La Subasta - Traduccion

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La Subasta - (Traducción de The Auction by Lovesbitca8)

Posted originally on the Archive of Our Own at http://archiveofourown.org/works/35277010.

Rating: Explicit
Archive Warnings: Graphic Depictions Of Violence, Rape/Non-Con
Category: F/M
Fandom: Harry Potter - J. K. Rowling
Relationship: Hermione Granger/Draco Malfoy
Characters: Hermione Granger, Draco Malfoy, Narcissa Black Malfoy, Lucius
Malfoy, Ginny Weasley, Pansy Parkinson, Blaise Zabini
Additional Tags: Alternate Universe - Voldemort Wins, Sexual Slavery, Sexual Assault,
Hermione is not raped, But minor characters are, Explicit Sexual
Content, Loss of Virginity, Death Eater Draco Malfoy, Sterilization,
Implied/Referenced Suicide, Flashbacks, Espionage, Romance, Pining,
Drama, Mystery, Angst, Minor Character Death, The Malfoys Have Lots
of Secrets, Implied Draco/Other Character, Mild Hermione/Other
Character, Sexual Assault of a POV Character, Universo Alternativo -
Voldemort Gana, esclavitud sexual, abuso sexual, Hermione no es
violada, Pero personajes secundarios si, contenido sexual explícito,
perdida de la virginidad, Draco Malfoy Mortífago, Esterilización,
Implicito/Sugerido Suicido, Espionaje, Muerte de personaje secundario,
Los Malfoy tienen muchos secretos, Implícito Draco/otro personaje,
Moderado Hermione/otro personaje, Abuso Sexual desde el POV de un
personaje, Traducción de The Auction by Lovesbitca8, dramione -
Freeform
Language: Español
Stats: Published: 2021-11-22 Completed: 2021-11-26 Words: 349,458
Chapters: 41/41
La Subasta - (Traducción de The Auction by Lovesbitca8)
by endlessfish

Summary

Tras el triunfo del Señor Tenebroso sobre Harry Potter, los derrotados deben aprender cuál es
su lugar. Hermione Granger, ex Chica Dorada, ha sido capturada y reducida a ser una esclava.
Vendida al mejor postor, como el mayor premio de una subasta de miembros de la Orden y
simpatizantes, es arrojada a las rabiosas y expectantes manos de los Mortífagos. Pero a pesar
de los horrores del nuevo mundo de Voldemort, la ayuda, y la esperanza parecen surgir de los
lugares menos esperados.

3era parte de la serie Correctos e Incorrectos (RIGHTS and WRONGS)

Notes

Nota de Traductor

¡Hola! Aquí les dejo mi primerísima primera publicación,


una traducción autorizada de uno de mis fics favoritos: The Auction, de la genial
Lovesbitca8.
Acepto críticas y sugerencias.
¡Espero que lo disfruten!

{Edit} Irene Garza ha traducido las primeras dos partes de esta trilogía de Correctos e
Incorrectos. Les dejo links y recomiendo su maravilloso trabajo!!
1 - La Forma Correcta de Actuar
2 - Todo Lo Incorrecto

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Nota de Autor

La Subasta es un oscuro AU (Universo Alternativo) donde Voldemort Gana, con momentos


de violencia y sexo no consensuado. Haré lo posible para incluir advertencias de contenido en
los capítulos que contengan asuntos específicos. Esta es la tercera historia de la serie de
Correctos e Incorrectos. Aunque considero que La Subasta puede ser leída de manera
independiente, no lo recomiendo.

¡Esta es mi primera historia de muchos capítulos con Betas! Aunque son más como Alfas
para este pequeño omega solitario. Muchísimas gracias a SaintDionysus y raven_maiden.
Mucho amor para NikitaJobson, que hizo el arte para este fic hace meses con la bondad de su
talentoso corazón.

Y por último, gracias a quienes me han estado siguiendo durante años, pidiendo un fic de
subastas. Es por ustedes que esto existe.

(Extractos tomados de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte)

A translation of The Auction by LovesBitca8


Chapter 1

Harry Potter está muerto. Fue asesinado mientras huía, intentando salvarse a sí mismo
mientras ustedes sacrificaban su vida por él. Les traemos su cuerpo como prueba de que su
héroe ha muerto.
La batalla está ganada. Han perdido a la mitad de sus combatientes. Mis Mortífagos los
superan en número y El Niño Que Vivió está acabado. La guerra debe terminar. Todo aquel
que continúe oponiendo resistencia, hombre, mujer o niño, será masacrado, al igual que
cada miembro de su familia. Salgan del castillo ahora, arrodíllense ante mi, y serán
absueltos. Sus padres y sus hijos, sus hermanos y hermanas, vivirán y serán perdonados, y se
unirán a mí en este nuevo mundo que construiremos juntos.

Hermione cayó de rodillas.

Harry Potter está muerto.

Hacía frío. Tenía sangre en el rostro, tensándole la piel. No recordaba si era suya. Tenía
mugre debajo de las uñas y bilis en la garganta.

Escuchaba a Ron diciéndole algo, una tontería. Algo acerca de seguir luchando.

Si Harry estaba muerto...

Había tenido pesadillas acerca de este momento durante los últimos siete años. Acerca de lo
que debería hacer a continuación. Seguiría la cadena de mando. Primero McGonagall.
Cuando McGonagall cayera, sería Kingsley. Luego Remus. Pero detrás de todos ellos, ella y
Ron tendrían que ser los nuevos rostros de la revolución.

Su héroe está muerto.

Se puso de pie, tambaleándose. Ron la ayudó a levantarse.

No debería haberlo besado. No debería haber pretendido un poco de normalidad en su vida.


El mundo se estaba acabando.

McGonagall gritó. Hermione se volvió hacia la entrada del castillo, y vio a Hagrid cargando
un cuerpo.

Se veía tan pequeño, su cabello todavía apuntando en todas direcciones.

Sintió que un alarido salía de sus propios labios mientras Ginny se precipitaba hacia adelante,
gritando su nombre.

Miró el rostro de Ginny, apenas imaginando lo que se sentiría ver a tu amor muerto frente a
ti. Y sus ojos se volvieron hacia los rostros de los Mortífagos que se aproximaban,
buscando...

Una cabeza rubia se movía rápidamente entre ellos. El corazón de Hermione latió con fuerza,
siguiendo la figura. El rubio se deslizó entre las filas, hasta finalmente separarse y dirigirse a
una entrada lateral. Era Narcissa Malfoy. Hermione miró a su alrededor y encontró todos los
ojos fijos en Hagrid, que colocaba el cuerpo de Harry a los pies de Voldemort.

Nadie vio a la esbelta mujer dirigirse a toda velocidad hacia el castillo. Nadie más que
Hermione.
Se volvió. Ron se aferraba a Ginny, las lágrimas corrían por su rostro. McGonagall se
mantenía erguida, con la varita lista. El resto de los Weasley estaban detrás de ella. Los ojos
de Kingsley recorrían la línea de Mortífagos, al parecer los estaba contando.

Si Narcissa Malfoy estaba planeando algo, alguien debía seguirla. Hermione no la podía dejar
escapar.

Voldemort estaba todavía regodeándose y predicando a la multitud reunida. Ella se deslizó


hacia la izquierda, por detrás de los estudiantes, arrastrándose hasta el muro de piedra. Miró
el cuerpo de Harry por última vez. Vio a Ron y a Ginny, preparados para luchar.

Justo cuando estaba a punto de escabullirse por el pasillo, Neville salió corriendo hacia
adelante. Voldemort lo aturdió de un disparo.

Toda la atención estaba sobre Neville, y Hermione hizo su escape.

Se metió de nuevo entre la multitud, siguiendo el sedoso cabello rubio que zigzagueaba entre
los Mortífagos hacia la entrada lateral. Hermione vio la puerta cerrarse detrás de Narcissa.

Había gritos detrás de ella. Odiaba ser capaz de identificar los alaridos de Neville. Sus
propios recuerdos se envolvían alrededor del ritmo familiar de las carcajadas de Bellatrix.

Hermione se deslizó al interior del vestíbulo de entrada, y observó el infinito de sábanas


blancas del Gran Comedor. Madame Pomfrey levantó la mirada hacia ella, el único ser
viviente entre los cuerpos.

—¿Qué está pasando ahí afuera, Granger?— Su voz temblaba.

—Harry está muerto—. Escuchó la voz salir de sus labios.

Pomfrey palideció.

—Creo que vamos a luchar—, continuó. Vio temblar los labios de la medimaga.

Hermione parpadeó, y se dio la vuelta, caminando en la dirección en la que Narcissa Malfoy


se había deslizado al entrar.

Debía ser el shock. Se permitió reflexionar sobre el asunto… Harry había muerto, y ella
estaba persiguiendo a Narcissa Malfoy por el castillo vacío.

Hermione giró en un pasillo desierto, los escombros se acumulaban en los rincones. Nunca
había visto el castillo tan fantasmal.

Muerto.

Voces en un pasillo lateral. Hermione se apretó contra la pared, sintiendo las piedra fría
contra la espalda, y se asomó por la esquina.

Dos cabezas rubias.


Se echó hacia atrás, golpeándose el cráneo contra la pared en la prisa por esconderse. Apretó
con fuerza los ojos, e intentó escuchar a pesar del latido en su cabeza.

—...tiempo de irnos. Nos encontraremos con tu padre… a Francia con…— El rápido susurro
de Narcissa hacía flotar frases cortas en su dirección.

—No me voy a ir—. La voz de Draco era nítida.

Una suave tibieza invadió el pánico de Hermione al darse cuenta que Narcissa Malfoy no
tenía un plan maestro. Estaba simplemente arriesgando su vida para buscar a su hijo.

—¿A dónde vas?

—¿No la viste en el patio?

—Yo te estaba buscando a ti—. Fuertes pisadas. —¿Me has oído?— Preguntó Narcissa. —
Potter está muerto.

—Si, te escuché—. La voz de Draco estaba cerca. Estaban yendo en su dirección. Hermione
salió disparada por el camino que había venido, y encontró un pequeño armario de escobas
donde esconderse.

No pudo escuchar mucho más de lo que decían los Malfoy debido el sonido de los latidos de
su corazón. Las rápidas piernas de Draco lo hicieron pasar de largo frente a su puerta, con
Narcissa pisándole los talones. Hermione se asomó por la puerta del armario, y lo observó
mientras se alejaba.

Las cosas estaban a punto de ponerse exponencialmente más difíciles. Ahora iba a tener que
volver al vestíbulo de la entrada. Tendría que hacer el inventario de los que habían
sobrevivido mientras ella corría detrás de los Malfoy, pretendiendo que lo había hecho por la
causa. Tendría que consolar a Ginny y a Ron, e intentar dejarse consolar por ellos… eso si es
que podía encontrarlos.

¿Qué tal si se lo había perdido? Si se lo había perdido todo. Qué tal si volvía al vestíbulo de
la entrada y los cadáveres de sus amigos estaban ahí, esperando a que se uniera a ellos.

Tal vez podría no regresar. Podría encontrarse con los estudiantes que habían sido forzados a
abandonar la escuela antes de que todo esto empezara. Intentaría recopilar la mayor cantidad
de información posible, y si ellos eran los únicos que quedaban, tendría que organizarlos. Y
si, milagrosamente, alguno de sus amigos había sobrevivido a lo que había pasado, se
encontrarían en algún lugar, a medio camino.

Miró hacia el final del pasillo por el que Draco Malfoy había desaparecido, probablemente en
dirección al patio, buscando a quienquiera que fuera la persona por la que había
desobedecido, no solo a su madre, sino también al Señor Tenebroso. Apretó los labios.

Él la había salvado, en la Mansión Malfoy, los había salvado a los tres. Por supuesto que los
había reconocido. Así como ella lo podría señalar a él en una multitud, sabía que él podía
hacer lo mismo. Él reconocería su cabello y su actitud de “mandona”.
Ella reconocía la longitud de sus pasos. Lo pasmada que había quedado en quinto año,
cuando él había crecido hasta ser tan alto como Snape. Era como memorizarlo todo de nuevo.

Reconocía su tono de rubio, por supuesto. Un faro en la oscuridad, pero después de haberlo
visto junto a sus padres en el Mundial de Quidditch y algunas otras veces más, podía
distinguir su color entre los tres. De Narcissa había heredado el tono exacto, pero de Lucius
la calidad.

La curvatura de sus cejas, justo antes de lanzar un remate ingenioso y fatal, estaba escrito en
sus venas. La inclinación de sus labios antes de sonreír, atormentaba un rincón oscuro de su
mente. La recientemente desarrollada cualidad exánime de sus ojos, estaba dibujada en su
subconsciente. Como si careciera de alma. Al menos de una que ella estuviera autorizada a
ver.

Y luego, apenas un puñado de sonrisas. Verdaderas sonrisas. Abriendo las encomiendas de su


madre en la mesa del desayuno. Ante alguna jugada verdaderamente sublime de Quidditch.
Por algo que Blaise Zabini le había susurrado en el oído durante la clase de Pociones. Sentía
que hacía años que no veía una de esas.

Por su propio bien, esperaba que él y su familia huyeran a Francia. Si llegaba a encontrar esos
hombros cuadrados, debajo de una túnica de Mortífago, lanzando maleficios contra ella y su
ejército, no sabía si sería capaz de…

—¡Desmaius!

Y, antes de derrumbarse sobre el conocido suelo de piedra de su vieja escuela, su último


pensamiento fue que debería haber adivinado que, por preocuparse por él, ella terminaría así.
Distraída, desarmada, y destruida.
Chapter 2
Chapter Notes

Nota de Autor

Estoy tan emocionada de que USTEDES estén emocionadas. :)


¡Gracias a SaintDionysus y raven_maiden, y pueden agradecer a Raven_Maiden por este
adorable muro de inspiración!

Por favor, presten atención a las etiquetas (tags)... digamos, siempre.

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Hermione despertó con el sonido de un llanto.

Sus ojos se abrieron de golpe, y fue como si su corazón se hubiera encendido, agitándose
ferozmente en su pecho. Sus pulmones se aferraron al aire viciado, saboreando el miedo al
final de la lengua.

Había cuerpos a su alrededor. Ruido de llantos y sollozos. Una luz cálida evitaba que el
cuarto se sumiera en la oscuridad total. Casi podía reconocer el frío suelo de mármol debajo
de ella.

—¡Hermione!
Levantó la vista. El cuarto se estaba moviendo. Se dio cuenta que los cuerpos a su alrededor
no estaban inanimados. Todo el cuarto… cincuenta personas, comenzaron a gatear hacia ella.
Sus pulmones se encogieron, y se apretó a la pared contra la que había despertado.

—Hermione—, dijo una voz familiar. Se volteó y Ginny estaba ahí, trepando por encima de
la gente, aferrándola por los hombros, apretándola contra su pecho, y diciendo: —Estás
despierta.

Hermione miró más allá de los rizos escarlata. El cuarto estaba lleno de rostros familiares.
Podía ver a Luna y a Parvati. Los cuerpos que se habían arrastrado hacia ella eran sus amigos,
ansiosos por abrazarla, no por atacarla.

Ginny se echó hacia atrás, con las manos sobre el rostro de Hermione. —¿A dónde fuiste?
¿Dónde te atraparon?

Atrapada. Todo se redujo a esa palabra. Hermione separó los labios, la piel estaba agrietada, y
tosió ante la sensación de papel de lija en su garganta.

—¡Agua!— Gritó Ginny. Cuatro o cinco chicas se movilizaron. —¿Tienes hambre?—


Preguntó Ginny.

Hermione frunció el ceño. ¿Comida? ¿Agua?

Un vaso descartable con agua se abrió paso hasta sus labios. Hermione tomó un sorbo, y
levantó la vista para agradecer a la persona frente a ella. Era Cho Chang.

Todos estaban vivos. ¿Se habían rendido? ¿Dónde estaban Ron y Neville? Parpadeó.

Solo chicas. Chicas jóvenes. Miró a cada uno de los rostros. Cuando sus ojos aterrizaron
sobre Luna, la rubia sonrió suavemente y dijo: —Nos mantienen separados.

—¿Separados e ilesos?— Dijo Hermione con voz ronca. Un plato de fruta pasó sobre las
cabezas y apareció frente a su rostro. —¿Y alimentados?

—No está envenenado. Todas hemos estado comiendo—, agregó Ginny. Hermione solo
sorbió su agua.

—¿Cuánto hace que estamos aquí?— preguntó.

—Cuatro días—, corearon varias voces.

—Tu llegaste ayer.

Hermione giró de golpe para mirar a Ginny. Se examinó a si misma. No estaba herida. Pero
había algo en su brazo.

C. Yaxley. Una especie de tatuaje. Mágico. Era una firma.

Sintió que la sangre era drenada de su cabeza.


—Es el que te capturó—. Parvati asintió ante el tatuaje. Los ojos de Hermione se deslizaron
hacia el brazo de Parvati y vio: W. Macnair.

Tragó saliva. —¿Él es mi dueño ahora?

Ginny frunció los labios y algunas chicas apartaron la mirada. —No estamos seguras—, dijo
Ginny. —No nos han dicho mucho, solo nos alimentan, y siguen trayendo chicas—. Respiró
hondo. —Es posible que...

—Ya se los he dicho, niñas tontas—, dijo una voz amarga en un rincón. Hermione estiró el
cuello, y encontró el único cuerpo que no se había arrastrado para saludarla al despertar.
Sentada contra la pared de la esquina, con las rodillas a la altura del pecho de manera
distendida, sin un pelo fuera de su lugar.

Pansy Parkinson pasó la mirada sobre todas ellas. Hermione se estremeció cuando sus
intensos ojos la atravesaron.

—Es para la Subasta.

Ginny puso los ojos en blanco.

Hermione no podía apartar la mirada de Pansy. No podía entender su presencia. Había otras
Sangre Pura ahí, pero todas eran traidoras a la sangre.

¿Por qué mantenerlas a todas vivas? El cuarto comenzó a dar vueltas mientras Hermione
calculaba las posibilidades, todas se reducían a unos pocos escenarios probables que hicieron
que sus costillas se hundieran, crujiendo y raspando contra sus pulmones.

Respiró con dificultad. —¿La Subasta?

Ginny miró a Pansy de reojo antes de colocarse frente a ella, bloqueándola de su vista. —
Necesitas comer—. Comenzó a juntar fruta para ella, y a pelar una banana. —¿Dónde te
atraparon, Hermione? No te vi en la batalla del patio.

¿Para qué necesitaban un cuarto lleno de chicas jóvenes? ¿Dónde estaban todos los varones?

—Ron—, gruñó.

—Hermione—. La voz de Ginny era firme. —Dime dónde te capturaron.

—Yo… estaba en el castillo. Creí haber visto...— Se quedó a la deriva, sin saber qué podría
decir con Pansy Parkinson presente. —… a alguien que valía la pena seguir. Pero me
aturdieron por la espalda.

—¿Viste a alguien? ¿O algo útil?— Preguntó Cho.

Hermione levantó la mirada hacia Pansy. ¿Le importaría saber que había visto a Draco?
¿Estaría siquiera preocupada por él? Hermione se preguntó qué nombre tendría ella tatuado
en el brazo.
—Nadie de nuestro bando, no.

—¿Y luego a dónde te llevaron?— Preguntó Hannah Abbott.

—¿Aquí?— Ofreció Hermione. —Supongo.

Un jadeo colectivo.

—¿Estuviste inconsciente? ¿O no te acuerdas?

—¿No has tomado agua en cuatro días?

—¿Dónde te tenían?

—Tenemos que revisar su cuerpo...

—Yaxley. No se lo dejaría pasar...

—Alto—. Hermione casi gritó. El cuarto quedó en silencio. Algunas chicas que estaban
reuniendo vasos de agua y trozos restantes de pan, se volvieron para mirarla. Ella bajó la voz
y dijo: —No me acuerdo de nada después de que me aturdieron.

—Hermione—, dijo Ginny con cautela, los ojos muy abiertos y buscando. —Deberíamos
revisarte. Ver si no tienes alguna marca. Si sientes algo… entre las piernas.

Hermione observó a las casi cincuenta chicas a su alrededor. Solo podía ver cómo la
escaneaban intensamente, buscando marcas en su piel. Todas excepto Parvati, cuyos ojos se
habían apartado, mirando el suelo de mármol como si quisiera darle privacidad a Hermione.
Como si ya supiera lo invasivo que se sentía eso.

Los ojos de Hermione se volvieron a deslizar sobre la firma de Macnair en su brazo.

—No hay necesidad—, resopló Pansy. Las cabezas se volvieron para mirarla. Pansy mantenía
la mirada al frente, aburrida. —Ella es demasiado valiosa. Nadie se atrevería a tocarla.

Ginny lucía como si se estuviera mordiendo la lengua para no responder.

—Además—, dijo Pansy, torciendo la cabeza con una sonrisa. —Eres virgen, ¿no es así,
Granger?

Hermione sintió una puñalada en el pecho cuando la mitad de las chicas se voltearon para
mirarla con ojos ansiosos, y la otra mitad comenzó a maldecir a Pansy.

—¿Qué?— Rió Pansy. —Solo estoy diciendo que sería un desperdicio de cinco mil Galeones.
No hay necesidad de revisarla.

—Cierra la boca sobre esa maldita Subasta, Pansy— gruñó Ginny. —Nadie te cree...—

—¿Qué Subasta?— Hermione miró a la chica de Slytherin. Suponía que ahora las casas ya no
importaban mucho, ¿verdad? —¿De qué estás hablando?
Pansy sonrió. —Así como suena, Granger. La élite de Sangre Pura nos va a poner una
etiqueta con precio, nos hará desfilar, y ofertarán—. Se mordió el labio, arqueando
alegremente una ceja. —Y si todos estos años te estuviste reservando para Weasley, entonces
Yaxley recibirá unos cinco mil más.

El olor de las bananas y las naranjas… apestando, como los cuerpos que sudaban
nerviosamente a su alrededor. Podía sentirlo en el fondo de su garganta. Hermione estaba a
punto de vomitar.

—¿Y cómo terminaste del lado incorrecto de todo esto, Pansy?— Preguntó.

Pansy apartó la mirada. —El lugar incorrecto, en el momento incorrecto.

—No la escuches—, dijo Ginny. —Vamos a revisarte rápidamente. Solo Luna y yo, ¿de
acuerdo?

Hermione asintió, deseando estar dormida otra vez. Las chicas les dieron algo de espacio,
Parvati y Cho crearon algo de privacidad a su alrededor.

—¿Estabas usando esta ropa durante la batalla?— Preguntó Ginny. Hermione bajó la mirada
hacia ella misma. La misma ropa, pero estaba limpia. Fregotego.

—Ehm, si.

—Bien.

Desabrocharon su abrigo, revisaron el cuello y los hombros antes de ayudarla a quitarse la


camisa. Cuando terminaron de corroborar que no tenía marcas en la espalda, Hermione
preguntó finalmente: —¿Dónde está Ron?

Ginny la miró, y luego apartó la vista. —Estaba vivo, la última vez que lo vi. Al igual que
Neville. A Kingsley y a McGonagall los mataron en el patio.

Hermione pensó que tal vez debería haber suspirado. Debería haber comenzado a llorar.

—Pansy cree que también habrá varones en la Subasta, así que tal vez Ron y Neville estén
allí—, susurró Luna con voz melódica.

—No hay ninguna Subasta, Luna—, siseó Ginny entre dientes. —Es solo Parkinson jugando
con nosotras—. Pasó sus dedos por el cuero cabelludo de Hermione, tanteando en busca de
heridas.

—No lo sé—, dijo Luna. —Draco también me la había mencionado.

Hermione la miró, y los dedos en su cabello se detuvieron.

—¿Una Subasta?— Dijo Ginny.

—¿Draco?— Preguntó Hermione.


—Mm-hmm—. Luna arremangó el jean de Hermione, revisando sus tobillos y sus
pantorrillas. —Cuando me estaba quedando en su mazmorra—. Lo decía como si hubieran
sido unas vacaciones que se hubiera tomado el año pasado. —Él solía venir y hablar
conmigo. Me contaba cómo estaba todo en la escuela. Y algunos días antes de irme… antes
de que tu, Ron y Harry llegaran, Hermione, él me dijo que podría haber algo como esto.

—¿Qué dijo?

—Solo que si llegaba a sobrevivir a la guerra, y si el Señor Tenebroso ganaba y no lograba


escapar, debería quitarme la vida—. Luna volvió a bajar las mangas del pantalón.

Cho Chang se giró y miró a Luna con los ojos desorbitados.

—¿Para evitar la Subasta?— Preguntó Ginny.

—Algo así—, Luna se encogió de hombros. —Lo único que me dijo fue que no iba a poder
comprarme. Que tenía que ahorrar para alguien más.

Hermione tragó saliva. Draco Malfoy siendo amable… Compasivo. Siempre pensó que ella
había sido la única que podía verlo. Harry había mencionado algo el año pasado, acerca de
Myrtle en el baño de las chicas, justo antes de cortarlo al medio.

Hermione miró al otro lado del cuarto de nuevo. —Para Pansy—, dijo. Cho se volvió para
mirar a Pansy, y los ojos de Ginny la siguieron. Hermione vio como la chica de cabello negro
cerraba los ojos, y recostaba la cabeza contra la pared de su rincón solitario, apartada de
todos los demás. —Él debía saber desde hace meses que Pansy terminaría aquí.

Hermione se volvió hacia Ginny y Luna. —¿Qué nombres hay en sus brazos?

Luna se subió la manga, y Ginny giró la muñeca. Las dos tenían la misma firma.

Antonin Dolohov.

Un sonoro bang desde afuera del cuarto. Las cincuenta chicas saltaron, algunas se pusieron
de pie, y otras se encogieron hacia atrás.

Otro bang, esta vez Hermione reconoció el sonido de puertas abriéndose.

—Tal vez solo sea la comida. O vienen a traer otra chica—, susurró Ginny. Hermione se puso
de pie y se apoyó pesadamente contra la pared, lamentando su estómago vacío.

Un click en una cerradura, y un Mortífago enmascarado entró al cuarto. No traía comida, ni


una chica nueva.

—Revisión médica hoy.

Era Yaxley. Bajó la mirada hacia su brazo, esperando… algo. ¿Cosquillas? ¿Una quemazón?
O las letras brillando cuando él estaba cerca. Nada.

—En grupos de cinco—, dijo. —Parkinson, Abbott, Clearwater, Forbes y Harding. Síganme.
Nadie se movió.

—Ahora—, dijo Yaxley.

Penelope Clearwater fue la primera en separarse del grupo y moverse hacia adelante. Pansy
se puso de pie y la siguió. Las cinco salieron del cuarto. Yaxley miró a su alrededor, una
promesa de dolor detrás de su máscara, y cerró la puerta al salir.

Regresaron una hora después. El corte en la cabeza de Hannah estaba curado. Y todas olían
mejor.

Se llevó a Ginny esta vez, y a otras cuatro. El resto se reunió alrededor de las cinco que
habían vuelto y las acribillaron a preguntas.

—¿Dónde estamos?— Hermione le preguntó a Hannah, mientras Penelope respondía


preguntas acerca de las duchas y el examen médico.

—Creo que en el Ministerio.

El piso de mármol negro. Por supuesto.

Cuando Ginny regresó, arrastró a un grupo hacia un rincón, llevando a Hermione y a Luna.
Les explicó el recorrido de los pasillos, las duchas. El número de Mortífagos que las
custodiaban.

—¿Alguna de ustedes es buena para hacer magia sin varita?— Ginny miró a su alrededor.
Algunas de las chicas mayores asintieron. —Quienes vayan en el grupo de Hermione
deberían intentar vencer a los guardias antes de llegar a las duchas. Esta puede ser su única
oportunidad. Las llevan hacia la derecha en dos esquinas, y luego hay una puerta al final del
pasillo antes de llevarte a la derecha y al interior de las duchas—. Ginny dibujó lineas
imaginarias en la pared como ayuda visual, y Hermione se acordó de Ron, y la forma en que
hacía estrategias en el Ajedrez Mágico. —Creo que he estado en estos pasillos antes con mi
padre. Creo que esas son las puertas principales.

—Llevan a los tribunales—, dijo una chica con cabello negro. —Mi padre estaba en el
Wizengamot. Creo que sé dónde estamos.

Ginny asintió. —Yaxley y otro guardia nos llevaron hasta las duchas. Estoy pensando en un
Levicorpus y en un Expelliarmus—. Las chicas asintieron. Las que todavía no habían ido a su
revisión se habían reunido también. —Sólo consíganle a Hermione una varita. No vuelvan a
buscarnos.

Más de treinta cabezas asintieron.

—¿Qué?— Hermione frunció el ceño. —No, vamos a volver, las sacaremos a todas, y luego
las cincuenta saldremos como un tornado por esa puerta...—

—No seas idiota, Granger—, dijo Pansy desde el rincón.


Ginny apretó los labios. —Hermione, tienes que salir por esa puerta lo más rápido y
silenciosamente posible. Los medimagos estarán esperando al siguiente grupo.

—¿Por qué cinco brujas con un máximo de dos varitas tendría mejores chances que
cincuenta?— Argumentó. —Estamos en el décimo subsuelo.

—¿Cincuenta brujas desarmadas intentando entrar en los ascensores sería mejor?— Se burló
Pansy.

De nuevo el bang de las puertas abriéndose. Las chicas se dispersaron, simulando inocencia.

Yaxley regresó con cinco brujas recién bañadas.

—Baxter, Lovegood, Patil, Mortensen, y Granger.

Se puso de pie. Y se preguntó por primera vez dónde estaría la otra Patil.

Parvati se movió rápidamente para quedar al frente de la linea de chicas, asintiendo hacia
Hermione. Luna se colocó detrás de ella. Las otras chicas se pusieron en la fila y Hermione se
quedó detrás. Yaxley las guió hacia afuera, sosteniendo la puerta para cerrarla tras él. Otro
Mortífago esperaba en el pasillo, y le hizo una seña a Parvati para que lo siguiera. Hermione
observó a Yaxley mientras cerraba la puerta y se giraba para cerrar la fila.

Su corazón se salteó un latido.

Giraron a la izquierda.

Miró fijamente la parte posterior de la cabeza de Baxter. No la conocía. Cuando balanceó el


brazo hacia atrás, pudo leer claramente la palabra Nott.

Volvieron a girar a la izquierda. Un largo pasillo con una puerta al final. A mitad de camino
estaba la puerta de la derecha que, según Ginny, llevaría hacia las duchas. Un pasillo que se
abría a la izquierda las conducía hacia la sala de examen médico.

Se concentró en el zumbido de la magia en su sangre. Giró bruscamente y extendió la mano,


focalizando el hechizo, y haciendo volar a Yaxley por los aires.

Abrió los ojos cuando escuchó un grito. El cuerpo de Yaxley colgaba de un tobillo. Baxter se
unió a ella, con las manos extendidas. Su magia se sincronizó, una fuerza de viento y
desesperación. La varita de Yaxley salió volando de su mano. La siguió con la vista, con el
corazón martillando. Sin la gracia y la delicadeza de un Expelliarmus hecho con varita, había
salido disparada al otro lado del pasillo.

Una conmoción detrás de ellas, posiblemente las otras tres habían atacado al primer
Mortífago, y sintió que el poder se le escurría entre los dedos, había distracciones en todas
partes y su mente estaba girando en círculos. Yaxley cayó, hecho un ovillo.

Toma la varita. Toma la varita.

Un grito detrás de ella.


Giró bruscamente, y Parvati estaba en el suelo, retorciéndose.

La máscara del Mortífago se había deslizado en el ataque. Era Dolohov. Su varita apuntaba a
Parvati con lo que debía ser la maldición Cruciatus. Hermione hizo fuerza por respirar,
buscando la varita de Yaxley, mientras Luna saltaba sobre la espalda de Dolohov. Él la
embistió con un hechizo, y su pequeño cuerpo salió volando hacia atrás.

Hermione era inútil en un duelo sin una varita. Sus ojos se dispararon, buscando. Ahí, en el
rincón que llevaba a la sala de examinación: la varita de Yaxley. Se precipitó hacia ella,
mientras el pasillo se llenaba de una nueva ronda de gritos de Parvati. Sus dedos la
levantaron del suelo.

—¡ALTO!

Se dio vuelta. Yaxley estaba de pie. Tenía un cuchillo en el cuello de Baxter, enterrándose en
su piel. Parvati estaba en silencio detrás suyo, y se arriesgó a echarle un vistazo. Dolohov la
levantó por el cuero cabelludo, y la sostuvo contra su pecho como un escudo, apuntando a
Hermione con la varita.

El latido del corazón estaba en la yema de sus dedos. El sudor se deslizaba por su columna.

—Deja la varita—, siseó Yaxley.

Hermione giró para defenderse de Dolohov. El cuerpo de Luna detrás de él, lentamente
recobrando la consciencia. La quinta chica estaba inmóvil.

Un quejido, un gorgoteo.

Se dio la vuelta, y la navaja de Yaxley había atravesado la garganta de Baxter. La sangre


brotaba mientras sus dedos se revolvían para intentar detener la hemorragia. La mandíbula de
Hermione cayó y un pequeño grito se escapó de sus labios, le zumbaba la piel.

Yaxley sonrió. —Ahora, si tan solo tuviera mi varita para curarla.

Baxter cayó de rodillas, sosteniendo el tajo que le atravesaba el cuello. Hermione la miró,
mientras sus ojos se iban a apagando.

Hermione le lanzó un maleficio a Yaxley, que ya no tenía un escudo humano. Él lo esquivó


de un salto justo a tiempo, pero un Hechizo de Desarme de Dolohov golpeó la pared detrás de
su cabeza.

—¡Hermione! ¡Corre!— Gritó Parvati.

Se dio vuelta y corrió por los pasillos en dirección a la sala de examinación. Fuertes pisadas
resonaban detrás de ella, mientras arrojaba maldiciones por encima de su hombro. Una
cabeza se asomó desde una habitación demasiado iluminada, con un sombrero de medimago.
Hermione pasó corriendo a su lado, girando a la derecha al final del pasillo. Por lo menos iba
en la misma dirección que la puerta principal por la que pretendía salir. Escuchaba a los
Mortífagos seguirla a la vuelta de la esquina, y abrió la puerta de un golpe.
Armario de suministros.

Siguió corriendo hasta el final del pasillo. Era un laberinto. Ya no tenía idea de cuál era el
camino a la salida. Maldiciones y maleficios se estrellaban contra las esquinas por las que
ella doblaba.

Viró a la derecha en un pasillo. Y estaba vacío. Un callejón sin salida. Sin puertas por las
cuales desaparecer.

Giró sobre sus talones justo cuando Yaxley se deslizaba por el pasillo, con Dolohov detrás.

—¡Crucio!

Saltó para esquivar la maldición de Dolohov.

—¡Expelliarmus!— gritó. Él la bloqueó.

Necesitaba desarmar a Dolohov primero. Luego se enfocaría en Yaxley.

—Se suponía que ella era inteligente—, siseó Dolohov. —La Sangre Sucia se ha arrinconado
—. Sonrió, despegando los labios de sus dientes amarillos. —¡Flipendo!

Ella dejó que la estela le rozara la oreja para poder lanzar un Desmaius. Él lo bloqueó, y ella
apuntó a la pared detrás de él.

—¡Aguamenti!

Una sólida corriente de agua golpeó la pared de mármol, rebotando y empapando el rostro de
Dolohov, entrando en sus ojos y en sus orejas. Trastabilló, y justo cuando Hermione tenía un
disparo certero para desarmarlo, un pequeño cuerpo de salvajes rizos dorados se estrelló
contra Yaxley, haciendo que ambos desaparecieran detrás de la esquina.

Luna.

—¡Expelliarmus!— lanzó, pero la breve distracción le había dado tiempo suficiente a


Dolohov para bloquearlo.

Dolohov utilizó su propia técnica contra ella, e hizo rebotar un hechizo en la pared que tenía
detrás. La embistió justo entre los omóplatos, y soltó un grito al sentir que pequeñas hojas de
afeitar se extendían por su piel, danzando por su espalda, y curvándose alrededor de sus
costillas.

Reuniendo algo adentro suyo, aulló una maldición sobre él antes de agitar la varita para
finalizar el hechizo de corte en su espalda.

Se escuchó un aullido que reconoció como Luna a la vuelta de la esquina. Y luego la oscura
silueta de Parvati pasó a toda velocidad por el pasillo de Hermione, con el cabello azabache
ondulando tras ella, y gritando por encima de los alaridos de Luna.
Dolohov se había recuperado. Se puso de pie, cortando el aire con su varita, y algo se quebró
adentro de ella al escuchar a Luna gritar otra vez, con la voz entrecortada aleteando sobre los
gritos de Parvati.

—Avada Kedavra.

Las palabras abandonaron sus labios como un beso. Un chorro de luz verde brotó de la varita
en su mano, pero se detuvo en seco, apenas un pie antes de llegar al rostro tenso de Dolohov.

Se miraron el uno al otro, escuchando sus respiraciones y los gruñidos del pasillo. Ni
Dolohov, ni ella misma, habían imaginado que sería capaz de lanzarlo.

Por eso no le había puesto la intención necesaria.

Invocó la imágen de Harry en los brazos de Hagrid. El rostro de Ron al mirar a Fred por
última vez, la voz de su madre llamándola por el hueco de la escalera, los cálidos ojos
castaños de Sirius, y levantó la varita, apuntó, y separó los labios.

Yaxley apareció en el pasillo, arrastrando a Luna por el cuello. La apoyó frente a él, igual que
había hecho con la chica Baxter. Que ahora estaba muerta.

Hermione mantuvo la varita apuntando a Dolohov, mientras veía a Luna levantar la cabeza y
mirarla a los ojos. Goteaba sangre del lado derecho de la frente, y tenía el labio hinchado.
Una mancha roja se extendía debajo de sus costillas.

—Vamos a intentar esto de nuevo—, jadeó Yaxley contra el cabello de Luna. —Ya le debo
algunos miles de Galeones a Walden Macnair y a Ted Nott por su pequeño truco, Señorita
Granger—. Sonrió. —A Antonin no le importará que ésta se desperdicie, estoy seguro.

Hermione vio que las costillas de Luna se expandían para tomar aire, pensando.

Baxter estaba muerta, y ahora había dicho que Parvati también. La quinta chica posiblemente
estaba muerta. Luna estaba aquí, a punto de morir. Cincuenta chicas desarmadas, encerradas
en un cuarto, varios pasillos más atrás.

Harry no estaba ahí. Ni McGonagall, ni Kingsley. Ni Lupin. Ni Dumbledore.

—Suelte la varita, Señorita Granger—. Yaxley levantó el cuchillo ensangrentado hasta la


barbilla de Luna.

Ella podría matarlos a los dos. Tendría que luchar un poco, pero podría hacerlo. Y tomar la
varita de Dolohov y volver por las chicas. O atravesar los pasillos sin ellas, buscando una
salida.

¿Y luego qué? ¿Quién quedaba?

—¿Señorita Granger?

Podía conjurar ese odio. Eliminar a Dolohov. Pero no antes de que el cuchillo de Yaxley
acabara con Luna.
Podía matar a Dolohov, y entonces el cuerpo de Luna caería.

Y estaría sola.

—Está bien, Hermione.

Volvió la mirada hacia Luna. La niña sonrió y había sangre en sus dientes. Asentía con la
cabeza, como si le estuviera cediendo el lugar en la fila para el bebedero. El movimiento
acercó la navaja aún más a su piel.

—Está bien—, dijo Luna. —No pienses en mi. No me importa—. Yaxley la apretó, y la hoja
la cortó lo suficiente. —¿Recuerdas? Él dijo que sería mejor así.

Draco.

Draco le había dicho que sería mejor morir.

Pero a pesar de su apego, todavía no tenía razón para confiar en él por encima de su instinto.
Y su instinto comenzó a gritar cuando la hoja se movió a lo largo de la garganta de Luna.

Hermione se dejó caer de rodillas, hizo deslizar la varita por el suelo de piedra, y levantó las
manos sobre la cabeza.

Vio cómo Yaxley levantaba su varita, y Luna se llevó las manos a la garganta. Dolohov se
movió hacia Hermione, y Yaxley apuntó su varita al cuello de Luna, volviendo a coser la piel.

—Petrificus Totalus—, dijo Dolohov.

Sus brazos se pegaron a sus costados, y su cuerpo se alargó, llevándola de cara contra el suelo
de piedra, destrozándole la nariz. Dolohov la pateó. Se inclinó sobre ella, sonrió, y le escupió
el rostro.

—No eres tan inteligente después de todo, ¿verdad, pequeña nerd?— Dolohov le apuntó a la
cabeza con su varita. —Luchadora, sin embargo. Disfrutaré de eso cuando seas mía.

Se agachó, aferró un puñado de su cabello y arrastró su cuerpo congelado por el suelo de


piedra.

Chapter End Notes

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Chapter 3
Chapter Notes

Nota de Autor:

Muchísimas gracias a SaintDionysus y raven_maiden.

Atención a las etiquetas.

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Hasta ahora estaba bastante satisfecha con el Profesor Slughorn. Después de todo, era una
presencia mucho más amigable que el anterior instructor de Pociones.

Los había recibido en el salón de clases, y ella y sus compañeros habían sido atraídos por
cuatro calderos que burbujeaban en el medio del salón. Una poción Multijugos estaba
hirviendo claramente en uno de ellos. Se asomó dentro de otro y encontró Veritaserum, sin
lugar a duda. Arrugó la nariz, desaprobando que dejaran pociones tan peligrosas al alcance
de los estudiantes.

Se acercó un poco más, mientras Slughorn les prestaba unas copias del libro de texto a
Harry y a Ron, y se puso en puntas de pie para inspeccionar la poción plateada que se
arremolinaba en el caldero más cercano a ella.

Dejó escapar grito ahogado. Amortentia.

Slughorn les pidió que identificaran cada poción, y su mano se había disparado hacia arriba
cada vez.

—¡Es el filtro de amor más poderoso del mundo!— Dijo, saltando de un pie al otro cuando
Slughorn le hizo la pregunta.

—¡Muy bien! ¿La reconociste, supongo, por su distintivo brillo nacarado?

Ella asintió. —Y la forma característica en que el vapor sube en espiral. Y se supone que
tiene un perfume distinto para cada uno de nosotros, de acuerdo a lo que nos atrae, y yo
puedo oler hierba recién cortada, y pergamino nuevo, y...—

Miel. Miel goteando en una taza de té.

Su mandíbula se cerró de golpe.

Era inofensivo, realmente. Solo miel. Sus ojos se desviaron hacia un pálido rubio,
preguntándose si él asociaría su casi confesión con su té matutino.
La mirada de Draco estaba más allá de ella, fija en Ron.

No. Probablemente no le estaba prestando ni una pizca de atención.

Nunca de la manera que ella querría.

~*~

La dejaron sola en una habitación. Debía ser una vieja sala de conferencias. Lo
suficientemente grande para una mesa con doce sillas. Ahora estaba vacía. Había sombras
donde los retratos solían estar colgados, rectángulos de papel tapiz inmaculado.

La dejaron ahí, petrificada. Boca arriba. Era una bendición, la verdad. No podía hiperventilar
cuando lo único físicamente posible era respirar.

Luna había sido capaz de caminar por ella misma cuando cerraron la puerta, andando con
torpeza detrás de Yaxley. Le dirigió a Hermione una pequeña sonrisa mientras la puerta se
cerraba, y Hermione se pasó los primeros diez minutos de su aislamiento intentando
descifrarla.

¿Fue un agradecimiento? ¿Había querido decir que estaba bien que no la hubiera escuchado?

La mirada de Hermione estaba en el cielo raso, esperando lo que vendría a continuación.

Así que Pansy tenía razón. Era una especie de Subasta. Yaxley mencionó los costos de los
cuerpos que había matado, y Dolohov estaba convencido de que la firma en su brazo iba a
cambiar por la suya, probablemente después de un intercambio de Galeones.

Eso explicaba por qué Yaxley se había molestado en curar a Luna. Eran más valiosas vivas.

Qué tan valiosas, se preguntó.

Pansy había dicho cinco mil Galeones por las vírgenes. Eso parecía ser un poco demasiado
para algo que solo pasaba una vez.

A Hermione le tomó un tiempo darse cuenta que la maldición que le había lanzado Dolohov
todavía estaba sangrando. Había logrado que los cortes de las navajas dejaran de extenderse
con su Finite Incantatem, pero no había curado la piel. Se quedó ahí tendida, sintiendo la
lenta humedad que extendía por su espalda, fría, en la habitación de mármol.

Intentó no llorar por Parvati o la chica Baxter. No conocía el destino de la quinta joven. Así
como había intentado no llorar por Harry o por McGonagall. Nada de eso tenía que ser real
todavía. Solo necesitaba sobrevivir a las celdas del Ministerio, y luego daría un paso a la vez.

Recordó los planes que había hecho cuando el cuerpo de Harry había aparecido en el patio.
Abandonar el castillo, encontrar a los estudiantes más jóvenes y a cualquiera que no se
hubiese unido a la batalla, y luego esperar encontrar a todos los demás. Sentía como si
hubiera sido hace años. Habría podido hacer algo diferente si hubiera dejado morir a Luna. Si
hubiera encontrado algo oscuro adentro suyo, para conectar con esa luz verde.
Harry nunca había disparado una Maldición Asesina, siempre se había conformado con
desarmar.

Harry estaba muerto.

El pensamiento se arrastró sobre su piel como una hiedra. Harry estaba muerto. Había
fracasado. ¿Y qué chance podría tener ella contra Lord Voldemort, incluso si escapara?

Harry había tenido una lucha interna: Horrocruxes o Reliquias… ¿qué era más importante?
¿Tal vez había elegido mal?

Escuchó pasos, los fuertes zapateos de un hombre que quiere que todo el mundo sepa que
esta llegando.

Se detuvieron frente a la puerta. Ella observó los azulejos del techo, esperando que se
moviera el picaporte.

Contó hasta diez, respirando lentamente. Luego hasta veinte.

Los pasos se movieron por el pasillo, una retirada silenciosa.

Ella conocía el paso rápido de Yaxley, como un tiburón en una pecera, listo para salir
disparado, para girar bruscamente. Dolohov descansaba el peso sobre los talones, eso lo
convertía en un corredor torpe. No conocía a Macnair. No estaba en el Departamento de
Misterios, y sus interacciones con él fueron escasas.

¿Quién más estaba involucrado en esto? ¿Qué otros nombres estaban garabateados con tinta
en los brazos de esas chicas? ¿Quién estaba a cargo de esta Subasta?

La sonrisa de suficiencia de Lucius Malfoy brilló en su mente. Cuando los carroñeros los
habían atrapado, los habían llevado a la Mansión Malfoy. Luna había estado secuestrada allí
durante meses. ¿Lucius Malfoy estaba a cargo de este proyecto de prisioneras?

¿Y qué significaba eso para Draco?

Él no los había identificado aquella noche. Los había reconocido, sin duda, pero se mostró
reacio. No es que Hermione recordara mucho. Había estado demasiado preocupada con la
navaja de Bellatrix.

¿Habían escrito el nombre de Yaxley por encima de su cicatriz? Hizo ademán de levantar el
brazo para mirar, y recordó que estaba petrificada.

Pasos. Y esta vez reconoció el pesado pie plano de Dolohov.

La puerta se abrió con un crujido y ella contó los latidos de su corazón. Dolohov entró al
cuarto lentamente, fue lo suficientemente astuto como para mantenerse fuera de su ángulo de
visión, mientras caminaba al otro lado de la mesa de conferencias donde ella estaba tendida.

—Les dije que eras especial—, murmuró. —Desde el principio les dije que debían dejarte
separada—. Gruñó una risa. —Pero ahora sí que me hicieron caso.
Se quedó parado en algún lugar cerca de sus pies, sus ojos hicieron fuerza para buscarlo.
Contó cinco de sus propias respiraciones antes de escucharlo hablar de nuevo.

—Aunque no tenía idea que podías hacer magia sin varita. Eso se arreglará pronto.

Antes de poder imaginar las posibilidades de lo que eso significaba, sintió una ligera presión
sobre el tobillo derecho, y su cerebro se congeló.

Un dedo se arrastró hacia arriba, por la parte interna de sus jeans, y subió por su pantorrilla.

Los nervios le cerraron la garganta, y sintió que se ahogaba.

—Tu me lanzaste un Obliviate. ¿Recuerdas?

El cielo raso se nubló, él llegó hasta su rodilla y siguió subiendo.

—Yo no, por supuesto—. Rió. —Luego me contaron lo que había sucedido. El Señor
Tenebroso hizo que el cachorro me torturara por eso.

Subió por la parte interna del muslo, abriéndose camino entre sus piernas cerradas. Y frente a
ella apareció su pecho y su rostro, bajando la mirada hacia ella desde donde estaba parado
cerca de sus hombros.

—Estoy pensando en devolverte el favor, Sangre Sucia—. Su dedo en la parte superior de sus
muslos. —Después de la primera vez que te folle, tal vez te haga olvidar, así cada vez será
como la primera vez para ti—. Su mano entera se deslizó entre sus muslos, y la ahuecó,
presionando contra ella. —Ya está caliente.

—¿Supongo que me pagarás por esto, Dolohov?— Preguntó otra persona. Y Hermione nunca
había sentido un alivio tal, como la cálida alegría que sintió al oír la voz de Yaxley.

—Solo estoy dando una probadita—, replicó Dolohov.

—Siendo que es mi nombre el que está en su brazo, te sugiero que la sueltes. Podría decidir
no venderla en absoluto.

Dolohov retiró su mano, y dio un paso atrás, murmurando. Yaxley se movió hasta su ángulo
de visión.

—Señorita Granger—, siseó Yaxley. —Lydia Baxter está muerta. Parvati Patil está muerta.
Gwen Mortensen todavía está con los sanadores—. Se inclinó sobre los codos, acercando su
rostro, y adoptando un tono de conversación. —Ese motín que usted organizó me salió
bastante caro. Como su actual Propietario, tuve el inmenso placer de pagar por sus pecados
—. Asintió por encima del hombro. —Quizá Ted Nott renuncie a cobrarme la tarifa por la
chica Baxter. Pero estoy seguro de que Macnair no será tan comprensivo.

—Pero me parece interesante que la chica Lovegood todavía esté viva—, dijo Yaxley,
arrastrando la voz al final, en una extraña imitación de Lucius Malfoy. —Supongo que las
otras vidas no eran tan valiosas para usted.
Como Yaxley lo había calculado, una lágrima se deslizó desde la comisura de su ojo
izquierdo, y bajó hasta su oreja.

—Oh, no llore, Señorita Granger—. Rió, y el dedo que pasó por su mejilla para escurrir la
lágrima la hizo estremecer. —Nadie más saldrá herido gracias a su incompetencia. Solo tiene
que comportarse hasta este viernes por la noche.

Susurró un Finite Incantatem y ella tragó una bocanada de aire, sus pulmones hicieron
presión contra sus costillas hasta que se sintieron a punto de quebrarse. Los músculos de sus
brazos y piernas se estaban sacudiendo por el esfuerzo de contrarrestar la maldición
inmovilizante. Sus labios temblaron.

—¿Qué tal suena eso, Señorita Granger?— Susurró Yaxley en su oído. Ella se negó a girar la
vista hacia él, todavía mirando el cielo raso, como cuando estaba petrificada. —Necesito una
respuesta verbal. O tendré que dejarla aquí hasta el viernes.

—Si—. Ni siquiera reconocía su propia voz.

—Maravilloso—. Yaxley se puso de pie y la apuntó con su varita. —Es la última palabra que
quiero oír de usted. Silencio.

Ella se sintió agradecida. Ahora podía gritar.

~*~

Yaxley y Dolohov la escoltaron hasta las duchas. No sabía cuanto tiempo había estado en la
mesa de la sala de conferencias, pero ya no quedaba nadie en las duchas cuando ella llegó.
Las otras chicas de su grupo se habían ido.

Qué otras chicas. Soltó una risa lúgubre. La mitad de ellas estaban muertas.

Yaxley se fue para preparar al equipo médico, y una vez que la puerta se cerró, Dolohov
volvió a mirarla con lascivia, deslizando los ojos sobre su cuerpo. Le alcanzó una tolla. Ella
esperó. Implorando que se diera vuelta y la dejara sola.

Él señaló las duchas. Cubículos azulejados, sin puertas ni cortinas. Ella no recordaba haber
escuchado a las otras chicas mencionar la falta de privacidad en las duchas. Solo que eran
demasiado cortas.

Volvió a mirar a Dolohov, luego hacia la puerta, arqueando las cejas.

—No puedo dejarte sola, amor—. Le guiñó un ojo.

Ella tragó. Miró hacia la ducha, y luego le devolvió la toalla. Elegiría no hacerlo. Él no la
recibió.

—Oh, vas a lavarte—, dijo. Se acercó, y ella levantó la barbilla. —O yo lo haré por ti.

Estiró una mano para tocarla, tal vez su cabello o su hombro. Ella se apartó de un salto y se
movió hacia el cubículo, abriendo la ducha.
Se quitó las zapatillas. Deslizó el cierre de su campera con capucha. Se quitó el abrigo y el
sweater. El hechizo de navaja que le había lanzado, había atravesado las capas, dejando
pequeños cortes en toda su ropa. Enfrentó la ducha, y observó como el vapor se elevaba,
retorciéndose como el fuego.

Desabrochó los botones de sus jeans. Bajó la cremallera. Se quitó los jeans y la ropa interior
al mismo tiempo, saltando rápidamente fuera de ellos. Se arrancó la camisa por encima de la
cabeza, tirando de la sangre seca pegada a su espalda. Se desabrochó el sostén.

Dio un paso bajo el agua y se imaginó la ducha de su casa en Hampstead. El shampoo de su


madre en el rincón de la bañera. La hoja de afeitar de su padre en la jabonera.

Se echó el cabello encima del hombro, y se mantuvo de espaldas a la puerta. Sintió pinchazos
en la espalda cuando el agua alcanzó sus heridas. Abrió los ojos hacia los azulejos, y
encontró una pequeña botella de jabón en una repisa.

Su madre solía cantar en la ducha. Y olía a frambuesas.

Se puso el jabón líquido en las manos y se lo pasó por la piel.

Tenían un perro cuando ella era niña. Y siempre bañaban al perro en la bañera, haciendo un
desastre. El perro había escapado, o se había perdido, cuando ella tenía nueve.

Perro inteligente.

—¿Estás lavando todo?

Estaba de vuelta en las duchas del Ministerio, con Antonin Dolohov observándola debajo del
agua. El primer hombre que la veía desnuda.

Ella sabía a qué se refería. ¿Cómo se suponía que ella…? Con él ahí. Sus hombros estaban
tensos, habían subido hasta sus orejas.

—Lava ese bonito coño, Granger, o lo haré yo mismo.

Cerró los ojos de nuevo. Se estiró para frotar rápidamente entre sus piernas.

Deseó que el agua estuviera más caliente. Hirviendo.

Cerró la canilla, y salió, intentando mantener la espalda hacia él. Tomó la toalla del gancho y
se envolvió con fuerza. Escuchó a Dolohov acercarse, y concentró la mirada en el suelo.

Algo fue arrojado contra su rostro. Una bata de hospital. Ella frunció el ceño y la tomó.

—No tengo todo el día.

Se puso la bata por encima de la toalla, y luego la dejó caer al piso. Dolohov echó un
Fregotego sobre su ropa, y la hechizó para doblarse y saltar a sus manos, con la ropa interior
encima de todo. Él la tomó, enredándola entre sus dedos, y sonriendo con malicia.
La escoltó por el pasillo, todavía goteando. Pensó que tal vez podría intentar escapar de
nuevo. Un empujón de magia sin varita, tal vez desarmarlo.

Descalza y mojada. Silenciada. Corriendo por el Ministerio en una bata de hospital.

Hermione mantuvo los ojos en el suelo.

La llevó al cuarto que había pasado corriendo, del que se había asomado la medimaga.

Una camilla y dos medimagas. Él la empujó adentro. Su corazón comenzó a batir con fuerza,
pero intentó recordar que ninguna de las otras chicas habían empeorado después de la
revisión médica

Una de las mujeres de blanco giró para saludarla, y palideció cuando sus ojos aterrizaron en
Hermione.

—Adelante—, chilló.

Hermione arrastró los pies hasta la camilla, todavía goteando agua. La bruja lanzó un hechizo
secante, y Hermione asintió en agradecimiento. La otra bruja parpadeó varias veces al darse
vuelta y ver a Hermione. Era mayor, tenía el cabello entrecano, y figura rechoncha.
Rápidamente se volvió para seguir con lo que estaba haciendo.

—El trabajo completo. Detallado—. Dolohov cruzó los brazos, de pie frente a la puerta.

Hermione se deslizó hacia arriba en la camilla, sosteniendo la bata cerrada.

—¿Alguna chance de que estés embarazada?— Preguntó la bruja más joven.

Hermione tragó, y negó con la cabeza.

La medimaga lanzó un diagnóstico sobre ella. Hermione leyó los resultados al revés, sin
encontrar nuevas cicatrices ni moretones, internos o externos. Había algo rojo, brillante,
como la luz parpadeante de un semáforo. La joven frunció el ceño, y se movió para abrir la
parte trasera de la bata. Suspiró suavemente contra el cuello de Hermione al ver los cortes en
su piel. Un hechizo, y estuvieron todos curados.

La joven bruja tomó con cuidado su brazo izquierdo y examinó la obra de Bellatrix
Lestrange. Levantó la vista hacia Hermione, haciendo un breve contacto visual antes de
apartar la mirada. Se detuvo sobre algunas cicatrices que había obtenido el año pasado,
mientras estaban prófugos.

Recordando la pregunta de antes, Hermione revisó su brazo. La firma de Yaxley estaba justo
por encima de la cicatriz que decía Sangre Sucia. Se habían asegurado de que todavía pudiera
leerse.

—¿Cuándo fue tu última comida?

Hermione negó con la cabeza.


La bruja parpadeó. —Muchos de los niveles de nutrición están bajos. Ella debería...— La
joven miró rápidamente a Dolohov, y luego cerró la mandíbula de golpe. —Mi
recomendación es que debería comer más. Sobre todo proteínas.

Dolohov puso los ojos en blanco. —Si, siempre dices eso—. Se separó de la pared, y se
acercó a la mesa. —¿Y el otro hechizo?

La medimaga más vieja frunció el ceño, y el ojo de la más joven se crispó. Se volvió hacia
Hermione y dijo. —Acuéstate, por favor.

Hermione respiró profundamente, en silencio, y se deslizó hasta quedar acostada. Otra vez de
cara hacia el cielo raso.

Levantó la cabeza para ver a la joven murmurar un hechizo que Hermione no reconocía. Una
sensación cálida, desde la coronilla hasta los dedos de los pies, comenzó a recorrerla de arriba
abajo. Era como un escaneo. Las cálidas olas se encontraron en la mitad de su cuerpo, y
sintió una ligera presión en la parte baja del vientre.

Y luego su estómago se iluminó. Como si una bola de luz hubiera salido de su ombligo. La
observó, un brillo tan blanco que parecía azul.

Una carcajada desde el rincón del cuarto, y Hermione se giró para ver a Dolohov sonreír con
malicia.

—Más te vale que hagas valer mi dinero, Sangre Sucia.

Ella frunció el ceño, y se giró para ver a la medimaga rechoncha hacer el mismo gesto y
luego darse vuelta para garabatear algo en la historia clínica. La bruja joven se pasó la mano
por el rostro, disimulando el modo en que había enjuagado una lagrima.

La garganta de Hermione se cerró. No estaba segura de lo que significaba el hechizo, pero


podía adivinar.

Cinco mil Galeones más. ¿No era eso lo que Pansy había dicho?

—Supresores para ésta también.

La bola de luz se atenuó y se desvaneció. La joven bruja suspiró.

—¿Tienes un problema con eso?— Dijo Dolohov con sorna.

—No, señor.

—Dale una dosis doble.

La bruja rechoncha se giró sobre su hombro, pero no dijo nada.

—¿Doble? Señor, eso es innecesario...

—Doble—, siseó.
Hermione se sentó, observando a la bruja rechoncha verter un vial dentro de otro, llenándolo
hasta el borde. Le alcanzó a la joven la poción. Hermione negó con la cabeza.

—Es una supresión temporal—, susurró la chica. —Solo debería durar tres días...

—No hables con ella. Si tienes una pregunta o una directiva, me lo dices a mi—, dijo
Dolohov en tono sombrío.

La chica apretó los labios y asintió.

Supresor. ¿Alguna clase de inhibidor de la magia? ¿Cuándo habían desarrollado eso?

—Vas a tomarlo, ¿o tendré que echarlo en tu garganta?— Preguntó él.

La joven bruja le apretó el brazo y se lo alcanzó. Hermione la miró con los ojos desorbitados.

—Tres días—, dijo la chica.

—¿Qué te acabo de decir?— Gruñó Dolohov.

Hermione miró a Dolohov, alto, y apostado en la única salida, con la varita desenvainada. La
bruja joven se mordió el labio. La bruja mayor siguió de espaldas a la habitación.

Tres días. ¿Y luego qué?

Hermione se la bebió. Dos tragos largos. Mentolada.

Apenas la joven recibió la botella vacía, Dolohov dijo: —Y lo otro. El hechizo—. Los dedos
de la chica se crisparon.

—¿Para ella?— La joven bruja miró a Dolohov por encima del hombro, con los ojos
desorbitados.

Él arqueó una ceja. —Es una Sangre Sucia, ¿no?

—Pero...— La chica la miró.

Hermione la vio vacilar, incapaz de preguntar qué estaba sucediendo mientras hablaban de
ella.

—¿Hay algún problema?

—¿No sería… un enorme desperdicio, señor?

La bruja mayor no volteó, pero continuó escribiendo en la ficha.

—¿Bajo qué circunstancias imaginas que podríamos necesitar que fuera fértil?

Una pesada roca cayó en su estómago. Bajó la mirada hacia sus manos. Estaban esterilizando
a todas las hijas de Muggles.
—Ella es considerada absolutamente brillante. Muy talentosa. Esos genes serán...—

—Ella es inmunda. Lanza el hechizo—, dijo Dolohov, con firmeza.

Su estómago se agitó. Ella no quería hijos. No de esta manera. No con ninguno de ellos.

—Me gustaría hablar con el señor Yaxley acerca de esto. Él es su Propietario y creo que...—

—¿Estás desobedeciendo una orden directa?— Dolohov avanzó.

Hermione cerró los ojos. No quería tener hijos con Dolohov. Debería alegrarse de que él
tampoco quisiera. Pero ser esterilizada era tan permanente. Como si el futuro estuviera
determinado. Como si no hubiera forma de revertir lo que iba a suceder.

—Si, señor. Así es.

Abrió los ojos de golpe para mirar a la joven medimaga colocarse entre ella y Dolohov. La
mujer mayor se dio vuelta, apretando los labios.

Dolohov soltó una carcajada. Y luego rápidamente: —Crucio.

Hermione se estremeció cuando la chica cayó al suelo. El cuarto era demasiado pequeño para
sus gritos.

—Yo lo haré—. La otra mujer dio un paso al frente, sacando su varita. Dolohov liberó a la
joven, que jadeó a los pies de Hermione.

La bruja mayor pasó junto a su compañera, de pie frente a Hermione con una expresión
firme. —Acuéstate.

Hermione no luchó con ella. Necesitaba guardar energía para las batallas importantes. No
podría hacer magia sin varita por tres días. No podía superar físicamente a nadie. Y sin esas
dos opciones, tampoco su mente podía vencer.

Se recostó, y observó cómo la medimaga agitaba la varita sobre su estómago, colocando una
mano en su cintura para sostenerla contra la mesa.

Hermione tragó. La varita giró sobre su lado izquierdo, y un hechizo fue murmurado.

Ella pensó en pequeños dedos de manos y pies. Un niño con el cabello castaño desgreñado en
su regazo, haciendo pucheros encima de un libro.

Algo se retorció adentro de ella. Cortándola. Le temblaron las piernas, y su garganta se


estremeció con un silencioso gemido de dolor. Miró el cielo raso, mientras la bruja se
desplazaba hacia su lado derecho.

Sus trompas de falopio estaban siendo cortadas.

La bruja más vieja se inclinó sobre ella, bloqueando la vista de Dolohov, y la varita dio un
toque sobre su cadera derecha. Ella creyó ver un arco brillante balancearse sobre un
remolino.

La varita giró de nuevo. Una lágrima se soltó de sus pestañas.

Y entonces, la mano sobre el estómago de Hermione pellizcó la piel de su cadera con dos
dedos.

Ella dio un salto, y sufrió un espasmo en las piernas. Si hubiera tenido voz, habría gritado.
Hermione miró confundida a la vieja bruja. ¿Para qué había sido eso?

La mujer se apartó, relajó la mano sobre el estómago de Hermione y volvió la mirada hacia
Dolohov. —Está hecho.

Pero no había ningún corte interno. No del lado derecho.

Dolohov sonrió, y la mujer mayor levantó a la bruja joven del suelo. Dolohov le tendió la
ropa limpia a Hermione, ladrando una orden para que se diera prisa. Las medimagas
garabatearon en sus papeles, con la mirada baja.

Hermione ni siquiera se preocupó por los ojos de Dolohov mientras se vestía. Su mirada
estaba fija en las dos mujeres.

Se habían enfrentado a un Mortífago para darle a Hermione Granger la oportunidad de un


futuro. La mujer mayor la miró a los ojos mientras Dolohov la arrastraba por la puerta. Él le
susurró algo al oído acerca de lamentar los cachorros mestizos que habrían gestado.

La llevó de regreso al salón principal, y Hermione ni siquiera se inmutó cuando le pasó la


mano por la parte baja de la espalda. Su mente daba vueltas. Era la única arma que le
quedaba.

—¡Hermione!

La puerta se cerró con un ruido metálico. Y cincuenta chicas se pusieron de pie. Hasta Pansy
miraba con curiosidad.

Ginny se abrió paso hacia adelante, abrazándola, tocándola, haciéndole preguntas que no
podía responder.

—¿Hermione?— Preguntó Ginny cuando ella todavía no había hablado.

Levantó los dedos hasta su garganta y negó con la cabeza. Vio los ojos de Ginny volverse
planos. Vio a Cho bajar la vista con el ceño fruncido. Vio un cuarto lleno de mujeres
percatarse de que la voz mandona de Hermione Granger había sido arrancada.

Luna dio un paso al frente. —¿Estás herida, Hermione?

Ella miró la pequeña sonrisa en los labios de Luna. Negó con la cabeza.

No necesitaba saber más que eso.


¿La mitad de esas chicas había sido esterilizada? ¿Las medimagas habrían ayudado también a
las otras?

¿Y qué sentido tenía si igual iba a ser vendida y violada? ¿Por qué la bruja mayor habría
salvado el cincuenta por ciento de sus posibilidades?

Un jadeo desde el rincón. Varias de ellas se voltearon para ver que una niña de no más que
catorce años se largaba a llorar. Comenzó a hiperventilar. Penelope Clearwater se acercó a
ella, y la envolvió entre sus brazos, pidiéndole que respire.

—¿Qué… qué vamos a… qué vamos a hacer?— Lloró la niña. —Ella no pudo… no pudo
salir.

Hermione respiró lentamente, apartando la mirada. Encontró a Sally Fawcett en la multitud,


unas lágrimas silenciosas se deslizaban por su rostro.

Pansy cerró los ojos, recostó la cabeza contra la pared y respiró hondo.

Ginny dio la vuelta a la habitación. —Ey. Esto… esto aun no termina. Tenemos tiempo.

Alguien comenzó a sollozar. Una lamento salió de la niña en los brazos de Penelope.

Y Hermione se dio cuenta que necesitaban saberlo. Necesitaba contarles.

Buscó a su alrededor algo que sirviera para escribir. No había nada afilado para tallar. No
había nada como una tiza.

Lo único que había era fruta.

Se acercó a la canasta. Había un enorme bol de uvas. Le tomaría tiempo, pero serviría.

Llevó el bol al centro de la habitación, y comenzó a arrancarlas del racimo.

Pensó en los gritos de la joven medimaga. El modo en que se había colocado frente a ella
antes de caer al suelo.

Hermione lo deletreó lo mejor que pudo.

Los ojos de la mujer rechoncha… fríos, y distantes, incluso mientras la ayudaba. Sin revelar
nada. Su mirada calculadora cuando ella y Dolohov abandonaron el cuarto.

Luna se colocó a su lado, observando.

Vio algunos pies más acercarse a las uvas, esperando a que terminara.

El racimo estaba casi vacío, y Hermione pensó en Lydia Baxter, a quien nunca había
conocido antes de ese día. Pensó en Parvati, y en el modo en que la chica de pelo negro solía
copiar sus apuntes en clase de Encantamientos.
Terminó de deletrear. Solo quedaba una uva, y la usó para poner un punto final. Como si
fuera un hecho.

Se puso de pie, mirando hacia abajo, y dejó que cincuenta mujeres invadieran su espacio para
leer lo que la Chica Dorada tenía para decirles.

No estamos solas.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

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Chapter 4
Chapter Notes

Nota de Autor:

AVISO DE CONTENIDO – Referencia a violación y sexo sin consentimiento. Nada


está descripto.

Muchísimas gracias a SaintDionysus and raven_maiden .

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Un día, que ella creía que era jueves, las ducharon otra vez. La llevaron a ella primero, sola.
Dolohov volvió a observarla mientras se desvestía, y luego debajo de la ducha. Limpió su
ropa con un Tergeo y le alcanzó cada prenda, de a una. Empezando por sus calzones.

Sonrió, y pasó los dedos a lo largo de la tela de algodón, mientras ella estaba de pie frente a
él, goteando agua en su toalla.

—Atesora estos momentos, Sangre Sucia—, dijo. —Ya no vas a necesitar estos pequeños
calzones después de mañana.

Ella no reaccionó. Incapaz de hablar, se concentró en borrar toda expresión de su rostro. Se


subió la prenda por debajo de la toalla, y luchó para ponerse el resto de la ropa con el cuerpo
todavía mojado.

Cuando regresó, y se llevaron a cinco chicas, y luego a cinco más, ninguna de ellas mencionó
la falta de privacidad en las duchas. Así que asumió que era una circunstancia especial para
ella.

Entre las chicas se había corrido la voz de que la Subasta se llevaría a cabo el viernes por la
noche. Se habían escuchado suficientes susurros por los pasillos como para hacer una
conjetura sólida. Ginny comenzó a pasear por la habitación, intentando descubrir tantos
detalles como pudiera. Hermione estaba sentada con Luna en un rincón, mientras la rubia
jugaba con su cabello, lo trenzaba y lo soltaba distraídamente.

—¿Deberíamos intentar atacar de nuevo?— Preguntó Ginny a la habitación. —No tenemos


magia, pero ganamos en número. En lugar de ser cinco contra dos, podríamos ser cincuenta
contra un puñado.

Se hizo un silencio denso, y alguien dijo: —Después de lo que pasó… con Parvati y Lydia…
yo solo...—

—Tendría más miedo de vivir que de morir, si fuera tu—, dijo Pansy, mirándose las uñas.
—¿Te estas ofreciendo a ir conmigo, Parkinson?— Preguntó Ginny.

Pansy rió con sorna: —Yo no me ofrezco.

Ginny volvió la mirada hacia ella. —¿Hermione? ¿Qué opinas? No han aumentado el número
de guardias. Siguen siendo Dolohov y al menos uno más. La próxima vez que vengan al
cuarto, podríamos… no sé—. Ginny dejó caer los brazos a los lados.

La miró, esperanzada, entusiasmada. Hermione le devolvió la mirada.

Ginny había tenido duchas privadas durante cinco días. No había visto a Lydia Baxter
desangrarse hasta la muerte frente a ella. No había escuchado gritar a Luna. No había sentido
el calor de la mano de Dolohov entre sus piernas, no había sentido su fétido aliento mientras
le susurraba lentamente lo que quería hacer con su cuerpo.

Ginny tenía voz.

Y era maravilloso que todavía quisiera utilizarla. De verdad. Pero Hermione ya estaba
encontrando dificultades para hacer contacto visual con las personas. Y sabía lo suficiente
acerca del estado de shock, la sumisión y la tortura, como para saber que no estaba en el
estado mental correcto como para discutir esto ahora. Esas personas iban a morir, y eso se
alojaría en el alma de Hermione como un hongo.

Ginny estaba esperando una respuesta. Al igual que toda la habitación.

Hermione seguía sin tener voz. En su lugar, se encogió de hombros.

Luego observó a Ginny parpadear. Vio que algunas de las chicas más jóvenes apartaban la
mirada, con los ojos húmedos. Vio a Pansy entrecerrar los ojos, y a Penelope Clearwater
dejar caer los suyos.

Luna tomó su mano, entrelazó sus dedos y tarareó una pequeña canción.

—¿Nada?— Ginny frunció el ceño. —Solo...— se encogió de hombros, imitándola —¿Nada?


— Soltó una carcajada, un sonido hueco. —¡Merlín, Hermione! ¡Piensa! ¡Da una opinión!
¿No es esa tu especialidad?

Los ojos de Ginny estaban abiertos y encendidos. Varias de las chicas se movieron y la
miraron absortas.

—Ginny...— Empezó Cho.

—¡No! Ella siempre está pensando. Siempre tiene un plan, y siempre está dos pasos por
delante de todos, planeando aventuras a las que nadie más está invitado, y salvando el mundo
cada vez que Harry se lo pide, pero ahora que Harry está muerto, ¿ni siquiera le importa?—
Ginny tomó aire con fuerza, con la voz temblorosa. Hermione sintió calor en sus mejillas y
las lagrimas brotaron de sus ojos. —¡No está luchando!

—¡Ella ya luchó! ¡Y perdió!— Gritó Mortensen.


—¡Entonces que luche otra vez!— Respondió bruscamente Ginny. —Si no lo hace...—
Ginny se volteó, dirigiéndose a ella de nuevo. —Si tu no peleas, entonces ¡¿que mierda se
supone que hagamos nosotras?!— Señaló al resto de la habitación. Hermione sintió un
zumbido en los oídos. —Kinglsey y McGonagall están muertos. Así que, ¡solo quedas tú,
Hermione! Si Harry estuviera aquí, él...—

Su voz se quebró, como si hubiera sido cortada al medio. Movió los labios sin decir palabra,
chillando.

—Si Harry...— intentó, quebrada. Ginny apretó una mano sobre su boca, con los ojos
abiertos y llorosos.

Luna soltó la mano de Hermione, empujándola para que se moviera, y Hermione se puso de
pie, y se acercó a Ginny, tomándola entre sus brazos y sosteniéndola, mientras ella se
quebraba en pedazos, su voz resonaba en extraños patrones contra los azulejos.

Gesticuló palabras mudas contra su oído, diciéndole lo mucho que lo sentía, y cuánto querría
que las cosas fueran diferentes. Todos los clichés que sonaban horribles en voz alta, pero que
tenían sentido al ser exhalados contra el cabello salvaje de Ginny. Le contó acerca de
Dolohov, de sus manos y sus ojos, y cómo desearía haberlo matado cuando tuvo la
oportunidad.

Ginny se calmó, y Hermione se separó para sostener su rostro entre las manos, la miró a los
ojos, y con los labios formó las palabras: Vamos a sobrevivir a esto. Te encontraré.

Ginny asintió.

Hermione dio un paso hacia atrás, sintiendo todos los ojos sobre ella. Giró en círculo,
encontrando la mirada de cada mujer, leyendo el miedo y el cansancio. Terminó en Pansy
Parkinson, que le sostuvo la mirada.

No podía hablar por sí misma. No podía darle voz a lo que quería decirles. Miró hacia abajo,
quizá podría deletrearlo otra vez.

Uvas, de nuevo. En un bol cercano a sus pies. Hermione se agachó, tomó una del racimo, y,
mirando directamente a los ojos enrojecidos de Ginny, la extendió hacia ella.

No estamos solas.

Ginny asintió, y tomó la uva de sus dedos.

Sintió que el cuarto respiraba, bebiendo de la paz.

Una puerta se abrió de golpe.

Ella se alejó de Ginny dando un salto, tomando más uvas, simulando que esa era su intención
al estar en el medio del cuarto.

Escuchó las pesadas botas de Dolohov, pero no entraron. Miró hacia la puerta.
—Bueno, hola a todo el mundo—. Un joven alto, con una sonrisa deslumbrante.

Marcus Flint. Se había arreglado los dientes.

—Granger...— asintió con la cabeza. —Un placer volver a verte—. Le recorrió el torso con la
mirada, inclinando la cabeza para observar sus caderas y sus piernas. Bajó la vista hacia un
trozo de papel que tenía en la mano, arrastrando los ojos por él. Frunció el ceño. —Ah. Por
supuesto que no—. Levantó la mirada hacia ella de nuevo, con un suspiro teatral. —Habría
sido demasiado bueno para ser verdad—. Sonrió.

Hermione lo miró, y regresó lentamente hacia su lado de la habitación.

Él levantó la voz y anunció. —Déjenme ver a Mortensen, Fawcett, Jimenez, y...— Arqueó
una ceja. —Parkinson.

Dos chicas se acercaron lentamente. Hermione miró hacia la puerta, apenas distinguiendo las
botas de Yaxley detrás del marco.

—¿Para qué?— Espetó Pansy.

Los ojos de Flint la buscaron por la habitación, y la encontraron en su rincón habitual.


Resopló con sorna. —Oh, cómo han caído los poderosos...— murmuró. —Tengo una nueva
poción para probar—, anunció. Recorrió nuevamente la habitación, y sus ojos volvieron a
aterrizar en Hermione. —Algo que podría ser muy lucrativo en este… mercado actual.
Necesito algunos sujetos de prueba. Y aquí están todas ustedes—. Sonrió con malicia.

Hermione se estremeció desde los hombros hasta las yemas de los dedos.

—Entonces, esas cuatro chicas por favor hagan una hilera...—

—¿Qué clase de poción?— Indagó Pansy. Ella era la que más historia tenía con Marcus Flint,
y se notaba en el modo en que se miraban el uno al otro.

Yaxley dobló la esquina, se paró en la entrada y siseó. —Háganlo.

Mortensen se unió a las otras dos, Pansy al final de la línea. Flint miró a Mortensen de arriba
abajo y le dijo que abandonara la fila. Leyó la lista y llamó a Nelson, y cuando una niña
pálida y de rostro delgado se tambaleó hacia el frente, él la despidió incluso antes de llegar.

—Jimenez, sal de la fila. ¿Veamos a Sandhu?— Una chica alta de pelo azabache, con cintura
angosta y largas piernas, dio un paso al frente. Flint la evaluó y sonrió con malicia. Volvió a
mirar la lista. —Veamos, veamos.

—¿Para qué es esa lista?— Repitió Pansy.

Flint esbozó una sonrisa burlona. —Me permiten escoger entre cualquiera de los Lotes en
esta lista. El resto me costaría cinco mil Galeones por adelantado.

Hermione palideció. Tenía una lista de las que no eran vírgenes. Así que, sea lo que fuera
esto, era algo sexual.
—¿Lotes?— Ginny levantó la voz. Los ojos de Flint pivotaron hacia ella.

—Lotes en venta. Eso es lo que son ahora.

Una ola de silencio, rompiendo como agua en el fondo de un pozo profundo.

Era la primera vez que alguien les mencionaba la Subasta. Que la confirmaba.

Flint miró a Ginny de arriba abajo, revisó su lista y frunció el ceño. —¿En serio, Weasley?
No me digas que el pobre de Potter tuvo que morir virgen—. Levantó la mirada hacia ella. —
¿No podrías haber hecho el sacrificio?

Incluso sin magia, Hermione sintió que el aire alrededor de Ginny se quebraba.

Ginny se lanzó hacia adelante con un grito y aterrizó sobre Flint, arañando el rostro y
buscando su garganta.

¡BANG!

Ginny voló hacia atrás, y su cuerpo se estrelló contra los oscuros azulejos de la pared opuesta
a la entrada, sostenida en el aire por la varita de Yaxley.

Flint se enderezó, sonriendo.

Las chicas se alejaron del cuerpo colgante de Ginny, como cucarachas ante la luz. Sus piernas
daban patadas en el aire.

—Oh, ella me agrada—. Arrulló Flint. —Es de Dolohov, ¿no? Estoy seguro de que no le
importará si juego un poco con ella...

—El Señor Tenebroso la quiere intacta—, ordenó Yaxley.

Hermione se apoyó de nuevo contra la pared junto a Luna. Era la primera vez que alguien les
mencionaba a Voldemort.

Ginny soltó una carcajada maniática. —¿Tom me extraña?

Yaxley puso los ojos en blanco y la mantuvo ahí, mientras Marcus Flint volvía a su actuación.

—Muy bien, quién más—. Flint volvió a mirar la lista, paseando por el cuarto. Se detuvo. —
Penelope Clearwater.

Un movimiento desde la esquina, y Penelope dio un paso al frente con la barbilla en alto.

—Huh—. Sonrió Flint. —Pensé que nunca te rendirías—. Él dibujó un círculo a su alrededor,
y ella, hay que reconocerle, ni se inmutó. —Ey, ¿te acuerdas cuando te invité al Baile de
Navidad, y elegiste a ese Poncy Weasley?

Su mandíbula tembló.

—¿Terminaste?— Preguntó Yaxley. Los ojos de Flint no se despegaron de los de Penelope


—Si. Me llevaré a Clearwater, y trae a Parkinson para Macnair. Seguro prefiere una zorra de
Sangre Pura.

Penelope y Pansy se marcharon. La puerta se cerró de golpe y el cuerpo de Ginny cayó de la


pared.

Devolvieron a Penelope dos horas después. Mantuvo la mirada en el suelo, sin hablar, y se
recostó en el rincón, de cara a la pared.

Varias de las chicas intentaron darle agua, comida, que dijera algo. Ella no se movió. Dejaron
una pila de uvas a su lado, con la esperanza de que comiera cuando estuviera lista.

Cuando Hermione añadió una uva a la pila de Penélope, su mirada se desvió hacia la puerta,
preguntándose por qué Pansy no había regresado.

~*~

Cuando despertó el viernes por la mañana, Pansy Parkinson estaba sentada junto a ella,
mirando su rostro con la expresión abierta, como si se hubiera quedado dormida
observándola. Sus ojos profundos parpadearon al ver despertar a Hermione, y la mueca
familiar y los labios fruncidos volvieron a su rostro. Hermione se sentó lentamente, el
corazón le latía como si estuviera huyendo, siempre en busca de enemigos.

Nadie más estaba despierto, excepto un par de chicas en un rincón lejano que eran conocidas
por pasar las noches en vela con sus desdichas.

Hermione volvió la mirada hacia Pansy y ella agitó su lacio cabello por encima del hombro,
en un gesto que a Hermione le recordó la clase de Encantamientos. Nunca había estado tan
cerca de ella. Si se concentraba, todavía podía oler su perfume. Algo floral, que solía
quedarse pegado a las túnicas de Draco.

Pansy arqueó una ceja todavía perfecta, y contempló las chicas dormidas a su alrededor.

—Solía tener envidia de ti.

Hermione esperó. Esperó para tener alguna prueba de que alguien había hablado. Esperó para
que su mente conjurara el significado detrás de esas palabras.

—El día que partí hacia Hogwarts, mi padre me dijo que me concentrara en mis estudios,
porque no era lo suficientemente bonita como para conseguir un marido. Creí que era algo
extraño para decirle a una niña de once años, pero...— Pansy tragó saliva. Hermione contuvo
la respiración, observando los labios perfectamente arqueados de Pansy, y sus pestañas
oscuras. —Al ver mis notas al final del tercer año, me dijo que esperaba que fuera la primera
de la clase para el final del cuarto, y yo le dije, “Eso es imposible. Hay una Sangre Sucia a
quien nadie le gana. Pero no te preocupes, papi. Soy perfectamente capaz de conseguir un
marido. Tengo al chico Malfoy en la palma de mi mano”.

Soltó una carcajada. Un sonido grave y de auto desprecio. Inclinó la cabeza hacia atrás,
contra la pared, y miró hacia el techo, sacudiendo la cabeza como si un niño hubiera dicho
algo increíblemente tonto y tierno.

Hermione la miró, incapaz de hablar, incapaz de moverse.

—Y aquí estamos—, continuó Pansy, —en el fin de los tiempos, esperando en fila para ser
vendidas, y violadas, y utilizadas. Y todavía no puedo dormir por la envidia que tengo de ti.
De lo que será tu vida.

La cabeza de Pansy contra la pared rodó hacia ella de nuevo. Hermione le sostuvo la mirada
con los ojos muy abiertos, deseando más que nunca poder hablar, poder preguntar a qué se
refería.

Hermione vio cómo los ojos de Pansy se deslizaban por su rostro, se inclinaban sobre sus
labios y sus mejillas, rodeaban las sienes y se posaban en su cabello salvaje. Pansy separó los
labios, y tomó aire para volver a hablar...

—¿Qué estás haciendo? ¡Aléjate de ella!

Ginny estaba despierta, y tiraba de los hombros de Hermione para colocarse entre ella y
Pansy.

Pansy puso los ojos en blanco. —Calma tus tetas, Weasley. Solo estábamos teniendo una
charla de chicas—. La sonrisa sarcástica estaba de vuelta en su lugar.

Se puso de pie y regresó al otro lado de la habitación, de cara a la pared.

Hermione se quedó mirándola, hasta que se abrió la puerta.

Un frágil anciano entró a la habitación. Le hizo acordar a Ollivander. Especialmente sus ojos.
Sus cejas se crisparon al contemplar el cuarto lleno de chicas.

Se aclaró la garganta y bajó la mirada a sus zapatos, luego giró hacia Yaxley en la entrada. —
¿Estás son todas, Señor Yaxley?

—Hay aproximadamente veinte masculinos al final del pasillo—, contestó Yaxley.

Ginny se movió a su lado, preguntándose probablemente cuántos de sus hermanos estarían a


pocos pasos de ahí.

—Bueno—, contestó el hombre, se quitó los lentes para limpiarlos, y frunció el ceño hacia
sus dedos. —Sería mejor hacerlo individualmente, pero temo que no tenemos más tiempo.
¿El procedimiento comienza a las ocho?— Volvió a colocarse los lentes sobre la nariz, y
Hermione se percató de que se negaba a hacer contacto visual con ellas. Se negaba a
reconocerlas.

—Ocho en punto.

Asintió. —Entonces vayan lavando a las mujeres, mientras yo comienzo a tasar a los
hombres. Es posible que necesitemos hacerlo en grupos—. Contempló sus zapatos y luego se
escabulló.
Yaxley se volvió hacia ella. —Sangre Sucia. Te toca.

Probablemente había unas veinte hijas de Muggles en el cuarto, pero aún así, todas entendían
que se estaba dirigiendo a Hermione. Ella se puso de pie, se tambaleó hacia la puerta, y lo
siguió hasta las duchas. Él no dijo nada, como hacía Dolohov. No la miró al desvestirse. Ella
conjeturó que si la deseara, no la estaría vendiendo.

Se quedó de pie bajo el agua, disfrutando de lo que probablemente sería el último momento
de privacidad y relativa seguridad en su vida.

Se preguntó si Ron estaría en algún lugar del pasillo. Si los habría enfrentado. Si se habría
arrojado al fuego, como un verdadero Gryffindor, para intentar apagar las llamas desde
adentro.

¿Qué diría Harry si la viera ahora mismo?

Yaxley golpeó la puerta dos minutos después, y ella se pasó rápidamente el jabón por el
cabello, se lavó entre las piernas, y se envolvió en una toalla. Apenas había terminado de
cubrirse cuando la puerta se abrió, y Yaxley y otro Mortífago hicieron pasar a cinco chicas a
sus duchas. Ella se estiró para recoger la ropa del suelo, pero Yaxley la detuvo.

—Ah—, la regañó. Desvaneció sus prendas y le alcanzó una bata. Ella la tomó con cautela,
se envolvió y dejó caer la toalla. Las cinco chicas se quedaron de pie junto a la pared,
esperando pacientemente. Como si esto ya fuera una rutina.

Él desvaneció la toalla y la tomo por el codo, guiándola fuera del cuarto. Dolohov estaba de
guardia en la puerta de las duchas y le guiñó un ojo.

—Asegúrate de que le quiten todo, Corban. Me gustan suaves.

—Si, si, ya—. Se quejó Yaxley.

La desvió del camino habitual que regresaba a la sala de cautiverio, y la llevó a través de un
nuevo pasillo. Un Mortífago estaba de pie junto a la puerta. Un joven que Hermione
reconocía de Hogwarts. Tal vez había sido el buscador de Slytherin antes que Draco.

Abrió la puerta para Yaxley, y Hermione vio tres brujas con túnicas azul brillante, alrededor
de tres camillas y tres sillas. Una de ellas, de lustroso cabello anaranjado, soltó un grito
ahogado al ver a Hermione, y se llevó los dedos a los labios. Hermione no la reconoció.

—¿Hay algún problema?— Siseó Yaxley.

La chica respondió con acento francés. —No, monsieur—. Las otras dos bajaron la mirada,
una de ellas se retorció las manos.

—No se comuniquen con ella—. Desplegó una cortina alrededor de la camilla y la silla,
quedando fuera de ella.

Las chicas comenzaron a susurrar en francés, mirándola con los ojos muy abiertos. Hermione
simplemente les sostuvo la mirada.
—Más les vale que estén hablando de rizadores de cabello—, gritó Yaxley.

Las chicas hicieron silencio y le indicaron a Hermione que se sentara en la primera camilla.
La chica de pelo naranja tocó el hombro de Hermione y le hizo un gesto para que se quitara la
bata.

Hermione frunció el ceño y se encogió de hombros. Y por qué no. Se quitó la bata, e
inmediatamente comenzaron a pasar loción por su cuerpo. Ella se tensó ante el contacto. Una
de ellas le subió el brazo por encima de la cabeza, y le apoyó la punta de la varita en la axila.
Hermione se crispó al sentir anestesiada la piel, y bajó la mirada con ansiedad. La bruja
murmuró otro hechizo y Hermione vio el vello quemarse, crepitando hasta las raíces debajo
de la piel.

Ingenioso. Había oído a Lavender hablar acerca de ese proceso, pero ella nunca lo había
necesitado. Sin embargo, le habría gustado poder hacerlo cuando estaba viajando con Harry y
Ron.

El recuerdo apretó algo adentro de ella, y miró fijamente la cortina cerrada, observando los
colores difuminados.

El proceso se repitió en el otro brazo. Luego le quitaron el vello de la parte superior del
antebrazo. Hermione frunció el ceño, la vanidad que le quedaba se disparó. Nunca se había
considerado peluda.

Cuando una de las chicas comenzó con sus piernas, las puertas se abrieron detrás de la
cortina. Yaxley guió a una de las cautivas, fresca después de la ducha. Uno de los Lotes.

Hermione resopló sonoramente. Los Lotes. Bien hecho, caballeros.

La sensación de su pierna entera anestesiada por la depilación la hizo sentir un poco


ingrávida, como si sus extremidades no le pertenecieran. Balanceó las piernas, sin sentir el
aire pasar entre ellas. La joven frotó una loción en la piel sin vello, y Hermione no pudo
evitar sentir que la estaban preparando para el matadero.

La piel de su axila estaba comenzando a despertar con un hormigueo. Una de las chicas
francesas comenzó con el nuevo Lote mientras la otra lanzaba un hechizo para secar el
cabello de Hermione. Los ojos de las tres mujeres salieron disparados hacia el volumen del
cabello seco y encrespado, y Hermione no pudo evitar soltar una carcajada.

La joven encargada del cabello encantó su varita para lanzar aire caliente, intentando
enmendar su error y domar los rizos de Hermione.

Habían traído un tercer Lote, y entonces solo la francesa ocupada con su cabellera se quedó
con ella. Seguía frunciendo el ceño y resoplando, y Hermione sonrió hacia sus rodillas. Sus
rodillas suaves.

Me gustan suaves.

Después le quitarían el vello entre las piernas.


Mientras la joven luchaba con su melena, Hermione se mordió las uñas astilladas, intentando
recordar cómo lo había peinado para el Baile de Navidad. Había comprado aquella poción de
olor dulce, y había pasado horas pasándola por su cabello. Había estado a punto de saltar a la
ducha para quitársela toda, cuando Lavander y Parvati habían regresado al cuarto y habían
chillado al verla, y le habían dicho que se veía deslumbrante.

Ahora las dos estaban muertas.

La francesa la hizo tumbar, abrir las piernas, y quedarse quieta, mientras removía el vello de
su sexo.

~*~

Las hicieron volver enfundadas en pequeños vestidos y zapatos Mary Jane. La mitad de ellas
de blanco, la otra mitad de gris. Podía adivinar lo que significaba el blanco.

Las que todavía podían hablar comenzaron a informar al resto de la habitación lo que estaba
sucediendo. Una hora después, Dolohov y el joven Mortífago comenzaron a llevarse grupos a
una habitación separada. La Tasación, dijo una de las chicas al volver.

—Son cinco mil Galeones más si eres virgen—, murmuró Mortensen desde el rincón, vestida
de gris. —Parkinson tenía razón.

Pansy se veía despampanante con su vestido gris pizarra. Su cabellera era espesa y nítida.
Hasta parecía haberlos convencido de que le pasaran algo de rímel por los ojos. Se quedó de
pie en su rincón, con los brazos cruzados y los labios apretados. Tan fresca e imperturbable
como siempre, y Hermione se preguntó qué habrían hecho con ella. Para qué la mantenían
prisionera. Deseaba poder preguntarle, pero incluso aunque hubiera tenido su voz, no estaba
segura de tener el coraje.

Se llevaron a Ginny y a Luna juntas, y aunque le parecía un error, no estaba dispuesta a


protestar. Dolohov se las llevó junto a dos chicas más, y las trajo de regreso quince minutos
después. Ginny se veía un poco descompuesta.

Luna se dejó caer a su lado y dijo: —Vimos a Neville—. Hermione giró bruscamente,
esperando saber más. Luna solo sonrió y dijo: —No los alimentan ni los bañan mucho.

—Granger y Parkinson—, llamó Yaxley desde la entrada. —Vamos.

Ella se puso de pie. Estos emparejamientos… no eran una buena idea para ellos. Ahora que
Pansy no tenía puesto el uniforme de la escuela, Hermione pudo ver finalmente el tatuaje en
su brazo, cuando se reunió con ella junto a la puerta.

C. Yaxley

Igual que el suyo.

Yaxley estaba llevando a sus Lotes para ser tasados. Se volvió a preguntar por qué Pansy
estaba aquí. ¿Habría estado encerrada en el mismo lugar que Hermione antes de ser arrojada
al Ministerio? ¿La habrían capturado en la Batalla de Hogwarts? ¿O después?
Yaxley las llevó por el pasillo hasta un cuarto totalmente nuevo, donde el anciano de ojos
amables estaba sentado detrás de un escritorio, rodeado de pilas de papeles.

—¿Quién sigue?— Murmuró, con la voz débil y cansada.

Yaxley empujó a Pansy hacia adelante. Ella se paró erguida. Una cinta métrica flotó en el aire
y comenzó a medir su altura, mientras una pluma encantada trabajaba a su lado. La empujó
para que levantara los brazos, midiendo su cintura, sus caderas y su pecho.

—Nombre—, dijo él.

—Pansy Parkinson—, declaró, con orgullo.

Él levantó la vista rápidamente, y apartó la mirada, apretando los labios. —Estatus de sangre:
Sangre Pura—, masculló. —¿Edad?

—Diecisiete.

Escribió todo, y tomó la hoja de medidas del aire, copiando también toda la información.
Revolvió una pila y encontró otro pergamino, lo miró con el ceño fruncido. —¿Algo en tu
historial médico que debamos saber?

Pansy resopló con sorna. —¿Importa que me haya quebrado una pierna cuando tenía nueve
años?

Él hizo una mueca hacia la página. —No, supongo que no—. Revisó lo que parecía ser el
historial médico que las medimagas habían garabateado para cada una de ellas algunos días
atrás. Arrastró la mirada de vuelta hacia Pansy y la miró por encima de sus lentes, tomando
nota de sus ojos, su cabello y el color de su piel.

Suspiró, frotándose el puente de su nariz, y dijo. —De acuerdo, basado en la escala que me
han proporcionado, la oferta inicial debería ser de cuatro mil Galeones—, marcó eso en el
pergamino, —y puedes esperar que la oferta escale a doce mil, basado en su apariencia física
y su estatus de sangre. No fue esterilizada, así que podría ser considerada valiosa para ciertas
familias.

Hermione apretó los labios, respirando lentamente. Pansy, por otro lado, se giró hacia Yaxley
y dijo, —Nada mal, Yax—, con una sonrisa maliciosa. —Aunque, podemos aumentar esa
oferta inicial, ¿no? Confía en mi—, dijo, inclinándose hacia él con complicidad. —Valgo por
lo menos tanto como algunas de estas vírgenes. Soy mucho más útil—. Guiñó un ojo.

Yaxley la miró, y la amenazó con silenciarla también.

Hermione frunció el ceño, viendo a Pansy sonreír y flirtear. Un mecanismo de defensa.

Probablemente había sido violada la noche anterior. O torturada, o ambas. Y ahora, en lugar
de sentarse en silencio en un rincón, como Penelope Clearwater, Pansy Parkinson estaba
convirtiéndose a sí misma en un arma. Su cuerpo. Su ingenio. Su encanto. Todo para evitar
quebrarse.
Hermione no sabía cómo hacer eso. Y no estaba segura de querer aprender.

—Siguiente—, dijo el anciano.

Hermione dio un paso al frente, y la cinta métrica la envolvió.

—Nombre.

—Hermione Granger—, respondió Yaxley por ella.

El anciano levantó la mirada bruscamente hacia ella. Parpadeó varias veces antes de volver
hacia sus papeles.

—Estatus de sangre: Hija de Muggles—, dijo.

—Sangre Sucia es el término ahora—, corrigió Yaxley, y el anciano asintió.

—¿Edad?

—Diecisiete—, respondió Yaxley, y ella se giró para corregirlo.

—Dieciocho. Tiene dieciocho—, dijo Pansy.

Hermione parpadeó hacia la cinta que le rodeaba el pecho.

El anciano sacó el historial médico. Sacudió ligeramente la cabeza, apretó la mandíbula, y


Hermione lo vio hacer una marca en la esquina superior derecha de su apunte: V.

Copió las medidas, hizo algunos cálculos, y dijo, con la voz hundida. —La oferta inicial para
la Señorita Granger no debería ser inferior a siete mil quinientos Galeones, basado en su
sistema de clasificación—. Se quitó los lentes. —Pero he oído que ella y la Señorita Weasley
deberían comenzar en diez mil, de forma independiente.

Hermione parpadeó. Más Galeones de los que había visto en su vida.

—Lo siento—, continuó, entrecerrando los ojos hacia los números. —Con la virginidad,
debería comenzar en quince mil.

Pansy se rió entre dientes y cruzó los brazos sobre el vestido gris.

—¿Y cuál es su estimación?— Preguntó Yaxley, con Sickles en los ojos.

—Aproximadamente treinta y tres mil Galeones.

Hermione tuvo la sensación de estar tragando arena. Incluso Pansy, que estaba habituada a
esa cantidad de dinero, se quedó inmóvil.

Era el salario anual del subsecretario del Ministro.

La matrícula de cuatro años de una de las prestigiosas universidades a las que había
considerado aplicar cuando terminara la guerra.
Cayó en la cuenta de que no la matarían. Nadie sería tan idiota como para comprarla y luego
matarla. No, sería una muerte lenta para ella. Tal vez de años.

Se preguntó si Dolohov podría permitirse esa compra.

El anciano duplicó las notas con un golpe de su varita y le alcanzó la copia a Yaxley. Él
sonrió, con los ojos brillantes, y las acompañó de vuelta al cuarto.

Pasó el resto del día sentada junto a Ginny y Luna. La energía del cuarto era como una brisa
helada que comenzaba en un extremo y se arrastraba sobre cada una de ellas, forzándolas a
acurrucarse entre sí. En algún punto, una de las chicas comenzó a divagar acerca de lo que
quería hacer después de Hogwarts. A Hermione le parecía que debía estar en quinto año.
Algunas otras la imitaron, expresando en voz alta las cosas que querían hacer. Como si
todavía tuvieran oportunidades.

No había ventanas, así que era difícil saber cuándo el día comenzaba a acercarse a la noche,
pero algunas horas después, Walden Macnair entró al cuarto, con algunos Mortífagos
esperando en la puerta detrás de él.

Hermione vio que Pansy se encogía detrás de otra chica, curvando la espalda para hacerse
más pequeña.

Macnair miró a su alrededor con cuidadosa intensidad. Sus ojos se detuvieron en Hermione y
en Ginny, sonriendo.

—Señoritas—, anunció, y Hermione se preguntó si sería la última vez que fuera tratada con
tanta formalidad. —Comenzaremos a transportarlas ahora. Su Propietario estará a cargo de
ustedes para viajar por traslador. Cualquiera que intente pelear, correr o desobedecer alguna
de las órdenes durante el proceso, morirá de inmediato.

Dijo esa parte mirando directamente hacia ella.

—Apenas estén aseguradas en los bastidores, seguirán las instrucciones de los encargados. La
desobediencia resultará en un castigo. Por ejemplo...—

Rápido como un rayo, su varita se volvió hacia ella. Un dolor agudo se disparó por su sangre,
hirviendo y abriéndose paso por sus músculos, sacudiendo sus nervios y quebrando sus
ligamentos uno por uno.

Y entonces se detuvo. Y las manos de Ginny estaban en sus hombros, sosteniéndola y


gritando su nombre.

Miró hacia el techo de azulejos negros, respirando con fuerza. Había experimentado el
Cruciatus antes, pero éste había sido fuerte. Como la fuerza concentrada de un rayo
consumiéndola. Le tomó algunos minutos volver a sentarse.

Cuando pudo enfocar nuevamente sus ojos, Macnair estaba terminando su discurso, y
ordenando a sus Lotes que lo acompañaran. Buscó a su alrededor para ver a cuatro chicas
acercarse. Las dos vestidas de blanco se veían asustadas, pero las dos vestidas de gris estaban
temblando.

Él ya las había violado. Antes de traerlas aquí. Igual que a Parvati.

—Parkinson—, siseó. —Tu también vienes conmigo.

Pansy salió de su escondite detrás de una chica alta, y esbozó una sonrisa de burla. —Tanto
tiempo sin vernos, Walden—. Se pavoneó hacia el grupo—. ¿Vas a dejar algunos Galeones
por mí esta noche?

Él la miró de arriba abajo y dijo, —¿Por qué pagaría por algo que ya tengo gratis?

La sonrisa de Pansy se quebró; todavía en su rostro, pero quebrada.

Pansy y los otros cuatro lotes siguieron las instrucciones de Macnair y aferraron su brazo. Él
invocó un traslador, y desaparecieron.

Mulciber entró después. Llamó a sus lotes y desaparecieron. Reconoció a algunos de los
carroñeros que entraron alegremente, agarrando unas ocho chicas antes de desaparecer.

Dolohov y Yaxley entraron a lo último. Dolohov llamó a sus Lotes, y Luna y Ginny se
alejaron de ella.

Cuando solo quedó Yaxley en el cuarto, ella se acercó a él sin que la llamara. Era un claro
caso de Síndrome de Estocolmo, pero estaba segura de que Yaxley no la lastimaría. No había
mostrado ni el más mínimo interés sexual por ella, incluso había llegado a intervenir para
evitar que Dolohov se metiera con ella.

Él sonrió, y sacó su varita. Hermione parpadeó, sintiendo que había caído en una trampa.

—Un pequeño cambio de vestuario, amor—, dijo, con una sonrisa. —Resulta que eres el
premio mayor esta noche. Lo mejor para el final.

Golpeó el bretel de su hombro con la varita, y ella vio que el vestido se entallaba sobre su
cuerpo, se curvaba en sus caderas y se redondeaba en sus pechos. Nada de ropa interior.

Él sonrió, agitó su varita una vez más, y la tela del vestido cambió a un dorado reluciente.

—En efecto, la Chica Dorada—, dijo.

Y luego aferró su brazo y se la llevó.

Chapter End Notes

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Chapter 5
Chapter Notes

Nota de Autor:

¡Estoy tan complacida por todas las respuestas a la historia! He esperado mucho para
compartir esto con todos ustedes.

AMOR a Saint Dionysus y raven_maiden.

See the end of the chapter for more notes

Cuando llegaron a destino, Hermione tuvo dos segundos para que sus ojos se ajustaran a la
oscuridad antes de ser forzada a sentarse en una silla, con los brazos por detrás. Fijaron sus
manos al respaldo con un Encantamiento Adhesivo. Como habían acortado y entallado su
vestido, apretó con fuerza las rodillas para cerrarlas, y el asiento de madera hizo presión
contra su espalda desnuda.

Yaxley se alejó, hablando en voz baja con los guardias, y Hermione miró a su alrededor, y
descubrió que el cuarto estaba lleno de sillas alineadas, con Lotes amarrados a ellas.

No era un cuarto. Levantó la vista hacia el alto cielo raso, tal vez de tres pisos de altura, y se
sintió mareada. Pasarelas, y cuerdas, pero también cosas extrañas colgadas de poleas.
Cortinas de terciopelo cayendo desde la altura.

Bastidores, había dicho Macnair. Alquilaron un teatro para esto.

No, claro que no. Hermione negó con la cabeza. Nadie alquiló nada.

Miró a su derecha y vio a Ginny sentada a su lado, con la mirada en las rodillas. Parecía que
Dolohov había tenido la misma idea que Yaxley, y había acortado y entallado el vestido
blanco de Ginny. Ella levantó la mirada, con los ojos húmedos, y murmuró, Hola.

Miró a su alrededor. Uno de los Carroñeros todavía estaba amarrando y silenciando a sus
numerosos lotes. Sus ojos se desplazaron hacia la fuente de luz. El escenario. Estaba
decorado. Entrecerró los ojos hacia las altas figuras, intentando descubrir dónde estaban.

Algo se movió al otro lado del escenario, y Hermione se descubrió mirando directamente a
Ron Weasley, debatiéndose en su silla en el ala opuesta.

Soltó un grito ahogado, mudo.

Ron estaba gritando en silencio, y ella vio que sus labios formaban su nombre.
Podía distinguir otras veinte sillas, alineadas igual que las suyas. Neville estaba desplomado
en una de ellas. Le pareció ver a Oliver Wood en otra.

Hermione se volteó hacia Ginny para intentar captar su atención, pero Ginny ya estaba
mirando al otro lado del escenario y sonreía suavemente, con las mejillas húmedas.

El zumbido que había asociado con el viaje en traslador crecía y se atenuaba, y Hermione se
dio cuenta que estaba escuchando a la audiencia, detrás del telón.

Giró la cabeza, intentando distinguir lo máximo posible. Salidas, escondites, armas.

Había aproximadamente setenta prisioneros, según el recuento de ayer de Yaxley. Había


cuarenta Mortífagos en su lado del escenario, y la mitad de ellos tenía intención de ofertar.
No podrían hacerlo desde ahí atrás.

Siete guardias para cincuenta chicas. Probablemente la misma proporción del otro lado.

Levantó la vista y encontró a Pansy mirando directamente hacia ella, a veinte pasos de
distancia. Sus ojos se movían bruscamente hacia uno de los guardias y luego de vuelta hacia
Hermione.

Hermione vio a un tipo de unos veinte años, con rasgos oscuros. Era delgado, y las cejas
oscuras lo hacían ver más amenazador de lo que sugería su estatura. Al observarlo, los ojos
de él bajaron hacia sus muslos.

Un escalofrío recorrió su piel, y lo vio parpadear y apartar la mirada. Volvió a mirar a Pansy,
sin saber qué era lo que quería. ¿Le estaba dando una advertencia?

Antes de poder seguir pensando en eso, un hombre entró por la puerta seguido por Macnair.
Ludo Bagman. Recorrió las sillas con la mirada, haciendo una pausa breve en los rostros que
conocía. Bajó la vista a sus zapatos y jugueteó con los papeles en sus manos.

—Los Mortífagos agradecen sus servicios, Sr. Bagman—, siseó Macnair, dándole una
palmada en el hombro.

—Si, Macnair. Me… complace ser de utilidad—. Revolvió los papeles, y Hermione
reconoció las notas que había tomado el Tasador.

Quería gritar. Él podría detener esto. Podría intentarlo. No era como el resto de ellos.

Pero las personas como el Tasador, Bagman, e incluso las medimagas y las jovenes
francesas… todos estaban haciendo lo mejor que podían, concluyó Hermione. Demasiado
impotentes para luchar, pero en contra de ser parte. Cuando eran contratados, obedecían.

Bagman bajó la mirada hacia una de las hojas y se volteó hacia Macnair. —¿Esto es un error?
¿Este número?

Macnair leyó y sonrió. —No hay error. Es la Princesa de Potter. Si crees que eso es bueno,
echa un vistazo a la Chica Dorada.
Bagman cambió a la siguiente página y ella vio que su rostro palidecía. Él la miró sus ojos
instantáneamente, como si ya supiera dónde estaba ubicada.

—Tenemos que ocupar nuestros asientos, Sr Bagman—, anunció Macnair, llamando la


atención del resto de los Mortífagos. Extendió una mano hacia Ludo y él la estrechó. —El
Palacio es suyo.

El Teatro Palacio, en Londres. Sus padres la habían llevado hacía tres veranos. Se había
sentado en primera fila del primer balcón, fascinada por la historia francesa del Siglo XIX
que había leído en el libro de Hugo años atrás, y había suspirado cuando se elevaba la
barricada, y sollozado ante el final de cada vida.

Hermione miró otra vez el escenario. Ahora reconocía las partes de la escenografía. Eran las
ocho en punto de un viernes por la noche. Había que montar un espectáculo. Se estremeció al
pensar que en tan solo una semana, los Mortífagos se habían infiltrado en el Londres Muggle.

Del otro lado del escenario encontró los ojos de Ron listos para la revolución, y memorizó las
características que podía distinguir. Tal vez ésta fuera la última vez que lo vería.

Yaxley y los otros siguieron a Macnair, colocándose sus máscaras. Dolohov se aseguro de
pasar junto a ella y acariciarle un hombro, pasando sus dedos por debajo de su clavícula.

Cuando consiguió levantar la mirada del piso, encontró al guardia de las cejas pobladas
mirando directamente a su pecho.

Estos guardias no eran Mortífagos. No estaban usando las túnicas ni las máscaras, y los
antebrazos que alcanzaba a ver no llevaban la Marca Tenebrosa. Aspirantes a Mortifagos, ¿tal
vez? Se preguntó cuáles serían las políticas del circulo íntimo de Voldemort ahora que habían
ganado la guerra. Probablemente no se les había concedido el estatus a los que no habían
luchado.

Hizo una lista mental de los Mortífagos que sabía que estaban vivos. Había visto a la mayoría
de ellos durante la última semana.

Hermione frunció el ceño. Lucius Malfoy no había aparecido para recoger a sus Lotes. ¿Sería
posible que no hubiera capturado a ninguno? ¿O que solo hubiera conseguido varones?

Estaba casi segura de que esta noche estaría entre la multitud. Probablemente también
Voldemort.

¿Y Draco?

Miró a Pansy, que todavía le sostenía la mirada. Seguramente asistiría. Tenía que venir a
reclamarla a ella.

Ludo Bagman se aclaró la garganta, miró su reloj, y se movió al borde del telón. Parecía
concentrado en ignorar la presencia de las cincuenta personas. El murmullo de la multitud
aumentó.
Hermione se volvió hacia Ginny, silenciada y atada. Tenía las rodillas apretadas con fuerza,
los ojos en el suelo. Era como si estuviera experimentado el rango completo de vergüenza
que había sentido Hermione, solo que algunos días después. La vergüenza que había
extinguido el fuego en ella.

Ludo Bagman avanzó hacia el escenario y una luz lo enfocó, encendiendo su sonrisa y sus
pasos animados. El teatro rugió, y Hermione se sobresaltó por la presión. Cientos.

Ginny se estremeció a su lado.

Los ojos de Hermione distinguieron unos cuantos accesorios y vestuarios tirados en un rincón
detrás de ellos. Una larga peluca rubia y un relicario. Un vestido color azul. Parecían haber
sido reunidos y colgados al final de una presentación.

¿Qué habría pasado con los actores?

—¡Bienvenidos!— La voz amplificada de Ludo se desplazó sobre la multitud. —


Bienvenidos. Busquen sus asientos, caballeros— Subió a un podio. Hermione sintió que su
corazón galopaba al ritmo de los aplausos.

Una de las chicas sentada unas sillas más allá, comenzó a hiperventilar. O al menos eso
parecía. Enterró la cabeza entre las rodillas, las lágrimas corriendo por sus mejillas, la boca
abierta de par en par. Uno de los guardias la fue a revisar, torciéndola hacia arriba, y
Hermione se dio cuenta que todos los guardias eran jóvenes, impacientes. Uno o dos debían
haber estado en Hogwarts con ella, pero la mayoría parecía estar en sus veinte.

Volvió a mirar a Pansy. Era como si la chica de cabello negro nunca hubiera apartado los ojos
de ella desde el momento en que se sentó. Su mirada alternaba entre ella y el guardia
inquietante.

¿Qué? ¿Qué es lo que quería?

No lo reconocía. No sabía cómo podía trabajar con eso.

Ludo estaba comenzando con unos comentarios de apertura. Sonaban ensayados. Algún tipo
de propaganda acerca de los días venideros.

Hermione miró al guardia. Tenía los ojos otra vez en sus rodillas.

Sentía que debería estar disgustada, pero Pansy quería que ella prestara atención. Que viera
algo más.

Dos de los jóvenes guardias movieron el telón, observando y escuchando a Ludo.

No estaban ofertando.

Hermione miró a Pansy, su mente a toda máquina.

No eran iniciados, y no tenían fondos para asegurarse un Lote.


Los ojos del guardia estaban otra vez sobre sus piernas.

Y éste era codicioso.

Pansy la miró fijo de nuevo, y se encorvó en su silla, separando las rodillas. Hermione
parpadeó cuando su vestido se subió por el movimiento. Pansy estiró las piernas, las cruzó a
la altura de los tobillos, y enderezó la espalda hasta que su pecho se mantuvo erguido, con el
delgado vestido gris tirando hacia abajo.

Hermione sintió como si la estuvieran seduciendo. Pansy bajó sus pestañas hacia ella y luego
miró al guardia oscuro.

Hermione levantó la vista y descubrió que los pasos de él se hacían más lentos cada vez que
pasaba frente a ella, siempre con los ojos en el borde de su vestido.

—Tenemos setenta y siete Lotes para subastar esta noche—, anunció Ludo, magnánimo. La
multitud estalló. Ginny tiró de la silla, con las manos atascadas. Asomó los dientes y sus
hombros se tensaron.

—Caballeros, vamos a traer a cada Lote al escenario, uno a la vez. Tengo aquí su
clasificación, datos importantes y su estatus de sangre. Todos los Lotes se venden como
están. Los ganadores van a coordinar con Walden Macnair al final para arreglar el pago.

Hermione dejó que las palabras la inundaran. Miró el vestido de Pansy subir aún más,
observó cómo su mirada se desviaba hacia uno de los guardias; un chico pálido que
Hermione reconocía de Hogwarts. Los ojos de él habían aterrizado en las caderas de Pansy.
Pansy le sonrió.

Otro eslabón débil.

Hermione respiró hondo, y levantó la mirada hacia su guardia. Él encontró sus ojos. Ella
observó su rostro mientras se encorvaba en su silla, abrió las rodillas, y dejó que Pansy
Parkinson le enseñara cómo sobrevivir.

Los ojos de él recorrieron su cuerpo mientras el vestido se levantaba.

—Vamos a comenzar la noche apropiadamente—, canturreó Ludo. —Con un Weasley.

La audiencia rugió, y Ginny dio patadas en el aire.

—¡No esa Weasley!— Bromeó Ludo. La audiencia rompió en carcajadas. —¡Tampoco ese
Weasley!— Se oyeron silbidos. —Comencemos con alguno de los otros pelirrojos.

Hizo un gesto al otro lado del escenario, y George fue sacado a rastras, con las manos atadas
detrás de la espalda. Tenía un ojo morado y cojeaba. Al parecer, solo llamaban a las
sanadoras para las chicas. O tal vez la lesión era muy reciente.

Ludo Bagman rió y llamó a George a su lado, pero Hermione podía ver que estaba pálido. Él
conocía a los gemelos Weasley. Incluso aunque hubieran tenido desacuerdos, los conocía.
El guardia que favorecía a Hermione se acercó un paso más a ella. A los dos que estaban
viendo la primer subasta se le sumaron otros dos. Solo quedaban tres guardias, y uno estaba
concentrado en ella, y el otro en Pansy.

Hermione enderezó la columna como había hecho Pansy, notando como sus ojos se
oscurecían. Ludo leía el catálogo de George Weasley.

—Veinte años. Sangre Pura. Así que si alguno está buscando un traidor a la sangre con quién
jugar...

Ludo soltó una carcajada y la multitud siseó.

Su guardia se arrodilló, fingiendo que se ataba los cordones del zapato. Echó un vistazo a
Pansy, y vio que el guardia de rostro pálido le estaba pasando los dedos por la clavícula,
mientras ella se relamía los labios. Comenzaba a bajar el bretel de su vestido.

—Buena masa muscular, como pueden ver en sus pergaminos. Si necesitan otro elfo
doméstico, éste podría ser su día de suerte.

Unos dedos en sus tobillos le recordaron a Dolohov. El guardia le deslizó una mano por la
pantorrilla, separando aún más sus rodillas. Ella se mordió el labio como hacía Pansy, y
escuchó a Ginny moverse a su lado, dándose cuenta lo que le estaba sucediendo.

—Vamos a comenzar la oferta en dos mil Galeones.

Inclinó el rostro hacia él, y sus ojos se posaron en sus labios, entonces ella echó la cabeza
hacia atrás y la estrelló contra su frente.

Él gritó, y su cabeza dio vueltas. Escuchó un estruendo desde la dirección de Pansy, y un


sonido de madera quebrarse a su derecha, donde Ginny estaba sentada.

Intentó abrir los ojos pero el cráneo le ardía de dolor. Un ruido de madera quebrada desde
algún otro lugar, una pelea. Gruñidos y gritos.

Los guardias distraídos maldecían y corrían desde el telón.

Abrió los ojos y pudo distinguir varios cuerpos pataleando en el suelo. Ginny se había
arrojado a si misma al piso, rompiendo la silla. Aferraba con firmeza los trozos de madera a
los que sus manos estaban pegadas, y golpeaba al guardia de rasgos oscuros.

Parpadeó lentamente y miró a su alrededor; vio a Pansy levantando el respaldo de una silla y
empalando a su guardia en el estómago con un grito mudo. Penelope Clearwater tenía la
mayoría de su silla todavía adherida, y la sacudió contra la cabeza de un guardia que
escapaba, lo hizo caer y se trepó encima de él, estrellando la madera contra su cuerpo.

—Algún tipo de… conmoción. Nada de qué preocuparse...—

Las cincuenta chicas habían descubierto cómo liberarse de sus sillas. Y solo había siete
guardias. El sonido de la madera quebrada, y las patas de las sillas astilladas, estaban por
todas partes.
—¡Quédense en sus asientos, caballeros!

Empezaron a volar maldiciones. Hermione estaba encorvada, con el respaldo de la silla


atorado en las palmas de sus manos. Se giró y se arrojó contra el suelo, sintiendo la silla
quebrarse detrás suyo. Escuchó un crujido cuando su hombro se dislocó, y soltó un grito sin
sonido. Se sentó erguida, buscando una salida, pero brotaba sangre del lugar en que su cabeza
había embestido al guardia, y le caía sobre los ojos.

Se escucharon pasos que corrían, precipitándose desde el escenario, y los Mortífagos estaban
ahí, lanzando hechizos aturdidores y pateando chicas a los lados para abrirse paso entre la
multitud. Reconoció las botas de Dolohov.

Se tambaleó hasta ponerse de rodillas y se arrastró hacia atrás, abrazando las paredes.
Encontró algunas chicas asustadas ahí, pero se abrió camino, moviéndose alrededor de los
cuerpos que se agitaban.

Escuchó a Macnair gritando órdenes, y a Yaxley organizando los cuerpos aturdidos,


gritándole a los demás que la atraparan a ella.

Un par de brazos envolvieron su cintura por detrás, haciéndola retroceder. Ella pataleó y la
dejaron caer, y se estrelló el codo contra el suelo. Unos brazos alrededor suyo otra vez, y no
estaba segura de que fueran los mismos.

Se elevó en el aire, apretada contra el pecho de un hombre que le envolvía los hombros y las
caderas con los brazos. Gritó en silencio, pateando el aire. Él se movió con ella, arrastrándola
lejos.

¿Se la estaba robando o la estaba llevando de regreso?

El aire olía a sangre y a pino. Y se preguntó dónde estarían los revolucionarios.

Tenía una conmoción cerebral, se daba cuenta.

Escuchó que la voz de Yaxley se acercaba, y el hombre se dio vuelta con ella.

Yaxley se veía borroso por la sangre en sus ojos, pero sostenía la varita frente a él.

—Buen trabajo, Malfoy.

Apenas tuvo tiempo de preguntarse si era Draco o Lucius antes de que Yaxley la aturdiera.

~*~

Su cabeza estalló en pedazos, y jadeó sin sonido ante el dolor.

Un trueno se arrastraba a través de ella, y le sacudía la cabeza. Parpadeó varias veces para
abrir los ojos, y se encontró detrás del escenario del Teatro Palacio otra vez, la luces del
escenario le quemaban los ojos.

El sonido de una masa, y entonces supo dónde estaba.


Gritos estridentes. Aplausos y abucheos. Parpadeó contra las luces, sintiendo los latidos en la
frente, y se enfocó en la figura de blanco que estaba de pie junto a Ludo Bagman en el
escenario.

Cabello rojo y pecas. Ginny mantenía la nariz en alto, ignorando las burlas.

Había dos guardias a cada lado de Hermione, sosteniéndola hasta que pudo pararse por sí
sola. Uno de ellos la había despertado con un Enervate. Se volteó para mirar a las chicas,
pero lo único que vio fueron sillas rotas y sangre seca.

Y una peluca rubia y un relicario. Un vestido azul.

Giró para mirar a su alrededor, y sintió un tirón en el hombro, recientemente colocado en su


lugar. Vio un espejo partido al medio en los bastidores, y notó que le habían hecho
desaparecer la sangre del rostro. No sabía si le habían curado la conmoción cerebral. Tenía
nauseas y todo le daba vueltas, pero podía ser síntoma de un montón de cosas.

Ninguno de los guardias que la sostenían era el que ella había seducido. Recordaba
vagamente a Ginny empujando la pata de una silla dentro de su traquea.

¿Ginny lo había…?

Se dio vuelta para ver la sangre seca sobre el suelo negro. Ginny estaba de pie en el
escenario, con su vestido blanco salpicado de rojo. Cuando giró el rostro iluminado por los
reflectores para mirar a Hermione, vio que tenía un rastro de sangre seca sobre la sien. Su
cabello era salvaje. Sus ojos muertos. La habían dejado ensangrentada. Como un gladiador.
Obligada a entretener.

¿Había matado a ese guardia?

Hermione vio que Ginny se volvía a poner de frente a la concurrencia que aullaba, de cara
contra las violentas luces.

—¡Mulciber, todos sabemos que no tienes esa cantidad de oro!— La voz de Bagman pasó a
través del latido de sus oídos. Los Mortífagos rieron. —¡Solo ofertas serias, caballeros!

Ginny estaba siendo subastada. Luego ella.

Se lo había perdido. Se había perdido toda la Subasta. No sabría dónde había acabado cada
uno. Dónde habían enviado a Luna, o a Ron y a Neville. Tendría que haber reunido la mayor
cantidad de información posible, y esperado para hacer la revolución.

Se volvió hacia el escenario cuando escuchó el sonido del maso.

—¡Vendida!— La audiencia estalló. —¡Ginevra Weasley, amada del finado Harry Potter,
vendida a Aron Avery por veintiocho mil quinientos cincuenta Galeones!

Su estómago dio un vuelco, y el guardia a su derecha la sostuvo erguida.


Tanto dinero. Una cantidad demencial. Se preguntó si ella realmente alcanzaría el precio de
tasación; treinta y tres mil Galeones.

El ruido de la multitud la dejó sorda por un momento, y supo que no le habían curado la
conmoción cerebral. Con la cabeza dándole vueltas, observó que un puñado de guardias
subían al escenario, ninguno de ellos el suyo, y le aseguraban las muñecas a Ginny. Ginny
mantuvo la cabeza erguida, con los ojos fijos en el balcón, mientras Macnair y Avery se
aproximaban.

Los finos labios petulantes de Avery sonrieron a la multitud. Macnair sacó un pergamino de
la túnica y los gritos se intensificaron cuando Avery tomó la pluma que le ofrecía.

Ginny agitó el brazo con una mueca de dolor cuando Avery firmó el pergamino con su
nombre. La marca de su antebrazo debía haber cambiado para reflejar la propiedad.

Avery se volvió hacia la concurrencia, sonriendo abiertamente con los dientes torcidos. Le
dio una palmada en el trasero a Ginny, y Hermione vio que ella apretaba los dientes.

Su cabeza palpitaba, y Macnair escoltó a Avery fuera del escenario para saldar las deudas.
Mientras los guardias volteaban a Ginny para bajarla del escenario, Hermione se preguntó si
se había perdido de algún detalle. Si hubiera podido hacer algo distinto.

Quizá no deberían haber dejado de luchar en el patio cuando Hagrid había aparecido con el
cuerpo de Harry. No deberían haberle dado a Voldemort una audiencia. No deberían haber
puesto toda su fé en Harry.

Tal vez ella no debería haber seguido a Narcissa Malfoy a través del castillo. Debería haberse
quedado, y seguido las instrucciones de McGonagall. Tal vez habrían sido capaces de atacar
de nuevo.

Llevaron a Ginny en su dirección, y cuando vio que su labio inferior temblaba bajo la sangre
seca de otra persona, Hermione decidió que su único error verdadero fue no haber matado a
Dolohov en el pasillo del Ministerio.

Debería haber matado a Dolohov, luego a Yaxley, y luego haber tomado a quienes quedaran
vivas y escapado. Debería haber dejado morir a Luna. Probablemente hubiera sido mejor así.

Miró el rostro de Ginny por última vez, y vio que sus labios formaban las palabras: Voy a
encontrarte.

Hermione respondió en silencio: No estamos solas.

Ginny desapareció por la puerta de los bastidores.

—Y ahora… nuestro gran final.

Sonaba como si Ludo Bagman estuviera anunciando la entrada del Buscador al estadio. ¿Tal
vez así era? Podría ser, si cerraba los ojos. El teatro estalló.
Parpadeó, intentando enfocar. Necesitaba estar presente. Quizá una vez que terminara ese día,
podría dormir con su conmoción cerebral y nunca más despertar.

La empujaron hacia adelante, guiándola al escenario. Bagman estaba gritando algo por
encima de la multitud, pero ella solo pudo entrecerrar los ojos ante las luces. Alguien estaba
operando los reflectores, y Hermione casi soltó una carcajada de solo pensarlo.

Se miró los pies, mientras la colocaban sobre una “X” roja al lado de Bagman. Su vestido
dorado relucía.

Levantó la mirada, recordando la barbilla en alto de Ginny. El teatro estaba lleno. Balcón tras
balcón. Debía haber más de mil personas, y Hermione sintió desesperación al pensar que
Voldemort ya tenía esa cantidad de seguidores. ¿Cuántas de estas personas habían estado al
acecho, esperando el momento oportuno hasta el final de la guerra? Y ahora, aquí estaban.

El ruido era interminable. Sus ojos aterrizaron en los Mortífagos enmascarados del nivel
inferior, llenando la mayoría de las primeras filas. Algunos de ellos estaban de pie, gritando y
burlándose, y dando puñetazos en el aire. Algunos estaban sentados, susurrando los unos a
los otros y señalando el escenario.

Escaneó la multitud, buscando a Bellatrix, a Greyback, o al Señor Tenebroso en persona.


Reconoció a Yaxley al frente, Dolohov a su lado. Mulciber y Nott padre. No logró distinguir
la rubia cabellera de Lucius Malfoy, ni los rizos azabache de Bellatrix.

—¡De acuerdo! ¡De acuerdo!— Rió Bagman, sonando como él mismo nuevamente. —Sé que
estamos emocionados. Algunos de nosotros tenemos juguetes especiales para llevarnos a
casa...

Hermione deslizó los ojos hacia Ludo mientras los hombres reían. Había sido seducido por
todo esto. Infectado. Él enfrentó sus ojos y los apartó rápidamente.

—Nuestro Lote final de la noche—, anunció, teatralmente. Leyó las notas del tasador. —
Hermione Granger—. Silbidos. —Sangre Sucia—. Abucheos. —Chica Dorada—. Burlas. —
Amiga de Harry Potter, Gryffindor, y enemiga del Señor Tenebroso.

Estaban otra vez de pie, gritando. Escuchó las palabras Sangre Sucia, y Zorra, y Maten a la
Puta.

¡Qué la cuelguen!

—se lo merece, la sucia—

¡Muéstranos el coño!

¡Juega un poco con ella!

Haz de ella un ejemplo.

¡Inclínate, cariño! ¡Déjanos echarte un vistazo!


Zorra Sangre Sucia. Me encantaría partirla en dos.

Ella se dejó empapar, como un baño frío.

Solo un Mortífago se mantenía sentado, perfectamente inmóvil. En la cuarta fila del pasillo
izquierdo.

—Caballeros, caballeros—, canturreó Bagman. Levantó las manos para pedir calma. —
Todavía no he comenzado la subasta.

Risas. Un aullido desde el balcón superior. Hermione levantó la mirada y vio que las sombras
del nivel superior se paseaban, merodeando fuera de las sillas. Los hombres lobo habían sido
invitados. Separados, y sin mucha igualdad de condiciones.

—¿No quieren saber más acerca del examen médico de la Señorita Granger?— Arrulló
Bagman. Y el teatro estalló de nuevo.

Podía oírlos como un suspiro. Hablando de su virginidad. Haciendo hipótesis sobre si alguna
vez habría usado su boca.

Las luces ardían.

Se enfocó en el Mortífago solitario, que todavía no socializaba. Tal vez ya había ofertado en
su Lote, y ahora solo estaba disfrutando de una noche en el teatro.

Ludo leyó sus medidas. Se carcajearon cuando sugirió que le iría bien en las cocinas, y
soltaron un alarido de alegría cuando mencionó que su masa muscular sería útil para el
trabajo de jardinería. Vitorearon ante la idea de que sacudiera el polvo en sus mansiones.

Ludo danzaba alrededor de la verdad del asunto, los provocaba, hasta que finalmente:

—Y caballeros...— Su voz se volvió grave. —En caso de que tengan curiosidad… Serán
unos cinco mil extra por ésta.

Un tornado. La acústica se estremeció con los aplausos y los gritos. El Mortífago solitario no
hizo más que cruzar una pierna.

—Entonces, caballeros… comenzamos la oferta en quince mil Galeones.

Cincuenta varitas salieron disparadas, llamando la atención de Ludo con chispas naranjas.

Tragó saliva, y bajó la mirada para ver a Dolohov levantando una mano perezosa.

Se dio cuenta que las varitas solo subían en el nivel inferior. Tal vez habían vendido entradas
para espectadores en los balcones.

—Vamos a subir un poco la apuesta, ¿no?— Bromeó Ludo. —Dieciséis mil.

Apenas unas cinco varitas cayeron.


—Dieciséis mil quinientos. Saltamos a dieciséis mil quinientos, señores—, comenzó Ludo.

Vio cómo las varitas bajaban lentamente, Dolohov y Mulciber se desafiaban el uno al otro
cada vez, riendo con su pequeño juego.

Sintió las rodillas temblorosas, y se preguntó si volvería a ver comida en un futuro cercano.
Tal vez nunca más.

—Dieciocho mil Galeones. Acaso escucho… Si, señor, dieciocho mil. ¿Qué tal dieciocho mil
quinientos?— Señaló a Dolohov. —Dieciocho mil quinientos para Dolohov. Aún hay más.
¿Diecinueve mil?

Ella dejó que sus ojos se volvieran vidriosos, observando al Mortífago inmóvil. Estaba
sentado, quieto, con la varita en el regazo, y sostenía la cabeza con su mano. Parecía joven.
Hombros delgados. Alto.

—¿Diecinueve mil quinientos? Si, diecinueve mil quinientos para Mulciber. ¿Tenemos…?

—Veinticinco mil—. Una voz tensa. Hermione parpadeó, mientras cada una de las personas
sentadas en las primeras tres filas giraban para ver al solitario hombre enmascarado. Había
levantado su varita para lanzar chispas naranjas. ¿Habría invocado su voz de tanto mirarlo?

Susurros y arrastre de pies. Sabía que habían comprado a Ginny por apenas poco más que
eso.

—Eh, si. Veinticinco mil para...

—Veintiséis—, gruñó Dolohov, enviando una mirada furiosa al joven.

—Veintiséis quinientos—, desde la cuarta fila.

—Veintisiete.

—Veintisiete quinientos.

—¡Veintiocho!— Gritó Dolohov, irritado con el joven de la cuarta fila.

El joven cuya voz arrastró un: —Veintiocho quinientos—, como si el dinero no tuviera
importancia para él. El joven cuyos ojos, ella sabía, eran fríos detrás de la máscara. Cuyos
largos dedos hacían girar su varita chispeante. Y Hermione pudo distinguir que era de madera
de espino otra vez. Se preguntó si se la habría arrebatado al cadáver de Harry.

Dolohov vaciló, volviendo la mirada hacia Ludo. —Veintinueve.

—Veintinueve quinientos.

Y la idea flotó a través de su conciencia, estaba en una subasta, y en pocos minutos sería
propiedad de alguien.

Y Draco Malfoy estaba ofertando.


El teatro zumbaba. La mayoría de los presentes ya se habían percatado de que el chico de los
Malfoy estaba arrojando su dinero contra Antonin Dolohov.

—Treinta—, determinó Dolohov con firmeza, como si hubiera ganado un juego de cartas.

—Treinta mil quinientos—, murmuró Draco.

Una aplastante ola de susurros. Hermione bajó la mirada hacia sus pies, viendo las manchas
de sangre en sus zapatos Mary Jane que se habían olvidado de limpiar.

Habían dejado a Ginny ensangrentada y salvaje, y a Hermione limpia y arreglada. Como una
yegua premiada.

—¿Escucho treinta y un mil?— Preguntó Ludo, levantando la voz.

La varita de Dolohov se disparó en el aire. Draco lo siguió.

Dolohov había sido tan arrogante, tan firme en su convicción de que se podría permitir
comprarla. Pero él no tenía el oro para respaldar esto. Entonces por qué...

Su sangre se congeló.

Ginny. Los veintiocho mil Galeones de Ginny ahora pertenecían a Dolohov.

Y Luna. Y las otras chicas que había capturado.

Asumiendo que tenía cuatro vírgenes, ahora tendría un montón de dinero para ofertar.

Yaxley y Dolohov habían estado a cargo de los Lotes. Sus guardias principales. ¿Por qué las
habrían dejado tras bastidores en manos de unos jóvenes traviesos que ni siquiera habían
obtenido todavía su Marca?

—Treinta y dos mil—, gritó uno de ellos, pero Hermione estaba concentrada en el latido de
su cabeza, en el dolor de su hombro.

¿Acaso querían un motín? ¿Siete guardias contra cincuenta chicas? Realmente parecía una
negligencia.

Un aullido desde el balcón.

—Treinta y tres mil—, declaró Draco.

Lujuria y sed de sangre. Probablemente aumentaba sus apuestas.

—Treinta y tres quinientos—, siseó Dolohov.

—Treinta y cuatro—. La voz de Draco, perezosa y familiar, la arrullaba.

¿Qué querría de ella? ¿Venganza? ¿Estatus?

—Treinta y cuatro quinientos.


Mejor malo conocido. Miró a la máscara de Draco, lo taladró con los ojos, implorándole que
ganara.

—Treinta y cinco mil—, dijo, cruzando las piernas de nuevo.

—¿Se está poniendo un poco caro para ti, cachorro?— Dolohov se puso de pie y se volteó
hacia la cuarta fila, quitándose la máscara. —¿Vacilando?

—¿Caro para mi?— Rió Draco. —Me sorprende que sepas contar hasta ese número.

Dolohov giró hacia el escenario de nuevo. —Cuarenta y cinco mil Galeones.

Hermione tragó saliva y escuchó los silbidos. Miró a Draco, quieto y en silencio.

—¿Cuánto de esa herencia te dio tu papi para que juegues, niño?— Dolohov le sonrió con
sorna.

Ludo aclaró su garganta y dijo: —Escuché cuarenta y cinco mil. ¿Escuchó cuarenta y séis?

La varita de Draco se levantó. Chispas anaranjadas.

—Puedo seguir toda la noche, Malfoy—, dijo Dolohov, abriendo los brazos. —Hace tiempo
que estoy ahorrando para ésta, y acabo de ganar cincuenta y dos mil de mis Lotes de esta
noche.

—Cincuenta y tres mil—, espetó Draco.

Dolohov se rió y se volvió hacia Ludo. —Cincuenta y cinco.

—Sesenta—. La voz de Draco se quebró.

—Sesenta y uno—. Sonrió Dolohov, con sus torcidos dientes amarillos brillando hacia ella.

No sabía si sería por la conmoción cerebral, o por los reflectores, o por el futuro que se cernía
sobre ella, pero sintió que sus pulmones suplicaban por aire.

Sabía que esto iba a pasar. Que se iría con Dolohov. Se había estado preparando mentalmente
durante una semana. Y aún así, su esperanza no había muerto.

Había sentido una chispa de esperanza cuando Draco Malfoy había comenzado a ofertar.
Realmente no sabía si estaría mejor con él. Pero ahora, mientras él vacilaba antes de gritar
“sesenta y dos”, deseó que no hubiera ofertado en absoluto. Le quedaría la duda para
siempre.

—Sesenta y cinco mil—, dijo Dolohov, riendo.

Ludo estaba pálido junto a ella mientras esperaba. —Escucho sesenta y cinco mil—, dijo
finalmente. La multitud comenzó a retorcerse, zumbando en susurros. —¿Escucho sesenta y
séis?
No se atrevió a mirarlo. No podía soportar la idea de que, si lo miraba, podría ver la
indecisión en la forma en que erguía los hombros. Tal vez podía adivinar sus pensamientos
como en Aritmancia, cuando rodaba los hombros hacia atrás y acomodaba la postura antes de
sumergirse de vuelta en un problema.

—Sesenta y cinco mil a la una.

O la manera en que observaba el pizarrón de Pociones, inclinando la cabeza hacia un lado,


hasta que de pronto aferraba la pluma, y derramaba sus pensamientos en el pergamino, como
si pudieran desaparecer si no era lo suficientemente rápido.

—Sesenta y cinco mil a las dos.

O en sexto año, cuando se había vuelto hosco y extraño, obligado a encontrar una solución, y
sus ojos se habían vuelto distantes, fríos y grises. Sin vida. Su postura encorvada y pequeña.

El golpe de una masa.

El mundo se quebró a la mitad, y un violento sonido se derramó en sus oídos como lava.

Mantuvo los ojos en la “X” debajo de sus pies, mientras Dolohov subía al escenario y
encontraba a Macnair en el medio. El pergamino. Un ardor en su brazo izquierdo. Y luego un
puño en su cabello, inclinando su cabeza hacia atrás. Dolohov estaba ahí, sonriendo. Le pasó
la lengua por el rostro, y los balcones enloquecieron.

Ella lo empujó. Y a todos les encantó.

Él soltó una carcajada, y aferró su cabeza para empujarla contra el suelo. Cuando levantó la
mirada de sus rodillas, Dolohov estaba saludando a la audiencia, disfrutando de su victoria, y
desabrochándose el cinturón.

Ella se arrastró hacia atrás, negando con la cabeza, sacudiendo su cerebro magullado.

Yaxley sonreía en la primera fila, y gritaba. —¡No hasta que tenga mi dinero!

No podía distinguir más sonidos. Era demasiado en sus oídos.

Cuando Macnair la puso de pie, empujándola hacia los guardias detrás del escenario, se
arriesgó a echar un último vistazo a la multitud de pie; un asiento vacío en la cuarta fila.

Chapter End Notes

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Chapter 6
Chapter Notes

Nota de Autor:

¡Estoy tan abrumada por todos ustedes! ¡Gracias!

Ahora hay un grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y la serie Correctos e


Incorrectos llamada Tea & Honey (NdT: El grupo ahora se llama Rights and Wrongs)

AMOR a Saint Dionysus y raven_maiden.

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Los guardias la arrastraron por los pasillos del Teatro Palacio, subiendo escaleras y girando
en esquinas imposibles de memorizar, incluso aunque lo intentara.

Al doblar por un pasillo encontraron un guardia frente a una puerta. Lo pasaron, y justo antes
de doblar una vez más y bajar las escaleras, Hermione escuchó un sonoro crujido, y miró a su
alrededor hasta encontrar a un pequeño elfo, de pie a mitad del corredor.

—Cuppy está aquí por los Lotes—, chilló.

La arrastraron al otro lado de la esquina antes de que pudiera oír algo más.

Cuanto más bajaban, más seguido escuchaba un crujido seguido de una pequeña voz. Usaban
elfos para transportar a los Lotes.

Supuso que ya no eran “Lotes”. ¿Esclavas? ¿Concubinas?

La empujaron dentro de un armario de escobas vacío. Escuchó que se murmuraban el número


de la habitación el uno al otro, uno de ellos lo escribió y pasó la varita por el pergamino.

Cerraron la puerta y la dejaron a oscuras. Intentó girar el picaporte, sin sorprenderse de que
no cediera.

Se sentó en el suelo, apretó las rodillas contra el pecho, y esperó.

~*~

—¿Te gusta algún chico de la escuela?

Hermione miró bruscamente a su madre por encima del tazón de masa para galletas.

—¡Mamá!
Su madre rió. —¡Solo pregunto! ¿Qué tal Harry?

—Oh, madre, no—. Hermione puso los ojos en blanco y tomó un puñado de masa del tazón.
—Harry es… No.

—¿O Ron? Pasas más tiempo con su familia que con la tuya, sabes—. Dio un tope con la
cadera a Hermione, mientras colocaba la bola de masa en la bandeja del horno.

Hermione frunció el ceño. —Ron es exasperante. Es perezoso, y duerme mucho, y siempre


llega tarde—. Resopló, quitándose el cabello del rostro. —Fue tan grosero conmigo la
Navidad pasada. Casi no lo perdono. Es tan infantil.

Su madre soltó una carcajada y abrió la tapa del horno. —Ya crecerá. Estoy segura de que
voltearás un día y descubrirás que ha cambiado—. Colocó la bandeja en la rejilla. —¿Y
nadie más? ¿No dejaste algunos asuntos pendientes con ese tal Vincent?

—Viktor—, corrigió Hermione. —Viktor Krum. Si, todavía nos escribimos, pero...—
Hermione se lavó las manos. —Supongo que no es mi tipo. Es muy apuesto. Pero… Creo que
me gusta...—

Se contuvo, frunciendo el ceño hacia la espuma.

—¿Si?

—El cabello más claro—, decidió.

Su madre colocó los rizos de Hermione detrás de su oreja. —¿Y hay alguien que tenga el
cabello claro?— Podía escuchar la sonrisa en su voz.

—Si, hay—. Hermione tomó el paño de cocina y lo frotó entre sus manos. —Pero es cruel, y
vanidoso, y arrogante—. Arrojó la toalla. —Y yo soy una tonta.

Su madre le besó la sien. —Así de apuesto, ¿eh?

Hermione gimió. —Su cabello es tan hermoso, mamá.

Su madre rió.

~*~

No tenía forma de calcular el tiempo, pero sospechaba que había estado encerrada en el
armario durante dos horas. Extraño, porque las otras habían sido recogidas apenas había
terminado la Subasta.

La puerta se abrió con un chirrido, cegándola con la luz del pasillo. Levantó un brazo para
protegerse los ojos y el cuerpo.

—Arriba.
Se puso de pie, y vio la silueta de Yaxley en el marco de la puerta. Él dio un paso al costado
para dejarla salir. No había ningún elfo en el pasillo.

Yaxley la miró con el ceño fruncido, y la guió por el pasillo, volviendo sobre sus pasos. No
entendía por qué fruncía el ceño. Era sesenta y cinco mil Galeones más rico. Sin contar lo que
fuera que hubiera obtenido por Pansy.

La imágen de Pansy perforando el estómago del guardia flotó ante sus ojos. Su grito
estrangulado, enseñándo los dientes.

Tampoco había vuelto a ver a ese guardia.

Subieron las escaleras que antes había bajado, y su cabeza palpitando y su hombro ardiendo
le hicieron rogar que un elfo apareciera y se la llevara. Le dolía respirar.

Escuchó un crujido al final del pasillo. Los elfos seguían apareciendo. Todavía había Lotes
detrás de esas puertas.

Yaxley se detuvo frente a una puerta y giró hacia ella. —Si alguna vez te vuelvo a ver, será
demasiado pronto, Sangre Sucia.

Ella arqueó una ceja y le dirigió una mirada que decía, El sentimiento es mutuo.

Él abrió la puerta y la empujó dentro.

Esperaba encontrar a Dolohov. Tal vez un catre, o una silla, donde la obligaría a tumbarse y
subir su vestido.

No esperaba encontrar a Pansy Parkinson. No había esperado volver a verla nunca más.

Pansy parecía sentir lo mismo, mientras se incorporaba del escritorio en el que se había
apoyado, con los ojos abiertos y hambrientos. Estaban en un vestidor con espejos en las
paredes y grandes focos parpadeando.

Yaxley cerró la puerta, encerrándolas.

Un ardor agudo en su brazo izquierdo. La boca de Hermione se abrió, con un silencioso


silbido de dolor. Bajó la mirada hacia donde la firma de Antonin Dolohov había estado
tatuada en su piel. Las letras crepitaban. Apretó el puño y observó cómo la tinta se elevaba,
reorganizándose, hasta que una firma diferente se formó sobre su piel.

D.M.

Parpadeó hacia las letras, su visión se puso borrosa. No podía ser...

Pansy estaba a su lado, aferrando su brazo.

—¡Ja!
El sonido la sacudió. Pansy había estado silenciada la última vez que la había visto.
Hermione ya iba por su cuarto día.

Pansy se dio vuelta, y pasó las uñas por su cabello. Los espejos le permitieron a Hermione
ver que cerraba los ojos con fuerza, y apretaba los labios.

—Guau—. Giró para mirarla. —¿Cuánto?

Hermione negó con la cabeza, decidiendo que Pansy no debería saberlo.

—¿Treinta y tres mil?— Ofreció Pansy, acercándose lentamente a ella. —¿Treinta y cinco
mil?— Dijo, cuando Hermione no contestó. —Vamos. Tengo curiosidad. ¿Cuarenta?

Hermione se dio vuelta, pero fue incapaz de encontrar una pared que no reflejara el rostro de
Pansy. Su propio rostro estaba irreconocible. Profundos círculos debajo de sus ojos y la piel
reseca. Su mandíbula sobresalía de un modo horrible.

—Dime, Granger—, siseó Pansy por encima de su hombro. Hermione enfrentó sus ojos y
algo se agitó en su interior, como el momento previo al estallido de un trueno. Vio que los
ojos azules de Pansy se inundaban, y respiró hondo antes de preguntar. —¿Más de cuarenta
mil?

Hermione apartó la mirada, temblando. Alcanzó a ver la tinta en el brazo de Pansy.

Un D.M. haciendo juego.

Un crujido al otro lado de la puerta. Las dos saltaron, y los dedos de Hermione se movieron
hacia una varita que no tenía.

Una elfina chillona dijo, —Mippy está aquí por las Señoritas Pansy y Hermione.

La puerta se abrió de golpe. Yaxley montó guardia mientras una pequeña elfina con una
funda de almohada rosa levantaba la mirada hacia ellas, un par de brillantes ojos verdes.

—¡Señoritas! ¡Las llevo ahora!

Sonrió y estiró sus dos manos. Como si estuvieran invitándolas a una agradable aventura.

Pansy resopló, pestañeando con los ojos secos, y saludó a Yaxley. —Hasta luego, Yax. —
Tomó la mano de Mippy.

Hermione parpadeó hacia la mano extendida de Mippy, y echó un vistazo a Yaxley. No era un
truco. Estaba dejando todo atrás.

La conmoción cerebral iba a ser difícil de manejar después de Aparecerse, pero con suerte la
magia élfica haría que fuera mejor. Tomó la mano de Mippy, y la visión de Yaxley en el
corredor se desvaneció con un apretón.

Apenas aterrizaron las azotó un fuerte viento de mayo. El cabello de Hermione se agitó sobre
sus ojos, y al apartarlo de su rostro, los altos portones de la Mansión Malfoy se cernieron
sobre ella. Un escalofrío danzó sobre su piel, y tuvo la sensación de que miles de ojos la
perforaban.

Mippy abrió el portón con un movimiento de su mano, y la invitó a entrar con un gesto. Las
rejas oscuras la llamaban, listas para engullirla. Giró hacia Pansy, que contemplaba la
Mansión como si no diera crédito a sus ojos, y luego a las colinas en la distancia. ¿Qué tan
lejos podría llegar si corría?

—¿Señorita?— Llamó Mippy, a través del viento.

Hermione cruzó el portón, y sintió un hormigueo en el brazo. Bajó la mirada, y vio brillar el
tatuaje un segundo antes de volver a la normalidad. Asumió que había una barrera en el
portón. Ahora estaba encerrada.

Las puertas comenzaron a cerrarse. Hermione se volvió bruscamente para ver a Pansy,
abrazada a si misma, viendo cómo el portón la dejaba afuera.

Hermione se volvió hacia Mippy, y apuntó a Pansy afuera de la reja.

—La Señorita Pansy se queda—, dijo Mippy amablemente. —Nos vamos ahora, Señorita.

Mippy subió el camino trastabillando, esperando que Hermione la siguiera. Hermione se


quedó congelada, viendo cómo crecía la distancia entre ella y el pequeño elfo.

¿No dejarían entrar a Pansy? ¿Había sido proscripta? ¿Desterrada? Hermione corrió hacia el
portón, y encontró a Pansy, que había hecho lo mismo. Se aferraron y tiraron del hierro justo
cuando terminaba de cerrarse. Pansy la miró fijamente, y luego miró al cielo, como si
estuviera esperando un rayo.

Un estallido, seguido de otro. Las dos se voltearon para ver a dos siluetas encapuchadas a
diez pasos de distancia. Pansy se echó hacia atrás y aferró la reja de hierro.

—¡No!— Gritó una de las figuras.

Blaise Zabini se bajó la capucha; Daphne Greengrass apareció a su lado. —No cruces el
umbral—, ordenó.

Pansy sollozó, y se arrojó a sus brazos expectantes. Hermione parpadeó, viendo a Pansy
reencontrarse con sus amigos. Se preguntó dónde habría terminado Ron.

—Tenemos que apurarnos—, dijo Daphne. Hermione apenas podía oírlos por encima del
viento. Ninguno de ellos le dedicó una mirada.

Blaise tiró del brazo tatuado de Pansy y lo separó lejos de su cuerpo. Daphne destapó una
botella y entrelazó los dedos con los de su amiga, apretando su mano con fuerza. Blaise sacó
del bolsillo un trozo de cuero y lo empujó dentro de la boca de Pansy. Ella se debatió,
confundida, hasta que Blaise lo afirmó entre sus dientes.

—Esto va a doler—, le dijo. Los ojos de Pansy se desorbitaron.


Daphne comenzó a volcar el contenido de la botella sobre el brazo de Pansy. Ácido.
Hirviendo, y burbujeando y crepitando sobre su piel. Los gritos de Pansy se extendieron por
encima del viento, haciendo eco en las colinas a la distancia. Hermione se abrazó a los
barrotes, y observó con los ojos muy abiertos cómo Blaise sacaba su varita y siseaba un
hechizo oscuro.

La tinta negra brotó del brazo y llegó hasta el suelo. Se fue haciendo más roja y fluida. Se
convirtió en sangre. Y luego se detuvo.

Pansy gimió, las lágrimas rodaban por su rostro. Daphne apretó un paño sobre la piel
ampollada del brazo y se quitó su propia capa para pasarla por encima de los hombros de
Pansy. Entrelazaron sus brazos y se prepararon para Desaparecer.

Hermione golpeó los barrotes y los sacudió.

Blaise miró a su alrededor, viéndola como si fuera un fantasma. Ella extendió el brazo
tatuado lo más lejos que pudo, implorando a Blaise con los ojos.

Él la miró, y luego a la Mansión. —Este es el lugar más seguro para ti, Granger.

Ella despegó los labios para formar una súplica que no podía escuchar. Blaise le dirigió una
última mirada y luego tomó el otro brazo de Daphne.

Y se fueron. Todo lo que podía oír era el viento.

Hermione se dio vuelta, y se recostó contra las barras de hierro.

Un extenso camino de piedra, que atravesaba setos y conducía a la gran Mansión,


devastadoramente hermosa bajo la luz de la luna, a pesar de la sórdida historia. Un pequeño
elfo estaba de pie en la entrada.

¿Éste era su hogar? ¿Su prisión?

Miró su brazo otra vez.

D.M. No L.M. Draco en persona la había comprado.

¿Qué quería con ella? ¿Qué había entregado para obtenerla?

No podía imaginar que Dolohov la hubiera dejado ir por menos de una suma astronómica.

Los Malfoy eran ricos; eso había quedado claro, incluso sin la evidencia que se erguía frente
a ella.

¿Pero por qué gastar tanto en ella?

No podía quedarse ahí toda la noche. Supuso que igual sería obligada a entrar por la magia de
un elfo, o peor: por uno de los residentes de la Mansión Malfoy.

Dio un paso al frente, y comenzó su larga caminata.


Scabior había tenido prisa la última vez que había recorrido ese camino. La había arrastrado
delante de él como un perro desobediente. No había sido capaz de pensar, capaz de respirar.

Siguió sus pies, las puertas crecían frente a ella. La pequeña elfina de la funda rosa parpadeó
en su dirección, mientras ella subía los escalones de piedra, y luego giró y entró a la casa.

Hermione se detuvo, y volvió la mirada hacia el portón. ¿La castigarían por la desaparición
de Pansy? No, se aseguró. Había sido planificado. El elfo había dicho que Pansy debía
quedarse, y Hermione debía entrar.

Pero tal vez sería castigada de otra manera. Sin los encantos de Pansy, y sus piernas, y sus
ojos sensuales para distraer, Hermione era vulnerable. Era la única opción. Tiró del endeble
vestido dorado para subir la línea del escote.

Se preguntó qué podría significar que le hubieran quitado el tatuaje a Pansy. ¿Era libre?

—¿Señorita Hermione?

Bajó la mirada hacia la elfina… Mippy, y entró.

Un puñado de grandes chimeneas a su izquierda. Recordó que dos meses atrás se había
preguntado qué tan rápido podría encontrar la red Floo, mientras Harry gritaba bajo el agarre
de Greyback. Y justo al otro lado del vestíbulo, había una puerta cerrada que sabía que
conducía a un Salón.

—¿Señorita?

Hermione giró para ver a Mippy en el primer escalón de una enorme escalera de mármol.
Grandes pinturas del Renacimiento se extendían hasta el cielo raso, salpicando las paredes
grises con rojos, dorados y azules.

Había despertado en la primera de su celdas, había sido arrastrada por el cabello a la segunda,
y llevada entre unos fuertes brazos a la tercera. Y ahora le estaban pidiendo que subiera las
escaleras y caminara hacia la última.

Los brillantes ojos de Mippy parpadearon. Hermione siguió a la elfina escaleras arriba.
Subieron hasta el tercer piso, y la cabeza de Hermione comenzó a palpitar de nuevo,
respirando con más dificultad después de una semana de cautiverio.

Su piel se tensó al pasar junto a las estatuas y las armaduras, sintiendo las miradas sobre ella.
Los retratos le clavaban la vista, y arqueaban las cejas. Tragó saliva y mantuvo los ojos en el
elfo, hasta que pasó a través de un rayo de luz de luna.

Hermione se detuvo, descubriendo una enorme ventana a su derecha. Un estanque cerca de


los setos. Y pavos reales albinos durmiendo en la orilla. Había leído acerca de la Mansión
Malfoy antes, en el libro de los Sagrados Veintiocho. Los pavos reales albinos eran los
favoritos del abuelo de Draco, y su cría había pasado a ser parte del linaje. El paisaje debía
ser hermoso a la luz del día. Flores primaverales en la orilla del estanque, una glorieta a la
derecha.
—¿Señorita?

Sacudió la cabeza para despejarla y continuó detrás de Mippy.

El pasillo estaba más oscuro ahora. Y se percató de que si estaban en el tercer piso, entonces
todavía no iban a llevarla a su celda.

La estaban llevando directamente al dormitorio.

Disminuyó el paso, y la elfina se detuvo y volvió por ella. —¿La Señorita está bien?

Hermione bajó la mirada hacía la pequeña y dulce criatura. Se preguntó si Lucius también la
castigaba. Ella seguramente había conocido a Dobby en algún momento. Se preguntó si
Mippy tenía idea de lo que estaba a punto de sucederle a la “Señorita”.

Hermione se aferró al costado de un aparador para estabilizarse. Tragó la bilis que se


arrastraba por su garganta.

¿Sería Draco o Lucius? ¿Y qué era mejor? Draco no sería tan cruel como su padre, seguro.
No estaba en su naturaleza. Pero ser tratada como su propiedad, como su esclava, cuando
tenía un historial de sentimientos por él...

Enterró las uñas en las palmas de las manos, desterrando el pensamiento. ¿Para qué la
compraría en primer lugar si no fuera para tenerla como su esclava? Su puta.

La conmoción cerebral no estaba sanando. Sintió unas pequeñas manos sedosas en su


muñeca, y se sobresaltó ante el suave contacto.

—¿La Señorita está bien?

Ella rió en silencio y cerró los ojos. No, Mippy. La Señorita no está bien.

Sus ojos se abrieron de golpe y aterrizaron en el retrato de un ancestro Malfoy, de


aproximadamente doscientos años de antigüedad. Los ojos de Lucius Malfoy la observaron,
elevando la comisura de sus labios con un gruñido.

Súbitamente recordó lo importante que era la aprobación de Lucius para Draco. Lo mucho
que idolatraba a su padre.

Tal vez ella fuera un regalo.

Jadeó, y vomitó sobre el suelo de piedra. El sonido hizo eco en el pasillo. El primer sonido
que hacía en días.

Mippy acercó una toalla a su boca, y un paño húmedo a su frente. Desapareció el vómito del
suelo de la Mansión. La elfina conjuró un vaso de agua y le suplicó a Hermione que lo
bebiera. Ella lo hizo, y luego lo dejó sobre el aparador.

Escuchó a los retratos siseando, discutiendo entre ellos acerca del lugar apropiado para ella,
acerca de su sangre. Se concentró en las voces mientras Mippy trotaba por el pasillo
gesticulando para que la siguiera.

Una Sangre Sucia, ensuciando nuestras sábanas.

Qué final tan espantoso...

...dije antes, y lo diré de nuevo: esa niña Black fue la ruina de nuestro linaje.

Lucius siempre fue débil. Su hijo también lo será.

…debería estar en la planta baja, con los elfos. O afuera, con los gnomos de jardín.

Completó el recorrido, y se detuvo frente a una puerta de madera tallada. Mippy estaba
diciendo algo acerca de meterse rápido en la cama.

Hermione se rió. Si, por favor. Lo más rápido posible. Terminemos de una vez con esto.

Mippy empujó la puerta. Y Hermione se encontró con una exuberante suite. Paredes color
crema con revestimiento dorado. Gruesas alfombras. Un área de estar, justo frente a la puerta,
con una chimenea encendida. Dos mullidos sillones orejeros junto al fuego. A la derecha, una
abertura arqueada en la pared conducía a la cama más grande que hubiera visto jamás.
Cortinas de dosel color crema con motas doradas colgaban de los postes, y más almohadas de
las que pudiera contar cubrían la cabecera.

Entró en la suite, y encontró estanterías con libros alineadas en la pared de su derecha. No


dejó que sus ojos se detuvieran en los textos. No eran para ella.

Nada de eso era para ella.

Se preguntó de quién sería ese cuarto. Tal vez era solo una habitación de huéspedes, para no
ensuciar las sábanas de la suite principal.

Mippy estaba hablando con ella, pero ella no la escuchaba. El sonido del viento corría entre
sus oídos. La elfina cerró la puerta. Y Hermione se quedó sola.

La cama se veía lujosa. Y ella estaba tan cansada. Pero se negaba a dormir en ella, a ponerse
cómoda en una cama en la que sería atacada.

Se trasladó al dormitorio, pasando los dedos por las cortinas y los postes. Volviendo a las
estanterías, encontró libros de ficción y no-ficción. Muggles y Mágicos. Clásicos y
modernos. Probando una teoría, estiró una mano y colocó un dedo sobre el lomo de
Huckleberry Finn.

Nada. Entonces estaba autorizada a tocar los libros. Pasó los dedos por encima del lomo,
esperando que algo pasara. Nada.

Le dolía el hombro. Aferró el brazo por encima de su pecho para soportar el peso, y continuó
recorriendo el dormitorio. En el lado opuesto a la cama había una puerta. Probablemente del
cuarto de baño. Avanzó lentamente, sin apartar la mirada.
Empujó la puerta de madera y jadeó, el dolor presionó sobre su hombro.

Mármol y bronce en todas partes. Una bañera con patas en el medio del cuarto. Lujosas
toallas y una iluminación delicada. Giró y dio un salto al ver su propio reflejo. Se observó
con ojo crítico, pálida y delgada, todavía con el vestido dorado que Yaxley le había puesto.

La dieta de fruta y pan no había sido amable con ella.

Se dio vuelta y abandonó el delicioso cuarto de baño. La cama la llamaba otra vez, pero
siguió resistiendo. Volvió al área de estar, y examinó la extensa pared de ventanales; livianas
cortinas cubrían cada uno de los marcos. Corrió una, y descubrió que tenía la misma vista que
la ventana que había pasado antes. La glorieta y el estanque.

La estantería de libros la desconcertaba. Recorrió los lomos hasta sacar uno del estante, y
comprobó el antiguo reloj en el estante central. Casi media noche.

Llevó Historia de Dos Ciudades a los sillones junto a la chimenea, eligiendo el que quedaba
de frente a la puerta, y se sentó, pasando las paginas, alternando la mirada entre las palabras y
el picaporte de la puerta.

Madame Defarge estaba tejiendo cuando alguien llamó a su puerta.

Hermione se quedó helada. Observó el picaporte, esperando que gire.

Otro golpe. Esta vez más fuerte.

Cerró el libro y se puso de pie; se movió detrás del sillón y apretó el respaldo.

La puerta se abrió ligeramente, y por ella entró Narcissa Malfoy. Sus ojos aterrizaron en
Hermione, y se detuvo.

El corazón de Hermione palpitaba en las yemas de sus dedos. No tenía varita. Y estaba en la
casa de esta mujer. Su garganta se ahogó con el aire seco que abandonaba sus pulmones, y
respiró profundo, lista para lo que fuera que esta mujer quisiera hacerle.

Los labios de Narcissa Malfoy se curvaron en una sonrisa gentil. —Hola, Señorita Granger.

Hermione esperó. Y Narcissa la miró fijamente, pasando sus ojos por el corto vestido, la piel
pálida.

—Por favor, discúlpeme por irrumpir así—. Narcissa señaló la puerta. —No respondió
cuando llamé a la puerta, y me preocupaba que…— Se interrumpió. —Bueno, Mippy me
dijo que no se sentía bien al llegar.

Hermione respiró con mesura, esperando.

Narcissa inclinó la cabeza y vio el libro sobre el sillón.

—Dickens es uno de mis favoritos también.


Hermione parpadeó, su estómago se retorció en un nudo. Tal vez sería castigada por tocar los
libros.

—Siento no haber estado ahí para recibirla. No tenía idea de que ya estaba en camino hasta
hace unas pocas horas. Y tenía que ocuparme de algunos asuntos—. Narcissa cruzó las
manos frente a ella, examinándola. Y luego sus ojos pasearon por el cuarto, observando las
estanterías como si nunca antes las hubiera visto.

Volvió a mirar a Hermione. —¿Está bien, Señorita Granger? ¿Está herida?

Hermione respiró hondo, sintiendo que el aire le pinchaba los pulmones. Sus ojos se llenaron
de lágrimas y se prometió que no lloraría frente a esta mujer solo porque estaba siendo
amable con ella. Todavía podía retractarse de todo lo que decía.

Narcissa Malfoy esperó. Con calma y paciencia. Hermione tragó y se llevó una mano hacia la
garganta, apuntando con un dedo hacia su laringe. Negó con la cabeza y bajó los ojos hacia la
alfombra.

Se hizo una pausa, y luego… —Finite Incantatem.

Hermione se sobresaltó y levantó la mirada. Narcissa estaba volviendo a guardar la varita en


su túnica, apretando fuerte los labios de un modo muy familiar. Del mismo modo que Draco
hacía siempre que encontraba un error.

Narcissa respiró hondo y dijo. —¿Qué tal si volvemos a empezar? Hola, Señorita Granger.
Soy la Señora Malfoy. Puedes llamarme Narcissa.

Hermione tragó dolorosamente, lubricando su garganta inutilizada. —Hola—, graznó.

Narcissa se acercó al otro sillón. —¿Está herida, Señorita Granger?

—Tengo...— Su voz estaba tensa, como una cuerda a punto de cortarse. —Tengo un hombro
dislocado, ellos lo volvieron a colocar. Y tengo una conmoción cerebral.

Narcissa la observó por un momento, y luego: —¡Mippy!

Hermione dio un salto. La elfina apareció.

—¡Señora!

—La Señorita Granger tiene un hombro herido y una conmoción. Por favor, atiéndela.

—¡Oh!— Mippy giró hacia ella. —¡Hermione, Señorita! ¡Diga a Mippy que está enferma!
¡Diga a Mippy y ella se encargará!

Hermione asintió, sin molestarse en decirle a la elfina acerca de su voz.

—Y Mippy, dile a Plumb que prepare un servicio de té, por favor.


Mippy desapareció, y volvió tres segundos después con pociones y una bolsa amarrada con
un cordón. Indicó a Hermione que se sentara en el sillón que estaba aferrando con las uñas.
Narcissa se deslizó hacia el segundo sillón. Un elfo más anciano apareció con un servicio de
té, mientras Mippy le alcanzaba a Hermione una poción para la conmoción, y comenzaba a
esparcir un ungüento curativo sobre su hombro. Mientras se escabullía para colocar una
poción para Dormir Sin Sueños sobre su mesita de noche, Hermione echó un vistazo a
Narcissa, que estaba bebiendo pacientemente su té. Observándola.

—¿Le gustaría un poco de té, Señorita Granger?

Hermione observó sombríamente la tetera, imaginando todo tipo de pociones oscuras dentro.
Tal vez Narcissa ya había tomado el antídoto.

Hermione negó con la cabeza. —No gracias, Señora Malfoy—. Su voz se sintió rasposa
sobre su lengua, suplicando por algo cálido que la suavizara.

Narcissa pareció leer sus pensamientos. Curvó los labios hacia arriba. —¿Supongo que no
aceptará una galleta tampoco?— Le dirigió una sonrisa. —¿Incluso si le asegurara que tengo
métodos mucho más interesantes para lidiar con un enemigo?

Hermione se sonrojó, y bajó la mirada a su regazo. El vestido apenas cubría la parte superior
de sus muslos, y cerró las piernas con fuerza, tirando de la tela.

Narcissa se puso de pie. —Ropa de dormir, ¿si?— Se movió hacia el guardarropa dentro del
área del dormitorio, y murmuró para sí, —Si no me equivoco...— Abrió el guardarropas.
Hermione observó su rostro y detectó una resignación triste. Narcissa metió la mano en el
armario, luego hizo una pausa y echó un vistazo a Hermione. Se estiró en otra dirección y
sacó un juego de pijamas. De satén, al parecer. Dejó sobre la cama el pantalón y la camisa
abotonada de manga larga.

—Descanse, Señorita Granger—. Dijo Narcissa. —Si se encuentra hambrienta, o con


necesidad de alguna medicación, por favor llame a Mippy.

La pequeña elfina asintió vigorosamente junto al servicio de té, sus orejas aleteaban
peligrosamente cerca de la azucarera.

No dormiría en esa cama. No hasta que supiera lo que esperaban de ella. Ahora que se había
curado la conmoción, se suponía que todos sus pensamientos serían racionales.

Mippy limpió el servicio de té, mientras Narcissa se desplazaba hacia la puerta.

—Señora Malfoy—, dijo Hermione, con el corazón galopando. —¿Cuándo recibiré un


visitante?

Franco. Directo. Tal vez Narcissa podría apreciar eso, a pesar del hecho de que quizá
Hermione estuviera preguntando por su esposo.

Los ojos azules de Narcissa se endurecieron como hielo, mucho más cercanos al color de los
de su hijo. Cruzó las manos delicadamente frente a su cintura.
—Permítame ser lo suficientemente clara, Señorita Granger—. Hermione sintió que un
escalofrío recorría su espalda, preparándose para algún dato cruel, algo acerca de su lugar en
el mundo de hoy. —Usted está ahora bajo la protección de Narcissa Malfoy. Nadie le pondrá
un dedo encima en esta casa.

Y arqueando una ceja con rigidez, Narcissa Malfoy salió de la habitación, llevándose a su
adorada elfina domestica con ella.

Hermione se quedó congelada por un minuto antes de colapsar en un sillón, con la mente
acelerada. Asimilando.

Podía ser mentira, por supuesto. Algo para hacerle confiar en la matriarca Malfoy. Algo para
hacerla sentir segura antes del ataque.

Pero había galletas en la mesa ratona. Pijamas que parecían ser para ella. Una pequeña
biblioteca a su disposición. Y una cama. Una cama que no estaba destinada a compartir.

Hermione se puso de pie. Mirando a su alrededor otra vez. Era un palacio, realmente. Una
suite preparada para que un invitado se sintiera más que cómodo. Destinada a que una
persona no tuviera razón alguna para irse, se percató.

Libros, un baño privado, un área de estar, y un elfo comedido.

Era la celda más agradable que podría haber esperado.

Se quitó el vestido dorado, dejándolo caer al suelo. Deslizarse en la ropa de dormir era como
cortar manteca, el satén calentaba su piel como si fuera un hechizo. Levantó el vestido dorado
del suelo y se acercó a la chimenea, arrojó la tela dentro y la vio arder.

Se acercó a la cama y se detuvo. Catorce almohadas. Eso parecía. Crema y dorado. Retiró las
sábanas, esperando encontrar una cabeza de caballo o alguna tontería Muggle. Pero solo era
un colchón mullido y acogedor.

Se estiró con cautela, se acurrucó dentro de la cama, y siguió sin pasar nada. El colchón y las
almohadas aceptaron su peso, como si la hubieran estado esperando hacía tiempo.

Miró en dirección a la puerta, casi dos cuartos de distancia de la cama. Tenía una vista
perfecta desde allí, contra las almohadas. Levantó la poción de Dormir Sin Sueños que
Mippy le había dejado, la destapó y la olfateó. Olía como debía oler.

Bajo la protección de Narcissa Malfoy.

La misma Narcissa Malfoy que se había escabullido dentro del castillo para encontrar a su
hijo, mientras el Señor Tenebroso se jactaba de su victoria en el patio. La misma mujer que
había hablado de escapar, incluso aunque su ejército había asesinado a los generales de
Hermione.

Este es el lugar más seguro para tí, Granger.

Quizás Zabini tenía razón. Tal vez no todo estaba perdido. Solo el tiempo lo diría.
Hermione bebió la poción. Dejó el frasco en la mesa de noche, y se acostó de lado, con los
ojos fijos en un joyero forrado en latón. Sus ojos comenzaron a cerrarse cuando, al estirar la
mano, levantó la tapa y encontró el interior de terciopelo azul vacío.

Chapter End Notes

Nota de Autor:

Miren el hermoso arte que hizo Bookloverdream-blessedindeed para el capítulo anterior.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 7
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Una actualización anticipada para todos ustedes! Pero, lamentablemente, me saltaré la


actualización de la próxima semana. El capítulo 8 llegará el 28 de julio.

AMOR a Saint Dionysus y raven_maiden.

See the end of the chapter for more notes

Despertó lentamente, su cuerpo intentaba arrastrar al cerebro de vuelta al sueño por algunos
minutos más. No recordaba la última vez que había dormido en una cama. Los catres en la
tienda del campamento no eran tan cómodos como ésto, y Harry roncaba tan fuerte que temía
que pudiera quebrar los Encantamientos de Protección...

Sus ojos se abrieron de golpe, observando la pared desconocida desde una cama desconocida.
No se había movido en toda la noche, y aún yacía de lado, frente al frasco vacío de poción.
Se incorporó de un salto y examinó el cuarto. La luz del día entraba a raudales por la enorme
ventana y las cortinas color crema.

Salió de la cama, asomándose en las esquinas para asegurarse que no hubiera nadie
escondido. Se deslizó hasta el baño, usó el inodoro, se echó agua en el rostro. La enorme
bañera con patas, en mitad del suelo de mármol, la invitaba a sumergirse en la espuma y
desaparecer.

Sacudió la cabeza, parpadeó para alejarse de la elegancia de la suite y volver a concentrarse.


Armas. Salidas.

Los cajones del tocador contenían exuberantes toallas y pociones para el cabello. Encontró un
peine de cola con el extremo afilado para hacer peinados, y se lo guardó en el bolsillo.

A pesar de todo, nadie había irrumpido en su espacio al salir del cuarto de baño. Revisó el
reloj de la estantería. Apenas las siete de la mañana.

El armario la llamaba, recordando la expresión de Narcissa al abrirlo. Algo así como una
aceptación disgustada. Hermione abrió las puertas, y encontró perchas y perchas de ropa, un
encantamiento de extensión había ensanchado y profundizado el espacio. A la izquierda había
un segundo par de pijamas como los que estaba usando, pero de franela. Algunos camisones
largos, seguidos de algunos más cortos. Nada demasiado llamativo. Luego túnicas, túnicas, y
más túnicas, de los más variados colores, longitudes y telas. Al final, sweaters, y otras
prendas informales. Tiró de los cajones en la base del armario y encontró jeans.
Hermione frunció el ceño. ¿Qué clase de invitados solían recibir los Malfoy en este cuarto?
Seguramente nadie que usara jeans. Abrió el cajón de arriba a la derecha. Bragas de algodón
en tonos pálidos. Un puñado de sostenes haciendo juego. Algunos sostenes deportivos.

Quien fuera que acostumbrara a quedarse aquí, estaba preparado para todo. El último cajón
contenía zapatos para todo tipo de clima; zapatillas y botas.

Dejó que sus dedos acariciaran la tela de las túnicas, mientras cerraba los cajones, y pegó un
salto cuando una idea cruzó su mente.

¿Sería éste el cuarto de Pansy?

Echó un vistazo a la cama, en crema y dorado. Observó la estantería con libros Muggles.
Examinó las telas frente a ella, y catalogó la ropa interior.

Nada de esto gritaba Pansy Parkinson. Pansy usaba labial rojo en la mesa del desayuno, y
nunca necesitaba retocarlo durante el día. Pansy nunca habría sido descubierta usando colores
pálidos, especialmente en su ropa interior. Y una vez, en tercer año, Pansy le preguntó a
Daphne Greengrass si los Muggles sabían leer. Hermione sabía que no estaba bromeando.
No, este no era el espacio de Pansy.

Cerró los cajones, memorizando la ubicación de los cinturones, y se desplazó hacia la


ventana, arrastró finalmente el suave material y echó un vistazo hacia los jardines. Como
había adivinado, el estanque brillaba ante su ventana. La glorieta atraía la niebla matutina
como burbujas en un vaso, y justo detrás de los portones que rodeaban la mansión, podía ver
el sol salpicando el terreno. A su izquierda, había un balcón que salía desde su sala de estar.

Hermione parpadeó. Debía haber una puerta. ¿Qué tan alta sería la caída? ¿Cuánta extensión
podría conseguir con las cortinas y la ropa de cama?

El picaporte de la puerta traqueteó, y Hermione giró de golpe para ver a Lucius Malfoy
entrando en la suite; sus ojos aterrizaron sobre ella junto a la ventana. Aferró las cortinas
entre los dedos, una mano se deslizó hacia el peine en su bolsillo.

Lucius apartó la mirada abruptamente para mirar a su alrededor en la habitación, posando sus
ojos en la estantería con libros, en el área de estar. Se detuvo en la cama, en las sábanas
revueltas después de dormir. Sus ojos grises volvieron de golpe hacia ella.

Curvó los labios, el eco de una sonrisa. —Bienvenida a la Mansión Malfoy, Señorita Granger.

Ella sintió que el latido de su corazón hacía presión contra las cortinas de gasa, y sus dedos se
curvaron. Él estaba parado entre ella y la puerta de salida. Y si había algún camino hacia el
balcón, ¿qué tan rápido podría correr y saltar por el borde? ¿Habría césped o piedras debajo?

Él inclinó la cabeza, examinándola, esperando una respuesta que nunca llegó. Sus ojos se
movieron por encima del pijama de satén, luego sobre la ropa de cama arrugada.

—Veo que se ha puesto cómoda.


Entró al cuarto, paseando entre los sillones orejeros, observando las alfombras, acercándose a
las cortinas.

Mientras que Narcissa era cálida y cautelosa, Lucius era frío e imperioso, inescrutable. Se
deslizó en el área para dormir, sus ojos se volvieron hacia el dosel de la cama y aterrizaron en
el guardarropas, todavía abierto por sus investigaciones. Tiró de las puertas para abrirlas de
par en par y, al igual que su esposa, una expresión imposible se extendió por su rostro. Nunca
había visto a nadie fruncir el ceño con una sonrisa.

—Todo del talle correcto, imagino—, murmuró.

Hermione suponía que Lucius Malfoy no era el tipo de persona que murmuraba cosas en voz
alta por accidente.

Cerró el armario con un click. Se volteó para mirarla, de pie entre ella y la cama. Los dientes
del peine chasquearon entre sus dedos.

—Sesenta y cinco mil Galeones—, dijo, dibujando el número como una pregunta. Pero ella
sabía que no lo era. —Vaya, vaya, Señorita Granger. Qué premio tan elegante.

Él quería que ella interactuara con él. Se tragó el pánico que sentía y decidió jugar su juego.
—¿Estuvo usted presente anoche, Señor Malfoy?

Él respiró hondo por la nariz, con un indicio de sorna en sus labios. —No tengo interés en el
comercio de esclavos. Tengo suficientes elfos domésticos—. Entrelazó las manos detrás de su
espalda y miró por la ventana, hacia la vista que ella había estado disfrutando.

Ella recordó unos brazos fuertes, aferrándola alrededor de la cintura y levantándola en el aire,
llevándola hacia algún lugar. Si Lucius no había estado ahí, había sido Draco. ¿A dónde la
habría llevado?

¿Y por qué la quería en primer lugar? ¿Y cómo la había obtenido?

Levantó la mirada pensativa que había estado depositando en las alfombras, y encontró a
Lucius Malfoy todavía frente a ella, observándola. Sus ojos recorrieron su cuerpo, y ella se
estremeció, contenta de estar usando un pijama asexuado, y de haberse deshecho del vestido
dorado.

—¿Que le parece su alojamiento, Señorita Granger?— Sus ojos la atravesaron, y sus palabras
se enterraron bajo su piel.

Se preguntó si él querría que ella se comportara de manera indebida. Si querría que lo


escupiera y le dijera que prefería una celda. Que actuara como una bestia Sangre Sucia. Miró
sus ojos grises, los mismos ojos grises que se habían burlado de ella durante siete años.

Podía estar bajo la protección de Narcissa Malfoy, pero también estaba bajo el techo de
Lucius Malfoy.

—Es encantador, Señor Malfoy—, respondió, gélida. —Gracias por invitarme a venir de
visita—. Arqueó una ceja hacia él.
Él le devolvió el gesto, curvando lentamente los labios. —Cuando quiera, Señorita Granger.
El clima es encantador en otoño—, dijo, con voz melodiosa, burlona. Una pausa, y luego sus
facciones se endurecieron. —Espero que todavía esté aquí para entonces.

Un escalofrío recorrió su piel, pero tuvo cuidado de no pestañear. Ardía por hacerle
preguntas. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué Dolohov me entregó? ¿Qué esperan de mi? Pero
sabía que no obtendría las respuestas que quería. Solo más juegos.

Él avanzó hacia ella, ahora a pocos pasos de distancia, y extendió una mano. —¿Puede
entregarme lo que sea que esté escondiendo en su bolsillo?

Ella tragó saliva, y él lo notó. Esbozó una sonrisa.

Sacó el peine y lo colocó sobre su mano extendida. Él sonrió, y quebró el mango afilado. Le
devolvió la pieza benigna, observó su cabello, y dijo: —Va a necesitar esto.

Ella frunció el ceño. Era tan grande la semejanza con su hijo, y con su facilidad para hacer
brotar los insultos. Curvó los dedos alrededor del peine, y los dientes se enterraron en la
palma de su mano.

—Mi hijo pagó un precio muy elevado para obtenerla, Señorita Granger—. Sus ojos viajaron
hasta su mandíbula, bajaron por su cuello. Ella se estremeció. —Intente demostrar algo de…
gratitud—. Susurró la palabra en el aire, como un beso contra su piel. Le sonrió, y se deslizó
hasta la puerta.

Sus ojos ardieron contra su espalda, y pensó en Parvati y en Baxter. Penelope Clearwater
acurrucada en un rincón, negándose a comer. El corte en su abdomen. El último vistazo a
Ginny, mientras la arrastraban lejos.

No pudo evitar sus palabras. Subiendo como bilis. —¿Gratitud?

Él se detuvo, con una mano en la puerta. —Por supuesto, Señorita Granger—. Arqueó una
ceja. —Usted ha sido salvada.

Salió, cerrando la puerta detrás de él.

~*~

Depender de la supuesta protección de Narcissa Malfoy no iba a llevarla a ninguna parte. No


era protección lo que necesitaba, era una vía de escape.

Cuando estuvo segura de que Lucius no iba a regresar, sacó Hogwarts: Una historia de los
estantes, y se sentó en el sillón frente al fuego, y leyó distraídamente mientras mantenía un
ojo en la entrada.

A las ocho en punto de la mañana, llamaron a la puerta. Antes de que Hermione pudiera
relajar la tensión de sus hombros, o contemplar qué clase de horrores le esperaban, una voz
aguda dijo: —¡Remmy está aquí con el desayuno!
Hermione parpadeó. Se puso de pie, colocando el libro delicadamente sobre el sillón. —
¿Adelante?— Sonó más como una pregunta de lo que quería.

La puerta se abrió, y una elfina anciana entró dando trompicones, con una bandeja flotando
detrás de ella. La elfina, Remmy, frunció el ceño. —La Señora dice que Remmy debe llamar
a la puerta.

Hermione la miró, sin saber qué responder. Remmy envió la bandeja a la mesa auxiliar junto
al sillón orejero. Giró y se tambaleó hasta la puerta. Antes de que la pudiera cerrar, Hermione
dijo: —Gracias, Remmy.

Remmy se volteó, entornó los ojos, y asintió una vez antes de cerrar la puerta.

Tostadas y frijoles. Huevos, jugo, panceta, tomates grillados. Tartas y pasteles. Y un servicio
de té.

El estómago de Hermione se retorció y rugió. No había comido desde ayer, un trozo de


manzana que Luna le había alcanzado por la mañana. Narcissa había afirmado la noche
anterior que no la envenenaría, pero Hermione conocía por lo menos siete pociones que
podían ser horneadas dentro de pasteles, o mezclarse con el té, que podían alterar su
percepción, relajar su mente o sus músculos, o dejar espacios en blanco en su memoria, y
todas eran inodoras e insípidas.

Se metió en el baño para esconderse del delicioso aroma de la comida, y se quedó


contemplando la bañera. Tenía grifos mágicos para burbujas y perfumes. La bañera era
amplia y profunda, y lo más lujoso que Hermione había visto en el último año. Su último
baño decente había sido el verano pasado, antes de la boda de Fleur y Bill.

Pero pensó en el modo en que Lucius Malfoy había entrado en la suite, como si su privacidad
no significara nada para él.

Se dirigió rápidamente a la enorme ducha, colgó una toalla en el costado y se desnudó. El


agua alcanzó la temperatura perfecta, y ella se pasó treinta minutos ahí dentro, restregando y
lavando solo las áreas esenciales, evitando el cabello. Cerró el grifo, tomó la toalla y se
envolvió con fuerza. Se puso de pie, goteando sobre la alfombra de baño, y esperó a que algo
sucediera.

Se asomó a la habitación, y vio que no tenía visitantes. Se secó, se envolvió nuevamente en la


toalla, y se acercó al guardarropas. Asumió que al propietario de las túnicas y los jeans, y los
sweaters, no le importaría que tomara prestadas algunas cosas hasta que...

Hasta que… no sabía qué. ¿Hasta que le entregaran ropa nueva? ¿Tal vez un uniforme, para
poder unirse a los elfos en las cocinas? Eso si podía confiar en que Narcissa la protegiera de
los “visitantes”.

Sacó un par de jeans de color claro del armario, y arrastró los dedos por los sweaters hasta
que encontró una tela que anunciaba comodidad. Blanco, suave y peludo. Lo consideró por
un momento, y luego sacó un par de calzones de algodón del cajón de la derecha.
Metiéndose detrás de la puerta del armario, dejó caer la toalla, se calzó las bragas, arrastró el
sweater peludo por encima de su cabeza, y se enfundó los jeans. Se alegró cuando el cierre y
el botón cerraron perfectamente alrededor de sus caderas.

Giró para mirarse en un espejo en la pared opuesta, y encontró una joven desaliñada, con el
cabello sucio, usando la ropa de otra persona. Sería suficiente por ahora.

Se inclinó para recoger la toalla, pero ésta desapareció, como solía suceder en Hogwarts.
Magia élfica.

Hermione hizo la cama, lavó el frasco vacío de la noche anterior, dobló y guardó el pijama, y
volvió a colocar los libros en la estantería. Examinó una vez más las puertas del balcón, y
probó tentativamente el picaporte. Funcionó. Las puertas se abrieron de par en par, al mundo
exterior, y ella dio un paso hacia afuera, testeando.

Atravesó el umbral sin problemas. Y cuando la luz encontró su piel, se dio cuenta de que no
había visto el sol desde el día anterior a la Batalla Final. Cerró los ojos y respiró al aire libre,
disfrutando la luz del día.

Varios elfos domésticos regaban los setos que bordeaban el césped. Pensó en Dobby y en la
vida que había tenido aquí. Apoyó los brazos sobre el balcón, y se preguntó si alguno de los
otros elfos quería ser libre. Tal vez podía utilizar eso.

A su derecha había otro balcón redondeado. Separado, pero cerca. Se inclinó sobre la
baranda, y buscó algo que pudiera aguantar su caída si intentaba atar las sábanas unas con
otras. Algunos arbustos y piedras decorativas de aspecto implacable. Si fuera necesario,
podría dejarse caer.

Se quedó de pie en la entrada, de cara a la suite, disfrutando del sol sobre la nuca. Ignoró una
vez más el plato de comida, y observó las paredes. Se percató de que no había ni un solo
retrato en el cuarto de huéspedes. Algunos paisajes y remolinos artísticos, pero ningún
chismoso inmortalizado para vigilar sus movimientos.

Privacidad.

Se preguntó cuánto duraría.

Dos golpes rápidos en la puerta. Esperó, con las manos apoyadas en el marco de la puerta.
Ninguna voz de elfo se anunció.

Hermione cerró las puertas del balcón y se movió rápidamente hacia la puerta, con el corazón
latiendo con fuerza, y la abrió.

Narcissa Malfoy, con una vaporosa túnica de color azul, como el agua de un lago, y una
sonrisa en sus labios.

—Buen día, Señorita Granger.

Ella la miró fijamente. —Hola.


Narcissa bajó la mirada por su cuerpo, observando sus jeans y sus pies descalzos. Hermione
se sonrojó.

—Me preguntaba si le gustaría dar un paseo. ¿Tal vez un recorrido por la Mansión?

Hermione parpadeó. En las doce horas que llevaba en esa habitación, no había considerado ni
una sola vez que le fuera permitido salir. La suite tenía todo lo que necesitaba. Una jaula
dorada.

—¿Un recorrido? Yo… eh, si—, tartamudeó, bajo la astuta mirada de Narcissa. Un recorrido
podría ser útil. Tal vez podía explorar los terrenos en busca de vulnerabilidades. —¿Debería
cambiarme por algo más apropiado?

Un destello de algo brilló en los ojos de Narcissa, y la comisura de sus labios se crispó. —
No, querida. Por favor, ponte cómoda—. Hermione parpadeó de nuevo. Se sentía como si
hubiera hecho algo bien, cuando en realidad no había hecho nada en absoluto. Sea cual fuera
el juego que Narcissa estaba jugando, Hermione estaba diez pasos por detrás. Tenía que
cambiar eso.

Corrió para buscar calcetines y zapatos, antes de que Narcissa cambiara de idea. Por suerte,
las zapatillas del armario eran justo de su tamaño. Después de meses huyendo, había
aprendido a ponerse y atarse un par de zapatillas en menos de cinco segundos, y hoy
agradecía a Merlín por eso mientras Narcissa la esperaba en la entrada, como si fuera una
invitada en su propia casa.

Narcissa sonrió cuando reapareció, pero antes de que pudieran partir, sus ojos se fijaron en la
bandeja de comida. Apretó los labios, y después de una pausa, dijo: —¿Ha terminado con su
bandeja, Señorita Granger?

Hermione tragó y asintió. —No tengo mucho apetito—. Su estómago la traicionó con un
gruñido.

Narcissa inclinó la cabeza hacia su bandeja. —¿Le importaría si llevamos algunas de esas
tartas de mermelada con nosotras? Son mis favoritas.

Hermione negó con la cabeza y fue a recoger varias tartas del bol, envolviéndolas en una
servilleta. Narcissa las tomó, y comentó algo acerca de la receta, pero Hermione miraba
fijamente los bocados azucarados, intentando que sus rodillas no la dejaran caer. Tenía tanta
hambre.

Hermione observó a Narcissa masticar, preguntándose si sería alguna especie de truco. Una
manera de ganarse su confianza. Narcissa señaló una de sus pinturas favoritas, y luego
repentinamente le alcanzó las tartas a Hermione.

—Toma una, querida—. Hermione tomó una tarta de frutilla con los dedos temblorosos. No
tenía intención de comerla, solo estaba siendo amable. Pero luego Narcissa dijo: —Excelente
elección. Ni una gota de veneno en esa.
Sus ojos se movieron de golpe para ver a Narcissa sonreír antes de meterse una tarta en la
boca. Y tal vez fue por el murmullo de satisfacción de sus labios alrededor de la masa
crujiente, o quizá la ingeniosa manera en que engañó a Hermione para tomar la comida de sus
manos, o tal vez simplemente porque tenía tanta hambre. Pero Hermione mordió la esquina
de la tarta, sabiendo que no debería. Pero también sabiendo que no sobreviviría mucho si no
podía confiar en la comida.

El azúcar bailó a través de su lengua mientras pasaban por la enorme ventaba que daba al
estanque en silencio, y, aunque Hermione tenía una vista muy similar desde su cuarto de
huéspedes, no pudo apartar la vista del paisaje.

—La madre de Lucius cultivaba los jardines—. Hermione giró y vio a Narcissa siguiendo su
línea de visión. Hicieron una pausa frente a la ventana, y Narcissa señaló. —La glorieta fue
construida para su casamiento. Ella tomó especial cuidado para mantener las parcelas
circundantes lo más hermosas posibles; cuidaba del estanque y de los pavos reales. Estaba
muy determinada a que todas las futuras bodas de los Malfoy fueran en los jardines de la
glorieta, para continuar la tradición.

Hermione tragó, escogiendo las palabras con cuidado. —Estoy segura de que su boda fue
hermosa, Señora Malfoy.

Narcissa miró por la ventana. —Lo fue—, murmuró. —Fue en el Chateau de Chambord—.
Sus labios se arquearon, y levantó una ceja. —Mi familia también tiene tradiciones.

Un suspiro de sorpresa escapó de sus pulmones cuando asimiló las palabras. La mujer sonrió
con satisfacción hacia la glorieta, y le hizo un gesto a Hermione para que continuara con ella.
Al bajar las escaleras, Hermione pensó que tal vez Lucius Malfoy había encontrado su otra
mitad. Quizá Lucius no tenía tanto poder como le gustaba pensar.

Narcissa la guió a través de la puerta principal, hacia una mañana del mes de mayo. Giraron a
la derecha al pie de los escalones, rodeando el perímetro de la Mansión, mientras Narcissa le
mostraba las flores que había traído de Noruega, el árbol que había sobrevivido a la batalla en
la Mansión en 1643, la costura en la pared exterior donde había comenzado la expansión.

Se toparon con un viejo elfo encorvado que desmalezaba las campanillas azules en el lado
norte de la Mansión, y Narcissa se detuvo. —Hix, querido. Ésta es la Señorita Granger. Ella
se estará quedando con nosotros—. Hix la saludó asintiendo con la cabeza. —Todo lo que
podamos hacer para hacerla sentir más cómoda, nos esforzaremos por hacerlo.

Las cejas de Hermione se juntaron, y sus labios se fruncieron. Tal vez Narcissa tenía
intención de arrullarla en complacencia, mientras bromeaba con planes de bodas, canturreaba
acerca de los arbustos, y le ofrecía té en cómodos sillones. Pero había un eco de
“indefinidamente” en sus palabras, y un escalofrío de “custodia” en su tono. Recordándole
exactamente dónde estaba. Quién era.

Se alejaron de Hix y las campanillas, y Hermione frunció el ceño hacia sus pies. Necesitaba
enfocarse. Necesitaba encontrar la manera de que Narcissa le mostrara el perímetro. Llegaron
a la orilla del lago envueltas en un tenso silencio. Y justo cuando estaba abriendo la boca para
interrogar a Narcissa, ella habló.
—Europa es una catástrofe en este momento.

Ella miró con sorpresa a la mujer de cabello rubio. Narcissa echó un vistazo a su alrededor en
busca de espías antes de continuar.

—No puedo liberarla, Señorita Granger—. Hermione contuvo la respiración. —Incluso si


creyera que pudiera ser seguro para usted huir, no podría. Si usted… “escapara”, Draco sería
castigado por eso.

Narcissa Malfoy apretó los labios, mirando más allá de los setos, y Hermione sintió un viento
helado adentro, asentándose alrededor de sus costillas.

—Así que—, suspiró Narcissa, irguiéndose. —Vamos a mantenerla bajo nuestro cuidado, y
vamos a mantenerla cómoda. Siento mucho todo lo que tuvo que perder, pero no puedo
ofrecerle más que la certeza de que la Mansión Malfoy es el lugar más seguro para usted.

No era la primera vez que escuchaba esas palabras, y no las entendió mejor esa segunda vez.

Incluso aunque quisiera creerlo, ¿por qué era ella la única que estaba a salvo? ¿Qué tenía ella
de especial?

Respiró hondo, con el corazón martillando en sus oídos. —¿Cómo es eso?

Narcissa la miró, con sus penetrantes ojos azules. —Porque yo he tenido a esas bestias en mi
casa, gruñendo, pillando y merodeando. Sé lo que hacen, sé cómo piensan—. Resopló, y
Hermione recordó a la Narcissa Malfoy que había conocido antes, con la nariz en alto, por
encima de todo el mundo. —Ya no corre ese peligro aquí, se lo aseguro. Los hombres Malfoy
no son precisamente santos, pero adoran a sus mujeres con fervor.

Hermione luchó contra el impulso de soltar un bufido. ¿Su mujer? ¿Eso era ella ahora?

Tal vez Narcissa había malinterpretado la situación. Quizá Narcissa pensaba que había algo
más que… lo que sea que fuera esto. Pero parecía realmente creer que Hermione no corría
peligro aquí, que no había sido adquirida con la intención de ser profanada y degradada.

Lucius por otro lado… Su conversación con él tampoco le había dejado ninguna respuesta, y
la había dejado sintiéndose más como una prostituta comprada que la semana anterior.

Hermione se detuvo frente a un rosal en el que florecían las más perfectas rosas blancas. Se
mordió el labio, debatiéndose acerca de decir la verdad a Narcissa: que no tenía idea de por
qué Draco la había comprado. Pero Narcissa habló antes de que pudiera reunir el valor: —Es
bienvenida a venir aquí todas las veces que quiera. No necesita una chaperona en esta casa.

Hermione giró la cabeza hacia ella. —Eso es… Eso es muy amable, Señora Malfoy. ¿Hay
algún lugar del que debo mantenerme alejada?

—Aparte de la decencia general de permanecer fuera de los aposentos privados de los demás,
que estoy segura que posee, ningún lugar está prohibido para usted. No tenemos ninguna ex
esposa loca en el ático.
Hermione tropezó con una piedra, o tal vez se la imaginó. —¿Usted conoce a Brontë?

—Si—. Sonrió Narcissa. —La biblioteca de la Mansión es demasiado grande como para
albergar exclusivamente libros mágicos.

Narcissa siguió caminando. El corazón de Hermione se elevó por primera vez desde que el
nombre de otra persona fuera tatuado en su brazo.

—Así es—, dijo, como si hubiera olvidado ese detalle. —La Mansión tiene una biblioteca.

~*~

Hermione no estaba segura de haber sonreído alguna vez durante el año pasado. No con una
sonrisa desde el corazón. No con una sonrisa que hubiera comenzado adentro suyo, como una
estrella explotando en mil pedazos.

La biblioteca de la Mansión Malfoy era del tamaño de una pequeña librería. Tal vez de una
gran librería, ya que Hermione no lograba ver la pared del fondo. Alta como un enorme salón
de baile, con estanterías que llegaban hasta el cielo raso. Hermione no pudo respirar ante el
amor que sintió por ese cuarto. ¿Cuánto hacía que no ponía un pie en una biblioteca?

—Oh, querida. Parece que aquí la hemos perdido.

Dejó de pasar los dedos por encima de un estante, para ver que Narcissa le sonreía. —Lo
siento. Me gustan mucho los libros.

—Si, eso he oído—. Narcissa inclinó la cabeza. A Hermione le sorprendió que ese detalle
hubiera destacado después de lo que ella asumía habían sido años de lamentos y quejas por
parte de su hijo. Antes de poder considerarlo aún más, Narcissa continuó. —¿Puedo traerle
algo mientras investiga? ¿Té?

Un crujido, y Mippy estaba a su lado.

—Mippy trae a la Señorita un servicio de té y galletas. ¿Qué quiere la Señorita para el té?—
Mippy hizo girar su oreja entre sus dedos viscosos, como solía hacer Dobby.

Hermione sonrió a pesar de si misma. —Leche y miel, por favor.

—¿La Señorita quiere tres cucharadas de miel?— Los ojos de Mippy parpadearon, agitando
las pestañas.

—Si, perfecto. Gracias, Mippy—. Hermione giró de nuevo hacia el estante.

—Mippy sabe cómo hacer eso. ¡Es como el Amo Draco toma el té también!

Los dedos de Hermione se resbalaron del libro que estaba reubicando.

Mierda.

—¿Lo es? Qué extraño.


Sintió los ojos de Narcissa detrás de la nuca. Deseó que se abriera un libro y la tragara.

—Mippy—, intervino la voz de Narcissa, —trae galletas y más tartas de mermelada para la
Señorita Granger—. Y con un susurro teatral: —No de las envenenadas.

Hermione se sonrojó cuando la pequeña elfina chilló y balbuceó: —¿Envenenadas? ¿Señora?


¿Envenenadas?

—¿La dejo con su búsqueda?— Preguntó Narcissa.

¿Dejarla? ¿Libre?

—Me gustaría mucho. Si lo permite.

—Señorita Granger, ya le he dicho—, dijo con gentileza. —Es usted libre de moverse por la
Mansión.

Hermione asintió. —Gracias, Señora Malfoy.

—Por favor, querida, puede llamarme Narcissa.

Hermione vio a Narcissa Malfoy deslizarse hasta las puertas de la biblioteca, con el rostro
hormigueando de sorpresa.

—Eh, usted puede llamarme Hermione. Si gusta.

Narcissa sonrió, una curva amable en sus labios. Las puertas se cerraron tras ella con un click.

Se quedó de pie en el centro de la sección inferior, y giró lentamente en círculos por varios
minutos, esperando que algo saltara hacia ella. Esperando que los libros se rebelaran ante su
presencia como en una pesadilla, y comenzaran a arrastrarse para comerse viva a la Sangre
Sucia.

Respiró hondo, inhalando el aroma de los libros, de inventiva, de utilidad.

Narcissa había dado a entender que ella podría regresar cuando quisiera, pero aún así
Hermione quería pasar zumbando por los estantes, y sacar jugo a la biblioteca Malfoy hasta
dejarla seca de información.

Había un catálogo en un rincón de la habitación donde se podía pedir un tema, o un título, y


los libros se organizarían a si mismos, ya sea guiando hacia el libro con luces de colores, o
invocando el libro directamente. Hogwarts tenía un sistema similar, pero Pince lo había
deshabilitado hacía años cuando se percató de que los estudiantes estaban usándolo para
golpearse la cabeza los unos a los otros, pidiendo que un libro se aproximara en el momento
oportuno.

Se mantuvo alejada del catálogo, sin querer que quedase rastro de lo que estaba buscando.

Antes de poder aterrizar en las estanterías de Artes Oscuras, encontró un estante que contenía
solo siete libros, organizados juntos en el centro. Unos lomos color escarlata brillaban frente
a ella, y estiró una mano para sacar el primero.

Indeseable N.º 1 - por Lance Gainsworth.

Soltó un grito ahogado. Giró los otros libros y encontró el resto de su serie moderna favorita
de libros mágicos. Los lomos escarlata eran la edición para coleccionistas. Pasó los dedos por
el primero, y abrió la tapa. Ahí, en la primera página, había una dedicatoria.

Draco Malfoy,

Muchas gracias por tu carta. Significa mucho para mi saber de ti. Por favor, acepta los
primeros cincos, con la promesa de enviar los últimos dos al completar la colección.

No bajes los brazos,

Lance Gainsworth

Cerró el libro cuidadosamente, y volvió a colocarlo en el estante antes de que sus dedos
temblorosos lo dejaran caer.

Draco Malfoy era fanático de su serie favorita de libros. Un gran fanático, si le había escrito
al autor. Eso no la sorprendió tanto; había encontrado su nombre en unos cuantos libros de
ficción que había sacado de la biblioteca. Pero esto era...

Ahora estaba ansiosa por volver a leerlos. Pero no podía tomar las copias escarlatas. Eran
demasiado valiosas. Podía romper los lomos y manchar las cubiertas laqueadas...

Retrocedió, y se volvió hacia el rellano superior. Ni siquiera era capaz de ver la pared del
fondo de la biblioteca, pero había una enorme ventana soleada a la derecha, entibiando todo
el cuarto. Hermione subió los seis escalones y giró alrededor de una estantería, encontrando
filas y filas de libros. Jadeó, rompiendo el silencio.

Debía haber pasado horas navegando. Mippy apareció con una bandeja de té, sandwiches, y
galletas. Conjuró una mesa y colocó la bandeja en mitad de las estanterías.

—La Señora le dice a Mippy que diga a la Señorita Hermione que tome tantos libros como la
Señorita quiera.

Mippy se fue. Solo había tomado dos libros, así que los colocó en la pequeña mesa junto a las
galletas. Hermione había intentado limitar la selección, temiendo sobrepasarse, y a pesar de
lo que Mippy había dicho, creía que “tantos libros como la Señorita quisiera” no sería
apropiado. Si realmente tuviera que tomar tantos como quisiera, tendría que pedir que le
instalasen una cama en este rincón.
Tomó una tarta de frutilla, mordisqueando el borde con cuidado, preguntándose lo que
pensaría Madame Pince acerca de servir tartas y galletas y té alrededor de los libros.

Madame Pince probablemente estaba muerta. Y Hermione estaba viviendo en una pequeña
fantasía.

La tarta de repente le supo a ceniza. La depositó sobre el pequeño plato.

¿Qué estaba haciendo? Examinando invaluables primeras ediciones y pasando las páginas de
antiguas copias perdidas hace tiempo, mientras sus amigos y miembros de la Orden estaban
muertos o a punto de morir. Hermione bajó la mirada hacia su taza. Tal vez había algo en el té
después de todo. Algún tipo de droga para la satisfacción.

Se giró hacia los estantes, su fuente de consuelo y verdad, y se sumergió, sacando tomos
oscuros que nunca había visto en su vida, cada uno zumbando contra sus dedos, intentando
escapar de sus inmundas manos.

Encontró capítulos acerca de Horrocruxes en tiempo récord. El primer libro que encontró
estaba citado como fuente en muchas de sus investigaciones sobre Horrocruxes. Hubiera
querido cruzar referencias con el buscador de libros, pero no quería dejar el rastro de una
investigación que señalara en su dirección. No sabía exactamente dónde estaban posicionados
los Malfoy. ¿Cuánto sabían acerca de los planes de Voldemort? ¿Acerca de su poder?

¿Y cómo podía averiguar si Nagini todavía estaba viva?

Hermione estaba apenas volviendo para explorar la pared trasera cuando escuchó que las
puertas de la biblioteca se abrían. Narcissa debía estar de vuelta. Se preguntó qué hora sería.

Volvió a colocar los tres tomos oscuros en los estantes, memorizando la ubicación, y fue
hacia su taza de té, hojeando un libro de ficción mágico, y espió entre los estantes hacia la
puerta de la biblioteca.

Un par de hombros y una cintura proporcionada debajo de un sweater negro, pantalones


negros y botas, y un cabello corto que no pertenecía a Narcissa Malfoy. Se cubrió la boca con
las manos, viendo cómo Draco murmuraba algo al buscador de libros.

No lo había visto tan cerca desde aquella vez en la Sala de los Menesteres. Desde aquella vez
en los pasillos, después de la muerte de Harry. Su cabello caía sobre sus ojos mientras
esperaba que el buscador de libros se iluminara. Un libro en un estante, a tres pasos de ella,
salió lentamente al corredor, flotando, a la espera a ser recogido. Hermione observó entre los
estantes cómo Draco se dirigía al andar superior, sus largas piernas llevándolo rápidamente
hacia ella.

Apretó los libros contra su pecho, esperando, respirando. Era como un choque
automovilístico. Un accidente aéreo, a punto de suceder. Debería decir algo. Anunciar su
presencia. Tal vez dejar caer algo...

Él dobló la esquina, giró en su dirección, y ella pudo ver el exacto momento en que registró
su presencia. Como un shock eléctrico, todos sus músculos se tensaron. Sintió la lengua seca
cuando lo vio abrir la boca y emitir un jadeo silencioso. Él se apoyó en la estantería más
cercana.

Y luego, muy rápidamente, todo desapareció. Él cerró la boca, dejó caer los hombros, y sus
ojos se apagaron. La miró fijamente.

Ella sintió que su pecho suplicaba por aire, las cubiertas de los libros hacían fuerza contra sus
dedos.

—Tu madre me trajo aquí—, suspiró su voz, apenas audible.

Él observó el sweater blanco y los jeans, y luego volvió a sus ojos.

—¿Ya terminaste de leer todos tus otros libros?— Preguntó, en voz baja y vacía. Arqueó una
ceja burlona.

Por un momento no supo a qué se refería. No había traído ninguna posesión. Claramente él
tenía que recordar eso.

—Los libros de tu cuarto—, aclaró él, con una mirada que le recordó a Hogwarts, cada vez
que tenía que explicar algo a Crabbe o a Goyle.

—N-no—. Fue todo lo que dijo, viéndolo fruncir el ceño. Él hizo un gesto, como si estuviera
a punto de salir corriendo. Se movió rápidamente hacia el centro del corredor, tomó su libro
del aire, y giró sobre sus talones hacia la escaleras. Antes de desaparecer, ella espetó: —¿Qué
se supone que tengo que hacer?

Él se volteó para mirarla. Sus dedos se crisparon. —¿Hacer?

—Si—, dijo ella, tensa, sintiendo un conocido dolor de cabeza detrás de los ojos que solo
Draco Malfoy le hacía sentir. —¿Debo… unirme a los elfos en las cocinas? ¿Trabajar en los
jardines? ¿O tal vez asistir a tu madre con… lo que sea que ella haga?

Enumeró todas las cosas que prefería. Las cosas que su estómago soportaría hacer por el resto
de su vida. Él siguió mirándola fijamente, y se preguntó si tendría que sugerir las otras
actividades que podría estar haciendo.

—¿Quieres tarea, Granger?

Sus mejillas se incendiaron, y lo miró con los ojos entornados. —No—, soltó.

—¿Quieres recoger la suciedad de los pavos reales? ¿Hacerme la comida?

Ella resopló. —No. Lo que quiero es meterme debajo de un cobertor y fingir que no estoy
viviendo esta pesadilla, pero...—

—Genial—, dijo él. —Haz eso—. Y sin volver a verla, se dio la vuelta y se fue.

Ella lo vio bajar las escaleras en dos zancadas, moverse bruscamente hacia la puerta, y abrirla
de un tirón antes de desaparecer.
¡De todas las estupideces…! Resopló Hermione. ¿Levantar la suciedad de los pavos reales?
¿En serio?

Respiró hondo, volviendo en sí, volviendo a su situación. No serviría de nada irritarse por
una molestia tan pequeña. Dadas las circunstancias, su primer interacción con su nuevo amo
podría haber sido muy distinta. Debería considerarse afortunada.

Pero, ¿cuál era el objetivo de comprarla si no tenía ninguna opinión acerca de cómo debería
pasar sus días? Al parecer, cada Malfoy tenía su propia agenda, y su mente gimió bajo la
presión de éstos acertijos.

Después de aproximadamente media hora de agitadas reflexiones, Narcissa vino a ver cómo
estaba, bromeó ligeramente con el hecho de que hubiera tomado solamente tres libros, y se
ofreció a mostrarle a Hermione el camino de regreso al piso de arriba.

Realmente debería haber prestado atención para memorizar el trayecto. Estaba autorizada a
visitar la biblioteca de nuevo por su cuenta, pero su estómago se torció ante la idea de
encontrarse con Draco otra vez.

Narcissa dijo que los elfos le enviarían la cena en algunas horas. Le había hecho una
pregunta, pero no se pudo concentrar en ella, dejando, en su lugar, que su mente divagara
sobre algo que Draco había dicho.

Narcissa cerró la puerta, y Hermione miró la estantería de libros.

Tus libros.

Recorrió los lomos con sus dedos.

Tu cuarto.

Miró el dormitorio en suite. La cama profundamente cómoda. Las estanterías de libros. El


armario lleno de ropa exactamente de su talle.

Hermione se sintió tonta por pensar que éste cuarto le sería arrebatado en algún momento.
Por pensar que, casualmente, la ropa de otra persona le quedaba perfecta. Había mucho que
no sabía aún, pero por lo menos había resuelto uno de los problemas. Se dirigió hacia el
cuarto de baño y observó la bañera.

Su bañera.

Tenía al menos dos horas antes de la hora en que Narcissa dijo que llegaría la cena.

Hermione se quitó los jeans, los dobló cuidadosamente sobre la encimera, se quitó el sweater,
y llevó una toalla al borde de la bañera. Abrió los grifos. Activó las burbujas.

Y dejó que el agua de su bañera barriera con todo, en su propia suite de la Mansión Malfoy.
Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 8
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Gracias por su paciencia mientras me tomaba una semana libre!

AMOR a Saint Dionysus y raven_maiden.

Para su información, esta semana tengo un pequeño regalo, dentro de este mismo
universo, y tiene algunos indicios de lo que vendrá en La Subasta. Mantengan los ojos
bien abiertos el miércoles.

ADVERTENCIA DE CONTENIDO: Referencias a suicidio y violencia moderada.

See the end of the chapter for more notes

A la mañana siguiente, el desayuno apareció junto con Narcissa Malfoy. Acompañó a


Hermione al balcón mientras Remmy preparaba la bandeja del desayuno y el servicio de té.
Mientras Narcissa hablaba, ella pasaba la mirada por los terrenos, en busca de
vulnerabilidades.

Cuando se hizo una pausa, Hermione sintió que tenía una oportunidad.

—Yo… no estoy segura de que puedas contestar esta pregunta—, comenzó Hermione, —pero
estaba pensando en mis amigos.

Narcissa giró hacia ella. —¿Si?

—¿Dónde están?— Vaciló antes de preguntar. —¿En qué propiedad están?

Hermione se sentó erguida como una piedra mientras Narcissa Malfoy arqueaba una ceja,
abrió la boca, pero se contuvo. —Hmm. Si, ya veo...— murmuró.

—Solo pregunto porque estaba inconsciente durante la Subasta—, dijo Hermione. —Hasta el
momento de mi… oferta—. Bajó la mirada hacia el amplio jardín.

—Si, por supuesto—. Los ojos de Narcissa se deslizaron sobre ella. —Naturalmente, tendrás
curiosidad. Haré lo posible para obtener esa información.

Hermione sonrió en agradecimiento, y cuando sus ojos se volvieron hacia su pastelito de


arándanos y su té, la culpa le hizo sentir náuseas.

¿Qué estaría desayunando Ginny hoy? ¿Cuándo habría sido la última vez que Luna tomó una
taza de té?
¿Dónde estaba Ron?

Pasó el resto de la tarde de domingo leyendo, mirando por la ventana, y adentro de la bañera.
Justo después de que Remmy llegara con la bandeja de la cena, alguien llamó a su puerta.

—Adelante—, dijo, poniéndose de pie para recibir a Narcissa, como su madre le había
enseñado.

Draco Malfoy abrió la puerta.

Su corazón palpitó contra sus costillas cuando los ojos de él recorrieron su rostro y sus
hombros.

Era mucho más alto de lo que ella recordaba. Su piel todavía era pálida y delgada, igual que
en sexto año, como si todavía no hubiera tenido una noche de sueño decente. Vestía todo de
negro. No con el uniforme de Mortífago, pero con otro sweater negro. Pantalones negros y
pesadas botas. Era muy parecido al atuendo que tenía en la biblioteca, como si ése fuera su
uniforme de civil.

Sus ojos vagaron por la habitación, aterrizando en las cosas que ella había alterado. La pila de
libros junto a la base de la estantería que esperaban a ser reubicados. Los zapatos que había
usado el día anterior en su paseo con Narcissa, a un lado del armario. Las arrugas que había
dejado en las sábanas, incluso a pesar de haber intentado hacer la cama.

Hermione se quedó de pie, con una mano en el respaldo del sillón orejero, la cena a medio
comer sobre la mesa auxiliar. Sus ojos finalmente volvieron a aterrizar sobre ella. Ella pudo
ver el más rápido de los destellos cuando se posaron sobre sus jeans Muggles y sus medias,
tan veloz como un parpadeo.

—Madre dice que tienes preguntas.

No. No, no, no, Narcissa. Esto no es lo que quería.

Tragó saliva, y la primera pregunta brotó de sus labios sin pensarlo. —¿Dónde está Pansy?

Él parecía tan sorprendido como ella se sentía. Hubiera deseado tener un plan. Algún modo
de hacer las preguntas correctas.

Él miró hacia el fuego, que se atenuaba lentamente. —Le entregué a Parkinson a Blaise
Zabini. Como muestra de agradecimiento y lealtad. Ella está en Italia ahora, bajo su
supervisión.

Sus inflexiones y sus ojos muertos parecían sugerir que Blaise era el que recibía un regalo
por su lealtad. Pero tal vez él no sabía que Hermione había sido testigo del rescate de Pansy.

Asintió. Una menos en la lista.

—¿Ginny Weasley fue con Avery?

Sus ojos regresaron a los de ella, y asintió.


—¿Y Ron?

Él la miró fijo, sin pestañear. —Macnair lo compró. Y poco después, el Señor Tenebroso
pidió por él.

Respiró lentamente. —¿Y está vivo?

—Por ahora.

Él vio cómo la respuesta la inundaba y la hacía estremecer. Ella apretó la mandíbula y asintió.
Quería preguntar más, saber cuántos de ellos habían caído en el patio del colegio. Tal vez
preguntar acerca de Nagini, de algún modo.

Él comenzó, —Si eso es todo...—

—¿Qué hay de Arthur y Molly Weasley?

Él parpadeó. —Muertos.

Lo sospechaba. No le traía paz, pero por lo menos podía asentir, aceptarlo, y lidiar con eso
más tarde.

—¿Neville?

Él puso los ojos en blanco, con una expresión de víctima que solía usar para causar un efecto
cuando era más joven. —¿Quieres que te haga una lista, Granger?

—Si—, respondió ella inmediatamente, sin hacer caso del sarcasmo. —Si eres tan amable.

Él la miró por un segundo, y luego conjuró un pergamino y una pluma. Ella lo observó
realizar un hechizo muy complejo para enviar sus pensamientos directamente al papel, el
hechizo que había inspirado la Pluma a Vuelapluma. Requería una mente entrenada, cuyos
pensamientos pudieran ser dirigidos y reducidos a una sola cosa, en lugar de los extraños
pensamientos que tienden a flotar en el cerebro. Al único que había visto usarlo era a Snape.

Lo observó, mientras sus ojos se concentraban en el papel; exhaustos, con oscuras ojeras y la
piel reseca. Los ángulos de su mandíbula y su barbilla se recortaban sobre sus mejillas y su
cuello, afilándolo como una navaja. Los labios que había memorizado estaban secos y
agrietados, pero sobresalían con una mueca contemplativa que ella le había visto en clase.
Todavía mantenía los hombros hacia atrás, la arrogancia y la buena postura aún se deslizaban
entre las grietas de su fachada.

Su mente luchaba consigo misma, por un lado se compadecía de él y quería buscar una
manera de consolarlo, y por otro lado se preguntaba si su fatiga le daría algún tipo de ventaja.

La pluma desapareció. Él tomó el pergamino del aire y se lo alcanzó. Y todo volvió a ella. Él
le estaba dando una lista con los destinos de sus amigos.

Neville fue con los Carrows. Cho Chang y Seamus Finnigan con Mulciber. Oliver Wood con
los Nott. Ron y Angelina Johnson con Macnair.
Sus ojos recorrieron la página, sintiendo que algo faltaba.

Levantó la mirada. —Luna Lovegood no está en esta lista.

Él se quedó helado, con el rostro inexpresivo.

—Lovegood está muerta.

Hermione sintió el latido del corazón en la yema de sus dedos. Un par de pálidos ojos azules
detrás de sus párpados cada vez que pestañeaba. Unos dientes empapados de sangre,
sonriendo, diciéndole que hiciera el sacrificio.

Tragó saliva. —¿Cómo?— Su voz se quebró.

Draco miró detrás de ella, hacia el atardecer en la ventana por encima de su hombro. —Saltó
del techo de la propiedad de Macnair. Encontraron el cuerpo ayer por la mañana.

La mente le daba vueltas.

Macnair. Había ido con Macnair.

Luna estaba muerta.

Debería haberla dejado morir en el Ministerio.

¿Recuerdas? Él dijo que sería mejor así.

Volvió a mirar a Draco. Sus ojos eran distantes, mirando el estanque a través de su ventana.

—Ella saltó porque tú se lo dijiste—, siseó Hermione.

Él se volvió hacia ella, la miró con frialdad. No lo negó.

—Le dijiste que si había una Subasta, debería quitarse la vida—, gruñó. —Matarse, en lugar
de luchar.

Él apretó los labios. —Pareces olvidar que Lovegood era una Ravenclaw, no una imprudente
Gryffindor—. Sus ojos la hicieron marchitar. —Nadie la podría haber convencido de hacer
algo que no tuviera completo sentido para ella.

—¿Completo sentido?— Repitió Hermione, sintiendo que las lágrimas del duelo amenazaban
con brotar. —Entonces, ¿yo también debería subir a la torre más alta de la Mansión Malfoy?
¿Tal vez enroscar mis sábanas para colgarme? O podría negarme a comer. Rechazar la
comida y el agua hasta marchitarme...—

Él avanzó hacia ella. —Te reto a que lo intentes—. Dijo, con sorna. —Si realmente eres tan
miserable en tu suite privada, con tus jeans Muggles y tus sweaters, recibiendo tus tres
comidas al día...—

—Oh, gracias, Malfoy. Por rescatarme...—


—A tu puto servicio, Granger—. Dio otro paso hacia ella, y ella sintió el respaldo del sillón
apretando contra su espalda. —Una fuente confiable asegura que Macnair no había
maltratado a Lovegood antes de que saltara. Será mejor que te arriesgues ahora antes de que
tus circunstancias cambien...—

Antes de que pudiera contenerse, su mano salió disparada en el aire, lista para golpearlo.
Sería la acción más imprudente que podría tomar en esta situación. Los ojos de él brillaron,
yendo y viniendo de su mano a su rostro, lanzando chispas sobre sus ojos, y bajando hacia
sus labios antes de volver a subir.

—¿Eres tan estúpida como para hacerlo, Granger?— Su mirada titilaba sobre ella, algo cálido
y atrevido.

Ella curvó los dedos lentamente, y dejó caer el brazo. Contempló su rostro engreído, sus ojos
sobre ella y sus labios dibujando una lenta sonrisa de burla.

Apartó la mirada de sus labios y dijo: —¿Y cambiarán mis circunstancias?

Ella vio que sus ojos se congelaban, como esmalte adentro de un horno, opacos. Una sonrisa
que no llegó a alcanzar su mirada inexpresiva.

—Juega bien tus cartas, Granger...

Y luego sus dedos se deslizaron burlonamente por sus costillas.

Ella se sacudió y se escabulló lejos de él. —Sal de aquí.

Él rió entre dientes y ella se volteó hacia la ventana, en señal de despedida, y alisó el
pergamino arrugado que apretaba en su mano izquierda.

—El Señor Tenebroso solicita una audiencia contigo esta noche.

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral, como agua helada cayendo sobre su cabeza.

—Dile que gracias, pero tendré que declinar—. Dijo, contra la ventana, para que él no
pudiera ver cómo su ojo se crispaba.

Escuchó una carcajada breve, y luego: —Te espero abajo en media hora.

No hizo ningún sonido al cruzar sobre las alfombras, y solo se percató de que se había ido
cuando la puerta se cerró con un click.

Media hora. Eso era todo lo que tenía.

Memorizó el pergamino con los nombres de sus amigos, mientras el sol caía sobre la
Mansión.

¿Cómo se debe preparar uno para una audiencia con el Señor Tenebroso?
Su pregunta fue respondida veinticinco minutos después que Draco se fuera, cuando Mippy
llamó a su puerta.

—El Amo Draco dice que usted tiene que usar esto.

Mippy le alcanzó un trozo de seda negra en sus brazos extendidos. Parecía un negligé. Una
franja de encaje en la parte superior y otra en la parte inferior, corto y bajo, con finos breteles.

Cuando Hermione tomó la seda de los dedos de la elfina, Mippy se retorció la oreja y esperó
junto a la puerta.

—Gracias, Mippy—. No reconoció el sonido de su propia voz.

La elfina se quedó junto a la entrada, saltando de un pie al otro. —Mippy debe quedarse hasta
que la Señorita esté cambiada. Luego bajamos las escaleras.

Justo cuando Hermione pensaba que podía salirse con la suya siendo obstinada.

Hermione entró al baño, se quitó los jeans, el sweater, y se cubrió con la seda. Era tan corto
como su vestido dorado, o tal vez más. Así que, era su puta. El espejo reflejó el ceño fruncido
y los ojos entrecerrados de una esclava sexual. Sus ojos se fijaron en una túnica mullida que
colgaba de un gancho, y consideró bajar las escaleras completamente cubierta. O tal vez no
bajar en absoluto. Hacer que él tuviera que volver y llevarla arrastrando.

—¡Señorita!— La elfina estaba llamando a la puerta, con voz lastimera.

Hermione frunció el ceño. ¿Castigarían a Mippy? Simplemente por querer retrasar lo


inevitable.

Echó un último vistazo al espejo para asegurarse de estar cubierta, y luego siguió a Mippy
fuera del cuarto, a toda velocidad, escaleras abajo y hasta la entrada de la Mansión.

Draco la esperaba junto a las chimeneas. Sus ojos se fijaron en su atuendo mientras
descendía, un rápido vistazo a sus piernas desnudas, y luego de vuelta a su rostro.

Tal vez él sí la deseaba. Tal vez algo de ella le había atraído.

Él tiró de sus mangas, concentrándose en los puños, y dijo: —Tienes que quitarte el sostén.

Clínico. Como lo diría un médico.

Sintió un calor subir por sus mejillas. Abrió la boca para responder, pero vio que él estaba
vestido con sus ropas de Mortífago. Y así como él se había puesto su uniforme, su disfraz,
parecía ser que ella también debía hacerlo.

Se llevó las manos a la espalda, y se debatió para desabrochar y quitar el sostén por debajo de
la seda. Se concentró en la piedra debajo de sus pies mientras se lo entregaba a Mippy.

La elfina desapareció, y entonces estuvieron solos. Pero en lugar de sentirse expuesta, se


sintió ignorada.
Él se dirigió a la puerta principal sin esperar que ella lo siguiera. Ella arrastró los pies detrás
de él como un niño petulante, bajó los escalones, salió al aire fresco, y avanzó sobre el
camino de piedra mientras el frío le pellizcaba la piel y dejaba sus pechos erguidos. Miró
fijamente su espalda, cubierta de una gruesa túnica mientras ella era obligada a usar un trozo
de seda. Se aferró a esa irritación, se aferró al frío para no pensar en lo que estaba a punto de
suceder a continuación.

Él se detuvo junto al portón mientras ella lo alcanzaba, y luego dijo: —Tu brazo izquierdo.

Ella lo tendió hacia él, y él envolvió sus dedos alrededor de la firma. Atravesaron las puertas,
y ella sintió que una ráfaga de calor subía por su brazo. Y luego se detuvo.

Caminaron hasta la cima de la colina, él todavía aferrando su brazo, y Desaparecieron.

Las puertas de Hogsmade saltaron ante sus ojos. Un frío helado se arrastró por su garganta,
clavándose en sus costillas y agarrotando sus músculos.

Dementores.

Levantó la vista, y vio miles.

Apenas podía distinguir la luna detrás de ellos, pero tapaban la luz, sumiendo los terrenos en
la oscuridad.

Draco la sujetó por el codo, aferrándola dolorosamente cuando un Dementor bajó y cayó
como un peso sobre ella.

—No te muevas—, ordenó Draco.

El Dementor tragó el aire a su alrededor, succionando su esencia. Se volvió hacia Draco, y


extendió una mano huesuda hacia él.

Él miró fijamente hacia la capucha, inmóvil.

Tirando de su alma por última vez, el Dementor se alejó flotando, y se unió al resto. Draco la
guió hacia adelante, y ella supuso que los Dementores les habían dado paso.

Una docena de ellos revoloteaba mientras ellos caminaban hacia las puertas y giraban hacia
los terrenos de Hogwarts.

El Bosque Prohibido había crecido, arrastrándose hacia el castillo como si la magia que lo
había contenido hubiera muerto el día que perdieron. El césped estaba seco y algunos lugares
todavía estaban en llamas. No fue hasta que pasó junto al fuego que Hermione reconoció el
olor.

Cuerpos quemándose.

Los cadáveres estaban irreconocibles, y agradeció a Merlín por eso. Sacudió la imágen de su
cabeza, y el hedor se le pegó como si fuera humo.
Mortífagos de dos en dos caminaban en amplios círculos alrededor del borde del bosque,
algunos de ellos saludaron a Draco asintiendo con la cabeza. Él mantuvo los ojos al frente,
con una mano alrededor de su brazo.

Mientras caminaban por los terrenos, cada vez más cerca del castillo, ella sintió que el pulso
se le disparaba, haciendo retroceder cualquier recuerdo feliz que pudiera tener de los
diferentes lugares conocidos.

Un par de túnicas con capucha estaban de pie en los escalones de la entrada. Ella bajó la
mirada.

El sonido de labios frunciéndose. Sonidos de besos, y le tomó un momento darse cuenta que
eran dirigidos hacia ella.

—Lindas piernas, Sangre Sucia.

Ella no levantó la vista. Así que ahora ella era eso. Un par de piernas.

Las puertas del vestíbulo se abrieron, y Draco tiró de ella hacia adentro.

Entraron al Gran Comedor, y ella agradeció que no se pareciera en absoluto a sus recuerdos
más felices.

Parecía como si Voldemort hubiera arrancado cada pieza del castillo que había encontrado
interesante, y la hubiera vuelto a colocar aquí.

Los restos del basilisco se extendían en un amplio círculo alrededor de las paredes, sirviendo
de asiento para los Mortífagos presentes. Nagini siseaba junto a sus tobillos mientras
pasaban, y Hermione intentó evitar que su mente se quedara pensando en cómo matarla.

Lord Voldemort en persona estaba sentado en un trono de huesos, cuidadosamente


recolectados y convertidos en una estructura mágica. Hizo girar la Varita de Sauco entre sus
dedos, y sus ojos rojos centellaron como rubíes al ver que ella y Draco se acercaban.

Draco tiró de ella hasta un punto en el suelo oscurecido de sangre seca, y se dejó caer de
rodillas, arrastrándola con él. Él inclinó la cabeza, pero Hermione le sostuvo la mirada al
Señor Oscuro, desafiante, envuelta en la oscuridad. Podía sentir las manchas de magia negra
en la pared, y retrocedió, negándose a hacer una reverencia ante él.

—Hermione Granger—. El sonido del nombre deslizándose por su lengua la hizo estremecer.
—Bienvenida a mi castillo—. Rió.

Ella respiró hondo, el aire podrido se sintió espeso en su garganta. Al no recibir respuesta al
saludo, continuó.

—Has alcanzado un precio altísimo en la venta. La… Subasta. Si, eso era. Pero ahora veo
que no eres una gran belleza.

Hermione casi resopló con sorna. De todo lo que pensó que Lord Voldemort tendría para
decirle, insultar su aspecto nunca estuvo en la lista.
—Y aún así, mis seguidores se pelearon por ti—. Inclinó la cabeza, pálida y calva. —Qué
grandioso debe haber sido tener la amistad de Harry Potter.

Una carcajada profunda y retumbante resonó en la habitación. Los Mortífagos rieron


alegremente.

—De pie—, ordenó, y Draco tiró de ella para levantarla. —Joven Malfoy.

—Mi señor.

—Has sacrificado mucho para obtenerla.

—Si, mi Señor.

—¿Por qué?

—Eramos adversarios en la escuela—, dijo Draco, todavía con la mirada en el suelo. —Ella
nunca aprendió cuál era su lugar. Y además—, levantó los ojos hacia Lord Voldemort, una
pequeña sonrisa asomándose en sus labios, —siempre me sentí atraído por las posesiones
más valiosas.

El Señor Tenebroso sonrió. —¿Y ya hizo valer tu dinero, y más? Escuché que estaba intacta.
Debo asumir que ya la has hecho tuya.

—Aún no, mi Señor.

Los Mortífagos se movieron, susurrando. Ella sintió una docena de ojos volviéndose en su
dirección.

Lord Voldemort arqueó una ceja. —¿Y eso por qué?

Ella miró a Draco. ¿Por qué?

Él la miró de reojo, sus ojos se deslizaron por su cuello, bajando por sus pechos.

—La anticipación es la tortura más dulce, ¿no es así?

Hermione tragó saliva. Voldemort rió. Un agudo cacareo de jubilo.

—Tu padre era demasiado blando, joven Malfoy. Pero tu estás aprendiendo.

Hermione sintió que su sangre gritaba. Él estaba jugando con ella. Tal vez todos lo hacían.
Una hermosa suite con una cama y una bañera propia. Té con Narcissa. Acceso a la
biblioteca de sus sueños. Hasta Lucius era civilizado.

Todo terminaría muy pronto.

—Dime, Sangre Sucia Granger—, el canturreo de Voldemort interrumpió su espiral de


pensamientos. —¿Qué sabes de George Weasley?

Ella parpadeó. No pudo contener la sorpresa antes de que Voldemort la notara.


—¿Qué?

La cabeza de Draco se volvió abruptamente hacia ella. —Te dirigirás a él como Mi Señor—,
siseó, con ojos ardientes.

—George Weasley. Sus refugios. Su familia lejana—. Voldemort se inclinó hacia adelante en
su trono. —¿Qué es importante para él?

Hermione observó que los ojos brillantes la buscaban. Y entonces comprendió.

George había escapado.

Y por alguna razón, Voldemort se sentía amenazado por eso.

Un fuego ardió en sus entrañas, algo que creía que se había extinguido en el momento en que
había visto el pequeño cuerpo en los brazos de Hagrid.

—George Weasley era la mitad de la pareja más inteligente e ingeniosa que he conocido—,
dijo. —Aunque tuviera alguna idea de dónde podría estar, me equivocaría—. Una lenta
sonrisa se extendió por sus labios. —Me alegra informarle que si George Weasley escapó,
nunca más lo volverá a ver.

Los ojos rojos se entrecerraron. Ella anticipó la Maldición Cruciatus.

Algo se estrelló contra su rostro, escociéndole la mejilla, y le hizo torcer el cuello hacia un
lado. Ella tropezó, y se sacudió para mantener el equilibrio, presionando una mano contra su
rostro. Sus ojos se balancearon en sus cuencas.

Volteó la mirada, buscando el arma, esperando un segundo golpe. Sus ojos volvieron a hacer
foco justo cuando Draco bajaba la mano, un anillo en el pulgar resplandeció frente a ella.
Sentía el labio húmedo de sangre.

Le había dado un golpe de revés. La había golpeado, y ahora estaba sangrando.

—Cuida tu boca. Te estás dirigiendo a tu Señor.

Su voz la estremeció, y apartó la mirada de sus ojos de hielo.

Voldemort soltó una carcajada, un sonido como cuchillas afiladas. —Echaré un vistazo por
mi cuenta, Sangre Sucia.

Se puso de pie y reptó en su dirección. Ella se quedó congelada mientras la rodeaba, se


colocaba frente a ella, y se inclinaba sobre su rostro. Miró dentro de sus ojos escarlata, atraída
inexorablemente hacia ellos.

Y entonces sintió dagas en el cerebro, enterrándose en sus ojos y retorciéndose cada vez más
profundo. No podía respirar, mientras los recuerdos flotaban por su cabeza, se lanzaban hacia
adelante y eran devueltos hacia el fondo.
Vio a George con un dolor agudo. Le sangraba el sector de la cabeza donde solía tener la
oreja, y le sonreía a su gemelo.

Sintió que una goma elástica se cortaba adentro de ella, y entonces George tenía trece años, y
golpeaba Bludgers con su hermano en el campo de Quidditch.

Un rebote hacia la Madriguera, y Molly Weasley estaba de pie frente a ella, lavando los
platos.

—Mi tía Muriel...—

Y como un latigazo en su mente, se sacudió al ver a Ludo Bagman hablando con los gemelos
en el Mundial de Quidditch. Hermione estaba sentada con Harry, mirando alrededor hacia las
tiendas y las fiestas.

Un momento de quietud mientras la consciencia de Voldemort se deslizaba a través de ese


momento, giró alrededor de Ludo Bagman, examinándolo. Durante la pausa, Hermione
volvió su atención hacia Harry, viendo su sonrisa fácil de tantos años atrás...

Atravesó las olas de recuerdos e imágenes, y luego Hermione estaba en el campo de


Quidditch de Hogwarts, corriendo hacia las gradas mientras Harry impedía que George
Weasley se arrojara encima de alguien.

Vio a Draco, riendo y burlándose en el campo. George y Harry se lanzaron hacia él y lo


derribaron contra el suelo. Eran una maraña de extremidades, y Hermione corría por las
escaleras, encogiéndose ante el sonido de los nudillos contra las mandíbulas y los ojos.

Sintió que a su alrededor nadaba la oscura alegría de Voldemort al ver pelear a Draco, Harry
y George. Cuando Madame Hooch los fue a separar, Hermione recordó que los había
revisado en busca de heridas, y luego su mirada se había deslizado hacia Draco, acurrucado
en el suelo, y respirando con dificultad.

Y aunque sabía que Draco había provocado esa pelea a propósito, no había afectado el interés
de Hermione por su bienestar. Vio cómo se llevaban a Harry y a George del campo, y se
quedó para ver si alguien estaba revisando el cuerpo ensangrentado en el césped.

Se veía tan pequeño. Todavía intentando jactarse a las espaldas de Harry mientras se
alejaban. Y cuando se pasó el dorso de la mano por encima de la frente, limpiando la sangre
de sus ojos, Hermione había soltado un grito ahogado, antes de apartar la mirada y correr
detrás de los Gryffindors.

Antes de apartar la mirada...

…y correr detrás de los Gryffindors...

Pero se quedó. Congelada. Como si alguien hubiera pausado la película.

Bajó la mirada hacia el estadio de Quidditch, apretó la baranda con sus manos, y observó al
rubio de rostro sonrosado acunando su brazo.
Debería darse la vuelta e irse.

Una brisa helada se posó sobre ella, como la lengua de una serpiente deslizándose desde una
oreja hacia la otra. Y casi se sentía como si Voldemort estuviera junto a ella en la baranda.

Si pudiera voltear la cabeza, tal vez lo encontraría ahí. Observándola… viendo como ella
miraba a Draco Malfoy.

Sintió como un anzuelo alrededor de su cintura, y de repente estaba sobre el campo de


Quidditch otra vez, observando a un Draco de doce años que sonreía con malicia...

—Asquerosa Sangre Sucia.

Y más tarde aquella noche, mientras lloraba en su dormitorio...

En la biblioteca, observándolo mientras leía su libro favorito. Él se reía en todas las mejores
partes...

Y luego sonó un vals en sus oídos, y ella giró en círculo para encontrarlo frente a ella. El
recuerdo se hizo lento, y Voldemort la vio hacer una reverencia, con su vestido color azul
lavanda, y vio que su mano aterrizaba en la de Draco. Y cómo si tuviera el rostro apoyado
justo encima de su hombro, el Señor Tenebroso giró con ellos mientras danzaban en el Baile
de Navidad.

Voldemort podía escuchar el latido de su corazón, sentir el escalofrío a través de su piel, y ver
cómo Draco fruncía el ceño ante ella...

Y con una brusquedad semejante a respirar después de ahogarse, se encontró sola en su


mente. Y Voldemort estaba frente a ella en el Gran Salón, los huesos de sus camaradas
esparcidos a su alrededor. Él inclinó la cabeza, y sus ojos oblicuos la examinaron como si le
hubiera presentado un problema inesperado.

Sentía su ausencia en la cabeza como si su mente se hubiera congelado, algo escalofriante


sobre las placas del cráneo.

Él la soltó del agarre mágico, y su cuerpo cayó al suelo, con las piernas dobladas en ángulos
extraños. Le dolía abrir los ojos, pero levantó la mirada, y vio que una idea se formaba
lentamente en los ojos de él, un descubrimiento.

Había descubierto que le gustaba Draco Malfoy.

Hermione apenas tuvo tiempo de recuperar el aliento, cuando la mano de Voldemort salió
disparada hacia adelante. Draco soltó un grito ahogado y fue arrastrado hacia él como un
títere en una cuerda. Su mandíbula se tensó en la mano de Voldemort. Estiró las piernas para
hacer pie sobre el suelo de piedra.

Voldemort posó sus ojos rojos sobre los de Draco, y de repente todo quedó en silencio
mientras Voldemort exploraba los recuerdos y los pensamientos que Draco tenía acerca de
ella.
Una gota de sudor rodó por la mandíbula de Draco, mientas Voldemort realizaba un examen
minucioso.

Ella no sabía cuánto tiempo había sido examinada, pero esto se sentía más largo.

Draco gruñó, respirando con dificultad.

Y entonces Voldemort lo liberó, dejándolo caer al suelo junto a ella. Draco se puso de rodillas
y levantó la mirada hacia el Señor Oscuro.

Voldemort sonrió. Satisfecho.

Volvió la mirada hacia su cuerpo tendido. Y soltó una carcajada. Ella se estremeció cuando el
sonido rebotó a su alrededor en el Gran Salón.

Le gustaba su captor y quien pronto sería su violador. Un ardor conocido subió le subió por el
estómago y la ahogó, la misma sensación que solía tener en cuarto año, cada vez que tenía
que apartar sus ojos de Draco. Era repugnante realmente. Desearlo.

Y un pensamiento la atravesó: si alguna vez se había preguntado cómo la veía Draco, qué
sentía por ella, por lo menos Voldemort le había dado una razón para aplastar sus dudas. Él
no sentía nada por ella, o Voldemort lo habría descubierto.

Ella apartó la mirada, y él volvió a reír.

—Tómate tu tiempo con ésta, Malfoy—, dijo Voldemort. —Puedes torturarla durante años
sin necesidad de levantar tu varita.

A su izquierda, una voz temblorosa susurró. —Si, mi Señor.

Voldemort se carcajeó. No lo había escuchado tan alegre ni cuando tuvo a Harry muerto a sus
pies.

Draco la levantó por el codo de un tirón, hizo una reverencia al Señor Tenebroso, y la arrastró
detrás de él.

Pasaron los guardias junto a las puertas, todavía relamiéndose al verla. Se movieron a través
de la multitud de Dementores, y Hermione no sintió cambio alguno dentro de su pecho.
Despejaron las puertas, y un fuerte tirón los hizo Aparecer de vuelta en las colinas de la
Mansión Malfoy.

Ella mantuvo los ojos en el suelo como si Voldemort estuviera todavía allí, cerniéndose sobre
ella. Y tal vez lo estaba, en su mente. Arrastrándose y alimentándose de ella. Tal vez nunca se
iría.

Las puertas se abrieron para ellos, y antes de que Hermione pudiera atravesarlas, la mano de
Draco en su codo tiró de ella hacia atrás.

Los ojos grises buscaron los suyos, moviéndose frenéticamente por su rostro. —¿Qué
encontró?
Ella apartó la mirada y negó con la cabeza, con los ojos ardiendo. —Da igual. Quedó
satisfecho. Es lo único que importa—. Giró para alejarse, pero él volvió a tirar de ella; su
agarre era firme, pero no era violento.

—Sea lo que sea, cree que soy cómplice—, dijo Draco, con una voz que apenas se oía por
encima del viento. —Dime.

El viento ondulaba entre ellos, proyectando la capa de él en patrones arremolinados, que


danzaban sobre la piel desnuda de su cuerpo.

Tal vez podría decírselo. No era importante realmente. Estaba enamorada de ti en Hogwarts.
Sería sencillo, y perdería todo su peso. Podría encogerse de hombros y reír.

La anticipación es la tortura más dulce.

Pero ésto no era Hogwarts. Esto era un infierno de desconfianza y peligro, enlazado con su
inminente violación y salpicado con momentos de amabilidad vacía. No podía decirle la
verdad.

No podía decirle nada.

—No te preocupes, Malfoy. Voldemort no encontró nada en tu cabeza que pudiera


incriminarte. Puedes sentirte libre de proceder con tus planes para quebrarme—. Miró hacia
los setos a su derecha, y parpadeó cuando la furia de su pecho dio paso a la desesperación.

Una mano cálida en su mejilla. Ella se volvió bruscamente hacia él y lo encontró mirando
fijamente a sus labios. Hermione abrió los ojos, y sus labios se separaron.

Un hechizo susurrado. La varita de él en la comisura de su boca, cosiendo la piel donde su


anillo le había partido el labio.

Ella apaciguó el galope de su corazón, esperando que su mano le soltara la mandíbula. En


lugar de hacerlo, dijo: —¿Fue un alivio para ti descubrir que vendrías aquí? ¿Fue eso lo que
encontró? ¿Creías que yo sería el menor de dos males?

Ella buscó sus ojos, preguntándose qué recuerdos y pensamientos habría examinado
Voldemort para que Draco estuviera tan decidido a descubrirlo.

—No, no realmente—, respondió con sinceridad, recordando la larga caminata por los setos
de hacía unas pocas noches atrás. —Creí que podría llegar a ser un regalo para tu padre.

La mano de él se crispó contra su rostro, como si hubiera sido electrificado. La dejó caer a su
lado.

—¿Entonces qué fue? Dime lo que encontró—. Tragó saliva, mientras el viento los azotaba.

Draco Malfoy quería algo que ella podía negarse a entregar. El pequeño cambio de poder la
atravesó como un zumbido.
Se alejó de él, camino a la Mansión, y mirando por encima del hombro, le espetó: —La
anticipación es la tortura más dulce, ¿no?

Alejándose por el camino de piedra, temblando en su negligé, ella casi sonrió.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 9
Chapter Notes

Nota de Autor

He sido un completo desastre respondiendo a los comentarios, pero sepan que aprecio
cada uno de ellos. Gracias por tomarse el tiempo de comentar y decirme cómo se sienten

Mucho amor a Saint Dionysus y raven_maiden por sacar a Austen de este capítulo por
mí. Creo que todavía le quedó un poco. :)

See the end of the chapter for more notes

Así que, George estaba prófugo.

Debía haber sucedido durante la Subasta. Él estaba en el escenario con Ludo cuando las
chicas habían comenzado a pelear. Por lo menos algo bueno había salido de ese momento.

Se sentó en el sillón orejero, observando el sol brillar a través de su ventana. Era la tercer
mañana en la Mansión Malfoy, aunque apenas había dormido la noche anterior,
contentándose con mirar las paredes mientras su cerebro se reponía.

Pensó varias veces en llamar a un elfo para pedir una poción, pero el dolor de cabeza la
mantenía concentrada. No iba a ser complaciente con lo que sea que estuvieran planeando
para ella.

Le palpitaba la mejilla, un cardenal azulado le cubría la comisura de la boca en el lugar donde


había sangrado. Podría haber jurado que sintió el contorno de una piedra preciosa contra su
mejilla la noche anterior, pero esta mañana ya no estaba. Quizás él solo le había golpeado el
rostro para salvar el propio. Seguro uno de los dos iba a ser castigado por su insolencia.
Apretó los labios, endureciéndose ante el recuerdo de sus manos, curándola frente a las
puertas la noche anterior.

Si creía que Hermione Granger se iba a quedar callada, entonces le esperaba una sorpresa.

La luz del sol se posó sobre un árbol, y los primeros rayos irrumpieron su espacio,
iluminando las paredes. Se puso de pie, se envolvió con más fuerza la bata, y se acercó a la
ventana, viendo cómo se encendía el jardín.

No había portones de este lado de la propiedad, solo grandes cercos y estanques. Y con la luz
del sol, finalmente podía distinguir los jardines a la distancia.

Voy a salir de aquí, se dijo a sí misma. Siempre hay una vulnerabilidad en alguna parte. Un
punto de presión que podría explotar.
Abrió las puertas del balcón, con la intención de asomarse para ver los costados de la
Mansión, avanzó un paso, pero algo la detuvo.

Bajó la mirada hacia sus pies, cercanos a la puerta. No podía levantarlos. Dio un paso hacia
atrás sin problemas. Una especie de hechizo de barrera.

Había sido capaz de sentarse en el balcón ayer, había tomado té con Narcissa por la mañana.
¿Qué había cambiado?

La brisa de la mañana le estremeció la piel.

Luna.

Se quedó mirado el horizonte, mientras el semicírculo del sol se elevaba sobre los árboles.

Entonces, ¿yo también debería subir a la torre más alta de la Mansión Malfoy?

Ella lo había provocado. Y durante el tiempo que habían estado ausentes, él había colocado
las barreras de protección.

Extendió una mano hacia afuera con curiosidad. Las barreras la detuvieron antes de que sus
dedos cruzaran el marco de la puerta. Le ardieron las mejillas. Cómo se atrevía. Estaba
reduciendo todas sus opciones, achicando las paredes de su bonita jaula.

Hermione se volvió, los pensamientos se agolpaban en su mente como olas en una tormenta.
Corrió hacia las cortinas que colgaban del dosel, y las amarró, pero el nudo no se sostuvo. El
fuego de la chimenea era tenue, y ella se acercó para probar otra teoría.

Colocó una mano en el fuego, y se sintió como agua tibia.

Abrió el guardarropas, y descubrió que habían desaparecido todos los cinturones y las fajas.

Te reto a que lo intentes, había dicho. Recordándole que su vida ya no le pertenecía como
para intentar quitársela.

Enjuagó sus lágrimas y miró el amanecer; y luego se enfundó unas botas, abrió la puerta de la
habitación, y se fue, en bata.

Caminó por el pasillo, preguntándose si alguien dormiría en aquellos cuartos. Si llegaba a


toparse con Draco, tendría que escuchar lo que ella tenía para decirle, eso seguro. Bajó por la
escalera de mármol y salió al aire helado de la mañana, respirando la libertad.

El otro lado de la Mansión eran tierras inexploradas. Permaneció cerca de las paredes, y
caminó por los setos, absorbiendo la neblina de la mañana. Al doblar la esquina, la glorieta se
elevó entre la niebla; la luz del sol rebotaba sobre el techo ornamentado, proyectando
patrones de sombras sobre el césped. Las aguas se agitaban en el lago, y temblaban cuando
las aves aterrizaban y se balanceaban.

Sería útil un encantamiento de calefacción en este momento. Hermione frunció el ceño,


deseando poder acostumbrarse rápido a la falta de magia. Así, la próxima vez que saliera
enojada a dar un paseo matutino, recordaría ponerse un abrigo.

El césped se extendía por acres, y se preguntó hasta dónde llegaría la propiedad. Tal vez
tenían incluso más que esto, pero los terrenos de la Mansión se detenían en cierto punto. Bajó
la mirada hacia su brazo, preguntándose dónde la propiedad le impediría la salida. La tinta de
las dos letras capturaban la luz del sol, y dejaban asomar un tono dorado, justo por encima de
la blanca caligrafía que le había regalado Bellatrix.

Miró hacia las ventanas, buscando su cuarto en el tercer piso, y encontró la puerta abierta de
su balcón. Sacó la cuenta. Era el segundo balcón a la derecha, mirando hacia el nordeste, de
acuerdo al sol naciente. Detalles útiles, si alguna vez encontraba alguien que pudiera usarlos.

Un paseo por el campo. Eso es lo que podría haber sido, en otra vida. Comenzó a vagar, de
cara al amanecer, que ahora salpicaba los árboles que rodeaban el terreno.

Atravesando la hierba como un velero solitario en un lago, se dirigió hacia el nordeste. Busca
las grietas en la armadura. Se oía el ligero zumbido de los terrenos que despertaban, los
pájaros extendiendo sus voces, los setos inclinándose hacia el cielo.

Era asombroso estar rodeada de belleza nuevamente. Al escoger los lugares a los que había
arrastrado a Harry y a Ron durante todo el año pasado, el paisaje había sido lo último en su
mente. Sin embargo, estos jardines estaban claramente hechos para ser contemplados.
Admirados. Era casi irónico, dadas las circunstancias. Se imaginaba que estos jardines debían
ser bastante útiles para hacer fiestas en el exterior y grandes recepciones.

¿Acaso la familia Malfoy todavía tenía amigos? O solo quedaban los Mortífagos. ¿A quién
agasajaba Narcissa Malfoy?

Llegó al límite de los setos, ante un camino que cortaba un sendero oscuro, bordeado de
árboles de ramas delicadas, que se inclinaban hasta tocarse entre si. Un gorrión le cantaba a
sus pichones.

Era idílico. Demasiado idílico. Provocaba distracción. Tal vez la vulnerabilidad se encontraba
cerca de este sendero. Se extendía eternamente, desapareciendo en la bruma matutina y en las
sombras de los árboles.

Se adentró en él, sintiéndose como Alicia a través del espejo, esperando que otro mundo
apareciera frente a sus ojos. Nada. Ni un cosquilleo en su brazo. Siguió caminando, ansiosa
por encontrar el final de la propiedad Malfoy.

El canto de los pájaros resonó en su cabeza, un tipo de melodía que le resultaba familiar.
Unas pocas notas se juntaron y le recordaron una canción que su madre solía cantar en las
mañanas. Se preguntó si Monica Wilkins recordaría aquella canción. Si despertaría algunas
mañanas tarareándola, intentando ubicar una melodía que hacía tiempo había olvidado.

Nunca se había sentido tan agradecida por la decisión de eliminar los recuerdos de sus
padres. Habría sido insostenible tener que añadirlos a la creciente lista de preocupaciones de
este nuevo mundo.
Hermione estiró los brazos, las yemas de sus dedos apenas rozaron las hojas de algunos setos
rebeldes a los costados. Quizás Hix estaba descuidando sus tareas. El viento le abrió la bata,
y el aire se apresuró a encontrar la calidez de su piel. Echó la cabeza hacia atrás y observó los
fragmentos de cielo a través de las ramas de los árboles.

El sendero terminó. Un campo distinto se abría de par en par.

Hermione se detuvo, observó la colina inclinada, y un impulso infantil le dijo que corriera y
se dejara caer.

Un impulso diferente, más oscuro, también le dijo que corriera.

Avanzó un paso.

—Yo me detendría allí mismo, Señorita Granger.

Giró bruscamente. Lucius Malfoy, vestido impecablemente para esa hora de la mañana,
estaba de pie, con las manos entrelazadas detrás de su espalda, observándola con sus ojos
grises.

¿Se había Aparecido junto a ella? No lo había oído acercarse por el camino estrecho. ¿Había
pasado la línea de Aparición?

Recordó su aspecto, y se cerró rápidamente la bata, apretándola para cubrir el modesto


pijama. No tenía cinturón para mantenerla cerrada.

—¿Por qué?— Preguntó. —¿Qué hay más allá de aquí?

—Nada interesante, la verdad—. Dio un paso al frente, y ella recordó la manera en que su tía
intentaba arrinconar a uno de sus gatos más traviesos. —Los terrenos se extienden por
algunos cuantos acres más, pero son básicamente campos.

—Me gustan los campos—. Se preguntó si sería castigada por la insolencia de su tono.

La comisura de su boca se crispó, como le sucedía a su hijo cada vez que quería esconder una
sonrisa en clase. —Si, ¿a quién no?— Murmuró, con un gruñido condescendiente. —Pero me
temo que ha llegado hasta una línea que no puede cruzar, Señorita Granger.

Ella le sostuvo la mirada, examinándolo. Él se inclinó hacia adelante sobre los dedos de los
pies, listo para saltar. No lo habría notado si no fuera porque estaba acostumbrada a ver a los
Malfoy recostarse sobre sus talones, esperando que el mundo se acercara a ellos. Las manos
detrás de su espalda, tal vez la varita entre sus dedos. Siguiéndola.

Lucius Malfoy no quería que ella cruzara la línea.

Su piel se erizó. Tal vez ahí estaba la vulnerabilidad.

—Le aseguro, no hay nada más que llanuras de hierba—, dijo, leyendo su desconfianza. —
Algunos lugares excelentes para jugar al Quidditch—, asintió, por encima de su hombro, —si
tal cosa es de su interés—. Frunció el ceño cuando vio que ella no se movía, y suspiró. —Los
terrenos de la Mansión terminan aquí, en lo que respecta a la tinta en su brazo. Si cruza esa
línea, saldrá gravemente herida, Señorita Granger.

Ella parpadeó hacia él. Estaba nervioso, eso era seguro. ¿Y qué otra podría ser la causa, sino
la idea de que ella escapara?

Una brisa agitó las ramas de los árboles por encima de ellos, y la luz del sol le salpicó el
rostro, reflejándose en sus ojos.

Los pájaros habían dejado de cantar.

Valía la pena intentarlo.

Si se equivocaba, vería a Luna de nuevo. A Harry. Draco no podría impedirlo esta vez.

Con la agilidad que había aprendido estando prófuga durante un año, Hermione giró sobre
sus talones y dio un salto fuera del sendero, hacia el campo.

Una chispa de fuego en su brazo, ardiendo, crujiendo, crepitando hasta sus terminaciones
nerviosas. Se derrumbó sobre la hierba suave, mientras el fuego se extendía por todo su
cuerpo, friéndola por dentro. El eco de un grito a sus espaldas, mientras el dolor rodeaba su
mente y la sumergía en un remolino de oscuridad.

~*~

Meciéndose. Balanceándose. Como su padre solía hacer con ella cuando se lastimaba.

Envuelta en una manta, apretada contra su pecho.

Su mente flotaba, sus pensamientos se mezclaban con sus recuerdos.

Había estado afuera. Había estado bajo un dosel de ramas.

Había querido seguir un conejo, y bajó y bajó hasta encontrar su madriguera.

Lucius Malfoy lo había impedido.

Sus ojos aletearon. Y recordó el dolor. Su cuerpo tembló, y los brazos de su padre la
apretaron con más fuerza.

No, no era su padre.

Alguien la sostenía contra su pecho, caminando, balanceándose, acunándola para dormir. Le


dolía la piel.

Los pasos resonaban contra el mármol.

Volvió a caer en la oscuridad, como en un parpadeo.

~*~
—¿Qué pasó?— Una voz aterrorizada irrumpió en su mente y la despertó.

Ella se balanceaba, se mecía, caminaba.

Todavía en los brazos de su padre.

Sus párpados lucharon contra el pegamento que los unía.

—¡Padre! ¡¿Qué pasó?!

—Tu Sangre Sucia decidió dar un paseo, Draco—. La voz reverberó desde la oscuridad hasta
sus oídos. Una vibración baja, arrullando su espalda. —Tal vez deberías explicarle...—

Volvió a quedar a la deriva en el mar.

~*~

Un laberinto de setos, de varios pisos de altura. Un conejo frente a ella se aleja saltando, la
mira por encima del hombro, con los ojos verde esmeralda de Harry.

Desapareció tras la esquina del seto, y cuando lo siguió, ya no estaba.

~*~

Le dolía el cuerpo. Sentía que cada miembro de su cuerpo volvía a la vida, pero, cuando
intentaba moverlos, solo sufría espasmos.

Abrió los ojos de golpe, y vio el dosel de la cama, las cortinas color crema colgadas con
elegancia.

Era como si estuviera inmovilizada. Sentía los músculos pesados, y hasta mover las pestañas
era un arduo trabajo.

Podía ver la tenue luz del sol entrando por su ventana, rebotando contra el cielo raso.

Giró el cuello lentamente, y encontró una figura de pie frente a su ventana, contemplando los
jardines. Draco. Sostenía una taza y un platito en una mano; podía adivinar que el té se había
enfriado por la falta de vapor ascendente. Tenía la otra mano metida en el bolsillo. Pantalones
oscuros, pero con un sweater azul cobalto. Sin uniforme.

Mientras probaba sus músculos, doblando los dedos de los pies y moviendo los brazos,
observó su espalda. Ya era casi tan alto como Ron. Siempre más alto que Harry. Sus hombros
se habían ensanchado con la madurez, o entrenando sus músculos, eso no lo sabía, pero se
notaban incluso a través del sweater. La ropa de Draco siempre le calzaba perfecta.
Probablemente el sweater era hecho a mano, especialmente para él.

En el pulgar que sostenía el platito, tenía el anillo de graduación de Slytherin que le había
cortado el labio la noche anterior. La esmeralda le guiñó un ojo, burlándose de ella.
Sus ojos cayeron, recorriendo las piernas y el trasero. Perfectamente confeccionado también.
Él se mantenía erguido sobre sus dos piernas, nunca descansando sobre una de las caderas, a
menos que tuviera una pared o un pilar donde apoyarse intencionalmente.

Solía ver las manos de Pansy moverse hacia esas caderas, ya sea en clase, con un rápido
pellizco en el muslo, o en los oscuros corredores después del toque de queda, cuando
Hermione interrumpía a la pareja y le quitaba puntos a su casa, o bien se alejaba rápidamente,
con la imágen de unas uñas pintadas de verde deslizándose por su espalda para pellizcar su
trasero.

Como si hubiera invocado sus ojos, él se volteó hacia ella justo cuando su mirada se movía
hacia zonas más aceptables.

Sus ojos eran suaves y distantes. Y luego un parpadeo. Y entonces eran grises y ausentes.
Como el parpadeo de un reptil.

La observó con atención, hizo desaparecer la taza y el platito, y deslizó la mano en el bolsillo.
—¿Te puedes mover?

—Apenas—. Tenía la voz ronca, como si se la hubieran machacado. Tal vez había estado
gritando.

Detrás de él se veía el ocaso. Había perdido el día entero.

Él frunció el ceño, y antes de que pudiera imaginar por qué, preguntó: —¿Estabas intentando
matarte?

Ella parpadeó, tendida inútilmente sobre las almohadas.

—No. Pero ahora que lo mencionas, me gustaría tener de vuelta mis cinturones y bufandas.

Él entrecerró los ojos y paseó por encima de las alfombras una vez, antes de volver al mismo
lugar frente a la ventana, apretando los labios.

—Debería haberte llevado a recorrer el perímetro cuando llegaste, y advertirte acerca de las
consecuencias—, dijo. —Mañana lo haremos, cuando puedas volver a caminar.

Ella soltó una risa aguda, y los músculos de su estómago protestaron. —No hay necesidad de
sacarme a pasear. Soy un esclavo, no un perro. Creo que ya me hice una idea—. Siseó entre
dientes, mientras movía las piernas; odiaba la forma en que yacía frente a él como una
muñeca de trapo. —¿Por qué ésta recuperación es peor que la del Maleficio Cruciatus?

—Creo que la barrera fue creada con el Cruciatus en mente. Tal vez nunca te sometieron a un
Cruciatus por largos períodos de tiempo—. Apartó la mirada, y ella tuvo la clara impresión
de que él había sufrido los mismos exactos síntomas alguna vez. —Cruzar la barrera debería
enviar un shock a la persona tatuada y darle la oportunidad de retirarse del perímetro. Mi
padre dijo que tu saltaste a través de la barrera, haciendo pasar todo tu cuerpo. Aterrizaste y
rodaste colina abajo.
Tragó saliva. Sí, sonaba correcto. Por lo menos había aprendido algo. La vulnerabilidad en
las barreras de protección era irrelevante mientras ella tuviera un tatuaje en el antebrazo.
Lucius había dicho la verdad.

—Para cuando consiguió traerte de vuelta—, continuó, —ya habías estado fuera de la barrera
durante dos minutos.

Ella frunció el ceño. —Sin duda se tomó su tiempo.

Él volvió el rostro hacia ella, arqueando una ceja. —Lucius no tenía su varita en ese
momento. La está reemplazando.

Ella parpadeó. Esa información era sorprendente. Las posibilidades se arremolinaron en su


mente, y trató de entender cuál era la ventaja.

Draco leyó fácilmente su rostro. —El Señor Oscuro solicitó su varita el año pasado, por sus
propias razones. Ha estado usando un reemplazo, pero durante la Batalla de Hogwarts,
finalmente se dio por vencida con él. Se quebró.

—Oh—, fue todo lo que pudo decir. Sus ojos se posaron en las cortinas detrás de él, mientras
asimilaba el hecho de que Lucius Malfoy la había seguido colina abajo, la había levantado en
sus brazos, y la había cargado de vuelta hasta su dormitorio.

Se preguntó si habría corrido, o si solo había dejado que su cuerpo ardiera y se retorciera
hasta la base de la colina.

Nada en esta familia tenía sentido.

Captó la mirada de Draco. Se percató de que él la había estado observando. Ella estaba débil,
inmóvil, y en una cama frente a él. Él podría haber hecho lo que quisiera con ella. Tragó
saliva y probó los músculos de sus brazos, intentando flexionarlos. Apenas respondían.

El movimiento llamó la su atención, y él apartó la mirada. —Mippy—, llamó.

La elfina apareció en el cuarto. —¡La Señorita está despierta!

—Necesita comida y agua—, dijo Draco, moviéndose hacia la puerta. Le pesaba mucho la
cabeza como para seguirlo con la mirada. —Y otra poción de relajante muscular en una hora.
Por favor, atiéndela.

La puerta se cerró, y ella se quedó mirando el lugar frente a la ventana donde él había estado
parado, mientras Mippy daba saltos a su alrededor.

~*~

Narcissa la ayudó a salir de la cama al día siguiente, y a estirar los músculos tensos.
Hermione apretó los labios y la dejó hacer, preguntándose si sabría lo que su hijo tenía
planeado para ella. Bajaron las escaleras para dar un paseo por la planta baja de la Mansión.
No vio a Draco ni a Lucius en todo el día. Narcissa se disculpó por no haberle mostrado los
límites, y se ofreció a darle un recorrido, pero ella se negó. Todavía le dolían los músculos. Y
no necesitaba un recordatorio de que estaba atrapada allí.

Narcissa era la persona más observadora que Hermione había conocido en su vida. Al
mediodía, cuando la acompañó escaleras abajo para el almuerzo, había deducido que la piel
de Hermione estaba tan sensible como sus músculos, por lo que dejó de entrelazar los brazos
con ella. Lanzó un Hechizo Amortiguador en sus sillones antes de que ella se sentara a cenar.
Cuando Narcissa le pidió a Mippy que le prepare un baño a temperatura ambiente, Hermione
casi le sonrió.

Era como si tuviera una quemadura de sol particularmente horrible en cada centímetro de su
piel, y cualquier contacto extra la hacía temblar.

Después de secarse con la toalla, se puso un suave camisón de seda que Narcissa le había
dejado sobre la cama. Se durmió envuelta en seda, con un hechizo refrigerante en las sábanas.

~*~

Su conciencia se elevó sobre sus sueños en un lento oleaje, una ingravidez flotando de vuelta
a la superficie. Cada vez que volvía a caer dentro del sueño, Harry estaba allí.

Desenredando sus deseos y recuerdos, Hermione sintió un pinchazo en la piel, su cuerpo la


arrastró de vuelta hasta su cama en la Mansión Malfoy, donde Harry seguía muerto. Sus
brazos temblaron, y la invadió una sensación familiar en los ojos.

Un tirón en el cabello, un rizo retorciéndose suavemente, haciéndole cosquillas en el cuello.

Parpadeó, y abrió los ojos en la habitación oscura. Inclinó la cabeza hacia la puerta, y por un
momento tuvo la certeza de que no estaba sola. Aquellos dedos se habían entrelazado con su
cabello, y una mirada fija la vigilaba.

Tal vez Narcissa había venido a ver cómo estaba.

O tal vez...

Parpadeó para alejar la tonta idea, movió las piernas entre las sábanas, y se giró de costado
para acurrucarse.

Una sombra en la oscuridad. Unos dedos retorciendo sus rizos. Y unos ojos como los de un
demonio, mirándola, descansando en la cama detrás de ella.

—Hola, cariño—, murmuró Bellatrix.

Su corazón comenzó a martillar contra el pecho, se congelaron sus venas y sus músculos se
tensaron. Empezó a agitar las piernas, dando patadas para liberarse, pero Bellatrix soltó una
carcajada y se deslizó sobre ella. Se sentó sobre sus caderas, le inmovilizó los codos sobre la
cama, y le sonrió.
La garganta de Hermione se atragantó alrededor de la palabra “ayuda”, ahogándose en su
pecho.

—¡Ah, ah, ah!— Rió Bellatrix—. Eso no va a funcionar. Estamos solas—. Las uñas se
enterraron en los brazos de Hermione hasta hacerla gemir—. Qué premio tan bonito eres,
Sangre Sucia. Y caro también.

Una mano le aferró la mandíbula, y los dedos huesudos la obligaron a girar el rostro para
mirarla. Hermione pataleó, luchando con su brazo libre para darse impulso y rodar debajo de
ella. La mano de Bellatrix se hundió y se tensó, apretando su garganta con fuerza. Hermione
la arañó y empujó para liberarse del peso contra su cuello, mientras unos puntos de luz le
iban nublando la visión. Se concentró en su respiración, un lento y mesurado estertor.

—Tan costosa que me pregunto si tu coño está hecho de oro también—. Su aliento caliente
impactó contra el rostro de Hermione, el pútrido hedor la sofocó tanto como la presión en su
garganta. —Aunque nadie lo ha podido comprobar aún, ¿verdad?

La sorna en su voz se disparó directamente a través de la columna de Hermione.

—¿Quieres saber por qué el Señor Tenebroso me valora, Sangre Sucia? ¿Por qué me sigue
permitiendo estar a su lado después de todos estos años?— Le sonrió, con un brillo negro en
sus ojos. —Porque no dejo que mi verga se interponga con lo que realmente importa.

Soltó una carcajada, y Hermione se estremeció. Bellatrix apartó uno de los rizos de Hermione
mientras su rostro se torcía, oscuro y petulante. —De tal palo tal astilla—. Frunció el ceño, y
Hermione vio que sus ojos ardían. De repente, Bellatrix se sentó erguida, y su mano soltó la
garganta de Hermione.

—Ese es el problema con los hombres—, siseó. —No tienen una puta lealtad. ¡No tienen
sentido del deber!— Bella hizo girar su varita entre los dedos mientras miraba hacia algún
lejano recuerdo por encima de la cabeza de Hermione. —No pueden ver el panorama
completo. Solo quieren mojar sus mechas.

Hermione sintió que tal vez se estaba perdiendo algún tipo de apertura allí. Alguna manera de
empatizar con ella, ganarse su confianza y luego huir. Antes de que pudiera pensar en alguna
posibilidad, Bellatrix se abalanzó sobre ella. Le enterró las uñas en el cuero cabelludo, tiró de
su cabello hacia la almohada y empujó su barbilla hacia el techo.

—Pero tu… todavía intacta. Qué vergüenza—. Algo cálido y húmedo sobre ella; Bella le
pasaba la lengua por el rostro, desde la mandíbula hasta la sien. —No tienes el sabor de algo
caro—. Rió. —¿Crees que estás a salvo, Sangre Sucia?

Los ojos de Hermione solo podían ver la cabecera de la cama, sus pulmones succionaron el
aire a través de su traquea torcida.

—No quiero que se te agrande el ego con esto. ¿Sabes cuál es tu lugar, no?

Y entonces Bella le estiró el brazo izquierdo, y le apretó la muñeca contra el colchón para
poder leer correctamente la cicatriz.
—¡¿Lo sabes?!— Chilló.

—Si—, jadeó Hermione, arañando su garganta.

—¿Necesitas que te lo recuerden?

—¡N-no!

Una carcajada. —Ohh… Yo creo que si lo necesitas.

El filo de una navaja capturó la luz de la luna, y el pecho de Hermione se cerró con horror
cuando la punta presionó contra su piel.

Hermione pataleó salvajemente. Bellatrix rió y le apoyó una rodilla sobre el pecho, y con la
otra presionó la parte superior de su brazo contra el colchón, mientras la hoja se enterraba en
su brazo.

No podía respirar. Gritó, sabiendo que nadie la podría escuchar. Nadie...

—Tía Bella—, dijo una voz tranquila. —¿Qué estás haciendo?

Un movimiento de la mano de Bellatrix, y las velas iluminaron la habitación. Miró sobre su


hombro, y sonrió. —Draco, querido. ¿Vienes a jugar?

Hermione sintió el pulso sobre la herida, y la sangre acumulándose.

Bellatrix desmontó, y Hermione se precipitó hacia un costado, tropezando con la pared. Sus
ojos se dirigieron hacia el baño, una puerta que podía usar de barricada, pero estaba del otro
lado de la cama.

Se sostuvo el brazo cerca del pecho y levantó la mirada para ver a Draco en el centro de la
habitación, observando a su tía. Tenía puestos unos calzoncillos, y una expresión ausente. Sus
ojos no la buscaron, ni se movió en su dirección. Solo le sonreía a su tía.

—Bella, de todas las personas, tú sí sabes la importancia de romper un juguete. Estás


arruinando mi proceso.

Hermione tragó saliva, su respiración se convirtió en agudos jadeos, la mareaba. La herida…


Algo no estaba bien.

Bellatrix se deslizó de la cama. —Es por tu propio bien, Draco. Ya ha envenenado el nombre
de la familia Malfoy lo suficiente.

Él la miró con frialdad. —El Señor Tenebroso aún no ha terminado con ella.

Bellatrix hizo un puchero y susurró algo en el oído de Draco. Hermione sentía como si no
pudiera escuchar normalmente; tal vez su sangre hacia demasiado ruido al correr por sus
venas. Draco respondió algo, y Hermione vio como la palma de Bellatrix se deslizaba por su
pecho desnudo, enterrando las uñas sobre su piel. Pasó junto a él, y tarareó una canción
alegre mientras bailoteaba hasta la puerta.
La habitación daba vueltas, Hermione se aferró a la pared.

Bellatrix dijo algo más en al marco de la puerta. Una melodía murmurada. Pero Hermione
bajó la mirada hacia su brazo, donde la sangre había comenzado a brotar.

Había un garabato y un guion. Y deseó que Bellatrix hubiera pensado en tallar algo más
importante. Ahora tendría que verlo para siempre. Como las otras marcas que Bella le había
dejado.

La pared detrás de ella se movió hacia adelante, le golpeó la cabeza, y la dejó apoyada con la
espalda tiesa.

Levantó la vista para decirle a Bellatrix que volviera y lo terminara. No era justo dejarla con
solo un garabato. Pero ella ya estaba cerrando la puerta detrás, y entonces la piel desnuda de
Draco estaba a su alrededor.

