítez

Gracias por comprar contenido original y apoyar a los nuevos autores.

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obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.
Nota del Editor
Tienes en tus manos una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares
y acontecimientos recogidos son producto de la imaginación del autor y
ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, negocios,
eventos o locales es mera coincidencia.
Índice
Copyright
Nota del Editor
Prólogo
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Última parte
Epílogo
Agradecimientos
Para esas historias de amor en las que hemos sido una pequeña flor situada
en la mano que la arranca. Para esas personas que le han puesto un nombre
a la lluvia, sé que los días nublados también te recuerdan a él/ella.
«Prendí fuego a la lluvia,
la vi caer mientras tocaba tu cara.
Se quemó mientras lloraba
porque la escuché gritar tu nombre».
Adele,
Set fire to the rain
Prólogo
La lluvia caía sin cesar en Edimburgo. El otoño se había apoderado de la
ciudad y el frío se colaba en cada rincón de las casas y habitantes. Corrí
por la calle sin paraguas, mojándome a cada paso que daba con mayor
intensidad, pero no me importó porque me gustaba esa sensación. Mi vista
se volvió borrosa entre el ambiente grisáceo mientras miles de gotas
colapsaban contra la superficie del suelo. Sentí picoteos en mi cabeza y,
cuando eché la vista hacia arriba, cerré los ojos para sentir la lluvia sobre
mi rostro. Hacía mucho frío. Y no había apenas gente por la calle. La lluvia
cogió más fuerza y empecé a correr, encharcando los pies a cada paso que
daba. Necesitaba un lugar donde refugiarme, y entonces una mano tiró de
mí cuando un coche pasó a escasos centímetros de mi cuerpo. Ni siquiera
escuché el pitido ni me alerté de los faros tan cerca de mis piernas. Mis
oídos se vieron afectados por el traqueteo de la lluvia y, cuando alcé la
vista hacia atrás, lo vi.
Él acababa de salir de un establecimiento y me sequé la cara con las
manos. Pude ver con mayor claridad y aquel desconocido me miró con
preocupación. Le di las gracias con la mirada, porque tenía tanto frío que
mis labios estaban tiritando. Se quitó el abrigo y me lo pasó por detrás de
la espalda. Mi corazón aún seguía latiendo a mil por hora tras haberme
salvado de un atropello, o algo peor, y agaché la cabeza escondiéndome en
ese abrigo con un olor atrapante.
—Gracias —fue lo primero que le dije a ese chico.
Mi cuerpo se hizo pequeño y me apoyé en una pared cuando sentí un
leve mareo. Sus manos acudieron a mis codos y me preguntó algo que no
logré escuchar.
Y entonces alcé la barbilla y le miré por primera vez a los ojos. Unos
ojos tan azules como el agua del océano. Me recordaron a los de mi madre
y se me puso el vello de punta.

]
A menudo me pregunto sobre las primeras veces. Esas en las que no sabes
nada de la persona que algún día se convertirá hasta en tu propia lluvia.
¿Cómo se pasa de toda esa nada al todo? De la sequía a la inundación de
sentimientos. ¿Cómo es que Archie y yo en algún punto de nuestras vidas
éramos dos desconocidos que no sabían nada del otro? Que se miraron un
poco asustados y demasiado cortados. ¿Supimos en ese momento lo mucho
que nos íbamos a querer y el daño que nos íbamos a hacer? ¿Lo difícil que
iba a ser todo y lo fácil que intentaríamos hacerlo?
No.
Porque no éramos nada.
Y esa nada fue algo en lo que ambos deseamos convertirnos en algún
punto de nuestras vidas. Con tal de no ver sufrir al otro. Con tal de no ver
cómo el otro se seca por la ausencia de la lluvia. Nuestra lluvia. Que aquella
tarde quiso juntar a dos desastres que en algún momento iban a tratar de
convertirse en un milagro.
Como quien se atreviera a apagar aquella tormenta.
Como quien se atreviera a luchar con un amor que nació una tarde de
sábado a principios de los noventa.
Parte 1
Finales del año
1989
—BLAIR—
—Mi madre solía decir que el mundo intentaría romperme el corazón de
maneras inimaginables. —Suspiré—. Me hace gracia porque ella fue la
primera persona en hacerlo.
Apreté los labios y me mordí la lengua por dentro. Supongo que a
veces me seguía costando hablar delante de personas que en algún punto de
sus vidas tuvieron el mismo problema que yo.
—No escuché un crack ni otro tipo de sonido en mi pecho cuando
aquel día sentí que con su marcha se había llevado mucho más que a ella.
Silencio. Eso fue lo que escuché. La nada golpeándome por detrás como si
la hubiera estado evitando todos aquellos años. La nada encarándose con
mis lágrimas. Con mi ira. Con mi soledad.
Tragué saliva. Las personas seguían mirándome atentas, expectantes.
Estaba segura de que por fuera parecía mucho más segura de lo que estaba
por dentro. Siempre he sido así. Pero supe que de alguna forma tenían que
escuchar mi historia. Una más.
Di un paso hacia delante y me eché el pelo hacia un lado.
—Me quedé sola con quince años. —Mi voz retumbó en mi cabeza
como si estuviera hueca—. Y con los años aprendí que la vida es la cosa
más frágil que tenemos, lo más fácil de romper. Incluso más que un
corazón. —Me tembló la mandíbula—. Me quedé huérfana con esa edad y
estuve viviendo en casas de acogida hasta los dieciocho. Supongo que el
azar escoge algunas personas para enseñarlas antes a madurar. No lo sé.
Pero jamás en mi vida me había sentido tan sola, tan vacía, como si solo
estuviera compuesta por una capa de piel externa que no necesitaba
proteger órganos ni músculos ni venas. Siempre me he preguntado si el
vacío es una emoción real, una que te permite confirmar que al menos estás
sintiendo algo. Porque ni siquiera el día que tuve que despedirme de mamá
en el cementerio con un ramo de flores amarillas, sus favoritas, acompañada
de mi primera familia de acogida, sentí algo. Era como un agujero negro.
Uno vacío e infinito.
Hice una pausa. Ahora venía la peor parte.
—Consumí por primera vez ese mismo año. Supongo que era una niña
que lo había perdido todo, que no tenía familia y que tuvo que refugiarse de
su vida de mierda en algo que la hacía sentir lejos de la realidad que estaba
viviendo.
Cogí aire.
—Yo… no quise hacerlo. Pero, en cuanto lo probé, sentí que estaba
conociendo el arma que algún día iba a acabar con mi vida. Lo sabía
perfectamente, pero no quise parar.
Algunas personas soltaron un suspiro cargado de tensión, miedo, dolor,
empatía.
—Cuando mi madre murió, de repente olvidé cómo era ver la vida de
otro color que no fuera el gris. El horrible color gris. Hasta el cielo estaba
triste. Cada vez que observaba a alguien reír por la calle, soltar una
carcajada, sentir cariño por otra persona… me hacía entrar en un estado de
shock. Nadie podía ser feliz mientras yo estaba triste, pensaba hacia mis
adentros, admito que siempre he sido un poco egocéntrica. Pero miraba a
esas personas y me preguntaba cómo podían ser tan felices viendo la
desgracia que me había tocado vivir. Recuerdo ese primer año sin mamá,
oscuro. 1985 fue el año que cambió mi vida. Y la razón por la que me
convertí en otra persona. Mi madre y yo nos llevábamos muy bien. —
Medio sonreí—. Nos queríamos, nos teníamos la una a la otra. Pero me
falló. Siempre decía que estaríamos juntas para siempre, que nada nos
separaría. Ojalá no lo hubiera dicho. —Agaché la cabeza—. Ojalá nunca me
hubiera aferrado a ese conjunto de palabras envenenadas.
Noté mis ojos arder y una lágrima resbaló por mi mejilla. Miré a la
gente, observándome con miradas tristes y nubladas como la mía.
—Soy Blair, para los que no me conocéis, y llevo nueve meses limpia.
Se hizo un silencio en la sala. Tenía la cabeza agachada, mirándome
los zapatos, y entrelazaba los dedos de las manos, nerviosa, evitando
arrancarme las uñas. Respiré. Y, cuando empezaron a aplaudir, alcé la
barbilla y sonreí entre lágrimas, apartándomelas tan rápido como pude.
El señor Parker me sonrió desde enfrente y aplaudió con más
intensidad que ninguna otra persona de la sala. Lo cierto es que le debía
todo a ese hombre de mediana edad que casi la palma por una sobredosis a
los veinticinco años.
Llevaba doscientos setenta días limpia. Doscientos setenta días. Sin
meterme nada. Teniendo la tentación a ratos. Martirizándome cuando
pasaba eso. Comiéndome las uñas. Gritando. No estaba siendo fácil. Joder,
me estaba desintoxicando después de consumir durante cinco años de mi
vida.
Había intentado ingresar la primera vez con diecisiete años, cuando mi
segunda familia de acogida no pudo más conmigo. Normal. Era una maldita
yonqui que apenas iba al instituto y llegaba drogada a casa a las tres de la
mañana. Por no hablar de las pastillas a las que era adicta, que me tomaba
nada más levantarme para soportar el día. Que, por cierto, las escondía
dentro de la funda de la almohada.
Nunca quise parar. Y ese fue el principal error de todos. Si quieres
dejar de drogarte, tienes primero que querer dejar de hacerlo.
Supongo que el cambio de década provocó algo en mí. O simplemente
fue que conocí al señor Parker en Urgencias, cuando casi me muero por un
chute de heroína. Ese fue el punto de inflexión que marcaría siempre mi
vida.
—Yo te puedo ayudar. —Se acercó un hombre como si nada a la
habitación donde estaba ingresada, como si no quisiera darle una patada
en la entrepierna para que se largara y me dejara en paz.
Resoplé. Odiaba a la gente que decía eso, que de verdad pensaban que
podían ayudarme.
—Nadie puede ayudarme.
—Si no paras de hacerte esto a ti misma, llegará un día en que no
vuelvas a abrir los ojos —dijo apoyado desde el marco de la puerta, con los
brazos cruzados.
—¿Sabe qué? Lo mismo eso es lo que tiene que pasar.
Lo vi acercarse. Y entonces se detuvo un segundo. Sí, solo fue un
segundo. Entonces apretó la mandíbula, entornó los ojos y se inclinó hacia
mí con aire enfadado.
—¿Entonces por qué no te has matado antes? Tanto daño, ¿para qué
si sabes perfectamente cómo terminar con todo esto en unos minutos?
Me clavó sus pupilas de una forma tan intensa, tan dentro que casi
podía verme en su reflejo.
—Se trata de tu vida, ¿acaso no crees que puedes hacer grandes
cosas? Puedes enamorarte, viajar, aprender idiomas, leer libros, bañarte en
el mar, ver películas… ¿Tan oscura ves la vida que no puedes salvar ni una
razón?
Me encogí de hombros.
—Oh, sí, alguna habrá. ¿Sabes por qué lo sé?
No respondí.
—Porque, si no, hubieras acabado contigo antes.
Me mordí el labio y bajé la mirada de sus ojos.
—No tengo nada, absolutamente nada.
—¿Entonces qué es lo que te detiene para no terminar rápidamente?
Tragué saliva.
—¿Eh?
—No lo sé.
—No te he escuchado.
Alcé la cabeza de inmediato y volví a encontrarme con su mirada,
intensa y seria. Apreté los dientes con fuerza.
—No-lo-sé —recalqué cada palabra.
—¿Nunca te has preguntado cómo es la sensación de estar en una
barca en el mar y rozar el agua con la punta de los dedos? ¿O entrelazar la
mano con la persona que más amas en el mundo?
Todo eso estaba tan tan lejano de mí…
—Yo sí lo he sentido, y es algo acojonante y precioso. —Empezó a
caminar hacia atrás—. No todo está perdido, eres muy joven. ¿Sabes? No
sé si eres una cobarde por no atreverte a matarte o una chica lista por no
haber dado ese paso. —Se detuvo en la puerta—. No intentes quedarte sin
más en esta vida, averigua qué debes darte para vivir de la mejor forma
posible. Porque puedes, yo sé que tú puedes conseguirlo.
El hombre desapareció tan rápido como había aparecido, y yo me
quedé con el corazón y la mente tan aplastada que supe que aquello ya
había cambiado algo en mí. Nunca nadie me lo había dicho así; esas últimas
palabras, ese «yo sé que tú puedes conseguirlo» hizo que se me erizase todo
el cuerpo. Por primera vez alguien, que ni siquiera me conocía, confiaba en
mí. Eché la cabeza hacia atrás en la camilla y me llevé las manos al rostro,
Grité en silencio. Fue el maldito punto de inflexión.
Jamás había pensado en dejarlo. Sabía que estaba mal, claro. Pero no
quería dejarlo. Me hacía sentir mejor, me hacía… De esa forma no pensaba
en la mierda de vida que tenía. Me convertí en una chica egoísta a raíz de
consumir. ¿En quién iba a pensar sino en mí misma? Cuando no tienes a
nadie, cuando ya no te queda nadie a quien querer o proteger, solo quedas
tú. Y te aferras a ti. O intentas destruirlo. Como yo hice. Pero había llegado
la hora de dejar de jugar a intentar tocar la llama del mechero.

]
Sé que he sido egoísta a lo largo de mi vida. Lo iba a ser con Archie muchas
veces, como con Henry, con cualquier persona que me haya ayudado. No
estoy orgullosa de ello, pero aquel día, en el que conocí al señor Parker,
creo que lo dejé de ser un poco menos. Porque abrí los ojos y supe que
había una vida normal más allá del agujero negro en el que me había
enterrado sola.
Soy una chica complicada, con unos pulmones de mierda, pero con un
corazón acojonante. Y todas las veces que perdería a Archie se me iría
desgastando un poco, hasta aquellas veces en las que lo recuperaría y mi
corazón se reharía.
Porque, como todo en esta vida, hay una segunda oportunidad.
Hasta que ya no quedan más.
Entonces pierdes. Aunque nunca me ha gustado perder.
Pero a él lo iba a perder. Y nunca podría ser capaz de recuperar todo lo
que un día tuve.

—ARCHIE—
La canción que estaba tocando era triste.
Los dedos resbalaban por las teclas con una rapidez de la que un año
atrás hubiese sido incapaz. Se movían de un lado a otro con soltura,
elegancia. O eso decía siempre mi profesor. Estaba deseando terminar de
tocar la pieza para salir con los chicos a tomarnos unas cervezas, aunque
llevase toda la tarde lloviendo. Siempre me ha gustado la lluvia, a diferencia
de mi hermano.
Miré por la ventana sin dejar de tocar. Me encantaba tocar el piano
mirando hacia el exterior, como si de alguna forma encontrase el sentido de
aquella melodía en el cielo, en la gente que pasaba por la calle, en los
árboles de enfrente o en las gotas resbalando por el cristal de la ventana. No
lo sé. Pero siempre me ha gustado imaginarme una historia real con cada
pieza que tocaba.
La canción que estaba tocando era triste. Y no supe por qué, pero me
costó más encontrarle una historia de verdad, con la cantidad de historias
tristes que hay divagando por todo el mundo. Pero, de repente, la melodía se
convirtió en notas agudas y pausadas. La intensidad se redujo a la
tranquilidad, como si aquella tristeza se disipara. Me encantaba esa canción.
Por muy melancólica que sonase. Y algún día encontraría su sentido. Más
adelante.
Mi dedo índice cerró la canción con un mi agudo y suspiré. Me pasé la
mano por el pelo y me quedé un rato sentado, observando la lluvia chocar
contra la ventana.
Mis amigos solían decir que era un chico intenso porque era pianista,
no porque hubiese nacido así. Yo siempre me reía ante ese comentario. Mi
novia opinaba igual, aunque sabía que eso la volvía loca.
Yo tenía la certeza de que en realidad se trataba de eso, de ir
construyéndonos a medida que crecemos, de formarnos a raíz de nuestros
gustos y de aquellas cosas que nos apasionan.
Me puse en pie, ordené un poco la habitación, el escritorio lleno de
partituras, y me puse un abrigo para salir.
—¿A dónde vas, cariño? —preguntó mi madre cuando me vio
dirigirme hacia la puerta principal de nuestra casa. Estaba sentada tomando
un té de la forma más elegante posible en la sala de estar, como si estuviese
esperando una visita.
—He quedado con los chicos.
—¿Has mirado lo que tu padre y yo dijimos?
Mi expresión cambió y me di la vuelta, recorriendo el recibidor.
Escuché la lluvia golpear contra el mosaico de cerámica de la puerta
principal.
—¡Archibald!
—Mamá… —Me giré hacia su dirección, abriendo la puerta—. No
voy a dejar de tocar. —Y me fui.
De camino al bar en el que iba a quedar con mis amigos, me llamó
Stella y me contó cómo había sido su día en la facultad. Sonreía mientras
hablaba con ella, siempre lo hacía. Pero eso no llegó a eclipsar del todo la
presión que contenía en mi pecho por culpa de mis padres. Me despedí
apresuradamente poco antes de que me preguntara cómo había ido mi día,
usando la excusa de que había llegado al bar. No quería compartir con ella
mis problemas. Lo cierto es que no se me daba muy bien abrirme en cuanto
a problemas personales e ir contándolo como si fuera tan fácil expresar lo
chafado que estaba por dentro.
Además, tampoco era tan importante. Mis padres me presionaban para
que estudiara la carrera de Medicina, como ellos, porque la música no me
iba a llevar a ninguna parte.
«¿Crees que vas a poder sacar tu vida adelante sentado en un piano y
tocando para los demás?».
«Eso no es un trabajo, Archibald».
Siempre lo mismo. Y eso que fueron ellos los que me inscribieron en
clases de piano con cinco años porque se negaron a apuntarme al fútbol con
mis amigos. Querían algo… menos pringoso, según ellos. Los criterios de
mis padres siempre han sido muy ambiguos, y pertenecer a familias
adineradas también influye.
—Pero, bueno, ¿quién está aquí? —dijo Mark poniéndose en pie.
Había llegado al bar de la zona en la que vivían casi todos mis amigos. En
mi barrio…, la zona más pija de Edimburgo, como decían ellos, no había
bares como en el que estábamos.
—¿Cómo estáis? —les pregunté a los tres, sentándome al lado de Tom.
Ellos, Mark, Lewis y Tom, eran mis mejores amigos desde que teníamos
doce años y cada viernes por la tarde, cuando los tres terminaban sus clases
en la universidad, quedábamos para tomarnos una cerveza y desconectar.
Me gustaba estar con ellos, aunque mis padres los veían «muy
corrientes»; sí, eso decían. Pero mis amigos, a diferencia de ellos, me
entendían y me apoyaban para que le diese una oportunidad al sueño de mi
vida, aunque no fuese fácil.
—¿Y esa cara?
—¿Qué cara? —Sonreí al momento.
Siempre he sido un chico muy extrovertido, me encantaba hablar con
todo el mundo, conocer nuevas personas, charlar de cualquier tema… Pero
cuando se trataba de mí y de algún problema mío… Me cerraba en banda. Y
mis amigos conocían todas esas veces en las que escondía que algo me
había pasado. Nunca me ha gustado ser el centro de atención de las penas.
—Vamos, Archie…, ¿se trata de Stella?
—No creo que después de tres años juntos tengan problemas, esa
relación está más consolidada que los bíceps de Tom. —Se rio Lewis.
Todos nos reímos y le di un sorbo a la cerveza.
—No se trata de Stella, idiotas.
—¿Entonces?
Todos me miraron y odiaba cuando hacían eso. Ellos sabían que me
ponía nervioso que me intimidaran de esa forma para que soltara lo que me
estuviese pasando.
Al final resoplé.
—Mis padres me están presionando para que ingrese en la Facultad de
Medicina.
—La nota te da de sobra —murmuró Mark, y Tom le dio un empujón
con el brazo.
Los miré con seriedad.
—Y que deje de tocar.
—Ah, no, eso sí que no —volvió a decir Mark.
—Esas manitas que tienes hacen maravillas. Ahora sabemos por qué
Stella nunca se ha planteado dejarte.
Mis amigos estallaron en carcajadas y yo me sonrojé, poniendo los
ojos en blanco, para acabar por unirme a ellos. Tenía veintidós años, los
años locos de la juventud. Pero, bueno, a eso me refería con que sacaban lo
mejor de todo.
—No voy a dejarlo.
—Por supuesto que no lo vas a dejar —dijo Tom, dándome una
palmada en la espalda. Y no volvimos a hablar del tema.

]
¿Cómo debe ser sentir que haces lo que de verdad quieres y que tu familia
te apoya? ¿Cómo debe ser sentir hacer lo que más te gusta en el mundo y no
sentirte mal por ello? Nadie debería sentirse así. Ignorado de esa forma.
Infravalorado. Detestado.
Así me sentía por aquel entonces por culpa de mis padres. Ellos nunca
supieron verlo. No supieron ver el amor que tenía su hijo menor por la
música y por ese conjunto de teclas que hacían que se convirtiese en un
pájaro echando a volar cada vez que se sentaba frente al piano.
Es frustrante querer que te vean con los ojos abiertos y no a través de
las pestañas entornadas. ¿Qué es lo que ves? ¿Desperdicio? ¿Cómo puedes
ver una pérdida de tiempo algo que alguien hace por amor? No hace falta
que se trate de algo grandioso, brillante. Se trata de hacer que las cosas más
pequeñas e insignificantes se convierten en luces intermitentes cuando tú
quieras.
Nadie enseña a los pájaros a volar desde que nacen. Nadie nos enseña
que el amor es la mayor guerra de todas ni que echar de menos es el precio
que pagar por los momentos bonitos.
Nadie nos enseña de pequeños a querer y a elegir, hasta que lo haces
por ti mismo cuando encuentras esa brújula llena de luz que te señala el
camino que debes seguir. Yo no elegí la música. La música me eligió a mí.
Y estaba seguro de que el destino de esa brújula no iba a cambiar
nunca. Porque ¿acaso se puede modificar lo que a uno le gusta? Lo mismo
ocurre con las personas y el amor que sientes por ellas.

—BLAIR—
Recuerdo la primera vez que consumí.
Tuve miedo. Me asustaba la idea de probar algo que alterase mi
conocimiento o estado, pero el resultado estuvo muy lejos de eso. Porque
todo el mundo piensa que el miedo es una emoción fuerte, pero en realidad
puede ser sustituida tan fácilmente en un momento que asusta.
Tenía quince años y supongo que yo solo quería probar algo que
callara mi voz interna. Esa voz que apareció el mismo día que perdí a mi
madre. Yo solo… quería que se callara, quería que dejase de pensar en ella,
que estaba sola, que no tenía nadie y que nunca lo iba a tener.
Esa primera vez, conocí a Henry.
Tenía que ir al instituto por la mañana. Mis padres de acogida
insistieron en llevarme en coche, pero yo quería ir andando. Me gusta andar,
siempre me ha gustado. Además, no quería hablar con esa familia que me
había acogido y que intentaban ser amables conmigo todo el tiempo. Ahora
me avergüenzo mucho de cómo me comporté con ellos.
Decidí ir andando y, de camino, un chico moreno con el pelo rizado
pasó tan cerca de mí con su bicicleta porque un coche le pitó en la calzada
que me caí al suelo por la fuerza del viento.
—¡Eh! Mira por dónde vas —dije de mala gana. Por esa época, y
muchos años más, siempre estaba enfadada.
—Perdón, perdón. —Se bajó, preocupado, de su bici. Él debía de tener
unos dieciséis años, uno más que yo—. ¿Estás bien?
—Sí. —Le aparté el brazo cuando intentó ayudarme a levantarme.
—¿Eres nueva en el instituto?
—¿Qué te importa?
—No sé. —Le vi encogerse de hombros por el rabillo del ojo—. Casi
nunca voy a clase.
—¿Y qué haces?
—Escaparme.
Aquella respuesta hizo que alzara las cejas y mi voz interna empezó a
susurrarme las pocas ganas que tenía de ir a clase con nuevos compañeros.
—¿Y adónde vas?
—Es un secreto.
—¿Un secreto? —Me detuve y lo miré por primera vez a la cara. Era
de mi misma altura. Yo siempre había sido una chica alta para mi edad. Mi
madre solía decir que valdría para ser modelo—. Yo tampoco quiero ir a
clase.
El chico se detuvo y me miró de arriba abajo.
—Me llamo Henry.
—Yo soy… Blair —respondí con la cabeza agachada. Sabía que nunca
podría ser modelo por el simple hecho de que era una chica tímida e
introvertida, y más en aquellos años.
—¿Por qué estás triste, Blair?
Cuando dijo eso, comencé a andar de nuevo suspirando, dejándolo
atrás.
—¿Qué pasa? —Me siguió caminando con su bici a un lado, y me
crucé de brazos—. ¿Te has enfadado con tus padres?
Entonces me detuve. Mi voz interna habló y reuní todo el valor para
decirlo por primera vez en voz alta:
—No tengo padres.
Creo que asusté a Henry cuando le dije eso. Abrió los ojos marrones,
sorprendido, y cambió su expresión, mordiéndose el labio inferior. No dijo
nada para complacerme, ni siquiera que lo sentía. Quizás por eso me gustó
Henry, porque por primera vez nadie me miraba con pena ni como un
muñeco roto.
—Entonces tengo lo que necesitas.
—¿Qué necesito?
—Algo para que no pienses en lo triste que estás.
No dije nada. Ni siquiera me preocupé por estar hablando con un
desconocido, y más aún fiarme de él. Pero cuando no tienes emociones ni
sentimientos, y sientes que estás hueca por dentro, todo te importa una
mierda.
Henry no me preguntó cuántos años tenía, supuso que más o menos los
mismos que él. Siempre se arrepintió de aquel momento en su vida. Lo
martirizaba día a día. Incluso muchos años después. Sentí mi corazón
acelerarse. Sí, acelerarse como un motor potente cuando abrió la mano y me
enseñó el tesoro. Así lo llamábamos.
Pero no se puede deshacer lo que está hecho.
Ni se le puede quitar una droga a una persona rota que deseaba estarlo
un poco menos.

]
—¿Cómo ha ido la sesión de hoy? —Henry pasó su brazo por detrás de mi
espalda mientras caminábamos por la calle hacia casa. Hacía frío. Sí, a
principios de abril aún hacía frío en Edimburgo.
—Me siento bien.
—Lo estás haciendo muy bien, estoy tan orgulloso de ti, Blair. —Me
besuqueó la cabeza, y sonreí porque Henry era mi única familia después de
tanto tiempo.
Me concentré en nuestros pasos. Después de cinco años, seguimos
siendo mejores amigos. Después de cinco años, no éramos los mismos, ni
por asomo, pero nunca nos hemos separado el uno del otro.
Me gustaba caminar por la calle y poder sentir el aire frío del
ambiente, poder ver cada rostro de cada persona con la que nos cruzábamos
con claridad, la carretera, el sonido del tráfico, conversaciones, risas…
Todas esas cosas que antes veía distorsionadas y dadas la vuelta.
—Henry.
—¿Sí?
—¿Te acuerdas… te acuerdas del día que nos conocimos?
Henry cambió la expresión y retiró el brazo que me envolvía por
detrás. Sabía que no le gustaba hablar de eso, pero quería preguntarle una
cosa después de sentir que todo eso lo dejé atrás.
—Blair…
—No lo digo por eso —respondí, volviendo a pasar su brazo por mi
espalda—. ¿Qué pensaste de mí?
Me miró de reojo con una sonrisa de lado.
—¿Quieres saberlo de verdad?
Asentí.
—Nunca había visto una niña tan guapa y tan triste al mismo tiempo.
Curvé mis labios de una forma leve.
—Pero no estoy orgulloso de…
—Lo hemos hablado muchas veces —lo detuve—. Tú no tuviste la
culpa.
—Sí que la tuve, Blair —dijo con seriedad. Henry era la persona
menos seria del mundo. Henry era salvaje, impulsivo, loco, divertido.
—¿Sabes lo que pensé yo?
—¿Aún lo recuerdas?
—¡Por supuesto! —Sonreí—. Primero te quise pegar porque me
atropellaste con tu dichosa bicicleta. —Le hice soltar una carcajada—.
Después creo que… supongo que vi algo en ti.
—¿Algo? ¿Como qué? No te habrías enamorado a primera vista de un
tipo tan guapo como yo, ¿no?
Giramos la calle, dejando Lochend Road, para llegar a casa.
—Creo que vi una salida.
—La encontraste.
—Lo sé.
—Y después un muro.
No dije nada. No me gustaba que Henry se sintiese responsable cada
día de todo aquello. Lo había pasado mal, los dos lo habíamos pasado muy
mal.
Pero también demasiado bien.
Porque por unos años fuimos dos personas que no querían dejar de
pasárselo demasiado bien jugando en el borde de un acantilado.
Solo era cuestión de tiempo que uno de los dos se cayera hacia delante
o hacia atrás para detenerlo todo.

—ARCHIE—
Siempre he pensado que vivía en un entorno demasiado grande para mí.
Mis padres, cirujanos en el mejor hospital de la ciudad, conocidos por todo
el mundo, una casa con demasiados huecos vacíos en el mejor barrio,
dinero, lujos innecesarios. Mis padres eran ese tipo de personas a los que les
gustaba ostentar por todo lo que tenían, porque lo tenían todo.
Y yo… No sé, quizás empecé a verlo todo grande cuando supe que mi
sitio no estaba ahí.
Cuando era pequeño, mis padres se habían asegurado de que Jake, mi
hermano mayor, acabaría estudiando Medicina como ellos. Y que yo sería
el siguiente. Supongo que nunca presté atención a esa presión hasta que
llegó mi turno, porque había supuesto que con que Jake cumpliera los
deseos de mis padres bastaba. Pero no. Con mis padres nada bastaba. No
querían que solo uno de sus hijos fuese igual que ellos. No, querían que los
dos fuésemos copias exactas de ellos.
Y no hay nada que me dé más rabia que el que me obliguen a hacer
algo que no quiero. Eso ha sido algo con lo que he tenido que lidiar toda mi
vida por culpa de ellos. Mi hermano siempre ha sido todo lo que ellos han
querido. Lo han manipulado. Ha sido su experimento, como solía decirle
cuando me cabreaba con él. Pero eran cuatro años los que separaban a Jake
de mí y he crecido viendo cómo mis padres chafaban el deseo de mi
hermano de estudiar Biología, lo que siempre quiso.
Cosa que no iban a conseguir conmigo.
El ser humano tiene la errónea idea de que necesita a alguien para ser
feliz, yo solo necesitaba un piano.
A los cinco años fui obligado a sentarme en una banqueta por primera
vez y observar las enormes teclas del piano de mi primer profesor. Aún
recuerdo ese brillo en los ojos de mis padres cuando me vieron ahí sentado,
con un profesor expresamente para mí solo, con tal de no verme jugando
con mis amigos en el parque.
Lo odié al instante. Y, aunque me negué repetidas veces a ir, mis
padres me obligaban. Hasta que un día… simplemente la magia apareció
sola.
Creo que fue con el tiempo, llevaría un año tocando, y desde tan
pequeño ya sabía identificar cada nota y podía tocar alguna pieza sencilla
con una mano. Recuerdo que ese día me salió una pieza que llevaba mucho
tiempo practicando y me puse muy contento, tanto que no me di cuenta la
última vez que odié asistir a una clase.
Los años pasaron, hice muchas actuaciones en el conservatorio, pero
mis padres nunca contaron con que ser pianista era en lo que quería
convertirme.

]
—¿Crees que lo conseguiré? —Entrelacé mis dedos con los de Stella.
Estábamos tumbados en su cama.
—¿El qué?
—Convencerlos.
—Eres mayor, Archie, puedes hacer lo que tú quieras.
—¿Qué opinas tú?
—No lo sé. —Se encogió de hombros.
Me aparté de ella con una expresión confundida.
—¿Cómo que no sabes?
Stella me miró como si no entendiese mi reacción. Ella sabía lo mucho
que deseaba elegir mi propio camino.
—Quizás… debas centrarte en una carrera, Archie.
—¿En serio te estás poniendo de parte de ellos? ¿Te han dicho que me
convenzas o algo?
—No es nada de eso, cariño. —Intentó disminuir la distancia que nos
separaba. Llevaba una falda a cuadros azul y blanca con una chaqueta corta
a juego de marca. Stella también venía de buena familia.
—¿Piensas que la música no es centrarme en algo que quiero?
—Archie, yo no he dicho eso.
—Déjalo. —Me levanté. Se me hizo un nudo en la garganta.
—¿A dónde vas?
—No lo sé.
—Cariño…
Me giré hacia ella una vez más. Era tan dulce, demasiado delgada,
pero tan guapa y lista. Habíamos hablado de casarnos. Sí, de hecho, fueron
nuestros padres los que nos lo sugirieron después de tantos años. Y yo
quería casarme con ella. Pero no quería hacerlo con una chica que no me
apoyase en lo que más quería hacer en mi vida.
—Archie, deja de hacer el tonto.
—Solo quiero que me apoyes —le supliqué, pasándome la mano por el
pelo. Por esa época lo llevaba bastante largo, aunque por aquel entonces era
moda a finales de los ochenta.
Stella juntó los labios y me miró desde el borde de la cama. Siempre
hacía eso cuando quería decir algo que no quería.
—Suéltalo.
—Archie, yo… Yo quiero lo mejor para ti, ya lo sabes, quiero algo
estable para los dos. ¿Cuál es tu plan? ¿A dónde irás? ¿Dónde tocarás?
¿Qué haré yo mientras tú estás… por ahí?
No respondí a ninguna de esas frases. Tan solo… yo tan solo me di
cuenta de que estaba más solo de lo que pensaba en todo aquello y que
necesitaba su apoyo para seguir adelante. Ese siempre ha sido uno de mis
defectos; necesitaba contar con el apoyo de los míos para atreverme a echar
a volar de verdad. Si no…, sentía que no lo estaba haciendo bien por mucho
que mi corazón dictase esa dirección.
Aquella noche salí con mis amigos y nos emborrachamos. Sabía que
no debía cubrir mis problemas con el alcohol, pero por aquel entonces era
un chico de veintidós años inmaduro y cabreado con el mundo.
Recuerdo salir aquella noche por un pub de moda de Edimburgo. The
Luckiest, creo que se llamaba. Era un lugar divertido. Ponían la música del
momento: rock clásico con Oasis, mi grupo favorito, rock alternativo como
Pearl Jam, grupos del momento como No Doubt… Y más tarde se unirían
los Backstreet Boys o el boom de las Spice Girls, que lo petarían en los
noventa. La música de antes siempre ha sido mejor que la que hay en estos
días.
Mis amigos y yo siempre hemos sabido pasarlo bien. Donde hubiera
un par de cervezas, ahí estábamos los cuatro. Era bastante fiestero, a
regañadientes de mis padres. Sabía que la noche era para mí en muchas
ocasiones, ya fuese para salir y ponerme como una cuba con mis amigos o
para tocar hasta las tres de la mañana una pieza en mi piano.
Hasta que conocí a Stella. Mis padres me la presentaron porque
conocían a sus padres y me obligaron a conocerla para supuestamente
asentarme un poco. Lo sé, yo odiaba a mis padres, pero ellos también me
miraban como si no estuviese hecho para esa familia. Nos conocimos
cuando vinieron a tomar el té a casa y… era la chica más guapa que había
visto en mi vida. Tenía diecinueve años, creo, y las hormonas estaban
demasiado revolucionadas. Ya desde los catorce o quince años, no quiero
que suene mal, pero las chicas ya se fijaban en mí.
Me asenté un poco cuando conocí a Stella. Sí, recuerdo que ha sido de
las pocas temporadas en las que mis padres se llevaron bien conmigo
porque por fin nos pusimos de acuerdo en algo. Pero las ganas de salir,
cerrar los ojos con la música de fondo en una disco mientras los tontos de
mis amigos ligaban con algún grupo de chicas… me comían el pensamiento
muchas veces.
Siempre he dicho que cambiar por una persona es bueno y malo a
partes iguales. Porque puedes cambiar todo lo que tú quieras, menos
aquellas cosas que sabes que forman parte de cada célula de tu cuerpo.
Stella me entendía, a pesar de verse siempre tan condicionada por su
familia. Y me quería. Y yo la quería, aunque sabía que no llegaba ni a la
mitad de lo que ella me quería a mí. Nunca había sabido lo que se sentía
querer a alguien y con ella lo experimenté a medio gas por primera vez.
No recuerdo el día en que me di cuenta de que la quería, aunque
supongo que fue aquella vez que la invité al cine a ver una película que
tanto quería ver y no pude prestar atención ni cinco minutos seguidos
porque no podía dejar de mirar el brillo de sus ojos. Entonces le cogí la
mano con fuerza y le susurré en el oído que la quería. Fue la primera vez
que dije a alguien que la quería en voz alta. Quizás ese nivel de amor que
tenía por aquel entonces no se iba a acercar ni un poco al que sentiría años
después por otra persona distinta, pero lo sentí, lo viví. Y más tarde entendí
lo que significa tener ese primer amor, que tan solo calienta el motor del
corazón para prepararte contra el siguiente impacto. Ese en el que pierdes el
sentido del paso de las horas de un día porque te dedicas a contar lunares y
explorar la piel de un cuerpo que no es el tuyo.
Aquella noche en aquel pub tan solo quería sentir que por un momento
todo estaba bien. Que mis padres me apoyaban, que mi novia también lo
hacía. Me acerqué a la barra y le pedí al camarero una copa del licor más
fuerte, y me lo bebí de un trago. Mis amigos chillaron a mi alrededor y me
sentí mejor.
—Eh, tú, musculitos, una chica ha preguntado por ti —me dijo Tom en
algún punto de la noche. Sabía que habían vuelto a ligar con un grupo de
chicas. Siempre lo hacían. Mis amigos estaban locos de la cabeza, pero eran
buena gente.
—¿Quién? —pregunté, entornando los ojos hacia la gente que había en
el local.
—La pelirroja que está al lado de la rubia, ¿puedes dejar de llamar la
atención de las más guapas? Tienes novia y no dejas a los demás —se
quejó, y me reí.
En el fondo mis amigos se alegraban de que tuviera novia. Observé a
la chica desde la lejanía, normalmente cuando le gustaba a una chica solía
apretar la mandíbula con fuerza y decir que tenía pareja. La mayoría de las
veces no me fastidiaba porque quería a Stella. Pero aquel día… estaba
tocado.
¿Quería casarme y estar toda mi vida con ella? ¿Merecía querer a
alguien a medias y ella tener a un chico que no la quisiera como ella lo
hacía?
Tal vez no quería a Stella tanto como pensaba cuando crucé una
mirada con aquella chica del vestido negro y sentí un oscuro impulso, o tal
vez solo era la decepción que sentí ese mismo día al saber que no me
apoyaba del todo.
—Me llamo Samah.
—Yo Archie.
—Eres muy guapo, Archie. —Se acercó tanto a mí que pude oler el
alcohol de su boca. Estuve a punto de cometer una estupidez, de cagarla y
hacerme sentir peor con mis mierdas de decisiones. Por eso me aparté a
tiempo y tuve que salir del local. Escuché a mis amigos detrás de mí, pero
me estaba poniendo la chaqueta mientras subía la calle con rapidez para
coger un taxi.
—Joder. —Me pasé las manos por la cara. Me odié en ese instante.
¿Y si estaba cometiendo un error de verdad? ¿Y si mi lugar estaba
junto a Stella, estudiando la carrera que mis padres querían y
convirtiéndome en lo que se esperaba de mí?
Aquella noche sentí que toda mi vida se estaba tambaleando, que cada
decisión que pensaba tomar era incorrecta.
Estaba perdido.
Totalmente perdido.
Y triste.
Porque en el fondo no quería hacer nada de lo que seguramente
acabaría haciendo con tal de no decepcionar a nadie.

—BLAIR—
En 1986 ya era una adicta de dieciséis años. Estaba enganchada, muy
enganchada. Y Henry también lo estaba. Más incluso que cuando lo conocí.
Nunca le preguntaba de dónde traía las pastillas, la farlopa, el LSD o la
maría, pero siempre lo conseguía. Los tipos con los que a veces se
relacionaba me daban miedo, aunque lo más probable es que fueran adictos
igual de peligrosos que yo misma.
Al principio consumía de vez en cuando, solo cuando me daban esos
episodios de depresión fuertes. Mi familia de acogida me llevó a varios
psicólogos, pero nunca solté ni una sola palabra. En realidad con ellos
tampoco hablaba, solo lo hacía con Henry. Él era el único que me entendía,
o al menos la única persona con la que podía abrirme de verdad. ¿Por qué
él? ¿Qué tenía ese chico desconocido que casi me atropella con su bicicleta?
No lo sé, nunca lo supe, pero lo que sí sabía era que Henry nunca me miró
con esos ojos de lástima ni pensaba en lo desafortunada que era por no tener
familia biológica o por estar tan hueca por dentro que se podía escuchar el
silencio en mi interior.
A la mierda las familias biológicas. Estaba enfadada con el mundo. Y
no sabía hacer otra cosa que meterme tres o cuatro rayas encima para
calmar todo el dolor que sentía una adolescente. ¿Sabes lo peor? Por aquel
entonces, solía pensar que si me moría no pasaba nada. Y eso que he estado
a punto varias veces.
Me da vergüenza contar todo esto. Recordar la clase de chica que era
cuando tendría que haber disfrutado de una adolescencia como otra niña
más. Podría haber pasado por lo mismo y no haberme convertido en una
adicta con esa edad, podría haber pasado por lo mismo y no haber excavado
y excavado hasta que mis manos no pudieron más.
No lo sé. Pero un día, descubrí que me gustaba bailar. Y eso me ha
salvado en muchas ocasiones en mi vida. El caso es que estaba colocada, no
había día que no lo estuviera, pero esa tarde acompañé a Henry a llevar a su
hermana pequeña a clase de ballet a una academia. Nunca había puesto el
mayor interés en nada que no tuviese que ver con drogas o pastillas, pero
ese día… me quedé pasmada mirando, por el hueco de la puerta, la clase de
ballet de niñas de once años. No sé lo que pasó, si fue la melodía a piano o
los movimientos de brazos y piernas los que captaron mi atención, pero
sentí un cosquilleo en la tripa. Quizás fuese en los pies y en los brazos, que
a continuación traté de imitar.
—Deja de hacer el tonto y vamos —me dijo Henry, y puse mala cara
antes de seguirle y alejarnos de la música relajante.
Dos días después, en una nave de un polígono industrial apartado,
donde solíamos fumar y colocarnos junto a más amigos, empecé a bailar yo
sola. Recuerdo que no tenía música, pero me inventaba melodías en mi
cabeza. Y bailaba. Y bailaba.
Por supuesto, era un desastre, pero a mí me gustaba hacerlo. Más que
eso, me encantaba. Me… evadía de todo lo demás. Ese día también me
había metido unas cuantas pastillas azules, y aprendí que no debía mezclar
la droga con el baile porque hice un mal movimiento y caí al suelo. Solo
recuerdo ver sangre en el suelo. Me llevé la mano a la cabeza y estaba
chorreando. No me asusté ni un poco. Al contrario, iba tan puesta que no
sentía nada de dolor. Nada. Entonces vino Henry y me vio rodeada de toda
esa sangre.
—¿Blair? ¿Qué cojones…? Mierda, estás sangrando. —Se acercó,
asustado, y se arrodilló a mi lado.
Empecé a ver borroso y, con mis manos, intenté sostener el rostro de
mi amigo.
—¿Qué estás haciendo? —dijo enfadado—. Joder, Blair, vas hasta
arriba. ¿En qué pensabas? No puedo llevarte al hospital, mierda, no puedo
llevarte así.
Entonces empecé a reírme. Recuerdo a Henry meterse una pastilla en
la boca y tragársela sin agua. Él también iba hasta arriba.
—¿Te estás riendo? Blair, esto es un marrón.
Seguí riéndome. No sabía muy bien por qué lo hacía, pero cuando vas
tan colocado no sabes lo que haces ni dices la mayor parte del tiempo. Lo
próximo que recuerdo es perder el conocimiento y despertarme en una cama
que estaba en el suelo en una casa en ruinas. Un amigo de Henry, al que
después le debió pasta, me salvó la vida. Sí, le cobraron a Henry por
salvarme. Y estuvo sin hablarme casi dos semanas.

]
Durante los primeros meses de desintoxicación a menudo pensaba en
recaer. Sí, lo digo tan claro porque es la verdad y quien dice lo contrario
miente. Te pasas cada día o cada dos pensando si tomaste una buena
decisión creyendo que serías capaz de hacerlo. Yo he dudado muchas veces
de mí. Pero también me he demostrado que era más fuerte de lo que creía.
Quizás porque tenía a Henry y a sus padres, que se acabaron convirtiendo
en mi familia de verdad después de cumplir los dieciocho y dejar de ir de
casa en casa cada jodido año.
Estar limpia me hizo volver a sentir por primera vez desde que mamá
estaba viva todas esas emociones y sensaciones que estaban apagadas
cuando estaba colocada. Nunca antes me había dado cuenta de la ausencia
de los colores, de la música, de la paz que había a mi alrededor. Era como si
hubiese estado viviendo en pausa mientras todo lo demás seguía su curso.
Ese año, hubo un día en que me miré al espejo. Tenía veinte años y me vi…
diferente.
—Hola —dije a la persona que me estaba mirando a través del reflejo.
Dios sabe el tiempo que había pasado sin mirarme a uno con tal de no ver la
decadencia en persona y sentirme avergonzada por ello—. Me gusta esta
nueva Blair —dije en voz alta, hablando conmigo misma.
Y besé el espejo. ¡Sí! Suena ridículo, ¿verdad? Pero me incliné y me
besé. Y me prometí a mí misma que me iba a cuidar, que a partir de ese
momento ya solo quedaba seguir nadando hacia arriba, hacia la luz.
Acababa de nacer, y entonces recordé aquellas palabras del señor Parker:
«¿Conoces la sensación de estar en una barca en el mar y rozar el agua con
la punta de los dedos?».
Ahora sí que quería sentirlo.
Año
1992
—BLAIR—
La lluvia caía sin cesar en Edimburgo esa tarde. El otoño se había
apoderado de la ciudad y el frío se colaba en cada rincón de las casas y
habitantes. Corrí por la calle sin paraguas, mojándome a cada paso que daba
con mayor intensidad, pero no me importó porque me gustaba esa
sensación. La ciudad mágica de Escocia, que se construyó alrededor de una
colina, salpicada por una arquitectura con trazados medievales y otros
georgianos. Donde es fácil encontrarse rodeado de casas de piedras oscuras
y mojadas por las lluvias recurrentes durante todo el año. Es verdad eso que
dicen de que es mágica; yo viví allí, yo lo sé. En ninguna otra ciudad
puedes alzar la cabeza y encontrarte con un castillo situado en una colina
tan próxima al centro, por el que puedes acceder a través de Royal Mille. En
ninguna otra ciudad puedes pasear por un centro histórico —tan histórico
que fue llamado Old Town— lleno de misterio, cultura e historia.
Edimburgo es una ciudad oscura, es una ciudad fantasma cuando la lluvia la
cubre como un telón después de una obra de teatro. Es una ciudad
misteriosa, inspirativa, donde cualquier persona puede ser la protagonista de
un poema de desamor o una novela romántica e íntima.
Mi vista se volvió borrosa entre el ambiente grisáceo mientras miles de
gotas colapsaban contra la superficie del suelo. Sentí picoteos en mi cabeza
y, cuando eché la vista hacia arriba, cerré los ojos para sentir la lluvia sobre
mi rostro. Hacía mucho frío. Y no había apenas gente por la calle. La lluvia
cogió más fuerza y empecé a correr, encharcando los pies a cada paso que
daba. Necesitaba un lugar donde refugiarme, y entonces una mano tiró de
mí cuando un coche pasó a escasos centímetros de mi cuerpo. Ni siquiera
escuché el pitido. Mis oídos se vieron afectados por el traqueteo de la lluvia
y, cuando alcé la vista hacia atrás, lo vi.
Él acababa de salir de un establecimiento y me sequé la cara con las
manos. Pude ver con mayor claridad y aquel desconocido me miró con
preocupación. Llevaba un traje gris hecho a medida y el pelo castaño bien
peinado. Le di las gracias con la mirada, porque tenía tanto frío que mis
labios estaban tiritando. Se quitó el abrigo y me lo pasó por detrás de la
espalda. Mi corazón aún seguía latiendo a mil por hora tras haberme
salvado de un atropello, o algo peor, y agaché la cabeza escondiéndome en
ese abrigo con un olor atrapante.
—Gracias —fue lo primero que le dije a ese chico joven.
Mi cuerpo se hizo pequeño y me apoyé en una pared cuando sentí un
leve mareo. Sus manos acudieron a mis codos y me preguntó algo que no
logré escuchar.
Y entonces alcé la barbilla y le miré por primera vez a los ojos. Unos
ojos tan azules como el agua del océano. Unos ojos muy intensos. Me
recordaron a los de mi madre y se me puso el vello de punta.
—Muchas gracias de verdad —repetí, quitándome el abrigo y
devolviéndoselo.
—¿Estás segura?
—Llueve mucho. —Señalé la calle y me aparté el pelo mojado de la
cara.
Era la peor tormenta en años.
—¿Verdad que sí? Seguro que es la peor tormenta en muchos años.
Sonreí con levedad. Y supe que me tendría que ir o no llegaría a
comprar el regalo de cumpleaños de la hermana de Henry.
—Tengo que marcharme, muchas gracias otra vez —empecé a decir,
dándome la vuelta. No sabía por qué aquel chico se había quedado tan
pasmado mirándome. Entonces sonrió. Tenía una sonrisa muy bonita.
—No hay de qué. —Se giró y continué mi camino por la calle. Había
sido todo un poco… raro. Por eso me volví a girar y le vi alejarse,
mezclándose entre la multitud.
Posteriormente pensaría mucho en ese momento. En ese primer
encuentro. Y tendría la certeza de que fue tan raro porque fue el propio
destino el que nos colocó justo ese día y nos dio una pista de la persona que
iba a cubrir todos esos huecos que ambos teníamos en el pecho.

]
—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz… —cantamos todos alrededor de
Anna.
—No puedo creer que mi hermana haya cumplido diecisiete años —
me susurró Henry en el oído mientras observaba a Benjamin y Tanya, sus
padres, darle el regalo a su hija.
—Dentro de nada tiene novio —le devolví el susurro mientras Anna
gritaba de emoción por haber conseguido entradas para el concierto de
Cindy Lauper, su cantante favorita.
—Oh, por Dios, cállate.
—Ahora me toca a mí —canturreé, sacando mi regalo y dándoselo con
emoción.
—Sabes que no hacía falta, Blair —me dijo Tanya, sonriéndome con
afecto.
Anna se abalanzó hacia mí y cogió el regalo envuelto con emoción. A
mí me encantaba verla así. La había visto crecer desde que tenía once años
y verla tan mayor… Sentía de corazón que era una hermana para mí.
—¡Blair! —dijo poniéndose en pie, desvelando la cámara instantánea
que le había comprado—. ¿Cómo…? ¿Cómo sabías…?
—Soy la mejor haciendo regalos. —Le hice ojitos a Henry mientras su
hermana me abrazaba.
—Vamos a estrenarla, dejad que os haga una foto. —Cogí la cámara y
me posicioné delante de los cuatro.
—No me gustan las fotos.
—Es una foto de familia, Henry.
—Tú también deberías estar —comentó Tanya, posando al lado de su
marido.
—En la siguiente. —Sonreí.
Les hice una instantánea. Sonó un clic y fue como si mi felicidad
también saliese por ese mismo flash. Esa era mi familia. Ellos. Gracias a
Henry, siempre a Henry. Cuando perdí a mamá, jamás pensé que volvería a
tener una de verdad. Y, aunque la familia Clark no era mi familia biológica,
siempre me trataron como una más, incluso con todos los problemas que
llevaba conmigo. Tanya y Benjamin nunca me trataron como un caso
perdido, al contrario. Ellos fueron los primeros en confiar en mí dos años
atrás, en que podía conseguirlo.
Una noche, Ben tuvo una conversación conmigo, una conversación
que me abrió bastante los ojos antes de ingresar a la clínica:
—No puedes seguir haciéndote esto, Blair.
—Ya lo sé —dije mirando hacia el frente. Estábamos en el porche del
jardín trasero. La casa de los Clark era sencilla; vivían no muy lejos del
centro, en un barrio de familias de clase media.
—Si lo sabes…, ¿por qué lo sigues haciendo? ¿Cuál es la razón por la
que decides meterte una pastilla o esnifar cualquier cosa?
Los ojos se me pusieron lacrimosos.
—No lo sé. —Suspiré—. Soy débil.
—No lo eres, no lo vuelvas a decir.
—Sí —gimoteé. Estaba cansada. Cansada de intentarlo y caer cada
día una y otra vez. No poder controlarlo era algo tan frustrante.
—Henry ha superado el peor paso.
—Yo no soy tan fuerte como él, Ben. —Me abracé las piernas con los
brazos—. Además él… lo ha hecho por vosotros.
—Lo sé —respondió con la mandíbula apretada—. Pero, Blair, yo no
quiero que lo hagas por nadie, quiero que entiendas que lo tienes que hacer
por ti.
—Le echo de menos.
—Todos le echamos de menos, hija. —Suspiró—. Y en cuanto salga de
desintoxicación va a ser una nueva persona.
—Ya.
Me quedé mirando a un punto fijo unos minutos. Un mes atrás, Henry
habló conmigo y me dijo que ingresaría en una clínica. Lo dijo con los ojos
llorosos. Lo dijo con dolor. Lo dijo sin estar colocado.
Y lo creí. Porque sabía que cualquier cosa que él se propusiera lo
conseguiría. Recuerdo que lo miré con la barbilla temblando y deseé poder
ser él. Lo miré a los ojos, marrones como el café, y quise de verdad poder
hacerlo junto a él cuando me lo propuso. Y simplemente miré de reojo la
hierba, las pastillas y varias rayas en la mesa de cristal que había al lado y
suspiré con los ojos llorosos.
«No puedo».
—Blair… —captó Ben de nuevo mi atención.
—¿Sí?
—¿Tú sabes… sabes lo que se siente al sentarte en medio de un campo
lleno de flores?
—No.
—El tacto de los pétalos entre tus dedos, las hojas haciéndote
cosquillas en los brazos, respirar profundamente y sentir el aire puro
entrando por tus pulmones y saliendo sin dificultad.
Tragué saliva.
—No. —Se me cayó una lágrima.
—¿Hace cuánto que no te fijas en los rostros de las personas e
intentas adivinar lo que sienten por su expresión?
Negué con la cabeza y me sequé las mejillas con las manos. Cuando
llevas tanto tiempo mal, hundido, drogado, llega un punto… Llega un punto
en que no sientes nada, no distingues nada, no te fijas, no respiras, no te
importa nada.
Ben posó su mano en mi rodilla y me miró con los ojos brillantes.
—Pues lo sabrás cuando lo dejes todo, Blair. Y estoy seguro de que lo
conseguirás.
Sonreí con la cara mojada y la mandíbula tiritando. Me aferré a esa
idea. A ese pensamiento. Quería hacerlo. Y encontré más de una razón.
Porque si algo aprendí de todos esos años es que siempre hay una razón
para seguir adelante, aunque sea muy pequeñita.
Un mes después, me dio una sobredosis por heroína. Y ahí acabó todo.
Esa vez… fue la peor y la última de todas. Cuando el señor Parker llegó a
mi vida y tras esa conversación que tuvimos, le dije que llamase a Tanya y
Ben para que me ingresaran en una clínica. Dos años y pico después ahí
estaba, celebrando el cumpleaños de Anna totalmente sobria y sabiendo lo
que siente al estar en un campo de flores.
Siempre estaré agradecida a ellos por confiar en mí, por haberme
dejado vivir con ellos desde que dejé las casas de acogida y me cogieron en
el conservatorio de ballet de la ciudad.
Cambiaron muchas cosas de un año a otro. Y sí, 365 días son
suficientes para perderte unas cuantas veces, pero también para encontrarte
de nuevo.

—ARCHIE—
Llegaba tarde a mi primera clase mientras corría por las calles de
Edimburgo a las nueve de la mañana con un maletín lleno de partituras y
muchos nervios en el cuerpo. No era un chico nervioso ni solía serlo cuando
tenía que tocar, pero aquel día… era mi primer día de trabajo.
A finales de 1990, me marché de casa. Tuve una larga discusión con
mis padres cuando decidí definitivamente rechazar la oferta de ir a la
universidad: me gritaron, me dijeron que estaba echando mi vida a perder,
menospreciaron mi talento… Y yo me mantuve serio y recto en todo
momento. No dije nada más que tres palabras:
—Quiero ser pianista.
Y se desató todo el caos. Y tuve claro que no quería seguir estando en
esa casa. Les dije que me iba a ir, me gritaron que se avergonzaban de que
fuese su hijo y, al día siguiente, cuando me vieron con las maletas, me
suplicaron que no lo hiciera.
No derramé ni una sola lágrima mientras me temblaba el alma por
dentro y los dejaba atrás. No lo hice hasta que llegué a un pequeño
apartamento que alquilé en el centro para mí solo. Siempre he sabido que no
quería estar en lugares grandes donde quedasen huecos vacíos, como en
casa de mis padres. Tanto espacio para nada. Me gusta lo íntimo, siempre
me ha gustado. Para mis padres vivía en una pocilga, para mí era mi hogar.
Mi nuevo hogar.
Apenas hablaba con mis padres, y con Stella… todo era raro desde que
decidí apostar por mí.
—Archie, tú mereces algo más.
—¿Algo más? ¿Qué crees que necesito? Dímelo. —La miré
atentamente—. Solo necesito eso de ahí para ser feliz. —Señalé el piano—.
¿Es tan difícil de entender?
No parecía entenderlo, y menos cuando me distancié de mis padres. Y
los padres de Stella no sabían hacer otra cosa que meter mierda sobre mí. Si
no estudiaba Medicina, estaba claro que iba a ser un mierdas para su hija,
¿no?

]
—Bienvenido al conservatorio de danza, señor Bell. —Alana Anderson, la
directora del conservatorio, me dio la bienvenida. Era una mujer de
mediana edad, rondando los cincuenta, vestida con unas mallas finas y un
jersey rosado. Cuando conocí a esa mujer una semana y media atrás, me
había quedado impresionado por su forma de moverse. Con tan solo andar
se sabía que había sido una de las mejores bailarinas de ballet de Europa.
—Puede llamarme Archie mejor.
—¿Cómo se encuentra? ¿Tiene ganas de empezar?
—He calentado esta mañana un rato —bromeé.
—Le acompaño a su clase. —Comenzó a moverse por un pasillo.
Había ido dos veces al conservatorio de danza de Edimburgo: la primera,
para solicitar una prueba para pianista; y la segunda, para firmar el contrato
de trabajo.
—Bien. —La seguí cuando se detuvo en una clase vacía y bastante
espaciosa. Había barras de ballet, espejos en cada pared y puntas tiradas por
el suelo—. Como bien le dije, su clase será de alumnas entre doce y catorce
años. Están en plena pubertad, tenga paciencia y no…
—No se preocupe —la corté—. Todo irá bien —dije con un tono
forzado.
—Bien, tómaselo con calma la primera semana. La señorita Helena,
profesora de su clase, le dará en todo momento las indicaciones.
Asentí.
—Usted tiene talento. —Se acercó un poco más, con seriedad—. Y
este lugar está rodeado de personas con talento.
Intenté sonreír, pero en ese momento no supe muy bien si estaba
siendo un cumplido o no.
—Las clases son de nueve a dos y de cuatro a ocho. Usted estará de
lunes a viernes.
—Entendido. —Me lo dijo el día que firmé el contrato, no me pilló de
sorpresa.
—¿Está todo claro? Puede dejar sus cosas en la sala de los profesores,
al final del pasillo a la derecha. El resto de clases están esparcidas por esta
ala del conservatorio; justo en el otro lado, la residencia de los bailarines.
—Perfecto. —Sonreí, un poco nervioso.
—¿Ha traído las partituras de las canciones?
—Sí, aquí están. —Levanté el maletín.
—Bien, que tenga buena suerte en su primer día. Si necesita cualquier
cosa, hágamelo saber. —Empezó a alejarse.
—¡Muchas gracias! —me despedí en medio del pasillo.
—Ah, una cosa. —Se detuvo antes de desaparecer del todo—. Usted es
un tipo joven y guapo, no haga caso a lo que le puedan decir unas bailarinas
adolescentes.
Me sonrojé y no sé por qué me puse más nervioso aún. Joder, ¿dónde
me había metido? Intenté relajarme. Iba a tocar, solo eso. El piano. Yo. Una
profesora de unos cuarenta y pico. Y… un puñado de adolescentes bailando
al son de mi música.
Todo iba a salir bien.

]
La primera semana fue agotadora. O más que eso. No había trabajado en mi
vida. Bueno, mis padres no quisieron que lo hiciera antes porque nos
restaba glamur a la familia. Pero estaba orgulloso de haber empezado por
eso. Abrirse un camino y ganar una reputación como pianista era tarea
complicada, solo tenía que ir cogiendo más experiencias y seguir
aprendiendo nuevas cosas.
Como me advirtió Alana Anderson, no fue fácil sobrellevar una clase
en condiciones con adolescentes de catorce años mirándome todo el rato.
Tengo que decir que fue bastante incómodo, sobre todo los dos primeros
días. Helena me presentó y todas las niñas cuchicheaban entre ellas. Fue un
auténtico desastre el primer día. Estaba nervioso, desconcentrado. Intenté
llevar un orden con las partituras y canciones, pero me liaba todo el rato y
las miradas de las niñas, puestas en mí, me ponían nervioso.
Llegué a casa con muchas dudas. ¿Habré elegido bien? ¿Me habré
equivocado? Odiaba ser tan inseguro conmigo mismo cuando sabía que en
el fondo valía para ello y me gustaba.
Cuando superé la primera semana, me sentí mucho mejor, y sabía que
de ahí en adelante cada vez iba a ser mejor. Porque lo sentía. Además, ella
estaba ahí sin yo saberlo. Y mi corazón… creo que lo sintió de alguna
forma.
—BLAIR—
Todos pensaron lo mismo —incluida yo— cuando me aceptaron en el
conservatorio de danza sin haber tenido una base de niña. En realidad nunca
he dejado de bailar. Desde el día que Henry y yo llevamos a Anna por
primera vez a su clase de ballet en la tarde, me obsesioné tanto que empecé
a hacerlo a diario. No sabía si lo hacía bien o mal, la verdad es que no me
importaba, pero me limitaba a copiar los movimientos de vídeos que veía en
cintas. Si bailar colocada se me daba más o menos bien, estando sobria era
otro mundo. Podía sentir aún más la música, escuchaba mi cuerpo,
conseguía precisión en mis piernas y brazos. A veces, tanto que me
asustaba.
He llegado a pensar que de pequeña mamá había sido bailarina y que
de alguna forma lo llevaba en la sangre, porque no fue normal lo mucho que
crecí y aprendí a hacer en un año por mí misma.
Supongo que eso fue otro de los factores que me ayudó a superar mis
adicciones. Cuando bailaba el mundo se detenía. Mi pasado no existía. Tan
solo estaba yo. Esa nueva Blair. La Blair en la que me convertía cuando me
recogía la melena rubia en un moño y giraba sobre unas puntas que Tanya
me compró. Henry solía decirme que estaba loca. Él se podía pasar horas y
horas viéndome bailar en silencio, pensando en a saber qué, riéndose de mí
cuando me caía y le lanzaba la punta a la cara. Lo pasábamos bien. Y a mí
me gustaba que me mirase.
Henry… Henry siempre fue algo más que un amigo o un hermano.
Henry lo era todo para mí. Era mi reflejo y mi sombra. Cuando nos
conocimos tenía quince años, y él me ha visto crecer y pasar por todas las
fases por las que una persona es capaz de pasar. Me quería. Y yo le quería.
Tanto que a veces llegaba a pensar que estaba enamorada de él.
Un día, tiempo antes de desintoxicarnos, le pregunté una estupidez,
aunque siempre he sido muy directa con todo el mundo, le pregunté si me
quería:
—Pues claro que te quiero, tonta.
—No lo digo en ese sentido.
—¿Entonces en cuál? —Se metió varias pastillas azules por la boca.
—En algo más. ¿Nunca lo has pensado?
Recuerdo que se me quedó mirando con los ojos rojos y la nariz
blanquecina.
—Yo qué sé, Blair. No preguntes estas cosas.
—Eso es que sí. Te he pillado, Henry Clark. —Me abalancé hacia él
sin parar de reír, tanto que me faltaba el aire.
Nunca se lo volví a preguntar más. Pero a menudo pensaba en él y en
cómo hubiesen sido las cosas si me hubiese enamorado de mi mejor amigo.
¿Alguna vez habría pensado así de mí? Nah, en realidad no creo que nada
hubiese funcionado en ese sentido. Nos conocíamos tanto que acabaríamos
destrozando la relación que teníamos. Además, a Henry le gustaban mucho
las chicas. Solía tener novia cada dos semanas. Y por ese entonces yo no
andaba muy interesada en los chicos. Sin contar aquella vez que perdí la
virginidad con un tal Caleb Jacobs. Creo. No sé. Iba fatal.
—Blair, despierta. —Aily me despertó tan deprisa que me asustó—.
Llegamos tarde a la primera clase.
—Mierda. —Me levanté tan rápido como pude para vestirme.
El conservatorio de danza de Edimburgo era un lugar tan grande como
un colegio. Por fuera se trataba de un edificio construido de ladrillos en
tonos marrones y oscuros con una preciosa fachada que daba un aire gótico
y algo lúgubre, aunque dentro de este se hiciera la magia en forma de pasos
de baile. En la parte del centro de la fachada, había una enorme cúpula que
llevaba en pie cientos de años y que todos los turistas se detenían a
fotografiar cuando pasaban por delante, además de dos torres terminadas en
pico donde algunos pájaros pasaban las noches.
Para muchos se trataba de un lugar bonito más que visitar en
Edimburgo; para mí, una segunda casa.
Llevaba cosa de dos años internada con mis compañeras en la
residencia con una beca, y me gustaba mucho. 1990, aparte de ser mi primer
año totalmente limpia, fue un año de muchos cambios y oportunidades.
Jamás pensé que en un futuro podría dedicarme al baile profesionalmente,
aunque aún no sabía muy bien si de verdad quería eso. A mí me gustaba
bailar. Muchísimo. Y tener un hogar como ese, aparte de la casa de los
Clark, me hacía sentir a salvo y bien. Había mucha competencia en el
conservatorio y era porque muchas de las chicas querían acabar siendo
protagonistas de los mejores ballets del mundo. A mí me daba igual, la
verdad. Solo me gustaba la sensación de despertarme y bailar todo el día,
aunque mis pies acabasen destrozados, y estar así hasta que me cansara.
Me recogí el pelo en un moño mal hecho, con horquillas que
sobresalían con tal de que no se me clavasen en la maldita cabeza. El señor
Duncan, nuestro profesor, odiaba que fuera mal peinada. Cogí las puntas,
una toalla y una botella de agua.
—¿Lo tienes todo? —preguntó Aily.
—Vamos.
Salimos pitando de la habitación. Las habitaciones de todos los
bailarines estaban en el ala este del conservatorio y corrimos hasta la planta
de las clases. Desde tan temprano se escuchaban las teclas del piano de cada
clase impartiendo los ritmos del calentamiento mañanero. Solo nos daban
un margen de siete minutos para llegar tarde a las clases sin justificación.
Aquella mañana nos libramos por los pelos.
—Llegáis tarde, señoritas. —El profesor Duncan nos esperaba en la
puerta con la frente arrugada.
—Lo sentimos —dijo Aily por las dos.
La clase comenzó. Hacíamos media hora de calentamiento en suelo y
barras y empezábamos con algunos ejercicios sueltos, otros en pareja…
Cada día era el mismo, pero a la vez tenía algo distinto al anterior. El ballet
es algo hermoso, complicado y fácil a la vez. Conociéndome, nunca supe
cómo algo tan tranquilo y que requiere tanta concentración pudo atraer a un
alma tan salvaje como yo.
En clase no tenía muchos amigos. Sabía que algunas chicas hablaban
de mí, de por qué bailaba con tanta facilidad sin haber realizado ballet los
años previos. Hablaban sobre mi aspecto. Siempre he sido muy delgada.
Cuando era adicta aún más, Henry solía burlarse de cómo se me notaban los
huesos de las clavículas y la columna. Desde que estaba recuperada, había
cogido algo de peso, pero sabía que aún necesitaba más masa muscular para
aguantar las clases. Pero lo peor no era eso, lo peor era la respiración. Eso sí
que había notado que me había pasado factura. Respiraba fatal. Muchas
veces me costaba coger aire. Y odiaba que me pasase eso, porque pensaba
que entonces todos sabrían todo lo que había metido en mi cuerpo en el
pasado.
También hacían fiestas de vez en cuando. Era un poco marginada a
diferencia de Aily, ni siquiera sé cómo llegamos a ser amigas durante el
tiempo que estuve allí. Era tan diferente a mí… y se parecía tanto a las
demás… Pero ella nunca me miró mal ni cuchicheaba de mí, a pesar de ser
amiga de las otras chicas también. El caso es que no era popular ni nada por
el estilo, pero había veces en las que me invitaban a alguna de sus fiestas.
Había alcohol, hierba y a saber qué más cosas. Y yo no podía acercarme a
nada de eso porque ya me mataba saber que estaba ahí, tan cerca y lejos a la
vez.
«Estoy cansada», solía decir.
«No me apetece».
«A la próxima».
Solo fui un par de veces; porque, si no, sospechaban que escondía
algo. Y lo pasé realmente mal. Fue como si fuera una niña pequeña en una
tienda de chuches. Las pupilas se me dilataron, se me aceleró la respiración,
sentía que estaba en un espacio tan reducido que no cabía ni en la silla en la
que estuviera sentada. Tenía que alejarme como una estúpida para
relajarme. Apuesto que pensaban que estaba chalada. Yo lo pensaría.
Cuando logras escapar de algo que tanto ha costado, lo peor de todo es
poder recaer con tanta facilidad. Porque ese era el problema. Podría recaer
en cualquier momento. Y a veces me asustaba tener el veneno tan al alcance
de mi mano.

—BLAIR—
—¿Has visto al nuevo pianista de la clase de mi hermana?
—¿Quién?
—No se habla de otra cosa, Claire está pesadísima. Dice que es
guapísimo, que tendrá unos veintipocos y que se llama Archie.
Aquella mañana estaba distraída, era mi aniversario de un año y medio
completamente limpia y me encontraba bastante pensativa. No paraba de
darle vueltas a la idea de qué hubiera pasado si no lo hubiese conseguido,
dónde estaría y en qué condiciones.
Miré a mi alrededor orgullosa, estaba tan distraída que ni me enteré de
lo que estaba diciendo Aily.
—Ah —respondí sin darle mucha importancia.
Ese día tenía que practicar un dueto con Charlie, mi acompañante
masculino. Se me daban bien los pasos en pareja, a veces los disfrutaba
incluso más que sola. Charlie era un chico atractivo, llamaba la atención, y
todas estaban coladas por él. Otra razón para odiarme cuando me
seleccionaron como su pareja en ese dúo principal. Pero todo lo que tenía de
atractivo también lo tenía de gilipollas. Un gilipollas que había dejado que
me besara un par de veces. Era tan… disciplinado, competitivo,
perfeccionista que, si no alargaba el dedo de la forma correcta, teníamos
que volver a repetirlo.
Aquella tarde, cuando terminamos las clases a las ocho, nos quedamos
hasta las nueve de la noche ensayando más y más. Yo no podía más, pero
Charlie me presionaba siempre. Y a mí no me gusta que me presionen.
—Vamos, Blair, levanta —me indicó, poniéndose frente al espejo en
tercera posición. Yo me quedé en el suelo exhausta. No podía más.
—No.
—¿Qué has dicho? —Me amenazó con esa mirada tan intensa. Charlie
era un poco raro. Podía ser encantador y, al segundo, tu peor enemigo. Era
bipolar.
—Estoy cansada, mañana seguimos.
—Una vez más. Tú, puedes irte —le indicó a nuestro pianista, quien se
marchó sin decir nada—. Vamos a repetirlo sin música, acuérdate de estirar
la pierna más en el grand battement.
No le hice caso, ni iba a volver a repetirle que no podía más. Así que,
cuando me vio quitándome las puntas y deshaciendo el moño, se acercó a
mí con un movimiento impulsivo y brusco.
—Ni siquiera sé por qué te han elegido. —Me miró con cara de asco, a
centímetros de mi rostro.
No me daba miedo. Pues claro que no. En mi vida me había juntado
con gente que daba más miedo que Charlie.
—Vale —dije sin más, y le vi saliendo de la clase enfurecido. No era
salirme con la mía, era que hacía lo que quería. Si estaba cansada y quería
irme, iba a hacerlo. Si me apetecía pasear por los pasillos del conservatorio
para despejarme o salir a la azotea a ver las estrellas y respirar aire limpio,
pues lo hacía. Nunca me ha gustado que me manden. Y menos a hacer algo
que no quiero. Todo el mundo obedecía a Charlie, pero a mí eso me
importaba una mierda.
Al final, era la única que le plantaba cara al atractivo gilipollas que
besaba de una forma salvaje.
Salí de la clase. El pasillo ya estaba a oscuras, no había nadie. Sin
embargo, me pareció escuchar algo. Caminé por los pasillos asomándome
por las clases, desnudas y apagadas, pero cada vez escuchaba la música más
cerca. Era un piano. Me pregunté quién narices se había colado a tocar el
piano a aquella hora, hasta que me topé con una figura masculina en una de
las últimas clases del pasillo. Era un chico bastante joven en comparación
con los pianistas que solían tocar para nosotros. No sé qué fue lo que me
hizo quedarme en el marco de la puerta por fuera escuchándolo, pero lo
hice.
Dirigí mi vista hacia su perfil concentrado: una mandíbula marcada,
una nariz recta, el pelo oscuro cayendo hacia un lado… Hasta que me topé
con sus manos. Se movían sin parar. De un lado a otro. Con mucha
delicadeza. Era una canción preciosa.
Me quedé pasmada viendo a aquel chico. Aily me había dicho algo esa
mañana sobre un nuevo pianista en la clase de las juniors, tenía que ser él.
Se me puso la piel de gallina cuando empezó a tocar notas agudas
mezcladas con algunas más graves, evidenciando ese contraste entre algo
más triste y emotivo. El chico no me percibió en ningún momento. Normal.
Estaba muy concentrado y llegaba a cerrar los ojos, sintiendo cada nota. No
sé, fue fascinante. Y había algo mágico y especial en la forma en que
tocaba. Era realmente bueno.
Su cuerpo se deshinchó cuando terminó de tocar. Deseé por un
momento que no se hubiera acabado la canción, porque de alguna forma
sentí que había entrado en su misma burbuja. Deseé bailar esa canción
algún día. Para él. Fuese quien fuese. Se me metió esa idea en la cabeza y
sabía que tenía que hacerlo.
—Ha sido precioso —me atreví a pronunciar.
Él dio un pequeño salto en la banqueta.
—Perdón, no quería asustarte. —Entré en la clase con decisión.
El chico me miró de arriba abajo y creo que fue, cuando lo miré a los
ojos, cuando supe que me sonaba mucho. Esa mirada, esos ojos… ¿Dónde
lo había visto?
—¿Nos conocemos? —preguntó con la misma sensación extraña que
yo.
Me quedé con la boca entreabierta mirándole en silencio y negué con
la cabeza. El chico empezó a recoger las partituras con rapidez cuando
consultó la hora en un reloj muy bonito que llevaba. Tenía pinta de ser
carísimo. Vestía sencillo, con unos vaqueros, una camiseta blanca y una
chaqueta de Levi’s.
—Se me ha hecho tarde. —Se puso en pie y, cuando pasó por mi lado,
alcé la cabeza y me quedé una milésima de segundo frente a él, con un
traqueteo en el pecho que jamás había sentido—. Cuando me pongo a tocar
pierdo la noción del tiempo.
—¿Cómo te llamas?
—Archie. —Dio un paso en dirección a la puerta, bastante cargado.
—Archie —repetí en voz alta—. ¿Podría bailar algún día para ti?
—¿Disculpa?
—Sí, tú tocas y yo bailo.
Jamás se me iba a olvidar la expresión de desconcierto que puso. Tan
sorprendido como siempre ante mis impulsivas decisiones. Tan decidido a
pensar lo loca que estaba y lo rápido que se iba a unir a esta locura. Sí,
siempre sería su variante vertiginosa. No supe muchas cosas en ese
momento, pero lo único que sí supe era que aquel chico que tenía enfrente
de mí con tantas dudas en su cabeza, el chico más talentoso que había
conocido en mi vida… iba a convertirse en la melodía donde encontraría mi
equilibrio. Mi estabilidad. Mi paz. Mi… amor. Mi amor de verdad.
Aunque no tuviese ni idea de cómo hacerlo. Es gracioso lo inexpertos
e inocentes que nos vemos cuando aún no hemos experimentado una
sensación o sentimiento, y queremos conocer a toda costa todos los secretos
y matices para no vernos arrastrados por lo contrario. Siempre nos
queremos adelantar, apresurarnos, ser los primeros en experimentar algo
nuevo, cuando lo mágico de todo son los pasos previos: las cosquillas, las
interrogaciones, el vértigo, el no saber qué narices está pasando ni cómo vas
a gestionarlo.
Y, aunque yo nunca he tenido idea de mariposas, él me iba a enseñar
cómo se sentían.

—ARCHIE—
El día anterior pasó algo muy raro.
Ni siquiera supe cómo se me hizo tan tarde en el conservatorio hasta
que una chica rubia y delgada entró en la clase y casi me caigo de la
banqueta. ¿Cuánto tiempo había estado observándome mientras tocaba? Al
principio fue raro. Esa chica… me sonaba de algo, tenía que haberla visto
en algún lado antes. Pero no sabía de qué. Cuando la miré tenía esos ojos
ámbares, emocionantes y brillantes. Y luego dijo eso de que quería que
tocase para ella. No me imaginé que dijese algo así.
—¿Estás bien? —me preguntó Stella mientras desayunábamos juntos
en su cafetería favorita.
—¿Yo? Pues claro que sí.
—Estás distraído.
—Siempre ando distraído.
—¿Todo bien en el conservatorio?
—Ya te he dicho que sí.
—No me gusta que te cierres, Archie. Cuéntame lo que haces en un día
entero.
Apreté los dientes con fuerza y dirigí la vista hacia el exterior con
nerviosismo. Una canción de Def Leppard sonaba de fondo.
—Estoy aquí, habla conmigo.
Me cogió de la mano y se la aparté.
—¿Archie?
Clavé mi vista en la de ella.
—¿Cómo quieres que te cuente algo que no te importa una mierda? —
alcé la voz de más, y algunas personas nos miraron de reojo. Stella se puso
colorada y me asesinó con la mirada.
—Nos están mirando —dijo entre dientes. Me recordó a mi madre.
No dije nada.
—Sabes que sí me importa. Y a tus padres también, me preguntan
todos los días por ti.
Negué con la cabeza mientras daba toquecitos en la mesa con un dedo.
Reí.
—Mis padres me perdieron en el momento en el que no me apoyaron
en la decisión que tomé. —Me levanté y dejé un billete en la mesa. Acto
seguido, salí del establecimiento, escondiendo las manos en los bolsillos de
la chaqueta. Pensé que Stella no me perseguiría, pero lo hizo.
—¡Archie, espera! —gritó, y me detuve resoplando—. Yo te apoyo,
Archie, y te quiero. —Me cogió del rostro y apreté mis párpados con fuerza.
—Sé que me quieres —dije—. Pero también sé que quieres que no me
dedique a esto.
—¡Yo no he dicho nunca algo así! —protestó, y comencé a andar por
la calle. Estaba enfadado. Bueno, no. Estaba triste y decepcionado. Y la
verdad es que me daba igual que alguien de la ciudad me viese así.

—ARCHIE—
Me volví a quedar tarde otra vez tocando. Había días que se hacían largos,
otros más cortos, algunos terminaba cansado, otros quería seguir tocando
más y más a mi aire. No lo hice aposta, pero estuve atento por si aquella
chica volvía a aparecer. Por si se le volvía a ocurrir alguna idea loca para
que tocase para ella mientras bailaba. Pero no volvió ese día. Ni al
siguiente, que volví a quedarme tarde, ni al otro. Ni siquiera supe por qué
no le había preguntado su nombre, o si de verdad quería saberlo.
Pero entonces apareció.
—Toca la del otro día, por favor —dijo con su vocecita desde la
puerta, como si tuviese vergüenza de entrar. Aunque desde luego que me
había demostrado que no era tímida del todo.
—¿Declaration? —pregunté mientras tocaba las primeras notas de esa
canción tan tan bonita que toqué el día que apareció por primera vez.
—Sí, esa. No sabía que las canciones de piano tenían nombre. —
Sonrió con levedad y cerró los ojos, sintiendo la música desde la puerta. No
pude apartar la vista de ella mientras sentía lo que yo tocaba.
—Baila.
—¿Qué? —Abrió los ojos de golpe.
—Baila.
Ella sonrió y corrió dentro de la clase. Cerró la puerta, dejó las cosas
que llevaba y se soltó el pelo. Llevaba un maillot azul, unas medias blancas
y una chaquetita por encima de lana del mismo color que unos calentadores.
Se puso en el medio de la sala y esperó quieta, probablemente
concentrándose, antes de comenzar a mover los brazos. Sus manos se
movían con dulzura y cuidado. Y entonces empezó a moverse de un lado a
otro, arqueando la espalda, reluciendo su flexibilidad, su elegancia, su
sentimiento a través de su cuerpo. El pelo, rubio, largo y fino, se movía de
un lado a otro formando formas preciosas, acompañando el movimiento de
su cuerpo. Nunca había visto a una bailarina bailar con el pelo suelto, pero
luego descubrí que a ella no le gustaban los moños. Estiraba las piernas
hacia el aire sin esfuerzo, el rostro… Su expresión era preciosa, acorde con
la música, como si me hablase sin decir nada por la boca.
Fue como si entendiese lo que me quería decir, lo que estaba
transmitiendo, jamás había vivido algo así. Me emocioné aún más e
intensifiqué las notas más agudas, situadas en el lado derecho del piano,
acompañadas del soporte de las graves con la mano izquierda.
Hasta que poco a poco ralenticé. Ella también lo hizo mientras la
música se disipaba. Y fue como si el ambiente, por un momento, se llenara
de algunas partículas inexplicables sin nombre. Porque se crearon en ese
mismo momento.
—Ha sido muy bonito —dije mirándola, de pie y rodeada de espejos.
Su respiración estaba acelerada, pero la mía… Sentí que estaba más
tranquilo que nunca.
—Gracias.
—¿Por qué las das?
Se pensó aquella pregunta.
—Porque hacía mucho tiempo que no me divertía tanto.
Lo dijo con un tono agridulce. Y me pregunté cómo era posible que no
se divirtiera en aquel lugar, donde podía hacer lo que más le gustaba durante
todo el día.
—¿Cómo te llamas?
—Blair.
—Será un placer repetirlo cuando quieras.
—Muchas gracias, Archie —dijo mi nombre, y sonrió. A mí se me
escapó una también. Tras un silencio en el que no supe muy bien qué
decirle más, se aproximó a sus cosas y recogió todo para marcharse.
—Vas a llegar muy alto —dijo antes de irse, y mi corazón acogió cada
una de esas palabras.
—Tú también, Blair.
Era una desconocida. Y, aun siéndolo, fue la primera que confió en mí.

—BLAIR—
Una tarde me acerqué a la clase de Archie tras las clases y me sorprendió no
encontrarlo tocando. La puerta de la clase no estaba cerrada del todo y vi
por el hueco que estaba hablando con una chica con el pelo corto de color
ceniza. Al segundo me di cuenta de que estaban discutiendo. Archie no
parecía el mismo. Se le veía tan enfadado, tan… triste que me costó
reconocer a ese chico con la mirada dulce tocando el piano y observando
cómo bailaba.
—Te he dicho que te equivocas, Archie.
—No quiero seguir hablando de esto.
—¡Quiero que me creas!
—¡Ha salido de tu propia boca! Por favor, márchate.
—Sabes que no puedo marcharme así.
—Por favor, Stella —dijo con voz cansada, señalando la puerta.
La chica se dirigió hacia la puerta con la cara mojada y rojiza, y yo me
escondí en la clase contigua a esa. Estuve unos minutos hasta que supe que
ya no había nadie. Entonces Archie comenzó a tocar. Era una pieza grave y
oscura. No sabía lo que le había pasado con esa chica, si era su novia o su
hermana, pero Archie parecía muy triste.
Salí de mi escondite y me acerqué al marco de la puerta mientras lo
observaba tocar con rabia. Apretaba los dientes y la frente estaba arrugada
con una expresión enfurecida.
—Sé que estás ahí —dijo de la nada, dejando de tocar. Y me estremecí
en el hueco de la puerta.
Entonces dirigió su mirada hacia mí y me hice pequeña.
—¿Estás bien? —le pregunté. No se me daba bien consolar a los
demás, lo cierto es que no lo había hecho muchas veces antes, pero algo
dentro de mí se retorcía de dolor al verlo de aquella forma. No parecía el
típico chico que se mereciera estar así.
—No.
—¿Quieres…?
—Hoy no, Blair. —Empezó a recoger sus partituras y se puso en pie.
—¿Puedo preguntar quién era?
—Mi novia —respondió sin ganas.
Agrandé los ojos.
—¿La quieres?
Archie se detuvo y giró sus talones hacia mí, quedándose cara a cara
conmigo. Sus ojos azules, tan claros como si fueran grises, me traspasaron
la mirada. Se quedó en silencio unos segundos, que parecieron una
eternidad, mientras mi pecho subía y bajaba con intensidad. La forma en la
que me miraba… me ponía nerviosa.
—¿Qué te hace dudar de mis sentimientos hacia mi novia?
Hice una mueca con los labios.
—¿Sueles ir preguntándole cosas raras a la gente?
—¿Acaso era una pregunta rara?
—Un poco sí. —Dio un paso hacia atrás, relajando los músculos de su
rostro. Era muy guapo, un chico corriente, sencillo, pero tenía algo. No
sabía el qué, pero me gustaba—. ¿Entonces la quieres?
Archie curvó sus labios, sonriendo. No quería, pero lo hizo, y me sentí
bien al haberle sacado esa sonrisa tan bonita.
—Sí, pero es complicado.
—¿Por qué?
—¿Cuántos años tienes?
—Veintiuno.
—A esa edad deberías saber que el amor es complicado.
Incliné la cabeza hacia un lado.
—Bueno, en el amor no soy tan experta, pero sé otro tipo de cosas
peores a mi edad —solté sin pensar. Por supuesto, él no iba a saber a lo que
me refería—. No me gusta ver a las personas tristes, así que si la quieres…
Creo que podéis solucionar cualquier cosa que haya pasado —añadí
viéndolo acercarse a la puerta. No quería que se fuera.
Archie se detuvo y agachó la barbilla.
—Quizás no la quiera tanto como yo pienso ni como ella se merece.
Buenas noches, Blair —respondió antes de irse.
—¡Ey, espera!