Cálida.

—¡Granger!— El sonido flotó hasta hacer foco. No era la primera vez que la llamaba por su
nombre. Podía escucharlo hacer eco ahora.

Draco era tan cálido. Su mano le sostuvo la muñeca, donde la sangre comenzaba a gotear, y
con el otro brazo levantó su cuerpo, sosteniéndola por la cintura. Ella apretó la cabeza contra
su hombro. Como si estuvieran bailando.

Sonrió, y sintió que sus labios se movían sobre la piel de él, mareada con la melodía.

Algo no estaba bien.

Calor sobre la herida. Y tal vez él la estaba curando. Tal vez él la arreglaría para que dijera
algo. No solamente una línea curva y un guion.

Se estiró para verla, y encontró los labios de Draco sobre su brazo.

Eso lo curaría. Estaba segura. Su madre solía hacer lo mismo.

Él apartó la mirada, con los labios teñidos de rojo, y escupió su sangre sobre la alfombra
color crema.

Volvió a acercar su boca, succionó con más fuerza, y ella sintió que su mente flotaba de
regreso cuando él escupió otra vez.

Succionando para sacar algo de ella. Parpadeó. Contempló a Draco Malfoy llenarse la boca
con su sangre sucia, observó las alfombras sangrar.

Ella soltó un grito ahogado, sus rodillas se doblaron y sus pulmones se llenaron. Él la miró,
su boca todavía envuelta alrededor de su piel, sus ojos pálidos. Sus brazos sosteniendo su
cuerpo cerca del suyo, arrastrándola contra él. Un vals sonaba en algún lugar.

Él giró y escupió. —Accio—. Su voz se quebró en esa única palabra.


Su varita llegó volando desde alguna parte. Algún lugar fuera del cuarto.

Porque él había venido corriendo cuando la escuchó gritar, dejando atrás su varita.

De tal palo tal astilla.

Él aferró la muñeca de la mano lastimada y pasó su varita sobre los cortes, succionando
sangre en el aire, y susurrando un hechizo para extraer algo oscuro de ella. Humo, se
arremolinó fuera del brazo y flotó a su alrededor como una bruma.

En algún momento durante el episodio, ella se había aferrado de su hombro, y ahora su mano
se sentía completamente congelada, incluso mientras él trabajaba para curar su sangre, curvó
los dedos sobre su cuello. Contempló los hombros desnudos, la piel de sus brazos.

Draco Malfoy dormía solo con calzoncillos y medias. Además, tenía un solitario lunar sobre
el hombro izquierdo. Los límites de su visión se difuminaban mientras observaba sus labios.
Labios que podían succionarle la vida.

—Es una navaja hecha por duendes—, susurró.

Ella parpadeó ante el sonido de su voz tan cerca suyo. Estaban compartiendo el mismo aire.
Volvió a parpadear. Ahora con más claridad.

—Es veneno de serpiente. Y otras cosas—, dijo, separando el humo de la sangre otra vez.

Ella asintió, atontada. Altamente venenoso, y él lo había succionado para sacarlo. La había
salvado. Él enfrentó sus ojos por lo que pareció ser la primera vez desde el día anterior. Era
tan alto. Ella estiró el cuello, y deslizó accidentalmente la mano por su hombro.

Piel de gallina bajo la yema de sus dedos.

—También dejara una cicatriz, lamentablemente—. Volvió a mirar el brazo y lanzó un


hechizo para unir la piel.

Ella respiró con dificultad, y volvió a asentir. Tenía la mente clara de nuevo, aunque sentía
algunos pinchazos en el cráneo. Volvió a preguntarse cuáles habrían sido las intenciones de
Bellatrix.

Los ojos de él siguieron la linea de su brazo, hasta su hombro, y subieron por el cuello hasta
sus ojos. Le sostuvo la mirada, profunda y significativa: —No significa nada. Las marcas.

Por supuesto que no, pensó. Es solo un garabato.

Movió los ojos hasta sus labios, todavía manchados de rosa por su sangre. —Gracias—,
susurró.

Él tragó saliva. Y luego deslizó la mano, apartando su cuerpo de ella. La estabilizó contra la
pared. —¡Mippy!— Un crujido y ahí estaba la elfina, rebotando y preguntando si algo estaba
mal con la Señorita. —Poción Reabastecedora de Sangre. Agua. Y otra ración de comida si la
Señorita Granger lo desea.
Sus ojos nunca se apartaron de los suyos hasta que Mippy desapareció.

—Volveré a colocar las barreras de protección. Cuando escogí la Protección de Sangre, creí
que los únicos que podrían entrar serían mis padres. No pensé...— Apartó la mirada. Sus ojos
aterrizaron en la sangre de las alfombras, y agitó una mano para hacerla desaparecer. —No
tenía idea de que ella te querría de nuevo.

Hermione se estremeció. “Querer” no era la palabra que hubiera escogido. —¿Por qué lo hizo
entonces?— Preguntó, con la voz ronca. Tendría moretones en el cuello por la mañana.

Sus ojos se volvieron helados. —Ella… desaprueba… el modo en que te tratamos—. Deslizó
la mirada por su cuerpo, se detuvo en el borde del camisón, pasó por la parte superior de los
muslos, y volvió rápidamente a posarse sobre su rostro. Hermione se estremeció. —Necesito
hablar con mi padre. Si necesitas algo, por favor utiliza a Mippy.

Ella asintió, sintiendo el calor de sus ojos errantes. Él salió por la puerta de la habitación,
mientras ella mantenía la mirada sobre sus pies, negándose a mirar su espalda desnuda.

Mippy regresó. Le cambió las sábanas, refrigeró su cama, y se quedó con ella hasta que hubo
comido algunos bocados del plato.

Hermione se quedó tendida, despierta, dejando que la Poción Reabastecedora de Sangre


zumbara por su cuerpo, pasando los dedos sobre las nuevas marcas de su brazo izquierdo, con
la mirada ausente en el cielo raso. Cuando las marcas se difuminaron hasta adquirir la misma
tonalidad blanquecina de la otra palabra sobre su antebrazo, Hermione lo vio.

Bellatrix lo había completado después de todo. No era un garabato y un guion.

Ahí, justo detrás de la firma de Draco en tinta, le había tallado dos letras.

Sangre Sucia

de D.M.

Chapter End Notes

Nota de Traductor

Quiero aclarar que, en inglés original, lo que Bellatrix talló en el brazo de Hermione no
es una palabra "de", sino un apóstrofe y una S (genitivo, establece relación de
pertenencia o posesión) al lado de las iniciales D.M. y antes de la cicatriz con la palabra
Mudblood (Sangre Sucia).
Quedaría así: "D.M’s Mudblood"
Es por eso que ella no se da cuenta inmediatamente del significado, y le parece apenas
un garabato. Un apóstrofe y una S se ven, realmente, como dos lineas onduladas sin
sentido.

Nota de Autor
Hay una nueva historia en la serie Correctos e Incorrectos llamado "Birth Right". Es un
Lucissa, y se desarrolla en el universo de La Forma Correcta de Actuar.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 10
Chapter Notes

Nota de Autor

Debido a la "Real Life ™" {Vida Real}, desafortunadamente necesito tomarme las
próximas dos semanas. Me mudo y recibiré familia en la ciudad. La próxima
actualización será el 1 de septiembre.

PERO MIENTRAS TANTO, LEAN LA NUEVA HISTORIA DE SAINTDIONYSUS


!!! La primera parte de Addicted (To You) fue revelada ayer a través del Concurso de
Sección Restringida 2019 de Beyond the Book Fanfiction Nook y ganó Mejor Angst y
Caracterización Femenina en General. Es una historia Hansy (HarryxPansy) que trata
sobre adicciones de todo tipo.

Muchísimas gracias a SaintDionysus y raven_maiden.

See the end of the chapter for more notes

El veneno se abrió camino a través de su sistema durante la noche, dejándole un zumbido


letárgico en las venas a la mañana siguiente. Cuando bajaron los niveles de adrenalina del
shock inicial, sintió las secuelas en el cuerpo como un peso muerto en los días que siguieron.

Mippy seguía apareciendo con pociones sin etiqueta. Le preguntaba a la elfina qué contenían
los pequeños viales, pero lo único que respondía era: —¡Para la Señorita! ¡Para que la
Señorita se cure!

Al tercer día de la aturdida y debilitante recuperación, se negó a tomar la poción. Era posible
que el lento ascenso hacia la salud no se debiera al veneno, sino a los antídotos que estaba
tomando. Mippy se balanceó de un pie al otro, repitiendo las razones para tomarla como un
disco rayado.

“¡Pero Señorita! ¡La Señorita está herida! ¡La poción pone mejor a la Señorita!”

“¡Pero la Señorita está débil! ¡Ésto la pone fuerte!”

“¿La Señorita quiere sentirse bien? ¡Beba!”

“El Amo Draco la hace especialmente para la Señorita. ¡Para que se sienta mejor!”

Esa última llamó la atención de Hermione. Miró a la pequeña elfina, sosteniendo una
arremolinada poción violeta. ¿Draco hacía esa poción? ¿O Draco manipulaba la poción de
alguna manera?
—No. Gracias—. Apartó el rostro de los enormes ojos del elfo y pensó en lo fácil que sería
dejar caer una ramita de asfódelo en casi cualquier poción. O...

El supresor de magia mentolado que las enfermeras le habían dado en las celdas del
Ministerio. El que habían ordenado administrar a todas las esclavas.

Los Malfoy se lo deberían estar dando, pero… ¿tal vez habían mejorado el supresor para que
no tuviera sabor? Intentó recordar si algo de lo que había comido había tenido un extraño
gusto a menta.

Tal vez por eso es que su recuperación había sido tan difícil. Pociones curativas mezcladas
con altas dosis de supresores de magia.

Mippy desapareció con la poción intacta, y Hermione decidió rechazar la cena esa noche.

Despertó a mitad de la noche, agarrándose el brazo, sudando, con la cabeza palpitante. Había
pasado cosas peores. Sabía que podía sobrevivir. La sangre le empezó a hervir a los diez
minutos, el sudor brotaba de su piel y se hundía entre las sábanas. Sea lo que fuera la poción
de Draco, claramente era mejor que esto. Sufrió durante dos horas antes de susurrar un
tembloroso “Mippy” en el silencio del cuarto. La elfina apareció, y le ayudó a beber.

~*~

Yacer inmóvil todo el día, mientras la sangre se limpiaba de la toxina, era demasiado
liberador para su mente. Se quedaba con la mirada fija durante horas, volviendo a imaginar el
aliento de Bellatrix sobre el rostro, su risa aguda. Y luego reconstruyendo lo que recordaba de
Draco. Apareciendo de la nada, aparentemente. Duro como una piedra mientras su tía estaba
en el cuarto, y luego nervioso, los movimientos apresurados cuando la curaba.

La había curado.

Era importante para él curarla.

De un modo que el Señor Tenebroso no podría nunca perdonar.

De un modo que le hacía pensar que valía más de sesenta y cinco mil Galeones.

Le había limpiado la sangre con sus labios, escupiendo sobre las alfombras de felpa como si
pudiera comprarse unas nuevas. Succionando el veneno de su puta, como si no pudiera volver
a comprar una de esas.

Su puta intacta. En su propia suite elegante.

Cerró los ojos, dejándose llevar, recordando la piel de él, rodeándola.

~*~

Narcissa la visitaba a menudo. Se ofreció a traer libros de los estantes, pijamas limpios, y
tomar pedidos para la cena.
El cuarto día, se apartó de la cama y dijo: —Hace un día tan hermoso afuera. Tal vez a la
tarde podríamos dar un paseo.

Sus ojos iban y venían del brazo de Hermione, donde su propia hermana le había cortado la
piel, no una, sino dos veces.

—No—, probó Hermione. —Realmente no tengo ganas de caminar. Pero gracias—. Se quedó
observando, esperando. Preguntándose hasta dónde se estiraba su ilícita libertad.

Narcissa sonrió amablemente. —Te dejaré descansar, entonces.

Reunió los libros que Hermione había terminado, los hizo flotar hasta los estantes, y se
dirigió hacia la puerta. Hizo una pausa, con la mano sobre el picaporte.

—Mi hermana… no puede ser excusada. Pero es de mi familia, así que siempre siento que
debo hacerlo—. Narcissa se volteó para mirarla. —He dejado de aprobar sus acciones hace
mucho tiempo. Y ella dejó de aprobar las mías. Pero su comportamiento no es un reflejo de
esta casa, ni de sus habitantes.

Narcissa asintió y se fue.

Era increíble, pero por alguna razón, Hermione cada vez luchaba menos contra ese concepto.

~*~

Comenzó a levantarse de la cama y a moverse por el cuarto por las mañanas. Le dolían los
músculos, pero cada día era más fácil.

Habían pasado diez días desde que había sido electrocutada y envenenada, y diez días desde
que la última ves que había visto a los hombres Malfoy. Se vistió lentamente, con intención
de salir de la cama y de la habitación.

Los retratos sisearon a su paso, murmurando cosas acerca de su sangre sucia. Un hombre
mayor, con el mismo cabello rubio de Lucius, pero el rostro y el estómago más redondeados,
resopló al verla y dijo: —Vergonzoso. En mis tiempos, la habríamos encerrado en las
mazmorras.

Ella le sonrió con sorna, y arrastró los dedos por el marco ornamentado, haciéndolo jadear de
indignación.

Era difícil no tener un propósito. Desde que tenía once años, Harry la había necesitado. Ella
sabía cosas. Tenía respuestas. Y si no tenía respuesta, podía buscarla.

Pero ahora era incapaz de responder ciertas preguntas con libros. Había sobrevivido y había
sido protegida por razones que eran imposibles de comprender. Lo único que sus captores
parecían exigirle era simplemente que existiera. Había repasado en su mente una docena de
motivos durante los últimos días, cada uno más absurdo que el anterior. Eran simpatizantes
de la Orden. Agentes dobles. La habían salvado como moneda de cambio en caso de que
Voldemort fuera derrotado.
Sean cuales fueran las razones para mantenerla a salvo, una cosa era segura: la gente estaba
muriendo. Sus amigos estaban muriendo. Ya había perdido demasiado tiempo.

Abrió las puertas de la biblioteca, y buscó entre los libros de Magia Negra.

Había varios problemas, al parecer.

En primer lugar, Voldemort tenía la Varita de Sauco, algo a lo que nunca le había puesto tanta
fe como Harry. Siempre había estado más interesada en los Horrocruxes. Eran tangibles, y no
estaban basados en una fábula.

Lo que la llevaba a su segundo problema: Nagini. Solo había dos personas con vida que
sabían acerca del último Horrocrux de Voldemort: Ella y Ron. Recordaba que Neville se
había precipitado sobre la serpiente en el patio, pero no creía que estuviera al tanto de su
importancia. Si alguien era capaz de derrotar a Voldemort, ella o Ron tenían que asegurarse
de que la serpiente estuviera muerta. Parecía un problema demasiado lejano.

El relicario, la copa, la diadema, el anillo, y el diario, ya no estaban. Una oleada de recuerdos


se elevó inesperadamente hasta su consciencia. Pársel, sueños compartidos, conexión mental.
El lugar en el que había pensado que Harry estaría… Se secó las manos húmedas en los
pantalones, y se obligó a apartar la idea. Ya nada de eso importaba.

¿Era Nagini realmente la última? ¿O había hecho más? ¿Era su alma lo suficientemente
estable para hacer más?

Hermione estiró el brazo izquierdo vendado para alcanzar un libro, lo que le recordó su tercer
problema. Los tatuajes. No sería capaz de abandonar la propiedad sin Draco. Podía hacer
todas las investigaciones del mundo, responder todas las preguntas, y aún así sería inútil si no
podía salir para decírselo a alguien.

Si tan solo pudiera ponerse en contacto con George. Encontrar la forma de comunicárselo,
incluso aunque no pudiera salir. Pero si Voldemort volvía a buscar dentro de su mente…

Abrió el libro sobre Horrocruxes que había estado mirando la vez pasada, buscando un pasaje
sobre Fuego Maligno que quería volver a leer…

Y cerró el libro de golpe. Su mente… las imágenes que veía… las cosas que leía...

Voldemort podía ver todo.

No solo tenía acceso a sus recuerdos importantes. Podía ver cualquier cosa que ella hiciera,
sin importar lo mundano que fuera. Páginas, libros, información. Sus cosas favoritas.

Devolvió el libro con dedos temblorosos, sabiendo que investigar sobre Horrocruxes era
suficiente para incriminarla. Nunca antes había tenido miedo de su propia mente. Pero su
conocimiento podría traicionarla si Voldemort volvía a utilizar Legeremancia con ella.

Miró los libros, contempló los estantes de una biblioteca tan oscura y poderosa que podría
derrotar a Voldemort y a su Varita de Sauco tan solo si sus páginas eran esgrimidas por la
persona correcta, y Hermione se dio cuenta que no podía utilizar nada de eso.
Retrocedió, respirando con dificultad. No podía investigar nada. Nada era seguro. Parpadeó
rápidamente hacia los estantes, enfocándose en respirar, sintiendo un dolor agudo en las
costillas.

Su mente no era suya. Sentía adentro su presencia, escurridiza como aceite. Habían pasado
casi dos semanas desde que había invadido su consciencia. Tal vez no volvería a hacerlo.
Pero, ¿podía contar con eso?

Se reclinó contra la estantería y cerró los ojos, intentando encontrar una salida.

Un sonido de baraja a su izquierda le hizo abrir los ojos. Un libro se deslizó de un estante del
pasillo y se quedó flotando, como si hubiera sido convocado. Parpadeó, y se dio vuelta para
ver si alguien estaba en el catálogo junto a la entrada.

Nadie.

El libro levitaba. Hermione se movió por el pasillo, caminando cuidadosamente hacia él.
Cuando estuvo a su alcance, leyó el lomo.

Trucos Mentales Para Principiantes.

Su corazón se detuvo en el pecho, mientras se estiraba para tomar el pequeño libro. Cayó en
sus manos como la manzana de un árbol. Contempló la portada durante un minuto, sin
entender, y luego asomó la cabeza por la esquina del pasillo; ¿tal vez algún miembro de la
familia estaba jugando con ella? Pero no había nadie allí. Hermione se retiró de la vista y
leyó el índice.

Oclumancia y Legeremancia.

Un libro para proteger los pensamientos. Hermione frunció el entrecejo, preguntándose si el


catálogo de la biblioteca brindaba ayuda sin que se lo pidieran.

La Oclumancia sería la mejor protección contra el sondeo de Voldemort, pero era una
habilidad mágica. Y ella no tenía magia. Tampoco tenía tiempo para los años de estudio que
le llevaría mantener a Voldemort fuera de su mente por completo.

Leyó los títulos de los capítulos.

Meditación

Aclarar Tu Mente.

Muros y Portales.

De lo poco que sabía sobre Oclumancia por sus propias lecturas y las clases de Harry,
requería una mente enfocada. Cada vez que Harry protestaba por los métodos de Snape, ella
se contenía de hacer un comentario, segura de que su mente, su disciplinada mente, lo habría
conseguido, y con mucho menos lloriqueo.
Miró a su alrededor en la biblioteca, en busca de otros libros flotantes, casi esperando que
Harry saliera de su Capa Invisible y se mofara de ella por pasar todo el día entre libros.

El espacio detrás de sus ojos comenzó a arder, y tragó saliva, parpadeando rápidamente. Bajó
la mirada de nuevo, con la visión borrosa. Los primeros capítulos parecían bastante simples,
posiblemente una meditación no-mágica.

Hermione deslizó el pequeño libro dentro de uno grande de ficción, y comenzó un lento viaje
de regreso a su cuarto.

Estaba pasando frente a varias puertas que sabía que conducían a estudios privados y salones,
cuando escuchó voces. El melódico murmullo de Narcissa perforó las rendijas de la puerta, y
Hermione se quedó inmóvil, conteniendo el aliento para escuchar.

—¿Por qué tienes que ser tu?— Dijo Narcissa con nitidez.

—¿Por qué tiene que se cualquiera de nosotros?— Replicó Lucius—. Probablemente se ha


quedado dormido durante la cena en algún lugar. O tuvo un ataque al corazón mientras estaba
con alguna de sus prostitutas Muggles.

—Lucius, esto puede ser serio.

Hermione se acercó más, y aguzó el oído cuando Lucius murmuró algo en voz baja y
conciliadora.

—¿Cuánto hace?— Preguntó Narcissa.

—Una semana—, dijo Lucius, su voz más cerca de la puerta. Hermione se alejó de un salto,
congelándose por el horror; pero al parecer Lucius estaba paseando. Su voz se hizo distante
de nuevo, y dijo: —Ha ignorado tres llamados.

Los ojos de Hermione se abrieron, apretando con fuerza los libros contra el pecho. ¿Un
Mortífago había estado ignorando a Voldemort?

—Le debe haber pasado algo, Lucius. Él nunca desafiaría al Señor Oscuro—. Y luego en voz
baja. —No tiene tanto cerebro como para hacerlo.

Lucius siseó. —Nada de eso. Nosotros no estamos en posición de pensar eso.

Una larga pausa. Luego Narcissa suspiró. —¿Por cuánto tiempo te irás?

—Solo de la noche a la mañana

—¿No puedes llevar a alguien contigo? ¿Yaxley?

—Todos están ocupados en la propiedad de Macnair.

La mente de Hermione se disparó. La propiedad de Macnair era donde Ron había estado en
algún momento. Macnair había comprado a Ron, a Angelina Johnson y a Luna.
Si todos los Mortífagos estaban concentrando su atención en la propiedad de Macnair… Si
alguien más había desaparecido por completo… Algo se estaba desmoronando.

—Necesito—. Narcissa se aclaró la garganta. —Necesito ver lo del almuerzo. —Un arrastre
de las patas de un mueble. —¿Me acompañarás para el té antes de irte?

—Tengo… tengo varias cosas...—

—No me importa. Te veré para el té.

Hubo una ráfaga de pasos y Hermione se escondió detrás del busto de Lucius Malfoy I justo
cuando la puerta se abría, encogiéndose con fuerza para que no la vieran.

Los tacones de Narcissa resonaron contra las piedras, y una vez que doblaron la esquina en
dirección a las cocinas, Hermione se puso de pie y giró silenciosamente sobre sus talones
para correr de regreso a su habitación.

—Señorita Granger—, llamó Lucius desde adentro del cuarto.

Hermione se quedó helada, con el corazón galopando. ¿Cómo se había delatado? Se obligó a
moverse, avanzó hacia la entrada y encontró a Lucius en un impresionante estudio,
garabateando con una pluma detrás de un escritorio. No levantó la mirada hacia ella.

—¿Así que tiene el hábito de escuchar detrás de las puertas como un niño?— Su tono era
lírico.

La tensión de sus hombros se disolvió. Él no iba a matarla por lo que había escuchado. Solo
se burlaría de ella hasta la muerte. Se preparó, asumiendo que la forma educada de actuar
sería entrar al cuarto y...

Tropezó hacia atrás. Había una barrera en la entrada. Parecida a la que había en su balcón. No
podía levantar el pie ni dar un paso hacia adelante.

—Ah, no—, dijo él, recostándose en su silla de cuero. —No era una invitación—. Tomó
nuevamente la pluma entre sus dedos y la miró fijamente. —Supongo que ha venido a
agradecerme por haber subido su cuerpo babeante y tembloroso colina arriba, y de regreso al
interior de la barrera.

Ella entrecerró los ojos, y su temperamento se afiló como un cuchillo contra una piedra. —Si,
fue una sorpresa descubrir que me cargó en sus brazos...—

—Cielos, no—. Arqueó una ceja. —La tomé del brazo y la arrastré detrás de mi como un
perro.

Ella lo fulminó con la mirada, sabiendo que no era verdad. Pero él la estaba distrayendo a
propósito. Se preguntó qué tanto podría provocarlo.

—¿Quién está desaparecido?

Él inclinó la cabeza, y ella esperó un silencio, otro insulto, o un sarcástico “¿cómo dice?”
—Gregory Goyle—, dijo, y añadió. —Padre.

Ella parpadeó, sorprendida por la honestidad de la respuesta. O la supuesta honestidad de la


respuesta.

Si le estaba diciendo la verdad, ¿por qué Goyle desobedecería a Voldemort? Era uno de los
que había regresado con él de inmediato. Había estado en el cementerio de Pequeño
Hangleton. ¿Estaban seguros de que estaba vivo?

Levantó la mirada, y Hermione supo que Lucius estaba leyendo su rostro, sabía que su mente
estaba zumbando.

—Le permito hacer una pregunta más—, dijo él, con los ojos encendidos. —Intente que
valga la pena.

Sintió que el corazón tartamudeaba en su pecho. ¿Él quería jugar un juego? Hermione se
quedó paralizada, clavada en el suelo, esperando que la pregunta correcta apareciera en su
mente.

¿Por qué Draco me compró?

¿Quién tiene acceso a Nagini?

¿Qué hizo George para enojar a Voldemort?

—¿Por qué los Mortífagos se reunieron en la propiedad de Macnair?— Su voz se cortó, y ella
no supo que si había elegido la pregunta correcta de las miles que había en su mente.

Él juntó la punta de los dedos, y la observó por encima de ellos. —Para investigar el reciente
asesinato de Walden Macnair, y el subsecuente escape de su prisionero.

Sus ojos se abrieron. Ron. O… prisionero, ¿singular?

Despegó los labios--

—Pregunte, señorita Granger, y recibirá dentro de lo razonable—, la cortó, dejándola


efectivamente en silencio. —Arrastrarse y esconderse como un ratón es impropio—. Sus ojos
la examinaron, yendo y viniendo del libro que aferraba en sus brazos. —Disfrute de su
lectura. Espero que sea algo… instructivo.

Ella lo miró fijamente, sentía la piel tensa. El rostro de él era impasible.

Apretó con más fuerza el libro de Oclumancia, oculto en la ficción de mayor tamaño. ¿Él lo
sabía? ¿Había sido él…?

—Gracias, así será—, replicó.

Él apartó la mirada, rompiendo el hechizo. —¿Puede cerrar la puerta detrás de usted?— Ella
entrecerró los ojos. La manija de la puerta estaba más allá de la barrera que no podía pasar. Él
arqueó los labios. —Ah, sí. Es cierto.
Y con un movimiento de su varita, le puerta se cerró en su cara.

Frunció el ceño ante la madera a pocos centímetros de su nariz. Sin duda, le llevaría semanas
desenredar aquella conversación.

Caminó de regreso a su cuarto, subiendo lentamente las escaleras por el dolor muscular, y
comenzó con el punto número uno.

El padre de Goyle había desaparecido. No sabía nada más, excepto que Voldemort había
mandado a Lucius a investigar. Tal vez había sido asesinado y Lucius iba en camino a
encontrar su cadáver.

Punto número dos: Walden Macnair estaba muerto. Y un solo prisionero había escapado. Lo
último que sabía era que Voldemort había solicitado a Ron, así que posiblemente fuera
Angelina la que había escapado. ¿Habría sido obra de George? ¿Había vuelto por su
hermano?

¿Y por qué Lucius Malfoy le estaba contando todo esto? ¿Qué ganaba dándole información a
ella? ¿Sería verdad siquiera? ¿Qué juego estaba jugando?

Llegó a la cima de las escaleras, apretando el libro contra sus costillas, y pensó en el libro de
Oclumancia que había flotado para que ella lo encontrara. ¿Lo había plantado Lucius para
ella? ¿Qué posible beneficio podría obtener ella de la Oclumancia si no tenía magia?

Hizo una pausa frente a su puerta, y Hermione respiró hondo por el esfuerzo.

¿Tenía su magia?

¿Realmente le estaban sirviendo la poción mentolada?

Empujó la puerta y se quedó de pie en mitad del cuarto. Giró hacia la estantería y extendió un
brazo frente a ella, enfocando su energía en invocar un libro de tapa azul.

Nada.

Visualizó su varita en su mano, se concentró en la magia con la que había nacido. La magia
que la había hecho levitar el gato del vecino a los siete años. La magia que había hecho que el
cabello de Becky Tracker se prendiera fuego cuando tenía diez.

Creyó sentir algo luchando en sus venas.

Pero nada.

Dejó caer el brazo. Así que los Malfoy sí seguían algunas de las reglas con los esclavos
después de todo. Tal vez el catálogo encantado de la biblioteca había invocado el libro para
ella.

Suspiró, se acomodó en el sillón orejero que daba hacia las ventanas y abrió el pequeño libro.

Capítulo Uno: Meditación.


~*~

Tres días después, estaba releyendo por sexta vez Trucos Mentales Para Principiantes, y
descubriendo que era muy difícil leer las teorías y las técnicas sin poder aplicarlas de manera
práctica. Se sentía como el año anterior a Hogwarts, cuando se había tragado todos los libros
de magia que había podido conseguir, pero no había conseguido practicar nada sin una varita.

Tal vez no era buena para la Oclumancia, y había sido muy dura con Harry. Aclarar la mente
no era precisamente su punto fuerte. El flujo constante de curiosidad y preguntas eran un
detrimento para la meditación.

Había ciertas técnicas que eran bastante interesantes. Un lago azul de aguas tranquilas que se
extiende más allá del horizonte. Profundo, pero quieto y sereno en la superficie. O a veces
enfocarse en un objeto en movimiento, y dejar que los bordes de todo lo demás se difuminen.

Estaba observando los jardines a través de la ventana, intentando enfocar unicamente en el


solitario pavo real que se abría camino entre la hierba, cuando alguien llamó a su puerta.
Parpadeó. La intrusión la trajo de vuelta al presente.

Dejó su taza de té, respiró hondo y dijo: —Adelante.

Draco abrió la puerta, y la respiración se atoró en su garganta. Hacía casi dos semanas que no
lo veía. Algunos días atrás había dejado de tomar la poción, así que hacía tiempo que no tenía
algo tangible que le recordara a él. Además de su adorable hogar, y su adorable madre, y sus
adorables sábanas.

Estaba otra vez sin uniforme. Camisa gris abotonada y pantalones negros. Se sonrojó ante el
recuerdo de la última vez que lo había visto, cuando no había estado usando nada de ropa. No
había olvidado el lunar encima de su hombro, ni la forma en que su piel se estremecía junto a
la suya.

Él se quedó de pie en el marco de la puerta, como si un hechizo le impidiera entrar. Pudo


notar que la mirada de él caía hasta la comisura de su boca, donde el moretón se había
curado.

—A mi madre le gustaría invitarte a cenar en el comedor esta noche.

Ella lo observó, esperando que dijera algo más. Que explicara por qué la había salvado
aquella noche, y no se había acercado desde entonces. Buscó en su rostro, pero sus rasgos no
revelaban nada. Todavía escondiéndose, entonces. Después de haberle succionado
frenéticamente el veneno de las venas con sus labios.

Apretó la mandíbula, la decepción se retorció en sus entrañas. —¿Y por qué no ha venido ella
entonces?

Él parpadeó, y bajó la mirada hacia la alfombra. —A mi madre le gustaría que yo te invite a


cenar en el comedor esta noche.
—Dile que muchas gracias, pero no—. Se volvió hacia el servicio de té. —Estaré
perfectamente feliz cenando en mi habitación esta noche.

Se llevó su taza de té al baño, y cerró la puerta tras de sí para despedirlo. Si quería que ella
cenara con él o le hablara, o… lo que sea, tendría que obligarla.

Contempló su pálido reflejo en el espejo y esperó que su temperamento y su corazón se


calmaran. Ya le había quedado claro que no le importaba. ¿Por qué tenía que hacerse
ilusiones?

Esperaba que ya se hubiese ido cuando salió, unos minutos después, y no encontrarlo
examinando los libros en sus estantes. Pero ahí estaba. Observó cómo sus dedos recorrían
uno de los lomos.

—Los has reorganizado—. La miró de reojo.

—Si—. Se aclaró la garganta, ignorando el aleteo en su estómago. —Estaban clasificados en


Muggles y Mágicos, y luego por género, y luego con algún extraño sistema que no descifré...

—Por fecha de publicación—, ofreció él.

Ella parpadeó ante su perfil. —Brontë estaba después de Joyce.

Él frunció el ceño. Giró la cabeza hacia el estante donde ella había reemplazado a Brontë en
orden alfabético por nombre de autor. Tomó el lomo verde musgo del estante y lo abrió en las
primeras páginas.

—Es una reedición. 1931—. Sus cejas se juntaron. —El original debe estar en la biblioteca.
Creí que estaba aquí.

Nadie mejor que Draco Malfoy para distraerla hablando elocuentemente de libros.

Ella se paró junto a su cama, mientras los dedos de él se deslizaban por la primera página de
Jane Eyre. —Eso te pasa por archivar cosas con magia—, le dijo, con remilgo.

La comisura de sus labios se crispó. Y se preguntó si acababa de hacer sonreír a Draco


Malfoy.

—Haré que te traigan el original.

Ella resopló. —No necesito el original.

Él tensó la mandíbula y asintió. Con la mirada fija en las estanterías, dijo: —¿Hay algo que sí
necesites?

Ella suspiró. No necesitaba nada más que su honestidad, pero suponía que podía complacerlo
por esta vez. Se había quedado.
Él esperó su respuesta, y ella miró a su alrededor, buscando algo que pudiera pedirle. Siguió
la mirada de él sobre los libros, mientras lo veía inclinar la cabeza y juguetear con el puño de
su manga.

—De hecho—, comenzó. —Hay una… La serie de Los Indeseables.

Sus ojos se volvieron hacia ella, grises y cálidos. La instaron a continuar.

—Encontré la edición para coleccionista en la biblioteca. Pero me preguntaba si había otros


que pudiera tomar para volverlos a leer.

—Puedes tomar esos—, dijo él, escudriñándola con los ojos.

—Oh, pero esos son...—. Buscó las palabras, intentando no mencionar el hecho de que había
leído la dedicatoria de Lance Gainsworth. —Parecían… privados.

Sus ojos titilaron, y arqueó las cejas cuando lo entendió. Tragó saliva y apartó la mirada.

—Tengo otra colección. Haré que las traigan a tu habitación.

—Gracias—, susurró, y se preguntó si el profundo suspiro que soltó se debía al recuerdo de


la última vez que ella le había agradecido, con una mano en su hombro desnudo y su sangre
manchando sus labios.

—¿Estás disfrutando de algún otro libro?— Preguntó, enfocando lejos sus ojos vidriosos.
Ella frunció el ceño ante la charla banal, pero él continuó: —¿Aprendiendo algo nuevo?

Sintió que su piel se tensaba.

Trucos Mentales Para Principiantes.

Estaban todos involucrados. Todos juntos.

Pero por supuesto que lo estaban. Hermione tragó saliva. Si las personas incorrectas
descubrieran la forma en que la trataban, ellos recibirían un castigo mucho más severo que el
suyo. Se preguntó si se podría confiar en que Bellatrix se guardara sus observaciones para sí
misma.

Respiró hondo y dijo: —Encontré varias cosas para leer. Pero parece que carezco de las
herramientas necesarias para una verdadera educación.

Seguramente ellos sabían que no podría lograr mucho sin magia. El juntó las cejas. Bajó la
mirada hacia el suelo, pensando, como solía hacer siempre en Aritmancia, cuando las
ecuaciones se volvían tediosas.

—Puedo investigar eso también—, dijo. Y ella supo que estaban danzando terriblemente
cerca del límite. Si él hubiera creído que era posible venir y decirlo directamente, ya le habría
hablado acerca de la Oclumancia.
Ella lo observó, sus ojos deslizándose por la estantería, las manos entrelazadas detrás de su
espalda. La camisa gris, tensa sobre sus clavículas. Y se preguntó, cuánto sabía Draco Malfoy
de Oclumancia. Ella estaba al tanto de que podía ser frío y cerrado; seguramente algo debía
saber. Pero, ¿tenía la habilidad suficiente para evitar que el Señor Tenebroso destrozara sus
recuerdos y sus pensamientos?

Él se volvió para mirarla, quebrando el flujo de su consciencia. —La cena es a las séis.

Arqueó una ceja. —Ya he dicho que no iré.

Él la miró con los ojos entornados. —Si te niegas a acompañarnos a mi madre y a mí en el


comedor, ella me cortará la cabeza.

Ella resopló, volviéndose hacia el servicio de té. —No veo de qué forma eso sea problema
mío.

Una pausa. —No puedo conseguirte tus libros si no tengo cabeza.

—Estoy segura de que Mippy sería igual de útil en esa especialidad. No te necesitaría en
absoluto—. Levantó la barbilla, desafiándolo a continuar, mientras las mejillas de él se teñían
de manchas rosadas.

Se acercó a la puerta y dijo: —Bueno, ten en cuenta que será Mippy quien prepare la cena de
esta noche, y estoy seguro de que estará menos dispuesta a obedecer tus órdenes si la
ofendes.

—¿Mippy es un elfo de cocina?— Preguntó, sorprendida.

—No—, dijo él, alcanzando el picaporte—. Solo le encanta cocinar.

Llegó a captar el inicio de una sonrisa en sus labios mientras se iba. Se volvió hacia su
guardarropas, y se preguntó qué se debería usar para cenar con los Malfoy.

~*~

A las 5:55 PM, bajó las escaleras de mármol y se dirigió hacia lo que ella pensaba que sería
el salón comedor. Narcissa se lo había señalado vagamente durante su primer día en la
Mansión, y ella lo había descartado, igual que todos los demás detalles del diseño de la
Mansión.

Las velas ardían tenues en el salón. Una mesa negra se extendía a lo largo del estrecho
comedor, sin vajilla ni centros de mesa. Había un zumbido de magia negra, como si estuviera
disuelto en las paredes.

¿La habían engañado? ¿No había cena después de todo?

Se estremeció, mientras sus ojos recorrían el cielo raso. No le gustaba este cuarto. Se sentía
como la muerte.

—Tenemos dos salones comedor.


Se dio vuelta y vio a Draco a diez pasos, parado en la esquina del pasillo que conducía a
alguna otra parte.

—Por supuesto que tienen dos—, murmuró. —Yo siempre llevo uno de repuesto también.

Sus ojos brillaron, y la comisura de su boca se crispó. —El comedor pequeño está en esta
dirección—. Le hizo un gesto para que lo siguiera, pero ella se quedó congelada.

Tenía que preguntar antes de irse. El olor de esta oscuridad se quedaría pegada en su ropa
como si fuera humo.

—¿Qué ha pasado aquí?— Dijo, y contempló el extenso salón, esperando una respuesta. —
Hay magia oscura.

Lo miró de reojo. Él estaba observando las paredes del cuarto como si pudiera ver dentro de
ellas. Como si se estuviera reproduciendo una escena frente a sus ojos.

Parpadeó, y su mirada encontró la suya. —Ya no usamos esta habitación.

Y ella supo que la conversación había terminado. O por lo menos se había puesto en pausa
por ahora. Él ladeó la cabeza para que ella lo siguiera, y desapareció a la vuelta de la esquina.

Lo siguió hasta otro cuarto en el primer piso, pasando la biblioteca, y pasando por una
hermosa vista del estanque y de la glorieta. Debían estar justo debajo de su habitación.

Él se detuvo en la entrada y le hizo un gesto para invitarla a pasar. Encontró a Narcissa en la


cabecera de una mesa de comedor más pequeña, aunque no menos grandiosa.

—Hermione, querida—, dijo con calidez. —Estoy tan complacida de que nos acompañes a
cenar—. Señaló la silla más inmediata a su izquierda.

Hermione asintió y se obligó a esbozar una sonrisa. Se abrió camino hasta la silla en cuestión,
y se sentó, observando a Draco hacer lo mismo al otro lado de la mesa. Maravilloso. Estaría
frente a él durante toda la cena, entonces.

—Estamos encantados de que te sientas lo suficientemente bien como para acompañarnos.


Hemos estado todos terriblemente preocupados, por supuesto. Algunos incluso más que
otros.

Hermione apartó los ojos del ceño fruncido de Draco, y se encontró con una sonrisa radiante
y una mirada astuta en el rostro de Narcissa.

—Gracias por invitarme—, ofreció débilmente, preguntándose qué clase de sutilezas sociales
necesitaría adoptar durante la siguiente hora.

Apenas Narcissa se había estirado para dar una palmadita en su mano, Lucius entró al salón y
se detuvo en seco al verla. Parpadeó lentamente y dijo: —¿Estás perdida?

Hermione lo acuchilló con la mirada, y Draco se puso rígido en su asiento.


—Silencio—, espetó Narcissa. —Yo la invité—. Se volvió hacia Hermione. —Tendrás que
perdonar a Lucius. Me temo que ha estado bajo mucho estrés últimamente—. Le dirigió una
mirada helada.

Lucius arqueó una ceja y separó la silla en la otra cabecera de la mesa. —Ella es una esclava,
no una invitada, Narcissa.

—Realmente no veo la diferencia—. Narcissa sacudió su servilleta y la colocó sobre su


regazo. —Mientras ella esté aquí, no hay razón para que deba quedarse encerrada en su
cuarto, con solo libros por compañía.

—Padre—, Draco interrumpió. Una advertencia en su tono.

Lucius le dirigió a su hijo una media reverencia sardónica antes de tomar su asiento. —Qué
agradable de tu parte acompañarnos hoy, Draco.

Hermione observó a uno y a otro, su mente a toda velocidad. Bellatrix resentía el trato que
tenían para con ella, y parecía ser que Lucius tampoco lo aprobaba. No era exagerado
imaginar que él no había estado de acuerdo con su estadía en primer lugar. Dio un salto
cuando Mippy apareció a su lado con una jarra.

—¿Vino, Señorita?

—Mippy—, murmuró Lucius, frunciendo el ceño. —Debes servir primero al Señor de la


Mansión.

Mippy bajó la mirada y se fue brincando hasta Lucius con el vino. Hermione vio a Narcissa
sonriendo contra su vaso de agua, y a Draco frotándose la frente, como si estuviera próximo a
un dolor de cabeza.

Se mantuvieron sentados en un denso silencio, mientras Mippy le servía vino a cada uno de
ellos. Hacía siglos que Hermione no tomaba una copa de vino. Aunque la razón le indicaba
que no debería beber entre personas que no podía confiar, también le decía que no sería capaz
de sobrevivir la presencia de Lucius durante una hora sin hacerlo.

—Hermione, querida—, dijo Narcissa, cuando Mippy desapareció. —¿Has tenido


oportunidad de visitar el invernadero del ala oeste? Es encantador en ésta época del año.

Ella se removió en su asiento. —Eh… No, no he tenido aún la oportunidad.

—Demasiado ocupada explorando el perímetro, supongo—, dijo Lucius, sonriendo con


frialdad.

Se sonrojó al enfrentar su mirada. —Si, bueno, supongo que soy de los que aprenden más de
forma práctica. No creo en todo lo que me dicen.

Lucius se inclinó hacia adelante lentamente, sin apartar la mirada. Hermione levantó la
barbilla. —¿Se encuentra terriblemente confinada en su situación, señorita Granger?—
Inclinó la cabeza. —¿Con su propio cuarto de estar, y paso libre por la Mansión? ¿Le hace
sentir un deseo febril de experimentar el mundo exterior?
—Es suficiente, Lucius—, dijo Narcissa con severidad. Él cedió después de un momento, se
recostó en la silla, con una sonrisa curvando sus labios.

Draco se aclaró la garganta y tomó un largo trago de su copa.

Afortunadamente llegó el primer plato, sus cazuelas se llenaron de sopa, y Mippy apareció
junto a Hermione otra vez.

—¡Es la favorita de Mippy! ¡Sopa de calabaza! ¡Mippy hace especialmente para la Señ—

—¿Planeas anunciar cada uno de los platos?— Dijo la voz acerada de Lucius.

—Lucius—, advirtió Narcissa. Se volvió hacia su elfo. —Gracias, Mippy.

Mippy se retorció una oreja y desapareció.

Hermione respiró profundo. Él se la haría aún más difícil en la medida en que ella
retrocediera. Apartó a un lado su enojo, y se fijó en la cuchara que había elegido Narcissa
para luego imitarla. Probó la sopa con toda la gracia que pudo reunir, y observó que cada uno
de los Malfoy se sentaba tan derecho como una baqueta, y sumergía las cucharas con la
misma elegancia y balance.

La sopa hizo desaparecer su mal humor, por lo menos de forma temporal. Era… para morirse.

Narcissa mantuvo bastante bien la conversación para alguien que no podía hablar de nada que
ocurriera fuera de la Mansión. Encontró maneras de incluir a las tres reacios participantes de
la cena, haciendo preguntas o comentando sobre sus actividades diarias.

Pero sin importar lo que Narcissa hiciera, no podía lograr que Draco se involucrara. Mientras
que Lucius tenía un comentario sarcástico para cada ocasión, Draco parecía lo más distante
como fuera posible.

—Bueno, resulta que me encanta caminar por los jardines por las mañanas—, dijo Narcissa a
Hermione, después de fallar una vez más en acoplar a su hijo. —Es tan tranquilo. Los
jardines realmente despiertan contigo.

—Granger ya fue a dar un paseo matutino, Madre—, llegó su voz cáustica. —Puedes dejar de
intentar vendérselo. La última vez casi muere.

Hermione levantó la mirada hacia Draco. La mano que sostenía la cuchara estaba inmóvil
mientras observaba a Narcissa, y sus rasgos estaban nublados por la irritación. Hermione
entrecerró los ojos.

Eso no habría sucedido si él hubiera sido más abierto con ella. Si no la hubiera mantenido en
la oscuridad desde el primer momento en que puso un pie en los pisos de mármol de la
Mansión.

—No lamento aquel “paseo” ni un poco. De hecho, fue bastante informativo—, dijo con
agudeza. Los ojos de Draco se dispararon en su dirección. —Por cierto, me gustaría volver a
tener acceso a mi balcón.
Lucius murmuró: —Tu balcón...—

Narcissa levantó su copa de vino y desapareció detrás del borde.

—¿Y por qué te lo daría, dada tu afición por auto lesionarte?— Dijo Draco, dándose una
palmadita en la boca con la servilleta.

Hermione cuadró los hombros. —La probabilidad de morir por una caída de tres pisos es tan
baja...—

Él endureció la mirada. —Conociéndote, encontrarías la forma de hacerlo.

—Bueno, apenas veo la diferencia—, dijo ella, sintiendo que su sangre palpitaba. —Tengo
tanta probabilidad de ser lesionada dentro de mi habitación como fuera de ella.

Sintió que el aire de la habitación se tensaba, como una cuerda, vibrante. El ojo de Draco se
crispó. Respiró hondo, pero nada salió de sus labios.

Ella vio a Lucius arquear una ceja sobre su copa de vino, y luego la mirada fija de Narcissa
en el plato vacío de sopa, luciendo extrañamente perdida ante el recuerdo de la repentina
aparición de su hermana en la Mansión.

—Eso no volverá a suceder—, susurró Draco. La miró fijamente, sus ojos eran intensos y
ardientes. —Ha sido desterrada de la propiedad.

Hermione parpadeó, aturdida. Draco separó los labios para continuar--

Se sacudió, y soltó un grito ahogado de dolor. La cuchara resonó en el cuenco vacío. Se puso
de pie, empujando la silla hacia atrás con un chirrido.

Lucius estaba también de pie, frotando su antebrazo.

—Tenemos que irnos.

Caminó rápidamente hacia Narcissa, y depositó un beso en su mejilla antes de deslizarse


fuera del salón. Draco besó a su madre, deslizó la mirada hacia Hermione, y siguió a su
padre.

Habían sido convocados. Abruptamente. Posiblemente un reflejo del humor de Voldemort.

Varios segundos después de que se hubieran ido, Hermione recordó que tenía que volver a
respirar. Se le retorció el estómago, incluso a sabiendas de que debería alegrarse si había
pasado algo malo.

Narcissa cruzó las manos sobre la mesa, y apretó los labios. Hermione esperó, sin atreverse a
hablar.

—Así era antes—, dijo Narcissa, con voz baja y sombría. —Él se iba, y yo me preguntaba
cuándo volvería a verlo—. Se llevó los dedos a la boca y dijo, —Y ahora son los dos.
Hermione se quedó sentada, quieta como una estatua. Observó la silla vacía de Draco,
pensando en sus amigos desaparecidos.

Narcissa se volvió hacia ella. —¿Tus padres están a salvo?— Estiró una mano y tomó la de
Hermione. —Nunca supe cómo preguntarte acerca de ellos.

Hermione tragó saliva, las lágrimas hicieron fuerza detrás de sus ojos. —Si—, consiguió
decir. —Están a salvo. Están lejos.

Narcissa asintió, y sus ojos volvieron al cuenco de sopa vacío de Draco.

Se quedaron así hasta que Mippy llegó para anunciar el siguiente plato.

~*~

Antes de acostarse, Hermione encontró los siete libros de Gainsworth en su mesita de noche.
Sintió algo parecido a la culpa apenas los vio, pero la descartó y se permitió a sí misma
perderse en sus páginas. Leyó el primero antes de quedarse dormida. Esa noche, soñó con su
historia favorita, en lugar de sus típicas pesadillas donde Harry y Luna se escurrían entre sus
dedos y caían en algún lugar lejos de su alcance.

Despertó tarde a la mañana siguiente. Eran pasadas las nueve cuando finalmente intentó: —
¿Mippy?

No pasó nada. Juntó las cejas.

A las nueve y veinte sonó un golpe en la puerta. La abrió y encontró a Remmy, con el ceño
fruncido y la bandeja del desayuno.

—Hola.

Remmy no dijo nada, pero envió la bandeja a su mesa auxiliar.

—¿Me acompañará la Señora Malfoy hoy?— Preguntó Hermione.

—La Señora no está.

Parpadeó. —Oh, ¿se ha ido?

Remmy asintió, arrugando el rostro con una profunda pena, la mayor emoción que Hermione
había visto en un elfo.

—El Amo Malfoy está herido.

Hermione sintió que la sangre se agolpaba en sus oídos.

—¿Cuál Amo Malfoy?— Preguntó.

Remmy frunció el entrecejo con los ojos llorosos. —El Amo Draco.

Tragó saliva y bajó la mirada hacia su brazo, esperando… algo.


—Gracias, Remmy.

Remmy abandonó el cuarto. Y Hermione se quedó mirando la puerta cerrada.

Draco estaba herido. Y era lo suficientemente serio como para que Narcissa se fuera para
estar con él.

Observó la bandeja del desayuno, preguntándose qué pasaría con ella si Draco moría. Seguro
si hubiera sucedido, ¿el tatuaje le habría avisado?

Un repentino e inexplicable terror se apoderó de sus costillas, una presión tan abrumadora
que se descubrió respirando con dificultad. Cerró los ojos con fuerza y se concentró en la
meditación que había estado practicando hasta que se le pasó.

Se recostó contra la estantería de libros, saboreando el sentimiento de la madera contra su


espalda, y miró por las ventanas.

Si Draco moría, ¿tendría que volver con Dolohov?

Se obligó a respirar.

Intentó encontrar una pizca de alegría en la idea de que hubiera habido algún tipo de victoria
para la rebelión, pero fracasó. La culpa se retorcía con fuerza en sus entrañas, mientras
esperaba las noticias sobre la salud de Draco, y observaba como el sol subía cada vez más en
el cielo, y luego comenzaba nuevamente a caer.

La recorrió un escalofrío al darse cuenta de que estaba sola en la Mansión Malfoy por tiempo
indefinido, sin varita, con nada más que los elfos como compañía.

Chapter End Notes

Nota de Traductor

Bueno... ¿Qué me cuentan?

Hemos llegado a los 10 capítulos.

No se preocupen que la historia está traducida por completo, pero como soy nueva en
esto, y mi internet no es de lo mejor, me lleva mucho tiempo subir cada capítulo, así que
calculo que subiré unos 10 por día.
Espero que hasta aquí lo hayan disfrutado tanto como yo disfruté hacerlo. ¡Estoy muy
contenta de que esto vea la luz!

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.

Con amor, niñita.


Chapter 11
Chapter Notes

Nota de Autor

Y ESTAMOS DE REGRESO. Mucho amor a mis apretones principales SaintDionysus y


raven_maiden.

Ahora hay un grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y la serie Correctos e


Incorrectos bajo el nombre de Rights and Wrongs. Ven a discutir sobre calcetines con
nosotros.

See the end of the chapter for more notes

Hacía casi una semana que Hermione estaba sola en la Mansión, y al parecer ya había
explorado cada centímetro de ella. Mantenía la mente ocupada catalogando cada habitación,
buscando pistas o posibles armas. A medida que pasaban los días, se daba cuenta que no
podía aferrarse a la esperanza de que los próximos rostros que viera fueran los de los Malfoy.

Hermione llevaba el libro de Oclumancia al invernadero cada mañana, respiraba el aroma de


las plantas y perfeccionaba sus habilidades de meditación. Por la noche, los pasillos parecían
crujir por la antigüedad de la Mansión, así que Hermione se quedaba en su cuarto una vez
que el sol se ponía. Tomaba sus comidas allí, y nadie parecía estar más feliz por eso que
Remmy, que parecía disfrutar de ver a Hermione lo menos posible.

A los dos días de estar sola, Hermione había descubierto las cocinas. Tres elfos estaban
trabajando a la par de Remmy, limpiando y haciendo la cena para nadie.

—Hola.

Cuatro pares de manos hicieron una pausa, y cuatro pares de ojos, en distintos tonos de
violeta y verde, giraron hacia ella.

Se aclaró la garganta. —Soy Hermione.

Remmy se acercó a ella con el ceño fruncido. —¿La Señorita tiene hambre? ¿Otra vez?

—Eh, no—. Intentó una sonrisa. —Solo quería presentarme. Y conocerlos a todos—.
Seguramente los elfos tenían información sobre la mayoría de los secretos de la familia
Malfoy. Nunca era mala idea hacerse amigo de un elfo.

Ellos la observaron. Había silencio, excepto por el sonido de los cuchillos mágicos cortando
vegetales. El más cercano a ella era el elfo que le había llevado el té la primera noche.
—Hola de nuevo—. Trinó Hermione. —Peach, ¿no es así?

El elfo de mayor edad frunció el ceño y dijo: —Plumb*.

—Ah. Si—. Sintió que le subía calor por el cuello.

Los elfos se miraron el uno al otro.

—¿La Señorita quiere cenar ahora?— Remmy la fulminó con la mirada.

—No, no—. Intentó apoyarse con actitud despreocupada contra el respaldo de una pequeña
silla de elfo, pero se volvió a enderezar. —Eh, ¿cuánto hace que llevan trabajando para los
Malfoy?

—Plumb nació aquí.

—¿Si?— Sus cejas dieron un salto, y observó a Plumb. —¡Así que mucho tiempo! He leído
que los elfos domésticos pueden vivir hasta casi doscientos años.

Plumb frunció el entrecejo. —Plumb tiene cuarenta y séis.

—Claro—. Se sonrojó. —Bueno, ¡entonces todos ustedes deben recordar a Dobby! Era un
querido amigo mío.

El elfo del fondo dejó escapar un gruñido, y la expresión de Remmy no cambió. Al parecer,
mencionar ese nombre allí no aumentaría su popularidad.

—Por favor, continúen—. Señaló vagamente su trabajo. —Solo quería visitar. Tal vez charlar
un poco.

Todos la miraron. Los cuchillos dejaron de cortar. Ella abrió la boca, y luego la cerró.

—Si, está bien. Tomaré la cena ahora.

Así que ese día cenó a las dos de la tarde.

Más tarde ese día, había vuelto a recorrer el camino hacia el estudio de Lucius; aunque estaba
convencida de que todavía estaría bloqueado, se conformaba con intentar. El picaporte giró
debajo de sus dedos y, para su sorpresa, fue capaz abrir completamente la puerta de un
empujón. Presionó la barrera con su mano; todavía bloqueada.

Contempló la habitación en penumbra, la ventana detrás del escritorio proyectaba las sombras
del atardecer. Al distinguir un Falsoscopio en un estante, Hermione se quedó mirándolo para
ver si su rostro se aclaraba y tomaba forma en la superficie borrosa. Las siluetas se movían y
pasaban por el vacío, pero el artefacto no la reconocía a ella como enemiga. Interesante,
considerando que estaba ahí fisgoneando.

Apoyó la cabeza contra la barrera invisible, y la inclinó hacia un lado para ver las paredes
interiores. Le picaron los dedos al ver una serie de estanterías con libros alineadas en la pared
de la izquierda. ¿No sería interesante ver los libros que Lucius Malfoy mantenía a su
disposición, lejos de la biblioteca?

Después de diez minutos entrecerrando los ojos para ver los títulos del estante, se encaminó
hacia la biblioteca, lista para abordar uno de sus tantos problemas. Repasó las preguntas que
tenía, las ordenó en prioridades, e intentó encontrar soluciones viables.

La pregunta más urgente dependía de la salud de Draco. Si él moría, ¿qué pasaría con ella?
Confiaba en la amabilidad de Narcissa en las circunstancias actuales, pero no estaba segura
de su alcance. Si ya no podría vivir en la Mansión Malfoy, ¿a dónde la enviarían?

¿Volverían a subastarla?

Abrió las puertas de la biblioteca, haciendo a un lado la fugaz esperanza nostálgica de


encontrar a Draco entre los estantes, dándose vuelta hacia ella con una ceja arqueada.

Con las manos en las caderas, frente a una gran biblioteca enteramente a su disposición,
Hermione ordenó sus prioridades.

Que ella supiera, no existía ningún antecedente de la Subasta, así que sería inútil buscar la
normativa establecida ante la muerte de un comprador. Archivó esa pregunta, incapaz de
contestarla.

Horrocruxes, tatuajes o supresores. ¿En qué se enfocaría hoy? Un pensamiento oscuro se


apoderó de ella mientras sus ojos recorrían los estantes. ¿Algo de esto importaba? Ya
perdieron. Tú perdiste.

Apretó los labios. Respiró hondo.

Supresores de magia. Eso es lo que debería investigar hoy.

Ignorando los riesgos, se volvió hacia el catálogo de la biblioteca y dijo: —Muéstrame libros
acerca de supresión de magia—. Y añadió: —Por favor.

Se escuchó un sonido escalofriante desde los estantes, y vio que unos cuantos libros salían de
sus hogares y flotaban por los pasillos.

—De acuerdo—, dijo. —De vuelta al trabajo.

~*~

Estudió hasta bien entrada la noche, esparciendo libros por la larga mesa y garabateando
apuntes. Con los tres Malfoy ausentes, esa sería tal vez la única ocasión en que no tendría que
preocuparse por ser descubierta en la Mansión. Investigar la poción supresora era la opción
más obvia para ella. Sería más fácil escapar teniendo su magia de vuelta, una vez que
encontrara una solución para el tatuaje. Y si la atrapaban, tener una curiosidad académica
acerca de la poción supresora no era motivo suficiente para ser asesinada.

Con suerte.
Existían muchas hierbas y polvos de piedras que podían alejar espíritus malignos, pero no
podía saber las combinaciones exactas a menos que las pudiera deconstruir en un laboratorio
de pociones. Necesitaba un vial de la poción mentolada. Y un caldero. Hermione escribió una
lista con los ingredientes y se la guardó en un bolsillo.

Por la mañana regresó a las cocinas. Los elfos las miraron por encima de sus tareas de lavado.
Remmy casi pone los ojos en blanco.

—¿La Señorita tiene hambre?

—No, gracias—. Sonrió. —¿Sería posible una taza de té?

Plumb saltó de su asiento retorciéndose las manos. —¿La Señorita llamó a Plumb? ¡Plumb
no escuchó!

—No, no. No llamé—. Agitó las manos, intentando evitar que Plumb se golpeara la cabeza
contra la tetera. —Solo que iba a venir de visita, y pedirte que lo hagas aquí.

Donde puedo observarte.

Plumb puso manos a la obra, y encendió el fuego debajo de la tetera.

—Tomaré el azúcar por ti—, dijo, dirigiéndose hacia los estantes. Abrió las puertas de los
gabinetes y los revisó en busca de pociones que estuvieran a mano para echarle al té.

—¿A la Señorita no le gusta como hace Plumb?

Giró, y vio al elfo de cuarenta y séis años con los ojos llorosos y las manos entrelazadas.

—Eh, no. ¡Solo quería ayudarte!— Abrió otro gabinete, sin encontrar nada incriminador.

—¿La Señorita quiere azúcar? ¿Sin miel?

Sus manos se congelaron. La miel.

Se volvió hacia Plumb. Remmy estaba detrás, frunciendo los labios con astucia.

—Estaba pensando, tal vez dejaré la miel—, probó, observando la expresión de Remmy. Si
les habían ordenado darle miel, mezclada con el supresor, entonces entrarían en pánico.

—¡¿La Señorita odia la miel?!— Una lágrima se deslizó por las mejillas temblorosas de
Plumb. —¡Pero Plumb le ha estado dando miel a la Señorita durante semanas!

Hermione abrió los ojos, no estaba preparada para el drama de los elfos domésticos. —¡No!
No, me gusta la miel. ¡Me gusta mucho!

Dos lágrimas más cayeron de los ojos violetas de Plumb. —Hago té con miel para la Señorita
y para el Amo Draco. ¿El Amo Draco la odia también?
Hermione frunció el ceño. Draco. Sí. El supresor no podía estar en la miel. A menos que
hubiera una especial, solo para ella...

—¿Tendrás una miel distinta?— Preguntó Hermione, con la mente a toda máquina.

—¿LA MIEL SE HA PUESTO MALA?

Remmy resopló y dio un paso al frente, con una mano encima del agitado hombro de Plumb.
—Solo tenemos una miel. Plumb le está dando tres cucharadas de miel a la Señorita y al Amo
Draco. ¿La Señorita quiere una diferente?

Plumb estaba sollozando de manera incontrolable entre sus manos. La culpa se hundió como
plomo en el estómago de Hermione. No había forma de ganar. Se arrodilló frente al elfo de
ojos violetas y retiró gentilmente sus manos del rostro lloroso.

—¿Plumb? Me gustaría mucho una taza de té con tres cucharadas de miel. ¿Serías tan amable
de ayudarme con eso?

Plumb asintió con tanta violencia que sus pequeñas orejas aletearon contra el rostro de
Hermione. Corrió a buscar la tetera, y Hermione enfrentó el ceño fruncido de Remmy.

—¿Ha habido alguna noticia acerca del Amo Dr… Eh, de Draco? ¿Alguna idea de cuándo
estarán de regreso?

El ceño fruncido se derritió en el rostro de Remmy, y comenzó a temblar, aguantando las


lágrimas. —No. El Amo Draco está muy herido.

Hermione tragó saliva, sintiendo el pulso en sus oídos. —¿Qué pasó? ¿Te lo han dicho?

—No—, dijo Remmy con tristeza, negando con la cabeza. —Solo sabemos por esto—.
Señaló el pequeño mostrador, y Hermione se sorprendió al ver un ejemplar del Profeta.

Se acercó y vio una foto del castillo de Dover, ardiendo hasta los cimientos.

REBELIÓN APLASTADA EN DOVER - por Rita Skeeter

Levantó el diario de un tirón, escudriñando con los ojos, su corazón palpitó con fuerza.

¡El Señor Tenebroso vuelve a triunfar!

Una pequeña rebelión, liderada por insurgentes y simpatizantes de la Vieja Orden, estalló en
el Castillo de Dover el lunes por la noche. La playa rocosa de Dover le proporcionó una
escasa cobertura a los rebeldes, cuando las fuerzas del Señor Tenebroso se reunieron y
derrotaron a sus enemigos.

Hermione salió corriendo de la cocina a trompicones, tragando la información, y se precipitó


en busca de aire fresco. Empujó las puertas delanteras de la Mansión, jadeando ante la brisa
matutina, y se apoyó contra el muro exterior. Sentía el pecho tenso, y sus dedos temblaron al
seguir leyendo.
Las bajas entre los Mortífagos fueron escasas en la escaramuza del lunes, pero fueron
considerables para los rebeldes, que se apresuraron a volver a su madriguera con la cola
entre las patas.

A raíz de las nueva Legislación de Aparición/Salida al Mar, los rebeldes, liderados por el
Indeseable No. 1 George Weasley, intentaron cruzar el Estrecho de Dover en bote, para
esquivar el límite de Aparición por medios no-mágicos. El recientemente promovido General
Lucius Malfoy fue el primero en la escena, cortando sin piedad el suministro del bote y
eliminando varios de los rostros esenciales de la rebelión en el proceso, incluyendo al
hermano mayor del líder de la rebelión, Charlie Weasley.

Hermione apartó la vista de las palabras, y las hojas se arrugaron entre sus dedos, intentando
ordenar el remolino de pensamientos.

Charlie estaba muerto.

Lucius lo había matado.

Habían límites de Aparición, la habían limitado al interior del Reino Unido. Aunque no era
frecuente aparecerse de un país a otro y a través de grandes masas de agua, tampoco era algo
inaudito. Una persona con magia excepcionalmente poderosa podía hacerlo. Pero si hubieran
limitaciones mágicas, sería increíblemente difícil salir.

¿Lo que planeaban los miembros restantes de la Orden era escapar? ¿Sin presentar batalla?
¿Los gobiernos mágicos de otros países estaban aceptando refugiados? ¿Qué tenía para decir
MACUSA acerca de todo esto? Siempre tenían algo para decir...

Si Voldemort había dejado al Reino Unido sin salida al mar, ¿quería decir que no había
expandido su gobierno?

El recientemente promovido General Lucius Malfoy.

George era el Indeseable No.1 y Lucius había asesinado a Charlie Weasley.

Apoyó una mano en el muro exterior de la Mansión, sintiendo el aire tirar con fuerza de sus
pulmones.

Había cenado con él hacía tan solo unos días. Él la había seguido colina abajo, y la había
cargado en sus brazos como a un niño, llevándola de regreso a un lugar seguro.

El apuesto rostro de Charlie apareció en sus recuerdos con una sonrisa. En algún momento
ella se había hincado en el suelo, y sus rodillas se estaban clavando en los guijarros ásperos y
en las piedras. Se enfocó en el dolor para obligarse a respirar.

¿Cuántos otros habían muerto? El artículo solo mencionaba a Charlie.

Y a pesar de todo, las palabras “escasas bajas entre los Mortífagos” cruzaron ante sus ojos
como una tira de película. ¿Era Draco una de las “escasas bajas”?
Respiró con dificultad y levantó el rostro hacia el cielo, dejando que los rayos del sol
derritieran el pánico helado que sentía. Unos momentos después, una taza de té humeante
apareció a su lado. Se sentó y tomó un sorbo, con dedos temblorosos, y observó el sol
arrastrándose sobre las copas de los árboles. A pesar de la conmoción y el dolor, más allá del
miedo y la incertidumbre, trajo hacia el frente un pensamiento y enfocó toda su rabia contra
él.

La maldita Rita Skeeter estaba sana y salva, y escribiendo para el Profeta.

~*~

Dedicó el resto del día a explorar los terrenos. Los paseos y la meditación no lograron disipar
el horrible terror en su estómago, así que volvió a buscar la barrera de protección, y estiró el
brazo para probar el tatuaje. Le dio una sacudida desagradable, pero no realmente dolorosa.
Caminó por el perímetro, probando pasar el brazo por diferentes puntos hasta que sus dedos
se entumecieron y sus pensamientos se apaciguaron. La misma barrera por la que había caído
hacía algunas semanas permitía que pasaran sus piernas, su cabeza y el otro brazo, pero no el
brazo del tatuaje.

Era seguro decir que, si se cortara el brazo, podría salir de allí con vida. Aunque los Malfoy
no tenían ninguna herramienta que pudiera ayudarla con eso.

Estaba anocheciendo cuando finalmente se retiró al ala este, doblando las esquinas en puntas
de pie, siempre alerta a los intrusos y a los residentes.

Le habían dicho que Bellatrix había sido desterrada de la propiedad, pero ¿qué significaba
eso exactamente? ¿Había sido desterrada verbalmente? ¿O Mágicamente? Sin un Malfoy en
el territorio, ¿podría recuperar el acceso?

La idea de Bellatrix volviendo a buscarla la congeló en seco. Draco no vendría corriendo por
ella esta vez.

En calzoncillos y medias, sonrió, y el nudo de su estomago se aflojó.

Hizo una pausa, y miró la puerta en la cima de las escaleras de su corredor. Nunca se había
puesto a pensar en dónde estaría el cuarto de Draco; se contentaba con no haber sido
arrastrada hacia allí, y sujetada a la cama durante la primer semana. Pero si él había estado
con su ropa de dormir cuando la escuchó gritar, ciertamente tenía que estar cerca.

Ya había revisado los cuartos de ese piso, y ninguno parecía pertenecer a Draco Malfoy. Tal
vez tenía que buscarlo con la intención en su mente.

Extendió una mano hacia el primer picaporte, pero se detuvo.

Narcissa le había dicho que la Mansión estaba abierta para ella; solo tenía que respetar los
aposentos personales.

Pero Narcissa no estaba allí. Y Hermione debía recordar que era una prisionera de guerra
vestida con ropa de huésped.
Probó la puerta, el picaporte giró bajo sus dedos. Un cuarto de huéspedes, limpio e
inhabitado, más pequeño que el suyo. Ya había encontrado este antes, y ya lo había revisado
en busca de armas y salidas.

Revisó cada uno de los cuartos del andar, y no encontró nada. Frunció el ceño hacia su propia
puerta a varios pasos de distancia, y se preguntó si Draco habría estado justo pasando por allí
aquella noche. Si tal vez había pensado en venir a ver cómo estaba.

Suspiró y se resignó a buscar en las otras alas de la Mansión por la mañana; cuando se estaba
volviendo para irse a la cama, pasó frente a una puerta de madera tallada junto a la suya.
Algo brilló, atrapando la luz, y se detuvo bruscamente, al ver un dragón que le guiñaba un ojo
de esmeralda.

Ella parpadeó en respuesta. Esa puerta no había estado ayer cuando había buscado. Y estaba
segura de haber revisado los cuartos que estaban junto al suyo hacía un momento.

Un Hechizo No-Me-Notes. No habría podido encontrar esta habitación a menos que la


estuviera buscando, o ya supiera que estaba allí.

Sus dedos aferraron el pomo de latón frío y lo giraron. El dragón la miró fijamente.

Era indudablemente el cuarto de Draco Malfoy. No había discusión al respecto. Verdes y


grises y plateados. Un escudo de Slytherin en la pared frente a ella. Una cama de cuatro
postes, de madera oscura, con cortinas de dosel color verde. Estanterías con libros, aunque no
tantas como en su cuarto.

Desde la entrada, Hermione se dio cuenta de que su cuarto era más grande que este. Aunque
la suite de Draco ocupaba una esquina, la suya parecía como si hubieran combinado dos
cuartos pequeños.

Las puertas del balcón la llamaron, y cruzó el cuarto en dos zancadas, abrió las puertas y salió
al frío aire nocturno.

Sin barrera de protección.

No importaba realmente. No iba a arrojarse de un balcón de tres pisos, y no necesitaba


treparse para escapar, podía salir caminando por la puerta principal.

Se acercó al borde del balcón, aferró la baranda de piedra, y se inclinó para ver la hierba y la
vegetación bajo la luz de la luna. Cuando él regresara, le pediría amablemente el acceso a su
propio balcón. Era hermoso a la luz de la luna.

Si es que regresaba.

Se le contrajo el pecho, tragó en seco.

Volvió la mirada hacia su balcón, y se dio cuenta de lo cerca que estaba la baranda a la suya.
Lo cerca que estaba el cuarto de él al suyo. Draco Malfoy la había instalado en una suite tan
cercana a él como era físicamente posible, y, así y todo, no le había puesto un dedo encima
con maldad.
¿Por qué?

Se movió por la habitación de nuevo, posando su atención en los estantes, en los adornos,
buscando respuestas.

Había una estatua tallada de un dragón junto a una fotografía enmarcada de Draco, Crabbe y
Goyle. Ningún objeto le proporcionaba información.

Se acercó a las cortinas, y se dejó llevar por el impulso de arrastrar sus dedos a lo largo de la
tela. La cama estaba hecha, pero algo le decía que no eran los elfos los que la dejaban así de
tirante. Abrió los cajones de la mesita de noche, sin encontrar más que chocolates,
pergamino, un pañuelo y algunas chucherías. La estantería más cercana a la cama estaba llena
de títulos conocidos, y dejó que sus manos recorrieran los libros que él había escogido para
tener cerca, sin dejar de notar un visible hueco donde entrarían perfectamente siete libros...

El baño tenía una bañera similar a la suya, encimeras ordenadas, y un espejo en el que se lo
podía imaginar, peinándose el cabello hacia atrás con gel, o dejándolo suelto.

Después de vacilar por medio segundo, abrió los cajones y encontró precisamente el gel y el
peine en cuestión. Examinó sus productos, algunos tenían nombres franceses y lucían
costosos. Podía imaginárselo allí, saliendo de la bañera, envolviéndose en toallas lujosas,
cuidando de su pálida tez con las cremas y los productos de los cajones. Su sonrisa se
desvaneció en el reflejo al preguntarse si alguna vez volvería a llevar a cabo esos rituales. Se
precipitó a salir del baño, y negó con la cabeza, ahogando el miedo y la incertidumbre.

Las llamas ardían tenues en la chimenea, y buscó los polvos Flu apenas por un minuto antes
de darse por vencida; no estaba segura de que el tatuaje la dejaría salir por allí.

Abrió las puertas del guardarropa y encontró un amplio espacio para todos los negros, grises
y cobaltos de Draco Malfoy. Una sonrisa satisfecha se dibujó en sus labios y pasó sus dedos
por encima de las camisas, preguntándose cómo se vería de rosa, o de anaranjado. Tenía una
túnica de Mortífago colgada frente a su antiguo uniforme de Hogwarts. Revisó los bolsillos
en busca de algo interesante, pero no encontró nada.

Aunque husmear en sus cajones era una clara violación a su privacidad, y expresamente en
contra de lo que Narcissa le había pedido, tenía problemas más grandes de los que
preocuparse. Hizo a un lado la culpa y abrió el siguiente cajón.

Encima de otros, grises y negros, yacía el sweater azul que había usado hacía algunas
semanas, mientras bebía té frío en su cuarto, y ella se recuperaba de haber sido electrocutada.
Era suave.

Abrió los cajones junto a la pared, y se sonrojó al encontrar sus calzoncillos. Negros. Por
supuesto. El siguiente cajón estaba lleno de calcetines. Una excesiva cantidad de calcetines.
Puso los ojos en blanco.

El último cajón tenía juegos de sábanas y una caja negra de zapatos. Sacó la tapa y su propio
rostro le devolvió la mirada.
Sus dedos se congelaron. Su corazón se detuvo. Un escalofrío le recorrió los hombros y le
bajó por la espalda.

NACIDOS DE MUGGLES BUSCADOS PARA INTERROGATORIO.

Era el artículo impreso de cuando ella estaba prófuga el año pasado, donde la Comisión para
el Registro de los Nacidos de Muggles la señalaba como prioridad.

Observó su propia imágen darse vuelta; habían usado una antigua foto de la noche en el
Departamento de Misterios que la prensa había tomado al llegar. Ella estaba cubierta de
sangre, sudor y mugre. Se veía salvaje.

Su cabeza daba vueltas, intentó enfocarse.

Había un cajón en el cuarto de Draco Malfoy que contenía una caja de zapatos. Adentro de
esa caja de zapatos, había una foto suya.

Apretó la tapa de la caja entre los dedos, intentando encontrar el sentido de todo aquello.

Había otro recorte de diario debajo. Lo tomó con una mano temblorosa.

—¿La Señorita necesita algo?

Dio un salto y su cabeza se estampó contra la parte superior del armario. Se volteó para ver a
un corpulento elfo en la puerta del guardarropa sosteniendo un juego de sábanas.

—Eh, no. Yo solo...— tartamudeó, cerrando rápidamente la caja y el armario. El elfo la miró
fijamente, esperando una respuesta. Hermione se concentró en las sábanas. —¿Ya volvieron?

El pequeño elfo regordete bajó la mirada con tristeza. —No. Mippy le ha pedido a Boppy que
traiga sábanas limpias.

Ella se puso de pie. —¿Mippy está aquí?

Boppy negó con la cabeza de nuevo. —Solo llama a Boppy.

—¿Los has visto?— Preguntó, de repente desesperada. —¿Se está recuperando? ¿O…?

—Boppy solo ve a Mippy. El Señor y la Señora están detrás de una puerta.

—¿Qué puerta? ¿Dónde?

Él levantó la mirada, con los ojos llorosos. —Boppy no puede decir. Boppy solo viene a
cambiar las sábanas—. Giró sobre sus talones, vestido con su pequeña funda de almohada, y
dijo. —¿La Señorita necesita ayuda con algo?

Hermione apretó los labios, dándole vueltas a toda la información nueva en su cabeza. —No,
no. Yo solo… regresaré. A mi cuarto, digo.
Le dedicó una sonrisa forzada a Boppy al salir; dobló a la izquierda y se precipitó a entrar en
su cuarto y apoyarse contra la puerta. Era más grande que la de Draco. Atravesó el marco que
separaba el área de la cama de su sala de estar. Habían sido dos habitaciones, y alguien había
derribado la pared que había entre ellas.

Parpadeó, organizando las ideas en su mente.

Había un cajón en el cuarto de Draco Malfoy que contenía una caja de zapatos. Adentro de
esa caja de zapatos, había una foto suya.

Un artículo de diario, se corrigió. De hacía casi un año. Que la señalaba a ella como una
mujer buscada.

Miró hacia el lago a través de la enorme ventana, buscando en su mente lo que recordaba de
aquel artículo. Lupin le había contado acerca de la Comisión para el Registro de los Nacidos
de Muggles el año pasado, antes de que fueran a buscar los Horrocruxes. El artículo había
anunciado su importancia. Le había dicho al mundo que estaba en búsqueda y captura, y que
aquel que la entregara sería considerado en alta estima, e incluso posiblemente se le pagaría
con generosidad.

Y Draco Malfoy tenía una copia escondida en su cuarto, ubicado donde uno guardaría
baratijas y recuerdos con valor sentimental.

Sentía la madera fría de la puerta contra su espalda calmando su piel acalorada. Contó sus
dedos, contó sus respiraciones, contó los árboles que podía ver a la distancia. Apartó a un
lado la ansiedad de haber sido atrapada husmeando. Apartó a un lado la preocupación por una
puerta, detrás de la cual Narcissa y Lucius estaban velando por su hijo.

Apartó a un lado la sensación de familiaridad. El recuerdo de haber cortado un artículo del


Profeta que lo mostraba a él, con su sonrisa afectada y sus ojos grises, brillando en la
impresión en blanco y negro, y haberlo guardado en su baúl de Hogwarts.

Porque ahora estaban en guerra. Y en la guerra no había lugar para sus fantasías infantiles.

Así que, ¿qué ganarían los Malfoy al comprarla en la Subasta? Ella era valiosa, por supuesto.
Para los dos bandos y por diferentes razones. Su propósito había sido servido para los
Mortífagos: entretenimiento, humillación, un símbolo de esperanza reducido a meretriz. Pero
para la Orden… todavía era increíblemente valiosa. ¿Sería posible que los Malfoy se
estuvieran preparando para jugar para ambos bandos en esta guerra?

La amabilidad de Narcissa, la información de Lucius, la preocupación de Draco por ella.

Querían que aprendiera Oclumancia. La querían viva, ilesa e intacta. Querían que actuara su
papel cuando Voldemort los visitaba.

Pero no estaban jugando a dos bandos, se recordó. Lucius Malfoy había asesinado docenas en
el Castillo de Dover, incluyendo a Charlie. Negó con la cabeza, y embistió la puerta con el
cráneo, volviéndose a enfocar. Intentó pensar como pensaría Lucius Malfoy.
Si los Mortífagos caían, y la Orden se volvía a levantar, ¿esperarían que ella testificara por la
manera en que la habían tratado?

Su rostro impreso, escondido en un cajón, como si fuera una posesión preciada. Incluso
ahora, estaba escondida en una suite, en una fortaleza, a salvo, como la foto en el cajón.

Se decidió por un pensamiento, haciendo desaparecer el resto de las preocupaciones sobre


supresores mágicos y tatuajes y Horrocruxes, hasta que la mezcla burbujeó, y las nuevas
preguntas reflotaron en el caldero de su mente.

¿Cuánto hacía que los Malfoy habían planeado esto para ella? ¿Y qué esperaban que ella
hiciera por ellos?

~*~

A la mañana siguiente, la puerta de Draco estaba cerrada. Puso los ojos en blanco.

—Por supuesto—, susurró para sí misma.

Se preguntó si sería verdad que Boppy necesitaba traer sábanas limpias.

Intentó abrir la puerta del cuarto de Draco cada día por resto de la semana. Cuando veía que
no cedía, bajaba las escaleras para probar el estudio de Lucius. Buscó el cuarto de Narcissa y
Lucius en la otra ala, pero se sentía menos inclinada a invadir el espacio personal de
Narcissa.

El séptimo día de su ausencia, se olvidó de las precauciones y comenzó a releer el libro sobre
Horrocruxes. No había nada nuevo. Ya conocía todas las fases para la creación de un
Horrocrux, pero ante la pregunta de cómo destruirlos seguía recibiendo las mismas
respuestas. Por la noche, cuando sus pensamientos recaían en Charlie o en Draco, recitaba los
pasos en su mente hasta quedarse dormida.

Las imágenes de agua del libro de Oclumancia la animaron a examinar un poco más el
estanque de la propiedad Malfoy.

Imagina un lago de aguas tranquilas.

Después de pasar una semana de pie junto a su ventana mirando al estanque, finalmente se
abrigó para enfrentar el viento de la tarde, y cruzó los terrenos hasta la orilla cubierta de
hierba. Se dejó caer sobre ella con varios libros a su alrededor.

Hermione contempló la superficie del agua, y bloqueó todos los sonidos y los olores que la
rodeaban, concentrándose solo en su visión.

Los pavos reales quebraron su concentración graznando para llamar su atención. Se


sobresaltó al ver uno a pocos pasos de donde estaba, moviendo la cabeza y observándola.
—¿Estoy en tu territorio?— dijo ella con una sonrisa.

Él inclinó la cabeza y luego se acercó al agua para beber. Vio otros dos deslizarse por la
orilla, acercándose lentamente a ella.

Igual que un Malfoy, pensó. Arruinando su concentración y arrastrando el foco hacia él.

Tomó sus libros, le dejó la orilla a los pavos reales, y rodeó el perímetro de la glorieta. Era
tan grande como la habitación de su infancia, o tal vez más. Pilares de mármol romano
sostenían una cúpula de hierro y vidrio con un intrincado diseño, si tenía que adivinar, diría
que hecha con magia.

Subió las escaleras y se sentó en un banco, mirando hacia el estanque, y abrió el Indeseable
No. 3, el tercero de la serie. Había decidido tomar un descanso de su lectura habitual. Las
páginas se abrieron a la altura del señalador, pero ella se quedó observando el estanque.

Imagina un lago de aguas tranquilas.

Una brisa besó la superficie, ondulando el agua. Hermione se enfocó en las profundidades,
que no eran visibles antes de la intrusión.

El sol se sumergía aún más mientras ella meditaba, sus dedos escondidos entre las páginas y
sus pensamientos lejos de allí.

—Veo que has dominado la meditación.

Parpadeó hacia el estanque, la voz trajo su mente de regreso. Se volvió para encontrar a
Draco parado en el medio de la glorieta, mirándola. Se puso de pie con torpeza, el libro de
Gainsworth cayó de su regazo. Lo recuperó en una ráfaga de movimiento, y él dio un paso al
frente.

Nuevamente de pie, y aferrando el libro con fuerza, enfrentó sus ojos.

—Has vuelto.

—Si, hace apenas veinte minutos.

Lo escaneó con los ojos. No llevaba sus ropas de Mortífago. Pantalones cómodos, y una
camisa abotonada. Ni un pelo fuera de lugar. Ni un rasguño, ni un temblor, ni una mancha de
sangre. Pero su brazo izquierdo… lo mantenía contra su estómago, como si lo tuviera en
cabestrillo.

—Tu brazo—. Dio un paso hacia él y se detuvo. Lo vio tragar saliva. —¿Qué te pasó?

—Una herida—, dijo rápidamente. —Te pido disculpas por haberte dejado sola...—

—Qué clase de herida.

Él bajó la mirada hacia su hombro. —Un Maleficio de Ácido que se fue hacia adentro.
Necesitaron hacer crecer mis huesos. Ya estoy casi curado. Solo que no debo usar mi brazo
por algunos días más.

Un Maleficio de Ácido. Hermione tragó saliva, imaginando lo cerca que debía haber llegado
a su corazón. Y luego se acordó de Dover. Y de todas las personas que su padre había
asesinado.

Apartó a un lado la preocupación y la alegría de verlo con vida. —¿Sucedió en Dover?

Los ojos de él salieron disparados del camino que estaban recorriendo encima de sus
clavículas. La miró fijo y pareció caer en la cuenta.

—¿La Señorita Skeeter está publicando de nuevo?

—Si—, espetó. —Fue la mayor cantidad de información que recibí en meses.

Él arqueó una ceja. —Estoy seguro de que la mitad del artículo decía la verdad.
Probablemente solo un cuarto, ahora que tiene el aliento del Señor Tenebroso detrás de la
nuca.

—¿Entonces es cierto que Charlie Weasley está muerto?— Podía oír la sangre corriendo
hasta sus oídos. —¿O eso también es mentira?

—Está muerto—. La respuesta fue rápida e inclemente. Sus ojos eran de hielo.

Un peso enorme se asentó en su pecho. —¿Y tu padre lo mató?

—Esto es una guerra, Granger—. Se acercó a ella, y pudo notar que su pierna izquierda
cojeaba levemente. —¿O lo habías olvidado?

—La guerra está ganada—, siseó. —Ustedes ganaron. Pero por supuesto, no van a parar hasta
ver al último de nosotros muerto o encadenado.

—Claro. Deja que retire mis tropas, Granger—. Sacudió la cabeza y frunció el ceño. —
¿Realmente creíste que el Señor Tenebroso iba a permitir que alguien escapara del Reino
Unido?

—Si, qué tonta soy—, se mofó. —No estás a cargo de nada. Menos de tus propias acciones.

—En nombre de Merlín, ¿cómo es que esto es mi culpa? Fue mi padre el que lanzó la
Maldición Asesina...—

—Solo porque algunas personas estaban intentando escapar...—

—No, para matar al hombre que había intentado asesinar a su hijo.

Hermione separó los labios. Y los cerró.

¿Charlie Weasley había lanzado un Maleficio de Ácido letal?

—Él no haría eso—, dijo, pero podía sentir que le temblaba la voz.
—Ya no los conoces—. Dijo Draco, con sorna. —No conoces a ninguno de ellos. Nunca
había visto tal cantidad de magia negra. Ni siquiera en la Batalla de Hogwarts.

Tragó saliva, y sintió que se le revolvía el estómago, mientras enterraba los dedos en el lomo
del libro. Sentía una desesperada necesidad de cambiar el hilo de la conversación.

—¿Y cuántas personas mataste en el Castillo de Dover?

—Te complacerá saber que solo lancé Hechizos Piernas de Gelatina antes de que me
alcanzara el Maleficio—. Frunció el ceño y se removió en su lugar.

—¿Me complacerá saber que no has tenido oportunidad de aumentar tu lista de asesinatos?—
Dijo. —¿Como si eso fuera algún tipo de logro?

—Solo he matado a una persona—, gruñó él. —En la Batalla Final.

Ella parpadeó hacia él, asimilando la información antes de endurecerse otra vez. —¿Y cómo
se siente eso? ¿Arrojar Maldiciones Asesinas a tus compañeros de clase y maestros?

Él esbozó una sonrisa irónica. —Me sorprende que tus labios se estén moviendo, Granger,
cuando claramente las palabras están saliendo de tu trasero.

La fulminó con los ojos, y ella resopló con frustración.

—Por favor, iluminame, Malfoy. Si hay tantas cosas que desconozco...—

Él se acercó hasta ella, con los ojos en llamas, y su aliento resopló contra su rostro.

—Corté a Thorfinn Rowle por la mitad y lo vi desangrarse a mis pies. Me aseguré que mi
rostro fuera lo último que viera—. Tenía el pecho agitado, y una brisa azotaba entre ellos.
Ella le clavó la mirada, sin pestañear. —Y lo haría otra vez—, terminó.

El calor que emanaba de él era palpable, y podía saborear la oscuridad que escupía.

—¿Por qué?— Su voz se quebró.

Él se humedeció los labios, y sus ojos le recorrieron el rostro antes de contestar. —Él suponía
una amenaza para mi.

Su mente se disparó con las posibilidades. Si había estado dispuesto a matar a un compañero
Mortífago, ¿qué significaba? ¿No estaba tan convencido como ella creía, o era aún más
despiadado de lo que se había permitido imaginar? ¿O había sido solo auto-conservación, el
infame rasgo de un Malfoy?

—¿Alguna otra pregunta, Granger?— Preguntó con sorna, pero era un susurro en el espacio
entre ellos.

Millones, la verdad.
—¿Qué habría pasado conmigo si morías?— Preguntó, viendo que fruncía el ceño, y sus ojos
se aclaraban. —¿Habría vuelto a ser subastada?

El rostro de él se movió con violencia, como si hubiera recibido una bofetada. Se alejó de
ella, sus ojos la recorrieron de arriba abajo, y luego exhaló bruscamente. Parpadeó, y su
máscara volvió a su lugar.

—Mi madre habría cuidado de ti...—

—¿Y por qué tu madre me dedicaría un pensamiento en pleno luto?— Arqueó una ceja,
esperando que él confirmara su mejor teoría. Que admitiera que ella era un peón. Una
garantía.

Él tragó saliva. —Ella nunca dejaría que volvieras a la Subasta—. Pero no sonaba
convencido. Miró hacia el estanque, por encima de su hombro, y su confianza flaqueó.

—¿Me habrían devuelto a Dolohov?

La mirada de él volvió a dispararse en su dirección, y sus ojos se volvieron de piedra. —No.


Él ya no tiene ningún derecho sobre ti—. Ella sintió que un escalofrío le recorría los
hombros, y la misma oscuridad volvió a emanar de él. —No necesitas preocuparte por
Dolohov.

Miró sus ojos oscurecidos, buscando el orígen de todo. —¿Qué le diste a cambio de mi?

Él tensó la mandíbula. La atracción que sentía tiraba de ella, como una cuerda vibrando,
mientras esperaba que él respondiera, con una mentira o con la verdad.

—La única cosa que quería aún más que a ti.

Le latía con fuerza el corazón, y el aliento la abandonó mientras su mente barajaba todas las
posibilidades. —¿Por qué? ¿Por me compraste? ¿Por qué ofertaste por mi?

Él respiró hondo, y ella se preparó para la variedad de respuestas posibles. Pensó en su propio
rostro adentro del cajón, la puerta de su cuarto cerca del suyo, la manera en que había
succionado el veneno de su brazo. Pensó en la estima que ella le daba a la familia Malfoy, la
forma en que Voldemort se había reído cuando Draco se jactó del dinero que había gastado
para obtenerla.

Pero pensó en la respuesta que más esperaba escuchar, incluso a pesar de toda lógica,
mientras los ojos de él se enfocaban en un punto por encima de su hombro, y apretaba los
labios con fuerza.

—Era la forma correcta de actuar—, dijo él.

Ella observó sus ojos grises deslizarse por encima suyo, mientras las palabras se
arremolinaban en sus oídos y en su pecho. Esa no era una respuesta. Era otra evasiva.

Apretó la mandíbula. —¿Cuándo te ha importado a ti hacer lo correcto?


Su ojo izquierdo se crispó, pero el resto de su cuerpo se mantuvo inmóvil. —¿Qué clase de
respuesta prefieres, Granger?

—Preferiría la verdad, pero supongo que no llegará pronto—. Tomó el resto de los libros del
banco, y emprendió la marcha, pasando junto a él.

Le hervía la sangre, apenas había alcanzado los escalones de la glorieta, cuando escuchó. —
Granger...—

Giró hacia él y gruñó. —Hacer lo correcto, Malfoy, habría sido acudir a la Orden en sexto
año—. Él apretó la mandíbula y sus ojos se convirtieron en piedra. —Hacer lo correcto
habría sido enfrentar a tu padre en alguna de las millones de ocasiones en las que hizo el mal
en nombre de ese monstruo—. Sentía que un crujido se abría paso por sus venas. Avanzó
hacia él de nuevo, viéndolo inspirar profundamente por la nariz. —Hacer lo correcto habría
sido evitar que la Subasta se llevara a cabo en absoluto, o ayudarnos a escapar, o comprar a
Luna...—

Su voz se quebró, y tragó saliva. Él arqueó una ceja y le dedicó una mirada arrogante que
hizo que cada una de sus terminaciones nerviosas crepitara, y su sangre ardiera.

—Pero si hubiera escarmentado por mis acciones, Granger—, se burló, —¿quién te habría
instalado en una suite privada?— Se acercó con un movimiento ondulante, el brazo herido
colgando inútilmente sobre su pecho. Ella sintió que la piel le zumbaba. —¿Quién te habría
garantizado privacidad, y te hubiera conseguido libros, y te habría alimentado con sopa de
calabaza…—

—Yo no pedí nada de esto, Malfoy...—

—…ciertamente Dolohov no.

Sus labios se curvaron hacia atrás, dejando asomar los dientes. —¿Estás buscando gratitud?
¿Quieres que te diga “Gracias”?

—Sería un puto comienzo.

Sintió su aliento sobre el rostro. Él la miró fijamente, y sus ojos centellaron. Ella sintió que le
picaban los dedos con la necesidad de golpearlo, de empujarlo. La sensación la hacía temblar.

—No voy a decir gracias por algo que fue motivado por el egoísmo. Claramente nada de lo
que has hecho ha sido por el bien común si necesitas validación por eso.

—¿Quieres ver algo “motivado por el egoísmo”?— Sus ojos se arrastraron con crueldad por
sus labios y sus hombros, y bajaron por su pecho. —Podríamos quitarte de esa suite. Escuché
que encontraste mi habitación, Granger. ¿Te gustaría pasar más tiempo allí?

Ella vibró por la necesidad de hacerle daño. La decisión de no levantar la mano contra su
captor hizo sacudir cada músculo de su cuerpo, y la energía hizo fuerza hasta bajar por sus
piernas. Lista para devolver el golpe, pisó el suelo con fuerza, liberando la electricidad...
Draco salió disparado hacia atrás, volando por el aire como si estuviera en una cuerda, los
labios abiertos en un grito ahogado. Su cuerpo se estrelló contra la pared de la glorieta con un
crujido, y se desplomó en el suelo.

Hermione se quedó quieta, con la boca abierta y los ojos saltando de sus cuencas, buscando la
fuente de aquella magia. Buscando la razón…

Sus dedos temblaron, la vida chispeaba en ellos.

Su magia.

No se la habían suprimido. ¿Nunca? ¿O desde que se fueron los Malfoy?

Su mirada se disparó hacia Draco, curvado sobre sí mismo, respirando con dificultad.

—Draco, yo...— balbuceó. —No era mi intención...—

Él jadeó como un estertor. Sus ojos pálidos y su piel gris. El brazo herido estaba todavía
cruzado sobre el pecho y se apoyaba contra la pared, pero su hombro izquierdo estaba
completamente desfigurado.

Tuvieron que hacer crecer mis huesos, había dicho.

Se precipitó a su lado antes de que pudiera darle la orden a sus pies. Se dejó caer de rodillas,
sus manos se estiraron hacia él, y se detuvieron en seco al no saber dónde tocarlo.

Él apartó la cabeza y cerró con fuerza los ojos. Una lágrima se deslizó entre sus párpados
cerrados. Había un silbido en su respiración.

—Draco, puedes...— Le temblaba la voz, y los dedos también. —¿Te puedes poner de pie?

Él tosió, y la sangre brotó de sus labios y cayó sobre el piso de la glorieta.

Ella volvió la cabeza hacia la Mansión. —¡Ayuda!

Una carcajada húmeda le hizo volver la mirada hacia el pálido rostro. Sus ojos vidriosos
estaban sobre ella, y sonreía con tristeza.

—Siempre supe que un día me matarías, Granger—, dijo con la voz ronca.

Su voz era vacía. Y su cabeza rodó, sin dejar de sonreír.

Le sostuvo la mandíbula con una mano y gritó: ¡MIPPY!

Un crujido detrás de ella. —¡Amo Draco!

—F-fue un accidente, yo...— No podía respirar, no podía respirar—. Creo que sus nuevos
huesos están rotos. Sus… sus pulmones están perforados, y...—

Una pequeña mano aferró la manga de Draco, y de repente había desaparecido, solo habían
quedado algunas gotas de su sangre.
Estaba sola en la glorieta. Estaba sola, y lo había herido.

Giró, y miró hacia la ventana de su habitación… la ventana de la esquina del tercer piso.

Las velas estaban encendidas adentro.

Tomó los libros que había dejado caer y corrió. Sus piernas la llevaron a través de los jardines
y subieron las escaleras de la entrada. Las escaleras de mármol traquetearon bajo sus pies al
subir hasta el ala que compartían, corriendo hacia la puerta con el dragón tallado. El picaporte
no giró. Tenía que verlo. Tenía que arreglar lo que había hecho.

Se quedó de pie, jadeando, mirando los ojos de esmeralda. Estiró un brazo, imitando el
movimiento de varita del Alohomora, y susurrando el hechizo. Nada.

Unos pasos sonaron encima del mármol, y se volvió para ver a Narcissa corriendo
apresuradamente hacia ella.

—Hola, querida—, dijo, cortante. —Tomaremos el té luego, ¿si?— Y entonces Narcissa


abrió la puerta y se deslizó dentro, mientras siseaba: —Te dije que era demasiado pronto,
Draco—, antes de que Hermione pudiera parpadear.

La puerta se cerró y Hermione se sobresaltó. Volvió a probar el picaporte. Cerrado. Por


supuesto que no la querrían ahí dentro. Era peligrosa. Inestable.

Parpadeó, su visión era borrosa, y apretó una oreja contra la puerta, esperando algún tipo de
sonido, algo que indicara lo que estaba sucediendo adentro. Algo que la dejara tranquila.

La puerta se abrió, y casi se cae contra el pecho de Lucius Malfoy. Retrocedió con torpeza, y
levantó la mirada hacia el hombre que había asesinado a Charlie Weasley y a tantos otros,
sintiéndose culpable como una criatura. —Niña estúpida—, gruñó él.

Su ira la hizo congelar, y suspiró: —Fue un accidente. Yo...—

Draco gritó detrás de la puerta abierta, y ella se estremeció, estirando el cuello para ver
adentro del cuarto. Lucius se deslizó frente a ella y estiró un dedo hacia su rostro.

—Si vuelves a lastimar a mi hijo, te arrastraré yo mismo hacia las mazmorras. —Se irguió,
cerniéndose sobre ella. —Controla tu magia—, siseó. —O te la quitaré.

Giró sobre sus talones y desapareció dentro del cuarto de Draco. La puerta se cerró de golpe,
y ella escuchó el eco rebotando contra los retratos, sus susurros y sollozos reptando por su
mente.

Caminó de regreso a su cuarto, cerró la puerta y se deslizó hasta el suelo. Respiró hondo, una
y otra vez, hasta que sus hombros dejaron de sacudirse y la imágen de Draco detrás de sus
párpados se desvaneció. Estiró los dedos, las uñas se habían clavado en las palmas. Había un
nuevo acertijo que resolver.

Ella tenía magia.


Y los Malfoy sabían que la tenía. Y no les importaba.

¿Cómo podía incluir este factor en sus últimas teorías?

Se quedó mirando la pared que conectaba su cuarto con el de Draco, la chimenea ardiendo
con alegría, y se preguntó si sus circunstancias serían mejores o peores ahora que los Malfoy
habían regresado.

Chapter End Notes

Nota de Traducción:

*Peach y Plumb: Hermione confunde el nombre de Plumb por Peach. Tengo la teoría de
que esto sucede porque la palabra Peach en inglés significa durazno, mientras que
Plumb suena casi igual que Plum, que significa ciruela. n_n

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 12
Chapter Notes

Nota de Autor

NOTA IMPORTANTE: Si tienes "TRIGGERS" {palabras o situaciones disparadoras,


desencadenantes: referido a salud mental} revisa las notas al final para ver el aviso de
contenido específico para el capítulo 12.

Debido a algunos proyectos de escritura de la vida real, desafortunadamente necesito


tomarme el fin de septiembre. El Capítulo 13 se publicará el próximo domingo, pero el
Capítulo 14 no se publicará hasta el 6 de octubre.

Gracias a SaintDionysus y raven_maiden.

See the end of the chapter for more notes

Por algún motivo, esperar que Draco se recuperase de sus heridas era aún más agónico ahora
que sabía que solo los separaba una pared. Sospechaba que su condición era grave, pero no
crítica. Narcissa y Mippy mantenían una vigilia casi constante en su habitación, pero Lucius
había desaparecido, aparentemente de viaje otra vez. Hermione dejaba la puerta de su
habitación entreabierta para poder oír las idas y venidas del pasillo que compartían. Cada vez
que los delicados pasos de Narcissa sonaban cerca de su cuarto, ella colocaba la oreja contra
la puerta y esperaba oír alguna conversación susurrada antes de entrar. Una vez que los pasos
se alejaban del cuarto de Draco y bajaban las escaleras, se arrastraba hasta su puerta y se
quedaba ahí parada hasta que los burlones ojos verdes del dragón la obligaban a actuar.

Pero cada vez que intentaba girar el picaporte, no cedía. Intentó sin éxito abrirlo con magia
en varias ocasiones. No sabía si era porque no tenía varita, o si estaba cerrada con algo más
que un simple hechizo, por lo que un Alohomora no funcionaría incluso aunque la tuviera.

Después de dos días, se escabulló a las cocinas y revolvió hasta encontrar unos cuantos
ejemplares viejos del Profeta apilados en un rincón. Tomó los que tenían fechas más recientes
y corrió escaleras arriba, apresurándose por llegar a su cuarto con los periódicos escondidos
bajo el abrigo. Después de cerrar la puerta detrás de sí, se tumbó en el suelo y comenzó a leer.

Un titular tras otro daban cuenta de las rebeliones que el Gran Orden, el nombre que le
habían dado al nuevo régimen, había aplastado. Se sentía como una bofetada que la Orden del
Fénix hubiera sido borrada y sobrescrita de esa manera.

Rita Skeeter realmente tenía habilidad con las palabras. Hermione lo sabía por haber crecido
con aquella mujer “zumbando” a su alrededor, pero estar acostumbrada a Skeeter era
justamente lo que le permitía leer entre líneas.
Las palabras “pequeña rebelión” y “docenas de bajas” aparecían juntas en más de una
ocasión, y hacía que Hermione se cuestionara los números reales que Skeeter estaba
reportando. Además, encontró varios artículos que volvían a hacer referencia a la Masacre del
Castillo de Dover, en lugar de enfocarse en los detalles de las escaramuzas publicadas, como
si los resultados no hubieran sido tan positivos para el Gran Orden como lo habían sido en
Dover.

La pieza más interesante de información que pudo obtener de los artículos, llegó en la breve
mención a un ataque en Londres, tres días antes del regreso de los Malfoy:

Un café Muggle fue atacado brutalmente anoche por los Indeseables No. 1 y 2, George
Weasley y Angelina Johnson. Un informe de avistamiento dio aviso a las fuerzas del Señor
Tenebroso, que procedieron a entrar en combate con los dos criminales. La escaramuza dejó
varios Muggles muertos o heridos, lo que comprueba una vez más que a los rebeldes poco les
importan las vidas de la población que aseguran defender. (Vea la Página 3 para una lista
completa de los Indeseables)

Hermione entrecerró los ojos ante las palabras del artículo, tomando nota de las evidentes
mentiras y omisiones para poder descubrir la verdad. El artículo no decía nada acerca de la
muerte o la captura de George y de Angelina. Y era imposible que hubieran asesinado
Muggles intencionalmente en el café. Se le cortó la respiración ante la referencia a la lista de
los rebeldes buscados.

Pasó a la página tres, y encontró media carilla ocupada por el rostro sonriente de George
Weasley, vestido con un traje extravagante, y con el letrero de Artilugios Weasley en la parte
superior del cuadro. Debajo del doblez, Angelina Johnson le sostenía la mirada, vestida con
el uniforme de Quidditch de Gryffindor.

Respiró hondo, y se percató de que si Angelina estaba prófuga, entonces ella era la prisionera
que había escapado de la propiedad de Macnair, y no Ron. Hermione deslizó los ojos por la
descripción de Angelina, y vio “Buscada por el Asesinato de Walden Macnair” entre la lista
de sus crímenes, confirmando sus sospechas.

Entonces, ¿dónde estaba Ron? ¿No había estado en la propiedad de Macnair cuando George
había ido a buscar a Angelina? Recordaba que Draco le había dicho que Voldemort había
“pedido por él” poco después de la Subasta. Un pálido escalofrío de terror la hizo estremecer.

Se obligó a concentrarse y a seguir leyendo la descripción física de Angelina. Debajo de la


altura y el color de la piel, decía: “Le falta el antebrazo izquierdo”.

Cerró los ojos con fuerza, y respiró hondo. Había estado en lo cierto. Si se cortaba el brazo,
podía sortear el tatuaje.

Hermione intentó imaginárselo. Intentó pensar en George y Angelina en la barrera del


perímetro de alguna estructura gótica, mirándose el uno al otro hasta que Angelina le daba el
visto bueno para que mutilara su brazo. Debían haber asesinado a Macnair antes, creyendo
que con eso sería suficiente, y que Angelina sería libre si su propietario moría.
Por lo menos tenían varitas. Hermione consideró sus dos opciones. Robar un cuchillo de
cocina y abrirse camino a través de su propia carne y hueso. O robar la varita de alguno de
sus tres carceleros, y cortarse el brazo con la voz firme.

Cualquiera de las dos opciones era posible; horrible, pero posible. Pero, ¿eran necesarias?
Más importante, ¿eran sensatas?

¿A dónde iría, sin un brazo y perdiendo sangre? Podía investigar al respecto, claro, pero no
tenía ningún tipo de preparación para tratar un miembro amputado, y sería arriesgado con una
varita desconocida. Si se infectaba, no estaría en condiciones para curarse a si misma. La
Orden seguramente tendría un refugio y suministros en algún lugar, pero ¿cómo podría
encontrarlos? Seguramente debía haber otra forma de sortear el tatuaje que no implicara
ponerse a si misma en una posición tan vulnerable.

Hermione colocó la información en un estante de su mente, un truco de Oclumancia


mencionado brevemente en el libro.

Desde que se había enterado que su magia estaba fluyendo por sus venas, Hermione había
comenzado a probar los límites de sus habilidades de Oclumancia. Tenía la sospecha de que
ese era el motivo por el que le habían permitido conservar su magia en primer lugar. Cuanto
más experimentaba, más sentía que había una estantería adentro de su mente, espacios donde
podía colocar cosas, y no pensar en ellas otra vez hasta que eligiera hacerlo.

Una tarde estaba practicando la técnica en su sillón, cuando alguien llamó a su puerta. Se
puso de pie, escondió el libro debajo del almohadón, y se apresuró a abrir. Narcissa estaba de
pie al otro lado, con una suave sonrisa y las manos entrelazadas. Hermione se obligó a
esbozar una sonrisa amable, apartando a un lado su decepción.

Por supuesto. Era improbable que él estuviera en pie, y mucho más que la visitara.

—Hola, querida--, dijo Narcissa. —Hace tiempo que no vengo a verte. Te pido disculpas por
haberte dejado sola...—

—Lo siento tanto, Narcissa—, dijo Hermione, las palabras brotando de ella. —Juro que no
era mi intención causarle daño. Yo no-no tenía idea de… que tenía magia, y estaba tan
enojada y-y tan solo sucedió. Créeme… desearía volver el tiempo atrás.

Narcissa parpadeó, y sus labios se crisparon. —Gracias, Hermione. Pero creo que te estás
disculpando con la persona equivocada.

—Su cuarto está cerrado—. Cerró la mandíbula de golpe, arrepintiéndose de haber hablado
tan rápido. —Quiero decir, él… él no quiere verme—. Algo brilló en los ojos de Narcissa y
Hermione sintió un ardor en el rostro. —O, está descansando, seguro.

—Descansando, ciertamente. Han sido unas semanas complicadas para él. Para toda la
familia, la verdad.

Hermione asintió hacia sus pies. —Eh… ¿te gustaría pasar?


—Me encantaría—, dijo Narcissa.

Se dejó caer en su sillón con torpeza, inquietándose al ver a Narcissa flotar hacia el suyo. —
¿Cómo está él? Qué...—

Se sobresaltó ante las dos tazas de té que aparecieron de repente en la pequeña mesita entre
ellas, distrayendo su atención.

Narcissa esbozó una sonrisa tensa, y murmuró hacia su taza de té. —Su caja torácica necesita
volver a crecer, pero aparte de eso, su condición es buena.

Hermione sintió que la lengua se le pegaba al paladar. Se le nubló la visión, y parpadeó para
alejar las siluetas. Recordó su cuerpo en la glorieta, la forma en que el torso se había
estrellado contra el pilar...

Ella había hecho eso. Le había roto innumerables huesos del cuerpo, le había perforado los
pulmones. Y luego, en lugar de haber llamado inmediatamente a Mippy, lo había manoseado
con torpeza durante lo que habían parecido horas.

Los labios de Hermione temblaron. Una mano fresca de piel suave cayó sobre la suya, y
levantó la mirada para ver a Narcissa inclinándose hacia ella.

—No te preocupes, cariño. Se está curando mientras charlamos—. Volvió a recostarse en su


silla y dijo. —Y si conozco a mi hijo, sé que probablemente se merecía al menos una
bofetada. —Le sonrió a Hermione y bebió un sorbo de té.

Encontraron una conversación que se alejaba de la salud de Draco, o de la Batalla de Dover


que lo había herido en primer lugar. Todo lo que Narcissa le reveló acerca del incidente fue
que se habían quedado en una cabaña en las afueras de los restos del castillo mientras Draco
se recuperaba, y que Lucius estaba de viaje, como sospechaba.

Hermione no la quería presionar para hablar de ninguno de esos temas. No había visto a
Lucius desde que le había apuntado con un dedo para amenazarla, y se alegraba por eso.

El recientemente promovido General Lucius Malfoy.

Se tragó el miedo de lo que podía significar su ausencia para sus amigos.

Al levantarse para partir, Narcissa dijo: —Escuché que has tomado interés en leer los
periódicos.

Hermione contuvo el aliento, con las mejillas encendidas, esperando el castigo. En su lugar,
Narcissa sacó un ejemplar del Profeta de su túnica con una sonrisa.

Hermione no pudo evitar sonreír en respuesta. —Gracias, Narcissa.

Una vez que estuvo sola, pasó las páginas y encontró otro pequeño ataque en York del día
anterior. El autor aseguraba otra vez que George y Angelina habían estado implicados.
Hermione frunció el ceño, e intentó comparar los lugares que supuestamente estaban
escogiendo, pero no pudo encontrar ningún patrón. Pasó a la página tres para la lista de
Indeseables, y se sorprendió al ver que habían agregado a Katie Bell a la lista, justo debajo de
Bill y Fleur Weasley. Hermione intentó recordar a Katie en las celdas del Ministerio. No
había estado allí.

¿Katie había escapado en la Batalla Final? ¿Quién más lo habría conseguido?

Ponderó la información, volviendo a leer el artículo de la primera plana en busca de pistas y


subliminales. Parpadeó rápidamente ante la fecha. Había pasado casi un mes desde la Batalla
de Hogwarts.

Sintió que un peso caía sobre ella al darse cuenta que era 4 de junio. Se hundió aún más en su
sillón, y la culpa la inundó al pensar que Draco iba a pasar el día de su cumpleaños reparando
sus huesos.

~*~

Al día siguiente se dirigió a la biblioteca, y sacó con valentía el libro de Horrocruxes para
leerlo por milésima vez. Buscó Fuego Maligno de nuevo. Investigó sobre veneno de
Basilisco.

No encontró nada más útil.

Cuando volvió a subir las escaleras hacia su habitación, pensó en intentar con la puerta de
Draco otra vez. Se había olvidado de probar cuando iba bajando a la biblioteca, a pesar de
que ya se había convertido en un hábito...

El picaporte cedió. Empujó la puerta y la atravesó antes de que se lo pudiera impedir.

No se le había ocurrido llamar antes. Cerró rápidamente apenas estuvo dentro.

—¿Granger?

Estaba tendido sobre las almohadas, mortalmente pálido. Cuando sus ojos se encontraron,
comenzó a moverse para intentar quedar sentado, posiblemente para salvar su dignidad.

—No lo hagas—, le advirtió, moviéndose hacia la cama. —No te hagas más daño. Seré breve
—. Se retorció las manos. —Lo siento. Lo siento mucho, Malfoy.

Él abrió más los ojos y el color comenzó a volver a sus mejillas a medida que ella se
acercaba.

—No sabía que mi magia no estaba siendo suprimida. Creí… creí que me estaban dando la
poción… sobre la que tengo algunas preguntas, de hecho, pero… no, en otro momento.

Estaba tartamudeando y sintió que un ardor le subía por el pecho. Él se apartó el cabello liso
que le caía sobre la frente, y se pasó los dedos por él.

—Nunca te hubiera… lastimado a propósito. Juro que no era mi…— Tragó saliva—. Quiero
decir, solo estaba muy enojada, y me sentí fuera de control...—
—Granger...—

—Por favor, déjame terminar—. Volvió a avanzar un paso, y en un momento de locura pensó
en tomar su mano, sentarse en el borde de su cama. —No fue intencional. Y...y por supuesto
no te culpo por lo que pasó en Dover. No apruebo la posición de tu pad… de tu familia en la
guerra, pero sé que las cosas podrían ser mucho peores para mi. Sé que estás haciendo lo
mejor posible...

—Granger, tenemos compañía.

Se quedó helada, su corazón se detuvo. Se volteó al otro lado de la habitación, y encontró a


Blaise Zabini, cómodamente reclinado en el sillón orejero de Draco, sorbiendo alegremente
de un vaso con una sonrisa satisfecha.

—Granger. Qué amable de tu parte venir a saludar.

Sus labios se separaron en vano; se quedó mirando los ojos oscuros de Zabini, que hizo
chasquear los labios, mientras se bebía tanto el brandy como el show.

—Zabini—, dijo, con cautela. Calculó todas las palabras que acababa de decir en voz alta, en
busca de errores y terminología demasiado íntima.

Por supuesto que él estaba allí. Era el cumpleaños de Draco, ¿no? Volvió a mirarlo, sus
pálidos rasgos estaban tensos, y se sintió muy tonta por haber irrumpido así, por olvidarse de
todo lo que había compartimentado y escondido con tanto esfuerzo.

Un sorbido ruidoso llegó desde el sillón, y Blaise le sonrió por encima del vaso cuando ella
volvió su atención hacia él.

—Granger, acerca una silla. Pongámonos al día—. Cruzó una pierna, y sus ojos brillaron.

Ella lo miró boquiabierta, y parpadeó un par de veces para cerrar su expresión y volver a
enfocar su mente.

—Solo he venido a… aclarar las cosas. Acerca de… algo—. Echó un rápido vistazo a Draco,
y vio que se había incorporado para sentarse en la cama tanto como podía, ligeramente
apoyado sobre su lado derecho. —Y… y tengo que… así que… Disfruta de tu visita—, dijo,
asintiendo con la cabeza a Zabini. Se apresuró hacia la puerta, la abrió, y en un momento de
puro impulso miró hacia atrás por encima del hombro. —Feliz cumpleaños, Draco—, antes
de atravesar la puerta y cerrarla detrás de sí.

Le temblaron los dedos.

Lo había llamado Draco.

Le había deseado un feliz cumpleaños.

Dejando implícito que sabía que era su cumpleaños.


Hermione soltó un gemido, pasándose los dedos por el cabello y tirando de las raíces
mientras caminaba de vuelta a su propio cuarto.

~*~

Cuando salió de la ducha una hora después todavía estaba sonrojada, y le había permitido a
su mente confeccionar todas las diferentes formas en que Draco Malfoy y Blaise Zabini
podrían haber reaccionado a su intrusión atolondrada, y a sus íntimos deseos de cumpleaños.

Suspiró y colocó la vergüenza en un estante de su mente, dejándola a un lado por el


momento. Se enfundó en una bata de baño y se recogió el pelo mojado en un nudo antes de
volver a entrar al cuarto.

Blaise Zabini estaba sentado en su sillón, pasando las páginas de uno de sus libros, sorbiendo
su té de la tarde. Le sonrió desde el otro lado del cuarto, y sus ojos bajaron hacia sus piernas
desnudas antes de regresar a su rostro.

—La temperatura del agua es un lujo, ¿verdad?

Hermione se envolvió la bata con más fuerza, sintiendo que el corazón le latía en la yema de
los dedos. No había conocido mucho a Zabini en el colegio, solo sabía que desde quinto año
había sido un completo sinvergüenza. No lo había visto en la Batalla de Hogwarts, algo que,
en su opinión, no le hacía ganar ni perder puntos.

—¿Cómo entraste aquí?— Su voz se oía más fuerte de lo que se sentía.

Él agitó una mano. —Si, es bastante difícil de encontrar, la verdad. No-Me-Notes y cosas por
el estilo—. Cruzó una pierna y sonrió. —Pero sabía que debía estar cerca.

—No. ¿Cómo hiciste para entrar?— Demandó. —Se supone que hay… Protecciones de
Sangre, o...— No sabía. Solo sabía que Draco había cambiado los hechizos después de lo de
Bellatrix.

—Ah, si—, dijo, dejando la taza de té, su taza de té, de hecho, en la mesita auxiliar. —Eso
me tomó un par de intentos. Tuve que convencer a la habitación de que no estaba aquí para
hacerle daño a su ocupante.

El alivio se convirtió en irritación cuando vio que sus ojos volvían a bajar por sus piernas. —
Si me sigues mirando de esa forma, espero que la habitación considere conveniente
expulsarte. Con violencia.

Sus ojos centellaron. —Oh, no, no. Mis pensamientos solo contemplan el placer mutuo,
Granger. Eso te lo aseguro.

Ella sintió que se erizaba, luego puso los ojos en blanco. —Maravilloso. Dormiré más
tranquila ahora. Mira, Zabini, gracias por la visita, pero...—

—Esto no se ve como una Mazmorra del Sexo, realmente—. Se puso de pie, alisando su
inmaculada túnica, y miró el cuarto a su alrededor. —Estoy bastante decepcionado.
Ella lo miró con incredulidad. —Una Mazmorra del Sexo—, resopló. —¿Y de dónde sacaste
esa idea?

Se volteó para verla desde donde acababa de separar las cortinas para contemplar los
terrenos. —Draco.

Ella parpadeó, y su mente se puso en marcha para trabajar con esa información. Pero por
supuesto que Draco había montado aquella artimaña entre sus amigos. Solo esperaba no
haberlo arruinado todo.

Él continuó. —Ha sido bastante reservado respecto a ti, pero se las arregló para contarnos un
poco acerca de cómo te mantienes ocupada.

—Mis cuerdas y cadenas están en el armario—, dijo, con el rostro inexpresivo. —¿A quiénes
les contó, exactamente?

Blaise se acercó a las estanterías. —A los muchachos—. Sus dedos se deslizaron por los
títulos. —En nuestras reuniones—. Le clavó la mirada, sus rasgos no revelaban nada.

—Reuniones—. Probó la palabra en su lengua. —¿Encuentros de Mortífagos, quieres decir?

—No todos somos Mortífagos.

Se miraron el uno al otro. Y Hermione consideró con cuidado su próximo movimiento.

—¿Dónde está Pansy?—, preguntó.

Sus ojos oscuros danzaron encima de su rostro, haciendo una pausa y pensando. —Muerta.

Hermione sintió que se quedaba sin aire. Resistió la necesidad de apoyarse sobre algo. Sus
dedos apretaron la bata con fuerza.

Su mente comenzó a trabajar. La última vez que había visto a Pansy, ella había corrido hacia
los brazos expectantes de Blaise… él había ido a rescatarla.

Le clavó la mirada. —¿Por qué?

—Por traicionar al Señor Tenebroso—, respondió con frescura. Demasiada frescura.

—Estás mintiendo.

Blaise hizo una pausa. Luego se encogió de hombros y dijo. —Pregúntale a Draco—.
Caminó lentamente hacia su área de dormir, acercándose más a ella y a la cama. —Él estaría
más que...—

Se interrumpió bruscamente cuando sus ojos se percataron de algo. Ella siguió la línea de su
mirada hasta la mesita de noche, buscando qué podría haber capturado su atención. El libro
que había leído anoche antes de dormir, el joyero vacío, y un candelabro. El título del libro no
era nada misterioso, siempre se aseguraba de esconder el libro de Oclumancia entre otros que
había en el estante. Volvió a mirarlo. Él frunció el ceño y luego giró hacia ella, volviendo a
impostar su arrogancia.

—Más que feliz de darte esa información—, terminó.

—Maravilloso. ¿Algo más? O ya me puedo vestir—, él abrió la boca, —en privado.

Sonrió ampliamente. —Solo me interesaba ver la Mazmorra del Sexo, pero—, suspiró con
dramatismo. —Siento decir que me has defraudado.

—Mis disculpas—. Se movió hacia el vestidor, a modo de despedida.

—Lo que me resulta curioso es lo cercanos que se han vuelto Draco y tu.

Ella se petrificó en mitad de la búsqueda de un sweater limpio. Blaise se apoyó contra el


poste de su cama, mirándola de cerca.

—No somos cercanos.

—¿Ah no?— Arqueó una ceja. —¿Cuándo es mi cumpleaños, Granger?

Ella apretó los labios, luchando con el rubor que intentaba subir por su cuello.

Él esbozó una sonrisa satisfecha y caminó lentamente hacia la puerta, miró por encima del
hombro y dijo. —¿O debería llamarte Hermione? Ya que parece que en esta casa se utiliza el
nombre de pila.

Con un guiño, desapareció.

Hermione cerró los ojos y archivó la vergüenza. Colocó uno de los sillones frente a la puerta
del cuarto antes de quitarse la bata y vestirse.

~*~

En adelante, todas las noticias que recibió sobre Draco llegaron por medio de Narcissa. Había
salido finalmente de su habitación al día siguiente. Había caminado por su cuenta por los
jardines de la Mansión el día posterior, y, finalmente, el lunes había abandonado la Mansión
por primera vez.

Hermione se guardó la curiosidad que sentía; se preguntaba a dónde había ido Draco, cómo
pasaba su tiempo libre, temiendo que hubiera partido para alguna misión oficial como
Mortífago.

Por las mañanas, lo buscaba desde su ventana, con la esperanza de verlo caminando por los
terrenos y probando sus nuevos huesos, pero nunca lo vio.

El martes decidió retomar sus visitas diarias a la biblioteca. Después de un desayuno tardío,
atravesó sus puertas, con la intención de ahondar en Oclumancia después de un repaso de
rutina por la información sobre Horrocruxes.
Siguió el camino de siempre, hacia donde se encontraba el libro que mencionaba los
Horrocruxes, escondido entre dos enormes tomos forrados en cuero, en la sección de Artes
Oscuras.

No estaba allí.

Hermione parpadeó, y revisó los estantes a su alrededor. El libro no estaba por ningún lado.

Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras sopesaba las alternativas. Después de uno o
dos minutos, se aclaró la garganta y se aventuró a preguntarle al catálogo. Pero el buscador
de libros brilló con un rojo tenue, indicando la ausencia del libro en la biblioteca.

Alguien más estaba leyendo el único libro de la enorme biblioteca de los Malfoy que contenía
información sobre Horrocruxes.

Hermione se paseó, vibrando de ansiedad e indecisión. ¿Lucius había estado rastreando lo


que ella leía? ¿Para ponerle un alto a su investigación, o para entender mejor sus intereses?
¿Sabían los Malfoy siquiera acerca de los Horrocruxes? Lucius había tenido el diario de Tom
Riddle durante años antes de asegurar su llegada a Hogwarts, pero ¿no le había dicho Harry
que Dumbledore dudaba de que supiera realmente lo que era?

Sin poder deducir las respuestas a las preguntas que se iban formando, decidió que tenía más
de una razón para enfocar su atención en la Oclumancia.

Pudo encontrar algunos otros libros en la biblioteca que podían ayudarla con algunas de las
prácticas más avanzadas, incluyendo un modo de defenderse de un ataque de Legeremancia.
El primer libro que había tomado de la biblioteca sobre Oclumancia solo abordaba lo básico,
como la concentración y la meditación. Una de las técnicas avanzadas que le habían
resonado, era la de imaginar su mente como una biblioteca, o como una serie de estanterías.
El libro introductorio tenía un pequeño resumen acerca de eso, y lo había experimentado
antes por pura intuición. Pero ahora tenía en sus manos páginas y páginas de teorías y
detalles.

Una de las propuestas era traer algunos recuerdos hacia adelante, o en su caso, exhibir un
recuerdo en un estante que estuviera al alcance. Aunque algunas de las técnicas eran
increíblemente avanzadas, Hermione no pudo evitar empaparse de información, siempre
dejándose seducir por las ideas más desafiantes.

Horas después, Hermione estaba sentada en uno de los grandes sillones, frente a la enorme
ventana que daba al estanque, enfocando su mente en aguas tranquilas o en estantes ocultos.
Intentó traer hacia adelante solo los recuerdos de sus padres, un proceso que implicaba el
esfuerzo de empujar otras cosas hacia estantes diferentes. Pensó cada vez menos en sus
padres mientras observaba el estanque desde la ventana, y se concentró en los recuerdos que
estaban siempre en la primera plana de su mente.

Los hombros desnudos de Draco mientras succionaba el veneno de su cuerpo.

El silencio de Ron gritando su nombre, al otro lado del escenario en el Palacio.


Un cuerpo volando hacia atrás, golpeando el pilar de una glorieta.

La pequeña silueta de Harry en los brazos de Hagrid.

Labios sibilantes, escupiéndole ácido desde la audiencia de un gran teatro.

La sangre seca en el rostro de Ginny al voltearse hacia ella, la pálida piel traslúcida bajo los
reflectores.

Hermione tomó cada uno de ellos, los sostuvo como si fueran libros, y los colocó en estantes
altos, o metió sus lomos delgados entre otros más anchos, escondiéndolos en los estantes
inferiores. Arrastró hacia adelante el recuerdo de sus padres llevándola al circo. La botella de
perfume de su madre, cuando la reponía en su tocador. La risa fácil de su padre por un chiste
malo. Ahora que había reemplazado todos los otros pensamientos, un estante entero se abrió
a la altura de sus ojos. Lo llenó con recuerdos felices de sus padres.

Cuando estaba trayendo al frente el recuerdo de su madre apretándole la mano en el balcón


del Teatro Palacio, después de la primera muerte en la barricada, escuchó un eco de voces
oscuras. Voces que le gritaban, y le decían que se inclinara y se desvistiera. Voces que le
gritaban su valor en Galeones.

Un libro del estante inferior de su mente se deslizaba hacia adelante, suplicando que lo
abriera.

Se concentró en apartarlo a un lado.

—Granger.

Parpadeó. Estaba mirando el estanque, desde un mullido sillón en la biblioteca de los Malfoy.

Los libros adentro de su mente temblaron, vibrando por la energía que necesitaba para
contenerlos, para mantenerlos en su lugar. Solo los recuerdos felices de sus padres.

—Granger—, dijo alguien otra vez.

Nadó de regreso a sí misma. Había alguien a su lado. Pero si lo miraba, los libros se caerían
de los estantes, y ella tendría que quedarse solamente con los hombros desnudos, y los
cuerpos maltratados, y las voces sedosas...

—¿Te sientes mejor?— preguntó, llevando aire a los pulmones y preparándose para apartar la
mirada del estanque y las aguas tranquilas. —¿Cómo están tus costillas?

Enfocó su mente, invocó la fuerza para mantener los escudos en alto. El corazón le latía de
entusiasmo por verlo otra vez. Puso en silencio ese libro, y lo empujó lejos.

—Mejor—, retumbó su voz.

Respiró hondo, y volvió la mirada hacia él; contempló el cuerpo alto, inclinado ligeramente
hacia su derecha, y los ojos curiosos que la miraban fijo.
Solo los recuerdos felices de sus padres.

Apartó la mirada, y su energía se enfocó en las estanterías de su mente.

—¿Cómo estuvo tu cumpleaños?— Sabía que sus labios habían hecho la pregunta, pero su
voz le sonaba desconocida. —¿Pudiste disfrutarlo…?—

—Mírame.

Sintió la orden en sus huesos. Giró la cabeza hacia él, encontró sus ojos grises, y vio que se
crispaban al verla. Él bajó la mirada hacia el libro en su regazo, y luego de vuelta a su rostro.

Hermione lo veía a través de una neblina, lo reconocía, y a la vez no sabía quien era. Su
cuerpo se sentía lleno de algodón, y su mente llena de polvo.

Parpadeó, y fue como si se hiciera nítido de nuevo. Draco Malfoy estaba de pie a su lado, y la
miraba con preocupación.

La estantería se agrietó, y los libros cayeron abiertos a sus pies.

Tragó una bocanada de aire, y su pecho desnudo, sus costillas rotas, sus labios
ensangrentados, sus ojos fríos, todo fue cayendo del estante.

Le ardían los ojos, como si hubiera estado mirando directamente hacia el sol. Se los refregó,
y se puso una mano en la frente, bloqueando la luz.

Sintió que el libro de Oclumancia avanzada se deslizaba de su regazo, se alejaba de ella.

—Eres demasiado expresiva para esta técnica en particular—, murmuró él. —Sería obvio que
algo no está bien contigo—. Lo escuchó pasar una página, y luego cerrar el libro de golpe. —
¿Te salteaste los estudios intermedios?

—Por supuesto—, dijo ella, sus labios dibujaron el fantasma de una sonrisa satisfecha. Su
cabeza daba vueltas. Se sentía como si hubiera estado despierta durante días. —¿Esperabas
menos de mi?

Abrió los ojos, y miró el estanque por la ventana otra vez. Intentó aferrarse a la idea de las
aguas tranquilas para calmar su mente acelerada, pero ya no tenía energía.

—Puede ser agotador—, dijo él, apenas un susurro.

Ella asintió, había una somnolencia en sus venas. —Le pediré un té a las cocinas.

Una pausa. Y luego: —¿Ya no tomas café?

Su mente se sobresaltó. Levantó la mirada hacia él. Estaba pasando las páginas de otro libro
de Oclumancia avanzada, su pregunta flotó con inocencia entre ellos.

Sí que prefería el café. De hecho, solo bebía té con miel porque lo había visto a él hacerlo
durante los últimos siete años. Alguna extraña forma de sentirse cerca de él.
—Tenemos café—, ofreció en voz baja, con los ojos todavía sobre el libro.

—Gracias. Voy a… a pedir café la próxima vez—. Quería indagar, profundizar en esa
observación. Pero tenía preguntas más acuciantes ahora que lo tenía ahí. —¿Cómo está
Pansy?

Ella vio que sus ojos se endurecían. Cerró el libro rápidamente. —Está muerta.

—¿Cómo?

—La mataron por traicionar al Señor Tenebroso.

Frunció el ceño, mirándolo de cerca. —Esas fueron las palabras exactas de Zabini. Qué
curioso.

Sus ojos se dispararon en su dirección. —¿Cuándo hablaste con Blaise?— Había un cebo en
sus palabras, y sintió el hielo que emanaban sus ojos.

—Pasó a visitar. Entró en mi cuarto y se bebió mi té, como si tal cosa. —Se movió en su
asiento, y arqueó una ceja ante la expresión oscura de Draco. —¿Cómo ajustaste las
Protecciones después de la visita de tu tía?

Él tensó la mandíbula. —Están basadas en la intención de hacer daño.

—¿Y todavía no me vas a decir por qué la familia Malfoy no tiene intención de hacerme
daño?

Apretó los labios, negándose a responder. Ella suspiró, y hundió los hombros.

—Bueno, apreciaría mucho que pudieras agregar la “intención de molestar”.

Cuando se movió para ponerse de pie, la sangre le subió a la cabeza. La Oclumancia la había
drenado aún más de lo que pensaba, y se tambaleó contra el brazo del sillón.

Una mano la tomó por el codo. Le palpitaba la cabeza, mientras cerraba los ojos con fuerza y
registraba que Draco la estaba tocando. Cuando volvió a abrir los ojos y se enderezó, dijo: —
Deberías tener cuidado la próxima vez. Puede ser bastante agotador.

Ella parpadeó y lo descubrió bajando la mirada hacia ella, el cuerpo cerca del suyo y los
dedos todavía encima de su brazo. Él se tambaleó, se veía pálido.

—Todavía estás herido—, le dijo. —Tu también deberías tener cuidado.

Los ojos de él danzaron encima de su rostro, un asomo de sonrisa en sus labios. —Vaya dúo
que hacemos, ¿no?

La piel le seguía haciendo cosquillas incluso después de que sus dedos le soltaran el brazo. Él
se ofreció para escoltarla de vuelta hasta su cuarto para que pudiera descansar. Podía sentir el
aire entre ellos mientras caminaban, cada sonido de sus pasos contra el mármol hacía eco
adentro de su mente. Subieron despacio las escaleras, las costillas de él todavía estaban
sanando y su cabeza todavía palpitaba, pero cada vez que doblaban una esquina, podría jurar
que sentía el fantasma de una mano sobre su espalda, guiándola, sosteniéndola.

La acompañó hasta su puerta, y tal vez fue el dolor de cabeza que la mareaba con la ridícula
comparación de que él la estaba acompañando de regreso a su apartamento al final de una
cita. Ella asintió en agradecimiento, mientras él la recorría con los ojos, y cuando terminó de
cerrar la puerta, se apoyó contra la madera fría, y escuchó la demora de sus pasos regresando
a su propio cuarto, intentando no pensar en cómo se hubieran sentido sus labios contra los
suyos, si él los hubiera reclamado por un beso de buenas noches.

Despertó a la mañana siguiente, con un enorme tazón de café en su mesita de noche.

~*~

No vio a Draco en persona por varios días. Al tercer día, se le ocurrió la sombría idea de que
tal vez se había ido a acompañar a Lucius, donde sea que él estuviera. Se concentró en su
Oclumancia para mantenerse ocupada, aumentando regularmente su resistencia y probando
también otras técnicas. Cuando se sentía exhausta después de un día entero de práctica, se
acurrucaba con uno de sus libros de ficción, permitiéndose una hora o dos de paz y descanso.

El cuarto día de la ausencia de Draco, estaba en medio de la lectura de su segundo libro


favorito de Dickens, cuando la puerta de la habitación se abrió. Levantó la mirada desde su
sillón orejero, y se sorprendió al verlo parado en la entrada.

Él llamaba a la puerta, por lo general.

—¿Si?

Él la miró, su boca era una delgada linea. —Cámbiate de ropa. Algo presentable.

Ella se miró a si misma parpadeando. Tenía calzas y un canguro. Tal vez no estaba
precisamente vestida para recibir compañía, pero la verdad es que tampoco la esperaba.

Se puso de pie y cerró el libro. —¿Dónde vamos?

Él no contestó. Ella puso los ojos en blanco y se dirigió al guardarropas. Él la miró mientras
abría las puertas, arqueando una ceja. —¿Alguna preferencia?

Un movimiento de sus dedos, y algo satinado se deslizó frente a su rostro. Ella se lo quitó de
la cabeza y le clavó la mirada. Era un vestido lencero. Prácticamente un negligé.

—Que sea rápido—, dijo él, las palabras eran cortas y heladas. Ella cerró la boca,
reprimiendo una réplica. Él se dio vuelta para observar las estanterías de libros mientras ella
entraba al cuarto de baño.

Algo no estaba bien. Él estaba bajo algún tipo de estrés o… Sacudió la cabeza, tragando su
aprensión. Él había llevado su situación al punto en que se encontraba, ¿no? ¿Y qué si hoy
estaba de mal humor? Había visto cosas peores.
Se quitó las calzas y el canguro, y se enfundó en el satén. Hizo una mueca ante su reflejo, se
veía mucho más como una meretriz; le recordaba el lugar que tenía en el mundo afuera de la
Mansión. Se subió el lencero, tensó las correas por encima del sostén, alisando la tela sobre la
ropa interior.

Cuando salió del baño, él estaba todavía observando la estantería, sin pestañear. Ella se
movió hacia la puerta, lista para seguirlo.

—¿Quién te dio permiso para usar esas bragas?

Ella trastabilló sobre la alfombra, se detuvo y se volvió para mirarlo.

—¿Disculpa?— Le clavó los ojos en la nuca. Cómo se atrev--

—Quítatelas.

Él giró y la miró perezosamente, con el ceño fruncido, sus ojos eran pétreos y peligrosos.
Sintió que un escalofrío le bajaba por la columna. La última vez que habían salido de la
Mansión le había hecho quitar el sostén, pero ¿por qué querría que se quite las bragas?

Él comenzó a caminar hacia ella, merodeando como un gato salvaje, y ella se quedó inmóvil
a medida que él se acercaba, consciente del creciente latido de su pecho. Si no reconociera
sus movimientos, su postura, el hábil movimiento de sus dedos girando su varita, habría
pensado que alguien había tomado una Poción Multijugos para hacerse pasar por Draco
Malfoy.

Pero recordaba esos ojos de sexto año. Diferentes de los que solía tener. Algo afilado y
despiadado en ellos.

Se detuvo frente a ella, el pecho de él apenas a un centímetro del suyo, obligándola a inclinar
la cabeza hacia atrás.

—O voy a tener que quitártelas yo mismo—, susurró, su aliento perturbó los rizos en la parte
superior de su cabeza.

Un terror se disparó por sus venas como un hormigueo. Nunca antes le había tenido miedo,
realmente. Ni cuando la había atrapado en la oficina de Umbridge, con su mano en la parte
baja de su estómago, ni cuando sus amigos le habían lanzado maldiciones asesinas en la Sala
de los Menesteres.

Ella buscó dentro de sus ojos.

Las manos de él salieron disparadas, aferraron sus codos y la hicieron girar rápidamente, sus
pies se enredaron entre sí. La estampó con el pecho contra la pared, y ella giró la cabeza justo
a tiempo para evitar que le rompiera la nariz. El aire abandonó sus pulmones, y se debatió
para empujar hacia atrás. Apoyó las palmas de las manos contra la pared, pero él la empujó
con una mano entre los omóplatos.

Jadeó, y su mente se disparó rápidamente entre las posibilidades


Él estaba queriendo probar un punto.

O ella lo había hecho enojar más que nunca en la vida.

O era algún tipo de magia oscura, seduciéndolo y retorciéndolo.

Sus dedos bajaron por su espalda, aferraron el vestido de satén y comenzaron a subirlo, cada
vez más.

Los ojos de ella saltaron de sus cuencas, mirando fijamente la pared color crema.

El vestido lencero subió por encima de su trasero, y entonces su mano estaba debajo,
acariciando su columna hacia arriba hasta encontrar el broche de su sostén. Un rápido
movimiento, y el broche se soltó.

Le arrastró la correa por el hombro, mientras con la otra mano la seguía apretando con fuerza
contra la pared.

—Ya sabes lo que siento por estas tetas, Granger—. Su voz retumbó detrás de ella, haciendo
temblar sus costillas.

El corazón le latió con fuerza y se quedó sin aliento. No… no sabía lo que sentía.

Los dedos de él recorrieron su brazo, y se curvaron alrededor del codo. La otra mano en sus
costillas, y sus dedos alcanzando su pecho.

Esto no estaba bien.

Algo no estaba bien con él.

Se apartó de la pared con todas sus fuerzas, echando las caderas hacia atrás y torciendo el
cuerpo.

Las manos de él se apresuraron a aferrar sus caderas, sosteniéndola contra la pared, mientras
el pecho presionaba contra su espalda. Ella sintió su pesada respiración encima de la nuca.

—Hoy estás juguetona.

Ella jadeó, todavía presionando la pared con la frente y las palmas de sus manos, intentando
empujar hacia atrás tanto como podía.

¿Podría pedir ayuda? ¿La escucharía Narcissa?

Él empujó sus caderas hacia adelante, y ella sintió su erección contra su trasero.

Su mente se quedó en blanco. Una pizarra blanca donde antes solía tener el cerebro.

Draco la estaba tocando. Y estaba excitado. Y era peligroso.


Chapter End Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Este capítulo contiene elementos de sexo sin consentimiento.


Por favor leer con precaución. Por favor revisa las etiquetas (tags) de esta historia.

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También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.

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bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".
Chapter 13
Chapter Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: ESTE CAPITULO CONTIENE ELEMENTOS DE SEXO


SIN CONSENTIMIENTO. Por favor, cuida tu salud mental y lee con precaución.

Debido a algunos proyectos de escritura de la vida real, necesito tomarme el fin de


septiembre. El capítulo 14 se publicará el 6 de octubre.

Gracias a SaintDionysus y raven_maiden.

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Sus caderas rodaron contra ella, y la apretaron contra la pared. Su respiración se entrecortó,
despertando su cerebro. Empujó hacia atrás de nuevo, y se debatió contra su pecho,
retorciendo su cuerpo para alejarlo de la pared.

Él la sostuvo en el lugar, respirando pesadamente contra su cabello. Con una mano le sostenía
el brazo contra la pared, y la otra bajaba rápidamente por su estómago, y cuando sus caderas
se movieron encima de ella de nuevo, le pellizcó la piel con tanta fuerza que la hizo gritar.

Un suspiro soñador contra su cuello, como si algo divino hubiera sucedido. Parpadeó
rápidamente, preguntándose para qué la había pellizcado. Él rodó las caderas otra vez,
presionando su erección aún más contra ella. La volvió a pellizcar.

Ella chilló.

—Malfoy—, suplicó, —qué estás...—

—Te gusta mi verga, ¿no?

Su cuerpo se congeló. Él la empujó otra vez, gimiendo, como si…

Como si estuvieran...

Sus dos manos apretaron las suyas contra la pared.

—¿Te gusta, Granger?— Su voz era melodiosa. —¿Te gusta que te coja?

Ella tragó saliva, el cerebro le daba vueltas.

Entrelazó los dedos con los suyos, empujándola hacia abajo.


—Estás tan mojada para mi.

Eso no podía ser posible. Él no estaba… No tenía acceso a...

Ella se sostuvo contra la pared, intentando reunir todo su ingenio mientras las caderas de él
rodaban sobre ella. Posó la mirada en el anillo de su pulgar que hacía presión sobre el suyo.

El anillo que le había partido el labio al golpearla. No porque quisiera hacerlo, sino...

¿Por qué la había pellizcado?

Él gruñó en su oído.

Esta simulación tenía un propósito. Solo tenía que averiguar cuál era.

Una mano en su cadera tiró de ella hacia atrás, y la hizo retroceder un paso con él, mientras la
otra mano sostenía la parte superior de su cuerpo contra la pared. Él le pateó un tobillo,
abriendo su postura. El ángulo trajo la dureza de él más cerca de su centro, y ella jadeó.

Su mano la pellizcó otra vez, más fuerte. Ella se sacudió, y accidentalmente se frotó contra él.

—¿Te gusta eso?— Canturreó detrás de ella. Embistió sus caderas contra las suyas,
sacudiéndola.

Ella miró hacia abajo, intentando descubrir lo que estaba pasando entre ellos. Qué era lo que
supuestamente le estaba gustando...

La mano de él se enterró en su cabello, y le torció la cabeza antes de que pudiera mirar. Sintió
una punzada de dolor en el cuello que la hizo estremecer. Los dedos de él tiraron de su
cabello, y la represa adentro de ella se quebró.

La adrenalina se disparó por sus venas. Extendió las manos hacia atrás, y arañó los dedos en
su cabello, abofeteando cada centímetro de él que estuviera a su alcance. Escuchó que
algunos de los golpes atinaban. Sus piernas se retorcieron para patearlo.

Él soltó una carcajada y la aferró por la cintura, la levantó en el aire y la cargó de espaldas
mientras ella pataleaba.

Su mundo se ensanchó. Toda la habitación se hizo visible, en lugar de solamente la pared.


Vio todas las armas que podría usar si pudiera alcanzarlas.

Sus piernas lo patearon, gruñendo y jadeando. Alcanzó la esquina del sillón orejero y lo
tumbó. Y entonces estaba frente a su cama, y él la dejó caer sobre el cómodo colchón y sobre
sus almohadas, donde había encontrado un santuario durante los últimos meses.

Intentó darse vuelta para usar sus piernas y sus brazos contra él, pero él se puso rápidamente
detrás de ella, y le dio una palmada en el trasero que la hizo gritar.

Él le empujó los hombros contra el colchón, tiró hacia arriba sus caderas y presionó contra
ella de nuevo. Y desde allí era como si pudiera sentir cada centímetro de él. Su vestido se
subió de un tirón, sus bragas y los pantalones de él eran lo único entre ellos. Si es que todavía
tenía los pantalones cerrados. No estaba segura.

Ella jadeó contra el edredón, sus dedos se agitaron en busca de algo. Cualquier cosa. Le
arrojó una almohada por encima del hombro, sabiendo que no daría en el blanco.

Se debatió contra la mano en su columna, mientras él se frotaba contra ella, presionando las
partes íntimas de ambos entre sí.

—Ya sabes cómo me gusta cuando peleas.

Las lágrimas hicieron fuerza detrás de sus párpados. Su cuerpo se hundió en el colchón,
exhausto.

¿La iba a penetrar?

Enterró las uñas en las sábanas. Él gruñó, su mano le pellizcaba la cadera, dejándole
moretones.

Y entonces el peso disminuyó. Antes de que se pudiera escapar, él la giró sobre su espalda.
Ella extendió una mano para arañar su rostro, su garganta; tenía los latidos del corazón en el
estómago.

Lucharon con los brazos del otro hasta que él aferró sus dos manos, las sujetó contra el
colchón, y susurró un Hechizo Adherente. Se trepó encima de sus caderas, sosteniendo sus
piernas con el peso de su cuerpo.

Ella sacudió el torso, y consiguió ver sus ojos.

Muertos.

El iris negro por la excitación.

Pero no había ningún destello de estar gozando.

Al sorprender su mirada, esbozó una sonrisa satisfecha, le aferró la mandíbula y dijo. —


¿Quieres que te vuelva a coger la boca, Granger?

Sus ojos se desorbitaron. Inhaló con fuerza. —Draco...—

Él la silenció, apretando la palma de la mano contra su boca. —No me interesa tu opinión.

Con una mano cubriendo sus labios, extendió la otra por debajo de su cintura. Ella la siguió
con los ojos, y vio que se estaba masturbando.

Se atragantó, y apartó la mirada, parpadeando rápidamente.

—Pensé que me había deshecho de esto—, gruñó, y entonces sus manos estaban sobre el
lencero de satén, rasgando la tela a la mitad y desgarrando el sostén. —Mucho mejor.
Estaba expuesta. Sus pechos se agitaban ante su mirada, un sollozo se atoró en su garganta.
Desnuda por primera vez. Vio que una mano volvía a frotarse a sí mismo, y la otra apretaba
contra sus estómago.

Sus ojos eran hambrientos, se bebían su pecho desnudo. Algo parpadeó detrás del gris, y se
humedeció los labios.

La mano en su estómago se deslizó contra el satén arrugado, y entonces sus dedos estaban
debajo de la curva de sus pechos, calientes contra su piel.

Él gruñó, sus caderas empujando contra su mano. Vio sus rasgos brevemente vidriosos antes
de volverse de hielo otra vez; su mirada volvió a su rostro.

—Voy a pintar mi nombre en tus tetas, Granger.

No podía hacer otra cosa más que existir debajo de él mientras se cogía su propia mano.
Cuando una lágrima lenta se deslizó por su ojo izquierdo, él estiró una mano y le giró el
rostro hacia el costado.

Ella observó la pared, concentrándose en los colores que veía.

Su mesita de noche con un lazo para el pelo.

Un joyero vacío.

Escuchó que se quedaba sin aliento. Asumió que estaba a punto de acabar.

La mano apretando su rostro se deslizó, sus dedos se enredaron en su cabello y aferraron sus
rizos.

Un gemido estrangulado. Y entonces algo húmedo embistió contra su pecho.

Él se quedó así, con una mano agarrada de su cabello, recuperando el aliento.

Se sentó. Un Hechizo Desvanecedor en su sostén, y un Hechizo Reparador en el vestido


lencero de satén.

Desmontó, liberó sus manos, y se quedó de pie junto a la cama. —Levántate. El Señor
Tenebroso está aquí.

Ella se quedó mirando el techo, el modo en que los postes de la cama se estiraban hacia él.

Escuchó que se abotonaba los pantalones.

—Muévete, o te llevaré a rastras—. Su voz se quebró en la palabra “rastras”. Escuchó un


ínfimo click en su garganta al tragar, empujando algo hacia abajo.

Todavía sentía el pecho agitado y pegajoso por su descargo.

Ya sabes lo que siento por estas tetas, Granger.


Parpadeó, como un espasmo.

El Señor Tenebroso estaba aquí.

Se deslizó fuera de la cama, arrastrándose hacia la pared.

Sus piernas la dejaron caer unos pocos pasos después. Se puso de rodillas, y apretó los ojos
para bloquear todo. Un calor crepitaba debajo de su piel. El olor de algo quemándose. Tal vez
era ella misma.

Sintió el pecho agarrotado, mientras la levantaban bruscamente.

—Contrólate, Granger—, siseó en su cabello. Y luego la estaba arrastrando hacia afuera.

El Señor Tenebroso estaba aquí. Y ella iba a comparecer frente a él.

Sentía unas suaves huellas dactilares sobre la piel, dejadas ahí por unas manos hirientes.
Marcada en más de un sentido, como una esclava sexual. Voldemort estaría encantado.

Con un grito ahogado, su mente se agudizó, zumbando.

La estaban llevando frente a Voldemort.

La nuca de Draco se inclinó para bajar las escaleras, mientras ella lo seguía obedientemente.

Voldemort le iba a leer la mente.

No estaba usando zapatos. El mármol de las escaleras de la Mansión se sentía frío sobre el
arco y los dedos de sus pies.

Imagina un lago de aguas tranquilas. Una estantería con ejemplares de cuero.

La mano de Draco se deslizó por la barandilla, largos dedos que habían aferrado su cabello,
la habían sujetado, pellizcado su piel. Se le nubló la vista con lagrimas contenidas.

La había pellizcado en lugar de penetrarla. Su mente estaba llena de imágenes de un ataque,


una violación, pero eso no era lo que había sucedido.

Sus pies se sentían pesados contra los escalones al doblar la última escalera. Sus botas. Sus
botas de Mortífago.

Eso no era lo que estaba sucediendo en la Mansión Malfoy. Pero debería serlo.

Hizo una pausa en los últimos escalones, sintiendo que todo su cuerpo temblaba.

Imagina un lago de aguas tranquilas. Una estantería con ejemplares de cuero.

Abrió un libro. Té con Narcissa Malfoy... unas manos suaves sobre su hombro, su muñeca.
Lo cerró de golpe y lo colocó en el borde más lejano del estante.
Otro libro: Los Secretos de Lucius Malfoy. Parada en el borde del estudio, “Gregory Goyle.
Padre”, arqueando una ceja juguetona, provocativa. Una llave giró, cerró las páginas del
libro como un viejo diario, y el libro se guardó en un estante escondido en un rincón.

Draco caminó hasta una puerta y esperó por ella. Muy apropiado que fuera otra vez en el
mismo Salón.

Siete hermosos lomos escarlata, la edición para coleccionistas: Una Mano en Mi Mandíbula -
Curando la Herida; ¿Ya No Tomas Café?; La Glorieta; Labios Intensos Sobre Mi Brazo;
Feliz Cumpleaños, Draco; Un Sweater Azul, de Pie Junto a Mi Ventana; Vaya Dúo Que
Hacemos, ¿No?

Separó las copias, y envió cada una de ellas a los estantes inferiores, las escondió entre otros
libros, arrancó las portadas y mandó las páginas hacia los estantes superiores.

De pie junto a la puerta del Salón, los ojos de él estaban perdidos en la distancia, como una
de las estatuas de los Malfoy alineadas en los pasillos. Cuando lo alcanzó, él aferró su brazo
y la apretó contra la pared. Ella ni se inmutó cuando tomó su mentón con firmeza. Cualquier
recuerdo de un tacto suave había sido enterrado.

En lugar de los brillantes lomos escarlata, había unos ejemplares manchados de tinta, de
lomos curtidos, llenos de tirones de cabello, dedos pálidos en sus costillas, una descarga
eléctrica, una semana de aislamiento, la punzada afilada del anillo al abofetearla, y Te gusta
mi verga, ¿no?.

Él le sacudió la mandíbula de vuelta hacia él. —No me vas a avergonzar, ¿verdad Sangre
Sucia?

Se sobresaltó ante las palabras en su lengua. Habían pasado años.

Sus ojos eran como hielo y sus dedos se enterraban en su mandíbula. —Sabes cómo
comportarte, ¿no?

Ella dejó que la tensión se derritiera de sus músculos y se aflojó contra su agarre. Como una
muñeca de trapo.

—Si—. Se le quebró la voz, y sintió que la palabra flotaba entre ellos.

—Si, ¿qué?

Trae al frente solo los recuerdos elegidos. Deja el resto atrás.

Unas hendiduras en su mandíbula cuando sus dedos se curvaron. Dejó que todos los
recuerdos de sus ojos cálidos navegaran hacia el fondo.

—Si, Amo.

Un destello en sus ojos grises. Una curva en sus labios que se sentía conocida y cruel. Se
dirigió hacia el Salón.
Ella atravesó la puerta arrastrando los pies, y sintió la presencia del Señor Oscuro incluso
antes de verlo.

La oscuridad colgaba de él como una capa, chorreaba en el suelo y se hundía en la piedra.


Estaba de pie en el centro de la sala, sus dedos acariciaban el respaldo de un antiguo sillón,
giró para mostrarle los dientes con una sonrisa.

—Sangre Sucia Granger. Gracias por recibirme.

Lucius estaba de pie junto a él, sosteniendo un vaso. Le dedicó una mirada antes de hacer
girar su vino y tomar un profundo trago.

Una mano entre sus hombros, igual que un rato antes, la empujó con fuerza hasta que cayó
sobre sus rodillas. Los zapatos de Draco en su linea de visión.

No se había quitado los zapatos. ¿No era esa una frase? Intentó recordar.

—¿Estás disfrutando de tu alojamiento?— La voz de Voldemort se deslizó sobre su piel, no


perdió rastro del significado. —¿Es todo lo que esperabas y más?

Soltó una carcajada. Ella mantuvo sus ojos en el suelo. El vestido lencero colgaba hacia
adelante de su cuerpo. Todavía tenía el pecho pegajoso.

Revivió la experiencia completa de un momento atrás. Empujó el estante hacia ella, dejando
que las imágenes revolotearan en la parte delantera de su mente. Las paredes color crema. El
sonido de sus gemidos.

—Vamos a dejarla salir un poco más, Draco. Sería bueno para la moral poder verla así, tal
vez le enseñaría su lugar a las demás—. Las palabras burbujearon bajo su piel. Parpadeó y
respiró hondo. Imagina un lago de aguas tranquilas.

—¿Puedo asumir que ya la has quebrado?

—Ella es un trabajo en curso, mi Señor. Pero estoy disfrutando el desafío.

La voz hizo eco, y se deslizó dentro de su mente.

—¿Entonces finalmente la has hecho tuya?— dijo el timbre de voz grave de Voldemort.

—Si, mi Señor. Más de una vez—. Una carcajada por lo bajo. —De hecho, debo disculparme
por la tardanza.

Sintió que su cuerpo se levantaba, como si tuviera un gancho en la espalda, arrojándola de


cara hacia Voldemort.

Un lago que se extiende hasta el atardecer. Aguas tranquilas. Profundidades debajo.

Respiró hondo con el pecho tenso, pero era como la aleta de un tiburón cortando a través de
las aguas...
Voldemort estaba otra vez en su mente.

Las paredes color crema de su habitación.

El jadeo de dolor.

"Te gusta mi verga, ¿no?"

Sus dedos arañando el rostro de él a ciegas...

Draco encima de ella, masturbándose con los ojos vacíos.

El ruido de su ropa rasgándose.

El gruñido de su garganta y las manos de él enredadas en su cabello, el sonido de la


eyaculación alcanzando su pecho...

Estaba sola. Sobre el suelo del Salón. Mirando los zapatos de Draco. Escuchando la risa de
Voldemort.

Todavía había cuchillas en su mente, deslizando sus bordes dentados lentamente adentro
suyo. Las portadas de sus libros eran cortados por la mitad. Sentía una lenta fuga de energía
que la drenaba.

Volvió a enfocar sus ojos. Se había perdido de algo así como “¿La pasaste bien, Sangre Sucia
Granger?” Y una risa sibilante. Luego un silencio; lo bastante largo como para que sus oídos
dejaran de zumbar.

—Tu tía insinuó que el tratamiento que le dabas a la Sangre Sucia era algo… “único”, Draco.
Habría venido antes a verlo yo mismo, si no hubiera estado ocupado. Pero puedo ver ahora
que ella estaba equivocada.

Pasos, deteniéndose frente a su cabeza inclinada. —Si—, ronroneó la voz baja y suave. —No
eres más que una inmunda zorra común, ¿no es así, Sangre Sucia? Deberías considerarte
afortunada de estar cubierta por la semilla de un Sangre Pura.

Ella apretó el mármol con los dedos. Sus uñas se rompían, empujaban hacia atrás. Se aferró a
ese dolor.

—…alguna información de ti, Sangre Sucia. Gracias por tu colaboración.

Y luego el gancho tiró de sus costillas de nuevo, arrastrando su cuerpo inerte hacia arriba. Él
estaba a punto de mirar adentro suyo otra vez. Había aguas tranquilas en alguna parte,
escondidas detrás de una cadena montañosa. Si tan solo pudiera verlas.

Había libros. En alguna parte había libros que tenía que cerrar...

Echó hacia atrás la cabeza. Sus ojos se abrieron, enfocándose. Lucius estaba diez pasos detrás
de Voldemort, con su intensa mirada clavada en ella. Los dedos largos de Voldemort le
apretaron la mandíbula hasta que ella enfrentó sus ojos.
Fuego rojo disuelto en verde esmeralda. Parpadeó, y Harry estaba frente a ella, escuchándola
balbucear con entusiasmo.

—¡Debe haber sido Fuego Maldito!— Dijo, con el pecho agitado por el esfuerzo, mirando los
pedazos rotos de la Diadema de Ravenclaw.

—¿Cómo dices?— El rostro de Harry estaba teñido de suciedad, los lentes empañados por el
calor.

—Fuego Maldito, fuego endemoniado, es una de las substancias que destruyen Horrocruxes,
pero yo nunca me habría atrevido a usarlo, es tan peligroso...

Y entonces eran más jóvenes. Ron estaba de pie junto a ella en Grimmauld Place, hablándole
en susurros detrás de una corona de Navidad.

—Él dijo que él era la serpiente. Dijo que él había atacado a mi papá.

—Pero Ron, eso es imposible...—

—Lo sé, lo sé—. Ron se pasó los dedos por el cabello desordenado, y miró por encima de su
cabeza para ver si alguien los escuchaba, justo hacia donde colgaba la consciencia de
Voldemort, como una capa por encima de sus hombros. —Al parecer Dumbledore lo sabía.
Como si lo hubiera sospechado. Y entonces él empezó a mentir. Dijo que lo había visto desde
arriba. ¿Por qué mentiría, Hermione…?

Un giro opresivo, y entonces estaba en clase de Encantamientos, convirtiendo el vinagre en


vino, y esforzándose por escuchar las instrucciones de Flitwick del otro lado del salón. Harry
lanzó un Encantamiento Muffliato y le contó en susurros a ella y a Ron acerca de su
encuentro con Dumbledore la noche anterior.

—El diario está destruido, el anillo también. La copa, el relicario y la serpiente siguen
intactos. Y hay un sexto que debería ser de Ravenclaw o de Gryffindor—, dijo Harry.

—¿Estás seguro de que hay solo séis?— preguntó ella.

—Dumbledore estaba seguro. Dijo que había hecho séis, y que su propia alma era la séptima
parte.

Su mente dio vueltas, y se encontró de pie junto a Ron en un mar de estudiantes, viendo a
Harry y a Draco batirse a duelo en segundo año. Se estremeció cuando Draco conjuró una
serpiente de su varita, y su estómago dio un vuelco cuando Harry le habló en silbidos. Sintió
que el mundo se hacía lento, y luego el tiempo casi retrocedía.

Voldemort se mantuvo encima de ella, mientras observaba sin remedio a Harry escupir
palabras en Parsel a la serpiente otra vez. Se hizo una pausa, y Voldemort examinó la
memoria por tercera vez.

Hermione sintió que su mente gritaba. Necesitaba sacarlo de ahí, cerrar esos libros. Pero no
había estado preparada.
Hubo una sensación resbaladiza adentro de su consciencia. Algo mucho más amable en su
mente. En lugar de cuchillas afiladas, era como un cuchillo de untar, cortando manteca.

Otra sacudida en su mente, y los cuchillos destrozaron más portadas, buscando, investigando.

Se irguió encima de la forma de un Harry dormido. En la tienda. Pocos meses atrás.

Hermione respiraba superficialmente mientras lo veía patalear en sueños, gruñir palabras en


sueños que claramente no eran suyos.

—Hazte a un lado, niña tonta… hazte a un lado ahora. Es mi última advertencia...—

Hermione estiró una mano para despertarlo, con dedos temblorosos. —¡Avada Kedavra!—
Siseó. Ella se tambaleó hacia atrás, con la boca abierta por el horror. Pero la luz verde nunca
llegó.

Bajó la mirada hacia su cabello desgreñado, adherido a la frente por el sudor frío. Sostuvo la
cadena del relicario en una mano; se lo había arrancado del pecho antes. Sintió que
Voldemort se cernía encima de Harry, e intentó moverse, intentó escudar a Harry de sus ojos
crueles.

Pero la otra presencia adentro de su mente, más tranquila y menos violenta, estaba de pie tras
ella. Casi como si fuera un pasajero, simplemente revoloteando hacia donde fuera que
Voldemort lo llevara.

El latido en la cabeza la estaba aporreando, la visión de Harry comenzó a desvanecerse entre


puntos negros.

Aún así, Voldemort se deslizó encima de él en el catre, y lo observó patalear y sisear en


Parsel. Sintió que el pánico en sus pulmones le agarrotaba las costillas. Ya no podía respirar.

Y entonces estaba sola. Su cuerpo colapsó contra la piedra del piso del Salón, y su cabeza
rodó hacia un costado, jadeando. Una neblina de imágenes se volvían a enfocar una y otra
vez.

Los zapatos de Draco todavía junto a ella. Inmóviles.

La visión se hizo nítida otra vez, y vio que Voldemort se cernía sobre de ella, entrecerrando
los ojos rojos con gesto pensativo. Detrás de él, Lucius tomaba un sorbo de su vaso.
Movimientos suaves. Un cuchillo cortando manteca.

No hubo carcajada de victoria. No hubo venganza salvaje por el conocimiento de su más


preciado secreto.

Solo un silencio crepitante.

Oscuridad.

Parpadeó, volviendo a despertar, entrando y saliendo de su consciencia.


Cuando hizo foco, los zapatos de Draco todavía estaban ahí. Lucius no se había movido. Pero
Voldemort estaba caminando hacia la ventana, observando los jardines.

—¿Mi Señor?— Ofreció Lucius. —¿Ha terminado con la Sangre Sucia? Está babeando
encima de mi mármol.

Hermione intentó cerrar la boca, pero su cuerpo estaba inerte.

Voldemort no respondió. Hermione se dejó llevar por la oscuridad otra vez, y cuando volvió a
aparecer, nadie se había movido.

Y entonces. —Llévensela—, siseó desde la ventana. —No necesito nada más de ella.

Una helada mano en el codo, tirando de ella. Unas palmas sudorosas en sus hombros, y unos
brazos pálidos alrededor de su cintura.

Mientras Draco la arrastraba hacia afuera, escuchó un murmullo al otro lado del cuarto. —Mi
Señor. Me gustaría ayudarlo.

La puerta del salón se cerró.

Más manos, frescas y suaves. Sosteniendo su rostro, acercando pociones a su boca. Cabello
largo y rubio, rozando las sienes mientras se hundía en unos hombros esbeltos.

Se atragantó, y giró para vomitar sobre el mármol. Un encantamiento de limpieza susurrado.


Otra poción vertida en su boca, ahogándola.

Un alivio temporal de las dagas y los cuchillos de manteca en su mente.

Su mente...

Volvió a enfocarse.

Sus libros… Su estantería de recuerdos, y sus portadas púrpura y dorado y azul lavanda.
Estaban arruinados. Rasgados y destrozados.

Se tambaleó. Un agarre ligero en sus hombros, sosteniéndola. Un agarre firme en la muñeca


derecha.

—Contrólate—, susurró la mujer cerca de su oído. Pero no se estaba dirigiendo a ella. —Es
posible que vuelvan a necesitarte adentro.

La mujer rubia la hizo girar, y pudo divisar a un niño pálido y delgado a pocos centímetros de
distancia, jadeando, con la frente pegada a la pared; sonidos de ahogo salían de su garganta.

Sintió que la presión se aflojaba en su muñeca mientras la mujer la conducía en dirección a


las escaleras, la mano sudorosa la soltó.

La mujer la ayudó a subir los escalones, uno a la vez, pasando una mano por sus rizos como
solía hacer su madre.
En la cima de la escalera se escuchó un crujido.

—¡La Señora es requerida!

El sonido chirrió contra la mente frágil de Hermione.

—Estaré allí en un...—

—¡El Amo dice que ahora! ¡El Amo se va con el Señor Tenebroso!

Una pausa. Una palabrota contra su hombro.

—Hermione, querida. Son solo unos pasos más hasta tu cuarto. Mandaré a los elfos con más
pociones.

Apenas registró las palabras. Su mente se sentía en carne viva, desollada. Algo susurró
suavemente contra su sien, y entonces estaba sola, de pie en la cima de la escalera.

Los retratos estaban en silencio. El corredor se sentía denso mientras caminaba hacia su
puerta, pero su mente comenzaba a aclararse.

Había habido un momento, parecía que hacía años atrás, en que había caminado penosamente
por este corredor, sintiendo que la tortura y una inminente violación se cernían sobre ella,
antes de haber visto la suite, antes de haber conocido a Narcissa, antes de haber sentido unos
labios cálidos succionando veneno de ella.

Hermione ahora estaba de pie frente a la puerta de su cuarto. No había sido violada en esa
habitación.

Había sido violentada, pero no violada.

Hoy Draco la había violentado porque se suponía que debería haberla tratado mucho peor
durante el último mes.

Él había sido inteligente y astuto. Había encontrado la manera de mantenerla intacta, de


evitar tomar lo único que le quedaba a ella por entregar. Había representado bien su papel, al
igual que ella.

¿Pero a qué precio?

Empujó la puerta de su cuarto y encontró la catástrofe.

Se abrió paso entre el denso humo, tosiendo. Las sillas estaban volcadas, y los almohadones
reventados. Las cortinas de las ventanas estaban quemadas, todavía crepitando en algunas
partes, el fuego había sido contenido por las protecciones del cuarto. La intensa luz del sol
perforaba la niebla. A su derecha, la estantería de libros echaba humo, algunas páginas
todavía revoloteaban hasta llegar al suelo. Copias destrozadas, lomos rasgados, cubiertas
quemadas.
El colchón estaba cubierto de plumas. Los postes de la cama estaban quebrados, y el dosel
tumbado hacia un lado.

Intentó racionalizarlo. Intentó encontrar la causa.

Y la inundó un terror escalofriante al darse cuenta que ella había hecho esto.

Su magia.

Había sido atacada, y su magia había respondido.

Cuando se estaban yendo, él la había arrastrado de la habitación al mismo tiempo que


apagaba las llamas, mientras ella estaba concentrada en la eyaculación sobre su pecho.

Giró hacia la estantería de libros, contemplando los que habían sido su compañía durante las
últimas semanas. Quemados. Desollados. Muertos.

La estantería de su mente se estremeció. Había tenido tanto cuidado de salvar a los Malfoy,
que se había olvidado de salvar a Harry.

Un sollozo la sacudió, y descubrió la humedad de las lágrimas alrededor de sus mejillas. Se


inclinó hacia adelante sobre los estantes rotos.

En algún momento sus prioridades habían cambiado. Creyó que Harry estaba a salvo, muerto
en el suelo. Pero lo había traicionado.

Le dolían las rodillas. Había caído sobre ellas.

Harry estaba muerto. Ron estaba perdido. Y ella estaba jugando a la casita con los Malfoy.

Había fracasado.

Se le nubló la visión, intentó respirar, le palpitaba la cabeza, el corazón se le quebraba.

Harry estaba muerto. No iba a volver.

Y le acababa de decir a Voldemort que él había sido un Horrocrux.

No podía entender por qué Voldemort querría esa información. Pero ella había traicionado
todo el último año de su vida al ofrecérsela a él.

Si tan solo hubiera pensado en proteger lo que era importante, en lugar de lo que era
conveniente.

Un sollozo la sacudió, quebrando sus tímpanos, mientras sus dedos se aferraban a la


estantería. Se quedó allí sentada por lo que se sintieron como horas.

Una mano sedosa sobre su hombro. Un susurro. —¿Señorita?

Sacudió la cabeza, respirando con dificultad. No quería ser tratada de esa manera. Como si
fuera algo preciado.
—¿Mippy lo arregla?

Se atragantó, jadeando y sollozando. Negó con la cabeza. —No puedo quedarme aquí. No
puedo… no puedo dormir aquí.

Unos pequeños dedos se cerraron alrededor de su brazo, y después de un apretón, estaba en


un cuarto de huéspedes distinto, más pequeño y oscuro.

Mippy la guió hasta la cama, acercando pociones a sus labios.

Las tomó sin preguntar, suplicándole al mundo que la dejara ir.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 14
Chapter Notes

Nota de Autor

¡La larga espera ha terminado! Pero lamento decir que necesito ajustar mi calendario
para actualizar cada dos domingos en el futuro previsible. Entonces, la próxima
actualización será el 10/20.

¡Los Audiobook Warriors han comenzado a publicar capítulos de La Forma Correcta de


Actuar! Busca el link en Ao3 o en Spotify.

Gracias a SaintDionysus y raven_maiden. Las reuní en un grupo esta semana, y creo que
darles a cada una el número de teléfono de la otra fue ... la forma Incorrecta de actuar.

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Durmió durante tres días.

Mippy mantenía el cuarto oscuro para ella, consciente del dolor palpitante en su cabeza. La
elfina la despertaba una vez cada mañana para verter una poción en su garganta, y preguntar
si “la Señorita quiere caminar”.

La Señorita no quería caminar.

Aparte de obligarse a tomar algunos bocados de comida cuando aparecían las bandejas, y
empujarse a sí misma hasta el baño una o dos veces, Hermione yacía en la cama todo el día,
esperando la próxima dosis.

Hermione tenía sueños inconexos cuando estaba bajo los efectos de la poción analgésica. En
algunos sueños, Draco mantenía una mano apoyada encima de la parte baja de su espalda
mientras caminaban por los jardines, y de repente giraba y la estrellaba abruptamente contra
un árbol, le arrancaba la ropa y empujaba sus caderas contra ella, mientras ella se debatía y lo
arañaba. Otros sueños comenzaban con él encima de ella, empujando su cara contra el
colchón, y luego evolucionaban en algo más suave, lento, un ritmo sobrecogedor, mientras la
besaba profundamente.

Draco no aparecía afuera de su subconsciente, y ella no esperaba que lo hiciera. Todavía


podía oír los sonidos de náuseas y asfixia que había hecho afuera del Salón. En la segunda
noche, se dedicó a contemplar las hematomas redondas de sus muñecas durante lo que
parecieron horas, sin recordar cuándo se las había hecho. Ya estaba medio dormida cuando
finalmente recordó el agarre firme de una palma sudorosa, cuando Narcissa la dio vuelta para
llevarla por las escaleras.
Narcissa visitó la pequeña suite oscura al tercer día, pero Hermione no logró encontrar la
energía para salir de la cama. Así que se quedó tendida de costado, y escuchó a Narcissa
moverse por la habitación, abriendo las cortinas y sacudiendo las almohadas.

—Hermione, querida—, susurró finalmente. —Necesito que vengas conmigo de vuelta a tu


suite. Hay barreras de protección y encantamientos para ti en ese cuarto. Es más seguro.

Separó inútilmente los labios resecos. Más seguro. Asintió a medias con la cabeza.

Narcissa la ayudó a levantarse, la ayudó a vestirse, la ayudó a dar unos pocos pasos
temblorosos a través del cuarto. Y en todo momento, le pidió permiso a Hermione para
tocarla. —¿Puedo ayudarte?

Ella ya lo sabía, por supuesto. Todos los sabían.

Cuando Narcissa abrió la puerta de su habitación original, la sorpresa atravesó la neblina de


su mente. Un color más profundo, un dorado más vibrante, brillando con el sol. El dosel de
su cama ahora era rojo. Los sillones de un caoba oscuro. Todo lo que ella había destrozado
había sido reemplazado con algo más rico, más cálido. Mucho más parecido a la sala común
de Gryffindor.

Sintió que Narcissa la observaba de cerca, así que se las arregló para asentir una vez más, y
una vez que estuvo sola en su cuarto de nuevo, Hermione volteó hacia su estantería de libros.
Había cinco o séis libros allí, dos de ellos desconocidos. Vio que uno tenía el lomo
maltratado, y dedujo que aquellos eran los únicos ejemplares que no habían sido alcanzados
por el caos. El corazón le dolía por la pérdida. El fuego había quemado el lomo de una gruesa
portada color verde oscuro, pero ella no necesitaba confirmarlo para saber que era Brönte.
Jane Eyre había sobrevivido.

Con un sobresalto, giró hacia la mesita de noche, buscando los siete libros apilados...

Nada. Una nueva mesita, y el único sentado ahí con orgullo era el joyero de latón forrado,
guiñándole un ojo. Los ejemplares personales de Draco de los libros de Gainsworth ya no
estaban.

Le subió un ácido desde el estómago, ahogándola, quemando su garganta. Las lágrimas


ardieron en sus ojos de nuevo. Lo había destruido todo. No se le podían confiar cosas
preciadas. Harry siempre le había confiado la información crucial y las soluciones a los
acertijos, pero tal vez no debería haberlo hecho. Ahora se preguntaba si el cuchillo de
Bellatrix no habría acabado por hacerla hablar si Dobby no los hubiera salvado. Tal vez era
débil; buena con su mente, pero cuando involucraba su corazón, era inútil.

Le temblaron las rodillas, y se dejó caer al suelo llorando, con unos sollozos tan agitados que
hicieron que sus pulmones sufrieran espasmos y le escociera la piel del rostro hasta que no
existía nada más que el dolor y la vergüenza. Cuando se sintió exhausta, se tumbó de costado
y curvó los dedos en la alfombra. Contemplando a través de los ojos hinchados cómo un rayo
de luz solar atravesaba la habitación.

En algún momento, una bandeja de comida apareció en su nueva mesita de café. La ignoró.
¿Qué pensarían sus amigos de ella ahora? ¿Qué pensaría ahora Harry, después de que ella
traicionara sus más profundos secretos?

Sus ojos verdes se proyectaron en su mente, implorándole que encontrara la respuesta


correcta, que hallara la solución, que los salvara...

Que los salvara.

Se quedó sin aliento, y parpadeó encima de las lágrimas. Lentamente se puso de pie. Aún no
era tan tarde para arreglar el desastre que había hecho. Todavía podía hacer lo que Harry
necesitaba que hiciera.

Había estado yendo y viniendo durante meses, esperando que alguien delineara con claridad
el siguiente problema, que hiciera la pregunta para que ella se pudiera concentrar en la
respuesta. Pero ella había planteado las preguntas correctas hacía meses, por su propia
cuenta. Ahora estaba sola. Seguramente tenía más libertad que cualquier otra de las esclavas.
Tal vez incluso tuviera más recursos a su disposición que los que quedaban de la Orden.
Simplemente había estado demasiado a gusto con los Malfoy como para trabajar en el
problema como debería haber estado haciendo.

Con un nuevo estallido de pasión, Hermione se puso de pie. Respiró hondo y salió de su
habitación, caminando por el corredor.

Necesitaba matar a Nagini. Necesitaba resolver el tema de los tatuajes. Necesitaba sacarlos de
ahí. A todos ellos. Contaban con ella, y lo sabía.

Habiendo experimentado apenas una fracción de lo que sus amigas habían estado atravesando
durante meses, sentía el abrumador peso de la culpa sobre ella mientras corría escaleras
abajo.

Abrió las puertas de la biblioteca y se quedó helada, con el corazón galopando en el pecho.
Afortunadamente, lucía segura. Vacía. Respiró temblorosamente y entró. Se obligó a apartar
los recuerdos de la última vez que había estado allí, y se dirigió hacia donde el libro sobre
Horrocruxes había estado hacía una semana. Viendo que todavía estaba en falta entre los
demás Textos Oscuros, se preguntó cuál de los Malfoy lo habría robado. ¿Lo encontraría en
el estudio de Lucius? Tal vez lo habían destrozado si sabían que Voldemort vendría para
extraer información de su cerebro.

Su mente confusa giró en torno a las posibilidades. Las preguntas que había estado
enterrando durante días, por debajo de las pociones para dormir y la angustia. Parpadeó ante
el estante vacío, luchando contra el dolor de cabeza que comenzaba a aparecer.

¿Los Malfoy sabían más acerca de los Horrocruxes de lo que Hermione había asumido? ¿Y
por qué Voldemort había estado interesado en Harry otra vez?

Se estremeció, pero el aire fresco de la biblioteca no era la causa.

¿Por qué buscar sobre Horrocruxes?


Tragó saliva, saber la respuesta implicaba mirar dentro de su propia mente. Trabajar a través
del propósito de la visita de Voldemort.

Aferró el estante frente a ella con las manos, cerró los ojos e intentó recordar más allá del
terror y las puertas cerradas de su propia consciencia.

Alguna información de ti, Sangre Sucia. Gracias por tu colaboración.

Le tembló el labio inferior, y lo mordió para cerrarlo. Había estado ahí específicamente para
buscar sobre Horrocruxes. Por eso es que los Malfoy no habían estado preparados para su
visita. Lo que Draco había elegido hacer… Hacerle, a ella… Había resultado una precaución
necesaria. Voldemort había decidido verificar el trato que le daban como un motivo
secundario, pero estaba ahí por los Horrocruxes.

Hermione parpadeó, y observó el espacio donde el libro de Horrocruxes debería estar


archivado, como si pudiera invocar su existencia con la fuerza de su deseo. No diría nada que
ella no supiera, pero sería una especie de consuelo.

Intentó pensar. Había estado en lo cierto, Harry probablemente había sido un Horrocrux
involuntario. Una parte de Voldemort se había dividido la noche en que la Maldición Asesina
había rebotado, y se había adherido a Harry. Voldemort había filtrado los únicos recuerdos
posibles que podían probar esa teoría. Entonces no era la única con aquella hipótesis. ¿Pero
qué le había dado a Voldemort la pista?

Un ápice de esperanza tiró de sus costillas… ¿Harry estaba vivo?

Ella había visto su cuerpo en el patio, pero ¿había sobrevivido después de todo? Ella no sabía
que él estaba yendo al Bosque Prohibido para buscar a Voldemort, o lo habría detenido. La
última vez que lo había visto, había estado sosteniendo los recuerdos de Snape, corriendo
hacia el Pensadero de Dumbledore. ¿Qué había descubierto allí que lo había hecho rendirse?

Recordaba la urgencia en la voz de Snape mientras la sangre brotaba de su boca y le


suplicaba a Harry que tomara sus memorias. Ella ya había sospechado en aquel momento que
no le era fiel a Voldemort, aunque ahora era imposible de confirmar. Tal vez él sabía acerca
de los Horrocruxes. Quizá había encontrado una manera de que Harry fingiera su propia
muerte, y a la vez eliminar de su interior la parte de Voldemort. El escepticismo contrarrestó
la ardiente esperanza entre sus costillas. Era altamente improbable, y así y todo, ¿por qué
Voldemort se preocuparía por Harry si estuviera muerto?

El dolor de cabeza estaba volviendo. Hermione se frotó las sienes, sabiendo que no tenía
sentido adivinar lo que había en los recuerdos de Snape. Nunca los conocería.

Las puertas de la biblioteca chirriaron.

Se dio la vuelta y se hizo a un costado, mirando a través de los estantes cercanos a la entrada,
con el corazón acelerado.

Los pómulos le cortaban la piel; incluso a la distancia podía ver eso. Estaba encorvado, los
hombros se doblaban encima de sus costillas, su cabello se veía fino y grasiento. La piel
parecía gris.

Te gusta mi verga, ¿no?

Sintió que le temblaba el cuerpo. Sus pulmones se negaron a llenarse.

¿Quieres que te vuelva a coger la boca, Granger?

De pie junto a la entrada, sacó su varita. Lo vio murmurar, “Homenem Revelio”, y de la


varita se desprendió un brillo azul, indicando que había alguien en el lugar. Ella.

Enterró las uñas en sus palmas, preparándose, y entonces los ojos de él parpadearon por
encima de los estantes, y dio un paso atrás, cerrando silenciosamente las puertas detrás de sí.
Como si nunca hubiera estado allí.

Pasaron diez minutos hasta que pudo confiar en que sus piernas se movieran de nuevo. Tomó
unos cuantos libros de Magia Celta, con el pecho agarrotado, y corrió de regreso a la
seguridad de su cuarto; toda la valentía previa quedó olvidada.

Respirando lentamente, apoyó la cabeza en la puerta cerrada y contempló su cuarto nuevo.


No se había permitido pensar en Draco desde aquella noche. Pero tenía que poder pensar en
ello. No podían evitarse el uno al otro para siempre.

Sintió una puntada dolorosa en el pecho al pensar en su piel tirante. Se veía aún peor que en
sexto año. Cerró los ojos con fuerza, deseando que la imágen se fuera. Tenía que usar su
cerebro, ya que el corazón le había fallado antes.

Draco no quería hacerle daño. De hecho, era bastante claro que hacerle daño era una de las
cosas más traumáticas por las que había tenido que pasar...

Su corazón palpitó con las posibilidades, pero su mente se obligó a apartarlas a un lado.

Intentó ponerse en el lugar de Draco, y encontró pocas fallas en su lógica. Él había elegido la
opción más segura aquella noche. Si le hubiera dado algún tipo de aviso, ella no habría sido
capaz de convencer a Voldemort de que era atacada de esa manera periódicamente.

Su mente se movió hacia el siguiente punto: Draco estaba ausente a propósito: no la


visitaba, no entraba a los cuartos en los que ella estaba.

No se disculpaba.

Se detuvo. Era demasiado cerca del corazón. Retrocedió, y su mente se debatió por encontrar
la lógica.

O Draco estaba convencido de que ella no quería verlo, o era él quien no quería verla a ella.

Eso estaba bien. Cualquiera de las dos eran respuestas lógicas y aceptables.

Bajó la mirada hacia los libros, y otro pensamiento la embistió.


Su mayor oportunidad de abandonar la propiedad, era bajo la supervisión de Draco Malfoy.

Hasta que pudiera encontrar un modo de evadir el tatuaje, Hermione lo necesitaba. No podían
seguir escapando el uno del otro, ella lo tendría que buscar y esperar que él se lo permitiera.

Se volvió hacia su miserable colección de libros, y esbozó una mueca ante los ejemplares
quemados. Ubicó los libros de la biblioteca de la planta baja, y pasó los dedos por encima de
los dos libros nuevos. No eran realmente nuevos, pero no habían estado allí la semana
anterior. Encuadernados con solidez, pero marchitos por los años, se veían unas cuantas vidas
más viejos que ella. Revisó las páginas de los derechos de autor.

Grandes Esperanzas

de Charles Dickens

Impreso en Londres, 1861

Los Miserables

de Victor Hugo

Impreso en Londres, 1862

El latido del corazón que había reprimido más temprano, sonó como un trueno. Primeras
ediciones.

Acercó el rostro a las páginas, inhalando el almizcle del pergamino envejecido y la tinta de
imprenta que había sobrevivido por casi cien años, y volvió a pensar en su evaluación
anterior.

Tal vez sí se estaba disculpando.

Los colocó junto a Jane Eyre, el único libro de cien años que había sobrevivido al fuego.

Los tres ejemplares forrados en piel habían atravesado cosas terribles.

Ella también podía hacerlo.

~*~

Después de una tarde entera de investigación, se durmió por primera vez sin una poción.
Cuando despertó a la mañana siguiente, con la luz dorada del sol brillando a lo largo de sus
paredes, había dos nuevos libros en los estantes. Saltó de la cama para examinarlos.
Hogwarts: Una Historia

Bathilda Bagshot

Impreso en Londres, 1984

Hogwarts: Una Historia - Revisada

Bathilda Bagshot

Impreso en Londres, 1996

Sus ojos se desorbitaron y los dedos le picaron. ¿Comparar las dos ediciones, una junto a la
otra? La piel le hormigueaba de deseo. Los volvió a colocar en el estante, y prometió
aguantar hasta el final del día para abrirlos. Su corazón delator fue revoloteando ese día
camino a la biblioteca, mientras se preguntaba de dónde estaría sacando Draco aquellos
libros.

Pasó una semana buscando información sobre esclavitud mágica. El catálogo le devolvió un
surtido de libros sobre la historia de la esclavitud en Europa, Asia, América, y por supuesto,
el Imperio Romano. Para su disgusto, no apareció ningún libro de pociones o encantamientos.
Pero por lo menos era un comienzo.

Comenzó con los libros de historia Europea más recientes. El problema era que no había
antecedentes modernos de esclavitud mágica en Europa, aparte de los elfos domésticos, por
supuesto, pero su magia funcionaba de manera muy diferente. Cualquier tipo de esclavitud
mágica durante los últimos siglos era considerada un tabú, por lo que no había registro
alguno. Había rumores de esclavitud mágica en las partes más ensombrecidas del continente,
pero era difícil encontrar investigaciones sobre hechizos que nadie admitía haber lanzado.
Pero ella estaba segura de que una magia tan poderosa y desarrollada tan rápidamente como
los tatuajes, debía estar inspirada en algo más. Solo tenía que encontrar el orígen.

La investigación acerca del significado de los tatuajes y el marcado de la piel en culturas


ancestrales como los Celtas, la había llevado a través de una madriguera de conejo de la que
nunca conseguía ver el fondo, así que se detuvo ahí, y dejó que su mente divagara mientras
pasaba sus dedos por encima de su propio tatuaje.

D.M.

Se preguntó qué sabría Blaise acerca de los tatuajes. A pesar de que el tatuaje de Pansy no
había sido activado por la propiedad, él debía de haber sabido algo sobre ellos para poder
remover el suyo. Ella le podría haber preguntado semanas atrás si su cabeza hubiera estado
en el lugar correcto.

Cada semana llegaba un nuevo libro a la estantería de su habitación. Por las noches, después
de un largo día de trabajo en la biblioteca, se recompensaba a si misma examinando sus
páginas de cien años, deseando dejar de preguntarse de qué manera llegaban allí.

Después de un día frustrante con pocos progresos, decidió cambiar de escenario. Tomó unos
cuantos libros de historia y se dirigió al Invernadero. El aire ahí era más claro y suave para su
mente. Pasando las cocinas y el comedor, se abrió camino hacia el ala oeste de la Mansión.

Escuchó sus pasos antes de verlo.

Los pasos vacilaron, y ella apretó los libros contra su pecho.

No eran sus botas de Mortífago. Esas hacían un ruido más áspero contra el mármol.

Se quedó de pie en mitad del pasillo que conducía al ala oeste, como un accidente de escobas
a punto de suceder.

Él dio vuelta a la esquina, a veinte pasos de distancia, con los ojos fijos en un pedazo de
pergamino en sus manos. Se veía aún más delgado, si eso era posible. Los huesos sobresalían
del rostro y el pecho como cuchillas.

Sus ojos se clavaron en ella cuando estaba a medio camino del pasillo.

El cuerpo de él se sacudió, y dejó caer la mitad de sus papeles. Ella podía ver los círculos
morados de cansancio debajo de sus ojos desde el otro lado del corredor. Tomando aire con
dificultad, vio como su mirada caía sobre el mármol, y sus rodillas temblaban al inclinarse
para levantar los papeles. Se puso de pie y se apretó de vuelta contra la pared, con los ojos en
el suelo.

Y ella recordó a los alumnos de primer año que saltaban a un lado del camino del Rey de
Slytherin cada vez que él recorría los pasillos de Hogwarts. Pero verlo ahora...

Él esperó, permitiendo que ella pasara con la menor perturbación posible del aire que
respiraba. Ella impulsó sus pies hacia adelante, con la sensación de estar atravesando otra
nube de angustia, buscando dolorosamente recuperar el aire fresco y la luz.

Pensó en su estantería de libros, unas disculpas que crecían lentamente, una especie de
reconstrucción. Pensó en los pálidos dedos sobre sus muñecas, rompiendo los capilares y
magullando los huesos, incapaz de dejarla ir.

Se detuvo frente a él, esperando. Él no levantó los ojos. Miró al otro lado del suelo, con los
ojos vidriosos y conteniendo la respiración.

—Gracias por mis libros—, susurró ella.

Vio que tragaba saliva. Sentía tanta tensión en el pecho por el deseo de volver a la
normalidad, de volver a dónde habían estado antes. Levantó una mano, y sus dedos se
estiraron para tocarlo...

Sus ojos grises parpadearon para encontrarse con los suyos. Vacíos. Ella dejó caer la mano.
Siguió moviéndose por el pasillo, ignorando su corazón acelerado y el dolor en el pecho, el
deseo de reconfortarlo y traer de vuelta el color a su piel.
Cuando llegó al final del corredor, miró hacia atrás y divisó a una delgada figura todavía
apoyada contra la pared, sangrando en el fondo de su propia mansión.

~*~

Lucius Malfoy todavía no había vuelto. Se había ido con Voldemort hacía ya dos semanas, y
todavía las preguntas se arremolinaban en su mente. Él le había ofrecido “ayuda”, lo que sea
que eso significara. Recordaba haber sentido dos presencias dentro de su mente en el Salón,
una más suave y aburrida. Estaba bastante segura de que Lucius había visto lo mismo que
Voldemort en su mente, pero no tenía la más mínima idea de qué había elegido hacer con
aquella información.

Estaba sentada en el Invernadero, observando el día del mes de julio con un libro en el
regazo. Era lo más cercano que había estado del aire libre. Al principio, después de haberse
encontrado con Draco, había considerado abandonar la rutina de ir de la biblioteca al
invernadero, de vuelta a la biblioteca, y de la biblioteca a la cama. Pero a medida que los días
pasaban, estaba cada vez más ansiosa por verlo. Si pretendía ayudar a la Orden, necesitaba
estar en buenos términos con él. Necesitaba sus accesos, su información. A sabiendas o sin
saberlo.

Comenzó a ver a Narcissa de nuevo. A leer y a dar largos paseos a través de la Mansión, en
lugares donde podía ser vista fácilmente. Si Draco se diera cuenta que ella estaba dispuesta a
dejar que las cosas volvieran a la “normalidad”, entonces tal vez él también lo estaría.
Narcissa intentó compensar la ausencia de los otros visitando a Hermione por las mañanas
para tomar el té (y el café), y conversar sobre novelas y días festivos y otras cosas de las que
suele hablar la gente normal. Cuando la culpa le carcomía las entrañas, Hermione se
recordaba que sus conversaciones podían hacer volver a Draco. Intentaba no preguntarse si
estaría pudiendo dormir, o si habría recuperado algo de peso.

Habían pasado diez días desde el incidente en el pasillo, y Hermione estaba a la mitad del
primer tomo de Europa Mágica Medieval. Suspiró y lo cerró de golpe, habiendo finalizado
otro capítulo inútil.

Al considerar de nuevo a Blaise y el rescate de Pansy, estuvo casi segura de que Draco había
sabido de sus planes. ¿Acaso él no la había comprado? ¿Y no le había parecido extraño que
hubiera llegado solo un esclavo aquella noche? Hermione suspiró contra su taza de café, y
pensó en toda la información que podría obtener de Draco si tan solo volvieran a hablar,
como solían hacer. Recordando el día de la glorieta, supo que él estaba abierto a darle
información. ¿Qué sabría Draco acerca de los tatuajes y cómo quitarlos?

Tomó un sorbo de café, respirando el aire húmedo entre las enredaderas. Las ventanas del
Invernadero se extendían hasta el techo en una amplia cúpula que permitía entrar toda la luz
del sol. A veces veía a Hix, el elfo jardinero, recortando y regando los árboles y las plantas,
pero no había más movimiento que el suave susurro de las ramas estirándose hacia la luz.

Así que cuando el crujido de la Aparición sonó entre las hojas y las flores, Hermione quebró
su taza de café, al dejarla caer en el momento en que Mippy llegó frente a ella.

—¡Señorita!
Llevó una mano al pecho para calmar sus palpitaciones. Se le congeló la sangre al ver los
ojos aterrorizados de la elfina.

—¡La Señorita tiene que ir a su cuarto!— Mippy extendió una mano. —¡Mippy la lleva
ahora!

Reunió sus libros con torpeza, recordando las dagas de unos ojos rojos, y los libros en
llamas...

Con un apretón, Mippy la Apareció en su cuarto.

—¿Es el Señor Tenebroso?— Preguntó Hermione, con la voz temblorosa.

—No, Señorita. ¡La Señora y el Amo Draco tiene visitas! No esta siendo segura para la
Señorita la planta baja—. Mippy se retorció las manos y desapareció con otro crujido.

Hermione se quedó mirando el lugar donde la pequeña elfina había estado, sintiendo que el
miedo se convertía en curiosidad.

Visitas. No sabía que los Malfoy tuvieran amigos que pasaran de visita por una charla
amistosa.

Una pequeña guerra se desató dentro de su pecho. Mippy había hecho parecer urgente que no
la encontraran en la planta baja. Pero esta seguridad, esta complacencia, esperando que otras
personas controlaran lo que pasaba con ella, no la llevaría a ninguna parte.

Y si alguien estaba abajo discutiendo asuntos de Mortífagos…¿Tal vez Lucius había vuelto?

La necesidad de respuestas, la necesidad de sentirse útil, la necesidad de no quedarse sentada


esperando que algo aún peor sucediera con ella… esas fueron las necesidades que ganaron.

Se deslizó a través de la puerta, mirando a ambos lados como si estuviera a punto de cruzar
una avenida peligrosa. Bajó las escaleras dando pasos suaves contra el mármol, se detuvo en
la base para comprobar las chimeneas, esperando una avalancha de invitados brotando del
fuego en cualquier momento.

La puerta del Salón estaba cerrada. Era donde sospechaba que Narcissa Malfoy recibía a sus
invitados. Pero estaba segura de que la atraparían si se quedaba de pie en el pasillo con la
oreja apretada contra la madera. Trató de pensar.

Había un salón de baile junto al Salón que raramente se utilizaba. Sospechaba que se
destinaba a fiestas y asuntos de importancia. Había pocas chances de que alguien caminara en
esa dirección al salir del Salón.

Hermione se apresuró a través del corredor, pasando junto a las cocinas y todos los pequeños
escondites que había memorizado en los últimos dos meses. Abrió la puerta trasera del salón
de baile lo más lentamente que pudo, revisó que no hubiera nadie adentro, y corrió hacia la
puerta que conducía al Salón. Estaba entreabierta.
Espiando a través de la puerta, vio a Narcissa sentada en un sillón, con un vaso intacto de
brandy junto a ella. Draco estaba de pie a su lado, sosteniendo un Whisky de Fuego. Un
delgado hombre mayor se paseaba frente a ellos, usando un bastón, pero moviéndose todavía
con habilidad a través del cuarto. Cuando se volteó, Hermione vio su rostro.

Nott, Padre.

Observó el resto del cuarto y descubrió a un chico delgado examinando los retratos en las
paredes. Theodore. Lo vio tomar un sorbo de su Whisky de Fuego y hacer una mueca ante el
sabor mientras le daba la espalda al Salón.

Afinó el oído.

—… proyecto que necesita bastante investigación. Theo y yo esperamos poder pasar el día en
su biblioteca. En privado, si es posible.

—Ya veo—, dijo Narcissa. —En verdad desearía que Lucius estuviera aquí para asistirte,
pero por supuesto eres bienvenido…—

—¿Puedo preguntar qué tipo de proyecto?— Cortó Draco, con frialdad.

Theo giró para mirarlo. Nott tomó un largo trago de su vaso. —Una tarea confidencial del
Señor Oscuro—, dijo, con una sonrisa. Y luego volvió hacia Narcissa, como si Draco no
hubiera hablado en absoluto. —¿Y Lucius se ha escapado a dónde?

Una pausa tensa, y luego la voz de Draco canturreó. —Una tarea confidencial del Señor
Tenebroso.

Hermione vio que Nott sonreía lentamente.

—Nuestra familia tiene el honor de servirle—, dijo Narcissa.

Theo agitó su copa con descuido. —¿Tiene algo que ver con lo que está pasando en Francia?

Tres cabezas giraron hacia él. Confundiendo sus reacciones con impacto, continuó. —
Nosotros también estamos en su círculo de confianza, saben. No hay motivo para que se den
aires con nosotros—. Hermione vio que el Señor Nott le fruncía el ceño a su hijo.

Narcissa tomó la iniciativa y habló suavemente. —Estoy segura de que no lo sé, Theo. La
misión fue entre Lucius y el Señor Tenebroso.

Theo asintió y tomó un sorbo de su vaso, sin registrar la mirada exasperada de su padre al
otro lado del cuarto.

—Así como tu marido ha recibido instrucciones delicadas por parte del Señor Tenebroso,
también las he recibido yo—, dijo Nott, suavemente. —Aprecio tu cortesía como siempre,
Narcissa.

—Sea como sea, Señor, mi padre no está en casa. Y tampoco está en la suya, pidiendo
asistencia—. Una pausa frágil. —¿Cómo podemos ser de utilidad en su investigación?—
Draco hablaba con el elegante desdén de la aristocracia. Se veía mejor, más saludable. Su
cabello estaba limpio, y su piel clara otra vez.

Un silencio prolongado. Y entonces: —Se trata de los límites de Aparición. Y el incidente en


Liverpool de la semana pasada.

El corazón de Hermione latió con fuerza. La última vez que había oído acerca de los límites
de Aparición había sido en el Castillo Dover, donde la gente estaba intentando escapar.

—Estamos buscando libros sobre barreras oscuras, que sean menos propensas a...—

El Señor Nott se interrumpió. Lo escuchó murmurar algo, y justo cuando se inclinó un poco
más para escuchar mejor, la puerta se abrió de golpe, dejándola a la vista en el umbral.

Cuatro pares de ojos se voltearon a verla, y se le congeló la sangre. Draco se puso en


movimiento, con una mano dejó el vaso y con la otra buscó su varita. Sus ojos eran asesinos.

—¡Ah-ha!— Dijo Nott. —La pequeña inmundicia disparó mi Hechizo Detector de Espías.

Hermione estaba decidiendo si correr era una opción, cuando la varita de Nott se agitó y su
cuerpo fue tironeado hacia dentro del Salón, acercándose aceleradamente entre los muebles
hasta caer a sus pies.

Narcissa se puso de pie, y la mirada de hielo que le dedicó a Hermione le congeló el corazón.

—¿Qué te he dicho acerca de andar dando vueltas por la Mansión?— Siseó Narcissa.

Hermione se quedó boquiabierta, y se apresuró a interpretar el papel: —Por favor… no es lo


que usted piensa. Lo siento...—

—No tanto como lo sentirás después—, dijo Narcisa, su voz suave y venenosa.

—Mhm—, dijo Nott. —No se ve como si tuviera Viruela de Dragón.

El cuarto contuvo el aliento. Ella levantó la mirada hacia el rostro marchito del Señor Nott
desde donde yacía a sus pies. Él la miró con lascivia.

—Claro que no. Draco solamente no quiere compartir—, dijo Theo con una carcajada. Los
ojos de Hermione se movieron hacia Theo, que le sonreía.

—Para nada, te lo aseguro—, dijo Draco, en tono casual. —Pero tiene razón acerca de la
Viruela de Dragón. Resultó ser algún tipo de enfermedad Muggle. Algo desagradable que
trajo con ella.

—Somos muy cuidadosos con la Viruela de Dragón en esta familia—, dijo Narcissa a Nott.
—Recuerdas que el padre de Lucius murió de eso.

Nott llevó el extremo del bastón hacia su barbilla, inclinando su rostro hacia atrás con la
punta fría. Hermione tragó y enfrentó sus ojos. —Entonces, ¿vamos a poder verla un poco
más?— No se le escapó el doble sentido en sus palabras, mientras la punta del bastón trazaba
un camino hacia sus clavículas, y tiraba del cuello de su sweater.

—Eso espero—, dijo Draco con firmeza.

—Bien. Hemos comprado un esclavo varón, sabes. Excelente para el trabajo, pero
obviamente limitado para otros usos—. Rió, y el estómago de Hermione se dio vuelta.

—¡Mippy!— Llamó Narcissa. Un crujido al aparecer el elfo. —Lleva a la Sangre Sucia de


regreso a las mazmorras. Asegurate de que se quede allí.

Escuchar a Narcissa usar esa palabra fue como un tajo en el estómago. Parpadeó para alejar la
visión borrosa, mientras el extremo del bastón de Nott comenzaba a hundirse por debajo de
su cuello. La mano de Mippy se envolvió alrededor de su muñeca, y entonces con un apretón
Apareció en...

Las mazmorras.

Giró sobre sus talones para mirar al pequeño elfo.

—¡Mippy lo siente! ¡Mippy le dijo a la Señorita que se quedara en el piso de arriba!— Los
labios de Mippy temblaban, y entonces Desapareció.

Hermione es puso de pie, girando en círculo para observar el entorno, esperando que un
dragón emergiera de las sombras. Nunca antes había estado en las mazmorras. Solo Harry y
Ron habían sido arrastrados allí abajo mientras Bellatrix la mantenía atrapada en la planta
baja. El aire era espeso y húmedo, y parecía venir una corriente de aire de alguna parte.

Se movió hacia las escaleras, y descubrió que sus pies no podían subir. Mippy había
conjurado una barrera para evitar que abandonara las mazmorras. Resopló y se apoyó contra
la piedra. Tal vez más tarde se arrepentiría de haber importunado a Mippy, pero la
información que había descubierto había valido la pena.

La gente estaba consiguiendo escapar. Pensó en Liverpool; a primera vista no era un lugar
particularmente importante. Pero estaba cerca del agua. Del Límite de Aparición.

Le zumbaba el cerebro. Los ataques de George y Angelina habían sido deliberadamente lejos
de Liverpool. Distracciones.

Quería saber desesperadamente quién había conseguido escapar. ¿Era alguien que ella
conocía? ¿Alguno de los Lotes? ¿Habían podido escapar Ron o Ginny?

Un escalofrío helado la recorrió.

Si Voldemort estaba buscando a Harry en su mente...

Si había alguna chance de que Harry hubiera sobrevivido a la Batalla Final...

Se mordió el labio, pensando.


Tal vez había podido escapar de alguna manera, preparándose para reagruparse...

Sus ojos se desviaron hacia arriba, observando los rincones oscuros del calabozo. No tenía
forma de saberlo. No ahora, al menos.

Hermione avanzó hacia la oscuridad y examinó el espacio. No había considerado nunca que
las mazmorras fueran un lugar que valiera la pena investigar; no habría ninguna manera de
escapar de ahí, con certeza.

Una antorcha iluminaba la habitación, titilando cerca de las escaleras. Había grilletes y
cadenas colgando de las paredes y una siniestra mesa con agarraderas, de siglos de
antigüedad.

Junto a un pilar de piedra, yacía una pequeña manta doblada cuidadosamente. A su lado, un
juego de Matatenas, y algunas cartas de un juego de Snap Explosivo.

Luna.

Hermione tragó saliva. Luna había sido prisionera aquí. Y según ella, Draco la había visitado.
Le hacía compañía y le contaba lo que estaba pasando en la escuela.

Aquí es donde encerraban a los prisioneros. Aquí es donde deberían estar encerrándola a ella.
Una ola de dolor la inundó al pensar que muchos de sus amigos y compañeros habían sido
mantenidos en lugares similares a éste durante los últimos dos meses. Se sintió hirviendo a
fuego lento en sus propia mente, enfocándose en lo que había oído acerca de Liverpool para
alejar las lágrimas.

Aproximadamente veinte minutos después, escuchó que la reja en la parte superior de las
escaleras se abría con un chirrido. Se movió instintivamente contra un pilar, y su sangre
continuó bombeando con furia cuando unas botas conocidas aparecieron bajando los
escalones de piedra, seguidos de unas piernas delgadas que ella reconocía.

—¿Qué mierda, Granger?— Siseó incluso antes de aparecer del todo en el marco de la
puerta.

—¿La gente está consiguiendo salir?— Le hormigueaba la piel de tantas preguntas sin
respuesta.

—¿Qué es lo que no entiendes de “quédate en tu cuarto...—

—¿Quién? ¿Cuántos?

—… maldita idiota a veces, sabes?

—¡Responde la maldita pregunta!

—¡No lo sé!— El grito los silenció a ambos. Él tragó saliva, la tensión entre ellos era densa y
pesada. Y entonces, con más calma. —Son solo susurros y rumores en este momento…—
—¿Es posible que Harry haya podido escapar?— Apenas las palabras abandonaron sus
labios, supo que era absurdo, incluso antes de ver la expresión en el rostro de Draco. Aún así
susurró. —¿Harry está vivo?

Él la miró como si fuera un fantasma. —Granger—, dijo lentamente, como si se pudiera


quebrar. —No tengo motivos para creer que Potter esté vivo—. Inclinó la cabeza hacia ella.
—¿Y tú?

Consideró la información que había estado buscando Voldemort. La posibilidad de que Harry
tuviera dos almas adentro suyo...

Draco dio un paso hacia el frente, todavía observándola con cautela. —¿Realmente crees que
si Potter estuviera vivo, habría permitido que se realizara la Subasta? ¿Que no habría estado
asaltando las puertas cada día que hubieras estado aquí?

Levantó la mirada, parpadeando rápidamente, y sintió que su corazón se quebraba otra vez,
igual que aquel día en el patio cuando vio el pequeño cuerpo en los brazos de Hagrid.

Se dio la vuelta, sus dedos juguetearon con una hebra de su sweater. —No. No, supongo que
tienes razón. Era una teoría infundada—. Cerró los ojos, luchando para recomponerse.
Respiró hondo. —¿Nott está aquí para usar la biblioteca?

—Si.

—¿Y por qué tengo Viruela de Dragón?

Los ojos cansados de él se agudizaron al recorrer su rostro, pareciendo recordar que estaba
enojado con ella. —No importa ahora.

—¿Dónde va a poder “verme un poco más”?— Dijo ella, repitiendo las palabras de Nott.

Draco apretó los labios hasta formar una delgada linea, y bajó la mirada al piso de piedra. —
Vamos a salir el viernes.

Se le aceleró el pulso. La única vez que habían salido, había sido para visitar Hogwarts. —
¿Qué significa eso?

—Hay una fiesta cada fin de semana. Tu has estado con Viruela de Dragón durante cuatro
semanas, estabas demasiado enferma para asistir—. Su voz se llenó con una irritación helada.
—Y ahora, ya no estás más enferma.

—¿Qué clase de fiesta?— Su voz se agrietó.

Los ojos de él la perforaron con una mirada que parecía decir, Tu sabes.

Intentando mantener su respiración estable bajo el peso de sus costillas, se dio cuenta de algo.
—¿Va a haber otros Lotes allí?

Cuando él asintió, su corazón se salteó un latido, su mente comenzó a correr salvajemente


con las oportunidades...
—Los Weasley nunca asisten—, dijo él, leyéndola con claridad. Un silencio denso. —No se
suelen portar bien cuando están con otros.

Ella levantó la mirada hacia él, sintiendo que la atravesaba una conocida irritación. —¿Y se
espera que yo me “porte bien”?

Sus ojos brillaron, y dijo: —Eres demasiado inteligente como para no hacerlo.

Tenía razón. Había estado buscando una manera de salir de la Mansión. Y ahora que lo había
conseguido, no podía arruinarlo.

Girando sobre sus talones, como solía hacer Snape, se dirigió hacia las escaleras y se detuvo
en el primer escalón, invitándola a seguirlo. Subieron la escalera de la parte trasera en
silencio, esquivando la ruta que pasaba por la biblioteca, y llegando al corredor que
compartían con una serie de atajos y desvíos que Hermione no había sido capaz de
memorizar aún.

Hizo una pausa frente a su puerta, y ella giró hacia él. —¿El viernes?

—A las diez.

Ella abrió la boca. —¿De la noche?

Él arqueó una ceja y dijo, con el rostro inexpresivo. —¿Tienes un examen temprano por la
mañana, Granger?

Y era tan familiar, tan dramático, y tan normal… Sus labios se crisparon, y tuvo que apartar
la barbilla para evitar sonreír.

Abrió la puerta de su dormitorio y lo vio retroceder por el rabillo del ojo, dándole un amplio
espacio para que pudiera entrar al cuarto sin obstáculos. Echándole un último vistazo,
preguntó. —¿Tienes que ir con ellos ahora? ¿Con los Nott?

—Si.

Ella hizo una pausa y dijo: —Deberías desordenar tu cabello.

Sus ojos, que habían estado fijos en sus rodillas, subieron de golpe.

—Si es que estuviste “lidiando con tu Sangre Sucia”—. Los ojos de él se crisparon, como si
ella le estuviera siseando. —En tu Mazmorra del Sexo—, aclaró. La comisura de sus labios
se curvó hacia arriba.

Él se quedó mirándola por un momento y luego asintió con la mirada baja, pasando una mano
ausente por su cabello. Alisándolo; exactamente lo opuesto a lo debía hacer.

Ella suspiró con exasperación, y se descubrió a si misma dando un paso al frente, estirando
una mano y arrastrando sus dedos a través de su flequillo, apartándolo de sus ojos, separando
los mechones sedosos y frotando la parte superior hasta donde podía alcanzar.
De repente él echó la cabeza hacia atrás, y su cuerpo lo siguió, tropezando contra la pared
opuesta.

Ella dio un salto, y retiró la mano como si se hubiera quemado.

—Lo siento—, jadeó, como si él hubiera sido el que la había tocado sin permiso, y luego
salió corriendo a través del pasillo y bajó las escaleras antes de que ella pudiera parpadear.

Ella leyó la versión revisada de Hogwarts: Una Historia de principio a fin aquella noche para
evitar que su mente pensara en aquello.

~*~

Llegó el viernes por la noche, y con él, un vestido lencero verde de seda, un par de tacones
bajos color negro, y una delgada gargantilla de oro que, podía suponer, era alguna especie de
collar.

Una concubina, para hacerla desfilar, que la miren con la boca abierta y los ojos lascivos.

A las diez y cuarto, él llamó a su puerta. No la miró cuando ella abrió. No respondió cuando
ella dijo que había llegado elegantemente tarde.

Ella se aclaró la garganta y le extendió la gargantilla de oro. —No cierra. Asumo que tienes
que hacer algo tu.

Él finalmente levantó la mirada hacia ella. Se había lavado el cabello, y su piel había
regresado al blanco pálido, en lugar de gris. Pero estaba usando sus botas y sus pantalones de
Mortífago. Los dos vestían sus uniformes esa noche.

Tomó la gargantilla de sus dedos, y jugueteó con el broche mientras ella se volteaba y se
apartaba el cabello de sus hombros. Una vez cerrado, el oro se encogió hasta alcanzar el
cuello, y ella jadeó por la sensación de confinamiento.

Se volteó. —¿Esto tiene propiedades mágicas?— Preguntó, toqueteando el delgado borde


dorado.

Desvió la mirada de su cuello hacia sus ojos, con un tinte dorado en las mejillas. —Es un
sistema de clases, no permite la entrada de ciertos collares a ciertos cuartos.

¿A dónde estaban yendo?

—Entonces supongo que tengo algún tipo de acceso total, ¿no?— El humor agudo llegaba
rápidamente, cubriendo la burbuja de sus nervios.

—Algo así.

Él lideró el camino hacia la planta baja, y cuando dobló a la derecha en la puerta principal en
lugar de dirigirse hacia las chimeneas, ella recordó el día que habían ido a Hogwarts.

Se congeló. —¿Estará allí el Señor Tenebroso?— Preguntó, mientras él atravesaba la puerta.


—No. Rara vez está—. Una pausa, y entonces dijo por encima del hombro. —Tampoco mi
tía.

La tensión en su pecho se aflojaba mientras lo seguía por el sendero. —¿Y por qué?

Él no respondió por un momento. Cuando finalmente llegaron a las puertas, dijo. —Las
fiestas son bastante… Para gustos bastante específicos. Ni el Señor Tenebroso ni mi tía tienen
interés en esos asuntos. Sin embargo a los Mortífagos se les insta a asistir.

Ella asintió, implorándole a sus nervios que se calmaran. Ella extendió el brazo, y él lo miró
antes de envolver con cautela sus dedos alrededor del tatuaje y conducirla a través de la
barrera.

La llevó hacia la cima de la colina para Aparecerse, y mientras él desplegaba la varita, su


ansiedad se derrumbó. —¿Va a suceder algo similar esta noche?

Él la miró con los ojos fríos y muertos, interrogadores.

—S-similar a lo que pasó en mi cuarto. Vas a necesitar...—

—No—. La palabra sonó áspera contra el viento. —Vas a mantenerte cerca mío, y vamos a
dejar que todo el mundo te vea así no tendremos que regresar por una cuantas semanas más.
Eso es todo.

Ella tragó saliva, temblando.

—Habrá contacto leve—, dijo, aclarando la pregunta. Sus ojos estaban en el cielo, y ella se
preguntó cuánto contacto leve podría soportar él. Como si él hubiera sido el atacado.

Y es que, la verdad, los dos habían sido violentados. De maneras diferentes.

Ella le ofreció él codo. Él lo tomó con agarre firme, y Desaparecieron, y luego Aparecieron
en las afueras de un pequeño pueblo, oscuro y silencioso. Las calles adoquinadas conducían a
una larga colina, y en la cima, un castillo se cernía encima de ellos, la Marca Tenebrosa
serpenteando en el cielo sobre él.

Él la guió hacia las puertas, y justo antes de seguirlo, ella pudo avistar un viejo letrero
colgando de un farol apagado.

Por aquí al Castillo de Edimburgo.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.


Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos
bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 15
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Feliz domingo! Mucho amor a Saint Dionysus y raven_maiden por sus ojos en esto.

Además, el grupo de Facebook cambió su nombre a Rights & Wrongs debido a la


cantidad de confundidos entusiastas del té que intentaban unirse. Ven a discutir sobre
calcetines con nosotros.

Por favor, cuida tu salud mental si eres sensible a los "triggers" {Palabras y situaciones
disparadoras, desencadenantes: referido a salud mental}.

See the end of the chapter for more notes

El Castillo de Edimburgo se cernía encima de ellos a medida que se acercaban por los
adoquines, desprovisto de los turistas y las familias que solían frecuentarlo. Desprovisto de
los guardias militares Muggles en las puertas. En su lugar, pasaron junto a Mortífagos
encapuchados y comerciantes de objetos oscuros suplicando por el oro de Draco Malfoy
como mendigos.

¿Hasta dónde había expandido Voldemort su dominio? Seguro los gobiernos Muggles ya
estaban al tanto de él, si se había apoderado de un popular destino turístico. ¿Qué dirían los
periódicos Muggles?

Apartó las preguntas a un lado, y se enfocó en la conocida silueta a la distancia. El viento


aullaba a lo largo del camino de piedra, y Hermione se estremeció en su negligé, sus tobillos
se retorcían sobre los tacones. Levantó la mirada hacia el castillo, y un aullido diferente
quebró el viento.

Hombres lobo.

Sus cuerpos mortíferos merodeaba por los torreones encima del arco de la entrada. Una
sacudida de terror le recorrió la columna vertebral. La última vez que había estado tan cerca
de un hombre lobo había sido en el Gran Comedor, observando horrorizada cómo se
encorvaba sobre el cuerpo de Lavender.

Draco la agarró del brazo y avanzó a zancadas. Ella se concentró en la presión de sus dedos a
medida que se acercaban, el corazón le latía en los oídos, como si estuviera intentando ahogar
los sonidos de sus inhalaciones y jadeos. Al llegar al final del camino, él colocó sus dedos
directamente encima del tatuaje y le dio un tirón hacia adelante, atravesando el umbral.
Se le puso la piel de gallina. Una barrera mágica. —¿Estoy encerrada ahora?— preguntó,
frotando la piel donde la había agarrado. Él hizo una pausa, y giró para mirarla con una
expresión cruel, un destello de advertencia en sus ojos.

Él no le podía responder. Aquí no.

Agitó la cabeza y continuó en dirección a la puerta. Ella lo siguió, su mirada se movía en


todas direcciones, intentando registrar todos los ojos y oídos que estaban pendientes de ellos.
Detrás de las puertas había un par de Mortífagos, holgazaneando y riendo más que vigilando.

—¿Todo bien, Malfoy?— Exclamó uno de ellos.

—Buenas noches, Relkin. Puedo asumir que tu pierna todavía no está curada, ya que no te
molestas en ponerte de pie para saludarnos.

Un gruñido y una réplica a la distancia, mientras continuaban por el camino hacia una
segunda arcada, una entrada más estrecha, con altos muros de piedra a un lado y una
empinada colina cubierta de hierba al otro. La luna brillaba radiante encima de ellos mientras
avanzaban.

Dos Mortífagos más en la segunda entrada, un poco más erguidos que los primeros dos.
Asintieron con la cabeza a Draco cuando pasó. Él los ignoró y Hermione lo siguió, con los
ojos fijos en los adoquines. Un silbido por lo bajo cuando ella pasaba. Levantó la mirada y
vio a un hombre mayor que no reconocía, mirándola con lascivia desde un conjunto de
empinadas escaleras de piedra que conducían a la cima de la colina.

—¿La trajiste a jugar, Malfoy?

—Ella jugará conmigo esta noche—. Draco la condujo hacia los escalones y comenzaron a
subir. —Yo no comparto, Morrison—, dijo, con un guiño y un apretón de manos al pasar.
Morrison se rió entre dientes, y la miró de arriba abajo antes de que Draco la instara a
continuar delante de él. Mientras iban subiendo, se sonrojó al pensar de repente que él debía
tener una vista completa de sus piernas y su trasero. Hizo a un lado la vergüenza, y dejó a su
mente divagar.

Tenía preguntas. Preguntas acerca de los guardias, del número de Mortífagos que entraban y
salían, de los rangos...

Después de recitar mentalmente una lista de preguntas para hacer una vez que volvieran a
casa, Hermione alcanzó la cima de las escaleras, volviéndose para ver el contorno de
Edimburgo en el horizonte. Era una noche clara, y estaban a cientos de pies sobre el nivel del
mar.

Ventanas oscuras y calles vacías hasta donde alcanzaba la vista. ¿Edimburgo había sido
masacrado? ¿O evacuado?

Sintió levemente unos dedos en la parte baja de su espalda, y se estremeció cuando Draco
pasó junto a ella. Lo siguió después de un momento, esforzándose por mantener el ritmo de
sus largas zancadas.
Podía escuchar el ruido creciente de una fiesta a medida que se acercaban a las grises
estructuras que sobresalían sobre el cielo nocturno. Finalmente él dobló en una esquina y la
condujo hacia un enorme patio, donde unos cincuenta hombres estaban socializando. Ella
tragó saliva, intentando ocultar la conmoción que sintió al calcular la cantidad. Debía ser una
reunión de la élite de Voldemort, pero no sabía que tenía un círculo íntimo tan grande. ¿Todos
estos hombres eran Mortífagos? ¿O eran simplemente juerguistas, ahondando en sus
impulsos más oscuros ahora que la Orden ya no existía? Abrió la boca para preguntar, y
recordó que no podía.

Se movieron hacia la alta edificación de la izquierda, alejándose de la multitud del exterior,


pero los pies de él giraron abruptamente, como si hubiera recordado algo. Ella se movió a
trompicones para seguir el paso, y él la tomó del codo y la arrastró hacia un solitario farol que
todavía parpadeaba en aquella parte del patio. Una vez que estuvo iluminado en ámbar y
dorado, ella lo vio respirar profundamente y clavarle la mirada con unos helados ojos
muertos.

—Te enseñaré a comportarte—, murmuró. Sus ojos bajaron hacia sus pechos. —Asiente con
la cabeza.

El corazón le latió con fuerza, y se abstuvo de mirar hacia la multitud para la que estaban
montando el show. Asintió mirando sus zapatos. —¿Cómo me tengo que comportar?

Él estiró una mano, y ella contuvo la respiración mientras él le acomodaba un rizo detrás de
la oreja, y le subía el rostro con una mano en la barbilla. Una máscara diferente se había
ubicado en su lugar. Los ojos de él parpadeaban con ardor, mientras respiraba encima de ella,
su aliento danzando sobre su garganta y sus clavículas.

—Obediente, pero no quebrada.

Ella parpadeó rápidamente, sintiendo la calidez de sus dedos detrás de la oreja, viendo que
sus ojos se agitaban, y la típica sonrisa Malfoy volvió lentamente a sus rasgos.

—¡Ey! ¡Malfoy!

Se sobresaltó ante la llamada desde otro lado del patio. Intentó mirar a su alrededor pero la
mano de Draco sobre su rostro la mantuvo con firmeza en su lugar.

Él giró la cabeza y gritó. —Buenas noches, Bole—, antes de dejar caer la mano hasta su
codo, y arrastrarla en dirección a los edificios.

Escuchó un leve murmullo de “¿Es ella?” y “¡Por fin!” a sus espaldas mientras aceleraba el
paso.

La brecha entre los edificios conducía hacia otro gran patio de iluminación tenue. Cuatro
edificios en bloque bordeaban la zona, una torre de reloj se elevaba encima del que estaba a
su izquierda. Había un silencio inquietante en el aire de verano, pero aún así podía sentir
como si cientos de ojos estuvieran sobre ella.
La mano de él rozó la parte baja de su espalda al empujarla hacia adelante, y ella se
sobresaltó ante el contacto antes de asentarse en la calidez de su mano. Él la condujo hacia
uno de los edificios, de aproximadamente tres pisos de alto y tan grande como el patio entero.

Se preguntó qué clase de sórdido libertinaje le esperaba detrás de aquellas paredes. ¿Cuántos
de sus amigos encontraría encadenados, golpeados y abatidos? ¿Cuántos rostros conocidos
encontraría abusando y violando a inocentes? El patio le respondió con silencio.

Llegaron a la entrada, las puertas de madera eran pesadas y premonitorias. Una pausa, y
luego Draco abrió la puerta para ella.

Música, elevándose por encima de los pisos de piedra, y entre los arcos de madera sobre sus
cabezas. Una suave melodía de jazz que podía recordar de su vida Muggle. Un ajetreo de
risas y tintineo de vasos.

Intentó asomarse a su alrededor desde la entrada para ver más, pero una joven apareció y le
bloqueó la vista. Sostenía una bandeja con copas de champagne y usaba un corto vestido
lencero que brillaba como las burbujas de las copas. Usaba un collar de plata alrededor del
cuello delgado.

La chica los observó, y sus ojos aterrizaron encima de Hermione con un parpadeo, antes de
volverse hacia Draco con una sonrisa coqueta.

—Buenas noches, Amo Malfoy.

—Charlotte—, saludó, levantando dos copas de champagne de la bandeja. Le ofreció una a


Hermione en silencio, y ella la miró fijamente hasta que él la empujó contra su pecho.

Ella apretó el cristal entre los dedos mientras Charlotte se alejaba de ellos, y Draco la escoltó
hacia adentro.

Era un salón, tal vez la mitad de grande que el Gran Comedor de Hogwarts. La gente se
mezclaba, los vasos burbujeaban, y la conversación se elevaba hasta el techo abovedado. Sus
ojos hicieron fuerza para captarlo todo. Colgaban candelabros por encima del lugar, ardiendo
con luz tenue y proyectando sombras encima de las armaduras y los escudos de armas
alineados en los muros. Sus ojos sobrevolaron hacia una imponente chimenea al otro lado de
la habitación, sus pálidas piedras se extendían hasta las vigas abovedadas. Tal vez era una vía
de escape, si pudiera encontrar polvos Flu, y asumiendo que no estaba hechizada en contra de
su tatuaje.

Los hombres que bebían champagne o hacían girar vasos de whisky no usaban túnicas de
Mortífago, pero igual había una rígida uniformidad en ellos, como si en cualquier momento
pudieran ser convocados fuera de allí. Escaneó con la mirada, y reconoció a Jugson, Crabbe
Padre, Runcorn del Ministerio, y Rabastan y Rodolphus Lestrange. Y justo después de avistar
a Mulciber, descubrió que, chorreando del brazo de él como cera caliente, la estaba mirando
Cho Chang.

A Hermione se le cortó la respiración, y el sonido se transformó en vacío cuando Cho se dio


vuelta, y sorbió su champagne como si no se conocieran la una a la otra. Cho sonrió con
dulzura por algo que dijo Mulciber, inclinándose y mirándolo a través de sus pestañas, el
largo cabello se balanceaba sobre su espalda. No se estremeció cuando la mano de él se
deslizó para frotarle el trasero.

La recorrió un escalofrío. —¿Dolohov?— susurró.

Draco sacudió rápidamente la cabeza, y Hermione sintió que el nudo en el estómago se


aflojaba.

Sus ojos revolotearon por el resto del cuarto, desesperada por descubrir más. Sally Fawcett en
un rincón, con un hombre mucho mayor, inclinando el cuello hacia un costado mientras él le
rozaba la piel con los labios. Hannah Abbot, con un lencero incluso más corto que el de las
otras, las extremidades delgadas y pálidas, sosteniendo una copa de champagne con ojos
atormentados. Alicia Spinnet, abrazando los hombros de un hombre desconocido,
balanceándose al ritmo de la música con una sonrisa lánguida en el rostro. Algunas se
paraban erguidas y orgullosas a los lados de sus captores como una preciada concubina,
mientras otras se encogían en sí mismas, como juguetes usados y maltratados de los que un
día sus dueños se cansarían.

Draco tomó un sorbo de su champagne mientras avanzaban, deslizó un brazo alrededor de su


cintura, y su mano aterrizó en la cadera opuesta. Ella se reclinó en su abrazo para deleite de
cualquier mirada atenta, y un escalofrío le recorrió la piel.

—¡Malfoy!— Blaise Zabini se acercó contoneándose, con Theo Nott pisándole los talones.
Blaise sonrió satisfecho, y deslizó los ojos encima de ella. —Veo que finalmente la dejaste
salir de la jaula.

—Por supuesto—, la voz de Draco canturreó. Se tomó de un trago el resto de la copa de


champagne. —Ella ha estado enferma. Desagradable para la vista, la verdad.

Los labios de Blaise se crisparon, pero no dijo nada. Theo resopló y bebió su champagne.

Hermione miró detrás de ellos, intentando captar la mirada de Cho otra vez, y entonces se
quedó helada al notar que el volumen de ruido del lugar había disminuido. Habían llamado la
atención de la mitad del salón. Los ojos se volteaban hacia ella, Lotes y Mortífagos por igual.
Murmuraban el uno al otro, susurrando y asintiendo en su dirección, y ella sintió que sus
mejillas ardían cuando las miradas desconocidas le recorrían las rodillas, el pecho, la mano
de Draco en su cadera. Un ligero pellizco, y levantó la mirada para volver a enfocarse en lo
que Zabini y Theo estaban diciendo, como si no hubiera nada fuera de lo común.

—Ya estamos instalados en la suite—, dijo Theo, con la típica insolencia de su tono. —Casi
llegas tarde.

—Pero no lo hice, ¿verdad?— Disparó Draco con una rápida sonrisa. Hermione sintió que se
le erizaba la piel ante la mención de una suite. —Recojan a sus chicas. Los veré ahí.

—Para alguien tan preocupado por la puntualidad...—


—Vete a la mierda, Theo—, arrulló Draco. Le sonrió a Zabini mientras Theo fulminaba con
la mirada a Hermione entre ellos, y se aseguró de empujar el hombro de Theo al partir.

Hermione sintió que sus piernas se convertían en gelatina mientras se deslizaban por la
multitud de personas que los observaban.

—¿Suite?— susurró.

Él esperó hasta haber pasado un par de hombres mayores bebiendo escocés, antes de
contestar. —No me hables en este cuarto.

Ella se estremeció ante las palabras, como una bofetada contra su piel. Pero la lógica le
susurró que debía escuchar entre líneas. Podrás hablar en un cuarto diferente.

Tal vez en la “suite”.

Perdió el control, y su mente se disparó a pensar en una suite de hotel con una cama lujosa
donde ella y otras chicas serían forzadas a hacer cosas indescriptibles...

Parpadeó, enfocando en su línea de visión. Cho.

La chica de cabello negro no miró en su dirección mientras se acercaban. Draco tomó las
riendas, asintiendo a los rostros desconocidos mientras los ojos de Hermione continuaban
disparándose hacia Cho de la forma más disimulada posible. Le dolía el pecho por el deseo
de llamarla. De soltarse del agarre de Draco y correr a abrazarla. En vez de eso, enterró las
uñas en sus palmas, forzando una mirada neutral y desinteresada ante todo lo que veía.

Quizás Cho sentía lo mismo. Tal vez por eso simplemente inclinó el rostro lejos de Mulciber
cuando pasaron, dio un trago largo a su champagne, y sus dedos se crisparon contra la copa.

Draco la condujo hacia el otro lado del salón, cerca de las chimeneas, y ella echó un breve
vistazo en busca de un jarrón de polvos Flu antes de ver hacia quién se dirigían.

Avery.

Hermione sintió que el corazón le subía a la garganta. Este hombre era el dueño de Ginny.
Ella estaba probablemente escondida en su propiedad en ese mismo momento.

—Aron—, saludó Draco. Avery se dio vuelta de la chica de cabello oscuro con la que estaba
riendo. Sostenía un cigarro entre sus dientes, y Hermione tosió ligeramente al pasar a través
de una nube de humo. —Mi padre siente mucho haberse perdido tu celebración el fin de
semana pasado.

—Draco—. Avery tomó la mano que Draco le ofrecía con un firme apretón, y su mirada pasó
rápidamente por encima de Hermione. —Por supuesto, no hay problema. Sé que él está otra
vez en… ¿dónde dices que está?— Se inclinó hacia adelante, sus ojos brillaron mientras
tragaba una profunda bocanada de humo.

Hermione sintió que la mano sobre su espalda se tensaba. —Desafortunadamente, no puedo


decirlo. La misión fue entre mi padre y el Señor Tenebroso.
Avery asintió, y su sonrisa se desvaneció un poco alrededor del cigarro. Hizo un gesto a la
mujer a su derecha, y Hermione se percató de que no estaba usando un collar. Su vestido era
largo y elegante, cayendo hasta el suelo, y el cabello estaba recogido en un moño bajo, a
diferencia del resto de las chicas con collar.

—Señora Ministra, ¿puedo presentarle a Draco Malfoy?

Hermione la observó detenidamente mientras Draco le besaba los nudillos con una
reverencia. Esa mujer era la Ministra Griega de Magia, Eleni Cirillo. Se le contrajo el pecho
por la anticipación. La Ministra Cirillo era de Sangre Pura, la prominencia de su linaje
familiar se remontaba a siglos en Grecia e Italia. Sus políticas y sus comentarios habían
tenido siempre el tinte de la supremacía de sangre, algo que ella había negado
vehementemente a la prensa durante los años previos al ascenso de Voldemort.

—¿Malfoy?—, preguntó, arqueando una de sus perfectas cejas. —¿El hijo de Lucius?

—Si, Señora Ministra. Por favor acepte mis disculpas en su nombre por no haber podido
escoltarla él mismo.

Avery observaba a Draco, y entrecerró los ojos mientras tomaba un hondo trago de su vaso.

—Por favor envía mis saludos a tu padre. Han pasado años—. Draco inclinó cortésmente su
cabeza mientras la Ministra volteaba la mirada hacia Hermione. Con un vistazo sensual hacia
su pecho, la Ministra dijo. —¿Y a quién tenemos aquí?

—Hermione Granger—, dijo Draco, y ella pudo oír la sonrisa satisfecha en su voz. —Mi
Lote.

—¿En serio?— Los ojos de la Ministra Cirillo centellaron. —La Chica Dorada de la que
tanto he oído hablar—. Dio un paso al frente y estiró una mano delicada para retorcer un rizo
de Hermione entre sus dedos. —Bueno, ¿no es ella estupenda?— Dejó caer el rizo, rozando
el pecho de Hermione con el dorso de sus dedos. Hermione soltó el aire.

—El joven Malfoy ha sido bastante poco generoso con ella—, dijo Avery, volviendo a sonreír
mientras chupaba de su cigarro. —Esta es la primera vez que la Sangre Sucia visita
Edimburgo.

Sintió los dedos de Draco tensarse contra su cadera. La Ministra Griega chasqueó con la
lengua.

—Eso no es bueno, Malfoy. ¿Quién privaría a una muñeca tan linda de nuestras festividades?
— Señaló con un gesto amplio a los candelabros y el champagne, la risa y las sonrisas
perezosas. —Me encantaría acompañarla esta noche, si me lo permites.

—Una idea excelente—, dijo Avery con lascivia. —¿Qué dices, Draco?

Los ojos de Hermione se desorbitaron hacia la Ministra Cirillo, segura de que no estaría más
segura en manos de la Ministra que en las de cualquier otro Mortífago.
—Mis disculpas, Ministra, pero tengo ordenes estrictas de no dejar que se aparte de mi lado
—, fue la rápida respuesta de Draco. —Sobre todo después de lo que pasó con el Lote de
Avery el mes pasado.

Los ojos de Avery se volvieron de hielo, y el corazón de Hermione palpitó salvajemente.

Ginny no se portaba bien con otras personas. Algo había pasado.

La Ministra Cirillo soltó una carcajada. —Ah, si. ¡He oído que me perdí de la novela!
Confieso que estoy decepcionada por haber perdido la oportunidad de conocer a la mascota
favorita del Señor Oscuro. Tal vez en el futuro, Aron.

—Tal vez—, dijo Avery entre dientes.

La Ministra se volvió hacia Draco. —Muy bien, entonces. Pero espero que puedas
reconsiderarlo en algún momento, Draco. La chica también merece divertirse un poco—.
Hizo una pausa, y a pesar de estar mirando hacia el suelo, Hermione pudo sentir los ojos de
ella escudriñando su figura. —Mulciber me prestó a su chica la semana pasada, y puedo
asegurarte que ha pasado un rato espléndido. Otra belleza, ¿verdad?

Hermione contuvo el aliento y levantó la mirada, buscando a Cho por el cuarto otra vez. La
encontró pasando sus dedos por el cabello de otra chica, apretando sus caderas contra ella,
mientras Mulciber las observaba con lujuria. Hermione tragó saliva, y apartó la vista
rápidamente.

Volvió su atención hacia la Ministra Cirillo, que se acercaba a Draco para susurrar contra su
mejilla, mientras sus claros ojos azules bajaban por el pecho de Hermione de nuevo. —No
necesitas mantener a la chica amarrada con tanta fuerza.

Hermione parpadeó y volvió a bajar la mirada, procesando. ¿Ya estaba haciendo las cosas
mal? Su pecho se sonrojó, repentinamente enojada con Draco por no haberle dado la
información adecuada para jugar este juego.

—Buen punto, Señora Ministra—, dijo Draco, y supo que un guiño había acompañado el
perezoso arrastre de palabras.

—¿Vendrá más seguido, entonces?— Preguntó Avery.

—Cuando se comporte como una buena chica, podrá salir a jugar—, dijo Draco suavemente.

Las manos de él se deslizaban por su espalda, arrastrando la seda hasta que su cálida palma le
recorrió las costillas. Se quedó sin aliento cuando sus dedos se deslizaron hasta su mandíbula,
y volvió la mirada hacia él cuando le inclinó la cabeza hacia atrás, igual que había hecho
afuera, debajo de la lámpara.

—Sin embargo, no siempre se porta bien—, dijo con una sonrisa.

Escuchó una risita, un escalofrío alrededor del cuarto. Más ojos estaban sobre ellos. La
mirada de Draco bajó hacia su boca, y le acarició el labio inferior con el pulgar, separándole
los labios.
El corazón se salteó un latido cuando pensó que la iba a besar.

—Espero volver a verla el mes que viene, cuando esté de regreso—, dijo la Ministra Cirillo.

Draco dejó caer la mano. Esbozó una disculpa, apretó la mano de la Ministra Cirillo otra vez,
y llevó a Hermione de vuelta al frente del cuarto. Pasó junto a una chica joven, de no más de
quince años, parada al lado de Jugson mientras él socializaba. Su piel color aceituna estaba
seca y pálida, y al ver sus ojos, estaban brillantes de lágrimas. Hermione sintió que un fuego
ardía en su estómago mientras Draco la empujaba, y le picaban los dedos por el deseo de
maldecir la mano codiciosa que acariciaba la cintura de la chica.

La aprensión se tragó su ira cuando doblaron la esquina y se encontraron con un oscuro


corredor. Draco la tomó por el codo y la llevó a través de una puerta de madera tallada, que se
abría hacia el edificio de la torre del reloj. Había varias personas en los rincones hablando en
voz baja entre ellos que no les prestaron atención, y él se volvió hacia una escalera de piedra
sinuosa, sin soltarle el codo. Como si ella se pudiera a ir volando con la brisa si lo hacía.

De pie en la cima de la escalera estaba un chico que reconocía por haber estado en el año
siguiente a ellos. Harper, creía que se llamaba. Se irguió una vez que la cabeza de Draco
asomó por los escalones. Saludó a Draco y se estiró hacia la puerta.

—Harper—, reprendió Draco, en el mismo tono que solía a usar cada vez que Crabbe y
Goyle se ponían demasiado estúpidos.

Harper se sobresaltó, como si el picaporte le hubiera quemado la mano. —Claro. Lo siento.


Es que te reconozco...

—Eso no importa—, dio Draco con sorna. Extendió su mano derecha, y la varita de Harper
dio un golpecito en el anillo de esmeralda que usaba en el pulgar. Una especie de anillo de
graduación, algo que solo le había visto usar a los chicos de Slytherin. El anillo que le había
cortado el labio la noche que Draco la abofeteó.

La punta de la varita de Harper se puso verde. Asintiendo una vez hacia Draco, Harper se
volvió hacia ella y sus ojos se deslizaron por el collar dorado. Apretó la punta de la varita
contra el metal, y observó la cálida luz dorada que emanaba de ella. Asintió otra vez antes de
girar el picaporte para ellos.

Una risa estruendosa llegó a sus oídos. Voces densas y profundas, algunas conocidas de su
infancia, rebotaron en el pequeño cuarto decorado con lujosos empapelados estampados y
maderas oscuras. Cuando la puerta se abrió, nueve cabezas giraron hacia ellos alrededor de
una larga mesa, y sus conversaciones se fueron apagando.

Parpadeó, esforzándose para registrar a cada persona en el cuarto. Un chico al final de la


mesa se puso de pie, echando la silla hacia atrás, y le sonrió con unos codiciosos ojos
oscuros.

Marcus Flint.

—Señorita Granger—, arrulló. —Estamos encantados.


Con una perturbadora sombra de elegancia, todas las personas de la mesa se pusieron de pie,
todos los ojos todavía clavados en ella. Reconoció a Zabini, Nott y Goyle. Adrian Pucey
estaba a la derecha de Flint, y Montague a su izquierda. Tres chicos en la parte central de la
mesa, que no lograba reconocer. Y alineadas contra las paredes, había nueve chicas con
collares.

Una de ellas levantó la mirada para encontrar sus ojos antes de palidecer y dejar caer la
cabeza. Susan Bones. El resto de ellas mantuvo los ojos en el piso. Penelope Clearwater
estaba de pie detrás de la silla de Marcus Flint. Mortensen, a quien reconocía de las celdas del
Ministerio, estaba detrás de Pucey, y le pareció reconocer a una o dos más de sus compañeras
de clases, pero el resto de ellas no le eran familiares.

—Siento haberlos hecho esperar, caballeros—, dijo Draco, avanzando para estrechar la mano
de Flint. —La Ministra Griega estaba interesada en mi Lote.

Hermione se quedó en la entrada, esperando instrucciones, mientras Draco saludaba a sus


amigos.

Una chica con cabello color rubio fresa levantó la mirada hacia ella del otro lado del cuarto, y
el calculado interés de sus ojos hizo que Hermione apartara la vista, avergonzada. Solo podía
imaginar lo que pensarían de ella. El Lote privilegiado.

Volvió la mirada hacia la mesa y descubrió varias botellas de vino decantando, algunas ya por
la mitad. Un cerdo asado en el centro de la mesa, con una manzana en la boca, lucía como si
también hubiera sido atrapado del lado equivocado de todo esto.

Gregory Goyle no le había quitado los ojos de las piernas desde el momento en que había
entrado, así que el nudo en el estómago se le aflojó cuando Draco la guió hacia el lado
contrario de la mesa, para quedarse de pie detrás de la única silla vacía, en la cabecera, al otro
lado de Flint.

Draco tomó asiento, la conversación fluyó natural y bulliciosa otra vez. Apenas se sentó, las
nueve chicas alrededor de la mesa dieron un paso al frente y tomaron las botellas de vino. Vio
cómo vertían la bebida rojiza en las copas del chico que estaba frente a cada una de ellas.
Varios ojos se volvieron hacia ella mientras las miraba sin hacer nada. ¿Estaban ahí para
servir de criadas mientras los chicos se divertían? ¿Incluso aunque los diez tenían completo
uso de sus varitas?

—Vamos, Granger—, se burló Draco. —Ponte al día.

Dando un paso al frente con piernas temblorosas, se estiró alrededor del hombro de Draco
para alcanzar el decantador de vino junto a su copa, y lo llenó. Las chicas retrocedieron,
camuflándose con el papel tapiz, y Hermione las imitó rápidamente. Dejó escapar un suspiro
tembloroso mientras se inclinaba hacia el alféizar de la ventana detrás de ella, apretando los
omóplatos contra el vidrio frío.

Draco elevó su copa. —Por el poder del Señor Tenebroso. Que reine por siempre jamás.
Los chicos corearon el brindis, y Hermione vio por el rabillo del ojo que el labio de Penelope
Clearwater estaba temblando.

La inundó el clamor de diez chicos conversando y bebiendo, y trató de captar los fragmentos
de conversación que podía.

—Cass, qué dijo tu padre acerca de...—

—…escuché del incidente en la Bastilla?

—¡Qué te dije! Eran tres moscas de encaje, no tres...—

—¿Crees que seguirán jugando este año? Me perdí el último Mundial.

Hermione se tambaleó, su mente se mareaba intentando reconocer qué era lo que debería
estar prestando atención. ¿Cuál de las conversaciones? No podía seguirlas a todas al mismo
tiempo. ¿O acaso sería lo que existía en el silencio, en las miradas y en las intimidaciones?
Echó un vistazo a los otros Lotes en busca de señales, pero todas estaban mirando fijamente a
sus tacones. Excepto la chica rubia fresa, que parecía más atenta que el resto. ¿Qué es lo que
estaba mirando?

Y a través de todo lo demás, Marcus Flint continuaba sonriéndole.

—Malfoy—, llamó Flint del otro lado de la mesa, y la habitación se sumió en silencio. —
¿Viruela de Dragón?— La señaló con la cuchara de sopa.

—No era Viruela de Dragón después de todo. Pero se veía desagradable. Pústulas y picaduras
—. Draco hizo una mueca, y la miró por encima del hombro. —¿Estás cansada? ¿No puedes
mantenerte erguida?

Todos los ojos se volvieron hacia ella. Y se dio cuenta que todas las chicas estaban erguidas,
esperando ser llamadas. Se separó del alféizar de la ventana.

—No, señor.

Un coro de carcajadas hizo temblar el cuarto. Y recordó lo que él le había dicho.

Obediente, pero no quebrada.

—Es que no estoy acostumbrada a usar tacones. Señor.

El cuarto contuvo el aliento. Y entonces los ojos de Draco centellaron mientras la mesa
estallaba en carcajadas.

—Ésta si que te da trabajo, ¿no es así?

—¡Sírvele una copa de vino!

—¿Vas a delatarnos con el Director, Granger?


—Te diré algo, Granger—, dijo Blaise Zabini con una sonrisa. —Puedes tomarte un descanso
de tu calzado si Draco te deja sentarte en mi regazo por el resto de la noche.

Los chicos aullaron, y Blaise le guiñó un ojo. Draco se aclaró la garganta y frunció el ceño.
—Ella no hará tal cosa—. Las risas se apagaron, aunque la comisura de la boca de Blaise se
crispó contra su copa.

—Por las bolas de Merlín, Malfoy—, murmuró Theo Nott. —¿Para qué la traes?— La miró
con lascivia, y rió entre dientes. —Oh, cómo han caído los poderosos. Esperaba con tantas
ansias ver a Granger como Delegada el año pasado—. La insinuación aterrizó sobre su piel
como agua helada. —Deberíamos darle la chance de ganarse el título.

Montague resopló contra su vino, y los dedos de Flint danzaron sobre el borde de su copa.

—Una verdadera lástima, Theo—, dijo Draco suavemente, —ya que los rumores indicaban
que serías tú el Delegado. Podrían haber compartido las “tareas” bastante bien.*

Blaise escupió el vino, riendo contra su manga. Flint y Pucey soltaron una risita ebria. Theo
fulminó a Draco con la mirada. —¿Qué mierda se supone que significa...—

Draco se puso de pie repentinamente, interrumpiendo. —¿Pucey? ¿Harías los honores?—


Hizo un gesto con la cabeza hacia el cerdo en medio de la mesa. —Muero de hambre.

Adrian Pucey se puso de pie con una sonrisa, y sacó un cuchillo de trinchar. Hermione
escuchó conversar a los muchachos, mientras cada una de las chicas se acercaba a Pucey para
alcanzarle el plato de su acompañante. Susan Bones le llevó a Goyle dos porciones, y él le
agradeció pellizcándole un pezón a través del fino vestido. Hermione se movió alrededor de
la mesa a un lado de Pucey cuando era su turno; podía sentir su mirada mientras la
conversación continuaba, recorriendo su cuerpo.

—Ella luce consentida, Malfoy—, dijo Pucey, agitando el cuchillo, y el corazón de Hermione
se aceleró cuando comenzó a girar el filo contra su pulgar. —¿Acaso te diviertes con ella en
absoluto?

Todos rieron. Ella miró a Mortensen, parada detrás de la silla de Pucey, pelando una naranja
para él con los ojos fijos en el cuchillo que giraba.

—Sabes lo mucho que pagué por ella, Adrian—. Dijo Draco arrastrando las palabras. —Por
supuesto que la baño en leche y lavanda cada noche.

Flint soltó una carcajada. Pero los ojos de Pucey continuaron disparándose por encima de su
piel. Hermione respiró lentamente, intentando pensar cómo debería reaccionar. Era verdad
que estaba en un peso saludable. Recibía una cantidad limitada de luz del sol; todas las pecas
del año que había estado prófuga se habían desvanecido...

Rápido como un rayo, un destello de metal, y entonces Pucey estaba a un suspiro de


distancia, con el cuchillo entre su piel y la correa de su vestido lencero. Tiró de él.
—Es una Sangre Sucia, Draco. Solo necesita tumbarse sobre su espalda—. Sus dientes
blancos y afilados se asomaron, y sintió el aliento caliente sobre el rostro. —Además, yo
siempre las curo después.

Se congeló horrorizada mientras el cuchillo le cortaba la correa, el corazón le latió


salvajemente y sus ojos se dispararon hacia la única salida, mientras el vestido se deslizaba
por su pecho...

El cuchillo salió volando lejos de su piel, girando por el aire hasta ensartarse en el papel
tapiz, mientras Pucey retrocedía de un salto. La correa se reparó sola, y ella giró para ver a
Draco guardando su varita, con una ardiente furia hirviendo debajo de su fría fachada.

—No sé cuántas veces más tendré que decirlo—, susurró, y el cuarto apenas respiraba. —
Esta Sangre Sucia es mía. Su boca es mía, su coño es mío, su piel es mía—. Los dientes
mordían las palabras, y sus ojos se posaron en cada persona alrededor de la mesa antes de
decir. —No la van a tocar, bajo ninguna circunstancia. Yo la compré. Hago lo que quiero con
ella.

Le hormigueaba la piel en dónde sentía el fantasma del cuchillo de Pucey. Respiraba


superficialmente mientras veía a Draco clavarles la mirada, todavía duro como una estatua
hasta que estuvo convencido de que todos lo habían escuchado.

—Ahora dame un maldito plato. Dije que estaba muerto de hambre.

Gruñendo un suspiro, Pucey le llenó un plato de comida y se lo entregó. Ella se movió hasta
la cabecera de la mesa con piernas temblorosas, y Draco tomó asiento mientras ella colocaba
el plato frente a él. Antes de que pudiera volver al alféizar de la ventana, él le rodeó la cintura
con el brazo y la arrastró hacia su regazo. Ella se esforzó por no soltar un chillido al aterrizar
torpemente sobre sus muslos. La mano de él apretó su estómago para mantenerla cerca, y
tomó el tenedor con gesto sofisticado.

—Ahora, ¿qué estabas diciendo acerca de los Chudley Cannons, Warrington?

El aire era denso en el cuarto, mientras los chicos alrededor de la mesa volvían a retomar sus
amigables conversaciones, pero Hermione deseaba poder abrir una ventana. El calor del
pecho y los muslos de Draco, la sensación de sus costillas retumbando contra las suyas cada
vez que hablaba, la bocanada de aire caliente sobre la nuca cada vez que él reía, eran
ineludibles. Intentó concentrarse, intentó captar alguna señal del mundo exterior, pero la
distraía la mano de Draco sobre su estómago, cálida y rígida. Intentó alejarse de él,
acomodarse, pero su mano saltó hacia sus costillas, sosteniéndola, evitando que se moviera.

Las otras chicas estaban de pie contra las paredes, acercándose para llenar los vasos vacíos.
Diez minutos después de que retomaran la conversación, Penelope Clearwater dio un paso al
frente para servir el vino de Flint. Él la tomó suavemente por la muñeca y la sentó también
encima de su regazo, y ella tropezó mientras Flint apartaba los rizos rubios a un lado.

Hermione sintió que hervía de culpa cuando Goyle empujó a Susan Bones sobre su regazo,
preguntándose si ella y Draco habían comenzado esta tendencia, o si las chicas solían caer
encima de sus faldas después de cenar. Theo Nott fue el primero en ofrecerle a su chica un
pedazo de su queso. Y cuando ella le sonrió en agradecimiento, Hermione se preguntó si ésta
sería simplemente la segunda parte de la velada. El momento en que las esclavas comían las
sobras de las mesas de sus amos.

Dos de las chicas comenzaron a limpiar los platos, y Hermione vio que la cubertería de la
mesa desaparecía por completo y era llevada hasta el aparador. Ahí había magia élfica, pero
se le ocurrió pensar en la típica tarea Muggle de lavar los platos, algo que ninguna familia
mágica hacía sin magia. Cuando una de ellas se estiró para tomar el plato de Montague, él
clavó con fuerza los dientes del tenedor y luego hizo un ademan de comer el último bocado.
Las complejidades de las dinámicas de poder la dejaban atónita.

Por la bulliciosa conversación a mitad de la mesa, comenzó a distinguir a los otros tres
muchachos. Cassius Warrington, Terrence Higgs, y Miles Bletchley. El equipo entero de
Quidditch de Slytherin, de varios años atrás. Los anillos tenían más sentido ahora. Higgs
parecía el menos entretenido de la velada, apenas disfrutando a la rubia que había caído sobre
su regazo.

Las chicas comenzaron a tomar ellas mismas el queso y la fruta, mientras los chicos se
emborrachaban cada vez más, varias de ellas sonriendo y fingiendo divertirse. Captó algunos
fragmentos de conversación, algo acerca de la tía de Pucey en Liverpool, la segunda casa de
Bletchely en Alemania, la herida de Nott el mes pasado. Pero nada le resultó particularmente
importante.

Draco se mantenía con una sola copa de vino, pero vio que las otras chicas vertían los
decantadores en los vasos de sus amos. Hermione mantuvo sus manos cruzadas encima del
regazo y la mirada baja, descubriendo que siempre que miraba alrededor de la mesa, atraía
los ojos de alguno de ellos.

—Draco—, llamó Flint al otro lado de la mesa, con las mejillas sonrojadas por el vino y sus
dedos enredados en los rizos de Penelope. —Ya que no la vamos a poder probar, cuéntanos
un poco acerca de Granger. ¿Es así de fogosa en el dormitorio?

Una o dos carcajadas, luego la mesa quedó en silencio. Y las yemas de los dedos de Draco se
crisparon contra sus costillas. Sintió la presión mientras exhalaba lentamente. Escuchó que
tragaba saliva.

—¿Qué quieren saber?— Levantó su copa de vino, y la bebió de un trago. Hermione sintió el
latido de su corazón contra la copa de champagne, que apretaba con fuerza entre los dedos.

—¿Es igual de sabelotodo en la cama?

La risa rebotó contra las cucharas, y ella levantó la mirada para encontrar cada par de ojos
encima de ella, hambrientas de lujuria o de cruel diversión. Parpadeó y bajó la cabeza otra
vez, con las mejillas encendidas.

—Al principio—, dijo Draco finalmente, un murmullo bajo a través de su espalda. —Ahora
sabe cómo relajarse… Para evitar el castigo.

Sintió un escalofrío en los omóplatos, que se extendía y se hundía en su piel.


—¿Cómo tiene el coño?— Preguntó Montague, reprimiendo una sonrisa.

—Delicioso.

Se hizo un silencio, y Hermione pensó que tal vez Draco había dicho algo incorrecto. Porque
no era necesario que… no debería ser algo que él… que ellos...—

—¿La haces acabar?— Preguntó Goyle, expresando sus preocupaciones con una mueca.

—Por lo general más de una vez—, dijo él, como si le hubieran preguntado acerca del clima.
—No al principio, por supuesto. Y si se ha portado mal, ni me molesto.

Hermione se arriesgó a levantar la mirada y captó los ojos de otro Lote antes de que bajara la
mirada avergonzada, como si hubiera sido Hermione la que descubriera su secreto. Tal vez no
era tan inaudito dar un orgasmo a sus parejas.

—¿Con la poción o sin ella?— Preguntó con suspicacia uno de ellos.

Sus ojos se movieron rápidamente hacia Penelope. La poción, la que Marcus Flint le había
dado a Pansy y a Penelope. Antes de aquella noche, Hermione solo había tenido una idea de
sus efectos. Ahora lo comprendía.

—Sin--, se burló Draco. —Es mucho más satisfactorio tenerlas gimiendo y suplicando por
ellas mismas, ¿no creen? Sin ofender, Marcus—. Apartó una mano de sus costillas y tomó
uno de sus rizos, retorciéndolo ligeramente. —Y el sonido que hace—, murmuró. Podía
sentir su aliento en la mejilla. Sus costillas se negaban a expandirse, aguantando para
escuchar lo que él decía. —Cuando está por llegar, es igual que cuando estaba en clase,
ansiosa por dar la respuesta correcta. No puede dejar de moverse, no puede cerrar su boca—.
Ella mantuvo la mirada encima del mantel, haciendo fuerza por respirar. Sentía el estómago
tenso y los dedos de él se enredaron en el cabello detrás de su oreja, inclinando su rostro
hacia él. —Prefiero deslizarme dentro de ella cuando está mojada, y odiándose a sí misma
por ello.

Ella mantuvo los ojos en su cuello, incapaz de mirarlo a los ojos. Es solo un juego, se dijo a
si misma. Él no quiere decir nada de eso. El vino le había dejado un rubor en el cuello, unas
manchas rosadas adheridas a su garganta mientras tragaba.

Él había interpretado bien su papel. No fue hasta que Zabini habló que se dio cuenta que los
muchachos estaban mortalmente callados.

—Debo decir, que yo soy igual—, dijo él, un aire frívolo en su tono, como si estuviera
cambiando un tema escabroso por educación. —Nunca he sido de los que usa el sexo como
castigo, pero—, asintió hacia Flint, —agradezco esa poción algunos días—. Zabini levantó su
copa. —Por el ingenio de Marcus.

Todos brindaron, y Flint sonrió. —Prepararé un nuevo lote para la semana que viene—. Le
dirigió a Draco una calculada sonrisa y dijo, —Sería un honor si la Señorita Granger
participara. La casa invita, por supuesto.
Una pausa tensa. Ojos encima de ella, ojos alternando entre Draco y Flint. Draco inclinó la
cabeza y pudo sentir cuando tomó el aliento antes de replicar: —Eres muy amable.

Marcus Flint le guiñó un ojo, y se tomó el resto de su copa de vino de un trago .

—He descubierto que una vez que han tomado la poción, la próxima vez ya están más dóciles
—, dijo uno de ellos.

Otro asintió.

Y los escuchó intercambiar historias acerca de las chicas en sus regazos, o de otras chicas del
pasado, como si estuvieran de vuelta en los vestidores del equipo de Quidditch de Slytherin.
Las risas volvieron a comenzar. Montague contó una historia particularmente escabrosa
acerca de una chica con la que había estado en Hogwarts, y realizó una cruda imitación
haciendo rebotar a la joven en su regazo, empujándola hasta que la hizo escupir su copa de
champagne.

Hermione intentó concentrarse en las chicas, en las salidas, en los cubiertos afilados,
cualquier cosa que no fuera la horrenda exhibición de masculinidad y sexualidad. O en la
forma en que la mano de Draco permanecía en sus rizos, enroscándolos y retorciéndolos
suavemente. Warrington había comenzado a pasar sus manos por encima de las caderas y el
estómago de su chica, y Hermione vio el plateado de su ropa interior cuando su vestido se
deslizó hacia arriba. Una de las chicas que repartía frutas y dulces sonreía con recato cada vez
que una mano errante le pellizcaba el trasero o le subía por el costado del muslo. Los labios
de Marcus Flint recorrían el cuello de Penelope entre las conversaciones de sus amigos, y
Susan Bones lucía como si fuera a vomitar cuando Goyle la dio vuelta para sentarla a
horcajadas de él.

Hermione sintió que el ácido le subía a la garganta y le quemaba los pulmones. Si esto era lo
que pasaba en público, no quería imaginar en qué consistían los asuntos en privado. Ni
siquiera la lenta caricia del pulgar de Draco detrás de su oreja podía distraerla de la tensión
que sentía en el pecho.

Los chicos estaban hablando unos encima de los otros, cada vez más fuerte. Sintió a Draco
reír ante un chiste de Nott, bramar cuando Pucey retó a Flint a beberse el resto de su botella,
soltar una carcajada cuando Blaise fue a buscar más vino. Mientras seguía a Blaise con los
ojos, descubrió que Goyle estaba empujando los hombros de Susan, instándola a ponerse de
rodillas.

Soltó un jadeo, atragantándose con el aire. Nadie siquiera pestañeó. Un vistazo más y Susan
estaba desabrochando los pantalones de Goyle con dedos temblorosos, el rostro pálido pero
resignado.

No podía respirar. Éste era el destino de ellas ahora, reducidas a prostitutas en una fiesta de
muchachos de Sangre Pura, sirviendo la comida y el vino y sonriendo mientras eran
manoseadas y violadas. Sus ojos se pusieron borrosos mientras las lágrimas brotaban.
Entendía ahora por qué Ginny no podía “portarse bien”, a pesar de lo que le debía haber
costado.
La mano de Draco se movió por la parte posterior de su cuello, sintiendo la tensión de su
cuerpo, el cambio en su respiración. El disgusto y la culpa le corrían por las venas como
veneno, la enfermaba pensar que se sentía a salvo con él mientras el resto de ellas eran
forzadas a esto.

Lo sintió congelarse en el momento en que descubrió lo que la estaba perturbando.

—¿En serio, Goyle?— Siseó Draco, interrumpiendo el ruido y la risa. Hermione saltó ante el
sonido detrás de su oreja. —No en la mesa de la cena.

Varios chicos soltaron una carcajada cuando cayeron en la cuenta, inclinándose encima de la
mesa para ver.

—Quería el postre—, murmuró Goyle, con la cabeza inclinada y los ojos en blanco,
apretando la copa de vino en una mano.

—Sabes que eso es para otro cuarto, Greg—, dijo Flint con desaprobación.

La mano libre se estiró hacia abajo, aferrando el cabello de Susan. —Casi termino.

Hermione se tragó la bilis que le estaba subiendo, agitando su piel y retorciéndose a su


alrededor como tinta. Todavía no podía respirar. Incluso con la mano de Draco en su cuello,
indicándole que mantuviera la calma, no pudo ahogar el sonido cuando Susan gorgoteó y se
atragantó.

—Me pregunto si Bones lo hace tan bien como Weasley.

Su ojo se crispó. Su respiración superficial se sentía como hielo en su pecho.

—Ese sí que era un par de labios que me hubiera gustado tener alrededor de la verga—,
continuó Montague. —Desearía que Avery me hubiera dado un turno cuando terminó con
ella...—

El vaso de Goyle estalló, una lluvia de fragmentos de cristal a lo largo de la mesa. La fruta y
el queso salieron disparados, rebotando hacia afuera. Los muchachos se pusieron de pie y se
alejaron de un salto, y la presión que sentía en el pecho se liberó cuando Draco hizo girar su
cuerpo para apartarlo, con la varita en una mano.

Goyle bajó la vista hacia su mano con asombro, y flexionó los dedos; había vidrio y sangre
en su palma. Susan salió gateando de abajo de la mesa.

Hermione respiró profundo.

Su magia.

Draco bajó la mirada hacia ella en estado de shock, la barbilla de él tocaba su nariz. La sentó
erguida, y la soltó de su agarre.

Marcus Flint fue el primero en comenzar a reír. —¡Merlin, Goyle! ¡No te emociones tanto!
Pucey y Montague se unieron, empujando a Goyle, burlándose por apretar tan fuerte la copa
hasta hacerla estallar.

—¡Uno pensaría que nunca te la habían chupado antes!

—Eso te pasa por comenzar tan temprano con la diversión.

Goyle sonrió mientras se ajustaba los pantalones, asumiendo la responsabilidad. Blaise


volvió a entrar con los brazos llenos de botellas y soltó una carcajada al ver la escena. Flint,
con una sonrisa zalamera, se volvió hacia las chicas alrededor de la mesa y dijo. —Señoras.
Todas en cuatro patas.

Los dedos de Draco se crisparon contra sus costillas, y fulminó a Flint con la mirada.

—Quiero todos los fragmentos de vidrio recogidos, todos los trozos de comida reunidos, y
todas las botas besadas—, dijo Flint, sonriéndole a Draco. Algunas de las chicas ya se habían
puesto de rodillas para recoger el vidrio.

Hermione intentó calmar su corazón acelerado. Era demasiado peligroso perder el control de
esa forma. Apartó todos los pensamientos acerca de Ginny y los guardó en un rincón de su
estantería. Se puso de pie para empezar a limpiar, pero la mano de Draco sobre su muñeca la
detuvo.

—¿Crees que tu Sangre Sucia es demasiado buena para hacer la limpieza, Draco?

—De hecho si. Por lo general no dejo caer sesenta y cinco mil Galeones al piso.

Hermione miró de un lado a otro entre ellos. Todas las otras chicas se habían puesto de
rodillas, y habían comenzado a limpiar, mientras los chicos miraban y comenzaban a beber de
nuevo.

—Es solo una Sangre Sucia—, dijo Flint lentamente, separando los labios en una sonrisa para
revelar sus perfectos dientes nuevos. —¿Verdad, Draco?

Había un desafío en su voz, y Draco lo miró fijamente. Vio que Blaise descorchaba con
facilidad una botella de champagne, mirando a Flint y a Draco con un aire de indiferencia.

Draco le soltó la muñeca. Ella se dejó caer rápidamente de rodillas, disfrutando por primera
vez en horas los cientos de ojos encima de ella. Gateó hacia adelante, sintiendo el vidrio
enterrándose en sus palmas y en sus rodillas, y saboreó el dolor. Tenía que ser fuerte, por
Ginny, por Ron. Por Harry. Por todos los esclavos que estaban sufriendo horrores y peleando
batallas que Hermione apenas podía imaginar.

Pero mientras recogía pedazos de queso y pan, y apartaba los vidrios, las risas volvieron a
comenzar, amenazando su determinación. Sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más, y
sorbió por la nariz, apenas pudiendo contenerlas.

Su mano encontró otra debajo de la mesa. Levantó la mirada y descubrió a nueve chicas
mirándola con ojos cansados, tomadas de las manos las unas con las otras. Su respiración se
entrecortó cuando la chica rubia fresa tomó su otra mano. Apenas un latido pasó antes de que
las nueve volvieran a moverse, recogiendo comida y quitándose los vidrios de las rodillas.

Estas chicas habían sobrevivido los últimos dos meses y continuarían sobreviviendo. Ella
podía sobrevivir una noche y a una fracción del horror. Puso un tapón en la botella rebosante
de sus emociones, se levantó y se paró junto a la silla de Draco. Se concentró en su estantería
de libros, y se imaginó las páginas llenándose con las imágenes de aquella noche, hasta que
los cerró de golpe y los deslizó en un olvidado estante polvoriento.

No pasó mucho hasta que Flint se pusiera de pie y dijera: —¿Vamos pasando al Salón,
caballeros?

Pucey y Montague se levantaron rápidamente de sus sillas, tomando a sus chicas por la
cintura. Empujaron a Goyle para que se moviera del hombro de Susan, donde se había
quedado dormido.

Hermione recordó lo que había dicho Flint antes. Eso es para el otro cuarto. Lo que Goyle le
había hecho a Susan era aceptable en el siguiente cuarto.

Seguro que Draco no la llevaría allí. El otro cuarto estaba claramente destinado a mucho más
que “contacto leve ”.

El corazón comenzó a martillar otra vez, y tomó aire, buscando un lago de aguas tranquilas.

Uno tras otro, los chicos fueron llevando a las chicas al otro cuarto. Draco se quedó atrás,
tomándose su tiempo para terminar su segunda copa de vino. El alivio comenzó a filtrarse por
las venas de Hermione. Él se estaba retrasando para que pudieran escapar con facilidad. Se
quedó a su lado en silencio, con los ojos fijos en el suelo mientras Zabini le murmuraba a su
chica al pasar.

—Draco—. Hermione levantó la mirada para encontrar a Flint parado en la puerta con
Penelope, Pucey y Mortensen detrás de él. —Por supuesto que vendrás, ¿no?

La respiración de Hermione se detuvo. Draco se pasó una mano por el cabello y dijo. —Me
temo que no. Tengo una llamada importante con mi padre esta noche—. Su mano se deslizó
hacia la parte baja de su espalda, lista para guiarla hacia afuera.

—Sabía que no lo haría—, masculló Pucey en el oído de Flint.

—¡Vamos, Draco!— Gesticuló Flint dramáticamente. —Ya le gané diez Galeones a


Montague. Apostó a que nunca la traerías a la cena—. Sonrió y apuntó a Pucey con el pulgar.
—Éste dice que no podremos verla en el Salón.

El modo en que le sonrió, la forma en que la palabra “Salón” rodó de la lengua de Flint, le
hizo revolver el estómago. Draco forzó una sonrisa y jugueteó con el anillo en el pulgar.

—Tal vez otro día.

Flint se acercó a ellos lentamente. —¿A qué hora es tu llamada por Flu?— El tono era
engañosamente casual.
Una rápida pausa, y Hermione se preguntó si él estaba intentando adivinar la hora que era. —
A las doce y media. Así que...—

—¡Tiempo de sobra!— Flint le dio una palmada en el hombro a Draco, como si el trámite
estuviera hecho. —Solo un pequeño recorrido—. Sus ojos recorrieron el pecho y los hombros
de Hermione. —Quiero ver qué piensa la Chica Dorada de nuestro pequeño club.

La mano de él estaba rígida en su espalda, mandando la tensión hacia su columna. —


Supongo que tenemos unos veinte minutos.

—Veinte minutos es tiempo de sobra para mi—, dijo Pucey con un guiño. Una risa le estalló
desde el pecho, y arrastró a Mortensen por la puerta. Un gentil empujón en la base de la
espalda, y se sintió impulsada hacia adelante.

Hermione memorizó el camino que tomaron al bajar de vuelta las escaleras, intentando
sofocar el pánico creciente de sus costillas. Harper detrás suyo, y ellos detrás de Flint y
Penelope, que le apoyaba una mano en el trasero mientras conversaba con Draco acerca de su
último viaje a Brasil. Volvieron sobre sus pasos a través del pasillo y pasaron por delante de
de varias personas que todavía se mimetizaban en las esquinas, manteniendo conversaciones
en susurros, encima de bebidas derramadas.

Al atravesar una puerta del otro lado, Hermione sintió el bajo retumbar de un contrabajo, una
música rítmica y sensual. Cerró los ojos y esperó, convocando lo que le quedaba de
autocontrol. Imagina un lago de aguas tranquilas.

Las cortinas se apartaron y revelaron a la chica del principio de la noche, Charlotte, con una
bandeja de champagne y whisky.

—Caballeros—, saludó con una amplia sonrisa. Sus labios todavía eran de un rojo violento,
el cabello aún cayendo en ondas perfectas. Probablemente con un hechizo Glamour para
mantenerse de esa manera.

Flint tomó un vaso de whisky de la bandeja. —Charlotte, querida—, arrulló. —Te ves
deslumbrante. ¿Cuando volverás finalmente a casa conmigo?— Hizo un puchero y le acarició
el brazo.

—Los halagos te llevarán a cualquier parte, Marcus—. Charlotte le guiñó un ojo y se volvió
para ofrecer la bandeja a Draco. —Y ya sabes que los Carrow no lo permitirían.

Hermione la miró, archivando la información mientras Draco empujaba otra copa de


champagne entre sus manos. Los Carrow estaban involucrados aquí. Y a cargo de algunas de
las chicas. Sus ojos cayeron sobre el collar plateado de Charlotte mientras la bonita muchacha
batía sus pestañas hacia Draco, luego hacia Blaise, a medida que se deslizaba con su bandeja
por la fila.

La música aumentó cuando pasaron finalmente a través de las cortinas, y entraron a un


enorme salón con paredes azul profundo y maderas oscuras. Docenas de sofás y sillones se
extendían en todas las direcciones, enfrentándose los unos a los otros en íntimas áreas de
estar. Una tenue luz de vela y espesas nubes de humo por encima de sus cabezas. Los ojos de
Hermione se desorbitaron mientras recorrían la habitación.

Hombres en sillones con chicas en sus regazos. Chicas con collares plateados caminando a su
alrededor, con bandejas de cristal de cócteles y entremeses, tacones más altos y vestidos más
cortos que los suyos. Una puerta se abrió a su izquierda y Hermione dio un salto cuando un
hombre salió a trompicones abrochándose los pantalones. Viendo hacia adentro del pequeño
cuarto, pudo ver a una chica parada junto a un sillón, alisándose el vestido con una sonrisa
practicada, antes de que Draco la empujara para avanzar.

Tragó el ácido de su garganta, sus ojos luchaban para llegar a ver cada rincón. Una mesa de
juegos de azar a la derecha y varios hombres reunidos a su alrededor, unas cuantas chicas
agarradas a sus brazos, alentándolos. El Señor Nott a la cabeza, lanzando dados con una rubia
de piernas largas a su lado. Hermione disparó su cabeza en la dirección contraria, temiendo
llamar su atención.

Le pareció ver a un hombre en un sofá durmiendo pacíficamente, pero luego se dio cuenta
que su cabeza estaba echada hacia atrás por el goce, y una chica estaba arrodillada en el suelo
con la boca entre sus piernas. Apartó rápidamente la mirada, con la garganta ardiendo otra
vez, pero era como si hubiera abierto la caja de Pandora. No importaba hacia donde fueran
sus ojos, continuaba encontrando a otras chicas en posiciones similares, a la vista de todos.

Una chica rubia, vestida solo con ropa interior, pasó frente a ellos, llevando a un hombre
mayor hacia las puertas de la pared de la izquierda. Él ya se estaba desabrochando el pantalón
mientras la seguía a una pequeña cabina.

Era como un burdel, con elementos de un Strip-Club** Muggle. Las transacciones eran tanto
a la vista de todos, o escondidas en un cuarto privado; parecía que dependía de la preferencia
del hombre. Hermione vio a una chica rebotar encima de un joven de una forma que era
claramente una penetración. Le ardieron las mejillas al pasar junto a la pareja, demasiado
consciente de la presencia de Draco junto a ella, los gemidos y jadeos de la chica haciendo
eco en sus oídos.

Flint los llevó a lo más profundo del salón, y la mano de Draco en su espalda la apretó más
contra su costado. Ella sabía que él había hecho todo lo posible por evitar traerla aquí, al
“Salón”. Apenas habían podido mirarse el uno al otro durante las últimas semanas, terminar
aquí esta noche era probablemente lo último que quería. No había una vía fácil para lidiar con
esta situación. Simplemente tenían que sobrevivir.

Dieron vuelta una esquina a través de un gran arco y entraron a otra habitación, la mitad de la
izquierda oscurecida por cuartos privados. Otras cuantas puertas en la pared del fondo; el otro
lado lleno de sofás y sillones de terciopelo. Una chimenea rugiendo en la pared de la derecha,
enviando una luz ámbar a través del cuarto, y una esfera de luz azul encima de sus cabezas,
proyectando sombras en los rostros familiares. Dos chicas de collar plateado bailaban en una
plataforma despejada cerca del centro del área de estar, parecido a un escenario de un club,
mientras los hombres sentados en sillones frente a él se relajaban y conversaban.

Sus pulmones se llenaron de aire, estabilizándola. Además del baile, no había nada que no
hubiera visto en el cuarto anterior.
Vio a Charlotte moviéndose entre la multitud con una bandeja de canapés y fruta, otra chica
siguiéndola con bebidas. Las manos de los hombres pasaban encima de sus traseros y sus
muslos mientras los servían, y Charlotte les dedicaba una sonrisa y un guiño a cada uno.

La adolescente de piel aceitunada estaba siendo arrastrada por el brazo hacia uno de los
cuartos privados mientras pasaban, sus ojos estaban rojos y sus mejillas atravesadas de
lágrimas. Hermione parpadeó, y apartó la mirada. En alguna parte de su mente, había un lago.
Un lago claro, el agua tranquila e inmóvil...

La fiesta se detuvo, quebrando su concentración. Marcus se dejó caer en un sofá frente a


Theo y su cita, y arrastró a Penelope a su lado. Penelope lucía como si finalmente hubiera
llegado el momento que hubiera estado temiendo durante toda la noche, mientras Marcus le
pasaba el brazo por encima de los hombros y jugaba con sus rizos.

Draco comenzó a llevarla hacia un juego diferente de sillones, pero Flint tomó el brazo de un
gran sillón y lo acercó, haciendo un gesto a Draco para que se sentara. Draco sonrió
levemente y se reclinó sobre los almohadones, tirando de Hermione para sentarse en el brazo
del sillón en lugar de en su regazo. Ella no estaba segura de si era mejor o peor, desde esta
posición, tenía una vista aventajada del cuarto entero.

—Señorita Granger—, Flint canturreó por encima del ritmo de la música. —¿Qué le parece el
Salón? ¿Es todo lo que habías deseado y más?— Sonrió contra su copa, con los ojos fijos en
ella.

Hermione apartó la mirada y la clavó sobre su regazo, apretando los labios con fuerza. Tenía
miedo de abrir la boca, como si la ira y la furia pudieran salir en oleadas si lo hacía.

—Yo digo que realmente deberían estar agradecidas—, dijo Warrington a Flint desde el sofá
de al lado, con su Lote encima de la falda, y los labios de ella en su cuello.

—¿Agradecidas?— La desdeñosa respuesta abandonó su garganta antes de que pudiera


contenerse. Draco se puso rígido a su lado. Los latidos de su corazón revolotearon en medio
de una creciente sensación de pánico.

Warrington enfrentó su mirada. —Así es, Sangre Sucia. Agradecidas por darles un Salón tan
regio. Por invitarlas a cenar y servirles champagne.

Bajó la mirada en un acto de obediencia, con el corazón latiendo salvajemente.

—Ustedes los Muggles son todos iguales—, dijo Pucey arrastrando las palabras. —Está en su
naturaleza. Ya no lo tienes que negar, Granger—. La miró con lascivia, y ella sintió que se le
erizaba la piel. —¡Mira cuánto lo disfrutan todas!— Se dio vuelta y señaló a las esclavas, las
dos bailarinas soltaron una risita, otra gimió mientras enterraba las caderas sobre un hombre
en un sillón. Y en otro sofá, Cho Chang besaba lentamente a otra chica mientras Mulciber las
observaba, acariciándose a sí mismo por encima de sus pantalones.

—Vamos, Granger—, arrulló Flint. —No seas tan aguafiestas—. Sus dedos comenzaron a
desabrochar su cinturón, y Penelope dejó a un lado su copa de champagne, arrastrándose de
rodillas hacia el suelo con la expresión ausente. —Hazle saber a Draco cuánto lo aprecias.
Hermione apartó los ojos rápidamente, y su respiración se apretó en su pecho al ver a la chica
de Warrington darse vuelta para sentarse a horcajadas sobre su regazo. Se le cerró el
estómago y un vómito subió por su garganta. Tragó y miró hacia una pared.

Draco dejó caer una mano sobre su rodilla, una advertencia muda para que no se moviera. —
Prefiero que me aprecien en privado. Además, odiaría distraer a tus pajaritas con el tamaño
de mi verga.

Escuchó la carcajada de Flint, su aliento debilitado por la excitación que le provocaba lo que
Penelope le estaba haciendo.

Vio a Charlotte ofrecer fruta a los muchachos que no estaban forzando a sus esclavas a darles
sexo oral.

Sentía el olor del humo de un cigarro, y oía el sonido de risas y tintineo de copas y jadeos y
gemidos.

Está en su naturaleza, le había dicho. De Muggle.

Draco le susurró que se irían pronto, y ella parpadeó lentamente hacia las alfombras, con los
ojos pegados a las rodillas de una morena que apenas conocía, y que estaba sentada frente a
un chico de sangre pura que creía que ella debería sentirse agradecida por la oportunidad.

Un par de piernas con tacos color champagne se cruzaron en su vista. Charlotte con su
bandeja. Ofreció una bebida a Draco, y él la rechazó, diciendo que se irían pronto.

Hermione apenas los escuchaba, balanceándose ligeramente en su lugar. Un agotamiento


abrumador empujaba sus párpados.

—¿Señorita Granger?

Levantó la mirada y encontró a Charlotte todavía inclinándose sobre ella, parpadeó para
aclarar la visión. Frunció el ceño, confundida de que se dirigieran a ella directamente.

—¿Algo para comer?— Preguntó Charlotte, batiendo lentamente sus pestañas hacia ella, y
estirando un brazo para ofrecer a Hermione una cesta de frutas. —¿Uvas, tal vez?

Hermione bajó la mirada, encontrando una enredadera de gruesas uvas color bordó,
llamándola desde otros tiempos, algo que solía significar algo.

Su mente se aclaró como un shock eléctrico. Levantó la mirada con los ojos abiertos.
Charlotte sacó una y se la extendió con una sonrisa suave.

Hermione la tomó, guardándola rápidamente en su mano, como si estuviera escondiendo oro


robado. El corazón le golpeaba contra las costillas, un recuerdo de ella misma, moviendo los
dedos para deletrear con uvas sobre el piso del Ministerio, algo que su voz no podía expresar.

Buscó a Charlotte de nuevo, pero se había ido.


Al otro lado del salón, Cho Chang enfrentó su mirada por primera vez, con los brazos
alrededor de los hombros de Mulciber, mientras él le besaba el cuello. Cho dejó asomar una
uva, hinchada y madura, entre sus labios pintados, y sus ojos ardieron con el fuego de la
revolución.

Chapter End Notes

Nota de Traducción

*Delegada – Delegado: Head Girl/Boy en inglés original. Las provocaciones e


insinuaciones entre Theo y Draco son intraducibles. Derivan del doble sentido de la
palabra Head (cabeza) que se utiliza en forma vulgar para referirse al sexo oral (por lo
general, por parte de una mujer a un varón). Cuando Draco habla de compartir las
“Tareas” (Duties), en verdad está diciendo Head Duties en inglés original, donde Head
toma el significado vulgar antedicho de “realizar sexo oral”. Aunque no tiene traducción
literal, lo que Draco está buscando inferir es que Theo tiene preferencia sexual por su
mismo género y por lo tanto podría realizar las mismas “tareas” que Hermione.

**Strip-Club: Club de Strippers.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

¡Los Audiobook Warriors han comenzado a publicar capítulos de La Forma Correcta de


Actuar (audiolibro en inglés)! Link en Ao3 o en Spotify.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 16
Chapter Notes

Nota de Autor

Perdón por la actualización tardía. Estuve enferma todo el fin de semana y no pasé el
capítulo a mis ADORABLES Alphas hasta tarde. Mucho amor a Saint Dionysus y
raven_maiden.

Por favor, vean que las etiquetas (tags) han sido actualizadas.

See the end of the chapter for more notes

Cuando Draco se levantó del sillón, la tomó por el codo y murmuró una despedida, sentía que
le zumbaban los oídos. Los muchachos ya estaban bastante distraídos y los dejaron ir sin
mucho alboroto. Hermione se metió la uva en la boca en el momento en que Draco la hizo
dar vuelta, repentinamente aterrada de que alguien pudiera verla y descubrir su secreto.

Se dejó arrastrar por el salón; sus ojos salían disparados para registrar a cada chica sentada en
un regazo, cada chica arrodillada, cada chica riendo y bebiendo. Cho no la volvió a mirar.
Charlotte había seguido su camino. Se deslizó por la habitación buscando más ojos, más
fuego, más uvas.

No estamos solas.

Ella había usado uvas una vez para deletrear esas palabras en los pisos del Ministerio. Para
darles una hebra de esperanza a cincuenta chicas magulladas y aterrorizadas que se habían
apiñado a su alrededor, preparándose para vivir sus peores pesadillas. Pero, ¿había sido una
coincidencia? Cho sabía lo que significaban las uvas, pero ¿cómo podía saberlo Charlotte?
¿Realmente había querido entregarle un símbolo de esperanza? Hermione no la recordaba del
ministerio. ¿Quién era ella?

Draco la llevó hasta una enorme chimenea, y un frasco de polvos Flu se materializó frente a
ellos. Las llamas se volvieron verdes al anunciar, “Mansión Malfoy”, y con un tirón en su
brazo, los ruidos del Salón dejaron de existir, y se encontró en la fresca entrada de la Mansión
Malfoy, iluminada por la luz de la luna, con nada más que el latido de su corazón en los
oídos.

Respiró pesadamente, su mente daba vueltas con las preguntas que necesitaba preguntar, las
imágenes que quería olvidar.

Draco dejó caer suavemente su brazo. Lo sentía inerte. Cerró los ojos con fuerza, luchando
para calmar su respiración. Podía sentir los ojos de él sobre ella, esperando, pero las
preguntas que necesitaba contestar se sentían tan íntimas, y a la vez demasiado grandes para
la entrada de la Mansión Malfoy.

Con el más leve de los toques en la parte baja de su espalda, él la condujo escaleras arriba.

Los horrores de la velada flotaban mientras ascendían. Ella dejó las perturbadoras imágenes a
un lado, apartando todas las preguntas que se sentían poco importantes y demasiado
personales.

¿Cómo puedes simplemente mirar hacia otro lado?

¿Entonces tan solo te sientas ahí, mientras tus amigos obligan a esas chicas a abrir sus
bocas y sus piernas para ellos?

Y la más vergonzosa de todas, apretando en su pecho...

¿Quién estuvo en tu regazo antes que yo?

Llegaron a su habitación. Hermione abrió la puerta con la punta de los dedos, se detuvo, y se
dio vuelta. Draco estaba de pie a unos pasos de distancia, con los ojos clavados en sus
zapatos. En la alfombra. En cualquier lugar que no fuera ella. Respiró hondo y se armó de
valor, cerrando la puerta entre su corazón y sus labios, enfocándose solo en las frías
preguntas de su mente.

—¿Quiénes eran todas esas chicas? A algunas de ellas no las reconozco de Hogwarts ni de la
Subasta.

Draco metió las manos en los bolsillos, y ella vio que le temblaron una vez antes de quedarse
quietas. Parecía resignado a responder a sus preguntas.

—Algunas son Muggles de Edimburgo. Algunas son de familias prominentes que han
desafiado el régimen del Señor Tenebroso. Algunas son brujas jóvenes que fueron
encontradas ayudando a George Weasley.

Sus ojos se abrieron, pero siguió adelante. —¿Y pertenecen a los Carrow?

—Los Carrow han sido asignados como los guardianes del Castillo de Edimburgo. Mantienen
los terrenos y organizan eventos como los de esta noche. Las chicas con collares de plata son
Chicas Carrow. Ellas son anfitrionas del Salón y están disponibles para… entretenimientos.

Ella se balanceó sobre sus pies, los recuerdos de los “entretenimientos” todavía estaban
frescos en su mente.

—Y las chicas con collares dorados—, dijo, sintiendo su propio peso sobre el cuello. —Son
propiedad de Mortífagos—, dedujo, apoyando una mano sobre el marco de la puerta.

Los ojos de Draco titilaron encima de ella. —Deberías dormir.

—Lo haré. Luego. ¿Collares dorados?— Comenzó a quitarse los zapatos. Los ojos de él
captaron el movimiento.
—Si, son propiedad. Por lo general, son las que fueron Subastadas. Pero algunos Collares
Dorados fueron capturadas después o vendidas a compradores privados. Las menos valiosas
se convirtieron en Chicas Carrow.

Hermione contuvo el aliento. Necesitaba mantener su mente concentrada, ignorar la furia que
podía sentir hirviendo debajo de su piel. Si se dejaba llevar por sus emociones, podía perder
la oportunidad de exprimir las respuestas de él como una esponja.

—¿Cada uno de esos chicos es dueño de un Lote? ¿Los de la cena?— Los colores de los
collares se arremolinaban y se mezclaban en su mente hasta que no pudo recordar quién
usaba cuál.

—Flint es dueño de Clearwater, Pucey es dueño de su chica. Bones pertenece a Travers, pero
Goyle ha gastado hasta el último Sickle de su bóveda para alquilarla cada viernes por la
noche.

—Alquilarla—, murmuró para sí misma, sacudiendo la cabeza. La bilis en su garganta


burbujeaba de nuevo, y cada vez que cerraba los ojos veía las manos de Susan temblando
mientras abría los pantalones de Goyle. Un lento escalofrío recorrió sus hombros, como si un
cubo de hielo bajara por su columna vertebral. Levantó la mirada y encontró los ojos de
Draco todavía clavados en el suelo. Súbitamente sintió la sangre al rojo vivo otra vez. —¿Y
cómo te las arreglaste cuando tu Lote tuvo Viruela de Dragón? ¿Debo asumir que aún así
llevabas una chica colgada del brazo?

Él tragó saliva. Y su ojo sufrió un microscópico espasmo al decir: —Usaba una Chica
Carrow. O la tomaba prestada de alguien.

El fuego que querría soplar dentro del castillo de Edimburgo la quemaba por dentro.

—“Prestada”. Como una taza de azúcar—, siseó. Vio como las palabras aterrizaban en él,
como una flecha encontrando el círculo central. Levantó los ojos de golpe, y ella continuó. —
Y las llevabas al Salón. ¿Te agradecieron adecuadamente por darles la oportunidad de “ser
quienes realmente son”?

—No—. Sus ojos eran duros. —Las cosas no suelen ser tan intensas en el Salón, por lo
menos en nuestro círculo. Creo que tu presencia… los exaltó—. Rodó los hombros hacia
atrás, con la mandíbula tensa. —Cuando llevé antes una chica, mantuve las cosas dentro de
los límites.

Ella lo observó, mientras el calor y la ira se desplegaban en su pecho. Los muchachos habían
actuado más de lo normal esa noche solamente porque ella había estado allí.

Y en el pasado, cuando ella estaba escondida en su torre de marfil, Draco había tenido otra
joven a su lado, obligada a estar en ese cuarto. Había enredado sus dedos en los mechones de
alguien más, había frotado otro par de piernas. Debe haber sido la ira y el disgusto lo que la
hizo preguntar: —¿Quién?

Él inclinó la cabeza.
—¿Con quién mantuviste las cosas “dentro de los límites”?— Las palabras brotaron de ella,
como una espesa poción que no pudiera ser contenida. —¿Cuál de mis amigas, de tus
compañeras de clase, te ha servido vino, y se ha sentado en tus rodillas, y escuchado a tus
desagradables amigos jactarse de cómo su inacción les hizo ganar una guerra?— Escupió.

Draco la miró fijamente, con la boca abierta. Un nuevo sentimiento burbujeó en su


estómago… Vergüenza.

Estaba celosa. De una pobre y aterrorizada chica sin nombre. La respiración se agitó en su
pecho, y sintió que unos puntos negros le nublaban la visión, mientras los ojos de él se
volvían fríos.

—Es tarde, Granger. Te mandaré una Poción Calmante...—

—No necesito una Poción Calmante...—

—…y una poción para Dormir Sin Sueños, y podemos hablar por la mañana.

—Quiero saber a quién sentaste en tu regazo y manoseaste mientras yo tenía Viruela de


Dragón...—

Sus ojos centellaron. —¿Quieres una lista numerada? ¡Qué importa!

—Importa, porque me estás diciendo que mi presencia esta noche empeoró las cosas para
esas chicas. Importa, porque mientras yo estuve encerrada en la Mansión Malfoy, otras chicas
tuvieron que sufrir todo esa… esa horrible exhibición...—

Se atragantó, su garganta se cerraba mientras una lágrima solitaria rodaba traicioneramente


por su mejilla. La secó de un manotazo, furiosa consigo misma.

Él la estudió en silencio por unos segundos. Ella le sostuvo la mirada, levantando la barbilla.

—Estás dejando que el cansancio y las experiencias de esta noche te nublen la razón—, dijo
sencillamente, sonando como Snape, y ella odió que pudiera leerla como a un libro. —
Deberías dormir y reagrupar tus pensamientos.

Ella escaneó sus rasgos, perfectamente impasibles, y se preguntó por primera vez dónde
habría aprendido Oclumancia; qué tan bueno sería para ello.

Bastante, si tenía que adivinar. Era como mirar una máscara.

Apretó los labios. —Tengo más preguntas.

—Pueden esperar.

Ella parpadeó. —¿Responderás cualquier pregunta que tenga mañana?

Él la miró sin expresión, y dijo, —Si.

—Ocho de la mañana—, demandó.


—Mediodía.

—Nueve.

—Granger, son más de la una. Te vas a quedar otras dos o tres horas escribiendo una lista de
cosas para preguntar, y vas a pasar la mañana con Oclumancia y Meditación—, dijo, sus ojos
grises y vacíos. —Vas a dormir.

Ella entrecerró los ojos, sintiendo que le palpitaba el corazón de rabia ante sus suposiciones,
y de irritación, porque esas suposiciones resultaran ciertas. Él la estaba tratando como a una
niña. O como a una esclava.

Se llevó las manos al cuello, apartó a un lado su cabello y giró para ofrecerle el broche de su
collar. —Quítame esta maldita cosa—. Gruñó.

Él hizo una pausa. —Ahora que lo he activado, deberías poder quitarlo tu misma...—

Ella se apresuró a alcanzar el broche, y sintió que se soltaba entre sus dedos, el aire puro
volvió a sus pulmones. Arrojó el collar a sus pies.

—Más te vale que te dejes libre la tarde, Malfoy—, siseó, y cerró de un portazo.

Una vez que se quitó el vestido lencero, lo arrojó al piso, y sintió que podía respirar de
nuevo. Calentó el agua del baño hasta que estuvo hirviendo, y vertió algunas pociones en la
bañera, dejando que el aroma le limpiara la mente mientras su cuerpo se sumergía en las
aguas ardientes.

Compiló su lista. Se sentía rebosante de posibilidades. Contempló fijamente la pared del baño
hasta que las aguas se volvieron tranquilas y frescas, tanto en su mente como encima de su
piel.

Cuando despertó la mañana siguiente, luego de unas pocas horas de descanso, retomó la
rutina que había establecido la semana anterior: tomar los libros de la biblioteca y llevarlos al
Invernadero. Aproximadamente cada una hora se tomaba un descanso para meditar. Guardaba
las memorias de la noche anterior, como libros en una estantería. No se podía dejar llevar por
sus emociones otra vez. Había sido descuidada la noche anterior. Cuando el reloj estaba cerca
de marcar las doce, Hermione estaba casi segura de que Draco la iba a evitar.

Pero al medio día en punto, la puerta del Invernadero se abrió, y ella levantó la mirada para
encontrarlo avanzando hacia ella; usaba una camisa abotonada color gris pálido, y zapatos de
cuero de dragón, sin uniforme. Lucía como si a él tampoco le hubieran hecho ningún favor
las últimas horas que pasaron separados.

Ella se levantó de su banco y se envolvió con fuerza en su abrigo, en el frío húmedo de la


mañana. Mientras se preparaba para hacer preguntas, se dio cuenta de que Draco había
conseguido fortalecer su máscara durante la noche. La miraba fijamente, inclinando
ligeramente la cabeza, con los ojos grises y helados.

Está bien, pensó ella. Yo también he fortalecido la mía.


—¿Qué pasó en Edimburgo?

Una ligera expansión en sus costillas, como si estuviera inhalando profundamente pero
intentando que no se note. —Los Mortífagos tomaron el castillo dos semanas después de la
Batalla de Hogwarts. Se apoderaron de la ciudad Muggle de Edimburgo unas horas después,
pero la mayoría ya había sido evacuada. El Ministro Escandinavo tenía un emisario allí y
actuaron rápidamente. Esto fue unos pocos días después de que el Límite de Aparición fuera
finalizado.

Hermione parpadeó, intentando mantenerse concentrada en obtener todas las respuestas que
necesitaba.

—¿Y cuáles son las consecuencias de esto?— dijo. —Seguro que el mundo Muggle se ha
dado cuenta de que Edimburgo se ha extinguido del mapa.

—Hubo una confrontación cuando las fuerzas del Señor Tenebroso fueron descubiertas. Los
diarios reportaron un ataque terrorista, una explosión nuclear. Los Muggles ya no están
interesados en el devenir de Edimburgo. No hasta que los científicos Muggles lo hayan
examinado y descontaminado. El gobierno Muggle piensa que pasarán años hasta que vuelva
a ser seguro.

Sentía el corazón en la garganta al preguntar. —¿Y por qué el castillo? ¿Tiene planeado
apoderarse de otros castillos y estados?

—No. Edimburgo es su experimento. —Se hizo una pausa mientras Hermione intentaba
pensar lo que eso significaba.

Un recuerdo de la nueva estatua del Ministerio apareció en su mente. Muggles, apretujados y


retorcidos, sus rostros vueltos en una admiración ciega hacia los magos encima de ellos. La
Magia es Poder.

Una sacudida le recorrió la columna vertebral y erizó cada terminación nerviosa.

—Pero los que habían quedado de la Orden, quienes quiera que fueran, no quisieron
arriesgarse—, estaba diciendo Draco. —El Primer Ministro Muggle escapó del Reino Unido
poco después de la Batalla, y el Señor Oscuro colocó un nuevo Primer Ministro, controlado
por Dolohov con una Maldición Imperius. Sabemos de buena fuente que la Reina y la joven
princesa están en Canadá o en Australia.

Sus ojos titilaron una vez antes de volver a instalar una máscara sobre su rostro, un lago de
aguas tranquilas. Australia. Sus padres.

La mirada de Draco estaba sobre ella, y parpadeó una vez, entrecerrando los ojos para
estudiar la reacción que ella no había logrado esconder.

Necesitaba preguntar. Necesitaba saber si los Mortífagos estaban buscando a la Reina en


Australia, pero eso confirmaría cualquier sospecha que él estuviera formando en su mente.
No podía confiarle su secreto a nadie más. Su propia mente estaba apenas a salvo de espías,
no podía entregarle a Draco Malfoy la llave para llegar a sus padres simplemente haciendo
esa pregunta...

Él apartó la mirada de ella. —El Señor Tenebroso no está interesado en perseguir Muggles
además de los que estaban en Edimburgo. Políticos, realeza… plebeyos. No le interesan en
absoluto en este momento.

El latido de su corazón tamborileaba en la yema de sus dedos. Podía respirar de nuevo. Podía
pensar con claridad.

Escribió esas respuestas en su listado mental, y las guardó en un rincón estecho de su


biblioteca de estantes.

—Tocaste mi tatuaje cuando cruzamos el umbral. ¿Es necesario estar acompañado de un


Mortífago para entrar y salir de Edimburgo?

Él asintió, y ella guardó la información para un futuro plan de escape.

—¿Cuál es el propósito de los collares?

—Estética, propiedad y jerarquía—, replicó. —Los Collares Dorados tienen acceso al castillo
entero, asumiendo que el Mortífago está vigilando cuidadosamente a su Lote. A las Chicas
Carrow se les permite en cualquier sitio excepto en los salones privados del edificio oeste.
Con la excepción de Charlotte, por supuesto.

Sus oídos se animaron, inclinó la cabeza. —¿Y qué pasa en los salones privados?

—Asuntos oficiales de Mortífagos. Conversaciones con dignatarios extranjeros—. Levantó la


mirada del suelo, y giró su anillo alrededor del pulgar.

Entonces era ese el verdadero propósito de aquellas fiestas. Entretener y seducir a los
funcionarios de los gobiernos.

—Dijiste que los collares plateados eran propiedad de los Carrow—, confirmó ella, y el
asintió. —Creía que a Neville lo habían comprado los Carrow. ¿Dónde está él?

—Longbottom fue intercambiado. Se lo dieron a Rookwood a cambio de dos chicas que


había comprado en la Subasta.

Rookwood. Intentó recordar si había estado allí la noche anterior. —¿Rookwood también
tiene un harén?— Preguntó con frialdad.

Los ojos de él se posaron en las enredaderas, por encima de sus hombros. —Descubrieron
que Longbottom no servía a los propósitos del Castillo de Edimburgo. Muy pocos Mortífagos
y dignatarios lo encontraban aceptable para usos privados. Y fue considerado poco inspirador
para otros usos de esclavos masculinos.

Ella sintió una punzada de pánico en el pecho.

Un lago de aguas tranquilas.


—¿Qué otros usos?

Draco apretó los labios, tenso, y dijo. —Arena de lucha libre. Esclavo contra esclavo.

Su cuerpo se sacudió bruscamente, y se volvió hacia las ventanas. Respiró hondo, apartando
las imágenes que su mente estaba conjurando.

—Arena de lucha libre—, repitió.

Una idea se asomó adentro suyo, y se giró de golpe hacia él; lo descubrió mirándola desde su
lugar junto al banco.

—¿Has visto alguna vez a Ron en esas fiestas?

Podía verlo cerrar su mandíbula incluso desde donde estaba. Respondió con rigidez, —No.
No lo he visto desde que fue convocado por el Señor Oscuro, antes de la muerte de Macnair.

Ella asintió, intentando unir las piezas y archivarlas para después. Respiró hondo y volvió a
su centro, se preparó para hacer la única pregunta de la que no quería escuchar la respuesta.

—¿Y Ginny?— dijo, y las palabras flotaron hacia él como una pluma. —¿Por qué ya no va a
las fiestas?

Ella lo vio tragar saliva, y desviar la mirada encima de sus hombros otra vez.

—Hace unas semanas rompió una copa de champagne, y le rebanó el cuello a un guardia y al
asistente del Ministro de Hungría. Los dos están muertos.

Hermione apenas pudo respirar, sintiendo las palabras como un balde de agua encima de su
cabeza. Intentó imaginar a Ginny, corriendo salvajemente por el Salón con el filo irregular de
una copa de cristal en la mano. Cerró los ojos con fuerza y dijo: —¿Y me imagino que no se
salió con la suya?

Cuando Draco no respondió, ella levantó la mirada hacia él y lo encontró mirando por una de
las ventanas del Invernadero, con la vista en la lejanía.

—Malfoy.

—No, no se salió con la suya.

Respiró hondo. Ella cruzó los brazos, manteniendo cerrado su abrigo.

—¿Y?— preguntó.

—Ella fue disciplinada. Públicamente.

—Dime qué le pasó. Puedo soportarlo. He visto lo que sucede en esas fiestas...—

El rostro de él se volvió de golpe hacia ella y siseó. —Tu no has visto nada, Granger.
La sangre se congeló en sus venas, y luchó para parecer tranquila mientras le sostenía la
mirada. —Tengo derecho a saber. No soy una niña, Malfoy.

Una larga pausa. —Fue llevada al Salón—. Se pasó una mano por el cabello. —Y Avery hizo
de ella un ejemplo. De muchas maneras que estoy segura que puedes imaginar.

En algún lugar había un lago con aguas tranquilas. Pero una tempestad se estaba gestando
sobre el que tenía en la mente.

—¿Hubieron otros?

—Solo él, aunque había espectadores. No quedó en condiciones de ser compartida. Yo...—
Draco se aclaró la garganta. —Yo solamente vi el final.

Ella giró hacia las flores violetas que más le gustaban en ese invernadero, jadeando en
silencio. No podía dejar que él la viera perder el control. Luchó para estabilizar su respiración
y aclarar las imágenes que aparecían en su mente, se irguió, y parpadeó hasta que sus ojos
dejaron de arder y pudo volver a ver con claridad.

Ya habría otro momento para procesar lo que le había pasado a Ginny. Pero ahora tenía un
papel que interpretar. Había podido convencerlo de que podía aguantar saber la verdad, y eso
es exactamente lo que pretendía hacer. Ignoró el zumbido en sus oídos y la tensión en su
pecho, obligó a sus hombros a relajarse. Pensó en Ginny mientras contemplaba los tonos
púrpura, sufriendo torturas y violaciones todos los días en la propiedad de Avery. ¿Había
valido la pena?

El trato que había recibido ella en el Castillo de Edimburgo había sido manso. Draco se había
encargado de que así fuera. Pero aún así había visto lo suficiente como para enfurecerla. Ella
podría ser como Ginny, encontrar el fuego para rebanarlos a todos, incluso si eso significaba
su propia muerte.

O podría rendirse a su impotencia y comportarse como Draco le había pedido, dejar todo
atrás al llegar a casa, y agradecer a los dioses que no tenía que sufrir lo mismo que las otras.
Pero había recibido señales de esperanza de chicas que no tenían razones para sentirla. Una
uva. Las manos de nueve chicas con vidrio en las rodillas, aferradas debajo de una mesa.

Y Cho la estaba esperando.

—Ahora que sé qué esperar—, dijo, con la voz clara y fuerte. —Interpretaré mejor mi papel.
La próxima vez que vayamos, estaré mejor preparada para...—

—No vamos a volver a ir.

Le tomó un momento asimilar las palabras. Giró bruscamente hacia él, abriendo mucho los
ojos. —¿Qué?

Él se puso de pie con las manos en los bolsillos de su pantalón, los ojos muertos y vacíos.

—Ya hemos hecho acto de presencia. Ya te han visto—. Tragó saliva. —No irás de nuevo.
No por mucho tiempo, al menos.
Le latió con fuerza el corazón. Edimburgo era su única chance de comunicarse con sus
amigos, la única conexión con lo que pasaba por fuera de la Mansión Malfoy.

—¿Entonces voy a contraer Viruela de Dragón de nuevo?— disparó.

—Hablaré con mi padre, y pensaremos en algo...—

—Ellos verían a través de ti en un instante. Sería demasiado sospechoso...—

—Lo que es sospechoso, Granger—, siseó, con los ojos ardientes, —es que mi Lote y yo
apenas podemos soportar estar en el mismo cuarto, mucho menos tocarnos el uno al otro...—

La boca de ella se abrió con un gruñido. —¡¿Y de quién crees que es la culpa?!

—…y aunque me la he estado cogiendo diariamente, todavía no he podido quitarle el palo


del culo a Hermione Granger...—

—Cómo te atreves—. Se precipitó encima de él hasta que estuvo apenas a un suspiro de


distancia. —No me diste ninguna información para ir al castillo. No había forma de saber qué
esperar, cómo actuar. No me diste indicaciones de cómo debería tocarte, porque no puedo
tocarte sin que salgas corriendo como un perro golpeado...—

Él apartó la mirada de ella con un sonido ahogado, y el resto murió en su garganta. Él cuadró
los hombros, y ella vio que sus costillas se movían para respirar profundamente.

—Mira—, dijo en voz baja. —Si volvemos, Marcus te hará tomar la poción.

Ella puso los ojos en blanco, sintiendo el fuego arder en su estómago otra vez. —¿A quién
pertenezco? ¿A ti o a Marcus?

Él giró hacia ella, con la mirada fija en su anillo. —Todas las chicas han tomado la poción en
algún momento. Y Flint está preparando un lote especialmente grande para la fiesta de la
semana que viene. Si me niego, van a sospechar que algo no está bien en nuestra relación—.
Sus ojos parpadearon hacia ella. —Marcus ya tiene sospechas.

El cerebro de ella se movió rápidamente a través de las diferentes opciones. Marcó con un
círculo una de las posibilidades, pero necesitaba más información.

—Me gustaría ver esa poción—, dijo.

Él entrecerró los ojos hacia ella. —¿Con qué objeto?

—Me gustaría verla deconstruida. Me gustaría conocer sus ingredientes y efectos.

La mandíbula de él se tensó. —Granger, si te refieres a imitar esta poción...—

—¿Tienes un poco en un vial? Imagino que tienes un kit de pociones. ¿Tal vez un
laboratorio?

—Ya te dije que no volveremos.


—Draco. Me lo debes.

Vio cómo aterrizaba en él, las palabras muriendo en sus labios antes de poder ser
pronunciadas. Ella apretó los dedos alrededor de las mangas de su abrigo, y levantó la
barbilla con gesto desafiante.

Los ojos de él se detuvieron en su rostro antes de apartar la mirada. —No tengo un vial.
Tendría que conseguir uno.

—Excelente. Esperaré aquí—. Volvió hacia su banco, tomó su libro y lo abrió en la página
que lo había dejado.

Fingió leer inocentemente hasta que finalmente escuchó sus zapatos moverse hacia las
puertas y desaparecer.

Sus estanterías temblaron, suplicándole que pensara en otra cosa que no fuera gargantas
cortadas, un puño apretando cabello rojo, y hombres ovacionando...

Un lago de aguas tranquilas. Respiró hondo, con el sabor de la sangre por haberse mordido
el interior de las mejillas. Guardó a Ginny en la parte superior de un estante, junto a Harry.

Un rato después, cuando el libro de historia de la magia en Asia había vuelto a capturar su
interés, la puerta del Invernadero se abrió. Levantó la mirada y se le cortó la respiración al
encontrar a Narcissa buscándola entre las hojas.

Cuando sus ojos azules aterrizaron sobre ella, Narcissa sonrió, entrelazó las manos y dijo: —
¿Té?

Hermione sintió que a su cuerpo volvía una calidez que había estado ausente durante horas.
Seguida de una punzada de culpa, por tener a alguien que se sentara con ella para tomar el té.
Con una rápida sonrisa, Hermione asintió y apartó los libros descartados en el segundo
asiento.

Narcissa hizo lo que mejor sabía hacer, distraerla de los horrores fuera de la jaula dorada de
Hermione con su realmente agradable compañía. Hermione sentía que su cuerpo la instaba a
relajarse en la conocida comodidad, pero se resistió.

Después de una pausa en la que ambas se habían vuelto hacia los libros en sus regazos, y una
taza de té en cada mesa lateral, Narcissa dijo: —Escuché que anoche fuiste al Castillo de
Edimburgo.

Hermione lanzó una mirada de reojo y vio que los labios de Narcissa se curvaban sobre su té.
—Si—, consiguió decir.

—No he tenido el placer de asistir a una reunión allí. Ni tengo intención de hacerlo—. Tomó
un largo sorbo.

Hermione tragó saliva, preguntándose cuánto sabría acerca de las actividades de su hijo allí.
Las cosas de las que era testigo. De las que hacía la vista gorda.
—Tampoco fue de mi agrado—. Hermione miró fijamente su taza de té.

Narcissa se dio unas palmaditas sobre los labios y colocó la taza de té en la mesa auxiliar. —
Cuando ellos estaban en mi casa, había poco que yo pudiera hacer sobre ese tipo de
comportamiento. Era… un sentimiento de impotencia, Hermione.

Hermione parpadeó hacia ella, apenas osando respirar.

—Incluso entonces me preguntaba, ¿cómo es que no detengo esto? ¿Cómo puedo quedarme
sentada y permitir que esto suceda?— Agitó la cabeza. —Pero tenía pocas opciones en el
asunto. Mis principios estaban siendo invalidados por la necesidad de proteger a mi familia
—. Narcissa colocó un mechón de cabello rubio detrás de su oreja. —Creo que es una
filosofía común entre nosotros los Malfoy—, dijo con una sonrisa. —Sobrevivir. En tiempos
peligrosos, deja que el pragmatismo sea la muerte de los principios.

Narcissa volvió sus ojos hacia Hermione por primera vez, un fuego en ellos que había visto la
noche anterior, en otro par de ojos. —Y una vez que te hayan subestimado… Ataca.

Hermione se quedó inmóvil, esperando que volviera su aliento. Esperando que Narcissa
sonriera y volviera a charlar sobre el clima.

Pero no sucedió.

Hermione separó los labios, con la piel hormigueando de adrenalina.

Las puertas se abrieron de par en par, y ella dio un salto. Draco estaba de pie en la entrada,
contemplando la escena de su madre sentada junto a ella. Lo vio meter una mano en su
bolsillo, haciendo desaparecer un vial.

—Madre—, saludó. —Me temo que debo pedir prestada a Granger.

Hermione se puso de pie, dejando su taza de té. El corazón le latía con el fuego que se había
encendido en ella.

Tenía que desglosar esa poción. Tenía que aprender cómo imitarla. Tenía que volver a
Edimburgo.

—Por supuesto, querido—, dijo Narcissa. Asintió brevemente hacia Hermione, con el rostro
tan sereno y modesto como siempre. —Te veré para el desayuno mañana, Hermione.

Hermione asintió, y se movió rápidamente hacia la entrada, siguiendo a Draco.

Él había salido del Invernadero, y ya estaba a medio camino del pasillo para cuando ella lo
alcanzó. Lo siguió por pasillos que aún no había memorizado y giró en otras escaleras hacia
un piso inferior, luchando para mantener el ritmo de sus largas piernas.

Apareció una puerta al final del pasillo, y las cejas de Hermione se levantaron al reconocer el
Hechizo No-Me-Notes. No era de extrañar por qué todavía no había pasado tiempo allí.
Él abrió la puerta y encendió las velas con un gesto de su mano. Ella entró en un laboratorio
de pociones lleno de recipientes, calderos e ingredientes. Sus ojos examinaron las paredes
con avidez, buscando secretos y hallazgos extraños.

—¿Es este el laboratorio de tu padre?

Él la miró por encima de su hombro. —Es mío—. Apartó los ojos de ella. —Eres bienvenida
a venir, ahora que conoces el camino.

Sus ojos se abrieron. La Poción Supresora. Podría deconstruírla aquí si tuviera un vial.
Apartó su emoción ante las posibilidades, y volvió al presente, donde Draco estaba
encendiendo el fuego.

Él tomó una cuchara de olmo y sacó el vial de su bolsillo, colocándolo junto al caldero.
Luego dio un paso al costado. Ella parpadeó al darse cuenta de que le estaba permitiendo
hacer el trabajo.

Miró la mesa del laboratorio. No había pensado que alguna vez la dejarían utilizar
ingredientes mágicos de nuevo.

Dio un paso al frente, contemplando el caldero. Arrancó el corcho del vial, y vertió dos gotas
en el fondo.

—¿Dónde la conseguiste?— preguntó.

—Blaise. Tiene algunos viales, pero no le gusta usarlos.

Ella levantó la mirada hacia él, encontrando sus ojos sobre el caldero, y rápidamente la
apartó.

Los estantes estaban organizados de manera impecable. Leyó cada etiqueta hasta encontrar
un ácido que pudiera funcionar. Tomó agua destilada, y una pasta de miel para espesar. Buscó
un aceite, tal vez aceite de castor, o…

Unos largos dedos cerca de los suyos, inclinándose detrás de una botella alta para sacar un
frasco con la etiqueta Saliva de Niffler. Ella abrió mucho los ojos. Snape nunca los había
dejado utilizar productos tan caros en la escuela. Levantó la mirada hacia Draco, y tomó el
frasco de sus dedos. Estaba parado tan lejos como era posible sin dejar de tener los estantes al
alcance. Apartó la mirada.

Ella roció el ácido, agregó el agua destilada, y preparó un segundo caldero con una pasta de
miel. Sentía los ojos de él encima de sus manos mientras trabajaba, aunque se resistía a mirar
para confirmarlo. El vapor se elevó cuando el caldero comenzó a burbujear, y se preguntó por
qué los Slytherin siempre preparaban sus pociones en los peores lugares subterráneos. El
sudor le rodaba por la nuca, y se levantó el cabello encima del hombro mientras sus rizos se
expandían.

Él se quedó de pie a su lado, interviniendo silenciosamente cuando era necesario utilizar la


varita. Ella garabateaba los hallazgos en un cuaderno vacío que tenía cerca.
Huevos de Ashwinder, pétalos de rosa, y piedra lunar para la euforia obsesiva. Tenía razón
acerca del asfódelo, probablemente para generar un poco de somnolencia. Púas de
puercoespín para realzar la euforia. Tármica para la confusión y un poco de imprudencia.

Mezclado con un cabello de la pareja destinada, el que lo bebiera se sentiría mareado y


confundido hasta que su piel tocara la de su pareja. La confusión se desvanecería y
comenzaría la obsesión, aumentaría la euforia. Alejarse de su pareja haría regresar la
confusión y los mareos.

Hermione frunció el ceño hacia sus apuntes. Desaparecería eventualmente, pero podría durar
horas.

—¿Alguna vez has usado esta poción en las fiestas? ¿En una de las Chicas Carrow?—
Preguntó, rompiendo una hora de silencio.

—No. Pero lo he visto.

Bajó la mirada hacia la lista de ingredientes. —Deberíamos ser capaces de crear un antídoto
con bastante facilidad. Puedo tomarlo antes de la fiesta del viernes, y cuando me den la
poción, puedo imitar sus efectos.

Cuando vio que no llegaba la respuesta, levantó la mirada y lo encontró frente a ella,
apoyando una cadera en la mesa del laboratorio, con los labios fruncidos y los ojos fijos en el
suelo.

—¿Malfoy?

Él no levantó la mirada. —Granger, todos los ojos estarán encima de ti la semana que viene.
No solo Montague y Pucey y los otros. Flint está planeando todo un espectáculo, y la mayoría
de los invitados ya están interesados en ti. Incluso sin la poción.

Apretó la mandíbula, como si se estuviera impidiendo a sí mismo decir más.

Ella cruzó los brazos. —¿Estás sugiriendo que no sería convincente?

Él hizo una pausa e inclinó la cabeza. —¿Cómo sugieres que nos alejemos del sexo con
penetración mientras tu… lujuria obsesiva te está impulsando?

Ella sintió que un rubor le subía por el cuello y vio que el mismo color se esparcía por las
mejillas de él.

—Ya veo—, dijo, con la garganta tensa. —¿Has tenido sexo con penetración en el Salón
antes?

Su ojo se crispó, y negó con la cabeza, todavía enfocado en el suelo.

—Entonces tal vez es porque prefieres ceñirte a actos menores cuando estás en público. Eso
es algo que puedes vender, ¿verdad?
Él respiró hondo, y el suspiro de frustración que exhaló se sintió como un pinchazo en la
nuca.

—¿Y qué “actos menores” estás sugiriendo que abordemos, Granger?

Ella tragó saliva, escuchando el eco de su garganta en el pequeño cuarto. Buscó las palabras
para expresarlo...

Él tomó la pasta de miel y el agua destilada de la mesa y los tapó. —Te permití deconstruir la
poción. Te lo “debía”—. Se dio vuelta, y colocó los ingredientes en los estantes. —Pero
nunca has visto a las chicas con esta poción. Es humillante. Degradante. No tienes idea de lo
que...—

—Lo sé, de hecho. Acabo de desglosarla...—

—¿Y te has preparado para la aplicación práctica de este engaño también con
investigaciones, Granger?— De espaldas a ella. Un frasco aterrizó con fuerza sobre el
estante.

La boca de ella se abrió, la indignación le ardía en la garganta.

—¿Estás sugiriendo que por ser virgen nunca he deseado a nadie? ¿Que no podría entender
esos impulsos?

Ella arqueó una ceja, y los dedos de él temblaron sobre los recipientes del estante, haciendo
tintinear el vidrio.

—Estoy seguro de que tienes idea de ello, pero has visto los ingredientes. Esta Poción no es
broma, Granger.

Tragó saliva, se volvió hacia la mesa, y apretó los labios, mientras Hermione lo fulminaba
con la mirada.

Recordó las sonrisas tontas que Cho le dirigía a Mulciber. La risa coqueta de Charlotte a
Flint. Y el recordatorio de Narcissa sobre el momento de atacar.

Las manos de él tomaron el caldero vacío para guardarlo en el estante, y ella se precipitó
hacia adelante y se aferró al cuello de su camisa. Él la atrapó con sus rápidos reflejos, sus
manos aferraron sus codos; volvió la cabeza hacia ella, y pudo ver su expresión de asombro
cuando retrocedieron a trompicones contra los estantes, y la boca de ella aterrizó en la
comisura de la de él.

El pecho de ella cayó contra el suyo, y sus labios se deslizaron de su boca mientras sus pies
trastabillaban. Él la estabilizó, sosteniéndola por los brazos, pero ella se enfocó en la
sensación de conectar su piel con la de él. En lo vertiginoso que se sentiría no poder tocarlo.
En lo correcto que sería besar su mandíbula.

Él la tomó por los hombros y la empujó hacia atrás, sus caderas se estrellaron contra el borde
de la mesa. Los ojos de él estaban desorbitados y ardientes, casi asustados.
—¿Qué estás haciendo?

Ella jadeó y dejó que sus ojos se pusieran vidriosos. —Draco, por favor.

Los ojos de él se abrieron aún más, y ella alcanzó a ver el negro de sus pupilas antes de que
retrocediera. Ella avanzó a trompicones, estirándose hacia arriba para acercar su cabeza a la
suya, pero antes de que pudiera conectar sus labios, él se apartó otra vez.

—Granger, para...—

—Te necesito. Por favor, Draco—. Ella enredó los dedos en su cabeza, y se puso en puntas de
pie otra vez, apuntando a sus labios y murmurando. —Tócame.

Rápido como un rayo, sus manos se alejaron de él y su cuerpo fue empujado contra la mesa.
Él había llegado al otro lado del cuarto en tres zancadas.

—Te dije que podía hacerlo—, jadeó, y él se congeló en el marco de la puerta.

Su hombro se crispó, y luego desapareció.

Ella intentó recuperar el aliento, le zumbaba la piel y le hormigueaba el lugar donde sus
labios lo habían tocado.

~*~

Draco la ignoró con diligencia durante los seis días siguientes. Los primeros, se dijo a sí
misma que era mejor así, pero el miércoles por la noche comenzó a ponerse nerviosa. Tenía
que volver a ir. Sin importar cómo se sintieran el uno por el otro en ese momento.

El viernes por la mañana finalmente lo buscó, y lo encontró en las cocinas tomando una
manzana de la canasta de los elfos.

Con las manos en las caderas, dijo, —¿Imagino que nos iremos a las diez esta noche?

Él se dio vuelta, y la escaneó con los ojos antes de responder. —No. No hay fiesta hoy.

Ella arqueó una ceja dubitativa. —¿Por qué?

—La pospusieron—. Lanzó la manzana de una mano a otra, manteniendo la mirada apartada
de ella. —Una misión del Señor Tenebroso ha tomado prioridad.

—No puedes evitarme para siempre, Malfoy. Estamos juntos en esto, te guste o no, y cuanto
antes tu...—

—¿Escuchaste lo que dije? No se hará esta noche—. Pasó junto a ella sin decir otra palabra.

Hermione resopló en la cocina vacía, apretando los puños. Claramente estaba mintiendo.

Así que a las diez en punto esa noche, entreabrió la puerta de su cuarto, esperando escuchar
los ruidos de él abandonando la Mansión. Después de media hora con el ojo en la puerta, se
movió hacia la ventana de su balcón, y se preguntó si habría salido por su propia chimenea.
Aunque todavía seguía sin tener acceso a su balcón, podía apretar el rostro contra el vidrio y
ver si salía luz del cuarto de él.

Estaba oscuro.

Lo miró con furia y se precipitó hacia el baño, decidida a meterse en la bañera hasta que
regresara. Mientras se relajaba en el agua tibia y las burbujas, intentó pensar formas de
convencer a Draco de llevarla de vuelta a Edimburgo. Él no creía que ella fuera capaz de
superar los desafíos sexuales que enfrentarían, pero ella podía convencerlo. Tenía que
hacerlo.

Tenía que volver a ver a Cho. Necesitaba descubrir quién era Charlotte y si aquella uva había
significado lo que creía. Ya había estado atrapada en la Mansión Malfoy por dos meses, y
Edimburgo era lo más cerca que había estado a los remanentes de la Orden.

Deja que el pragmatismo sea la muerte de los principios.

Hermione tenía que probarle que podía controlarse. Cueste lo que cueste.

Después de la medianoche, arrastró un sillón hasta la ventana de su balcón, y leyó un libro


con un ojo en el balcón de Draco, esperando una señal de vida dentro de su cuarto.

A las dos y cuarto, sus ojos cansados se deslizaron de las páginas. Desde el interior del cuarto
de él se estaba derramando luz sobre su balcón. Se levantó de un salto, completamente
despierta, y el libro cayó sobre la alfombra. Se puso un sweater encima del pijama, y, con
paso apresurado, salió de su cuarto en dirección al suyo.

Llamó a su puerta y esperó, la ira desplegándose en su vientre.

Al no recibió respuesta, golpeó con más fuerza, con más insistencia.

Estaba a punto de levantar el puño para golpear de nuevo, cuando se abrió de par en par.
Draco bajó la mirada hacia ella, inclinándose sobre el marco, con una mano todavía en la
puerta.

—¿Por qué estás todavía despierta?— Demandó.

Ella lo fulminó con la mirada, y levantó la barbilla. —Yo debería preguntarte lo mismo. No
has salido, ¿verdad, Malfoy?

Él tragó saliva y dijo, —Si, estuve en una Misión para el Señor Tenebroso.

—¿Entonces por qué hueles a cigarros y Whisky de Fuego?— Siseó.

Tenía que arreglar esto con él. Le exigiría que la llevara la semana siguiente.

Hermione avanzó un paso para pasar junto a él y entrar a su dormitorio, pero Draco se
interpuso en su camino, bloqueándola. Ella parpadeó, y frunció el ceño. Después de haberle
mentido atrozmente, lo mínimo que podía hacer era dejarla entrar en su maldito cuarto.
Dio un paso al costado y él se movió con ella, oscureciendo su visión. Ella levantó la mirada
hacia él, y un pálido horror crujió sobre su piel.

Tenía compañía.

Su mente conjuró una rápida secuencia de imágenes de una Chica Carrow tendida sobre sus
sábanas, y de las actividades que ella acababa de interrumpir.

—¿Hay alguien aquí?— Jadeó.

Él bajó la mirada hacia ella, negó con la cabeza y dijo. —No. Solo estoy en mitad de algo.

—Oh, vamos, Draco—, una voz conocida lo llamó desde el interior del cuarto. —Date por
vencido. Ella te descubrió.

La mente de Hermione se disparó, luchando por ubicar esa voz que sonaba tan, que sonaba
como…

Vio a Draco cerrar los ojos con resignación.

Una risita femenina desde adentro del cuarto. Y aunque el tono no era el correcto, Hermione
reconoció el sonido de esa voz.

Ella lo empujó a un lado, se escabulló por debajo de su brazo, y encontró a Hermione


Granger sentada en su sillón, con las piernas cruzadas y bebiendo un vaso de escocés con una
sonrisa. Sus labios eran más rojos que los de Charlotte, las pestañas oscuras y los párpados
esfumados, el vestido lencero negro se deslizaba hacia arriba por los muslos.

El corazón de Hermione dio un vuelco, mientras su mente aturdida intentaba ubicar la sonrisa
en su rostro. La sonrisa en su propio rostro, utilizado por otra persona.

Y cuando la vio elevar una ceja en un arco perfecto, se dio cuenta de repente.

—¿Pansy?

La chica en el cuerpo de Hermione sonrió alegremente y brindó por ella. —La Bruja Más
Brillante de Su Generación.

El acertijo se resolvió dentro de su mente y sus ojos se volvieron hacia las alfombras de
Draco. Él había ido a Edimburgo después de todo. Y en lugar de llevarla a ella, había ido con
Pansy Parkinson en su cuerpo.

—Mhmm. ¿Esa mirada de furioso disgusto?— Dijo Pansy, apuntando el rostro de Hermione.
—Creo que la imité bastante bien esta noche.

Hermione no podía encontrar su voz. No podía hacer más que observar a Pansy levantarse de
la silla, palmear su vestido y acomodar los rizos de Hermione encima de su hombro. No
solamente estaba usando maquillaje, sino que además había estilizado los rebeldes bucles
para que se vieran suaves y brillantes. Incluso al caminar, Hermione podía ver los reveladores
rasgos de Pansy, la manera confiada de pavonearse y balancear las caderas que reconocía de
Hogwarts, pero no se veía correcto en el cuerpo de Hermione. La gracia y la sensualidad
ingenua.

Las mejillas de Hermione ardieron, de repente consciente de su pijama holgado y el sweater


sin forma.

Pansy se acercó a Draco, tomó el collar dorado de su cuello, y se lo alcanzó. Se había pintado
las uñas color escarlata.

—Voy a desaparecer de tu vista—. Se volvió bruscamente hacia Hermione. —O de tus ojos,


en realidad—. Se rió de su broma, pasando una mano por encima de los rizos de Hermione.
—Debo disculparme si alguna vez me reí de tu cabello en el colegio. Realmente es una
molestia—. Sonrió. —No voy a extrañarlo. Pero tu trasero, Granger—. Pansy se pasó una
mano por las caderas, rodeando el trasero de Hermione. —Sí que prefiero este. Sé que la
preferencia de Draco es...—

—Es suficiente, Pans—. La voz de él era fría y cortante.

—Solo trato de aligerar el ánimo. Bueno, creo que me iré—. Pansy se acercó a la chimenea.
—Parece que ustedes dos tienen mucho de qué hablar.

Pansy guiñó un ojo, arrojó polvo Flu y desapareció.

La conmoción que la había dejado congelada durante los últimos minutos se estaba
desvaneciendo hasta convertirse en una ardiente agitación en su estómago que se extendía
hacia afuera y encendía cada una de las terminaciones nerviosas de su piel. Hermione sentía
la presencia de Draco junto a ella, pero se negaba a levantar la vista hacia él.

—Llevaste a Pansy Parkinson a Edimburgo. En mi cuerpo.

Lo escuchó tragar saliva.

—Era la opción más sencilla.

Ella resopló, girando para mirarlo. —Sencilla.

—Si, sencilla. Para ambos—. Se pasó una mano por el cabello. —Pansy ha experimentado
los efectos de la poción de Flint. Sabe lo que provoca. Preparé un antídoto como sugeriste. Y
ella imitó los efectos.

La furia ardió en su torrente sanguíneo.

—El objetivo de deconstruir la poción era para que yo tomara el antídoto y pudiera regresar a
Edimburgo...—

—Y el objetivo de llamar a Pansy era evitar que tu lo hicieras—. Sus ojos finalmente la
enfrentaron. La máscara estaba perfectamente colocada en su lugar, excepto por las manchas
rosadas en sus pómulos. —Montamos un espectáculo convincente. Los muchachos deberían
estar apaciguados por ahora.
La rabia la ahogó, y su respiración se fue tornando superficial mientras pensaba en su propio
cuerpo en las manos de Pansy Parkinson, moviéndose encima de él.

—Qué clase de “espectáculo convincente”—, siseó, acercándose a Draco y haciéndolo


retroceder.

—Lo hice por tu propio bien, Granger.

—Violaste mi cuerpo...—

—Tu cuerpo iba a ser violado de cualquier forma—, gruñó, afirmándose en su lugar. —De
esta manera no tuviste que estar en él.

Su mano se movió rápidamente, cortando el aire, y le pegó una bofetada en el rostro. La


cabeza de él apenas se movió, a pesar de la furiosa marca escarlata de su mano sobre la
mejilla. Los ojos de él la miraban con ardor mientras jadeaban el uno sobre el otro.

—¿Tuviste sexo con ella en mi cuerpo?— Demandó, odiando el modo en que le temblaba la
voz.

Los ojos de él recorrieron su rostro, apretó los labios con fuerza hasta que contestó. —No.

Ella sintió que un nudo se soltaba en su pecho, como una cuerda. Apartó la mirada.

—Si montaste un “espectáculo tan convincente”, entonces asumo que no te obligarán a usar
la poción de nuevo—, dijo, con la voz mortalmente tranquila.

—No. Pero ya te han visto dos veces seguidas ahora. No necesito llevarte de nuevo...—

—Me llevarás—. Lo miró fijamente a los ojos, demandando ser escuchada. —Tu mismo lo
dijiste, ya sospechan que algo no está bien. Las otras chicas van todas las semanas con sus
dueños, y también lo haremos tu y yo—. Levantó la barbilla y vio que su mirada aterrizaba
sobre sus labios y volvía a sus ojos. —Seguiremos apareciendo en el Castillo de Edimburgo.
Y dejarás de tratarme como a una niña incapaz de navegar en este nuevo mundo.

El silencio envió escalofríos por su espalda. Reunió toda la confianza que le quedaba y dijo.
—¿He sido clara?

Los ojos de él eran oscuros, el gris se había fundido en las dilatadas pupilas negras. Sentía su
aliento sobre su mejilla y el calor de su pecho a pocos centímetros del suyo.

Él dejó caer sus ojos una vez más antes de enfrentar su mirada, y susurró. —Perfectamente,
Granger.

—Bien—, dijo ella, avanzando hasta alcanzar la puerta.

Regresó a su propio cuarto, dejando que su mente divagara sobre el “espectáculo


convincente” que Pansy había montado con su propio cuerpo, preguntándose si sería capaz de
replicarlo la próxima semana.
Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

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bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

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Chapter 17
Chapter Notes

Nota de Autor

Amor a las chicas, como siempre.

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Hermione despertó al día siguiente con la sangre todavía hirviendo. Postergó el desayuno con
Narcissa y se encerró a investigar y leer en furiosa soledad. Cada vez que dejaba divagar su
mente, conjuraba imágenes del doble de Hermione en el regazo de Draco, moviéndose como
se mueve Pansy Parkinson, y besando como besa Pansy Parkinson.

Así que se mantuvo ocupada hasta pasada la hora de la cena, hasta que estuvo demasiado
agotada para pensar.

El domingo por la mañana se levantó temprano, decidida a hablar con Draco antes del
desayuno. Después de compilar otra lista de preguntas para él, ninguna de las cuales tenía
nada que ver con el “espectáculo convincente” que habían montado él y Pansy dos noches
atrás, finalmente salió de su cuarto y llamó con elegancia a su puerta. Esperó una cantidad de
tiempo más que aceptable antes de volver a llamar. El picaporte se mantuvo inmóvil, como
era de esperar. Frunció el entrecejo con frustración. Después de quince minutos más de
agravados paseos, golpes y esperas, se dirigió escaleras abajo para encontrarse con Narcissa.

Solo que Narcissa no estaba en la mesa. El comedor estaba preparado para dos personas, pero
estaba vacío.

Hermione sintió un breve destello de pánico, recordando cuando los tres Malfoy habían
desaparecido, dejándola sola por semanas.

—¿Mippy?

Un chasquido sonó detrás de ella.

—¡Señorita!

—Buenos días, Mippy—, dijo Hermione, sonriendo a pesar de la tensión en su pecho. —


¿Dónde puedo encontrar a Narcissa?

—¡La Señora está en su estudio!

¿Tal vez Narcissa se había olvidado? —Gracias. La visitaré allí—. Se apresuró a salir del
cuarto antes de que los enormes ojos de Mippy pudieran siquiera pestañear.
Hermione se apresuró por el corredor hacia el estudio privado de Narcissa. Necesitaba verla
por si misma. Necesitaba saber que no la habían dejado sola de nuevo. Hacía semanas que
Lucius no estaba. Draco no contestaba. Si Narcissa también se había ido...

Dobló en una esquina y se quedó congelada por el sonido de una voz que se elevaba en tono
mordaz, flotando hacia el pasillo por detrás de una puerta entreabierta.

Su pulso se calmó al reconocer la voz de Narcissa, y luego se volvió a acelerar con la


inminente curiosidad. Hizo una pausa, debatiéndose. Espiar las conversaciones privadas de
Narcissa se sentían como cruzar un límite.

Hermione dio un silencioso paso hacia atrás, preparándose para girar sobre sus talones...

—…nuestro hijo. Y ahora está fuera… peligroso y… Está fuera de su alcance...—

Mientras despotricaba, la voz de Narcissa se interrumpió. Hermione dejó que las palabras la
inundaran, con el corazón martillando en sus oídos. Estaban hablando de Draco.

Unos latidos más, y su autocontrol se hizo añicos. Avanzó en puntas de pie, aguzando los
oídos para oír una respuesta.

¿Estaba Lucius en casa?

No estaba espiando, se dijo a si misma mientras se arrastraba hacia adelante, con la culpa
retorciéndose en sus entrañas. Simplemente estaba tomándose su tiempo antes de llamar a la
puerta.

—…convirtiéndose en un problema—, escuchó sisear a Narcissa. —Incluso el Señor


Tenebroso debería verlo. Le tienes que recordar para qué existen estas juergas en primer
lugar… no están solo para que ellos mojen sus vergas...—

Las cejas de Hermione dieron un salto y contuvo un grito ahogado al escuchar a Narcissa
Malfoy utilizar un vocabulario tan vulgar. Estiró el cuello para espiar por la puerta
entreabierta y la vio paseando frente a la chimenea al otro lado del cuarto. La red Flu.

Un barítono bajo retumbaba detrás de un par de sillas, donde Hermione no llegaba a ver.
Después de una respiración temblorosa, llamó débilmente a la puerta, implorando que
Narcissa no la oyera.

—No voy a cuidar mi lenguaje. Tus amigos se están volviendo salvajes aquí en Inglaterra sin
la supervisión del Señor Oscuro. Haz algo al respecto antes de nuestro hijo termine
asesinado.

Estaba hablando de Edimburgo. La mente de Hermione comenzó a recorrer las maneras en


las que Draco podía resultar herido por los eventos que habían tenido lugar allí, pero antes de
que pudiera procesarlo...

—Tengo que irme. La Señorita Granger está en mi puerta, y estoy llegando tarde para
desayunar con ella. Le mandaré tus saludos.
Hermione contuvo la respiración mientras los tacones de Narcissa se acercaban a la puerta.

—Buenos días—, dijo Narcissa. Tenía el rostro enrojecido, pero ni un cabello fuera de lugar.
—Me disculpo por dejarte esperando.

—Soy yo quien debería disculparse—, se apresuró Hermione, el rubor subiendo por su


cuello. —Vine a buscarte y entonces… escuché voces. No quería interrumpir, pero no estuve
aquí por mucho tiempo...—

—Por supuesto, cariño—, dijo Narcisa suavemente, la ira de la conversación anterior se


derretía. —Desafortunadamente, me temo que no puedo desayunar contigo. Tengo varios
asuntos urgentes que atender.

Hermione asintió y dijo con voz tenue. —¿Draco se ha ido?

Narcissa respiró hondo y asintió. —Está en Italia. Lidiando con un inesperado incidente. Me
temo que no puedo decir mucho más que eso—. Sacó una delgada carta de su túnica y se la
extendió a Hermione. —Me pidió que te diera esto.

Hermione contempló el pergamino. —¿Para mi?

—Si—, dijo Narcissa. —Se tuvo que ir de una forma bastante abrupta, y quiso dejarte
tranquila.

Hermione parpadeó, boqueando. —¿Él dijo eso?

—Técnicamente, creo que dijo, “esa maldita bruja me llevará hasta el infierno si
desaparezco”. Pero estoy segura de que aquellos eran sus verdaderos sentimientos.

Los dedos de Hermione hicieron una pausa antes de tomar la carta, y levantó la mirada para
ver la sonrisa de Narcissa. Sus mejillas ardieron, y agachó la cabeza.

Narcissa dejó a Hermione tomar sola el desayuno en el comedor. Hermione consiguió verter
una taza de café de la jarra, añadir azúcar y leche, y revolver antes de que la curiosidad le
ganara y abriera el sello lacrado.

Granger,

Tengo unos asuntos importantes en Italia.

Deja que me anticipe a algunas de tus preguntas.

No, no sé por cuánto tiempo.

No, no puedo decir por qué. Todavía.

Sí, si para el viernes he vuelto a casa, vamos a ir a Edimburgo.

Sí, ya desayuné. Qué amable de tu parte por preguntar.


D.M.

Contempló la carta, como si de Draco en persona se tratara, arqueando una ceja y alejándose
con un pavoneo.

Italia.

Estrujó sus recuerdos en busca de alguna mención acerca de Italia. La cobertura del clima
político allí, o de cualquier país extranjero en verdad, había sido escaso en el Profeta. Había
esperado que eso cambiara una vez que Voldemort tuviera un mayor apoyo internacional.

Después de desayunar, Hermione visitó las cocinas y le pidió a Remmy el Profeta como hacía
cada mañana. Parpadeó ante el titular, sin siquiera molestarse por agradecer al amargado
rostro de Remmy, que resopló y se alejó caminando como un pato.

MINISTRO ITALIANO MUERTO DE UN ATAQUE AL CORAZÓN

por Rita Skeeter

Antonio Bravieri, Ministro Italiano de la Magia, fue encontrado muerto en su recámara el


sábado por la noche, habiendo sufrido un ataque fatal al corazón.

El Ministro habría visitado el castillo del Señor Tenebroso el sábado anterior por la tarde,
para comprometer el apoyo de su gobierno al Señor Oscuro y al Gran Orden. Trágicamente,
sería su último acto oficial como líder de la comunidad mágica italiana.

Constantine Romano, Jefe del Departamento de Transportes, ha prometido llevar a cabo la


última visión de Bravieri para su país, y ha sido designado con el título de Ministro en
reemplazo de Bravieri. Los emisarios del Señor Tenebroso están esta semana asistiendo en la
transición, ayudando a asegurar la asociación entre nuestros dos países.

Las mentiras saltaban de la página, sobresaliendo como espinas.

¿El Ministro había sido encontrado muerto el día después de haber visitado a Voldemort?
Improbable. ¿Y su último acto oficial había sido jurar lealtad a Voldemort? Hermione puso
los ojos en blanco y negó con la cabeza hacia el diario. Claramente había sido asesinado, y
ahora Draco era parte de la misión para reemplazarlo por alguna marioneta de Voldemort,
como Pius Thicknesse.

Hermione se inclinó contra la pared exterior de las cocinas, escuchando trabajar a los elfos. A
menos que estuviera muy equivocada, Voldemort acababa de llevar a cabo un enorme golpe
político. ¿Pero por qué enviar a Draco? ¿Había ganado la suficiente importancia entre las
filas de Mortífagos como para reemplazar a su padre en su ausencia? Se estremeció, el miedo
se retorció en su estómago.
Pasó el resto del día investigando las políticas del Ministro Italiano y la familia Bravieri,
buscando pistas sobre el motivo por el que Antonio Bravieri habría osado desafiar a
Voldemort, y pagado por ello con su vida.

~*~

El viernes por la mañana, siendo que Draco todavía no había regresado, ya se había amigado
con el hecho de que no irían a Edimburgo aquella noche. Narcissa había pasado la semana
distraída, invitándola a tomar el té solo para cabecear y luego despertarse de un salto y
disculparse. Hermione supuso que lo de Italia había empeorado, pero el Profeta había
mantenido un completo silencio acerca del asunto.

Después de dos días llenos de ansiedad, sin noticias de Italia ni de Draco, se había lanzado
otra vez a sus investigaciones para mantener su mente firmemente alejada de su ausencia.
Solo que el tema era igualmente frustrante. Había terminado con Los Misterios de Asia
Mágica: Tomos 1, 2 y 3, y tan solo había encontrado un puñado de referencias irrelevantes y
desechables acerca de la esclavitud mágica. No estaba más cerca de encontrar la inspiración
para los tatuajes de lo que había estado una semana atrás.

Se estaba dirigiendo a desayunar cuando escuchó voces en el vestíbulo de entrada. Se


congeló en la cima de la escalera, y escuchó cuidadosamente para captar las palabras
murmuradas y ubicar a sus dueños. Al asomarse por encima de la baranda, vio la coronilla
rubia de Draco, así como otras dos; una ola de alivio a través de sus venas.

Zabini, y una chica de cabello oscuro.

Jadeando, avanzó hasta que consiguió ver su rostro, apretando la madera pulida con los
dedos.

Era la chica de piel color aceituna de Edimburgo. La que había estado llorando toda la noche,
la que se veía demasiado joven para todo aquello. Lucía pálida y mareada, y sus enormes ojos
estaban clavados en Zabini. Más delgada que la última vez que Hermione la había visto,
prácticamente se perdía bajo la pesada capa negra sobre sus hombros.

Zabini y Draco hablaban en voz baja mientras Zabini tomaba la bolsa de polvos Flu, y asentía
con la cabeza por algo que Draco decía. Vio que Zabini se volvía hacia la chica y murmuraba
algo en una cadencia que reconoció como italiano. Fueron hasta la chimenea, y Blaise la
sostuvo cuando ella se tambaleó sobre sus tacones.

—Grazie—, graznó.

Blaise la tomó por el hombro, y Hermione captó el más leve destello de letras negras y
doradas en su brazo mientras desaparecían por la red Flu. Draco se quedó mirando la
chimenea vacía por algunos minutos después de que desaparecieran. Luego cruzó el cuarto y
comenzó a subir las escaleras.

Su cuerpo se movía lentamente, cansado y delgado. Unos círculos violáceos debajo de sus
ojos. No se veía tan consumido como un mes atrás, pero claramente no había estado
durmiendo ni comiendo bien. No fue hasta que estuvo a pocos pasos del escalón en el que
ella se encontraba, que finalmente levantó la mirada y se detuvo.

—Granger—. Se irguió y apartó la mano de la baranda, eliminando todo signo de debilidad


de su postura.

Ella parpadeó, el corazón le latía dolorosamente con el peso de todas las cosas que no se
permitía expresar. —¿Quién era?— Consiguió decir finalmente, señalando con la cabeza a las
chimeneas que había debajo.

Él tragó saliva mientras la observaba. —Giuliana Bravieri. Ella se estará quedando con Blaise
de ahora en adelante.

—Bravieri—, repitió. —El Ministro. Ella es su...

—Sobrina, si. Discúlpame, pero no estoy de humor para la inquisición ahora mismo.

Comenzó a subir de nuevo, y pasó junto a ella mientras su mente zumbaba.

—¿La has rescatado?— Preguntó. El corazón le latía pesadamente en el pecho, y sus


pulmones estaban tensos, esperando su respuesta.

Él soltó una carcajada, un sonido seco y envejecido. —Difícilmente lo llamaría así.

Una extraña esperanza aleteó en su pecho.

Se dio vuelta, y tomó aire para preguntar...

—Si, Granger—, dijo él rotundamente, mientras se alejaba. —Iremos a Edimburgo esta


noche—. Y luego entre dientes. —Condenada mujer...

Lo vio caminar penosamente hasta su puerta, y frunció el ceño hacia su espalda en retirada.

¿Desayunaste?, era lo que ella había estado a punto de preguntar.

~*~

A las ocho de la noche, hizo algo por segunda vez desde que se había instalado en la Mansión
Malfoy: examinó su tocador. Lo había revisado solamente una vez, poco después de haber
llegado, cuando estaba en busca de armas.

Abrió el primer cajón, y encontró productos básicos de maquillaje y pinceles.

Hermione no sabía mucho sobre aplicación de polvos y pomadas en el rostro, pero podía
recordar algo de cuarto año. Con la voz de Lavender Brown en su mente, desplegó los geles y
los tubos encima de la mesada y los clasificó por tipo. El maquillaje de ojos a su derecha, el
de labios a su izquierda, y los polvos en el centro.

Después de media docena de intentos frustrados, finalmente pudo ver una sombra de lo que
Pansy Parkinson había conseguido hacer con su rostro. Sus ojos estaban oscuros, sus pestañas
largas. Un polvoriento labial rosado fue todo lo que encontró en el cajón. Buscó esmalte de
uñas en cada cajón y gabinete, pensando en las uñas color escarlata de Pansy, pero no pudo
encontrar nada. No estaba segura de poder llevar a cabo el papel que Pansy había
interpretado, pero podía intentarlo.

En cuanto a su cabello… Hermione tenía que dejarlo en paz. No tenía herramientas, ni varita,
y aunque tuviera un rizador, no había electricidad en la Mansión Malfoy.

Mippy llamó a la puerta a las diez menos cuarto, entregándole el collar, el vestido y los
zapatos. La elfina se retorció las manos y miró temblorosamente hacia el suelo, claramente al
tanto de los planes para la noche. Quizás también había escuchado las protestas de Narcissa.
A Hermione le dio pena y la despidió rápidamente, pidiéndole que le avisara a Draco que
bajaría en cualquier momento.

El vestido lencero era de encaje negro con cuello escotado. Le quedaba ceñido al cuerpo,
dejando poco a la imaginación. Pero, de todas maneras, tal vez los juerguistas del Castillo de
Edimburgo ya no necesitaban imaginarla en absoluto. Posiblemente ya habían visto bastante
de su cuerpo.

Hermione apretó los labios, y apartó esos pensamientos.

Fue hacia el vestidor y buscó el cajón donde guardaba la ropa interior. Revolvió y se decidió
por un par que parecía ser el más sensual.

El vestido se deslizaba sobre su piel, y precisó tirar un poco para que le baje por el trasero. Se
colocó el collar y el metal se encogió hasta su piel como había hecho la última vez. Jugueteó
con el frío metal dorado mientras vigilaba el reloj, probando para asegurarse que no se le
hubiera pegado. Parecía encogerse y achicarse en respuesta a su tacto, atraído por su piel
como un imán. Fácilmente podía pasar un dedo entre su cuello y el collar.

Con los zapatos puestos, y después de una última mirada en el espejo, se encaminó por el
pasillo hacia las escaleras. Los retratos aprovecharon la oportunidad para silbar y llamarla
con apodos, mientras ella pasaba tambaleándose y enderezándose contra los aparadores.

Había acomodado el paso para cuando terminaba de bajar las escaleras, pero ante la vista de
Draco mirándola desde el suelo, casi vuelve a tropezar. Sus ojos se deslizaron por su rostro,
vestido y piernas antes de apartarse y aterrizar en el mármol.

Se veía descansado, y a pesar del modo en que le había clavado la mirada, parecía tener
colocada su máscara. Bajó taconeando por los escalones, escuchando incómodamente cada
paso hasta llegar al final.

Él no la guió de inmediato hacia afuera, así que ella preguntó. —¿Es la misma entrada cada
vez? ¿A través de las puertas principales?

Después de un latido, él asintió hacia el suelo, casi como si saliera de un trance.

—¿Qué necesito saber acerca de la semana pasada?— Preguntó tensamente. —¿Qué van a
mencionar?
Él tragó saliva y dijo, —Todo fue igual antes del Salón. El Gran Salón, el champagne, la
cena.

Las imágenes pasaron frente a sus ojos de nuevo: unos labios rojos encima de los de él, unas
uñas pintadas entre sus cabellos, los dedos de Draco hundiéndose en su ropa interior...

—¿Y en el Salón?— Preguntó con la mayor estabilidad posible, alejando las imágenes a un
lado. —¿Qué necesito saber?

—No te pedirán que hagas nada… Nada más—. Levantó la mirada hacia ella por primera vez
desde que había aterrizado en la base de la escalera; sus ojos titilaron. Ella pudo detectar algo
casi culposo en ellos antes de que su máscara se colocara de nuevo en su lugar. —El salón
estará infinitamente más tranquilo esta noche.

—¿Por qué?

Su mandíbula se tensó. —Hubo un incidente la semana pasada.

Sus cejas se dispararon hacia arriba, mientras él giraba sobre sus talones y se encaminaba
hacia la puerta, como si pudiera tan solo abandonar la conversación allí. Ella se apresuró a ir
tras él, casi trotando para alcanzarlo.

—¿Incidente? ¿Tiene algo que ver con lo de Italia?

Él empujó las puertas de la Mansión, y mientras bajaba las escaleras, ella pudo jurar que lo
escuchó murmurar, —La Bruja Más Inteligente de Su Generación.

—Si—, dijo. —El Señor Tenebroso ha prohibido el uso de la poción de Flint en Edimburgo.
La semana pasada, fue utilizada indebidamente con la sobrina del Ministro Italiano.

Hermione bajó la escalera de la Mansión a trompicones, siguiéndolo por el sendero de piedra


mientras su mente trabajaba a una velocidad vertiginosa.

—Antonio Bravieri no apoyaba al Señor Oscuro, ¿verdad?— Preguntó, mientras él avanzaba


rápidamente por el sendero. —Por eso Giuliana fue capturada y entregada a un Mortífago.
Para obligarlo a cambiar de opinión—. Draco no respondió, pero no necesitaba hacerlo. —
Bravieri descubrió lo que había pasado con Giuliana en la fiesta, vino furioso a enfrentar al
Señor Oscuro, y lo asesinaron por eso.

Estaban a pocos pasos del portón. El ritmo de Draco no vaciló hasta que Hermione lo alcanzó
y lo tomó por el brazo, haciéndolo girar. Él enfrentó su mirada con expresión perezosa.

Ella frunció el ceño, intentando sacar una conclusión. —¿Por qué tuviste que ir a Italia?
¿Estás… Te han ascendido?

Él sonrió con suficiencia. —Como el hijo de Lucius Malfoy, no necesito que me asciendan.
Yo me ofrecí, de hecho.

Ella separó los labios sorprendida. —Tu...—


—Por Blaise—, dijo. —Su madre era una amiga cercana de Bravieri, un chisme muy
conocido. Era de su máximo interés ofrecerse de voluntario para ayudar en la “transición”—.
Echó un vistazo a la Mansión por encima del hombro. —Y parece haber desviado cualquier
tipo de sospecha. El Señor Tenebroso le regaló a Giuliana como una muestra de gratitud por
sus servicios.

Los labios de Hermione se curvaron. —Así que ahora ella también tiene que fingir. Solo que
para ella es real. La he visto ahí. Es una niña. No es lo suficientemente fuerte como para
fingir ser el juguete de Zabini...—

—Giuliana no estará asistiendo en el futuro cercano—, la interrumpió. —Ella no está… en


condiciones para eso. Blaise la excusará.

El viento de verano pasó entre ellos como una pincelada, y Hermione lo sintió danzar sobre
su columna con un escalofrío.

—¿Qué le pasó a ella?

Draco apretó los labios. Sin respuestas.

—Malfoy...

—¿Realmente quieres arruinar tu noche incluso antes de que comience, Granger?

—Si.

Él suspiró profundamente. Levantó la mano para frotarse una ceja. —Jugson pensó que sería
muy divertido poner varios cabellos en su poción. Aparentemente los había estado
arrancando al azar por todo el salón. La mitad de los hombres ni siquiera se habían dado
cuenta hasta que… comenzó.

Ella parpadeó hacia él. —Oh—. Sintió que la bilis le subía desde el fondo de la garganta
mientras su imaginación parpadeaba en una serie de imágenes repugnantes y depravadas
de… muchas personas… y… —¿Cuántos años tiene ella?— Graznó.

Draco hizo una pausa. —Catorce—. Su respuesta no era una sorpresa, pero igual la golpeó
como una bofetada en el estómago. Se balanceó sobre sus pies. Él continuó. —Así que la
poción de Flint ya no está permitida...—

—¿Estaba tu cabello mezclado ahí?— Preguntó, con la voz quebrada.

Él giró abruptamente el rostro hacia ella. Y el disgusto en sus rasgos le trajo tanto alivio
como las palabras en su boca.

—No. Estábamos cenando cuando pasó.

Sus labios se curvaron, y se dio la vuelta mientras ella asentía.

—¿Y el Señor Tenebroso estaba disgustado?— Insistió, respirando con más calma.
—Las partes involucradas fueron castigadas. Le recordó a sus seguidores el propósito de las
juergas. No es solo un lugar para divertirse. Es un lugar para servirle a él y a sus aspiraciones.

Algo le era familiar en la frase, y fue solo después de un momento que Hermione se dio
cuenta que eran las palabras de Narcissa.

Una sonrisa le curvó los labios. Parecía que Narcissa Malfoy no solamente podía tirar de los
hilos de su marido, sino también de los del Señor Oscuro.

Él tendió una mano hacia su brazo, y ella se lo ofreció. La mano de él era cálida sobre su
tatuaje mientras atravesaban el portón. Caminaron hacia la colina donde podían Aparecerse, y
ella sintió el alivio latiendo por sus venas ante el hecho de que él hubiera podido sobrevivir
ileso a la última semana. —Tu madre estaba preocupado porque estuvieras en Italia. ¿Fue
peligroso?

Él miró a su alrededor, casi como si buscara enemigos en el viento, y dijo. —La comunidad
Mágica Italiana sabe exactamente lo que pasó con Bravieri, a pesar de los esfuerzos de
Skeeter por presentarlo de otra manera. No fue precisamente un paseo por el jardín.

Él la tomó por el codo y con un giro los Apareció en el cartel del exterior del Castillo de
Edimburgo. Ella se permitió volver a centrar su mente durante la larga caminata hacia las
puertas, la brisa fresca enfriaba sus emociones, y el sonido de sus pasos confirmaba que
realmente todo estaba sucediendo otra vez.

Los hombres lobo aullaron, los guardias le lanzaron besos, y la multitud de Mortífagos en el
patio le silbaron. Ella los ignoró a todos, apenas registrando los comentarios sobre sus piernas
desnudas, y se enfocó en un lago de aguas tranquilas.

Draco estaba representando el papel de estar bastante relajado. En su primera caminata hacia
Edimburgo, había estado apurado y ansioso. Esta vez respondía los gritos de la multitud con
carcajadas, se detenía a conversar con alguien en la base de las escaleras, y se burlaba de otro
por estar tosiendo su cigarro. Pero cuando los espectadores se esfumaron, y solo quedaron
ellos dos, ella vio su rostro caer, con una expresión vacía en sus ojos.

La llevó a través de las puertas hasta el Gran Salón, y Hermione contuvo el aliento al ver a
Charlotte girar hacia ellos con una bandeja de champagne.

—Amo Malfoy—, dijo con una sonrisa coqueta. —Buenas noches. Y Señorita Granger.

Los ojos de Charlotte encontraron los suyos brevemente antes de ofrecerle champagne.
Hermione tomó su propia copa esta vez, esperando poder atraer la mirada de Charlotte, pero
ella ya estaba tirando de la cortina y dejándolos pasar al Gran Salón.

La música y las voces la golpearon como una pared, removiendo los recuerdos de dos
semanas atrás. Por un momento se quedó congelada, inundada por el terror, antes de sentir la
mano de Draco en su espalda, cálida y firme.

Él se detuvo a conversar con la gente mientras tomaba sorbos de su champagne. Hermione


intentó catalogar los invitados y las conversaciones con más fastidio esta vez. Hacía dos
semanas, había estado demasiado enfocada en las chicas. Esta vez necesitaba escuchar las
bromas en susurros, y las pistas no dichas.

Draco saludó a Rabastan Lestrange mientras estaba en mitad de una conversación, un rápido
toque en su hombro y unas pocas palabras corteses mientras los ojos de Lestrange vagaban
por la cintura y las caderas de Hermione. La llevó hacia una rápida conversación con
Mulciber, que no tenía a Cho colgando de su codo; los ojos de Hermione la buscaron lo más
discretamente posible, pero sin éxito. Pasaron a un pálido Jugson que asintió con la cabeza, y
Hermione pudo notar que le faltaba una mano.

—Draco—, dijo una voz viscosa detrás de ellos. Hermione sintió un terror nauseabundo
deslizándose por sus venas. Se dieron vuelta y vieron al Señor Nott aproximándose con Theo
a su lado. —No te esperaba de vuelta tan pronto.

—Señor—. Draco estrechó la mano de Nott y asintió a Theo con indiferencia. —Fuimos
capaces de resolver la situación rápidamente. Yaxley se quedará una semana más, y Dolohov
se unió a él cuando nos estábamos yendo.

—Bien—, dijo el Señor Nott. Y aunque estaba mirando hacia el suelo, ella pudo sentir los
ojos de él deslizándose por su cuerpo.

—Hola, palomita—. El mango de su bastón la empujó por debajo de la barbilla hasta que su
rostro se inclinó hacia arriba. Sintió el pulgar de Draco crisparse contra su espalda. —Me
perdí tu pequeño espectáculo la semana pasada. Quizá puedas hacernos el honor de repetir la
función esta noche.

Su sangre se congeló, y el sonido se aceleró en sus oídos. Theo resopló cuando la mano de
Draco apretó con más fuerza su piel. —Poco probable, Padre. Estoy seguro de que Draco se
va a guardar sus talentos al menos por uno o dos años más.

—¿De veras? Qué desafortunado—. Hizo un chasquido con la lengua. —Sabes, Draco,
prohibir la fruta solo la hace más tentadora.

Hermione mantuvo fija su mirada en Nott, conteniendo la respiración. El bastón se deslizó


por su cuello, entre sus clavículas, y aterrizó entre sus pechos.

—Un vestido tan bonito—, arrulló. Y aunque Draco estaba tan cerca, con una mano
apretando su cintura, el Señor Nott se acercó aún más, y sus largos dedos se deslizaron hacia
abajo por su cadera. Ella sintió que cada uno de sus músculos se tensaba. —Está suplicando
que se lo quiten.

—Desafortunadamente, Ted—, la voz de Draco era suave en su oído, como una cálida brisa.
—Yo seré quien se lo quite.

Los dedos de Draco se curvaron con más fuerza sobre su cintura, haciéndola tambalear hasta
que tuvo que dar un paso hacia atrás. Recuperó el aliento, y Draco los disculpó rápidamente y
se llevó a Theo con ellos.
Sus talentos. Se imaginó a la otra Hermione moviéndose sensualmente sobre el regazo de
Draco, desabrochando su cinturón y bajando la cremallera de sus pantalones mientras la
mano de él le iba subiendo el vestido...

Respiró hondo y centró su mente, ignorando la ira y el disgusto que burbujeaban debajo de su
piel. En su lugar, dejó que sus ojos recorrieran el cuarto buscando a Cho.

—Padre tiene razón, sabes—, dijo Theo mientras los tres se dirigían por el pasaje hacia el
otro edificio. —Solo empeoras las cosas. Escuché que los hombres en el otro cuarto han
estado hablando de ella...—

—¿Y dónde está tu puta esta noche, Theo?— Dijo Draco arrastrando las palabras, mientras
los guiaba por las escaleras de caracol sin mirar hacia atrás. —¿Esperándote de rodillas en el
baño de hombres?

Los ojos de Hermione se abrieron, y escuchó que Theo se salteaba un paso detrás de ella.
Estaba farfullando y mascullando en busca de una respuesta, cuando Draco alcanzó el rellano
y la tomó por el codo para guiarla por los últimos dos escalones, ignorando su compañía.

Harper estaba parado en la puerta otra vez, y con él estaba la chica de cabello rubio fresa de
hacía dos semanas. Cuando llegaron, Harper se irguió, y la chica batió sus pestañas con
recato.

Las protestas de Theo murieron en sus labios cuando la chica saltó a su lado y le dio un beso
en la mejilla. Los pómulos de él estaban color rojo brillante, y apretó la mandíbula mientras
deslizaba una mano por detrás de su espalda.

Harper hizo las pruebas de seguridad en sus anillos y collares, y entonces se dirigieron al
pozo de las serpientes. Gritos y risas estridentes asaltaron sus oídos, y cuando la puerta se
abrió, el cuarto estalló en vítores, saludando a Draco y a Theo. Montague comenzó un cántico
de “¡Fratelli d’Italia!”, y los muchachos estrecharon la mano de Draco con saludos burlones
como “¡Buongiorno!” y “¡Ciao, bello!”

Draco aguantó todo con calma, empujándolos y uniéndose a sus cánticos con una energía
que, ella sabía, era fingida. Al dar un último vistazo a Theo pudo ver la amarga expresión en
su rostro mientras Draco recibía los elogios y las adulaciones. Captó la mirada de la chica
aferrada al brazo de Theo, y ella le guiñó un ojo.

Hermione parpadeó, y se dio vuelta. Draco la condujo a la cabecera de la mesa, y Hermione


tomó su posición detrás de la silla de Draco. Vio a Susan detrás de Goyle, a Mortensen detrás
de Pucey, y a Penelope detrás de Flint. Unas Chicas Carrow nuevas detrás de los demás. Y
cuando la chica rubia fresa tomó su lugar detrás del asiento de Theo, Hermione se dio cuenta
que la silla a la izquierda de Draco estaba vacía.

Blaise no estaba allí. Se sintió agradecida porque eso significaba que también Giuliana estaba
en otro lugar.

Apenas los chicos estuvieron sentados, las chicas se adelantaron para tomar las botellas de
vino. Hermione las siguió, estirándose detrás del hombro de Draco y vertiendo el vino en su
copa.

Repitieron el brindis: “Por el poder del Señor Tenebroso. Que reine por siempre jamás”, y
Hermione vio a los once muchachos tomar un largo trago en su honor. Había menos comida
en la mesa que dos semanas atrás. Ningún opulento cerdo asado, ni ostentosas guarniciones.
Mientras los chicos retomaban la conversación, la joven de cabello rubio fresa y otras dos
chicas comenzaron a moverse a su alrededor con bandejas, sirviendo entremeses ligeros y
queso.

Sin una cena en el camino, no pasó mucho tiempo hasta que la primer chica cayó en un
regazo, una mocosa de collar plateado que reía tontamente, y que se abrazó a Terrence Higgs
sin protestar. Como si hubiera estado esperando toda la noche para recibir esa señal, Goyle
llevó a Susan hacia su regazo, le pasó los brazos alrededor del estómago, e inhaló
profundamente con su nariz en su cuello mientras ella hacia una mueca.

Hermione estaba escuchando las conversaciones y observando a los muchachos de cerca, así
que pudo ver el momento exacto en que Flint sacó una pequeña caja de su túnica.

—¿Qué dicen, caballeros?— Exclamó por encima del ruido. —¿Perdemos algunos Galeones
esta noche?

Los chicos soltaron carcajadas y burlas, molestándose los unos a los otros acerca de quién
había perdido o ganado la vez anterior. Los largos dedos de Flint abrieron la caja y sacaron
un mazo de cartas y tres dados. Comenzó a barajar el mazo mientras algunos muchachos se
quejaban de tener agujeros en los bolsillos, y otros se frotaban las manos con un codicioso
júbilo.

Hermione había visto a los Weasley jugar ese juego en la Madriguera antes, generalmente
solo apostando Knuts. Su rudimentario conocimiento era que se parecía al poker Muggle.
Ron había intentado enseñarle en sexto año, pero se había frustrado por todas sus preguntas y
se dio por vencido a los veinte minutos.

Sintió una puntada de hielo ante el recuerdo. Había enterrado a Ron en un libro junto a Ginny
hacía algunas semanas.

Pucey había comenzado a dividir las fichas, y las cartas se deslizaban sobre la mesa con un
empujón mágico cuando Flint las repartía. Levantó la mirada y se dio cuenta que más de la
mitad de las chicas estaban ocupadas en algo. Algunas sentadas en regazos, o envueltas en los
brazos de sus “citas”. La otra mitad rellenando las copas y ofreciendo bocadillos. Solo
Hermione estaba parada y atenta.

Dio un paso al frente mientras Draco tomaba sus cartas. Tomó el decantador de vino y vertió
un poco en la copa que estaba casi llena, solo para parecer ocupada, y mientras él acomodaba
sus cartas, ella pasó sus dedos por encima del cuello de su camisa. —¿Te tocó una buena
mano?— Murmuró, haciendo todo lo posible por imitar el ronroneo de Pansy.

La mandíbula de él se tensó por una fracción de segundo. —Excelente—, dijo, encontrando


la mirada de Flint con un confiado parpadeo de sus ojos.
Flint sonrió, y luego volvió su mirada hacia ella. —¿Cómo están esos tacones esta noche,
Granger?— Su mirada la recorrió. —Si necesitas sentarte, sabes que mi regazo está siempre
disponible.

Antes de poder elaborar una respuesta, la mano de Draco estaba en sus caderas, empujándola
hacia abajo sin apenas apartar la mirada de sus cartas. Los muchachos se carcajearon.

Aterrizó sobre sus dos piernas, el lado derecho de su pecho apretado contra su izquierda. Con
lo corto y apretado que era su vestido, se vio obligada a moverse hasta poder cruzar las
piernas, y su brazo se deslizó por debajo del hombro de Draco. Él no le ofreció ayuda alguna.

Pucey tiró los dados, sonriendo ante el resultado. Los glifos de los lados eran distintos que los
que ella había visto en el juego de los Weasley, así que se dio por vencida en intentar invocar
lo poco que recordaba. Después de que fue barrida la primera mano, Flint pidió apuestas.

—Vamos a hacerlo interesante esta vez, caballeros—. Asintió hacia Montague. —Tu primero.

—Tengo los nombres de dos desertores del Ministerio.

Flint puso los ojos en blanco. —Eso es terriblemente aburrido, Graham.

—Bueno, eso es lo que tengo—, protestó Montague.

—Entonces piensa en algo mejor, no voy arriesgar lo que yo sé por algo que me podría haber
contado mi abuela.

Volvió sus ojos hacia Pucey, que se aclaró la garganta. —Tengo noticias de Francia.

—Acepto eso—, dijo Flint. —Y agrego un avistamiento de Johnson.

Hermione sintió la boca seca, y resistió el impulso de inclinarse hacia adelante. Estaban
apostando secretos, temas delicados acerca de la guerra. Del mundo exterior.

Se arriesgó a mirar alrededor de la mesa y descubrió que la chica con cabello rubio fresa
intercambiaba una mirada con otra Chica Carrow antes de apartar rápidamente la vista y
tomar una rebanada de queso del plato de Theo.

—Interesante, Flint. ¿Cuál es tu fuente?

—Bueno, tendrás que ganarme esta mano para averiguarlo, ¿no es así, Cass?

—¿Goyle?— Preguntó Montague. —¿Entras? ¿Alguna noticia de tu padre?

Pero Goyle estaba restregando la nariz en el cuello de Susan, conforme de estar al margen.

—Tengo noticias de Dung. Lo han visto afuera de Edimburgo esta noche—, dijo Derrick.

—Ese viejo trapacero. ¿Qué está vendiendo ahora?

—Tendrás que ganarme esta mano para saber.


—¿Draco?— Preguntó Flint. —¿Entras?

Hermione sintió que cada par de ojos se volvía hacia ellos. Echó un vistazo a la mano de
Draco, incapaz de saber si tenía suficiente para ganar. Él tomó una carta de la mitad y la
colocó al final.

—Entro—. Inclinó la cabeza, y Hermione sintió que su cabello le hacía cosquillas en el


cuello. —¿Alguien interesado en saber quién logró saltar el límite de Dover el mes pasado?

Un pulso eléctrico a lo largo de la mesa. Flint arqueó una ceja; Pucey se inclinó hacia
adelante. Warrington dejó su vaso en la mesa con un tintineo. Theo, por otro lado, se puso
rígido.

—Eso es clasificado—, siseó desde su izquierda. —No puedes dar esa clase de información.

—No la estoy dando—, dijo Draco arrastrando las palabras. —Planeo ganar esta mano,
gracias—. Bebió tranquilamente un sorbo de vino de su copa. —¿Y tu, Theo? ¿Tienes algo de
valor?

Theo se sentó erguido en su silla, empujando los brazos de la chica rubia fresa que colgaban
de sus hombros. —Puedo decirles qué importante funcionario de gobierno tiene planeado
visitar Edimburgo el mes que viene—, gruñó.

—Cirillo ya dijo que volvería...—

—No—, espetó Theo. Hizo una mueca de desprecio por la interrupción. —No es Cirillo.

Se hizo una pausa mientras los muchachos lo consideraban.

—Bueno, tienes mi interés—, dijo Flint con una sonrisa. —¿Jugamos, chicos?

Flint susurró en el oído de Penelope, y ella se inclinó de mala gana hacia adelante y sopló en
los dados antes de que Flint los lanzara.

Hermione veía las cartas cambiando de manos, veía rodar los dados, veía a los muchachos
barajar rápidamente mientras reían y bebían. Todavía no conseguía entender cómo se jugaba
el juego, pero estaba más atenta a la conversación. Uno por uno, los chicos fueron perdiendo,
soltando sus secretos, y después de eso, también su oro. Para cuando se estaban acabando las
últimas botellas de vino, solo Draco, Flint y Theo habían podido mantener sus secretos.

Había escuchado que Mundungus Fletcher había sido visto fuera de las puertas de Edimburgo
intentando vender un Giratiempo. Había sido despojado de todas sus posesiones, torturado
por algunas horas y después liberado.

Las noticias de Pucey sobre Francia, que el Señor Tenebroso había perdido varios reclutas
nuevos durante una batalla cerca de Normandía, le habían ayudado a Hermione a dilucidar
dos cosas. Primero, que Francia estaba públicamente en contra del Gran Orden, algo que ella
sospechaba pero que no había confirmado hasta ahora. Segundo, que el Señor Tenebroso
estaba tan enfurecido por eso como para ir a la ofensiva, algo poco común en él. Se
preguntaba por qué Francia le interesaba tanto.
Otras dos partidas, y pudo descubrir aún más. El nombre del supuesto traidor en el gabinete
de Cirillo. Cómo Jugson había perdido algo más que una mano.

Flint finalmente perdió su secreto frente a una ronda de abucheos, revelando que Angelina
había sido vista en una botica cerrada en Bristol. La mente de Hermione conjuró millones de
posibilidades, pero en el fondo sabía que no debía sobre analizar. Después de todo, mientras
ella había estado prófuga, había necesitado Díctamo y Esencia de Murtlap más de una vez.

Theo no pareció disgustarse demasiado por perder, y anunció con soberbia que Edimburgo
estaría recibiendo al Subsecretario del Ministro de Corea.

Draco no perdió, mantuvo su secreto del escape de Dover para otra ronda. Hermione apartó a
un lado la irritación que le provocaba que no se lo hubiera contado antes. Se lo reclamaría
más tarde, pero ahora no era el momento.

Cuando terminó la partida siguiente, Pucey, habiendo perdido todo su oro y sus secretos en
las manos anteriores, comenzó a besar el cuello de Mortensen mientras escuchaba el juego,
solo espiando de vez en cuando. Goyle estaba haciendo algo similar, solo que parecía estar
ignorando por completo el juego para concentrarse en besar sin cuidado la boca de Susan.

Era el turno de Warrington de lanzar los dados. La Chica Carrow en su regazo se rió
tontamente cuando él le ofreció los dados para que los soplara, y él capturó sus labios
mientras los dados giraban sobre la mesa.

Hermione apartó la mirada de la escena mientras Theo avisaba los resultados de la tirada.
Jugaron la primera partida, intercambiando fichas y cartas. Y cuando era momento de apostar
su información, Theo ofreció otra visita a Edimburgo para el siguiente mes.

—No pierdas nuestro tiempo con eso—, dijo Draco. —Quiero saber lo que tu padre estuvo
buscando en mi biblioteca—. Theo abrió la boca. —Y no me vendas ninguna patraña acerca
del Limite de Aparición—, continuó Draco, interrumpiéndolo. —Lo he visto husmeando en
otros sectores.

Una quietud se apoderó de la mesa. El rostro de Theo se ruborizó al ser colocando en un


aprieto, y claramente no de una manera que pudiera disfrutar.

—Aceptaré esa apuesta—, dijo Flint con un brillo en los ojos. —Especialmente dado que
Theodore está entrando en pánico.

La mesa estalló en carcajadas. La chica con cabello rubio fresa ronroneó en el oído de Theo y
frotó sus hombros mientras él fruncía el ceño. Hermione sintió que se le aceleraba el pulso,
llenándose de intriga, y rápidamente bajó la mirada hacia la mesa para ocultar su entusiasmo.

Theo frunció el entrecejo, y tamborileó en la mesa con sus dedos. —Bueno, solo apostaré si
Draco nos dice dónde ha estado Papi Malfoy.

Las costillas de Draco se expandieron contra las suyas, y vio que la comisura de su boca se
levantaba. Hizo todo un acto de estar observando sus cartas, sopesando las opciones.
—¿Tu que opinas, Granger?— canturreó. —¿Crees que mis cartas son lo suficientemente
buenas?

Ella parpadeó hacia su mano, sin saber qué responder, pero sabiendo que no importaba; él
estaba solamente ganando tiempo. Pensó en las manos de las otras chicas, arrastrándose por
los cabellos de los muchachos, deslizándose por sus clavículas, en el modo en que era normal
flirtear, y tocar, y provocar.

Hermione tomó una carta de la mitad del mazo de Draco y la colocó al final. Se inclinó hacia
adelante, y susurró de manera audible. —Creo que Theo está a punto de escupir todos sus
secretos.

Los chicos estallaron en carcajadas, más estridentes de lo que la broma justificaba. No había
sido particularmente ingeniosa, pero quizás les divertía que lo hubiera dicho ella. Que ella
estuviera jugando su juego.

—¡Ahora el juego puede empezar!— Gritó Flint por encima del estruendo. —¡Me
preguntaba cuándo ibas a aparecer, Granger!

—Ya era ahora. No están ni la mitad de cariñosos que la semana pasada...—

—Por fin un poco de calor por allí...—

—…volviendo a esa actitud de ñoña, probablemente se moría por una cogida después de que
Malfoy se fuera por una semana...—

Hermione dejó que las palabras le resbalaran, forzando una sonrisa tensa en los labios hacia
las cartas de Draco. Pansy había estado haciendo algo diferente. Había sido más cariñosa. Y
ellos habían notado la diferencia.

Intentó volver a relajarse entre el brazo y el hombro de Draco, inclinando su cuerpo hacia él.
Él estaba duro como una piedra otra vez, no ayudaba en absoluto. Luchando contra su
irritación, se movió más cerca, intentando ponerse tan cariñosa como lo había sido Pansy,
solo para que él la detuviera con una mano, apretando su pierna en advertencia. Mientras
lanzaban las cartas de un lado a otro, ella dejó que el brazo que descansaba en el respaldo de
su silla cubriera sus hombros.

Intentó no sentirse herida por saber que él no había sido así de frío con Pansy la semana
anterior. Tal vez simplemente necesitaba esforzarse más. Hacerle saber que se sentía cómoda.

Theo ganó su mano, y pudo mantener sus secretos por un tiempo más. Draco repartió sus
cartas en la mesa, y Hermione dedujo que él también había ganado su mano.

Sintió que el corazón le galopaba en el pecho mientras decidía si intentar algo más, para
celebrar su triunfo. Apretó la frente contra la sien de él, y con una tímida sonrisa inclinó su
rostro, buscando con su boca la boca de él.

El más leve roce de su labio inferior por la comisura de su boca...


Y Draco echó el rostro hacia atrás, con un mínimo movimiento de su cuello, como si hubiera
esquivado el filo de una espada.

Ella se congeló, y sintió que todo el cuerpo de él se contraía, sus costillas ya no se movían
contra las de ella.

La vergüenza le inundó el pecho y el cuello, y se abrió camino hasta sus mejillas. Ella había
intentado besarlo y él la había rechazado. Ni siquiera se atrevía a mirarlo, se quedó con la
vista sobre su regazo mientras el rostro le ardía. Él continuó barajando su nueva mano como
si nada hubiera pasado.

Muy pronto la vergüenza dio paso a una ardiente furia. Él iba a ponerlos en peligro. ¿No
podía aceptar un beso de su Lote? ¿Qué podía querer decir eso?

¿Los habría visto alguien?

El sonido en la habitación volvió lentamente a ella cuando levantó la cabeza. Los muchachos
estaban charlando y pasando cartas, ninguno ojo estaba sobre ellos, pero había algo malicioso
en el modo en que Marcus Flint le sonreía a la mesa, sus elegantes dientes sobresalían entre
sus labios.

Sintió que las costillas de Draco volvían a moverse, y lo escuchó tragar saliva. Hermione se
puso rígida al recordar que él estaba allí.

Necesitaban hablar. Necesitaban discutir acerca de lo que debería consistir su


comportamiento. Él la había regañado la vez pasada, siendo condescendiente acerca de su
habilidad para montar una actuación, y luego había procedido a sabotearla una vez que ella
realmente había intentado jugar el juego. Respiró hondo, recordándose que no podía dejar ver
cómo se sentía con tantos ojos atentos en el cuarto.

—Lanzas tu, Malfoy.

Higgs le deslizó los dados a Draco, y ella lo sintió estirar un brazo para alcanzarlos.

—¿Vas a dejar que ella te desee buena suerte?— Se burló Pucey.

Ella había visto a casi cada una de las chicas soplar en los dados antes de que los lanzaran.
Una sonrisa coqueta y unos labios fruncidos antes de inclinar sus cabezas. Y aunque ella no
deseaba más que la libertad de negarse a otra oportunidad de humillación, también sabía que
debía montar un espectáculo.

Draco sostuvo los dados frente a su rostro. Ella apoyó delicadamente sus dedos sobre su
muñeca para mantenerla en su lugar, y levantó la mirada hacia sus ojos mientras soplaba aire
tibio sobre la punta de sus dedos.

Él tragó saliva. Y sus ojos centellaron.

Una carcajada al otro lado de la mesa. —Todos sabemos lo mucho que a Granger le gusta
“usar su boca”*.
Ella parpadeó, y el hechizo se rompió en el instante en que registró las palabras. Soltó su
muñeca y él apartó la mirada mientras las carcajadas de las hienas rebotaban contra las
paredes.

—Qué lastima que ella realmente necesite esa poción para soltarse...—

Pansy le había practicado sexo oral mientras estaba en su cuerpo.

—Te pongo una “S”, Granger. Tal vez una “E”, pero tendrías que dejar que lo juzgue yo
mismo…—

Había sido su boca, su lengua.

Sentía la garganta seca mientras Draco los descartaba con una sonrisa forzada y arrojaba los
dados. Ella se quedó sentada en su regazo con la espalda recta mientras se jugaba la partida,
apartando las imágenes hasta que su corazón dejó de latir con fuerza en sus oídos y su
respiración se estabilizó.

Hermione nunca… ella ni siquiera sabía cómo hacerlo. Solo podía asumir que Pansy
Parkinson sabía lo que hacía, pero con suerte no habría hecho parecer que Hermione fuera
una especie de experta.

Se sacudió las preguntas. Draco le había dicho que las cosas estarían mucho más tranquilas,
que él y Pansy habían representado convincentemente sus papeles. Ella tenía que enfocarse
en el juego y en los secretos. Podía lidiar con él más tarde.

Pero un pensamiento aislado se coló mientras los muchachos arrojaban sus Galeones. ¿Qué
era lo que Draco veía cuando la miraba ahora? ¿Se la imaginaba de rodillas, desabrochando
su cinturón? Los ojos de él habían estado encima de su boca el último viernes por la noche,
después de que Pansy se fuera por el Flu. ¿Lo estaría rememorando?

Una mano presionó ligeramente entre sus omóplatos. Su piel se sobresaltó, y se dio cuenta
que estaba tensa como una tabla y con una mirada furiosa hacia el vacío.

Ella respiró hondo, y apartó los pensamientos preocupantes para volver a concentrarse. Los
chicos estaban justo ofreciendo sus secretos, y ella se relajó contra la mano de Draco.

—Tengo algo que tiene potencial, ahora que estamos en la ronda final—, dijo Flint con una
sonrisa. Sus ojos se clavaron en los de ella al decirlo. —Resulta que sé cuál fue la suerte de
un tal Ronald Weasley.

Una helada ola de terror la atravesó. Y supo que no había sido capaz de moderar la expresión
en su rostro. Los ojos de Flint brillaron. Sintió que la mano sobre su espalda también se
tensaba.

—¿Y cómo podrías saber eso?— Se burló Theo. —Hace meses que nadie sabe nada de él.

Flint se encogió de hombros, todavía sonriendo. —Mi poción ya no está disponible en


Edimburgo. Ahora tengo que hacer entregas a domicilio. No creerías las cosas que me he
enterado a cambio de un pequeño descuento.
El corazón de Hermione latió con fuerza. Sonaba como si Ron estuviera vivo. Y Flint supiera
dónde lo tenían capturado.

—Pero es un gran secreto, saben—, dijo Flint haciendo un puchero. —Siento que deberíamos
subir las apuestas si es que voy a revelar algo así.

Flint miró directamente a Draco. Él respondió tranquilamente. —Me temo que no puedo
revelar más que el país en el que está mi padre.

—La verdad es que eso no me importa—, Flint se encogió de hombros, y sus ojos cayeron
sobre Hermione otra vez. Tenía la horrible sensación de que estaba jugando con ellos, como
un gato con un ratón. —Pero apostaré ese secreto contra un beso de la Chica Dorada.

Hermione contuvo el aliento. Escuchó la mandíbula de Draco al cerrarse, y el peso en su


estómago cayó. Él diría que no. Y entonces ella no tendría manera de saber lo que le había
pasado a Ron.

Sus labios se abrieron antes de que Draco pudiera tomar aire. —¿Un miserable beso?—
Arqueó una ceja, imitando al chico que tenía debajo, y dijo: —Esa es una apuesta fácil de
aceptar. Sin embargo, no parece demasiado justa para ti.

Flint le guiñó un ojo. —Te estás tirando abajo, Granger. Quizá así es lo mucho que te deseo.

Draco se tensó, a punto de saltar, a punto de terminar con esto.

—¿Cómo podría negarse mi amo?— Replicó ella rápidamente. —No le costaría nada si
perdiera.

La mano en su espalda se levantó, y ella escuchó el brazo de la silla crujir bajo la fuerza de
una mano apretándolo.

Los muchachos guardaban silencio, viendo el tácito partido de tenis entre las dos cabeceras
de la mesa. Pero el partido estaba ganado, y Draco lo sabía. Ella pudo sentir que la ira
irradiaba de él incluso cuando dijo: —Por supuesto. Una apuesta excelente.

Todos los ojos se volvieron hacia las cartas mientras Draco y Flint jugaban, tirando nuevas
manos y rodando los dados. Ella juzgó el éxito de Draco por Theo, que no tenía cara de
poker. Cuanto más decepcionado se veía, mejor le estaba yendo a Draco.

Cuando ambos depositaron finalmente sus cartas, toda la mesa soltó un suspiro. Hermione
esperó.

—Mierda—, susurró Montague, pasando una mano por su cabello.

—Es un empate, cariño—, dijo Flint al otro lado de la mesa, sus labios se torcieron en una
sonrisa arrogante. —Qué lástima. Me hubiera gustado probarte solo una vez—. Hizo una
mueca de lamerse los labios mientras los chicos reían y Draco levantaba estoicamente sus
cartas. Flint se inclinó hacia adelante, estirando sus rasgos en un fingido puchero. —Y estoy
seguro de que estabas desesperada por saber algo de tu Weasley. Qué pena.
Flint se tocó el mentón, como si estuviera pensando profundamente.

—Te diré algo—, dijo, quitando a Penelope de su regazo. —Igual te revelaré mi secreto, si tu
me das ese beso. Uno bueno y verdadero.

Ella sintió el pulso en las yemas de sus dedos. Luego Draco resopló y levantó su copa de
vino; vació su contenido, preparando una excusa para moverse al otro salón.

Ella pensó en unos ojos cálidos, mirándola. Una risa estruendosa, piel con pecas y aroma de
hierba fresca. Tenía apenas unos segundos. Pero ella tenía que saber.

Hermione se puso de pie rápidamente. El cuarto se quedó en silencio. La vieron caminar


hacia Flint, que le sonreía con ojos hambrientos. Ni siquiera le dedicó un vistazo a Draco al
sentarse sobre el regazo de Flint, doblarse encima de sus rodillas, e inclinar su cuello hacia
adelante para besarlo directamente en la boca.

Escuchó que la mesa estallaba en vítores y gemidos. Sintió la sonrisa de Flint contra sus
labios antes de devolverle el beso con venganza, su boca era fría y gomosa contra la suya.
Estaba comenzando a retroceder cuando la mano de él se enredó en su cabello y la otra cayó
sobre su pierna, acariciando su piel. Sus labios se movían sobre los suyos, su mano aferraba
sus rizos para mantenerla quieta, y luego su lengua estaba contra su boca, empujando para
entrar.

Casi lo había logrado cuando ella lo empujó hacia atrás con todas sus fuerzas, liberándose de
él y poniéndose de pie. El sonido regresó rápidamente al cuarto mientras Flint le sonreía, y se
pasaba el pulgar por los labios. Los muchachos golpeaban a la mesa y aullaban.

—¿Tu secreto, Flint?— Gritó Hermione por encima del bullicio, mirándolo mientras resistía
el impulso de limpiarse la boca.

Flint levantó una mano para hacer callar a la habitación, sus nuevos dientes brillaban con
orgullo. —Tu Weasley está vivo, Granger. Lo vi golpeado y ensangrentado en la Mansión
Lestrange la semana pasada, pero todavía gemía mientras lo pateaban.

Ella sintió que la sangre le desaparecía del rostro. Había ruido en alguna parte de la
habitación, pero no podía descifrar el sonido.

Ron estaba vivo, pero apenas. La Mansión Lestrange. ¿Pero cuál? ¿La de Rabastan, o la de
Rodolphus y Bellatrix?

Intentó recuperar su voz para preguntar, pero la habían tomado por la muñeca, un brazo la
rodeaba por la espalda, y entonces Draco la estaba escoltando hacia afuera de la habitación.
Empujándola, realmente. El juego había terminado. Algunos otros los seguían, pasaron a
Harper y bajaron las escaleras.

Draco estaba en silencio. La mano de él en su cadera estaba rígida mientras atravesaban la


puerta, pero ella no podía dedicarle ni un pensamiento al estado de ánimo de él. Su mente
estaba girando con toda la información que había escuchado y las imágenes que su
imaginación había conjurado de Ron colgando de una cuerda, sangrando en el piso de alguna
mansión. Caminó por el pasillo aturdida, y volvió a guardar los recuerdos de Ron en un libro
cerrado del estante, donde pertenecían.

Después de eso la mente le hormigueaba, desgastada por el esfuerzo. Necesitaba aire.


Necesitaba espacio. Sus labios se sentían secos y extraños por los de Flint, y su vestido se
sentía demasiado apretado.

Draco la hizo doblar otra esquina, y ver a Charlotte esperando con una bandeja de tragos
arrancó a Hermione de su agotamiento. Estaba yendo al Salón. Estaba yendo al salón, y
necesitaba que su mente la acompañara. Se volvió hacia Draco y dijo, —Necesito usar el
baño.

Él la miró agudamente.

—Tengo permiso para hacer mis necesidades, ¿no?— dijo con voz inexpresiva.

Él la fulminó con la mirada y tiró de ella hacia la izquierda, pasando cerca de los cuartos
privados llenos de hombres risueños y chicas pintadas, en dirección a un pasillo.

—Hay guardias adentro—, dijo Draco, con la voz cortada. Señaló un baño de damas al final
del corredor. —Hazlo rápido.

Hermione hizo una pausa, lamentando haberlo solicitado si no habría de tener espacio para
estar sola. Luego asintió, y se alejó sin dedicarle otra mirada. Empujó la puerta, y encontró un
antiguo cuarto de baño azulejado con tres cubículos para los turistas que visitaban
Edimburgo. Un guardia masculino estaba de pie junto a los lavabos, y sus ojos la recorrieron
con interés.

Hermione se sonrojó, avergonzada ante la idea de usar el baño con una audiencia. Vaciló en
la entrada por una fracción de segundo, y de repente la puerta la golpeó cuando otra persona
intentó entrar. Se movió a un lado, y giró para disculparse...

La chica con cabello rubio fresa le sonrió.

Hermione parpadeó mientras ella pasaba. Tragó saliva y se apresuró hacia un cubículo,
sintiendo la atención del guardia todavía sobre ella. Usó rápidamente las instalaciones, la
chica rubio fresa había tomado el cubículo junto al suyo, y después de terminar, mientras se
lavaba las manos, la carga del inodoro sonó y la chica salió para unirse a ella en los lavabos.

Aferraron una toalla al mismo tiempo, y cuando Hermione se volvió para disculparse, ella vio
que los ojos de la chica rubio fresa titilaban hacia el guardia. —Tu collar está torcido—, dijo,
con un marcado acento escocés.

El guardia las miraba por el espejo mientras la chica de cabello rubio fresa avanzaba hacia el
espacio personal de Hermione. Ladeó la cabeza al estirar la mano y comenzó a tirar del collar
de Hermione.

—Oh, gracias—, dijo Hermione con voz tenue.


—No debes hablar con ella—, ladró el guardia. Hermione dio un salto, y las manos de la
chica escocesa cayeron rápidamente.

Con un movimiento de sus caderas, la chica se volvió y le sonrió por encima del hombro. —
Mmm. Supongo que no tenemos por qué hablar.

Y con un guiño, la chica escocesa dio un paso más al frente, ahuecó las manos en el rostro de
Hermione, y apretó los labios contra los suyos.

Las cejas de Hermione dieron un salto y sus ojos se abrieron. La boca de la chica se movía
sobre la suya, y sus manos se deslizaban detrás del cuello de Hermione mientras apretaba su
cuerpo contra el de ella.

Hermione no podía moverse, no podía pensar. Esto era… ¿Qué era esto?

La chica deslizó sus dedos alrededor del cuello de Hermione y dejó asomar su lengua,
saboreando los labios de Hermione. Se sintió rígida e inútil mientras la chica tironeaba de su
collar…

Su collar.

Hermione jadeó sobre la boca de la chica, dejando entrar a su lengua. La chica estaba
haciendo algo en su collar. Podía ver al guardia moviéndose por el rabillo del ojo,
comenzando a acercarse a ellas. Sintió que se le aceleraba el pulso y su mirada se dirigía a la
puerta.

La chica se alejó y se volvió hacia el guardia. —No, no. No puedes tocar.

El guardia las miró lascivamente con una boca llena de dientes torcidos, y la chica escocesa
soltó una risita antes de tomar su mano y arrastrar a Hermione por la puerta. Antes de que
pudiera recuperar el aliento, fue empujada contra la pared exterior de los baños, unas manos
en su cuello otra vez, y unos labios suaves contra los suyos.

Hermione jadeó al sentir que la chica tiraba de su collar otra vez. ¿Estaba queriendo quitarlo?
¿No era capaz de quitarlo ella misma?

La chica se echó hacia atrás, dejando que el collar descansara otra vez sobre su cuello, y el
metal se estrechó cómodamente contra su piel. Plantando un último beso, lento y deliberado,
sobre los labios de Hermione, la chica le guiñó un ojo y se alejó deslizándose por el
corredor…

…pasando junto a Draco.

Él estaba rígido como una piedra, y siguió a la chica rubio fresa con los ojos mientras pasaba.
Sus labios estaban separados de una manera extraña, como si hubiera estado a punto de
hablar y se hubiera interrumpido.

Hermione se apretó los labios con los dedos, intentando entender lo que había pasado en los
últimos dos minutos. Ella la había seguido hasta el baño. Claramente había querido hacer
algo. ¿Lo había conseguido?
—¿Qué mierda fue eso?

Sus ojos se abrieron de golpe para encontrar el ceño fruncido de Draco, aparentemente
recuperado.

Hermione abrió la boca. Luego la cerró. —Ella era… muy amigable—, dijo finalmente.

Mientras caminaba para reunirse con él en el salón principal, él la tomó por el codo y los hizo
girar. —¿Algún otro amigo que quieras hacer esta noche, Granger?— se burló.

Y en lugar de llevarla hacia los divanes del Salón, él la arrastró directamente a las chimeneas,
llamó hacia la Mansión Malfoy, y los envió de vuelta a casa.

Una vez que estuvieron en el vestíbulo de entrada, él dejó caer su brazo y se apresuró hacia
las escaleras. Hermione parpadeó detrás de él por un momento antes de que la ira volviera a
inundarla.

—¿Por qué nos fuimos?— Demandó. —¡Aún no habíamos terminado!

—Creo que tuviste suficiente diversión por una noche—, siseó, comenzando a subir.

Su boca se abrió de par en par ante su espalda en retirada. —¿Estás enojado porque besé a
Flint? ¿Crees que eso fue divertido para mi?

Él se dio vuelta bruscamente, unos cuantos escalones por encima de ella. —Estoy enojado
porque me hiciste ver débil.

Ella lo miró boquiabierta. —¿Estás bromeando? ¡Flint solo hizo eso porque tu te negaste a
besarme! ¡Nos hiciste quedar a los dos como idiotas!

Él cerró la mandíbula de golpe. Comenzando nuevamente a ascender, espetó. —Besar es


demasiado íntimo.

Su temperamento hirvió, burbujeando hasta la superficie. Se precipitó detrás de él por las


escaleras, siseando. —¿Demasiado íntimo? ¡Todo el mundo se estaba besando! Estoy segura
de que besaste a Pansy la semana pasada, así que no te...—

—No lo hice—, escupió, media escalera por encima de ella. —Deja de hablar estupideces,
Granger...—

—Oh, ¿pero dejaste que su boca fuera a otros lugares?— le gritó. —¡¿Mi boca?!— Su voz
hizo eco por el corredor. Alcanzó el rellano del segundo piso justo cuando él comenzaba a
subir las escaleras hacia el tercero.

—¿Entonces lo de hoy fue la venganza?— Soltó una carcajada. —¿Vas a ir por ahí
besuqueando a tanta gente como sea posible para vengarte de mi?

—No te hagas ilusiones—, espetó Hermione. —La chica en el baño fue...— Ella no sabía si
debería mencionar la manera en que ella manoseaba su collar. —Extraño—, terminó. —Pero
lo de Flint fue un movimiento calculado. Él tenía información acerca de Ron...—
—Ah, si—, gruñó, girando hacia ella con el rostro rosado. —Ron—. Bajó dos escalones, y la
enfrentó en mitad de la escalera. —Me pregunto qué diría tu novio sobre tus métodos para
reunir información, Granger.

Ella lo fulminó con la mirada, estirando el cuello para mirarlo a los ojos. —Mi n… ¿mi
novio?

—Si—, siseó él. —¿Qué pasaría si tu querido Weasley supiera que te dejas caer en cualquier
regazo que ofrezca una migaja de información...—

—¡Tu…! ¡Completo idiota!— Explotó. —¡No tendría que besar a tus repugnantes amigos si
tu me dijeras que mierda está pasando!

Él apretó la mandíbula y se dio la vuelta para subir el resto de la escalera.

—Respondo cada puta pregunta que me haces, Granger...---

—¡Merlín no permita que me digas algo más!— Corrió detrás de él pisándole los talones. —
Como algún tipo de estrategia de juego para estas noches. ¡O tener la decencia de avisarme
acerca de tu estúpida regla de No-Besarse!

Ella lo siguió a la vuelta de la esquina mientras él se encaminaba hacia la puerta de su cuarto,


resoplando y pisando fuerte tras él.

—¿Quieres una regla, Granger?— Gritó por el pasillo, abriendo la puerta de su cuarto de par
en par. —¡No te arrojes encima de mis amigos!

—¡Vete a la mierda, Malfoy!

Él la fulminó con la mirada y desapareció dentro de su cuarto, dando un portazo detrás de él.
Ella lo imitó, y marchó hacia su dormitorio echando humo por el fuego en su sangre.

Se quitó los tacones y los tiró contra la pared que conectaba los dos cuartos, esperando que él
pudiera oírlo. Alzó una mano hacia su collar, sus dedos apretaron el broche, y el metal cayó
al suelo...

Un delgado trozo de papel revoloteó junto a él.

Hermione lo observó, y su cuerpo entero se petrificó ante él.

Un trozo de pergamino, arrancado del borde de algo, no más ancho que un meñique.

Se inclinó lentamente, pensando en la forma en la que la chica con cabello rubio fresa había
pellizcado debajo del collar de metal. Para deslizar un delgado pedazo de papel por debajo
del oro.

Con dedos temblorosos tomó el papel, y lo dio vuelta. Su respiración se entrecortó.

Una caligrafía que reconocía, de aquellos días que pasaron en la Madriguera entre risas,
pasando notas de aquí para allá, acerca de Ron y de Harry, de besos y deseos. Un apresurado
garabato escrito con labial rojo, que hizo tambalear la mente de Hermione, y latir el corazón
hasta salir de su jaula.

¿Cómo lo mato? — GW

Chapter End Notes

Nota de Traducción:

*En el original, lo que dicen los muchachos es que a Hermione le gusta “Soplar”, ya que
en inglés la palabra “Blow” (soplar) se utiliza vulgarmente para referirse al sexo oral. En
este caso, el pie para el doble sentido se origina porque Hermione “Sopla” los dados de
Draco. El comentario le da la clave a Hermione para deducir que Pansy le hizo sexo oral
a Draco estando en su cuerpo la semana anterior.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

¡Los Audiobook Warriors han comenzado a publicar capítulos de La Forma Correcta de


Actuar (audiolibro en inglés)! Link en Ao3 o en Spotify.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 18
Chapter Notes

Nota de Autor

ADVERTENCIA DE CONTENIDO
Algunos elementos de horror/sangre en este capítulo. Por favor, cuida tu bienestar
mental. Mira las notas al final del capítulo para más detalles.

¡Perdón por la actualización tardía! Es el feriado de Acción de Gracias en los Estados


Unidos, y las betas y yo estuvimos con la familia toda la semana. Muchas gracias a
SaintDionysus y raven_maiden.

Hay un nuevo podcast en el fandom llamado "Wine, Wands, and Waffling" dirigido por
las INCREIBLES LadyKenz347 y Frumpologist. ¡Pasé de visita y tuvimos UNA
LARGA CHARLA y mi episodio salió al aire durante el fin de semana! Échenle un
vistazo en Google Podcasts, Spotify e iTunes.

See the end of the chapter for more notes

Ginny.

Hermione miró el pedazo de papel entre sus dedos.

Las estanterías de sus libros se sacudieron cuando un pesado volumen se precipitó hacia
adelante, y se abrió para mostrar un cabello escarlata y unos ojos traviesos. Ginny estaba
viva, y esperando su ayuda...

¿Cómo lo mato? — GW

Su caligrafía. Sus palabras. Su fuego.

Hermione cerró los ojos con fuerza. O la chica con cabello rubio fresa conocía a Ginny, o
alguien que tenía acceso a ambas había servido de intermediario.

Tomó aire con dificultad, aquietando sus estantes temblorosos. La nota no parecía ser una
artimaña. La Poción Multijugos no servía para replicar la letra de Ginny, y la nota encajaba
con sus teorías acerca de Cho y Charlotte. Las chicas se estaban rebelando subrepticiamente
contra el Gran Orden, comunicándose por medio de notas en las fiestas. Pero hacía casi un
mes que Ginny estaba encerrada.

El estómago de Hermione dio un vuelco. ¿Cuánto tiempo hacía que Ginny esperaba su
respuesta? ¿Semanas? ¿O habría algún otro método de comunicación que ella no conocía?
Hermione examinó el papel una y otra vez, buscando alguna otra cosa importante, y luego lo
arrojó al fuego. Vio el pergamino curvarse y crepitar.

¿Cómo lo mato?

Ginny Weasley tenía acceso directo a Voldemort. “La mascota del Señor Tenebroso”, la había
llamado Cirillo. Ella estaba tan cerca que creía que podría matarlo.

Hermione paseaba por su cuarto, pensando cómo responder. El problema era que matar a
Voldemort no era siquiera la mitad de la batalla.

Nagini.

Tenía que ser Nagini primero. Si Voldemort moría antes que Nagini, no sería suficiente. La
noche en que la Maldición Asesina había rebotado, cuando había intentado matar a Harry por
primera vez, él no había muerto porque sus Horrocruxes lo mantenían vivo.

Como era el Horrocrux final, la serpiente tenía que morir primero. Y solo había tres formas
de matarla. Fuego Maligno, veneno de basilisco, o la Espada de Gryffindor.

Solo había dos personas vivas que sabían acerca de la serpiente, ella y Ron. Ginny podía ser
la tercera. Dumbledore había permitido que tres personas lo supieran después de morir.

¿Cuánto tiempo hacía que la chica rubio fresa tenía la nota de Ginny, esperando tener un
momento con Hermione?

Hermione dejó de caminar, y se apoyó en la repisa de la chimenea. ¿Quién era ella? ¿Quién
era la chica de cabello rubio fresa? Ella no la reconocía, pero eso no era algo de qué
preocuparse necesariamente. Habían capturado Lotes de muchos países, incluso algunos eran
Muggles. Y con su magia suprimida y bajo la vigilancia de los Carrow, era muy improbable
que alguna de las chicas tuviera acceso a un suministro inagotable de Poción Multijugos.

Volvió a pensar en Charlotte. Cho. Las chicas tomadas de las manos debajo de la mesa con
vidrio en las rodillas. Había un sistema en marcha, una red. Y la chica rubia fresa era solo un
engranaje en la máquina.

Si iban a sobrevivir esto juntas, Hermione tendría que confiar en ella.

Corrió hacia los cajones del escritorio, y tomó un fragmento de pergamino. Fue rompiendo
pedazos y probando su tamaño debajo del collar hasta que tuvo una cantidad con la cual
trabajar. Después de algunos intentos, con la punta de una pluma afilada, encontró la manera
de escribir el mayor número de palabras en un fragmento. Pero mientras observaba las
pequeñas letras secándose en el pergamino, se dio cuenta de las implicaciones de sus concisas
palabras.

Fuego Maldito, veneno basilisco, espada Gryff. Nagini primero.

Si las atrapaban… ella estaba entregando todas las claves. Ni siquiera Dumbledore lo había
puesto por escrito.
Pocas personas sabían lo que eran los Horrocruxes, pero si alguien buscara aquellos términos
en un catálogo, lo llevaría directamente al asunto. El punto de mantenerlo como un tema
prohibido era disuadir a los hambrientos de poder de usarlos como armas. Si la información
caía en las manos equivocadas...

¿Podía confiar en que la información llegaría a las personas correctas sin ser descubiertas?
¿Qué tan directo era el acceso de la rubia fresa a Ginny? ¿Por cuántas manos pasaría esta
información?

Y un pensamiento oscuro apareció, mientras Hermione miraba los terrenos iluminados por la
luna a través de su ventana. ¿Qué importaba? ¿Acaso Ginny podría lograrlo sola?

¿Cómo podría Ginny conjurar Fuego Maldito, o encontrar veneno de basilisco? ¿Acaso la
Espada de Gryffindor se le iba a aparecer en el momento exacto?

Hermione sacudió la cabeza, desterrando sus preocupaciones. Sin importar lo imposibles que
fueran las circunstancias, Ginny era ingeniosa. Inteligente. Hermione tenía que confiar en
ella; tenía que darle la información que había pedido. Pero tenía que encontrar otra manera.
Una nota era demasiado riesgoso.

Por ahora, la información más útil que Hermione podía pasar era que Voldemort podía ser el
Rey, pero Nagini era la Reina. Primero hay que tomar a la Reina.

Ginny no podía enfocarse en Voldemort. Tenía que acercarse a Nagini. Y Hermione debía
encontrar la manera de pasar el resto de la información sin una nota.

Se le apareció la imágen del rostro de Voldemort invadiendo su mente. La expresión


pensativa y de incertidumbre una vez que tuvo la confirmación de que Harry había sido un
Horrocrux involuntario. Hermione se mordió el labio, rezando que no hubiera creado otro. Su
alma ya estaba inestable, con suerte no habría sido tan imprudente como para volver a
dividirla.

Eran las cuatro de la mañana cuando Hermione se decidió por tres palabras, claras y nítidas
en tinta de pluma. Una pista, y una advertencia. Una idea que no pensaría Ginny, ni George,
ni ninguna otra persona viva además de Ron.

La serpiente primero.

~*~

Durmió hasta la una del mediodía, dejando que el latigazo emocional de la noche anterior
siguiera su curso a través de ella. El peso total de sus problemas parecía volver a ella
mientras yacía en su cama, parpadeando hacia el techo. Se quitó las mantas de encima con
una mueca.

Ya había decidido cómo responder a la nota de Ginny, pero mientras vertía café de la cafetera
que había aparecido en su mesita de noche, supo que tenía un problema más inmediato. Era
fundamental mantener apariciones constantes en Edimburgo, y estar siempre disponible para
cualquier tipo de comunicación. Y para hacer eso, ella y Draco tenían que cooperar mejor. El
conflicto de la noche anterior había acortado la velada, algo que ya no podía permitirse en un
futuro.

Hermione tomó un largo trago de café, reflexionando. Al parecer, había tres cosas que lo
habían enfurecido la noche anterior. Besar a Flint, intentar interpretar su papel durante la
cena, y dejar que la chica de cabello rubio fresa se le aproximara. Respecto a Flint, Hermione
suponía que podía verlo desde su perspectiva, pero igual lo volvería a hacer sin pensarlo.
Seguro que él podía entender por qué.

El resto de su enojo no tenía sentido.

Cerró los ojos, luchando contra su irritación y el acertijo imposible que era Draco Malfoy. Tal
vez entender la raíz causante de su enojo no era tan importante como asegurarse que no
volviera a suceder. Necesitaba saber qué podía hacer y qué no. O de lo contrario, el podría
decidir volver a llevar a Pansy en su cuerpo.

Hermione frunció el ceño ante su taza de café.

Eso no podía pasar. Era su cuerpo, solo ella tenía derecho a usarlo. Y las chicas contaban con
que ella estuviera allí, dejando a un lado las pequeñas disputas. Necesitaba hacer las paces
con él.

Incluso aunque creyera que estaba equivocado.

Frunciendo el entrecejo, se tomó de un trago el resto de la taza de café y fue al baño a


refrescarse.

~*~

Después de ordenar sus ideas, fue a buscarlo por la Mansión. Lo encontró en su estudio en el
primer piso, la puerta estaba apenas entreabierta. Después de un par de golpes sin respuesta,
empujó la puerta con las yemas de sus dedos, aguantando la respiración mientras se abría. Él
estaba inclinado sobre su escritorio, sellando un sobre con el lacrado de los Malfoy, con una
expresión impasible en el rostro. Ella se quedó de pie en la entrada, esperando que la viera.

Finalmente, él levantó la mirada, y sus ojos la fulminaron al recorrer sus jeans y sus
zapatillas. Ella se había dado cuenta que él odiaba que usara jeans.

Tragó saliva y levantó la barbilla. —¿Podemos discutir una cosa?

—Por supuesto que sí, Granger—. Su tono era áspero, mientras se levantaba y guardaba el
sello y el lacre en el cajón del escritorio.

Ella sintió arder la ira que solo él conseguía agitar en ella antes de volver a enfocarse.

De pie junto a la puerta, casi bloqueando la salida, dijo, —Me gustaría conversar acerca del
hecho de que todavía no hemos tenido una velada exitosa en Edimburgo.

Los ojos de él parpadearon. —Exitosa—. Ella asintió, y la comisura de su boca se crispó. —


¿Y cómo se vería eso, Granger?
—Tú dímelo—, dijo ella en voz baja. —He ido dos veces y las dos veces sentí que me estaba
ahogando.

Un destello de algo en su rostro; culpa, tal vez. Ella hizo un poco más de presión, sosteniendo
su mirada.

—Quiero seguir yendo a Edimburgo. No quiero que lleves a alguien más en mi cuerpo otra
vez.

Él tomó aire bruscamente. —Granger...—

—A pesar de ser aterrador y repugnante, Edimburgo es el único lugar en el que puedo ver a
mis viejos amigos—, se apresuró a interrumpirlo. —Y escuchar un poco de lo que sucede en
el mundo exterior.

Hizo una pausa, se mordió el labio. Había decidido evitar hablarle de la nota o de los canales
de comunicación. Incluso aunque su corazón le decía que podía confiar en Draco, su mente
sabía que era ilógico. Él la había mantenido en ignorancia acerca de muchas cosas.

—¿Qué estás intentando decir, Granger?— Se puso de pie junto a su escritorio, con las
manos en los bolsillos, y la observó con una mirada inclinada.

—Tenemos que estar en la misma sintonía en esas fiestas. No más peleas.

—¿Y cómo propones que hagamos eso?

—Bueno, para empezar, si debo abstenerme de besar a Marcus Flint en el futuro, supongo
que puedo hacer ese sacrificio—, dijo ella secamente.

Él puso los ojos en blanco y suspiró. —Qué magnánimo de tu parte.

—Creo que necesitamos estar más cómodos el uno con el otro—, dijo, yendo directamente al
grano.

Sus ojos se clavaron en ella, ilegibles.

—Yo soy demasiado rígida, y tu eres demasiado… asustadizo—. Él abrió la boca como si
fuera a discutir con ella. —“En contra de la intimidad”, o lo que sea—, dijo, haciendo un
gesto displicente. Él cerró la boca, y ella apartó la vista de su intensa mirada. —Me gusta
abordar las situaciones con toda la información necesaria. No sabía que tenías aversión a los
besos, ni sabía los detalles de la visita de Pansy a Edimburgo en mi cuerpo—, se sentía
bastante orgullosa de que su voz no se le estuviera quebrando, —y ambos hechos me
inquietaron—. Ella apartó la mirada del escritorio y encontró sus ojos fijos en un punto por
encima de su hombro. Tragó saliva. —Creo que Flint se dio cuenta de mi malestar.

—Y lo capitalizó—, finalizó él.

Ella asintió. Inhaló profundamente y recordó a Ginny, recordó cuánto la necesitaba;


Hermione hizo la pregunta que la había llevado allí en primer lugar.
—Cena conmigo esta noche—, dijo. —Solo nosotros dos.

Los ojos de él salieron disparados hacia su rostro. Estaba inmóvil, excepto por el músculo de
su mandíbula.

—Cenar...

—Conmigo—. Ella asintió. —Quiero que discutamos cómo luciría una velada exitosa en
Edimburgo para ti. Qué puedo hacer yo para convencer a tus amigos y a los otros Mortífagos
del tipo de relación que se supone que tenemos.

Él se rascó el cuello, y ella vio unos puntos rosados debajo de la camisa. —Esta noche no
estoy.

La respuesta fue rápida, y Hermione entrecerró los ojos.

—Mañana entonces—, dijo. Él se movió de un pie a otro, y ella interrumpió la excusa que
sabía que vendría. —O cualquier día, en verdad. Mi agenda está bastante abierta.

Él fijó la mirada en un agujero de su escritorio y respondió. —Mañana.

—Maravilloso. Arreglaré todo con los elfos. Solo nosotros dos.

Él arqueó una ceja, y con un dejo de reticencia dijo, —Es una cita.

Ella sintió que se le aceleraba el pulso y sus mejillas se acaloraban. Murmuró algo en
afirmativo antes de desaparecer del marco de la puerta y subir corriendo las escaleras de
regreso a su cuarto.

~*~

Remmy la había fulminado con la mirada cuando ella entró en las cocinas y pidió que le fuera
servida una cena privada para ella y para Draco a las ocho en punto. La elfina había irradiado
sarcasmo al preguntar. —¿La Señorita querrá velas en la mesa también?

—Solo se necesitará comida y vino, gracias—, había balbuceado Hermione antes de salir del
lugar.

Tomó el té de la tarde con Narcissa, y, aunque no mencionó nada, sí le preguntó a Hermione


si quería cenar con ella aquella noche. Hermione puso una débil excusa para tomar la cena en
su habitación, suplicando fervientemente que Narcissa cenara en su terraza, como era su
costumbre. Narcissa simplemente había respondido con un, —Ciertamente, cariño—, y había
dado un delicado mordisco a su galleta, sonriendo con picardía hacia su taza de té.

La palabra “cita” se había quedado adherida en su cabeza como pegamento, y la aturdía


mientras intentaba prepararse para la velada. Hermione se tuvo que restringir de cambiarse
varias veces los jeans. Cuando sus manos hicieron ademán de abrir el cajón del maquillaje, en
su lugar las mantuvo ocupadas trenzando su cabello para que descansara sobre un hombro,
castigándose por estar considerando algo tan estúpido como arreglarse para Draco Malfoy.
Esto no era “una cita”. Era una preparación para otra salida a Edimburgo. Necesitaba volver a
Ginny, y necesitaba protegerse de las sospechas.

Frunció el ceño y examinó su reflejo en el espejo. No podía volverse loca con lo de esta
noche, a pesar de los sentimientos que todavía no había logrado enterrar. Se descubrió
intentando arreglar su cabello otra vez, y puso los ojos en blanco por su estupidez; Draco
Malfoy nunca tendría una cita con ella.

A las ocho menos cuarto se dirigió al comedor para revisar los preparativos. Remmy había
colocado dos platos, como ella le había pedido, uno en la cabecera de la mesa y otro justo a
su izquierda. Una botella de vino tinto había sido decantado, y las fuentes estaban llenas de
verduras y asado.

Nerviosa, tomó su asiento al costado de la mesa, y solo tuvo que esperar cinco minutos hasta
que los pasos de Draco arrastraron su mirada hacia la puerta. Se puso de pie rápidamente
cuando él entró, y se alegró de ver sus zapatos de cuero de dragón en lugar de sus botas de
Mortífago. Los ojos de él recorrieron el vino y la comida en la mesa antes de aterrizar en ella,
evaluando rápidamente su cabello trenzado y sus jeans.

—Granger—, saludó antes de dirigirse a su silla en la cabecera, con la confianza de alguien


que acostumbra a disfrutar de una cena con su esclava.

Ella consiguió asentir brevemente. Volvió a ocupar su asiento, y se enfocó en colocar una
servilleta en su regazo mientras preguntaba. —¿Cómo estuvo tu día?

Él se aclaró la garganta. —Bien. ¿Y el tuyo?

—Hermoso, gracias.

Ella tomó su copa de vino y bebió un largo trago, fallando en intentar pensar en algo para
romper el silencio. Draco llenó su plato con comida antes de empujar la fuente en su
dirección, apretando los labios en una fina linea. Hermione jugueteó con sus cubiertos, un
rubor comenzaba a subir por su cuello.

Comieron en silencio por treinta y séis segundos hasta que ya no pudo soportarlo.

—Claramente ninguno de los dos sabemos de conversaciones triviales, pero no tengo


intención de sentarme en silencio durante dos horas, Malfoy—. Él arqueó una ceja, y ella
sintió que el rubor se extendía por sus mejillas. —Tengo más preguntas. Pero sé que odias las
preguntas…—

—No odio las preguntas...—

—Te ponen de mal humor...—

—No lo hacen. Tu me pones de mal humor.

Ella frunció el entrecejo y pinchó sus vegetales con un contundente tintineo.


Él tomó un sorbo de vino, observándola. Ella tomó un bocado grande y desafiante de comida
y le sostuvo la mirada.

—¿Cuáles son tus preguntas, Granger?

Ella tragó con dificultad. —¿Quién es Charlotte?

—Es descendiente de la familia Selwyn—. Él frunció el ceño, pensativo. —La madre de


Charlotte fue repudiada por casarse con un hijo de Muggles. La familia es británica, pero
Charlotte fue criada en Alemania. Ha vivido allí hasta que su padre comenzó a organizarse
contra el Señor Oscuro, momento en el cual ella fue capturada y entregada a los Carrow.

La mente de Hermione se aceleró, asimilando todo. —¿Y por qué se le ha dado tanta
autoridad en Edimburgo? Tu dijiste que tenía más libertad que cualquier otra Chica Carrow.

—No lo sé, realmente—. Cortaba su carne con cortes pequeños y precisos. —Supongo que es
porque ella… es realmente buena en lo que hace.

Una helada sospecha se apoderó de ella. —¿Y qué es exactamente lo que ella hace?

El tenedor de Draco se detuvo a medio camino de su boca. —Hace de anfitriona. Con una
sonrisa. Coquetea y hace bromas. Se deja ver cuando se necesita que sea vista, se hace
invisible cuando se necesita que sea invisible.

Hermione frunció los labios mientras cortaba la carne. La arrogancia de los Mortífagos era
asombrosa. Darle las llaves de Edimburgo a una chica con unos antecedentes como los de
Charlotte, permitiéndole moverse de un cuarto a otro a voluntad, parecía ser un terrible
descuido. Hermione miró fijamente su plato mientras una nueva idea se le ocurría. Charlotte
probablemente sabía casi todos los detalles de lo que sucedía en el castillo. Incluso lo que
sucedía en el “otro” cuarto, al que Hermione aún no se le había permitido entrar.

Archivó la información y continuó hacia su siguiente pregunta.

—Los tatuajes. ¿Cómo hicieron tu y Blaise para encontrar una solución para Pansy?

—No lo hicimos—. Ella entrecerró los ojos, y él se encogió de hombros. —Un hechizo de
purificación de la sangre y pura suerte. No estábamos seguros de que funcionaría. Entiendo
que si Pansy hubiera cruzado el límite de la propiedad, hubiera sido imposible quitarlo.

—Y no tienes idea de cómo evadir estos tatuajes.

—No es exactamente el tipo de pregunta que suelo andar haciéndole a otros Mortífagos, no
—, dijo él, secamente. —Se supone que todos los intercambios oficiales de esclavos deben
pasar por Yaxley o por Dolohov.

—Por eso Pansy está “muerta”.

—Si—. Un músculo en su mejilla se crispó. —¿Estás organizando tu gran plan de escape,


Granger?
—Mhm—, dijo ella, con gesto inocente, ignorando la pregunta. —Estuviste dispuesto a
divulgar información acerca del escape de Dover en la partida de cartas. ¿Te importaría
compartirla?

Ella lo vio masticar, sus labios apretaban con fuerza los pequeños trozos, igual que hacía su
madre. Una mandíbula aristocrática moviéndose rápidamente.

—Bill y Fleur Weasley consiguieron salir.

Hermione parpadeó, su mirada se apartó de sus labios. —¿En serio?

Él asintió hacia su plato. —Y mi tía y su nieto.

Hermione apretó su servilleta entre sus manos, soltando un tembloroso suspiro de alivio. Bill,
Fleur, y la madre de Tonks y su bebé estaban a salvo. No había oído nada acerca de ellos.
Aparentemente Voldemort había estado también censurando la lista de Indeseables del
Profeta.

—¿Sabes a dónde fueron?

—Francia—-. Bebió su vino, y ella lo vio tragar. –Le están causando unos cuantos problemas
al Señor Oscuro desde allí.

Hermione sonrió contra su servilleta. Bien. Cuando volvió a levantar la vista, con una sonrisa
aún desvaneciéndose de sus labios, él todavía miraba hacia otro lado.

Respiró hondo y se preparó para la segunda mitad de sus planes para esa noche. Tomó su
copa de vino, tomó dos largos tragos, y luego se puso de pie.

Los ojos de él salieron disparados hacia ella. —¿Qué estás haciendo?

—Creo—, tragó saliva, odiando el sonido agudo de su voz, —creo que deberíamos practicar.

Los cubiertos de él flotaban por encima de su plato. Su ojo se crispó. —Practicar.

—Para estar más cómodos el uno con el otro—. Ella se movió hacia el otro lado de él,
tomando su botella de vino. Él no se movió un centímetro mientras ella le llenaba la copa,
como solía hacer en Edimburgo. De pie junto a él, apretó los labios cuando él no levantó la
mirada hacia ella, todavía congelado en su silla. —Creo que deberías sentarme en tu regazo
ahora.

Él bajó los cubiertos y respiró hondo. —¿Este es tu plan maestro, Granger?

—Si. Tenemos que estar más cómodos para montar un espectáculo convincente—. Se
retorció los dedos uno contra otro. —A los dos nos vendría bien un poco de ensayo...—

—Eso no será necesario.

—No estoy de acuerdo. Ya viste la artimaña de Flint, y va a intentar hacerlo de nuevo si


seguimos dándole razones para...—
—Esta idea es simplemente infantil...—

—¡Lo que es infantil es que no puedas soportar tocarme!

—Ya te toco lo suficiente, es absurdo que me estés pidiendo más...—

—…y aunque es bastante obvio que te parezco físicamente repulsiva…—

Él dejó escapar una seca carcajada.

Las fosas nasales de ella se ensancharon. —No sé cómo te comportas con las chicas con las
que te acuestas, Malfoy, pero si ésta es tu idea de intimidad, entonces claramente necesitas
más ayuda de la que yo podría ofrecerte...—

La mano de él salió disparada y la aferró por la cadera del lado contrario, tirando de ella hacia
su regazo. Ella se tragó un chillido y se estabilizó contra la mesa, con el corazón galopando.
En un intento de salvar su dignidad, levantó la barbilla, y se movió hasta que pudo sentarse
adecuadamente. Al parecer, era tan difícil encontrar una posición equilibrada con jeans y
zapatillas como lo era con un vestido corto y tacones.

—¿Y ahora qué, Granger?— Rugió, y ella lo sintió vibrar contra sus costillas.

La punta de sus orejas ardieron. —Solo… comportate normalmente. Como si esto fuera…
normal—. Ella se aclaró la garganta y fue a tomar su copa de vino, estirándose hasta su lado
de la mesa. —Sigue comiendo como si yo no estuviera aquí.

Draco pareció respirar largo y lento antes de tomar su tenedor nuevamente. Empujó sus
verduras de un lado a otro, mirando fijamente sus arvejas.

Hermione se negó a mirar hacia su regazo, demasiado rígida. Tenía pocas alternativas. Podía
mirar incómodamente su rostro. Podía observarlo jugar con su comida. O, la más segura de
las opciones: podía mirar fijamente su cuello, y estudiar el modo en que un rubor rosado se
esparcía ante sus ojos.

—¿Con qué frecuencia juegan a las cartas durante la cena?— Preguntó suavemente, y vio que
su garganta subía y bajaba al tragar.

—Juegan más o menos cada dos semanas. No hay un calendario—, dijo.

—¿Y no es peligroso? ¿Tener a las chicas de testigos?

—Las primeras dos veces les borraron la memoria, pero hubieron quejas porque las chicas
habían estado demasiado confundidas después. Así que ahora todos simplemente… se
arriesgan, supongo. Las chicas tienen instrucciones de ser discretas.

Hermione frunció el ceño. Arrogantes y bárbaros. Pensó en la chica de cabello rubio fresa y
sus ojos intensos durante el juego, escuchando cada detalle. Puede que las Chicas Carrow
estuvieran bajo un control muy estricto, pero tenían acceso a una gran cantidad de
información.
Estabilizó su ritmo cardíaco, e hizo la pregunta que más había estado temiendo.

—¿Hay algo más que debería saber acerca de la noche en que Pansy fue en mi lugar?

La mandíbula de él se tensó mientras masticaba. Negó con la cabeza y se estiró para tomar su
copa de vino.

—¿Estás seguro?— Presionó. —Me atraparon con la guardia baja el viernes, y eso nos metió
en una situación...—

—No hay nada más que debas saber—, espetó. Su copa de vino chocó contra la mesa.

Ella hizo una pausa. —Pucey comentó que no nos veíamos “cariñosos”. Dio a entender que
Pansy se veía más cómoda en la cena—. Tomó aire para tranquilizarse, y se recordó por qué
tenía que preguntar. —En Edimburgo, ser discreto significa estar cómodos el uno con el otro.
¿Me dirías cómo se ve eso?

Las costillas de él dejaron de moverse debajo de las suyas. Sintió que los músculos de su
estómago se contraían antes de tomar aire lentamente y decir. —Pansy y yo estamos más
cómodos el uno con el otro por la naturaleza de nuestra antigua relación. Así que eso...—

—Es decir, porque tuvieron sexo.

Él exhaló bruscamente. —Si, supongo.

Ella asintió con la garganta seca. No había razón lógica para pensar que ellos no habían
dormido juntos en Hogwarts, así que no estaba segura de por qué aquella confirmación había
hecho que su estómago se contrajera.

—Es—, él se aclaró la garganta, —no es solo eso. Pansy y yo somos cercanos. Estoy segura
de que tu estarías más cómoda sentada en el regazo de Weasley...—

Hermione resopló. —Yo nunca he hecho nada como esto con Ron.

Él apretó los labios con fuerza, y la mano que sostenía la copa de vino se tensó.

—Entonces, ¿qué debo hacer?— Continuó. —¿Qué hizo Pansy de diferente?

Él lanzó un enorme y laborioso suspiro. —Tu comportamiento el viernes estuvo bien.


Podemos seguir haciendo eso...—

—Bueno, está bien—. Ella levantó la mano y se la pasó por el cabello de la nuca. Acarició el
cuero cabelludo con los dedos, dejando que los suaves mechones se escurrieran por sus
nudillos.

Él apartó la cabeza bruscamente. —¿Qué estás haciendo…?—

—Oh, ¿también tienes una regla de No-Tocar-El-Cabello?— Puso los ojos en blanco. —
Relájate.
Él dejó escapar un suspiro irregular mientras sus dedos se deslizaron por el cabello encima de
su oreja. Ella lo vio volver a tomar el tenedor, pero no hizo nada con él. Frotando su cabello
como si fuera seda, ella trazó una curva alrededor de su oreja, rodeando el borde con la yema
de sus dedos.

Él se estremeció, y ella pensó en la forma en que Goyle y Pucey sostenían a las chicas cerca y
tan solo observaban el juego de cartas. El modo en que la chica rubio fresa le había hecho un
masaje en el cuello a Theo y había besado su mandíbula para la buena suerte. La manera en
que había visto a otras Chicas Carrow sonreír y susurrar en los oídos de los chicos o frotar
sus narices en sus cuellos.

—Relájate—, repitió en voz baja. Volvió a acariciar el cabello encima de su oreja, y sus
dedos subieron y bajaron por el cuello de él, teñido de rubor por el vino. Se inclinó hacia
adelante y presionó sus labios sobre la piel debajo de su oreja.

La tierra dejó de girar en el segundo que duró el brazo de él al curvarse alrededor de su


cintura y extender su mano por encima de sus costillas. Ella separó los labios y volvió a
besarlo. Su piel estaba limpia y mentolada, y ella sintió que la garganta de él subía y bajaba
contra su boca al tragar.

Y entonces en un rápido movimiento él la había puesto de pie, y se había levantado de su


silla.

—¿Qué mierda estás haciendo?— Siseó.

Ella se estabilizó con la mesa y lo vio tocarse el cuello, donde sus labios habían estado. La
boca de él se movía sin decir palabra mientras la miraba. Tal vez sentía que ella lo había
contaminado.

—Estoy haciendo lo que se supone que haga—, gruñó. —Si tan solo te calmaras...—

—¡No puedes simplemente sentarte en el regazo de un tipo y besarle el cuello, Granger!

Ella parpadeó, respirando rápidamente mientras él se pasaba una mano por el cabello.

—¿Y por qué no? Eso es precisamente lo que pasa en Edimburgo...—

—¡Eso es en Edimburgo!— Espetó. —¡Esto es aquí, en mi casa!

Los ojos de ella se desorbitaron al verlo caminar hacia la salida.

—¿Cuál es tu problema? ¡Estamos practicando…!

—No puedes ser tan tonta—, murmuró, saliendo del comedor.

Ella se precipitó detrás de él, y se detuvo en la puerta.

—¡No hemos terminado, Malfoy! ¡Te espero para cenar mañana por la noche!
Él desapareció a la vuelta de la esquina, y Hermione soltó una maldición entre dientes,
levantando los brazos en el aire.

Se acercó a la mesa, apuró su copa de vino y se terminó su plato, y el de él también, en caso


de que planeara invocarlo más tarde.

~*~

Después de enviar un elfo al cuarto de Draco con una invitación formal para la cena,
Hermione pasó el resto del lunes practicando Oclumancia.

Estaba perfectamente preparada para volver a pasar otra velada en su regazo, y se esforzaría
aún más para convencerlo de que era necesario. Apartó los pensamientos errantes acerca del
aroma de su piel y la calidez de su pecho contra el costado de su cuerpo, y se concentró en
Ginny. Se enfocó en la manera de permanecer en el juego.

Y a las ocho menos cuarto se encaminó escaleras abajo. A las ocho y cinco, todavía lo estaba
esperando, mirando fijamente su copa de vino a pesar de estar segura de que no sería tan
reactiva esta vez. Finalmente escuchó pasos arrastrándose por la piedra a las ocho y doce
minutos. Cuando se volvió para arquear una ceja hacia él, vio que se veía como un niño que
había sido arrastrado a un día en la oficina con sus padres, frunciendo el ceño con ojos
aburridos, resignado a pasar un mal rato.

—Buenas noches—, dijo ella con sarcasmo.

Él se arrastró hacia su lugar en la mesa sin decir palabra. Una vez que estuvo sentado, ella se
puso de pie, le sirvió vino, y se sentó con determinación en su regazo, como si lo estuviera
desafiando a poner una objeción. Su expresión no cambió cuando ella acercó su plato de
comida, tomó sorbos de vino, o masticó el bocadillo que Remmy había enviado como primer
plato.

—Tengo otra pregunta—, dijo ella con remilgo, rompiendo el silencio. Él no respondió,
ignorando la mirada que lo perforaba mientras bebía un trago largo de vino. —¿Dónde está tu
padre?

Eso le valió un ceño fruncido, y él dejó caer con fuerza su copa sobre la mesa. —Sabes que
no puedo decirte eso.

—Estabas a punto de apostar esa información el viernes.

—Sabía que iba a ganar.

—Empataste. Eso difícilmente sea ganar—. Ella sintió que sus costillas se expandían contra
las suyas en una respiración profunda. —Solo ibas a nombrar el país—, continuó, con un
tono más gentil. —¿Ni siquiera puedes darme eso?

La expresión que pasó por los ojos de él por un momento la aturdió. Una suavidad que
sugería que tal vez ella podría pedirle cualquier cosa. Parpadeó una vez por encima de su
copa de vino y ya había desaparecido.
Quizá se la había imaginado.

—Rumanía—. Sus largos dedos juguetearon con el mantel blanco. —Es todo lo que sé.

—Rumanía—, repitió ella, deseando que se calmara su ritmo cardíaco. —¿Se ha ido sin fecha
de regreso?

Draco asintió. —Puede hacer llamadas de emergencia por Flu, pero no debe ser molestado a
menos que sea estrictamente necesario.

Ella frunció el ceño, sabiendo que no tenía más que puras especulaciones.

Sin querer presionarlo mucho más después de lo de la noche anterior, se contuvo de hacer
más preguntas. Se sentó tranquilamente en su regazo mientras él terminaba su vino y comía
su cena, mientras su mente ordenaba todo lo que había aprendido.

Estaba decepcionada de lo poco que él sabía, de lo poco que ella sabía aún, pero por lo
menos era un comienzo. No tenía la sensación de que él le hubiera mentido o le estuviera
ocultando información. Aún más importante, parecía que estaban progresando a nivel
interpersonal. A pesar del difícil comienzo de la noche, no habían peleado, y eso era una
mejora significativa.

La siguiente noche, ella comió temprano, y terminó rápidamente su vino, dándole el coraje
que necesitaba para empujar sus límites un poquito más allá. Se pasó la cena curvada contra
su costado, pasando los dedos por su cabello mientras él empujaba sus verduras. Ella pudo
notar que él le sostenía la mirada un poco más tiempo que lo habitual, e hizo todo lo posible
para ignorar el aleteo en su pecho cada vez que sucedía.

—¿Qué pasa con el Salón?— Preguntó.

Lo sintió respirar antes de decir. —¿Qué hay con él?

—Sólo he estado ahí una vez—. Ella tomó un sorbo de su copa de vino. —¿Tu dijiste que la
atmósfera estaba más tranquila...—

—Esto está bien—, la interrumpió. —Lo que estamos haciendo aquí—, señaló con su mano
entre ellos dos, —estaremos bien para el viernes.

Ella arqueó una ceja, pero se guardó sus reservas para sí. Cruzarían ese puente más tarde,
pero ahora no quería alterar su progreso. Todavía era demasiado frágil.

A medida que avanzaba la semana, Draco comenzaba a distraerla de sus pensamientos


incluso más de lo habitual. Tuvo que aumentar la cantidad de tiempo que pasaba practicando
Oclumancia en la mañana, para poder mantenerse concentrada el resto del día revisando el
Profeta y continuar con sus investigaciones.

Pero por la noche, cuando solo estaban ellos dos, ella tiraba hacia adelante el estante de él, y
dejaba que todos sus ejemplares se abrieran, en patrones y colores vibrantes.
Era peligroso, lo sabía, dado su historial de sentimientos por él, pero no veía otro camino que
no fuera la necesidad de ganar su confianza. Una conexión sólida con él, incluso una amistad.
Trató de ignorar la molesta voz en su cabeza que le decía que en realidad ella no quería
encontrar otro camino.

El miércoles, ella tomó algo de su plato mientras estaba sentada contra su pecho. Lucharon
por la última de sus papas, y él le pinchó los dedos con el tenedor cuando ella los estiró para
tomarla. Se le aceleró el pulso mientas sonreía, e intentó ofrecerle la papa, empujándola
contra sus labios. Él puso los ojos en blanco y apartó el rostro.

Así es como los encontró Narcissa Malfoy: Hermione sentada en el regazo de su hijo, el
brazo de él envuelto alrededor de su cintura, y ella intentando darle de comer mientras él
apartaba dramáticamente su cabeza de lado a lado.

—Oh—, dijo Narcissa.

Hermione soltó un grito ahogado, y salió con torpeza de la falda de Draco. Draco se puso de
pie de un salto, empujando su copa de vino.

—No estábamos...—

—Esto no es lo que parece...—

—Es solo que...—

—¿No puedes tocar la puerta, madre?

—Vaya—, murmuró Narcissa, y Hermione sintió que su rostro se ponía rojo como una
remolacha ante la sonrisa apenas disimulada que se extendía por sus facciones. —No dejen
que los interrumpa.

—No estás interrumpiendo nada—, dijo Draco rápidamente, casi gritando las palabras.
Comenzó a mover su silla, y luego la empujó bruscamente al oír que hacía ruido al patinar
contra el piso.

—No, no—. Narcissa agitó las manos. —Por favor, terminen su comida. Insisto—. Y con una
chispa en sus ojos dijo. —¿Les puedo traer algo? ¿Más vino? ¿Tal vez los elfos pueden traer
postre?

—Madre—, siseó Draco como advertencia.

Hermione miraba fijo a sus zapatos, con el pulso latiendo con fuerza en sus oídos. Sentía que
le picaba la piel de culpa y vergüenza en cada parte en la que había estado en contacto con el
cuerpo de Draco.

—Muy bien, entonces. Disfruten el resto de su cena—. Narcissa salió del cuarto haciendo un
guiño descarado.

Hermione dejó caer la cabeza en sus manos tan pronto dio vuelta la esquina. —Oh, dios—,
gimió.
Draco giró sobre los talones antes de excusarse con un murmullo ininteligible, dejándola sola
en el comedor, con ardor en la piel y culpa en la consciencia.

~*~

El viernes recorrieron el, ahora conocido, camino hacia el patio, aunque esta vez ella
consiguió seguir fácilmente el ritmo de él. Se abstuvo de juguetear con su collar lo mejor que
pudo, pero sentía que la nota le quemaba sobre la piel. Se había estado debatiendo durante
todo el jueves, pero todavía sentía que no debía contarle nada a Draco. Solo podía esperar
tener otro momento oportuno con la chica rubio fresa.

Cuando Charlotte los recibió con el champagne, Hermione la estudió cuidadosamente. Pero
la morena simplemente sonrió y brindó por ellos al pasar, apartando rápidamente la mirada.
Hermione intentó mantener el contacto visual, intentó comunicarse con ella, pero la cortina se
cerró tras ellos mientras se volvía para recibir a otro invitado.

Encontró a Cho colgando del brazo de Mulciber en el Gran Salón, sonriendo mientras la
mano de él bajaba por su espalda. Pero el interés de Hermione estaba en otro lugar, sus ojos
estaban abiertos y alerta a cualquier señal de la chica con cabello rubio fresa. Antes de que
pudiera echar un vistazo decente al salón, Draco la estaba conduciendo hacia el piso de arriba
por los retorcidos escalones, pasando el control de Harper, y a través de las puertas del
comedor. Hermione se tragó su decepción, preguntándose si habría cometido un error al no
contárselo.

Lo primero que notó fue que Blaise Zabini estaba riendo jovialmente por algo que Nott había
dicho. Sus ojos salieron disparados detrás de la silla de Nott, y descubrió que había una Chica
Carrow distinta, esperando tranquilamente para servir el vino. Sus ojos escanearon el cuarto,
pero no había rastros de la chica rubio fresa. La decepción en su estómago se retorció con
más fuerza.

—Oh tranquilo, corazón mío—, exclamó una voz cuando la puerta se cerró detrás de ellos, y
Hermione se volvió para encontrar a Marcus Flint haciendo una dramática reverencia. —Mi
dama se aproxima.

Ella bajó la mirada, lista para interpretar su papel.

—No es tu dama—, saltó Draco, en parte advertencia y en parte un tono juguetón en su voz.

—Oh, Amor—, arrulló Flint, —¿Acaso Draco te dio una buena nalgada por lo de la semana
pasada? Nuestro muchacho nunca fue bueno para compartir. ¿Por qué no te inclinas sobre mi
regazo para besártela hasta que se mejore?

Los chicos rieron mientras Draco tomaba su asiento, su mandíbula apenas se tensó antes de
relajarse en una sonrisa. Más saludos y conversación mientras ella asumía su posición frente
a la ventana. Hizo un inventario de las chicas alrededor de la mesa, comenzando por su
derecha: varias de las Chicas Carrow que solían rotar entre Higgs, Derrick y Warrington;
Susan detrás de Goyle; y Penelope detrás de Flint. Pero Mortensen estaba ausente en su lugar
detrás de la silla de Pucey, la reemplazaba una Chica Carrow.
Catalogó la información y siguió adelante, pero perdió el aliento al ver a la sobrina del
Ministro italiano parada detrás de la silla de Zabini. Giuliana Bravieri se veía tan pequeña.
Sus ojos fijos en sus zapatos, sus muñecas delgadas y cruzadas sumisamente frente a su
estómago. El corazón de Hermione se estrujó de dolor, y la bilis subió por su garganta,
seguido de una ira aguda al recordar lo que había tenido que atravesar. Menos mal que “no
iba a aparecer en el futuro cercano”. Aunque tal vez Draco no sabía que ella iba a estar aquí
esta noche.

Diez chicas dieron un paso al frente, sirvieron vino en las copas de cristal, y antes de que
pudieran volver contra la pared, el brazo de Draco estaba alrededor de su cintura guiándolo
hacia su regazo. Aparte de Zabini, que arqueó teatralmente una ceja hacia ellos, nadie dijo
nada. Hermione estaba bastante satisfecha con que su “práctica” diera frutos, pero la invadió
un momento de culpa por los minutos extra que Susan tendría que soportar contra el pecho de
Goyle, cuando él inmediatamente siguió el ejemplo de Draco.

Ella cruzó las piernas en su pequeño vestido lencero, inclinando las rodillas contra la cintura
de Draco. El brazo izquierdo de él se deslizó sobre su cadera, sujetándola cerca suyo, en lugar
de apretar el brazo de la silla con los dedos. Cuando ella se movió en su regazo, rozando la
nariz contra su cuello y dejando que sus dedos jugaran con el cabello detrás de su cabeza, él
no se inmutó. Se sentía aturdida por el éxito. El tiempo que habían pasado juntos había dado
frutos, tal como lo había predicho.

Él la zarandeó al soltar una carcajada por algo que había dicho Zabini, y ella se giró hacia él,
descubriendo que la chica italiana la estaba mirando fijo con sus profundos ojos marrones.
Estaba sentada cautelosamente en el regazo de Zabini, como si él no estuviera tan cómodo
siendo íntimo con ella como lo era con las demás. Hermione se sintió observada, despellejada
por la mirada. La chica rápidamente volteó los ojos hacia el mantel, y una pequeña sonrisa
tiró de sus labios carnosos, casi como si la hubieran atrapado en algo. Hermione tragó saliva
y apartó sus preocupaciones sobre la joven muchacha a un lado, enfocándose en la
información que pudiera recopilar.

Después de media hora, nada digno de mención había llamado su atención en la charla de la
mesa. Pero entonces la voz de Theo se elevó por encima de las otras.

—Hay un Cañón de la Una en Punto esta noche*—, dijo, haciendo girar su tenedor
perezosamente en el aire.

Un murmullo colectivo de interés recorrió la mesa. Todos excepto Draco, cuyas piernas se
tensaron debajo de ella. Ella le pasó los dedos por el cabello, dibujando círculos en su cuero
cabelludo como él le había hecho a ella la primera noche que estuvieron allí.

La frase era conocida, pero no podía ubicarla. Parecía como una expresión militar.

—Me encanta la cena con show—, dijo Flint, y la mesa estalló en carcajadas.

La mano de Draco pellizcó su cadera, haciéndola estremecer placenteramente. Se contuvo,


volviendo a concentrarse. Tenía preocupaciones más urgentes, como preguntarse si este
nuevo evento podría reducir el tiempo que necesitaba para encontrar a la chica de cabello
rubio fresa.
Sintiendo una mirada sobre ella, se volvió para ver a Giuliana Bravieri observando fijamente
la mano de Draco en su cadera con alegre curiosidad. Hermione frunció el ceño, intentando
descifrar lo que la chica estaría pensando. Sus ojos marrones subieron hacia ella, y justo antes
de apartar la vista y mirar sumisamente hacia el mantel de nuevo, ella arqueó una ceja hacia
Hermione, un arco perfecto, y le dirigió una sonrisa traviesa, una nacida de años de práctica,
años de superioridad y estatus.

Hermione sintió que su respiración le tartamudeaba en el pecho.

Pansy.

¿Podría ser? Era demasiada coincidencia que una angustiada niña de catorce años pudiera
esbozar una sonrisa como aquella.

Hermione se sorprendió mirándola fijo, y cerró el libro sobre Pansy, apartándolo lejos. Volvió
sus ojos hacia la mesa y aguzó de nuevo el oído.

Era una velada bastante tranquila en el comedor, a pesar de las horas que pasaron allí
sentados charlando y riendo. Pucey estaba trayendo a la memoria antiguos juegos notables de
Quidditch en Hogwarts. Escuchó el nombre de Harry más de una vez, y sintió que las páginas
de su libro temblaban y se sacudían hasta que los obligó a asentarse en su cabeza.

Un repique, amplificado en todo el comedor, cortó por encima de la música y silenció las
voces por la sorpresa. Hermione levantó la mirada, buscando el orígen. El reloj de la pared
marcaba la una menos cuarto.

Los muchachos vitorearon, tomaron sus bebidas y apretaron más cerca a sus chicas, frotando
sus manos una contra otra.

Draco la apartó de su lado, toda la tensión regresaba a su cuerpo. Zabini intercambió una
mirada con Giuliana/Pansy.

—¿Qué es eso?— Susurró Hermione a Draco.

Él negó con la cabeza en advertencia, y siguió a los otros mientras bajaban la escalera caracol
hacia el Gran Salón. Ella mantuvo los ojos abiertos para ver a la chica rubio fresa, buscando
entre la multitud de personas mientras se dirigían hacia las salidas del patio.

Levantó la mano para ajustarse el collar, pero se contuvo a sí misma.

—Ella tiene que ir al baño—, anunció Draco. —Me reuniré con ustedes en Mill’s Mount**.

Pansy volteó la cabeza hacia ellos, mirándolos a través de los ojos marrones de Giuliana.
Hermione se volvió hacia Draco mientras la conducía a través del pasillo. Abrió la boca para
preguntar...

—No—, siseó él. —Sólo confía en mi.

Ella sintió él latido de su corazón en los oídos mientras Draco la guiaba a través de la
multitud, de repente tomando un atajo en dirección a las chimeneas.
—¿No te estarás yendo, Malfoy?— Una voz grave sonó detrás de ella. —Ni siquiera he
tenido oportunidad de saludar.

El pecho de Hermione se sacudió, y se le erizó el vello ante el recuerdo de unos ojos encima
de su cuerpo desnudo, una mano entre sus piernas, una voz rasposa susurrando obscenidades
en su oído. Draco la sujetó con fuerza mientras giraba para mirar a Antonin Dolohov, sus ojos
negros estaban clavados sobre ella.

—Dolohov—, saludó Draco con voz forzada. —¿Tan pronto regresaste de Italia?

—Apenas hoy—. Su mirada se deslizó por su pecho, su cintura, sus piernas. —Escuché que
la habías dejado salir de su jaula. Tenía que venir a verlo por mi mismo.

Había un latido en su sangre, pero ella se enfocó en sostener la cabeza en alto, enfrentando
sus ojos.

—Y ahora ya la has visto—, replicó Draco secamente. —Si nos disculpas...—

—He oído que tampoco la compartes—, dijo Dolohov, dando sutilmente un paso hacia la
izquierda, bloqueando el estrecho camino a su alrededor. —Qué lastima—. Avanzó un
pequeño paso, inclinando la cabeza. Sus ojos no la habían abandonado ni una vez. —
Conmigo habrías sido la Reina de Edimburgo, Sangre Sucia. El premio mayor, exhibido y
pulido. Habrías recibido tu dosis de verga de Sangre Pura cada viernes hasta que estuvieras
desbordada.

Un escalofrío atravesó sus hombros, pero no movió un músculo. Draco se movió, el hombro
de él pasó frente a su línea de visión, poniéndose frente a ella.

—¿Y después tener que volver a casa con tu pito mestizo?— Canturreó Draco, y ella pudo
escuchar la mueca de asco en su voz, una gran reminiscencia a sus días de escuela. —Creo
que ella hizo mejor negocio, Antonin.

Dolohov resopló con burla y dio un paso hacia él, nariz con nariz. —Tu papi no está aquí,
Malfoy. Tendría mucho cuidado con lo que me dices.

—Oh, no tengo nada que decirte en absoluto. Tenemos un acuerdo vinculante, Antonin—,
dijo lentamente Draco. —Ahora sé bueno y aléjate de mi Lote y de mi. Solo te lo pediré una
vez.

—La has tenido encerrada demasiado tiempo, Malfoy. Cuidado—, advirtió. —O alguien más
podría descubrir cómo abrir la cerradura.

El brazo izquierdo de Draco todavía estaba torcido detrás de él, apretando con tanta fuerza su
muñeca que sabía que dejaría una marca. Soltó una carcajada sin gracia, y dio una palmada
en la parte superior del brazo de Dolohov.

—Es bueno verte, Antonin. Le daré a mi padre tus saludos.

Con un fuerte tirón, él la hizo rodearlo, empujando el hombro de Dolohov al pasar. Hermione
no miró atrás, solo se concentró en poner un pie delante del otro.
Se adentraron al frío del patio, y ella aventuró una mirada hacia el rostro de Draco, pétreo,
impasible. Se dio cuenta que estaban siguiendo a la multitud que avanzaba por un camino
sinuoso, ondulando entre edificios centenarios. La resignación en el rostro de él crecía, y no
dejaba de mirar por encima del hombro. Draco ya no estaba buscando una salida rápida.

Sintió un horror helado crecer en su pecho mientras caminaban hacia la multitud reunida en
la base de la colina. Un patio con vistas al horizonte de Edimburgo, lleno de capuchas negras
y chicas temblando en sus delgados vestidos lenceros.

Hermione observó la multitud. Había más que solo los juerguistas en el castillo. Descubrió un
puñado de sombras en la cima de la colina, merodeando con movimientos caninos, aullando.
En los bordes de la multitud, los contrabandistas y comerciantes de Edimburgo acechaban,
intentando atraer a los márgenes de las masas para que compren sus productos.

Draco la condujo por el medio hacia un espacio despejado. Un par de figuras encapuchadas
se movieron frente a ella. El corazón de Hermione saltó en su garganta. La chica de cabello
rubio fresa estaba al frente de la multitud, de pie contra la cornisa que se cernía sobre la
ciudad.

Soltó un grito ahogado, aturdida hasta el silencio. El sonido desapareció en el vacío.

La chica llevaba un lencero andrajoso, sus manos estaban amarradas con magia frente a ella.
Tenía el mentón elevado y estaba murmurando algo, moviendo rápidamente los labios. A su
izquierda, estaba parado un muchacho con rizos del mismo color que los suyos, temblando.
No debía tener más de quince años.

Hermione pensó en la nota atrapada entre su piel y el collar dorado. ¿Habían atrapado a la
chica? ¿Alguien sabía lo que estaba haciendo con los collares? Hermione se dio vuelta,
¿alguien vendría a buscarla a ella también?, y se sintió tirada hacia atrás por la mano de
Draco, apretándola con fuerza en advertencia.

Amycus Carrow apareció a la vista, y los aplausos la golpearon con toda su fuerza. Amycus
sonrió enseñando los dientes y amplificó su voz, saludando a la multitud.

—Por el poder del Señor Oscuro—, retumbó.

Y la multitud respondió, —Que reine por siempre jamás.

—Un traidor al reinado del Señor Tenebroso está de pie frente a ustedes—, siseó Amycus. —
Ella y su hermano, dos Muggles—, las masas gruñeron, —no se sienten agradecidos por todo
lo que les hemos dado aquí, en el centro del poder del Señor Tenebroso.

Los abucheos y los insultos resonaron en sus oídos. Draco estaba de pie detrás de ella, con
una mano en su codo.

Hermione sabía lo que vendría. La chica y su hermano estaban de pie frente a un pelotón de
fusilamiento. Iban a ser ejecutados, aquí, frente a todos ellos. Hermione buscó en la multitud
a alguien, a cualquiera. Sus rodillas se doblaron mientras intentaba darse la vuelta, y la mano
de Draco la apretó con más fuerza.
Sus ojos aterrizaron en Charlotte, todavía repartiendo bebidas en una bandeja, con una
sonrisa tensa. Vio que Charlotte echaba un vistazo hacia el frente, una puñalada de dolor en
sus ojos que no pudo enmascarar lo suficientemente rápido.

Hermione volvió a mirar a la chica de cabello rubio fresa cuando Charlotte le clavó la mirada.
La chica escocesa al frente de la multitud estaba mirando directamente a Hermione, una
intensidad electrificaba el espacio entre ellas. Hermione sintió que los bordes de su corazón
se astillaban.

—Esta inmundicia Muggle—, continuó Carrow—, no aprecia nada de lo que le hemos dado.
Le hemos permitido a ella y a su hermano permanecer en nuestro mundo. Les hemos
permitido servirnos, como es el lugar que les corresponde. ¿Y cómo nos paga?

Contuvo el aliento, viendo a la chica rubio fresa alternar su mirada entre Hermione y
Charlotte.

—¡Atacando a uno de sus superiores!— Gritó Amycus, escupiendo saliva hacia la multitud.
—Olvidando su lugar natural. Su hermano, un asqueroso jardinero—, hizo una pausa para
dar énfasis, y la multitud abucheó, —fue elegido para servir a uno de nuestros invitados. ¡Y
esta zorra Muggle atacó al mago que gentilmente había prestado atención a su hermano!

Hermione inhaló agudamente. La sentencia de la joven no tenía nada que ver con Ginny
Weasley ni con ayudar en un complot para asesinar al Señor Tenebroso. La chica volvió a
asentar su mirada en ella otra vez, y la boca de Hermione se sintió seca, los latidos de su
corazón se aceleraron y su cerebro se debatió en busca de un plan...

—¿Champagne, Amo Malfoy?

Charlotte estaba de pie frente a ella, bloqueando a la chica y a su hermano de la vista.


Hermione parpadeó hacia ella, boqueando.

—No, Charlotte—, dijo Draco detrás de ella. —Gracias.

Charlotte volvió su mirada hacia Hermione por primera vez aquella noche. —Pobrecita—,
dijo en un tono maternal tan fuera de lugar con su vestido escarlata y su marcado escote. —
Debes estar congelada.

Una mano contra la mejilla de Hermione.

—Es prácticamente un témpano de hielo—. La mano de Charlotte bajó por su mejilla,


estirándose hasta su collar. —Vas a tener que pedirle amablemente al Amo Malfoy un
Hechizo de Calefacción—. Arañó el papel de debajo del metal, deslizándose contra la piel de
Hermione como áspera arena. —Estoy segura de que puedes convencerlo.

Charlotte le guiñó un ojo, pero había algo feroz en ella. Una tensión en su mandíbula que
prometía sangre. Y entonces había desaparecido, deambulando entre la multitud, con un puño
cerrado sobre su costado.
Hermione sintió que el mundo se inclinaba sobre su eje, y le llevó varios segundos darse
cuenta que Draco estaba sosteniéndola por la parte baja de su espalda, empujándola para
mantenerla erguida. Ella apenas registró el Hechizo de Calefacción que le había echado
encima. Se puso rígida y volvió a mirar a la chica escocesa y a su hermano, con los oídos
zumbando.

Amycus Carrow estaba enumerando sus pecados, hablando con un tono conmovedor acerca
de crímenes de Muggles, dignos de castigos Muggles. La chica de cabello rubio fresa giró
hacia su hermano que sollozaba, hablando rápidamente, en voz demasiado baja como para ser
oída. Él asintió solemnemente, sus ojos brillantes nunca abandonaba a su hermana.

Eran Muggles. No tenían por qué involucrarse en todo este horror. Y aún así, ésta era la chica
que había aferrado su mano debajo de la mesa, con el vidrio enterrándose en sus rodillas. La
chica que había arriesgado todo para hacerle llegar la nota de Ginny. Así como había
arriesgado todo para proteger a su hermano menor.

Un ruido a su izquierda. Hermione miró a su alrededor y vio una chica de Collar Plateado con
lágrimas silenciosas deslizándose por las mejillas.

Un salvaje aplauso atrajo su atención de vuelta hacia el frente. Un cañón rodaba hacia
adelante.

El Cañón de la Una en Punto.

El terror se apoderó de ella cuando el viejo cañón de guerra giró lentamente para enfrentar a
los dos hermanos.

—¡No!— Se atragantó, pero había demasiado ruido en todas partes, adentro y afuera de su
mente.

Un par de manos en su cintura. Un pecho firme contra sus omóplatos.

Amycus anunció que probarían lo estúpido que era que alguien, más aún un par de
asquerosos Muggles, se resistiera a la voluntad del Señor Tenebroso. Tomarían primero al
chico, y dejarían que su hermana lo viera.

Hermione se dio vuelta, jadeando por aire. Un Mortífago encapuchado a su derecha se volvió
para mirarla. Las manos en su cintura la hicieron girar, obligándola a mirar hacia adelante
mientras apuntaban el cañón.

Una mandíbula afilada presionó contra su sien. Un aliento cálido abanicando sus mejillas.

—Hay un lago de aguas tranquilas—, susurró. —Una cadena montañosa lo rodea. Las aguas
son profundas y esconden secretos, pero la superficie está en calma.

Ella parpadeó, sus piernas se balancearon, sintió que su respiración se asentaba mientras
dejaba que las palabras la inundaran. Las manos de él se deslizaron alrededor de su estómago,
apretándola contra él.

Encendieron el cañón. Y gritaron y pisotearon mientras contaban hacia atrás.


—Piensa que tu mente es una biblioteca. Estantes y estantes de novelas y diarios y biografías
—, arrulló la voz. —Encuentra un estante vacío para este momento.

Una explosión sacudió las piedras debajo de sus pies. Hermione observó con la mandíbula
suelta el lugar en el que el chico había estado parado, ahora humeante y derrumbado, su
hermana salpicada con la sangre de él. Volvieron a encender el cañón.

—Un libro vacío en tus manos. Sus páginas blancas entre tus dedos. Escribe este momento en
el libro. Dale un título.

El Cañón de la Una en Punto, ofreció su mente.

—Llena las páginas, y cierra el libro.

El cañón apuntó a la chica de cabello rubio fresa. Derramaba lágrimas lentamente,


mezclándose con la sangre de su hermano y cayendo en gotas rosadas por su cuello.

—Cierra el libro, y empújalo en un rincón. Piérdelo entre las pilas y pilas de textos y novelas.

Las páginas de un libro pasaron en su mente. Se cerró. Y ella respiró hondo, poniéndose en
puntas de pie para arrojar el libro en un estante demasiado alto para poder alcanzarlo. Se
imaginó una mano con dedos largos, que la ayudaba a llegar a la parte superior.

Un cañón fue encendido.

Había una chica llorando.

Una multitud festejaba y contaba los segundos.

La chica inclinó la cabeza para atrás, hacia el cielo, y gritó.

Desapareció en una nube de humo y sangre y furia.

Unas manos alrededor de la cintura de Hermione, acercándola. Una mandíbula afilada contra
su sien.

Unas manos la conducían hacia atrás, y tiraron de ella, alejándola de los fanáticos gritando, y
los hombres lobo y otros monstruos. Tiraron de ella para subir una colina, para moverse a
través de un patio, hacia un pasillo.

Se encontró atravesando una chimenea y entrando a una habitación con cortinas verdes y
adornos ordenados prolijamente.

Se dio vuelta, las estanterías se balanceaban y se inclinaban, y Draco Malfoy estaba de pie
frente a ella en el cuarto.

La mano de él se posó en su mandíbula, y estudió sus ojos.

—Mírame.
Ella parpadeó, y los libros se estrellaron contra el suelo. Libres.

Sus sentidos estaban abrumados. Escalofríos encima de su piel, jadeos salían de su pecho, un
río de lágrimas bajaban por sus mejillas. Sollozó, sus manos aferraron los codos de él,
acercándolo.

Y sin saber cómo, ella se apretó contra su pecho, presionando la frente contra su esternón. El
llanto sacudió su cuerpo. Él le rodeó la espalda con sus brazos.

Un agujero en su estómago con la forma de una bala de cañón. Llena de dolor y rabia y
desesperación.

Draco no dijo una palabra, simplemente la abrazó.

Ella se echó hacia atrás cuando finalmente se agotó, y se alejó un paso de él. Sabía que estaba
roja, hinchada y húmeda. Pero él la miraba con una pasión tan abierta que no se sintió
vulnerable.

—Van a pagar por lo que hicieron—, juró ella, con la voz hueca y deformada.

Los ojos grises la miraron. Él le colocó un rizo detrás de la oreja. Y asintió.

Chapter End Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO (DETALLE)


Se lleva a cabo una ejecución pública. Los ejecutados mueren por el disparo de un cañón
a corta distancia.
________________________

Nota de Traducción

*Cañón de la Una en Punto (One O’clock Cannon en la versión original): En el Castillo


de Edimburgo en Escocia, de lunes a sábado, se dispara una salva de honor con un
cañón a las 13hs. La tradición se remonta al siglo XIX y la pieza de artillería que se
utiliza es un cañón de campaña de 105 mm.

**Mill’s Mount, o “Mill’s Mount Battery”, es el nombre de la batería donde se asienta el


Cañón de la Una en Punto en el Castillo de Edimburgo.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.


Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos
bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

¡Los Audiobook Warriors han comenzado a publicar capítulos de La Forma Correcta de


Actuar (audiolibro en inglés)! Link en Ao3 o en Spotify.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 19
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Felices fiestas a todos! Gracias a SaintDionysus y raven_maiden.

Lamento decir que necesito una semana más de vacaciones para mí y para mis Betas.
Entonces, el Capítulo 20 se publicará el 5 de enero.

Estoy muy emocionada por este capítulo. Una de las escenas de aquí fue la inspiración
para escribir La subasta en primer lugar. Estoy muy contenta de compartirlo ahora con
todos ustedes, después de casi dos años.

See the end of the chapter for more notes

Despertar el domingo por la mañana fue como salir de una maleza densa que se hubiera
asentado sobre ella por la noche. Se abrió camino de vuelta a la consciencia, luchando contra
el dolor en los músculos y un latido detrás de su ojo izquierdo.

Se volvió de lado y le imploró a su cuerpo que saliera de la cama. Pero no podía moverse.

Y entonces recordó.

La Oclumancia.

El Cañón de la Una en Punto.

Los gritos de la rubia fresa.

Los ojos de Dolohov.

Y la voz de Draco en su oído, estabilizándola, guiándola a través de los horrores de la noche.

Él la había dejado llorar, la había dejado apoyarse en él, la había abrazado. Y entonces había
asentido. ¿Estaba de acuerdo con ella? ¿Había aceptado ayudarla?

Había llamado a un elfo para que la llevara de vuelta a su habitación con una Poción para
Dormir Sin Sueños, y su mente se había cerrado en el momento en que su cuerpo se había
deslizado entre las sábanas.

Abrió los ojos entre parpadeos mientras su mente cobraba vida, recordando todas las cosas
que necesitaba hacer. Pero la intensa Oclumancia había dejado mella en su cuerpo y en su
mente. A pesar de sus intenciones, se encontró regresando de vuelta al mar.
~*~

Cuando finalmente pudo sentarse en la cama, el reloj a su lado marcaba las cuatro de la tarde.

Hermione gimió. No podía permitirse perder más tiempo. Necesitaba aumentar la resistencia
de su Oclumancia. Necesitaba poner una alarma de ahora en adelante. Necesitaba que los
elfos le arrojaran baldes de agua fría si no se movía antes de las nueve.

Deslizó sus piernas por las sábanas, y se sentó en el borde de la cama hasta que pudo
arrastrarse hasta el baño. Al volver de una ducha fría, había una poción analgésica en su
mesita de noche. Mandó una plegaria de agradecimiento a los elfos y se bebió el contenido.

Una vez que su cabeza estuvo despejada, Hermione concentró sus pensamientos, cerrando los
libros de su mente que contenían los horrores del Cañón de la Una en Punto, y el dolor por la
chica escocesa sin nombre y su hermano.

Un recuerdo fresco revoloteó hasta la superficie. Unos brazos apretándola con fuerza, unos
dedos largos acariciando la curva de su oreja. Unos ojos grises clavados en los suyos
mientras asentían.

Draco. Él la había ayudado la noche anterior. Y tal vez la ayudaría otra vez. Su corazón
galopaba con las posibilidades.

Se puso un sweater y unos jeans y se encaminó por el pasillo hasta el cuarto de Draco. Unos
pocos golpes y varios minutos de espera… y nada. No le sorprendía que no estuviera, rara
vez estaba donde ella lo necesitaba.

El estudio estaba vacío. El Salón estaba vacío.

Pero cuando se apresuró a bajar las escaleras y abrió las puertas de la librería, lo que vio la
detuvo en seco. Libros esparcidos por las sillas, el suelo, y las pequeñas mesas auxiliares.
Una docena de libros se cernían frente a los estantes, esperando ser tomados por quienquiera
que los hubiera invocado.

Hermione separó los labios ante el sonido de páginas pasando rápidamente que venía desde
lo profundo de las estanterías. Y entonces: —Todavía no tengo hambre.

Ella parpadeó. Miró detrás de su hombro para ver si Mippy o Narcissa estaban allí con una
bandeja. Cuando se volvió otra vez hacia los estantes, Draco asomó la cabeza por detrás de
un estante para mirar. Cuando vio que era ella, desapareció el ceño fruncido y cerró el libro
de un golpe. Se sacó la pluma que tenía sobre la oreja, un hábito de sus épocas de escuela, y
la giró entre sus dedos.

—Granger—, dijo. —Creí que eras mi madre.

Los ojos de él barrieron la habitación, como si estuvieran asimilando el desorden que ella
habría encontrado. Ella contuvo el aliento mientras lo observaba, y vio como el rubor subía
por su cuello. Él dejó caer el brazo que sostenía el libro y lo inclinó ligeramente detrás de su
espalda, y los ojos de ella siguieron el movimiento.
—¿Qué estás investigando?

—Solo buscando la solución a un problema— dijo, lacónico. Tragó saliva y se pasó una
mano por el cabello.

Ella asintió lentamente, sin inmutarse. Se acercó unos pasos. —Quería agradecerte por tu
amabilidad de anoche.

Él la miró con rigidez mientras ella lo observaba. Sus ojos eran diferentes de aquellos cálidos
que se habían fijado en los suyos la noche anterior, en su cuarto.

—De nada.

Ella esperó algo más, pero nada llegó. —Y quería...—

—Granger, estoy en medio de algo. ¿Puede esperar?

Ella se sobresaltó ante la dureza de su tono. Había una tensión en su postura, una rigidez en
los hombros que reconoció de los partidos de Quidditch. Determinación.

De repente se sintió tonta. Agradecerle por haber cuidado de ella mientras estaba llorando.
Pensar que algo había cambiado. Le ardieron los ojos, y cerró la boca de golpe.

Los ojos de él se suavizaron de inmediato. —¿Cómo te sientes?

—Bien—, replicó, viendo que sus hombros se aflojaban. El ardor detrás de sus ojos se
deshizo en un lento latido. —Exhausta—. Estaba de pie, rodeada de todos sus libros, y notas,
y pilas desordenadas. —¿Puedo ayudarte con este “problema”?

Avanzó un centímetro hacia la mesa llena de apuntes, ojeando el libro que estaba abierto
cerca del borde. Draco se movió hasta allí en un parpadeo, y lo cerró de golpe. Ella consiguió
captar un vistazo de runas y traducciones del alemán garabateadas en un pergamino antes de
que él se colocara rápidamente frente a ella.

Parpadeó, tan cerca de él que tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás. Habían estado así de
cerca la noche anterior, cuando él había envuelto sus brazos alrededor de ella mientras
sollozaba. Él había colocado uno de sus rizos detrás de su oreja y había mirado fijamente a
sus ojos llorosos como si estuviera extasiado.

Apartó los recuerdos a un lado. —Por si no te acuerdas, soy bastante buena para investigar—.
Ella sonrió, esperando que él no pudiera resistir la oportunidad de provocarla. De dejarla
entrar.

En lugar de eso, negó con la cabeza. —No. Ya casi termino—. Tragó con tensión. —Gracias
de todos modos.

Ella parpadeó rápidamente, asintió hacia sus zapatos, decepcionada. Tal vez cuando él
terminara con su “problema” podrían finalmente hablar. Levantó la barbilla, respiró hondo y
dijo: —He aprendido que en la mayoría de los casos, la respuesta está justo frente a ti.
El separó los labios para inhalar silenciosamente, como si su frívolo comentario lo hubiera
perturbado. Unas manchas subieron a lo alto de sus mejillas y su mirada la recorrió antes de
volver a posarse en sus ojos.

—Gracias, Granger. Lo tendré en cuenta—, murmuró.

Asintió una última vez, se excusó y se dirigió hacia la salida. Cuando se volvió para cerrar las
puertas de la biblioteca, alcanzó a captar un vistazo de él sentándose en la mesa, y
comenzando a organizar lo que fuera que estuviera investigando. Se acordó del sexto año,
cuando él andaba enfurruñado por los rincones y encorvado encima de los libros en la
biblioteca, luciendo pálido y delgado.

Cenó sola en su dormitorio, leyendo un pesado libro de la historia de Sudamérica que


contenía una referencia a la esclavitud mágica en alguna parte. Consiguió leer tres capítulos
hasta que un agotamiento abrumador le empujó los párpados, y el sueño la llamó.

~*~

—Granger, despierta.

Abrió los ojos de golpe, y su cuerpo se sacudió ante la presencia de alguien más en el cuarto.
Estaba completamente oscuro.

Una vela se encendió junto a ella, y reveló a Narcissa inclinándose encima de su mesita de
noche, agitando una cerilla.

—No pasa nada, querida—, susurró, pero había un temblor en su voz. Retiró el cobertor de la
cama, evitando a hacer contacto visual. —Está todo bien—, dijo, más para ella misma.

—Qué...— Hermione se quedó en silencio, separó los labios al ver a Draco llegar al otro lado
de la cama con otra vela. Sus dedos sacaron una cerilla de una caja, y la dejaron caer junto a
la vela sin encenderla.

—¿Qué ha pasado?— Preguntó ella.

—Ven—. Narcissa apartó las sábanas que le cubrían las piernas, buscándola. —Ven conmigo.

Hermione se levantó de la cama, con el corazón palpitando en sus orejas. Narcissa la escoltó
hacia el baño mientras Draco se acercaba a la chimenea, y trazaba un hechizo con la varita
sobre las llamas.

Abriendo la red Flu.

Narcissa cerró la puerta detrás de ella, y Hermione parpadeó, viendo a la elegante Narcissa
Malfoy usando una bata de noche, sin maquillaje, sin túnicas a medida. Llevaba colgando de
su brazo un camisón de seda blanca, y una expresión pálida haciendo juego.

—Quítate la ropa de dormir—, susurró Narcissa.


Hermione tragó saliva, su mente suplicaba respuestas. Pero algo le dijo que tenía que
obedecer. —¿Vamos a alguna parte?— Chilló. Sus dedos se movieron rápidamente por sus
botones, fríos y temblorosos.

—No, cariño. Hay… alguien está...—

Ella vio a Narcissa luchar por encontrar las palabras. Los ojos de Hermione se desorbitaron
con un creciente terror, y su respiración se aceleró. ¿Voldemort?

—Tendremos visitas a primera hora de la mañana—, consiguió decir Narcissa finalmente. —


No sé por qué. Nos han dicho que era necesario hacer una revisión médica.

Hermione se quitó la camisa de los hombros con dedos temblorosos, y el miedo se sobrepuso
a su modestia mientras Narcissa arrugaba hacia arriba la seda blanca y se la colocaba por
encima del cuello.

—De acuerdo—, dijo con voz ronca. Un escalofrío estalló en su piel y la seda se deslizó
sobre ella. Demasiado largo. Probablemente de Narcissa. —¿Y qué vamos a hacer?

—Hay un antiguo hechizo. Algo que se solía usar con las hijas… Un ritual.

Hermione se quedó congelada de terror mientras dejaba que las manos de Narcissa bajaran el
vestido por sus piernas. Sus dedos le echaron el cabello hacia un costado. Una fría cadena le
cubrió los hombros cuando Narcissa colocó una gargantilla de cristal sobre ella.

—¿Qué tipo de ritual?— No reconocía el sonido de su propia voz. El cristal zumbó contra su
piel. Mágico.

Los helados ojos azules de Narcissa encontraron los suyos. La perforaron, analizándola.

—Ellos serían capaces de ver que tu virginidad está intacta—, dijo en voz baja. —Así que
vamos a quitártela.

La piel de Hermione hormigueó, sintiendo el peso del camisón de seda sobre sus hombros.
Esperando que las palabras cobraran sentido en su mente.

Un golpe en la puerta del baño. —Una y cincuenta y nueve—, avisó la voz cortante de Draco.

Draco se hizo a un lado para dejarlas pasar, sus ojos estaban fijos en el reloj del estante
encima de la chimenea. Narcissa la escoltó hacia la cama, y le indicó que se sentara.

Su mente tomó noción de sus circunstancias cuando Narcissa se arrodilló frente a ella, invocó
un cuenco con agua, se mojó los dedos y los pasó por encima de los ojos y los labios de
Hermione.

Había un ritual.

Un ritual para engañar al hechizo de virginidad. El que le habían lanzado para decidir su
precio inicial en la Subasta.
Narcissa susurró algo encima del cuenco de agua, algo en alemán, y luego se lo llevó a los
labios y bebió la mitad. Miró a Draco. Él estaba de pie, clavado en la alfombra, los músculos
de su mandíbula se movían.

Esto es lo que había estado investigando. Había buscado este ritual. Y no había dejado que
ella lo ayudara.

Un breve timbre del reloj del estante, y él se volvió hacia ellas. —Es hora.

Se puso frente a ella, sus ojos grises sin vida bajo la luz de la luna. Narcissa acercó el cuenco
a los labios de Hermione. Hermione bebió el resto del agua, mirando a Draco por encima del
borde. Él la miró fijamente mientras tragaba.

Él sabía que vendrían desde la noche anterior. Sabía que la encontrarían intacta, y había
saqueado la biblioteca en busca de una solución para su problema.

La respiración de Hermione se interrumpió al darse cuenta de que se había salteado la más


fácil de todas.

Narcissa colocó el cuenco en la mesita de noche y se trepó a la cama, doblando sus largas
extremidades debajo de si misma. Guió a Hermione para que se sentara frente a ella, las dos
de cara a la chimenea. Draco caminó hasta el final de la cama, y se quedó mirando el reloj
con una mano en el poste.

Ella abrió la boca para quebrar el silencio, para preguntar acerca del hechizo, y cuestionar la
investigación, pero las palabras murieron en su garganta cuando la chimenea ardió con un
fuego verde, y Lucius Malfoy salió de él.

Y su corazón palpitó con fuerza en su pecho.

Lucius le echó un vistazo; vestida en seda blanca, esperándola en una cama.

Draco dio un paso al frente, sacó un libro de su túnica y lo abrió.

—Del alemán. He comprobado la traducción. Es correcta—. Se acercó a su padre junto a la


chimenea. —He subrayado los pasos. La vela, la sangre, el encantamiento...—

Lucius Malfoy levantó una mano, interrumpiendo a su hijo. Tomó el libro de sus manos y lo
observó, pasando las páginas. El aire alrededor de Draco parecía estar zumbando con una
energía retorcida y oscura mientras esperaba una autorización para volver a hablar.

Lucius pasó una página y luego hizo una pausa, con la ceja arqueada. Hermione vio sus ojos
moverse rápidamente encima del mismo párrafo hasta que se alzaron en su dirección.

El libro se cerró de golpe. Lucius la evaluó y dijo. —¿Y si no funciona?

—Funcionará—. La boca de Draco era una línea rígida.

—¿Y si no lo hace?
—Entonces pensaré en otra cosa.

Pero Lucius la estaba mirando a ella. Ella parpadeó, sintiendo la pregunta debajo de la piel.

Si esto no funciona, ¿lo harías de la manera sencilla?

Tragó saliva, e inclinó la cabeza, asintiendo ligeramente.

Los ojos de Lucius se volvieron hacia el libro, y repasó las palabras con pereza, indiferente,
como si estuviera viendo una vidriera en el Callejón Alley. Él debía estar en Rumanía. Solo
tenía permitido recibir llamadas por Flu en caso de emergencia. Lo habían traído para un
ritual mágico ilegal, y tenía el descaro de actuar como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Como si las vidas de todos ellos no estuviera en juego.

Los dedos de Draco se crisparon. El aliento de Narcissa agitó su cabello.

Lucius cerró el libro y se lo devolvió a Draco. Miró el reloj del estante y se volvió hacia ella.
—Listo.

—Déjame ver el libro—, dijo Hermione, su voz demasiado alta para el silencioso cuarto. —
Déjame leerlo antes...—

—No hay tiempo, Señorita Granger—, dijo Lucius, y pudo oír la sorna en su voz mientras
cruzaba hacia la vela apagada en su cama.

—¿Qué es lo que hace?— Giró el cuello para mirar a Narcissa, que estaba apretando los
labios y mantenía una mirada fulminante al otro lado del cuarto. Hermione giró en la
dirección de la mirada y vio a Draco junto a la ventana, observando en silencio.

—No hay razón para preocuparse, querida—, susurró Narcissa en su oído.

Lucius encendió la cerilla. Y las llamas sisearon en la chimenea.

La única luz en la habitación provenía de las dos velas, proyectando sombras contra sus
pómulos y mentones.

Narcissa se cruzó de piernas y guió a Hermione para que se recostara con la cabeza en su
regazo. Ella miró fijamente el dosel mientras su mente se aceleraba.

¿Quíen vendría? ¿Qué estaban buscando? ¿Por qué ahora?

Y entonces todas las posibles ideas se escurrieron de su mente cuando Lucius Malfoy se
trepó sobre la cama.

Ella sacudió las piernas, casi pateándolo, mientras sus largas extremidades gateaban como
una pantera para sentarse a su lado. Narcissa la tomó por los brazos para calmarla, para
mantenerla quieta.

—¿Qué implica este hechizo?— Repitió, con la voz quebrada por la sequedad en su garganta.
Los rasgos apacibles de Lucius se afilaron en una sonrisa afectada. —Ya, ya. No tema,
Señorita Granger. Solo recuéstese y piense en Inglaterra.

—Lucius—, advirtió Narcissa.

Hermione sintió que el pulso se aceleraba bajo los dedos de Narcissa, latiendo con fuerza
para salir de ella. Y antes de que pudiera preguntar algo más, Lucius estaba sacando un
cuchillo de su túnica, una vez más con su máscara impasible. Ella abrió y cerró la boca ante
el brillo de la hoja cuando él apoyó con firmeza una de sus manos alargadas contra su
clavícula. El cuchillo hizo un corte rápido y poco profundo sobre su corazón, tan rápido que
apenas hizo una mueca. Contempló con ojos desorbitados cómo los labios de Lucius
formaban una plegaria silenciosa, susurros en alemán rozando su frente.

Miró a Draco, bañado por la luz de la luna junto a la ventana, observando con una mano fija
sobre su boca. Sus ojos se encontraron.

Y las velas se apagaron.

Sintió la oscuridad como zambullirse en agua fría. Si no hubiera tenido la presión de los
dedos de Narcissa sobre sus muñecas, habría gritado.

El frío tono de Lucius dejó caer gotas de palabras ancestrales sobre su rostro. Lo sintió
echarse hacia atrás, revolotear sobre su estómago y cantar.

Su limitado alemán pudo captar palabras como “diablo” y “protección”.

Movió bruscamente la cabeza hacia el rincón donde había estado Draco, y su mente aturdida
imaginó que podía ver el blanco de sus ojos reflejando la oscuridad hacia ella.

Un agudo tirón de su estómago, como el peor tipo de cólico menstrual. Jadeó, y se sacudió.
Narcissa la sostuvo, y Lucius elevó la voz mientras continuaba cantando.

Se sentía como si sus intestinos estuvieran luchando para torcerse en direcciones opuestas. Se
retorció, intentando estirar su cuerpo en una posición que pudiera aliviar el calambre, pero
era como tirón desgarrador en su estómago.

Soltó un gemido, y escuchó que el suelo rechinaba cerca de las ventanas.

Luego un pequeño crujido, como si algo adentro suyo se hubiera dislocado. Cerró los ojos
con fuerza por el dolor, bloqueando la oscuridad.

Y entonces, un baño de calma. Como un Filtro de Paz. Como la luz del sol. Su estómago se
relajó.

Abrió los ojos, implorando por que hubiera funcionado, y encontró sobre ella el rostro
aburrido de Lucius Malfoy a la luz de la vela.

No. No era la luz de la vela. Una bola del tamaño de su puño flotaba sobre su estómago. Igual
que el hechizo que las medimagas habían lanzado hacía meses, ardiendo con un tono tan
blanco que parecía azul.
Proyectaba sombras a lo largo de la oscura habitación, sacando chispas cálidas en los ojos
grises de Lucius.

Los dedos de Narcissa se enroscaron suavemente en su cabello mientras cada par de ojos
contemplaba la bola de energía, que simbolizaba lo que aún no había sido arrancado de ella.
Observó la luz fluctuando, como si se mantuviera en el aire con alas de hada.

Un frasco de vidrio apareció frente a ella, se hundió lentamente, capturando la esfera, y se


cerró con una tapa. Levantó la mirada para ver a Draco enroscando la tapa, observando a la
luz titilar. Sus ojos danzaron con su brillo, y lo vio separar los labios con asombro.

Victorioso.

Intentó recordar si alguna vez lo había visto capturar la Snitch.

Sostuvo el frasco con una mano, sacó su varita con la otra, y lanzó un hechizo de Detección
de Virginidad. El escaneo zumbó desde su cabeza y desde los dedos de sus pies, escaneando
hacia el centro. Cuando la magia llegó al abdomen, los cuatro observaron conteniendo la
respiración.

Y nada. El escaneo se detuvo.

No sabía que se suponía que debía pasar si no era virgen. Nunca lo había visto.

Nadie se movió. Escuchó que Draco tragaba.

—¿Funcionó?— susurró.

Una pausa. Y entonces: —Así parece—, susurró Narcissa contra su cabello.

Lucius sacó su varita, volvió a lanzar el hechizo, y vio el mismo resultado.

Un zumbido desde la varita de Draco. —Dos y diez—, dijo.

Lucius se levantó abruptamente de la cama, bajó la mirada hacia ella y luego hacia Draco. —
No podrás contactarme si surge algún problema.

En la palma de Draco, la luz del frasco proyectaba sombras espeluznantes sobre el rostro de
Lucius, y vio que su garganta se movía y sus labios se abrían sin decir palabra. —Pronto
tendrás noticias mías—. Giró y salió por la chimenea sin mirar atrás.

Con un movimiento de su mano, Narcissa encendió los candelabros. Se deslizó de la cama y


reunió las velas del ritual. —Me disculpo por todo este alboroto, cariño—, dijo ella, todavía
sin mirarla. —Descansa. Hablaremos en la mañana—. Le dirigió una mirada severa a Draco
antes de irse, cerrando la puerta con un suave click.

Hermione respiró un par de veces antes de incorporarse de un salto. Se sentó en la cama,


usando un camisón blanco, goteando sangre del pecho encima de las sábanas, y miró
fijamente a Draco, que sostenía su virginidad entre sus manos.
El alivio en su rostro desapareció, y palideció mientras la miraba. Colocó el frasco
delicadamente en su mesita de noche.

—Esto debería quedarse aquí—. Tragó saliva. —Podría… podría alcanzar un precio bastante
alto en el Mercado Negro, así que es mejor que quede escondido en tu cuarto.

Ella parpadeó ante la luz, todavía la iluminación más brillante del cuarto, aún con los
candelabros encendidos y la chimenea rugiendo. Se preguntó si debería sentirse distinta.

—Siento que haya sido tan repentino—, dijo, cambiando el peso de una pierna a otra. —Fui
notificado apenas ayer a la tarde. Y el hechizo requería la presencia de mi padre, e incluso así
no estaba seguro de poder...—

—Quiero ver tu investigación—. Apartó los ojos de la bola de luz y levantó la mirada hacia
él. —Quiero leer acerca del hechizo.

Él asintió, con la mirada distante pero dirigida hacia el frasco. —Por supuesto. Mañana,
después de...—

Ella frunció el ceño. —Ahora. Estoy despierta. Tu estas despierto—. Se tambaleó fuera de la
cama, el largo camisón de seda se retorció alrededor de sus piernas como una torpe
constricción. Al desenredarlo, se acercó más a él.

Él echó un rápido vistazo al corte en su pecho y luego a su rostro. —Deberías descansar.

—Dame el libro—, demandó ella.

Siempre le estaba ocultando información, en especial si era referida a ella directamente. La


irritación se agudizó y burbujeó en su pecho.

Él le extendió el libro y la observó mientras pasaba las páginas marcadas.

Todavía estaba en alemán.

—Hechizo de traducción, por favor—, espetó.

Su varita dio un toque sobre las páginas, cambiando las letras al inglés.

Respiró pausadamente, concentrándose en las palabras a medida que se ordenaban. Estaba


hecho. No había nada que pudiera hacer para cambiar lo que había pasado, o cómo había
pasado. Solo necesitaba saber los detalles.

Era un diario. La entrada de un hechicero del siglo XI, detallando un ritual para salvar la
“pureza” de su hija de espíritus malvados.

Dos velas. Dos padres. La madre lava, el padre sangra.

Cerró el libro de un golpe, le ardían las mejillas de rabia y vergüenza. Giró sobre sus talones
hacia Draco, lista para liberar la ira reprimida.
Una mano cálida cayó sobre su hombro. Levantó la vista y lo descubrió observando la sangre
que goteaba del corte encima de su corazón. Él levantó la varita y murmuró un hechizo para
coser la piel. Sus ojos no abandonaron su pecho mientras ella sentía que el corte sanaba.

Al ver su ceño fruncido, ella bajó la mirada. Justo debajo de la mano de él, una fina cicatriz
blanca cruzaba encima de su corazón.

—Herida mágica—, susurró, distraída por un momento. —La cicatriz quedará.

Cuando volvió a mirarlo, él estaba apretando los labios, disgustado. Apartó la mirada de su
piel y ella recordó que estaba furiosa.

—Qué pasa si no funcionó—, preguntó, con la voz aguda.

Él retrocedió y se pasó una mano por el cabello. —Entonces pensaré en algo más. Otro
hechizo.

Ella se preguntó en qué momento él entraría en su habitación, la sujetaría contra la cama, y la


penetraría.

¿Unos minutos antes de que llegaran los “visitantes”? O tal vez los dejaría morir a todos.

—¿Y si no puedes encontrar otro hechizo? ¿Cuándo ibas a consultar mi opinión al respecto?

Él parpadeo y luego desvió la mirada hacia las estanterías de libros. —Esperaba poder
encontrar algo como un glamour. Algo que pudiera lanzar para engañar el Hechizo de
Detección—. Tragó con dificultad. —Esperaba...—

—Esperabas que nunca tuviera que saberlo—, terminó por él. La piel le zumbaba de rabia. —
Lanzar un hechizo y mandarlo debajo de la alfombra.

Él apretó los labios con fuerza. —¿No entiendes que podríamos estar bajo investigación? Por
orden del Señor Tenebroso, vas a ser examinada mañana a la mañana, y no tenemos idea de
por qué...—

—Entiendo perfectamente, gracias—, escupió. —También entiendo que tuviste doce horas
para decirme lo que estaba pasando—, él tomó aire para interrumpirla, —para informarme
acerca del problema y poder encontrar una solución juntos, pero en lugar de eso decidiste
sorprenderme...—

—Mi familia está en peligro, Granger...—

—¿Y me culpas a mi por eso…?—

—¡A veces tengo que actuar sin tu aprobación en pos de hacer lo mejor para mi familia!
¡Para los cuatro!

Ella abrió los labios en un grito ahogado.


Los ojos de él se agrandaron y pareció darse cuenta lo que acababa de decir. Cerró la
mandíbula de golpe, y el horror se apoderó de sus rasgos. Antes de que ella pudiera
presionarlo más, el giró sobre sus talones y corrió hacia la puerta.

Hermione se quedó mirando boquiabierta el espacio vacío de la entrada por varios minutos, y
luego se sentó en el borde de la cama. Contempló la luz que revoloteaba en el frasco en su
mesita de noche, y escuchó en sus oídos el eco de él, llamándola familia.

~*~

A las siete, Draco llamó a la puerta de su cuarto.

—Llegaron—. Su voz era plana. Y sus ojos eran fríos.

Hacía horas que ella estaba vestida, no había podido dormir. Parecía que lo mismo había
pasado con él. Los dos resignados al destino que les esperaba.

Cerró la puerta detrás de si, y lo siguió por las escaleras hasta el Salón.

Siempre el Salón.

Él abrió la puerta y la tomó por el codo con firmeza, tirando de ella para atravesar el umbral.

Ella catalogó rápidamente la habitación. Narcissa. Dos mujeres con túnica de medimagas que
no reconoció. Y girando para saludarlos, con una sonrisa maliciosa, estaba Dolohov.

Tambaleó sobre sus pies, y su estómago se tensó antes de que pudiera bajar la mirada al
suelo.

Los pasos de Draco se hicieron lentos, pero no mostró otra reacción.

—Dolohov—, saludó.

—Siento venir tan temprano, Malfoy—, dijo Dolohov sin una pizca de remordimiento. —
Pero tu madre me dijo que eran madrugadores aquí en la Mansión—. Le sonrió a ella y a
Draco. —Gracias por tu hospitalidad, Narcissa—, dijo, con un guiño.

Narcissa avanzó un paso. —Por supuesto, Antonin—. Una leve sonrisa adherida a su rostro.
—Y preferiría que me llames Señora Malfoy.

Los ojos de Hermione se volvieron hacia el suelo de mármol. Su piel estaba fría y su
respiración entrecortada.

—¿De qué se trata esto?— Preguntó Draco. Cruzó los brazos encima del pecho, moviéndose
frente a ella.

—Nos han pedido a Yaxley y a mi que revisemos a los Lotes. Han habido algunos problemas,
y el Señor Tenebroso nos ha pedido que hagamos un seguimiento—. Su voz se sintió como
un arañazo sobre la columna vertebral.
Una de las medimagas conjuró una camilla. La otra se acercó a ella con una bata de hospital y
con un gesto silencioso conjuró un biombo. Habían sido silenciadas.

Draco aferró su antebrazo antes de que pudiera dar un paso. —¿Es esto realmente necesario?

—El Señor Oscuro quiere que seamos minuciosos, Malfoy.

Hermione miró hacia sus zapatos mientras seguía a la bruja detrás del biombo. Antes de
desaparecer tras él, Dolohov dijo: —No hay necesidad de eso, ¿verdad? Nada que no haya
visto antes.

Su piel se estremeció y su boca intentó tragar. Sus ojos se desenfocaron, recordando las
duchas en el Ministerio. Creía que había cerrado ese libro hacia semanas, pero revoloteó
hasta sus pies y se abrió. Ella invocó su magia, y se enfocó en cerrarlo de golpe.

El Salón estaba en silencio. Ella desapareció detrás del biombo y escuchó que Narcissa
comenzaba una conversación educada pero forzada. Sus manos tiraron de su sweater. Sus
dedos desabotonaron los pantalones. Y en un recuerdo distante, pudo escuchar el eco del
agua contra los azulejos. Sintió los ojos negros encima de su cuerpo desnudo.

Un par de manos alcanzaron su espalda y ella dio un salto, jadeando. Las manos se retiraron
cuando Hermione se sobresaltó. Era solo la medimaga, intentando ayudar con los cordones
de la bata.

—Lo siento—, susurró Hermione.

Caminó hasta la camilla, pensando en el frío mármol del Ministerio.

Los ojos de Dolohov estaban sobre ella mientras se subía a la mesa.

—Parece que aprendiste a portarte bien después de todo, Sangre Sucia.

—Debo pedirte que no le hables a mi Lote—, dijo Draco con frialdad. —Puedes dirigirte a
mi si tienes una orden directa para ella.

Hermione se recostó, su mente estaba adormecida. En lugar de un alto cielo raso abovedado
con candelabros, solo podía ver una lámpara baja, y techos negros.

Respiró hondo, metiendo aire en sus pulmones vacíos. Un lago de aguas tranquilas.

—¿Qué tipo de problemas?— Preguntó Narcissa. —¿Qué pasó con los otros Lotes?

Las medimagas se cernieron sobre ella, lanzando diagnósticos en silencio. Ella reconoció el
hechizo de Detección de la Virginidad pasando encima de ella, sin encontrar nada.

—No fueron esterilizadas adecuadamente—, dijo Dolohov.

Y Hermione sintió que la habitación se sacudía, temblando ante sus ojos.

Se hizo un silencio denso mientras las medimagas la revisaban.


Las chicas estaban quedando embarazadas. Ella no era la única a la que le habían salvado la
fertilidad.

—Entonces esto es innecesario—, dijo Narcissa, levantando ligeramente la voz. —Puedo


asegurarte que ella no ha sangrado desde que llegó aquí.

Hermione cerró los ojos, y sintió que también lo hacía su garganta.

Había dejado de menstruar cuando estaba prófuga con Harry y Ron. Su cuerpo había estado
demasiado estresado, demasiado desnutrido. Incluso ahora, con las comodidades de la
Mansión Malfoy, y una Trompa de Falopio funcional, todavía no había vuelto a menstruar.

Su pecho se estremeció.

Se lo iban a quitar de nuevo. Esta posibilidad. Esta pequeña oportunidad de tener un futuro.

—Vamos a ver, entonces.

Hermione sintió que la varita de la medimaga tocaba su cadera izquierda. Una tenue luz roja
salió de la varita. Giró hacia el otro lado de Hermione y con un pequeño toque, una luz verde
iluminó el rostro de la bruja.

Una pausa, como saltearse un escalón de la escalera. Sintió cada par de ojos del cuarto en su
cintura. No se atrevió a mirar a los Malfoy.

Y luego un agudo. —¡Ja!—, brotó de la garganta de Dolohov. Soltó una carcajada y el cuarto
se sacudió con ella. —Tres meses con una zorra fertil, ¿y todavía no la han embarazado? ¿Te
has revisado a ver si tus muchachos pueden nadar, Malfoy? Conmigo, Sangre Sucia, ya
hubieras tenido trillizos...—

—Es suficiente, Antonin—, siseó Narcissa. —Por favor recuerda tus modales mientras estés
en mi casa.

—Tu casa. El “Señor” de la Mansión se ha ido, ¿no?— Un silencio atónito y luego Dolohov
se volvió hacia la medimaga. —Continúa, entonces.

Hermione se preparó para el dolor desgarrador que había sentido la última vez que le habían
cortado las trompas. Miró más allá del brazo de la medimaga hacia el techo, y respiró con
dificultad, enfocándose en cualquier cosa que no fuera la imágen de niños con rizos y ojos
grises...

—No...— Un carraspeo. —Ella es de mi propiedad. ¿No tengo nada que decir en esto?

Hermione tragó saliva, y parpadeó rápidamente. Un silencio denso cayó como nieve.

—Todas las Sangre Sucias son esterilizadas—. Una pausa. —¿Por qué, Malfoy? ¿Quieres
cachorros?

—Por supuesto que no—. La voz de Draco salía cortada. —Solo quiero que todos los
procedimientos pasen primero por mi...—
—Por orden del Señor Oscuro, voy a esterilizar a la Sangre Sucia que posees, Malfoy.

Hermione pudo ver la pálida luz verde encima de su cadera desvaneciéndose, desapareciendo
entre parpadeos.

Sus extremidades se sentían pesadas. Tenía frío y se sentía inútil. Un dolor pinchaba detrás de
sus párpados.

Todo terminaría pronto.

Vio a la medimaga levantar la varita por el rabillo del ojo, con una sombría resignación en el
rostro mientras se preparaba para lanzar...

¡BANG!

Hermione dio un salto, girando hacia un lado y acurrucándose para esquivar el peligro. Sintió
una mano en su cintura, y se sobresaltó. Giró y vio a Draco de pie contra la camilla, con el
cuello estirado detrás de él, observando la varita humeante de Narcissa.

Con una floritura, las medimagas estaban desarmadas, y con ojos aterrorizados.

Hermione se sentó, y miró a su alrededor por encima del hombro de Draco. Dolohov yacía
arrugado contra la pared opuesta, su cabeza colgaba hacia un lado.

—Draco, querido—, murmuró Narcissa, con una voz baja y oscura. —Recoge las tres varitas
—. Los ojos de Narcissa estaban en llamas, la magia crepitaba sobre su piel.

En un destello, Draco se había ido, luego del sonido de varitas contra la piedra.

—Hermione, por favor regresa a tu cuarto—, dijo con un aire de fría autoridad que Hermione
nunca había escuchado en ella. —Tu revisión ha terminado.

Narcissa sostenía su varita contra el cuerpo inconsciente de Dolohov, en busca de


movimiento. Draco volvió a su lado, pálido.

Hermione se deslizó de la mesa con piernas temblorosas. —¿Qué vas a hacer?— Graznó

—Un simple Encantamiento Desmemorizante para los tres debería ser suficiente—, dijo
Narcissa. —¡Mippy!

El elfo cobró existencia con un chasquido. Hermione dio un salto ante el sonido.

—Lleva a Hermione a su cuarto y luego regresa.

Y antes de que pudiera preguntar algo más, la elfina la tomó por la muñeca y entonces estaba
en su habitación. Mippy se fue antes de que Hermione pudiera formar una palabra.

Se llevó las manos al estómago, la bata de hospital le raspaba la piel.


El terror que la había dejado congelada ante la mirada lasciva de Dolohov y la varita de la
medimaga se fue drenando de sus venas, hasta que un lento goteo de serenidad la rodeó.

Una vez más había sido salvada. Narcissa Malfoy había atacado a uno de los más leales
seguidores de Voldemort para protegerla de ser esterilizada.

Hermione se aferró al respaldo de su sillón.

Mippy apareció en su cuarto de nuevo con los ojos abiertos, llevando la ropa que ella había
descartado. —¡Señorita! ¡Necesito su bata!

Ella se desnudó, con la mente demasiado adormecida para sentir vergüenza, y cambió la bata
por sus prendas. Mippy desapareció.

Se quedó sola, de pie en su cuarto, respirando en silencio, y luego comenzó a vestirse.


Mientras se subía los pantalones y se abrochaba el sostén, su mente comenzó a dar vueltas.

La puerta de su cuarto se abrió de golpe, y ella apretó el sweater contra su pecho. Draco entró
y sus ojos se deslizaron rápidamente sobre su piel, antes de girar abruptamente para darle
privacidad. —¿Estás bien?

Ella no podía pensar en una respuesta adecuada, así que su mente dio un salto hacia cualquier
otra parte. —Tendrá que ser un Encantamiento Desmemorizante muy fuerte—, dijo, con voz
temblorosa, mientras pasaba el sweater por encima de su cabeza. —Para reemplazar un
recuerdo por otro totalmente distinto.

—Mi madre lo tiene bajo control.

Ella asintió rápidamente, intentando concentrarse. Él echó un vistazo para asegurarse que
estaba completamente decente antes de entrar al cuarto.

—¿Estás bien?— Volvió a preguntar.

—¿Por qué hizo eso? Eso fue… más que estúpido, la verdad.

Él tragó saliva y enfrentó sus ojos. —Ella se preocupa por ti.

Una calidez se extendió sobre ella, desde el pecho hacia las extremidades. Sintió que la
totalidad de los eventos del día volvía a ella. Parecía como si él estuviera haciendo lo mismo,
sus ojos pasaban por encima de sus hombros, atrapados por la luz blanca en el frasco.

—No voy a disculparme por encontrar el ritual—, dijo, volviendo a mirarla. —Pero te pido
perdón por no habértelo dicho antes.

—Podría haberte ayudado.

—Lo sé.

—Pero no quisiste que lo hiciera—, conjeturó.


—No quería que tuvieras que preocuparte por el Plan B.

Hermione tragó saliva. Se preguntó que habría hecho. Si hubiera pasado horas y horas junto a
él en la biblioteca buscando hechizos antiguos, retorciéndose ante la idea de tener que hacerlo
por la vía “fácil”… ¿Se habría dado vuelta hacia él a media noche y lo habría besado?

¿Él la habría dejado hacerlo?

Se aclaró la garganta. —Me tratas como una niña que necesita protección—, dijo
suavemente. —Y no me gusta. Me hace sentir incluso más inútil de lo que ya me siento.

Él apretó la mandíbula. Ella continuó, sintiendo un fuego adentro suyo que había nacido en
Edimburgo cuando los cañones habían disparado.

—Podemos ayudarnos mutuamente. Ya te estoy ayudando a que no existan sospechas sobre


tu comportamiento. Podría ayudarte con otras cosas si me dijeras qué son—. Le sostuvo la
mirada, y vio que titilaba rápidamente antes de volver a gris. —Y yo también necesito tu
ayuda. Pero primero, necesito saber que no habrá más secretos entre nosotros.

Él estaba inmóvil. —No más secretos—, repitió, como probando las palabras en su boca.

—No más despertarme a las dos de la mañana con un ritual de la Edad Media. No más robar
un cabello mío para hacer una Poción Multijugos. No más alejarme de Edimburgo porque hay
una catástrofe en el patio que te olvidaste de mencionar.

Había un rubor en sus mejillas, y una tensión en sus brazos.

—No más secretos—, dijo él, casi suplicando en su tono. Avanzó hacia ella, con los ojos
oscuros y peligrosos. —Dime qué te hizo.

Ella parpadeó, su mente se entrecruzó en distintas direcciones. —¿Quién?

—Dolohov—, susurró, con un temblor en el ojo.

Hermione sintió como un balde de agua fría caía sobre ella. —Oh—. Frunció el ceño,
distraída de su propósito ante la extraña pregunta. —Solo amenazas. Dejó en claro que tenía
un interés especial por mi.

El rostro de Draco era impasible. No había necesidad de contarle acerca de las duchas, o de
su mano entre sus piernas. Ciertas cosas no se pueden borrar.

Ella se acercó a él. Él la miró con aceptación, y ella presionó un poco más, intentando
obtener una respuesta a la única pregunta que le importaba. —¿Por qué estoy aquí?

Él parpadeó, apartando la mirada rápidamente. Apretó los labios. —No más secretos—,
murmuró. —Pero cualquier cosa menos eso.

Arraigada al suelo frente a él, sintió que la decepción le retorcía el estómago. Pensó
nuevamente en la foto dentro del cajón de su armario. La posibilidad de que la estuvieran
manteniendo a salvo como una moneda de cambio en caso de que la Orden reviviera.
Podía haber múltiples explicaciones para las acciones de Narcissa...

Mantuvimos a Hermione Granger viva e ilesa.

Ella asintió, archivando el asunto. Enterrando su tristeza irracional. —Necesito hablar con
Cho.

Él frunció el ceño. —¿Chang?

Ella arqueó una ceja, como hacía él. —¿Conoces a otra Cho?

Él entrecerró los ojos con molestia.

—En Edimburgo. ¿Puedes arreglarlo?— Preguntó ella.

Él la miró, observando su rostro, sus rizos, sus ojos. —Tal vez. ¿Por qué?

Ella apretó los labios. No más secretos. —Tengo algo que contarte acerca de las Chicas
Carrow y sus collares.

Chapter End Notes

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bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

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Chapter 20
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Espero que todos hayan tenido una temporada festiva segura y feliz!

Gracias a SaintDionysus y raven_maiden.

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El Silencio flotaba en la habitación, denso y pesado como una capa. Los ojos de Draco
alternaban entre los ojos de Hermione y sus labios, como si no pudiera creer las palabras que
habían surgido de ellos durante la última hora.

Él había estado en silencio y ella había contado sus secretos, uno tras otro. La nota de la rubia
fresa. Charlotte. La uva entre los labios pintados de Cho, y lo que significaba.

Además de respirar con fuerza una o dos veces, él no había hecho más que mirarla fijamente
mientras ella enumeraba los hechos y compartía sus sospechas. Pero ahora que había
terminado, los ojos de él sobre ella se sentían aún más intensos, y su sentido de calma lógica
se estaba desvaneciendo.

Cuando ya no pudo soportarlo más, se aclaró la garganta. Fuerte. Él parpadeó, como saliendo
de un trance.

—¿Y bien?

Él se rascó la nuca. —Bueno. Eso es… un montón, Granger.

Ella lo fulminó con la mirada. —¿Un montón? ¿Eso es todo lo que tienes para decir?—
Draco abrió la boca, pero se encogió de hombros. —Olvídalo—, resopló, cruzándose de
brazos. —¿Vas a ayudarme o no?

Se hizo una pausa mientras él la miraba con el ceño fruncido, pensando. —¿Quieres que
organice una audiencia privada con Cho Chang?

—Si.

—Con pleno conocimiento de los riesgos si te atrapan.

—Si.

Frunció aún más el entrecejo. —¿Y por qué no le puedes simplemente pasar una maldita
nota?
—No sería adecuado. Es demasiado peligroso.

—¿Ahora te preocupa lo peligroso que es esto? Cada nota que has pasado podría haber hecho
que te maten...—

—Esto es diferente—. Respiró hondo. —Si esto cae en las manos incorrectas, que me maten
es la menor de mis preocupaciones.

Sus ojos brillaron y dio un paso hacia ella. —Entonces, ¿qué información es esta que
aparentemente vale más que tu propia vida?

Hermione parpadeó. —Bueno, no puedo decirte eso.

Un músculo se crispó en la mandíbula de él, y ella vio que su garganta subía y bajaba al
tragar. —Granger, hace apenas una hora estabas escupiendo todas tus teorías y
maquinaciones, suplicando para que no haya secretos entre nosotros...—

—¿Suplicando?

—¿…y ahora volvemos a lo mismo?

—Malfoy, estás en el círculo íntimo del Señor Tenebroso...—

Su expresión hizo que las palabras murieran en su garganta.

—¿Y?— Su voz bajaba a medida que se acercaba, cerniéndose sobre ella. —¿Qué hay con
eso?

Ella tragó con dificultad. —Y si hay un secreto que tengo que proteger a toda costa, es este.

—Ambos estaríamos muertos si se llegara a ese punto, así que no veo la diferencia.

—¿Es lo único que te importa?— Ella levantó la barbilla, enfrentando sus ojos. —
¿Sobrevivir a cualquier precio a aquellos que quedan detrás?

Él resopló con sorna, pero no dijo nada. Ella podía ver sus pupilas florecer mientras le
devolvía la mirada y su estómago dio un vuelco.

—Tengo que hacerle llegar esta información, Draco—, dijo suavemente. —No te estoy
pidiendo que estés de acuerdo conmigo, pero te estoy pidiendo que me respetes en esto. Si te
leen la mente...—

Él suspiró y se dio vuelta. —Eso no sería un problema.

Ella frunció el ceño a su espalda. —¿Por qué? ¿Por que eres tan experto en Oclumancia?

—Si—, contestó simplemente.

Ella se erizó ante su exceso de confianza. —Lo siento, pero incluso aunque fueras capaz de
defenderte de un ataque del mismísimo Voldemort, no me arriesgaría. Ahora, ¿puedes
conseguirme un momento a solas con Cho, o no?

Él le dirigió una mirada furiosa, tan similar al modo en que la veía por encima de su caldero
durante las clases de pociones, cuando ella se le adelantaba en una respuesta.

—Puedo contactarme con Mulciber para una Compartida.

Ella separó los labios, y su corazón palpitó en sus oídos. Él había aceptado. Iba a ayudarla,
con —¿Una “Compartida”?

—Si. Es...— Él apartó la mirada. —Exactamente lo que parece, pero con enormes sumas de
Galeones de por medio. Mulciber es liberal acerca de Compartir a Chang. He oído que ha
sido lucrativa para él.

Los ojos de Hermione ardieron, y parpadeó hacia el techo hasta que pasó el escozor. Volvió a
bajar la mirada para ver a Draco de frente a los postes de la cama, calculando.

—Y tu eres tristemente célebre por negarte a Compartir, ¿verdad?

Sus ojos se clavaron en ella, con un fuego lento detrás de ellos. —Si.

—¿Pero sería extraño para ellos? ¿Que solicitaras una Compartida por primera vez?

Él pareció considerarlo por un momento. —No. Chang jugó como buscadora contra mi
durante varios años. Podría decir que quiero un poco de venganza. Le pediré a Mulciber un
cuarto privado para nosotros tres en el Salón.

—Excelente—, dijo Hermione, retorciéndose las manos mientras su cerebro zumbaba. —Y


luego tu te excusarás con Cho y conmigo para hablar...—

—No—, interrumpió. —Granger, eso no será posible. No puedo dejar solas a ninguna de las
dos.

Ella se volvió hacia él. —Solo por cinco minutos...—

—No.

—¡Tres!

—Absolutamente no. No se puede dejar sola a las chicas en Edimburgo—. Rodó la mandíbla.
—Mira, si estás tan preocupada por tu maldito secreto, puedo lanzar una barrera de sonido
una vez que estemos adentro...—

—Eso no es lo que me preocupa—, Hermione se mordió el labio. —Cho no puede saber que
tu estás de acuerdo con esto. Si la atraparan y leyeran su mente, tú y tus padres estarían
expuestos. Es un riesgo innecesario.

Los ojos de Draco eran ardientes sobre los suyos, y ella sintió sus mejillas ruborizarse.
—No estoy de acuerdo—, dijo al fin. —Violar el protocolo es un riesgo enorme. Si alguien
nos atrapa, no podré convencer a nadie de que...—

—Finge que es parte de tu fantasía.

—Mi… ¿mi qué?— Balbuceó.

—Oh, por favor, Malfoy—. Hermione puso los ojos en blanco. —Eres un chico de dieciocho
años. Estoy segura de que puedes pensar en algún motivo por el que podrías disfrutar que dos
chicas apenas vestidas estén solas en un cuarto por tres minutos.

Él abrió la boca para objetar, pero pareció que su garganta se había secado. Tosió y apartó la
mirada, con los pómulos sonrosados. Se volvió hacia la puerta, le deseó un buen día y
murmuró algo acerca de pasar a verla por la noche.

~*~

Pero no pudo pasar a verla esa noche.

A última hora de la tarde, Narcissa le trajo una nota, garabateada con prisa en el reverso de
un sobre, que decía que había sido convocado por una cantidad indefinida de tiempo. Todavía
no estaba seguro dónde, pero le enviaría un reporte cuando pudiera. Mencionó que ya había
enviado la solicitud de la que habían hablado.

Narcissa miró el sobre abierto (y por lo tanto no-privado) con una sospecha fingida y dijo: —
¿Dijo algo acerca de cuándo estaría de vuelta?

—Eh, no, no lo hizo—. Hermione dobló el sobre en cuatro, y lo guardó en el bolsillo del
pantalón. Se volvió hacia Narcissa, y cuando sus ojos se encontraron, el libro cerrado en el
estante de su mente, que contenía los eventos de la mañana, tembló. Hermione tragó saliva, y
jugueteó con sus mangas. —Narcissa, debería haberte buscado inmediatamente después de
que Dolohov se fuera. No sé cómo te lo podré retribuir alguna vez, pero...—

—No me debes nada, Hermione—, dijo ella, con firmeza pero amablemente. Una suave
sonrisa en sus rasgos. —Yo cuido de los míos.

Hermione se quedó atónita, viendo cómo Narcissa daba una vuelta por su habitación, y
pasaba sus delicados dedos por encima de los muebles.

—Ha sido difícil para mi tener hijos—, dijo. Hermione parpadeó. —Hubo un tiempo en que
Lucius y yo… bueno, pensamos que había una maldición sobre nosotros. Un castigo—.
Narcissa giró hacia ella, sus ojos vagaron por el hombro de Hermione. —Draco fue un
embarazo muy complicado. Era nuestro cuarto intento… había perdido tres antes de él—. Sus
ojos se volvieron vidriosos por el recuerdo antes de parpadear. —Siempre quise tener una
familia grande, pero una vez que estuvimos a salvo en casa con Draco, Lucius y yo
acordamos que nos contentaríamos con uno.

Los ojos de Narcissa Malfoy se volvieron hacia ella, con algo feroz ardiendo en ellos.
—Espero que un día puedas tener hijos, Hermione, si eso es lo que deseas. Quiero que sea
una elección que puedas tomar.

Hermione asintió, un ardor repentino en su garganta. Su mano se había abierto camino dentro
de su bolsillo, y sus dedos apretaron con fuerza el pergamino.

Observó las suaves arrugas alrededor de los ojos de Narcissa mientras le decía que la llamara
si necesitaba algo, y se excusaba en voz baja.

Ella se preocupa por ti. Draco se lo había dicho.

Más allá del motivo por el que la hubiera traído a la Mansión Malfoy en primer lugar, a pesar
de cualquier plan o especulación, Hermione ya no podía evitar creer en lo que le había dicho.

~*~

Draco aun no había regresado a casa el viernes siguiente, y Hermione se decía a si misma que
la decepción y la ansiedad que sentía se debían a tener que demorar la reunión con Cho.
Aquella mañana él le había enviado una carta, por medio de Narcissa, donde explicaba que
estaba en Groix, una isla frente a la costa noroeste de Francia. Esperaba ser enviado pronto a
alguna otra parte de Europa, “ningún lugar será peor que Italia”, y no regresaría al menos
hasta dentro de una semana más. En una posdata le pedía que por favor “hiciera saber al resto
de la familia” acerca de su ausencia continua, ya que “no quería que los elfos se alborotaran”.

Hermione encontró la carta alrededor del mediodía, escondida debajo de la servilleta de su


bandeja de almuerzo. Era una de las tres cartas que había recibido de Draco cuando se
marchaba inesperadamente: la primera de cuando había viajado a Italia, la segunda del día
que se había ido la semana pasada, y ahora esta. Por motivos que solo se permitía conocer a
si misma, dobló cada una de ellas, y las colocó cerca de su cama, dentro del joyero vacío.

~*~

Pasaron tres semanas hasta que Draco regresó. Tres viernes sin visitar Edimburgo. Tres
viernes en los que alguien podría haber estado intentando comunicarse con ella.

Leía el Profeta de manera obsesiva, buscando por cualquier cosa que pudiera ser útil dentro
de la propaganda de Skeeter, así como cualquier mención a Francia o a algún otro país que
pudiera dar una pista del paradero de Draco. Después del almuerzo, se dirigía a la biblioteca a
investigar, o se llevaba alguno de los libros de historia al observatorio. Por la noche, pasaba
una hora o dos practicando Oclumancia.

Los tatuajes todavía la eludían. Ella estaba convencida de que se basaban en hechizos
prestados, pero el progreso que había hecho con los libros seleccionado por el catálogo de la
biblioteca, había sido escaso hasta la frustración. Su siguiente, y último, libro acerca de
esclavitud mágica, era un ejemplar de la historia de la magia en América del Norte. Y una
vez que lo terminó, había tenido que pensar en un nuevo plan.

Exactamente siete días después de iniciado el mes de agosto, Hermione se dio cuenta de que
se había olvidado del cumpleaños de Harry. Cuando vio que la fecha en las páginas del
Profeta era siete de agosto, soltó un grito ahogado, y su mano se aferró a su corazón como si
le hubieran disparado. Había estado demasiado distraída el día treinta y uno, concentrándose
en las noticias que traía la carta de Draco.

Esa noche, lloró hasta quedarse dormida, y al día siguiente pasó ocho horas practicando
Oclumancia. Cuatro días después, se arrastró debajo del cobertor y se permitió cantar un feliz
cumpleaños a Ginny antes de sucumbir al efecto de la Poción para Dormir de Mippy.

Draco regresó finalmente un lunes a mediados de agosto, pálido y cansado. Irrumpió


directamente en el desayuno de Hermione y Narcissa, besó a su madre en la mejilla y se sentó
ante las dos atónitas mujeres, desplegando su servilleta con una floritura.

Narcissa se recuperó rápidamente, y le hizo algunas preguntas breves y sencillas, ante las
cuales él asentía o respondía con una o dos oraciones cortas.

Pero mientras vertía miel en su té, los ojos de él se deslizaron hacia ella, estudiando su rostro.

Y Hermione sintió que se le cortaba la respiración y el pulso se le aceleraba, descubriendo lo


mucho que lo había extrañado.

~*~

Esa tarde, ella fue a su cuarto. Él abrió la puerta a mitad del primer llamado. Hermione se
quedó mirándolo, abrumada por estar tan cerca de él otra vez. Era más alto de lo que
recordaba, incluso apoyado sobre el marco de la puerta. Separó los labios para hacer la
pregunta por la que había ido, pero su mente permaneció obstinadamente en blanco.

El fantasma de una sonrisa se deslizó por el rostro de él. —¿Has venido a mirarme
boquiabierta, Granger?

Ella cerró la boca de golpe. —En absoluto—, respondió, revoleando débilmente los ojos. —
Estoy muy ocupada. Solo vine a ver...

—No, no me he olvidado de Cho. La verás este viernes. Ya se han ultimado los detalles.

Hermione parpadeó. —Bien. Excelente—. Cuadró los hombros. —También quería saber si...

—A las siete en punto—. Él arqueó una ceja ante su expresión. —Imagino que quieres
practicar esta noche.

—Yo… Si, quiero--. Él ya había anticipado lo que ella quería. La idea le estrujó el estómago.

—De acuerdo, entonces—, dijo, separándose del marco de la puerta. —Nos encontramos allí
unos minutos antes.

Ella asintió y dio un paso hacia atrás. —Gracias—, dijo suavemente, con los ojos fijos en su
cuello.

La garganta de él subió y bajó mientras asentía. —¿Algo más?


—Me… me alegra que estés de vuelta, Draco—. Se apresuró a alejarse antes de que él
pudiera responder, y antes de que ella dijera alguna otra estupidez.

Esa noche, él la guió hacia una sala de estar más pequeña, lejos de la mirada indiscreta de
Narcissa. Hermione todavía estaba avergonzada por su anterior arrebato, así que se quedó la
mayor parte del tiempo sentada en silencio en su regazo, observándolo comer con voracidad.
Era extrañamente satisfactorio verlo devorar sus papas y su asado, así que no lo presionó con
preguntas que pudieran interrumpir su apetito.

El martes, intentó besar su cuello otra vez. Además de una respiración acelerada y una pausa
en su tenedor, él se lo permitió. También se enteró por qué había estado en Groix. La Orden
se había estado reconstruyendo en Francia, y había construido su propio Límite de Aparición.
Draco había sido asignado para cortar los suministros que intentaban pasar el Límite por vía
fluvial. El Señor Nott había sido asignado para romper las defensas del Límite, pero todavía
no lo había conseguido.

El miércoles, ella le sonsacó que había habido disturbios en España, y que el Señor Oscuro
los había enfrentado con bastante descuido en su prisa por aislar Francia. Draco y unos pocos
más habían sido enviados para controlar la situación.

Después de cenar, ella le pasó la lengua en línea recta, desde la clavícula hasta la garganta.
Enredó los dedos entre sus cabellos mientras acariciaba el lóbulo de su oreja entre sus labios,
avergonzada de recuperar el aliento justo encima de su oído. Lo escuchó tomar un largo trago
de vino tinto, y cuando se acercó aún más, él se movió debajo de ella con un: —Es suficiente,
Granger—, antes de arrojar hacia atrás el resto del vino y retirarla de su regazo.

El jueves, ella apuró su vino, respiró hondo, y se acurrucó contra su cuerpo lo más cerca que
el espacio le permitía.

—¿Está bien?— Murmuró. El le rodeó la espalda con su brazo en respuesta, renunciando por
completo a la intensión de comer. Escuchó el chasquido de su garganta al tragar el vino, y
entonces intentó girar el torso para ponerlo de frente al suyo, acercándose más.

—Deberías comer—, dijo en voz baja. —Vamos a ir a Edimburgo mañana, y tenemos que
actuar con normalidad—. Una larga pausa antes de asentir, y luego tomó el cuchillo y el
tenedor. Ella lo vio comenzar a cortar la carne, y lentamente se inclinó hacia él para depositar
unos besos perezosos a lo largo de su garganta y mandíbula.

Una fuerte inhalación, y Draco dejó caer los cubiertos. Las manos de él se movieron a sus
caderas, todavía vueltas a un lado, y las alejó ligeramente de él. Ella se mordió el labio y se
tambaleó, perdiendo el equilibrio. Envolvió sus brazos alrededor de él para estabilizarse,
reprimiendo el impulso de soltar un chillido cuando sus senos rozaron su pecho a través de la
delgada camisa; y otro movimiento debajo de ella la hizo deslizar aún más por las piernas de
él.

Hermione frunció el ceño, todavía inestable y ahora también irritada. Estaba presionada
contra él hacía apenas un minuto, y ahora él estaba siendo terco. Con determinación, se
acercó a él de nuevo, y sus piernas saltaron debajo de ella. Una aguda exhalación, y un
apretón de sus manos en su cintura...
Y de repente dio un vuelco, y cayó de rodillas al suelo. Soltó un grito.

—Maldita sea, Granger...—

—¡Auch! ¡Eso duele, Malfoy!

Él la fulminó con la mirada, furioso y extrañamente encorvado en su silla. —Eres una maldita
idiota—, gruñó, antes de salir corriendo del cuarto, lejos de ella.

~*~

El viernes, después de tomar una cena ligera en su habitación, Hermione se bañó y se


envolvió en una bata esponjosa. Examinó los utensilios y los pinceles, intentando recordar
cómo los había usado hacía un mes.

Se sentó en el tocador, y se preparó para aplicar algo pegajoso en los párpados, cuando un
golpe en la puerta la detuvo. Hermione tiró del cinturón de la bata, atravesó el cuarto y abrió
la puerta.

Draco estaba de pie con las manos en los bolsillos, y una expresión ansiosa en el rostro. Sus
ojos se deslizaron por la bata una sola vez.

—¿Ya nos vamos?

—No—, dijo, con voz rasposa. Se aclaró la garganta. —Tienes una visita. Si lo permites.

Hermione parpadeó. —¿Una visita?

Una voz detrás de Draco. —Son todos tan endemoniadamente correctos en esta casa.

Y entonces Pansy Parkinson se abrió paso rodeando su hombro con un: —Déjanos solas por
una hora—, evaluó rápidamente a Hermione de reojo, —o tres.

Hermione se quedó boquiabierta mientras Pansy cerraba la puerta en la cara de Draco y se


volvía hacia ella con una sonrisa felina.

—Pansy, no puedes simplemente...—

—Merlín, Granger. Tu cabello es escandaloso.

Y luego las manos de Pansy Parkinson estaban en su cabello, retorciendo sus rizos mientras
parloteaba acerca de cremas y pociones hidratantes. Pasó sus dedos por las mejillas de
Hermione, haciendo una mueca sobre su piel y sus cejas.

Hermione intentó protestar en medio del ataque. —Pansy...—

—Tienes unos poros excelentes, pero si no los comienzas a humectar, te verás de noventa a
los cuarenta. Tengo la crema de Harper Hoddy’s Hush, tendrás que usarla dos veces al día por
los próximos...—
—Pansy—. Hermione la detuvo con manos firmes sobre las delgadas muñecas de Pansy. —
¿Qué estás haciendo aquí?

Pansy inclinó la cabeza hacia ella. —Salvándote de ti misma, Granger—. Arqueó una ceja.
—O de lo que tu crees que califica como “maquillaje y peinado”.

Hermione parpadeó, pero antes de que pudiera entender por completo, Pansy la estaba
arrastrando al cuarto de baño y dejándola en una silla frente al espejo. Frunció el ceño ante el
desorden que Hermione había dejado. —Sabes, nunca termina de sorprenderme que hayas
llegado tan lejos en la vida sin entender nada sobre maquillaje.

Hermione resopló. —Es simple. No me interesa.

Pansy se congeló, y luego se dio vuelta para mirarla. Algo helado en sus ojos. —¿Y cómo te
viene funcionando eso en estos tiempos, Granger?— Preguntó con dulzura. —¿Acaso ese
maravilloso cerebro tuyo te provee de todo lo que necesitas en este nuevo mundo?

Hermione no dijo nada, las puntas de sus orejas ardían con irritación. Ella tenía razón, su
inteligencia solo la podía llevar hasta cierto punto.

—Ahora, no tenemos mucho tiempo, así que escucha con cuidado—. Pansy tomó una
delgada brocha de maquillaje y la agitó frente a su rostro. —¡Ésta no es una brocha para
sombras!— La dejó bruscamente y tomó otro pincel. —Ésta es una brocha para sombras.

Hermione observó las dos brochas, idénticas a sus ojos, y luego miró el rostro airado de
Pansy. Pansy inhaló una respiración profunda y purificadora.

—Está bien—. Una sonrisa fresca. —Es por eso que estoy aquí.

Sacó un bolso de su hombro y la abrió sobre el tocador. Cremas, polvos, geles y pinceles se
extendieron frente a ella.

—¿Pero por qué?— Hermione encontró su voz para preguntar. —¿Por qué vendrías a
ayudar?

Pansy se volvió hacia ella con un pomo de algo. —Porque la última vez que te vi en
Edimburgo lucías atroz, Granger—, respondió llanamente. —Como un niño que hubiera
enterrado el rostro en la bolsa de maquillaje de un payaso. Y por más divertido que sea verte
hacer el ridículo, preferiría que Draco no sufriera las consecuencias.

Hermione frunció el ceño ante el espejo. —No todas las chicas se arreglan y se visten de
punta en blanco...—

Pansy arrastró la silla para enfrentarla con una fuerza sorprendente. —No todas las chicas
cuestan sesenta y cinco mil Galeones—, dijo, inclinándose para igualar el nivel de Hermione.
—No todas las chicas están del brazo del heredero de los Malfoy. Créeme cuando digo que
necesitas lucir y actuar como corresponde. Si no puedes mantener la mentira, Granger—, dijo
Pansy, y su voz se volvió afilada, —pondrás en peligro a toda la familia Malfoy.

Hermione apretó los labios. —Estoy al tanto de eso, gracias.


Pansy se irguió, una brillante sonrisa le cruzó los labios. —Perfecto—. Colocó un tubo de
algo en las manos de Hermione. —Ahora, ponte hidratante.

Mientras se esparcía la crema sobre el rostro, Hermione pudo ver a Pansy ordenando su kit de
maquillaje, su corto cabello negro se balanceaba con cada giro de cabeza. Sus ojos se
deslizaron sobre el antebrazo izquierdo de Pansy. La piel estaba mutilada y de un color
blanco plateado. Por el ácido que había usado Zabini.

Este era el momento oportuno para preguntarle acerca del tatuaje.

—¿Te dolió?— Preguntó en voz baja.

—No seas idiota, Granger. Me escuchaste gritar. Ahora pregunta lo que verdaderamente
quieres preguntar. No te andes con vueltas conmigo.

Pansy se acercó a ella con una enorme brocha de maquillaje, y cubrió rápidamente el rubor de
vergüenza de Hermione con un pegote color beige.

—¿Qué sabes acerca de los tatuajes?— Preguntó Hermione, una vez que el pincel se alejó de
su boca.

—Absolutamente nada—. Pansy volvió a mojar el cepillo. —Todo lo que sé es que puedo ir y
venir cuando me plazca.

—Porque estás muerta.

Los labios de Pansy se crisparon. —Bueno, si. Eso suele ser útil.

Pansy continuó en silenciosa concentración, frotándole el rostro y untando polvos en sus


mejillas. Hermione se sintió igual que en cuarto año, cuando Parvati y Lavender hicieron un
escándalo por su aspecto antes del Baile de Navidad.

Escuchó el eco de un grito rebotando sobre azulejos negros mientras Parvati era
estrangulada a la vuelta de una esquina… Los gritos de Luna...

Parpadeó, volviéndose a enfocar y sintonizando a Pansy, que ahora se estaba quejando de que
su palidez se devoraba todo su bronceador.

—Dijiste que me envidiabas. En el Ministerio.

Pansy no levantó la mirada de su paleta.

—Dijiste que sentías envidia de “cómo iba a ser mi vida”—, dijo Hermione. —¿Qué quisiste
decir?

Pansy soltó una carcajada, un ladrido de júbilo que hizo saltar a Hermione de su asiento.
Pansy miró el cuarto de baño a su alrededor, señalando con la brocha.

—¿Crees que alguna otra chica tiene algo como esto, Granger? ¿Crees que el resto de ellas
duermen profundamente por las noches, acurrucadas entre sus doce almohadones, sin temor
de que llegue un visitante a mitad de la noche?

Una ola caliente de culpa y dolor burbujeó en el vientre de Hermione, pero la apartó a un
costado.

—Tu ya sabías entonces que Draco iba a comprarme.

Pansy apuñaló el rubor con un nuevo cepillo y murmuró para confirmar.

Hermione tomó aire, con el corazón galopando. —¿Sabes por qué?

Pansy giró hacia ella, y su flequillo se meció con delicadeza. Sus ojos tomaron cuenta de
Hermione, la examinaron, y entonces se entrecerraron como los de un depredador.

—Lo sé—, dijo Pansy, torciendo los labios. Y Entonces: —Cierra los ojos, Granger—,
finalizando la conversación.

Hermione abrió la boca para protestar, pero Pansy ya estaba acercándose con el pincel.
Hermione cerró los ojos, y resopló derrotada.

Cuando Pansy comenzó a atacar sus párpados, Hermione decidió probar la siguiente linea de
preguntas.

—¿Vas a volver a Edimburgo? ¿Como Giuliana?

—Lo haré. Por el futuro previsible.

Hermione frunció el ceño, y observó a Pansy mezclar colores en su paleta. ¿Se vería obligada
por siempre a encarnar los cuerpos de otras chicas? ¿A mirar a través de los ojos de alguien
más? Era injusto pedirle que tomara el lugar de Giuliana. Injusto para ambas.

Y mientras el fuego se encendía dentro de ella, Hermione pensó en las uñas rojas y en los
labios rojos que su propio cuerpo había usado cuando era conducido por Pansy. Claramente
lo había hecho como un favor a Draco, igual que lo estaba haciendo ahora. Él nunca debería
haberle pedido eso.

Pansy le estaba dando forma a sus cejas cuando Hermione volvió a encontrar sus voz.

—Acerca de la noche que llevaste mi cuerpo a Edimburgo—, dijo. Pansy hizo una pausa
sobre su ceja izquierda. —Estaba bastante conmocionada, y francamente me sentí violada
cuando lo descubrí. Pero me di cuenta que solo estabas intentando ayudar a un amigo—.
Dejó caer su mirada en sus manos, en sus uñas desnudas. —Quiero que sepas que no te
guardo rencor.

Pansy estaba inmóvil. Hermione la miró de reojo y vio una ceja arqueada dirigida a ella, y
unos ojos fríos como el hielo.

—¿Y por qué me estoy disculpando exactamente, Granger? ¿Por salvar tu trasero? ¿El de
ambos?
Hermione frunció el ceño. —No espero una disculpa. Sé que aceptaste hacerlo cuando Draco
te lo pidió...—

—¿Crees que Draco tuvo el sentido común de sugerirlo?— Pansy sonrió, con un gesto felino.
—Fue mi idea, Granger. Estaba harta de escuchar a Blaise quejarse de cómo Draco iba a
terminar consiguiendo que lo maten. Alguien tenía que tomar el asunto en sus manos.

Hermione la miró fijamente. Pansy se volvió, se quitó el flequillo de los ojos y mojó
ligeramente un afilado pincel en un pequeño frasco.

—Seguro, Granger. Acepto tus disculpas. Por favor perdóname por asegurarme que nunca
tengas que experimentar esa poción tu misma. O hacer el ridículo intentando manipular una
verga por primera vez en tu vida ante la mirada de cincuenta hombres babeando. Perdóname
por mojarme los labios para que tu puedas seguir jugando a la casita con los Malfoy por un
tiempo más.

Pansy dejó bruscamente el frasco sobre la encimera y giró hacia ella con el pincel. Lo hizo
girar entre sus dedos, con los ojos fijos en Hermione. Ella simplemente le sostuvo la mirada,
y lentamente cerró la boca que se le había quedado abierta.

—¿Todavía lo amas?— Susurró finalmente, con una tensión en el pecho.

El rostro de Pansy se quebró en una mueca burlona. —No seas tan sentimental, Granger—.
Tomó bruscamente la barbilla de Hermione y bajó el cepillo hasta sus párpados. —Aquí no
hay lugar para esas cosas.

Hermione se mantuvo quieta y en silencio mientras Pansy terminaba con la sombra de ojos y
aplicaba el delineador y la máscara. Examinó la nariz redondeada de Pansy y sus ojos agudos,
su piel cremosa y su cuello largo, y recordó cómo solía toparse con Pansy y Draco en sexto
año durante las rondas de Prefectos, apretándose el uno al otro contra las esquinas o
escabulléndose detrás de las estatuas... Y el modo en que la pierna de Draco presionaba entre
las de Pansy mientras la besaba.

Pansy comenzó a cepillarle polvo en el rostro con una enorme brocha. Había un millón más
de preguntas que quería hacer, y Hermione estaba a punto de quebrar el silencio cuando
Pansy estiró una mano hacia su bolsillo y sacó una varita.

Los ojos de Hermione se abrieron, viendo a Pansy usarla para colocar polvos en su rostro. —
¿Cómo conseguiste una varita?

—Solo me la prestaron. Tu cabello necesita ayuda mágica, Granger.

Vio el espejo de reojo mientras Pansy se movía a su alrededor, usando la varita como un
rizador en el cabello de Hermione. Cuando finalmente terminó, tomó el respaldo de la silla de
Hermione, y la giró hacia el espejo para que pudiera verse.

Hermione era una sombra. Un producto de la imaginación de alguien. Sus pómulos brillaban
y sus ojos se hundían. Sus cejas eran nítidas y su mandíbula afilada, igual que la de Pansy.
Sus rizos danzaban alrededor de su rostro como la melena de un león.
—Lo odias, lo sé—. Dijo Pansy, guardando sus cosas con un movimiento de su varita. —Pero
tendrás que soportarlo. Ahora echemos un vistazo a esos calzones—. Salió danzando del
cuarto de baño antes de que el cerebro de Hermione terminara de procesar.

—Mis… ¿mis calzones?

Corrió tras ella, todavía en bata. Pansy había abierto las puertas del guardarropa de par en par
y estaba hurgando en sus cajones.

—Merlín, ¿es la ropa interior de McGonagall?— Murmuró.

—¿Por qué necesito ropa interior sexy esta noche?— Preguntó Hermione, con un dejo de
pánico en su voz.

—Deberías tener ropa interior sexy todas las noches, Granger—, dijo Pansy, sosteniendo un
par a la luz antes de arrugar la nariz y devolverlo al cajón. —Nunca subestimes el poder que
puedes ejercer con un par de bragas sexys—. Soltó un suspiro de frustración y luego inclinó
la cabeza hacia el techo y gritó: —¡Kreacher!

Los ojos de Hermione se abrieron de par en par cuando un viejo y malhumorado elfo
apareció en mitad de su cuarto.

—Señorita Pansy—, graznó. Sus ojos recorrieron a Hermione con el ceño fruncido. Ella dejó
caer la mandíbula.

—Necesito las bragas y el sostén rojo de mis cajones—, dijo Pansy. —Rápido.

El elfo desapareció con un gruñido. Hermione se quedó mirando el espacio que había
ocupado. No había esperado volver a verlo.

—Pero cómo...— Se volvió hacia Pansy para preguntar, pero se sobresaltó al escuchar un
chasquido. Un par de bragas rojas de encaje y un sostén a juego yacían sobre la cama.

—¿Por qué Kreacher te obedece a ti? ¿Dónde lo encontraste?

—Son suficientes preguntas por un día, Granger. Ahora, ¡desnúdate!— Pansy le empujó la
ropa interior entre los brazos, y luego se quedó esperando. —Oh, por favor. He visto tu
cuerpo. He estado en tu cuerpo. Solo ponte eso para que podamos ajustar este vestido para ti.

Hermione se subió las bragas por debajo de la bata. —¿Vestido?

—Hice que los elfos te lo trajeran esta mañana.

Pansy buscó dentro del armario y sacó un vestido rojo de seda, corto, escotado y entallado.
Las manos de Hermione se detuvieron mientas desataban la faja.

—Yo… yo no puedo usar eso.

—¿Y por qué diablos no?— Espetó Pansy.


—Pansy, es demasiado. El color es… y el corte...— Balbuceó mientras Pansy la fulminaba
con la mirada. —Atraerá mucho la atención...—

—¿No has oído nada de lo que dije? Eres la “Chica Dorada”—. Arqueó una ceja. —Has sido
considerada como la más deseada. Y ahora estás del brazo del más importante heredero de
Sangre Pura, el Mortífago más joven—. Pansy se movió directamente frente a ella. —¿Y
dices que tu lugar está en un segundo plano?

Hermione la miró fijamente, con la boca ligeramente abierta, intentando encontrar las
palabras para explicar su incomodidad.

—Suficiente. Deja de lloriquear y vístete con tu rojo Gryffindor—, dijo Pansy.

Hermione cerró los ojos con fuerza y respiró hondo. Escoge tus batallas, se recordó. Se quitó
la bata, se abrochó el sostén, y dejó que Pansy le deslizara el vestido por encima del torso,
evitando sus ojos. Sintió un apretón alrededor de las caderas, y Pansy sonrió mientras soltaba
algunas de las costuras.

—Era en serio lo que dije de tu trasero, Granger—. Hermione se sonrojó, y Pansy soltó una
carcajada. —Lo extraño. Draco nunca ha sido tan atento con mi trasero y mis caderas como
cuando estaba en tu cuerpo.

Hermione contuvo el aliento cuando un agradable pero embarazoso calor se deslizó por sus
venas. Bajó la mirada y encontró la sonrisa satisfecha de Pansy.

El reloj sonó en el estante, sobresaltándola. Ya eran las diez en punto.

Pansy se puso de pie, y tomó un par de tacones dorados. Les lanzó un Hechizo de
Comodidad, y Hermione murmuró un “gracias” en voz baja. Se los puso y cerró el collar
alrededor de su cuello. Antes de que pudiera salir por la puerta, Pansy la detuvo.

Destapó un lápiz de labios y le sostuvo la mandíbula con firmeza. Hermione se sacudió al


notar que era el mismo color que había usado Pansy cuando fue a Edimburgo con su cuerpo.

—Es realmente necesario...—

—El labial es todo, Granger. ¿Realmente crees que puedes ir a bailar el vals con un vestido
rojo pero sin los labios rojos?— Pansy resopló. —Merlín, cómo has llegado hasta aquí sin
mi...

Hermione puso los ojos en blanco y dejó que Pansy le aplicara el labial, secando cuando ella
se lo exigió. No pudo soportar verse en el espejo antes de bajar las escaleras. Pansy le
susurraba instrucciones para evitar mirarse los zapatos o fijar la postura, pero en lo único en
que Hermione se podía concentrar era en los nervios que zumbaban en sus venas, que pronto
se convirtieron en un rugido al ver a Draco junto a las chimeneas.

Llevaba túnica negra, pantalones negros, botas negras. Sus ojos estaban fijos en sus piernas
mientras ella bajaba. Hermione apartó la mirada, sintiendo calor en todas partes. Pansy se
despidió y le arregló a Hermione algunos rizos sueltos. Se encontraría con ellos y con Blaise
allá, después de tomar la Poción Multijugos.

Con un resplandor de llamas verdes, ella y Draco se quedaron solos. Cuando ella lo volvió a
mirar, lo sorprendió mirando su rostro y su cabello antes de girar y comenzar a caminar hacia
afuera.

Se sentía como un persona distinta mientras se tambaleaba detrás de él. Él la esperó en la


base de las escaleras exteriores, y cuando alcanzó los últimos escalones, su mano tomó la de
ella para ayudarla a bajar. Ella le echó un vistazo fugaz mientras su mano aferraba la suya, y
la mirada de él se deslizó por su cuello antes de apartarse rápidamente.

Su mano la soltó, y continuaron caminando por el sendero.

Llegaron a Edimburgo como siempre hacían, a través de las puertas, y subieron las escaleras
hacia el Gran Salón. Pero cuando las cortinas se apartaron de la entrada, no los recibió el
rostro de Charlotte.

Una chica alta de piel oscura y una brillante sonrisa los recibió con champagne. Draco tomó
dos copas, y Hermione pudo ver un mínimo gesto de sorpresa en su rostro.

Entraron al Gran Salón. Hermione no se había sentido nunca tan expuesta como ahora con el
vestido de Pansy. Los ojos de los hombres estaban encima de ella cada vez que se volteaba,
goteaban por su pecho y se arrastraban por sus piernas. Era un farol escarlata, arrastrando
cada mirada en su dirección. Levantó el mentón, decidida a no permitir que sus mejillas
hicieran juego con el vestido.

Sus ojos avistaron los de Cho al otro lado del cuarto. Cho arqueó una ceja, mirándola de
arriba abajo. Sonrió antes de volver a girar hacia Mulciber.

Eso ayudó un poco.

Draco conversó con varios hombres a lo largo del cuarto, y se detuvo para preguntar por sus
esposas y sus propiedades. La condujo con una mano en la espalda, que bajaba hacia sus
caderas cada vez que un par de ojos errantes se acercaba demasiado.

El Señor Nott se interpuso en su camino justo cuando Draco intentaba guiarla escaleras
arriba. Estaba a medio camino de la borrachera, y Hermione pensó en su fracaso en Francia.

—Ah, Draco. Tengo alguien que quiere conocer a tu Sangre Sucia—. Arrastró las palabras,
enderezándose sobre su bastón cada vez que se tambaleaba. Un anciano caballero con cabello
canoso se acercó a un lado de Nott. —Creo que ya conoces a Armando Santos, el nuevo
Ministro español.

Draco le estrechó la mano. —Ministro Santos. Un placer verlo otra vez. Puedo presentarle a
Hermione Granger, mi Lote—, dijo con elegancia, aunque apretó un poco más su agarre.

Hermione hizo todo lo posible por mantener el contacto visual y no reaccionar cuando dos
pares de ojos vidriosos la devoraron. La mano de Draco en su cadera la estabilizó.
—Estoy bastante impresionado de que haya podido capturarla—, dijo el Ministro Santos, con
una voz sorprendentemente profunda. –He oído que la pequeña Sangre Sucia es lista.

—No tan lista después de todo—, dijo Nott, riendo entre dientes sobre su vaso de whisky.

—¿Te ha dado muchos problemas, joven Malfoy?

—Al principio—, dijo Draco suavemente. —Ahora ha aprendido algunas lecciones para
mantenerse cómoda.

Nott resopló. —Si, he oído que está bastante “cómoda”. Theo mencionó una suite privada.

Hermione sintió que se le congelaba la sangre.

—Qué puedo decir—, dijo Draco con una sonrisa. —A mi también me gusta estar cómodo.

Los hombres rieron. Sintió que el pecho de Draco retumbaba contra el suyo, y su ritmo
cardíaco se calmó.

—Mantén vigilada a esta, Malfoy—, dijo Santos. —Si alguna de estas mascotas consiguiera
escapar, yo apostaría mi oro en ella.

El Señor Nott terminó su escocés de un trago largo. —Poco probable—, canturreó. Los ojos
de Hermione subieron de golpe hacia él. —Las protecciones que tenemos son inmejorables.
¿Estos tatuajes? Infalibles.

La piel de Hermione escocía. La información exacta que necesitaba...

—Ah—, dijo el Ministro Santos. —Así que estos “tatuajes” son infalibles, ¿pero el Límite de
Aparición en Francia no lo es?— Sus ojos brillaron con crueldad mientras el insulto
aterrizaba.

—Precisamente—, gruñó Nott, el disgusto por el giro de la conversación estampado en su


rostro. —La magia es impenetrable.

—En efecto—. El Ministro Santos ocultó una sonrisa detrás de un largo trago de whisky.

—¡Hemos llegado más lejos que nadie en la historia para asegurar a nuestros esclavos!—
Nott señaló el salón entero, derramando su vaso. —Los antiguos egipcios, los portugueses.
¡Ni siquiera los Rastreadores han tenido el éxito que tenemos nosotros!

Estaba llamando la atención, y varias espaldas cercanas se dieron vuelta para ver la
conmoción.

—Tiene razón, señor—. Cortó Draco, después de dirigir una mirada significativa al Ministro
Santos. —Por favor disculpe, estamos llegando tarde a la cena. Disfrute su visita, Ministro—.
Condujo rápidamente a Hermione lejos de allí.

Y todas las piezas encajaron en su lugar.


El Señor Nott había creado los tatuajes.

Hermione bajó la mirada, con su mente trabajando a toda velocidad.

Los Rastreadores.

Había visto ese término antes. Se moría por volver a su cuarto para investigar.

Pero, un trabajo a la vez. Respiró hondo y volvió lentamente el cuello mientras Draco la
guiaba, sus ojos revolotearon rápidamente hacia Cho.

Un momento después, Draco la estaba conduciendo hacia el comedor. Maldijo el nombre de


Pansy mientras subía las escaleras delante de él, preguntándose cuánto le cubriría el vestido
desde ese ángulo.

Los ojos de Harper se abrieron al verla, y Hermione luchó con la necesidad de tirar el vestido
hacia arriba y hacia abajo.

—Levanta la vista, Harper—, dijo la voz de Draco detrás de ella.

Entraron al comedor, y escuchó que el ruido del ambiente cesaba cuando todos los ojos se
volvieron hacia ellos. Marcus Flint se levantó de su silla, como siempre hacía cuando ella
entraba al cuarto; una exhibición de burla. Pero ahora su mirada se deslizó sobre Hermione
con un intenso silencio, hasta que...

—Merlín, estás tratando de matarnos, Draco.

Montague soltó una carcajada, y se pasó una mano por el cabello. Goyle se había vuelto hacia
ella con una amplia expresión de codicia en el rostro.

Draco se deslizó detrás de ella, y apretó ligeramente su cintura con una mano, con el rostro
por encima de su hombro. —Solo recordando a todos lo que ella vale.

Un escalofrío danzó por encima de los hombros de Hermione. Estaba haciendo eco de las
palabras de Pansy, parecía que ella también lo había influenciado a él. Pero, en otra vida, si
fueran personas diferentes, podría haber sido un cumplido.

Draco la guió hacia su lado de la mesa, interrumpiendo sus pensamientos.

Blaise entró a continuación, “Giuliana” siguiendo sus pasos. La mesa entera lo saludó, pero
entonces Blaise vio a Hermione.

—Bueno, joder—, se rió, y sus ojos le recorrieron el cuerpo.

Los muchachos soltaron una carcajada. Draco sonrió satisfecho. Y antes de que Hermione
pudiera tomar su posición detrás de su silla, Draco la empujó en su regazo. Aterrizó con un
grito ahogado. La conversación comenzó, pero la mayoría de las miradas estaban sobre ellos.

Se suponía que sirviera su vino y esperara detrás de él.


Draco estaba cambiando las reglas.

Cuando Blaise tomó su lugar junto a Draco, Hermione echó un vistazo a Pansy. Sus ojos le
recorrían el cabello y el vestido con aprobación, pero lo disimulaba como una sincera
curiosidad detrás de los ojos de Giuliana.

Hermione se estaba percatando de que el vestido no estaba hecho para estar sentada. No tenía
miedo de rasgar las costuras, pero la parte de atrás del vestido… ya no le estaba cubriendo el
trasero. Afortunadamente, la parte frontal, aunque innecesariamente corta, todavía la cubría,
así que con suerte nadie se imaginaría lo que pasaba detrás.

Excepto Draco. Su trasero estaba desnudo encima de sus muslos, excepto por las bragas rojas
de encaje.

Hermione trató de no retorcerse, sabía que él odiaba cuando se retorcía, pero se movió un
poco, cruzando y descruzando las piernas. La rápida mirada de ojos entrecerrados que le
dirigió Giuliana la hizo quedarse quieta.

Cuando fue hora de que las chicas sirvieran el vino, Hermione simplemente se estiró para
alcanzar la botella desde su posición encima de su regazo. El sentido de decoro que
usualmente se mantenía durante los primeros treinta minutos de la cena se había disuelto
completamente, y las chicas estaban sentadas en los regazos apenas después de que sirvieran
la primera copa de vino. Siguiendo el ejemplo de Draco y de ella.