—BLAIR—
—Ey, ¿cómo va todo, renacuaja? —Henry me abrazó por detrás cuando salí
el fin de semana de la residencia. Ni él ni los Clark tenían ni idea de lo
mucho que echaba de menos volver a casa. Porque su casa… era la mía
también. El conservatorio estaba en la otra punta de la casa de Henry, pero
aun así, solíamos quedar casi todos los fines de semana cuando libraba en la
empresa de muebles de sus padres, donde estaba trabajando.
—Hay un chico que creo que me gusta.
—¿Qué?
—Aunque tiene novia.
—¿De qué estás hablando?
—Pero se le ve triste.
—Blair… —me detuvo, cogiéndome del antebrazo.
—Se llama Archie y es pianista —dije por primera vez en voz alta.
Hasta a mí se me hacía raro pensar tanto en un chico. Ni siquiera sabía
qué tenía aquel joven pianista, pero había algo, algo que me atraía de él. Ya
fuese su amor hacia lo que hacía o su presencia, que a veces me ponía
nerviosa.
—Me pone nerviosa. —Me encogí de hombros.
Henry soltó una carcajada.
—¿Quién es capaz de ponerte nervioso a ti?
Tuve que reírme.
—Entonces sí que te gusta de verdad. ¿Has dicho que tenía novia?
—Sí.
Henry observó mi expresión.
—No parece importarte mucho.
—La verdad es que no. —Me reí—. Porque me gusta y ya.
—¿Por qué has dicho que parecía triste?
—El otro día discutió con su novia y no parece… no parece estar
seguro de que la quiera.
Mi amigo agrandó los ojos, sorprendido.
—Vaya, vaya. No te irás a enamorar, ¿no?
Me metí un chicle en la boca y caminé contenta por la calle.
—No sé, me da igual.
—A veces me encantaría ser tú, Blair.
—No me gusta que digas eso.
—Perdón.
—¿A dónde vamos? ¿Tomamos algo? —pregunté sonriendo, y Henry
me lanzó una expresión sincera. Sabía lo que pensaba: que nunca me había
visto de esa forma. Cuando conoces a una persona en la situación en la que
me conoció Henry, todo lo que vio de mí… Haber sido capaz de superarlo y
poder ser feliz de alguna forma, como nunca pensé que sería, le hacía feliz a
él también.
Por muy roto que estés, siempre encontrarás de alguna forma un hueco
por el que entra algo de luz. No hace falta que sea grande, basta con algo
pequeño para que puedas tirar de ello poco a poco y convertirlo cada vez en
algo más grande.
Cuando perdí a mi madre, estaba tan ciega de dolor que era incapaz de
mirar todos esos agujeros por los que entraba luz, esos que me daban
señales de que podía salir adelante. Eran pequeños, pero ahí estaban, sé que
estaban porque los veía de vez en cuando. Pero simplemente preferí
taparme los ojos y vivir en la oscuridad. Porque es mucho más fácil dejarte
guiar por el color predominante que por pequeños destellos de otros.

]
No volví a ver a Archie en un par de semanas. De vez en cuando, cuando no
estaba tan cansada, me pasaba por su clase cuando finalizaban las clases
mías y todo el mundo se iba. Pero, tras varios días, no conseguí verle.
Pensaba mucho en él por aquel entonces. Quería saber más cosas de él.
O lo mismo solo me gustaba la idea de bailar mientras él tocaba, envueltos
en un silencio acompañado por la melodía de un piano.

]
—Blair, acuérdate de estirar más la rodilla en el arabesque.
Lo repetí aferrando mi mano en la barra con fuerza.
—Estira el cuello… Así mejor, levanta más el tronco. Muy bien —me
corrigió el profesor Duncan. Era muy perfeccionista con eso de estirar y
alargar tanto el cuerpo que parecía que se iba a partir en dos. Alastair
Duncan había sido uno de los mejores bailarines de los años sesenta. Había
participado en los mejores ballets de París, Italia, Suiza, Rusia… Pero una
lesión hizo que se retirara de los grandes ballets de Europa, hasta que
terminó en el conservatorio de Edimburgo, uno de los mejores del
continente. Él sabía identificar dónde estaba el talento. Y nunca supe qué
vio en mí para convertirme en una de sus favoritas.
—Vamos, chicos, espabilad un poco. Solo los mejores pertenecerán al
elenco principal de la función que se estrenará el año que viene. ¿Queréis
triunfar? ¿Queréis ver vuestros nombres en la boca de todo el mundo? Pues
luchad por ello. ¡Vamos! Primera posición y jeté, demi-plié. ¡Cambio! Jeté,
grand-plié. Así me gusta.
La clase de por la mañana terminó y tuve revisión con el fisio, el
doctor Grant. Solíamos tener una revisión médica corporal cada semana o
cada dos para controlarnos.
—Blair, necesitas más músculo. ¿Estás tomando las proteínas que te
mandé?
—Sí —respondí, poniendo los ojos en blanco. Estaba tumbada en una
camilla.
—Necesitas coger algo de peso, y créeme que pocas veces digo esto.
—¿Y si mi complexión es así? Mi madre también era bastante delgada.
—Si no te pones un poco más fuerte, no sé cómo vas a llegar a
soportar los ensayos. El año que viene serán más horas.
Me mordí la uña y puse los ojos en blanco.
—Puedo soportarlo.
—Tienes que ejercitarte un poco.
Me negaba a decirle que no iba al gimnasio porque acababa reventada
de los ensayos y que efectivamente mi cuerpo no podía más.
—Voy a cambiar tu dieta.
—¿Otra vez?
—¿Has tenido alguna molestia en el cuerpo?
—No.
—Estupendo. —Anotó algo en su libreta y me miró con atención—.
¿Algún día me contarás cómo te hiciste esa cicatriz que tienes arriba de la
frente?
—Ya te dije que me caí bailando hace tres años y medio.
Y era verdad. Obviamente no le iba a decir que iba puesta hasta arriba
de pastillas, pero me caí bailando. Y lo cierto es que no sentí nada cuando
casi pierdo la vida desangrándome. Cosas de ir tan colocada; que no sientes
nada.
—Bien. ¿Cómo vas con todo lo demás?
El doctor Grant era un buen tipo. A veces se preocupaba demasiado,
aunque creo que eso formaba parte de su trabajo. Era un hombre joven, de
unos treinta y muchos, era guapo y siempre trataba de ser alguien cercano
para todos los bailarines.
A Aily le gustaba. Y yo le decía que estaba loca por gustarle un
hombre que le sacaba quince años de diferencia. Aunque entendía su
atracción. Se le veía esa clase de chico del que te podías colgar fácilmente.
Confiable, cercano, dulce.
—¿Hemos acabado?
—Alegra esa cara un poco, anda.
—Sabes que no me gusta que me inspeccionen —respondí, bajándome
de la camilla y poniéndome la ropa. La gran verdad era que me intimidaba
tumbarme en una camilla, medio desnuda, y que un hombre se asegurase de
que cada centímetro de mi cuerpo estuviera bien. No me gusta que me
toquen ni que me manoseen, aunque con él ya tenía confianza y la primera
vez casi me pego un puñetazo.
A veces me avergonzaba de mi cuerpo. Era frágil, frío, y tenía algunas
marcas. Sobre todo en los brazos, donde alguna vez me había inyectado
heroína por las malditas venas. Por eso siempre trataba de ponerme maillots
con manga larga o chaquetas de lana cuando ensayaba. Claro que eso no fue
un secreto para el doctor Grant cuando me hizo la primera inspección
corporal, nada más entrar en el conservatorio.
Recuerdo que me miró con los ojos agrandados y yo aparté la vista
hacia un lado.
—Blair —dijo.
—¿Podemos no hablar de eso, por favor?
—Blair.
—Fue hace mucho tiempo.
Y no volvimos a hablar del tema. Nunca me preguntó. Ni yo le conté
nada acerca de mi pasado. Por supuesto, esperé que no le dijese nada a
nadie y pareció ser así. No me podía imaginar la cantidad de secretos que
tenía que guardar a todos los bailarines de la residencia. Aunque seguro que
el mío era el peor de todos.

—ARCHIE—
Llegó un día en el que no pude más. No sé por qué. Podía haber pasado
tiempo antes, o después. Tal vez exista un día premeditado para cada cosa, o
no, pero no me sentía bien. A veces estiramos el chicle demasiado por
miedo a escupirlo directamente y después acabamos haciéndolo de todas
formas. ¿Por qué será que tenemos la inercia de apurar hasta que uno no
puede más?
—Tenemos que hablar —le dije a Stella presentándome en su casa.
Me miró de tal forma, con los ojos lacrimosos, que ya sabía lo que iba
a suceder.
—Archie, por favor. —Cerró la puerta de su habitación y me quedé de
pie, un poco nervioso.
—Esto se tiene que acabar.
—¿Por qué? Por favor, no lo hagas. —Se aproximó a mí y me alejé.
Intenté ponerme en su piel, en lo que sentía por mí. Pero es que yo no sentía
lo mismo, a decir verdad, a aquellas alturas veía a una Stella completamente
diferente a la que veía antes.
Quería quererla, de verdad que quería hacerlo. Porque era una chica
que lo tenía todo y era perfecta para mí, pero no la quería y había estado
engañándome a mí mismo últimamente.
En ese instante me pregunté cómo narices se deja de querer a alguien
que has querido antes. ¿De qué forma se esfuma ese sentimiento? ¿Acaso
llegó a estar y a pertenecerme? Porque no podía creer que el amor fuese
algo tan corto y momentáneo, como si se tratase del paso de una estrella
fugaz. Pensé que me había llegado a enamorar de ella, pero cuando te
enamoras de alguien no dejas de querer con tanta facilidad, ¿verdad?
En las últimas semanas tenía la constante sensación de que Stella me
había fallado de alguna forma. Que tal vez, en el punto en que me
encontraba, necesitaba personas a mi lado que confiaran en mí y me
apoyasen. Ella me recordaba a mis padres, a esas cuerdas que intentaban
agarrarme para no volar como yo quería. ¿Merecía eso?
—Lo siento. —Me llevé la mano a la frente. No lo estaba pasando
bien, nunca había dejado a una chica, aunque en realidad Stella había sido
mi primera novia formal. No me gustaba hacer sentir mal a las personas que
quería, pero algo dentro de mí decía que Stella no iba a tardar mucho en
superarlo. Sus padres se encargarían de encontrar a otro chico del barrio con
una carrera de Derecho, o algo parecido, para ella.
Simplemente yo… Joder, no encajaba.
Le conté cómo me sentí y no hizo nada para cambiar mi idea, ni
siquiera luchar por lo que se suponía que sentía hacia mí.
Nos aterra fallar en el amor como si fuera la peor de las derrotas,
cuando es algo que diariamente se ve. Porque la realidad es que existen más
corazones rotos y a medias que completos divagando por todos los rincones
del mundo.
Al fin y al cabo, hoy en día solo unos pocos privilegiados sienten de
verdad el amor. Y yo no lo sentí al completo con Stella.
]
—Aquí estás —dijo apareciendo por la clase donde tocaba. Habían pasado
unas semanas desde la última vez que la vi.
—Tú también estás aquí. —La observé de arriba abajo.
—¿Dónde te habías metido?
—Han sido unas semanas raras.
Lo supo. Pues claro que lo supo. No nos conocíamos de nada, salvo de
esos momentos extraños que solo ella y yo compartíamos, y sé que supo
que todo con Stella había terminado.
—Archie.
—¿Sí?
—¿Te apetece dar una vuelta?
—Está lloviendo —respondí al instante, como si no me hubiese
sorprendido su petición.
—Por eso.
Me quedé observándola, con las manos entrelazadas en su espalda y la
cabeza ladeada hacia un lado. Parecía adorable, aunque algo dentro de mí
sentía que aquella chica era una caja de sorpresas, llena de un popurrí de
sensaciones caóticas.
Blair no llevaba ropa de baile, cosa que se me hizo rara, y me sonrió de
lado incitándome a levantarme y a cumplir su petición. No estaba muy
cuerda, pero ¿quién lo está? La locura de cada uno debería sumarse a la lista
de cosas que nos describen.
Habían pasado dos semanas de mierda, pero…
Minutos después ahí estaba. Bajo la lluvia con ella, empapándonos en
medio de la calle desierta de al lado del conservatorio.
—Esto es una locura, ¿no crees? —Me aferré al calor de mi abrigo. No
había nadie en la calle, tan solo unos pocos coches circulando. La ciudad en
otoño se convertía en una capa grisácea.
—Dímelo tú —respondió, como si no le importase mojarse o pillar un
resfriado.
—¿Siempre se te ocurren esta clase de cosas?
—Peores se me han ocurrido.
Entonces empezó a correr bajo la lluvia con los brazos abiertos y la
cabeza hacia atrás. Y fue en ese instante, cuando la vi mojada, con el pelo
cayendo a un lado y las pestañas mojadas, cuando lo recordé. Blair era
aquella chica que rescaté de un atropello. Salía de un bar y ella… ella corría
por la calle bajo la lluvia. Como en aquel momento.
—¡Blair, espera!
—¿Sí? —Se giró hacia mí cuando la alcancé. Estuve a punto de
decírselo, pero no sé por qué al final no lo hice. Me fijé en las pequeñas
gotas de agua que resbalaban por su frente y sus mejillas hasta sus labios.
—Nada.
—¿Te puedo decir algo?
Asentí.
—Estás muy guapo bajo la lluvia —dijo antes de empezar a correr por
la calle, e intenté seguirla.
—¡Blair! —chillé, y achiqué los ojos para poder ver mejor tras la
lluvia. Solo veía su figura, con un abrigo negro hasta las rodillas y su pelo
rubio, largo y mojado meciéndose.
Entonces se detuvo. Me paré de golpe como ella, dio la vuelta, caminó
hacia mí con una decisión inhumana, me cogió de la cara y me besó.
Recuerdo que me quedé sin aliento, y ella se encargó de
proporcionármelo de nuevo.
Fue un beso salvaje. Blair presionó sus labios contra los míos con una
fuerza inimaginable, como si quisiera traspasar algún tipo de mensaje a mis
labios. Sus manos se deslizaron por mi cuello y, cuando se despegó de mí,
agachó la mirada.
—Perdón, tenía… tenía que hacerlo.
Me quedé exhausto en medio de la calle, con el pelo mojado, el abrigo
calado y el rostro empapado, mientras ella me miraba con preocupación.
Jamás había vivido algo tan intenso en apenas unos segundos. Di un paso
hacia atrás y ella arqueó las cejas, pero lo que no supo es que había sido el
mejor beso que me habían dado en la vida.
—Blair…
—No hace falta que digas nada —respondió avergonzada. Blair era tan
transparente que era muy fácil volar a su cabeza, una muy retorcida que
acabaría conociendo mejor con el tiempo.
Alzó la barbilla y miró hacia el cielo nublado de Edimburgo. Sin
embargo…, yo no podía dejar de mirarla.
—¿Nos vamos?
—Aún no —dije, y me acerqué a ella. Quería besarla. ¿Qué había
ocurrido en apenas unos minutos? Esa chica… Yo estaba tranquilo en la
sala, sentado frente al piano, y me había dejado llevar por ese torrencial de
impulsos. Yo nunca he sido así.
Le aparté el pelo de la cara con un poco de dificultad cuando la lluvia
se intensificó aún más. Dirigí mis ojos hacia sus labios, esos que me habían
besado de una forma salvaje e intensa dos minutos atrás. Parpadeé unas
cuantas veces, volviendo a la realidad y dándome cuenta de lo que estaba
haciendo. Me eché hacia atrás.
—Hazlo —pronunció con voz grave.
Sentí mi estómago retorcerse y di un paso hacia ella. Tenía unos ojos
grandes, brillantes, preciosos. Estaba seria y la lluvia caía sobre su rostro;
jamás había visto a una chica tan bella. Ni tampoco había sentido algo tan
confuso y real a la vez.
Entonces acaricié su mejilla y la sequé. Bajé la vista hacia sus labios y
simplemente la besé. Blair arqueó su espalda con levedad y escondí mis
manos tras ella, sujetándola.
—Nunca te eches atrás si de verdad quieres hacer algo, Arch.
Ya no había vuelta atrás. A veces uno desea volver al principio para
cambiar ciertas cosas o revivirlas. Creo que en nuestra historia, a pesar de
ser tan imperfecta, apuesto que ninguno de los dos cambiaríamos nada. La
volví a mirar, estaba empapada, y sentí que de alguna forma se iba a meter
en mi piel y se iba a retorcer buscando mi pecho para meterse en mi
corazón.
¿Que cómo supe eso?
Creo que porque empezó a chispear en mi interior y empecé a ver la
lluvia con otros ojos.

—BLAIR—
—Esas rodillas, por favor. ¡Cassie, el pie! Miranda, sube la barbilla en el
arabesque. Todos los días igual.
Charlie me cogió de la cintura y me levantó hacia arriba, después di
una vuelta con la pierna en alto mientras él me sostenía de una mano y
nuestros rostros estaban demasiado cerca. No me gustaba bailar con
Charlie, aunque tenía un talento arrollador y los dos juntos lo hacíamos
bastante bien. De cara a los profesores, se comportaba como un caballero
sacado de un castillo: sonreía, te hacía halagos, era encantador. Y yo odiaba
que se comportase así, porque lo hacía parecer más gilipollas aún. Aun así,
siempre hubo una rivalidad entre los dos. Y tiene gracia, porque creo que
esa fue la pequeña razón por la que llegamos a besarnos un par de veces.
—Charlie, cuidado con la caída de Blair —corrigió Duncan.
Terminamos el dúo. Aunque era un dúo colectivo, porque en un
momento las demás bailarinas nos acompañaban alrededor de nosotros. La
verdad es que no me gustaba ser el centro de atención, pero aquel baile
requería justo eso. Se trataba de brillar por encima de los demás. Y, aunque
pareciese que brillaba, por dentro no lo sentía así.
Era viernes y terminamos un poco más tarde de lo normal. Me
entretuve un rato en las duchas, ya que tenía el cuerpo exhausto y solo
quería disfrutar del agua caliente resbalando por mi rostro y cuerpo.
Salí fuera del conservatorio aferrando el abrigo a mi cuerpo. Hacía
frío. Algunas chicas habían quedado para ir a tomar algo y divertirse un rato
después de la dura semana que habíamos pasado. Yo pasé. Iba a coger un
autobús para ir a casa de Henry y cenar con la familia, pero entonces le vi.
Era de noche y había un poco de jaleo en la entrada del edificio. Vi que se
estaba poniendo unos guantes y enrollando una bufanda alrededor de su
cuello. No pude evitar sentir las ganas que tenía de hablar con él, de saber
más de él.
—Hola. —Me acerqué a él.
—Hola, Blair. —Se sorprendió al verme.
Nos quedamos los dos callados y fue un poco raro.
—¿A dónde ibas?
—A casa, ¿y tú?
Me gustó que me preguntase. Pero algo de mí no quería que se fuera a
casa. Entonces me lancé.
—¿Te… apetece tomar algo conmigo?
Me miró inseguro, frotándose las manos por el frío, y me decepcionó
un poco que no respondiera al instante a mi propuesta. ¿Estaba haciendo
una locura comportándome de esa manera con él? ¿Qué tenía que hacer
para acercarme a Archie? Lo del otro día… ¿se quedaría en una anécdota?
—Hoy no he tenido un buen día.
—Por eso —respondí, mirándole a sus ojos claros fijamente. No me di
por vencida. Nunca me daba por vencida. Me apetecía conocerlo.
—Está bien —dijo al cabo de unos segundos, y disimulé mi
entusiasmo.
Nos acercamos a un bar del centro, a dos calles del conservatorio.
Estaba lleno de gente animada, disfrutando de una cerveza o una copa con
amigos, parejas o familiares. Yo simplemente estaba con Archie. Que,
aunque no lo quisiera admitir, aún seguía siendo un poco desconocido para
mí.
—Siento si… te incomodó lo del otro día. Debería controlar un poco
mejor mis impulsos. —Nos sentamos en un rincón, me gustaba sentarme al
final de los establecimientos. Nos quitamos los abrigos y me fijé en su ropa.
Siempre iba tan bien vestido, con unos pantalones de vestir. Había días que
llevaba camisa; otros, un jersey perfectamente planchado. Y casi nunca
repetía.
—Yo te devolví el beso.
Me sonrojé. Verlo ahí delante de mí, tan cerca, tan atento a mis
impresiones, me puso algo nerviosa.
—¿Por qué sigues tan triste? ¿Es por ella? Pensé…
—Cuando dejas a alguien, Blair, no significa que dejes de querer a esa
persona de golpe.
—Ah.
—¿Nunca te has enamorado?
Negué con la cabeza. Una camarera nos tomó nota. Archie pidió una
cerveza y yo le dije que no bebía alcohol, por lo que pedí una Coca-Cola.
—¿Y tú? ¿Estabas enamorado de ella? —quise saber, inclinándome un
poco más en la mesa.
Negó con la cabeza y me sorprendió mucho. Siempre había pensado
que, cuando tenías pareja, estabas enamorado de esa persona.
—Amor es una palabra demasiado corta para el significado tan grande
que tiene. Incluso para personas como yo.
—¿Y qué clase de persona eres tú? —Apoyó los codos sobre la mesa y
me miró con intensidad.
—Una que ha vivido la escasez del amor en todos sus sentidos.
Archie parecía asombrado.
—He tenido una vida complicada.
—¿Por qué? No… lo parece.
—Algún día sabrás todo de mi vida —le aseguré, guiñándole un ojo. Y
le saqué una sonrisa.
—¿Cuál es tu historia?
—¿Y la tuya?
Archie se encogió de hombros y le dio un sorbo a la cerveza.
—Solo soy un chico de veinticuatro años que quiere luchar por sus
sueños.
—¿Cuáles son?
Archie tragó saliva.
—Ser pianista.
—Me parece que lo estás consiguiendo.
No respondió. Era un chico reservado, y algo tímido, aunque no diría
tímido del todo, pero sí algo introvertido; al menos cuando lo conocí. Desde
luego que las personas no somos de verdad como nos mostramos al
principio. Tan solo sacamos a relucir la punta del iceberg, hasta que nos
atrevemos a enseñar el hielo que escondemos bajo las capas de piel.
—Eres muy bueno tocando. Nunca había visto tanta belleza y amor
como lo tienes tú cuando tocas, es… mágico.
Archie pareció sonrojarse y me sonrió. Tenía una sonrisa bonita.
—A mí me gusta verte bailar, lo haces muy bien.
—Gracias.
—¿Llevas mucho tiempo en el conservatorio?
—No tanto como crees.
—¿Te gustaría dedicarte a ello?
—No —respondí al instante. Archie se echó un poco hacia atrás,
sorprendido.
—¿Y eso? Creía que todo el mundo que está en un conservatorio de
danza profesional quiere dedicarse a ello.
—Efectivamente, ese es el deseo de todos mis compañeros, pero no el
mío.
—¿Por qué? —Sacudió la cabeza.
—Porque no me veo toda mi vida bailando.
—Entonces, ¿a qué te quieres dedicar en un futuro?
Miré a mi alrededor.
—No lo sé aún —respondí sin preocupación. No era algo que me
preocupara por el momento—. Ni siquiera sé qué haré mañana. —Me reí—.
Me gusta dejarme llevar. Tiene cierto encanto cuando dejas de preocuparte
tanto por el futuro, deberías ponerlo en práctica.
—¿Y por qué?
—¿Por qué qué?
—¿Por qué eres así?
Me encogí de hombros y solté una carcajada al verlo tan serio
esperando una respuesta. Archie tenía pinta de ser de ese tipo de personas
que no se dejan llevar tanto, que tratan de calcularlo todo. Nunca he
entendido a ese tipo de personas. Porque en esta vida por mucho que
calcules no te garantizas nada, ya que el resultado la mayoría de las veces
acaba sorprendiendo.
—Soy simplemente Blair.
Achicó los ojos.
—Eres una chica peculiar.
—Me lo han dicho varias veces. —Le di un sorbo a la Coca-Cola—. A
veces me cuesta conectar con las personas, soy bastante…
—¿Y por qué estás aquí conmigo? —me cortó.
—Porque me gusta. —Reí—. No sé, me siento cómoda contigo y no
me pasa con cualquiera. Admito que soy un poco rara a veces, pero todos
estamos un poco locos, ¿no crees?
No dijo nada.
—¿Por qué piensas tanto, Archie?
—Esto es un poco raro. —Se rascó la parte de atrás del pelo—. No te
conozco, no nos conocemos, y sin embargo…
—¿Eso es algo malo?
—No, claro que no. Tan solo… me asusta. Dios, no sé ni lo que estoy
diciendo. —Se terminó la cerveza de un sorbo.
—¿Por qué?
—Pues porque… —Sus pupilas se movieron de un lado a otro, sin
detenerse en un punto fijo. Quería que me mirase a los ojos, pero Archie…
Él era así. Y nunca terminaba las frases por miedo a expresar sus emociones
y sentimientos, por miedo a parecer un loco.
—Me gustaría que soltaras por la boca todo lo que piensas.
Archie soltó una carcajada.
—Pensarías que estoy loco.
—Todo el mundo piensa lo mismo, que estamos locos. Y, sin embargo,
evitamos a toda costa parecerlo de verdad. Tiene gracia.
—Tu rareza me atrae y me genera curiosidad —dijo de forma
impulsiva. Eso mismo era lo que quería que hiciese. Que hablase sin
premeditar si parecería o no una tontería, que todas las preguntas para
conocernos mejor no siguieran el aburrido mismo guion de siempre, que no
tuviese miedo de mostrarse tal como era.
Sonreí, echándome el pelo hacia atrás.
—¿Puedo preguntarte algo?
Archie asintió.
—¿Sabes cómo es la sensación de estar en una barca en el mar y rozar
el agua con la punta de los dedos?
Y, por supuesto, yo tampoco iba a seguir con el mismo guion de
siempre.
No existen los prototipos, ni un tipo de personas concretas para
enamorarte de ellas. Creo que en lo único en lo que nos deberíamos fijar es
en la forma en que esa persona nos hace sentir, su esencia, el color de su
alma, la melodía. Archie era un chico sencillo, alto, atractivo, pero lo que
me atrajo de él no fue eso; fue la calma que transmitía a un torbellino como
yo, el amor que movía a través de su música, los huecos grises que llenaba
de un lugar con la ayuda de sus manos deslizándose por un piano, la forma
en que te miraba fijamente sin sentirte juzgado.
Ese chico tenía algo. Era cálido. Tenía luces, unas muy bonitas, y
también podía ver las sombras, esas que también son bonitas porque hay
que quererlas de la misma forma. Y lo cierto es que, si todos fuésemos de
un solo color llamativo, la vida sería muy aburrida.
Por aquel entonces, no me asustaba para nada la idea del amor, a
diferencia de Archie, tan miedoso y precavido con sus emociones. Pero
recuerdo que desde aquella tarde todo giraba alrededor de él, y mis
sentimientos se movieron de una forma frenética y descontrolada. Fue algo
raro.
—Me gustaría saber lo que piensas de mí —dijo más tarde,
inclinándose hacia la mesa.
—Lo sé perfectamente —dije con orgullo imitándole, quedando menos
espacio entre los dos.
—Sorpréndeme.
Me hubiese gustado mirarle con claridad y poder saber en ese instante
todo lo que íbamos a tener que pasar los dos juntos. El daño que le iba a
hacer, el amor que nos íbamos a dar al otro, el tiempo que estaríamos
separados echándonos de menos, las veces que dormiríamos juntos
abrazados escuchando la lluvia, las conversaciones gritándonos lo mucho
que nos odiábamos, los segundos de amor antes de cada beso salvaje.
No sé, Archie, me hubiese gustado decírtelo en ese momento. Pero fue
el comienzo. El comienzo de mucho. Y no se puede pedir al cielo que no
llueva cuando está nublado.
Fuimos inocentes por esperar que todo fuese a salir bien entre los dos.
Que no nos partiríamos el corazón para volver a reconstruirnos a nosotros
mismos y crecer y crecer tanto que nos convertiríamos en versiones
cambiadas y algo perfeccionadas de aquellos dos jóvenes charlando en la
última mesa de una cafetería.
Quise responder a su pregunta, por supuesto que lo hice, estaba
deseando decírselo. A mi manera. Con alguna de esas trampas que él tanto
odiaría de mí.
—Pienso que… me gustaría ser la chica de la que te enamorases algún
día.

—ARCHIE—
Cuando te topas en la vida con personas diferentes, alocadas, especiales, no
es porque lo sean a ojos de todo el mundo, sino de ti mismo. Existen tantos
millones de personas que no llegamos a pensar lo tan diferente que puede
ser una persona de ti, esos matices, esas tonalidades que conforman la
personalidad de cada uno, su esencia. Blair era una incógnita que se
mostraba ante el mundo como un símbolo, un número. Una persona sencilla
más en el planeta, cuando en realidad no lo era. Tenía una forma de ser que
nunca había encontrado en nadie más. Le daba igual lo que los demás
pensasen de ella, decía lo que pensaba en todo momento, no tenía tapujos
para hablar sobre cualquier cosa. Blair era tantas cosas a la vez que a veces
me costaba asociarla a tantos detalles. Aún me pregunto cómo logré
conectar con ella, con su rareza, y si eso de que los polos opuestos se atraen
es cierto o solo había que encontrar el imán que nos uniera.
Y era fascinante y aterrador.
Después de aquel viernes, nos veíamos cada tarde después de los
ensayos. Nos encerrábamos los dos en la clase y, mientras yo tocaba, ella
bailaba. Y cada día disfrutaba más que el anterior, era complicado pasárselo
mal con una chica como ella. No sé, Blair tenía algo… algo que hacía muy
fácil acostumbrarte a ella por muy compleja que pareciese. Al principio
pensé que estaba loca y que sería imposible seguirle el ritmo, pero entonces
te enseñaba su lado más sensible e íntimo, sobre todo cuando bailaba y de
alguna forma conseguía que vieras a una persona más simple, sin matices ni
tonalidades. Creo que no se daba cuenta, pero había veces en las que
cerraba los ojos cuando bailaba, y a mí me encantaba que hiciera eso.
«¡Tócala otra vez!», solía decir, llena de adrenalina, cuando terminaba
la canción. Y lo repetíamos. En esos días, le enseñé algunas de mis
canciones favoritas, y entonces ella se encargaba de interpretarlas a través
de su cuerpo. Me hacía muy feliz que hiciera eso, porque de alguna
forma… de alguna forma sentía que tocaba por más que por una sola razón.
Muchas de las veces, cuando terminábamos de hacerlo, solíamos
quedarnos un rato charlando con las luces apagadas. Insistía a Blair para
que descansase, pero es muy difícil hacer cambiar de opinión a una chica
como ella.
Un día, hablando de nosotros, hablábamos de nuestras familias y fue…
la conversación más íntima y agridulce que habíamos tenido hasta el
momento.
—¿Tus padres viven en la ciudad? —quise saber.
—Yo no tengo padres, Archie.
Abrí la boca, sorprendido, y me llevé una mano hacia los labios. Había
sido estúpido preguntar por eso, sobre todo por la forma en que sus ojos
atravesaron los míos. No entendí muy bien lo que decían; si era terror,
miedo o neutralidad. Pero es que a veces cuesta identificar dónde se
encuentra el dolor, si en la mirada, en la piel o tal vez en los labios.
—Perdón, yo no… Lo siento mucho.
Blair estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo y se mojó con
la punta de la lengua el labio inferior.
—Mi padre abandonó a mi madre cuando se quedó embarazada y ella
me crio hasta que tuve quince años y falleció.
Dejé escapar un suspiro con nerviosismo. ¿Cómo tiene que ser pasar
por algo así? ¿Cómo una chica como ella había podido pasar por todo eso?
—Sé en lo que estás pensando. —Me apuntó con la punta del dedo—.
Digamos que soy una chica joven que ha vivido demasiado para su edad. —
Trató de sonreír, y entonces lo vi. Justo en esa sonrisa a medias. Con el
tiempo aprendí que Blair solo sonreía a medias cuando hablaba de su
pasado. Y ahí estaba ella, escondiendo toda una vida, fingiendo que todo
estaba bien. Blair siempre haría eso.
—Dijiste que algún día sabría todo de ti.
—Y no mentí.
—Blair, puedes contarme lo que quieras cuando quieras.
—Lo sé, Archie, lo sé. —Sonrió. Tenía muchas preguntas. Quería
preguntarle cómo había pasado por todo aquello, a dónde había ido tras
perder a su madre, cómo había llegado al punto en el que estaba en ese
momento.
—¿Qué hay de tu familia? —preguntó de la manera más inocente.
Apreté los dientes con fuerza. Quise decirle que sí que tenía unos
padres, pero como si no los tuviera. Estaba tan enfadado aún… Después de
todo ese tiempo seguía sin saber nada de ellos, porque supuestamente los
había decepcionado, pero lo que no sabían era lo mucho que me habían
decepcionado ellos a mí como padres.
No podía decirle a Blair algo así.
—Tengo a mis padres, pero… no me llevo bien con ellos.
—¿Por qué?
—También tengo un hermano mayor.
—¿Por qué no te llevas bien con tus padres? —Blair nunca tenía miedo
de preguntar nada. Ojalá yo también tuviera esa facilidad para lo mismo.
Me quedé un rato pensando en qué responder.
—¿Recuerdas cuando te dije una vez que eras de las pocas personas
que me apoyaban en la música? Pues mis padres son de los que no me
apoyan.
Blair se echó hacia atrás, sorprendida. Tenía esa extraña manía de
arquear las cejas con aire de sorpresa y preocupación.
—Querían que estudiara Medicina como ellos. Son doctores y
convencieron a mi hermano de dejar atrás su deseo de estudiar Biología
para meterse en Medicina. Conmigo no lo han conseguido.
—Me cabrearía pensar que fueses capaz de dejar tu talento para ser
médico. No tengo nada en contra de los médicos, pero… Archie, tú has
nacido para ser pianista.
Intenté que no se me notase tanto la emoción que me producía
escuchar esas palabras.
—He dudado mucho de mí. Casi lo tiro todo por la borda, hasta que…
algo tiró de mí para que persiguiera mis sueños. Reconozco que a veces me
cuesta tomar decisiones por mí mismo si no tengo el apoyo de los míos.
—Esa voz eres tú mismo. Y me alegro mucho de que hayas elegido
creer en ti; porque, si no crees en ti, nadie lo hará por ti. Vales mucho,
aunque a ti te cueste verlo, y sé que algún día llegarás lejos.
Quise levantarme, abrazarla en ese momento y susurrarle infinitamente
las gracias, que justamente eso era lo que muchas veces había necesitado
escuchar en el último año. Pero Blair decía eso por alguna razón, algo de mí
sintió que lo decía por algo que habría pasado. Sentía que escondía tantas
cosas tras esa capa de seguridad e impulsividad.
—Muchas gracias. —Tenía la voz entrecortada.
—Tengo que presentarte a Henry. —Se levantó y empezó a recoger sus
cosas.
—¿Quién es?
—Una persona a la que le debo mi vida, aunque él nunca estará de
acuerdo con lo que acabo de decir. —Se rio—. ¿Te gustaría conocerlo?
Me quedé observándola durante un instante a la vez que se quedaba
congelada esperando una respuesta. Blair había entrado en mi vida de una
forma en que casi ni me había dado cuenta. Supongo que lo fugaz se desliza
como algo invisible, hasta que te paras a observar el verdadero rastro de
tinta que va dejando.
Dibujé una sonrisa inconsciente. De unas pocas semanas a otras pasé
de encontrarme insatisfecho, algo vacío y solitario tras la marcha de Stella y
el sabor amargo que había dejado en mi garganta a sentir un retortijón en la
barriga cada vez que Blair se asomaba por la puerta de la clase con una
sonrisa que me volvía loco. A menudo pensaba en nuestro beso, ese beso
salvaje, mojado y frenético. Como si acaso fuéramos las únicas personas del
planeta, como si se hubiese detenido el tiempo. Cada vez que pensaba en
ese beso, en mis manos enrollándose tras su espalda, en la lluvia cayendo a
nuestro alrededor como el aire, se me cortaba el aliento. ¿Qué me estaba
pasando?
—Sería un placer conocerlo, Blair.
—ARCHIE—
Cuando Blair decía una cosa, la cumplía, siempre cumplía con lo que decía.
Quedamos un sábado por la mañana a tomar algo, había insistido mucho en
que conociese a Henry, esa persona que la había salvado, esa persona a la
que le debía la vida. Le di muchas vueltas cuando me lo dijo. ¿Por cuántas
cosas había tenido que pasar? Se me encogía el pecho al pensar que algo
pudiera hacerle tanto daño a Blair.
Entré al café donde me había citado con Blair y Henry, y llegaba
después de ellos. Blair alzó una mano cuando entré, y vi que había elegido
la mesa en una esquina al fondo. Siempre hacía eso. E iba acompañada con
un chico de más o menos de la misma edad que ella.
Saludé a Blair con dos cálidos besos en la mejilla.
—Tú debes de ser Henry. —Saludé al chico con la mano y me recibió
con una sonrisa familiar. No era tan alto como yo, tenía el pelo castaño algo
destartalado y un mechón le caía por un lado de la frente. Iba vestido con
una chaqueta de cuero que le daba un aire desenfadado y más rudo del que
su rostro sonriente transmitía.
—Y tú el famoso Archie. Blair me ha hablado mucho de ti.
Tomé asiento enfrente de los dos. Blair lucía una sonrisa cargada de
emoción, mientras que intentaba ocultar el nerviosismo que había aparecido
de repente en mi cuerpo. Tenerla enfrente, con su amigo al lado, al principio
fue un poco raro.
—Espero que te diga cosas buenas de mí.
—Siempre digo cosas buenas de ti, Archie.
Los dos miramos a Henry.
—Tiene razón, solo dice cosas buenas de ti.
—¿Cómo os conocisteis? —quise saber con mi mejor voluntad.
Los dos intercambiaron una mirada extraña.
—Del instituto —respondió Blair—. Yo tenía unos dieciséis años, ¿no?
Henry asintió. Me gustaba cómo la miraba. La miraba con… cariño,
con familiaridad. Podría haber sido su hermana y me lo hubiese creído.
—Su familia me acogió después de cumplir dieciocho años.
Por una milésima de segundo, esa sonrisa, esa calidez que transmitía
siempre… había eclipsado en mi pensamiento lo que ya sabía de ella. Que
en realidad era poco para lo que era en verdad. Odiaba la facilidad que tenía
Blair para enmascararlo todo, aunque luego decía que en eso se parecía a
mí.
—Las casas de acogida no se me dieron bien. —Se encogió de
hombros.
—Eso es porque eres tan especial que no puedes estar en cualquier
lugar —respondí para suavizar el tema.
—Blair me ha dicho que eres pianista —comentó Henry tras pedir algo
de beber.
—Así es —asentí.
—Tiene que ser una locura tocar el piano. ¿Lo haces desde hace
mucho?
—Desde muy pequeño.
—Enhorabuena, me parece algo extraordinario. No todos los días te
cruzas con un pianista, ¿verdad?
—Archie tiene mucho talento, ojalá algún día lo escuches tocar —
añadió Blair.
Mis mejillas ardieron, no estaba acostumbrado a ese tipo de interés ni
de comentarios sobre lo que más me gustaba hacer en el mundo. Todo eso
me daba un increíble empujón para seguir y seguir.
—Ha sido muy guay que os conocierais en el conservatorio, Blair tuvo
suerte cuando entró.
—Tengo talento —dijo con la cabeza en alto, fingiendo orgullo.
—Siempre dando vueltas y vueltas, tendrías que ver la cantidad de
veces que la he visto en el suelo.
No sé por qué, pero siempre había pensado que Blair llevaba bailando
toda su vida y no desde hacía dos años. Que era lo que llevaba en el
conservatorio, según me contó. Cuando bailaba para mí a veces me la
imaginaba con ocho años, con diez, con quince… No tenía ni idea de que se
pudiese ser tan talentosa en el ballet practicándolo tan tardíamente.
—¿A qué te dedicas tú? —le pregunté a Henry.
—Trabajo en la empresa de muebles de mis padres, a las afueras.
Asentí con la cabeza imaginando los comentarios que harían mis
padres de un chico así.
—¿Te gusta?
—Puede parecer una mierda de trabajo, pero te aseguro que las horas
pasan volando mientras trabajamos. Hay muy buen ambiente, que es algo
importante, y soy feliz allí.
Zas. La respuesta perfecta, esa clase de respuesta que necesita ser
escuchada para personas como mis padres.
—Me alegro mucho. —Sonreí.
—Voy un momento al baño, chicos. —Blair se levantó y me guiñó un
ojo cuando pasó por mi lado. Fue inevitable sonreírle y volverme para verla
alejarse, justo cuando ella hizo lo mismo, y ambos nos sonrojamos.
—Le gustas de verdad. —Me topé con Henry de nuevo.
No supe qué responder ante esa afirmación, porque a mí también me
gustaba de verdad. Le di un sorbo a mi bebida.
—Nunca había conocido a alguien como ella.
—Blair es esa clase de persona que brilla mucho, pero no comparte
con todo el mundo ese brillo. Cuando deja que traspases esa barrera que
levanta con la mayoría de gente y te adentras en ella, es extraordinaria.
—Lo sé.
—Pero lleva cuidado con ella, Archie —dijo con un tono más serio, y
eso que a Henry no se le veía un chico serio. Eso me hizo erguirme en el
sitio y adoptar una figura más recta.
—Tiene un pasado complicado, ha pasado por mucho, mucho más de
lo que te puedas imaginar. Y, aunque la veas tan transparente, extrovertida,
sonriente y abierta…, Blair se esconde muchas veces tras eso.
»Blair se esconde. Blair teje una capa hasta el punto de que no sabes si
está bien de verdad o lo oculta. Blair oculta cuando se encuentra mal. Blair
es una chica transparente y sólida a la vez.
Hasta que no vives en primera persona con Blair todos esos
comportamientos, es imposible imaginársela en ese punto. Eso lo descubrí
con el tiempo.
—Entiendo.
—Disfruta de sus locuras, de verdad te lo digo. Ninguno de nosotros
sabe lo que puede pasar en un futuro, pero te acabarás enamorando de ella,
lo sé. Y Blair de ti. Tengo la sensación de que estoy junto a dos personas
que en algún punto de sus vidas serán el alma gemela de la otra. Pero, por
favor, solo… ten cuidado. Cuídala como yo no he hecho y después he dado
la vida por hacerlo. Y cuídate tú también.
Las palabras de Henry se metieron bajo mi piel. Me hubiese gustado
detener el tiempo en ese momento e ir frase por frase. ¿De verdad podría
enamorarme de ella? ¿De verdad hace unas semanas acababa de conocer al
amor de mi vida? ¿Cómo se sabe eso? ¿Se siente por algún lado? ¿Está
escrito en las estrellas, en la arena o en algún diario?
Cuando Blair volvió y me sonrió, entonces lo supe. No estaba escrito
en ninguna parte, ni en las estrellas, ni en la lluvia que siempre ha caído a
nuestro alrededor. Estaba ahí, delante de mí y de Henry y de cualquier otra
persona, porque estaba escrito en sus ojos ámbares.
Lo vi tan claro. Hasta un chico como yo, que nunca había prestado la
suficiente atención al amor, que había fracasado de alguna forma creyendo
que podía amar a una chica que no amaba de verdad, que nunca pensó que
tuviese un hueco tan grande para todo lo que ocupa el amor de verdad.
Me dedicó una sonrisa mientras se colocaba en su sitio y me dejé
arrastrar por ella. Dejarme llevar por una persona nunca había sido lo mío,
pero ¿cómo podía retenerme ante ella? ¿Acaso quería hacerlo? Me gusta
llevar el control de las cosas y de las situaciones, y por una vez en mi vida
no tener el control de algo no me sabía tan mal.

—ARCHIE—
A mediados de diciembre de ese año, recibí una buena noticia. Comenzaría
a trabajar tocando en The Aurora, uno de los mejores clubs de Edimburgo,
los fines de semana. Era un lugar con clase, elegante. Mis padres solían salir
mucho por ahí, pero dejaron de ir por alguna razón que no supe. Mi amigo
Lewis se había enterado de que estaban buscando un nuevo pianista más
joven, con nuevas inquietudes y canciones, y no dudó en decírmelo. Una
mañana me acerqué, toqué un par de canciones para los encargados, y me
dieron el trabajo. Por supuesto, no me libré de que Jason, el jefe, me dijera
que conocía a mis padres y que hacía mucho que no pasaban por ahí, a lo
que respondí que estaban ocupados con el trabajo.
—Este sábado por la noche tengo mi primera función.
Se lo conté a Blair la primera. Incluso antes que a mis amigos. Joder,
en cuanto me dieron la noticia no pude aguantar la emoción de compartirla
con ella.
—Archie, eso es increíble —dijo emocionada—. ¿Lo ves? Poco a poco
la gente empezará a conocerte más y más. Hasta que llegues a lo más alto.
—Se aproximó a mí—. Tu nombre estará por todas partes de la ciudad y de
Reino Unido. ¡Serás la nueva sensación!
—Eres tan fantasiosa.
—Confío en ti y en que llegarás muy alto.
Blair era todo lo que necesitaba en ese momento. Me acogí a su apoyo
constante, un apoyo que necesitaba como la gasolina de un coche. Pero es
que, sin ella, nunca hubiese llegado a nada.
—¿Te apetece venir a verme?
—Me encantaría, Archie, pero The Aurora no es sitio para mí. ¿Qué
pinto yo entre toda esa gente tan elegante?
—Quiero que estés en el público, me hace sentir más seguro —me
sinceré, y se quedó un rato mirándome en silencio. ¿En qué pensaría cuando
hacía eso?
—Necesitaría un vestido bonito, pero no tengo. No suelo tener cosas
tan…
—No te preocupes por eso, Blair.
—Archie… —Se le oscureció la mirada.
—Quiero que estés ahí.
Blair sonrió con cercanía.
—Y yo me moriría por verte.

—BLAIR—
Dos días antes de la primera función de Archie, me encontré con un paquete
en el que ponía mi nombre en mi habitación.
—Ah, sí, ha pasado el conserje y ha dejado un encargo para ti —dijo
Aily viendo mi expresión de confusión—. Ábrelo. ¿Qué será?
—No sé qué puede ser —respondí, abriendo el paquete con curiosidad.
Nunca había recibido nada. Normalmente, si Henry tenía que darme algo,
me lo daba el fin de semana.
Fui abriéndolo poco a poco, con los ojos de mi compañera tan
expectantes como los míos. Destapé una caja, y entonces la abrí. Había una
nota.
Con esto brillarás más que nadie.
A
—¿Quién es A? ¡Blair! ¿Estás saliendo con alguien?
Dejé la nota a un lado con el corazón latiendo bajo mi pecho a mil, y
entonces saqué un vestido rojo. Me llevé la mano a la boca cuando lo saqué
y lo vi. Aily abrió la boca, tan sorprendida como yo.
—Es… precioso —pude decir. Nunca me habían hecho un regalo así.
Nadie, salvo la familia de Henry. Sentí un cosquilleo raro en la barriga.
Ilusión, emoción. Y tal vez algo de amor.
—¡Pruébatelo ahora mismo!
—¿A… ahora?
—Sí. ¡Vamos! Y ahora me cuentas quién es ese chico.
Me cambié allí mismo. Mentiría si no dijera que estaba muerta de los
nervios y de la emoción a la vez. Parecía tan frágil que me daba miedo
ensuciarlo o ponérmelo. Pensé que aquel vestido tenía que costar una
fortuna, pero Archie… Maldito sea Archie.
Aily me ayudó a ponérmelo. Me llegaba justo por encima de la rodilla
y tenía dos tirantes muy finos. Era uno de esos vestidos que llevaban las
chicas guapas y con clase que salían en las revistas.
—Dios mío, Blair, estás… estás preciosa.
La mirada de Aily me hizo reír, hasta que me miré al espejo de la
habitación.
Y me quedé sin palabras.
—Tengo unos zapatos para dejarte. No tienen mucho tacón, pero son
perfectos para ese vestido.
Aily buscó rápidamente en su armario y sacó un par de tacones negros.
Me senté en el borde de la cama y me los puse.
—Increíble, Blair. Ese tal A va a flipar cuando te vea.
Me volví a mirar en el espejo.
—No puedo aceptar algo así. —Me giré hacia ella.
—¿Eres tonta? A ese chico le gustas mogollón, sea quien sea.
Me repasé de arriba abajo. No había llevado tacones en mi vida.
Siempre me ha gustado ir descalza o plana, pero justo ahí… La vi a ella. Vi
a mi madre como un destello en el reflejo del espejo. ¿En serio aún la
recordaba? Ese… ese era uno de mis mayores miedos, siempre lo ha sido:
olvidar su rostro, su olor, su tacto. Me tembló el cuerpo y volví a mirarme
desde todos los ángulos posibles. ¿Cuándo había crecido tanto? ¿Cuándo
había pasado de ser una niña de dieciocho años drogadicta a lo que estaba
viendo en ese momento? Se me cayeron algunas lágrimas y me pasé el
antebrazo antes de que Aily me viera.
—Aily.
—¿Sí?
—¿Qué peinado crees que le vendría bien a este conjunto?

]
Había bastante ambiente en la puerta de The Aurora y estaba nerviosa.
Había tenido que coger un autobús para llegar hasta ahí y la gente me
miraba un poco raro por ir vestida tan elegante. Las calles de Edimburgo
por las noches a veces eran frías y demasiado oscuras.
Me quedé un rato en la acera de enfrente, observando a toda esa gente
con dinero con unos vestidos y trajes preciosos. Por un momento los
envidié, pero recordé la razón por la que estaba allí: él, y el orgullo y la
emoción hicieron que corriese hacia la acera. Me quedé embobada con el
establecimiento por fuera, bastante grande y con el nombre del club en
letras doradas al igual que la puerta principal.
—¿Tiene entrada, señorita? —Un guardia de seguridad me detuvo
antes de entrar al exclusivo club.
—Soy amiga del pianista —respondí, porque Archie me dijo que
estaba invitada de su parte.
—¿Blair?
—Esa misma.
—Adelante. —Me dejó pasar.
The Aurora fue uno de los clubes por excelencia de la década de los 80
y 90 en Edimburgo. Todo el mundo que podía permitírselo iba con sus
amigos a tomar unas copas, a comer algo. Me llenaba de satisfacción estar
en un sitio como ese por primera vez en mi vida, sin saber que algún día las
plantas de mis pies pasarían por los lugares más exclusivos del mundo.
Cuando entré, me encontré con una sala muy grande, más incluso que
la casa de Henry o una clase del conservatorio. La luz era tenue, la justa
para convertir el ambiente en un lugar íntimo y a la vez extrovertido. Me
ajusté el vestido y me llevé la mano al pelo para comprobar que no me
había despeinado. Decidí acercarme a la barra y pedir un refresco.
—¿No prefieres una copa mejor?
—No bebo alcohol —le respondí a la chica joven tras la barra.
Sabía que era una peligrosa tentación estar en un lugar donde la gente
bebía alcohol y podía meterse cualquier cosa cada minuto. Al fin y al cabo,
la gente rica tiene todo al alcance de su mano, y eso es más peligroso aún.
Pero, tras tres años limpia, había dejado cualquier trozo de deseo. Y me
hacía sentir bien.
Me senté en una butaca en un lado cerca del piano desierto y esperé.
Miré a mi alrededor entusiasmada, observando a la gente conversar, yendo
de un lado a otro. Estaba deseando ver a Archie hacer magia y que la gente
se quedase pasmada.
—Perdona, ¿estás sola? —Di un saltito en la butaca cuando noté una
mano sobre mi espalda. Era un chico rubio con un traje oscuro, debía de
rondar los treinta y pocos.
—Sí. O sea, ¡no! Soy… amiga del pianista.
—Conque amiga.
—De momento creo que sí. —Me reí con nerviosismo. No podía dejar
de pensar en Archie.
—¿Te apetece tomar algo?
—Estoy servida. —Le señalé mi vaso.
—¿Eres modelo o algo? Eres guapísima.
—No, no soy modelo, gracias por el cumplido. Soy bailarina.
—Exquisito. Me llamo Seth.
—Encantada.
—¿Cómo te llamas?
—No me gusta darle mi nombre a los desconocidos.
—¿Por qué?
—Piensa en el nombre que más te guste y así me llamaré.
El chico soltó una carcajada.
—Guapa y graciosa. Bueno, si luego te quedas con el vaso vacío y
quieres más, puedes venir justo ahí. —Señaló unos sillones donde había tres
personas más—. Son mis amigos.
—Gracias, de momento estoy bien así.
—Me alegro de haberte conocido. Eres la chica más guapa que he
visto nunca por aquí.
—Gracias —le dije de nuevo, y le vi alejarse. Me eché el pelo hacia
atrás y se bajaron las luces del sitio. Archie saldría en cualquier momento.
Balanceé las piernas en la butaca y desvié la mirada hacia el chico que me
estaba mirando. ¿Estaba tratando de ligar conmigo, verdad? No estaba
acostumbrada a algo así ni de lejos. Cuando te has pasado media vida entre
suburbios, entre personas que no distinguen bien tu rostro ni te prestan
atención, no sabes lo que se siente cuando alguien se fija en ti.
Entonces Archie apareció. Empecé a aplaudir con entusiasmo y dirigió
su mirada hacia mí. La gente no prestó mucha atención a su aparición y
quise gritar que contemplasen el talento que tenía.
Archie me guiñó un ojo cuando se sentó frente al piano y colocó
algunas partituras a la altura de su vista. Tomó aire y empezó a tocar.
Algunas personas empezaron a prestarle atención, pero no toda la que me
gustaría. Mi corazón estaba en un puño. Ahí estaba, tan concentrado, lejos
de nuestras sesiones, donde nos divertíamos y el tiempo no existía, donde
Archie hasta bailaba sentado.
Tocó una pieza que nunca había escuchado y fue perfecta. Tocó una
tras otra, sin perder la concentración, a pesar de las voces del fondo. Yo no
me moví ni un palmo de mi sitio, expectante a cada movimiento de sus
dedos. Las canciones eran preciosas. Hasta que llegó una en especial.
—Si me permitís, quisiera dedicarle esta pieza a una chica con vestido
rojo que me ha parecido ver. Si la veis, decidle que está preciosa esta noche.
Aquello llamó la atención a la gente y muchos ojos se posaron en mí.
Me reí en mi sitio y le saqué la lengua a Archie antes de que se pusiera a
tocar. Ignoré las miradas de la gente. Archie empezó a tocar la melodía de
mi canción favorita y las personas se quedaron embobadas viendo tocar a
ese chico que hacía que mi corazón se acelerase tanto como la velocidad de
sus dedos tocando. Era imposible que hubiese alguna canción más bonita
que esa. Cuando Archie tocaba las notas más agudas, se te metía en el
corazón, en lo más profundo, allí donde estaba esperando que algún día él
se quedase para siempre. Y que nunca se moviese.
Cuando terminó de tocar la pieza, tenía los ojos llorosos y la gente
aplaudió con un entusiasmo increíble. Me sequé las mejillas y aplaudí como
nadie de pie. Las personas que estaban presentes empezaron a murmurar
cosas de Archie. Cosas buenas como quién era, lo bien que tocaba y si iría
más veces por ahí.
El tiempo en The Aurora pasó tan rápido que, cuando esperé a Archie
a la salida del club, no pude aguantar las ganas de echarme encima de él.
Me hubiese gustado besarlo en ese mismo momento, acariciarle, cogerle de
la mano, colgarme de su cuello y hablar de lo emocionante que había sido.
—Has estado genial. —Le besé en la mejilla después de abrazarlo.
—Gracias por haber venido —dijo con una sinceridad en sus ojos
claros que me cautivó y me puso la piel de gallina.
Tendría que haberle besado.

—ARCHIE—
—¿Cuál es tu mayor secreto?
—¿Tengo pinta de esconder secretos?
—Todo el mundo los tiene.
—¿Tú también?
—Por supuesto —dijo con naturalidad.
Estábamos dando un paseo. Era domingo y se me había ocurrido la
idea de coger el coche y salir fuera de la ciudad, a un antiguo pueblo
marinero llamado Newcraighall. Siempre había sido un chico de ciudad, o
al menos ese había sido el entorno en el que había crecido, pero también
sentía cierta atracción por el campo y aquellos lugares pequeños y más
solitarios. Newcraighall era un pueblo que tenía lo básico: una escuela, una
farmacia, una pequeña parada de autobuses, una iglesia y poco más. Todos
los vecinos se conocían y a mí me gustaba un campo que delimitaba el
pueblo con Old Craighall a pocos kilómetros. También solía hacer un
vendaval y tiempo horrible, pero en Escocia el tiempo siempre era gris. No
sé por qué se me ocurrió llevar a Blair ahí; pero, dos días después de mi
primera noche en The Aurora, Blair apareció por la clase y estuvimos
hablando como siempre. Cada vez me apetecía pasar más tiempo con ella,
quería descifrarla como si fuera un enigma de carne y hueso. ¿A dónde iría
todo aquello? ¿Duraría? Tenía la sensación de saber muchas cosas de ella,
pero a la vez no tenía ni idea de quién se escondía detrás de todo ese
cúmulo de ruido. Porque eso era lo que era ella: ruido, caos… Uno bonito,
uno que por alguna razón atraía a un chico como yo.
Blair y yo caminábamos mientras nuestras manos se rozaban a cada
paso sin llegar a tocarse del todo. Tenía el constante impulso de cogerla con
fuerza y sentir el tacto de sus dedos enrollados con los míos. ¿Por qué algo
tan sencillo y simple se convierte en algo tan grande cuando te sitúas en la
casilla de salida? Normalmente, he tenido siempre el control de la situación
cuando empezaba a salir con alguna chica, me limitaba a llevarla a sitios
guais, a sorprenderla, a mostrar mis virtudes, pero con Blair era
jodidamente extraño, como si fuera ella la que constantemente me estuviese
sorprendiendo a mí.
—¿Entonces puedo saber cuál es tu mayor secreto?
Blair se mojó los labios con la lengua, esa que me había besado de
forma salvaje bajo la lluvia de la forma más inesperada. ¿Hubiese sido
diferente si hubiese estado preparado para ello?
—Sinceramente… —empezó a decir mirando al frente, al campo
grisáceo como el cielo—. Creo que me conozco menos de lo que creo y que
estoy más perdida de lo que pudiera reconocer; ese es mi mayor secreto,
Archie.
Me sorprendí totalmente por lo que acababa de decir. Ella siempre
parecía tan segura de sí misma… Y, sin embargo, ahí estaba, caminando con
el rostro serio. ¿Quién eres, Blair? ¿Y qué estoy haciendo contigo? O mejor
dicho, ¿qué estás haciendo conmigo?
Llegamos donde había aparcado el coche, en medio de la nada, en
aquel pueblo solitario. Nos detuvimos y nos sentamos en el capó del coche.
El atardecer se abrió ante nosotros, extendiéndose por una explanada de
campo llena de matorrales, hierbajos y flores secas debido a la falta de sol.
Mis ojos quedaron cegados por el tono anaranjado y rosado que se
mezclaba en el cielo, no debían de ser más de las cinco de la tarde. Nos
quedamos en silencio, y entonces Blair apoyó su cabeza en mi hombro a la
vez que buscaba mi mano, esa que tantas veces se había estado rozando a lo
largo del paseo. Fue reconfortante, me gustaba estar con ella, me encantaba
porque florecían cosas nuevas en mí, cosas que jamás hubiese entendido si
Blair no se hubiera cruzado conmigo.
—¿Puedo decirte algo? Es una estupidez, pero bueno.
—Lo que quieras.
—Quiero besarte —le confesé. Llevaba toda la tarde deseando hacerlo.
—No quiero que lo digas, Arch, quiero que lo hagas.
Alzó su cabeza y sus ojos se encontraron con los míos. Eran de un
color ámbar, brillantes como aquel atardecer. Repasé su rostro milímetro a
milímetro, cerciorándome de cada rincón mientras sus pupilas no dejaban
de mirarme. Cuando Blair me miraba de esa forma… Tiré de su barbilla y
encajé mis labios con los de ella. Nuestras lenguas se movieron, húmedas,
revoltosas, haciendo desaparecer todo el aire entre nuestras bocas. Podría
besarla todo un día entero, podría pasar mis dedos entre su pelo todas las
mañanas y besarle los lunares del cuello por las noches. Me estaba
volviendo loco.
Todo el mundo tiene secretos, y Blair siempre fue el mío después de
todo.

—BLAIR—
Había escuchado hablar mucho de ese cosquilleo en la barriga. Un
cosquilleo vertiginoso, a veces un poco mentiroso, otras algo intenso y lleno
de colores pasteles. Siempre había odiado las películas de amor y, sin
embargo, me quedaba embobada cuando ella y él se quedaban mirándose el
uno al otro con un brillo en los ojos, una leve sonrisa, un retortijón en el
pecho, un cosquilleo en la barriga.
Con Archie entendí por primera vez lo que se sentía y, joder, es algo
increíblemente maravilloso. No entiendo a la gente a la que le da miedo
enamorarse o el amor, y lo dice una persona que un día perdió la fuente del
poco amor que recibía. Al final los que más han perdido temen menos que
los que aún no han sido víctimas.
Una noche, estaba en la cama a punto de dormirme. Aily se había
quedado frita en la suya después de un largo día de ensayos, pero yo no
podía dormir. Nunca me ha gustado dormir, a pesar de lo cansada que
llegaba al final del día, a veces me costaba horrores conciliar el sueño.
Intenté poner la mente en blanco, pero, cuanto más lo pensaba, más pensaba
en cosas. De repente escuché un ruido en la puerta. ¿Alguien había tocado o
era cosa mía? No tenía ni idea de la hora que era, pero todo el mundo debía
de estar dormido en sus habitaciones. Me levanté curiosa al rato de volver a
escuchar otro sonido y, cuando pegué mi oreja en la superficie de la puerta,
alguien dio un par de toques desde el otro lado.
La abrí de inmediato entre una mezcla de intriga y nerviosismo. Me
llevé la mano a la boca cuando lo vi mirando a su alrededor por el pasillo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—No podía dormir. —Se pasó la mano por el pelo y le tiré del brazo
para que entrase antes de que alguien escuchara jaleo. Una vez dentro
observé a Aily moverse en su cama, pero no se despertó.
—¿Estás loco?
—Tú también estás despierta.
—Vivo aquí.
Lo volví a mirar de arriba abajo y solté una carcajada. Pero ¿qué hacía
ahí? ¿Cómo se había colado en la residencia?
—No puedes estar aquí.
—Tú siempre eres la de las locuras —dijo en la oscuridad, susurrando.
Dirigí de nuevo la mirada hacia Aily para comprobar que seguía dormida—.
Ven. —Me cogió de la mano.
—¿A dónde?
—A dar un paseo.
Me reí. ¿Qué mosca le había picado? Sabía que teníamos prohibido
salir de noche entre semana.
—Me apetece estar contigo, Blair.
Fue esa frase, esas palabras. Me estaba eligiendo, de algún modo. Una
persona en el planeta estaba eligiendo pasar tiempo conmigo, con una chica
como yo.
—A mí también.
—Sintámonos como unos quinceañeros, ¿quieres?
Sonreí, ladeando la cabeza de un lado a otro. Me gustaba esa versión
de él.
—Por supuesto que quiero.
Me cogió de la mano y salimos de la habitación en silencio. Archie y
yo nos escapamos de la residencia. Fue fácil y muy divertido. Nunca me
había divertido tanto con una persona, a excepción de Henry. Dimos un
paseo por la noche, hablamos de mil temas, nos reímos, nos cogimos de la
mano de manera inconsciente, Archie me contó anécdotas de cuando era
niño, no me habló mucho de su familia, pero me contó muchas cosas de él.
Hablamos sobre ciudades, sobre colores, sobre películas, series y música. Y,
al final del paseo, me volvió a apartar el pelo de la cara para depositar un
beso sobre mis labios y me deseó las buenas noches. Me costó que se fuera,
dejarle ir de nuevo, aunque nos fuéramos a ver al día siguiente, por eso corrí
de nuevo hacia él y le devolví el beso. Y después otro. Y otro. Hasta
quedarme satisfecha para que su piel empezase a conocer la mía.

—ARCHIE—
—Ya estamos. —Abrí la puerta de mi apartamento y dejé entrar a Blair
primero.
Me quedé en una esquina, observándola con los brazos y las piernas
cruzados. Me gustaba hacer eso bastante, quedarme en un segundo plano
mirándola en silencio, examinándola. Cada día que pasaba, cada minuto que
pasábamos juntos consistía en una mezcla de sensaciones. No me preocupé
por pensar cómo sería todo si finalmente acabase enamorándome de esa
chica, porque ella hacía que actuases y te guiases por lo que sentías en el
momento. Eso de detenerse y pensar pasaba a un segundo plano. Te
arrastraba con ella a su mundo sin preguntar. Hacía parecer que el amor es
simplemente disfrutar con la otra persona, reírse, bailar, mirarse. Sentir sin
tocar. Allí, en medio de mi apartamento, la observé y pensé que sería fácil
querer a Blair. Sí, a pesar de su pasado y su complejidad.
—Me encanta tu casa —dijo dando una vuelta por el salón con
diversión—. Oh, se ha puesto a llover. —Miró por la ventana y me acerqué
tras ella. Corrí la cortina hasta mi altura y Blair me miró, y entonces apoyó
su cabeza en mi hombro y sentí un escalofrío. Cerré los ojos escuchando la
lluvia chocar contra la ventana y sentí paz, mucha paz. Una sensación que
nunca había experimentado antes con nadie.
—Archie, creo que te quiero —dijo por primera vez con voz suave, y
se me encogió el pecho.
Creo que, cuando «esa persona» te dice esa palabra, suena diferente.
No da miedo, ni vértigo. Sino paz. Calma. Y vale, también sientes que te va
a explotar el maldito pecho de una felicidad indescriptible. Pero creo que
eso es en lo que consiste el amor, ¿no? En no sentir miedo, sino paz. Nos
mantuvimos un rato de pie, el olor del pelo de Blair se coló por mi nariz y,
en un momento, alzó la vista y nos encontramos con la mirada en silencio.
La gente nos podrá hablar de los sentimientos, de sus vivencias, de lo que
cada persona te puede llegar a hacer sentir, pero no es hasta que lo vives de
verdad que no te das cuenta lo mágico que es. Como un destello que se
choca contra tu estómago o una pluma que te hace cosquillas. Creo que solo
existe una persona en nuestras vidas que te enseña lo fácil que es sostener el
amor entre tus manos y a la vez lo rápido que se escurre.
Pasé mi dedo por su mejilla y me fijé en cada centímetro de su piel. No
era perfecta, tenía algunas marcas en los pómulos y también en la frente.
Pero para mí sí lo era, porque era ella. Existe algún punto en el que dejas de
conocer a esa persona y sorprenderte por todo aquello que descubres, y
comienzas a querer y aceptar todo lo que la compone. Nadie sabe de qué
trata ese punto, ni cómo se traspasa, tan solo un día te levantas y lo sientes.
Media hora después estábamos Blair y yo en el sofá, tumbados, viendo
el capítulo semanal de El príncipe de Bel-Air. Blair sumó un punto más
cuando dijo que le encantaba mi serie favorita y comimos palomitas.
La miré de reojo, tan atenta a la televisión, a los diálogos, parecía una
niña pequeña. Entonces le tiré una palomita en la cara.
—¡Archie!
—Ha sido inevitable. —Me reí.
—¿Ah, sí? —Se puso de rodillas en el sofá y alcancé un cojín para
defenderme—. Toma esa. ¡No vale eso!
Cogí otra y se la tiré. Le di en el ojo y refunfuñó, sin parar de tirarme
una detrás de otra chillando y riéndose. Hasta que se puso de pie, descalza,
y corrimos por todo el salón tirándonos palomitas. Fue un momento muy
gracioso. Fue un momento que siempre recordaré. Sobre todo cuando tiré
todas las palomitas a un lado, me acerqué a ella y la besé en medio de la
estancia. Con la lluvia traqueteando de fondo. Con nuestros corazones
despertando. Creando nuestra primera etapa sin saberlo. Sellando nuestros
labios para toda una vida.
—Yo creo que también te quiero, Blair. —La volví a besar por todo el
rostro con cariño mientras hacía muecas divertidas.
Solo quería besarla y besarla y decirle que no tenía ni idea de dónde ni
cómo iba a acabar todo esto, pero que ella era el lugar donde quería estar.

—BLAIR—
Era imposible tener miedo estando al lado de él.
Archie siempre me miraba como si fuera la chica más guapa que
hubiese visto. Ahí bailando para él después de un duro día de ensayos tras
ensayos. Ahora me gustaba más despertarme solo para encontrarme con él
al final del día y hacer lo que más nos gustaba a los dos.
Aunque el día hubiese sido duro, pensar en que nos veríamos… a
veces era el único motor para soportar toda la jornada de ensayos.
—¿Estás bien? —preguntó cuando terminó de tocar.
—Estoy algo cansada y…
—¿Y qué?
Miré hacia mis pies desnudos, en medio de la sala, después de un día
duro en el conservatorio.
—Creo que hay demasiadas expectativas puestas en mí para el año que
viene.
—No son expectativas, Blair. Es tu talento y ellos saben que vas a ser
alguien grande algún día y que tu nombre estará escrito en las invitaciones
de los mejores ballets del mundo.
Levanté la cabeza hacia él.
—Tú sabes perfectamente lo que quieres ser en un futuro.
Se detuvo un segundo fijando su mirada en la mía, cabizbaja.
—Quiero ser pianista profesional.
Me senté en el suelo con las piernas cruzadas, estaba cansadísima.
—Yo no quiero ser bailarina profesional.
Nos quedamos los dos en silencio.
—No lo entiendo, Blair. Desde la primera vez que me lo dijiste.
¿Entonces por qué haces todo esto si no es lo que quieres? —dijo con un
tono serio.
—Porque me divierte. Pero no quiero hacerlo toda mi vida.
—¿Y qué es lo que quieres?
Me encogí de hombros y ladeé la cabeza hacia un lado,
respondiéndole:
—No desperdicies tu talento, por favor.
Fue como una súplica. Esa conversación… Joder, esa conversación iba
a ser protagonista de muchísimas peleas que tendríamos. Sabía que tenía
talento, pero el baile para mí siempre ha sido una distracción, un hogar para
evadirme de mi alrededor, algo con lo que disfrutaba. Pero no para siempre.
No para verme ensayando como lo hacía por aquel entonces, día tras día, y
menos con un nivel de exigencia que creía que era desmedido con el paso
de las semanas.
Para mí el ballet no era una obligación y creo que dejé de disfrutar un
poco cuando se convirtió precisamente en eso.
—No te rindas.
—No me estoy rindiendo. —Me levanté, un poco molesta, y me dirigí
a la puerta.
—¿Te vas?
—Sí.
—¿Estás enfadada?
Relajé los músculos de la cara.
—No, solo estoy cansada. Buenas noches, Archie. —Salí de la clase y
me dirigí en silencio hacia la residencia, justo al otro lado del edificio.

]
—Bien, esta es la última semana antes de las vacaciones exprés que tendréis
en Navidad —comenzó a decir el profesor Duncan—. Cosas importantes:
nada de pasarse con los dulces ni abusar en general con la comida. Cuando
vengáis, os pesaremos a todos y todas. Segundo, estirad todos los días y si
podéis realizad algunos ejercicios en barra delante de un espejo, ¿me habéis
oído? Con un espejo os ponéis y hacéis los ejercicios para corregiros a
vosotros mismos.
Todos asintieron con la cabeza.
—Cuando volváis, espero que estéis con las pilas cargadas porque
empezaremos con las pruebas de selección para la función de ballet que se
realizará el año que viene. Recordad que es muy importante para vuestra
carrera, es una oportunidad para que os deis a conocer.
Aily me miró de reojo y fingí una sonrisa. Todos se morían por ser los
elegidos. A mí me daba igual serlo o no.
—Así que vamos. ¡A estirar, que empezamos!
Nos repartimos por la clase y comenzó el día.

]
—Bueno, ¿has seguido quedando con A? —me preguntó Aily por la noche.
Le gustaba hablar antes de quedarnos dormidas.
—Sí.
—¿Sois novios?
—No. De momento.
—Pero te gusta, ¿verdad? —Se giró en su cama para quedarse de lado
mirándome. Solo una pequeña mesita de noche separaba las dos camas.
—Le quiero —respondí mirando el techo.
—¡Blair!
—Es la verdad.
—¿Qué se siente al querer a alguien? ¿Es tan bonito como dicen?
Aily nunca había tenido novio, a la edad de diecinueve años, dos
menos que yo. Según ella, aún no había tenido tiempo, ya que con el ballet
tenía el tiempo limitado para conocer gente de fuera.
—Es como querer respirar a la misma vez que la otra persona y sentir
que no te vas a ahogar.
—Wow.
—Ya. —Cerré los ojos y lo memoricé. Memoricé su forma de tocar, de
besarme, de reírse, de hablar, de mover los pies bajo el piano.
—¿Me lo presentarás algún día?
—Puede.
—Ojalá no fueras tan cerrada.
—¡No soy cerrada!
—Eres una persona selectiva.
—¿Por qué?
—Porque solo te expones ante la gente con la que creas confianza. A
veces me pregunto cómo has podido conectar conmigo.
—Llevamos dos años durmiendo juntas en la misma habitación. ¿No
crees que es lo más lógico?
—También llevas bailando con las mismas personas dos años y aun
así…
—No me caen bien.
—Eres una chica rara, Blair.
Se hizo un silencio.
—Y es lo que más me gusta de ti.
Sonreí, mirando hacia arriba.
—A mí también me gusta.
Las dos nos reímos y supongo que ambas nos quedamos dormidas.

—ARCHIE—
Aquellas Navidades fueron más bonitas gracias a Blair. Eran mis segundas
Navidades sin mis padres, y a pesar de todo los echaba de menos muchas
veces. A pesar de toda esa decepción. Jake se pasó el otro día por el
apartamento y me preguntó cómo estaba. Lo puse al día con todo y hasta le
hablé de Blair.
Mi hermano y yo nunca habíamos tenido una relación cercana. Éramos
una familia bastante distante unos con otros y nunca me ha gustado.
Siempre veía las familias de mis amigos, tan distintas a nosotros, tan
cercanas que lo envidiaba.
Por eso, que Jake me visitara de vez en cuando me hacía más feliz y
sentirme un poco más cercano al círculo familiar.
—¿Cómo vas con la especialidad?
—Es agotador. —Se tiró de plancha en el sofá.
—No te queda mucho.
—Ya —respondió mirando al techo—. Hay días que me quita años de
vida y otros en los que me siento agradecido por hacer todo esto.
—Serás un buen médico.
—Gracias.
Me dirigí a la cocina para preparar algo de picar.
—¿Y tú has conocido a alguien? —quise preguntarle. Jake siempre
había sido el típico rompecorazones que dejaba a las chicas una noche y al
día siguiente se presentaban en la puerta de casa pidiendo explicaciones.
Mis padres odiaban su espíritu de chico desinteresado, pero aun así, lo veían
como el hijo perfecto. Cuando éramos unos adolescentes, siempre me fijaba
en él. Tan solo nos llevábamos tres años, pero, cuando él tenía diecisiete y
yo catorce, observaba cómo se fugaba de casa por las noches con una chica
distinta. Mi hermano era un cabronazo con las chicas, y crecer viendo ese
tipo de comportamiento hizo que yo quisiera alejarme a toda costa de ser
así.
—Sí, bueno, en el hospital hay un montón de enfermeras guapas.
—¿Cuándo sentarás la cabeza?
—¿Perdona?
—Eso. —Aparecí por el salón con dos botes de cerveza y patatas. Jake
se reincorporó de inmediato.
—Que tú estés pillado no significa que yo lo tenga que estar. Ya sabes
que no se me dan bien los compromisos, simplemente me dejo llevar.
—No lo he dicho en ese sentido; es más bien, cuándo dejarás de
comportarte como cuando tenías dieciséis años.
—¿He venido a visitarte para que me eches la bronca, hermanito? —
Me sacó la lengua.
—Eres un idiota.
—Por cierto, mamá quiere saber si vas a venir a cenar en Nochebuena.
—¿Eso es una invitación?
Jake asintió.
—Espero que no sea como las otras veces, que me dijiste que querían
verme y no era así.
—Sabes que quiero que se arregle todo esto.
—Llegas dos años tarde. —Me levanté, nervioso, del sofá.
—Vamos, Archie.
Me tembló la mandíbula. Era hablar de ellos y que todo se removiera
por dentro.
—La cagaron, Jake —dije con la voz temblando—. Unos padres de
verdad apoyan a sus hijos en lo que sea. Aunque te equivoques y te
estampes, ya aprenderás. Pero ellos no me han dado ni una sola
oportunidad.
—Sabes que ellos…
—Me da igual cómo sean, joder. Me dijeron que era una vergüenza
para la familia. ¿Lo ves normal? ¿Ves normal que alguien quiera cumplir su
sueño, aunque sea con una maldita oportunidad, y le tiren por tierra?
Mi hermano no se movió. Habíamos tenido varias conversaciones así.
—Me hicieron mucho daño.
—Lo sé, pero ellos… Archie, quieren que vuelvas por Navidad.
Se me pusieron los ojos brillantes al escuchar eso. Las personas que
más daño me habían hecho en mi vida y, a la vez, los que me apoyaron en
todo menos en lo que más quería. Agaché la cabeza y me pasé la mano por
la nuca. Apreté los párpados con fuerza y sacudí la cabeza.
—No puedo volver.
Mi hermano negó con la cabeza.
—Eres tan rencoroso a veces, ¿qué hay de perdonar, eh?
En cuanto escuché eso, sabía que ya era suficiente.
—Conque han sido ellos lo que te han dicho que me dijeras todo esto,
¿no? Para que sea yo el que pida perdón después del daño que he recibido
por parte de ellos. Pues diles que me va muy bien y que se vayan a la
mierda.
Estaba tan enfadado que arrastré a mi hermano a la puerta y la cerré en
su cara. Solo entonces estallé y me senté en el suelo, con las manos
cubriéndome la cara. ¿Por qué en el fondo necesitaba el apoyo de ellos? Era
como si todo lo que hiciese no fuese nada si mis padres no se sentían
orgullosos de ello.
Al cabo de media hora, llamé a Blair.
—¿Has terminado?
—Sí, justo ahora estoy saliendo con las maletas para ir a casa de Henry
—dijo en un tono sereno—. ¿Archie? ¿Pasa algo?
Suspiré. Estaba hecho una mierda.
—¿Puedo pasar por ti y te quedas hasta mañana? Me encargo de avisar
a Henry.
Blair se quedó en silencio tras la línea y, por un momento, pensé que
había sido una estupidez.
—Por supuesto, Arch.
Lo notó en mi voz, sé que lo notó porque lo primero que hizo nada más
sentarse en el coche fue poner la música alta y cantar a pleno pulmón una
canción de Génesis que me gustaba mucho.
Justo por eso la había llamado porque eso era lo que Blair hacía con las
personas que quería: las cuidaba. Ni siquiera me preguntó si me pasaba
algo, tan solo se sentó en el maldito coche y cantó y cantó hasta hacerme
reír. En un momento me besó en los labios y casi pego un volantazo.
—¡Blair! ¿No puedes esperar a llegar al apartamento?
—No. —Se rio—. No podía aguantar más.
Los dos estallamos en carcajadas mientras sonaba la radio de fondo.
Turn it on again lo estaba petando en el mundo y a mí me encantaba.
Llegamos a casa riéndonos, por un momento había olvidado que hacía
media hora estaba sentado en el suelo sintiéndome una mierda.
—¿Quieres bailar?
Ella me miró con sinceridad y negó con la cabeza en medio de la
estancia, despeinando su pelo.
—No, no quiero bailar.
—¿Qué te apetece hacer?
Dio tres pasos hacia mí hasta juntar casi mi nariz con la suya. Abrió la
boca y respiró en mi cuello. Se me puso la piel de gallina. Era tan delicada.
—Quiero… —Se puso de puntillas y buscó mi boca—. Sentirte —dijo
despacio, traspasándome su calor justo antes de besarme.
Metí las manos por debajo del jersey de Blair y acaricié su espalda
desnuda, suave. El beso pasó de ser algo íntimo y cariñoso a ser salvaje y
húmedo. Mi boca buscaba su cuello mientras intentaba morderme la mejilla
con deseo.
No recordaba haber deseado tanto a una mujer. Yo también quería
sentirla, acariciarla, besarla en cada parte de su cuerpo, recorrerla de arriba
abajo hasta que no quedase ni un solo hueco que no hubiese cubierto con
mis labios.
Sin darnos cuenta, nos dirigimos a la habitación a trompicones
mientras Blair me quitaba la chaqueta y me desabrochaba el pantalón. No
tenía ni idea de si había estado antes con un chico, pero parecía saber lo que
estaba haciendo. Joder, ¿cuándo no era Blair así?
Caímos sobre la cama y su boca se deslizó por mi cuello a la vez que
deslizaba mis manos por su barriga y las introducía bajo su ropa interior.
Cuando la encontré húmeda, me excité aún más y dejó de besarme solo para
demostrarme sus ganas de gritar.
—Joder, Archie.
Entonces la tumbé boca arriba sobre la cama, le quité los pantalones y
las bragas, y me incliné hasta posar mi boca entre sus piernas. Dios mío, fue
increíble. Blair me cogió del pelo y tiró de mí con fuerza, gimiendo tan alto
que hacía que no parase. La miré, cogida al borde de la cama, con la cabeza
hacia atrás, arrugando la frente y haciendo una mueca con la boca de placer.
Me quité la camiseta hasta quedarme desnudo y Blair me miró la
entrepierna. Me reí ante su reacción y le quité el sujetador con facilidad,
dejando al descubierto sus pequeños pechos. Le mordí un pezón mientras
apretaba el otro pecho con fuerza. Era perfecta, joder. Me incliné hacia la
mesilla buscando un condón, y entonces fue cuando encajamos. Cuando nos
miramos en ese mismo instante, en el que los dos chocamos contra el otro
haciendo explotar cualquier partícula de nuestro alrededor. Nada podía
importarme más que ella en ese momento.
Nunca había sentido algo así. Nunca había mirado a la chica durante el
sexo y había sentido que se me iba a detener el jodido pecho en ese instante.
Blair me volvía loco y la quería, la quería muchísimo.
El amor no se trata de alguien que te roba el corazón. No. Se trata de
sentir y saber que lo tienes más presente que nunca. De notar cómo da
vuelcos en el interior del pecho cuando estás en compañía de esa persona.
Cuando terminamos, caí al lado de Blair con la respiración
entrecortada. Entrelazó su mano con la mía, y entonces se inclinó y me besó
en la frente.
—Te quiero, Archie.
—Yo también te quiero —respondí, girándome hacia ella y
abrazándola por detrás. No sabía desde cuándo, pero la quería. No sabía
cómo, pero lo sentía. No sabía si la forma en que comenzamos a querernos
había sido de una forma rápida o es que el amor a veces funciona más
rápido de lo que pensamos. Su espalda caliente y suave estaba pegada a mi
pecho, que subía y bajaba poco a poco. Me apoyé en su hombro y cerré los
ojos, sintiéndome en casa.
—Archie.
—¿Sí?
—¿Somos novios?
Y luego estaba su inocencia. Sonreí y me pegué a ella aún más. En
aquel instante no me imaginé estando con otra persona que no fuera ella.
—Seremos todo lo que queramos ser.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo, Blair. —Le besé la clavícula.
—Gracias. —Escuché que dijo antes de quedarnos dormidos.