Susan estaba otra vez acompañando a Goyle. Mortensen había vuelto, luciendo algo
descompuesta. Penelope con Flint. Chicas Carrow con el resto. Theo Nott, que había estado
inusualmente silencioso hasta el momento, enterraba la nariz en el cuello de una morena de
cabello largo que caía encima de un collar plateado. Ella le acercó una copa de vino a los
labios, y después de que él tomara un largo trago con los ojos fijos en ella, se inclinó hacia
adelante para besarla, dejando que ella probara el sabor del vino de sus labios.

Hermione sintió que el calor trepaba por su cuello ante la exhibición, sintiendo de repente
que estaba traspasando su privacidad. Giró para mirar a Draco y lo descubrió observando a
Theo con los ojos entrecerrados. Recobró la compostura y se dirigió a la mesa.

—¿Dónde está Charlotte esta noche?— Se llevó el vino a los labios.

Theo fue el primero en responder, su boca hizo una pausa sobre el cuello de la chica. —La
Ministra Cirillo está aquí esta noche. Ha solicitado a Charlotte.

—¿Qué carajo?— Exclamó Marcus, empujando a Penelope. —Charlotte no puede ser


solicitado. Me han dicho explícitamente...—

—Bueno, tu no tienes Alemania en tu bolsillo trasero, ¿verdad?— Sonrió Theo. —La


Ministra Cirillo si la tiene.

Draco dejó su copa. —Bueno, Theo, pero si eres toda una mariposa social ¿no?—. Theo
frunció el ceño, y Blaise escondió una risa en el hombro de Giuliana. —¿Qué otro chisme
aprendiste por escuchar detrás de la puerta de papi?
—No necesito escuchar detrás de las puertas—, gruñó Theo. —Sé tanto como sabes tú,
Draco. Tal vez más.

Sintió la risa de Draco detrás de ella. Y una idea atravesó su mente, aguda como un rayo:
¿Qué sabía Theo acerca del trabajo de su padre con los tatuajes?

Se volvió hacia Theo y lo descubrió fulminando a Draco con la mirada y luego volver los
ojos hacia la mesa.

—El Señor Tenebroso quiere que ataquemos Francia desde todos los frentes. Cirillo trajo al
Ministro Alemán. Prácticamente le ha entregado Alemania al Señor Tenebroso—, dijo Theo.
—Así que los Carrow han dado instrucciones de ser especialmente complacientes cada vez
que Cirillo visite Edimburgo. Y esta noche ella quería a Charlotte—. Theo tomó un largo
sorbo de su copa, luciendo satisfecho consigo mismo mientras los muchachos reaccionaban a
la información.

Draco estaba rígido debajo de ella, y Hermione recordó el modo en que la Ministra Cirillo la
había observado; había parecido decepcionada porque Draco no la compartiera. Sin embargo
ella no era propiedad de los Carrow. Solo podía rezar porque eso fuera suficiente.

Hermione también debía haberse puesto tensa, porque de repente la mano de Draco estaba en
su espalda, frotando suavemente sus hombros rígidos. Ella se sobresaltó, y luego se volvió a
relajar.

Los muchachos habían pasado a hablar acerca de la nueva mansión del padrastro de Derrick
en Alemania. Ella escuchó en busca de más detalles durante la siguiente hora, pero mientras
el vino en las botellas bajaba, la habitación iba perdiendo cada vez más el interés por el clima
político. Montague y Pucey discutían sobre Quidditch, mientras que Flint susurraba en el
oído de Penelope. Blaise, Draco y Theo recordaban juntos algo en cuarto año, pero Theo
continuaba distrayéndose con la chica en su regazo.

Cuando llegó el momento de hacer la transición hacia el Salón, el corazón de Hermione


comenzó a galopar con anticipación. Al atravesar las puertas del Salón, Hermione descubrió
que poco había cambiado. Todavía estaban las mesas de apuestas, los cuartos privados, los
sofás y los sillones, y las chicas bailando cerca de la música. Pero pudo notar que las cosas
parecían más discretas; no había chicas de rodillas, ni gemidos en rincones oscuros. Si
querían que la noche progresara, los hombres tendrían que arrastrar a sus chicas a un cuarto
privado, y cerrar las puertas detrás de ellos.

Draco se acomodó en un sillón, y tiró de ella hasta sentarla en su rodilla. Una Chica Carrow
apareció con bebidas antes de que se hubiera acomodado, y Draco tomó un vaso que ella
sabía que ni se molestaría en beber.

—Draco—, dijo Flint, dejándose caer en el sofá más cercano. —Escuché que tienes toda una
noche planeada.

Draco lo miró con una ceja arqueada. —Me alegra saber que Mulciber sigue siendo el mismo
bocón de siempre.
—Sabes—, comenzó Flint, pasando un brazo por encima de Penelope, —ustedes dos pueden
llevarse a Clearwater a dar una vuelta cuando quieran. Siempre y cuando me dejen ver—. Su
mirada se deslizó encima de Hermione y le guiñó un ojo.

—Tus excusas para verme la verga son cada vez más flojas, Marcus—, murmuró Draco, y
Flint soltó una carcajada.

—Ey, Granger. ¿Ya habías estado antes con alguna chica?— Agitó las cejas de arriba abajo.
—¿Alguna vez anduviste a tientas por el dormitorio de Gryffindor?

Hermione apretó los dientes, negándose a responder.

Flint soltó una carcajada. —Es fácil, Granger—, dijo, inclinándose. —No es mucho trabajo,
realmente. Deja que Chang haga el trabajo pesado, y tu solo quédate ahí tumbada—. Se pasó
la lengua por encima de sus relucientes dientes nuevos. —Aprovecha tus dos puntos fuertes
de esa manera.

Antes de que pudiera responder, la mano de Draco aterrizó con firmeza en su cintura,
apretándola contra él. Ella intentó relajarse, pero estaba demasiado ansiosa por el borde de su
vestido.

Giró para susurrar en el oído de Draco. —¿Cuánto falta para nuestra reunión?

La mandíbula de él rozó accidentalmente la suya. —Unos quince minutos.

Hermione asintió, y se volvió para echar un vistazo al cuarto. Dos Chicas Carrow se habían
acercado a bailar en su sector. Pucey y Montague estaban conversando en un sofá a varios
metros de distancia, con sus brazos alrededor de sus citas. Goyle ya estaba arrastrando a
Susan a un cuarto privado. La cita de Higgs le estaba besando el cuello, y su mano apretaba
la parte delantera de sus pantalones mientras los ojos de él miraban nerviosamente a su
alrededor. Y Theo Nott tenía a su Chica Carrow sentada a horcajadas, pasando sus manos por
su cintura y sus muslos mientras su boca bajaba por su cuello, y comenzaba a besar sus
pechos por encima de la tela de su vestido.

Quince minutos de esto. Hermione respiró hondo. Esto era para lo que habían estado
practicando, ¿verdad?

Giró hacia el cuello de Draco, y se inclinó como si fuera a susurrar algo otra vez. Sus labios
rozaron suavemente su pulso, y pudo sentir que el cuerpo de él se tensaba y luego relajaba los
músculos. La mano en su cintura se sentía pesada como el plomo.

La mano de ella subió hasta apoyarse encima de su pecho para estabilizarse, y comenzó a
besar su cuello como solía hacer durante las sesiones de práctica. Podía sentir que el ritmo
cardíaco de él se aceleraba debajo de sus dedos mientras depositaba besos suaves en su cuello
y su mandíbula. Dejó asomar la lengua para probar su sabor, y sintió que su caja torácica se
contraía. Su mano se movió hacia su cadera cuando ella se acercó aún más, y él la acomodó
en su regazo, alejándola un poco.
Ella se echó hacia atrás para interrogarlo, pero él estaba mirando fijamente su vaso lleno de
escocés. Un rápido vistazo a su alrededor confirmó que nadie los estaba observando. Flint
estaba concentrado en Penelope, besándola lentamente mientras apretaba sus caderas contra
las suyas. Montague había inclinado a su chica hacia atrás sobre el sofá y tenía la boca sobre
su cuello. Theo había desaparecido en un cuarto privado.

De hecho, Draco parecía ser el único hombre en la habitación que no estaba tocando ni
besando a su Lote. Hermione frunció el ceño. Había estado tan concentrada en que Draco
estuviera cómoda con ella que había olvidado que los propietarios eran quienes solían
comenzar el contacto físico. Necesitaba presionarlo un poco más para la próxima semana.

Una sombra cruzó sobre ellos, y Hermione levantó la mirada para ver a Cho Chang sonriendo
recatadamente.

—Amo Malfoy—, dijo, con la voz baja y aterciopelada. —¿Dónde me quieres?

Hermione parpadeó, sintiendo que la sangre se agolpaba en sus orejas.

—Tenemos un cuarto privado—, dijo él.

Draco se movió para ponerse de pie, estabilizándola sobre sus tacones con una mano en la
cintura. La puso frente a frente con Cho. Sus ojos negros brillaban mientras recorrían el
rostro y el cabello de Hermione.

—Ella está hermosa, Amo Malfoy—, dijo Cho, como si estuviera admirando una obra de
arte. —La vistes de maravilla.

Hermione sintió calor en el rostro. El ronroneo de Cho era extraño, tan diferente a la chica
tímida y poco femenina que solía superar a Harry en el campo de Quidditch con una sonora
carcajada. La chica que había aguantado el llanto por la muerte de Cedric durante todo el
quinto año de Hermione.

Draco murmuró un “gracias” y pasó un brazo por la cintura de Hermione, tomando a Cho de
la mano con la otra. Las condujo a la vuelta de la esquina, pasando a las chicas que bailaban y
a los hombres que bebían y a las parejas en los sillones, hasta el último cuarto privado de la
pared izquierda. Tendrían mucha privacidad en la esquina, pero eso también significaba que
todos los ojos estaban posados sobre ellos tres al pasar.

Tenían un plan. Hermione iba a sugerir algo de tiempo a solas con Cho para que se pudieran
“preparar” para él, Draco aceptaría y volvería dos minutos después con una emergencia que
terminaría con el sórdido trío.

Pero con cada paso que daban, el corazón de Hermione latía con más fuerza, temerosa por la
cantidad de tiempo que tenían y por el papel de Cho en todo esto. ¿Qué pasaba si Cho tenía
muchas preguntas? ¿Y si desconfiaba, o estaba demasiado sorprendida para tomarla en serio?

Llegaron al cuarto de la esquina. Draco abrió la puerta, y Hermione se encontró ante un gran
sofá de terciopelo y la tenue luz de las velas. El cuarto era poco más pequeño que el suyo en
casa, y estaba cubierto de papel tapiz color rojo profundo y techos bajos. Se sentía como si
estuviera entrando a un ataúd.

La risita de Cho detrás de ella la empujó hacia adelante, y Hermione avanzó hasta quedar casi
flotando junto al brazo del sofá, se quedó parada incómodamente. Draco cerró la puerta, y
Cho dio la vuelta por el otro lado.

—Me siento honrada de que me haya elegido para su primera Compartida, Amo Malfoy—.
Cho pasó una mano por el respaldo del sofá, balanceando las caderas al moverse. —¿Qué le
gustaría hacer?— Hermione tragó saliva, echando un vistazo hacia donde Draco estaba de
pie, en silencio, junto a la puerta. Una pausa, y entonces Cho se movió detrás de Hermione,
deslizando un brazo alrededor de su cintura. —¿O tal vez le gustaría mirar?— Respiró en su
oído.

En un parpadeo, Cho la había hecho girar y estaba presionando sus labios sobre los de
Hermione, deslizando su lengua adentro de su boca. Hermione jadeó al sentir que la
apretaban contra la pared, y su mente intentó asimilar lo que sucedía mientras las manos de
Cho se deslizaban a sus lados, recorriendo sus caderas. Los ojos de Hermione se abrieron de
golpe, y sus manos aferraron torpemente los codos de Cho. Necesitaba terminar con esto. O
empezar con esto. No estaba segura.

Cho se movió hacia su cuello, y Hermione miró a Draco, cada vez más mortificada. Él estaba
de pie, rígido junto a la puerta, con las manos en los bolsillos, apretando la mandíbula y con
los ojos fijos en ellas dos. Hermione tomó varias bocanadas de aire. Ella podía hacer esto.
Necesitaba cambiar la marcha para que esto fuera creíble.

Hermione envolvió sus brazos alrededor de la espalda de Cho y la condujo de vuelta hacia
sus labios. La besó con fervor, usando su lengua esta vez, y Cho soltó una risita contra sus
labios. Las manos de Cho se deslizaron por el borde de su vestido hasta aferrar su trasero, y
Hermione se apartó abruptamente, jadeando. Se volvió hacia Draco y susurró. —Vamos a
prepararnos para ti.

Los ojos de Draco se levantaron de donde estaban, siguiendo la progresión de las manos de
Cho. Arqueó una ceja hacia ella.

Se desenredó de Cho y se movió suavemente hacia él.

—¿La fantasía de la que me habías hablado?— Dijo Hermione. —¿De encontrarnos a las dos
en la biblioteca? ¿”Estudiando”?— Sus ojos brillaron cuando ella se detuvo frente a él,
presionando sus manos sobre sus hombros. Se puso de puntas de pie, lo miró por debajo de
sus pestañas y dijo. —Déjame darte eso.

Sus ojos estaban oscuros. Ella se acercó aún más y sus manos bajaron hasta sus caderas,
sosteniéndola en el lugar. Tragó saliva.

—Tres minutos solas—. Sus labios se posaron sobre su mandíbula y susurró. —¿Por favor,
Señor?

—Dos—, respondió él, con la voz quebrada en esa única palabra.


—Si, Señor. Gracias, Señor—. Su voz era un susurro. Acarició su oreja con los labios y dijo.
—No te decepcionaré.

Él la empujó hacia atrás por sus caderas y salió por la puerta en apenas segundos.

Hermione giró cuando la puerta se cerró con un click. En solo dos zancadas echó los brazos
alrededor de Cho, y la chica de cabello negro le devolvió el abrazo con un fuerte apretón.

—Hermione...

—Cho—, susurró Hermione. —¿Estás bien? Me moría por hablar contigo...—

—¡Eres un genio!

—Escucha… no tenemos mucho tiempo.

Se apartó y vio que Cho miraba asombrada hacia la puerta con los ojos muy abiertos.

—Necesito hacerle llegar una información a Ginny, pero no puede quedar por escrito.

Cho parpadeó, y los ojos que volvieron hacia ella se endurecieron con resolución. —Dime.

Hermione tomó aire, sintiendo que el mundo entero pendía de las siguientes palabras. —
Fuego Maldito. Veneno de Basilisco. Espada de Gryffindor.

Vio la mente de Cho dar vueltas hasta que apretó los labios y asintió. —De acuerdo.

Hermione parpadeó. —¿Eso es todo?

—Cuanto menos sepa, mejor. Considéralo hecho.

—Qué tan pronto podrás...— Hermione se interrumpió, volviendo a enfocarse. Dos minutos.
Es todo lo que tenían. —¿Quién le va a decir? ¿Tienes contacto con ella?

—Charlotte—, dijo Cho con simpleza. —No puedo decirte más que eso, pero si logro que
llegue a Charlotte, Ginny lo sabrá en las próximas semanas.

Hermione respiró hondo y asintió —¿Está en contacto con la Orden?

—Tengo mis sospechas, pero no puedo asegurarlo—. El rostro de Hermione cayó. —Confía
en mi—, continuó Cho, —cuanto menos sepamos, más seguro es. Lo único que yo hago es
pasar susurros y notas a Charlotte. El resto está en sus manos—. Cho miró hacia la puerta
otra vez y manoteó el dobladillo de su corto vestido. Sacó algo de entre las costuras: una
pequeña píldora verde del tamaño de una menta. —Toma esto. Charlotte y yo tenemos otra.
Ésta es para ti.

Hermione la tomó en su palma y la miró. —¿Qué es?

—El peor de los escenarios. Una píldora para suicidarse—, dijo Cho. Los ojos de Hermione
se desorbitaron y subieron de golpe para mirarla. —Si te atrapan, tómala antes de que puedan
leerte la mente. Si alguno de ellos lo descubre, se acaba todo.

Hermione tragó con dificultad, la saliva le quemó en la garganta. Luego asintió. Cho tomó la
correa del vestido de Hermione, le dio la vuelta y rasgó una costura hasta que pudo empujar
dentro la píldora por el pequeño agujero.

—Guárdalo en tu dobladillo todo el tiempo.

Tal vez les quedaba un minuto. Hermione repasó las otras preguntas que pensó que podían
responderse en un minuto.

—¿Hay algo que la resistencia necesite? ¿Algún suministro? ¿Algo que necesite ser
investigado?

—No, Hermione—, advirtió Cho con fiereza. —Es demasiado arriesgado. No te pongas en
peligro por robar o andar merodeando.

Hermione se mordió la lengua, y asintió. No había forma de que pudiera revelar más acerca
de su situación sin poner en peligro a los Malfoy.

—Pero pareciera ser que lo tienes en la palma de tu mano—, dijo Cho, estudiándola. —No
puedo creer que nos dejara solas.

Hermione soltó una risita nerviosa. —Digo… si, supongo, pero...—

—¿Has escuchado o visto algo? ¿Alguna reunión en la Mansión que pudiera ayudar a la
resistencia?

Hermione Hizo una pausa. Pensó en todo lo que Draco le había dicho, acerca de Francia, y de
Italia, y de España. En Giuliana, y en Pansy. En la oferta de Lucius a Voldemort, susurrada
detrás de una puerta cerrada. Había montones de cosas que podía contarle a Cho.

—No—, dijo suavemente, sintiendo que la culpa le pesaba en el pecho. —Pero mantendré
mis oídos abiertos.

Cho asintió, y luego miró hacia la puerta. —Tenemos menos de un minuto. Vamos a
desvestirnos.

Hermione se congeló, y regresó a la realidad de la situación. Su boca se secó. —Oh. Creo que
con besarnos estará bien...—

—Bromeas, ¿verdad?— Cho la miró fijamente. —Hermione, tenemos que asegurarnos de


que haga valer su dinero. No quiero arriesgarme a que sospeche nada. Ahora dime acerca de
esta fantasía en la librería—. Y Cho se sacó su propio vestido de seda por encima de la
cabeza, lo arrojó a un rincón y se paró frente a Hermione con solo las bragas y el sujetador.

—Es… yo...— Hermione tartamudeó, mirando la puerta de reojo.

Los ojos de Cho titilaron. Dio un paso al frente y colocó una mano en su hombro para
tranquilizarla. —¿Habían estado antes con una tercera persona?
—Eh, no. Pero yo...—

—Es realmente fácil—, dijo Cho, buscando el cierre en el costado de su vestido rojo. —Sólo
sígueme a mi—. Comenzó a bajar las correas de los hombros de Hermione y ella jadeó,
intentando levantarlas de nuevo.

—Cho, escucha, yo...—

—¿Cómo es él? ¿Es rudo?

La pregunta la tomó desprevenida. —¿Rudo? Eh, no, pero...—

—Cuanto más me cuentes de sus gustos, más rápido irá esto—, dijo Cho, y entonces estaba
bajando el vestido de Hermione por sus caderas y dejándolo caer sobre sus tacones.

Un rubor lamió el pecho de Hermione, a lo largo de su esternón. —Yo no… uhm—. Se aclaró
la garganta. —Él es normal.

Cho inclinó la cabeza. —¿Normal?

Hermione hizo una mueca. —Horrible. Normal horrible. Mira, realmente no necesitamos...—

Cho la arrastró hacia el sofá, y la hizo sentar. —No tenemos tiempo, Hermione. Necesito que
confíes en mi—. Se arrodilló en el sofá junto a ella, y Hermione captó el leve pánico en sus
rasgos mientras tomaba su rostro entre sus manos y la besaba.

Hermione chilló. Las manos de Cho se deslizaron por sus costillas para desabrochar su
sostén.

—¡No, no!— Hermione apartó la boca. —Él… prefiere hacerlo él mismo.

La excusa era endeble, pero Cho la aceptó. Comenzó a besar el cuello de Hermione,
empujándola para que se recostara sobre el brazo del sofá.

Hermione nunca había estado así de desnuda con otra persona en su vida, pero no había
manera de empujar a Cho y decir, “esto no es necesario. En realidad esta noche no vamos a
hacer un trío”. E incluso aunque lo hiciera, dudaba que Cho la escucharía.

—¿De qué se trata esta fantasía en la biblioteca?— Preguntó otra vez Cho, moviéndose por
su cuerpo, deslizando sus manos por el estómago de Hermione. —¿Él nos encuentra en la
Sección Prohibida?— Cho puso los ojos en blanco y separó las rodillas rígidas de Hermione.

—Uhm, algo así.

Hermione estaba intentando pensar desesperadamente en alguna forma de frenar las cosas
cuando Cho bajó la cabeza y le besó el estómago.

—Todo está bien—, dijo suavemente Cho cuando Hermione pegó un salto. —Esta es siempre
una apuesta segura. Solo cierra los ojos e intenta relajarte.
Le besó el ombligo, dirigiéndose claramente hacia el sur, y así es como Draco las encontró
cuando la puerta se abrió.

Hermione deseó poder evaporarse en el acto. La mandíbula de Draco cayó, y sus ojos
vagaron por encima de su ropa interior escarlata. Hermione apenas registró a Cho
exclamando entre jadeos que “solo estaban estudiando” y “¡Por favor no le cuente al Profesor
Snape!”.

—Cambio de planes—, dijo con aspereza. —Granger y yo tenemos que irnos.

Hermione se levantó con torpeza, y se apresuró a buscar su vestido.

—¿Está seguro?— Dijo Cho con un puchero. —¡Pero si apenas estábamos comenzando!—
Pero ella también estaba buscando su vestido.

—Me temo que es un asunto urgente. Tendremos que posponerlo—. La voz de Draco era fría
y lacónica. Hermione no se atrevió a mirarlo mientras se ponía el vestido, maldiciendo en
silencio mientras lo subía por sus caderas sin ninguna gracia.

Una ráfaga de movimiento, y la voz ronca de Cho dijo que esperaba con ansias la próxima
vez. Hermione todavía intentaba subir la ajustada cremallera cuando Cho se escabulló fuera
del cuarto, y cerró la puerta detrás de si.

El pecho de Hermione se sintió imposiblemente caliente mientras seguía luchando con su


vestido, ignorando obstinadamente a Draco en el marco de la puerta. Lo escuchó
aproximarse, y cuando movió sus manos hacia un lado para cerrarle el vestido, su rostro
comenzó a arder.

Una vez que estuvo vestida, él la tomó por el brazo y la condujo afuera del cuarto, pasando a
los muchachos que silbaban...

—¿No pudiste hacerlo durar, Draco?

—Una llamada Flu de emergencia. Me acaban de notificar—, respondió secamente.

—Claro, claro—, escuchó cantar a Flint. —Al mocoso malcriado solo le gusta coger sobre
sus propias sábanas.

—¡Ey! ¿Entonces Chang está disponible?— Gritó otro.

Draco los despachó a todos con una seña, avanzando hacia las chimeneas con paso apurado.
Arrojó el polvo, y tiró de ella hacia el silencio de su dormitorio en la Mansión.

El latigazo de los últimos cinco minutos pareció darle un golpe en la coronilla; el encuentro
apresurado y lleno de pánico con Cho, la información que había obtenido acerca de Charlotte,
la lencería roja que no se suponía que él viera...

—Siento que hayas tenido que ver eso—, espetó. —Intenté que se detuviera, pero ella
insistió.
Draco estaba en silencio, y Hermione miró fijamente las alfombras, con el corazón galopando
en sus oídos.

—¿Tuviste éxito?— Preguntó finalmente.

Ella levantó la vista y encontró sus ojos por primera vez desde que la había dejado sola con
Cho en el cuarto. Estaban oscuros, pero cerrados.

—Si—. Se aclaró la garganta. —Cho le pasará la información. Es… Charlotte es el eje—. Se


volvió hacia donde estaba frente al fuego, mirándola. —Charlotte controla la información y a
quién le llegan los mensajes de quién. Si algo puede llegar a la Orden, es a través de
Charlotte.

Draco asintió, pensativo. —Tiene acceso a cada cuarto en Edimburgo—, dijo lentamente. —
Tiene oídos en cada conversación detrás de las puertas cerradas.

Hermione asintió. Se llevó la mano al hombro, donde Cho había metido la píldora verde en la
costura.

—Cho me dio esto. Es en caso de que alguna sospecha caiga sobre ellas. Si alguna vez están
en riesgo de que revisen sus recuerdos.

Él avanzó, mirando la píldora. —¿Qué es?

—Una especie de píldora para suicidarse—. La dio vuelta en su mano, preguntándose quién
la habría creado, y cómo las había conseguido Charlotte.

Pasó un momento y entonces Draco preguntó. —¿Y por qué tienes una tú?

Ella levantó la mirada. Sus ojos estaban tensos.

—Cho y Charlotte tienen una. Cho me dio esta a mi—. Tomó aire. —Las llevan en sus
dobladillos. Por si alguna vez me atrapan yo tendría que...—

Rápido como un rayo, Draco arrebató la píldora de su mano y la arrojó al fuego.

Hermione miró fijamente a las llamas, estupefacta, con el corazón palpitando debajo de la
piel. Volvió la cabeza como un látigo.

—¿Qué…?

—Sobre mi cadáver.

Su mirada era asesina.

—¡Draco, pero tu…!— Agitó la cabeza, sin que su mente pudiera procesar. Corrió hacia el
fuego, estirando la mano para buscar la píldora antes de que fuera destruida.

Un agarre firme en el otro brazo la empujó hacia atrás.


—¡Suéltame!— Gritó ella, presa del pánico.

Sus fríos ojos grises ardían casi azules. —Pudiste jugar tus pequeños juegos con Chang esta
noche. Pero bajo ninguna circunstancia vas a terminar con tu vida.

Ella lo miró boquiabierta, respirando con dificultad. Él le estaba enseñando los dientes. Ella
arrancó su brazo del agarre.

—No te atrevas a darme ordenes como si fuera un esclavo.

Resopló y se volvió hacia la chimenea, avistando una mancha verde cerca de la rejilla. Se
arrodilló rápidamente para recuperarla, pero él la tomó del codo y tiró de ella hacia atrás,
mientras sus dedos rozaban las llamas. Ella trastabilló e intentó enterrarle un talón en el pie.
Él siseó y la tomó por los hombros, empujándola contra la pared, y gruñendo con el rostro
encima de ella.

—Quizá no me escuchaste, Granger...—

—¡Oh, si te escuché, idiota!— Intentó quitárselo de encima, pero sus dedos se enterraban en
sus hombros. —Es una precaución. Estamos en guerra...—

—No me hables a mi de guerra—, siseó. —Cada vez que me llevan a las líneas de batalla
mientras tu te sientas aquí a tomar té con mi madre...—

Ella abrió la boca. —No te atrevas...—

—¿Y ahora quieres darme un sermón acerca de los costos de la guerra? Las cosas que he
tenido que hacer… que sacrificar… por ti… y tu quieres terminar con todo con una píldora.

Ella luchó por respirar, viendo sus ojos arder sobre ella. —¿Te preocupa proteger tu
inversión? Todavía sigue siendo mi vida...—

—Yo pagué por tu vida—, gruñó, sacudiendo sus hombros. —Es mía. No vas a terminarla sin
mi permiso.

Ella soltó un grito ahogado, y su cuerpo se puso rígido. La respiración de él jadeaba encima
de su rostro. Podía sentir la ira burbujeando adentro suyo, girando en su bajo vientre. Dos
latidos más y explotaría. Se quitó las manos de los hombros.

—¿Y qué te conseguiste con tus sesenta y cinco mil Galeones, Malfoy?— Empujó su pecho,
pero él ni se inmutó. —¿Soy todo lo que esperabas y más?

Ella volvió a empujarlo y las manos de él se levantaron de golpe, aferrando sus muñecas y
empujándolas hacia atrás, contra la pared, una a cada lado de su rostro. Dio un paso hacia
ella.

—¿Quieres saber lo que conseguí con mis Galeones, Granger?

—Suéltame...—
—Una pequeña arpía desagradecida con complejo de heroína...—

—Tu, estúpido...—

—…que solo pretende hacerme la vida más complicada...—

—No tienes código moral, Malfoy...—

—…que no me ha dado nada más que tortura durante meses...—

—¡Siento haber sido una carga tan grande para ti! Si ha sido una tortura tan grande tenerme
aquí, entonces ¿por qué te importa lo que haga con mi vida?

Su mandíbula se inclinó hacia abajo, como si estuviera a punto de responder. Ella esperó,
jadeando con dificultad, sus costillas se expandían para rozar su pecho. Cuando no llegó
ninguna respuesta, ella levantó la mirada, y encontró sus ojos encima de su boca, de sus
labios abiertos.

El estómago le dio un vuelco y su corazón se aceleró.

Él parpadeó una vez, y sus ojos se aclararon al clavarse en los suyos, luciendo como si
hubiera olvidado por completo lo que estaban hablando.

Pero no retrocedió.

Él miró hacia su boca, esperando de una manera salvaje e inexplicable.

Con el más leve de los movimientos, levantó la barbilla y observó sus ojos cayendo hacia sus
labios de nuevo. El aire la abandonó en una bocanada, y él lo inhaló, como si finalmente
hubiera encontrado la superficie después de años de estar bajo el agua.

La boca de él se inclinó hacia adelante, y con un parpadeo final hacia sus ojos, presionó su
boca contra la de ella suavemente, como si uno de los dos pudiera quebrarse en cualquier
momento. Ella empujó sus labios a su vez, escuchando los latidos de su corazón en los oídos.

Y como una ola que gira lentamente y se hace cada vez más grande y peligrosa, él la besó;
sus labios se cerraron encima de los suyos, y su pecho se proyectó hacia adelante hasta que la
rodeó, la boca de él se abrió cuando sus labios se separaron, y su lengua hizo presión hacia
adelante como si lo hubieran estado haciendo durante meses.

Ella suspiró dentro de su boca, y las caderas de él rodaron hacia adelante, inmovilizándola
contra la pared. Ella giró sus muñecas en el agarre, ansiando tocarlo, pero sus dedos
apretaron más el agarre.

Él inclinó la cabeza hacia un lado y su boca la devoró, drogándola, arrastrándola hacia lo más
hondo. Los labios de él eran rápidos e inteligentes, y su lengua era dotada.

La cabeza le daba vueltas hasta que se dio cuenta que la rodilla de él estaba separando las de
ella, deslizándose entre sus muslos...
Tal y como había visto que hacía con Pansy en los corredores.

Ella jadeó, mareada por el deseo mientras el cuerpo de él se presionaba contra el suyo, y su
muslo empujaba hacia adelante para estar más cerca de ella, deslizándose cada vez más alto
hasta presionarse contra su centro.

Cuando ella gimió una súplica contra sus labios, los dedos de él se hundieron en sus muñecas
y su boca jadeó contra la suya.

Y como si una goma elástica se cortara, él ya no estaba.

Sus ojos se abrieron de golpe, y su cuerpo intentó seguirlo, como un imán. Él todavía la tenía
sujetada por las muñecas contra la pared, pero había alejado el pecho y las las caderas. Ella
recuperó el aliento mientras él la miraba en estado de shock. Y ella vio que el pánico le
devolvía el color a sus ojos y le hacía estremecer la piel.

—Lo siento—, susurró él.

Ella intentó usar su voz para tranquilizarlo, pero él se apartó de ella.

—Lo-Lo siento. Yo...—

Sus ojos estaban abiertos y asustados. Ella comenzó a estirarse hacia él, pero él se dio vuelta
rápidamente, y se encaminó hacia la salida.

La puerta se cerró de golpe detrás de él.

Ella se quedó de pie sola en su habitación, sus labios aún cálidos y magullados por la boca de
él. Su mente entumecida y la piel demasiado caliente. Se movió rápidamente hacia la puerta,
la abrió de par en par y encontró un pasillo vacío; Draco ya se había ido.

Regresó lentamente a su propio cuarto, con la mente acelerada. Se quitó los tacones y los
puso de vuelta en el armario, viéndose en el espejo por primera vez en horas.

Una chica con ojos esfumados, rizos brillantes, labios rojos y un vestido escarlata, le
devolvió la mirada. Casi que se había olvidado de cómo lucía esa noche.

Se dio vuelta y se bajó el cierre con dedos temblorosos, dejando que el vestido cayera al
suelo. Mientras caminaba hacia el cuarto de baño, solo con la ropa interior roja de Pansy, se
preguntó si tal vez Draco también se había olvidado de quién era ella.

Si tal vez, en lugar de ella, solo había besado a la chica de labios rojos y rizos apretados y
lencería de encaje.
Chapter End Notes

Nota de Traductor

¡Estoy muy contenta por la cálida bienvenida que le han dado a mi traducción!
¡GRACIAS!

Mañana 10 capis más :)

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

¡Los Audiobook Warriors han comenzado a publicar capítulos de La Forma Correcta de


Actuar (audiolibro en inglés)! Link en Ao3 o en Spotify.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 21
Chapter Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Referencias a eventos históricos tales como esclavitud y


tráfico de esclavos.

Muchas gracias a todos mis queridos lectores. Sé que no contesto a los comentarios
como debería, pero su apoyo a esta historia significa mucho. Gracias a SaintDionysus y
raven_maiden.

La INCREÍBLE NikitaJobson, quien hizo el arte de tapa de esta historia que se


encuentra en el Capítulo 1, ha hecho ESTO para mi cumpleaños! Draco y Hermione del
Capítulo 20. Por favor, déjenle su amor en Tumblr.

See the end of the chapter for more notes

Despertó exhausta, con plomo en las extremidades, y la cabeza gruñendo en protesta. Se


quedó tendida en la cama, contemplando la dorada luz matutina que trepaba por las paredes;
el aturdimiento se desvanecía a medida que su mente comenzaba a catalogar las últimas
veinticuatro horas.

Él la había besado.

Él la había besado, y luego había salido corriendo, como si no pudiera escapar de ella lo
suficientemente rápido.

Hermione tomó aire temblorosamente y se golpeó la frente con las palmas de las manos,
apretándose los ojos y ahuyentando las imágenes. Dirigió su atención hacia donde debería
estar.

Había conseguido entregar la información a Cho. La clave para matar a Nagini estaba de
camino hacia Ginny; Ginny, por quien solo podía rezar que fuera capaz de hacer algo útil con
esa información. Y no las habían atrapado.

Exhalando con alivio, Hermione intentó celebrar su éxito.

—...que no me ha dado nada más que tortura durante meses...—

Soltó un gemido y se dio la vuelta debajo de las sábanas, subiendo el esponjoso edredón
hasta sus orejas. Pero su mente se volvió aún más obstinada a medida que se hundía en las
profundidades de la oscuridad.
El modo en que había mirado fijamente sus labios. La sensación de su pecho contra el suyo.
Su lengua pasando de manera pecaminosa entre sus labios, persuadiendo, y luego
demandando. La rodilla de él deslizándose entre las suyas, empujando contra su centro; la
sensación de su cuerpo rodeando el de ella.

Hermione se retorció, una tensa vergüenza la hizo ruborizar. Rodó sobre su espalda y se pasó
una mano por el rostro.

Había habido algo oscuro en él anoche. Una cuerda, tensa y peligrosa. Y en lugar de
contenerse, ella la había pulsado, cayendo con él al abismo cuando la cuerda se cortó.

Se había mostrado demasiado necesitada. No debería haber inclinado su rostro hacia él y


empujado su lengua en su boca como si necesitara respirar su aire. Debería haber ignorado su
pierna, y las ganas que tenía de frotarse contra ella.

El pánico de él cuando se alejó de ella. ¿Habría hecho algo mal? Tal vez sus labios estaban
demasiado secos, o poco entrenados. O tal vez él simplemente se había recuperado,
recordándose a sí mismo, recordándola a ella. Recordando por todo lo que habían pasado.

Él había estado tan reacio a tocarla o siquiera a mirarla desde el día en que la había arrojado
sobre su cama y le había abierto el vestido de un tirón. Les había llevado meses recuperarse,
pero finalmente habían alcanzado un entendimiento; una asociación, incluso.

Y entonces, todo su cuidadoso control se había esfumado anoche al dejarse convertir en la


chica del vestido rojo, labios rojos y bragas rojas.

Una ola de calor la fue recorriendo a medida que los recuerdos subían a la superficie. Intentó
apartar todo a un lado; la sensación de los labios de él encima de los suyos, su cuerpo
inmovilizado contra la pared, sus gemidos adentro de su boca, continuaban asaltando su
psique.

¿Tan mal estaría rendirse? Si los dos querían lo mismo...

Hermione resopló ruidosamente, se frotó los ojos y volvió a concentrarse en el dosel.

Ella no podía, no debía, olvidarse de sí misma. Hoy no era diferente a cualquier otro día, y
tenía una investigación que hacer. Comenzando por los tatuajes.

Se quitó las mantas de un tirón y se puso de pie. Frunció el ceño hacia su cama deshecha, y se
preguntó por dónde debería comenzar hoy. Y entonces la perorata del Señor Nott de la noche
anterior se estrelló contra su cabeza como un puñetazo.

¡Ni siquiera los Rastreadores han tenido el éxito que tenemos nosotros!

Su respiración se entrecortó. Salió corriendo al baño, se echó agua en la cara y se atusó el


cabello enmarañado.

Revolvió entre sus libros y sacó el ejemplar de Norteamérica mágica que apenas había
comenzado a leer. Buscó el índice con dedos temblorosos.
Rastreadores, 240, 394-395

El corazón le latió con fuerza. Tres páginas. Solo tres. Hermione soltó un suspiro de
exasperación mientras pasaba las páginas hasta la doscientos cuarenta. Ella podía hacerlo. La
información sobre Horrocruxes había sido todavía más escasa cuando estaba prófuga, y aún
así había conseguido descifrarlos.

Timothy Smithsone fue capturado y ejecutado por los Rastreadores en Massachusetts antes
de que el Wizengamot de Gran Bretaña pudiera responder a su solicitud de derechos de
autor.

Hermione pestañeó frente a la página. Timothy Smithstone era apenas una mención en la
historia de la creación de la Poción Calmante. Rápidamente pasó las páginas hasta la 394,
esperando encontrar algo más útil.

Los Rastreadores fueron un grupo de vigilantes corruptos y eugenistas, que operaban en el


Nuevo Mundo en ausencia de un gobierno mágico. Se consideraban a sí mismos los
ejecutores de la ley mágica en las colonias, y asumieron el rol de mercenarios, cazando
criminales acusados y llevando a cabo sus propios juicios y ejecuciones.

Eran tristemente célebres por la violencia sistemática que ejercían contra la comunidad
mágica Nativa Americana. Los aborígenes y afroamericanos que mostraban señales de
habilidad mágica eran ejecutados, o capturados y esclavizados por los Rastreadores, quienes
pensaban que la sangre mágica europea era la más alta pureza y debía permanecer intacta.

Los Rastreadores florecieron cuando el tráfico de esclavos comenzó en Norteamérica en


1619, se movían libremente en los círculos Muggles para adquirir, en su mayoría, brujas y
magos Afroamericanos hijos de Muggles. Experimentaban con ellos y desarrollaban hechizos
sobre sus víctimas, llegando a tomar medidas mágicas extremas con tal de asegurar su
“propiedad”. Los esclavos eran esterilizados y a menudo vendidos a las familias mágicas
que se habían integrado a la economía de las plantaciones de las colonias Muggles.

Negándose a reconocer las graves violaciones a los derechos humanos que infligían a los
hombres y mujeres que esclavizaban, los Rastreadores argumentaban que sus víctimas no
eran del todo humanos, y se referían a ellos como “adquisiciones”. Informalmente, llamaban
a los esclavos de género masculino “pichones”, y a las de género femenino “palomas”.

Hermione se aferró a la estantería, sintiendo un hormigueo en la piel. “Hola, palomita”, le


había dicho el Señor Nott, levantando su barbilla con el mango del bastón.

Tomó aire como si estuviera desapareciendo. Durante semanas había estado buscando en los
catálogos resultados para la palabra “esclavo” y sus variantes. Pero los Rastreadores no los
llamaban esclavos.

Y a partir de esta mínima información acerca de estos mercenarios sedientos de sangre,


impulsados por el prejuicio y la codicia, era fácil entender de donde habían sacado los
Mortífagos su inspiración.
Hermione se enfundó en un par de calzas, y la primera camiseta que pudo encontrar, y corrió
descalza hasta la biblioteca. Empujó las puertas, que se abrieron con un gruñido, y se quedó
de pie frente al catálogo de la biblioteca con el pulso acelerado.

—Muéstrame todos los libros que contengan la frase “los Rastreadores”. Cruza la referencia
con “adquisición”, “paloma”, y “pichón”.

El buscador de libros brilló. Y diez, doce… quince luces verdes salieron del catálogo, cada
una dirigiéndose hacia un libro que salía lentamente de su estante, suspendido en el aire, y
esperando por ella.

Una carcajada estalló desde su garganta; un alivio tan dulce se extendía por sus venas. Se
tapó la boca con una mano y contempló los libros flotantes.

El libro más cercano era un delgado diario de cuero. Se puso en puntas de pie para tomarlo
del aire, y encontró el nombre de Tobias Tolbrette del lado de adentro de la portada. Era del
1600.

Saltando de fila en fila, subiendo cada escalera hacia donde se asomaban, fue bajando todos
los libros, examinando las portadas, los años. Tantos diarios escritos a mano y libros de
historia publicados hace cientos de años. Su ejemplar de la historia mágica de Norteamérica
tenía apenas una década de antigüedad.

Ésta era la clave. El Señor Nott se había descuidado la noche anterior, y ahora todo lo que
ella tenía que hacer era seguir el rastro de migajas. Se sentó entre los estantes, rodeada de
pilas de libros, y fue tomando uno tras otro, hojeándolos tan rápido como su agotado cerebro
lo permitía. Le llevaría varias semanas leerlos a todos, pero, por ahora, no podía evitar
devorar las páginas como un muerto de hambre en un festín.

Sus ojos se abrieron como platos y se le revolvió el estómago al dar vuelta una página en
mitad del diario de Tobias Tolbrette.

Y cada noche antes de llevarla a mis aposentos, la obligo a mirar mi nombre grabado en su
piel. Mi marca personal en su hombro, como la marca de mis bueyes.

Los tatuajes. Los Rastreadores habían usado también marcas mágicas en la piel. Pero el
Señor Nott había afirmado que habían hecho avances. Si pudiera descifrar lo que hacían los
Rastreadores con sus marcas, estaría un paso más cerca de averiguar lo que había hecho el
Señor Nott.

Desdobló las piernas, y se puso de pie para pedirle al catálogo que haga una referencia
cruzada de “marca” en los libros que ya tenía.

Las puertas de la librería se abrieron con un crujido.

Se quedó congelada, y luego se asomó entre los estantes para ver a Draco entrar lentamente a
la librería. Una oleada de emociones veloces se apoderó de ella, y salió de atrás de las
estanterías. La habitación se quedó en silencio apenas sus ojos se encontraron. La mirada de
él bajó hacia sus pies descalzos, y ella se removió con timidez hasta que regresó a sus ojos, y
a su boca abierta.

Un destello de calor la atravesó al recordar la noche anterior. Sus labios, y su pecho, y su


pierna.

Podría decirle lo que acababa de descubrir. Podrían repasar los libros juntos, y cuando
finalmente ella le preguntara acerca de la noche anterior, él la haría callar con un beso...

—Quisiera pedirte disculpas por lo de anoche—. Él se metió las manos en los bolsillos, y la
respiración de ella se interrumpió. Apretó el libro con más fuerza contra su pecho, dejando
marcas en las yemas de sus dedos. —Me olvidé de mi mismo. Perdí el control, no volverá a
ocurrir.

Ella parpadeó. Él estaba estoico, con sus ojos fríos y sus frases lacónicas. Decidido. Ella
sintió que el pulso se le aceleraba mientras las palabras se hundían en su piel, y le congelaban
la sangre.

Lamentaba haberla besado. Por supuesto que lo lamentaba. Hermione tragó saliva,
repentinamente abrumada por la culpa y la vergüenza. Apenas una hora atrás, había pensado
que sería un recuerdo al que podía aferrarse y volver cada vez que quisiera.

No volverá a suceder.

Realmente era una estúpida.

Concentrándose en sus dedos entumecidos, asintió, parpadeando. —Ya veo.

Una pausa, y entonces él ingresó al cuarto, acercándose poco a poco. Como un resorte
enrollado, suplicando ir en la dirección contraria. Mirando de reojo los libros en el suelo,
apretó los labios antes de subir la mirada.

—Fue completamente inadecuado de mi parte—. Se aclaró la garganta. —Entenderé si


quieres discontinuar nuestras sesiones de práctica.

Hermione entrecerró los ojos, y una furia repentina le apretó el pecho.

—Eso no será necesario—. Se volvió hacia la estantería, tomó un ejemplar al azar y comenzó
a pasar las páginas. —Es absolutamente imprescindible que sigamos practicando. Yo diría
que no estamos ni cerca de estar tan cómodos como deberíamos estar.

Un movimiento inquieto detrás de ella. Antes de que él pudiera hablar, ella lo silenció
cerrando el libro de golpe.

—No hace falta armar un escándalo. No pretendo despertar las sospechas sobre mi persona
por culpa de un estúpido error causado por una copa de vino de más.

Giró sobre sus talones y salió de la vista, de regreso a sus pilas de libros. Nada había
cambiado entre ellos. Él había cometido un error, y ella también. Ahora que los dos lo habían
reconocido, podían continuar como estaban.
Escuchó el sonido de unos pasos cautelosos dirigiéndose al rellano, mientras recogía
metódicamente los libros en sus brazos. Giró la cabeza para mirarlo por encima del hombro.

Draco estaba de pie cerca de un estante, observándola en silencio. Un parpadeo en su


expresión y luego su garganta se movió al tragar. —¿Estás segura de que es prudente?
¿Continuar practicando?— Preguntó finalmente.

Ella se enderezó y arqueó una ceja. —¿Por qué no? Estamos de acuerdo en que fue un error y
que no volverá a suceder. Bastante sencillo, la verdad.

Él parpadeó, y su ojo izquierdo se crispó.

—Hazme saber cuando estás listo para retomar, Malfoy—. Pasó alrededor de él, cargando los
libros de regreso al piso de arriba.

Consiguió llegar detrás de la puerta cerrada de su cuarto de baño antes de comenzar a llorar,
abriendo el grifo para tapar el sonido de su llanto.

~*~

El resto de su día lo consumió practicando Oclumancia. Probó con técnicas avanzadas, y


encontró formas de arrancar suavemente las páginas de sus libros mentales y hacer que se
junten y se encuadernen en otro distinto, para luego empujarlo en un estante trasero de la
Sección Prohibida de su biblioteca mental.

Separó páginas: sus ojos oscuros, sus labios cálidos, y su lengua dotada. Un muslo firme
entre sus piernas, unos dedos largos aferrando sus muñecas; todo sellado y guardado.

Al nuevo libro restringido se le añadieron las imágenes de sus labios rojos, sus rizos
apretados y las bragas de encaje. No quería pensar en el vestuario que había provocado que él
se olvidara de quienes eran.

En un momento escuchó una invitación a cenar, la voz de una mujer hablando suavemente a
través de la puerta. Para cuando se percató del plato frío en su mesita auxiliar, ya habían
pasado séis horas, y el cielo estaba negro al otro lado de su ventana. Hasta la luz de la luna
era demasiado brillante para la presión que sentía detrás de los ojos, así que bebió su Poción
para Dormir y se durmió antes de terminar de meterse debajo del cobertor.

Hermione se despertó temprano el domingo, y pasó un tiempo extra meditando y practicando


Oclumancia. Había una investigación que hacer, y no podía perder otro día más con
distracciones estúpidas.

Se encontró con él dos veces ese día; en los corredores cuando iba camino al invernadero,
mirándola taciturno, con el rostro inexpresivo, y luego una vez más, al terminar su solitaria
cena.

El lunes al mediodía, ya casi había terminado con su primer libro. Leyó el Profeta durante el
desayuno, y encontró un pequeño artículo en la página tres sobre unos disturbios en Italia. Y
apenas una hora después, Mippy apareció con ojos temblorosos y con su café de la tarde, y le
dijo que Draco había sido convocado.

Narcissa se acercó a ella dos días después, preguntando amablemente sobre su bienestar y
dejándole una carta en las manos que actualizaba a la “familia” acerca de su situación en
Italia. Hermione cruzó la poca información en la nota de Draco con lo que había publicado
Skeeter, y dedujo que habían sido enviados a controlar los disturbios originados por las
desapariciones de los ex miembros del consejo de Antonio Bravieri. Él no podría volver a
escribir mientras estuviera fuera, pero afirmaba estar a salvo y le suplicaba a su madre que no
se preocupara.

Una vez que terminó con ella, Hermione arrugó la nota en la palma de su mano. No había
nada que valiera la pena salvar de aquellas palabras, y ya se sentía tonta aferrándose a los
anteriores pedazos de papel. Cruzó el cuarto hasta el joyero en su mesita de noche, y buscó
las otras cartas que le había mandado, lista para arrojarlas a todas al fuego; pero algo la
detuvo. Alisó la última carta, y la guardó en el joyero; y luego se quedó mirando por la
ventana durante la siguiente hora, contemplando el horizonte.

~*~

Las semanas se hacían interminables en ausencia de Draco, y Hermione se abocó a su


investigación. Los diarios arrojados por el catálogo parecían ser cruciales, pero en su mayoría
lo único que había encontrado eran fragmentos y acertijos. Algunos hechizos eran claramente
relevantes, una “barrera luminosa” por ejemplo, pero las instrucciones enumeraban
ingredientes extraños y símbolos que evidentemente estaban en código.

Sería mucho más fácil si tuviera alguna pista. Algo que apuntara en una u otra dirección. Por
las noches, mientras se aplicaba la crema que Pansy le había obligado a usar, pensaba en
Theo Nott, y se preguntaba cómo podría sonsacarle información acerca del trabajo de su
padre con los tatuajes.

A medida que agosto llegaba a su fin, Hermione comenzó a almorzar con Narcissa otra vez.
Narcissa parecía intuir que algo había pasado, porque nunca mencionaba a Draco por su
nombre. Hermione estaba agradecida por ello, y por su compañía. Eran unos bienvenidos
descansos entre su investigación y la Oclumancia.

Una mañana, estaban desayunando juntas cuando Hermione bajó la mirada hacia el Profeta y
encontró una foto del Expreso de Hogwarts. La fecha en el diario decía 1 de septiembre.
Soltó un grito ahogado, y su tenedor repiqueteó contra la loza.

Narcissa levantó la mirada de su plato con los ojos abiertos, a mitad de un bocado.

—¿Hogwarts volvió a abrir?

Una sombra pasó por el rostro de Narcissa. Terminó de masticar y asintió brevemente. —Para
Sangre Pura, si.

Los ojos de Hermione recorrieron rápidamente el artículo, captando palabras como Directora
Dolores Umbridge, Magia Oscura, e Introducción al Interrogatorio. Su estómago dio un
vuelco de disgusto.

—Esto no es educación. ¡Están entrenando niños soldados!

—Las cosas han cambiado… significativamente, Hermione—. Narcissa dejó los cubiertos y
cerró los ojos, exhalando. —Los padres tienen la opción de educar a sus hijos en casa, pero
todos serán evaluados bajo el nuevo plan de estudios al finalizar el año escolar.

Las venas de Hermione hormiguearon de terror mientras observaba el Expreso de Hogwarts,


pensando en lo majestuoso que le solía parecer. Lleno de promesas y posibilidades. Había
conocido a Harry y a Ron por primera vez en aquel tren.

Había conocido a Draco en ese tren… aunque no estaba segura de que él lo recordara. Había
sido bastante grosero con ella cuando le había preguntado por el sapo de Neville.

Parpadeó y sacudió la cabeza, volviendo a enfocarse. Era primero de septiembre, y el


Expreso de Hogwarts estaba llevando a los niños de vuelta a la escuela. El mundo continuaba
girando, aunque un poco más oscuro que antes.

—¿El Señor Tenebroso está todavía en el castillo?

Narcissa asintió lentamente. —Están llegando muchos menos estudiantes, así que los están
confinando a las torres y a los pisos superiores.

Así que cualquier ataque a Hogwarts pondría en peligro a los niños adentro. Hermione
suspiró, frotándose las cejas. Debe ser una pesadilla para los estudiantes que regresan.
¿Cuántos de los antiguos miembros del personal y profesores estaban muertos? También le
preocupaban los pobres elfos domésticos en las cocinas, pero por lo menos era poco probable
que los mataran. Los sirvientes eran necesarios para que la escuela funcionara.

Un recuerdo se encendió en ella. Kreacher.

Los ojos de Hermione se deslizaron hacia Narcissa, que tomaba bocados de su tostada con
delicadeza. Grimmauld Place había pertenecido a la familia Black antes de pasar a manos de
Harry.

—Narcissa, espero que no te moleste mi pregunta...— Hermione se aclaró la garganta. —


Pero me preguntaba si sabías algo acerca del elfo doméstico Kreacher.

Narcissa parpadeó, sorprendida. Luego sus labios esbozaron una sonrisa tensa. —Creo
recordar que era un pequeño gruñón. Mi hermana solía perseguirlo por la casa cuando
visitábamos a nuestros primos—. Dejó su taza de té sin hacer ruido, y dijo, —¿Por qué? ¿Te
ha estado molestando?

—No. Pero lo he visto la semana pasada—. Manoseó la servilleta en su regazo. —Y me dio


curiosidad, ¿quién es su amo?

Narcissa asintió. —Grimmauld Place está ahora a nombre de Draco—, dijo, simplemente. —
Una vez que las cosas se calmaron en Hogwarts, fui a Gringotts y llené el papeleo. La
propiedad pasó a la familia Black, pero como mi hermana mayor no tiene herederos, quedó
en manos de Draco, el único heredero varón de la línea Black.

La mente de Hermione giró sobre su eje. Grimmauld Place pertenecía a Draco. Kreacher
pertenecía a Draco. Pansy debía de estar escondiéndose en Grimmauld Place. Su respiración
se entrecortó, pero aún así algo tironeó en la mente de Hermione.

Harry. Grimmauld Place había sido suyo.

—Y… los duendes en Gringotts...— Tartamudeó, buscando las palabras correctas. —¿Cómo
decidieron despojar a Harry de la propiedad?

Narcissa inclinó la cabeza, frunciendo el ceño en confusión. —Cuando Potter murió sin dejar
testamento, la propiedad quedó sin dueño. Los duendes tienen magia rastreando este tipo de
cosas.

El rostro de Hermione se sintió tenso. Sentía un zumbido en la piel, podía escucharlo en sus
oídos. Si no hubiera estado sentada, habría necesitado una silla.

Los duendes de Gringotts, la especie más meticulosa del mundo mágico, habían aprobado el
papeleo que declaraba que el anterior propietario de Grimmauld Place estaba muerto.

Una mano le tocó la muñeca.

—Hermione, ¿estás bien? Estás pálida como una hoja.

La voz de Narcissa parecía lejana.

Hermione se concentró en seguir respirando, tomando aire profundamente. Pensó en un lago


de aguas tranquilas hasta que su ritmo cardíaco volvió a la normalidad, y su respiración se
regularizó.

Cuando abrió los ojos, Narcissa había empujado la silla de Hermione hacia atrás, y se había
arrodillado frente a ella. Una mano fría estaba en su rostro, y la otra apretaba su mano. Mippy
se asomaba por el umbral de la puerta, retorciéndose una oreja con ansiedad.

—Lo siento mucho, cariño. No me di cuenta que esto podía ser un shock para ti.

Hermione sacudió la cabeza, sintiendo que su cuerpo se balanceaba ligeramente en la silla.

—No lo es. Es solo que...— Tragó saliva y miró los ojos azules de Narcissa. —Tenía la
esperanza.

La pena en la mirada de Narcissa era casi insoportable. Narcissa tomó sus manos, se las llevó
a los labios y le besó los nudillos.

—Fui yo quien revisó el cuerpo, Hermione—, dijo suavemente. Hermione sintió una lágrima
caer de sus ojos sobre sus manos entrelazadas. —No respiraba. No había latidos—. Narcissa
separó lentamente una mano para acomodar un rizo detrás de la oreja de Hermione. —Él
entró en ese bosque con valentía, y murió de la misma manera.
Su garganta ahogó un sollozo y asintió. Apretó las manos de Narcissa en agradecimiento, y
luego usó la servilleta para secarse los ojos.

Narcissa entendió cuando ella se disculpó para retirarse a su cuarto. Ese día, Hermione se
enterró en su investigación y en su Oclumancia, intentando olvidar que había conocido a
Harry exactamente siete años atrás, en un tren mágico que los llevó a una escuela mágica
donde finalmente había podido encontrar su lugar de pertenencia.

~*~

Ese viernes, Draco todavía no había regresado. Pero había aparecido en una foto en el diario
ese día, parado estoicamente detrás del nuevo títere de Ministro italiano mientras daba un
discurso. El corazón de Hermione se había saltado un latido al observar su mandíbula afilada,
las bolsas debajo de sus ojos. Pero a pesar de haber apartado la mirada, continuaba viendo
unos ojos grises en lugar de un lago de aguas tranquilas.

Una mañana, Hermione salió de la bañera, se envolvió con fuerza en una toalla, y se dirigió
hacia su guardarropa. Lo abrió, y ahogó un grito.

Una desconocida variedad de colores. Patrones. Sedas. Abrió los cajones de un tirón y
descubrió que toda su cómoda ropa interior había sido reemplazada por escasos trozos de
tela. Una pequeña nota doblada yacía encima de todo, y la tomó con premura.

McGonagall pidió que le devolvieran las bragas. Aquí hay algunas adiciones nuevas que
creo que disfrutarás.

— P.

Hermione se sonrojó. Pansy intentaba matarla. Rebuscó entre sus cajones para encontrar
algún rastro de algodón pálido, pero las había reemplazado a todas. Hermione se pasó una
mano por el rostro y resopló en voz alta; escogió un conjunto rosa pálido.

Todavía había jeans en los otros cajones, por suerte, pero se quedó boquiabierta al encontrar
también shorts. Colgando del vestidor había faldas incluso más cortas que las de su uniforme
de Hogwarts, blusas escotadas, y algunos vestidos.

Hermione frunció el ceño. Tal vez podría mandarle una muñeca a Pansy en Navidad. Seguiría
la misma lógica.

Se puso los jeans después de observar por un largo rato un vestido color azul pálido, y eligió
una camiseta gris nueva que parecía lo suficientemente inofensiva, hasta que se dio cuenta
que el cuello era más bajo de lo que esperaba.

Poniendo los ojos en blanco, Hermione se dirigió al baño dando pisotones, y comenzó a
secarse el cabello. Pasó el día entero en la biblioteca, tirando hacia arriba del cuello de su
camiseta, aunque nadie la estuviera viendo.

~*~
Draco volvió el domingo por la noche. Hermione se había permitido dar un largo paseo con
los últimos aires del verano mientras organizaba sus ideas. Estaba apenas atravesando la
puerta de entrada cuando el Flu de la chimenea cobró vida. Dio un brinco y soltó un grito,
cuando el fuego rugió y una figura salió de él.

Se quedó congelada, mientras él se sacudía la túnica y se pasaba una mano por el cabello
rubio. Entonces giró la cabeza.

—Granger—. Dejó caer las manos. Sus dedos se crisparon.

Ella parpadeó. —Malfoy.

Él avanzó un paso hacia ella, y sus ojos la recorrieron rápidamente, aterrizando en la alegre
falda que le llegaba hasta las rodillas.

—¿Qué es eso?

Ella bajó la mirada, y sus dedos rozaron la tela. —Una falda.

—¿Dónde la conseguiste?

Ella arqueó una ceja. —Pansy reemplazó todo mi guardarropas. Contra mi voluntad.

Él abrió los ojos. —¿Reemplazó todo?

—Casi—. La irritación le pinchaba la piel mientras lo veía fruncir el ceño. —¿Eres un


proveedor de moda femenina, Draco? ¿Debería revisar mis opciones de vestuario por ti?

Los ojos de él se posaron de golpe sobre los suyos antes de apartar la mirada, un rubor le
subió por las mejillas.

—En absoluto. Yo solo...— Agitó una mano. —Me tomó por sorpresa—. Miró el vestíbulo a
su alrededor, buscando un escape. —Voy a buscar a mi madre.

—Mañana me pondrás al tanto sobre Italia, ¿verdad?— Dijo ella a sus espaldas. Él se detuvo
en el primer escalón.

—Iré a buscarte después del desayuno—, dijo, todavía sin mirarla.

—Me refería a durante nuestra sesión de práctica.

Una expansión en sus costillas, y luego se dio vuelta lentamente, como si enfrentara a su
verdugo. —Granger, no hablarás en serio acerca de continuar…—

—Absolutamente en serio—. Esperó su respuesta, con los brazos cruzados. Los ojos de él
bajaron una vez hacia su falda.

—Mira—, dijo ella con rigidez. —Sé que haber ido a Italia no fue tu elección, pero he estado
encerrada durante meses. Sé que piensas que soy una estúpida Gryffindor con complejos de
héroe...—
—Granger...—

—Por favor, déjame terminar.

Su mirada titiló, y cerró la boca.

—Lo que quiero decir es que necesito estar en Edimburgo. Necesito ser capaz de moverme
allí. Necesito...— Tragó saliva. —…jugar un poco mejor el juego—. Pensó en Cho y en
Charlotte. En Pansy, insistiendo en que ella no era solo un premio más por el cual ofertar,
sino el Premio. Levantó la barbilla. —Mi lugar no debería estar en segundo plano.

Los ojos de él se apartaron de sus clavículas. —Entonces, ¿eso en qué me convierte a mi?
¿En tu pequeña mascota que corre a tu alrededor limpiando tus desastres?

—No seas imposible—, espetó. —Claramente yo soy la mascota en esta situación, y las vidas
de ambos depende de que la gente siga creyendo eso.

Él no respondió, fulminándola con la mirada.

Ella suspiró y descruzó lentamente los brazos. —Escucha, Malfoy. Tu sabías quién era yo
cuando me compraste—. Su garganta subió y bajó. —El hecho de que quiera ayudar a la
Orden no debería sorprenderte.

La mirada de él volvió a caer sobre su cuello y sus hombros, antes de subir de vuelta hacia
sus ojos.

—Tu también sabes quien soy yo—, dijo él, y una pizca de esa antigua arrogancia de
Hogwarts se deslizó encima él como una capa. —No debería sorprenderte si me interpongo
en tu camino. Después de todo, tenemos intereses opuestos.

Ella parpadeó. Había una ligera mueca en el rostro de él, como si se hubiera arrastrado de
regreso hacia esa persona que había intentado encarnar durante tantos años. Ahora se veía
extraño en él.

—Me gusta pensar que sé quién eres—. La voz de ella era suave, flotando hacia él como una
brisa a través del campo. Incluso en Hogwarts, ella había creído que sabía, creyó que había
visto una parte suya que él había intentado mantener bajo tierra. —Me gusta pensar… que
nuestros intereses no son tan opuestos como quieres dejarme creer. De lo contrario, ¿por qué
me ayudarías con Cho?

Ella observó el lento movimiento de sus costillas, vio cómo sus ojos se deslizaban por su
rostro. Él no lo negó. Solo le sostuvo la mirada, y sus dedos palidecieron mientras aferraban
la barandilla de mármol.

Creía que podría sobrevivir a la ausencia de su afecto si él continuaba ayudándola y hablando


abiertamente con ella acerca de la guerra. Creía que tal vez, si podía recibir eso de él…
podría mitigar el dolor.

Su mirada se deslizó hacia arriba, preparándose para cerrar el libro en el que había catalogado
la suavidad de sus mirada, y el modo en que su camisa se abrazaba a su torso. Él quizá estaba
haciendo lo mismo.

—Te prometo mantenerte informado—. Ella se acercó a las escaleras. —Te prometo hacer
todo lo que esté en mi poder para evitar que te maten a ti o a tu madre. O a tu padre, si no
queda otra—. Se arriesgó a esbozar una media sonrisa.

Un músculo se crispó en la mandíbula de él. —¿Y qué hay de evitar que te maten a ti?

—Si, si, proteger tu inversión y todo eso—. Soltó un rápido suspiro. —Te prometo intentar
evitar eso también. A mi tampoco me entusiasma mucho la idea.

—Entonces espero que actúes en consecuencia—. Él bajó hasta el primer escalón para
encontrarse con ella. —Y espero que mantengas tu palabra.

Ella asintió. Y cuando su estómago dio un vuelco ante la mirada de él, se apartó, dando un
paso hacia atrás.

—¿Practicamos mañana, entonces?— Preguntó.

Él hizo un sonido de impaciencia desde el fondo de su garganta. —Realmente no creo...—

—Y yo realmente sí. Edimburgo es dentro de cinco noches, y apenas podemos aguantar estar
en el mismo cuarto el uno con el otro porque...— Sus mejillas ardieron, y bajó la mirada a sus
zapatos. —Porque has estado tanto tiempo fuera.

Silencio. Y entonces: —Eres terrible para mentir, Granger.

—Bien—, resopló. —Porque nos besamos. Porque cometimos un terrible error de juicio y
nos besamos. ¡Pero confío en que podemos recuperarnos y comportarnos como adultos
acerca de esto!

Él arqueó una ceja. —¿Adultos?

—Si—. Ella resopló y cerró las manos en puños. —Solo porque tuvimos un “momento” no
significa que tengamos que desperdiciar todo nuestro arduo trabajo.

Él apretó los labios. —Si realmente crees...—

—Maravilloso. Te veo mañana a las siete.

La boca de él se movió sin decir palabra hasta que ella se apresuró a pasar junto a él,
subiendo las escaleras prácticamente a la carrera. No se dio vuelta, pero pudo sentir su ceño
fruncido en su espalda durante todo el camino.

~*~

La pequeña sala de estar en el ala este tenía una variedad de sillones y sofás. Los elfos habían
conjurado una pequeña mesa por pedido de Hermione, para que pudieran simular la cena en
Edimburgo lo más cerca posible.
El lunes por la noche, él se sentó en su silla habitual y tomó su cena mientras ella lo
interrogaba acerca de Italia. Él había pasado la mayor parte del tiempo en Roma, protegiendo
al nuevo ministro.

—¿Como un guardaespaldas?— Preguntó.

—Supongo que se le podría llamar así—. Cortó su carne, con un brazo alrededor de su
cintura. —Más bien una niñera, realmente. Asegurándome de que Romano siguiera las
instrucciones que el Señor Tenebroso estableció para él.

—Qué clase de instrucciones—, dijo, apartando sus ojos del lugar donde los labios de él se
habían cerrado alrededor de su tenedor.

—Reforma educativa mágica. Un registro para nacidos de Muggles.

Ella asintió, se había esperado las dos cosas. Esperó que hubiera casi terminado con su cena
antes de decir, —Necesito un favor.

La mandíbula de él se congeló a mitad de un bocado. Arqueó una ceja y negó con la cabeza
hacia su plato, soltando un suspiro de resignación. —Adelante, Granger.

—Necesito tu ayuda para pasar un tiempo a solas con Theo.

Él dejó caer los cubiertos, y se giró para mirarla. —¿Por qué?

—Su padre diseñó los tatuajes, ¿verdad?

Él echó un rápido vistazo hacia las iniciales en su brazo. —Si...—

—Tal vez él ayudó a su padre. O tal vez sabe algo...—

—¿Y cómo, en el nombre de Merlín, vas a averiguar algo? ¿Preguntando amablemente?

—No exactamente—. Hermione se aclaró la garganta, sintiendo un repentino calor por todas
partes. —Creo que podría ser capaz de elogiarlo un poco… Ser cariñosa con él. Tal vez usar
algo que pudiera encontrar atractivo. Nada serio, por supuesto. Tu podrías interrumpirnos,
como hicimos con Cho.

La carcajada de Draco la empujó hacia adelante. Ella lo miró con los ojos desorbitados,
sintiendo que la mortificación le subía por el cuello mientras el pecho de él retumbaba.

—¿Qué es lo gracioso?— Demandó.

—Por mucho que me encantaría verte intentarlo, Granger—, dijo, todavía sonriendo, —tus
encantos no funcionarían con él.

—¿Y por qué no?— Le ardía la punta de las orejas. —Usé un vestido rojo entallado la última
vez, y mis “encantos” parecieron funcionar en alguien que los dos conocemos.

Su sonrisa murió inmediatamente. Sus costillas estaban rígidas e inmóviles contra las suyas.
Ella resopló con sorna y apartó la mirada, tomando su copa de vino.

—Granger, tu no eres su tipo—, dijo Draco suavemente, todavía con un dejo de diversión en
su voz.

Hermione puso los ojos en blanco. —Si, ya sé que crees que es gay. Pero claramente, te está
fallando la vista, porque estaba muy íntimo con su Chica Carrow la última vez. Se llama ser
bisexual, Malfoy. Seguramente oíste hablar de ello.

Los ojos de él se clavaron en los de ella, y su ceño se profundizó. —Aunque así sea, la
respuesta es no.

Hermione entrecerró los ojos. —¿Y por qué no?

—Porque él vería a través de ti. Nunca funcionaría.

—No estoy de acuerdo. Theo está desesperado por probarse a si mismo. Le encanta la
atención y los elogios. Creo que sería fácil si estuviera lo suficientemente ebrio...—

—Dije que no—. Los ojos y la boca de Draco estaban rígidos. —Todos querrían saber por
qué de repente te estoy Compartiendo. Se abriría la represa.

El aire abandonó los pulmones de Hermione. Él tenía razón en eso.

—Eso es un problema. Pero todavía creo que podemos encontrar una manera.

—¿Qué parte de “no” es la que no entiendes, Granger?— Y entonces la empujó de su regazo,


y los dos estuvieron de pie, mientras ella lo miraba parpadeando, aturdida. —Esta idea es por
demás estúpida—, siseó.

—¿Cómo es que es más estúpida que con Cho?— Gruñó ella, estallando su ira.

—Theo es gay, y te niegas a meterlo en esa obstinada cabeza tuya...—

—¡Entonces déjame estar a solas con él y sacar mis conclusiones! ¡No entiendo por qué te
importa tanto!

Giró sobre sus talones y salió furiosa de la habitación, disfrutando de lo bien que se sentía ser
la primera en irse por una vez.

~*~

Hermione estaba de pésimo humor al día siguiente. Consideró enfundarse de vuelta en un


atuendo de Pansy para la sesión de práctica de esa noche, solo para probar un punto.
¿Recuerdas a la chica del vestido rojo?. Pero se abstuvo.

Lo encontró en la sala de estar a las siete en punto, determinada a dejar de lado la furia
ardiente y la vergüenza por la conversación de la noche anterior. Le permitió terminar su cena
en relativo silencio, excepto por algunas pocas preguntas acerca de Italia, y luego se sentó y
bebió su vino mientras él hablaba.
Cuando estaban a mitad de la comida, ella se acercó otra vez hacia su cuerpo, acurrucándose
contra su costado. Sus labios se movieron hacia su mandíbula, y fue trazando besos ligeros a
lo largo de sus hombros mientras él tragaba el vino. Buscó su otro hombro con la mano, y sus
dedos se aferraron a la tela de su camisa.

La garganta de él subió y bajó.

Ella le pasó una mano por el cabello desde la base de la nuca, y besó justo debajo de su oreja,
dejando que su lengua se deslizara suavemente a lo largo de la piel.

El tenedor chocó contra el plato, y entonces las manos de él estaban en sus caderas,
alejándola.

—Es suficiente, Granger...—

Ella frunció el ceño mientras se tambaleaba, apoyándose en las rodillas de él. —Eso apenas
fue algo, Malfoy.

Él le devolvió el ceño fruncido, con la mandíbula tensa. Finalmente, ella rompió el concurso
de miradas con un extenso resoplido. —Unos minutos más, y luego nos vamos, ¿está bien?
Solo piensa en… otra cosa.

Sus fosas nasales se ensancharon, pero luego parpadeó y los ojos que se abrieron hacia ella
eran de un gris helado. Asintió con la cabeza.

Gruñendo, ella se acercó a él, y él la estabilizó en su regazo, sosteniéndola en su lugar


mientras él se sentaba con rigidez. Lentamente, amablemente, ella dejó que sus dedos se
deslizaran por encima de sus clavículas mientras le besaba el cuello. Trazando un camino por
la parte abierta de su camisa, hizo una pausa antes de pasar con cautela los dientes por el
lóbulo de su oreja.

Él siseó e intentó empujarla de vuelta. Y la sangre de ella estalló en furia.

—Deja de actuar como si te diera asco...—

—Maldita bruja...—

—…tan rígido e incómodo, es un milagro que todo el salón no se haya dado cuenta! ¡Y si
continúas empujándome, me voy a caer!

Ella se movió en su regazó, empujándose con fuerza contra su cuerpo, sentándose de lado
contra su ingle. Y entonces lo sintió, al mismo tiempo que Draco soltó un gemido.

Tenía una erección.

Los ojos de Hermione se abrieron de par en par, con el rostro aún enterrado en el cuello de él.
Los dedos de él estaban clavados en sus caderas, inmovilizándola.

Su corazón comenzó a acelerarse, y el calor en su cuerpo llegó a hervir. Sus dedos le estaban
apretando los hombros antes de que pudiera evitarlo. Se suplicó a sí misma usar el cerebro.
Él estaba experimentando una atracción… de naturaleza sexual. Pero ella no tenía el vestido
rojo de Pansy, ni las bragas. Estaba a cara lavada, y con el cabello revuelto, apenas con unos
jeans y un sweater.

Y de repente recordó todas las veces que él la había empujado de su regazo, incluso la
primera vez que le había besado el cuello, algunas semanas atrás.

Con la boca abierta, ella se apartó para mirarle el rostro.

Los ojos de él estaban cerrados con fuerza, los labios apretados, y respiraba rápidamente por
su nariz. El rubor de su cuello se había expandido hasta sus mejillas.

Él abrió los ojos abruptamente, clavándole la mirada. Gris caliente y pupilas sin fondo.

—¿Satisfecha, Granger?— Siseó. Sus dedos se enterraron en sus caderas, y la apretó con
fuerza contra su entrepierna. —Por lo menos uno de nosotros lo está.

La quitó rápidamente de su regazo, poniéndola de pie, y estuvo fuera de la habitación antes


de que Hermione pudiera respirar lo suficientemente profundo como para aclarar su mente.

~*~

Se quedó acostada esa noche, mirando el dosel con los ojos abiertos. Era pasada la media
noche, y su mente seguía acelerada.

Tal vez Draco Malfoy solo tenía el cuello demasiado sensible. O tenía erecciones
instantáneas cada vez que le besaban el cuello.

O tal vez él también estaba recordando su beso. Tal vez no podía dejar de imaginar a la chica
de los labios rojos y el vestido rojo...

Pero no. Él la empujaba de su regazo desde mucho antes de que ella se pusiera esas bragas.

Hermione resopló, y se puso de lado. Pensó en los ojos de él mirando sus piernas cada vez
que iban a Edimburgo. Incluso meses atrás, la noche en que la había llevado a Hogwarts para
comparecer ante Voldemort, ella había usado un vestido corto y delgado, y él había bajado los
ojos.

Un calor en su pecho floreció. Quizá él si la encontraba atractiva, incluso aunque afirmara


que “se había olvidado de sí mismo” aquella noche. Algo adentro de ella, escondido durante
años, se acicalaba. Como una flor, sintiendo otra vez la luz del sol después de un helado
invierno.

Su mente se desvió hacia la manera en que él la había mirado cuando ella estaba vestida solo
con aquel conjunto de sostén rojo y bragas rojas, fingiendo estar a punto de participar en un
acto lascivo con otra chica. Él no había sido capaz de enfrentar sus ojos, pero se preguntaba si
le había dirigido apenas una mirada a Cho.

La forma en que sus nudillos le rozaron las costillas mientras la ayudaba a cerrar el vestido.
Hermione gimió contra la almohada, castigándose por dejar que su mente vagara hacia
lugares por los que no podía seguir. Porque no podía. No debía.

¿Alguna vez se habrá tocado pensando en mí?

Algo dio vueltas en su vientre, suplicándole que siguiera.

Los ojos de él sobre los suyos, calientes como el fuego, en los segundos previos a besarla.

Sus labios, suaves y vacilantes al principio, y luego apasionados y demandantes.

Su rodilla abriéndola, presionando entre sus piernas...

Hermione se volvió sobre su espalda, separando los muslos. Su mano se deslizó hacia abajo
para cubrirse, sintiendo a través de las bragas que ya estaba excitada. Gimió de vergüenza. Y
entonces se mordió el labio, y corrió el elástico hacia un costado.

~*~

Hermione se sentó directamente en la mesa del desayuno a la mañana siguiente. Draco no se


había unido a ellas, pero simplemente estar en presencia de su madre la hacía sentir incómoda
y culpable. Sentía como si cada ojo de cada retrato estuviera encima de ella mientras bajaba
las escaleras, todos cuchicheando acerca de la ramera que se había tocado en el cuarto de
huéspedes de los Malfoy.

No consiguió enfrentar los ojos de Narcissa en toda la mañana, y temía encontrarse con
Draco en esas condiciones.

Al volver a su cuarto después del desayuno, Hermione se puso a dar vueltas y a pensar.

A pesar de este lío, tenían que continuar practicando; por muchas razones, ninguna de las
cuales incluía la erección de Draco o la piel de Hermione todavía zumbando. Solo que no
podía pensar en cuáles eran esas razones hasta que se sentara y se concentrara. Así que eso
hizo.

El Salón no era solo sentarse en los regazos y ver a los muchachos bromear y beber. El Salón
era mucho más activo, menos que en su primera visita, por supuesto, pero todavía seguía
siendo un pozo negro de lujuria. En las últimas veces que había estado en el Salón, se había
sentado en el regazo de Draco y...

¿Había tenido una erección en ese momento también?

Hermione miró por la ventana, pasando sus dedos por su clavícula, pensando.

¡No! Necesitaba concentrarse. Sacudió la cabeza vigorosamente para aclararla.

Se había sentado en el regazo de Draco, y el contacto había sido siempre iniciado por ella.
Había visto que las otras parejas en el Salón estaban… mucho más involucradas. Recordó
haber visto Chicas Carrow sentadas a horcajadas, manos a la deriva hacia lugares discretos, y
labios en los cuellos de las chicas.
Y dado que para Draco besar en la boca estaba estrictamente fuera de los límites, un límite
que convenientemente había ignorado el mes pasado, ahora tendría que alentarlo a posar sus
labios en… otros lugares.

Hermione sintió calor en el cuello, imaginando todos los otros lugares donde él podría...

Saltó rápidamente de la silla, y después de darle a sus mejillas unas ligeras bofetadas, llamó a
un elfo doméstico para que le dijera a Draco que se encontrarían en el lugar habitual a las
siete de la noche. Y luego se preparó un bañó frío que no disfrutaría en absoluto.

~*~

Pasó una buena media hora desenredando y trenzando su cabello en una sola trenza que
apoyó sobre un hombro. Se acercó a su guardarropas después de haberse decidido finalmente
por el peinado, y recorrió con la mirada los vestidos y faldas que Pansy había agregado a su
vestuario. Hermione frunció el ceño. No estaba dispuesta a usar un vestido para su sesión de
práctica con Draco.

Los pares de shorts se balanceaban en sus perchas, rogando por su atención. Tal vez podía
intentar algo diferente. Su estómago dio un vuelco agradable al pensar en su piel desnuda
encima de él, pero apartó la idea a un lado. Iba a usar shorts durante la velada porque la tela
era flexible. Y si iba a terminar en el suelo esa noche, por lo menos tendría una mejor
oportunidad de sostenerse. Hermione sacó una blusa a juego del guardarropa y terminó de
preparase.

Draco tenía una opinión distinta acerca de los shorts.

—¿Qué mierda es eso?— Dijo, cuando entró a la sala de estar y la encontró sentada en el
diván, esperándolo con las piernas cruzadas.

Ella se miró a sí misma. —¿Shorts?

Los labios de él se curvaron. —¿Y puedo preguntar por qué estás usando ese par de calzones
largos de algodón para cenar?

Ella arqueó una ceja. —Porque adentro hace calor. Y es más fácil moverse con ésto—. Ella
siguió los ojos de él mientras recorrían sus piernas.

Él la fulminó con la mirada, y sus ojos se posaron en sus rodillas antes de apartar la mirada.

—Espera—. Se puso de pie rápidamente. —Siento lo de anoche. Lo de todas las noches, en


realidad...—

Él abrió la boca. Luego la cerró de golpe.

—No tenía idea de que estabas incómodo—, se apresuró a decir, con la sangre corriendo por
sus oídos. —No estaba al tanto de este problema.

—Granger—, dijo él secamente. —Me iré de este cuarto ahora mismo si no dejas de hablar.
—Por favor. Yo solo...— Respiró hondo. —Sé que esto es duro para ti...— Se ruborizó ante
la pésima elección de sus palabras. —Pero si hubiera alguna señal que pudieras darme… tirar
de tu oreja o algo así… entonces me detendré. Solo te pido que lo intentes. No me molestaré
si… si sucede. ¿De acuerdo?

Él había mantenido los ojos cerrados durante el discurso. Si no fuera por sus pómulos
rosados, habría pensado que no la había escuchado.

Luego, después de lo que parecieron años, él asintió con la cabeza.

—Bien—. Sus pulmones volvieron a respirar.

Los ojos de él se abrieron de golpe, y se movió rápidamente hacia su silla habitual.

Tragando saliva, Hermione lo detuvo. —Estaba pensando que podríamos intentar algo
diferente hoy.

Draco hizo una pausa, y la miró como si ella estuviera a punto de soltar un Escreguto de Cola
Explosiva en su dirección. Ella se sentó, y dio una palmadita en el almohadón que tenía a su
lado en el diván.

—¿Qué es lo que vamos a “intentar”?— Gruñó, sentándose tan lejos de ella como fuera
posible.

Ella acercó la mesa con la comida y el vino. —Pensé en comenzar de cero. Aquella silla
tiene… historia. Además, dudo que siempre nos vayamos a sentar en el mismo sillón del
Salón. Hay sofás también.

Él puso los ojos en blanco, pero no dijo nada mientras ella se acercaba. Parecía estar
momentáneamente complacido de que pudiera comer sus papas sin tener que estirarse
alrededor de sus caderas para hacerlo. Pero esa sensación desapareció rápidamente cuando
ella subió las piernas al diván, y empujó las rodillas hacia sus muslos. Él miró fijamente a sus
piernas desnudas una vez antes de continuar masticando.

Hermione lo miró por el rabilo del ojo mientras comía. Su muñeca era delgada pero firme al
empuñar el cuchillo. Siempre terminaba de masticar un bocado antes de comenzar a cortar el
siguiente trozo de carne. Ella observó su mandíbula puntiaguda trabajar, recordando el sabor
de su piel en esa zona.

Bebió rápidamente. Y se quedó mirando su vaso vacío hasta que él terminó.

Dejó el cuchillo y el tenedor, alejó la pequeña mesa y bajó la vista hacia sus manos,
esperando. Ella dejó su copa de vino, y le ofreció a él una copa llena. Él la rechazó.

Ella respiró hondo. —Deberíamos practicar que tu comiences.

Él tragó lentamente. —Que comience.

—Si. Que tu… que tú me beses a mi—. Él abrió la boca, y ella lo interrumpió. —No en la
boca—. Se contuvo de poner los ojos en blanco. —Pero en otras partes.
Él hizo crujir su cuello. —Lo que hacemos es suficiente, Granger.

—¡No, no lo es! Flint siempre toca a Penelope. Pucey está prácticamente adherido al cuello
de Mortensen. Y no me hagas empezar a hablar de Goyle—. Trepó para sentarse de rodillas a
su lado, enfrentando su rostro de perfil. —Ninguno de los otros hombres parecen tener miedo
de sus Lotes como tu...—

—¿Crees que tengo miedo, no es así?— Gruñó, girando repentinamente para enfrentarla.

Ella miró sus ojos ardientes, observando la forma en que brillaban al recorrer perezosamente
sus ojos y sus labios. Se le cortó la respiración al descubrir que él se estaba asomando al
borde de algo… del mismo abismo que la llamaba, que tiraba de ella.

Tragó saliva, y su corazón palpitó con suficiente fuerza como para apagar los gritos de la
lógica; lentamente arqueó una ceja. —No lo sé.

El calor la recorrió, vertiginoso y abrumador, empujándola hacia adelante mientras sacaba


una pierna de abajo suyo y la deslizaba sobre su regazo. Lentamente se sentó a horcajadas de
él, sosteniéndole la mirada. —Demuéstrame que no lo estás.

Ella se percató de cuán oscuros se habían vuelto sus ojos, casi negros hasta los bordes. Una
fuerte inhalación, y entonces él levantó sus manos y las colocó encima de sus rodillas. Sintió
que sus muslos se tensaban. Él deslizó las palmas hacia arriba, y recorrió la piel expuesta,
rodeando sus caderas y sosteniéndola en el lugar.

Ella se aferró del respaldo del diván, y antes de que se pudiera preparar, él se inclinó hacia
adelante, estirándose para conectar sus labios con su mandíbula.

Su mente se puso en blanco.

Él separó los labios, y le besó la piel.

Viktor le había besado la mandíbula antes. No le había gustado. Le picaba su barba afeitada,
y ella se había apartado, alegando tener cosquillas.

Pero ahora la boca de Hermione se abrió, sintiendo un par de labios expertos abriéndose
camino desde su mandíbula hasta su oreja. Sentía sus ojos vidriosos, y comenzaban a
parpadear hasta cerrarse.

Se inclinó hacia él, y lo sintió relajarse contra el sofá, su torso gravitaba en su dirección
mientras estiraba el cuello.

El primer roce de sus dientes contra su cuello hizo que sus caderas se movieran. Ella soltó un
jadeo mudo, pero supo que él lo había sentido, porque siguió haciéndolo, una, y otra, y otra
vez...

De repente las manos de él sujetaron sus caderas con un agarre punitivo, y solo entonces ella
se percató de que las había estado haciendo rodar contra sus muslos. Se congeló,
sonrojándose por la vergüenza, pero entonces él le pasó la lengua por encima del lugar que
sus dientes habían mordido, y ella suspiró en su oído.
Las manos de él se deslizaron hacia el hueco de su cintura. Su boca se movió hacia su
hombro, besando en la abertura del cuello, moviendo sus labios expertos contra su piel.

¿Sería ella así de buena en esto, cuando era su boca la que mordía su piel? ¿Se sentía siempre
así para él?

Él giró el rostro, y ella escuchó una fuerte exhalación en su oído antes de que los labios de él
tiraran del lóbulo de su oreja hasta atraparlo con su boca...

Gimió, sus muslos se abrieron, deslizándose hacia arriba contra su delantera.

Estaba duro de nuevo. Hermione sentía música en sus venas.

Él intentó empujarla hacia atrás, intentó crear espacio entre ellos, pero era demasiado tarde.
Ella ya lo sabía.

Inclinó la cabeza hacia atrás, y lo encontró haciendo una mueca con los ojos cerrados, y las
manos todavía apretando sus caderas. Hermione esperó. Y entonces le rodeó tentativamente
los hombros con sus brazos.

—Los dos somos adultos—, dijo ella. Su aliento era cálido, y se mezclaba entre sus rostros.
—Ajústate los pantalones y acabemos con esto.

Él abrió los ojos de golpe y la miró fijo. Ella bajó la mirada hacia sus labios, y separó aún
más los muslos, haciendo que su erección presionara contra su centro. Él jadeó, y antes de
que se pudiera mover, ella rodó las caderas hacia adelante como había visto que hacían las
chicas.

La cabeza de Draco cayó hacia atrás, golpeando contra el respaldo del sillón. —Joder.

Ella hundió sus labios en el cuello expuesto, besando a lo largo de su garganta, intentando
replicar lo que él le había hecho a ella. Lo rozó con los dientes, y los brazos de él se
deslizaron por su cintura, acercándola. Ella hundió las manos en su cabello. Intentó rodar
encima de él otra vez, su lengua pasando debajo de su oreja, y un grave gemido retumbó de
su pecho, vibrando contra ella, haciéndola estremecer.

Inclinó sus labios sobre su oreja. —¿Lo estoy haciendo bien?— Movió las caderas hacia
adelante de nuevo, y un suspiro bajo llenó sus oídos. Su erección estaba dura y se movía
contra ella.

Ella se alejó para mirar su rostro, preguntándose cómo lucía Draco Malfoy cuando ella
apretaba su cuerpo contra el suyo, seduciéndolo, arrancando gemidos de sus labios.

Él la miró a los ojos, el cabello le caía sobre la frente, despeinado por sus dedos. Ella se
mordió el labio, guardándose las millones de cosas que anhelaba dentro de su pecho. Tenía
que verlo, tenía que ver su rostro cuando ella se movía. Tenía que saber si sus ojos rodaban
hacia atrás, o si se ponían vidriosos...

Ella acercó sus caderas otra vez, y las bocas de ambos se abrieron, sus ojos abiertos y
desesperados.
Él gimió, y ella bajó la mirada hacia sus labios. Pensó que tal vez si pudiera conservar este
momento para siempre, podría compensar los miles de besos no dados, y las oportunidades
perdidas, y el placer insatisfecho que...

Él presionó sus labios contra los suyos.

Ella gimió instantáneamente, moviéndose contra él, intentando apretarse aún más cerca a
través de sus ropas. La lengua de él estaba adentro de su boca de nuevo, y ella perdió el
control de sus manos. Se deslizaron por su pecho, recorrieron sus costillas, se deslizaron por
debajo y alrededor de su cintura. Las manos de él aferraron su rostro, sosteniendo el cabello
detrás de sus orejas mientras sus caderas comenzaban a empujar hacia arriba las de ella.

Algo rodó perfectamente contra ella, y ella gritó dentro de su boca. Él intentó repetirlo
mientras las manos de ella apretaban la tela del sweater en sus puños, y sus párpados
aletearon, su respiración era un jadeo dentro de su boca cuando los labios de él pasaban
encima de ella.

Él lo hizo por tercera vez, y ella jadeó, “Draco”, contra su boca; y entonces sintió que se
inclinaba hacia un costado y era arrastrada, hasta que su espalda aterrizó sobre los suaves
almohadones del diván que tenía debajo.

Draco estaba encima de ella, deslizándose entre sus piernas para poder seguir rodando las
caderas encima de las suyas. La boca de él cayó otra vez sobre su cuello, moviéndose rápida,
bruscamente, reclamando su piel como propia. Sus caderas empujaban contra las suyas, y se
parecía tanto a cómo se imaginaba que podía ser el sexo, tan abrumador, el modo en que la
mecía, que un suspiro agudo abandonó su garganta.

Él aferró su rodilla, sus dedos apretaron la piel desnuda de la pantorrilla y el muslo, pasando
suavemente por encima de ella. Con su otra mano sostenía un puñado de su cabello,
arruinando la trenza, inclinando su cabeza hacia un lado mientras hacía succión sobre su
cuello.

Podía oír su respiración pesada en la habitación, acompañando el sonido del diván chirriando,
la madera crujiendo.

La lengua de él se arremolinó en su cuello.

—Draco… yo...—

La mano de él subió hasta su cintura, aferró la tela de su blusa y la separó de sus shorts.

—¿Está bien?— Dijo con voz ronca contra su garganta.

—Si. Por favor...—

La mano de él estaba debajo de su blusa, deslizándose encima de sus costillas, sus caderas
saltando sobre las de ella, empujando contra ese mismo punto que ella había frotado la noche
anterior mientras pensaba en él, pensando exactamente en esto...
—Oh, querido—, una voz sedosa cortó la neblina, su familiaridad la hizo congelar. —Ese
diván es del Siglo XVI.

Draco salió de encima de ella más rápido que un rayo, cayendo al suelo, y tapándose la ingle
con las manos. Hermione se incorporó de un salto y se encontró con la mirada divertida de
Lucius Malfoy, parado en el marco de la puerta.

—Padre—, gimió Draco. —No es… No estábamos...

—¡Estamos practicando!— Chilló Hermione, tirando hacia abajo de su camiseta, y estirando


sus shorts. —Para… para Edimburgo. Fue mi idea...—

Lucius simplemente arqueó una ceja, mientras ellos tartamudeaban una vía de escape.

—Ahórrenme sus endebles excusas—, sonrió. —Por lo que me dijo mi esposa, parece que
necesitamos darle a la Señorita Granger algún tipo de anticonceptivo. —La miró de reojo. —
Y rápido.

Las mejillas de Hermione ardieron, y se llevó una mano a la boca. —No. No, juro que solo
estábamos...—

—Es para Edimburgo—, repitió Draco, ya de pie, y poniendo tanta distancia entre él y el
diván como era posible.

—Bueno, eso no será necesario—, dijo Lucius, con una expresión desagradable cruzando su
rostro. —No van a visitar Edimburgo este viernes—. Draco la miró, con pánico en sus ojos.
Pero antes de que la mente de Hermione pudiera procesar, Lucius dijo. —Vamos a asistir a
una cena en la propiedad de los Lestrange este viernes.

Lucius volvió sus ojos hacia Hermione, sus ojos peligrosamente divertidos. —Todos
nosotros.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

¡Los Audiobook Warriors han comenzado a publicar capítulos de La Forma Correcta de


Actuar (audiolibro en inglés)! Link en Ao3 o en Spotify.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 22
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Perdón por la espera, queridas! Las chicas y yo tuvimos semanas de mierda, así que les
agradecemos su paciencia.

Un anuncio rápido: SaintDionysus ha iniciado un podcast para charlar con los autores de
fanfiction que ahora están creando contenido original. El episodio 1 ya ha finalizado y
seré la invitada del episodio 2, que llegará este fin de semana. Echa un vistazo a
"Original Characters" en Facebook, Instagram y Spotify.

Gracias a SaintDionysus y raven_maiden por luchar como el infierno para sacar este
capítulo conmigo.

Y feliz cumpleaños Bailey. :) :) :)

See the end of the chapter for more notes

Todos nosotros.

Hermione podía escuchar el latido de su corazón en los oídos.

Bellatrix. Iba a volver a ver a Bellatrix.

—Padre—. Escuchó la voz de Draco lejos de allí. —No puedes estar sugiriendo que...—

—¿Tengo la costumbre de hacer “sugerencias”, Draco?

Silencio.

Lucius rodó los hombros, un ínfimo movimiento. —El Señor Tenebroso ha notado que hay
algo de… tensión, entre tu tía y yo. Las apariencias deben ser mantenidas. Tu tía y tu tío nos
han invitado a cenar, y han insistido en incluir a la Señorita Granger.

Lucius volvió sus ojos fríos hacia Hermione, sentada de costado en el diván; todavía le latía
el pecho con fuerza.

Draco se movió detrás de ella. —Seguramente se puede dar alguna excusa...—

—Tu madre y yo tenemos esto bajo control. Vamos a asistir los cuatro, y espero que ambos se
comporten de la mejor manera—. Lucius miró a Draco y después a Hermione, sus ojos se
posaron en la blusa arrugada y el cabello revuelto. Ella sintió que su rostro se acaloraba
mientras él la estudiaba, curvando los labios con expresión divertida. —¿Y bien? ¿No
deberían estar practicando Oclumancia?

Hermione parpadeó, luego se levantó con torpeza del sillón. Casi choca contra Draco
mientras se apresuraba hacia la puerta, su mente llena de imágenes de cuchillos afilados y
ecos de una risa histérica...

—Señorita Granger—, Lucius arrastró las palabras. —¿Podemos hablar?

Su mano se congeló en el picaporte. Giró lentamente, viendo a Draco hacer lo mismo detrás
suyo.

Lucius inclinó la cabeza, y luego arqueó una ceja. —Puedes retirarte, Draco.

Vio a Draco tragar saliva.

—Cualquier cosa que tengas que decir, puedes...—

—Tal vez en mi ausencia—, interrumpió Lucius, juntando las manos detrás de su espalda, —
has olvidado quién es el Señor de esta casa—. Sus ojos brillaron mientras veía aterrizar sus
palabras. —Fuera.

A Hermione se le secó la boca mientras veía a Draco abrir y cerrar los puños, y luego
finalmente girar para salir lentamente por la puerta. Mantuvo la mirada al frente, y un
músculo se crispo en su mandíbula. Escuchó sus pasos desapareciendo por el corredor.

Lucius la miró con los labios torcidos, como un halcón mirando fijamente a un ratón de
campo.

—Mi esposa me ha dicho que tienes un sistema reproductor parcialmente funcional—, dijo,
como si estuvieran charlando del clima a la hora del té. —Supongo que es apropiado darte las
felicitaciones.

Hermione sintió que sus mejillas se volvían color carmesí mientras intentaba pensar una
respuesta.

—Y puedo preguntar, Señorita Granger—, dijo, caminando hacia ella con las manos todavía
detrás de la espalda—, ¿era su intención concebir al heredero Malfoy ocultando esa
información? ¿Creyó que un embarazo le daría una protección adicional?

Los ojos de ella se abrieron y su respiración se ahogó en su garganta.

—¡N-no! ¡No, en absoluto!— Lo miró, boqueando, intentando formar palabras coherentes.


—Me dejaron perfectamente claro desde el principio que no tenía que preocuparme por… ese
asunto. ¡No había necesidad de mencionarlo!

—Mhm—, dijo, arrastrando las palabras. —Y aún así, mi pobre diván no está de acuerdo.

—No, nosotros no… Esto no es...— Hermione apretó el rostro entre sus manos. —Esto no
había pasado… antes.
—¿Antes?

—¡No! ¡Fue la primera vez!— Lucius arqueó aún más la ceja, y Hermione gimió, sacudiendo
la cabeza. —¡Nunca ha pasado! Lo juro. Solamente… No.

Una larga pausa.

—Excelente—, dijo Lucius con aspereza. —Su elocuencia me sigue impresionando, Señorita
Granger.

Hermione cerró los ojos con fuerza mientras él pasaba junto a ella, deseando que su
vergüenza pudiera tragársela por completo.

—Una cosa más—. Hermione respiró hondo antes de girar hacia él. —Espero que se prepare
seriamente para la noche del viernes. Si mi hijo no es capaz de concentrarse—, la miró de
arriba abajo, como si no pudiera creerlo en absoluto, —haré que muevan su habitación. Al
lado de mi estudio.

Ella se quedó de pie, sin entender lo que había querido decir, hasta que finalmente lo
comprendió. Se echó hacia adelante. —Por supuesto que nosotros…—

Lucius la hizo callar levantando una mano. Ella se mordió el labio, sus mejillas ardían con un
calor imposible. Y entonces. —Vaya a su habitación, Señorita Granger. Espero encontrar su
mente completamente cerrada con Oclumancia la próxima vez que la vea—. Sus ojos
cayeron hacia sus rodillas desnudas. —Y completamente vestida.

Su rostro estaba en llamas mientras se escurría por la puerta, saboreando poder salir de allí, y
añorando los días en los que Lucius Malfoy estaba en Rumanía.

~*~

A la mañana siguiente, tres libros más de Oclumancia habían llegado con su bandeja del
desayuno. No había ninguna nota. No tendría por qué haberla. Sabía que era mejor no
buscarlo, así que se encerró a estudiar. Los únicos descansos que se tomó fueron para
obligarse a comer unos bocados de cada comida, ya que Mippy había hechizado la bandeja
para que comenzara a empujarla si la ignoraba por mucho tiempo.

La mañana del viernes, después de una incontable cantidad de horas de cuidadosa meditación
y de cortar mentalmente páginas de libros, Narcissa fue a visitarla cuando Hermione estaba
sumida en su Oclumancia.

—Sé que debes estar nerviosa por esta noche.

Hermione asintió, y su mente comenzó a empujar recuerdos que querían resurgir. Ojos grises
y caderas rodando, una voz sedosa y una ardiente ola de vergüenza...

Parpadeó, apartándolos a un lado.

Narcissa atravesó el área de estar, caminando hacia las ventanas.


—Siempre pensé que mi hermana era excéntrica—, dijo. —Pero la mayoría no puede darse el
lujo de verla de esa manera—. Un largo suspiro. —Hoy en día, ella es impredecible y
peligrosa, incluso para mi. Pero te prometo que haré todo lo que esté en mi poder para
manejar la situación de esta noche.

Un libro en un estante alto se estremeció, y Hermione soltó un grito ahogado cuando sus
páginas se abrieron de golpe para mostrar unas pecas, y un olor a menta dulce, y la sala
común de Gryffindor. Cerró los ojos con fuerza, y respiró de manera constante hasta que el
libro se cerró.

Abrió los ojos, y encontró a Narcissa mirándola fijamente, con una expresión preocupada y
gentil.

—He oído que tienen a Ron Weasley en la Propiedad Lestrange—, dijo Hermione en tono
ausente.

Narcissa respiró hondo. —El Señor Weasley se encuentra en la propiedad de Rabastan. No lo


verás esta noche.

Ella asintió y archivó la información, mirando por la ventana. El denso y terroso aroma de la
menta dulce permanecía.

—Hermione—, dijo Narcissa amablemente. —Haz tu mejor esfuerzo. Mi hermana ya tiene


una noción del alojamiento y el trato que recibes, y estoy segura de que también se lo ha
contado a su esposo. Si algo se nos escapa, me encargaré de ello.

Ella asintió de nuevo, con los ojos fijos en el estanque. Las aguas tranquilas ondeaban con la
brisa.

—De hecho—, continuó Narcissa, —lo único que ella no puede descubrir es que has
aprendido Oclumancia.

Hermione parpadeó. Un estante de su mente se derrumbó, y se estremeció al sentir que otro


casi se derrumba también.

Se dio vuelta, y encontró los ojos astutos de Narcissa encima de ella. Hermione se frotó las
sienes, dándole vueltas a la idea en su mente adolorida.

—Porque entonces sabrían que mi magia no está siendo suprimida—, aventuró. —Que no me
han dando las pociones.

Narcissa asintió. —Ella se ha callado algunas cosas, pero su voluntad para mirar hacia otro
lado depende de que siga creyendo que estás bajo llave y candado.

Narcissa se interrumpió, y preguntó alguna cosa, pero Hermione no podía procesar las
palabras. Su cuerpo se sentía débil y entumecido, y su mente aturdida. Sus rodillas
comenzaron a ceder, y Narcissa corrió a su lado para ayudarla a sentarse en una silla. Llamó a
Mippy, y Hermione cerró los ojos con fuerza, con la cabeza palpitando. Mippy regresó con
una poción, y Narcissa le ayudó a beber. Una vez que la visión de Hermione dejó de nublarse,
Narcissa sirvió té para ambas y tomó asiento frente a ella, encaramada en el borde de su
almohadón.

—Entonces, ¿qué se supone que haga cuando ella intente leer mi mente?— Hermione dejó el
plato y se acurrucó en el sillón; la etiqueta le cedió el paso al agotamiento.

Narcissa tomó un sorbo de té. —¿Qué técnica estás usando? ¿Una caja? ¿Un cajón? ¿Tal vez
una cueva sellada?

—Una estantería de libros—. Hermione suspiró, frotando sus sienes. —Libros con recuerdos.
Páginas con momentos.

—Muy útil—, dijo. —¿Y estás sacando páginas?

Hermione asintió.

—Sé una cosa o dos acerca de eso—. La voz de Narcissa era suave y tranquila, un arrullo. —
¿Te gustaría que te ayude?

El aire abandonó los pulmones de Hermione cuando se volvió para mirarla. Los ojos azules
de Narcissa eran cálidos y abiertos. Estabilizadores. Lentamente, Hermione asintió de nuevo.

Narcissa colocó su taza de té y su plato sobre el regazo, con la columna recta. —Tal vez es
hora de crear un libro nuevo—, dijo en un susurro; las palabras llegaban hasta Hermione
colgando de un hilo de platino, pasando entre sus ojos y entrando a su mente como la seda de
una telaraña. —Tal vez—, dijo Narcissa, —puedes visualizar solo las cosas que quieres
presentar.

Las palabras eran un murmullo en su mente. Un lento hilo sin aguja se movía entre sus
estanterías de libros, dando pequeños topes en las cubiertas y pasando las páginas como en un
susurro. Hermione respiró hondo, relajándose en su silla.

Una portada de cuero apareció en la parte frontal de su estantería, abierta y sin páginas. Sin
título. Las páginas bajaron revoloteando para llenarlo, flotando lentamente. El hilo de platino
se enroscó entre ellas, empujando algunas hacia un lado, y haciendo que otras se acercaran.

El Señor Nott descubriendo que estaba escuchando una conversación a escondidas; el


bastón debajo de su barbilla.

El Cañón de la Una en Punto en Edimburgo.

Voldemort inclinándose sobre ella en el suelo del Salón de los Malfoy.

Todos bajaron flotando, más y más, y anidaron entre las portadas de cuero.

El hilo cayó entre las páginas de Draco arrojándola sobre la cama, abriendo su lencero de un
tirón. Hermione intentó cerrar el libro, el terror, la humillación y la dolorosa empatía
inundaron su biblioteca, pero el hilo tiró con más insistencia, y las páginas cayeron y se
unieron a las demás.
Más sobre Edimburgo. Las cenas, el Salón. Media página de Cho besándola mientras Draco
la miraba.

El cuerpo entero de Hermione se tensó mientras el hilo se deslizaba por las páginas en las que
Draco sostenía sus manos contra la pared, y deslizaba su pierna entre las suyas. Las manos de
él en sus caderas mientras ella lo montaba en el diván, un vuelco en su gravedad, y entonces
estaba de espaldas contra el almohadón, mientras él se deslizaba entre sus piernas. El hilo de
platino hizo una pausa cuando él murmuró, “¿está bien?”, y como si estuviera enhebrado en
una aguja, se movió a través de la página, arriba, abajo, punto en cruz, arriba, abajo, punto en
cruz, borrando las palabras de la historia hasta que solo quedó una costura color platino.

Y finalmente, el hilo avanzó rápidamente entre los estantes, pasando páginas, ojeando
palabras, hasta detenerse encima de un recuerdo.

Dolohov y las Medimagas.

A la distancia, Hermione sintió que sus piernas temblaban.

El hilo cortó la página del libro, y dejó que el recuerdo cayera hacia abajo para unirse a los
demás.

Hermione se crispó en protesta. ¿No sería peligroso saber lo que había hecho Narcissa? Si
Bellatrix se enteraba de que Narcissa había lanzado un Obliviate a un miembro del círculo
íntimo del Señor Tenebroso...

El hilo platino brilló en su memoria, encontrando el momento en que la luz verde salía de su
ovario fértil. Hermione observó cómo el hilo serpenteaba hacia adelante, girando alrededor
de la luz verde, enroscándose como una bola de estambre, oscureciéndolo… y entonces ardió
en rojo. Como si el test hubiera dado negativo.

El hilo cayó, y lo que quedó fue la luz roja.

La página se cortó a la mitad, y los momentos que siguieron a la revelación de la luz verde se
esfumaron. La mitad superior cayó dentro del libro.

El hilo pasó a través de las páginas, apretándolas, y entretejiendo el lomo. El libro se


encuadernó a si mismo y se cerró con un suave chasquido.

El hilo de platino dio un tope contra la portada, tejiendo un título sobre el cuero: Té de la
Tarde.

Sintió que el hilo se desenrollaba, y retrocedía, alejándose de sus estantes, deslizándose a


través de sus ojos y regresando a una pálida mirada azul.

Hermione parpadeó, sus pulmones se llenaron de aire. Narcissa Malfoy la observó, y luego se
llevó la taza de té a los labios, relajándose contra el sillón.

Sus ojos recorrieron el cuarto. Las paredes eran rosadas, el sol se estaba poniendo. El reloj
indicaba que habían pasado tres horas desde que Narcissa entrara a su habitación.
Se volvió hacia ella, con la boca abierta. —Eres una Legeremante.

Narcissa dejó silenciosamente su taza de té en el plato. —Es algo de familia. Los Black-
Rosiers son muy fuertes en ello.

Un pozo de emociones burbujeó en su pecho. —Tu… ¿lo usas con frecuencia?

—No. Muy raramente, de hecho—, dijo, con una sonrisa. —Trato de permitirle a la gente
tener su privacidad—. Hizo una pausa a medio camino de tomar un sorbo. —Espero que no
te moleste mi asistencia con… algunos de tus recuerdos más privados.

Las orejas de Hermione ardieron al rojo vivo. Narcissa los había visto a ella y a Draco
juntos… y… bueno…

Bajó la mirada hacia la alfombra. —No, puedo entender por qué esos recuerdos debían ser
suturados. Eso fue… de mucha ayuda.

Se hizo un silencio denso antes de que Narcissa hablara de nuevo. —Quedará entre nosotras,
Hermione. No cambia lo que pienso de ti.

Una pausa, mientras Hermione intentaba apartar su ardiente vergüenza para decir algo en un
lenguaje inteligible...

—Si lo crees necesario, los elfos pueden colocar Pociones Anticonceptivas en tu armario.

Los ojos de Hermione se abrieron de golpe. —¡No! No, no. No. Uhm...— Tragó saliva
mientras Narcissa la miraba inocentemente detrás de su taza de té. —Quiero decir, sí, eso
sería necesario si estuviéramos… Pero no lo estamos y… Porque yo no quiero—, señaló su
estómago con torpeza, —quedar… Por supuesto.

La boca de Narcissa se crispó, y Hermione pudo ver que sus ojos parpadearon antes de
asentir. —Por supuesto.

—Si.

—Si alguna vez surge la necesidad, por favor no dudes en pedirla. Mippy estará feliz de
ayudarte.

Hermione intentó responder, pero todo lo que consiguió soltar fue un graznido.

—Bueno, no es mi intención ponerte nerviosa, cariño. Por favor, disculpa cualquier


suposición—. Hermione se sonrojó aún más mientras Narcissa se levantaba y miraba el reloj.
Frunció el ceño. —Nos iremos en dos horas. Deberías tener algo de tiempo a solas para
meditar.

El recordatorio le dio un vuelco en el estómago. Narcissa tocó suavemente su hombro antes


de salir de la habitación. Hermione respiró hondo, dejando a un costado su mortificación.

Tomó un baño y contempló fijamente el agua, despejando su mente. Se concentró en el libro


Té de la Tarde, dejando que todo lo demás se desvaneciera en el fondo de los estantes. Cada
vez que un recuerdo en su interior la hacía estremecer, se concentraba en la costura del hilo
color platino que sostenía sus recuerdos unidos, y los mantenía a salvo.

A las siete menos diez, bajó las escaleras con un pequeño y sencillo vestido recto, y zapatos
sin tacón. Esta noche iba a ser una esclava y nada más.

Draco y Lucius estaban de pie junto a la chimenea, hablando en voz baja. Dejaron de hablar
cuando Lucius la vio llegar. Le susurró una última cosa a su hijo, y luego le dirigió una
expresión indolente.

—Señorita Granger—, saludó.

Ella asintió, y miró a Draco. Los ojos de él estaban sobre el fuego, fríos y distantes.

El chasquido de unos tacones llamó su atención, y Hermione se volteó para ver a Narcissa
aproximándose con una expresión muy severa en el rostro, y usando un estructurado vestido
negro.

—Volveremos en una hora—, dijo en tono cortante, arqueando una ceja con frialdad mientras
Lucius la evaluaba. —Hemos sobrevivido a cosas peores.

Un estallido sonó detrás de Lucius. —¡Amo!— Chilló una voz. —¡Una carta urgente de la
Señora Lestrange!

Lucius tomó la nota y la abrió con una floritura. Hermione contuvo la respiración mientras
los ojos de él danzaban por el papel. Un gruñido brotó de sus labios.

—Un cambio de planes—, dijo. —La Mansión de tu hermana está “inhabitable” por el
momento. Nos ha pedido que nos encontremos con ella en la propiedad de Rabastan para
cenar.

Narcissa le arrebató la carta, y leyó con los ojos entornados. —Absolutamente ridículo—,
siseó. —Si así es como quiere jugar...— Se interrumpió, y levantó la mirada hacia Hermione;
sus rasgos nublados por la preocupación.

Sintió un zumbido en los oídos, la sangre moviéndose rápidamente. Ron.

Hermione asintió temblorosamente, luego cerró los ojos, empujando aún más lejos el libro
color tierra.

El reloj marcó las siete. Lucius arrojó el polvo Flu y exclamó el destino. Narcissa entró,
seguida por su esposo.

Una vez que las llamas verdes se extinguieron, Draco se movió por primera vez. Buscó
dentro de la bolsa, arrojó el polvo, y silenciosamente extendió su mano. Hermione se acercó a
su lado y le ofreció el brazo, la firma tatuada brillaba a la luz del fuego. Los dedos de él
estaban fríos al cerrarse alrededor de su piel. Exclamó el nombre de la propiedad de
Rabastan, y dieron un paso al frente.
Lo primero que Hermione notó fue la falta de luz y calor. El fuego a sus espaldas se
desvaneció con un siseo, y se estremeció violentamente cuando el frío de la entrada se
arrastró encima de ella.

Estaban de pie en una mansión gótica; el corredor que se extendía frente a ellos era más
estrecho que el de la Mansión Malfoy, pero los techos eran igual de vertiginosamente altos.
El humo de la chimenea se disipó, y las paredes negras se cerraron como un vacío tragándose
el aire. Los retratos en las paredes comenzaron a sisear, murmurando acerca de su sangre
sucia mientras Narcissa los fulminaba con la mirada.

Draco dejó caer su brazo y se paró ligeramente frente a ella. Lucius les dedicó una mueca
condescendiente y continuó inspeccionando sus uñas.

Los ojos de Hermione recorrieron el cielo raso. Ron estaba en esa casa, en alguna parte detrás
de esas paredes negras y opacas. Parpadeó y sacudió la cabeza para volver a enfocarse.

Rabastan era el hermano menor, posiblemente tenía unos treinta y cinco años. Todo lo que
Hermione sabía era que era un Mortífago soltero, probablemente de rango mediocre, dado lo
poco que había oído acerca de él. Rabastan, Rodolphus, y Bellatrix. Esta noche se enfrentaría
a tres enemigos.

El sonido de unos pequeños pasitos saltarines fue creciendo, y los cuatro invitados giraron
para ver a un pequeño elfo herido que se acercaba a ellos cojeando.

—Jik los lleva ahora. La cena es por aquí.

Hermione frunció el ceño cuando Jik giró en círculo, su rodilla izquierda pivotaba con
dificultad, y se fue cojeando por el oscuro pasillo. Le goteaba sangre por detrás de la oreja, y
le bajaba por el cuello.

Sintió que le ardía el pecho mientras seguía a Lucius y a Narcissa. Claramente Jik había sido
torturado recientemente, y luego le habían ordenado que recogiera a los invitados. Nunca
antes había visto a un elfo en peor estado, y eso incluía a los decapitados en la pared de
Grimmauld Place...

Unos dedos fríos tocaron su muñeca. Ella levantó la mirada para ver a Draco, completamente
sumido en su Oclumancia, mirando fijamente la espalda de sus padres.

—Concéntrate, Granger—. Las únicas palabras que le había dicho en días.

Ella asintió, y sus dedos se alejaron de su piel antes de que volvieran a moverse. Cuando
alcanzaron a Lucius y a Narcissa frente a dos enormes puertas, Hermione estaba pensando
solo en un lago de aguas tranquilas, y en un libro abierto en la orilla titulado Té de la Tarde.

Las puertas se abrieron con un horrible crujido, y Jik se hizo a un lado. El grupo se detuvo en
la entrada. Los ojos de Hermione alcanzaron a ver un enorme candelabro con velas a medio
quemar, y chorreando cera. Unos apliques similares adornaban las paredes negras, y había
una enorme pintura al oleo que se extendía a lo largo de la pared del fondo. El paisaje mágico
representaba una batalla de la época romana, con soldados corriendo por un campo de batalla
y matándose los unos a los otros.

Narcissa se movió primero, seguida de Lucius. Una vez que la visión de Hermione se
despejó, pudo ver una gran mesa preparada para una cena formal. Un candelabro ramificado
yacía en el centro como una Acromántula tumbada, y la luz de sus velas iluminaba el resto
del salón. Hermione estabilizó su respiración mientras recorría los rostros que les devolvían
la mirada, más de los que había esperado.

Las sillas se arrastraron.

—Ah—, una voz canturreó desde la cabecera de la mesa. —Los Malfoy, damas y caballeros.

Bellatrix Lestrange estaba de pie, ataviada con un opulento vestido de fiesta color negro,
adornado con unas mangas abullonadas y la cintura ceñida. Sus rizos estaban recogidos hacia
atrás con descuido, y sus brazos abiertos con una burlona bienvenida.

—Buenas noches, Bella—, dijo Narcissa con frialdad. Miró a su hermana de arriba abajo. —
Vaya. Pero parece que no estamos vestidos correctamente.

Los labios color ciruela de Bellatrix se curvaron en una sonrisa tensa. —Solo un vestido de
noche completo para una cena con los Malfoy.

—Oh, cielo—, dijo Lucius, pasando junto a su esposa. —¿Es este tu mejor vestido de noche?
No me había dado cuenta de cuánto estaban sufriendo en Twilfitt y Tattings.

Los ojos de Bellatrix se entrecerraron peligrosamente antes de esbozar una sonrisa lobuna. —
Cuida tus modales, hermano. Tenemos un invitado especial esta noche.

Hermione parpadeó, y sus ojos revolotearon por la habitación.

Los dos hermanos Lestrange estaban sentados frente a Bellatrix, Rabastan en la cabecera de
la mesa, y Rodolphus a su derecha. Una muchacha joven, con un sencillo vestido, estaba
parada contra la pared detrás de ellos. Y al otro lado de la habitación, debajo de la pintura
romana, Marcus Flint les sonreía desde su puesto junto al aparador. Penelope estaba de pie a
su lado, con la mirada baja.

Los hombros de Draco se tensaron desde donde estaba, ligeramente delante de ella.

—Ah—, dijo Lucius arrastrando las palabras, con la mirada fija en Flint. —Qué curioso que
describas esto como un “asunto familiar”.

Bellatrix lo miró maliciosamente, con los labios tensos. —Las cosas cambian, Lucius—. Sus
rasgos se iluminaron abruptamente, y retrocedió, invitándolos a pasar. —Me disculpo por el
cambio de locación. Afortunadamente, Rabastan estaba feliz de recibirlos.

Ningún Malfoy se movió.

—Marcus—, dijo Draco, con un tono afilado en su voz. —¿Qué te trae por aquí?
Los ojos de Flint brillaron incluso a la distancia. —Negocios con Rabs. Tu tía fue bastante
generosa en invitarme a cenar.

Narcissa alisó su cabello encima de su hombro y esbozó una sonrisa seca. —¿Nos sentamos?

Bellatrix señaló el asiento de Narcissa junto al suyo en la cabecera de la mesa. Lucius se


acercó a Rabastan y a Rodolphus, estrechando sus manos con un desdén apenas disimulado.
Hermione asumió una expresión vacía mientras se apartaba hacia la pared, siguiendo a Draco.

—Draco, querido—, canturreó Bellatrix. Los dos se congelaron. —Ven a sentarte junto a tu
tía—. Palmeó el lugar a su izquierda.

La mandíbula de Draco se crispó antes de girar lentamente y cruzar el cuarto para ocupar el
asiento frente a su madre. Lucius se sentó a la derecha de Narcissa. Hermione mantuvo la
mirada baja mientras caminaba hacia la pared detrás de Draco.

Apenas levantó la mirada, encontró los ojos fríos de Narcissa. Narcissa apartó la mirada,
girando hacia la risa estruendosa de Rabastan, y Hermione rápidamente la imitó. Pero podía
sentir un par de ojos negros y depredadores clavados en ella mientras contemplaba sus
zapatos.

El estómago de Hermione dio un vuelco al darse cuenta repentinamente del propósito detrás
de los cambios de esta noche. Bellatrix y su esposo estaban al tanto del tratamiento que ella
recibía en la Mansión, y había una razón por la que habían ocultado esa información de
Voldemort. Pero con otros testigos, Flint y Rabastan Lestrange, los Malfoy no podían
protegerla esa noche.

Acalló el miedo con respiraciones profundas, enfocándose en la madera oscura.

—¡Sangre Sucia!— Hermione dio un salto.

El primer plato había aparecido en la mesa: una sopa turbia que Lucius ya estaba olfateando
con el labio superior fruncido.

—Trae la canasta de pan—. Bellatrix no le dedicó una mirada, pero Hermione supo que la
orden era para ella.

Sus ojos escanearon frenéticamente la mesa. Cuando no pudo encontrar nada, miró a
Narcissa, pero los ojos de ella estaban en su sopa, sus labios eran una delgada línea mientras
su hermana la observaba. Entonces Lucius captó la mirada de Hermione, y miró
intencionadamente hacia el aparador, donde estaba la canasta de pan.

Hermione corrió alrededor de la mesa y maniobró con la enorme canasta en sus brazos.
Caminó con cuidado a un lado de Bellatrix, y se estiró para tomar las pinzas para servir. Un
dolor crepitante le subió por los dedos al tocarlas. Soltó un grito antes de poder contenerse,
casi dejando caer la canasta.

Bellatrix giró para mirarla con el ceño fruncido, pero rápidamente soltó una carcajada,
revelando la trampa. —Había olvidado las maldiciones que tiene la platería para mantener
alejados a los asquerosos ladronzuelos—. Bellatrix se volvió hacia Draco y susurró. —No
podemos permitir que una Sangre Sucia llene de inmundicia nuestras cosas, ¿verdad?

Respirando temblorosamente, Hermione se volvió hacia el aparador, tomó una servilleta, y la


envolvió con cautela alrededor de las pinzas. Regresó junto a Bellatrix y tomó lentamente una
pieza de pan para colocarla en su pequeño plato.

Bellatrix resopló con fuerza, y el pecho de Hermione se sacudió.

Cada boca y mano de la mesa quedó inmóvil. Incluso Rodolphus, que no había hablado más
de diez palabras, giró para observarla.

—¿Te atreves a servir a un invitado antes de servir al Señor de la Mansión?— Jadeó


Bellatrix, llevándose una mano al pecho. —¿Dónde están tus modales, Sangre Sucia?

Hermione inclinó la cabeza y dio un paso tembloroso hacia atrás, con el pecho todavía
retumbando. Apenas podía escuchar a Flint y a Rabastan soltando risitas contra sus
servilletas.

—Perdona su ignorancia—, dijo Narcissa, cortante. —Siempre hemos creído que los elfos
son superiores para servir en la mesa.

Hermione caminó el largo de la mesa hasta donde estaba sentado Rabastan, todavía riendo.

—Qué desafortunado—, respondió Bellatrix. —Estoy segura de que podría aprender


rápidamente con la motivación apropiada.

Hermione tragó, y sirvió a Rabastan, sintiendo que la mirada de él se deslizaba hacia abajo
por su cuerpo. Su vestido era conservador, pero la tela era demasiado delgada, y marcaba sus
curvas cuando se movía.

—La disciplinaré como mejor me parezca, Bella—, dijo Narcissa, alisando su servilleta.

Ella se movió rígidamente en sentido contrario al reloj, hacia Rodolphus.

Bellatrix hizo un gesto de puchero hacia Flint a modo de disculpa. —Desafortunadamente,


mi hermana y yo siempre hemos estado en desacuerdo respecto al tema de la “disciplina”—.
Suspiró. —Me temo que lo mismo sucede con mi querido cuñado.

—Pocos se pueden permitir tus métodos de “disciplina”, Bellatrix—, dijo Lucius. —¿Por
cual elfo vas ahora? ¿Por el octavo?

—Noveno—, gruñó Rodolphus. Bellatrix lo fulminó con la mirada, pero él no levantó la


vista.

—Un terrible desperdicio, si quieres mi opinión—, dijo Narcissa con remilgo, dejando que su
cuchara se deslizara por su sopa. —Los sirvientes prosperan con orden y cierto grado de
respeto. Semejantes medidas draconianas son innecesarias.
—¡Respeto!— Dijo Bella con sorna. Se volvió hacia Flint justo cuando Hermione llegaba
junto a su codo. —Marcus, querido. Dime, ¿cómo disciplinas a tu zorra cuando olvida cuál es
su lugar?

Hermione miró por el rabillo del ojo a Penelope, que tenía la mirada fija en el suelo.

Flint soltó una carcajada. —Una excelente pregunta, Señora Lestrange. Pero ella no lo olvida.
Ya no lo hace.

Se movió hacia Draco a continuación, que había estado completamente en silencio desde que
se sentara. Había tomado unas cuantas cucharadas de sopa, pero su copa de vino permanecía
intacta. Hermione aventuró una mirada de reojo y lo descubrió contemplando su cuenco, con
los ojos vidriosos.

—Y dime—, dijo Bella, —¿tu esclava duerme en las mazmorras? ¿Tal vez en tu armario,
como la de Rabastan?

Un músculo en la garganta de Draco palpitó cuando ella colocó el pan en su plato.

—Bueno, ahora duerme en mi cama. Pero al principio, cuando se portaba mal, tenía una jaula
en el pasillo—. Sonrió con suficiencia. —Lo bastante cerca por conveniencia, pero lo
bastante lejos como para no escuchar cuando la sacudía.

Hermione aferró con fuerza la canasta contra sus costillas.

—Por supuesto—, arrulló Bellatrix. —¿Y tiene su propio cuarto?

—Todavía no—, dijo Flint, sonriendo, —pero he oído unas historias inspiradores acerca del
“calabozo” de Draco.

Rabastan se rió entre dientes.

—Me refiero a algún lugar cálido y seguro—, dijo Bellatrix, inclinándose hacia adelante. --
¿Tiene tu Sangre Sucia su propia cama de cuatro postes y un baño en suite?

Los pies de Hermione trastabillaron.

Flint se rió. —Es una esclava, no una invitada.

Bellatrix se rió, el sonido se disparó por la columna vertebral de Hermione. Luego chasqueó
los dedos, apuntando a su plato de pan.

Hermione se acercó lentamente a su izquierda y sirvió una pieza de pan. Antes de que pudiera
retroceder, Bellatrix aferró su muñeca. Hermione jadeó, dejando caer las pinzas con un
estrépito.

—Qué lindas cicatrices, Sangre Sucia—. La acercó más a ella y pasó los dedos por encima de
las marcas del brazo de Hermione. Un tirón más, y sus ojos negros se fijaron en los de
Hermione. —Tengo más diseños en mente. Podemos hacer de ti una obra de arte.
Hermione le devolvió la mirada sin expresión, incluso aunque su corazón latiera con furia.
Las uñas de Bellatrix comenzaron a curvarse, y a cortarle la piel.

—Yo también quisiera un poco de pan—, dijo Narcissa con frialdad. —Cuando hayas
terminado de jugar con el servicio, Bella.

Un último apretón, y luego Bellatrix la soltó. Hermione tomó las pinzas y se alejó de allí.

Bellatrix arqueó una ceja burlona. —¿A quién crees que engañas? No has comido pan en toda
tu vida—. Separó un trozo de su propio bollo con la gracia de un gato salvaje, lo sumergió en
su sopa y masticó lentamente, sin apartar nunca la mirada de su hermana.

Los labios de Narcissa se curvaron.

—Desafortunadamente, el pan es lo único comestible de esta mesa—, interrumpió Lucius. Se


volvió hacia Fint antes de que Bellatrix pudiera responder. —Así que, ¿ansioso por la
ceremonia de la semana que viene?

—Lo estoy, Señor—, respondió Flint. —Es un gran honor.

La cabeza de Draco se levantó de golpe. —¿De que hablan?

Hermione colocó el pan en el plato de Narcissa, con la respiración entrecortada.

—Recibiré la Marca la semana que viene. Junto con Theo y Greg.

—Felicitaciones—, dijo Draco con frialdad. Luego volvió a mirar hacia su sopa.

—Me sorprende que no lo sepas—, dijo Flint con inocencia. —Theo y Greg son amigos
tuyos tan cercanos.

La cuchara de Draco se detuvo sobre su cuenco. —He estado un poco ocupado con los
esfuerzos en Francia e Italia—. Removió su sopa. —Y no mantenemos un boletín
informativo entre nosotros, como llegarás a descubrir.

Después de colocar el pan en el plato de Lucius, Hermione se movió para regresar la canasta
al aparador.

—¡Sangre Sucia!— Llamó Bellatrix. —Llena las copas de vino.

Hermione se congeló, luchando contra el impulso de mirar a las otras dos esclavas contra las
paredes. Parpadeó, archivando sus emociones mientras cambiaba la canasta por la botella de
vino.

—Creo que es el momento propicio—, dijo Bellatrix. —Serás una excelente adición a la elite
del Señor Tenebroso, Marcus. En cuanto al cachorro de Goyle, bueno, eso está por verse.
Supongo que no puede ser peor que su padre. Escuché que Gringotts lo declaró muerto
finalmente.

Rodolphus gruñó afirmativamente.


Bellatrix puso los ojos en blanco y tomó un largo trago de vino. —Y ahora Ted está ansioso
por ver a Theodore tomar la Marca. Cree que ofrecer un hijo competente podría ayudar a que
el Señor Tenebroso sea más… paciente con algunas de sus propias falencias. Pero
aparentemente el corazón del muchacho no está allí en absoluto—. Le sonrió a Lucius. —No
hay nada peor que tu único heredero deshonre el nombre de tu familia, ¿verdad?

Hermione se acercó a Rabastan a la cabecera de la mesa otra vez.

—Sería devastador, ciertamente—, dijo Lucius, estirándose con pereza para alcanzar su vino.
—No es que tu o Rodolphus sepan algo sobre tener herederos en absoluto.

Narcissa le dirigió una mirada acalorada.

—Supongo que no—, la sonrisa de Bellatrix se ensanchó mientras se inclinaba. —Verás, he


escogido tener poder antes que niños. Infinitamente más satisfactorio.

Hermione se movió para llenar la copa de Rodolphus.

—Parece que tenemos diferentes puntos de vista respecto al “poder”, Bella—, dijo
agudamente Narcissa. —La última vez que revisé, todavía respondías ante un hombre.

Los ojos de Bellatrix se posaron rápidamente en los de su hermana. —Apenas sacas al hijo de
un hombre de adentro de ti, te conviertes en su esclava—. Asintió ante los dos Lotes
silenciosos contra la pared. —No eres mucho mejor que estas niñas. Mi único amo es el
Señor Tenebroso.

Vació su copa de un trago y la golpeó contra la mesa. Lentamente, con el estómago


retorciéndose de pavor, Hermione se acercó a Bellatrix con la botella.

—Hablando de mocosos...— Bellatrix se estiró, tomó un puñado de cabello de Hermione, y


tiró de ella hacia abajo. La botella se deslizó de sus dedos y se estrelló contra el suelo,
salpicando vino color rojo sangre por todas partes.

—¡Bella…!

—No sabes servir como un elfo, no sabes cocinar como un elfo. Pero seguramente eres útil
para algunas cosas—, siseó Bellatrix contra su rostro. —¿Tienes ganas de vivir muchos años,
querida?

Y entonces unas garras afiladas se enterraron en la mente de Hermione. Unos túneles negros
sin final perforaron en ella.

Las páginas de Té de la Tarde fueron pasando. Pero fueron las únicas que lo hicieron.

Bellatrix revoloteó a través de sus recuerdos, Dolohov y las Medimagas, la luz volviéndose
roja sobre su cadera. Draco arrancando su vestido lencero. Temblando sobre el mármol, a los
pies de Voldemort. Draco apretándola contra la pared, frotándose encima de ella sobre un
diván.
Las garras en su mente amenazaron con rasgar el hilo plateado que mantenía todo unido, pero
éste se mantuvo firme. A la distancia, escuchaba un gemido que reconoció como propio; una
cuchara cayendo en un cuenco vacío a su izquierda.

Bellatrix retrocedió, rasguñando mientras salía, y el cuerpo de Hermione cayó al suelo


mientras una risa satisfecha le raspaba los oídos. El vidrio de la botella rota no era nada al
lado de su mente destrozada, las páginas de Té de la Tarde sangrando por el lomo.

Intentó volver a concentrarse, tenía los ojos nublados y enrojecidos. El vino y su propia
sangre se arremolinaban en el suelo de piedra debajo de sus rodillas lastimadas.

Un sonido de disgusto encima suyo. —Draco, ven a limpiar el desastre de tu mascota.

Silencio.

—¿Qué estás esperando?— Siseó la voz.

Una mano fría en su brazo le devolvió las sensaciones de una sacudida. Draco la levantó y
murmuró un hechizo para desaparecer la sangre, el vino y el vidrio. La empujó con rudeza
para que se apoyara junto a la pared cuando vio que no podía quedarse parada por si misma.
Sintió que la piel de sus rodillas volvía a unirse. Cuando se balanceó, él la estabilizó con un
ligero roce de su mano en las costillas, y entonces desapareció, de regreso en su silla.

—Hablando de mascotas—, canturreó Bellatrix. —Rabastan, Marcus, ¿por qué no van a


revisar a las suyas? Necesitamos tener una pequeña charla familiar.

Los ojos de Hermione se abrieron con un parpadeo, el cuarto todavía daba vueltas, pero
estaba volviendo a hacer foco. Sentía un dolor punzante detrás de las sienes, pero no tan
fuerte como había esperado que fuera.

Había funcionado. Bellatrix había caído directamente en su trampa, y no se había dado


cuenta...

Unas sillas se arrastraron hacia atrás.

—Llévate a las zorras contigo. Estoy segura de que la Sangre Sucia estará encantada de
volver a ver su antiguo novio.

—Ella se queda—. Hermione levantó la cabeza para ver los fríos ojos azules de Narcissa
clavados en los de su hermana; su postura estaba rígida de ira. —Ella no va a ninguna parte
sin Draco.

Bellatrix sonrió con burla y se volvió hacia su cuñado. —Vayan entonces. Pero asegúrate de
hacer saber al pelirrojo quiénes son nuestros invitados.

Ron.

Hermione escuchó el movimiento de los pies mientras su sangre corría acelerada. Estaba tan
cerca de él, pero tan imposiblemente lejos.
Las puertas se cerraron con un click. Estaba sola con los Malfoy, Bellatrix, y Rodolphus. Se
hizo un silencio tenso hasta que Bellatrix habló.

—Veo que Draco finalmente está disfrutando de su juguete. Es una mejoría, supongo, pero si
me preguntas a mi, el chico todavía es demasiado suave—. Bellatrix tomó un largo trago de
vino, y miró a Lucius por encima de la copa. Lucius le devolvió la mirada, impasible. —
Debo confesar que estoy bastante decepcionada con su desempeño en Italia.

El tiempo parecía hacerse más lento. El dolor detrás de los ojos de Hermione se desvanecía
mientras contemplaba a la familia entera observarse entre sí como si se estuvieran apuntando
con varitas.

Narcissa se movió, cruzó las manos por debajo del mentón y se inclinó sobre sus codos. —
Seguro estás esperando que alguien pregunte “¿qué salió mal en Italia?”, así que te lo
preguntaré.

Hermione podía ver claramente a Narcissa y a Lucius, el perfil de Bellatrix, y la parte de atrás
de la cabeza de Draco desde su perspectiva. Observó que los omóplatos de Draco se
contraían antes de que sus costillas se expandieran.

—Yo cumplí mi misión. El Ministro está vivo. Los insurgentes fueron inhabilitados...—

—Veinte alborotadores y posibles asesinos aturdidos, y ni una sola Maldición Asesina


lanzada—. Gruñó Bellatrix con sorna. —Te he enseñado cómo lanzarlas, ¿recuerdas? ¿En el
sótano de la Mansión, a las ratas y alimañas?

Una pausa.

—Por supuesto, Tía. Estaba siendo cauteloso. No hay necesidad de una masacre en un país
tan volátil...—

—El Señor Tenebroso aprobó el uso de cualquier tipo de fuerza necesaria para proteger al
Ministro Romano—. Los dedos de Bellatrix trazaron un círculo en el borde de la copa, como
un gato jugando con su cena. —De hecho, él habría estado más que feliz de saber que te
deshiciste de un grupo de disidentes violentos. En cambio, le dejaste ese honor a Dolohov—.
Hermione vio que el puño izquierdo de Draco se curvaba sobre su regazo. —Por supuesto,
eres igual que tu padre en ese sentido—, continuó, con ligereza. —Mucho más interesado en
hacer contactos y en la política, que en ensuciarse las manos.

Hermione se atrevió a levantar la mirada hacia Lucius. Estaba perfectamente quieto, y sus
ojos alternaban entre su cuñada y su hijo. Solo sus labios se movieron para canturrear: —
Todos tenemos diferentes fortalezas

Bellatrix inclinó la cabeza. —¿Estás seguro de que el Señor Tenebroso estará de acuerdo en
considerar la… timidez… de Draco, como una fortaleza?

Se escuchó un grito debajo de sus pies, en alguna parte de las entrañas de la mansión. El aire
de Hermione se contrajo y se sobresaltó con violencia. Reconocía ese grito. Levantó la
mirada hacia la familia, ni una sola ceja estaba arqueada con interés. Ni siquiera Rodolphus
apartó los ojos de su copa de vino. Ella enterró los dedos en sus palmas.

Narcissa levantó la barbilla de las manos, miró a su hermana y dijo, —¿Estás amenazando a
mi hijo?

Bellatrix resopló. —No seas absurda. Él es el futuro de los Black—. Tomó la muñeca de
Narcissa, tiró de su mano para acercarla y entrelazó sus dedos. Entonces su ira pareció
desvanecerse. Le dirigió a su hermana una sonrisa suave que a Hermione le provocó un
escalofrío en la columna vertebral. —Yo puedo protegerlo a él, y a su corazón débil. Y lo
haré por ti, Cissy.

Buscó a Draco con la otra mano, levantando su muñeca inerte y entrelazando sus dedos.
Inclinó la cabeza, y apretó la mejilla contra las manos unidas. —Hasta que sea lo
suficientemente fuerte como para matarlo—, susurró.

La bilis subió desde el fondo de la garganta de Hermione. Dirigió su atención a Lucius,


observando cuidadosamente al otro lado de la mesa, furiosa.

Otro grito desde abajo, ahogado y luego escalando hasta un tono salvaje. Hermione bajó la
mirada, imaginando el cuerpo golpeado y ensangrentado de Ron retorciéndose de dolor.
Parpadeó rápidamente, respiró una y otra vez. Un lago, claro, y tranquilo...

Narcissa se apartó de su hermana. —Tenemos ideas muy diferentes de lo que significa un


corazón débil, Bella.

Bellatrix bajó la vista hacia su mano vacía, como si la imágen la ofendiera. Sus ojos se
volvieron de hielo. —Tal vez si. Hace mucho tiempo que tu necesidad de afecto superó tu
sentido de la lealtad. Ahora no eres mucho mejor que nuestra madre, un gato doméstico con
una sonrisa tonta, cuyo único propósito en la vida es servir el té durante el día, abrirte de
piernas por las noches, y escupir hijos nueve meses después—. Tomó su copa de vino, y
curvó los labios mientras se la llevaba a la boca. —Y ni siquiera fuiste particularmente buena
para eso, ¿no es así?

—Es suficiente—. La voz de Lucius sacudió la habitación, su tono tan grave que Hermione
tuvo que buscar de dónde había salido. Los platos y las copas temblaron con su magia
contenida.

—Ohh—, se rió tontamente Bellatrix, estirándose para susurrar en el oído de Draco. —Llegó
papi.

Lucius empujó su silla hacia atrás y se incorporó en una altura imponente. —Has amenazado
a mi hijo, insultado a mi esposa, y, francamente, servido la sopa más espantosa que he tenido
el disgusto de probar jamás. Disculpa, pero han pasado diez minutos más de la hora que
acepté tener que sufrir aquí.

Bellatrix soltó una carcajada, todavía aferrando la mano de Draco.


—Siempre tan rápido para llegar al punto—. Se volvió hacia Narcissa. —Siempre supe que el
juego previo no era lo suyo—. Lucius se quedó rígido, negándose a morder el anzuelo. El
rostro de Bellatrix hizo un puchero burlón. —Lo único que yo quería era pasar un poco más
de tiempo en familia antes de que Draco se fuera a Suiza.

Un silencio denso se instaló en la habitación. Hermione podía contar los latidos de sus
corazones, apenas atreviéndose a respirar.

—Suiza—, repitió Lucius, incrédulo. —Creí que Suiza era tu proyecto.

—Si, bueno, el Señor Oscuro cree que la astucia política de un Malfoy podría ser justo lo que
hemos estado necesitando allí. Y dado que apenas acabas de regresar de una misión tan larga,
Lucius, creí que esta sería la oportunidad perfecta para que Draco aceptara el desafío.

Narcissa se puso de pie, una furia helada irradiaba de sus hombros. —Así que, como has
fracasado al intentar infiltrarte al Ministerio suizo, ¿ahora vas a arrastrar a mi hijo hacia tu
desastre? Lo tomarás como rehén por… ¿por qué?

—Fracasar es una palabra fuerte, cariño—, arrulló Bellatrix, mostrando los dientes. —
Preferiría llamarlo un pequeño retraso. Y por el contrario, estoy tomando a tu hijo bajo mi
protección. Vamos a hacerlo fuerte—. Sacudió la mano de Draco, y Hermione pudo ver sus
nudillos blancos apretando los de ella.

—Esto es absurdo...—

—Creo que todos estamos de acuerdo en que el Señor Tenebroso estará más que complacido
con la familia Malfoy si Draco ayuda a asegurar Suiza—. Su voz cayó. —Lo suficientemente
complacido como para pasar por alto ciertas debilidades… que estoy segura de que todos
esperamos que se mantengan en secreto.

Los ojos de Bellatrix se deslizaron repentinamente hacia ella, y Hermione se estremeció; la


piel le ardía y le escocía.

—Te ayudaré, Draco—, escuchó murmurar a Bellatrix. —La sangre de tu padre podrá ser
débil, pero todavía eres mitad Black.

—Suficiente—, gruñó Lucius. Se volvió hacia Narcissa. —Hablaré con el Señor Tenebroso.
Suiza está en una situación delicada después de los muchos errores de tu hermana, y yo le
dejaré claro…—

—Ya está arreglado, Lucius. El Señor Oscuro ha estado de acuerdo—. Una pausa. —Yo lo
tendré bajo mi protección, por supuesto.

Antes de que pudiera responder, las puertas de la habitación se abrieron de par en par,
arrastrando los ojos de Hermione y sorprendiendo a la habitación. Rabastan, Flint, y las
chicas estaban de regreso. Hermione ni siquiera se había dado cuenta de que los gritos habían
cesado.

—Fue rápido esta vez—, dijo Rabastan. —Se desmayó de inmediato.


Hermione se balanceó sobre sus pies, sosteniéndose con la pared.

El rostro de Narcissa estaba pálido de rabia. —Caballeros, tendrán que disculparnos a mi


hermana y a mi, y a nuestros esposos. Tenemos un asunto privado que discutir. Rabastan,
¿podríamos utilizar tu estudio?

Rabastan asintió y ella se movió rápidamente hacia la puerta, con Lucius detrás. Rodolphus
se puso de pie abruptamente y los siguió, tomando su copa de vino.

Bellatrix se empujó hacia atrás contra la mesa, haciendo chirriar la madera. Soltó la mano de
Draco y le dio una palmada en la mejilla. Hermione mantuvo sus ojos en el suelo mientras
pasaba, archivando el sonido de los nuevos gritos en un libro pesado de color tierra.

Una vez que la puerta se cerró detrás de ellos cuatro, Flint dijo, —Bueno, detesto informarte
Rabs, pero tu elfo no puede cocinar ni una mierda—. Palmeó la espalda de Rabastan. —
¿Podemos avanzar, entonces?

—Tengo una sala de estar al otro lado del pasillo—, dijo Rabastan, tomando varias copas de
vino vacías. —Podemos ponernos cómodos—. Su mano se deslizó alrededor de la cintura de
su Lote.

El corazón de Hermione se aceleró. No había pensado que esta noche podría ser en absoluto
como en el Salón. Draco se puso de pie abruptamente, enderezando su solapa. —Yo debería
irme.

—No hablarás en serio—. Flint negó con la cabeza. —¿Dónde tienes que ir?

Draco se encogió de hombros. —La noche es joven. Tal vez podamos llegar a ver el final del
torneo de lucha. He oído que Finnigan está de vuelta.

—Draco, ven a ponerte al día—, persuadió Rabastan. —Nunca puedo pasar tiempo contigo.
Y todavía no he podido echar un buen vistazo a tu Sangre Sucia.

Flint rodeó la cintura de Penelope con sus brazos. —Nadie ha podido echarle un buen vistazo
—. Sonrió. —Vamos, Draco. Por lo menos una hora. No me digas que eres tan malcriado en
una cena familiar como lo eres en Edimburgo.

Ella vio que la mandíbula de Draco sufría un espasmo antes de sonreír con rigidez. —Tú sí
que sabes convencer.

Rabastan soltó una carcajada y señaló la puerta con la cabeza. Draco empujó metódicamente
su silla y la tomó por el codo para conducirla hacia afuera. Ella levantó su otra mano y le
apretó los dedos, pensando en el modo en que Bellatrix lo había tocado. Su mente navegó
hasta Suiza, pero ella se obligó a apartar la idea.

Fueron conducidos hasta una pequeña sala de estar, tan oscura y fantasmagórica como el
resto de la mansión. Flint y Penelope se dejaron caer en un sillón mientras que Rabastan fue
hacia su carrito de bebidas. Su Lote se sentó en el sofá, y Draco guió a Hermione hacia el
otro sillón a juego. Ella lo dejó sentarse primero, y luego dobló las piernas sobre el sillón y se
inclinó sobre él, intentando lucir cómoda.

—¿Puedo traerle algo para beber, Señorita Granger?— Rabastan le sonrió. —¿Quizá algo de
vino con un chorrito de otra cosa?

Sacó una pequeña botella de líquido claro de adentro de su bolsillo interno y la agitó
tentativamente.

Flint se rió. —Draco no necesita esa poción, Rabs. Su zorra está loca por él sin tener que
usarla, ¿verdad?

Hermione no dijo nada, sintiendo que se le erizaba el vello de la nuca. Draco hizo un sonido
evasivo mientras Rabastan sacaba una botella de champagne, servía dos copas y distribuía la
poción entre ellos. Flint se unió a él junto al carrito, y cada uno de ellos añadió un cabello a la
copa antes de ofrecérselo a las chicas.

Draco se puso rígido junto a ella mientras Penelope y la otra joven se bebían obedientemente
su champagne, echando sus vasos hacia atrás y tragando como si lo hubieran hecho miles de
veces.

Hermione intentó usar su Oclumancia, pero su mente gruñó en protesta, todavía agotada por
el ataque de Bellatrix. Su rodilla comenzó a temblar, y Draco colocó una mano encima de su
pierna, calmándola.

—Bueno, caballeros—, se puso de pie rápidamente, —nunca he sido un voyeurista, así que
encontraremos la salida por nuestra cuenta...—

—Relájate—, sonrió Rabastan, sirviendo tres medidas de Whisky de Fuego. —Este es un lote
nuevo con el que he estado ayudando a Marcus. Tarda un poco de tiempo en hacer efecto,
pero una vez que pega, sigue subiendo cada vez más hasta que te rascas la picazón, si sabes a
qué me refiero. Me gusta verla retorcerse un rato antes de actuar—. Caminó hacia Draco y le
ofreció uno de los vasos de whisky. —Toma un trago, suelta ese resentimiento y diviértete—.
Empujó el vaso en las manos de Draco y sonrió, uno de sus dientes torcidos brilló a la luz de
las velas antes de empujarlo de vuelta hacia el sillón. Flint se rió y se acomodó en su sillón
con Penelope.

Draco desterró la irritación de sus rasgos y se acomodó junto a ella.

—Granger—, llamó Flint. —Tu novio es bastante griton.

Ella sintió que todo su cuerpo se enfriaba. Su visión se redujo a la sonrisa satisfecha de Flint
mientras bebía de su vaso. Intentó respirar profundo.

—Dime. ¿Solía gritar así también cuando le chupabas la verga en la sala común de
Gryffindor?

Rabastan se rió. Ella parpadeó, sus estantes traqueteaban y gemían.


—Draco, deberías haberlo visto cuando le dije que ella estaba aquí—. Dijo Rabastan. —
Gritando su nombre, arrojándose contra los barrotes, intentando Aparecerse sin varita ni
magia.

El sabor de la sangre en su boca. Se había mordido el interior de la mejilla. Las costillas de


Draco apenas se movieron junto a las suyas mientras tomaba un trago de su Whisky de
Fuego, y decía con voz vacía. —Me gustaría ver eso algún día.

Ella se concentró en su respiración, empujando a través del dolor hasta que pudo ver el agua
en calma de un enorme lago. Una cadena montañosa lo rodeaba.

—No me sorprende que la extrañe—. Rió Rabastan, negando con la cabeza. —Merlín, nunca
olvidaré aquella noche. Cuando todavía podíamos servir esto—. Señaló el vaso vacío de su
Lote. —Nunca he visto a una chica caer sobre sus rodillas tan rápidamente. Se me pone
jodidamente dura de solo pensarlo.

—Bueno, es una profesional, ¿no es así?— Dijo Flint.

Ambos rieron. Draco tomó un trago de su vaso.

—Sabes, Granger, siempre me he preguntado—, la voz de Flint navegó hasta ella. —¿Te
pone húmeda hacer una mamada? Ciertamente pareciera que si.

Un lago de aguas tranquilas. Una empinada cadena montañosa. Gansos flotando sobre el
agua, provocando ondulaciones.

—No me importaría ver un poco más de ella. Ahora que tu padre ha vuelto, es posible que
necesites un poco más de privacidad, ¿eh, Draco?

—Vamos, Rabastan. Ya sabes que él no puede coger a menos que baje el dosel alrededor de
su cama de cuatro postes. O la de su Lote. ¿No es así?

Draco negó con la cabeza con una sonrisa irónica. Se tiró un poco del cuello de su camisa, y
dio un trago a su bebida.

Hermione miró a Flint, y vio que Penelope comenzaba a besar su cuello, cerrando las piernas
con fuerza. La otra chica parecía mareada y sonrojada, sentada a unos cuantos pasos de
Rabastan y mirándolo con anhelo.

Hermione dejó que la charla la inundara, y miró a Draco para calcular cuánto tiempo más se
quedarían.

Su rostro estaba tenso, y sus mejillas rosadas. Ella se inclinó hacia él para preguntar, —
Debería sentarme en tu regazo, o...—

El brazo alrededor de su hombro desapareció. Él se inclinó hacia adelante, alejándose


bruscamente de ella y colocando las manos en sus rodillas. Cerró los ojos con fuerza, como si
se sintiera descompuesto.

—¿Está todo bien, Draco?— Canturreó Flint.


Los ojos de Draco se abrieron de golpe y lo fulminaron con la mirada. En un parpadeo, se
había puesto de pie y estaba caminando hacia las puertas.

—Granger. Vamos.

Hermione lo miró atónita.

—¡Draco, vuelve! ¡Nos perderemos el show!

Él abrió la puerta y salió hecho una furia. Hermione se puso de pie y corrió detrás de él,
ignorando las protestas de Flint mientras Penelope se le sentaba a horcajadas. Draco dobló en
una esquina mientras ella salía a trompicones de la habitación y se lanzaba detrás de él.

—¿Qué demonios…?— Dio vuelta la esquina y lo encontró junto a la chimenea por la que
habían entrado, sosteniéndose con una mano contra la pared mientras se inclinaba, jadeando.
—¿Estás enfermo?

Sin respuesta, excepto por los estertores de su respiración. Ella se aproximó con cautela,
buscando su mano. Un suave roce de sus dedos sobre su muñeca...

Y él se echó bruscamente hacia atrás, y su varita golpeó el suelo de mármol. Hermione se


quedó boquiabierta mientras lo veía alejarse.

Él soltó un gemido, y tomó una bocanada de aire. —Tenemos… Tienes que irte.

—Draco. ¿Qué sucede?— Ella estiró una mano buscando su rostro...

—No me toques—, jadeó, apretándose contra la pared. Había terror en sus ojos. —No puedes
tocarme.

—De acuerdo—. Levantó las manos en señal de rendición. —Solo deja que te vea mejor—.
Se acercó con el ceño fruncido. Las pupilas de él estaban dilatadas, las mejillas y el cuello
enrojecidos, su boca soltaba jadeos roncos. La mirada de él cayó de su rostro, y se deslizó por
su cuello desnudo, fijándose en la curva de sus pechos, el valle de su cintura, la redondez de
sus caderas.

Hermione sintió que un escalofrío helado le recorría la piel, congelando el aire en sus
pulmones.

Lo habían drogado. Rabastan y Flint. Con la Poción de la Lujuria.

Este es un lote nuevo...

¡Nos perderemos el show!

Su mente entró en acción. Rebuscó en su memoria, recordando las notas que había hecho
aquél día en el laboratorio de Draco.

Pero deberían haber necesitado un cabello para esa poción. Una poción de lujuria más general
no significaba necesariamente que él fuera peligroso para ella...
Draco estiró las manos hacia ella, con los ojos salvajes y hambrientos, y luego las regresó
bruscamente a los costados de su cuerpo. Golpeó la pared detrás de él con las palmas de sus
manos, y cerró los ojos con fuerza.

La habitación comenzó a dar vueltas mientras lo miraba, y sus venas se llenaron de pavor. De
algún modo, Flint o Rabastan habían conseguido una hebra de su cabello.

—Podemos hacer un antídoto—, dijo ella, esforzándose por sonar tranquila.

Él soltó otro gemido, y Hermione entró en acción. Corrió hacia la chimenea, buscando los
polvos Flu.

—Tenemos que volver a la Mansión...—

—Tu tienes que irte. Tu vete. No puedo estar contigo...—

—Draco—. Ella se giró hacia él, levantando su antebrazo tatuado. —No puedo ir a ningún
lado sin ti.

Un gemido brotó de su pecho. Apretó los talones de sus manos contra los ojos y se fue
deslizando por la pared hasta ponerse en cuclillas.

Hermione divisó su varita en el rincón opuesto. Se precipitó a buscarla, la tomó y se volvió


hacia él.

Un calor tembloroso le recorrió el brazo, deslizándose por sus venas y encendiendo su alma.
Hermione jadeó y bajó la mirada hacia su mano, vibrando con la sensación de estar
sosteniendo una varita por primera vez en meses. La madera de espino zumbaba por ella, lista
para ser utilizada.

Los latidos de su corazón hicieron eco en sus oídos.

Podría irse. Podría encontrar a Ron. Podría escapar luchando y correr. Había que matar a
cuatro personas, y aturdir a tres Malfoy. Tendría que llevar a Draco con ella para que el
tatuaje la deje ir. Ron debía tener un tatuaje también. Quizá si llevaban el cuerpo de
Rabastan...

Un golpe la hizo levantar los ojos, y pudo ver a Draco de rodillas, sosteniéndose con las
manos en el suelo, jadeando.

Su corazón tronó aún más fuerte, y la culpa y la consciencia comenzaron a tirarla en dos
direcciones. Un segundo de vacilación después, corrió hacia él. Lo levantó por los hombros,
con cuidado de no tocarlo, y él abrió los ojos. Su mirada era un cristal negro.

—No...—

—Vamos. Draco, nos vamos.

Se puso de pie rápidamente y lo arrastró de la solapa. Él trastabilló contra la chimenea,


tironeando para desabrocharse los botones superiores.
—Accio polvos Flu—, susurró ella, y la magia cantó en su sangre cuando una pequeña vasija
ornamentada salió disparada contra sus manos. Ella tomó un puñado y se volvió hacia él.

Estaba sudando, su cabello húmedo y sus dedos arañando los botones de su camisa.

Fiebre. Somnolencia. Mareos. Euforia obsesiva al contacto con la piel.

Y esa era tan solo la antigua versión.

—Tienes—, su voz tembló, —tienes que tomar mi brazo. Para llevarnos al otro lado del
límite.

Él se rió, un sonido tan maníaco como el de su tía. —Esa no es una opción, Granger.

Ella se retorció las manos. —O puedes llamar a tu padre. ¿Conjurar un Patronus?— Hizo una
mueca ante la mirada de furia que le lanzó. Él no tenía uno. —Yo no puedo lanzar el mío.
Ellos… sabrían lo de mi magia—. Sus dientes mordieron el labio inferior, y los ojos de él
observaron el movimiento con intensa voracidad. Ella miró hacia el oscuro corredor. —Puedo
ir a buscarlos y decirles que estás enfermo—. Caminando sin varita por la mansión de un
Mortífago. —O puedo volver a donde están Flint y Rabastan, y exigir que ellos...—

Él se apartó de la pared de la chimenea, sosteniéndose mientras se erguía. Se cernió sobre ella


con los ojos negros y entornados, y ella resistió el impulso de dar un paso atrás.

—Debes aturdirme apenas hayamos cruzado.

Ella tragó saliva ante la amenaza en sus palabras. —Sé que no vas a hacerme daño...—

—Me aturdirás. ¿Está claro?— Se acercó a ella, y pudo sentir su aliento en el rostro.

Ella sabía que no lo haría. No podía arriesgarse a dejarlo inconsciente en ese estado.

Hermione arrojó el polvo Flu, se acercó al fuego, y apenas sus dedos le rodearon la piel,
gritó, —¡Mansión Malfoy!

Pudo escuchar el sonido de un grito ahogado al momento en que entró en contacto con su
piel, incluso a través del zumbido del fuego. Los brazos de él se deslizaron alrededor de su
cintura en el transporte, apretándola contra él. Cuando ella salió a trompicones por la
chimenea de la Mansión, él salió tropezando con ella, con el rostro enterrado en su cabello, y
sus brazos aferrados a su cuerpo.

Él gimió contra su oído, como si la comida más deliciosa hubiera sido servida frente a él, y
entonces una mano se deslizó por su columna, gruñendo sobre su espalda, y acercándola aún
más a él.

Ella chilló, se aferró a sus hombros para estabilizarse, y la varita se cayó de sus dedos. Giró la
cabeza para verla rebotar contra el suelo, apenas antes de que él tomara su rostro y la besara.

No había nada vacilante, nada gentil. Su lengua estaba en su boca y su mano le retorcía el
cabello, como si la necesitara como al oxígeno. Podía sentir la dureza contra su estómago, y
la mano en su trasero la estaba amasando, llenándose la palma con ella.

Hermione apartó la boca intentando respirar. —Draco...—

Los labios de él se pegaron a su cuerpo mientras ella se retorcía, intentando poner distancia
entre ellos. —Te necesito—, gimió él. —Por favor.

—Draco, escucha...—

—Por favor, Granger. Te necesito, necesito...—

Sus manos vacilaron. Él cerró los ojos con fuerza, apretando la frente contra la suya,
respirando con dificultad. Ella lo sintió temblando, intentando recuperar alguna especie de
control.

Y entonces él se lanzó hacia adelante, abrumando sus sentidos, y sus manos la acariciaron y
su boca la devoró como si fuera agua en el desierto. Ella separó los labios para razonar con él
cuando él se apartó; su lengua y sus dientes siguieron el camino por su cuello que ya había
trazado dos días atrás, pero luego encontró un lugar debajo de su oreja que provocó que su
punto de visión se volviera blanco, y que sus protestas se desvanecieran. Ella curvó los dedos
en su túnica, y sus rodillas se doblaron.

Las manos de Draco se movieron hacia su trasero, apretándola, levantándola, haciendo que
sus muslos se envolvieran alrededor de él por instinto. Su mente daba vueltas para
mantenerse enfocada, le gritaba que lo frenara, pero entonces su espalda se estrelló contra la
pared y las caderas de él rodaron bruscamente contra su centro. Abrió los ojos de golpe.

—Draco...—

Él murmuró deseos quebrados contra su cuello, y sus manos recorrieron sus muslos y se
deslizaron debajo del delgado vestido para ahuecar su trasero.

—Quiero probarte...— Dijo él, respirando pesadamente contra su piel, y cuando apretó sus
caderas contra ella una vez más, ella aferró su cabello, y sus muslos se contrajeron alrededor
de él. —Joder… Te quiero coger. Quiero hacerte acabar… Lo quiero sentir en mi verga...

Hermione se estremeció ante las imágenes, la necesidad, la crudeza de todo… y luego la


realidad se estrelló contra su conciencia nebulosa.

—Para—, jadeó.

El cuerpo de él se desaceleró. Sus labios hicieron una pausa.

—Tenemos que parar—, jadeó. —Necesitas el antídoto.

La frente de él cayó contra su hombro, su cuerpo entero estaba temblando. Ella bajó
lentamente las piernas al suelo. Él exhaló temblorosamente, y pareció respirar su aroma una
última vez antes de alejarse de ella, tropezando hacia atrás. Se llevó las manos a los ojos y se
encorvó, respirando hondo.
Ella avanzó un paso cauteloso, con el pulso acelerado. —Tenemos que actuar rápidamente.
¿Tienes un poco más del antídoto? ¿O tendremos que prepararlo?

Él estaba inmóvil, aparte de la brusca subida y bajada de sus costillas. —Tendremos que
prepararlo—, jadeó. —No estoy seguro de que funcione con esta versión.

Ella asintió, ignorando el frío terror en su pecho. —Vamos.

—Necesito un minuto—, gruñó él.

Ella se mordió el labio y enterró los dedos en las palmas, esperando. Él respiró contra sus
manos, y sus costillas se expandieron cada vez más lento a medida que se calmaba. Estaba a
punto de insistir cuando él se irguió, y la miró fijamente, con los ojos oscuros y vacíos. Su
mandíbula estaba fija y su expresión muerta.

Un escalofrío le recorrió los hombros al mirar sus ojos vacíos. —¿Estás bien?— Cuando él
no respondió, y se limitó a mirar fijamente la chimenea, ella se acercó un poco más. —¿Lo
tienes bajo control?

La cabeza de él giró, y cuando sus ojos aterrizaron sobre ella, parecieron destellar con un
fuego negro antes de desvanecerse, como el parpadeo de un reptil.

—Perfectamente—. Se estiró para alcanzar su varita caída con unos dedos largos y elegantes.
Miró fijamente un punto por encima de su oreja y dijo, —Te sigo.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

Grupo de Facebook para seguidores de La Subasta y de la serie Correctos e Incorrectos


bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

¡Los Audiobook Warriors han comenzado a publicar capítulos de La Forma Correcta de


Actuar (audiolibro en inglés)! Link en Ao3 o en Spotify.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 23
Chapter Notes

Nota de Autor

Gracias por su paciencia. Como puede ver en las dos últimas actualizaciones, me estoy
saliendo de calendario. Necesito retrasar un poco el Capítulo 24. Cat y yo presentaremos
nuestro programa piloto de televisión a una competencia en unas pocas semanas, y
realmente me gustaría volver a estar al día con las actualizaciones.

El Capítulo 24 se publicará el 15 de marzo.

Gracias a las chicas como siempre.

See the end of the chapter for more notes

Cada escalón que bajaba hacia el laboratorio, resonaba contra la piedra, y parecía como si
hubiera una docena de personas detrás de Hermione mientras descendía por la escalera
caracol.

Pero en realidad era sólo uno. Él se movía lentamente, pero cada vez que ella hacía una pausa
para mirarlo, él estaba tres pasos detrás de ella, como si estuviesen unidos por una cuerda. La
mano de él se deslizaba por la pared mientras caminaba, y su mirada estaba fija en un punto
por encima de su cabeza.

Apenas terminaron de bajar comenzó a correr, siguiendo el camino al laboratorio que había
memorizado, y abrió la puerta de par en par. No tuvo tiempo de recuperar el aliento mientras
corría hacia los estantes, arrojaba frascos sobre la mesa del laboratorio y arrancaba hojas de
las plantas en maceta.

Su mente comenzó a evocar el recuerdo de la decodificación de la poción de lujuria anterior.


Necesitaba Gurdirraíz, y ramitas de Arbol de Wiggen, y… sus ojos se volvieron hacia la
puerta. Draco estaba inclinado contra el marco, cada centímetro de su cuerpo encogido y
tenso.

Se le erizó la parte posterior de la nuca. —¿Cómo te sientes, Draco? ¿Cuáles son tus
síntomas?

Él estaba inmóvil, con las manos enterradas en los bolsillos, y la mirada fija en uno de las
velas en la pared de piedra. —Mis síntomas...— Repitió.

Hermione asintió lentamente, observándolo. El sudor le caía por las sienes… podía ver la la
transpiración en el cuello de su camisa negra. Y aunque sus ojos todavía estaban vacíos, no
pudo evitar notar la tensión de su mandíbula.
Silencio.

—De acuerdo. Voy a empezar, entonces—. Cuadró los hombros, y se acercó al caldero, para
enfrentar el primero de los problemas. Necesitaba encender el fuego...

Hubo un movimiento hacia adelante antes de que pudiera pedirlo. Ella mantuvo los ojos fijos
en el caldero, mientras sus largos dedos pálidos colocaban la varita delicadamente sobre la
encimera. Él tomó una bocanada de aire y luego se alejó, de regreso al marco de la puerta.

—Gracias—, murmuró ella. La magia de la varita vibró en sus venas mientras encendía
rápidamente el fuego, llenaba el caldero, y encantaba la cuchara de madera de olmo para
revolver en el sentido de las agujas del reloj. Puso manos a la obra, convocó las herramientas
y los ingredientes, inspeccionó el color y la textura mientras la mezcla burbujeaba. Unos
minutos después, levantó la mirada y lo descubrió observándola, con los ojos oscuros y
vidriosos.

—Draco—, se aclaró la garganta, —necesito saber qué hay de diferente en esta poción. ¿Qué
te está provocando?

Comenzó a cortar las ramitas de Wiggen para evitar sostenerle la mirada.

—Fiebre, mareos...— Se interrumpió.

Le lanzó una mirada a través de las pestañas y lo encontró mirándole los labios. Ella se los
había estado mordiendo.

—Y excitación, obviamente—, murmuró, añadiendo las ramitas de Árbol de Wiggen. —


Excitación intensa, ya que ha sido exacerbada por el contacto con la piel.

—Es...—

Ella levantó la mirada cuando él se interrumpió. —¿Si?

Él se movió, inclinándose pesadamente contra el marco de la puerta. —Está empeorando a


medida que pasa el tiempo—. Sus ojos se arrastraron por su cuerpo antes de cerrarse con
fuerza. —No ví eso con las otras pociones. Antes.

Hermione asintió bruscamente y bajó la vista hacia los ingredientes para pociones frente a
ella. Necesitaba veinte minutos para improvisar un antídoto. Y solo podía esperar que
funcionara apropiadamente. El jugo de Bulbadox y las raíces de margaritas eran sus mejores
apuestas para contrarrestar el aumento de intensidad, pero no podía estar segura sin una
muestra.

No había nada que hacer al respecto. Solo podía esperar lo mejor.

Agitó la varita y conjuró una silla junto a la puerta. —Siéntate.

El caldero hirvió a fuego lento hasta adquirir un color rosa chicle. Repasó los ingredientes en
su cabeza, intentando dar cuenta del color.
—Cuando hiciste esto para Pansy, ¿removiste en el sentido del reloj once veces? ¿O trece
veces en sentido contrario?

La textura se emparejó. El color cambió a un pálido rosa bebé. Ahora estaba cerca. Tomó la
Gurdirraíz.

—No puedes usar eso.

Levantó la cabeza de golpe. El marco de la puerta lo estaba sosteniendo ahora; la espalda


apoyada y las rodillas débiles. Tenía los ojos fuertemente cerrados.

—¿Qué?

—La Gurdirraíz va a contrarrestar los cascarones de Ashwinder, cancelando… cancelando


sus efectos—. Respiró temblorosamente. —Necesitas usar corteza de sauce.

El corazón le latió con fuerza hasta que le dolieron las costillas. La corteza de sauce debía ser
administrada a temperatura ambiente, y su efecto solo se liberaba apropiadamente si se
llevaba a ebullición de forma lenta y gradual. Otros quince minutos, al menos. Armándose de
valor, apagó la llama, invocó la corteza de sauce, y comenzó a quebrarla en pequeños trozos
del tamaño de una uña.

—Lo siento—, dijo, aturdida. —Debería haber comenzado con la corteza. Va a demorar un
poco más. Tu… deberías sentarte.

Se arriesgó a echarle un vistazo mientras él se dejaba caer rígidamente en la silla que ella
había conjurado. Estaba mojado y ruborizado, y una gota de sudor le bajaba por la sien.
Incapaz de mirarlo, y también de quedarse quieta, comenzó a ordenar su puesto de trabajo,
dando vueltas por la habitación y guardando las cosas a mano.

Cinco insoportables minutos después, la poción estaba lo suficientemente fría. Retorció la


corteza de sauce en el caldero y encendió las llamas, mordiéndose el interior de la mejilla
mientras esperaba.

Él se mantuvo inmóvil y en silencio durante los siguientes diez minutos, mientras Hermione
trabajaba, observando el caldero y ajustando la temperatura. Si no fuera porque podía ver por
el rabillo del ojo que su pecho subía y bajaba, habría asumido que estaba catatónico.

—¿Cómo te sientes?— Sin respuesta. Se secó el sudor de la frente, y apartó el humo con un
gesto de la mano. —Puedo prepararte algo para la concentración...—

—Deja de hablar—, espetó. Los ojos de ella se lanzaron hacia él. Él la estaba mirando con
expresión sombría, y el sudor goteaba por sus sienes. —Tu voz...—

Él apartó la mirada. Ella asintió, ignorando deliberadamente la forma en que él se acomodaba


a si mismo en sus pantalones. Continuó colocando el aceite de ricino en el caldero, una
cucharada de té cada diez veces que revolvía.

—Deja de morderte el labio—, gruñó su voz.


Ella se sobresaltó. —Lo siento. No me di cuenta...—

Él dejó caer la cabeza en sus manos y gimió. —¿Cuánto tiempo más?

—No mucho.

Él se levantó de la silla con torpeza, y se irguió para apoyar la espalda contra la piedra fría.
Tiró de su camisa, abanicándose con la tela, y sus ojos se deslizaron sobre ella de nuevo.

Apartó la mirada, con el corazón agitado, y redobló sus esfuerzos. Podía sentirlo observando
fijamente a sus manos trabajar, haciendo que sus dedos temblaran y el cuchillo se deslizara de
su agarre.

Al añadir las raíces trituradas de margarita, el caldero burbujeó con un color azul profundo; la
consistencia exactamente correcta. Solo necesitaba esperar cinco minutos más para que
hiciera ebullición.

—Deberías aturdirme.

Levantó los ojos bruscamente y lo vio más cerca de la mesa, todavía apretado contra la pared.
Su mirada estaba sobre su cuello y su pecho.

Tragó saliva, con la garganta cerrada. —Solo unos minutos más.

—Atúrdeme.

Ella se enfocó en la poción, secándose la frente de nuevo, intentando ignorar el modo en que
sus ojos se deslizaban sobre su cuerpo. —Creo que no deberías estar inconsciente en este
estado. Ponerte en estasis podría...—

—Entonces átame—, gruñó.

Hermione se estremeció. —Tal vez cuatro minutos...— Se le quebró la voz al girar de nuevo
para mirarlo. Se había acercado aún más.

Cuando sus ojos se encontraron, la mirada de él se oscureció, y una lenta sonrisa felina se
extendió por sus labios. Avanzó un paso hacia ella, casi hasta la mesa, y los ojos de Hermione
salieron disparados hacia la varita, ahora más cerca de él que de ella.

—Tal vez quieras que pierda el control—. Él inclinó la cabeza. —Tal vez la pequeña leona
quiere que la cacen, que la persigan por la Mansión.

Ella se quedó congelada, incapaz de evitar sus ojos de obsidiana, mientras él se inclinaba
hacia adelante, apoyándose con las palmas de las manos; sus hombros se curvaban como los
de un depredador. Le suplicó a su corazón que dejara de galopar.

—Realmente te gusta provocarme—. El fuego negro en sus ojos estalló, expandiéndose y


colapsando como una supernova. —¿Quieres que me quiebre, Granger?— Sonrió con
malicia, la curva de su boca era fría y cortante. —Creo que es mi turno de jugar.
—Draco...—

—Vamos. Corre. Te daré una ventaja.

Ella no movió un músculo, incluso aunque sus impulsos le gritaban que hiciera exactamente
lo que él le decía y corriera. No cedió terreno mientras él se acercaba, y su sangre comenzó a
bombear tan frenéticamente que podía oírla zumbando en sus oídos. Tomó una bocanada de
aire y levantó el mentón, mirándolo a los ojos.

—Este no eres tú. Yo sé quién eres, Draco—. Los ojos de él parpadearon, el fuego negro
vaciló. —Mírame.

Una respiración contenida, y entonces el fuego se desvaneció. Draco se estremeció con


violencia, como si ella lo hubiera abofeteado. Un jadeo brotó de sus pulmones, y retrocedió
trastabillando hasta que su espalda se estampó contra la piedra. Sus ojos estaban abiertos y
horrorizados antes de cubrirlos con sus manos, hundiéndose en el suelo y acurrucándose en sí
mismo.

—Todo está bien—, dijo ella, con voz temblorosa. —Tú estás bien. Tres minutos. Cuenta en
tu cabeza.

Tomó rápidamente la varita y estableció un temporizador; sus dedos aferraron el mango con
fuerza mientras retrocedía de vuelta hacia su lado de la mesa.

Draco respiraba con dificultad, con los ojos todavía cerrados, y su respiración se entrecortaba
al exhalar. Estaba temblando, tenía el rostro ceniciento y el cuello de la camisa empapado en
sudor. Después de debatirse por un segundo, Hermione se acercó y le lanzó un hechizo de
diagnóstico. Naranja y granate en todo su pecho, pero un inquietante verde profundo en sus
caderas y muslos. Brillantes manchas rojas a lo largo de su cerebro. Si se basaba en su
temperatura y niveles de hidratación, Pomfrey ya lo habría mandado al San Mungo.

Comprobó el temporizador en la varita, intentando enfocarse en medio del pánico en su


pecho. Dos minutos más.

La poción se estaba espesando como debía. El color se convertía del azul profundo al azul
celeste, que luego debería pasar a un claro...

Se escuchó un violento golpe a su derecha, y al voltear encontró a Draco desplomado en el


suelo.

Sus piernas la hicieron correr hacia él antes de que pudiera recordar...

Retrocedió, tambaleándose, llenó un vial con antídoto y corrió de nuevo hacia él, implorando
que estuviera listo.

Los ojos de él se movían debajo de los párpados, y los dedos le temblaban. Tomó un puñado
de tela de su vestido para usar como barrera entre la piel de ambos, le abrió la mandíbula y
vertió la poción en su boca.

Él tosió, escupiendo todo hacia arriba y hacia su rostro.


Ella gritó el hechizo para convocar otro vial, y la magia salió disparada de sus dedos. Un
segundo después, un vial lleno estaba en su mano.

Él estaba temblando, y sus ojos rodaban hacia atrás de su cabeza.

—¡Draco!— Se arrodilló sobre su pecho para mantenerlo quieto, le tomó la mandíbula y


volcó la poción en su boca, cubriendo sus labios con la palma para forzarlo a tragar. Vio su
garganta moverse, y sintió que su cuerpo se estremecía debajo de ella.

Levantó la vista hacia el hechizo diagnóstico que todavía colgaba encima de su cabeza. Su
temperatura estaba cayendo rápidamente, volviendo a la normalidad. No esperaba que la
poción funcionara tan rápidamente...

Un gemido debajo de ella. Bajó la mirada justo cuando Draco cubría su mano con la suya y
acercaba la piel hasta sus labios, besando y succionando su muñeca. La otra mano estaba en
su rodilla, y se deslizaba hacia arriba, más y más.

El alivio se apoderó de ella mientras revisaba el diagnóstico, su brazo estaba cediendo a la


exigencia de su boca. Un verde oscuro había reemplazado los agresivos naranjas y rojos. Pero
no podía darse cuenta de si era el antídoto funcionando, o el contacto con su piel...

—Hermione.

Sus ojos bajaron de golpe hacia él. Le estaba besando el brazo, murmurando su nombre de
pila contra su piel. Su mandíbula se aflojó con el sonido de las sílabas en los labios de él.
Estaba bajo el yugo de la poción de la lujuria.

La mano que se arrastraba debajo de su vestido alcanzó su cadera, y tiró de ella para sentarla
a horcajadas de él. Todavía estaba duro, y se retorcía debajo de ella, mientras le pasaba la
lengua por la muñeca.

Ella parpadeó, y se obligó a mantener una actitud clínica mientras él gemía su nombre de
nuevo. Sonaba suave y necesitado. En absoluto con la desesperación que había tenido junto a
las chimeneas. Si lo pudiera mantener satisfecho con esto, tal vez le daría suficiente tiempo
para que el antídoto comenzara a funcionar.

Si es que comenzaba a funcionar.

Él tiró de su muñeca. Ella cayó hacia adelante encima de él, soltando un chillido desde su
garganta, y los labios de él estaban sobre los suyos antes de que pudiera tomar aire.

—Te necesito—, gimió él cuando finalmente se apartó.

Ella lo miró a los ojos. Ya no estaban afiebrados, pero todavía se veían salvajes. —Estoy aquí
—, susurró.

Algo parpadeó detrás del gris, y él la besó, lenta y profundamente; sus brazos rodearon su
cintura, y una mano empujó sus caderas contra las suyas. Él se aplastó contra ella,
presionándose contra su centro. Sus párpados aletearon hasta cerrarse, rindiéndose mientras
él le subía el vestido por la espalda, y sus manos vagaban por su piel. Él necesita esto, se
dijo, mientras su lengua se enredaba con la suya, y sus dedos encontraban el broche de su
sostén y lo abrían con un rápido giro...

Los ojos de Hermione se abrieron de par en par, volviendo a su cuerpo. Intentó sentarse,
redirigir sus manos, pero él la estaba aferrando con tanta fuerza que sus movimientos solo
conseguían apretar más sus caderas contra las de él.

—Oh, joder—. Su cabeza rodó hacia atrás, y su mandíbula quedó colgando inerte. —Justo
así.

Ella intentó controlar su respiración mientras se movía de nuevo, intentando alejar sus
caderas. Las manos de él bajaron rápidamente por su cintura, deslizándose por su trasero casi
desnudo, y frotando su piel. Su respiración se volvió entrecortada, y se sonrojó, avergonzada
del fuego que se extendía a través suyo.

Finalmente consiguió sentarse, y apartó las manos de él de sus caderas mientras él


comenzaba a empujar contra ella. Pero él simplemente la siguió, deslizándola sobre su regazo
y sosteniendo sus caderas mientras le besaba las clavículas.

Ella se estremeció e inclinó la cabeza hacia atrás, levantando la mirada hacia el hechizo de
diagnóstico. El verde oscuro había desaparecido. Un verde terroso natural, como hojas de
otoño, cubría su cuerpo entero.

Él se estaba restregando contra sus senos, besándolos a través del vestido. Sus manos estaban
acariciando sus caderas, marcando círculos en su trasero con sus largos dedos.

Ella entrelazó las manos en su cabello y tiró de su cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.

Oscuros como una pizarra. Pero podía ver el iris.

—¿Cómo te sientes?

Las manos en sus caderas se congelaron.

Sus ojos parpadearon. Aclarándose hasta alcanzar un gris frío.

Un suspiro jadeante, y entonces él se alejó de ella.

—Draco...—

Él se deslizó de abajo de ella, arrastrándose, jadeando y resoplando. Hermione se levantó con


torpeza, rápidamente se abrochó el sostén y acomodó su vestido.

Se volvió justo para verlo vomitar sobre la piedra, sosteniéndose con una mano en la pared.
Ella atinó a acercarse a él, pero se contuvo.

Buscó su varita, y desapareció el vómito sin mirar.

—Lo hiciste tan bien, Draco—. Se mordió el labio. —Fue… No te culpo por nada de esto...

Vomitó de nuevo. Hermione volvió la mirada hacia el caldero, apretando sus labios
temblorosos con una mano mientras lo escuchaba vomitar.

Volvió a desaparecer la suciedad, y antes de que pudiera decir nada, él exclamó. —¡Mippy!

La elfina apareció en el laboratorio. —¡Amo Draco!

—Lleva a Granger a su habitación.

Ella parpadeó hacia su espalda. Él todavía se inclinaba contra la pared, sin mirarla.

Mippy se acercó a ella, y Hermione apartó la mano. —No. Mippy. Lleva al Amo Draco a su
habitación. Él no se encuentra bien. Necesita líquido y un cuarto de vial de esta poción una
vez que pueda contenerlo en su estómago...—

—Estoy bien, Mippy. La necesito a ella fuera de aquí.

—Bueno, ¡yo puedo caminar por mi cuenta! ¡Que es más de lo que se puede decir de él!

Los ojos verdes de Mippy rebotaban entre uno y otro como pelotas de tenis. —Mippy no está
sabiendo...—

—Llévala a su habitación...—

—Mira el diagnóstico, Mippy. Está deshidratado y recuperándose de una peligrosa fiebre...—

—¿Mippy piensa que tal vez podríamos ir todos arriba?— Chilló la elfina.

La puerta se abrió de golpe, y Narcissa Malfoy entró precipitadamente al cuarto. —Aquí


están—. Se detuvo rápidamente, observando la escena. —¿Qué pasó?

—¡Draco está enfermo! Necesita líquido y descansar...—

—Necesito que se vaya de aquí. Necesito estar lejos de ella ahora...—

—Mippy fue llamada, Mippy espera que la señora le diga qué...—

—¡Mira!— Hermione señaló el diagnóstico. —Fue envenenado, y conseguimos preparar el


antídoto justo a tiempo—. Respiró con dificultad. —Usó Oclumancia para inducirse un
coma, y su fiebre estaba amenazando su vida hace unos minutos. Necesita descanso, y
cuidados, y necesita hacer caso a lo que digo.

Miró salvajemente a Narcissa y a Draco.

—Madre...—

—Silencio—. Narcissa estaba pálida, observando la mano de Hermione.

Hermione bajó la vista. La varita de Draco todavía estaba en su mano. La madera de espino
zumbaba.
—¿Te ha visto alguien usar una varita esta noche, Hermione?

Ella negó con la cabeza. —No. Él la dejó caer, y yo lo ayudé a pasar por la red Flu...—

—¿La misma chimenea por la que yo entré?— Preguntó Narcissa.

—Si, pero...— Los ojos de Hermione se abrieron de par en par, y se tapó la boca con la
mano. —Los retratos—, susurró. —En el vestíbulo. Convoqué los polvos Flu frente a ellos.

Hermione dejó caer rápidamente la varita sobre la mesa, su corazón galopaba con fuerza otra
vez. ¿Cómo podía haber sido tan tonta?

—No te preocupes, Hermione—, dijo Narcissa rápidamente. —Rabastan y Marcus están


preocupados. Los encontré cuando estaba buscándolos a ustedes—. El recuerdo parecía darle
náuseas.

—Pero Bellatrix...—

—Se ha ido también. Lucius se fue a hablar con el Señor Tenebroso, y mi hermana y su
marido insistieron en acompañarlo—. Una sombra de furia pasó por su rostro.

Draco dio un paso vacilante. —Madre, qué...—

—Mippy—, dijo Narcissa, con una voz mortalmente tranquila, —lleva a Draco arriba. Revisa
sus signos vitales y comienza cualquier tratamiento necesario. Estaré allí en breve.

Mippy dejó caer la oreja que se estaba retorciendo, y rápidamente se tambaleó para aferrar la
muñeca de Draco. Los ojos de él encontraron los de Hermione justo antes de desaparecer, y la
angustia en ellos la golpeó como un puñetazo en el estómago.

Narcissa se acercó rápidamente al caldero, y tomó un vial.

—¿Con qué fue envenenado?

Hermione tomó aire, estabilizándose. —Una poción de lujuria.

Los ojos de Narcissa se volvieron hacia ella, observando su vestido arrugado, y recorriendo
hasta llegar a su cabello revuelto.

—Estoy bien—. Consiguió decir Hermione. —De verdad.

Narcissa cerró los labios con fuerza y llenó un vial. —¿Quién?

—Rabastan y Flint. La pusieron en su bebida.

Narcissa cerró el vial, y Hermione vio sus dedos temblar sólo una vez. Salió de la habitación
y Hermione la siguió, repitiendo instrucciones mientras se esforzaba por no quedarse atrás.

—Debe ser monitoreado por lo menos durante veinticuatro horas—, resopló Hermione
mientras atravesaban el vestíbulo de entrada. —Flint dijo que este era un nuevo lote, algo
más fuerte. Creo que el antídoto funcionó, pero puede haber complicaciones por la
exposición prolongada. Tuvo una fiebre de casi treinta y nueve grados, y sus niveles de
hidratación fueron peligrosamente bajos.

Aparte de asentir ocasionalmente o murmurar que comprendía, Narcissa hizo silencio. Una
vez que llegaron al cuarto de Draco, se giró hacia ella.

—Hermione, gracias. Por todo—. Colocó una mano en el codo de Hermione. —Sé que has
pasado por muchas cosas esta noche.

Hermione abrió la boca para decir que estaba bien, que solo estaba preocupada por Draco...

—Por favor no lo visites esta noche—. Su voz era gentil, pero firme. —No creo que pueda
soportarlo.

Hermione parpadeó mirando a Narcissa, y luego al suelo. Deslizó los ojos hasta la puerta de
él, y su garganta se volvió espesa y su visión borrosa. Tomó aire, y asintió.

Narcissa aferró sus manos. —Y mantendremos esto entre nosotros tres—. Echó un vistazo al
corredor, como si su esposo pudiera aparecer en cualquier momento. —Lucius necesita
concentrarse en mantener a Draco lejos de Suiza, y no en asesinar a Rabastan Lestrange—.
Los labios de Narcissa se tensaron. —Quedará entre nosotros. Y dejame los retratos a mi.

Hermione volvió a asentir, con los ojos muy abiertos. Con un apretón final de sus manos,
Narcissa entró rápidamente al cuarto de Draco, y cerró la puerta detrás de si. Hermione se
quedó mirando el ojo de esmeralda por varios segundos más antes de volverse lentamente y
caminar de regreso a su habitación. Mientras se quitaba los zapatos, captó su propia imágen
en el espejo alargado. Tenía el cabello revuelto y los labios hinchados. Se quitó el vestido y
descubrió una marca de dientes justo encima de su pecho. Se sonrojó.

Se pasó las manos por el rostro, intentando derretir de su piel la tensión de la noche. A fin de
cuentas, la noche había sido un éxito. Y no menos que eso era el hecho de haber salvado a
Draco de hacer algo que nunca habría querido hacer.

Suspiró y comenzó a recoger la ropa sucia. También había sobrevivido a una cena con los
Lestrange. Su Oclumancia había funcionado. Bellatrix solo había visto lo que ella había
querido que viera, y no se había quebrado cuando...

Sus manos se crisparon, y sus zapatos cayeron sobre la alfombra. El recuerdo de un grito
subiendo por debajo de sus pies, sacudiéndola, cortando a través de su mente, rebanando sus
entrañas. Ron todavía estaba ahí. Cayó de rodillas, y respiró profundamente hasta que
consiguió meterlo nuevamente dentro de su libro. Cuando por fin los estantes de su mente se
quedaron quietos, Hermione se dirigió al cuarto de baño, abrió los grifos y se hundió en la
cálida bañera hasta que sus músculos se relajaron y su mente quedó vacía.

~*~

A la mañana siguiente, Hermione estaba en la biblioteca, enterrada en su investigación para


evitar fijarse en el hecho de que Draco no estaba en casa.
Había llamado a su puerta al despertar, pero él no había contestado. Los elfos le habían dicho
que se había ido, al igual que Narcissa. Lucius todavía no había regresado desde la noche
anterior.

Hermione había pasado media hora presa del pánico por la ausencia de la familia, y por la
salud de Draco, hasta que la culpa la encontró. Luego había caminado penosamente hasta la
biblioteca, repasando todas las razones por las que habría sido tonto intentar rescatar a Ron la
noche anterior.

Quince minutos de meditación después, ya estaba lista. Con voz firme, le pidió al catálogo
que bajara todos los libros que hablaran de Rastreadores. Después de debatirlo un poco
consigo misma, había decidido dejarlos en la biblioteca, o correría el riesgo de que alguien
descubriera lo que estaba investigando.

Uno de los Rastreadores, Jeremiah Jones, había escrito todo su diario íntimo en aquel código
que había encontrado desperdigado en otros diarios, entre páginas arrancadas. Parecía ser una
mezcla de jeroglíficos o de runas, pero la gran variedad de caracteres no se parecían a nada
que Hermione hubiera visto antes. Había dejado de lado el diario de Jeremiah Jones hacía
algunas semanas, concentrándose en los otros diarios en su lugar, ya que al menos contenían
algunas entradas en inglés. Pero ya había examinado hasta el último de ellos, y aún no había
aprendido nada nuevo sobre la magia que conducía a los tatuajes.

Así que volvió a abrir el diario de Jones y estudió las extrañas líneas y formas. Sus dedos
acariciaron los restos de un pilón de páginas arrancadas en la mitad del libro, sintiendo la
pérdida en sus huesos. Era como intentar traducir del ruso al inglés usando un diccionario
escrito en chino mandarín. Si tan solo pudiera averiguar el cifrado, podría traducir los
fragmentos en código de los diarios de los otros Rastreadores. Y algo le decía que éste diario
en particular era la clave.

Estaba tan profundamente inmersa en el estudio de las extrañas runas que no escuchó abrirse
las puertas de la biblioteca. Se sobresaltó ante el sonido de una garganta carraspeando cerca
de la mesa, y casi vuelca el frasco de tinta encima de los libros de cien años de antigüedad.

Draco estaba de pie a varios metros de distancia, con las manos detrás de la espalda. Saltó de
la silla para encontrarse con él, y sus dedos se curvaron en puños para evitar estirar las manos
en su dirección.

—¿Cómo… cómo estás?

Estaba pálido, un círculo oscuro rodeaba sus ojos y su mandíbula estaba tensa.

—Marcus Flint no volverá a molestarnos.

Sintió que un escalofrío le subía por la piel. —¿Por qué? ¿Qué pasó?

Él cuadró los hombros, y ella pudo escuchar el chasquido de sus huesos.

—Disfruta de estar vivo—. Él respiró hondo, mirando un punto por encima de su oreja. —Le
dije que la próxima vez que se atreviera apenas a mirarme de una manera equivocada, iría
directamente a informarle al Señor Oscuro que él y Rabastan todavía están distribuyendo la
poción en Edimburgo.

Hermione soltó un grito ahogado. —¿Lo están…?

—Si. Desde el principio. El muy idiota pensó que yo no lo sabía. Luego intentó insistir con
que yo no traicionaría al hermano de mi tío—. Hizo una mueca. —Tendrá prohibido entrar a
Edimburgo durante el próximo mes.

—¿Prohibido? ¿Por ordenes de quién?

Draco la miró, sus ojos eran de un gris profundo y arremolinado. —Mías. Marcus ha
olvidado cuál es su lugar desde la caída de Potter. Me esforzaré por recordárselo.

Se mantuvo erguido, frío y arrogante. Le recordaba a Hogwarts.

Se sacudió los recuerdos y se retorció las manos. —¿Me imagino que tu temperatura se
normalizó esta mañana? ¿Has lanzado algún diagnóstico?

La mirada que le dirigió le en dejó claro que preguntar por su salud sería inútil.

El ojo de él se crispo, y respiró hondamente. —Necesitamos terminar con nuestras


“prácticas”.

Ella escuchó el latido de su propio corazón en el silencio. Había sospechado que las cosas
tomarían este curso.

—Entiendo cómo te sientes—, dijo lentamente, —pero no creo que volver a la rigidez y al
visible malestar sea una buena idea.

—Las sesiones de práctica son una distracción. Para ambos—. Se aclaró la garganta. —Bajé
la guardia con Marcus anoche. Podría haberte hecho daño seriamente...—

—Lo de anoche no fue tu culpa—, se apresuró, acercándose a él. —Hiciste todo lo que estaba
en tu poder...—

—Granger...—

—¡…y te contuviste! Tuviste un control notable sobre tu mente, a pesar de lo difícil que era,
y… y yo solo quiero que sepas que no tienes que evitarme, o frenar el progreso que hemos
hecho, porque confío en ti, Draco. Realmente confío en ti. E incluso si...—

—Granger—. Ella interrumpió su frenético paseo y enfrentó sus ojos. Él dijo en voz baja,
ronca por el cansancio. —Este soy yo, tirándome de la oreja.

Ella parpadeó. Tirar de tu oreja, o algo así. Si se sentía incómodo, o si ella le estaba pidiendo
demasiado. Y ella había prometido parar.

—Ya veo—. Se volvió para mirar sus zapatos, sintiendo que sus costillas se contraían hacia
su corazón. —No, por supuesto. Estás en tu derecho—. Sus ojos subieron de nuevo hacia él.
—Pero deberías saber que yo no estoy tirando de la mía. De mi oreja, digo.

Él tragó saliva, y tensó la quijada. Sus ojos se deslizaron por su mandíbula y sus labios antes
de apartarse. Asintió en señal de despedida, y giró sobre sus talones.

El estómago le dio un vuelco. Si él se iba… si se iba ahora, sintiéndose libre de evitarla y de


revolcarse en el autodesprecio, tendría que trabajar el doble para ganarlo de vuelta. Y una
asociación con él era lo que la Orden necesitaba.

Justo coincidía con que era también lo que su corazón quería.

—¿Tu padre tuvo éxito?— Exclamó. —¿En su charla con Voldemort acerca de Suiza?

Él se congeló, luego giró lentamente, mirándola. Suspiró, y se pasó una mano por el cabello.
—Por ahora. Mi madre recibió una lechuza esta mañana. Mi padre lo ha convencido de que la
política no debería estar al tope de sus prioridades, dado el estado actual del país.

Ella asintió, un nudo se deshizo en su pecho. —¿Y dónde está ahora?

—Trabajando en una nueva estrategia para ganar la aprobación del Señor Oscuro—. Vaciló.
—Mi tía no está contenta. Mi madre se ha ido a quedar con ella unos días.

—¿Qué?— Espetó Hermione. —¿Por qué?

Draco se encogió de hombros. —Para mantenerla distraída.

—Ya veo.

Él miró de reojo la puerta, y ella supo que tenía apenas unos segundos antes de que
desapareciera.

—Espera...— Regresó a la mesa, revolviendo entre los papeles y organizando los libros. —
Me encantaría tener un poco de ayuda con algo que estoy buscando. Es… es mucho trabajo, y
me vendría bien… un compañero.

Levantó la mirada hacia él otra vez, y los ojos de él titilaron. Se hizo un silencio denso.

—Si no estás muy ocupado—, susurró, las palabras flotaron, atravesando la distancia hasta
él.

Él miró fijamente los libros, inclinando la cabeza para leer un título al revés. Lo
suficientemente cerca para mostrar interés, pero demasiado lejos como para dejarse atrapar.
Ella contó los latidos de su corazón durante los minutos que siguieron, el brutal silencio era
abrumador. Si él se marchaba...

—¿En qué estás trabajando?

Una brisa de alivio sopló por sus venas. Le dedicó una sonrisa nerviosa, y comenzó a explicar
el tema de los Rastreadores. Lentamente para no abrumarlo, pero con la suficiente velocidad
como para mantener su interés. Su corazón palpitaba rápidamente a medida que él avanzaba
hacia la mesa, escuchando con atención. Ella se acercó unos centímetros también, todavía
parloteando sobre la historia y los hechos.

—¿Y cuándo escuchaste hablar de ellos por primera vez?— Preguntó él de repente, girando
para mirarla.

—Uhm… La noche con el Ministro español—. Él frunció el ceño, mirando sus labios formar
las palabras. —El Señor Nott los mencionó.

Los ojos de él cayeron sobre la tinta en su brazo antes de volverse de nuevo, acercándose a la
mesa con desición. Tomó uno de los libros que tenía más cerca, y pasó algunas páginas.

—Entonces, estás investigando la manera de escapar. Y quieres mi ayuda para eso—. Cerró
el libro de golpe, se metió las manos en los bolsillos y giró para mirarla con frialdad.

Ella frunció el entrecejo, y tragó saliva. —Cómo sortear las líneas fronterizas, sí, pero...—

—¿Qué crees que pasaría conmigo si mi Lote se escapara? ¿Y con mis padres?— Él se
reclinó sobre la mesa, cruzando los pies a la altura de los tobillos.

La mandíbula de ella se cerró de golpe. —No es solo para mi, Draco. Estoy trabajando para
liberar a todos. Esto es mucho más grande que una sola persona...—

—Así que te vas a escapar, sin varita, y te vas a reunir con “la pandilla”, donde sea que estén,
para intentar destruir al mago más poderoso de nuestro tiempo, y vas a triunfar donde Harry
Potter fracasó—. Él cruzó los brazos sobre el pecho. —Y quieres que yo te ayude a abrir tus
grilletes. Yo. Un Mortífago.

Ella lo fulminó con la mirada. —Sé que tu familia odia a Voldemort.

Él la miró con indolencia. —El desagrado no significa que estamos dispuestos a dejarnos
matar en un inútil intento por derrocarlo.

—El punto es—, dijo ella con calma, como si no lo hubiera escuchado, —que ya sé por qué
estoy aquí, Draco.

Las costillas de él dejaron de moverse, y sus ojos se clavaron en los suyos.

Ella respiró de manera profunda y estable. —Estoy al tanto de que soy… una garantía para la
familia Malfoy. Una moneda de cambio, por así decirlo—. Levantó la barbilla. —No te culpo
por eso. Fue una decisión astuta, y me has tratado mucho mejor de lo que podría haber
imaginado jamás. Pero no finjas que es una estupidez intentar derrotar a Voldemort, siendo
que es una posibilidad para la que tú y tu familia se han estado preparando.

Él parpadeó, estudiando su rostro. Entrecerró los ojos lentamente. —Supongo que ya lo


tienes todo resuelto, entonces.

Ella ignoró la provocación. —Por supuesto que no puedo asegurar cuándo sucederá. Pero
este régimen no va a durar. Nada como esto lo ha hecho en la historia—. Dio un paso
cauteloso hacia atrás. —Sé por qué me has protegido. Por qué me has ayudado. Y aunque me
aseguraré de decírselo a todo aquél que quiera escucharme, no puedo prometer que sea
suficiente.

Él simplemente la miró, con sus labios apenas entreabiertos.

—Tal vez no sea lo suficiente a los ojos de un tribunal de guerra—. Ella respiró con
dificultad. —Pero ayúdame a hacer esto, y cuando Voldemort caiga y la Orden triunfe, me
aseguraré de que todos sepan que tú y tus padres fueron la razón de que sucediera.

Una pausa. Luego él se irguió en toda su altura. —Qué magnánimo de tu parte, Granger—,
dijo con sorna. —Ahora, si me disculpas...—

—Por favor—. Se mordió el labio, sosteniéndole la mirada. —Te estoy pidiendo ayuda.

El aire entre ellos crepitó. Se negaba a echarse atrás, incluso aunque se estuviera sonrojando
de vergüenza ante su intensa mirada. El silencio se prolongó mientras esperaba, rogando,
implorando...

Y entonces él se volvió abruptamente hacia la mesa. Abrió el libro que tenía más cerca con
gesto aburrido, y se aclaró la garganta. —¿Cuál es el problema, entonces?

Su corazón dio un brinco. Parpadeó hacia el suelo, luchando con la necesidad de llorar, o de
reír, o ambas. Lentamente se acercó a la mesa junto a él, tomando el diario de Jones. —
Deberíamos comenzar aquí.

Varias horas después, ella lo observaba leer un viejo diario con una pluma entre los labios;
los ojos de él entornados con desdén. Los elfos habían traído un servicio de té con una taza
de café para ella, y estaba mordisqueando una galleta mientras lo miraba leer.

Estaba creando una lista de todos los caracteres del alfabeto extranjero, escribiéndolos en su
pergamino a medida que los iba encontrando. Ya tenía veintinueve. Cuando Mippy apareció
para forzar a Draco a tomar la cena, Hermione estuvo rápidamente de acuerdo, e insistió en
dar por terminada la noche.

—Yo… yo estaré aquí mañana también—, dijo, haciendo una pausa en la entrada de la
biblioteca, y mirando por encima de su hombro. —Si quieres seguir trabajando conmigo.

La garganta de él subió y bajó, y apartó la mirada. —Posiblemente. Tendré que ver.

Ella asintió y se retiró a su cuarto, donde pasó el resto de la noche practicando Oclumancia, y
agradeciendo por la ayuda de Draco mientras durara.

A la mañana siguiente, apenas se estaba acomodando con el diario de un Rastreador, cuando


la puerta de la biblioteca se abrió de par en par. Draco entró precipitadamente, con el cabello
todavía húmedo de la ducha.

Ella se quedó boquiabierta.

—Estaba pensando esta mañana—, dijo él, paseando de arriba abajo mientras ella intentaba
dejar de mirarlo. —¿Qué tal si no es una raíz germánica? ¿Qué tal si es arábiga?—
Desapareció entre las estanterías mientras ella parpadeaba detrás de él, y entonces regresó
con un libro de runas árabes.

Resultó ser que en parte Draco tenía razón. Algunos de los caracteres coincidían con los de
las antiguas runas árabes, pero otras eran distintas. También identificaron coincidencias con
antiguas runas egipcias, sumerias, sánscritas y arameas.

Continuaron así durante los días que siguieron. Con la ausencia de Lucius y Narcissa, no
había nada que los interrumpiera. Hermione no sabía qué parte de su argumentación lo había
convencido de asistirla, pero no se atrevía a preguntar; estaba demasiado contenta de tener su
compañía y su ayuda.

Se dio cuenta de que trabajaban bien en conjunto, tal como lo esperaba. No era en absoluto
como trabajar en un proyecto con Ron y Harry. No tenía la necesidad de regañarlo, ni de
verificar y comparar su trabajo. Por las mañanas, Draco solía estar en su momento más
brillante del día, por lo que garabateaba furiosamente hasta el mediodía, dejando enfriar su té
mientras devoraba los libros y los diarios. Hermione se aceleraba por las tarde, justo cuando
él se acomodaba en una silla y pasaba ociosamente las páginas, mirando al vacío y pensando.

Ella levantaba la mirada más de una vez, con una idea o una pregunta, y descubría que él ya
la estaba mirando; observando cómo sus dedos recorrían una página, contemplando la manera
en que su boca lamía el extremo de la pluma, viendo cómo se levantaba y se estiraba. Esa era
otra diferencia que tenía con otros compañeros de estudio. Era muy atento.

Una tarde, corrió hacia él cuando pensó que había reducido uno de los símbolos a una runa
sumeria que significaba cautiverio. Su cabello cayó encima de su hombro al inclinarse sobre
él, apuntando a una runa para compararla.

Draco se puso de pie y se alejó con el pretexto de buscar otros libros, y ella se dio cuenta, con
bochorno, que sus senos habían rozado los hombros de él, y su brazo había presionado contra
el suyo. Él tenía las mejillas rosadas al regresar, y ella sospechaba que las suyas debían estar
igual.

El jueves por la noche, estaba acurrucada en el sofá, pasando las páginas de un libro de latín
antiguo, buscando algún símbolo que se viera como los que estaban en el diario de Jeremiah
Jones. Al llegar casi a la cuarta parte del libro, encontró una coincidencia. Suspiró, y se frotó
las sienes. Al parecer, los Rastreadores habían tomado préstamos de todos los lenguajes
antiguos de runas que existían. Ya habían identificado alrededor de cien caracteres únicos. A
este paso, les llevaría años descifrarlo.

Reprimió su decepción mientras sacaba obedientemente su pergamino, y anotaba la


traducción. Sería mucho más fácil si tuvieran un atajo. Una clave de algún tipo. Dejó que su
mente vagara otra vez alrededor del Señor Nott.

Se aclaró la garganta, y el sonido hizo eco en el silencio del cuarto. A pesar de haber pasado
los últimos cinco días juntos, raramente hablaban. —¿Eres cercano a Theodore? Es difícil
saber qué tan serias son sus provocaciones.

Los ojos de él se deslizaron del diario que estaba leyendo, hacia ella. —No realmente.
—Solían serlo, ¿verdad?

Él cerró el libro de golpe, y apretó los labios en una delgada línea. —¿A qué quieres llegar?

Ella se mordió el labio y negó con la cabeza. —Nada. Solo… me preguntaba acerca de la
Iniciación de mañana a la noche.

Bajó la vista a sus notas de nuevo, sintiendo la mirada ardiente de Draco encima suyo. Ahora
no era el momento.

~*~

Él no fue a la biblioteca el viernes. Le había dicho la noche anterior, mientras se iban a


dormir, que iba a tener que prepararse para la Iniciación.

—¿En qué consiste?— Había preguntado ella, con la mano en el pomo de la puerta, mientras
él se deslizaba hacia el pasillo.

La mandíbula de él se había tensado. Y le había contado, con escasos detalles, acerca de la


ceremonia a la que todos los sirvientes del Señor Tenebroso asistían. Por lo general, había
una típica fiesta después, seguidas de horas de libertinaje y destrucción.

Ella pasó todo el viernes escribiendo el código, y enterrándose en trabajo para olvidar. Ella y
Draco ya habían traducido cincuenta y cuatro caracteres únicos del diario de Jeremiah Jones.
Todavía quedaban unos mil más.

Cuando el reloj dio las diez en punto, Hermione regresó a su cuarto y arrastró su sillón a la
ventana para poder ver la luz en el cuarto de Draco. Algo tiró profundamente de su
consciencia, pero ella lo apartó a un lado. Su ayuda era invaluable, y ella necesitaba que
estuviera a salvo. Se quedó despierta hasta las tres de la mañana, cabeceando alguna que otra
vez antes de darse por vencida en su vigilancia, y meterse en la cama.

A la mañana siguiente, despertó mucho después del medio día. Le dolía el cuerpo por la inútil
vigilia en el sillón, y se dio una ducha caliente antes de vestirse con ropa cómoda. La bandeja
del desayuno estaba sobre la mesa auxiliar, todavía mágicamente humeando. Se dejó caer en
su silla y se sirvió café.

Estaba masticando un trozo de su tostada, cuando se percató de un grueso panfleto que


sobresalía por debajo de la bandeja. Hermione frunció el ceño y tiró de él.

Inefable: El Salón de las Profecías

Libro I

de Lance Gainsworth
Ella se puso de pie, boquiabierta ante las palabras. Sus dedos se deslizaron por las páginas,
hojeando lo que parecía ser un manuscrito. No tenía portada, estaba simplemente amarrado
con un Encantamiento Adherente.

Pasó la primera página, y dejó escapar un grito ahogado. Escrito con una desprolija tinta azul
en la segunda página, encontró una dedicatoria.

Señorita Granger,

Gracias por el apoyo a mi colección anterior, Indeseable. Éste, el primer borrador del libro
uno de mi nueva serie, será publicado el próximo verano, siempre que no haya cambios en el
viento.

El mundo cambia, la luz se atenúa, pero las historias y los personajes están siempre allí para
iluminar el camino.

Siga luchando,

Lance Gainsworth

Las yemas de sus dedos apretaron las páginas, ansiosa por hojearlo. Por devorar la historia y
asegurarse de que no se estaba imaginando aquel libro en sus manos. Su mente estaba llena
de preguntas.

Tomando una bocanada de aire, se dio la vuelta y corrió hacia la puerta. Corrió los pocos
pasos hasta el cuarto de Draco, golpeó la puerta, machucándose el puño. No hubo respuesta.

Salió corriendo por las escaleras, volando hacia la biblioteca. Abrió las puertas de par en par,
y lo encontró de pie junto a la mesa larga, inclinado sobre sus puños y observando uno de los
muchos libros que yacían amontonados.

—Buenos días—, ofreció él, antes de que ella pudiera abrir la boca. —Una de estas runas
aparece en la portada del diario de Tolbrette. ¿Ya lo habías notado?

Ella apretó el manuscrito entre sus dedos, respirando con dificultad, y abriendo y cerrando la
boca.

—Hay café allí—, dijo él, señalando con ligereza hacia la mesa lateral entre los sillones. —
No estaba seguro de que quisieras trabajar hoy, así que le dije a los elfos que no traigan más
bollos. Podemos decirles que...—

—¿Qué es esto?— Interrumpió ella. Sostuvo el manuscrito de Gainsworth a la vista, y lo


sacudió frente a él como si la hubiera mordido.
Él levantó la mirada hacia ella por primera vez. Sus ojos recorrieron su cuerpo antes de
aterrizar en las páginas en su mano. Se rascó distraídamente la mandíbula, y se dio vuelta
hacia los estantes que tenía detrás, buscando entre los libros con deliberación. No entendía
qué podría encontrar de fascinante allí, ya que Hermione sabía que esa sección contenía
información sobre el escarabajo pelotero.

—Nada, realmente.

Ella parpadeó, viendo cómo la nuca de él se volvía color rosa. Se acercó a la mesa y dejó caer
bruscamente el manuscrito. —Es… es un borrador inédito. No es “nada”. ¿Cómo lo
conseguiste? Por qué es… Cómo es que tu...—

Él interrumpió su tartamudeo encogiendo los hombros, todavía mirando los libros sobre el
escarabajo pelotero con gran interés. —Le escribí a Gainsworth. Le conté que eras
admiradora.

Hermione caminó hacia él, rogándole que la enfrentara. —Pero por qué él...—

Draco se dio vuelta, sus mejillas estaban rosadas, y sus ojos se posaron en el libro sobre el
comportamiento reproductivo del escarabajo pelotero que estaba llevando hasta su mesa de
investigación de los Rastreadores.

—Yo solo… le dije que eres una admiradora. Le pregunté si tenía algo que pudiera
autografiar y enviar para el cumpleaños de Hermione Granger.

Él pasó las páginas de algunos libros mientras ella lo miraba, separando lentamente los
labios.

Hacía días que no leía los diarios. Por lógica, sabía que estaban en Septiembre, y que su
cumpleaños estaba cerca. Hoy era su cumpleaños. Ella lo había olvidado. Pero Draco no.

—No hice nada—, él estaba murmurando. —Solo escribí una carta, la verdad. Puedes tomar
prestada mi lechuza si quieres enviarle un agradecimiento...—

Hermione lo tomó por los hombros, lo giró hacia ella, y se puso en puntas de pie para apretar
sus labios contra los suyos.

Él había recordado su cumpleaños. Él sabía cuándo era su cumpleaños, en primer lugar.

Sus dedos se estiraron para enredarse en el cabello detrás de sus orejas, y sus labios se
movieron con cuidado sobre los suyos, suplicándole que la dejara continuar, que la dejara
expresar su agradecimiento, expresar su afecto...

Los labios de él se apartaron. Sus manos aterrizaron delicadamente en sus caderas,


alejándolas de él. Sus ojos eran ardientes, y oscuros, inquisitivos.

Ella hizo una mueca, y recordó que él necesitaba espacio, que necesitaba tiempo.

—Lo siento—. Cerró los ojos con fuerza. —Lo siento, sé que no quieres, pero yo...—
La boca de él encontró la suya otra vez, más fuerte, más suave. Ella jadeó, y la lengua de él
entró rápidamente en su boca, buscando y danzando, y arrancando suspiros de sorpresa de sus
pulmones.

Las manos en sus caderas la acercaron, y las puntas de sus dedos se enterraron en sus
costados y la apretaron contra él.

Ella le pasó los brazos por el cuello, apretando su pecho contra el suyo, y aferrándose de él
mientras su respiración se volvía pesada en su boca.

Una mano se deslizó hacia abajo, frotando ligeramente su trasero. Él gimió contra sus labios,
y ella jadeó, y sus ojos parpadearon rápidamente y subieron para enfrentar su oscura mirada.

—Lo siento—, repitió. —No tenemos que hacerlo. No quiero presionarte...—

—Deja de hablar, Granger.

Él la hizo girar, y la levantó por los costados con un movimiento rápido, sentándola en el
borde de la mesa. Ella soltó un chillido, y él se tragó el sonido, envolviendo sus brazos
alrededor de su espalda, e inclinándose para besarla.

Ella arrastró las manos por su cabello, entrelazando sus dedos y acercando su rostro con
fuerza. La lengua de él se deslizó dentro de su boca, probándola y enredándose con la suya.
Cuando ella ya no pudo respirar más, se apartó, jadeando por aire, y él se movió hacia su
cuello más rápido aún de lo que pudo ofrecérselo.

Una de sus manos se deslizó por sus costillas, recorriendo su cadera y pasando por su muslo.
Empujó suavemente su rodilla, y ella inmediatamente obedeció, abriendo sus piernas e
invitándolo a acercarse más. Los dientes de él rasguñaron su cuello, y ella cerró los ojos con
fuerza cuando el agudo pinchazo de placer la atravesó. La lengua de él lamió encima del
lugar, y ella se estremeció, los brazos le temblaban y su centro palpitaba.

Él bajó un brazo por su espalda, arrastrándola hacia el borde de la mesa y conectando con sus
caderas. Ella suspiró y aferró la cabeza de él para acercarla de regreso a su boca. Él obedeció,
moviendo sus labios encima de los suyos y arrastrándola hacia una corriente de éxtasis. Ella
se dio cuenta que su aliento estaba abandonando su garganta en un embriagador patrón de
suspiros y gemidos.

—Gracias—, murmuró contra sus labios. —Gracias. Me ha encantado.

Él la apretó aún más cerca, respirando pesadamente contra su oído. Su mano se movió hacia
la parte de atrás de su cabeza, enredando los dedos en su cabello, y luego tirando hasta que su
cuello se abrió para él. Sus labios aterrizaron en su garganta, lamiendo y mordiendo antes de
deslizarse hacia abajo, y succionar entre sus clavículas.

Él deslizó una de sus manos por encima de su camisa, subiendo más y más hasta que la
palma de él cubrió uno de sus senos. Sus caderas se apretaron contra su cintura, y su espalda
se arqueó, haciendo presión contra la mano en su pecho. Los dientes de él mordieron su
clavícula y ella gimió. Él pasó el pulgar por encima del pezón, y ella sintió que todo su
cuerpo respondía.

Un chasquido detrás de ellos los hizo sobresaltar. Y una voz aguda y aburrida dijo: —¿La
Señorita quiere bollos?

Hermione se tapó la boca con una mano. Draco se congeló, con una mano todavía encima de
su pecho, y sus labios levitando entre sus clavículas.

Inclinaron sus cabezas y encontraron a Remmy fulminándolos con la mirada.

La mente de Hermione se quedó en blanco, excepto por la vergüenza.

—No—, dijo Draco categóricamente.

Remmy frunció sus pequeños labios, entrecerró los ojos, y dijo, —Remmy tal vez traiga
bollos. Para después.

—Eso no será...—

Remmy desapareció con un estallido.

Hermione pudo respirar otra vez, y dejó escapar una aguda risita nerviosa. Pero Draco no la
siguió. Retrocedió, todavía jadeando, con las pupilas negras e intensas. El estómago de ella
apenas tuvo un momento para sentir un revoloteo, y entonces él tiró de su muñeca para
ponerla de pie, y la arrastró detrás de él. La condujo hasta el rellano, girando entre las
estanterías, y la llevó hasta una pequeña alcoba con un ventanal que daba al estanque. Apenas
tuvo medio segundo para admirar la vista antes de que él la apretara contra los estantes y la
devorara otra vez.

Él ahogó su chillido de sorpresa, y con los dedos en su cintura, llevó su cuerpo contra el
suyo. Ella se aferró de sus codos y él la besó lentamente, con besos profundos y seductores
que pusieron su mente a girar en círculos. Las manos en su cintura estaban debajo de su
camisa, acariciando sus lados y frotando castamente sus caderas con los pulgares. Ella bajó
las manos de sus codos, pasando por encima de sus muñecas hasta sus manos, dándole el
permiso para tocarla más.

La rodilla de él hizo presión hacia adelante, deslizándose entre sus muslos. Y el más
bochornoso gemido escapó de su garganta y salió de su boca. Antes de que se pudiera apartar,
él inclinó su cabeza hacia atrás, y la besó como si ella fuera la respuesta a toda su sed.

Un chasquido a su derecha. Hermione dio un salto.

—Remmy trajo los bollos.

El cuerpo de Draco, que había estado deliciosamente relajado encima de ella, se tensó. Un
suspiro de frustración le cruzó el rostro.

—Te dije que no los queríamos.


—Remmy insiste. ¿Remmy les trae algo más?

—No.

Se hizo una pausa. Hermione se volvió para mirar a su derecha, y observó a la elfina anciana
y rechoncha, parada allí con las manos en las caderas.

—Remmy vuelve a preguntar más tarde—. Y desapareció.

Hermione se quedó observando el lugar donde había estado Remmy hasta que los dedos de
Draco se curvaron contra su piel. Ella saltó, y retrocedió cuando su mente volvió a aterrizar
dentro de su cráneo.

—Tu madre ha sacado a sus espías. Nosotros… no deberíamos...— Tartamudeó.

—Los espías de mi padre, mejor dicho.

Draco bajó la mirada hacia ella. Sus ojos estaban brillantes, un gris entusiasmado, en lugar de
las pupilas negras poseídas del incidente de la semana pasada; rodaron por encima de sus
rasgos, deslizándose por su mandíbula, curvando por sus mejillas, y danzando con sus
propios ojos.

—Yo… quiero decir, me alegro de que nosotros...— Señaló inútilmente entre sus cuerpos,
que se encontraban presionados el uno contra el otro. —Pero tal vez no deberíamos… Eso no
significa “nunca más”, pero...—

Draco esbozó una sonrisa. Y ver eso la dejó sin aliento. Él se mordió el labio, y ella sintió
que sus dedos se movían sobre su cintura. Se inclinó sobre su oído y susurró. —Deja de
balbucear, Granger.

Depositó un beso allí que hizo que sus ojos aletearan, y luego dio un paso atrás.

—¿No tienes un libro que leer?

Ella abrió los párpados de golpe y lo encontró con una sonrisa burlona. —No debería—,
murmuró. —Tenemos una investigación que hacer...—

Él se encogió de hombros con pereza. —¿Leíste el título?

Los ojos de ella se abrieron, y sus dedos escocieron. —Sí lo hice.

—Mhmm.

Ella se aclaró la garganta. —¿Crees que será similar a la serie de Indeseable? ¿Ha dicho si
serán otra vez siete libros?— Ella se alejó del estante y se movió entre las estanterías. —El
Salón de las Profecías. Me pregunto si estará enfocado en el Ministerio. O si veremos alguno
de los personajes de Indeseable otra vez...—

—Granger, solo lee el maldito libro.


Ella giró hacia él. Él arqueó una ceja, y le sonrió mientras la seguía por las escaleras hasta el
rellano. Ella se sonrojó y tomó el manuscrito con suavidad. Sus ojos se fijaron en los libros
repartidos por la mesa.

—Más tarde. Deberíamos trabajar. ¿Mencionaste que habías encontrado algo en el diario de
Tolbrette?

—Más tarde no. Ahora—, dijo él. Los ojos de ella lo recorrieron. —Puedes perder un día de
investigación. Es tu cumpleaños.

La boca de ella se abrió y se cerró, y luego se asentó en una sonrisa. —Lo es. Gracias.

Él señaló la puerta con la cabeza. —Ve a leer. Le diré a Mippy que te lleve el almuerzo a tu
cuarto. Hizo sopa de calabaza para ti.

Poniéndose en puntas de pie, ella le besó la mejilla antes de que él la pudiera detener. Corrió
hasta su habitación con el recuerdo del rubor en la mejilla de él, allí donde sus labios se
habían posado.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

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bajo el nombre de "Rigths and Wrongs".

¡Los Audiobook Warriors han comenzado a publicar capítulos de La Forma Correcta de


Actuar (audiolibro en inglés)! Link en Ao3 o en Spotify.

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Chapter 24
Chapter Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Una breve discusión acerca de fertilidad, embarazo, y aborto


(no de Hermione) en este capítulo. Cuiden sus "TRIGGERS" {palabras o situaciones
disparadoras, desencadenantes: referido a salud mental}.

¡Estamos de vuelta! Gracias a todos por permitir ese descanso.

Sé que el mundo se ha convertido en un lugar aterrador desde la última vez que


publiqué, pero a medida que devoras más y más contenido mientras estás atrapado en
casa, recuerda ser amable con los creadores. Nunca se sabe lo que está pasando en la
vida del autor, y pedir actualizaciones mientras alguien está en crisis es ridículo. Sean
amables. Dejen reviews.

Muchísimas gracias al marido de raven_maiden. La monopolicé. ;)

See the end of the chapter for more notes

Los labios de Draco dejaban besos sobre su cuello, y su mano trazaba círculos en su rodilla
mientras ella leía la misma frase por sexta vez.

Algo sobre Jeremiah Jones y su hermano.

Debería haber adivinado que no conseguiría trabajar esa tarde desde el momento en que él se
sentó junto a ella en el sofá, a pasar inocentemente las páginas de un libro.

Habían progresado durante los últimos tres días, identificando siete grupos de caracteres y
seis lenguajes ancestrales de runas de los que Jones había tomado préstamos. Todavía estaban
buscando la fuente del sexto grupo.

Pero después del almuerzo, generalmente, Draco decidía que ya habían estudiado suficiente.

Él succionó la suave piel debajo de su mandíbula, y los ojos de ella se cerraron con un aleteo.

—¿Algo interesante, Granger?— Murmuró contra su garganta.

—¿Mhm?— Curvó los dedos contra la portada de su libro. —Ehm, solo que… el hermano de
Jones desaprobaba su punto de vista. Pero no hay nada sobre sus viajes, ni de dónde más
podría haber...—

—Qué lástima—. La mano de él subió por su muslo, cálida contra su piel.


Hermione había optado por usar otra vez los shorts. El día anterior se había puesto una de las
camisetas más ajustadas y escotadas de su guardarropa, y Draco había aguantado treinta
minutos de “lectura” antes de arrancarle el libro de las manos y subirla al borde de la mesa,
deslizando la cadera entre sus piernas mientras sus labios la devoraban.

El día anterior, había estado fascinado por los jeans Muggles que tenía puestos, pero supuso
que tendría un poco que ver con todas las excusas que ella había buscado para inclinarse a
buscar libros en los estantes inferiores. Se había encontrado con las manos de Draco Malfoy
encima de su trasero, empujándola contra los estantes, y besándola con ferocidad.

Pero hoy había escogido usar de nuevos los shorts. Y por la forma en que sus ojos habían
caído sobre sus piernas al entrar en la biblioteca, había valido la pena. Pero ahora, mientras
los dedos de él dibujaban círculos en la parte interna de sus muslos, y sus labios mordían la
piel de su garganta, se puso a pensar que tal vez era ella quien estaba siendo seducida.

Las partes productivas del día parecían hacerse cada vez más cortas. —Draco...—

La boca de él se aferró a la hendidura debajo de su mandíbula, su parte favorita. Ella había


estado cubriendo las marcas todos los días, y al parecer él había hecho que su misión fuera
conservarlas. Ella cerró los ojos y suspiró. El diario de Tolbrette cayó al suelo con un ruido
seco.

El libro de Draco se cerró de golpe, y entonces sus manos la estaban girando en el sofá,
incitándola a reclinarse contra el apoya brazos. Los labios de él nunca abandonaron su cuello,
mientras la mano entre sus piernas subía cada vez más, y su otra palma paseaba por su
cintura.

Se inclinó sobre ella, capturando sus labios y besándola profundamente mientras sus dedos
alcanzaban el borde de sus shorts. Ella gimió en voz baja y le rodeó los hombros con los
brazos. Draco deslizó la palma de su mano por debajo de su zona lumbar, apretándola contra
él.

Deberían estar trabajando. Ella debería insistir en que establecieran alguna clase de límite, no
besuquearse antes de las tres...

Los dedos de él se deslizaron por el dobladillo del short, y su mente quedó en blanco
mientras él jugueteaba con la tela. Como si supiera que ella se los había puesto para ponerlo a
prueba. Él acarició la piel de la zona, frotando lentos círculos y avanzando lentamente debajo
de la tela. Su lengua se sumergió dentro de su boca, arrancando suspiros de su pecho.

Él liberó sus labios, y ella murmuró su nombre, buscándolo. Cuando él no la volvió a besar,
abrió los ojos; él la estaba mirando.

Sus dedos se deslizaron un centímetro bajo los shorts. —¿Puedo?

Ella apretó sus hombros entre sus brazos y asintió. Él apoyó la frente contra la suya y observó
su rostro mientras empujaba para separar uno de sus muslos.

Se escuchó un chasquido a un pie de distancia.


Como sabía que sucedería. Como había sido cada día desde su cumpleaños, cada vez que el
besuqueo se intensificaba.

—¡El Amo debe disculpar a Boppy, pero…!—

—Vete. De. Aquí—. Rechinó Draco, cerrando los ojos con fuerza.

Boppy soltó un gemido lastimero. —¡Pero… pero…!—

—Boppy, lo juro por Merlín...—

Hermione soltó una risita. La expresión en el rostro de Draco le era dolorosamente familiar.
Como si le hubieran ganado al atrapar la Snitch, o hubiera visto a Crabbe robar su última
tarta de melaza en la cena.

En este punto, ella ya estaba más allá de la vergüenza. Hacía dos días, la rodilla de Draco se
había deslizado entre sus piernas justo cuando Plumb había aparecido con el servicio de té,
dos horas más temprano. El día anterior, sentada sobre la mesa con Draco entre sus piernas,
lo más lejos que había llegado era a deslizar sus manos por debajo de su camisa, mientras él
apoyaba las palmas de sus manos sobre sus senos, por encima de la blusa. Pero apenas él la
inclinó hacia atrás sobre la mesa, Remmy había aparecido para recitar el menú de la cena
para que Draco lo aprobara.

—Pero Boppy viene a decir que el Amo Lucius está en casa, y espera poder hablar...—

Los ojos de Draco se abrieron de golpe. El calor que había estado hirviendo adentro de ella
desapareció abruptamente.

Él tragó saliva mientras bajaba la mirada hacia ella. —Dile a mi padre que estaré ahí en
treinta minutos...—

—¡No con el Amo Draco! ¡Con la Señorita Hermione!

Los dos giraron sus cabezas para mirar a Boppy, que saltaba de un pie al otro con ansiedad.
Draco se apartó.

—¿Respecto a qué?

—¡El Amo no dijo!— Chilló Boppy. —El Amo dijo que busque a la Señorita Hermione para
hablar.

Su boca se secó. Hermione sacó las piernas de abajo de él, se levantó y alisó su ropa. Draco
se puso de pie rápidamente, acomodando también su ropa, y se ubicó ligeramente delante de
ella antes de hacer un gesto a Boppy para que guiara el camino.

Boppy se retorció las manos. —El Amo dijo que sólo la Señorita Hermione.

Ella sintió a Draco arder frente a ella. Abrió la boca para gritar a su elfo, pero ella le puso una
mano en el codo. —Está bien—. Lo rodeó y lo miró a los ojos. —Volveré en poco tiempo.
Él soltó un suspiro agraviado, y su mandíbula se relajó lentamente. Hermione le apretó el
brazo y siguió a Boppy por las puertas de la biblioteca. Su mente comenzó a girar alrededor
de Suiza y de Narcissa, y de por qué Lucius pediría verla a ella primero después de estar
fuera por casi dos semanas...

Parpadeó, intentando suprimir sus pensamientos. Esta vez era más difícil de lo habitual.
Había estado descuidando su práctica de Oclumancia últimamente, demasiado distraída con
Draco y su investigación.

El pequeño elfo avanzaba frente a ella, arrastrando los pies por el corredor, y Hermione se
sorprendió al notar que se estaban dirigiendo a las cocinas. Boppy la condujo por la corta
sucesión de escalones, y con un gesto, le indicó que se agachara para pasar a través de una
pequeña puerta hacia la cocina, antes de desaparecer con un chasquido.

Lucius Malfoy se alzaba por encima de los elfos que cortaban vegetales en sus mesas, y su
cabeza casi rozaba el techo mientras leía un largo rollo de pergamino que parecía ser el menú
de la semana. Remmy estaba junto a él en una banqueta, esperando instrucciones o notas. No
dijo nada cuando Hermione se detuvo, incómoda, junto a la puerta. Llevaba un par de lentes
de montura delgada, y Hermione habría soltado una risita de solo verlos, si no hubiera estado
estado tan nerviosa.

—Señorita Granger—, dijo, quitándose los lentes de la nariz. La estudió brevemente, dejando
que sus ojos entrecerrados cayeran hasta sus piernas desnudas. —Veo que todavía sigue
teniendo dificultades para vestirse de manera completa.

Sus mejillas se sonrojaron. Remmy alzó la barbilla en señal de aprobación.

—Dado que ésta parece ser una orden… difícil de seguir para usted, uno esperaría que por lo
menos tomara las precauciones necesarias—. Hizo una pausa delicadamente. —Sin embargo,
mi esposa me dice que ha rechazado la Poción Anticonceptiva.

Hermione parpadeó. Los cuchillos dejaron de cortar. Hasta Remmy pareció sorprendido,
antes de girar hacia ella y clavarle la mirada como si fuera una idiota.

—Los elfos llenarán de pociones sus gabinetes esta noche. Cada dosis es efectiva por
exactamente treinta días.

La indignación comenzó a hacer fuerza para pasar a través de la sorpresa. Abrió la boca para
defenderse.

—Déjeme que sea muy claro, Señorita Granger. Espero que la tome, ya sea que esté
actualmente teniendo relaciones sexuales con mi hijo o no—. Volvió a bajar la mirada hacia
el menú de la semana, garabateó su nombre con una pluma y se lo alcanzó a Remmy con una
descuidada floritura. —Si insiste en negarse, los elfos tienen instrucciones de poner la dosis
en sus comidas.

Hermione entrecerró los ojos, la furia lamiendo sus venas. —Suponiendo que elijo ignorar su
invasiva y salvaje acusación de que yo estoy… que estoy...—
—Teniendo sexo con mi hijo—, ofreció él.

—...puedo preguntar ¿cuál es la responsabilidad anticonceptiva de Draco en todo esto?

Lucius arqueó fríamente una ceja. —Él ya ha recibido instrucciones, y las ha estado
desobedeciendo descaradamente. Me temo que no confío en que recuerde el Encantamiento
Anticonceptivo cada vez que ustedes dos se encuentren a solas.

Las orejas de Hermione ardían. Lucius sonrió con suficiencia antes de volverse a los elfos a
su derecha, que rápidamente reanudaron su labor.

—Mi esposa se opone a mis sugerencias más… estrictas, así que me comprometí a acudir
primero a usted. No puede quedar embarazada.

Algo extraño burbujeó a través de ella, cerrándole la garganta. —Por supuesto, Señor Malfoy
—. Sintió que su ojo se crispaba. —Odiaría que una Sangre Sucia mancillara su prístino
linaje familiar.

Los labios de él se curvaron en una sonrisa que no llegó hasta sus ojos. Avanzó un paso, y
ella luchó contra el impulso de retroceder.

—¿Estoy en lo correcto al asumir que conoce a la Señorita Mortensen, el Lote de Adrian


Pucey?—. Él inclinó la cabeza en su dirección, y ella parpadeó y asintió lentamente. —Los
imbéciles que la examinaron antes de la Subasta decidieron salvarla de la esterilización
completa, igual que hicieron con usted. Ella quedó embarazada—. Dio unos golpecitos en la
mesa con los dedos, observándola. Hermione tragó saliva, mientras la sangre palpitaba en sus
orejas. —La Señorita Mortensen es nacida de Muggles. De acuerdo con nuestras nuevas
leyes, el feto fue extraído. Me han informado que ella estuvo completamente consciente, y
fue obligada a mirar. Dolohov en persona hizo los honores.

La bilis subió por la garganta de Hermione. Lucius respiró hondo.

—Usted está bajo un escrutinio mucho mayor que la Señorita Mortensen. En parte debido a
su conexión con Harry Potter—, sus labios se curvaron, —y en parte debido a las tontas
decisiones de mi hijo. Esconderla durante nueve meses sería prácticamente imposible. Si
quedara embarazada, no podríamos proteger al niño. Y yo haré todo lo que esté a mi alcance
para evitar infligir esa clase de dolor a mi hijo. Y a mi esposa.

Hermione sintió que un entumecimiento se extendía desde su pecho, y bajaba por sus brazos
hasta las yemas de sus dedos.

—Entonces—, dijo Lucius, irguiéndose y pareciendo apartar la conversación como si fuera


una pelusa sobre su capa. —Tomarás la poción. ¿Está claro?

Su terquedad le suplicaba que le preguntara si él se había pronunciado en contra de aquellas


leyes. O si simplemente había ayudado a difundirlas. En Suiza, Rumanía, y en todos los otros
países en los que había desaparecido bajo las órdenes de Voldemort.

Pero su mente racional sabía que tenía razón. Ella no quería un niño. No de esta manera.
Mientras asentía lentamente, se preguntó si Lucius lamentaría la pérdida de un nieto mestizo
nonato, de la misma manera que creía que su esposa y su hijo lo harían. O si sus ideologías
de Sangre Pura le impedirían pensar en un posible embarazo como algo más que un
inconveniente vergonzoso.

Él la examinó, aparentemente satisfecho de ver que sus demandas habían sido asimiladas. —
Ven conmigo.

Los ojos de Hermione se abrieron de par en par mientras Lucius se encaminaba hacia la
pequeña puerta de la entrada, inclinándose suavemente con una facilidad practicada, y se
detenía justo afuera del umbral.

—No lo pediré dos veces, Señorita Granger.

Se movió con torpeza para seguirlo, mientras su mente daba vueltas. Él avanzó con prisa por
el corredor, sin siquiera voltear para mirarla. Finalmente se detuvo junto a una ventana que
daba a los jardines.

—Tenemos once elfos en total en la Mansión Malfoy—, dijo, en tono de conversación, una
vez que ella se reunió con él junto a la ventana. —Cuatro elfos de cocina para las fiestas.
Cuando el tamaño de la familia es reducido y no hay festines extravagantes, Tom-Tom y
Havy se encargan del quehacer doméstico, junto con Boppy, Yipper, y Caf. Yipper es el más
joven que tenemos; es el hijo de Boppy—. Señaló por la ventana. —Ese de ahí es Hix,
nuestro elfo encargado de los terrenos. Trabaja junto a Jot y Mck. No verás nunca a Mck. Es
terriblemente tímido. Mippy, como sabes, es algo así como un elfo personal de mi esposa.

Hermione volvió su mirada hacia Lucius, asombrada. Él todavía estaba moviendo piezas en
su ajedrez, diez pasos por delante de ella. —¿Por qué me está diciendo esto?

Él mantuvo sus ojos fuera de la ventana. —Le gustan los elfos, ¿no es así?

—Yo...—

Se apartó de la ventana y avanzó rápidamente por el pasillo. —¿Sabe dónde duermen los
elfos, Señorita Granger?

Ella resopló, y avanzó trotando para seguir su ritmo. —No, pero todavía no entiendo...—

—Nadie más que los elfos pueden encontrar sus dormitorios—. Se detuvo frente a un tapiz, y
esperó a que ella lo alcanzara.

Hermione lo miró boquiabierta. —¿Por qué?

—La Mansión tiene muchos secretos. Algunos son conocidos por la familia cercana, algunos
solo yo los conozco. Otros todavía están por revelarse, siempre y cuando la Mansión lo
considere prudente.

—Pero, ¿por qué me lo dice a mi?


—¿Conoce al artista de esta obra, Señorita Granger?— Señaló el tapiz, ignorando la
pregunta.

Ella parpadeó. —¿No?

—La Mansión tiene una vasta colección de arte y antigüedades—. Él la miró con frialdad. —
Aunque no todo el mobiliario es tratado con el respeto que merece.

Ella se sonrojó.

Pasó los siguientes veinte minutos en una lenta caminata de regreso a la biblioteca mientras
Lucius Malfoy la guiaba por la Mansión, señalando las reliquias familiares, la arquitectura,
incluso los corredores ocultos. Hermione se sintió un poco mareada, su mente todavía
intentaba entender su juego. Tal vez obligarla a ser su audiencia en cautiverio era una forma
de demostrarle que tenía control sobre ella.

Se detuvieron frente a la puerta de la biblioteca. Lucius juntó las manos detrás de su espalda
y se volvió para mirarla. —Y ¿qué es lo que tan diligentemente está investigando en estos
días, Señorita Granger? Por favor, cuénteme.

Su corazón latió con fuerza en su caja torácica. Si él lo supiera, ciertamente le pondría fin.

Se aclaró la garganta, y cerró los libros de su mente. —Encontré un pergamino que creo que
fue escrito por una de las comunidades mágicas más antiguas de Egipto. La he datado
alrededor del Siglo VIII a.c., pero no lo sabré con certeza hasta que pueda traducirlo.

Lucius arqueó una ceja. Su ritmo cardíaco se aceleró.

—Sé que suena tonto, pero Runas Antiguas era una de mis materias favoritas, y es… es
bueno tener algo de normalidad—. Fue bajando la voz, parpadeando. Pensar en sus antiguas
clases le hizo un nudo en la garganta. —Y esto podría ser una increíble contribución si
tuviera éxito. Incluso podría ser de una de las ciudades perdidas...—

—Fascinante—. La voz de él estaba llena de sarcasmo. —Y puedo preguntar ¿por qué mi


hijo tiene tanto entusiasmo por ayudarla en este pequeño proyecto?

—Yo se lo pedí—, dijo Hermione rápidamente. —Es un buen compañero de estudio—. Se


sonrojó a pesar de sí misma. —Es verdad que a veces nos distraemos, pero hemos hecho un
progreso significativo.

Lucius curvó lentamente sus labios. —Muy bien. Recuerde tomar la Poción, Señorita
Granger—. Giró sobre sus talones y la dejó junto a la puerta.

Hermione se quedó mirándolo. No había forma de saber si lo había convencido, solo el


tiempo lo diría. Suspiró con fuerza y empujó las puertas de la biblioteca.

Draco levantó la cabeza abruptamente de su mesa de investigación. No hizo más que


parpadear mientras ella avanzaba hacia él. —¿Y bien?
Ella se encogió de hombros. —No sé por dónde empezar. Todo el asunto fue… extraño, la
verdad.

El alivio destelló en los ojos de él. Se movió rápidamente alrededor de la mesa y le puso las
manos en las caderas. —Comienza desde el principio.

Ella se puso de puntillas para depositar un beso sobre sus labios. Las manos de él se
deslizaron por su cintura, y la besó lentamente antes de apartarse de ella. —Qué quería mi
padre—, susurró.

Y de repente, la idea de contarle a Draco que muy pronto estaría tomando una Poción
Anticonceptiva, se le hizo diez veces más bochornosa que cualquier discusión que hubiera
tenido con Lucius o Narcissa. Sintió un rubor expandiéndose por sus mejillas, y decidió que,
con su cuerpo apretado contra el de él, y con sus manos dibujando sensuales círculos en su
cintura, no era el momento para hablar de sexo.

—Él… él quería presentarme a los elfos domésticos. Y aburrirme con sus conocimientos de
curaduría de retratos en el ala oeste—. Rió.

Draco frunció el ceño. —¿En serio?

—En serio. Creo que era solo una excusa para regañarme por habernos besado en su diván.
Ah, y me preguntó qué estábamos estudiando.

—Tal vez estaba intentando distraerte—. Draco miró hacia la puerta, como si pudiera divisar
las intenciones de su padre. —¿Qué le dijiste?

—Que me has estado ayudando a traducir un antiguo pergamino egipcio. Hablando de


distracciones—. Dijo Hermione, deslizándose de su abrazo y volviéndose hacia sus libros. —
Me gustaría terminar de hacer algunas cosas hoy.

Él se inclinó sobre ella, presionando su delantera contra su trasero, y estirándose para tomar
un libro en el centro de la mesa. —¿Cómo se supone que termine de hacer algo cuando estás
usando estos shorts?— Susurró.

Ella se estremeció y reprimió una sonrisa. —Siempre puedes transfigurarlos en algo que te
distraiga menos.

Los labios de él recorrieron su oreja mientras murmuraba: —De ninguna manera.

~*~

Tener a Lucius en casa había renovado la sensación de urgencia de Hermione. No había


garantías de que no fuera a interrumpir en cualquier momento y terminar con su investigación
en un abrir y cerrar de ojos. La idea la aterraba.

Lucius no había podido asistir a la cena la noche anterior, así que Hermione y Draco habían
trabajado hasta altas horas de la noche; realmente trabajado. Draco había estado
particularmente malhumorado cuando finalmente se fueron a acostar, pero aún así había
accedido a encontrarse con ella a la mañana siguiente a las ocho en punto.
Habían pasado dos horas de esa mañana, y Hermione estaba acurrucada junto a él en el sofá,
a medio camino de terminar su octavo libro, y todavía lejos de encontrar el lenguaje de orígen
del séptimo grupo de runas.

Se incorporó y se reclinó hacia atrás, tomando un largo trago de café. Su estómago se retorcía
de ansiedad. Tenía que existir un atajo. Incluso aunque localizara el orígen, estimaba que
tardarían meses, sino años, hasta traducir un solo diario. La Orden no podía darse ese lujo.

Apretó los labios y dejó su taza de café. —¿Cómo está Theo?

Draco levantó la mirada de la traducción en la que había estado trabajando durante la última
semana, todavía en el primer párrafo del diario de un Rastreador, y se frotó los ojos como un
gatito cansado, de una manera que le hizo dar un vuelco en el estómago.

—Como recordarás—, gruñó con voz profunda—, Theo me importa una mierda. ¿Cómo se
supone que lo sepa?

Hermione cerró el libro y se giró para enfrentarlo. Ser discreta no tenía sentido. —Necesito
hablar con él.

Él terminó de bostezar, y lo remató con un estiramiento indulgente. —No.

—Draco, sabes tan bien como yo que nos estamos moviendo demasiado lento. A este ritmo...
—. Negó con la cabeza. —Yo sé que él sabe algo. Puedo sentirlo...—

—¿Qué quieres saber?— Dijo él con pereza, partiendo la esquina de una galleta. —Le
preguntaré.

—¿Y por qué te diría algo a ti? Eres terrible con él.

Él frunció el ceño. —Supongo que todavía piensas que puedes seducirlo para sacarle
información.

Ella suspiró con fuerza. —Creo que necesita elogios. Una oportunidad para presumir. Te vé
como su rival, y no hay forma de que él...—

Draco se puso de pie abruptamente, y arrojó su pergamino sobre el almohadón. —Es muy
temprano por la mañana para que estés psicoanalizando a mis amistades, Granger...—

—¡Son las diez y media!

—¿Y hasta qué hora me tuviste despierto anoche?

—Mañana por la noche en Edimburgo es la oportunidad perfecta. Flint no estará allí. Solo
necesito cinco minutos...—

Él se tronó el cuello y se alejó unos pasos. —No voy a dejarte sola en un cuarto con él...—

—¡No te estoy pidiendo que lo hagas!— Se puso de pie. —Qué te parece un Intercambio en
el Salón—. Era un término que había oído una o dos veces. A estas alturas ya podía adivinar
lo que significaba. —Solamente en los sillones, no en los cuartos.

Draco la fulminó con la mirada.

—Escúchame—, dijo, acercándose a él con cautela. —Theo acaba de tomar la Marca. Está
trabajando codo a codo con su padre y le encanta presumir de ello a cualquiera que quiera
oírlo. Creo que podríamos desviar la conversación fácilmente hacia los tatuajes.

—¿No crees realmente que él vería tus intenciones?

Hermione arqueó una ceja. —¿Con un poco de alcohol? No. Además, creo que ha estado
añorando la oportunidad de hablar de si mismo. Posiblemente durante años.

—Qué amable de tu parte al interesarte por él—. Dijo con sorna, y se pasó una mano por el
rostro. —No puedo simplemente ponerte a disposición para Intercambios y Compartidas. Se
correría la voz...—

—¿Qué tal una apuesta por única vez?— Ella avanzó un paso más. —¿Quizá otro juego de
cartas? Podrías apostar un Intercambio en el Salón.

Draco puso los ojos en blanco. —¿Y crees que Theo ganará?

—No necesita hacerlo. Tú solo tienes que perder—. Lo miró fruncir el ceño y desviar la
mirada hacia afuera de la ventana, como si estuviera buscando más razones para decir que no.
Una idea comenzó a brotar, y su corazón se aceleró a medida que acortaba la distancia entre
ellos. —Claramente eres el mejor jugador de cartas allí. No tengo duda de que puedes dar
vuelta al juego como mejor te parezca.

Los ojos de él titilaron en su dirección.

—Lo he notado la última vez que jugaste cartas con ellos—, murmuró, deslizando sus manos
alrededor de su cuello. —¿Solías jugar mucho a las cartas en los dormitorios?

—Un poco, si—. Él tragó saliva.

—Seguro ganaste un montón de apuestas—. Sus labios se inclinaron sobre su mandíbula, y


los brazos de él se deslizaron alrededor de su cintura. —¿Cual fue la mejor mano que
jugaste?

Él se aclaró la garganta. —Hubo un torneo en quinto año...— Se quedó inmóvil como una
piedra entre sus manos. —Granger, ¿me estás seduciendo?

Ella sonrió. —Así es. ¿Funcionó?

Él la alejó, y se pasó una mano por el cabello. —Eres una aficionada. No hay chance de que
Theo caiga con eso.

Ella resopló y golpeó su hombro. —¿Aficionada? ¡Te hice caer a ti!


Draco se apartó y se dirigió hacia la mesa. Se reclinó sobre ella y la miró con los ojos
entornados. Hermione frunció el ceño. Al parecer, había calculado mal.

—Draco, tengo que seguir esta pista. ¿Realmente quieres sentarte en esta biblioteca a
trasladar símbolos por los próximos dos años?— Lo vio desinflarse. —Tiene que haber una
mejor manera. Cualquier información que nos pueda dar Theo podría ser útil—. Se acercó a
él lentamente, con cautela. —Sé que puedes hacer tu parte, y yo haré la mía—. Se mordió el
labio. —Por favor.

Algo parpadeó en el gris. Él se cruzó de brazos y apretó la mandíbula. —Si esta idea
funciona, si él pierde y hacemos el Intercambio...— Sus ojos se endurecieron. —Nada de
besos.

Ella parpadeó. —No. No, claro que no.

—Ni en la boca, ni en el rostro—, continuó, como si tuviera una lista escrita en alguna parte.
—Sin manosear, nada de contacto piel con piel...—

—Eso sería un poco extremo...—

—No quiero sus manos en tu cuerpo.

Hermione lo observó, un rubor rosado coloreaba sus mejillas. Aparentemente la rivalidad con
Theo era más profunda de lo que había pensado. Ella asintió en señal de aceptación, y la
tensión en los hombros de él se relajó. Su mirada bajó hacia sus labios, y la tomó por un
brazo para acercarla más.

Ella se dejó arrastrar entre sus piernas, y las manos de él bajaron por su cintura para rodear
sus caderas y redondear su trasero con un apretón.

—Entonces, ¿cuál es el plan?— Preguntó, sin aliento.

—Blaise.

—¿Blaise?— Ella levantó la barbilla para mirarlo.

—Es un pésimo Legeremante, pero servirá.

Hermione pensó en lo que le había dicho Pansy. En la manera en que Blaise había protestado
porque Draco se exponía a que lo mataran. —Estoy segura de que le encantará.

—Mhm—. Él presionó suavemente sus labios contra los suyos. —Ahora, dime otra vez lo
bueno que soy jugando cartas.

Ella le sonrió, y luego se besaron hasta que Plumb apareció para preguntar si querían un poco
más de té.

~*~
El viernes por la tarde, Pansy había enviado un vestido negro de seda que se deslizaba por sus
muslos y caía bajo por su espalda. Tenía un escote modesto, casi hasta la clavícula, pero la
etiqueta en la percha, garabateada por Pansy, decía: Usar sin sostén. Había también un lápiz
labial rojo.

Hermione puso los ojos en blanco, se puso un sostén, y se deslizó el vestido por encima de
los hombros.

Por supuesto, el sostén se veía claramente en su espalda. No había forma de ocultarlo. No


conocía un hechizo para arreglarlo, y de ninguna manera le iba a preguntar a Draco.

Se quitó el sostén, y miró su reflejo. La seda se le pegaba al cuerpo, y sus pezones se


endurecían debajo de la tela fría. La curva de sus pechos y la punta de sus pezones resaltaba
perfectamente bajo la seda.

Resopló y fue a maquillarse y peinarse cuidadosamente, como Pansy le había enseñado,


segura de que Draco no podría tolerar el vestido una vez que lo viera.

~*~

Cuando Draco la vio con aquel vestido, no tuvo mucho para decir. De hecho, parecía como si
se le hubiera pegado la lengua al paladar.

Ella sintió el peso de su mirada mientras bajaba las escaleras con sus tacones y su collar
dorado. Al llegar a la base, él la escoltó hacia afuera con una mano sobre su espalda desnuda,
y la calidez de su palma le puso la piel de gallina.

Pero necesitaba concentrarse. Tenía una misión aquella noche. Y ella y Draco no podían
actuar como si algo hubiera cambiado entre ellos. A los ojos del mundo, él la había estado
empujando contra los estantes de la biblioteca, y aplastado su cuerpo contra ella durante
semanas.

(Mientras empujaba su lengua dentro de su boca con un gemido. Y buscaba sus ojos cada vez
que ella comenzaba a mover sus caderas contra él…)

La ráfaga de viento azotando a su alrededor al salir de la Mansión la hizo estremecer, y la


mano de él presionó su espalda con más firmeza mientras avanzaban por el camino.

Ella levantó la mirada hacia él mientras se acercaban al portón de hierro. —Entonces, ¿tú y
Blaise están listos?

—No estoy preocupado. Solíamos leer la mente de Theo en la escuela. Nos burlábamos de
sus fantasías.

—¿Eso es lo que le dijiste a Blaise, entonces? ¿Que quieres burlarte de él otra vez?— Draco
vaciló, y ella se congeló justo cuando se abría el portón. —¿Qué le dijiste, Draco?

Él se pasó una mano por el cabello. —Yo… le conté algunas cosas, Granger.

Una sensación aguda de alerta atravesó sus venas. —Draco...—


—Está todo bien—. Él la tomó por el brazo y la arrastró por la barrera, y antes de que pudiera
mirarlo con el ceño fruncido, habían Desaparecido para aterrizar en los adoquines de las
afueras de Edimburgo.

La condujo por la entrada de piedra y subieron las escaleras hacia el patio. Hermione apenas
tuvo un momento para parpadear frente a Charlotte, antes de que Draco la tomara por el codo
y comenzara a arrastrarla por el Gran Salón. Su mandíbula estaba tensa y sus pasos eran más
largos de lo habitual; al parecer no quería tener nada que ver con los otros invitados.
Hermione intentó echar un vistazo a su alrededor mientras él la llevaba con prisa, pero se
movían con tanta rapidez que no conseguía distinguir a ningún invitado nuevo. Sí pudo ver a
Dolohov y a Yaxley charlando con un par de hombres rígidos y pálidos que nunca había visto
antes.

Draco tiró de ella escaleras arriba hasta el salón comedor. Sus ojos aterrizaron en Theo, que
estaba besando el cuello de la misma chica Carrow de cabello negro de hacía semanas atrás.
Blaise estaba repantigado a la cabecera de la mesa, en el lugar donde Flint solía sentarse.
Mientras los muchachos saludaban a Draco, Pansy le dirigió una fría mirada de aprobación a
través de los ojos de Giuliana.

—¿Te ascendieron, Blaise?— Canturreó Draco.

Blaise tomó un dramático sorbo de su vaso. —Escuché que Flint no podría asistir esta noche,
así que me aproveché. Al que madruga, y todo eso.

—Qué vergüenza—. Draco se dirigió a la otra cabecera de la mesa, y la sentó en su regazo.

La seda del vestido se arrugó alrededor de sus caderas, y ella tiró de él para bajarlo mientras
se acomodaba.

Estaba mucho más cómoda en el regazo de Draco que durante su última visita. Luchó contra
el rubor que subía por sus mejillas mientras pensaba en cuán cómoda se sentía mientras el
brazo de él le rodeaba la cintura, y su mano se deslizaba por la seda que apenas le cubría la
espalda.

Ciertas formalidades habían comenzado a desaparecer en las cenas de Edimburgo. Las chicas
ya no se quedaban paradas contra la pared. En lugar de eso, había una socialización relajada;
las chicas caían instantáneamente en los regazos, y comían libremente. Sus ojos se movieron
de Mortensen, que estaba comiendo fruta de los dedos de Pucey con una mueca, hasta Susan,
que todavía estaba apretada entre los brazos de Goyle. La Chica Carrow de Theo se inclinaba
para servirse una copa de vino y se reía con otra Chica Carrow en el regazo de Bletchley.

Una vez que estuvieron acomodados, la voz de Draco se elevó por encima del resto. —¿A
alguien le apetece una partida de cartas esta noche?— Hizo una floritura con la mano, y la
caja con las cartas y los dados apareció. Los muchachos vitorearon y golpearon la mesa.

—¿Estás listo para entregar tus secretos esta noche, Draco?— Se burló Montague.

—Ya veremos, Graham. Intenta ofrecer algo que valga la pena saber esta vez.
Hermione giró en el regazo de Draco para ver toda la mesa. Draco repartió las cartas,
deslizándolas mágicamente a través de la mesa hacia cada jugador. Empieza el juego el
asiento a la derecha del que reparte, por lo que Higgs lanzó los dados y el juego comenzó.

Después de dos rondas, Goyle estaba fuera, contento de poder succionar el cuello de Susan
sin interrupciones. Blaise se retiró temprano, quejándose de sus cartas. Hermione lo miró por
debajo de las pestañas, y pudo captar alguna que otra mirada sostenida hacia Draco. Una sutil
inclinación de cabeza, o un tamborileo en sus dedos. La primera ronda de apuestas comenzó,
y cuando Bletchley perdió la siguiente ronda, reveló lo que había escuchado decir a un
guardia de Hogwarts.

—Conozco la mayor espina en el costado de Umbridge. Los malditos elfos domésticos—,


anunció, ante los sonidos de risa e incredulidad. —Demoran en responder a su llamado,
sirven comida espantosa. Simplemente desobedecen todo.

Draco tomó su copa de vino y dijo: —Tal vez Granger aquí tenía la idea correcta al intentar
liberarlos a todos.

La mesa rió, y ella apretó los labios mientras Draco comenzaba a repartir la siguiente ronda.
Se percató de que Blaise estaba pasando más tiempo sosteniendo la mirada de Theo.

Theo perdió en la siguiente ronda. Se enteraron de que Yaxley y Dolohov estaban recibiendo
dignatarios de Bélgica esa noche, trabajando para ganarse su lealtad al Señor Tenebroso.

Pronto tendrían rodeada a Francia por todos lados.

Hermione mordisqueó una rebanada de queso para mantener su estómago tranquilo.

Finalmente llegó la partida en la que Draco comenzó a fanfarronear. No lo habría podido


adivinar por sus cartas, pero pudo sentir un ligero toque de su pie derecho. Montague,
Warrington, Higgs, y Bletchley se retiraron. Blaise continuó subiendo la apuesta con él, pero
cuando Pucey y Derrick se retiraron, Blaise los siguió. Solo quedaban Theo y Draco.

—Apostaré un poco acerca de Suiza—, anunció Draco.

—Todos saben que tu tía está arruinando las cosas allí—, dijo Pucey con un bufido. —¿Hay
algo que no sepamos?

—Yo diría que si—, Draco le pasó el pulgar por la espalda desnuda. —Me gustaría saber
cómo le está yendo al pobre Ted Nott con la tarea de romper el Límite de Aparición en
Francia. Ha estado atrapado allí por… cuánto, ¿dos meses ya?

—Él sigue volviendo a casa—, espetó Theo. —De hecho, justo esta semana...— Sus mejillas
ardieron instantáneamente. —No puedo compartir detalles delicados acerca de su misión.

—¿Ah no?— Draco se encogió de hombros y tomó un sorbo de vino. —Entonces puedo
asumir que tus cartas no son tan buenas.

Los muchachos rieron ante la mirada furiosa de Theo. —Tu secreto también es una mierda.
¿Por qué querría apostar contra ti?
—La verdad es que no deberías.

—¡Ey, Draco!— Llamó Blaise. —Si realmente quieres saber acerca del Límite de Aparición,
deberías ofrecerle a Theo una probadita de Granger, igual que a Flint.

Draco le sonrió con desprecio. —Eso no sucederá.

—Vive un poco, amigo. Eres más estricto que Umbridge—. La mesa aulló. —¿Qué tal un
Calientapiernas? Tal vez Cassandra y Granger podrían cambiar de lugar por una noche en el
Salón—. Blaise le guiñó un ojo. —Puedes mantener moderada la cosa, por supuesto.

Hermione tragó saliva, y giró para mirar a Draco. La furia irradiaba de él mientras miraba a
Blaise con el ceño fruncido. Era realmente un excelente actor.

Los muchachos estaban aporreando la mesa, incitándolo. Draco los mandó a callar con un
ademán.

—Supongo que tus cartas no eran tan buenas, ¿eh, Draco?— Blaise rodeó la cintura de
Giuliana con sus brazos, y Hermione descubrió los ojos de Pansy mirándola.

—Tengo una muy buena mano.

Blaise se inclinó hacia adelante. —Entonces demuéstralo.

Se hizo un denso silencio. Varios minutos después, Draco suspiró. —Está bien.

La mesa estalló. Theo se veía algo sorprendido, pero se recuperó rápidamente. —Un
Intercambio de Calientapiernas, entonces—, dijo. —¿Estás de acuerdo, amor?— Su chica se
rió, echando el cabello por encima del hombro. Hermione tomó un sorbo de vino.

—Nada de besos en la boca—, dijo Draco bruscamente. —Ni tocar debajo de su ropa—. Los
muchachos soltaron gruñidos, y Theo sonrió. —Esos son mis términos. Voy a usarla cuando
volvamos a casa, y preferiría no tener que lavarle la boca antes.

—Bien—. Theo recogió los dados y dejó que la chica soplara la punta de sus dedos antes de
arrojarlos. Bajaron las cartas. Y Draco perdió… por poco.

Los muchachos vitorearon y saltaron en sus sillas, sacudiendo los hombros de Theo y
haciendo chocar sus copas. Draco soltó una maldición.

Apenas podía creer lo bien que había salido el plan, incluso mientras era arrastrada del regazo
de Draco y arrojada en brazos de Theo. Él esbozó una amplia sonrisa, la victoria se alzaba
sobre él, y deslizó un brazo alrededor de su cintura.

Se encaminaron hacia el Salón, mientras los muchachos daban empujones a Draco y le


ofrecían falsas condolencias.

—La mantendré caliente para ti, Draco—, dijo Theo, sonriendo mientras pasaban.
Hermione miró a Draco por encima del hombro, y vio a la chica de Theo deslizando una
mano alrededor de su codo, batiendo sus pestañas. Apartó la mirada.

Entraron al Salón, Theo se ubicó en el sillón en el que Draco solía sentarse con ella y la sentó
en su regazo. Blaise y Pansy se ubicaron en el sofá adyacente, con Pucey y Mortensen en el
extremo opuesto, mientras veía que Draco se sentaba frente a ella y Theo, y ubicaba a la
chica en su regazo. La muchacha se balanceó con gracia, arrimándose a él.

Los dedos de Theo recorrieron su espalda, y Hermione se sobresaltó, recordándose a sí


misma. —¿Champagne?

Hermione sonrió y asintió, inclinando la cabeza hacia atrás mientras él inclinaba la copa
sobre sus labios. Le vendría bien un poco de coraje líquido.

—Tranquila, Granger—, rió Theo, chasqueando los dedos hacia una Chica Carrow para pedir
otra copa. —¿Desde cuándo bebes tanto?

Hermione hizo un puchero. —¿Desde cuándo apuestas tanto?

—Todavía peleadora, por lo que veo—. Tomó un largo trago, mirando por encima de su
hombro. —¿Quieres ponerte un poco más cómoda?

La música zumbó en sus oídos, tragó saliva. —Por supuesto. ¿Cómo debería…?

Su mano libre cayó sobre su muslo. —¿Por qué no te colocas de frente a mi?

Ella respiró hondo y se movió, preparándose para sentarse a horcajadas de él. No se


permitiría pensar en la forma en que su vestido se le subía por el trasero, ahora directamente
en la línea de visión de Draco.

Escuchó una carcajada mientras se movía. Echó un vistazo por encima del hombro y
vislumbró un cabello sedoso inclinándose sobre un flequillo rubio. La Chica Carrow también
estaba a horcajadas de Draco.

Se volvió hacia Theo y le pasó los brazos alrededor del cuello. —¿Sueles ganar siempre a las
cartas?— Ronroneó.

Él la miró, como si recordara de repente que ella estaba allí. —Eh, si—. Su pecho se hinchó.
—Me gusta la estrategia, ese tipo de cosas.

Oh, esto iba a ser fácil.

—Mhm—. Se inclinó más cerca de su oreja. —¿Qué tipo de estrategia?

Se pasó los siguientes quince minutos escuchando a Theo hablar acerca de Ajedrez Mágico y
apuestas de Quidditch. Las manos de él descansaban sobre sus caderas, y de vez en cuando se
deslizaban por su espalda desnuda, pero ella no podía evitar sentir que sus caricias eran
superficiales. Intentó mover sus caderas al ritmo de la música una vez, vacilante, pero él le
dirigió una mirada extraña que la hizo frenar en el acto. Así que decidió mejorar su juego
incrementando los elogios. Podía verlos aterrizar sobre él, con una sonrisa infantil tras otra.
—En la escuela también siempre fuiste inteligente—. Se puso un mechón de cabello detrás de
la oreja. —¿Ayudas mucho a tu padre con sus misiones? He oído que siempre está trabajando
en proyectos terriblemente difíciles.

—Si, un poco—. Theo se movió para tomar su copa, envolviendo sus brazos alrededor de su
espalda para sostenerla. —Lo he estado asistiendo. Apuesto que más de lo que le permiten a
Malfoy.

Hermione soltó una carcajada, y giró para mirar a Draco; descubrió los ojos de él lanzando
rayos hacia la mano de Theo en su espalda. La chica le frotó los hombros, redirigiendo su
atención hacia ella. Hermione frunció el ceño y se volvió hacia Theo.

—Tu padre debe confiar realmente en tus habilidades, entonces—, dijo, pasando sus manos
por encima de sus hombros.

—Si, si, así es—. Tomó un sorbo de champagne.

—¿La biblioteca de la Mansión Nott es tan grande como la de la Mansión Malfoy?

—Está igual de abastecida y es casi del mismo tamaño—. Sonrió con burla. —Sabes, la única
razón por la que la gente se toca pensando en la Mansión Malfoy es por los pavos reales.
Nuestra superficie es la misma. Lo he comprobado.

—Solo puedo imaginarla—. Hermione se mordió el labio. —Me gustaría verla alguna vez,
pero—, levantó su brazo izquierdo y se encogió de hombros con resignación.

Theo asintió con un murmullo, simplemente observándola.

—Realmente son una pieza de magia brillante, sabes—, continuó con ligereza. —Los
tatuajes. No había visto nunca nada así.

—Lo son—. Theo sonrió con suficiencia. —Es magia muy oscura, Granger. No podrías haber
leído sobre ella en Hogwarts.

—No, dudo mucho que lo hiciera—. Una risita llegó hasta su oído, y echó un vistazo por
encima del hombro para descubrir a Draco susurrando en la oreja de la muchacha,
enroscando un mechón de cabello en su dedo. Sintió que le hervía el pecho. Volvió
rápidamente la vista hacia Theo. —¿Qué sabes sobre ellos?

El efecto fue instantáneo. El cuerpo de Theo se puso rígido debajo de ella. Su mirada se
dirigió a Draco y luego de vuelta hacia ella, y sus labios se curvaron. La puso de pie
abruptamente.

—Bueno, esto fue divertido—, sonrió. —Pero creo que me voy a ir—. Se volvió hacia Draco.
—Gracias por el Intercambio. Tiene un trasero divino.

Hermione parpadeó hacia su espalda en retirada. Él los había descubierto. Ella había fallado.
Antes de que pudiera pensar más, Draco estaba a su lado, tomándola del brazo.
—Es hora de que nosotros también nos retiremos—. Se volvió para dar las buenas noches a
sus amigos, con la máscara de arrogancia todavía puesta en su lugar.

El pavor la aguijoneó a través de la sorpresa mientras Draco la arrastraba fuera de la


habitación. Si Theo los había descubierto, las cosas podían ponerse mal. Muy mal. Draco no
la dejaría ejecutar sus propias misiones nunca más. Tal vez deberían echarle un Obliviate...

Draco apretaba su brazo con fuerza, mientras la conducía hacia las chimeneas. Tragó saliva y
susurró. —¿Deberíamos ir tras él?

—Ya hiciste suficiente por una noche, Granger—, espetó.

Ella levantó la mirada hacia él, esperando su enojo, y sus ojos cayeron en una mancha de
labial sobre su cuello. De la Chica Carrow. Vio rojo de furia mientras atravesaban la red Flu.

Llegaron por las chimeneas de su habitación, y él soltó su brazo y se volvió hacia ella. —Y
bien, ¿valió la pena?

—¡No quiero escucharlo, Draco!— Se quitó los tacones y se arrancó el collar. —Estaba así
de cerca, y habría podido obtener algo si tu chica no hubiera sido tan ruidosa como una
banshee. Si organizamos otro Intercambio...—

—No hay una puta chance—, gruñó. —Tengo que limpiar este desastre, como siempre supe
que lo haría...—

—¡Ah! ¡Gracias por el voto de confianza!— Levantó los brazos en el aire. —Sabía que no
habías confiado nunca en mi...—

—Deberías haberte limitado a hablar. Intentar besar su cuello y jugar con su cabello como
una maldita...—

—Oh, siento no tener tanta experiencia en quitarle los calzones a la gente con mi encanto
como tu, Draco...—

Él avanzó hacia ella y apuntó un dedo a su rostro. —Tuviste tiempo suficiente, pero en lugar
de eso te pasaste toda la noche frotándote contra él...—

Ella apartó su mano de una palmada. —No podía comenzar con un maldito interrogatorio,
¿no crees? La última vez que revisé, tu estabas ocupado pasando tus manos por encima de
Clara...—

—Cassandra—, corrigió él. Y ella sintió que su piel ardía en llamas.

—Ah, Cassandra—, siseó. —Por supuesto. Me alegra que hayas tenido la oportunidad de
aprender su nombre, ¡mientras la manoseabas!

Él avanzó hacia ella, acorralándola contra la pared. —Bueno, tal vez si hubieras pasado
menos tiempo ronroneando en la oreja de él y dejando que sus manos te acariciaran el
trasero...—
—No hice tal cosa...—

—…entonces no estaríamos en esta situación...—

—¡Estaba cerca de ganármelo, y es tu culpa que nos interrumpieran! Tal vez podrías invitarlo
a la Mansión para que pueda terminar el trabajo...—

Él la tomó por los brazos, apretándola contra la pared. —No volverás a acercarte ni a un
kilómetro de él—. Sus ojos brillaron, y ella sintió su aliento en el rostro.

—Si tu vuelves siquiera a mirar a esa chica de nuevo, yo...—

Él la besó, furioso y mordaz. Sus manos aferraron la cintura de él, y enterró las uñas en su
túnica mientras su lengua empujaba dentro de su boca. Ella le devolvió la intensidad,
jadeando y sumergiéndose entre sus labios.

Sus brazos estuvieron libres solo por un momento antes de que las manos de él se deslizaran
alrededor de su espalda, acercándola aún más. Ella se puso en puntas de pie y entrelazó los
dedos en su cabello, usando sus dientes y su lengua para verter la ira dentro de su boca.

Apartando sus labios de los suyos, él le rozó la mandíbula con los dientes, jadeando contra su
cuello y succionando el pecado de su piel. Ella gimió, mientras las manos de él se deslizaban
hacia abajo por encima de la seda, subiéndola por sus caderas y aferrando su trasero. No
había nada entre su piel y sus dedos codiciosos, más que el encaje de sus bragas, algo que
debió haberlo deleitado, porque comenzó a amasar sus nalgas con sus dedos, gimiendo desde
el fondo de su garganta.

Ella mordió el lóbulo de su oreja, y las caderas de él se movieron hacia adelante, apretándola
contra la pared, con sus manos todavía en su trasero. —Joder—. Podía sentirlo, duro y
pesado contra su estómago.

Su cuerpo se estaba retorciendo, buscando algo. Algo que él podía darle.

Pero él se detuvo, dejó de apretar y de amasar. Ella arrastró su rostro de vuelta hacia el suyo,
besando su mandíbula, su mejilla, hasta que encontró sus labios otra vez. Él respiró con
dificultad contra su boca, como si estuviera intentando controlarse, contenerse.

Ella no quería que lo hiciera.

Deslizó los dedos por su cuello y soltó el primer botón de su camisa. Él apartó el rostro de su
cuello, y sus ojos estaban negros al clavarse en los suyos. Ella se lamió los labios y abrió el
segundo botón. Los dedos de él apretaron su trasero de nuevo.

Él bajó la mirada hacia ella, con los ojos curiosos y encendidos. Estudiándola.

Los celos que la habían encendido unos segundos atrás se habían calmado, y de repente se
sintió muy consciente de su cuerpo contra el suyo, de la cercanía de sus dedos con su centro.
Él le estaba haciendo una pregunta, esperando que ella le dijera lo que quería.
Se mordió el labio, y cuando abrió el siguiente botón, él contuvo el aliento, y sus ojos
parpadearon. Ella se sonrojó. —Tal vez no… no todo, pero… ¿más?

Él asintió, con la boca abierta por el asombro, y se inclinó para besarla otra vez. Ella le pasó
los brazos alrededor de los hombros, apretando su pecho contra el suyo. Mientras él la
besaba, más despacio, hirviendo a fuego lento, sus manos se deslizaron por su trasero hasta
sus caderas, siguiendo el encaje de sus bragas. Ella suspiró cuando sus pulgares acariciaron
su estómago desnudo.

La lengua de él danzaba con la suya, y sus dedos se movieron poco a poco hacia arriba,
deslizándose hacia sus costillas. Ella apretó los muslos, anhelando la pierna de él entre ellos,
pero sin atreverse a pedirlo. Sus cálidas manos enviaban escalofríos a través de su piel, y sus
pechos se irguieron como picos, suplicando.

El primer roce de sus dedos en la hinchazón debajo de sus senos los hizo gemir a ambos. Sus
dos manos rodearon las curvas exteriores, deslizándose entre ellos debajo de la seda del
vestido. Sus rodillas temblaron cuando sus pulgares encontraron sus pezones, y los frotaron
suavemente, como si algo dentro de ella se hubiera derretido y licuado, fluyendo hacia el sur.

Sus pulgares giraron y trazaron círculos, y su boca se movió hacia su cuello, gimiendo al
mismo tiempo que empujaba sus caderas contra las suyas. Su aliento era irregular, jadeando
rápidamente y gimiendo su nombre sin permiso.

Sus pulgares acariciaron con más firmeza. Sus senos llenaban sus dedos. Y sus caderas
empujaban con más fuerza.

El mundo entero podía estallar sobre ellos ahora, y ella lo ignoraría. Ella necesitaba esto. Él
necesitaba esto.

Sus brazos se deslizaron de sus hombros hasta su cinturón. Él soltó una maldición contra su
cuello cuando ella lo desabrochó, y levantó la cabeza para apretar su frente contra la suya.

—Granger...— Los temblorosos dedos de ella desabrocharon los botones. Él hizo una pausa.
—Tu no...—

Ella tomó su mano en retirada y la arrastró de vuelta hacia su pecho. —No te detengas.

Las pupilas de él no tenían fondo, y sus ojos estaban vidriosos mientras la tocaba. Su otra
mano aferró su cadera, y ella siguió abriendo sus botones.

—Granger. Joder.

Ella deslizó una mano entre ellos, sin estar del todo segura de qué hacer, pero con algunas
conjeturas. Cuando sus dedos se deslizaron por encima de sus calzoncillos y ahuecaron el
bulto que había allí, los ojos de él parpadearon hasta cerrarse.

—Joder. Merlín, joder.

Él aferró su muñeca, sosteniendo su mano encima suyo mientras movía las caderas contra
ella. Ella se quedó quieta mientras contemplaba con asombro como Draco Malfoy montaba la
palma de su mano como si fuera el más exquisito placer que hubiera tenido en su vida.

Sus labios cubrieron los suyos, soltando un gemido largo y bajo en su garganta mientras
empujaba contra ella y apretaba sus senos. Ella gimió, palpitante y anhelante y cabalgando el
pico de su placer.

Justo cuando pensaba si debería estar haciendo algo más, el cuerpo de él se tensó, y un
suspiro brotó de sus labios. Su miembro tembló bajo su mano, y ella lo sintió acabar a través
de la tela de su ropa interior.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos, sus venas cantando y su piel vibrando. Los ojos de él
estaban fuertemente cerrados, y sus labios tallados en una deliciosa “o”. Lentamente recuperó
el aliento, y antes incluso de abrir los ojos, comenzó a murmurar. —Lo siento. Lo siento, no
debería haber...—

No le permitiría escapar. No esta vez. No cuando ella todavía estaba suspendida entre su
placer y el suyo.

Los ojos de él se abrieron de golpe, y le soltó la muñeca. —Lo siento...—

—Tócame—, suplicó. —Por favor.