—BLAIR—
Me pregunto por qué se le ponen fases a todas las emociones que sentimos
los humanos. Hay fases de duelo, de alegría, de decepción, de tristeza, de
amor. ¿Tenía que pasar por todas esas fases establecidas por a saber quién
antes de enamorarme de Archie? No quería esperar, nunca se me ha dado
bien. Quería enamorarme de él de una forma desenfrenada, alocada y
salvaje. Supongo que el espíritu de cada uno también se ve reflejado en la
forma de enamorarse.
Pasé las Navidades en casa de Henry, como siempre. Y, por supuesto,
con Archie. Hasta vino un día a cenar a casa de los Clark. Poco a poco
construimos algo que jamás pensé que tendría entre mis manos: alguien a
quien querer, a quien cuidar. No sé en qué momento pasamos de ser
desconocidos a ser algo, porque no lo éramos todo, aún quedaba para eso,
pero éramos algo que nos hacía cosquillas. No sé si fue de la noche al día o
sucedió con el paso de los días. Pero una tarde te cruzas a alguien mientras
caminas bajo la lluvia y, al otro día, te giras y esa persona camina a tu lado
con la cara empapada y el pelo mojado amando la lluvia que le rodea.
Crear un hogar con otra persona, un lenguaje, unas costumbres, unas
bromas, pensaba que era algo complicado. De hecho, no se consigue con
facilidad. Si no hubiese conocido a Archie, seguiría siendo una chica más
en el planeta que tiene el corazón a salvo del precio que hay que pagar
cuando te enamoras.
Y no me importaba arriesgarme si se trataba de Archie y de lo que
teníamos, de lo que sentía cuando estaba con él. ¿Por qué había estado tanto
tiempo vacía? Cuando tenía quince años y observaba a todas esas parejas
besándose por la calle, cogiéndose de la mano, demostrando su cariño, su
amor, supe que nunca llegaría a tener algo así porque no tendría suficiente
amor que ofrecer a nadie.
Me he dado cuenta de que la mayoría de las personas hemos pensado
en algún punto de nuestra vida que jamás seríamos capaces de amar, de
construir un lenguaje con otra persona. Creo que es porque solemos ver el
amor como un imposible, solo apto para personas privilegiadas que un día
se cruzan con ese alguien y se convierte en un lunar o peca más de su
cuerpo.
Me incluyo. Y lo cierto es que nos deben enseñar que el amor es tan
imprevisible como lo que pasará dentro de diez años, porque ahora me
había sorprendido a mí misma contando los lunares de la espalda de un
chico que amaba tocar el piano.

]
Henry se llevaba muy bien con Archie, y eso me ponía muy contenta.
Cuando lo conocí existía la posibilidad de que no encajase, es tan diferente
a mí y a Henry… Pero lo hizo conmigo, de alguna forma inexplicable,
sacado de alguna fórmula sin contexto. Con el tiempo me fui fijando más en
nuestras diferencias, sobre todo por el entorno en el que él había crecido,
tan aristocrático. Un nivel de vida muy, pero que muy lejos del que yo había
tenido, incluso comparándolo con el de Henry. Archie venía de otro mundo,
de otras constelaciones, como solía decirle. Y siempre había juzgado a ese
tipo de personas que lo habían tenido todo, hasta que llegó él y me enseñó
que crecer de esa forma nunca te garantiza nada.
Archie me enamoró de muchas formas, en muchos sentidos, pero sus
valores, su forma de pensar, sus palabras… eran atractivas. Era un chico tan
inteligente cuando me hablaba sobre cualquier cosa que me dejaba sin
palabras, apoyaba mi barbilla en la palma de mi mano y podía escucharle
horas y horas. Dicen que la vida te enseña, pero yo creo que son las
personas que aparecen por ella las que más te enseñan.
—Parece muy buen tío —dijo Henry mientras estábamos sentados en
el jardín de su casa. Hizo bastante frío aquellas Navidades en la ciudad,
pero a nosotros nos encantaba charlar al aire libre. Cuando creces en una
ciudad fría, te acostumbras y no dejas de hacer ese tipo de planes que te
gustan a causa de ello.
—Lo es.
—¿Crees que durará?
—¿Lo mío con Archie? Por supuesto que sí. Le quiero y él me quiere.
Henry se rio.
—¿De qué te ríes?
—Sois los dos tal para cual. Por cierto, ¿le has hablado de eso?
Cambié la expresión y chasqueé los dedos.
—Aún no.
—¿Se lo vas a contar?
Tomé aire y miré al cielo anochecido. Ni siquiera nos dimos cuenta de
que ya era tarde, pero con Henry nunca se notaba el paso del tiempo.
—Forma parte de mí y de mi historia y quiero que Archie lo sepa todo,
aunque me avergüence. —Me encogí de hombros—. He pensado en
contárselo después de las fiestas.
—Me parece bien, Blair.
Henry buscó mi mano y la apretó con fuerza. A veces él y yo nos
comunicábamos sin palabras, solo con gestos, con miradas. Y nos
entendíamos.
—Lo entenderá. Archie es comprensivo y te quiere.
«Te quiere». Se me puso la piel de gallina porque fue la primera vez
que escuché externamente que un chico me quería, que no solo estaba en mi
cabeza. Sonreí con ilusión.
—¿Quieres saber lo que pensé cuando vi a Archie por primera vez?
—Me encantaría saberlo.
—Lo primero que pensé fue «Uy, este chico es muy diferente a Blair,
parecen de mundos distintos». —Me reí con la cara sonrojada—. Pero
entonces observé cómo os mirabais. Joder, ni siquiera había visto a mis
padres mirarse de esa forma. Y luego estaba ese brillo en tus ojos; nunca te
había visto así, Blair. Ese brillo que radica en un tipo de amor concreto, ese
que asusta tanto que, aun así, quieres que pase.
Asentí, mordiéndome el labio. Me parecía increíble que estuviera
hablando de mí.
—Así que, bueno, creo que ya es hora de que te cuente que estoy
conociendo a alguien.

]
El 31 de diciembre nos despedimos de 1992, un año que siempre quedará
grabado en mi piel por haber sido el año en el que conocí a Archie. ¡Cómo
cambian las cosas de un año a otro! ¿Cómo será en las vidas de los demás?
¿También cambian tanto?
En 1992 Elton John lanzó su disco The one, se celebraron los Juegos
Olímpicos en Barcelona, las sandalias Birkenstock se pusieron de moda y
también las botas Dr. Martens junto a los vaqueros rotos, el centro de
atención de las celebridades se focalizó en las seis grandes supermodelos
que marcarían toda la década de los noventa y Anthony Hopkins ganó el
Oscar por El silencio de los corderos, entre muchas cosas más. Solemos
congelar la mayoría de los recuerdos en los años en que se vivieron y
almacenarlos como si fueran cajas de mudanza que vamos cargando a lo
largo de nuestra vida. Y, por supuesto, yo congelé nuestro comienzo.
Por aquel entonces no tenía ni idea, pero iba a tener años mejores y
años peores, años en los que iba a desear volver a 1992 y otros en los que
pensaría que mejor que no hubiese existido ese año. No sé, cambian tanto
las cosas en 365 días que asusta que el marcador se vuelva al primero de
enero.
Estuvimos juntos justo cuando ese contador comenzó a 1.
—Feliz Año Nuevo. —Choqué mi copa con la suya.
—Feliz primer Año Nuevo bajo la lluvia. —Tiró de mi brazo y me
llevó a la calle solo para besarme bajo el agua, calándome por completo.
—¡Archie! —grité.
—Estás preciosa, nubecilla —dijo guiñándome un ojo, y volví a buscar
sus labios mojados. Fue la primera vez que me llamó de esa forma en que
solo haría él. Aquel 31 de diciembre cayó una tormenta que nos envolvió
como una manta, una manta mojada que arropaba mejor que otra
cualquiera.
—Te quiero.
—¿Cuánto?
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes? —Arrugué la frente.
—Llega a ser algo tan grande que no se puede medir, Blair, así que no
lo sé.
Sus ojos azules se veían preciosos hasta en la oscuridad. «No da
miedo», pensé. El amor no da miedo.
Parte 2
Año
1993
—BLAIR—
—Les vas a caer bien, tonta. Eres la persona más extrovertida y cercana que
conozco.
—Eso es contigo.
—No seas mentirosa, te recuerdo que un día me invitaste a caminar
bajo la lluvia como si nada.
—Me apetecía. —Alcé los hombros.
—Pues así es como tienes que ser con ellos —añadió mientras
terminaba de aparcar.
—¿Quieres que les invite a hacer locuras como hice contigo?
—No. —Me miró tan fijamente que me dio miedo lo que iba a decir—:
Quiero que les enseñes tus locuras, porque entonces será cuando te
conozcan de verdad —añadió antes de salir del coche, y me dejó pensativa
unos segundos.
—¿Vamos? —Me ofreció su mano y se la cogí con fuerza mientras nos
dirigíamos a un pub donde habíamos quedado con los amigos de Archie y la
novia de uno de ellos.
Vogue de Madonna nos envolvió cuando entramos en The Mex. Archie
había ido muchas veces con sus amigos, y había dicho que siempre había
muy buen ambiente. Era sábado y había conseguido escaparme del
conservatorio ante las protestas de algunos de mis compañeros al no
sumarme a sus planes.
—Allí están —dijo Archie, y me aferré a su mano como una niña con
su madre. Socializar para mí a veces era un mundo—. ¡Ey!
Sonreí con timidez cuando nos detuvimos en el final de la barra del
establecimiento y un chico rubio se acercó para abrazar a Archie con
entusiasmo.
—Pero, bueno, ¿quién está aquí después de unas semanas
desaparecido?
—¡Hola, nene! —lo saludó otro.
El primero de todos se acercó a mí.
—Hola, tú debes de ser Blair. El cabronazo de mi amigo no nos había
dicho lo guapa que eras.
—¡Te he oído! —chilló Archie, dándole un cogotazo.
—Soy Mark.
—Encantada.
—Mira, Blair… —captó mi atención Archie. Me acerqué pasando por
el lado de la mirada fija en mí de Mark. ¿Me estaba analizando? ¿Archie les
habría presentado más chicas?—. Estos son Tom, Lewis y la novia de Tom,
Maya.
—Estábamos deseando conocerte, has sido un completo misterio hasta
ahora —comentó Lewis. Mark seguía mirándome tan fijamente que me
estaba incomodando un poco.
—Tío, mis enhorabuenas por esta chica tan atractiva —le dijo Lewis a
Archie en voz alta.
Archie buscó mi mano y me la apretó con fuerza. Eché un rápido
vistazo al pub lleno de gente. Me gustaba el ambiente. Las luces LED daban
vueltas por toda la estancia de todos los colores. Se habían puesto de moda
las faldas a cuadros o de pana y los tops cortos por encima del ombligo en
las chicas. Me fijé en que Maya iba así vestida. Nunca me había importado
mucho la moda; pero, justo en aquel momento, miré mi vestimenta y pensé
que debería ir un poco más acorde con las modas de la actualidad. Llevaba
unos vaqueros simples un poco anchos por el final y una camiseta blanca
básica.
—¿Voy bien vestida? —me atreví a preguntar a Archie.
—¿A qué viene esa pregunta? Pues claro que sí.
Me sentí un poco mejor. En el conservatorio siempre llevábamos la
misma ropa de baile, los mismos chándales, tanto que era complicado
conocer más allá de esa moda. Encima, a mí nunca me había importado
mucho.
—¿Pedimos algo? —me preguntó Archie, y asentí.
Me apoyé en la barra y, mientras Archie pedía, observé a sus amigos
charlar animadamente. Tom debió decir algo gracioso porque se estaban
riendo. Parecían majos.
—¿Coca-Cola, no? ¿Prefieres una copa?
—Sabes que no bebo, tonto.
Archie me rodeó por los hombros y me apretó contra él. El pub estaba
lleno de gente joven, guapa, atractiva. Algunos chicos se detuvieron a
mirarme y con nerviosismo les retiré la mirada. Me giré de nuevo hacia
Archie y le besé rápidamente en los labios.
—Vamos. —Cogió mi mano y volvimos con sus amigos.
—¿Qué? ¿Cómo te va en el trabajo?
—Muy bien —respondió, dándole un sorbo a la copa.
—¿Y en The Aurora? A ver si nos pasamos algún finde para verte.
¿Tocas la semana que viene? —intervino Lewis.
—Sí.
—Iremos pronto a verte un día. Tom y yo queríamos ir la semana
pasada, pero al final no pudimos —dijo Maya. Era una chica bajita y
delgada, con un tipazo, y vestía con ropa llamativa a juego con un
maquillaje luminoso.
—Yo fui a verle su primer día y fue increíble —quise intervenir.
—Vaya, vaya, nuestro niño parece muy muy enamorado —dijo Mark,
haciéndole cosquillas a Archie.
Archie me había hablado un poco de ellos. Sabía que se conocían
desde niños. Yo tuve amigas cuando era pequeña en Glasgow y antes de la
muerte de mamá, pero tras eso… no me quedó nada. Me mudé a Edimburgo
con la primera familia de acogida y el resto es historia. Henry ha sido lo
único que he contado como un amigo de verdad. ¿Serían los amigos de
Archie así? No lo creo, pensaba durante esa noche. Archie quería mucho a
sus amigos y, aunque sonase mal, podía vivir sin ellos. En cambio, yo no
podía imaginarme una vida sin Henry. No tenía punto de comparación.
—¿Qué hay de ti, Blair? Eres bailarina, ¿cómo te va?
—Muy bien, la semana que viene son las pruebas para la función que
se presentará en mayo en la ciudad.
—Archie nos ha dicho que bailas muy bien, seguro que te cogen.
—Muchas gracias.
—Eso le abrirá muchas puertas —comentó Archie. Y, aunque me
chocase ese comentario, sonreí con afecto.
—Yo hacía ballet de pequeña y me gustaba mucho, seguro que eres de
las pocas privilegiadas que llegan hasta construir una carrera profesional. —
Se acercó Maya mientras los chicos conversaban sobre otro tema que había
salido en ese momento.
—Es complicado, pero supongo que lo llevaré en la sangre.
—¿Tu familia también se ha dedicado a ello?
—Oh, no, pero siempre me ha gustado hacerlo.
—Me alegro mucho de lo que has conseguido.
—¿A qué te dedicas tú?
—Soy asesora de imagen en una agencia de modelaje —respondió
enseguida, bebiendo de su copa. Pero ¿cuántos años tenía? Estaba segura de
que tendría mi edad—. Qué pena que seas bailarina, valdrías para ser
modelo, la verdad.
Me reí.
—No creo que valga yo para eso.
—Tienes facciones muy bonitas, muy femeninas, aunque seguro que
podrías arriesgar más con la ropa.
—Vaya, gracias.
—Perdón por este análisis barato. Es una manía.
—No te preocupes. ¿Llevas mucho tiempo con…? —No me acordaba
de si era Lewis o Tom.
—Tom.
—¡Eso!
—Alrededor de un año y medio.
—Vaya, eso es mucho tiempo.
—Al menos ya no soy la única chica en el grupo. Podemos ser amigas.
—Me guiñó un ojo y chocó su copa con mi vaso.
No lo supe en ese momento, pero Maya… Oh, Maya. Qué habría
hecho muchas veces sin ella. Se convertiría en alguien muy importante en
mi vida con el paso del tiempo. Maya siempre sería esa conexión entre lo
que me depararía en el futuro y la realidad de mis raíces. Ese tipo de
persona que te mantiene con los pies en el suelo, aunque alguna vez costase
más que otra. Y no, por supuesto que no tenía mi edad. Tenía veintiocho
años, cuatro más que Tom, aunque no se notaba apenas. ¡Era tan bajita y
pequeña!
Durante la noche me di cuenta de que Archie no era tan solitario como
creía. Conversaba animado, se reía sin parar, bailaba, cantaba cogido a mi
mano, hacía tonterías con sus amigos. Si no conociera a Archie, me
enamoraría de él con solo observarle en aquel pub. Y no sería la única,
porque muchas chicas lo miraban de reojo.
Pusieron Even flow de Pearl Jam. Me encantaba esa canción. A raíz de
Archie, el rock me estaba gustando cada vez más. Bailé con Maya casi toda
la noche. Los cinco estaban más contagiados por el alcohol, yo me lo estaba
pasando muy bien hasta que Mark se acercó a mí:
—¿Quieres un poco? —Me ofreció su copa.
—No bebo, gracias.
—¿Por el ballet?
Asentí. A Archie también le había dicho que no bebía por el baile, así
que mantuve esa versión.
—Por una noche no va a pasar nada. ¡Vamos! Te pido una copa. —Me
cogió del brazo y me dejé llevar hasta la barra para no ser descarada—.
¿Qué te apetece?
—Tranquilo, estoy bien, no necesito alcohol para pasarlo bien.
—¿Lo has probado?
—Claro.
—Te invito a una, aunque sea. Eres la invitada especial de la noche.
¿Qué te ha parecido el grupo?
Mark iba borracho, porque no me estaba escuchando lo que le estaba
diciendo mientras se tambaleaba a trompicones sobre la barra.
—No me apetece nada —dije una vez más, empezando a agobiarme.
Busqué a Archie con la mirada, pero Mark me interrumpió de nuevo:
—Hacía tiempo que no salía con nosotros de esta forma.
—Me alegra que se lo esté pasando bien.
—Y tú también te lo vas a pasar mejor cuando te pida una copa.
—Mark… —Me solté de él, poniéndome seria—. Gracias de verdad,
pero no quiero. No me gusta.
Mark me observó con los ojos entornados.
—Pues entonces bebe un trago de la mía. —Me puso el vaso en los
labios y, sin pensarlo, le di un manotazo y la copa se cayó al suelo.
—Mierda, Blair —protestó agachándose a recoger los trozos de cristal,
y por poco se cae al suelo. La gente de nuestro alrededor se nos quedó
mirando.
—¿Todo bien, señorita? —Se acercó un chico joven.
Empecé a agobiarme y asentí, intentando deshacerme del sabor del
alcohol que se había quedado en mis labios. Di media vuelta e intenté
abrirme paso entre la gente cuando empecé a sentir calor y náuseas. No
tendría que haber ido, pensé enseguida. El alcohol no era la droga a la que
estuve enganchada, pero el alcohol iba de la mano en aquella época en la
que estuve hasta arriba de todo. Incluso de alcohol. Localicé la salida y me
dirigí hacia ella, hasta que alguien tiró de mi brazo. Me asusté y, cuando vi
a Archie preocupado, me agobié y me sentí aún peor.
—¿Blair? ¿Qué ha pasado?
—Nada, yo…
La música seguía a todo volumen, incluso me pareció escucharla aún
más alta. Las voces de la gente se incrustaron en mis oídos y, por un
momento, los rostros de las personas se volvieron amargos. Todo el mundo
parecía estar colocado, con los ojos rojos y las facciones de la cara
inexpresivas. Me ahogué. Quería escupir.
—Me tengo que ir. —Di la vuelta y, una vez fuera, comencé a caminar
por la calle mientras me ponía la chaqueta vaquera.
—¡Blair!
«No me persigas, Archie», pensé. Pero lo hizo.
—¿Qué cojones pasa? —Me detuvo—. ¿Alguien te ha dicho algo?
Mark me ha dicho que se le ha caído el vaso por accidente. Tú no has sido.
Con el aire en la cara pude respirar un poco mejor, pero no podía
olvidar todas esas caras sin expresión, drogadas, colocadas hasta arriba. El
pasado, aunque ya haya sucedido, choca. A veces se reencuentra con
nosotros mismos y nos saluda, haciéndonos ver que sigue formando parte
de nosotros.
—Ya, es solo que… estoy cansada, Archie. —Volví a darme la vuelta.
—Deja que te lleve a casa.
—Has bebido y vas borracho.
—¿Se trata de eso? ¿Porque hemos bebido y tú no?
—¡No! Por supuesto que no.
—¿Entonces?
—Quiero irme a casa.
—No te vas a ir sola, es tarde.
Se me pusieron los ojos llorosos.
—Cogeré un taxi.
—Blair, no hagas esto. No pienso dejar que te vayas y yo continúe
como si nada de fiesta con mis amigos.
—Buenas noches, Archie. Déjame sola, por favor —dije con los ojos
llorosos.
Archie estaba confundido y no entendía nada, pero no podía decirle
nada en ese momento. Me dolió dejarlo en medio de la calle, envuelto en el
frío de enero, pero no podía seguir mirándolo sin explicarle la verdadera
razón de todo aquello.
Me cubrí el rostro con mis manos y apoyé la cabeza en el cristal del
taxi de camino a la residencia. Estaba disgustada y tenía la sensación de que
la había cagado con todos sus amigos. Pero no estaba bien. Sentir esa
presión… esa clase de presión sobre mí en algo que tanto me había costado
sacar de mi vida… Es duro, maldita sea. Y sabía que, cuando se lo contase a
Archie, lo entendería. Sí, él lo entendería.
Mientras, él se estaría preguntando qué clase de persona era con la que
estaba. Y yo me autoconvencí de que, cuando descubriese la verdad de la
persona con la que estaba, simplemente… me seguiría eligiendo.

—ARCHIE—
A veces me frustraba, porque cada día pensaba que conocía a Blair a la
perfección, pero luego sucedían cosas que no llegaba a entender de ella.
Si algo he aprendido de ella es que las personas estamos hechas por
capas. Y creo que Blair es la que más. Es como una flor. Compuesta por
muchos pétalos en cada capa. Tiene tantas que a veces da la sensación de
que no llegas a conocerla del todo. Blair es imprevisible y cada día aprendes
algo nuevo de ella. O, por el contrario, que desconoces.
Aquella noche tuve una sensación extraña hacia ella, porque por
primera vez sentí que quizás no la conocía de verdad, no como yo creía. Tal
vez solo me había enseñado su envoltorio, mientras que yo me había
desnudado por dentro por ella. No sé muy bien lo que pasó, pero la miré,
con la barbilla temblando, los ojos llorosos, y pensé que había algo
importante que le pasaba y no me había contado.
Y que necesitaba saber cuando ella estuviera lista. Solo entonces
terminaría de entenderla.
—ARCHIE—
La semana en realidad pasó muy deprisa entre las clases de lunes a viernes
y las funciones de los sábados por las noches en The Aurora. En el
conservatorio las cosas se estaban poniendo cada vez más serias con las
audiciones, que serían la semana siguiente, y la directora Alana me había
preguntado si podía ser el pianista durante las pruebas. Acepté un poco
inseguro porque no quería poner nerviosa a Blair o distraerla, aunque
tampoco pude evitar la ilusión que me hacía verla bailar de una forma más
formal y concentrada que cuando lo hacía conmigo.
—No te importa, ¿no?
—Qué va, será divertido. Aily ni siquiera sabe que tú eres A, ni se lo
imagina.
—Vaya, ¿tan raro sería que fuese yo?
—Un poco sí. Al fin y al cabo, compartimos lugar durante toda la
semana y apenas nos vemos entre las clases. Además, creo que nunca
hemos tenido contacto visual aquí dentro con gente alrededor nuestra. —Se
rio.
—¿A dónde piensa Aily que vas cuando terminas tus clases?
—Cree que me quedo estirando o ensayando algo más.
—¿Y se lo cree?
—Al parecer sí porque me ve llegar cansada.
Suspiré.
—Ya te he dicho que podemos suprimir estos momentos si estás tan
cansada, Blair.
Se levantó del suelo y se acercó a mí. Abrió las piernas y se sentó
encima de mí. Blair me peinó el pelo y metió sus dedos entre mi cabello
para acariciarlo. Siempre hacía eso. Le gustaba.
—Tienes el pelo muy suave siempre, me gusta.
—¿Has escuchado lo que te he dicho?
—Y huele muy bien.
—Blair…
—Sabes que por nada en el mundo quitaría mi parte favorita del día.
Yo vivo aquí, tú eres el que tiene que volver a casa.
—Me da igual si se trata de estar contigo. —Le besé el cuello.
—Archie.
—Dime. —Me echó la cabeza un poco hacia atrás y jugó con los
lunares del cuello.
—A veces tengo la sensación de que sigo aquí por ti.
—¿Por qué dices eso? Adoras el ballet, Blair.
—Ya.
—Y lo vas a hacer muy bien en las pruebas.
—No me preocupa mucho.
Sonreí.
—Maldita sea, ojalá tuviera la misma confianza en mí mismo que tú
tienes en ti.
—La clave es no presionarte. Y tú te presionas demasiado, tonto.
Ladeé la cabeza e hice algunas muecas jugando, con Blair encima de
mí. Me encantaba cuando nos teníamos tan cerca que nos analizábamos
haciendo tonterías. Eso nunca lo hacía con Stella, pero con Blair… salía
solo. Stella era incapaz de levantarse y ponerse encima de mí a dibujar con
su dedo sobre los lunares de mi cuello.
—Mañana es viernes, ¿te apetece dormir en casa?
—¿Nuevo capítulo de El príncipe de Bel-Air?
—Nuevo capítulo de El príncipe de Bel-Air.
—Entonces sí.
—Aahh, solo me quieres por eso. —Le empecé a hacer cosquillas por
el costado y Blair intentó forcejear conmigo.
Entonces enmarcó mi rostro con sus manos y pegó su nariz contra la
mía.
—Ojalá solo te quisiera por eso —susurró con los ojos cerrados.

]
Hacer el amor con Blair era bonito y salvaje. Lo sé, son dos términos un
poco contradictorios, pero ella hacía que el sexo tuviese esas dos caras.
Había veces en que todo era rápido, fuerte, duro, con el deseo constante de
tener que estar dentro del otro porque era insoportable no estarlo. Y luego
había otras en las que podíamos estar una hora haciéndolo de una forma
delicada, frágil, suave, íntima. Donde lo inevitable era no acariciar nuestras
pieles, sintiéndolo como algo propio, tuyo. Porque, cuando lo hacíamos de
esa forma, dejábamos de ser dos personas haciendo el amor para
convertirnos en una.
Es gracioso cuando te das cuenta de que estás enamorado de una
persona. Sinceramente, creo que antes había sido demasiado egoísta como
para enamorarme de Stella, o quizás no era el destino. Porque, joder, tenía
que ser Blair. Si no era ella no podía ser nadie.
Esa misma noche, mientras estábamos viendo la televisión tumbados
en el sofá, noté a Blair algo intranquila.
—¿Qué te pasa? —le pregunté.
Blair arrugó la frente y se reincorporó. Me puse nervioso y la imité.
—Creo que ya es hora de que te hable de mi pasado —anunció con
seriedad.
Tomé aire y se hizo a un lado, adoptando algo de distancia entre los
dos. Me puso nervioso verla nerviosa. Desde aquella vez que me dijo lo de
su madre, no volvió a salir el tema.
—Antes de nada, solo quiero decir que esa Blair ya no está, que algún
día perteneció por completo a la persona que está enfrente de ti, pero se fue.
Extendí el brazo y busqué su mano. Blair estaba tan seria que, por un
momento, me asusté intentando imaginarme lo peor. Pero fui incapaz,
porque simplemente no podía imaginar algo tan doloroso por lo que pudiese
pasar.
—No tienes que hacerlo si no quieres —le dije, aunque me moría de
ganas de que me hablase y se abriese.
—Necesito hacerlo, necesito compartir con el chico que quiero cómo
fui.
Asentí. Blair apartó la vista de mí, intentando buscar las palabras
exactas para empezar.
—Cuando perdí a mi madre con quince años, caí en depresión —
comenzó a decir con la voz temblando—. Estuve muy mal, tan solo era una
niña que se sentía más sola que nunca. No sabes lo que es la soledad hasta
que lo vives de verdad. Entonces conocí a Henry y…, bueno… —Se detuvo
y me fijé en su respiración entrecortada—. Empecé a consumir drogas con
él.
Abrí los ojos, sorprendido. La observé, avergonzada y sin poder
mirarme a los ojos, pero yo no moví ni un músculo de mi cuerpo. Tampoco
dejé de mirarla.
—Es algo que lleva persiguiendo a Henry desde siempre. Pero él… No
fue su culpa. Fue mía. Porque, si no hubiese querido, no lo hubiese hecho
—sollozó.
Mis padres siempre nos habían advertido sobre esos excesos y las
personas que lo consumían a mí y a Jake. No era un problema para ellos,
puesto que ni a mí ni a mi hermano nunca se nos ocurrió meternos en algo
así. Observé a Blair con el corazón dándome vuelcos dentro del pecho. No
podía ser que ella…
—Empecé con algunas pastillas, después cocaína, heroína y… —Tuvo
que parar. Posé mi mano en su pierna y se le llenaron los ojos de lágrimas
—. Fui una drogadicta hasta los diecinueve años, Archie. —Me miró por
primera vez con los ojos rojos—. Consumía todos los días, a todas horas,
hasta que un día tuve que parar porque casi acabo conmigo misma.
Todo se me subió a la garganta. Intenté que no se me notase ningún
tipo de expresión que pudiese afectar a Blair. Intenté detener cualquier
pensamiento negativo de mi mente porque se trataba de ella.
—Me avergüenza decir que me costó mucho tomar la decisión de
desintoxicarme en una clínica. Henry lo hizo antes de yo, y tuve la
oportunidad de hacerlo con él, pero… no quise. ¿Has oído, Archie? No
quería dejarlo porque no podía vivir sin ello. Estaba tan enganchada que,
cuando alguna vez intenté dejar de consumir, hacía lo que fuera por volver a
conseguir una puta pastilla. —Blair estaba llorando y yo no sabía qué decir.
No tenía palabras, no tenía… No sabía qué decir.
Se hizo un silencio doloroso en el salón.
—Pero lo conseguí —dijo, y expulsé todo el aire de mis pulmones
como si hubiese estado aguantando la respiración—. La familia de Henry
me ayudó mucho, el señor Cooper hizo todo por mí.
Blair se secó las mejillas y se echó el pelo hacia atrás.
—No bebo alcohol, no puedo acercarme a nada que pueda tener
relación con hierba, pastillas o cualquier tipo de droga —añadió—. Porque
soy una maldita exdrogadicta y tenía que contártelo.
Moví los labios para intentar decir algo, pero no pude.
—El otro día Mark… Sé que solo quería ser majo conmigo, pero no
paraba de ofrecerme una copa, hasta que me puso la suya en mis labios y
saboreé por primera vez en años el alcohol. Me puse tan nerviosa, Archie,
que sin querer le di un manotazo y se cayó al suelo. Sé que no pasa nada por
mojarme los labios de alcohol, pero para una persona como yo sí lo es. Es
algo peligroso, Archie, y yo no podía decir nada en ese momento. —Hizo
una pausa—. Me agobié tanto al reconocer ese sabor que empecé a verlo
todo borroso. Todas las caras de las personas que había en el pub me
recordaron a cuando yo iba colocada día y noche, por eso yo solo… —
Estalló en lágrimas y me acerqué a ella, envolviéndola con mis brazos—.
Yo solo quería irme de allí y estar sola. No quería que te enfadaras conmigo,
pero no podía contártelo allí.
—No pasa nada —susurré, apoyando mi barbilla en su hombro. Al
tener su cuerpo en contacto con el mío, sentí el miedo que tenía por dentro,
lo acelerada que estaba su respiración y lo rápido que subía y bajaba su
pecho—. Blair, ya está, ya está. No pasa nada —intenté calmarla.
—No quiero que me veas diferente ahora, Archie —dijo con pena, y
apreté los párpados con fuerza.
—Jamás lo haría.
Blair se separó de mí y quedamos cerca. Su expresión estaba
descompuesta, sabía que había sido muy duro para ella contármelo. Le
aparté un mechón de su pelo rubio de la cara y le sonreí con afecto.
—Tú misma lo has dicho cuando has empezado a hablar: esa Blair ya
no existe. Yo solo… —Agaché la cabeza.
—¿Qué?
—No quiero que nunca más te hagas daño a ti misma.
Blair asintió.
—Estoy curada, Archie.
—Lo sé, lo sé.
—Y espero que no vivas con el miedo de que pueda recaer alguna vez,
porque eso no va a pasar.
—No tengo miedo, porque sé que eres y has sido una persona fuerte.
—¿De verdad lo crees?
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que Blair nunca había
sido tan segura de ella misma como yo pensaba. Siempre me había
machacado por ser inseguro conmigo mismo; pero, joder, hasta las personas
que sí lo son no siempre son así. La seguridad de Blair era algo que había
envidiado desde que la conocí y ver esa parte gris de ella… me hizo verla
más humana.
Me incliné hacia ella y deposité un beso en sus labios.
—Has sido muy valiente y estoy muy orgulloso de ti.
Blair sonrió por primera vez con las mejillas rojas y mojadas. Posé mi
mano en su rostro y me encargué de detener esas lágrimas que salían de sus
ojos ámbares.
—No llores.
—Necesitaba contártelo y que lo comprendieras.
¿Qué clase de personas seríamos si no tuviésemos grietas? Si no
tuviésemos pasados dolorosos, situaciones complicadas, amores no
destinados, peleas por tonterías, pérdidas de personas que queremos.
Lo que nos define a cada uno no son nuestras virtudes o defectos. Son
aquellas capas por las que estamos compuestos. Capas de todos los colores,
de todas las formas. Capas más bonitas que otras. Capas en ruinas y capas
hechas de acero. Y se trata de aceptar cada una de ellas. Por mucho que
avergüencen o duelan. Porque siempre estarán ahí. Son imborrables. Es por
eso por lo que nos definen tanto; porque son incapaces de borrarse y, aun
así, tienes que hacerles un hueco.
Yo aceptaría cualquier grieta de Blair durante los años porque la
quería, y cuando quieres tanto a alguien hasta tú aprendes a vivir con las
grietas de la otra persona. No intentas arreglarlo o reconstruirlo porque no
se puede ni se trata de eso. Se trata de hacerlas tuyas, seguir amando y
enseñarle las que escondes tú. De eso se trata el amor.

—BLAIR—
Aquel día empezaron las pruebas para el ballet más esperado del país. Era
la tercera semana de enero y serían casi cuatro meses de ensayos sin parar
hasta el estreno de la función. Todo el mundo andaba de los nervios, Aily
estaba tan nerviosa que temblaba hasta al andar.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? ¿Es que no te importa si no te
cogen?
Me encogí de hombros.
—Bueno, viniendo de ti, es normal que estés más tranquila. Eres la que
más papeletas tiene para ser elegida como papel principal.
—Ni de lejos.
—Al menos ya sabes que el dueto con Charlie lo vas a hacer sí o sí,
aunque Amber o Christina se presenten. No sé por qué pierden el tiempo de
esa forma —bufó poniéndose las medias.
—Que lo hagan, lo mismo lo hacen mejor que yo.
—Sabes que no.
Apreté el moño tanto como pude y me clavé cada maldita pinza en la
cabeza. No sabía por qué no estaba de buen humor, aunque la realidad era
que no tenía ganas de hacer las audiciones.
—¿Estás lista?
—Vamos a por todas. —Cogí la mochila y salimos de la habitación.
Todo el mundo del curso superior estaba histérico. Se notaba en el
ajetreo del pasillo, en el ambiente, en las conversaciones cargadas de miedo
e incertidumbre. Nos dirigimos al auditorio del conservatorio, donde serían
las pruebas. De camino nos cruzamos con algunas compañeras que
compartieron con Aily el estado de nerviosismo en el que estaban.
Nos dejaron veinte minutos para calentar y estirar antes de las primeras
pruebas. Aily iba a audicionar para papeles principales como yo, que se
realizaban a lo largo de la mañana. Las dos horas de función estarían
compuestas por tres solos protagonistas individuales, dos dúos y tres en
conjunto con papeles secundarios y terciarios.
—Bien, buenos días a todas. Comenzamos las audiciones para el ballet
que se realizará en este mismo auditorio en el mes de mayo, que relata la
historia de un amor prohibido. Buena suerte a todo el mundo —dijo la
directora Anderson junto al jurado, que estaba compuesto por los profesores
Duncan, Helena y Emery. Además de la presidenta, la famosa Celia Pavlov,
una de las mejores bailarinas rusas de la historia. Todo el mundo le tenía
mucho respeto.
Busqué a Archie con la mirada hasta que lo vi a un lado del escenario,
colocándose las partituras en orden en el piano. Me encantó verlo, que se
me hinchara el pecho de amor y que nadie tuviera ni idea.
—Primer acto —anunció de nuevo, con un micro esta vez, la directora
de pie—. Comenzamos por las pruebas individuales. El orden es Gillian,
Aily, Amber, Cintia, Collen, Martha, Lauren, Samantha y Blair —terminó
de decir, y nos miró por encima de las gafas—. ¿Todo entendido? Pues
empezamos. Piano preparado —señaló a Archie. Y todas nos apartamos
entre las bambalinas, menos Gillian, que sería la primera en audicionar.
Noté a Archie un poco nervioso segundos antes de posar sus dedos
entre las teclas y empezar a tocar el primer trozo de canción. Me encantaba
cuando se concentraba tanto, estaba tan guapo. De repente me entraron unas
enormes ganas de bailar y que él tocase. No podía aguantar hasta que fuera
mi turno. Iba a ser una mañana agotadora. Tras el desastre de Gillian, le
tocaba a Aily y le dije que se relajara, que lo hacía muy bien. Y no fue tan
mal. Ella era muy perfeccionista y sabía que algún día, en un par de años,
sería la mejor de allí. No le gustó cómo lo hizo, pero para mí fue la mejor
de todas.
—Blair… —Escuché mi nombre—. Tu turno.
Avancé por el escenario mientras miraba a Archie de reojo y me guiñó
un ojo. Estiré ambos empeines y me puse en primera posición. Cerré los
ojos, cogí aire y esperé a Archie. No sabía por qué, pero sentí ese momento
muy especial para los dos. Para él, porque me estaba viendo audicionar con
su música de fondo. Para mí, solo por el hecho de que estaba él allí.
No estuve nerviosa. Al contrario, me sentí muy cómoda. Fue como…
como si hubiese sido una tarde más en la clase en la que nos quedábamos
Archie y yo bailando mientras él tocaba. Estiré cada rodilla como si la vida
me fuera en ello, apreté cada músculo de mi cuerpo solo porque la música
me lo pedía, su música. Por un momento hasta creí que no estaba frente a
unas personas que me estaban evaluando. Por un momento solo fuimos él y
yo en el escenario. Y fue muy especial y muy bonito y, por mucho que me
sorprendiese, no quería que terminase.
—Muy bien, Blair. Sigamos con la siguiente coreografía. Mismo
orden. Concentración, chicas. Vamos allá.
Salí del escenario con una sonrisa tonta en la cara.
—Pero ¿qué narices acaba de pasar, Blair? —me preguntó Aily—. Ha
sido… increíble. Hacía tiempo que no te veía disfrutar tanto bailando.
—Ya —asentí, bebiendo un poco de agua y ajustándome el maillot.
—¿Por qué?
—No lo sé.
—¿Y esa cara de…?
—¿De qué?
—De… —Trató de pensar—. Enamorada —dijo en voz alta, y me
detuve. Entonces lo supo.
—No me digas que… Blair… —Me cogió del brazo y nos alejamos un
poco más del resto—. ¿A es Archie Bell? ¿El pianista?
Empecé a reírme, no pude haber hecho otra cosa. Aún sentía la
adrenalina por mi cuerpo y Archie… Joder, cada día que pasaba estaba más
segura que el anterior de que estaba enamorada de él.
—Sí —dije finalmente—. Llevamos saliendo un tiempo.
—¿Qué? —dijo con la mandíbula que se le iba a salir del rostro—. No
me lo puedo creer, ¡es guapísimo! Así que todo este tiempo… Siempre ha
sido él todo este tiempo, tan cerca de ti y…
—Y a la vez tan lejos.
—Mi hermana dice que es encantador.
—Lo es.
—¡Qué fuerte, Blair! —Saltó de emoción.
—¡Aily! ¡Te toca! —gritó alguna de las chicas, y mi amiga se fue
corriendo.
El resto de la mañana, aunque fuese un poco pesado esperar hasta tu
turno, no estuvo tan mal. Aily no paraba de preguntar cosas sobre Archie,
sobre cómo nos conocimos, cómo surgió todo. Estaba superemocionada por
lo nuestro y me hizo feliz su reacción.
Cuando terminó mi primer día de audiciones, me escapé con Archie.
En cuanto me subí a su coche, me senté encima de él y lo comí a besos.
Había estado toda la mañana aguantando como podía para no tirarme sobre
él y sentir su tacto, sus manos sobre mis caderas, sus labios carnosos sobre
los míos —más finos que los de él—, su aroma, su barba… Archie se había
convertido en una adicción para mí. Una adicción buena. Una adicción para
no salir nunca de ella.
Me gustaba todo de él. ¿Eso era posible? ¿Tan ciega estaba? ¿El amor
se trataba de eso? ¿De verlo todo bonito? Archie me volvía loca y yo lo
volvía loco a él. Me encantaba que me lo susurrase en el oído, que después
me mordiese el lóbulo de la oreja y me retorciese estando encima de él
porque me hacía cosquillas.
—Has estado perfecta. Dios, Blair, ha sido increíble, la mejor de todas.
Me volví a inclinar hacia él y le mordí la mejilla. No quería hablar de
ballet ni de la prueba, quería estar ahí sola con él y hacer el amor en el
coche como dos quinceañeros.
—Hazme el amor, Archie.
—¿Qué? ¿Aquí en el coche?
—Sí.
—¿Y si pasa alguien?
—Me da igual, en esta calle casi no pasa gente.
—Estás loca. Por supuesto que pasa gente, es ridículo.
—De eso se trata, ¿nunca te has dado cuenta de que la felicidad
consiste en hacer el ridículo y pasárselo bien?
Le sonreí con picardía, y entonces se echó encima de mi asiento
mientras deslizaba su mano por mi abdomen y se colaba entre las medias
para llegar dentro de mí. Eché la cabeza hacia atrás y no me importó que
nadie nos pudiese ver. Los jóvenes hacen locuras sin pensar, y eso era lo
que siempre me decía Archie que hacía. Como el día de la lluvia. Estaba
deseando que lloviese solo para volver a hacerlo. Nunca me arrepentiría de
arrastrarlo a mi locura.

]
Al día siguiente eran las pruebas para los dúos. Todo el mundo sabía que mi
dúo con Charlie ya estaba hablado, pero no confirmado. Aun así, tuve que
audicionar con él para que la presidenta diera el visto bueno. Aunque
trabajar con Charlie no me gustaba mucho por su perfeccionismo tan
agotador, era un gran bailarín y sabía cómo llevarme. Conocía a la
perfección cómo cogerme de la cintura cuando tenía que llevarme en un
salto o cuando solo tenía que acariciarme por encima de la piel. Archie
volvió a estar al piano y tenía ganas de que me viese desenvolverme en
pareja.
Salió perfecto. Tanto que Charlie me dio la enhorabuena. En el mismo
instante nos dijeron que ese baile era nuestro, pero había otro dueto que
formaría parte de la función. En el segundo, había cuatro chicos y cuatro
chicas más audicionando. Fui la última en hacerlo con Charlie de nuevo y
también salió bien, aunque no tanto como el primero, que tantas veces
habíamos ensayado.
—Muy bien, muchas gracias a todos y todas. Habéis estado
espectaculares hoy, por lo que será una decisión difícil. A los que hayáis
terminado, podéis descansar hasta el lunes que viene, cuando saldrán los
elegidos en el tablón de anuncios del pasillo principal.
Me agaché a coger la botella y caí rendida en el suelo. Habían sido dos
días muy pesados y sentía mi cuerpo muy cansado.
—Enhorabuena, Blair, por el dúo con Charlie.
—Enhorabuena.
—¡Eso!
Decían algunos bailarines que pasaban por mi lado. Archie salió
después y se dirigió a mí cuando ya no había nadie a la vista.
—Te quiero —dijo, y depositó un beso en mi mejilla. En realidad me
daba igual que alguien nos viera, pero a Archie no. Al fin y al cabo, era su
trabajo y no quería tener una conversación incómoda con la directora Alana
—. Te veo luego —me dijo antes de irse.
Me quedé un rato sentada en el suelo y vi a Archie volverse para
mirarme y guiñarme un ojo. Solté una carcajada, sonrojándome.
Tal vez fueran esas cosas las que determinaban que era amor de
verdad. Porque sí, el amor tiene un significado grande, pero es una palabra
pequeña, como esos pequeños momentos.
Era tan afortunada, maldita sea. Qué pena que no sepamos valorar lo
que tenemos hasta que ya no está.

—BLAIR—
Visité a Henry al día siguiente aprovechando que tenía el resto de la semana
libre. Cuando entré en la casa de los Clark, una casa humilde que me
encantaba por su pequeño patio trasero lleno de piedras y algunas plantas, la
sentía como mía propia.
Recuerdo cuando Tanya y Benjamin mantuvieron una conversación
conmigo en la que me hablaron sobre la opción de vivir con ellos cuando
alcancé la mayoría de edad. Ellos sabían lo mucho que me gustaba pasar
tiempo en su casa en los pocos ratos en los que aún estaba sobria. Supongo
que vieron a una chica joven, sola y perdida que no tenía nada y que había
elegido el peor camino por culpa de su hijo. Tal vez se sentían culpables por
ello, no lo sé, nunca me atreví a preguntarlo.
En el tiempo que viví en esa casa, pronto me di cuenta de que fue la
mejor decisión que había tomado desde que mi madre murió. Los Clark me
conocían, me entendían, me querían, cosa que nunca pasó con ninguna otra
casa de acogida, donde me trataban como una pobre chica que se había
quedado sola en el mundo.
Compartí habitación con Henry. Estábamos tan unidos que no quiso
que durmiese en otra parte que en una cama que sus padres compraron para
mí. Por aquel entonces Henry y yo éramos como hermanos, en parte
siempre he sentido que somos así. No nos portábamos bien del todo,
seguíamos consumiendo día sí y día también, hasta que a los pocos meses
fue Henry el primero en tomar la decisión de dejarlo. No supe por qué, pero
sentí mucha decepción. De alguna forma sentí como si Henry me estuviera
alejando de alguna forma o traicionando, no sé. Pero fui muy egoísta al
desear que no lo dejara solo porque no yo iba a dejarlo.
No he sido buena persona. Al contrario, me he estado destruyendo
durante años. ¿En qué persona me convierte eso? Nunca hablaré de las
buenas o malas personas porque creo que todos somos una mezcla de las
dos. No siempre hacemos lo correcto. No siempre tomamos las mejores
decisiones. A veces somos egoístas, egocéntricos. Por la simple razón de
que tenemos miedo. Y ese miedo a veces nos hace actuar como buenas
personas y otras como malas.
La mayoría de las veces no nos damos cuenta cuando estamos
haciendo algo bien o mal hasta que pasa un tiempo, te detienes, echas la
vista atrás, suspiras y sabes si tomaste la dirección correcta. Aunque luego
haya momentos en los que sabes que no estás siendo buena persona y tienes
la opción de cambiarlo o, por el contrario, seguir hacia delante.
De pie enfrente de la puerta de los Clark, pensé sobre esas veces en las
que había sentido que era mala con ellos. Aunque un año después de vivir
allí decidiese poner al fin la tirita que arreglaba todo lo malo que había
hecho. ¿Cómo es posible que haya gente que te siga queriendo aun cuando
haces las cosas mal? ¿Merecía que me quisieran? ¿Merecía que ellos se
convirtiesen en mi única familia?
—¡Blair! Pero qué guapa estás. ¡Pasa! —Tanya me envolvió con sus
brazos cuando abrió la puerta. Su pelo se enredó en mi rostro y me
encantaba como olía.
Puede que no me mereciese cualquier cosa que los Clark me hayan
dado, pero lo hicieron. Y siempre estaré eternamente agradecida por eso.
—¡Blair está aquí! —gritó, una vez dentro de la casa. El olor
característico me envolvió y me quité el abrigo gris, que me llegaba casi por
los talones.
Benjamin apareció por el salón y me abrazó. Después se asomó Anna,
que cada vez estaba más mayor.
—¿Dónde está Henry? —pregunté al ver que no aparecía.
—Ah, está al teléfono hablando con su novia, es muy pesado.
Sonreí y subí las escaleras con prisas para pillarlo. Doblé hacia la
derecha y me asomé a la puerta de la habitación de Henry. Lo vi enseguida
con el teléfono pegado a la oreja. Era un Nokia del 92 que se compró para
poder hablar conmigo de vez en cuando. Maldita sea, parecía un
quinceañero: tumbado boca arriba, las piernas juntas y hablando sin parar
con una expresión de lo más estúpida viniendo de él. Me había hablado de
Sheena y de cómo la conoció un día en una cafetería mientras ella trabajaba.
Según él, en cuanto la vio, notó que algo le atraía mucho de ella. Entonces
le pidió su número de teléfono y la invitó al cine a ver Solo en casa 2 en su
primera cita.
—Ya, me encantaría que la conocieras algún día. —Pausa—. ¡Sí! Es
como una hermana para mí. —Pausa—. Sí, hoy viene a comer a casa. —
Pausa con risita—. Yo también tengo ganas de verte.
No quería seguir escuchando cosas pastelosas de Henry, así que abrí la
puerta del todo y me apoyé en el umbral.
—Veintitrés años y pareces un adolescente enamorado por primera vez
—dije.
—¡Blair! —Agrandó los ojos en cuanto me vio y se reincorporó—. Te
dejo, ha venido Blair. Hablamos luego.
Henry colgó la llamada y corrió hacia mí para abrazarme. Cuando nos
abrazábamos, desde la primera vez que lo hicimos, nuestros cuerpos
encajaban a la perfección.
—Tu hermana dice que eres un pesado al teléfono.
—Bah, bobadas. ¿Cómo estás? ¿Cómo han ido las pruebas?
—Bien, bien —respondí, no queriendo darle demasiada importancia—.
¿Y tú? Veo que con Sheena va todo viento en popa.
—Tengo muchas cosas que contarte. —Tiró de mi brazo y me sentó en
el borde de su cama.
—¿De qué se trata?
—Voy a pedirle que se case conmigo.
Casi me atraganto en ese momento.
—¿Qué vas a pedir qué?
—Tengo casi veinticuatro años, un trabajo estable, tengo dinero
ahorrado para comprar una casa e irme a vivir junto a Sheena. ¡Ya no tengo
edad para seguir viviendo con mis padres!
En el fondo me esperaba que tarde o temprano sucediese algo así.
Henry siempre ha sido de vivir a su bola, era independiente y siempre había
fantaseado con vivir en una pequeña casa con jardín junto a su esposa y sus
dos hijos. Tenía la esperanza de convertirse en alguien como su padre.
Creo que fue en ese instante cuando me di cuenta de verdad lo mucho
que habíamos crecido los dos. Ya no éramos un par de adolescentes que no
se preocupaban por nada más que conseguir hierba y cocaína. Habíamos
crecido. Y Henry quería construir una familia.
—¿Tus padres conocen a Sheena?
—Aún no, pero me gustaría presentársela este domingo. ¿Te gustaría
conocerla antes?
—La verdad es que sí. ¡Quiero saber quién la chica que ha robado el
corazón de mi mejor amigo! —Solté una carcajada y Henry me abrazó por
detrás.
—Es perfecta, Blair. ¡Podemos salir los cuatro juntos! ¿Qué te parece?
—dijo muy emocionado.
Henry estaba algo cambiado. O quizás era que estaba tan ilusionado
como yo cuando meses atrás conocí a Archie. ¿Estar enamorado se parece
tanto a estar como en una nube de felicidad? Me di cuenta justo en ese
momento, al observar a Henry con un brillo especial en sus ojos. Los
principios son mágicos, bonitos, donde una avalancha de ilusión recae sobre
ti y no sabes gestionarlo muy bien.
—Me encantaría salir los cuatro algún día, se lo diré a Archie.
Henry posó su cabeza en mi hombro y susurró:
—Gracias.
—¿Crees que es la indicada? —me atreví a preguntarle—. Casarse es
una decisión importante.
—Sí, Blair. —Suspiró.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo noto.
—¿Ah, sí?
—Cada vez que la veo, una voz dentro de mí me dice que ella es el
amor de mi vida.
—Ah.
—¿Crees que Archie es el tuyo?
Sonreí al pensar en él.
—Sí —respondí—. No puedo imaginarme con otra persona que no sea
él. Cada vez que pienso en el futuro, soy incapaz de verlo sin él.
—Eso es muy bonito.
—¿No te parece gracioso que hayamos encontrado el amor casi al
mismo tiempo?
—Hemos pasado tanto juntos que no me sorprende. —Soltó una
carcajada y se levantó—. Nos lo merecemos. Te lo mereces, Blair.
Henry paseó su mano en mi barbilla, me levanté y lo abracé. Podría
pasarme todo el tiempo del mundo pegada a él, escuchando nuestras
respiraciones sonando como una sola.
—Anda, vamos a comer algo. Me muero de hambre.
Me encantaba comer en familia en casa de Henry. Me encantaba comer
todos juntos como una familia, una que nunca tuve y que los Clark me
proporcionaron. Al principio me sentía extraña entrando en una familia
ajena; pero, cuando todos se reunían, el ambiente que se respiraba era
familiar, cómodo, sencillo. Porque los Clark eran una familia muy tranquila
y feliz. Tanya y Benjamin habían creado desde muy jóvenes una burbuja
íntima y perfecta, y les habían proporcionado a sus hijos un lugar seguro.
Muchas veces me preguntaba por qué Archie no tenía todo aquello que los
Clark sí tenían. ¿Tan difícil es formar una familia? ¿Reunirse? ¿Hablar de
todo? ¿Compartir conversaciones, conversar sobre el día a día? Deseaba
que Archie me hablase más sobre su círculo familiar, pero me había dado
cuenta de que no le gustaba hablar sobre ese aspecto y tampoco quería
presionarle. Aunque después de haberle contado sobre mi pasado de
adicciones esperaba que en algún momento se atreviese a contarme algo.
—Estás muy delgada, Blair. Tienes que comer más. ¿Quieres llevarte
lo que ha sobrado de pastel de limón?
—Sabes que soy de complexión delgada —le dije animadamente.
Tanya se preocupaba mucho por mi salud, no por mi historial, sino porque
lo hacía siempre con todo su círculo.
Durante la comida, uno de los temas principales que se comentaron fue
el futuro de Anna. Sus padres querían que estudiara una carrera, ya que
Henry no lo hizo, y la pequeña de los Clark confirmó que le gustaría
estudiar Economía.
—¡Esa es muy buena opción!
—Si tuvieras que estudiar algo, ¿qué sería, Blair? —me preguntó Anna
mientras los demás conversaban sobre las salidas de la carrera de Economía
y el posible futuro que podría tener la pequeña de la familia.
Tuve que pensar bien esa pregunta porque nunca me había planteado
nada del mundo académico. Tan solo tenía la educación obligatoria mínima
que todo el mundo podía tener porque todo se complicó y después entré en
el mundo del baile.
Podía haberle dicho cualquier carrera, pero fui sincera con ella.
—No creo que yo sirva para estudiar, creo que mi destino está ligado
al arte.
—¿Bailar?
—Bailar, cantar, actuar…
—Podrías ser actriz de cine —dijo—. O modelo.
Me ruboricé.
—Son buenas ideas, ¿verdad? —respondí sonriendo, y comí el último
trozo de pastel de limón que tenía en el plato—. Lo harás bien, peque.
Hagas lo que hagas, estaremos todos orgullosos de ti. —Le guiñé un ojo y
me sonrió con dulzura.
Me despedí de los Clark por la tarde, y de camino al coche de Henry se
detuvo:
—Oye, ¿quieres quedarte a dormir como en los viejos tiempos?
Y no hizo falta responderle que sí.

—ARCHIE—
Aquella noche en The Aurora había mucha gente. Cuando entré por la
puerta de atrás del establecimiento, me encontré con varias personas y me
saludaron. Empezaba a reconocer las caras de los clientes fieles que acudían
cada fin de semana. Como aquel hombre de barba recortada a la perfección
de unos cuarenta años que poco aparentaba, derrochando su clasicismo y
elegancia, cada vez acompañado por una mujer distinta. O ese grupo de
mujeres ancianas que siempre tenían una copa de vino en la mano y una
larga colección de collares que intercalaban cada semana. O esa chica que
se hacía pasar por mayor de edad, acompañada por un hombre más mayor
que ella. No conocía sus nombres ni sus trabajos, solo sus rostros, sus
movimientos, sus expresiones y actitudes, y aprendí rápidamente a
identificar a las personas. También estaba esa camarera de nombre Betty
que me cortejaba siempre que podía, alabando mis dotes artísticas e
invitándome a una copa después de acabar de tocar.
The Aurora nunca fue un trabajo para mí. Era el comienzo de todo. Tan
solo era un desconocido con ganas de ser descubierto por un hombre
ricachón que me diese la oportunidad de volar tan alto como pudiese.
Nunca perdí la esperanza de que pasara algo así. Porque podía pasar.
Aunque por aquel entonces era joven y con poca experiencia, empecé a
confiar en mí cada vez más.
Estaba a punto de salir para tocar y divisé en la primera fila dos caras
conocidas que me hicieron muy feliz. Tom y Maya estaban sentados en una
de las mesas más próximas a mí y Tom gritó mi nombre cuando salí.
Cuando Blair fue el primer día, fue algo mágico; cuando fueron ellos dos,
disfruté mucho de esa noche.
Las piezas que toqué salieron muy bien. Estaba cómodo, ya me había
hecho al ambiente de Aurora, y muchos de los que estaban ya me conocían.
Toqué una canción que, desde la primera vez que la toqué, le gustó a una
pareja de mediana edad. Y, siempre que iban, lo hacía por petición suya.
Hasta que no hizo falta que lo pidieran.
Cuando tocaba, el mundo dejaba de existir. Toda esa gente desaparecía,
las voces de fondo, las luces, y sentía que estaba en mi casa tocando frente a
la ventana. La música era la única que conseguía evadirme de todo, que
cerrara los ojos y sintiera mi alma serena. Cada noche que me sentaba a
tocar allí, recordaba la razón por la que había escogido ese camino en mi
vida.
Y, por supuesto, no me arrepentía.
—Hoy lo has hecho genial, siempre lo haces muy bien, Archie —me
dijo Betty, la camarera, cuando le pedí una botella de agua tras finalizar la
sesión.
Era guapa. Pero no tanto como Blair. Parecía sencilla. Y creo que,
desde que conocí a Blair, la sencillez en una chica se me quedaba corto.
—Muchas gracias —respondí amablemente, y me giré en la barra
localizando a Tom y a Maya.
—Esto… Archie —llamó de nuevo mi atención.
—Dime.
Cuando la tuve de frente, agachó la cabeza con un poco de timidez.
—¿Haces algo luego?
—Han venido dos amigos a verme.
—Oh, vaya, claro. Perdón, solo…
—Te veo la semana que viene, ¿vale?
—Esto… Vale, sí, sí.
Me fui rápidamente de la barra y me reuní con Tom y Maya en su
mesa con una butaca de más.
—Mi amigo es el más talentoso de todos. ¡Ven aquí! —Tom se
abalanzó sobre mí con euforia y solté una carcajada.
—Ha sido increíble, Archie. Ya me dijo Tom que tocabas muy bien,
pero lo de esta noche… Vaya, ha sido mágico. ¿Cómo te da tiempo a mover
los dedos tan rápido? ¡Es un don!
Estuvimos un rato tomando algo los tres, hablando del trabajo de Maya
y cómo le estaba yendo a Tom con su nuevo trabajo en una empresa de
publicidad de bebidas. Pasamos un buen rato y después mi amigo quiso
invitarme a tomarnos una última copa en algún pub cerca de casa.

]
Rechacé la petición de mi amigo porque en la única persona en la que
estaba pensando era ella. Me apetecía verla, besarla, hacer alguna de sus
locuras. Ninguna otra chica me importaba nada más que Blair. Blair. Blair.
Y sería así siempre. Quererla era algo tan fuerte y bonito a la vez. Joder, un
día cualquiera conoces a alguien que te cambia la vida sin ningún tipo de
esfuerzo y sin avisar. ¿Cómo era todo antes de ella? ¿Era feliz? ¿Me sentía
así por ella en ese tiempo? ¿Blair tenía esa fuerza? Sentía que me estaba
volviendo loco. O quizás lo estaba por ella. Sí, era por ella.
Blair era… Estar con ella siempre ha sido de las mejores cosas que me
han pasado. Y a la vez de las peores.
De camino a casa, decidí llamarla. Quería escuchar su voz, lo que
estaría haciendo. Necesitaba verla, porque estaba tan jodidamente
enamorado de ella que me cegaba la idea de no poder pasar otro día lejos de
ella.
—¿Blair? ¿Puedo ir a buscarte?
—Sí, claro. Estoy en la residencia —dijo animadamente, con un poco
de ruido al fondo—. ¿Pasa algo? ¿Estás bien?
—Sí, sí, claro, es solo que te echo de menos.
Blair se rio desde el otro lado de la línea.
—Archie, solo han pasado dos días, qué tonto eres.
—Y ojalá no pasen más —me salió desde dentro.
—Yo también tengo muchas ganas de verte —respondió tras una pausa
—. Y de besarte y de desnudarte y que me toques…
—Blair, estoy en el coche.
—Perdón, perdón.
Se disculpó con la mayor inocencia de todas y supe que se había
tapado la boca para reírse.
De camino a buscarla pensé en los millones de chicas que existían en
el mundo y con las que podría haberme encontrado en cualquier parte y
haber pasado algo. Pero, sin duda, haberme encontrado con Blair entre la
lluvia era lo mejor que me había pasado por aquel entonces. Desde que la
conocí, ninguna otra chica me parecía más guapa o más lista que ella. Y
creo que es verdad que al final el amor nos hace un poco locos y ciegos.
Nadie podría superar lo que yo sentía por ella, ni siquiera años después, a
través del dolor y la rabia, a través del amor incondicional. Porque, cuando
es amor de verdad, siempre existe y vence a cualquier tormenta.
Cuando la vi esperándome en la acera con un abrigo negro y con la
capucha puesta, ni siquiera me di cuenta de que había empezado a chispear.
—¡Va a llover! —gritó, riéndose mientras entraba en el coche.
—La lluvia nos persigue cuando estamos juntos.
—Eso siempre —respondió, depositando un beso en mis labios. Dios,
qué ganas tenía de besarla. Antes de poner en marcha el motor del coche de
nuevo, la cogí de la barbilla y la besé con la misma intensidad con la que
me besó ella la primera vez.
—¡Archie! —Se rio en medio del beso. Me parecía muy adorable
cuando hacía eso—. ¿Has soñado que me moría o qué?
—Tenía muchas ganas de verte —dije acelerando por la calle de
noche.
—¿Cómo ha ido hoy?
—Muy bien, han venido Tom y Maya y había mucha más gente que la
semana pasada.
—Me alegro muchísimo.
—¿Y tú has descansado estos días? ¿Qué estabas haciendo ahora?
—Han preparado como una fiesta de fin de audiciones y me he pasado
un rato.
—Si te querías haber quedado, habérmelo dicho, eh.
—No, no, qué va. Ya sabes que no soy muy social con la gente de allí.
—¿Cómo está Henry?
—Enamorado —dijo del tirón, y me giré hacia ella.
—¿Qué?
—Se llama Sheena y quiere pedirle que se case con él.
—¿Qué? —repetí, más atónito aún—. ¿Lo dices en serio?
Blair asintió, distrayéndose con la lluvia de la calle.
—Me ha dicho que podríamos ir a tomar algo los cuatro y así la
conocemos. ¿Qué me dices?
—Me encanta vuestro método de conocer a las personas con las que
salís cada uno. Primero yo y ahora Sheena, estoy pensando en hacer algo
con vosotros. —Me reí y Blair subió el volumen de la radio. Estaba
sonando Walking on broken glass de Annie Lennox.
Cantamos hasta que llegamos a mi apartamento. Blair insistió en hacer
palomitas y ver una película, y ver una película con Blair significaba ver
alguna comedia para troncharse de risa. Pusimos Sister act, que se estrenó a
finales del 92, y lo que más me gustaba era verla sentada tapada con una
manta, mirando a la pantalla como una niña pequeña y riéndose sin parar.
Eso era lo que más me gustaba de ver una película con ella. Durante un
momento, la vi diferente. No vi a esa chica de veintiún años que había
conocido el año anterior, sonriente y alocada, sino que mi mente trató de
imaginarse a una Blair de dieciséis años al borde del abismo. Una joven que
se metía rayas de cocaína o se inyectaba heroína por las venas del brazo. No
voy a mentir, me dolió escuchar eso de ella, que en algún punto de su vida
hubiese sido así.
Por una milésima de segundo intenté imaginármela sola, desquiciada,
triste… Pero fui incapaz. En mi cabeza no existía esa Blair. A veces cuesta
imaginarnos a las personas por lo que fueron o hicieron alguna vez, porque
de alguna manera las idealizamos. Pero supe que algo dentro de mí quería
eliminar ese pensamiento de ella, suprimir lo que me había contado. Porque,
al fin y al cabo, formaba parte de su pasado.
Claro que las personas también estamos hechas de todos esos errores
que cometimos alguna vez. Esas, sin duda, son las piezas que más duelen.
La película terminó y casi no había prestado atención. Pensé en lo de
Henry y me dije a mí mismo, mientras acariciaba el pelo rubio de Blair, que
yo también quería casarme con ella. Lo haría con los ojos cerrados hasta en
ese mismo instante.
Nunca había pensado en el matrimonio. Mis padres querían que me
casase con Stella, pero yo no quería porque nunca la quise como merecía.
Sin embargo, con Blair era todo tan distinto… Me gustaría conocer la clave
de la fórmula por la que a veces algunas personas se cuelan más
profundamente en nosotros que otras.
Nos fuimos a la cama. Bueno, Blair se quedó frita en el sofá mientras
terminaba de ver un documental después de la película y se quedó dormida
abrazada a mi cuerpo. La miré de reojo, preciosa, inocente, y deseé poder
vivir el resto de mi vida con ella.
Me levanté con cuidado y la cogí en brazos para llevarla a la cama. La
tumbé a un lado y la tapé con varias mantas, porque aquella noche de enero
lluvioso hacía bastante frío. Rodeé la cama y me tumbé al lado de ella. El
cuerpo de Blair se pegó al mío, buscando un hueco para entrar en calor, y se
hizo un ovillo.
Aquella noche no quería hacer el amor con ella. Porque, aunque
sentirme dentro de Blair era una sensación indescriptible, tan solo quería
sentir que al menos por esa noche no iba a estar lejos de mí como lo estaría
tiempo después.
—Blair…
—¿Mmm? —dijo medio dormida.
—Ojalá nunca tenga que echarte de menos. —Me aferré a su cuerpo
con tanta tanta fuerza como si algún día la fuera a perder.

—BLAIR—
Una melodía a piano me despertó la mañana del domingo. Aún tenía los
ojos cerrados, pero era una canción preciosa, lenta, emocional. Me gustaba
saborear las canciones de Archie con los ojos cerrados y con el sentido
auditivo a tope.
Entonces abrí los ojos y vi a través de la ventana que seguía lloviendo.
Me gustaban los días nublados.
Me estiré por la cama y después me levanté, rodeé mi cuerpo con una
bata azul de Archie y salí hacia el salón. Le vi tocando de espaldas a mí y
de cara a la ventana que daba al exterior. El agua de la lluvia chocaba contra
el cristal de esta, Edimburgo era tan gris…, y me acerqué poco a poco en
silencio hacia él.
Archie no dejó de tocar en ningún momento. Por su postura, estaba
más relajado que cuando tocaba en las pruebas del conservatorio. Sus
hombros descansaban en armonía, ladeaba la cabeza de un lado a otro y
estaba segura de que podría estar con los ojos cerrados.
Me acerqué en silencio y apoyé mi barbilla en su hombro. Posé mis
labios en su cuello y respiré profundamente después de hacerlo sobre su
piel. Archie no dejó de tocar en ningún momento y mis mejillas ardieron de
un momento a otro.
—¿Cómo se llama la canción?
—And it starts with the rain.
Y tocó y tocó durante el día para mí. Para los dos. Para la lluvia.
Sentada a su lado en la banqueta del piano, con mi cabeza apoyada en su
hombro. Hay ciertos instantes cotidianos y sencillos que para otra persona
no pueden significar nada, pero para nosotros lo era todo.

]
Al día siguiente salieron los seleccionados para la función.
Cuando observé mi nombre antes que nadie en aquel tablón como
papel principal en tres bailes y el dueto con Charlie, no sentí emoción ni
ilusión como sentiría cualquier persona allí. Me quedé quieta sin pestañear,
observando mi nombre en letras mayúsculas, y por un momento deseé que
no fuera yo. ¿Por qué? ¿Por qué había pensado eso? Bailar es algo que
siempre había querido. Lo amaba con locura porque el baile me había
salvado de mucho en mi vida. Pero, joder, en el fondo… no quería eso. No
quería ser bailarina profesional, quería ser una bailarina a secas que baila
con la melodía de su novio de fondo y que después se lo come a besos
encima del piano. Quería ser una bailarina que no tenía por qué bailar bien,
que no estuviera obligada a hacerlo durante diez horas al día, que no la
gritasen por doblar una rodilla sin querer. No quería hacerlo.
Unas voces del fondo entrando por el pasillo me despertaron de mis
pensamientos y, cuando todos los bailarines me engulleron buscando los
nombres de los seleccionados en los papeles, muchos fingieron ilusión y
otros se alegraron por haber obtenido algún papel secundario mientras me
quedaba quieta al fondo de todo el mundo. Hasta que se percataron de que
estaba ahí.
—¡Enhorabuena, Blair! —empezaron a decir. Vi de reojo a Aily correr
desde lo lejos para acercarse y, cuando vio mi nombre, apartó a todo el
mundo y me abrazó con emoción.
—¡Lo has conseguido!
Y no supe por qué, pero tuve unas enormes ganas de llorar.
Dos horas más tarde, después de que la directora nos convocase a los
seleccionados, llamé a Archie desde el teléfono de la residencia.
—Me han cogido para dos principales y el dueto.
—Oh, Dios mío. Blair, eso es genial. —Escuché su voz con mucha
ilusión tras la línea. Dejé escapar un suspiro—. ¿Qué pasa? ¿No estás
contenta?
Me había quedado pensativa.
—Eh, ¡claro que sí! —fingí emoción.
—¡Va a ser una oportunidad increíble para ti!
Oportunidad. ¿Estaría siendo egoísta por no valorar la posición en la
que me encontraba? Mientras la señora Anderson me daba una charla esa
mañana sobre el peso que tendría el día de la función, no me dejó de repetir
lo mucho que tenía que trabajar para empezar a labrarme un futuro.
—Siempre he sabido que ibas a triunfar.
«No quiero triunfar», pensé. «Quiero que triunfes tú, Archie, tú sí que
lo mereces».
—Gracias —respondí con la voz cortada. Apreté el teléfono contra mi
oreja cuando escuché jaleo por el pasillo y algunos bailarines sonrieron
cuando pasaron por mi lado—. Todo el mundo me odia —dije entre dientes
y en voz baja.
—¿De qué estás hablando? Fuiste la mejor de todas, Blair. Te lo has
ganado.
Volví a suspirar. No me encontraba bien. Deseé poder decirle a Archie
lo que de verdad pensaba de todo aquello, cómo me sentía, pero no podía.
Eso me hizo sentir aún peor.
El resto del día nos lo tomamos de descanso para empezar al día
siguiente con la preparación de las obras y no quería. Me encerré en la
habitación, y menos mal que no estaba Aily cuando me cambié por ropa de
calle y salí de la residencia.
Hacía frío. Las noticias habían dicho que estábamos en medio de una
ola de frío y apenas había gente por la calle. Archie tendría clase como
siempre y yo necesitaba salir a andar.
Caminé y caminé con las manos metidas en los bolsillos y la capucha
cubriéndome la cabeza, aunque no lloviese. No tenía buena cara. Podría
haber cogido el autobús hacia la casa de los Clark y refugiarme en Henry,
contarle cómo me sentía, pero no hice eso.
Tomé una línea que me llevaba a un sitio que conocía muy bien.
El punto de partida. El punto de inflexión.
En cuanto me bajé del autobús de la línea cinco, vi al señor Parker en
la calle hablando con un par de personas. Me acerqué por detrás y me apoyé
en una columna, esperando a que terminara la conversación.
—Hay cosas que no cambian nunca —dije con un tono suave, detrás
de él.
El señor Parker se giró y agrandó los ojos en cuanto me vio.
—¡Blair!
Di un paso para dejarme envolver por el hombre que me salvó la vida
y fue una sensación extraña. Hacía dos años que no lo veía. O más. Fue
como volver a abrazar a la esperanza y a la vez al miedo que sentí tiempo
atrás.
—¿Cómo estás? ¿Por qué estás aquí? Te veo… —Me miró de arriba
abajo—. Blair, estás genial.
—Gracias —respondí con una mirada sincera—. He tenido un día raro
y mis pies me han traído hasta aquí.
Mentira. No fueron mis pies. Fue mi pecho. Mi corazón.
—¿Cómo estás? —le pregunté—. Veo que sigues salvando la vida a la
gente como lo hiciste conmigo.
El señor Parker me sonrió con familiaridad.
—Muy bien, acabo de terminar una sesión. ¿Quieres pasar?
—Sí.
El centro de rehabilitación fue mi refugio por mucho tiempo.
Recordaba perfectamente cuando salí de la clínica de desintoxicación y la
primera vez que crucé el umbral de aquel lugar que iba a continuar siendo
una terapia para mí. Cuando entré, todo seguía igual. La sala de reunión con
sillas formando un círculo, las paredes, el olor. El ambiente era el mismo
que cuando acudía todas las semanas con personas que habían pasado lo
mismo que yo. La primera vez que estuve fue un completo horror para mí.
Toda esa gente…, sus historias… Y puede que todos tuviésemos el mismo
problema, pero cada uno había pasado por algo distinto. Ninguna historia se
parecía a la de otra persona. Recordé el miedo que tenía de hablar de la mía,
de la razón por la que había hecho todo lo que había hecho. Tardé unas
cuantas sesiones en ponerme frente a todos de pie y contarle a toda esa
gente desconocida mi historia. Pero cuando lo hice… fue como quitarme
algo de encima de mí. Nunca había pensado que sacar todo lo que escondía
dentro y compartirlo con esa gente haría que me sintiera mejor. Jamás se me
iba a olvidar la expresión de orgullo del señor Parker cuando terminé y le
miré con las lágrimas en mis pestañas.
—Me hace mucha ilusión volver a verte —dijo sentándose en una silla.
Con el tiempo me di cuenta de que él no era nadie distinto a todos nosotros,
sino uno más como nosotros. Él sabía lo difícil que era pasar por algo así,
hacerle frente, encontrar luz en medio de la oscuridad.
—A mí también. —Me senté a su lado. Hacía tanto tiempo que no
estaba en ese lugar…
—Bueno, ¿me vas a contar la razón por la que estás aquí?
Tomé aire profundamente y me puse algo seria.
—Sé que no estás aquí porque hayas recaído, tranquila. Sé que no lo
has hecho.
—¿Tan seguro estás de ello? —Me reí.
—Sí —respondió con seguridad.
—Tienes razón. No, no estoy aquí por eso, es que… —Traté de
encontrar algunas pocas palabras para empezar—. No sé qué hacer con mi
vida ahora mismo, no sé qué decisión tomar con mi… con el ballet.
Le conté al señor Parker lo bien que me había ido en el tiempo que
llevaba en el conservatorio y lo de las pruebas de la función que se iba a
presentar en la ciudad en mayo. Le hablé sobre mi pasión por el baile y mi
tipo de pasión.
—Nunca has sido una persona fácil, Blair.
—Lo sé.
Y también le hablé de Archie. Hasta mi tono de voz cambió cuando le
hablé de él.
—Ni se te ocurra pensar nunca que no mereces ese tipo de amor,
porque lo mereces y mucho.
Asentí con la cabeza, mirando mis pies.
—Ahora mismo él es todo lo que quiero en mi vida y lo único seguro
que quiero conservar. Pero no quiero decepcionarle y por eso no puedo
hablar con él de esto.
—Sí que puedes.
—No.
—Entonces no sabes lo que es el amor.
—Sí que lo sé —alcé la voz rápidamente.
—Blair… —Hizo que le mirase de inmediato a la cara—. A lo largo de
tu relación con Archie encontrarás momentos en los que te costará
confesarle cualquier cosa, pero que sea difícil no significa que no lo debas
hacer. Porque es justo lo contrario —soltó del tirón—. Él te quiere y
cualquier decisión que tomes tendrá que apoyarla, porque de eso se trata
una relación: de aceptar cualquier decisión que tome el otro.
—¿Qué debo hacer? —Mi voz sonó como una súplica.
—Primero de todo, escúchate a ti misma —contestó al instante—.
Segundo, cualquier cosa que quieras compartir con Archie, hazlo
independientemente de que creas que le vas a decepcionar.
El señor Parker se inclinó hacia mí y me cogió de la mano.
—Tercero, y esto es una opinión personal, no creo que debas dejar
pasar la oportunidad que se te ha concedido con tu esfuerzo y talentos. Son
unos meses, Blair. Triunfa y arrasa en esa función. Te gusta bailar, te
encanta y te apasiona. Si quieres dejarlo en algún momento, siente el triunfo
por una vez y después toma la decisión de seguir haciéndolo o no.
Esas palabras se quedaron grabadas de alguna forma. «Siente el
triunfo». ¿Eso era lo que yo quería? ¿Triunfar? Puede que no, puede que
solo quisiera bailar para pasármelo bien. Pero también quería, por una vez
en mi vida, hacer algo bien y demostrárselo a los demás. A Henry. A los
Clark. Al señor Parker. A Archie. A mí.
—Soy una estúpida.
—¿Por qué?
—Porque tengo en mis manos la posibilidad de hacer algo bien por una
vez y hasta eso he pensado en echarlo a perder. Sabes todo lo que he
pasado, nunca he hecho algo bien en mi vida, salvo esto, y ahora que
puedo…
—Escúchame, Blair. —Se agachó en cuclillas y se puso delante de mí.
Me cogió de ambas manos y me hizo mirarle al rostro—. En esta vida, los
malos no lo son por hacer cosas malas ni los buenos por hacer las cosas
bien.
Lo miré con la cara mojada.
—Y tú no eres una mala persona por haber hecho lo que hiciste o por
pensar en tirar por la borda algo que puedes hacer bien, ¿me has escuchado?
Asentí y me pasé las manos por las mejillas para secármelas.
—Gracias.
—¿Por qué?
—No sé si alguna vez te he agradecido todo lo que has hecho por mí o
si solo ha estado en mi mente.
—Lo has hecho. —Me apretó la mano con fuerza y apreté los párpados
con fuerza.
Creo que todo el mundo necesita un lugar donde refugiarse cuando su
alrededor está lleno de caos. Nunca pensé que el mío fuera ese lugar. Pero
lo era. Y siempre volvería allí cuando algo se torciera.
—Creo que es hora de irme. —Me levanté.
—Blair.
—¿Sí? —Me giré mientras me dirigía a la puerta.
—Vuelve cuando quieras.
Lo miré de pie, en medio de esa estancia fría y solitaria donde tantas
almas desgastadas habían pasado con ganas de seguir viviendo. Y le sonreí.
—Por supuesto.

—ARCHIE—
Íbamos borrachos.
De amor.
Tenía el rostro de Blair entre mis manos, sin parar de besarnos,
rodeando toda la casa buscando el dormitorio. Nuestras risas eran lo único
que interrumpían todos los besos que nos estábamos dando a cada paso. Era
imposible soltarla, maldita sea. ¿Qué tenía Blair para que fuera así para mí?
Nos detuvimos en mi habitación frente a la cama y Blair suspiró,
echándose el pelo hacia atrás. Clavó su mirada en la mía intensamente,
como el primer día, lo hacía con tanta concentración que parecía que me
leía el pensamiento.
—Te quiero —dijo con sinceridad antes de zambullirse de nuevo en
mis labios, mientras que sus manos acudían a mis pantalones. Rodeé su
cintura con mis manos y pegué su pelvis contra mí, contra mi excitación. Le
mordí el labio superior a Blair y soltó un quejido en voz alta.
Con un movimiento rápido, me bajó los pantalones y los calzoncillos y
abrió los ojos con la boca entreabierta jadeando. Solo con mirar de esa
forma, noté la dureza de mi entrepierna aún más. Blair me levantó la
sudadera y empezó a besarme el torso de arriba abajo hasta llegar abajo del
todo. Tuve que echar la cabeza hacia atrás con la respiración entrecortada
cuando noté la lengua de Blair jugar con mi sexo. Joder. Nadie lo hacía
como ella. Jamás. Cerré los ojos con fuerza aguantando y, cuando supe que
se me iba a ir de las manos, la levanté y la eché de espaldas en la cama.
Blair soltó una carcajada y me tumbé encima de ella, quitándole todas
las prendas a mi paso. Era perfecta. Me perdí entre sus muslos, en su cuello,
en su boca, en su pelo rubio y fino con olor a fresa.
El amor no se elige, joder. Te elige a ti. Y, cuando te has dado cuenta,
ya no hay vuelta atrás, ya no puedes mantenerte alejado de esa sensación
tan adictiva. A veces quieres poner el mundo en pausa, pero es imposible
pausar el amor. En un segundo te vuelves a ver besando con tanta fuerza a
la persona que quieres que incluso llegas a creer que ese beso puede
combatir con cualquier cosa.
El amor es fuerte al principio. Y me prometí que el nuestro sería así
por el resto de nuestras vidas.
Hacer el amor con Blair era de las cosas más bonitas que podía hacer,
porque era como un océano en calma y revolucionado a la vez. Me escocían
los labios de tanto besarla y, aun así, no quería dejar de hacerlo. Podía
arderme la piel, que seguiría estando conectado a ella.
Cuando terminamos, nos quedamos acostados en la cama.
—¿Puedo decirte algo?
—Claro. —Se puso de lado, apoyando su cabeza en la palma de la
mano. Tenía el pelo revuelto.
—Siento que estoy en el cielo que estoy dentro de ti. —Miré el techo.
Blair soltó una carcajada.
—¿Te ríes?
—Qué cursi te ves después de hacer el amor, Archie Bell.
Esquivó un manotazo mío y le empecé a hacer cosquillas en el
costado.
—En realidad te entiendo —comenzó a decir pensativa—. Soy un
jodido ángel que ha resucitado demasiadas veces, es normal que sientas
alguna vez que rozas el cielo.
Tragué saliva. Sabía perfectamente a lo que se refería, pero no supe
muy bien en qué sentido lo decía. Muchas veces Blair decía cosas que no
sabía cómo tomarlas, si eran bromas suyas o lo decía en serio. Pero
entonces me miró con seriedad durante un instante y empezó a reírse. El
nudo que se me había formado en la garganta se deshizo.
—Estás loca.
—Pero me quieres.
—Nop.
—Sí.
—Nop.
—Sí.
—Sí.
—¡Ah, has perdido! —Me lanzó un cojín en la cara.
—Conque quieres guerra, eh. ¡Ven aquí! —chillé, y empezó a correr
por toda la habitación.

]
Antes de que amaneciera del todo, me levanté para poder despertar a Blair
para llevarla al conservatorio. En realidad se estaba saltando las normas;
pero, seamos claros, Blair nunca ha sido de obedecerlas.
La dejé en la cama durmiendo e hice café. De repente vi que tenía
varias llamadas perdidas en el contestador. Pulsé el botón. Dos llamadas
perdidas de Jake. Resoplé y me pasé la mano por el pelo. No quería hablar
con él. Sabía que sería algo de mis padres y pasaba de ellos, pasaba de que
me arruinasen la confianza que estaba consiguiendo en mí mismo sin su
ayuda.
El vapor de la cafetera resonó en toda la casa y temí que despertase a
Blair. Me acerqué de nuevo a la cocina pensando aún en mi familia y cogí
una taza de Star Wars para beberme el café con leche.
Me acerqué a la ventana del salón y corrí la cortina para ver el sol
subiendo por la ciudad de Edimburgo. Las azoteas del centro eran algunas
planas con rugosidades, otras terminadas en pico como si fueran pequeños
castillos de piedra. Era lo bueno de vivir al lado del barrio de Old Town.
Cuando éramos pequeños, a Jake y a mí nos gustaba jugar por los callejones
pedregosos y llenos de misterio mientras nuestros padres tomaban algo en
alguna cafetería prestigiosa. Siempre he estado enamorado de la ciudad, del
ambiente mágico y fantasmagórico a la vez y de su clasicismo.
El cielo estaba precioso, con una tonalidad entre tonos anaranjados y
rosas. Quise despertar enseguida a Blair para que viese lo bonito que estaba
el cielo, pero ese mismo día empezaba con los ensayos y quería que
descansase lo máximo. Le di un sorbo al café caliente y, como un cabezota,
empecé a pensar en mis padres. ¿Sabrían ellos lo bien que me iba en el
conservatorio y en The Aurora? ¿Sabrían dónde estaba viviendo? ¿Sí tenía
novia? No sé si fue porque era por la mañana temprano o estaba más
sensible de lo normal, pero a pesar de todo los eché de menos. Me entraron
ganas de plantarme en casa y soltarles un discurso diciéndoles lo bien que
me encontraba y que no estaba viviendo debajo de un puente, como ellos
pensaron que acabaría.
—Sé que esto solo acaba de empezar —me dije a mí mismo.
De repente noté una mano posarse en mi espalda y di un saltito sobre
mí. Blair apareció medio despierta con mi bata puesta. Le encantaba al
parecer.
—¿Con quién hablabas? ¿El qué acaba de empezar?
La rodeé con mis brazos y vimos los dos juntos el amanecer.
—Conmigo mismo. —La besé en la frente—. Sé que algún día
seremos grandes, Blair. Seremos estrellas —dije, tan seguro como si las
puntas de las estrellas no fueran puntiagudas.