La mirada de él se enfocó. La miró boquiabierto, observando sus ojos, sus labios, su pecho
agitado.

—Draco, por favor. No pares.

Su mano abandonó su pecho, deslizándose hacia el encaje alrededor de sus caderas,


sumergiéndose en su centro empapado.

—Oh, joder—, gimió. La frotó apenas un poco. Ni siquiera lo suficientemente cerca.

—Por favor...—

Sus dedos se deslizaron bajo el encaje. Las manos de ella saltaron hacia sus codos,
aferrándolo mientras se balanceaba. Él deslizó un largo dedo entre sus pliegues húmedos, y
se sentía mucho mejor que el suyo propio. Se mordió el labio para mantenerse callada, pero
cuando él alcanzó su clítoris, sus piernas temblaron y gritó su nombre.

Enterró la cabeza en sus hombros, sabiendo que su rostro estaba tenso y retorcido de doloroso
placer. Él le tomó la barbilla con su mano libre y la inclinó de regreso hacia él.

—Mírame cuando acabes.

Ella abrió los ojos y encontró su mirada ardiendo en ella. —Por favor—, murmuró, trazando
círculos en su clítoris.

Los ojos de ella rodaron hacia atrás.

—Eres un puto sueño, ¿sabías eso?


—Draco...—

Él se tragó las palabras, su boca ardiente y despreocupada.

Él aceleró sus dedos, probando qué funcionaba para ella, pero parecía ser que cualquier cosa
funcionaba para ella porque se estaba retorciendo más y más, hasta el punto en que la cuerda
dentro de ella se cortaría y la dejaría en pedazos.

Tomó una bocanada de aire, y Draco se apartó para mirar su rostro.

—Oh dios oh dios oh dios...—

—Vamos, Granger. Justo así.

El ritmo de sus dedos no se detuvo, moviéndose rápidamente encima de su clítoris, y justo


cuando comenzó a gemir, se obligó a abrir los ojos como él le había pedido.

Acabó con la oscura mirada gris de Draco ardiendo adentro suyo, memorizándola como si
nunca fuera a tener esa oportunidad de nuevo. Su cuerpo estalló, sus dedos apretaron su
camisa, y sus rodillas se doblaron mientras él la sostenía en pie.

Su aliento era caliente contra sus labios a medida que se estabilizaba gradualmente. Respiró
hondo mientras sus piernas la volvían a sostener, y él la besó cuidadosamente una vez.

—¿Alguna vez alguien te había tocado así?— Susurró. Ella parpadeó, y él rápidamente se
cerró, recordándose a sí mismo. —Lo siento. Eso no importa...—

—No—, dijo ella con voz ronca. —Solo tú.

Draco tragó saliva. Retiró lentamente la mano de sus bragas, y le sostuvo las caderas,
mirándola como si no hubiera nada más que decir

Tap, tap, tap.

Ambos dieron un salto. El resto del mundo volvió a ella en un destello de luz y color,
desestabilizándola.

Draco giró hacia la ventana. Un hermoso búho negro estaba picoteando el cristal.

Él la miró una vez antes de moverse para abrir la ventana. Tomó la carta y le arrojó una
golosina a la lechuza antes de abrirla.

La sangre fluyó hacia sus orejas mientras lo miraba leer, esperando.

—Es de Theo—. Su boca era una delgada línea. —Quiere conversar cuanto antes—. Levantó
la mirada hacia ella. —Con los dos.

Hermione se tambaleó, y el peso completo de los eventos de esa noche volvieron a ella. —
¿Ahora?— Dijo, con voz ronca. —¿Iremos ahora?
Él la miró. Debía estar hecha un desastre, si se guiaba por las mejillas arreboladas y los
pantalones desabrochados de él. Él asintió

Ella se pasó los dedos por el cabello, el corazón le latía con fuerza. —Draco, lo siento, yo...

—Lo tengo bajo control.

—Pero...—

—Confía en mi. Vamos a contener esto.

Ella hizo silencio. Él murmuró un hechizo para limpiarse a si mismo, y cuando se abrochó los
pantalones, ella se sorprendió al descubrir que estaba medio erecto otra vez. Sonrojándose,
giró rápidamente para colocarse los zapatos. Hizo una mueca mientras se alisaba el vestido.
Sus ropa interior se sentía como si hubiera sido sumergida en agua jabonosa.

—Puedo...— Se aclaró la garganta. —¿Podrías convocar un par de bragas limpias para mi?

Él parpadeó hacia ella, y luego sus ojos se oscurecieron. Agitó su varita, y un par de bragas
de encaje negro aparecieron en el escritorio junto a ella. Volviéndose de espaldas a él, se
quitó las que tenía y se puso las nuevas. Hizo una bola con el par sucio, incapaz de enfrentar
sus ojos. —Yo solo… pondré esto en mi cuarto...—

La mano de él salió disparada, arrancando el encaje de sus dedos y arrojándolo sobre sus
sábanas. —Yo las tomaré—. Aferró su brazo y la guió hasta la chimenea.

—Ah—, chilló. —Puedo lavarlas yo misma...—

—No voy a lavarlas, Granger—. Su voz era grave y peligrosa, y entonces tiró de ella para
atravesar la red Flu.

Una ola de calor atravesó su cuerpo, pero fue rápidamente extinguida por la aprensión cuando
salieron de las flamas hacia un gran vestíbulo. El humo se aclaró, y descubrió a Oliver Wood
inclinado sobre un costado, con un brazo en cabestrillo, y un ojo morado y cerrado por la
hinchazón.

Hermione soltó un grito ahogado.

Oliver asintió, e hizo un gesto para que lo siguieran, como un elfo doméstico, enviado a
recibir a las visitas. Ella parpadeó, y sus emociones hirvieron y se arrebataron, luchando por
tomar el control.

Siguieron la figura que cojeaba hasta una gran puerta doble. Oliver siempre había sido alto y
musculoso. Nunca lo había visto tan delgado y roto. La ira se apoderó de su pecho, sofocando
sus pulmones. No había pensado que Theo fuera capaz de esa clase de crueldad.

Oliver los guió a través de las puertas, y se movió hacia la pared junto a la entrada mientras
Draco y Hermione entraban en la sala de estar. Un Theo con cara de piedra se levantó de una
enorme silla, con un vaso de whisky en una mano.
—Así que—, comenzó Theo con frialdad. —Tú y tu puta quieren saber más acerca de los
tatuajes, ¿verdad?

El aliento de Hermione se cortó, y sintió que Draco se tensaba junto a ella.

Un resoplido por lo bajo. —No tengo idea de lo que estás hablando. Si ella te ha hecho
alguna pregunta inapropiada esta noche, estaré feliz de disciplinarla.

—Disciplinarla—, murmuró Theo contra su vaso. —No dejas que nadie se acerque a un
metro de ella, ¿y esperas que te crea que accidentalmente la perdiste en una apuesta esta
noche? Lo habría descartado si no hubiera sido por su torpe sondeo...—

Hermione abrió la boca, pero Draco apretó su muñeca.

—Y hablando de sondeo—, siseó Theo. —Tengo una terrible jaqueca, a pesar de no haber
tomado más que un vaso o dos—. Apuntó a Draco con un dedo. —Tu y Blaise me han estado
jodiendo otra vez, ¿no es así? Como solían hacer con sus malditos trucos mentales...—

—Theo, son las dos de la mañana—. Draco soltó un suspiro de sufrimiento. —¿Tienes algún
punto más allá de estas locas acusaciones?

—Sé que estás planeando algo, Draco. Si mi padre se entera de que has estado haciendo
preguntas...—

—Está bien—, lo interrumpió Draco con tono aburrido. —Tienes razón. Estoy investigando
los tatuajes—. Hermione parpadeó hacia él, atónita. Él dio un paso al frente. —Pero solo
porque estoy teniendo problemas con el suyo. La semana pasada, el tatuaje le permitió cruzar
el límite con apenas un poco más que un shock. Estoy intentando arreglar el error de tu padre
para que mis sesenta y cinco mil galeones no se escapen a mitad de la noche.

Theo lo fulminó con la mirada. Luego soltó un sonoro bufido. —Merlín. Estás perdiendo tu
toque. No te había escuchado mentir tan mal desde que estábamos en la escuela.

Theo bajó el vaso de whisky y lo dejó sobre la mesa. Oliver cojeó por la habitación para
recojerlo, y el corazón de Hermione se quebró con cada paso.

—Estaba intentando hacerte un favor buscándolo por mi cuenta—, dijo Draco con frialdad.
—Pero si prefieres que le informe al Señor Oscuro que otro de los proyectos de tu padre está
fallando...—

—¿Me estás chantajeando?— Gruñó Theo.

Draco esbozó una sonrisa baja y felina. —Esa es una palabra bastante poco delicada, pero
supongo que si. Y hablando de chantaje, Cassandra y yo hemos tenido una encantadora
conversación esta noche acerca de lo que sucede en los cuartos privados… o mejor dicho, lo
que sucede al día siguiente, cuando sobornas a los guardias para que se la lleven a su casa...

—Ella no lo haría.
—Son increíbles las cosas que uno puede aprender con un poco de suero de la verdad—.
Hermione giró la cabeza para mirar a Draco, y él sonrió. —Siempre consigue ventaja,
Granger.

—¡Wood!— Gritó Theo. —Déjanos.

Se hizo un helado silencio en el cuarto mientras Hermione intentaba recuperarse del latigazo
de los últimos diez segundos. Vio a Oliver salir cojeando y cerrar la puerta detrás de si. Theo
y Draco se sostenían la mirada en una feroz competencia.

Theo se apartó primero. Frunció los labios y tomó un trago, sacando un libro del bolsillo
interior de su chaqueta.

—Lo único que puedo decir con certeza—, dijo en voz baja, —es que mi padre estaba
decidido a poner sus manos en cada copia de este libro después de haber creado los tatuajes.
Viajamos a lo largo de toda Europa siguiéndoles el rastro y destruyéndolos o eliminando
algunas secciones—. Se acercó a ellos, mirando el libro en su mano como si pudiera hacerle
daño. —Se suponía que yo debía destruir éste—. Sus ojos se fijaron en los de Hermione. —
Él me matará si se entera que te lo di a ti.

Y en lo que pareció ser una cámara lenta, Theo extendió el brazo y le entregó un conocido
libro con el nombre de Jeremiah Jones en la portada. Ella jadeó y lo tomó, pasando las
páginas.

Era una copia completa. Sin páginas arrancadas. Y en el centro, unas treinta páginas doradas.
La clave para descifrar el código del Rastreador.

—Entonces sabes lo que es—, confirmó Theo. —Sabes cómo usarlo.

Ella levantó la mirada abruptamente, y justo cuando abría la boca para agradecerle, Draco le
quitó el libro de los dedos. Miró a Theo con el ceño fruncido.

—¿Por qué?— Preguntó.

Theo apretó los labios y enfrentó la mirada de Draco. —Granger va a descifrar esos tatuajes.
Sabes que lo hará. Probablemente sea la única que puede hacerlo.

Hermione sintió una chispa de esperanza en el pecho, palpitando y ardiendo.

—Y cuando lo haga...— El tono de complicidad Slytherin ensombreció su tono mientras


giraba otra vez hacia ella. —Debes prometerme que sacarás a Oliver.

Ella separó los labios, y la simpatía inundó sus venas.

—Lo antes posible. En la primera ola—, aclaró. —Las cosas han empeorado para él con el
estado mental de mi padre. Sus fracasos...— Theo tragó saliva y parpadeó rápidamente. —Él
descarga todo en Oliver.

—Lo juro—. Apretó el diario contra su pecho. —Me aseguraré de que Oliver sea prioridad.
Los ojos de Theo se endurecieron cuando finalmente miró a Draco.

Él asintió una vez. —Lo juro.

Theo asintió también, apretando la mandíbula. —Así que la estás ayudando—, dijo él, en
confirmación. Cuando Draco no respondió, un destello de preocupación le cruzó el rostro. —
Ten cuidado. Vas a hacer que te maten.

Draco inclinó la cabeza y le dirigió una sonrisa irónica. —Supongo que igual que tu.

Tomó a Hermione por el brazo y la guió hacia afuera, pasando a Oliver justo al otro lado de
la puerta, con los ojos bajos. Ella miró hacia atrás mientras Draco arrojaba el polvo Flu, y vio
a Theo inclinarse contra el marco de la puerta para verlos partir, sus dedos se estiraron para
tomar los de Oliver mientras ellos desaparecían entre las llamas verdes.

Chapter End Notes

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Chapter 25
Chapter Notes

Nota de Autor

Gracias a SaintDionysus y raven_maiden por estar a mi entera disposición.

Este capítulo es para mi querida amiga Lucy. <3

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Las llamas lamieron sus piernas al atravesar el fuego hacia el cuarto de Draco. Hermione bajó
la mirada hacia el diario; la portada de cuero estaba raída y gastada, el pergamino suave por
los años. Sus dedos lo aferraron con fuerza, y ella parpadeó. Pasó las páginas que nunca antes
había visto, revisándolo para asegurarse de que fuera real.

La clave para el código de los Rastreadores le devolvía la mirada. Respiró temblorosamente,


pasando las páginas hasta que su visión se volvió borrosa. Lo habían logrado. Habían
obtenido la información que necesitaba. Era más de lo que se hubiera atrevido a desear.

Giró hacia Draco, sintiendo que la energía la recorría. Él estaba de pie con las manos los
bolsillos, observándola.

—Sabía que funcionaría—, dijo, sin aliento.

Él arqueó una ceja. —Pero no lo hizo. Tu fallaste al seducirlo para obtener la información...

—Igual conseguí que compartiera lo que él sabía...—

—¿Tu conseguiste que entregara ese libro? Si yo no hubiera tenido la previsión de...—

—…usar un suero de la verdad en una chica indefensa?— Lo fulminó con la mirada. —Si, no
debemos olvidar esa parte.

Draco resopló. —Hace una hora, no le hubieras dedicado una escupida ni aunque estuviera en
llamas, pero ahora sientes que ha sido tratada de manera injusta…—

—Hubiera esperado que me informaras de un plan semejante...—

—Te consiguió tu maldito diario, ¿no es así?

—¡No, no lo hizo! Él nos invitó porque ya tenía planeado decírnoslo...—


—Él estaba analizando la situación, y si no yo no hubiera obtenido una ventaja, él podría
haberlo usado contra nosotros...—

—¡Estás equivocado! ¡Él nos lo dio porque se preocupa por Oliver!

—No importa—. Draco se pasó una mano por el cabello. —Ya tienes el diario ahora.

Ella frunció los labios y pasó los dedos por encima de las páginas otra vez. Su mente
comenzó a zumbar rápidamente, y su irritación desapareció. —Es galo—, dijo después de
unos momentos. —El séptimo grupo está basado en runas galas—. Se mordió el labio, y echó
un vistazo al reloj encima de la chimenea. Eran las dos y media de la mañana, pero estaba
más que despierta.

—Enviaré café a la biblioteca—, dijo él, poniendo los ojos en blanco. —Vé.

Ella le ofreció una rápida sonrisa, y luego corrió por la puerta y escaleras abajo. A los diez
minutos ya había llenado de diarios, pergamino, y tinteros la mesa de la biblioteca, y estaba
bebiendo su primera taza de café y masticando una galleta.

Trabajó durante toda la noche, asombrada por la manera en que funcionaba el código. Solo
tenía que visualizar una runa y presionar el pergamino con los dedos, y las letras y las figuras
se reorganizaban a si mismas, trayendo el carácter en cuestión a la parte superior de la
página. Garabateando como loca para desenredar los símbolos que había estado mirando
fijamente durante meses, sentía que su mente daba vueltas por la emoción de trabajar en un
problema, y todos los pensamientos y preocupaciones acerca de Oliver y Theo iban
desapareciendo.

Una vez que los rayos del sol comenzaron a asomar a través del ventanal, revisó su progreso.
Había traducido una página entera del diario de Tolbrette, una velocidad casi cinco veces más
rápida que la normal. La alegría la invadió, hasta que sus ojos se encontraron con los diarios
que quedaban.

Solo estaba unos centímetros más cerca de descifrarlos a todos. Y todavía estaba el problema
de todas las páginas desaparecidas. Tendría que llenar los espacios en blanco para reconstruir
los hechizos. Sacudió su mano acalambrada, y frunció el ceño hacia el diario. Una página, un
paso a la vez. Después de cuatro horas, se frotó los ojos y finalmente dio por terminada la
noche, se desplomó en su habitación y se quedó dormida apenas su cabeza hubo tocado la
almohada.

Pasó la semana siguiente atacando los diarios con la misma ferocidad con la que había
abordado los T.I.M.O. Pasó varios días escondida en la biblioteca, traduciendo codo a codo
con Draco mientras cada uno trabajaba en sus respectivos diarios. Afortunadamente, no había
vuelto a ver a Lucius desde su improvisada visita a la Mansión. Le había dejado una nota a
Draco avisando que estaría ausente, así que no tendría que preocuparse porque irrumpiera en
su investigación.

Lo primero que Draco había intentado hacer al reunirse con ella, fue una serie de hechizos de
traducción y transcripción. Pero los diarios se habían resistido. Así que habían continuado
con su rutina de llegar temprano a la biblioteca, beber té y café entre página y página, e
intercambiar ideas acerca de los significados detrás de los pasajes mientras trabajaban.

Cada noche alrededor de las once, Draco insistía en que debían retirarse a descansar y
caminaba con ella de regreso a sus dormitorios. Él la escuchaba mientras ella compartía sus
teorías acerca de la “barrera de luz” de Tolbrette, explicando por qué creía que había
comenzado con magia Celta. Él se quedaba con ella junto a su puerta, esperando
pacientemente mientras ella se debatía entre las pequeñas ideas que la molestaban. Él le hacía
preguntas o aportaba información en pequeñas maneras, pero la verdad es que el solo hecho
de tener un interlocutor inteligente era invaluable. Cerraba la puerta de su cuarto cuando se
había agotado a sí misma, todavía rumiando acerca del orden de las entradas, y lo que podría
haber matado a “Pichón N.º 5”.

Cuando el viernes llegó, y Draco le recordó que tenían que Aparecer en Edimburgo en dos
horas, ella resopló con irritación por tener que cortar su investigación tan temprano esa
noche. Por primera vez, no tenía ningún interés en ir a Edimburgo. Subió las escaleras para
prepararse, y encontró un vestido corto azul marino de Pansy en su guardarropa. Con un
mínimo esfuerzo en su cabello y su maquillaje terminó de prepararse con cuarenta y cinco
minutos de sobra, y volvió corriendo a la biblioteca.

Draco la encontró diez minutos después de la hora, repasando los textos y mordiéndose el
labio para concentrarse. Cuando la condujo a través de las puertas hacia el camino de la
entrada, él se percató de que ella no estaba llevando el collar dorado y tuvo que llamar a
Boppy para que lo buscara. Hermione se lo puso apresuradamente mientras caminaban, con
la mente todavía perdida entre los diarios. —¿Sabes si Ted Nott estará en Edimburgo esta
noche?

—No voy a ponerte en el camino de Ted Nott, Granger—, gruñó Draco. —No cuando luces
de esa manera.

Ella parpadeó mientras se abría el portón. Se miró a sí misma, sin encontrar nada para objetar.
Un vestido corto, unos tacones altos, el cabello rizado, y el maquillaje apresurado. Estaba a
punto de pedirle una aclaración, cuando él la tomó por el brazo y los Desapareció hacia
Edimburgo.

Durante la cena, encontró su mente divagando en la traducción. Era fácil que sucediera, ya
que la mesa estaba inusualmente silenciosa aquella noche. Flint todavía estaba ausente, y
también lo estaba Theo. Intentó no preocuparse acerca de lo que podría significar eso para él
y Oliver. Susan Bones estaba ausente también, ya que Travers la había necesitado aquella
noche, así que Goyle estaba malhumorado y silencioso. Después de algunos comentarios en
voz baja acerca de los últimos contratiempos en Francia (aparentemente la Orden había
recuperado Groix), los muchachos se desviaron hacia las cortesías forzadas. Para cuando
bajaron al Salón, ya había elaborado una serie de posibles significados detrás del Septagrama
que había encontrado en el diario de Tolbrette. Cuando Draco tiró de ella para sentarla a su
lado en los sillones, ella acurrucó los pies sobre los almohadones, y dejó que sus rodillas
sevapoyaran sobre las suyas. El brazo de él cayó encima de su hombro, pero no la empujó
para que se deslizara encima suyo.
Ella estaba tan perdida en sus pensamientos que no se percató de las dos sombras que
cayeron encima de ellos hasta que una de ellas habló.

—Tu gatita luce cansada, Draco.

Un hombre mayor, con el torso ancho y la cabeza calva estaba mirándola fijamente. Hacía
girar metódicamente un vaso de brandy. Justo detrás de él, Yaxley le dedicó una sonrisa.

Draco se puso de pie abruptamente y estrechó su mano. —Bueno, la he estado agotando,


señor.

El hombre calvo soltó una carcajada y se pasó la lengua por los dientes. Hermione lo
reconocía, pero no recordaba de dónde.

—He oído que eres territorial. Es una lástima.

—Mis disculpas, señor, pero no es una lástima para mi. Me gusta saber que adentro suyo solo
ha estado mi verga. Hace valer los Galeones—. Draco rió, un sonido tenso que provocó un
escalofrío en su columna.

—Vamos, ¿incluso para un viejo amigo como yo?— El hombre calvo la miró con lascivia y
se ajustó el bulto en sus pantalones. —Casi que somos familia, Draco.

—Casi—, dijo Draco con frialdad.

Y entonces hizo click. El Señor Parkinson. Ahora podía ver claramente los rasgos de Pansy
en él. Separó los labios con horror, y rápidamente bajó la mirada, obligándose a no mirar de
reojo el lugar donde “Giuliana Bravieri” estaba sentada junto a Blaise.

Una Chica Carrow trajo dos nuevos vasos de brandy para Yaxley y Parkinson, y Yaxley dejó
que su mirada recorriera el cuerpo de la chica mientras recibía la nueva bebida. —Debo decir
que me sorprende lo mucho que disfrutas de estas pequeñas fiestas, Quince. Pensar que tu
hija podría haber sido una de estas putas, si no hubiera...—

—Ella no era mi hija—, gruñó Parkinson. Apuró el resto de su brandy y cambió el vaso vacío
por uno lleno. —Estoy más orgulloso de no tener herederos, que de vivir con la desgracia de
esa zorra. Draco y Blaise hicieron algo honorable al matarla.

Hermione sintió que su pecho se tensaba, y las costillas le apretaban los pulmones. Parkinson
tomó un largo trago de su segundo brandy, mirando a Draco con los ojos entornados, como si
lo desafiara a decir lo contrario.

—En efecto, señor—, dijo Draco lentamente. —Ella era una mancha para todos nosotros.

Hermione levantó la mirada, y vio a Parkinson asentir hacia Draco y luego girar hacia Blaise.
Los ojos de él se fijaron en Giuliana.

—Bueno, hola—, canturreó.


Y Hermione contempló con disgusto cómo los ojos del Señor Parkinson recorrían el cuerpo
que su hija estaba actualmente habitando. Se aventuró a echar un vistazo en su dirección, y
descubrió que los ojos de Giuliana Bravieri brillaban con un resplandor de furia.

El Señor Parkinson soltó una carcajada. —Ésta tiene espíritu de sobra, Zabini. Creí que se lo
habíamos agotado de tanto cogerla.

El estómago de Hermione dio un vuelco.

Vio a Giuliana Bravieri rodar los hombros hacia atrás y dilatar las fosas nasales. Blaise hizo
una broma, y se puso de pie para estrechar también la mano del Señor Parkinson, pero
Hermione solo podía oír la sangre corriendo por sus oídos.

Draco la tomó por el codo, puso alguna excusa, y los llevó a dar una vuelta por el salón antes
de cambiar el recorrido y dirigirse hacia la red Flu. Apenas la atravesaron, ella trastabilló
hacia la silla más próxima para sostenerse. Tenía un vago recuerdo de la conversación con
Pansy en el Ministerio, un indicio acerca de la tensa relación con su padre, pero vender a su
propia hija como esclava era impensable. Intentó ponerse en los zapatos de Pansy. Trató de
imaginar que su propio padre… Su garganta se cerró, y sintió nauseas.

Draco estaba a su lado al instante. Pidió que llevaran a su cuarto un té de manzanilla y una
poción para dormir, y descartó sus preguntas con un “Ahora no, Granger”. Caminó junto a
ella con una mano en su espalda, y la obligó a acostarse con la promesa de que trabajarían en
los tatuajes a primera hora de la mañana.

Hermione se abocó a la investigación durante los días siguientes, atravesando el ardor de su


disgusto. Quincy Parkinson era simplemente otra persona para agregar a su lista de gente que
iba a pagar. Draco se encontraba con ella cada mañana y se retiraba con ella cada noche. Los
primeros dos días hicieron un excelente progreso. Estaba a tres cuartas partes del diario de
Tolbrette; él estaba a dos tercios del suyo. Pero a medida que avanzaba la semana, su
atención se volvía cada vez más y más desenfocada. Lo descubrió mirándola más de una vez,
recorriendo su rostro o bajando por sus piernas antes de apartar la mirada. Le pedía que
repitiera las preguntas, y ella tenia la sensación de que realmente no la estaba escuchando
cuando hablaba. Tenía que tomar cada vez más descansos para estirarse y pasear por los
estantes de la biblioteca. Tal vez ya se estaba hartando de ayudarla.

No fue sino hasta el martes, cuando Hermione despertó de un sueño muy agradable, que se
dio cuenta de repente del significado detrás del ardor en sus ojos.

Estaba excitado.

Varios minutos después, parpadeó mirando su reflejo en el espejo, con el cepillo de dientes
colgando de su boca. Había estado tan preocupada, tan consumida por su investigación, que
no había pensando ni una vez acerca de lo que había sucedido antes de ir a la Mansión Nott.
Pero tal vez no estaba tan lejos en la mente de él. Pensó en cómo la había acompañado de
regreso a su cuarto cada día, la manera en que solía observar sus labios cerrándose sobre el
borde de la taza de café. El modo en que él encontraba pequeñas razones para tocarla, la
mano en su cintura mientras caminaban entre los estantes, sus dedos contra los suyos cuando
le pasaba las notas.
Abruptamente, su cuerpo recordó los dedos de él en sus bragas, su mano contra su erección,
la respiración en su oído, los sonidos que salían de su garganta al acabar.

No es que ella no quisiera… otra vez. Quería. Solo que había estado… ocupada.

Hermione se limpió la pasta de dientes de la boca, se lavó el rostro enrojecido, y abrió los
cajones. Las Pociones Anticonceptivas aparecieron frente a ella. Una por mes. Ella y Draco
no… Todavía no. Pero no tenía motivos para ponerse terca al respecto. Se tomó una poción y
se vistió rápidamente antes de correr escaleras abajo para encontrarse con él.

Él llevaba un sweater color cobalto, y sus ojos se detuvieron en la forma en que se apretaba
contra su pecho.

Se sentó junto a él en la larga mesa, y se sirvió una taza de café de la jarra. Sus largos dedos
pasaron una página, y sus cejas se juntaron en un gesto de confusión. Ella lo observó leer por
algunos minutos, sintiendo que la sangre comenzaba a zumbar junto con la cafeína y sus
propios nervios.

—¿Algo interesante?— Dijo, imitando el modo en el que él había intentado llamar su


atención durante la última semana.

Él suspiró, sin levantar la mirada. —Solo un poco acerca de la tinta mágica. Creo. No puedo
estar seguro aún.

Ella se movió hacia su lado de la mesa y espió por encima de su hombro para leer lo que él
estaba leyendo. Él señaló la traducción, pero ella no se podía concentrar, mareada por su
perfume. Asintió cuando tenía que asentir, y se inclinó aún más, demasiado consciente de su
pecho rozando contra su brazo.

Escuchó que la garganta de él hacía un sonido al tragar saliva. Pero de repente se puso de pie,
y le ofreció su silla y el código de Jones para poder moverse al otro lado del cuarto. Lo vio
acomodarse en el sillón y tomar el libro de magia Celta que ella había estado leyendo el día
anterior.

Hermione se mordió el labio e intentó reestructurar sus planes. Quería que él supiera que ella
todavía estaba interesada. Tal vez necesitaba ser directa al respecto. Hizo de cuenta que
traducía durante cinco minutos antes de dejar el diario a un lado y caminar hasta el sofá.

—¿Mhm?— Murmuró contra el libro al sentir su presencia frente a él.

Hermione se inclinó, apoyó las manos en sus hombros, y juntó sus labios con los suyos. Los
labios de él se suavizaron debajo de los de ella, y su libro se cerró de golpe. Ella se apartó y
lo miró a los ojos mientras éstos revoloteaban sobre su rostro.

—¿Si?— Sonrió él.

—Estaba pensando que… podríamos… ¿tomar un descanso?

Su sonrisa se hizo más amplia. —¿Ah si?


—Uhm, si—. Respiró hondo y trepó a su regazo, con las piernas a ambos lados de sus
muslos. Él arqueó las cejas, y arrojó el libro al otro lado del cuarto mientras sus manos
aterrizaban en sus caderas. —Hemos estado trabajando muy duro los dos, y yo, uhm…
Estaba pensando que nos vendría bien… un poco de… uhm...

Se interrumpió, con las mejillas ardiendo, pero él se limitó a sonreír. Ella puso los ojos en
blanco y se inclinó para besarlo de nuevo.

Los brazos de él se envolvieron alrededor de su espalda, acercándola. Ella había estado


usando jeans desde que Lucius la había regañado, pero ahora lamentaba que sus piernas no
pudieran separarse como quería que lo hicieran.

Draco la besó perezosamente, sin prisa. Sus manos recorrieron su espalda y bajaron hacia sus
caderas, deslizándose entre sus muslos y rodeando sus rodillas antes de retomar su camino
hacia arriba. Ella le enredó los dedos en el cabello, y empujó su lengua dentro de su boca,
arrancando un gemido de sorpresa de su garganta. Él apretó sus caderas y la acercó más.

Dejó que sus manos flotaran hacia abajo, trazando un camino por encima del sweater y
bajando por su pecho. Él entrelazó su lengua con la suya mientras sus dedos tiraban del
dobladillo, y se arrastraban por debajo para tocar su piel desnuda. Él suspiró, y ella dejó que
las palmas de sus manos se deslizaran por encima de su piel.

Pasando por encima de las cicatrices del Sectumsempra, trazó un camino en zigzag hacia
arriba, por encima de las costillas y sobre el ángulo agudo debajo del corazón. Lo besó,
mientras sus dedos hacían presión sobre sus músculos, disfrutando de la firmeza de su
estómago y los bordes afilados de sus costillas.

Apartó su boca de la suya y observó sus ojos abrirse lentamente. —¿Te lo quitas?— Le
preguntó, tirando del sweater.

Los ojos de él centellaron, y se sentó hacia adelante para quitárselo por la cabeza. Su piel de
alabastro brillaba con la luz de la mañana, y los dedos de ella inmediatamente dibujaron todas
sus cicatrices; el Sectumsempra, la maldición de ácido de Dover, y algunas otras que no
reconocía. Quería preguntarle, quería pedirle que le explicara cada una de ellas. Pero
entonces él se inclinó para besar su cuello, empujando su pecho contra el suyo, y lamiendo su
garganta.

Ella cerró los ojos mientras una mano se enredaba en sus rizos, tirando para exponer su cuello
para él, y la otra apretaba su cadera, animándola a rodar encima de la suya. Ella movió las
piernas y de repente estaban encastrados el uno en el otro. Ella jadeó, y él gimió. Incluso a
través de sus jeans y de sus pantalones, podía sentir crecer su dureza. Intentó mecer las
caderas, y los dientes de Draco rozaron contra su cuello.

Él rió contra su piel. —Los elfos nos detendrán pronto.

Ella se mordió el labio para evitar decir que probablemente no lo harían, ahora que ya estaba
tomando la poción.

—Hasta que nos detengan, entonces—, susurró en respuesta. Y él gruñó y pellizcó su trasero.
—Joder.

Él volvió a acercar sus labios a los suyos, y ella lo dejó devorarla mientras suspiraba por la
deliciosa sensación de sus caderas acercándose. Recorrió su pecho con las manos, adorando
la cantidad de piel cálida que tenía a su disposición. Quería más.

Tiró de su blusa para quitársela. Draco se apartó para contemplarla con la respiración pesada
y los ojos curiosos. El cabello le cayó torpemente encima del rostro al soltarse, pero apenas
pudo despejar su visión, sintió la piel de él contra la suya cuando Draco la atrajo hacia él y la
giró para tumbarla sobre el sofá.

—¿Está bien?— Suspiró. Ella asintió.

Solo había estado debajo de él una vez, en el sofá donde habían sido interrumpidos. Pero no
había habido tanta piel. Ahora ella podía pasar sus manos por su espalda desnuda. Podía
apretar sus senos contra su pecho.

Él la cubrió con su cuerpo, arrastrándose encima de ella y besando su cuello mientras juntaba
sus caderas. Los labios de él bajaron por encima de sus clavículas, dejando caer besos en la
parte superior de sus senos. Hizo una pausa, y ella bajó la vista para descubrir su mirada
enfocada en la cicatriz encima de su corazón, producto del ritual para remover su virginidad.
Él la besó con gentileza, y las rodillas de Hermione se curvaron alrededor de su cintura,
mientras algo cálido se retorcía en la parte baja de su vientre.

Él levantó la mirada, con los labios encima de su pecho, y ella lo observó mientras su boca se
arrastraba hacia abajo, hasta cernirse encima del sostén. Podía sentir su aliento cálido sobre
ella. Asintió, y Draco besó uno de sus senos, rozando con sus labios el fino encaje que le
cubría el pezón.

Su pecho se arqueó hacia él, y un gemido brotó de sus labios mientras los dedos de él se
ahuecaban encima del otro pecho. Cerró los ojos con fuerza a medida que la presión se
acumulaba en sus caderas, instándola a moverse debajo de él mientras él la acariciaba con el
pulgar. Sus piernas se cerraron alrededor de su cintura, intentando frotarse contra él.

Draco se movió, apartó los labios de su pecho y la besó en la boca. Empujó toda su longitud
contra su centro, y ella siseó, —Si.

Él lo hizo otra vez, y preguntó. —¿Se siente bien?

—No pares. Por favor no...—

Él la beso y comenzó a frotar su cuerpo contra el suyo. La mano en su pecho tiró la copa de
su sostén hacia abajo y comenzó a hacer rodar su pezón. Ella jadeó contra su boca, apretando
las rodillas alrededor de su cintura.

Las caderas de él encontrar un ritmo que arrastraba la tela del jean contra su centro en el
punto exacto, y las caderas de ella saltaban para encontrar las suyas en cada embestida.

—Quiero que acabes, Granger—, jadeó contra sus labios. —¿Vas a acabar así?
—Yo… creo que si. Por favor...—

Él se movió cada vez más rápido, frotando sus caderas contra su clítoris. Las uñas de ella
arañaron su espalda, y su columna se arqueó, cada vez más y más cerca.

—¿Qué más?— gimió él. —¿Qué más necesitas?

—Solo no te detengas...—

—No puedo… Voy a… Joder...—

—Draco, por favor...—

Sus manos apretaron sus pechos, pellizcando su pezón...

Lo escuchó gruñir. Escuchó las maldiciones caer de sus labios como gotas de lluvia contra su
mejilla. Sus caderas se volvieron erráticas, apretando exactamente donde ella lo necesitaba.
Se estaba asomando al borde del abismo, tan solo un paso más...

—Hermosa… maldición… joder...—

Sus caderas rodaron contra ella una vez más. Ella se estremeció, y su mandíbula se abrió de
par en par, su cuerpo se retorció, los muslos le temblaron y el coño se le contrajo. Él se
estremeció y gimió, con las caderas inmóviles mientras acababa.

Recuperaron el aliento. Los dedos de Hermione trazaron patrones en su cuero cabelludo,


disfrutando del modo en que su cabello fino se deslizaba entre las yemas de sus dedos. Él
tenía el rostro enterrado en su hombro, y jadeaba contra su piel. Dejando que sus manos se
deslizaran hacia abajo por su cuello y acariciaran su espalda, ella siguió las curvas de sus
omóplatos, trazando los nudos de su columna, y memorizando las costillas que se expandían
bajo de su tacto.

La mano de él estaba todavía encima de su pecho, desnudo bajo de sus dedos desde el
momento en que él había bajado su sostén. Y cuando su mano le dio un pequeñísimo
pellizco, haciendo rodar el pulgar por encima del pezón, ella se sorprendió al descubrir que su
cuerpo todavía respondía.

Él levantó su mano, y aferró el sofá para erguirse. Se cernió sobre ella, y sus ojos se
deslizaron a lo largo de su cuerpo, recorriendo su boca, su pecho expuesto, su cintura. Ella
también lo memorizó, el modo en que su cabello caía hacia adelante por encima de la frente,
la definición de su pecho y sus brazos esbeltos, el color de sus labios cuando estaban
magullados de besar.

Estirando una mano lentamente, él le apartó un rizo del rostro. Sus dedos se movieron hacia
abajo por su cuello y por su hombro, y, suavemente, acomodó la copa del sostén en su lugar.
Se sentó, y le ofreció sus manos para levantarla.

Decidieron refrescarse y luego volver a encontrarse en la base de las escaleras una hora
después. La caminata hacia los cuartos fue silenciosa, pero cuando él la dejó junto a su
puerta, ella se volvió hacia él, le echó los brazos al cuello y acercó sus labios a los suyos para
darle un casto beso. Se sorprendió gratamente al descubrir lo rápido que la lengua de él se
deslizó dentro de su boca, y sus manos le apretaron el trasero.

~*~

Besar a Draco Malfoy era como una droga, una poción para vaciar la mente y encender la
piel. Pensó que quizá podría prepararla, envasarla y conservarla para siempre.

Él la besaba por las mañanas, antes de la primera taza de café, provocando más en su cuerpo
que un tarro lleno de cafeína. La besaba por las tardes, cuando se aburría de cualquier
traducción que no tuviera relación directa con el modo en que su cuerpo se movía, o con lo
que la hacía gemir. La besaba por las noches, cuando llegaban a la puerta de su cuarto,
empujándola contra la pared, y dejando que sus manos vagaran, a veces levantándola para
enrollar sus piernas alrededor de sus caderas.

Le gustaba que tuviera el cabello suelto, los jeans apretados, y el sujetador de encaje azul.

Él la dejaba marcar el ritmo. Apenas los dedos de ella soltaban alguno de sus botones, su
blusa era arrancada. Si las caderas de ella rodaban contra las suyas, de repente el bulto en sus
pantalones estaba machacando contra ella. Pero sin importar lo que ella intentara comunicar,
sus jeans se mantenían firmes en su lugar. Ella había intentado quitárselos una vez, pero él le
había frenado las manos. Antes de que lo pudiera cuestionar, su lengua estaba de vuelta en su
boca, arrancando gemidos de sus pulmones.

El viernes, se estaban pasando las manos el uno por encima del otro, sus dedos se deslizaban
por la parte delantera de sus pantalones, preguntándose si tal vez debería intentar soltar los
botones ese día, cuando un rap-rap-rap sonó en alguna parte.

Ella apartó la boca de su cuello y miró a su alrededor. Draco se quedó quieto debajo suyo.

Rap-rap-rap.

Sonaba como si alguien estuviera llamando a las puertas de la biblioteca.

Hermione se enderezó la blusa y se movió torpemente de la silla en la que había estado


sentada a horcajadas de él. Draco la imitó, alisando su camisa y caminando rápidamente
hacia la puerta. Ella se quedó de pie detrás mientras él abría la puerta, y Narcissa Malfoy
apareció, esperando pacientemente: una visión en color lavanda.

—Madre—, graznó.

—Hola, cariño. Hermione—. Los saludó a ambos con un movimiento de cabeza y atravesó la
puerta. —Disculpen mi precaución, pero he oído que en estos días es mejor llamar antes de
entrar en un cuarto con las puertas cerradas.

Las mejillas de Hermione ardieron. Draco tosió. —Eh, no estoy seguro de por qué...—

—Oh, tonterías. Recuerdo como era tener su edad y tener la Mansión entera para nosotros—.
Sonrió con dulzura a su hijo. Draco tragó saliva, bastante pálido.
—Madre, por favor no...—

—Vine a invitarlos a ambos a cenar esta noche. Sé que generalmente van a Edimburgo los
viernes, pero ¿tal vez puedo tentarlos a quedarse en casa y pasar un rato con tu padre y
conmigo?

—¿Padre está en casa también?— Draco se pasó una mano por el cabello ansiosamente. —
Yo… si, supongo...—

—Excelente—, dijo Narcissa, crispando la boca. —Los veré a los dos esta noche, entonces.

Le dio un rápido pellizco a Draco en la mejilla y se excusó, con un gesto de despedida. Ellos
se trasladaron hacia la mesa más recóndita de la biblioteca y pasaron el resto del día
enfocándose en sus traducciones, dejando las puertas abiertas de par en par. Era demasiado
arriesgado retomar lo que habían dejado cuando sus dos padres estaban en la casa, vagando
por los corredores.

La cena fue un asunto extraño. Narcissa desviaba todas las preguntas sobre su visita en casa
de Bellatrix en favor de temas más triviales. A mitad del primer plato, Lucius decidió
comenzar a taladrar a Hermione acerca de la cubertería en la mesa, preguntando sus nombres
y sus usos, mientras Narcissa lo fulminaba con la mirada. Draco se mantenía mayormente en
silencio, aparentemente ocupado en tomar más vino del que ella le había visto beber jamás.
Al final de la cena, Hermione se excusó para retirarse a su cuarto, dirigiéndole una rápida
mirada. Él apartó la vista, y ella supuso que significaba que ya no volverían a besuquearse
afuera de sus cuartos.

Durante los siguientes días continuaron sus traducciones sin ningún incidente. Pero el
miércoles siguiente, apareció un titular en el periódico acerca de una iniciativa militar en
Suiza. Bellatrix estaba en la portada del Profeta, con un conjunto negro, luciendo el papel de
un general asesino. Lucius se había ido el día anterior. Cuando Hermione le preguntó acerca
del tema a Narcissa durante el desayuno, ella tomó un sorbo de té y dijo. — Lucius lo tiene
bajó control—. Pero su sonrisa era tensa. Hermione esperaba obtener alguna respuesta de
Draco después, pero tan pronto llegó a la biblioteca, él se echó atrás. —No sé mucho más que
tú, Granger—, dijo, antes de volver a su traducción.

Fueron a Edimburgo el viernes, pero Draco estaba distraído. Theo estaba de regreso, con el
rostro pálido y tenso. Cassandra estaba sentada silenciosamente en su regazo, con un recato
poco usual. Durante la cena Draco se arrebató con cualquiera que intentara preguntarle acerca
de Suiza. Cuando bajaron al Salón, estaba prácticamente vacío; solo algunas pocas Chicas
Carrow con sus bandejas, sirviendo a un puñado de hombres en las mesas de juego.

Draco tiró de ella hacia el patio, siguiendo a los otros muchachos y susurrando una disculpa
en su oreja. Antes de que pudiera preguntar por qué, una hola de sonido la embistió, una
oleada de abucheos y gritos. Su corazón se detuvo de terror ante la idea de otro Cañón de la
Una en Punto, pero Draco la aferró con fuerza por el codo mientras avanzaban, y un vistazo
entre la multitud apiñada le permitió ver a Seamus Finnigan por primera vez desde la
Subasta. Estaba golpeado y ensangrentado, peleando con otro Lote masculino. Intentó vaciar
su mente, pero lo único que conseguía era ver horrorizada cómo Seamus enterraba su puño
repetidamente en la otra persona, y los vítores de la multitud resonaron en sus oídos. Seamus
levantó la cabeza del muchacho tirando de su cabello, y antes de que estampara el puño en su
nariz, Hermione pudo reconocer a Justin Finch-Fletchley debajo de la sangre. Se fueron poco
después, mientras la multitud festejaba la victoria de Seamus.

Consiguió llegar al Punto de Aparición antes de romper en llanto. Draco la sostuvo mientras
el viento azotaba a su alrededor, y sus nudillos le rozaron las mejillas marcadas de lágrimas.
A la mañana siguiente, él se negó rotundamente a dejarla ir a la biblioteca, insistiendo con
que debía pasar un día practicando Oclumancia. Para su sorpresa, ella estuvo de acuerdo.

La semana siguiente pasó volando. El lunes había un triunfante, aunque fuertemente


censurado, artículo acerca de Suiza en el Profeta. Ella y Draco trabajaban juntos en la
biblioteca casi todas las mañanas, después de pasar una hora practicando Oclumancia.
Ambos estaban por terminar sus segundos diarios. Y, aunque eran cada vez menos y más
distantes las veces, Draco todavía conseguía encontrar razones para solicitar su ayuda en la
parte trasera de la biblioteca, donde la acercaba a él y metía sus manos por debajo de su
blusa.

Lucius regresó finalmente el jueves, y parecía como si Narcissa se hubiera quitado un peso de
los hombros. Hermione lo tomó como una señal alentadora. Desafortunadamente, la
presencia de Lucius también significaba que Draco dejara de encontrar excusas para tocarla
en la biblioteca, o darle un beso de buenas noches. Para cuando se estaba preparando para
Edimburgo el viernes, Hermione se estaba convenciendo de no tomar un baño para…
relajarse.

Pansy le había enviado esa mañana un vestido lencero color champagne, con unos tacones
haciendo juego. El vestido tenía unas finas correas y un dobladillo corto, y deslizarse en la
tela sedosa no ayudaba ni un poco a su estado actual. Era frío sobre su cuerpo caliente, y sus
senos resaltaban claramente contra la seda. Se aplicó el maquillaje con cuidado, se abrochó el
collar, y encontró a Draco en la base de la escalera.

Como de costumbre, el recorrido de sus ojos la hizo derretir, y la mirada de él se curvó sobre
sus caderas y sus senos, deslizándose por sus piernas y volviendo a subir hasta sus clavículas
y su cuello.

Ella le dedicó una sonrisa satisfecha y dijo. —¿Vamos?

Él pareció salir abruptamente del trance, y avanzó un paso para tomarla del brazo y guiarla
por la puerta de entrada. Bajaron los escalones hacia el sendero, y atravesaron el portón antes
de que él tirara de ella hacia un lado y bajara hacia sus labios. Ella soltó un chillido cuando él
la empujó contra la pared de piedra; su lengua estaba en su boca, y sus manos recorrían su
espalda, su cintura, sus caderas. La carcajada de ella murió en su garganta, y le devolvió
ferozmente el beso, echándole los brazos al cuello. Él gruñó y le pellizcó el trasero, subiendo
la seda por encima de sus nalgas. Sus dedos se deslizaron por debajo para palmear su trasero,
y ella jadeó cuando su dureza hizo presión contra ella.

—Estuve pensando en tu culo toda la semana, Granger.

Ella se estremeció, pero no por el viento de octubre que danzaba alrededor de ellos, sino por
sus palabras, que hacían girar deliciosas melodías en su oído.
Las manos de él se deslizaron por sus caderas, y sus dedos recorrieron su columna vertebral
debajo de la seda de su vestido.

—¿Sabes lo que amo de este vestido?

Ella jadeó en su oído mientras las manos de él acariciaban sus costillas, y se acercaban a sus
senos. —¿Qué?

Él rozó sus pezones con los pulgares, llenándose las manos con ella.

—Qué podré quitártelo más tarde.

Ella gimió, un quejido en tono agudo. Él la besó profundamente, trazando suaves círculos
con los pulgares.

Y tan rápido como había comenzado, él se estaba alejando, bajando las manos por su
estómago. Ella recuperó el aliento mientras él la tomaba de la mano, entrelazando sus dedos,
la arrastraba hasta la cima de la colina, y los hacía Desaparecer.

La sorpresa de la Aparición la enfrió un poco, pero todavía había algo retorciéndose adentro
suyo mientras caminaban entre los aullidos de los hombres lobo, y pasaban a los guardias
lujuriosos. Era un pensamiento tonto: intrascendente, si no irresponsable, dadas las
circunstancias. Pero igual enviaba un escalofrío por sus venas.

Draco Malfoy quería algo de ella que solo ella podía darle.

Y mientras saludaban a Charlotte, y la mano de él hacía presión en la base de su espalda, sus


dedos aún más bajos que antes, ella disfrutó de esa clase de poder. Esa embriagadora
sensación de ser deseada. No por alguien que solo quisiera tomar algo de ella. Sino por
alguien que quería que ella lo entregara libremente.

Pasaron algo de tiempo en el Gran Salón, mientras Draco estrechaba manos y esquivaba
preguntas acerca de Suiza. Su mano izquierda la apretaba tan cerca de él, que prácticamente
estaba a horcajadas de su cadera. Cuando finalmente se encaminaron hacia el salón comedor,
sintió que la mano de Draco bajaba aún más mientras subían las escaleras. Ella se la apartó
con un guiño.

Harper abrió la puerta para ellos, y su estómago dio un vuelco cuando vio a Flint de regreso
en la cabecera de la mesa. Sus ojos cayeron sobre ellos, pero no hubo ningún comentario
sarcástico, ninguna mirada persistente en el pecho o en las piernas de Hermione. Casi lucía
nervioso.

Draco saludó a los muchachos, e incluso palmeó la espalda de Theo, y tomó su asiento en la
cabecera de la mesa. Hermione se acurrucó en su regazo mientras él reía por algo que Pucey
había dicho. Su mano se posó sobre su pierna tan pronto ella se acomodó, acercándola a su
cuerpo, y la deslizó por su muslo hasta dejarla reposar justo debajo del corto dobladillo del
vestido. Ella sentía que su piel se sonrojaba, y cada vez que él pasaba el pulgar por la cara
interna del muslo, sentía que su vientre se contraía.
—Marcus—, llamó Draco. —¿Cómo estuvieron tus vacaciones?

La mesa quedó en silencio, conteniendo la respiración.

Flint tragó saliva, y bajó la mirada hacia su copa de vino. —Bien. El clima fue perfecto—.
Cuadró los hombros y le dirigió a Draco una sonrisa de suficiencia. —Espero que no me
hayan extrañado demasiado.

Draco tamborileó los dedos sobre la mesa. —Apenas notamos tu ausencia—. Se estiró para
tomar su vaso y bebió un largo trago, mirándolo por encima del borde.

La mesa estaba muda. Varios de los jóvenes siguieron su ejemplo y tomaron sus copas de
vino.

El cambio de poder era evidente. Los muchachos que generalmente aclamaban a Flint por su
atención o su guía, habían cambiando el foco hacia Draco. Nadie hablaba de Compartirla,
nadie molestaba a Draco por su comportamiento. A medida que la noche avanzaba, Flint se
hundía cada vez más en el fondo de la escena, y su mirada iba y venía ansiosamente
alrededor de la mesa.

Y durante toda la cena, Draco mantuvo la mano en su muslo, moviéndose milimétricamente,


cada vez más arriba. Pero cuando ella bajaba la mirada, él solo estaba un centímetro por
debajo del dobladillo de su vestido. Respiró un par de veces para calmarse cuando sintió su
erección contra la cadera.

Cuando llegó el momento de ir al Salón, Hermione se sentía al borde de la combustión.


Draco la mantuvo cerca de su cuerpo, rodeando su cadera con una mano mientras caminaban
por el corredor. El Salón estaba lleno esta vez. Draco se dejó caer en el gran sofá que solían
ocupar, y ella se acomodó contra él, curvando sus piernas encima de su regazo. Él tomó dos
copas de champagne de una bandeja, y después de entregarle una, dejó descansar la mano
libre encima de su rodilla.

Graham Montague estaba sentado a su izquierda, conversando sobre deportes y recuerdos de


Hogwarts. Él solía seguir a Flint como si fuera un cachorro. Su Chica Carrow se sentó a
horcajadas de él y comenzó a besarle el cuello, poniendo fin a su monólogo.

No había nada que la distrajera ahora del zumbido en su piel. Hermione recordó el día en la
biblioteca de la Mansión, sus muslos a cada lado de las caderas de Draco, la forma en que él
no podía mantener las manos lejos de su trasero, el sonido de sus gemidos en su oreja. Podía
sentir que las miradas se posaban encima de ella y de Draco, y luego se apartaban. Los
muchachos los observaban, los medían.

Un par de latidos después, ella se inclinó, y tomó el lóbulo de su oreja entre los labios. La
mano de él apretó su pierna. Ella depositó un beso sobre su pulso. Escuchó que su voz
temblaba. Deslizó una mano por su pecho, pasando por encima de los botones de su camisa y
descansando ligeramente en el cinturón. Lo escuchó tragar saliva. La mano en el muslo
comenzó a deslizarse por su piel.
Se movió hacia su regazo, sentándose a horcajadas de él, y le besó el cuello, sujetándose de
sus hombros. Las manos de él saltaron hacia sus caderas, tal y como sabía que lo harían, y el
suave jadeo que brotó de sus labios cuando ella apretó su centro contra el bulto en sus
pantalones, puso su cabeza a dar vueltas. Empujó el pecho hacia adelante, dejando que sus
senos lo rozaran, y uno de sus brazos se envolvió alrededor de su espalda. La mano de él
apretó entre sus omóplatos, y sus dedos se enredaron en las puntas de su cabello.

Apenas podía moverse así: pegada contra él, la mano en su cabello tirando su cabeza hacia
atrás. Su garganta estaba abierta para él, y la mano libre se deslizó hacia su trasero, mientras
sus labios bajaban por su cuello. Ella gimió suavemente, y sintió entre las piernas que su
miembro se crispaba.

Le deslizó las manos por el cabello para mantenerlo cerca. Él succionó en sus puntos
favoritos, los lugares que había descubierto que la hacían gemir y jadear. La mano en su
trasero amasó por encima del vestido de seda, empujando sus caderas contra las suyas
mientras la otra mano sostenía su pecho y su cuello cerca. Sus dientes le rozaron el pulso, y
ella intento mover sus caderas contra él.

Podía oír el sonido de vasos tintineando, las voces estridentes y la música baja. El ronroneo
de una Chica Carrow en su oreja mientras los dedos rozaban sus hombros, ofreciendo más
champagne. Pero todo se desvaneció, como el sonido en el vacío, cuando Draco extendió una
mano sobre la base de su columna, haciendo mecer sus caderas hacia adelante a su propio
ritmo.

Un gemido tenso escapó de su garganta. Y de repente la mano que sostenía la punta de su


cabello saltó para aferrar su mandíbula, deslizándose por el cabello detrás de su oreja, y
tirando su rostro hacia el suyo… besándola.

Hermione jadeó por la sorpresa, y abrió los ojos de golpe para descubrir que los de Draco
estaban cerrados de placer. Besándola en Edimburgo.

Dejando que sus pestañas se cerraran, suspiró dentro de su boca mientras su lengua se
sumergía en la suya. Envolvió sus hombros con los brazos, y comenzó a ondular la cadera
contra la suya. Sus senos rozaban suavemente su pecho con cada movimiento de su cuerpo, y
la seda fría le acariciaba los pezones.

Estaba totalmente duro en sus pantalones, algo que podía sentir cada vez que empujaba sus
caderas. Su boca la pellizcaba y su lengua arrancaba gemidos de su garganta.

Se apartó para recuperar el aliento, y antes de que le volviera la mente al cuerpo, él se estaba
poniendo de pie, dando las buenas noches, y arrastrándola hacia las chimeneas. Ella lo siguió,
trastabillando con sus tacones, intentando mantenerse estable.

Con una bocanada de humo verde, llegaron a su cuarto, y ella se movió hacia él al mismo
tiempo que sus manos la levantaba por la cintura, y la llevaban hasta su cama. Ella se quedó
sin aliento cuando él la dejó caer en el borde del colchón, y su mente se puso alerta. Estaban
en una cama, y él estaba duro, y ella estaba húmeda, y estaban en una cama.
Él tomó su rostro entre sus manos, inclinándose para besarla rápidamente. —Lo que tu
quieras. Haremos hasta donde tu quieras.

Ella asintió, aliviada de que él le hubiera leído la mente, y dejó que la tumbara de espaldas
sobre el colchón, y la moviera hacia la mitad de la cama. Él trepó sobre ella, besándola
profundamente y deslizando una mano por encima de su cintura. Ella le enredó los dedos en
el cabello, y le devolvió el beso, perdiendo el aliento en él.

Las manos de él comenzaron a arrugar el vestido hacia arriba, tirando de la seda para subirlo
por sus caderas, cumpliendo la promesa que había hecho unas horas antes. Ella se sacó los
tacones con los pies mientras él arrastraba la seda por encima de sus senos, después de
obtener su permiso con un breve asentimiento. Ella lo ayudó a quitárselo por la cabeza, y
entonces se encontró a si misma en ropa interior, en la cama de Draco Malfoy.

Él se puso de rodillas para meterse entre las suyas, y comenzó a besarla, trazando un camino
hacia abajo por su cuello. Ella cerró los ojos, y los labios y la lengua de él se abrieron camino
hasta sus pechos, chupando y lamiendo mientras con la mano frotaba su cadera. Ella arqueó
el pecho hacia adelante, para empujar el pezón dentro de su boca mientras él lo provocaba
con suaves giros de su lengua.

—No provoques—, gimió ella, retorciéndose debajo de él.

Y entonces él lo succionó, arrancando un jadeo ahogado de sus labios mientras pellizcaba el


otro seno entre sus dedos.

Besó cada costilla en su camino hacia el estómago, encima del ombligo. Con una mano
acarició sus muslos, abriéndolos de par en par incluso aunque ella se muriera por frotar el uno
con el otro. Draco besó la banda de encaje de sus bragas.

Ella abrió los ojos.

Él besó el interior de sus muslos, y ella se mordió el labio; sus piernas se tensaron e
intentaron cerrarse.

¿Realmente él quería hacer… eso? Ella no estaba segura...

Él levantó la mirada, sus ojos estaban oscuros y fijos en los suyos. Y antes de que pudiera
parpadear, el comenzó a moverse de regreso hacia arriba, besando su estómago y su garganta
hasta que su boca encontró de nuevo la suya.

Ella suspiró y bajó las manos por encima de su camisa. Estaba a medio camino por su pecho
cuando él separó la boca de la suya.

—¿Puedo tocarte otra vez?

Ella asintió. —Si—. Tiró de su camisa. —Quítate esto.

Él se sentó y se debatió con los botones, bebiéndola con los ojos mientras ella yacía de
espaldas sobre su colchón. Apenas terminó de quitarse la camisa, se colocó a su lado, y con
una mano le recorrió el estómago.
—¿Puedo quitarte esto?

Ella se mordió el labio y asintió. Sus ojos se oscurecieron, y entonces él le bajó las bragas por
los muslos, y la ayudó a quitárselas. Luego su mano le sostuvo la cadera mientras se
acomodaba a su derecha.

Él bajó la mirada hacia su cuerpo, por un momento que duró para siempre, y ella sintió que el
corazón le latía con fuerza, y su rostro estaba enrojecido por la vergüenza y la excitación.

Luego la mano se movió hacia su centro, y ella volvió los ojos hacia el techo mientras sus
dedos se arrastraban entre sus pliegues. Él presionó sus labios sobre su clavícula, besándola
suavemente mientras sus dedos la exploraban.

Ella no sabía qué hacer con las manos. Dejó que la izquierda quedara tumbada a su lado, y
deslizó la derecha alrededor de la cintura de él, abrazando su espalda.

—Esto… ¿está bien?— Susurró.

Él murmuró contra su cuello y sus dedos se hundieron más entre sus pliegues. —Eres
perfecta.

Ella se mordió el labio y cerró los ojos, dejando que Draco encontrara su clítoris en cuestión
de segundos. Intentó reprimir un jadeo, pero supo que él lo había escuchado cuando lo sintió
sonreír contra sus clavículas.

Con gentileza, él separó sus piernas y dobló sus rodillas contra el colchón. Cuando la mano
volvió a su centro, ella pudo sentir todo. Cada arrastre de sus yemas. Cada roce de sus
nudillos. Los dedos se deslizaron hacia abajo, y ella los sintió empujando contra su entrada.

—Joder.

Ella dio un salto. —¿Qué?

Él negó con la cabeza y besó su oreja, arrastrando los dedos hasta su clítoris, haciéndolo
girar. Sus caderas se curvaron. —Voy a hacer que acabes, Granger.

Ella se mordió el labio inferior y asintió. Y entonces, él la estaba besando en la boca de


nuevo, y sus labios y su lengua eran insistentes, la distraían. Ella suspiró y arqueó la espalda
cuando él encontró el ritmo que le gustaba, aumentando la presión de sus dedos. Movió las
caderas, y ella pudo sentir su miembro contra ella, todavía duro en sus pantalones.

Abrió los ojos de golpe mientras él gemía dentro de su boca, y rodaba sus caderas hacia
adelante otra vez. Ella debería estar haciendo algo, ¿verdad? ¿Debería estar tocándolo
también?

Se movió de lado y se estiró para pasar un brazo alrededor de su cuello, besándolo y


presionando su pecho desnudo contra el suyo. Él gruño dentro de su boca y le mordió el
labio, ajustando los dedos entre sus piernas. Ella deslizó una mano por el pecho de él, y
enganchó sus dedos en el cinturón.
La mano de él abandonó su centro y la tomó por la muñeca. Ella se soltó y levantó la mirada
hacia él.

—Está bien, Granger—, suspiró. —Solo recuéstate...—

—Draco—. Ella frunció el ceño. —Déjame tocarte.

Él vaciló. Y ella arqueó una ceja, sintiéndose atrevida.

—¿Te da vergüenza?— Preguntó, inocentemente.

Él frunció el ceño. —No, ¿por qué…?

Ella abrió la boca, y luego la cerró. Se encogió de hombros.

Sus ojos se volvieron letales. —¿De qué podría avergonzarme, Granger?

Ella se mordió el labio, reprimiendo una sonrisa. —He oído que algunos muchachos pueden
sentirse avergonzados de su… tamaño. Pero estoy seguro de que eres bueno en otras cosas...

Él apartó las manos de su cuerpo y las inmovilizó contra la cama, rodando encima de ella.
Con un gruñido enterró las caderas contra las suyas, frunciendo el ceño.

—¿Eso se siente “pequeño”, Granger?

Ella negó con la cabeza, sin poder contener la risa. —No lo sé realmente. Todavía no la he
visto...—

Él se sentó y se arrancó el cinturón de los pantalones. Riendo, ella intentó ayudarlo con los
botones, pero él apartó sus manos, todavía con una expresión letal. Lo que la hizo reír aún
más.

Una vez desabotonado, se apretó de nuevo contra ella y la besó hasta dejarla sin aliento. Ella
le pasó las manos por las costillas, bajando más y más hasta que sus dedos rozaron sus
calzoncillos. Él gimió y rodó las caderas hacia adelante, succionando su labio inferior.

Ella le bajó los pantalones por debajo de la cadera y alcanzó el elástico de sus calzoncillos. Él
apartó su boca de la suya y dejó caer la frente sobre su hombro, respirando con dificultad
contra su piel. Ella lo buscó dentro y envolvió suavemente los dedos a su alrededor.

Él se estremeció y gimió con fuerza.

Su piel era cálida y suave. Intentó arrastrar las yemas de sus dedos alrededor de él con
suavidad, y Draco murmuró algo contra su cuello. Respiró hondo, y su mano regresó a su
centro.

Ella echó la cabeza hacia atrás, moviendo la cadera contra su mano. Los dedos de él se
desplazaron hasta su entrada, y lentamente empujó un dedo hacia adentro.
Ella jadeó y su mano se detuvo, mientras sus piernas se curvaban hacia su cadera. —Oh...—

Él inclinó la cabeza y la besó otra vez, entrando aún más en ella. —¿Está bien?

—Si. Claro. Quiero decir, está bien...—

Dejó de tartamudear cuando él retiró su mano y volvió a entrar en ella, llenándola lentamente.

Él soltó una maldición, y comenzó a besar su cuello otra vez. Retorció la mano, y entonces su
pulgar se posó sobre el clítoris.

Hermione dejó que sus ojos se cerraran, acariciando suavemente su miembro con los dedos y
moviendo sus caderas contra él. Sus dedos aceleraron el ritmo, frotando y empujando, más
rápido y más firme. Podía sentir que la tensión que se había estado acumulando desde que él
la había besado afuera de las puertas de la Mansión, crecía dentro de ella. Su mano libre
apretó la ropa de cama, estirándose, buscando.

Su respiración tartamudeaba en su pecho, y sus paredes temblaron… Estaba tan cerca.

—Joder—. Draco jadeó pesadamente contra su mandíbula. —Sentí eso—. Ella se sonrojó. —
Voy a hacerte acabar encima de mis sábanas, Granger.

Hizo girar su clítoris con el pulgar, llevándola cada vez más y más alto mientras sus labios
succionaban su cuello. Ella se percató de que su mano todavía estaba alrededor de él, pero no
conseguía pensar, mucho menos moverse, mientras él jugaba con ella. Dejó caer la cabeza
hacia atrás, arqueando el pecho hacia el dosel, y encogiendo las rodillas hacia arriba.

Él curvó un dedo, arrastrándolo contra el interior de su pared, y ella soltó un gemido a la vez
que el coño se le contraía y lo apretaba, mientras el pulgar trabajaba su clítoris.

Ella gritó su nombre, y él apretó la boca contra la suya mientras ella cabalgaba sus dedos
hasta el clímax.

Él empujó lentamente su dedo adentro de ella mientras se relajaba, y finalmente lo sacó. Ella
recuperó el aliento, y recordó su mano encima de él, la mano que se había retirado y se había
curvado en un apretado puño contra su pecho mientras acababa.

Draco rodó hacia un lado, tumbándose sobre la espalda. Ella se giró hacia él y con una mano
bajó por su vientre.

Él le tomó la muñeca con gentileza. —No tienes que...—

—Quiero que te sientas bien también—. Él cerró los ojos, y ella lo vio tragar saliva. Se apoyó
sobre un codo y se inclinó para besarle el cuello mientras su mano se deslizaba hacia abajo.
—Solo… enséñame qué hacer.

Él gimió, apretando la mandíbula.

Envolvió sus dedos alrededor de él y lo acarició lentamente, tentativamente, viendo que


fruncía el entrecejo. Bajó la mirada, y quedó momentáneamente fascinada por la manera en
que su mano se movía alrededor de él. Y… parecía que no tenía nada de qué avergonzarse
después de todo.

—¿Está…?—

—Más apretado.

Ella se mordió el labio y siguió sus instrucciones. Los ojos de él se mantuvieron firmemente
cerrados, y separó los labios para exhalar pesadamente.

—¿Más rápido?

—Si. Joder.

Ella aceleró la mano y se acercó más a él, besando sus clavículas como él le había hecho a
ella. Las caderas de él saltaron, y ella vio que los músculos del abdomen se contraían y se
relajaban. Él se llevó una mano al rostro.

—¿Qué sucede?— Susurró ella contra su hombro.

El pecho de él subía en busca de aire, y se pasó la lengua por los labios. —Voy a acabar.

Ella se inclinó hacia adelante para besar sus labios. Una mano se enredó en su cabello, y la
otra se movió hacia abajo para cubrir la suya, indicándole el ritmo que le gustaba, y
animándola a girar la muñeca de cierta manera. Él gimió cuando ella lo hizo por su cuenta, y
maldijo cuando sus caderas saltaron para encontrar su mano.

Con un sonido delicioso, gimió, y se quedó inmóvil mientras se corría, eyaculando a


borbotones sobre su puño. Él acercó otra vez los labios hacia los suyos, mientras ella
continuaba frotándolo lentamente, sintiendo cómo temblaba y palpitaba, intrigada por el
modo en que se ablandaba.

Él tomó su camisa y le limpió la mano. Y ella recordó de repente que estaba completamente
desnuda en el cuarto de Draco.

—Uhm, gracias. O… no “gracias”, pero...—

Él le sonrió, y sus ojos vagaron por su piel.

Hermione tragó saliva. —Uhm, yo debería… limpiarme.

Él asintió lentamente, mirándola. Se sentaron, y él le alcanzó el vestido. La ropa interior se


había perdido otra vez, pero ella estaba demasiado avergonzada como para demorarse en eso.
Lo besó rápidamente, y se apresuró a regresar a su cuarto, recostándose contra la puerta y
reviviendo la última hora.

Se llevó las manos al rostro, deslizándolas por las mejillas y el cuello...

Todavía tenía puesto el collar. Hermione hizo una mueca al darse cuenta. Se lo desabrochó,
lista para arrojarlo al otro lado del cuarto, cuando un delgado trozo de papel revoloteó hasta
sus pies.

Se quedó sin aliento. ¿Cuándo le habían pasado una nota? Se inclinó rápidamente para
tomarlo.

No faltes el próximo viernes.

Su corazón latió con fuerza, y sus ojos se abrieron como platos. ¿Qué sucedería el próximo
viernes? Se pasó una mano por el cabello, preguntándose en qué punto de su distracción
alguien había estado tan cerca como para deslizar una nota en su collar sin que ella lo notara.
En algún momento de la noche, ella se había perdido a si misma. Había perdido la noción del
juego.

Se hundió contra la puerta, mirando fijamente la nota. Respiró temblorosamente mientras la


culpa eclipsaba su euforia.

~*~

La semana siguiente era Halloween. Hermione se aseguró de que no hubieran planes


específicos que les prohibieran asistir. Un lote de maquillaje nuevo había aparecido en su
cuarto de baño, y Hermione se pintó los labios y se aplicó obedientemente la sombra. Pansy
le había dejado un vestido lencero de mangas largas, ceñido, con un dobladillo que apenas le
cubría el trasero. Pero por lo menos tenía el pecho cubierto. Aunque eso no impidió que los
ojos de Draco la recorrieran. Ni sus manos.

La cena fue un asunto bullicioso, con los muchachos bebiendo licores y cantando canciones.
Draco los gobernaba a todos, sonriendo y divirtiéndose, dejando que sus dedos le recorrieran
los muslos.

Hermione luchó contra el impulso de fundirse con él. Se había prometido a si misma que no
perdería la cabeza en el Salón otra vez. Podía mantener las apariencias sin enloquecer. Tenía
que mantenerse alerta por lo que fuera que no debía perderse en esta fiesta.

Siguiendo a los muchachos hacia el Salón, Hermione se mantuvo atenta, sin dejar que la
mano de Draco en su cintura la distrajera de su misión. Se sentó en su regazo, tomó una copa
de champagne que le ofrecía una Chica Carrow, y examinó la habitación. Pero a pesar de
estar tan alerta, no estaba en absoluto preparada para que una sombra se posara sobre ellos, y
una voz canturreara. —Ven conmigo, Sangre Sucia.

Ella levantó la mirada hacia un par de ojos grises, y parpadeó al descubrir que Lucius Malfoy
estaba en Edimburgo. Draco se quedó inmóvil debajo suyo antes de ayudarla a levantarse de
su regazo. Rápidamente se levantó con ella.

—Padre.

—Hijo—. Lo miró con frialdad. —Es hora de que tu mascota conozca el Salón Borgoña, ¿no
crees?
Hermione lo miró boquiabierta. El Salón Borgoña era donde las discusiones más importantes
sucedían, el lugar donde llevaban a los dignatarios. El “otro cuarto”. ¿Y Lucius Malfoy
quería llevarla allí? Todavía se estaba recuperando de verlo a él en Edimburgo, y para colmo
hablando con ella en público.

Draco tosió e hizo un gesto a su padre para que señalara el camino. Lucius arqueó una ceja
antes de tomar a Hermione por el codo con dedos firmes y volverse para escoltarla hacia la
gruesa puerta en la esquina del cuarto. Draco dio dos pasos para seguirlos, y Lucius giró de
golpe.

—No te molestes, Draco. La cuidaré bien—. Sus ojos revolotearon con desdén por encima de
los muchachos de Slytherin que los observaban con atención. —Juega con tus amiguitos.

Los ojos de Hermione se abrieron y se lanzaron sobre Draco. Él estaba articulando algo sin
hablar, con el rostro blanco como un papel. Antes de que pudiera discutir, Lucius giró sobre
sus talones y la arrastró fuera de allí.

—Confío en que sabe cómo comportarse, Señorita Granger—, dijo Lucius arrastrando las
palabras, una vez que las puertas se cerraron detrás de ellos.

Ella asintió, y abrió la boca...

—Eso incluye contener su lengua.

Cerró la boca de inmediato. Lucius giró por un largo corredor a la derecha, y ella caminó a su
lado en silencio, con el corazón latiendo con fuerza en sus oídos. Dieron vuelta en una
esquina hacia otro cuarto, donde una pequeña multitud estaba reunida; voces bajas y tintineo
de copas. Lucius camino entre ellos, saludando a sus amigos y asociados. Las miradas se
detenían en su cuerpo, pero nadie hizo ninguna mención. Se acercaron a la puerta de madera,
y Lucius se volvió hacia el guardia. Un rápido Hechizo de Detección, y la puerta se abrió
para ellos.

Hermione entró a un cuarto tenuemente iluminado, lleno de acogedoras chimeneas y apliques


de luz baja. Había unas veinte personas en el lugar. Pudo ver a Yaxley y a Dolohov
conversando con el Ministro español, Santos, y alguien que debía ser su esposa. Avery estaba
sentado en un cómodo sillón, hablando en voz baja con un hombre asiático. Un
guardaespaldas estaba de pie a su lado. Charlotte levantó la mirada de donde estaba
intercambiando copas vacías, y sus ojos pasaron rápidamente sobre Hermione antes de
apartar la vista. Y al otro lado del cuarto, la Ministra Cirillo de Grecia estaba de pie junto a
Mulciber. Cho Chang colgaba de su brazo con una suave sonrisa, sin dedicarle una mirada.

Los ojos de Cirillo aterrizaron encima de ellos, y sus labios esbozaron una sonrisa, revelando
unos dientes perfectamente rectos. —Lucius, querido. Tenía la esperanza de que vinieras.

Lucius la tomó por el codo para cruzar el cuarto. Cirillo los encontró a medio camino.

—Eleni—, saludó él. —Lo prometí, ¿no es así?— Se besaron las mejillas.

—Aún así. Antonin me dice que no sueles venir de visita.


—Debes saber lo que detesto este castillo. Construido por Muggles—. Hizo una mueca de
burla mientras miraba las paredes a su alrededor, y luego cuadró los hombros. —Pero por
supuesto, cuando no me necesitan fuera del país, estoy dispuesto a pasar por aquí. Siempre y
cuando esté en la ciudad, Señora Ministra.

Cirillo le guiñó un ojo, y sus ojos se posaron encima de Hermione. —Así que la trajiste. El
trofeo de tu hijo.

Lucius rió y le acarició la mejilla con un solo dedo. Hermione se congeló, luchando con el
impulso de alejarse. —Yo diría que es el trofeo de la familia.

—Precisamente lo que esperaba escuchar—, ronroneó Cirillo. Avanzó hacia Hermione sin
permiso, acariciando sus labios con la punta de los dedos, tocando su cabello. Como si
estuviera inspeccionando el ganado.

—Verdaderamente exquisita—, murmuró. Se volvió hacia Lucius. —¿Seguramente podrás


separarte de ella por algunas horas?— Hermione sintió que se le contraía el pecho, y le
sofocaba los pulmones. Si no fuera por el agarre de Lucius en su codo, habría trastabillado
hacia atrás.

—Oh, estoy seguro de que es una posibilidad—, dijo ligeramente. —Pero debo advertirte—,
rió, —es pésima con su boca.

Hermione parpadeó una vez. Dos veces. Se sonrojó de la vergüenza.

—A pesar de lo mucho que habla, no es rápida para aprender—, Lucius la miró de reojo con
desdén. —Podrá ser agradable de ver, pero no es mi primera opción.

Cirillo rió y dejó que sus ojos vagaran por su cuerpo. —No hay problema con eso. Prefiero
ser yo quien use la boca. ¿No es así, Charlotte?

Charlotte apareció junto a ellos con una bandeja. Sus ojos parpadearon antes de que sus
labios se curvaran en una sonrisa recatada.

—Bueno, la Sangre Sucia tal vez sea buena para algo, entonces—, dijo Lucius, tomando el
vaso de whisky que le ofrecía. —Hablaré con mi hijo y veré cuándo le resulta conveniente.

—Buena suerte con eso, Eleni—, dijo una voz oscura y ronca. Hermione levantó la mirada
para ver a Dolohov pavonearse hacia ellos. —No conseguirás que el heredero Malfoy se
separe de ella ni por una noche—. Tomó un sorbo de su copa y la miró por encima del borde.
—Su hijo es bastante… particular, con la Sangre Sucia.

Lucius se mantuvo inmóvil a su lado.

—¿Particular?— Preguntó Cirillo.

—Mhm. Quizá debería decir… prendado—. Dolohov volvió los ojos hacia Lucius.

—Yo tendría cuidado con lo que insinúas, Antonin. Mi hijo se ha negado a Compartirla
contigo bajo mis ordenes—. Sus labios se curvaron. —Preferiría que no regresara a nosotros
con alguna enfermedad.

Dolohov se vio como si quisiera responder, pero se mordió la lengua.

Lucius se volvió hacia Cirillo. —Estaré feliz de consultar con Draco. Pero mientras tanto,
Eleni, ¿conoces a Anna?

Cirillo arqueó una ceja. —¿Anna?

—Una nueva Chica Carrow. Capturada en Suiza la semana pasada. Tenía pensado pedirla
para mi esta noche, pero no está bien ser egoísta con los invitados...— Soltó una carcajada, y
el sonido se sintió como un cuchillo en el corazón de Hermione.

—Mhm—, dijo Cirillo, claramente despertando su curiosidad. —Me interesaría conocerla.

—Charlotte—, llamó Lucius, y ella se acercó. —Sé amable y trae a Anna para la Ministra
esta noche. Creo que es precisamente lo que Eleni está buscando.

Charlotte inclinó su cabeza, y antes de que se fuera, Dolohov dejó su vaso en la bandeja con
un golpe y tomó uno nuevo. Hizo un chasquido con la lengua.

—Así que, he oído que Lestrange sigue pidiendo refuerzos en Suiza. Es una lástima que no
pueda mantener esa situación bajo control—. Negó con la cabeza, y luego fingió una mirada
casual hacia Lucius. —¿No se suponía que la ayudarías, Lucius? ¿Con tu dorado “toque
político”?

—Si, bueno, desafortunadamente no todos contamos con tu sutileza, Antonin. ¿Por qué te
degradaron al cargo de controlar a los Lotes otra vez? ¿Por haber violado a la esposa del
Secretario italiano?— Lucius tomó un sorbo de whisky.

Dolohov lo miró con sorna, y separó los labios...

—Dime, ¿es ese el Ministro Grubov?— Lucius señaló al hombre que conversaba con Yaxley
al otro lado del cuarto. —He estado ansioso por hablar con él.

—Si—, gruñó Dolohov. —Te presentaré...—

—No necesito la presentación de un mestizo. Pero gracias por tu generosa oferta.

Y sin dedicar otra mirada a Dolohov, Lucius cruzó el cuarto con Hermione detrás. Estaba
apenas recuperándose del latigazo de los últimos minutos, cuando de repente estaba siendo
presentada a un nuevo Ministro.

Sus ojos recorrieron la habitación mientras Lucius conversaba con Grubov. Escuchaba las
conversaciones, observaba las interacciones, pero muy poco de aquello era útil, ya que todos
parecían atenerse al intercambio de cortesías. Se preguntó quién habría deslizado aquella
nota, y con qué objetivo. ¿Sabrían que ella sería requerida en el Salón Borgoña esa noche?
¿O se estaría perdiendo la interacción importante en el Salón por culpa de Lucius?

—¡Ah! Aquí está él—, dijo Grubov, juntando las manos. —¿Encontraste una chimenea?
—Así es—, dijo una voz profunda. —Muchas disculpas por mi tarrdanza. Estaba prrecisando
hacerr llamada.

Hermione se volvió, siguiendo el sonido de la voz familiar hasta un pecho amplio, unos
hombros gruesos y un rostro de barba oscura.

Viktor Krum palmeó el hombro del Ministro de Bulgaria y asintió a Lucius Malfoy, apenas
mirando a Hermione.

—¿Qué me perrdí?

Chapter End Notes

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Chapter 26
Chapter Notes

Nota de Autor

Todos ustedes son los mejores por ser tan pacientes. Han sido unas semanas difíciles
para mucha gente, así que gracias por el respeto. Este capítulo es un poco más corto,
pero funciona mejor para el ritmo y para publicar el capítulo hoy en lugar de mañana.

Cantidades increíbles de amor para raven_maiden y Saint Dionysus.

Si necesitan algo de porno con su "angst" esta noche, echen un vistazo a "Strange You
Never Knew" de mi principal apretón raven_maiden. Publica un nuevo fic una vez por
siglo, así que ésta es una gran noticia.

See the end of the chapter for more notes

—¡Viktor!

El Ministro Grubov lo tomó por el hombro. Era tan alto como recordaba, vestido con una
elegante túnica color rojo sangre. Aún mantenía la barba que se había dejado crecer la última
vez que lo había visto. La adrenalina recorría sus venas mientras lo observaba, y su corazón
latía tan fuerte que se sentía mareada.

—¿Ya conoces a Lucius Malfoy?

—No. Crreo que no he tenido el placerr—. Viktor extendió su mano, y Hermione vio los
astutos ojos de Lucius parpadear encima de él antes de aceptar el saludo.

—Señor Krum—. La otra mano de Lucius se deslizó alrededor de sus costillas hasta aferrar
su brazo opuesto, para mantenerla apretadamente a su lado. —Lamenté mucho escuchar que
las ligas internacionales habían sido suspendidas. Mi familia y yo disfrutábamos mucho de
verlo jugar.

—Yo también. Perro crreo que fue el momento adecuado para dedicarrme a la política, ¿no?
— Soltó una risa cálida. —La vista es mucho más agrradable aquí—, dijo, justo cuando
Charlotte regresó a ofrecer bebidas, aleteando sus pestañas.

Hermione lo vio tomar un vaso, con una mirada lasciva poco característica de él. Se volvió
hacia Lucius, todavía pasando los ojos por encima de la cabeza de Hermione, como si ella no
estuviera allí.

Ésta era la razón por la que no podía perderse la fiesta de hoy. Tenía que ser.
—¿Y todas las chicas de aquí están librres para una audiencia prrivada?

—Ah, los Collares Plateados—, dijo el Ministro Grubov, señalando su cuello. —Los Collares
Dorados son negociables. ¿No es así, Lucius?

—La mayoría de ellas—, dijo Lucius, con un pequeño apretón en su muñeca.

Hermione vio como los ojos de Viktor se posaban brevemente en ella, y esperó, con la
respiración entrecortada y la mente aturdida. Los ojos de él se abrieron de par en par al
enfocar en ella.

—¿Es ésta la chica Grrangerr? Había oído que había sido capturrada, pero no sabía porr
quién.

La chica Granger. Hermione podía sentir su corazón latiendo con fuerza.

—Si—. Lucius hizo girar su vaso con pereza. —Es propiedad de mi hijo—. Y con un cambio
en el tono de voz, y una inclinación de su cabeza, Lucius se enfocó como un tiburón. —
¿Entiendo que ustedes se conocieron durante tu tiempo en Hogwarts?

Viktor sonrió levemente. —Ella fue mi cita al Baile de Navidad. Bueno para aparriencias,
pero pisó mis pies toda la noche—. Bajó la mirada hacia ella, dejando que sus ojos le
recorrieran la piel. —No la he visto en cuatrro años, pero cierrtamente se ha vuelto más
atrractiva.

No habían sido cuatro años. Había sido un año, en la boda de Bill y Fleur. Habían
conversado. Casi habían bailado. Se habían mantenido en contacto antes de eso. Recordaba
sus extensas cartas, la invitación de verano que ella había declinado debido a los T.I.M.O.

Viktor estaba trivializando su relación a propósito.

—De hecho, me gustarría mucho… negociarr porr ella. Esta noche—. Sus ojos eran líquidos
mientras rodaban por su cuerpo. —Ella erra, cómo se dice… buena chica entonces. No estaba
perrmitido tocarr.

Lucius hizo una pausa, y Hermione contuvo el aliento mientras él calculaba. —Me temo que
ella es muy solicitada, Señor Krum. Tendrá que ponerse en la fila—. Rió el Ministro Grubov,
y Lucius se unió a él.

Los ojos de Lucius se movieron brevemente hacia la puerta, y Hermione los siguió hasta ver
a un Mortífago llevando a una chica morena y delgada hacia Charlotte. La joven temblaba
mientras Charlotte la conducía hacia la Ministra Cirillo, con los labios estirados en una
sonrisa forzada.

Anna.

—Así es, de hecho—, dijo Lucius con ligereza. —Es la esclava de mi hijo. Tendrías que
hablar con él acerca de cualquier intercambio—. Se volvió abruptamente hacia Grubov. —
Ministro, he oído que ha comenzado el proceso de Registro de Nacidos de Muggles. ¿Cómo
está yendo eso?
Hermione intentó mantenerse al tanto de la discusión política, más allá del impulso de vigilar
a Viktor. Las únicas veces que él echaba un vistazo en su dirección, eran para dejar que sus
ojos se detuvieran sobre su cuerpo.

Después de unos diez minutos de conversación, Lucius se excusó y la llevó a conocer al


Ministro japonés, que estaba usando un Encantamiento de Traducción para hablar con
Mulciber. Hermione echó un vistazo a Cho, pero ella también estaba evitando hacer contacto
visual.

En un rincón alejado, la Ministra Cirillo conversaba con Yaxley, con una mano en su bebida y
la otra en el trasero de Anna. Hermione intentó seguir la conversación con el Ministro
japonés, pero estaba demasiado distraída, viendo a la chica Suiza temblar y crisparse por el
rabillo del ojo.

Esa podría haber sido ella. Y Lucius había arrojado a aquella chica al camino de Cirillo en su
lugar. Se le retorció el estómago de culpa y alivio cuando Cirillo finalmente terminó su
conversación, tomó a Anna del codo, y la llevó hacia una puerta lateral. Apenas tuvo la
oportunidad de estabilizarse en su lugar, antes que Lucius la tomara por el codo y se
despidiera.

Hermione mantuvo la mirada baja mientras él la empujaba hacia la salida. Intentó encontrar a
Viktor justo antes de que la puerta se cerrara, pero él estaba de espaldas a ellos.

Caminaron por el corredor, Hermione arrastrándose sobre sus tacones. Esperó hasta llegar a
una distancia segura del guardia antes de susurrar, —¿Por qué me trajiste aquí?

—Fue requerida allí, Señorita Granger—, murmuró por la comisura de su boca. —No podía
posponer a Eleni por más tiempo—. Estaban casi al final del pasillo cuando él la acercó un
poco más. —¿Has vuelto a hablar con Viktor Krum desde que estaban en Hogwarts?

Ella sintió un pinchazo en la piel, y su respiración se cortó. Tenía medio segundo para
decidir...

—No. No desde cuarto año.

Le echó un vistazo y vio que apretaba los labios con disgusto. Y notó que aceleraban el paso.

Volvieron a entrar al Salón, pasaron las mesas de juego y cruzaron con eficiencia hasta los
sillones donde estaban sentados Draco y los demás. Los ojos de Draco se clavaron en ellos
desde el momento en que atravesaron la puerta, pero no hizo ademán de saludar ni de ir a
buscarla.

Lucius avanzó con suficiencia, y con un firme empujón, la hizo aterrizar sobre el regazo de
Draco. Se preparó para una caída, pero Draco la atajó, aferrándola por las costillas.

—Tu zorra habla de más—, escupió Lucius. —Llévala a casa y disciplínala. O lo haré yo.

Él se alisó la túnica y arqueó una ceja significativa.

—Si, padre.
Mirándola con arrogancia por última vez, Lucius giró sobre sus talones y se escabulló del
Salón.

Draco se movió rápidamente para ponerse de pie, pero Hermione deslizó las manos alrededor
de sus hombros y enterró el rostro en su cuello. Besó su piel una y otra vez hasta que sintió
que los músculos se relajaban. Le latía con fuerza el corazón mientras frotaba su nariz cada
vez más cerca, subiendo hasta el lóbulo de su oreja. —Por favor—, susurró. —Recuerda la
nota.

Le había llevado todo el día tomar la decisión de contarle. Le preocupaba que, si lo supiera,
se pondría demasiado nervioso como para llevarla a Edimburgo. Cuando finalmente
consiguió sincerarse, él simplemente le quitó la nota con el ceño fruncido, y descartó sus
teorías con un murmullo desinteresado.

Quizá todavía estaba enojado por eso. Tal vez por eso se había puesto tan rígido.

Después de unos cuantos dolorosos minutos después, finalmente se movió. Curvó un brazo
alrededor de su cintura y la apartó para sostener su barbilla con la otra mano. —¿Te portarás
bien?— Dijo, lo suficientemente alto para que escucharan los muchachos. —¿Dejarás de
portarte mal?

Ella asintió con vehemencia y se inclinó hacia adelante para besarlo. Ella la tomó por la
mandíbula y arqueó las cejas.

—¿Lo harás?— Insistió.

Ella bajó los ojos y se lamió los labios para los muchachos. —Si, señor.

Se escucharon carcajadas y maullidos, y entonces Draco tomó su boca con la suya. Ella se
movió en su regazo mientras él la besaba, cruzando las piernas mientras se subía por sus
muslos.

Su mente salió disparada mientras la mano de él comenzaba a acariciar su pierna. Necesitaba


encontrar la forma de volver con Viktor. Tal vez podía pedirle a Draco que...

—¡Ah! Algunas carras familiarres.

Draco se congeló debajo de ella, y su lengua detuvo la exploración de su boca. Ella le apretó
los hombros y se volvió para ver a Viktor inclinando la cabeza hacia los jóvenes de Slytherin.

Pucey se levantó de un salto con una brillante sonrisa y estrechó su mano, y Montague y Flint
siguieron su ejemplo. Ella recordó lo amistosos que habían sido los Slytherin con los
estudiantes de Durmstrang; tenía sentido que se saludaran con tanta calidez. El brazo
alrededor de ella se tensó. Draco no hizo ademán de levantarse.

—¡Krum! Ya era hora de que vinieras a Edimburgo—, dijo Flint, palmeando su hombro. —
¿Donde mierda has estado?

Los ojos de Viktor se posaron brevemente en la mano encima de él, y Flint rápidamente la
retiró. —Estoy en el gobierrno ahorra. Subsecrretario del Ministrro Grrubov.
—¿Y qué tal lo llevas?

Krum se encogió de hombros. —Bastante bien, aunque los Sangrre Sucia han sido
prroblemáticos. Evidentemente no gustan de nuestrras nuevas leyes.

Flint y Pucey soltaron una carcajada, y Viktor sonrió. Hermione podía sentir las respiraciones
lentas y constantes junto a ella, las costillas de él se expandían y se contraían con
movimientos controlados. Ella deslizó sus ojos hacia un lado y descubrió a Blaise y a
Giuliana mirándolos a ella y a Draco. Rápidamente apartaron la vista.

—¡Hablando de Sangre Sucia!— Pucey aplaudió con alegría. —¿Has visto que tu antigua
novia está aquí?— La señaló y se sentó en el sofá, atrayendo a Mortensen a su regazo para
permitir que Viktor se sentara junto a él.

Viktor tomó asiento, finalmente volviendo sus ojos hacia ellos dos. —Lo hice. Ha crrecido
bastante.

—Ha mejorado, diría yo—. Pucey la miró con lascivia mientras pasaba su mano por encima
de los muslos de Mortensen.

—Mhm—. Viktor tomó una bebida de una Chica Carrow que pasaba. —Malfoy—, saludó
con la cabeza. —Estás feliz con ella, ¿no? ¿Ha aprrendido algunos trrucos desde la escuela?

—Yo diría que si—, dijo Flint en voz baja. Montague rió.

—Krum—, dijo Draco, con un tono peligroso en la voz. —¿Qué te trae de regreso a Gran
Bretaña?

—Algunas rreuniones con tu Ministrro Thicknesse. Perro estamos muy contentos de


relajarrnos en Edimburrgo esta noche. Ahorra—. Viktor se dio una palmada en el muslo. —
¿Donde consigo una chica parra rrebotar en mi rrodilla?

Los muchachos rieron, y Pucey llamó a una de las camareras para que consiguiera a alguien
para Viktor Krum. Draco jugueteó con el anillo en su pulgar, haciéndolo girar. Hermione se
mantuvo muy quieta; su cerebro trabajando furiosamente. Quizá podría...

—Malfoy—. Viktor se inclinó hacia adelante, con una mirada intensa. Escrutadora, casi,
como solía tener cuando jugaba al Quidditch. —He oído que la comprraste por muchos
Galeones.

Hermione tragó saliva, y escuchó el chasquido de la mandíbula de Draco. —Así es.

—¿Y? ¿Valió la pena el prrecio?— Se rió mientras se reclinaba, y el sonido la atravesó como
si fuera hielo.

La pregunta flotó en el aire mientras Draco se inclinaba hacia adelante para tomar su bebida,
estabilizándola con la otra mano. Dejó descansar su vaso en su rodilla, y asintió. —Cada
Sickle.
—Bien, bien—. Viktor se aclaró la garganta. —Bueno, ella no erra grran cosa hace cuatrro
años, me gustarría ver cómo ha cambiado.

Se hizo un silencio tenso entre los muchachos. Hermione solo podía escuchar el retumbar de
la música.

Viktor frunció el entrecejo. —Es decirr… aprreciaría la oporrtunidad de visitarrla en


prrivado.

—Eso está fuera de discusión—, dijo Draco, arrastrando las palabras.

Ella pellizcó la piel de su cuello. Necesitaba hablar con Viktor.

Él no se inmutó.

—Ah. Veo que estoy siendo descorrtés—. Viktor esbozó una sonrisa inquieta. —Porr
supuesto si es una cuestión de prrecio...—

Pucey se inclinó en el oído de Viktor y susurró de manera audible. —Él no es de los que
comparten, Krum—. Flint resopló, y luego bajó rápidamente la vista a su bebida.

—Dejaste a Theo usarla como Calientapiernas —, intervino Montague. —Seguramente


Viktor Krum...—

—La perdí en una apuesta. En buena ley—. Los ojos de Draco se endurecieron mientras
tomaba su Whisky de Fuego.

—Estarría feliz de apostarr mi orro por un prrecio menor. Me gustarría mucho—, dijo,
mirándola otra vez con intensidad, —tenerr a Herrm-ío-ne como Calientapierrnas.

Hubo un hormigueo de certeza en sus venas. Estaba decidido. Había sido enviado por la
Orden, y necesitaba hablar con ella. Sentía la boca seca mientras pasaba sus dedos por el
cabello de Draco, y le daba un suave pero urgente tirón...

—No tengo intención de Compartir esta noche. Tendrás que arreglártelas con una de las
Chicas Carrow.

Hermione inhaló profundamente. Draco se negaba a mirarla a los ojos, tenía la mirada fija en
Viktor. Blaise se movió a su lado.

—Ah—. Viktor entrecerró los ojos cuando ella se volvió para mirarlo; le latía el pulso en los
oídos. —Olvidé que Malfoy es hijo único, ¿no? No deja que otrros jueguen con sus juguetes
—. Los muchachos rieron. Hermione tiró del cabello de Draco otra vez, intentando
comunicarse con él.

—Seguro un jugador de Quidditch famoso como tu puede tener a cualquier chica en este
salón—. Draco se llevó el vaso a los labios. —Algunas de estas zorras incluso le suplicarían a
los Carrow por una chance con Viktor Krum.

Los Slytherin hicieron silencio, observando el partido.


Viktor le sonrió a Draco, y sus dientes blancos brillaron. —Si, tal vez no necesitarría
comprrar una chica como compañía. Me prregunto si puedo decirr lo mismo de ti—. Se hizo
un silencio tenso. Draco golpeteó su vaso con el pulgar. —Quizá deberríamos dejarr que
Herrmione decida...—

—Si nos disculpas—, Draco se puso de pie rápidamente, levantándola—, escucharte


destrozar las consonantes me está haciendo doler la cabeza.

Fue tomada por el codo, y sus pies fueron obligados a moverse.

—¡Vamos, Draco! ¡Quédate!— Llamó Pucey detrás de ellos.

Draco la había arrastrado al otro lado del cuarto antes de que su cerebro los siguiera, y se dio
cuenta que se dirigían a las chimeneas.

—¡Espera!— Siseó.

La mandíbula de él se tensó, y la apretó con más fuerza.

—Draco...—

Él tiró bruscamente de ella hacia un costado y se inclinó para susurrar en su oído. —Si peleas
conmigo en público, tendré que disciplinarte en público.

—¡Pero necesito…!—

Él gruñó y tiró de ella hacia adelante para atravesar la llama verde hasta su dormitorio. Ella
se quedó mirando la chimenea en shock, tambaleándose por la velocidad a la que habían
volado a través del Salón y las llamas.

—Increíble. Debería haber escuchado a mi padre...—

—Tenemos que volver—. Giró hacia él. —Viktor era la persona que necesitaba ver esta
noche. La nota...—

—Se te deben haber cruzado los cables, Granger. Solo había una cosa que Krum estaba
buscando—. Caminó a lo largo de la habitación, tirando del cuello de su túnica.

Ella abrió y cerró la boca. Estaban perdiendo tiempo. —¡Él estaba ahí esta noche para hablar
conmigo! ¡Él está con la Orden!

Draco se detuvo para fulminarla con la mirada. —¿Tu crees que Viktor Krum se está
infiltrando en la fortaleza de los Mortífagos?

Su cerebro zumbó, poniéndose en marcha. —Probablemente alguien lo ayuda. Tal vez el


Ministro Grubov está involucrado...—

—Radomir Grubov fue uno de los primeros Ministros en someter su gobierno al Gran Orden
—, dijo Draco rotundamente. —No te pongas idiota simplemente porque apareció tu ex.
Ella parpadeó, y su boca intentó formar las palabras. —¿Mi… mi ex?— La furia comenzó a
arder en su pecho, opacando sus pensamientos. —Draco, si tus celos me acaban de costar la
oportunidad de comunicarme con la Orden...—

—Él no está con la Orden—, gruñó. —Es una estrella de Quidditch buscando pasar un buen
rato un viernes por la noche.

—Tu no estuviste en el Salón Borgoña—. Respiró agitadamente, intentando mantener la


calma. —Él me estuvo enviando señales.

Él resopló y puso los ojos en blanco. —Señales.

—Si. Omitiendo detalles a propósito. Recordando mal las cosas...—

—Demasiadas Bludgers contra su cabeza, Granger.

Sus fosas nasales se ensancharon. —Él dijo que la última vez que me vio fue hace cuatro
años, pero hace apenas un año que hablamos en la boda de Bill y Fleur Weasley...—

—Bill y Fleur Weasley son enemigos del Gran Orden. Por supuesto que no admitiría haber
asistido a esa boda.

Ella apretó los dedos en puños mientras sus emociones burbujeaban. —Deberías haberme
dejado hablar con él a solas por unos minutos...—

—¿Estás loca?— Se acercó a ella. —¿Querías que te enviara a una habitación privada con
ese trol de montaña? ¿Viste la forma en que te miraba?

—¡Viktor no es así!

Él entrecerró los ojos mientras se cernía sobre ella. —¿No?

—¡No! Él es… es muy dulce y respetuoso. No sabes nada de él...—

—Sé que solía perseguirte como un perro sabueso.

—¡Te equivocas!— Su magia estaba crepitando, y le costó todo su fuerza de voluntad no dar
un pisotón contra el suelo. —Todo era muy inocente. ¡Él apenas se sentaba a verme estudiar
en la biblioteca!— Draco le dio la espalda murmurando algo que sonaba sospechosamente
como malditas plumas de azúcar. —No hicimos más que besarnos, y cuando estábamos
juntos él nunca me presionó...—

Él giró abruptamente. —Él te quería coger en ese entonces, y te quiere coger ahora también.
Siento darte la noticia, Granger, pero es la verdad.

Ella entrecerró los ojos y curvó los labios. —No tienes idea de lo que estás hablando.

—Conozco a los hombres—. Su expresión estaba dividida entre una mueca y un gruñido. —
Sé lo que se siente verte con estos vestidos.
Ella cruzó los brazos encima del pecho. —Deja de ser grosero. Viktor no es partidario de
Voldemort, y lo sé porque lo conozco.

—Tan segura estás de lo que dices, ¿no es así?— Dejó escapar una riza mordaz mientras se
pasaba los dedos por el cabello. —Este mundo está de cabeza. ¿Alguna vez soñaste hace
cinco años que verías a tus compañeros de clase hacer las cosas que hacen hoy? Las personas
cambian...—

Ella levantó las manos en el aire. —¡No, no lo hacen! ¡Lo que son por dentro es lo que
siempre serán!

Su pecho subía y bajaba mientras lo miraba, esperando por su respuesta. Pero el ojo de él
simplemente se crispó. Y tragó saliva con fuerza. —Ya veo—, dijo finalmente. Se tronó el
cuello, retrocedió y desapareció en su cuarto de baño.

Ella caminó enfurecida hasta su cuarto, pensando en lo que Viktor le podría haber dicho si
Draco no los hubiera saboteado. Noticias acerca de Ginny, quizá. O de Ron. Tal vez incluso
un plan para sacarlos a todos.

Fue solo cuando estuvo en su cuarto de baño, lavándose el olor a humo del Salón Borgoña,
que volvió a pensar en su afirmación de que las personas nunca cambian, y se estremeció ante
lo que había dejado implícito.

Ninguna persona. Ni siquiera él.

~*~

A la mañana siguiente estaba en la biblioteca, retomando donde había dejado su


investigación, cuando las puertas se abrieron abruptamente. Miró a Draco por encima de su
taza de café antes de dejarla y abrir un nuevo diario.

Todavía le hervía la sangre, pero se obligó a calmarse. Mientras miraba fijamente el dosel de
su cama la noche anterior, había llegado a la conclusión de que Draco no había querido decir
de esa manera que no confiaba en Viktor. Después de todo lo que había presenciado, tenía
buenos motivos para desconfiar de todos. Aún así, ella confiaba en Viktor, y eso debería ser
suficiente para él.

Había sido un serio revés, pero estaba dispuesta a escuchar sus disculpas.

Él hizo una pausa en la cabecera de la mesa, sin tomar su asiento habitual. Ella levantó la
mirada hacia él y lo encontró completamente Ocluído, mirándola con ojos vacíos.

—Dime tu plan para los tatuajes.

Ella parpadeó. —¿Mi plan?

—Si. Hemos estado traduciendo estos diarios. Hemos estado reconstruyendo el modo en que
estos tatuajes fueron hechos. Una vez que obtengas las respuestas, ¿cual será tu siguiente
paso?
—Yo… Averiguar cómo quebrar su magia.

—Y una vez que sepas cómo. ¿Entonces qué?

Su rostro estaba cerrado, inexpresivo. Tenía las manos entrelazadas a su espalda, como su
padre.

Ella levantó la barbilla. —Si fueron hechos con una maldición, entonces crearé una contra-
maldición. Si fueron hechos con una poción, crearé un antídoto. Creí que era bastante obv...

—¿Y qué harás con ese antídoto?— Inclinó la cabeza con un movimiento rápido y fluido. —
Porque seguro debes saber que no vamos simplemente a dejarte libre.

Sus palabras la sacudieron, como si se hubiera salteado un escalón de las escaleras. Tragó
saliva, con el corazón galopando, y se humedeció los labios. —¿Cuál es el sentido de trabajar
conmigo en una investigación si no tienes intención de ayudarme?

—Me pediste que lo hiciera—. Sus ojos parpadearon antes de volver a ser una pizarra helada.

Respiró hondo, apretando los labios, y dijo, —Seguramente estás al tanto de que planeaba
hacer llegar mis descubrimientos a la Orden.

—A través de tu red de espías.

—No lo llamaría “mía”, pero si.

—Y cuando logres escapar—, dijo lentamente, —¿planeas hacerlo a mitad de la noche, sin
decirnos una palabra? ¿O vendrás a pedir mi varita antes de irte?

Ella sintió las palabras arrastrarse por su piel, como escarabajos. —Draco...—

—Por supuesto que si es una contra-maldición, vas a necesitar mi varita para realizarla. Así
que supongo que tendremos esta conversación entonces.

Sonaba tan frío y calculador. Insensible.

Se puso de pie, sintiendo la necesidad de estar a su nivel. —¿A qué viene todo esto?

—Supongo que solo quiero saber hacia dónde se dirigen mis horas de investigación. ¿Cuál es
tu plan, Granger?

Una carcajada desdeñosa escapó de ella. —Mis amigos están siendo capturados, violados y
torturados. ¿Y tu quieres saber por qué los estás ayudando?

—No los estaba ayudando a ellos. Te estaba ayudando a ti—. Su rostro todavía era una
máscara, fría e imperturbable. —¿Y cuál es el plan para ti? Asumiendo que planeas buscar a
la Orden una vez que escapes, donde sea que estén, ¿cómo planeas evitar un mundo lleno de
Mortífagos?
—¡Yo… no lo sé! ¡Si te preocupa tanto que me vuelvan a capturar e impliquen a tu familia,
no deberías haber destruido aquella píldora!— Cerró el libro de golpe con frustración. —
Estoy pensando en cómo ayudar a los cientos de personas que se encuentran en
circunstancias impensables ahora mismo. No estoy considerándome a mi misma. ¡Esa parece
ser la principal diferencia entre nosotros!

Sus ojos brumosos miraron directamente a través de ella.

—Si, supongo que tienes razón—, dijo. —No me importa lo que le pase al resto. Nunca me
importó.

Sus palabras se hundieron en su pecho como témpanos. Eso no era cierto. Ella sabía que no
lo era. Abrió su boca para discutir.

—Ya no podré ayudarte con tu investigación—, dijo. —No hasta que hayas pensado acerca
de esto y decidas lo que quieres.

Ella parpadeó, aturdida. —¿Lo que yo quiero?

Había palabras atoradas en su garganta, clavadas allí como una roca mientras él asentía y
salía de la biblioteca. Las puertas se cerraron, y ella se dejó caer en la silla mirando fijamente
los libros, hasta que comenzó a llorar, y sus sollozos hicieron eco a través de las paredes.

~*~

Draco no volvió a la biblioteca durante los siguientes séis días. Ella no quería buscarlo,
estaba demasiado enojada y triste, y confundida por todo. Se enterraba en las traducciones
durante el día. Pero por las noches, daba vueltas y vueltas, recordando su conversación.
Preguntándose qué había querido decir con que tenía que decidir lo que quería.

El problema era que las cosas entre ellos habían cambiado, aún cuando sus objetivos
individuales seguían siendo los mismos. Hermione quería liberar a sus amigos y ayudar a
derrotar a Voldemort de una vez por todas. Draco quería sobrevivir y proteger a su familia.
Pero él le importaba, posiblemente más de lo que admitiría jamás. Y sabía que ella había
comenzado a importarle a él también. La peor parte era irse a la cama por las noches, con ese
familiar anhelo de él al día siguiente.

La situación era imposible, y cuando pensaba en ello por mucho tiempo, las esquinas de su
cama de cuatro postes comenzaban a cerrarse sobre ella hasta que terminaba jadeando en
busca de aire. Tenía que retomar su práctica de Oclumancia por la mañana para mantener su
mente clara y sus emociones en calma.

Narcissa se sentaba a tomar el té con ella todas las tardes. El jueves, intentó indagar sobre la
ausencia de su hijo. Hermione se encogió de hombros y dijo. —Quizá se aburrió de
investigar. A mi me gusta mucho—. No volvió a preguntar.

El domingo, la portada del Profeta estaba cubierta por una explosión en las oficinas del
Ministerio Suizo que había dejado cuarenta muertos. De acuerdo con los comentarios
sesgados de Skeeter, los atacantes eran “insurgentes”, empeñados en destruir los puntos de
apoyo de Voldemort. Hermione puso los ojos en blanco y dio vuelta la hoja.

Más tarde ese día, vio a Draco en el corredor. Él la saludó con un “Buenas tardes, Granger”,
pero se sintió muy similar a encontrarse con una mucama de hotel, elegante y educada.
Volvió corriendo a su cuarto después, y practicó Oclumancia hasta que sus ojos dejaron de
escocer.

Habían estado completamente desnudos el uno con el otro hacía apenas una semana, pero al
parecer habían vuelto a ser simples conocidos. Ella nunca… había atravesado una ruptura.
¿Era así como se sentía? ¿Habían roto incluso antes de haber comenzado siquiera?

La mañana del lunes despertó con golpes en la puerta. Hermione se levantó bruscamente de
la cama, y su mano se estiró para buscar una varita que ya no poseía.

—¡Granger!— Gritó la voz de Draco.

Comprobó el reloj de la chimenea, casi las cuatro de la mañana. Se quitó las mantas y corrió
hacia la puerta, preguntándose cuál podría ser el problema.

Abrió la puerta y lo encontró vestido impecablemente con sus pantalones, botas y túnica
negras. Había una ráfaga de actividad en el pasillo; los elfos corrían, y había un abrigo tirado
en el suelo. Se escuchaba la voz de Lucius desde su dormitorio. Terminó de despertar
repentinamente al observar sus ojos intensos, con círculos negros debajo, y la tensión en su
mandíbula.

—Me necesitan en Suiza.

Ella lo miró, esperando que sus palabras adquirieran sentido. Un baúl pasó detrás de él,
levitando por el pasillo.

—¡Draco, no hay tiempo!— La voz de Lucius era un gruñido.

—¡Necesito treinta segundos!— Draco se volvió hacia ella, y se pasó una mano por el
cabello mientras Hermione abría la boca, comprendiendo, horrorizada. —Me voy ahora, y
yo...—

—¿Por cuánto tiempo?

Él parpadeó y negó con la cabeza. —No… no lo sé.

—Se suponía que tu padre lo tenía controlado—. Sintió que el aire entraba rápidamente, algo
apretándose en su pecho, haciéndole difícil la respiración.

—Si, bueno, ha empeorado, y...—

Lucius apareció sobre su hombro. —Ahora, Draco. Despídete—. Se alejó.

Sintió que el momento se le escapaba de las manos como aceite entre sus dedos. Estiró una
mano hacia él cuando se volvió para mirarla, aferrando su túnica. —¿Dónde está tu madre?
—Afuera del portón con Bella. Granger...—

—Pero por qué tu...—

—Escúchame—. Aferró sus brazos, y ella se quedó inmóvil, los latidos de su corazón se
detuvieron, y su piel se congeló. —Si mis padres tienen que irse, quédate en tu cuarto. Hay
encantamientos más fuertes en esta habitación que en cualquier otra de la casa. Espera que mi
madre vuelva por ti.

Su corazón comenzó otra vez como un tambor, un trueno debajo de su piel.

—¡Draco!— Lucius rugió desde la base de la escalera.

Él lo ignoró y habló rápidamente.

—Si la Mansión es invadida, hay un panel en la pared de tu cuarto que conecta con mi
habitación. En mi mesita de noche hay un Traslador; he colocado un cuchillo en el cajón y
está hechizado para cortar a través del hueso y cauterizar.

—¡Ahora, Draco!

Ella lo miró con los ojos abiertos mientras él tomaba sus dedos y los retiraba de su túnica; se
los llevó a los labios antes de dejarlos caer y alejarse de ella, echando a correr por el pasillo.

Su garganta estaba tensa, y la cabeza le daba vueltas. Sus pies lo siguieron. —Draco...—

—Quédate en tu cuarto hasta que mi madre vuelva por la mañana—, gritó por encima del
hombro.

—Draco.

—Los elfos están aquí...—

—¡Draco!— Su voz se quebró. —¡Draco, espera!

Él se volvió para mirarla a pocos pasos de la cima de la escalera, y ella se echó contra su
pecho, envolviendo los brazos alrededor de sus hombros y su cabello, y cubriendo sus labios
con los suyos. Las manos de él se enroscaron rápidamente entre sus rizos, acercándola. Ella
se tragó un sollozo mientras él inclinaba sus labios sobre los suyos y le rozaba la mejilla con
el pulgar.

La empujó hacia atrás, y sus brazos se soltaron. Y entonces él ya estaba bajado las escaleras,
encontrándose con su padre en la base y pasando junto a él por la puerta principal. Lucius
levantó la vista hacia ella por un segundo más, y luego lo siguió.

Ella corrió hacia el dormitorio con vista al camino, abrió las cortinas y contempló a las dos
altas siluetas moviéndose rápidamente por los terrenos; sus cabellos a juego se iluminaban
con la luz de la luna. Distinguió a Narcissa al otro lado del portón, y a Bellatrix junto a ella.
Hermione cerró las cortinas ante la conmoción de ver los rizos oscuros. Cuando volvió a
espiar a través de ellas otra vez, las cuatro figuras habían Desaparecido.
Sus labios estaban fríos. Y no había nada más que el viento entre los árboles.

—¿Señorita?

Dio un salto y soltó un grito; giró para encontrar a Boppy retorciéndose la oreja.

—¿La Señorita vuelve a su cuarto ahora? Es más seguro allí para la Señorita.

Ella asintió temblorosamente, y respiró hondo. Sus piernas se sentían inestables mientras
caminaba de regreso a su cuarto; dos veces tuvo que sostenerse contra la pared. Antes de
cerrar la puerta, se volvió hacia Boppy, que la había estado siguiendo en silencio. —Por
favor, ¿me puedes traer el Profeta apenas llegue la lechuza?— Él asintió y esperó en el
pasillo hasta que ella cerró la puerta detrás de sí.

Inclinándose contra la puerta, se llevó una mano a la garganta, sintiendo el galope de su


corazón. Entonces sus ojos se abrieron de golpe.

Un panel en la pared de tu cuarto.

Hermione se movió hacia la pared que su cuarto compartía con el de Draco. Era la misma
pared en la que estaba la chimenea, así que el espacio era limitado. Intentó apretar contra el
lado izquierdo, tocando todo lo que pudiera parecer un picaporte. Cruzó hacia el lado
derecho, y presionó las manos contra la pared. Unos segundos de contacto después, la
superficie rígida había desaparecido. Se quedó boquiabierta de asombro mientras empujaba el
antebrazo a través de la barrera invisible, hacia adelante y hacia atrás. Luego respiró hondo, y
lo atravesó.

Como Alicia a través del espejo, el pasaje se fundió en oscuridad hasta que estuvo dentro del
cuarto de Draco en un solo paso. Su mente se volvió loca con las posibles explicaciones
mágicas, hasta que parpadeó y observó el estado de la habitación. Parecía como si lo hubiera
azotado una tormenta, arrojando un granizo de ropas y libros. La cama estaba deshecha, y las
sábanas todavía arrugadas.

Se movió alrededor de los cuatro postes, caminó hasta la mesita de noche y abrió el cajón. El
cuchillo estaba allí, brillando bajo la tenue luz de la lámpara. Había algunos dulces y unos par
de Cromos de cajas vacías de Ranas de Chocolate. Un pañuelo arrugado. Varias monedas y
plumas.

¿Quizá podría haber sido un poco más específico?

Arrugó la nariz mientras observaba el cajón. Un pañuelo sería la opción más inteligente para
evitar una Transportación accidental. Tomó el pañuelo, y una canica opaca cayó de él,
rodando inofensiva por el cajón.

El cuarto dio vueltas y se balanceó bajo sus pies. Tenía los elementos para su libertad justo
allí. El cuchillo. El Traslador. Su corazón latió con fuerza.

Pero estaría sin varita. Y sin un brazo. Y quien sabe a dónde la llevaría el Traslador. Y si lo
tomaba, tal vez nunca volvería a verlo...
Tendría que pensarlo bien. Los dedos de Hermione temblaron mientras envolvían la canica en
el pañuelo y lo colocaban cuidadosamente de vuelta en el cajón.

Se sentó en el borde de la cama, y miró aturdida hacia los estantes. Las cuatro y diez. El
cuarto todavía se inclinaba sobre su eje. Se acurrucó en el colchón mientras los momentos de
angustia se reproducían en su mente.

Él se había ido por tiempo indefinido. Por el tiempo suficiente como para haber pensado en
una ruta de escape para ella. O tal vez sería lo suficientemente peligroso, como para pensar
que tal vez no regresaría.

Ella apretó el rostro contra su almohada, respirando su olor. El aroma de su cabello en la


funda.

¿Cuánto hacía que había un pasaje entre sus cuartos? ¿Él lo había usado alguna vez?

Un recuerdo cayó como lluvia en el fondo de su mente. Cuando Bellatrix estuvo en su cuarto,
él había aparecido tras sus gritos, de pie en mitad del cuarto. Y cuando había convocado su
varita, había flotado hacia él a pesar de que la puerta del cuarto estaba cerrada.

Tragó saliva, aguantándose las lágrimas, pero fue inútil. Fluyeron entre sus párpados y
aterrizaron sobre la almohada que todavía tenía su olor.

¡Pop!

Se levantó bruscamente. Boppy rebotaba en puntas de pie, sosteniendo el Profeta.

—Gracias—, susurró, exhausta. Estiró una mano hacia el diario, y el elfo vaciló.

—¿La Señorita puede ir a su cuarto? Boppy necesita limpiar y la Señorita está más segura en
su cuarto.

Ella asintió, tomando el diario. —No hagas la cama, ¿por favor? Todavía no—. Y a último
momento, tomó la almohada, y la arrastró con ella a través de la puerta principal, de regreso a
su cuarto.

La portada del Profeta le gritó:

¡CÉLULA TERRORISTA FRANCESA INVADE SUIZA!

Chapter End Notes


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También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 27
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Gracias por esperar! (Vaya, digo mucho esto.) Mucho amor para las chicas.
Raven_maiden realmente hizo un esfuerzo aquí y perdió algunas horas de sueño
conmigo.

Amigos, soy realmente terrible respondiendo reviews, y lo siento. Cada review en mi


bandeja de entrada ilumina mi día y me anima a mí y al equipo, así que gracias por
tomarse el tiempo para escribirlas. Lamento no tener más horas del día para brindarle
una respuesta personal.

See the end of the chapter for more notes

Los días se volvieron más cortos y más fríos. La Mansión se volvía gélida cada vez que
dejaban sola a Hermione allí; su chimenea nunca funcionaba al máximo de su potencial, y el
agua de los grifos nunca calentaba del todo sus huesos. No se había sentido tan incómoda en
la Mansión desde que había llegado.

Narcissa había regresado solo unas pocas horas después de que los tres se fueran. Había
llegado a la puerta de Hermione junto con Mippy, el té y el café, y una sonrisa forzada.

—Se establecieron en Zúrich. Los franceses tomaron Ginebra con la ayuda de los rebeldes
suizos, así que por ahora, él está a salvo—. Pero su taza de té había temblado con la última
palabra. Y había cambiado rápidamente de tema.

Una semana después de que hubiera partido, el Profeta reportó que Lucius había sido enviado
a Holanda para comenzar a negociar. Dos días después, el Ministro holandés juró lealtad al
Señor Tenebroso, y el día después de eso, Lucius había sido visto en Suiza otra vez,
inspeccionando una nueva instalación militar en Lausanne.

Hermione desayunaba con Narcissa en el comedor cada mañana. Lentamente encontraron un


equilibrio entre leer los diarios conteniendo la respiración, y conversar sobre libros y el clima
entre algunas pausas forzadas.

Dos semanas después de haberse despedido de él, el rostro de Draco apareció en el Profeta.
Estaba parado en silencio junto a Bellatrix, mientras los dos veían al Ministro de Suiza
dirigirse a su gobierno. El antiguo Ministro se había unido a los rebeldes en Ginebra,
“abandonando a su pueblo”, como Skeeter lo había formulado, y habían llevado un nuevo
títere de Voldemort para hacer su transición al Ministerio. Draco estaba pálido y delgado, y su
expresión completamente Ocluída mientras asentía por algo que el Ministro suizo había
dicho. Bellatrix lucía aburrida. Hermione se había excusado de la mesa y había pasado la
siguiente hora llorando en su cuarto.

A finales de noviembre, los franceses atacaron Basilea. Skeeter reportó que los ejércitos del
Señor Oscuro habían logrado sofocar el ataque de los rebeldes suizos y franceses con la
ayuda de aliados alemanes, dejando por lo menos trescientos muertos. La imágen en la
portada del Profeta mostraba a Draco, con la punta de la varita humeante, mientras miraba
los restos quemados de la Catedral de Basilea. El pie de la foto rezaba: El General Draco
Malfoy victorioso en Basilea.

Narcissa no fue a desayunar con ella esa mañana, enviando sus disculpas con los elfos. Y
Hermione se alegró de no tener que pinchar sus huevos y fingir que comía. Leyó el diario
cinco veces más, buscando más menciones de él, pero lo único que encontró fue aquella foto
de sus ojos de acero volviéndose hacia las cenizas.

Lo extrañaba. La sensación era demasiado visceral como para ignorarla. Por las noches, le
daba vueltas al recuerdo de su última pelea, como si, de alguna manera, diseccionar cada
detalle pudiera hacer que fuera menos doloroso. Todavía no tenía idea de cómo “decidir lo
que quería”, o qué había querido decir él con eso. Pero le encogía el pecho pensar en las
millones de cosas que quería decirle a lo largo del día y no podía.

Varias veces a la semana, atravesaba el pasaje entre sus cuartos e imaginaba que podría
encontrarlo acurrucado entre sus sábanas, dormitando ruidosamente con el cabello revuelto.
Examinaba sus baratijas, pasaba los dedos por sus estanterías, y enterraba el rostro entre sus
sweaters y sus camisas. Algunos días, miraba el cajón que contenía el cuchillo y el Traslador,
y se preguntaba… Pero luego lo cerraba con un golpe.

Incluso si se cortara el brazo y escapara, todavía no tenía idea de cómo encontrar a George y
a los demás. Mortífagos y Carroñeros deambulaban por el país, y si era capturada,
seguramente torturarían y matarían a los Malfoy, si es que no lo habían hecho hasta entonces.
No podía irse si decir adiós. Tal vez no volvería a verlo nunca más...

No. Había decidido quedarse. La Orden la necesitaba allí. Incluso Theo había dicho que ella
era la única que podía resolver el tema de los tatuajes. Nadie más tenía el acceso que ella
tenía; la biblioteca más grande de Gran Bretaña y todos los planos para sus hechizos estaban
al alcance de su mano. Se quedaría, incluso aunque Draco le dejara las llaves de su jaula. Se
quedaría para poder liberar a Ginny y a Ron y a los demás, de las suyas.

Nunca permanecía demasiado en el cuarto de él, no quería atraer la atención de los elfos.
Sabía que todavía venían de vez en cuando, aunque seguían dejando su cama sin hacer. El día
después de que él se fuera, ella había abierto el último cajón de su guardarropa, y había
descubierto que la caja de zapatos que contenía los recortes de diario había desaparecido.
Solo quedaban las sábanas limpias.

A medida que subía el número de muertos en Suiza, los desayunos con Narcissa se hacían
cada vez más breves y escasos. No había otra cosa para llenar sus días más que investigar.
Algunas veces pasaba dieciocho horas al día en la biblioteca. Una o dos veces se había
quedado dormida encima de sus libros, solo despertando cuando los elfos la Aparecían de
regreso en su cuarto, metiendo sus pies bajo las sábanas y cubriéndola hasta el mentón con
una cálida manta. Sin más distracciones que los periódicos, arrasó con los diarios de los
Rastreadores, traduciéndolos con la ayuda del código de Jeremiah Jones.

Para la primer semana de diciembre, tenía los nueve diarios completamente traducidos. Había
ido recogiendo tentadoras piezas del rompecabezas por el camino: traducciones que
mencionaban un hierro de marcar, o un hechizo para “aves enjauladas”. Alguna mención de
un círculo impenetrable. Pero simplemente los había marcado para después, y se había
obligado a terminar las traducciones antes de quedarse enredada en lecturas e investigaciones.

Incluso cuando los diarios estuvieron completamente traducidos, faltaban trozos de páginas
de cada uno, especialmente del de Tobias Tolbrette. El diario de Jones había confirmado la
importancia de Tolbrette. En las primeras páginas, justo antes del código, encontró una hilera
única de caracteres, que solo podía ser el nombre de Tolbrette. Debajo, había unos números
en los que Jones había dejado referencia al lector de ciertas páginas del diario de Tolbrette.

El Señor Nott había arrancado las páginas del diario de Tolbrette de manera generosa, pero
también precipitada. Había quitado dos páginas justo después de una mención a una “barrera
de luz” que Jones había referenciado; había quitado unas cinco páginas completas después de
una mención sobre marcado de la piel. Cada vez que descubría una página arrancada, tenía la
certeza de que era eso exactamente lo que necesitaba. Así que tan solo leer las páginas que
había antes y después se había convertido en su nueva tarea.

El cinco de diciembre, tomó un nuevo trozo de pergamino e hizo una lista de su primer
hipótesis.

1.) Tanto los Rastreadores como los Mortífagos usaron el mismo hechizo de límites para
encerrar a sus esclavos: la “barrera de luz” (Jones, p. 2; Tolbrette p. 4, 18, 67-70, 111, 123-
124; Emerson p. 9; Taylor p. 34-35)

2.) Los Mortífagos usaron un tatuaje como conductor, mientras que los Rastreadores usaron
un hierro de marcado sobre la piel de sus esclavos (Jones p.2; Tolbrette p. 48-53, 95, 162-
163; Fernsby p. 27, 76).

3.) En ambos casos, debe haber una forma de vincular el hechizo de límite con el conductor.
Cualquiera sea el mecanismo de unión que usaron los Mortífagos, probablemente sea muy
similar al usado por los Rastreadores.

Hermione se frotó el brazo, recordando el día en que había saltado a través de la barrera y
rodado colina abajo. Antes del dolor ensordecedor y la oscuridad, había quedado paralizada
por la descarga eléctrica que se había originado en su tatuaje. Se preguntaba cuántas
“palomas” y “pichones” habrían sufrido un destino similar cuando intentaron escapar. Quizá
sus propietarios los habían dejado morir afuera de límite.

Tragó saliva y se volvió a enfocar. Si iba a descubrir cómo quebrar la magia de los tatuajes,
eventualmente necesitaría un sujeto de pruebas. Necesitaría también una varita, no había
forma de evitar eso. Aunque todavía estaba a semanas de estar lista para probar cualquier
cosa, su estómago seguía dando un vuelco cada vez que pensaba en ello.
Las horas restantes del día fueron improductivos. Se quedó reflexionando y rumiando hasta
que se enfrió su cena, y su espalda comenzó a doler de estar sentada en la misma posición.
Cuando sus ojos comenzaron a cerrarse encima del diario de Tolbrette, finalmente se arrastró
de regreso a su cuarto.

A menos que Draco regresara, solo había una posible solución, pero estaba muy lejos de ser
la ideal: Narcissa. Simplemente tendría que mantener la esperanza de que él volviera a casa
antes de que eso fuera necesario. En cuanto a lo que su regreso pudiera significar para la
Orden y para sus amigos… era algo en lo que no se podía permitir pensar.

El progreso comenzó lentamente, pero se aceleraba a medida que pasaban los días. Hermione
consiguió descifrar primero la barrera de luz. Tuvo suerte con las dos páginas que el Señor
Nott se había salteado en el diario de Tolbrette, que contenían prácticamente todos los pasos
para lanzar el hechizo. También se había salteado dos páginas en otro diario perteneciente a
Cephas Taylor, un Rastreador que había documentado sus intentos para amarrar el ganado a
su barrera. Entre los dos diarios, Hermione había completado los pasos. Su sospecha de que
la barrera de luz estaba basada en magia Celta había resultado correcta. Habían modificado el
caim*, un círculo de protección, para que mantuviera a los protegidos dentro, en lugar de
alejar a los espíritus malignos.

A continuación, exploró las marcas sobre la piel; Tolbrette había utilizado muchas de las
páginas intactas debatiendo acerca de dónde marcar a sus “palomas”, dado que podrían ser
marcadas varias veces por diferentes propietarios, y debían permanecer “agradables a la
vista”. Pero finalmente había logrado encadenar los pasos a seguir utilizando la misma
estrategia, uniendo fragmentos de varios diarios.

El último paso era descubrir el mecanismo que enlazaba las marcas con la barrera. Este era el
paso más complicado. No fue hasta la medianoche del cuarto día consecutivo de
investigación que pudo encontrar una pequeña, pero inconfundible runa egipcia, garabateada
en el margen inferior derecho de una página en la que Tolbrette mencionaba que agregaría
dos nuevos “pichones” y tres nuevas “palomas” a su “rebaño”. Las páginas inmediatamente
posteriores habían sido arrancadas.

No durmió aquella noche, arrasando con la biblioteca hasta localizar un libro sobre
encantamientos rúnicos del antiguo Egipto. El sol había casi salido cuando finalmente
encontró una coincidencia para la runa en el diario de Tolbrette. El libro detallaba cómo
habían unido mágicamente los tesoros marcados con los nombres de los faraones a las
barreras que protegían sus tumbas, utilizando un encantamiento con aquella runa.

Lo único que faltaba era encontrar tatuajes mágicos que pudieran servir como sustitutos para
las marcas en la piel. Lo que significaba que por fin podría descansar su mano agotada de
escribir, y ponerse a leer.

A fines de la segunda semana de diciembre, el séptimo día consecutivo de lluvia, Narcissa


llamó a su puerta. Hermione escondió rápidamente el libro sobre marcas y tatuajes de la
antigua Mesopotamia antes de abrir la puerta.

Narcissa estaba más delgada y más pálida de lo que había estado un mes atrás, pero la calidez
en sus ojos no había cambiado. Hermione la invitó a pasar, y se reunió con ella en los sillones
junto a la chimenea, mientras Mippy les servía el té. Tuvo que hacer uso de todo su
autocontrol para contenerse de hacer la pregunta hasta que la elfina desapareció.

—¿Sucedió algo?

Narcissa sonrió con cansancio, cruzando los tobillos. —No he oído nada nuevo de Suiza, no.
Pero vine a hablar de algo contigo.

La boca de Hermione estaba seca mientras observaba a Narcissa servirse crema.

—Había asumido que no sería una prioridad este año, con una guerra en curso… Pero
aparentemente el Señor Oscuro opina que sus leales seguidores merecen un poco de
normalidad y diversión—. Narcissa suspiró sobre su taza de té y volvió la mirada hacia
Hermione. —Todos los años, organizo una Gala de Fin de Año—. Los ojos de Hermione se
abrieron. —Es bastante grandiosa, y en circunstancias normales, me enorgullezco mucho de
ella.

—Ya veo—. Se mordió el labio inferior. —Entonces, ¿vas a organizarla este año?

—Si. Aquí. En la Mansión.

El corazón se le apretó dentro de las costillas. —¿Se espera que Draco asista?— Narcissa
negó con la cabeza, y la presión se aflojó, dejando marcas.

—El Señor Tenebroso anticipa un ataque en Zúrich en año nuevo. Se le ha pedido que
continúe de guardia con unos pocos elegidos. Por lo menos podremos agradecer a Merlín por
pequeños milagros tales como que mi hermana tampoco asistirá—. Narcissa se apartó un
mechón de cabello de la sien, sus largos dedos giraron encima de su oreja y se deslizaron por
su cuello. —Lucius asistirá, ya que es casi imposible que una esposa sea anfitriona sin su
marido. Pero se irá justo después del último invitado.

Las manos de Hermione temblaron mientras se servían el café de la cafetera. Se imaginó a


Draco mirando desde una helada torre en la Víspera de Año Nuevo, esperando que llueva
fuego desde el cielo.

—La Mansión estará bastante agitada durante las siguientes semanas, y la biblioteca tendrá
que ser… aseada.

Hermione descubrió los ojos de Narcissa sobre los suyos. —Por supuesto. Yo… limpiaré—.
Tomó un sorbo de café, rogando que escondiera el rubor en sus mejillas. —Y prometo
quedarme en mi cuarto.

—De hecho—, dijo Narcissa, y los ojos de Hermione se volvieron abruptamente hacia ella.
—Lucius cree, y yo estoy de acuerdo, que el mejor lugar para ti es al frente y al centro. Bajo
mi vigilancia, y a plena vista.

La calidez del café se drenó de las venas de Hermione. —Pero...— Tragó saliva y respiró con
dificultad. —Tenía la impresión de que no te gustaban las fiestas...—
Narcissa arqueó una pálida ceja. —Me estás malinterpretando. Puede que la esté organizando
en contra de mi voluntad, pero la Gala de Fin de Año de Narcissa Malfoy es el más grandioso
evento social de la temporada. No es en absoluto una noche en Edimburgo.

—Oh—. Hermione parpadeó y bajó lentamente su taza. —¿Qué tiene de grandiosa? Digo, en
un año normal.

Las mejillas de Narcissa se iluminaron con un adorable tono rosado, y sus ojos brillaron
como no lo habían hecho por dos meses. Hermione dobló las piernas debajo de sí, olvidando
su decoro, mientras Narcissa se embarcaba en un relato sobre los veinte años de historia de su
Gala de Fin de Año.

~*~

Encontrar un hechizo para crear un tatuaje mágico había sido bastante sencillo. Después de
acotar las posibles opciones, había escogido la que parecía ser la más flexible: un simple
hechizo usado en prisioneros de guerra. No había manera de estar segura de que fuera el
mismo que había usado el Señor Nott, pero parecía ser receptivo a una variedad de
encantamientos.

Para la tercer semana de diciembre, Hermione estaba lista para probar una versión
reconstruida de la barrera y de los tatuajes, pero necesitaría una varita. Y era poco probable
que Draco volviera a casa en el futuro cercano. Había deducido que la situación en Suiza
había empeorado, gracias a los cada vez más redactados reportes de Skeeter. Sin mencionar la
tensión alrededor de los ojos de Narcissa.

Mientras se desataba la guerra por Suiza, el resto del mundo caía cada vez más en las garras
de Voldemort. Polonia había comprometido su apoyo, seguida por Austria. Dos días después,
el Ministro de Alemania de cuarenta y tres años, había muerto por “causas naturales”. El
Profeta había publicado su obituario junto a un artículo acerca del nuevo Ministro alemán, un
querido amigo de Eleni Cirillo.

Hermione comenzó a tener pesadillas otra vez. Algunas veces no era Harry el que se escurría
de sus dedos, sino Draco o Ron. Retomó su práctica de Oclumancia por las mañanas, y las
pesadillas desaparecieron. El temor en su estómago crecía a medida que la última semana de
Diciembre se aproximaba, y comenzó a pensar en maneras de pedirle a Narcissa su varita.

En la mañana de Navidad, Hermione se escabulló al invernadero para cortar algunos de los


lirios que crecían mágicamente durante todo el año. Vagó por los helados calabozos para
arrancar algunas ramitas de lavanda de un manojo, y con un poco de hilo, hizo un paupérrimo
bouquet. Hermione hizo una mueca mientras se lo entregaba a Narcissa durante el desayuno,
disculpándose por su falta de habilidad.

Narcissa se abalanzó para besar sus dos mejillas, silenciando sus excusas. Hermione abrió el
regalo de Narcissa, un elegante organizador azul para sus notas, mientras Mippy les servía
café y té. Con un rubor feroz, la elfina dejó caer un par de guantes tejidos a mano en el
regazo de Hermione y chilló: —¡Feliz Navidad, Señorita!
En los días que siguieron a la Navidad, Hermione comenzó a sentirse culpable por tener que
pedir la ayuda de Narcissa. Claramente Narcissa sabía que ella estaba tramando algo, pero
había escogido no mencionarlo jamás. No quería poner a Narcissa en la posición de tener que
interferir, o guardar un evidente secreto a Lucius. Tenía que existir una manera más sutil de
pedirlo. Una forma de permitir que Narcissa continuara mirando para otro lado.

Una idea asomó una mañana durante el desayuno.

—Narcissa...— Hermione terminó apresuradamente de tragar su tostada. —¿Qué me voy a


poner el jueves por la noche? La ropa que uso para Edimburgo no es… realmente apropiada.

—Estaba esperando que lo preguntaras—. Narcissa le guiñó un ojo. —La Señorita Parkinson
ya está trabajando en ello. Traerá tu vestido a las cinco en punto.

Hermione abrió la boca, y luego la cerró. No se había dado cuenta de que Narcissa estaba al
tanto de las visitas de Pansy.

Allí se fue su plan de transformar un viejo vestido.

—Maravilloso. Y ya que eso está resuelto, también me preguntaba… ya que necesito lucir lo
mejor posible...— Tragó saliva. —¿Puedo pedir prestada tu varita? ¿Solo por una hora por la
mañana, para hacer mi peinado?

Narcissa parpadeó, y Hermione se Ocluyó. Con una inclinación de cabeza y considerándolo,


Narcissa finalmente dijo: —Supongo que eso estará bien.

Sintió que una presión en su pecho se aflojaba. La adrenalina y las posibilidades inundaron
sus venas mientras sonreía. —Gracias, Narcissa. Solo por una hora.

La mañana del treinta y uno, Hermione se reunió con Narcissa para un rápido desayuno.
Apenas terminaron, Hermione ni siquiera tuvo que preguntar; Narcissa simplemente le
alcanzó su varita de ébano con una sonrisa tensa. Hermione sintió una punzada de culpa
mientras le agradecía, pero se desvaneció mientras corría escaleras arriba hasta su cuarto. La
varita zumbaba entre sus dedos, y sintió la euforia de su magia en la sangre. Desparramó su
investigación en el suelo del cuarto, y como si fuera tan fácil como respirar, lanzó un hechizo
para esparcir sus notas. La varita de ébano obedeció.

La lógica le decía que tenía una hora, pero se sentía como si tuviera solo unos pocos minutos
para hacerlo bien. Respiró hondo, y organizó sus ideas. Necesitaba un ratón, necesitaba
construir la barrera, necesitaba encantar al ratón con un tatuaje y enlazarlo a la barrera.

Transformó su taza de café en un ratón color café, y rápidamente vació una caja de zapatos
para que pudiera correr adentro. Le lanzó un hechizo para anestesiar el dolor, y otro para ver
y monitorear sus signos vitales. Se sentía un poco mareado adentro de la caja, habiendo
perdido un poco la sensibilidad, y Hermione observó perpleja como se sorprendía una y otra
vez al descubrir su propia cola.

Con una respiración profunda, dibujó un gran círculo con la varita en mitad del suelo, con el
brazo extendido, y girando el cuerpo en el sentido de las agujas del reloj y en la dirección del
sol. El cuarto se estremeció mientras susurraba las palabras que había memorizado de sus
apuntes, y el aire vibró alrededor del caim mientras se sellaba. Tomó la caja de zapatos y dejó
caer el ratón dentro, enviando un rápido hechizo para inmovilizarlo. Concentró toda su
energía para lanzar el hechizo de tatuaje, y vio como una pequeña marca negra aparecía en la
pata izquierda del ratón. Echó un rápido vistazo al pergamino que tenía más cerca antes de
murmurar el encantamiento rúnico que enlazaba el tatuaje a la barrera.

Se secó el sudor de la frente, y cuidadosamente dejó el ratón dentro del círculo. Observó sus
signos vitales, y lo descongeló.

Se escabulló, lanzándose hacia la izquierda...

Y fuera del círculo.

Quedó boquiabierta por el horror al verlo correr debajo de la cama y fuera de la vista.
Rápidamente amplió el gráfico de sus signos vitales, moviendo sus ojos de un lado al otro. La
barrera había funcionado. Había electrocutado el cuerpo anestesiado del ratón apenas hubo
cruzado la línea. Todavía seguía produciendo descargas eléctricas. Pero iban disminuyendo la
intensidad.

Hermione frunció el ceño ante sus apuntes, convocando al ratón de regreso para que levitara
frente a ella. Había creado correctamente la barrera, de eso estaba segura. Soltando una
bocanada de aire, lentamente bajó el ratón de vuelta al círculo...

Y salió corriendo hacia la derecha, esta vez hacia la chimenea.

Una vez más, la barrera había funcionado. Los signos vitales del ratón respondían al shock,
pero las descargas rápidamente se desvanecían. Había algo defectuoso en el tatuaje, o en el
hechizo vinculante. La barrera impactaba al ratón de manera adecuada pero débil, y luego sus
efectos desaparecían.

Pasó los siguientes cuarenta minutos con el ceño fruncido hacia su investigación, y
esparciendo migas de pan tostado en la caja de zapatos. Al término de su hora, había vuelto a
transformar el ratón en una taza de café, y se había lanzado un par de hechizos rizadores que
solo conseguían dar la impresión de que había sido ella la electrocutada, y bajó las escaleras
para encontrarse con Narcissa.

Narcissa le echó un vistazo y dijo. —¿No hubo suerte?

Hermione se mordió el labio y negó con la cabeza. —No, lamentablemente. Yo, uhm…
Probablemente tendré que dejar que lo haga Pansy. Tendrá que quedarse aquí un rato.

Narcissa tomó su varita de regreso y sonrió.

~*~

Pansy salió de las llamas de la chimenea de Draco a las cinco con un una bolsa de ropa
debajo del brazo, y una pequeña maleta colgando de la punta de sus dedos.
—Granger—, dijo rotundamente, mirando a Hermione. —Merlín, ¿no pudiste siquiera lavarte
el cabello por mi?

Frunció el ceño. —Sí que me lavé el cabello.

Pansy arqueó una ceja y apretó sus labios color rubí. —¿Con qué? ¿Una barra de jabón?—
Giró sobre sus talones y condujo a Hermione de regreso a su cuarto. —Hablaré con Narcissa
acerca de tus productos. Claramente Draco Malfoy, el gran diseñador de interiores, no se
molestó en llenar tus armarios o tus cajones con algo útil.

Hermione puso los ojos en blanco mientras Pansy abría el armario para colgar la bolsa de
ropa antes de arrastrarla hasta el cuarto de baño y sentarla en la silla de su tocador.

—Bien, ahora—, dijo Pansy, examinándola de cerca. —Qué haremos con esto...—

Hermione frunció el ceño mientras Pansy entrecerraba los ojos. Luego la obligó a lavarse la
cara otra vez, —¡Y ponte humectante! Maldición, Granger, ¡¿cuántas veces tengo que
decírtelo?!— antes de comenzar a untar una sustancia viscosa en sus mejillas.

Cuando se hizo silencio, Pansy preguntó. —¿Has oído algo de él?

Hermione parpadeó para abrir el ojo que Pansy no estaba pinchando con la brocha. Estaba
mezclando sus colores, con el ceño fruncido ante su paleta.

—No—. Hermione se aclaró la garganta. —Narcissa me dijo que las lechuzas no pueden salir
ni entrar a Suiza. Pero Lucius viaja a menudo a Alemania y envía noticias.

Esperó a que Pansy preguntara a algo más, pero simplemente le ordenó a Hermione que
cerrara los ojos.

Cuando Pansy comenzó con su cabello, Hermione dijo, —Tengo una pregunta acerca del día
que fuiste capturada.

Pansy resopló y tiró ligeramente del rizo en el que estaba trabajando.

—Por favor. No lo preguntaría si no fuera importante. Yo respondí a tu pregunta.

Pansy encontró sus ojos en el espejo, apretando los labios. Después de lo que pareció toda
una vida, asintió levemente.

Hermione tomó aire lentamente. —Yo desperté con el tatuaje en mi brazo. ¿Tu también? ¿O
recuerdas cuando apareció?

—Oh, lo recuerdo bien—. Los rasgos de Pansy se oscurecieron mientras tocaba levemente
uno de los rizos terminados.

El ritmo cardíaco de Hermione se aceleró. —¿Recuerdas algo acerca del hechizo que usaron?

Ella hizo girar otro rizo rebelde alrededor de su varita y frunció el ceño. —No recuerdo un
hechizo. Solo la poción y el pergamino.
Hermione sintió que le escocía la piel. Todo el vello de sus brazos se erizó a la vez.

—¿Qué clase de poción?

—Bueno, Granger, vaya, cuando me permitieron examinarla, mis hallazgos no fueron


concluyentes...—

—¿Bebiste una poción?— Hermione se volvió hacia ella, alejando los rizos de las yemas de
sus dedos. —¿Estás segura?

Pansy la miró con el ceño fruncido. —Si, Granger. Estoy segura de recordar que me forzaron
a abrir la mandíbula.

—No, quiero decir...— Intentó organizar sus pensamientos acelerados. —¿Tenía sabor a
menta? ¿Suprimió tu magia?

—Sentí que me abandonaba la magia, si, pero no era mentolada como la Poción Supresora.
Tenía sabor a tinta.

Hermione parpadeó, y luego bajó la mirada hacia el D.M. en su brazo.

Tinta.

Había creído que el tatuaje era un hechizo lanzado sobre una persona, un encantamiento
externo. Pero tal vez la clave en la magia de los tatuajes estaba dentro de ellos.

Dirigiendo a Hermione con firmeza frente al espejo, Pansy comenzó a ocuparse de sus rizos
otra vez. Hermione parpadeó rápidamente, su mente daba vueltas a una velocidad vertiginosa.

—Entonces tomaste la poción, ¿y el tatuaje apareció en tu piel?

—No exactamente—. Pansy tiró un poco demasiado fuerte de su cabello. —No sé lo que hizo
la poción, pero cuando Yaxley firmó el pergamino, su firma apareció en mi piel.

—¿Qué pergamino? ¿Qué decía?— Su corazón galopaba, y su respiración se volvió


superficial en sus pulmones.

—Nada—. Pansy se encogió de hombros. —Estaba en blanco.

Hermione giró hacia ella otra vez y levantó su tatuaje frente a los ojos de Pansy. Pansy
suspiró. —¿La tinta con la que firmó era así? ¿Negra mezclada con dorado?

Pansy negó con la cabeza. —Firmó con sangre.

Como un reloj dando la media noche, las piezas hicieron click en su lugar.

Magia de sangre.

Se quedó con la mirada fija, dejando trabajar a su mente.


Necesitaba magia de sangre para encerrar al ratón. Por eso los tatuajes no se habían enlazado
apropiadamente con la barrera. Pero había faltado algo más que eso. Estaba también el
componente de la poción.

—Oh vaya—, dijo Pansy, arrastrando las palabras. —¿Acaso estoy teniendo el placer de
contemplar a la mente más brillante de mi generación resolviendo un problema?

Hermione aferró su manga. —¿Estás segura de que fue solo la poción y la firma? ¿No existió
ningún hechizo oscuro en tu brazo?

Pansy se sacudió de ella con el ceño fruncido. —Eso fue todo—. Volvió con fuerza la cabeza
de Hermione hacia el espejo otra vez.

—Pero...— Hermione frunció el entrecejo. —Pero yo no bebí una poción. Me desperté en el


Ministerio y ya estaba tatuada.

—Te la inyectaron—, dijo Pansy. Y luego: —Probablemente. Sé de muchas chicas en la celda


que estaban inconscientes cuando las trajeron, y también habían sido tatuadas.

—¿Pero a ti te mantuvieron despierta?

Pansy enfrentó sus ojos en el espejo y rápidamente desvió la mirada. —Querían que pudiera
ver mientras me quitaban todo. Sin magia, sin linaje… Solo una propiedad.

La pena tiró fuerte de sus costillas. Tragó saliva. —¿Quiénes?

—Yaxley. Y mi padre.

Pansy guardó la varita, habiendo terminado con sus rizos, y buscó unas horquillas en otro
bolsillo. Aparte de su mandíbula extremadamente apretada, no había indicios de que hubieran
estado discutiendo algo desagradable.

La voz de Hermione era apenas un susurro al preguntar. —¿Por qué estabas en la Subasta,
Pansy?

Ella le retiró una parte del cabello del cuello y soltó un largo suspiro de lamento. —Uno de
los grandes misterios de la vida—. Cuando Hermione no respondió, Pansy se inclinó hacia
adelante para susurrar en su oído. —Nunca lo descubrirás, Granger. Quiero que te vayas a la
tumba sabiendo que el único acertijo que no pudiste resolver fue Pansy Parkinson.

Le sonrió, y con una última horquilla en su cuero cabelludo, proclamó que su trabajo estaba
completo.

Hermione se estudió por primera vez. Un estilo similar al maquillaje y peinado que había
usado para Edimburgo, pero no tan esfumado. Sus labios y ojos eran claros. Su cabello estaba
recogido por encima de los hombros por primera vez, reunido con un giro en la parte
posterior de su cabeza, con algunos rizos cayendo en cascada sobre su espalda.

—¿De qué color es mi vestido de esta noche?


—Granger, ¿qué no sabes nada?— Pansy puso los ojos en blanco y la guió hasta su
guardarropas. —Hace una década que la fiesta de Fin de Año de Narcissa Malfoy es una gala
en Blanco y Negro.

Hermione se sonrojó. —Ah. Creo que lo ha mencionado.

Pansy abrió la bolsa con una floritura. Un pesado satén y un tul asomaron de la bolsa, y
cayeron hasta el suelo como una inundación. La cabeza de Hermione se inclinó hacia abajo y
de regreso hacia arriba, mirando boquiabierta la gran cantidad de tela. Sobre todo en
comparación con lo que solía usar para Edimburgo.

—Yo… esto es… elaborado—, concluyó débilmente.

—Bueno, eso espero—. Pansy sacó el vestido y lo colgó en la puerta del guardarropa. Parecía
duplicar su tamaño.

—Así que, ¿qué se pondrá “Giuliana” esta noche?— Preguntó Hermione, estirando una mano
para pasar los dedos por encima del satén.

Pansy arqueó una ceja condescendiente. —Esto no es una noche en Edimburgo. Los esclavos
no van a asistir.

La boca de Hermione se abrió. —Pero...—

—La Gala de Fin de Año es un evento de alta sociedad. Los Mortífagos que acostumbras a
ver con adolescentes frotándose en sus regazos, estarán del brazo de sus esposas esta noche
—. Se volvió de vuelta hacia su vestido, acomodando la falda con cariño antes de que sus
rasgos se endurecieran otra vez. —Verás llegar a varias debutantes esta noche, buscando
conseguir una boda para el mes de junio. Se han arreglado más matrimonios en la Mansión
Malfoy que en las oficinas de cualquier otra casamentera.

Algo se hundió desde su garganta hasta el fondo de sus entrañas. —Entonces, soy solo una…
decoración.

Pansy le dirigió una sonrisa de labios apretados. —Más bien un trofeo, diría yo.

Pansy partió poco después de dejar su ropa interior y señalar la bolsa de joyas que debía usar
(“¡Ponte todo, Granger!”). Hermione intentó abrirse camino a través de la nueva información
que había aprendido acerca de los tatuajes, pero no había tiempo. Y los nervios en su
estómago eran abrumadores.

Sabía qué esperar en Edimburgo. Pero esta noche era totalmente nueva.

Poco después Hermione se enfundó en su atuendo, y quedó boquiabierta al ver que se cerraba
mágicamente sobre sus costillas sin ayuda de una cremallera o un cinturón. La falda cayó
hasta el suelo alrededor de los tacones, esponjándose alrededor de sus caderas después de
ceñirse en su cintura.

Abrió la bolsa de joyas, y cuando sus manos sacaron una gargantilla incrustada en cientos de
diamantes, casi dejó caer la bolsa entera al piso. Hermione no sabía mucho de joyas, pero
sabía que aquello debía haber sido tan costoso como ella misma. El collar caía perfectamente
encima de sus clavículas, entre las finas correas del vestido negro. Había un par de aros de
diamante a juego, un brazalete de diamante, y dos anillos de diamante.

A las ocho y media, alguien llamó a su puerta. Cuadró los hombros y abrió la puerta para
encontrar a Lucius Malfoy de pie bajo el umbral, con un esmoquin blanco de solapas negras.
Durante un loco segundo había pensado que podría ser otra persona. Tuvo que deshacerse de
la repentina ola de dolor cuando su mente registró que, aunque era parecido, no era él.

Lucius arqueó una ceja mientras la observaba. —Suficiente.

Ella frunció el ceño y señaló el esmoquin. —Supongo que esto también servirá.

Sus labios se curvaron y, para su sorpresa, le ofreció el brazo. Ella parpadeó antes de
aceptarlo, y él la condujo lentamente por el corredor.

—No te apartarás de mi lado. No hablarás a menos que te hablen. Y supongo que sabes cómo
responder cuando te hablen.

Ella asintió, y se le aceleró el pulso con cada paso. —¿Cómo está él?

—Te envía sus saludos.

Al llegar a la base de las escaleras, descubrió a Narcissa, de blanco, esperando cerca de la


puerta principal de la Mansión. No les sonrió, pero sus ojos centellaron. Hermione tuvo la
más extraña sensación mientras comenzaban a bajar. En otra vida, ella podría haber
pertenecido a este mundo. O al menos haberlo intentado. Podría haber bailado como una
muchacha de sangre pura, y conocido los nombres y los usos de cada uno de los cubiertos de
Lucius Malfoy.

El ruido de voces en el Salón la arrancó de sus pensamientos; ya había algunos invitados allí.
Lucius le soltó el codo mientras se deslizaban sobre el mármol, y Narcissa lo saludó con un
beso en la mejilla. No le dijo nada a Hermione, dándole la espalda deliberadamente .
Hermione parpadeó, y entonces se movió rápidamente para pararse detrás de ellos. Abrió los
ojos de par en par al mirar hacia afuera de la puerta principal. El largo camino de la entrada
estaba bordeado de arcos de oro, y las luces de las hadas entrelazadas flotaban en un
resplandor dorado para dar la bienvenida a los invitados.

—Los elfos hicieron un trabajo encantador, querida, como siempre—. Lucius enderezó su
corbata de moño negro.

—Hix está revisando todos los encantamientos de calefacción en este momento—, dijo
Narcissa con ligereza. —Es una lástima no poder usar la red Flu.

—Lo sé, pero con los tiempos que corren…

Hubo una ráfaga de movimiento afuera, pero Narcissa había movido los hombros,
oscureciendo la vista de Hermione. Jugueteó con la falda de su vestido mientras el sonido de
conversaciones provenientes de los terrenos se hacía cada vez más fuerte, flotando a través de
las puertas abiertas. Sonaba como si todos hubieran llegado a la vez.

Un hombre y una mujer entraron al vestíbulo, y Hermione se tuvo que contener para no
asomarse alrededor de los hombros de Lucius para ver mejor. Esta noche, ella era el trofeo de
los Malfoy; estaba en ellos decidir cuándo exhibirla.

Narcissa los saludó con naturalidad, y Hermione parpadeó hacia el mármol mientras
escuchaba a Narcissa decir sus nombres y besar sus mejillas. Hizo lo mismo con la siguiente
pareja, y con la siguiente, y Hermione se percató de que tal vez estaría recitando los nombres
para beneficio de Lucius.

Comenzó a formarse una hilera afuera de las puertas, y a medida que el estruendo se hacía
más fuerte, Hermione se sintió lo suficientemente segura como para levantar la cabeza. La
variedad de nuevos rostros era abrumador, pero pudo avistar unos pocos conocidos. Algunos
se detenían y estrechaban la mano de Lucius, y preguntaban acerca de Suiza, y algunos
sostenían la muñeca de Narcissa y lamentaban con una mueca que Draco no pudiera estar
allí. La mayoría de ellos la ignoraban, pero era interesante ver cuáles de los hombres la
reconocían de Edimburgo. Cuáles la miraban con lascivia y cuáles apartaban rápidamente la
mirada, volviéndose hacia sus esposas.

En un momento dado, una mujer mayor muy parlanchina, con un espeso perfume de clavo de
olor, hizo retrasar la fila, hablando y hablando sobre una especie de evento social que
organizaría en primavera. Hermione observó como Narcissa se abalanzaba sobre el momento
perfecto para interrumpir. —Dolores, eso suena divino. Iré a buscarte en media hora para oír
más de eso, pero, ¿sabías que Hugh McKenzie está adentro ya?

Los ojos de Dolores se encendieron como los de un depredador que acabara de encontrar su
siguiente comida. Se excusó rápidamente, obligando a Lucius a apartarse del camino.
Narcissa se pasó un mechón de cabello detrás de la oreja y murmuró, —Insufrible—. Lucius
colocó una mano en la parte baja de su espalda y se inclinó hacia su oreja para susurrar, —
Pobre Hugh—. Hermione bajó la vista al suelo y apretó los labios para esconder una sonrisa.

—Granger—. Dio un salto, levantando la vista para encontrar a Adrian Pucey sonriendo con
malicia por encima del hombro de Narcissa. —¿Guardarás un baile para mi?

Los dos Malfoy se volvieron para mirarla, separando sus hombros. Dejándola claramente a la
vista.

Lucius se volvió hacia Pucey, con la mirada endurecida. —Eso sería altamente inapropiado,
Adrian.

—Por supuesto, Señor. Mis disculpas. Solo me divertía un poco—. Adrian estrechó la mano
de Lucius, mientras otras dos personas, que solo podían ser sus padres, caminaban a su lado.

—Vaya, Narcissa—, arrulló la mujer, con los ojos fijos en Hermione. —¿Es ésta la hija del
profesor?

—Cielos, no—. Rió Narcissa. —Ésta es la Sangre Sucia de Draco.


La Señora Pucey retiró la mano que había extendido hacia Hermione, como si se hubiera
quemado. Hermione bajó la mirada al piso mientras un denso silencio caía sobre ellos.

—Bueno—, dijo el Señor Pucey, aclarándose la garganta. —Casi consigue engañarme, pero
hay algo de baja cuna en su postura.

El paso en falso fue rápidamente barrido bajo la alfombra, y los Pucey caminaron hacia
adentro. Los minutos pasaban lentamente, y los pies de Hermione comenzaban a doler en sus
tacones. Ayudaría si pudiera caminar un poco, pero no se atrevía a moverse sin permiso. A
medida que entraba más y más gente, se hacía más difícil permanecer oculta detrás de los
faldones de Lucius.

Esa es Hermione Granger.

...salió por sesenta y cinco mil Galeones...

No es lugar para una Sangre Sucia, si me preguntas a mi...

…supongo que no los puedes culpar por querer exhibirla...

A Hermione se le cortó la respiración al ver unas cuantas chicas que no veía desde Hogwarts,
incluyendo a Millicent Bulstrode, Tracey Davis, y Romilda Vane. Las tres enfundadas en
vestidos negros y haciendo ojitos a todo hombre que cruzara su camino. Las palmas de
Hermione se sintieron pegajosas cuando Theo Nott y su padre entraron juntos, seguidos de
cerca por Blaise y Goyle. Theo no la miró mientras pasaban, aunque un músculo de su
mejilla se crispó. Los ojos de su padre estaban demasiado vidriosos y desenfocados para
percatarse de ella.

El reloj se acercaba poco a poco a las nueve mientras el Salón detrás de ella se ponía cada vez
más y más ruidoso. Bandejas flotantes de champagne se elevaban por encima de ellos para
servir a los invitados en la fila. Una bandeja pasó peligrosamente cerca de su cabeza y ella se
agachó, trastabillando algunos pasos hacia su izquierda. Apenas se estabilizó, sus ojos se
encontraron con los de Antonin Dolohov. Un escalofrío le recorrió las venas, y rápidamente
volvió a moverse detrás de Lucius, castigándose por el escalofrío que le recorrió las venas.

Lucius susurró en la oreja de Narcissa cuando el reloj dio las nueve. Narcissa asintió, y
Lucius tomó a Hermione por el codo, y conduciéndola repentinamente hacia adentro.

—No estarás escapando de mi, ¿verdad, Lucius?— Bramó una voz grave.

Lucius cuadró los hombros de manera casi imperceptible antes de girar, tirando de Hermione
con él. El corazón de Hermione se salteó un latido al ver que Dolohov salía de la fila y se
dirigía directamente hacia ellos. Narcissa frunció los labios antes de volver hacia sus otros
invitados.

—En absoluto—. Lucius sonrió con rigidez. —Son las nueve en punto. Es tradicional que el
anfitrión entre al Salón principal a horario, y que la anfitriona se quede a recibir a los que
llegan tarde.
—Si tu lo dices—. Dolohov estrechó la mano de Lucius, y Hermione pudo ver la tensión en
su agarre por la falta de color en sus nudillos. —Tu fila de recepción era tan larga, que sentí
que estaría parado en tu entrada durante horas.

—Si llegas a horario, entras a horario—. Lucius soltó la mano de Dolohov y le dio una
palmada en el hombro. —No te preocupes, Antonin. Cuantas más invitaciones a eventos de
sociedad recibas, más fácil se volverán para ti los modales educados.

Lucius tiró de ella para retirarse, pero la mano de Dolohov salió disparada y la aferró por la
muñeca. Su cuerpo se congeló con un terror agudo cuando él se llevó su mano a los labios, y
susurró. —Señorita Granger. Un placer como siempre—. Sus ojos eran túneles negros
mientras sus labios fríos y pegajosos presionaban contra su piel.

Puntos negros frente a sus ojos. Un viento helado en sus oídos.

Y entonces Lucius la estaba apartando con un leve gruñido. Luchó para respirar mientras
estabilizaba el tembloroso libro que contenía el eco del agua contra los azulejos. Él la llevó
hasta el Salón donde había sido torturada tantas veces, y ella se preparó...

Pero cuando su visión se aclaró, encontró un salón muy distinto. Separó los labios mientras
sus ojos recorrían el techo. Paredes color crema y candelabros dorados, y una suave nieve
cayendo que se desvanecía antes de tocar las cabezas. Había un cuarteto de cuerdas tocando
en el salón de baile un poco más allá, y todo el cuarto vibraba por el champagne y las
conversaciones.

Hermione se quedó rígida junto a Lucius mientras él saludaba amigos y conversaba con
funcionarios extranjeros. Sus ojos vagaron hacia los jóvenes; un grupo de chicas de rasgos
oscuros estaban juntas en un rincón, riendo y mirando de reojo a Blaise, Theo y Adrian
mientras tomaban sorbos de champagne y les sonreían. Avistó a Marcus Flint conversando
con una mujer mayor, desplegando sus encantos.

Narcissa se unió a ellos un rato después, entrelazando su brazo con el de Lucius y


presentándole a varios invitados nuevos. Hermione los seguía de cerca, no más de un paso
por detrás. Cuando se encontraron con Ted Nott, parecía que ya se había tomado unas cuantas
medidas de Whisky de Fuego de más, además de la que sostenía en su mano.

—Lucius—, dijo, arrastrando las palabras. —Veo que has vuelto de Suiza.

Lucius inclinó la cabeza. —Y yo veo que has vuelto de Groix.

El Señor Nott levantó su vaso con un saludo irónico antes de mirar el salón a su alrededor. —
Sin el cachorro, no obstante. ¿Tu muchacho sigue todavía arruinando cosas por allá?

Hermione vio que los dedos de Narcissa se enterraban en el brazo de Lucius.

—En absoluto—, dijo Lucius. —Yo diría que está haciendo un buen trabajo. Esperamos
retomar Ginebra de un momento a otro.
El Señor Nott se rió y murmuró algo para si mismo. —Antonin tiene algunas historias
interesantes acerca de él. ¿Ya aprendió cómo lanzar una Maldición Asesina?

Los dos Malfoy se quedaron rígidos. Lucius echó un vistazo a su alrededor antes de soltar el
brazo de su esposa y dar un paso al frente, a pocos centímetros del rostro del Señor Nott. –
Estás caminando sobre hielo quebradizo, Ted. Deberías escuchar las historias que yo he oído
acerca de tu hijo. Por no hablar de lo que escuché de Rookwood acerca de tu desempeño en
Francia.

El rostro del Señor Nott se agrió. Escondió la mueca con un largo trago de Whisky de Fuego,
mientras miraba por encima de su hombro, en busca de oyentes. Sus nudillos estaban rojos y
en carne viva: claramente había golpeado algo recientemente, y se había echado un hechizo
Curativo irregular.

—Entonces, ¿por qué no tomamos otra copa—, susurró Lucius, —y brindamos juntos por el
Señor Tenebroso?

Una bandeja flotante se detuvo junto a su codo, y tomó una copa; le quitó el vaso de las
manos a Nott sin dejar de mirarlo a los ojos y empujó la copa contra su pecho. Luego tomó
una copa para él de la bandeja y brindó.

Nott frunció el ceño mientras chocaba su copa contra la de Lucius. —Por la salud de tu
esposa—. Narcissa no dijo nada. El Señor Nott se bebió las burbujas antes de retirarse.

Lucius guió a Narcissa hacia adelante, susurrando algo en su oído. Ella asintió, y su postura
se relajó.

—¡Narcissa!— Fueron rápidamente interceptados por una mujer de mediana edad,


magníficamente vestida. —Debemos verte a ti y a Lucius en la pista de baile—, dijo,
mientras besaba la mejilla de Narcissa. —¡Son una delicia juntos!

Narcissa le devolvió el beso y le ofreció una sonrisa deslumbrante. —Eres demasiado


amable, Siobhan. Pero me temo que estamos un poco ocupados como niñeros esta noche—.
Arqueó una ceja y señaló con la cabeza en dirección a Hermione.

—Entonces deja que me encargue. Mi madre se merece poder bailar en su propia Gala.

El profundo barítono que sonó detrás de ella le erizó la piel y le aceleró el flujo sanguíneo.

Los latidos del corazón de Hermione se dispararon mientras giraba lentamente, sin atreverse
a tener una esperanza...

Draco estaba detrás de ella vistiendo un esmoquin, blanco de la cabeza a los pies, brillando
casi plateado a la luz de las velas. Olvidó como respirar mientras él miraba por encima de su
hombro a la amiga de su madre, esbozando una sonrisa.

—Draco—, la palabra enunciada con claridad en la lengua de Lucius, —qué sorpresa.

Hermione vio la tormenta de emociones que cruzó el rostro de Narcissa mientras se estiraba
hacia él. Abrazó a su madre, y besó su mejilla. Unos pocos segundos después, ella lo liberó, y
él se acercó a ella. Y cuando sintió su mano presionando ligeramente su espalda, sus rodillas
casi la dejaron caer.

—Creí que podía dedicarles una hora o dos—, dijo Draco, mirando a su padre.

—¡Maravilloso! ¡Oh, me encanta ver a una familia reunida!— Siobhan juntó las manos. —
Narcissa, Lucius, vengan a bailar...—

Lucius tomó a su hijo por el hombro con una mano firme. —Draco, vamos a hablar por allí...

—Oh, me encantaría que ustedes dos bailaran, Padre—. Draco apartó la mirada para dirigir
un pícaro guiño a Siobhan. —Siobhan tiene razón. No podrían privar a sus invitados de la
oportunidad de verlos.

—¡De verdad que no!— Dijo Siobhan, radiante.

Narcissa debe haber visto la mirada asesina en la expresión de Lucius, porque rápidamente
tomó a Siobhan por el codo. —Vamos a averiguar qué vals sonará a continuación. Lucius
puede alcanzarnos en la pista de baile.

Arrastró lejos a su amiga, y entonces solo quedaron Hermione con Draco y su padre,
sonriéndose rígidamente el uno al otro.

Lucius miró a su alrededor antes de avanzar un paso. —Esto es imprudente—. Sus labios
apenas se movían mientras hablaba. —No tienes motivo para alejarte de tu puesto...—

—Tampoco tu, Padre...—

—Tengo responsabilidades de anfitrión en una noche que el Señor Oscuro deseaba que
existiera—, siseó Lucius. Sus fosas nasales se ensancharon mientras parecía recomponerse, y
rápidamente colocó sus manos en los hombros de Draco y enderezó su corbata. —Recibiste
ordenes de quedarte.

Draco pareció erguirse en altura, sin apartar la mirada de la de su padre. La calidez de su


mano le estaba quemando la piel debajo del vestido.

—Las recibí de Bellatrix. Que dejó su puesto hace media hora para jugar con los prisioneros
—. Los ojos de Lucius centellaron. —Son las diez y cuarto, padre. Dos horas no es un
riesgo...—

—¿Y qué crees que sucederá cuando tu tía le cuente al Señor Tenebroso que dejaste tu puesto
porque no podías soportar estar lejos de tu puta Sangre Sucia un momento más?

Draco se tensó a su lado. Pudo escuchar que tragaba salida incluso a través del ruido de la
sangre que inundaba sus oídos.

La sonrisa falsa de Lucius nunca vaciló mientras Draco parpadeaba y apartaba la mano que
tenía detrás de su cintura. En su lugar, la tomó por el codo.
Sintió hielo en el pecho ante la pérdida.

—Bien—, murmuró Lucius. —Ahora escucha con atención, muchacho tonto—. Limpió una
pelusa imaginaria de la chaqueta de Draco. —No vas a desaparecer con ella. No vas a bailar
con ella. No vas a besarla a media noche.

—Padr...—

—Ella no es tu cita—. Su mano apretó el hombro de Draco. —Es tu propiedad. Y al venir


aquí esta noche, le has dado a quinientas personas una razón para curiosear acerca del
funcionamiento interno de su relación.

Draco respiró lentamente. Ella lo escuchó exhalar y vio que asentía levemente con la cabeza.
Lucius tomó dos copas de champagne que pasaban y le ofreció una a cada uno. Sus labios
estaban todavía curvados en una sonrisa, pero sus ojos eran feroces, casi desafiándolos a
contradecirlo. Hermione parpadeó y tomó rápidamente la copa. Envolvió los dedos alrededor
del tallo como si fuera un salvavidas.

—Disfruten de la fiesta, niños—, canturreó Lucius. —Draco, espero que estés de regreso en
Zúrich a las doce y un minuto.

Y entonces desapareció en la multitud, dejando detrás solamente el enorme peso que había
colocado en su pecho. Cerró los ojos e intentó tomar aire. Era la primera vez que veía a
Draco en ocho semanas, y apenas podía atreverse a mirarlo. No podía hacerlo sin exponerse.
La mano en su codo se tensó.

—¡Draco, cariño!— Sus parpados se abrieron de golpe para ver a una mujer alta chorreando
diamantes que se aproximaba a ellos. —¡Estás cada día más guapo!

Vio como aparecía su máscara mientras le soltaba el codo y besaba las mejillas de la mujer.
—Marie, luces tan deslumbrante como siempre.

Y así comenzó el carrusel. Draco parecía girar en círculos mientras era atacado por todos los
frentes por mujeres de mediana edad cuyas hijas estaban en edad de recibir. Su piel se volvía
cada vez más fría a medida que eran interrumpidos por una tras otra, algunas sin siquiera
esperar su turno.

Hermione se quedó a su lado en silencio mientras los ojos saltaban o pasaban por encima de
ella con desdén. Draco seguía mirando de reojo por encima de las cabezas de las mujeres, en
dirección a las puertas cerradas a mitad del Salón.

—Lo siento, no bailaré esta noche, Señora Hastings—, dijo, besando una de las manos de la
mujer. —Pero sé que Theo Nott está muriendo por una compañera, y estaría loco si rechazara
a una chica que luciera tan hermosa como Mary esta noche. Si me disculpas...—

—Pero querido, seguro hay una joven mujer a la que puedes escoltar esta noche—. Sus ojos
se posaron brevemente en Hermione con una mueca antes de volver a él.
—Draco—, dijo otra mujer corpulenta, que se había abierto camino a codazos. —Tienes que
disculparme por decirte esto, dada la ocasión—, arqueó las cejas de manera significativa, —
pero tener una Sangre Sucia del brazo no te está haciendo ningún favor.

—Muy cierto, Señora Dormer—. Draco echó un vistazo hacia la puerta otra vez mientras se
alisaba el cabello. —Lamentablemente, solo tengo tiempo de besar a mi madre y pasear a mi
mascota esta noche. Pero espero que la situación en Suiza se calme lo antes posible.

Luego los extrajo rápidamente de allí con un par de murmullos de disculpas, arrastrándola
por el codo entre la multitud. Hermione lo siguió ciegamente, perdida en sus pensamientos.
El latigazo de verlo de nuevo, de estar cerca de él, su olor tan cerca de ella otra vez, y
entonces quedar atrapada a un brazo de distancia, mientras una horda de mujeres competía
por su atención… Se sintió como si una hoja afilada la estuviera rebanando lentamente.

Y no era tan solo su presencia. Eran las pesadas miradas de cientos de personas, la mayoría
de las cuales nunca habían pensado que ella valiera más que la suciedad bajo sus zapatos, y
que ahora la veían como nada más que una inconveniencia ornamental. Como si fuera una
bella y costosa pintura que ya no combinara con el mobiliario.

Edimburgo era diferente. Por más perturbador y horrible que fuera, todavía tenía una
retorcida especie de poder allí. Era visible; era valiosa. Atraía la atención. Pero aquí, en el
mundo de Draco, ella no era nada.

Aparecieron algunas mujeres jóvenes que lo saludaron batiendo pestañas y riendo con
coquetería, y más damas de sociedad que lo presionaron para llevar una debutante a la pista
de baile. Él las despidió a todas con toda la cortesía que uno podría esperar del hijo de
Narcissa Malfoy. Pero mientras Hermione se quedaba a su lado, muda e invisible, se pregunto
por cuánto tiempo podría él escapar de sus garras.

Si fracasaba con los tatuajes… Si tenía que permanecer encerrada en la Mansión Malfoy por
los años venideros, ¿qué pasaría con ella cuando llegara el momento en que Draco comenzara
a cortejar? Claramente era algo que se esperaba de él. Y ¿cómo no se iba a esperar de él que
se casara y continuara el linaje de los Malfoy con una joven de sangre pura?

Quizá algún día ella sería la esposa loca encerrada en el ático. Un sucio secreto enjaulado tras
los muros de la Mansión. Quizá acecharía los corredores por las noches, mientras la
verdadera esposa de Draco dormía profundamente en su cama con dosel.

Hermione enterró sus pensamientos oscuros y se concentró en el presente. Si esto era todo lo
que podría obtener de él, lo aceptaba. Aceptaba la forma en que sus dedos se deslizaban
alrededor del hueco en su codo. La sensación de su aliento en el oído cuando podía robar un
momento para presionar su nariz contra su cabello.

En algunas conversaciones, él se olvidaba de si mismo, y su mano se deslizaba por sus


costillas, cálida y firme. Los dedos se curvaban sobre su lado opuesto, y los nudillos rozaban
su brazo desnudo; el pulgar provocaba escalofríos sobre su piel. Cuando estaban de espaldas
a una pared, él dejaba que sus dedos se deslizaran hacia arriba y los enredaba ligeramente en
sus rizos, deslizándose entre sus omóplatos y subiendo por su cuello para danzar con los finos
cabellos que se erizaban allí. Se sentía cada vez más mareada y aturdida por sus atenciones, y
cerraba las piernas con fuerza debajo de los cientos de capas de tul. Él se inclinó sobre su
oreja cuando sus acompañantes se distrajeron, y susurró. —Te extrañé.

Sus labios temblaron, y cerró los ojos con fuerza, suplicando no llorar. Todo lo que podía
hacer era asentir mientras el hombre mayor se volvía hacia Draco con un —¿No estás de
acuerdo?— ante lo cual Draco asintió con ligereza.

Cuando faltaban diez minutos para las doce, el sonido de varitas tintineando contra las copas
de champagne señalaron el brindis. Desde su posición en el extremo opuesto del salón cerca
de las ventanas, observó cómo una ola de gente se reunía, golpeando sus copas y volviéndose
hacia la plataforma colocada cerca del hogar.

Narcissa ascendió, y resonó el aplauso de cientos. Ella lanzó un hechizo Amplificador, y


saludó al salón con una sonrisa radiante. —Feliz Año Nuevo. Estamos muy contentos de que
estén con nosotros.

A medida que las conversaciones en el salón se atenuaban, Blaise y una bonita chica de piel
aceitunada aparecieron a su lado, seguidos por Theo y una rubia deslumbrante. Blaise saludó
a Draco con una sonrisa algo borracha. Theo asintió, luciendo bastante miserable.

Cada ojo del salón estaba sobre Narcissa mientras ella decía algunas palabras acerca de la
victoria del Señor Tenebroso, y honraba a aquellos que habían caído. Poco después, presentó
a Lucius.

El reloj estaba a minutos de dar la media noche, y Hermione sintió que arrancaban a Draco de
su lado con cada tic-tac del segundero.

Pero entonces, Draco estaba retrocediendo hacia las pesadas cortinas del salón, tirando
ligeramente de su cintura. Ella se movió cuando él encontró un pliegue en las cortinas, y lo
mantuvo abierto para que ella se escabullera. Ella miró hacia atrás para ver uno de los
hermosos balcones con vista a la glorieta. Un lugar para que estuvieran a solas...

—Y mi hijo, Draco—, bramó Lucius. —De quien no podría estar más orgulloso.

El telón cayó. Su mano se deslizó de su cintura. Cada ojo se volvió hacia él, y él avanzó con
una sonrisa forzada.

Lucius hizo una reverencia hacia él desde el otro lado del salón, con los ojos centellando.
Hizo un gesto a Draco para que se uniera a él, y sin dedicarle siquiera una mirada, Draco
caminó rápidamente entre la multitud. Algunos rezagados la miraron, y Blaise dio un paso
adelante en silencio para tomar su lugar.

—No podríamos tener un honor mayor que servir al Señor Tenebroso en Suiza. Mi hijo ha
jugado un papel importante al ayudar a aplastar a los rebeldes y asegurar el punto de apoyo
para el Gran Orden—. Lucius alentó a la multitud con un gesto de su mano mientras Draco
subía las escaleras hacia él.

La multitud respondió con gritos y vítores, así como un puñado de risitas extasiadas por parte
de un grupo de jóvenes que estaba cerca. Draco estrechó la mano de su padre y se irguió a su
lado, luciendo cada centímetro de hijo obediente.

—Lamentablemente, Draco no puede quedarse—, dijo Lucius, colocando una mano firme en
la nuca de Draco.

El pecho de Hermione se tensó. Todavía faltaban dos minutos para media noche...

—Se espera que regrese a Suiza—. Lucius asintió con simpatía mientras la multitud
gimoteaba. —Vamos a mandarlo de vuelta con el más cálido agradecimiento que tengamos,
¿les parece?

El salón estalló.

Los ojos de Draco se clavaron en los suyos al otro lado de la multitud de cientos, mientras
ambos se percataban de que no tendrían una oportunidad para despedirse. Él pareció salir de
golpe de su trance después de un momento, y se volvió para besar a Narcissa con una sonrisa
tensa. Respiró con dificultad mientras él saludaba a la multitud y se retiraba, saliendo del
salón, y regresando a Suiza. Lejos de ella.

Se balanceó sobre sus pies, pero algo la estabilizó; la mano de Blaise en su codo.

La melodía de la voz de Lucius ondulaba entre la multitud mientras hablaba de nuevos


comienzos. Hermione parpadeó, aturdida.

Debería haberle dicho que ella también lo extrañaba. Tal vez fuera la última vez que lo viera.

Le ardió la vista al rojo vivo mientras Lucius mencionaba la hora, menos de un minuto para
la media noche. Escudriñó la multitud, demasiado furiosa para mirar hacia el podio donde
Lucius parloteaba con elocuencia acerca del poder del Señor Oscuro y el año de victorias
sobre sus enemigos.

Le ardía el pecho, la sangre hervía en sus venas mientras pensaba en Harry. En Ron. En
Ginny.

La multitud se hinchaba y se tambaleaba, y sus ojos se detuvieron en un faro color blanco


brillante. Una chica con un vestido blanco cegador, cubierta de brillantes diamantes, la piel
pálida y translúcida. Una melena de rizos de un rojo furioso danzando alrededor de su rostro.

Se veía exactamente como...

—Mientras brindo con ustedes por el Año Nuevo—, dijo Lucius, –-vamos a recordar por qué
estamos aquí.

Cinco segundos para la media noche. Parpadeó para contener las lágrimas, y entrecerró los
ojos hacia la chica del vestido blanco. De pie junto a Avery, sus rasgos se hicieron
inconfundibles cuando se dio vuelta.

La sangre de Hermione se convirtió en hielo en sus venas.

—Por el poder del Señor Tenebroso—, dijo Lucius, levantando su copa.


Cada mano levantó la suya.

La media noche llegó.

Y mientras los fuegos artificiales rebotaban por la habitación, Hermione vio a Ginny Weasley
sonreír y repetir con ellos:

—Qué reine por siempre jamás.

Chapter End Notes

Nota de Traducción

*Caim: Es una profunda oración “circular” utilizada por antiguos celtas. La palabra es
gaélica, tiene que ver con la “protección” y el “santuario”, y deriva de una palabra raíz
que significa “círculo”, doblar, o curvar. También puede significar un círculo invisible
que se dibuja alrededor del cuerpo de uno, a modo de protección.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 28
Chapter Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Moderadas escenas sangrientas.

Primero HAY ARTE HERMOSO. Por favor, hagan clic en "Me gusta" y "compartir" y,
en general, ríndanse por la artista Avendell.

AMOR a mi equipo que LO HIZO.

See the end of the chapter for more notes

Alguien estaba tocándole el codo. Moviéndola, ayudándola a levantar su copa. El champagne


inundó sus labios cerrados.

La chica con el vestido blanco tragó, y su garganta se movió con delicadeza mientras vertía
champagne en su boca.

Los fuegos artificiales crepitaban y estallaban, y la piel de la chica brillaba en azul y en rojo y
en verde; un lienzo blanco sobre el cual pintar.

Un aliento cálido susurró en su oído; —Granger, cierra la boca o se te meterán las moscas.

El elástico tenso en su mente se cortó, y su visión pareció temblar antes de volver a


enfocarse.

Ginny Weasley estaba a veinte pies de distancia.

Giró hacia Blaise, con el corazón latiendo en la garganta. Mantuvo la mirada sobre Ginny, en
caso de que desapareciera. —Blaise, por favor. Tienes que llevarme con Avery. Necesito… Si
tan solo pudiera acercarme a ella...—

—Me debes estar confundiendo con otro Slytherin. Me temo que mi espalda no se dobla de
esa manera por ti, Granger...—

—Por favor—. Levantó la mirada hacia él, y él tomó un sorbo de su champagne, evitando sus
ojos. —No la veo desde mayo.

Blaise se puso de cara al Salón mientras susurraba. —No tengo nada que hablar con Avery.
No puedo simplemente acercarme a él...—

Avery colocó una mano en la espalda de Ginny y la condujo hacia las puertas. El aliento de
Hermione se escapó de sus pulmones; perderla tan rápido, justo después de recuperarla...
—Solo camina conmigo hacia allí—, suplicó. —Solo camina hacia las puertas, y luego
pensaré en algo...—

—¿Qué te he dicho sobre hablar con tus superiores?— Siseó Lucius detrás de ella. Una mano
cálida la tomó por el codo. —Compórtate.

Se volvió hacia sus fríos ojos grises, con los labios temblando, intentando suplicarle sin
palabras.

—Claramente has tenido suficientes emociones por una noche—. Sus ojos eran de hielo
cuando se volvió hacia Blaise, hablando en un volumen lo suficientemente alto para los
espectadores. —Me disculpo por su comportamiento. Puedo asegurarte que será debidamente
castigada. Con permiso, por favor.

Y sin esperar respuesta, Lucius la condujo a través de la multitud agarrando con fuerza la
parte superior de su brazo.

—Señor Malfoy...—

Sus dedos apretaron más. —Contrólate—, murmuró por la comisura de su boca. —Recuerda
dónde estás.

Trastabilló antes de encontrar el ritmo de sus pasos. La parte lógica de su cerebro sabía que él
tenía razón, pero el resto de ella le gritaba que se diera vuelta. Necesitaba llegar a Ginny.

Lucius saludó con la cabeza a varias personas que iban pasando, atravesando rápidamente el
salón mientras la mente de Hermione zumbaba a toda marcha. Pero su corazón comenzó a
hundirse con cada paso. Lucius tenía razón. Necesitaría un milagro para conseguir hablar con
Ginny esa noche.

El dolor le pinchaba la sien mientras él la conducía fuera del Salón, hacia la escalera de
mármol. Las puertas se cerraron, alejando a Ginny de ella como si fuese un ataúd. Hermione
tragó saliva, intentando ser fuerte...

—¡Lucius!— Llamó una voz, justo cuando él ponía un pie en el primer escalón. Giraron para
encontrar a Yaxley, asomándose por la puerta entreabierta de una pequeña sala de estar
escondida detrás de la escalera. —Ven con nosotros. Estábamos conversando acerca de
Ginebra.

—Por supuesto. Dame un momento para poner a dormir a mi mascota—, dijo Lucius con
suavidad. Se movió hacia el siguiente escalón, tirando de Hermione detrás de si.

—Tráela—, dijo Yaxley, y Lucius se congeló. Giró lentamente, y Hermione lo siguió. –


Estaba a punto de ir a buscarte. Tenemos a la otra aquí también.

La respiración de Hermione se tensó en su pecho.

Ginny.

Sola, en un cuarto lleno de Mortífagos.


Lucius vaciló, y Yaxley arqueó una ceja. —No seas tacaño. Tus invitados quieren ver los
mejores caballos del show—. Sonrió. —Quizá podemos hacerlas luchar.

Hermione elevó una oración silenciosa, una súplica. Y entonces...

—Solo por unos minutos, supongo—, dijo Lucius con rigidez.

Su piel se estremeció, y luego su corazón palpitó fuera de su pecho mientras Lucius la


conducía a la sala de estar. Con cada paso sobre el mármol, se concentraba en encuadernar
sus emociones dentro de los libros; empujó a Draco a un rincón lejano de su mente y lo
cubrió con otros libros, plegando en un libro distinto todas las páginas sobre Ginny. Las
puertas se abrieron justo después de perderlos en las estanterías.

Sus ojos avistaron de inmediato el vestido blanco. Ginny estaba de espaldas a la puerta.
Avery estaba a su lado, con una mano en su espalda. Hermione respiró hondo, pero mantuvo
su Oclumancia. Apartó la mirada. Dolohov, Rookwood, Mulciber, Crabbe padre, Parkinson y
los hermanos Lestrange, parados de manera holgada, bebiendo y riendo entre ellos. Era
extraño verlos bajo la luz brillante de las velas de la Mansión, sin esclavas colgando de sus
brazos, ni sentadas en sus piernas.

Los ojos de todos se posaron sobre ella, pero luego apartaron la mirada, sin lujuria… Todos
excepto Dolohov.

—Así que era aquí a donde todos iban cuando desaparecían—. Lucius estrechó la mano de
Mulciber y rápidamente tomó un camino alrededor del cuarto hacia el carrito de bebidas en la
esquina, empujando a Hermione a pararse contra una pared detrás de una silla.

—Tu esposa ha dado una buena fiesta, Lucius.

—Sí que lo hizo—. Lucius tomó un sorbo de brandy y se movió para estrechar la mano de
Avery. —No esperaba verte aquí, Aron. Bienvenido.

—Me han dado permiso para sacarla de su jaula—, Rió Avery, y Hermione vio que deslizaba
una mano por la espalda de Ginny hasta enredarse en sus cabellos pelirrojos. Tragó saliva, y
apartó rápidamente la mirada.

—Aunque, ¿cómo podrá entretenerse el Señor Tenebroso en esta Víspera de Año Nuevo?—
Murmuró Rabastan, y Mulciber escondió una sonrisa en su copa.

Avery hizo una mueca de burla. —Es un honor estar al servicio del Señor Tenebroso. Me
considero afortunado de tener una mascota que sea de su interés.

Ginny sonrió con recato, tomando un sorbo de su copa de champagne.

—Estas dos se conocen, ¿verdad?— Dijo Rookwood, señalando entre Ginny y Hermione. —
¿Las dos le chupaban la verga a Potter?

Los hombres rieron. Ginny simplemente parpadeó.


—Debo pedirte que cuides tu lenguaje frente al retrato de mi bisabuela—, dijo Lucius,
levantando la copa para señalar a la mujer de cabello gris y aspecto gruñón dentro de su
marco. Los hombres rieron.

—¿Es verdad eso, querida?— Dijo suavemente Avery al oído de Ginny, aferrando su cabello
en la base del cráneo. —¿Recuerdas a tu vieja amiga?

Hermione vio como Ginny giraba, sus huesos eran delgados bajo la pálida piel azulada de su
espalda, y volvía su mirada hacia Hermione por primera vez. Sus cálidos ojos marrones eran
ahora dos charcos, vacíos y superficiales al pasar por encima de Hermione.

—Apenas—, dijo.

Su voz era diferente. Como si hubieran apretado un gancho alrededor de su garganta, y tirado
de él hasta que la melodía abandonó sus inflexiones. En esa única palabra, Hermione pudo
escuchar una cadencia aristocrática, poco usual en las consonantes y vocales naturales de
Ginny.

—Aquí están todos ustedes—. Hermione se volvió hacia la puerta y descubrió al Señor Nott,
ebrio, inclinándose contra el marco de la puerta. —¿No iban a invitarme a esta pequeña fiesta
privada?

Yaxley frunció los labios con disgusto. Rookwood y Mulciber intercambiaron una mirada
significativa.

—En absoluto, Ted—, dijo Lucius suavemente. —Acompáñanos. Estaba a punto de abrir una
botella de escocés.

Los ojos del Señor Nott se iluminaron. Entró con torpeza al cuarto y se dejó caer en un sillón
de respaldo alto. —¿Cuál es la última noticia, entonces?— Lucius le alcanzó un vaso,
curvando ligeramente los labios.

Afortunadamente, al contrario que en Edimburgo, ni Hermione ni Ginny eran las atracciones


principales de la velada. Ese honor le pertenecía a Suiza. La sala estaba enfocada, y era casi
civilizada, mientras discutían la última iniciativa para recuperar Ginebra. La mayoría de ellos
se sentían confiados; otros señalaban los rumores acerca de la ayuda extranjera que recibían
los rebeldes suizos y franceses. Lucius decía muy poco, simplemente murmuraba y dibujaba
círculos con el dedo en el borde de su vaso.

Hermione se hundió entre el carrito de bebidas y el respaldo de la silla de Lucius, intentando


hacerse invisible mientras su cerebro luchaba por memorizar los nombres y las fechas. Pero a
menos que volviera a Edimburgo pronto, no le servirían de nada.

En un momento, Dolohov se acercó para servirse otro trago, y Hermione se congeló como un
conejo ante los faros de un coche. Lucius se puso de pie rápidamente y se interpuso entre
ellos, llenando el vaso de Dolohov él mismo y empujándolo en su mano con una mueca de
desprecio. Dolohov volvió enfurruñado a su asiento, y los dedos de Hermione en el respaldo
de la silla de Lucius se aflojaron.
Hermione intentaba no mirar a Ginny. Pero su autocontrol comenzaba a flaquear a medida
que la conversación de los hombres se volvía monótona, y se aventuró a echar un vistazo en
su dirección. El estómago le dio un vuelco ante la sonrisa tensa que esbozó Ginny cuando
Avery envolvió un brazo alrededor de su cintura. Tomó un sorbo de champagne mientras él
enterraba el rostro en su cuello, y se rió ante algo que le susurraba al oído.

Todo esto estaba mal.

Era como si el fuego detrás de sus ojos hubiera quemado todo hasta reducirlo a brasas,
muriendo en su corazón. Los libros de Hermione temblaron, y rápidamente apartó la mirada,
enfocándose en un lago de aguas tranquilas.

Ginny no volvió a mirar a Hermione.

Poco después, Lucius presentó sus excusas para volver con Narcissa. Y Hermione no pudo
encontrar la fuerza para desear permanecer en el mismo lugar que Ginny por más tiempo. Los
estantes de su mente estaban tensos bajo el peso de su Oclumancia, y amenazaban con ceder
en cualquier momento.

Ni siquiera volvió a mirar a Ginny cuando Lucius la tomó del brazo y la guió escaleras arriba,
sentía la mente aturdida y palpitante. Al final del largo pasillo hacia su dormitorio, sintió que
Lucius la miraba de reojo, pero se sentía demasiado agotada como para responder.

Al atravesar la puerta, Lucius le advirtió: —Quédate en este cuarto. No deambules.

Ella asintió en silencio. ¿Qué razones tendría para deambular? Era imposible llegar hasta
Ginny ahora. No tenía excusas. Se le habían terminado los planes ingeniosos.

Lucius se quedó de pie en la entrada mientras ella se quitaba las joyas, pieza por pieza. Tenía
la visión borrosa, pero sus manos estaban firmes. Se sobresaltó ante el ruido de una puerta
cerrándose. Sintió el zumbido de hechizos cerrándose y barreras de protección. Y después,
nada.

Hermione se desabrochó el vestido, y dejó caer el tul y el satén al piso. Se lo quitó y se


dirigió al cuarto de baño, y entonces se le ocurrió que no había nada que pudiera haber hecho
de otra amanera. Nada que hubiera dicho o hecho le habría dado un momento a solas con
Draco en el balcón. Nada que estuviera en su poder habría podido vaciar el salón de baile,
para atravesarlo corriendo y tomar a Ginny por los brazos.

Todo había sido inútil desde el principio.

Abrió los grifos, se paró junto al tocador y contempló la bañera mientras se llenaba.

Primero Draco, luego Ginny. Los había perdido a ambos esa noche.

Un recuerdo hizo chispa. Solo una cosa podría haber hecho distinta. Debería haberle dicho a
Draco que ella lo extrañaba también. Ahora él estaba de regreso en Zúrich, y tal vez moriría
sin haber oído sus palabras.
La bañera estaba llena, los grifos se cerraron mágicamente. Se metió en el agua de perfecta
temperatura, observando las pequeñas olas alejándose de ella. Le ardía el rostro.

Debería haber sido audaz e imprudente, debería haber quebrado pies de copas de champagne,
y degollado gargantas, como Ginny había hecho una vez. Debería haberle mostrado que
Hermione Granger todavía estaba adentro de este caparazón al que llamaba cuerpo, cubierto
de tules y maquillaje. Tal vez Ginny se habría recordado a si misma también.

El agua le rodeó los hombros. Se sumergió aún más, deslizando las orejas y los ojos debajo
de la superficie justo cuando el primer sollozo brotaba de su garganta, la sal de sus ojos
envenenó el agua de la bañera con aroma a lavanda. Miró a través del espejo de agua
distorsionado hacia el alto cielo raso color crema.

Extrañaba a Harry. Extrañaba a Ron. Extrañaba a sus padres.

Había tenido a Ginny al alcance de la mano esa noche, y la había dejado escapar.

Y quizá Draco Malfoy nunca volvería a casa con ella.

Abrió la boca debajo del agua y gritó.

~*~

La angustia de la noche de Año Nuevo colgó sobre sus hombros como un chal durante una
semana. Por tres días, solo vio a los elfos, como si Narcissa supiera que necesitaba espacio.
Quizá Narcissa también necesitaba espacio, después de todo su esposo y su hijo habían
vuelto a partir hacia la guerra.

Su mente era un desorden disperso la mañana siguiente. Intentó practicar Oclumancia,


empujar todo de vuelta a su lugar y ordenar sus estanterías. En su lugar, terminó llorando en
el suelo junto a su cama, acurrucándose sobre si misma al recordar el extraño sonido de la
voz de Ginny y la calidez de la mano de Draco en su espalda. Se permitió un día de descanso
y recuperación antes de volver a intentarlo.

Comenzó con Ginny, hojeando las arrugadas y manoseadas páginas de su libro. Encuadernó
las nuevas páginas a modo de apéndice, una parte final para el lector. El libro de Ginny se
guardo a si mismo en un estante alto, y desapareció.

Luego los volúmenes de Draco Malfoy se cerraron bajo sus dedos. Gruesas páginas de bordes
nítidos y tipografías elegantes. Te extrañé, doblado entre las páginas como un señalador, y las
millones de situaciones hipotéticas posibles escondidas entre los capítulos. Cerró el libro con
llave y candado, y lo ubicó en un estante a la altura de sus ojos, incapaz de perderlo en caso
de que lo necesitara otra vez.

Eran las ocho de la noche del segundo día de febrero cuando finalmente terminó. Su cabeza
palpitaba, y cerraba los ojos con fuerza cada vez que aterrizaban en el fuego del hogar. Pero
sus estantes quedaron resistentes, y la pesadez en el estómago se aflojó. Comió una rebanada
de pan que había aparecido con la cena, y se metió entre las sábanas después de beber una
poción para Dormir Sin Sueños.
Cuando despertó a la mañana siguiente, no sintió más que una fría determinación. Después de
media hora de meditación, empacó todos sus libros sobre tatuajes y caminó de regreso a la
biblioteca.

Pansy le había proporcionado pistas invaluables acerca de la creación de estos tatuajes. La


ingesta de una poción cambiaba dramáticamente las cosas. Una poción tenía un antídoto. Ella
había estado buscando una contra-maldición.

La prueba con el ratón había fallado por múltiples razones, la primera de las cuales tenía que
ver con el uso de una poción. La segunda tenía que ver con magia de sangre. Pero gracias a
Pansy, Hermione ahora sabía que la poción venía primero.

Comenzó a cruzar referencias entre todos los libros de la biblioteca que hablaran de magia de
tatuajes, con los de pociones. Probó cientos de términos para la búsqueda, tantos de hecho,
que tuvo que anotarlos en una lista. Intentó buscar en media docena de idiomas. Incluso
intentó hojeando libros a mano. Pero después de varias semanas, no consiguió encontrar nada
que relacionara los tatuajes mágicos con la ingesta de una poción.

Frustrada por su falta de progreso, pasó la última semana de enero con la segunda pieza del
rompecabezas: la magia de sangre. Encontró mucho sobre sus usos en barreras de protección,
incluyendo aquellas que rodean los terrenos de las propiedades mágicas. Pero en este tema se
encontraba abrumada por la información. Y era inútil concentrarse en cualquier hechizo en
particular hasta que no pudiera ubicar la poción correcta.

Una vez más, se sentía como si estuviera trabajando a ciegas. Los Rastreadores no habían
usado una poción, no había precedentes, ni atajos a la vista, para encontrar la información
que necesitaba. Habría deseado que Draco estuviera allí para ayudarla a ver si había omitido
algo, pero se estaba quedando sin ideas. Así que comenzó desde el principio, revisando a
mano Mil Pociones Mágicas y Sus Usos. Con la esperanza de que algo captara su atención y
encendiera la chispa de una idea en su mente exhausta.

Las semanas avanzaron como melaza hasta mediados de febrero. Interrumpía su


investigación para practicar Oclumancia y comer con Narcissa casi a diario. Si El Profeta
reportaba buenas noticias, Narcissa se sentaba con ella. Si había malas noticias, la bandeja de
Hermione aparecía en su cuarto. Todavía hacía un frío punzante afuera, pero a veces paseaba
por los jardines durante los descansos.

El nombre o la fotografía de Draco aparecían en el diario por lo menos una vez a la semana.
Hermione se descubrió más de una vez recortando sus fotos, y guardándolas encima de los
pergaminos plegados dentro del joyero encima de su mesa de luz.

Lo que daría ahora mismo por una sola de sus sarcásticas misivas.

El martes siguiente, el Profeta reportó que los rebeldes habían avanzado contra Basilea.
Aunque la ciudad todavía estaba diezmada por el ataque en noviembre, un ejército de cientos
había marchado entre los escombros hacia la fortaleza de la ciudad. Miles de Mortífagos de
Lausana habían sido convocados y habían aplastado con éxito el ataque. Skeeter dedicó una
página entera a elogiar el ingenio de los Mortífagos responsables de desmemorizar a los
transeúntes y lanzar la Maldición Imperio sobre los líderes Muggles, todos los cuales
culparon a terroristas extranjeros por la destrucción.

El miércoles por la mañana, Hermione despertó y encontró que su desayuno había sido
enviado a su cuarto en un bandeja, con una copia del Profeta debajo de la taza de café.

¡ZÚRICH BAJO ASEDIO!

Por Rita Skeeter.

Como cucarachas en la alacena, una pequeña banda de insurgentes se infiltró anoche en


Zúrich. Este descarado ataque de invasores franceses y traidores suizos, es sin duda una
reacción al espectacular fracaso en Basilea de ayer; un último intento por tomar el control y
hundir al país en el caos.

Las fuerzas del Gran Orden han sido retiradas de Basilea, con el apoyo de infantería
adicional en Lausana y Berna. Las fuentes cercanas a la situación esperan una victoria
decisiva sobre los usurpadores esta misma tarde.

Hermione miró la página, parpadeando. Le latía el pulso en los oídos mientras examinaba por
encima y por debajo. Sus dedos temblorosos se abrieron paso por el resto de las páginas,
buscando algo más.

Nada.

Hermione gruñó y arrojó el diario al fuego. Comenzó a dar vueltas; su mente luchaba por
conectar las piezas. Los franceses y sus aliados habían atacado Basilea dos días atrás, pero
había sido una trampa. Basilea no era un objetivo estratégico obvio. Pero había atraído a las
fuerzas de Voldemort y las había alejado de Suiza, dejando vulnerable su verdadero objetivo:
Zúrich.

Donde estaba Draco.

Le tembló la barbilla antes de comenzar a dar vueltas otra vez. Las mentiras de Skeeter eran
flagrantes. Si hubieran sido una pequeña banda de insurgentes, no habría habido motivos para
convocar a las fuerzas de Lausana, mucho menos las de Berna. El ejército de Voldemort
había dejado un camino directo de vulnerabilidad desde la frontera hacia el corazón del país.
Solo un ataque masivo podría haber garantizado eso.

Sus estantes se sacudieron con violencia. Hermione se aferró al poste de su cama, respirando
hondo hasta calmarse. Comenzó a dar vueltas otra vez.

La correa de Rita Skeeter se estaba volviendo más corta, las omisiones eran más evidentes.
Le había preguntado a Narcissa la semana pasada sobre la posibilidad de recibir un ejemplar
de otro diario, de algún aliado al Gran Orden extranjero, cualquier cosa que fuera menos
parcial, pero Narcissa había respondido que todos los diarios no británicos estaban prohibidos
por orden del Ministro Thicknesse.
Se detuvo junto a la chimenea, viendo lo que quedaba de las páginas curvarse y crepitar en el
fuego. Intentó enfocarse en su investigación ese día, pero fue inútil. Así que pasó el resto del
día meditando. Al caer la noche, llevó una silla junto a la ventana, y se quedó mirando hacia
las ventanas oscuras del cuarto de al lado hasta quedarse dormida.

Despertó a la mañana siguiente con un crujido en el cuello, y pánico en el pecho. Al ver que
no llegaba ningún diario con su café, Hermione bajó directamente al comedor sin cambiarse
el pijama.

Encontró a Narcissa de pie junto a la mesa, mirando fijamente el periódico. La sangre corrió
por sus oídos.

—¿Qué ha pasado?— Graznó Hermione. —¿Qué dijo Skeeter?

Un ligero resoplido. —He tenido suficiente de la Señorita Skeeter por el tiempo que me
queda de vida, muchas gracias—, replicó Narcissa, y Hermione se acercó poco a poco. Se
quedó boquiabierta cuando se percató que no era el Profeta extendido sobre la mesa, sino las
páginas del Fantasma de Nueva York.

—Mippy viajó a la ciudad de Nueva York esta mañana—, dijo Narcissa.

Hermione parpadeó, y estiró el cuello para ver mejor.

—Comienza aquí—. Narcissa señaló las páginas al otro lado de la mesa.

Hermione se movió rápidamente hacia esas páginas, y encontró la edición nocturna del
martes, cuando cientos de rebeldes habían fallado en su misión para retomar Basilea.

Pero no fue eso lo que encontró en el Fantasma.

PEQUEÑA BANDA DE REBELDES CAUSA PROBLEMAS EN BASILEA

Por Gertie Gumley

Luchadores franceses y suizos de la coalición del “Verdadero Orden” causaron revuelo en


Basilea, Suiza, esta mañana, cuando una serie de explosivos detonaron afuera del
Ayuntamiento de Basilea. Las franjas del ejército de los llamados “Mortífagos” del Oscuro
Lord Voldemort, fueron despachados instantáneamente hacia Basilea y, de acuerdo a las
fuentes, pasaron el día entero luchando contra unos veinticinco soldados.

Hermione frunció el ceño, pero antes de que su mente pudiera comparar las opiniones de
Skeeter y Gumley, sus ojos avistaron el periódico del miércoles.

LOS FRANCESES INVADEN ZÚRICH CON ÉXITO

Por Gertie Gumley

Luego de atraer a cientos de Mortífagos hacia Basilea el día de ayer, la Verdadera Orden ha
reclamado el territorio al este de Zúrich. La ciudad estaba apenas ocupada después del
ataque del martes en Basilea, abriendo una ventana de oportunidad para el ejército de
rebeldes de Suiza y sus aliados.

De acuerdo con los testigos oculares, los rebeldes que avanzaron a Zúrich superaban
ampliamente en número a los Mortífagos que habían quedado en la ciudad, tomando
desprevenido al ejército del Oscuro Lord Voldemort.

—Fue un clásico Amago de Wronski—, dijo una fuente anónima. —Miles de franceses en
Zúrich al mismo tiempo. Lo único que no puedo entender es cómo pudieron invadir desde el
sudeste.

Los ojos de Hermione se desorbitaron mientras leía, y su mirada saltaba de página en página,
en busca de cualquier mención de un nombre conocido. Los rebeldes estaban ganando
terreno. Eran buenas noticias. Pero...

—¿Hay alguna mención…?— Se fue apagando, pasándose los dedos por los labios.

—Aquí—. Narcissa extendió el diario hacia ella, y Hermione lo tomó con más rapidez que
educación.

Era el Profeta de hoy. Una foto de Draco, Lucius, Mulciber, y Bellatrix ocupaba el centro de
la portada, debajo del titular: REBELDES FRUSTRADOS EN ZÚRICH

Hermione sacudió el periódico, y sus dedos recorrieron el borde de la foto. Había sido
tomada por la noche. Draco había estado vivo al menos hacía doce horas.

Hermione frunció el ceño hacia el Fantasma de Nueva York de hoy: ARDE LA BATALLA
EN SUIZA.

—¿Dónde está Lucius?

—Lo llamaron a Lausana anoche—. Narcissa se frotó la frente. —Los franceses están
avanzando hacia Ginebra.

Y efectivamente, en el artículo del Fantasma se mencionaba las incursiones al este de


Ginebra. El Profeta, por otro lado, no contenía más que indagaciones a la Ministra de
Austria. Había sido puesta bajo custodia mientras investigaban la posibilidad de que hubiera
coludido con los rebeldes, permitiéndoles infiltrarse al país a través de la frontera entre Suiza
y Austria.

Narcissa duplicó las páginas del Fantasma para ella, y se excusó para retirarse, con los ojos
cansados y enrojecidos. Hermione pasó el resto del día revisando las mentiras de Skeeter y
comparándolas con Gertie Gumley.

Al final de cada artículo, Gumley terminaba con “el Presidente Harrison de M.A.C.U.S.A., se
negó a hacer comentarios por trigésima tercera semana consecutiva”, o “no hay noticias
desde la Oficina del Presidente sobre si M.A.C.U.S.A. proveerá asistencia a los Ministerios
de Suiza o Francia, incluso aunque Escandinavia, Islandia y Canadá ya se han
comprometido a dar su apoyo”. Hermione quedó impresionada por la audacia y la franca
desaprobación a las medidas presidenciales por parte de la periodista.

Esa noche no pudo dormir.

Un día lluvioso de finales de febrero, Skeeter reportó que el Señor Nott había sido ascendido
a General y enviado a Zúrich, donde la batalla continuaba en su apogeo.

Se fue endureciendo ante las mentiras del Profeta y las noticias sobre la guerra. El temor por
la seguridad de Draco y la seguridad de sus amigos era una carga constante en su estómago,
pero no podía hacer nada. Así que comenzó a poner en práctica la Oclumancia todos los días
por al menos dos horas y se sumergió en su investigación.

Una noche, mientras volvía de la biblioteca, se oyeron voces en el vestíbulo de la entrada:


una masculina, y otra femenina. Hermione se detuvo en seco, y por medio segundo consideró
cambiar de dirección. Pero su autocontrol se quebró ante el sonido de una cadencia familiar.
Avanzó arrastrándose rápidamente, apretada contra la pared adyacente a las escaleras.

—…unos días. No más...—

—¿Con qué propósito? Seguramente...— La voz de Narcissa iba y venía —…algo que Bella
puede manejar?

—El Señor Oscuro está determinado—, respondió la voz masculina. —Debo liderar la
investigación en Austria.

Lucius estaba aquí.

—Seguro Draco puede ir contigo...— Los tacones de Narcissa sonaban contra el mármol.

—Ya lo he intentado--. Su voz era nítida y clara, como si quisiera que viajara más allá de las
escaleras. —El Señor Oscuro insistió en que él se quedara. Tu hermana habló con él primero.

Hermione contuvo la respiración y se movió rápidamente fuera de la vista, deslizándose


detrás de la escalera.

Narcissa murmuró algo mordaz que hizo suspirar a Lucius. —Cissa, no debes...—

—Volverás pronto, ¿verdad? ¿Volverás allí con él?— Su voz tembló al hacer eco a través de
las paredes.

—Haré lo posible. Le dije a Ted y a tu hermana que me informaran de inmediato si planeaban


un contraataque significativo.

Narcissa resopló. —Como si pudieras confiar en ellos.

—No tengo alternativa—. Una larga pausa. —Ha llegado hasta aquí, Cissa. Es más fuerte de
lo que crees que...—

—Es un niño. Un niño al que estás abandonando con una manada de lobos.
Escuchó a Narcissa yendo y viniendo.

—Debo irme—, dijo Lucius, con una voz baja y llena de remordimiento. —Solo quería
asegurarte de que estamos los dos a salvo y presentes, y...— Los tacones de Narcissa se
detuvieron sobre el mármol. —Pero debo irme. Ya me demoré demasiado tiempo.

Escuchó que la chimenea cobraba vida.

—¡Lucius!— La voz de Narcissa hizo eco entre las vigas y los pasamanos, tan perdida e
indefensa como la de un niño.

Hermione se asomó por las escaleras antes de poder contenerse. Los brazos de Narcissa
estaban alrededor de los hombros de él, y sus labios hambrientos y desesperados sobre los
suyos. Él dejó que el polvo Flu se deslizara de sus dedos al apretar el grácil cuerpo de ella
contra el suyo.

Hermione retrocedió ahogando un grito. Sabía que sus propios padres habían estado
enamorados. Pero dudaba que Henry y Jean Granger se hubieran aferrado alguna vez el uno
al otro de aquella forma.

Terminó rápidamente. Hermione se asomó por las escaleras justo a tiempo para ver a Lucius
apartar a su esposa y arrojar el polvo en las llamas. Los dedos de Narcissa se apretaron contra
sus labios, abrazando su propia cintura con el brazo.

—Cuidate—, susurró.

Los labios de él se estiraron en una sonrisa aparente. —De acuerdo. Solo porque me lo pides
tu.

Dio un paso al frente, y las llamas se lo llevaron. Narcissa se quedó mirando la chimenea
fijamente por un momento.

Hermione se hundió de vuelta en las sombras, sin querer molestarla.

Unos días. No más.

Draco estaría solo en Zúrich con Bellatrix, y el Señor Nott, y muchos otros monstruos. Y su
madre temía por él.

Regresó a su cuarto por la noche y bebió una dosis y media de poción para Dormir Sin
Sueños, deslizándose entre las sábanas sin tocar la cena.

Los dos días siguientes pasaron sin noticias. Narcissa la acompañó en el desayuno, pero
estaba nerviosa y distraída. Hermione continuó su investigación metida en una neblina de
Oclumancia, progresando poco. Pero en la tercera mañana, despertó con una bandeja de
desayuno y una copia del Profeta que anunciaba:

¡VICTORIA EN SUIZA!

Por Rita Skeeter


¡El Gran Orden finalmente sale victorioso contra los mercenarios rebeldes en Zúrich!
Después de meses de escaramuzas en Basilea, Ginebra, Berna y Zúrich, el ejército del Señor
Tenebroso ha derrotado a los insurgentes suizos y franceses de una vez por todas, gracias al
ingenio del General Theodore Nott y el dedicado trabajo de innumerables oficiales y
soldados.

El golpe decisivo de anoche ilustra el poder de la magia del Gran Orden y de aquellos
cercanos al Señor Oscuro. Desarrollada en los últimos meses por el General Nott, una nueva
arma mágica fue lanzada por la líneas de vanguardia anoche, primero para derrotar a las
fuerzas rebeldes en Zúrich, y luego fue despachada de inmediato hacia Berna y Ginebra. Al
amanecer, los insurgentes habían huído, dejando Suiza en manos de sus legítimos
propietarios.

El ex Ministro suizo Vogel y su gabinete, que se negó a dar su apoyo al Gran Orden, fueron
capturados en Ginebra, y se encuentran actualmente recluidos en el Ministerio Suizo de
Zúrich. Vuelve para la edición nocturna del Profeta para más información.

Los dedos de Hermione estaban temblando. ¿Qué arma mortal había creado el Señor Nott, y a
cuántos había asesinado?

¿Draco estaba a salvo? ¿A quién más conocía Hermione que estuviera peleando en la línea de
vanguardia ayer? ¿Bill y Fleur todavía estaban vivos=

¡Pop!

Hermione dio un salto, y giró para ver a Mippy parpadeando hacia ella.

—Mippy tiene un periódico para la Señorita. La Señora no se siente bien, ¡así que Mippy le
trae el periódico a la Señorita!

Hermione se frotó el pecho agitado con la palma de la mano, y se estiró para tomar el
Fantasma de Nueva York. —Gracias, Mippy. Tu… ¿Hay noticias de Draco? ¿O del Señor
Malfoy?

—Mippy no lo sabe, Señorita—, dijo Mippy, retorciéndose la oreja.

Hermione asintió, aturdida, y dejó que la elfina desapareciera. Abrió el Fantasma y soltó un
grito ahogado.

MIL MUERTOS EN ZÚRICH Y CONTANDO

Por Gertie Gumley

Ayer por la noche, un gas venenoso arrasó las calles de Zúrich, matando a más de mil
soldados suizos y franceses. Aunque la mayoría de los No-Maj han escapado a Italia o
Alemania, se sospecha que hay algunos entre las víctimas, así como brujas y magos suizos
que no habían escuchado o prestado atención a la orden de permanecer a resguardo.

De acuerdo con un testigo ocular, el gas es resistente al Encantamiento Casco-Burbuja y


mata por contacto. Fue creado por un miembro del círculo íntimo de Lord Voldemort y
parece ser la más moderna Magia de Muerte Masiva utilizada por el Gran Orden en sus
intentos por reclamar Europa.

El Fantasma recibió información de que los Mortífagos liberaron el gas sobre Zúrich
anoche, alrededor de las 5 pm, lo que le permitió moverse indiscriminadamente alrededor de
la ciudad, matando soldados de la vanguardia del Verdadero Orden y a civiles expuestos.
Avisos de Patronus fueron recibidos en Basilea, Berna y Ginebra, donde la mayoría de los
rebeldes se retiraron justo antes de que el gas fuera liberado. Los Mortífagos usaron un
encantamiento protector para moverse ilesos a través de las ciudades, eliminando a los
combatientes que no habían conseguido evacuar aún, y que no habían sido alcanzados por el
gas.

Apenas unas semanas atrás, el Consejo Federal de No-Maj de Suiza declaró Estado de
Emergencia, citando un terrorismo similar al de Edimburgo en Escocia, y ordenó una
evacuación en masa de ciudadanos No-Maj. El Fantasma ha recibido información de que
dos de los miembros de ese Consejo presentaron signos de resistencia a la Maldición
Imperius. Están siendo ahora retenidos por Mortífagos, junto con el Ministro de Suiza Vogel
y los Miembros del Consejo Mágico que sobrevivieron al ataque.

Con la retirada de las fuerzas rebeldes en Suiza, el Gran Orden de Lord Voldemort tiene
ahora el control absoluto de todos los países limítrofes de Francia. Francia sigue siendo el
bastión de la coalición anti Voldemort, y se refieren a si mismos como “el Verdadero Orden”.
Al ser informados acerca de su derrota en Suiza, junto con la noticia de la nueva Magia de
Muerte Masiva de Voldemort, el Presidente Harrison de M.A.C.U.S.A. fue citado diciendo
que estaba “investigando la situación”.

Hermione se quedó sentada en su sillón mientras el diario se escurría de sus dedos. Sus
piernas se sentían dormidas y pesadas.

Más de mil muertos en un día.

Su ansiedad burbujeó hacia la superficie, y las estanterías de su mente se sacudieron. Nuevas


imágenes revolotearon por su mente. Bill y Fleur colapsaron con muchos otros, sus rostros
hinchados y azules. ¿Había estado Draco con los otros Mortífagos, merodeando por las calles
nubladas? ¿O alguien del “Verdadero Orden” habría llegado a él primero?

Se le encogió el pecho y sus dedos se curvaron. Cerró los ojos y se imaginó un lago de aguas
tranquilas hasta que pudo respirar libremente otra vez. Después de una hora de meditación,
fue a la biblioteca y se enterró en sus libros hasta que cayó la noche.

A la mañana siguiente, no había ningún diario debajo de la taza de café. Caminó hasta el
comedor y lo encontró vacío. El estudio de Narcissa estaba vacío.

Llamó a Mippy, y la elfina apareció de inmediato.

—¿No hay Profeta hoy? ¿O el Fantasma?

Mippy se balanceó de un pie al otro. —La Señora le dijo a Mippy que se llevara los diarios
—. Sus brillantes ojos color esmeralda no enfrentaban los de Hermione.
Su corazón retumbó en su pecho. Algo había pasado.

—¿Puedes dármelos por favor?— Preguntó Hermione con un hilo de voz.

Mippy se retorció las manos. —La Señora dijo… que es mejor que no...—

—¿Entonces puedes llevarme con ella? Entiendo si te lo han prohibido, pero necesito saber
qué ha sucedido.

Mippy jugueteó con su delantal. —La señora está necesitando estar sola, Señorita. A Mippy
no se le ha prohibido entregar el periódico—. Y con un movimiento de su pequeña muñeca,
el Profeta apareció entre sus dedos sedosos.

Hermione tomó las páginas y le agradeció. Se volvió rápidamente, distraída por la foto de
Draco en la portada, parado junto al nuevo títere de Ministro. Tenía los ojos vacíos.

EJECUCIONES EN ZÚRICH: EL SEÑOR TENEBROSO DA LA BIENVENIDA A SUIZA AL


GRAN ORDEN

Por Rita Skeeter

A raíz de la derrota final de los franceses rebeldes en Suiza por parte del Gran Orden, el
Señor Oscuro apareció en Zúrich anoche para aceptar la promesa de apoyo del Ministro
Egger. Lo acompañó el General Lucius Malfoy, que habría regresado de Austria en las
primeras horas de la mañana de ayer.

El Profeta se ha enterado que las ejecuciones del ex Ministro Vogel y de dos miembros de su
gabinete, fueron llevadas a cabo por el General Draco Malfoy poco después de que Suiza
fuera retomada. En una declaración al Profeta, la General Bellatrix Lestrange fue citada...

El diario cayó de sus dedos. Sintió hielo en la garganta, cortando su cuello con cada
respiración.

Quizá había habido un error. Quizá Bellatrix había lanzado las maldiciones en su lugar. Rita
estaba notoriamente mal informada...

Examinó el resto de artículo. Su nombre no volvía a mencionarse.

Se sentó en la biblioteca a mirar por la ventana durante el resto del día, envuelta en una
neblina de confuso dolor. La reacción de Narcissa indicaba que Skeeter había dicho la
verdad. No estaba segura de qué era lo que había esperado. Draco había sido enviado a las
líneas de batalla para pelear por Voldemort. ¿Realmente creía que sus manos iban a
permanecer limpias?

Pero había una mancha en su corazón, negra como tinta, perforando cada vez más profundo
con cada hora que pasaba. Había matado a tres inocentes. Solo podía esperar que hubiera sido
la primera vez. Pero probablemente le ordenarían volver a matar.

Tenía la certeza silenciosa pero inquebrantable en su pecho de que él no había querido


hacerlo. De que lo habría evitado si hubiera podido. Pero el simple hecho era que había sido
él quien sostuvo la varita y lanzó el hechizo.

Por mucho que lo intentara, saber eso no hacía que él le importara menos.

~*~

Los días siguientes llegaron con esporádicos avistamientos de Narcissa; una cena por aquí, un
desayuno por allí. Ninguna de las dos mencionó las ejecuciones.

Cantó una canción de cumpleaños en voz baja para Ron cuando llegó su día, esperando que
donde sea que esté, no estuviera pasando por mucho dolor. La idea la hizo llorar hasta
quedarse dormida, y tuvo que pasar el resto del día siguiente practicando Oclumancia para
deshacerse del dolor.

El primer día del mes de marzo, Hermione se excusó de otro solemne desayuno para pasar el
resto del día en la biblioteca. Una vez que se acomodó, se dio cuenta que había dejado uno de
los diarios en su mesita de noche. Se levantó de su sillón, y volvió a atravesar las puertas de
la biblioteca. Pasó la línea de bustos de mármol de cada hombre Malfoy, y se detuvo en seco
al doblar la esquina hacia el vestíbulo de entrada.

Allí, junto a las chimeneas, estaba Draco, echado sobre los hombros de su madre en un
abrazo, mientras ella aferraba con fuerza su cintura. Una maleta y su abrigo en el suelo junto
a él.

Hermione se quedó mirando fijamente como si fuera un espejismo en el desierto que se


desvanecería si se acercaba demasiado. Sus costillas se sentían pegadas entre si, y sus
pulmones incapaces de funcionar.

Draco estaba en casa.

Avanzó un paso hacia la pareja inmóvil justo cuando Draco respiraba hondo, y un sollozo
estallaba sobre el cuello de su madre. Narcissa lo acercó aún más a ella con un suave
murmullo.

Hermione se detuvo, quedándose muy quieta.

—Respira, Draco—, murmuró Narcissa.

Hermione retrocedió en silencio, encogiéndose rápidamente alrededor de la esquina.

Le ardieron los ojos al escucharlo recuperar el aliento entre jadeos temblorosos. Quería
consolarlo...

—Mandaré a los elfos a desempacar—, dijo Narcissa. —Ella está en la biblioteca.

—No—. La voz de Draco era nítida, pero húmeda por las lágrimas. —No quiero verla.

Se le congeló la piel, y el frio se filtró hacia adentro, como si un Dementor flotara sobre ella.
Se quedó mirando el busto de Armand Malfoy con los ojos desenfocados, pensando en un “te
extrañé” besando su oreja, recordando el modo en que Lucius había vuelto a casa la semana
pasada solo para besar a su esposa.

—De acuerdo. Ve a tomar un baño y cambiarte de ropa. ¿Comiste? Puedo...—

—Almuerzo. Por favor—. Lo escuchó caminar hacia la escalera. —Estaré contigo en breve.

Escuchó el sonido de sus pesadas botas contra el mármol subiendo las escaleras. Cuando el
sonido se alejó, Narcissa soltó un suspiro agudo y entrecortado. Un momento después, sus
tacones comenzaron a sonar en dirección a las cocinas.

Hermione no estaba segura de cuánto tiempo se quedó allí parada antes de retornar a su
cuerpo. Lentamente caminó de regreso a la biblioteca, pasando junto a los hombres de
mármol; todos parecían sisear: No quiero verla.

~*~

Eran las cinco de la tarde cuando las puertas de la biblioteca finalmente se abrieron. Estaba
perdida entre las pilas de libros, hojeando un texto de pociones raras cuando escuchó crujir
las bisagras. Levantó la cabeza de golpe, y volvió a guardar el libro antes de escabullirse
entre las estanterías.

Él estaba mirando su mesa de investigación, pasando una página de su cuaderno. Lucía más
alto, y su perfil más fuerte. Le había crecido apenas el cabello, una media pulgada, y se le
rizaba en la nuca.

—Veo que todavía estás aquí, y todavía tienes tus dos brazos—. Su voz era llana mientras
pasaba las páginas. —Así que ¿todavía estás trabajando duro, supongo?.

Tragó saliva ante el sonido de su voz. Familiar, pero distante.

Él se quiso saltear el saludo. No habría abrazo, ni beso junto a la chimenea, ni un te extrañé.


Solo de vuelta al asunto como siempre.

Ella bajó del rellano, manteniendo la distancia mientras se acercaba a la mesa. Se había
imaginado su regreso a casa miles de veces. Pero ninguno de los escenarios en su cabeza se
había desarrollado así.

—También me alegro de verte, Draco.

Silencio.

—Si, he progresado mucho, de hecho—. Su garganta se sentía en carne viva. —Yo…


esperaba poder compartirlo contigo.

Él se volvió, y su mirada aterrizó sobre ella por primera vez desde Año Nuevo. Desde antes
que esa vez. Asintió de manera infinitesimal.

—Pero antes de que lleguemos a eso, yo...— Se aclaró la garganta. —Quería que supieras
que me alegra que hayas vuelto a casa a salvo. Que no estés herido, quiero decir.
Él ni se inmutó.

—Y que si querías hablar de eso, yo...—

—No quiero.

Las palabras fueron lacónicas. Finales. Su estómago se hundió.

Pero entonces los ojos de él parpadearon, y rápidamente apartó la mirada. Su mano tembló de
manera casi imperceptible mientras pasaba otra página, esquivando su mirada. Ella lo
observó, preguntándose qué cosas habría tenido que atravesar durante todos esos meses.
Cómo se estaría sintiendo en este momento.

Su corazón se contrajo.

Ella lo encontraría a medio camino, si era lo que él necesitaba. Podía esperar para que fuera
él quien acortara la distancia entre ellos.

Respirando con dificultad, se movió hacia sus notas. —Entonces hablemos de los tatuajes.

Pasó la siguiente media hora actualizándolo sobre sus progresos durante los últimos cuatro
meses. Le contó acerca de su experimento fallido. Su conversación con Pansy. Le contó
acerca de la magia de sangre y la poción del tatuaje; la forma en que había quedado atascada
intentando descubrir qué tipo de poción había usado Nott. Draco no dijo nada, pero escuchó
con atención. Asintió en las partes correctas, y frunció el ceño ante los misterios.

—Pansy dijo que firmaron por ella en sangre, pero quería saber con seguridad si tu habías
pasado por el mismo proceso—. Levantó la mirada de sus apuntes hacia él. Él la estaba
observando de cerca. —¿Tuviste que firmar con sangre también?

Él asintió. —Si.

—¿Tenían algo de especial el pergamino o la pluma que usaste? ¿Te cortaste para obtener la
sangre?

—No—. Se metió las manos en los bolsillos. —La pluma estaba encantada para firmar con la
sangre del que la usara.

—Y cuando la propiedad de Dolohov fue transferida a ti—, dijo, y él se movió. —¿Sucedió


algo diferente?

—No. El mismo proceso. Firmé el pergamino con sangre, y la transferencia estuvo completa.

Su voz era cortante, su mandíbula estaba tensa.

Tenemos un acuerdo vinculante, Antonin, recordó que había dicho él. Por el momento decidió
dejar aquello de lado.

Bajó la mirada hacia sus notas, deseando que algo de lógica saltara sobre ella.
—Mi madre me ha dicho que has estado leyendo los diarios.

Sus dedos se congelaron. —Si. Cada mañana.

El cuarto estaba en silencio.

—Entonces, ¿supongo que leíste acerca de las ejecuciones?

Ella se volvió para enfrentarlo. Él tenía la mirada sobre la mesa, con los ojos vidriosos. El
músculo debajo de su ojo se crispó.

Tragó saliva. —Si.

Observó que sus costillas se expandían lentamente. —Skeeter estaba mal informada. Solo
fueron dos. El Subsecretario fue obligado a mirar y luego fue llevado como prisionero—.
Apretó los labios. —Y por si sirve un poco de consuelo, fueron los únicos...— Su garganta se
interrumpió con las palabras, y quedaron en silencio.

—Estuviste en un país devastado por la guerra durante cuatro meses—, dijo ella suavemente.
—No esperaba que regresaras como un santo...—

Él soltó una carcajada como un ladrido. — Un santo. ¿Eso era antes, Granger?— Su tono era
mordaz. Le hizo rechinar los dientes.

—Escucha. No me gusta la idea de que tuvieras que matar. Por supuesto que me… molesta.
Pero no tuviste alternativa—. No sabía qué hacer con sus manos. Sus dedos se curvaban y
temblaban.

—Tuve que torturarlos primero—, dijo él, como si ella no hubiera hablado.

Ella respiró hondo. —Por supuesto. Tu tía estaba mirando, así que...—

—No—. Su voz era fría. —Tuve que torturarlos primero. Las primeras dos veces que intenté
lanzar la Maldición Asesina fallaron—. Se pasó una mano por el cabello. —Pero después del
Crucio, fue un poco más fácil.

Su piel se estremeció, y fracasó en ocultarlo. La mancha negra que se hundía en su corazón se


enterró más profundamente. Él continuó.

—Bella dijo que era hora de que me probara a mi mismo. Dijo que el Señor Tenebroso estaba
ansioso por oír acerca de mis “progresos”. No me dejó que se lo pasara a ella. Lo intenté,
pero había otros...—

Las palabras se desvanecieron, tácitas. Sus ojos estaban vacíos y pálidos.

Ella avanzó un paso, y estiró una mano para tocar los pálidos nudillos sobre la mesa. —Sé
que no me corresponde, pero yo… yo te perdono Draco. Tu deberías perdonarte también.

Él se estremeció, y retiró el brazo. Vio sus dedos estirarse como si se hubiera quemado.
—No, no es así—. Se alejó de ella. —Es por eso que las llaman Imperdonables, Granger.

— Si no lo hubieras hecho, te habrían matado—. Deseó que su voz sonara calmada.

—Los vi lanzar el hechizo. El que mató a todas esas personas—. Su voz era apenas poco más
que un susurro. —Mi padre advirtió que no lo hicieran, pero Bella dio la orden cuando él se
fue. Los vi hacerlo, y no hice nada.

Ella separó los labios lentamente, horrorizada, pero él ya se estaba alejando, en dirección a
las puertas.

Hizo una pausa mientras las abría. —Pensaré en esa poción—, dijo, por encima del hombro.

Su pecho se sintió pesado como el plomo al escuchar las puertas cerrarse.

~*~

Al día siguiente él la encontró en la biblioteca poco antes del medio día. Su rostro era ilegible
mientras se aproximaba, y ella se quedó parada como una estatua hasta que él se detuvo
frente a ella y dejó caer un libro en su mesa de estudio.

—Tal vez esto ayude.

Ella pasó los dedos por encima de la portada. Un viejo libro de magia oscura. —¿Qué es?

—Es una réplica del libro que Ted Nott guarda en su laboratorio privado de pociones.

Lo miró fijamente, sin atreverse a creerlo. Sus ojos se volvieron de golpe hacia él. —¿Theo te
dio esto a ti?

Draco se encogió de hombros y se pasó una mano por el cabello. —Tuve la oportunidad de
pasar a visitar a Theo y a Oliver esta mañana. Theo no había escuchado hablar acerca de la
poción tampoco, pero Oliver confirmó haber tomado una. Así que lo fue a buscar.

Hermione se quedó boquiabierta. —¿Pero no lo descubrirá su padre?

—Ted todavía está en Zúrich celebrando su éxito. Aparentemente ha estado demasiado


borracho estos días como para prestar atención a sus hechizos de privacidad.

La sangre fluyó por sus orejas mientras hojeaba las páginas, encontrando las notas del Señor
Nott en los márgenes. —Oh por Dios. Esto es… brillante. Es increíble, Draco.

Ella le dedicó una sonrisa de regocijo, su pecho palpitaba de emoción. Algo familiar brilló en
los ojos de él. Y entonces su corazón se detuvo cuando él acercó una silla frente a ella como
si no hubiera pasado el tiempo y le pidió para ver las notas que había tomado sobre la poción.
Se le aceleró el pulso con la promesa de que él la ayudaría de nuevo. Tal vez las cosas
podrían volver a la normalidad.

Mientras se sumergía en el libro del Señor Nott, Draco leyó sus teorías y sus apuntes.
Hermione intentó concentrarse en su lógica y su resolución de problemas. Hizo todo lo
posible por ignorar a su mente traicionera cuando flotaba en suaves recuerdos de sus manos y
sus labios.

Trabajaron juntos durante dos semanas, revisando los libros de principio a fin como solían
hacer, tomando té y café por las mañanas y releyendo las notas del día anterior. No sabía si
preguntar acerca de Edimburgo, pero estaba muriendo por regresar. No había estado allí
desde finales de octubre, y ya estaban en la segunda semana de marzo. Había leído en el
Profeta que las celebraciones habían sido silenciadas, pero aún así se estremecía al pensar en
lo que se podría haber estado perdiendo.

Una mañana, ella se aclaró la garganta y se volvió hacia él antes de su segunda taza de café.
—¿Dirías que el tatuaje tiene las mismas propiedades cuando estamos en Edimburgo?

Él levantó la cabeza de sus notas y la miró. —Yo diría que si. Para entrar y para salir es
necesario que yo atraviese la barrera contigo.

Ella resopló, cruzando los brazos en frustración. —Ese es justamente el problema, ¿no es así?

Él abrió la boca. —¿Disculpa?

—He estado trabajando bajo la teoría de que el límite para el tatuaje en la Mansión está
relacionado con la barrera de la propiedad. Ya que la Mansión es algo que te pertenece por
derecho de nacimiento, las barreras de protección de sangre ya están en acción. Es lo único
que tiene sentido. Pero Edimburgo no es de tu propiedad.

Él se rascó la frente, intentando seguirla. —De acuerdo...—

—Lo que quiero decir es que la Mansión ya está unida a ti por sangre. Así que tendría sentido
que el tatuaje funcionara en conjunto con magia de sangre—. Apartó un rizo suelto hacia
atrás con impaciencia. —Pero entonces, ¿por qué funcionaría de manera similar en
Edimburgo?

Dejó caer la cabeza entre sus manos, frotándose las sienes. Escuchó el golpe de un libro
cerrándose.

–Porque he derramado sangre en Edimburgo. Todos lo hicimos.

Levantó bruscamente la cabeza hacia él. La estaba mirando con intensidad.

—¿Hiciste qué?

—Durante la primera ceremonia—, dijo. —Aproximadamente una semana después de la


Subasta. Cuando abrieron Edimburgo para los Mortífagos, tuvimos una celebración. Sólo
nosotros—. Sus palabras brotaban rápidamente de sus labios. —Debíamos reforzar las
barreras del castillo derramando sangre y lanzando hechizos de protección. El Señor
Tenebroso dejó muy claro que Edimburgo pertenecía a sus leales seguidores. Era nuestro
castillo...—

—Entonces podemos deducir—, retomó Hermione, saltando de su silla, —que las escrituras
de Edimburgo...—
—…están a nombre de cada uno de los Mortífagos que derramó su propia sangre ritual allí.

—¿Dónde se llevan a cabo las ceremonias para los nuevos Mortífagos…?

—En Edimburgo. Con sangre.

Dejó caer el libro sobre la mesa, puntualizando el fin de sus pensamientos. Estaba respirando
con dificultad por la alegría de resolver un acertijo, e incluso aunque era apenas la mitad de la
batalla, se sentía como si hubiera abierto un salón en su propia mente.

—No se ha creado ninguna barrera separada. La “barrera” representa el límite de la


propiedad. Ese es un problema significativo menos para preocuparse—. Sonrió, y sintió un
aleteo en el estómago cuando él le devolvió la sonrisa. Podría besarlo, si él aceptara.

¡Pop!

—¡Amo Draco!

Hermione dio un salto, Mippy apareció junto a su rodilla.

—¡El Amo Draco tiene invitados!

Draco frunció el ceño hacia el elfo. —¿Qué invitados?

—¡Están llegando invitados a la biblioteca ahora!

Hermione dio un salto, tomó el libro del Señor Nott y sus notas mientras Draco agitaba su
varita para cerrar los libros abiertos. Se volvió para pedirle a Mippy que la Apareciera en el
piso de arriba justo cuando las puertas de la biblioteca se abrían de par en par.

Hermione se quedó inmóvil mientras Narcissa guiaba hacia adentro a dos personas que nunca
antes había visto. —Draco, cariño—, dijo Narcissa, con ojos amables pero tensos. —Mira
quien vino a visitarnos.

Hermione se apretó contra las estanterías, escondiendo el libro y sus notas entre dos libros
más grandes.

Parpadeó ante los dos invitados: un caballero de edad avanzada, con escaso vello facial, y una
mujer joven, varios años mayor que ellos. Tenía los dientes más brillantes que Hermione
había visto en su vida.

—Draco, recuerdas al Profesor Viktorov.

Draco avanzó un paso ante la sugerencia de su madre, y estrechó la mano del hombre. —
Señor, es un placer. Ha pasado mucho tiempo.

Pero la mirada de Hermione se fijó en la muchacha; cabello largo y sedoso, figura esbelta, y
amables ojos color miel, clavados en los suyos.

Apartando la mirada, Hermione bajó la vista al suelo.


—Y recuerdas a Katya—, dijo el Profesor Viktorov; su voz era un profundo murmullo.

No pudo resistir mirar de reojo mientras Draco y Katya se saludaban con cortesía y se
besaban mutuamente las mejillas. Narcissa se aclaró la garganta y reiteró la agradable
sorpresa que era verlos a los dos.

—¡De verdad, lo juro, que pensé que te había escrito!— dijo Katya, sonriendo a Narcissa. Se
volvió hacia Draco con una sonora carcajada. —¡Tu madre estaba más que sorprendida de
vernos salir de la red Flu!— Carecía del fuerte acento búlgaro de su padre.

Narcissa la despachó con gracia, culpando a la guerra por las pérdidas en la correspondencia.
Hermione hubiera deseado una puerta secreta por donde poder escabullirse, pero estaba
atrapada. Solo podía quedarse de pie y fingir ser invisible.

—Esta debe ser tu muchacha, ¿verdad?— Dijo el Profesor Viktorov, y Hermione tuvo el buen
tino de no moverse. Su voz sonó sorprendida cuando dijo: —¿La dejas estar cerca de los
libros?

Se hizo una pausa tensa hasta que Draco respondió: —Está cambiando de lugar los libros. Le
asigno algunas tareas mundanas para evitar que me moleste.

Murmuraron su aprobación y continuaron intercambiando cortesías. En un momento, Katya


colocó su mano en el brazo de Draco y expresó su preocupación por él cuando estaba en
Suiza.

Hermione los miró de reojo otra vez. La hija del profesor, eso habían dicho los Pucey en la
fiesta de Año Nuevo, como si Katya fuera alguien relacionado con la familia Malfoy, y la
gente lo supiera. Pucey la había confundido a ella con Katya, como si hubiera sido normal
verla parada tan cerca de Narcissa y de Lucius.

Su estómago dio un vuelco. ¿Se esperaba que él la cortejara?

—Draco, ¡estaba esperando verte en Edimburgo!— Katya se pasó el largo cabello castaño
por encima del hombro. —Hace dos semanas que voy, y estaba decepcionada de que no verte
allí. Aunque, por supuesto, sé lo exhausto que debes estar.

Draco se aclaró la garganta. —Debo admitir, que no puedo imaginarte a ti en Edimburgo,


Katya. Puede ser bastante vulgar.

Narcissa resopló, y luego se pasó el cabello detrás de la oreja rápidamente, como si no


hubiera hecho ningún sonido.

Una sonrisa cruzó el rostro de Katya. Se inclinó hacia él y fingió un susurro. —Me quedo en
el Salón Borgoña—. Guiñó un ojo. —¿Pero vendrás este viernes? Lo encuentro bastante
elegante si te mantienes en los espacios más convencionales.

Los ojos de Katya parpadearon hacia ella, y Hermione rápidamente apartó la mirada.

—Por supuesto. Estaré allí este viernes—. Draco devolvió la sonrisa, pero sus ojos estaban
tensos.
—Maravilloso—, dijo Narcissa. —Ahora, ¿nos sentamos a tomar el té?— El grupo asintió, y
Narcissa los guió fuera de la librería. Draco se volteó hacia Hermione cuando estaba a medio
camino de la puerta.

—Termina con esto, y luego te vas directo a tu cuarto.

Ella asintió mirando el suelo. Las puertas de la biblioteca se cerraron, y Hermione quedó
sola, con el estómago revuelto, y preguntas que no se atrevía a expresar en voz alta.

~*~

Un vestido lencero color morado profundo apareció en su guardarropas el viernes por la


tarde. Se peinó y se maquilló como Pansy le había indicado, y se puso el vestido, el collar y
los zapatos. Sus nervios estaban encendidos por la emoción de volver a ver a Charlotte y a
Cho de nuevo, pero también por el miedo. Era extraño regresar a Edimburgo después de
tantos meses. Que la vuelvan a babosear y a mirar con lujuria otra vez. Meditó durante toda la
mañana, aclarando su mente para poder estar enfocada y preparada.

Draco no volvió a hablar de Katya. No fue hasta que estuvieron caminando por el camino
hacia el portón de la Mansión que Hermione preguntó. —¿De dónde conoces a Katya?

Él guardó silencio durante doce pasos. —Es complicado.

Ella asintió, y lo archivó para sacarlo a relucir de nuevo en otro momento. Él aferró su brazo
tatuado, la hizo atravesar el umbral, y los Desapareció.

Edimburgo se veía brillante bajo la luna, e incluso desde los adoquines podía escuchar que el
castillo estaba lleno de gente. Atravesaron los arcos, subieron las escaleras laterales y
llegaron al patio. Charlotte los recibió con champagne, y sus ojos se detuvieron en Hermione
antes de apartar la mirada.

Al entrar al Gran Salón, Hermione quedó casi sorda por el ruido. Era como si la multitud
habitual se hubiera duplicado. Los Mortífagos estaban celebrando el triunfo contra los
franceses y los suizos, junto con los oficiales extranjeros que habían prometido su apoyo.

Apenas tuvo un segundo para registrar qué rostros conocidos estaban presentes antes de que
Draco la llevara escaleras arriba para cenar.

Los muchachos saltaron para recibir a Draco, algunos de ellos saludándolo como “General
Draco Malfoy”. Adrian Pucey agitó una botella de champagne y la roció por la habitación
cuando entraron.

Los chicos estaban distintos esa noche, borrachos por el éxito de otros hombres.

Una vez acomodada en el regazo de Draco, Flint gritó. —Draco, adivina quién ha estado aquí
durante las últimas dos semanas preguntando por ti—. Ante el silencio, guiñó un ojo y
añadió. —Katya Viktor.

Goyle se enderezó, casi dejando caer a Susan de su regazo. —¿La modelo?


Hermione se tensó, casi poniendo los ojos en blanco. Por supuesto que era modelo. Giuliana
Bravieri la miró desde el otro lado de la mesa, y ella obligó a sus músculos a relajarse.

Draco tomó un sorbo de su Whisky de Fuego mientras Flint continuaba. —Ha estado muy
interesada en saber cuándo volvería Draco Malfoy.

Los muchachos vitorearon y se burlaron.

—Se supone que esta noche regresará—, dijo Draco con indiferencia.

—Tiene pelotas para venir a Edimburgo—, dijo Warrington. —Ojalá la chica a la que yo
cortejaba tuviera un par.

—Bueno, si necesitan dar un paseo a la luz de la luna juntos—, gritó Pucey, —sabes que
estaríamos más que felices de cuidar a la Señorita Granger por ti.

Draco le lanzó una mirada penetrante mientras los muchachos reían.

—Hablando de búlgaros—, dijo Theo. —Viktor Krum ha vuelto esta noche. Lo vi dando
vueltas por ahí.

Draco se quedó inmóvil debajo de ella, y Hermione tuvo que recordar cómo respirar.

—Estaba perforando con la mirada a cada morena que entraba al salón—, dijo Theo, mientras
Pucey hacía un sonido de burla. —Creo que está listo para otra oportunidad de apostar esta
noche.

Draco se mantuvo en silencio durante toda la cena. Después se asentaron en el Salón, y el


corazón de Hermione palpitó rápidamente mientras trataba de escanear el lugar sin llamar
mucho la atención. Se percató de la ausencia de Cho, pero sus ojos estaban en busca de
Viktor. Creyó haberlo visto cuando Charlotte dejó caer una copa de champagne con un fuerte
estallido, pero cuando el hombre de hombros anchos junto a la mesa de juego se volteó hacia
ella, no era él.

Flint y Pucey estaban especialmente estridentes esa noche, los dos bebiendo directamente de
la botella y apretando el trasero de cada Chica Carrow que pasaba.

Era pasada la media noche cuando un estruendo lejano hizo temblar las paredes y sacudió los
vasos, como si se hubiera disparado un cañón. Hermione contuvo el aliento mientras bajaba
la mirada al vaso de Whisky de Draco y lo veía ondularse. Pucey se volvió hacia el grupo
confundido, y dijo. —¿Hay un Cañón de la Una En Punto esta noche?

Ella se puso rígida, y su columna vertebral hormigueó de terror. La mano de Draco subió
hasta su codo, frotando un pequeño círculo en su brazo.

—No lo creo—, dijo Flint, levantándose para asomarse al patio.

El sonido de una chica gritando rebotó contra las paredes. Los ojos de Hermione se abrieron
de golpe mientras su cabeza se sacudía, buscando el orígen. Draco la puso rápidamente de pie
y se levantó. Ella estiró el cuello y vio a alguien en el suelo a veinte pasos de distancia, la
chica a su lado estaba chillando.

Las paredes se sacudieron otra vez, y justo cuando Hermione estaba descartando un
terremoto, sintió un crujido detrás de ella, seguido de un sonido húmedo y jadeante. Se volvió
y Draco tiró de su cintura hacia él.

Una Chica Carrow yacía en el suelo, y comenzaba a gritar. Su brazo estaba separado del
cuerpo a la altura del hombro, a un metro de distancia. Su pierna estaba torcida en un ángulo
extraño.

Desparticionada.

Hermione se llevó una mano a la boca mientras la chica gritaba, y la sangre brotaba de su
brazo. Hermione se precipitó hacia ella, pensando en Díctamo y hechizos curativos...

Draco tiró de ella hacia atrás. —Tenemos que irnos...—

Gritos desde el otro lado del salón.

Una ráfaga de hechizos en el aire.

Y justo antes de que pudiera entender qué estaba pasando, el Castillo de Edimburgo se
estremeció de magia, el suelo comenzó a moverse bajo sus pies y las ventanas a quebrarse
cuando dos… tres… diez personas Aparecieron en el Salón.

Retrocedió con los ojos desorbitados y el corazón galopando, trastabilló sobre el pecho de
Draco cuando sus ojos encontraron los de George Weasley al otro lado de un salón lleno de
Mortífagos.

Chapter End Notes

Nota de Autor

NikitaJobson en tumblr hizo una obra increíble que representa el reencuentro de


Narcissa y Draco. Denleamor en tumblr.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 29
Chapter Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Sangre, violencia y muerte.

ABRÓCHENSE EL CINTURÓN. Mucho amor para Raven_maiden y Saint Dionysus


por PERFECCIONAR esto conmigo. (Son libres de no estar de acuerdo, por supuesto.
Meh.)

Echen un vistazo a esta absolutamente hermosa obra que NikitaJobson hizo del regreso
a casa de Draco en el capítulo 28.

Este capítulo es enorme, como pueden ver. Voy a necesitar una semana más entre
capítulos para ponerme al día con algunos proyectos de la vida real que he estado
descuidando. La próxima actualización será el 21 de junio, pero este suspenso no será
tan malo como los últimos.

Solo una aclaración: mucha gente se tropezó con esto, así que pensé en abordarlo. Ted
Tonks está muerto, según el canon. Lucius se refería a Ted Nott en el capítulo anterior, y
la "hermana" de Narcissa es Bellatrix, ambos estaban en Suiza.

See the end of the chapter for more notes

Una luz amarilla estalló frente a sus ojos, cegándola.

Un hechizo pasó zumbando junto a su oído como una bala, y el suelo traqueteó bajo sus pies.
Se agachó, cubriéndose las orejas con las manos, y de pronto estaba siendo arrastrada por un
brazo alrededor de su cintura, deslizándose sobre sus tacones.

Su cabeza se volvió abruptamente hacia donde acababa de ver a George, pero no había
ningún destello de cabello anaranjado.

—¡Granger!

Una mano en el hombro la empujó contra la pared, y ella soltó un grito ahogado cuando el
sofá que tenía detrás explotó en una lluvia de estopa y terciopelo.

Draco se agachó, y tiró de ella hacia abajo con él. Extendió su varita, y sus hombros se
ensancharon frente a ella. El castillo temblaba. Los gritos le perforaban los tímpanos, y sus
ojos se movían salvajemente.
La chica que había sufrido la Despartición yacía inmóvil al otro lado de los sillones,
pisoteada por las pesadas botas de los Mortífagos.

Su mente se tambaleó a un ritmo vertiginoso.

La Orden estaba aquí. La Verdadera Orden.

Estaban intentando sacar a las chicas… y estaba fracasando. Por culpa de los tatuajes.

Draco lanzó un Hechizo Aturdidor con su varita. Aferró su muñeca.

—¡No los aturdas! ¡Los tomarán como prisioneros…!

—¿Entonces qué?— siseó. —¿Encantamientos de Cosquillas?

Al otro lado del salón, sus ojos avistaron a una mujer alta de apretadas trenzas y ropa de
combate negra, que inspeccionaba a la Chica Carrow muerta. Cuando la mujer se puso de pie,
Hermione pudo ver que le faltaba el brazo izquierdo.

Angelina Johnson.

Se llevó los dedos a los labios y silbó, haciendo rechinar los dientes de Hermione. Su voz fue
áspera al gritar: —¡Plan B!

El cuarto pareció volver a encenderse de maldiciones mientras Angelina agitaba su varita por
el aire, marcando a la Chica Carrow con una “X” color negra. Adrian Pucey se escabulló
alrededor del sofá justo detrás de ella, con la varita en alto, sosteniendo a Mortensen como un
escudo contra su pecho. Hermione soltó un grito ahogado cuando Angelina se dio la vuelta y
le disparó directamente entre los ojos con una Maldición Asesina. Antes de que su cuerpo
tocara el suelo, tomó el brazo de Mortensen, lo rebanó a la altura del codo, y sacó un botón
de su bolsillo.

Los gritos de Mortensen se detuvieron abruptamente al desaparecer en una lluvia de sangre.

El pecho de Hermione se contrajo cuando la pared detrás de ella vibró. Draco la arrastró unos
cuantos metros, agachándose detrás de una mesa volcada mientras el cuarto se llenaba de
gritos.

Trasladores.

De algún modo, habían creado Trasladores que podían penetrar las barreras. Y en vista de
que Mortensen no estaba tendida en el suelo, Desparticionada… los Lotes podían escapar sin
sus brazos.

Draco aferró su rodilla y apuntó la varita hacia sus tacones para transformarlos en zapatos
planos. Sus ojos estaban abiertos y frenéticos, observando el caos a su alrededor. —Tenemos
que llegar a una chimenea.

Lanzó un Hechizo de Protección básico alrededor de ellos, y se lanzaron a través de los


muebles destrozados y las mesas hechas trizas, corriendo por los espacios abiertos hacia la
parte del salón con los cuartos privados. El olor a sangre y a humo era denso en sus fosas
nasales, y buscó con la vista a George, pero había demasiados cuerpos; corriendo, muriendo,
gritando maleficios.

La espalda de un combatiente de la Verdadera Orden de cabello gris apareció a pocos pasos


frente a ellos y se detuvieron en seco, trastabillando para ponerse a cubierto detrás de un
carrito de bebidas. Alzó a una Chica Carrow del suelo, ignorando sus gritos mientras
levantaba la varita para cortar su brazo.

—¡Los collagues plateados no!

La cabeza de Hermione giró al escuchar la voz, y sus ojos saltaron de sus orbitas al ver a
Fleur Delacour vestida con ropa oscura de combate y el pelo corto por encima de sus orejas,
sacando a un hombre a rastras de un cuarto privado y rebanando su cuello mientras su Chica
Carrow chillaba.

Un fuerte tirón la hizo encoger otra vez, conteniendo el aliento.

—¡Debemos encontgar a los Cagows!

Vio al combatiente mayor soltar a la Chica Carrow y volver su varita rápidamente hacia
Bletchley mientras corría tras él. La maldición lo alcanzó entre los omóplatos, y cayó con un
aullido. El hombre no se molestó en acabar con él. Solo siguió avanzando, lanzando hechizos
y Maldiciones Asesinas.

Draco tiró de ella para ponerla de pie y correr. Un zumbido le llenó los oídos, y se hizo más y
más fuerte mientras esquivaban maldiciones y saltaban encima de los cuerpos. Las chicas de
collares dorados se dispersaban, corriendo hacia las salidas mientras los soldados avanzaban
sobre los invitados y los Mortífagos, matando indiscriminadamente.

Giraron en una esquina y pasaron a Marcus Flint tendido en el suelo, tosiendo sangre
mientras Penelope le apretaba el pecho con las manos, con los ojos desorbitados, y
suplicando por ayuda. Hermione no pudo hacer más que mirarla mientras pasaban corriendo.

Sus ojos buscaban alguna salida limpia, y su garganta estaba tensa de pánico mientras Draco
tiraba de ella hacia la hilera de cuartos privados.

Necesitaba encontrar una chimenea para él. Y ella tenía que volver a buscar a George y a
Angelina y a Fleur. Tan pronto la sacaran de allí, ella podría explicarles acerca de los Malfoy.
Podían ir a la Mansión y tomar sus investigaciones, y sacarlos a ellos de contrabando,
llevarlos a todos a Francia...

Pero no había tiempo para explicar cuando había personas lanzándole Maldiciones Asesinas.
Tenía que sacarlo de allí.

Al rodear el último cuarto privado, se congelaron en seco al encontrar una pila de personas
pisoteándose las unas a las otras, gritando y tropezando con los cadáveres; todos luchando
para pasar a través de una red Flu bloqueada. Hermione vio a alguien arrojando el polvo y
gritando el nombre de su residencia, solo para ser empujado de vuelta a través de otra
chimenea; las llamas estaban naranjas e inertes.

Hermione miró el largo corredor a su izquierda que conducía hacia el Gran Salón, y apretó el
brazo de Draco mientras veía a dos hombres correr por él. Había una chimenea allí. Salieron
corriendo, con las piernas en llamas, pero se frenaron cuando los dos hombres cayeron
muertos al atravesar el umbral, bajo un destello de luz verde. La Verdadera Orden estaba al
acecho.

Hermione retrocedió a trompicones, y sus ojos recorrieron el cuarto. Estaban demasiado


expuestos. Aferró su brazo y lo arrastró por la pared trasera de las mesas de juegos, hacia las
puertas cerradas del corredor que conducía a la Sala Borgoña. Había una chimenea allí.

Estaban a diez pasos de las puertas cuando éstas se abrieron de par en par. Draco se volvió
hacia ella, la empujó de espaldas a la pared y se ubicó por delante.

Dolohov y Yaxley se quedaron parados un segundo en la entrada para observar el caos antes
de avanzar rápidamente a la ofensiva, enfrentándose a un par de combatientes de la Verdadera
Orden.

Mulciber los seguía de cerca. Entró al Salón con Cho, mirando el humo y los hechizos a su
alrededor, los cuerpos ensangrentados. Sacó su varita, con los ojos como platos, sin saber por
dónde empezar.

Hermione abrió la boca para llamar a Cho, para decirle que escapara con ellos. Pero una
sonrisa apareció en los labios de ella, abriendo ampliamente su rostro y llenando sus ojos de
fuego. Su mirada revoloteó a su alrededor, y Hermione pudo ver el momento exacto en que
sus ojos aterrizaron en un escudo ornamental con dos espadas cruzadas que colgaba de la
pared.

Se quedó mirando en estado de shock mientras Draco tiraba de ella hacia adelante, y lanzaba
un Hechizo Aturdidor hacia algún lugar frente a ellos. Otro hechizo giró la esquina del fondo
y ella los tiró a ambos hacia la derecha, viendo que apenas fallaba en acertar la oreja de
Draco mientras él trastabillaba.

Cho esquivó una maldición que pasaba volando, extendió sus dedos ágiles y tiró del escudo
de armas hasta que una gruesa espada se deslizó de su vaina decorativa. Hermione dejó
escapar un grito al ver que Cho se apartaba con esfuerzo para luego enterrar la espada en
medio de la espalda de Mulciber, que gorgoteó un alarido y se desplomó en el suelo.

Draco tiró de ella hacia el corredor, y Hermione giró sobre su hombro para ver a Cho arrancar
la espada del cuerpo de Mulciber, haciendo palanca con el pie, antes de balancearse
pesadamente y asestarle la vieja espada en el cuello con un grito.

Corrieron hacia una pequeña sala de estar, y Draco la apretó contra su pecho mientras
invocaba polvos Flu. Los arrojó en la chimenea y gritó el nombre de la Mansión.

El fuego no subió. Nada de llamas verdes.


—¡Mierda!— En un abrir y cerrar de ojos, él la estaba tomando por el codo y llevándola de
vuelta hacia la puerta.

—¡Espera…!

Una luz naranja pasó zumbando junto a la oreja de Draco, y Hermione gritó antes de que
pudiera contenerse. Alguien vestido con ropas oscuras y raídas les estaba disparando.

Draco se defendió con maleficios no-verbales, y el atacante retrocedió.

Estrellas brotaban detrás de sus párpados, y su mente giraba aturdida. Tenía que sacarlo de
allí.

Él la arrastró por un oscuro corredor, y a través de una serie de giros y vueltas. Buscaron
chimeneas y encontraron tres que ardían en cuartos vacíos, con vasos llenos y cigarros
todavía humeando. Todas estaban bloqueadas.

El pánico de Hermione crecía después de cada esquina que doblaban. La Verdadera Orden no
la lastimaría. Pero a Draco se le estaba acabando el tiempo.

Otro giro. Contuvo el aliento, rezando que el camino terminara pronto… hasta que llegaron a
un callejón sin salida. Y luego a otro.

Estaba perdido.

Ella tiró de él para que se detenga, con el pecho contraído. —Las paredes son más frágiles en
las ventanas. Si las barreras han sido penetradas...—

—Agáchate—. Se volvió abruptamente, apuntando su varita hacia una ventana alta en la


pared junto a ellos y gritando. —¡Bombarda Maxima!

Ella se encogió contra su pecho mientras los escombros volaban en todas las direcciones. Él
aflojó su agarre, y cuando abrió los ojos, la luz de la luna estaba a sus pies.

Draco tiró de ella para hacerla subir por las piedras y se detuvo, rápidamente inspeccionando
a su alrededor. Una pequeña colina cubierta de hierba en el lado oeste del castillo. A su
izquierda estaban las escarpadas rocas del acantilado. Se oían gritos a su derecha, haces de
luz roja y humo violeta.

Hermione tragó bocanadas de aire fresco, y el frescor del viento primaveral enfrió el sudor de
su piel.

Se arrastraron por la hierba, jadeando pesadamente al bajar corriendo la colina. Draco se


volteaba a mirar detrás de ellos cada cuatro pasos, como un reloj.

Al acercarse a una curva cerrada que daba al patio de los cañones, Draco rodeó lentamente la
pared de piedra, y asomó la cabeza por la esquina antes de proceder. Hermione tuvo un flash
momentáneo de él en Suiza, arrastrándose entre las ruinas ensangrentadas.
Sintió un peso en el pecho al verlo pasar hacia la siguiente pared, asomando la cabeza
alrededor de la esquina, y haciendo un gesto para que avanzara. Allí donde Ron se hubiera
lanzado de cabeza a equivocarse, confiando en que Harry o ella lo cubriría, y donde Harry
hubiera considerado dos posibles resultados en lugar de millones más probables, Draco era
rápido y extremadamente cauteloso, preciso y planificado.

Había vuelto convertido en soldado.

De repente la empujó de vuelta a las sombras, la tiró hacia abajo y se agachó sobre ella. Ella
espió por abajo de su brazo. Dos cuerpos pasaron corriendo, colina arriba.

Él la tomó de la mano y la sacó del escondite, doblando la esquina a través del portón. Una
explosión sacudió el terreno bajo sus pies, y Hermione giró hacia atrás para mirar el Castillo
de Edimburgo justo cuando la torre del reloj caía, se derrumbaba hacia un costado y estallaba
contra los adoquines de abajo.

—¡Malfoy!— Llamó una voz.

Se estampó contra Draco cuando él se detuvo en seco, lanzando una mano hacia atrás para
hacerla retroceder.

Era Warrington, corriendo por el sendero adyacente al suyo. —¡Deshazte de tu chica! ¡Si ven
una de ellas contigo, te matan en el acto!— Pasó junto a ellos, corriendo colina abajo en
dirección al portón principal.

Un chorro de luz verde iluminó la oscuridad; él trastabilló, y su cuerpo sin vida bajó rodando
por los adoquines. Hermione soltó un grito ahogado, y su cabeza giró abruptamente hacia la
parte superior de los portones, de donde había venido la Maldición Asesina. Había sombras
distantes contra la luz de la luna.

Unos pasos pesados se apresuraron detrás de ellos, y Draco la empujó de regreso por las
piedras. Dos hombres que Hermione no reconocía pasaron corriendo, y con la misma rapidez,
dos chorros de luz verde salieron disparados de la torreta, y los hombres colapsaron.

Draco apretó su mano adormecida, respirando con dificultad.

—Nunca podremos salir por aquí—, dijo Hermione. —No tenemos idea cuántos de ellos...—

Una Maldición Asesina pasó silbando junto al codo de Draco, haciendo estallar las piedras
detrás suyo.

—¡Es Malfoy! ¡Lo encontré!

El corazón le dio un vuelco mientras agarraba la cabeza de Draco, haciendo de escudo.

—¡Dile a George! Él está aquí afuera...—

La voz se interrumpió con un grito estrangulado, rápidamente acallado por un gruñido


húmedo.
Draco se liberó, y miraron boquiabiertos hacia la torreta justo cuando un animal enjuto se
abalanzaba sobre ella, esparciendo a los francotiradores hacia el otro lado al aterrizar con
fuerza sobre la piedra.

El aire estaba denso y pútrido por la sangre podrida.

Los hombres lobo.

El griterío se convirtió en un jadeo confuso cuando la criatura se aferró a la garganta de uno


de los francotiradores, desgarrándole la carne. Draco puso su mano encima de la boca de
Hermione, y la mantuvo quieta. Ella parpadeó hacia el cielo, con los ojos desorbitados de
terror. Había luna llena.

Otro hombre lobo se unió al otro, olfateando los cadáveres en el camino. Se acercó más a la
torreta y Hermione tembló, cerrando los ojos con fuerza. Entonces el aire estalló. Hechizos y
maldiciones volaron en todas direcciones. Las criaturas aullaron y volvieron sus mandíbulas
feroces hacia los nuevos atacantes.

Draco se puso de pie con rapidez y tiró de su muñeca para levantarla. —Tenemos que volver
a entrar. Tiene que haber una puta chimenea—. La arrastró, girando con brusquedad, y de
pronto estaban corriendo para subir la escalera que subían cada viernes por la noche, de
regreso al castillo.

Sus piernas bombeaban sangre mientras corrían escaleras arriba, apresurándose mientras
seguían siendo un blanco fácil. Pasaron junto al cuerpo destrozado y desgarrado de un
miembro de la Verdadera Orden; uno de los hombres lobo lo había alcanzado. Pasaron
corriendo junto a un reciente derrumbe para abrir una pequeña puerta. Un aullido penetrante
se escuchó a sus espaldas en el momento en que él la arrastraba adentro y cerraba la puerta
detrás de ella.

Luchó por respirar mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad. Draco lanzó un Lumos y
ella dio un salto, y tropezó hacia atrás. Cadáveres. Cinco. Su sangre esparcida por las paredes
y sobre los retratos de la realeza.

El cuarto zumbaba de Magia Oscura.

Draco pasó por encima de uno de ellos en dirección a la chimenea. Convocó los polvos Flu e
intentó encender las llamas. Nada.

Extendió una mano hacia ella. Ella estiró sus dedos temblorosos, pasando por encima de un
hombre que tenía los ojos abiertos, y tomó su mano. La palma estaba fría y húmeda, y tiró de
ella para rodear el perímetro y salir del cuarto.

Intentaron en otras cuatro habitaciones laterales. Dos tenían chimeneas, pero no funcionaban.
Encontraron cuatro Chicas Carrow en el quinto cuarto, temblando y llorando en un rincón.
Draco la arrastró rápidamente fuera de allí antes de que pudiera pensar en cómo ayudarlas.

Doblaron hacia un salón comedor, apenas más pequeño que aquel que los muchachos de
Slytherin usaban en el piso de arriba. Un grueso cuerpo yacía en el suelo, la sangre formaba
un charco alrededor de su cabeza.

Goyle.

Draco tropezó, perdiendo el equilibrio mientras parpadeaba hacia su viejo compañero de


clase.

Hermione escuchó un gemido detrás del aparador. Se asomó alrededor de la mesa y encontró
a Susan Bones aferrando una copa de champagne rota en una mano, y un cuchillo de carne en
la otra, ambos goteando la sangre de Goyle. Hermione dio un salto cuando sus ojos
enloquecidos se clavaron en ella. Susan acercó las rodillas al pecho, meciéndose, cerrando los
ojos y murmurando palabras que Hermione no alcanzaba a oír.

Draco tomó la mano de Hermione, y antes de poder suplicarle que la ayudara, estaban
saliendo a trompicones del cuarto y dando la vuelta por un estrecho corredor justo afuera del
Gran Salón.

El gemido de cuerpos heridos retumbó hacia ellos, y Draco se apretó con fuerza contra la
pared, avanzando lentamente hacia la puerta. Se asomó por el umbral, respiró hondo, y tiró de
ella para atravesarlo.

Salpicaduras rojas se elevaban por las paredes. Cadáveres por todas partes, como montículos
de rocas escondidos bajo la hierba, y ni uno solo se movía. El cuarto mismo parecía estar
sangrando.

Hermione parpadeó, concentrándose solamente en la presión de la mano de Draco mientras la


arrastraba a través del caos. Él apretaba la mandíbula, con la mirada vacía y dura mientras se
abría paso entre los muertos. Caminaron entre las dos mitades del torso de un hombre y
Hermione casi vomita, tragándose de vuelta la bilis. A otro hombre le faltaba la cabeza y una
pierna, las dos con un corte limpio.

Había una bandeja de copas de champagne intacta en una solitaria mesita auxiliar, con las
burbujas todavía subiendo. Una fuente de queso y fruta en otra; las uvas hinchadas y
violentamente rojas.

La enorme chimenea al otro lado del Gran Salón brillaba hacia ellos, con una pila de
cadáveres amontonados a su alrededor. Draco probó con el Flu de todas formas. Bloqueada.

Se giró hacia ella, recorriendo el cuarto con los ojos. —Quizá una de las otras alas del castillo
esté desprotegida. Quizá podemos pasar el límite de Aparición del oeste y...—

Una sombra detrás de él se movió. Sus ojos se abrieron de par en par cuando una armadura se
lanzó hacia adelante. Ella lo empujó hacia la derecha y saltó hacia la izquierda, dejando que
cayera entre ellos; pero antes de que pudiera parpadear, Cho Chang emergía de su escondite y
agitaba la espada hacia el pecho de Draco.

—¡No!
Sus venas crepitaron al gritar, y Cho trastabilló como si hubiera sido empujada por una mano
invisible. Hermione se miró las vibrantes yemas de los dedos con la boca abierta. Draco
patinó hacia atrás, esquivando la hoja de la espada por poco, y sacó su varita.

—¡No lo hagas!— Gritó, mientras los brazos ensangrentados de Cho levantaban la espalda,
apretando los dientes con una fuerza feroz.

Draco esquivó el golpe, girando para lanzar un Hechizo de Desarme. La espada salió volando
de las manos de Cho justo cuando las puertas del Salón se abrían de par en par. El salón rugió
de vida; chicas con vestidos cortos y tacones gritando y tropezando con los cuerpos.
Mortífagos dando empujones para pasar.

Hermione trepó encima del amplio pecho de la armadura volcada y observó a Rabastan
tomando a Draco por el cuello de la túnica y gritando: —¡Por aquí, Draco!

—¡Suéltame!— Se debatió Draco, estrangulado por su propio cuello mientras era arrastrando
de regreso por el camino que había llegado. Ella se precipitó tras ellos, pero Cho la tomó por
los hombros y la empujó contra la pared justo cuando una criatura enorme y peluda
atravesaba las puertas.

La sangre de Hermione se congeló. Uno de los hombres lobo estaba dentro del castillo.

A través de la masa de personas corriendo, vio que Draco se liberaba del agarre de Rabastan
y giraba para descubrir al hombre lobo bloqueando su camino. El terror en su rostro le
desgarró el corazón. La corriente lo arrastró mientras la bestia se acercaba merodeando;
Rabastan y la multitud aterrorizada se lo llevaban lejos de ella.

Un ruido estalló en otro pasillo a la derecha, y el hombre lobo se precipitó tras él, liberando el
camino de Hermione. Empujó a Cho a un lado y corrió detrás de Draco, pero apenas había
dado tres pasos cuando un segundo hombre lobo apareció en el Gran Comedor. Se quedó
congelada, apenas osando respirar.

El lobo la miró y chasqueó las mandíbulas, chorreando sangre y saliva.

Se acercó más, olfateando el aire y arrastrando las garras por las baldosas ensangrentadas. El
horror le atravesó el pecho.

Cho aferró estrepitosamente la espada y la tomó de la mano, haciéndola retroceder por el


Salón. Hermione no miró hacia atrás mientras corrían, sus piernas impulsándose tan rápido
como su corazón, mientras el lobo corría tras ellas; el gruñido se hacía cada vez más fuerte en
sus oídos. Su magia zumbaba con violencia. Pudo sentirla irradiando desde su piel cuando
giró la cabeza hacia atrás y levantó el brazo, arrojando la energía a través de las yemas de sus
dedos con todo lo que tenía.

Entonces comenzó. El corredor empezó a derrumbarse a su paso, arrastrando las antiguas


piedras y artefactos y enterrando los aullidos del lobo.

Irrumpieron al Salón, vacío excepto por los muertos y las partes separadas de sus cuerpos.
Varios brazos de mujeres yacían sin dueño, y la sangre se filtraba por las alfombras. Cho echó
a correr con ella, atravesando el caos. Su mano estaba resbaladiza por la sangre y el sudor.

La adrenalina todavía corría por sus venas, pero su mente estaba volviendo a ella. Necesitaba
volver con Draco. Tenía que sacarlo de ahí...

Clavó los talones en el piso cuando Cho la estaba llevando a través de la puerta que conducía
al largo pasillo hasta la Sala Borgoña.

Cho tiró con más fuerza, empujándola hacia un comedor vacío y cerrando la puerta detrás de
ellas.

—Tenemos que volver...—

—Ellos volverán—, dijo Cho sin aliento. —Volverán por ti.

—Tenemos que...—Hermione se interrumpió, intentando comprender. —¿Qué?

—Solo tienes que quedarte quieta en un solo lugar. La Orden te encontrará.

—¿Por qué?— Se tambaleó, sus músculos protestaron. —¿Por qué están aquí por mi?

Cho paseó por el cuarto, buscando armas. —Eres lo más cercano que tienen a Harry. Si
alguien sabe la debilidad de Voldemort, eres tu.

Tomó un jarrón de vidrio de una mesa y lo hizo estallar contra la pared. Hermione se encogió
hacia atrás cuando los fragmentos salieron volando, y al mirar de vuelta a Cho, ella estaba
recuperando la pieza más grande y entregándosela.

—Toma esto—, dijo Cho. —Cuando la Orden te encuentre, ve con ellos.

Cojeó hasta la puerta, y Hermione vio que le faltaba un pedazo del hombro y su rodilla
derecha se inclinaba en un ángulo extraño.

—¿Dónde vas?

Se volvió hacia Hermione, y le vio un corte en la sien que no había notado antes.

—Voy a matar a Malfoy. Si tengo éxito, dejaré su cuerpo a la vista para que la Orden sepa
que es seguro sacarte.

Hermione sintió que sus piernas se tambaleaban. La sangre se congeló en sus venas. Su
mente nadó a través de las razones que podía darle para que se detuviera.

—Malfoy no tiene que morir. Solo hay que cortar el brazo. He estado estudiando los tatuajes,
y…—

—¿Estudiándolos?— Las cejas de Cho se juntaron. —Hermione, Angelina escapó al matar a


Macnair y cortarse el brazo. No van a arriesgarse.

Cho se volvió hacia la puerta.


—No puedes salir tu sola—. La voz de Hermione tembló. —Los Mortífagos… Cho, los
hombres lobo. Están fuera de control...—

—Puedo cuidarme sola.

La voz de Cho era fría.

Hermione la miró, realmente la miró. Tenía el vestido empapado de sangre. El rostro


salpicado. La espada goteaba un borgoña fresco.

Sintió que le corría un escalofrío por la columna vertebral.

—Deberías esperar aquí conmigo—, graznó la voz de Hermione. –La Orden puede
encontrarnos a las dos y sacarnos de aquí.

Cho parpadeó. —Esa no es mi misión, Hermione.

Un estallido de madera a varias puertas de distancia. Hermione dio un salto. Un estruendo de


voces.

—Métete debajo de la mesa—. Cho giró la espalda con la muñeca, tomando una postura
defensiva.

—Deberíamos escondernos las dos...—

—Métete debajo de la mesa—, siseó, un sonido oscuro y retorcido. Los ojos de Cho eran
negros e intensos.

El cuarto junto a ellas fue irrumpido a la fuerza, y la puerta se abrió de par en par. Hermione
escuchó la madera rebotar contra la pared contigua.

Bajó la vista hacia el fragmento de vidrio que cortaba su palma temblorosa. No era una
espada, pero había sido suficiente en manos de Susan Bones. Se agachó y tiró del mantel para
cubrirse justo cuando la puerta del cuarto se abría de una patada.