—BLAIR—
—Muy bien, os necesito a todos muy concentrados estos meses, ¿de
acuerdo? ¿Blair, me estás escuchando?
Desvié mi mirada hacia el profesor Duncan. Esa mañana estaba un
poco distraída.
—Eh, sí, sí. Perdón.
Empezaban los ensayos. Empezaba la presión. Pero me alegró que
propusieran a Archie como pianista principal para nosotros, aunque le costó
despedirse de su grupo anterior. Me había encontrado con alguna niña
llorando en el pasillo de su clase cuando vi a Archie traspasarse con
nosotros al auditorio.
—Comenzamos con el primer dueto, por las tardes estaremos con los
solos, ¿vale? —anunció en voz alta para todos—. Blair, te necesito a tope.
—Se acercó a mí y asentí, estirando el empeine. Hice estiramientos con la
espalda y el cuello. Solo tenía que demostrar a todo el mundo que era capaz
de hacer algo bien, de que podía brillar.
Charlie se acercó a mí y estiramos los dos juntos.
—¿Puedo hablar contigo?
—Sí, claro —respondí, haciendo relevés.
—Mira, Blair, esta función es muy importante para mí y espero que
para ti también lo sea. No me vale los días que estés cansada, ensayaremos
y ensayaremos hasta que quede perfecto, ¿me oyes?
Asentí.
—Esta es mi oportunidad. También es la tuya, así que… —Se me
quedó mirando de arriba abajo—. Actúa como tal, aprovecha este momento.
Sé que lo haremos bien, pero tienes que poner de tu parte.
—Ya lo he pillado, Charlie —le dije con un tono un poco arisco.
—Pues no la cagues.
Me dieron ganas de darle un bofetón delante de todo el mundo. ¿Podía
ser más estúpido y egocéntrico?
—Mira, Blair, sé que no nos llevamos muy bien. Sé que no eres la
alegría de la vida cuando estás conmigo, quitando esas dos veces, pero este
dueto es de los dos y tenemos que poner los dos de nuestra parte. Créeme
que si pudiera elegir a otra bailarina no lo haría, porque sé que eres la mejor
de todas.
A Charlie le ganaba el talento. Daba igual que fueras una persona
horrible mientras tuvieras talento. Daba igual que se tuviera que aguantar la
rabia por dentro mientras fueses capaz de realizar un salto o un giro a la
perfección.
Los ensayos durante la mañana fueron agotadores.
Y los del resto de la semana. Mañanas y tardes. Mañanas y tardes.
Llegaba tan cansada al final del día que Archie y yo perdimos la costumbre
de quedarnos juntos en una sala a tocar y bailar. Tenía los pies destrozados y
me empezó a doler la rodilla derecha. El doctor Grant me revisó la rodilla y
la razón de mi dolor era que estaba sobrecargada.
—Creo que lo mejor es que descanses un par de días.
—No puedo, tengo que seguir ensayando.
—Puedo hablar yo mismo con el profesor Duncan, él sabe lo
importante que es la salud de los bailarines.
—No me puedo lesionar —dije con la mandíbula apretada con fuerza.
—No estás lesionada. Tu cuerpo está actuando porque está un poco
saturado, pero no es nada. Dos días te vendrán bien. El fin de semana, por
ejemplo.
Me pasé la mano por el pelo y me deshice la coleta. De repente tuve
unas enormes ganas de llorar. Me estaba esforzando llegando al límite de mi
cuerpo y él mismo me estaba castigando por esforzarme en cada
entrenamiento.
—Quiero que salga bien.
—Va a salir bien, te lo prometo.
Confiaba en él. Me costaba confiar en las personas, pero no en el
doctor Grant. Esa semana ensayé hasta el viernes y por fin iba a tener dos
días para descansar. Cuando acabé el ensayo por la tarde, Archie me llevó a
su casa. No puse la radio cuando me subí a su coche ni cantamos a pleno
pulmón como siempre hacíamos. Llevaba una semana de mierda y no
estaba de humor para nada.
—¿Me vas a decir qué pasa? —preguntó Archie cuando subimos al
apartamento. Se puso serio, porque se cruzó de brazos y arrugó la frente.
—Estoy saturada, Archie. —Pasé por su lado sin ni siquiera mirarle.
Me senté en el sofá. Tenía el cuerpo muy cansado.
—¿Por qué te pones de mal humor cuando estás saturada?
—No estoy de mal humor.
—Sí lo estás.
—Me han dado dos días para descansar por una razón.
—Lo estás haciendo muy bien, Blair.
—No —alcé la voz—. No lo estoy haciendo bien, porque mi maldito
cuerpo no aguanta las horas de ensayo.
—Cuando vuelvas el lunes, estarás mejor. —Se sentó a mi lado y
arrugué la expresión, enfadada—. En unos meses todo va a cambiar para ti,
Blair. Todo el mundo te conocerá, triunfarás.
No pude aguantar más y me levanté con agresividad.
—¡Estás obsesionado con triunfar, Archie! ¿Y si es eso lo que no
quiero? Puede que tú busques algo así, pero yo no, maldita sea. —Le di una
patada a una silla y la tiré al suelo.
Al segundo me arrepentí de haber dicho lo que dije. Cogí aire y apreté
los párpados con fuerza. Me acerqué poco a poco a Archie y me senté de
cuclillas frente a él.
—No quería decir eso. Perdón.
Archie parecía confuso, jugando con sus manos sin mirarme a la cara.
—No pasa nada —dijo negando con la cabeza, en voz baja casi
susurrando.
Mentía. Con el tiempo aprendí que Archie era una persona que se
callaba muchas cosas. Los «no pasa nada» de Archie significaban mucho
más que esas palabras juntas, y ese día no me molestó porque me sentía
culpable, pero en el futuro…
Me senté a su lado y le cogí de la mano.
—Te quiero. —Me incliné y le besé en la mejilla—. Y sé que todo va a
salir bien. A los dos nos saldrá bien.
Estaba segura de ello, pero ¿qué pasaría cuando Archie y yo
estuviésemos en puntos distintos?
Nunca fuimos perfectos. No siempre hacíamos las cosas bien. Esa fue
nuestra primera discusión. Después vendrían más. Y siempre lo
intentábamos arreglar de la misma errónea forma: diciendo lo mucho que
nos queríamos intentando maquillar los restos de las cosas que nos
decíamos.
—Yo también te quiero.

]
El sábado por la mañana quedamos con Henry. Con Henry y con Sheena.
Por fin íbamos a conocer a la chica por la que estaba loco de amor y con la
que quería casarse.
¿Qué tiene el amor que nos hace parecer tan locos? ¿Qué tiene el café
que nos hace parecer tan activos? ¿Cuál es la dosis de las cosas que nos
hacen adictivos?
En cuanto vi a Sheena cogida de la mano de mi mejor amigo, supe que
me llevaría bien con ella. Después de conocerla era complicado no hacerlo.
Tenía el pelo castaño claro y me gustaba el peinado que llevaba: una coleta
alta con trenzas. La hacía parecer bastante joven y, al lado de Henry, hasta
él parecía más jovial. Nunca se me iba a olvidar el brillo en los ojos de mi
amigo, la forma que tenía de mirarla todo el rato, cómo le prestaba atención
cuando hablaba, cómo la besaba en la mejilla con cariño… Henry parecía
tan feliz que me hizo la persona más feliz durante el tiempo que estuvimos
los cuatro juntos.
—¡Tenía tantas ganas de conocerte, Blair! —dijo con emoción cuando
nos sentamos en una cafetería, cogiendo mis manos con cercanía.
—Yo también. —Me reí, observando a Henry de reojo—. Eres muy
guapa.
—No, tú sí que lo eres, de verdad. Podrías ser modelo, aunque te pega
mucho ser bailarina. Henry me ha contado que lo empezaste a practicar por
su hermana.
—A Henry le encanta llevarse el mérito de todo. —Volví a reírme—.
Pero sí, tiene razón.
¿Sabría Sheena el pasado de Henry? ¿Sabría Sheena mi pasado? Todo
lo que pasamos juntos. Henry pasó el brazo por detrás de su espalda.
—¿De qué estáis hablando, de mí? Me distraigo un momento con
Archie y aprovecháis la mínima, eh.
—Nos ha pillado —dijo Sheena encogiéndose de hombros,
guiñándome un ojo.
Es difícil que alguien me guste de primeras, no soy tan sociable y
extrovertida como Archie lo era, pero aquella chica tenía algo que me
gustaba mucho desde el primer día que la conocí. Quizás fuese la razón de
que Henry estuviese loquito por ella, o porque Sheena tenía un alma tan
fresca y bonita que no le cabía en el pecho. Era como un pequeño angelito
encarnado en un metro sesenta y tres con pecas en la cara.
Nos pasamos casi toda la mañana conversando entre todos, conociendo
a Sheena a través de sus anécdotas. Entendí perfectamente la razón por la
que mi amigo, a pesar del poco tiempo que hacía que conocía a Sheena,
quería casarse con ella. Y es que se abría como un libro y, en el tiempo que
estuvimos allí, nos contó casi toda su vida sin ser aburrida.
—Bueno, ¿qué te parece? —me preguntó Henry en un momento en
que Archie y Sheena estaban hablando de música.
—Me parece perfecta para ti, Henry, de verdad. Tus padres la van a
querer mucho.
Henry dibujó una sonrisa de oreja a oreja.
—Estoy muy enamorado de ella.
—Lo sé. Lo que tenéis los dos es algo que se puede ver a kilómetros de
distancia.
—Lo tuyo con Archie también. —Me abrazó por detrás y me besó la
sien.
Henry volvió a mirar a Sheena.
—Quiero pasarme el resto de mi vida con ella, Blair.
—Entonces ya sabes qué hacer —le respondí con sinceridad.
—¿Crees que estoy loco?
Solté una carcajada.
—Las personas enamoradas son las que más locas están, así que sí,
estás loco. Bienvenido al club.
—Tengo miedo de perder la cabeza por esa chica —me susurró con un
tono más calmado. Desdibujé la sonrisa al instante porque lo dijo de una
forma… Como si tuviera miedo. Pero ¿quién no tiene miedo cuando quiere
a alguien? Eso forma parte de los riesgos que uno corre por enamorarse,
¿no? No puede ser tan fácil, aunque aparente serlo.
—Pierde la cabeza con ella, no por ella, Henry. —Medité por un
instante mi respuesta y mi amigo y yo nos quedamos mirándonos al otro,
hablándonos una vez más con la mirada.
Cuando nos despedimos de Sheena y Henry, cogí a Archie de la mano
y se la apreté con fuerza mientras caminábamos juntos por la calle. Me
sonrió, con la frente arrugada. Entonces me detuve en medio de la calle, con
toda esa gente caminando alrededor, y le besé como si fuera la primera vez
que lo hacía.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó riéndose.
Volví a buscar su mano para encajarla con la mía y tiré de él.
—Es que te quiero mucho.
Fue en cuanto miré los ojos enamorados de Henry cuando me di cuenta
lo afortunados que éramos los dos por haber encontrado a dos personas que
encajaban con nosotros. Los mismos que nunca creímos en el amor, los
mismos que nos perdimos y tocamos fondo, los mismos que jamás creímos
que alguien nos querría.
Hubo una conversación con Henry años atrás que me dejó muy triste.
En esa conversación le pregunté sobre el amor y me respondió que nadie
querría estar al lado de alguien que hacía lo que nosotros hacíamos. Creo
que ese día estaba enfadado o tal vez con el corazón roto, porque Henry
había estado tanteando con chicas desde que lo conocí y no duraba mucho.
Aquel día creí un poco menos en el amor y años más tarde, en esa
cafetería con Archie y Sheena, creció ese trozo que se cayó ese día.

—ARCHIE—
Los meses pasaron.
Blair se encontraba más concentrada que nunca en sus ensayos y
seguía llegando agotada al final del día. Yo seguía cada uno de los ensayos
desde mi butaca frente al piano, repitiendo y repitiendo una y otra vez las
mismas melodías y canciones. Construimos una rutina. Entre semana Blair
y yo nos veíamos en los ensayos y muy de vez en cuando después, por eso
aprovechábamos los fines de semana para estar juntos. Aunque los sábados
por la mañana seguía teniendo ensayos, por la tarde ya era toda mía hasta
que se hacía de noche y acudía a The Aurora para tocar. Y después estaban
los benditos domingos, donde Blair y yo apenas salíamos de casa. Nos
quedábamos en el apartamento en pijama viendo películas, más capítulos de
El príncipe de Bel-Air, escuchando nuestra música preferida, enseñando a
Blair a tocar algunas notas.
—¿Cuál es la diferencia entre las notas blancas y negras?
—Las notas negras son los sostenidos y bemoles.
—¿Y eso qué significa?
Me reí al ver su expresión de concentración observando el piano.
—Los sostenidos sirven para subir medio tono y los bemoles para
bajar. —Le hice una demostración con el do y el re—. Mira, el do sostenido
y el re bemol son la misma tecla, ¿lo ves? Suena igual.
—Ajá, ya entiendo —dijo, poco convencida.
—¿Quieres que toque algo con tus dedos?
—¡Sí! —exclamó como una niña pequeña.
Me levanté con una sonrisa y me puse detrás de ella.
—Está bien, relaja los dedos y déjate guiar por mis manos.
Blair se dispuso en medio de la banqueta para estar frente al piano. Lo
miró con un poco de miedo y me incliné hacia ella, introduciendo mis
brazos por debajo de sus axilas. Acerqué mi rostro y lo pegué al suyo. Su
pelo me acarició la mejilla y olí su aroma, que tanto me gustaba.
—Cierra los ojos, Blair.
Fue un momento muy bonito. Cuando cogí sus manos con delicadeza y
me dispuse a tocar algunas notas despacio. Al principio Blair estaba rígida,
le costó dejarse llevar, pero poco a poco sus dedos se volvieron suaves y
flexibles y se movieron a lo largo del piano con facilidad.
—Ábrelos, estás tocando.
Blair abrió los ojos y, cuando lo hizo, me enamoré de su expresión
cargada de sorpresa.
—Lo estoy haciendo, estoy tocando, Archie. ¡Estoy tocando el piano!
—gritó tan alto como pudo, y seguí tocando a través de ella con más y más
emoción.
—¿Cómo te da tiempo a leer todas esas notas? —preguntó después—.
¿Cómo sabes cuál es cada una?
Me reí ante esa pregunta, que en el fondo era estúpida, pero viniendo
de Blair… No, no lo era.
—¿Cómo sabes colocar la pierna en el ángulo perfecto para realizar un
giro sin desequilibrarte?
—Eso es muy fácil.
—Para mí esto también lo es.
Blair se levantó y se perdió en la habitación un momento. Yo seguí
tocando alguna de mis canciones favoritas hasta que la escuché detrás de
mí.
—Siempre te ha quedado genial —dijo, y me volví para verla con mi
cámara entre sus manos. Era un modelo antiguo, del 89.
—¿Qué estás haciendo?
—Crear recuerdos, Archie. Así lo veremos cuando seamos viejos y se
lo enseñaremos a nuestros hijos.
Me reí mientras no dejaba de sacarme fotos. Me levanté y le arrebaté la
cámara para empezar a capturarla una y otra vez. Llevaba un peto vaquero
con una camisa blanca ancha y, por supuesto, iba descalza. Su pelo largo y
sin peinar se movía con ella, que posaba haciendo todo tipo de muecas
aguantando la risa.
—¡Basta! Ahora los dos juntos.
Nos sentamos en la banqueta del piano y Blair alargó el brazo para
sacar una foto de los dos juntos. Me quedé embobado mirando la sonrisa de
Blair —tan abierta, bonita y sencilla como siempre—, y justo capturó ese
instante. Se convertiría en nuestra fotografía para siempre. Tan jóvenes en
ese momento, tan enamorados. Me prometí que a la semana siguiente iría a
revelar las fotos del carrete entero.
—ARCHIE—
Con el paso de las semanas ya estábamos en el mes de mayo. Faltaba una
semana para la función y Blair estaba insoportable. Conforme se había ido
acercando la fecha de la función, Blair había pasado por diversos estados de
ánimo. Desde pasarse días desaparecida ensayando sin parar y durmiendo
un par de horas, según me había comentado Aily, a reaparecer como si nada
y quedarse en mi apartamento todo un fin de semana sin darme ninguna
explicación de por qué no me había dicho nada. A veces se enfadaba por
todo; otras, no podía parar de reírse sin ser inevitable que te contagiaras.
Es mentira eso que dicen que puedes conocer a una persona de verdad
en cuestión de días o semanas. Creo que tanto Blair como yo nos hemos ido
conociendo poco a poco a través del paso del tiempo y de las situaciones
que hemos ido pasando. Y no me refiero al primer año que estuvimos
juntos. Sería siempre. Porque nunca terminas de conocer a una persona
como Blair del todo.
No éramos perfectos para el otro, pero estábamos enamorados, y eso
eclipsaba cualquier cosa que no me gustase de ella. Como cuando actuaba
sin pensar en los demás. A veces me gustaría poder controlar la velocidad
de Blair como un mando a distancia.
—No puedes estar dos días cabreada con el mundo, incluyéndome a
mí, y después actuar como si no hubiera pasado nada —le dije un día—. Me
vas a volver loco, joder.
Otra cosa de Blair es que nunca sabes por dónde te va a salir. Siempre
era tan imprevisible que me mataba. Cuando hablaba con ella, muchas
veces no tenía ni idea de si se iría a enfadar o se acercaría a comerme a
besos, y esa incertidumbre me hacía comerme la cabeza excesivamente por
momentos. Siempre me había gustado tener las cosas bajo control, pero con
ella no existía esa sensación de tener el control de la situación.
—No estoy cabreada, estoy cansada.
—Siempre dices lo mismo, pero que estés cansada no implica que
actúes como lo haces.
—¿Cómo actúo?
Me quedé de pie en medio del salón del apartamento, mirándola
mientras estiraba sus pies en el sofá.
—Déjalo.
—Habla, Archie.
—Da igual.
—Siempre haces lo mismo —murmuró, y la escuché.
Me detuve y estuve a punto de rechistar, pero iniciaríamos una pelea
inútil. Me encaminé hacia la cocina, pero me di la vuelta dándole vueltas
una y otra vez.
—El problema es que, cuando estás mal, yo también tengo que estar
mal. Y, cuando estás bien, debo actuar como si lo estuviese.
Blair pasó de lo que dije y cambió de canal sin ni siquiera devolverme
la mirada. Maldita sea, odiaba que hiciera eso. Porque, cuando ella
intentaba decirme algo, siempre le prestaba atención, aunque fuera una
jodida estupidez.
—Tanto que decías que hablase, ahí lo tienes.
Me quedé un rato observando su pasividad y me dolió, claro que me
dolió. Me molestaba mucho que no me prestara atención.
—Perdón —dijo al cabo de unos segundos. Bajó el volumen de la
televisión y dejó el mando en un lado del sofá. Blair se levantó y se dirigió
a mí, que aún me encontraba enfadado.
—Perdóname. —Me cogió de la mano.
—No puedes jugar así. —Se la retiré y alzó las cejas, forjando una
expresión culpable.
—Están siendo unas semanas complicada, ya lo sabes, la función…
Joder, me tiene saturada y a veces…
—A veces eres egoísta —le planté cara, y se calló.
—Perdón —repitió con la cabeza agachada. Nos quedamos en silencio
un momento, di un paso hacia ella y la rodeé con los brazos. Blair sollozó y
al instante me sentí como una mierda.
Quería entender a Blair. La entendía. Pero a veces necesitaba que ella
me entendiese a mí o me volvería loco.
—Blair, no me vuelvas a hacer esto o me volverás loco. No
desaparezcas, no te enfades. Si quieres, hazlo, pero no conmigo —le dije
apoyando mi cabeza en la suya, meciéndome de un lado a otro despacio.
—No lo haré, te lo prometo.
—Porque sé que todo va a salir bien.
—Siempre dices eso.
—Porque es verdad.
—Te quiero. —Se separó de mí, aún con las manos cruzadas en mi
espalda.
Suspiré y me fijé en sus ojos intensos.
—Yo también, nubecilla.
—Prometo no ponerme gruñona contigo.
—Nunca me libraré de ti, ¿verdad?
—Nop.
—Estoy acabado. —Me separé de ella con un tono irónico.
—¡Eres un idiota! —Me persiguió hasta el sofá.
Blair y yo nos tumbamos y vimos una película juntos. Bueno, la vi yo
porque Blair se quedó frita a los veinte minutos de que empezase. Entendía
su cansancio, su presión. De repente me sentí mal por haberme puesto como
lo hice; porque, cuando estás saturado y cansado, actúas sin mirar que tu
alrededor quizás también lo esté.
Besé la frente de Blair y se acomodó en mi torso. Joder, la quería tanto
que temía que algún día me hiciese daño. Daño de verdad. Y que no fuese
capaz de repararlo.

]
—Lo vas a hacer muy bien.
—No estoy nerviosa.
—Sé que no estás nerviosa. Eres de las pocas que no tienen miedo a
fallar.
Blair se detuvo.
—Eso no es del todo cierto, eh.
—Me temo que los que te vemos por fuera no pensamos lo mismo.
¿Lo has cogido todo?
—Sí —respondió, cogiendo sus trajes voluminosos. La ayudé a coger
su mochila con todo lo demás—. Va a ser un gran día. —Le besé la sien
cuando cerré la puerta del apartamento.
Llegamos a primera hora de la mañana al auditorio para realizar un
último ensayo general. Íbamos a pasar todo el día prácticamente allí. Y sí,
iba a ser agotador incluso para mí, que tenía los nervios a flor de piel.
Entramos por separado, aunque todo el mundo debía de saber a
aquellas alturas que estábamos juntos por todos los rumores que circulaban.
Aun así, Blair y yo no habíamos confirmado nada.
—¡Buenos días, buenos días! —comenzó a decir la directora Anderson
conforme iba llegando todo el mundo. Los bailarines del elenco principal,
los profesores y yo fuimos los primeros en llegar. Habían estado toda la
tarde y noche anterior preparando los decorados de la función y el escenario
estaba completamente cambiado.
Willem Brookes era el director musical de la función. Me ofreció la
oportunidad de trabajar con él en algunas de las piezas, sobre todo por los
retoques que le hice a las partes del piano, cosa que le gustó bastante
cuando se lo comenté. Trabajar con él fue toda una experiencia para mí, ya
que nunca había estado ni por casualidad cerca de un director, aunque no
fuese tan tan conocido. Estuvimos toda la mañana repasando una y otra vez
todos los cambios, ensayando con los músicos, por lo que estuve totalmente
entretenido. Buscaba a Blair de vez en cuando con la mirada. Estaba en lo
alto del escenario ensayando sus solos y después su dúo con Charlie.
Deseé bailar como él lo hacía solo para poder hacerlo con ella. Cogerla
de la cintura y alzarla al aire, rozar su piel mientras hacía lo que más le
gustaba, sentir la música a través del movimiento corporal y contar una
historia al espectador. Blair no soportaba a Charlie, pero se transformaba
cuando bailaba con él, metiéndose en el papel que debía interpretar. Era
toda una profesional.
Hicimos un parón a media mañana para comer y coger fuerzas para la
tarde. Todo el mundo, a pesar de ser profesionales, estaba nervioso. Me
enfadé con Blair porque no quería comer y la obligué a hacerlo.
—No puedo meterme nada en el cuerpo ahora si en unas horas voy a
bailar, Archie —dijo a regañadientes.
—Si no comes, tu cuerpo no lo va a soportar. No seas estúpida, por
favor. —Arrugué la expresión—. Vamos, tienes que coger fuerzas, aunque
sea una manzana.
Se comió una manzana asesinándome con la mirada, pero me sentí más
tranquilo. La capacidad física de Blair había mejorado desde que
empezaron los ensayos fuertes, aunque aún tenía muchas debilidades en su
cuerpo. Me daba rabia que no se cuidase más, porque era yo el que tenía
que controlarla, insistiendo en que comiese más. Porque, en momentos de
presión, era incapaz de hacerlo.
Descansé un rato entre bastidores a medio día, después de comer. A
esa hora, todo el mundo estaba en el auditorio, y empecé a ver bailarinas
peinadas con un moño perfecto y un maquillaje muy bonito. Esperé a ver a
Blair, pero no la vi. Me acerqué a Aily y le pregunté por ella.
—¿Sabes dónde está Blair?
—¿Blair? La he visto antes, pero hace un rato ya. ¿Por qué?
—No la veo por aquí.
—Estará ensayando algo.
Fui al escenario y no estaba. Fui a los vestuarios y no estaba. Me
tropecé con el profesor Duncan y casualmente me preguntó por ella.
—Necesito que esté, ahora mismo. Queda poco para que empiece la
función y tenemos que ensayar unas cosas antes —dijo con desesperación.
En ese momento me preocupé. Me preocupé de verdad porque Blair
era capaz de hacer cualquier cosa. Empecé a pensar en esas frases que me
decía ella sobre que no quería ser bailarina profesional o que no quería
triunfar. Se me formó un nudo en la garganta mientras corría por cada
rincón del auditorio. Cuando lo revisé de arriba a abajo sin encontrarla, me
entraron náuseas.
—Por favor, Blair, ¿dónde estás?
Me detuve un instante, con la respiración agotada de tanto correr, y
entonces se me ocurrió un último lugar. Me dirigí al edificio contiguo, el
conservatorio de danza. Tuve una corazonada. Caminé por los pasillos
apagados, ya que estaba cerrado, hasta que vi una sola luz encendida
proveniente de una de las clases. Mi antigua clase. Nuestra clase.
Me detuve en la puerta medio abierta y me quedé observándola
mientras bailaba con el mismo maillot de sus entrenamientos y sus puntas
antiguas. De cara estaba preciosa. Lucía un maquillaje que le quedaba muy
bien; los tonos azulados quedaban preciosos en sus párpados, así como ese
pintalabios rojo oscuro. Aquella también fue la primera vez que la vi tan
repeinada. El moño que llevaba estaba impecable y ningún pelo se podía
salir de su sitio. No supe cuánto tiempo me quedé allí, en el umbral de la
puerta, como ella tantas veces había hecho.
Blair terminó de bailar, relajando sus brazos hacia su cuerpo y en
primera posición, como ella me había explicado. Y entonces me adentré en
la sala aplaudiendo.
Dio un salto sobre sí misma cuando me vio aparecer inesperadamente
y abrió sus labios, dejando salir todo el aire de sus pulmones mientras
arqueaba las cejas.
—Archie… —dijo despacio, y me acerqué a ella hasta colocarme
frente a su rostro. No estaba enfadado con ella, a pesar de haber querido
matarla durante el tiempo en que no la encontraba por ningún sitio. Pero me
odié por no haberlo estado ni un poquito y pensar solo en querer besarla en
aquel instante.
—¿Qué haces aquí?
—Yo…
Se le pudieron los ojos llorosos y algo dentro de mí se puso alerta.
Conocía la mirada que estaba poniendo, lo que justamente estaba pasando
por su cabeza. Pero me adelanté. Tenía que hacerlo.
—No puedes rendirte. —La cogí de las dos manos.
—No me estoy rindiendo, tan solo quería… —Le costó terminar la
frase—. Quería volver al principio, Archie.
Divisé la sala llena de espejos y recordé meses atrás lo que vivíamos
durante tardes infinitas. Se me puso la piel de gallina.
—Cuando estoy aquí, siento que este lugar me hace recordar lo mucho
que me gusta bailar. Y la razón por la que lo hago. Gracias a ti. —Hizo una
pausa—. Tú mismo dijiste que tras la función nada iba a ser igual. Y yo
solo quiero sentir una última vez lo mucho que me gusta el ballet antes de
que deje de gustarme.
Se le cayó una lágrima y, en ese momento, vi por primera vez todo lo
que había estado intentando decirme todo ese tiempo. Blair se rompió en
pedazos una hora antes de salir a brillar delante de cientos de personas,
mientras que yo no supe decir nada, salvo sentir… decepción por parte de
ella.

—BLAIR—
Sé que le decepcioné. Fue la primera, pero no la última vez. Sé que fue en
ese momento cuando por fin comprendió cómo me sentía por aquel
entonces. No me sentí bien al hacerlo justo antes de la función, pero
siempre he sido pésima para encontrar momentos concretos.
Archie me apartó la mirada cuando estuvimos tras el telón, a punto de
salir para el primer acto. Él se dirigió por unas escaleras que lo llevaban al
foso donde se situaban los músicos. Me llevé la mano al estómago y respiré
una y otra vez cuando estaba a punto de empezar el primero de los actos.
Tenía ganas de vomitar. Y no porque estuviera nerviosa. La mezcla de
emociones que mi cuerpo estaba experimentando no era ni medio normal,
aunque sin duda el que más sufría era mi corazón.
¿Por qué será que el corazón es el órgano que más sufre? ¿Porque se
relaciona con el amor? ¿Es por eso? ¿Es el amor lo que más duele? ¿Lo es
la muerte? ¿Qué pasa con la decepción? ¿Y la autodestrucción? ¿Cuál es el
órgano que dirige el resto?
El telón se subió poco a poco y el señor Duncan asintió con la cabeza
mirándome. Apretó los puños para que apretase todos los músculos de mi
cuerpo y lucí una enorme sonrisa cuando miles de aplausos y focos se
centraron solamente en mí. Sonreí sin saber que gran parte de mi vida se
desarrollaría delante de focos, con personas mirándome e instando a que me
luciese. Si alguien me lo hubiese dicho en ese momento, no lo hubiese
creído.
Caminé hacia el centro del escenario desnudo. Mi pecho subía y bajaba
con intensidad y me preparé en la posición inicial del baile. Mi cuerpo de
lado, inclinado hacia atrás. Con los brazos en alto y los dedos de las manos
suaves, relajados, como siempre había que hacer en el ballet. Mi cabeza y
mi espalda estaban inclinadas siguiendo la línea de mi torso y, por último,
mi mirada emotiva mirando hacia el techo, hacia el infinito, con las
lágrimas al borde de mis pestañas. Sabía que sería mi última vez en el
escenario, aunque en ese preciso instante me eché hacia atrás ante ese
pensamiento.
El ballet me eligió a mí. Fue mi salvavidas. Lo único que había hecho
bien. La única buena decisión. Y Archie tenía razón.
La música comenzó a sonar y me transformé en esa Blair a la que tanto
le gustaba bailar y tan poco brillar.
Y en ese instante me pregunté por primera vez mientras sonreía a la
gente del público: ¿Quién quería ser?

]
Intenté bailar como si fuera la última vez que lo haría, pero no fue así. Sabía
que bailaba al son del piano de Archie, pero no lo vi ni un instante. Sentí su
música, pero no fue suficiente. Cuando lo veía, lo sentía cerca y bailaba con
la ilusión de que me viese bailar.
No fue mal, pero estaba distraída y lo peor es que nadie se percató de
ello. Porque todo el mundo, incluido el profesor Duncan, me felicitó con
emoción por mi trabajo. En el dúo con Charlie, intenté centrarme más y
salió todo lo esperado. Brillamos como una pareja de cisnes en un lago,
como unos amantes reuniéndose tras tiempo de espera. Me sentí orgullosa
de las dos actuaciones que hice con Charlie más que de mis solos, por eso
pensé que sería criticada. Pero no fue así.
La función salió perfecta. Vi a todo el mundo perfecto menos a mí.
¿Qué era lo que me pasaba? Mi nombre retumbó en todo el auditorio
cuando salí a saludar con la sonrisa más falsa que podía poner y fue cuando
vi a toda esa gente sacando fotos, gritando mi nombre, tirando flores al
escenario cuando me di cuenta de que esa era una sensación muy bonita.
Nunca nadie me había alabado por algo que hubiera hecho en mi vida.
Nunca. Y comprendí lo que el señor Parker quiso decirme: «Siente el
triunfo».
Recogí algunas flores del escenario y saludé y saludé al público
durante unos minutos. Busqué a Archie en el foso, sentado frente al piano, y
me estaba mirando con un poco de seriedad. Aún seguía enfadado, pero no
dejé de sonreír en ningún momento.
—¡Enhorabuena, Blair! —me decía todo el mundo.
—¡Has estado espectacular!
—¡Blair, eres toda una estrella bailando!
—Quiero ser como tú, Blair.
Viví ese momento en el que todo el mundo parecía adorarme. Fueron
unos minutos escasos que aparecieron segundos.
El maldito triunfo.
Lo había vivido. Y ni siquiera fue suficiente cuando me bajé del
escenario y me volví a sentir la misma chica que la había cagado en toda su
vida.
No había hecho un buen trabajo, no todo el que podría haber hecho.
Pero, cuando crucé la puerta del conservatorio para coger mis cosas, supe
que sería la última vez que pisaría ese lugar.
Me hundí porque ni siquiera algo que me gustaba tanto como bailar
pudo hacerme feliz todo lo que imaginé que me haría.

—ARCHIE—
No le dije nada a Blair de camino a casa cuando todo terminó. Una hora
antes, cuando finalizó la función y había salido más que bien, Blair había
brillado como nunca y todo el mundo repetía su nombre una y otra vez.
Lo había hecho. Había triunfado.
El coche estaba lleno de ramos de flores y Blair ni siquiera las había
mirado con detenimiento. Era tan egoísta.
—Para el coche —dijo de repente mientras conducía. Apenas
habíamos hablado desde que salió del conservatorio para recoger sus cosas
e irnos.
—¿De qué estás hablando?
—Que pares el coche.
—Está lloviendo.
—Es mayo, no hace frío.
—Deja de decir tonterías, anda.
—Archie, quiero bajarme.
—No.
—Quiero caminar.
—He dicho que no.
—Si no paras el maldito coche, abro la puerta.
—No serás capaz.
—Archie.
—Blair.
Nos quedamos en silencio. Me desvié y paré en una calle desierta.
Blair abrió la puerta con rabia y salió dando un golpetazo. Vi que se caló al
segundo debido a la tormenta de verano. Me quedé en el coche esperando a
que hiciese lo que tuviese que hacer. Observé que empezó a quitarse las
horquillas de la cabeza y a tirarlas al suelo mojado, gritando algo que no
logré entender. Su melena rubia cayó a un lado y vi que se apoyó en una
pared. Estaba llorando. Apreté los labios enfadado, debatiéndome en salir o
no. Pero al final lo hice, porque era un gilipollas que la quería demasiado.
—¿Qué cojones pasa?
Se giró hacia mí, con el maquillaje corrido y la expresión más triste
que podía tener.
—Voy a dejarlo.
—¿En serio?
—Me he cansado, Archie.
—No lo hagas. —Di un paso hacia ella—. Tienes muchísimo talento.
¿Vas a desperdiciarlo? ¿Vas a desperdiciar todas las oportunidades que te
van a ofrecer? He escuchado conversaciones, le gustas a la gente, Blair.
Eres una excelente bailarina, joder.
Agachó la cabeza y me quité la chaqueta fina que llevaba para rodearla
por detrás.
—No voy a desperdiciar nada, porque esto no es para mí.
—¿Qué cojones piensas que vas a hacer ahora, eh?
—No lo sé, ya veré.
Me eché hacia atrás, absorto con su actitud, aunque algo de mí se
esperaba que pudiera hacer algo así.
—Eres… —La miré de las peores de las maneras, negando con la
cabeza y deshaciéndome del agua de la cara.
—Que tú quieras triunfar no significa que yo también quiera hacerlo.
Sé que te molesta porque a ti no se te presentan oportunidades así y piensas
que lo estoy tirando por la borda. ¡Pues que así sea! Porque no quiero ser
así. No tengo ni puta idea de lo que voy a hacer, pero no quiero continuar
bailando más. Se acabó.
Nos quedamos en silencio. Ella se arrepintió al segundo de lo que dijo.
Blair siempre hacía lo mismo: tiraba la piedra, te golpeaba con fuerza y
luego se acercaba a curarte. Apreté la mandíbula con fuerza, transmitiendo
mi enfado y decepción, y la esquivé cuando intentó abrazarme. Aquello me
hacía daño.
—Lo tienes todo.
—¡No es suficiente! ¿Es que no lo ves? ¿Es que no me ves? —Se
acercó, señalando su rostro y su cuerpo con histerismo y la cara rojiza.
—Nada es suficiente para ti, Blair —dije despacio—. Y es una pena,
encima viniendo de una persona como tú.
Una brecha. Eso fue lo que pasó esa noche entre los dos.
Blair agrandó los ojos fijándose en los míos, debatiéndose si pegarme
o no hacer nada. Le sorprendió ese comentario, quizás no debí haberlo
dicho, pero Blair no iba a ser la única que tirara piedras.
—¿A dónde piensas ir? —le pregunté, aún bajo la lluvia. Esa lluvia
que siempre nos había acompañado, juntado, y que esa noche nos apartaba
un poquito más del otro.
—Ahora solo quiero irme a casa y dormir durante días enteros contigo,
Archie —respondió con cansancio—. Ya es suficiente todo lo que nos
hemos dicho.
Nos subimos al coche en silencio, completamente calados de agua.
Aquella fue nuestra primera mala experiencia juntos bajo la lluvia. No sería
la última. Arranqué el coche e intenté dejar atrás lo que me había dicho y lo
que yo le había dicho. Pero, cuando no arreglas bien algo y se queda en el
fondo del vaso, algún día acabará lleno de tantos intentos por vaciarlo.

]
Era verano y había aumentado las noches tocando en The Aurora. Al
público le gustaba y por eso me habían contratado más horas. Disfrutaba
mucho de las funciones allí, con toda esa gente tan parecida y a la vez
diferente a mí. Blair venía a visitarme a menudo con mis amigos, sobre todo
con Maya, con la que había hecho buena amistad, y Tom. Fueron unos
meses de muchas idas y venidas en nuestra relación. Muchas veces se me
hacía imposible no echarle en cara que hubiera dejado pasar la oportunidad
de bailar. Había provocado algo de revuelo en el conservatorio, donde
seguía trabajando como pianista, y en la ciudad. La semana después de la
función, los medios se llenaron de titulares sobre que una estrella había
dejado atrás el sueño de convertirse en algo más que eso. Y, cada vez que
leía algo al respecto, me cabreaba aún más.
A aquellas alturas, todo el mundo en el conversatorio sabía que Blair y
yo estábamos juntos. Se había corrido la voz y varias alumnas me
preguntaron si eran ciertos los rumores. Hasta la profesora Helena y la
directora Anderson me lo preguntaron.
Un día, dos semanas después de que Blair decidiese dejar el
conservatorio, la directora habló conmigo en su despacho.
—Tienes que convencerla para que vuelva.
—Ya lo he hecho. Muchas veces. Demasiadas. Y es inútil.
—Es una pena que desaproveche esta oportunidad. Nos han contactado
varias veces preguntando por Blair y me da vergüenza decirles la verdad.
—Alana… —dije con confianza—. Lo he intentado de todas las
formas posibles, soy el primero que quiere que siga bailando porque…
Me detuve y pensé lo que iba a decir:
—Porque no tiene nada más.
—¿Qué va a hacer ahora?
—No lo sé. No lo sabe ni ella.
—En todos los años que llevo frente al ballet, nunca había visto algo
así. Con tanto talento y un futuro maravilloso que le puede esperar.
—Lo sé.
Llegó un punto en el que ya me había dado por vencido intentando
convencer a Blair de que siguiera con el ballet. Pero tras tantas discusiones,
las mismas una y otra vez, hacía más mal que bien. Cuando Blair tiene una
decisión tomada es imposible convencerla de lo contrario.
Se acomodó en mi apartamento. Fue algo que hablamos a la semana de
la función. Blair me dijo que podía volver a casa de los Clark, yo le pedí
que se viniese a vivir conmigo.
—Vivamos juntos.
—¿Lo dices en serio? ¿Como una pareja consolidada?
—Como una pareja consolidada. —Me reí y empezó a saltar de
alegría, tirando de mi brazo como una niña pequeña.
—Te quiero, te quiero, te quiero. —La cogí en brazos y me empezó a
besar por la cara sin parar.
—Estás como una cabra, nubecilla.
Los dos caímos en el sofá sin parar de reírnos y vimos el nuevo
capítulo de El príncipe de Bel-Air. Rodeé a Blair por detrás y ella apoyó su
cabeza en mi hombro. El aroma de su pelo volvía a estar en contacto con mi
nariz y cerré los ojos con fuerza pensando en lo mucho que quería a esa
chica. De pronto pensé en que me gustaría que mis padres y mi hermano
conociesen a Blair. Lo sé, la situación no estaba bien conmigo como para
añadir a Blair al carro, pero lo sentí de alguna forma.
Había llegado el momento de hablar con ellos. De dar un paso. De
enseñarles lo que había conseguido y lo terriblemente enamorado que
estaba de Blair.

]
Vivir con Blair era fácil. No nos cansamos de compartir tiempo juntos en
aquel entonces. Nos gustaba hacer la cena juntos, ducharnos a la vez y que
tuviese que concentrarme en echarle champú al pelo largo de Blair sin que
le cayese en los ojos, hacer las tareas básicas de la casa, que tuve que
enseñarle porque era un desastre…
Fuimos poco a poco y aprendimos juntos, porque ni yo ni ella
teníamos ni idea de convivir con una pareja, repartir y compartir todo. Lo
mejor fue que no nos costó, porque adaptarnos al otro ya había sido trabajo
de hacía meses atrás. Poco a poco los días de verano fueron pasando y era
consciente de que Blair tenía mucho tiempo libre.
A veces, soñaba con que volvía del conservatorio y Blair corría hacia
mí con una sonrisa y me contaba que ya sabía lo que iba a hacer a
continuación. Pero no pasaba. Cuando llegaba a casa, siempre me esperaba
para comer o cenar juntos. Me preocupaba la idea de que se aburriera, pero
no. Estamos hablando de Blair, ella nunca se aburre, ella siempre está
pensando, sintiendo, viviendo. Le preguntaba qué hacía durante el día
mientras yo estaba en el trabajo y siempre me respondía lo mismo: «Trato
de vivir con toda la tranquilidad que no he tenido nunca en mi vida».
Puede que fuera justo lo que Blair necesitaba.
Y, con el paso de los primeros días y semanas, comprendí que tenía
razón. Blair no había tenido una vida fácil, ni siquiera tranquila. Después de
desintoxicarse, se metió en el conservatorio y no había tenido un ápice de
descanso para vivir con tranquilidad, para saborear la vida, como se
merecía.
No fue un día cuando regresaba del trabajo, sino una noche mientras
estaba medio dormido cuando dijo:
—¿Sabes, Archie?
—¿Mmm?
—Sé que llegará el día en que sepa lo que quiero ser de mayor.
—¿Y si eso pasa cuando eres muy mayor?
—Entonces trataré de darme prisa.
Noté que se acurrucó en el hueco de mi abdomen y apretó su espalda
contra mí. Entonces la abracé con fuerza y le susurré en el oído:
—Estoy seguro de que ese día llegará pronto.
No lo admití en su día, pero sé que aquella noche se quedó dormida
mientras lloraba. Estaba preocupada por mí, se sentía culpable por la
decisión que había tomado porque yo no estuve de acuerdo con ella, y
sentía que me debía algo.
«No me debes nada, Blair, no tienes que ser algo en concreto para ser
feliz», debí haberle dicho.
Pero no fue así.
Y todo lo que ella iba a querer ser de mayor iba a ser nuestra propia
destrucción.

—ARCHIE—
—Tengo que hablar contigo de algo.
—¿Qué pasa?
—¿Te acuerdas del día que te sentaste frente a mí y me hablaste de tu
pasado?
Asintió con expresión tensa.
—Sé que no suelo hablar mucho de mi familia, pero creo que ha
llegado la hora, Blair.
—¿La hora de qué?
—De hacerles frente —respondí con seguridad. Llevaba mucho tiempo
dándole vueltas—. Y lo haré contigo.
Hay situaciones en la vida que son imposibles de pasar en solitario. Yo
la necesitaba a ella y sabía que con su ayuda podía plantarme en casa de mis
padres y mostrarles en el chico que me había convertido.
Tal vez fuera un cobarde. Tal vez hasta Blair lo pensase. Pero el amor
consiste en estar ahí. No hace falta que hables, que expreses o te muevas. Se
trata de existir y estar. Porque, tan solo con eso, ya basta. Yo solo necesitaba
su presencia.

—BLAIR—
No estuve nerviosa el día que conocí a Edward y Louise Bell. Ni siquiera
temblé cuando esperamos frente a la puerta principal de la increíble casa
que tenían. Me había imaginado a la familia de Archie con dinero, pero no
con tanto, no con esa casa enorme en la mejor zona de Edimburgo.
Apostaba que la casa estaba perfectamente ubicada en relación con el
movimiento del sol, al paso de las estaciones, a los vecinos y el ruido, a la
comodidad y elegancia.
Mientras trataba de imaginar a un Archie adolescente y pequeño
correteando por el jardín trasero que se podía intuir desde la entrada, el tono
de piel de Archie palideció.
—Joder, no ha sido una buena idea —murmuró, e hizo el amago de
darse la vuelta.
—Y una mierda, ya estamos aquí. —Volví a tirarle del brazo para
retenerlo y, justo en ese momento, la puerta se abrió.
Inmediatamente, al encontrarnos con dos figuras, cogí la mano de
Archie con fuerza y no me esforcé en sonreír porque fueran sus padres. Ni
siquiera me iba a esforzar en caerles bien, porque sentía una especie de
rechazo y enfado por esas dos personas que no apoyaron a Archie cuando
más lo necesitaba.
—¡Archibald! —exclamó su madre, balanceándose hacia él con
emoción y aguantando las lágrimas en su rostro.
Me resultó muy extraño que lo llamara de esa forma. Previamente,
Archie me comentó que el primer encuentro podría ser muy bueno, con
llantos incluidos, o todo lo contrario.
Fue la primera opción.
—Oh, Dios mío, por fin has vuelto a casa.
Después de que Louise Bell abrazase a su hijo menor como si no lo
hubiera visto en cuatro años, lo hizo Edward con una mirada firme que se
desinfló en cuanto lo abrazó.
Fue un momento un poco incómodo para mí, en el que no supe muy
bien qué hacer, así que me fijé en ellos. Los dos tenían el mismo tono azul
de color de ojos que Archie. O, bueno, Archie como el de ellos. La nariz era
la misma de su padre y los labios eran idénticos a los de su madre. El pelo
ondulado y castaño de Archie se parecía al pelo perfectamente rizado y
brillante de Louise.
—Oh, vaya, ¿quién es esta chica? —preguntó la matriarca, captando la
atención en mí.
—Soy Blair —respondí antes de que dijese nada.
—Mamá, papá, os quiero presentar a la chica que ocupa mi corazón.
Los dos me examinaron de la misma forma cruel, como si no los
estuviera mirando. Los dos arquearon las cejas y no se les ocurrió sonreír,
igual que yo a ellos. Entonces supe que nunca, nunca, jamás podría encajar
con esa familia.
—¿Qué es lo que pasó con Stella, cariño? —Louise cogió el antebrazo
de Archie cuando entramos al recibidor de la casa, y Archie se giró hacia mí
poniendo los ojos en blanco. Estaba prevenida de ese tipo de preguntas.
—Mamá, creo que no es momento de hablar de eso.
—¡Con lo guapa que era!
—Quiero a Blair. Es la chica más guapa, inteligente y divertida que he
conocido en mi vida.
—¿Ah, sí?
Nos sentamos en el grandioso salón, amueblado con muebles de última
generación, y quedé insólita ante toda la calidad y elegancia. Nunca había
estado en una casa así.
Archie y yo nos sentamos en un sofá frente a sus padres. Una sirvienta
vino a ofrecernos algo de beber y, cuando llegó mi turno, Archie pidió agua
por mí.
—¿No bebes, Blair? —preguntó Edward.
—No me gusta.
—¿Qué edad tienes?
—En septiembre cumplo veintitrés años.
—¿Y a qué te dedicas?
—¿Dos años sin vernos y os importa más a qué se dedica mi novia que
lo que hago yo? —intervino de repente Archie. Lo hizo aposta para desviar
la atención puesta en mí. Me había dicho que sus padres serían capaces de
preguntar hasta mi grupo sanguíneo.
—Ya lo sabemos.
—¿Ah, sí?
—Edimburgo no es tan pequeña como piensas, cielo.
—Ya. —Se quedó mudo y Archie se hizo pequeño. Pocas veces lo
había visto así. Sin saber qué decir, con nerviosismo por la forma en la que
se frotaba las palmas de las manos una y otra vez—. ¿Cómo está Jake?
—Dentro de poco termina su especialidad —pronunció Louise con
orgullo, frotando el brazo de Edward. Él vestía con un polo blanco de una
marca que no sabía ni pronunciar. Ella lucía un vestido de flores rosado que
no le pegaba mucho, pero era digno de admirar.
Pronto me di cuenta de que los Bell estaban compuestos por cosas que
yo jamás había tenido ni tendría en mi vida. Pronto me di cuenta de que
Archie y yo habíamos crecido de formas tan diferentes que no tenían ni un
porcentaje en comparación. Pronto me di cuenta de que no sabía cómo
narices la persona que más quería había escogido enamorarse de una chica
como yo.
Alcé la vista y posé mi atención en una lámpara de diamantes que
colgaba en el medio del salón.
—¿De dónde decías que eras, Blair? —preguntó Edward, dando un
sorbo a la copa de vino.
—De Glasgow.
—¿Cómo acabaste en Edimburgo?
Me eché el pelo hacia atrás. Archie estuvo a punto de responder algo
por mí, pero de nuevo no me dio la gana que los Bell me viesen como una
niñata rica, callada y educada.
—¿Por qué no? Es una ciudad preciosa. Mi madre siempre hablaba de
venirnos a vivir aquí algún día.
—¿A qué se dedican tus padres?
—Mi madre murió —respondí enseguida con rudeza. Los dos me
miraron fijamente y Louise abrió la boca, sorprendida.
—¿Podemos saber a qué te dedicas?
Pensé en aquella pregunta. Sabía que me iban a preguntar algo así,
porque Archie me lo dijo, y la verdad es que no preparé nada.
—Me dedico a vivir —contesté con sinceridad, inclinada hacia la mesa
que separaba los dos sofás enfrentados.
Los dos adoptaron una expresión confundida y miraron a Archie con
desaprobación. Supe que fue de desaprobación, no era estúpida.
—También me dedico a apoyar a su hijo desde el primer momento en
que le conocí —añadí a sabiendas de que iba a desatar algo malo. No miré a
Archie. No quise porque sabía que aquel comentario había estado fuera de
lugar. Pero no me dio la gana. Arrugué la frente pensando en el mal trabajo
que habían hecho como padres, tratando a Archie como si no tuviera talento
y haciéndolo dudar.
—Qué maleducada.
—Miren, su hijo es la persona con más talento que he conocido en mi
vida. Toca como los malditos dioses. Hace que sientas su música, que te
teletransportes a donde tú quieras, que te enamores de melodías infinitas,
que quieras comerte el puto mundo en un segundo —dije del tirón—. Eso es
lo que hace Archie. Y sé que algún día será alguien grande, más que ahora.
Y vosotros dos os arrepentiréis de haberle hecho dudar.
Me eché hacia atrás buscando a Archie, que lucía una expresión pálida
y rígida.
«Lo siento», quise decirle. Pero tenía que hacerlo o explotaba.
Los Bell me asesinaron con la mirada y deposité un beso en la mejilla
de su hijo. Archie aún seguía callado y tenso.
El resto de la visita fue una mierda, quitando mi momento estrella. Que
les jodan.

—ARCHIE—
—¿Qué cojones has hecho?
—Lo que tendrías que haber hecho tú.
—Te pedí que fueras amable y simpática con ellos, ya te dije que eran
muy críticos.
—Ya. Pero yo no soy así, Archie. Yo no soy una de esas chicas ricas,
elegantes que no dicen palabrotas, como con las que salías. Soy Blair y
punto.
Me quedé mirándola en silencio en el coche tras la visita a mis padres.
Aún sentía el corazón en la garganta. Me pasé la mano por el pelo, nervioso.
—Deberías darme las gracias —dijo, sacando la cabeza por la ventana.
—¿Por qué? Ha sido horrible.
—No lo ha sido. ¿Es que no te das cuenta? Ellos necesitaban que les
dijeses algo así. Lo que eres, lo que vales y lo que serás. Ellos no confiaron
en ti.
—No debiste ser tan directa, joder.
—Ellos tampoco se cortaron para mirarme de esa forma.
—¿Qué forma?
Se giró hacia mí y me encogí de hombros.
—Oh, venga ya. Por supuesto que sabes de la mirada que hablo.
Desvié la mirada hacia la calle.
—No pertenezco al mismo rango que ellos ni que tú.
—No digas tonterías, ni que vivamos en el siglo pasado.
—Pensarán que soy una don nadie.
—Eso no es verdad.
—Y que tú te has equivocado al elegirme.
—Blair.
—Y, por supuesto, harán todo lo posible para que cambies de idea —
siguió diciendo—. Y terminarás con una ricachona del barrio cuyo nombre
será Maisse, tendrá un vestidor enorme, un perro blanco pomposo y
sirvientes que le aten los lazos del pelo.
Terminó por decir, cruzándose de brazos. Hubo un silencio. La miré de
reojo. Y entonces rompió a reír. Me quedé quieto frente al volante y su risa
me contagió enseguida.
—¿De verdad has dicho Maisse? —pregunté riéndome.
—Ha sido lo primero que se me ha ocurrido.
Estuvimos un rato envueltos en una especie de ataque de risa estúpido,
entonces cogí el rostro de Blair con las dos manos y pegué sus labios contra
los míos.
—Jamás. En la vida. Nunca. Podría querer a otra chica como te quiero
a ti. Mi madre te ha llamado maleducada porque has sido sincera, y en mi
casa, Blair, siempre ha habido escasez de sinceridad.
Blair vio eso como una señal y por eso se quitó el cinturón con el
coche parado, y se sentó encima de mí. Escondí mi boca en su pecho y tiré
de su top hacia arriba para besarle el pecho y jugar con los pezones. No
tenía ni idea de cómo habíamos acabado así, pero sucedió y al menos no
terminó la tarde tan mal.

—BLAIR—
Me ponía nerviosa cómo la camarera de The Aurora coqueteaba con Archie.
Nunca me había considerado una chica celosa, ni lo era, pero no me gustaba
cómo le miraba y cómo intentaba captar su atención.
A esa chica, fuera quien fuera, le gustaba mi novio y me incomodaba.
Es algo raro, porque no me disgustaba ver a las chicas mirar a Archie de
reojo cuando salíamos con sus amigos a tomar algo. Era normal. Archie era
un chico alto, muy atractivo y con una mirada intensa.
Sabía que él no me cambiaría por nadie porque me quería. Y yo
tampoco.
—Le gustas mucho. —Señalé a la chica cuando Archie se reunió
conmigo y Mark, que también había venido junto a Tom cuando terminaron
de trabajar.
—Ni me he fijado.
—Venga ya, eso es en lo primero que os fijáis los chicos.
—¿De qué habláis? —quiso saber Mark, cómo no.
—De que la camarera está loquita por mi novio.
—Bah, eso se ve desde kilómetros. Eres un mentiroso. —Lo señaló
con la cerveza y lo asesinó con la mirada. Me hizo gracia.
—También hay muchas miradas hacia ti, Be —me dijo, y le saqué la
lengua. Archie pasó su brazo por mis hombros y me besó la mejilla.
—Es normal, es la chica más guapa de este sitio.
—Eso es verdad.
—Ts, cuidado con lo que vayas a decir. —Lo apuntó esta vez Archie
con mi botella de agua y nos reímos—. Por cierto, ¿dónde está Tom?
—Ha ido al baño.
—Hablando de ir al baño, voy yo. —Me separé de Archie—. Portaos
bien. Tú también, Mark.
De camino a los lavabos, me topé con algunos clientes que solían
asistir a menudo y los saludé. Ese día me lo estaba pasando tan bien que
nada podía quitarme la sonrisa, contagiada del ambiente. Ni siquiera la
camarera intentando ligar con Archie.
Pero sí algo que vi y que me dejó sin sangre en el cuerpo.
Sucedió tan deprisa que a veces me da miedo pensar que fue un
espejismo, pero no lo fue porque lo vi delante de mis ojos. La puerta del
baño de los hombres se abrió de par en par y observé a Tom inclinado hacia
delante del primer lavabo metiéndose una raya. De repente, todo el espacio
de mi alrededor se volvió pequeño y me costó respirar. Me di la vuelta y, sin
querer, choqué contra una mujer y se cayó la copa que llevaba al suelo. El
sonido del cristal chocando contra el suelo me hizo sorda.
«No», pensé. «Otra vez no».
Me alejé de los baños, recogiéndome el pelo en una coleta alta. No
podía creer que Tom se estuviera metiendo una raya. Era imposible, era el
adorable Tom.
Mark me vio llegar a la mesa y se alertó enseguida por mi expresión.
—¿Blair? ¿Qué te pasa?
Archie me giró hacia él y una mirada bastó para saber que algo había
visto. Precisamente no solía ir mucho a los baños de los lugares como ese.
Estaba sudando, no podía respirar.
—Necesito que me dé el aire.
—¿Qué? —preguntó Mark desubicado.
—Ahora vuelvo, voy a salir con ella un momento, se ha mareado.
Dejamos a Mark atrás y solo podía ver la mano de Archie guiando mi
brazo hacia la salida en medio de toda la gente, la música y la luz tenue.
—Mierda.
—¿Qué has visto?
—Yo…
No sabía si decírselo o no. ¿Lo sabría de antemano? No, no podía
saberlo. Si no, me lo hubiese comentado. Algo así me lo diría.
—No tienes por qué hablar de ello.
Pero necesitaba expulsarlo.
—Era… era Tom.
—¿Qué?
—Yo…
—Joder, Blair, ¿qué has visto?
—Se estaba metiendo una maldita raya.
—No me jodas.
Me llevé la mano a la cabeza. El pasado siempre está ahí. Y el
remordimiento nunca iba a dejar de perseguirme.

—BLAIR—
Archie empezó a trabajar más horas. O era yo, que se me hacían los días
más largos.
—Te echo de menos cuando no estás —le dije acostada a su lado y
abrazada a su cuerpo, desnudo como el mío.
—Yo también.
—Ojalá pudiéramos estar todos los días solo tú y yo.
—Ojalá.
—¿Y si dejas el conservatorio?
—Es una broma, ¿no?
—Mmmm, no. No necesitamos dinero, no estás obligado a trabajar.
—Deja de decir estupideces y duérmete, anda.
—Lo digo en serio, Archie.
—Yo también.

—ARCHIE—
—Y, si tuvieras el mínimo valor para dejar de ser tan egoísta, pensarías en
mí. Y no en ti, como siempre haces.
—Yo no soy egoísta.
—No me jodas, Blair. En tu DNI debe de ponerlo.
—Vete a la mierda.
—Tú también.
—Archie, joder.
—No todo gira en torno a tus decisiones, Blair.
—¿Quién ha dicho que sea así?
—¡Tú! Siempre lo haces. ¿Es que no te das cuenta?
—No.
—A veces…
—A veces qué.
—Déjalo.
—Vamos, ¡dilo! Tan valiente que eres para gritarme que soy una
egoísta.
—¡Es que lo eres!
—Está bien. Lo soy. Tú tienes razón, Archie, siempre la tienes.
—A veces te odio.
—Yo también me odio a veces.

—BLAIR—
Archie empezó a tocar una melodía suave desde el salón y me desperté. Era
media mañana. Un domingo. A Archie le gustaba madrugar fuese el día que
fuese. Normalmente tenía su ritual mientras yo seguía durmiendo. De
pequeña odiaba dormir, durante mi adolescencia fue igual, pero en aquella
época era como si nunca hubiese podido dormir bien por las noches hasta
ese momento, en el que podía dormir diez horas seguidas. ¿Cómo lo hacía
meses atrás cuando estaba en el conservatorio y dormía una media de cinco
horas?
Cada domingo me despertaba con el sonido de las teclas de Archie. Y
me encantaba levantarme de esa forma. Solía retorcerme en la cama, y
Archie siempre decía que seguramente lo hacía desde pequeña y que si mi
madre me viera se le hincharía el pecho. Hay cosas que nunca cambian.
Aquella mañana me detuve en el umbral de nuestra habitación, desde
donde se podía ver el salón y a Archie de espaldas tocando frente a la
ventana. Era septiembre y hacía un bonito día en la ciudad. Cerré los ojos
saboreando la canción de Archie. A menudo me preguntaba si eran
melodías inventadas por él o, en cambio, ya estaban hechas. Pocas veces
repetía canciones y, cuando lo hacía, me obsesionaba con la melodía al
igual que él.
Me acerqué poco a poco caminando por el salón, estirando los
empeines y realizando una serie de relevés. Al segundo, incluí los brazos y
movimientos de mi torso al son de la música. No sabía si Archie me vio, me
sintió o me escuchó, pero no dejó de tocar y comencé a bailar como meses
atrás hacía a diario.
Bailé durante un rato y me encantó. Bailé durante un rato y me sentí
eufórica. Sentí algo en el pecho, como una explosión de energía y emoción.
Adoraba bailar. De esa forma. Con Archie. Los dos solos. En ese momento
recordé lo mucho que me gustaba hacerlo.
Archie terminó de tocar la canción y apoyé mi barbilla en lo alto de su
cabeza.
—Toca nuestra canción.
No dijo nada. Tan solo me alejé, tomando espacio en el salón, y me
preparé en cuanto Archie tocó la primera nota. Cada vez que escuchaba esa
canción era algo mágico, difícil de explicar. Esa canción era para nosotros.
El nosotros.
No dejé que terminara la canción. Joder, no podía. Los ojos se me
llenaron de lágrimas a mitad de la canción, justo cuando Archie tocaba las
notas más agudas, que hacía que se te pusiera la piel de gallina. Esa canción
siempre existiría y nosotros también. A pesar de todo.
Me detuve. Fui hasta él. Lo giré y, mientras el silencio nos envolvía
por primera vez, le besé con tanta pasión como pude. Archie me cogió de la
cintura y me sentó encima de él a la vez que me iba quitando la parte de
arriba del pijama. Le besé el cuello, le mordí la mejilla. Introduje mis
manos entre su pelo y tiré de él para que no quedase ni un centímetro de
distancia entre los dos.
Cualquier pastilla o raya es la misma droga que cuando se trata de una
persona. Porque a veces amar no es todo bueno. No. Duele. Duele mucho.
Cuando quieres a alguien tanto, simplemente no puedes soltarlo. Existe
algo… No sé el qué será, pero hay algo que te ata a esa adicción convertida
en persona que hace que por muchas cosas que pasen no puedes dejarla ir.
A veces me daba miedo pensar en lo que se había convertido Archie
para mí. Porque él era mi droga.
No sabía si había salido ganando o perdiendo. Porque nunca he sabido
gestionar las adicciones, y menos una como él.

—ARCHIE—
—¡Blair!
—¿Qué?
—¿Dónde están las partituras que dejé en la mesilla?
—¿Qué mesilla?
—La que está al lado del piano, ¿cuál va a ser?
—¡No te oigo!
—¡Mis partituras de la función de mañana! Dime que no las has tirado.
Blair apareció desde la cocina.
—Si te refieres al montón de papeleo que había esparcido por el suelo
desde hace dos días, lo he tirado.
—No será verdad.
—Lo es. Te avisé de que lo recogieras, no voy a estar todo el día detrás
de ti diciéndote lo mismo una y otra vez.
—Te voy a matar. —Pasé por su lado, enfurecido.
—¿Por qué estás tan cabreado? Son partituras.
Me detuve frente a ella, negando con la cabeza.
—¿Por qué haces lo que te da la gana siempre sin preguntar? ¿Eres
consciente de que vives con otra persona, no?
—Soy consciente, gracias.
—¿Tu madre no te enseñó a respetar el espacio de los demás?
—No te atrevas a hablar de mi madre.
—Estás paranoica.
—Lo que tú digas, pero no menciones a mi madre para atacarme.
—¿Atacarte? ¿Por qué dices eso de la nada?
—¡Porque me da la gana! ¿Hablamos de tus padres? ¿De lo ricos y
perfectos que son? Seguro que ellos te criaron mejor que a mí, ¿no?
—Estás desvariando, Blair.
—Puede que no haya tenido unos padres como tú, Archie. Puede que
no sea la chica más perfecta y mejor educada del mundo, pero hay algo que
nos diferencia a los dos en la forma en la que nos educaron.
—¿Ah, sí? ¿El qué? Me encantaría escucharlo.
Dio un paso frente a mí, señalándome con el dedo, hasta que chocó
contra mi pecho.
—Al menos mi madre lo hizo con amor y no con hipocresía.
Di un paso hacia atrás, separándome de ella con una expresión
confundida. Me tembló la mandíbula. Blair siempre hacía lo mismo y
estaba cansado de que no pensase en cualquier cosa que soltase por la boca.
—A veces eres mala persona y no te das cuenta.
Me quedé quieto. Ella también. Nos gritamos con la mirada. Apreté la
mandíbula y tensé cada músculo de mi cuerpo. Aquel tipo de silencio era el
peor. Y justamente lo que salvaba nuestra relación.
—Intentas hacer daño y, ¿sabes qué?, lo consigues —dije. Y me giré
caminando hacia la puerta, empujándola hacia un lado.
—Archie, espera.
Escuché sus pasos tras de mí.
—¡Archie, por favor! Perdóname, perdóname. Por favor.
Cogí las llaves del recibidor, dispuesto a salir, pero Blair tiró de mi
brazo.
—Archie, no lo pensaba de verdad.
Me perdí en sus ojos lacrimosos. Odiaba no poder odiarla. Deseé poder
hacerlo más a menudo para no sentirme mal cuando me daba cuenta de lo
mucho que la quería.
Blair nunca pensaba en las consecuencias de lo que su mente pensaba
y su boca decía por su propio impulso. Al principio pensé que pasaría en
ocasiones puntuales, pero no. Sucedía siempre. Y hacía daño.
—No te vayas, porfa. —Entrelazó su mano con la mía y noté su calor y
cercanía. Tragué saliva y dejé las malditas llaves en su sitio.
Y no me fui. Aquella vez no.
El vaso se estaba llenando cada vez más y ninguno de los dos nos
estábamos dando cuenta.

—BLAIR—
—He estado pensando en algo.
—Me da miedo.
—¿Quieres que lo diga o no?
—¡Sí!
—¿Y si dejamos todo y nos vamos a alguna parte? —dije con ilusión.
Había sido una idea en la que llevaba un tiempo pensando. En Edimburgo
no había nada, salvo Henry y los Clark. ¿Y si nos fuéramos a otro país? ¿A
otra ciudad? En busca de oportunidades. En busca de un futuro, de un
sueño.
A Archie se le cambió el tono de la piel.
—¿De qué estás hablando?
—¡De empezar en otro lugar! ¡De buscar oportunidades fuera de aquí!
—Blair —pronunció con seriedad, y lo evité.
—Podemos ir a Inglaterra. ¿Qué tal Londres? O vamos a Francia.
¡Siempre he querido ir a París! Podemos mudarnos a un apartamento y tú
tocarás mientras trato de encontrarme.
Archie arrugó la expresión.
—Dime un destino y nos iremos, Archie. Dime una ciudad, la que tú
quieras, y ambos trataremos de triunfar.
—Blair.
—¿Me estás escuchando?
—¡Déjame hablar! —chilló con fuerza, y me detuve.
—¿Qué es lo que pasa? ¿No te parece una buena idea?
—No, Blair. No es buena idea.
Toda la emoción e ilusión se desvaneció. Sentí que me hice pequeña de
un segundo a otro. Sentí que Archie había pisoteado todas las ilusiones y
situaciones que había creado en mi cabeza.
—¿Por… por qué? —Sentí las lágrimas al borde de las pestañas.
—Tengo un trabajo aquí. Dos. No puedo dejar el conservatorio como
si nada, sabes que andan cortos de personal.
—No necesitas el dinero.
—No quiero el dinero de mis padres, Blair.
—Pero…
—Entiendo tus ganas de hacer algo nuevo, llevas meses parada. —Se
aproximó a mí y enmarcó mi rostro con sus manos. Lo retiré enseguida,
sintiendo decepción, y me aparté de él—. Pero yo no puedo dejar la ciudad
ahora. Estoy creciendo poco a poco. Allí fuera tendré menos de lo que
tengo ahora, ¿entiendes?
—¿Qué hay de lo que queremos los dos?
—No se trata de lo que los dos queremos, sino de ti. Siempre se trata
de ti, Blair, y de lo que tú quieres. Pero no puedo irme, no puedo dejar todo
lo que tengo porque tú quieras cambiar.
—Pero, Archie, yo…
—No te vayas, por favor. No me dejes, Blair.
Lo vi en sus ojos, en la forma en la que me miraba. Suplicándome con
el brillo apagado de su mirada, pude ver el amor que sentía por mí. No,
nunca sería capaz de dejarle atrás. Ni siquiera de hacerle daño sin quererlo.
Puede que en ese instante viese lo mucho que Archie me quería, pero
nunca lo valoré suficiente, jamás. Hasta tiempo después.
—No me voy a ir a ningún lado sin ti nunca. —Me aproximé a él y lo
abracé.
—Gracias.
—Pensaré en otra cosa, yo… Quizás haya sido algo estúpido, ¿verdad?
—No lo es.
—Archie.
—¿Sí?
—Entonces, ¿cómo me voy a encontrar a mí misma?

]
—Ya te he dicho que no pienso ir a comer a casa de tus padres.
—Va a ser una comida informal, Jake también estará.
—Sí, claro. Y de paso te restriegan por la cara todo lo que tu hermano
estudia y hace.
—Blair, por favor.
—¿Por qué los perdonaste? —pregunté de repente. Llevaba tiempo
pensándolo, pero nunca me atreví a preguntárselo hasta ese momento—.
¿Cómo es posible perdonar tanto dolor causado?
Archie agachó la cabeza.
—A veces hay que perdonar para poder avanzar, Blair.
—No lo entiendo.
—Puede que algún día lo entiendas.
—Lo dudo. No creo que sea rencorosa, pero me costaría perdonar que
alguien me fallase.
—¿Y si te fallase yo?
Me detuve y solté una carcajada.
—Eso no va a pasar.
—¿Y si pasa?
—No me estarás queriendo decir algo, ¿no?
—No, tonta, claro que no. —Me envolvió con sus brazos y me besó la
frente—. Bueno, ¿vienes entonces?
—Me quedo en casa.
—Eres una cabezota.
—Me siento incómoda al estar en un lugar donde no soy bienvenida.
—¿Puedes dejar de decir tonterías?
—Saldré a comer con Maya. Espero que, cuando vuelvas, no vengas
con el pensamiento de dejarme —dije, y me reí al final de la frase. Archie
me sacó el tercer dedo de la mano.

]
Quedé con Maya para comer. Se podía decir que éramos amigas, y a mí me
gustaba tener una amiga porque nunca había tenido una de verdad. No supe
muy bien en qué momento se convirtió en un refugio de los pensamientos
que pasaban por mi mente, pero me sentía bien explotando con todo lo que
llevaba dentro.
—¿Cómo estáis?
—Archie te diría que bien, porque es una persona que le cuesta
compartir con el resto cuando algo está torcido, pero yo te diría que estamos
pasando por una época rara.
—Eso pasa en todas las relaciones, son rachas.
—Me frustra no tener buenas rachas con Archie.
Maya se rio.
—Tener una relación no es todo de color rosa. A veces se mezclan los
colores.
—No me imagino una vida sin él, de verdad que no, porque lo quiero
tanto que me duele. Pero a la vez me da miedo no poder darle lo que
necesita o no obtener lo que necesito yo.
—¿Qué sientes ahora?
—Que lo quiero.
—No, quiero que me digas que sientes con tu vida ahora.
Medité esa pregunta.
—Me siento perdida, Maya.
—¿En qué sentido?
—No tengo ni idea de quién quiero ser, en quién me quiero convertir.
Archie lo tiene muy seguro, pero yo no, joder. Y, cada vez, los días se me
pasan más despacio y aburridos.
—Necesitas un cambio, necesitas mantenerte ocupada.
—Ya.
—¿Por qué no haces una prueba para una campaña de maquillaje que
estamos preparando? Eres preciosa, Blair, quizás…
—No —la corté—. Dudo que mi lugar se encuentre en el modelaje, no
creo que yo sirva para eso.
—Nunca lo sabrás si no lo intentas.
Lo recapacité durante un rato.
—Vamos, en la agencia estamos buscando nuevas caras y creo que tú
puedes encajar.
—¿Estás segura?
—¡Claro que sí!
—Lo pensaré.
—Bien.
—¿Cómo estás tú?
—Muy bien.
—¿Y con Tom?
—Estamos en un buen momento.
—Quiero hablar contigo de algo, pero no quiero meterme en un lío.
—¿De qué se trata?
—De Tom.
—¿Qué ha hecho ahora?
Empecé a dar toquecitos nerviosos con la pierna por debajo de la mesa.
Si yo fuera ella, me lo contaría. Eso es lo que hacen las amigas, ¿no?
—¿Blair? —Se inclinó hacia la mesa.
—¿Tú sabías que Tom se metía?
No fui capaz de mirarla a la cara.
—Sí.
Alcé la cabeza de inmediato.
—¿En serio?
Maya se puso seria, nunca la había visto tan rígida.
—Desde hace un tiempo lo sé.
—¿Tú también…?
—¡No! Es decir: lo he probado, pero no es lo mío. Creo que…
Maya empezó a hablar y dejé de escucharla.
—Hay algo que tengo que contarte de mí.
Y se lo conté todo.

—ARCHIE—
A veces, Blair desaparecía aun estando con ella en el apartamento. Aun
viviendo entre las mismas paredes y compartiendo la misma cama,
desayunando juntos o viendo nuestra serie favorita, Blair se desvanecía.
Era como vivir con alguien que había puesto su vida en pausa. Nadie
en el mundo puede hacer algo así, pero ella sí. Existen muchas cosas que
solo una chica como Blair podía permitirse el lujo de hacer.
No tenía ni idea a donde iba su mente cuando se encontraba en ese
estado neutro, pero era como convivir con un cuerpo y no con un alma.
Blair se metía en su mundo y dejaba el de los demás. No sabía si era
consciente cuando lo hacía, pero muchas veces me detenía a observar en
silencio desde alguna esquina de la casa cómo pasaban las horas sin que
dijese ni una sola palabra. Comía, miraba la televisión, se duchaba,
limpiaba la casa, salía a comprar, pero no como la Blair que conocí. Ella es
una persona que llena una habitación vacía con sus palabras, con sus ideas
locas, con sus pensamientos. Pero, cuando no está presente, ese silencio te
puede consumir. Y a mí a veces me pasaba.
—Blair.
—¿Mmm?
—¿Sigues ahí?
—A medias.
—¿Por qué?
—Porque trato de encontrar algo.
—¿El qué?
—Cuando lo encuentre te lo diré.
—Ah.
Me pregunté cómo era posible sentir que no conoces a alguien que
conoces muy bien. ¿Se puede desconocer a alguien? ¿Estaba perdiendo a
Blair de alguna forma, o solo tenía que esperar a que se encontrase a sí
misma?
Nunca en mi vida había conocido a alguien tan complejo y que hubiera
sido capaz de acogerse a mi simplicidad. Porque Blair no estaba hecha de
una cosa como yo, no, estaba hecha de todo. Era imposible que Blair fuese
solo una cosa.
Esperé. La esperé. Todo el mundo tiene derecho a tener tiempo para
encontrarse. Yo se lo concedí. Pero había veces en las que Blair sacaba a
lucir esa parte que siempre he odiado de ella. La destructiva. La que nos
destruía a los dos.
Yo siempre he evitado los conflictos. Blair no. Yo siempre he intentado
no alterarme. Blair no. Yo siempre pensaba las cosas antes de decirlas. Blair
nunca. Yo me daba cuenta de todo lo que los demás hacían por mí. Blair
jamás.
Y todo eso nos hacía chocar. Todo eso me hacía chocar contra una
puerta que daba a una pared de piedra. Blair me echaba en cara lo de mis
padres. Blair me echaba en cara lo del ballet. Blair me echaba en cara su
soledad, mi trabajo, nuestra relación, nuestras peleas, nuestro desorden. Y
ni siquiera se daba cuenta. Lo sabía porque después se acostaba en la cama
junto a mí y se acurrucaba, repitiendo una y otra vez lo mucho que me
quería, mientras sentía una opresión fuerte en el pecho.
Los dos estábamos desordenados y, mientras intentaba reconstruir el
hilo, ella lo volvía a enredar. Solo para después volver a tirar de él y
enseñarme que nunca estuvo roto.
A veces tenía la sensación de que había algo que no estábamos
haciendo bien. Intenté fijarme en todos los detalles, en el día a día, pero
pronto me di cuenta de que yo no era el problema. Porque, mientras Blair
desaparecía, yo seguía estando, seguía viviendo, amando, amándola. Y ella
no lo hacía… no lo hacía de la mejor forma.

]
El disco de Abbey road de los Beatles sonaba en el apartamento cuando me
acababa de despertar un domingo. Hacía tiempo que Blair no ponía música,
y eso me alegró. A ella le gustaba despertarse con mi música y a mí con la
suya. El viejo tocadiscos me lo había regalado mi padre con diez años, y a
Blair le apasionaba. Me levanté de la cama y descubrí a Blair bailando y
cantando Here come the sun con una camiseta mía que le quedaba ancha, en
medio del salón, y las piernas desnudas.
Me quedé un rato mirándola desde la esquina. Tenía los ojos cerrados
y saltaba sin parar con emoción. Me reí al verla de esa forma. Me encantó
verla de buen humor porque de alguna forma la sentía más viva, más
presente. ¿Habría vuelto?
—Come together es mi favorita.
—¡Me has asustado! —Abrió los ojos, posando una mano en el pecho
—. También es mi favorita.
—¿Cuándo te has despertado? —Me acerqué a ella y la rodeé con los
brazos—. Veo que estás de buen humor.
—Ha salido el sol.
—Pensaba que te gustaba el mal tiempo.
—Y me encanta. Pero ha amanecido y no sé, me he asomado, he visto
que era domingo, que te tengo para mí sola. Me he sentido diferente,
Archie. Me apetecía escuchar buena música y desayunar juntos.
Solté una carcajada.
—¡No te rías!
—A veces pienso que estás como una cabra.
—Yo también lo pienso a veces.
—Oh!, darling —grité cuando empezó a sonar la canción. Y le hice
una actuación a Blair, que no paraba de reírse al verme gritar cada una de
las palabras de la canción. Es una pasada de canción—. Believe me when I
tell you I’ll never do you no harm —teatralicé, alcanzando el mando del
televisor como micrófono.
Blair empezó a correr por el salón riéndose.
—Oh!, darling. Please, believe me. Oh!, darling. —Comencé a
seguirla.
—¡Archie! —gritaba sin parar lanzándome los cojines, que esquivaba
con facilidad.
—I’ll never let you down. Oh, believe me, darling. —Me subí al sofá
de pie y la señalé como si fuera una chica del público—. ¿Cómo te llamas,
preciosa?
Blair echó la cabeza hacia atrás sin parar de reírse.
—¿Debería decirle mi nombre a un desconocido?
—¡Estás hablando con el legendario Paul McCartney!
—Eres un tonto, Archie.
—¿Archie? ¿Quién es ese? —Me bajé del sofá y me puse enfrente de
ella. Di un paso más cerca y otro más mientras la canción cambiaba.
—Lo decía porque George Harrison es el mejor de todos —dijo, y esta
vez ella dio un paso hacia mí. Nuestras bocas estaban a punto de chocar, sus
labios rozaban los míos, y me ponía tan nervioso esa tensión que
acabábamos de formar. Nos declaramos la guerra con las miradas mientras
sonaba I want you. Quería besarla, no podía soportar que me mirase de esa
forma, y que estuviese tan cerca. Pero estaba jugando. Y ella no era la única
competitiva.
—Te voy a matar…
Soltó una carcajada inocente. Y tres segundos después rodeé su cuerpo
con mis brazos, acercándola hacia mis caderas. Blair no se apartó, ni me
retiró la mirada. Nuestros labios seguían a milímetros de distancia, si es que
se podía llamar distancia al poco aire que se redujo entre nuestras bocas.
—Te quiero, te amo.
Amar… Es algo tan profundo, como si se tratase del centro de la Tierra
o el hueso de una fruta. Pero amaba a Blair de verdad, a pesar de todo, ella
era mi sentimiento favorito. No me dejó que la besara, estaba claro que lo
haría ella cuando quisiera, cuando la tensión entre los dos se hubiera
convertido al fin en el mayor de los hilos finos. Ella siempre estaría cuando
las cosas estuviesen a milímetros o segundos de romperse.
Su boca buscó la mía, aún estaban secas, pero fueron segundos lo que
tardaron en empaparse con la saliva del otro, con el roce de los labios, la
ternura, la calidez.
Ojalá Blair no se fuese tan lejos cuando lo hacía aun estando entre las
mismas paredes que yo.

—ARCHIE—
—¡Pues si crees que no soy suficiente déjame! ¡Vete con una chica rica que
tus padres te presenten! ¡Tírate a la camarera, que le gustas, pero deja de
intentar culparme por no gustarle a tus padres!
—¡Yo no te he culpado de nada, maldita sea! Tan solo te he pedido que
no seas cruel con ellos.
—¿Por qué no tendría que serlo? No les gusto y ellos a mí tampoco.
—¿Entonces vamos a vivir toda nuestra vida juntos así?
—¿Acaso necesitas la bendición de ellos para pasar el resto de tu vida
conmigo? ¿Necesitas que acepten todas las decisiones que tomes para que
sean válidas?
—¡Deja de malinterpretar todo lo que digo! Siempre lo haces.
—Y tú siempre tienes que guiarte por lo que ellos te dicen.
—Eso no es verdad.
—Tus decisiones se condicionan por lo que los demás piensen, nunca
tienes las narices de guiarte por lo que tú quieres.
—Si eso fuera así estaríamos en otro jodido país buscándonos la vida,
echando a perder todo lo que he empezado a construir aquí solo porque
sientes que no tienes nada, cuando has tenido la oportunidad de tu vida en la
palma de tu maldita mano.
—¿Cuándo vas a superar eso, Archie? ¡No es tu vida, es la mía! Sé que
sentiste envidia porque a ti no se te ha presentado ninguna oportunidad
como esa.
Blair me miró con la cara mojada. Cuando lloraba y se enfadaba, su
rostro adoptaba un color rojizo que no solo cubría las mejillas. Apostaba
que yo me veía igual desde fuera. Discutir con Blair me producía un terrible
dolor de cabeza. Discutir con Blair era estar preparado para defenderte de
una guerra.
—Algún día no podré con todo esto que provocas tú sola —dije
bajando el tono de voz, intentando recomponerme—. No sé cómo puedes
pensar eso de mí, Blair. Jamás podría sentir envidia por algo que echaste a
perder. Sí, ojalá me hubiera pasado como a ti, pero ¿de qué ha servido?
Blair se quedó muda.
—No quería haber dicho eso.
—Pero lo has hecho. Y nunca te das cuenta del daño que provocas
diciendo todo eso que solo expulsas cuando estás enfadada y que te
arrepientes enseguida de haberlo dicho. En el fondo lo piensas.
—No, Archie. —Dio un paso hacia mí, cogiéndome de las manos y
arqueando las cejas—. No lo pienso de verdad. Perdón.
—¿Cuántos perdones habrá más, Blair?
Me sequé la cara en cuanto el silencio nos envolvió de nuevo. Esos
silencios eran peores, mucho peores que cuando discutíamos.
—Si te hago daño, Archie, entonces déjame. Hazlo. —Cambió su tono
de voz, y me retó con la mirada. Era cruel. Era cruel porque sabía que era
incapaz de dejarla. ¿Cuánto iba a durar todo aquello? ¿Alguien me lanzaría
una señal en algún momento de que ya era suficiente?
—Perdón por no ser la chica que creías que era.
—Esto es una puta mierda, Blair, y estoy cansado.

]
—Te quiero, te quiero. —Se acurrucó en la cama junto a mí aquella noche
después de no dirigirnos la palabra—. Perdón por todo lo que he dicho,
Archie.
—A veces no me quieres bien.
—Eso no es verdad.
—Esa es la única verdad que sé.
Querer a alguien no se trata simplemente de amar o de elegir a la
misma persona cada día. Querer a alguien se trata de, a pesar de no hacer
algo bien, no volver a fallar en ese mismo error. Querer a alguien tiene que
ser fácil y no siempre bonito. Pero resiste solo por el hecho de ser amor.
Puede que, al fin y al cabo, tengamos una idea idílica del amor.
Cuando en realidad es cruel, incierto, obsesivo y manipulador.
La guerra no era contra ella. Ni contra mí mismo. Era contra el amor
que yo sentía hacia ella.

—BLAIR—
Me sorprendió lo tranquila que amanecí el día del casting que Maya me
había convencido de hacer para la agencia. Madrugué con Archie e hicimos
el amor nada más despertarnos. Me encantaba empezar el día de esa forma.
Tuve la sensación de que iba a ser un gran día, y eso que no me
entusiasmaba hacer una prueba de fotografía sin tener ningún tipo de
experiencia ni de talento para eso.
Maya confiaba mucho en mí. Tal vez demasiado. Pero como ella
misma dijo: nunca lo sabría si no lo intentaba. Y menos mal que le hice
caso. Me recogió para ir al estudio, situado en una calle céntrica de la
ciudad. Me había dicho que fuera vestida con sencillez, porque lo que
buscaban era una chica simple y a la vez que tuviera todos los elementos
para triunfar. Opté por unos vaqueros de tiro bajo y un top rosa con una
camisa blanca abierta oversize. Siempre me ha gustado ir cómoda, sobre
todo en esos tiempos.
Maya tocó el timbre del apartamento y me despedí de Archie con un
beso en los labios.
—Todo va a salir bien —dijo. Quizás era la frase que más nos
repetíamos el uno al otro sin darnos cuenta.
Bajé corriendo con una ilusión que no esperé tener. No me
entusiasmaba el ir a hacer esa prueba, me entusiasmaba la idea de hacer
algo distinto que interrumpía mi rutina.
—¿Lista? Estás preciosa.
Maya tenía un minicabriolet rojo descapotable. Me encantaba porque
toda la gente podía vernos bailar y cantar las canciones de la radio. Vogue
de Madonna sonaba de camino al estudio. Maya iba en minifalda a
comienzos de octubre y, en su cabeza, llevaba un pañuelo envuelto de
colores brillantes. Dijo que se lo había visto a Claudia Schiffer en una foto
mientras la perseguían los paparazis. Me pinté los labios con un gloss que
me dejó mientras me miraba por el espejo del retrovisor y la música sonaba
seguía sonando de fondo. Por un momento me sentí la protagonista de una
película.
—¿Crees que podría ser actriz?
—Cariño… —Se bajó las gafas de sol alargadas—. Podrías ser todo lo
que quisieras.
—Entonces, ¿qué hago aquí?
—Empezando tu camino.
Maya aparcó con facilidad y elegancia el coche frente a un local
grande y llamativo con el letrero «Shine Studio» en lo alto. Tragué saliva al
ver a un puñado de chicas con piernas kilométricas y preciosas salir por la
puerta con vestidos estrechos y cortos que no dejaban nada a la
imaginación.
—¿Estás segura de que voy bien vestida?
—¡Vas ideal! Anda, vamos. —Me cogió de la mano y entramos al
local.
Por dentro todo era blanco y luminoso. Las paredes estaban cubiertas
por fotografías de modelos que habían formado o formaban parte del
estudio. Lo primero que pensé fue: «¿Qué narices estoy haciendo aquí?».
Era alta, era delgada, me gustaban mis ojos y odiaba mi nariz. ¿Estaría a la
altura de toda esa gente?
Maya me dejó unos minutos esperando junto a más chicas, que me
miraban de reojo. Todas se miraban las unas a las otras como si estuvieran
compitiendo por un premio. Yo las miraba con algo de envidia.
—¡Blair! —me llamó Maya desde el final del pasillo—. Ven, eres la
primera.
—¿Ya?
Maldita sea, pensé. Ni siquiera me había hecho lo que tenía que hacer.
Entré a una sala que pareció ser más grande lo que pensaba. Había un
montón de focos alrededor de una especie de set con una lona blanca detrás
y una mesa con algunos productos encima. Nunca había estado en un set de
nada.
—Blair, te presento a Marie, es la maquilladora. Ella se encargará de ti
en menos de cinco minutos.
Apareció una mujer de mediana edad y me acompañó a un tocador,
donde me senté con la respiración entrecortada. No me estaba dando tiempo
a asimilar nada, pero me estaba divirtiendo.
—¿Has dicho que te llamas Blair?
—Sí.
—¿Blair qué más?
Me miré al espejo mientras Marie me cubría la piel con una base fina.
Me vi guapa. Y pensé. Si alguna vez la gente me tuviese que conocer por
algún nombre completo, ¿cuál sería?
Me vi reflejada en esas cinco letras. Mi nombre era corto, pero yo era
grande. Y así se quedaría siempre.
—Solo Blair.
—Me gusta. Es simple y conciso.
—Gracias.
Después del maquillaje, me volví a sentar en otro tocador y entre dos
personas me peinaron. Me alisaron el pelo y me gustó lo brillante que se
veía.
—Vamos allá —me dijo Maya, colocándome en el set. En medio de
toda esa luz por los focos. Achiqué los ojos porque me costó adaptarme a la
luz y a que un equipo de personas me estuviese mirando fijamente. Es
difícil acostumbrarse al principio y encima sin nada de experiencia. El
fotógrafo me iba diciendo que posase mirándole de frente, después con el
perfil izquierdo, luego con el derecho. Sonriendo. Seria. Con la mirada más
profunda. Con la cara más relajada.
Nunca pensé que posar sería tan complicado ni tan laborioso. Fueron
veinte minutos, que parecieron cinco. Supe que fue un desastre, que lo hice
fatal, que no valía para eso cuando salí de la sala y pronunciaron el nombre
de otra chica. Maya me siguió a la salida.
—Ha sido horrible. ¿Tan mal se ha visto desde fuera?
—¿Bromeas?
—¿Qué tengo que hacer ahora?
—Espérate ahí un rato.
—Vale. —Me senté con el ceño fruncido y los brazos cruzados en la
sala de espera junto a más chicas. Sabía que podría haberlo hecho mejor.
Quería repetirlo porque sabía que… sabía que era mejor que ese intento.
Esperé a Maya por lo menos una hora. Supongo que el modelaje se
trataba de pasar más tiempo esperando que posando.
Casi a media mañana, apareció Maya de nuevo en la sala de espera y
me hizo una señal para que me levantase.
—Vámonos a casa, anda —le dije, y no dijo nada. Maya estaba seria, y
ella nunca lo estaba, por lo que asumí que había sido un intento fallido.
¿Qué me esperaba? ¿Convertirme en la próxima Carla Bruni de un día para
otro?
Nos subimos al coche en silencio. Estaba chafada y no tenía por qué
estarlo. Ni siquiera era algo que quisiera hacer.
—Hay algo que tengo que decirte.
—Dime.
—Joder, les has encantado, Blair —dijo, sonriendo al final de la frase.
Abrí los ojos, sorprendida, y alcé la mirada hacia ella.
—¿En serio?
—De hecho, me han preguntado cómo te he descubierto y por qué
nunca te habías metido en el mundillo del modelaje.
Algo floreció en mi pecho en ese instante.
—¡Nunca he pensado que podría valer para esto! Creo que lo he hecho
fatal.
—Lo has hecho genial para no tener experiencia. —Arrancó el coche
—. Esto solo acaba de comenzar, Blair. Te lo dije. Vas a llegar muy lejos,
hasta donde quieras llegar.
—¿A dónde vamos?
—A celebrarlo. Pasado mañana tienes una sesión de fotos.
Me mordí el labio inferior y quise saltar de alegría. Subí el volumen de
la radio y alargué el brazo para coger unas gafas de sol redondas que tenía
Maya en la guantera del coche. Empecé a posar en el coche mientras
recorrimos el centro de la ciudad y la gente nos miraba.
Algún día, tiempo más tarde, me iba a tener que acostumbrar a todas
esas miradas.

]
—Me han cogido —le dije a Archie, nada más llegar por la tarde al
apartamento.
—¿En serio? ¡Eso es una buena noticia! —Corrió hacia mí y me cogió
por las piernas mientras me daba vueltas en el aire—. Cuéntamelo todo.
¿Cómo ha sido? ¿Qué has tenido que hacer?
—¿Sinceramente? Nada del otro mundo, aunque cuando salí pensé que
había sido un completo desastre.
Le hice un resumen a Archie de cómo había sido todo y lo inesperado
que había resultado la decisión del equipo de la agencia.
—Me alegro tanto, de verdad. —Entrelazó su mano con la mía y me
sentí en casa. Después de todo un día lleno de emociones y de noticias, se
sentía bien regresar a casa y encontrarse con la persona a la que amaba.
—¿Dónde has estado? Estaba preocupado.
—¿Por si me llegan a secuestrar un par de modelos kilométricas? —
Solté una carcajada—. Estaba celebrándolo con Maya.
Archie se aproximó una vez más y me besó con fuerza. Los besos de
Archie eran los mejores besos que me habían dado en la vida. Terminé
mordiéndole el labio inferior tras juguetear con nuestras lenguas en el
espacio que nuestras bocas proporcionaban. Pegué la frente junto a la de
Archie y nos quedamos cara a cara, tan próximos como podíamos del otro.
Suspiré.
—¿Crees que este será un nuevo comienzo?
—Lo es.
—Arreglaré todo esto, Archie. Te lo prometo.
Había empezado una nueva fase en mi vida. Una muy importante.
Quizás la que definiría el rumbo del resto de mi vida. La que me llevaría
por un sendero lleno de laberintos de rosas y espinas.
Mucha gente se pregunta cómo fueron mis inicios en el modelaje.
Cómo llegué a convertirme en una de las mejores modelos de la década y de
la historia. Así comenzó todo. Con una chica perdida y muchas ganas de
pasárselo bien.
Porque nadie encuentra su camino sin perderse varias veces. Y yo ya
llevaba un tiempo sin rumbo.

—ARCHIE—
Blair había vuelto.
Y, cuando ella volvía, todo volvía a estar bien. Quisiera que ella no
tuviera ese poder en los dos, pero lo tenía. Le había echado de menos. No
supe cuánto hasta que vi de nuevo su alma. Esa de la que me enamoré un
año atrás.
Un año.
No solo volvió Blair, la lluvia cubrió Edimburgo en otoño y era como
volver al inicio. El petricor se había apoderado de todas las calles de la
ciudad cuando amanecía.
Parte 3
Año
1994
—BLAIR—
¿Sabes cuando notas que estás viviendo un buen momento y deseas que
nunca termine? 1994 empezó así. Henry se casó en noviembre del 93 con
Sheena en una boda preciosa. No fue a lo grande, como algún día quería
hacerlo yo, sino que fue algo íntimo y personal. Sheena estaba preciosa con
un vestido blanco al estilo princesa. Y Henry… Nunca había llorado tanto
como cuando vi a mi mejor amigo en el altar con las manos entrelazadas al
amor de su vida y confesando ante todos el amor infinito que sentía por esa
chica con pecas en la nariz.
Aquel día pensé en lo mucho que me gustaría casarme con Archie en
algún momento. Vestirme de blanco y caminar hacia el altar de la mano de
Benjamin mientras Archie se gira hacia mí, me observa de arriba abajo y de
pronto sus ojos azules se ven cristalinos por la emoción.
No creo que mi amor hacia Archie fuese superado por nadie, salvo por
el mismo Archie hacia mí. Él estaba ahí siempre. A pesar de todo, de cada
circunstancia, de cada fase.
Era consciente de que no siempre amaba a Archie de la mejor forma.
Pero ¿quién nos enseña a querer bien desde pequeños? A lidiar con cada
frente que se interpone no solo en tu vida, sino también en la que compartes
con la otra persona. No es excusa, lo sé. Me arrepiento de haberlo hecho
mal cuando pude haberlo hecho bien, de no haber saltado los obstáculos sin
arrojarlos encima del chico que más quería en el mundo.
Pero aprendí mucho durante el primer año que estuvimos juntos.
Archie… Creo que no pude tener mejor suerte al tener a alguien como él,
que me enseñara los secretos del amor y a vivirlos en primera persona.
Podía hacer una lista con infinitas razones por las que le quería con todo mi
corazón, pero si de verdad tuviera que hacer esa lista solo pondría una única
cosa: «porque eres tú». Pudo conformarse con la galaxia entera, pero en vez
de eso me eligió a mí, una estrella medio rota que había intentado volver a
formarse y ser la más brillante de todas.
—Archie, ¿qué es lo que más te gusta de mí?
—¿Y esa pregunta?
Acabábamos de hacer el amor y seguía abrazada a su cuerpo desnudo y
fuerte. Sus músculos, ahora relajados, hacía unos minutos estaban
contraídos por la fuerza de nuestros cuerpos al compás. El ambiente de la
habitación era cálido, a pesar de la lluvia de la calle. Le dibujé la silueta de
un corazón en el cuello con la punta del dedo. Un vinilo de Radiohead
giraba de fondo en el tocadiscos.
—Lo que más me gusta de ti es que no me presionas para que sea
alguien que no quiero ser.
Dibujé una sonrisa y seguí trazando siluetas en su piel.
—Eso es muy bonito.
Me di la vuelta y apoyé la barbilla en su abdomen. Miré los ojos claros
de Archie, clavados en la ventana, donde la lluvia de fuera parecía chocar.
Me encantaba observarle en silencio.
—Pues lo que más me gusta de ti es que eres tú.
—¿Ah, sí? —Se rio.
—Sí. —Enrojecí—. ¿Te apetece salir a cenar esta noche?
—¿Me estás proponiendo una cita?
—Ajá.
—¿Y si digo que no?
—Entonces abro las ventanas para que la lluvia entre por casa y nos
empapemos.
—Estás loca, Blair. —Entrelazó su mano con la mía.
Aquella noche salimos a cenar juntos. Me puse un vestido negro
ajustado con una chaqueta de piel del mismo color y unas botas. Desde que
había empezado a trabajar como modelo, había empezado a cuidar más mi
imagen, obviamente con la ayuda de Maya, pero sin ser tan extravagante
como ella. Estuvimos todo un fin de semana de compras para renovar mi
armario con mi primer sueldo de la campaña de maquillaje que hice el
otoño anterior. Al final dimos con un estilo clásico pero elegante.
La cena con Archie fue animada, nos ayudó a desconectar de nuestros
respectivos trabajos y nos reímos mucho, como siempre. Pudo ser una cena
como otra cualquiera, pero esa noche fue la primera vez que alguien me
reconoció por la calle.
—¿Tú eres la chica del anuncio de la tele? —Se detuvo una joven de
poco más de dieciocho años a observarme con una expresión de sorpresa.
Me sonrojé al instante, pero no pasé nada de vergüenza.
—Esto…, ¡sí! Soy yo.
—¡Qué guay! Eres aún más guapa en persona —dijo, con tanta
emoción como si hubiese visto a una celebridad. Ni que fuera Celine Dion.
—Gracias.
—¿Puedo hacerme una foto contigo? Mis amigas no lo van a creer.
Creo que tengo la cámara de fotos en el bolso, un momento.
Mientras la chica rebuscaba en su bolso, miré a Archie de reojo y se
tapó la boca con emoción.
—¡Aquí está! ¿Es tu novio? ¿Puede hacernos la foto?
—Por supuesto que sí.
Posé con aquella chica de la mejor forma que pude. Aún no sé cuál de
las dos estaba más impresionada por aquel momento.
—¡Muchas gracias! Mis amigas van a flipar. ¡Adiós! —Se fue de
inmediato y las personas que andaban por la calle se detuvieron a
observarme con curiosidad. Archie encontró mi mano al instante y
seguimos caminando. La lluvia había cesado. Tanto en la calle como en mi
interior.
—Vale, creo que es hora de que empiece a hacerme a la idea de que mi
novia va a ser famosa.
—¡No digas tonterías!

—ARCHIE—
Blair siempre conseguía todo sin apenas esforzarse. Y era injusto.
Ese era el pensamiento que más horas me consumía a la vez que
fueron pasando las semanas del primer semestre del 94. Los días pasaban y,
mientras mi vida seguía por el mismo cauce que año y medio atrás, Blair
cambiaba constantemente como si fuera fácil hacerlo. Encontrar un camino
que siguiese una línea recta había sido complicado para mí, pero ella…
saltaba de uno a otro. No le importaba si no eran rectos o no, porque
encontraría otro que seguir.
Se puede decir que, de la noche a la mañana, Blair se convirtió en algo.
En algo mucho más grande que yo, a pesar de todo el tiempo que iba detrás
de eso. Envidiaba su forma de conseguir las cosas tan rápido y de hacer lo
difícil parecer tan fácil. Desde que hizo esa campaña de maquillaje para una
marca aún no tan conocida por aquel entonces, la gente empezó a
interesarse por ella. ¿Por qué? Blair no tenía experiencia, ni siquiera una
base como otros cientos de modelos, pero a Blair se le daba bien todo lo que
ella quisiera hacer. Convertía sus deseos en algo grande, como hizo con el
ballet. Y me parecía increíble a la vez que aterrador.
Mientras las propuestas de trabajo para Blair iban floreciendo, las
dudas sobre mi futuro iban creciendo, por lo que me volví a encerrar en ese
bucle en el que estuve años atrás antes de dar el paso de luchar por mis
sueños. Tenía veinticinco años, casi veintiséis, y aún no había conseguido
nada laborioso. Mis padres tenían razón. Tocar en el conservatorio de danza
y en The Aurora era un trabajo magnífico para mí, pero llegó ese punto en
el que se quedaba corto. Y todo a causa de Blair. Cuando dejó la danza, me
sentí bien al saber que tenía algo fijo en mi vida, pero cuando empezó a
trabajar y le iba tan bien… Joder, odiaba que ella consiguiera hacerme
sentir de esa manera.
Blair se centró mucho en su trabajo, cada día regresaba a casa con una
buena noticia. Solía sonreír y besarle la cara sin parar cuando venía tan
contenta y terminábamos haciendo el amor en el sofá, en el suelo, en la
cocina o en la cama. Mientras por las noches intentaba pensar en algún plan
para conseguir algo mejor en mi carrera como pianista, Blair dormía
complacida por todo lo que estaba consiguiendo. ¿Qué tenía que hacer? ¿A
dónde tenía que ir? ¿Cómo debía ser la sensación de dormir por las noches
sabiendo que lo estás haciendo bien?
Todo era muy confuso. Vivir tiempos de incertidumbre sobre mi futuro
era lo peor que podía pasar. Y era incapaz de compartir esa angustia con
Blair.
Mis padres tampoco me ayudaban mucho.
—Cielo, aún estás a tiempo para estudiar una carrera normal y
corriente.
—No, no y no. Por favor, mamá, no lo vuelvas a sugerir.
—¿Entonces por qué dudas? Si no dudases, no estarías aquí, no te
expondrías ante mi opinión, que ya sabes.
Me quedé de pie en medio del salón ante mi madre. Estábamos solos.
Papá estaba de guardia, trabajando con Jake en el hospital. Suspiré y sentí
que estaba al colapso de las lágrimas. Estaba… cansado.
—Es tan complicado.
—Oh, ven aquí.
Me senté al lado de mi madre y hundí mi cabeza en su hombro
mientras me acariciaba el pelo. Ya lo había intentado todo. ¿Y si en verdad
no estaba hecho para eso? ¿Y si mi destino estaba en otra parte?
—¿Crees que he perdido todo este tiempo?
—Archibald, el tiempo nunca se pierde cuando se trata de algo que
haces con el corazón.
No pude creer lo mucho que me sorprendieron esas palabras. Al fin y
al cabo, mi madre no era tan mala madre como Blair decía. Porque ahí
estaba, tratando de salvarme del borde del acantilado mientras Blair no se
había dado ni cuenta de que poco a poco había estado caminando hacia allí.
—Archie.
—¿Sí?
—Tienes que alejarte de ella.
Mi pecho se desinfló por completo.
—¿Por qué?
—Porque tienes que volver a ser tú.
Apreté los párpados con fuerza y unas lágrimas corrieron por mis
mejillas. ¿Cambiaría algo el hecho de que Blair no estuviera conmigo?
—Esa chica te ha creado demasiadas ilusiones en la cabeza.
—Antes de que la conociese, ya era así. Y, aunque quisiera, no creo
que pudiera alejarme de ella.
—No digas tonterías, Archibal. —Su voz sonó un poco más seria y
firme—. Hay mujeres que te harán mejor que esa chica alocada y
malhablada.
—Puedes llamarla por su nombre.
—Siempre has sido un chico tan correcto… ¿Crees que no sé lo de su
pasado?
Me separé de ella de inmediato y me sequé el rostro con la manga.
—¿De qué estás hablando?
Mi madre se mojó el labio inferior y suspiró.
—Vino en Navidades una mañana y se plantó delante de mí,
asegurando que iba a conocer de verdad a la chica con la que su hijo pasaría
el resto de su vida.
—Mamá…
—Te dije que no era buena para ti, hijo. Desde el primer día que la
conocí, tu padre y yo te lo dijimos.
—Pero la quiero, y quiero que entendáis eso. Es algo que no se puede
controlar.
—Por supuesto que sí se puede controlar.
—¡No!
—Un día me enamoré de un tipo que me recuerda a Blair —empezó a
decir—. Era un chico que no tenía mucho dinero, pero ese chico… Dios,
tenía algo que me encantaba. Me hacía reír más que nadie y el tiempo con él
se pasaba tan deprisa que cada vez que estaba con él deseaba que se
ralentizase el mundo un poco. Se llama Kit. Y fue mi primer amor. —Mi
madre me miró por primera vez a la cara, con los ojos brillantes y la barbilla
temblando—. Mis padres no lo aprobaron, yo sabía que no lo harían y, aun
así, me enamoré de él. ¿Sabes qué es lo que tuve que hacer, Archie?
Negué con la cabeza.
—Con todo el dolor del mundo lo dejé. Tuve que hacerlo, tuve que
despedirme y pedirle que no me buscara más porque no lo quería. Sí, le dije
que no lo quería solo para que no volviese. Jamás he sentido tanto dolor en
el pecho. Kit estuvo mucho tiempo en mi corazón, mucho más de lo que
imaginé, pero llegó un día en el que me desperté y no había dolor. Se fue.
Se esfumó. Y olvidé todo.
—No es así de fácil.
—Ni tu padre ni yo te vamos a obligar que dejes a esa muchacha. Pero,
cielo, te diré una cosa… y es que nunca serás feliz con ella.
—Eso no es verdad.
—Te conozco más que nadie, hijo, y conozco tu ambición. Siempre
querrás más y más, pero nunca podrás más que ella. Nunca vas a poder
competir con alguien que solo se ve a sí mismo. Ojalá algún día encuentres
la forma de valerte por ti mismo sin la necesidad de esa chica. Ojalá no
creas que tienes que brillar como ella solo para sentirte satisfecho. Ojalá
algún día encuentres a alguien que te quiera y te vea como tú mereces.
—¿Estás diciendo que Blair no me quiere?
—No, estoy diciendo que no lo hace de la mejor forma. —Agaché la
mirada. Tenía el cuerpo tenso, un dolor en el pecho… Cuando alguien ajeno
a ti dice en voz alta lo que llevas pensando hace tiempo, duele. Duele
mucho.
Me quedé observando a mi madre mientras me bailaba la barbilla, y las
lágrimas me cubrieron de nuevo el rostro. Solo algo que se tratase de Blair
me hacía parecer tan vulnerable y sentirme tan pequeño, como un niño.
—Mereces algo mejor, hijo.
Puede que esa fuera la última gota que colmase el vaso. Ya estaba
lleno. Con estupideces, con peleas, con orgullo, con egoísmo. Me pregunto
por qué solemos juntar todas esas cosas y explotar un día concreto cuando
en realidad se lleva formando desde hace más tiempo.
¿Acaso debemos rompernos del todo para saber que nos hemos roto?
¿No podemos darnos cuenta cuando notamos las primeras grietas y evitar
que se rompa del todo?
En el fondo nosotros somos los culpables. Yo era el culpable. Porque
sabía cómo sería todo desde el principio y quise seguir avanzando… hacia
el abismo disfrazado de esperanza.

—BLAIR—
—No es que seas guapa, Blair. Gente guapa hay en todos los sitios, hasta en
África hay mujeres jóvenes preciosas, pero se trata de algo más allá que
gusta a los demás.
—¿Como qué?
—A la gente le gusta tu carisma, tu frescura, tu estilo, tu cercanía con
la mayoría de personas. Haces que no seas una imagen inalcanzable, y eso
es lo que las marcas buscan ahora —me aseguró Maya en una de nuestras
conversaciones. Pasar tiempo con ella se había vuelto habitual, a diario, a
todas horas, y estaba aprendiendo muchísimo.
Formé parte de la campaña de primavera de la primera marca de ropa
con la que trabajé. Se trataba de una colección fresca donde predomina el
denim y la ropa más informal, además de bastante colorido. Me gustaba, me
sentía cómoda. Tenía la sensación de que la moda de los noventa era más
casual y personal que la de los alocados ochenta. Nadie vestía de una forma
en concreto y las marcas se volvían locas por conseguir una tendencia que
marcase la década.
Nunca me había interesado la moda, pero empecé a cogerle el gusto a
la importancia de la imagen. Mis primeros pasos en la industria fueron muy
buenos; me divertía, todo era nuevo para mí y pensé que jamás podría
cansarme de algo tan cambiante como la moda. Determiné con Maya mis
límites. Si algo tenía claro era que solo iba a formar parte de alguna
colección o marca con la que estuviera a gusto. Así lo decidí desde el
principio, cuando aún no tenía nada. Pero así sería.
Cuando quieres formar parte de un mundo y deseas hacerte un hueco
por encima de cualquier cosa, no pones pegas, no tienes preferencias, haces
lo que se te pide con tal de hacer algo con lo que destacar algún día y
rellenar un papel con cuantas más cosas posibles. Construyes tus cimientos
a base de hechos que en realidad no quieres, pero no te queda otra porque
cualquier cosa te sirve para ganar algo más que no intentarlo.
Soy de las pocas personas que lo tuvo fácil.
Muchas veces me he preguntado por qué. Por qué lo del ballet, por qué
lo del modelaje. ¿Sería porque había tenido una infancia y adolescencia
complicada? ¿La vida me estaba devolviendo el favor? Por supuesto, a ojos
de los demás, tan solo sería una chica con suerte que no había tenido que
mover ni un solo dedo. Por dentro, no era del todo así.
¿Sabes? En realidad, cuando no has tenido nada y te has pasado media
vida dando tumbos intentando encontrarle un sentido a la vida, cualquier
oportunidad es buena. Y, a pesar de no sentirme segura sobre si lo haría
bien, lo intentaba. Quise explicárselo a Archie millones de veces, pero
nunca logró entenderlo.
—Las oportunidades no ocurren con tanta facilidad, Blair. Has tenido
suerte y punto.
—¡Me he esforzado en que saliera bien!
—Lo que tú digas.

]
Empecé a dar clases de modelaje para mejorar. Maya ayudó a fortalecer mi
imagen y en pocos meses tuve un equipo entero. Mejores contratos
empezaron a llegar antes del verano que iba a cambiar mi vida por completo
e iba a estar preparada para lo que se viniera, por supuesto que iba a estarlo.
—Blair, cariño, sube un poco más la barbilla, por favor. —Subí la
barbilla y volví a mirar hacia la cámara—. Bien, estupendo. ¡Muéstrame esa
sonrisa! ¡Suéltate!
Miré a Maya de reojo tras el equipo de fotografía. Cuando hicimos una
pausa, la maquilladora me volvió a repasar el colorete por décima vez. Me
sentía guapa. Ellos hacían que me viese y me sintiese así.
—De frente, por favor. Que se vean los pantalones desde esa
perspectiva.
Cambié de pose. Una y otra vez, una y otra vez mientras salían flashes.
Y ese mismo día se me ocurrió algo que siempre iba a necesitar para
trabajar.
—¿Podemos poner música?
—¿Cómo?
—Música. Me inspira más.
El fotógrafo se giró hacia la producción, que miraron a Maya confusos.
—Se concentra mejor así —respondió por mí—. ¿Podemos poner
música?
—¿Podría ser música de piano? —sugerí.
Todos se quedaron mirándome como si acabara de decir una estupidez
o algo que no se esperaban. Tampoco era tan raro, ¿no?
—Muy bien. Obedeced y sigamos, por favor.
En cuanto escuché los primeros acordes de un piano, sonreí y me
acordé de él. Posé con mayor facilidad. Y esas fotos fueron la hostia.

]
Empecé a trabajar bastante.
—No pienso posar en bikini, la respuesta es no, Maya.
—¿Estás segura? Las campañas de verano…
—Las campañas de verano no son solo de bikinis.
Maya bufó.
—Está bien.
Para el verano del 94 posé para algunas marcas de ropa. Me lo pasé
genial porque hicimos un par de viajes por trabajo. Fue la primera vez que
salí de Escocia en mi vida cuando fuimos a Londres, Cardiff y Leicester a
hacer unas sesiones. Fue una experiencia increíble. Aún recuerdo cuando se
lo conté a Archie, tan emocionada que preparé las maletas enseguida como
una niña pequeña a punto de irse de viaje a un parque de atracciones.
Todo estaba saliendo bien. Por una vez en mi vida. Y lo cierto es que
me sentía satisfecha.
—¿No crees que todo va muy deprisa? —me preguntó Archie una vez.
—¿Te da miedo?
—¿Y a ti?
—¿Sabes? La mayoría de las veces hago las cosas sin pensar, porque si
las pienso no las hago. Creo que por eso he acabado en este mundo. Cuando
Maya me lo dijo la primera vez, rechacé su oferta hasta que quise tirarme a
la aventura.
—Ya —respondió, y volvió a mirar a la pantalla de la televisión.
Estábamos tumbados viendo una película a principios de septiembre y fue
en ese momento, esa mirada o ese gesto, yo qué sé, pero me di cuenta de
que algo no iba bien. Archie estaba raro.
—¿Qué te pasa, Archie? Estás ausente.
Me quedé mirándolo otro rato de perfil. ¿Hacía cuánto que no lo
escuchaba tocar por casa? ¿Hacía cuánto no teníamos una conversación que
cubriera horas en nuestro día? ¿Qué cojones había pasado?
—Todo sigue igual, Blair. Mi vida, mi rutina, mis clases, las funciones
en The Aurora. La que ha cambiado has sido tú.
—¿Perdona? —me alerté, y me reincorporé.
Archie no me hizo caso.
—¡Archie!
—Nada, Blair.
—¡No hagas eso! —Crucé las piernas y me quedé sentada a su lado.
No me gustó la distancia que estaba manteniendo conmigo.
Observé a Archie coger aire y apretar su mandíbula. Mi corazón
empezó a latir con fuerza, como si algo malo estuviese a punto de suceder.
—¿Cuándo fue la última vez que me preguntaste cómo estaba? —Se
giró hacia mí con rudeza.
—Lo hago todos los días.
Archie negó con la cabeza.
—Lo primero que haces nada más llegar a casa es hablar sobre tu
trabajo.
—Eso no es verdad.
—No te das cuenta.
Iba a quedarme callada. No le iba a replicar nada, pero no pude.
Odiaba no poder quedarme callada.
—¿Por qué has estado llegando más tarde últimamente? —pregunté
cambiando la expresión.
—¿Qué?
—Contesta.
—No lo puedo creer. —Se llevó la mano a la frente—. ¿Me estás
acusando de algo?
Le hice una señal con la cara para que me respondiera.
—¿Cómo te atreves, Blair? ¿Por qué tienes que darle la vuelta a todo?
—Entonces responde. —Me crucé de brazos.
—¡He estado yendo a casa de mis padres! —alzó la voz. Y pestañeé
unas cuantas veces, sorprendida por su reacción.
Negué con la cabeza, mordiéndome la lengua.
—¿Sabes qué? Al parecer son los únicos que ven que no estoy tan bien
como siempre. ¿Sabes lo que me dicen también? Que me olvide de ti, que
no merezco a una chica como tú. Ah, y también sé que le contaste a mi
madre lo de las malditas drogas.
Archie se levantó con un movimiento rápido y se encerró en la
habitación dando un portazo.
—¡Espero que recuerdes de una jodida vez quién estuvo cuando ellos
no quisieron apoyarte! —Lo seguí enfurecida.
—¿De qué me sirve que haya sido antes, si no sigue sucediendo? —
gritó desde el interior. Abrí la boca, ofendida.
—¿Cómo te atreves a decir algo así? Siempre te apoyo, Archie, sabes
que siempre lo haré. Incondicionalmente.
De repente Archie abrió la puerta, con la mandíbula apretada y la
expresión dolida.
—¿Sabes qué? Empiezo a ver todo lo que no está bien aquí. Empiezo a
ver las razones por las que tú y yo nunca podremos estar juntos para
siempre. ¡Eres tan egoísta, Blair! Una maldita egoísta.
—¡Adelante! Vamos. ¡Déjame si eso es lo que quieres! —Le empujé
hacia atrás—. Jamás encontrarás a alguien como yo.
—Eso creo que es lo mejor, Blair, que nunca encontraré a alguien tan
arrogante y egoísta como tú.
—Se acabó —sentencié de una forma directa y clara.
—Bien.
—Bien. —Volvió a cerrar la puerta en mis narices y resbalé la espalda
sobre la pared hasta caer al suelo frío. Me escocieron los ojos. Y la piel. Y
el pecho. Hundí la cabeza entre las rodillas y, cuando la soledad me hundió,
me repetí una y otra vez por qué tenía que ser así con él. ¿Qué cojones
estaba haciendo? ¿Qué mierda estaba pasando? ¿A dónde había ido todo lo
que teníamos?
De repente, tuve un miedo inmenso de lo que pensé en ese instante. Se
me erizó la piel y las lágrimas corrieron por mi cara, porque tuve
muchísimo miedo de que Archie y yo nunca volviésemos a ser lo que un día
fuimos.
Había llorado muchas veces, pero nunca por miedo. Nunca por miedo
de perder a alguien que no se había ido. Aún.

—BLAIR—
Nunca le haría daño a Archie sabiendo que lo hacía. El problema es que la
mayoría de las veces no me daba cuenta. Cuidar de alguien nunca se me ha
dado bien porque ni siquiera había sabido cómo cuidarme a mí misma. Creo
que ese fue el principal error de nuestra relación. Amar es cuidar y, por
mucho que lo intentase, no lo hacía bien. No es que no quisiera, pero por
aquel entonces estaba en otra parte, muy lejos de Archie, lejos de lo que
habíamos construido.
A veces nos vamos sin quererlo, nos vamos lejos sin viajar o cambiar
de continente, pero volar con la mente y no con el cuerpo es una de las
peores acciones que afectan a los demás. Y, por mucho que nos lo digan, no
nos damos cuenta.

—ARCHIE—
Duele cuando ves perder el brillo a algo tenías cariño. O peor: algo que
quieres. Duele cuando algún día brilló tanto que pensaste que sería así para
siempre. Duele darte cuenta de lo mucho que te has equivocado con alguien
y no querer admitirlo, incluso si ese alguien es el amor de tu vida.
A veces me parece increíble el amor que podemos llegar a sentir por
personas que conocemos un día cualquiera y te transforman por completo,
te desordenan, te hacen perder la cabeza. Pero ¿quién sale ganando en todo
esto? ¿El que se muere de amor? ¿O por el que se mueren de amor? ¿Qué es
lo que más merece la pena? ¿Saber que tienes la capacidad de querer a
alguien con todo tu corazón? ¿O sentir que eres el blanco de una persona
que daría la vida por ti?
En mi relación con Blair, cualquier persona podría saber qué rol tenía
cada uno. ¿Sería suficiente para mí? Blair estaba en otro punto. Los dos
estábamos en puntos distintos de nuestras vidas, a pesar de haber salido a la
misma vez desde la casilla de salida.
Ahora la pregunta era: ¿cuál era el siguiente paso?

—BLAIR—
—¿California? —repetí en voz alta la primera vez, con la boca abierta.
—Sí, bueno, te instalarías en Santa Mónica.
—¿Santa Mónica? —repetí, temiendo de no haberlo escuchado bien.
—Es una pasada —murmuró Maya justo a mi lado, con una sonrisa
deslumbrante. Me cogió de la mano y la estrechó para que tuviera algún
tipo de reacción. Juraría que desde fuera estaba tan blanca como la pared
del despacho de Dennis Jenner.
Dos días antes, Maya me había anunciado que tenía una propuesta por
parte de un agente internacional de modelos. Una propuesta de la que no
quiso darme detalles antes de esa reunión. En ese momento entendí de
inmediato la razón por la que no quiso decírmelo antes.
Me habían propuesto irme a trabajar a Estados Unidos. Los malditos
cincuenta Estados Unidos. ¿Dónde había hueco para una chica como yo en
un sitio tan grande? ¿Cómo era posible algo así? Una cosa era ser
reconocida en mi país, ¿pero en América? ¿Estaría preparada para algo tan
grande?
Mantuve la barbilla en alto, fingiendo que por dentro estaba eufórica.
—¿Cuánto tiempo? —fue lo primero que pregunté con el corazón
tiritando.
—En principio estaríamos hablando de unos meses, depende de cómo
te adaptes y consigas fama en el país. De momento tienes varias marcas que
están interesadas por ti. No son tan famosas, pero te ayudará a escalar
peldaños en el mercado estadounidense.
«Me cago en la puta», pensé. No lo podía creer.
—¿Cuándo me iría?
—Dentro de dos semanas a lo mucho.
Maya me miró y yo la miré. Aquella era la oportunidad de mi vida.
Pero, en esa mirada, las dos sabíamos a lo que nos referíamos. Volví a darle
vueltas al asunto. Irme sería… sería muchas cosas y a la vez pocas. Pero
irme era algo que soñaba con hacer hacía tiempo. Incluso se lo sugerí a
Archie. Joder, Archie. Se me encogió el estómago.
—¿Qué me dices, Blair?
No podía hacerle esto. No podía hacernos esto. Tenía que pensar algo
rápido para arreglarlo. Deseaba con todas mis ansias acoger la oportunidad
de explorar otro continente, de vivirlo, saborearlo y hacer algo que
mereciera la pena. Quería pasarme horas paseando por las playas de Santa
Mónica y que alguien me llevase al parque de atracciones, quería madrugar
para ver puestas de sol y quedarme horas observando a los surfistas hacerles
caricias a las olas. Quería conocer a gente, aprender de ella, enamorarme de
todas las almas posibles, comprar mucha ropa, maquillarme como me
apeteciera, ver el sol todos los putos días y extrañar la lluvia de Edimburgo.
Quería divertirme trabajando en sesiones de fotos en lugares diferentes y
posar como yo quisiera.
Quería todo eso. Porque no había vivido apenas nada en mi vida. Y
quería que él estuviera ahí.

]
Cuando llegué al apartamento, me detuve en la puerta unos minutos antes
de entrar. Aquella conversación… iba a ser la conversación más importante
de nuestra relación. Tomé aire y me sequé los ojos vidriosos. Me mordí el
labio con tanta fuerza que al segundo mi boca supo a sangre y cogí toda la
energía del mundo para afrontar la peor tormenta en dos años.
Abrí la puerta y vi a Archie sentado frente al piano, anotando algunas
cosas en sus partituras. Probablemente, esos arreglos que hacía muchas
veces en las canciones o componiendo algo propio. Me gustaba cuando
tocaba cosas suyas.
—Tenemos que hablar —dije sin ni siquiera quitarme el abrigo ni los
zapatos, en medio del salón.
Archie se giró hacia mí con seriedad. Me dio miedo mirarle a los ojos.
Terror. Por primera vez la que tenía miedo era yo y no él. El silencio en el
apartamento nos envolvió. Me dio la sensación de frío.
—¿Qué pasa?
—Me han ofrecido algo.
Miró hacia un lado y dejó un lápiz que se había puesto en la parte
superior de la oreja derecha en la parte de arriba del piano con el resto de
papeles y notas.
—¿Otro proyecto? —preguntó volviendo a dirigirse a mí con calma.
Estaba raro. Tanta tranquilidad… No parecía haberse dado cuenta de mi
expresión. Aunque lo dudaba. Archie, junto con Henry, era la persona que
más me conocía.
—Me han… —empecé a decir mirándome los pies, hasta que levanté
la barbilla—. Me han ofrecido irme a Estados Unidos —anuncié clavando
mis ojos en los de él, tan brillantes y bonitos como siempre.
Tiré la bomba. La tormenta se desató entre los dos. Pero Archie no
reaccionó. Siguió mirándome con neutralidad. Y eso me asustó.
—¿Vas a decir algo?
Sacudió la cabeza y agachó la cabeza, pasándose la mano por el pelo
una y otra vez. Cuando alzó la vista, tenía los ojos rojos. Se me encogió el
pecho.
—¿Qué quieres que te diga, Blair? —Se inclinó hacia delante y apoyó
los codos sobre las rodillas.
—Necesito saber qué opinas al respecto.
—Tú siempre sabes lo que decidir en cada momento —respondió con
un tono tranquilo—. No como yo.
—Archie, por favor. —Me acerqué a él y me agaché frente a él.
—No sé qué quieres de mí ni qué es lo que quieres que diga.
—¿Por qué estás así? No entiendo qué te pasa.
Archie no respondió.
—Quiero que vengas conmigo. —Apoyé mi mano en su rodilla y ni
siquiera me miró a la cara.
—Sabes que no puedo.
—¿Por qué? ¿Sabes lo guay que estaría que estuviésemos los dos allí?
Tendríamos una casa cerca de la playa, viajaríamos, me acompañarías a los
eventos, a las fiestas. ¡Estaríamos en América, Archie!
—¿Cuándo entenderás que esa es tu vida y no la mía? No puedo dejar
todo lo que tengo aquí por ti. No puedo, Blair. Quizás para ti es sencillo,
pero para mí no lo es.
—Tenemos una vida aquí juntos, podemos hacer una allí.
—No. Nunca sería así. —Se levantó y lo seguí.
—Archie, por favor.
—Haz lo que quieras, Blair, a mí… me da igual.
—No te da igual.
No respondió.
—¿Qué narices es lo que quieres de nosotros entonces? —pregunté
con la voz medio rota.
—Quisiera que esto no se acabase nunca.
—Yo también.
—Pero cada vez que miro hacia el futuro… sigues prometiendo que
nos salvarás y que lo harás bien una y otra vez.
Cerré los ojos y me llevé las manos hacia las mejillas.
—Dame una oportunidad, por favor. La última.

]
A la mañana siguiente me reuní con Dennis Jenner de nuevo en su
despacho. Aquella vez fui sin Maya. El señor Jenner me dio una acalorada
bienvenida mientras me sentía un estúpido cubito de hielo sin expresión y
roto por dentro. No había dormido nada la noche anterior. No había tocado
a Archie la noche anterior. Ni siquiera habíamos hablado. Ni acariciado.
—¿Y bien? ¿Ya lo has pensado?
Volví a pensar en aquella decisión. Estaba cansada de pensar en una
solución para no dañarme a mí misma ni a mi alrededor. Miré a los ojos
pequeños y marrones del señor Jenner, y sin pestañear respondí:
—¿Dónde hay que firmar?
En ese momento sentencié algo más que esa decisión. ¿Estaba siendo
egoísta? ¿O inteligente? No lo sabía muy bien, siempre me había movido
por impulsos. Y, aunque aquel tenía que detenerme a pensarlo mejor, algo
dentro de mí, tan profundo que podía escucharlo como si lo dijese mi propia
piel, me decía que tenía que hacerlo, que tenía veintitrés años y que si no
conocía el mundo en ese momento no lo haría nunca.
A veces es imposible salvar a todos a la vez. A veces… Joder, no hay
más veces. Y tienes que elegir una sola cosa. Elegirte a ti o al resto. Dañarte
a ti o al resto. La vida, al fin y al cabo, son pruebas maquilladas de
decisiones para saber si te quieres a ti por encima de todo lo demás.
Y yo ya me había hecho mucho daño en el pasado.
—BLAIR—
Estaba abrazada a su espalda cuando se lo dije.
—Me voy a ir, Archie.
Silencio. Silencio doloroso. No quería llorar, pero estaba a punto de
hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque creo que es algo que me debo.
Silencio de nuevo. No discutimos, al contrario. Hablamos de una
forma tan pausada, irreconocible a todas las peleas diarias que teníamos por
tonterías.
—¿Has dejado de quererme, Blair?
—Sabes que no. —Una lágrima resbaló por mi mejilla y cayó a su
espalda. Me aferré a su cuerpo con más fuerza. Cerré los ojos—. Nunca lo
haré.
—No quiero que te vayas.
—Yo tampoco quiero irme de ti.
—Nubecilla.
—¿Mmm?
—Me duele el pecho, me dueles.
No respondí.
—Arch…
—No hace falta que me lo expliques.
—Ponte en mi lugar, solo… piensa en todo lo que no he podido vivir y
en la oportunidad que la vida me ha ofrecido de hacerlo.
Escuché un suspiro.

—ARCHIE—
Estaba roto. Y cansado. ¿Acaso estaba luchando contra una tempestad que
en algún momento se calmaría y me mostraría que tan solo fueron pequeñas
gotas?
Más tarde supe que sí, que aquello no fue nada más que el comienzo
de todo lo demás, del nuevo rumbo que tomaría nuestra historia. Y que no,
no era el mejor. También de cada una de nuestras vidas por separado. Que
quizás sí, sí fue lo mejor.
Fui a visitar a Henry. Necesitaba hablar con él, aclararme. Con alguien
que nos conocía tan bien tanto a Blair como a mí. Le conté todo lo que
había pasado en nuestra relación durante los últimos meses. Me dijo que
estaba muy contento por Blair y su trabajo, pero que no tenía ni idea de que
los dos no estábamos bien. A mí se me da bien aparentar que todo está bien
cuando no lo está y a Blair también.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos y me dijiste que no le hiciera
daño?
Henry asintió. Estábamos sentados en la terraza de su nueva casa, a las
afueras de la ciudad.
—He intentado hacerlo para defenderme. Dañarla. Pero ha sido
imposible porque nadie supera lo que provoca ella.
—Archie…
—En el fondo lo sabía, Henry. Ella saca lo mejor y lo peor de mí.
¿Cómo es posible? ¿Cómo lo has hecho tú durante tantos años?
Henry suspiró.
—Blair… Bueno, a ella le cuesta ver lo que los demás hacen por ella.
Pero al final lo hace. Tarde, pero lo hace. Blair es una chica que, aunque
creas que va por delante, siempre va por detrás. Me sorprende que aún no lo
hayas visto.
Recapacité esas palabras. No, pues claro que nunca había pensado que
Blair iba por detrás de mí o de otra persona.
—¿De qué me sirve que siempre llegue tarde? ¿Cuánto tiempo es eso
para Blair? ¿Y para mí? —Me pasé la mano por el pelo, nervioso, y me
mordí las uñas. Últimamente la ansiedad había aterrizado sobre mí con tanta
facilidad que ya no recordaba lo que era vivir sin ella.
—Mira, en esta vida nadie nos obliga a querer ni a elegir ni a
quedarnos. Eso es decisión de cada uno. Si lo haces, es porque quieres,
porque lo eliges con todas esas condiciones. Si la quieres, la quieres con
todo eso que te gusta y que odias. Es muy fácil odiar a Blair, pero también
lo es quererla —soltó del tirón—. No es sencillo, pero es real.
—¿Qué debo hacer?
—Si la quieres, no la dejes escapar.
—Se va a ir.
—Dejarla marchar y escapar no es lo mismo.
Cerré las pestañas al chocar con un rayo de sol.
—Quiere que le dé otra oportunidad, y lo peor de todo es que no me
harían falta más oportunidades para seguir con ella, Henry. Y ese es el
maldito problema, porque quiero ser capaz de estar con ella sin que sea un
nudo de toxicidad que me agarra del cuello cada vez más fuerte.
—Entonces, quizás los dos necesitáis un tiempo.
Tragué saliva.
—No tiene por qué significar que os separéis para siempre, puede ser
una pausa. Os vendrá bien, en serio. Tú… Archie, necesitas respirar un
poco y avanzar, creerte que puedes avanzar sin ella. Porque Blair avanza sin
la necesidad del tiempo.
Me angustió esa contestación.
—Lo sé.
—Y ella necesita… necesita vivir todas las oportunidades no ha tenido
a lo largo de su vida.
Quise replicarle que había tenido oportunidades y, aun así, las había
arrojado por un agujero. Pero me mantuve en silencio mientras me rompía
por dentro, porque no podía echar en cara la vida y el pasado que había
tenido.
—¿Cómo estás tú? Ni siquiera te he preguntado, joder.
—No seas tonto, anda. —Me dio un toquecito en la espalda—. Todo
anda muy bien, de verdad.
—Te sienta bien ser un chico casado. —Me reí, y Henry soltó una
carcajada mientras enseñaba su anillo en el dedo.
—Sé que algún día te casarás con ella.
—¿Con Blair?
—Sí —respondió mirando al frente—. No sé cuándo, quizás en un par
de años, o tal vez en diez, pero lo haréis. Sé que estáis hechos el uno para el
otro, Archie.
Quise compartir con él todas las veces que me había dicho a mí mismo
que éramos perfectos para el otro, pero también todas esas noches en las
que me acostaba al lado de Blair. Y sentía que nunca, jamás, simplemente
podríamos ser.
Porque ella era una persona que quemaba, por mucho que le gustase la
lluvia, y no necesitaba a nadie que la detuviese o la apagase, sino a alguien
que quemase como ella. Y yo no sabía si estaba hecho de ese mismo
elemento.
—Encontraréis la forma de hacerlo.
—Nunca me hubiese imaginado que amar a alguien fuese algo
complicado. Sé que Blair y yo mataríamos por el otro y no sé si eso es lo
único que nos salva, esa intensidad con la que nos queremos, o nos ciega de
lo que de verdad somos.
Mi amigo me dedicó una mirada fija y familiar. Posó su mano en mi
hombro y asintió:
—Todo saldrá bien, necesitáis tiempo.
—¿Y cuánto tendré que esperar?
Henry descansó sus hombros y suspiró.
—Simplemente hasta que no aguantes más.

]
El resto de la semana fue una mierda. Trabajaba en el conservatorio sin
ningún tipo de ganas. En realidad estaba tan cansado como Blair de todo
eso, pero no podía dejarlo y dejar mi vida en manos de la suerte. Sé que no
necesitaba dinero, ni trabajo, pero un día me prometí que jamás sería
dependiente de mis padres. Y no lo iba a ser. Tenía una carrera por delante,
un sueño que cumplir aún.
El sábado por la noche, vinieron todos mis amigos a verme en The
Aurora y estuve esperando toda la función para encontrarme con Blair, su
cabello rubio y sus ojos ámbares entre el público como me había dicho.
Pero no se presentó. Mi estado se traspasaba a mi trabajo y fallaba, fallaba
en notas, en canciones que me sabía con los ojos cerrados. No sonaba bien.
Pero, cuando no estás bien, no ves nada bien.
—¿Qué te pasa? —me preguntó mi jefe.
—Nada, son unos días raros.
—Pues concéntrate, eres un profesional.
Los días pasaron y el día que Blair tenía pensado irse. Era justo el
veinte de septiembre, su cumpleaños. Cumplía veinticuatro mientras estaba
haciendo las malditas maletas para irse al otro lado del mundo. Lejos de mí,
de la lluvia, de lo que teníamos juntos. Si es que quedaba algo.
Estaba sentada en el suelo de la habitación con montones de ropa
esparcidos por la cama y la alfombra. Me quedé un rato observándola desde
la puerta en silencio. Tenía la radio puesta y sonaba Oasis, su grupo
favorito, de fondo mientras tarareaba en voz alta. Llevaba un top corto de
rayas azules y unos vaqueros altos. Aquella imagen se me grabó en la
retina: Blair yéndose por primera vez. Desde que me enamoré de ella, entre
esas tardes en la sala del conservatorio, nunca pensé que tuviéramos que
separarnos aun queriéndonos. Eso era lo que más dolía. Muchas veces
creemos que lo hemos visto todo, que estamos listos para despedidas, para
la distancia, para el dolor. Pero no, nunca se está preparado por mucho que
hayas visto la película. No mientras estés en el otro lado de la pantalla.
Blair estaba de espaldas, pero supo que estaba ahí. Era muy lista.
—¿Sabes? Un día me dijiste que no querías echarme de menos. Pero
soy yo la que se va de aquí y la que va a echar de menos cada uno de los
elementos de este lugar, Archie. —Se detuvo y se giró hacia mí con la cara
mojada—. Voy a echar de menos Edimburgo, una ciudad que empecé
odiando. Voy a echarte de menos con todo el dolor y el amor del mundo, y
espero volver un día y saber que los dos nos hemos esperado. Porque yo…
Joder, Archie, lo haré siempre. —Alzó la vista hacia mí y posó su mano en
el pecho—. Sabes que aquí no cabe nadie más que tú.
Me quedé en silencio. Mirándola directamente a los ojos. Entonces me
acerqué y me senté frente a ella, en la superficie del suelo. Con una mano le
acaricié la mejilla y le sequé todas las lágrimas que caían sin cesar como
una tarde de lluvia. Blair me dedicó una mirada triste. Nunca la había visto
de esa forma. Y supe que los dos nos estábamos rompiendo en ese instante.
Quise pedirle que no se fuera, que se quedase conmigo, pero hubiera sido
egoísta por mi parte cortarle las alas a la persona que más quería. Jamás
haría algo así. Me incliné hacia ella y nuestros pechos chocaron, se
despidieron, y la besé por última vez.
—Feliz cumpleaños.
—Me hubiese gustado haberlo hecho mejor, Archie. —Clavó su frente
junto a la mía y sus pestañas me hicieron cosquillas en la mejilla.
Enmarqué su rostro con mis manos temblorosas y respondí:
—A mí también.
Me derrumbé en ese instante. Me desmoroné ante ella, ante las paredes
que habían sido partidarias de nuestro amor, la cama que había sentido
nuestro sexo, la ventana que solíamos mirar desnudos por las mañanas, la
ropa que nos arrancábamos con la mirada.
No fue suficiente.
Estuve abrazado a la chica que me había robado el corazón mientras
intentaba imaginarme otro final. Pero no fue suficiente.
Henry acompañó a Blair al aeropuerto. Yo no pude. No podía. No me
arrepiento. La observé desde la ventana del apartamento subir sus maletas
en el maletero de Henry y comenzó a chispear. Blair alzó la vista hacia la
ventana y murmuró con la boca un «te quiero».
Se iba, joder. Blair se iba y no iba a poder oler su pelo todas las
mañanas, verla bailar, escuchar todas esas tonterías e ideas locas que se le
ocurrían, besarla infinidad de veces en el cuello, en la mejilla, en la pierna,
entre ellas, en su boca.
Solo el amor duele de esa forma. Solo el amor puede ser lo mejor y lo
peor que puede pasar.
Ya está. No tiene término medio. Como ella. Como nosotros.
Me quedé mirando la lluvia desde la ventana. La puta lluvia. «Que se
termine de una vez», pensé. «Que se queme. No quiero volver a escuchar la
lluvia gritar su nombre en voz alta».
EDIMBURGO
1993
Caja de recuerdos de Blair
—¿Puedo abrir los ojos ya?
—Aún no, espera.
—Tengo la sensación de estar tambaleándome de un lado a otro.
¿Dónde estamos?
—Espera.
—¿Archie?
—Mira que eres impaciente. A ver… —Noto que me sostiene por los
codos. Una hora antes me había anunciado que iríamos a un sitio especial,
una sorpresa. No sé si me gustan las sorpresas—. Siéntate aquí.
Doblo las rodillas y me siento en una superficie tambaleante.
—Ahora sí, abre los ojos, nubecilla.
Abro los ojos de golpe y ahogo un grito cuando me encuentro en una
barca en medio de un lago o una laguna. Pero ¿qué narices? Observo todo
mi alrededor con atención y me detengo en Archie, que está justo al frente
con dos palas.
—No lo entiendo.
Archie esboza una sonrisa.
—Un día… —empezó a decir—. Me preguntaste si conocía la
sensación de estar en una barca y rozar el agua con la punta de los dedos.
No lo puedo creer. Siento un leve toquecito dentro de mi pecho.
—Sé que nunca lo has hecho y por eso estamos hoy aquí, espero que te
guste la sorpresa.
Mi mente vuela años atrás, en una habitación de hospital donde casi
muero por una sobredosis de heroína. Ahí estaba el señor Parker
mirándome con esperanza, nunca lo hizo con lástima, y creo que por esa
razón confié en él. Recuerdo perfectamente esa pregunta. Rozar el agua con
la punta de los dedos… No puedo creer que Archie haya hecho algo así por
mí.
Parte 4
—BLAIR—
Nunca había hecho un viaje tan largo en avión. Nunca había salido de
Europa. Nunca había partido el corazón a alguien. Nunca había detestado
tanto la lluvia durante las primeras horas en avión.
Apoyé la cabeza en la ventana y sobrepasé el océano Atlántico por
primera vez en septiembre del 94. Me pasé horas en silencio observando el
agua, pensando en tantas cosas, hasta que se me cerraron los ojos sin poder
quedarme dormida del todo de lo intranquila que estaba. ¿Y si lo que dicen
de que los océanos son lágrimas de las nubes es cierto? Había bastante
gente en el avión y estuve incómoda durante casi todo el trayecto debido a
un bebé de un año llorando sin parar. Me aburrí de todas las formas posibles
en catorce horas de vuelo.
Pensé en mí, en la nueva vida que me esperaba en California, rodeada
de surfistas en Malibú y estrellas de Hollywood en Los Ángeles. Pensé en el
calor, que nunca me había gustado mucho, pero me moría por ponerme
pantalones cortos y camisetas de tirantes. Quería conocer la noche, el día,
los amaneceres y los atardeceres de cada rincón de Santa Mónica.
Emborracharme de felicidad, eso era lo que quería.
Tal vez era eso lo que necesitaba. Vivir conmigo. Y descubrirme aún
más. Era joven y, aunque tenía una lista de cosas que hacer antes de
morirme con Archie, también había algunas que quería hacer yo sola. Sin
saber que me enamoraría de las playas de Santa Mónica, pisé California la
madrugada después de mi cumpleaños con dos maletas, un bolso, un buen
gloss en los labios y el pelo trenzado.
Estaba muy cansada. Pero, desde que empecé a divisar todas las luces
de las ciudades de Estados Unidos desde el cielo, me quedé prendada de
precisamente eso, de la luz del país, tan diferente a Escocia.
Aterricé en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles cargada de
nervios por verme sola en un país al otro lado de donde venía, hasta que
divisé a un hombre de mediana edad con un cartel con mi nombre en letras
grandes. Se me llenó la barriga de emociones y me presenté.
—¡Bienvenida a Estados Unidos! —me saludó con alegría y con un
acento que me chocó. Era bastante tarde y, a pesar de eso, el aeropuerto
estaba a rebosar de llegadas de aviones de otros destinos.
Mike, aquel hombre me llevó a un hotel donde me hospedaría hasta la
mañana siguiente con los gastos pagados por parte de la agencia. Al día
siguiente pondríamos rumbo a Santa Mónica, donde comenzaría mi nueva
vida por una temporada.
No vi mucho de la ciudad de Los Ángeles aquella noche, pero tiempo
más tarde me ganaría a aquella ciudad tan preciosa, llena de peligros
nocturnos y maravillas mañaneras. Me sorprendió lo concurrida que era la
ciudad a aquellas altas horas de la noche, cuando todo el mundo debería
estar durmiendo. Acostumbrada a un ambiente íntimo y acogedor como
Escocia, la ciudad de Los Ángeles era algo nuevo para mí. ¿A qué se
dedicaban todas esas personas mientras saboreaban las calles de la ciudad
un martes de madrugada?, pensé al principio.
Me gusta volver a recordar esa versión de mí. Tan novedosa, tan
intrigada, tan inocente, cuando algún día me convertiría en esas mismas
personas un lunes, martes, miércoles y jueves de madrugada.
Apoyada en un coche negro, con la ventanilla bajada y el aire
azotándome el rostro, observé desde fuera esa decadencia a la que tenía
tanto miedo. Una decadencia disfrazada de luces y éxito. Y que se
convertiría en mi mayor peligro.
Qué gracia eso de que precisamente volase hacia el otro lado del
océano para huir y encontrarme con exactamente lo mismo.

]
En cuanto llegué al hotel, llamé a Archie. No deshice la maleta, ni corrí
hacia la ventana para observar las vistas, ni me metí en el bolso los jabones
del baño. Necesitaba escuchar la voz de mi hogar, la suya.
De repente, me entusiasmó oírle.
—¿Cómo ha ido el vuelo?
—Quitando a un bebé llorón, bien. Aunque nunca pensé que estar
catorce horas en un avión fuera un augurio.
—¿Has dormido algo?
—Sí, después de ver tanto océano se me cerraban un poco los ojos. —
Me reí—. ¿Cómo estás tú?
—Bueno…
Apreté el teléfono contra mi oreja y me esforcé para que no me
afectase la situación de más. Mi pecho daba toquecitos hacia fuera y me
llevé la mano como si pudiera detenerlos. En el avión me había prometido
una sola cosa:
—Todo saldrá bien, Archie.
—Necesitaba escuchar eso.
—Lo sé. Mañana madrugo para ir a Santa Mónica, me muero por
conocer el apartamento donde viviré los próximos meses.
—¿Te has llevado la cámara?
—Por supuesto, quiero recordar esta etapa de mi vida cuando sea una
viejecita de cincuenta años. Cuando seamos mayores nos reiremos de todo
lo que nos está pasando, verás —intenté diluir el hielo de la conversación
—. Además, si consigo ser portada en alguna revista de aquí pienso…
—Coleccionaré cada portada en la que salgas, Blair —dijo de
repente, y sonreí. Los toquecitos del pecho se calmaron.
—Ojalá algún día se haga realidad, pienso ganármelo.
—Lo harás.
—¿Seguirás tocando para mí, aunque sea por teléfono? —pregunté con
entusiasmo, esperando una respuesta al instante.
Pero tan solo hubo un silencio tras la línea. Volví a pegarme el teléfono
al oído con las dos manos, como si así pudiese ver a Archie a través de él.
Me mordí el labio. Escuché su respiración.
—Sí.
Suspiré.
—Ni siquiera sé lo que puede durar una llamada, pero pienso gastar
todos los minutos que pueda para escucharte desde aquí.
—Gracias, Blair.
Archie sonaba apagado. Archie sonaba ausente. Y eso me partía el
corazón. Estábamos estancados en un punto, nos habíamos quedado en
medio de un peldaño, pero estaba segura de que podríamos superarlo y
seguir subiendo escalones.
—Te quiero.
Escuché un suspiro tras la línea. Mi pecho subía y bajaba con
intensidad.
—Te esperaré.
Y entonces eché todo el aire que cargaban mis pulmones. Mis pestañas
comenzaron a pesar, hasta que apreté los párpados con fuerza y dejé que mi
propia lluvia cayese en mí. Esas palabras… eran todo para mí, porque lo
necesitaba. Necesitaba que aquel inciso entre los dos terminase de la mejor
forma. Porque solo él podía ser el amor de mi vida.
Aquella noche… aquella primera noche recuerdo que me quedé
dormida pensando en nosotros de mayores, riéndonos de todo lo que estaba
pasando. Solo así podría dejar de sentirme algo peor.
Dicen que el amor es algo tan fuerte que si te apuñalan estando
enamorado, duele un poco menos. Y, sinceramente, yo también lo creo.

]
Al día siguiente viajé hasta Santa Mónica. Me sorprendió lo cerca que
estábamos, dado que estaba a menos de media hora en coche. De día, las
calles de Los Ángeles se veían totalmente irreconocibles a las de la noche.
¿Cómo puede cambiar tanto una ciudad conforme se mueve el sol? De
noche era dorada, siempre lo fue desde el primer momento en que la vi, y
de día… Joder, de día era de todos los colores.
Mike, mi acompañante, había accedido a llevarme por Sunset
Boulevard antes de poner rumbo a mi destino. Me puse tan pesada que al
final lo hizo para que me callase de una vez. La radio no estaba puesta, por
lo que puse la primera emisora y sonó Uptown girl de Billy Joel.
¿Canciones de los ochenta? Subí el volumen a tope, bajé la ventanilla y
observé las palmeras, los colores, la gente, los coches. Empecé a cantar a
todo volumen llamando la atención de la gente que caminaba por la calle.
Muchos se volvían y me miraban por encima de sus gafas redondas y con
cristales vidriosos, seguramente pensando que iba puesta; otros se reían y
bailaban o cantaban conmigo.
Estaba contenta, estaba feliz, estaba empezando de cero e iba a salir
bien. Con Archie en el otro lado, pero iba a salir bien. Dejamos atrás Los
Ángeles y nos adentramos en la preciosa y playera Santa Mónica. Las
temperaturas a finales de septiembre eran totalmente veraniegas y, cuando
pasamos por la costa, se podían ver surfistas y turistas disfrutando del sol,
de la arena blanca y el océano cristalino. Me quedé con la boca abierta
observando todo aquello, a la gente por la calle con esa libertad plasmada
en la ropa y hasta en la forma de andar. Era tan jodidamente diferente a lo
que estaba acostumbrada. Y me gustó desde el primer momento en que lo
vi.
—Quiero ser como una de esas chicas —dije en voz alta, observando a
chicas caminando por la calle con minifaldas y el ombligo desnudo.
—Lo serás —respondió Mike, conduciendo con concentración. No
sabía muy bien en qué consistía su trabajo, solo que pertenecía a la agencia.
—¿El apartamento está cerca?
—Sí.
—¿Está cerca de la playa?
—Así es.
Eso me llenó de emoción y aumentó mis ganas de conocer mi nuevo
hogar temporal. Mike condujo durante cinco minutos más hasta que nos
detuvimos casi al final de Venice Beach.
—Hemos llegado.
—¿En serio? —pregunté con la boca abierta cuando me señaló con la
mano un edificio blanco con palmeras alrededor. Era bastante alto y, lo
mejor de todo, con vistas a la playa. Bajé del coche tan rápido como pude,
hasta que me acordé de ayudar a Mike a coger mis cosas.
—Ahora sí, bienvenida a Santa Mónica.
Aplaudí y bailoteé sola.
—Toma. —Tiró unas llaves hacia el aire y las cogí con agilidad—. Es
hora de que conozcas a Merliet.
—¿Merliet? —pregunté sorprendida.
—Tu compañera.
—¿Tengo compañera? —Subí por las escaleras hasta la cuarta planta y,
cuando estuve frente a la segunda puerta a la izquierda, cogí aire antes de
abrir, entrar y cegarme por la luz que desprendía.
Me quedé en medio de un salón lleno de percheros con ropa de todo
tipo, bolsos, maquillaje y bolsas desperdigadas. Me llamó la atención el
enorme ventanal con vistas a la playa, que se veía desde la entrada, algo
increíble. Divisé algunos surfistas a lo lejos y unas risas provenientes del
pasillo captaron de nuevo mi atención. Una chica con el pelo negro se
detuvo en seco al verme en medio del salón.
—Uy. —Fijó sus grandes ojos azabaches en mí. Iba con un top negro,
el maquillaje corrido y un tanga blanco. Tenía el vientre plano, en el que se
podían observar unos increíbles abdominales, aunque no tenía las piernas
tan delgadas como las mías, ni era tan alta como yo.
Ambas nos sorprendimos al vernos por primera vez. Es imposible no
sonreír al recordar cómo conocí a Merliet Jones.
—Mierda. —Se llevó la mano a la frente—. Había olvidado que venías
hoy.
—¿Qué pasa? ¿Quién es? —Apareció un chico desnudo y, en cuanto
me vio, se tapó la entrepierna con una mano—. ¡Joder, Mer, haberme
avisado! —chilló con una expresión de sorpresa al verme.
Merliet no dejó de mirarme de arriba abajo, parecía examinarme tan
atentamente que no me gustó cómo lo hizo. Tenía la mirada penetrante, sin
expresión. Esperé que no me estuviera comparando con ella misma. Porque,
joder, no teníamos nada que ver.
—Es hora de que te vayas. —Se dio la vuelta y empujó al chico con el
que parecía haber pasado la noche.
—¿Me tomas el pelo? —Pasó por mi lado tropezando con un perchero,
que casi se lleva por delante—. ¡Mi maldita ropa!
—Fuera de aquí, y no me llames Mer. —Lo echó a la fuerza,
totalmente desnudo. Merliet cerró la puerta y aquel tipo estuvo un rato
aporreando la puerta. Flipé con aquella escena, pero precisamente aquella
escena era lo que definía a la perfección a Merliet Jones.
—Eres guapísima —fue el primer comentario que me dijo cuando se
giró hacia mí, y quedé fascinada.
—Soy Blair. —Di un paso hacia ella con una sonrisa.
—Merliet. Pero, cuando seamos más amigas, me podrás llamar Mer.
Solté una carcajada sin pensar que podría ofenderla, pero no lo hizo.
Al instante llegó Mike con el resto de mis cosas.
—Aquí está todo, mañana por la tarde paso a por ti. Mer, nos vemos el
jueves. —Se inclinó hacia un lado para dirigirse a ella.
—Perfecto, Mike, nos vemos.
Mike se fue, y Merliet y yo nos quedamos solas de nuevo. Volví a dar
una vuelta sobre mí misma, contemplando aquel desastre lleno de ropa
chulísima.
—¿A qué se dedica Mike exactamente?
—Ah, Mike nos trae y nos lleva a los rodajes o a la agencia. Es un tío
de puta madre. —Pasó por mi lado y se tiró en el sofá de plancha. Observé
que había una mesita de cristal llena de colillas y tabaco esparcido, y
Merliet cogió uno para encendérselo.
—¿Fumas?
—No, gracias.
Volvió a mirarme de arriba abajo.
—¿Y el chico de antes?
—No te preocupes —empezó a decir, soltando el humo de sus
pulmones. El cual salió de inmediato por la ventana—. Solo un lío de una
noche, ya sabes. Por cierto, perdón por el desastre. ¿Venías de…?
—Edimburgo.
—Wow, qué bonito.
—¿Has estado?
—No. —Se rio.
—¿De dónde eres tú?
—Vengo de Vancouver.
—Canadiense.
—Así es.
—¿Llevas mucho tiempo aquí?
—Menos de un año.
—¿Y siendo modelo?
Merliet volvió a darle una calada al cigarro y dibujó una sonrisa.
—Es una historia larga, pero se puede decir que estoy empezando a
despegar. ¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?
Decidí sentarme en un sillón marrón de cuero que había frente al sofá.
—Mi historia se escribe día a día.
—Interesante. ¿Siempre quisiste ser modelo?
—No.
—¿No? Vaya, yo pensaba que todas las niñas quieren ser modelos de
mayores —respondió, estirando los pies en la mesita del centro—. Yo
siempre quise serlo. ¿Ves estos ojos y este pelo? Sinceramente, no sé de
quién lo saqué, porque mis padres son morenos con ojos claros. Pero,
cuando era pequeña, todo el mundo me decía que estaba destinada a
destronar los puñeteros ojos azules y el pelo rubio de las pasarelas y
portadas. Que no te ofenda, tienes un pelo precioso, cielo.
Merliet me pareció una chica muy segura de ella misma, y eso me
gustó. Parecía saber lo que podía y quería mostrar al mundo. Me gustó
muchísimo.
—Tú también eres preciosa.
—Díselo a la Mer de doce años, llena de granos y obsesionada con su
odiosa apariencia —respondió del tirón, y alcé las cejas, sorprendida—.
Todos tenemos nuestra propia historia que se escribe día a día —terminó
diciendo, guiñándome un ojo y apagando la mitad del cigarro en un cuenco
con forma de coco desecado—. Bueno, ¿te apetece probarte ropa?

—ARCHIE—
Blair me volvió a llamar por la noche. Quería no entusiasmarme cada vez
que pensaba en que por la noche hablaríamos un rato. Parecía un maldito
quinceañero, solo que con el corazón roto.
¿Que por qué le di esa oportunidad?
No lo sé. Quizás porque los artistas somos las personas que más creen
en las segundas oportunidades.
O porque aún no podía dejarla marchar. Porque, como ella dijo, yo
tampoco quería que nos terminásemos.

—BLAIR—
—Hoy hace un sol de narices, Blair. Un sol perfecto para enseñarte la
ciudad —propuso Merliet al día siguiente. Había madrugado bastante,
aunque en realidad es que había dormido poco por la noche. Por la noche
refrescaba en Santa Mónica y Mer se fumó medio paquete de tabaco con las
ventanas cerradas. La habitación en la que me había instalado era sencilla:
una cama con un buen colchón, vistas al mar, plantas por todas partes. Tenía
posters de Alicia Silverstone en Clueless cubriendo las paredes, así como de
Naomi Campbell, Cindy Crawford…, y colecciones de Versace, Gucci…
—¿Cómo has dormido?
—La próxima vez fuma con la ventana abierta, se queda un pestazo
horrible.
Merliet soltó una carcajada. A diferencia de mí, ella se había levantado
más tarde, sobre las doce, ya que la noche anterior salió de nuevo por un
pub de la zona llamado The Idol. Según ella, una noche en casa era una
noche perdida.
No tardé en darme cuenta de que Merliet Jones era una bala de cañón.
Un arma de doble filo que me apasionaba y me aterrorizaba a partes iguales.
—¿Lista? —Se subió las gafas de sol y se colgó su bolso marrón de
piel en el brazo. Llevaba unos pantalones anchos marrón oscuro, una
camisa blanca y encima un chaleco de lana con pentágonos. Yo opté por una
falda lila de cuadros, un top blanco y unas botas altas.
—Lista —respondí antes de salir del apartamento que tanto vería de
mí.
En cuanto puse un pie en la calle, Mer me llevó por el paseo de Venice
Beach, justo enfrente del apartamento. Lleno de bares, tiendas de souvenirs,
quioscos, artistas callejeros, murales de colores, palmeras… Sonaba música
desde cualquier rincón. Todo tenía un aire bohemio bastante interesante.
Nunca había visto algo por el estilo en primera persona; de nuevo, era
imposible comparar de donde venía a lo que estaba viendo por primera vez.
La playa se veía preciosa. El mar estaba tranquilo, por lo que no había
surfistas, pero sí pequeños grupos de jóvenes jugando en la playa o
reuniéndose.
—Aquí la gente vive a su bola. Todo el mundo va en busca de lo
mismo.
—¿De qué?
—Tranquilidad por el día, destrucción por la noche.
Medité aquellas palabras mientras Merliet me pedía que le hiciera una
instantánea.
—¡Mejor las dos juntas! Así tendremos el recuerdo y, si alguna de las
dos se hace muy famosa en un futuro, podrá venderla por unos cuantos
billetes. —Se rio.
Cogí la cámara del revés y el rostro de Mer se coló en mi hombro.
Tenerla en contacto conmigo y tan cerca me hizo darme cuenta de que
posiblemente se convertiría en una gran amiga.
La foto se rebeló al minuto y ambas pudimos ver el enorme contraste
que hacíamos juntas. Tiempo más tarde, la prensa nos llamaría «el dúo
eclipse». Era una foto bonita, yo sonreía y Mer sacaba la lengua hacia un
lado con las gafas redondas puestas al final de su nariz.
—¡Me encanta!
—Vamos al muelle, te va a encantar. —Tiró de mi brazo—. El Pacific
Park debe de estar abierto.
Caminamos un rato hasta el famoso muelle. Había visto muchas
sesiones de fotos y escenas de películas en ese muelle. En persona se veía
más pequeño de lo que imaginé, aunque con un ambiente increíble. Estaba
lleno de gente: niños correteando hacia las atracciones, padres haciendo
cola en los puestos de algodón de azúcar, jóvenes haciendo fotos…
—De noche es una pasada, ¿subimos a la noria?
Asentí e hicimos cola en la atracción más famosa del parque. Las
vistas desde allí arriba… Las vistas hacia el Pacífico fueron impresionantes.
Vimos peces y era imposible adivinar el final del océano. Mer y yo hicimos
un montón de fotos y estuvimos hablando sobre nuestros inicios en el
modelaje.
—¿Tomamos algo en alguna terraza? —propuse.
—No como a medio día, pero vale.
Arqueé las cejas al escuchar aquella respuesta.
—¿Cómo que no comes a medio día?
Lo cierto es que no la había visto apenas comer desde que la había
conocido, salvo un sándwich por la noche.
—Seguro que para ti será fácil mantener la línea, pero para mí no, es
una mierda.
—No puedes dejar de comer.
—Tomo pastillas que me dan proteínas.
—¿Eso es sano?
—No lo sé.
Nos sentamos en un bar al exterior. Pedimos dos botellas de agua.
—Por cierto, no me has dicho si tienes novio o eres un alma libre
como yo.
Me mordí el labio. Pensar en Archie me hacía volver a la realidad.
¿Qué estaría haciendo? ¿Cómo estaría? ¿Estaría bien? ¿Triste?
¿Observando la lluvia? ¿Tocando? ¿Recordando las huellas que dejé en su
apartamento?
—Tengo novio.
—¿Cómo se llama?
—Archie.
—Archie es un nombre bonito, seguro que es muy guapo.
—Lo es.
—La gente que tiene nombres bonitos, la mayoría son guapos, ¿nunca
te has dado cuenta?
Di un sorbo de agua riéndome.
—¿Puedo preguntarte algo?
Asentí.
—Si tú estás aquí y tu novio allí…, ¿cómo se lleva una relación así?
Agaché la mirada. Quise decirle que no tenía la menor idea, pero que
intentaríamos hacerlo de la mejor forma posible.
—Estamos en un momento raro, ya sabes, uno de esos baches que
pasan las relaciones, pero confío en que saldrá todo bien. De momento solo
voy a estar aquí una temporada.
—Eso dice todo el mundo que viene aquí una temporada y se terminan
quedando.
No había premeditado aquella posible opción. La idea de no volver a
Edimburgo… se me hacía impensable en aquel momento. ¿Llegaría al
punto de pensar lo contrario?
—Lo dudo —respondí sin darle importancia.
—Esta tarde vas al estudio, ¿no?
Asentí, apartándome un mechón de la cara.
—Entonces mañana salimos por The Idol.
The Idol, también conocido como una de las mejores discotecas de
Santa Mónica. Donde miles de jóvenes alrededor de la década de los
noventa se han desfasado, alcoholizado, drogado y encontrado con
celebridades que adoran la ciudad de Santa Mónica.
Yo no iba a ser una menos.

]
Mike me recogió después de comer para llevarme a la agencia. Había
conseguido hablar con Maya por el teléfono fijo del apartamento, como
estaba haciendo con Archie, y me había comentado sobre qué iría la
reunión. Íbamos a preparar una campaña para invierno y yo iba a ser la cara
de la marca Steppel.
—Si todo va bien, si esta campaña tiene su reconocimiento, la gente
empezará a preguntar por ti, Blair. Mucha suerte.
Fui con el pensamiento de que triunfar o no en Estados Unidos me
daba igual, aunque una parte de mí quería que sucediese solo para
convencerme a mí misma de que había merecido la pena dejar mi vida de
Edimburgo atrás. En el fondo nadie está preparado para los cambios que nos
ofrece la vida. Aunque nos esforcemos en cambiar o manipular los sucesos,
al final todo acaba como está predestinado a terminar. Nadie tiene el poder
de deshacer caminos, pero sí de construir otros nuevos hacia donde quieres
dirigirte.
Shine Studio, la agencia en la que trabajaba en Edimburgo, tenía sede
en Londres, París, Nueva York y Los Ángeles. Podría haber acabado en
Europa, algo más cerca de los míos, pero no fue así. Podría haberme
quedado en mi ciudad para siempre y quedarme a mitad de despegue, pero
no fue así. Soy una persona tan intranquila que necesito estar
experimentando cosas nuevas cada vez que me apetezca. Soy una persona
valiente, sin miedos, y siempre he sabido lo que podía ofrecer al mundo,
solo necesitaba encontrar la forma. Quería estar en lo más alto del mundo
solo para divertirme, no por fama, dinero o reconocimiento. Eso siempre me
ha importado una mierda. No como a Archie, al que le obsesionaba la
gratitud y la aprobación del resto. Tal vez, si no hubiese sido así, hubiese
tocado fondo más veces de lo que lo haría alrededor de mi etapa como
modelo.
No tardamos mucho en llegar a la agencia situada en una calle
recurrente de LA. Mike me acompañó y vi que era un edificio mucho más
grande y llamativo que el de Edimburgo. Sonreí en cuanto puse un pie en la
acera y me adentré al edificio con buenas sensaciones. ¿Cuántas veces
pasaría el umbral de aquella entrada? ¿Serían muchas? ¿Con buenas
noticias?
Dentro del edificio había bastante ajetreo. Esperé en la recepción hasta
que una mujer de mediana edad me dirigió hacia una sala donde Lenny
Schab, director de la agencia de Los Ángeles y Nueva York, me invitó a
pasar.
—¡Estás impresionante! —me halagó aquel hombre de unos cincuenta
años y canoso, de una forma natural y cercana—. Toma asiento, los de
Steppel no tardarán en llegar.
—Gracias. —Me senté en una de las sillas de la mesa redonda, en una
de las salas de reunión de la segunda planta del edificio. De repente me fijé
en que había fotos mías esparcidas por la mesa, del book que me hizo Maya
meses atrás para empezar. También fotos de las campañas y trabajos que
había hecho en Escocia.
—¿Nerviosa?
—No.
—Normalmente uno está nervioso en situaciones así.
—Normalmente no suelo ponerme nerviosa en situaciones así —
respondí con seguridad.
—Veo que no le temes al fracaso.
—En realidad es una de las últimas cosas que hay en mi lista de
miedos.
—Jenner me dijo que eras una persona peculiar.
—Eso es bueno, ¿no? La peculiaridad, además…
—Eso es lo que buscan ahora. Modelos como tú, rostros como el tuyo,
chicas seguras de sí mismas. ¿Qué es lo que quieres, Blair? Por cierto, ¿cuál
es tu apellido?
—Solo Blair.
—Está bien.
—Y en relación con lo que quiero… ¿Está seguro de que quiere que le
responda? ¿No cree que necesita ver algo más de mí?
El señor Schab negó con la cabeza, después se inclinó hacia delante,
tanto que pude identificar el olor a tabaco de su aliento.
—Tengo la sensación de que voy a despegar la carrera de una chica
que no solo se hará millonaria ella, sino que me lo hará a mí. Por eso, te
vuelvo a preguntar: ¿qué es lo que quieres?
Mojé mis labios con la saliva y me eché el pelo hacia atrás,
acomodándome en la silla.
—Quiero tocar el cielo sin tener que despegar los pies del suelo, señor
Schab. Quiero divertirme en este trabajo como en toda mi vida no he podido
hacer. Quiero que merezca la pena todo lo que he dejado atrás.
Lenny Schab lució una sonrisa gratificante y empezó a aplaudir sin
parar, haciendo resonar cada aplauso en cada rincón de la sala. Después,
volvió a inclinarse hacia la mesa que nos separaba y me ofreció su mano.
La miré, me dirigí a sus ojos y sellamos en aquel instante toda mi carrera.
—Llevo trabajando en esto muchos años y créeme que nunca he visto
a alguien como tú, Blair. Pienso hacer que llegues al puto cielo mientras te
agarro de los pies para que no te vueles.
Lenny era un buen tipo, aunque su fama se vendría un poco abajo por
varias controversias a lo largo de su trayectoria. Siempre sería su ojito
derecho, su ángel. Él me llevaría hasta arriba y nuestro apretón de manos se
vendría conmigo al cielo. Iba a hacerle aún más rico, realzaría la agencia
donde millones de modelos se presentarían para ser la nueva Blair de los
dos mil. Aunque a veces era un cabrón. Lo fue con mucha gente y lo sería
conmigo al final de mi trayectoria.
Aquel día, firmé el contrato para la campaña de Steppel, la campaña
que haría un antes y un después en mi vida. La campaña donde América se
detendría a mirar mi rostro por las calles y en revistas.
Mientras tanto, el cielo aún estaba alto, aunque sería cuestión de poco
tiempo que lo tuviese cerca.
Y a Archie cada vez más lejos. Aunque pudiese rozar las nubes y sus
lágrimas.

—ARCHIE—
Creo que estaba viendo Blade runner, una de mis películas favoritas,
cuando volví a enamorarme de la banda sonora. Recuerdo que fui a verla
con mi hermano cuando la estrenaron en cines en 1982. Tenía catorce años
y pasé toda la película con la boca abierta y sin pestañear para no perderme
ni un segundo de la maravillosa película que es. Recuerdo que salí del cine
con la banda sonora metida en mi cabeza y los días posteriores estuve
tocando en el piano melodías parecidas a las que había conseguido retener
desde que fui a verla.
Un día volví a verla de nuevo en la televisión y, acto seguido, corrí al
piano para tocar las piezas de la película. Saqué mi libreta de canciones,
pues solía componer a menudo, y repasé algunas canciones. Algunas eran
buenas; otras, una basura. Pero me divertía mucho componiendo.
Cansado a altas horas de la noche, apoyé la cabeza en el teclado.
Seguía estancado. Seguía en el mismo punto que dos años atrás. Estaba
empezando a cansarme, a agobiarme, a tener cada día más claro que
cualquier día lo dejaría todo. «Tal vez debí haberme ido con Blair», pensé.
Me levanté. Volví a sentarme frente al piano. Abrí la libreta. Toqué.
Escribí. Corregí. Hasta que me entró sueño. Últimamente dormía poco,
comía poco, la casa se me hacía grande. Echaba de menos a Blair, su olor,
su presencia y el poder que tenía de rellenar todos los huecos que siempre
me han faltado.
Con los ojos medio cerrados, miré la pantalla de la televisión y pensé
lo guay que sería escribir bandas sonoras para películas como Blade runner.
Acto seguido, me quedé dormido, y ese sueño se fue conmigo.
Sin saberlo había encontrado la pieza fundamental del puzle de mi
vida.