Escuchó el sonido metálico de la espada golpeando la madera con el primer golpe de Cho...

—¡La zorra está aquí!

…gruñidos de Cho y sibilantes disparos de magia...

—Expelliarmus—, de una segunda voz.

Hermione se congeló cuando la espada cayó pesadamente a varios pies de distancia al otro
lado del mantel. Podía ver su sombra. Se acercó arrastrándose sobre el vientre, estiró los
dedos y se concentró en convocarla hacia ella...

—Hija de puta—, gruñó Dolohov, y Hermione sintió que su magia moría en las puntas de sus
dedos. La sangre se retorcía en sus venas, y la mano que se estiraba hacia la espada volvió
abruptamente junto a su cuerpo. —Antes casi me arranca un pedazo de rostro.
—La vi matar a Mulciber—, dijo la otra voz. —Como si supiera exactamente qué hacer.

Las pesadas botas de Dolohov retumbaron al caminar alrededor de la mesa. Hermione giró la
cabeza y siguió su sombra, el terror rebanando sus entrañas con cada paso. El mantel estaba
apenas un poco más alto, de modo que podía ver los pies de Cho colgando en el aire, clavada
con magia contra la pared de piedra.

Sus piernas patalearon a medida que él se acercaba.

—¿Te gusta jugar con espadas, cariño? Qué te parece si jugamos un poco con esa espada. Se
me ocurren algunos lugares donde meterla.

El sonido de Cho escupiendo. El crujido de los nudillos de Dolohov sobre su rostro.


Hermione extendió los dedos desesperadamente, luchando por respirar. La espada comenzó a
vibrar suavemente...

—Llévatela—, ordenó al otro Mortífago. —Haremos que un Legeremante le eche un vistazo


antes de divertirnos con ella.

El pesado mango se arrastró por el suelo de madera.

—¿Qué tiene en la boca?

La espada se congeló. El estómago le dio un vuelco violento ante el sonido de asfixia


llenando el aire, antes de ser ahogado por el retumbar de las botas y los insultos.

Y entonces el cuerpo de Cho Chang cayó en una maraña de extremidades. Sus ojos estaban
abiertos y vacíos, en dirección a Hermione. Una espuma blanca goteaba de su boca.

Cada centímetro de su cuerpo tembló. La píldora.

—Maldita perra—. Dolohov arrojó una silla al otro lado del cuarto, y Hermione se encogió
mientras se astillaba contra la pared. Unos cuantos resoplidos, y una patada a otra silla. —
Tenemos que encontrar a Charlotte. Las putas están todas implicadas.

Lo escuchó salir pisando fuerte del lugar, llamando a otros Mortífagos para que los siguieran.

La puerta se cerró tras ellos.

Hermione se quedó acurrucada debajo de la mesa, con los pulmones agarrotados mientras
miraba fijamente los ojos sin vida de Cho Chang.

Había una expresión en su rostro. Una sonrisa detrás de la espuma. Como si le hubiera
ganado finalmente la Snitch a Harry.

Esa no es mi misión, Hermione.

Su mente parpadeó a través del dolor, preguntándose cuál sería su misión.


Hermione tragó saliva, y se incorporó para sentarse. Tenía el cuerpo frío y tembloroso. Sus
huesos se sentían frágiles.

La puerta se abrió de golpe otra vez en el cuarto contiguo, la madera rebotando contra la
pared compartida.

Se arrastró para salir de abajo de la mesa y se puso de pie, con las piernas inestables y
tragando la bilis de su garganta.

Mirando fijamente hacia la puerta, Hermione tomó la espada caída, y apretó la mandíbula
mientras probaba el peso entre sus manos.

Tenía el pecho entumecido, el rostro húmedo. Levantó la espada y esperó que se abriera la
puerta.

Las bisagras de la puerta estallaron, y antes de que el humo se hubiera disipado, Draco estaba
en el lugar, con la varita desenvainada, rasguños en la cara y cortes en la túnica.

Un grito brotó de su garganta, y su cuerpo se hundió por el alivio. La espada cayó de sus
manos mientras corría hacia sus brazos, aferrando su rostro, sus hombros.

—¿Estás bien?— La voz de él tembló al abrazarla, sus manos tan frenéticas como las suyas.

—¿Te mordieron?

—Solo me golpearon—. Le empujó el cabello hacia atrás mientras la tomaba por la barbilla,
buscando cortes o moretones. —¿Estás bien?

—Draco, tenemos que sacarte de aquí… tenemos que hacerlo—, las palabras tropezaban en
su lengua. —Ellos creen que la única forma de sacarme de aquí es matándote, así que
tenemos que irnos… tenemos que encontrar una manera...—

—Ya revisé todas las chimeneas de camino hacia aquí. Sigamos adelante.

Ella asintió y se tragó el sollozo de verlo vivo, curvando sus dedos en la tela rasgada de su
camisa. Él la tomó de las muñecas y le besó los nudillos, tal como había hecho al partir hacia
Suiza.

Luego echó un vistazo por encima de su hombro, y su mirada parpadeó. —¿Qué pasó con
Chang?

—Tomó la píldora para suicidarse—. Sus hombros temblaron. —Ella… ella sabía que iban a
venir esta noche.

Él enjuagó una lágrima de su mejilla que no sabía que tenía, y tomó su mano entre las suyas
antes de asomarse por la puerta en ambas direcciones.

Corrieron por el pasillo, y sus zapatos sonaban demasiado fuerte al rebotar contra las piedras.
Contó los latidos de su corazón hasta que dieron la vuelta a una esquina, y después de una
pausa, corrieron hasta pasar la puerta del Salón Borgoña. Se le aceleró el pulso ante el sonido
de los gritos a la distancia. Había vibraciones de pequeñas explosiones bajo sus pies.

El nuevo corredor era un salón Muggle de retratos, largo y angosto.

Un par de puertas a su derecha se abrieron de golpe, y un hombre salió volando justo frente a
ellos, estrellándose contra la pared opuesta con un crujido repugnante. Rayos de luz y
hechizos iluminaron la habitación en una ráfaga de humo y color. Los gritos le perforaron los
oídos. Corrieron hasta pasar la puerta, dejando a sus ocupantes con sus batallas.

Desde el pasillo, un grito repetitivo llegó hasta sus oídos, como si alguien hubiera apretado
una alarma con mucha fuerza. Una chica estaba llorando.

—¡Suéltame! ¡Suéltame!

El pecho de Hermione se contrajo, y apretó la mano de Draco. Tenían que ayudarla.

Él bajó la mirada para mirarla, y ella pudo jurar que casi puso los ojos en blanco antes de
inclinar la cabeza para asentir.

Dieron la vuelta a una esquina, siguiendo los gritos, y encontraron a Blaise arrastrando a
Giuliana Bravieri hasta una alcoba. Tenía el pálido vestido teñido de rojo oscuro, y el cabello
enmarañado de sangre espesa.

—¡SUELTAME! ¡DEJAME VOLVER!

Blaise la tomó por la cintura y la levantó, sosteniendo sus hombros con una mano. Al verlos,
sus ojos se agrandaron.

—¡Draco! Gracias a Merlín.

—¿Qué le pasó?— Draco hablaba en voz baja mientras tiraba de Hermione para avanzar.
Blaise hizo un gesto con la cabeza mientras un par de hombres pasaban corriendo, y le cubrió
la boca a Pansy con una mano mientras ella se debatía.

—¡Cállate, carajo!— El rostro de Blaise estaba pálido mientras luchaba para sacar su varita.

Draco lanzó un Hechizo Silenciador con un rápido movimiento de su varita, y el rostro de


Giuliana Bravieri se enrojeció mientras gritaba en silencio.

—¿Dónde está lastimada?— Susurró Hermione, soltándose del agarre. —¡Está sangrando!

—No es su sangre—, dijo Blaise.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Se volvió a mirar los ojos feroces de Pansy, y encontró el
mismo fuego que había visto en los de Cho justo antes de clavar la espada en la espalda de
Mulciber.

—Theo encontró una chimenea. La única que funciona está en las mazmorras. Entrada
trasera, primer cuarto. Por allá—. Blaise movió la cabeza en la dirección contraria.
Draco miró entre ellos, con la mandíbula tensa. —Vamos entonces.

Pansy renovó el forcejeo, y Blaise giró la muñeca para lanzar un Hechizo Aturdidor. Cayó
blandamente en sus brazos.

—Tiene que calmarse primero. Nadie puede verla así.

Draco avanzó un paso. —Podemos hacerla levitar. Estaré atento a...—

Blaise negó con la cabeza. —Creerán que intentó escapar. Yo me encargaré de esto, pero
Draco… lárgate ya—. Sus ojos eran tan salvajes como los de Pansy. Su mirada se dirigió
hacia Hermione. —La están buscando a ella. Y a ti. Los he oído.

La sangre corrió por los oídos de Hermione. Tomó el brazo de Draco y tiró de él en la
dirección que Blaise había señalado. Pero él no se movió.

Miraba a Blaise, esperando algo. Blaise asintió, y después de un segundo, Draco giró con ella
y echaron a correr.

A veinte pasos del corredor, junto a un resbaladizo río color escarlata, encontraron el cadáver
del padre de Pansy; una copa de champagne rota junto a él. Pudo distinguir varias partes del
pecho donde había sido perforado, la sangre brotaba lentamente.

Ni siquiera aminoró la marcha.

Corrieron por las estrechas y sinuosas escaleras. De tanto en tanto él se quedaba inmóvil,
jadeando en voz baja, y escuchando en busca de sonidos. Luego comenzaban a correr otra
vez; el techo era tan bajo que Draco tenía que agachar la cabeza. La escalera finalmente los
hizo llegar a una pequeña cámara con apenas unos pocos taburetes y una mesa. Sin chimenea.
Draco caminó hacia la puerta abierta, asomándose antes de tirar de ella hacia adentro. Una
chimenea ardía tenue en la oscuridad. La habitación estaba vacía, a excepción de un puñado
de polvos Flu esparcidos por el suelo.

Draco corrió hacia el jarrón encima de la piedra y arrojó el polvo. La chimenea rugió de vida.
Hermione parpadeó, aturdida. Draco estaba a salvo. Podía sacarlo de allí, pero ella debía
quedarse. La Orden la necesitaba. Le pediría que la esperara en la Mansión y le prometería
que volvería por él.

Él cubrió el tatuaje con su mano y avanzó hacia la chimenea. Los pies de ella se arrastraron...

Una sombra se movió en un rincón.

Draco se volteó abruptamente, colocándose frente a ella cuando Viktor Krum emergió de la
oscuridad, apuntando a Draco con la varita.

Hermione soltó un grito ahogado. Sus piernas se movieron sin permiso, se agachó para pasar
debajo del brazo de Draco y dio un paso frente a él.

—¡Granger…!
—¡Viktor, espera!

Sus voces se ahogaron mutuamente, rebotando contra las paredes. Y entonces quedaron en
silencio, sin más que el crepitar del fuego.

Viktor dio un paso al frente, sus ojos parpadeando entre ellos. —Herrminny, he venido a
salvarrte.

—Lo sé—, dijo ella rápidamente, con el corazón galopando. —Cho me lo dijo.

Su mandíbula se inclinó asintiendo rápidamente. Luego sus ojos se deslizaron hacia Draco
otra vez. —Apárrtate.

—No tienes que matarlo—. Hermione se mantuvo erguida, con la barbilla en alto. —Solo
tienes que cortarme el brazo.

—Te Desparrticionarras. Debemos serr minuciosos.

—Viktor...—

—Muévete, Herrminny.

—¡No!— Su voz resonó contra las piedras. Viktor parpadeó, como si la estuviera viendo por
primera vez. —Confía en mi. La Orden está equivocada. No tienes que matarlo.

Algo pasó por su rostro mientras la observaba. —Podemos intentarrlo—. Miró a Draco,
blandiendo su varita. —Libérrala, y no te matarré.

La garganta de Hermione estaba seca. Draco estaba en silencio detrás de ella, con la varita
extendida y apenas visible por el rabillo del ojo.

Tomó una bocanada de aire, lista para razonar con él. La Orden estaba allí por ella, y él tenía
que regresar a la Mansión...

La varita de Draco tembló una vez, y luego bajó.

Viktor frunció el ceño.

Las puertas se abrieron de par en par. Draco tomó a Hermione por la cintura y la giró para
alejarla de la confusión de hechizos.

Él aflojó su agarre, y ella volteó para ver a Yaxley y a Rookwood en la sala. El corazón le
saltó hasta la garganta cuando Viktor levantó lentamente sus manos en señal de rendición.
Desarmado.

—Draco—, dijo Yaxley con frialdad, mirando a Viktor mientras guardaba su varita. —Me
preguntaba si habías logrado salir.

—Ha terminado—, escupió Rookwood a Viktor. Tenía la frente cubierta de sangre. —Todos
tus amiguitos se han ido.
Yaxley avanzó un paso, inclinando la cabeza. –Vamos a pintar las paredes con tu sangre esta
noche, Krum.

El corazón de Hermione estaba en su garganta cuando los ojos de Viktor salieron disparados
hacia ella, y sus labios se separaron. —Accio—, susurró.

Un botón salió disparado de su bolsillo hacia sus dedos, y desapareció.

La pared explotó por la Maldición Asesina de Rookwood.

—¡Mierda!

El suelo se sacudía bajo los pies de Hermione mientras él disparaba otra y otra vez. Se
tambaleó cuando Draco la apartó bruscamente de la erupción de escombros.

—¡Es suficiente!

Las explosiones se detuvieron, y Hermione se asomó alrededor del codo de Draco para ver a
Rookwood de rodillas, respirando con dificultad.

Yaxley se pasó una mano por el rostro. —Esos malditos Trasladores.

A Hermione le zumbaban los oídos, y le vibraba la piel, intentando poner su mente al día.
Draco la tomó por el brazo y dio un paso al frente.

—Ésta es la única chimenea que funciona del castillo—, dijo con frialdad.

Yaxley miró a Rookwood, que se puso de pie y comenzó a hacer desaparecer las rocas. Se
volvió hacia Draco. —Llévate a tu zorra a casa y vuelve inmediatamente. Necesitamos reunir
a los hombres lobo, y después comenzaremos a interrogarlas.

—¿A los hombres lobo?

—A estas putas Chicas Carrow. Ellas saben algo, eso seguro. Las estamos juntando en las
celdas para una Legeremancia. He mandado a llamar a tu padre a Suiza.

—Apuesto a que Chang era la verdadera conspiradora—, dijo Draco rápidamente. —La vi
matar a Mulciber y a Parkinson, y seguramente a otros más. Ya está muerta.

Hermione tuvo apenas un segundo para enfriar su sangre antes de que alguien más entrara por
el pasillo, arrastrando una chica tras de sí. Era Rabastan Lestrange. Llevaba a Charlotte
agarrada por el cabello. Se detuvo en la entrada para mirarlos.

Las lágrimas caían por el rostro de Charlotte. —Por favor, yo no sé nada. Lo juro...—

Hermione se balanceó sobre sus pies, y el cuarto comenzó a dar vueltas. Draco le apretó el
codo con más fuerza.

Rabastan se volvió hacia Charlotte con una mueca de desprecio. —Crees que soy estúpido,
¿verdad? Tus huellas están en todos los frascos, cariño.
—Llévala a la penúltima celda—, dijo Yaxley. —Debería ser interrogada a solas.

Charlotte suplicaba con los ojos enloquecidos, arañando el brazo de Rabastan mientras la
arrastraba lejos de allí.

No tenía la píldora. De lo contrario, ya estaría muerta.

Hermione miró fijamente el suelo para evitar desmayarse.

—Comienza en el ala este y ve al patio cuando termines de buscar—, le dijo Yaxley a Draco.
—Cuenta los muertos que vayas encontrando.

Él asintió, y Yaxley y Rookwood se fueron detrás de Rabastan. La puerta se cerró tras ellos
mientras Draco envolvía sus dedos alrededor del tatuaje y decía, —Mansión Malfoy—,
dentro del fuego.

Su cuarto se veía más pequeño. Las paredes eran más estrechas, más oscuras. El papel tapiz
parecía burlarse de ella.

Las manos de él estaban en su cintura, en su rostro, en sus hombros, pero ella tenía
demasiado frío.

Algo se estaba abriendo camino para salir de su garganta, arañando para subir desde su
vientre...

Estaba temblando, vomitando. Jadeando, curvada sobre si misma.

Cuando abrió los ojos, lo único que podía ver era el horror en el rostro de Charlotte.

Si le hago llegar esto a Charlotte, Ginny lo sabrá en pocas semanas.

Lo único que yo hago es pasar susurros y notas a Charlotte. El resto está en sus manos.

Ella sabía demasiado. Lo sabía todo. Incluso Cho, que sin duda había tenido mucho menos
acceso a la información, sabía que debía morir antes que ser interrogada.

Las cosas que Charlotte sabía podían guiar a los Mortífagos directamente hacia la Verdadera
Orden… Hacia Ginny. Sin importar de qué forma hubiera obtenido la información, ni quién
estuviese trabajando en ambos bandos para ella.

Fuego Maldito, Veneno de Basilisco, Espada de Gryffindor.

Charlotte le había dado a Ginny las claves para matar a Voldemort.

Le había fallado a Harry y a Ron otra vez. La Verdadera Orden tendría que comenzar desde el
principio, herida y debilitada. Si la información de Charlotte salía a la luz...

Se oía un sonido jadeante desde algún lugar. Una muchacha estaba sollozando.
Hermione solo podía ver los ojos muertos de Cho, los cuerpos mutilados, y la cara
ensangrentada de Susan Bones.

Una chica estaba llorando.

Mírame.

¿Era Charlotte?

—Mírame.

La mente de Hermione se inclinó hacia atrás y dio un salto mortal. Estaba sentada en el suelo
del cuarto de Draco, llorando y jadeando.

Tenía las manos en el rostro.

—Mírame.

La boca le sabía a carne quemada.

Sus ojos se enfocaron, su mente bajó la velocidad.

Un lago de aguas tranquilas.

Un muchacho apartó un rizo de sus ojos. Su camisa estaba rasgada con marcas de garras.

—¿Qué necesitas?— Preguntó. —Dime lo que necesites, y lo conseguiré para ti.

Ella parpadeó una vez, y encontró a Draco sosteniéndola, sus largos dedos acariciando su
mandíbula.

—Necesito que saques a Charlotte—, susurró, con la voz áspera y gruesa.

Él no se movió. Pasó un pulgar por las huellas de sus lágrimas.

—No puedo sacarla. El tatuaje. Las sospechas...—

—Borra su memoria.

—No hay tiempo para buscar en su mente—. Él buscó sus ojos. —Tendría que destrozar la
mitad de sus recuerdos. Ellos sabrían que su mente fue manipulada.

Una piedra se alojó en su pecho. El cuarto dio vueltas mientras buscaba una solución
imposible, y entonces se detuvo. —Entonces mátala.

Escuchó su propia voz llegar como un eco, rebotando a través del tiempo y el espacio para
reunirse con ella en el piso del cuarto de Draco.

—Haz que parezca la misma píldora que mató a Cho.


Sintió que un fragmento de su alma se quebraba y se alejaba, como si ella misma hubiera
lanzado la Maldición Asesina.

Los ojos de Draco titilaron.

—Ella sabe todo sobre la Orden—, susurró. —Y sabe acerca de mi. Sabe que estuve pasando
notas a Ginny.

Él parpadeó una vez, y se puso de pie. Caminó hasta la chimenea, pidió ir a los calabozos del
Castillo de Edimburgo, y ella consiguió distinguir su mandíbula apretada antes de que las
llamas verdes lo envolvieran y se lo llevaran.

Estaba sola. El reloj sobre la chimenea marcaba los minutos.

Sentada, recuperando el aliento, Hermione miró fijamente hacia la alfombra y dejó que su
mente se abriera camino de regreso.

Mata a uno, salva decenas. Cientos, posiblemente. Si Charlotte viviera, su red de información
desaparecería como si cortaran los hilos de una marioneta.

Se arrastró para ponerse de pie, y fue hacia el cuarto de baño para quitarse el sabor rancio de
la boca.

Se sobresaltó al ver su reflejo. Sangre en su rostro que no era suya. Polvo en el cabello y
surcos en las mejillas.

Y sus ojos estaban apagados. Casi tan muertos como los de Cho.

Usó el enjuague bucal de la encimera y humedeció un paño. Se lavó la mugre y la sangre de


las manos y el rostro, observando como se arremolinaba por el desagüe formando vetas de un
rojo parduzco. Siguió con sus brazos y piernas.

Pensó en los ojos de George, fijos en ella. La insistencia de Cho de que volverían a buscarla.
Viktor, su brazo firme y su boca rígida mientras emergía de las sombras.

Cualquiera que fuera su objetivo esa noche, sacarla de allí era parte de él. No había
conseguido entrar en contacto con la Verdadera Orden, pero había conseguido sacar vivo a
Draco.

Y luego lo había mandado de regreso.

Hermione parpadeó ante su reflejo, con la piel enrojecida por la fricción.

¿Qué tal si había más miembros de la Verdadera Orden en Edimburgo buscándolo?

¿Qué tal si lo descubrían asesinando a Charlotte?

Soltó un grito ahogado, y su voz fracturada rebotó en los azulejos de mármol a su alrededor.
Las estanterías de su Oclumancia temblaron y se derrumbaron.
Charlotte iba a morir. Y quizá también había enviado a Draco hacia su perdición.

Se apoyó contra la mesada, obligándose a respirar.

¿Qué tal si esta vez no regresaba? ¿Después de haber atravesado juntos el infierno?

El cuarto comenzó a dar vueltas. Las velas titilaron. Sus ojos se se cerraron, y ella intentó
enfocarse en un lago escondido entre las montañas mientras sus lágrimas se deslizaban hasta
los azulejos.

Un ruido llegó desde el dormitorio. Levantó la cabeza bruscamente y se dio vuelta.

Draco había vuelto...

Salió corriendo, y encontró a Lucius, con los ojos enloquecidos y el cabello soltándose del
amarre.

—Dónde está.

La respiración se entrecortó en su pecho. —Él está bien. Está vivo...—

—Dónde está—, siseó, acercándose a ella.

Ella abrió y cerró la boca, y las palabras quedaron atrapadas detrás de sus dientes.

—Lo llamaron de regreso a Edimburgo. Él m-me trajo de regreso y luego se fue...—

—No se ha reportado al llegar.

—Él acaba de irse. Quizá todavía no lo han visto...—

Lucius Malfoy avanzó hacia ella, la tomó por la mandíbula, y la sostuvo contra la pared;
levantó la varita y siseó: —¡Legilimens!

Un suave cuchillo atravesó entre sus ojos. Entró en pánico, cerrando libros y arrojándolos
lejos, pero Lucius era despiadado.

Irrumpió en su biblioteca, atravesando las estanterías de libros, y pasando las páginas en un


estante dedicado a Draco Malfoy.

Ella no estaba preparada. No se había centrado a si misma, ni había escondido nada. Él se


abalanzó hacia los recuerdos de la noche...

Humo y hechizos, los hombres lobo. Cho muerta en el piso. Draco tirando de ella a través de
los pasillos, escondiéndola detrás de si.

Pasó de Viktor hacia los ojos salvajes de Charlotte, hasta llegar a Draco sosteniendo su rostro
en el suelo del cuarto.

—Ella sabe acerca de mi. Sabe que estuve pasando notas a Ginny.
—No puedo sacarla. El tatuaje. Las sospechas...—

—Entonces mátala.

Draco entrando en la chimenea.

Se debatió, intentando echarlo de allí, tratando de cerrar el libro de Charlotte antes de que
pudiera mirar demasiado cerca...

—¿Acabas de enviarlo hacia una trampa?— Sus ojos ardieron sobre ella, y sus dedos la
aferraban con tanta fuerza que soltó un grito.

—¡No!— El corazón le latía con fuerza en el pecho. —Yo nunca...—

Gruñendo, se precipitó dentro de su mente otra vez.

Sus ojos grises clavados en ella mientras sonaba un vals; su mano elevada mientras giraban
el uno alrededor del otro.

Parpadeando a través de sus pestañas hacia los dedos pálidos y largos que sujetaban una
pluma al otro lado del salón, tomando notas cuidadosamente.

Los brazos de su madre alrededor de ella, riendo en la cocina, —Su cabello es tan hermoso,
mamá.

Ginny arqueando una ceja, sentada de piernas cruzadas en su cama en la Madriguera; luces
de navidad titilando detrás de su cabeza...

—Malfoy luce bien últimamente, ¿no es así?

Los dedos de Hermione temblando mientras escribía su tareas escolar: —Y-yo… no lo noté.

Hermione se sacudió mientras intentaba reunir su energía para empujarlo lejos de allí, y él se
abría camino cada vez más adentro.

En la Mansión, recostada sobre su almohada, enterrando la nariz en su olor.

En puntas de pie, estirándose para besarlo mientras las páginas del manuscrito de
Gainsworth se arrugaban entre sus dedos.

Y de repente él la estaba liberando, y su mente se retiraba de la suya mientras sus dedos


desaparecían de su mentón.

Se dejó caer, deslizándose por la pared, mientras su mente intentaba repararse a si misma.

—Niña estúpida—, susurró

Ella jadeó, enderezándose y luchando para ponerse de pie.

—Si lo amas, deja de ponerlo en peligro de muerte.


Se mordió el labio para que deje de temblar violentamente.

Él se cernió sobre ella, vertiendo veneno en sus ojos. —Si él muere esta noche, yo mismo me
encargaré de entregarte a Dolohov.

Se apartó de ella, caminó hasta la chimenea y gritó el nombre de Edimburgo.

Cuando pudo respirar otra vez, el aire era frío y mordaz. Sus pulmones se sentían como si se
hubieran congelado, inmóviles.

Eso no era… ella no...

Él no podía morir.

El pánico se apoderó de su pecho. Un sollozo brotó de su garganta mientras apretaba la frente


contra las rodillas, intentando centrarse. Respiraciones profundas, una tras otra, Oclumancia.

Encontró su lago de aguas tranquilas. El agua estaba helada, y había nieve en los árboles.

Los libros se enmendaron lentamente a si mismos, las portadas se volvieron a pegar y las
páginas se aplanaron otra vez.

Los eventos de la noche formaron un libro aparte. Encuadernó las páginas del cuerpo sin vida
de Cho Chang, sus labios espumosos curvados en una sonrisa. El hombre lobo que se
abalanzó sobre Draco, la multitud separándolos. Los ojos aterrorizados de Charlotte mientras
le suplicaba a Rabastan. Los encuadernó a todos y deslizó el libro en un estante hasta que
desapareció, determinada a perderlo.

Las páginas del libro de Ginny, y del libro de Ron, y del libro de Harry, que se habían
sacudido hasta soltarse, estaban otra vez bien cerrados.

Cuando consideró que había terminado, miró el reloj encima del estante de la chimenea.

Tres y media de la mañana.

Draco ya se había ido por casi una hora. Si no llegaba a volver...

Acalló esos pensamientos. Los enterró.

Se puso de pie y caminó por el cuarto, moviendo sus piernas cansadas y enfocándose en su
respiración. Estaba descalza, trazando el contorno de la habitación, colocando un pie frente al
otro y contando cuántos pasos de circunferencia medía el cuarto.

La chimenea se encendió.

Ella se volvió desde su posición junto a la ventana para ver a Draco entrar al cuarto,
buscándola con los ojos. El pecho se le partió al medio mientras corría hacia él.

Se tomó solo una fracción de segundo para observar el alivio en su rostro antes de caer
encima de él, echándole los brazos alrededor de los hombros. Sus pestañas aletearon mientras
él la sostenía, deleitándose en el latido constante de su corazón. La calidez de su piel.

Estaba vivo.

—Está hecho—. Su voz retumbó contra su pecho.

Ella se estremeció al recordarlo. Él había matado por ella. Había arriesgado su propia vida
para quitar otra. Se le retorció el estómago de culpa.

—¿Alguien te vio?

Él negó con la cabeza. —Estaban distraídos reuniendo a los hombres lobo.

Hermione se humedeció los labios. —Tu… tu padre lo sabe. Vino a buscarte. Intenté
detenerlo, pero...—

—Lo sé—. Draco le pasó un rizo detrás de la oreja. —Me encontró en los calabozos. Le
borramos la memoria al resto de las Chicas Carrow.

Abrió los ojos de golpe. Las Chicas Carrow. Ni siquiera había pensado en ellas...

—¿Él…?

—Si—. Una pausa larga. —No está contento con nosotros.

Ella respiró temblorosamente. —Draco, yo...— Su voz se quebró. —Lamento haberte pedido
esto. Desearía que hubiera otra manera, pero nos habrían descubierto a todos...—

—Granger...—

—¿Estás seguro de que nadie te vio?— Lo apretó con más fuerza. —¿Qué hiciste con el
cuerpo?

—No hubo cuerpo—. Él se apartó y sacó un vial de su túnica. Ella contempló el contenido
reluciente, y frunció el entrecejo confundida.

—Los recuerdos de Charlotte. Ella me los dio antes de que se los quitara.

Los labios de Hermione intentaron formar palabras. —Ella no… ¿quieres decir que está viva?

Draco asintió. Se dio vuelta y colocó el vial de recuerdos en el estante de la chimenea.

Sus rodillas se sintieron inestables debajo suyo. —Los conservaste. Guardaste todos sus
recuerdos...—

—Solo los que tenían que ver con su trabajo en la Orden. Ella consiguió llevarlos hacia
adelante sin magia—. Tragó saliva mientras ella lo observaba. —No estoy seguro de que
pueda devolvérselos. Intentaré conseguir un Pensadero, pero por ahora está resuelto.

Lucía exhausto, pero sus ojos estaban enfocados. Olía a sangre y a sudor.
Ella examinó sus arañazos y sus brazos salpicados de sangre, y él pareció notarlo. Se lanzó
un rápido Tergeo encima, y arrojó a un lado su varita.

Estaba vivo. Había vuelto a casa con ella.

Le tembló el labio.

Avanzó hacia él, y enhebró sus dedos en el cabello detrás de sus orejas. Observó cómo sus
ojos se oscurecían cuando ella se puso en puntas de pie, inclinando sus labios sobre los suyos
y vertiendo toda su desesperación dentro de él.

Se sentía como si hubieran pasado años desde la última vez que se habían besado. Sus venas
crepitaban con cada movimiento, y su sangre cobraba vida. Necesitaba más.

Las manos de él acariciaron suavemente su cintura mientras sus labios se volvían más
demandantes, y ella le echó los brazos al cuello, abrazándolo con fuerza. No lo dejaría ir esta
vez. No sin decírselo...

Él jadeó dentro de su boca, y ella hizo presión hacia adelante, enredando su lengua con la
suya. Tomó control del beso, y una mano subió para mantener quieto su rostro; ella gimió.

Estaba siendo suave… delicado con ella. Empujó el pecho contra el suyo, suplicándole que
estuviera vivo con ella.

—Más—. Los dedos de él se hundieron en su piel. —Por favor.

Él suspiró sobre su rostro. —Deberíamos ir despacio...—

—No quiero.

Él levantó los ojos hacia ella. Un hermoso tono de gris… casi azul.

—Draco...— Tragó saliva, intentando decirle lo que habría sido de ella… si él no regresaba a
casa. —Yo también te extrañé.

Y esos ojos parpadearon. Él acercó sus labios a los suyos de nuevo, y esta vez la conquistó,
arrastrándola hacia el fuego con él.

Sus dedos se enterraron en su cabello, y la otra mano se deslizó hacia abajo para tomar de
lleno su trasero. Su lengua empujó contra la de ella con firmeza, tragándose sus pequeños
gemidos y maullidos mientras inclinaba su cabeza como quería.

Los labios de él trazaron un camino por su mandíbula, sus dientes raspando y su lengua
lamiendo. La besó justo debajo de la oreja, y ella pudo escucharlo suspirar con fuerza por
encima del crepitar de la chimenea.

Él pellizcó con los dientes su piel sensible, y ella jadeó, tirando de su cabello. La mano en su
trasero se deslizó por su cadera, levantando el corto vestido y avanzando poco a poco hacia
su centro.
Arrastró los dedos por encima de sus bragas, y ella suspiró su nombre, meciéndose encima de
su mano. Él gruñó en su garganta y rápidamente la levantó en el aire; ella cruzó las piernas
alrededor de su caderas y abrazó sus hombros.

Trastabillaron hacia atrás, mientras él regresaba a su boca, besándola con torpeza. Ella se
sintió flotar cuando él se apartó y susurró. —¿Me dirás cuándo parar?

Ella parpadeó para salir del mareo, y lo miró a los ojos. Estaban negros. Asintió con la
cabeza, y Draco la bajó encima de la cama.

Tiró de su vestido para quitárselo, y su cabello cayó encima de sus hombros mientras él
arrojaba el vestido al otro lado del cuarto. Se inclinó para besarla mientras ella se sentaba en
el borde, y sus manos alcanzaron sus mejillas, acariciando la lengua de ella con la suya. Un
fuego se enroscó en su bajo vientre, calentándole la piel y haciendo crepitar sus venas.

Las manos de él bajaron por su cuello, redondeando sus senos con un pequeño apretón a
través del sostén. Ella se arrodilló para desabrochárselo, y luego de arrojarlo al otro lado del
cuarto, se estiró hacia él.

No dejaría que se escapara de sus manos otra vez.

Le pasó los brazos alrededor de los hombros, arrodillada en la cama, casi a su misma altura.
Él envolvió su cintura con los brazos, la abrazó con fuerza y la besó con tanta ferocidad que
ella apenas pudo respirar.

Las manos de él comenzaron a vagar. Y cuando las dos palmas aferraron la mayor parte de su
trasero, amasando y arrastrando sus bragas hacia un costado, ella dejó caer la cabeza hacia
atrás y lo dejó que besara su garganta. Un largo dedo acarició su húmeda entrada, y ella
gimió. La boca de él trazó un camino hacia abajo y atrapó un seno entre sus labios mientras
sus dedos se deslizaban lentamente dentro suyo.

Las manos de ella estaban sobre sus hombros, y sus uñas se clavaron en su camisa rasgada;
cerró los ojos con fuerza y sus labios se separaron en un jadeo. Él soltó un gemido con su
pezón en la boca, y ella sintió que los dedos de sus pies se curvaban.

—Draco...—

Él le soltó el pecho y volvió a erguirse; sus dedos comenzaron a realizar movimientos


superficiales dentro de ella mientras su boca reclamaba la suya. Con la mano libre le separó
aún más las rodillas, y se deslizó más adentro de ella.

Ella gimió mientras él la besaba, aferrándolo mientras él la tocaba como si fuera un


instrumento. Sintió que se humedecía cada vez más con cada empujón de sus labios y cada
arrastre de su palma por su costado.

La mano de él subió para cubrir uno de sus senos, y ella jadeó contra su hombro cuando el
pulgar rozó suavemente el pezón.

—¿Se siente bien?


Ella tembló ante la vibración de su pecho. El pulso de su ritmo cardíaco bajo la yema de sus
dedos. Necesitaba todo de él.

—Más...—

Él tomó aire con fuerza mientras retiraba sus dedos y la ayudaba a deslizar su ropa interior
por los muslos. Ella intentó terminar de quitárselas empujándolas con los pies, pero la mano
de él ya estaba de vuelta en su centro, deslizándose encima de ella desde el frente esta vez.
Ella gimió y arqueó el pecho contra su mano, suplicándole que la siguiera tocando.

Dos dedos se deslizaron entre sus pliegues, arrastrándose entre la humedad y curvándose
hacia su clítoris. Él pellizcó uno de sus pezones con sus dedos ásperos y ella jadeó,
arrastrando las uñas por su pecho.

Abrió los ojos y avistó el frente rasgado de su camisa. Sus dedos desabrocharon rápidamente
los botones. Lo besó a lo largo de su esternón, trazando las marcas de los rasguños con sus
labios.

Díctamo. Necesitaría díctamo o le quedaría una cicatriz.

No le hacía falta tener más cicatrices.

Abrió la boca para decírselo, y él escogió ese momento justo para presionar su clítoris.

Sus caderas saltaron, y gimió contra su pecho. Con el otro dedo le pellizcó el pezón, y sintió
que le temblaban los muslos.

Se movió rápidamente hacia el resto de los botones, necesitando verlo… necesitando una
prueba de que estaba vivo, de que no se iría a ninguna parte. Necesitando hacer que ardiera
tanto como estaba ardiendo ella.

Sus manos cayeron sobre el cinturón, y una exhalación irregular brotó de la garganta de él
encima de su cabello.

La mano encima de su pecho se movió hacia su rostro, y los labios de él encontraron los
suyos mientras acariciaba su clítoris. Ella gimió adentro de su boca, inclinándose sobre él y
desabrochando rápidamente sus pantalones. Su lengua se enredó con la suya mientras sus
dedos se hundían dentro de los bóxers y se envolvían alrededor de él.

Se echó hacia atrás, y bajó la vista hacia él mientras intentaba recordar lo que le había
enseñado hacía tantos meses. Separó los labios, y le sostuvo la mirada mientras se pasaba la
lengua por la palma de la mano y envolvía nuevamente el puño alrededor de él.

Él gimió, y su cabeza cayó contra su hombro esta vez. Ella movió los dedos alrededor de él,
intentando girar al llegar al extremo como le había enseñado, y repitió el movimiento cuando
él siseó entre dientes.

—Joder.
Las manos de él subieron por su cuerpo y la tomaron por debajo de los brazos. Ella voló por
los aires cuando él la arrojó de espaldas sobre el colchón, y su cabeza aterrizó sobre la
almohada con un rebote. Se acurrucó hasta los codos mientras él se sacaba las botas y los
pantalones, y se quedaba sólo con los bóxers puestos.

Hizo una pausa al borde de la cama. —¿Me dirás cuándo parar?

No pares.

Asintió.

Él se arrastró por el colchón, depositando besos sobre su piel; la pantorrilla, la rodilla, el


muslo. Sus ojos se deslizaron hacia su rostro mientras se cernía sobre su centro. Ella se
mordió el labio y negó con la cabeza.

—Un día—, susurró él mientras sus dedos se deslizaban entre sus pliegues, y subían hasta su
clítoris. —Un día, voy a besarte allí hasta que te tiemblen las piernas.

Sus pezones se endurecieron, y enterró los dientes en su labio inferior.

Contuvo el aliento mientras él comenzaba a frotar su clítoris con sus largos dedos, mirando
todavía entre sus piernas. Ella frunció el ceño, y tiró de su cabello, pero él se mantuvo en la
parte inferior de su cuerpo. Deslizó la mano que tenía libre hacia abajo por su pierna, y tiró
de su rodilla para doblarla, y así poder ver sus dedos trabajar.

Las mejillas le ardieron. Podía sentir su aliento acechando a lo largo de su sexo mientras la
palma de su mano le acariciaba la pierna, incitándola a relajarse.

—Draco...— Intentó estirarse hacia él otra vez, pero él le mordió levemente la cara interna
del muslo.

Ella se cubrió el rostro con las manos mientras él continuaba; sus dedos se movían
lentamente sobre su clítoris, y sus labios se hundían para besar la unión de su cadera.

Debería hacer que se detenga. Esto no era… ella no...

Entonces los dedos de él rodearon su entrada, y su mente se puso en blanco. Se tragó un


gemido y sus caderas comenzaron a moverse por cuenta propia, persiguiéndolo.

Dejó caer las manos del rostro, cerrándolas en un puño sobre el edredón mientras él
comenzaba a succionar el muslo, marcando la piel. Estaba mareada por la presión, y se perdía
con cada provocación de sus dedos.

Él levantó la cabeza al mismo tiempo que comenzaba a empujar un dedo dentro de ella, lento
y firme. Ella estiró el cuello para mirarlo. Iba demasiado lento...

—He soñado con esto—, jadeó él. —Con verte llevándome hacia adentro.

La cabeza de ella cayó hacia atrás sobre la almohada, los dedos de sus pies se curvaron y
apretó los labios con un gemido.
Él retrocedió, y volvió a empujar hacia adentro. —No pude saborearlo la última vez.

Sus muslos comenzaron a temblaron. Esto era demasiado. Él sonaba como si pudiera hacer
esto por siempre, pero ella se estaba retorciendo, anhelando...

Él pareció leerla, y su mano subió para acariciar el clítoris. Ella movió las caderas, arqueando
la espalda y gimiendo tonterías contra el dosel.

—Eso es, Granger.

Él empujó una de sus piernas para abrirla aun más, y ella se estremeció al estirarse. Soltó un
grito ahogado cuando él la besó justo debajo del ombligo.

—Solo un poco más—, murmuró él, y ella cerró los ojos con fuerza.

Sus rodillas se curvaron hacia su pecho a medida que el placer se acercaba. Él deslizó su
dedo aún más adentro de ella, arrastrándose por sus paredes y aumentando la velocidad hasta
alcanzar el ritmo de sus caderas.

—Draco, por favor...—

Una maldición en voz baja cuando él apretó con más fuerza el clítoris, frotando pequeños
círculos. Ella se sacudió, enroscándose sobre sí misma, estrechándose cada vez más y más...

La cuerda se cortó, sus ojos parpadearon y sus dedos se curvaron sobre las sábanas. Se
escuchó a sí misma gemir y jadear mientras sus caderas se debatían para continuar, para
mantenerlo adentro suyo.

Cuando la luz blanca se desvaneció detrás de sus párpados, abrió los ojos hacia la cama con
dosel. Las cortinas verdes se cernían sobre ella mientras Draco continuaba bombeando
lentamente sus dedos.

Ella bajó la cabeza y lo descubrió mirándola. Se ruborizó.

Él besó el hueso de su cadera, con los ojos oscurecidos mientras retiraba las manos. Se
deslizó hacia arriba por su cuerpo y depositó besos en sus senos, en sus clavículas y en sus
mejillas.

Ella arrastró las manos por su espalda, hundiendo los dedos en sus músculos. Él enterró el
rostro en su cuello, y su vientre se hundió al sentir su erección contra la cadera. La necesidad
de obtener algo más burbujeó dentro de ella, extendiéndose como un fuego lento.

—Debes estar exhausta—. Su voz era áspera, como si acabara de regresar de una carrera.

Ella frunció el ceño hacia el dosel. Estaba completamente despierta.

Estaba viva. Ambos lo estaban.

—No estoy cansada—, susurró. Se movió debajo de él, incitándolo a mover las caderas. Sus
manos se deslizaron por su estómago y lo sintió respirar con dificultad.
—Granger...—

Ella hizo una pausa al llegar al bóxer, esperando. Él suspiró y asintió contra su hombro, y ella
metió la mano dentro. Movió sus caderas cuando comenzaba a acariciarlo, haciéndose
espacio encima de ella.

Él respiró con fuerza contra su cuello. No estaba siendo de mucha ayuda. No podía manejarlo
bien, por así decirlo, y solo podía mover la muñeca hasta cierto punto. Pero las caderas de él
saltaban cuando lo apretaba, y lo sentía empujar contra su mano cuando se detenía.

Hermione empujó sus hombros con todas sus fuerzas para hacerlo girar sobre la espalda.
Trepó encima para sentarse a horcajadas y vio que sus ojos parpadeaban, y sus costillas se
expandían a la vez que deslizaba las manos por sus caderas.

—¿Aprendiendo trucos nuevos?— dijo con voz ronca.

—Quizá—. Se movió hasta conseguir quitarle el bóxer. —Quizá yo también he estado


soñando cosas.

Draco se tapó los ojos con un brazo y golpeó el colchón con un puño.

Ella montó sobre sus caderas mientras lo apretaba en un puño, subiendo y bajando la mano y
girando en la punta como a él le gustaba. Bajó la mirada hacia él, y se preguntó por qué no
había metido dos dedos adentro de ella.

Rozó la punta con el pulgar, y sus músculos se tensaron.

Siguió frotándolo suavemente mientras se lo bebía con los ojos.

Su piel pálida estaba salpicada de gruesas cicatrices, algunas nuevas y otras viejas, y su pecho
y su estómago estaban tonificados, ondulándose por su atención. Él era deslumbrante, y ella
lo necesitaba. Si no lo hacían esta noche, tal vez no tendrían otra oportunidad.

Quizá lo convocarían en el exterior. O Lucius la echaría a ella. Quizá los habían descubierto y
estarían muertos en sus camas antes del amanecer.

Pero ella podía tener esto con él. Por lo menos una vez.

—Draco—, susurró.

Los labios de él se separaron con un suspiro mientras ella apretaba y arrastraba la mano por
encima de él otra vez.

—Draco—. El corazón latía salvaje en su pecho. —Estoy lista.

Los ojos de él se abrieron con un parpadeo. —¿Qué?

—Para… todo.

Se sonrojó.
—¿Qué?

Su pene se movió en su mano, y ella se sorprendió.

Le ardían las orejas; tragó saliva, y lo apretó con más fuerza. —Quiero todo de ti.

Él se sentó sobre los codos y le apartó la mano. —…¿Qué?

Ella se inclinó y lo besó, deslizando la lengua con dulzura dentro de su boca antes de
apartarse. —Estoy lista, si tu lo estás.

Los ojos de él no tenían fondo mientras la observaba con la boca abierta. Tragó saliva.

—Granger, no estás pensando con claridad...—

—Lo estoy—, suspiró contra su frente. —Estoy cansada de esperar que vuelvas a casa.

Las pupilas de él eran negras y alternaban entre las suyas.

Ella se quedó quieta. —¿Debería parar?

Negó con la cabeza de manera casi imperceptible, y el estómago le dio un vuelco. Movió las
caderas para colocar su centro encima de él.

Los ojos de él rodaron hacia atrás, y se dejó caer en la cama. —Oh, joder.

Después de algunos intentos, finalmente consiguió colocarlo contra su entrada. Vio los
músculos del estómago de Draco contraerse mientras se llevaba las uñas al rostro, y respiraba
pesadamente.

Apenas había entrado en ella, cuando la tomó por las caderas y la giró sobre su espalda,
capturando un chillido entre sus labios.

La besó profundamente a la vez que la inmovilizaba debajo de él, robándose su aliento. Con
la mano libre recorrió su cuerpo, provocándola hasta hacerla jadear. Él estaba tan cerca, la
punta de su miembro presionando contra su centro.

Pero no empujó hacia adelante. Ella separó los muslos y envolvió los brazos alrededor de su
cuerpo.

—Por favor—, susurró.

Él se estremeció.

Se sacó el bóxer, y Hermione sintió que se le aceleraba el pulso.

Colocó una mano en su mandíbula y la besó sonoramente, deslizándose entre sus piernas. Se
sentía grueso y cálido sobre su núcleo, pero aún así vaciló.

—Yo no...— Tragó saliva, y levantó la mirada para encontrar la de ella. —No quiero quitarte
nada más.
La sangre de sus venas estaba caliente, viajando desde su corazón. Buscó sus ojos mientras él
comenzaba a sacudirse por el esfuerzo de retroceder. Sintió algo apretado en su garganta,
unas palabras no dichas que habían estado alojadas allí durante años, luchando por salir.

—Quiero que sea contigo—, dijo en lugar de eso.

Draco pareció aturdido ante las palabras. Bajó la frente hasta la suya, aferró su miembro y
trazó un circulo sobre su entrada.

Ella luchó por contener el aliento cuando él empujó hacia adelante. Pensó en la luz en el
frasco sobre su mesa de luz, y en lo poco que significaba ahora, con Draco abriéndose
camino dentro de ella.

Sus manos se apresuraron a aferrar sus hombros mientras él expandía su entrada. Sus rodillas
se pegaron a sus costados, y se mordió el labio para no gritar.

Abrió la boca para decirle que pare, que lo intentara otra vez, que lo había hecho mal.

Pero los ojos de él estaban cerrados, y sus labios abiertos en un silencioso placer. Ella se
enfocó en su aliento mientras jadeaba encima suyo, con los codos apoyados a cada lado de su
cabeza. Y mientras el pinchazo se convertía en dolor adentro de ella, él soltó un gemido
grave que sonó como si una vida entera de agonía se disolviera de su alma.

La cabeza de él cayó sobre su cuello, y su mano se deslizó debajo de su espalda para apretarla
más a él, mientras se retiraba y volvía a entrar.

Ella miró hacia el dosel, intentando no retorcerse por la presión. Se enfocó en la forma en que
él gemía con cada exhalación. La tensión que disminuía en su columna cada vez que él se
volvía a meter.

Así que esto… era el sexo.

Apretó los labios mientras él la abrazaba con más fuerza, tumbado pesadamente encima de
ella.

Estaba bien, al parecer.

Y a Draco ciertamente parecía gustarle.

Las caderas de él se movieron, y comenzaron a rodar más rápido contra las suyas.

Los ojos de ella se agrandaron. Eso podría… ser agradable.

Él gimió contra su oreja, con el rostro enterrado en el cuello y el cabello. —Joder… Oh,
joder.

Algo se curvó dentro de su vientre, y se movió.

Él se quedó inmóvil, respirando pesadamente, y retrocedió para mirarla. —¿Está bien?— Su


voz era temblorosa, y estaba sonrojado por el esfuerzo.
Ella asintió, hipnotizada por el cabello que caía sobre su rostro. Le pasó los dedos por encima
y él presionó sus labios contra los suyos, besándola profundamente mientras comenzaba a
moverse otra vez.

Era mejor ahora. Podía enfocarse en la forma en que se sentiría para él arrastrarse contra sus
paredes.

La boca de él era pesada contra la de ella mientras bombeaba adentro suyo. Ella le enredó los
dedos en el cabello y le inclinó la cabeza para tomar el control del beso. Los labios de él se
apretaban contra los suyos, y se pausaban cada tanto, como si olvidara lo que estaba
haciendo. El beso se volvía más descuidado cuanto más rápido se movían sus caderas.

Él comenzó a gemir dentro de su boca, jadeando con cada embestida.

Retrocedió para mirarla, y sus ojos rodaron encima de sus pechos para verlos rebotar con
cada movimiento de sus caderas. Respiraba superficialmente, y su mandíbula estaba tensa.

Ella curvó aún más una pierna, y de repente él entró más profundo. Hermione jadeó y Draco
soltó una maldición, cerrando los ojos con fuerza. Le temblaron los brazos al intentar
mantenerse quieto ahí donde se había enterrado adentro de ella.

—Oh Dios—, gimió ella, estirada entre un precipicio de placer y de dolor.

Draco volvió a apoyarse en un codo, y la miró con cuidado mientras deslizaba una mano
entre ellos. El primer toque de los dedos sobre su clítoris la hizo relajarse contra las
almohadas.

—¿Si?

Ella asintió, y Draco redobló sus esfuerzos, deslizando sus dedos entre ellos para acariciarla.

Comenzó a mover las caderas de nuevo, y la boca de Hermione se abrió; los dedos de sus
pies se curvaron.

—¿Demasiado?

Ella negó con la cabeza. —Más.

Los ojos de él centellaron encima de ella, el negro oscureciendo el gris. Empujó hacia adentro
otra vez, y sus párpados aletearon.

Él suspiró y comenzó a mover la cadera más profundamente, estirándola, haciéndole sentir


que no quedaba más espacio para él.

Observó su rostro mientras él observaba el suyo, y deslizó las manos por encima de su pecho,
pasando por encima de las cicatrices.

Quería besar cada una de ellas. Por siempre.


Los ojos de él se cerraron mientras sus caderas se movían más rápido. Los dedos en su
clítoris aumentaron la velocidad, moviéndose sin cuidado sobre su centro.

Sus músculos se tensaron cuando él la empezó a coger en serio, con la boca abierta de
asombro, como si ella tuviera las respuestas a las preguntas que él se hiciera durante años.

Su espalda se arqueó, y enterró las uñas en sus hombros.

—Mierda… no puedo...— Su mandíbula se tensó y sus embestidas la mecieron sobre el


colchón. La cama traqueteaba mientras él arremetía dentro de su cuerpo, usándola
deliciosamente.

Ella le arañó la espalda, aferrándolo mientras él frotaba su clítoris. Sus muslos comenzaron a
temblar.

Y de repente él apartó las manos de ella, inmovilizándola contra el colchón, y entrelazó sus
dedos con los suyos mientras sus caderas se encontraban.

Ella separó los labios en silencio cuando él volvió a mecerse encima de ella. Había estado
cerca de algo y ahora...

Ahora él estaba logrando algo más en su interior.

—Oh Dios mío—. Se estremeció violentamente, gimiendo. —Oh Dios.

Se le tensaron los muslos y las rodillas se doblaron hasta su pecho. Sus brazos lucharon para
soltarse pero él la sujetó con más fuerza, jadeando contra su cabello.

—Vamos, Granger.

Su verga estaba tocando algo en su interior que la hacía derretir. Se le apretó el coño contra
él, y él soltó un grito mientras se la cogía a través de algo irrompible y de otro mundo.

Ella se sacudió en su piel, y le traqueteó el espíritu adentro del pecho, suplicando por una
eternidad que pudiera entrelazar con la suya. Sus paredes se ondularon alrededor de él, y su
visión se volvió borrosa mientras las caderas de Draco se frenaban de golpe, gruñendo y
palpitando adentro de ella con un gemido.

Ella contuvo el aliento, con el pecho resbaladizo por el sudor compartido. Sus dedos todavía
estaban entrelazados con los de él en una maraña de manos apretadas.

Él levantó la cabeza para mirarla. Sus ojos eran brillantes, grises y escrutadores. Liberó sus
manos, y mientras ella estiraba los músculos, él llevó sus dedos hasta su mandíbula,
examinando su rostro en busca de algo. Arrepentimiento, tal vez.

Los ojos de ella le devolvieron la mirada con claridad, dejando que viera a través de ellos. Sin
Oclumancia. Sin estanterías. Y ella pudo ver lo mismo en él.

Mientras la besaba suavemente, era como si un nuevo libro se hubiera deslizado de sus
estantes, con las páginas en blanco y el cuero fresco. El lomo se abrió de par en par, la
primera página a la espera de ser escrita.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 30
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Estoy tan abrumada por la respuesta positiva al capítulo 29! Muchas gracias a
raven_maiden y SaintDionysus por su ayuda.

Si no lo han visto, ¡hemos iniciado un podcast para hablar de los capítulos! "Austen,
Bronte y Hugo walk into a bar" ... Pueden encontrarnos en otras plataformas de podcasts
consultando los enlaces en Ao3.

Y, por favor, denle un poco de amor a estas increíbles obras de fans basadas en el último
capítulo de LadyKenz327, kissakj, BrilSainz, y de bookloverdream-blessedindeed
Hermione y Cho y Pansy. (Si me he olvidado de alguna, no duden en hacérmelo saber).

See the end of the chapter for more notes

Un jadeo agudo la despertó. Sus ojos se abrieron de golpe en un cuarto oscuro como la boca
de un lobo.

Su cama se sentía desconocida, y había una persona a su lado, moviéndose.

Hermione se incorporó de golpe, y giró para encontrar la pálida piel de Draco a la luz de la
luna. Se había levantado de la cama, y se había vuelto a poner los pantalones.

—Vuelve a dormir, Granger.

Draco. Draco se estaba vistiendo.

Porque había estado desnudo junto a ella, en su cama.

Porque...

Un rayo de luz salió disparado hacia la lámpara de su mesa de noche. Hermione parpadeó
ante la tenue llama, y volvió a girar para verlo atándose las botas.

—¿Qué sucede?

—Mi Marca está ardiendo. El Señor Tenebroso acaba de llegar a Edimburgo.

El corazón comenzó a latir en sus oídos. —¿Él no estaba allí cuando te fuiste?

—No. Él y mi tía todavía estaban en un evento en Suiza—. Se puso de pie y se abrochó el


cinturón. —Yaxley insistió en que limpiemos el desastre antes de llamarlo.
Los ojos de Hermione buscaron el reloj. Casi las cinco. Habían dormido apenas una media
hora.

Su garganta se tensó por el pánico. De repente recordó que estaba desnuda, con las sábanas
amontonadas alrededor de las caderas. Las tomó y las colocó debajo de sus brazos, pero
apenas parecía importar.

Draco no la estaba mirando.

Convocó una camisa limpia del armario e hizo que los botones se cerraran mágicamente
mientras estiraba una mano para tomar su capa.

—Duerme—, dijo suavemente. Ya estaba junto a la chimenea buscando los polvos Flu
cuando ella comenzó a salir de la cama.

—Draco...—

Él apartó la mano como si se hubiera quemado, y giró para enfrentarla. —Vé a tu cuarto.

Su voz era baja y fría, en absoluto como los gemidos y los suspiros de tan solo una hora atrás.
Inhaló bruscamente...

—No sé con qué me voy a encontrar—, dijo. —Tu cuarto es más seguro.

Y entonces agitó la varita, cerrando la red Flu.

Giró sobre los talones y se dirigió rápidamente hacia la puerta. Ella apretó las sábanas aun
más mientras lo veía partir, con el corazón alojado en la garganta. Él abrió la puerta y se
detuvo para mirar por encima de su hombro.

—No era así como quería despertarme contigo. Intentaré volver de inmediato y tal vez
podamos...—

Se interrumpió, apretó la mandíbula y sus ojos se convirtieron en piedra.

Hermione lo observó cerrarse, cuadrar los hombros y apretar los labios. Quería correr hacia
él. Abrazarlo y suplicarle que no se fuera. Pero él tenía que volver. Y ella tenía que esperar,
contando los minutos hasta que regresara a casa.

—Ve a tu cuarto—, repitió. —Por favor—. Y tras un siseo de su túnica y el click de la puerta,
se fue.

Hermione se quedó mirando fijamente la puerta por cinco segundos antes de deslizarse de las
sábanas y buscar su ropa. Se puso la ropa interior, tomó los zapatos y el vestido. Se arrastró
por el pasaje entre los cuartos, y tan pronto estuvo del otro lado, arrojó el vestido a la
chimenea vacía para que se quemara. Cuando giró para enfrentar su cama otra vez, la noche
anterior se estrelló contra ella.

—¿Se siente bien?


Las cicatrices talladas en su pecho, pintando una constelación sobre su piel.

El modo en que sus ojos se cerraban cuando ella envolvía una mano alrededor de él.

—Un día, voy a besarte allí hasta que te tiemblen las piernas.

Su rostro al entrar en ella por primera vez...

Gimiendo en su oreja...

El escalofrío de placer que la invadió mientras él se mecía sobre su cuerpo.

Hermione se quedó mirando la cama en la que no había dormido la noche anterior. Porque
estaba en otro cuarto, haciendo el amor con Draco Malfoy.

Se llevó los dedos a los labios, recordando la forma en que su aliento había jadeado encima
de su rostro, y se preguntó si se sentía diferente. Ciertamente se sentía adolorida; había un
pinchazo entre sus muslos y en algunos músculos de las piernas que habían sido
profundamente estirados; pero había algo acerca del mundo ahora. Como si le hubieran
lanzado un destello de magia encima, o quizá como si hubiera desaparecido.

Se quitó el sostén y las bragas, y bajó la mirada hacia ella misma. Tenía una capa de sudor
seca sobre la piel, suya y de Draco. Una mancha de suciedad en el muso que no había notado.
Sentía la mente aturdida por el cansancio, pero no había manera de que pudiera dormir sin
Draco.

Se preparó un baño, necesitaba relajar sus músculos y terminar de lavar lo que quedaba de
Edimburgo. Se hundió en las burbujas con aroma a lavanda, cerró los ojos y dejó vagar su
mente.

Una chica gritando. Paredes salpicadas de sangre.

Hermione se incorporó de un salto, jadeando. El perfume de la lavanda se mezcló con el


hedor de la sangre y el humo hasta que se sintió sin aliento y con la bilis en la garganta.

Se puso de pie abruptamente y dejó que el agua drenara de la bañera, arremolinándose junto
con sus fantasías. El mundo no había dejado de girar solo porque se había acostado con
Draco Malfoy. Los cadáveres de sus amigos todavía estaban fríos.

Giró para abrir el grifo de la derecha, y el agua fría se acumuló alrededor de sus pies. Se
hundió en ella, temblando y apretando las rodillas contra su pecho. Cuando estuvo
completamente sumergida, los olores y los sonidos se desvanecieron. No había más que un
lago, anidado entre montañas heladas; las aguas quietas y tranquilas.

Sus dientes tiritaban mientras tomaba cada pieza de información para examinarla antes de
guardarla en un libro y enviarla al fondo de la biblioteca de su mente. Cuando sus libros
estuvieron correctamente encuadernados y sus estantes ordenados, trajo el libro más reciente
a la parte frontal de su mente: el de Edimburgo, Cho y Viktor.
Ella tenía razón. Viktor estaba trabajando con la Verdadera Orden. Y ahora su tapadera había
sido descubierta por intentar sacarla de allí. Tanto él como Cho habían trabajado con esa
misión en mente, y habían fallado. Pero tenía la esperanza de que la Orden hubiera obtenido
algunas victorias esa noche.

¿Cuántas habían sido salvadas? ¿Cuántas habían muerto intentando sacarla a ella?

Hermione se miró las rodillas. Habían estado cubiertas de sangre, pero no estaba segura de
quién. Tomó una barra de jabón, y se frotó las piernas una y otra vez, intentando organizar
sus ideas.

De alguna manera, la Verdadera Orden había desarrollado Trasladores que les permitían
entrar y salir de propiedades fuertemente custodiadas; una magia inaudita. Como había
aprendido el jueves, Edimburgo era a todos los efectos una propiedad personal, sellada con
magia de sangre por sus “propietarios”, los Mortífagos que derramaron su sangre allí. Si
había una forma de ingresar a las propiedades selladas, entonces, ¿por qué la Verdadera
Orden no había usado los Trasladores para entrar directamente a las propiedades de los
Mortífagos? Tenía que existir un motivo.

Plan B, había gritado Angelina.

El Plan A había sido sacar a las chicas con los Trasladores, dejando a sus propietarios vivos y
sus dos brazos intactos. Pero habían fallado, las Chicas Carrow se habían Desparticionado.
La Verdadera Orden había atacado Edimburgo sabiendo que el Plan B podía llegar a ser
necesario.

Hermione estaba segura de que el propietario no tenía que morir para que el Lote escapara de
la propiedad, pero Cho y Viktor creían lo contrario. Quizá la Orden había llegado a la
conclusión de que Edimburgo era su mejor oportunidad para atrapar a los propietarios y a los
Lotes juntos en caso de que fallara el Plan A.

Todavía le daba vueltas la cabeza cuando salió de la bañera. Tenía entumecidos los dedos de
las manos y de los pies, y la sangre se sentía como hielo en sus venas.

Sintió un escalofrío de culpa mientras se envolvía en una bata mullida, pero a nadie podría
servirle que tuviera hipotermia. Salió del baño para descubrir a Draco inclinado sobre su
escritorio, con una pluma en la mano. Se quedó inmóvil.

—Volviste—. El alivio la inundó en oleadas, calentando sus extremidades.

—Solo por diez minutos—, dijo, y ella vio que sus ojos parpadeaban hacia sus piernas
desnudas. —No quería molestarte.

—¿Qué pasó? ¿Sospechan de ti? ¿Interrogaron a Charlotte?

—No que yo sepa, no. Charlotte fue interrogada por mi tía, que determinó que no tenía
ninguna información útil.
Hermione parpadeó, apenas osando respirar. Él estaba allí, y estaba a salvo. —¿Qué estás
escribiendo?

—Te estoy haciendo una lista. Porque sé que me pedirás una—. Volvió los ojos al pergamino
y continuó escribiendo.

Ella frunció el ceño. —¿Una lista?

—De los muertos.

Una sacudida le atravesó la piel. Se le encogió el corazón, y avanzó un paso hacia él.

—¿George? ¿George Weasley?

—No—. Su mano continuó la lista con una floritura. Era extensa.

—¿Fleur Delacour?

—No.

—¿Angelina…?

—Granger, solo déjame terminar.

Se quedó parada allí, con el pánico esparciéndose por sus venas, compilando una lista en su
cabeza de los otros nombres que podrían arruinarla si aparecían escritos con su caligrafía. Lo
dejó continuar en silencio hasta que una idea súbita la hizo saltar.

—¿Blaise y Pansy consiguieron salir?

La pluma se detuvo, y él la miró de reojo otra vez. —Si. Me aseguré de eso cuando volví por
Charlotte—. Él estudió su rostro. —Lo siento, te lo habría dicho anoche si hubiera sabido que
te preocupaba.

Ella abrió la boca para insistir en que no se preocupaba por Pansy Parkinson ni por Blaise
Zabini, pero el nudo que se había aflojado en su estómago decía lo contrario. Cerró la boca y
asintió.

Draco terminó la lista dos minutos después. El pergamino tenía casi treinta centímetros de
largo. Se lo entregó y se quedó mirando al piso, haciendo girar la pluma entre sus dedos.

Las manos de Hermione temblaron al sostener el pergamino. No había escatimado


información. Al principio de la lista aparecía el nombre de Katie Bell. Su visión se nubló,
pero apretó la mandíbula y continuó.

Tres Chicas Carrow que se habían Desparticionado en el Salón, sin nombre. Cho Chang.
Mulciber, Parkinson, Warrington, Pucey, y Gregory Goyle. Diecinueve Mortífagos y treinta y
un guardias, ninguno de sus nombres lo suficientemente importantes como para
especificarlos. Dos jardineros Muggles. El Ministro de Hungría.
Varias docenas de miembros de la Verdadera Orden, y seis hombres lobo, ninguno de ellos
con nombre. Sesenta y ocho invitados, con sus identidades “a determinar”. Al final de la hoja
había garabateado: 172 muertos.

Respiró hondo antes de levantar la mirada hacia él. —Voldemort debe estar furioso.

—Lo está—. La garganta de Draco subió y bajó. —Cuando me estaba yendo, Yaxley estaba
suplicando por su vida.

Sus ojos se abrieron. —¿A tí también te torturó? Cualquiera de ustedes podría haberlo
llamado...—

—No. Es la responsabilidad del oficial de más alto rango llamar al Señor Tenebroso. Yaxley
debería haberlo hecho de inmediato—. Dejó la pluma y se inclinó hacia atrás en el escritorio.
—La única razón por la que tal vez haya sido perdonado es que él y Dolohov consiguieron
sacar a la Ministra Cirillo, al Ministro Santos, y a todos los demás visitantes del Salón
Borgoña—. Señaló la lista. —El Ministro húngaro estaba apostando en el Salón en el
momento del ataque.

Ella asintió y revisó la lista otra vez.

—Pero lo que no encontrarás en esa lista tal vez te resulte aún más interesante.

Volvió a levantar la vista hacia él, y contuvo el aliento. Él se llevó las manos a los bolsillos,
mirándola de cerca.

—Susan Bones escapó con ellos. Solo encontraron su brazo.

El alivio se apoderó de ella. Y luego frunció el ceño. Bajó la mirada hacia la lista de los
muertos otra vez, buscando.

El nombre de Travers no estaba allí.

—Deben haber pensado que era de Goyle. ¿Estás segura de que no se Desparticionó?

—Positivo. Y Travers aún está vivo.

Ella levantó la mirada de golpe hacia él. —Yo tenía razón. El propietario no necesita morir
para que los Lotes escapen. Es solo el brazo.

Draco asintió. —Sin embargo, hay algo más. Angelina Johnson y George Weasley
abandonaron el castillo por la puerta principal. Estaban persiguiendo a varios Mortífagos—.
Hizo una pausa, y su corazón se aceleró. —Un testigo asegura que Angelina cayó al seguir a
George a través del límite de la propiedad.

Ella parpadeó. —Cayó.

–El guardia dice que “cayó como una bolsa de harina”— Él tragó saliva, mirándola con
intensidad. —Aparentemente estaba convulsionando.
A Hermione le zumbaban las orejas. —Pero ella...—

—Consiguió salir, sí. George vio lo que estaba pasando y desapareció con ella con un
Traslador. Pero supuse que te podría resultar… interesante.

Sus ojos revolotearon por el cuarto, su mente trabajando a toda marcha. El brazo tatuado de
Angelina había sido removido. Ya no deberían afectarle los límites de las propiedades.

—¿Estaba consciente?— Retorció los dedos en el nudo de su bata. —¿Fue una conmoción
momentánea, o todavía estaba convulsionando cuando…?—

—No lo sé, Granger—, dijo él amablemente. —Y preguntar sobre el tema sería demasiado
sospechoso.

Ella se mordió el labio inferior. —Tal vez haya algún… rastro del tatuaje aún. Un efecto
latente de la poción.

—Yo pensé lo mismo. Ella pudo entrar con un Traslador sin problema. Fue solo al intentar
salir que colapsó.

—Si—. Hermione comenzó a dar vueltas. —No le debe haber pasado al escapar de lo de
Macnair, o sino no hubiera intentando cruzar el límite de propiedad de Edimburgo.

Draco se pasó una mano por el cabello. —No necesariamente. Quizá simplemente no creyó
que le sucedería en Edimburgo.

—No. No se habrían arriesgado. Lo que significa que la poción sigue activa y muestra nuevas
propiedades casi un año después—. Un escalofrío le corrió por la columna vertebral. —No
hay precedentes de esta magia. No tenemos idea de cuáles son las consecuencias a largo
plazo, o si—, respiró profundamente, —si Angelina todavía está viva. Necesitamos un
antídoto—. Hizo una pausa para levantar la mirada hacia él. —La poción necesita ser
contrarrestada.

Él asintió, siguiendo su lógica. Se apartó del escritorio, y se pasó una mano por la mandíbula,
mirando hacia las alfombras. —Hay una última cosa. Al salir de la Mansión esta mañana,
encontré el cuerpo de un elfo doméstico al otro lado del portón. Uno que no es de los
nuestros.

—¿Un elfo doméstico?— Frunció el ceño. —¿No lo reconociste?

Él negó con la cabeza. —Estaba Desparticionado.

Sus cejas se juntaron. Nunca había oído hablar de un elfo doméstico Desparticionado. —
¿Estaba intentando Aparecerse adentro?

Él hizo una pausa. —Es lo que supongo.

Ella abrió la boca para preguntar por qué, y entonces comprendió.

Ella.
La Verdadera Orden había enviado a un elfo doméstico a cortarle el brazo y escapar con ella.
Y por alguna razón, las barreras no lo habían permitido.

—Pero Dobby...—

—Después de los eventos del año pasado, se reforzaron las barreras para prohibir la entrada a
los elfos que no fueran de la familia—. La mandíbula de Draco estaba tensa. —Sé que mi
padre le hizo algo a las nuestras. El Señor Nott ayudó a otras familias de sangre pura.

Se pasó los dedos por los labios, pensando rápidamente. Si habían mandado un elfo
doméstico, debía ser porque no creían que un miembro de la Orden pudiera entrar de manera
segura a la Mansión usando uno de sus nuevos Trasladores. Los Trasladores solo eran
capaces de penetrar las barreras de protección de Edimburgo.

Dejó trabajar a su cerebro por varios minutos más antes de volver a levantar la mirada hacia
él. La estaba mirando, y sus ojos recorrían las líneas de su bata, pasando por sus rizos
mojados. Él parecía muerto en vida, pero su mirada estaba adherida a ella.

—¿Te preguntaron a donde fuiste anoche?

Él parpadeó y negó con la cabeza. —Mi padre les dijo que había sido alcanzado por una
maldición desconocida y que me había enviado a casa para recibir tratamiento.

Ella asintió distraídamente, y dejó que su mente se fuera a lo que él había hecho realmente al
llegar a casa la noche anterior. Específicamente, lo que le había hecho a ella.

Un rubor le subió por las mejillas ante el recuerdo de su aliento entre sus muslos, el roce de
sus cuerpos, y la presión de su rostro sobre su cabello.

Se mordió el labio y lo miró de reojo. Los ojos de él estaban enfocados en el modesto


triangulo de piel visible de sus clavículas, donde la bata se cerraba. La mirada se deslizó
hacia arriba, haciendo una pausa en el labio atrapado entre sus dientes.

Tragó saliva. —Acerca de anoche...—

Los ojos de él se clavaron en los suyos, abiertos y culpables. Ella abrió la boca para
continuar, pero él giró sobre sus talones y se dirigió a la ventana.

—No te preocupes, Granger—. Su voz era plana y distante. —No volverá a suceder.

Su pecho se tensó. —Eso no es lo que...—

—Había muchas… emociones involucradas. Debería haber tenido más autocontrol.

—Draco, yo no me arrepiento.

Escuchó que su respiración se detenía al otro lado del cuarto.

La noche anterior no habían sabido si vivirían para ver la mañana. Pero cuando él se dio
vuelta para mirarla, y la luz del sol se reflejó en su cabello como solía hacer en clase de
Transformaciones en quinto año, ella tuvo certeza de que lo volvería a hacer. Puede que
tuvieran el tiempo contado, pero se apropiaría de esos momentos con él mientras pudiera. Los
tomaría, porque sin ellos sus estantes podrían derrumbarse y enterrarla en el dolor.

Algo se retorcía adentro de ella, suplicando que él lo volviera a liberar. Cruzó la habitación,
avanzando hacia él, y se puso en puntas de pie para juntar su boca con la suya. Los brazos de
él subieron hasta sus codos, suaves, vacilantes, a la vez que separaba los labios para ella. Ella
arrastró la lengua dentro de su boca, y un pequeño sonido escapó de la garganta de él.

Ella se apartó para enfrentar su mirada vidriosa, y colocó una mano en el cinturón de la bata.
Apenas soltó el nudo, él la empujó contra la pared, besándola profundamente y acariciando
su estómago y sus caderas con sus manos. Ella suspiró y le echó los brazos alrededor de los
hombros.

El veloz recorrido de las manos encima de su cuerpo despertó cada uno de los recuerdos de la
noche anterior, y su piel se incendió cuando las palmas de él redondearon sus caderas y se
sumergieron para apretar su trasero. Jadeó dentro de su boca, y él se movió para besar su
cuello. Empujó las caderas hacia adelante, inmovilizándola contra la pared, y ella pudo sentir
su contorno, endureciéndose.

Las manos de él se deslizaban por su estómago mientras ella le enterraba los dedos en el
cabello, y cuando se asentaron sobre sus pechos, sus pulgares comenzaron a trazar círculos y
a apretar sus pezones.

Ella se hundió contra la pared, con la bata colgando de los hombros mientras él succionaba su
cuello y jugaba con sus senos. Hizo rodar las caderas contra su estómago, y ella gimió.

La puerta se abrió de golpe, y ellos se separaron abruptamente. Hermione soltó un grito y


giró para enfrentar la pared, apretando la bata con fuerza mientras Draco maldecía.

—Encantador.

Con el corazón desbocado, se dio vuelta para descubrir a Lucius Malfoy frunciendo el ceño
en la puerta. Entró al cuarto sin esperar un permiso y se quedó de pie junto a la chimenea.

—Padre.

—Es bueno saber que si alguna vez necesito hablar con alguno de ustedes, debo revisar
primero el cuarto del otro—. El cabello y la mueca de desprecio de Lucius estaban en su
lugar, pero se veía exhausto. Sombras de color morado oscuro delineaban sus ojos mientras
les indicaba que se sentaran en los sillones frente a él.

Hermione miró a Draco de reojo, que se aclaró la garganta.

—Padre...—

—Siéntate—. La palabra era tenue y peligrosa. —Solo lo pediré una vez.

Hermione apretó su bata otra vez, con el corazón martillando. Caminó hasta el sillón con la
mirada fija en el suelo, y Draco la imitó en silencio.
Lucius junto las manos detrás de la espalda y los miró fijamente. —Así que, han estado
planeando la revolución, ¿no es así? ¿Pasando notas y jugando juegos?— Su voz temblaba de
furia.

Hermione no dijo nada, con la mirada todavía fija en las alfombras. El pánico burbujeaba en
su pecho a medida que sus pasos se acercaban.

Lucius se detuvo frente a sus rodillas, y Draco se puso rígido a su lado. Era capaz de contar
los latidos de su corazón mientras Lucius le levantaba la barbilla para que enfrentara sus ojos.

—¿Qué ha estado haciendo, Señorita Granger?

El suave cuchillo le atravesó la mente, cortando el aire vacío, mientras Hermione empujaba
su estantería hasta lo más profundo de su mente. Él hizo más presión, pero ella estaba lista
para él. Gruñó, y empujó su mente hacia atrás.

Se escuchó un ruido de movimiento, y Hermione soltó un grito ahogado en el momento en


que Lucius la soltó. Cuando se aclararon las manchas en su visión, pudo ver a Draco de pie, y
a Lucius observándola.

Lucius hizo una mueca de burla y se volvió hacia su hijo. —Siéntate, Draco. Apenas la toqué.

Draco obedeció, apretando la mandíbula.

—Veo que eres tan tonta y obstinada como mi hijo—. Los labios de Lucius se curvaron, con
una expresión casi decepcionada. —Seré muy claro, Señorita Granger. Lo que sea que hayan
estado haciendo en mi biblioteca se termina hoy mismo. No volverá a poner un pie allí. Si lo
hace, lo sabré.

Su mente comenzó a dar vueltas mientras el corazón se le hundía en el pecho. Necesitaba


esos libros...

—Padre, no puedes expulsarla de la biblioteca. Ella es mi… es mía, y ella...—

—Y la biblioteca es mía. Así como cada uno de los libros que contiene. Si toca un solo libro,
lo sabré—. Se hizo un largo silencio. —Además—, dijo, volviéndose hacia los estantes que
Draco había reabastecido para ella, —parece ser que tiene muchos libros aquí para
entretenerse, lo cual estoy seguro será muy útil, en vista de que ninguno de los dos irá a
ninguna parte por algún tiempo.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Draco estaba sentado muy quieto a su lado.

—Padre...—

—Draco fue alcanzado por una maldición desconocida anoche—. Comenzó a caminar
alrededor de los sillones, con las manos detrás de la espalda. —Sus efectos todavía no están
claros, pero al volver de Edimburgo esta mañana, cayó con una intensa fiebre. Estamos
tomando todas las medidas para ver que se encuentre saludable cuando el Señor Tenebroso le
encomiende la próxima misión—, Lucius caminó alrededor del sillón de Hermione,
apareciendo de nuevo a la vista, —pero de acuerdo con el sanador de la familia, aún no está
en condiciones de volver al campo de batalla.

Lucius regresó a su posición frente a la chimenea, desafiándolos con la mirada.

—No hablas en serio—. Los nudillos de Draco estaban blancos de tanto apretar el apoya
brazos. —No puedes ponerme en penitencia...—

—Mejor piensa en ello como unas vacaciones, Draco—, sonrió Lucius. —Edimburgo
permanecerá cerrado por tiempo indefinido, y el Señor Tenebroso estará vigilando de cerca a
sus seguidores por el futuro previsible. Y confío en que tu y la Señorita Granger han
descubierto una nueva actividad para hacer a puertas adentro que los mantendrá ocupados por
varias semanas.

La mandíbula de Hermione se abrió con un jadeo silencioso. Cerró los ojos, deseando que el
sillón se la tragara por completo.

Draco farfulló a su izquierda. —Nosotros… ¡padre!

—No tengo ni el tiempo ni el interés para tus excusas. Mientras que la Señorita Granger
continúe tomando sus Pociones Anticonceptivas, estaré feliz de que se concentren en otra
cosa que no sea cometer traición.

Hermione se cubrió el rostro, podía sentir que ardía color remolacha debajo de sus dedos.

—Ahora, si me disculpan—, canturreó Lucius, —tengo que ir a hablar con tu madre. Estoy
seguro de que estará encantada de tenerte en casa por tiempo indefinido.

Hermione escuchó que Lucius se acercaba a la puerta, la abría, y luego la cerraba con un
golpe. El aire en el cuarto se sentía denso y pesado.

—Estás bien.

Ella asintió, incapaz de hablar.

—Tu… eh...— Draco se aclaró la garganta. —¿Has estado tomando la poción? Yo no…
Debería haber preguntado antes, pero...—

—Si, no. No, está cubierto. Nosotros… si—. Sus ojos se abrieron y se puso de pie
rápidamente. —Necesito… Uhm… si.

Corrió hacia el cuarto de baño, se encerró y se recostó contra el roble. Después de respirar
algunas veces para calmarse, revisó los gabinetes encima del fregadero, verificando tres
veces que había tomado la poción de ese mes. Y tal como sospechaba, todo estaba bien.
Poción tomada.

Mientras disminuía la humillación, se concentró en el asunto más urgente: Lucius la había


expulsado de la biblioteca. Estaba tan cerca de comprender los tatuajes. Podía sentirlo. Y
ahora todos sus recursos le habían sido arrebatados. Se echó agua fría en el rostro, intentando
pensar en soluciones.
Hizo una mueca ante el otro dilema que emergía a la superficie: qué hacer con los recuerdos
de Charlotte. Draco había dicho que los Malfoy no tenían un Pensadero, así que tendrían que
buscar uno. Y ahora él tenía prohibido salir de la Mansión.

Después de varios minutos, Hermione se asomó del baño y descubrió que estaba sola,
excepto por la bandeja de café del desayuno. Se quitó la bata, ignorando el recuerdo de las
manos de Draco debajo de ella hacía menos de una hora, y se puso unos cómodos jeans y un
sweater.

Al no encontrar el Profeta debajo de la bandeja, se aventuró a salir del cuarto y bajar al


comedor. Narcissa estaba sentada en su silla, tomando su té y pasando las páginas del diario.
Levantó la mirada cuando Hermione entró.

—Hola, cariño—. Sonrió, tensa. —Me alegra que estés a salvo.

—Gracias—, dijo Hermione, ocupando su silla. No estaba segura de qué otra cosa decir, así
que se sirvió una taza de café.

—Recibí un mensaje de Lucius a mitad de la noche que decía que el castillo había sido
atacado, pero que tu y Draco habían conseguido volver a casa. He estado extremadamente
preocupada, pero supuse que era mejor dejarlos descansar—. Narcissa hizo una pausa, y su
expresión se suavizó, —¿Estás bien, Hermione?

Hermione dejó la taza de café y forzó una sonrisa. —Estoy bien. Estaré bien. Pasé algunas
horas practicando Oclumancia, y eso ayudó bastante—. Hermione se movió en su silla. —
Pero me estaba preguntando acerca del periódico…—

—Todo tuyo—. Narcissa entregó el diario con ligereza. —No es que esa Skeeter haya tenido
algo útil para decir, lamentablemente. Cada detalle que Lucius me ha dado contradice lo que
escribió.

Hermione asintió. —¿Qué dijo ella?

—Una pequeña banda de rebeldes, pérdidas mínimas, terroristas suizos—. Narcissa puso los
ojos en blanco. —Quizá mañana el Fantasma tenga más información, pero creo que esto será
mantenido en secreto.

Hermione se quedó mirando la esquina arrugada del Profeta, pensando en Cho y en Katie
Bell y en aquellos que no tendrían ningún obituario en su periódico.

—¿Dónde está Lucius?

—Se ha ido de nuevo—. Narcissa apretó los labios. —Como son los mejor Legeremantes en
el ejército del Señor Tenebroso, él y mi hermana han sido enviados a interrogar a los
visitantes recientes de Edimburgo en busca de alguna posible conspiración—. Hizo una pausa
antes de doblar su servilleta con delicadeza. —Pero antes de irse, me dejó claro que tienes
expresamente prohibido entrar a nuestra biblioteca.
Hermione tragó saliva y tomó un bollo del plato. —Lo siento, Narcissa. Estoy segura de que
él te lo ha contado todo, pero él… no está muy contento con nosotros.

—Un capricho—, dijo Narcissa haciendo un gesto con la mano. —Todos los hombres Malfoy
son propensos a ello—. Sonrió, y después de parpadear, Hermione hizo lo mismo. Pero había
una tensión alrededor de la boca de Narcissa mientras volvía a levantar su taza de té y se
llevaba la porcelana a los labios. —Él tiene razón sobre una cosa. Las próximas semanas
serán peligrosas, Hermione. El Señor Tenebroso probablemente sospecha de todos en su
círculo.

Asintiendo, Hermione desmenuzó el bollo entre sus dedos.

—Pero si necesitas algo—, dijo Narcissa, bajando la mirada al Profeta y pasando la página.

El resto quedó sin decirse, colgando de una cuerda entre ellas mientras bebían su café y su té.

~*~

Hermione estaba de pie frente a la puerta del cuarto de Draco esa tarde, vacilando hasta
finalmente golpear la madera con los nudillos. Se escuchó un movimiento al otro lado, y
luego él abrió la puerta, parpadeando adormilado. Se frotó los ojos, y ella se fijó en la sencilla
camiseta de algodón que había usado para dormir, y en el modo en que su cabello todavía se
estaba secando por un baño reciente.

—¿Qué hora es?

Ella sacudió la cabeza. —Eh, pasadas las dos de la tarde. ¿Estás bien?

—Solo recuperando un poco de descanso. Practicando para esta dolencia ficticia que se
supone que tengo.

Se hizo a un lado, y mientras ella pasaba junto a él, recordó que habían tenido una noche
bastante difícil, y luego pocas horas de sueño debido a...

Sus ojos se fijaron en la cama deshecha.

—Lamento haberme ido antes—, dijo, apartando la mirada. —Me sentía… incómoda.

—Está bien. Mi padre tiene ese efecto en la gente.

Él cerró la puerta y se volvió hacia ella. Se obligó a concentrarse. —¿Los recuerdos de


Charlotte?

Asintiendo, él se dirigió al cajón de su mesita de noche y sacó el vial de recuerdos. Ella lo


tomó de sus manos.

—Primero necesitamos averiguar quiénes son sus contactos. Podemos explicarles lo que
pasó, y dejar que la Orden decida qué hacer con el resto de los recuerdos—. Un pliegue
apareció entre sus cejas mientras observaba las hebras danzando juntas. —¿No hay un
Pensadero en la Mansión?
—No—, su voz retumbó. —Mi padre nunca necesitó usar uno.

—¿Sabes de alguien que tenga uno?

—No—. Se pasó una mano por el cabello húmedo. —Tengo entendido que ahora son más
difíciles de conseguir. Había solo dos personas en Europa que los fabricaban, y los dos están
escondidos.

Ella suspiró, dejando caer los hombros. —Debe haber otra manera de ver los recuerdos, pero
no podré investigar sobre eso sin una biblioteca—. Sus ojos se deslizaron por las estanterías
de Draco. —No quiero meterte en más problemas, pero...—

—Necesitas la biblioteca. Lo sé.

Ella se frotó las sienes, pensando. —Quizá se podría encantar el catálogo como el buscador
de libros de Hogwarts. Envía los libros a los solicitantes.

—Conociendo a mi padre, seguro que también imposibilitó a los libros de salir de la


biblioteca.

Ella negó con la cabeza. —No, tienes razón—. Un momento después, una idea brotó. —
Viktor me contó algo acerca del catálogo en Durmstrang—. Su mente giraba demasiado
rápido para preocuparse por el ceño fruncido de Draco—. Por lo general hace un frío helado
dentro del castillo, y la biblioteca está lejos de los dormitorios. El catálogo está encantado de
manera que si te concentras, puedes comunicarte con él desde cualquier parte del castillo.

—¿De qué sirve eso? Si no te envía el libro...—

—Yo pregunté lo mismo. Hechizos de transcripción—. Hermione comenzó a dar vueltas


mientras su voz aumentaba la velocidad y la emoción. —Puedes pedirle al catálogo que
transcriba el libro entero para ti. Las copias quedaban en blanco al comenzar las vacaciones,
pero Viktor dijo que tenía una mini-biblioteca entera en su cuarto durante todo el año escolar.
No necesitamos que los libros abandonen la biblioteca, solo necesitamos sus contenidos.

Draco se movió detrás de ella. —Eso es muy conveniente, Granger, pero debe haber un
encantamiento especial en él. El catálogo de Hogwarts no...—

—Lo sé. Pero en Historia de Hogwarts se habla de las reformas de la biblioteca cuando se
agregó la Sección Prohibida en el siglo XIV. Se mencionan “salvaguardas” para evitar que los
estudiantes se copien o accedan al material prohibido. Es por eso que el catálogo es más
restringido que el que está aquí en la Mansión. Si tuviera que adivinar, diría que el catálogo
de Durmstrang es estándar.

Se dio vuelta hacia él y descubrió un asomo de sonrisa en sus labios, mirándola con
intensidad.

Veinte minutos después, ella estaba al pie de su cama, mirando una docena de libretas vacías
que Draco había conjurado en el piso. Se asomó alrededor de su hombro, retorciéndose las
manos.
—Recuerda pensar claramente en el catálogo. Y luego...—

Draco se volvió hacia ella, y le extendió su varita con la ceja arqueada. Ella se aclaró la
garganta y la tomó. —Claro. Gracias.

Cerró los ojos, y se enfocó en el catálogo. —Acceso a Historia de Hogwarts.

La magia vibró en su sangre mientras apuntaba la varita hacia el primer diario en blanco. —
Transcribo.

Las páginas temblaron por un momento antes de que la tinta comenzara a brotar,
reorganizándose a sí misma, hasta que se descubrió contemplando las conocidas páginas de
su infancia. Sonrió, y probó con unos cuantos diarios de los Rastreadores para asegurarse de
que aparecieran también.

Draco intentó con un libro distinto sobre pociones, y luego le pidió al catálogo que
transcribiera los títulos de todos los libros con referencias a sangre mágica. Los ojos de
Hermione se iluminaron mientras las páginas se llenaban, una tras otra. Apenas habían
pasado diez minutos, y Draco tuvo que conjurar otra docena más de libretas en blanco.

Una hora después, estaba sentada en el suelo del cuarto de Draco con los libros esparcidos en
todas direcciones, investigando cómo crear un Pensadero desde cero, mientras Draco buscaba
hechizos de transferencia de memoria.

Resopló al terminar de leer una lista de dos páginas de materiales que le eran desconocidos, o
extremadamente exóticos. —Esto es imposible—. Le dolía el cuello, y se lo frotó antes de
mirarlo. —¿Le escribirías a Theo?

Su mandíbula se cerró con fuerza al levantar la mirada hacia ella. —¿Y decirle qué,
exactamente? “¿Tienes un Pensadero de sobra?”

—Necesitamos ayuda, Draco—. Hermione apretó los labios. —Quizá pueda venir de visita.
Tu estás muy enfermo con esa maldición desconocida, y te gustaría ver un rostro amistoso.

—Eso no es sospechoso en absoluto—, dijo él, pasando una página.

—Bueno, yo no estoy llegando a ninguna parte. Y cada hora que pasamos en esto es una hora
menos que pasamos con los tatuajes. Puedo buscar formas alternativas de ver los recuerdos, o
puedes escribirle a un amigo que tal vez nos pueda ahorrar meses de investigación.

Draco dejó escapar un suspiro dramático, como solía hacer en Hogwarts, y Hermione
escondió una sonrisa mientras él se ponía de pie y se dirigía hacia la puerta para ir a enviar
una carta.

Investigaron hasta altas horas de la noche. Draco se disculpó con Narcissa en su nombre y
pidió a los elfos que le enviaran la cena, pero Hermione apenas comió, demasiado absorta en
sus apuntes. Iba alternando entre la investigación de los tatuajes y la investigación de los
recuerdos, escogiendo una cuando se frustraba con la otra.
Cuando el reloj marcó la una de la mañana, miró de reojo a Draco, todavía en su sillón,
pasando las páginas con el ceño fruncido. Sus párpados estaban comenzando a caer, pero
consiguió leer el resto del capítulo sobre las runas utilizadas en la creación del primer
Pensadero antes de dar por finalizada la noche. Se frotó los ojos, luchando contra un bostezo,
y leyó hasta que su cabeza cayó sobre su pecho.

~*~

Despertó a la mañana siguiente acurrucada bajo unas sábanas cálidas, con la cabeza apoyada
firmemente sobre una suave almohada. Parpadeó y miró el dosel verde salpicado con la luz
del sol. Todavía estaba en el cuarto de Draco.

Giró la cabeza a un lado y descubrió que la mitad del delicioso calor se debía al brazo de
Draco en su cintura y a la cabeza encima de su hombro.

Le rozó el cabello con la barbilla, y los mechones se agitaron por el suspiro de confusión. Él
se acurrucó con más fuerza alrededor de su cintura, haciendo que su cadera entrara en
contacto con el muslo, y sus ojos se abrieron al sentir su erección matutina. La mano en su
cintura se deslizó por debajo del sweater, y ella ahogó un jadeo.

Hermione contuvo la sonrisa. Con que así era despertarse junto a Draco Malfoy. Llevó los
dedos a su cabello y los deslizó por las hebras, saboreando la sensación de cada una de sus
exhalaciones.

Sintió el momento en que él despertó. Curvó los dedos contra su estómago, y el aliento quedó
atrapado en su garganta. Levantó la cabeza solo una pulgada.

—Lo siento—. Su voz era áspera y profunda. —No fue mi intención...—

Y antes de que pudiera evitarlo, la mano se apartó de su estómago, y las caderas se alejaron
de ella. Él se inclinó sobre su brazo y la miró. Tenía una marca en el rostro por haber dormido
encima de su sweater tejido.

—Lamento haberme quedado dormida aquí—. Él negó con la cabeza, como si no fuera un
problema. —No tenías que… Quiero decir, podría haberme trasladado a mi propio cuarto.

Él parpadeó hacia ella. —Si. Lo siento, debería haber… Yo solo...—

Y sus palabras de la mañana anterior flotaron hacia ella:

No era así como quería despertarme contigo.

Ella se mordió el labio, y la mirada de él se desvió hacia su boca. Vio como sus ojos se
encendían antes de levantarse sobre un codo y llevar una mano hacia su cuello para juntar sus
labios.

Sus bocas eran vacilantes, rozándose suavemente entre tenues suspiros. La mano de él
regresó a su cintura, y ella dejó escapar un gemido silencioso. Enredó los dedos en su
cabello, trazando patrones en el cuero cabelludo mientras su lengua se deslizaba entre sus
labios.
Ella suspiró su nombre dentro de su boca y luego se sentó para quitarse el sweater. Él
observó, estupefacto y maravillado, cómo ella se inclinaba encima de él, besándolo de nuevo
y haciéndolo rodar sobre su espalda.

Sus manos le recorrieron la columna, jugueteando con el broche del sostén, como si tuviera
miedo de desnudarla. Ella resopló y se sentó otra vez, estirándose detrás de su espalda para
soltar el broche. Él se humedeció los labios cuando sus pechos se liberaron.

Ella arrojó a un lado el cobertor y subió los muslos por encima de sus caderas, a horcajadas,
pero luego bajó la mirada hacia el cómodo pijama, confundida. Ella había tenido puestos
unos jeans...

—Los transformé. Lo prometo—. Dijo Draco apresuradamente.

Ella volvió a mirarlo. Estaba teniendo dificultades para apartar los ojos de sus pechos.

—Para dormir. Yo pensé...—

Ella sonrió, y se inclinó encima de él otra vez, salpicando besos sobre su mandíbula y su
cuello. —Sólo admítelo—, susurró. —Odias los jeans Muggles.

Él se rió suavemente, y sus manos bajaron por su cintura. —Solo cuando los estás usando.

Ella hizo succión en un punto que hizo que él curvara los dedos sobre sus caderas. —¿Y eso
por qué?

Él siseó cuando ella separó más los muslos y presionó su centro contra él. —Porque no puedo
apartar los ojos de tu perfecto trasero con esos jeans.

Un rubor se extendió por sus mejillas, y hundió el rostro en su cuello. —Ah.

Él arrastró los dedos por debajo del elástico del pantalón pijama, sumergiéndose hasta
llenarse las manos con su trasero. Ella soltó un jadeo cuando él la apretó y la empujó contra
su erección, haciendo rodar su cuerpo contra el suyo en un lento oleaje. Se le endurecieron
los pezones, sus senos le rozaban la camisa con cada movimiento.

—Pienso mucho en tu trasero, Granger—, gruñó en su oído. —Mucho.

Ella dejó caer la frente sobre su hombro, y sus dedos se enterraron en las almohadas mientras
él movía su cuerpo como quería. Cada vez que sus caderas rodaban, su miembro se arrastraba
sobre su clítoris, arrancándole suspiros de la garganta.

Aferró el cuello de su camisa, —Quítate esto—, y se incorporó para ayudarlo. Los músculos
de su estómago se tensaron cuando se quitó la camisa, y antes de que pudiera pensar en el
siguiente paso, los labios de él bajaron hasta sus senos.

Ella le hundió los dedos en el cabello, echando el cuello hacia atrás mientras él besaba y
acariciaba su piel. Una de sus manos jugueteó con el otro pecho, pellizcando y haciendo
rodar el pezón entre sus dedos hasta que ella gimió.
—Por favor—, suplicó. —Por favor, tócame...—

Él gruñó con el pezón en la boca, y las vibraciones la hicieron jadear. Los labios de él
abandonaron su piel, y la hizo girar para inmovilizarla sobre el colchón. Ella se sostuvo de
sus hombros y presionó sus labios contra los suyos mientras él le bajaba el pijama por la
cadera. Ella intentó patalear para quitárselos, pero entonces los dedos de él se estaban
deslizando entre sus pliegues y todos los otros pensamientos huyeron de su mente.

Cerró los ojos, y separó los labios con un suspiro. Él trazó un círculo en su entrada y arrastró
la yema del dedo sobre su clítoris; las caricias eran suaves y provocadoras, y sus muslos se
tensaban.

—Draco, necesito...—

Él le besó el cuello, y su mente quedó en blanco. Se retorció debajo de él mientras él le


dejaba marcas de chupones por toda la piel, agregándolas a la colección de su primera vez
mientras lentamente trabajaba sobre su clítoris.

—Más—. Sus talones se enterraron en las pantorrillas. —Más rápido...—

Los hábiles dedos comenzaron a frotarla, trazando círculos y presionando. Sus uñas le
arañaron la espalda y sus piernas lucharon por retorcerse.

—¿Así?

Ella asintió con la cabeza. —Si. Por favor...—

—Joder...—

—Si...—

Los dedos de él hicieron presión, cada vez más rápido. Su cuerpo se sacudió, su interior se
contrajo y sus muslos se tensaron. Los músculos que apretaban adentro de ella se aferraron a
nada, mientras seguía el destello cegador detrás de sus ojos hacia la cristalina luz estelar.

Descendió flotando, a la deriva, mientras Draco la frotaba lentamente más allá de las réplicas
de su terremoto. Se sentía duro contra su cadera, y ella se estremeció cuando él se apretó
contra ella.

Cuando recuperó el aliento y su mente volvió a entrar en su cuerpo, él le estaba besando el


hombro, y rodando la cadera contra las suyas. Él atrapó sus labios, gruñendo mientras
enredaba la lengua con la suya, y ella sintió que la chispa se encendía otra vez.

—Draco...—

—Estoy cerca—, gruñó él.

—Draco. Adentro.

Él hizo una pausa, sus antebrazos temblaron al levantar la mirada hacia ella. —¿Qué?
—Por favor—, susurró. —¿Entra en mi otra vez?

Él separó los labios, y sus pupilas se dilataron. —Yo no… No duraré...—

—No me importa—. Ella levantó las caderas. —Me siento tan bien, lo prometo...—

Él se bajó la parte de abajo de los pijamas y buscó a tientas para quitarle el suyo de la pierna.
Ella enredó los dedos en su cabello mientras él se deslizaba entre sus muslos, y presionaba la
punta contra su entrada.

—Solo hazlo lento. Estoy un poco adolorida.

Él asintió, el sudor le caía por las sienes. Hizo presión hacia adelante, y ella le arañó los
hombros, jadeando por aire contra la intrusión y el escozor.

Él dejó caer la cabeza, y gruñó en una voz baja y profunda encima de su hombro. Hizo eco en
su oreja, se curvó a través de su vientre y relajó los músculos adoloridos mientras él
retrocedía para volver a llenarla.

Le ardía el rostro ante los sonidos que hacían.

—Tan mojada, joder.

Le besó la mandíbula, y le pasó un brazo por debajo del hombro, apretando el torso contra el
suyo, y meciendo juntas sus caderas.

Le susurró maldiciones en el oído mientras ella cerraba los ojos, intentando contener el
aliento. El grosor de lo que se arrastraba contra ella era demasiado, y entonces él se movió y
sus ojos saltaron de sus cuencas cuando la pelvis de él se arrastró contra su clítoris. Él
empujó otra vez, y otra vez, hasta hacerla gemir con cada embestida. Sus dientes le rozaron el
cuello, mordiendo y raspando, y marcando su piel.

Él deslizó una mano entre ellos y le acarició el clítoris. Sus piernas temblaron y se retorció
entre las sábanas.

—No tienes que...—

—Necesito hacerlo—, gruñó. —Necesito sentirlo.

Sus ojos rodaron hacia atrás mientras los dedos de él la frotaban con más velocidad, imitando
el ritmo de sus caderas. Ella gimió y acercó las rodillas al pecho, y él respiró acaloradamente
contra su cuello al volver a entrar.

—Joder, joder...—

Sus caderas se movieron más rápido, más duro, y ella gimió mientras los dedos trazaban
círculos cada vez más y más apretados.

—Draco. Draco, por favor...—


—Necesito sentirte...—

Su cuerpo tembló a medida que se hinchaba dentro de ella. Curvó los dedos en su cabello y
arrastró el rostro contra el suyo, tragándose sus gemidos. Sus labios estaban calientes y
jadeantes cuando sus caderas se hundieron en ella abruptamente, y ella se quebró, gritando
dentro de su boca.

Él la siguió cogiendo durante dos segundos más antes de temblar y soltar un gemido bajo,
bombeando dentro de ella. Ella todavía estaba temblando cuando él la besó profundamente,
deslizando la lengua contra la suya, y sus dientes mordieron sus labios.

Se apartó para mirarla, con el cabello cayendo encima del rostro, y la piel pálida a la luz de la
mañana. Ella jadeó cuando sus paredes se contrajeron alrededor de él una última vez; sus
pestañas aleteaban mientras su coño palpitaba. Él abrió la boca, y se humedeció los labios.

—Eres tan hermosa—, susurró.

Ella cerró los ojos otra vez mientras aferraba sus brazos, enfocándose en su respiración.

Salió de ella lentamente, y ella gimió por el dolor y la confusión. Él besó cada uno de los
moretones que había dejado, disculpándose por haber sido tan rudo, y ella negó con la cabeza
y dijo. —No lo fuiste.

~*~

Los siguientes días fueron más de lo mismo: ella y Draco investigaban juntos en su cuarto
durante el día, y por la noche, caían juntos en su cama. Habían programado la visita de Theo
para el final de la semana, así que volvieron a enfocarse en los tatuajes, diseccionando el
diario del Señor Nott página por página. Draco descubrió muy pronto que la manera más
rápida de distraerla de sus libros era besando el lugar debajo de su oreja, y ella rápidamente
descubrió que no había mucho que pudiera hacer para mantenerlo enfocado cuando él la
deseaba. Despertaba enredada entre sus brazos y las sábanas, y si Narcissa sospechaba algo,
nunca dijo nada.

El Profeta ahora nombraba a Viktor Krum como el Indeseable N°1, e imprimía su rostro en la
portada todos los días, pidiendo su captura inmediata en caso de que lo encontraran en el
Reino Unido. El miércoles, otro pequeño artículo llamó su atención.

El Ministro Grubov de Bulgaria ha sido minuciosamente examinado por los interrogadores


del Señor Oscuro, y ha sido hallado inocente de cualquier connivencia. Cuando se le pidió
una declaración, el Ministro Grubov le dijo al Profeta. “Estoy profundamente entristecido
por la traición de uno de nuestros más brillantes. Bulgaria permanece leal al Gran Orden”.

Frunció el ceño hacia el diario, preguntándose como habría logrado Viktor una tarea tan
secreta sin ningún aliado. La única otra Búlgara que Hermione conocía y que estaba en
Edimburgo, era Katya, la amiga de Draco.

Se quedó sin aliento. Había estado tan absorta con los tatuajes que había olvidado ese detalle
crítico. Había sido Katya quien se había asegurado de que Draco la llevara a Edimburgo la
noche del ataque. Había prometido que estaría ahí, pero no se había presentado.

Hermione murmuró una disculpa a Narcissa antes de salir corriendo de la mesa del desayuno
y correr escaleras arriba. Draco estaba leyendo un libro sobre magia de sangre cuando ella
irrumpió por la puerta.

—Katya.

Él la miró. —¿Disculpa?

—Ella fue quien se aseguró de que estuviéramos allí esa noche, incluso aunque ella misma no
se presentó. Es muy probable que esté trabajando con la Orden. Y tal vez con Viktor también.

Él tragó saliva. —Es posible, si.

Los pulmones de Hermione se llenaron de aire. —¿Puedes escribirle y pedirle que venga de
visita? Si tiene lazos con la Verdadera Orden, podríamos pasar un mensaje a través de ella.
Podemos decirles lo que pasó con Charlotte.

Draco cerró el libro y se puso de pie, con los ojos fijos encima de su hombro. —De acuerdo.

Cuando regresó, se mantuvo en silencio por el resto de la mañana y de la tarde.

Theo Nott llegó el jueves por la noche. Al salir por la red Flu, y entrar al cuarto de Draco, no
pareció en absoluto sorprendido de encontrarlo perfectamente saludable.

—Ah. Esa maldición te dañó seriamente, Draco—, dijo, con una sonrisa. —Nunca has lucido
peor.

—Todavía soy diez veces más guapo que tu, así que...—

—Es suficiente—, dijo Hermione bruscamente. —Siéntate, Theo. Por favor.

Theo sonrió, y se dejó caer en uno de los sillones, cruzando las piernas. Hermione se sentó en
el sillón opuesto, y le dirigió a Draco una mirada significativa.

Draco murmuró en voz baja y luego se dirigió a su escritorio, donde invocó una bandeja con
una botella de Whisky de Fuego. Llenó un vaso de Whisky y volvió junto a Theo para
ofrecérselo.

Theo miró el vaso, luego a Draco, y dijo con una sonrisa inocente. —Hielo, por favor.

Draco lo fulminó con la mirada, y sus nudillos se volvieron pálidos alrededor del vaso.
Hermione puso los ojos en blanco mientras él asentía con rigidez y volvía hasta la bandeja
para añadir el hielo.

—Un lugar extraño para que un amigo te visite, Draco—, dijo Theo, mirando el cuarto a su
alrededor. Habían ordenado antes, la cama estaba hecha y los libros guardados. —Me siento
halagado, pero realmente no creo que introducir una tercer persona pueda ayudar en tu vida
sexual...—
El vaso de whisky golpeó contra la bandeja, y Hermione dio un salto.

—Simplemente no queríamos que nos escucharan—, dijo ella con el ceño fruncido, mientras
Draco regresaba con el vaso de Theo.

Theo lo tomó con una sonrisa. —Entonces, ¿de qué se trata esto?

Draco se sentó, respiró hondo, y dijo, —¿Tu padre tiene un Pensadero?

Theo parpadeó. —¿Qué recuerdos estás buscando?

—No es asunto...—

—Cuanto menos sepas mejor, Theo—, interrumpió Hermione. —Confía en mi.

Él miró a uno y a otro, y frunció el ceño. —No, no tiene.

La decepción se agitó en su estómago, pero se recuperó rápidamente.

—¿Nos ayudarías a conseguir uno?

Él entrecerró los ojos hacia ella. —¿Por qué? ¿Tiene esto que ver con los tatuajes?

—Si—. El cuarto estaba en silencio, aparte del tintineo del hielo de Theo. —No te lo
pediríamos si no fuera importante.

Theo vaciló por un momento más, luego dejó escapar un suspiro. —De acuerdo. Lo máximo
que puedo hacer es preguntar por ahí cuando vaya al callejón Knockturn este fin de semana
—. Miró a Draco mientras se llevaba el vaso a los labios. —Las lechuzas están siendo
vigiladas, así que tendré que volver de visita si tengo noticias.

Draco asintió. —Por supuesto.

—¿Tu padre no sospechará?

—No. Está fuera del país. El Señor Tenebroso no está feliz por lo de Edimburgo, pero mi
padre ha jurado que sus nuevas barreras de protección serán aún más poderosas—. La
expresión de Theo se oscureció. —Ha estado trabajando con un antiguo socio. Un tipo suizo.

Hermione asimiló aquello, y su estómago se revolvió ante la idea de unas barreras de


protección más fuertes en Edimburgo.

—¿Hay alguien más en la cuerda floja?—, preguntó Draco.

—Yaxley, ya sabes. Los Carrow fueron los siguientes. Estaban negociando con un nuevo
vendedor de Lotes durante la noche del ataque, pero se esperaba que estuvieran en
Edimburgo, así que al Señor Tenebroso le resultó sospechoso. Los mandó a torturar y a
interrogar. Tu tía los limpió ayer mismo—. Theo tomó un sorbo de su vaso. —Sé que han
usado Legeremancia con cada Chica Carrow, pero no han podido encontrar la fuga.
Hermione respiró hondo, y su pecho se aflojó de alivio. Todavía no sospechaban de Charlotte
o de las otras chicas. Pero mientras Theo terminaba su Whisky de Fuego y conversaba con
Draco, no pudo evitar pensar que había miembros de la Verdadera Orden en alguna parte
esperando la información crucial que solo los recuerdos de Charlotte poseían.

~*~

Hermione se dedicó a investigar la poción de los tatuajes mientras esperaban noticias de


Theo. Ella y Draco se refugiaron en su cuarto y discutieron sobre las interpretaciones de los
garabatos del Señor Nott hasta que su cena se enfrió.

A principios de esa semana, Narcissa le había informado que Lucius le había prohibido a
Mippy traer el Fantasma. Así que Hermione se pasaba la mañana estudiando detenidamente
el Profeta, intentando reconstruir lo que Skeeter no estaba diciendo en lugar de lo que sí
decía. Viktor siguió siendo el Indeseable número uno, mientras los días pasaban, y al no
recibir una respuesta de Katya la semana siguiente, Hermione sintió que sus sospechas de que
había estado trabajando para la Orden estaban confirmadas.

Diez días después del ataque a Edimburgo, el Profeta reportó la ejecución pública del Señor
Nott. Sus crímenes incluían “una falla en el cumplimiento de las órdenes”.

Hermione bajó la mirada hacia la foto en movimiento en la que Ted Nott era arrastrado hacia
una plataforma, con los ojos desorbitados de terror, mientras Voldemort daba un paso hacia
adelante.

Detrás de Voldemort estaba parado el colega suizo con el que había estado trabajando el
Señor Nott, y que en adelante se haría cargo de todas sus obligaciones respecto a las barreras
protectoras, al límite de Anti-Aparición del Reino Unido, y a la ofensiva contra los franceses
y la Verdadera Orden: Albrecht Berge.

Theo estaba allí, pálido y con los ojos desorbitados. Skeeter reportó que Theo iría con Berge
hacia el límite con Francia para convertirse en su aprendiz. Berge estaba de pie junto a Theo,
con una mano en su hombro, mientras el Señor Tenebroso mataba rápidamente a su
predecesor.

Draco palideció cuando ella le contó las noticias, y Hermione salió de la habitación para
dejarlo con sus pensamientos. Ya no podían depender de la ayuda de Theo. No ahora que su
padre estaba muerto y él estaba intentando seguir vivo.

Deambuló por el ala este, pensando. Si ella y Draco no conseguían ver los recuerdos de
Charlotte, localizar un contacto, y entregárselos a la Orden de alguna manera, entonces la
única opción era encontrar una forma de devolvérselos a ella. Habían discutido la posibilidad
una vez, pero intentar encontrar un intermediario de la Orden parecía menos arriesgado que
enviar a Draco de regreso a Edimburgo para intentar devolver los recuerdos a Charlotte. Pero
ahora no tenían otra alternativa.

Al volver al cuarto de Draco unas horas después, él mencionó esa alternativa antes que ella.
Ese día hicieron una pausa en la investigación de la poción del tatuaje, y en su lugar buscaron
cómo restaurar los recuerdos extraídos.
Les llevó apenas un par de horas encontrar la respuesta. Hermione había encontrado una
poción en Mil Pociones Mágicas y sus Usos que documentaba cómo restaurar la memoria de
manera exitosa bebiéndolos. El truco estaba en que los recuerdos tenían que pertenecer al que
los bebiera; las personas que habían intentado beber los recuerdos ajenos no habían tenido
éxito. Pero era una poción simple, el tiempo de preparación era de dos horas, y Draco
confirmó que tenían todos los ingredientes en la Mansión.

Draco se puso de pie apenas ella lo descubrió, suponiendo que querría prepararla de
inmediato. Pero ella le dijo que esperara.

Incluso si Lucius no hubiera insinuado que se daría cuenta en el instante en que Draco
intentara abandonar la propiedad, ella no estaba segura de que fuera el momento adecuado.
Estaba cerca de descubrir la poción para los tatuajes. Había una certeza en su sangre, como la
certeza que tenía Harry cuando estaba cerca de un Horrocrux. Había comenzado a soñar que
las letras se desvanecían de su piel. Pero necesitaba algo de tiempo.

El Señor Tenebroso todavía estaba vigilando a sus seguidores, y Edimburgo seguía cerrado.
Era un enorme riesgo para Draco ir allí una vez, mucho más lo serían dos. Si ella conseguía
descubrir el antídoto del tatuaje rápidamente, reduciría el riesgo a la mitad. Podía matar dos
pájaros de un tiro: devolver la memoria a Charlotte, y darle las instrucciones para el antídoto
del tatuaje para que las pasara a la Verdadera Orden.

Cuando le explicó por qué tenían que esperar, —Es más seguro para ti—, Draco la puso de
pie, y la besó hasta que todo se perdió para ella, excepto sus labios contra los suyos.

Temprano por la mañana, Draco recibió la noticia de que la “puesta a tierra” de Lucius había
terminado. El Señor Tenebroso había preguntado recientemente sobre su recuperación.
Habían circulado rumores de que una banda de combatientes de la Verdadera Orden todavía
permanecía en el Reino Unido, y él debía unirse a otra media docena Mortífagos en una
misión para acabar con ellos. Debía marcharse al día siguiente.

No había capaz de responder cuando se lo dijo por primera vez, mirando por la ventana
mientras él le aseguraba que solo sería por dos semanas. Le dijo que sería mucho menos
peligroso que Suiza. Tal vez incluso regresaría antes, si el Señor Tenebroso quedaba
convencido de que la Orden Verdadera había escapado de regreso a Francia. Intentó
consolarse con sus palabras, pero tener decirle adiós otra vez era una píldora amarga de
tragar.

La mañana en la que tenía que partir, él la besó lentamente, presionándola contra el colchón y
deslizando su muslo entre los suyos. Ella se meció contra él mientras él inmovilizaba sus
manos y succionaba sobre su piel. Sólo cuando ella comenzó a suplicarle fue que él entró en
ella, tragándose sus gemidos mientras jugueteaba con sus senos, y mordisqueando su hombro
mientras rodaba su cuerpo contra el suyo.

Después de su partida, ella practicó Oclumancia durante medio día antes de enfocar su mente
en los tatuajes. Tenía varias ideas para la poción que ya estaba lista para probar, así que llevó
sus notas al laboratorio y se puso a trabajar. La primera tarea consistía en recrear la poción de
tinta que los Lotes habían ingerido o con los que habían sido inyectados, y probarla en un
ratón. Cuando estuviera segura de haber obtenido la poción correcta, sería fácil crear un
antídoto.

Apretó los labios mientras observaba los ingredientes en los estantes del laboratorio. Por
supuesto que un día después de que la varita de Draco ya no estuviera disponible, era el día
en que ella estaba lista para volver a usar magia. Preparar pociones sin varita era posible, por
supuesto, pero infinitamente más difícil.

Se quedó hasta las dos de la mañana trabajando a una fracción de su ritmo normal antes de
darse por vencida. Dio vueltas y vueltas en la cama de Draco esa noche, apretando el rostro
contra su almohada. Debería haberle preguntado tantas cosas antes de que se fuera. Había
tantas cosas para las que deseaba tener un compañero. Pero ahora se había ido. Después de
las cuatro de la mañana, finalmente se durmió.

Al día siguiente durmió hasta tarde, y el desayuno estaba esperándola en el escritorio de


Draco. Se bebió una taza de café y consiguió dar unos mordiscos a una tostada antes de bajar
las escaleras para buscar a Narcissa. La encontró en el invernadero, recortando
cuidadosamente las flores y podando arbustos.

Narcissa pasó los dedos por encima de una flor y le sonrió. —Buenos días, cariño.

—Buenos días. Siento haberme perdido el desayuno. Tuve problemas para dormir.

Narcissa se detuvo, frunciendo el ceño. —Lamento escuchar eso. Puedo pedirle a Mippy que
te lleve una poción...—

—De hecho, yo… necesito pedirte un favor—. Se acercó a los rosales y dejó que el relato que
había estado practicando brotara de sus labios. —Creo que he desarrollado una tolerancia al
tipo genérico. Me ayuda a conciliar el sueño, pero no lo puedo mantener. Me gustaría
preparar una nueva poción. Verás, encontré una antigua receta para la poción de Dormir Sin
Sueños que...—

Narcissa sacó la varita de su túnica y la extendió hacia ella. Hermione parpadeó, y luego
levantó la mirada para mirarla.

—Lo que sea que necesites, Hermione—. Su tono era suave, y su mirada cálida.

Hermione tomó con cautela la varita que le ofrecía. —Yo… si, gracias. Solo será una hora, si
es posible.

—Sabes—, dijo con ligereza, —estaré pasando la mayor parte de las tardes aquí abajo ahora
que la primavera ha llegado, ya sea podando o disfrutando de un libro. Diría que no
necesitaré la varita durante varias horas al día… por el futuro previsible.

Hermione la miró boquiabierta, luchando por encontrar las palabras. —Gracias, Narcissa.
Podría intentar preparar varias versionas para ir rotando...—

—Si te parece bien, querida, preferiría que dejemos de fingir—. El corazón de Hermione se
salteó un latido mientras Narcissa cortaba una perfecta rosa blanca del arbusto, su largo tallo
lleno de espinas. Se volvió para mirar a Hermione mientras pasaba los dedos por los bordes
afilados. —Estás intentando borrar tu tatuaje, ¿no es así?

—Yo...— Tragó con dificultad, abriendo y cerrando la boca. —Así es—. Las palabras
flotaron en el aire con densidad. —Si lo sabes… ¿por qué me ayudarías?

Narcissa levantó la mirada hacia ella, con los ojos de un penetrante tono azul. —Ya es hora
—, dijo con suavidad.

Antes de que Hermione pudiera preguntar algo más, Narcissa se dio la vuelta, tarareando en
voz baja y podando las hojas marchitas.

—Gracias, Narcissa—. Se quedó de pie por un minuto antes de girar sobre los talones y
correr de regreso al laboratorio de pociones.

Sus venas bombeaban magia y adrenalina mientras ponía el caldero a hervir e invocaba los
ingredientes de los estantes. Una hora después, mientras lo miraba hervir a fuego lento, su
mente se desvió hacia la teoría de que los Malfoy la hubieran comprado como garantía, en
caso de que la Orden ganara la guerra.

La explicación todavía encajaba, por supuesto. Pero quizá su mujer estaba más inclinada
hacia la revolución de lo que el propio Lucius Malfoy creía.

~*~

Hermione trabajó sin descanso durante la semana siguiente para recrear la poción original del
tatuaje que habían usado en los Lotes. Cada mañana se levantaba y tomaba el desayuno con
Narcissa antes de pedir prestada su varita. A eso de las nueve ya estaba en el laboratorio para
preparar una nueva poción, alterando ligeramente la del día anterior. Para la última hora de la
tarde, al finalizar la poción, transformaba una taza en un ratón para probarla en él. Había
firmado un pergamino con su propia sangre, tal como habían hecho los Mortífagos, y una
línea garabateada aparecía en la pata izquierda del ratón.

Utilizando magia de sangre, dejaba caer su propia sangre en el circulo que dibujaba sobre el
piso del laboratorio. Cada día anestesiaba al ratón y monitoreaba sus signos vitales al salir
disparado fuera del límite de sangre, resoplando de frustración al ver que apenas registraba un
espasmo. Pero el décimo día, el gráfico se disparó.

Soltó un grito ahogado ante los furiosos picos rojos, y giró abruptamente la cabeza para ver al
ratón aturdido arrastrarse más y más lejos del límite de sangre.

Parpadeó, conteniendo la respiración. Cuando ella había saltado fuera del límite de la
Mansión y había rodado por la colina, las descargas habían seguido haciendo crepitar su
sistema nervioso hasta que Lucius la había traído de regreso.

El camino del ratón se hizo irregular, tropezando como si estuviera borracho. Lo convocó
rápidamente de regreso al círculo de sangre. Le daba vueltas la cabeza mientras veía arder las
líneas rojas en los signos vitales del ratón, lentamente regresando a un verde saludable.
Sus dedos se crisparon con una energía nerviosa, y se le aceleró el pulso. Ésta vez podría ser.
Ella podría haber recreado con éxito el tatuaje. Se prohibió cantar victoria aún, y se puso a
trabajar en el antídoto, enfocándose en contrarrestar los ingredientes principales de la primer
poción.

Unas pocas horas después, el antídoto estaba hirviendo a fuego lento en el caldero, pero no
estaría listo hasta que el humo se elevara en espirales perfectos, indicando que el veneno de la
Sanguinaria estaba neutralizado. Probó la poción de tatuaje tres veces más en diferentes
ratones mientras esperaba, replicando exactamente los resultados de la primera prueba.

Mientras las horas pasaban, ella iba tomando pequeños bocados de la cena que Narcissa le
había enviado al laboratorio, y alimentaba a los ratones con trozos de queso que había pedido
a los elfos. Eran las cuatro de la mañana cuando el humo se elevó en espirales perfectos, y
quince minutos después los cuatro ratones estaban atravesando los límites de sangre sin
cambios en sus signos vitales.

Hermione se frotó los ojos, apoyándose contra el mostrador. Lo intentó una vez más, dejando
caer solo al primer ratón dentro de la barrera, y viendo cómo lo abandonaba con éxito, sin
tinta en sus patas ni descargas eléctricas en su cuerpo.

Intentó con el segundo ratón, y obtuvo los mismos resultados; el ratón era libre.

A las cinco de la mañana, ya iba por el cuarto ratón cuando alguien llamó a la puerta del
laboratorio.

Contuvo el aliento mientras se abría la puerta, y cuando Draco asomó la cabeza, ella se arrojó
a sus brazos. Él la levantó del suelo mientras ella apretaba sus labios contra los suyos y
tomaba su rostro entre las manos. La dejó lentamente en el suelo, luciendo exhausto pero con
los ojos brillantes. Entonces uno de los ratones llamó su atención, escabulléndose entre sus
zapatos para salir por la puerta.

Dio un salto. —¿Qué…?

Ella lo besó otra vez, sonriendo y abrazando sus hombros.

—Has vuelto. ¿Estás bien?

—Granger, hay ratones por todos lados...—

—Funcionó—, dijo sin aliento. —Draco, funcionó. He desarticulado los tatuajes.

Él parpadeó hacia ella, abriendo los ojos con asombro. Hubo un destello de algo más, pero
desapareció rápidamente. Su expresión era suave mientras le apartaba los rizos del rostro y
los colocaba detrás de su oreja.

—Por supuesto que lo hiciste.

La besó profundamente y ella sonrió contra sus labios.

Ella se apartó, cerró la puerta y corrió hacia la mesa.


—Te lo mostraré. Es increíble. Intenté tantas cosas, pero ya lo verás. Esta vez funcionó...—

—Estoy seguro de que si. No necesitas probarlo—. Él pasó la página de su cuaderno más
reciente, observando la lista de ingredientes. —Entonces, ahora le hacemos llegar esto a
Charlotte.

—Ya casi—, dijo ella, apoyando la cabeza en su hombro mientras miraba las notas. —
Primero necesitamos probar el antídoto en un Lote.

Los dedos de él se congelaron sobre las páginas, y lentamente movió sus ojos hasta los de
ella.

Ella se mordió el labio. —Necesitamos probarlo conmigo.

Chapter End Notes

Nota de Traductor

Gracias por sus reviews, likes, seguimientos, y etcéteras! Me da mucha alegría saber que
están ahí del otro lado ^_^
¡Mañana serán publicados los últimos once capis! :o

A raíz de algunas preguntas que surgieron ayer, quiero aclarar que no es que traduzco
diez capis por día (ohhh, ojalá pudiera), sino que he traducido la historia durante algunos
meses, y ya la tengo terminada, es por eso que puedo subir tantos al mismo tiempo! <3
Pero sepan que le he dedicado el tiempo que necesitaba, tal vez incluso más, pues
#obsesiva jeje.

<3 Mucho amor para ustedes <3

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8. (Y por si


aún no entraron, se los super recomiendo, es un orgasmo)

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 31
Chapter Notes

Nota de Traductor

Ahora si, los últimos 11 capítulos de esta increíble historia!! Qué emoción! :O

Gracias de nuevo por sus likes, comentarios, reviews, kudos, y etcetera! Si ustedes son
felices, yo soy feliz! :D

Bueno, antes de seguir les quiero contar que las dos primeras partes de la serie de
Correctos e Incorrectos a la que pertenece esta historia, han sido traducidos por Irene
Garza, están completos y son maravillosos!! Edité el primer capítulo de La Subasta para
dejarles los links de ambas historias :)

Ahora si... A darle átomos!

_____________________________________

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Violencia moderada.

¡Gracias por darme una semana más mientras me mudaba! Espero que todos estén sanos
y salvos.

Mucho amor y muchos orgasmos a raven_maiden y Saint Dionysus por su trabajo en


este capítulo.

Hablando de esas perras, ¡hemos comenzado un podcast para hablar de los capítulos!
"Austen, Bronte y Hugo walk into a bar" ... Pueden encontrarnos en otras plataformas de
podcasts buscando el link en Ao3. Nos podrán escuchar hablando sobre el proceso de
redacción / edición, y dando pequeños detalles que no llegaron convertirse en borradores
finales.

See the end of the chapter for more notes

Draco parpadeó, apretando la mandíbula.

—Probarlo contigo.

—Si—. Se asomó dentro del caldero. —Creo que queda lo suficiente para una dosis más—.
Giró sobre su eje para tomar un vial del estante antes de regresar a la mesa. —Una vez que
sepamos que funciona, le daremos las instrucciones a Charlotte junto con sus recuerdos...—
—Granger, espera.

Ella hizo una pausa con el cucharón sumergido en la poción. Él estaba todavía mirando sus
notas, pasando las páginas.

—Esta poción es Magia Oscura invasiva. Altera tu biología. Si algo sale mal...—

—Funciona, Draco—. Él se mantuvo en silencio, y ella arqueó una ceja. —¿No confías en
mis habilidades para preparar pociones?

—No es eso—. Cerró el cuaderno y levantó la mirada hacia ella. —Tus sujetos deberían ser
monitoreados para detectar efectos adversos. ¿De dónde salieron estos ratones, Granger?

—Son tazas de té—, dijo ella, y un rubor le subió por el cuello.

Draco frunció el ceño. —De acuerdo. Bueno, vamos a conseguir unos ratones de verdad y...
— Se interrumpió, y abrió los ojos al ver la varita en la mesa del laboratorio. —¿Esa es…?
¿Has estado usando la varita de mi madre?

—Eh, si—. Hermione se retorció los dedos. —Intenté arreglármelas sin ella, pero era
demasiado difícil. Me ha estado dejando que la utilice.

Los ojos de él subieron para mirarla. —¿Le has dicho para qué?

—No, pero...— Hermione se aclaró la garganta. —Lo ha adivinado.

Draco palideció, y retrocedió un paso. —Si ella le dice a mi padre...—

—No lo hará. Estoy segura de eso.

Él comenzó a caminar de acá para allá y a pasarse la mano por el cabello. —Tengo que ir a
hablar con ella. Inventar alguna excusa...—

Hermione rodeó la mesa y lo tomó por el brazo. —Tienes que confiar en mi, Draco. Ella nos
apoya. Incluso me dijo que “ya era hora”—. Él parpadeó, mirándola. —Le pregunté por qué,
y ella no quiso hablar del tema. La pondrías en una posición aún más difícil si la
confrontaras.

Después de un largo minuto, él asintió. Hermione le soltó el brazo, y sus dedos siguieron
hormigueando por la calidez de su piel.

Él suspiró, y se pellizcó el puente de la nariz. —El punto sigue siendo que es demasiado
prematuro. Deberíamos realizar más pruebas y asegurarnos de que el antídoto es seguro en un
sujeto de pruebas auténtico. Y ¿has realizado suficientes pruebas para saber la dosis
necesaria?

Ella sintió que sus orejas se calentaban. —No, todavía no. Yo… yo acababa de descubrirlo
cuando tu llegaste. Pero por supuesto que deberíamos intentar encontrar la cantidad mínima
—. Se frotó los ojos, sintiendo que el cansancio de la noche se apoderaba de ella a medida
que la adrenalina la abandonaba.
—Los ratones deberían ser monitoreados también—, dijo él. —Deberíamos revisar los
cambios en su organismo cada día por una semana...—

—¡Una semana! Draco, no tenemos tanto tiempo...—

—Ese es el tiempo mínimo...—

—Con tres días es suficiente...—

—Cinco—. Su tono era final.

Hermione puso los ojos en blanco y tomó la varita de Narcissa para conjurar una gran jaula
para los ratones. Todavía le temblaban los dedos por la excitación de su descubrimiento
mientras los recogía y los hacía levitar hacia adentro. Sabía que la poción funcionaría
perfectamente, incluso aunque Draco todavía no estuviera convencido. Comenzó a limpiar la
estación de trabajo, haciendo tintinear los viales, mientras él la observaba en silencio.

—¿Estás enojada porque yo tengo razón, o porque tu estás equivocada?

Ella hizo una pausa mientras arrojaba los ingredientes de regreso a sus frascos. —No tienes
razón.

Y pudo jurar que lo escuchó reír a sus espaldas.

Se dio vuelta y le extendió la varita. —¿Por qué no ordenas tu aquí, ya que sabes la manera
correcta de hacer todo?

Él torció la boca al tomarla, y ella entrecerró los ojos. —Me voy a la cama. Estoy exhausta, y
me estás haciendo enojar.

Se echó el cabello por encima del hombro, giró sobre los talones y se dirigió a la puerta. Hizo
una pausa en el umbral. —Y más te vale que cuides a esos ratones.

Alcanzó a echarle un vistazo antes de irse, y vio que una sonrisa tiraba de la comisura de su
boca.

Después de subir penosamente las escaleras, se sacó los zapatos y la ropa, se metió en la
cama, y se quedó dormida mientras el sol naciente brillaba a través de las cortinas. No fue
hasta después de una hora, cuando Draco se unió a ella, fresco después de una ducha, y curvó
su cuerpo alrededor del suyo, que ella se percató de que, instintivamente, había escogido
acostarse en el cuarto de él.

~*~

Durmieron hasta tarde, y al despertar, la bandeja del desayuno en el escritorio de Draco tenía
café además de té. A la hora del almuerzo, Hermione bajó para ir a ver a Narcissa y
devolverle su varita. Draco recién apareció por el final, con el rostro sonrosado mientras su
madre lo abrazaba y le besaba las mejillas.
Se enteraron por Narcissa que Lucius no volvería al menos por dos semanas más. Todavía
estaba en Bélgica, y tenía programado comenzar los interrogatorios en Polonia a finales de
esa semana.

A Draco todavía le preocupaba que los interrumpieran, así que Hermione aceptó esperar
hasta después de la cena para trabajar en la poción. Pero aparte de pedirle a Hix que enviara
diez ratones de campo a su laboratorio, Draco no había hablado mucho cuando ella llevó la
conversación hacia la poción y los tatuajes. Así que comenzó a hacer preguntas.

Draco le contó que los Mortífagos no habían conseguido localizar a ningún miembro de la
Verdadera Orden durante su misión. Los pocos rastros se habían enfriado, y el Señor
Tenebroso creía que ya estarían todos en Francia. Ella le preguntó si tenía alguna información
que no hubiera salido en los diarios. Albrecht Berge había reforzado el límite Anti-Aparición
del Reino Unido antes de que él se fuera a Francia. Se esperaba que instituyera nuevas
protecciones en Edimburgo para finales del mes. Circulaba el rumor de que el Señor
Tenebroso estaba planeando un contraataque, pero nadie sabía dónde ni cuándo. La
información estaba aún más controlada que antes, y el Señor Tenebroso todavía estaba
interrogando a sus propios seguidores.

Cenaron en su habitación, y a las nueve en punto, bajaron en puntas de pie al laboratorio. Hix
había dejado diez ratones de campo en una jaula, tal como Draco le había pedido. Dejó a
Draco trabajando en la poción del tatuaje mientras ella preparaba el antídoto junto a él.
Mientras añadían los ingredientes, ella le explicó las pruebas que había hecho en su ausencia
y todos los pasos que había seguido para llegar a las conclusiones. Él no parecía estar
escuchando, aunque siguió las instrucciones de sus notas a la perfección. Lo descubrió varias
veces mirándola, mientras ella gesticulaba acerca de la Sanguinaria, o se recogía el
expansivo cabello de los hombros y se hacía un moño en la parte superior de la cabeza. Él
siempre apartaba la mirada rápidamente, con una expresión que ella no conseguía entender.

Cuando ella anunció que tenían que esperar que se cocinara la poción, Draco dejó su
cucharón y rápidamente la atrajo hacia sí. Atrapó su grito ahogado de sorpresa entre sus
labios, empujándola contra la mesa del laboratorio, y la besó profundamente.

Se apartó unos minutos después, buscando sus ojos. —¿Cuánto tiempo tenemos?

—C-cuatro horas para el antídoto, y séis para...—

—Perfecto.

La atrajo hacia él y le besó el cuello, curvando las manos encima de sus caderas. Ella volvió
el rostro hacia su hombro, acercándolo más. Extrañaba ésto. Capturando sus labios otra vez,
ella deslizó sus manos hasta su cuello, dejando que se curvara hacia ella. Él arrastró la lengua
por su boca, y los dientes por su mandíbula, jadeando por encima de sus clavículas.

La dio vuelta de cara a la mesa, y sus manos bajaron hasta el botón de sus jeans. Ella cerró
los ojos, y disfrutó de la sensación de sentir su erección apretando contra su trasero mientras
la acomodaba. Él llevó una mano hacia el moño en su cabello y lo soltó.
—Estuve pensando en esto—, soltó el aire de manera irregular, inhalando el perfume de sus
rizos, —cada vez que estabas con un caldero...—

Ella contuvo el aliento, y sus pestañas aletearon. Intentó pensar cuándo podría haber estado
observándola, pero entonces él le bajó los jeans por las caderas de un tirón y deslizó los
dedos dentro de sus bragas, y todos los pensamientos desaparecieron de su cerebro.

—Justo en esto.

Ella apretó la mesa con las manos, y jadeó cuando él se deslizó entre sus pliegues y rodeó su
clítoris. Intentó abrir más las piernas, pero los jeans estaban en el camino. Echó la cabeza
hacia atrás encima de su hombro mientras otra mano se deslizaba debajo de su camisa para
tocar sus senos. Él empujó su cadera encima de ella, y el bulto en sus pantalones se enterró
contra su trasero.

—Mierda.

Ella abrió los ojos de golpe. Estaba a punto de preguntarle qué le pasaba cuando él dijo, —Tu
maldito trasero, Granger—, y entonces pegó los labios a su cuello para recrear todos los
moretones que habían ido desapareciendo desde que él se había ido.

Ella gimió mientras él la llevaba cada vez más y más cerca, frotándose contra ella mientras
sus dedos pellizcaban sus pechos y acariciaban su clítoris. Tuvo que inclinarse pesadamente
contra la mesa cuando él los deslizó hacia su interior.

Pero entonces él retrocedió, y sus manos desaparecieron de su cuerpo. Ella parpadeó,


aturdida, hasta que sintió que le estaba quitando los zapatos y las medias, y la ayudaba a
quitarse los jeans.

La dio vuelta para mirarla, sus ojos negros buscando los suyos. Su corazón se salteó un latido
al ponerse en puntas de pie y arrastrar los dedos por su cabello, besándolo hasta hacerlo
gemir. Se apartó para quitarse la camisa y desabrocharse el sostén. La mirada de él estaba fija
en sus pechos mientras ella estiraba una mano hacia sus pantalones, pero entonces él la
levantó por la cintura y la sentó sobre la mesa del laboratorio.

La piedra lisa se sentía fría contra su piel desnuda, y se estremeció mientras él se ubicaba
entre sus piernas e inclinaba la boca sobre la suya.

La mesa era demasiado alta. Eso era en lo único que podía pensar mientras las manos de él
frotaban el interior de sus muslos, incitándola a separarlos aún más, a la vez que sus labios
acariciaban los suyos. No había manera de que pudiera entrar en ella en aquel ángulo. Se
echó hacia atrás para decírselo cuando él tomó su rostro con las manos, y la miró con las
pupilas dilatadas.

—Recuéstate—, susurró.

Ella frunció el ceño, intentando entender cómo eso podría...

—Deja de pensar, Granger.


Tragó saliva, y se dejó empujar sobre la mesa del laboratorio. Apenas estuvo apoyada sobre
los codos, él tiró de sus caderas hasta situarlas en el borde, y comenzó a depositar besos en el
interior de su rodilla. La miró a los ojos mientras su boca subía cada vez más.

—Ah, uhm… Yo no...— Sintió que las mejillas le ardían. —¿Estás seguro…?—

—Estoy muy seguro—. Otro beso, apenas una pulgada por encima de la rodilla. —¿Y tú?

Ella dejó caer la cabeza hacia atrás, y se tapó la cara con las manos. —De acuerdo—,
murmuró. —Uhm, está bien, supongo. Eh, si.

Una pausa.

—Dime, Granger, ¿en qué se diferencia un Filtro de Paz de una simple Poción Calmante?

Ella dejó caer las manos e inclinó la cabeza para mirarlo boquiabierta, mientras los labios de
él se movían más cerca de su centro. —¿Qué?

—El Filtro de Paz—, murmuró contra su piel. —¿Cuáles son sus propiedades?— Pasó los
brazos por debajo de sus muslos, curvando las manos en sus rodillas y observando su rostro.

—Oh—. Se aclaró la garganta. —Bueno, en primer lugar, es mucho más fuerte que una
simple Poción...—

Él bajó la cabeza para besar el hueso de su cadera, y los músculos en su estómago dieron un
salto.

—¿Continúa?

Ella parpadeó mientras él la observaba, dejando que su lengua se deslizara por encima de la
piel que acababa de besar.

—Q-Quiero decir, por supuesto que es más fuerte. Pero la diferencia más notable es que no se
necesita Jarabe de Hellebore para la Poción Calmante… ¡Oh!

Él apretó los labios directamente sobre su centro. Sus piernas intentaron cerrarse
instintivamente, pero él las mantuvo separadas. Ella se aferró a los bordes de la mesa,
respirando con dificultad.

—¿Qué más, Granger? Enséñame.

El retumbar de su voz hizo que una calidez le recorriera el vientre, y le ruborizara el pecho.
—Hay una cantidad significativamente menor de Piedra Lunar en la Poción Calmante.

—¿Si?

—El Filtro de Paz tiene instrucciones muy específicas, mientras que la Poción Calmante es
mucho menos precisa.
Chilló cuando la lengua de él se deslizó entre sus pliegues, pasando por sus partes más
privadas y subiendo más, y más, y más hasta su clítoris. Un gemido abandonó su garganta, y
su espalda se arqueó sobre la mesa.

—¿No deberíamos…?— Se quedó sin aliento. —¿No deberíamos hacer algo para los dos?
¿No preferirías tener sexo…?—

—No hay otro lugar donde quisiera estar, Granger.

Antes de que pudiera responder, él movió la lengua encima de su clítoris, girando y lamiendo
mientras ella se agitaba. Sus muslos se debatieron contra sus manos, y él los abrió contra la
mesa de mármol. Ella estiró una mano por encima de la cabeza para sostenerse del borde, y
cerró los ojos con fuerza. Estaba tan expuesta así...

—Dime. ¿Qué más?— Susurró, el aliento cálido encima de su coño.

—Oh Dios.

—¿Agregas la Piedra Lunar antes o después de las Púas...—

—¡Antes!— Gritó, mientras la lengua de él se arrastraba contra su sexo, moviéndose en


dirección a su entrada. —Antes, antes, antes.

Él gimió al sumergirse dentro, y ella suspiró mientras él lo hacía una y otra vez. Sus caderas
comenzaron a mecerse contra la boca de él, y fue bajando los dedos de su rostro hasta
apoyarlos sobre sus senos.

—Justo así, Granger—. Lamió su clítoris. —Justo así.

Ella separó los labios hacia el grueso techo de piedra gris mientras él la besaba y la chupaba.
Estaba desnuda en una mesa de pociones con dos calderos hirviendo a su lado, y ella estaba
gimiendo y suplicando...

Y entonces uno de sus dedos hizo presión contra su entrada, y los dedos de sus pies se
curvaron cuando él lo deslizó hacia adentro. Los labios nunca abandonaron su clítoris,
provocando que ella se apretara los senos hasta qué él se apartó para preguntar, —¿Cuántas
veces hay que revolver, Granger? ¿Después de añadir la Piedra Lunar?

—Diecisiete—, jadeó.

—¿En el sentido de las agujas del reloj, o…?

—¡En sentido contrario!

La lengua encontró su centro otra vez, y ella se irguió sobre los codos cuando él comenzó a
trazar un círculo encima del clítoris, en sentido contrario a las agujas del reloj. El dedo
empezó a bombear dentro de ella, lento y constante. Ella puso los ojos en blanco, y cuando él
llegó al octavo círculo, ella se incorporó para enterrar los dedos en su cabello. Él gruñó
contra su coño antes de que colapsara.
Al llegar a doce, su estómago se tensó. A las quince, arqueó la espalda sobre la mesa, y
comenzó a murmurar incoherencias. Estaba tan cerca del abismo cuando llegó a diecisiete, y
entonces sus labios se cerraron alrededor de su clítoris y succionaron mientras metía un
segundo dedo dentro de ella.

Se quebró en un grito, apretándose alrededor de sus dedos y sosteniendo el rostro de él contra


su centro mientras con las caderas surcaba su boca. Sintió como si no fuera nunca a terminar
de acabar, el orgasmo abriéndose camino para salir mientras Draco se negaba a abandonar su
clítoris. Curvó los dedos adentro suyo, y ella se movió bruscamente, aferrándose con fuerza
mientras él la frotaba.

Era demasiado. Todo era demasiado. No podía pensar, ni respirar, ni moverse.

Su mente se puso en blanco y su voz ahogó un grito. Se sentía como si la hubieran arrojado
de un rascacielos, cayendo y cayendo sin tierra a la vista.

Tomó bocanadas profundas de aire, succionando el oxígeno y dejando que sus ojos se
ajustaran al mundo otra vez. Todavía aferraba el cabello de Draco con los dedos, y tiró de él
hasta que sus labios la liberaron.

Los ojos de él estaban oscuros y encendidos, y ella gimió mientras él retiraba lentamente los
dedos.

—Creo que me acabas de matar—, graznó.

Él se rió y le besó el muslo.

Se movió una vez que su corazón dejó de martillar, y él la ayudó a bajar de la mesa. Sus
miembros laxos trastabillaron hasta que él la sostuvo, rodeando su cintura con las manos. Sus
pezones se endurecieron contra su camisa, y se le hundió el vientre al sentirlo a través de los
pantalones, rígido y caliente contra su estómago.

Él se quedó quieto por un momento, su respiración irregular llenaba el silencio del cuarto.
Entonces apretó la nariz contra su cabello y murmuró, —Tenía que hacer eso al menos una
vez.

Ella sonrió contra su pecho.

Un segundo después, ella estiró una mano hacia su cinturón, y deslizó la otra hacia abajo para
ahuecar su contorno. Él exhaló un fuerte suspiro, dejando caer la cabeza encima de su
hombro y moviendo las manos hacia sus caderas.

—Granger...— Algo en su voz provocó que sus entrañas se volvieran a retorcer.

Rápidamente soltó los botones y le bajó los pantalones. Tan solo verlo envió una ráfaga de
calor hasta su centro. Se lamió la palma de la mano, y él gimió cuando ella lo agarró. Todavía
sentía las piernas como gelatina, pero el cuerpo de él seguía apretado contra el suyo,
sosteniéndola en pie mientras comenzaba a acariciarlo. Él gruñó contra su cuello cuando ella
se acordó de girar la mano al llegar a la punta, y sus manos bajaron hasta llenarse con su
trasero. Una idea deliciosa la recorrió, y se detuvo.

—Eso fue… —Se humedeció los labios. —¿Te gustó hacer eso?

Él se rió misteriosamente. —Me gustó, claro. He soñado con eso.

Ella contuvo el aliento, y volvió a bajar la mirada. Tal vez algún día ella podría...

—¿Y a ti?

—Yo… si, me gustó.

Su miembro se crispó, y él le apartó la mano antes de llevarla rápidamente hacia la mesa del
laboratorio. Apenas tuvo un momento para enterrar los dedos en su camisa antes de que su
trasero desnudo aterrizara sobre el mármol. Soltó un grito ahogado cuando él juntó sus
cuerpos, apretándola.

—Lo haría todos los días si pudiera. Dos veces al día—. Ella estaba a punto de hacer una
broma acerca de por qué no podían, cuando sus labios se arrastraron por sus hombros. —
Extrañaba tus manos . Extrañaba estar adentro tuyo.

Ella gimió, inclinando el cuello hacia atrás, mientras los labios de él la exploraban, y sus
pechos se tensaron en dos picos. Sintió que comenzaba a palpitar otra vez a medida que sus
manos le amasaban el trasero, bajaban por las nalgas y redondeaban el comienzo de sus
muslos.

Cuando no pudo soportarlo más, se estiró para aferrarse de él, apoyando la frente contra su
pecho. —¿Adentro mío?

Su miembro volvió a saltar, y una gota de líquido perlado escapó de él, rodando por sus
dedos.

Él gimió y murmuró algo contra su cabeza.

Su corazón comenzó a latir más rápido mientras pensaba en cómo había dicho él que se lo
había imaginado, cuando estaba detrás de ella junto al caldero. Se retorció para quedar de
frente a la mesa, con una mano en su cadera para mantenerlo cerca.

Colocó la otra mano sobre la mesa y se inclinó hacia adelante, con el cabello cayendo
alrededor de los codos. —¿Funcionaría así?

Él se tambaleó hacia atrás, y ella tuvo una fracción de segundo para sentirse avergonzada
antes de escucharlo gemir y curvarse alrededor de ella por detrás. Le apartó el cabello del
hombro para besar su cuello. —No tienes que...—

—Quiero hacerlo—. Sus párpados se agitaron cuando él dejó un beso entre sus omóplatos. —
Draco, por favor.
Los labios de él se alejaron, y tomó aire con dificultad antes de retroceder para bajarse los
pantalones. Ella se sostuvo contra la mesa y se mordió el labio, esperando.

El primer roce de su miembro contra su trasero la hizo saltar, pero entonces la mano de él
estaba en su cadera, y la otra empujaba para separar sus piernas. Podía notar que él estaba
doblando las rodillas, así que ella se puso en puntas de pie.

Sus ojos se desorbitaron cuando el comenzó a meterse entre sus pliegues, mientras con la otra
mano hacía subir y bajar sus caderas. Ella se meció hasta sentir que su verga empujaba contra
su entrada. Él le preguntó otra vez si estaba bien, y ella asintió rápidamente.

Aquel ángulo era diferente. Su mandíbula cayó cuando él se abrió camino hacia adentro,
empujando cada vez más profundo. Ambos soltaron un grito ahogado cuando finalmente
alcanzó el fondo. Dejó caer la cabeza hacia abajo mientras se ajustaba, con el cabello
cayendo hacia adelante. Él respiró de manera irregular y le dio un beso en la nuca.

—¿Bien?

—Si.

El primer movimiento de sus caderas la hizo gemir. Clavó los ojos en la pared mientras él se
movía una, y otra, y otra vez, marcando el ritmo. Se daba cuenta de que él ya estaba cerca, y
el calor se enroscó en su vientre ante la sensación de estar siendo utilizada tan
deliciosamente. Sus paredes se estrecharon alrededor de él con cada embestida, y sus dedos
se curvaron contra la mesa de mármol mientras él se mecía dentro de ella.

Las manos de él se estiraron para ahuecar en sus pechos, y ella maulló cuando él acarició sus
pezones, enviando disparos de placer hasta su centro. Le temblaban las piernas por estar
parada en puntas de pie, pero sus caderas se estaban moviendo cada vez más rápido.

El calor de las pociones humeantes en la cercanía formaban espirales que iban y venían,
provocando que el sudor le cayera por las sienes y los pechos. Se sentía completamente
húmeda con Draco sosteniéndola cerca de su pecho, su espalda deslizándose contra él
mientras él gemía, quemándola desde adentro hacia afuera.

Las sensaciones que él había provocado antes con sus dedos parecían amplificarse diez veces
cada vez que empujaba dentro de ella; cada vez que su miembro se arrastraba contra su pared
frontal, hacía explotar estrellas frente a sus ojos.

—Oh, Dios.

—Granger—, sus caderas temblaron, y su aliento era cálido contra su cuello, —si acabas así,
no podré aguantarlo.

Ella gimió, apretando la espalda contra él, y él gruñó y le mordió la oreja. Ella estampó las
palmas de las manos sobre la mesa mientras él le sostenía las caderas, tirando de ella un paso
hacia atrás y empujando su columna hacia adelante.
Ella dejó escapar un gemido cuando el comenzó a moverse otra vez. Se sentía como si la
estuviera partiendo al medio desde aquel ángulo; su miembro avanzando erráticamente y
empujándola hacia el abismo. Sus muslos comenzaron a temblar, y su mente a girar por los
ruidos obscenos que hacían sus caderas empujando contra su trasero, llenándola
completamente cada vez, como si no pudiera soportar abandonar su cuerpo. Él estiró una
mano alrededor de ella y deslizó los dedos por su clítoris, y ella se sacudió mientras soltaba
un grito. Cada músculo de su cuerpo se tensó mientras con las uñas arañaba la superficie de
la mesa, intentando aferrarse a algo.

—Justo así. Justo así—. Las palabras eran como una plegaria al ritmo de sus caderas. —
Quiero que acabes sobre mí...—

Su cuerpo se soltó, subiendo en espiral hacia ese maravilloso lugar al que solo él podía
llevarla. Tenía la garganta en carne viva cuando finalmente bajó flotando, y sus brazos se
doblaron bajo su peso. Él movió sus caderas cada vez más rápido, gimiendo hasta colapsar.

—Joder.

El aliento sobre su oreja era caliente, mientras palpitaba adentro de ella, liberándose. Se
estremeció contra su espalda, y envolvió los brazos alrededor de su cintura, sujetándola
contra él.

Nunca habían estado de pie antes. Por lo general, él rodaba para salir de ella al final, pero
ahora ella tuvo que bajar los talones, gimiendo al sentir que él salía de ella, y su descargo
bajó goteando por sus piernas.

Él depositó un beso en su cabello. —¿Bien? ¿Estás bien?— Le acarició el estómago con una
mano, se estiró para pasar por sus pechos y movió sus manos por todas partes.

—Bien—. Consiguió asentir. —Muy bien. ¿Y tu?

—Joder—, dijo él, y ella se estremeció. —No tienes idea, Granger.

Pasaron las siguientes horas envueltos en los brazos del otro, esperando que las pociones se
cocieran.

Durante los días siguientes, monitorearon los biomarcadores y probaron varias dosis de
antídoto en los ratones. Ella sospechaba que la versión que había reconstruido era más
potente por algún motivo, porque, sin importar qué tan pequeña fuera la dosis que probara, el
antídoto surtía efecto igual.

Draco observaba cada prueba exitosa con un interés lacónico, pero parecía volverse cada vez
más irritable y tenso a medida que las pruebas continuaban sin efectos adversos.

El jueves por la noche, la convenció de probar una muestra aún más diluida: colocó apenas
una única gota del antídoto en un recipiente mediano de agua azucarada que atrajo a los
ratones a beber. Ella se volvió hacia él cuando el tercer ratón consiguió atravesar corriendo el
círculo con éxito.
—Mañana. La probaremos conmigo mañana.

Sin levantar la vista de los viales en la mesa, él asintió lentamente. Apretó los labios antes de
hablar. —¿Y luego qué?

Ella se apartó los rizos del rostro y dejó escapar un suspiro. —Luego lo dejaremos todo por
escrito, prepararemos la Poción Restauradora de Memoria, y se lo llevaremos todo a
Charlotte—. Garabateó otra marca de verificación en sus notas antes de levantar la mirada
hacia él otra vez. —¿Podrás conseguir acceso a ella?

Él hizo silencio por un momento. —¿Y luego que hay de ti?— Sus ojos se movieron
rápidamente hacia los suyos; un gris apagado. —¿Cuál es tu próximo paso, Granger?

Ella abrió la boca y la cerró. —¿Mi próximo paso?

—Si—. Ella lo miró, parpadeando, y él cruzó los brazos y se inclinó sobre la mesa del
laboratorio. —¿Te quedarás o te irás?

—Eso… hay muchas cosas que no...— Hermione apartó la mirada, secándose las palmas
sobre los jeans. —¿Por qué me estás preguntando esto ahora?

—Porque me gustaría saber la respuesta.

Ella respiró hondo. —Honestamente, he estado tan concentrada en desarticular este tatuaje y
hacer llegar la información a la Orden que no he...— Su garganta se sentía espesa, tragó
saliva. —Quiero decir, he pensado en ello, pero creí que debería esperar para abordar ese
problema hasta que hubiera terminado con éste. Y… supongo que ahora está resuelto, así que
probablemente deberíamos...—

Él estaba inmóvil a su lado. Ella pasó el dedo por una grieta en la mesa de piedra.

Le palpitaba el pecho cuando finalmente levantó la mirada hacia él. —Deberías venir
conmigo.

Su rostro era una máscara. —Realmente no podría, Granger.

—Tú y tu madre—. Su mente y su corazón comenzaron a bailar juntos al mismo ritmo. —


Encontraremos a la Verdadera Orden, y me aseguraré de que cuiden de los dos...—

—No podrías asegurar eso.

—Si podría—. Le tembló la voz. —Todavía tengo que pensar acerca de tu padre, pero si tú y
tu madre les entregaran a Hermione Granger a salvo...—

—No seas ingenua—. Ella se estremeció ante el filo de su voz. Los ojos de él se suavizaron
instantáneamente. —Granger, eso podría haber sido verdad hace un año, pero ya no lo es.
Han pasado demasiadas cosas.

—Sí, ¡pero tú me has ayudado! ¡Has ayudado a nuestro bando!— Levantó las manos. —Ellos
son mis amigos, Draco, Si les digo todo lo que has hecho, no tendrán más remedio que...—
—Ya no se trata de eso. ¿Qué no lo ves?— Avanzó un paso hacia ella, y la tomó gentilmente
por los hombros. —¿Has visto el periódico esta mañana?— Ella negó con la cabeza, con el
ceño fruncido. Había estado demasiado ocupada pensando en la poción. —Canadá, China, y
Túnez se acaban de comprometer a ayudar a la Verdadera Orden.

Ella escudriñó su rostro, intentando seguir su lógica.

—La Verdadera Orden ha estado viajando durante meses con esos Trasladores.
Probablemente estén transportando sus refuerzos mientras hablamos—. Su garganta se
movió. —Mi padre y mi tía son los dos oficiales de más alto rango en el Gran Orden. Si me
fuera de paseo con mi madre a Francia, es muy probable que tus amigos no tengan voz ni
voto en lo que sea que elijan hacer con nosotros.

Sus ojos parpadearon mientras se liberaba de su agarre. —No los subestimes. Ellos están en
el centro de todo esto. Y conozco a George Weasley. Conozco a Fleur y a Angelina. Ellos me
escucharán. Ellos confiarán en mi.

Lo vio apretar la mandíbula y bajar la mirada hacia sus zapatos. No estaba convencido.

Su mente giró a toda velocidad, intentando crear un plan. Irse sin los Malfoy sería igual a
sentenciarlos a muerte a los tres. Draco sería considerado responsable y lo interrogarían por
su desaparición. Al igual que a Narcissa y a Lucius. Incluso aunque consiguiera llegar a
Francia, se estaría preguntando todo el tiempo si Draco, Narcissa y Lucius habían sido
asesinados. Quizá Blaise y Theo también.

Se le rompió el corazón ante esa idea.

—Entonces yo también me quedaré.

Solo el ojo izquierdo de él se crispó. Sus costillas se expandieron.

—Por ahora—, aclaró. —Me quedaré hasta que pueda convencerte de que vengas conmigo.

—Granger, no puedo pedirte que hagas eso.

—En este momento les estoy dando todo lo que sé. Si Charlotte puede hacérselos llegar, que
yo me quede aquí un poco más no hará ninguna diferencia—. Respiró hondo y llenó dos
viales, uno con la poción del tatuaje y el otro con el antídoto. Tomó el pergamino y la pluma
que habían estado usando para crear el tatuaje en los ratones.

—Mañana al medio día. Iremos al límite de la propiedad y la probaremos.

Lo dejó parado solo en su laboratorio de pociones, todavía con la mirada en el piso de piedra.

~*~

Despertar en su propia cama en la Mansión fue casi confuso. No había tenido la intención de
crear distancia entre Draco y ella, pero necesitaba espacio para pensar. Para trazar un plan. Se
había quedado despierta hasta las dos de la mañana, mirando el techo de su cama con dosel
hasta quedarse dormida sin ninguna solución. Pero era un problema que tendría que retomar
más tarde.

La bandeja del desayuno se veía solitaria sin el té y un segundo plato. Se sentó en el sillón
más cercano a la ventana para beber su café y comer algunos bocados de tostada. Luego se
dio un baño, se secó el cabello y fue hasta su guardarropas. Un vistazo a la ventana le mostró
un hermoso día de primavera, con el sol alto y dorado, los arboles meciéndose suavemente.
Hacía demasiado calor para usar jeans.

Sus dedos se deslizaron por la ropa que Pansy le había dado, y se detuvieron en el vestido
azul claro que le había gustado hacía tantos meses. Con un último vistazo a la luz del sol,
sacó el vestido de la percha y se deslizó en el pálido algodón. Guardó los viales, la pluma y el
pergamino en un bolso que encontró en la parte superior del guardarropas, y se encaminó
hacia la puerta.

Los ojos de Draco se posaron en ella cuando entraron al salón al mismo tiempo. Cerró la
puerta detrás de sí y dejó que su mirada bajara hasta sus pantorrillas.

—¿Vas a alguna parte, Granger?— Arqueó una ceja con una sonrisa tensa.

Ella le sonrió, y tras medio latido de vacilación, se estiró para tomar su mano.

Bajaron juntos las escaleras, con los viales tintineando en el bolso. Al llegar a la base, él tiró
de ella hacia la parte de atrás.

—Es mejor usar el perímetro norte, en caso de recibir alguna visita inesperada por el portón
del frente. Además es menos probable que mi madre nos vea.

Ella asintió y se dejó guiar. Pasaron las campanillas de Hix y la glorieta, siguiendo el mismo
sendero que ella había tomado el día que había intentado cruzar la barrera por primera vez; el
día que Lucius había tenido que cargarla de regreso.

Hermione intentó iniciar una conversación con poco éxito, así que caminaron en silencio por
el pequeño camino entre los setos. Sentía su mirada encima de ella mientras caminaban,
mirando de reojo sus manos entrelazadas, o el perfil de su rostro. Finalmente giró hacia él
con una mirada inquisitiva, pero él simplemente le sostuvo la mirada.

Se detuvieron a pocos metros frente al comienzo del campo de hierba. Ella señaló más allá
del sendero. —¿Esos acres pertenecen a la Mansión?

Él asintió. —Es donde solía jugar al Quidditch.

Una sonrisa tiró de sus labios al imaginárselo. —¿Qué otras cosas hacías?

Él se encogió de hombros. —Hay un puñado de árboles alrededor del seto. Solía esconderme
ahí con un libro.

Su sonrisa se ensanchó, y se volvió para mirarlo. Las mejillas de él estaban rosadas, pero le
sostuvo la mirada.
Ella le soltó la mano y bajó el bolso del otro hombro para sacar los viales. Uno era de color
negro espeso con volutas doradas, igual que la tinta en su brazo: la poción del tatuaje. El otro
era un líquido claro: el antídoto.

Levantó la mirada hacia Draco, y lo descubrió observando los dos viales con una expresión
vacía. Puso el segundo de vuelta en el bolso, y lo dejó caer al suelo.

Se le aceleró el pulso al destapar la poción transparente, se lo llevó a los labios y tomó un


pequeño sorbo. Era ligero y sin sabor.

Levantó el brazo izquierdo y se quedó mirando el tatuaje. El corazón amenazaba con salir de
su pecho mientras esperaba, rezando y esperando...

Y entonces las letras de las iniciales de Draco temblaron, como si las estuvieran sacudiendo
para liberarlas, y desaparecieron como si se las hubiera llevado un viento de verano.

El vial cayó de su mano a la vez que soltaba un jadeo, y se pasó los dedos por encima de la
piel. Solo quedaban las marcas de Bellatrix.

Levantó la mirada hacia Draco abruptamente. Él parecía aturdido, con la boca abierta y los
ojos fijos en su brazo.

Hermione giró rápidamente hacia la barrera y dio dos pasos largos para atravesarla.

Nada. Bajó la mirada hacia su brazo. Nada.

La victoria se fue apoderando de ella lentamente, y el suelo se tambaleó bajo sus pies. Lo
había logrado. Había destruido los tatuajes. La Verdadera Orden tendría la solución para
liberar a los Lotes de una vez por todas. Podían dárselo a Angelina. Podían purgar el tatuaje
de su organismo como si nunca hubiera estado allí.

Un chillido escapó de sus labios sin que pudiera contenerse. Una risa estalló desde su pecho
mientras giraba en círculos, levantando los brazos al cielo. Recuperó el aliento y cerró los
ojos bajo la luz del sol, y se giró para descubrir a Draco sonriendo suavemente al borde del
perímetro. Corrió hacia él, arrojándose en sus brazos y besándolo en todos los lugares que
podía alcanzar.

—Lo hicimos… Draco, nosotros...—

Se echó hacia atrás, sintiendo una presión detrás de los ojos. Se le nubló la vista mientras él
seguía sonriendo.

Se desenredó de sus brazos y corrió hacia el límite otra vez. De nuevo, nada. El espacio en el
antebrazo donde habían estado las iniciales D.M. ahora era solo piel limpia. Solo estaban las
palabras Sangre Sucia, y el posesivo “de”, de Bellatrix.

Hermione giró para mirar los acres y acres de la Mansión, respirando profundamente
mientras el sol caía encima de ella, y el viento le hacía cosquillas en las piernas.

Se dio vuelta hacia Draco. —Te juego una carrera.


Salió corriendo hacia la derecha, sin ningún sentido de la dirección, riendo y esperando que él
la llamara.

Pero solo había silencio.

Sus pies trastabillaron hasta detenerse. Se volvió, y vio a Draco parado aún al final del
sendero, con las manos en los bolsillos. Algo se perforó adentro suyo, y se hundió.

Volvió rápidamente junto a él, casi trotando. —¿Qué sucede?— Preguntó, sin aliento. —
¿Draco?

Sus ojos estaban en el campo, intensos y destellantes. Sacó la varita de su manga y le


extendió el mango. Sus dedos temblaban.

—Tómala. Vete.

Sus cejas se crisparon al bajar la mirada hacia la madera de espino. —Draco...—

—No tienes motivos para quedarte—, dijo él, sus palabras atrapadas por el viento. Sus ojos
se negaban a encontrar los suyos. —El último rumor que circula es que están en Noruega.
Hace unas tres semanas hubo un posible avistamiento de alguien de la lista de Buscados del
Profeta. No encontramos nada, pero es posible que los hayamos perdido de vista.

—Draco, ya hemos pasado por esto...—

—Encontrarás a la Orden de alguna manera. Sé que lo harás. Eres brillante.

Ella lo observó tragar con dificultad y empujar la varita en su mano. Su corazón se encogió
de agonía, y su mente comenzó a dar vueltas mientras luchaba consigo misma. Cerró los ojos,
dio un paso atrás e intentó pensar.

—Dijiste que no había rastro de la Verdadera Orden en el Reino Unido. ¿Estabas diciendo la
verdad?

—Por supuesto que si...—

—Entonces, suponiendo que no pudiera encontrarlos, mi única alternativa sería Aparecerme


en Francia o en otro país aliado al Verdadero Orden que esté lo suficientemente cerca como
para no Desparticionarme… Todos los cuales han colocado Límites Anti-Aparición—. Tomó
aire con dificultad. —Sin contar el hecho de que tendría que encontrar la manera de pasar a
través del Límite Anti-Aparición del Reino Unido, que aparentemente ha sido reforzado en
las últimas semanas.

Sus párpados se abrieron ante el silencio.

—Draco. Puede que yo sea una bruja inteligente, pero esos riesgos son enormes.

Él enfrentó finalmente sus ojos. Estaban húmedos.


—Entonces le preguntaré a Charlotte a dónde puede llevarte. Una vez que recupere su
memoria, le preguntaremos quiénes son sus contactos...—

—Ellos te matarán si yo me voy y tú te quedas.

Y entonces ahí estaba. La verdad con la que no podía vivir, a pesar de toda su lógica. A pesar
del ardiente deseo de volver con sus amigos y luchar.

Le temblaban las manos, así que las cerró en puños. —¿Podrías ir a alguna otra parte? ¿Si no
vinieras conmigo?

—Si. Si, podría—. Su mirada bajó hacia las briznas de pasto bajo sus pies. —Los Malfoy
tienen propiedades en todo el mundo. Podría pensar en algo.

Las palabras cayeron demasiado rápido de sus labios. —No me mientas—. Le tembló la voz,
y él levantó la mirada mientras ella se pasaba las manos por las mejillas. —Dime si te irías. Y
si tu madre se iría contigo.

Él vaciló. —Podría intentar llevarla. Pero no querrá irse sin mi padre.

—¿Tu padre se iría?

Y él no respondió.

Ella tomó aire profundamente y bajó la mirada hacia la varita que tenía en la mano, vibrando
de magia. Avanzó un paso y la empujó de regreso en su mano.

Él se quedó mirándola sin expresión, y luego levantó la vista. —No puedo pedirte que te
quedes aquí...—

—No lo haces—. Se puso en puntas de pie y lo besó. Los labios de él apenas se movieron
contra los suyos, pero ella insistió, hundiendo los dedos en su cabello y ahuecando su rostro.
Cuando se apartó, se secó las mejillas y lo miró. —Es el plan más inteligente para todos los
involucrados. Me quedaré hasta que todos nosotros podamos salir.

Los ojos de él buscaron los suyos, las paredes grises se quebraron pieza por pieza hasta que
ella pudo encontrarlo detrás de la Oclumancia.

—¿Por qué?— Dijo él, con la voz más suave que el viento.

Un millar de respuestas de lógica y de amor pasaron por su mente a toda velocidad, pero, en
realidad, solo había una cosa que podía identificarlas a todas.

—Es la forma correcta de actuar.

Sus ojos se posaron sobre los suyos. Ella esbozó una sonrisa suave y tomó su mano para
llevarlo al lugar donde había dejado caer el bolso. Lo levantó y sacó el vial negro.

Él aferró su brazo cuando ella lo destapó. —No lo hagas… Te puedo lanzar un glamour...—
—El glamour se desvanece, Draco—, dijo ella, liberando su brazo. —No podemos
arriesgarnos—. Se lo llevó a los labios y bebió.

Pansy tenía razón. Era como tinta, enroscándose y retorciéndose dentro de sus venas. Con un
escalofrío, le alcanzó el pergamino y la pluma encantada. Lo miró fijamente hasta que él se lo
quitó de las manos, y lo firmó con dedos temblorosos. La sangre apareció encima del
pergamino a la vez que dos letras se grababan en su brazo.

D.M.

Tal como había hecho antes.

Ella pasó los dedos por encima, contemplando el destello dorado debajo del negro.

Atravesaron el límite, y las letras en su brazo brillaron. Hizo una prueba rápida, y las chispas
volaron por sus venas hasta que volvió a meter el brazo en el interior de la barrera. La magia
crepitó cuando Draco tomó su mano y la apartó, llevándola más allá de la glorieta y de
regreso a casa.

Esa noche, mientras se desvestían el uno al otro, él miró con tristeza el reciente tatuaje.

Ella levantó su barbilla hacia su rostro y le dijo. —No significa nada.

Lo besó sonoramente, lo empujó hacia la cama y se trepó encima de él, a horcajadas de su


cintura para hacer el amor; él le mostró cómo mover las caderas y dónde colocar sus manos.
Contempló su cuerpo retorcerse encima de él, con el fuego en sus ojos, y la dejó obtener
placer de cualquier forma que quisiera, besándola hasta que ella no pudo respirar de tanto que
lo amaba.

~*~

El sábado por la mañana, tramaron los planes para la visita de Draco a Edimburgo. Había
habido reportes de que el castillo estaba vacío a excepción de los Carrow y sus Lotes, ya que
las operaciones habían sido suspendidas mientras esperaban las nuevas barreras de protección
de Berge. Draco había oído que los Carrow solían estar ebrios para el mediodía, así que
decidieron que debería ir bien pasada la hora de la cena, en caso de que estuvieran
incapacitados.

Les llevó dos horas preparar la Poción Restauradora de Memoria con los recuerdos de
Charlotte. Draco llevaría la Poción y las instrucciones para el antídoto del tatuaje a
Edimburgo, con la excusa de hablar con los Carrow acerca de comprar a Cassandra cuando
Edimburgo volviera a abrir sus puertas. Él ofrecería demasiado poco, y ellos lo rechazarían.

Cuando consiguiera escabullirse, se tomaría una poción Multijugos para disfrazarse de un


Muggle cualquiera, de manera que Charlotte y las chicas no tuvieran ningún recuerdo de
Draco acechando por el castillo. Tenía que encontrar la manera de aislar a Charlotte para
darle la poción que le devolviera los recuerdos; una Maldición Imperius no estaba del todo
descartada. Si los Carrow lo atraparan, él alegaría que estaba inspeccionando a las chicas en
busca de una alternativa más barata.
Una vez que Charlotte bebiera la poción que le devolvería los recuerdos, era crucial que
Draco borrara el registro de él quitándole los recuerdos en primer lugar, la noche en la que
Edimburgo había sido atacada, para cubrir su rastro.

Era un plan complejo, pero Draco parecía lo suficientemente confiado. Y ella confiaba en que
él podía hacerlo.

Decidieron almorzar con Narcissa para desviar la atención antes de que se escabullera. Pero
de camino al comedor, tropezaron con una ráfaga de actividad en la entrada.

Se congelaron al ver a Lucius al otro lado del cuarto, recién salido de la red Flu. Estaba
esquivando a los elfos que intentaban tomar su abrigo.

—Déjenme—, siseó. —Es suficiente...—

Narcissa estaba parada al pie de las escaleras con las manos entrelazadas, mirándolo con
ansiedad. —¿Está todo bien? Creí que ya estarías en Polonia...—

—Cambio de planes. Me estoy yendo a las Islas de Baffin—, dijo bruscamente, acercándose
para besar su mejilla. —Necesito dejar algunas cosas, y luego me iré.

El rostro de Narcissa decayó antes de parpadear para alejar su decepción. Lucius asintió una
vez hacia su hijo antes de caminar rápidamente por el pasillo y dar vuelta la esquina en
dirección a su estudio.

La mente de Hermione zumbó. Las Islas de Baffin estaban en territorio canadiense, justo
frente a la costa este. Lucius se estaba dirigiendo a Canadá, uno de los pocos países que
apoyaban a la Verdadera Orden. El estómago le dio un vuelco violento.

Narcissa giró hacia ellos con una sonrisa leve. —El almuerzo está servido. Estaré allí en
breve.

Hermione caminó hasta el comedor, con la piel húmeda mientras intercambiaba miradas con
Draco. Ninguno de los dos habló hasta que Narcissa se unió a ellos, confirmando con un batir
de pestañas, que Lucius ya se había ido.

Hermione y Draco se apresuraron a ir a su cuarto después del almuerzo. Draco no había


escuchado más que rumores acerca de un contraataque, pero estaba de acuerdo en que
Canadá sería probablemente el objetivo. Estaban los dos demasiado nerviosos después de la
visita de Lucius, y decidieron que Edimburgo tendría que esperar hasta el día siguiente.
Hermione pasó el resto del día paseando frente a los sillones de Draco, interrogándolo acerca
de los diversos escenarios que podrían desarrollarse durante su visita a Edimburgo mientras
él ponía los ojos en blanco.

Pero mientras tanto, se preguntaba qué sería lo que Lucius habría tenido que hacer en su
estudio, tan urgente como para abandonar su puesto, con apenas un momento para saludar a
su familia.
Inmediatamente después del almuerzo del domingo, cuando Narcissa se retiró a su cuarto,
Draco recogió las pociones, la besó rápidamente, y salió por la puerta. Hermione observó su
figura achicarse por el camino, con el viento de abril agitando su capa.

Iba a estar bien. Tenía que estarlo.

Hermione se apartó de la puerta después de que él cruzara el portón y Desapareciera. Dejó


que sus ojos vagaran por la entrada de la Mansión, sintiendo un escozor entre los omóplatos,
como si hubiera algo que tendría que estar haciendo.

Pero no había nada.

Un extraño vacío se apoderó de ella. Había hecho su parte. Para el final de ese día, ella y
Draco habrían prestado su ayuda a la Verdadera Orden al devolver los recuerdos de Charlotte
y pasar el antídoto de los tatuajes. Tendrían que discutir sus próximos pasos cuando él
regresara, pero por ahora… había completado su misión. Aquello que la había consumido
durante meses.

Había otro problema, por supuesto. Pero era tan imposible que la desconcertaba. Incluso
aunque la Verdadera Orden hubiera arriesgado docenas de vidas en una misión de rescate con
la esperanza de que ella los ayudara con eso.

A pesar de lo que Cho y Viktor podrían haber pensado, ella no tenía idea de qué otra cosa
podía ofrecer a la Verdadera Orden para destruir a Voldemort. Su mente era valiosa, si, pero
ella ya había pasado la información más importante que poseía respecto al tema a Ginny y a
Charlotte. Y por extensión, a la Verdadera Orden.

La única otra cosa que le estaba molestando a su cerebro, se encontraba detrás de las puertas
cerradas del estudio de Lucius Malfoy.

Sus pies vagaron por el corredor por voluntad propia, doblaron la esquina y la llevaron en
dirección al estudio. El corazón le dio un vuelco al acercarse a la puerta, su mente comenzó a
zumbar con la emoción de un nuevo acertijo. Lucius podría haber dejado una pista acerca del
ataque a Canadá detrás de esa puerta. Si tan solo pudiera acceder.

Por instinto, Hermione apretó la oreja contra la madera de la puerta, escuchando con cuidado
en busca del arrastre de una pluma o el tintineo del hielo contra el vidrio. Extendió la mano
para probar el picaporte, sabiendo que era inútil...

El picaporte se calentó bajo su mano, y cedió.

Ella se quedó mirando el bronce boquiabierta. Con un empujón abrió la puerta de par en par.
Una llama cobró vida en una lámpara de la pared, hechizada con magia. Se acercó todo lo
posible al lugar donde recordaba que estaba la barrera invisible, observando los elementos en
el escritorio. Se puso en puntas de pie, entrecerró los ojos y estiró el cuello… y trastabilló
hacia adelante.

Hermione se contuvo, encogiéndose, con el corazón galopando en sus oídos. Bajó la mirada
hacia sus pies y soltó un grito ahogado. Había aterrizado mucho más allá del umbral de la
puerta.

La barrera había desaparecido, aquella que le impedía entrar al estudio.

Asomó la cabeza por la puerta, miró a ambos lados del pasillo. Al comprobar que no había ni
un elfo, se dio vuelta y entró precipitadamente.

El escritorio de Lucius estaba organizado, impecable y vacío. No había notas ni baratijas


sobre la madera pulida, aparte de un pequeño porta-retrato con una Narcissa mucho más
joven, que le sonreía con timidez al fotógrafo y se acomodaba un mechón de cabello detrás
de la oreja. Hermione echó un vistazo a los estantes, buscando el Reflector de Enemigos, y
respiró hondo, intentando decidir dónde escondería algo importante si ella fuera Lucius
Malfoy.

Algo brilló al otro lado del cuarto, y su corazón dio un salto en su garganta. Sus hombros se
relajaron a medida que enfocaba los ojos en el culpable: una pequeña cerradura plateada que
sellaba un gabinete ornamentado. Se le erizó la piel de la nuca.

Si ella fuera Lucius Malfoy, ahí es dónde escondería algo.

Abrió los cajones del escritorio de Lucius, revolviendo en busca de las llaves. Al no
encontrar nada, se acercó al gabinete y miró fijamente la cerradura. Después de intentar un
Alohomora sin varita, se llevó los dedos a los labios, pensando qué otras opciones tenía.

Se acercó más para examinar el mecanismo, y apenas sus dedos tocaron la plata, los seguros
giraron.

Ella retrocedió con torpeza, mirando boquiabierta cómo el cerrojo se retorcía hasta abrirse.
Miró por encima del hombro para asegurarse de que no fuera un truco, y luego echó la cabeza
hacia atrás con asombro cuando las puertas del gabinete se abrieron lentamente, revelando un
recipiente de granito en su interior.

Un Pensadero.

Lucius Malfoy tenía un Pensadero.

Los estantes en su mente temblaban, y el corazón le latía tan fuerte que apenas podía pensar.
Draco había dicho que su padre nunca había necesitado usar uno. ¿Le había estado mintiendo
a su hijo, o había descubierto una nueva necesidad?

Los recuerdos se arremolinaban en la vasija como una niebla matutina a medida que ella se
acercaba. Los hilos en la superficie se transformaron en un hombre de rostro pálido con
túnica militar, suplicando en un acento extranjero. —¡No sé nada! ¡Por favor!

¿Para eso había venido a su estudio? ¿Para dejar atrás una recuerdo reciente?

Los ojos de Hermione distinguieron una serie de viales negros en un estante superior. Unos
hilos plateados danzaban adentro de ellos. Se asomó para mirarlos, pero la nube plateada que
tenía debajo había comenzado a cambiar otra vez, atrayendo su atención.
Su propio rostro asomó desde el fondo de la vasija, pálida y aterrada, antes de hundirse de
regreso. Se quedó sin aliento mientras miraba el Pensadero, la imágen todavía quemando
detrás de sus párpados.

¿Qué propósito tendría Lucius para extraer recuerdos acerca de ella?

Antes de que pudiera preguntárselo por segunda vez, aferró el borde del Pensadero y hundió
la cabeza en las aguas poco profundas.

El cuarto de Draco se materializó frente a sus ojos. Aterrizó junto a su cama en el exacto
momento en que Lucius Malfoy le soltaba la mandíbula y decía. —Niña estúpida. Si lo amas,
deja de ponerlo en peligro de muerte.

Se vio a si misma deslizarse por la pared, y encogerse lejos de él. Él la fulminó con el hielo
de su mirada y amenazó con entregársela a Dolohov.

Le dolió igual que la primera vez.

Él dio un paso hacia la chimenea, y Hermione fue arrastrada junto a él, aterrizando en las
mazmorras de Edimburgo. Lucius se tomó medio segundo para orientarse antes de salir por la
puerta y caminar por el largo pasillo por el que Rabastan había arrastrado a Charlotte.
Hermione lo siguió, todavía en puntas de pie, como si él fuera capaz de oírla.

Una luz parpadeó detrás de una puerta, y Lucius caminó rápidamente hacia allí. Abrió la
puerta con un crujido, y alguien le lanzó un hechizo. Ella dio un salto a la vez que él lo
esquivaba, y se apresuró a entrar al cuarto antes de que se cerrara.

Draco estaba inclinado encima de Charlotte, apuntando la varita hacia su padre con el terror
en los ojos.

—Padre. Puedo explicarlo...—

—¿Terminaste?— Las fosas nasales de Lucius se ensancharon. —No tenemos tiempo para
tus mentiras.

Los ojos de Charlotte parpadearon entre los dos con aprensión. Estaba de rodillas, con los
brazos y los tobillos encadenados a la pared.

—Yo...— La voz de Draco se quebró. —Casi termino con ella. Pero todavía necesito borrarle
la memoria a él.

Señaló con la cabeza a sus pies, y Hermione bajó la mirada para descubrir el cuerpo
despatarrado de Jugson. Lucius curvó los labios antes de fulminar a su hijo con la mirada.

—Hay otras Chicas Carrow en la celda de al lado. Han estado trabajando con ella—. La
frente de Draco estaba sudando, y se la secó con el antebrazo. —Si les leyeran la mente, sería
obvio que los recuerdos de Charlotte han sido alterados.

Lucius gruñó y se giró hacia Jugson. —Obliviate—. La punta de su varita brilló, y luego se
apagó. —Reúnete conmigo allí cuando termines con ella.
—Gracias, padre—, susurró Draco. —Gracias por...—

Pero la voz de Draco fue desapareciendo. El mundo comenzó a sacudirse, como si la


hubieran arrojado al agua fría. Las mazmorras de Edimburgo se volvieron borrosas y se
transformaron en un calabozo desconocido. Techos de piedra más altos, y una corriente de
aire más fresca. Las palabras de Draco se convirtieron en una canción espeluznante, y en la
carcajada de una voz gélida...

—Gracias por acompañarnos, Lucius.

Hermione giró y encontró a Bellatrix, de pantalones negros y una capa, arrastrando los dedos
por el largo de su varita. Draco estaba de pie a su lado, observando a cuatro prisioneros
esposados a sus pies. Lucius estaba en la puerta, inspeccionando la escena con una expresión
lánguida.

—Bienvenido a Zúrich otra vez—, dijo, haciendo una reverencia burlona. —Llegaste justo a
tiempo. Estoy enseñando.

Lucius dio un paso al frente, entrelazando las manos detrás de la espalda. —¿Y en qué estás
calificada para enseñar, Bella?

Ella le enseñó los dientes con una sonrisa. —En cómo destruir la debilidad.

Los ojos de Hermione se posaron en Draco. Estaba usando su túnica y sus botas de
Mortífago. Tenía los ojos hundidos y la piel cenicienta. Tragó una vez, pero no dio ninguna
otro indicio de estar escuchando.

Uno de los prisioneros comenzó a moverse, levantando los ojos hacia Lucius. —Por favor—,
dijo con un tembloroso acento suizo-alemán. —Por favor ayúdanos...—

Un movimiento de la varita de Bella y el hombre quedó en silencio. Con una inclinación de


cabeza, silenció al resto de los hombres.

Lucius se acercó hasta quedar parado detrás de los prisioneros, como si fueran una pared
entre él y su cuñada. —Estás interfiriendo con la campaña del Señor Tenebroso, Bella.
Olvidas que el Gran Orden es el campeón de la comunidad mágica Suiza—. Bajó la mirada
hacia ellos. —¿Quiénes son estos hombres?

—Nadie que importe—, dijo ella. —Confía en mi, nadie los va a extrañar. Al igual que a las
ratas en las celdas de la Mansión, ¿no es así?— Bellatrix se movió detrás de Draco y le rodeó
la cintura con un brazo, inclinando la cabeza sobre su hombro. —Tenemos que fortalecer a tu
muchacho. Prepararlo—. Le dirigió una mirada intensa a su cuñado. —La gente está
comenzando a murmurar, Lucius.

Hermione miró a Draco, con el corazón galopando.

Lucius frunció los labios. —Pues déjalos que murmuren. Draco no fue citado aquí para
convertirse en un ordinario verdugo. Tiene una excelente relación con el nuevo Ministro
alemán, quien en este momento se encuentra en el piso de arriba, siendo forzado a soportar la
compañía de Dolohov mientras tu haces tus pequeñas travesuras en el sótano.

Los rasgos de Bellatrix se convirtieron en un puchero dramático. —¿Solo uno antes de cenar?
No permitiré que Antonin y los demás digan que alguien con sangre Black no puede lanzar
una Imperdonable—. Arqueó una ceja. —En cuanto a los Malfoy...—

Lucius sonrió con suficiencia y sacó la varita. Apuntó hacia el techo y lanzó un chorro de luz
que se dividió en cuatro rayos; alcanzó a los cuatro prisioneros, que cayeron gritando sin
sonido apenas la Maldición Cruciatus los embistió, poniendo los ojos en blanco y retorciendo
sus cuerpos.

Draco se estremeció una sola vez antes de que sus ojos se nublaran.

Lucius guardó la varita. Bellatrix frunció el ceño y soltó a Draco.

—Si ya hemos terminado—, siseó Lucius, —a mi hijo lo necesitan arriba.

Bellatrix sonrió, y caminó hacia Lucius con pereza. —Él podría haber sido nuestro hijo—,
murmuró. Se quedó de pie frente a él y recorrió el pecho de Lucius con los dedos. —Imagina
cuánto más fuerte podría haber sido.

—Más fuerte, quizá. Ciertamente menos cuerdo.

Bellatrix echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. —Nos podríamos haber divertido
tanto juntos, Lucius.

Salió por la puerta como danzando.

Hermione observó a los hombres torturados, y luego a Draco. Estaba tan inmóvil como una
pared de piedra.

—Draco—, dijo Lucius suavemente. Agitó la varita para terminar con la maldición.

Draco se volvió hacia él, y en cuanto abrió la boca, el cuarto comenzó a moverse otra vez. La
palabra “Padre” salió a gritos de su boca.

La brillante luz del sol estalló frente a los ojos de Hermione. A donde quiera que mirara veía
blanco.

Parpadeó, con las orejas zumbando por el silbido de hechizos, las agudas explosiones de la
batalla y el estallido de las olas.

Cuando sus ojos consiguieron enfocar, descubrió a Draco y a Lucius junto a ella, luchando
hombro con hombro, Draco ocupándose de la defensa mientras Lucius se encargaba de la
ofensiva.

Estaban en una costa. Un blanco acantilado se elevaba alto como una torre a su derecha, y a
su izquierda, un océano celeste, y las olas rompiendo contra una playa pedregosa.
Un hechizo pasó zumbando por su rostro. Se dio vuelta y vio a Draco saltar a un lado del
camino en el último momento posible, tropezando varios metros a la derecha. Cuando se
pudo enderezar, levantó la mirada, casi directamente hacia ella, y sus ojos se abrieron como
platos.

Un rayo de luz pasó a través de su pecho, y se estrelló sobre él. Ella soltó un grito al verlo
caer de espaldas sobre la playa rocosa, sacudiéndose y gritando. Hermione giró para ver a su
atacante y descubrió a Charlie Weasley mirándolo con la mandíbula rígida.

Tuvo menos de un instante para observarlo antes de que un “¡Avada Kedavra!” se oyera al
otro lado de la bruma del mar. Charlie Weasley murió con el fantasma de una sonrisa en el
rostro, igual que su hermano menor. Hermione giró para ver a Lucius bajar la varita y correr
hacia su hijo.

Hermione se tambaleó, y sus piernas se doblaron. Esto era Dover. La batalla en el Castillo de
Dover que había resultado en la fuga de gran parte de la resistencia del Reino Unido. La
batalla que terminó con la muerte de Charlie Weasley, después de haber alcanzado a Draco
con un Maleficio de Ácido.

Corrió hacia el cuerpo de Draco y se dejó caer a su lado, sintiendo que le ardían los ojos
mientras Lucius lanzaba una serie de hechizos curativos. Su rostro se volvía cada vez más
pálido mientras probaba un hechizo tras otro.

—Es un Maleficio de Ácido—, resopló Hermione, sabiendo que no podían oírla.

Draco gritó, y Hermione pudo ver los huesos de su hombro antes de que comenzaran a
astillarse. Lucius lo Aturdió y dejó caer la cabeza, respirando hondo.

—¡Malfoy! ¡Se están escapando!

Hermione miró por encima del hombro y vio a un Mortífago pasar corriendo, tan solo para
caer por el golpe de una luz verde a sus espaldas.

Vio los ojos de Lucius rodar frenéticamente por encima de su hijo antes de separar los labios.
—¡Mippy!— Llamó con la voz ronca.

En tres segundos apareció el elfo. Los hombros de Hermione se sacudieron.

—¡Amo Draco…!

—Llévalo con el Dr. Xavier de inmediato. Apenas esté instalado, vé a buscar a Narcissa.

Lucius se puso de pie rápidamente, y Hermione lo vio deslizarse por la playa en dirección a
la orilla mientras la brisa se retorcía alrededor de su túnica y de su cabello.

Mippy y Draco desaparecieron un minuto después.

Ella se puso de pie temblorosamente y corrió tras él. Los hechizos volaban en su dirección,
pero él los rechazaba mientras caminaba hacia el agua.
No supo por qué hasta que las olas le lamieron los tobillos.

Había tres botes remando hacia el océano. El más lejano estaba vacío. Ella frunció el ceño y
observó el bote que le seguía justo antes de que los dos pasajeros Desaparecieran.

Dejó caer la mandíbula, y su mente volvió al artículo del Profeta de hacía dos meses atrás. El
Límite Anti-Aparición. Lo estaban pasando en bote hasta poder Aparecerse en Francia.

Había una última persona en el segundo bote. Lucius levantó la varita y lanzó un hechizo que
no consiguió alcanzar a la persona por un centímetro antes de que Desapareciera.

Caminó un poco más dentro del agua hasta que le llegó a los muslos. El tercer bote estaba a
punto de llegar. Lanzó un hechizo para arrastrarlo de regreso, todo su cuerpo arremetiendo y
tirando de él. Una mujer soltó un grito cuando el bote se meció.

Era Katie Bell. El corazón de Hermione latió con fuerza.

Se dio vuelta hacia los acantilados blancos de Dover y solo vio cadáveres. Lucius era el
último Mortífago en pie.

Los cuatro cuerpos en el bote lucharon por tomar el control, y Hermione vio cómo el agua se
agitaba. Lucius se tambaleó hacia atrás, arqueando un brazo sobre su cabeza...

Y la mujer en la parte trasera del bote miró por encima del hombro, y le clavó los ojos.

Andromeda Tonks. Se movió para apuntar su varita hacia él.

Incluso a esa distancia era reconocible.

Lucius vaciló, torciendo los labios con una mueca.

Y alrededor del hombro de Andromeda, una pequeña cabeza se asomaba, arrastrándose por
sus hombros para mirar hacia la playa.

Hermione escuchó que Lucius respiraba con fuerza, todavía listo para atacar.

Teddy Lupin lo miró fijamente, y después de inclinar la cabeza, el pequeño Metamorfomago


cambió su cabello a un rubio Malfoy.

Lucius bajó la varita.

Katie Bell y los otros dos desaparecieron. Andromeda y Teddy los siguieron.

Y entonces solo había tres botes vacíos flotando en las olas de la playa de Dover, y el único
sonido era el del romper de las olas y el graznido de las gaviotas.

Con un profundo suspiro de alivio, se volvió para mirar a Lucius, sintiendo que las lágrimas
corrían por su rostro. Los ojos de él nunca abandonaron el lugar donde había estado
Andromeda, moviendo la mandíbula igual que hacía su hijo.
—¿Granger?

Dio un salto, buscando los labios de Lucius, confundida al ver que no había hablado.

—Granger.

Giró a su derecha y descubrió a Draco de pie junto a ella, con la misma ropa con la que se
había ido esa mañana temprano a Edimbrugo. Una vida entera atrás.

Soltó un grito ahogado, y su mente comenzó a subir cada vez más hasta salir del Pensadero.

Tenía las manos blancas de apretar el borde de la vasija, y la respiración agitada.

Draco estaba de pie a su lado, con una mirada furiosa en el rostro. —¿Qué crees que estás
haciendo?

—L-Llegué por accidente. Bueno, no era mi intención encontrar el Pensadero...—

—¿Cómo conseguiste entrar aquí?

Tenía la boca seca. —La puerta estaba abierta.

—¿Y asumiste que era una invitación abierta?— Gruñó, y ella se encogió. —Nadie tiene
permitida la entrada aquí, ni siquiera mi madre.

—No había ningún hechizo de barrera...—

—¿Y creíste que significaba que estaba bien?— Sus cejas saltaron fuera de la frente,
elevando la voz. Ella se abrazó la cintura. —Merlín, Granger. Acabo de arriesgar mi vida
para hacer algo que tú me pediste que hiciera, ¿y ni siquiera puedes esperar que vuelva a casa
antes de crear otra catástrofe más? Si mi padre te hubiera encontrado...—

—Lo siento, sé que no debería haberlo hecho. Pero… Draco—. Se mordió el labio, buscando
su rostro. —Tu padre tiene un Pensadero que no sabías que existía. He visto algunos de los
recuerdos, y...—

—Vete—. Sus ojos eran duros como el acero, enterrándose en los de ella. —Por favor.

—Pero...—

—¡Granger, es suficiente!— Su voz hizo eco por las paredes.

Ella asintió con la cabeza, y pasó junto a él. Al llegar al corredor, se dio vuelta para mirarlo
en busca de heridas, a pesar de que el Maleficio de Ácido había sido meses atrás.

—¿Cómo te fue? ¿Charlotte?

—Perfectamente—, dijo rotundamente. —Los Carrow ya estaban medio ebrios cuando me


echaron, y no me vio nadie más que Charlotte. La poción funcionó, y ya sabe lo que tiene que
hacer con el Antídoto.
Hermione parpadeó, y se humedeció los labios. —¿Y tuvo alguna sospecha de quién eras?

—No. Me presionó para saber mi verdadera identidad, pero entendió la razón por la que me
negaba.

—Eso es… es increíble, Draco—. Le sonrió tentativamente, pero él todavía la miraba con los
puños apretados. —Gracias—, susurró, y él le cerró la puerta en la cara.

Regresó a su cuarto arrastrando los pies, con la vergüenza y el bochorno ardiendo en sus
entrañas. Apartó la sensación a un lado después de unos minutos, y se enfocó en la selección
de recuerdos que Lucius había reunido. Su mente vagó por el primero: Edimburgo. Se
estremeció al pensar en el recuerdo de Suiza, rememorando la carcajada de Bellatrix mientras
salía por la puerta

Pero en Dover. Pudo haber evitado un tercio de los fugitivos de la playa, pero vaciló al ver a
la hermana de Narcissa.

Hermione frunció el ceño hacia la puerta del cuarto de Draco, con la culpa invadiéndola en
oleadas. Quizá no querría que ella estuviera allí cuando regresara, pero no le importaba. Lo
obligaría a oír sus disculpas.

Se quedó leyendo en el sillón junto al fuego, pero comenzó a inquietarse después de una
hora, preguntándose si estaría viendo los recuerdos. ¿Habría muchos otros que no hubiera
visto?

Mientras el reloj se acercaba a la media noche, fue picoteando de los platos de comida hasta
que finalmente la puerta se abrió. Se puso de pie rápidamente, observando la expresión
agotada y el ceño fruncido.

Él la miró fijamente y ella le sostuvo la mirada. Cuando no pudo aguantarlo más, soltó. —
¿Los has visto?

Después de un silencio que pareció durar una eternidad, él asintió. Ella juntó las manos.

—¿Qué hay de los que estaban en los viales? ¿Viste esos también?

Él volvió a inclinar la barbilla, y sus ojos se apartaron de la alfombra. Abrió la boca y


después la cerró.

—Yo no vi esos—, dijo ella. —¿Había algo…? ¿Estás molesto por algo que viste allí?

Su garganta se movió mientras la observaba. —¿Recuerdas cuando el padre de Goyle


desapareció?

—Si, nunca lo encontraron—. Respiró hondo. —¿O sí?

Draco se frotó la ceja. —Dejame retroceder un poco en la historia.

Ella esperó. Él dejó caer su mano e inclinó la cabeza en su dirección.


—¿Qué es un Horrocrux?

Hermione parpadeó, como si un golpe hubiera aterrizado en su estómago, haciéndola


retroceder varias décadas.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 32
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Muchas gracias a raven_maiden y SaintDionysus por su trabajo en este capítulo!


Tenemos un podcast para hablar de los capítulos de La Subasta llamado "Austen, Bronte
y Hugo Walk into a Bar" ... Pueden encontrarnos en otras plataformas de podcasts
buscando el link en Ao3.

Quiero destacar a las maravillosas NikitaJobson y Avendell, quienes lanzaron unas obras
de arte increíbles esta semana. Nikita agregó a Lucius a este hermoso retrato de
Narcissa, y a Avendell se le ha encargado hacer una obra sobre La Subasta, basada en el
el primer beso (acalorado)! Si están en tumblr, asegúrense de dar me gusta y de
compartir para hacerles saber que son increíbles.

See the end of the chapter for more notes

Lucius Malfoy merodeaba por una zona boscosa, siguiendo una pequeña esfera de luz que
hacía poco en cuanto a la iluminación.

Hermione cayó dentro del recuerdo cerca de un árbol nudoso, y Draco se unió a ella un
segundo después. Se apresuró a seguir a Lucius, que atravesaba un sendero sin marcar,
cortando ramas y matorrales con su varita. Los pasos de Draco eran ligeros pero la seguían de
cerca.

—¿Viste todos sus recuerdos?— El corazón le latía cada vez más fuerte en las costillas
mientras giraba para mirarlo.

Apenas habían hablado desde aquel momento en su habitación, cinco minutos atrás, cuando
él había sacudido todo su universo con una sola palabra.

Hermione le había disparado una pregunta tras otra, hasta que finalmente él había vuelto en sí
y le había dicho que debía volver al Pensadero con él. Ella había salido corriendo por la
puerta y escaleras abajo antes de que él pudiera recuperar el aliento, y le arrojó la definición
más simple de Horrocrux por encima del hombro cuando él consiguió alcanzarla en el
corredor. Pero él no había contestado nada. Se había mantenido en silencio, incluso cuando la
había tomado de la mano y la había metido en el Pensadero para ver el primer recuerdo de la
bandeja que contenía tres viales teñidos de negro.

La boca de Draco era una delgada línea cuando apoyó una mano sobre su espalda y la guió
hacia adelante. —No. Solo algunos de los que estaban en los viales negros—. Pasaron como
aire a través de una rama que colgaba baja, y Hermione se detuvo instintivamente. Él apartó
la mano cuando ella empezó a caminar otra vez. —Conozco a mi padre. Ha separado esos por
una razón.

Hermione asintió y se volvió a enfocar en el lugar al que Lucius se dirigía.

Lo encontraron un momento después, mirando la esfera que flotaba entre un par de troncos
de árboles marchitos. Los ojos de Lucius estaban cerrados, y un segundo después, los troncos
se abrieron para revelar una choza en ruinas. Lucius frunció el ceño ante la residencia,
brillando por un encantamiento No-Me-Notes. Apenas la atravesó, la bola de luz parpadeó
hasta desaparecer, y Hermione y Draco lo siguieron.

Las paredes exteriores y el cielo raso estaban cubiertos de musgo, y el techo se derrumbaba
en algunos lugares. Los árboles parecían haberse tragado la cabaña, creciendo a su alrededor
sin control.

Lucius avanzó rápidamente por el sendero cubierto de maleza hasta la puerta principal.
Después de un rápido barrido en busca de maldiciones, empujó la puerta de madera que se
abrió con un crujido. Entró con cautela, y Hermione lo siguió, pasando por encima del
esqueleto de una serpiente de jardín, muerta hace mucho tiempo. Casi se le sale el corazón
del pecho cuando Draco se chocó contra ella por detrás. Él murmuró una disculpa y la
condujo hacia su derecha, y ella parpadeó al tomar cuenta de la habitación.

Polvo, hierba, y roedores muertos cubrían el suelo. El fregadero estaba lleno de platos
cubiertos de telarañas que habían sido abandonados hace años. A Hermione se le revolvió el
estómago. Se sintió agradecida de que no se pudiera sentir el olor de un recuerdo en el
Pensadero; la expresión en el rostro de Lucius le decía todo lo que necesitaba saber.

Se volvió hacia Draco, y vio que sus ojos estaban clavados en una puerta solitaria en la pared
opuesta al fregadero. Justo en ese momento, una figura grande y descomunal emergió
silenciosamente de la oscuridad. Hermione se tambaleó hacia atrás, y la mano de Draco
atrapó la suya.

Lucius se dio vuelta para apuntar la varita hacia el hombre, y el Señor Goyle apareció a la luz
del Lumos.

Se veía exactamente igual que su hijo: tenían las mismas cejas espesas, el corte de pelo recto,
y el cuello grueso. Pero había algo distinto en sus ojos profundos. Algo que a Hermione le
cuajó la sangre.

—Te hemos estado buscando, Gregory—, dijo Lucius, sin bajar la varita.

Goyle permaneció perfectamente inmóvil, casi como si hubiera sido Petrificado. La luz del
Lumos de Lucius le proyectaba sombras extrañas en el mentón y en las mejillas.

—¿Cómo me encontraste?— La voz aguda y sibilante envió un escalofrío a través de la piel


de Hermione. —Le envié una carta al Señor Tenebroso solicitándolo a él.

—Estoy al tanto—. El tono de Lucius era frío, y metió la mano en el bolsillo frontal para
sacar un pedazo de pergamino plegado. —Hacía dos semanas que yo te estaba buscando
cuando te dignaste a enviar esta carta solicitando que te viniera a buscar. Dejando
coordenadas y acertijos como si fuera una especie de juego de niños—. Dejó que las palabras
colgaran pesadamente en el aire. —El Señor Tenebroso no tiene tiempo para tu teatro, Goyle.
Y yo tampoco.

Los labios de Goyle se curvaron en una sonrisa, y la imágen le puso los pelos de punta a
Hermione. Apretó la mano de Draco, intentando aferrarse a algo fuera de esta pesadilla. Él le
devolvió el apretón.

Lucius miró a Goyle con los ojos entrecerrados, y Hermione captó un destello de aprensión
antes de que desapareciera en la pálida pizarra. Él sabía que algo no estaba bien.

Un músculo se crispó en su mandíbula. —Entonces, ¿qué es lo que te ha impedido responder


a las convocatorias del Señor Tenebroso, Gregory?

La sonrisa de Goyle cayó lentamente, mecánicamente, como si la hiciera girar una rueda
imaginaria. —Lo intenté. Pero no podía arriesgarme a entrar al castillo. Habrían hecho
preguntas… si me vieran—. Su mirada se desvió hacia un punto en la pared opuesta. —Él
debe venir a verme aquí.

La boca de Hermione estaba seca al mirar por encima del hombro, buscando alrededor de la
cabaña. ¿Por qué aquí?

—¿Quién te crees que eres para solicitar tal cosa?— Siseó Lucius.

Ella se volvió a tiempo para ver que se endurecía la expresión de Goyle. —Necesito hablar
con él. De inmediato.

Lucius resopló, y Goyle avanzó un paso. Hermione apretó la mano de Draco, y él se ubicó
delante de ella.

—¿Por qué?— Lucius cambió lentamente su peso hacia el pie que tenía atrás. —¿Por qué
debería recibir órdenes de ti, un sirviente insubordinado?

El rostro de Goyle giró hacia la única ventana, un rayo de luz de luna alcanzó sus ojos.

—Dile que tengo algo que él necesita—. Se hizo una pausa tensa. —Dile que he estado
haciendo un poco de...— Hizo crujir el cuello, y sus ojos se deslizaron de regreso a Lucius.
—Búsqueda de almas.

Hermione sintió que todo su cuerpo temblaba. Una voz murmuró en su oído, pero ella no
pudo enfocarse en lo que estaba diciendo. No podía apartar la mirada de Goyle.

No, no era Goyle.

Podía contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que se había encontrado con él
durante la guerra, pero estaba segura de que aquel hombre no era el Señor Gregory Goyle.

El corazón le latía con un ritmo ensordecedor cuando finalmente parpadeó y volvió la vista
hacia Lucius. Tenía el rostro calmo, pero los músculos rígidos. Sus dedos se estaban
volviendo blancos sobre el mango de la varita.

—Haré mi mejor esfuerzo, Gregory—, dijo en voz baja. —Pero el Señor Oscuro estará fuera
del país por varios días en una misión importante. Cuando regrese...—

El escenario empezó a cambiar. Ella se concentró en la mano de Draco sobre la suya mientras
las lúgubres sombras se desintegraban, y el mundo se rearmaba a sí mismo en una bruma de
colores y patrones.

La biblioteca de la Mansión se materializó frente a sus ojos, y sintió que podía respirar otra
vez.

Lucius, el mismo de un momento atrás, estaba entrando con prisa, cerrando la puerta detrás
de si con un movimiento de varita. Se dirigió hacia el catálogo con la mandíbula tensa, y bajó
la mirada hacia él. Abrió la boca… y después la cerró.

Hermione se mordió el labio; la palma de su mano estaba sudando contra la de Draco. Nunca
había visto a Lucius Malfoy quedarse sin palabras.

Él se aclaró la garganta e inclinó la cabeza. —Posesión Mágica. Referencia cruzada con


Magia Oscura—. El catálogo brilló con docenas de bolas verdes de luz. Lucius los examinó
rápidamente antes de agregar. —Referencia cruzada con división del alma.

Una por una, las esferas verdes se fueron apagando hasta que quedó una única bola de luz. Y
mientras la sangre le corría por los oídos, Hermione vio a Lucius seguir la luz verde a través
de las estanterías, hasta el libro que, ella sabía, lo estaría esperando. Los tres lo vieron salir de
su lugar en el tercer estante, donde estaba metido entre dos grandes tomos de cuero.

El único libro en la librería de los Malfoy que hacía referencia a los Horrocruxes. El que
había desaparecido el pasado mes de junio.

Lucius tomó el libro y giró sobre los talones, apenas haciendo una pausa para borrar la
memoria del catálogo. Cuando salió de la biblioteca, Draco hizo ademán de seguirlo, pero
Hermione lo detuvo. Sentía que las rodillas la iban a dejar caer.

—Lo siento—, consiguió decir. —Necesito un minuto...—

—Está bien—. Draco la observó mientras las puertas de la biblioteca se cerraban detrás de su
padre. —Él vuelve a su estudio. Lo único que vi fue la palabra “Horrocrux” antes de que el
recuerdo termine.

Hermione asintió, con la cabeza todavía girando. De repente, el Pensadero comenzó a


empujarlos hacia arriba y hacia afuera, de regreso al estudio de Lucius. Sus piernas volvieron
a su cuerpo con una sacudida, y el reloj de la pared marcó la una de la mañana.

Soltando sus dedos de los de Draco, se tambaleó para sostenerse del escritorio. Podía ver las
paredes arrumbadas de la choza y oír la voz resbaladiza del Señor Goyle.

Cerró los ojos, e intentó enfocarse. Estaba segura de que Voldemort no habría intentado hacer
otro Horrocrux: su alma estaba demasiado inestable. Pero de alguna manera...
El sonido de unos pasos interrumpió su razonamiento.

—Entonces, es verdad—. Susurró Draco. —¿Con este “Horrocrux”, el Señor Tenebroso


puede poseer a una persona?

—No exactamente—. Abrió los ojos con una mueca de dolor. —No está hecho para una
persona. Es más adecuado para un objeto. Pero cuando tu alma se divide, puedes compartir
cuerpos, en algunos casos. Lo hizo con Quirrel.

Draco la miró boquiabierto. —¿El Profesor Quirrel?

—Si. Es una larga historia—. Suspiró y se frotó las sienes. —Hay una parte de Voldemort en
Goyle, lo que significa que debe haber dividido su alma de nuevo en algún punto. Pero
¿cuándo?—. Frunció el ceño. —¿Y cómo se metió adentro de Goyle sin que Voldemort se
diera cuenta?

Los ojos de Draco parpadearon. —Tenemos que ver el siguiente—, dijo en voz baja. —Yo no
lo vi entero. Cuando estés lista.

—Estoy lista—. Se obligó a ponerse de pie, se dirigió hacia el Pensadero y miró la bandeja
de viales negros.

Unos minutos después, Draco apareció a su lado, recogió los hilos de plata que se
arremolinaban en el Pensadero y los guardó de vuelta en el primer vial negro. Al estirar la
mano hacia el segundo vial, datado el 13 de junio de 1998, vaciló. —Yo… me salteé algunas
cosas.

Antes de que pudiera preguntar, estaba volcando los recuerdos en la vasija y tomando su
mano.

Aterrizaron en Hogwarts… o lo que solía ser Hogwarts. Lucius abrió las pesadas puertas de
madera y entró al Gran Comedor. Se detuvo ante un movimiento a su izquierda.

Nagini.

Lucius apretó los labios mientras ella se desenroscaba de una mesa podrida, y se arrastraba
para ir a su encuentro. Lucius comenzó a avanzar, y Nagini fue siseando a sus pies. Draco y
Hermione lo siguieron.

Los ojos de ella se elevaron por encima de la cabeza de Lucius, recorriendo el techo. Los
libros de su mente, llenos de recuerdos felices con cuatro estandartes de colores, empujaron
hacia adelante en sus estantes, y el eco de las risas creció en sus oídos...

Las duras antorchas parpadearon en la pared, y la risa se distorsionó en una carcajada aguda,
transformándose en su propio grito agónico cuando Voldemort atravesó sus recuerdos.

Cerrando los párpados con fuerza, extendió una mano dentro de su mente y usó lo que le
quedaba de energía para cerrar los libros que se habían abierto, deslizándolos de vuelta a sus
estantes.
Se detuvieron frente a un enorme esqueleto de serpiente que se extendía de pared a pared.
Voldemort estaba de pie junto a una ventana lejana, mirando hacia el Lago Negro y pasando
los dedos por encima de la Varita de Sauco. Lucius se acercó al trono de huesos y esperó.
Nagini se enroscó a su alrededor, expandiendo y contrayendo los músculos mientras
levantaba la cabeza.

—Goyle—, dijo Voldemort suavemente. —¿Qué has encontrado?

—Más de lo que pueda explicar, mi Señor—. Lucius juntó las manos detrás de la espalda y
levantó la barbilla. —Creo… que es mejor que usted lo visite.

Voldemort se volvió de la ventana abruptamente. Hermione movió su mano húmeda para


apretar la de Draco.

—¿Y por qué no puede él honrarnos con su presencia aquí, en mi castillo?

—Él señaló que no sería seguro.

Voldemort frunció el labio y se movió hacia ellos. El arrastre de la capa contra la piedra le
puso la piel de gallina.

Se detuvo en la cabecera de su trono, mirando a Nagini casi con afecto antes de que sus ojos
escarlata se posaran en Lucius.

—No soy el chico de los recados, Lucius.

—Perdóneme, mi Señor. Pero hay algo más.

Las ranuras de las fosas nasales de Voldemort se ensancharon. —Adelante.

—Él… no era él mismo—. Una pausa delicada. —Él dijo que tenía algo que usted
necesitaba, y que había estado haciendo “búsqueda de almas”

Voldemort se quedó inmóvil. Dirigió la mirada hacia un punto encima del hombro de ella,
atravesándola, y sus estantes se sacudieron, pero se mantuvieron firmes.

—¿Qué más?

—Está esperando por usted—, dijo Lucius, y su garganta chasqueó alrededor de las
consonantes. —En una choza arrumbada en las afueras de Pequeño Hangleton.

Voldemort volvió abruptamente la mirada hacia Lucius. —¿Qué dijiste?

—Creo que la propiedad solía pertenecer a una familia llamada Gaunt...—

Con un gruñido y un giro cruel, Voldemort Desapareció. Hermione tomó aire, sintiendo que
sus piernas se balanceaban debajo de ella.

Gaunt. La palabra traqueteó dentro de su cabeza, pero se escapó de las yemas de sus dedos.
Lucius permaneció inmóvil, todavía mirando hacia el trono vacío, como si aguardara más
instrucciones. Sus dedos se movieron a su lado. Solo el sonido parpadeante de la lengua de
Nagini rompía el silencio.

Después de un minuto completo, se volvió para salir. Estaba pálido como una hoja.

Al salir del Gran Comedor, el cuarto se estremeció y se transformó. Cuando el mundo dejó de
girar, Hermione se sorprendió al descubrirse en el vestíbulo de la Mansión. Los dedos de
Draco se tensaron antes de separarse de los suyos.

Ella abrió la boca para preguntar qué sucedía, pero se distrajo al ver a Lucius abriendo la
puerta de entrada. Él echó un vistazo hacia el sendero de piedra, todavía vestido con la misma
ropa que en el recuerdo anterior; era el mismo día. Su rostro era aún más pálido que antes.

Miró por encima del hombro, y descubrió a Draco parado detrás de ella. Estaba mirando al
piso, tan pálido como su padre.

Hermione frunció el ceño. ¿Qué recuerdo era éste?

—Draco...—

Un estallido atravesó el cielo, y Hermione dio un salto. Miró hacia la noche clara y descubrió
una figura envuelta en una capa que se deslizaba a través del portón de la Mansión.

Voldemort.

La comprensión la golpeó como un puñetazo en el estómago. Se dio vuelta y vio a Draco


apretando los puños, y curvando los hombros hacia adentro.

Antes de que pudiera pensar en el pánico que sentía en el pecho, Voldemort se arrastró por
los escalones de la Mansión para encontrar a Lucius en la puerta de entrada.

—Mi Señor—. Lucius hizo una reverencia. —Bienvenido a la Mansión.

Voldemort levantó una mano para silenciarlo. —Ve a buscar a tu Sangre Sucia, Lucius.

Lucius inclinó la cabeza y llevó a Voldemort hasta el Salón. Hermione estiró una mano hacia
Draco al mismo tiempo que él estiraba la suya en su dirección. Su mano estaba húmeda.

—No tenemos que ver esto—. Tragó saliva, sus ojos grises ligeramente nublados. —Yo no lo
vi la última vez. Puedo saltearlo hacia adelante...—

Ella asintió. Él agitó la varita y se encontraron a ellos mismos en el Salón. Hermione se puso
rígida al ver al otro Draco arrastrar su cuerpo abatido por el suelo para llevarla hasta la
puerta.

El Draco real entrelazó sus dedos, y la presión la estabilizó.

Voldemort estaba de pie junto a la ventana, con la mirada distante.


Los ojos de Lucius alternaban de la puerta a Voldemort. —Mi Señor. Me gustaría ayudarlo.

La puerta del Salón se cerró, y Hermione sintió como si hubiera sido encerrada en una tumba.
Se le nubló la visión, sabiendo que en este momento, Narcissa la estaría llevando escaleras
arriba, hacia su habitación devastada.

Tragó saliva, y aquietó la mente para volver a enfocarse en la tarea que tenía en sus manos.

Voldemort había ido a buscar información en su mente sobre los Horrocruxes. Lo que fuera
que hubiera descubierto acerca de Goyle, lo había llevado a buscarla.

Finalmente, Voldemort inclinó su pálida cabeza hacia la ventana. Lucius se aclaró la


garganta, y sus manos temblaron una vez antes de entrelazarlas detrás de la espalda.

—Mi Señor, sé que en el pasado han habido momentos en que le he fallado. Pero espero que
mi devoción a su servicio y al Gran Orden me haya permitido recuperar su confianza—.
Tomó aire profundamente. —Si estoy en lo correcto… quizá una vez me haya confiado algo
de este tipo—. Hermione vio que apretaba los dedos. —Un diario.

Separó los labios y un escalofrío le recorrió la columna.

Lenta y deliberadamente, Voldemort se volvió de la ventana. Y aunque sabía que Lucius


había sobrevivido a este momento, su corazón se detuvo de terror por él.

—¿Ayuda?— Su rostro era ilegible, pero el silbido hizo estremecer la habitación. Los
hombros de Lucius se contrajeron levemente.

—Los Malfoy tienen propiedades en todo el mundo. Algunas… fuera de registro—. Se pasó
el pulgar por encima de los nudillos. —Creo que puedo ayudar, mi Señor. A mantener a salvo
a Goyle.

Voldemort avanzó hacia él, perforando sus ojos. Escuchó a Draco soltar un tembloroso
suspiro junto a ella. Y entonces...

—Debo hablar con Goyle otra vez—. Voldemort giró y se alejó, antes de hacer una pausa
frente a la puerta. —Tu me acompañarás, Lucius.

Hubo un visible alivio en el rostro de Lucius antes de que lo enmascarara. Inclinó la cabeza, y
sus zapatos de cuero de dragón avanzaron rápidamente para seguir a Lord Voldemort afuera.

Los pulmones de Hermione suplicaron por aire apenas la puerta se cerró, y el dolor le punzó
detrás de las sienes. Draco abrió la boca para decirle algo, pero entonces el cuarto comenzó a
girar y sus palabras se desvanecieron como el aire en el vacío.

El mundo se detuvo de golpe, con Draco sosteniéndola por la cintura. Le zumbaban los oídos
al asomarse para mirar a su alrededor. Estaban otra vez en el denso bosque de árboles;
Pequeño Hangleton a la distancia.

—Granger...—
Ella se apartó con un grito ahogado.

Estaban en la residencia de los Gaunt. Donde Voldemort había escondido el anillo, uno de los
primeros Horrocruxes. Por supuesto.

—Granger—. Draco la alcanzó, tomando su mano. —Podemos tomar un descanso. Podemos


ver el resto después de que hayas dormido...—

—No. Tenemos que descubrir lo que sucedió.

—No había llegado hasta aquí. No sé qué pasa a continuación, y tu estás exhausta...—

—Yo… estaré bien, Draco—. Avanzó a trompicones, y tiró de él para arrastrarlo a través de
la espesura hasta que alcanzaron a las figuras encapuchadas que se acercaban a la cabaña, en
el crepúsculo.

Su mente se tambaleaba y daba vueltas, como un trompo en una mesa rugosa. ¿Por qué
Voldemort había querido buscar en su mente una prueba de que Harry era un Horrocrux?
¿Qué más había pensado que ella podía saber, y cómo se relacionaba eso con Goyle?

Las puertas de abrieron de par en par, y Voldemort se deslizó dentro. Cuadrando ligeramente
los hombros, Lucius lo siguió. Draco vaciló junto a la puerta, mirándola. Ella asintió, y él se
giró y la guió dentro de la choza.

Se ubicaron junto a Lucius, que levantaba la varita con un Lumos, y siguieron su mirada y la
de Voldemort al otro lado del cuarto. Goyle les daba la espalda, de cara a la pared opuesta,
como si no se hubiera movido desde que lo dejaran a solas. Al darse vuelta, sus ojos se
fijaron en Voldemort. Estiró los labios en una sonrisa, como si hubiera encontrado la pieza de
un rompecabezas que perdiera hace años.

—¿Encontraste las respuestas que estabas buscando?

—Algunas de ellas—. Voldemort inclinó la cabeza, evaluándolo como si fuera una nueva
mascota. —¿Cuánto tiempo llevas habitando este anfitrión?

Goyle avanzó hacia el resplandor de la varita de Lucius. Inclinó la cabeza de la misma


manera, y Hermione sintió que se le erizaba la piel. —Fueron varios días después de la
Batalla Final. Estaba en un estado incorpóreo, vagando por el bosque cerca de Hogwarts,
cuando Gregory Goyle tropezó conmigo.

Los párpados de Voldemort se cerraron, y sus fosas nasales se ensancharon. —¿Goyle sigue
vivo?

—Por ahora—. Su mirada se agudizó, sus rasgos eran grotescos e inhumanos. —Se podría
decir que está… durmiendo. Ofreció poca resistencia cuando me apoderé de él.

Voldemort cerró y desplegó sus largos dedos. —¿Y antes de eso? ¿Qué recuerdas?

—No lo tengo muy claro—, dijo Goyle, con la mirada vidriosa al recordar. —Recuerdo haber
sentido como si me encerraran… como si me enterraran vivo. Me llevó años volver a ser
consciente de mi mismo. Cuanto más te sentía, más conseguía abrirme camino para salir.
Pero entonces, hace apenas unas semanas, fui expulsado abruptamente.

Unos ojos rojos se abrieron de golpe, y se redujeron a rendijas. —¿Dónde?

Los párpados de Goyle se agitaron. —Amanecía en un bosque. Vi un muchacho muerto antes


de desaparecer entre los árboles.

El cuarto estaba en silencio, aparte del galope del corazón de Hermione.

—Y antes de eso—. La voz de Voldemort era un susurro, casi una caricia. —¿Qué es lo
último que recuerdas antes de que fueras encerrado?

—La muerte de la joven. Y el llanto del bebé.

Hermione soltó un grito estrangulado. Draco giró abruptamente la cabeza para mirarla, pero
ella estaba mirando horrorizada a Goyle, respirando con dificultad.

No podía ser...

—Lucius—, dijo Voldemort, siseando el nombre. —¿Afirmas saber lo que es Goyle?

Volvió la mirada hacia Lucius, y Hermione lo vio tomar una bocanada de aire.

—Creo que la palabra es… “Horrocrux”, mi Señor.

Voldemort caminó en un amplio círculo alrededor del cuarto. —¿Y cómo has llegado a
conocer esa palabra?

—Encontré un libro en mi biblioteca...— Bajó los ojos. —No debería haberlo buscado sin
permiso, mi Señor. Perdóneme.

—Destruye ese libro.

Lucius asintió, todavía con la mirada en el suelo.

—Estás equivocado, Lucius—, dijo Voldemort, con una melodía retorcida en su tono.

El ojo de Lucius se crispó, pero no dejó entrever nada.

—Verás, nuestro amigo aquí… Goyle—, la voz de Voldemort escurría diversión—, no es en


absoluto un Horrocrux.

Lucius levantó la mirada. —¿Mi Señor?

—No—. Voldemort se detuvo a un paso de Goyle, mirándolo de arriba abajo. —Pero


proviene de uno.

Goyle giró el cuello para enfrentarlo, como una marioneta articulada.


Voldemort se dio vuelta y continuó su paseo. —Sabes que he creado varios Horrocruxes.
Pero parece ser que uno de ellos fue… involuntario.

Se deslizó a menos de un paso de ellos, y a Hermione le costó mucho no encogerse. Sentía


las piernas como gelatina cuando su mente hizo click, y los detalles encajaron en su lugar.

Draco la acercó más, moviendo un hombro detrás de ella.

—Hace años, este Horrocrux involuntario se adhirió a mi enemigo, marcándolo como mi


igual—. Sus labios se torcieron, como si la profecía ahora le resultara divertida. —Mi alma se
volvió más fuerte en su cuerpo cuando mis poderes crecieron. Y supongo que él acabó por
descubrir la verdad. Cuando se rindió en el Bosque Prohibido, debe haber pensado que el
Horrocrux sería destruido cuando yo lo matara. En lugar de eso, fue liberado—. Voldemort
volvió su mirada hacia Goyle. —Hasta que encontró un nuevo anfitrión.

Hermione separó los labios, unos puntos negros le nublaron la visión. Como si hubiera sido
sumergida en aguas heladas y oscuras, obligada a hundirse lentamente hacia el fondo
mientras la superficie se mantenía inmóvil.

El Horrocrux dentro de Harry.

Voldemort no había creado otro por accidente. Era el mismo que había estado dentro de
Harry.

Harry lo había descubierto de alguna manera. Y había creído que podía matarlo si se
sacrificaba a si mismo.

Pero no había funcionado.

Se le atoró la respiración en el pecho, como un peso muerte creciendo adentro suyo.

Harry había muerto por nada.

Voldemort todavía estaba hablando, pero ella ya no podía escucharlo.

Algo cálido se envolvió alrededor de sus hombros mientras temblaba, y agitó los brazos,
retorciéndose para escapar. Giró y Draco estaba allí, intentando sostenerla, hablándole.

Sus pulmones lucharon por aire, pero no podía respirar. Los latidos de su corazón martillaban
cada vez más en su pecho. Intentó enfocar en los ojos grises de Draco, pero todo lo que podía
ver era un verde esmeralda.

Las paredes de la choza comenzaron a cambiar, cerrándose sobre ella, apretándose cada vez
más y más hasta que se apretaron a su alrededor como las paredes de un ataúd...

Y luego todo fue oscuridad.

~*~
Sus párpados se abrieron ante el susurro de “Rennervate” en sus oídos. Se levantó
abruptamente y alguien la tomó de los hombros. Ajusto la visión mientras sus pulmones
succionaban el aire, y cuando levantó la mirada, descubrió a Draco cerniéndose sobre ella, y
el dosel verde extendiéndose encima de su cabeza. Estaba en su cama.

—Granger—, dijo él, y se dio cuenta que había estado diciendo su nombre.

Sentía la garganta seca, y se humedeció los labios. —¿Qué pasó?

Su expresión era tensa. —Tuve que Aturdirte—. Levantó una mano para apartar los rizos de
su rostro. —Estabas teniendo un ataque de pánico.

Ella tomó una bocanada de aire y cerró los ojos con fuerza. Sus hombros temblaron bajo las
yemas de sus dedos mientras los recuerdos crecían, y la inundaban.

Una punzada de desesperación se extendió por su pecho.

Harry.

Él lo había descubierto de alguna manera. Había descubierto la verdad acerca del Horrocrux
que tenía adentro. Algo en los recuerdos de Snape debía haberlo confirmado.

Le ardían los párpados mientras las lágrimas se deslizaban libremente, bajando por su rostro.
Una mano cálida las enjugó.

Su mejor amigo estaba muerto, y ella no se había permitido pensar en cómo o por qué. Lo
había enterrado entre sus estantes sin tener todas las respuestas. Pero ahora su libro se había
abierto de par en par, las hojas habían sido arrancadas, y el lomo se desgarraba a medida que
las páginas se dispersaban.

Se tragó un sollozo cuando el dolor se hundió en su garganta, enroscándose como alquitrán


alrededor de sus costillas.

Él había caminado hacia el Bosque con un propósito. Había bajado la varita, cerrado los ojos.
Ella no había estado con él. Había estado solo.

Harry había muerto haciendo lo que creyó que era lo correcto, pero había fracasado. El
Horrocrux había sobrevivido. Y él había muerto en su lugar.

Un sollozo brotó de su garganta, y se encogió lejos de las manos que la aferraban. Se enfocó
en sus estantes, apretando las manos sobre los ojos hasta que las lágrimas dejaron de caer.

Escuchó una inhalación junto a ella… y luego el traqueteo de la porcelana. Abrió los ojos y
vio a Draco llevando una taza de té en un plato para ella. Sentía la cabeza aturdida, pero
reconoció el tenue aroma de la manzanilla. Se concentró en inhalar por la nariz y exhalar por
la boca.

—¿Qué pasó?— Preguntó Draco suavemente. La cama se hundió cuando él se sentó junto a
ella. —¿Qué me estoy perdiendo?
Ella tomó un sorbo de té, pero le supo a cenizas en la lengua. Le devolvió el plato, se secó las
mejillas otra vez e intentó tragarse sus emociones.

—Harry tenía un Horrocrux adentro de él. Un Horrocrux que Voldemort nunca tuvo la
intención de hacer. Yo había sospechado algo así hace un tiempo, pero nunca se lo dije. Ni a
él ni a nadie—. Bajó los ojos hacia su regazo. —Fue por eso que se metió al Bosque. Se
estaba sacrificando a si mismo para matarlo.

El colchón se movió, y escuchó que la garganta de Draco hacía click.

—Él creía que eso mataría al Horrocrux, pero no lo hizo. Lo liberó.

La habitación se volvió borrosa al levantar la mirada hacia él. Parpadeó, y lo descubrió


mirándola cuidadosamente, con los dedos a pocos centímetros de los suyos.

—Harry murió por nada—, susurró. —No consiguió nada.

Todas las personas que habían muerto, todos los amigos que habían sido Subastados. Y la
muerte de Harry había sido en vano.

Comenzó a llorar otra vez, sus pulmones luchando contra sus costillas. Draco agitó la varita y
acercó una Poción para Dormir hasta sus labios. Ella se apartó.

—Son las cuatro de la mañana, Granger...—

—Hay otro vial de recuerdos...—

—Estarán allí por la mañana.

Ella cayó sobre la almohada, y permitió que su cuerpo se hundiera hacia atrás en el colchón
mientras él le daba de beber. Sus ojos comenzaron a cerrarse, y Draco apagó la luz y se
deslizó en la cama detrás de ella, curvando los hombros a su alrededor y apretando el rostro
contra su cabello. Ella escuchó su respiración hasta que el sueño se la llevó.

~*~

Despertó con el cuerpo de Draco todavía envuelto alrededor del suyo; su calidez la reconfortó
durante cinco segundos hasta que la sangre se le congeló. Se estremeció ante el recuerdo de la
noche anterior, y él se despertó con una sacudida.

—Lo siento—. Su voz se quebró al volverse hacia él.

Él se frotó los ojos y la miró, estirando una mano para colocar un rizo detrás de su oreja. —
¿Cómo estás?

Ella giró hacia el otro lado y revisó el reloj en la mesa. Las diez de la mañana.

—Estoy mejor—, mintió. Le temblaron los labios, y los cerró con más fuerza. —Necesito ver
el resto de los recuerdos—. Se sentó y apartó las mantas.
—Granger, es importante que tu...—

Ella giró hacia él. —Nada es más importante que esto.

Una mirada extraña le cruzó el rostro. Ella tragó saliva, y se obligó a relajar los hombros.

—Lo siento, es solo que...— Abrió y cerró la boca mientras luchaba por encontrar las
palabras. —Esto es más importante que cualquier otra cosa, Draco. Es más grande que todos
nosotros.

La expresión de él volvió a estar en blanco, y estiró una mano hacia la varita en la mesita de
noche. La agitó en su dirección y los pantalones de su pijama se transformaron en jeans.

Bajó la mirada hacia ellos. —Gracias—, susurró.

Él hizo silencio un momento, observándola mientras se ponía los zapatos. —Así que eso es lo
que ustedes tres estuvieron haciendo durante el séptimo año. Buscando Horrocruxes.

Ella asintió. —Dumbledore le dijo a Harry todo lo que sabía acerca de ellos. Voldemort creó
seis Horrocruxes. Dividió su alma usando magia negra, y la encerró en seis objetos que eran
importantes para él.

Draco apartó las mantas y se quedó mirando a la pared opuesta. —Lo mantienen vivo, ¿no es
así?

—Si. Mientras exista una pieza de su alma, no puede ser destruido. Ni siquiera con la
Maldición Asesina—. Tomó una bocanada de aire, y enterró las uñas en las palmas de las
manos. —La noche en que intentó matar a Harry cuando era un bebé, su alma se quebró otra
vez. Y de alguna manera se alojó a si misma dentro de la única persona viva del cuarto.

—Potter—. Draco giró la cabeza hacia ella, con la mandíbula tensa. —Y ahora Goyle.

—Goyle solo es un anfitrión temporal—, dijo Hermione, frotándose la sien. —Pero estoy
segura de que Voldemort ha hecho un nuevo Horrocrux para contenerlo—. Apretó los dedos
temblorosos contra sus labios. —¿Dijo algo acerca de lo que haría con él? ¿En los otros
recuerdos que viste?

—Vi lo mismo que viste tú—. Draco se puso de pie y fue hasta su guardarropa; se pasó un
sweater por la cabeza. —No avancé mucho más anoche antes de ir a buscarte. Fui a la
biblioteca y revisé el estudio de mi padre para ver si había escondido el libro en alguna parte.

—Deberíamos empezar por el final del recuerdo del que tuviste que sacarme. Podría haber
dicho algo...—

Draco negó con la cabeza mientras se ajustaba el cinturón. —Te saqué justo al final. Lo único
que hizo fue decirle a mi padre que espere instrucciones.

Hermione se tragó su decepción. —Bueno, con suerte encontraremos la respuesta en uno de


los otros—. Hizo a un lado los latidos de su cabeza. Tenían que volver al Pensadero.
—Entonces...—. Draco se pellizcó el puente de la nariz. —Además del propio Voldemort,
¿hay otras siete piezas de su alma que lo mantienen vivo? ¿Incluyendo el que está dentro de
Goyle?

—No. Solo quedan dos—. Cuando las cejas de Draco se juntaron en confusión, ella dijo. —
Los otros cinco han sido destruidos.

Él parpadeó. —Destruidos—. Su voz era suave y lejana.

—Si—. Cruzó el cuarto hacia la puerta. —Solo queda la serpiente y la parte que se adhirió a
Goyle. Una vez que esos dos desaparezcan, volverá a ser mortal.

Abrió la puerta, pero una mano en el codo la detuvo. Frunció el ceño y se volvió. Draco
señaló la bandeja de desayuno que esperaba en su escritorio, con el rostro impasible.

—Deberías comer algo.

—Draco, no hay tiempo.

—Granger...—

—Podemos comer después—. Atravesó la puerta y se movió rápidamente por el corredor.


Hizo una pausa en la escalera para esperarlo, y se volvió para verlo emerger de su cuarto con
dos tostadas en su mano. Le ofreció una arqueando una ceja. Ella se la metió en la boca con
un resoplido, mientras bajaban las escaleras.

Al llegar al estudio de Lucius, vaciló, pero luego recordó que ya no estaba prohibido para
ella. Draco pasó a su lado y ella rápidamente lo siguió, cerrando la puerta detrás de sí. El
Pensadero estaba exactamente donde había estado seis horas atrás.

Él recogió el último recuerdo de la vasija para colocarlo de vuelta en el vial fechado el 13 de


junio, y Hermione volcó el último vial negro en el Pensadero, con fecha casi tres meses
después de los primeros dos. Se miraron a los ojos mientras ella lo tomaba de la mano, y se
metieron juntos al siguiente recuerdo.

Cayeron en la casa de los Gaunt en el momento en que Lucius entraba. Él cerró la puerta
detrás de sí, con los ojos fijos a la derecha de los pies de Hermione, y ella pegó un grito al
descubrir el cadáver del Señor Goyle en el suelo junto a ella. Draco la sostuvo cuando ella se
tambaleó, mirando el cuerpo boquiabierta.

Tenía la piel pálida, los labios morados colgaban abiertos en lo que parecía ser un grito. Y
con una violenta sacudida en el estómago, Hermione vio que los ojos del Señor Goyle habían
sido azules, y no marrón oscuro como en los recuerdos anteriores.

—Lucius—, dijo Voldemort. Se apartó de su lugar junto a la ventana.

Los ojos de Lucius parpadearon hacia Voldemort. —¿Tuvo éxito entonces, mi Señor?

—Si—, dijo él, y el siseo hizo eco por las paredes. —He extraído la preciada parte de mi
alma, y la he sellado en un recipiente adecuado. Y ahora debemos procurar que esté segura
—. Se deslizó hacia Lucius y lentamente extendió una mano. Sus uñas largas hicieron que el
estómago de Hermione se volviera a retorcer. —Y esa es la razón por la que estás aquí, mi
resbaladizo amigo.

Una arruga apareció entre las cejas de Lucius, pero desapareció en un parpadeo. Buscó en su
túnica y sacó un pañuelo que quedó suspendido en el aire, desplegándose para revelar una
cuerda dorada. Los ojos de Voldemort estaban fijos en Lucius mientras cada uno tomaba un
extremo y, con un tirón, Hermione y Draco comenzaron a girar junto a ellos.

Aterrizaron en un terreno rocoso en mitad de la noche. La ladera de una montaña se alzaba a


sus espaldas. La luna estaba ausente en el cielo, y las estrellas ocultas detrás de las nubes.

El vello de los brazos de Hermione se erizó.

—¿Dónde estamos?— Preguntó.

—No lo sé—. Los ojos de Draco recorrieron el paisaje. —Nunca antes había estado aquí.

Lucius se alisó la túnica e iluminó el camino con la varita. Sus botas crujieron sobre la
grama, mientras Voldemort lo seguía, su capa arrastrándose silenciosamente detrás.

—Supongo que puedo tener toda tu confianza en esta ubicación—, dijo Voldemort. Hablaba
en voz baja, pero el tono de amenaza era inconfundible.

—Si, mi Señor. No solo he pasado los últimos meses haciendo alianzas en el gobierno
Rumano, sino también asegurándome de que nadie conociera la existencia de esta propiedad.
He investigado los registros personalmente. Y he reforzado las barreras y protecciones que la
rodean—. Sus ojos grises brillaron al mirar a Voldemort por encima del hombro. —Nadie
encontrará esta propiedad. Se lo aseguro.

Rumanía. Hermione miró la oscura cordillera a su alrededor, intentando identificar algo que
pudiera señalar exactamente dónde estaban.

—Espero que tengas razón, Lucius. Por el bien de tu familia.

El terror se apoderó de ella como una ola rompiendo lentamente. Se arriesgó a mirar a Draco.
Tenía los ojos muy abiertos, pero la boca rígida. Lucius inclinó la barbilla y siguió
caminando.

Comenzaron a subir la colina, tomando un camino de tierra. Lucius viró bruscamente a la


derecha, rodeando una gran piedra, y los condujo fuera del sendero.

—Me honra que la familia Malfoy pueda serle útil una vez más, mi Señor—. Lucius
desaceleró el ritmo para equiparar el de Voldemort. —No volveré a fallarle.

Voldemort asintió. —Me he sentido satisfecho por tu desempeño últimamente. Pero si te


vuelves complaciente en el futuro...—

—Por supuesto, mi Señor—, dijo Lucius rápidamente. Se hizo un silencio bajo la luz de las
estrellas por un momento antes de que Lucius volviera a hablar. —¿Puedo hablar
libremente…?

—Adelante.

—Veo un futuro brillante para Draco. Es muy respetado por sus pares y superiores, y tiene un
don con las palabras. Tengo la esperanza de que pueda poner eso a su servicio una vez que
madure. Quizá como Ministro algún día.

Hermione miró por encima del hombro hacia donde estaba Draco, unos pasos detrás de ella.
Sus ojos estaban fijos en su padre y en Voldemort.

Pensó en el recuerdo de Lucius en Suiza, instándolo a acompañar al Ministro de Alemania en


lugar de torturar prisioneros con Bellatrix.

Voldemort avanzó deslizándose por el oscuro sendero entre las colinas y dijo. —Veremos.

Lucius asintió, y el estómago de Hermione se revolvió por la culpa al preguntarse si quizá no


estaría de acuerdo con él. Incluso aunque ambas opciones le resultaran repugnantes, era
mejor imaginarlo en una oficina que en el campo de batalla.

El sendero se estrechó, y Lucius se detuvo frente a la cara lisa de una roca. —Aquí, mi Señor.

Hermione entrecerró los ojos, intentando memorizarlo, pero en la oscuridad todo era
intercambiable. Draco se acercó a ella, con los ojos todavía clavados en su padre.

Lucius apoyó la varita en el centro de la pared, y ésta se estremeció y se quebró con un


estruendo, hasta que una puerta apareció en la roca. Se volvió hacia Voldemort.

—Solo un Malfoy puede atravesarlo—. Apretó la varita contra la palma de su mano y cortó la
piel. La sangre oscura goteó por su muñeca al ofrecer la mano a Voldemort

Los labios de Voldemort se torcieron en algo parecido a una sonrisa, mientras levantaba la
Varita de Sauco y hacía un fino corte en su dedo índice. Convocó la sangre de la palma de
Lucius, y las gotas rojas trazaron un arco y aterrizaron en la pálida piel, mezclándose con su
sangre. Cerró el corte, y Lucius lo imitó.

Lucius se acercó a la entrada, pero se detuvo en seco cuando Voldemort colocó una mano
sobre su hombro.

—Tu esperarás aquí—, susurró, y Hermione vio que Lucius intentaba no encogerse cuando
los dedos huesudos lo apretaron con más fuerza. —Esconderé el objeto y lanzaré mis
protecciones yo solo.

Lucius asintió bruscamente, y retrocedió un paso para permitir la entrada a Voldemort. Con
un movimiento de varita, Voldemort abrió la puerta, una especie de roca que se movió hacia
un costado. Atravesó el umbral, desapareció en la oscuridad, y Lucius tomó una bocanada de
aire.

Las montañas de Rumanía se deformaron, el recuerdo estaba acabando. El Pensadero los


empujó hacia arriba y hacia afuera.
Cuando sus pies estuvieron firmemente plantados en el suelo del estudio, Hermione se dejó
caer de rodillas, tomando aire.

Lucius Malfoy había guardado cuidadosamente la ubicación del Horrocrux de Voldemort.

Le zumbaban los oídos cuando finalmente levantó la mirada hacia Draco. Tenía la boca
abierta, y sus ojos todavía ausentes miraban los títulos en los estantes de su padre. Dirigió la
mirada al Pensadero, y vio las montañas ascender a la superficie de los recuerdos
arremolinados.

Ahora era una de las cuatro personas en el mundo que sabían la ubicación del último
Horrocrux de Voldemort. Y ahora tenía que decidir qué iba a hacer con eso.

Se derrumbó en uno de los sillones de cuero de Lucius y cerró los ojos, intentando pensar.
Cuando finalmente los abrió, levantó la mirada hacia Draco. Los dedos de él estaban
jugueteando con un hilo de su manga, y sus ojos todavía estaban en la distancia.

Ya le había pedido demasiado. Charlotte, devolver las memorias, desobedecer a su padre.


Incluso aunque accediera a llevar otro mensaje más a la Orden acerca del Horrocrux en
Rumanía, no sabía cómo deberían destruirlo. Era posible que ni siquiera fueran capaces de
pasar las barreras.

Hermione bajó la mirada hacia el escritorio de caoba, y respiró profundamente cuando la


resolución la inundó. Tenía que ser ella. Hacer llegar esto a la Orden y esperar que tuvieran
éxito desde afuera, era un riesgo que no podía asumir. Los Horrocruxes eran de ella. De ella,
de Harry y de Ron. Dumbledore se los había confiado a ellos.

Ginny y Charlotte no sabían lo que ella sabía. Con este nuevo Horrocrux en Rumanía… solo
quedaba ella. Y Draco.

Sus ojos viajaron hacia él. Hacía apenas unos días, ella le había prometido que se quedaría
hasta que todos pudieran irse de allí. Pero en ese entonces no había habido un Horrocrux. La
lógica le estaba gritando que bebiera el antídoto del tatuaje, tomara su varita, atravesara las
puertas de la Mansión, y se fuera directamente hacia las montañas en Rumanía. Que hiciera
rodar hacia un lado esa roca y matara el Horrocrux, igual que él había matado a Harry. Pero
su corazón le suplicaba que no desapareciera. Los tres Malfoy serían torturados y asesinados.
Se le cortó la respiración, y se obligó a apartar esos pensamientos.

Miró el escritorio con los ojos entrecerrados, y se preguntó por qué Lucius Malfoy habría
guardado esos recuerdos. La única razón que podía pensar era que los necesitaba… como
garantía. Igual que a ella. Si la Verdadera Orden lo capturaba a él o a su familia, qué mejor
respaldo que la ubicación del último Horrocrux de Voldemort.

Draco giró abruptamente sobre los talones, encarando hacia el Pensadero. Un músculo en su
mejilla se crispó al comenzar a recoger las hebras y colocarlos de vuelta en el vial.
Guardando las cosas, como si nadie las hubiera tocado; como si no las hubieran abierto de
par en par.
El corazón le latió con más fuerza mientras lo miraba. Necesitaba convencerlo. Si podía
encontrar una manera de ponerlo a él y a su madre a salvo, ella podía ir a Rumanía y destruir
el Horrocrux. No se iría sin garantizar su seguridad, pero necesitaba ir.

Él dejó los frascos negros en el estante y cerró las puertas del gabinete.

Ella repasó la conversación en su cabeza, curvando las palmas de las manos en puños.

Draco, tengo que hacer esto. No intentes detenerme, por favor.

La cerradura del armario se cerró, y vio a Draco pasar los dedos por la madera oscura.

Necesitamos un plan para ponerte a ti y a tu madre a salvo. Podemos dejar una nota para tu
padre; no le gustará, pero él sabía que la derrota del Señor Oscuro era una posibilidad. Es
por eso que guardó estos recuerdos. Tiene que ser.

Draco se volvió hacia ella, mirándola con la mandíbula rígida. Los ojos de él la recorrieron,
con preocupación en la mirada. Ella sintió que las lágrimas le nublaban la vista.

Sé que dije que me quedaría, pero esto es más importante que todos nosotros. Es por esto que
Harry murió, y yo no puedo dejarlo pasar. Tengo que ir. Tengo que hacer esto, por favor no
intentes detenerme...

—¿Cómo lo destruimos?

Ella parpadeó, y se le aclaró la vista cuando él levantó la mirada hacia ella: sus ojos grises
eran inquisitivos, abiertos. Confiados.

—¿Qué?— Su voz se quebró en la palabra.

—Puede ser destruido como los demás, ¿no? ¿Podemos destruirlo nosotros?

El corazón le latió más rápido.

Nosotros.

Inhaló con fuerza, como si hubiera alcanzado la superficie del agua después de estar
ahogándose. —Hay algunas opciones, pero...— Sus ojos lo recorrieron, buscándolo. —¿Tú…
ayudarías?

Él inclinó la cabeza, frunciendo el ceño. —Eso es lo que quieres hacer, ¿verdad? ¿Ir allí?

Ella sintió que el corazón se le alojaba en la garganta. —Supongo que no pensé que irías
conmigo… Que te pondrías en contra de Voldemort.

Él se acercó y se arrodilló frente a su silla. Estiró una mano hacia su mejilla, mientras una
lágrima caía de sus pestañas. —Yo no sabía que había otras alternativas. No sabía que era
posible matarlo. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza.

Ella sorbió por la nariz. —¿Y eso cambia las cosas?


Sus ojos grises se fijaron en los suyos. —Tiene que haber algo mejor que esto—. Su
mandíbula se cerró y negó con la cabeza. —Cuando escuché que había ganado y que Potter
había muerto...— Tragó saliva y le tomó la mano. —Creí que era un hecho inamovible. Y
ahora me estás diciendo que no tiene por qué ser así.

Otra lágrima le salpicó las yemas de los dedos. Ella se mordió el labio, y la sangre pulsó con
fuerza en sus venas. —Draco, si haces esto, no hay manera de que la Orden no te perdone.

Él buscó sus ojos. —No es por eso que voy a hacerlo—. Empujó un rizo detrás de su oreja, y
mientras ella lo miraba, él se inclinó para besar cada uno de sus párpados, de sus sienes y de
sus mejillas.

Cuando alcanzó sus labios, ella se deslizó de la silla hasta caer en sus brazos, entrelazando
los dedos en su cabello. Él la arrastró hacia su regazo y se envolvió a su alrededor, besándola
suavemente. Sus labios intentaron seguirlo cuando él se separó de ella.

Sosteniéndola cerca suyo, Draco la miró a los ojos y dijo. —¿Cómo lo matamos?

Chapter End Notes

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Chapter 33
Chapter Notes

Nota de Autor

Gracias por su paciencia con el retraso. Esté atento a la nota final de este capítulo para
obtener información actualizada sobre la próxima fecha de publicación. La publicación
tardía de este capítulo afecta al siguiente, desafortunadamente, por lo que pronto
tomaremos algunas decisiones acerca de cuándo se publicará el Capítulo 34.

Gracias a mi Cat y a mi Duck.

See the end of the chapter for more notes

—Veneno de Basilisco, Fuego Maldito, la Espada de Gryffindor—. Draco se apartó del


escritorio de su padre y cruzó el cuarto, mirando la pared opuesta. —¿Estás segura de que no
hay otra cosa que pueda destruir un Horrocrux?

Los dedos de Hermione se deslizaron de sus labios. —Hasta donde yo sé, no. El libro que tu
padre confiscó solo nombraba el Fuego Maldito y el veneno de Basilisco. Lo de la Espada es
un caso especial.

—Pero está perdida.

—Si. Desde mayo—. Se mordió el interior de las mejillas.

Draco asintió, y ella vio que sus costillas se expandían. —El Fuego Maldito es la opción más
riesgosa. Si el fuego no es contenido, la montaña puede colapsar.

—Es verdad.

Draco miró a su alrededor. —Así que nuestra mejor alternativa es conseguir una rara
serpiente que aparentemente puede matarnos con la mirada.

Hermione arqueó una ceja. —De hecho, solo necesitamos el esqueleto del Basilisco que está
en el Gran Comedor. Sus colmillos todavía contienen el veneno incluso después de...—

—Ya no están.

El aire abandonó sus pulmones. Él suspiró, y se pasó una mano por el rostro. —Cuando el
Señor Tenebroso trajo el esqueleto al Gran Comedor por primera vez, le quitó los colmillos y
los destruyó. Rabastan lo vio hacerlo. Lo escuché cuando se lo contaba a mi tía.
Un frío punzante le corrió por la espalda. —De acuerdo. Bueno, entonces no hay otra opción
—. Se derrumbó otra vez en el sillón de cuero de Lucius y se frotó las sienes, intentando
pensar. —Un colmillo podría haber sobrevivido al fuego del año pasado. Pero lo dudo
mucho.

Los pasos de Draco sonaron más cerca. —¿Como dices?

—Es que...— Dejó caer las manos y levantó la mirada hacia él. —Ron y yo teníamos varios
colmillos, pero los perdimos todos en el Fuego Maldito.

—¿En la Sala de los Objetos Ocultos? ¿Con Crabbe?

—Si. De hecho, él nos ayudó a matar el Horrocrux en ese cuarto sin saberlo.

Draco frunció el ceño. —¿Cuál? ¿El anillo?

—No, la diadema de Ravenclaw—. Se inclinó hacia adelante y tocó el escritorio con un dedo.
—Dumbledore destruyó el anillo con la Espada de Gryffindor en sexto año—. Otro dedo. —
El diario fue Harry con el colmillo del Basilisco. Ron mató el relicario con la Espada, y yo
destruí la copa...—

Parpadeó al ver los cinco dedos contra la madera. Un latido después, se levantó abruptamente
de la silla.

—Qué...—

—Yo destruí la copa con el colmillo de Basilisco en la Cámara de los Secretos—. La sangre
le corría por las venas al girar hacia él. —Draco, creo que todavía está allí. Uno de los
colmillos.

Él la miró boquiabierta. —¿No crees que lo habría encontrado?

—No. El resto estaba pegado al esqueleto, así que no habría buscado más—. Podía escuchar
las palabras como si las estuviera diciendo Harry: “Su arrogancia lo vuelve descuidado”

—Granger...—

—Dejé caer el colmillo al agua. Lo recuerdo claramente ahora—. Avanzó hacia él,
levantando los brazos. —Todavía hay un colmillo de Basilisco en la Cámara de los Secretos,
Draco. Así es como destruiremos este Horrocrux.

Los ojos de él titilaron al buscar los suyos. —Granger, no puedes tener la certeza de haberlo
dejado caer al agua.

—Si puedo—. Una sonrisa apareció en sus labios.

Lo soltó y corrió hacia el gabinete cerrado. La cerradura de plata se abrió al tocarla, y las
puertas se abrieron de par en par, revelando el Pensadero que había dentro. Los recuerdos de
Lucius se arremolinaron por el disturbio.
Hermione miró por encima del hombro. —Te mostraré.

Draco la miró antes de asentir, como si saliera de un trance. Se ubicó junto a ella, recogió los
recuerdos arremolinados en un vial, y le ofreció su varita. Hermione se la apoyó en la sien, y
convocó pensamientos sobre la Batalla de Hogwarts y la copa de Helga Hufflepuff. Arrancar
la hebra de su mente se sintió como la lengua de una serpiente en su oído, pero pronto tuvo el
recuerdo plateado colgando de la punta. Lo dejó caer en el Pensadero, y sus ojos encontraron
los de Draco mientras le tomaba la mano.

Cayeron juntos en tierra firme. Pero algo le apretó el corazón en el instante en que su visión
se aclaró.

Ron.

El estómago le dio un vuelco violento. Observó con la respiración entrecortada cómo se


agachaba para colocar la copa en el suelo mojado frente a su yo del pasado. Sus ojos azules
subieron hacia ella, y se vio a sí misma mirarlo mientras se levantaba.

Era incluso más alto de lo que recordaba.

El colmillo del basilisco brillaba en la palma de su mano, salpicado de sangre y suciedad. —


Adelante—, dijo él.

Su voz. Había pasado un año desde la última vez que la oyera. Había olvidado cómo se había
hecho profunda al resonar en su pecho.

Vio a su versión más joven negarse, insistiendo que debería hacerlo él. Tenía el rostro pálido
y sombrío.

—Éste es tuyo—, dijo Ron. —Yo lo hice con el relicario. Tú deberías hacer uno.

Ron se acercó un paso, y Hermione se a vio a sí misma tomando el colmillo con dedos
temblorosos. Él le dirigió una sonrisa, tentativa y alentadora, y ella la sintió como si la bañara
la luz del sol.

Había un vacío adentro de ella, pero ver a Ron parecía aliviarlo. Sus pecas y su cabello; los
pequeños detalles que había hecho a un lado para no sentir su pérdida.

Algo se movió junto a su codo, y echó un vistazo para ver a Draco a su lado. Tenía el rostro
ilegible mientras observaba a las figuras en su recuerdo. Se percató de que él le había soltado
la mano.

Las mejillas de Hermione se sonrojaron al volver la mirada al frente. El dolor en el pecho se


retorció, hundiéndose pesadamente en su garganta. Sentía que era un error… tener a ambos
en este momento.

Se le cortó la respiración al ver que su versión más joven caía de rodillas, levantaba el
colmillo del Basilisco y lo hundía en el Horrocrux. El corazón le dio un vuelco en el pecho
cuando la copa soltó un grito agonizante, como un metal raspando contra otro. Un enorme
viento se elevó, arremolinándose a su alrededor, y formando unas olas gigantes en el agua
mientras el suelo traqueteaba bajo de sus pies. Ron se agachó detrás de ella, con los ojos
abiertos y aferrando sus hombros.

Y luego un silencio; solo el estallido de las olas contra las paredes de la cámara. Un alquitrán
negro rezumaba desde el oro quebrado.

Se vio a si misma ponerse de pie sobresaltada, y patear con el pie derecho el colmillo del
Basilisco, que fue patinando sobre las piedras y se deslizó dentro del agua, antes de girar
alrededor de Ron.

—¡Ahí!— Hermione corrió hacia el borde de la pasarela de piedra, apuntando el agua turbia.
—¡Cayó justo ahí! Draco, lo...—

Se volvió, y lo descubrió mirándola a ella y a Ron. Se estaban abrazando.

Se le secó la boca, y sus pies se congelaron debajo de ella.

Finalmente, su versión del pasado bajó las puntas de los pies, y dejó que sus brazos cayeran a
los lados. Las manos de Ron se apartaron de sus caderas cuando ella se alejó. Se hizo un
silencio incómodo antes de que comenzaran a reír, balbuceando acerca de lo bien que lo
había hecho el otro y juntando más colmillos.

Los dos pasaron caminando junto a ella, hacia el esqueleto del Basilisco, sonrosados y sin
aliento. Hermione recordó cómo le había picado la piel entonces, provocando que lo besara
minutos después en la Sala de los Menesteres.

Hermione parpadeó hacia sus espaldas. Se sentía como si fueran dos personas separadas en
aquel momento, como si su yo del pasado se hubiera convertido en otra persona, y viviera en
un lugar donde Harry y Ron y Ginny eran felices y estaban a salvo. Pero incluso aunque
pudiera conectar los dos caminos, habría dejado la mitad de ella misma detrás.

Una garganta carraspeó a sus espaldas, volviendo a enfocar sus pensamientos. Se dio la
vuelta. —¿Lo viste? Cayó justo aquí.

Draco asintió, con la expresión helada. Agitó la varita, y se elevaron hasta salir del
Pensadero. Cuando estuvieron parados con firmeza en el estudio de Lucius, Hermione se
tambaleó hacia el escritorio, y se inclinó sobre él para estabilizarse. Una vez que Ron quedó
bien guardado en su mente, vio a Draco cerrando la primera puerta del gabinete. Los
recuerdos de Lucius ya estaban de regreso en la vasija.

—Espera—, dijo ella. La mano de Draco se detuvo en la segunda puerta. —Quizá


deberíamos mirar algunos recuerdos más en el Pensadero. Para ver si hay algo útil.

—No me interesa ver los recuerdos de mi padre, Granger—. Sus dedos se deslizaron por la
madera. —Ya he visto suficientes avances. Ya he vivido la mayoría de ellos.

—Entiendo, pero podría haber...—

Él cerró la puerta del gabinete. —Son una distracción. Deberíamos enfocarnos en el


Horrocrux.
—D-De acuerdo—. Su lógica no estaba de acuerdo, pero el corazón le dijo que no lo
presionara con eso. —Está bien, Draco. Nos enfocaremos en el Horrocrux.

La cerradura se selló con un movimiento de sus dedos, y él se volvió para enfrentarla.

Hermione cambió su peso para colocar un rizo detrás de su oreja. —Tenemos que encontrar
la manera de entrar a Hogwarts.

—Nosotros no vamos a ir a ninguna parte, Granger. Solo uno de los dos tiene acceso al
castillo—. Se reclinó contra el gabinete. —Dime cómo llegar a la Cámara de los Secretos.

Ella lo miró. —No puedes ir solo, Draco. No puedo pedirte que...—

—No lo haces—. Se cruzó de brazos. —Yo me ofrecí para esto, ¿recuerdas?

Ella frunció el ceño ante la rigidez de su postura. —Es un lavabo en el baño de niñas del
segundo piso. Tienes que hablarle en Parsel.

—¿Y cómo se las arregló la Comadreja con eso?

Hermione parpadeó ante el tono filoso de la voz. La sorna. Estaba molesto por lo que había
visto en el recuerdo, y ella había estado demasiado concentrada en su dolor para notarlo.

Tomó aire profundamente, e intentó escoger con cuidado sus palabras. —Ron aprendió un
poco de Pársel por haber oído a Harry. Fue pura suerte, la verdad.

Draco se apartó del gabinete y cuadró los hombros. —Hay un diario en Pársel en la
biblioteca. Lo revisaré cuando sea el momento.

Ella asintió lentamente. —¿Y cuándo será… el momento?

—Tendremos que esperar una oportunidad—. Se rascó la mandíbula. —Puedo inventar una
excusa para visitar el castillo, pero tendrá que ser cuando esté garantizado que el Señor
Tenebroso esté fuera del país.

—¿Y cuándo será eso?

—No sabría decirlo.

Hermione resopló, y se puso de pie. —Tiene que haber una manera más rápida. No podemos
esperar por tiempo indefinido...—

—Granger, si me atrapan, ¿cómo te gustaría que le explique al Señor Tenebroso lo que estaba
haciendo en la Cámara de los Secretos?— Apartó la mirada de las uñas que se había estado
examinando. —¿Qué excusa me sugieres?

La sangre comenzó a hervirle ante el tono condescendiente de su voz, pero aquel no era el
momento para discutir. —Podemos dejar eso para otro momento.
—Podemos dejar todo para otro momento—, dijo él. —Deberías comer algo más que una
tostada hoy.

Ella lo fulminó con la mirada. —Bien.

Cerraron el estudio de Lucius y se dirigieron a la cocina para ver lo que podían conseguir
antes de la cena. La mente de Hermione recorría furiosamente las posibles maneras de
escabullirse hacia la Cámara de los Secretos lo más pronto posible, mientras Draco cavilaba a
su lado.

Al doblar la esquina del vestíbulo, los dos se congelaron al encontrar a Narcissa


esperándolos. Sus labios estaban torcidos hacia abajo con disgusto.

—Madre—. Draco avanzó con reticencia, y Hermione lo siguió. La sangre comenzó a


bombear con fuerza ante cada paso.

Narcissa cruzó las manos cuando se detuvieron frente a ella, con los ojos clavados en su hijo.
—Me he despertado de madrugada por una llamada de tu padre por la red Flu. Estaba ansioso
de saber por qué alguien había abierto su estudio ayer.

Las rodillas de Hermione se aflojaron, y contuvo un grito ahogado. Por supuesto que Lucius
tendría protecciones. Deberían haber sabido.

Draco estaba en silencio junto a ella. Deslizó las manos en los bolsillos.

Narcissa levantó la barbilla. —Le dije que fui yo. Que estaba buscando unos documentos
para uno de nuestros contadores. Y prometí cerrarlo por la mañana y no volver a entrar.

Hermione sintió el corazón en la yema de los dedos.

—Entonces, dime, ¿qué estaban haciendo en su estudio?

—Madre...—

La mirada de Narcissa se deslizó hacia Hermione. —¿Están pasando información a la


Verdadera Orden?

—Si—, dijo Hermione rápidamente.

—Granger, es suficiente—, siseó Draco.

—Es verdad—. Hermione se mordió la mejilla. No era exactamente mentira. Apenas el día
anterior, Draco había ido a Edimburgo a llevarle a Charlotte las instrucciones para el antídoto
de la poción. —Lo siento, Narcissa. Fui yo quien entró al estudio en primer lugar. Si debes
enojarte con alguien, es conmigo.

—Gracias, Hermione—. Narcissa pareció endurecerse, y sus hombros bajaron. Se acercó a su


hijo.
—Draco, tus decisiones son tuyas. Pero debes saber lo que sería para mi que...— Le tembló
la voz. —Por favor, solo prométeme que tendrán cuidado.

La garganta de Draco se movió. Asintió con la cabeza.

Con un chasquido de sus dedos, Narcissa invocó dos periódicos que decían “EDICIÓN
ESPECIAL” en rojo en la parte superior. Se los alcanzó a Hermione, y se alejó batiendo las
pestañas.

El sonido de los tacones de Narcissa alejándose se desvaneció, y Hermione sintió que el suelo
se movía bajo sus pies al mirar el primer diario, el Profeta.

TERRORISTAS DERROTADOS EN CANADA

por Rita Skeeter

Draco tomó el segundo periódico de sus dedos, el Fantasma de Nueva York, mientras ella
leía.

A última hora de la noche de ayer, las fuerzas del Señor Tenebroso atacaron una célula
asociada con la organización terrorista conocida como “la Verdadera Orden”. Los
insurgentes se estaban escondiendo en la enorme y escasamente poblada Isla de Baffin,
frente a la costa este de Canadá.

—Un éxito rotundo—, dijo Albrecht Berge a esta reportera. —Los resguardos de nuestros
enemigos no fueron rival para la Niebla, una ingeniosa magia nueva que ayudará a defender
y proteger los intereses del Gran Orden.

Los generales Lucius Malfoy y Bellatrix Lestrange supervisaron la operación, así como
Berge y su aprendiz, Theodore Nott hijo. Observaron el despliege de la Niebla desde una
pequeña isla en la costa de Baffin. La Niebla consiguió no solo penetrar las protecciones de
la Isla de Baffin y el límite Anti Aparición, sino también destruir una base de armas que
buscaba socavar al Gran Orden.

Berge y su aprendiz regresarán al Reino Unido para erigir las nuevas protecciones en
Edimburgo a finales de esta semana.

Eso era todo.

Pasó las páginas pero no encontró nada que pudiera ayudar a reconstruir lo que había
sucedido. Otra contundente victoria sin detalles. Volvió al principio para observar la foto de
Berge en la portada, sus ojos ocultos por unas gafas redondas de lentes oscuros.

Agradeciendo a Merlín que Narcissa hubiera desafiado las ordenes de Lucius respecto al
Fantasma, Hermione estiró una mano para tomar el otro periódico de los dedos laxos de
Draco. Le puso el Profeta en la mano antes de comenzar a leer.

DIEZ MIL MUERTOS EN LA MASACRE DE LAS ISLAS DE BAFFIN

por Gertie Gumley


Hermione estiró una mano hacia la baranda de la escalera a su lado para sostenerse. Sentía la
cabeza mareada por el pavor.

El Oscuro Lord Voldemort ha realizado su primer ataque en el hemisferio occidental,


dirigido a las Islas de Baffin en la costa de Canadá. En un golpe devastador para las
diversas comunidades mágicas y Muggles Inuit que allí residen, Albrecht Berge liberó su más
reciente Magia de Muerte Masiva en la isla; una niebla que se extendió rápidamente,
acabando con las vidas de miles en apenas minutos.

Los primeros reportes sugieren que la niebla fue liberada poco antes de la media noche
Desde la Isla Resolución, justo a un lado de la costa del extremo sur de Baffin. Se fue
extendiendo hacia el oeste, atravesando la ciudad de Iqaluit hasta que una explosión detonó
justo al sur del Lago Nettilling, donde, según se informa, una base militar de la Verdadera
Orden había estado asentada por varios meses. Según una fuente en el Ministerio
canadiense, la base habría estado desarrollando Trasladores Internacionales y otras armas
para luchar contra el Gran Orden. Se presume que aproximadamente mil miembros de la
Verdadera Orden, reclutados de las comunidades indígenas de Baffin y de otras provincias
canadienses, han muerto. Las bajas restantes fueron civiles.

Aunque las fuentes especulan que el objetivo principal era la base de armas de la Verdadera
Orden, la niebla consiguió penetrar también las barreras alrededor del continente
canadiense, extendiéndose a través del Estrecho de Hudson hasta la costa de Quebec y
acabando con varias de las pequeñas comunidades Muggles de allí. El radio estimado del
veneno es de 130 millas, treinta veces más grande que el gas utilizado en Suiza.

No queda claro si la Gran Orden está planeando nuevos ataques en suelo canadiense, o si
tienen la intención de desplegar su Magia de Muerte Masiva en Francia. Las fuentes indican
que tanto el Ministro español Santos, como el Ministro belga Peeters, y el Ministro italiano
Romano, se han opuesto, en privado, al despliegue del arma en las fronteras de sus países
con Francia mientras esta “niebla” siga sin ser confiable en su navegación.

La oficina del Presidente Harrison se ha negado a hacer comentarios, pero nuestra fuente
dentro de M.A.C.U.S.A. declaró que Harrison ha programado una reunión con el Ministro
Martin de Canadá para más tarde el día de hoy.

El cuarto dio vueltas. Hermione se aferró a la baranda cuando sintió que se le doblaban las
rodillas, y bajó hasta sentarse al pie de la escalera. Las páginas del Fantasma revolotearon
sobre el mármol.

Draco se dejó caer junto a ella en la escalera, arrojando el Profeta encima del Fantasma. Se
llevó las manos a la cabeza y soltó el aire con dificultad. Hermione lo imitó.

—Draco...— Sacudió la cabeza, secándose una lágrima que caía. —No podemos esperar más.
Tenemos que ayudar a detenerlo.

Se hizo un largo silencio. —Dame un par de días—, dijo finalmente Draco, con la voz plana.
—Pensaremos en algo.
Ella asintió, mirando la foto de Berge en la portada del Profeta. Berge se movió, y sus lentes
reflejaron un horizonte consumido por un verde plateado. Hermione entrecerró los ojos al ver
un hombro moverse detrás de él. Theo.

—El nombre de Theo está en el periódico junto al de Berge—. La frase salió en un solo
suspiro.

Las manos de Draco cayeron sobre sus rodillas. —¿Y?

—Berge es ahora la más grande amenaza a la Verdadera Orden. Si él es un objetivo, Theo


también lo es. Es un monstruo por asociación—. Comenzó a sentir un hormigueo en la piel, y
levantó la mirada hacia Draco. —Si capturaran a Theo, o lo mataran, quién sabe lo que
pasaría con Oliver. Deberíamos pensar en hacerle llegar el antídoto.

La mandíbula de Draco se crispó, con los ojos fijos en el Profeta. —Un monstruo.

—Desde la perspectiva de la Verdadera Orden, si. Ellos querrán eliminar a todos los
involucrados en esto—. El entendimiento la golpeó demasiado tarde. Movió la boca en
silencio mientras buscaba las palabras. —Quiero decir, por supuesto que tu padre no es un
monstruo, Draco...—

—¿No lo es?— Las fosas nasales de Draco se ensancharon y giró la cabeza hacia ella. —
¿Diez mil muertos en manos de cuatro personas? El radio es monstruoso.

Se puso de pie rápidamente, y las costillas de Hermione se tensaron.

—Draco...—

—Necesito darme una ducha. Disculpa.

Ella se puso de pie de un salto mientras él subía los escalones de dos en dos, apresurándose
para seguirlo. —No puedo fingir que estoy de acuerdo con sus decisiones, pero él no es
malvado. Constantemente ha hecho lo que cree que es mejor para ti y para tu madre...—

Draco se detuvo en la cima de la escalera, y giró hacia ella. —¿Y eso lo excusa por la sangre
derramada en el camino?

Su garganta estranguló la respuesta. Por supuesto que no.

—Déjalo, Granger—. Se volvió para caminar por el pasillo, fuera de la vista.

Ella corrió hacia el rellano, jadeando. —Tú no eres él—. Los hombros de Draco se tensaron.
—Tú no eres tu padre, Draco.

Su única respuesta fue deslizarse dentro del cuarto, y cerrar la puerta a sus espaldas,
dejándola fuera.

Hermione se quedó parada en el corredor vacío por lo que parecieron horas, antes de recobrar
el sentido, y volver a su propio cuarto. Se dejó caer en el sillón junto a la ventana, perdida en
sus pensamientos.
Nada podía ser una excusa para el número de muertos en las Islas de Baffin. Comunidades
enteras habían sido eliminadas en un abrir y cerrar de ojos; la mayoría de ellas, Muggles.
Hermione tuvo que enterrar los dedos en las palmas de las manos para desterrar las imágenes
que su mente conjuraba.

Hasta ahora, al menos había podido entender las decisiones de Lucius, incluso aunque
estuviera rotundamente en desacuerdo con ellas. Pero ésto estaba más allá de la comprensión.
Si él se quedaba de brazos cruzados y dejaba que ésto sucediera, ¿cómo podría ella
defenderlo con la consciencia tranquila?

Las emociones comenzaron a abrumarla, y tuvo que meditar para despejarlas. Cuando
finalmente emergió de su lago de aguas tranquilas, volvió a visitar el problema.

Para la puesta de sol, había llegado a dos conclusiones. Primero, que era posible que Lucius
hubiera intentado detenerlo. Solo podía rezar porque ese fuera el caso. . Segundo, sin
importar sus pecados, Narcissa y Draco no podían ser culpados por ello. Lucius había tomado
sus decisiones, y ellos las suyas.

La cena apareció en su escritorio a las siete. Un solo plato. Consiguió dar algunos bocados
antes de que la comida se enfriara, y miró el sol hundirse cada vez más en el cielo.

A las ocho, se arrastró hasta la ducha. A las nueve, se resignó al hecho de que Draco no
vendría a buscarla. Se puso el pijama y se deslizó bajo las sábanas, intentando ignorar la
almohada fría a su lado, y el modo en que las sábanas no parecían envolverla como lo hacía
Draco. Después de una hora de dar vueltas y vueltas, rodó sobre la espalda, mirando el dosel.

Evitarla a ella era tan solo otra manera de castigarse a él mismo. Y le estaba arruinando el
sueño en el proceso.

Se quitó las mantas en un arrebato, y saltó de la cama; marchó al otro lado del cuarto y
atravesó el pasaje hacia el cuarto de Draco.

Él estaba sentado en la cama, leyendo un libro. Se quedó boquiabierto cuando ella se metió
abruptamente. Sin decir una palabra, tiró del edredón, se arrastró encima de él para alcanzar
su varita y apagar la luz, y se dejó caer en su lado de la cama, tirando de las sábanas hacia
arriba. Se hizo un largo silencio antes de que lo escuchara cerrar el libro con un suspiro, y lo
sintió acurrucarse contra ella en la oscuridad.

Al despertar con el amanecer, descubrió que su irritación se había desvanecido. El sonido de


una respiración tenue llenaba el cuarto, y se dio la vuelta cuidadosamente. Pasó la siguiente
hora memorizando a Draco mientras dormía, estudiándolo de una forma que nunca antes
había podido.

Cuando él se movió, poco antes de las siete, ella pasó los dedos arriba y abajo de su pecho
desnudo hasta que sus ojos se abrieron con un aleteo. Apenas su mirada se enfocó en ella,
una cautela parpadeó sobre el gris.

Hermione se mordió el labio, apartando el cabello de su rostro. —No hablemos de tu padre


—, susurró.
Sus costillas dejaron de expandirse por un momento.

—Me estás ayudando—. Se apoyó sobre un codo, acariciando sus cicatrices. —Es lo único
que importa.

Hermione esperó. Y entonces… una pequeña inclinación de su barbilla.

Las pupilas de él se oscurecieron cuando las yemas de sus dedos bajaron aun más,
cimentando sus planes matutinos. Se movió encima de él, besándolo y buscando su erección
matinal, y él la giró sobre la espalda antes de que ella pudiera respirar. Le succionó el cuello,
los pechos, los muslos, hasta que ella terminó suplicando que terminara con su agonía. La
hizo acabar dos veces con su lengua. Y luego entró en ella, jadeando contra su cuello, y
mordisqueando su garganta con embriagadoras palabras de adoración, mientras ella yacía
laxa debajo de él.

~*~

Esperó con apatía durante dos días, abriendo el Profeta y el Fantasma, y buscando noticias.
Ninguno le dio mucha información valiosa, aunque Gumley por lo menos castigaba al
Presidente Harrison por su continuo silencio. El miércoles, ella y Draco pasaron la mayor
parte del día discutiendo maneras de colarse en Hogwarts, sin llegar a una conclusión. El
jueves, ella estaba en la bañera, meditando.

Cuando su piel ya estaba arrugada, y su cabello medio seco, escuchó un llamado familiar en
su puerta.

—Adelante.

Draco abrió la puerta y se inclinó sobre el marco, con una expresión de cansancio en el
rostro.

Las aguas en su mente se agitaron, y se sentó erguida. —¿Noticias?

Él negó con la cabeza. —El correo, en realidad.

Sus ojos se posaron en el sobre en su mano. El sello de cera abierto estaba marcado con una
Marca Tenebrosa negra. —¿Qué es?

Draco sacó la tarjeta del sobre y se aceró al borde de la bañera, sosteniéndolo para que ella la
pudiera leer.