—BLAIR—
El veinticuatro de septiembre del 94 fue mi primera noche en The Idol.
Mundialmente conocido en la posterioridad como la sala de las celebridades
que trataban de hacerse un hueco en Los Ángeles, o bien huir de ello.
Merliet Jones presidía cada maldita fiesta junto a modelos que años después
todo el mundo conocería, como Jeena Moyes, Collen James o Martha Mel.
Y, por supuesto, mi nombre también estaría en todas partes cuando se
tratara de The Idol. Ese lugar ya estaba de moda antes de que pusiera un pie
en él, pero tendría aún más reconocimiento cuando cada noche los paparazis
metiesen sus dichosos objetivos en la puerta de la discoteca cuando
empezase a tener cierta popularidad.
Mientras tanto, aquel veinticuatro era mi primera noche. ¿Hubiese
cambiado algo el hecho de no pisar aquella discoteca con luces
centelleantes que tanto llamaba mi atención?
Mer me cogió de la mano y tiró de mi brazo, sin parar de reírse, para
adentrarnos en la oscuridad con luces LED y música a todo volumen. Antes
de llegar ya se había bebido dos copas y media y ya iba tambaleándose
hacia los lados, tanto que tenía que pedirle que tuviera cuidado.
—Estás de coña con eso de que no bebes, ¿no?
—Es verdad.
Mer abrió la boca, sorprendida.
—¿Y cómo narices te lo puedes pasar bien?
—Me ha costado aprender, pero lo he hecho.
Desde que se me había abierto la oportunidad del modelaje y de poder
llegar a tocar el cielo de América, tuve una conversación conmigo misma
en la que nunca hablaría sobre mi pasado. No le contaría a nadie sobre mis
días llenos de excesos, pinchazos, coca, mareos y vómitos. Esa parte de mi
vida ya estaba superada, tapada con ladrillos, ¿por qué tendría que gritarle
al mundo cómo había sido? Además, fue Maya la que me dio la idea para
supuestamente no cagar mi imagen.
—Pues yo necesito otra más. —Empezó a caminar entre la gente. La
discoteca era grande y estaba llena de gente joven, dudaba de que algunas
chicas fuesen mayores de edad, pero ¿a quién le importaba eso en los
noventa? Todo el mundo quería divertirse, ponerse un vestido corto, enseñar
el ombligo, llevar unos tacones, una sombra que llamase la atención en los
ojos con un eyeliner largo y un buen gloss en los labios para llamar la
atención de algún chico californiano.
Había chicos muy guapos. Tal vez demasiado. Nunca me había parado
a pensar que, en otras partes del mundo, los prototipos fueran tan diversos
como en otros sitios. Allí en California, los chicos eran mayoritariamente
altos, rubios o morenos con el pelo bastante largo, barba de unos días, ojos
claros, muy claros, como el agua, preciosos. Y, por supuesto, un talento para
ligar impresionante.
Desde que entramos, a Mer se le acercaron unos tres tíos interesándose
por ella. La invitaban a tomar algo, conversaban, bailaban, se liaban y
después se olvidaba. Según Mer, era necesario besar al máximo de chicos
posible en una noche para elegir finalmente al que mejor besase para
llevárselo a la cama.
Yo no podía dejar de pensar en los besos de Archie mientras el tercer,
cuarto, quinto y sexto chico intentaba meterme la lengua hasta el fondo de
la garganta. Merliet me miraba de reojo negando con la cabeza, formulando
con los labios un «¿Pero qué estás haciendo? Está buenísimo», y yo daba un
paso hacia atrás tomando distancia con cualquiera de esos chicos.
Lo pasé bien aquella noche, aunque en algún punto de la noche… En
algún punto me senté en un sillón para descansar los pies mientras el sonido
de fondo empezaba a desaparecer y las luces se posaban en la figura de Mer
en medio de la pista, alrededor de esa gente, con el pelo mojado, una copa
en la mano, un cigarro en la otra, la mano de un chico puesta en su cadera,
luciendo una sonrisa liberadora, ausente y llena de felicidad. Esa clase de
felicidad que te proporciona cuando estás ebria y te lo estás pasando bien.
Esa clase de felicidad en la que sientes que no te importa nada de lo que
hagas o digas porque simplemente estás contenta por alguna razón
inexplicable.
Tragué saliva y le di un sorbo a mi Coca-Cola. Después, con el puño
apretado, tiré el vaso al suelo con tanta fuerza como pude y salí a la calle
cabreada conmigo misma.
¿Por qué no podía ser como el resto de personas, que se
emborrachaban, al día siguiente se despertaban con resaca y después
volvían a su vida moral? ¿Porque en el fondo echaba de menos esa clase de
felicidad? No sé si la presencia de Mer en mi vida condicionó algo, puede
que sí, pero al final es decisión propia de cada uno. Aquella noche descubrí
que Merliet consumía anfetas y coca. Se me erizó el vello de pensarlo hasta
el punto de vomitar en la calle de atrás de la discoteca cuando la vi tan
colocada que me dio miedo hasta tocarla.
—¿Blair? —Escuché su voz y la vi corriendo hacia mí tambaleándose
—. ¿Qué cojones te pasa?
—Algo me ha sentado mal. —Me limpié con un pañuelo. Me atreví a
mirar el rostro de Mer y, al ver sus pupilas tan dilatadas, tuve un déjà vu de
las veces en que me miraba al espejo e intentaba distinguir el comienzo y el
final de la silueta de mis ojos. Cosa que no llegaba a ver de lo colocada que
iba siempre.
—¿Estás bien?
—Sí, sí.
—¿Estás segura de que no quieres nada?
—No, no quiero —respondí con el corazón hecho trizas. Volvimos
dentro y bailé. Y deseé poder sentirme borracha sin perder el control. Pero
jamás podría, porque siempre llevaría tatuado en la frente que era una
jodida exdrogadicta y alcohólica.

]
Era domingo a las siete y media de la mañana y me encontraba sentada
encima de una toalla con los pies hundidos en la arena. Nadie, salvo unas
escasas figuras a lo lejos, había en la playa de Venice Beach a esas horas.
Mer había salido la noche anterior y se había traído un chico al
apartamento. Sus gritos y gemidos traspasaron las paredes hasta llegar a mi
habitación, por lo que fue imposible volver a conciliar el sueño. Lo intenté,
pero solo se me ocurrió ponerme una sudadera y bajar a la playa a ver el
amanecer.
Me senté y cerré los ojos. Acaricié la arena con una mano y dibujé
algo sin sentido para volverlo a desdibujar al instante. El silencio se
apoderó de mí tanto que podía escuchar mis propios latidos. Me sentí sola,
y eso que hacía mucho tiempo que no sentía ese vacío en el pecho. Echaba
de menos a Archie, la lluvia, a Henry, a Maya, la música, ¿hacía cuánto
tiempo que no bailaba? Noté como si tuviera un agujerito en mi pecho. Un
agujero que nadie puede dejar que lo consuma por lo peligroso que es. Me
abracé a mis piernas y dejé que la brisa chocase con mi rostro de perfil.
Entonces solo se escuchaba el ruido del agua llegar a la orilla y volver a
irse.
Y la voz de un chico.
—¿Estás borracha? ¿Perdida? ¿O con el corazón roto?
Alcé la vista y me encontré con un chico muy alto, rubio, con el pelo
recogido en una coleta corta y una enorme tabla de surf bajo el brazo.
Llevaba una sudadera azul oscura y la parte de abajo del bañador puesta.
Lo miré de arriba abajo, sorprendida por la forma en la que se había
dirigido a mí. Tan decidida.
Me sequé la boca.
—¿Tengo pinta de venir de fiesta?
El chico se peinó el pelo con tranquilidad.
—Uno puede esperar cualquier cosa en un sitio como este —
respondió, encogiéndose de hombros.
—¿Y tú? —quise saber—. ¿Has venido a evadirte de algo que te tiene
preocupado, te consume o te atormenta?
—¿Por qué dices eso?
—No hay olas. —Le indiqué el mar con la cabeza—. Y tienes una
tabla de surf.
—Vaya, creo que eres más espabilada de lo que pensaba. ¿De dónde
eres? Tienes un acento de fuera y normalmente las chicas de aquí se
encuentran en la playa un domingo por la mañana con un colocón de
narices.
Me reí y negué con la cabeza.
—Soy de Edimburgo.
—¿Qué hace una chica como tú tan lejos de su casa?
—¿Quién eres tú? ¿Y por qué haces tantas preguntas?
El tipo lució una sonrisa brillante y recta. Apartó la vista de mí en
cuanto dejé de ser el objetivo de las preguntas.
—Soy un mero californiano paseando un domingo por la mañana por
la playa.
—¿Alguna razón en concreto?
—¿Tienes tú alguna para estar aquí?
—Muchas.
—¿Puedo saber alguna?
—¿Por qué te interesa?
—Me ha sorprendido ver a una chica como tú por aquí, nada más.
Asentí lentamente, mordiéndome la lengua por dentro. ¿A dónde
quería ir a parar aquel chico?, me pregunté. Noté su mirada puesta fijamente
en mí, y no sé cómo lo hizo, pero me puso nerviosa. A mí, que nada ni
nadie hacía que me sintiese así. Ese chico, tan alto, tan musculoso, con esa
voz grave y tranquila hizo que me incomodase alzar la vista hacia él y
encontrarme con su mirada.
—¿Piensas quedarte toda la mañana ahí?
—¿Piensas hacerlo tú?
Empecé a levantarme y a sacudir la toalla en la que me había sentado.
No quería volver a casa porque Mer seguiría con el tipo que se había traído
horas antes y no me apetecía compartir aquel ambiente. Pensar en el
contacto, en la fusión de dos personas, en sentirte dentro de alguien me
hacía recordar a Archie y en la increíble sensación de morir por esa persona
en ese momento.
Pero tampoco quería quedarme con aquel desconocido haciéndome
preguntas.
—¿Te vas?
—Sí.
—¿Sabes quién soy?
Me detuve una vez más, giré sobre mis talones en la arena y lo volví a
examinar. Hice una mueca con la boca de desinterés.
—¿Y tú? ¿Sabes quién soy yo?
El chico me repasó de arriba abajo y yo no aparté la vista de él en
ningún momento. No pensaba dejar que me intimidase de nuevo. Aquello…
me había descolocado un poco.
—No.
—Algún día lo harás —respondí, siguiendo mi camino y dejando a
aquel chico californiano atrás. Rodeé la toalla alrededor de mi cuerpo y
continué.
—¡Soy Jay Moore! —Escuché su voz más atrás y sonreí sin volverme.
»¡¿Cómo te llamas?! —volvió a gritar, esta vez sonando la voz más
lejana.
»¡Ey!
Puse los ojos en blanco, divirtiéndome, y entonces cogí aire para
gritarle al océano y a aquel chico mi nombre:
—¡Blair!

—ARCHIE—
Aquella tarde quedé con los chicos para tomar algo. Necesitaba salir más
allá del trabajo, mantenerme ocupado, dejar de pensar en lo mismo una y
otra vez.
A veces, crees que la vida se detiene porque andas esperando algo que
de repente sea capaz de volver a hacerte correr. No puedo creer la cantidad
de veces que nos equivocamos a lo largo de nuestras vidas pensando que
nunca volveremos a hacerlo. Y, con todo eso, tardamos en llegar a la
conclusión de que no se trata de esquivar los obstáculos, sino de toparse con
ellos para aprender a saltar más alto en los próximos.
Intenté estar activo con mis amigos, lucir una sonrisa cuando contaban
algo gracioso o bueno de sus vidas, expresarme de alguna forma como
antes. Maya me vio más ausente de lo normal y me apretó la mano por
debajo de la mesa mientras los demás conversaban. No sé en qué momento
me convertí en un fantasma. A menudo dejamos de vivir y nos centramos
en sobrevivir. Quizás era lo que yo estaba haciendo en aquel entonces sin
darme cuenta. Algo que sinceramente nunca pensé que haría. Esperando
algo que a lo mejor nunca llegaría. Acogiéndome a algo disfrazado de falsa
esperanza.
Una tarde, fui a casa de mis padres y tuve una conversación detonante
con mi padre. Fue una conversación que me jodió, me dolió y arrancó con
todo lo que llevaba dentro para que me diera cuenta de que tenía que hacer
algo.
—Hijo mío, por muy duro que sea, ha sido la mejor decisión.
—¿La mejor decisión para mí o para vosotros?
—Pronto te darás cuenta de que esa chica no está a tu alcance.
Negué con la cabeza mientras fulminaba a mi padre con la mirada.
—Vamos, papá, nadie está al alcance de nadie, es una maldita tontería.
—Es hora de que vuelvas a ser como el de antes, que te vuelvas a
centrar. Tu madre tenía razón, tenías demasiados pájaros en la cabeza y esa
chica no ayudaba a nada.
—Independientemente de cómo sea Blair, ambos tenemos algo
especial.
—¿Algo especial? ¿Qué es tener algo especial con alguien? Todo el
mundo piensa que es especial porque está enamorado.
—No puedo creer que digas algo así. Mamá…
—La quiero con locura, y no nos hemos separado ni un solo día desde
que nos conocimos.
—¿Entonces qué crees que tendría que haber hecho cuando Blair se
fue? ¿Irme con ella? ¿Dejarlo todo? ¿Crees que no lo hubiese hecho?
—¿Por qué no lo hiciste entonces?
Me quedé callado, con la respiración entrecortada. No me había dado
cuenta de que estaba gritando, tenía las mejillas coloradas y el puto corazón
a punto de salirme por la garganta.
No supe responder a esa pregunta.
—Si tanto la quieres, Archie. Dime una razón.
Agaché la mirada.
—Porque he perdido la cabeza por ella, y no puedo perder más.
—Al menos no fuiste tonto y no echaste el resto de tu vida a perder.
—Pero la quiero, papá —dije con sinceridad, calmando mi tono.
—¿Por qué estás tan seguro de que es el amor de tu vida? ¿Crees que
ella no hará lo que le dé la gana por ahí? Mientras tú estás aquí llorando por
esa chica que se ha ido porque en el fondo no te quiere lo suficiente.
—Basta, papá.
—¡Abre los ojos! ¿Qué piensas hacer entonces? ¿Esperarla?
—Eso es lo que hacen las personas cuando se quieren.
—Pero ella no lo hace, hijo.
Una bala estalló en mi garganta. Solo tenía que aguantar que explotara
lo más tarde posible.
—Blair me quiere.
—No sabe hacerlo —dijo—. En el fondo lo sabes, sé que lo sabes. A
veces nos aferramos a la idea de que algunas personas pueden cambiar, pero
algún día, cuando se acaben todas esas oportunidades que le das y las ganas
de esperar a alguien retorcido, diré que te lo dije.
—No quiero seguir hablando de esto. —Me levanté.
—Hijo… —repitió una vez más, y me giré hacia él—. El amor no es lo
que duele. Tú estás dolido, pero no es por eso. Lo que duele son las
personas que no saben querer como merecemos.
Salí de casa de mis padres dando un portazo a la puerta.
—No puedo seguir así —me dije en voz alta. Me pasé las manos por el
rostro—. No puedo permitirme estar así.
A veces apetece pasar página de una vez por todas, arrojar todo lo que
ha sucedido, contarlo años más tarde como un capítulo más de la novela de
nuestras vidas, pero nadie piensa en lo mucho que asusta encontrarse con
una hoja en blanco.
Y más si está salpicada de gotas de lluvia.

—BLAIR—
La semana fue un poco caótica. Empecé a trabajar en la campaña y me
pasaba el día fuera de casa estando en la agencia, probando ropa,
maquillaje, peinados, en sesiones de fotos, salidas esporádicas con
Merliet… Tanto que apenas pisaba el apartamento. Llevaba tres días sin
hablar con Archie, y eso que tenía llamadas perdidas en el contestador.
Cada día me levantaba prometiéndome que le llamaría por la noche, y
cuando llegaba por la noche lo olvidaba.
Un día logré coger una llamada.
—¿Blair?
Podría tener la cabeza en todas partes y en ninguna a la vez, pero
entonces escuchar su voz era volver a él en un paso. Como si estuviera tan
cerca que podría tocarle la mejilla para calmar nuestro alboroto.
—¡Archie! —grité con emoción—. ¿Cómo estás? Te echo de menos.
He tenido mucho trabajo esta semana, esta campaña es importante para mí.
—¡Blair, venga! —Escuché la voz de Mer gritándome desde su
habitación.
—¡Ya voy! —respondí enseguida, tapando el micro un poco—. Te
tengo que hablar más de ella —volví a Archie, calmando el tono—. Dime
que estás bien.
—Algo así.
—¿Cómo vas con el trabajo? ¿Y Henry? Tengo que llamarle.
—Bien, todo bien. ¿Te está gustando California?
—No te lo puedes imaginar, Arch. Ojalá lo vieras con tus propios ojos.
No hay lluvia, ni nubes, pero hay preciosos amaneceres, playas, gente de
todas partes.
—Me alegro.
—¡Blair, llegamos tarde!
Puse los ojos en blanco.
—¿A dónde vas?
—Hemos quedado con unos amigos, te tengo que contar muchas cosas.
¿Te puedo llamar mañana?
—Eso dijiste la última vez.
—¡Blair! —repitió Mer.
—Ya, pero te prometo que lo haré mañana por la mañana, ¿de
acuerdo? ¡Te quiero, Archie! Te quiero mucho, no hay mañana que no
piense en ti y en nosotros, de verdad. Necesito tiempo.
—Blair —dijo en un tono serio y firme. Pero Mer vino y me apartó el
teléfono de la oreja.
—Vámonos ya, habla con él mañana. —Articuló las manos con la
frente arrugada mientras llenaba la habitación de humo por el cigarro que
descansaba entre sus dedos.
Volví a coger el teléfono y me despedí de Archie.
—Me tengo que ir, mañana hablamos, lo prometo. Dales recuerdos a
todos. Todo va a salir bien, Archie.
De verdad pensaba que podría salir bien, por eso se lo repetía una y
otra vez. Porque estábamos en un punto extraño y doloroso, pero íbamos a
conseguir salir de él. Lo sabía. Tenía que pasar. Mientras tanto, él, desde el
otro lado del océano, no lo creía. Y ni siquiera supe verlo.
Merliet me presentó unos días atrás a unos amigos con los que salía de
vez en cuando y con los que saldríamos aquella noche.
«La clave de una buena amistad es que te acompañen a todas las
fiestas», le gustaba decir fumándose un porro.
Al principio pensaba que Mer solo tomaba drogas por diversión, pero
luego me di cuenta de que la mayoría de las veces lo hacía por su aspecto
físico. Se notaba muchísimo cuando se metía algo por la mañana y se tiraba
horas y horas sin comer un gramo de comida. Nunca me lo dijo
directamente, pero a veces lo dejaba caer de alguna forma en medio de
conversaciones. Eso me entristeció porque yo no creía que ella necesitase
hacer eso para verse delgada.
«Nunca es suficiente, Blair. Eso lo dices tú que tienes un cuerpo de
ensueño».
«Que esté delgada no significa que tenga un cuerpo de infarto»,
respondía yo.
Tenía una pequeña obsesión por verse lo más estirada posible, cuando
lo que estaba haciendo era dañar aún más su cuerpo. Pero ¿quién era yo
para echar en cara eso? Intentaba que cambiase su estilo de vida, pero
Merliet Jones era una persona igual de cabezota que yo fui en su momento.
—Esta noche lo vamos a pasar bien. Además, creo que a Adam le
gustas.
—No digas tonterías.
—Me dijo Alma que se lo dijo Adam, así que es verdad, cielo. —Se
subió su bolso de piel hasta el hombro.
—Entonces, ¿para qué mierda dices que lo crees?
Mer soltó una carcajada. Unos chicos pasaron por al lado nuestro y se
quedaron mirándonos.
—Porque se suponía que era un secreto. —No dejaba de reírse.
Quedamos en la puerta de The Idol con Alma, Kloe, Stephan y Adam.
Los amigos de Mer eran muy parecidos a ella. Les gustaba meterse de todo
y sentirse en todo lo alto cuando atravesaban las puertas de la discoteca.
Mientras tanto, yo me preguntaba cuánto tiempo duraría junto a ellos.
Aprendí a que fuesen drogados delante de mí sin que me afectara tanto
como antes. Supongo que veía en primera fila la monstruosidad que llegaba
a ser y no hacía falta convencerme a mí misma de que no podía caer.
La noche fue buena, bastante divertida. Mer y yo sabíamos divertirnos
juntas, nos entendíamos, aunque yo no estuviese en su bando del todo. A
veces me detenía, la miraba bajo las luces, la música y a la gente, y me daba
miedo verme reflejada en ella. ¿Por qué? No lo sé.
Adam se pasó la noche detrás de mí. Era un chico muy atractivo, no
tan alto como me gustaban los chicos, pero tenía una forma de reírse muy
divertida y era una persona muy cercana a ti. Podría ser el chico perfecto
para cualquier chica, pero no para mí. El mío estaba al otro lado del
Atlántico. A veces tenía que recordar pensar en Archie. Los días pasaban,
mi vida en California estaba tomando forma y aquellas tardes de lluvia en
Edimburgo quedaban más atrás. Sabía que Archie me esperaría, como él
mismo me dijo, pero había otras veces en las que me odiaba y pensaba que
quizás no me mereciese eso. La había cagado mucho con él, no había
sabido cómo quererle bien, cómo tratarle. No me imaginaba una vida sin él,
pero… Empecé a pensar que tal vez no encontraría la forma de volver en
unos meses a mi otra vida, como tenía previsto en un principio.

]
—La cabeza un poco de lado, Blair. Eso es —me indicó el fotógrafo,
apuntando con la cámara. Estaba en un set terminando las fotos de la
colección de la marca Ellesse. Era final de octubre y, en menos de un mes,
la primera colección como modelo en solitario iba a ver la luz.
—Muy bien, hemos terminado. Gracias a todos.
Algunos aplaudieron, yo bailé en mi sitio.
—Buen trabajo, Blair. —Se acercó Elisa, mi segunda representante
cuando no estaba Maya—. Cámbiate rápido, que tenemos otra sesión.
—¡Voy!
Me habían propuesto hacer una sesión de fotos en la playa con un
neopreno y estilo surfista, como si tuviera idea, para una revista. Había
aceptado porque la playa se había convertido en uno de mis lugares
favoritos y, según Lenny, no me vendría mal que mi cara estuviese en más
sitios.
La sesión sería justamente en Venice Beach, por lo que estaba como en
casa. Lo que no esperaba era que mi acompañante modelo masculino fuera
rubio, tuviera una barba perfectamente recortada y unos ojos claros de
infarto. Ah, y que se llamase Jay Moore.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —Me acerqué a él, que estaba a lo
lejos. La playa estaba desierta, claramente en el mes de octubre, salvo por el
equipo.
—¡Hombre! —se sorprendió al verme—. Trabajar. Espera, no me
digas que… ¿Eres modelo también? ¡Lo sabía! Una cara así…
—Espero que esto sea una broma. —Miré a mi alrededor y volví a
examinar el neopreno que llevaba, parecido al mío—. No puedo creer que
tú y yo…
—Vamos, no te pongas nerviosa, será divertido.
—¡No estoy nerviosa! —Me aparté de él—. Entonces, ¿tú eres el
modelo masculino que está de moda?
Me habían dicho que parte de la sesión sería individual, y otra sería
con un modelo con cierto renombre. Ni siquiera me había interesado en
preguntar quién era. La verdad es que me importaba una mierda; pero,
cuando lo vi a él, no pude creerlo.
—Así que el otro día conocí a un chico famoso.
—Me gusta la tranquilidad, la fama es agobiante a veces.
—Seguro que te gusta tanto como tu trabajo.
—Tiene sus cosas buenas.
—¿Entonces por qué no te conozco?
—Tal vez te suene JayBay.
Agrandé los ojos de inmediato.
—¿Tú eres JayBay?
Lo volví a examinar de arriba abajo, recordando a ese chico de
dieciséis años que dio la vuelta al mundo por posar con Pamela Anderson
en la portada de Cosmopolitan. La prensa lo había llamado JayBay. ¿En
serio era él años después?
—Sé lo que estás pensando y sí, soy yo.
—Muy bien. —Di un paso hacia él y le puse un dedo en el pecho—.
Haremos esto cuanto antes.
—¿Tienes prisa, sirenita?
Me di la vuelta, poniendo los ojos en blanco.
—Primero, no me llames sirenita. Segundo, das un poco de miedo.
—¿Miedo? ¿Por interesarme el otro día en una chica que estaba en la
playa a las siete de la mañana sin estar borracha, deprimida o con el corazón
partido?
—Como tú quieras.
Antes de empezar, me volvieron a peinar y me retocaron el maquillaje.
El neopreno que llevaba era de un color rosa chillón muy bonito y nada
visto antes, mientras que el de Jay era negro. Reconozco que al principio
estaba nerviosa porque Jay me ponía nerviosa. Odiaba sentirme así. Aunque
no iba a dejar que durase por mucho tiempo más.
Hicimos unas cuantas fotos en la orilla. Nos teníamos que coger de la
mano y sonreír hacia la cámara mientras parecía que estábamos corriendo.
—Suéltate un poco más.
—No me digas cómo hacer mi trabajo.
Pero entonces Jay me cogió por detrás y me dio una vuelta en el aire.
Al notar sus manos en mi cuerpo, al principio noté cierto rechazo por no ser
las manos que estaban acostumbradas a tocarme, pero después se aferraron
a mi cuerpo con fuerza y noté una descarga distinta. Grité a más no poder
hasta que nos caímos al agua, fastidiando todo mi pelo y maquillaje.
—¡Te voy a matar! —grité enfadada. Jay quiso levantarme del agua,
pero rechacé su ayuda y lo hice sola.
—Ha sido muy divertido, anda.
—Ha sido un desastre.
—No te enfades, tonta.
Salí del agua y me adentré de nuevo en la arena. Pero pasé por al lado
del fotógrafo y me cogió del antebrazo para que no me fuera.
—Espera.
Me detuve en seco arrugando la nariz.
—Son perfectas.
—¿Qué?
—Mira.
En una pequeña pantalla —sería electrónica avanzada— pude observar
fotos de cada segundo de la escena que Jay había protagonizado conmigo y
que había terminado en el agua. En ellas se veía a Jay sonriendo,
cogiéndome en el aire, y a mí con la boca abierta, aparentemente sonriendo
y gritando a la vez mientras gotas de agua se alzaban a nuestro alrededor.
Después otra dando una vuelta, y otra hasta que nos caímos al agua. Me
quedé de piedra. Y en silencio. Jay vino y se acercó a ver las fotos.
Entonces me sonrió y dijo:
—Te lo dije.
Me tragué el orgullo e hice una mueca con los labios, juntándolos y
refunfuñando.
—¿Hemos terminado? —pregunté.
—Me temo que sí, son perfectas y a la gente les va a gustar esta
naturalidad. Buen trabajo.
No me despedí de Jay. No lo hice por orgullo. Independientemente de
que las fotos fueran una pasada, ese chico tenía algo que me avisaba de que
tenía que mantenerme lejos de él. Tal vez por su forma de ser, tan adictiva
como lo era siempre, tan juguetona, tan picante.
Lenny apostó que mi salto a la fama sería con la campaña de Ellesse,
pero no lo fue. Eso tan solo confirmó lo grande que podría llegar a ser, o
eso es lo que dijeron. Más tarde todo el mundo sabría que fue por esa
maldita sesión de fotos. Con Jay. JayBay y su picardía prohibida, sus manos
grandes y fuertes alrededor de mi cuerpo, con las que no pararía de soñar
hasta que lo volví a ver.

—ARCHIE—
Me quedé con el teléfono pegado a la oreja mientras esperaba con los
brazos apoyados en la pared del salón. Solo escuchaba el maldito pitido de
espera tras la línea. Colgué. Volví a intentarlo. Nada. Una vez más. Resoplé.
Le di un golpe al teléfono contra la pared. Maldije el nombre de Blair una y
otra vez.
—Maldita sea. —Volví a marcar su número y no dio señales de vida un
día más.

—BLAIR—
Cada vez más gente se quedaba mirándome cuando caminaba por la calle
sola o junto a Merliet.
—Te espero fuera, ¿vale?
—Vale, deséame suerte. ¡Aahh, tengo buenas sensaciones! —Me
abrazó y depositó un beso en mi mejilla.
—Lo vas a petar.
Me despedí de mi amiga en la puerta de aquel estudio en el centro de
Los Ángeles, donde había acudido a un casting para una campaña de
perfume. Merliet tenía potencial, yo lo veía y por eso no entendía por qué
no la cogían en los castings donde se presentaba. Era guapa, tenía carisma,
unos rasgos poco comunes, frescura… Decidí acompañarla porque pensaba
que tenía una flor en el culo y que podría ser su amuleto de la suerte para
los próximos castings.
Accedí porque tenía el día libre y me apetecía apoyar a mi mejor
amiga. Me gustaba compartir eso con ella, además de todas las fiestas, las
locuras, los pensamientos. Nuestro trabajo era la razón por la que estábamos
ahí, por lo que ambas luchábamos y nos divertíamos. Merliet solía
frustrarse mucho, tal vez demasiado, aunque solía estar tan ocupada con el
trabajo de día que me costaba ver con lo que Mer ocupaba el resto de horas.
Hasta que llegaba la noche, y entonces salíamos de fiesta.
Estuve paseando por Sunset Boulevard toda la mañana. Los castings
podían ser algo muy pesado, pero durante esas horas, en las que decidí
pasar por alguna tienda, mucha gente empezó a acribillarme de golpe por la
calle con cámaras de fotos. Un grupo de paparazis me estuvieron siguiendo
durante media hora hasta que conseguí despistarlos. Aquel fue el primer
encontronazo en el que se me subió de golpe el corazón. ¿En serio era
famosa? ¿Famosa como las celebridades que veía por la tele y de las que
hablaban en las revistas?
—¡Blair, Blair! —gritaban mi nombre sin cesar. Una sonrisa se dibujó
en mi rostro cuando estuve a salvo y una expresión de pánico terminó
siendo una carcajada conmigo misma. ¿Qué acababa de pasar?
Mer terminó el casting y, cuando la vi salir por la puerta, se esperó a
pasar la esquina para llorar sobre mi hombro. No pregunté nada. No le dije
nada. Tan solo pensé lo difícil y frustrante que es intentar hacerse un hueco
en el mundo que quieres, y que por una extraña razón yo lo estaba
consiguiendo y a mi amiga le estaba costando más. ¿Quién decide eso? ¿Se
trata de suerte, de destino o de azar? Al final las personas no somos más que
peones en un juego de mesa en el que, o vas en primera posición, o en la
última.

—ARCHIE—
Hubo un día de aquel año que cambió mi rumbo una vez más. Finales de
noviembre y el maldito año no dejaba de sorprenderme.
Pero esta vez lo hizo para bien. Menos mal. Aunque el cambio fuese
conocerla a ella y al principio diese un poco de vértigo.
Mientras me encontraba en el punto más hondo de todos en los que
había estado en mi vida, ella apareció. Con su música, con sus
oportunidades, con su dulzura y su cariño. Un día apareció Lucy Rose.
Todo el mundo sabía quién era Lucy Rose en Reino Unido. Esa chica
que se hizo famosa por su canción A letter to me, que dio la vuelta al mundo
por su sentimiento y emoción, cargados en tres minutos y con una voz
potente que por fuera no aparentaba tener.
Una noche salía de The Aurora bastante más tarde de lo normal, pero
cuando salí a la calle una voz femenina llamó mi atención.
—¡Ey, espera!
Me giré hasta que vi a una chica con un abrigo negro que cubría su
cabeza con una capucha. Al principio no la reconocí. No hasta que se quitó
la capucha y pude ver su famoso y copiado pelo rubio con mechas rosas.
—¿Eres Archie, verdad?
—Sí —respondí con tranquilidad, aferrándome a mi abrigo y
colocándome el gorro de lana de la cabeza. Hacía muchísimo frío.
—Muy bien, yo… Bueno, me llamo Lucy y me encanta tu música.
Cuando tus constantes llevan mucho tiempo apagadas y de repente
llega algo que las activa, te asustas. No sabes si actuar de una forma u otra.
Si alegrarte por haberte encontrado por fin cara a cara con lo que llevabas
tiempo esperando, o correr.
Nunca pensé que lo que estuviese esperando fuese una chica. Y menos
Lucy Rose.
—Me encantaría… Bueno, ¿es raro si te pido que nos tomemos algo
algún día? No por nada extraño, me gustaría hablar contigo de música y ver
si podrías formar parte de mi equipo. Me he emocionado mucho viéndote
tocar, jamás pensé que vería algo tan bonito plasmado en un piano.
Abrí la boca y el vaho se mezcló con mi respiración.
—Por… supuesto.

—BLAIR—
—Dijiste que me llamarías y no sé nada de ti en una semana.
—Arch, lo siento de verdad.
—Estoy cansado de que siempre digas lo mismo. Eres una egoísta. No
sé por qué narices estoy haciendo esto. ¿Es por ti? ¿Por mí? ¿Por los dos?
La voz de Archie sonaba un poco extraña. No sabía si se acababa de
levantar o era porque estaba moviéndose nervioso de un lado a otro.
—Archie, por favor.
—Blair, ya no sé qué hacer.
—¿Cómo que no sabes qué hacer?
Archie se quedó en silencio tras la línea. Mi cuerpo se puso alerta, fijo.
—Archie.
—Déjalo.
—No. ¿Vas borracho? —pregunté extrañada.
—¡Sí, voy borracho! ¿Y qué? Hay días en los que no puedo, Blair. No
puedo seguir esperando algo que tarde o temprano se terminará
rompiendo.
—¿De qué estás hablando?
—¡De nosotros! Maldita sea.
—¿Qué ha pasado? ¿Has conocido a alguien?
—Por supuesto que no. Y a veces desearía poder ver a cualquier
mujer como te veo a ti.
—No digas eso, por favor. Yo jamás…
—Te odio, Blair. Y no sé de dónde sale todo el amor que siento por ti.
Ojalá algún día pueda deshacerme de lo que siento por ti.
—Para, por favor. —Se me llenaron los ojos de lágrimas—. Has
bebido, no lo piensas de verdad.
—Oh, vaya si lo pienso. ¿Sabes? Henry dice que tú y yo algún día nos
casaremos. ¿Sabes lo peor? Me encantaría hacerlo, me encantaría que
podamos estar el resto de nuestras vidas juntos y que todo el mundo que no
confía en nuestro amor se dé una hostia.
—¿Dónde está el problema? —pregunté sin querer saber la respuesta.
—Precisamente en nosotros.
—Voy a colgar.
—¿Te das cuenta de lo que haces? Huyes cuando te topas con una
realidad que no compartes, Blair. ¡Abre los ojos de una puta vez! Estás
acostumbrada a que te lo dejen todo en la palma de la mano.
—Cállate, Archie. No tienes ni idea de nada.
—¿Ah, no?
—¡No! ¡Porque, mientras tú crecías en tu mansión de niño rico, yo
perdí todo lo que tenía en mi vida! ¿Sabes lo que es eso? ¿Sabes lo que es
no tener absolutamente nada ni a nadie? ¿Verte desde tan pequeña en lo más
hondo?
—Adiós, Blair. Te puedo colgar porque voy lo suficientemente
borracho como para hacerlo sin que me arrepienta al momento.
—Que te jodan, Archie. —Colgué con las mejillas mojadas.
Mi vida había cambiado mucho en cuestión de tres meses. La campaña
de ropa de Ellesse ya había salido y había tenido muy buena acogida. En
cuanto a la sesión con Jay…, fue una maldita locura. Todo el mundo andaba
preguntando por esa chica de piernas largas, pelo rubio despampanante y
ojos felinos. Todo el mundo se preguntaba quién era esa chica acompañada
tan cercanamente de Jay Moore, el chico californiano de moda.
—¿Blair? ¿Estás bien? —Escuché la voz de Mer de espaldas a mí,
entrando a mi habitación.
—No pasa nada, no ha sido nada. —Negué con la cabeza, secándome
las lágrimas.
—Venga ya, no digas tonterías. ¿Es Archie? ¿Os habéis enfadado?
Volví a repasar la conversación que acabábamos de tener de arriba
abajo y, cada vez que lo hacía, algo me retorcía el estómago. Por mucho que
no quisiera ver que todo lo que me había dicho Archie no era cierto, sí lo
era. Lo pensaba de verdad. Y eso era lo que más daño me hacía.
—Nada está bien, Mer. —Me incliné hacia ella, volviendo a estallar.
—Oh, ven aquí, cielo.
Mer me abrazó durante un buen rato. Y me peinó el pelo con sus dedos
cuidadosamente. No dijo nada, ni tampoco se separó de mí hasta que no
paré de llorar. Merliet podría ser muchas cosas, podría perder la cabeza y
ser obsesiva, pero era una gran amiga. Siempre lo fue.
—Creo que necesitas salir un rato.

]
Fui al salón y miré la mesita de cristal. La mesa del pasado, de la euforia.
Llena de esos elementos que me calmarían el dolor que llevaba en ese
momento en el pecho. Por un momento recordé esa sensación… Esa jodida
sensación de no sentir, de no pensar. Estaba cansada de pensar en nuestra
incertidumbre, de tirar de Archie, de convencerle de que los dos podríamos
superar cualquier cosa, de arrepentirme por haberlo hecho mal.
«No lo hagas, Blair», sonó una voz de mi cabeza.
Pero estaba tan angustiada, tan rota por dentro que no quería recordar
que lo estaba aún más.
—Creo que necesito un poco de eso, Mer. —Señalé la mesita
sollozando.

—BLAIR—
El calor azotó mi cuerpo en pleno diciembre. Había olvidado lo que era
sudar de nervios, de euforia y de sentir frío al segundo.
—No creo que sea buena idea, Blair —dijo Mer cuando le dije que me
pusiera un par de rayas.
—¿Por qué? Me importa una mierda que no sea buena idea.
—Porque estás cabreada. Sé que piensas que eso te va a calmar, pero
luego…
—Mer… —la detuve—. Ya lo he probado. Hace mucho tiempo.
Mi amiga agrandó los ojos, atónita.
—¿En serio?
—Lo necesito —dije, poniéndome de rodillas frente a la mesita.
Observé esa droga como lo que era, algo que te hace feliz y te destruye al
mismo tiempo.
Miré la raya y, en cuanto la esnifé, eché la cabeza hacia atrás
sacudiéndome el puente de la nariz una y otra vez. Mis ojos se volvieron
llorosos. La piel se me erizó. La boca se me secó.
Y mi cuerpo reconoció enseguida esa sensación.
Y, desde ese momento, Mer no me volvió a parar nunca más.

]
Todo estaba del revés. Las farolas, las palmeras, el cielo, las personas. Tuve
que echarme algo que tenía Merliet en los ojos para no parecer que iba tan
colocada. Y funcionó. Mi nombre sonaba cada vez más en la boca de la
gente.
«¿Eres la chica de la portada con Jay Moore?». «¡Tú eres la chica del
neopreno rosa!». «El otro día vi tu cara en un cartel de Los Ángeles».
Todo empezó así. Y no voy a mentir, pero estaba viviendo un sueño.
No por la gente o la fama, que me daba igual, sino por lo que estaba
consiguiendo. Que la gente me reconociera por la calle solo era una
afirmación de que estaba empezando a subir escalones hasta llegar al cielo.
Intenté comportarme dentro de lo colocada que iba. Dios… Iba
colocada, pensé en determinados momentos. Muchas veces me reía sin
parar hasta quedarme sin aire; y otras… no podía creer que lo hubiera
hecho.
Salimos por The Idol. Ahora que la gente sabía que me movía por ahí,
muchos curiosos se acercaban a ver si se cruzaban con alguna celebridad de
Santa Mónica. Mer no se separó de mí en ningún momento. Así empezó
nuestro boom. A partir de ese momento, seríamos un tipo de influencia para
las personas jóvenes y de la generación que estábamos protagonizando.
Nunca pensé en convertirme en un icono. De hecho, dudaba de que por
aquel entonces lo fuera, pero muchas personas consideraron aquello como
el comienzo.
La discoteca estaba a rebosar aquella noche. O era que mis sensaciones
estaban un poco distorsionadas. Me vi brincando de alegría de la mano de
Mer sin parar metida en el mismo bucle, en la misma droga. Con Henry era
divertido. Con Mer lo era aún más.
El calor llegaba a mi cuerpo con facilidad, la sensación de liberación
salía expulsada por cada movimiento de cintura o brazos en medio de la
discoteca. Estábamos en la parte de arriba, en un reservado, con el resto de
amigos de Mer y algunos más que no conocía. De repente se me hizo buena
idea la de saludar a cada persona con la que me cruzaba, de bailar con gente
desconocida a la que nunca vería más y que se quedarán con el recuerdo de
una Blair joven, alocada y colocada.
Mer y yo bajamos a la pista principal. Había olvidado cuántos cubatas
había bebido, cuántos canutos me había fumado y a cuántas personas les
había preguntado su nombre. Si aquella noche salí viva, fue un milagro.
—¿Estarías triste si esta noche perdieras la vida? —me preguntó Mer,
sorbiendo una copa con una pajita de color rosa.
—¡Sería una pasada morir esta noche! —grité bailando y cantando
Oasis, mi grupo favorito.
Justo en ese momento saboreé lo que hacía tiempo deseaba saber. No
puedes ponerle una golosina a un niño de ocho años. Y cada noche que
salíamos veía a Mer bailando, sudando y viviendo como si fuera el último
jodido día de su vida. Así quería sentirme yo. Así es como lo volví a sentir.
Archie no estaba en mi cabeza. Ni tampoco el dolor que me provocaba lo
nuestro. Aquella noche no había nada de eso. Solo luces centelleantes,
mareos, alcohol y él.
Me detuve en seco cuando lo vi en medio de la pista. Rodeado de toda
esa gente, del ruido, moviéndose de un lado a otro con una copa en la mano
como si estuviera en una playa. Era irresistiblemente atractivo con ese pelo
recogido en una pequeña coleta baja y el flequillo saliéndose por los lados.
Pero entonces me di cuenta de que durante todo ese tiempo me estaba
mirando. Jay Moore estaba pasmado mirándome de arriba abajo como si
acabase de ver a un ángel. Jay Moore rodeado de chicas preciosas a las que
ni siquiera había mirado porque me estaba mirando… a mí.
—¿Por qué me miras así? —Aparté a toda la gente hasta llegar a él.
—¡Qué ven mis ojos!
—No has respondido a mi pregunta.
—Sinceramente, eres una de las chicas más guapas que he visto en mi
vida. Aunque ojalá fueras más simpática.
Iba a sacarle el dedo del centro, pero lo único que pude hacer fue
reírme y soltar una carcajada tan alto que se podía escuchar hasta fuera de la
discoteca.
—Creo que ese cumplido ya lo has gastado mucho, ¿no crees?
Jay lució una sonrisa preciosa. Tenía los dientes alineados, el labio de
abajo más gordito que el de arriba, tenía… un pequeño lunar justo al lado.
—Te crees muy espabilada.
Mediante un impulso posé un dedo en su lunar sin decir nada. Jay se
sobresaltó y abrió la boca para morderme. Lo hizo.
—¡Ey!
—No haberlo hecho. ¿Qué te pasa hoy? Te veo animada, y eso que me
había acostumbrado a verte refunfuñando.
Arrugué la expresión y le di un manotazo, que esquivó con rapidez.
—Tienes un grupo de fans por aquí.
—No soy el único al que miran.
Giré sobre mí misma, pero no conseguí nada más que marearme y
tambalearme hacia un lado. Las manos de Jay me salvaron de una caída
patosa.
—Me temo que hoy sí que terminarás borracha en la playa.
—Al menos no tendré el corazón roto.
—¿Ah, no?
—No —respondí con orgullo, alzando la barbilla hacia él.
—¿Conmigo?
—¿Por qué pasaría algo así?
Jay no dijo nada. Se reenganchó al estribillo de una canción que
conocía, pero que no conseguía recordar la letra y sonreí al verle
moviéndose.
La vida cuando estás colocada pasa a cámara lenta. Degustas cada
segundo, observas cada partícula, cada átomo, cada gota de sudor
recorriendo por el cuello. No supe cuánto tiempo estuve con él bailando
cada uno a nuestro rollo y después tan cerca que podía distinguir el aroma
de su piel bronceada.
Abrí los ojos y el cuello de Jay estaba sobre mis labios. Sus manos,
rodeándome la cintura, me apretaban con fuerza hacia él y me excité. Alcé
la vista hacia su rostro, sonriendo, sin poder pensar algo coherente, salvo en
que quería besarlo.
Nuestros labios se quedaron cercanos cantando Wake me up before you
go-go con euforia. Pasé mis brazos por detrás de su cuello y cerré los ojos
antes de besar a Jay Moore en medio de una discoteca de Santa Mónica
hasta arriba de todo.
¿Quién me iba a decir que todo acabaría de esa forma? O, mejor dicho,
empezaría de esa forma.

]
Al día siguiente apenas recordaba nada. Abrí los ojos con un tremendo
dolor de cabeza y me llevé la mano a la frente. Observé que había arena por
el suelo y arrugué la nariz. ¿De dónde había salido?
Me levanté y sorprendentemente encontré a Mer durmiendo sola en el
sofá. Repasé la casa de arriba abajo y no había nadie más. Menos mal,
porque no me apetecía echar a nadie.
Fui a la cocina y preparé café. La cabeza le daba vueltas y me entró
angustia. Mis ojos se dirigieron hacia la mesa de cristal y tuve un déjà vu
que hizo que fuera directa al baño para vomitar.
Noté mi cuerpo vacío. Sin órganos. Ni alma. Me quedé tirada en el
suelo por lo menos media hora sin ser capaz de levantarme. Me dolía todo.
Me notaba pálida. Recordé las pastillas, la raya, el alcohol, y me llevé la
mano a mis mejillas para descargarme.
—¿Blair? —Escuché a Mer, medio despierta—. ¿Estás bien?
—Más o menos. —Mi amiga me ayudó a levantarme del suelo como
un animal muerto—. ¿Por qué narices hay arena por toda la casa?
—Anoche fuimos a la playa.
—¿Qué?
—¿No te acuerdas? Con Jay y sus amigos.
Negué con la cabeza y decidí beber un vaso de agua para refrescarme.
—Joder.
—Hay algo que tienes que saber.
—Dime —dije con miedo.
—Anoche llamaste a Archie colocadísima.
Y entonces vomité en la cocina.

—ARCHIE—
El teléfono sonó de madrugada. No sabía quién podría ser a aquellas horas y
tampoco quería levantarme, pero al final lo hice porque no dejaba de sonar
una y otra vez.
—¿Sí? —pregunté medio dormido.
Tardé unos segundos en escuchar la voz de Blair en medio de lo que
parecía una fiesta. Había jaleo, voces, muchas voces y música.
—¿Archie? —Escuché su voz chillando. Tuve que apartarme el
teléfono de la oreja un poco.
—¿Qué pasa?
—¿Me oyes?
—Claro que te escucho. Dios mío, ¿estás sorda o qué? ¿Dónde estás?
—No te vas a imaginar dónde estoy —dijo riéndose sin parar, con una
euforia impropia de ella.
Su voz se escuchaba un poco extraña, distinta a la suya. De un segundo
a otro me enderecé y cogí el teléfono con más fuerza. Las constantes se me
dispararon al pasar por mi cabeza demasiadas cosas. Tantas que no
conseguía pensar con claridad. Me puse nervioso y empecé a caminar por el
apartamento.
—¿Has bebido? —Me cambió el tono de voz a uno más firme.
Blair soltó una carcajada y me mordí la lengua con tanta fuerza que ni
siquiera noté el daño que me hice.
—¿Yo? Pero si yo no bebo, ¿verdad que no? Mira, me he hecho un
amigo justo ahora. Espera, que él te dice que yo no bebo. ¡Ey, venga,
díselo!
Abrí la boca, pasmado, y me llevé una mano a la frente. No lo podía
creer. Tras la línea escuché jaleo y una voz masculina intercambiando risas
con Blair.
—¿Lo has oído? Voy perfectamente, señor Bell. —Volvió a reírse.
Si hubiese podido, hubiese cogido el coche hasta el mismísimo lugar
donde se encontraba. Gritaría su nombre hasta quedarme sin voz, enfadado.
La cogería de la muñeca y tiraría de ella con tanta fuerza que chillaría de
dolor.
«Entonces dime qué clase de dolor prefieres pasar», le diría tan cerca
de ella, para que se detuviese a ver el dolor personificado delante de ella. La
rabia, la ira, en una persona que supuestamente quiere.
—Blair, basta ya. No puedes beber. Joder, ¿qué cojones estás
haciendo? —Empecé a caminar por el apartamento, histérico. La
respiración se me vino encima. Empezó a hacer calor. Me dirigí a la ventana
y abrí para tomar una bocanada de aire y comprobar que podía respirar.
—Me estoy divirtiendo, Archie. Ahora de verdad —dijo, y negué con
la cabeza. Blair tenía muchas formas de divertirse, lo sabía, y ella más que
nadie—. ¿Sabes qué? No me duele el corazón. Ni siquiera me acuerdo de
que me hayas dicho que no me quieres.
—¡Yo no he dicho eso!
—El problema de todo esto es que yo sí te quiero, aunque no te
merezca.
Miré hacia arriba y noté el muro derrumbarse encima de mí. Me hice
tan pequeño, tan minúsculo. Ella lo dijo, dijo algo que yo sabía en voz alta.
Ella fue capaz de decirlo y yo no.
—Blair, vuelve a tu casa, por favor. No puedes… Joder, no puedes
beber.
Tardó un poco en responder.
—Me siento bien —contestó bajando la voz, intentando mantenerla
firme.
—Sabes que no, sabes que tu cuerpo… Joder, espero que no te hayas
metido nada, no puedes pasar ese límite.
—¿Límite? ¿Cuál es el puto límite? Deja de preocuparte por mí.
Y ahí fue cuando exploté. Fue cuando esa brecha que salió hace
tiempo me miró y me susurró que no se iba a recomponer.
—¿Que deje qué? ¿Tú te escuchas, Blair? ¿Ves normal todo lo que
haces? Me llamas, me despiertas, vas hasta arriba de alcohol, y encima
esperas que no me preocupe por ti. ¡Vas a acabar conmigo, maldita sea! —
grité. Grité tan alto que me quedé sin aliento. Me llevé la mano al pecho,
esperando volver a respirar con normalidad. Tenía que dejar de permitir que
Blair me produjera esa angustia, esa preocupación. No podía vivir así.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
No respondí.
—¿Por qué sigues ahí, Archie? ¿Por qué me sigues queriendo?
Apreté los párpados con fuerza y una lágrima resbaló por mi mejilla.
Apoyé la espalda en la pared y me dejé caer. A veces nos rompemos en
silencio. No hace falta que suene en voz alta. No hace falta sangrar para
localizar las heridas, porque las que no se ven son las que más duelen. Y
son las que más cuestan curar. Todo el mundo sabe escucharse a uno
mismo, y todo el mundo conoce el momento exacto en el que escucha esa
rotura en su interior. Todo se viene abajo. Todo deja de tener color. Todo
deja de tener sentido.
El amor te destroza, te envenena. Maldita sea, ella tenía razón. ¿Por
qué seguía queriéndola? Siempre había querido arreglar y arreglar algo que
estaba roto hacía mucho tiempo.
—Esto tiene que acabarse.
Colgué la llamada y no pude volver a dormir en toda la noche. Desde
aquel momento, nunca volveríamos a ser todo lo que algún día fuimos.
Desde aquel momento, la lluvia dejó de cantar nuestros nombres juntos.

—BLAIR—
Intenté contactar con Archie varios días seguidos, pero nada. Llamé a
Henry, a Maya, a Mark. A todos. Y todos me dijeron que no sabían nada de
él, que probablemente estuviese trabajando.
No recordaba nada de aquella noche. Bueno, sí. Recordé muchas
cosas, pero no de la conversación que tuve con Archie. Siempre he odiado
esas lagunas oscuras en las que sabes que has vivido, respirado, hablado,
caminado, pero solo recuerdas un hueco vacío. Me prometí a mí misma que
no volvería a pasar, que no volvería a tocarlo de nuevo. Abrazar a un
antiguo espíritu había sido extraño, pero lo había reconocido en cuanto
había posado sus venenosas manos sobre mis hombros. Se me erizaba el
cuerpo solo de pensar cómo me sentí en ese momento. Estaba tan rota, tan
triste que aquello había hecho que me olvidase de todas esas sensaciones
negativas. Había sido una gran noche, la verdad es que hacía mucho tiempo
que no me lo pasaba tan bien y por eso tuve miedo de darme cuenta de ello.
También estaba Jay… y sus labios. Joder, había besado a otro chico.
Había… había fallado a Archie. Y eso sí que lo recordaba perfectamente.
Le dije a Mer que no hablásemos del tema y ella consiguió hacer que
no me sintiera tan mal.
—Blair, estas cosas pasan, ha sido un beso de nada. Un beso
insignificante de uno de los chicos más guapos del planeta, pero eso da
igual. Archie no se va a enterar, tú le quieres.
—Le he fallado, le he engañado.
—No lo volverás a hacer a menos que tú quieras. Y tú no quieres,
¿verdad?
Asentí con las manos cubriéndome el rostro. Me sentí sucia, cruel,
mala.
—¿Qué hago? No quiero decírselo, ha sido un error. No quiero hacerle
más daño, Mer.
—Cálmate, cielo. —Se sentó a mi lado y me echó el pelo hacia un lado
—. No se lo vas a contar porque ha sido algo que no tiene importancia para
ti, ¿verdad? Olvídalo, Blair. Ha sido una estupidez, ibas colocada, no sabías
lo que hacías.
—Está bien. —Cogí aire e intenté tranquilizarme—. No ha pasado
nada.
—Exacto, no ha pasado nada.
Volví a notar mi cuerpo funcionando con normalidad. Me relajé, me
autoconvencí una y otra vez de que no había sido nada porque en parte ese
beso no había sido nada para mí.
—Todo sigue como siempre, repite conmigo.
—Todo sigue como siempre —repetí.
Ahora solo tenía que arreglar el hecho de que había llamado a Archie
colocada. ¿En qué jodido momento se me ocurrió hacer algo así? ¿Qué me
estaba pasando? La estaba cagando, rompiendo con todo, destrozando las
oportunidades que me quedaban, nuestro futuro, nuestro amor.

]
Maya me llamó para asegurarse de que estuviera preparada para la
entrevista que me iban a hacer. Había captado la atención del país, estaba en
el foco. La gente empezó a detenerme por la calle, a querer hacerse alguna
foto conmigo y a preguntarme cosas. Y todo por aquellas fotos con
neopreno rosa junto a Jay Moore.
Los paparazis adivinaron los sitios por donde solía moverme. La
cafetería donde solía pedir café, el paseo donde salía a caminar, las tiendas
que frecuentaba con Mer, los barrios de Los Ángeles que estaba empezando
a conocer y, por supuesto, The idol. Poco quedaba de toda la libertad que
tenía en Santa Mónica cuando llegué.
No me molestaba, pero a veces me ponía nerviosa que intentaran
entrometerse en mi vida. Sobre todo en mi vida amorosa. No soy nadie
especial, quería decirles.
Empecé a ver mi cara en canales de noticias de gente famosa, en
revistas de prensa rosa, tabloides… Todo el mundo se preguntaba quién era,
de dónde venía y a dónde aspiraba a llegar.
Maya me había dicho que era hora de conceder una entrevista para que
la gente me conociera de forma más cercana, que supieran cómo hablaba,
qué pensaba, si era extrovertida y simpática o reservada.
El problema es que yo nunca he sido una cosa en concreto.
Ni siquiera por aquel entonces.
No me entusiasmaba la idea de una entrevista. En realidad, me aterraba
que me preguntasen sobre mi pasado, quién había sido, quién era.
¿Quién era?
Accedí porque Maya se puso muy pesada y me dijo que sería
beneficioso para mi trabajo, y por todo lo que estaba por llegar. Accedí y
tampoco fue tan mal.
—Buenas tardes, Blair.
—Buenas tardes —dije con educación, sentándome recta en un plató
de televisión. Era enorme. O es que me di cuenta en ese momento de lo
grande que me venía todo aquello. Yo solo era una chica de Glasgow que
creció en las calles de Edimburgo… Una chica que no había tenido nada de
especial. Me costaba creer que había gente interesada por mí y por mi vida.
—¡Vaya, no puedo creer que tenga ante mí el nuevo fenómeno que lo
ha petado en esa portada junto a Jay Moore! —La presentadora era una
joven Naomi Weller, que en un par de años lograría una de las mejores
carreras como periodista.
—Gracias. —Intenté sonreír.
—¿Esperabas que funcionase tan bien ese reportaje?
—Lo cierto es que no. —Me encogí de hombros—. Fue una propuesta
que nunca esperé.
—Cuéntanos cómo empezó todo. Eres una chica con raíces escocesas.
—Nací en Glasgow, pero he estado casi toda mi vida en Edimburgo.
—Es una ciudad preciosa, ¿desde pequeña quisiste ser modelo?
Negué con la cabeza.
—La vida se trata de experimentar cosas nuevas, divertirse. Nunca me
vi como modelo, ni trabajando en ello. No me identifico con un único rol.
Me gusta serlo todo y a la vez nada. Llegué a un punto de mi vida en el que
estaba perdida y la oportunidad me abrió las puertas a lo que estoy
construyendo ahora —dije del tirón. Maya quería sinceridad, una buena
dosis de la gran verdad de mi vida, y eso era lo que le estaba ofreciendo a la
gente.
—¿Cómo fue entonces?
—Mi amiga Maya me convenció para presentarme a un casting. Para
mí fue un desastre, nunca había hecho algo que tuviera que ver con ello,
aunque la verdad es que me lo pasé muy bien.
—Eso es lo primordial, pasárselo bien en el trabajo. ¿A qué te
dedicabas antes del mundo del modelaje?
—Fui bailarina.
—¡Anda! ¡Eso es algo precioso! ¿Crees que tu vida ha dado un giro
inesperado?
—Pienso que cada una de las vidas dan giros inesperados. No siempre
a lo grande, no siempre mostrándoselo al resto del mundo.
—Eres una chica inteligente.
Me reí.
—Soy sincera.
—Bueno, ahora háblanos de tu estilo. ¿Cómo lo defines?
—Siempre he sido un desastre. —Reí—. De pequeña no teníamos
mucho dinero, así que no ocupaba mi mente deseando verme con el vestido
más bonito de todos. No soy esa clase de chica.
—¿Y ahora?
—Creo que no tengo un estilo definido del todo. Me gustan varias
cosas, no me gusta centrarme en algo en concreto. Me gusta verme cómoda,
sofisticada, me da igual que cualquier prenda se ponga de moda si no me
siento identificada con ella.
—Con eso nos quieres decir que no crees mucho en las tendencias.
—Pienso que cada uno crea su propia moda, su propia tendencia en el
momento en que quiera.
—¿Qué es lo que crees que la gente espera de ti?
—Sinceramente, no lo sé. Tampoco me importa mucho, la verdad.
Quiero pasármelo bien, disfrutar de mi trabajo, hacer cosas nuevas, conocer
gente, visitar lugares.
—Eres una chica con mucha personalidad y desde luego que te estás
convirtiendo en alguien que promete mucho en un futuro. ¿Qué planes
tienes?
Me humedecí los labios. Hasta ahora no había preguntado nada fuera
de lo normal. Y la preguntaba que acababa de formularme tampoco lo era.
Sin embargo, me detuve en seco. ¿Qué planes tenía? Se suponía que
volvería a Edimburgo con Archie, se suponía que aquello solo serían un par
de meses para descubrir, trabajar, vivir, conocer.
No quería irme. No quería detener todo lo que estaba consiguiendo. En
esos meses había conocido más sabores que en toda mi vida, había visto
atardeceres rosados que jamás había visto, había conocido tantísima gente
que no recordaba la mayoría de sus caras.
Suspiré. Y alcé la cabeza.
—Mi único plan es ser esa estrella que se puede ver en mitad de una
tormenta. Que la pueda ver otra persona y yo. El resto me da igual.
Naomi esbozó una sonrisa triunfante. Una que decía: «te he pillado,
estás enamorada».
—Vaya, vaya. Tenemos una chica valiente, fuerte y con carácter. ¿De
quién se trata esa persona especial?
Sonreí con los dientes apretados.
—No hablo de mi vida sentimental, lo siento. Pero esa persona sabe
quién es perfectamente.
—Conque el corazón de nuestra escocesa favorita está robado por
alguien. ¿Tendrá algo que ver con esos rumores con Jay Moore? ¿O un
amor en su lugar de origen? Lo que sí sabemos es que Blair es una chica
transparente, con carácter y llena de misterios que dará mucho que hablar.
Y tanto que sí.

—ARCHIE—
Quedé con Lucy en una cafetería para hablar sobre su proyecto. No voy a
mentir, estaba muerto de los nervios cuando supe que iba a quedar con Lucy
Rose para hablar sobre música. Quedamos en un lugar pequeño, poco
conocido, y la esperé en la mesa más alejada de una cafetería. Tardó un
poco más de lo previsto en llegar y pronto comprendí que Lucy llegaba
siempre tarde a los sitios. Pedí un café caliente mientras tanto y empecé a
cuestionarme cómo narices había acabado en esa situación.
¿Por qué yo?
Se había fijado en mí. Una chica como ella, una chica de su categoría
se había fijado en… mi música. Tardé en procesarlo, aunque en realidad
llevaba un par de días dándole vueltas. Cuando terminé el café, coloqué la
taza boca abajo, una manía que siempre he tenido, y volví a dirigir la
mirada hacia la entrada de la cafetería como llevaba haciendo cada veinte
segundos. Tomé aire, jugueteé con la servilleta, pero no me permití pensar
en Blair.
Hasta que llegó. Una chica menuda, con pantalones cortos y una
sudadera oscura con una capucha que cubría su llamativo pelo.
Unos increíbles y sonrientes ojos grises me saludaron primero con las
cejas arqueadas.
—Por favor, perdóname por el retraso. He venido en coche yo sola y
soy pésima aparcando —se disculpó. No sé por qué, pero me levanté y le
aparté la silla con educación para que se sentara.
—Oh, no hacía falta. Muchas gracias de verdad. Eres talentoso y
educado. ¿Qué más puedo pedir? —Se bajó la capucha hacia atrás y pude
ver sus famosas mechas rosas.
Volví a sentarme y tenerla tan cerca me produjo un matojo de nervios.
¿Cuántas veces había escuchado su nombre en la radio? Su voz en cada
medio, su silueta en portadas, sus canciones, sus melodías. Era buena, muy
buena.
—Muchas gracias por quedar conmigo.
—No las des, el otro día… No sé muy bien qué pasó, pero me
atrapaste de alguna forma inexplicable. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando
ahí?
—Más de lo que me gustaría, aunque no me puedo quejar.
—¿Qué planes tienes? —preguntó, y me detuve para pensar una buena
respuesta.
Pero no la tenía, salvo más allá de la realidad.
—Siempre he querido ser pianista.
Lucy sonrió y el camarero se acercó, preguntándole qué quería tomar.
—Un café, por favor —respondió con educación. No temió que la
reconociera. Creo que ya estaba acostumbrada a eso.
—¿Qué se siente? —me atreví a preguntar, bajando un poco el tono de
voz.
—¿Qué se siente con qué?
—Al triunfar.
Lucy se rio con dulzura y dirigió su mirada a mis manos inquietas.
—Sientes que lo tienes todo y a la vez nada.
Abrí los ojos, adoptando una expresión de sorpresa.
—Quiero trabajar contigo, Archie. —Se inclinó hacia mí. El aroma de
su perfume invadió mi olfato. Olía suave, como una flor delicada—. Estoy
preparando el nuevo disco, que tiene previsto salir el año que viene. Quiero
algo delicado, más personal, y tú… Cuando te escuché la otra noche sentí
que estabas tocando para alguien especial, alguien concreto, tanto que por
un momento se coló bajo mi piel y me hizo partícipe de ese sentimiento.
Me quedé absorto, sin pestañear. No podía creer lo que aquella chica
me estaba diciendo. Esa chica cuya voz sonaba en todas las radios del país.
—Quiero que trabajemos juntos. —Clavó su mirada grisácea sobre la
mía. Tenía unos ojos grandes y unas pestañas tan largas que con gafas
chocaría con el cristal—. Quisiera que formaras parte de mi próximo disco,
Archie.
«¿De verdad?», quise responder.
—Por supuesto —acabé diciendo con seguridad. Porque acababa de
comenzar el próximo capítulo de mi vida, el que tanto andaba esperando.
Quizás fue el destino el que quiso que Lucy Rose se fijase en un
desconocido tocando el piano en la ciudad de Edimburgo a mediados de los
noventa.
Había tardado, había sido desesperante, devastador, agotador. Pero
algo dentro de mí siempre supo que algún día tendría mi lugar.
Lucy y yo nos quedamos toda la tarde charlando de música, estilos,
ideas que tenía en mente para el disco, melodías… Siempre llevaba consigo
una libreta donde escribía canciones y letras sueltas para después darles
forma en el estudio.
—Aún no me has dicho por qué estás en la ciudad.
—Algo me trajo hasta aquí. —Se encogió de hombros con inocencia y
sonreí tan felizmente que por un momento todo lo demás desapareció y solo
podía ver el reflejo de mi sonrisa en los cristalinos ojos de Lucy.
—Gracias.
—Te las daré yo, créeme.
Lucy y yo acordamos muchas cosas aquella tarde. Quién me lo iba a
decir. Todo eso supondría dos cosas: la primera, tendría que dejar el trabajo,
los dos; la segunda, tendría que mudarme temporalmente a Londres.
Blair no estaba. Y, si ella no estaba, nada me ataba a la ciudad que me
vio crecer. Mi querida Edimburgo, pensé. Blair y yo habíamos ido dejando
rastro de nuestro amor en cada esquina y calle de la ciudad y por eso sentía
que tenía que alejarme. Me iba a venir bien, lo necesitaba. Cambiar de aires,
comenzar un nuevo proyecto, el proyecto de mi vida, el comienzo de todo
lo que vendría después. Muchos se preguntarán cómo llegué hasta donde
llegaría años después, y por eso te estoy contando esta historia.
Quise llamarla. Y contárselo. Pero me obligué a no hacerlo.
Porque sabía que en cuanto escucharía su voz sería para comprobar
que seguía tan enamorado de ella como siempre o para terminar con lo que
teníamos.
Y ambas cosas me asustaban.

]
Fui al conservatorio y hablé con la directora Alana para comentarle mi
dimisión. Fui a The Aurora y quedamos en que ese sábado sería mi última
noche en aquel local, donde posteriormente pondrían una placa en la que
decía que Archie Bell fue descubierto por la cantante londinense Lucy
Rose.
Todavía algunos se preguntan si es verdad o una leyenda.
También fui a hablar con mis padres.
—Me marcho a Londres —les dije frente a ellos. Jake también estaba
—. Ahora comienza mi sueño. Ese por el que no quisisteis apostar un día,
cuando no tenía nada. —Cogí aire—. Y os aseguro que lo conseguiré todo.

]
Mientras cenaba, escuché su nombre en la televisión. Mi cuerpo se detuvo.
El hambre desapareció. Apreté los dientes con fuerza. Dejé los cubiertos a
cada lado del plato. Y suspiré y suspiré.
—Llegada de Edimburgo, el nombre de esta joven escocesa de
veinticuatro años no deja de resonar en la boca de todo el mundo tras esa
sesión con el modelo Jay Moore. La química que hay entre los dos posando
para la marca ha llamado la atención de todo el mundo esta temporada.
¿Tendrán la misma química en la vida real? Se les ha visto juntos por Santa
Mónica, lugar de residencia de la rubia con piernas despampanantes. Hemos
intentado hablar con ella, pero es bastante cuidadosa con su vida personal.
¿En qué será lo próximo que trabaje? ¿La veremos en las pasarelas? ¿O
centrará su carrera fuera de ellas? Se llama Blair y es la nueva sensación
californiana.
El reportaje terminó con fotos de Blair de trabajos que estaba
haciendo, fotos de paparazis mientras caminaba por la calle con pantalones
cortos o saliendo de fiesta con esa amiga de la que en realidad no sabía
nada.
«La nueva sensación californiana».
Intenté centrar mi atención en ella. Pero ¿quién era? ¿Quién es Blair?
¿Dónde está la chica que conocí entre melodías y bajo la lluvia? Me llevé la
mano al pecho sintiendo un hueco vacío. Un hueco hondo que algún día
había estado desbordado de amor y del que no quedaba nada… Tragué
saliva y prometí no derrumbarme porque podría… Joder, podría haberle
pegado puñetazos al suelo y a las paredes chillando su nombre una y otra
vez. Gritando hasta que no quedase una gota de lluvia, hasta que allá donde
estuviera escuchase cómo se estaba rompiendo mi corazón en tantos
pedazos que llevaban grabados su puñetero nombre.
—ARCHIE—
A veces creemos que tenemos que luchar para sentir que al menos lo hemos
intentado. Pero a veces uno lucha sin saberlo. Aguantando. Viviendo. O,
más bien, sobreviviendo.
Hice todo lo que pude por salvarnos. Por alejarnos de las garras de lo
desconocido e imprevisible. Pero nosotros siempre fuimos unas piezas más
en el juego de lo pasajero.
La quería, la quería con toda mi alma. Y eso me destrozaba. Todo el
amor que sentía por ella consumía cada célula de mi cuerpo.
Pero nada era suficiente. Y yo era incapaz de dejarla. Por eso
necesitaba que ella lo hiciera por mí. Por los dos. Joder, en las películas es
tan fácil dejar ir, apartarse, alejarse como si no perdieras un trozo de ti,
como si no te doliese tanto el alma por fuera y por dentro que temes hasta
dejar de respirar.
Blair había excavado dentro de mí. Se había colado entre mis huesos.
Se había mezclado conmigo. ¿Cómo una simple persona puede hacer tal
cosa? ¿Había sido algo que yo había permitido? Porque si hubiera sabido
las consecuencias… Si lo hubiese sabido…
No sé si hubiese rezado al cielo para que se pusiera a llover.

—BLAIR—
No sé cuánto tiempo estuve vomitando en el baño. Tampoco las veces que
traté de verme bien en el espejo, autoconvenciéndome de que no estaba
colocada ni borracha.
Tomé aire una vez más y pasé las manos temblorosas por mi rostro
demacrado. «Necesito una pastilla», pensé. Mi cuerpo se quedó rígido,
como si estuviera luchando contra mi mente y mis pensamientos. En cuatro
pasos podría agacharme a la mesa del salón y esnifar lo que hubiese. En
cuatro malditos pasos.
Pestañeé lentamente mientras sentía la boca seca y los labios se me
secaban conforme el aire pasaba por ellos. Empecé a ver borroso y me
tambaleé hacia un lado. Un segundo. Dos segundos. Tres segundos.
Escuche los latidos de mi pecho en mi cabeza, resonando como si estuviera
hueca, como si no hubiese nada dentro. Me temblaba el cuerpo y a la vez
estaba sudando. Perdí el equilibrio y observé a Mer frente a mí, articulando
con la boca con rapidez y arqueando las cejas con preocupación. No la
escuchaba. Apenas la veía con claridad. Sus manos acudieron a mis axilas y
sentí que me teletransportaba por el aire. Cerré los ojos y al momento, creo
yo, una luz amarilla, sí, era amarilla, se apoderó de mi vista.
Después, perdí completamente el sentido.

]
Los focos de la discoteca se posaron sobre mí. O puede que fuera tan
borracha que yo misma lo imaginase. Fue una noche más en The Idol, un
colocón más, una decepción más. Los labios de Jay aterrizaron una vez más
sobre los míos. Era salvaje, rápido, brusco, pero sabía dulce. Nuestras
lenguas jugaron durante unos minutos mientras apoyaba la espalda en una
esquina de la discoteca y Jay intentaba meterme mano por la falda.
Abrí los ojos de golpe, y entonces lo empujé hacia atrás con crueldad.
Jay arrugó la expresión y miró a su alrededor, preocupado.
—¿Qué cojones te pasa?
Me quedé quieta, con la boca entreabierta, saboreando el rastro que el
alcohol había dejado en mis labios. Contemplé a Jay con los ojos bien
abiertos, sin pestañear, tanto tiempo que me escocieron y las lágrimas
comenzaron a derramarse por mis mejillas.
—Joder, ven aquí. —Se aproximó a mí, entrelazó su mano con la mía
y salimos por la puerta vip, donde apenas había gente. Normal, debían de
ser casi las seis de la mañana, aunque dentro estuviese lleno de gente.
Empecé a hiperventilar y noté que me estaba ahogando.
—Blair… —Enmarcó con sus manos ambos lados de mis mejillas—.
Blair, respira.
Jay me secó la cara con cuidado. Nunca he sabido definir nuestra
relación, lo bien y mal que nos llevábamos, lo insoportables que éramos con
el otro. Aunque, si le preguntas a él, dirá que yo lo era más. Yo odiaba a Jay
Moore. Lo odiaba porque sacaba lo peor y lo mejor de mí; me irritaba, pero
a la vez me incitaba a besarle. Nos liábamos cuando queríamos, casi
siempre de fiesta. Cuando nos veíamos, siempre decíamos que seríamos la
última persona en besar en el mundo, y terminábamos aterrizando en el
mismo colocón y en los mismos labios. Aún no habíamos pasado la raya de
acostarnos. No podía, a pesar de que no supiera nada de Archie en semanas.
No me gustaba hablar con nadie de Archie, ni siquiera con Mer, pero con
Jay sí. Nunca supe por qué, teníamos una relación extraña.
Sin saber nada de él, cansada de llamar sin obtener respuesta y esperar
y esperar, en noches como esa cerraba los ojos y me gustaba imaginar que
el chico al que estaba besando era él. Jay me mataría si escuchase esto, pero
creo que siempre lo supo. Jay era Jay, un diamante misterioso que brillaba
demasiado y que hacía que olvidase todo lo torcido de mi vida. Pero Archie
siempre fue Archie, la línea recta, mi lluvia, toda la ternura del mundo, la
música tranquila, la delicadeza del amor, la única persona de la que podría
estar enamorada.
Jay respiró profundamente conmigo hasta que conseguí mantener las
constantes. Al día siguiente trabajaba, así que me levantaría y vomitaría
todo lo que me había metido, volvería a ingerir una raya o dos para
espabilarme, volvería a no saber nada de Archie…
—Le echo de menos —dije, y los brazos de Jay me envolvieron.
—No me gusta verte así; tú no eres una persona triste, y cuando
piensas en él lo estás. ¿Merece la pena, Blair?
Di un paso hacia atrás, atónita por lo que acababa de decir y por la
razón que tenía. Pensar en Archie me recordaba a todas las cosas malas que
estaba haciendo, todo lo que se me había ido de las manos, todo lo que me
prometí que nunca, jamás haría. Si él estuviera ahí, me hubiese detenido, o
lo mismo no hubiese saltado al vacío con la misma venda que llevé años
atrás cegando mis ojos ámbares. Pensar en Archie era sentir que se me
encogía el maldito estómago y dejar de respirar y de pensar con claridad. Él
siempre ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, a una chica tan
desastre como yo, tan desordenada. He perdido muchas personas a lo largo
de mi vida mostrándoles versiones distintas de mí misma y muchas veces
me pregunto si, de haberme conocido mejor, quizás hubiese tenido razones
para hacer que se quedaran a mi lado.

]
Las semanas se basaban en trabajar horas por un tubo, cansarme, esnifar
para mantener el ritmo, esquivar paparazis, salir de jueves a domingo y
dormir poco. Siempre lo diré: estaba viviendo una época desenfrenada, más
peligrosa aún que la que había vivido cuando caí en la drogadicción con
dieciséis años.
Dejé de hablar con Henry, con Maya, con Mark y todos cuando vi que
Archie no respondía mis llamadas. A menudo llegaba a casa de madrugada
y tenía llamadas perdidas de todos, menos de él. Y pasaba de hablar con
alguien que no fuera Archie.
Entré en un bucle. Un bucle oscuro y, a la vez, demasiado brillante y
cegador. Perdí el control de mi vida, de lo que hacía, de lo que decía. Las
portadas llevaban mi nombre con algún titular loco, pero después salía a
brillar con alguna campaña que revolucionaba la industria de la moda, como
esa portada para Cosmopolitan con la famosa minifalda rosa chillón
levantando el capó de un coche en medio de una carretera de Las Vegas.
Fue una experiencia increíble. Mi carrera tomó una carrerilla inesperada
para muchos, pero ahí estaba, de camino al cielo de las estrellas brillantes.
Esa portada fue un antes y un después en mi carrera, todo el mundo lo
sabe. Pasé de ser la chica de Santa Mónica que posó con Jay Moore a ser la
chica de la minifalda rosa que miraba por encima del hombro intensamente
hacia el objetivo de la cámara. Muchos decían que formaría parte de la
nueva generación de supermodelos, yo me reía ante ese tipo de
comentarios.
Lenny me dijo de mudarme a Los Ángeles y yo rechacé su oferta. Sí,
podría haberme mudado a una casa enorme para mí sola con todo el dinero
que estaba ganando, pero no me daba la gana. Me gustaba estar con Mer en
nuestro pisito de Santa Mónica, lugar que me había robado el corazón. No
cambiaría por nada en el mundo nuestra compañía, nuestras fiestas, nuestro
espacio. Jay también vivía en Santa Mónica, y algo de mí tampoco quería
alejarse de él y de la facilidad que teníamos para quedar y hacer planes, que
empezaba rechazando y acababa por aceptar.
Poco a poco fueron invitándome a más eventos con celebridades con
mayor renombre, a fiestas privadas como aquella de Will Smith en la que
conocí a todo el jodido cast de Friends. Invitaba a Mer siempre para que
fuera conmigo y le fastidiaba que la conocieran por mí y no por su trabajo,
que estaba cada vez más estancado. No lo decía, a pesar de ser una chica
que escupía cualquier cosa que pensaba, pero mi única forma de
compensarlo era compartir con mi mejor amiga el éxito, uno que ella y
cualquier otra persona que se deja la piel en conseguir algo también
merecía.
Habíamos tenido millones de conversaciones sobre las rayadas de Mer
y su trabajo, dudas sobre su talento, sobre su aspecto. Lo que no sabía era
que estar pegada a mí iba a ser un punto a favor no muy a la larga.
Todo el mundo quería saber cosas de mí, más aún que antes. Estaba en
el foco de las celebridades, de los cotilleos. Para Navidad hice una campaña
para Calvin Klein con el cantante George Quinn y, joder…, aquello sí que
fue de otro mundo. Aproveché cada jodido minuto de gloria; o eso pensaba,
porque al final siempre fui una chica que no valoraba lo que tenía.
Todo se hacía cada vez más y más grande: el dinero, el trabajo, las
amistades, la fama, la droga. A veces era asfixiante el ritmo de vida que
llevaba y tenía que parar unos días porque dormía una media de cuatro
horas diarias. La droga hacía su función, el efecto de mantenerme ocupada,
de no poder dejar la mente en blanco, de no pensar en lo cansada que estaba
por las noches mientras bailaba con extraños, de no pararme a medir el daño
que me estaba haciendo por dentro.
A él lo estaba perdiendo. Hasta aquel día.
Ese día… ese día creo que fue cuando me di cuenta de que hacía
tiempo que lo había perdido.
Y que ya no quedaban remedios ni oportunidades.

—ARCHIE—
Fue esa maldita llamada. Esa llamada que había temido desde el día que
supe dónde andaba metida. Fue la llamada que terminó con toda la
esperanza que llevaba guardada en mi cuerpo. La llamada que me partió el
corazón en cuatro, cinco y seis mil pedazos.
Jamás lo olvidaré.
El día que más calmado me sentía después de haber quedado con Lucy
en una sesión de inspiración y trabajo. No recuerdo qué día ni qué hora fue
cuando Maya me llamó, porque desde entonces he querido eliminar ese día
de mi recuerdo, pero pasó tan rápido, como una ola que se rompe en la
orilla, que me ahogó por completo.
—¿Sí? —descolgué la llamada con naturalidad.
—Ha pasado algo —pronunció Maya con la voz entrecortada.
Y entonces lo supe sin que dijese qué había ocurrido. Algo dentro de
mí lo sintió como un pellizco en el brazo o una picadura.
Era ella.
Había explotado. Estaba seguro de que algún día ocurriría, no sé por
qué, pero sabía que en algún punto, si Blair no paraba, iba a terminar por
matarse.

—BLAIR—
No sé por dónde empezar a contar esto, salvo que nunca me he arrepentido
tanto de algo en mi vida como de lo que ocurrió aquella vez y lo que les
hice pasar a las personas que me querían. Siempre decía lo mismo, siempre
me arrepentía. Cada día, cada hora que consumía, cada minuto colocada.
Y siempre recaía.
Siempre he sido débil. Una voz lo dijo en voz alta en mi cabeza
mientras estaba inconsciente, y es que tuve una sobredosis de anfetaminas
en nuestro apartamento de Santa Mónica. Gracias a Dios, no estaba sola.
Mer, Jay y un par de amigos habían venido a pasar el rato antes de salir por
la noche y todo se fue de las manos.
No recuerdo cómo fue, ni el minuto exacto, solo tengo el recuerdo de
ir al baño y estar triste. De pensar en él aun estando fumada y echarle tanto
de menos que escuchaba mi corazón crujir. Abrí el cajón de medicamentos
y sustancias que había al lado del espejo y lo revolví con la mente y el
corazón nublado.
Y todo se volvió blanco. Como aquella vez.
Recuerdo la sensación de no poder respirar, de que el ritmo cardíaco se
salía de mi pecho a la vez que se me caían las lágrimas y nadie podía
escucharme porque me quedé paralizada. Creo que fue cuando me caí al
suelo cuando mis amigos se percataron de que algo me había pasado. Y
voilá. Hubo un momento en el que pensé en él, en que aquello que estaba
pasando jamás me lo perdonaría y que acababa de romper ese hilo tan fino
que llevaba demasiado tiempo estirándose.
Pero yo seguía queriéndolo como el primer día con todo mi corazón.
Y entonces el caos volvió a abrazarme. Estuve inconsciente horas
hasta que me hospitalizaron, mis abogados pagaron un pastizal para que la
noticia no se filtrase y terminase con mi carrera a mi temprana edad y en el
momento más dorado. Solo mi pequeño círculo cercano de cinco personas
lo supieron. Incluido él.
Maya viajó hasta California y, cuando me desperté, ahí estaba ella,
mirándome como una desconocida, con pena. Y no pude evitar sentir asco y
vergüenza de mí misma.
—¿Qué has hecho, Blair? —fue lo primero que me dijo mientras me
acariciaba el pelo. Al final de la habitación y apoyada en la pared, Mer me
miraba con los ojos hinchados, ojeras amoratadas y la piel pálida. Parecía
un espectro. Daba miedo.
Lloré en silencio. Maya me abrazó y vi a Tom apoyado en la puerta.
De repente, el recuerdo de la noche en la que Archie me los presentó vino a
mí y volví a cerrar los ojos unos días más.

]
—¿Lo sabe?
Mi amiga asintió. Ya estaba en casa con atención médica las
veinticuatro horas. Suspiré y algo me azotó el estómago.
—¿Y Henry?
—También.
Me llevé las manos al pelo y me reincorporé por primera vez en días.
—Tienes que acabar con esto.
Las lágrimas me cubrieron el rostro de nuevo. Si me hubiese mirado al
espejo, no me hubiese reconocido.
—¿Qué dijo? El día que se enteró, ¿qué te dijo?
Maya se revolvió en el sillón que estaba al lado de mi cama.
—Se derrumbó, Blair —respondió—. Y corrió hacia el aeropuerto para
coger el primer avión para verte.
Alcé la vista. ¿En serio?
—¿Dónde está?
—Ni yo ni Tom le dejamos coger ese vuelo.
—¿Por qué? —Arrugué la frente.
—Porque casi te perdemos a ti y no nos podemos permitir perder a
nuestro amigo —dijo Tom apareciendo, con los brazos cruzados y la mirada
hacia el suelo.
—¿Y Henry?
La pareja se miró mutuamente.
—Henry…
—No ha sido capaz, ¿verdad? —adiviné. Maya negó con la cabeza.
Era una terrible persona, la peor.
Estuve un par de semanas vigilada y recuperándome. Nadie en el país
se había enterado de aquello. Maya se ocupó junto con Lenny de comunicar
que estaba enferma a los organizadores de las sesiones y eventos que tenía
previstos. Y, gracias a Dios, no pasó nada.
Intenté llamar a Archie, pero no recibí respuesta. Tom me dijo que
necesitaba tiempo y por sus miradas comprendí que ya no quedaba nada,
absolutamente nada de nosotros.

—ARCHIE—
Fue un momento breve, tal vez se trató de una milésima de segundo, pero
fue un instante demoledor en el que terminé de comprender que el amor no
puede con todo.
¿Por qué narices la gente romantiza algo que puede llegar a hacer tanto
daño?
Estuve un mes entero sin responder las llamadas de Blair, las mismas
que ella me había estado ignorando. Un puto mes. Treinta días sin saber
absolutamente nada de la chica que me había roto el corazón. Pero no podía
más. Simplemente, no podía seguir luchando contra una tormenta que me
había ahogado hacía mucho tiempo.

—BLAIR—
Me desperté un domingo por la mañana con una resaca del demonio y el
teléfono sonó. No me importó una mierda que sonase. Lo dejé, lo dejé…
Hasta que Mer apareció en mi habitación.
—Es él.
Me tiré encima de la cama y le arrebaté el teléfono enseguida con los
pelos de punta, la garganta temblando y una expresión de espanto y a la vez
ilusión.
—¿Archie? —pregunté con desesperación.
—Hola, nubecilla. —Escuché su voz tras la línea y me derrumbé.