El Señor Tenebroso requiere su presencia en la celebración en honor a

LA VICTORIA DE HOGWARTS

Domingo 2 de mayo 1999

a las siete en punto de la noche

Castillo de Hogwarts.
Se sintió mareada mientras su cerebro rezumaba, luchando por procesar la información. El
dos de mayo era en diez días.

El agua se sacudió cuando ella se puso de rodillas, levantando la mirada hacia él. —¿Irías
conmigo a buscar el colmillo de Basilisco? ¿Esa noche?

—No—. Draco retrocedió un paso, guardando la invitación. —Tú te quedarás en la fiesta con
mi madre. Yo iré.

La furia estalló en sus venas, tensando sus músculos. No se mantendría afuera de esto, él la
necesitaba.

Obligando a sus hombros a relajarse, dijo. —No puedes ir solo, Draco. Necesitas que alguien
te ayude...—

—Lo sé—. Un suspiro profundo brotó de su pecho, y estiró la mano para tomar una toalla. —
Vístete. Nos iremos en media hora.

Ella lo miró con la expresión en blanco mientras se la alcanzaba. —¿Qué? ¿A dónde?

—A ver a Blaise.

Ella abrió la boca, pero él ya estaba saliendo por la puerta. La conmoción empezó a
endurecerse bajo su piel. Blaise podría ayudarlo, pero ella también. Salió de la bañera, se
secó rápidamente y se vistió, y corrió por el pasaje hacia el cuarto de él al mismo tiempo que
él entraba por la puerta, sosteniendo un vial en la mano.

Ver eso la sobresaltó. —¿Qué es eso?

Él lo levantó a la altura de la vista: el antídoto para la poción del tatuaje. —Tomé un poco de
nuestro suministro—. Ella frunció el ceño y él añadió. —Para Giuliana.

—Ah—, dijo ella, parpadeando. —Muy bien—. Su mente viró hacia otro pensamiento
olvidado hace tiempo, y aferró su brazo. —Necesitamos llevar uno de estos a Oliver.
Podemos ir a verlo directamente desde...—

—Granger, no podemos hacer eso—. Los ojos de él recorrieron su rostro boquiabierto. —No
hay ninguna Pansy que pueda fingir ser Wood. Si alguien descubre que escapó cuando Theo
estaba fuera...—

—No estoy sugiriendo que escape. Podemos simplemente dárselo, y en caso de que algo le
suceda a Theo, al menos tendría la opción de...—

—¿Y realmente crees que él se quedará en la Mansión Nott una vez que pueda irse?

—Si, así es—. Se hizo una larga pausa. Hermione apartó los dedos de su brazo.

Draco se encogió de hombros con rigidez. —Entonces no estamos de acuerdo.

Ella sintió que algo le escocía cuando él la rodeó, y caminó hacia la chimenea.
—Oliver ama a Theo. No jugaría con su vida. Incluso si eso significa sacrificar su propia
libertad.

Draco miró por encima del hombro. —Tú no sabes eso.

Ella separo los labios mientras buscaba las palabras. Sí que lo sabía.

Antes de que pudiera pensar en cómo explicarlo, Draco estaba buscando el recipiente de los
polvos Flu junto a la chimenea, e inclinando la cabeza hacia un lado. —Podemos hablar con
Theo la próxima vez que lo veamos.

Hermione resopló y apartó sus pensamientos. Esto no se trataba de los sentimientos de Theo,
ni de los suyos. Se trataba de destruir el Horrocrux. Cuando se colocó junto a él en la
chimenea, él arrojó el polvo y gritó, —Número doce de Grimmauld Place—, y tiró de ella
para entrar al silbido de las llamas.

El salón de Grimmauld Place se veía más o menos igual, sino más ordenado. Se enfocó en su
respiración mientras sus ojos recorrían el cuarto. Las cortinas cubiertas de musgo estaban
limpias y libres de Doxies. Los sofás chirriantes en los que habían dormido ella, Harry y Ron
el año anterior, estaban recién ventilados y cubiertos de cojines a la moda. Había un libro en
una mesita auxiliar con un título en italiano, y un marcador plateado en las últimas páginas.

La mano de Draco soltó la suya después de un apretón. Caminó hacia la entrada justo cuando
una muchacha de cabello color miel se asomaba a la esquina, con la mirada aguda y
evaluativa. Hermione dio un salto, y luego parpadeó al reconocerla.

Daphne Greengrass.

—Draco—, saludó con voz profunda. —Creí haber oído el Flu.

—Daph.

Ella lo tomó del brazo y besó sus mejillas, y sus ojos se deslizaron hacia Hermione con un
cauteloso disgusto que ella reconoció del colegio. —Granger.

Draco dio un paso ligeramente frente a ella. —Daph, ¿puedo hablar con Blaise?

Ella arqueó una ceja, en una perfecta imitación de Pansy Parkinson, y dijo, —No lo sé,
¿puedes?— Con un giro de sus talones, salió del cuarto, llamando a Blaise.

Draco puso los ojos en blanco y señaló a Hermione hacia adelante, y entonces la siguieron,
doblando la esquina hacia el rellano del primer piso. Daphne pasó por delante de un cuarto en
el que Hermione y Ginny habían dormido cuando eran más jóvenes, y Hermione cerró los
ojos con fuerza cuando una aguda punzada de dolor la atravesó. Se concentró en un lago de
aguas tranquilas, y cuando se volvió a enfocar, descubrió a Blaise apareciendo desde el
comedor en el rellano de abajo. Su mirada pasó de Draco a Hermione.

Una sonrisa le cruzó los labios. —Miren lo que trajo el león.


Un crujido en las escaleras de arriba, y Hermione se volvió para ver a Pansy bajando hacia
ellos desde el rellano de arriba. Se detuvo. —¿Qué estás haciendo aquí, Granger?

Antes de que Hermione pudiera responder, una voz desde abajo llamó a Blaise.

—¿Invitados?— Giuliana Bravieri se deslizó rápidamente a un lado de Blaise, mirándolos.


Sus mejillas se veían más llenas desde la última vez que Hermione la había visto, pero
todavía se movía como una niña, como un pajarito.

Hermione miró a Daphne, de pie junto a ellos, con la ceja todavía arqueada. Su cuello se
inclinó hacia Pansy, que fruncía el ceño desde arriba de las escaleras. —¿Viven todas aquí?—
Los ojos de Hermione cayeron sobre Blaise otra vez. —¿Con Blaise?

Blaise se rascó la nuca. —Si, si. Bienvenida a mi pequeño harén—. Parecía menos que
entusiasmado.

Daphne resopló y desapareció en una habitación cercana, cerrando la puerta con un fuerte
click. Pansy comenzó a bajar las escaleras, y Hermione escuchó que Giuliana le preguntaba a
Blaise qué era un harén en un susurro bajo.

—Blaise—. Draco inclinó la cabeza en dirección al salón. —¿Podemos hablar?

Blaise soltó un largo suspiro de sufrimiento. Comenzó a subir las escaleras hacia el rellano
del primer piso, y Draco llevó a Hermione de vuelta hacia adentro, guiándola hacia el sofá.
Ella se puso rígida al pensar en la última vez que había dormido allí, pero la mano de Draco
en su espalda la volvió a centrar. Se sentó junto a ella en el extremo más cercano a la
chimenea, y Blaise se ubicó en el sillón con patas de garra a su lado.

Se hizo medio segundo de silencio antes de que Pansy irrumpiera por la puerta, y se dejara
caer en el sillón al otro lado de Blaise como si fuera exactamente donde se esperara que esté.

Draco se aclaró la garganta y dijo. —¿Un poco de privacidad, Pansy?

Pansy apenas había soltado un bufido cuando Giuliana entró, y una vena palpitó en las sienes
de Draco al ver que se sentaba en la mesita auxiliar a un lado de Blaise. Se oyó un
movimiento en el corredor, y Hermione levantó la vista para ver a Daphne inclinada sobre el
marco de la puerta, con los brazos cruzados con fuerza.

—Algo sucede—, dijo Daphne. —¿Sino por qué la traerías a ella?

Draco se frotó las sienes. —No sucede nada, Daph. Solo necesito hablar con Blaise...—

—¿De qué está hablando?— Giuliana se acercó más a Blaise. —¿Qué sucede?

Los hombros de Blaise se levantaron y negó con la cabeza. —No tengo id...—

—No nos vamos a ir, Draco—. Pansy cruzó las piernas, y tamborileó con los dedos en el
apoya brazos. —Suéltalo ya.
Cuatro pares de ojos se clavaron en él, pero él siguió sin hablar. Hermione luchó contra el
impulso de secarse las palmas de las manos sudorosas en el jean.

—Creo que hay un cambio en el camino—, dijo finalmente. —El viento sopla distinto.

El tamborileo de Pansy terminó con un golpe. —Si tienes algo útil para decir, ahora sería un
buen momento.

—¿A dónde está soplando este “viento” exactamente?— La voz de Daphne era tensa, y
Hermione vio que sus dedos se aferraban a un relicario alrededor de su cuello.

Giuliana miró por encima del hombro. —¿Un cambio de viento? Pansy, qué...—

Blaise estaba sentado muy quieto, perforando a Draco con los ojos. Hermione observó que
sus pupilas oscuras se dilataban y se retraían, y sintió que Draco se relajaba a su lado, que sus
paredes se derrumbaban.

—Chicas—, dijo Blaise, interrumpiendo la charla. —Déjennos.

Giuliana se encogió, como si la hubieran abofeteado. Pansy se miró las uñas con frialdad. —
¿Por qué?

Blaise se frotó las cejas. —Porque Draco va a hacer que nos maten a todos.

Draco fulminó a Blaise con la mirada mientras Pansy y Daphne intercambiaban miradas poco
impresionadas, como si este fuera otro viernes por la noche en el dormitorio.

—Vengan a buscarme si pasa algo interesante—. Resopló Daphne, y se apartó del marco de
la puerta, girando rápidamente para salir.

Giuliana comenzó a discutir con Blaise en italiano, y Hermione se inclinó hacia la oreja de
Darco. —¿Dónde está la hermana de Daphne?

—En Montreal, con sus padres—. Hermione volvió la cabeza para mirarlo. —Los Greengrass
han estado “de vacaciones” allí desde junio.

Su mirada se desvió hacia el marco de la puerta vacío. —¿Por qué Daphne se quedó?

Draco señaló a la derecha con la cabeza. Y la mirada de Hermione aterrizó en Blaise,


haciendo gestos con las manos mientras hablaba.

Su mente hizo click ante los recuerdos de ellos caminando juntos por los pasillos. Tenía
sentido que Daphne se quedara por él. Pero entonces, ¿por qué actuaban como completos
desconocidos?

Draco tosió ligeramente. —Giuliana—. La chica se interrumpió, y giró hacia él como una
cierva atrapada por el cañón de un rifle. —Necesito que distraigas a Kreacher por nosotros.
¿Puedes mantenerlo ocupado?
Ella volvió a mirar a Blaise, casi pidiendo permiso. Él asintió, y se pellizcó el puente de la
nariz mientras ella abandonaba la habitación.

Pansy descruzó las piernas y se inclinó hacia adelante, con los ojos fijos en Draco.

—Pansy...—

—Me lo debes—. Su tono era suave, pero hizo eco por las paredes con determinación.

Draco tragó saliva, y agitó la varita para lanzar un Muffliato hacia el pasillo. Se volvió hacia
Blaise. —Es posible matarlo.

Blaise se reclinó en su silla. —¿Y lo harás tu?

Draco vaciló. —Es complicado—. Movió el mentón en dirección a Hermione, y algo de la


tensión en su columna se alivió.

—Hay una serie de pasos—, dijo ella. —Una cierta secuencia de cosas que necesitan suceder
en orden para poder matarlo. El primero es conseguir un colmillo de Basilisco.

Un resoplido a su derecha. —¿Vas a matar al mas grandioso mago oscuro de todos los
tiempos con un colmillo de Basilisco?

Hermione se pasó la lengua por la cara interna de los dientes. Todavía no estaba segura de
contarle a alguien más acerca de los Horrocruxes. Cada nueva persona que supiera la verdad,
era una vulnerabilidad más.

—Pans, no podemos decirte nada mas.

Pansy los miró entrecerrando los ojos. —Está bien. Necesitan un colmillo de Basilisco. ¿Qué
se supone que haga Blaise con eso?

Draco giró para mirar de nuevo a Blaise, y se acercó al borde del sofá. —Ayúdame a sacar
uno de la Cámara de los Secretos. Hay uno allí abajo.

Blaise echó la cabeza hacia atrás con una carcajada. Unas manchas de color rosa aparecieron
en las mejillas de Draco.

—Así que quieres que vaya a escabullirme por Hogwarts contigo, mientras el castillo está
plagado de Mortífagos, y te ayude a irrumpir en una de las cámaras más impenetrables del
castillo...—

—No es tan impenetrable...—

—…y tomar un colmillo para… ¿sacarlo de contrabando del castillo? ¿O pretendes


apuñalarlo allí mismo durante la cena?

Draco apretó los dientes. —Lo único que te pido es que me ayudes a crear una distracción
para poder desaparecer por veinte minutos. Puedo recuperar el colmillo yo mismo, pero
preferiría que alguien cuidara mis espaldas.
La irritación burbujeó en el pecho de Hermione. —¡Ya te dije que yo puedo ayudarte!
Claramente hemos estado perdiendo el tiempo...—

—Ahora no, Granger...—

—¿De qué gran plan estilo Gryffindor has sido víctima, Draco?— Blaise entrecerró los ojos
hacia él, y luego miró a Hermione.

Hermione se cruzó de brazos y cerró los labios con fuerza. Los pies de Draco se movieron
sobre la alfombra.

—Las cosas están cambiando, Blaise—, dijo Draco. —Estoy seguro de que la Verdadera
Orden va a montar un ataque muy pronto, en vista de lo que ha pasado en Canadá. Y no van a
detenerse esta vez.

Las palabras golpearon contra su piel como el granizo.

—Si el Gran Orden cae, mi padre cae, y yo también—. Su corazón comenzó a latir con más
fuerza a medida que el silencio se prolongaba. —Ya hice las paces con eso.

Se le nubló la visión. Ella no dejaría que eso le suceda.

No lo dejaría.

—Pero el Señor Tenebroso...— Él la miró. —Él no caerá. Él sobrevivirá y comenzará de


nuevo.

Hermione parpadeó varias veces, guardando el miedo y el dolor en el libro más cercano de su
estante. Asintió. —Es cierto. No puede ser destruido a menos que podamos tener acceso al
veneno de un Basilisco.

Blaise la miró, con una expresión que parecía estar conteniéndose algo, como si su garganta
estuviera trabajando alrededor de las palabras que fuera a decir. Ella le devolvió la mirada sin
comprender.

Él apartó la mirada. —¿Cuál es tu plan?

El cuarto quedó en silencio. Y entonces Draco se humedeció los labios. —Solo necesito
veinte minutos durante la cena.

—No hay forma de que puedas desaparecer por veinte minutos—. Hermione dio un salto y
giró para mirar a Pansy, que tenía los labios fruncidos de disgusto. —Lucius estará sentado
junto al Señor Tenebroso, su esposa y su hijo al otro lado. No hay una buena excusa para la
ausencia prolongada del hijo de Lucius Malfoy.

—Ella tiene razón—. Blaise se reclinó en su silla con una sonrisa perezosa, ya sin rastros de
tensión. —Draco Malfoy no puede desaparecer. Pero yo si puedo.

—No—. La voz de Draco era dura. —No puedo pedirte que vayas en mi lugar. Es demasiado
riesgoso...—
—Ay, joder, no—. Blaise soltó una carcajada. —No voy a ir en tu lugar. Apenas me he
apuntado a esto. Lo que estoy diciendo es que en el piso de abajo tenemos un suministro de
poción Multijugos para todo un año.

—Blaise, deja el recato—, espetó Pansy.

—Creamos una distracción que me deje al margen, quizá unas copas de más, y tomo la
poción para hacerme pasar por ti mientras tú corres hacia la Cámara de los Secretos—. Blaise
esbozó una sonrisa ante el horror que se dibujaba en el rostro de Draco. —Vamos, amigo.
Déjame ser tú por una hora.

Draco tragó con dificultad. —Es una opción. Podemos discutir otras...—

—Nop—. Blaise hizo sonar la “p” e inclinó la cabeza. —Sólo aceptaré arriesgar mi vida si
puedo interpretar a Draco Malfoy durante veinte minutos. Me he estado preparando para este
papel durante toda mi vida.

—No suena como el peor de los planes—, dijo Hermione en voz baja. Echó un vistazo a
Draco. —Para ser honesta, probablemente sea menos arriesgado que cualquier cosa que yo
pueda intentar. Blaise conoce tus gestos de principio a fin.

Los puños de Draco se desplegaron lentamente sobre sus rodillas. Un músculo se crispó en su
mejilla. —De acuerdo—. Rodó el cuello. —Un par de cosas más. ¿Puedes llamar a Giuliana?

La alegría desapareció del rostro de Blaise. Se aclaró la garganta y se levantó del sillón,
caminando hacia el corredor para llamarla. Giuliana apareció en la puerta unos segundos
después, mirando a Blaise con ojos de venado. Siguió a Blaise mientras regresaba a su sillón
y volvió a sentarse en la mesa auxiliar. Él hizo una mueca cuando ella rozó las rodillas contra
las suyas, y los labios de Hermione se abrieron en una silenciosa comprensión.

Giuliana estaba enamorada de él.

Blaise se puso rápidamente de pie, y ofreció a Giuliana su sillón mientras él se quedaba


parado. Ella protestó un poco antes de aceptar, con un rubor en las mejillas. Le preguntó algo
en italiano, y Blaise farfulló una respuesta, señalando a Draco con la mano. Giuliana giró
para mirarlos.

—Giuliana—, dijo Draco. —¿Qué es lo que sabes acerca del tatuaje en tu brazo?

Ella no dijo nada, pero apareció una arruga en su nariz.

Los ojos de Draco alternaron entre ella y Blaise. —No sé si lo recuerdas, pero se activó en el
momento en que te mandaron con Blaise a su casa.

—Lo recuerdo. Se sintió como un rayo—. Su voz era suave, tímida.

—Así es—, dijo Draco. Movió la rodilla una vez. —Te vincula con ciertas propiedades para
encerrarte en ellas. Como en Edimburgo.
Una sombra pasó por el rostro de Giuliana, y su hombro se sacudió. Se pasó los dedos por
encima del brazo, ahí donde la firma de Blaise estaba garabateada en negro y dorado.

—Granger creó una poción para remover el tatuaje—. Draco sacó el vial de la túnica, y
Hermione sintió los ojos de Pansy encima de ella cuando lo sostuvo frente a la luz. Le
alcanzó el vial a Giuliana lentamente, como si fuera a salir corriendo de un minuto a otro. —
Para que puedas ser libre.

Giuliana bajó la mirada hacia el contenido del vial, y le tembló el labio. —¿Libre?

—Si—, dijo Hermione. —Libre.

Giuliana le dio la vuelta con la punta de los dedos.

A Hermione le dolía el pecho cuando se giró hacia Pansy. —Aunque tu tatuaje nunca fue
activado—, sus ojos bajaron hacia la piel cicatrizada de Pansy—, igual sería buena idea que
tu también lo tomaras.

Blaise miró el frasco por encima del hombro de Giuliana. —Impresionante, Granger.

—Blaise—, Draco miró a su alrededor en el cuarto, y tragó saliva. —No sé por cuánto
tiempo más Inglaterra estará a salvo. Deberías llevar a Giuliana de regreso a Italia cuanto
antes. Mientras permanezca escondida, Pansy puede...—

—¡Yo no quiero ir!— El cuarto dio un salto cuando Giuliana se apresuró a devolver el vial a
la mano de Draco. —Yo no lo voy a dejar.

Se hizo un silencio inquietante mientras los cuatro miraban a Giuliana. Una lágrima corrió
por su mejilla, y ella se la secó con impaciencia.

—Giuliana—, dijo Blaise suavemente. —Tu madre te extraña. Le prometí que te llevaría con
ella cuando llegara a Egipto...—

—Mi corazón está aquí, contigo—, dijo Giuliana, con la voz ronca. —¿Por qué querría irme
a otro lado?

El estómago de Hermione se retorció, y sus mejillas se enrojecieron. Se sentía como una


voyeur, asistiendo a una obra trágica por la que no había pagado una entrada. Pansy cerró los
ojos con resignación mientras se frotaba las sienes, como si no fuera la primera vez que
escuchara aquello. Draco se quedó sentado, perfectamente inmóvil, mirando a Giuliana con
los ojos abiertos.

—Giuliana, ya hemos hablado de esto—, susurró Blaise, arrodillándose frente a ella. Tomó
sus manos entre las suyas. —Estoy aquí para protegerte. No siento nada por ti. Estás
confundida...—

Los ojos de Giuliana se llenaron de lágrimas. Empezó a llorar y a hablar en italiano con la
voz quebrada.
Pansy se puso abruptamente de pie y señaló hacia el corredor con la cabeza. Hermione la
siguió rápidamente, y vio por encima del hombro a Draco arrastrando los pies, con los ojos
todavía fijos en Blaise y Giuliana.

—Te lo dije—, susurró cuando Draco se unió a ellas.

Él parpadeó, aturdido.

—Estará bien—, dijo ella, quitándole el vial de los dedos. —Ahora pasan por esto dos veces
por semana—. Se apartó el flequillo de los ojos y destapó el vial, preparándose para beberlo
entero.

Hermione volvió a entrar en su cuerpo. —Solo necesitas un trago—, dijo rápidamente. —


Deberías guardar un poco en caso de que Giuliana cambie de opinión.

Algo parecido a la pena cruzó los ojos de Pansy mientras la miraba. Tapó el vial y se volvió
hacia Draco. —Necesitarás un vestido para ella.

Hermione los miró boquiabierta, mientras ellos la observaban. —¿No será como en
Edimburgo? ¿Es formal otra vez?

Pansy resopló. —Granger, estarás compartiendo la mesa con el Señor Tenebroso. Puedes
dejar el negligée para otra noche.

Draco asintió. —Si. Así que, Pansy, si tu...—

—Tengo algo perfecto—, dijo Pansy con una sonrisa. —¿Algo más?

Draco hizo una mueca y se pasó una mano por el cabello. —Bueno… Granger necesitará una
varita...—

Hermione levantó la mirada hacia él. Ella necesitaría una, ni siquiera había pensado en eso.
No podían pedírsela a Narcissa después de lo que había pasado.

Pansy arqueó una ceja. —¿Y tu quieres…?— Ladró una carcajada, y bajó las escaleras
danzando y gritando, —Daph, Draco tiene que hacerte un pedido hilarante.

Draco maldijo en voz baja.

~*~

Unos diez minutos muy incómodos después, estaban volviendo a la Mansión con la varita de
Daphne Greengrass. Nunca había visto a Draco tartamudear tanto en una conversación.
Finalmente, Daphne se la había entregado a cambio de la promesa de que le proporcionaría
información actualizada sobre cualquier futuro ataque a Canadá, especialmente cerca de
Montreal.

Los siguientes días, Hermione intentó acostumbrarse a la varita de Daphne Greengrass. Era
caoba, 12 pulgadas, pelo de unicornio y bastante inflexible. Apenas le respondió el primer
día. Casi que necesitaba ser cortejada.
Sus días se llenaron rápidamente de planificaciones. Pasaron horas debatiendo con Blaise y
Pansy a través de la red Flu, y terminaron aceptando una versión del plan original de Blaise.
Una vez que Draco tuviera el colmillo de Basilisco, Blaise y Pansy los ayudarían a
desaparecer sin ser vistos.

Para el siguiente paso del plan, destruir el Horrocrux, fue más difícil llegar a un acuerdo.
Hermione no le dirigió la palabra a Draco durante todo un día hasta que él finalmente
concedió que fuera ella, y no Blaise, quien lo acompañara. Al día siguiente, Draco trabajó en
una manera de transportarlos a Rumanía, mientras Hermione intentaba fortalecer su atrofiada
habilidad con la varita.

Por la noche, ella y Draco utilizaban libros que el catálogo de la biblioteca transcribía, para
investigar los tipos de protecciones y maldiciones que Lucius y Voldemort podrían haber
usado en la propiedad de los Malfoy para asegurar el Horrocrux. Draco se había puesto
pálido cuando ella le contó que había habido Inferi en uno de los lugares; para darle crédito,
él había apretado la mandíbula y no había dicho nada.

—¿Cómo lo encontraremos?— Preguntó Draco una noche. —Podría ser cualquier cosa.

—Lo sabremos—, dijo ella, pasando una página. —Confía en mi.

Se tomaron un descanso de las contra-maldiciones esa noche, y Draco encontró un libro en


Pársel. Con la ayuda de Hermione, rápidamente pudo dominar los silbidos correctos para
decir: “Ábrete”. No necesitaba un Pensadero para recordar cómo había brotado de los labios
de Harry.

Un par de días antes de la fiesta de aniversario, Draco fue a Grimmauld otra vez para asistir a
una reunión por el cumpleaños de Blaise, en la que le prometió que ultimarían detalles.
Hermione se tomó esa noche para ella, para practicar hechizos defensivos en un cuarto de
huéspedes vacío y para acostumbrarse a desenvainar la varita de Daphne de donde la
guardaba, a un costado del muslo.

Si Narcissa tenía alguna sospecha, no dijo nada. Compartía con ella las comidas y le dijo lo
que sabía acerca del paradero de Lucius; Hungría, por el momento. Desde que habían matado
al Ministro húngaro la noche del ataque a Edimburgo, su reemplazo había estado adoptando
una postura pública algo tibia respecto al Gran Orden. Lucius estaba supervisando la
transición.

Hermione no podía evitar sentir que el ejército de Voldemort estaba desorganizado. Draco no
había sido llamado para una misión en semanas. Ella escaneaba el Profeta y el Fantasma
diariamente, y veía los mismos nombres una y otra vez. Parecía como si el mundo entero
estuviera aguantando la respiración. Le daba miedo preguntar el motivo.

El día de la fiesta de aniversario se acercaba, y junto con eso, un nudo de pavor en el


estómago de Hermione se apretaba cada vez más. Había pasado un año desde la muerte de
Harry, desde la última vez que había visto a Ron. Desde que había visto el fantasma de la risa
de Fred, o la manera en que Remus y Tonks se habían buscado el uno al otro en la muerte.
Esas habían sido las peores horas de su vida. Y ahora, iba a asistir a una reunión para
celebrarlas.
Draco fue el primero en señalar que tendría que practicar Oclumancia durante más tiempo
que nunca si esperaba sobrevivir a esa noche. Iba a tener que moderar cada reacción, tragarse
todos los comentarios, y permitirse a si misma simplemente existir en un mar de asesinos y
violadores con una sonrisa en el rostro. Tendría que ser pasiva, recatada y obediente. Y
observar a sus amigos hacer lo mismo.

El domingo por la mañana, mientras Draco todavía dormía, se puso una bata de seda y se
dirigió a su cuarto para examinar el vestido que Pansy había prometido enviar esa mañana. Al
cruzar la barrera secreta entre sus dormitorios, algo en su tocador brilló de un color verde
oscuro, frenando sus pasos.

Era un collar de esmeraldas y diamantes, que descansaba sobre un busto de terciopelo negro.
Sus ojos se desorbitaron al examinar los intrincados detalles y las correas alrededor del
cuello, las joyas que se esparcían encima de las clavículas. Pasó los dedos por las frías
esmeraldas en forma de lágrima; la superficie era suave y pulida. Era como un collar, pero
opulento y costoso.

—Es un poco excesivo, lo sé.

Miró por encima del hombro y vio a Draco inclinado sobre el pasadizo, con el cabello
revuelto y el borde del pantalón del pijama por debajo de su estómago desnudo.

—¿De dónde salió esto?

Él se separó de la pared y se acercó a ella. —Es una reliquia.

—Es...— Volvió a mirarlo, luchando para encontrar las palabras. —Es más de lo que estoy
acostumbrada.

—Entonces tal vez te dé un ataque al corazón cuando veas el vestido de Pansy.

Él se movió a su lado y se estiró para tomar el collar. Las gemas tintinearon unas con otras
cuando él lo levantó del busto y lo desabrochó. Hizo un gesto en dirección al espejo de
cuerpo entero, y el corazón de ella dio un vuelco al ubicarse frente a él, levantándose el
cabello de la nuca y retorciéndolo en un moño sobre su cabeza.

El collar flotó encima de ella, extendiéndose por sus clavículas mientras él lo ajustaba a su
cuello. Cerró el broche, y ella sintió que el metal se calentaba sobre su piel. Respiró
profundamente y levantó el rostro hacia el espejo. Se sentía como una extensión de ella
misma, las esmeraldas y los diamantes se ramificaban sobre su cuello como si fuera un árbol
echando raíz.

Draco levantó un rizo suelto, y depositó un beso detrás de su oreja. Ella lo sintió ondular a
través de la piel.

—Puedes hacerlo—, susurró.

Ella encontró sus ojos en el espejo. —Lo sé.

Por alguna razón, lo sabía.


Las manos de él descansaban sobre sus caderas; la presencia era suave y firme al principio,
pero se volvía cada vez más cálida, y enviaba un calor de fundición por sus venas. Tenía una
bata fina y de seda, y a medida que el calor de la mano se hundía en su piel, veía que sus
pezones se endurecían hasta formar dos picos.

La mirada de Draco se deslizó de su rostro, y se arrastró por las gemas en su garganta y la


curva de sus senos. Acercó los labios a la curva su oreja. —¿Te gusta?

Ella se observó con el collar. La luz de las piedras iluminaba ángulos y sombras en su rostro
que ella no había visto antes. La otra mano de Draco cayó sobre su cintura, y se deslizó por
su estómago para apretar su cuerpo contra el suyo.

Ella arqueó una ceja al sentirlo detrás de ella. —A ti claramente te gusta.

Él sonrió sobre su cabello y dijo, —Eso no es lo que pregunté—. Sus dedos viajaron por la
seda, acercándose cada vez más al amarre en su cintura.

Inclinando el cuello de un lado a otro, contempló el brillo de las esmeraldas. Los diamantes
parecían hundirse en su piel, y ella intentó imaginar una ocasión en la que escogería usar
joyería de este tipo. Y mientras los dedos de él se arrastraban por el amarre de seda, soltando
el nudo y abriendo la bata para revelar su piel desnuda, ella se preguntó si la ocasión podría
ser Draco.

Los ojos de él eran calientes y oscuros a medida que la bata se deslizaba por sus pezones
tensos, y se separaba para revelar su cuerpo desnudo en el espejo. Ella pestañeó mientras él
arrastraba la seda por los hombros, y la dejaba colgando de sus codos, a la vez que trazaba un
camino de regreso por su brazo hasta los diamantes.

Empujó las joyas, extendiéndolas para que cayeran apropiadamente sobre su cuello, y deslizó
los dedos hacia abajo hasta rozar sus senos con un movimiento provocador. Ella sintió que él
se endurecía detrás de ella, su erección se enterraba en la parte baja de su espalda, y ella
apretó los muslos con anticipación.

—Me gusta—, dijo, y él levantó los ojos hacia los suyos, con las pupilas oscurecidas.

Las manos de él apretaron con firmeza alrededor de su estómago, y sus dedos se extendieron
por sus costillas. Después de lamer la parte posterior de su oreja, una mano se arrastró hacia
arriba, y se deslizó entre sus senos para rodear el borde de la esmeralda central. Con la otra
palma ahuecó su pecho, haciendo rodar el pezón, y ella jadeó.

Un rubor se extendió por su piel mientras observaba sus dedos acariciarla en el espejo. No
había espacio para la vergüenza cuando estaba tan excitada, usando nada más que joyas, y
una bata cayendo por sus codos; Draco deslizaba las manos por su cuerpo y empujaba las
caderas contra su trasero.

Cerró los ojos mientras la mano de él bajaba cada vez más, alcanzando su centro. Su cabeza
cayó encima de su hombro mientras los dedos de él frotaban su clítoris, trazando círculos y
presionando de la forma que le gustaba. Él tiró de su barbilla y la besó mientras las yemas de
sus dedos separaban más sus piernas. Ella gimió suavemente contra sus labios, abriendo la
boca y los muslos para él.

El calor en su estómago estalló. Dejó caer la bata a sus pies, y se volvió en sus brazos para
enfrentarlo. Él abrió lentamente los ojos y miró apreciativamente su parte frontal, y luego
hacia el espejo para ver la parte posterior. Se humedeció los labios.

—¿Te gustan los espejos?— Ella lo provocó.

Él le besó el cuello, dejando que sus dedos se deslizaran por sus caderas y se arrastraran
lentamente por su columna. —Me gusta no tener que elegir una sola mitad de ti para mirar.

Ella asintió y se puso en puntas de pie para besarlo. Debe haber provocado algo en su trasero,
porque de repente él gruñó y se llenó las manos con ella, apretando y acercando los dedos
cada vez más y más a la parte interior de los muslos. La lengua de él se deslizó dentro de su
boca y ella arqueó sus pechos hacia él, con el collar rozando su clavícula.

Los diamantes y las esmeraldas tintinearon mientras le pasaba las manos por encima del
pecho y los hombros. Cada suspiro y jadeo la hacía estremecer, y le recordaba que era alguien
que podía estar desnuda frente a Draco Malfoy con nada más que joyas, y hacerlo gemir.
Podía hacerlo sentir tan mareado como él la hacía sentir.

El calor debajo de su piel ardió aun más cuando presionó las manos sobre sus hombros y le
dirigió una sonrisa tímida, antes de empujarlo hacia su colchón. Él se contuvo justo antes de
que ella trepara encima de él; su boca se abrió cuando ella se movió encima de su cuerpo para
cabalgar sus caderas y besar su cuello.

Ella hundió los dedos en los pantalones de pijama, y él la miró con asombro cuando ella se
los quitó y tomó su miembro con una mano, con el collar balanceándose entre ellos. Él
colocó las manos en sus caderas mientras ella lo masturbaba; los músculos de su estómago se
tensaron y la respiración se le aceleró.

Sosteniendo su mirada, ella se irguió y lo posicionó en su entrada. Él puso los ojos en blanco,
y sus manos salieron disparadas hacia sus caderas cuando ella se deslizó hacia abajo a lo
largo de todo él. Todavía estaba estrecha, pero echó la cabeza hacia atrás soltando un pesado
gemido mientras su cuerpo se acomodaba a él hasta que no pudo soportarlo más.

La parte de su cerebro que usualmente le diría que estaba haciendo todo mal, estaba apagada.
Solo existían los ojos ardientes de Draco encima de ella. Sus dedos pellizcando sus pezones,
y recorriendo las esmeraldas.

Ella tomó sus manos y las inmovilizó en el colchón a ambos lados de su cabeza,
sosteniéndose mientras se inclinaba encima de él, y comenzando a rodar las caderas. Ella vio
cómo separaba los labios, y sus dedos aferraban los suyos con fuerza a la vez que su
respiración se convertía en un jadeo sobre su rostro.

Su cuerpo se movía en sintonía con el estrépito de los cientos de Galeones contra su pecho.
El remolino adentro de ella se apretó, la conocida tensión la recorrió mientras sus caderas se
enterraban contra él, y su clítoris palpitaba por ser tocado. Ella liberó una de sus manos, pero
él se le adelantó, y su pulgar comenzó a deslizarse rápidamente encima de su clítoris mientras
ella jadeaba su nombre.

Comenzó a caer, sus miembros se agarrotaron y su interior apretó contra su miembro. Cayó
hacia adelante con un grito, y las esmeraldas se enterraron en su piel a la vez que ella volaba
en pedazos como el cristal.

Los brazos de él se envolvieron alrededor de su espalda, aferrándola con fuerza mientras sus
caderas empujaban hacia arriba, sin detenerse siquiera cuando ella se apretó a su alrededor.
Las maldiciones brotaron sobre su oreja mientras él se cogía su bendito cuerpo desde abajo,
sosteniéndola cerca y respirando aire caliente encima de su piel.

Sus cuerpos se deslizaron uno encima del otro mientras él aceleraba, su ritmo se volvió
errático, y cada vez que empujaba, se arrastraba encima de un lugar que hacía aparecer
puntos de colores detrás de sus ojos. Él tiró de su cabello, arqueando el pecho de ella hacia él,
y apretando los labios encima de uno de sus senos, justo cuando su verga la embestía de una
manera perfecta...

—Draco...—

Ella se volvió a estremecer, y gimió a la vez que se quebraba como la luz refractando a través
de los diamantes, y el placer cegador recorría su centro. Él acabó mientras su mente todavía
se estaba fracturando, gruñendo contra su pecho a la vez que su cuerpo se tensaba, y su
miembro palpitaba adentro de ella mientras sus paredes se ondulaban.

Su columna vertebral arqueada se recompuso lentamente, y se dejó caer flojamente contra su


pecho mientras él jadeaba contra su cabello.

Cuando pudo volver a formar palabras, levantó la cabeza para encontrar sus ojos. —Me gusta
el collar. Mucho.

Él le sonrió, con el sudor perlando su frente, y dijo. —A mi también.

Riendo, ella se inclinó para besarlo.

~*~

Dos horas después, quitaron el collar. Hermione se metió en la bañera, y practicó Oclumancia
por varias horas hasta que Pansy llegó para hacer su peinado y su maquillaje.

Pansy guardó silencio para concentrarse, y Hermione se lo agradeció. Comenzó con su


cabello, y Hermione se enfocó en aguas tranquilas. Cerró libros, ordenó los estantes como si
fuera una librería, empujando los lomos para alinearlos entre sí hasta que cada libro estuvo
cerrado, sellado y escondido.

Parecía que habían pasado apenas unos segundos cuando la chica de cabello negro le dijo que
se pusiera de pie, y que la acompañara para que la vistiera.

Hermione la siguió. El guardarropas se abrió. Un vestido de diamantes y cuentas colgaba


pesadamente, brillando contra la luz del ocaso.
La chica la ayudó a ponerse el vestido y el collar.

El cuerpo de Hermione se sentía pesado.

Alguien le puso algo en el muslo, y la ayudó con sus zapatos.

Un muchacho con túnica oscura la recibió en la puerta, con el cabello claro y los ojos grises.
No le dijo una palabra mientras la conducía escaleras abajo hasta otras dos personas. Un
hombre y su mujer. Rubios.

Como si atravesara una bruma, su cuerpo bajó los escalones de piedra, y caminó por un
camino de grava. La luna brillaba sobre su cabeza.

Cuando los cuatro aparecieron frente a una puerta de hierro, con un castillo negro a la
distancia, una figura encapuchada se deslizó por encima de ella, con la boca abierta,
intentando succionar su calidez...

Pero no encontró nada.

Chapter End Notes

Nota de Autor

Impresionante arte de Nikita Jobson. Si tienes una cuenta en tumblr, dale me gusta,
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Si tienes una cuenta registrada en A03, puedes ver la versión completa sin censura aquí.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

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Chapter 34
Chapter Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Tortura.

Eyyyy. Hagámoslo. ¡Gracias a Mar y Cat!

¡Se han realizado algunos fanart INCREÍBLES para La Subasta en las últimas semanas!
Échenle un vistazo: Hiyas, theamaranthus, goodnight-fraublucher

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Un viento bailaba sobre su piel.

Una fila de carruajes, conducidos por caballos muertos, esperaba.

El muchacho de cabello pálido la subió y la acomodó en un asiento. Los otros dos


acompañantes los siguieron.

Una pareja de más edad. Murmuraban entre ellos, le dirigían miradas y luego las apartaban.

El vestido era pesado sobre sus hombros.

Con el chasquido de los cascos, el carruaje se puso en marcha por el camino hacia el castillo.
Una nube reinaba encima de él: una calavera y una serpiente.

El carruaje dio la vuelta alrededor de un lago, y la luna brilló sobre las plácidas aguas.

A medida que el castillo se acercaba, Hermione se enfocó en sus estantes. Pasó los dedos por
encima de un libro que contenía un cálido rayo de sol en un patio, y dos niños caminando con
ella a clase. Lo empujó hasta el fondo del estante central, junto a un libro con gritos y
escombros, y un muchacho de cabello negro, que colgaba sin vida en los brazos de un semi-
gigante.

Los caballos muertos se detuvieron. La puerta del carruaje se abrió, y una mano se extendió
hacia ella. La tomó, y unos dedos fríos se crisparon sobre los suyos mientras bajaba el primer
escalón. Sus ojos fueron subiendo por la mano hasta llegar a un rostro redondeado de ojos
demacrados.

Un estante en su mente gimió. El muchacho murmuró su nombre y un libro empezó a caer


dando tumbos, sus páginas abiertas revoloteando entre sapos perdidos, pociones torpes e
invitaciones a bailes...
Neville.

Sintió que sus pulmones colapsaban, y unos puntos negros le nublaron la visión. Y entonces,
una mano cálida se posó en su espalda, instándola a seguir.

Con una respiración profunda, Hermione bajó el último escalón del carruaje. Apretó la mano
de Neville antes de soltarla, observando el rostro curtido por el sol y el labio partido. Estaba
usando una túnica larga y negra, con un cinturón de cuerda dorada. Sus ojos amoratados
buscaron los de ella.

—Ya es suficiente de papar moscas, Longbottom.

Neville dio un salto como si lo hubieran pateado. Retrocedió rápidamente, cojeando hacia el
siguiente par de carruajes. Draco apretó una mano en su cadera y la condujo en otra
dirección, hacia el patio. Lucius y Narcissa ya se habían adelantado.

Hermione intentó volver a enfocarse, pero cada paso que se alejaba de Neville era como un
témpano de hielo en el pecho. Sus amigos estaban pasando hambre y recibiendo golpes. Y
ella estaba chorreando diamantes.

Sintió que el peso del vestido la arrastraba hacia abajo, y sus rodillas se doblaban. Draco hizo
una pausa, la aferró por el codo y acercó los labios a su oreja. —Puedes hacerlo.

Las palabras la atravesaron.

—Ábrete un poco—. Trazó lentamente un círculo en su codo con el pulgar. —Para que sepan
que todavía estás allí.

Ella asintió, y después de una inhalación profunda, siguieron caminando. Hermione


concentró la atención en la calidez de su mano, preparando su mente para el embate de
personas que estaba a punto de encontrar.

Esa noche estaban ahí por la Verdadera Orden. Y Harry necesitaba que ella termine lo que él
había empezado.

Para cuando entraron el patio, sus aguas estaban calmas, y Neville había sido guardado en el
libro más alejado del estante central.

Una multitud se mezclaba, sus risas ahogando la música tenue. Draco tomó dos copas de
champagne de una bandeja flotante, y Hermione parpadeó al aceptarla.

—Draco—, llamó una voz pegajosa. —Es bueno verte.

Hermione se quedó inmóvil junto Draco mientras Marcus Flint se acercaba a ellos. Penelope
lo seguía un paso atrás, usando un sencillo vestido negro ceñido con una cuerda dorada.
Marcus asintió hacia Hermione. —Granger. Luces tan encantadora como siempre.

Hermione asintió con la cabeza una vez, tamborileando los dedos contra su copa de
champagne.
—Flint—, dijo Draco con frialdad. —Veo que ya estás mejor.

Penelope miró a Flint mientras él detallaba su recuperación, con los ojos empañados por una
emoción desconocida. Hermione archivó la información, permitiendo que su mirada
merodeara.

Pasó por encima de Narcissa y Lucius, enfrascados en una conversación con Rookwood y su
mujer, y un grupo de hombres risueños que reconoció de las mesas de apuestas. Debajo de la
luz central, pudo ver unos cuantos Lotes más, de pie junto a sus propietarios; todas usaban un
sencillo vestido negro con una cuerda dorada. El corazón de Hermione palpitó desbocado al
ver las miradas que parpadeaban en su dirección.

Draco la apartó de Flint con una excusa y una mano en el codo, y Hermione intentó relajar su
postura mientras se inclinaba sobre su oreja.

—Estoy demasiado vestida.

—No. No había un código de vestimenta para ti—. Lo escuchó tragar saliva. —Se esperaba
que te destaques.

Un escalofrío le bajó por la columna, pero antes de que pudiera pensar en algo más, él la
estaba llevando a saludar a Blaise, Theo y “Giuliana”. Oliver Wood estaba parado dos pasos
detrás de Theo, con los ojos en el suelo. Se veía un poco más saludable desde la última vez
que Hermione lo viera, pero sus ojos estaban bordeados de una sombra oscura. Tanto él como
Giuliana llevaban túnicas negras ceñidas con una cuerda dorada, aunque la de Giuliana era
más corta y más escotada.

—Y un “feliz aniversario” para ti, Draco—, dijo Blaise, girando la tapa de una petaca. Sus
ojos se posaron en Hermione, y soltó un suave silbido antes de tomar un trago. —Luces como
un millón de Galeones, Granger.

Ella inclinó la cabeza en agradecimiento, cruzando las manos frente a ella.

—Se siente bien volver a Hogwarts, ¿no es así?

—Amigo, baja la voz—, siseó Theo. Hermione lo vio frotarse la muñeca con ansiedad. —
Ésta no es la noche para emborracharte hasta el culo...—

—Esta es precisamente la noche—, dijo Blaise.

—Blaise—. La voz de Draco era severa, y Hermione levantó la mirada para ver sus ojos
duros como el hielo. —Compórtate.

Blaise lucía como si estuviera a punto de reír, pero pareció enderezarse. —Como usted diga,
General—. Sostuvo la mirada de Draco mientras lentamente levantaba la petaca y tomaba
otro trago.

Theo se pellizcó el puente de la nariz. Los ojos de Hermione se movieron hacia una pareja
cercana que los fulminaba con la mirada.
—Necesito hablar con el Ministro Egger. Los veré después adentro—. Draco comenzó a
llevarla, y miró por encima del hombro para sisear. —Compórtense.

Hermione tomó una bocanada de aire para calmarse mientras atravesaban el patio, apartando
los pensamientos sobre los planes de la velada. Curvó los labios en una sonrisa recatada
cuando Draco saludó al Ministro suizo y a su mujer, aquel junto al cual había visto a Draco
en el Profeta cuando estaba en Suiza. Mientras charlaban de pie entre la creciente multitud,
Hermione se arriesgó a echar un vistazo al patio a su alrededor.

Lucius y Narcissa estaban conversando ahora con Selwyn y su mujer. El Ministro suizo hizo
una pausa para tomar una copa nueva de champagne, y Hermione vio de reojo a Theo
caminando hacia un hombre desconocido. El hombre presionó una mano delgada en el
hombro de Theo mientras él lo conducía en dirección a los arcos, con Oliver siguiéndolos a
una distancia respetable. Se detuvieron a saludar a un par de diplomáticos, y el esquelético
hombre se volvió: Albrecht Berge. Los ojos de Hermione cayeron sobre el suelo de piedra
otra vez.

Alcanzó a ver el perfil de Dolohov al otro lado del patio, escudriñando la multitud. Slughorn
se chocó con él antes de que pudieran verse, y Dolohov gruñó cuando se le derramó jerez
sobre los zapatos. A su izquierda vio a Hannah Abbot, con el rostro pálido, parada unos
pocos pasos detrás de Runcorn, del Ministerio. Runcorn estaba hablando en voz baja en la
Ministra Cirillo, y los ojos de ella se desplazaban hacia Hannah.

Draco fue interrumpido por el Ministro Santos y su esposa. Hermione los saludó con una
sonrisa dibujada, y cuando terminaron las presentaciones, ella volvió a mirar a su alrededor.

Rita Skeeter estaba hablando con Pius Thicknesse, pero sus ojos miraban por encima del
hombro de él, para observar la conversación de Yaxley con el Ministro de Austria. A
continuación Hermione vio a Rabastan Lastrange, riendo con Flint y Penelope. Su estómago
dio un vuelco, y rápidamente escaneó la multitud en busca de una melena pelirroja. Pero no
la encontró.

En un rincón oscuro del arco opuesto, Hermione alcanzó a ver un destello de ojos lupinos:
Fenrir Greyback, parado junto a otro hombre grande y de aspecto cruel. Un pesado volumen
se estremeció, aquel que contenía las páginas de unos rizos rubios manchados de sangre, y
los ojos azules vacíos de Lavender. Dejó caer la mirada sobre la piedra otra vez, respirando
hondo.

Draco se disculpó de repente y tomó su brazo, arrastrándola rápidamente a través de la


multitud. Hermione apenas tuvo un momento para orientarse cuando Draco se detuvo en el
arco de entrada, justo cuando Katya Viktor llegaba a las escaleras.

—Katya.

Hermione vio que los hombros de Katya se tensaban antes de levantar su hermoso rostro.

—¡Draco, cariño!— Avanzó hacia ellos y besó a Draco en la mejilla, recorriendo


rápidamente a Hermione con los ojos antes de apartarse. —¡Tenía la ilusión de verte esta
noche!
—Ha pasado mucho tiempo—. Él parecía más alto al bajar la mirada hacia ella. —Esperaba
encontrarte en Edimburgo el mes pasado, pero por supuesto...—

El ojo de Katya se crispó, y rápidamente negó con la cabeza con simpatía. —Qué lío fue eso.
Sé que no se supone que hablemos de ello—, miró por encima del hombro, —pero me alegré
tanto de haber amanecido con gripe ese día. Gracias a Merlín que estás a salvo.

Ella le enseñó sus brillantes dientes. Draco le sostuvo la mirada, y los segundos se alargaron
hasta que le devolvió la sonrisa.

—Nada me dio tanto alivio como oír que te habías quedado en casa. Pero Katya...— Draco
soltó abruptamente el brazo de Hermione y tomó a Katya por el codo, para conducirla hacia
el vestíbulo de entrada. Hizo un gesto con la cabeza para que Hermione lo siguiera. —Te he
enviado cartas. Realmente espero que no sigas enferma.

El tono de su voz era helado, como él es su padre. Hermione vio que las costillas de Katya se
expandían bajo el vestido color zafiro.

—¡He estado en el exterior, lamentablemente!— Soltó una risa nerviosa. —Pero me alegra
tanto haberme encontrado contigo, de verdad...—

—Quizá pueda pasar de visita esta semana—. Los pies de Draco se detuvieron. —¿Qué tal el
martes?

—Oh, me temo que el martes no puedo. Tengo que...—

—Miércoles—. El tono de Draco era firme.

Katya vaciló, y sus ojos subieron hasta los suyos. —El miércoles es perfecto, Draco—.
Sonrió. —Estaré en casa.

—Maravilloso—. Draco soltó el brazo de Katya. —No puedo esperar.

Katya consiguió esbozar una sonrisa más antes de darse la vuelta y encaminarse hacia las
pesadas puertas de madera. Se abrieron de par en par, y entró al Gran Comedor, con sus
tacones repiqueteando más rápido de lo necesario.

Las puertas se cerraron, apagando el sonido. Hermione se acercó a un lado de Draco. —Ten
cuidado—, susurró. —Ella te tiene miedo.

—Y lo bien que hace—, dijo Draco sombríamente. —Me mandó a morir a Edimburgo. Si eso
la obliga a verme, valdrá la pena.

Hermione tragó saliva.

El tintineo de unas campanas atravesó el patio, y Hermione se sobresaltó ante el sonido.


Cerró los ojos, llenando los pulmones de aire. Los invitados estaban siendo convocados para
cenar, y ella y Draco debían unirse a ellos. Con una mano en la parte baja de su espalda,
Draco la condujo rápidamente a través de las puertas del Gran Comedor.
Una ola de ruido llegó a sus oídos. El Gran Comedor estaba solo a mitad de su capacidad,
pero Hermione nunca había visto a tanta gente en él. El cuarto parecía no terminar más,
expandido mágicamente hasta el doble de su tamaño. Hermione aferró el tallo de su copa de
champagne mientras pasaban junto a las mesas decoradas con manteles elegantes, y lujosos
centros de mesa; la plata brillaba a la luz de los candelabros. Los estandartes habían
desaparecido, y en el techo no había estrellas.

Un anciano con acento italiano llamó a Draco, así que se detuvieron. Hermione apenas
registró la sensación de sus labios secos contra los nudillos antes de que Draco se la llevara.

Se preguntó cuántas personas estarían allí esa noche, celebrando la victoria de Voldemort.

Por el rabillo del ojo vio a Lucius y a Narcissa caminando en paralelo a ellos por el pasillo
principal. Los cuatro se dirigían a la mesa al final del salón.

Las miradas se deslizaban por su cuello y por su rostro, y Hermione dejó que sus ojos
vagaran sobre ellos a su vez. Mantuvo la espalda recta y los labios fruncidos, como si ella
también estuviera cortada en piedra.

A su derecha vio que el Ministro Santos y su esposa se sentaban junto a la Ministra Cirillo. A
su izquierda, el Ministro Thicknesse y Dolores Umbridge parecían estar sumidos en una
conversación. Umbridge llevaba un vestido rosado de encaje y lentejuelas, y al pasar junto a
ella, sus ojos encontraron los de Hermione con una recatada sonrisa.

Llegaron al final del pasillo. Lord Voldemort estaba de pie en el centro de la Mesa Principal,
sonriendo con sus labios finos. Llevaba una túnica verde de terciopelo aplastado. Bellatrix
estaba de pie a su derecha con un vestido de brocado negro. Entrecerró los ojos al ver a
Lucius y Narcissa subiendo los escalones.

El cuarto se sentía frío. Hermione se concentró en los latidos de su corazón mientras Draco y
ella giraban a la izquierda y seguían a sus padres.

—Lucius—, dijo Voldemort suavemente. —Que tu y tu familia sean bienvenidos.

—Gracias, mi Señor—. Lucius y Narcissa inclinaron sus cabezas, y cuando se enderezaron,


Voldemort señaló la silla frente a él. Lucius apartó la silla frente a Bellatrix, y Narcissa se
sentó en silencio. Lucius tomó la silla a la derecha, directamente frente a Voldemort.

Draco dio un paso al frente, y Hermione mantuvo la cabeza baja mientras presentaba sus
respetos a Voldemort y a su tía. Empujó la silla a la derecha de su padre, mirando
intencionadamente la silla a su lado. Hermione se acercó a la mesa, esperando que se sentara,
pero él parecía estar esperando algo.

—Sangre Sucia Granger—, siseó Voldemort, y el pulso de Hermione se disparó. —¿No


tienes un saludo para mi?

Ella cayó rápidamente en una reverencia. —Por supuesto, mi Señor. Perdóneme.

Bellatrix chistó en desaprobación. Los nudillos de Draco se volvieron blancos sobre la silla.
—Gracias por permitirme asistir esta noche, mi Señor.

Se hizo un silencio forzado. Luego Voldemort asintió, y Hermione sintió que podía respirar
otra vez.

Esperó con la cabeza baja mientras Draco sacaba su silla, y luego lo imitó, con el corazón
todavía aporreando en sus oídos.

La gente murmuraba y se reía a su alrededor, la mesa crujía y las sillas se movían en ambos
extremos. Hermione mantuvo los labios fruncidos y los ojos fijos en su champagne, dejando
que el sonido se mezclara como las burbujas en la copa. La silla a su derecha se movió, y ella
levantó la mirada para ver a Theo hacer una reverencia ante Voldemort. Oliver se quedó de
pie junto a otro Lote contra la pared opuesta, con la cabeza baja y las manos plegadas.

Parpadeando, Hermione miró por encima del hombro. Las mesas estaban listas, el Gran Salón
casi lleno. Y a su alrededor, las túnicas negras con los cinturones dorados se alineaban contra
las paredes como centinelas. Ella era el único Lote al que se le permitía sentar en la mesa.

Su mente se sacudió, pero antes de que la pudiera calmar, una voz melódica goteó como miel
por su oído.

—Mi Señor. Es un honor sentarme en su mesa.

Con movimientos lentos, Hermione se volvió en su silla para ver a Ginny Weasley, brillando
en plata y goteando diamantes. Avery hizo una reverencia a su lado, con el cabello peinado
hacia atrás.

Los ojos de Hermione cayeron sobre su servilleta. Draco se removió en su asiento.

—Ginevra—. La voz de Voldemort era baja y divertida. —Eres realmente una joya.

—Me halaga, mi Señor.

Voldemort se rió suavemente, y un escalofrío helado recorrió las aguas tranquilas de


Hermione. Levantó los ojos para ver a Avery y a Ginny caminando alrededor de la mesa, y
notó que los labios de Bellatrix se retorcían al verlos pasar.

Una silla se arrastró frente a ella, y Hermione vio a Avery y a Ginny tomar sus asientos:
Avery a la izquierda del Señor Tenebroso, frente a Draco, y Ginny directamente frente a
Hermione.

Los ojos de Hermione cayeron sobre su copa.

La conversación comenzó a fluir otra vez. Las joyas al otro lado de la mesa brillaban,
atrayéndola. Hermione examinó las pálidas burbujas de su copa hasta que su mente estuvo en
un lugar azul y profundo.

El Gran Comedor se llenó de sonido, ruidoso y estridente.

Una palma golpeó una mesa, y un grupo de hombres soltó una carcajada.
Un hombre al otro lado de la mesa susurró en el oído de una chica. Su cabello era rojo.

El muchacho de cabello pálido a su lado se aclaró la garganta. —¿Más champagne?

Hermione regresó a su cuerpo. —Por favor.

Draco le ordenó a su copa que se llene sola. Hermione se estiró para tomarla, y tomó un
sorbo mientras se volvía para observar el resto de la mesa. Al otro lado de Ginny, Rookwood
y su mujer habían tomado sus asientos. Estaban hablando en voz muy alta con los Selwyns,
que se sentaban al otro lado de Theo. Más allá, el Señor Crabbe y Yaxley estaban sentados el
uno frente a otro, y miraban sus vasos de whisky. Los dedos de Hermione acariciaron su
collar mientras su mirada se movía hacia su derecha, donde Lucius y Narcissa hablaban en
voz baja con Voldemort y Bellatrix. Rodolphus Lestrange estaba a la derecha de Bellatrix, y
su hermano menor junto a él. Hermione observó los Lotes en las paredes cercanas, pero Ron
no se veía por ningún lado.

En el lado opuesto de la mesa, los hermanos Carrow, los Travers, y Jugson se estaban recién
instalando.

Había un lugar vacío junto a Narcissa, y apenas Hermione se percató de él, una mano gruesa
tiró de la silla, arrastrando las patas contra la piedra. Recorrió el brazo con la mirada hasta ver
los ojos de Dolohov enfocados en ella. La mirada de él cayó sobre Narcissa, y la saludó con
una sonrisa arrogante.

Hermione se volvió hacia la mesa para aclarar su mente y borrar la sensación de los ojos de
Dolohov sobre ella.

—Theodore—, dijo Avery. —Brillante trabajo en Canadá—. Theo asintió y tragó su


champagne, cerrando con fuerza el puño alrededor del tallo. —Lucius y Bellatrix también—.
Avery agitó una mano hacia ellos dos. —Felicitaciones a todos.

—Gracias, Aron—, murmuró Lucius. Una pausa. —Realmente espero que tu y Berge estén
trabajando igual de duro con la Niebla, Theodore. No puedo esperar para ver el informe con
las mejoras de la semana.

—¿Mejoras?

La voz de Bellatrix rastrilló la piel de Hermione. Parpadeó al ver que Bellatrix inclinaba la
cabeza hacia Lucius, y trazaba un círculo por el borde de la copa con su dedo. —¿Cómo es
eso, hermano? ¿No consiguió penetrar exitosamente la base de la Verdadera Orden?

—Nadie discuta que lo de la Isla de Baffin fue un éxito—. El tono de Lucius era suave y
condescendiente, como si estuviera enseñando a un niño. — Pero también tuvo… efectos no
deseados.

Voldemort simplemente los observó, con las yemas de los dedos juntas.

—La muerte de unos Muggles inmundos—. Bellatrix hizo un puchero y se inclinó hacia
adelante. —¿Ahora te importan los Muggles, Lucius?
La mesa cayó en un silencio mortal. Draco se secó las palmas de las manos en los pantalones.

—Me importan los resultados deseados. A menos que la Niebla pueda ser controlada,
ninguno de nuestros aliados en las fronteras de Francia nos permitirán liberarlo desde sus
fronteras.

Avery tosió. —Es justo...—

—No tienen que “permitirnos” nada—. Los labios de Bellatrix se torcieron en un gruñido. —
El Gran Orden debe tomar. Todas tus delicadas maniobras se han reducido a poco más que la
inercia. Si no fuera por Brecht y por mi, todavía nos estaríamos pudriendo en Suiza...—

Voldemort levantó una mano abruptamente para hacerla callar. —Suficiente. Estoy seguro de
que entre ustedes dos conseguirán que nos infiltremos en Francia para el final de la semana
—. Sus ojos escarlata brillaron hacia Theo. —Trabaja duro esta semana, Theodore. Confío en
que no me decepcionarás.

—Si, mi Señor—. Theo asintió junto a ella. Sus dedos se sacudieron contra el mantel.

—Lucius. Draco irá contigo a Francia cuando llegue el momento de desplegar el arma.
Últimamente ha visto más oficinas que campos de batalla.

Una tos burlona al otro lado de la mesa; Dolohov.

—Por supuesto, mi Señor—, dijo Lucius. Se aclaró la garganta.

Bellatrix sonrió y se reclinó en la silla. Hermione vio que Narcissa estiraba una mano para
tomar un vaso de agua.

La conversación volvió a desatarse. Las costillas de Draco subían y bajaban bruscamente a su


lado. Hermione se enfocó en su respiración, apartando a un lado las emociones.

Una risa aguda estalló al otro lado de Theo. Parpadeó al ver a la esposa de Selwyn y a la
esposa de Rookwood riendo juntas.

La charla se reanudó. Hermione vio a la mujer de Rookwood inclinarse sobre la cubertería y


susurrar, —¿Has oído que el Ministro de Hungría no está aquí, verdad? Gustus dice que ha
declinado...—

Su marido colocó una mano firme sobre su muñeca, y le clavó la mirada.

—Como sea—. La Señora Rookwood se sentó erguida otra vez, se abanicó el rostro y miró a
su alrededor en el salón. —¿Hace calor aquí? ¡Elfo!

Con un crujido, un pequeño elfo de las cocinas apareció a su lado. —Si, señora.

—¿No tienen Hechizos Refrigerantes? Y otra cosa, no hay nueces en el festín, ¿verdad?
Tengo una alergia mortal...—
La visión de Hermione se empañó mientras observaba al elfo, tambaleándose bajo el peso de
una pesada cadena alrededor del cuello. Chilló una respuesta y ella apartó la mirada para
examinar la pared del fondo.

Cuando su mente se volvió a aclarar, estiró una mano para tomar su copa. Avery estaba
hablando con Draco. Bellatrix se inclinaba sobre el oído de Voldemort y murmuraba algo, y
Hermione vio que él asentía. Rookwood y Selwyn tenían la atención de Theo.

Hermione tomó un sorbo de vino, y dejó que sus ojos pasaran por encima de Ginny. Tenía la
piel pintada y el cabello perfectamente peinado, igual que había estado en la víspera de año
nuevo. Estaba mirando por encima del hombro izquierdo de Hermione, hacia el Gran
Comedor.

—Rabastan—, Avery llamó al otro lado de la mesa. —¿Dónde está tu muchacho? Estoy
seguro de que Ginevra esperaba ver a su hermano esta noche.

Draco dejó su copa. Hermione se llenó los pulmones, contando cada latido de su corazón.
Ginny no hizo mucho más que parpadear.

—Quería traerlo, pero… se puso un poco bocón esta mañana. No estaba en condiciones de
venir—. Rabastan se rió contra su vaso, y Bellatrix lo imitó, lamiéndose los dientes.

—Lástima—, dijo Voldemort. —Pero supongo que lleva años domar a ciertos caballos.

La sonrisa vacía en los labios de Ginny se crispó.

Voldemort se puso abruptamente de pie. Un momento después, alguien al fondo del Comedor
comenzó a aplaudir, un sonido que fue creciendo como una ola antes de romper contra la
orilla. Hermione miró por encima del hombro y descubrió a miles de personas de pie,
aplaudiendo al Señor Tenebroso. Sus libros temblaron.

Voldemort sonrió, y levantó sus manos para silenciarlos. Lanzó un Sonorus con la varita de
Sauco, mirando a la multitud. Cuando finalmente habló, fue como una vibración profunda
contra la piel de Hermione, un susurro venenoso en su oído.

—Bienvenidos, mis queridos amigos. Estamos reunidos hoy para celebrar la victoria sobre
nuestros enemigos, hoy hace exactamente un año.

Los aplausos volvieron a empezar. Vítores desde el fondo.

—Han depositado su confianza en mi, y yo les demostraré que soy digno de ella. No
descansaremos hasta que cada bruja y mago se doblegue a nuestra más noble y sagrada causa:
preservar la pureza de la sangre mágica que nos ha sido confiada durante milenios.

Los aplausos crecieron, rebotando contra las paredes.

—Los pasos que hemos dado para traer este nuevo mundo han sido complicados, pero valió
la pena el sacrificio. El siglo pasado no se puede comparar con lo que hemos conseguido
juntos en el último año. Y mientras observo los rostros de nuestros compañeros de todo el
mundo, sé que pronto todos los magos se unirán a nosotros.
»Nuestro rearme está marchando de acuerdo al plan. Con la ayuda del Coronel Albrecht
Berge —Berge se levantó de la silla a un lado de Umbridge, asintiendo hacia el aplauso
cortés—, tenemos una magia nueva y poderosa a nuestra disposición para proteger nuestros
intereses.

Berge se sentó.

—Amigos míos, muy pronto dejaremos de vivir en las sombras. Ya no nos vamos a encoger
cobardemente ante los Muggles, ni vamos a satisfacer sus barbáricos caprichos. No se
equivoquen: nuestro objetivo no es el triunfo del Gran Orden, sino la liberación de todos los
magos.

Las ventanas traquetearon por el ruido. Hermione tomó su copa, el agua salpicaba contra la
mesa. La volvió a apoyar.

—En honor a su arduo trabajo y a sus sacrificios, me complace anunciar que mi regalo para
ustedes, el Castillo de Edimburgo, por fin está listo para volver a abrir.

Un murmullo recorrió el Comedor. El hombro de Draco se crispó a su lado.

—Para continuar con nuestras celebraciones de hoy, en el aniversario de nuestra gran


victoria, la fiesta en Edimburgo se reanudará de inmediato. Los invito a todos allí mañana por
la noche, y espero que cada hombre, mujer y Lote asista.

Ginny cerró los ojos. Hermione parpadeó para volverse a enfocar. Irían a Rumanía esa noche,
y se los esperaba al día siguiente de regreso en Edimburgo.

—La generación de hoy lleva el destino de los magos. Y saldremos victoriosos si


mantenemos una sola idea, y una única intención: la magia es poder.

—La magia es poder—, coreó la multitud.

Voldemort tomó su copa, y hubo un ruido de movimiento cuando la audiencia lo imitó.

Bellatrix se puso de pie rápidamente, arrastrando la silla contra la pierda. —¡Por el poder del
Señor Tenebroso!

—Que reine por siempre jamas.

Hermione se bebió el champagne hasta el fondo mientras el Comedor estallaba en un aplauso


ensordecedor. Sus oídos seguían zumbando cuando terminó.

El banquete apareció en las mesas un segundo después. Un estrépito de cucharas se unió al


coro de conversaciones.

El rostro de Ginny estaba blanco al tomar el plato de Avery y llenarlo con faisán y vegetales
asados. Un libro en la mente de Hermione tembló, y se abrió de par en par.

Un día feliz en la Madriguera, su plato en el regazo y sus rodillas tocando las de Ron en el
sofá; Fred gritó, —¡Ey, Gin! Tráeme un plato ya que estás de pie, ¿quieres?— Y una aguda
réplica desde la cocina. —¿Me viste pinta de elfo doméstico?

Hermione se estremeció, haciendo a un lado el recuerdo. Tomó rápidamente el plato de


Draco, y se estiró para alcanzar la carne asada con zanahorias; sus manos danzaban alrededor
de las de Ginny. Cuando el plato estuvo lleno, lo colocó frente a él y esperó, retorciendo los
dedos en su regazo.

La plata tintineó contra la porcelana cuando los invitados comenzaron a comer. Draco hizo
una pausa en su tercer bocado para inclinar el mentón en su dirección. Hermione se sirvió un
par de cucharadas. Ginny la imitó.

Una voz al fondo de su cabeza le dijo que se mantuviera presente. Una aún más fuerte le dijo
que era demasiado peligroso bajar la guardia frente Señor Tenebroso.

Hermione miró su copa de agua, observando las ondas en la superficie cada vez que se
levantaban los vasos o se apoyaban los puños. El eco de los movimientos la fueron
adormeciendo hasta que el libro de la Madriguera se cerró.

Draco hablaba con Theo a su lado. Ella mantuvo una sonrisa en el rostro mientras pasaba el
tenedor por el plato. El vaso de Ginny se volvía a llenar cada vez que ella tomaba un sorbo.

Unas manos suaves movían el cuchillo y el tenedor, unidas a unas muñecas pálidas rodeadas
de diamantes.

Hermione masticó sus patatas.

Todas las pecas habían desaparecido de la muchacha. Unas venas azules resaltaban debajo de
la piel pálida, y los rizos rojos caían, sueltos y rebeldes, alrededor de sus hombros. Una mano
grande se curvo alrededor del respaldo de la silla de la chica.

Hermione bajó el tenedor.

La mano se abrió paso a través de las ondas pelirrojas de la muchacha, enroscando los
mechones alrededor de sus gruesos dedos.

Hermione apartó los ojos de Ginny y Avery.

Se comió sus vegetales.

Asintió cortésmente.

Sonrió cuando los hombres rieron.

Unos minutos, o unas horas, después, los platos estaban vacíos, y el golpeteo de las varitas en
las copas recorrió el salón.

Draco se volvió en su silla, y Hermione lo imitó.

Un hombre con una túnica dorada se abría camino por la línea de mesas, sonriendo
abiertamente. Los recuerdos brillaron: bolsas de oro, sonrisas idénticas, una voz amplificada
que gritaba las apuestas, una rápida mirada hacia los bastidores...

Hermione empujó todo a un lado, y observó a Ludo Bagman acercándose al frente. Incluso a
la distancia, su sonrisa lucía tensa.

—Mi Señor—, dijo Bagman a la vez que hacía una profunda reverencia. —Cuando me
encargó la tarea de organizar el entretenimiento de esta noche, me ha honrado—. Se volvió
hacia el salón. —Y la noche recién comienza, damas y caballeros, ¡se los aseguro! Después
de la cena, tenemos una sorpresa esperándolos en el Campo de Quidditch.

La multitud se rió, y Ludo asintió, con la frente perlada de sudor. —Pero primero, el Señor
Tenebroso me ha pedido que supervise algo especial esta noche. Algo alineado con el espíritu
de nuestra celebración. ¡Una historia! Una que vivirá en nuestras tradiciones por los años
venideros: ¡El triunfo del Señor Tenebroso sobre el Niño Mago!

Ludo extendió una mano, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de par en par. Entraron
dos guardias arrastrando una pequeña persona detrás de ellos. Sus botas marcharon
perfectamente al unísono mientras el cuarto se llenaba de murmullos. Hermione estiró el
cuello, pero solo fue capaz de ver a la persona cuando fue llevado al frente del salón.

Un muchacho, no mayor de catorce años, vestido con un uniforme de Gryffindor. Tenía el


cabello negro y el cuerpo enjuto.

Unos puntos negros le nublaron la visión.

Los guardias arrojaron el muchacho a los pies de Bagman. Sus ojos revoloteaban
salvajemente por el lugar, con la respiración agitada y frenética. Miró a las personas a su
alrededor como si nunca antes hubiera visto algo así.

Hermione intentó tragar, pero su garganta no se cerró. Era un Muggle.

—Hubo una vez un joven muchacho que creyó que podía desafiar al Oscuro Lord Voldemort.
Su nombre— Bagman sacó un par de anteojos redondos del bolsillo—, era Harry Potter—.
Empujó los anteojos por la nariz del muchacho Muggle, y Hermione pudo ver desde allí que
una de las lentes estaba quebrada. Los anteojos de Harry.

La multitud aulló mientras Hermione se volvía hacia su plato de comida, y tomaba bocanadas
de aire. Bellatrix soltó una carcajada, batiendo palmas. Una lenta sonrisa se extendió por el
pálido rostro de Voldemort.

—Este muchacho...— La voz de Bagman vaciló, y se aclaró la garganta. —¡Creía que era
intocable!

Un coro de silbidos y abucheos. Hermione se obligó a girar para ver. Al chico le habían
inmovilizado las piernas, tenía el rostro colorado y la boca abierta mientras Bagman
caminaba a su alrededor. Había sido Silenciado.

—Era arrogante y estúpido. Pero por sobre todas las cosas, era peligroso—. Bagman se secó
la frente con un pañuelo. —Alentaba a la mezcla de la sangre mágica. Se hacía amigo de
traidores a la sangre y Nacidos de Muggles.

Al oír esto, Bagman giró hacia la Mesa Principal para señalar a Hermione. Los invitados
sisearon mientras volvían sus ojos hacia ella.

Draco cruzó las piernas y movió la silla, bloqueándola parcialmente de la vista de Ludo.

—Se escondió detrás de las faldas de brujas y magos mucho más poderosos que él. En su
inútil resistencia, causó una indescriptible pérdida de sangre mágica.

Un tenedor repicó al otro lado de la mesa.

—Y entonces—, continuó Bagman, —una mañana de mayo, hace un año, el Señor Tenebroso
desafió a este muchacho cobarde y peligroso a un duelo.

El chico Muggle cayó, luchando contra el Maleficio de las Piernas Unidas. La multitud
estalló en carcajadas.

Bagman parpadeó hacia él y se hizo a un lado. —Mi Señor, es todo suyo.

Todos los ojos se volvieron hacia Voldemort. Él sonrió, y se puso de pie.

La bilis subió por la garganta de Hermione mientras Voldemort se deslizaba alrededor de la


mesa. La silla de Draco se arrastró aún más delante de ella.

Voldemort bajó los escalones para pararse frente al niño tembloroso. —Harry Potter. El Niño
Que Vivió.

Un estallido de carcajadas, y la mirada de Hermione vagó por encima de la multitud.

Voldemort cortó el aire con su varita, y el muchacho se tambaleó hacia la izquierda. Unas
manos lo empujaron de regreso al pasillo.

Había un lago de aguas tranquilas. Una cadena montañosa lo rodeaba. Las aguas eran
profundas y escondían secretos, pero la superficie estaba en calma.

Unos chorros de luces violetas y rojos estallaron frente a su mirada, y luego un pequeño
cuerpo se retorció y tembló en el suelo. La audiencia vitoreó y aporreó las mesas.

Su mente era una biblioteca. Estantes y estantes de novelas, y diarios, y biografías. Encontró
un estante vacío...

—¡BASTA! ¡BASTA!

El pecho de Hermione se tensó, y se llevó una mano a la boca...

Pero la voz no era la suya.

Giró la cabeza a su alrededor. Y allí estaba Ginny Weasley, con los labios temblorosos, y una
lágrima rodando por su mejilla. Su vestido plateado relucía bajo el silencio de miles de ojos.
Voldemort se volvió lentamente, desenroscándose como una serpiente. —¿Basta?

Un cuchillo tintineó en alguna parte.

Las manos de Ginny apretaron los lados de su vestido, con los ojos muy abiertos. Avery
palideció junto a ella.

La capa de Voldemort se arrastró por las piedras mientras caminaba hacia la Mesa Principal,
haciendo girar la varita entre los dedos.

Hermione tiró su silla hacia atrás. Su cuerpo se puso de pie por voluntad propia, el peso de
miles de gemas tirando de ella hacia abajo. La mano de Draco se movió para tirar de ella,
pero no fue lo suficientemente rápida.

—Lo que Ginevra quiere decir es que lo está haciendo mal, mi Señor.

Escuchó el sonido de mandíbulas cayendo en el Comedor. Un movimiento a su derecha,


Lucius Malfoy aferrando el codo de su hijo. Hermione dio un paso al frente para ocultarlos de
la vista. Voldemort inclinó la cabeza, dedicándole toda su atención.

—Conocí a Harry Potter mejor que cualquier persona en este cuarto—. Su voz retumbó
contra las paredes de piedra de su infancia, áspera y desconocida. Levantó la comisura de la
boca en una sonrisa. —No lo ha dejado suplicar. ¿Acaso no estaba llorando? ¿Suplicando por
su vida como el cobarde que era?

Un silencio tenso.

Y los labios de Voldemort se estiraron en una sonrisa.

—Un buen punto, Sangre Sucia Granger. Te has convertido en una mascota muy inteligente.

El alivio burbujeó entre la multitud. Hermione se concentró en la nada misma.

Los labios de Voldemort se curvaron con una diversión cruel antes de volverse hacia el chico.
Hermione entrelazó las manos, y vio que el muchacho era forzado a ponerse de pie. Otro
movimiento de la varita de Voldemort, y el llanto del muchacho llenó el salón.

Voldemort silenció las burlas de la multitud levantando una mano.

—Suplica—, dijo suavemente. —Ruega por tu vida, Harry Potter. Ruega porque te perdone y
me lleve a tus amigos en tu lugar.

—Por favor—, sollozó el muchacho. —Por favor...—

Voldemort giró la varita encima de su cabeza y siseó, —¡Avada Kedavra!

Un chorro de luz verde impactó en el pecho del chico, y su cuerpo salió volando hacia atrás.
El Gran Comedor estalló cuando los anteojos de Harry se estrellaron contra el suelo.
Draco tiró de ella para sentarla en su silla justo cuando sus piernas cedían. La Mesa Principal
gritó y vitoreó con la multitud. La sonrisa de Hermione estaba todavía rígida en su rostro
cuando finalmente se sentó.

Hermione los vio deslizar los anteojos de Harry encima de la nariz del muchacho, y retirar el
cadáver del Comedor. Cuando giró de vuelta hacia la mesa, una chica con un salvaje cabello
rojo estaba sentada frente a ella. Los hombros de la chica temblaban.

El hombre con aspecto de serpiente volvió a su silla, y la multitud comenzó a ponerse de pie
y a mezclarse. La gente se acercaba a la mesa. Las conversaciones pasaban por sus oídos.

—Excelente trabajo con la Sangre Sucia, Draco. Apenas puedo reconocerla.

—Gracias, mi Señor. Ha sido un placer poder quebrarla...—

El hombre junto a la pelirroja presentó sus disculpas, y el hombre con aspecto de serpiente
hizo señas a la chica para se sentara en la silla con él. Entrelazó los dedos en su cabello
mientras le murmuraba. La pelirroja asentía, mirando hacia el suelo.

—Lo siento—, susurró. —Lo haré mejor, lo prometo...—

Se escuchó una conmoción mientras ella contemplaba su postre. Una carcajada familiar y
luego un estrépito. Una conversación. Un murmullo…

—Theo, échale un ojo por mi. Yo me encargaré de esto.

Y entonces el muchacho pálido a su lado se levantó de su asiento. Ella estiró la mano para
tomar su copa de champagne. Bebió. El muchacho callado a su derecha murmuró algo, y la
copa volvió a llenarse.

Ella tomó un bocado. El azúcar nadó en su boca.

La silla junto a ella se movió. El muchacho de cabello pálido se sentó.

—Me disculpo, mi Señor. Fue el cumpleaños de Blaise hace dos días, y parece que todavía
no se ha puesto sobrio.

El muchacho comió dos bocados de su postre.

La gente venía a la mesa a conversar. Ella escuchaba sin oír. Algunos se levantaban de la
mesa. Algunos se volvían a sentar.

Contra la pared había dos muchachos con túnicas negras y cinturones dorados. La miraban, y
luego apartaban la vista.

—Voy a ver qué es lo que lo está retrasando. Mandé a un elfo a preparar una Poción de
Sobriedad...— El muchacho de cabello pálido se volvió a levantar.

Hermione miró a los dos muchachos contra la pared otra vez. La chica de cabello rojo comía
su postre en silencio. El muchacho de cabello pálido volvió, y murmuró algo al hombre a su
izquierda.

Una campana sonó, y el hombre con aspecto de serpiente se puso de pie, agradeciendo a sus
invitados.

Entonces un hombre de túnica dorada se puso de pie, —Ahora, si son tan amables de
seguirnos hacia el estadio de Quidditch, estoy seguro de que el Señor Finnigan, el Señor
Finch-Fletchely, y el Ridgeback noruego que hemos conseguido, tendrán un gran espectáculo
para nosotros.

Los nombres significaban algo para ella, pero se desvanecían entre los gritos de la multitud.

El hombre con aspecto de serpiente se deslizó por el salón, asintiendo con la cabeza a
aquellos que se inclinaban y aceptando besos en los nudillos de otros.

El muchacho que estaba a su lado la instó a ponerse de pie. Bajó los escalones detrás de él, en
dirección a un chico de piel oscura, y una chica de piel aceitunada.

—Me has avergonzado lo suficiente por una noche, Blaise. Te llevaré a casa antes de que me
arrepienta de pensar en ti como un amigo.

El otro chico soltó un hipo.

La llevaron alrededor de una mesa, y a través de una puerta lateral. Bajó lentamente con sus
tacones.

Casa. Se irían a casa ahora.

Podría descansar.

Podía quitarse el pesado vestido y el pesado collar.

Los cuatro dieron la vuelta y entraron a una alcoba, un lugar conocido.

—Muffliato.

El muchacho de cabello pálido se volvió hacia ella y tomó su rostro entre las manos.

—Granger.

Ella miró sus ojos grises. Eran infinitos.

—Granger.

Se preguntó a quién le estaría hablando.

Él se inclinó hacia adelante y presionó sus labios sobre su sien, recorriendo su mandíbula con
los dedos.

Era cálido. Era suave. Se sintió liviana.


Y como si saliera a la superficie, como si se hubiera estado ahogando bajo las aguas
tranquilas, Hermione jadeó para tomar aire. Todo su cuerpo se sentía pesado por las joyas, y
sus rodillas cedieron. Él la atrapó.

—Draco...— Las imágenes la inundaron, ahogándola sin oxígeno. Unas lágrimas cálidas
rodaron por sus mejillas mientras sollozaba y jadeaba.

Se le oscureció la visión. Cuando se aclaró, estaba reclinada contra la pared, y Draco la


estaba envolviendo entre sus brazos. Su respiración se volvió a acelerar, y se debatió al
recordar las manos de Avery en el cabello de Ginny, y los anteojos rotos de Harry, y el cuerpo
inerte del muchacho...

Draco le sostuvo la mandíbula con una mano y le metió algo en la boca.

El efecto fue instantáneo. Su ritmo cardíaco disminuyó. Sus músculos se relajaron. Sus
pulmones se expandieron. Encontró los ojos preocupados de Draco y respiró profundamente.
La mandíbula de él tembló, y le acomodó un rizo detrás de la oreja.

Detrás de él, Blaise apartó la mirada. “Giuliana” estaba mirando con los dedos apretados
contra sus labios, y las lágrimas brillando en sus ojos.

Un par de latidos más, y un dolor punzante comenzó debajo de su ojo izquierdo,


extendiéndose rápidamente alrededor de la parte posterior de su cabeza. Hermione gimió
cuando el dolor le apretó contra el cráneo. Cerró los ojos con fuerza, y entonces Draco estaba
vertiendo algo por su garganta para aliviar el dolor.

Jadeó; sus pulmones la apuñalaban con cada tensa respiración.

—Lo hiciste muy bien, Granger—, dijo Blaise, después de unos minutos. —Fue
espeluznante.

Ella asintió, las lágrimas corrían silenciosamente por sus mejillas mientras el dolor disminuía.

—Draco...— Pansy vaciló, con la voz ronca. —Deberíamos irnos cuanto antes.

Todas las cosas que había tenido que enterrar para sobrevivir esa noche se levantaban,
empujando contra la parte posterior de sus párpados. Hermione abrió los ojos, y su visión se
enfocó en Draco. Él asintió una vez, y la ayudó a ponerse de pie con la boca rígida.

Había conseguido el colmillo de la Cámara de los Secretos. El plan de la poción Multijugos


había funcionado con Blaise. Y ahora se dirigían a Rumanía.

Mientras Hermione volvía a intentar usar las piernas, Blaise avanzó hacia Draco. —Haz que
valga la pena—, dijo en voz baja. Le entregó algo pequeño y envuelto en un pañuelo. —Ésto
me ha costado más que mi viñedo.

—¿Y estás seguro de que funciona?

—El hombre que me lo vendió me hizo un Juramento Inquebrantable, así que… si. Te hará
pasar por la frontera de Rumanía.
Draco se metió el Traslador Internacional en el bolsillo, y miró por encima del hombro de
Blaise.

Hermione se tambaleó, y el cansancio se filtró por sus venas. Draco estaba a su lado un
momento después, sosteniendo otra poción: Revitalizante. Se la bebió, y descubrió sus ojos
mirándola. Ella asintió a través de la bruma. Antes de que pudiera pensar en qué decir para
tranquilizarlo, Pansy lo empujó a un lado para arreglar su cabello y su maquillaje.

La bruma finalmente desapareció, y Pansy miró a Hermione con el ceño fruncido, a través de
los ojos de Giuliana, antes de darse vuelta y devolver a Blaise su varita. Él la metió en su
túnica.

—Vamos a llevarte a casa, Blaise—, dijo Draco con frialdad, retomando su papel.

Los hombros de Blaise se relajaron, y salió a trompicones de la alcoba, con Draco pisándole
los talones. Hermione y Pansy los siguieron.

Los invitados todavía se demoraban en el Gran Comedor. Blaise se chocó con la Señora
Selwyn, y ella se llevó la mano al pecho cuando él le guiñó un ojo y balbuceó un saludo.
Draco lo arrastró lejos, lanzando una disculpa por encima del hombro, y lo empujó contra un
rincón del patio para que se recompusiera.

Una vez que la costa estuvo despejada, los cuatro desaparecieron alrededor del arco, en
dirección al Puente de Madera.

Hermione comenzó a sentirse como ella misma otra vez, las tres pociones en sus venas
trabajando juntas mientras caminaban rápidamente por el puente. Blaise tropezó con la
madera, y Hermione respiró hondo al darse cuenta sobre qué estaban parados. Tenía la mente
en carne viva por la Oclumancia, pero no podía dejar que los recuerdos de Harry y Ron con
ella en aquel puente se abrieran paso. Tenían que matar un Horrocrux esa noche. Aceleró el
paso, enfocándose en el ardor de sus músculos.

Un poderoso rugido estalló a la distancia, y los cuatro se congelaron cuando el cielo nocturno
se encendió en llamas.

El dragón.

Hermione enterró los dedos en las palmas. El dolor la hizo centrar. Draco miró detrás de ellos
mientras los sonidos subían por el puente; los gritos de alegría de la multitud entrando al
estadio de Quidditch.

Blaise se tambaleó al asomarse por el puente, y se quejó. —Yo quería ver el dragón.

—Entonces deberías haber parado después del segundo Whisky de Fuego—, dijo Draco,
alejándolo de la baranda. Los condujo rápidamente por el camino, volviéndose para mirar por
encima del hombro cada cuatro pasos.

Apareció el extremo del puente, y Hermione contuvo el aliento. Podía distinguir el borde del
Bosque Prohibido, donde podrían pasar por las Puertas de Hogsmade.
El nudo en su pecho se aflojaba a medida que el final del puente se hacía más grande frente a
sus ojos. Pero una sombra salió de atrás del último arco de madera; sus ojos negros y sus ojos
oscuros brillaban a la luz de la luna.

—¿Se van tan pronto?

Hermione tropezó y Draco se detuvo en seco cuando tres chorros de luz turquesa atravesaron
el puente, iluminando la mueca retorcida de Bellatrix. Hermione separó los labios en un grito
silencioso cuando uno de ellos la golpeó en el estómago, inmovilizándola. Dos gruñidos
detrás de ella; Blaise y Pansy.

El pánico y el pavor se apoderaron de ella, anulando la Poción Calmante...

—Tía Bella—, dijo Draco suavemente. —Regresaré en breve. Solo estoy llevando a Blaise a
casa antes de que se ponga aún más en ridículo...—

—¡No me mientas!

El grito retumbó contra la madera, subiendo por las piernas de Hermione y alrededor de sus
costillas.

El fuego volvió a estallar, y la multitud aplaudió. La luz proyectó sombras en el rostro de


Bellatrix antes de apagarse.

—Estás tramando algo—, canturreó, acercándose a Hermione. —¿Desapareces dos veces


durante la cena?— Gruñó. —Uno podría cuestionar tus modales.

—Blaise estaba descompuesto—. Elevó la voz mientras intentaba apartarla. —Solo estaba
asistiendo...—

—Fuera de mi camino.

Bellatrix se detuvo frente a ella, tan cerca que sus pechos casi se tocaban. Los ojos de
Hermione estaban abiertos con terror, y el corazón le latía con fuerza bajo los músculos
petrificados.

—Es terriblemente sospechoso, Draco—. Entrecerró los ojos, su aliento rancio sobre el rostro
de Hermione. —Tienes suerte de que el Señor Tenebroso estuviera preocupado, atendiendo a
su pequeño Estallido Pelirrojo—. Chasqueó los dedos frente a los ojos de Hermione.

—Pero algo me dice—, dijo, rodeándola, —que lo que sea que esté pasando—, su mano se
deslizó por la cintura de Hermione, empujando su espalda contra su cuerpo, —tiene algo que
ver con ella.

Hermione miró a Draco mientras él miraba a su tía, con la cabeza inclinada y los brazos
colgando a sus lados. Tenía los ojos vacíos, sin revelar nada.

Una fuerte carcajada en su oído, y el corazón de Hermione le saltó a la garganta. —Te he


visto durante la cena, lista para saltar frente a una maldición por ella. Algo acerca de esta
pequeña perra te tiene sujetado por la verga, sobrino—. Bellatrix pasó una mano por encima
de la cintura y las caderas de Hermione, deslizándose hacia abajo, entre sus piernas.

Draco se movió hacia adelante, y Bellatrix levantó la varita con la otra mano. —¡Ah, ah!—
Él se detuvo, y Bellatrix se carcajeó en el oído de Hermione. —Tal vez tiene un coño dorado
que haga juego con su...—

Bellatrix se congeló detrás de ella, y su aliento resopló en el cuello de Hermione. Jadeó.

Un segundo después Bellatrix se movió, Hermione se dio cuenta lo que había sido.

—¡Accio!

La varita en el muslo de Hermione salió disparada por debajo del vestido y aterrizó en la
mano de Bellatrix.

Hermione comenzó a luchar contra el amarre invisible mientras la sangre corría por sus
orejas, sabiendo que era inútil…--

Ella caminó alrededor de Hermione mientras las llamas se elevaban sobre su cabeza. Su
expresión estaba oscurecida por la rabia. —¿Le has dado una varita?

Draco tragó saliva. —Puedo explicarlo.

—¿Le estás dejando tener su magia?

—No. Tía Bella, por supuesto que no...—

—¿Entonces qué es esto?

Su voz resonó por el Puente de Madera, estallando contra la oleada de sonido que llegaba del
estadio de Quidditch. Draco la miró con los ojos vacíos.

Bellatrix avanzó un paso. —He mirado hacia otro lado demasiadas veces, Draco. No tienes
idea, las cosas que he hecho por ti y por tu madre. Pero ésto es traición.

La sangre en las venas de Hermione se convirtió en hielo. Los ojos de Draco parpadearon, y
Hermione vio que su mano se curvaba en un puño a su lado.

—Me necesitan en Hungría de inmediato esta noche, o de lo contrario lo consultaría con tus
padres. En vista de los hechos, la seriedad de la situación requiere una acción inmediata—.
Comenzó a dar la vuelta alrededor de él, igual que había hecho con Hermione. —Esto no
puede seguir así, Draco—. Hizo una pausa detrás de su oreja, con los ojos fijos en Hermione.
—Vas a deshonrar a toda tu familia. Vas a hacer que los maten a todos. Mi hermana...— Su
mandíbula se movió, y dio un paso atrás. Terminó de dar la vuelta para mirarlo de frente. —
Pero podemos hacer esto a mi manera. Será rápido.

Draco tragó saliva.


—Quizá ella intentara escapar, y tu no tuviste otra alternativa. Estoy segura de que tus
pequeños amigos estarán más que dispuestos a testificar.

—Bella...—

—Te conseguiré otra—, susurró. —Una chica Muggle que se parece bastante a ella. Ésta te
ha envenenado.

Los músculos de Hermione gritaban, y la sangre le latía debajo de la piel. Sentía como si se le
fueran a quebrar los huesos bajo la presión...

—Eso no es necesario—. La voz de Draco se quebró. —Tengo esto bajo control...—

—Todavía eres débil—, siseó Bellatrix. —He sido más que paciente contigo, Draco. Pero
todavía hay mucho de tu padre en ti. Tu corazón débil y enamorado va a destruir a toda tu
familia.

La multitud vitoreó, y cuando Hermione parpadeó, vio los rostro de Harry y de Luna detrás
de sus párpados.

—Sigue por este camino, y para la semana que viene será tu Sangre Sucia la que acabe
torturada y asesinada frente a una multitud. O peor—, se inclinó hacia él, —tu madre.

Draco respiró con dificultad. El latido del corazón de Hermione se desvaneció en sus oídos.

—Que me condenen si dejara que eso suceda. Así que dile adiós, Draco—. Bellatrix giró
hacia ella, con los ojos brillantes. —Siéntete libre de apartar la mirada. Sé que la Maldición
Asesina no va con tu estómago delicado...—

Una luz verde se expandió por los arcos de madera. Los ojos de Bellatrix estaban centrados
en ella, congelados en el tiempo, hasta que un soplido del viento la derrumbó a los pies de
Hermione, revelando a Draco con la varita extendida, y la punta humeante.

Él miró el cuerpo muerto de su tía, y entonces de vuelta a ella. Las extremidades de


Hermione hormiguearon, y le tomó un momento darse cuenta que ya no estaba Petrificada.
Porque Bellatrix estaba muerta.

Draco la había asesinado con una maldición por la espalda.

Sintió un movimiento a su lado, y Blaise apareció de repente junto a ella, mirando el cuerpo
con la boca abierta.

Hermione todavía no podía respirar. Un viento sordo azotaba el puente, alterando los rizos
negros a sus pies. El fuego atravesó el cielo otra vez.

—Ella… ella dijo que estaba yendo a Hungría, ¿verdad?— Hermione se volvió para mirar a
Pansy con una mano en la frente. —Tal vez todavía hay tiempo. Tal vez n-nadie sienta su
falta de inmediato.

Hermione nunca había escuchado a Pansy Parkinson tartamudear.


Draco todavía no había bajado la varita.

Las piernas de Hermione la impulsaron hacia adelante. Se inclinó y tomó la varita que
Bellatrix le había quitado. Se volvió hacia el bosque y lanzó un hechizo Revelador de
Presencia Humana en todas las direcciones. Estaban solos.

—Tienen que irse—. Blaise avanzó hacia el cuerpo. —Pansy y yo nos encargaremos de esto.

Los dedos de Draco temblaron al bajar el brazo. —¿Qué?

—Transformaremos el cuerpo y lo esconderemos en el bosque—. Blaise miró a Pansy. Ella


asintió, aturdida. —Si no se van, y matan lo que sea que necesitan matar, entonces todo esto
habrá sido en vano. Así que háganlo ya.

Ninguno se movió.

—¡Váyanse!

Hermione volvió abruptamente a su cuerpo mientras Draco transformaba su vestido en una


tela más liviana, y sus tacones en zapatos planos. Draco estiró una mano hacia ella a la vez
que ella avanzaba tambaleándose, y entrelazó su mano con la de él. Asintió una vez hacia
Blaise y Pansy detrás de él, y luego la arrastró hacia el bosque.

Corrieron entre los árboles, sin aminorar la marcha hasta que estuvieron justo al otro lado de
las puertas de Hogsmade. Recuperaron el aliento por un momento; las manos de Hermione
descansaron sobre sus rodillas.

—Hiciste lo que tenías que hacer, Draco—, jadeó. —Sé que era de tu familia, pero no te
arrepientas de...—

—De lo único que me arrepiento es de que haber tardado más de diez segundos para
decidirme.

Ella lo miró. Él la estaba mirando, y la luna rebotaba sobre su cabello pálido y sus mejillas
afiladas. Sacó el pañuelo del bolsillo, la tomó por el codo, y desaparecieron rápidamente con
destino a Rumanía.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 35
Chapter Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Horror, violencia.

Mucho amor a Raven_maiden y Saint Dionysus. Además, las tres tenemos un Podcast
donde hablamos de los capítulos de La Subasta. Si les interesa saber el detrás de escena,
o simplemente escucharnos mientras nos emborrachamos y nos burlamos las unas de las
otras, ¡échenle un vistazo!

La maravillosa y talentosa NikitaJobson en tumblr creó una obra impresionante


inspirada en el estado mental de Hermione en el capítulo 34 titulado "Under". Y el
impresionante Theamaranthus en tumblr creó un retrato de Draco inspirado en el Draco
de La Subasta.

Si están en tumblr, hagan clic en Me gusta y compartan para mostrar su apoyo a nuestros
artistas del Dramione. Nikita y yo haremos una colaboración a finales de esta semana,
así que esten atentos. * inserte emoji que levanta las cejas *

¡Nos acercamos cada vez más al final! :( Estimado en 40 capítulos todavía. Gracias de
antemano por estar conmigo hasta el final.

Este capítulo está dedicado a Shelbie-Ann en Discord. Nuestros pensamientos están


contigo, querida.

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El Traslador los hizo girar como una peonza, presionándolos cada vez más antes de arrojarlos
al suelo. Hermione cayó de rodillas, y cuando sus ojos se enfocaron, descubrió a Draco con la
mano extendida frente a ella. La tomó y dejó que la ayudara a ponerse de pie.

El aire era frío, y hacía estremecer sus piernas desnudas. Hermione se frotó los brazos
mientras miraba a su alrededor. Estaban en las afueras de una pequeña ciudad, las calles eran
de adoquines, y los edificios eran estrechos y estaban cerca unos de otros. Había unos
cuantos coches Muggles estacionados a su derecha, y las luces de un bar al final de la calle.
El letrero estaba escrito en rumano.

Hermione respiró hondo. Lo habían conseguido. El Traslador Internacional había funcionado.

Draco se acercó a ella, y ella se volvió para mirarlo justo cuando él le ofrecía su mano.

—¿Lista?— preguntó.
Ella lo miró de arriba abajo. Su expresión era firme, pero sus ojos lucían cansados, como si
hubiera pasado una vida entera desde el momento en que viera el cadáver de su tía.

Sentía la garganta seca, y se humedeció los labios. —¿Tu lo estás? Podemos tomarnos un
momento...—

—Estoy listo—, dijo él, y luego tomó su brazo y los Desapareció.

El mundo se estrelló contra ella con una sacudida. Draco la sostuvo con fuerza para
estabilizarla; el suelo era desigual bajo sus pies. Parpadeó para aclarar la visión y descubrió
que estaban parados exactamente en el mismo lugar que Lucius y el Señor Tenebroso habían
aparecido en el recuerdo de Lucius.

Hermione se soltó del agarre, y estiró el cuello hacia la enorme cordillera frente a ellos. Las
montañas estaban envueltas en niebla, sus contornos escarpados apenas eran visibles entre los
púrpuras y los grises. Pero frente a ella estaba el mismo pico que había visto en el recuerdo
de Lucius. El mismo que había visto en un libro sobre geografía de Rumanía una semana
atrás, y que casi le hace derramar el café de la emoción.

—Teníamos razón—, dijo sin aliento. —El escondite está en el Pico Moldoveanu...—

—¿Teníamos? Tu hiciste la investigación, Granger—. Draco la miró una vez, y luego se


volvió para comenzar a caminar. Después de unos pocos latidos, Hermione lo siguió por el
sendero iluminado por la luz de la luna.

Caminó un paso detrás de él, aferrando la varita de Daphne con los dedos. Todavía sentía un
dolor sordo detrás de las sienes, pero cada paso parecía alejarlo un poco más. Aclaró su
mente, enfocándose en la magia y la adrenalina que recorrían sus venas.

Podían hacerlo. Por Harry.

El sendero se volvió empinado, y Hermione casi pierde el equilibrio en un escalón desigual.


Frunció el ceño hacia sus zapatos, y Draco se detuvo para esperar que ella los transformara en
unas botas de suela gruesa. Le dolía el cuero cabelludo por las hebillas de Pansy, así que las
hizo desaparecer con un movimiento de su varita.

Se volvió a erguir, se echó el cabello suelto por encima del hombro, y probó las botas. El
collar le pesaba mucho sobre el pecho, pero un hechizo de transfiguración podría dañar
cualquier encantamiento que hubiera sido colocado en él.

Le latió con fuerza el corazón al encontrar los ojos de Draco. —Recuérdame lo que
encontraste en los archivos de tu familia.

Draco arqueó una ceja y comenzó a caminar. —No hay registro de una propiedad en
Rumanía. La propiedad más cercana es una cabaña en las Montañas Balcanes, a unas ochenta
millas al sur de la frontera con Bulgaria. Hay solo dos menciones de una visita a Rumanía en
diarios personales. Una en 1940, y otra doscientos años atrás.
Lo sabía de memoria, por supuesto. Pero necesitaba escucharlo en voz alta, de la misma
manera que necesitaba recitar los hechos antes de un examen.

Siguieron caminando hacia la piedra en el camino que vieron en el recuerdo de Lucius. Su


respiración se volvió superficial al dar un brusco giro a la derecha, los detalles iban
encajando en su lugar. Draco dejó que ella lo guiara por el sendero hacia la entrada de la
montaña, los pasos de él eran ligeros a su espalda.

—¿Has pensado algo más acerca del tipo de objeto que estamos buscando?— Preguntó
finalmente.

—Ya te he dicho todo lo que sé—. Hermione se mordió la parte interna de las mejillas,
percatándose de que él también necesitaba volver a oírlo. —Estamos buscando algo
relativamente pequeño. Sus primeros Horrocruxes habían tenido un significado personal para
él: el anillo de su padre, su diario íntimo; mientras que los últimos eran objetos con gran
significado mágico.

Draco estaba en silencio detrás de ella.

—Al principio puede haber pasado desapercibido—. La espalda le hizo cosquillas ante un
recuerdo, enterrado hacía mucho tiempo, en el que limpiaba unas viejas habitaciones
polvorientas, y arrojaba a un lado un relicario roto. Se estiró hacia los estantes por instinto, y
se sorprendió al descubrir que podía cerrar aquel libro sin mucho dolor detrás de su frente. —
Pero esta vez lo estamos buscando. Y puede… sentir el peligro. Así que supongo que
sabremos cuando estemos cerca.

Y con eso, llegaron ante la cara de la roca. Era una piedra lisa, la misma que habían visto
semanas atrás en el recuerdo de Lucius Malfoy. Draco tocó la piedra con la varita igual que
había hecho su padre, y con un temblor de magia, la puerta se abrió. Se deslizó hacia un lado,
revelando una caverna negra en su interior.

Se quedaron de pie por un momento, contemplando sus profundidades. Hermione obligó a


sus pulmones a tomar aire.

Draco se volvió hacia ella, y se cortó la palma con la varita. Sus ojos se crisparon al verla
hacer lo mismo con la suya. Desvió la mirada de la sangre que goteaba por su muñeca, y la
envió en espiral hacia arriba con un movimiento de varita.

—Mi sangre comenzará a desvanecerse de tu sistema después de una hora—. Con otro
movimiento, las gotas hicieron un arco en dirección a la mano de ella.

Ella vio como las perlas rojas se filtraban a través del corte en su mano, tejiéndose debajo de
su piel. Su sangre se sintió más cálida al imaginar que se entrelazaba con la de él,
deslizándose por sus venas y curvándose alrededor de su corazón.

La herida se cerró. Hermione parpadeó ante la piel suave, y luego Draco tomó su mano y
acarició la cicatriz con el pulgar.

—Así que si algo me sucede ahí adentro, que no te retrase.


Ella levantó la cabeza de golpe. —No digas eso.

Él frunció el ceño. —He leído acerca de este tipo de barreras. Un sencillo intercambio de
sangre dura ochenta minutos en el mejor de los casos. La magia requiere la sangre de un
Malfoy vivo...—

Ella apartó su mano de la de él. —Deja de hablar como si fueras a morir.

Él la miró como si ella fuera la obstinada. —Solo estoy siendo práctico.

—Bueno, ya basta—, espetó.

Él tragó saliva. Luego se acercó a ella, y su corazón se detuvo cuando él levantó una mano
para pasar los dedos alrededor de su collar. Se detuvo en una esmeralda debajo de la clavícula
izquierda.

—He reemplazado esta piedra.

Hermione bajó la mirada cuando Draco tiró de la gema, y la levantó a la luz de la luna. La
rodeaba el más leve de los destellos: un glamour.

Él la apartó, y sus ojos titilaron sobre los suyos. —El antídoto del tatuaje está dentro. Un
sencillo Encantamiento Seccionador será suficiente.

—Eso no será necesario. Nos iremos juntos—. Le dio la espalda y se acercó al umbral antes
de que él pudiera ver la humedad en sus ojos.

Lanzó una serie de hechizos detectores de maldiciones en la entrada, y su concentración


comenzó a volver con cada movimiento de la varita de Daphne. Todos resultaron negativos.
Hermione respiró hondo, lanzó un Lumos, y avanzó hacia la oscuridad negra como la tinta.

Su visión se ajustó rápidamente a la luz de la varita. Apenas cuatro pasos delante de ella
podía distinguir una escalera que descendía, tallada rústicamente sobre la roca. Miró por
encima del hombro y descubrió a Draco justo detrás de ella, con la boca rígida y los ojos
mirando fijamente al frente. Él encendió su varita mientras ella se volvía hacia las escaleras,
y comenzó a descender.

El resplandor de sus varitas se extendía profundamente en la oscuridad, pero no se


vislumbraba un final. Cuanto más bajaban, más fría y pegajosa era la atmósfera. Había un
olor metálico en el aire, y un sonido de goteo resonaba desde abajo. Después de varias
docenas de escalones, había un rellano de menos de dos metros antes de que las escaleras
continuaran descendiendo.

Solo se escuchaba el sonido de la capa de Draco deslizándose por las escaleras mientras
bajaba sin fin: escaleras, rellano, escaleras. Las piernas de Hermione comenzaron a protestar
y se detuvo, levantando la vista hacia Draco. La luz de la luna brillaba a través de la entrada
detrás de él, todos esos escalones por encima.

—¿No crees que tal vez nos perdimos de algo al entrar? ¿En las paredes?
—No he visto nada—. Hizo una pausa, mientras dejaba que ella recuperara el aliento. —
Probablemente solo sea un largo camino hacia abajo.

Ella frunció el ceño y se volvió hacia las escaleras que la conducían hacia abajo, y abajo, y
abajo. Sería terriblemente difícil para salir, a menos, claro, que pudieran volar. Quizá ese era
el punto.

Draco le apretó el brazo y pasó alrededor de ella, tomando la delantera. Era mucho más fácil
seguir su rubia cabeza en lugar del final de su varita, pero incluso así, una vez que llegaron al
sexto rellano seguido de más escalones, la frustración de Hermione comenzó a hervir.

Algo la estaba molestando, como una picazón entre los hombros que no pudiera llegar a
rascarse. Se di la vuelta para mirar la parte superior de los escalones otra vez, y sus pies
vacilaron.

La luz de la luna estaba proyectando las mismas sombras que había visto cuatro rellano atrás,
como si la distancia no hubiera crecido en absoluto. Aguzó el oído para escuchar el agua
goteando, y el volumen era igual de tenue que antes. Escuchó que Draco se detenía delante de
ella.

—¿Qué sucede?

—No nos estamos moviendo.

Su corazón comenzó a galopar en el pecho mientras él se apresuraba a volver junto a ella.


Observó su pálido rostro por un momento antes de comenzar a recorrer el rellano, tanteando
con los dedos por una puerta escondida, mientras buscaba runas en la pared. Apuntó la luz de
su varita hacia arriba, y solo encontró un techo de piedra húmedo. Draco maldijo, y corrió
escaleras arriba hacia el rellano anterior. Ella lo vio desaparecer con el corazón en la
garganta, escuchando sus botas golpear contra los escalones...

Un sonido a sus espaldas. Una sombra comenzó a subir hacia ella.

Hermione soltó un grito ahogado y se apretó contra la pared, lanzando la varita hacia adelante
para apuntar a….

Draco.

Los pies de él trastabillaron al retroceder, bajando la varita.

Hermione lo miró boquiabierta, y él la imitó. Ella se dio vuelta para mirar las escaleras por
las que Draco había subido un minuto atrás. Vacías. Al mirar hacia atrás otra vez, encontró a
Draco mirándola con ansiedad desde los escalones por los que había aparecido, de alguna
manera, por detrás de ella.

—Es un bucle—, dijo, mirándola.

Un pensamiento se deslizó por su mente, y un nuevo terror se apoderó de ella. Volvió a


levantar la varita, apuntando entre sus ojos.
—Granger, qué...—

—Alastor Moody te convirtió en un animal en cuarto año. ¿Qué animal?

—No puedes hablar en serio...—

—¿Qué animal?— Blandió su varita.

Él la miró, y con una expresión que podría haberla convencido de su identidad por si sola,
dijo: —Un hurón blanco.

Hermione bajó lentamente la varita, con el pulso todavía acelerado. —Bien. Lo siento. Es
solo que… no podemos bajar la guardia.

Su respuesta fue un gruñido ininteligible, pero Hermione estaba demasiado ocupada pasando
junto a él para asomarse al vacío debajo. Después de un momento, movió la muñeca y
susurró, —Avis.

Una bandada de pequeños pájaros salió disparada de la punta de su varita, un amarillo


brillante en la oscuridad, y bajó las escaleras, desapareciendo hasta convertirse en motas en la
distancia...

Un batir de alas a sus espaldas, y Draco tiró de ella para pegarla contra la pared justo cuando
la bandada se lanzaba detrás de ellos, zigzagueaba a su alrededor y volvía a bajar, más y más
hasta aparecer revoloteando detrás de ellos otra vez.

Atrapados en un bucle.

Hermione hizo desaparecer los pájaros durante su tercera vuelta. Caminó tambaleándose
hasta la mitad del rellano, y levantó la mirada hacia la luna que brillaba a través de la puerta
abierta. Estaban perdidos en un laberinto sin salida, y ahora también sin entrada. Habían
caído en la madriguera del conejo, y se los había tragado enteros.

—Tiene que haber una manera de entrar—. Hermione se volvió para mirar a Draco
estudiando las paredes, pasando las manos por encima de la piedra húmeda.

Cuadró los hombros y se acuclilló en las escaleras. Buscó algo que pudiera ser útil entre las
uniones y las muescas en la piedra, mientras que Draco probaba todo tipo de hechizos de
detección y desbloqueo en las paredes y en el techo.

Los minutos fueron pasando, y seguían sin encontrar nada. El pecho de Hermione comenzó a
apretarse ante la posibilidad de nunca más salir, y nunca poder entrar. Morir ahí dentro de la
montaña, dentro de esas escaleras.

Se arrastró escalón por escalón, pasando los dedos temblorosos por cada uno mientras se
hundía cada vez más en el oscuro inframundo. Se le enfrió la piel. Estaba en el cuadragésimo
noveno escalón cuando se dio cuenta que había perdido de vista a Draco. Se puso de pie, y de
repente él estaba a su lado. Estaban en el rellano juntos, había llegado al final del bucle.

Él le pasó las manos por encima de los brazos una vez, y se volvió hacia las paredes.
Ella lo miró, escuchando que su respiración se volvía más áspera a medida que caminaba por
la piedra. Intento gatear hacia arriba, para buscar señales del otro lado de los escalones,
subiendo cada escalón en dirección a la luz de la luna hasta que finalmente llegó al siguiente
rellano y miró hacia atrás en busca de Draco...

Que apareció junto a ella.

Hermione se derrumbó en el escalón más cercano, con los codos sobre las rodillas y la cabeza
entre las manos.

Intentó enfocar su mente, forzándose a respirar. Cuando sus pulmones pudieron expandirse
por completo otra vez, se volvió a concentrar, obligándose a pensar. Las escaleras no tenían
un final a la vista. Pero existía un fondo. Tenía que existir.

Su mayor arma es el miedo.

Se puso de pie abruptamente, y bajó la mirada hacia el borde de la escalera. Voldemort no


quería que nadie encontrara lo que estaba en el fondo. Había instalado un bucle para sembrar
dudas en sus mentes, y con ello, el miedo. Pero Hermione sabía lo que estaba escondido allí
abajo.

Se volvió, y sus ojos se fijaron en la luz de la luna sobre las paredes. Quizá tenía que confiar.
Y confiar significaba mirar hacia adelante, no mirar hacia atrás.

—Draco—. Su voz era un comando firme. —Camina detrás de mi.

Él detuvo su búsqueda y levantó los ojos hacia ella, con una mirada salvaje. —¿Qué?

—Camina conmigo, y hagas lo que hagas, no mires atrás para buscar la salida.

Algo en su rostro debió haberlo convencido, porque su mirada pareció hacerse más clara.
Asintió, y Hermione bajó del rellano, con la varita en alto. Se detuvo unos pasos más abajo,
esperando que Draco se uniera a ella.

—¿Draco?

—Hermione—, dijo él.

Comenzaron el camino hacia abajo otra vez. Los escalones eran tortuosos, en espiral hacia un
abismo sin fin. Cada vez que el pánico se apoderaba de ella, se concentraba en el sonido de
su respiración. En el ritmo de sus pasos, ligeros pero constantes detrás de ella.

Después de siete tramos de escalones, sus pasos se sincronizaron. Ella aumentó la velocidad,
después la redujo, pero solo un par de pies hacía eco contra las piedras.

—Quédate junto a mi—, dijo. No hubo respuesta.

Ella se paró en seco, y aguzó el oído en busca del sonido de la respiración de Draco, pero no
había nada, ni siquiera el ruido del agua goteando. Pero tenía que confiar que él estaba allí.
No podía dudarlo. No podía mirar atrás.
Un olor más espeso llegó a sus fosas nasales, y ella reanudó sus pasos. Sus extremidades se
sentían pesadas, pero su mente estaba clara.

Solo existía el rayo de luz de la varita frente a ella. Solo existía su respiración. Solo la calidez
en su sangre, susurrándole que no estaba sola.

Diez tramos de escalones. La duda comenzó a trepar, rápida y mordaz como el hielo en las
venas. Aún así continuó, con los ojos abiertos y los dedos tensos sobre la varita.

Otro rellano, y sintió que sus pulmones se contraían. La duda se precipitó más rápido,
trepando por sus piernas y avanzando hacia sus costillas. Y justo cuando estaba a punto de
girar aterrorizada, una puerta se materializó al final.

El corazón comenzó a martillar en su pecho. Seguía sin escuchar a Draco, pero dijo: —No
pares. No mires atrás.

Con los músculos apretados, bajó el último tramo de escaleras, y se detuvo solo para abrir la
puerta y atravesarla. Cuando estuvo completamente dentro, se dio vuelta para descubrir a
Draco atravesándola detrás de ella, con las pupilas oscurecidas. Ella le echó los brazos al
cuello, jadeando.

—Creí que habías desaparecido. Creí que algo te había llevado...— Le tembló la voz
mientras le enterraba los dedos en la túnica, necesitando la prueba de que estaba allí. Que no
se lo estaba imaginando. Él se inclinó para enterrar el rostro en su cuello, abrazándola.

—Te respondí todas las veces—, dijo él, y el retumbar de su pecho aflojó el nudo que había
en el suyo.

Era real. Recordaba esa sensación.

—¿No me escuchaste?

—No—. Ella se apartó y tomó su rostro entre las manos. —Pero confiaba en que estabas ahí.

Escudriñando su rostro, él asintió. Depositó un beso en su frente antes de girar hacia el


cuarto.

Había una lámpara vacía por encima del hombro de Draco, y Hermione agitó la varita para
encenderla. La llama cobró vida, y otras dos la siguieron.

Estaban en una sala de estar; un cuarto sombrío con un solitario sofá y dos sillones orejeros.
Las paredes estaban revestidas con cuadros en bloques de estilo Art Deco, y los gabinetes
parecían ser de una época similar.

Hermione dio un paso adelante, examinando la gruesa capa de polvo en el aparador de su


derecha, cuando vio un resplandor por el rabillo del ojo.

Al otro lado del cuarto, una pálida nube de vapor se cernía por encima de la mesita de café, y
se hacía cada vez más grande. Levantó la varita al mismo tiempo que Draco. Observaron con
horror como cambiaba y se transformaba, haciéndose más y más alto.
Draco se ubicó por delante de ella, lanzando un hechizo no verbal tras otro. Todos se
desvanecían en su interior, como rayos dentro de las nubes.

El vapor desplegó unos brazos, y luego piernas, y Hermione soltó un grito ahogado cuando
un espectro alto, de cabello largo, con los ojos de Lucius Malfoy, y una barbilla ligeramente
más redondeada, se materializó, flotando hacia el suelo. Parpadeó para abrir sus ojos vacíos.

El corazón de Hermione dio un vuelco. Se movió con torpeza hacia la izquierda, para unirse a
la lluvia de hechizos con un Encantamiento Skurge, y un Everte Statum. Desaparecieron
dentro del pecho del espectro, retumbando como un trueno. El ser inclinó la cabeza.

Draco la empujó hacia atrás a medida que se acercaba, ahora casi sólido. —¡Reducto…!

Unas chispas salieron volando de su varita, pero entonces la criatura soltó un gruñido
espantoso y abrió los brazos para hundirlos en los pechos de ambos. Los ojos de Hermione se
pusieron en blanco, y gritó mientras unos dedos helados se deslizaban hasta su corazón como
enredaderas. Escuchó el grito estrangulado de Draco mezclándose con el suyo propio, y luego
el silencio cuando el brazo se precipitó desde el pecho hasta su garganta.

Sus sentidos estallaron; un sabor metálico en la lengua, una sensación resbaladiza bajando
por su piel, mientras permanecía congelada, paralizada. Se sentía como si aquel vapor
estuviera atravesando su cuerpo, apretando todos sus huesos y fluyendo dentro de todas sus
venas.

Y tan rápido como había comenzado, el ataque terminó. Hermione se derrumbó cuando el
vapor retiró sus brazos, retrayendo los dedos helados. Abrió los ojos justo para verlo estallar
en un rocío de niebla.

Unas manchas se deslizaron frente a sus ojos, y soltó un jadeo, aspirando el aire en
bocanadas. Se acurrucó de lado, tosiendo, y entonces Draco se puso en cuatro patas junto a
ella. La volvió a poner de espaldas, con el rostro pálido mientras recorría su pecho con los
dedos.

—Estoy bien—, jadeó.

Él tiró de ella para que se sentara, con las piernas a cada lado de ella y sus brazos alrededor
de su espalda. —¿Estás segura?

—Si—. Dejó caer la cabeza en su hombro, inhalando su aroma. —¿Qué estaba buscando?

—Es otra prueba de sangre Malfoy. He visto uno antes, pero este era diferente. Debe haberle
hecho algo.

La mano de Draco buscó la suya, y su varita hizo un fino corte en la palma antes de que ella
se pudiera estremecer. Otro corte en su muñeca izquierda, y agitó la varita para dirigir su
sangre hacia la de ella.

Hermione levantó la mirada hacia él para decirle que no había pasado una hora, que no había
necesidad, pero hizo silencio al ver su expresión tensa.
—Quiero asegurarme de que dure.

Sintió la piel cálida otra vez, y le apretó el muslo para hacer que se detenga. Esta vez,
Hermione se puso primero de pie, lo ayudó a pararse y levantó la varita para cerrar sus cortes.
Asintió una vez antes de volverse otra vez hacia la sala de estar, preparándose para lo que
vendría a continuación.

Había un arco en la piedra que parecía conducir hacia un salón comedor, y dos puertas
cerradas a su izquierda que posiblemente llevaran a los dormitorios. Avanzó hacia el área de
comedor, con la varita extendida mientras se asomaba por la esquina. No había nada más que
una pequeña despensa. Draco se movió detrás de ella, y cruzaron el umbral.

Los dedos de Hermione pasaron por encima de la silla de comedor de madera que tenía más
cerca. Quedaron cubiertos de polvo. —¿Dijiste que la última visita de tu abuelo había sido en
1940?

—A mediados de septiembre, para ser exactos.

Hermione frunció el entrecejo, y giró para mirar al techo, estudiando la suave roca de la
montaña que tenía encima. —¿Y también otra vez hace doscientos años?— Un recuerdo
antiguo comenzó a tomar forma, y entonces la golpeó. —Draco, esto podría ser un búnker.

—¿Un qué?

Ella giró para mirarlo. —Tu abuelo vino aquí justo después de que Alemania atacara Londres
por primera vez. Creo que usaban este escondite para prepararse para las guerras Muggles.

—Lo dudo—. Se encogió levemente de hombros. —Estoy al tanto de los ataques aéreos. Las
protecciones de la Mansión podrían haberlos desviado fácilmente...—

—Ninguna magia puede detener una bomba atómica. Lo intentaron en Japón.

Draco se rascó la mandíbula. —Por más fascinante que sea, ¿es éste realmente el momento
para una lección de historia?— Dijo, secamente.

Ella negó con la cabeza, tragándose la curiosidad. —Tienes razón, lo siento. Pero es útil saber
que lo más probable es que los Malfoy protegieran este lugar en caso de derrumbes. La
montaña no colapsará encima nuestro si fue preparada para una lluvia nuclear. Debe haber
otras fortificaciones...—

—Te daré todos los diarios de los Malfoy existentes para que los revises si alguna vez
conseguimos volver a la Mansión, Granger—. Puso una mano encima de una de las puertas
cerradas y dijo, —¿Vamos?

Ella lo siguió a través de la puerta, y entraron a otro salón, un poco más pequeño que el
primero. Había un corredor a la izquierda, y Hermione se preguntaba qué tan grande sería la
residencia cuando al abrir las puertas, encontraron cuatro habitaciones más.

Draco miró a través de la puerta abierta que tenían frente a ellos, y luego de vuelta a ella en el
corredor.
Hermione se mordió el labio. —No lo podremos descartar hasta que lo revisemos.

Revisaron los armarios, revolvieron en los cajones, y tiraron de las sábanas. Nada se veía
fuera de lo común. Examinaron dos veces cada cuarto antes de volver finalmente al salón.

Hermione estaba lista para comenzar a despegar el papel tapiz cuando escuchó un fuerte
suspiro desde la primer sala de estar. Encontró a Draco relajado en el sofá, con la cabeza
inclinada hacia atrás.

Ella apretó los labios. Deberían haber traído un poco de Poción Revitalizante para él también.

—Lo encontraremos, Draco. Sé que está aquí—. Esperó que él la mirara. En cambio, sus ojos
se cerraron.

Sintió un hormigueo en la espalda, y rápidamente atravesó la sala de estar para situarse junto
a él. — ¿Estás bien?

Él asintió y respiró profundamente, como si estuviera respirando aire puro. —Es hermoso
aquí, ¿verdad?

El miedo burbujeó en sus entrañas, sacudiéndola por dentro; pero entonces una fresca calma
se apoderó de ella, como una perfecta brisa de verano.

Sentía las piernas cansadas, y la mente agotada. Podría quedarse un rato a descansar.

Se sentó en el brazo del sofá junto a él, y observó la pequeña sala. Los colores brillaban, y la
madera resplandecía. —Lo es—, asintió.

—Y mira la vista—. Draco señaló la pared frente a él, y Hermione siguió su mano hasta una
ventana que no había visto antes.

La arena de una playa le devolvió la mirada; el agua turquesa relucía. La luz del sol iba
inundando la habitación cuanto más ella miraba. Una sonrisa se extendió por su rostro, y se
deslizó hacia abajo por el sofá. Él tomó una mano entre las suyas.

—No sé por qué querríamos irnos—, dijo Draco, con la voz llena de nostalgia.

Le temblaron los labios ante la idea. —No tenemos que hacerlo—, susurró, apretando sus
dedos. —No deberíamos. Estamos juntos, ¿no es así?

Él giró el rostro hacia ella y le besó la sien, tan gentil como si ella fuera de cristal. Con un
suspiro contenido, Hermione se relajó sobre los cojines. En el techo, descubrió un
impresionante fresco de una mujer vestida de blanco vaporoso, tendida al borde de un río.
Las aguas eran plácidas.

El brazo de Draco se deslizó alrededor de sus hombros, y ella inclinó la cabeza hacia arriba,
posando los ojos en la ventana otra vez. El constante vaivén del agua la tranquilizaba, la
adormecía. Se acurrucó a un lado de Draco y metió las piernas debajo de ella en el sillón. El
brazo de él la envolvió mientras yacían en el sofá, contemplando juntos el océano.
La marea subía. La mareá bajaba. Su respiración se fue haciendo fina y leve, como si
estuviera también flotando en el mar. El agotamiento tiró de sus párpados. A medida que su
visión se nublaba, y los latidos de su corazón se hacían lentos, una cadena montañosa
apareció en el ojo de su mente. Ella miró el agua que había allí, fría y sin interrupciones.

Aguas tranquilas.

Parpadeó, y la ventana ya no estaba; una gruesa pared de roca en su lugar. Parpadeó otra vez,
y vio el turquesa resplandeciente y la dorada luz del sol.

Sintió la cabeza liviana, y la inclinó hacia atrás para ver el fresco...

La mujer junto al río ya no estaba. Solo un techo de piedra.

Hermione cerró los ojos con fuerza. Libros; había libros que se habían abierto. Uno era de
ojos grises y labios suaves y manos cálidas. Se concentró en volver a cerrarlos y apartarlos a
un lado.

Las piernas de Hermione temblaron. ¿En qué momento Draco había dejado de frotar patrones
en su hombro? Inclinó el cuello para mirarlo, y lo encontró dormido. Lucía tranquilo, y
pálido… casi azul.

Se removió para enfrentarlo. El brazo de él cayó de su hombro con flacidez.

—Draco—. Le pasó los dedos por las mejillas frías. —¡Draco!

Sus pulmones comenzaron a agarrotarse mientras lo sacudía por la túnica y lo llamaba por su
nombre. Nada. Su cabeza rodó, y ella le buscó el pulso con las yemas de los dedos; casi llora
de alivio al sentir un tenue aleteo.

Estaba vivo, pero apenas.

Una sombra oscura perforó su consciencia, y estabilizó sus estantes. El cuarto quería que ella
lo olvidara. Quería que él se olvidara también.

Tomó su rostro y lo besó suavemente, dándole aliento de vida.

—Draco—, susurró. —Quédate conmigo.

Sus ojos se abrieron con un aleteo, y ella tuvo que parpadear para contener las lágrimas. —
¿Mhm?

Ella acarició sus mejillas con los dedos. —¿Puedes practicar Oclumancia conmigo, por
favor?

—¿Oclumancia?— Él frunció el ceño, con la mirada más alerta. —¿Para qué?

—Solo un momento. Por favor.


Ella lo miró fijamente, apenas osando respirar mientras sus ojos se cerraban y se abrían. Y
luego de nuevo. Esta vez, de un color gris claro. Ella casi tropieza con el sofá cuando él se
puso abruptamente de pie, sacando su varita. —¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Ella asintió, apretó el talón de las manos contra los ojos y se tragó las emociones.

—Fue algún tipo de encantamiento, de tranquilidad o de olvido. Sea lo que sea, intentó
matarnos—. Soltó un suspiro tembloroso y dejó que caer las manos a sus lados. Draco la
estaba mirando boquiabierto, el color volvía a sus mejillas. Necesitamos mantener nuestras
mentes alertas.

Él miró el cuarto con frialdad. —Debe haber algo aquí, entonces. Quizá me acerqué
demasiado a algo, e intentó distraerme de ello.

Hermione asintió, y después de otro minuto de Oclumancia, comenzaron a dar vuelta el


cuarto de arriba abajo. Había plumas en el escritorio que lucían costosas, pero no eran
importantes. Un pisapapeles, encantado como el cielo de Hogwarts para mostrar el cielo
rumano, junto a un sello incrustado con la estampa de los Malfoy. Draco sacó todos los libros
de los estantes mientras ella se dirigía a los cojines, los daba vuelta y volcaba el sofá y los
sillones de lado.

Y todavía nada. Hermione se tiró de las raíces del cabello a la vez que Draco maldecía. Se
estaban quedando sin tiempo.

—Deja que revise la cocina otra vez—, dijo finalmente. —Hay unos cuartos de elfos por los
que podría pasar otra vez.

Hermione negó con la cabeza. —Voldemort no asociaría su Horrocrux con elfos domésticos.

Se puso las manos en las caderas, y miró fijamente la puerta que conducía hacia el salón y los
cuartos, debatiéndose; y entonces se dio vuelta con un bufido.

Lo que sea que estuvieran buscando estaba allí. Las protecciones de ese cuarto eran más
fuertes para que no pudieran encontrarlo. Escaneó el escritorio con los ojos, el arco de la
cocina, y la puerta que llevaba al resto de la residencia.

Frunció el ceño. Algo no estaba bien.

Cerró los ojos e intentó imaginarse lo que había visto cuando habían entrado. Una sala de
estar. Un camino hacia la cocina. Y…

—¿No había otra puerta?— dijo Draco.

Ella abrió los ojos de golpe, y giró hacia él. Estaba mirando el lugar donde había aparecido
mágicamente la ventana hacia el océano. Solo había una pintura allí.

Draco se pasó una mano por el cabello. —No. No, lo siento, creí que...—

—Tienes razón. Había una—. Apuntó la varita a la pared. —¡Revelio!


Como si una niebla se disipara, una puerta se materializó en la pared de piedra. Draco se
tambaleó hacia atrás, y el corazón de Hermione palpitó con fuerza en su garganta. Corrió
hacia adelante, lanzando una serie de hechizos para detectar maldiciones en el mango de
latón. Todos negativos. Draco asintió con la barbilla, y ella abrió la puerta, los dos con las
varitas listas.

Más escaleras hacia abajo; este túnel aún más oscuro que el anterior. Hermione se armó de
valor y comenzó a descender, sin atreverse a mirar hacia Draco detrás.

El aire era denso y húmedo, como si estuvieran bajando hacia el mismísimo infierno. Las
paredes estaban mojadas, y en el silencio entre sus pasos, le pareció que podía escuchar algo
más en la oscuridad. Algo que susurraba.

El espiral se hizo más lento, y los ojos de Hermione se clavaron en una enorme caverna que
esperaba para tragárselos al final de las escaleras. Contuvo la respiración, y no parpadeó
hasta llegar al final del último escalón y entrar en la oscuridad. El Lumos Maxima había
apenas abandonado su varita cuando giró para encontrar a Draco caminando a su lado. Sus
ojos se abrieron y se movieron rápidamente al brotar la luz, y ella se volvió para seguir su
mirada.

Oro, y plata, y libros, y cuadros, apilados al menos hasta treinta pies de altura. Muebles
costosos y gabinetes con vajilla. Era como entrar a un rincón de la Sala de los Objetos
Ocultos, solo que no había nada roto ni descartado en ese desorden: era un tesoro.

Sus pies la llevaron hacia adelante mientras examinaba las alfombras y los tapices. Un cofre
abierto lleno de joyas. Había un Horrocrux en este cuarto. En alguna parte. ¿Enterrado bajo
una montaña de collares y anillos? ¿Escondido entre los Degeas y los Rembrandt?

—No deberíamos tocar nada—, dijo ella. —Había una Maldición Gemino en la bodega
donde...— La bodega de Bellatrix, se percató un momento demasiado tarde. —…donde
encontramos la copa.

Se dio vuelta, y encontró a Draco justo detrás de ella. Su rostro era ilegible mientras
rebuscaba entre su túnica para sacar el colmillo de Basilisco. Se lo extendió.

Ella negó con la cabeza. —Deberías hacerlo tu. Yo ya hice uno.

Tenía que ser él. Si Voldemort caía, el haber matado un Horrocrux podría ser lo único que lo
salvara. A él y a sus padres.

Él parecía listo para discutir con ella, pero se contuvo, caminando hacia el armario. Abrió las
puertas con un movimiento de su varita, y aparecieron unas faldas ondulantes y unos vestidos
de cientos de años. Él se acercó sigilosamente, abriendo los bolsillos de los abrigos con la
punta de su varita.

Hermione gravitó hacia un cofre de joyas y las fue haciendo levitar una por una para
examinarlas. Revisó los marcos de cada uno de los cuadros, desenrolló cada alfombra, y dio
vuelta cada cáliz.
Tomó una bocanada de aire, y miró a Draco. Todavía estaba revisando la ropa, dándole la
vuelta para revisar los bolsillos y los forros. Por encima de su cabeza, en la parte superior del
armario, una serie de sombreros de colores brillantes le llamaron la atención. Observó las
plumas y las alas anchas, los sombreros puntiagudos de mago, y los sombreros de copa
Muggles. Y allí en la cima, dominando a todos ellos...

El Sombrero Seleccionador.

Hermione soltó un grito ahogado, y el collar que había estado levitando cayó al suelo. Draco
giró hacia ella al mismo tiempo que se quebraba, y los diamantes salían rodando por el suelo
de piedra.

—Eso es—. Sus ojos se posaron en él, y luego de regreso en el guardarropas. —Ese es el
Horrocrux.

Draco dio un paso atrás para mirarlo. La sorpresa le cruzó el rostro cuando lo reconoció.

La cueva pareció estremecerse en el silencio.

—¿Estás segura?

Había una certeza en su sangre de la que Harry siempre le había hablado, el más leve de los
susurros en sus oídos, como un cántico que solo ella pudiera oír. El fino vello de la base de la
nuca se le puso de punta.

—Positivo—. Caminó hacia él como si estuviera pisando hielo quebradizo, sus ojos nunca
abandonaron el sombrero. Los músculos de Draco se tensaron en la periferia de su visión. —
El Sombrero Seleccionador era de Godric Gryffindor—, dijo ella, suavemente, cuando estuvo
de pie junto a él. —Deberíamos...—

—Tienes razón, Señorita Granger—, una voz gruesa graznó desde el armario, y el estómago
le dio un vuelco.

Las varitas de Hermione y Draco salieron disparadas para apuntar al Sombrero


Seleccionador, que se reía entre dientes, más oscuro y desagradable que en la escuela. Se
desperezó, como si se hubiera despertado de un largo sueño. El tajo de la costura se convirtió
en una sonrisa misteriosa.

Era como ver un retrato familiar que hubiera sido desfigurado. Había algo que reconocía,
pero a la vez algo contaminado.

Quizá algo del Sombrero todavía estaba allí dentro.

Hermione miró a Draco de reojo y lo descubrió mirándola. Esperando para seguir sus
instrucciones.

—Sombrero Seleccionador—, dijo ella, con la voz más fuerte de lo que se sentía. —Dime lo
último que recuerdas. Antes de despertar aquí.

—La muerte del primer Gregory Goyle—, murmuró. —Slytherin. Seleccionado en 1964.
Draco se movió rápidamente, aferrando el colmillo con una mano y estirándose para tomar el
Sombrero con la otra...—

Un crujido de energía cortó el aire, y con una ráfaga de viento, Draco fue lanzado al otro lado
de la habitación. Hermione gritó cuando vio que se estrellaba contra el cofre de oro, y se
desplomaba en el suelo de la caverna. El viento se extendió por la habitación, haciendo girar
su cabello alrededor de su rostro y levantando un torbellino de objetos livianos. La luz de su
Lumos Maxima parpadeó, y quedaron sumergidos en la oscuridad.

El Sombrero Seleccionador soltó una carcajada, con la voz repentinamente fina y aguda
como la de Voldemort.

Hermione conjuró una bola de luz en mitad del techo, y luego se volvió rápidamente para
apuntar la varita hacia el Sombrero Seleccionador, justo cuando este se elevaba por el aire, y
aterrizaba en el rincón más alejado del cuarto. El viento se apagó. Fue tambaleándose hacia
Draco, y se congeló al verlo de pie, aferrando el colmillo en una mano, y la varita en la otra.
Él caminó hacia la esquina, con los ojos determinados, y Hermione lo siguió.

—Accio—. Escupió Draco. —Wingardum Leviosa.

El Sombrero se mantuvo perfectamente inmóvil mientras se acercaban. Se acomodó de


costado sobre el suelo de piedra, esperándolos. Draco la miró de reojo antes de avanzar otro
paso...

Y el viento estalló, barriendo con las monedas de oro y la joyería que comenzaron a golpear
contra sus rostros y sus brazos. Hermione levantó una mano para protegerse, con la varita
extendida mientras que Draco empujaba hacia adelante, sosteniendo el colmillo en alto.

—Señorita Granger—, canturreó, —veo que no está usando los colores de su casa hoy.

El viento se congeló durante medio segundo, y los objetos quedaron suspendidos en el aire.
Apenas los dedos de Hermione cayeron sobre el collar de esmeralda, las gemas apretaron
contra su tráquea y el viento comenzó a aullar otra vez. Los objetos golpeaban contra sus
piernas y su estómago mientras ella jadeaba y se arañaba la garganta. Un altísimo gabinete
casi se derrumba encima de Draco mientras el collar seguía apretando cada vez más. La
varita cayó al piso, y ella estiró bruscamente un pie para evitar que se fuera rodando.

Intentó gritar, pero sus cuerdas vocales estaban agarrotadas. Draco se puso de pie y se volvió
hacia ella al mismo tiempo que el viento se intensificaba, levantando los enormes marcos
dorados y arrojándolos en su dirección. Él desvió uno tras otro hasta que fue embestido de
lado, y se dobló sobre si mismo con un gruñido. Otra fuerte constricción, y Hermione cayó de
rodillas, enterrando los pulgares debajo del collar. Vio que la varita de Daphne se alejaba
rodando, y quedaba atrapada dentro de una pesada alfombra al menos a seis metros de
distancia, mientras unos puntos negros aparecían frente a sus ojos.

El sonido de la risa de Voldemort subía de volumen en los oídos de Hermione mientras la


habitación los apaleaba; los escombros subían hasta el techo en espiral. Fue cojeando hasta la
alfombra, rasguñando su garganta con los dedos, y cuando levantó la mirada descubrió a
Draco corriendo hacia ella. Un ruido sordo, y Hermione vio con horror como una cómoda
salía volando hacia él, y lo inmovilizaba contra un estante cercano.

Sentía la cabeza ligera, los pulmones luchando por oxígeno mientras el cuarto aullaba.
Concentró lo último que le quedaba de energía en el calor moribundo de sus dedos.

Accio, pensó… Un susurro, una plegaria… Y entonces la magia crujió, y la varita de Daphne
se precipitó por el aire. Su brazo salió disparado para atraparla con la punta de los dedos, y
apuntó la varita para abrir el collar sin decir una palabra. Las joyas se dispersaron, y ella
colapsó sobre su espalda, tosiendo y jadeando por aire. Las esmeraldas se elevaron encima de
ella, atrapadas por el viento.

Una explosión a su derecha. Rodó sobre el estómago para ver a Draco ponerse de pie a
trompicones; la cómoda estaba destrozada, y los fragmentos de madera se unían al tornado.
Sus ojos se encontraron mientras ella se ponía de pie, y entonces se escuchó un gemido tan
fuerte que el suelo tembló bajo sus pies.

Hermione graznó un Hechizo de Protección, dejándolos detrás de una pared invisible, a la


vez que más objetos saltaban hacia arriba. Draco comenzó a avanzar hacia ella, y ella lo
disuadió con un movimiento de la mano, gritando. —¡Mátalo! ¡Yo me encargaré del cuarto!

Apuntó al tornado, y la varita tembló bajo sus instrucciones.

Draco salió corriendo hacia el Sombrero, y se detuvo derrapando cuando vio que comenzaba
a levitar. La costura se abrió ante su mirada boquiabierta.

—Y usted, Señor Malfoy. En semejante Gryffindor se ha convertido. Quizá necesitamos tener


otra Ceremonia de Selección.

Y entonces el Sombrero flotó hacia adelante, girando una vez alrededor de Draco antes de
lanzarse hacia su cabeza. Hermione soltó un grito...

Draco retrocedió, tambaleándose, luchando con el Sombrero antes de que la abertura


finalmente se pegara a su rostro. El colmillo de Basilisco cayó al suelo mientras Draco se
debatía, lanzando hechizos a ciegas mientras el Sombrero se estrechaba a su alrededor, como
si le estuviera succionando el alma.

El estómago de Hermione dio un vuelco, y soltó el Hechizo de Protección para correr hacia
él. Los objetos en el cuarto salieron volando hacia ella, un retrato se estrelló contra su
hombro, pero ella apenas sintió los golpes.

—Puedo ver tu corazón, Draco Malfoy—. La voz llegaba de cada rincón, atronadora y
sensual.

Hermione se dejó caer a su lado, y tiró del sombrero, con el corazón en la garganta y los
dedos ardiendo mientras intentaba arrancarlo de su piel. Podía oírlo gritar adentro, pero de
repente, el Sombrero lo liberó.
Hermione giró la cabeza para verlo rebotar hacia un lado a la vez que algo salía disparado
desde su izquierda. Un siseo de Draco, y un estallido en sus tímpanos; el fragmento de
madera se desvió justo a tiempo. El polvo llovió encima de ellos a la vez que Draco tiraba de
ella para ponerla de pie, con los oídos todavía zumbando por el estallido.

—¡Busca el colmillo!— Graznó. Él asintió, pálido como una hoja, y ella pudo ver una
quemadura en forma de anillo alrededor de su rostro antes de que se volviera hacia los
escombros. Una silla salió volando hacia ella desde la izquierda, y ella lanzó otro Hechizo de
Protección.

Un viento hueco se elevó a sus espaldas, y Hermione miró por encima del hombro para ver al
Sombrero. Estaba tendido de costado, con la abertura hacia ellos. Una oscuridad se retorcía
dentro de él, y el estómago de Hermione dio un vuelco al ver que se ensanchaba, y crecía
cada vez más. El terror se apoderó de sus costillas. Giró hacia Draco, y lo descubrió agachado
a unos metros de distancia, con los ojos fijos en la abertura, y la varita apuntando hacia el
abismo. Su otra mano estaba vacía.

Un pequeño objeto voló hacia ella, golpeando su hombro hacia atrás. Sus pies tropezaron al
volver a lanzar el Hechizo de Protección, y volvió a mirar el túnel. Ya era casi tan alto como
el cuarto, y su corazón se detuvo al divisar una pálida brizna de algo que crecía más y más.

Una figura.

Un sudor frío le recorrió la piel al ver que la persona seguía creciendo, y se acercaba hasta
salir del abismo. Una persona que ella reconocía.

Cabello negro azabache. Delgado y atractivo. Solo cuando sus ojos marrones se posaron
sobre ella fue que Hermione supo que no era Harry; era Tom Riddle.

—Draco, no escuches una palabra de lo que diga...—

Tom Riddle levantó una mano blanca y fantasmal, y el Hechizo de Protección se desvaneció.
El viento chilló sobre su rostro mientras la vorágine se precipitaba hacia su cabeza.

Una voz gritó su nombre mientras era engullida y arrojada hacia atrás. Su cabeza crujió
contra el suelo de la caverna, dejando sin aire sus pulmones. Obligó a sus ojos a abrirse, y a
sus piernas temblorosas a ponerse de pie. Se tenía que levantar.

El cuarto daba vueltas; se encontraba en el ojo de la tormenta, en el centro del remolino de


retratos y fragmentos de madera, oro y plata que giraban a su alrededor en una bruma. Sus
ojos se fijaron en Draco, todavía en cuclillas, sin que lo tocaran las paredes de la tormenta.
Algo pasó por su rostro, y apartó la mirada del suelo.

Tenía que llegar a él.

Sus dedos aferraron la varita de Daphne, y reunió toda su energía para lanzar un hechizo tras
otro al viento. Pero todos quedaban atrapados en el ojo, la fuerza de su magia crepitaba por
las paredes del remolino como si fueran rayos. Una sombra se movió frente a ella: Tom
Riddle la miraba de cerca.
Pensó en Harry mientras lo miraba. En Fred y en Luna, en Remus y en Cho. Y su visión se
volvió blanca de ira. Caminó de un lado a otro, con los dedos temblando de ganas de
estrangularlo, mientras el rostro de él se estiraba con una sonrisa divertida. Atravesó el viento
con un brazo, y una silla de madera alcanzó rápidamente su estómago, arrojándola contra el
suelo. Se acurrucó de lado mientras el dolor se extendía, y saboreó la sangre en su boca.

—Draco Malfoy—. La voz de Tom Riddle le llegó como un ronroneo en el oído. —La sangre
más pura y el heredero del gran linaje Malfoy. Leal servidor del gran Lord Voldemort.

Hermione levantó la barbilla. A través de las estrellas en su visión, pudo ver a Riddle
inclinando la cabeza, con movimientos serpentinos.

—Y aún así, vienes a traicionarme.

Draco levantó la mirada de donde estaba arrodillado, como un caballero jurando lealtad.

Tom Riddle la miró y sonrió. —Mi madre también fue tentada por la belleza de un Muggle
—, le dijo a Draco. —Pero he visto adentro tuyo ahora, Draco—. Con una elegante
inclinación de rodillas, Riddle se dejó caer frente a él, encontrando sus ojos. —No es su
belleza lo que te cautivó.

A Hermione se le cortó el aliento, y se incorporó sobre los codos. —¡Te está manipulando!—
Un chasquido de los dedos de Riddle, y el viento aulló aun más fuerte, acallándola.

Ella se puso de pie a trompicones, ignorando el dolor en su cabeza mientras veía a Draco
mirando el fantasma de Tom Riddle. Aparte del músculo que se crispaba en su mandíbula,
estaba perfectamente inmóvil.

—Creo que fue el error fatal de tu Tía Bellatrix de esta noche—. Gruñó Riddle, y Hermione
se estremeció, el sonido se arrastró debajo de su piel. —Ella asumió que podrías quedar
satisfecho con una réplica—. Hizo un gesto en dirección a Hermione. —Pero he visto en tu
corazón. He atravesado tus paredes de ladrillos y abierto tu alhajero.

Los ojos de Draco se posaron en ella, abiertos y aterrorizados. Su corazón se aceleró dentro
de sus costillas.

—No, no, Draco—, dijo Riddle, y los ojos de Draco volvieron a él. —Quiero tu lealtad. Y
como tu tía puede atestiguar, matar a esta muchacha no me la conseguirá—. Riddle sonrió,
inclinándose sobre su oído. —Yo puedo darte lo que deseas.

—No deseo nada...—

—Seguridad. Protección. Nunca más tener que esconderte en las sombras con ella—. Riddle
lo estudió, y con la gracia de un depredador, aferró el hombro de Draco. —Tu sabes que fácil
sería que la apartaran. Y sabes quién estará esperando en las sombras para quitártela.

Hermione se quedó inmóvil, con los músculos congelados. Vio algo moverse por el rabillo
del ojo, y miró boquiabierta hacia el túnel oscuro a la vez que otra forma se movía dentro. A
medida que crecía, se dividió en dos, y ella vio como una sombra de ella misma emergía de
las negras profundidades, con los brazos de Antonin Dolohov envueltos alrededor de su
cintura, sujetándola. Ella vestía una lencería negra de encaje que apenas la cubría. Dolohov
enredaba los dedos en su cabello, y la palma de su mano se deslizaba por su muslo.

Draco no se movió, con los labios abiertos y las costillas expandiéndose rápidamente.

—Deja este lugar de una vez, y ella ya no será una esclava—. Con un rápido movimiento de
los dedos de Riddle, la sombra de Dolohov se evaporó, dejándola sola. Con la cara
descubierta y el cabello salvaje, usando jeans y un sweater. —Te dejaré quedarte con ella.
Casarte con ella. Ya no será una traidora Sangre Sucia… Señora Malfoy.

La mano de Riddle apretó el hombro de Draco. La respiración de Hermione se convirtió en


un jadeo mientras veía que Draco tragaba saliva. Sus dedos se crisparon.

Tom Riddle se puso de pie abruptamente, elevándose sobre Draco. —Júrame de nuevo tu
lealtad, Draco Malfoy, y Lord Voldemort le concederá su clemencia. Sal de la cueva, borra
los recuerdos de ella, y el Señor Tenebroso te dará su libertad. A ambos.

Se hizo un silencio, excepto por el remolino del viento. Hermione sintió como si se hundiera
en el fondo de unas aguas heladas cuando Draco se puso de pie, con la mandíbula apretada y
determinación en la mirada.

—Gracias, mi Señor—, susurró. Ella apenas podía oírlo por encima del túnel que la rodeaba.

Tom Riddle sonrió, y su cabeza translúcida asintió. A ella se le revolvió el estómago al ver a
Draco alejándose del Horrocrux, y moviéndose hacia ella. Sus piernas se balancearon,
inestables.

Vio a Draco acercarse cuatro pasos más y mover la muñeca. Algo de marfil salió volando del
suelo, y más rápido que una Snitch, Draco se dio vuelta, y se lanzó hacia adelante apuntando
la varita hacia Riddle y el Sombrero.

El colmillo de Basilisco atravesó el centro del pecho de Tom Riddle, y pasó volando el
asombro de su expresión hasta entrar en la oscura abertura del Sombrero.

Un grito sobrenatural, como si un millar de vidrios se rompieran dentro de su mente. Se


cubrió los oídos y vio a Draco hacer lo mismo. Las paredes de la caverna se sacudieron
mientras la aparición de Tom Riddle aullaba de agonía, y el Sombrero se lo chupaba y se
encogía hasta su tamaño normal.

El túnel de muebles rotos y monedas de oro se detuvo, cayendo a su alrededor como granizo.
Y los gritos cesaron.

Hermione contó dos latidos de su corazón antes de correr hacia él. Estaba mirando el lugar
donde había estado Riddle, como si no pudiera creer que realmente se hubiera ido, del mismo
modo en que había mirado el cadáver de su tía. Ella lo tomó por el codo, y él dio un salto y
giró hacia ella, a la vez que ella le echaba los brazos al cuello.
—Lo hiciste, Draco, tu...— Le tembló la voz. —Estuviste increíble. Por un momento, creí
que tu...—

Ella se separó cuando él le apartó las manos. Las dejó caer a sus costados.

Él retrocedió un paso sin mirarla, echando un vistazo a la destrucción a su alrededor. —


¿Estás bien?

Hermione tragó saliva. —Eso creo. Puede que tenga una leve conmoción, pero...— Se
interrumpió cuando él se acercó al Sombrero Seleccionador, mirándolo rezumar. Sintió la
garganta espesa mientras se acercaba a él. —Supongo que ya se ha ido.

Se hizo un silencio.

—Deberíamos irnos.

Hermione lo miró. Su boca era una línea rígida. Seguía sin mirarla.

Justo cuando abría la boca para preguntar qué le pasaba, él giró sobre los talones y comenzó a
caminar a través de la destrucción.

Algo no estaba bien. Eso era en lo único que podía pensar mientras Draco la conducía por la
sofocante escalera, sin molestarse a mirar detrás de él.

Llegaron a la cima de la escalera. La mano de Draco se estiró hacia la puerta de la residencia,


y mientras se abría, la voz de Tom Riddle flotó en sus oídos.

Te dejaré quedarte con ella. Casarte con ella.

La puerta se cerró con un click, y las mejillas de Hermione ardieron al rojo vivo. El calor se
hundió dentro de su pecho, sacando chispas por sus venas mientras los libros de Draco se
abrían en sus estantes. Había llegado a significar mucho para él en el último año. El
Horrocrux lo había confirmado.

Draco caminó rápidamente por la sala de estar, apagó las lámparas y abrió la puerta principal.
Evitó con éxito mirarla por encima del hombro mientras subían las largas escaleras hacia la
luz de la luna.

La calidez parpadeó cuando el la guío fuera de la cueva, y montaña abajo. Ella quería
suplicarle que la mirara, pero sus ojos se mantuvo al frente con firmeza, como si estuvieran
todavía en los escalones de piedra.

Cuando Aparecieron de regreso en las afueras de la ciudad Rumana, y la mano de Draco se


separó rápidamente de la suya, sintió frío de nuevo. Y cuando él sacó el Traslador, apenas
sosteniendo su antebrazo entre el pulgar y el índice, y aterrizaron en un silencioso callejón de
Londres Muggle, Hermione se preguntó si habría entendido mal.

Señora Malfoy.
Se preguntó qué le diría si le decía la verdad: que lo amaba. Ella le importaba lo suficiente
como para mantenerla alejada de Dolohov, eso era seguro. Pero, ¿serían tan profundos sus
sentimientos como los de ella?

Quizá casarse con ella era solo una manera de mantenerla a salvo.

Él se detuvo al borde de un callejón oscuro, con la palma extendida. Hermione bajó la mirada
hacia su mano, y la tomó.

Draco los Apareció rápidamente en la colina fuera de la Mansión, y caminó penosamente por
el sendero sin esperarla. Finalmente, en la base de las escaleras, hizo una pausa. Pero todavía
sin mirarla.

—Tengo que… ver cómo está Blaise. Asegurarme de que pudieron...— Se aclaró la garganta,
y ella sintió que se le encogía el pecho.

—Por supuesto. Draco, yo...—

Sin mirar atrás, se dirigió a la chimenea, tomó un puñado de polvos Flu, y desapareció
susurrando, —Grimmauld Place.

Hermione vio cómo las llamas se lo llevaban antes de volver a su color naranja. Sus rodillas
se doblaron, y se dejó caer en las escaleras.

El Horrocrux ya no estaba. Una vez más, solo la serpiente se interponía en su camino.


Debería sentirse aturdida de alegría. Libre. Pero en lugar de eso, solo podía preguntarse por
qué había aparecido en lo más profundo del corazón de Draco Malfoy si él pensaba escaparse
de ella después, como si todo hubiera sido un gran error.

Su cabeza comenzó a palpitar, y sintió como cada centímetro del dolor que había olvidado
volviera a ella a la vez. Le temblaron las piernas al enfrentarse a un nuevo tramo de escaleras,
y la cabeza le dio vueltas mientas caminaba hacia el cuarto de Draco. Se dio una ducha, se
curó los cortes y los moretones con la varita de Daphne. Luego se puso el pijama y se deslizó
entre las sábanas, lista para sentarse a esperarlo, pero se quedó dormida antes de que pudiera
apagar la luz.

~*~

Despertó con el aroma del café en su bandeja del desayuno. Se estiró para buscar a Draco
detrás de ella en la cama, y encontró las sabanas frías.

Hermione se sentó, y sus costillas se apretaron dolorosamente cuando el final de la noche


regresó a su memoria. Se apartó el cabello del rostro y buscó alguna señal de que Draco había
regresado a casa. No había ropa en el suelo, el cobertor estaba en su lugar. Solo una bandeja
en la mesa, no dos.

Justo cuando el pulso comenzaba a acelerarse, escuchó un ligero golpe en la puerta. Se


levantó de la cama con torpeza y corrió a abrirla, preguntándose por qué Draco llamaría...
Narcissa estaba de pie en el corredor, con las manos entrelazadas frente a ella. La decepción
de Hermione se convirtió en mortificación, habiendo sido claramente atrapada en el cuarto de
Draco en pijamas...

—Buen día, Hermione.

—Hola. Eh, Draco no está aquí...—

—Quería hablar contigo—, dijo Narcissa, con una sonrisa tensa.

Hermione la dejó entrar y se sentó con ella junto al fuego, con el rostro ardiendo. Narcissa
rechazó una taza de té, y Hermione apretó los puños para evitar mover las manos por los
nervios.

—Iré directo al grano—. Los ojos de Narcissa tenían unos círculos negros debajo, y le
temblaron los labios al tomar aire. —La Verdadera Orden ha atacado Italia. Me enteré anoche
por Lucius.

Hermione esperó que las palabras se hundieran en ella. Parpadeó.

—Ya veo—, fue todo lo que pudo decir.

—Atacaron anoche, durante la celebración de Hogwarts. El Señor Tenebroso quiere


mantenerlo en secreto, pero creo que es apenas el comienzo. Hay rumores de que hay países
firmando acuerdos secretos con la Verdadera Orden. Hungría, por ejemplo.

Hermione sintió que sus dedos se crispaban. Observó a Narcissa mientras la sangre corría por
sus orejas.

—Y necesito algo de ti, Hermione—. Sus cálidos ojos azules se fijaron en los suyos, y
Hermione sintió el hilo de platino danzando justo frente a sus pupilas. —Sé que necesitas
quedarte. Estar aquí por tus amigos. Por la Verdadera Orden.

Los labios de Hermione se separaron, sin entender del todo lo que Narcissa le estaba
pidiendo.

—Pero Draco tiene que irse.

Sintió la garganta seca. —No entiendo...—

—Si la Verdadera Orden recuperara Inglaterra, y espero que lo haga, nosotros tres no
sobreviviríamos.

Narcissa tragó saliva, mirando sus nudillos volverse blancos. Se inclinó hacia adelante.

—Tenemos que irnos. Lucius se unirá a nosotros cuando pueda, pero sé que Draco no se irá
sin ti—. Los ojos de Narcissa se llenaron, y sus labios temblaron. —Hermione, tienes que
asegurarte de que Draco venga conmigo.
La habitación comenzó a girar mientras su corazón latía en las yemas de sus dedos, y las
palabras se enredaban alrededor de sus costillas y se hundían bajo su piel. Un millar de
palabras inútiles se formaron en su lengua, pero ella se las tragó.

Tenía que quedarse. Y ellos tenían que irse.

Le ardieron los párpados, y se le quebró la voz al decir, —¿Cuándo?

Narcissa respiró hondo. —Mañana. Ambos deberán presentarse en Edimburgo esta noche.
Pero nosotros debemos irnos antes del amanecer.

Chapter End Notes

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Chapter 36
Chapter Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Revisar todas las etiquetas (tags), por favor.

Mucho amor y adoración a raven_maiden por sus horas y horas de trabajo en este
capítulo. Y mucho de lo mismo para Saint Dionysus por sus horas y horas de sarcasmo.

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El sol brillaba alto sobre la Mansión. Un viento de mayo danzaba entre los árboles cercanos a
la glorieta, y los pavos reales tomaban el sol a la orilla del estanque.

Y Draco todavía no había regresado a casa.

Hermione estaba de pie en su balcón, mirando los terrenos con un malestar en el pecho.

Narcissa se había ido el cuarto hacía horas, pero ella todavía sentía el peso del temblor en su
voz, de las lágrimas en sus ojos.

Nosotros tres no sobreviviríamos.

Su corazón quería protestar. Insistir en que sus palabras y sus recuerdos los exonerarían.

Pero la lógica le susurraba otra cosa.

Apretó la bata alrededor de su estómago mientras un escalofrío le recorría los huesos. Un


libro salpicado de sangre se deslizó hacia adelante en sus estantes, y se abrió en una página
en la que Viktor emergía de las sombras, con la mandíbula tensa y apuntando la varita hacia
Draco. En la siguiente página estaba Cho, con los ojos ardiendo de furia mientras blandía la
espada contra el cuello de Draco. El lomo del libro tembló, y las páginas revolotearon entre
destellos de luz verde y cuerpos cayendo sobre las piedras...

¡Es Malfoy! ¡Lo encontré!

Con un fuerte suspiro, Hermione cerró el libro de golpe.

La verdad la atravesó mientras estabilizaba su respiración, como una piedra cayendo cada vez
más profundo en aguas oscuras. Los Malfoy debían irse. Si la Verdadera Orden venía por
ella, no habría tiempo para explicaciones; no habría garantías de que no dispararan a matar.
Pero si los Malfoy estuvieran escondidos a salvo, Hermione podría concentrarse en la tarea
en cuestión.
Si había Lotes que necesitaran ser liberados, ella los liberaría. Si había Mortífagos
escondidos, ella los descubriría. Y cuando el polvo se hubiera asentado, ella explicaría los
grandes esfuerzos que los tres Malfoy habían hecho por mantenerla ilesa y a salvo, y en el
caso de Draco y Narcissa, por ayudar a la Verdadera Orden.

Pero esos eran problemas para otro momento. Y por ahora, su tiempo se estaba acabando.

Incluso si hubiera una buena alternativa, no podía decirle que no a Narcissa, no cuando había
tomado la mano de Hermione y suplicado por la vida de su hijo. Narcissa, que nunca había le
pedido nada, más que su compañía; Narcissa, que la había salvado de Dolohov, y le había
compartido su varita entre los diarios que le acercaba en el desayuno.

Narcissa le había pedido algo, y ella lo haría. Ella mantendría su palabra.

Mañana por la mañana, Hermione se despediría. Tomaría el antídoto del tatuaje, y Kreacher
la Aparecería en Grimmauld Place.

De acuerdo con Narcissa, la transferencia de las escrituras de Grimmauld Place había sido
sellada a pedido. Nadie sabía que había caído en posesión de la familia Malfoy, excepto la
familia cercana y los que vivían allí.

—Bellatrix está al tanto, pero cree que la propiedad está desocupada—, le había dicho
Narcissa. —Incluso aunque sospechara, no podría encontrarla. Está bajo un Encantamiento
Fidelius.

El nombre había caído sobre Hermione como agua fría, pero Narcissa no pareció notarlo.

—Blaise, Pansy, y los demás, tienen que abandonar el país de inmediato. Hay un mercado
negro para Trasladores Internacionales en Noruega. Es la vía más segura. Si eso falla,
deberán cruzar el límite Anti-Aparición en Liverpool.

Narcissa le había apretado los dedos, acercándola a su cuerpo. —¿Puedo confiar en que
puedas manejar esto, Hermione?

Hermione había conseguido asentir. —Por supuesto. Se los diré mañana cuando llegue.

—Gracias—. Lentamente, Narcissa había soltado su mano.

Se había hecho un largo silencio mientras Hermione se hacía la idea de contemplar la


Mansión Malfoy por última vez. Intentó imaginar lo que le diría a Draco, en esos momentos
finales.

—Kreacher se quedará allí contigo. Tiene ordenes estrictas de satisfacer tus necesidades.
Cocinará para ti y te conseguirá el periódico, y cuando llegue el momento, te llevará con tus
amigos.

Otra pausa, y Hermione había levantado la mirada.

—Sé que será frustrante esperar. Pero no debes irte hasta que puedan llevarte con la
Verdadera Orden. No puedo dejarte mi varita, Hermione. Draco y yo necesitaremos estar
armados.

Ella no respondió, viendo temblar los labios de Narcissa.

—Las cosas están avanzando rápido. Salerno está prácticamente invadido, y Lucius espera
que Roma caiga en esta semana. Una vez que hayan tomado Italia, otros aliados desertarán
rápidamente. Si Lucius nos necesita por alguna razón...— Se interrumpió, retorciendo sus
dedos temblorosos unos encima de otros. —Él nos alcanzará… algún día. Pero conseguiré
sacar a Draco.

Sus ojos parecían desenfocados al ponerse de pie, agradeciendo a Hermione por última vez.
Y mientras abandonaba el cuarto, Hermione la había escuchado susurrar: —Esta vez lo
conseguiré.

Debemos irnos antes del amanecer.

Y ahora eran las dos y media de la tarde.

Hermione cerró los ojos, e intentó saborear la luz del sol en el rostro. El viento en el cabello.
Cada latido de su corazón sonaba con fuerza en el pecho, como si suplicara que los segundos
fueran más lentos.

Le quedaba menos de un día con Draco, y él la estaba evitando.

Recordó la manera en que sus ojos se habían negado a encontrar los suyos en la cueva; el
modo en que había bajado la montaña sin mirar atrás. La velocidad a la que se había acercado
a la chimenea, como si no pudiera alejarse de ella lo suficientemente pronto.

Se le revolvió el estómago, y se le nubló la vista. Apartó a un lado sus emociones, e intentó


recurrir a la lógica.

Quizá se sentía avergonzado, o preocupado, porque ella hubiera malinterpretado lo que había
visto. Pero cualquiera fuera la razón por la que Tom Riddle la usara a ella para provocar a
Draco, le había quedado claro que era inmensamente importante para él. Incluso su madre
había pensado que él no se iría sin ella.

Él debía saber que ella sentía lo mismo. Ella le había demostrado lo que sentía, cada día y
cada noche. Había sacrificado su libertad para quedarse con él. Y aún así él había escapado.

Con un suspiro, Hermione se volvió del balcón, cerrando las puertas detrás de si. En otra
vida, habría podido tomarse semanas para analizarlo. Podría haber pasado meses, incluso,
catalogando cada mirada y cada gesto, intentando unirlos para obtener una respuesta que
tuviera sentido. Pero ahora no tenía tiempo.

Descubrió que el almuerzo la esperaba en el escritorio de Draco; un solo plato. Hermione


sacó la campana de plata y lo miró, intentando canalizar el hambre. Tenía que comer.

Echó un vistazo al reloj encima de la chimenea; casi las tres de la tarde. La ansiedad le
pinchó las entrañas, arruinando todavía más su apetito.
A este paso, la conversación con Draco tendría que esperar hasta después de Edimburgo.
Pero quizá sería mejor así. Si se lo decía demasiado pronto, él podría argumentar su
desacuerdo, como había hecho ella cuando él había intentado que se fuera.

Sus pensamientos vagaron hacia Edimburgo. Voldemort había sido claro la noche anterior; se
esperaba que todos los Lotes asistieran. Eso significaba Ginny, y Ron. ¿Cuánto tiempo
pasaría hasta que los volviera a ver?

Su mente divagó, reflexionando, y su cuerpo se puso rígido. La campana de plata se deslizó


de sus dedos y rodó por la alfombra.

Se derramaría sangre cuando llegara la Verdadera Orden. Habría caos y violencia, y no habría
garantía de que sus amigos sobrevivieran.

Hermione apartó la campana a un lado del escritorio de Draco y salió rápidamente del cuarto.
Sus músculos adoloridos protestaron al correr escaleras abajo y por los corredores hasta
llegar a la puerta del laboratorio de pociones. Prendió las lámparas con la varita de Daphne,
encendió los calderos y bajó los ingredientes que conocía de memoria.

A la mañana siguiente se iría a Grimmauld Place. Pero esa noche podía darle a Ginny su
libertad, y si tenía suerte, también a Ron. No podría llevarlos a Grimmauld Place sin el
Guardián del Secreto, pero podría mandar a Kreacher a esconderlos en algún lugar seguro.
Pero necesitaría la ayuda de Draco.

Sus emociones burbujearon mientras trabajaba, apretando su pecho y desestabilizando sus


dedos. Una vez que el caldero estuvo hirviendo, Hermione comenzó a meditar para hacerlas a
un lado.

Tres horas después, sus aguas estaban en calma, y el humo subía en espirales perfectos.
Hermione apagó la llama y embotelló cuatro viales de antídoto para el tatuaje: uno para
Ginny, uno para ella, uno para Ron, y uno para Oliver. No podía olvidar la promesa de
sacarlo que le había hecho a Theo.

Después de limpiar el espacio de trabajo, cerró el laboratorio y subió las escaleras. Fue
directamente a su cuarto, con la intención de prepararse para Edimburgo.

La puerta se abrió de par en par, y sus pies se congelaron. Draco estaba de pie junto a la
estantería, examinando un libro como si estuviera exactamente donde se suponía que estaría.
Como si fuera otra noche más en Edimburgo, y hubiera ido a darle instrucciones.

Había perdido la cuenta de los latidos de su corazón para cuando finalmente él cerró el libro y
lo volvió a colocar en el estante. Se dio vuelta lentamente, como si se estuviera obligando.
Posó la mirada en sus clavículas.

—¿Dónde has estado?— Su voz era hueca.

Un fuerte encogimiento de hombros. —Te lo dije. Fui a ver como estaban Blaise y Pansy.
Pasé la noche en Grimmauld...—
—¿Por qué?

Draco no respondió.

Sus dedos temblaban por la necesidad de tocarlo. De acercar su rostro al suyo. Abrió la boca,
pero sintió que se podría desmoronar bajo el peso de todas las cosas que quería decirle.

Te irás por la mañana. Quiero pasar el último tiempo que tenemos amándote. Porque te amo.

Su corazón la alentaba a hacerlo. Su mente le susurraba: todavía no.

—Estaba preocupada por ti—, consiguió decir.

Un músculo en su mandíbula se crispó. —Estoy bien—. Sus ojos cayeron sobre los viales de
vidrio en su mano. —¿Qué son esos?

Hermione parpadeó hacia ellos. Sacó la varita de Daphne del bolsillo y encogió los viales al
tamaño de una píldora. —Hice más antídoto para el tatuaje. En caso de que necesite tomarlo
de último momento.

—¿Por qué hay cuatro?

Tragó saliva y enfrentó sus ojos. Estaban oscuros y grises. Podría ahogarse en ellos, si él se lo
permitiera. —Necesito ver a Ginny esta noche.

Los hombros de él se hundieron, y su mirada vagó por encima de su hombro. Se preparó para
una negativa.

—Lo intentaré—, dijo suavemente, y el aire abandonó sus pulmones. —Presentaré una
solicitud para Compartir, pero es posible que no pueda confirmar con Avery hasta la noche—.
Levantó la mirada hacia el techo, y ella pudo ver los círculos bajo sus ojos. —No creo poder
dejarlas solas esta vez.

—Está bien—, dijo ella, su mente trabajando a toda velocidad. —No quiero que te vayas.

No era así como había planeado decirle que la Verdadera Orden se estaba acercando. Pero de
esta forma era mejor, incluso si se enojaba con ella. Si lo escuchaba frente a Ginny, entonces
Ginny sería el tercer Lote capaz de confirmar que la lealtad de Draco había cambiado, junto
con ella y con Oliver.

—¿Y un vial es para Ron?

Hermione salió de sus pensamientos con un sobresalto. Draco estaba ahora mirando la pared.
—Si. El último es para Oliver—. Sentía la garganta tensa. —Solo si hay una oportunidad,
claro. Solo… quiero estar preparada.

Su expresión no dejaba ver nada. —Mandaré una solicitud por Ginny. Deberías prepararte.
Necesito...— Se aclaró la garganta. —Necesito hablar con mi madre acerca de Bellatrix.
Un recuerdo salió disparado hacia la superficie antes de que lo pudiera detener, atravesando
las imágenes de unos rizos enjutos y unos dientes a la vista.

Te conseguiré otra. Ésta te ha envenenado.

Bellatrix también había sabido lo que Draco sentía por ella.

Algo hizo chispa en sus venas, pero Hermione se obligó a concentrarse. —¿Pudieron Blaise y
Pansy esconder el cuerpo?

—Si. No hubo ningún problema allí—. Draco se pasó una mano por el cabello. —Pero mi
madre debería saberlo.

—Todavía no—. Sus ojos se dispararon en su dirección, y ella sintió que se le aceleraba el
pulso. —Esperemos hasta mañana.

Él frunció el ceño. —Realmente creo que...—

—Confía en mi. Tu madre no necesita escuchar esto antes de tener que ir a Edimburgo. Es
mejor esperar hasta mañana.

Cuando él y Narcissa se hayan ido.

Podría llorar por su hermana cuando supiera que su hijo estaba a salvo.

Draco apartó los ojos de su rostro y asintió. —Deja la varita de Daphne sobre tu cama una
vez que termines con ella. Me la ha pedido.

Hermione sintió que se le escurría entre los dedos otra vez cuando pasó junto a ella en
dirección a la puerta.

—Espera.

Su mano se congeló en el picaporte.

—Acerca de anoche. Por favor no estés avergonzado por lo que te dijo el Horrocrux. Tu
también me importas—. Las palabras salieron a trompicones. —Y sé que el mundo está patas
arriba, pero si las circunstancias fueran distintas, deberías saber que yo habría...—

—No. Por favor.

Ella lo miró, esperando que él se volviera. Que la mirara.

No lo hizo.

—Te dejo para que te prepares—. Abrió la puerta de un tirón, y al cerrarla detrás de él, algo
se quebró dentro de su pecho.

Hermione no sabía cuánto tiempo se había quedado mirando antes de darse cuenta que estaba
llorando. Pero no había tiempo para lágrimas. Ni para corazones rotos.
Practicó Oclumancia mientras comía unos bocados de su cena, y mientras se bañaba y se
rizaba el cabello. Cuando su melena finalmente se pareció a algo que Pansy podría aprobar,
dejó la varita de Daphne sobre la cama y volvió al cuarto de baño para maquillarse.

Salió media hora después, con sus libros firmemente guardados. La varita de Daphne había
desaparecido, y al abrir el armario, encontró el vestido que Pansy había enviado con los elfos.

Satén dorado. Hermione pasó los dedos por encima del material. Se sentía como agua sobre
su piel.

Se puso el vestido y los tacones a juego. Deslizó tres de los pequeños viales en la costura del
lado interno, y se abrochó el collar en su sitio.

Un golpe en la puerta a las diez menos cuarto, y al abrir encontró a Draco con su túnica de
Mortífago.

Con suerte, por última vez.

Aclaró su mente, apartando los planes de Narcissa y enterrándolos en sus estantes.

Él la miró, y le ofreció su mano. Ella la tomó.

Se encontraron con Narcissa al pie de las escaleras, luciendo más que elegante en su vestido
color azul oscuro. Les deseó buenas noches, y tomó el otro brazo de Draco. Mientras
caminaban por el sendero de la entrada, dijo: —Solo me quedaré durante la primera media
hora. Tu padre no puede asistir, así que no se espera que yo me quede por mucho tiempo sin
él.

—¿Y dices que está en Italia?— Preguntó Draco.

La grava crujió bajo los tacones de Hermione.

—Si—, dijo Narcissa. —Tiene un compromiso importante en el Ministerio.

Atravezaron las puertas y subieron a la cima de la colina. Draco tomó los codos de ambas
para una Aparición conjunta, y aterrizaron frente al cartel que señalaba a Edimburgo.
Narcissa se alisó la túnica y subió la mirada hacia el castillo, torciendo los labios con el ceño
fruncido.

El camino de adoquines los llevó hasta la puerta, y cuando los atravesó un escalofrío por las
nuevas barreras y Hechizos de Protección, Hermione se hundió aún más profundamente en
sus aguas.

Subieron los escalones de piedra hacia un castillo en la cima de una montaña. Un muchacho
alto con cabello pálido la sujetaba por el codo.

Murmuraba a su izquierda, y una mujer murmuraba en respuesta. Su madre.

Terminaron de subir la escalera, y caminaron por los adoquines sinuosos. Le dolían los
músculos.
Al doblar la esquina, las luces brillaron, y unos hombres rieron.

El patio lucía conocido.

Una torre de reloj encima de sus cabezas, marcando las diez. Un anfiteatro al norte, con vistas
a una pequeña arena. Una fuente en el centro. La Magia es Poder.

Una pareja se acercó, y la mujer rubia se adelantó para besar sus mejillas. La esposa la
observó mientras el muchacho de cabello pálido estrechaba la mano de su marido, todavía
aferrando su codo con firmeza con la otra mano.

El muchacho de cabello pálido la condujo a través del patio. Le tomó el mentón con sus
dedos. —Granger.

Ella parpadeó, y volvió a su cuerpo. Encontró a Draco Malfoy apretándola contra un costado
del castillo. Mirándola.

—Retírala*—, susurró. —Ya casi estamos dentro.

Ella asintió, y luego él se apartó y tiró de ella hacia la entrada del Gran Comedor.

Fueron recibidos por la sonrisa pintada de Charlotte.

—Amo Malfoy. Señorita Granger. Bienvenidos otra vez a Edimburgo—. Y antes de que
Hermione pudiera buscar señales de reconocimiento en sus ojos, Charlotte les estaba
ofreciendo copas de champagne y abriendo el telón.

Hermione se tragó la conmoción al entrar al Gran Comedor. Había sido expandido al doble
de su tamaño, y aún así los invitados estaban parados hombro con hombro. Habían vuelto a
pintar las paredes, colgado los candelabros, y todas las espadas y armas habían sido
removidas.

Draco la tomó del brazo y la condujo a través de la multitud. Divisó a la Ministra Cirillo, a
Grubov, y a Santos, hablando en voz baja entre ellos en un rincón distante, lanzando miradas
hacia los otros invitados.

Descubrió a Theo de pie en el centro del salón, hablando con Yaxley, Travers y su esposa.
Oliver estaba parado tras él, con las manos cruzadas detrás de la espalda.

Draco estrechó sus manos y le pasó un brazo alrededor de la cintura, acercándola a él.
Encontró los ojos de Oliver brevemente antes de que apartara la mirada de vuelta al piso.

—¿Supongo que Molnár espera que el Señor Tenebroso simplemente lo apruebe?— dijo
Travers, continuando su conversación. —Lo de anoche es una cosa, pero dos noches
consecutivas...— Negó con la cabeza e hizo rodar el whisky en su vaso.

Yaxley miró por encima del hombro. —Creo que el Señor Tenebroso ha enviado a alguien
para… evaluar la situación.

—Eso espero—, dijo Travers. Tomó un trago de su bebida.


La respiración de Hermione se volvió superficial. Estaban hablando del Ministro de Hungría.
Y de Bellatrix.

—He notado que el Ministro Romano no está aquí esta noche—. Theo giró la cabeza para
buscar en la multitud. —Es extraño, ¿verdad?

Hermione echó un vistazo a Draco, y descubrió que miraba a Yaxley con los ojos
entrecerrados. Hermione se volvió justo a tiempo para ver a Yaxley intercambiar una rápida
mirada con Travers.

—Veo que Berge tampoco está aquí—, dijo Yaxley.

—Si—. Theo tiró del cuello de la camisa. —Lo único que sé es que ha sido retenido.

—Qué curioso—. El tono de Travers sonaba como si no lo fuera en absoluto. —Habría


asumido que querría estar aquí para la reapertura.

—Estoy seguro de que así fue. No sé qué se lo habrá impedido—. Theo tomó un largo trago
de su vaso, haciendo una mueca cuando el líquido bajó por su garganta.

Hermione echó un vistazo a Oliver, y toqueteó los viales en su costura. Tenía que entregarle
uno. Pero era una prioridad menor esa noche que Ginny. O Ron.

Tras la muerte de su padre, solo Theo y Oliver vivían en la Mansión Nott. Podía mandar a
Kreacher a primera hora de la mañana para llamar a sus puertas.

—Amo Nott.

Theo miró por encima del hombro. Charlotte estaba de pie detrás de él con una bandeja de
copas de champagne. —Charlotte.

—¿Está listo para el brindis?— Theo la miró sin entender. Ella se inclinó, bajando la voz. —
El amo Berge planeaba decir unas palabras por la reapertura. ¿Supongo que usted lo hará en
su lugar?

—Eh, si. Por supuesto.

Theo no pudo ocultar una mueca mientras se dirigía hacia una pequeña plataforma en una de
las esquinas. Oliver lo siguió unos pasos por detrás. La mirada de Hermione se desvió hacia
Charlotte, que sonreía a cada invitado mientras ofrecía champagne.

El sonido de las varitas golpeando contra las copas resonó por el salón, y la multitud hizo
silencio. Hermione se movió detrás de Draco mientras Theo comenzaba a hablar, paseando
los ojos rápidamente por la habitación.. Pero estaba demasiado apretado, demasiado lleno de
gente que nunca antes había visto.

Consiguió divisar a Narcissa de pie junto a los Selwyns. Amycus y Alecto Carrow estaban
allí cerca. Un par de brujas jóvenes susurraban a la derecha de Hermione. Su madre se volvió
para fulminarlas con la mirada, y al pasar entre ellas, la sangre de Hermione se congeló en
sus venas.
Un vistazo de rojo en la esquina más lejana. No del rojo fuego de Ginny, sino de un naranja
tostado.

Un libro con olor a hierba fresca y menta dulce tembló violentamente.

Hermione se movió, intentando tener una mejor visión, pero entonces algo hormigueó en su
columna, y descubrió a Dolores Umbridge mirándola con los ojos entrecerrados. Apartó la
mirada hacia el suelo.

Ron, susurró su corazón. Pero sabía que no podría llegar a él a tiempo.

Después del brindis, los hombres se dispersarían hacia los cuartos privados. Las esposas y las
hijas se irían por las chimeneas, junto con los Lotes masculinos que no tenían utilidad en el
Salón.

Ron estaba cerca de las chimeneas.

Su mente siempre había sabido que era poco probable. Había demasiada incertidumbre, una
posibilidad demasiado lejana. Pero igual sintió que el ácido en el estómago amenazaba con
ahogarla mientras Theo levantaba su copa y decía, —Por el poder del Señor Tenebroso.

—¡Que reine por siempre jamás!

Tragó el champagne como todos los demás. Le bajó por la garganta, áspero y mordaz.

Sus extremidades se sintieron pesadas cuando Draco los guió de regreso al círculo con
Yaxley y Travers. La multitud reanudó la charla, y Hermione intentó no estremecerse al oír el
estallido del fuego de las personas que se iban por la red Flu. Una y otra vez.

Terminó de vaciar su vaso, y la red Flu ardió unas cuatro veces más. No podría soportar
buscar otra vez a Ron cuando sabía que seguro se habría ido.

Esbozó una sonrisa forzada mientras cerraba el pesado volumen dentro de su mente. Se puso
en puntas de pie, y lo perdió en algún lugar del estante más alto.

Ginny. Tenía que llegar a Ginny esa noche. Y a Oliver por la mañana.

Draco se excusó de repente. La tomó por el codo para rodear a los invitados por un lado.
Cuando la soltó, Hermione se encontró parpadeando frente a Blaise y a “Giuliana”. Volvió a
mirar hacia abajo.

Blaise dijo algo ligero, bromeando. Hubo una palmada en un hombro, y una respuesta de
palabras arrastradas. Pero la mente de Hermione ya estaba en otra parte, con la cabeza
inclinada y los ojos viendo a través de las pestañas.

Apenas había captado dos palabras de la conversación cuando finalmente lo vio: un destello
de cabello rojo fuego. Caía sobre los delgados hombros de un delgado cuerpo, una tela ceñida
se estiraba a lo largo de sus curvas.
Un hombre se inclinaba hacia ella para susurrarle mientras su mano bajaba por la espalda de
la muchacha. Avery. Conduciendo a Ginny hacia el Salón.

Hermione se balanceó sobre sus pies. Rozó un hombro con el de Draco, y él se detuvo a
mitad de una frase. Le llevó tres segundos para que su cabeza girara en la dirección correcta.

—¿Vamos a ver qué hay de nuevo en el Salón?— Preguntó.

Blaise murmuró su aprobación, y los cuatro se dirigieron hacia las puertas dobles.

La multitud estaba disminuyendo. Los ojos de Hermione pasaban por encima de todos,
buscando el cabello rojo. Estaban casi en la salida cuando se toparon con Narcissa. Hermione
tuvo que luchar contra el impulso de estirar el cuello para mirar por el corredor mientras
Narcissa besaba a su hijo en la mejilla, y daba una breve excusa para irse temprano.

El Salón ya estaba en pleno apogeo. Parecía que se había duplicado el número de Chicas
Carrow. Había chicas que servían, chicas sentadas en regazos bebiendo champagne, chicas
bailando en las plataformas. Draco la condujo hacia los sillones en los que solían sentarse,
pero estaban ocupados por unos extraños hombres con uniforme que Hermione nunca había
visto antes.

Los cuatro atravesaron el cuarto con luz tenue buscando un lugar para sentarse. Pasaron junto
a Theo, que lucía miserable mientras Cassandra le pasaba los dedos por los hombros. No se
veía a Oliver por ningún lado. Hermione alcanzó a ver a Dolohov con Pius Thicknesse en una
de las mesas del fondo, y cuando giró la cabeza en su dirección, ella bajó rápidamente la
barbilla.

Buscó alguna señal de Ginny, pero había demasiada gente, abarrotada en las mesas de juego,
aferrando a las chicas.

—¡Draco! ¡Blaise!

Marcus Flint les sonrió desde una silla cercana, Penelope estaba sentada en su regazo. No
levantó la vista, demasiado enfocada en pasarle los dedos por el cabello.

Flint señaló hacia su izquierda con la cabeza. —Estos sillones acaban de liberarse...—
Penelope se tragó el resto de sus palabras, besándolo con voracidad a la vez que se movía
para sentarse a horcajadas de él.

Draco los miró fijamente. Hermione vio que una vena palpitaba en su sien, antes de que tirara
de ella hacia un par de sillones vacíos. Blaise y Pansy los siguieron.

Hermione apenas se había sentado en la falda de Draco, cuando divisó a Avery. Se quedó
inmóvil.

Avery estaba de pie junto a la mesa de la ruleta, y Ginny estaba a su lado. Él se giró hacia
ella, y Hermione vio como Ginny bajaba la copa de champagne y soplaba los dados.

Él los hizo rodar y los hombres vitorearon. Ginny mantuvo los ojos fijos en la mesa a pesar
de todo, como si no pudiera soportar levantar la mirada. El estómago de Hermione dio un
vuelco, recordando que era la primera vez que volvía al Salón desde que fuera públicamente
“disciplinada”

Una ronda de lamentos; Avery había perdido su apuesta. Se encogió de hombros mientras
terminaba su bebida, y su mano se deslizó por los cabellos de Ginny y fue bajando hasta su
trasero. Dejó el vaso vacío con un golpe en la mesa y se puso de pie, arrastrándola hacia las
puertas que daban al Salón Borgoña.

Los ojos de Hermione se crisparon, pero antes de que pudiera volverse hacia Draco, él ya la
estaba poniendo de pie para levantarse del sillón.

—Blaise, tengo que ocuparme de unos asuntos—. Vio que las puertas se cerraban detrás de
Avery. —Serán solo unos minutos. Échale un ojo por mi.

Blaise lo miró boquiabierto, pero antes de que pudiera responder, Draco estaba encarando en
dirección al Salón Borgoña. Hermione sintió que tanto Blaise como Pansy giraban para
mirarla. Comenzó a sentarse otra vez en la silla, pero Blaise dio unas palmadas en el brazo de
su sillón y le hizo un gesto para que se uniera a ellos.

Le tomó un momento darse cuenta de lo que significaba. Se puso rápidamente de pie, se


acercó a ellos y se sentó en el apoya-brazos. Cruzó las piernas, se inclinó sobre el hombro de
Blaise y dejó que su mente divague.

Ginny esta noche, Oliver por la mañana. En cuanto a Ron… tendría que tener esperanzas.

Le temblaron los labios al recordar lo que le esperaba por la mañana. Y su mente se agudizó
con un sobresalto. Miró a Blaise, que tamborileaba los dedos en su vaso al ritmo de la
música.

Movió las piernas, y se inclinó sobre su oído. Él inclinó la cabeza. —Narcissa se irá con
Draco por la mañana. Tu y las chicas deben escapar antes del amanecer.

Volvió a inclinarse hacia atrás y vio que él tragaba saliva antes de enderezarse y dedicarle una
sonrisa, como si le hubiera dicho algo provocador. Tomó un largo trago de su bebida, y le
dedicó el más ligero de los asentimientos. Los ojos de Pansy pasaron de uno a otro.

Hermione siguió buscando en el salón, alternando la mirada entre las puertas del Salón
Borgoña y los nuevos invitados en las mesas de apuestas.

—Señorita Granger—, dijo una voz cerca de su hombro.

Hermione se dio vuelta y vio a una muchacha pecosa de cabello rubio, mirándola. Tenía
acento irlandés, y estaba usando un collar plateado. El cuerpo de Blaise se movió junto a ella.

—El Amo Malfoy quiere que la lleve con él.

Sintió como si le hubieran quitado el aire de los pulmones. Ginny. Había conseguido
convencer a Avery.

Hermione se levantó del sillón, pero Blaise se puso de pie con ella, tomando su brazo.
—¿Por qué no ha venido él a buscarla?

La chica frunció el ceño. —No lo sé, señor. Lo único que sé es que el Amo Malfoy me ha
pedido que la venga a buscar.

Hermione se volvió hacia Blaise, intentando dejarlo tranquilo, pero él estaba mirando a la
chica con los ojos entrecerrados.

—¿Hay algún problema, señor?— La chica cambió el peso de una pierna a otra.

Lentamente, Blaise negó con la cabeza. Y liberó su brazo.

Con una última mirada por encima del hombro, Hermione siguió a la chica a través del Salón.
Llevó a Hermione más allá de las mesas de apuestas y a través de las puertas dobles que
conducían al Salón Borgoña. El pecho se le tensaba cada vez más con cada paso.

La chica la condujo a través de puertas y corredores que solo había visto una vez, por las que
había corrido cuando Edimburgo se derrumbaba a su alrededor. Subieron por un tramo de
escaleras retorcidas y se detuvieron frente a una puerta con un intrincado diseño floral en la
madera. La chica abrió la puerta y dejó que Hermione pasara primero.

Era un cuarto apenas iluminado. Una enorme cama de cuatro postes se extendía hasta el techo
de piedra. Había una silla de madera detrás de un antiguo escritorio, y dos sillones frente a la
chimenea. La chica la siguió y se quedó de pie junto al escritorio.

Hermione se movió entre los sillones. El cuarto estaba vacío. Se volvió hacia la chica para
preguntar...

Y vio que unas lágrimas caían por sus mejillas pecosas. —Lo siento—, susurró la muchacha.
—Lo siento mucho.

Un viento helado se curvó en los pulmones de Hermione. —¿Por qué?

Una tabla del suelo crujió en el corredor, y Hermione se dio la vuelta para descubrir a
Antonin Dolohov en el umbral de la puerta.

Sus venas se convirtieron en ríos de hielo.

—Gracias, Cara—, dijo.

Cara sorbió por la nariz mientras se apresuraba a pasar junto a él y salir del cuarto. Dolohov
cerró la puerta detrás de ella y lanzó una serie de hechizos de bloqueo, encerrándola.

Hermione se quedó inmóvil mientras él se volvía. Su sangre palpitaba con fuerza. Cada
terminación nerviosa le gritaba que corriera.

Dolohov dio un paso al frente, y sus ojos se la tragaron como túneles negros.

—Te han vuelto a vestir de oro, Sangre Sucia—. Su voz se arrastraba como grava por su piel.
—La última vez que te vi de dorado, eras de mi propiedad.
Una ráfaga de adrenalina la inundó, estrechando su visión y haciendo bombear su corazón.
Había una ventana al otro lado de la cama. Había una chimenea, si tan solo pudiera tomar el
antídoto de su dobladillo y encontrar polvos Flu antes de que pudiera detenerla.

Dolohov avanzó otro paso. Inclinó la cabeza, como un lobo.

Su corazón se sacudía en sus costillas mientras intentaba pensar.

Si fuera capaz de huir a través de la chimenea sin su propietario, Dolohov le diría a los
demás. Draco sería capturado, interrogado, y lo matarían antes del amanecer.

Tenía que retrasarlo. Hasta que Draco volviera.

Levantó la barbilla. —No sé de qué se trata esto, pero si quieres negociar una Compartida,
tendrás que hablar con mi Amo.

Una sonrisa se estiró en la boca de Dolohov. Sus ojos negros brillaron. —Ambos sabemos
que nunca aceptaría.

—Bueno, entonces ahí tienes tu respuesta...—

—¿Y por qué crees que es eso, Sangre Sucia?— Avanzó pavoneándose. —Eres solo una
Muggle. Solo un coño apretado al final de un largo día.

Sus rodillas amenazaron con dejarla caer, pero hizo fuerza contra el suelo.

—Todos los demás han compartido sus Lotes. Pero el cachorro Malfoy no.

La miró con lascivia, sus ojos vidriosos se enterraban en ella con burla. Tenía que mantenerlo
hablando. Retrasarlo.

—Tu y los Malfoy no están en los mejores términos. Quizá si se lo pidieras amablemente...—

Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Como si fuera terriblemente gracioso.

—¿Crees que puedes obtener algo de los Malfoy con amabilidad?— Se secó los ojos, todavía
riendo. —No, no, para ellos somos todos lo mismo, tu y yo; nada más que la suciedad debajo
de sus zapatos a menos que tengas la sangre o las propiedades.

Él le sonrió con los dientes torcidos. —Tuve un asiento de primera clase para verte anoche,
sabes. Cenando como una sangre pura, vistiendo como una sangre pura.

Otro paso, y luego otro. Estaba apenas a un paso ahora.

—Pero los dos sabemos que debajo de todo eso eres solo una zorra inmunda. ¿No es así?

Un viento frío en sus oídos. Le tembló la piel.

—No puedo entrar a un cuarto sin que Lucius Malfoy me llame mestizo. Sin embargo, aquí
estás tu, una Sangre Sucia exhibida como una perra de sangre pura premiada.
La respiración de Hermione se convirtió en un rápido jadeo.

—No soy el único que lo ve. Bella solía bromear con que debías tener un coño de oro—. Su
mirada le recorrió el cuerpo, pasando por encima de su pecho, sus muslos. —Yo no estaba de
acuerdo. Le dije que recordaba lo cálido que se sentía tu coño en mi mano.

Sus dedos le acariciaron la cadera. Hermione saltó hacia atrás, pero su otra mano salió
disparada para aferrar su cabello. Ella gritó cuando él la empuñó y tiró de su cuello hacia
atrás. Le sonrió, y su varita le recorrió la piel y se hundió debajo de su escote. Ella jadeó,
arañando su pecho con las manos, pero era demasiado pesado.

Las magia vibraba en sus venas, caliente y frenética. Ella la hizo retroceder, esperando el
momento indicado...

—A esto me refiero—. Su aliento apestaba a Whisky de Fuego. —No eres una frígida perra
de sangre pura, ¿verdad, Granger? Eres la misma zorra Muggle que siempre has sido—. Se
inclinó hacia su oído. —Vamos a ver qué tan caliente estás.

Su mano se deslizó por su muslo, arrugando el vestido.

Ella se agitó, y la magia comenzó a crepitar a través de ella, y justo cuando se preparaba para
liberarla, una explosión atravesó la puerta.

Una ráfaga de madera y humo. Un grito que escapó de su garganta, y el agarre de Dolohov
todavía fuerte sobre su cuero cabelludo. Cuando se aclaró su visión, había un agujero donde
solía estar la puerta, y Draco lo atravesaba corriendo.

—¡Expelliar…!—

—¡Avada Kedavra!

La luz verde salió disparada de la varita de Dolohov, y Hermione gritó cuando Draco se
apartó del camino. Dolohov la sostuvo contra él como un escudo mientras apuntaba su varita
hacia Draco.

—¿A qué estás jugando, Antonin?— Su voz temblaba de furia mientras miraba a Dolohov a
los ojos. —Ella me pertenece. No tienes ningún derecho sobre ella.

Hermione lo miró, jadeando, mientras Dolohov la apretaba con más fuerza contra sus
costillas. Le daba vueltas la cabeza.

—¿No lo entiendes, verdad Malfoy?— La voz de Dolohov retumbaba contra su espalda. —


¿Crees que voy a vivir lo suficiente como para disfrutar el final? ¿Crees que alguno de
nosotros lo hará?

—Ese no es mi problema—. El tono de Draco era como hielo. —Te hice una oferta, y
aceptaste mis términos.

—¿Tus términos?— Otro apretón que a Hermione le sacó el aire de los pulmones. —¿O los
de tu padre?
Draco estaba en silencio, mirándola. Le temblaba la mandíbula.

Dolohov soltó un resoplido bajo. —Tu papito no está aquí para protegerte, cachorro. Y con
un poco de suerte, esta noche recibirá una maldición por la espalda.

—Era mía para dártela. Era mi derecho de nacimiento. Yo te la he dado, no mi padre...—

—¿Y de qué me servirá la Mansión Malfoy cuando la derrumben hasta sus cimientos?

Hermione se congeló. Un zumbido en sus orejas.

Draco tenía el rostro pálido. —No puedes… tienes prohibido hablar de ello...—

—Sabía que era un mentiroso—. La voz de Dolohov estaba sin aliento. Casi sorprendida. —
Sabía que le había hecho algo a ese Juramento Inquebrantable. Espera a que le cuente a los
demás que Draco Malfoy entregó todo lo que tenía a su nombre por una inútil zorra Muggle.

Las palabras la golpearon como una rompiente de olas.

Draco había entregado la Mansión por ella.

Dolohov comenzó a reír otra vez, como si nunca hubiera oído algo más gracioso.

La varita de Draco tembló. Con los ojos clavados en ella, aterrorizados.

Una furia negra creció en su estómago. Su magia crepitó, lamiendo sus entrañas. El fuego se
arrastro por su piel mientras pensaba en los pisos de azulejo negro, y en los gritos de Luna y
de Parvati...

La magia fue corriendo por su columna hasta salir ondulando, y arrojó a Dolohov hacia atrás
con un gruñido.

Se echó hacia un costado mientras Draco lanzaba maldiciones, pero explotaron contra la
pared.

—¿Tu zorra tiene magia?— Apuntó los hechizos hacia Draco mientras Hermione corría
alrededor de la cama. —Estás muerto, Malfoy. Tu y tu padre.

Comenzó a avanzar, y Hermione solo pudo ver con terror como Draco contrarrestaba cada
maldición, cada una llegando más rápida que la anterior. Las paredes traquetearon al intentar
canalizar su magia para ayudarlo.

Los ojos de Dolohov se dispararon hacia ella, y tras un movimiento de varita, una luz roja
llegó hasta su pecho...

Un fuego blanco y candente le encendió la piel. Sus huesos se abrieron y su garganta se


atascó de lava mientras gritaba.

La maldición se disipó, y quedó jadeando en el suelo, con los músculos agarrotados y el dolor
todavía atravesándola.
Los gritos llenaron sus oídos. Se arrastro de rodillas y gateó.

Dolohov estaba de pie encima de Draco, de espaldas a ella. Draco estaba gritando,
retorciéndose en el suelo.

Se le detuvo el corazón. Le temblaron las piernas mientras hacía fuerza para ponerse de pie,
lista para arrojarse encima de él. Cualquier cosa para hacer que dejara de gritar.

Dio un paso inestable hacia adelante mientras su mente zumbaba, suplicándole que pensara, y
sus ojos se fijaron en la varita de espino de Draco, a pocos pasos de allí.

Sus rodillas casi se doblaron mientras se apresuraba a recogerla, la tomó del suelo y volvió a
levantar el cuerpo. Los gritos de Draco la atravesaron como un cuchillo cuando levantó la
varita.

—Avada Kedavra.

Se escuchó un crujido. Una fisura. Un escalofrío le recorrió el pecho, y entonces… un


silencio.

El cuerpo de Dolohov se derrumbó.

Draco estaba jadeando, recuperando el aliento. Le dijo a sus piernas que corrieran hacia él.
Pero una parte de ella se estaba escapando...

Un fragmento estaba cayendo.

Miró la punta de la varita, preguntándose a dónde había ido.

Draco se puso de pie a trompicones, sudando y temblando. La miró fijamente con algo
ardiendo en sus ojos.

El sonido regresó a ella, haciendo eco en sus oídos. Draco miró hacia la puerta, y ella se
percató de que el sonido venía de afuera, y subía corriendo los escalones.

Draco se acercó a ella tambaleándose, tomó la varita de sus dedos, y apuntó al cuerpo de
Dolohov justo cuando Rabastan y Rookwood irrumpían por la puerta destrozada.

Se hizo silencio otra vez.

Rookwood dio un paso al frente. —¿Qué ha pasado aquí?

—Lo encontré queriendo abusar de mi Lote. Lo confronté, y él me atacó. Revisa su varita.

—Mierda—. Rabastan arrancó la varita de Dolohov de su mano y lanzó un Prior Incantato.


Los hechizos brotaron de la punta, uno tras otro. Cruciatus, maleficios, Maldiciones
Asesinas.

Rookwood miró el cuerpo de Dolohov, con una expresión preocupada. —Al Señor Tenebroso
no le gustará esto, Draco.
Draco se aclaró la garganta. —¿Y se supone que no debo defenderme si mi vida y mi
propiedad están en peligro?

—Aún así. Tendrás que explicarle esto a él. Por qué llegaron a esto—, dijo Rookwood, y
Rabastan maldijo otra vez. —Se va de viaje esta noche, y no sé cuándo volverá. Pero cuando
lo haga, tendré que informarle de esto.

Draco asintió. —Tengo que llevar a mi Lote a casa.

Rabastan apartó la mirada del cuerpo de Dolohov. —Ve a casa, Draco. Nos ocuparemos del
cuerpo.

—Vendré por la mañana—, dijo Rookwood.

Draco asintió de nuevo.

Los ojos de Rookwood los siguieron por el cuarto mientras Draco la conducía hacia la
chimenea. Invocó los polvos Flu y llamó a la Mansión Malfoy.

Salió a trompicones de las llamas hacia el cuarto de Draco.

Draco la tomó de los hombros. —¿Estás bien? ¿Te lastimó?

Todavía sentía un viento hueco en el pecho mientras miraba sus ojos, grises y cálidos.

Negó con la cabeza. —Estoy bien.

No lo estaba.

Las lágrimas le nublaron la vista mientras él la recorría con las manos, lanzando Tergeos y
curando los moretones. Pero el dolor no estaba en su piel.

Lloró, con el pecho destrozado por la pena. Le había fallado a Ginny. Y se iban a llevar lejos
a Draco también.

Quizá nunca lo volvería a ver.

El reloj encima de la chimenea marcaba diez minutos pasada la media noche. Quedaban
menos de cinco horas.

Él le acarició el cabello, y sus pulgares recogieron sus lágrimas. Ella intentó tomar una
bocanada de él. Saborearlo.

Aferró sus hombros mientras se calmaba su respiración. Sus ojos dejaron de lagrimear.

—Granger—. Deslizó las manos por sus brazos. —El Señor Tenebroso se enojará por lo de
Dolohov. Cuando él me interrogue, puede que...—

Ella escuchó que tragaba en seco.


—Llamaré por Flu a mi padre por la mañana. Quizá lo más seguro sería que mi madre y tu
fueran a Grimmauld Place. Si él descubre la verdad...—

Un sollozo se escapó de sus labios, y la represa volvió a estallar.

Él la envolvió entre sus brazos, susurrando disculpas en su cabello.

Cualquier sueño loco que podría haber tenido había desaparecido. Él y Narcissa tendrían que
partir a primera hora antes de que el Señor Tenebroso pudiera convocarlo. No había otra
esperanza, no había otra alternativa.

Tenía que irse.

Ésta era su última noche con él, y los minutos se escurrían como arena entre sus dedos.
Podría haber pasado toda una vida haciéndole preguntas. Contándole todos los secretos que
había mantenido encerrados, como las notas en su joyero.

Levantó la cabeza de su túnica.

Él no la miró a los ojos, todavía estudiando su mandíbula en busca de heridas. Los dedos de
él eran ligeros encima de sus mejillas, recogiendo sus lágrimas.

—Entregaste la Mansión Malfoy por mi.

Él asintió lentamente. —Tras la muerte de mi padre, con la condición de que Dolohov no


tuviera nada que ver con eso, la Mansión sería suya, al igual que mi herencia.

—¿Por qué?

Él estaba en silencio e inmóvil. Sus costillas dejaron de moverse.

—Draco.

Tragó saliva, y cuando la miró, sus ojos estaban claros.

—Tenía sentimientos por ti en la escuela—. Brotó de él, como si se abriera un grifo. Sintió un
aleteo en el pecho. Como si algo adentro de ella estuviera intentando alcanzarlo. —No era…
Siento que tengas que enterarte de esta manera.

Sus ojos se apartaron, como si le doliera mirarla.

—Draco...—

—Pero no se suponía que… no debería haber sido nada. Se suponía que Potter ganaría. Y se
suponía que tu estarías con Weasley—. Draco cerró los ojos con fuerza, y cuando los abrió
estaban húmedos. —Pero Potter no ganó. Y tu… tu no...—

Había una melodía en sus venas, danzando al ritmo de su corazón. Le daba vueltas la cabeza.
La parte de ella que que se había quebrado parecía no importar más.
—Intentaste comprarme en la Subasta… porque sentías algo por...—

—Porque te amo—. Levantó los ojos hacia ella. Gris cálido.

Las palabras hicieron eco en sus oídos.

Las fotos de ella en su cajón.

Las cosas que había accedido a hacer, solo porque ella se las pidió.

El motivo por el que nadie más podía tocarla.

Un volumen inédito en su bandeja de desayuno.

Hermione lo besó, volcando su alma dentro de él a la vez que él se inclinaba hacia sus labios.
Suspiró, y le rodeó los hombros con los brazos.

Las manos de él se deslizaron por sus costillas, curvándose por su espalda. Ella se apartó, y
apretó la frente contra la suya.

—Draco, yo también. Te a...—

Él la besó, deslizando la lengua dentro de su boca, y ella gimió antes de apartarse.

—Yo...—

—Shh. No...— Hizo un gesto con la cabeza, mirando sus labios. Hermione frunció el ceño, y
vio que su ojo se crispaba. —Me preguntaste por qué. Tenía que decírtelo aunque sea una
vez. No me lo digas tu a mi.

Ella abrió la boca para discutir, pero él la inclinó para besarla otra vez, debilitando sus
resoluciones mientras deslizaba una mano por su espalda. Se puso en puntas de pie y apretó
su cuerpo contra el suyo mientras los dedos de él se enredaban en sus rizos.

Ella se lo demostraría, si no dejaba que se lo dijera. Podría decírselo antes del amanecer.

Él se apartó, pero ella tiró de él.

—No quiero descansar.

—Bien—. Él la levantó, y ella enredó las piernas alrededor de su cintura. Sus lenguas se
entrelazaron mientras trastabillaban hacia la cama.

Él la arrojó sobre el colchón y comenzó a quitarse la túnica y desatar sus botas. Ella se quitó
los zapatos con los pies y se arrancó el vestido, arrojando el collar al otro lado del cuarto.

Los ojos de él ardían encima de ella mientas se quitaba el sostén y las bragas, y se arrodilló
para ayudarlo con su camisa. Le pasó los dedos por el cabello, acercó su cabeza y lo besó
mientras él se quitaba los pantalones. Ella apretó el pecho contra el suyo, y él gimió,
olvidando sus botones y lanzando las manos hacia sus caderas.
Las palmas de él se llenaron de su trasero, y ella sonrió cuando él soltó una maldición sobre
su hombro.

Sus labios presionaron contra su sien. —No te imaginas las cosas que te quiero hacer,
Granger.

Sus entrañas se licuaron. Jadeó mientras él arrastraba los dientes por su oreja. Su cuerpo
comenzó a calentarse, a palpitar por él mientras sus manos le amasaban el trasero, y se
deslizaban más cerca de su núcleo.

Y la otra mano se acercó aún más.

—Dime—, susurró. —Muéstrame. Por favor.

Él se quedó inmóvil, y entonces un gemido brotó de sus labios. —Granger...—

—Por favor, Draco.

Le pasó las uñas por el pecho desnudo, y fue como si se accionara un interruptor. Él la tomó
por la cintura y la giró para ponerla en cuatro patas. Una mano presionó entre sus omóplatos,
empujándola hacia el colchón.

Las manos de él estaban en su trasero, apretando y pasando sus dedos encima de su núcleo.
Ella inclinó las caderas y arqueó la espalda, y él gimió.

—¿Pensabas en esto en la escuela?— Jadeó ella.

La respuesta fue su lengua deslizándose entre sus pliegues. Todo su cuerpo se sacudió, pero
entonces él extendió su mano por la base de su columna, trazando círculos con el pulgar
mientras su lengua se movía sobre su clítoris.

Ella curvó los dedos en las sábanas mientras él barría tramos gruesos con su lengua. Ella
pensó en la manera en que la había tendido sobre la mesa de pociones para esto.

No hay otro lugar donde quisiera estar, Granger.

Lava fundida se extendió por sus músculos. Gimió cuando él tomó su clítoris entre los labios,
y jadeó mientras lo chupaba. Luego su boca había desaparecido, y estaba hundiendo sus
dedos en ella. Enterró el rostro en el colchón y sus muslos temblaron, retorciéndose mientras
él la encendía en llamas.

—¿Se siente bien?

—Si—, jadeó. —Si, pero te quiero a ti.

Él le besó el trasero, y dejó que sus dientes le rozaran la piel antes de cambiar al otro lado.
Ella suplicó para que le dejara una marca.

Los dedos de él la abrieron antes de retirarse. Ella se levantó sobre sus manos otra vez y miró
por encima del hombro. —Más.
Su mirada era ardiente al asentir, y sus manos volvieron a bajarse los pantalones. Ella se
volvió de espaldas mientras él trepaba a la cama. Besó su muslo, y sus labios se deslizaron
suavemente sobre su centro antes de pasar a la cadera. Ella se retorció debajo de él mientras
él le acariciaba el estómago con la boca, acercándose más y más a su pecho.

Ella estiró los dedos hacia su cabello, y tiró de él hacia arriba, pero él se resistió, soplando
aire caliente entre sus senos mientras ella gemía.

Su lengua se movió encima de sus pezones, y ella echó la cabeza hacia atrás. Él cerró los
labios encima de uno de sus pechos, y ella envolvió las piernas alrededor de su cintura. Su
miembro rígido entre ellos, enterrándose contra su vientre a la vez que él la succionaba, y sus
dedos acariciaban el otro seno mientras ella maullaba.

—Dime—, suplicó. —Dime todo lo que querías.

—Quería esto—. Pellizcó ligeramente su pecho mientras sus labios apretaban su otro pezón,
enviando ondas eléctricas hacia su centro.

—Oh, dios—. Sus uñas se enterraron en sus hombros. —Oh dios, Draco.

Él besó su estómago, y ella separó los muslos para él. Cuando sus labios alcanzaron su
clítoris, ella se arqueó hasta el techo.

Él hizo presión para abrir sus rodillas contra el colchón mientras lamía y succionaba,
llevándola más y más lejos hasta que se encontró en la cima de una alta montaña, suplicando
poder caer al otro lado. Aferró su cabello con las manos mientras cantaba su nombre, y sus
caderas se mecieron contra su boca.

Los dedos de él empujaron hacia adentro, y la voz de ella cedió cuando finalmente él cerró
los labios encima de su clítoris y succionó.

Vio blanco detrás de los ojos, su espalda se arqueó y sus dedos arañaron las sábanas. Sus
caderas se movieron contra él, y él se estremeció y gritó mientras se dejaba caer.

Cuando el cuarto volvió a ella, se escuchó a si misma gimoteando incoherencias mientras


Draco la lamía, sosteniendo sus piernas abiertas y bebiendo cada gota de ella.

Movió las piernas para erguirse, y tiró de él hasta caer juntos sobre el colchón. Lo besó,
saboreándose a si misma de su lengua. Estiró una mano hacia su miembro, balanceándose
contra su estómago, lo apretó y comenzó a acariciarlo.

Él gimió contra su boca, y ella le mordió los labios.

—¿Cuándo comenzó para ti? Por favor, dime— susurró.

Él cerró los ojos, separando los labios por el placer mientras ella lo masturbaba, girando la
muñeca en la punta como a el le gustaba. —En cuarto año.

La mano de ella se detuvo, pero él la besó rápidamente, como si pudiera borrar sus palabras.
Él apartó su mano, y besó su cuello mientras se acomodaba entre sus muslos.
Ella envolvió los brazos alrededor de sus hombros y apretó sus caderas con las rodillas. Él
apoyó el pene contra su entrada, y ella echó la cabeza hacia atrás mientras él se empujaba
hacia adentro. Respiró profundamente, relajando los músculos hasta que tocó fondo.

Abrió los ojos y él la estaba mirando, con las pupilas completamente dilatadas. Ella se lamió
los labios, y él siguió el movimiento.

Empujó más profundo. Sus pestañas temblaron mientras gemía.

—¿Cómo me querías tener?

Ella tenía que saber. Su aliento cálido le llegó al rostro.

Él bajó hasta cubrirla por completo, el peso de él empujando adentro de ella contra el colchón
mientras se hundía aun más en ella. —Justo así—, susurró.

Apretó los labios contra los suyos, y sus caderas rodaron más. Ella separó los labios, y sus
brazos se envolvieron con más fuerza alrededor de su espalda. La lengua de él recorrió la
suya suavemente mientras él encontraba un ritmo dentro de ella, sin dejarla nunca del todo,
alcanzando algo bajo y profundo en cada embestida. Ella jadeó en cada respiración, y sus
ojos comenzaron a rodar hacia atrás.

Sus caderas intentaron alcanzar las suyas, y él bajó una mano para subir una de sus rodillas
hacia su pecho. Un gemido bajo la abandonó cuando él volvió a deslizarse dentro de ella,
llenándola tan profundamente que sabía que nunca podría olvidar la forma que tenía.

Mientras los labios de él recorrían su cuello, ella recordó que él se iría por la mañana, y por
un momento, quiso irse con él. Estar con él para siempre.

Su coño palpitó, y las lágrimas le llenaron los ojos. Él aceleró el ritmo, gimiendo contra su
hombro, y su mano apretó su rodilla.

¿Qué tal si nunca más lo volvía a ver? ¿Y si éste era el final?

—Hermione...—

Ella jadeó. Él le dio un beso en la mejilla mientras sus caderas se mecían dentro de ella con
un ritmo enloquecedor.

—Merlín, Hermione...—

Se le contrajo el pecho de deseo. Su coño se apretó alrededor de él. Su cuerpo gritó,


suplicándole más. Más de él. Más tiempo.

Le arañó la espalda con los dedos mientras las lágrimas caían de sus ojos. Ella levantó la
mirada hacia el techo, sintiendo las finas hebras de su cabello contra la mejilla mientras él
empujaba más profundo.

Sus paredes temblaron alrededor de él, pero no era suficiente. Él conocía su cuerpo tan bien
para entonces. Bajó una mano hacia donde estaban conectados, y cambió el ángulo de sus
embestidas ligeramente.

Su espalda se arqueó. Y su garganta soltó un grito. Él apretó su boca contra la suya y se tragó
los sonidos mientras sus dedos hacían presión contra su clítoris.

—Te amo, Hermione.

Ella vio estrellas detrás de los ojos, tan cerca, tan cerca. Los dedos de sus pies se curvaron, y
su cuerpo estaba casi allí.

—No pares. No pares, Draco. Te a...—

Él volvió a presionar sus labios contra los suyo, bebiéndose las palabras. Sus dedos apretaron
frenéticamente su clítoris, y su miembro se arrastró deliciosamente encima del punto
perfecto, una y otra y otra vez...

Su cuerpo se abrió con un estallido. Como si el sol estallara. Voló, atada a él, mientras hundía
sus caderas lo más hondo posible, haciéndole el amor. Había luz de estrellas en el universo.
Se deslizó de regreso a la tierra a tiempo para escucharlo gemir, para sentirlo pulsar y
vaciarse dentro de ella. Sus caderas empujaron dos veces más, todos los músculos tensos de
placer.

Sus dedos estaban en su cabello, aferrando sus rizos y frotando su cuero cabelludo. Su cuerpo
era pesado sobre su pecho.

Solo unas pocas horas más.

Algo pinchó detrás de sus párpados. Las lágrimas le llenaron la vista otra vez, y mientras
Draco intentaba besar cada centímetro de su cuello y de su pecho, ella rezó para que no
cayeran.

—¿Qué sucede?

Él se apartó, y ella subió una mano para cubrir su rostro.

—Hermione...—

Ella sollozó, y se volvió hacia las almohadas para esconder el rostro. Solo tenía unas pocas
horas más para escucharlo llamándola Hermione. Para escucharlo decir que la amaba.

—Lo siento. No deberíamos haber tenido sexo después de todo lo que pasó...—

Las manos de ella lo acercaron más. —¡No! No. Yo te deseaba. Te deseo. Por favor no me
dejes. Por favor...—

Y entonces estaba llorando. Hipando. Enterró el rostro en su cuello mientras se aferraba a él.

No sabía cuántos minutos habían pasado hasta que sus hombros dejaron de temblar. Él rodó a
un lado de ella una vez que su respiración se estabilizó, y se acurrucó a su lado. Sus nudillos
le recorrieron las mejillas.
—Qué sucede.

Ella abrió la boca para decirle, para explicar el plan de Narcissa, pero lo único que salió fue
un suspiro entrecortado. Miró el reloj encima de la chimenea.

Pasada la una.

Tenía tiempo.

Podía esperar unas horas más.

—Sólo dime.

Él la atrajo hacia él, envolviéndola entre sus brazos, y ella apoyó la cabeza sobre su pecho.
Hermione escuchó los latidos constantes de su corazón, decidiendo que contaría cada uno de
ellos mientras él durmiera. Ella lo cuidaría, y lo despertaría una hora antes de que tuviera que
irse. Podría decirle entonces.

Los dedos de él le acariciaron el cabello.

Ella mantuvo los ojos fijos en el reloj.

Su corazón murmuraba bajo las yemas de sus dedos.

Podría dormir todo el día de mañana. Iba a quedarse despierta.

Lo haría.

~*~

Hermione se despertó de un sobresalto. Sus ojos pasaron por encima del cuarto oscuro
mientras el corazón se le aceleraba, buscando a Draco. No había nadie en la cama junto a
ella.

¿Se lo había perdido? ¿Ya se habían ido?

La puerta del baño se abrió, y sus ojos se inundaron de luz antes de que se apagara la
lámpara. Draco cerró la puerta detrás de si. Con el pecho todavía desnudo. Se había puesto un
bóxer.

—Siento haberte despertado—, susurró.

—¿Qué hora es?— Le tembló la voz.

—Las cuatro y media. Solo me levanté para ir al baño.

El corazón comenzó a golpear contra las costillas. Se había quedado dormida.

Se movió hacia Draco apenas estuvo al alcance, y lo tomó por los hombros.

—Qué...—
—Tenemos treinta minutos, Draco. Por favor escúchame—. Se le contrajeron los pulmones.
—Han atacado Italia.

Draco se puso rígido. —¿Cómo lo…?—

—Tu madre me lo dijo ayer—. Se debatió para encontrar las palabras. —No falta mucho para
que el Gran Orden caiga, y ella quiere que te diga que tienes que… que tienes que...—

Las palabras se ahogaron con un sollozo. Destrozaron su cuerpo.

—Tranquila.

—Tienes que irte con ella, Draco. Ahora.

Las manos de él tomaron su rostro, y sus ojos buscaron los suyos a la luz de la luna. Las
lágrimas se deslizaban por sus mejillas y entre sus dedos. —Hermione.

—Le prometí que estarías listo. Pero yo tengo que quedarme—. Se le agitaba el pecho
mientras lloraba, aferrándose a él. —Pero antes de irte, por favor déjame decirte que yo te...

Las paredes de la Mansión se sacudieron. La ventana estalló y los pisos gruñeron, como si
algo desde el centro de la tierra se hubiera despertado.

Draco la aferró con fuerza. Los ojos de Hermione se abrieron de terror y salieron disparados
hacia el cielo índigo detrás de las cortinas. Nada.

—¿Voldemort…?

Draco se movió rápidamente, atravesando el cuarto...

La puerta de la habitación estalló de sus bisagras, la madera astillándose por todas partes. El
cuerpo de Hermione se sacudió, luchando contra las sábanas para intentar seguir a Draco,
pero entonces su cuerpo fue lanzado hacia atrás con un estallido.

El terror se apoderó de ella mientras intentaba arrodillarse, preparándose para un destello de


luz verde.

—Draco...—

Dos figuras irrumpieron en la habitación, brillando a la luz de la varita.

—¡Accio varita!

Hermione se encogió hacia atrás cuando una pequeña figura se lanzó hacia ella.

—¡Hermione!

Ginny, su rostro pálido a la luz de la luna detrás de la punta de su varita.


No tenía cabello. Estaba rapado. Arrojó su capa encima de los hombros desnudos de
Hermione. Hermione parpadeó, esperando que la aparición se desvaneciera.

—Hermione—, dijo Ginny de nuevo, con la voz áspera mientras aferraba sus brazos. —Vas a
estar bien...—

Una maldición siseada desde un rincón. Un grito estrangulado.

—¡No!

Hermione se bajó de la cama a trompicones. —¡Basta!

Draco gimió, retorciéndose en el suelo, y Hermione se lanzó sobre el atacante.

Le gritó, arañando y golpeándolo.

Ginny gritó algo, y un gancho invisible tiró de ella hacia atrás.

Hermione trastabilló, preparándose para lanzarse otra vez, pero entonces sus ojos se
enfocaron hasta ver a Ron al otro lado de la varita.

Su cuerpo entero tembló. Sus pecas estaban igual que las recordaba. Un grueso vendaje sobre
el ojo izquierdo.

—Hermione—, dijo, y sonaba como una melodía que había olvidado por mucho tiempo. —
Estas a salvo ahora—. Tragó saliva. —Voldemort ya no está.

Hermione se tambaleó. Esperó que las palabras cobraran sentido.

—Es verdad.

Hermione giró rápidamente alrededor de Ginny. Siguió la luz de la varita hasta su mano,
sosteniendo la Varita de Sauco.

—Yo misma lo maté—. Sus ojos ardían como lo habían hecho los de Cho. Arqueó una ceja.
—La serpiente primero. Neville hizo los honores.

Hermione tomó una bocanada de aire. Luego otra. Ron estiró una mano hacia ella, y ella
retrocedió a trompicones.

La mano de él cayó. —Vé con Ginny—. Se volvió hacia Draco, que estaba de rodillas. —Yo
me encargaré de éste.

—¡No!— Hermione se lanzó frente a él. No podía respirar. —Ron, no puedes hacerle daño...

Ron la miró por encima de la luz de la varita. Como si la viera por primera vez.

—No—. La voz de Draco sonó áspera detrás de ella. —No lo hagas, Granger. Ve a buscar a
mi madre.
—Hermione...— Ginny estiró una mano hacia ella, y ella la apartó.

—Por favor—. Hermione estaba sollozando otra vez. —¡Está de nuestro lado! Él… él es…—

Ginny la atrapó esa vez. Tiró de ella con más fuerza de la que Hermione sabía que tenía. —
Ven conmigo. Todo va a estar bien...—

El firme agarre en su brazo la arrastraba lejos. Hermione se debatió, y vio a Draco mirándola
como si fuera la última vez.

Cada paso la empujaba más hondo en las aguas heladas. Sus extremidades luchaban. Sus
pulmones se contraían.

Salva a Draco.

—Espera—. Ginny dio un tirón, pero los pies de Hermione se afirmaron contra el suelo. —
Hay una varita extra en su cajón—, jadeó.

Ginny vaciló.

Hermione miró a Ron, suplicándole con los ojos. —Me vendría bien una.

Su corazón latió una vez. Dos veces.

Ron inclinó la cabeza, y Ginny le soltó el brazo.

Hermione sintió el pulso en la yema de sus dedos mientras caminaba hacia la mesa de luz de
Draco, los pies silenciosos en la alfombra. Escuchó su respiración entrecortada en el silencio.

Abrió el cajón, y pasó los dedos por encima de las chucherías, envolviéndose alrededor de un
pañuelo con una pequeña esfera dentro.

—Draco—. Giró sobre sus talones y se lo arrojó, la canica se elevó en el aire mientras se
desenvolvía del pañuelo. Los ojos de él se abrieron y su mano salió disparada, como si se
estirara hacia la Snitch.

Se miraron a los ojos, y ella vio un destello de reconocimiento en el momento en que el


Traslador tocaba sus dedos.

Y entonces había desaparecido.

Chapter End Notes

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 37
Chapter Notes

Nota de Autor

Un ENORME agradecimiento a Raven-Maiden y Saint Dionysus.

También ha habido una gran afluencia de nuevos lectores debido, en parte, creo, a
TikTok (Bendito DracoTok). Así que HOLA a todos, y gracias al usuario @sirensreads
por recitar este fic a MILES. Eres un amor.

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Las cortinas se agitaron. El sonido desapareció en el vacío.

Detrás de los párpados de Hermione había una huella de la silueta de Draco; sus ojos sobre
los suyos, y su mano estirándose hacia ella.

—¡NO!

Hermione parpadeó, y había desaparecido.

Había un zumbido en sus oídos cuando alguien se tambaleó hacia adelante, aferró su muñeca
y arrojó el pañuelo a un lado.

—Hermione—. La voz de Ginny temblaba. —Hermione, tu...—

No terminó de decirlo.

Hermione giró, aturdida, y vio a Ron volcar los sillones y dar vuelta su mesita de café. Corrió
hacia las ventanas para abrir las cortinas, como si Draco simplemente se estuviera
escondiendo.

Luego giró en su dirección, con una expresión que solo le había visto cuando tenía un
relicario colgando encima del corazón.

—¿Qué has hecho?— Susurró.

La mirada de Hermione cayó sobre el lugar donde Draco había estado arrodillado apenas
unos segundos atrás.

Todos esos meses, y nunca le había preguntado a dónde iba. Podría estar al otro del mundo en
este momento.

Pero había conseguido sacarlo. Eso era lo único que importaba.


—Hermione, escúchame—. Ginny aferró sus hombros. —Dime a dónde lo mandaste, y
solucionaré esto. Nadie tiene que saberlo...—

Los labios de Hermione se separaron para tomar una bocanada de aire, pero antes de que
pudiera hablar, se oyeron unos fuertes pasos en el corredor. Ginny giró la luz de la varita
hacia la entrada de la puerta justo cuando el rostro lleno de cicatrices de Bill Weasley
aparecía. Lanzó una rápida mirada a los tres antes de hablar.

—Malfoy no está aquí. Acabo de mandar un Patronus a Roma—. Miró por la habitación. —
¿Dónde está Draco?

Los ojos de Ron se posaron en ella. —Él...—

—Había un Traslador—, dijo Ginny. —Consiguió escapar.

Bill soltó una maldición, y se pasó una mano por el cabello. —De acuerdo. Vamos. Tenemos
a Narcissa lista para transportar.

El cuarto empezó a girar. El corazón de Hermione dio un vuelco. —¿Dónde está ella?

—Ha sido detenida—, dijo Bill. —La tenemos abajo...—

Hermione salió disparada como un cohete, escapando del alcance de Ginny y pasando por
encima de Bill. Corrió por el corredor, con los gritos de Ron en sus oídos. Un Hechizo
Aturdidor pasó muy cerca de su hombro.

—¡No lo hagas!— Gritaba Ginny. —¡Hermione…!

Corrió escaleras abajo, apretando la capa a su alrededor. Había gente en la entrada. Siluetas a
la luz de la varita, y altas sombras arqueadas en los retratos.

Hermione tropezó en el primer rellano cuando la luz le llenó la visión. Las voces le gritaban
en francés y en inglés, y las varitas apuntaban en su dirección.

El lugar estaba lleno de personas desconocidas. Una fila de baúles arreglados para viajar
contra la pared del fondo, los elfos, aturdidos, junto a ellos. En el centro, una mujer
enfundada en una bata, con las manos amarradas frente a ella. De rodillas, como había estado
su hijo.

—¡Hermione!— La voz de Narcissa era frágil.

Hermione corrió, los gritos se desvanecían bajo los latidos de su corazón. Saltó el último
escalón y una sombra en la entrada la tomó por el brazo.

—Ya no puede lastimarte—. Dijo un hombre extraño, en un inglés forzado. —Estás a salvo.

Hermione gruñó, intentando liberarse.

Narcissa luchó contra sus ataduras mientras un mago alto se inclinaba sobre ella. —¿Dónde
está Draco? Hermione, dónde...—
—¡Silencio!— Se escuchó un crujido agudo cuando la golpeó. Narcissa soltó un grito.

—¡No!— Hermione se soltó, corriendo junto a Narcissa y empujando el guardia a un lado. Se


arrojó encima de ella, protegiéndola con los brazos. —¡No la lastimen!

Las voces se elevaron a su alrededor, discutiendo.

Narcissa volvió la cabeza hacia atrás para mirar a Hermione, con los ojos salvajes y
desesperados. —¿Draco?

—No lo sé. Lo… lo envié lejos—. Los pulmones de Hermione lucharon por aire. —Había un
Traslador. Conseguí sacarlo.

Narcissa sollozó, jadeando. Sus manos atadas se acercaron para aferrar las de Hermione.

Y entonces los brazos de Ron la arrancaron de su lado, la levantaron y la alejaron.

Hermione se debatió, estirándose y retorciéndose. —¡Suéltame! ¡Ron, déjame…!

El cuarto dio vueltas, y entonces estaba frente a Bill Weasley a la luz de la varita. Sus ojos
entrecerrados, agudos y asesinos.

Sentía la cabeza aturdida mientras lo miraba, jadeando.

La Verdadera Orden estaba aquí. Estaban liberando a los Lotes y tomando prisioneros y ella
tenía que convencerlos de que no lastimaran a Narcissa. Abrió la boca para hablar...

—¿Es verdad?— Bill giró a su izquierda, hacia Ginny. —¿Le dio un Traslador a Draco?

Ginny dejó caer los dedos de sus labios. —Dame un minuto con ella y descubriré dónde está.
Ella está en shock...—

—Escúchenme--. Hermione intentó liberarse otra vez. —Los Malfoy no soy quienes creen
que son. Tengo pruebas...—

—No hay tiempo para esto, Bill—. Un extraño avanzó desde las sombras; Roger Davies. —
Tenemos que dar prioridad a Travers y a Selwyn. Nos encontraremos con los
Norteamericanos en una hora.

La mandíbula de Bill se endureció mientras se volvía hacia Ron. — Llévala a San Mungo.

Se hizo una pausa que se alargó durante varias vidas. Hermione se balanceó sobre sus pies.

Un fuerte apretón en sus brazos tiró de ella.

—¡No!— El pánico se extendió por su cuerpo como las aguas de un río. Hermione gritó y
pateó mientras Ron se la llevaba. —¡Déjame! ¡Suéltame!

Ginny se quedó inmóvil frente a las escaleras, observando en silencio.

—¡No la lastimen! ¡Está de nuestro lado!


Bill Weasley levantó la varita, y lo último que Hermione escuchó fue: —Desmaius.

~*~

Soñó que se ahogaba.

Pataleó en las aguas profundas hacia una oscura orilla que se alejaba más y más. Salio a la
superficie y vio a Draco en la arena, esperándola.

Luchó contra las olas, golpeando el agua, y agotando su cuerpo por intentar alcanzarlo.

Él levantó las manos, con los dedos extendidos, como si se estuviera estirando por algo.

Sus piernas se agitaban, su respiración era aguda y superficial, mientras luchaba por
mantenerse por encima del nivel del agua. Por quedarse con él.

Una mano delgada y pecosa se envolvió alrededor de su tobillo, y la arrastró hacia abajo.

~*~

—Rennervate.

Hermione salió a la superficie con un grito ahogado, y se incorporó de un salto. Sus ojos
giraron enloquecidos buscando a Draco...

Encontró un cuarto de hospital con cortinas verdes.

Ginny Weasley estaba sentada en la punta de la cama, sosteniendo una varita. Hermione
parpadeó una vez. Dos veces.

Seguía ahí.

Tenía la mirada cautelosa, las piernas tensas. Hermione la miró. Lucía aún más pequeña sin
cabello, el sweater azul colgando sobre sus hombros delgados.

Una lágrima se filtró por el rabillo del ojo de Hermione. La apartó a un lado. —Ginny.

La sonrisa de Ginny era tensa. —Te dije que te encontraría.

—¿San Mungo?— La garganta de Hermione se sentía en carne viva.

Ginny asintió lentamente.

Hermione se movió para salir de la cama, pero un dolor agudo en el costado la detuvo.

—Con cuidado—, dijo Ginny. —Tus costillas estaban magulladas cuando llegaste. Dijeron
que todavía te estabas curando.

Dolohov.
Hermione se miró a si misma. Estaba usando una bata de hospital verde pálido. —¿Cuánto
tiempo hace que estoy aquí?

—Un par de días.

Se le congeló la sangre. —¿Días?— Intentó tirar de las sábanas, pero Ginny estaba a su lado
al instante.

—Descansa—. Su boca era una fina línea mientras empujaba a Hermione hacia abajo. —
Estoy segura de que tienes preguntas. Te diré todo lo que quieras saber.

Un nudo se formó en el pecho de Hermione al ver a Ginny sentarse otra vez. Habían pasado
tres días desde que Draco despareciera de su alcance. Tres días desde que viera a Narcissa
rota y desesperada en el suelo.

Su mente zumbaba, pasando imágenes de canicas translúcidas y ojos celestes. Un Hechizo


Aturdidor rojo embistiendo su pecho.

La habitación se sentía apretada, caliente. Hermione hizo fuerza para respirar.

Sus amigos estaban equivocados. Pero debían estar bajo una inmensa presión. Ella también
había cometido errores en el calor del momento.

Deseó que su corazón dejara de galopar.

Sólo era Ginny, podía confiar en ella. Un vez que tuviera las respuestas, podía contarle acerca
de los Malfoy. Podía pedirle su ayuda, y elaborar un plan.

Cuando levantó la mirada, descubrió a Ginny mirándola.

—De acuerdo—, consiguió finalmente decir Hermione. —¿Dónde está Narcissa?

—Al principio la llevaron a Azkaban, pero ayer las celdas estaban desbordadas. La
regresaron a la Mansión Malfoy anoche. Está bajo vigilancia allí por ahora.

Hermione luchó por tragar. —¿Entonces han decidido que no es una amenaza?

Ginny se encogió de hombros. —Simplemente no es una prisionera de primera prioridad. No


sabía mucho. Ya la han interrogado.

Los dedos de Hermione se retorcieron en las sábanas. Narcissa era capaz de engañar incluso a
los más hábiles Legeremantes, pero no podía decirle eso a Ginny. Todavía no.

Ginny se movió para guardar la varita, y Hermione se quedó sin aliento al ver las marcas
conocidas.

La Varita de Sauco.

Ginny había matado a Voldemort. ¿Pero cómo?


A Hermione le daba vueltas la cabeza al bajar la mirada hacia su brazo. El tatuaje había
desaparecido. Solo quedaban las marcas de Bellatrix. Levantó la mirada rápidamente hacia
Ginny, que subió el brazo con una ceja arqueada. También estaba limpio.

Pero por supuesto que lo estaría. La Verdadera Orden había entregado el antídoto a Ginny y a
Ron esa noche.

—Me dijeron que había una poción en el champagne. En Edimburgo—, dijo Ginny.

Hermione la miró. Pensó en Charlotte serpenteando entre la multitud, pasando copas a cada
hombre, mujer y Lote.

—Tuvo un inicio tardío. Cuatro horas, más o menos.

El brindis había sido poco después de las diez.

Ginny la vio unir las piezas, con una expresión impasible en el rostro.

—Cuéntame todo—. Hermione no tuvo que elaborar. Ginny asintió, y subió las rodillas hasta
el pecho. Respiró hondo.

—No debe haber pasado más de una hora después de que Avery y yo abandonáramos
Edimburgo. Estaba tendida en la cama, esperando que se quedara dormido para volver a mis
aposentos.

Algo se retorció en el vientre de Hermione.

—Y sentí algo… una chispa. Adentro mío. Mi magia había vuelto—. La comisura de su boca
tiró hacia arriba, y luego cayó rápidamente. —Antes de que pudiera decidir qué hacer, algo
apareció a mi lado. Bajé la mirada, y la Espada de Gryffindor estaba sobre el colchón.

Hermione separó los labios en un grito silencioso.

Ginny subió una mano, como si fuera a colocar el cabello detrás de la oreja. En cambio, sus
dedos revolotearon encima de sus clavículas. Miró por la pequeña ventana a la izquierda de la
cama de Hermione.

—Le abrí la garganta. Me corté el cabello mientras él se desangraba—. Su mirada estaba


lejos. —Cuando terminó, tomé su varita, y corrí. Me Aparecí en Hogsmade. Tenía la espada,
estaba lista para matar a la serpiente, como me habías dicho.

El corazón de Hermione palpitaba con fuerza mientras Ginny continuaba.

—Estaba justo atravesando las barreras en el Cabeza de Puerco, cuando encontré a Neville,
haciendo lo mismo—. Una pequeña sonrisa curvó los labios de Ginny. —Mató a los
Rookwoods prendiendo fuego su cama. Ni siquiera necesitó una varita, aunque pudo
conseguir una de ellos antes de escapar.

—¿Él… qué?— Susurró Hermione.


Ginny se volvió hacia ella. —Lo sentiste, ¿verdad? ¿Cuando tu magia volvió?

Hermione negó con la cabeza.

—Merlín, nunca me había sentido tan fuerte. Apenas podía contenerla.

Ginny se quedó pensando, con los ojos vidriosos. Hermione guardó silencio.

—¿Neville?— Preguntó finalmente.

—Cierto. Bueno, él había venido directamente a Hogwarts, como yo. Y cuando le pregunté
por qué, él dijo, “no lo sé, pero Harry me dijo que mate a la serpiente. Así que eso es lo que
voy a hacer”.

Un sonido quebrado brotó de la garganta de Hermione antes de que pudiera contenerlo. Se


apretó los labios con los dedos, parpadeando para alejar la presión detrás de sus ojos.

Había tenido razón. Harry había sabido que era un Horrocrux. Le había dicho a Neville
acerca de la serpiente antes de dirigirse al bosque. Había dejado a otro en su lugar para
ayudarla a ella y a Ron.

Ginny bajó la mirada hacia su regazo. —Le di la espada, y atravesamos el pasadizo hacia la
Sala de los Menesteres. Encanté una moneda que encontré allí, igual que habías hecho tu. De
esa forma Neville podía decirme cuando la serpiente estuviera muerta.

Hermione esperó hasta poder confiar en su voz otra vez. —¿Cómo llegó a ella?

—Yo le dije cómo—. La ceja de Ginny se volvió a arquear. —Había estado en las mazmorras
donde Voldemort la tenía. Lo había visto lanzar las protecciones. Sabía cuántos guardias
había, y dónde.

La respiración de Hermione se acortó al imaginárselo. ¿Cuánto tiempo había estado Ginny


preparándose para esto, con una sonrisa tímida en el rostro mientras Voldemort le entregaba
las llaves de su propia destrucción?

La mascota favorita del Señor Tenebroso.

—Esperé hasta que sentí arder la moneda. Luego me escabullí al Gran Comedor, y lo maté.

Las palabras parecían hacer eco en las paredes. Cuando Hermione no pudo soportar más el
silencio, preguntó, —¿Cómo?

—La Maldición Asesina—, dijo Ginny con simpleza.

Levantó los ojos otra vez. Había un fuego en ellos que a Hermione le recordó a otra
muchacha. Una con el cabello color rubio fresa.

Una guerra hacía estragos el pecho de Hermione. Quería preguntar qué cara había puesto
Voldemort cuando la Maldición Asesina se precipitó hacia él. Quería preguntar cómo se
sintió cuando la luz había abandonado los ojos de Avery. Como se sentía respirar aire fresco
de nuevo.

Tragó saliva y se volvió a enfocar. —¿Dónde está Neville?

Ginny tiró de un hilo suelto de su sweater. —En el tercer piso. Recuperándose.

—¿Qué pasó?

—Nagini le clavó los dientes en un costado antes de morir. Justo debajo del corazón.

El pulso de Hermione se aceleró, pero el rostro de Ginny era calmo.

—Extraje todo el veneno que pude, y volvimos por el pasadizo de regreso al Cabeza de
Puerco. La Verdadera Orden estaba llegando justo cuando entrábamos. Encontré a Fleur, y
ella me dio un Traslador hacia la casa de Rabastan Lestrange. Llegué allí justo… justo
después de que liberaran a Ron.

Ginny se aclaró la garganta. Hermione cerró los ojos, imaginándoselo. Ginny volviendo a
conectarse con sus hermanos por primera vez en un año, brazos echados encima de los otros,
rostros sostenidos entre sollozos. Ginny mostrando a Ron la Varita de Sauco, y contándole
cómo la había conseguido.

—Y luego fuimos por ti.

Abrió los ojos de golpe para ver a Ginny mirándola otra vez. Su rostro era anhelante.

Los labios de Hermione temblaron. Quería saltar de la cama y abrazarla. Decirle cuánto la
había echado de menos, cuánto había soñado con ella, llorado por ella. Pero temía demasiado
haber perdido ese derecho en alguno de los pasillos de la Mansión Malfoy.

Ginny se estiró para tomar un trozo de tostada de la bandeja al pie de la cama de Hermione, y
se la ofreció. Hermione negó con la cabeza. Ginny se hundió en su silla, arrancando pedazos
con la punta de los dedos.

—Ellos quieren que te pregunte a dónde enviaste a Malfoy.

Las piernas de Hermione se sacudieron, y le temblaron las manos encima de las rodillas.
Ginny levantó la mirada hacia ella, ligeramente dolida.

—No lo sé. Él nunca me dijo a dónde iba el Traslador.

Ginny inclinó la cabeza, y torció los labios hacia abajo como solía hacer Molly cuando
confrontaba a los gemelos. —Pero incluso aunque lo supieras—, dijo lentamente, —no nos lo
dirías, ¿verdad?

Hermione exhaló con fuerza. —Ginny, no puedo imaginar las cosas que tuviste que atravesar.
Y sé que debes estar harta de escuchar esto, pero lo siento, Ginny. Lo siento tanto, tanto—.
La garganta de Hermione sufrió un espasmo. Se lo tragó. —Entiendo por qué asumes lo peor.
Pero tienes que creerme cuando te digo que no fue así para mi. Draco y yo nos queremos
mucho...—

Ginny se puso de pie rápidamente. —Yo no… no soy la persona indicada para que hables de
esto—. Retrocedió un paso. Ensanchando el abismo entre ellas.

—Ginny...— La garganta de Hermione se volvió a cerrar. Sus dedos se apretaron en las


sábanas. —Sé como debe sonar esto, pero él no es lo que crees. Él no es como Avery...—

—En serio—. Ginny cruzó los brazos sobre el estómago. —Que curioso que la última noche
que lo vi, estaba negociando con Avery por una chance de violarnos a las dos juntas.

—Eso no es… ¡no fue así!— Hermione sacudió la cabeza. —Él estaba allí porque yo quería
verte...—

—No lo hagas.

Las palabras le cortaron el pecho, desgarrándola.

El rostro de Ginny onduló ante su mirada. —Lo siento—, susurró. —Yo solo... no puedo.

—Ginny...—

—Tengo que irme—, dijo de repente. —Me esperan en Grecia.

Se hizo un silencio. Hermione contó los latidos de su corazón. —¿Grecia?

—En el frente. Ahí es donde está Ron. Solo vine a ver como estabas, pero deberías descansar.

Caminó hacia la puerta, escurriéndose entre sus dedos.

—Espera—. Hermione apartó el cobertor a un lado y bajó los pies de la cama. —Déjame ir
contigo. Quiero ayudar...—

—No es necesario—. Ginny tragó saliva. —Todavía te estás recuperando, y yo no estoy


autorizada a llevar nuevos reclutas de todas formas—. Respiró hondo y estiró una mano hacia
la puerta. —Solo quédate aquí y recupérate. Volveré tan pronto como pueda.

—Ginny, por favor—. A Hermione le ardían los ojos, y se empujó para ponerse de pie. —
Acabas de llegar, y yo no… No tengo idea de lo que está pasando...—

—Dejé unos periódicos para ti—, dijo Ginny. Tenía la voz estrangulada. —Explican las cosas
mejor que yo.

Cada respiración llegaba más rápida que la anterior. Hermione se tambaleó hacia su derecha,
y encontró una pila de diarios en su mesita de noche, y encima de todo, una foto del castillo
de Edimburgo en ruinas, con humo saliendo de sus escombros.

Jadeando, se tambaleó hacia la mesa. La puerta se cerró con un click cuando ella tomó el
diario y lo desplegó con dedos temblorosos.
VICTORIA EN EDIMBURGO; LA VERDADERA ORDEN AVANZA EN ATENAS, MADRID.

Por Andy Smudgley

Después de tres días de batalla, el Castillo de Edimburgo ha caído finalmente ante la


Verdadera Orden y sus aliados norteamericanos. Gracias al ingenio de la División para la
Defensa Mágica, la Verdadera Orden consiguió repeler el Arma de Muerte Masiva de la
Gran Orden, que fue liberado de manera continua durante las últimas 72 horas, en un
intento de evitar la incursión. Nuevos “misiles” mágicos provistos por M.A.C.U.S.A.
resultaron fundamentales para la victoria final. Fueron liberados temprano por la noche de
ayer, y consiguieron penetrar con éxito las barreras de protección de Edimburgo alrededor
de las ocho en punto.

Se estiman una docena de bajas para la Verdadera Orden, y unas ochocientas para el Gran
Orden. Hasta esta mañana, seis esclavos y treinta y tres prisioneros han sido extraídos de los
escombros. Los conocedores reportan que los Mortífagos Alecto y Amycus Carrow, los
llamados “Guardianes” de Edimburgo, están entre los sobrevivientes, ahora encarcelados.
El General Robert Pierre de Francia se ha negado a comentar.

El Jefe de Medimagos Hazel Ohlson de Gran Bretaña, que ahora lidera los esfuerzos de
búsqueda de los sobrevivientes, confirmó que el cuerpo de Charlotte Selwyn de 26 años, fue
localizado anoche. La pérdida de la Señorita Selwyn, una esclava convertida en ama de
llaves que operaba para la Verdadera Orden, fue un golpe devastador para la comunidad
mágica internacional. Para ver el obituario completo de la Señorita Selwyn, por favor pase
la p. 8.

La Verdadera Orden sigue dando un golpe aplastante al Gran Orden en toda Europa. Las
fuentes informan que la rendición es inminente en España. Grecia es el único país que se
sigue manteniendo oficialmente dentro del bastión de la Gran Orden. Más de dos mil
soldados de la Verdadera Orden están reunidos actualmente fuera de Atenas, y se esperan
más para el anochecer.

Las palabras se volvieron borrosas, y la tinta se expandió mientras las lágrimas de Hermione
se derramaban sobre el pergamino. Se hundió en el suelo, con una nueva tristeza brotando en
su pecho.

Charlotte estaba muerta. Su cuerpo estaba frío. ¿Habría estado sonriendo en el final como
Cho? ¿O había gritado, como la chica rubia fresa?

Podrían llenar un cementerio con sus cuerpos ahora. Lápidas y más lápidas de brujas y magos
y Muggles que habían dedicado el último año de sus vidas a un futuro que nunca llegarían a
ver.

Se pasó la mano por los ojos y recogió de nuevo el diario. Determinada a leer acerca de
Charlotte y enterarse quién había sido antes de ser forzada a usar un negligé y un collar de
plata.

Hojeó rápidamente las páginas, pero sus dedos se congelaron en la página siete. Tres rostros
familiares la miraban.
BUSCADOS: VIVOS O MUERTOS

INDESEABLE NO. 1 — BELLATRIX LESTRANGE

INDESEABLE NO. 2 — LUCIUS MALFOY

INDESEABLE NO. 3 — DRACO MALFOY

Sus ojos solo podían hacer foco en Draco.

Habían usado la foto que había salido en el Profeta algunos meses atrás. La punta de su varita
humeando, los ojos muertos, de pie junto a la Catedral de Basilea.

Verlo así se sentía como hundir más un cuchillo que ya tenía clavado entre las costillas. A
primera vista, podría lucir monstruoso. Pero ella podía ver las sombras bajo sus ojos, el modo
en que sus pómulos sobresalían.

Los sollozos agitaron su cuerpo, como si algo se estuviera abriendo camino fuera de su
pecho. El Profeta cayó al suelo, y ella subió las rodillas hasta la frente y lloró.

Ginny la había abandonado, Ron la había rechazado. Los Malfoy habían desaparecido. Y una
de las únicas personas que podrían haberla ayudado a probar lo que Draco había hecho por la
Verdadera Orden estaba muerta.

La fisura en su interior se hizo más profunda, más cruda, hasta que no quedó nada más.

Cuando las lágrimas finalmente se agotaron, volvió a estirar las piernas. Inclinó la cabeza de
nuevo contra la puerta y se quedó mirando al techo, concentrándose en el silencio de la
habitación.

La guerra afuera estaba casi ganada. Su batalla había apenas comenzado. No había tiempo
para la desesperación.

Ayudaría a castigar a los culpables. Compartiría todo lo que sabía para asegurarse de que
pagaran. Pero también defendería a las personas que la habían salvado, y que habían ayudado
a la Verdadera Orden de formas que apenas podían imaginar.

Le había prometido a Draco que lo exoneraría, y tenía la intención de cumplir. Era más que el
hecho de amarlo. Era la forma correcta de actuar.

Una energía renovada la atravesó, agudizando su mente y empujándola hacia adelante. Se


estiró para tomar el periódico, ignorando el dolor en las costillas, y comenzó a leer.

Se esperaba a Bellatrix Lestrange en Hungría. Había sido vista por última vez en el Castillo
de Hogwarts, la noche del dos de mayo. Lucius había desaparecido en Italia, y su último
paradero conocido era un búnker en el que Berge y Constantine Romano fueron encontrados
muertos. Y Draco Malfoy… podría estar en cualquier parte. Había eludido su captura en
Wiltshire, decía el periódico.
Había una recompensa de diez mil Galeones a cualquier información que llevara al encuentro
o la captura de cualquiera de ellos.

Las sienes de Hermione palpitaron. Bellatrix estaba muerta en el Bosque Prohibido. Lucius
estaba escondido en alguna parte, probablemente a salvo. Draco estaba quién sabe dónde, sin
varita, sin una camisa en la espalda.

Le temblaron los labios. Sintió que amenazaba con volver a soltarse, como una cuerda
demasiado tensa. Intentó guardarlo en su estante, pero era como querer agarrar el agua tan
solo con sus manos. Tomó una bocanada de aire, y obligó a su mente a pensar en Narcissa, la
única Malfoy con paradero conocido. Podía comenzar con ella primero, y preocuparse luego
por Draco y por Lucius.

Narcissa estaba presa en la Mansión Malfoy. La mente de Hermione hizo click por las
posibilidades. Los recuerdos de Lucius estaban allí. La evidencia de haber preparado el
antídoto estaba allí. Había montones de notas bajo su cama que daban fe del tratamiento que
había recibido; hechizos escritos a mano que solo podían ser realizados con una varita. La
varita de Narcissa.

Mas allá de su lógica, se le encogió el corazón por el deseo de ver a Narcissa otra vez. De
comprobar que estuviera siendo tratada de manera justa, y asegurarle que se estaba ocupando
de todo.

Con una última ráfaga de energía, Hermione se puso de pie. Sus músculos protestaron, pero
ella apretó los dientes y se dirigió hacia el armario al otro lado del cuarto. Estaba vacío,
excepto por un par de zapatos de suela blanda. Se los puso y caminó rápidamente hacia la
puerta, asomando la cabeza fuera del cuarto. El ruido se apoderó de ella, distante pero
frenético. El corredor en sí estaba vacío.

Tomó una bocanada de aire, y salió del cuarto. Siguió los ecos de los pies corriendo y los
gritos agonizantes por dos pasillos hasta doblar en una esquina y encontrar el caos.
Medibrujas y medimagos con túnicas color verde lima corrían por el lugar, atendiendo a por
lo menos unas cincuenta personas tendidas en camillas. Sus uniformes negros salpicados de
sangre y tierra.

Hermione se quedó congelada por el horror. Una chica pálida gritaba mientras un Maleficio
de Ácido le devoraba la pantorrilla. Un hombre mayor se retorcía, y sus ojos rodaban hacia
atrás. Un griterío de pánico le llenó los oídos; un hombre al otro lado del cuarto se sacudía y
tosía color rojo. Contra la pared del fondo, una chica con un agujero donde debería haber
estado el brazo. Estaba canturreando algo en francés.

Hermione se balanceó. Se le oscureció la visión. Sus ojos cayeron sobre un par de huellas de
sangre que manchaban las baldosas. Desaparecían junto a una camilla con un cuerpo inmóvil
encima.

Justo cuando Hermione estaba a punto de avanzar, e intentar hacer algo, cualquier cosa, sintió
una conmoción a sus espaldas. Se apartó a un lado cuando una docena de Sanadores pasaba
junto a ella corriendo, moviéndose rápidamente para asistir a los heridos.
El tiempo se hizo cada vez más lento mientras los veía realizando diagnósticos y lanzando
contra-hechizos. Aferraban manos y apretaban palmas sobre las frentes. El muchacho dejó de
toser: la chica dejó de gritar. Una medimaga se inclinó sobre el hombre mayor.

Los sentidos de Hermione estaban finalmente comenzando a volver cuando una sombra le
bloqueó el camino.

Un Sanador.

—¿Qué estás haciendo?— Siseó. —¡Vuelve a tu cuarto!

Hermione se echó hacia atrás, con la boca abierta. —Estaba solo… Yo esperaba poder
ayudar. Si hay una varita de más, puedo proporcionar magia Curativa básica...—

El ceño fruncido del Sanador se transformó en conmoción. —Señorita Granger—. Tragó


saliva y miró a su alrededor como si buscara ayuda. —No debería estar aquí. Estamos
lidiando con un desborde en el tercer piso...—

—Quiero ayudar.

Se percató de que lo decía en serio.

Él pareció evaluarla. —Eso no será necesario. ¿Quizá podría llamar a un medimago para
usted?

Ella frunció el ceño y negó con la cabeza. —En realidad estoy bastante bien. No requiero de
ninguna asistencia.

—Entonces la acompañaré de regreso a su cuarto.

Antes de que pudiera moverse, un hombre detrás de él se incorporó de golpe en su camilla y


comenzó gorgotear y a largar espuma por la boca. El Sanador giró sobre los talones y corrió
hacia él.

Hermione retrocedió tambaleándose y corrió de regreso por donde había venido. Sentía la
cabeza ligera, las imágenes ardían detrás de sus párpados. Cuando dio la vuelta en una
esquina, se sostuvo contra la pared.

No podía ayudarlos, no tenía una varita. Incluso aunque la tuviera, los Sanadores no querían
su ayuda. Después de las heridas que había visto, no los podía culpar. Sus rudimentarios
conocimientos de Sanación podrían ser contraproducentes.

Hermione respiró hondo, y se centró en su problema más urgente. Necesitaba salir de San
Mungo y llegar a la Mansión Malfoy. Tenía que haber alguien que la pudiera ayudar a recibir
el alta.

El ruido se hizo más tenue al encontrar su cuarto otra vez. Pasó de largo, y descubrió más
puertas con pequeñas ventanas como la suya. A la vuelta de la siguiente esquina, otro
corredor, y la primera puerta a su izquierda estaba abierta. Hermione se asomó y soltó un
grito ahogado.
Oliver Wood yacía en la cama, con una bata de hospital. Se deslizó dentro, y cerró la puerta
tras de si.

Estaba acurrucado lejos de la puerta, mirando por la ventana.

—¿Oliver?— Luchó para mantener la voz tranquila. —Soy yo, Hermione.

Su hombro se crispó una vez. Se volvió, se sentó y la miró con expresión vacía. —Hola.

Sintió que las piernas le pesaban como plomo al verlo. Si Oliver estaba allí, entonces Theo
tenía que estar en Azkaban con los otros. Sus sienes comenzaron a latir otra vez.

Debería haber actuado más rápidamente. Debería haber insistido con que Draco le diera a
Theo el antídoto para Oliver el día que habían ido a Grimmauld Place. Quizá podrían haber
escapado juntos.

Parpadeó, se obligó a sonreír y se movió alrededor de la cama, sentándose en la silla a su


lado. —¿Estás bien? ¿Estás…?— Sus ojos lo recorrieron rápidamente. —¿Estás herido?

Soltó una carcajada mordaz. Negó con la cabeza.

La culpa burbujeó y pinchó, y se retorció en su vientre. —Lo siento, Oliver. Desearía haber
podido actuar más rápidamente para ti y para Theo.

Silencio.

Le tembló la mano al buscar la suya. —Voy a limpiar sus nombres, Oliver. El de Draco y el
de Theo. Voy a asegurarme de que la Verdadera Orden sepa cómo me ha ayudado Theo con
los tatuajes. Y todo lo que hizo para protegerte—. Le apretó los dedos. —No estoy segura de
cuánto tardaré, pero voy a sacarlo de Azkaban. Te lo juro.

Oliver la miró, sin parpadear. Su mano estaba húmeda e inerte.

—Theo está muerto.

Como agua helada cayendo por su espalda. Separó los labios en un grito silencioso. Le soltó
los dedos como si quemaran.

—¿Qué?— Un martilleo en sus oídos.

Él tragó saliva y apartó la mirada. —Ni siquiera luchó, Hermione. Salió de la cama, levantó
las manos, y lo mataron.

Unos puntos negros le nublaron la vista. —No. No lo harían...—

—Y la forma en la que me miraron cuando lloré. Como si estuviera loco.

Hermione sintió un pellizco detrás de los ojos, y una sensación de hundimiento, como si las
paredes se estuvieran cerrando.
—¿Malfoy está en Azkaban?— Preguntó Oliver. Sus ojos eran distantes, nublados. —Estaba
seguro de que lo habían matado también.

Ella negó violentamente con la cabeza. —Él… él se fue. Conseguí sacarlo—. Podía escuchar
que su voz subía de volumen, y enterró las uñas en las palmas de las manos. —¿Por qué estás
en San Mungo, Oliver?

Él torció los labios en una sonrisa. —Por lo mismo que tu, supongo.

Ella parpadeó, y su ojo se crispó. —¿Qué quieres decir con eso?

—¿Todavía no te has dado cuenta?

Cuando ella no respondió, soltó una carcajada; un sonido oscuro y seco que ella no
reconoció.

—Estamos dañados—, dijo finalmente. —No somos de confianza.

El fino vello de su nuca se erizó. —Lamento lo que sea que te hayan hecho, Oliver. Pero creo
que debe haber alguna confusión—. Intentó tragar saliva. —Yo me estoy recuperando de una
herida. Apenas desperté hace una hora.

—Les llevó tiempo, ¿eh?— Negó con la cabeza. —A mi también me dejaron inconsciente.
Desperté hace dos días. Cada vez que hablo de irme, ellos ponen una excusa, o se vuelven
sordos.

Sus pulmones se encogieron. Sus piernas se sacudieron al ponerse rápidamente de pie.

—Eso no puede ser. No es seguro ahí afuera ahora, estoy segura de que…—

—Hermione...— Oliver hizo una pausa, estudiándola. Luciendo un poco más como él mismo.
—¿Te has dado cuenta en qué piso estamos?

—Debo irme. Yo...— Se dirigió hacia la puerta. —Volveré a ver como estás.

Salió disparada por el corredor, giró bruscamente a la izquierda y siguió corriendo hasta el
vestíbulo. Pasó su cuarto, y sus rodillas casi la dejan caer al ver el letrero en la pared.

Cuarto Piso

Ala Janus Thickey

La adrenalina se disparó por sus venas mientras seguía avanzando. Ahora lo reconocía. El
pasillo en el que ella, Harry, Ron y Ginny se habían perdido cuando estaban visitando a
Arthur en San Mungo.

Oliver estaba equivocado. Éste podría ser simplemente donde había camas disponibles. ¿Qué
había dicho el Sanador? ¿Desborde en el tercer piso?
El corredor se abría en una gran sala con ventanales, sofás y mesas de ajedrez. Hermione se
detuvo al ver a dos medimagas a ambos lados del cuarto, vigilando a las personas con túnicas
de hospital color menta. Dos chicas jugaban al Snap Explosivo. Otra estaba sentada junto a la
ventana, sus rizos rubios colgaban inertes mientras miraba el exterior.

La rubia se giró, y encontró los ojos de Hermione. Penelope Clearwater.

Rápidamente apartó la mirada.

—¡Hola! ¿Granger?— Gritó una voz con acento.

Una muchacha morena se puso de pie de su juego de Snap Explosivo. Sus ojos estaban muy
abiertos, y rodeados por unos círculos oscuros. Hermione se tambaleó contra un pilar cercano
cuando Giuliana Bravieri corrió hacia ella.

—¡Granger!— Tomó las manos de Hermione. —¿Qué te pasó? ¿A dónde llevaron a Blaise?
¿Él está bien?

El pecho de Hermione se sintió a punto de colapsar mientras Giuliana apretaba sus dedos y
disparaba preguntas. Por el rabillo del ojo podía ver a las medimagas observándolas de cerca.

—Estoy bien—, consiguió decir Hermione. —Solo una pequeña herida en las costillas.

—Los Sanadores dicen que estoy enferma, ¡pero yo no me siento enferma!— Dijo Giuliana.
Apretó los labios. —¿Blaise? Hermione, sabes qué...—

—No estoy segura—. Una sombra pasó por el rostro de Giuliana, y el corazón de Hermione
palpitó con más fuerza. Intentó darle un apretón tranquilizador. —¿Cómo se separaron?

—Fuimos capturados en Norwich. Se llevaron a Blaise y a las chicas, pero a mi me trajeron


aquí—. Los labios de Hermione temblaron. —Intenté detenerlos, pero no me escucharon.

—Lo averiguaré—, dijo débilmente. —Probablemente están en Azkaban...—

—¡Azkaban! ¡Pero si él no hizo nada malo!

Hermione luchó por permanecer de pie mientras el cuarto se inclinaba debajo de ella. Como
si la niebla se estuviera disipando, miró los ojos brillantes de la joven de quince años, y se vio
reflejada en ellos.

—¡… certeza de que es completamente inocente! ¡Por favor, lo amo! ¡Tienes que ayudarlo!

Sindrome de Estocolmo. Así es como lo llaman los Muggles.

Soltó sus manos, y salió corriendo por un pasillo distinto, la voz de Giuliana haciendo eco en
sus oídos. Buscó los ascensores o la escalera, con la respiración entrecortada. Tenía que salir
de ahí, necesitaba llegar a la Mansión.

Hermione dio vuelta en las esquinas hasta finalmente encontrar un área de recepción con una
mujer vestida con un sombrero blanco de enfermera detrás de un escritorio, revolviendo el
papeleo. Los ascensores estaban detrás de ella. Una escalera a un lado.

—Señorita, ¿puedo ayudarla?— La bruja la miró, observando su túnica color menta.

Estamos dañados. No somos de confianza.

—Hacía mucho que no tomaba aire fresco. Tenía ganas de dar un paseo.

La bruja la observó. —Quizás puedo llamar a una de nuestras medibrujas para que la
acompañe.

—No, gracias—. Hermione se secó las palmas en la bata. —Tengo un amigo en el tercer piso.
Esperaba poder visitarlo.

Escuchó que llegaba en ascensor al cuarto piso. Los ojos de la bruja se agrandaron ante la
gran cantidad de visitantes que comenzaron a entrar.

—Déjame llamar a un miembro del personal para que la acompañe—. Agitó la varita y un
Patronus de un conejo salió disparado, dando saltos por el corredor.

Los visitantes se apiñaron en el escritorio, y Hermione se deslizó entre sus preguntas


frenéticas hacia las escaleras. Bajó corriendo, pasó el tercer piso y se precipitó hacia el primer
rellano.

No podían retenerla allí. Era una violación a sus derechos. Lo único que necesitaba era una
varita o un poco de polvos Flu, y podría salir.

Hermione bajó de un salto al pie de la escalera, y se detuvo. Empujó lentamente la puerta,


moviéndose contra la pared al entrar al primer piso del San Mungo.

Agachó la cabeza, pero entonces sus ojos se fijaron en dos Sanadores con batas blancas, de
pie junto a la Bruja de Bienvenida. Giraron para mirarla. Esperándola.

Ella se quedó congelada cuando se acercaron. Uno era rechoncho y bigotudo. El otro era más
alto que Ron, con ojos llorosos y poco cabello.

—Buenas noches, Señorita Granger. Es maravilloso verla despierta y en pie, pero sus heridas
todavía no han sanado—, dijo el más alto.

Ella levantó la barbilla, y tiró de su túnica. —Necesito hablar con alguien acerca del alta.

El más alto avanzó y dijo, —Soy el Sanador Tamor, y estoy ayudando con sus cuidados. Sus
costillas todavía están sanando, y recientemente tuvo una leve conmoción...—

—Me gustaría hablar con el Jefe de Sanadores, por favor—. Los latidos de su corazón se
disparaban, las palabras de Oliver resonaban en su cabeza.

Los hombres intercambiaron una mirada. —Señorita Granger—, dijo el más bajo, —todavía
está siendo tratada por nuestro equipo. Ahora, si pudiera acompañarnos de regreso a su
habitación, podríamos hablar...—
—¿Quién es el responsable por mi tratamiento?— Ante su silencio, continuó. —De acuerdo
con nuestras leyes, cualquier paciente que se considere incapaz de su propio cuidado, debe
tener una persona autorizada que puede...—

—Si, lo sabemos—. El Sanador Tamor se aclaró la garganta. —Ese sería Bill Weasley.

—Llámelo, por favor—. Sus fosas nasales se ensancharon para respirar profundamente,
curvando las manos en dos puños. Si Bill Weasley la estaba reteniendo aquí, respondería por
ello.

El más bajo soltó una carcajada. —No podemos simplemente llamar a Bill Weasley y pedirle
que...— Se interrumpió al ver su expresión. —Señorita Granger, Bill Weasley es un hombre
muy ocupado. Creo que está en Grecia en este momento...—

—Si él es responsable por mis “cuidados”, tiene el deber de venir cuando una decisión
importante está en juego. Esperaré.

Giró sobre los talones, y se dejó caer en una silla junto al escritorio de recepción. Estaba
hecha una furia, golpeando el suelo con sus pantuflas.

Las medimagas le dirigieron unas miradas ansiosas, y los Sanadores susurraron detrás de sus
portapapeles. Los minutos pasaban, y Hermione se concentró en un único pensamiento,
repitiéndolo una y otra vez hasta consumir todo lo demás.

Tenía que llegar a la Mansión Malfoy.

El reloj de la pared marcó una hora. Después dos. Eran poco después de las diez de la noche
cuando la red Flu cobró vida detrás de ella, y se volvió para ver a Bill entrar, arruinado de
cansancio. Ella se puso de pie mientras los dos Sanadores lo saludaban.

—Bill, necesito irme—. Luchó por mantener la voz tranquila. —Aparentemente ellos creen
que no debería irme. Diles que estoy bien, por favor.

Bill miró por encima de su bata color menta, con los ojos cansados pero agudos. —Hola,
Hermione. Dame un minuto, ¿si?— Se alejó unos metros, murmurando en voz baja con los
Sanadores. La sangre de Hermione hervía cuando lo vio tomando una ficha médica que le
alcanzaba el Sanador Tamor, y pasaba las páginas.

Se abalanzó hacia ellos. —Como pueden ver, mis costillas han sido atendidas, y estoy
caminando sin problemas. Mi cabeza nunca se sintió mejor. Así que, me gustaría que me
autoricen a retirarme.

Bill le devolvió la ficha al Sanador. —Esa no es una buena idea. Como puedes ver—, señaló
su túnica ensangrentada, —la guerra todavía se está librando. Estaba esperando una
emergencia cuando me convocaron. Quizá no estés al tanto...—

—He leído el Profeta de hoy. Esto perfectamente al tanto de lo que está sucediendo. Atenas
va a caer pronto, estés tu allí o no. No te atrevas a usar eso como una excusa para retenerme
aquí contra mi voluntad—. Él tragó saliva mientras ella avanzaba hacia él, apuntando un
dedo hacia su pecho. —Dime por qué al hombre que me Aturdió contra mi voluntad se le ha
dado la responsabilidad de mis cuidados cuando su hermano o su hermana serían mucho más
adecuados...—

—Es suficiente, Hermione—. La boca de Bill era dura, pero sus ojos estaban llenos de una
emoción extraña. —Sé que esto debe ser difícil para ti, pero no estás bien. Ni Ginny ni Ron
pueden manejar verte así.

—¿Así cómo, exactamente? ¡No estoy enferma!

Su voz hizo eco por la antecámara del San Mungo, llamando la atención de cada visitante,
Sanador y Paciente.

Su pecho subía y bajaba mientras Bill volvía los ojos a la ficha médica. —¿Han comenzado
las pruebas?— Murmuró a Tamor

—Todavía no...—

—¿Qué pruebas?— Hermione se sintió inestable otra vez. —Si me van a hacer “pruebas” de
algo, tengo derecho a saber de qué.

—Es parte de tu tratamiento—, dijo Bill suavemente. Miró por encima de su oreja por un
momento, esquivando sus ojos. —Hermione, lo siento. De verdad. Podremos explicarlo todo
a su tiempo, pero por favor, solo intenta cooperar por el momento—. Hermione echó la
cabeza hacia atrás. Él la tomó suavemente por el hombro. —Puede que no sea Ginny, ni Ron,
pero todos nosotros queremos lo mejor para ti. Espero que confíes en eso.

El pánico comenzó a nublar su visión. —Bill, solo llévame contigo. Dame el alta bajo tus
supervisión, si estás preocupado. Iré contigo a Grecia. No puedo quedarme más aquí...—

—Eso no está en mi poder, Hermione.

Un escalofrío le recorrió la columna. Miró su rostro, sus ojos idénticos a los de Ron, la curva
de la boca igual a la de Ginny. Y supo que no estaba mintiendo.

Tragó saliva, y sus ojos se movieron enloquecidos mientras Bill aferraba su otro hombro, y le
decía algo para tranquilizarla. No la mantendrían aquí contra su voluntad.

No lo harían.

La varita del Sanador corpulento sobresalía del bolsillo de su abrigo. No podría desenvainar
tan rápido.

Sus dedos se crisparon al respirar hondo, concentrándose en invocar su magia.

No había ningún zumbido en sus venas, ni un murmullo en su piel.

El flujo de sus venas… no estaba.

Bill la miró con tristeza.


—¿Suprimieron mi magia?— susurró. Le ardieron los ojos. —Bill… ¿dejaste que me
quitaran la magia?

Bill le soltó los hombros y exhaló bruscamente. —Lo siento, Hermione. Es solo una
precaución mientras estés sanando.

Sanando.

No podía correr. No se podía Aparecer. Sin magia. Tranquilamente le podrían haber metido
tinta en el brazo otra vez y haberla amarrado a la propiedad.

Bill lucía como si fuera a tomarla por los hombros otra vez, pero ella se apartó bruscamente.

Hermione dejó que sus ojos se posaran en los azulejos. —Sanador Tamor, estoy algo cansada
—. Lo estaba. El agotamiento palpitaba detrás de sus párpados. —Me gustaría volver a mi
cuarto ahora.

Una larga pausa, y entonces el Sanador Tamor avanzó hacia ella. —Por supuesto, Señorita
Granger.

—Lamento haberte sacado de Atenas, Bill—, dijo rotundamente. —Envía mi cariño a los
demás.

Bill no dijo nada, se quedó mirando mientras ella pasaba junto a él, y seguía al Sanador
Tamor a los ascensores. Las puertas se abrieron. Ellos dieron un paso dentro, y él apretó el
botón del cuarto piso; el Ala Janus Thickey.

Tenía la mente entumecida cuando él la regresó a su cuarto, con la promesa de venir a verla
por la mañana.

Ella le agradeció. La puerta se cerró. Y un momento después, lanzaron un hechizo de


bloqueo.

Hermione miró el Profeta, los restos del Castillo de Edimburgo sosteniéndole la mirada
mientras ella pensaba en sus opciones.

Podía buscar errores por descuido y rutas de escape. Intentar escabullirse con Oliver en la
oscuridad de la noche.

O.

Podía salir a la luz del día, con la cabeza en alto. Demostrarles que habían subestimado su
voluntad de luchar.

Hermione se acercó a su ventana, mirando el Londres Muggle.

Una vez que te hayan subestimado… ataca.


Chapter End Notes

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Chapter 38
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Solo dos capítulos más! Amor a mis chicas.

Revisen las notas al final para ver los Avisos de Contenido y "Triggers" {Palabras o
situaciones disparadoras, desencadenantes: referido a salud mental}.

See the end of the chapter for more notes

Ginny,

Sé que todavía queda mucho por decir entre nosotras. Hay tanto que quiero saber, e incluso
más que quiero contarte. Pero por ahora, lo más importante es que necesito hablar contigo
acerca del año que pasé en la Mansión Malfoy.

Prometo no dejar que mis emociones entren en la conversación. Lo único que pido es una
oportunidad para darte pruebas.

En la Mansión, hay notas debajo de mi cama que prueban lo que he estado haciendo durante
el último año. Si encuentras mi vestido dorado, revisa la costura interna. A continuación, ve
hacia el estudio de Lucius Malfoy. Hay un Pensadero detrás de un gabinete de ébano. Mira
los recuerdos en los viales negros. Puede que necesites la ayuda de Narcissa.

Por favor ten cuidado con las personas que compartes tus hallazgos. Confío en ti, y en Ron,
pero preferiría poder hablar contigo antes de que entres en acción.

Estoy tan sola aquí, Ginny; soy poco más que una prisionera. Si pudieras dedicarme algunas
horas, estaría muy agradecida.

Por favor, ten cuidado. No podría soportar que algo te pasara.

Hermione

~*~

Hermione miraba por la ventana, apretando el vidrio con los dedos. Había enviado la carta
hacía cuatro días. Todavía no había recibido respuesta. Tampoco Ron había respondido a la
carta similar que le había enviado a él.

La semana se mezclaba en una neblina. La mañana siguiente a la visita de Ginny, una


Sanadora joven llamada Barkley había aparecido en su cuarto, y le había informado que
estaba siendo tratada por repetidas conmociones cerebrales y había lanzado una serie de
diagnósticos. Hermione había hecho todo lo posible para parecer cooperante, pero atenta,
pero era como hablar con una pared de ladrillos. Cuando le preguntó por qué era necesaria
una muestra de sangre, la Sanadora Barkley había abandonado el cuarto.

La puerta había permanecido cerrada el resto del día. Y esa noche, cuando Hermione se sentó
en la bañera esterilizada de su baño en suite, abrazada a sus rodillas, comenzó a preguntarse
si tendrían razón acerca de ella.