]
Todo el mundo habla sobre esas personas que son su debilidad. Yo no tengo
esa persona, Archie nunca fue mi debilidad. Al contrario, él siempre ha sido
mi fortaleza. La persona con la que mejor me he sentido, con la que sabía
que podía volar tan alto como para llegar a Plutón y volver. Nunca he
entendido eso de tener debilidad por una persona y encima romantizar ese
hecho, pero sí eso de ver y sentir a alguien como el motor y la fuerza de tu
vida, de la esperanza, de la paz. Archie me daba todo eso, todo lo que nadie
nunca me había dado.
Y ahí había llegado de nuevo, toda esa avalancha de fortaleza vestida
de miedo e incertidumbre. Fue imposible no emocionarme al escuchar su
voz pegada a mi oreja como si estuviera ahí conmigo, aunque en realidad
estuviese a muchos kilómetros de distancia.
—¿Estás llorando? —preguntó, y se me hizo un nudo en la garganta.
—Te he echado de menos, Arch.
Silencio tras la línea. Lo imaginé sentado en el borde de la cama,
retorciéndose las manos, o en medio del salón moviéndose de un lado a
otro.
—Tenemos que hablar —dijo al final, y apreté los párpados con
fuerza.
—No lo hagas. —Apreté el teléfono en mi oreja con las dos manos—.
Por favor.
Escuché un suspiro.
—He intentado… Blair, he intentado desprenderme de ti, alejarte de
mis pensamientos, de mi mente, de mi vida, pero no puedo más.
La angustia y el miedo se me subió a la garganta.
—Por favor —supliqué de nuevo—. No quiero que me olvides, no
quiero que me dejes, podemos arreglarlo. Archie, por favor, déjame
arreglarlo —respondí como si acaso hubiese cambiado desde la última vez,
como si hubiese dejado de consumir y de seguir matándome aun habiendo
estado a punto de hacerlo. Era tan difícil, estaba tan consumida.
Archie tardó en responder. Aún no podía creer que estuviera hablando
con él.
—Cierra los ojos.
—¿Qué? No estoy entendiendo nada.
—Hazme caso, por favor, cierra los ojos.
Lo hice. Con el corazón dando vuelcos dentro de mi pecho.
—Piensa en nosotros, Blair.
La barbilla me tembló cuando pronunció mi nombre con una
delicadeza que siempre he amado con locura, lo echaba tanto de menos.
—Y pregúntate qué pasa cuando la persona que más quieres es la que
más daño te hace.
Abrí los ojos de golpe.
—Ciérralos, Blair —dijo como si me estuviera viendo.
—Archie, yo no…
—Piensa en el amor que sientes por mí, y ahora imagina que esa
sensación quema, quema mucho.
Escuché un gimoteo al otro lado de la línea.
—No me dejes, porfa —dije con la voz rompiéndose en pedazos.
—Blair… —sollozó. Lo imaginé negando con la cabeza, con los ojos
cristalinos como el agua del océano—. Ese es el problema, que no puedo
dejarte. No tengo esa fuerza, esa energía para plantarle cara a todo el
amor que siento por ti, ese amor que a la vez me consume.
—No digas eso. Yo te amo, Arch, tanto que duele. ¿Por qué no es
suficiente?
—Porque no, porque nada está bien.
—¿Por qué no?
—¡Maldita sea, Blair! ¿Es que no te das cuenta?
Aparté el teléfono de mi oreja. Me levanté y me deslicé hasta el suelo,
apoyando la espalda en la pared y encogiendo las piernas. Me hice un
ovillo, me hice pequeña.
—Porque no me quieres como merezco, porque no solo te estás
volviendo a destrozar a ti misma, sino que me estás llevando contigo al
mismo agujero.
—¿Agujero? Archie, yo estoy bien, solo quiero estar contigo. Llevo un
tiempo triste porque no estás en mi vida, por eso necesito recupe…
—Basta —dijo, con una firmeza que me sorprendió.
—¿Qué está pasando?
Archie tardó en contestar. Mis manos estaban temblorosas.
—Necesito que me dejes ir, tienes que dejarme dejarte ir. Necesito que
hagas eso por mí.
Fue esa frase. Ese conjunto de palabras. A veces consiste en un «no te
quiero», otras en un «te he fallado» o «ya no siento lo mismo». Para mí fue
una súplica para que fuese yo la que dejase a la persona que más quería.
—Te quiero.
—Blair, por favor. —Sonó serio—. Acabemos con esto.
Exploté. Me derrumbé no frente a él, pero sí a través de él. Mediante
ese pequeño hilo que siempre nos había mantenido unidos desde el primer
día que nos conocimos.
¿Dónde quedó nuestro amor? ¿A dónde se había ido?
—No creo que pueda hacerlo. —Negué con la cabeza, apoyando mi
mano en la frente.
—Sí que puedes, puedes hacer muchas cosas. Puedes matarte a ti
misma y también puedes dejarme, ¡maldita sea! —chilló. No lo reconocí—.
Tienes que hacerlo por mí.
Apoyé la cabeza en la pared. Tenía los ojos hinchados, la cara
empapada, el corazón destrozado. ¿Cómo podía pedirme algo así? ¿En qué
momento pensó que yo iba a poder hacer eso por él?
Aunque precisamente ahí estaba la cuestión; tenía que hacerlo por él y
no por mí. Olvidarme por un momento de lo que yo quería y prestar
atención a lo que él quería.
¿Qué debía hacer?
—Te amo con locura, Arch. Te amo tanto que por esa misma razón la
he cagado. Te amo de una forma que no amaré nunca a nadie más. ¿Sabes?
Ni siquiera sé si aún queda hueco para seguir luchando, pero… —Tuve que
coger aire y secarme la cara—. No quiero que me olvides, no quiero que lo
nuestro acabe olvidado y desterrado como una historia más.
—Necesito empezar de nuevo.
—¿Tan mal lo he hecho?
Escuché una larga respiración y aquello me hundió aún más.
—No, no lo has hecho mal, Blair —respondió arrastrando las palabras,
bajando el tono de voz. En Edimburgo debía de ser madrugada—. Te siento
en todas partes, aunque estés lejos de mí, te escucho. A veces creo verte por
la calle y luego despierto y veo que no es verdad, que todo forma parte de
una ilusión y que te desvaneces tan rápido como la arena. Necesito…
necesito estar tranquilo, poder sentirme tranquilo.
—Te prometo que cambiaré —insistí.
—No, yo no quiero que cambies. Eres una persona increíble, eres la
persona más divertida y alocada que conozco. No le temes a nada, pero
yo… No somos dos personas que puedan estar juntas. No de la mejor
forma, no sin que me sienta mal todo el tiempo.
—¿Por qué pintas nuestro amor como si fuera enfermizo?
—Porque a veces lo es.
—No es verdad.
—No para ti —respondió enseguida—. Eres una persona complicada,
te encierras en un mundo en el que ni siquiera yo he podido tener la
oportunidad de entrar. ¿Sabes? Desde que te fuiste he intentado pasar
página, pero me asusta tanto encontrar la siguiente tan blanca… Creo
que… Blair, necesito encontrar la forma de ser feliz queriendo a alguien
que me proporcione todo lo que yo necesito.
—Pero…
—Una persona que no me produzca dolor y preocupación al pensar en
ella. Alguien que sepa verme con los ojos abiertos.
Ese día, fue el primer día que me choqué con un muro de piedra. Pensé
que lo había hecho cuando falleció mi madre o cuando toqué fondo con las
drogas, pero no. Choqué el mismo día que alguien me dijo cómo se me veía
desde fuera, cómo era de verdad desde los ojos de la persona que mejor me
conocía. Tanto tiempo intentando conocerme, buscando las palabras exactas
para definirme que no fuera que lo era «todo» y «nada» a la vez. Y acabar
por darme cuenta de que el tipo de persona que era dañaba a la que más
quería.
Suspiré. El corazón funcionaba a un ritmo anormal y me dolía. Dolía
tanto, tanto.
—Te quiero, Arch, y no me cansaré de decírtelo. Dudo que pueda
querer a alguien como a ti; pero, si de verdad quieres que te deje ir,
entonces lo haré. En contra de mi voluntad, lo haré. Porque eres todo lo que
quiero en este mundo tan incierto y lo único que puedo darte a cambio de
todo es esto.
Nunca en mi vida había pronunciado unas palabras tan dolorosas.
Nunca había pasado por un sentimiento tan doloroso. Cuando mamá murió,
desapareció, dejó de estar, de respirar el mismo aire que yo, pero Archie…
¿Cómo iba a continuar sabiendo que él seguiría viviendo con normalidad?
—Gracias.
Escondí la cabeza entre mis rodillas y vi las lágrimas mojar el suelo
desnudo. Así me sentí en ese momento: desnuda. Sola. Nunca me ha
importado la soledad, había convivido con ella mucho tiempo, pero no
quería quedarme sin el trozo que Archie completaba en mí.
—Blair… —Mi nombre en su boca dolió, dolió mucho—. Blair, lo
siento.
—Adiós —respondí con frialdad, y corté la llamada.

—BLAIR—
Cuando te rompen el corazón pasas por distintas fases. El odio, la tristeza,
la rabia, la esperanza, el arrepentimiento, la calma…
Pero ¿qué pasa cuando te has obligado a romperte tu propio corazón?
¿Son las mismas fases?
«Nunca se lo perdonaré», pensé.
«Nunca me lo perdonaré», pensé después.

—ARCHIE—
«Mereces ese tipo de amor por el que peleas», me dijo una vez Henry.
Días después de mi conversación con Blair, fui a visitarlo y a hablar
con él. Se había convertido en todo un refugio para mí. Blair lo necesitó en
su momento, yo lo necesitaba en esa fase de mi vida.
—Y ¿qué es por lo que peleo?
—Por la tranquilidad, por la paz, por la reciprocidad —respondió,
dando un sorbo al café. Blair no tenía ni idea, pero Sheena estaba
embarazada y al año siguiente Henry se convertiría en el mejor padre—. A
veces nos convencemos de que el amor que tenemos es el que merecemos,
que se necesita luchar para salvarlo, que no se puede terminar. Pero hay
momentos, Archie, en los que te das cuenta de que no puedes más y que, tal
vez, desde el principio estaba establecido que no terminaseis juntos.
—Nunca pensé que Blair fuera una persona pasajera. Puede que para
muchos sí, pero no para mí.
—Algunas personas se van de nuestras vidas, pero nunca se van del
todo porque dejan algo en ti.
Alcé la vista hacia mi amigo. Estaba cansado, roto y pronto
comenzaría una nueva etapa en mi vida que cambiaría todo para siempre.
Pero creo que las personas a veces debemos tocar fondo para valorar
cuando no estamos sentados en el suelo. Me iría de Edimburgo, lejos de mi
familia, de mis padres, de mis amigos. Nunca había imaginado dejar la
ciudad, pero llegué a un punto en el que alejarme de todo lo que me
recordaba a ella era la mejor opción para sanar poco a poco.
¿Cómo se olvida a una persona? O mejor dicho, ¿cómo te puedes
desprender del amor que tienes hacia esa persona? Tenía la sensación de
que dejar de querer a Blair era volverme hueco, vacío. ¿Qué iba a hacer con
todo el amor que tenía dentro? ¿A dónde va a parar todo el amor que
tenemos dentro cuando no existe un receptor al otro lado?
Siempre he dicho que Blair ha sido lo mejor y lo peor que me ha
pasado, y creo que ahora entiendes un poco mejor a lo que me refería
cuando lo dije por primera vez. Ni siquiera supe cómo un chico como yo
pudo ser capaz de enamorarse de una chica tan diferente a él. A Blair le
gustaba divagar en su propio mundo, le gustaba ser ella, no estaba hecha
para cualquier persona. Y creo que tampoco para mí.
A veces idealizamos aquello a lo que el corazón apunta en un
momento determinado, ofrecemos oportunidades que nunca serán
suficientes y ojalá nos diéramos a nosotros mismos las mismas
oportunidades que les damos a los demás.
Henry apoyó su mano en mi hombro y apretó con fuerza.
—Todo saldrá bien. —Asintió con seguridad y lo creí—. Siempre he
pensado que sois almas gemelas, pero a veces las almas gemelas no están
juntas para siempre, a veces tan solo están destinadas a divagar por el
espacio anhelando todo lo que un día tuvieron. Hay amores que duran para
siempre, aunque terminen, Archie. Puede que el vuestro funcione de esa
forma.
Sabía que nuestro amor nunca iba a morir, aunque no se alimentara
todos los días. Porque nuestro amor se iba a quedar en nuestra canción, en
las paredes de mi apartamento, en el rastro de la piel del otro, en el
conservatorio de ballet donde nos conocimos y, por supuesto, en la lluvia;
esas partículas acuosas cayendo a trompicones sobre distintas superficies
mojadas como calles, tejados, océanos, prados. Allí estaríamos nosotros.
EDIMBURGO
1993
Caja de recuerdos de Blair
—Algún día me casaré contigo, Arch.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo sería nuestra boda?
Me quedo pensativa mirando hacia el paisaje del exterior. Archie y yo
vamos de camino a un pueblo pequeño del que no recuerdo el nombre, al
campo, a desconectar, y llevo la cámara instantánea entre mis manos. Hace
unos segundos me he puesto a fotografiarlo como si fuera un modelo y lo
más gracioso es que sale irresistiblemente guapo.
Aún pienso en su pregunta. Intento imaginarme cómo sería ese día en
el que sus manos y mis manos estarían entrelazadas para sellar algo que
sería para siempre.
—Un día lluvioso —digo, y me detengo a ver su reacción. Agranda los
ojos, fijos en la carretera, y dibuja una sonrisa que me muero por besar una
y otra vez—. Yo llevaría un vestido largo y pomposo, como si fuera una
princesa, y estaría todo el día preguntándome cómo sería el momento en
que me lo quitases.
Archie suelta una carcajada y me llevo un dedo a la boca, riéndome a
la vez que me sonrojo por mis ideas locas.
—Sería algo íntimo: solo tú, Henry, Sheena y yo. Sin familias, sin
amigos. Solo nuestro hermano Henry. —Me acabo quedando embobada
mirando hacia la carretera. Vamos por el campo y bajo la ventanilla hacia
abajo. Me quito el cinturón, y entonces asomo la cabeza hacia atrás. El
viento me choca, me acaricia, es una sensación de frescura.
—¡Estás loca, Blair! —chilla Archie. Y noto su mano en mis muslos,
temiendo que me caiga.
Cojo aire en mis pulmones y grito:
—¡Sí, quierooooooooo!
—¡Blair! —Le vuelvo a escuchar y escondo la cabeza de nuevo en el
coche. Noto mi pelo enredado, pero me da igual. El campo me gusta, no
hay nadie, solo tranquilidad y soledad—. Estás loca de remate.
Me acerco a él y le beso en la mejilla con fuerza. Intento explicarme a
mí misma lo mucho que quiero a la persona que está justo ahí, pero es
imposible; no existen palabras suficientes para describir lo que me hace
sentir.
—Te casarás con la chica más loca del mundo y yo me casaré con el
chico más guapo y talentoso del mundo.
Archie suelta una carcajada. Me encanta verlo de perfil. Nota que le
estoy mirando y me devuelve la mirada, junto con la sonrisa más bonita del
mundo. Se inclina hacia mí sin dejar de mirar la carretera y me besa
rápidamente en los labios.
—No quiero perderte nunca.
—Cuando quieres a alguien, haces que funcione, ¿recuerdas? Aunque
sea muy complicado, aunque nos odiemos y nos matemos, siempre nos
querremos y ese amor podrá con todo. Te lo prometo.
Parte 5
Septiembre
1995
—ARCHIE—
El segundo disco de Lucy salió a finales de julio. Fue la primera vez que
formaba parte de un proyecto grande, más grande de lo que imaginé. En
enero me mudé a Londres, después de dejarlo con Blair, y fue la mejor
decisión que tomé por aquel entonces.
Se dice que huir nunca es la mejor opción, que es de cobardes; yo
siempre he creído que es un acto para valientes. ¿Qué es huir? Puede
parecer fácil, pero no lo es. A veces tienes las razones en la punta de los
dedos y, aun así, eres incapaz de largarte, aunque quieras, aunque quieras
mucho. Por eso, cuando eres capaz de cogerlo todo y darte la vuelta para
dejar atrás todas esas razones dañinas, no eres cobarde. Ojalá lo hubiese
hecho antes o hubiese tenido más valentía para dejar atrás algo que quería
con locura, pero que no me hacía bien. Supongo que Lucy tuvo que
aterrizar en mi vida para darme ese último empujón.
Existen personas que aparecen en tu vida por una razón y creo que la
de Lucy fue para cogerme del brazo antes de caerme hacia delante.
Me mudé a un apartamento en el centro de Londres, cerca de la
productora donde trabajaba, cerca del equipo, cerca de Lucy. Desde que me
mudé, empecé a compartir mucho tiempo con ella. Desde las siete de la
mañana hasta la madrugada, nos pasamos los meses previos al disco
componiendo, escribiendo, formando nueva música. Yo siempre en el
piano, ella siempre a mi lado sentada en una banqueta con un lápiz entre sus
labios.
Conectamos desde el primer momento, desde aquella noche saliendo
del The Aurora, desde aquella tarde en esa cafetería, Lucy y yo encajamos
como dos broches que jamás lo hubiesen hecho si no hubiese sido obra del
destino o a saber qué. Nos entendíamos muy bien, trabajábamos bien juntos.
Lucy era atenta, amaba su trabajo, amaba la música tanto como yo, tenía
una voz increíble y un talento arrollador. Era pequeñita, la más menuda de
todos, pero con su forma de ser llenaba todos los huecos de una habitación
vacía. Se preocupaba por cada uno de los miembros de su equipo, para que
estuviéramos cómodos a la hora de trabajar, crear o grabar.
Me pareció muy curioso el proceso que hay detrás de un disco. Son
tantos meses previos… Tantas dudas, tantas mezclas, ideas, letras,
melodías. Hicimos muchas canciones antes de elegir las que irían en el
disco, esperando encontrar ese hilo conector que tratase de contar la historia
que Lucy quería gritar al mundo en quince canciones. Llamamos al disco
One day at a time, y más adelante todo el mundo sabría que era el mejor
álbum de Lucy hasta la fecha. Tenía un estilo comercial y a la vez íntimo.
Era un pop novedoso, por aquel entonces bastante arriesgado, con
pinceladas de la década pasada, y a mí me encantaba.
Estuve bastante nervioso el día de su lanzamiento. Lucy había hecho
una precampaña de publicidad por todos los medios y todo el país esperaba
impaciente el nuevo álbum. Juro que viví todo aquello como si fuera ella,
como si en esa icónica portada morada estuviera puesto mi nombre.
—Gracias por todo, chico escocés pianista que conocí una noche
mientras esperaba que la vida me sorprendiera —dijo pasando su brazo por
mi espalda, abrazándome.
—¿Lo hizo?
Ella me sonrió. Tenía una bonita forma de hacerlo. A veces arrugaba la
nariz y sus mofletes se ensanchaban de una forma muy adorable.
—Hizo mucho más de lo que un día pedí.
—Tú me encontraste.
—Tú estabas allí. —Me apretó con fuerza y temblé por dentro. Me
asusté enseguida y la aparté. A veces soñaba con ella y me asustaba, a veces
me acercaba tanto a ella que me ponía nervioso, a veces nos mirábamos con
tanta intensidad que me aterraba.
Tras terminar el disco, temí perder todo ese tiempo que Lucy y yo
compartíamos, la especie de burbuja que construimos. Eran muchas horas
las que pasamos juntos, conociéndonos, indagando en los sentimientos y
emociones del otro sin sentirnos vulnerables en ningún momento. Fue capa
por capa. Sin prisa. El tiempo pasó, y sin darnos cuenta había algo entre los
dos más allá de una amistad. No lo hablamos por aquel entonces, pero no
sé… Con ella era fácil abrirse, te escuchaba, y compartí todo el dolor que
tenía a causa de Blair.
Fue muy duro al principio. Fue como si dejase de existir o como si
nunca lo hubiese hecho. Traté de no pensar en todos esos recuerdos, en esas
pequeñas y microscópicas señales que me hacían volver a las calles de mi
ciudad y al olor de su pelo o al tacto de su piel. ¿Cómo puede producir tanto
dolor una persona? ¿Es el recuerdo? ¿Todo lo que solamente Blair y yo
vivimos? Ahora sé que los recuerdos que construyes con una sola persona
es una pieza tan tan íntima que asusta llegar a olvidar.
Nunca imaginé que sanar un corazón fuera algo tan jodidamente
difícil, y superar a una persona y pasar página. ¿En serio el amor es tan
fuerte cuando muchas veces lo catalogamos como algo tan frágil?
Si te preguntas si aún seguía queriéndola después de ese año, sí. Y
muchos y muchos más. Odiaba con todas mis fuerzas el dolor que me
permití sentir a causa suya y esa era mi fuente de alimentación para intentar
olvidar el amor que sentía hacia ella. Desde que la conocí supe que una
chica como ella no iba a ser fácil de olvidar, y no me equivocaba. Por eso
no trataba de olvidar a Blair, sino lo que sentía por ella. Son dos términos
muy distintos: uno en el que te olvidas de la persona en sí; el otro, en el que
te desprendes de lo que sientes por ella porque te consume. Y creo que de
eso se trata el amor de verdad. Cuando alguien se ha colado tan profundo y
ya no está, lo único que tienes que hacer para seguir avanzando en la vida es
enterrar todas esas mariposas que en algún momento sentiste y olvidar que
existieron para algún día, en el futuro, cuando ya nada duela, las saques a
volar de nuevo al exterior.
—¿Alguna vez te has enamorado? —le pregunté un día a Lucy.
—¿Lo dices por las letras de mis canciones?
Negué con la cabeza.
—Lo digo por la forma en la que vives.
Lucy soltó una carcajada y se acercó a mí. Estábamos en el estudio,
uno de los primeros meses de trabajo.
—¿Y eso qué significa?
—Siento que las personas que aprenden a amar y que han sido
capaces de reparar su corazón en algún punto de sus vidas brillan de una
forma distinta a los demás.
—Vaya, señor Bell. —Lució una sonrisa de lado—. Puede que tengas
razón y sea por eso, aunque cada persona brilla por unas circunstancias u
otras.
—Perdón, lo he dicho sin pensar. —Me levanté de la banqueta del
piano. Ya era bastante tarde. Recogí todo para marcharme porque estaba
cansado y empezando a delirar—. Ah, y escribes unas letras maravillosas.
Ojalá escribiera tan bonito como tú.
—Eso es porque me he enamorado en algún punto de mi vida. —Me
guiñó un ojo y me giré para salir de la sala del estudio—. Archie… —
pronunció con suavidad, y me detuve.
—¿Sí?
—¿Te quieres quedar un rato más a charlar?
Me lo pensé un momento. Al principio del todo, como en ese punto,
me sentía una persona rota y llena de incertidumbre, había aprendido a estar
solo, a pensar en silencio y a no compartir con nadie mis emociones. Pero
allí llegó ella y arrasó con todo.
A partir de ese día, lo hacíamos cada día.

]
Una noche en el estudio, sería por mayo, cerca de mi veintisiete
cumpleaños, Lucy y yo habíamos comprado una caja de cervezas y nos
emborrachamos.
Hacía mucho tiempo que no me reía de verdad, no después de Blair,
donde viví esos momentos en los que crees que el tiempo es un invento más
del ser humano.
Nunca pensé que volvería a poder hacerlo con otra persona.
—Por los corazones rotos —dijo sosteniendo el botellín en alto. No le
había hablado mucho sobre Blair, no me sentía cómodo hablando de algo
que trataba de olvidar, pero sabía en el punto en que me encontraba. Ese
punto intermedio en el que tratas de sanar y conciliarte con la vida y los
sentimientos.
—Y porque algún día se reparen —respondí, chocando contra ella.
—¿Te apetece bailar, Archie? —Se puso en pie tambaleándose y
riendo, me tuve que tapar la boca para que no me viera reírme. Parpadeé un
instante y, de repente, vi los pies de Lucy frente a mí. Alcé la cabeza y me
ofreció su mano.
«No quiero bailar», quise decir. Pero la cabeza me estaba dando
vueltas y Black de Pearl Jam empezó a sonar de fondo. Apreté con fuerza la
delicada mano de Lucy y me levanté.
—Me encanta esta canción. —Se situó en medio de la sala del estudio.
—Es una canción muy bonita. —Dejé el botellín de cerveza en una
esquina del suelo, dando antes el último trago, y pasé por su lado—. ¿Cómo
se baila esto?
—Ven, anda. —Se rio y me aproximé a ella. Me puse nervioso al
tenerla frente a mí tan cerca. La cabeza me daba vueltas, no sentía la planta
de los pies y veía un poco borroso. Me reí de mí mismo al darme cuenta de
mi estado.
Sin decir nada, alcé mi mano y pasé mis dedos por las mechas rosas de
su pelo. Le sacaba una cabeza y media de altura, pero eso no nos detuvo
para comenzar a bailar. Lucy se puso de puntillas y pasó sus brazos por
detrás de mi cuello, y yo rodeé su cintura con los míos. Arqueé las cejas al
sentir nuestra cercanía, al sentir su olor tan cerca de mi pecho. Cerré los
ojos y me dejé llevar por la canción.
En aquel punto, los dos sabíamos que había algo especial que no tenía
nombre. Como he dicho antes, no lo hablamos hasta tiempo más tarde. Pero
ese día, aunque fuera borracho y no pensase con claridad, sentí que había
olvidado un poquito más a Blair, aunque a la mañana siguiente continuase
echándola de menos, y que quizás sí estaba hecho para poder querer a otra
persona que no fuera ella.
—Sé que te da miedo, pero no cierres los ojos —pronunció con su voz
dulce—. Mírame, mírame bien y no pares de bailar.
Hice lo que me dijo. Me centré en sus facciones, en su pequeña nariz y
sus delgadas cejas, en sus ojos claros como los míos. Era preciosa. Era Lucy
Rose y se estaba enamorando de mí. Entrelazó sus manos con más cercanía,
rozando mi nuca, y sentí el calor de su piel sobre la mía. No quemaba. No
raspaba. Era suave, como una brisa fresca. Me obligué a no pensar en Blair
y en las emociones salvajes que me producía cada vez que nos rozábamos.
Sentí que se me erizaba la piel al notar los dedos de Lucy
acariciándome donde empezaba a crecerme el pelo. No dejé de mirarla, ni
siquiera pestañeé, aunque me muriera de miedo por dentro. Pero lo supe
justo en aquel momento. Y ella también. Podría quererla de muchas
maneras, pero nunca como a Blair.
Temblé. Y estaba seguro de que por fuera se podía ver la esencia de un
chico reconstruyéndose como podía.
Entonces esa mirada, la del miedo, la del vértigo y de la euforia, se
concentró en su rostro angelical luchando internamente por no querer caer
frente a un muro lleno de grietas.

—ARCHIE—
Aquel día era 21 de septiembre y Blair cumplía veinticinco años. Llovía en
Londres y todo se me vino encima. A veces sentía que la lluvia, en vez de
mojar, quemaba.

—BLAIR—
Después de Archie tuve la opción de parar, pero no lo hice. Me convencí de
que no existía ese después, ni el antes, ni el comienzo, ni el declive. Intenté,
más bien, por un momento convencerme de que nada de lo que había vivido
con Archie había existido, que no había una persona por ahí en el otro lado
del mundo recordando cómo eran mis besos cuando se ponía a llover.
Había días que eran horribles. No quería levantarme, todo se me hacía
cuesta arriba: trabajar se me hacía un mundo, comer era misión imposible, y
respirar a veces también. Me consumían mis pensamientos, mis «¿y si…?».
¿Y si lo hubiera hecho bien desde el principio? ¿Y si hubiera cambiado
cuando Archie me dio otra oportunidad? ¿Y si? ¿Y si? Me castigaba cada
vez que me ponía a pensar, por eso la mayor parte del tiempo intentaba
mantenerme ocupada trabajando para olvidar a Archie, saliendo y liándome
con otros chicos para olvidarme de Archie o colocándome para olvidar a
Archie.
Incluso tantos meses después, casi un año desde que me obligó a
dejarle, seguía estando. Nunca había imaginado lo tan difícil que es dejar ir
a una persona que no quieres que se vaya, claro que el problema estaba
justo en esa frase: que no quería que se fuera. Después de todo seguía
amándolo con locura.
Para Mer era agua pasada, para Jay también lo era porque nunca lo
mencionaba; ellos creían que ya lo había olvidado, pero no. Archie nunca se
fue de mi pensamiento.
«Si no sabes estar, vete», leí una vez. Eso mismo tendría que haber
hecho cuando Archie gritó a los cuatro vientos por primera vez que le hacía
daño estar conmigo.
Respecto a mi popularidad, todo el mundo sabe que para 1995 ya me
había convertido en un icono. Nadie pensaba que una chica como yo, a la
que le estaban pasando cosas increíbles, pudiese tener problemas, y menos
el hecho de no poder estar con la persona que quería. Todo el mundo me
repetía diariamente que podía tenerlo todo, a cualquier chico, cualquier
casa, hacerme amiga de quien quisiera, viajar donde me diera la gana,
contactar con la marca que me apeteciera. Llegaban cartas a diario al
apartamento sobre ofertas de trabajo y a veces ni las leía. Mer se encargaba
de abrirlas con emoción, como si fueran para ella, y se limitaba a quejarse
para que hiciese caso a lo que se me ofrecía.
—No me interesa.
—¿Bromeas? Es para un artículo de Vanity Fair. ¡Vanity Fair!
—No me apetece.
Había protagonizado mi primera portada Vogue aquel verano, con la
que me hice mundialmente conocida. Después de eso, todo se me quedaba
corto, además de que estaba pasando por una época un poco apática con el
trabajo y solo me apetecía salir para emborracharme y olvidar y olvidar.
Olvidar lo polémica que podía ser cada vez que ponía un pie fuera del
apartamento, ya que protagonizaba todos los titulares de la prensa rosa a la
mañana siguiente.
«Blair, saliendo de la discoteca de la mano de un chico misterioso».
«El famoso encuentro entre Blair y x, el que fue su ligue durante unas
semanas de verano». «La famosa modelo, captada en condiciones ebrias».
A aquellas alturas ya me había acostumbrado a muchas cosas. Entre
ellas a todos esos artículos hirientes que Mer leía a mis espaldas y tiraba a
la basura para que nos los viera.
Llevaba un año en Estados Unidos, un maldito año, y ya había
conseguido que todo el mundo conociera mi nombre y mi trabajo.
Pero ¿sabes qué? Nunca fui consciente de lo que tenía, ni de lo que era.
Tal vez Archie tenía razón y era una persona egoísta que valoraba poco las
cosas que tenía, ahora mismo yo también lo pienso, pero así era por aquel
entonces.
Puse de moda los labios rojos y los brazaletes en los brazos ese año.
Hasta años después me seguirían preguntando el porqué de los brazaletes.
¿Por qué no? La moda no hay que pensarla, es algo instantáneo. ¿Quieres
probar algo nuevo? ¿Por qué no hacerlo? La gente solía decir que era una
chica atrevida a la que no le importaba la opinión de los demás, y es
completamente verdad. Los primeros brazaletes que me puse y
fotografiaron unos paparazis los encontré por el apartamento una mañana
después de una fiesta que montamos en casa de Jay. Ni siquiera eran míos,
no tenía ni idea de a quién podrían pertenecer ni había recordado a alguien
con ellos puestos, pero me gustaron. Eran brillantes y, como me quedaban
grandes en las muñecas, me los subí hasta el brazo.
La moda va de actuar, no de pensar. Y acabé forjando una tendencia
que duraría hasta el final del año. ¿Te cuento un secreto? Me ofrecieron
sacar una línea de bisutería en la que predominaban los puñeteros
brazaletes, ¿no es una locura?

]
—Ayer me llamó Lenny y me convenció para ir al estreno de Braveheart el
sábado. Por cierto, tengo que hablar contigo sobre algo.
Mer alzó una ceja y dejó a un lado las cartas de aquel día.
—¿Qué pasa? No me gusta ese tono. —Se cruzó de brazos.
—No me mates, pero creo que es hora de mudarnos. El apartamento se
nos queda pequeño y he visto una pedazo de casa a las afueras…
—¿Has dicho mudarnos? —me cortó—. ¿En plural?
—Claro, yo no voy sola a ningún sitio.
—¿En serio?
Asentí.
—Sé que le tienes cariño al apartamento, pero…
Mer se abalanzó sobre mí y su pelo se enredó por mi rostro.
—¿Eso es que estás contenta?
Una semana más tarde nos plantamos ante una mansión en un
vecindario tranquilo de Los Ángeles y me obligó a que comprase la casa y
la pusiera a mi nombre. Así que sí, estaba contenta porque compartiera con
ella la nueva era que ella sola no podía permitirse.
Al final fui al estreno de Braveheart junto a Jay. Para el mundo éramos
un rumor sin confirmar. Ni él ni yo hablábamos sobre el otro en las
entrevistas, ya que a ambos nos habían pillado con otras personas. Malditos
paparazis. Pero los teníamos engañados a todos. Podíamos estar un mes sin
vernos en los tabloides y al mes siguiente aparecer en un estreno juntos. No
sé, nuestra relación era extraña, pero los dos nos entendíamos, solo nosotros
dos.
Me gustaba ir a estrenos de películas porque no era el centro de
atención al menos en todo momento. Pasaba siempre por el photocall y los
fotógrafos y medios siempre estaban al tanto de lo que llevaba puesto.
Claire era mi estilista y amiga desde hacía unos meses y sabía siempre lo
que me gustaba llevar y cómo, escuchaba mis opiniones y mis ideas y
siempre conseguía que al día siguiente se hablase de mi vestimenta. Las
marcas estaban como locas por vestirme a cada evento que asistía.
Recuerdo que en aquel estreno conocí a Jennifer Aniston y tuve la
oportunidad de charlar con una de las actrices del momento. Últimamente
no se hablaba de otra cosa que del nuevo fenómeno Friends, y estaba igual
de enganchada que el resto del país. También tuve la ocasión de conocer a
la estrella de la noche, el señor Gibson. Fue muy amable conmigo y se puso
muy contento al saber mi opinión positiva de la película, que en el futuro
todo el mundo conocería.
Las noches de eventos con más celebridades trataba de no beber
mucho ni meterme nada. Lo primero lo conseguía, pero lo segundo no
tanto. Aquella noche, tras el estreno, acabé en una mansión de uno de los
productores de la película con doscientas personas más. No te puedes
imaginar lo que cuecen muchos famosos en las fiestas privadas. Algunos te
los ves venir o has escuchado rumores, pero de otros… Te sorprenderías.
—Tú debes de ser Blair.
Una voz masculina acechó por mi espalda mientras me estaba
metiendo una raya en la encimera de la cocina, llena de gente borracha y
colocada.
—Y tú eres… —Parpadeé unas cuantas veces—. ¿Quién eres?
—Me llamo Luke.
Examiné al chico que tenía frente a mí de arriba abajo. Iba en traje,
aunque tenía la corbata medio desabrochada y era bastante alto. Sus ojos,
grises y grandes, no dejaban de posarse sobre mi rostro. Debía de ser algún
productor o alguien empezando en el mundillo, porque no me sonaba.
—¿Por qué te metes?
—¿Disculpa?
Hizo un gesto sacudiéndose la nariz con la mano y me froté la mía a
regañadientes. ¿De qué iba ese chico?, pensé.
—No es de tu incumbencia.
—¿Estás sola?
Miré a mi alrededor.
—¿Puedes dejarme en paz? —le dije molesta. Cuando bebía y me
cortaban el rollo, podía ser muy desagradable.
—No creo que debas quedarte sola.
—¿Quién ha dicho que esté sola? Estoy perfectamente. —Pasé por su
lado y lo miré con desprecio.
El resto de aquella noche no lo recuerdo muy bien. Por lo que me
dijeron, me puse a bailar junto a Ken Meyers y Linda Hampson encima de
la barra de cócteles del jardín y tiré no sé cuántas copas al suelo. También
me tiré a la piscina con el vestido puesto e incité a un montón de gente más
a hacerlo.
Solo aquellas ideas se me ocurrían a mí.
Debí quedarme dormida en algún punto de la noche, porque abrí los
ojos de golpe en el asiento de copiloto de un coche.
—Pero ¿qué…? ¿Dónde estoy? —pregunté nerviosa, mirando por la
ventana. Hasta que descubrí al conductor—. ¡Tú! —Lo señalé gritando. Era
el chico de ojos grises.
—Tranquila, tranquila, estamos de camino a tu casa.
—¿Y mi…?
—No recuerdas nada, ¿no? —me cortó. Y negué con la cabeza,
asustada, sin dejar de mirarlo—. Te has quedado dormida en la piscina y la
gente pensaba que estabas muerta. Te he sacado como he podido, porque
empezaste a darme patadas y a intentar hundirme. Después llamaste a un tal
Jay, creo, para que viniera a por ti, pero estaba en otra fiesta borrachísimo y
no iba a coger el coche. Luego llamaste a tu amiga Mer y te dijo que
pidieras un taxi. Oye, ¿tienes un problema con los taxis?
Me encogí de hombros. Joder, no recordaba nada de lo que me estaba
diciendo y tenía un dolor de cabeza horrible.
—No parabas de decir que no querías coger un taxi para que no
supieran dónde vivías, y me ofrecí a llevarte y me pegaste un puñetazo en la
barriga. Ah, y me llamaste entrometido y aburrido porque no dejé que
tragaras una pastilla de esas que tienes y no son buenas.
Me llevé la mano a la cabeza y me hundí en el asiento, avergonzada.
Busqué mi móvil, pero no lo encontré.
—Se ha roto, te tiraste a la piscina y murió. Te puedo prestar el mío si
quieres hacer alguna llamada.
Volví a girarme hacia él. El sol estaba empezando a ponerse por el
horizonte y yo odiaba con todas mis fuerzas cuando amanecía después de
salir de fiesta; me producía ansiedad.
—¿Eras Luke? —medité.
El chico asintió.
—Lo siento mucho, joder. —Me llevé las dos manos al rostro—. De
verdad, perdóname por todo. Yo… Cuando bebo y…
—Tranquila —no dejó que terminase la frase. Sabía a lo que me refería
—. No pasa nada. Todo el mundo iba fatal, y nadie se acordará de algo que
hayas hecho si no se acuerdan de lo que ellos mismos han hecho.
—Pero habrá gente como tú, que no beben y ven todo como si fuera un
espectáculo.
—Yo sí que bebo, pero no tanto y hace horas.
—¿Y cómo aguantas tanto?
—Son las siete y cuarto de la mañana, me encanta cerrar discotecas y
fiestas. Sé controlarme, eso es todo. Se puede disfrutar controlando lo que
tomas, algo que deberías aprender tú.
Me mordí la lengua y observé mi rostro demacrado por el espejo.
Joder, tenía todo el maquillaje corrido y el pelo enredado.
—Soy horrible.
—No lo eres, Blair, solo tienes que controlar.
—No hables como si me conocieras, no conoces nada de mí. —
Arrugué la expresión y me volví a hundir más aún en el asiento. Cada vez
era más de día y me estaba poniendo más nerviosa. Encontré unas gafas de
sol en el salpicadero y me las puse sin preguntar.
—En cierta parte sí.
No respondí. Luke se volvió enseguida hacia mí. Tenía un aire felino,
casi intimidante y astuto.
—Mi nombre completo es Luke Gallagher. Sí, te sonará ese apellido,
es como el de Liam Gallagher, vocalista del grupo Oasis. Tu grupo favorito,
según tengo entendido.
Al principio pensé que estaba de coña.
—¿De qué va todo esto?
—Liam es mi primo.
Pero entonces di un saltito en el sillón del coche y me quité las gafas
de inmediato.
—¿Eres primo de Liam Gallagher?
Luke asintió.
—Anoche me acerqué porque sabía que eras una buena seguidora de la
banda. Alguien me lo dijo anoche, no recuerdo quién, pero me pareció
curioso y quería saludarte.
Me quedé con la boca abierta. El primo de Liam Gallagher, sangre del
cantante de la mejor banda del mundo, me había rescatado durante toda la
noche y me estaba llevando a mi casa después de haber estado borracha y
colocada. Y encima le había pegado un puñetazo.
—Dios mío. —Me llevé las manos al rostro una vez más—. Tengo que
dejar de beber.
—No tienes por qué dejarlo, tienes que controlarlo.
—No, tengo que dejarlo de verdad. Yo… he tenido un pasado
complicado.
Volví a mirar por la ventana, ya estábamos llegando a casa y no quería.
—Oye, ¿vives cerca?
—En el centro de Los Ángeles. ¿Necesitas ir allí?
—No quiero ir a casa —dije entre dientes.
Luke no dijo nada, tan solo giró el volante y cambió de dirección.
—He tenido una idea.
—¿A dónde vamos?
—¿Tienes hambre?
—Muchísima.
—Pues ya lo verás.
Luke Gallagher aparcó el coche en un punto entre Malibú y Santa
Mónica cuando el sol ya se había hecho con el día. Dos personas caminaron
con dos bolsas de McDonald’s hasta una playa privada, se sentaron frente al
mar con la ropa de la noche anterior, conversaron, comieron unas
hamburguesas y disfrutaron de la compañía del otro.
A veces, cuando peor crees estar, cuando te sientes atascado y sin
salida, llega algo. Algunas veces se trata de un acontecimiento, algo que
ocurre en tu vida, otras veces se trata de una persona. Así es como conocí a
Luke, así es como empezó nuestra historia. Una muy bonita, una que me
enseñaría mucho, que me ayudaría más de lo que nunca pude imaginar, un
romance querido por mucha gente.
Un día estás rota y al final de ese mismo día conoces a alguien que te
hace volver a creer en el amor. Es lo que Luke hizo por mí: enseñarme que
el amor siempre está, aunque no se vea y creas que está perdido.

—ARCHIE—
La voz de Lucy fue la encargada de darle vida a la canción principal de la
banda sonora de Jellyfish, una película animada. Fue una experiencia
increíble que compartimos los dos, puesto que ambos nos encargamos de la
letra y música de la canción. Mi nombre apareció al lado del de Lucy y ya
no era tan desconocido como pensaba, porque ese mismo año… algo pasó.
Estaba en casa componiendo. Cuando no estaba con Lucy, seguía
trabajando en canciones, letras, música en general. Tenía el apartamento
hecho un caos: lleno de partituras, bolas de papel esparcidas por el suelo,
vasos de café de cartón medio vacíos por todos los rincones de la casa…
Lucy decía que mi casa era la de un completo artista, un ecosistema
musical. Y ella se pasaba media vida entre esas paredes.
—¿Qué tal suena esto? —le pregunté desde el piano, y a continuación
toqué unas teclas.
—Suena bonito.
Me detuve a hacer unos apuntes en la partitura.
—¿Así mejor?
Volví a tocar y Lucy me escuchó.
—Lo otro me ha gustado más.
—Bien.
—Oye, ¿puedes tocar una canción?
—¿Cuál? —pregunté distraído de espaldas a ella, intentando ordenar el
caos de encima del piano.
—Declaration —pronunció, y me giré hacia ella de inmediato cuando
algo dentro del pecho tiró de mí. Lucy estaba sentada en el suelo, rodeada
de partituras. Me puse rígido y el rostro se tensó.
—¿Qué pasa? —Se encogió de hombros—. Te has puesto pálido.
Me levanté en silencio y le quité la partitura de las manos.
—¿Archie?
—No voy a tocar esa canción. —La metí entre medias de una carpeta
con más canciones antiguas.
—¿Por qué?
—Porque no, venga, elige otra. —Intenté cambiar la expresión y fundir
la tensión que se había formado en el ambiente.
—Te recuerda a ella, ¿verdad? —preguntó, y miré hacia la ventana.
Era otoño, noviembre, y estaba lloviendo. Londres no es tan distinto a
Edimburgo. A veces creo ver los mismos colores, sentir los mismos olores,
la misma gente.
Me rasqué la frente.
No, Londres no puede ser tan igual a Edimburgo. Porque, si no, la
vería a ella en cada esquina y calle de la ciudad.
En ese momento entendí por qué se suele decir que los recuerdos se
guardan en cajas. A veces son canciones, olores, prendas, lugares,
emociones, películas, series, nombres los que te llevan atrás. Esa canción
era nuestra canción, la que toqué la primera vez que la conocí, la que tocaba
para ella mientras bailaba en el conservatorio de ballet unos años atrás
durante horas.
Se me puso la piel de gallina al recordarlo. Tragué saliva. Sentí la
angustia subir por mi garganta desafiando la gravedad.
—No me recuerda a ella, esa canción es ella. —Me giré de nuevo
hacia Lucy con el corazón temblando. Había pasado unas semanas sin
pensar en Blair, pero de alguna forma siempre volvía su recuerdo.
—Perdón, no lo sabía.
—No te preocupes —dije con sinceridad—. ¿Estás bien? —pregunté al
ver la mirada cabizbaja de Lucy. Me levanté y me puse detrás de ella. Le
aparté el pelo con cuidado y apoyé mi barbilla en su hombro. Qué bien olía
siempre. Qué buena era conmigo. Qué fácil era estar con ella. Qué feliz me
hacía.
Y nunca antes lo había hecho hasta ese momento, pero giré la barbilla
y la besé tan cerca de sus labios que no fue suficiente. Lucy dio un respingo
y giró su cuello hacia mí. Contemplé su rostro, y entonces la besé en los
labios por primera vez.
Hay personas que te transmiten tranquilidad, calma, reposo, paz. Ella
era una de esas. Una de esas personas con las que daba gusto cerrar los ojos
por las noches, porque sabías que al día siguiente nada cambiaría y seguiría
en la misma posición que por la noche.
—Archie… —Me cogió de la mano y me detuvo.
—¿Qué pasa?
—Creo que te quiero desde hace un tiempo.
—Lo sé.
—¿Lo sabes?
—Eres cantante, lo cantas a los cuatro vientos constantemente. —Me
reí y le saqué una sonrisa.
—Qué tonto eres.
Me acurruqué en su pecho en medio del salón, descalzos y rodeados de
partituras. Aquel era mi lugar. Lo sentía, lo sabía.
Pasé mi nariz por su cuello, jugando con su pelo.
—No quiero que tengas miedo, Lucy.
—Quiero ser correspondida.
Posé un dedo en su mejilla e hice círculos en su piel suave.
—Lo eres.
—Pero ella…
—Ella no está —intervine rápidamente—. Ni lo estará.
Cambiamos de posición y nos quedamos los dos frente al otro, un rayo
de sol pequeño apareció por la ventana e iluminó el rostro de Lucy.
—Sé que la sigues queriendo.
Agaché la mirada.
—Y siempre lo haré —me sinceré. No podía mentirle, no a ella.
Vi el rostro de Lucy lleno de lágrimas.
—¿Qué puedo hacer, Archie? Dime y lo haré.
Negué con la cabeza mientras le secaba las mejillas con la yema de mi
dedo.
—Nada —respondí, y me llevé la mano al pecho—. Aunque no lo
creas, aquí dentro hay un hueco que te espera y que lleva tejiéndose poco a
poco. Dame tiempo, por favor, déjame quererte despacio y bien.
Lucy asintió.
—Me hubiese gustado no enamorarme de ti, Archie Bell —dijo más
calmada—. Ojalá no te hubiera escogido de entre los millones de personas
que existen en el mundo.
—Lo sé.
Nos quedamos en silencio.
—Pero te quiero, Lucy.
Dibujé una sonrisa y Lucy me imitó. No pude evitar inclinarme hacia
ella y volverla a besar. Besaba de una forma tan cálida, despacio como si
quisiera retener el recuerdo de nuestros labios juntos. Después de Blair
pensé que nunca más podría sentir a alguien como lo hice con ella, pero
estaba equivocado. La vida sigue y el amor espera, siempre espera cuando
es indicado, cuando es recíproco. Tal vez Lucy y yo siempre estuvimos
destinados, incluso antes de conocer a Blair, pero ¿lo hubiese creído? Creo
que Blair tuvo que aparecer en mi vida para que estuviese preparado para
querer a Lucy, para amarla como se merecía, como yo merecía.
Hay personas que sientes que no se te escurren de la mano por muchos
baches, peleas y malas épocas que haya, y Lucy era una de ellas. No era
arena, era todas esas piedras preciosas que uno se encuentra siempre en la
orilla de la playa y que nunca las arrastra la corriente.
—Quiero hacerte el amor en este mismo suelo.
Lucy agrandó los ojos y brillaron, brillaron mucho.
Toda la delicadeza que Blair no poseía, la tenía ella. Fue fácil
acostumbrarse a su cuerpo, a sus curvas y lunares. Me encantó desvestir
poco a poco a esa chica de la que quería enamorarme y con la que deseaba
compartir una vida. Recosté a Lucy en el suelo de mi apartamento mientras
jugaba con el espacio de sus piernas y se mordía el labio evitando gritar mi
nombre. Mi cuerpo se activó al instante y sus manos recorrieron mi
abdomen, mi vientre, mi entrepierna. Nuestros labios se buscaban cada
segundo, como si tuviesen miedo de olvidarse. Y, cuando nuestros cuerpos
encajaron, supe que había cerrado un ciclo por completo y había comenzado
otro.

—BLAIR—
Luke me estaba persiguiendo por toda la casa y gritaba mi nombre sin parar.
Nuestras risas se hicieron cargo de la banda sonora de mi casa, la
nueva casa de Los Ángeles que había inaugurado un mes atrás. Habían
pasado muchas cosas desde entonces. Era diciembre y hacía un día
espléndido. Luke había pasado la noche en casa conmigo, últimamente lo
hacía a diario, aunque me repitiese una y otra vez que quería dejarme mi
espacio.
«No quiero espacio, te quiero a ti. Conmigo», le decía siempre.
—¡No te vas a librar de mí tan fácilmente! —volvió a decir mientras
escuchaba sus pasos bajar la misma escalera que estaba bajando hacia el
piso principal.
—Atrévete a cogerme.
Empecé a correr por el salón principal, tan amplio como siempre había
soñado, tan perfectamente decorado como de pequeña solía imaginarme
mientras estaba en esas casas de acogida con tan poco gusto.
—No te atrevas a volverme a desafiar —dijo. Me detuve en un lado de
la mesa del comedor. Luke estaba justo delante de mí al otro lado de la
mesa de cristal e intenté pensar una escapatoria. Alcé la mirada hacia él, sus
ojos felinos se posaron en mí e hizo una mueca triunfante con la boca.
No tenía escapatoria.
—Te dije que no me desafiaras.
—Mierda —maldije por lo bajo. Y cogí un cojín y se lo tiré,
aterrizando en su cabeza. Luke abrió la boca, sorprendido, y cogió el mismo
cojín y comenzó a correr.
Chillé.
—¡Luke! —Y salí pitando hacia el jardín. Atravesé la piscina y corrí
hacia la zona chill out que Mer y yo habíamos montado. De repente algo me
golpeó la cabeza y perdí el equilibrio.
—Te tengo. —Noté sus brazos rodearme por detrás—. Siempre eres
tan inquieta, sabandija —me dijo, y me reí. Con Luke me pasaba el día
riendo sin parar, siempre estábamos con tonterías, piques tontos, peleas de
ese tipo. Me apretó fuerte la cintura con sus brazos y apoyó su barbilla en
mi hombro mientras nos tambaleábamos. Su barba me rozó el cuello y sentí
unas enormes ganas de besarlo sin parar, como si no hubiese tenido
suficiente la noche anterior.
Nos quedamos un rato abrazados con los ojos cerrados. Nunca pensé
que después de Archie volvería a sentir esas mariposas en el estómago, ese
vértigo, esas ilusiones constantes.
—Anda, despídete de mí, que me voy a trabajar —dijo, separándose de
mí. Arrugué el rostro y volví a rodear con sus brazos mi cuerpo—. Blair…
—Se rio.
—No quiero que te vayas.
—Luego vuelvo, tonta. Y tú tienes cosas que hacer.
—Hay algo que tengo que decirte.
—Dime.
—Es sobre lo que hablamos el otro día y creo que… —Me despegué
de él para ver su expresión—. Creo que es hora de desintoxicarme.
El rostro de Luke se dibujó solo y una sonrisa apareció en su cara.
—Lo estás haciendo por ti.
—Por supuesto.
Había decidido darme unos meses de descanso en el trabajo, ya que no
había parado desde que puse un pie en Santa Mónica por primera vez, dos
años atrás.
Desde que Luke apareció en mi vida, todo cambió y a la vez nada.
Seguía con el trabajo, frecuentaba los mismos sitios, salía de fiesta hasta la
saciedad, me colocaba, me emborrachaba, hasta que Luke entró en mi vida
y mis planes. La primera vez que durmió conmigo, al día siguiente fue
espectador de las pastillas que tomaba desde por la mañana y la cantidad de
estupefacientes que consumía a lo largo del día.
—Eso no está bien, Blair.
—¿Qué más te da lo que haga?
Cuando alguien me llevaba la contraria sobre algo, actuaba de la
misma forma: sintiéndome atacada.
—No eres mi padre, Luke, no tienes que decirme lo que tengo que
hacer. ¿Crees que no sé que no está bien? ¿Crees que no sé que tengo que
parar? He tenido esta conversación más veces.
—Pues no veo que hagas algo por dejarlo —dijo—. Sabes que puedes
salir y emborracharte, pero con control. Una cosa es tomar algo un día,
pero ¿todos los días, Blair? ¿Qué necesidad tienes de consumir todo eso?
Intenté aguantarme, pero fue difícil, siempre era difícil contenerme.
—¡Para poder respirar, joder! —chillé. Noté mis ojos rojizos y las
mejillas ardientes. Luke me miró como una extraña, como una yonqui, con
tanto desprecio que me partió en dos—. Esto me ayuda a no pensar en
cosas que no tengo que pensar, me hace sentirme feliz y tranquila.
—No necesitas eso para ser feliz.
Me mordí la lengua por dentro de la boca.
«Sí que lo necesito, porque estoy enganchada».
Me derrumbé una vez más por culpa del maldito tema. A veces, sabes
que no estás haciendo algo bien. Y llegas tan lejos que no recuerdas cómo
volver atrás, tanto que crees que es más fácil seguir adelante.
Luke acudió a mí y me abrazó. No pude explicar lo mucho que me
reconfortaban esos abrazos, ese acercamiento que tenía conmigo. Me sentía
cómoda con él, me hacía sentir a salvo, arropada, en casa.
—Tienes que dejarlo.
—Lo sé.
Habían pasado unas cuantas semanas de esa conversación. Luke volvió
a sacar el tema días más tarde y le dije que no quería volver a hablar, que ya
me encargaría yo.
Desde entonces le había estado dando muchas vueltas. Y un día,
después de mucho tiempo, llamé a Henry. Miento si digo que no estaba
nerviosa mientras la llamada daba tono. Era Henry, por el amor de Dios, me
dije. Era Henry, mi hermano. No sabes lo estúpida que me sentí al sentirme
de aquella forma.
—Hola —dije, con la voz temblando, cuando dio tono.
—¿Blair? ¿Eres tú?
Hasta que no escuché su voz no supe lo mucho que lo había echado de
menos. La última vez que recordaba haber hablado con él fue unos meses
atrás cuando me preguntó cómo estaba, cómo me iba en el trabajo y cómo
me sentía después de lo de Archie.
—Sí, soy yo. —Intenté mantenerme firme y no derrumbarme.
Henry era sinónimo de muchas cosas, era sinónimo de parte de mi
vida, de mi adolescencia, de mi decadencia. Con él pasé los peores y
mejores momentos de mi vida. Él era Edimburgo, era casa, era mi antigua
vida, era el nexo entre Archie y yo, era muchas cosas. Por eso a veces me
aterraba hablar con él, por todo lo que me recordaba.
—Dios mío, ¿cómo estás? Llamé hace un tiempo, pero no me lo
cogiste. Imaginé que estabas liada, ya sabes, con todo lo que estás viviendo
allí y no quería molestarte. ¿Va todo bien?
Sonreí y me senté en un banco del jardín. Iba a necesitar respirar aire
fresco para aquella conversación.
—Lo sé, lo sé, perdóname, a veces es complicado estar en todo y con
todo el mundo. Aunque no creo que seas todo el mundo, Henry, eres mi
hermano.
—¿Qué es lo que ocurre, Blair?
Lo supo por mi tono, lo supo por las palabras que le estaba diciendo, lo
supo porque no había persona que más me conociera que él.
—Tengo que hablar contigo sobre algo, es… Bueno, es algo que…
Bueno, he estado pensando que necesito hablarlo para que me ayudes como
la otra vez, pero…
—Quieres dejarlo, ¿verdad?
Asentí, estirando el cuello hacia arriba. No quería emocionarme y
llorar, pero solo él sabía lo duro que era una situación así.
—Sí.
No hablamos cuando recaí, ni cuando me dio la sobredosis. Me daba
vergüenza hablar con él cuando lo hice, por eso esquivaba sus llamadas.
Porque temía chocarme con la realidad, con todo lo que él pudiera decirme.
Y cuando hablamos, tiempo atrás, no sacó el tema en ningún momento.
—¿Sabes? No he tenido el valor de hablar de esto contigo cuando me
enteré de que estabas otra vez en lo mismo. —Su voz sonó más seria y
grave—. No te puedes imaginar la rabia, la ira y la decepción que sentí
cuando lo supe, Blair. No puedes imaginar la de noches que pensé en
llamarte, gritarte y preguntarte qué narices estabas haciendo. —Hizo una
pausa—. ¿Sabes lo peor de todo? Que ahora, aunque haya pasado tiempo
de eso, me sigo sintiendo mal por no haberte llamado y haberte dicho nada.
—Henry —intenté cortarle.
—Eres como una hermana para mí, Blair —siguió—. Me partió en
dos y en las siguientes veces en que hablamos fui incapaz de decírtelo, de
echártelo en cara. ¿Por qué no te dije nada? Porque sabía que tú lo sabías
perfectamente. Sabías que no lo estabas haciendo bien, pero ¿quién soy yo
para decírtelo? ¿Hubiera cambiado algo? Me gusta pensar que sí, aunque
me martirice no haberte dicho nada. Pero en el fondo sabía que no iba a
cambiar nada, porque te conozco como la palma de mi mano.
—Perdóname, por favor —sollocé.
—No me tienes que pedir perdón. Tienes que pedírtelo a ti misma,
porque todo esto te lo has hecho a ti.
Sabía que sus palabras serían duras, que me iban a doler. Y eso estaban
haciendo, pero también necesitaba ese golpe de realidad más allá del de
Luke unos días atrás.
—Necesito ayuda —supliqué cogiendo el móvil con fuerza.
Silencio. Intenté imaginarme el rostro de Henry dos años después de
mi marcha. Lo echaba tantísimo de menos.
—Sabes que siempre estaré cuando lo necesites, Blair. Y, si necesitas
ayuda, volveremos a hacer esto juntos. No llores, por favor, no me gusta
escucharte llorar.
Me llevé una mano al rostro para taparme la boca y que no se me
escuchara llorar, pero fue inútil.
—Todo se arreglará.
—He hecho tantas cosas mal, me he portado tan mal con tanta gente
que me quería, yo… Necesito volver a estabilizarme, Henry. He conocido a
un chico que me está ayudando a arreglar todo eso que necesito cambiar.
—Eso está bien.
—Me siento como una mierda. No soy buena persona —estallé.
Siempre me ha costado abrirme con las personas; pero, con las que lo hacía,
podía vaciarme por dentro en un momento.
—No eres mala persona, Blair, te has equivocado y los humanos lo
hacemos mucho. Mírate, escúchate, quieres cambiar. Vas a cambiar, vas a
dejar de tomar todo eso que te hace daño, vas a curarte.
Me sequé las mejillas con la mano y respiré profundamente. En
momentos como ese, se me hacía imposible no pensar en él, en todo el daño
que le hice, en lo mal que me porté con él y lo irreparable que ha sido.
—Henry.
—Dime.
—¿Cómo está?
Se me subió el corazón a la garganta, me temblaba todo el maldito
cuerpo y no podía controlar las lágrimas. Henry tardó en contestar,
probablemente pensando en qué decirme, qué palabras exactas decir.
—Está muy feliz.
—¿Lo ves mucho?
—Está viviendo en Londres.
—¿Londres? —Agrandé los ojos. Nunca pensé que Archie saliera de
Edimburgo, su ciudad, tan suya—. ¿Está… está con alguien?
Un hormigueo trepó por mis pies. Quería saberlo y a la vez no.
—Sí —terminó diciendo—. Es feliz.
Intenté gesticular alguna palabra, pero me costó. Nunca me había
imaginado a Archie con otra chica que no fuera yo, verlo cogido de la mano
o sonriendo con los ojos a otro rostro que no fuera el mío. Sentí angustia.
Pero, por otra parte, eso era lo que siempre quise para él. Que fuera feliz,
aunque no fuese conmigo.
—Me alegro mucho —respondí al fin—. Si le ves, dale recuerdos de
mi parte.
—Por supuesto.
—Y dile que lo siento, por favor.
Escuché una respiración profunda.
—Lo sabe.
¿Cómo se desconoce a una persona? ¿Cómo se pasa de saberlo todo,
de compartir el día a día, a no saber nada? A veces me aterraba ese
pensamiento, esa situación. ¿Cómo sería Archie ahora?, me pregunté.
¿Habría cambiado? ¿Le seguirán gustando las mismas cosas? ¿Seguirá
tocando canciones emotivas? ¿Se las tocará a ella?
Me llevé la mano al estómago y lloré y lloré. Lo echaba de menos y
aún seguía queriéndolo con todo mi corazón, aunque hubiese alguien más
en él. Pero, como le dije en su día, nunca iba a poder olvidarme de él.

—BLAIR—
Había encontrado una clínica, estaba a punto de comenzar el tratamiento.
Desde que le conté la noticia a Luke, no se separó de mí en ningún
momento. Intenté dejar de consumir los días previos a entrar a
rehabilitación, pero fue imposible. Fueron unos días muy duros, quizás peor
que la otra vez, pero ahí estaba él para cogerme del rostro y decirme con
atención que creía en mí.
—Sé que lo vas a conseguir, eres una persona fuerte, Blair. No dejes
que lo contrario te consuma.
En momentos como ese volvía a preguntarme cómo es que la vida, a
pesar de lo mal que me había portado, había interpuesto a Luke en mi
camino.
«Sé que te conocí por una razón», solía decirle. Terminábamos
bromeando, pero en el fondo sabía que el destino me había regalado a Luke
para que me ayudase a salir del agujero negro.
—No te decepcionaré —le dije con la cara empapada—. Te lo
prometo.
—ARCHIE—
Un día recibí una llamada. Fue La Llamada, lo que toda mi vida estuve
esperando. Fueron unas pocas palabras cargadas de todos los sueños de mi
infancia y juventud:
—Nos gustaría que te encargases de escribir la banda sonora de la
película.
Y así comenzó mi carrera como compositor.
EDIMBURGO
1993
Caja de recuerdos de Blair
—Baila para mí.
Sonrío al escuchar eso. Estoy en medio del salón de su apartamento,
es otoño, mi estación favorita, y él está sentado frente al piano como
siempre.
Empiezo a moverme por el espacio, hacía mucho que no bailaba, tal
vez unos meses, y lo echaba de menos. Archie toca una pieza delicada,
pausada, limpia mientras levanto los brazos y alzo una pierna en el aire.
Muevo mi tronco hacia atrás y juego con el aire. Archie me mira de reojo
mientras bailo, se le ponen los ojos brillantes y me encanta cuando me mira
de esa forma. Somos un equipo perfecto.
—Toca nuestra canción —le pido.
Archie sonríe y empieza a tocar los primeros acordes de Declaration.
Es preciosa. Tanto que mi cuerpo no tiene que pensar en los movimientos.
Es tan emotiva, tan nuestra, tan perfecta. Bailo la canción entera, mi parte
favorita es cuando suenan las notas agudas, se me pone la piel de gallina
siempre. A veces incluso me entran ganas de llorar de lo hermoso que es
vernos de esa forma que nadie más comparte.
Es precioso poder compartir algo así con la persona que quieres.
La canción termina y Archie y yo nos quedamos en silencio,
mirándonos. Me atrevo a moverme hacia él y a sentarme encima de sus
piernas. Nos empezamos a desnudar, nos acariciamos, nos tocamos y
hacemos el amor en ese mismo sitio. Encima de él, cuerpo a cuerpo. Me
encanta ver su expresión llena de placer y amor, me encanta que me mire
mientras lo hacemos porque sé lo que piensa en cada momento.
—Te amo, Archie Bell, y sé que algún día tu nombre lo conocerá todo
el mundo.
Me levanto de encima de él y miro por la ventana, aún desnuda.
—¡Archie! —grito, y me mira enseguida—. Está lloviendo —digo con
emoción.
Nos quedamos mirándonos unos segundos y se levanta de golpe.
—¿Te apetece dar un paseo?
—Joder, por supuesto que sí —digo con emoción. Ambos hacemos una
carrera por ver cuál de los dos se viste antes y llega a la puerta. Archie me
gana, pero me deja pasar antes. Nos ponemos los abrigos y salimos
riéndonos.
La lluvia aterriza sobre nosotros y Archie y yo nos mojamos
enseguida. No hay apenas gente por la calle y hace frío, aunque no nos
importa. Busco su mano mojada y comenzamos a caminar por la calle. No
nos decimos nada, es un momento en el que lo sentimos dentro, muy dentro;
nadie podría entenderlo, salvo nosotros, y me gusta compartir eso solo con
él.
Buscamos un banco y nos sentamos. Empieza a llover más fuerte y
aprieto la mano de Archie con más fuerza. Esta agua, esta lluvia, somos
nosotros. Me imagino cada gota como una razón para quererlo.
—La gente que nos vea tiene que estar flipando —digo.
Apoyo mi cabeza en su hombro. Estamos empapadísimos y me río.
Archie también comienza a reírse. Le veo mirar hacia el cielo, estirando su
cuello hacia arriba.
—Nadie lo entenderá, Arch. Solo nosotros sabemos lo que significa.
—Lo sé y no necesito más.
—Si algún día estamos en distintas partes del mundo y llueve,
acuérdate de mí y de los dos. Acuérdate de lo que significa, lo que somos,
todo por lo que estamos construidos.
Archie me aprieta aún más contra él.
—Eres todo lo que quiero, nubecilla, todo lo que necesito para ser
feliz. Y me siento afortunado por haberte encontrado, por habernos
encontrado los dos en este mundo de entre millones de personas. Eres mi
lluvia no solo en otoño o en invierno, lo eres en primavera y también en
verano. La lluvia siempre estará, aunque nosotros no lo estemos, pero al
menos ahí nos encontraremos.
Me escuecen los ojos como si supiera que algún día pudiese pasar.
—A través de nuestra lluvia, solo nuestra.
Asiento con el corazón palpitando dentro de mi pecho y Archie me
rodea con sus brazos. Nos quedamos un rato bajo la lluvia en silencio,
abrazados. Lloro por dentro, me escucho, me siento. El amor que siento por
él es como la luna, siempre está.
—Te quiero.
—Yo también te quiero.
Me aparta el pelo mojado de la cara, clava su mirada en mis labios y
los besa. Una versión mía del futuro llora recordando este momento, que
siempre llevaré grabado y que ni la lluvia puede volver a traer.
Parte 6
Octubre
1996
—ARCHIE—
—¿Te gusta cómo suena?
Descansé los brazos sobre la mesa de los monitores de producción.
Estábamos montando las mezclas de las canciones para la película.
—Sí, mucho —respondí pensativo—. ¿Podemos subir un poco el
volumen de los violines en el segundo arco?
Tim reprodujo la canción con el cambio. Lo escuché con los ojos
cerrados y asentí con la cabeza. Sonaba más emotivo aún.
—Maravilloso.
—Qué buena idea —dijo Gustav, dándome unas palmaditas en la
espalda.
Ser el compositor de la banda sonora para esa película en particular,
The note, fue muy especial para mí. Además, por todo lo que vino después
del estreno de esa película que todo el mundo conoce. Por aquel entonces ya
había trabajado en dos películas anteriores como compositor y director de
música. Era un trabajo muy duro, eran muchas horas en el estudio, muchas
más de las que pasaba con Lucy en la creación de su disco. Supongo que ser
el responsable de ese cargo era una responsabilidad que quería hacer bien
sin defraudar a aquellos que me dieron la oportunidad de estar ahí.
Me quité los cascos y le di un sorbo al café, que se había convertido en
mi mejor amigo durante las horas del día.
—Muy bien, nos vemos mañana. Gran trabajo, chicos, creo que esto va
a ser grande —animé al equipo. Me gustaba crear buen ambiente mientras
trabajaba, animar a todos y cada uno de los presentes para no solo trabajar,
sino para disfrutar de nuestro trabajo.
Me despedí de todos y cogí mis cosas. En el coche de trayecto a casa
solo podía pensar en lo afortunado que estaba siendo. Desde que me
pidieron ser el compositor para mi primera película solo habían pasado
cosas chulas. Estaba en una nube en la que no era del todo consciente.
Acudir a mi primera premier junto a Lucy, en la que por primera vez yo era
el centro de atención de las miradas, fue una sensación gratificante,
magnífica. Todo lo que siempre quise y soñé.
Lo estaba consiguiendo, después de tanto tiempo, después de tanto
esfuerzo.
De camino a casa seguí pensando en música y más música. A veces me
consumía, a veces Lucy me decía que tenía que desconectar, y yo le
replicaba una y otra vez que lo quería hacer perfecto.
«No puedes obsesionarte con la perfección, porque siempre habrá
cosas que mejorar», me dijo. Y esas palabras se me quedaron grabadas para
el resto de mi carrera.
Me hicieron entrevistas, la gente empezó a preguntarse cómo llegué a
encargarme de la composición de una de las mejores bandas sonoras de
todos los tiempos. Que fue The note cuando se estrenó. Había titulares
como «Desde un pub de Edimburgo hasta conquistar las salas de cine con
su música». Aún me hacían gracia esos titulares.
Cuando llegué a casa después de un largo día de trabajo, Blue, nuestro
perro, me recibió tan emocionado como hacía todos los días.
—¡Ya estoy aquí! —grité, dejando las llaves y el abrigo en la entrada.
Olía muy bien y cogí a Blue en brazos. Era un cachorro de cinco meses que
había llegado a nuestras vidas de la forma más inesperada.
Me dirigí hacia la cocina, donde probablemente Lucy estaría
preparando algo para cenar. Caminé sigilosamente porque planeé asustarla o
sorprenderla, y me detuve en el marco de la puerta, desde donde la vi
cocinando mientras bailoteaba y cantaba una canción de x. Sonreí al verla
tan concentrada y divertida, y además estaba guapísima con ese delantal
rosa a juego con sus mechas.
Blue saltó de mis brazos y captó la atención de Lucy, que agrandó los
ojos al verme y bajó el volumen de la música animada.
—¡Cariño! Perdón, no te he escuchado. —Se acercó y la rodeé con los
brazos. Juntó sus labios contra los míos rápidamente y la abracé. Es una
sensación increíble la de llegar a casa después de un día intenso de trabajo y
encontrarte con la persona que más quieres—. ¿Cómo ha ido hoy?
—Muy bien. —Me senté en una banqueta frente a la isla de mármol
que teníamos en medio de la cocina—. Todo va encajando.
—Contigo todo termina encajando siempre, solo tienes que darle
tiempo al tiempo. O, mejor dicho, tiempo para la música. —Se rio mientras
terminaba de cocinar.
Me quedé observándola.
—¿Quieres que te ayude? Huele muy bien.
—Está todo controlado, vaquero. Pero, si quieres, puedes poner la
mesa. ¿Te apetece que nos duchemos después? Me muero de hambre —
decía sin parar.
Había sido un año increíble para los dos. Al comienzo del año
estuvimos de gira por el disco de Lucy por Europa y había firmado una gira
por Estados Unidos para el año siguiente, dentro de unos meses. Nos
mudamos juntos a una casa por un barrio más tranquilo de Londres y
estábamos muy a gusto. Todo encajaba, como solíamos decir. Lucy decía
que la vida es como un rompecabezas que hay que ir encajando poco a
poco. Las piezas siempre están, desde que nacemos, y conforme vamos
creciendo tenemos que abrir los ojos con atención para encajar la pieza
buena en la casilla correspondiente.
Su popularidad creció el triple con su segundo disco y pronto nos
convertimos en una de esas parejas compuestas por dos celebridades. Ella
era la cantante de moda, yo era el famoso compositor de bandas sonoras.
Todo funcionaba tan bien que me daba miedo que se terminase.
Una de las cosas que Lucy y yo tuvimos que combatir en nuestra
relación eran mis miedos a que todo lo que tenía un día se esfumase. La
quería mucho y me aterraba la idea de perderla como pasó con Blair. No
podía permitirme que pasara algo así. Discutíamos de vez en cuando porque
Lucy pensaba que la comparaba con ella, cosa que hacía a medias, cuando
el fantasma de Blair venía a mi recuerdo. Pero pronto me daba cuenta de
que era imposible comparar dos personas y situaciones tan distintas.
«Supéralo», me decía a mí mismo cuando pensaba en ella y sentía ese
agujero que dejó en mí cuando se acabó. Sin embargo, solo pasaba cuando
pensaba en su recuerdo, que cada vez era más y más lejano. Evitaba buscar
cosas sobre ella, toparme con noticias de lo que estaba haciendo o con quién
estaba saliendo. A veces salía en algún anuncio en la tele o la veía en una
marquesina de publicidad por la calle, solo entonces sonreía y continuaba
mi camino con las manos metidas en los bolsillos.
Blair siempre iba a ser Blair. Y tenía que hablar con ella por una razón.
Una razón que hacía que se me hinchase el pecho de felicidad y a la vez de
miedo.
Me iba a casar.
Aunque no fuera con la persona que me lo prometió una vez años
atrás. No sabía muy bien si invitarla era un acto de valentía o todo lo
contrario, pero algo dentro de mí quería y necesitaba contárselo.
Porque, joder, me iba a casar.
—BLAIR—
Aparqué el coche enfrente de casa. Sí, me saqué el carnet de conducir ese
mismo año, con veintiséis nunca es tarde para eso ni para otras muchas
cosas. Si algo he aprendido a lo largo de mi vida es que se suelen establecer
distintos rangos de tiempo para hacer esto o lo otro, cuando en realidad el
tiempo de cada uno es eso, de cada uno. Y puedes dar tu primer beso con
veinte, casarte con cincuenta por primera vez, enamorarte a los doce,
triunfar con setenta…
Volví a casa después de la sesión de terapia. Después de estar
ingresada unos meses y por fin estar limpia, decidí no dejarlo y acudir
semanalmente a charlas de desintoxicación. Había sido una elección
personal por la que todo el mundo de mi alrededor estuvo muy orgulloso de
mí. A lo largo del 96, pude convencer a Mer de que lo dejase también y por
aquel entonces llevaba un mes en una clínica. Fue muy difícil, para ella,
para mí, para las dos, pero me siento orgullosa por ambas hoy en día.
El proceso de aquella segunda vez fue mucho peor que el primero.
También fue más largo porque me costó mucho dejarlo al principio y
acostumbrarme a una nueva normalidad. Algo que también aprendí en ese
periodo de tiempo es que la mente manda, joder, tiene un poder increíble y
tan fuerte que da miedo. Por eso, decidí empezar a estudiar Psicología.
Pausé mi carrera en ese año y me centré en mí, en mejorar, en
desintoxicarme y en aprender.
La vida era mucho más sencilla con la mente tranquila, sin todas esas
pastillas, esos suministros que me tomaba a todas horas todos los días. La
vida sonreía en ese punto de mi vida junto a Luke.
Aún no se lo había dicho, pero estaba pensando en hacer una
asociación o construir un centro de ayuda para gente alcohólica y
drogadicta. Sentía la necesidad de ayudar a los demás contando mi
experiencia, mi historia con los problemas que había tenido con las drogas y
el alcohol. Por ello, concedí una entrevista íntima al programa de Oprah,
donde pude abrirme por primera vez al completo con el resto del mundo y
contar mi verdadera historia. Al principio tuve miedo por lo que la gente
diría sobre mí, pero estaba tan cansada de que se hablase de mí sin saber de
verdad lo que había detrás que me lancé a la piscina en contra de mis
representantes, a excepción de Maya.
Fui noticia y motivo de conversación durante un par de semanas, en las
que sorprendentemente di la vuelta al mundo con mi historia. Por aquel
entonces era un tema tabú, del que poco se hablaba, y pocas personas
admitían frente a millones de espectadores que casi mueren por una
sobredosis de heroína o anfetas dos veces.
Y eso hice yo. Por todas esas personas que necesitaban ayuda. Por
todas esas personas que eran como yo y que no estaban solas.
En el fondo, fue muy bonita la respuesta por parte de la gente. Incluso
después de eso y con el riesgo que corría mi carrera, las marcas no dejaron
de querer trabajar conmigo.
«La chica del neopreno rosa y de los brazaletes madura y brilla más
que nunca».
Fue un nuevo comienzo en mi vida, una etapa más. Y qué bien
prometía.
Hasta el día de aquella noticia. No dejó de seguir luciendo el sol, pero
aquel día hizo que el cielo se nublara un poquito.
Sandy, mi asistenta, me dio el correo de la semana. Todo el mundo que
me conoce sabe que odio el correo, las cartas, pero justamente ese día me
senté a revisarlo con un poco más de detenimiento. Todas esas propuestas
de marcas, entrevistas…
Hasta que me topé con su nombre en el emisor de una carta. Palidecí
con el sobre blanco entre mis manos. Tragué saliva y me debatí entre abrirlo
o no. ¿Por qué Archie me mandaría una carta?
Al final lo abrí con tanta ansia que rompí el envoltorio. Cogí aire. Lo
iba a necesitar.
Hola, nubecilla:
Soy Archie. He pensado millones de formas de ponerme en
contacto contigo. De hecho, perdí tu teléfono y le pedí a Henry que
me lo diese para llamarte. Estuve horas con el teléfono entre mis
manos con tu número marcado, pero fui incapaz de pulsar el botón.
Así que, bueno, aquí estoy escribiendo esta carta como si
estuviéramos en los años cincuenta.
No sé muy bien cómo decirte esto, he pensado mucho si
decírtelo o no, pero eres tú, Blair. Me caso. Sé que es una locura,
pero después de un tiempo con el corazón roto una persona tuvo el
poder de repararlo. A veces te echo de menos, me acuerdo de ti, de
los dos, me imagino cómo estás, cómo te va, aunque sé que te va
bien. Vi el programa de Oprah junto a Lucy, mi chica, porque era
incapaz de verlo solo y verte contando algo que viví contigo en
primera persona. Me alegro mucho por ti, de verdad. También de
que te esté yendo tan bien en el trabajo y que te hayas vuelto a
enamorar. ¿No es una locura? A veces se me hace raro pensar que
los dos estuvimos enamorados del otro y ahora pensamos en otras
personas.
Creo que me estoy yendo del tema. No sé si acabaré tirando
esta carta, así que si estás leyendo esto es porque he tenido el valor
de enviártela. Sé que vas a decir que no, pero me gustaría que
vinieras con tu chico a la boda. También sé que suena un poco
locura, Blair, pero después de tanto tiempo los dos estamos curados
del amor tan intenso que tuvimos. Me gustaría volver a verte, alguna
vez. Me gustaría que los dos podamos celebrar que hemos triunfado
en el amor, aunque no sea junto al otro.
Te dejo mi número de teléfono en la parte de atrás.
Archie
Giré la carta y me quedé en silencio un largo rato, pensando en cómo
procesar aquellas palabras. Parpadeé unas cuantas veces. «Se va a casar»,
pensé. «Archie se casa». Me quedé mirando un punto fijo, tratando de
pensar con claridad.
Era feliz, era muy feliz con Luke. Desde el día que nos conocimos
había estado salvándome, cuidándome. Me había enamorado de su
tranquilidad y de sus locuras, de la forma en que me hacía reír y me quería.
Teníamos algo sano, auténtico, no peleábamos mucho. Y quererlo,
querernos y elegirnos diariamente era algo sencillo.
Pero cuando se trataba de Archie… Esa pieza suelta que no encajó del
todo conmigo… Había podido olvidarme de muchas cosas al pensar en él,
ya no sentía todo lo que antaño sentí con tanta intensidad. Sin embargo, ahí
estaba, con el corazón en la garganta al darme un golpe contra la realidad de
que él siguió un camino y yo otro.
Noté mi estómago retorcerse como si hubiese una serpiente dentro.
¿Cuántas veces había pensado en casarme con él? Estar frente a él,
mirándonos con atención, con un vestido pomposo y sin ningún miembro de
nuestras familias. No me sentí así porque no quisiera que se casara. Por
supuesto, quería que sellase el amor que tenía hacia esa afortunada chica,
pero se trataba de Archie.
Observé una vez más aquellos seis números escritos a boli con su letra,
pero al final no tuve el valor de llamar para decirle que no iba a ir.

—ARCHIE—
El día de mi boda, bueno, fue un día en el que había pensado bastante a lo
largo de mi vida. Empezamos desde pequeños con la idea de algo especial y
grande, como si todo el mundo tuviera que casarse, aunque no tiene por
qué. El matrimonio, al fin y al cabo, es lo mismo que un noviazgo: tienes
que estar ahí, día a día, echándole agua a la planta que compartes con tu
pareja. No es más complicado estar casado que no estarlo, salvo por el
papeleo, eso va aparte. Lo que quiero decir es que el matrimonio es una
demostración a lo grande y frente a más personas del amor que sientes hacia
tu pareja. Es un sello, un tatuaje, una cicatriz. Es una sensación muy bonita
la de declarar que quieres pasar el resto de tu vida junto a una persona. Solo
esa, frente a millones que hay en el mundo.
Puede parecer complicado conectar, que te guste todo de una persona,
compartir gustos, aunque si algo he aprendido es que no hace falta tener
semejanzas con una persona para enamorarte de ella. A veces el sentimiento
es mucho más grande que más allá de compartir otras cosas. Con Lucy fue
fácil porque desde el principio fuimos dos almas musicales danzando por
pentagramas rotos, tóxicos y destructivos, hasta encontrarnos en uno sin
nada de eso.
La vida al final se trata de eso; de vivir para equivocarnos y
equivocarnos para vivir.
Mi boda con Lucy fue algo grande, con muchísimos invitados y
amigos, lejos de lo que un día me imaginé con Blair. No dejé de sonreír en
ningún momento, estaba en una nube todo el tiempo. Mis padres querían
mucho a Lucy. Cuando se terminó lo de Blair, no fueron capaces de decir el
famoso «te lo dije» porque estaba hecho trizas. Pero, tiempo después, supe
a lo que se referían cuando dijeron que Blair no era una chica para mí.
Lucy era perfecta para mí, era mi verdadera alma gemela. La chica que
me hacía feliz todo el tiempo, la chica que me volvía loco cada noche y día,
la persona de entre millones con la que quería compartir el resto de mi vida.
Aún recuerdo el momento de la ceremonia donde intercambiamos los
anillos y dijimos los votos. Miré sus ojos con atención, tan bonitos como
siempre. Estaba preciosa, radiante. Algo en mi pecho explotó de ilusión y
amor porque no podía creer que me fuese a casar con esa chica que se
interpuso en mi camino aquella noche saliendo de The Aurora.
Y, por supuesto, no pensé en ella en ningún momento. No porque no
hubiese ido, sino porque me había dado cuenta de que había tomado la
mejor decisión.
—Prometo amarte, honrarte y apreciarte todos los días de mi vida —
empecé a decir con la voz un poco temblante—. Ayudarte en cada
composición de todas las canciones que quieras. —El público se rio—. Y
también estar a tu lado en cada gira que hagas.
Lucy estaba frente a mí con los ojos llorosos.
—Prometo ser tu mejor amigo, entregarte mi alma y amarte con todo
mi corazón toda la eternidad hasta el fin de nuestros días.
Y, por último, dos palabras.
—Sí, quiero.
—Sí, quiero.
Para sellar nuestro amor para siempre.
EDIMBURGO
1993
Caja de recuerdos de Blair
Es fiesta en la ciudad. Siempre está llena de turistas y transeúntes
caminando por sus preciosas calles, pero hoy más que nunca, apenas hay
hueco para caminar por la calle. Aprieto con fuerza la mano de Archie
mientras damos un paseo por el centro. Me gusta la sensación de
celebración, de festividad. Le sonrío y me devuelve la sonrisa con una
dulzura propia de él. Nunca he conocido un chico tan dulce como él, tan
suave y agradable.
Si Archie fuese una textura, sería como una manta de algodón
calentita. De esas que abrazas con fuerza y al sentir el tacto quieres notarlo
aún más.
Nos encontramos con una feria en la zona de Old Town. Sus calles de
piedra antiguas siempre llamaron mi atención, los edificios altos con
tejados oscuros, las azoteas desde donde se puede ver toda la ciudad. Me
gusta imaginar antiguas historias que se vivieron en esas casas, las
familias, las relaciones, la historia que describe la ciudad.
—Si pudieses elegir una época a la que viajar para vivirla, ¿cuál
sería?
Archie arruga las cejas, sorprendido por mi pregunta. A estas alturas
ya debe de saber que soy así de extraña.
—Mmmm, si pudiese elegir… —dice pensativo—. Creo que en los años
veinte, o tal vez en los cuarenta. Tienen buena música.
Sonrío.
—¿Y tú?
—Sin duda en los setenta.
—Naciste en 1970.
—¿Y? Prácticamente no recuerdo nada de esa década, tan solo tengo
el recuerdo vago de los rizos funkies de mi madre. —Me rio—. ¿A veces no
te preguntas sobre el paso del tiempo? Quiero decir, es un tiempo que no se
va a poder vivir más, como esta década. ¿Te imaginas que gente que nazca
en el 2020 diga que le hubiese gustado vivir los noventa?
Archie se encoge de hombros y soy consciente de mis pensamientos. A
veces pienso en soledad sobre estas cosas y me gusta compartirlas con él,
aunque parezca una loca.
—Si hubiésemos nacido en otro tiempo, ¿tú crees que nos hubiésemos
encontrado, Archie?
Tengo la sensación de que soy como una niña pequeña haciendo
preguntas raras a sus padres, como por qué la luna siempre está en el cielo
y el sol no, o cómo nacen los niños.
Espero con impaciencia la respuesta de Archie.
—Creo que, aunque hubiésemos tenido otro aspecto, nos hubiésemos
encontrado de alguna forma.
—¿Por qué lo crees?
—Pues porque nosotros… —Se detiene. No sabe la respuesta—. No lo
sé, Blair. Solo a ti se te ocurre preguntar estas cosas. Pero te diré que me
gusta pensar que, cuando dos personas están hechas para estar juntas, se
encuentran de la forma que sea.
—¿Aunque cueste?
—Siempre hay motivos. Y, mientras haya amor, no se necesitan más de
uno, ¿lo entiendes?
Agacho la cabeza, pensativa.
—¿Qué pasa si alguna vez tú y yo no estamos juntos? ¿Y si nos
enamoramos de otras personas?
Archie suelta una carcajada.
—¿En serio estás pensando en eso ahora? Ven aquí, anda. —Me rodea
por detrás y me envuelve entre sus brazos. Yo tampoco sé por qué pienso en
eso, pero a veces lo hago. Archie a veces piensa que voy por delante de él,
cuando siempre estoy tras él, escondiéndome de una posible caída. Me
aterra la idea de perderlo, de no tenerlo.
—¿Estás bien?
—Sí, sí. Perdón, a veces me da por pensar. He perdido a tanta gente a
lo largo de mi vida, Arch, que me da miedo…
Pocas veces me mostraba insegura ante él, a decir verdad ante todo el
mundo. Siempre intento dejar relucir esa Blair segura de sí misma, pero a
veces se me hace tan pesado fingir que no tengo miedos e inseguridades.
—Me apetece un algodón de azúcar —dice.
—A mí también.
Archie y yo pasamos todo el día en la feria. Jugamos a los dardos, a
pescar peces con cañas, casi me peleo con un tío que intenta arrebatarme
el oso de peluche gigante, comemos un perrito caliente y vemos pasar una
procesión de disfraces en Princess Street, paseamos juntos de la mano y
finalmente nos subimos a una noria.
El día termina y estamos cansados. Llevo conmigo la instantánea y no
he parado de sacar foto tras foto, intentando congelar cada momento que
pasamos juntos por si en algún momento en un futuro quiero volver a
revivirlo. Aunque fuese a través de un papel.
Soy feliz, me siento feliz. Conmigo, con él. Entramos a casa a
trompicones mientras nos besamos sin parar. Intento controlarme, pero mis
manos se mueven solas, conociendo cada rincón de su cuerpo. Es curioso
cómo el cuerpo recuerda y actúa solo cuando conoce algo tan bien. Es
curioso cómo la piel anhela algo que tiene a su alcance diariamente.
—Blair, espera —me detiene.
—¿Qué pasa?
Archie me coge por ambas mejillas. Tiene los labios algo hinchados
por mis besos salvajes. Su seriedad me pone algo nerviosa.
—Si alguna vez no estoy, llévame de nuevo al principio.
—¿Qué significa eso?
—Lo sabrás. —Y continúa besándome.
Parte 7
Marzo
1997
—ARCHIE—
La noche del 24 de marzo del 97 cambió mi vida.
Volé una semana antes hacia Los Ángeles por segunda vez en mi vida,
tras el concierto de Lucy un año atrás, para ni más ni menos que la gala de
los Oscar. The note había recibido dos nominaciones: una por mejor actriz
de reparto y otra por mejor banda sonora, dirigida por mí.
Desde que el guion de la película llegó a mis manos, noté un escalofrío
mientras leía las páginas y a la vez me imaginaba los acordes y melodías
perfectos para cada escena. The note cuenta la historia de amor de una
pareja que tuvo que separarse por la Segunda Guerra Mundial. Ella trata de
mantener a salvo el amor que siente por él mientras lucha al frente por
sobrevivir. Al final, solo una de las dos cosas acaba viviendo y no es él.
En el futuro sería una de esas películas por las que todo el mundo llora.
Un clásico lleno de drama donde, según la crítica, la banda sonora es
impecable. Jamás voy a olvidar el día que Cameron Royce, el director, me
llamó para darme la noticia.
Así que ahí estaba, peleando por esa estatuilla de oro. Fue una noche
muy emocionante, aunque me sintiese desubicado la mayor parte del
tiempo. La gente no paró de preguntarme qué sentí durante aquella noche y
lo cierto es que no dejaba de pensar cómo narices había acabado ahí.
Lucy estuvo a mi lado todo el tiempo y en el photocall los fotógrafos
gritaban nuestros nombres como si fuéramos Johnny Depp y Kate Moss.
Viví ese momento como si fuera una estrella de verdad, de las grandes. ¿Me
estaba convirtiendo en uno de ellos? ¿En la élite? Estar nominado en los
Oscar ya era un paso.
En resumidas cuentas, nunca he vivido un momento tan tenso como
esos segundos antes de decir el ganador de mi categoría. Me apuntaron con
una cámara gigante cuando dijeron mi nombre en voz alta, joder, ahora
medio Hollywood había escuchado mi nombre completo. Lucy me agarró
de la mano con fuerza. No me preparé nada, no lo hice porque estaba seguro
de que no iba a ganar. Hasta que escuché mi nombre y perdí la cuenta de los
focos y las cámaras que se posaron en mí.
—¿Qué? —fue lo primero que dije, totalmente desubicado.
Solo recuerdo de ese momento a Lucy abrazándome y llorando sin
parar, mi equipo abrazándome, la gente aplaudiendo, la gente mirándome,
un trozo de la banda sonora llenando la sala de fondo. Palidecí, o eso noté
mientras iba de camino al escenario y Robert de Niro me entregaba la
estatuilla. No me desmayé de milagro.
—Esto… —empecé a decir—. De veras que no me he preparado nada,
y eso que tengo treinta segundos para los agradecimientos. Algo gracioso es
que duraré un poco más que ese tiempo, y eso que nadie más que yo se
toma tan en serio la duración de los momentos en la pantalla. —El público
se rio—. Muchísimas gracias a la Academia por este premio, esto es algo
tan grande que nunca imaginé. —Me puse algo serio, intentando decir algo
que mereciera la pena, porque dudaba que ese momento lo volviese a vivir
—. Me gustaría agradecer a mis padres en primer lugar por apuntar a un
niño de cuatro años a clases de piano y a ese niño que nunca dejó de tocar.
A lo largo de mi vida me he frustrado por querer conseguir algo que
deseaba con mis fuerzas, pero que no llegaba. Pero, una vez, una persona
que conocí me dijo que sabía que algún día mi música y mi talento llegaría
tan lejos como quisiera. Gracias. —Miré al centro de la cámara pensando en
Blair. En ese instante solo podía pensar en ella, en lo mucho que confió en
mí desde el primer momento. «Algún día llegarás lejos, lo sé». Su voz
volvió a resonar en mi cabeza como si lo estuviese haciendo en ese mismo
momento. «Encontrarás tu hueco en el mundo, Archie»—. Gracias al gran
equipo con el que he tenido el placer de trabajar en esta película, al director,
a los maravillosos actores. Y, por supuesto, a mi alma gemela. Lucy Rose,
te quiero. ¡Muchas gracias!
Agarré la estatua con fuerza, como si temiese que alguien me la
quitara. Escuché aplausos que se volvieron totalmente sordos para mí, todas
las caras de los más famosos de Hollywood estaban borrosas por la
emoción, y Robert De Niro me estaba dando la enhorabuena. Pero, en ese
momento, solo me vino su imagen a la cabeza.
Entendí enseguida a Blair cuando decía que no necesitaba triunfar para
sentirme satisfecho con mi trabajo, porque ya lo estaba tiempo atrás. En
realidad en ese momento me di cuenta de que ya estaba orgulloso de ese
Archie tocando en clases de danza en un conservatorio. Ella tenía razón, me
había obsesionado toda mi vida con el reconocimiento, con que la gente
viera con atención mi trabajo y lo valorase, que mis padres y mis amigos
estuvieran orgullosos de mí.
En ese instante, mientras sostenía el mayor reconocimiento que uno
puede recibir, no pensé en ellos ni en cómo se deberían sentir. Porque pensé
en mí, en lo orgulloso que estaba de mí mismo.
Creo que en esta vida está bien ser ambicioso, querer lograr metas y
tacharlas de la lista cuando se han logrado. Pero no creo que la mejor forma
de recorrer todo el camino que ello conlleva es obsesionándose como yo lo
estaba, machacándome día tras día, dudando de mí y preguntándome si de
verdad valía o no. Porque por supuesto que valía, todo el mundo vale para
lo que se propone a base de mejorar e intentar, caerse y volver a levantarse.
Tuve ganas de correr. Salir por la parte de atrás del teatro y correr por
la calle gritando.
Algo dentro de mí cambió esa noche, tal vez la percepción de ver los
logros personales hechos realidad. «No necesitas un premio para triunfar, ya
lo estás haciendo», dijo Blair una vez cuando no tenía nada. O tal vez lo
tenía todo, pero no supe verlo.
Después, en la fiesta de los Oscar, pensé que estaría entre la larga lista
de celebridades invitadas, pero no la vi. Y, aunque me pasé toda la noche
posando ante cámaras y atendiendo entrevistas, mi cabeza estaba en otra
parte. «¿Dónde estás, Archie? Céntrate», me decía a mí mismo. Cuando
llevaba un par de copas encima y la noche ya estaba en su máximo
esplendor, tuve el valor de telefonear a su número, que me sabía de
memoria por alguna razón, y la llamé. Quería darle las gracias, necesitaba
hacerlo. Me puse eufórico y aún más cuando dio tono.
—¿Blair? —pregunté entusiasmado.
—Eh, Blair está ocupada. —Escuché una voz masculina—. ¿Quién
llama?
Me quedé mudo. Me arrepentí enseguida de haber hecho esa estupidez.
—Perdón, me he… equivocado. Buenas noches. —Y colgué
enseguida.

]
Mi vida cambió bastante a raíz de los Oscar. Lucy y yo volvimos a
mudarnos a una casa más grande a las afueras de Londres, las propuestas de
trabajo crecieron y crecieron, tanto que tuve que contratar un asistente que
me ayudara con la organización de todo. Y Lucy estaba con los últimos
retoques de su tercer disco, que saldría en otoño.
Ni siquiera me di cuenta del momento en el que dejé de vivir dentro de
la burbuja de un estudio, con un ritmo de vida normal, a tener una cantidad
de trabajo inmensa. A menudo nos dejamos guiar por los acontecimientos
que nos van pasando por la vida, sin detenernos un segundo a ver qué es lo
que nos depara. Sin darnos cuenta pulsamos ese botón de automático y nos
dedicamos a seguir el curso de lo que sucede.
Lo peor de todo es que no quería cerrarme puertas, quería trabajar en
cada uno de los grandes proyectos que me proponían, darles la oportunidad
de trabajar conmigo y yo con ellos, pero simplemente no llegaba.
—El trabajo no te puede controlar, Archie —me aconsejó Joe, mi
representante.
Había estado esperando toda mi vida para aquello. Si rechazaba un
proyecto, me hacía sentir terriblemente mal, aunque con el tiempo aprendí a
priorizar y a no sentirme tan mal por ello.
Tanto Lucy como yo llegábamos al final del día cansados. Tener vidas
tan semejantes y a la vez distintas no sabía si era algo bueno o malo para el
ritmo de nuestra relación. Por eso intentábamos dejarnos un tiempo para los
dos. Los fines de semana intentábamos que fueran nuestros, aunque siempre
terminaban estando repletos de música. Nunca se iría de nuestras vidas.
Muchas veces me he preguntado cómo hubiera sido si la mujer que dormía
a mi lado hubiese sido Blair. ¿Lo hubiésemos hecho bien? ¿Blair terminaría
desapareciendo de mí? ¿De nuestra propia casa? No sé por qué narices
pensaba en ello, pero lo hacía. Era inevitable.

—ARCHIE—
Nunca he entendido cuando la gente se refiere a otras como trenes, esas
estaciones a las que tienes que ir para coger la oportunidad de compartir
espacio, tiempo y emociones con esa persona. Y que en realidad tenemos
tan solo una o como mucho dos oportunidades para coger ese tren.
Para mí siempre ha sido justo lo contrario. Yo creo que el camino que
vamos viviendo no es la elección de la estación a la que ir, sino que somos
una y única estación por la que, por supuesto, van pasando los trenes de los
acontecimientos que van sucediendo en nuestras vidas.
No elegimos trenes, ellos nos eligen, pasan por nuestra estación, por
delante de nuestros ojos, es algo inevitable. Y, a diferencia de lo que suele
pensar el resto, siempre se coge el tren que pasa. ¿Dónde se ha visto un tren
que no sale a su hora? Es algo que está establecido, premeditado, algo que
tiene que pasar y que pasará. No elegimos los trenes, no elegimos las
personas de las que nos enamoramos, ni lo que conseguimos con nuestros
esfuerzos.
Tampoco las cosas que van pasando por nuestra vida. Aquel día, jamás
lo iba a olvidar porque pasó un tren que llevaba mucho tiempo guardado,
escondido y esperando la hora perfecta para vivir el viaje que me depararía.
—Tengo algo que decirte, cariño —dijo Lucy mientras se echaba café
en una taza sencilla, apoyada en la encimera de la cocina como cada
mañana.
—¿Qué pasa?
—Pues… nada, solo decirte que te pongas guapo esta noche porque
tenemos que celebrar algo.
—¿El qué? —pregunté extrañado. No recordaba que fuese nuestro
aniversario ni nada por el estilo.
Dejé de hacer lo que estaba haciendo y observé a Lucy con atención y
nerviosismo. Estaba nerviosa, lo sabía porque pestañeaba muchas veces.
—¡Lucy! —alcé la voz para que lo soltara de una vez.
—Vamos a ser papás, Archie. ¡Estoy embarazada!
Dejó la taza a un lado y se acercó a abrazarme. Lucy me envolvió con
su cuerpo y me quedé petrificado. Iba a ser padre. Su emoción se me
contagió y solo pude apartarla para besarle en los labios y arrodillarme para
besar su barriga.
—Dios mío. —Me llevé la mano a la boca, sorprendido.
—¿Estás contento?
—¿Que si lo estoy? —Me levanté y le aparté el pelo de la cara—. Me
acabas de hacer el hombre más feliz.
Nunca había pensado en la paternidad, pero tampoco había pensado
mucho sobre el matrimonio, y eso que solía hablarlo con Blair de una forma
graciosa. Y ahora estaba casado. La vida es sin duda un camino lleno de
acontecimientos, que muchas veces podemos prever y, aun así, nos
acabamos sorprendiendo. Pero pasa aún más cuando no has premeditado
nada, no has pensado en esas pequeñas cosas que pueden suceder y que
acaban pasando. Al fin y al cabo, todo se resume en no esperar nada. Y eso
que me había pasado media vida esperando y esperando, sentado en mi
estación mientras pasaban trenes, los cogía, viajaba y viajaba sin que
llegase a pasar esa pequeña esperanza por la que estaba luchando.
Iba a ser padre a mis casi veintinueve años. Una parte de mí sentía que
aún seguía siendo ese chico de veintitrés años, con toda una vida por
delante, con mil sueños por cumplir, lugares a donde viajar, gente que
conocer. A veces me sorprende cómo de diferentes nos llegamos a sentir
acorde a nuestra edad, lo irreconocible que nos sentimos. Miré hacia atrás y
pensé: ¿en serio tenía casi treinta años ya y estaba casado, además de ser
futuro padre? Me asusté, claro que me asusté, porque crecer es algo para lo
que en el fondo nunca estamos preparados. Es una sensación de vértigo, de
no querer y de miedos para la que nadie nos prepara.
Me vi pequeño al lado de Lucy en medio de la cocina, ahora no solo
tenía que cuidar de mí y de nuestra relación, sino de una personita tan
pequeña que seguramente me daría miedo coger en brazos. Se me puso la
piel de gallina. Iba a ser padre, me repetí.
Pero todo encajó cuando ella me miró a los ojos con emoción, vi ese
brillo en su mirada, su amor, su ilusión. Una vez leí que no se trata de saber
lo que queremos, sino de sentir aquello que queremos. Y yo sentía en cada
pared de mi cuerpo que quería esa familia.
—Todo va a salir bien. —Me besó en la mejilla y cerré los ojos,
sintiendo sus labios sobre mi piel—. Vas a ser un padre increíble, Archie.
Me tembló la mandíbula y sentí las lágrimas correr por mis mejillas.
—Lo sé.

—BLAIR—
Volví a casa después de más de tres años fuera. A Edimburgo. Acababa de
firmar una campaña con Versace para finales de año, la más importante de
mi carrera, y algo dentro de mí sintió que era momento de regresar unos
días a mi ciudad antes de todo el trabajo que me vendría.
Luke insistió en ir conmigo, estaba ansioso por conocer Edimburgo,
pero le dije que quería ir sola. No replicó nada, no objetó. Sabía lo
importante que era para mí tener mi espacio, volver a mis raíces en
solitario.
Llevaba queriendo regresar hacía mucho, pero no había tenido tiempo.
O no había sido capaz, no lo sé. Después de tanto tiempo, Edimburgo
seguía significando toda una vida de recuerdos y comienzos, una mezcla de
cosas rotas y otras tan fuertes que ni tirándolas al suelo pueden romperse.
Me pasé todo el viaje en avión recordando cómo me sentí años atrás
viajando por primera vez al continente americano y dejando atrás
demasiado. En realidad nunca fui consciente de lo que dejé ni de lo que
vendría, pero supongo que la vida es un poco como ir tejiendo un jersey de
varios colores en el que vas dejando hilos atrás y a la vez vas cogiendo
nuevos.
Traté de hacer un balance sobre todo lo que gané en ese tiempo y todo
lo que perdí. Puse cada una de las distintas razones a cada lado de la
balanza y me quedé en silencio conmigo misma. ¿Decepcionada?
¿Sorprendida? Yo misma había sido la dueña de esos movimientos, de esas
razones. ¿Por qué debería sorprenderme? Y es que en realidad el lado de las
ganancias pesaba mucho, mucho más que la única cosa que había perdido.
A él. ¿Por qué entonces me había quedado mirando ese lado? El suyo, que
tan poco pesaba. ¿De verdad pesaba tan poco en relación con todo lo demás
que había conseguido? Se me hizo un nudo en el estómago y dejé de pensar.

]
Alcé la vista hacia el cartel con mi nombre en letras mayúsculas entre la
multitud del aeropuerto. Ahí estaba él. No había cambiado apenas, quitando
una mayor cantidad de barba que la última vez que le vi y la dimensión del
niño que colgaba de su brazo sonriéndome.
Corrí como en esas escenas de reencuentros en los aeropuertos hacia
mi mejor amigo y su hijo.
—¡Blair! —gritó, segundos antes de que aterrizara entre sus brazos.
—Por fin. —Cerré los ojos con fuerza. Sentí el corazón en lo alto de la
garganta, a punto de salirse y de volver a recorrer él solo las calles de la
ciudad como solía hacer. Estaba en casa, había vuelto a casa.
—Veamos qué grande está este pequeñín. —Cogí en brazos al pequeño
Lucas, soltando un suspiro. Tenía la misma cara que su padre; menos los
ojos, que eran de su madre.
—La tía ha vuelto, Lucas —dijo Henry, sacudiendo su cabeza—. Tenía
muchas ganas de verte, lleva toda la semana preguntando cuándo venías.
Volví a mirar al pequeño de los Clark y hundí mi rostro en el suyo
chocando nuestras narices. Pero toda la tranquilidad se fue al traste cuando
escuché un flash detrás de mi oreja. Me giré y vi a varios fotógrafos
alrededor nuestro. La gente nos miraba, me miraban. Escuché mi nombre y
la gente empezó a acercarse.
—Venga, vamos —dijo Henry, cogiendo a Lucas—. Es hora de ir a
casa, Blair. —Tiró de mi brazo.
Me puse de nuevo las gafas de sol y me abroché la chaqueta hasta el
último botón. No me apetecía que me sacaran fotos, tampoco que me
persiguiesen, solo quería estar tranquila en casa. Tal vez Luke había tenido
razón en eso de ir en un avión privado, pero si no… No me sentiría la Blair
del principio, la Blair de Edimburgo.

]
Fuimos a la casa de los Clark. Miento si no dijera que estuve todo el camino
pegada al cristal de la ventana mientras volvía a recorrer la ciudad como si
nunca la hubiese visitado. No había cambiado nada, como tampoco lo hizo
la entrada de la casa de los padres de Henry, ni el olor, ni las fotografías, ni
las personas tan maravillosas que habitaban en ella.
—¡Blair! —gritó Tanya, con tanta emoción mientras se le saltaban las
lágrimas—. ¡Ben! La pequeña Blair ha vuelto. Dios mío, estás guapísima,
¡mírate, eres todo una mujer!
Tanya me rodeó y me abrazó como si fuese una hija que no había visto
en mucho tiempo. Nunca había tenido una familia estructurada, unos
padres, cuatro abuelos, tíos, primos… La soledad me había acompañado
gran parte de mi niñez y juventud, se había convertido en un estado que
formaba parte de mí, cada trocito hasta que aprendí a quererla. Por eso no se
puede echar en falta algo que no has tenido. No podía echar en falta a una
madre preocupándose por mí o una hermana tratando de alcanzar los
mismos pasos que yo, pero sí que podía echar de menos a esa familia que
algún día se convirtió un poco más en mía. Y no me di cuenta hasta ese
momento de lo mucho que los echaba de menos. ¿Qué pensarán de mí?, me
pregunté. ¿Me verían con otros ojos? ¿Me sentirían diferente?
¿Encontrarían en alguna parte a la Blair de antes?
—Os he echado muchísimo de menos —dije cuando terminé de
abrazar a los dos. Temblé por dentro de una forma tan genérica que temí
que me lo viesen en la mirada acuosa—. Lo siento mucho —añadí.
—Hija mía. —Ben me cogió de las manos. ¿Estarían al tanto de todos
los detalles de mi vida? De la marcha de Archie, de mi recaída con las
drogas, del tiempo que había pasado sin responder las llamadas de Henry,
de todo lo que había conseguido—. Uno nunca vuelve igual que cuando se
fue.
Tenía razón. No sé lo que había cambiado en mí más allá de mi pelo
corto, pero sabía que no era la misma, que me había perdido o que tal vez
me hubiese encontrado. Pero ahí seguía, en la misma piel blanquecina que
siempre. Me parece curioso que, a simple vista, nos veamos iguales.
Aunque hayan pasado años, conoces a la perfección la capa de afuera. Y, sin
embargo, te puedes encontrar con el interior totalmente cambiado sin darte
cuenta a simple vista.
He olvidado la cantidad de veces que me he sentido como un caramelo
mal fabricado, del que sabes que el envoltorio es de limón, pero cuando lo
desenvuelves es de menta o fresa. Así me he sentido durante muchos años
de mi vida, sobre todo en aquellos en los que todo el mundo parecía saber
todo de mí mientras el cielo se estaba cayendo sobre mi cabeza.
Ahora que había vuelto a Edimburgo estaba diferente, pero me sentía
más yo que nunca. Desde que conocí a Luke algo encajó, no solo entre los
dos, sino en mí. Y es que a menudo vivimos con el interruptor automático
sin darnos cuenta, hasta que llega alguien que te obliga a pulsar el manual.
Y es cuando te toca encontrarte contigo mismo.

—ARCHIE—
Estaba trabajando cuando recibí una llamada.
—¿Archie?
—¿Henry? —me sorprendí al escuchar su voz.
—¿Estás ocupado?
—No —mentí—. ¿Todo bien? ¿Ocurre algo?
Cada vez que Henry llamaba era para algo importante y era inevitable
que no se me saltasen las alarmas.
—Vale, no, no ocurre nada. O bueno…
—Henry…
—No sabía si decírtelo o no, pero… Está aquí, ha vuelto.
Detuve lo que estaba haciendo en ese momento. No estaba en el
estudio, no estaba con gente; estaba en casa revisando algunas partituras
para el nuevo proyecto que tenía entre manos. Mi cuerpo se detuvo.
—¿Sigues ahí?
Acerqué de nuevo el teléfono a la oreja con nerviosismo.
—Sí. —Dejé escapar un suspiro pensando en ella, intentando recordar
cómo olía su pelo, cómo de suave era su piel, la sensación de que te
penetrase con la mirada en silencio, el sonido de su voz en mi oreja—. Sigo
aquí.
Clavé la vista hacia el armario de los trastos que guardábamos Lucy y
yo. En aquel armario había una caja, una caja con cosas que dejó, incluida
la partitura de nuestra canción. No se lo contaba a Lucy, pero muchas veces
abría la caja, cogía ese trozo de papel arrugado y tocaba la canción. A
veces, tan solo necesitaba recordarla tocar, recordar a Blair, lo mucho que la
quise y nuestro fallido intento de querernos. Solo para darme cuenta de que
lo que tenía era lo que merecía la pena y que el amor no siempre se trata de
querer con una intensidad deslumbrante.
—No puedo, Henry.
—Vale —respondió—. No te lo decía con ninguna intención, solo…
quería que lo supieras.
Me rasqué la nuca pensativo, con la voz entrecortada, el aliento
cortado.
—¿Cuánto tiempo?
—Se va a quedar un par de semanas.
Asentí como si pudiera verme. Blair había vuelto. Estaba a siete horas
y cuarenta minutos en coche de mí, a treinta y ocho horas en bicicleta, a
ciento veinticuatro caminando.
Tuve que levantarme de la silla y acercarme a la ventana solo para
contemplar el tiempo. Estaba lloviendo. Tragué saliva y noté los ojos
vidriosos.
—Ha traído con ella la lluvia.
—Blair es más de tormentas —añadió nuestro amigo.

—BLAIR—
Alquilé un apartamento pequeño en el centro. De alguna forma necesitaba
cuatro paredes sencillas, desnudas, y un espacio reducido para darme cuenta
de que podía empezar por esa dimensión a llenar todos esos huecos vacíos
que siempre existieron en mí. Estaba cansada de lo grande, que tan pequeña
me hacía sentir. La verdad es que nunca estuve preparada para una vida
como la que tenía, la fama, el dinero, toda esa gente reclamando atención e
interés en mí. No iba acorde con una chica tan gris como yo. Porque yo era
y soy de ese color. Y no es feo. Es diferente. Como cuando miras hacia un
prado en medio de una tormenta, del que no distingues sus flores ni colores.
Deshice la maleta, me hice la cena y me quedé dormida con un
capítulo de Buffy, la cazavampiros de fondo en el sofá. Echaba de menos
esa sencillez.
Al día siguiente fui a desayunar con Henry y con Shenna a una
cafetería poco frecuentada. No quería llamar la atención, ya que medio
mundo sabía que había vuelto a la ciudad de mis raíces. Hablamos sobre un
montón de cosas: el negocio de muebles, el crecimiento del pequeño Lucas,
que estaba en casa de los padres de Sheena, y también de la idea que tenían
de volver a tener otro hijo. No me podía creer lo tan distintas que eran las
vidas de ellos y la mía.
¿Acaso desde que nacemos está premeditado dónde empezamos y
dónde terminamos? Porque, si alguien me lo hubiese susurrado cuando
perdí a mi madre, no lo hubiese creído.
—¿Habéis pensado en casaros? —preguntó Sheena en un punto de la
conversación. Automáticamente recordé esa carta escrita por Archie
invitándome a su boda. Ni siquiera había preguntado cómo fue, no lo quería
saber.
—Sí, lo hemos hablado un par de veces.
—¿Y tener hijos?
Ladeé la cabeza hacia un lado, observé de reojo a Henry darle un
codazo a su mujer. Sonreí.
—No, nunca me he visto siendo madre, la verdad.
—Para tener una familia no es necesario tener hijos —comentó Henry,
dándole un sorbo al café.
—Lo sé —respondí, encogiéndome de hombros—. Estamos muy bien,
la verdad. Luke es fantástico, ya lo sabéis. Fue… como un rayo de luz y
esperanza cuando lo necesitaba, cuando más perdida estaba.
—Hay personas que vienen para salvar a otras. —Henry cogió la mano
de Sheena y le dio un beso en la mejilla. Seguían igual de enamorados que
la primera vez que los vi juntos años atrás.
—¿Qué vas a hacer esta tarde? Hemos pensado ir al cine, ¿te apuntas
como en los viejos tiempos?
—¿Y que me tires el bol de palomitas encima? No, gracias. —Solté
una carcajada—. En realidad había pensado dar una vuelta por las afueras
de la ciudad, coger un autobús y bajarme en la parada que se me antoje.
Henry negó con la cabeza, sonriendo mientras me miraba con
intensidad.
—Podrás haber cambiado en muchas cosas, Blair. Pero te miro y sé
que sigues ahí.
Me quedé perdida en sus pupilas oscuras. Tragué saliva cuando noté
un nudo formándose en mi garganta. Es impresionante el vértigo que se
siente al chocar contigo misma. Quizás nunca cambié y estuve ahí todo el
tiempo sin saberlo.
—Solo tú harías ese tipo de cosas —terminó diciendo sin desdibujar la
sonrisa de su rostro, que acabó por pegarme.

]
Efectivamente hice lo que le había dicho a Henry que haría. Cogí un
autobús público, me senté al final, pegué mi mejilla en la ventana y
contemplé los paisajes de los pueblos de alrededor de Edimburgo. A medio
camino empezó a chispear y fue como una señal, una señal para que me
bajase en la siguiente parada. Acabé en un pueblo pequeño y caminé
durante no sé cuánto tiempo bajo la lluvia. Pensé en él y me enfadé por
hacerlo. ¿Por qué aún? ¿Cuándo se iba a marchar de mi cabeza? ¿Y de mi
corazón? ¿Se puede seguir amando a alguien que lleva años fuera de tu
vida? Es increíble cómo el ser humano es capaz de querer tan intensamente
a alguien que se fue. ¿Por qué dejé que Archie me marcara tanto?
«Porque es el amor de tu vida», dijo una voz en mi cabeza. Pero a
veces tenemos que comprender que el amor de nuestra vida puede tener
otro. Y, por supuesto, hay que aceptarlo.
Y algo dentro de mí ya lo había aceptado desde que recibió aquella
invitación.

—BLAIR—
Encontré un radiocasete y puse música. Hacía años que no bailaba.

—BLAIR—
Me apetecía cocinar algo elaborado. Nunca he sido una buena cocinitas, de
eso se encargaba más Luke. Pero llevaba una semana en Edimburgo y, de
todos los días, el más oscuro y lluvioso de todos, me desperté contenta. Sin
nudos, sin angustia, sin malestar. Me había prometido no volver hasta que
me reconciliase con la ciudad y estaba empezando a ver algo más de luz.
Puse música. Estaba sonando una canción de los Backstreet Boys, mi
nueva obsesión, y comencé a cantar a pleno pulmón. El timbre sonó, y eso
que le avisé a Henry de que entrase cuando quisiera cuando le di el otro
juego de llaves. Caminé hasta la puerta, cantando y bailoteando sobre mí
misma mientras me limpiaba las manos con un paño de cocina. Entonces
abrí la puerta. Y el mundo se detuvo una vez más, como el día que lo
conocí.
—Archie —pronuncié, boquiabierta, al verle frente a mí.
—Hola, Blair.

—ARCHIE—
No recuerdo el tiempo que estuve frente a la puerta de la dirección que
Henry me había dado. Pero sí la sonrisa que dibujé en mi cara cuando
escuché una canción de los Backstreet. Al principio pensé que me había
equivocado de puerta, pero después escuché su voz. Sí, desde el pasillo
pude escucharla, ya que me pegué tanto a la puerta que por poco la
atravieso.
Pude imaginarla en el salón bailando, vestida con un peto y una
camiseta blanca básica y los pies descalzos. Así era ella. Esa situación me
calmó, incluso después de haber compartido tanto; minutos, segundos, años;
era como enfrentarse a algo desconocido, a una interrogación. Volví a
quedarme un rato más apoyado sobre la pared contigua, pensando qué
decirle y si de verdad me atrevía a tocar esa puerta.
Hasta que, en un acto movido por un impulso, toqué a la espera de
encontrarme de nuevo con su rostro, su olor, sus ojos y sus pies descalzos.
—Archie —pronunció temblorosa. Yo también lo estaba.
Habían pasado más de tres años desde que nos vimos por última vez,
desde que nos despedimos en ese intento por luchar por nuestro amor, pero
fue como si hubiese pasado mucho más tiempo.
Agrandó los ojos tanto que casi podía ver cada mota de su iris
distribuida por sus ojos ámbares. Tenía el pelo por los hombros y le
quedaba muy bien. Iba sin maquillar, natural, hacía mucho que no la
recordaba así. Una oleada de recuerdos e imágenes vinieron a mi cabeza
como una película, como si fueran mis últimos segundos de vida y fuese un
espectador de todo lo que había vivido.
—Hola, Blair.
Nos quedamos un rato mirándonos fijamente, como si ninguno de los
dos terminase de creerse que estábamos enfrente del otro.
—Tú…
—¿Puedo pasar?
La música seguía sonando animadamente cuando Blair, en silencio, me
dio paso hacia el apartamento. Era pequeño, muy pequeño. Me extrañó
bastante, aunque Henry me advirtió. Divisé rápidamente los muebles justos,
una cocina, una habitación y un baño. No necesitaba más, y eso que había
sido espectador de su mansión en Los Ángeles cuando lo emitieron en un
programa de televisión que le gustaba a Lucy.
Blair apagó la música y nos quedamos envueltos en un silencio un
poco incómodo. Estaba respirando el mismo aire que ella, situado entre las
mismas cuatro paredes que ella. Aún recordaba lo mucho que la eché de
menos cuando se fue a Santa Mónica en sus inicios.
—No sabía que estabas en la ciudad.
—He vuelto unos días para ver a mis padres y… Bueno, eso. —Fui
incapaz de confesarle que había cogido un avión hasta Edimburgo para
verla solamente a ella, porque me comía por dentro el pensamiento de que
hubiese vuelto a la ciudad que fue partícipe del proceso en el que nos
enamoramos.
—No puedo creer que estés aquí.
—Ya. —Me rasqué el pelo—. Yo tampoco.
—¿Por qué has venido? —preguntó rápidamente. Ya estaba extrañando
las preguntas y el decir todo lo que se le pasase por la cabeza.
—¿Por qué no? Tú llevas años sin venir a la ciudad.
Se mordió el labio inferior y agachó la mirada.
—No me sentía preparada.
—Lo sé.
Me puse a pensar en todo lo que la persona que tenía delante en
silencio y yo habíamos pasado. Nos conocimos a través de mi música, en
aquella sala del conservatorio donde estaba apoyada en el marco de la
puerta escuchando. Corrimos bajo la lluvia por primera vez, nos
enamoramos, compartimos cama fusionándonos a cualquier hora del día,
nos peleamos, nos perdonamos, nos salvamos, nos perdimos, luchamos, nos
rompimos, luchamos una vez más hasta que… Hasta que ya no se pudo
más.
—¿Qué pasó, Blair?
—¿A qué te refieres?
—¿Cómo estás? —cambié de pregunta.
—Bien. —Soltó un suspiro con las manos en jarra—. Han pasado
muchas cosas, pero ahora estoy… estoy intentando reconciliarme con todo.
—¿Qué has sentido al volver?
—¿Desde cuándo haces tantas preguntas?
—He cambiado.
—Lo sé —respondió enseguida—. Lo noto.
Me senté en el borde del sofá, Blair me miró de reojo e hizo lo mismo
a una distancia considerable. Un flashback en el sofá de mi apartamento me
azotó mientras me hacía recordar todas aquellas veces en las que nos
echamos a reír a carcajadas, nos hicimos cosquillas, hicimos el amor, vimos
capítulos de El príncipe de Bel-Air… Quién lo iba a decir.
—Tú no has cambiado mucho, Blair.
—¿Qué? —preguntó sorprendida, por la forma en que sus cejas se
alzaron enseguida, y abrió los labios dejando escapar aire de sus pulmones
—. ¿Por qué todos decís eso? Han pasado muchas cosas.
—Has vuelto.
—¿Y? —preguntó. No respondí—. ¿Sabes? He pensado muchas veces
en la próxima vez que te vería. A veces sentía que sería pronto; otras que a
lo mejor te volvería a ver con cincuenta años, o… nunca.
Se me puso la piel de gallina al pensar en la idea de que nunca más nos
hubiésemos vuelto a ver.
—Yo también.
—Y te echo de menos, Arch —se sinceró. Blair nunca tenía miedo de
sincerarse—. Te echo tanto de menos que me enfado conmigo misma, te
echo tanto de menos que detendría el tiempo y volvería hacia atrás, que
haría un pacto con quien hiciera falta para hacerlo bien. Y no me da miedo
decírtelo, tampoco vergüenza. Porque eres tú, eres la persona con la que
más cosas he compartido en mi vida. Y ahora estás aquí después de todo.
¿Por qué?
Me incliné hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas.
Escuchar de la boca de Blair lo mucho que me echaba de menos arrasaba
conmigo, con todo lo que tenía. Dolía, pero a la vez… Me reconfortaba
saber que no solo yo la había echado muchísimo de menos. Me miré las
manos incómodo, pensativo. Recordé cuando una vez le dije que nunca
quería echarla de menos. ¿Habría cometido un error al ir? ¿Había sido una
estupidez?
—No lo sé —respondí—. Me gustaría poder decirte algo largo y
elaborado, Blair, pero no tengo ni idea. Solo sé que Henry me llamó el otro
día y, desde que me dijo que habías vuelto, no he pensado en otra cosa.
A Blair le tembló el labio de abajo.
—No digas eso, por favor. —Retiró su mirada.
—Es la verdad.
Ahí estábamos los dos, luchando por no derrumbarnos, por no caer,
por no estallar de nuevo. Porque lo hicimos, los dos nos caímos en distintos
puntos, y lo cierto es que el mundo desde el suelo se ve distinto. Nos
volvimos a sumir en un silencio eterno.
—¿Qué piensas?
—En que nunca te he dado las gracias.
—¿Por qué?
Se aclaró la garganta y se acomodó en el sitio.
—Por parar lo que yo nunca quise detener en el momento adecuado —
respondió. Henry tenía razón, Blair había estado rota y destrozada, puede
que más tiempo incluso que yo, pero en ese momento estaba empezando a
encajar las piezas. Reconstruyéndose a ella misma a la vez—. Aún no sé si
lo que me pasó después fue a causa de ti o porque simplemente tenía que
pasar. Nunca quise recaer, nunca quise perderme, olvidarme de mí,
fallarme. Pero ahora, después de todo el tiempo, creo que lo mejor que
pudiste hacer fue apartarte de mí, Archie.
Respiré profundamente.
—¿Sabes? Me ha costado mucho aceptar la forma en la que te dejé ir,
cómo me lo suplicaste. Empecé culpándote por haberme hecho eso, cegada
de dolor. Uno nunca sabe a quién señalar. Pero después supe que fui yo
sola, que yo me busqué perder a la persona más importante de mi vida.
—Blair… —pronuncié—. Yo nunca… nunca quise hacerte pasar por
eso. Me odio cada día por eso, pero no me arrepiento. Necesitaba salir de
alguna forma, y me avergüenza darme cuenta de que no fui capaz de
hacerlo por mí mismo. El amor hacia otra persona no puede ser más fuerte
que el propio. Y yo no tenía fuerzas para nadar a contracorriente contra lo
que más quería. No luché. Porque sabía que no iba a servir.
Observé a Blair secándose con la yema de los dedos la parte de
superior de los párpados de abajo.
—Una parte de mí quiso que lo hicieras.
—Lo sé. Pero ¿qué iba a hacer? Imagina por un momento que hubiese
sido al revés. —La observé mirar hacia el suelo con seriedad. Cuesta ver a
las personas tan serias cuando las has visto reír y sonreír todo el tiempo—.
Estabas ida, eras alguien incontrolable, te escurriste de mis manos. Puede
que, si te hubiese cogido más fuerte, no hubiese pasado nada, no lo sé.
Ninguno dijo nada. Siempre es difícil saber qué es lo que hubiera
pasado si uno de los dos hubiera actuado distinto, si uno de los dos hubiera
reaccionado o hubiese encontrado la clave para salvarlo todo a tiempo.
—¿Quieres saber para qué he venido?
Asentí.
—Para perdonarme —respondió con los ojos brillantes—. No te
puedes imaginar lo mucho que me he llegado a odiar y a menospreciar por
haberte perdido.
—Tú no tienes la culpa, tan solo… estamos hechos para otras
personas.
Blair hizo una mueca con la boca, esa mueca que solía hacer cuando
algo la fastidiaba o no la contentaba.
—Me cuesta aceptar algo así, Arch. Aun después de haber encontrado
a esa persona, que me atrapó después de pasarme toda la vida corriendo.
No supe qué decir. Me había imaginado aquel encuentro de millones
de formas, con millones de conversaciones distintas, y seguramente me
fuera con la sensación de haberle querido decir más.
—Archie.
—¿Sí?
—¿Qué sientes?
Maldije al instante que preguntase algo así. Me puse nervioso y ella lo
supo. El corazón me latía como si se me fuese a salir en algún momento, y
yo dejaría que eso pasara con tal de no recurrir a él para responder su
pregunta.
—Siento que estoy locamente enamorado de mi mujer. —Hice una
pausa—. Pero no he sido capaz de olvidarte del todo. Ni siquiera sé si yo
mismo no he permitido que lo hiciera porque pensar en ti, en los buenos
recuerdos, me produce una sensación increíble. Contigo todo era como ir
subiendo en una montaña rusa y sentir ese miedo a morir, pero a la vez de
querer hacerlo de todas maneras. Esa sensación de no querer probar una
comida nueva. Pero, cuando lo haces, te gusta tanto que lo comerías todos
los días. Cuando te fuiste, te llevaste algo más que a ti misma, Blair, algo
que nunca lo encontraré en nadie más.
Blair se levantó y se dirigió a la ventana. La observé en silencio
preguntándome si no tendría que haber sido tan sincero, si tendría que haber
elegido mejor otras palabras. Quién sabe, con Blair nunca se sabía.
—Será mejor que te marches. —Suspiró sin poder mirarme a la cara.

—BLAIR—
No sé cuántas horas estuve despierta esa misma noche dándole vueltas a
todo. Quería tanto a Archie que simplemente no podía continuar
compartiendo espacio con él, ni seguir escuchando todas esas cosas que
hacían florecer de nuevo sentimientos que no quería sentir hacia él. Es
curioso el gran miedo que podemos sentir los humanos cuando alguien nos
muestra su amor. Nos estremecemos. Es como asomarse por un acantilado
de una cala preciosa.
Al otro lado del océano había un chico que me quería, un chico que me
salvó y al que le debía la vida, un chico del que estaba enamorada y que era
mi familia. No podía volver a perder a alguien así. Archie siempre iba a ser
Archie y nadie en mi vida iba a poder hacerme sentir como él lo hizo. Había
ido a Edimburgo para cerrar una herida, varias, y lo estaba consiguiendo. Y
no podía permitir que la más grande de todas se volviese a abrir si no
conseguía controlar lo que me hacía sentir.

]
—¿Cómo fue? —Vino Henry al apartamento al día siguiente. Lo miré, de la
forma más sincera que podía hacerlo, y me incliné sobre su hombro para
desgarrarme—. No llores, por favor.
—Cuando me vaya, todo habrá terminado. Cerraré con Archie lo que
sea que haya y seguiré, seguiré con mi vida sin él.
—Blair…
—No quiero volverlo a ver más, no quiero saber nada de él. No puedo
más, Henry, no puedo seguir luchando contra mí misma y todo lo que siento
hacia él. Es agotador, joder. —Estallé en lágrimas una vez más. Estaba
cansada. De pensar en él, de darme cuenta de que lo quería con locura, de
que nada más de lo que fue pasaría entre los dos—. Necesito cerrar el
círculo, meter con él en una caja todo lo que los dos sentimos hacia el otro y
tirarlo al mar de los imposibles.
—Hazlo —dijo Henry con seguridad—. Despídete de él antes de irte.
Es algo que él también necesita. Queda con él una vez más, la última. No
hace falta que hables, solo que os miréis, que os emocionéis y lloréis en
silencio. Y después os marcharéis… para siempre. Cada uno con su familia,
con su amor correspondido.
El corazón se me subió a la garganta en ese mismo instante.
—¿Por qué es tan difícil? —Me sequé la cara.
—Estamos malacostumbrados a terminar siempre con la persona con
la que algún día nos autoconvencimos de que lo haríamos. Existen historias
como la vuestra, Blair, muchas. Historias que comienzan y no llegan hasta
el final, que se quedan a medias como un mechero a punto de acabarse.
—Nunca quise esto para los dos.
—Nadie quiere eso, pero es algo que no se elige, simplemente… pasa.
Tengo la sensación de que cada pareja es como un candado que se
adhiere a una valla. Algunos se oxidan por mucho que se les eche aceite
encima, otros quedan relucientes por años y más años. Nunca pensé que el
amor pudiese ser algo tan duradero sin tenerlo entre tus manos. Eso me hace
caer en la idea de que, si lo tienes bien sujeto, tiene que ser una sensación
jodidamente increíble.
Archie y yo siempre íbamos a ser ese candado reluciente. Brillante.
Nuevo. Duradero.
Pero lo que lo diferenciaba de los demás es que no estaba cerrado, sino
abierto.
Pensé en nosotros, en nuestro alrededor. Nunca se me ha dado bien
pensar, ni querer poco, ni quedarme callada; pero ahí estaba, planeando
nuestra despedida, nuestro adiós, la forma de arrojar ese candado al agua.
Pasaron tres días desde nuestro reencuentro cuando… cuando lo cité
en un lugar especial.

—ARCHIE—
Estaba lloviendo y vi su silueta de espaldas. No llevaba paraguas, yo
tampoco. Sentí la piel de gallina y el corazón dando golpes desde dentro
hacia fuera, avisándome de que la había sentido cerca.
Me había llevado a un lugar especial. Me había llevado…
—Una vez me dijiste que, cuando no estuvieses, te llevase de nuevo al
principio. Y recuerdo que no lo entendí. —Se giró hacia mí con el rostro
empapado—. Ahora sé que eso no quiere decir que volvamos a tener otra
oportunidad, sino que superemos la que tuvimos. Por eso estamos aquí.
Me acerqué a ella despacio, sin dejar de mirarla, mientras miles de
gotas chocaban contra nosotros. No elegimos la lluvia, ella nos eligió a
nosotros. Muchos la odian, pero en realidad son los sentimientos del cielo;
los buenos y los tristes. Porque hay mil maneras de llorar, como las hay de
llover.
El rostro de Blair estaba calado, su pelo más oscuro de lo normal y sus
pestañas mojadas. Era medianoche y ahí estábamos los dos, en un callejón
justo al lado del conservatorio de danza de Edimburgo. El principio.
Nuestro principio. ¿Seguirán tejiendo nuevas historias en los mismos
lugares donde terminan otras? Di un paso más hacia ella, hasta quedarme
tan cerca que los dos nos estremecimos a la vez. Casi había olvidado lo que
era compartir aire y aliento con ella. Despacio, subí el brazo y acaricié la
superficie mojada de sus mejillas. Blair cerró los ojos y yo sentí un
escalofrío recorriéndome la mano. No sabía si estaba llorando o no a causa
de la lluvia, pero estaba preciosa. Acaricié sus labios sin dejar de mirarlos,
su nariz, sus cejas. Me incliné despacio hacia ella, hacia su oído, y cogí aire.
—Baila conmigo —susurré.
Blair abrió los ojos de golpe. Pegué mi cuerpo al de ella, sentí su
pecho, su abdomen, y finalmente sus manos sobre las mías encajaron a la
perfección. Pueden pasar años y años, que la memoria de la piel es intacta,
infinita, y la mía la había reconocido como un antiguo pasajero. La había
esperado, la había esperado mucho tiempo, incluso cuando pensé que la
odiaba tanto que nunca más podría hacer algo así.
Por un momento todo desapareció: el dolor, la rabia, la angustia, la
ira… Y solo estaba ella. Ella y yo. No había tristeza, nunca más la habría.
Empezamos a movernos, sujeté a Blair con fuerza, le di una vuelta y soltó
una carcajada cuando casi se tropieza. Seguimos bailando, seguía lloviendo.
Empecé a tararear nuestra canción, esa que tanto dolía, pero que aquella
noche no lo hizo. Blair se sumó y nos convertimos en dos personas
tarareando bajo una tormenta mientras bailaban, daban vueltas y se mojaban
los zapatos. Nos reímos, nos reímos mucho. Y también lloramos.
¿Es posible sentir cosas tan distintas a la vez? ¿Tiene algún verbo? ¿O
forma parte de la locura en la que siempre nos envolvió?
Por un momento no había dos corazones partidos, porque tan solo
éramos dos jóvenes bailando bajo la lluvia, nuestra lluvia. Y es verdad eso
que dicen de que la vida es un rato muy corto, que las personas no son para
siempre y que las oportunidades se terminan más rápido de lo que
pensamos.

—BLAIR—
Apoyé mi cabeza en su pecho y pude escuchar sus latidos como si
estuviesen más fuera que dentro, en la capa más externa que en la interna,
como si se solidificaran y pudiera retenerlos en mi mano. Aún no podía
creer que estuviera ahí, abrazada a él, llorando en silencio mientras su voz
se colaba en mi oreja cantando nuestra canción. Quizás éramos demasiado
jóvenes e inexpertos cuando nos enamoramos, pensé mientras nos
movíamos despacio de lado a lado. Ya no nos reíamos. Solo se escuchaba la
lluvia chocando contra el suelo y nuestras respiraciones intentando ir a la
par. Recuerdo que, cuando dormíamos juntos, jugaba a seguir el mismo
ritmo que Archie y a veces respiraba tan despacio que temía ahogarme.
Supongo que eso puede ser una metáfora más que nos define. No es que yo
fuera más deprisa que él, sino que nunca encontramos un ritmo intermedio
para poder respirar a la misma vez. Nos habíamos pasado el tiempo
intentando seguir al otro, pero al final los dos acabamos ahogados de tanto
perseguirnos sin lograr alcanzarnos.
Y es que en ese momento recordé una cosa que aprendí en
rehabilitación: A veces somos una pequeña flor situada en la mano que la
arranca. Yo había sido esa mano, al igual que otros lo fueron conmigo. En
cada historia de amor fallida hay una flor y una mano equivocada. En cada
historia de amor fallida existe un ramo con espinas guardadas y una mano
resbaladiza.
—Te quiero. —Dejé escapar lo que decía mi piel, mis ojos, mis manos,
mis pensamientos.
Con la cabeza hundida en su pecho miré hacia arriba, hacia él, que me
miró en ese mismo instante. Siempre sería él, siempre sería su olor tan
familiar, su forma de ser, sus inseguridades, sus heridas, sus vértigos, sus
canciones y sus noches.
—Yo también te quiero, nubecilla. Muchísimo.
Nos abrazamos. Nunca había compartido un momento tan íntimo con
alguien. Y no hablo de desnudarnos, sino de hacerlo con la ropa puesta, de
vernos sin ella, aún vestidos con capas y más capas.
Me gusta pensar en la cantidad de personas que he conocido a lo largo
de mi vida. Con algunas solo he compartido una noche de excesos; con
otras, entrevistas; con otras, una fotografía o un breve intercambio de
palabras. Han sido muchas, muchísimas. Y, de todos esos miles de personas,
solo había una. Una que me había enseñado todas las caras del amor como
si fuese un dado y que había sido capaz de que luchase contra mí, por él.
—¿Te apetece dar un paseo?
—Vale.

]
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy cansada de andar, ¿qué hora es? Bueno, en realidad no me
importa, solo me apetece tumbarme un rato en el suelo ahora que ha dejado
de llover.
Archie me miró como la primera vez que corrimos bajo la lluvia. Tan
inseguro y a la vez sorprendido. ¿Se había olvidado de la sensación de estar
conmigo? Porque yo no había olvidado absolutamente nada.
—Estás chalada —respondió mientras se sentaba a mi lado y se echaba
hacia atrás—. ¿Y si viene un coche?
Giré el cuello hacia él.
—Si viene un coche le diremos que se espere.
Archie se rio.
—En nuestra historia hemos tenido que esperar mucho, creo que es
hora de que el resto nos espere a nosotros, ¿no crees?
—Tienes razón.
Me acomodé todo lo que pude en la superficie rocosa. A pesar de eso
estaba a gusto. Habíamos estado hablando de muchas cosas, entre ellas
sobre nuestras carreras, de cómo empezó la suya gracias a Lucy, de cómo
todo comenzó a encajar tras mucho esfuerzo por su parte.
—¿Cómo la conociste? —quise saber. Llegó el momento de
profundizar en nuestra otra vida.
—Fue una noche saliendo de The Aurora, ya me estaba yendo cuando
una chica me llamó por detrás.
—¿En serio?
—Sí. —Le vi sonreír de reojo con un brillo en su mirada. Fue
inevitable no sentir un escalofrío al verle así—. Fue la segunda persona en
mi vida en ver mi talento, en verme a mí. La primera fuiste tú.
—Te dije que algún día serías alguien importante —respondí, mirando
hacia el cielo—. ¿Y cómo es? ¿Cómo te hace sentir? ¿Es divertida?
—Muy divertida. Lucy es… ¿Sabes esa sensación de ser una fotografía
que necesita ser enmarcada y encontrar el marco perfecto que encaje? Creo
que desde el primer día que nos sentamos a hablar de música en una
cafetería de la ciudad lo sentí. Pensé: «wow, esta chica es increíble».
¿Estaré algún día preparado para alguien así? ¿Podría ser capaz de querer y
demostrar mi amor como lo hice contigo? No me creía preparado, ni
siquiera cuando la besé por primera vez o cuando me dijo que sentía algo
más.
—¿Cuándo te diste cuenta de que la querías?
Archie carraspeó.
—Echaba de menos tus preguntas, pero ¿de verdad lo quieres saber?
—Sí, quiero saberlo todo, Archie.
Lo escuché coger aire mientras observaba el mismo lienzo oscuro que
yo.
—Fue un poco raro. No creo que fuese algo de un solo momento en el
que pensase «creo que la quiero», fue algo más progresivo, con el día a día,
pasábamos mucho tiempo juntos por ese entonces y a veces… A veces echo
de menos eso. Lucy fue mi amiga, probablemente la única de verdad que he
tenido en mi vida. Ella me ayudó a aceptar el huracán que había pasado por
mi isla, a superarte. A seguir queriéndote, pero pensándote un poco menos
que el día anterior, a no preocuparme por alguien con quien no estaba. Me
ayudó mucho y supongo que en algún punto sentí ese clic.
Nos quedamos en silencio, todo lo contrario a los gritos y ruidos de
nuestros pensamientos.
—¿Puedo decir algo?
—Claro.
—Si algo he aprendido es que las personas nos volvemos adictas a las
que nos hacen sentir bien. Es algo de lo que no te das cuenta hasta que lo
piensas, y es incontrolable. Los seres humanos se aferran a aquello con lo
que creen que pueden sobrevivir. En nuestro caso, nos refugiamos en
carcajadas, en emociones positivas, en aquellas cosas que te ponen el pelo
de punta, en conversaciones de música o de arte o de cine. Nada de vértigos
ni incertidumbres, es un mero mecanismo de supervivencia.
—Ya.
—Tú encontraste a Lucy y yo le encontré a él. O más bien al revés,
porque ninguno de los dos estábamos para encontrar a nadie más que no
fuéramos nosotros.
El cielo seguía nublado. Pero, de entre todas y cada una de las nubes,
la luna se asomaba por un huequecito. Redonda, pequeña, lejana, blanca.
—Como el sol y la luna.
—¿Qué?
—Eso es lo que hemos sido, Arch. Hemos intentado perseguirnos
como el sol y la luna, sin lograrlo.
—Puede que algún día.
—Puede que algún día —repetí.
Archie se movió inquieto y giró su cuello hacia mí.
—Háblame de Luke. Os he visto por la tele, pero no sé muy bien cómo
es. Tiene pinta de ser un buen tío.
—Luke ha sido mi salvavidas. —Sonreí—. Ha sido la persona
adecuada en el momento perfecto. ¿Sabes esa sensación de que encajas?
Que no quedan huecos vacíos. Al principio Luke y yo éramos como intentar
encajar un cuadrado dentro de un círculo. Nunca pensé que lo
conseguiríamos tan pronto, pero lo hicimos. Yo necesitaba parar, necesita a
alguien que me ayudase a abrir los ojos y que llenase todos esos agujeros
que me rodeaban. Estaba rota, lo estuve por tanto tiempo, Archie… Aunque
no reflejase lo mismo de cara a los demás. Ya sabes cómo soy, todo lo que
guardo dentro. Y lo cierto es que nunca pensé que un chico me cogería de la
mano en la zona más profunda de la piscina. ¿Sabes qué? —Me reí
recordando lo que iba a decir—: La noche que lo conocí, lo insulté.
—¿En serio?
—En serio.
Los dos nos reímos un rato. Se sentía bien reírse de esas cosas con la
persona más especial que había pasado por mi vida.
—Me alegro mucho, Blair.
Noté el brazo de Archie moverse hacia mi cuerpo, a la altura de mi
mano. No me tocó, ni me la cogió, pero ahí estaba, tan cerca como si lo
estuviera haciendo. Llegando al roce, pero aún sin hacerlo. Creo que
siempre lo sentiría de esa forma. Cerca y a la vez lejos, muy lejos.
—¿Sabes una cosa? Cuando empecé con Lucy, yo… pensaba mucho
en ti. Me sentía mal estando con ella y me preguntaba cada noche si algún
día tú… tendrías la oportunidad de volver a querer a alguien con la misma
locura con la que lo hiciste conmigo. Hubo una época en la que compraba
revistas cada día para buscarte y saber si te habías vuelto a enamorar.
Negué con la cabeza.
—¿Y bien? ¿Con qué te encontraste?
Archie suspiró.
—Con una chica que deslumbraba tanto que quería ser invisible —
respondió con la voz clara—. Con una chica que estaba con todo el mundo
y con nadie a la vez, con esa chica que estaba triunfando más que nunca y
no era capaz de sentir nada.
Lo describió a la perfección. Tanto que temblé. Parpadeé para no dejar
caer las lágrimas que estaban al borde. Me aclaré la garganta antes de
hablar:
—He perdido la cuenta de las veces que me he sentido así. O, mejor
dicho, que no he sentido. Era como vivir en una neutralidad constante, no
sentía amor, ni tristeza, ni rabia, ni triunfo, tan solo… —Tuve que hacer una
pausa porque se me cortó la voz—. Tan solo notaba un roce sobre mis
mejillas, frío y distante, lleno de incomodidad por estar simplemente
existiendo y respirando. ¿Puedes imaginar lo que es sentirse así?
Archie no respondió. Dejó tiempo para que me secase la cara en
silencio.
—Siempre he tenido la sensación de que eres una persona a la que, por
mucho que alguien corra a toda velocidad detrás de ti, nunca se le llega a
alcanzar, Blair.
—¿A qué te refieres?
—Que no estás hecha para todo el mundo.
—¿Entonces para quién estoy hecha? —Me incorporé, llena de
impotencia. Lo miré y Archie me imitó.
—Para ti.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que, cuando te alcances a ti misma primero, estarás preparada para
que alguien más lo haga por ti.
Al principio hice un leve movimiento con la cabeza hacia un lado,
arrugando las cejas y la nariz, intentando comprender lo que acababa de
decir. Pero fue entonces cuando las palabras de Archie volvieron a repetirse
en mi cabeza. «Cuando te alcances a ti misma».
—Encuéntrate, Blair. Preséntate de nuevo a ti misma, conócete desde
fuera hacia dentro sin tener miedo de hacerlo.
Algo hizo clic en mi cabeza en ese momento. Algo encajó, se ajustó, y
en ese momento inspiré con tanta profundidad como si no lo hubiera hecho
antes. El aire frío de Edimburgo se coló por mis fosas nasales y tuve la
sensación de que aireó todo mi cuerpo refrescándolo. Fue como si la Blair
de antes se hubiese marchado, como si ese nudo que tenía atado en el
estómago se hubiese desabrochado con tranquilidad.
Tanto tiempo intentando conocer el porqué de todo lo que había hecho,
de mi comportamiento con Archie, de mis actos, de mis pensamientos… Y
tan solo tenía que encontrarme, no en los demás, sino en mí misma.
Archie se cogió de mi mano y volví a mirarle con la cara empapada.
—Bienvenida, Blair.
Aún seguía confusa, con los pensamientos enredados, con las
emociones enrevesadas cuando me tumbé de nuevo hacia atrás y Archie
seguía sujeto a mi mano. Me giré hacia él y él hizo lo mismo. Encogí las
piernas cuando se levantó un poco de viento y empezó a chispear.
No podía dejar de mirarlo, asombrada. Como si fuera otra persona,
más madura, más sabia, más completa. Y sentí un miedo atroz por la forma
en que lo quería cuando se llevó mis manos a sus labios. Esos que había
echado tantísimo de menos. Sentí envidia de la lluvia, de cada gota que
aterrizaba sobre él, deseando poder ser yo la que acariciase su superficie.
Me acerqué un poco más.
Y después él.
Nuestras narices chocaron y cerré los ojos porque era incapaz de
mantenerlos abiertos y verle tan cerca y a la vez que estuviese tan lejos.
Sentí cada parte de su rostro como si lo estuviese viendo. Sus pestañas
acariciaron mi frente, y entonces supe que nuestras bocas estaban a la altura
perfecta. Nunca había estado nerviosa por querer besar a alguien, siempre lo
he hecho y ya está. Pero con él era distinto.
—Quiero besar tus labios con el corazón, nubecilla —susurró, y el
nudo que tenía en la garganta se esfumó cuando noté el roce de sus labios
sobre los míos. No me besó, no nos besamos, tan solo nos acariciamos
mientras llorábamos y la lluvia caía sobre nosotros, tirados en medio de una
carretera. Tuve un déjà vu y recorrí unos años atrás, al primer beso salvaje y
lleno de agua, y al segundo, y al tercero. Recordé ese que nos dimos en la
parte de atrás del coche como dos quinceañeros, y aquel en nuestra cama
mientras el sol se ponía, y en el suelo del apartamento entre risas, y sobre el
piano y apoyados en cualquier pared.
—A la mierda —dije cuando pegué mi boca contra la de él y nuestras
lenguas se encontraron. Archie sabía igual que siempre, movía sus labios y
su lengua de esa forma que tanto tiempo busqué en otros chicos para
recordar cómo era la sensación de volverlo a besar. Su boca me conocía, la
mía la había echado de menos, su saliva se traspasó y se mezcló con la mía
como tantas veces habíamos hecho antes. Y es que no podía creer que un
simple beso, algo tan cotidiano que puede durar desde un segundo a varios
más, pudiese llenar tanto.
Le cogí de detrás del cuello y Archie envolvió mi rostro con sus manos
temblorosas. No quería que terminase, no quería olvidarme de la sensación
más bonita que había sentido en mi vida. Porque todo estaba oscuro hasta
que me besó y se encendió una luz que ahora habitaba dentro de mí.
Cuando terminamos nos miramos en silencio en una expresión de amor
y miedo a la vez. Y entendí por qué esos dos conceptos van tanto de la
mano. Porque sin miedo no hay amor y sin amor no hay miedo.
—Te voy a echar mucho de menos —gimoteé acurrucándome una vez
más, la última, entre su cuerpo.
—Yo también —respondió con pasividad—. Me hubiese gustado que
hubiese sido diferente.
—Ya. —Cerré los ojos.
—Pero no podemos… Tenemos…
—No hace falta que lo digas, Arch —le corté, y nos hundimos en un
silencio doloroso.
—Blair.
—¿Mmm?
—Si algún día… si algún día, ya sabes, nos encontramos por
casualidad en otro punto, en otra situación… Yo siempre te voy a querer.
—Lo sé, yo también. —Me despegué de él. Ya era la hora, lo sentía de
alguna forma y estaba temblando—. Quiero que seas muy feliz, que lo sigas
siendo con tu familia, Henry me ha dicho que vas a ser papá. —Me
emocioné al decir eso—. Y sé que vas a ser el mejor padre del mundo, lo sé
de verdad porque eres el mejor hombre que existe en este planeta, y Lucy es
una chica afortunada.
Archie se reincorporó y se secó la cara, aunque continuaba lloviendo.
—Lo seré, seré feliz y tú también.
Le sonreí por primera vez. A partir de ese momento, solo podría
recordar a Archie con una sonrisa. No me valía otra cosa, no podía.
—La lluvia siempre tendrá tu nombre, Blair, y la única forma de
sentirte en mi piel será caminando debajo de ella —dijo, ofreciéndome su
mano mientras se levantaba.
Se estaba acercando el momento. Y me partía en dos. Me puse en pie y
Archie me echó el pelo hacia atrás.
—Quiere mucho a ese chico —asintió con la voz temblando y los ojos
brillantes. Aún se veían azules en la oscuridad, un azul precioso. Me llevé la
mano al pecho para asegurarme de que seguía en su sitio y que aquella vez
no se fuera con él lo que habitaba dentro.
—Lo haré —respondí rompiéndome por dentro, y Archie posó su
mano en mi mejilla.
—No llores más.
Entonces cogí aire, di un paso hacia atrás y lo miré por última vez de
arriba abajo para tener aquel recuerdo en mi retina y guardarlo en una caja
de recuerdos. Para, quién sabe, compartirlo con mis hijos o nietos. Creo que
no somos conscientes de la cantidad de veces que nos despedimos de
personas sin saberlo y después duele, duele mucho. Y aún más lo hacen las
veces en las que sabes que nunca más volverás a ver a esa persona. Y
encima amándola como yo le amaba a él, pero a veces el amor no vence.
Me tembló el labio y la garganta cuando le dije:
—Adiós, Archie.
El amor, no siempre vence.

—ARCHIE—
La vi alejarse despacio como un enfermo se va de la vida. La vi
desapareciendo como el humo de un tren, como las hojas de los árboles en
otoño, como lo que escribes en la arena y se lleva el mar.
Quería correr tras ella, detenerla, y decirle que le jodiesen al mundo y
nos quisiéramos hasta el fin de nuestros días. Quería tirarle del brazo y
volverla a besar una y otra vez hasta ver nuestros labios hinchados. ¿Se
puede querer tanto a alguien que no tienes?
Me quedé en medio de la calle, en la madrugada. Y, cuando dejé de
verla, grité tan alto que me desgarré la voz. Me llevé las manos a la cabeza
y lloré su nombre una y otra vez hasta cansarme. «Se había ido», pensé.
«Nos hemos ido. Se ha terminado».
Ahora pensar en ella tenía que ser algo que no doliera, algo que no me
pesase tanto, que no me dejase dormir. Tenía una familia. Y ella también. Y
no podíamos… simplemente no podíamos hacer más daño a los que nos
querían. En ese instante me di cuenta de lo mucho que había aprendido de
ella, lo mucho que me había hecho crecer sin darse cuenta. Porque Blair
siempre ha sido así; las mejores cosas que hace, no se da cuenta. Confié en
lo que le dije, en que se encontrara y se conociera para seguir avanzando.
Porque en esta vida, hasta cuando crees que lo tienes todo bajo control, se
puede torcer.
Iba a quererla siempre. Blair iba a ser ese amor que no estaría presente
cada día, pero del que me acordaría cuando escuchase su canción o lloviese.
Porque hay personas que nunca se olvidan. Y, si nosotros no podíamos estar
juntos, amaríamos a otros en la tranquilidad.
Todos tenemos un «ojalá», un «quizás» o un «para siempre». Blair y
yo éramos todo eso que terminaba por contrarrestarse y formar un «jamás».
Un «jamás» lleno de amor, de carcajadas, de locuras, de música. Y allí
había terminado nuestra historia, una más de entre millones que no terminan
bien. No sé, tal vez el amor sea un alma que se divide en dos cuerpos no
necesariamente cerca del otro.
La lluvia seguía cayendo sobre mi rostro cuando Blair dejó de ser algo
mío, para serlo un poco más del mundo.
EDIMBURGO
1993
Caja de recuerdos de Blair
Abro los ojos de golpe. Me encuentro sudando, la nuca mojada, la espalda
goteando. Me estiro por la cama y lo primero que hago es buscarlo.
—Shh, estoy aquí —dice. Y le veo acostado a mi lado, clavándome sus
ojos claros.
—Arch…
—Ha sido una pesadilla.
Lo miro aterrorizada y me lanzo a abrazarle, apretándolo con tanta
fuerza que me hago daño, pero me da igual.
—Blair… —Se ríe—. Pero ¿qué has soñado?
No quiero decírselo, no quiero recordarlo. Quiero seguir abrazándolo
toda la mañana, pero qué digo, todo el día. No quiero soltarlo nunca,
quiero sentirlo a todas horas, cada día, cada semana, cada año, por el
resto de mi vida.
—Ha sido una tontería.
—¿Segura?
Asiento mientras me apoyo en su abdomen desnudo, es domingo y ha
aparecido el sol. Quiero quererlo siempre, de todas las formas, en todos los
lugares. Sin límites, sin peros. Lo quiero cuidar hasta cuando crea que no
tengo fuerzas, ni haya oportunidades.
—¿Te has despertado ya?
Pienso la pregunta.
—No lo sé —respondo, y hace una mueca con la cara—. ¿Qué vamos
a hacer hoy?
—¿Qué te apetece hacer?
—Vivir.
Última parte
Actualidad
2022
—NATALIA BROWN—
—¿Qué pasó después? ¿Os volvisteis a ver? —pregunto con el corazón en
lo alto de la garganta. Miro mis brazos y la piel erizada, no puedo dejar de
pensar en ellos y rezo para que la respuesta de Blair sea afirmativa.
Pero, tras unos segundos de silencio, niega con la cabeza y me
estremezco.
—Supe muchas cosas de él y él seguramente de mí, pero no, no nos
volvimos a ver desde esa noche en el 97.
Se me forma un nudo en el pecho. No lo puedo creer. Dejo el bolígrafo
en medio de una página de la libreta que sostengo.
—Han pasado veinticinco años.
—Lo sé.
Blair está serena, tranquila. Aún puedo ver un rastro de dolor en su
mirada cada vez que mencionaba su nombre y, sobre todo, la última parte
de la historia. Está preciosa a sus cincuenta y dos años y me ha estado
enseñando algunas fotos a lo largo del viaje que acabamos de vivir. Desde
que empezó, no había dejado de mirar a la increíble mujer que tengo
delante, y miento si no digo que estaba nerviosa por descubrir la historia de
una de las mejores supermodelos de los noventa y dos mil.
—¿Qué pasó con Luke?
Blair sonríe.
—Nos casamos en diciembre del 98. Luke fue el segundo amor de mi
vida, pero estaba claro que algún día se acabaría. En realidad nunca le di
todo lo que una persona está dispuesta a recibir por amar
incondicionalmente a alguien. No fue suficiente para él. Sabía tanto como
yo que mi corazón había sido robado hacía mucho tiempo por un joven
pianista y que nunca más iba a poder sentir una cosa parecida. Nos
divorciamos hace seis años y seguimos teniendo buena relación. Fundamos
juntos un centro para alcohólicos y drogadictos en Los Ángeles en el año
2003 y aún sigue funcionando —relata—. Luke… siempre fue uno de mis
mejores amigos, lo sigue siendo.
Asiento aún con el nudo retorciéndose en mi estómago. No puedo
creer que hayamos llegado al final.
—Por cierto, ¿cómo has dicho que te llamabas?
—Natalia Brown.
—¿Cómo vas a plasmar todo lo que te he contado en un libro?
—Es más fácil de lo que parece. —Paso las páginas de la libreta que
tengo conmigo—. ¿Puedo preguntarle algo? ¿Alguna vez pensó en llamarlo
o verle?
—Sinceramente, he olvidado la cantidad de veces que se me ha pasado
eso por la cabeza, pero no podía hacerlo.
—¿Por qué? ¿Por qué dejó que su historia se terminase así? ¡Estaban
enamorados!
—Hija mía, ya lo has escuchado todo. No podíamos, ambos teníamos
familia, una vida, en países distintos. Archie y yo… no podíamos.
—¿Qué pasó después de despedirse de él?
—Al día siguiente volví a Los Ángeles con Luke. Cuando volví… me
sentía otra persona, me sentía bien y no podía creerlo. Supongo que ya era
hora, ¿no? Aquel año hice la campaña de Versace, que me coronó como una
supermodelo de la década. De alguna forma volví a enamorarme de mi
trabajo, Luke y yo creamos el centro… No sé, nunca pensé que despedirme
de Archie era todo lo que necesitaba en ese momento de mi vida para
perdonarme y simplemente seguir…
—Necesitaba cerrar la etapa.
—Exacto.
—¿Por qué nunca ha hablado de Archie en los medios? Nadie tiene ni
idea de todo… esto, de…
—¿La verdad?
Asiento.
—Verás… —comienza a decir—. Ser un personaje público hace que
todo el mundo crea saber todo de ti. Todo el mundo cree saber con quién te
acuestas, con quién trabajas, qué estilo tienes, tus gustos… Y no tienen ni
idea de nada. Cuando hice aquella entrevista con Oprah ya dejé claro lo que
una persona puede esconder, que es ni más ni menos que su propia vida.
Esto, mi historia con Archie, es algo real. Como lo que conté sobre mis
problemas con las drogas, que ayudó a muchísima gente a no sentirse sola y
a actuar. A veces tan solo se necesita leer una historia gris para que alguien
se dé cuenta de que los colores del mundo los tienes entre tus manos y se
los pones solamente tú.
Me quedo embobada. A lo largo de la historia, me había estado
imaginando a esa Blair de veintipocos años hablando claramente con Archie
como lo estaba haciendo conmigo.
—Tiene razón.
—¿Hemos terminado? —pregunta mirando a su alrededor.
—Creo que sí.
—Muy bien. —Hizo el amago de levantarse—. Le he contado todo lo
que nunca le conté a nadie. Haga una buena historia, una real, una que tenga
un principio, pero no un final. —Se gira y la veo de espaldas. Me la
imagino como cuando Archie la vio por última vez, solo que ahora su pelo
es grisáceo y por encima de los hombros.
—¿Aún le quiere? —pregunto poniéndome de pie.
—¿Cómo dice? —Se detiene antes de salir por la puerta.
—A Archie. ¿Aún le quiere?
—Siempre lo haré.
—¿Puedo decirle algo antes de que se marche?

]
—Esa fue la última vez que la vi.
Me seco las lágrimas de la cara. Es inevitable, es inevitable llorar y
sentir impotencia.
—¿Llora, señorita?
—No, no, es que… Bueno, sí. Siento rabia. —Me vuelvo a pasar el
pañuelo por debajo de los ojos.
—No es la única.
Archie se encuentra enfrente de mí. Lleva traje, huele muy bien, y es
guapísimo. Me cuesta compararlo con el chico joven del principio de toda
la historia. Ha crecido tanto, ha aprendido tanto. Aún tengo su imagen con
veintinueve años dejando escapar al amor de su vida. No puedo esperar a
preguntar qué pasó después.
—¿Me permite decirle algo, señor Bell? Creo que… Y perdone si
estoy siendo grosera, pero yo me hubiese enamorado de usted tan
perdidamente como Blair.
Logro sacarle una sonrisa, lo cierto es que es más expresivo de lo que
imaginé. Me siento en armonía compartiendo espacio con él, no sé. Es un
hombre de cincuenta y cuatro años, pero es… Archie Bell, es alguien
adorable que luchó hasta que no pudo más por alguien que quería
muchísimo.
—¿Qué pasó con Lucy?
Archie se lleva la mano a la barbilla.
—Tuvimos un aborto. —Suspira—. Perdió el bebé tres meses antes de
nacer.
Algo detiene por un instante mi corazón. Me llevo la mano a la boca.
—A partir de ahí todo fue en picado. Estuvo con depresión, dejó de
cantar, de salir, de comer, de vivir y de quererme. Nos divorciamos al año
siguiente de que eso sucediese.
No sé por qué, desde que Archie me había contado el primer encuentro
con Lucy, había tenido esperanza en su relación. Por la forma en que los dos
se compenetraban, de verdad que eran el uno para el otro. Y al final Blair
había durado muchísimos años más con Luke. Aun así, hay algo que no me
cuadra.
—Pero tengo entendido que usted tiene una hija, ¿no?
—Así es, Rain, tiene dieciocho años.
—¿Cómo…?
—Después de Lucy, conocí a Marie un par de años después. Fue muy
bonito, nunca nos llegamos a casar, pero tuvimos el mayor regalo que me ha
dado la vida, que es mi hija. No funcionó del todo, pero hoy en día nos
llevamos bien. Es una gran madre.
Me quedo sin habla.
—¿Impresionada?
—A veces me aterra lo rápido que pasa el tiempo y lo mucho que
pueden cambiar nuestras vidas de un año para otro.
—¿Puedo hacerle una pregunta personal?
—Por supuesto.
—¿Está enamorada? ¿Se ha enamorado alguna vez?
—Tenía dieciocho años.
—Seguro que, cuando se enamoró aquella vez, todo cambió
repentinamente.
—Lo hizo.
—El amor lo cambia todo, lo acelera, y a la vez ralentiza esos
pequeños momentos íntimos y especiales. Y sí, a mí también me aterra lo
rápido que pasa.
—¿Piensa en ella?
No hace falta que la nombre.
—Sí.
—Tengo algo que decirle antes de que se marche, señor Bell.

]
Me gusta escribir historias de amor, historias en las que las personas tienen
que esperar años hasta encontrarse, historias en las que el amor está ahí,
sujetando la flor correcta en las manos correctas, aunque cueste.
Sin embargo, un día llegué a casa sintiéndome mal por un chico y me
pregunté por qué no escribía una historia en la que por una vez el amor no
vence. Existen muchas historias, más de las que pensamos, que no terminan
bien y ¿por qué no escribir sobre eso? Todos alguna vez hemos pasado por
algo así, por dolor, rabia, duelo. Me obsesioné. Y entonces llegaron ellos.
Cité a Archie y a Blair para que me contasen su historia y accedieron
sin saber que ambos me estaban contando su historia desde sus puntos de
vista. Esta historia son ellos, sus vidas, sus pensamientos. Ha sido un viaje
bonito y doloroso, pero sobre todo lleno de aprendizaje. Ellos habrán
aprendido del otro, pero yo he aprendido de ambos con esta historia.
Todo lo que me han contado termina aquí, pero hace un par de
semanas recibí algo.
Una caja. De recuerdos. De ella.
Epílogo
EDIMBURGO
2022
Caja de recuerdos de Blair
Me siento en la mesa del final de la cafetería; hay cosas que nunca
cambian. Me acomodo y suspiro cuando suena el móvil y recibo mensajes
de Maya sobre el evento del domingo. Dejo el móvil a un lado y pido un
café con leche cuando se acerca el camarero. Me ha reconocido, pero no
me ha dicho nada. Mejor.
Levanto la vista de la mesa y me dedico a contemplar a la gente que
pasea por la calle y las que hay dentro del establecimiento. Son personas
corrientes, conversando, respirando, caminando, viviendo. A veces cuesta
darse cuenta de que esas pequeñas cosas son más que eso, simples.
Mientras que en alguna parte del mundo hay alguna persona a la que le
cuesta hacer todo eso. Me pregunto sobre aquellas veces en las que nos
quedamos sin aire por un momento, te ahogas, te alertas; y, joder, solo
estás dejando de respirar, algo que haces diariamente. Y, cuando no
puedes, es ahí es cuando te das cuenta lo tan importante que es respirar.
Luke me llama en ese instante y no se lo cojo, porque será por trabajo
y no tengo ganas de pensar en ello. Me paso la mano por detrás del cuello
mientras le doy vueltas a la taza de café durante diez minutos. Veinte. Estoy
esperando a alguien. A alguien importante al que no veo hace mucho
tiempo y, aunque intento parecer serena, es inevitable con algunas personas
en particular.
Pasa media hora y me desespero. Esperar nunca ha sido lo mío. Tiene
gracia, ¿verdad? Pero entonces escucho un sonido familiar, lejano y
mezclado con el de la multitud. Me pongo en pie y miro a mi alrededor una
y otra vez buscándolo. La música sigue sonando desde alguna parte. Es él y
no sé dónde está. Me pongo nerviosa. Cojo el bolso y el abrigo, y decido
salir a la calle dejando un billete en la mesa. Una vez fuera lo escucho con
más fuerza. Es un piano. Es nuestra canción. En alguna parte. Empiezo a
andar y a chocarme contra la gente. Observo una multitud en medio de la
calle y corro hacia allí con los pelos de punta. Es la canción, tiene que ser
él. Me acerco y empiezo a empujar a la gente para que me deje pasar hacia
el centro del círculo formado. Me llevo algunos codazos y alguna que otra
persona me grita «señora».
Hasta que llego al centro. Y ahí está. Con un maldito piano, tocando
en medio de la calle. La gente lo graba sin parar, le sacan fotos, lo
reconocen, ¿quién no lo haría?
Archie me ve y sonríe. Y siento que tengo las lágrimas al borde de los
ojos. Veinticinco años han pasado desde aquella noche, desde que me tuve
que convencer de que él y yo nunca podríamos terminar nuestra historia.
Hasta que esa joven escritora nos ha reunido de alguna forma. Archie me
guiña un ojo sin dejar de tocar, y entonces es cuando lo siento. Esa
explosión en el pecho que recorre todo mi cuerpo. Tengo miedo de caerme y
perder la cabeza. Intento cerrar los ojos para escucharle otra vez. ¿La
gente sabrá que antes de ser quien es compartió toda una vida de melodías
conmigo? Siento la canción una vez más, como la primera vez que la
escuché en aquella sala. Hasta que termina. Abro los ojos y la gente se ha
dispersado un poco. Busco a Archie, pero no le veo, ya no está en el piano.
Giro sobre mí misma unas cuantas veces y siento mi pecho subir y bajar
con tanta rapidez que me asusta volver a vivir esa sensación tan bonita.
Alguien me toca el brazo desde atrás y sé que es él. Abro la boca en
una expresión confundida y emocional, no sé si llorar o reír. Pero entonces
se inclina hacia mi hombro y me susurra en el oído:
—¿Cuándo te ibas a dar cuenta de que te he estado esperando todo
este tiempo aquí, nubecilla?

FIN
Agradecimientos
Una vez más, muchas gracias por haber llegado hasta aquí. Escribo estos
agradecimientos con la canción de Blair y Archie de fondo. Podéis
encontrar Declaration de Johannes Bornlof en Spotify y volver a sentir la
historia de amor más agridulce que he escrito hasta el momento.
¿Por dónde empezar? Muchas gracias a Tere, mi editora, por volver a
confiar en mí y en esta historia. Al equipo de Ediciones Kiwi por ser un
equipazo conmigo y tratar tan bien mis historias. Siempre estaré
superagradecida porque me habéis dado esta oportunidad. Gracias a mi
familia. Yaya, nunca me fallas, siempre eres la primera en leerme y en
aconsejarme. Aún recuerdo lo ansiosa que estabas de que te mandase más
páginas de este proyecto porque estabas tan enamorada de esta historia
como yo. A mi madre, por ser mi pilar fundamental y a mis hermanas por
apoyarme y sentiros orgullosas de mí. A mis amigas más íntimas: Alicia,
Marta, Cris; os quiero mucho. A esa familia que elegí en su momento y los
convertí en mi grupo de amigos: Carlos, Valentín, Celia, Lydia, Ana,
Wilson, Carmen. A mis dos almas gemelas que conocí gracias a las letras:
Desi y Sandra; se habla mucho del amor de pareja a distancia, pero
conservar una amistad tan bonita como la que tengo con vosotras a pesar de
los kilómetros que nos separan, hace que llore por dentro de emoción cada
vez que nos encontramos en Atocha. A Enara, ¿qué puedo decir de ti? Has
sido un total descubrimiento en mi 2022, compañera de letras, compañera
de charlas sobre escritura y sobre nuestros proyectos; muchas gracias por
haber leído a Archie y a Blair antes que nadie y por aconsejarme para darle
mejor forma a la historia.
A mis lectoras y lectores. En serio, gracias, no tengo palabras para
expresar lo que siento cada vez que recibo un mensaje o leo alguna reseña
bonita. Gracias a los que lleváis acompañándome desde los pedazos y
seguís leyéndome. Espero que os haya gustado esta historia y espero traeros
muchísimas más porque esto es lo que más me gusta hacer en el mundo.
A la Natalia de antes de escribir esta novela. No sé qué ocurre, pero
siempre cambia algo dentro mi cada vez que empiezo y termino una
historia. Aprendo, aprendo tanto que escribo y no me doy cuenta la cantidad
de lecciones que me voy dando a mí misma.
Por último, a las personas que me han llevado por el camino de la
amargura, los que me han hecho sufrir durante meses y los que han hecho
que creyese una vez más en que el destino siempre nos tiene preparados el
momento adecuado para amar a esa persona tan especial. Archie, Blair, no
tengo palabras. Os siento en Edimburgo juntos, bailando, tocando el piano,
amándoos. No recuerdo el día que llegasteis, pero ahora estáis en el corazón
de muchas personas que siempre recordarán vuestra historia. Gracias por
dejarme escribirla.

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