El segundo día había sido casi igual, con la excepción de que el Sanador Tamor había ido
también. Hermione le había hecho algunas preguntas acerca de su tratamiento, solo para
recibir respuestas vagas. Había conseguido mantener la voz estable al solicitar hablar con Bill
Weasley, alegando tener información delicada para compartir acerca de la derrota de
Voldemort y el paradero de los dos Mortífagos desaparecidos. Eran libres de revisar sus
recuerdos, si necesitaban una prueba.

Después de intercambiar una mirada con la Sanadora Barkley, el Sanador Tamor le había
asegurado que la Verdadera Orden tenía la victoria en la palma de la mano, con o sin sus
recuerdos. Habían abandonado juntos el cuarto, y la habían vuelto a encerrar.

El tercer día, Hermione solo había hecho una pregunta; había pedido escribir a Ginny y a
Ron. Se arrepentía de la forma en que se habían despedido, explicó, y quería hacer las paces.
Más tarde ese día, después de cumplir con sus extrañas pruebas nuevas, (juntar los dedos,
realizar una tarea de clasificación de tarjetas), una pila de pergamino y una pluma opaca de
tinta automática apareció en su mesita de noche.

Las noches habían estado llenas de ojos grises, brazos cortados, y vasos rotos. Había
intentado enterrar los recuerdos, pero los supresores le embotaban la Oclumancia. Solo podía
meditar durante un rato antes de que su lago de aguas tranquilas comenzara a parpadear, y la
superficie traqueteara por una avalancha distante.

Al cuarto día, le habían hecho preguntas a ella. Y cuando la Sanadora Barkley había insistido
acerca de sus intereses antes de la guerra, Hermione se dio cuenta de que estaban buscando
señales de magia que alterara la mente. No del tipo que causaba la Maldición Imperius, sino
de un tipo insidioso que alteraba la estructura de quién eras. Un terror helado se apoderó de
ella, pero respondió sus preguntas de todas formas.

Antes de que se fueran, había pedido el Profeta. Leer le hacía sentir más como ella misma,
había dicho. El Sanador Tamor había contestado bruscamente, —Veré lo que puedo hacer—,
antes de encerrarla.

El Profeta había aparecido en su mesa de noche a la mañana siguiente, y Hermione volcó su


café por el arrebato de tomarlo. El titular leía: ATENAS LIBERADA. La foto de portada
mostraba el cadáver de Eleni Cirillo, colgando por los pies de las columnas del Antiguo
Palacio Real.

El miércoles 12 de mayo, el Profeta había reportado la rendición de las fuerzas del Gran
Orden en Lüneburg y Hannover. Azkaban estaba desbordado. No se mencionaba a Pansy, ni a
Blaise, ni a los Malfoy. Pero el rostro de Draco todavía la miraba desde la página siete:
Indeseable No. 3. Justo debajo de su padre.

El Sanador Tamor llegó con el periódico a la mañana siguiente. Lo mantuvo en su regazo


mientras acercaba una silla, viendo como la Sanadora Barkley le preguntaba cómo había
dormido, cómo se sentía, y cómo era su relación con Draco Malfoy en la escuela.

Escuchar otra vez su nombre la golpeó como un puñetazo en el estómago. Cuando dejó de
sentir que el cuarto se iba a derrumbar encima de ella, contestó con honestidad, con los ojos
fijos en las sábanas.

El Sanador Tamor dejó el periódico en su mesa de noche y se puso de pie al terminar.

—He estado pensando—, dijo, —que caminar un poco podría ser bueno para ti. ¿Te gustaría
eso?

La sangre corrió por los oídos de Hermione. —Si—. Asintió. —Eso me gustaría mucho.

—Excelente—, dijo, juntando las manos. —Asegúrate de permanecer dentro de esta ala.

Hermione asintió. Apenas la puerta se cerró detrás de él, se apresuró a buscar el Profeta.

ACUSACIONES MASIVAS A MORTÍFAGOS, CÓMPLICES

por Andy Smudgley

El Gobierno Provisional de Inglaterra espera avanzar rápidamente con los juicios a


Mortífagos y cómplices del Gran Orden, al publicar 542 acusaciones ayer por la tarde. El
General Jacobs de la Verdadera Orden presidirá el recientemente formado Tribunal de
Justicia, que procesará exclusivamente a ciudadanos británicos. En un comunicado, Jacobs
defendió la decisión de incluir al General francés Robert Pierre como uno de los cinco
jueces del Tribunal, afirmando que, “Los acusados deben responder no solo por sus
crímenes contra Gran Bretaña, sino contra toda Europa”. Puede encontrar una lista
completa de los acusados en las páginas 2-3.

Hermione pasó a la siguiente página. Sus dedos recorrieron la lista de nombres, apenas
haciendo una pausa sobre Draco Malfoy o Lucius Malfoy. Había tantos. Algunos eran de
esperar, Yaxley, Travers, los Carrow, los Selwyn, pero otros le congelaban la sangre en las
venas. Rita Skeeter y Ludo Bagman, por ejemplo. Su corazón ya latía con fuerza para cuando
llegó a Blaise Zabini. Y cuando encontró el nombre de Narcissa Malfoy en la página 3,
seguido de Pansy Parkinson, un sollozo escapó de su garganta.

Se tomó una hora para recuperarse. Luego se secó las lágrimas, dobló el periódico, y escribió
otra carta para Ginny y para Ron.

Después de meter las cartas en los sobres, se puso las pantuflas y la bata y atravesó el cuarto.
Alcanzó la puerta y suspiró de alivio al encontrarla abierta.

Hermione se quedó de pie, parpadeando en el corredor. Parecía haber crecido de tamaño


desde la última vez. Las paredes estaban en silencio al emprender el mismo camino que había
hecho la vez anterior. Dobló la esquina y encontró una serie de puertas, que encerraban a los
soldados heridos y sus gritos. Hermione las miró, preguntándose si Ginny o Ron estarían
detrás de ellas.

Al caminar de regreso, se topó con un medimago, que se ofreció a enviar las cartas por ella.
Ella se las alcanzó, y sus pies la llevaron hacia el cuarto de Oliver.

La puerta estaba cerrada. La aporreó con los nudillos un par de veces, pero no hubo
respuesta. Así que caminó por los pasillos del cuarto piso, evitando a Giuliana en el otro
extremo.

La Sanadora Barkley la encontró cerca de la hora del almuerzo, y le preguntó si le gustaría


ver la biblioteca. La garganta de Hermione se cerró, pero consiguió asentir.

La biblioteca del San Mungo estaba abarrotada y polvorienta. Pero aún así, el pecho de
Hermione se sintió menos vacío al caminar entre las estanterías, pasando los dedos por los
lomos. Estaba a punto de tomar un libro de curación cuando avistó un libro llamado
Legislación en Gran Bretaña Mágica, Vol. 1. Echó un vistazo hacia la puerta antes de
esconderlo en un libro de mayor tamaño, y fue a encontrarse con la Sanadora Barkley.

Leyó hasta la una de la mañana. A eso de las dos, ya había escrito otra carta:

Bill:

Según el Acta de Liberación Mágica de 1833, ningún mago o bruja debe tener su
magia alterada sin una decisión ejecutiva del Wizengamot.

De acuerdo con la Carta de Derechos del Wizengamot, en ausencia de un Wizengamot,


un Consejo debe ser creado.

El Acta de Bienestar Mágico de 1967 declara que las brujas y los magos que hayan
perdido la capacidad mental pueden ser retenidos contra su voluntad, pero el Acta de
Bienestar tiene definiciones específicas acerca de la “pérdida de capacidad”. Por
favor, ver el adjunto.

Por favor, derívame al consejo encargado de tomar estas decisiones.

Atentamente,

Hermione

A la mañana siguiente, el Profeta informaba que se estaban enviando infanterías de la


Verdadera Orden por todo Europa para reunir a los Mortífagos fugitivos. Sabía que Ron sería
parte de ese esfuerzo. Al igual que George, y quizá Ginny.

Ignorando la pesadez en sus costillas, Hermione pasó la página. Recorrió los artículos hasta
que sus ojos se encontraron con un nombre familiar.

Neville Longbottom, el héroe responsable de matar a la mortífera serpiente de Voldemort,


está mejorando. Los informantes dentro del San Mungo reportan que los Sanadores tuvieron
dificultades para obtener los ingredientes necesarios para tratar el veneno, pero gracias al
desmantelamiento del límite Anti-Aparición, el San Mungo ha recibido suministros médicos
críticos, y el antídoto está en camino. Se espera que Longbottom reciba el alta el lunes.

Hermione apenas podía quedarse quieta cuando llegaron los Sanadores. Se tragó sus
pociones, dejó que le sacaran sangre, y habló durante una hora con el Sanador Tamor acerca
de su estado mental y su percepción de Draco Malfoy.

Les dijo lo que querían escuchar. —Un joven confundido que tomó terribles decisiones.

—¿Y debería ser responsabilizado por dichas decisiones?

—Si.

Al terminar, preguntó, —¿Sanador Tamor? ¿Neville Longbottom todavía se está recuperando


en el tercer piso?

Él la observó, colocando el portapapeles debajo del brazo. —Eso creo. ¿Por qué preguntas?

—Él es un querido amigo mío, y...— Se interrumpió, colocando el cabello detrás de la oreja.
—Estaba pensando que me haría bien pasar un poco de tiempo con mis viejos amigos. Me
ayudaría a sentirme un poco más como antes.

La sonrisa satisfecha que cruzó el rostro del Sanador Tamor hizo que todas las mentiras
valieran la pena.

Una medimaga la acompañó hasta el tercer piso, Heridas: Mágicas y Naturales, pasando las
hileras de catres y camas improvisadas, rodeando soldados que dormían o gemían.

Se detuvieron ante una puerta en un silencioso corredor; la medimaga se quedó esperando


afuera, y ella llamó a la puerta, y entró cuando una voz familiar dijo, “Adelante”.

Neville estaba sentado al borde de su cama, con una pierna en un aparato ortopédico y el
pecho vendado. Lucía demacrado, pero su rostro se iluminó al verla.

—¡Hermione!

El pecho se le abrió de par en par al correr junto a su cama, y envolver los brazos alrededor
de sus hombros. —Te extrañé.

Él le devolvió el abrazo con toda la fuerza que pudo.

—Yo también. He estado esperando ver tu nombre en los diarios. ¡No tenía idea de que
estabas aquí!

El nudo en su garganta creció. Se apartó, y arrastró una silla para sentarse junto a él. —
¿Cómo estás? Ginny me contó lo de Nagini, y después leí acerca de ti en el diario...—

—El Profeta dijo la verdad, para variar—. Esbozó una sonrisa de costado. —Consiguieron
evitar la propagación del veneno, pero apenas recibí el antídoto esta semana. Olvidaron
mencionar lo de mi pierna—. Levantó el cabestrillo. —Hacia tiempo que estaba rota, así que
tuvieron que hacerla crecer de nuevo.

Hermione hizo una mueca. —¿Hacía tiempo?

—Si. Los Rookwood, ellos… bueno, no tienes que escucharlo—. Se rascó la barba
incipiente. Le faltaban dos dedos.

Un malestar retorcido le revolvió las entrañas. Apartó la mirada.

—Lo siento—, dijo él en voz baja. —He estado así por tanto tiempo, que olvido que puede
ser chocante para los demás—. Hermione negó con la cabeza, pero él igual escondió las
manos bajo de las sábanas. —¿Cómo estás tu?

Ella abrió la boca para hablar, intentando encontrar las palabras. Pero ninguna salió.

—Eso no importa. Lo que importa es que ya estás aquí. Los dos estamos aquí—. Tragó
saliva. —Sé que todavía estabas ahí dentro cuando te vi en Hogwarts, Hermione. Lo sabía.

Hermione parpadeó, su corazón comenzó a bombear. Él no lo sabía. No le habían dicho que


ella estaba “enferma”. Eso facilitaba el siguiente paso.

—Neville—, dijo con cuidado. —Quiero contarte algo. Es muy importante para mi que
intentes escuchar antes de reaccionar.

Los ojos de él titilaron, pero la cautela se desvaneció en algo suave y confiado. —De
acuerdo.

Ella tomó una bocanada de aire. —He oído que fuiste a Hogwarts para terminar el trabajo que
Harry comenzó—. Neville asintió, y ella retorció las manos sobre su regazo. —Antes de eso,
tu magia volvió y tu tatuaje desapareció. ¿Te han dicho cómo?

Neville frunció el ceño y negó con la cabeza. —Apenas he oído nada. Ginny solo tenía
algunos minutos para saludar, y todos los demás están combatiendo ahora. Asumí que alguien
en la Verdadera Orden había roto la maldición...—

—No era una maldición. Era una poción. Un antídoto para el tatuaje, mezclado con algo para
contrarrestar los efectos de la supresión de la magia—. Hermione sentía que su voz se volvía
más firme, y su espalda más recta. —Yo hice el antídoto, Neville. Pasé un año con eso. Lo
preparé, lo probé conmigo, y se lo envié a Charlotte para que se lo diera a la Verdadera
Orden.

Neville separó los labios, con los ojos desorbitados. —¿Pero cómo pudiste…?

—Porque Narcissa Malfoy me prestó su varita y me dio acceso total a la biblioteca de los
Malfoy. Porque nunca me suprimieron la magia desde que dejé el Teatro del Palacio. Porque
los Malfoy tienen sus propios objetivos. Nunca apoyaron a Voldemort como el mundo cree
que lo hicieron.

Él la miró fijamente. Su ojo se crispó.


—¿Y cuáles son sus objetivos?— Preguntó.

Ella se concentró en su mente todo lo que pudo sin Oclumancia.

—Para Lucius Malfoy, sobrevivir. Jugaba para ambos lados del tablero, esperando ver quién
terminaba en la cima. Para Narcissa Malfoy, proteger a su hijo. Y para Draco...— Tragó
saliva, sus pulmones hicieron presión contra sus costillas. —Draco tenía sentimientos por mi.
Por eso me compró en la Subasta. No fui violada ni una vez en esa casa.

El cuarto estaba en silencio. Contó los latidos de su corazón, esperando, rezando.

—Y no te creyeron—, dijo lentamente. —Así que te consideran “incapacitada”.

Ella levantó la mirada hacia él. —Si, exactamente. Cómo lo...—

—Reconozco el color de la túnica, Hermione—, dijo con una sonrisa triste. —Mis padres han
usado túnicas color menta en San Mungo durante toda mi vida.

Una idea repentina la atravesó, y tomó su mano. —Neville, ¿están ellos…?—

Él negó con la cabeza. —La Verdadera Orden tuvo que recuperar San Mungo de los
Mortífagos. La mayoría de los antiguos pacientes no sobrevivieron bajo su mandato.

La piel de Hermione se erizó por el horror. No lo sabía. —Neville, lo siento tanto...—

—Está bien. Prefiero no hablar de eso—. Tomó una bocanada de aire y miró por la ventana
por un largo rato.

Se volvió hacia ella. —¿Narcissa Malfoy realmente te prestó su varita?

Hermione asintió lentamente. —Tengo pruebas. Suponiendo que alguna vez me dejaran salir
—. Se le apretó el pecho otra vez. —Neville, he intentado todo lo que está en mi poder para
convencerlos de que mi mente está sana. He pedido una oportunidad para poder probar mi
versión de los hechos al menos, pero se niegan a escuchar.

Neville frunció el ceño. —Eso no está bien, Hermione. Lo siento.

Un torrente de emociones le subió por la garganta antes de poder detenerlo. Se tapó la boca
con la mano para contener los sollozos, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Alguien estaba de su lado. Alguien le creía.

—Ey—. Neville se acercó más, buscando su mano. —Ey, todo va a estar bien.

Hermione se puso de pie y le echó los brazos al cuello, llorando todo el dolor y la soledad y
la desesperación que había mantenido a raya por una semana. Neville le dio unas palmaditas
en los hombros, y ella sollozó aun más fuerte.

Cuando no pudo llorar más, se apartó. —Necesito tu ayuda, Neville—. Se secó las mejillas.
—No puedo quedarme aquí sentada y dejar que me quiten la magia y me hagan pruebas hasta
que decidan que estoy mentalmente apta.

Él abrió la boca, y entrecerró los ojos. —¿Te quitaron la magia?

Ella asintió, con un temblor en los labios. —¿Me ayudarías?

Neville buscó sus ojos, y ella pudo ver al mismo muchacho que se había enfrentado a sus
amigos, tres contra uno, con decisión en el rostro y los puños en alto para evitar que salieran
de la Sala Común.

—¿Qué tienes en mente?

~*~

Al día siguiente, Andy Smudgley del Profeta se registró en el mostrador de visitantes del San
Mungo. Lo acompañaron al cuarto de Neville Longbottom, donde Hermione y Neville lo
estaban esperando.

En la carta que había enviado a Smudgley el día anterior, le había prometido una entrevista
con dos héroes de guerra que se estaban recuperando en San Mungo. Debía preguntar por
Neville, y llegar puntualmente al medio día.

Durante la sesión con el Sanador Tamor esa mañana, Hermione lo había convencido de que
las visitas a Neville eran “buenas para ella”. El Sanador Tamor le había dado una sonrisa de
aprobación mientras la medimaga salía con ella y la acompañaba hasta el tercer piso. Ella le
había sonreído también.

Hermione se alisó la túnica, una color azul que Neville le había prestado, mientras le
detallaba a Smudgley el “atrevido rescate” de la Verdadera Orden a la Chica Dorada, la mejor
amiga de Harry Potter. Le contó la historia como si ninguno de los Malfoy hubiera estado
presente, como si hubiera estado encerrada sola en una torre, esperando que la rescataran.
Habló vagamente de los detalles de su “condición”, afirmando que se estaba recuperando de
las heridas sufridas en Edimburgo.

Mientras Neville describía los eventos de la mañana del 4 de mayo de 1999, Hermione
miraba hacia afuera, viendo como la luz del sol embestía contra los edificios. Un gorrión
aterrizó en el alféizar de la ventana.

El carraspeo de una garganta la sobresaltó, y se volvió para ver a Smudgley cruzando las
piernas y deslizando sus gruesos anteojos por el puente de su nariz. —Señorita Granger, usted
ha sido prisionera de los Malfoy por un año. ¿Qué siente al saber que Lucius y Draco Malfoy
están todavía fugitivos? ¿Está asustada?

Ella se había preparado para esto. Había esquivado cada una de las preguntas acerca de los
Malfoy, pero Smudgley quería algo jugoso que vendiera ejemplares.

—En absoluto. Confío en la Verdadera Orden con mi vida. Es por eso que estoy ansiosa de
dejar San Mungo y unirme a los esfuerzos para ayudar a reconstruir nuestra comunidad
mágica.
La Pluma a Vuelapluma hizo una pausa, y luego comenzó a escribir con furia. —¿Va a estar
trabajando directamente con la Verdadera Orden, Señorita Granger?

—Si—, dijo. Los labios de Neville se crisparon, y los hombros de ella se sintieron más
ligeros. —Apenas reciba el alta del San Mungo, comenzaré a trabajar con ellos.

Smudgley pasó las páginas de sus notas. —El Señor Longbottom será dado de alta mañana, si
recuerdo bien sus palabras...— Levantó la mirada hacia ella. —¿Cuándo recibirá usted el alta,
Señorita Granger?

Hermione le dedicó una sonrisa satisfecha y dijo. —Este miércoles.

~*~

El artículo apareció a la mañana siguiente, en la edición dominical. Ella y Neville eran el


artículo principal, y una foto de ellos dos cubría toda la portada.

El Sanador Tamor fue a verla esa mañana, y después de algunas preguntas superficiales,
cruzó una pierna por encima de la rodilla. —No sabía que estuviera dando entrevistas,
Señorita Granger.

—Si—, dijo con simpleza. —A Smudgley le alegró saber lo bien que me han estado tratando
aquí.

El lunes, su sesión con la Sanadora Barkley fue interrumpida por una cesta de correo. La
medimaga la dejó caer con una mirada curiosa, y la Sanadora Barkley pareció casi divertida
antes de poner una excusa para retirarse.

Hermione revolvió los sobres, buscando algo de parte de Ginny o de Ron. En su lugar,
encontró cartas de los lectores del Profeta de todo el mundo; palabras de apoyo, oraciones
por su bienestar, y… se atrevería a decir, correo de admiradores. Tuvo que convocar a un
conserje de aspecto gruñón después del almuerzo para que limpiara los pétalos de rosa y las
serpentinas que habían estallado y cubierto el suelo.

A la mañana siguiente, Hermione estaba volviendo a leer las cartas cuando el Profeta se
materializó.

COMIENZA EL PRIMERO DE LOS JUICIOS A MORTÍFAGOS; AMYCUS CARROW


SENTENCIADO A MORIR

Hermione tomó el periódico, y antes de abrirlo vio la foto en la que Amycus Carrow sonreía
con sorna desde Azkaban.

Amycus Carrow, la mitad de los tristemente célebres mellizos Carrow, fue juzgado y
condenado por crímenes contra la humanidad y la libertad el día de ayer, en una sala
pública de audiencias en el reclamado Ministerio de Magia. Como uno de los llamados
Guardianes de Edimburgo, Carrow fue responsable del epicentro de las operaciones de
esclavitud perpetradas por el Gran Orden, donde las victimas eran forzadas a la
prostitución, a trabajos forzados, y a batallas a muerte llamadas “Arenas de Lucha Libre”.
Según los informes, Carrow no expresó remordimiento por sus acciones, incitando la ira en
la sala de audiencia. El Tribunal perdió el orden cuando Seamus Finnigan, un luchador
habitual en las Arenas de Edimburgo, usó la Maldición Cruciatus contra el acusado.

Después de un receso, Carrow fue declarado culpable por unanimidad de un jurado de doce,
y sentenciado a muerte por la Maldición Asesina. Su sentencia será llevada a cabo esta
noche. A Finnigan se le ha prohibido asistir al juicio conjunto de hoy contra Samuel y
Siobhan Selwyn, pero se le permitirá asistir a la sala de audiencia para los juicios contra
Alecto Carrow y Jonathan Jugson de mañana.

En una declaración exclusiva para el Profeta, el General Jacobs defendió los métodos poco
convencionales del Tribunal, que hasta ahora han implicado sentencias rápidas y sin
procesos de apelación. “La comunidad británica está ansiosa de justicia, y nosotros se la
entregaremos rápidamente”, dijo Jacobs. Se negó a publicar el calendario de los juicios de
los 539 acusados restantes, 502 de los cuales están bajo custodia.

Hermione parpadeó, rebobinando. Leyó el artículo por segunda vez. Y por tercera.

Seamus había torturado a Amycus Carrow en el estrado. Por supuesto que Hermione no
sentía remordimientos por los Carrow, pero antes de la guerra, una Imperdonable era garantía
de cadena perpetua en Azkaban. Seamus apenas había recibido una palmada en la muñeca.

Y Siobhan Selwyn, la amiga de Narcissa, iba a ser juzgada con su marido Mortífago al día
siguiente. Como si cualquier asistencia que hubiera provisto al Gran Orden pudiera ser
comparable.

Sin sentencias, y con ejecuciones. ¿Qué leyes estaba siguiendo el Tribunal?

Hermione cerró los ojos, e intentó no entrar en pánico. Estaba tan perdida en sus
pensamientos que no se dio cuenta que las medimagas no le habían dado la poción mentolada
para suprimir la magia esa mañana. No se dio cuenta hasta mitad de la tarde, cuando intentó
alcanzar sus estantes y descubrió que podía.

El supresor estaba desapareciendo. Habían decidido devolverle su magia. El artículo había


funcionado.

Practicó Oclumancia el resto del día. Sus aguas estaban tranquilas, y sus estantes se
materializaron con facilidad. Se sentía como estar en casa de nuevo, mientras recortaba los
antiguos recuerdos, sacaba el polvo de los libros conocidos, y guardaba las imágenes dentro.
Cortó las páginas de los nuevos recuerdos, y los metió en un nuevo volumen de cuero con
letras de color verde pálido: San Mungo. Luego los enterró a todos, perdiéndolos entre los
estantes.

El cielo estaba oscuro cuando el Sanador Tamor entró al cuarto, llevando una cesta de correo
el doble de grande que la del día anterior. Le dijo, aclarándose la garganta con ansiedad, que
esperaba darla de alta a la mañana siguiente, dada su completa recuperación.

Ella sonrió y señaló al pie de su cama. —Puede dejarla allí. Gracias, Sanador Tamor.
~*~

El miércoles por la mañana temprano, un par de jeans, una blusa y unas zapatillas aparecieron
en lugar del Profeta. Hermione se vistió, abrió las puerta de par en par y caminó por el pasillo
hasta el cuarto de Oliver. Llamó a la puerta.

Sin respuesta. Igual que en los últimos seis días.

Giró sobre los talones, volvió a su cuarto y le escribió una nota para despedirse, y prometer
que haría todo lo posible para exonerar a Theo y a Draco. Le pediría a la Verdadera Orden
que lo liberara lo antes posible. Y le pidió que, mientras tanto, fuera lo más complaciente
posible, para dejarles creer que estaba “curado”. Incluso aunque no consiguiera que lo
liberaran, haría que su vida fuera mucho más fácil allí.

La deslizó por debajo de la puerta, y volvió a su cuarto.

Dos horas después, el Sanador Tamor vino a buscarla. Llegaron al escritorio de las
enfermeras, y él la animó a ponerse en contacto con él si necesitara algo.

Hermione le agradeció con una leve sonrisa, y lo despidió, volviéndose hacia a los
ascensores. Soltó un grito ahogado.

Ginny se levantó de una silla en el rincón más alejado de la sala de espera, juntando las
manos. Hermione sintió como si estuviera en el cuerpo de otra persona al atravesar el salón,
encontrándola a mitad de camino.

Se hizo un silencio incómodo.

—Las recibí—, dijo Ginny apresuradamente. —Tus cartas, quiero decir. Debería haber
respondido antes, pero estaba en Grecia, y luego fuimos directamente a los Países Bajos, y
luego a España. Apenas pude volver de Valencia anoche. Capturamos a Jugson allí a
principios de esta semana.

Hermione cambió el peso de una pierna a otra. —¿Y Ron?

—Sigue allí. Él y Percy se unieron a la búsqueda del Ministro Santos.

Hermione asintió. Sentía el corazón comprimido.

—Intenté hacer lo que me pediste después de Grecia. Pero ellos no me dejaron, y yo solo…
necesitaba perderme a mi misma haciendo algo—. La voz de Ginny tembló. —Perdón por
haberte hecho sentir olvidada.

—Está bien—, dijo Hermione. No lo estaba, pero lo estaría. —Ginny, lo entiendo...—

—Yo no—. Su sonrisa era amarga. —A veces creo que me he convertido en alguien que
hubiera odiado.

—No digas eso—, soltó Hermione. —Yo nunca podría odiarte.


Ginny miró hacia el techo, luego a las paredes. Sus ojos estaban vidriosos. —Quería ofrecerte
un cuarto en la Madriguera. Si lo deseas—. Se mordió el labio. —No estás… obligada a venir
conmigo, o...—

Hermione la rodeó con sus brazos, acercándola. Ginny vaciló, pero luego apretó su espalda,
aferrándose a ella como si su vida dependiera de eso.

Las lágrimas escocieron en los ojos de Hermione, y sintió que los hombros de Ginny se
sacudían. Sabía que las enfermeras las estarían mirando, pero no le importó.

—Te extrañé, Ginny. Te extrañé tanto.

—Yo también—. La voz de Ginny era espesa mientras le pasaba las manos por los
omóplatos, y se apartaba para aferrar sus codos. —Hay… muchas cosas que todavía no
entiendo. Y no… no sé si puedo creer del todo que no has sido manipulada por esa familia de
alguna manera.

Los labios de Hermione se separaron para protestar...

—Pero le dije a Bill que no estuvo bien encerrarte como si fueras un criminal—, continuó
Ginny. —Los he estado presionando toda la semana para liberarte, pero creo que fue tu
entrevista la que lo consiguió.

Los labios de Ginny se torcieron en una sonrisa.

Su rostro cayó rápidamente otra vez, y soltó los brazos de Hermione. —Tienes que entender
que yo… apenas acabo de enterarme lo de Charlie. Es difícil para todos nosotros, el asunto
con los Malfoy. Pero te prometo que… intentaré escuchar cuando llegue el momento. Cuando
pueda ver las cosas que quieres mostrarme.

Hermione asintió. La distancia todavía estaba allí, pero sintió que se encogía. Por ahora,
Ginny estaba allí. Y era suficiente. Le daría el espacio que necesitara.

—Vamos a casa—, dijo, y Ginny le sonrió como solía hacerlo.

Hermione sintió que algo en su pecho se relajaba mientras seguía a Ginny hasta los
ascensores. Las puertas se cerraron en el Ala Janus Thickey, y ella tomó la mano de Ginny.

—Tengo esto para ti—, dijo Ginny, sacando una varita de su otra manga. Hermione parpadeó.
—Decían que quizá no deberías tener una aún, así que la mantuve escondida.

Hermione tomó la varita con cautela; roble, y más corta de la que había sido la suya. El
zumbido en sus venas se duplicó, y su pecho se inundó de alivio. La enganchó en el cinturón,
y descubrió a Ginny mirándola.

—Sé lo que estás pensando, Hermione. Pero la Mansión está prohibida. Ya te dije que intenté
ir. Ni siquiera Bill puede entrar.

Un escalofrío recorrió la espalda de Hermione. Tenía que ir a la Mansión y recuperar las


notas y los recuerdos de Lucius. Nada era más importante. —¿A qué te refieres con
prohibida? ¿No está Narcissa Malfoy presa allí?

—Si. Está bajo vigilancia. La red Flu está apagada, y hay guardias dentro y alrededor del
perímetro. No se le permite a nadie entrar ni salir a menos que el General Jacobs lo autorice.
Que en realidad significa el General Pierre.

—Entonces tengo que hablar con el General Pierre.

Ginny le dedicó una sonrisa lúgubre. —Tendrás la oportunidad. Quieren reunirse contigo
mañana por la mañana. En el Ministerio.

La ansiedad y el alivio se debatieron en su interior, mientras las puertas del ascensor se abrían
al vestíbulo. Entonces una catarata de sonido y movimiento le destrozó los sentidos.

—¡Señorita Granger!

—¡Por aquí!

Los flashes estallaron y los disparos de las cámaras sonaron como truenos, mientras las
personas gritaban su nombre. Hermione parpadeó ante la luz y el sonido, imitando a Ginny
que los empujaba mientras avanzaba.

—Señorita Granger, ¿cómo se siente?

—¿Cuáles son sus planes?

Ginny la rodeó con el brazo mientras la conducía hacia la salida. El rugido se hizo
ensordecedor, la luz blanca era cegadora. Los reporteros gritaban preguntas por encima del
estruendo.

Hermione avanzó a trompicones, y el único aviso que le dio Ginny fue un apretón en la
palma de la mano antes de Desaparecer con un crujido.

El gancho debajo del vientre se soltó, y se encontró parada afuera de la Madriguera.

Ginny avanzó frente a ella con una ceja arqueada. —Estás segura de que sabes lo que haces,
¿verdad?

Hermione se tomó un momento para recuperar el aliento. —No estaba esperando eso.

—Eso te va a ayudar mañana—, dijo Ginny con simpleza. —Asegurate de mencionarlo si no


aparece en los periódicos—. Tomó el brazo de Hermione y tiró de ella a través de la hierba
crecida.

La Madriguera era igual que en su memoria; una casa enorme e inclinada. Verla le llenó el
pecho de calidez y anhelo, y una docena de otras emociones que no podía nombrar. No fue
hasta que Ginny abrió la puerta de entrada que Hermione recordó que no encontraría a Molly
esperando en la cocina, rodeada de ollas y sartenes flotando. Tampoco a Arthur en el garaje,
jugando con un batidor de huevos.
Se le retorció el estómago. Respiró hondo, y apartó las emociones a un lado.

Una cabeza se asomó por la cocina, con el cabello rubio, corto y elegante. —¿Hegmione?

Fleur Delacour dio vuelta la esquina, sosteniendo una espátula. Hermione la miró, recordando
el humo y el pánico de Edimburgo, y la forma en que había cortado el cuello de un Mortífago
con facilidad. Parpadeó para alejar las imágenes.

—Hola—, dijo Hermione, a la vez que Fleur la envolvía en un abrazo.

Fleur se apartó, sonrió y la aferró por los hombros. —Es bueno tenegte en casa—. Miró a
Ginny, luego otra vez a Hermione. —¿Desayuno?

Siguieron a Fleur a la cocina.

Hermione se sentó en la mesa de la cocina, y Ginny a su lado. Observaron a Fleur mientras


terminaba de cocinar, cómoda en el silencio.

Ginny se levantó para poner la mesa, y Hermione la vio ayudar a Fleur con una sencilla
afinidad que nunca antes había visto entre ellas. La guerra había cambiado todo, pensó. Había
acercado a algunos, alejado a otros.

A mitad del gran desayuno, la red Flu de la cocina cobró vida. Hermione se movió en su silla
para ver a Bill salir del fuego, seguido por George.

El corazón de Hermione dio un vuelco. No había estado tan cerca de George desde el Teatro
del Palacio.

Los dos se detuvieron en seco al verla.

—Hermione—. Bill asintió a modo de saludo. —Me alegra verte de nuevo.

George se movió primero, tomó un puñado de salchichas antes de dejarse caer en una silla.

Hermione asintió con rigidez. —Me alegro de verte también. Hola, George.

Él se metió una salchicha en la boca e inclinó la cabeza, sirviéndose un vaso de jugo de


naranja.

Hermione se lo había esperado, pero igual se sintió como un puñetazo. Miró a Ginny en
busca de indicaciones, pero la descubrió mirando fijamente a Bill, con una expresión de la
que su madre habría estado orgullosa.

Bill se pasó una mano por el cabello. —Hermione, me gustaría disculparme por la
conversación que tuvimos en el San Mungo. Es… bueno, me agarraste justo a mitad de un lío
en Atenas, y yo… me remití a los Sanadores. Pero una vez que terminamos de luchar, y
cuando todavía no habían encontrado ninguna prueba decente de que tu...— Se interrumpió,
mirando a sus zapatos. —Como sea, Ginny me convenció de hablar con Pierre. Lamento que
te mantuvieran al margen. Y lamento no haber intervenido antes.
Su rostro era sincero, pero su arrogancia todavía le hervía la sangre. Hermione quería gritarle
que su “intervención” no había conseguido nada, que ella había tenido que luchar por su
cuenta para salir del San Mungo.

En su lugar, esbozó una sonrisa amable y dijo, —Lo entiendo. Gracias.

Bill asintió. Después de una pausa incómoda, tomó un plato y besó a su esposa. Se sentó
junto a ella.

—¿Y Alecto Carrow?— Preguntó Ginny.

—Está hecho—, dijo George, con la boca llena de patatas. —Jacobs hizo los honores de
inmediato.

El tenedor de Hermione se detuvo. —¿Está muerta? ¿Ya?

Eran apenas las diez y media. El juicio de Alecto Carrow había comenzado poco antes esa
mañana, y ya había sido ejecutada.

—Sip. Liberó un poco de espacio en Azkaban—. Un trozo de tostada se detuvo camino a la


boca de George. La miró a los ojos por primera vez. —¿Por qué? ¿También te enamoraste de
ella?

Como un chorro de agua fría sobre su espalda. Se hizo un silencio en la cocina, excepto por
el tintineo de un cuchillo.

Ella separó los labios para inhalar con fuerza. —No tienes idea de lo que estás hablando...—

—George—, siseó Ginny.

—Ey...—

George se levantó de la mesa, tomando una tostada más. —Lo que sea—. Asintió a Bill. —Te
veré al medio día para lo de Jugson.

Desapareció en la sala de estar. Escuchó sus fuertes pisadas subiendo las escaleras.

Fleur intentó cambiar de tema. Bill se sirvió otro vaso de jugo de naranja. Ginny le ofreció
una sonrisa tensa.

Y Hermione se sentó en silencio, Ocluyendo hasta que la expresión del rostro de George dejó
de arder detrás de sus párpados.

Al medio día, Bill se fue con George al juicio de Jugson. Hermione se quedó sentada con
Ginny y Fleur en la sala de estar, leyendo las últimas dos semanas del Fantasma de Nueva
York. Ya le latía la cabeza de tanta Oclumancia, así que dirigió la atención hacia las preguntas
de Gertie Gumley acerca de la falta de transparencia del nuevo Tribunal de Justicia del
Gobierno Provisional de Inglaterra.
Bill y George volvieron tres horas después. Hermione no preguntó acerca del resultado esta
vez.

El sol se hundió más en el cielo, y Hermione siguió leyendo. Después de un tiempo, Fleur se
levantó para hacer algunas tareas. Ginny se quedó con ella.

Los ojos de Hermione habían comenzado a doler, pero donde fuera que mirara a su alrededor,
la Madriguera le traía destellos de recuerdos; Molly y Arthur. Harry y Fred. Nunca había
estado en la Madriguera al mismo tiempo que Charlie, pero ahora estaba muerto también.

La orilla blanca de la Playa de Dover se deslizó hasta la parte frontal de su mente; el viento
de la costa. Un destello de luz verde cuando Lucius lo mató rápidamente.

Sacudió la cabeza, y lo enterró.

La cena también fue incómoda. Ginny estaba callada y de mal humor, y George se negaba a
mirar a Hermione excepto para pedir que le pasara las patatas. Descubrió a Bill mirándola
furtivamente varias veces, como si estuviera esperando que colapsara en la mesa.

Hermione empujó la comida por el plato, tragándose todas las cosas que querría decir acerca
de los Malfoy, y de cómo ninguno de ellos estaría allí sentado si no fuera por ellos. Pensó en
mencionar los tatuajes, preguntarles si sabían quién le había enviado el antídoto a Charlotte,
pero ya podía imaginar lo que diría George, y lo que pensaría Bill. Y no necesitaba darle más
municiones a ninguno de los dos.

Después de la cena, Ginny conjuró una segunda cama para Hermione en su cuarto, como
solían dormir cuando la casa estaba llena. Hermione no sabía si era por el dolor de que las
otras habitaciones no estuvieran en uso, o si Ginny asumía que no querría estar sola. No
preguntó.

Hermione no podía dormir. Así que se quedó mirando el techo, sintiendo el peso de la
Madriguera colgando sobre ella mientras escuchaba a Ginny respirar en la oscuridad. Algo
faltaba. Y no eran solo los muertos.

Se sentía como si hubiera perdido algo. Como si la hubieran remendado con descuido, como
un rompecabezas al que le faltaran piezas. O quizá todas las piezas estaban allí, pero estaban
en los lugares incorrectos.

Eran las dos de la mañana cuando una voz suave la llamó al otro lado del cuarto. —Dime
algo sobre él. Algo que sabría que es verdad.

Hermione parpadeó hacia el techo. Abrió la boca para contarle acerca de los tatuajes. Acerca
del Horrocrux, y de Dolohov. Pero eso no era lo que Ginny estaba preguntando.

Le llevó un minuto entero empezar a hablar. —Él sabía que bebo café. Me enviaba café a mi
cuarto todas las mañanas.

La habitación estaba tan silenciosa, se preguntó si Ginny se habría quedado dormida. Y


entonces, —¿Tu cuarto?
Hermione volvió la cabeza hacia la sombra gris de Ginny en la oscuridad. —Si. Tenía mi
propia suite.

Ansiaba contarle más, pero se contuvo.

Ginny se volvió hacia la pared y murmuró, —De acuerdo.

~*~

Por la mañana, Hermione meditó y organizó su mente. Ginny dormía profundamente al otro
lado del cuarto, mientras ella estabilizaba sus estantes, recitando mentalmente los argumentos
para su reunión con la Verdadera Orden. Necesitaba estar preparada.

Se duchó, y cuando volvió al cuarto, Ginny no estaba. Así que tomó prestada ropa de su
armario, se vistió rápidamente, y fue a sentarse a la mesa para desayunar.

Estaba igual de silenciosa que el día anterior. Después de una hora de ignorarla, George se
levantó de la mesa y dijo, —¿Estás lista para ir?

Ella parpadeó. —Oh. Si—. Después de limpiar su plato, lo siguió hasta la chimenea. Echó un
vistazo a Bill, pero él permaneció sentado.

George tomó un puñado de polvos Flu antes de entregárselos. Exclamó, —Ministerio de


Magia—, y no miró atrás al desaparecer en una ráfaga de llamas verdes.

El estómago de Hermione se cerró al pensar en volver al Ministerio, pero tenía que ir. Cuadró
los hombros, arrojó el polvo y se metió en la chimenea.

Entró trastabillando en el desierto Atrio del Ministerio, mirando boquiabierta el techo azul
abovedado. La fuente de Magia es Poder ya no estaba, solo quedaba el polvo de la
demolición.

George ya estaba caminando en dirección a los ascensores a su izquierda. Se apresuró a


seguirlo, escuchando sus pasos resonar contra el suelo de madera oscura. Abrió la rejilla de
un ascensor y la sostuvo abierta para ella, sin mirarla a los ojos.

Una vez adentro, ella se volvió hacia él.

—Estás decepcionado de mi.

La mirada de él se mantuvo fija al frente. —Algo así.

El ascensor los disparó hacia abajo y hacia un lado, y ella se paró frente a él. Él frunció el
ceño.

—Supongo que crees que estoy loca, ¿no? ¿Crees que debería seguir encerrada en San
Mungo?

Él inclinó la cabeza, y ella no reconoció a Fred en ningún lugar de sus labios fruncidos. —
No. Creo que tu mente está bien, y que simplemente te enamoraste de un pequeño cobarde
llorón. Esa es la peor parte.

Ella se encogió, sintiendo el aguijón. El ascensor se detuvo, y George la rodeó para salir sin
mirar atrás.

La sangre de Hermione ardió de furia, pero la apartó a un lado. Respiró hondo, y salió del
ascensor, hacia los mismos azulejos negros por los que había corrido un año atrás, mientras
huía de Dolohov y Yaxley. Sus estantes temblaron violentamente, pero centró su mente, y
apartó los recuerdos.

Casi tuvo que echarse a correr para alcanzar a George, que caminaba por un pasillo hacia una
puerta negra sin letreros. Llamó dos veces, y la puerta se abrió.

Hestia Jones los miró de arriba abajo. Los labios de Hermione se separaron con un silencioso
asombro. Jones había sido miembro de la Orden del Fénix, era apenas unos años mayor que
Tonks. Hermione la había visto entrar y salir de Grimmauld Place a lo largo de los años.

—Señorita Granger—. Avanzó y tomó su mano con un firme apretón. George pasó junto a
ella. —Es bueno volver a verla.

—Y a usted.

Hermione entró a lo que parecía ser una sala de reuniones con una larga mesa ovalada. Un
enorme mapa de Europa llenaba la pared del fondo, marcado con alfileres. Dos hombres
estaban sentados en la mesa. Se pusieron de pie y se volvieron hacia la puerta.

—Hermione Granger, estos son el General Pierre y el General Jacobs de la Verdadera Orden.

El General Jacobs era un hombre anodino pero apuesto, de unos treinta y tantos años. La
saludó con un refinado acento británico, y estrechó su mano cuando ella se la ofreció. Pero la
mirada de ella se dirigió hacia Robert Pierre, el hombre que aparentemente tenía todo el
poder sobre las decisiones de su atención médica.

Era el más alto de ambos, con hombros anchos y el rostro torcido. Sus ojos eran de un azul
penetrante, y la barba incipiente que llevaba sobre las mejillas contrastaba con las líneas
rectas y planchadas de su uniforme militar negro.

—Señorita Granger—, dijo, con un acento mucho más ligero y nítido que el de Fleur. —
Estoy encantado de saber que ya se siente mejor.

—Gracias—. Forzó una sonrisa. —Es un honor conocerlos.

Hestia le ofreció un asiento en la mesa frente a Pierre y a Jacobs, y luego tomó su propia silla
al final de la mesa. George permaneció en el cuarto, apoyado contra la pared con los brazos
cruzados.

—Bueno, Señorita Granger, tiene toda nuestra atención. Especialmente después de su


pequeño truco con el Profeta—. Pierre le dirigió una sonrisa tensa. —Disculpe que me salte
las cortesías, pero estamos algo ocupados. Así que díganos, ¿qué es lo que quiere?
El cuarto estaba en silencio. Jacobs entrelazó los dedos sobre la mesa, mirándola. Una helada
comprensión se arrastró por la columna de Hermione, como rozar con los dedos a un
fantasma.

—Me gustaría acceder a la Mansión Malfoy. Tengo evidencia de su asistencia a la Verdadera


Orden en...—

—De ninguna manera—. Pierre se inclinó en su silla. —La Mansión Malfoy está en
cuarentena. Y la propiedad ya ha sido barrida, se lo aseguro. Cualquier “evidencia” que
podría haber habido, ya ha sido recogida.

Ella arqueó una ceja. —Lo dudo mucho, General. Me estaría tratando de una manera muy
distinta si hubiera visto lo que tengo guardado allí.

Jacobs se movió en su silla y miró a Pierre de reojo, pero el francés mantuvo su mirada en
ella.

—¿Y qué sería eso?

—Tendrá que dejarme que lo recupere yo misma.

Él se rió, un grave retumbar. —Tenemos toda la evidencia que necesitamos para juzgar a los
acusados, Señorita Granger.

—Y esa es mi siguiente pregunta—, dijo ella, enderezándose en la silla ante su tono


condescendiente. —¿Cuáles son las leyes que este tribunal está observando si un acusado
puede ser torturado a mitad del juicio?

—Un “acusado”—, dijo George de repente. —¿Es eso lo que son? ¿Estás diciendo que no has
visto a Amycus y a Alecto Carrow con tus propios ojos…?—

—Lo que yo he visto es irrelevante. Cuando están siendo procesados, son acusados de
acuerdo a la Ley Mágica y a la documentación legislativa del Wizengamot...—

—En caso de que no lo haya notado, Señorita Granger—, dijo Jacobs, —la destrucción
causada por el Gran Orden ha requerido que se construya un nuevo gobierno. El Tribunal de
Justicia...—

—Si, el Tribunal de Justicia—, dijo ella. —El cual, asumo, ha recibido una carta de algún
tipo por parte de la Confederación Internacional de Magia.

—No estamos obligados por las leyes internacionales—, dijo Pierre con frialdad. —El
Tribunal de Justicia es libre de procesar a sus propios ciudadanos como crea conveniente.

—Entonces, ¿por qué está usted aquí, General Pierre?

Un músculo se crispó en la mejilla de Pierre. —¿En qué podemos ayudarla el día de hoy,
Señorita Granger?
Ella levantó la barbilla. —En primer lugar, me gustaría que se retiraran todos los cargos
contra Narcissa Malfoy, Blaise Zabini y Pansy Parkinson. Con efecto inmediato.

Jacos resopló.

—Denegado—, dijo Pierre.

Ella apretó las palmas en dos puños sobre la mesa. —Tengo pruebas de que los tres han
ayudado a la Verdadera Orden durante el último año, y han asistido de manera activa a la
caída del Gran Orden. En interés de la justicia, solicito que revisen mis recuerdos antes de
proceder con los juicios.

—Denegado.

Sus fosas nasales se ensancharon, y la furia se desbordó. —¡Pansy Parkinson fue vendida
como un animal, igual que el resto de nosotras! ¿Cuáles son sus crímenes?

—La Señorita Parkinson fue declarada muerta hace un año. Ha estado en connivencia con
miembros del Gran Orden desde ese momento en adelante...—

—¿Y cuál es su evidencia para eso? Si buscara en mi memoria, podría ver cuán falsa es su
declaración...—

—Su memoria, Señorita Granger—, dijo Pierre, —puede que no tenga el peso que usted cree
que tiene. Ha sido tratada en el San Mungo recientemente por alteración mental, ¿no es así?

El aire abandonó los pulmones de Hermione. Sintió que le temblaban las manos de ira. —Fui
dada de alta por los Sanadores, que no encontraron absolutamente ninguna evidencia de
haber sido sometida a magia de alteración mental...—

—El punto es— Pierre levantó una mano, —que no podemos refutar que sus recuerdos hayan
sido comprometidos. Tenemos suficiente evidencia de los crímenes cometidos por toda la
familia Malfoy y tus— hizo un gesto con la mano —amigos.

—Entonces exijo representar a los acusados de los juicios y presentar mi testimonio, mis
recuerdos y mi evidencia física de la Mansión Malfoy frente al Tribunal.

—Los acusados proporcionan su propia defensa, Señorita Granger. Deben responder


directamente a la corte...—

—Entonces acudiré al Profeta, al Fantasma, y a cualquier diario que quiera escucharme, y les
contaré sobre la falta de debido proceso, y la interferencia con la recopilación de pruebas del
Tribunal de Justicia. Les contaré cómo la Verdadera Orden mantuvo recluida sin causa a
Hermione Granger, creadora del antídoto para la poción del tatuaje que liberó a los esclavos y
dio a la Verdadera Orden la oportunidad de volver a tomar el país...—

—No sé qué imagina que ha creado—, intervino Jacobs, —pero los pocioneros franceses que
trabajaban para la Verdadera Orden fueron los responsables de crear el antídoto...—
Ella se puso de pie, la furia retorciéndose en sus venas. —¿Esa es la mentira que han estado
hilando? Yo misma construí la poción en el laboratorio de pociones de los Malfoy. ¡Narcissa
Malfoy me dio su varita, y Draco Malfoy entregó los ingredientes directamente a Charlotte!

Pierre la miró, con el rostro impasible. Jacobs se rió, negando con la cabeza.

—Señorita Granger—, comenzó Hestia Jones, —por favor, cálmese...—

—Tinta de calamar, raíz de Sopóforo, flor de amapola, Sanguinaria—, recitó. —Diluir la tinta
de calamar con agua destilada. Llevar a hervir y reservar.

—No puede hablar en serio...—

Elevó la voz. —Cortar la raíz de Sopóforo en cuartos iguales. Moler la flor de amapola con
un mortero y agregar al agua hirviendo. Revolver en el sentido de las agujas del reloj doce
veces hasta disolver.

George dio un paso al frente. —Hermione, es suficiente...—

Ella se apartó de él y se aferró el respaldo de su silla. —Dejar reposar quince minutos.


Agregar diez gotas de tinta de calamar, revolver contra las agujas del reloj después de cada
gota. Por último, agregar la Sanguinaria. Dejar reposar cuatro horas hasta que el veneno de la
Sanguinaria se haya neutralizado y el vapor se eleve en perfectos espirales.

Respiró con dificultad mientras la recorría la furia. —Yo creé esa poción, y puedo probarlo.
Charlotte podrá estar muerta, pero yo no lo estoy.

Pierre la estudió por encima de sus dedos entrelazados mientras que Jacobs la miraba con
incredulidad. Con la cabeza inclinada, Hestia Jones la observaba con curiosidad, y George
parecía como si finalmente la reconociera.

Se inclinó hacia adelante sobre las manos, fulminando con la mirada el rostro ilegible de
Pierre, y siseó. —Llama a tu pocionero.

Se hizo un silencio. Podía escuchar el latido de su corazón mientras esperaba que Pierre
respondiera.

Un golpe en la puerta la sobresaltó. George la abrió, y Roger Davies se apresuró a entrar.

—Señor—, se dirigió a Pierre, —noticias urgentes de Praga.

Pierre se sonó los nudillos y se puso de pie. —Señorita Granger, si pudiera esperar un
momento. Sírvase un té—. Hizo un gesto hacia el carrito en el rincón. —La General Jones se
pondrá en contacto con nuestro equipo de pociones, y entonces podremos discutir.

Hestia asintió, y luego los cuatro abandonaron el cuarto con Roger Davies.

Apenas la puerta se cerró detrás de ellos, Hermione soltó un suspiro tembloroso. Se apretó
los talones de las manos contra los ojos, empujando su frustración.
Lo había hecho lo mejor que pudo. Los había obligado a escucharla.

Hermione se dejó caer en la silla y esperó. Después de veinte minutos, decidió aceptar el té
ofrecido y se sirvió una taza. Y después de casi una hora, comenzó a ponerse ansiosa.

El reloj en la pared indicaba que habían pasado una hora y cuarenta y cinco minutos cuando
finalmente la puerta se abrió de nuevo.

El General Jacobs entró con una expresión de júbilo que le revolvió el estómago. Pierre lo
seguía un paso por detrás, flotando como un halcón.

—Bueno, Señorita Granger—, dijo Jacobs. —Parece que nuestro equipo de pociones puede
confirmar que una fuente misteriosa les proporcionó un gran descubrimiento para el antídoto.
Al parecer concuerda perfectamente con su descripción. Felicitaciones.

La ola de alivio se interrumpió al darse cuenta que Jacobs debía estar sonriendo por otras
razones. Pierre se inclinó hacia adelante, con los ojos clavados en ella.

Ella apretó los labios. —¿Dónde están George y Hestia?

—Ocupados—, dijo Pierre.

—Digamos que la familia Malfoy sí le permitió usar su laboratorio de pociones—, dijo


Jacobs, goteando condescendencia de su voz. —Digamos que Lucius Malfoy sabía que usted
estaba conspirando contra el Gran Orden, en su propia casa. Incluso digamos que apoyaba
eso—. Su mirada se fijó en ella, y su cabeza se inclinó. —¿Eso realmente equilibra la balanza
de los diez mil muertos en las Islas de Baffin? ¿O de las personas que ayudó a asesinar en
Suiza y en Francia?

La columna vertebral de Hermione se puso rígida. —Creo que tendrá que examinar la
evidencia para ver quién fue responsable de desplegar el arma, y quién la creó. Sé de al
menos otros dos Lotes que pueden corroborar mis recuerdos de Lucius Malfoy rebajando el
numero de muertos en Baffin...—

—¿Y los civiles y soldados de la Verdadera Orden en Suiza?— Presionó Jacobs. —¿Puede
explicar todas esas muertes también?

Hermione apretó la mandíbula. No podía. Solo podía confiar en la palabra de Draco de que
había sido implementada cuando su padre estaba en Austria. —Como dije, hay mucha
evidencia en la Mansión Malfoy que debería ser sopesada con cuidado al determinar sus
cargos...—

—Usted tiene su evidencia, nosotros tenemos la nuestra. Si los Malfoy la ayudaron, fue solo
un último esfuerzo por salvar sus pellejos.

Hermione se levantó de la silla. —Sus opiniones son irrelevantes. Cualquier tribunal que
valiera la pena entendería la importancia de la evidencia y la representación adecuada...—

—No se precipite, Señorita Granger. Nos hemos reunido—, señaló a Pierre con la cabeza, —
y hemos acordado permitirle representar a quien usted quiera. Si los acusados pueden
defenderse a si mismos, no vemos razones para no permitir que alguien más lo haga por ellos.

Hermione los miró boquiabierta. Cerró con fuerza la mandíbula.

—Puede comenzar con Lucius Malfoy—, continuó Jacobs. —Se entregó hace menos de dos
horas.

El cuarto se tambaleó bajo sus pies. Se estabilizó apoyando los dedos en la mesa. —¿Se
entregó?

—A la República Mágica Checa—, añadió Pierre.

La mente de Hermione dio vueltas. Lucius Malfoy se había rendido a la Verdadera Orden.
Libremente.

Ella se irguió, levantando la barbilla. —¿Y cuándo será el juicio?

—El lunes.

La palabra hizo eco en sus oídos. —Eso es en cuatro días.

—Si.

Hermione tomó una bocanada de aire. —Solicito que se retrase el juicio para tener un tiempo
adecuado para preparar...—

—Denegado—. La boca de Jacobs se estiró en una leve sonrisa.

Apretando la mandíbula, Hermione tragó saliva. —Solicito acceso total a la Mansión Malfoy.

—Solicitud denegada.

—Solicito acceso total a mi cliente por los próximos cuatro días.

—Puede verlo una vez—, dijo Jacobs. —Ahora.

—¿Ahora?— Dijo, débilmente.

—Esas son las concesiones que estamos dispuestos a hacer. Vale la pena que le recuerde,
Señorita Granger, que ninguno de los acusados ha gozado de estos privilegios hasta ahora.

—Estos “privilegios” de los que habla, son una burla a los más básicos derechos humanos—,
espetó. —Es un ultraje. Yo...— Se interrumpió al ver a Pierre evaluándola. Esperando que se
quebrara por la presión.

Pero no le daría esa satisfacción.

Cuadró los hombros, y dijo. —Lléveme con él.

Con una reverencia burlona, Pierre la condujo fuera del cuarto. Hermione divisó la mirada
entrecerrada de Jacobs al pasar por la puerta, siguiendo a Pierre por los pasillos de azulejos
negros.

Le daba vueltas la cabeza. Necesitaba acceso a libros de leyes. Necesitaba revisar las leyes
redactadas por este nuevo tribunal, fueran las que fueran. Necesitaba estudiar los juicios de
los días previos.

Su mente estaba haciendo una lista de las evidencias para defender a Lucius Malfoy cuando
Pierre se detuvo ante una puerta rodeada de guardias de rostro severo. Lucius estaba aquí, se
percató. Detrás de esa puerta.

—Tienes diez minutos—, dijo Pierre.

Sus puños se curvaron a sus lados. —Tendré por lo menos una hora, General. Quizá el
Profeta estaría interesado en saber...—

—Quizá el Profeta se encontrará imposibilitado de imprimir la edición de mañana—. Abrió


la puerta para ella, clavando sus ojos azules en ella. —Diez minutos.

Hirviendo de furia, Hermione entró a un pequeño cuarto negro sin ventanas. Solo había una
mesa y dos sillas. Lucius Malfoy estaba sentado en una de ellas, esposado a la mesa. Arqueó
una ceja al verla. La puerta se cerró tras ella.

—Señorita Granger—, dijo Lucius. Estaba más delgado, pero se sentaba erguido y orgulloso.
—Quedé bastante sorprendido al escuchar que me reuniría con mi abogado antes de
dirigirme a Azkaban.

Ver su mandíbula afilada y sus ojos grises embistió algo dentro de ella. Un agujero en su
pecho que anhelaba a Draco y extrañaba a Narcissa. Un lugar que ahora se sentía más como
en casa que la Madriguera.

Se dirigió a la silla frente a él. Cruzó las manos sobre la mesa, y enfrentó su mirada
evaluativa.

—¿Por qué estás aquí, Lucius?

Había una gran probabilidad de que mintiera. Pero tenía que preguntarlo una vez.

Él extendió sus manos, las cadenas tintinearon. —Éstos son sin duda los más finos
alojamientos en Inglaterra. ¿Cómo podría resistirme?

Ella lo ignoró, tamborileando los dedos. —¿Estás aquí para negociar un trato por Narcissa?

Él inclinó la cabeza y bajó los brazos. —¿Con qué podría negociar?

La fina capa de esperanza en su pecho se quebró, como hielo en un lago. Había pensado que
tal vez tuviera un plan. Él siempre tenía un plan.

—¿Sabes dónde está Draco?— Preguntó.

Los labios de él se crisparon. —Qué gracioso. Iba a hacerte la misma pregunta.


Ella se recostó en el asiento, cerrando los ojos con frustración. Nueve minutos. —No me
dejarán volver a la Mansión—, dijo, sin fuerzas. —Así que no puedo recuperar tus recuerdos.

Al abrir los ojos, lo descubrió mirándola, con los ojos entrecerrados, pero divertidos. —¿Mis
recuerdos?

—Los que están en los viales negros. Dejaste tu estudio abierto, y los encontré.

—¿Lo hice?— Inclinó la cabeza. —Eso no es propio de mi.

Ella no tenía tiempo para sus juegos, así que siguió adelante. —Tendrás que presentarlos
como evidencia otra vez. No dejes nada por fuera: El Señor Goyle, Rumanía, Charlotte y las
Chicas Carrow; todo.

Él la observó en silencio. Ella lo tomó como una aceptación.

—¿Mataste a Romano y a Berge en Salerno?

—Así es.

Dejó escapar un suspiro entrecortado. Por lo menos era algo. —Entonces presenta ese
recuerdo como evidencia también.

—Señorita Granger—, dijo Lucius, parpadeando. —No puede realmente ser tan ingenua.

Sintió la boca seca. —¿Perdón?

—¿Realmente cree que revisarán mis recuerdos como preparación para el juicio?

—Si lo creo—, dijo, con más confianza de la que sentía. —El Tribunal ha sido espantoso
hasta ahora, pero eso termina hoy. Si no revisan tus recuerdos, arrastraré un Pensadero a la
corte yo misma.

Los labios de él esbozaron media sonrisa. Algo brilló detrás de sus ojos. —No la esperaba a
usted, Señorita Granger.

—Lo sé—. Lucía como Draco cuando sonreía. Se retorció los dedos. —Acabo de llegar de
mi primer encuentro con la Verdadera Orden.

—No, no solo aquí—. Él miró la pared por encima de su hombro, como si hubiera un
hermoso paisaje que ella se estuviera perdiendo. —Usted es bastante inesperada.

Ella lo miró, esperando que dijera algo más.

—No me malinterprete, claramente es usted más problemática que valiosa—. Cruzó las
manos y cuadró los hombros. —Pero casi que me arrepiento de haber evitado que escapara
del Palacio.

El hielo recorrió sus venas. Los brazos que la habían atrapado en la pelea tras bastidores.
Buen trabajo, Malfoy. Hacía tanto tiempo que no pensaba en ese día. En ese momento había
creído que se trataba de Draco.

—Dijiste que no habías estado allí, que no tenías interés en el tráfico de esclavos.

Él se encogió de hombros. —Mentí.

Se devanó el cerebro buscando el recuerdo. —Estabas intentando sacarme de ahí. ¿Por qué?

—No lo había decidido del todo—, dijo. —Estaba medio tentado de matarte. Me habría
ahorrado un montón de problemas.

Ella frunció el ceño, y cruzó los brazos encima del pecho.

—Siento haberle causado tantas inconveniencias, Señor Malfoy.

—“Una inconveniencia”. Si, supongo que eso la describe, Señorita Granger.

Ella se abstuvo de poner los ojos en blanco. Tenían seis minutos, en el mejor de los casos.

—Les proporcionaré un relato detallado del tiempo que pasé en la Mansión. Incluiré los
viales con mis recuerdos para corroborarlo—. Hizo rebotar la pierna con nerviosismo. —
Entre los dos, estoy segura de que podremos conseguir al menos una cadena perpetua en
Azkaban...—

Lucius se inclinó hacia adelante, y ella se sobresaltó; toda la alegría había desaparecido de su
rostro. —¿Mi esposa está en la Mansión?

—Si—, dijo ella.

—¿Y no tienen intención de moverla?

—No—. La mirada en su rostro le recordó la noche en que Edimburgo fue atacada, cuando
llegó buscando a su hijo. —No, no lo creo. Está bajo arresto domiciliario.

Se escuchó un golpe en la puerta, y Hermione se dio vuelta al mismo tiempo que se abría.
Pierre estaba ahí. No habían pasado diez minutos.

Ella se puso de pie, apretando los labios. Cuando se volvió hacia Lucius, lo encontró
reclinado en el asiento. —Te veré en el juicio, Lucius. No te preocupes, tengo la intención de
ser una inconveniencia para ti durante muchos años más.

Él asintió con la cabeza con los ojos brillantes. Ella se volvió, y caminó hacia la puerta.
Pierre apenas se había hecho a un lado para dejarla pasar, cuando Lucius llamó, —Ah,
¿Señorita Granger?

Ella se dio vuelta, y lo vio observando sus jeans y sus zapatillas con disgusto.

—¿Podría al menos tratar de vestirse apropiadamente para el juicio?


Ella lo miró con el ceño fruncido y siguió a Pierre hacia afuera, de regreso por los pasillos
hasta los ascensores.

La mente le daba vueltas, repitiendo la conversación con Lucius en un bucle. Todavía no


tenía idea de por qué se había entregado, o qué planeaba conseguir. Y ahora no tendría la
oportunidad de saberlo hasta el juicio.

Apenas escuchó a Pierre al despedirse de ella y dejarla junto a las chimeneas. Pero estando de
pie frente a la red Flu, con el polvo en su mano, sintió los músculos congelados ante la idea
de volver a la Madriguera.

Su brazo flaqueó. No podía regresar a esas cenas silenciosas y a las muecas desdeñosas de
George. La vida de Lucius Malfoy estaba en juego. El padre de Draco.

Cuatro días para salvarlo. Era todo lo que tenía.

Se le ocurrió una idea repentina. Arrojó el polvo y pidió ir a Grimmauld Place, suplicando
que no estuviera bloqueado.

Las llamas rugieron y salió de la conocida chimenea.

Se sintió mareada por el éxito. El Encantamiento Fidelius estaba intacto. Draco era el
Guardián Secreto. Como ella había estado allí antes, podía regresar.

Sacó la varita y lanzó un Homenum Revelio. No había nadie allí, estaba sola.

Entró a la cocina. Blaise y las chicas se habían ido apresuradamente. Los platos que todavía
quedaban en el fregadero se estaban llenando de moho, y habían quedado libros abiertos en la
mesita de café. Había un pequeño bolso lleno de Galeones sobre un almohadón. Hermione
miró a su alrededor, y llamó a Kreacher.

No apareció.

Y con una ola de alivio, se dio cuenta: Kreacher debía estar con Draco. El amo de Grimmauld
Place. Las lágrimas amenazaron con derramarse por sus mejillas, y se apoyó contra la pared,
tomando bocanadas de aire con dificultad hasta que pudo apartar sus sentimientos con
Oclumancia. Cuando sus estantes estuvieron estables, comenzó a subir las escaleras.

Grimmauld Place tenía una pequeña biblioteca en la que localizó algunos libros de
Legislación Mágica. Pero para la media tarde, ya ansiaba tener más fuentes. Se apareció en
una de las lechucerías de Londres y envió una serie de cartas; una para Ginny, disculpándose
por no volver a la Madriguera, explicando el juicio de Lucius y por qué debía defenderlo, y
prometiendo que la vería pronto; algunas para las Bibliotecas Mágicas, solicitando libros de
leyes; y una para el Tribunal de Justicia, solicitando una copia de sus nuevas leyes y las
transcripciones de los juicios que se habían llevado a cabo durante la última semana.

Por la mañana, cuando se despertó cubierta de libros de leyes prestados, pero sin respuestas
del tribunal, no se sorprendió.
Se lanzó una serie de glamours, y salió de Grimmauld el sábado por la mañana para comprar
comestibles y una copia del Profeta. Al pasar las páginas, encontró su propio rostro en la
página once con el titular: HERMIONE GRANGER, ¿MENTE SANA?

El diario casi se deslizó de sus dedos. Se le nubló la visión mientras lo leía, apenas unas
pocas líneas. Sugería que había estado en San Mungo por lesiones en la cabeza, y que los
Sanadores no se ponían de acuerdo acerca de la decisión de darle el alta. La información
había sido provista por una fuente anónima del hospital.

Estaban intentando desacreditarla.

Después de casi incendiarse de ira, Hermione canalizó la furia en sus preparativos. Leyó sus
nuevos libros de principio a fin. Cuatro lechuzas después, recibió una carta del Tribunal,
confirmando que se le daría acceso a un Pensadero en el que podría proyectar sus recuerdos a
la corte. Y por primera vez, sintió algo de esperanza.

En la mañana del juicio, puso los ojos en blanco ante su reflejo en el espejo mientras se
cambiaba de ropa por tercera vez. Las chicas habían dejado un montón de ropa, pero las de
Daphne le quedaban mejor. Se puso la blusa más encrespada que pudo encontrar, las burlas
de Lucius sonaban en sus oídos.

Al llegar al Atrio del Ministerio media hora antes, encontró que se había formado una
multitud, esperando conseguir un buen asiento.

Tenía una declaración escrita memorizada como apertura. Tenía los recuerdos en los viales,
listos para presentarlos como evidencia. Los ojos la recorrían, y los susurros flotaban en su
dirección. Se dirigió hacia el rincón del fondo, y se tomó unos cuantos minutos para practicar
Oclumancia, bloqueando el sonido creciente de la multitud. Cuando finalmente abrió los
ojos, encontró el Atrio lleno hasta el fondo.

Habían acudido cientos para la sentencia de Lucius Malfoy.

Respiró profundo en sus aguas tranquilas y caminó hacia el centro de todo, de pie a un lado
hasta que el General Pierre abrió el piso.

El Tribunal de Justicia fue llamado al orden, y se encontró a si misma frente a doce hombres
y mujeres que no había visto nunca. Los miró parpadeando.

La multitud se agitó, y un destello pelirrojo le llamó la atención. Bill, Percy, George y Ron,
estaban parados al frente, todos aquí para ver al asesino de Charlie ser llevado ante la justicia.

Encontró la mirada de Ron antes de apartar la vista. Tomó una bocanada de aire y lo enterró
al fondo de su mente, obligando a sus ojos a desdibujar la audiencia.

El tintineo de los ascensores silenció todo el salón, y entonces Lucius Malfoy estaba siendo
escoltado por cuatro guardias hacia el escenario improvisado. El Atrio explotó en bullicio.
Apenas podía pensar con esa presión sobre sus sentidos.
Lo empujaron para sentarlo en una silla frente a los doce miembros del jurado. Cinco jueces
presidían, incluyendo a la General Hestia Jones, al General Pierre, y al General Jacobs.

Al medio día en punto, el General Pierre se puso de pie, y el Atrio guardó silencio.

Lanzó un Hechizo Amplificador en su voz, y comenzó. —Lucius Malfoy. Comparece frente a


este Tribunal para responder por sus crímenes contra el mundo Mágico, crímenes contra la
humanidad, y contra la libertad.

La multitud gritó y abucheó, sacudiendo el suelo bajo sus pies. Lucius estaba quieto, con las
manos cruzadas sobre su regazo. Cuando se calmaron, Pierre continuó.

—Estos crímenes incluyen: El asesinato masivo de más de diez mil vidas, tanto mágicas
como Muggles, en Canadá; conspiración para asesinato masivo en Italia; conspiración para
asesinato masivo en Suiza; los testigos han reportado el asesinato de los siguientes: Chelsea
Jamison, Damon Ducavenay, Ruben Taverntine, Charles Weasley...—

Una risa retumbó por el Atrio, baja pero inconfundible. Hermione levantó la mirada y
descubrió a Lucius Malfoy sonriendo hacia la multitud.

—Mhm. Sí logré darle a un Weasley, ¿no es así? Me había olvidado por completo.

El miedo la atravesó como un cuchillo afilado, haciendo traquetear sus estantes. Lucius
sacudió la cabeza, sonriendo, como si se riera de una broma interna.

La multitud retumbó, y las aguas de Hermione temblaron.

¿Qué había dicho?

Él no había...

Los apagó en su mente, echando un vistazo a los hermanos Weasley. El rostro de George
estaba rojo.

—Sabes—, continuó Lucius, en voz más alta. Una sonrisa en su tono. —Me arrepiento de
mis acciones durante los últimos años—. Asintió solemnemente. —Sobre todo, lamento
haber matado tan lentamente a Charlie Weasley.

Un grito de la multitud. Las piernas de Hermione se balancearon.

No fue así como sucedió. Ella lo había visto.

Lucius se movió en su asiento, volviendo los ojos hacia los hermanos Weasley. —Sus gritos
me persiguen hasta el día de hoy, de verdad. Nadie debería tener que pasar por tanto dolor.

Ron se lanzó hacia adelante, pero Bill tiró de él hacia atrás.

Tenía que hacer que se detenga. Hermione movió sus piernas temblorosas, su respiración se
aceleró. El salón estaba rugiendo de ruido. Alguien en la multitud rompió la línea, y su
hombro se chocó con el de Hermione. Se tambaleó.
—Tanta sangre—, dijo Lucius, inclinándose hacia adelante como si compartiera un secreto.
—Y tantas súplicas. Pero supongo que eso es lo que se espera de un Weasley.

Tenía un zumbido en los oídos al levantar la varita para silenciarlo, pero entonces un
movimiento brusco llamó su atención, y sintió como si gritara debajo del agua cuando el
brazo de George se arqueó hacia atrás, y la varita bajó como una espada: una luz verde se
lanzó hacia adelante.

La Maldición Asesina se disparó a través de la multitud, y aterrizó directamente en el pecho


de Lucius. Su silla voló varios pies hacia atrás, y su cuerpo quedó inerte.

Se le enfrió la sangre. Se había quedado sorda, no podía sentir los brazos.

Los ojos grises de Lucius estaban abiertos. Sus labios curvados en una sonrisa helada.

El sonido la embistió como si corriera hacia una pared. Le explotaron los tímpanos por la
celebración en el Atrio. Se volvió para ver a los hermanos Weasley rugiendo.

Volvió la cabeza hacia el estrado donde el General Pierre sonreía, fingiendo calmar a la
multitud.

Unos puntos negros en su visión, cada vez más oscuros, y profundos. No podía respirar.

En la oscuridad, las palabras comenzaron a formarse.

¡Maten a su perra!

Hermione soltó un jadeo y abrió mucho los ojos, al ver a la multitud que comenzaba a gritar
y protestar.

¡Pop! ¡Pop! ¡Pop!

Estaban Desapareciendo.

Estaban yendo a la Mansión. A matar a Narcissa.

—¡No!

Diez más se desvanecieron frente a sus ojos.

Giró la varita y se Apareció en la colina afuera de la Mansión.

El sol del mediodía estalló frente a sus ojos. Un grito a su alrededor, la multitud reuniéndose,
esperando que llegaran más.

Hermione se dio vuelta y vio los cuerpos en el piso. Los guardias de la Verdadera Orden que
habían estado apostados en la Mansión, yacían sobre la hierba.

Sus ojos saltaron hacia las puertas. Había hombres en el suelo, expulsados por la casa. Uno
de ellos empalado en la puerta de hierro, con los miembros doblados extrañamente, como si
hubiera salido disparado y hubiera aterrizado en la reja.

La multitud que llegaba del Ministerio rugía. Una ráfaga de pies corriendo, y Hermione salió
frente a ellos, corriendo hacia el portón.

Tenía que llegar hasta Narcissa. Tenía que salvarla.

Las puertas de hierro se abrieron, como si le dieran la bienvenida a la turba. Las lágrimas
caían por su rostro mientras sus piernas se movían para llegar allí primero.

Saltando por encima del cuerpo de un guardia de la Verdadera Orden, se lanzó a través de las
puertas, con los músculos en llamas mientras corría por el sendero de grava.

Un grito ahogado, y una explosión. Y luego otra, y otra. Como fuegos artificiales.

Giró sobre su hombro y descubrió a cientos de personas lanzándose contra las puertas y
rebotando hacia atrás, como si se hubiera lanzado un hechizo de límite para mantenerlos
afuera.

Se le congelaron los pies, y el corazón le latió en la garganta. Ella era la única que había
conseguido pasar.

La multitud se pisoteaba los unos a los otros para avanzar. Se estremeció al escuchar el siseo
de la primera maldición. Rebotó hacia arriba y hacia afuera, disparándose hacia el cielo.

La respiración luchó contra sus costillas mientras ellos se arrojaban más y más contra ella. El
aire crepitaba, pero nadie conseguía atravesar. Se volvió hacia la Mansión. Las puertas de
entrada se abrieron, dándole la bienvenida.

—¡Alto! ¡Basta!

Las maldiciones cesaron.

—¡Hermione!

Tropezó y miró a su alrededor. Ron y sus hermanos estaban al frente de la multitud. Ron
extendió una mano hacia ella, como si quisiera que ella le diera acceso.

Su mirada cayó sobre su palma abierta.

Lucius lo había sabido. Se había hecho matar, y la Mansión se había bloqueado para todos
menos para ella. Miró hacia las puertas abiertas, y supo que encontraría a Narcissa dentro. A
salvo.

—¡Hermione!— Llamó Ron otra vez. Con la vos frenética, traicionada.

Bill aferró su hombro con una mano. Y con la otra abrazó a George.

Se hizo un silencio. Solo el viento en sus oídos.


Con un movimiento de su mano, las puertas de la Mansión Malfoy comenzaron a cerrarse
para ellos.

Alguien gritó su nombre, pero ella ya estaba caminando por el sendero de grava.

Volviendo a casa.

Chapter End Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Institucionalización involuntaria, muerte de personaje.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 39
Chapter Notes

Nota de Autor

Buenas y malas noticias (o algo así). Este capítulo se estaba convirtiendo en un


monstruo, así que decidimos dividirlo. NADIE está más molesta por esta noticia que yo:
la autora de La Forma Correcta de Actuar que terminó en 36 capítulos en lugar de 35
(¿35,000 galeones alguien?). Luché muchas veces contra Raven para mantener esto en
40 capítulos, pero al final, fui mi peor enemigo.

¿El resto de las buenas noticias? ¡OBTENDRÁN OTRO CAPÍTULO LA PRÓXIMA


SEMANA! Haremos todo lo posible para publicar el Capítulo 40 el 29 de noviembre y
aún publicaremos el 41 (capítulo final) el 6 de diciembre.

¡Vean las notas finales para ver una gran cantidad de arte increíble! Mucho amor para mi
Cat y mi Duck.

See the end of the chapter for more notes

Atravesar las puertas de la Mansión y entrar al vestíbulo fue como sumergirse en un sueño
conocido. El candelabro brilló, reflejando la luz sobre el pálido mármol y las arcadas. Las
escaleras la invitaban a subir hasta donde podría arrastrarse debajo de las mantas y esperar
que la pesadilla terminara.

Un estallido distante le perforó los tímpanos, y Hermione cerró de un golpe. Se apoyó contra
la puerta, luchando por pensar.

Lucius estaba muerto. George lo había matado. Lucius estaba muerto, y la Verdadera Orden
estaba intentando entrar a la Mansión para matar a Narcissa, y ella tenía que encontrarla y
asegurarse de que estuviera a salvo.

Hermione respiró hondo, y puso los estantes en su lugar.

—¿Narcissa?— Llamó. —¿Mippy?

Caminó rápidamente por el salón, con la varita desenvainada mientras doblaba en las
esquinas y se asomaba en los cuartos oscuros. La oficina de Narcissa estaba vacía, sus cartas
desperdigadas, las estanterías volcadas. El dormitorio principal parecía vacío. Hermione pasó
entre las lámparas rotas y la ropa desparramada, pero no encontró a nadie en el baño. Nada en
el Invernadero, más que las flores que se marchitaban al sol.

Hermione comenzó a correr hacia la biblioteca, acelerando en el pasillo bordeado por los
hombres de mármol que se parecían demasiado a Draco. Las puertas estaban cubiertas de
cortes, como si alguien hubiera intentado entrar empujándolas con un hacha, pero los
picaportes se calentaron bajo su mano antes de dejarla entrar.

El lugar estaba vacío e intacto.

Sus estantes temblaron al correr hacia las mazmorras, y encontrar las puertas abiertas y las
celdas sin llave. Un catre yacía contra el pilar de piedra, lucía como si recién hubieran
dormido en él; una pequeña manta encima, doblada con cuidado.

El pánico en el pecho se disparó al irrumpir en las cocinas y encontrar los vegetales a medio
cortar, y las ollas burbujeando. Un taburete volcado en el piso, un cigarro junto a él, todavía
humeando.

—¿Plumb?— Hermione apretó el agarre de su varita. —¿Remmy?

Silencio.

Enderezó el taburete, apagó el cigarro, y regresó al corredor. Se sintió mareada al mirar a


ambos lados del pasillo salpicado por el sol.

—Homenum Revelio—. La punta de la varita se encendió, y luego se apagó.

Un terror retorcido se apoderó de ella. Narcissa tenía que estar allí. Ese había sido el plan de
Lucius desde el principio...

Un débil trueno crepitó a la distancia

Caminó por el pasillo, intentando respirar a través de la creciente opresión de sus pulmones.
Sus ojos recorrían las alfombras y las paredes en busca de pistas, pasando por encima de las
pinturas y los tapices...

La Mansión tiene muchos secretos.

Sus pies se detuvieron. Parpadeó, mirando por encima del hombro hacia el tapiz que Lucius
le había mostrado meses atrás, cuando la obligara a hacer un recorrido por la Mansión. Estiró
el cuello para contemplar el exuberante paisaje, los campos cubiertos de hierba y las nubes en
lo alto. Una yegua solitaria pastaba a la distancia.

Hermione levantó la varita. — Dissendium .

La yegua levantó la cabeza y la miró con sus ojos oscuros.

—Aparecium—, dijo Hermione, con el corazón latiendo más rápido. —Revelio. Appare
Vestigium...—

La yegua masticó una vez antes de darse la vuelta y alejarse trotando, cada vez más al fondo.

Hermione dejó caer los brazos. Se acercó a la pared, y se asomó detrás del tapiz para volver a
lanzar los hechizos. Nada. Un dolor palpitó en su frente. Había creído… estaba segura de
que...
—¡Señorita!

Giró en el lugar, y vio a Mippy corriendo hacia ella.

—¡La Señorita vuelve a casa!

—Mippy...— Hermione casi se ahoga con la palabra antes de que la elfina se arrojara a
abrazar sus piernas. A Hermione se le nubló la vista al inclinarse para estrecharla, pero
entonces Mippy se estremeció y ella liberó rápidamente sus hombros.

Había una pesada cadena de metal alrededor de su cuello. Parecía como el que usaban los
elfos en la Fiesta de Celebración en Hogwarts, solo que más gruesa. Apretando la mandíbula,
Hermione lanzó un rápido Hechizo Seccionador. No cedió. Intentó con un Hechizo
Desaparecedor, y luego con un Finite Incantatem. Ninguno funcionó.

Se estabilizó, volviéndose a enfocar. —Mippy. ¿Dónde está Narcissa?

Mippy la soltó, secándose los ojos. —¡Puedo llevarla con la Señora!

Se tambaleó hacia atrás, haciendo un gesto a Hermione para que la siguiera, y juntas
corrieron en la dirección por la que había llegado. Mippy bajó la velocidad al pasar junto a
las cocinas, jadeando pesadamente. Luego dobló una esquina que Hermione nunca antes
había visto.

Una pequeña puerta se materializó al final de un estrecho corredor. Hermione vio a Mippy
atravesarlo rápidamente y cruzar el umbral, desapareciendo en la oscuridad. El corazón le
latió dos veces antes de seguirla, agachándose cada vez más hasta verse obligada a gatear.

Al momento de atravesar la pequeña puerta, el techo se elevó, y una ensenada de extrañas


luces y lámparas apareció frente a sus ojos.

Diez pares de brillantes orbes verdes y violetas se clavaron en ella. Hermione se puso de pie,
mirando boquiabierta las pequeñas literas y las hamacas.

El dormitorio de los elfos.

En un rincón estaba colgado el mismo tapiz de la yegua en el campo. Y debajo de él, en un


catre dos talles más pequeño para ella, Narcissa Malfoy yacía acurrucada de lado, de cara a la
pared.

El aire abandonó los pulmones de Hermione.

El cabello de Narcissa se soltaba de su moño, y los hombros se curvaban sobre si mismos.


Sus costillas se expandieron, y un suspiro brotó de ella.

—¿Narcissa?— Cruzó el cuarto rápidamente, y se arrodilló junto al catre. —Soy Hermione.

Se hizo una larga pausa. Y entonces. —¿Ha muerto?

Su voz era pequeña, infantil.


El silencio se prolongó. Y se sintió como estar sumergida en agua helada, el nivel subiendo
cada vez más sobre ella hasta que apenas podía respirar.

A Hermione le temblaron los labios. Sintió que se partía al medio al estirar una mano para
tomar la de Narcissa. Un sonido estrangulado brotó de la garganta de Narcissa, y cuando se
dio la vuelta, Hermione se quebró.

Lloraron juntas. Hermione acunó la cabeza de Narcissa entre sus brazos mientras sollozaba,
pasando una mano por su cabello como su propia madre solía hacer.

—Lo siento—, susurró. —Lo siento tanto.

Miró por encima del hombro a los elfos. Unas lágrimas gruesas rodaban por las mejillas de
Plumb. Hix tenía un pañuelo sobre los ojos. Un elfo más pequeño que Mippy tenía la cabeza
entre las manos, y Remmy y Boppy lloraban cada uno en las fundas del otro.

Una pesadez se apoderó de Hermione como una mortaja al girar hacia Narcissa.

Lucius estaba muerto, pero el mundo seguía girando. Todavía tenía promesas que cumplir.

Acarició el cabello de Narcissa. —Fue rápido. Y fue lo que él quería—. Hermione miró hacia
el techo, parpadeando para contener las lágrimas. —Lo hizo por ti, Narcissa. Hablé con él. Se
aseguró de que estuvieras en la Mansión antes de morir.

Narcissa soltó un sollozo entrecortado. Hermione tragó saliva, y la abrazó con fuerza. —
Necesito tu ayuda. Lamento tener que pedirte algo justo ahora, pero no puede esperar.

Un silencio cayó sobre el cuarto. Y con una lentitud dolorosa, Narcissa levantó la cabeza y se
enderezó. Su nariz estaba roja y sus ojos húmedos, pero su rostro estaba sereno.

Inhaló una vez, y dijo, —Hombre necio—. Se secó las lágrimas de las pestañas, y fijó sus
ojos cansado en Hermione. —¿Qué es?

Hermione tomó una bocanada temblorosa de aire. —Hay una turba frente a las puertas.
Lucius la provocó y han venido por ti después de… después de su juicio. Pero la Mansión los
bloqueó a todos menos a mi. ¿Sabes por qué?

Narcissa negó con la cabeza, frunciendo el ceño. —No estoy segura de lo que sucedió. Yo
estaba en las mazmorras. Las puertas se abrieron de pronto, y el guardia fue arrastrado
escaleras arriba por… una especie de viento. Los elfos vinieron por mi antes de que pudiera
investigar.

Hermione asintió. Abrió la boca, pero vaciló antes de la siguiente pregunta.

—Lo sentí—, dijo Narcissa en voz baja. —Ellos también.

Hermione asintió, intentando no imaginar cómo se debía haber sentido. —Todavía están aquí,
Narcissa. Están intentando entrar—. Se mordió el labio. —No sabemos qué tipo de magia
está en juego. No podemos estar seguras de que no se romperá eventualmente…—
Narcissa tomó la mano de Hermione, apretándola entre las suyas antes de volverse hacia los
elfos. —Remmy, Plumb, y Tom-Tom, traigan todas las reservas de alimentos que tenemos.
Yipper y Boppy, busquen elementos de primera necesidad. Hix, revisa los terrenos y trae un
reporte lo antes que puedas. El resto de ustedes pueden ayudar según se necesite.

Los elfos asintieron y se alejaron corriendo, todavía sollozando. Pero Mippy se quedó,
retorciéndose la oreja.

—Mippy—. La voz de Narcissa tembló. —Me gustaría que me trajeras los aros de mi madre
y el collar de jade. Ya sabes cuál. Por favor tráelos aquí y guárdalos en un lugar seguro.

Mippy hizo una reverencia y salió trotando por la puerta, el pesado collar bamboleándose
sobre sus hombros.

Un detalle encajó en su lugar al verla salir. —No se pueden Aparecer con esas cadenas—,
dijo en voz alta.

—No—. Narcissa se puso de pie. —La Verdadera Orden les puso eso antes de Rennervarlos.
Bloquean su magia.

Ayudó a Hermione a ponerse de pie, y juntas salieron gateando por el pasadizo encantado.

Un estallido les dio la bienvenida en el momento en que entraron al corredor. Los ojos de
Hermione se abrieron como platos hacia el cielo, jadeando.

—¿Hay alguna vía de escape? Un Traslador, o un pasadizo secreto, o...—

—No que yo sepa—, dijo Narcissa.

Otra explosión, sacudiendo los retratos y temblando encima de sus cabezas.

—Deberías irte, Hermione. Si te vas ahora, estoy segura de que todo quedará perdonado.

Hermione se dio vuelta, con los ojos muy abiertos ante la sugerencia. —¿Y entregarte a
ellos?

Narcissa guardó silencio. El suelo tembló. Hermione entrelazó su brazo con el de Narcissa y
caminó junto a ella por el corredor.

—¿Han sido decentes contigo aquí?— Le preguntó Hermione.

—Tanto como podría esperarse. No me han herido físicamente, al menos—. Narcissa le


apretó un brazo. —¿Y tu cómo has estado?

Mientras caminaban juntas, Hermione le contó a Narcissa acerca de San Mungo y de su


reunión con el General Pierre y el General Jacobs. Habló con cuidado al llegar a la parte de
su visita a Lucius, y solo le contó a Narcissa lo que creía que podía soportar.

—No deberías haberlo defendido, sabes—. Suspiró Narcissa, y sonaba tanto como Draco que
el corazón de Draco se encogió. —Si conozco a mi marido, su muerte fue apenas un enroque.
Estoy segura de que aún tiene otras piezas de ajedrez para mover.

Doblaron la esquina hacia el vestíbulo de entrada, y se detuvieron en seco cuando Hix y Jot
casi se chocan contra ellas, resoplando.

—Señora—, dijo Hix. —Los intrusos no consiguen entrar. Intentan e Intentan, pero nada. Los
Generales están aquí...—

Hermione se movió rápidamente hacia la enorme ventana que daba al frente, y se aferró al
marco de la puerta para asomarse. La multitud al otro lado de la puerta había crecido y se
había organizado. La mayoría usaba ropa militar negra. Sus ojos divisaron un par de bandas
doradas cerca del frente: los Generales Pierre y Jacobs.

El cabello plateado de Pierre reflejaba la luz mientras caminaba hacia los guardas alrededor
del perímetro, y los dirigía lejos de las puertas. Jacobs se acercó a un grupo de soldados
vestidos de azul, apuntando a alguna parte por encima de la Mansión.

—Vinieron a interrogarme en Azkaban—, dijo Narcissa por encima de su hombro. —


Llevaron a un Legeremante, pero pronto descubrieron que no tenía idea de dónde estaba
Lucius, Draco o mi hermana.

Un peso de plomo cayó en el estómago de Hermione. Se volvió hacia Narcissa,


preguntándose si sería el momento para contarle sobre Bellatrix.

Narcissa la rodeó, parándose directamente frente a la ventana. —También me interrogaron el


día que volví a la Mansión. Estaban bastante molestos por no poder entrar a la biblioteca o a
ciertos cuartos privados. Y por el hecho de que sus hombres seguían perdiéndose por los
pasillos.

Su mirada estaba fija en la multitud.

—Después de buscar dentro de mi mente, su Legeremante se convenció de que yo no tenía


idea de por qué la Mansión no cooperaba—. Narcissa entrelazó las manos frente a ella. —Por
supuesto, si se hubieran molestado en suprimir mi magia antes de leer mi mente, las
respuestas que hubieran recibido habrían sido muy distintas—. Los labios de Narcissa se
crisparon al mirar a Hermione. —Algunos hombres son muy predecibles, en cualquier bando.

Algo burbujeó en su vientre, y Hermione sintió que se reía, y su rostro se quebró en una
sonrisa.

A las tres de la tarde, los elfos terminaron de abastecer las habitaciones con suministros justo
cuando llegaba una docena más de magos con túnicas azules. La casa continuaba temblando
por las explosiones.

Un grupo de magos decorados en rojo llegó a eso de las siete. Parecían conversar con Pierre y
Jacobs, gesticulando animadamente.

Cuando comenzó a oscurecer, Hermione conjuró un sofá para que las dos pudieran descansar.
La peor de las explosiones fue a las diez, los dientes de Hermione castañetearon y un reloj se
rompió al caer del estante de la chimenea. Narcissa se despertó sobresaltada al ver las llamas
anaranjadas crujir por el cielo nocturno. Pero las protecciones resistieron.

Para las tres y media, la mayoría de las luces de las varitas fuera de las puertas habían
desaparecido. Hermione se sentó en el sofá, mirando a Narcissa dormir, y luchando contra el
agotamiento.

~*~

Los párpados de Hermione se abrieron con un aleteo. Sus ojos hicieron foco en la luz del sol
encima de su cabeza, que se filtraba a través de las altas ventanas. Los pájaros cantaban
afuera.

Se incorporó de un salto y descubrió a Narcissa parada frente a la ventana como un centinela.


Miró de reojo a Hermione, con los ojos azules y cálidos.

—Ven a ver.

Hermione se puso de pie.

Una docena de guardias estaban apostados alrededor de la Mansión, quietos y silenciosos.


Hermione estiró el cuello en ambas direcciones, pero no vio ningún ejército. Tampoco
Generales.

Las protecciones habían resistido.

Hermione cerró los ojos, balanceándose. Narcissa la sostuvo por un codo.

El alivio se apoderó de ella. Todavía había un millón de obstáculos por delante, pero por
ahora, estaban a salvo, tal como Lucius había planeado. Y estaba un paso más cerca de traer
al último miembro de la familia a casa.

El corazón le dio un vuelco cuando un oscuro recuerdo subió hasta la superficie; unos ojos
negros y unos rizos salvajes. Hermione respiró hondo, empujando el miedo de sus venas.
Necesitaba la ayuda y la confianza de Narcissa. Y eso significaba que no hubiera más
secretos.

—Narcissa, hay algo que tengo que confesar—. Le temblaron las manos. —Bellatrix está
muerta. Siento mucho ser yo quien te lo diga.

Narcissa se quedó inmóvil. —¿Estás segura?

Hermione asintió. Su corazón se hundió en sus costillas.

Narcissa le soltó la mano y se abrazó el estómago. —Siempre supe que no sobreviviría la


invasión de la Verdadera Orden. Ya había asumido que nunca más la volvería a ver.

—En realidad, fue… antes—. El estómago de Hermione se retorció en un nudo. —Fue la


noche de la celebración de Hogwarts, nos descubrió a Draco y a mi partiendo hacia una
misión, y...— La garganta de Hermione estaba seca como papel de lija. —Estaba a punto de
matarme. Así que Draco...—

Narcissa se apartó de la ventana, y caminó hacia las chimeneas. Sus hombros se levantaron
por una respiración profunda. —Necesito… Solo dame un minuto. Te veré para el almuerzo
en una hora.

Cualquier alivio que le quedara a Hermione se evaporó como la niebla al ver a Narcissa
alejarse. Le temblaron los hombros al dar vuelta la esquina.

Hermione miró por la ventana parpadeando. Pensó en sus aguas tranquilas, empujando la
culpa y el dolor bajo la superficie. Y mientras su respiración se estabilizaba, la lógica volvía a
su lugar.

¿Cómo había pasado la barrera cuando el resto no pudo? ¿Y qué eran aquellas protecciones?
Volvió los ojos al cielo, pensando.

Solo un lugar tendría las respuestas.

~*~

Estar parada en la puerta del estudio de Lucius Malfoy se sentía como estar visitando su
tumba.

La madera estaba estropeada por las quemaduras y los cortes, igual que la biblioteca. Pero
sabía que el picaporte se calentaría bajo su mano al tomarlo, y que la puerta se abriría con un
chirrido.

Se paró ante el precipicio y se asomó dentro, sintiendo el pulso en la yema de los dedos. Todo
lucía exactamente igual que como Draco y ella lo habían dejado la última vez que habían
estado allí.

El gabinete negro que contenía el Pensadero estaba cerrado y bloqueado. La silla detrás del
escritorio estaba girada hacia un lado, como si alguien acabara de ponerse de pie.

Cruzó el umbral y abrió la cerradura plateada del gabinete con un toque de sus dedos. Se
puso en puntas de pie, sacó los recuerdos de los viales negros de los estantes, y se los guardó
en los bolsillos. Los tendría con ella mientras se mantuvieran los cargos contra Draco.

Recogió los recuerdos de la vasija con la varita, pasando algunos que ya había visto y otros
que no. Podrían haber sido útiles en otra vida, donde Lucius Malfoy hubiera estado vivo y
hubiera recibido un juicio justo. Pero suponía que ya no servirían de nada.

Al cerrar el gabinete, vio la imágen de unos dedos largos pasando por encima de la madera
oscura. Unas manos cálidas sobre su rostro, y unos ojos grises mirando dentro de los suyos.

No es por eso que voy a hacerlo.

Se le cerró la garganta, y le ardieron los ojos. Apartó la imágen a un lado y se volvió hacia
los estantes de libros.
El cajón superior del escritorio de Lucius contenía un antiguo libro de cuero con una correa
gastada. Lo desató, y las páginas se abrieron para mostrar una especie de agenda, casi un
diario, encantado para contener años y años de información. Los pétalos secos de una flor
rosada estaban apretados entre las primeras páginas.

Pasó las hojas, descubriendo citas, contraseñas de la Sala Común de Slytherin, números de
bóvedas de Gringotts. Pero casi a la mitad del diario, una foto de Narcissa con un vestido de
novia cayó revoloteando hasta el suelo. Hermione la levantó, y se maravilló ante lo hermosa
que se veía. Alguien por fuera de la foto la hacía reír antes de que volviera su sonrisa
recatada.

Hermione trazó los bordes de la foto mientras la volvía a colocar entre las páginas, y sus
dedos se detuvieron ante las palabras Elaboración de Pociones para Principiantes , escrita
con la elegante caligrafía de Lucius. Entrecerró los ojos.

Cerró el diario y se volvió hacia los estantes de Lucius, ojeando los títulos.

Allí, en el estante de abajo, había una copia gastada. Elaboración de Pociones para
Principiantes.

Hermione lo tomó, inclinando el libro hacia afuera del estante, y la biblioteca crujió, y se
soltó de la pared.

Ella retrocedió de un salto al ver como la biblioteca se reorganizaba a si misma, los estantes
se movían y los libros se desvanecían, hasta hundirse hacia atrás y revelar una puerta
escondida. Hermione se acercó tanto como pudo y descubrió un cuarto no más grande que un
armario, lleno del aroma de libros de cientos de años.

Sus venas zumbaron, y sus dedos ardieron por leerlos todos. Lanzó un par de hechizos para
comprobar alguna protección contra nacidos de Muggles, luego cruzó el umbral y miró a su
alrededor.

Los estantes a su izquierda contenían volúmenes que databan desde el año 1100. Los siguió
hasta el 1999. Sacó el libro de 1999 frunciendo el ceño, y pasó hasta la última página. Allí,
con una enorme caligrafía enrulada, estaba Lucius Malfoy III, muerto el 24 de mayo .

Soltó un grito ahogado, lo cerró de golpe y miró a su alrededor. Eran los archivos de la
familia Malfoy. Draco sabía acerca de este cuarto. Había ido allí a investigar sobre la
propiedad en Rumanía. Cuando le había hablado de los “archivos”, ella había imaginado una
o dos cajas polvorientas. No una pequeña biblioteca.

Deslizó el libro de 1999 de vuelta en su estante, se aclaró la garganta. —Muéstrame “muerte


del propietario”. Cruza referencias con “defensas de la Mansión”.

Las paredes temblaron. Varios textos salieron de los estantes, y sus páginas se abrieron en las
páginas exactas para ella.

Sonriendo, los convocó para que se apilaran ordenadamente encima del pequeño escritorio en
el centro del cuarto.
El primero era un libro titulado Barreras y Protecciones. Escaneó la página marcada hasta
encontrar el pasaje que necesitaba.

La muerte prematura del Señor de la Mansión por envenenamiento, maldición, o heridas


físicas premeditadas, desencadena los Procedimientos de Protección Familiar/Sanguínea (p.
289). Solo con la debida aceptación del heredero podrá la Mansión liberar sus Barreras de
Protección. Los siguientes contra-hechizos, al ser realizados por el heredero de la Mansión
Malfoy, contrarrestarán las Barreras de Protección.

Hermione conjuró un rollo de pergamino y tocó con la varita para transcribir los contra-
hechizos necesarios. Pasó a la página 289, y leyó hasta encontrar predicamentos conocidos:
expulsión contundente de personas sin vínculo sanguíneo o familiar, el sellado de las redes
Flu, hechizos Anti-Aparición, (con excepción de los elfos de la familia), protecciones
fortificadas y defensas externas.

Draco le había dado a Dolohov los derechos de la Mansión, pero Dolohov estaba muerto,
eludiendo su reclamo. Así que era lógico pensar que la Mansión solo se volvería del todo
operativa una vez que Draco volviera y lanzara los contra-hechizos. Y nada de eso explicaba
por qué la Mansión le había dejado pasar a ella más allá de las barreras. Los otros dos pasajes
eran meras anotaciones de un diario, relatando las muertes prematuras de los Malfoy en el
pasado y la restauración de la propiedad.

Hermione se frotó la sien mientras examinaba el pasaje por quinta vez. Era posible que
inadvertidamente hubiera estado atada a la Mansión a través del tatuaje. O quizá la sangre de
Draco se hubiera quedado en su sistema de alguna manera después de que él se la diera en
Rumanía.

Hizo una mueca cuando sus sienes comenzaron a palpitar. Tendría que considera todo eso
más tarde. Por ahora, la Mansión permanecería cerrada, y Narcissa estaría a salvo entre sus
paredes. Volvió a colocar los libros en los estantes y salió de la pequeña sala de archivo. Los
estantes de Lucius se cerraron lentamente detrás de si, y ella salió de la habitación.

Esa noche, Hermione cenó con Narcissa en el comedor. Era una pequeña comida, y mientras
Hermione empujaba la carne asada por todo el plato, intentó no pensar en lo que harían
cuando se acabara la comida.

Narcissa no había dicho ni una palabra acerca de Bellatrix o de Lucius, aparentemente


empeñada en llorar en privado. Hermione le siguió el juego, fingiendo no darse cuenta del
enrojecimiento alrededor de sus ojos.

—Encontré los archivos de los Malfoy—, dijo Hermione por encima de los vegetales.
Narcissa asintió por cortesía, y Hermione jugueteó con la servilleta. —El… heredero de la
Mansión Malfoy debe lanzar unos contra-hechizos para levantar las restricciones. Así que,
supongo que es bueno que tu y yo estemos a salvo aquí por ahora, pero no podremos
movernos libremente hasta que Draco vuelva a casa.

Narcissa bajó el tenedor con una expresión cansada, y cerró los ojos. —Draco no. Dolohov.
Una frialdad punzante recorrió la columna de Hermione. —Está muerto. Dolohov está
muerto, así que...—

—Hermione—, dijo Narcissa suavemente. —Las herencias están vinculadas al patrimonio.


No importa que Antonin Dolohov esté muerto. El sucesor de Dolohov es dueño de la
Mansión ahora que Lucius ha muerto.

Hermione la miró fijamente, haciendo una bola con la servilleta. —Entonces, ¿estamos
esperando que algún primo lejano de los Dolohov entre pavoneándose por la puerta?

—Si. Dependerá de Gringotts encontrarlos. Pero estoy segura de que Gringotts tiene una
copia de los contra-hechizos en alguna parte. Sirven como una especie de secretaría para las
familias antiguas.

Sentía como si el cuarto se inclinara. —Bueno, eso llevará tiempo, al menos. Con el clima
actual, no hay manera de que los duendes puedan transferir una propiedad enorme a un
pariente de un conocido Mortífago...—

—Yo no estaría tan segura—. Narcissa cerró los labios con fuerza. —Los duendes no le dan
importancia a asuntos tan insignificantes como los gobiernos humanos, Hermione. Gringotts
está más que operativo.

La verdad en las palabras de Narcissa la embistió como un golpe en el estómago.

Por supuesto que si. Había estudiado eso en Historia de la Magia. El Ministerio nunca había
sido capaz de controlar Gringotts, y tampoco podría hacerlo la Verdadera Orden.

Narcissa apoyó los codos sobre la mesa, y apretó la frente contra las palmas. —Lo siento,
Hermione. Puede que no estemos tan seguras aquí como pensamos.

Hermione tomó una bocanada de aire. —Supongo que no tiene sentido preocuparse por eso
antes de que suceda.

—Si.

Terminaron de cenar en silencio. Hermione no podía evitar la sensación de que Lucius


Malfoy era demasiado inteligente como para que termine así. No los dejaría en una posición
tan vulnerable. Pero entonces la duda comenzó a trepar, y se decidió por la Oclumancia para
enterrar su ansiedad.

Después de la cena, Hermione propuso sentarse con Narcissa en la biblioteca por algunas
horas. Ella declinó, alegando un dolor de cabeza. Los viales negros tintinearon en los
bolsillos de Hermione mientras se preparaba para subir las escaleras, y entonces se detuvo. Si
existía la posibilidad de que los hechizos de límites pudieran caer en cualquier momento,
necesitaba reunir todo ahora. No podía ser capturada sin tener todo con ella.

Giró sobre los talones y bajó corriendo al laboratorio de pociones. Las puertas estaban
abiertas, pero el lugar estaba intacto; probablemente debido a un Hechizo No-Me-Notes. Los
viales y los calderos estaban exactamente como los había dejado, las instrucciones y las listas
de ingredientes todavía en su banco de trabajo. Respiró hondo, archivó a un lado los
recuerdos, tomó todas sus notas, y las encogió. Fue hacia los estantes inferiores, donde sabía
que encontraría un pequeño bolso de cuero para llevar ingredientes. Vació sus bolsillos en la
mesa, encogió los viales negros, y lanzó un Hechizo de Extensión en el bolso de cuero. Igual
que había hecho con el bolso de cuentas que usara cuando estaba fugitiva con Harry y Ron.

Cerró la puerta, y subió hasta su cuarto por primera vez desde que había vuelto a la Mansión
Malfoy. También estaba intacta. Casi como si Draco pudiera aparecer en cualquier momento
para hacer un comentario sarcástico acerca de la cena y sus “prácticas”.

Cruzó el cuarto hasta su mesita de noche, y una brillante luz blanca iluminó la habitación en
penumbra al abrir el cajón inferior. El frasco de vidrio que contenía la firma mágica de su
virginidad brillaba como una luciérnaga. Lo encogió, y lo metió en el bolso de cuero.
Extendió las correas y se lo colgó alrededor del cuello, decidida a no quitárselo nunca más.

Miró a su alrededor en su antiguo cuarto, apretando el bolso contra su pecho. Comparado con
la Madriguera, se sentía más cerca de aliviar el dolor de su pecho. Pero seguía sin ser
suficiente.

Hermione sacó un camisón del armario, y atravesó el panel hacia el cuarto de Draco. Se
sobresaltó al encontrar a Boppy doblando las sabanas.

—¡Señorita! Boppy la esperaba. Boppy no cambió las almohadas para usted, como a usted le
gusta.

Las mejillas de Hermione se ruborizaron, pero no tenía sentido negarlo. Sonrió, y una calidez
hizo chispas en su pecho. —Gracias, Boppy.

Boppy asintió solemnemente. —Y Boppy sabe que a la Señorita le gusta leer el Profeta, pero
Boppy no quiere que la Señora lo vea. Ha llegado esta mañana.

Se acercó al escritorio de Draco, y levantó una copia del Profeta de esa mañana.

LUCIUS MALFOY MUERTO, ASESINADO EN EL ESTRADO.

Hermione se sostuvo del poste de la cama antes de que sus piernas cedieran. —Si, muy bien,
Boppy. No compartamos esto con Narcissa. Y me gustaría ver también el Fantasma de Nueva
York, si lo tienes.

Boppy hizo una reverencia y salió trotando. Hermione se dejó caer en la silla del escritorio de
Draco y abrió el Profeta con los dedos temblorosos. La foto de portada era una imágen de los
guardias llevando a Lucius al estrado. Tenía la columna recta, y los labios curvados.

Cerró los ojos y tomó una bocanada de aire antes de comenzar a leer.

Después de entregarse a la Verdadera Orden la semana pasada, el General Lucius Malfoy


del Gran Orden fue juzgado ayer por la mañana ante el Tribunal de Justicia del Gobierno
Provisional de Inglaterra. Los crímenes de Malfoy incluían asesinato en masa de magos y
Muggles en Canadá, conspiración para cometer asesinato masivo en Italia y Suiza, y el
asesinato de casi una docena de miembros de la Verdadera Orden y de ciudadanos
británicos. Pero antes de que el juez pudiera terminar de leer los cargos contra él, Lucius
Malfoy fue asesinado por una Maldición Asesina lanzada desde la multitud.

En una declaración al Profeta, el General Jacobs indicó que, “El pueblo ha hablado. Si
hubiera pasado por un juicio completo, indudablemente se habría unido a las filas de sus
camaradas”.

La rabia le ardía sobre la piel. Hojeó el resto del diario, buscando una mención a lo que había
pasado después, pero no había nada. Después de una segunda lectura, apareció el Fantasma
sobre el escritorio. Pasó las páginas hasta encontrar una mención al respecto. Gertie Gumley
escribió:

El así llamado Tribunal de Justicia, formado para procesar a los partidarios más peligrosos
de Lord Voldemor en el Reino Unido, se convirtió en una turba esta mañana cuando Lucius
Malfoy, el general que fuera la mano derecha de Voldemort, fue asesinado en el estrado. Los
testigos aseguran que Lucius Malfoy tenía un abogado defensor listo para hablar en su
nombre, pero el Tribunal perdió rápidamente el control de su “audiencia”, y una Maldición
Asesina fue lanzada. Múltiples testigos oculares reportan que el juicio fue presidido por el
General Robert Pierre, un ciudadano francés, a pesar de que el Gobierno Provisional de
Inglaterra había asegurado a los aliados preocupados que desempeñaría un papel
secundario.

A partir de ahí, los testigos oculares informaron que la turba se Apareció en la propiedad de
Lucius Malfoy, con la intención de irrumpir en la mansión y matar a su esposa, que aún no
ha sido enjuiciada. Las barreras y hechizos de protección de la antigua propiedad mágica,
evitaron el ingreso de los alborotadores, pero parece que nadie está a salvo del General
Robert Pierre y su Tribunal de Justicia. Por tercera semana consecutiva, el Presidente
Harrison de M.A.C.U.S.A. se ha negado a comentar.

El corazón de Hermione se aceleró mientras leía el artículo una y otra vez. La Verdadera
Orden había conseguido ocultar los detalles a la comunidad internacional, pero Gertie
Gumley estaba al tanto. Y Hermione se encargaría de que siguiera siendo así.

Convocó una pluma y pergamino, hojeó el reverso del diario, y encontró la información de
contacto de Gertie Gumley. Le escribió una carta, ofreciéndole toda la información que tenía.

A las cuatro de la mañana, una lechuza llegó desde América, sacando a Hermione de un
sueño irregular en la cama de Draco.

Gertie Gumley tenía una pagina entera de preguntas. Y Hermione estaba ansiosa por
contestarlas.

~*~

La portada del Fantasma de Nueva York a la mañana siguiente tenía una foto de Hermione
con un enérgico titular: VENDIDA, SALVADA, SILENCIADA.
La historia de Hermione había recibido tres páginas completas. Hermione se cuidó de evitar
hablar de su cautiverio en la Mansión Malfoy, enfocándose exclusivamente en el tiempo que
siguió después de ser liberada de San Mungo y en el juicio de Lucius Malfoy.

“Es una cuestión de principios”, escribe la Señorita Granger, que se ha negado a compartir
su locación. “He estado ansiosa por compartir mis recuerdos con la Verdadera Orden, pero
ellos me han rechazado reiteradamente. Me enferma que Alecto y Amycus Carrow hayan sido
asesinados sin enfrentar una lista completa de sus crímenes, o una sola declaración de
alguna de sus víctimas. La justicia por mano propia no es una victoria. Por monstruosos que
ellos fueran, para que haya justicia y un cierre emocional, es necesario que cada acusado
tenga su día en la corte. Y continuaré luchando por eso.

La Señorita Granger estaba presente en el juicio de Lucius Malfoy, y acompañó a la turba


que intentó asaltar su mansión. Sin embargo, a diferencia de la turba, la Señorita Granger
fue capaz de atravesar el límite, lo que ella sospecha que se debe a la magia asociada con su
tatuaje.

Confirma de manera exclusiva para el Fantasma de Nueva York, que Narcissa Malfoy está
viva y a salvo dentro de la Mansión Malfoy. Además, alega que la Verdadera Orden se unió a
la turba, usando la fuerza militar en un intento para penetrar las defensas de la propiedad,
mientras ella y la Señora Malfoy estaban dentro. “El uso de semejante fuerza contra
cualquier ciudadano británico es desgarrador, ni hablar contra un acusado de crímenes
inexactos y mal definidos. Si Gran Bretaña ejecutara a cada individuo asociado con un
partidario de Voldemort, no quedaría ninguno de nosotros. Enfocarse en los miembros de las
familias de los Mortífagos es una distracción de lo que deberían estar haciendo, que es
perseguir a los oficiales del Gran Orden que han huido del continente”.

El Fantasma había llegado a su ventana esa mañana con una nota de Gumpley: Un placer
hacer negocios con usted, Señorita Granger.

Narcissa fue al cuarto de Draco esa tarde. Tenía los ojos rojos, y hablaba con dificultad.
Después de abrazar a Hermione, consiguió excusarse por el resto de la noche.

A la mañana siguiente, el Profeta anunciaba que los juicios serían pospuestos hasta la semana
siguiente.

Mientras Narcissa hacia su duelo, Hermione pasaba horas en la biblioteca de la Mansión,


investigando formas de quitar las cadenas a los elfos, mientras ellos iban rotando para hacer
de conejillos de India. Después de tres rigurosos días de investigación, consiguió
desbloquearlo. Plumb enterró el rostro en las manos y lloró cuando el metal cayó de sus
hombros. Hermione pasó el resto de la noche dando palmaditas en las espaldas de un desfile
de elfos llorosos.

La comida en la Mansión mejoró. Gracias a la excepción en las barreras anti-Aparición de la


Mansión, los elfos fueron capaces de Aparecerse para comprar comida o cualquier otro
suministro para reabastecer las despensas, y Hix se alegró mucho de poder volver a cuidar los
jardines, murmurando entre dientes sobre las malas hierbas en las campanillas.
El Fantasma siguió aumentando sus críticas contra el Tribunal de Justicia. Un nuevo editor
había sido anunciado en el Profeta, y Hermione casi escupe el café al leer un artículo que
criticaba ligeramente al General Jacobs. Pero fuera lo que fuera que publicara, los guardias
afuera de la Mansión se mantenían.

Hermione había empezado a fulminarlos con la mirada cuando estaba aburrida, pero las
únicas veces que ellos levantaban los ojos desde el horizonte, era para observar a las lechuzas
que se elevaban por encima de los límites.

Comenzó a recibir cartas de todo el mundo, apoyando su historia y su lucha. Algunas eran
personales; otras profesionales. Una organización de derechos humanos le ofreció
asesoramiento gratuito. Ella los dirigió hacia el caso de Oliver Wood, expresando su
preocupación de que estuviera siendo retenido sin causa, y solicitando que se dirigieran a él
con discreción. Se contactaron con ella desde la Asociación Americana de Nacidos de No-
Maj, y una nueva coalición en Austria que buscaba proteger el derecho a la educación de los
nacidos de Muggles. Narcissa la ayudó a responder cada una de ellas, y Hermione revisó toda
la correspondencia de Narcissa, encontrando condolencias de conocidos y socios comerciales
de Lucius.

Entre las cartas había un sobre color azul pálido dirigida a ella con una caligrafía familiar. Lo
abrió y encontró una breve carta de Ginny.

Hermione,

Creo en lo que dices acerca de los Malfoy. Lo he hecho desde la mañana en que te fuiste,
cuando George me contó acerca del antídoto para la poción del tatuaje. No le estoy
dirigiendo la palabra. Tampoco a Ron.

Lamento que fueran tras de ti en la Mansión, pero, en mi interior, no consigo lamentar que el
asesino de mi hermano esté muerto. Espero que puedas entender eso.

Te extraño.

Ginny

Hermione la dobló con cuidado, se hundió en las alfombras del cuarto de Draco, y lloró.

Creyó que la había perdido. Pero Ginny la extrañaba.

Cuando se secaron las lágrimas, escribió rápidamente una respuesta, y la mantuvo breve para
no abrumarla.

Al final de la semana, habían pasado unas ocho lechuzas de un lado a otro, haciendo
pequeñas preguntas, y dando respuestas detalladas. Hermione se había enterado que Ginny
estaba estudiando el libro de cocina de Molly, intentando hacer cada receta sin importar lo
asqueroso que sonara. Se había negado a ir a una misión en Egipto, donde se decía que varios
miembros del gabinete de Romano estaban escondidos. Ron y Percy estaban en Argentina,
como parte de un equipo encargado de rastrear y capturar al Ministro Santos de España;
George había sido relegado a hacer trabajo de oficina para el General Jacobs. A su vez,
Hermione le contó acerca de su encuentro con Pierre y Jacobs, y las cartas que estaba
recibiendo de todas partes del mundo. Le contó algunas partes y fragmentos de su tiempo en
“cautiverio”. El encuentro con Cho. Como Draco había borrado la memoria de Charlotte la
noche que Edimburgo fue atacada. Ginny nunca respondía las historias directamente, pero
continuaba escribiendo. Y eso era lo único que Hermione quería.

Guardaba todas y cada una de las cartas de Ginny en el bolso alrededor de su cuello, para
mantenerlas cerca de su corazón.

El desayuno de la mañana siguiente había sido silencioso. 5 de junio. El año anterior, Draco
había estado herido para su cumpleaños. Ese año, solo podía tener esperanzas.

Narcissa y Hermione estaban apenas terminando el té, cuando un crujido las sobresaltó.
Hermione giró en su silla y vio a Hix retorciéndose las manos. —Señora, Señorita. Hay una
persona ante las puertas.

Hermione frunció el ceño y salió corriendo hacia la ventana del frente, con Narcissa
pisándole los talones.

Hermione apenas podía distinguir la figura de una mujer con el uniforme negro de la
Verdadera Orden, el cabello castaño recogido en un moño apretado y las manos cruzadas
detrás de la espalda. Hestia Jones. Aparte de los guardias apostados a diez metros a cada lado
de ella, estaba sola.

Hermione miró fijamente a la solitaria figura, su mente trabajando a toda velocidad. Se había
estado preguntando cuándo volvería a tener noticias de la Verdadera Orden. La presión sobre
ellos había estado creciendo. El Profeta estaba más crítico cada día; apenas la semana pasada,
casi dos docenas de países habían firmando una declaración de la Confederación
Internacional de Magos en la que reprendía con dureza sus acciones durante la posguerra.
Pero ciertamente no esperaba que aparecieran frente a sus puertas.

Asintió a Narcissa, y comprobó que tenía la varita en la cadera antes de abrir la puerta
principal. Hestia arqueó los hombros y asintió. Hermione bajó los escalones y caminó por el
sendero de grava a su propio ritmo. Las nubes se alejaban del sol, y los terrenos se
iluminaban a medida que se acercaba al portón. Se detuvo cinco pasos antes, y examinó la
expresión de Hestia.

—Señorita Granger. ¿Cómo está usted?

—Espléndida—, bromeó Hermione. —¿En qué la puedo ayudar, Hestia?

Hestia inclinó la cabeza. —No estoy aquí para dar rodeos, Señorita Granger. El Gobierno
Provisional reconoce sus errores, especialmente en lo que respecta al Tribunal de Justicia.
Estoy aquí en su nombre.

Hermione arqueó una ceja. —¿Es esto una disculpa, entonces?

—Podría serlo. Pero no creo que esté particularmente interesada en eso—. Hestia entrecerró
los ojos hacia el sol, y se acercó un poco más. —El Tribunal de Justicia se está disolviendo.
Estamos formando un nuevo concejo para procesar a los líderes políticos y militares del Gran
Orden. El Tribunal Militar Mágico Internacional.

Era el turno de Hermione de inclinar la cabeza. —“Internacional”. ¿Qué países estarán


participando entonces?

—Suiza, Italia, Canadá, Francia. Y Gran Bretaña, por supuesto.

El rostro de Hestia era impasible. Hermione luchó por hacer lo mismo. —¿Espera que
aplauda sus esfuerzos?— Preguntó.

—No—, dijo Hestia. —Espero que acepte nuestra invitación para ser parte.

Hermione parpadeó, atónita.

Miró rápidamente por encima de su hombro, hacia el horizonte. —Deme una razón por la que
debería unirme.

—Le daré varias. Debido proceso. Juicios justos con representación. Sentencia acordada por
una mayoría de dos tercios de los votos. Éstas son apenas algunas cosas que están en
discusión. No hay nada concreto aún, pero estamos en contacto con la C.I.M. para obtener
asesoramiento y aprobación.

Hermione la miró con los ojos entrecerrados. —Dígame, ¿ha estado invitando a otros jóvenes
de diecinueve años a este concejo? ¿O solo a las celebridades?

—No, y si, por decirlo de alguna manera—, dijo Hestia. —No estoy aquí para insultar su
inteligencia, Señorita Granger. Por supuesto que su plataforma pública es un motivo clave.
Pero tenemos otros.

—¿Cuáles son?

—Tiene un punto de vista único. Sería el único miembro del consejo que ha pasado un año
esclavizado.

Hermione cruzó los brazos encima del pecho. —¿Y en capacidad de qué estaría sirviendo?

—Es demasiado joven para ser juez, y carece de la formación para servir como fiscal o
abogado defensor. Pero tendrá un lugar en la mesa de asesores. Y si conozco algo sobre
usted, y me enorgullezco de saber que si, le aseguro que querrá estar sentada en esa mesa.
Confíe en mi.

El rostro de Hestia estaba tranquilo y compuesto mientras Hermione sopesaba sus


alternativas. Había dos posibilidades: Hestia le estaba diciendo la verdad, y su explicación
realmente parecía sensata y franca, o existía algún juego o estratagema que todavía no había
considerado.

De cualquier forma, la respuesta era irrelevante. Su corazón, su instinto y su lógica, le


susurraban al mismo tiempo que no había manera de que pudiera dejar pasar un asiento en
una mesa que podría ayudar a decidir el destino de Draco. O de sus amigos.
Aún así, había aprendido una par de cosas viviendo en una casa llena de Slytherins. Enfrentó
a Hestia con la más gélida de sus miradas.

—Quiero que se levanten todos los cargos contra Narcissa Malfoy. Inmediatamente.

—Eso es ciertamente algo que usted podría proponer en la primera reunión...—

—No. Ahora—, dijo Hermione. —No me uniré a un concejo que vea los supuestos
“crímenes” de Narcissa Malfoy, y elija procesarla utilizando todo el peso de un tribunal
militar completo.

Los labios de Hestia se crisparon, y por medio segundo, Hermione se preguntó si estaba
intentando esconder una sonrisa. —Veré lo que puedo hacer. No prometo nada.

—Una vez que recibamos el indulto oficial, espero que sea publicado en los diarios. Envíeme
una lechuza con la información para la reunión. Gracias por su tiempo, Hestia.

Giró sobre los talones y caminó de regreso a la casa, despidiéndola.

~*~

Dos días después, el Profeta anunciaba el retiro de los cargos contra Narcissa Malfoy, y la
creación de un nuevo Tribunal Militar Mágico Internacional, con una lista completa de todos
sus miembros. Hestia le envió una lechuza con el indulto oficial, y una invitación a la primera
reunión que se llevaría a cabo el lunes. Hermione se tomó un día entero para responder, con
la intención de pasar el día celebrando con Narcissa. Narcissa le mostró dónde guardaban el
champagne de la bodega que tenían en Francia, y por primera vez en su vida, Hermione tuvo
el placer de ver a Narcissa comunicarse con una articulación algo menos que perfecta.

Al ver que a la mañana siguiente los guardias de la Verdadera Orden todavía no habían
dejado sus puestos afuera de la Mansión, Hermione envió su respuesta, preguntando cuál era
su propósito.

Esa tarde ya se habían ido.

Llegaron más cartas. La mayoría eran de apoyo, pero otras escupían odio y rabia. Hermione
buscó algún hechizo para destruir Vociferadores, y se aseguró de revisar el correo antes que
Narcissa. Una noche, una lechuza malhumorada trajo una carta sin firma, que decía que
Hermione era una traidora y una zorra. Hermione la arrojó al fuego antes de que Narcissa
pudiera preguntar. Mientras la veía arder, sacó una carta del montón que había recibido más
temprano ese día, y la leyó una y otra vez.

Leí lo de Narcissa hoy. Me alegro por ti.

Ginny

Estuvieron de acuerdo en que todavía no era seguro que Narcissa saliera de la Mansión. Con
suerte, no tendría muchas razones para hacerlo. El artículo del Profeta fue seguido por una
avalancha de cartas de amigos. Comenzó a mantener una correspondencia con Neville, y le
dijo a Viktor que estaría encantada de encontrarse con él una vez que su agenda se liberara.
Estaba terminando de desayunar con Narcissa el jueves por la mañana cuando Hix apareció
junto a la mesa. —Señora—, susurró. —Los duendes están aquí.

Hermione dejó su taza de café con un sonoro tintineo.

Narcissa se puso rígida. Luego se levantó de la mesa, y se limpió la boca con una palmadita.
—Gracias, Hix. Por favor vé que pasen la barrera y acompáñalos hasta el Salón—. Hix
desapareció, y antes de que Hermione pudiera pensar más allá del pánico en su pecho,
Narcissa estaba llamando a Mippy. Apareció con un agudo chasquido.

Narcissa tomó aire antes de hablar. —Prepárate para empacar nuestras cosas para trasladarnos
a Grimmauld Place.

Mippy desapareció con los ojos muy abiertos, y Hermione se levantó de la silla. Los duendes
estaban aquí para hablar de la Mansión. Habían encontrado al heredero de la propiedad de
Dolohov, y estaban aquí para decirles que empacaran y se fueran.

Narcissa asintió una vez, con el rostro pálido como una hoja, y Hermione salió del comedor
tras ella. No le había preguntado qué sucedería cuando fueran obligadas a retirarse; qué
podrían llevarse, qué dejarían atrás.

Su mente se dirigió hacia el joyero de su antiguo cuarto mientras seguía a Narcissa hacia el
Salón. Tragó saliva, aferró el pequeño bolso de cuero con una mano, y con la otra tomó la de
Narcissa. Ya tenía todo lo que necesitaba.

Apenas se habían sentado con rigidez en el sofá cuando la puerta se abrió, y dos duendes con
chaleco y pantalones entraron en fila, siguiendo a Hix. Uno estaba concentrado en su reloj de
bolsillo, sujetado por una cadena de oro, y el otro era más delgado y usaba un par de
anteojos.

Narcissa se puso de pie e inclinó la cabeza. —Bienvenidos. ¿Les gustaría sentarse?

—No—, graznó el delgado. Tenía mechones de cabello blanco asomando de las orejas. —
¿Boggleben?

El otro, aparentemente Boggleben, avanzó tambaleándose y dejó caer una gruesa carpeta de
cuero añejo sobre la mesa de café. Arrastró un dedo índice por el lomo, y éste se abrió.

—Lucius Malfoy III ha muerto—. Estableció Boggleben, pero igual miró a Narcissa
esperando una confirmación.

Narcissa cuadró los hombros. —Si. El 24 de mayo.

Boggleben asintió y dirigió a Hix una mirada severa hasta que éste dio un salto y salió del
cuarto. Se aclaró la garganta y se hizo a un lado. —Gnarland dará comienzo al trámite.

Gnarland juntó sus manos regordetas y dijo, —En vista de que Lucius Malfoy III ha
fallecido, es de la incumbencia de Gringotts asegurarse que la Mansión Wiltshire, junto con
todos sus bienes, propiedades, y activos restantes, sean transferidos de manera correcta al
heredero de su línea familiar. Su pariente más cercano.
La lengua de Hermione se sintió gruesa en la garganta. ¿Cómo podía un pariente distante de
Dolohov ser el pariente más cercano de Lucius? Echó un vistazo a Narcissa, que intentaba
enmascarar su confusión.

La voz de Narcissa tembló una vez antes de decir, —Gracias, Gnarland. Y el pariente más
cercano de Lucius es… ¿Quién, según tu registro?

Gnarland se asomó sobre el papeleo. —Esta propiedad pasa a su hija. Una Señorita Hermione
M... Granger.

Se sintió como si estuviera hecha de piedra. Había un zumbido en sus oídos.

Narcissa estaba inmóvil. —¿Ah si?

Gnarland se acercó tambaleándose a la carpeta y comenzó a reunir documentos. —Si.


Gringotts fue notificado acerca de un nuevo Malfoy durante las primeras horas del día 26 de
julio de 1998. Como decía que el niño tenía… diecinueve años, escribimos una carta a Lucius
Malfoy III para buscar una confirmación adicional. El 26 de julio a medio día, recibimos su
confirmación, utilizando su propia firma mágica personal.

La boca de Narcissa se abrió de par en par al tomar la carta que le ofrecían. Hermione se
asomó por encima de su hombro, y vio la elegante caligrafía de Lucius que confirmaba la
legitimidad de Hermione Jean Granger como su heredera de sangre.

Parpadeó varias veces, con la mente dando vueltas en todas direcciones. —Lucius Malfoy les
dijo que él… ¿me engendró?

Boggleben resopló. —No. Nosotros le escribimos a él, buscando su confirmación. Nuestros


libros están vinculados mágicamente. No podemos crear un heredero de sangre de la nada
misma.

Gnarland murmuró algo que sonaba como, —Altamente irregular.

La carta se deslizó de los dedos de Narcissa.

La mente de Hermione dio vueltas. 26 de julio; después de la Playa de Dover, pero antes de
Suiza.

Antes del cumpleaños de Harry, pero después de su primera noche en Edimburgo.

El destello de un recuerdo la embistió como una corriente eléctrica. El brillo de una cuchilla
cortando una línea encima de su corazón. Los dedos de Narcissa pasando agua por encima de
sus ojos y de sus labios.

Levantó la mano hacia la bolsa de cuero alrededor de su cuello; el frasco que contenía la
firma mágica de su virginidad.

La madre lava, el padre sangra. No era una frase metafórica. La habían reclamado como su
hija durante aquél antiguo ritual.
Hermione se volvió hacia Narcissa, pero ella estaba parpadeando ante la carta de Lucius otra
vez, sentándose lentamente en el sofá.

—¿Podemos continuar?— Graznó Gnarland.

—No lo entiendo—, dijo Hermione de repente. Abrió la boca y luego la cerró.

—Perdóneme, pero yo tampoco—. Narcissa levantó la mirada, y le devolvió la carta. —


Lucius y yo tenemos un hijo, Draco. Pensaba que la línea masculina llevaba la herencia y la
Mansión. Y Draco… bueno, él...—

—Nosotros también lo preguntamos—. Gnarland tomó la siguiente carta que Boggleben le


alcanzaba. —Pero en los eventos del 25 de julio, recibimos una segunda carta de Lucius
Malfoy III, solicitando que la Condición de Linaje Masculino, y la Cláusula de Heredero de
Sangre Pura, ambos firmados por Armand Malfoy I, fueran anuladas y reemplazadas por el
Corolario de Progenie de Mayor Edad.

La mente de Hermione se fue nadando. Se sostuvo del sofá mientras Gnarland le pasaba la
carta.

Era nueve meses mayor que Draco. Si Lucius la había reclamado como su heredera y había
firmado el trámite para que la Mansión pasara a su hijo mayor, entonces el acuerdo que
Draco tenía con Dolohov...

Narcissa se aclaró la garganta. —El verano pasado, mi hijo cedió los derechos de toda su
herencia en favor de Antonin Dolohov. No sé si se habrán comunicado a su propiedad...—

—Estamos más que conscientes—. Gnarland torció la boca. —Un reclamo sobre las
propiedades de los Malfoy fue presentado por el Señor Dolohov el 9 de mayo. Era legítimo
en aquel momento, pero recuerde, fue un contrato firmado por Draco Malfoy I. A partir de la
adopción de la Señorita M… Granger, y los documentos firmados el 27 de julio de 1998,
Draco Malfoy I ya no es el heredero, y todos los procedimientos legales asumidos con dicha
designación son nulos y sin valor.

Los dedos de Hermione temblaron al llevárselos a los labios. No sabía si comenzaría a reír, o
a llorar, o a vomitar de los nervios.

Lucius Malfoy le había dejado la Mansión a su nombre. Por eso había podido cruzar la línea
de propiedad aunque la turba fuera repelida. Por eso pudo entrar al estudio de Lucius cuando
solamente Narcissa y Draco deberían haber sido capaces. Draco había sangrado por ella en
Rumanía, pero no había sido necesario.

En lo que respectaba a Gringotts, ella era una Malfoy. Una heredera de sangre.

—Ejem—. Boggleben dejó su reloj de bolsillo, con una expresión molesta. —Lucius Malfoy
solicitó también lo siguiente: Los registros de la propiedad no deberán ser entregados al
Ministerio durante los primeros cinco años a partir de la transferencia de los activos a su
heredera, y el verdadero apellido de la Señorita Hermione Granger será sellado y no será
entregado al Ministerio hasta que ella lo solicite.
—¿Mi verdadero apellido?— Dijo débilmente Hermione.

Narcissa la miró con una pequeña sonrisa exasperada.

—¿Señorita Granger?

Levantó la mirada hacia Gnarland, aturdida, mientras desenrollaba un pergamino y le


extendía una pluma. Se debatió para procesar toda la jerga legal a través de la niebla de su
cerebro, y sus ojos se desorbitaron ante la lista detallada de su herencia al final: los activos de
Malfoy, una suma astronómica, y las propiedades de los Malfoy en el Reino Unido, Francia,
Mónaco, América, Brasil y Japón.

Hermione tragó con dificultad. —¿Pero qué hay de Draco? ¿Y de Narcissa?— Bajó la mirada
hacia el contrato otra vez, buscando sus nombres. —Ninguno de ellos está en la lista.

Gnarland arqueó una ceja canosa por encima de sus anteojos. —Señorita Granger, la práctica
de que un hijo único sirva como heredero es una antigua tradición muy respetada entre los
Malfoy. Una vez que las cuentas estén a su nombre, se confía en que actúe debidamente en
nombre de su familia. Cualquiera puede vivir en la propiedad, siempre que usted lo apruebe.
El dinero puede ser transferido a cualquier cuenta que desee.

Hermione negó con la cabeza, como si quisiera quitarse el agua de los oídos. Miró a Narcissa,
y la descubrió sonriendo, con los ojos húmedos. Asintió una vez.

Hermione respiró hondo, y tomó la pluma que le ofrecía Gnarland. Firmó, haciendo una leve
mueca cuando su nombre apareció con su propia sangre en el pergamino. Al mirar su firma
encima de la de Lucius, se sintió como si un viento cálido la envolviera. Como si se hubiera
metido en un baño caliente después de un largo día.

La Mansión pareció brillar cuando finalmente levantó la mirada. Las cortinas se agitaron y
las paredes zumbaron. Una nueva vida en sus venas.

—Señorita Granger, ¿le gustaría vaciar la bóveda de los Malfoy y dirigirla a la suya?

Ella se sobresaltó. —No, en absoluto.

—Muy bien. Por favor, tenga en cuenta que todos los miembros de la familia tendrán acceso
a la bóveda de la Mansión a menos que usted especifique lo contrario—. Gnarland cerró su
portafolio de golpe antes de que ella respondiera.

—Eso sería todo, Señorita Granger—. Boggleben revisó otra vez su reloj con un suspiro. —
Como uno de los más antiguos propietarios de bóvedas en Gringotts, tendrá un servicio de
primer nivel en nuestras ubicaciones internacionales. Puede encontrar toda la información
aquí—. Sacó un pergamino dorado, que ella tomó con los dedos pegajosos. —Por favor,
envíe su elección del artista exactamente dentro de dos semanas. Los nombres aprobados
están al final. Si usted no respondiera, se elegirá uno por usted.

Hermione sintió que su ojo se crispaba. —¿Artista?

—Si. Como heredero, se añadirá su retrato a la galería de los Malfoy, así como también...—
Ella soltó una carcajada antes de poder evitarlo.

Él se interrumpió a mitad de la frase, claramente ofendido.

Ella se cubrió la boca con la mano. —Lo siento, pero… ésto es ridículo. No colgaré mi
retrato en la galería de los Malfoy.

Gnarland la miró a través de sus anteojos. —Es una cláusula no-negociable del contrato que
acaba de firmar libremente, Señorita Granger. Si necesitara una copia notariada, nuestra
oficina estará más que dispuesta a...—

Sus piernas se movieron sin aviso, llevándola hasta la puerta del Salón y hacia el vestíbulo de
entrada, desde donde podía oír a Narcissa llamándola. Sus pulmones luchaban para tomar
aire, y su piel estaba fría y sudorosa.

Hermione se inclinó sobre la chimenea, y deseó que la red Flu estuviera abierta para ir a
cualquier parte y tan solo correr.

Miró en dirección al distante bullicio que llegaba desde el Salón, y se alejó rápidamente,
dejando que sus pies la llevaran por el pasillo más cercano.

¿Cuándo había decidido Lucius que le daría todo a ella? ¿En la fracción de segundo en la que
había leído la traducción de alemán durante el ritual, en la oscuridad de la noche? ¿Cuando le
habían escrito los duendes para decirle que había un nuevo Malfoy en sus libros?

¿Habría pensado que lo recuperaría una vez que estuviera seguro de que Dolohov no lo
tuviera?

Ella no lo quería. Solo había una cosa que quería de los Malfoy, y no estaba allí.

Sus ojos ardieron al detenerse frente a la sala de retratos: un enorme cuarto cubierto del piso
hasta el techo con retratos de los Malfoy del pasado. Solo había estado allí una vez, y estaba
menos que ansiosa de repetir la experiencia de estar rodeada de sangres pura que la miraba
como si fuera la suciedad bajo sus zapatos.

Al entrar, sintió que cientos de ojos grises se volvían hacia ella. Los retratos susurraban los
unos a los otros, corriendo entre los cuadros, señalando con los dedos.

Los ignoró, y caminó hasta el otro lado del cuarto, donde una familia de tres cabezas rubias
posaban para un retrato. Lucius estaba parado detrás del sillón orejero en el que se sentaba
Narcissa, que sonreía serenamente. Un Draco de diez años le fruncía el ceño desde el otro
lado.

Hermione sonrió, recordándolo a esa edad. Su rostro tan puntiagudo y fruncido. Le dolía
mirarlo por mucho tiempo, así que se apartó.

Sus ojos se desviaron hacia el otro lado del cuarto, donde el retrato oficial de Lucius Malfoy
la miraba desde arriba. Era un retrato reciente, quizá realizado en los últimos años.

—¿Por qué me lo dejaste a mi?


El retrato de Lucius arqueó una ceja. —No tengo ni la más pálida idea de lo que está
hablando, Señorita Granger.

El acento conocido hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas. Miró el espacio vacío junto a
él, donde habría estado el retrato de Draco.

Él debería haber estado allí. No ella. Era su derecho de nacimiento. Había perdido a su padre,
a sus amigos, y ahora su hogar. Ella le daría todo, si pudiera. Pero se había ido.

En otra vida, habría querido esto. Con él.

Pero no sola. No cuando no sabía dónde estaba, o si alguna vez volvería a casa.

El suelo crujió, y se dio vuelta para encontrar a Narcissa de pie en el umbral. Hermione cruzó
el cuarto hacia ella, sintiendo que los ojos de los retratos la seguían. Se retorció las manos al
pararse frente a Narcissa, preguntándose si quizá ella también se sentiría traicionada por algo.

Pero en vez de eso, Narcissa se rió suavemente. —Bueno. ¿Ahora qué, Señora Malfoy?

Hermione se salvó de responder por un ruidoso tintineo, como si los elfos estuvieran
cocinando algo en mitad del pasillo. Hermione se asomó por el umbral y siguió el sonido por
el corredor.

Los duendes estaban parados frente a la biblioteca, mientras que Boppy y algunos otros
trabajaban juntos para levantar algo. Hermione se movió como si estuviera debajo del agua,
pasando el busto de mármol de Armand Malfoy, y heredero tras heredero, hasta llegar a
Lucius.

Se unió a los duendes, y vio a los elfos levantar un pesado busto tallado en mármol sobre un
pedestal junto a él. Miró su propio rostro, su piel suave, su cabello salvaje. Una delicada
sonrisa en sus labios, mirando de frente a las puertas de la biblioteca Malfoy.

Chapter End Notes

Nota de Autor

¡Gracias a estas bellezas por su hermoso arte! Bookloverdream-blessedindeed dibujó


esta divertida idea de lo que Draco está tramando. psychedelicshiznit en tumblr creó este
hermoso banner. Y @lwaayys en Twitter hace estos increíbles manips de fics como
series de Netflix. Mira la de La Subasta aquí.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.


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Chapter 40
Chapter Notes

Nota de Autor

¡Penúltimo! Gracias al esposo de Raven en particular. Eso es todo.

Los AVISOS DE CONTENIDO de este capítulo se encuentran en las notas finales. Haz
clic para verlos y cuidar tu salud.

¡Y mira el arte increíblemente hermoso de KassieSketches en Instagram!

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El domingo, Mippy fue a buscar el pedido que había hecho a la recientemente reabierta
tienda de Madam Malkins. A pesar de tener un armario lleno de ropa de Pansy, no había nada
que le sirviera en su nuevo papel. Así que Narcissa le había ayudado a enviar su pedido por
lechuza el viernes, adjuntando un recorte de un artículo del Profeta de esa mañana.

El titular decía: De Esclava al Miembro más Joven del Concejo Asesor Mágico Europeo:
¡Conozcan a Hermione Granger!

El lunes, Hermione estaba vestida con su nueva túnica azul marino, una hora y media antes
de su reunión. Se miró severamente en el espejo de Draco antes de girar sobre los talones y
atravesar el pasaje hacia su antiguo cuarto.

Las cremas, los polvos y las brochas estaban justo donde las había dejado. Se decidió por un
poco de maquillaje ligero, y dejó en paz su cabello, ignorando los regaños de Pansy en su
cabeza.

Después de despedirse de Mippy y de Narcissa, Hermione caminó por el camino de entrada


de la Mansión, preparándose para dejar la propiedad por primera vez en tres semanas. Las
puertas se abrieron para ella, y sintió que las barreras de protección temblaban mientras
caminaba.

El miedo se apoderó de su estómago al mirar a su alrededor, preparándose para algo, una


maldición, quizá, o un ejército invasor. Pero no había otra cosa que el viento de verano
agitando la hierba.

Las puertas se cerraron, y ella se recompuso, caminó rápidamente hacia el límite Anti-
Aparición de la propiedad, y Desapareció hacia la dirección que Hestia le había dado.

Se Apareció en una calle adoquinada, generalmente llena de turistas y tiendas abiertas, pero
no había nadie. Una capa de ceniza flotaba en el aire, cubriendo la calle como si fuera niebla.
La mirada de Hermione se desvió hacia el horizonte, donde los restos del Castillo de
Edimburgo aparecían a la vista, todavía humeantes. Respiró hondo, giró hacia el sur, y
comenzó a caminar.

El Concejo Asesor Mágico Europeo se reuniría en Edimburgo, al igual que el Tribunal


Militar Mágico Internacional. “Un lugar adecuado para la muerte del Gran Orden”, había
proclamado el Profeta.

Hermione caminó por la calle desierta, fantasmagórica a la luz de la mañana. Los edificios se
veían más intactos cuanto más al sur caminaba. Miró de cerca las tiendas y los restaurantes
vacíos hasta encontrar la agencia de viajes Muggle y la farmacia que Hestia había
mencionado. Se acercó a los escaparates y vio cómo se materializaba un antiguo edificio
entre ellos, justo igual que el Caldero Chorreante en el Londres Muggle. El letrero de madera
encima decía Thistle & Rose.

Hermione cuadró los hombros, abrió la puerta y entró. El bar estaba vacío, salvo por dos
ocupantes: Hestia Jones, apenas apoyada sobre un taburete, y un hombre mayor de cabello
claro detrás de la barra. Hestia interrumpió la conversación cuando la puerta se cerró,
asintiendo rápidamente hacia Hermione.

—Señorita Granger—. Se bajó del taburete y avanzó para estrechar la mano de Hermione.

—General—, dijo Hermione, devolviendo el apretón.

Hestia señaló el angosto corredor detrás de ella. —¿Vamos?

—Ah—. Hermione frunció el ceño ante el reloj encima de la barra. Eran apenas las siete y
media. —¿No vamos a esperar a los demás?

—No—. Hestia juntó las manos frente a ella. —La mayoría en el Concejo son militares. Me
temo que tenemos la costumbre de llegar patológicamente temprano.

Hermione apretó los labios y asintió. Guardó silencio mientras Hestia la conducía por el
lúgubre corredor, y luego se detenía frente a una puerta con un letrero descolorido que decía:
Solo personal del bar. Apenas empujó la puerta, apareció una escalera caracol. Hestia tuvo
que inclinar la cabeza mientras bajaban, y Hermione la siguió.

Llegaron a una enorme sala de espera llena de sillas rígidas y un mostrador de recepción
vacío. Hermione observó la capa de polvo sobre la mesa de café, mientras Hestia la conducía
rápidamente por otro largo corredor.

El bullicio retumbaba al final, donde las esperaba un gran cuarto con las puertas abiertas.
Hermione intentó calmar sus nervios mientras avanzaban, sus tacones traqueteando junto al
ruido sordo de las botas de Hestia.

—Supongo que has leído los diarios—, dijo Hestia. —Vamos a votar para formalizar leyes y
procedimientos toda la semana. El tema más importante de hoy es el voto de los jueces.
Antes de que Hermione pudiera procesar todo, estaban atravesando las puertas abiertas.
Quince o veinte personas sentadas alrededor de una mesa cuadrada hablaban en voz baja.

Hestia se detuvo en el umbral. —Todo el mundo: La Señorita Granger.

Todas las miradas giraron hacia ella. Hermione consiguió asentir bruscamente, ignorando los
latidos de su corazón. Algunos rostros eran familiares, otros nuevos. La mayoría vestía
uniforme militar.

Hestia la acompañó hacia un asiento vacío, y Hermione cruzó una mirada con el General
Pierre mientras se sentaba. La boca de él se endureció antes de retomar la conversación con el
General Jacobs. Al otro lado de Pierre estaba Fleur Delacour, vestida con todas las galas.
Hermione parpadeó cuando Fleur la saludó con la cabeza, y luego giró hacia la izquierda,
inclinando los hombros para alejarlos del General Pierre. El mago junto a ella comenzó a
hablar en francés canadiense, haciendo gestos con las manos sobre la mesa.

Hermione recorrió la mesa y encontró un par de magos de rostros pétreos vestidos con
túnicas militares grises. Los suizos. Siguió una línea de rostros desconocidos hasta que sus
ojos encontraron a un mago vestido de negro: Gawain Robards. Lo recordaba de los
periódicos. Había trabajado para Scrimgeour como Jefe de la Oficina de Aurores, pero había
desaparecido al caer el Ministerio.

A la izquierda de Robards había una bruja y un mago que supuso que serían los italianos,
basándose en sus túnicas color verde oliva. Estaba intentando recordar dónde había visto a
aquel mago, un hombre con una barba espesa y unos ojos oscuros, cuando él hizo un gesto
con la cabeza a Hestia, y se puso de pie abruptamente.

Se aclaró la garganta y se presentó como Luca Bianchi, en un fuerte acento italiano. El


cerebro de Hermione hizo click. Era un miembro del Ministerio de Antonio Bravieri, uno de
los miembros del consejo que había desaparecido en agosto, justo bajo las narices de
Romano.

Le dio la bienvenida a todos los de la mesa, presentó a los líderes militares, a los abogados y
a los representantes de todo el mundo que compartían el mismo objetivo: garantizar la
justicia tras la Segunda Guerra Mágica, y asegurarse de que los líderes políticos y militares
del Gran Orden fueran responsabilizados por sus crímenes de guerra.

—Aquí en el Reino Unido, el Tribunal de Justicia comenzó con este difícil trabajo—, dijo
Bianchi delicadamente. Hermione vio a Jacobs moverse en su asiento. —Pero damos gracias
al Gobierno Provisional por haber reconocido correctamente la necesidad de disolver dicho
Tribunal, y de trabajar en estrecha colaboración con otras naciones afectadas para permitir
alcanzar el objetivo de una justicia internacional acorde a sus crímenes internacionales.

Fleur resopló junto al General Pierre. Hestia, frente a ella, tomó un sorbo de su vaso de agua.

—Amigos míos, ésta es nuestra misión, nuestra responsabilidad, y el propósito de nuestra


reunión. Con la ayuda de la C.I.M., y el incansable trabajo preliminar aportado por ustedes,
nuestros Miembros del Concejo, hemos conseguido redactar la legislación que revisarán hoy
para el posible Tribunal Militar Mágico Internacional. Cada uno de ustedes merece gratitud
por su esfuerzo.

Hermione sintió que su ojo se crispaba al unirse a Bianchi y al resto del cuarto en un aplauso.
Antes de que pudiera volverse hacia Hestia, Bianchi agitó la varita y una copia de una pesada
carpeta apareció frente a cada uno de ellos; tendría fácilmente una trescientas páginas.
Hermione la miró.

—Y aún así, todavía queda mucho trabajo por hacer. Esta semana, buscaremos terminar y
formalizar la Carta de Edimburgo. Nuestro objetivo es presentar nuestros cinco países
miembros para su ratificación a principios de la semana que viene. Ahora entrego la reunión
al General Jacobs, que presidirá la agenda de hoy.

Bianchi señaló al General Jacobs para que continúe, y tomó su asiento.

Jacobs se puso de pie, mirando a su alrededor con una sonrisa helada. —Nos gustaría
comenzar esta mañana confirmando la lista de los veinticuatro acusados. Los “jugadores
principales” si se quiere—. Abrió su carpeta y la mesa lo imitó. —Por supuesto, esto será
quizá nuestro voto más sencillo—, dijo Jacobs. —El Concejo ya ha revisado la evidencia de
los cargos de los acusados, aunque se han vuelto a enumerar para su conveniencia.

Hermione pasó a la pagina siete, y encontró a Bellatrix Lestrange y a Draco Malfoy en las
primeras dos posiciones de la lista, con una letanía de crímenes siguiendo a cada uno de sus
nombres. Se le revolvió al estómago al leer los cargos contra Draco.

Crímenes de Guerra; Crímenes contra la Humanidad; Crímenes contra la Paz, Conspiración


para cometer Crímenes de Guerra, Crímenes contra la Humanidad, y Crímenes contra la
Paz; Afiliación a Organización Criminal.

Se había esperado aquello, pero creyó que tendría tiempo para discutirlos. Posiblemente
hacer caer alguno de ellos. ¿Cuánto trabajo había realizado el Concejo sin ella?

Escaneó la lista, y se detuvo medio segundo en Rita Skeeter y en Ludo Bagman, pero el
cuarto comenzó a girar cuando descubrió a Blaise Zabini al final.

Sus oídos se dirigieron al General Jacobs, que hablaba del cronograma esperado para los
juicios.

—¿Y dónde puedo encontrar una copia de las acusaciones completas que describen las bases
de estos cargos?

Las páginas dejaron de pasar; los murmullos cesaron. Y los ojos del General Jacobs se
clavaron en ella como hielo. —Apéndice A—, dijo.

Hermione se volvió hacia el Apéndice, hojeando rápidamente.

—¿Hay algún problema, Señorita Granger?

Sentía las orejas calientes al levantar la mirada. Jacobs la observaba ladeando la cabeza, y
Pierre se inclinaba hacia adelante en su asiento. Fleur miraba la mesa mientras que Bianchi la
observaba con interés, tamborileando los dedos en la mesa.

Y a su izquierda, Hestia negó de manera imperceptible con la cabeza.

—En absoluto—. Hermione se aclaró la garganta. —Si existiera algún cargo injusto, confío
en que el tribunal sopesará la evidencia de manera justa.

Un silencio helado. El corazón de Hermione comenzó a galopar contra sus costillas.

—Tengo curiosidad, Señorita Granger—, dijo el General Pierre, enderezándose en su asiento.


—¿Podría ser tan amable de compartir con el Concejo cuál de estos cargos le preocupa?
Estoy seguro de que a mis colegas y a mi nos interesará escucharlo.

Hermione parpadeó. Miró de reojo a su izquierda, pero los ojos de Hestia estaban fijos en su
carpeta. Hermione separó los labios mientras pensaba en el antídoto de la poción, en el
Horrocrux, en la luz verde entrando por la espalda de Bellatrix...

—Los cargos contra Ludo Bagman y Rita Skeeter—, dijo ella. —“Conspiración para
Cometer Crímenes contra la Paz”, parece excesivo. Es muy posible que estuvieran bajo
coacción.

—Las mentiras de la Señorita Skeeter contribuyeron a la pérdida de cientos de vidas en Suiza


—, dijo uno de los magos vestidos de gris. —Si sintió que no tenía alternativa, que lo declare
frente al Tribunal.

Hermione consiguió asentir. —De acuerdo—. Levantó la mirada hacia el General Jacobs. —
No tengo más comentarios.

Jacobs disimuló su decepción con una sonrisa poco sincera. —Bien. Vamos a someterlo a
votación, ¿les parece? A menos que la Señorita Granger necesite un receso.

Los magos suizos perforaron la cabeza de Hermione con sus ojos, y Fleur la miró
parpadeando.

—No será necesario—. Hermione arqueó una ceja. —Sin embargo, me gustaría abstenerme
de esta votación, ya que no he tenido tiempo de revisar la evidencia. Confío en que un voto
de la mayoría será suficiente.

—Lo será—, dijo Pierre con frialdad.

Se sentía como si se estuviera hundiendo en las tablas del suelo, mientras veía a Jacobs
sonreír, desplegar un pergamino y gritar el nombre de Bellatrix frente al Consejo. Diecinueve
manos se alzaron en el aire, y Jacobs recitó cada uno de los miembros mientras sus pluma
encantada los dejaba por escrito. Cuando llegó al nombre de Draco, Hermione se había
hundido profundamente en sus aguas tranquilas.

A continuación, votaron los procedimientos. Los juicios constarían de un proceso, una


defensa y cinco jueces. El Concejo elegiría a diez jueces en total: un magistrado y un suplente
para cada país participante en el Tribunal. Sería posible apelar a un nuevo Concejo presidido
por los cinco países.
Por primera vez en su vida, Hermione sintió como si estuviera en un examen para el que no
se había preparado. Intentó parecer tranquila mientras pasaba las páginas de su carpeta, con la
mente dando vueltas por toda la jerga legal. Algunos de los términos eran familiares, gracias
a la preparación anterior al juicio de Lucius, pero otros eran totalmente nuevos; el Tribunal
parecía combinar tradiciones legales de todos los países y formas de derecho. No tenía más
opción que imitar a Fleur y a Hestia, alzando la mano cada vez que ellas lo hacían, y
tragándose la ansiedad de no saber si estaría votando por algo que le fuera a hacer más difícil
exonerar a Draco o a Blaise.

Anunciaron un descanso para almorzar antes de votar por los jueces. Los demás se
demoraron, pero Hermione salió del cuarto rápidamente, luchando para recuperar el aliento
en el corredor. Una vez más, estaba jugando a un juego en la oscuridad, sin saber las reglas.
Tenía una hora en la que podía almorzar, revisar los archivos de los jueces, y regresar al
cuarto para votar, tal como lo habían pedido.

O, una hora en la que podría usar el poco poder de negociación que tenía para inclinar la
balanza a su favor.

Las puertas se abrieron, y Hestia y Jacobs salieron del salón, hablando tensamente. Hestia se
interrumpió cuando Hermione se paró frente a ellos.

—Señorita Granger—, dijo ella, asintiendo. —¿Qué le pareció nuestra primera reunión del
Concejo?

Hermione se colocó la carpeta de trescientas páginas bajo el brazo. —Ha sido


indudablemente informativa—. Cuadró los hombros. —Estoy considerando unirme.

Jacobs apretó la mandíbula. Hestia simplemente la observó.

—Ya está aquí—, dijo Jacobs bruscamente, como si estuviera explicando las cosas a un niño
rebelde. —Ya ha emitido votos.

—Acepté asistir a la reunión. No acepté unirme—. Hermione le dirigió una sonrisa helada. —
Realmente espero que no sea mucho trabajo para usted tener que borrarme de los registros si
llegara a declinar la oportunidad, General Jacobs. Me aseguraré de informarle hacia el final
del día.

Hestia cambio el peso. —Señorita Granger...—

—De hecho, parece que ya han adelantado bastante sin mi. ¿Cuánto tiempo se ha estado
reuniendo el Concejo para hacer el “trabajo preliminar”, General Jones?

—Un par de semanas—. Hestia cerró la boca en una dura línea. —Como recordará, Señorita
Granger, le informé que el trabajo del Concejo ya estaba en marcha cuando me reuní con
usted la semana pasada.

—Si, pero olvidó decirme qué tan extenso era. Cuando llegué esta mañana, no tenía idea que
se esperaría que diera mi voto sobre asuntos casi finalizados de los que no tenía conocimiento
previo.
El silencio se prolongó. Hermione dio unos golpecitos con el tacón en el suelo. —Supongo
que esperaba que me uniera para que fuera su cara bonita. ¿Su portavoz en los medios?

Jacobs hizo una mueca ante la frase “cara bonita”.

—Si voy a unirme a este Concejo—, continuó Hermione, —espero que me mantengan
informada. Debería haber tenido la oportunidad de participar en estas “discusiones
preliminares”. Por lo menos, debería haber recibido este material apenas hubiera estado
disponible.

—Anotado—. Hestia juntó las manos frente a ella. —¿Y qué otra cosa necesita para su
tranquilidad, Señorita Granger?

—Me gustaría hablar acerca de Pansy Parkinson—, dijo Hermione, alternando la mirada
entre ellos. —Qué amable por preguntar.

Jacobs ni se molestó en esconder el resoplido.

—El caso de Parkinson será manejado a nivel nacional por un tribunal del Gobierno
Provisional de Inglaterra—, dijo Hestia.

—Y la máxima autoridad del Gobierno Provisional son ustedes dos, ¿no es así? Maravilloso
—. Cambió la carpeta hacia el otro brazo y conjuró una pluma. —¿Cuándo se reunirán?

—¿Reunir?— Jacobs la miró a los ojos.

—Para discutir el procedimiento legal para los casos nacionales—, dijo Hermione, con un
tono dulce que habría hecho que a Umbridge se le erizara la piel.

—Debería parecerse mucho al Wizengamot—, dijo Hestia lentamente. —Estamos buscando


llenar los asientos ahora...—

—Qué maravilla—. Hermione dio un golpecito con la pluma. —¿Horario?

Hestia respiró hondo. —Señorita Granger, se le ha dado un lugar en el Concejo Asesor


Europeo. El sistema legal del Gobierno Provisional es un asunto separado...—

—No puede simplemente asignarse a sí misma como miembro—, siseó Jacobs.

—Ah—. Las cejas de Hermione se arquearon con inocencia. —¿Y cómo fue que a ustedes
dos se les dio un lugar en la mesa? ¿Por sufragio?

Antes de que alguno de los dos pudiera responder, las puertas se abrieron de par en par. Un
silencio helado descendió cuando varios de los miembros comenzaron a llenar el cuarto,
arrojando miradas curiosas hacia ellos tres al pasar.

Una vena palpitaba en la sien de Jacobs al inclinarse hacia Hestia y murmurar, —Este es tu
problema. Ocúpate—. Se marchó furioso, dobló la esquina y desapareció de la vista.
Hestia esperó hasta que el corredor quedara en silencio. —El Concejo estaba dividido ante la
decisión de admitirla, Señorita Granger. De hecho, la mayoría se opuso enérgicamente

La furia estalló en el vientre de Hermione.

—Debe comprender—, dijo rápidamente Hestia, —que estamos hablando de un grupo de la


élite política y militar aquí. La mayoría de sus carreras abarcan más tiempo del que usted ha
vivido.

—Si, y la edad claramente implicó sabiduría en lo que concierne al Tribunal de Justicia...—

—Ese es el punto—. Hestia miró por encima del hombro antes de volver a hablar. —Gran
Bretaña se beneficiaría significativamente por su participación en este Tribunal. Igual que
Francia, aunque en un grado mucho menor. Los otros tres países no ganarían nada, y se
necesitó un poco de persuasión para obtener su favor.

—Quiere decir que ninguno de los otros países tiene manchas de sangre que limpiar.

—Eso no se lo voy a discutir—, dijo Hestia categóricamente. —En un mundo ideal, usted
habría estado involucrada desde el principio. Pero involucrarla ahora es lo mejor que puedo
hacer.

—Ya veo—. Hermione tomó una bocanada de aire. Al menos apreciaba la franqueza de
Hestia. —Bueno, ahora que he escuchado su postura, tendrá que escuchar la mía.

Hestia cruzó las manos y ladeó la cabeza. —¿Le gustaría un puesto en el Gobierno
Provisional?

—No—, dijo Hermione, levantando la barbilla. —Me gustaría que Pansy Parkinson fuera
liberada de inmediato.

—Estamos examinando cientos de casos del Tribunal de Justicia. La mayoría están siendo
desestimados, así que si los cargos contra Parkinson son tan endebles como usted afirma,
estoy segura de que serán desestimados también—. El rostro de Hestia era impasible cuando
Hermione frunció el ceño. —Parkinson es considerada una criminal de bajo nivel. Puedo
asegurarle que el trato que recibe es bastante humano...—

—Qué extraño—, interrumpió Hermione. —Yo habría considerado de la misma manera a


Siobhan Selwyn, y ahora está muerta.

El rostro de Hestia se ensombreció por algo, y su mirada cayó sobre sus botas. —Yo voté
contra eso—, dijo finalmente.

—Aún así—. Hermione dejó que las palabras colgaran entre ellas. —¿Ha revisado el archivo
de Pansy Parkinson, General?— La presión de los labios de Hestia le dio a Hermione la
respuesta. —Una vez que lo haga, estoy segura de que verá lo infundado que es. Apreciaría
que pudiera extraer su archivo, así como el de Daphne Greengrass. No pude encontrar su
nombre en el Profeta, pero estoy segura de que será acusada por cargos similares...—

—Greengrass...— Hestia levantó la mirada con el ceño fruncido. —Ella no está en Azkaban.
Hermione parpadeó. —¿Está segura?

—Bastante—. Hestia miró por encima del hombro. —La familia Greengrass tiene vínculos
con los canadienses. Ha sido liberada en el consulado, y enviada de regreso con su familia en
Montreal.

El alivio la invadió, y luego se mezcló con una furia incipiente. —Ya veo. ¿Y usted cree que
eso es justo, General?

—Por supuesto que no. Pero ¿desde cuándo este mundo ha sido “justo”, Señorita Granger?—
Hestia la miró con intensidad. —Consígame la información de por qué Pansy Parkinson fue
vendida en la Subasta, y veré lo que pueda hacer para retirar sus cargos. Si recuerdo
correctamente, ese era el punto principal de la discusión.

La boca de Hermione se secó. —Puedo conseguirla. Si me dejara hablar con ella… déjeme ir
a verla a Azkaban, y la conseguiré.

Hestia asintió una vez. —Me encargaré de su visita apenas regrese al Ministerio esta tarde.

—Gracias—. Hermione respiró hondo mientras la observaba, intentando descubrir qué tipo
de aliada sería. —Hay una última cosa. Suponiendo que me uno al Concejo, espero ser
informada de ahora en más. Si hay asuntos de los que tenga que estar al tanto, espero que
usted me los diga. Si no...—

—Entendido, Señorita Granger—. Con una inclinación de cabeza, Hestia pasó junto a ella.

Para cuando fue al baño a echarse agua a la cara, ya casi era el final de la hora del almuerzo.
Hermione regresó a la mesa con el estómago vacío y la misma sensación de ignorancia que
tenía cuando se fue.

Cada miembro podría votar solamente por los jueces que representaran a su propio país. De
la larga lista de nombres, Hermione solo reconocía uno: Tiberius Ogden, que había
renunciado al Wizengamot cuando Fudge nombrara a Umbridge como la Suprema
Inquisidora de Hogwarts.

Hermione se sentó en la mesa, y trató de evitar mover su rodilla cuando comenzó la votación
para Gran Bretaña. Hestia levantó su mano por Ogden y otro nombre, y Hermione la imitó.
Era imposible saber si había tomado la decisión correcta, pero se sentía segura de dos cosas:
primero, que Hestia todavía tenía una consciencia debajo de su endurecido pragmatismo, y
segundo, que si Tiberius Ogden tenía un problema con Dolores Umbridge, al menos tenían
eso en común.

El resto de la tarde se dedicó a largas discusiones sobre logística y procedimientos judiciales.


Cuando la reunión finalmente se levantó, Hestia se despidió rápidamente de ella y salió del
cuarto con la velocidad de alguien que tiene otras diez reuniones más a las que asistir. Los
otros miembros la ignoraron, y Hermione con todo gusto los imitó.

Hermione organizó cuidadosamente su papeleo mientras el cuarto se vaciaba. Estaba justo


empujando su silla cuando una voz detrás de ella dijo: —Hegmione—. Hermione giró, y se
encontró envuelta en el abrazo de Fleur Delacour. Su cerebro demoró un momento en
entender antes de abrazarla a su vez.

—Me alegra vegte—, dijo Fleur, cuando se apartó. —Disculpa que no te saludé antes. La
mayoguía de estos hombres juzgan a las mujegues que abrazan.

—Ah, no… está bien—. Descartó Hermione con un gesto.

—Pensé que te vería en el almuegzo, pero lucías pgeocupada.

—Si. Quiero decir, un poco—. Hermione cambió la carpeta de un brazo al otro, como una
barrera entre ellas.

Sentía un dolor familiar en el pecho ante la mirada de Fleur. Quería acercar una silla, confiar
en ella y pedirle consejo.

Su mente le susurraba que cuantas menos personas tuvieran su confianza, mejor.

—Estoy muy contenta de que estés en este Concejo—, dijo Fleur en voz baja. —Sé que te igá
bien. Bill dijo lo mismo.

Las emociones burbujearon en su pecho. Hermione miró hacia la pared opuesta.

—Él me pidió que te envíe sus saludos. Y sus disculpas por lo sucedido en la Mansión.

Hermione guardó silencio, buscando las palabras. Se volvió hacia Fleur, y se decidió por: —
Gracias.

Fleur esbozó una pequeña sonrisa. —¿Puedo convencegte de que vengas a cenar a la
Madguiguega esta noche? Solo será un pequeño grupo de nosotros. Sé que a Ginny le gustará
vegte.

—No creo que sea una buena idea todavía—, dijo Hermione, reprimiendo la aguda punzada
de culpa en el estómago. —Pero tal vez pronto.

Fleur asintió. Apretó su brazo antes de darse vuelta y dejar a Hermione sola en el cuarto
vacío.

Hermione subió las escaleras y salió de Thistle & Rose en silencio. Entrecerró los ojos ante el
sol de la tarde, y lo vio brillar sobre Edimburgo.

—Es usted muy apasionada, Señorita Granger—, dijo una voz. Ella se dio vuelta y descubrió
a Luca Bianchi apoyado contra el costado del edificio, encendiendo un cigarrillo.

Ella le dedicó una leve sonrisa. —Así dicen.

Él soltó una carcajada y dio una lenta calada. —No esperaba menos de la mejor amiga de
Harry Potter—. Estiró el cuello para expulsar una bocanada de humo. —Aunque debo
confesar que me sorprende la gente a la que parece dirigir su pasión.
El corazón de Hermione dio un salto. —Mi único interés es la búsqueda de la justicia, Señor
Bianchi. La justicia no es personal.

—¿Ah si?— Bianchi se rió alrededor de su cigarro. —No engaña a nadie, Señorita Granger.
Personalmente, me importa muy poco el chico Malfoy. No encontrará ningún impedimento
de mi parte allí. Su amigo, sin embargo— Bianchi dio otra calada —es otra historia.

Hermione lo miró. Sus manos se sintieron húmedas sobre la carpeta.

—Blaise Zabini ha cometido crímenes en mi país. No tengo la intención de dejárselas pasar a


la ligera. Si espera mantener una… amistosa relación conmigo y con mis colegas, esto es
algo que debería saber.

—Señor Bianchi, puedo apreciar lo horrible que este último año habrá sido para usted. Pero...

—Antonio Bravieri era mi primo, Señorita Granger—. Sus ojos eran duros como la piedra al
arrojar el cigarrillo hacia los adoquines. —He visitado a Giuliana en San Mungo. Ella no está
bien.

Hermione se quedó dura como la piedra. Bianchi lo pisoteó, luego se abotonó la túnica con
una floritura. —Para todos nosotros, es personal.

Mientras lo veía desaparecer por las calles polvorientas, deslizó a Blaise Zabini hasta lo alto
de la lista de cosas de las que se tenía que preocupar.

~*~

Temprano a la mañana siguiente, Hermione se vistió con un segundo juego de túnicas que
había recibido de Madam Malkins, se bebió una taza de café, caminó por el camino de
entrada de la Mansión, y se Apareció en el escritorio de recepción de invitados de Azkaban.
Unas pocas horas después de haber regresado a casa de Edimburgo el día anterior, había
recibido una lechuza de Hestia Jones con una copia completa de la acusación de Pansy
Parkinson. Una nota escrita a mano confirmaba que estaba autorizada en Azkaban a las seis
en punto, y que se le permitiría recolectar recuerdos con la ayuda de un guardia.

El guardia corroboró su nombre en la lista de aprobados y la miró por unos minutos antes de
tomar su varita y leer las instrucciones de seguridad, detallando la poción de supresión de la
magia utilizada en los prisioneros. Hermione frunció los labios, pero asintió.

La condujo en silencio por un húmedo corredor de piedra. No había Dementores, pero igual
sentía que un escalofrío se instalaba profundamente bajo su piel.

Se detuvo ante una puerta sin letreros, la abrió y se hizo a un lado para dejarla entrar.

Pansy Parkinson estaba sentada con las piernas cruzadas en una silla de metal,
inspeccionándose las uñas. Incluso con la piel cetrina y el cabello mustio, se las arreglaba
para lucir superior.

Hermione sintió que sus pulmones colapsaban. —Pansy.


—Me preguntaba cuándo aparecerías—. Levantó los ojos y la miró de arriba abajo, como si
su túnica nueva estuviera llena de barro. Curvó los labios con desdén. —Vaya, vaya, Chica
Dorada. La libertad ciertamente te sienta bien.

Hermione se colocó el cabello detrás de la oreja. —Se verá mejor en ti, ya verás.

Pansy resopló y volvió a mirarse las uñas. —Todo se vé mejor en mi.

Se hizo un silencio.

—Pansy...— La voz de Hermione tembló. —Lamento que me llevara tanto tiempo venir a
verte. Intenté venir antes.

—Así dicen—. Volvió a cruzar las piernas. —Los guardias estuvieron chismorreando acerca
de que te habían metido en el San Mungo—. Otra pausa. —¿Supongo que intentaste defender
a Draco?

—Si.

—¿Igual que intentaste defender a Lucius?

Hermione tomó una bocanada de aire. —Si.

—Mhm—. Los ojos azules parpadearon sobre los suyos. —Entonces discúlpame si no tengo
una plena confianza en tu idealismo Gryffindor.

Hermione cerró los ojos. Era capaz de mantenerse firme ante las personas más poderosas en
Gran Bretaña. Y aún así, Pansy Parkinson de alguna manera se las arreglaría para intimidarla.

—Me llevó un tiempo aprender el juego. Pero estoy mejorando—. Hermione hizo una pausa.
—Puedo sacarte, Pansy. Solo necesito que me digas por qué estabas en la Subasta.

El rostro de Pansy se quebró en una sonrisa, y soltó una carcajada mordaz. —Realmente no te
das por vencida, ¿verdad?

—No, no lo hago.

Pansy descruzó las piernas, y apoyó ambas manos sobre las rodillas. —Ilumíname entonces,
Granger. No se han molestado en decirme por qué estoy aquí. Nadie me ha interrogado
siquiera.

—Uno de tus cargos es espionaje. Creen que tu lugar en la Subasta y tu muerte fingida fueron
parte de alguna connivencia con Draco y Blaise...— Hermione se interrumpió, agitando una
mano en el aire. —El cargo es ridículo. El Gobierno Provisional todavía está vadeando el lío
de acusaciones por parte del Tribunal de Justicia. Pero si me das tu recuerdo de por qué
estabas allí, te sacaré de aquí.

Pansy resopló. —¿Cómo, exactamente? ¿Pateando contra el piso y haciendo demandas?


—Porque han visto lo que sucede cuando Hermione Granger escribe una exposición en el
Fantasma de Nueva York.

Pansy hizo silencio por un momento, mirando de frente a la pared de piedra vacía. —No
puedes contra tu genio, ¿verdad? Tienes que salvarlos a todos.

Hermione frunció el ceño. —Cuando son inocentes, si. Pansy, no mereces estar aquí...—

—Guarda tu caridad para alguien que la quiera—. Pansy dejó caer la cabeza hacia atrás, y
cerró los ojos. —No tengo a dónde ir. No tengo familia. Mis amigos están...— Se
interrumpió, su pecho subía y bajaba con fuerza.

—Pansy—. Hermione avanzó un pequeño paso. —Hay lugares para ti. Aún tienes amigos.

Vio a Pansy tragar saliva.

—Dime a dónde quieres ir. Los Malfoy tienen propiedades en muchos países, y están…
todavía bajo el control de Narcissa. Nombra una, y es tuya—. Pansy cruzó los brazos con
fuerza. —Si quieres quedarte en el país, puedes volver a Grimmauld Place...—

—¿Y vivir allí sola con ese elfo insufrible?— Pansy levantó la cabeza y la fulminó con la
mirada. —Gracias, Granger, pero creo que paso.

—Está vacío. Kreacher está con D...— Hermione se congeló, mirando de reojo la puerta. —
Él no está.

Pansy se volvió a incorporar. Hermione contó los latidos de su corazón.

—No sé dónde está, o cómo está. Pero voy a asegurarme de Kreacher se sienta seguro de
poder volver a casa—. Miró hacia la mesa. —Estoy segura de que él se sentirá mucho mejor
si sabe que tu también estás a salvo.

Levantó la mirada y vio un destello de algo en los ojos de Pansy.

—¿Qué hay de Blaise y Daph?

—Daphne está en Canadá con su familia. Y en cuanto a Blaise, bueno...— Hermione se


aclaró la garganta. —Estoy trabajando en ello.

Pansy inclinó la cabeza, su cabello corto cayendo en ángulo. —Está bien. Si eres capaz de
manejar esto, iré a Grimmauld.

Hermione asintió, y giró hacia la puerta antes de que Pansy pudiera cambiar de opinión.
Llamó dos veces, y cuando el guardia la abrió, le dijo: —La Señorita Parkinson ha aceptado
proporcionar sus recuerdos como evidencia.

El guardia miró a Pansy. Ella asintió, poniendo los ojos en blanco.

El guardia la siguió al interior y conjuró un vial, mirando a Hermione con una expresión
desinteresada. Hermione se paró frente a Pansy y le indicó que empujara hacia adelante el
recuerdo, asegurándole que era posible hacerlo sin magia.

Cuando el guardia avanzó un paso, Pansy levantó una mano para que se detenga.

—Por favor, no estés aquí cuando me suelten—, dijo, sin enfrentar los ojos de Hermione. —
Envía una varita si puedes, y déjame usar la red Flu.

Algo se retorció en el pecho de Hermione. —De acuerdo.

El guardia levantó la varita. —Espera—, soltó Pansy. Se hizo una larga pausa. Y entonces: —
¿Hay alguna posibilidad de que no veas esto? Quizá alguien más pueda...—

—No—. Hermione se mordió el labio. — Tengo que revisarlo primero, Pansy. No hay otra
manera.

Pansy dejó caer la mano, y el guardia que resoplaba avanzó un paso. —Lo hice por Draco—.
Cerró los ojos. —No por ti.

El guardia colocó la varita en su sien, y tiró para sacar las delicadas hebras de sus
pensamientos.

~*~

Hermione tenía exactamente una hora antes de que tuviera que estar en Edimburgo. Lo que
sea que hubiera dentro de ese vial, tenía que verlo antes de entregárselo a Hestia.

Entró silenciosamente y corrió hacia el estudio de Lucius. Después de desbloquear el


gabinete, colocó los recuerdos de Pansy en la vasija, y vio las hebras arremolinarse en su
interior. Hermione respiró hondo, se inclinó hacia abajo, y se sumergió en el pasado.

Sus pies aterrizaron en un cuarto desconocido; un salón, con un papel tapiz oscuro y grandes
ventanales. No había muebles. Las voces hacían eco detrás de la puerta, y cuando se dio
vuelta para ver el salón entero, descubrió una figura detrás de ella. Soltó un grito ahogado.

Era ella.

Estaba suspendida en el aire, inconsciente; sus zapatillas flotaban a unos centímetros del
suelo. Tenía la cabeza inclinada sobre un hombro. Tenía puesto el abrigo rosado que había
estado usando el día de la Batalla de Hogwarts.

El corazón le latía a un ritmo atronador contra las costillas. Enterró las uñas en sus palmas
para centrarse a medida que las voces se acercaban.

Se sobresaltó cuando la puerta se abrió de golpe, revelando a Yaxley con una sonrisa de
suficiencia. —…atrapé en el corredor dentro del castillo—, estaba diciendo. Sostuvo la
puerta abierta y se hizo a un lado. —Después de ti...—

Un sonido de pasos, y entonces Draco entró al cuarto. Ella se tambaleó, buscando algo de lo
que sostenerse, mientras la mirada de Draco se deslizaba por su cuerpo flotante, como si
sopesara ganado.
Sus ojos se desorbitaron cuando Pansy y Blaise entraron tras él. Pansy se congeló al verla, y
se tapó la boca con una mano con manicura. Luego se rió.

—Merlín—. Hermione la vio caminar tranquilamente alrededor de su yo del pasado, antes de


volverse hacia Yaxley. —¿Cuánto tiempo ha estado fuera?

—Dos días—, dijo Yaxley, inclinándose contra el umbral. —Aunque éste es el primer día que
abro para que la vean. Ustedes son el quinto grupo.

—¿En serio?— Pansy sonrió. —Claramente la Sangre Sucia es más popular de lo que creía.

Los ojos de Draco eran fríos y sin vida al mirar su cuerpo inerte, rodeándola como había
hecho Pansy. Su expresión era vacía. Oclumancia.

La garganta de Hermione se atoró. Verlo se sentía como un cuchillo en el pecho, enterrándose


más y más profundo. Quería estirar una mano y tocarlo. Enterrar los dedos en su cabello, y
sentir la calidez de sus brazos alrededor de ella.

Las lágrimas caían por sus mejillas y se desvanecían antes de llegar al suelo, desapareciendo
en el Pensadero.

—¿Cuál es tu oferta inicial, Yaxley?— Blaise avanzó hacia el cuerpo, con los brazos
cruzados.

—Ya sabes que es diez mil Galeones.

Blaise levantó las cejas y se volvió sobre sus hombros.

—Quince—, dijo una voz fría. Draco caminó alrededor de su cuerpo y murmuró. —¿Qué?
¿No creen que la arrogante Sangre Sucia de Granger sea virgen?

El sonido familiar del arrastre de su voz le daba escalofríos en la espalda.

Pansy soltó una risita. —Draco tiene razón. Estoy segura de que serán quince—. Inclinó la
cabeza hacia arriba y evaluó a Hermione antes de arrugar la nariz. —Un terrible desperdicio
de cinco mil Galeones, si quieres mi opinión—. Sus ojos se posaron en Yaxley, y una sonrisa
tímida le cruzó los labios. Hermione vio que algo extraño pasaba entre ellos antes de que
Pansy estirara una mano para tomar uno de los rizos de Hermione.

—Sin tocar, Pansy—, dijo él.

Pansy hizo un puchero. —¿Por qué? ¿No estoy autorizada a inspeccionar la mercancía?

—Nadie la tocará hasta que hayan firmado los papeles después de la Subasta. Le he puesto
como una docena de protecciones.

Un músculo en la mejilla de Draco se crispó.

—¿Algo más?— Dijo Yaxley, revisando su reloj. —Tengo otra visita en quince minutos.
Un horror helado atravesó la piel de Hermione. Intentó concentrarse, recordar que nada de
eso había importado...

Draco giró para enfrentar a Yaxley y Hermione vio que sus paredes temblaban. —¿Cuál es tu
precio de venta?

Yaxley se apartó del marco de la puerta. —Ya te lo dije. El precio inicial es...—

—¿Y cuál es tu precio?— Draco cuadró los hombros. —¿Qué precio te parecería aceptable
para comprarla antes de la Subasta?

—Ninguno—. Yaxley le dedicó una sonrisa de labios apretados. —En primer lugar, supongo
que tendrá un precio mucho más alto del que podría nombrar...—

—Pero puedes nombrarlo—, dijo Draco. —Y yo podría pagarlo.

—En segundo lugar—, dijo Yaxley, mostrando los dientes. —El Señor Tenebroso ha dejado
en claro que la perra de Potter debía dar el ejemplo. No eres el primero que me pide
comprarla directamente, Malfoy. ¿Por qué tu padre cree que te daré una respuesta diferente a
la que le di a él? No tengo idea.

Draco respiró hondo, y Blaise se dio vuelta. El corazón de Hermione latía con fuerza en su
pecho al ver que los últimos fragmentos de Oclumancia de Draco se quebraban.

—Ahora si me disculpas—. Yaxley señaló la puerta. —Ya han tenido su visita, y apreciaría la
oportunidad de ir a mear antes de que llegue el próximo visitante.

Draco palideció, y apretó los puños a sus lados. Salió del cuarto sin otra palabra. Hermione
vio a Blaise intercambiar una mirada con Pansy antes de excusarse y salir del lugar. Pansy
caminó hasta la puerta para seguirlos, pero se detuvo frente a Yaxley.

Hermione se acercó a ellos mientras algo comenzaba a cobrar sentido.

—¿Pans?— Dijo la voz de Blaise desde el pasillo.

—Ya voy—, canturreó. Clavó sus ojos en los de Yaxley mientras se pasaba la lengua por los
labios, y Hermione sintió que se le revolvía el estómago mientras los ojos de él seguían el
movimiento.

—Hasta después—, murmuró. Luego se alejó de él, siguiendo a los muchachos por el
corredor.

El cuarto volvió a girar, las formas se arremolinaron como cientos de preguntas sin responder.
Sus piernas se estabilizaron sobre una costosa alfombra en un pasillo desconocido, y entonces
vio a Pansy golpeando una puerta. Blaise la abrió de un tirón, y movió un hombro en el
umbral, bloqueando la vista dentro.

—Vete a casa, Pansy.


—No. Sé exactamente lo que van a hacer, y son dos malditos idiotas—. Empujó su pecho. —
Van a hacer que los maten...—

—¿Crees que no lo sé?— Siseó Blaise. Se pasó una mano por el rostro. —Lo tengo
controlado. No te involucres...—

Pansy estampó una mano contra la puerta, intentando abrirla, pero Blaise la bloqueó. Levantó
lentamente la cabeza para mirarla.

—Vete a casa, Pansy—, dijo alguien desde el interior. —Por favor—. Hermione cerró los
ojos con fuerza ante el sonido áspero de la voz de Draco.

Con una mirada de disculpas, Blaise le cerró la puerta en la cara a Pansy.

Pansy pateó la puerta con frustración, y Hermione vio como cada centímetro de ella se
endurecía. Giró sobre los talones, y mientras Hermione se apresuraba para seguirla, el
entorno comenzó a temblar otra vez.

Cuando el lugar se asentó, ella aterrizó en un pequeño vestíbulo frente a una chimenea.
Observó el alto cielo raso y los retratos dormitando, y parpadeó al ver la luz de la luna que
entraba por los ventanales. Había un corredor a su izquierda, y una puerta cerrada a su
derecha.

El murmullo de la red Flu la hizo girar, y vio a Pansy saliendo de la chimenea. Estaba usando
la misma ropa que antes: era el mismo día. Miró a su alrededor rápidamente, con la varita en
la mano. Se dirigió apresuradamente hacia la puerta cerrada, y Hermione la siguió. Pansy la
abrió con un hechizo y se asomó dentro.

Era el salón de Yaxley otra vez. Hermione escuchaba que la sangre le corría por los oídos al
ver su cuerpo suspendido, fantasmal bajo la pálida luz.

La verdad la estaba asfixiando, le pesaba sobre los hombros, y le bajaba por la garganta.
Hermione se descubrió jadeando en busca de aire.

Lo hice por Draco. No por ti.

—Qué sorpresa—, murmuró una voz, y Pansy y Hermione se dieron vuelta hacia la entrada.
Yaxley salió de las sombras, y Hermione cerró los ojos con resignación. —Ya ha tenido su
visita hoy, Señorita Parkinson.

Pansy le sonrió a través de sus pestañas. —Pero el curador es un amigo cercano a la familia.
Pensé que me dejaría entrar después de hora.

A Hermione se le iba secando la garganta a medida que en su cabeza se proyectaban


imágenes de Yaxley y Quincy Parkinson en Edimburgo, mirando con lascivia a las Chicas
Carrow. Era la misma mirada que ahora veía en el rostro de Yaxley. Pansy avanzó hacia él,
bamboleando las caderas.

La boca de Yaxley se crispó mientras la miraba. —Parece que has cambiado la sintonía.
—¿Qué sintonía es esa?

Yaxley resopló con sorna, a la vez que sus pupilas se dilataban. —“No podemos volver a
hablar de ello”—, la imitó. —“Fue un error. Habíamos bebido, y no debimos dejar que
llegara tan lejos”—. Sus ojos bajaron por sus piernas desnudas. —Y entonces hoy decides
mirarme de esa manera frente a tu novio Malfoy...—

—No es mi novio—. Pansy arqueó una ceja y deslizó una mano por su pecho. —Ya sabes
eso. Mejor que nadie.

La voz de él salió ronca, mientras deslizaba las manos por sus caderas. —¿Por qué estás aquí,
Pansy?

—¿Por qué crees?— Apretó el torso contra él, y Hermione se sintió descompuesta cuando
ella estiró una mano para ajustar el cuello de la camisa de él. —Dime que todavía lo tienes—,
susurró, curvando los labios. —El vino de elfo.

—Pansy...—

—Tu recuerdas lo que pasó la última vez que lo bebimos.

Los ojos de Yaxley estaban oscuros al tomarla por la cintura.

—Es una botella de quinientos Galeones, Pansy. ¿Qué recibo a cambio?

Se mordió el interior de la mejilla lo suficiente como para hacerla sangrar, mientras veía a
Pansy reír con ganas y decir: —Mucho más de lo que podrías conseguir por cinco mil, eso
seguro.

Hermione cerró los ojos, y su cabeza dio vueltas. Respiró hondo, intentando bloquear la
manera en que Yaxley miraba los labios y el cuello de Pansy.

Se obligó a abrir los ojos justo cuando escuchó que Yaxley resoplaba. —Una botella.

La sonrisa de Pansy podría haber iluminado los rincones oscuros de la habitación.

Él se apartó y se aclaró la garganta. —La traeré. Ya sabes dónde está el cuarto.

Yaxley alcanzó el picaporte, listo para cerrar la puerta del salón. La mano de Pansy salió
disparada para aferrar su muñeca.

—Yo...— Se rió, negando con la cabeza antes de respirar hondo, como si estuviera luchando
contra una pregunta difícil. —¿Te interesaría que tuviéramos audiencia?— Arqueó una ceja,
y señaló con los ojos el cuerpo de Hermione.

Hermione se tapó la boca con los dedos, tragando bilis.

Yaxley siguió sus intenciones. —¿En serio?

Pansy asintió y se inclinó sobre su oído. —Quizá ella aprenda una cosa o dos.
Yaxley echó la cabeza hacia atrás y se rió. —Enseguida vuelvo—. Giró sobre los talones y
desapareció en las sombras.

Apenas estuvo fuera de su vista, Pansy se deslizó dentro del salón y sacó la varita, apuntando
al cuerpo de Hermione. —¡Revelio!

Hermione se tambaleó cuando el hechizo embistió a su yo del pasado. Había un fuego


conocido en los ojos de Pansy.

Pansy evaluó rápidamente las protecciones que destellaban y se iluminaban alrededor del
cuerpo, murmurando una serie de contra-hechizos.

Se hizo una pausa, y Hermione pudo ver el momento en que su mente aterrizó en el hechizo
correcto. Ella movió su muñeca, y el brillo alrededor de su cuerpo desapareció. Los ojos de
Pansy salieron disparados hacia la puerta, y apunto con la varita hacia la única chimenea del
cuarto. Las llamas no se movieron. No estaba conectada a la red Flu.

—Tiene que ser una puta broma—, murmuró Pansy.

Giró hacia la puerta cerrada al otro lado del cuarto. La abrió de golpe con un Alohomora.
Pansy corrió hacia allí, y Hermione la siguió de cerca. Era una pequeña sala de estar. Había
una chimenea en un rincón. Pansy le apuntó con su varita y ésta cobró vida, las llamas
proyectaron sombras sobre las paredes.

Se dio la vuelta, y convocó el cuerpo flotante de Hermione, que obedeció como un espectro.
Hermione sintió que temblaba cuando Pansy encontró los polvos Flu y aferró su mano inerte.

Un agudo silbido atravesó el aire apenas Pansy la tocó. Tanto ella como Pansy giraron hacia
la puerta, y el corazón de Hermione se aceleró.

Ella siseó y tomó los polvos Flu, arrastrando el cuerpo de Hermione hacia la chimenea justo
cuando la puerta de la sala se abría de par en par.

Un rayo de luz roja embistió el hombro de Pansy, que se desplomó junto a la chimenea
gritando.

La Maldición Cruciatus. Los dedos de Hermione se curvaron en dos puños, temblando por
hacer algo para detenerlo.

—¡Hija de puta!— La liberó con un siseo. —Sabía que tramabas algo.

Pansy jadeó sobre los ladrillos. —¡Es… era una broma!— Luchó para recuperar el aliento. —
Estás obsesionado con esa Sangre Sucia. Estaba intentando molestarte...—

—¿Querías un regalo de compromiso para tu novio?— Yaxley volvió a agitar la varita.


Hermione se tambaleó hacia atrás, suplicando que la escena terminara mientras Pansy
chillaba. —¿Los Malfoy te enviaron a hacer esto?

Pansy gritó de nuevo, y las paredes temblaron alrededor de Hermione. Flotó, entumecida,
mientras el mundo se sacudía y se volvía a formar a su alrededor. Y entonces se encontró de
pie en el primer cuarto otra vez, como una pesadilla que nunca terminaba.

Su cuerpo inconsciente estaba de vuelta en su lugar, las antiguas protecciones brillaban


encima de ella. Pansy estaba arrodillada a sus pies, con las manos atadas y la sangre goteando
de su nariz.

A Hermione le ardió el rostro. Sus mejillas estaban mojadas.

Unos pasos desde afuera de la puerta, y Pansy levantó la barbilla en el momento en que
entraba Yaxley. Quincy Parkinson venía detrás de él, y Hermione sintió que se le oscurecía la
visión alrededor de los bordes.

—Tal como te decía, Quince.

Pansy se sentó erguida, pero Hermione podía verla temblar en los amarres. Quincy inclinó la
cabeza y se acercó a su hija con pasos lentos.

—Papi—, susurró, implorando. —La estaba robando para ti. Ella es valiosa...—

Quincy Parkinson la golpeó con el revés de la mano. Hermione se tapó la boca con una mano
al ver a Pansy caer hacia atrás.

Le temblaron los hombros al ver a Pansy tomar una bocanada de aire, tendida de lado.

Su padre avanzó un paso, y sus pesadas botas aterrizaron con fuerza frente a su rostro.

—Parece que tienes otra zorra para vender, Corban.

Se hizo una larga pausa. Hermione no podía apartar los ojos de Pansy, las lágrimas corriendo
por sus mejillas.

—Quince—, dijo Yaxley en voz baja. —Podemos olvidarnos de esto. Confío en que
disciplinarás a tu hija como mejor te parezca...—

—Yo no tengo ninguna hija—. Hermione levantó la mirada para ver a Quincy Parkinson girar
sobre los talones y salir del cuarto.

El mundo comenzó a borrarse otra vez, y lo último que vio Hermione antes de que el cuarto
colapsara, fue la mirada en los ojos de Pansy, volviéndose pétrea y peligrosa.

Y entonces estaba de pie frente al Pensadero en el estudio de Lucius, con los oídos zumbando
y el pecho tenso. La bilis presionó contra su garganta, y se dio vuelta para vomitar en el cubo
de basura.

Se enfocó en un lago de aguas tranquilas, dejando que los estantes de su Oclumancia


enterraran los recuerdos de Pansy hasta que dejaran de provocarle arcadas.

Se puso de pie, y recogió las hebras del Pensadero en el vial con los dedos temblorosos. Era
suficiente. Ésto la exoneraría.
Tapó el vial. Se alisó la túnica. Respiró hondo para volver a centrarse en el presente, y se
dirigió otra vez hacia Edimburgo.

~*~

Durante el almuerzo, le dio a Hestia los viales y le pidió que se apresurara con ellos. Le
informó que Pansy precisaría una varita, y se excusó antes de que ella pudiera hacerle más
preguntas.

Estaba mejor preparada aquel día. Entraba y salía de su Oclumancia entre preguntas y notas,
ignorando la mirada preocupada de Fleur al otro lado del cuarto.

El miércoles por la mañana, Hestia le informó personalmente que Pansy sería liberada esa
noche. Fiel a su palabra, Hermione no se encontró con ella en Azkaban ni fue a llamar a
Grimmauld, pero mandó a Plumb a quedarse con ella. Narcissa tuvo el tacto suficiente como
para no preguntar sobre el tema.

Hermione dio vueltas y vueltas aquella noche, apretando el rostro contra la almohada de
Draco. Por más que lo intentara, no conseguía alegrarse por la libertad de Pansy. No cuando
era ella la que la había puesto allí en primer lugar.

La Carta de Edimburgo fue aprobada ocho días después de la primera reunión oficial del
Concejo. Y mientras el Concejo hacía la transición para ayudar al gobierno con el Tribunal
Militar Mágico Internacional, una de las primeras reglas del asunto fue establecer las fechas
de los juicios.

Hermione escuchó que las voces discutían aquel día con la mente Ocluída a medias. Después
de un debate, el juicio de Yaxley sería el primero, el lunes 5 de julio. Había habido un
enfrentamiento tenso entre los suizos y los italianos acerca de quién sería el siguiente, pero
habían ganado los italianos: el juicio de Blaise Zabini sería el segundo; el de Bellatrix
Lestrange sería el tercero, in absentia.

La mente de Hermione se agudizó ante las discusiones sobre Bellatrix, pero se mantuvo
callada. Si algo había aprendido de Lucius Malfoy, era el valor de mantener las cartas cerca
del pecho. Especialmente cuando podrían ser clave para la supervivencia de Blaise. Y de
Draco.

Luego habían programado el juicio de Draco Malfoy en cuarto lugar, in absentia, y su mente
se perdió.

A medida que pasaban los días, la pregunta sobre el tipo de conmoción política que causaría
por ocultar información, comenzó a pesarle demasiado. Estudió detenidamente la letra chica
de los contratos y las carpetas, y determinó que como ella solo estaba en el Concejo Asesor, y
no era un miembro oficial de la Secretaría del Tribunal, no estaba obligada a proveer
información sobre los cargos contra Blaise antes de su día en la corte.

Incluso después de descartar consecuencias legales, la idea todavía la irritaba. Aún no había
conseguido hacer verdaderas amistades en el Concejo, pero Hestia se había ganado su
confianza, brindándole información de antecedentes en los recesos, alejándola de
escaramuzas con una simple tos, o con el toque de su pluma. Si le ocultaba esta información
a Hestia, ¿qué podría perder?

¿Qué podría perder Draco?

Finalmente expresó sus temores a Narcissa, que se negó a aconsejarla de cualquier manera.
—Confía en tus instintos—, dijo. —Solo tu puedes juzgar lo que puedes ganar o perder.

Al final de la segunda semana, Hermione había decidido contarle directamente a Hestia. Ella
era plenamente consciente de lo que Hermione planeaba hacer por Draco, y aún así había
escogido ser su mentora. Y las consecuencias de no contárselo parecían superar los riesgos de
hacerlo. Pero Hestia había tenido que faltar a la reunión del viernes. Y Hermione sintió que
se le encogía el corazón ante la noticia, sabiendo que el Concejo entraría en un receso de una
semana para que los miembros de la Secretaría pudieran prepararse para los juicios.

Hermione le envió una lechuza aquella tarde, inmediatamente después de volver a la


Mansión. Esperó todo el fin de semana por una respuesta, pero solo recibió cartas de Ginny,
Neville y un puñado de reporteros con preguntas acerca de los próximos “Juicios de
Edimburgo”. No fue hasta el martas que la lechuza de Hestia llegó con una respuesta de una
sola frase: Nos vemos después del juicio de Yaxley.

Ambas estarían allí. Hestia como Fiscal, y Hermione como testigo contra Corban Yaxley.

Tuvo que practicar Oclumancia durante tres horas después de recibir una carta de la Fiscalía
solicitando su testimonio. Le habían dicho que había aproximadamente una docena de
antiguos Lotes considerados aptos para testificar contra él, incluyéndola.

Una docena. De todas las personas que habían sido compradas y vendidas allí.

Le había escrito a Pansy después de eso, preguntándole cómo estaba. En la posdata, le


informó sobre el juicio de Yaxley, y le preguntó si le gustaría testificar en su contra. Había
corrido hacia la ventana cuando la lechuza de Draco había regresado a la una de la mañana, y
rompió el sobre para leer la carta:

Estoy bien. Y no, preferiría que no.

-P

Más tarde esa semana, se había enterado por una carta de Ginny que ella también testificaría.
Angelina viajaría desde Francia, donde George estaba tomando unas largas vacaciones. No se
encontrarían en la corte por diferencia de un día.

La decisión de celebrar los juicios en Edimburgo había sido una de las votaciones más fáciles
del Concejo. Por la evacuación llevada a cabo en Edimburgo hacía un año, la Casa del
Parlamento estaba vacía, el edificio no había sido tocado por las bombas norteamericanas.
Así que acordaron usar las cortes Muggles. No se permitiría ninguna varita adentro a
excepción de los guardias, y solo los miembros del Tribunal podrían sentarse en la galería. Se
entregarían dos pases de invitados por día.
Había una cierta poesía en todo aquello.

Hermione subió al estrado el primer día del juicio de Yaxley, respirando profundamente
dentro de sus aguas tranquilas mientras hablaba sobre sus días en las celdas de detención del
Ministerio, la rapidez con la que habían rebanado el cuello de Lydia Baxter, y los últimos
gritos ahogados de Parvati. Era bien sabido que él la había inscripto en la Subasta, pero era
ella la que lo estaba contando ante los jueces, dando detalles acerca del Teatro del Palacio, y
los comentarios específicos que había hecho a medida que su precio subía.

Yaxley lucía harapiento y demacrado en su silla. Ella se las arregló para evitar mirarlo
durante la mayor parte, pero su atención fue atraída por los círculos oscuros debajo de sus
ojos y la manera en que sus pómulos sobresalían. Se le retorció el estómago, así que buscó en
sus estantes hasta que el recuerdo de la mirada lasciva que le había dedicado a Pansy
consiguió que la furia le ardiera como ácido en el estómago.

Cuando la fiscalía terminó con sus preguntas, el abogado de Yaxley se puso de pie. Tenía una
mirada aburrida en el rostro mientras la interrogaba. Le hizo una media docena de preguntas
de rigor, y Hermione se sorprendió de que no la presionara para especificar si había sido
Yaxley o Dolohov que le había lanzado la Maldición Cruciatus. Asintió brevemente, cruzó el
cuarto, y se sentó antes de que ella siquiera se percatara de que había terminado.

Le llevó cinco segundos a Hermione ponerse de pie. Al reunirse con la audiencia, sintió que
el miedo se hundía profundamente en su pecho. Había un panel de abogados entre los que los
acusados podían escoger, pero se suponía que aquel era uno de los mejores.

Vio como interrogaba a otros testigos de manera similar, y en el receso, al revisar el papeleo
para el resto de la semana, vio que solo había dos testigos programados para la defensa: el
Sanador de la familia, y la esposa de Travers.

Después de que la corte levantara la sesión del día, esperó a Hestia fuera de la galería. Hestia
la condujo hacia un pequeño cuarto por un pasillo de mármol, y lanzó un par de Hechizos
Silenciadores antes de asentir para invitarla a hablar.

—Eso fue indignante—, dijo Hermione. —¿Cómo, en el nombre de Merlín, fue elegido ese
abogado?

—Lo votamos, Hermione. Todos lo hicimos. El segundo día.

Hermione se abstuvo de fruncir el ceño. —Y yo confié en que me estaban presentando


opciones adecuadas. El abogado no hizo nada por inspirar confianza...—

—El abogado Kauffmann es perfectamente adecuado, te lo aseguro—. Suspiró Hestia. —Si


no es de su agrado, nada le impide encontrar a otro—. Hermione la miró con los ojos
entrecerrados. —Los acusados pueden elegir a sus propios abogados, como recordarás.
Aunque sospecho que se necesitarían miles de Galeones para convencer a alguien aparte de
los designados para el tribunal.

Hermione parpadeó. Había pasado por alto aquel detalle de alguna manera; perdido entre su
Oclumancia y los cientos de páginas de letra pequeña. Pero al menos los Galeones eran lo
único que tenía de a miles en esos momentos. Todavía quedaba tiempo.

—De acuerdo—. Se alisó la túnica, archivando sus pensamientos. —Gracias por reunirte
conmigo. Quería discutir una situación hipotética—, dijo ella cuidadosamente. —Y quiero
saber si podemos mantener esta situación entre nosotras. Hipotéticamente.

Hestia asintió, mirando la puerta de reojo. —Hipotéticamente, estoy segura de que puedo
mantener una conversación privada con una amiga.

—¿Qué pasaría si te dijera que Bellatrix Lestrange está muerta, que vi cómo la mataban con
mis propios ojos, y que la persona que puede decirte dónde encontrar el cuerpo será
procesada a fin de mes por crímenes contra Italia?

A su favor cabe decir que a Hestia no se le movió un músculo. Hermione vio los engranajes
girando en su mente, con los ojos clavados en los suyos. Luego apartó la mirada, y la dirigió
hacia afuera, fija en la calle fantasmal.

—Interesante. Hipotéticamente interesante—, dijo. —¿Y qué le gustaría que sucediera con
esta información?

—Quisiera que Blaise Zabini fuera indultado debido a su asistencia en el asesinato de la


Indeseable No. 1.

Los labios de Hestia se tensaron. —Hermione, sabes cómo se sienten los italianos respecto a
Blaise Zabini. Bravieri era querido. A sus ojos, Zabini ayudó a dar el golpe que llevó a su
destitución, y mantuvo a su sobrina adolescente como esclava por casi un año...—

—Lo sé. Y también sé que están equivocados.

—Sé razonable—, dijo Hestia con un tono recortado. —Solo digo lo que veo—, inclinó la
cabeza, —hipotéticamente.

Luchando contra el impulso de gritar, Hermione tomó lentamente una bocanada de aire. —
Entonces lo que me estás diciendo es que Blaise irá a Azkaban, incluso aunque hubiera
enterrado él mismo el cuerpo de Bellatrix.

Hestia frunció el ceño, y se frotó las frente. —Podría conmutar su sentencia. Podría conseguir
que su tiempo en prisión disminuyera significativamente—, le habló mirándola directamente,
—particularmente con un abogado de primer nivel—. Hestia volvió a echar un vistazo hacia
la puerta y bajó la voz. —Dices que Zabini enterró el cuerpo. ¿Puedo preguntar quién, en esta
situación hipotética, lanzó la Maldición Asesina?

—Hipotéticamente, fue Draco Malfoy.

Hestia cerró los ojos brevemente, como si lo hubiera asumido. —Y supongo que la
motivación para asesinar a su tía es específico y cuantificable para un tribunal de justicia.

—Si—. Hermione vaciló antes de hacer la siguiente pregunta, pero sabía que era el momento.
—Tengo otra situación hipotética para ti.
Hestia la observó con una expresión cansada, antes de asentir con la cabeza para que
continuara.

Hermione sintió los latidos de su corazón en la punta de los dedos.

—¿Qué pasaría si te dijera—, dijo, —que Blaise Zabini proporcionó una ayuda fundamental
a Draco Malfoy y a mi en una misión para reducir a Lord Voldemort a su estado mortal,
permitiendo así a Ginny Weasley tener una oportunidad exitosa para matarlo?

El silencio cayó entre ellas. Hestia se volvió hacia la ventana otra vez, y se quedó totalmente
inmóvil. —Y supongo que esa evidencia también sería clave para la defensa de Draco
Malfoy.

—Si.

Hestia volvió su aguda mirada hacia ella. —Entonces guárdatela.

Hermione sintió que su garganta se secaba. —¿Que me la guarde?

—Déjame que corrija mi declaración—, dijo Hestia, —confío en que esta información
exoneraría por completo a Blaise Zabini, si esa es tu principal preocupación. Pero si entregas
esto al Tribunal en tres semanas, estarías renunciando a la oportunidad de salvar a Draco
Malfoy.

El corazón le martillaba el pecho. —No lo entiendo...—

—Creo que subestimas lo mucho que este Tribunal quiere ver a Draco Malfoy pagar por sus
crímenes—, dijo Hestia, y el fino vello en la nuca de Hermione se puso de punta. —Les
estarías entregando la principal defensa de Draco Malfoy un mes antes del juicio en lugar de
un día. Ellos se prepararían para ti, Hermione. Se asegurarían de tener suficiente evidencia
para que se pudra en Azkaban sin importar lo que les digas.

Un largo silencio. Sentía los miembros entumecidos. —Ellos no tienen idea de lo que ha
hecho por Europa… por el mundo entero...—

—Seguro que no—. Los ojos de Hestia se endurecieron. —Guárdalo para su juicio,
Hermione. Lo que estoy escuchando, hipotéticamente, es que la Indeseable No.1 está muerta,
y el Indeseable No. 2 fue asesinado antes de que pudiera presentarse frente a este Tribunal—.
Se acercó un paso. —Eso nos deja a Draco Malfoy, quien resulta ser un familiar de sangre de
ambos.

—¿Y eso es a lo que llamas “justicia”?— Hermione cerró las manos en puños. —¿Colocar
los pecados de esta guerra en los hombros de Draco Malfoy?

Hestia se miró las manos que descansaban en el alféizar de la ventana. —No puedes tenerlo
todo, Hermione. Yo tuve que aprender eso de la manera difícil.

Se apartó de la ventana, apretó el hombro de Hermione, y salió del cuarto, dejando a


Hermione con un millar de argumentos en los labios, y nadie a quién gritárselos.
~*~

Apenas llegó a la Mansión, escribió a la organización de derechos humanos que había estado
ayudando con el caso de Oliver. Le habían enviado un reporte el viernes informándole que
Oliver sería liberado al final de esa semana, y enviado a vivir con su familia en Glasgow. En
su respuesta, ella les agradeció por su ayuda y añadió una o dos líneas preguntando por un
abogado defensor. La respuesta recibida esa noche fue menos que entusiasta, claramente
habiendo leído entre líneas que los servicios serían para un acusado de los Juicios de
Edimburgo.

Le contó el dilema a Narcissa durante la cena. Para el miércoles, Narcissa había recibido
educadas negativas de cada uno de los abogados que alguna vez habían trabajado con los
Malfoy. Y Hermione tuvo que empezar desde cero. Comenzó a buscar abogados de defensa
penal en el Profeta, específicamente aquellos que hubieran representado clientes tristemente
célebres en el pasado. Después de una docena de rechazos, el viernes amplió la búsqueda al
Fantasma de Nueva York, donde se encontró con el nombre de Alan Shrapley. Acababa de
ganar una apelación para un cliente que había sido acusado de espionaje contra
M.A.C.U.S.A. Después de un rápido vistazo a su historial, encontró una cantidad de casos
similares, la mayoría de ellos ganados. Era conocido por ser uno de los abogados más caros
de Norteamérica.

Hermione le contó a Narcissa sobre él, y después de pensarlo mientras tomaba un sorbo de su
taza de té, Narcissa dijo; —Creo que es prudente invertir en alguien que no tenga ataduras
personales, que tenga un buen historial, y esté puramente motivado por el dinero. Es lo que
Lucius habría hecho.

Le escribió a Alan Shrapley esa misma tarde. Su respuesta, solicitando que programaran una
consulta, estaba esperando en el escritorio de Draco a la mañana siguiente. Hablarían el
lunes. Hermione escribió una carta apresurada a Hestia, disculpándose por la poca antelación,
pero solicitando la aprobación inmediata para visitar Azkaban. A las dos horas, ya había
llegado.

El sol se estaba poniendo cuando llegó a Azkaban. Ella entregó su varita y dejó que el
guardia la condujera por un pasillo de piedra diferente. Parecía más frío, más desolado, en
aquel rincón de la prisión. Llegaron a una sala de audiencias, y el guardia llamó a la puerta
antes de abrir para ella.

Blaise estaba sentado en una de las dos sillas de metal, con las piernas sobre la mesa y las
manos cruzadas sobre el estómago. Tenía las manos esposadas, y una cadena similar unida a
sus tobillos. Esbozó para ella el fantasma de su brillante sonrisa.

—¿A qué debo este honor?

La culpa y el dolor la embistieron como el romper de una ola. Parpadeó, apartando el


sentimiento mientras caminaba hacia la mesa. —Tu juicio comenzará en dos semanas.

Su sonrisa parpadeó. —Ah.


—Perdón por la brusquedad, pero solo tenemos diez minutos—. Entrelazó los dedos. —Te he
conseguido un abogado de Norteamérica. Uno bueno.

Blaise bajó las piernas y se inclinó hacia adelante, colocando las manos sobre la mesa. —
Excelente. Siempre seré guapo, Granger, pero no se puede hacer mucho con esto—. Le
sonrió, señalando las cadenas.

Hermione tragó y apartó los ojos de él. Tiró de la silla frente a él, y se hundió lentamente en
ella.

—Ellos no saben de Bellatrix aún. Eso modificará el caso contra ti, pero hay algo más.

Precisó de toda su fuerza para enfrentar su mirada.

—Necesito pedirte algo—. Él apretó los labios, y ella continuó. —Si ellos se enteran ahora
acerca del Traslador a Rumanía y el cambio de cuerpos con poción Multijugos, eso llevaría
naturalmente a una investigación acerca de los fragmentos del alma de Voldemort y lo que
hiciste para ayudar a destruirlos. Si se los contáramos ahora...—

—Afectaría el caso de Draco.

Ella asintió. —He hablado con alguien en quien confío, y ella cree que usarían el tiempo para
fortalecer su caso—. La garganta de Hermione hizo click en el silencio. —Ellos quieren verlo
pagar, Blaise. No menos de lo que Lucas Bianchi quiere verte pagar a ti.

Blaise se pasó la lengua por los dientes. Sus ojos se dirigieron a un punto encima de su
hombro.

—Sé que...— le tembló la voz, —sé que Draco y yo te hemos pedido mucho durante el
último año. Debes saber que si se usara esta evidencia, es casi seguro que conseguirías el
indulto—. Cruzó las manos sobre la mesa. —Es tu decisión. Y lo digo en serio.

Las cadenas tintinearon cuando se estiró para rascarse la barba incipiente de su mandíbula.

—¿Alguna vez has estado en Azkaban, Granger?

El peso en su pecho aumentó. —No, no lo he hecho.

Blaise se encogió de hombros. —No está tan mal. Hay un pan que sirven en el almuerzo, y
que después de raspar un poco el borde, está bastante bien.

Ella abrió la boca. —¿Ah si?

—Mhm. Si quieres mi opinión, diría que es casi una mejoría después de tener tres mujeres
viviendo encima de mi, gritando sobre productos para el cabello que no están en su sitio, y
pasteles a medio comer.

Hermione apretó los ojos con fuerza cuando las lágrimas se deslizaron por sus pestañas. Le
tembló el labio, pero consiguió decir. —Me imagino.
—Y todo este tiempo en soledad me permite trabajar en mi físico; estoy seguro de que lo has
notado—. Levantó las cadenas para hacer una flexión, y ella dejó escapar una risa ahogada.

La puerta se abrió. —El tiempo terminó—, gritó una voz áspera.

Hermione se puso de pie, sosteniéndose de la mesa. —Gracias.

El humor desapareció lentamente de la sonrisa de Blaise. —Tráelo a casa, Hermione.

Sintió fuego en las venas, la sangre cantando con cada latido.

—Lo haré.

Pasó junto al guardia en el pasillo, y comenzó el largo camino de regreso a las chimeneas.

Hestia estaba equivocada. Quizá podría tenerlo todo. Solo que no al mismo tiempo.

Chapter End Notes

Nota de Autor

AVISO DE CONTENIDO: Se insinua: Grooming, relación no-consensuada con menor


de edad implícita, abuso doméstico

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


Chapter 41
Chapter Notes

Nota de Traductor

Con ustedes... ¡El Gran Finale!

Bueno, ésta fue la primera traducción que hago de este estilo, (quiero decir larga,
compleja y llena de lemon jajaja). Fue todo un desafío y una gran experiencia de
aprendizaje. Y me gustaría contarles que la idea de hacerla surgió como un regalo para
mi gran amiga dramionera Mike, que había leído las dos primeras partes traducidas por
Irene Garza, y se había quedado con las ganas de leer La Subasta. Luego, gracias a su
apoyo y a sus palabras de aliento (sumado a su trabajo de revisión) fue que me decidí a
publicarla. Así que, amiga querida, te lo dedico con todo mi corazón (L)

¿Qué otra cosa puedo decirles más que GRACIAS? En realidad un montón ... pero no
quiero retrasar más la lectura del capítulo final! :D
Los dejo con las palabras de la GENIAL Lovesbitca8, de quien recomiendo TODO LO
QUE HACE.
Qué lo disfruten!

___________________________________

Nota de Autor

Estoy increíblemente honrada y agradecida de que todos ustedes hayan hecho este viaje
conmigo. Nunca tuve la intención de escribir un fic oscuro y épicamente extenso. Solo
quería que dos idiotas se enamoraran en 170k. Y cuando terminé con eso, quise que
volviera a suceder desde un POV diferente. Y 160k después, todos ustedes pidieron más,
y estoy tan feliz de que lo hicieran. (Pero no lo hagan, lol)

Si estás leyendo mi trabajo por primera vez con La Subasta, bienvenido. Gracias por
llegar hasta aquí. Si has estado aquí por tres años y medio, gracias.

Esta serie no ha terminado. Hay algunos "drabbles" en la línea de tiempo de


TRTTD/ATWT titulado All Right. Y Birth Right es también un WIP. Estaré trabajando
en una ficción original durante los primeros meses del 2021, así que revisen las notas
finales para seguirme en Twitter y Tumblr si les interesa mantenerse actualizados con
eso, pero luego tengo planeado escribir un Dramione que sea Universo Alternativo de
Tienes un Email, y también continuar mi deliciosamente perverso Dramione Dom/sub
llamado Good.

Estoy muy orgullosa de este fic, y estoy tan agradecida de haber ido por este camino
oscuro y retorcido con dos de las más rudas que conozco. Gracias a raven-maiden y a
SaintDionysus por dar forma a esto conmigo, y crear este MONSTRUO.
Hay mucho arte. TANTO ARTE. Y haré lo posible por dejar links de todo en las notas.
Gracias a los artistas, especialmente a NiktaJobson por su creatividad, su exactitud física
y su casting de rostros.
Gracias a las divertidas comunidades que se han creado para este fic, incluyendo el canal
de Lovesbitca8 en el Departamento de Fanfiction en Discord, y el increible grupo de
Facebook llamado Rights & Wrongs.

Y gracias a todos por leer.

See the end of the chapter for more notes

El juicio de Blaise Zabini comenzó el 26 de junio, un lunes húmedo y lluvioso. Hermione


pasó una hora practicando Oclumancia en la bañera antes de vestirse y Aparecerse en
Edimburgo.

Una multitud de reporteros estaba de pie alrededor de la entrada de la Casa del Parlamento,
paseando como lobos hambrientos. Un chasquido agudo cortó la tranquilidad de su mente, y
de repente estaba siendo inundada por flashes de luz y sonidos ásperos.

—¡Señorita Granger!

—¡Señorita Granger, por aquí!

—¿Le gustaría hacer una declaración para el…?--

Hermione se abrió paso, ignorando los flashes y la presión de los cuerpos sobre ella. El
sonido desapareció con un siseo mientras cruzaba las barreras de protección alrededor del
edificio. Entregó su varita y recorrió los vestíbulos abiertos en dirección a la biblioteca.

Las viejas puertas se abrieron con un gruñido, revelando a Alan Srapley apoyado contra una
mesa, vestido con una costosa túnica norteamericana, y hojeando un libro Muggle. Era un
hombre apuesto, de cincuenta y pocos años, con la mandíbula cuadrada y el cabello plateado
rizado en las puntas.

Dos semanas atrás, al encontrarse con él por primera vez, Hermione había creído que hablaba
con demasiada calma, y que se movía demasiado lento, pero se dio cuenta que estaba
equivocada cuando sacó un extenso contrato que de alguna manera ya había sido firmado por
Blaise Zabini. Había presentado el papeleo para que ella iniciara una transferencia sellada de
una suma exorbitante a la bóveda de Blaise, había solicitado que sus dos asistentes legales
fueran admitidos dentro de la Mansión de manera inmediata, y le había indicado que se
liberara el resto del día.

Era un tiburón blanco en aguas poco profundas, jugando con un delfín que se había desviado
hacia la orilla.

—Los No-Maj siempre me han fascinado, Señorita Granger—. La voz de Shrapley resonó
contra los pisos encerados, trayéndola de regreso al presente. —Hurgaría en su mente si tan
solo tuviéramos el tiempo.

Hermione no contestó mientras él pasaba la página.

Nunca había conocido a alguien cuyo cerebro funcionara tan rápido como el suyo, pero de
una manera tan opuesta. Ahí donde ella organizaba los hechos para escudriñarlos, Shrapley
los alineaba para someterlos. Le gustaban los juegos aún más que a Lucius Malfoy,
descubrió, y su favorito era la impaciencia. Esperaba hasta que su oponente se cansara, y
entonces comenzaba el juego.

Pero hoy no.

Con un chasquido de sus dedos, cerró el libro Muggle de siglos de antigüedad. —Las
mociones fueron denegadas.

Los músculos de su rostro se crisparon. —¿Cuáles?

—Todas. La corte no permitirá la revisión de los recuerdos de Blaise, aparte de los


correspondientes a su tiempo en Italia y Edimburgo, ni tampoco los recuerdos que usted
tenga respecto a su carácter. La Fiscalía podrá incluir declaraciones juradas de los testigos
que no estarán disponibles para ser contra interrogados.

Su corazón se hundió cada vez más.

—Todo está bien, Señorita Granger—, dijo, con un brillo en los ojos. —Esa hubiera sido la
opción más sencilla. Pero teníamos que intentarlo.

—Está bien—. Hermione tragó saliva. —¿Hay… algo que pueda hacer por usted?

—Mantener la calma—. Consultó su reloj de pulsera de oro macizo, y luego le echó un


vistazo. —Nos veremos allí.

Se fue dando unas pocas zancadas. Hermione respiró hondo, apretando el pequeño bolso de
cuero alrededor del cuello. Una vez que sus aguas estuvieron tranquilas, siguió el largo
corredor hacia la sala de tribunal Muggle.

Un par de guardias inspeccionaron su placa en la entrada lateral. Una vez hubo pasado los
encantamientos mágicos de seguridad, fue conducida hacia uno de los asientos para visitantes
distinguidos detrás de la mesa de la Fiscalía. Hestia la saludó con un asentimiento desde la
mesa de Secretaría, al igual que Fleur y Robards. El resto del Concejo y la Fiscalía la ignoró.

Se escuchó un murmullo bajo cuando los periodistas comenzaron a entrar en fila por la parte
trasera de la corte. Luca Bianchi entró por la entrada lateral un minuto después y fue
conducido hasta el asiento a la derecha de Hermione. Cruzó la pierna por encima de la rodilla
y mantuvo la mirada al frente.

Él la había visto en la lista de testigos para la Defensa, por supuesto. Igual que ella lo había
visto a él en la lista de la Fiscalía.
Uno de los fiscales italianos la miró de reojo, y Hermione intentó concentrarse en cualquier
cosa que no fueran sus nervios. Sus ojos se desviaron hacia Shrapley, que ordenaba las notas
a su alrededor con movimientos perezosos.

—La peor pesadilla de cualquier abogado defensor—, le había dicho dos semanas atrás,
mientras se reclinaba en el sofá del Salón de la Mansión. —Acceso bloqueado a los archivos
de la Verdadera Orden, un elaborado procedimiento para admitir material para la defensa,
admisión de rumores, una fracción de tiempo para la instrucción previa al juicio, y la
imposibilidad de secuestrar testigos.

Justo cuando Hermione había abierto la boca, él había sonreído y añadido. —Pero yo no soy
cualquier abogado defensor.

Un traqueteo de puertas la sobresaltó, y parpadeó al descubrir que Blaise estaba siendo


ingresado a la corte vestido con su túnica de Azkaban. Tenía el rostro vacío y la mandíbula
apretada mientras los murmullos crecían. Fue conducido a una silla justo frente a Shrapley,
que inclinó la cabeza como si saludara a un socio comercial a la hora del almuerzo.

Las puertas se abrieron un momento después, y la corte se puso de pie para el Presidente
Tiberius Odgen. De los cinco jueces, él había sido escogido para presidir el tribunal. Su
suplente votaría en nombre de Gran Bretaña.

Era otra razón para que Hermione estuviera ansiosa. Sin Ogden, tenía pocas esperanzas para
las inclinaciones políticas de cualquiera de los jueces.

La corte entró en sesión con el juramento del panel de jueces. El Concejo había dictaminado
que todos los juramentos y testimonios se realizaran sin influencia mágica. “Para proteger a
los testigos y a los acusados de tácticas coercitivas”, había escrito el Concejo, “y para
prevenir obstáculos inesperados en la deliberación de los jueces.”

Después, el Fiscal italiano se puso de pie.

Describió los crímenes de Blaise Zabini contra la paz y la humanidad a través de su asistencia
“premeditada” al Gran Orden, resultando en la toma del gobierno italiano, el asesinato de
docenas de oficiales, y la pérdida de miles de vidas. Habló de su participación en el tráfico de
personas y la esclavitud. Hermione vio a Blaise en busca de alguna reacción, pero estaba
inmóvil como una piedra.

Shrapley fue a continuación, con los ojos agudos y el discurso lento. Para cuando terminó de
describir la evidencia clave de que las acciones de Blaise estuvieron basadas en una amenaza
inminente a su persona y a su madre, Hermione no podía escuchar más que el rasgueo de las
plumas de los periodistas.

La Fiscalía llevó a los primeros testigos durante los dos días que siguieron. Algunos
comparecieron en persona, y el resto envió sus declaraciones. Las declaraciones juradas de
los testigos parecían ser las que más irritaban a Shrapley, a juzgar por la forma en que rodaba
los hombros. Pero Blaise estaba estoico a pesar de todo, con el rostro impasible mientras la
Fiscalía leía declaración tras declaración de testigos que afirmaban que había ayudado y
animado a los Mortífagos en la tortura, violación y asesinato de ciudadanos italianos.
El segundo día, Luca Bianchi testificó sobre la visita de Blaise a Italia el verano pasado,
cuando asistió en la transición de poder de Constantine Romano. Shrapley hizo solo dos
preguntas en la contra-interrogación. —¿Qué conocimientos tenía acerca de la relación entre
las familias de Bravieri y Zabini antes del 10 de julio de 1998?— Y —¿Estaba al tanto de las
ejecuciones de las familias de Mancini y Lombardi del 11 de julio por no haber respaldado a
Romano?— Ambas habían hecho a Bianchi tartamudear.

Giuliana Bravieri subió al estrado aquella tarde. La Fiscalía la había citado una semana y
media atrás, cuando la moción de Shrapley todavía languidecía en la oficina de la Secretaría.
La solicitud de Shrapley de entrevistarla había sido rechazada en pocas horas. La carta había
sido firmada por Matteo Bravieri, el primo de Giuliana y su nuevo tutor legal.

Al entrar a la corte, Giuliana estaba pálida y delgada, vestida con una costosa túnica de gala.
Rompió en llanto apenas vio a Blaise esposado y con ropa de prisionero. El Presidente Ogden
golpeó el mazo para pedir orden mientras los reporteros zumbaban como grillos en los
asientos de prensa.

Hermione se mordió la lengua mientras Giuliana caía directamente en manos de la Fiscalía.


Entre sollozos y temblores de hombros, Giuliana consiguió responder una serie de “síes” y de
“noes” cuando la Fiscalía le preguntó si Blaise había pedido por ella al Señor Tenebroso, si
tenían una relación personal de antemano, y si la había mantenido en una residencia privada
que pertenecía a Draco Malfoy, habiéndole ordenado que no se fuera.

Cuando la fiscalía terminó con sus preguntas, los jueces se movieron en sus asientos. Henri
Falco, el juez francés, comenzó a retorcer su bigote blanco de morsa mientras miraba a
Blaise.

Se hizo silencio cuando Shrapley se puso de pie, se acercó a la silla de Giuliana, y se presentó
en italiano. El labio de Giuliana tembló, pero le devolvió el saludo.

—Tengo algunas preguntas difíciles, Señorita Bravieri, así que por favor tómese su tiempo
antes de responder—, dijo Shrapley. Giuliana asintió, con los ojos vidriosos. —¿Alguna vez
tuvo relaciones sexuales con Blaise Zabini?

—No--. Una lágrima se derramó por su mejilla. —No, no lo hicimos.

—¿Alguna vez él la lastimó físicamente?— Giuliana negó con la cabeza. —“Si” o “no” por
favor, Señorita Bravieri.

—No. Nunca lo haría.

Bianchi tosió.

Shrapley inclinó la cabeza, y abrió las palmas al preguntar. —¿A cuántas fiestas ha asistido
en el Castillo de Edimburgo, Señorita Bravieri?

Giuliana jugueteó con el pañuelo que tenía en el regazo. —Dos.

—¿Y cuántas de esas veces fueron bajo custodia de Blaise Zabini?


—Ninguna—, susurró Giuliana.

Una serie de murmullos. Luca Bianchi descruzó las piernas junto a ella.

—Señorita Bravieri, la corte ha oído a múltiples testigos oculares que indican que usted
asistía a menudo a las fiestas en Edimburgo con el Señor Zabini—, dijo Shrapley. —¿Cómo
puede ser eso?

—Ella se hacía pasar por mi—. Hipó Giuliana, con el rostro húmedo. —Pansy.

La corte murmuró.

—Intenté decirles que él nunca me había obligado a ir. Pero nadie quiso escucharme. Decían
que estaba confundida...— Rompió a sollozar.

Hermione podía ver que el Fiscal italiano revolvía entre sus papeles, viendo con creciente
horror al primer testigo de la Defensa: Pansy Parkinson.

—Descubrimiento asimétrico—, había murmurado Shrapley a Hermione una semana atrás,


cuando discutían su estrategia. —La fiscalía tendrá información limitada sobre las pruebas
que nos han aprobado a usar en la corte. Es la única ventaja que tenemos, Señorita Granger, y
tengo la intención de explotarla al máximo.

Se llevaron a Giuliana mientras el Fiscal italiano miraba a Shrapley boquiabierto; Bianchi


estaba señalando con enojo hacia su derecha. Y por primera vez, Hermione cruzó una mirada
con Blaise. Sus labios se crisparon.

Al final del día, la Fiscalía descansó. Y el miércoles, Pansy Parkinson subió al estrado, donde
habló sobre varios recuerdos en los que ella se hacía pasar por Giuliana en Edimburgo. Una
secretaria de la corte había entregado un resumen a la sala un poco antes, ya que los jueces, la
Fiscalía y la Defensa habían visto los recuerdos en privado durante el receso.

Se convocó a otro receso cuando la Fiscalía terminó de hacer el contra-interrogatorio.


Hermione intentó abrirse paso hacia ella, pero Pansy fue demasiado rápida. Inclinó
bruscamente la cabeza en dirección a Hermione antes de salir por la entrada lateral, y para
cuando Hermione salió al pasillo lleno de gente, ya se había ido. La madre de Blaise y
Daphne Greengrass testificaron esa tarde. Y por primera vez, Blaise pareció movilizado,
apretando la mandíbula y mirando las cadenas alrededor de sus muñecas.

El jueves por la mañana, Hermione subió al estrado y le dijo a la corte que Bellatrix
Lestrange estaba muerta. Hubo un alboroto, pero Shrapley solo arqueó las cejas mientras que
Ogden golpeaba el mazo y llamaba al orden en la sala. La corte entró en receso para revisar
sus recuerdos, y cuando Hermione se puso de pie para escapar de las miradas y los
murmullos, incluso Fleur la miró como si nunca la hubiera visto antes.

Dos horas después, Hermione estaba de regreso en el estrado de los testigos, con cien ojos
mirándola fijamente. Mantuvo su historia en la versión más simplificada de la verdad: —
Draco Malfoy y Blaise Zabini decidieron no asistir a la Arena de Lucha Libre, y Bellatrix
Lestrange nos enfrentó en el Puente de Madera—, y cuando Shrapley la invitó a decir por qué
Bellatrix quería matarla, ella respondió: —Dijo que yo lo había envenenado, y que su
corazón débil y enamorado iba a destruir su familia.

Shrapley interrumpió los jadeos de la multitud, y preguntó cómo había ayudado Blaise.

—Draco Malfoy tenía un compromiso urgente en Rumanía, y Blaise se ofreció como


voluntario para cubrirlo. Escondió el cuerpo de Bellatrix en el Bosque Prohibido con la ayuda
de Pansy Parkinson.

El zumbido se hizo más fuerte. Shrapley hizo el más leve asentimiento de cabeza.

Él sabía acerca del Horrocrux, por supuesto. Después de haber visto el recuerdo de la muerte
de Bellatrix en el Pensadero de Lucius, él la había mirado de una manera que provocó que le
dijera toda la verdad. Hermione había tomado una bocanada de aire antes de explicar el
motivo por el que quería omitir esa parte de la defensa de Blaise, y cómo Blaise lo había
aceptado. Shrapley había respondido que estaba de acuerdo con su decisión, si su intención
era exonerar a Draco; y, después de haber confirmado que él representaría a Draco en su
juicio, presentó una moción para suprimir la parte del recuerdo en la que Blaise le decía a
Draco y a ella que fueran “a matar lo que sea que necesiten matar”. La oficina de Secretaría
coincidió con que era irrelevante para el caso de Blaise.

El Presidente Ogden llamó al orden, y Shrapley esperó hasta que el cuarto estuviera
mortalmente en silencio. —Que usted sepa, Señorita Granger, ¿a dónde se dirigía Bellatrix
Lestrange?

—A matar al Ministro de Hungría.

—No más preguntas, Señor Presidente—, dijo Shrapley, y tomó su asiento en medio de los
susurros.

El Fiscal italiano la interrogó con la furia apenas reprimida. Disparó una pregunta tras otra,
todas las cuales eran recibidas con rápidas objeciones por parte de Shrapley. Después de seis
objeciones sostenidas, el Fiscal se rindió, fulminando a Hermione con la mirada al salir del
estrado de los testigos.

Blaise testificó en su defensa el jueves por la tarde. La corte pasó toda la tarde discutiendo
sobre sus recuerdos, con Shrapley argumentando que su llegada a Italia había respondido
directamente a una amenaza a su persona, a la de su madre y a la de sus asociados. La
Fiscalía se enfocó en la presencia de Blaise durante el asesinato de varios miembros de la
administración de Bravieri.

La corte abrió el viernes con el anuncio de que el cuerpo de Bellatrix Lestrange había sido
localizado con éxito en el Bosque Prohibido. La deliberación duró todo el día, y cuando uno
de los cuatro jueces se puso de pie y leyó la sentencia de Blaise de dieciséis meses en
Azkaban, Hermione sintió que el pecho se le quebraba en dos. Shrapley le había dicho hacia
tiempo que un año era el mejor resultado posible. La Fiscalía había pedido veinte.

Aún así, fue incapaz de apagar la esperanza en su pecho hasta que el fuerte golpe del mazo
dio por levantada la sesión.
Blaise le guiñó un ojo mientras lo arrastraban por las puertas para llevarlo de regreso a
Azkaban.

Hermione salió rápidamente detrás, ignorando las llamadas de Fleur y de Hestia, hasta que al
dar vuelta la esquina encontró un cuarto vacío donde encerrarse.

Al salir de allí diez minutos después, sus ojos estaban despejados y el maquillaje en su lugar.
Recuperó su varita, se despidió brevemente de los miembros del Concejo a la salida, y se
detuvo ante los reporteros que gritaban afuera del edificio.

—Hoy se ha hecho justicia—, dijo, entre los flashes de las cámaras. Luego pasó junto a ellos,
y se Apareció en casa.

~*~

A principios de julio, Hestia le había escrito para contarle que varios de los antiguos
Gobernadores de Hogwarts estaban organizando un memorial para los caídos. Hestia había
ofrecido el apoyo del Gobierno Provisional, y le preguntaba a Hermione si le gustaría hacer
alguna sugerencia para el comité organizador. Con lo único que Hermione contribuyó fue con
la fecha: el 31 de julio.

Durante el desayuno de la mañana del 31, Narcissa dejó que ella marcara el ritmo de la
conversación, sin presionarla para hablar acerca del memorial. Hermione tomó un sorbo de
café, y se acomodaron en el silencio.

—¿Estás segura de que no quieres venir?— Le preguntó apenas terminaron.

La sonrisa de Narcissa era tensa. —Este día es para personas a las que solo les haría daño
verme allí—, dijo ella. —Puedo entender eso, y puedo respetarlo.

Hermione asintió, sintiendo la verdad en sus palabras. No tenía miedo de asistir al memorial
con Narcissa, al igual que no había tenido miedo de ser vista con Harry durante su cuarto año,
cuando casi la mitad del colegio estaba contra él. Pero podía respetar lo que Narcissa sentía al
respecto.

Al volver al cuarto de Draco, el Profeta la esperaba en su escritorio. Una fotografía de Blaise,


sentado estoicamente durante su juicio, ocupaba la portada. El titular decía: Blaise Zabini
cumplirá dieciséis meses; la Bomba de Bellatrix aturde a la Fiscalía.

Apretando los labios, Hermione pasó las páginas, solo para encontrar una foto de ella misma,
de pie frente a la Casa del Parlamento.

Hermione Granger: ¿Amiga o Enemiga de la Verdadera Orden?

Pasó la página. El juicio de Blaise ocupaba las dos primeras. En la página tres, había otra
fotografía suya debajo de un artículo titulado: Crece la intriga sobre la relación entre
Hermione Granger y el Mortífago Draco Malfoy.

Hermione arrojó el diario al escritorio, giró sobre los talones y se dirigió a su antiguo
dormitorio.
Eligió un sencillo vestido negro y pasó el resto de la mañana practicando Oclumancia en la
bañera, enterrando los ojos color esmeralda y el cabello negro despeinado en un volumen
gastado al fondo de su biblioteca. Ya habría tiempo para Harry cuando llegara a Hogwarts.
Pero primero, necesitaba reunir valor para otro asunto.

La chimenea de Grimmauld Place estalló en llamas verde a su alrededor, y Hermione salió a


una sala de estar mucho más ordenada que la última vez que la viera. Escuchó los lejanos
sonidos de Plumb limpiando la cocina, y sus labios se torcieron en una sonrisa. Hermione
subió las escaleras siguiendo su instinto, y fue al cuarto del que había visto salir a Pansy
meses atrás.

Apenas había levantado el puño para llamar a la puerta cuando una voz dijo: —Vete, Granger.

Tomó una bocanada de aire para calmarse, y abrió la puerta de Pansy. La encontró acurrucada
en el alféizar de la ventana, mirando a los Muggles disfrutar de su sábado.

—Deberías haber cerrado la puerta si no querías que entrara—, dijo Hermione con remilgo.

—No voy a ir—. Pansy subió las rodillas hasta el pecho. —Así que por favor, vete a buscar
algún gatito para salvar y así cumplir con tu cuota del día.

Hermione se acercó a la punta de la cama y se sentó lentamente. —Entonces yo tampoco iré.


Lástima. Estarás atrapada conmigo todo el día—. Echando un vistazo al cuarto a su
alrededor, descubrió un vestido negro colgando en la parte de atrás de la puerta, planchado y
listo.

Los ojos de Pansy se movieron por la calle. —Nadie me quiere allí, Granger.

Era una variante de las palabras de Narcissa. Pero esta vez se sentían inaceptables.

—Tienes toda tu vida por delante. No puedes pasarla escondida—. Hermione alisó su vestido,
frunciendo el ceño hacia sus rodillas. —Debes permitir que las personas te sorprendan alguna
vez, Pansy. Es agradable.

Un largo silencio.

Pansy se volvió para mirarla, apoyando la cabeza contra el marco de la ventana. —Esa elfina
llora todo el tiempo. ¿Me la diste a propósito?

La boca de Hermione se torció. Pansy arqueó una ceja y fue a vestirse.

~*~

Se Aparecieron ante las puertas de Hogsmeade, y Hermione esperó que le llegara el frío y la
desesperanza que había acompañado a Hogwarts durante el último año.

Nunca llegó, pero aún sentía algo vacío en el pecho.

El castillo brillaba bajo el sol de la tarde. Su silueta era familiar, incluso aunque se pudiera
divisar un poco del daño que recibiera el pasado mes de mayo, y durante el asedio después de
la muerte de Voldemort. El Bosque Prohibido había crecido hasta acercarse más al camino, y
la hierba se veía irregular y descuidada. Pero si pasaba rápidamente los ojos por el paisaje,
todo lucía igual.

Pansy comenzó a retorcerse los dedos y alisar su cabello cuando cruzaron las protecciones, y
Hermione le acarició el antebrazo con los dedos.

Caminaron juntas por el largo puente hacia el Patio de la Torre del Reloj, donde estaba
reunida una multitud. Los Gobernadores se habían contactado con Ginny, Neville y
Hermione para pedirles que dieran un discurso, pero los tres habían acordado en declinar.
Hablar de una pérdida de tal magnitud parecía imposible. Un error, incluso.

El comité había decidido que uno de los Gobernadores diría unas pocas palabras. La gente
podría interactuar libremente en los terrenos después de presentar sus respetos. Y la prensa no
estaría permitida.

Casi habían llegado al patio cuando la gente comenzó a separarse; eran apenas las cinco, y el
Gobernador ya había terminado de hablar. Hermione saludó a Hestia con la cabeza mientras
la multitud se dispersaba, pero al ver a Jacobs a pocos pasos, se dio la vuelta.

Pansy caminó junto a ella, y contemplaron las conocidas piedras y arcadas en silencio. Se
detuvieron, mientras las personas se movían a su alrededor, abrazándose y hablando en voz
baja. Hermione volvió a girar, y el aire escapó de su pecho.

Una de las paredes exteriores había sido reemplazada por una losa de obsidiana que se
extendía a través de los arcos. Grabados en letras blancas estaban los nombres de los
estudiantes, el personal y los ex alumnos de Hogwarts que habían muerto en la Segunda
Guerra Mágica.

Caminaron hacia allí, y los pies de Hermione se congelaron. Parada frente a un extremo de la
pared, pasando los dedos por encima de los nombres grabados, estaba Ginny. Llevaba un
vestido negro y zapatillas, y su cabello estaba apenas más largo que la última vez que
Hermione la había visto.

Ginny se volvió, y sus ojos se abrieron al aterrizar sobre ella. Hermione se sintió ingrávida
mientras acortaban el espacio entre ellas, y se fundían en un abrazo. Se sintió menos frágil
aquella vez. Hermione se hundió en su calidez, estrechándola.

—Ginny—. Sentía la garganta espesa. —Lamento haber tardado en responder...—

—No seas tonta. Has estado ocupada, lo sé.

Cuando se alejaron, Ginny miró más allá de ella.

—Hola, Parkinson.

—Weasley—, dijo Pansy, con un tono casi agradable. Se subió las grandes gafas de sol
negras y centró su atención en los nombres de la pared, alejándose de ellas.
Ginny entrelazó su brazo con el de Hermione y la llevó hasta la losa de piedra que había
estado tocando antes. Los nombres de su familia estaban grabados en blanco, agrupados entre
otros apellidos que comenzaban con “W”.

—La mitad de nosotros ha muerto en un año—, dijo. —La mayoría de los días, sigo adelante.
Otros...—

Hermione le apretó el codo, sintiendo que se le cerraba la garganta. —Significa algo. Que
aún estés aquí.

Se quedaron paradas en silencio por un momento. Y entonces Ginny dijo, —Lamenté


escuchar lo de Zabini.

Hermione se encogió de hombros. —Era lo mejor que podíamos esperar.

—Aún así—. Ginny la miró. —Deberías haber visto la cara de George cuando leyó que
Draco Malfoy había matado a Bellatrix Lestrange por tí.

Antes de que Hermione pudiera pensar en una respuesta, Ginny la estaba arrastrando hacia el
otro extremo de la pared. Divisó a Fleur y a Bill junto a la antigua fuente, hablando con
Seamus Finnigan. Un grupo de brujas se volvió para verla pasar. Hermione apartó los ojos,
concentrándose en Penelope Clearwater en el patio. Estaba de pie junto a Percy Weasley y
Roger Davies, y su mirada era distante mientras hablaban.

Pasaron junto a las filas de dolientes vestidos de negro; algunos sollozando, otros susurrando.
Estaban casi al otro extremo de la pared cuando una chica se volvió hacia Ginny, y la tomó
del brazo. Una ex compañera.

Hermione se apartó mientras ellas se abrazaban. Sus ojos estaban justo pasando por las “A”,
cuando alguien vino a pararse junto a ella.

—Granger—. Hermione se dio vuelta, y el aire abandonó sus pulmones. El lado derecho del
rostro de Seamus Finnigan estaba quemado, y la piel desfigurada se extendía por su cuello y
su brazo. Volvió rápidamente la mirada hacia sus ojos.

—Hola, Seamus—, dijo en voz baja, pero sabía de antemano que era inútil.

Ya le había escrito a todos los compañeros de clase que habían sobrevivido, y la lista era lo
suficientemente corta como para saber quiénes eran los que no habían contestado.

—Escuché que ahora te metes en la cama con serpientes.

Sus labios se curvaron al mirar a Pansy por encima del hombro, que estaba sola mirando
hacia los jardines.

—Si te refieres a mi amistad con Pansy Parkinson...—

—Si es así como quieres llamarle—. Seamus avanzó hacia ella, y ella tuvo que levantar la
barbilla para enfrentar sus ojos. —Tu “amiga” no tiene derecho a estar aquí. Aunque supongo
que es una mejoría, comparada con las otras compañías que mantienes.
—Si no puedes ver que Pansy Parkinson ha perdido tanto como cualquiera de nosotros,
entonces no sé qué decirte, Seamus—, dijo Hermione, con la voz mortalmente tranquila. –
Entiendo cómo te sientes, pero éste no es el momento.

—¿Y cuándo es el momento adecuado para hablar de que te has convertido en una
traidora…?—

—Envíame una lechuza cuando estés listo, y estaré encantada de responder tus preguntas,
como al viejo amigo que siempre consideré que eras—. Le sostuvo la mirada. —Cuídate,
Seamus.

Algunas emociones cruzaron el rostro de Seamus antes de convertirse en hielo. Mientras se


alejaba, Hermione tomó una bocanada de aire y echó un vistazo a Pansy. Estaba hablando con
alguien alto y apuesto, y Hermione quedó boquiabierta cuando se dio cuenta de quién era.

La libertad le había sentado bien a Neville Longbottom. Todavía estaba delgado, pero
musculoso, y el cabello le caía sobre el rostro. Lo vio deslizar las manos en sus bolsillos y
girar sobre los talones mientras Pansy arqueaba una ceja.

Un sonrisa tiró de la comisura de la boca de Hermione, y se dio vuelta para volver a la lista
de nombres.

Su mirada pasó por Lydia Baxter, Katie Bell, y Lavender Brown. Cuando llegó a Cho Chang
en la siguiente columna, sus ojos ya estaban húmedos. Recorrió las columnas, buscando
nombres específicos, y chocándose con otros. Cedric Diggory. Albus Dumbledore.

Luna Lovegood.

Estiró los dedos, susurrando sobre las letras blancas, y la piedra se calentó bajo sus manos.
Más abajo encontró a Remus Lupin y a Nymphadora Tonks-Lupin, y en la siguiente columna,
Minerva McGonagall.

Los nombres comenzaron a mezclarse entre sí, y ella retrocedió unos pasos para buscar sus
aguas tranquilas. Sus hombros chocaron con un muchacho alto junto a ella, y la disculpa se
convirtió en un jadeo al ver que era Oliver Wood. Miraba directamente al frente, con los
hombros tensos.

Hermione siguió su mirada, y el corazón le dio un vuelco al darse cuenta de lo que estaba
mirando. La columna con la letra “N”.

—Él no está allí—, dijo.

Ella cruzó los brazos sobre la cintura, tomándose los codos. —Estoy segura de que fue un
descuido. Puedo contactarme con los Gobernadores...—

—No te molestes—. Su voz era lacónica. —Crabbe y Goyle no están allí. Tampoco Marcus
Flint ni Adrian Pucey.

Tragó saliva, y se miró los zapatos. —Lamento si te has sentido abandonado en San Mungo,
Oliver, no fue mi intención...—
—No, no. Yo debería agradecerte por ponerme en contacto con esos abogados—. Alzó la
mano para frotarse la frente. —Lo siento. Estos días ando un poco… amargado por todo.

Ella asintió lentamente. El dolor hueco en el pecho creció como un agujero abriéndose en la
tierra. —Todavía tengo la esperanza de limpiar el nombre de Theo. Pero tengo que esperar
hasta después del juicio de Draco.

—Lo entiendo.

Hermione cambió el peso. —¿Puedo ir a Glasgow a visitarte algún día?

—De hecho me voy a ir de aquí con Angelina y George. Me quedaré con ellos un tiempo en
Francia.

Señaló con la cabeza hacia un lado, y ella se asomó alrededor de él, hacia el final del
alfabeto.

George y Angelina estaban parados frente a los nombres de Fred, Charlie, Molly, y Arthur,
tan quietos como mármol esculpido. La mano derecha de Angelina descansaba sobre el
hombro de George, la otra mano colgaba a su lado; una prótesis. George miraba la piedra de
obsidiana con expresión ausente, y Hermione pudo ver su reflejo brillando sobre la pared:
eran dos otra vez.

—Me alegro por ti. Espero que...— Hermione se mordió el interior de la mejilla. —Espero
que ellos puedan entender por lo que has pasado.

Oliver asintió. —George todavía cree que cambiaré de opinión algún día, pero Angelina lo
está ablandando. Al parecer, tu testimonio le ha hecho cuestionarse cosas.

Hermione apartó la mirada, retorciéndose los dedos. Se quedaron en silencio por un momento
antes de que Oliver hablara otra vez.

—Es difícil para ellos. No me gustaban los tipos antes… antes de esto. Quizá todavía no me
gusten—. Su voz era efímera, como un secreto susurrado en la oscuridad. —Pero le dije a
Angelina, “me enamoré de alguien que me protegió cuando estaba en mi momento más
vulnerable. ¿No dirías lo mismo acerca de ti y de George?”.

El abismo en su pecho se hizo más profundo. Parpadeó rápidamente, las lágrimas se


escapaban mientras que ella caía, perdida. Oliver se mecía ante sus ojos.

—Espero que él regrese a ti—. Murmuró una despedida, y giró para volver junto a George y
Angelina.

Hermione ahogó un sollozo contra el dorso de la mano. Una vez recompuesta, se secó las
mejillas, y se preparó para la siguiente lista de nombres.

En la columna de la “P”, encontró a Padma Patil, Parvati Patil, y Poppy Pomfrey, antes de
que finalmente, finalmente, sus dedos rozaran su nombre. Harry Potter.
El calor inundó su piel otra vez. Si hacía suficiente presión con los dedos, podía sentir los
latidos de su propio corazón, e imaginar.

—Es extraño que no esté separado del resto.

Su corazón se encogió, y sus ojos se cerraron. Miró por encima del hombro para ver a Ron a
su lado, con el ojo izquierdo cubierto y las manos en los bolsillos.

Volvió a mirar el nombre de Harry. —Creo que es lo que él hubiera querido. Ser uno más
entre muchos, en lugar del elegido.

Ron se acercó para pararse junto a su hombro. Podía sentir el calor de él contra su brazo, pero
el espacio entre ellos era infinito.

—Los Gobernadores de la escuela querían mandar a hacer una tumba junto a la de


Dumbledore—, dijo. —Les dije que Harry habría preferido que concentraran sus esfuerzos en
volver a abrir Hogwarts. Pero después de eso, creo que le habría gustado la idea.

Levantó la mirada hacia él, y alguna parte juvenil todavía ansiaba por su aprobación. Él miró
fijamente el nombre de Harry y asintió.

Se quedaron uno al lado del otro, solo con los recuerdos entre ellos por varios minutos. Los
pájaros del alero cantaban una canción triste, y el viento la arrastraba entre los reunidos en el
patio.

—¿Quieres caminar conmigo?— dijo él, después de un rato.

Hermione observó su expresión abierta, y asintió.

Ron la guió lentamente por la lista de nombres, y hacia los escalones que llevaban a los
terrenos. Caminaron en silencio junto a la línea de árboles, algo que nunca habían hecho en el
pasado, pero que ella había decidido aceptar mientras durara.

No fue hasta que rodearon un viejo árbol, y los pies de Ron se detuvieron, que ella se percató
de que estaban en el huerto de calabazas. Lo que quedaba de la cabaña de Hagrid era ahora
una pila de madera y suciedad, pero ella podía distinguir donde habrían estado los escalones
de ladrillo. El Bosque Prohibido había crecido a su alrededor, pero alguien había vuelto a
plantar las calabazas.

Hermione miró hacia atrás, a la extensa distancia que habían recorrido. Podía distinguir el
Lago Negro, y una tumba de mármol blanco en la orilla.

—He vuelto a hablar con Ginny.

Hermione asintió, y se abrazó la cintura. Cuando levantó la mirada, lo descubrió mirándola


intensamente.

—Bien—. Consiguió esbozar una pequeña sonrisa.


—Dijo que estuvo mal que te pusieran en el San Mungo. Y yo ahora estoy de acuerdo con
ella--. Inhaló una vez y echó un vistazo al castillo. —Lamento no haberme dado cuenta antes,
o...—

El estómago le dio un vuelco, girando sobre si mismo. No había forma de evitarlo.


Necesitaban hacer esto.

—Ron, lo entiendo. Estabas...— Miró a su alrededor, buscando las palabras. —Estabas


actuando con la información que tenías en ese momento. Pero te estaba faltando la parte más
importante de todas.

—¿Y cuál es?

Hermione se tragó los nervios. —Que yo tenía sentimientos por Draco antes de todo esto. En
la escuela. Antes de que él tomara la Marca Tenebrosa, e incluso antes de que Voldemort
regresara...— Negó con la cabeza. —Nunca te lo dije, ni a Harry. Me lo guardé—. Le
ardieron los ojos, y se pasó los nudillos por las pestañas. —Puedes imaginar mi sorpresa al
descubrir que él también había tenido sentimientos por mi...—

Ron resopló y se volvió para apoyarse contra un gran árbol. —Si. Lo sé—. Alzó la mano para
acomodarse el parche, y Hermione lo miró boquiabierta.

—Tu… ¿qué?

—Él te miraba. Él…— Agitó una mano. —Digamos que podía reconocerlo en él. Aunque
nunca imaginé que podía ser tan profundo.

Las mejillas de Hermione ardieron. Se mordió el labio, intentando ser cuidadosa.

—Quiero que sepas que… eso no invalida lo que sentía por ti. Te quería, Ron. Todavía lo
hago.

Su mandíbula se cerró y su mirada recorrió el horizonte. —Pero no lo suficiente. No como


quiero que lo hagas.

La verdad se deslizó encima de ellos con la brisa estival, y no había nada que ella pudiera
hacer para cambiarla. Nada que quisiera hacer, incluso aunque pudiera.

Ron se apartó del árbol y miró hacia la hierba.

—Creo...— Él tragó saliva. —Creo que eso es todo lo que puedo escuchar sobre el tema en
este momento. Nunca conocí esa versión de Malfoy de la que te enamoraste. Y no puedo
soportar pensar en ti con la versión que tengo en mi cabeza—. Hermione tragó, y sus ojos se
llenaron de vergüenza.

Él se rascó la parte posterior de la cabeza, y cuando volvió a hablar, su voz era tranquila. —
Pensé en ti todos los días del año que pasó, Hermione. Cada minuto.

—Ron, yo también...—
—Estaba intentando llegar a ti con cada fibra de mi ser, y mientras tanto, tu te estabas
enamorado de Draco Malfoy—. Él enfrentó su mirada, y ella se quedó sin aliento por el dolor
en el pecho. —Necesito tiempo para procesarlo.

Ella arrastró el aire hacia sus pulmones y las lágrimas cayeron libremente. Cerró los ojos con
fuerza, y asintió hacia el suelo.

Se quedaron allí hasta que el sol comenzó a ponerse, y los pájaros dejaron de cantar,
dilatando el inevitable momento en el que deberían regresar al castillo, y al muro negro de los
nombres muertos.

~*~

Hermione revisó su correo el domingo. Después de haber revelado el destino de Bellatrix


Lestrange en el estrado, el Concejo había programado una reunión de emergencia con la
Secretaría el lunes. Hermione escribió una rápida respuesta, declinando la invitación y
solicitando un resumen completo. Hestia se lo envió el lunes por la noche, y el martes por la
mañana Hermione leyó, junto con el resto del mundo, que el juicio de Bellatrix había sido
cancelado, y que el juicio de su marido sería programado en su lugar.

Tendrían menos de una semana. El Tribunal había asegurado que Rodolphus y su abogado
defensor habían dado su consentimiento, y que los procedimientos previos al juicio estaban
casi completos, pero eso no impidió que Gertie Gumley los destrozara en el Fantasma.

—El hecho de que hayan adelantado a Rodolphus antes que a Malfoy significa que están
preocupados—, dijo esa tarde Shrapley, a través de la red Flu. —Saben lo del antídoto, y
ahora saben lo de Bellatrix. Estoy seguro de que la Fiscalía está dando vueltas a Europa en
este momento, intentando reunir más testigos.

Las manos de Hermione se sintieron húmedas. —Eso no es alentador.

—Yo creo que lo es—. La sonrisa en los labios de Shrapley podría haber competido con la de
Lucius Malfoy. —Su caso camina sobre hielo quebradizo, y ellos lo saben.

Hermione intentó recordar eso durante los tres días siguientes que pasó enterrada con los
preparativos junto a Shrapley y sus dos asistentes. Pasaron largas horas en el Salón, haciendo
preguntas e ignorando la comida de los elfos. Para el viernes, Hermione había perdido todo el
sentido de la modestia, y había entregado hasta los más íntimos recuerdos a Shrapley para
que viera en el Pensadero de Lucius con un movimiento practicado. No había tiempo para la
vergüenza cuando la vida de Draco estaba en juego.

El fin de semana pasó como un borrón, y de repente llegó el lunes, y ella se Apareció en
Edimburgo para el primer día del juicio de Rodolphus Lestrange.

Había escrito a la Oficina de Fiscalía algunas semanas atrás para ofrecer evidencia contra
Rodolphus, Travers, Crabbe Padre, y Greyback. Ellos la habían rechazado, asegurando que
tenían suficiente evidencia, pero que se contactarían con ella si la situación llegara a cambiar.
No había vuelto a recibir noticias desde entonces.
Aunque no testificaría en el juicio de Rodolphus, sentía que era importante asistir al inicio y
al cierre. A pesar de lo que dijeran los periódicos, proteger a los que fueran injustamente
acusados no era lo único que le importaba. Cuando le había dicho a Draco que vería pagar a
los culpables, lo había dicho en serio.

Un guardia la acompañó hacia la conocida sala de tribunal, y ella pidió el asiento contra la
pared. El siguiente visitante distinguido que entró, un Miembro del Concejo canadiense,
insistió en dejar un espacio entre ellos. Hermione lo ignoró, y se concentró en el saludo de
Fleur y en el asentimiento de Hestia.

Lestrange lucía demacrado, con el cabello enmarañado y la barba crecida. Sus cadenas
tintinearon pesadamente al arrastrarse hasta la silla frente al abogado, y su expresión era de
resignación mientras leían los cargos en su contra.

Después del almuerzo, la Fiscalía llamó al tercer testigo al estrado, y Hermione se sobresaltó
fuera de sus aguas tranquilas cuando el empleado condujo a una muchacha joven de piernas
temblorosas.

Cara. La chica que la había llevado hacia Dolohov la última noche en el Castillo de
Edimburgo.

Los recuerdos subieron a la superficie; el aliento caliente en su rostro, los dientes torcidos
asomando, los ojos negros mirándola en el baño. Hermione los empujó hacia abajo, los
encerró en un libro y lo archivó entre dos libros más grandes hasta hacerlo desaparecer.

Los murmullos rebotaron por las paredes cuando el Fiscal canadiense informó a la corte que
Cara era una Muggle. Ogden llamó al orden, regañando a la audiencia, e instándolo a
continuar con el examen directo.

Hermione escuchó, con creciente malestar, la historia que Cara contaba sobre lo que había
pasado la noche en que la Verdadera Orden había atacado el Castillo de Edimburgo por
segunda vez.

Mientras Ginny estaba matando a Voldemort, y las fuerzas de la Verdadera Orden estaban
rescatando a los Lotes alrededor del país, un ejército dirigido por el General Robert Pierre
había rodeado el Castillo de Edimburgo. Las Chicas Carrow habían sido arrojadas a las
mazmorras poco después de que comenzara el ataque, pero varias horas después, un
Mortífago había vuelto a aparecer. Les había dado antídotos para el supresor de magia a las
Chicas Carrow, les había entregado varitas, y les había lanzado un Imperius para que se
unieran en la lucha contra la Verdadera Orden.

El ataque había durado tres días, y terminado cuando las bombas de los norteamericanos
habían reducido el castillo a polvo. Así fue como murió Charlotte, con el cuerpo destrozado y
los ojos vacíos, y obligada a tener una varita en su mano.

Las mejillas de Hermione se llenaron de lágrimas cuando Cara señaló a Rodolphus como el
hombre en las mazmorras, confirmando la palabra que había usado: “Imperio”. De las
docenas de esclavas presas en el Castillo de Edimburgo, solo seis habían sobrevivido al
ataque, todas ellas Chicas Carrow Muggles, porque habían sido abandonadas en las
mazmorras para morir.

Hermione no había sabido hasta ese momento por qué había sido así.

Se tuvo que ir durante el siguiente receso. Pasó junto a una sorprendida Narcissa y corrió
escaleras arriba para practicar Oclumancia hasta olvidar dónde estaba.

El martes, Hermione se sumergió en el juicio de Draco. El miércoles fue más de lo mismo,


solo interrumpiéndose para envolver y enviar un regalo a Ginny por su cumpleaños.
Hermione le había escrito antes para ver si quería compañía, pero ella había contestado que
estaba visitando a George y a Angelina en Francia, y que la invitación estaba abierta para
ella. Ella se había negado debido a la preparación para el juicio, y Ginny lo había entendido.

Shrapley había recibido una lechuza el miércoles por la noche y había informado a Hermione
y sus asistentes que la Defensa de Rodolphus había descansado su caso después de apenas un
día. Así que el jueves por la tarde, Hermione se apareció en Edimburgo, y cuando el
Presidente Ogden leyó su sentencia a muerte, no sintió ni una pizca de empatía.

Mientras la sala del tribunal comenzaba a vaciarse, Hestia hizo un gesto a Hermione para que
la siguiera hacia la galería. —Esperaba verte hoy aquí.

Hermione asintió, cruzando las manos.

Algo le picaba a Hermione mientras Hestia la conducía por el corredor hacia la salida del
edificio, pasando junto a los frenéticos periodistas. No fue hasta que comenzaron a caminar
juntas por la calle de adoquines que Hermione levantó la mirada hacia el horizonte y se dio
cuenta de lo que era.

—¿Qué pasó con las otras cinco Muggles de Edimburgo?— Preguntó.

Las botas de Hestia sonaron dos veces contra las piedras. —Las seis están en una casa segura
por el momento. La atención que reciben es excelente, te lo aseguro.

—¿Y qué harán con ellas después?

Hestia apretó los labios. —Todavía lo estamos deliberando.

Hermione se detuvo en seco, obligando a Hestia a mirarla. —¿Estamos? ¿Quieres decir tu y


el resto del Gobierno Provisional?

—De eso justamente es de lo que quería hablar contigo—, dijo Hestia. —Algún día dentro de
poco, el Gobierno Provisional tendrá que volverse menos provisional. Pronto se anunciarán
las elecciones, y el General Jacobs ha dejado muy clara su intención de lanzarse al ruedo.

Una sacudida le recorrió la espalda a Hermione. —No. No puede...—

—Estoy de acuerdo—, dijo Hestia, mirando por encima del hombro. —Es por eso que tengo
intención de lanzarme al ruedo yo también.
Hermione la miró, y su cerebro hizo click en el silencio. —¿Y quieres mi apoyo?

Hestia encogió un hombro. —En cierto modo. Quiero que nombres el cargo que deseas en mi
administración.

La boca de Hermione se abrió y se cerró. —¿Qué nombre el cargo?

—¿Qué te imaginas haciendo cuando estos juicios terminen, Hermione?

Ella parpadeó, mirando la pared de piedra detrás de Hestia. Pensó en el dinero de los Malfoy,
y en el hecho de que no tenía que hacer nada si no quisiera. Su mente dio vueltas al intentar
recordar cuáles eran sus sueños antes de todo aquello; antes de que tuviera que empacar una
mochila y lanzar un Obliviate a sus padres; pero las ideas se escurrían de sus manos como
arena a través de un colador.

Todo era diferente ahora.

—Piénsalo—, dijo finalmente Hestia. —Me gusta trabajar contigo. Creo que haríamos un
equipo eficaz. Y tendrías la oportunidad de hacer la diferencia.

Los ojos de Hermione se posaron en ella.

—Nuestro país necesita gente que quiera que este mundo sea mejor que el anterior.

Hestia inclinó la barbilla y se volvió, caminando hacia el punto de Aparición. Hermione la


vio desaparecer, y su estómago se hundió hasta los adoquines al intentar imaginar un futuro
que pudiera no incluir a Draco.

~*~

Los días previos al juicio de Draco fueron una confusión de lechuzas y reuniones. Hix estaba
en un constante estado de irritación por los excrementos de las lechuzas, y Remmy fulminaba
con la mirada el mármol sucio de los visitantes que entraban y salían de la red Flu de la
Mansión: Pansy, Oliver, incluso Boggleben.

Después de haber consultado con Narcissa, Hermione había decidido contratar a Shrapley
como su abogado personal. Cuando le contó a Shrapley que había heredado la Mansión, tuvo
el placer de verlo atónito y en silencio por primera vez. Le tomó un minuto entero entrar en
acción, y pedirle que escribiera a Gringotts para organizar una reunión lo antes posible.

Boggleben se quitó el polvo del traje y los miró desde la entrada de la Mansión a las ocho en
punto del lunes. Shrapley lo interrogó durante una hora, y cuando estuvo satisfecho de que
los registros de Gringotts quedarían sellados, solicitó una copia del contrato entre Draco y
Dolohov para presentarlo como evidencia. Boggleben se marchó a las nueve menos dos
minutos, mirando su reloj de bolsillo con una mueca. Y Shrapley sonrió hacia sus notas, y le
dijo a Hermione que estaría encantado de ayudarla a lidiar con el papeleo correspondiente a
sus “lazos familiares” una vez que Draco estuviera libre.

El martes, Hermione atravesó la chimenea para ir ver a un Sanador Mental.


Había sido idea de Shrapley que un experto firmara la integridad de sus recuerdos antes de su
testimonio. La Fiscalía ya había presentado su lista de testigos, uno de los cuales era un
Sanador Mental, y Shrapley estaba seguro de que Pierre volvería a abordar la cuestión de si
su memoria había o no había sido alterada de alguna manera.

Pierre iba a ser el Fiscal del caso de Draco. Una parte de Hermione se lo esperaba, ya que
sabía que había obtenido su título en leyes mientras servía en el ejército. Pero de todas
maneras, cuando Shrapley le diera la noticia dos semanas atrás, había tenido que excusarse
para encerrarse en el cuarto de Draco durante una hora.

Hermione aclaró su mente mientras caminaba por un área de recepción bien iluminada pero
vacía. Los tacones sonaron suavemente sobre las baldosas hasta encontrar la puerta correcta.

Dr. Henry Flanders: Curación Mental Mágica, Psiquiatría Muggle.

Respiró hondo y abrió la puerta.

El Dr. Flanders era un hombre amigable, aunque un poco suave. Los primeros cinco minutos
fueron bastante bien, pero cada centímetro de Hermione se congeló cuando él le preguntó
cómo se sentía. Sus manos temblaron, y detrás de los párpados vio unas túnicas color verde
menta.

Con un rostro amable, el Dr. Flanders gentilmente le explicó que no la sometería a una
evaluación psiquiátrica. Ese día se trataba de sus recuerdos, y podían tomarse todo el tiempo
que ella necesitara.

Hermione asintió, pero aún así se estremeció cuando él le lanzó el primer hechizo.

Pasaron el resto del día juntos, realizando cientos de pruebas. Al final, el Dr. Flanders le
explicó que él no era un Legeremante, pero que podía darse cuenta que tenía un
entrenamiento de Oclumancia muy fuerte.

—Me sorprende que puedan cuestionar de tal forma los recuerdos de una Oclumante tan
fuerte, Señorita Granger—. Pulsó el mecanismo de su bolígrafo Muggle y escribió algo en
sus notas.

—Eso es porque nadie lo sabe—. Hermione observó los diplomas en las paredes. —¿Cuál es
su especialidad exactamente, Dr. Flanders?

—Neurología mágica, reparación de la memoria, y funciones motoras—, dijo.

Sus ojos se clavaron en él. —¿Qué tipo de reparación de la memoria?— Él levantó la mirada
hacia ella, y la emoción le subió a la garganta. —No es para mi. Mis...— Se interrumpió para
tragar saliva. —Borré la memoria de mis padres hace dos años. Antes de que empezara la
guerra—. Hizo rebotar una rodilla. —No tengo mucho tiempo para pensar en eso en este
momento, pero quizá cuando terminen los juicios, yo… quizá podamos hablar de ello.

Él cerró sus notas y sacó una agenda con tapas de cuero. —Dígame la fecha, Señorita
Granger.
~*~

El miércoles Hermione se encontró con Viktor Krum en un café Muggle en las afueras de
Londres, donde nadie los reconocería. La respuesta a su invitación había sido cortante, así
que el alivio se apoderó de ella cuando él la envolvió en un cálido abrazo al llegar.

La primera media hora estuvo llena de pausas tensas mientras intentaban dar sentido al
tiempo del otro durante la guerra. Viktor le reveló que él y Katya habían estado trabajando
con la Verdadera Orden desde el principio, y que se habían ofrecido para infiltrarse entre los
Mortífagos junto al Ministro búlgaro. La única información que la sorprendió fue que el
Ministro Grubhov había estado involucrado. Katya le había borrado la memoria justo antes
de que Edimburgo fuera atacado, y Viktor había huido a Francia.

—Hablé con el abogado de Drraco Malfoy—, dijo, después de un momento.

Los ojos de Hermione se dispararon hacia los suyos. —Lo sé.

Viktor tomó un sorbo de té, mirando por la ventana. —¿Te contó lo que le dije?

—No. Pero me dijo que no aceptarías formalmente a testificar en favor de Draco.

—Porrque quierro oírrlo de ti—. Dejó su taza y la miró a los ojos. —Tu quierres que yo le
diga que él bajó su varrita.

—Así es—, dijo ella.

Viktor escudriñó su rostro. —Estás pasando porr muchos prroblemas porr alguien que lleva
desaparrecido varrios meses. ¿Estás segurra de que está vivo aún?

Ella podía escuchar el eco de los latidos de su corazón dentro de la caverna de su pecho. —
Lo está.

—Cómo puedes estárr tan seg...—

—Puedo sentirlo.

Viktor la miró, y su rostro se encendió al pensar en las otras explicaciones que debería haber
dado, acerca de Gringotts y de Grimmauld Place.

Finalmente, Viktor asintió. Y tomó un sorbo de té.

~*~

El juicio de Draco comenzaría el lunes 23 de agosto. El jueves, Shrapley había ido a recoger
algunos elementos que ella guardaba en su bolso. El viernes, había estudiado sus notas. Y el
sábado, se había sentado con Narcissa a cenar, mirando fijamente la mesa y empujando sus
patatas de un lado a otro con el tenedor.

Había luchado con su Oclumancia durante los últimos días. Racionalmente, sabía que Draco
estaba vivo, pero eso no había impedido que las palabras de Viktor resonaran en sus oídos
cada noche, hasta que se rendía a una Poción para Dormir Sin Sueños.

—Narcissa—, dijo abruptamente. —Si Kreacher responde a la Casa de los Black, ¿vendría si
tu lo llamaras?

Narcissa levantó la vista de su plato. La respiración de Hermione se aceleró a la vez que su


mente.

—Sé que hemos sido cuidadosas, pero han pasado meses. Realmente creo que es seguro
convocarlo. Si pudiéramos comunicarnos con él, podría decirnos dónde está Draco...—

—No lo creo, Hermione—, dijo Narcissa suavemente. Dejó su tenedor.

Hermione parpadeó. —¿Crees que Kreacher no vendría?

—No, yo...— Se hizo una pausa mientras Narcissa buscaba las palabras. —No creo que sea
una buena idea.

—Ah—. Contó los latidos de su corazón. —Pero ¿no crees que Draco querría saber que
estamos manejando su caso? Debe estar en una lugar seguro ahora, Kreacher podría
fácilmente llevarle los diarios, y estoy segura de que él...—

—Si él quisiera ponerse en contacto, lo habría hecho.

Las palabras la embistieron como un golpe. Se tambaleó ante la verdad que contenían.

Él podría haberla encontrado, si hubiera querido.

Podría haber estado allí, para abrazarla cuando se despertaba enredada entre las sábanas,
gritando y llorando por sus pesadillas.

—Hermione, cariño...—

—Lo extraño—, dijo Hermione, y rompió en llanto, buscando aire para sus pulmones. —
Quiero saber si está a salvo. Y quiero que vuelva a casa.

—Lo sé, querida...—

—¿Tu crees…?—, le tembló la voz mientras intentaba calmarse, —Si puedo conseguir la
absolución, ¿crees que entonces volverá a casa?

Una mano suave encontró las suyas. A Hermione se le nubló la vista mientras esperaba la
respuesta de Narcissa, como si estuviera bailando sobre una cuerda floja.

Cuando finalmente levantó la mirada, se encontró con unos cálidos ojos azules. —Creo que
eso depende. Creo que él tiene que confiar en que hay algo por lo que vale la pena regresar.

El espacio donde debía haber estado latiendo su corazón se convirtió en polvo. Un sonido
húmedo salió de su garganta, y quiso preguntarle a Narcissa qué era exactamente lo que tenía
que hacer, pero los sollozos llegaban demasiado rápido, arrasando su cuerpo.
Narcissa la sostuvo con fuerza hasta que terminó. Se puso de pie, y se inclinó para acariciar
las mejillas de Hermione con los nudillos y acomodar su cabello detrás de la oreja. Luego se
excusó en voz baja.

Hermione se quedó mirando el mantel mientras los pasos de Narcissa se desvanecían,


preguntándose cómo podría decirle a Draco que él era lo único que quería, cuando estaba tan
lejos de su alcance.

~*~

Llegó a la Casa del Parlamento el lunes por la mañana, con la misma túnica color azul
marino. Los latidos de su corazón hacían eco en sus oídos, y seguían el ritmo de sus pasos
sobre los adoquines.

—¡Señorita Granger! ¡Por aquí!

—Señorita Granger, ¿está aquí para testificar en nombre de Draco Malfoy?

—¿Sabe usted dónde está?

Endureció su expresión y se abrió camino entre ellos, ignorando los flashes en el rostro.

Los Fiscales suizos estaban reunidos cerca de los guardias, y guardaron silencio cuando ella
se acercó. Los ignoró, entregó su varita y fue directamente hacia las puertas de la sala de
tribunal. Los guardias la dejaron pasar rápidamente, y la condujeron hacia su silla habitual,
detrás de los Fiscales italianos. Pierre le sonrió con suficiencia cuando ella tomó su asiento,
haciendo girar una pluma entre los dedos.

La gran silla para el Acusado estaba ausente. Hermione respiró hondo, y se concentró en
suavizar las ondas del lago dentro de su mente.

La prensa comenzó a entrar. La Secretaría entró a continuación. La corte se puso de pie para
el Presidente Ogden. Se volvió a sentar. Los Jueces hicieron sus juramentos. Y Pierre se puso
de pie.

Ella se metió de vuelta en su cuerpo para verlo caminar hacia los jueces.

—Estamos aquí hoy para juzgar a Draco Malfoy por sus crímenes—, cantó su voz suave. —
Sus crímenes contra el Reino Unido, Europa, y las comunidades internacionales. Sus
crímenes—, Pierre giró hacia los asientos de la prensa, —contra la humanidad misma.

Hermione contó hasta diez mientras inhalaba.

—…más allá de toda duda razonable, asesinar al Ministro Vogel de Suiza y a su secretario, y
servir como cómplice de asesinato de miles en Suiza y en Francia. Además de sus crímenes
de guerra, el Señor Malfoy participó activamente en el tráfico sexual y esclavitud humana...

Contó mientras exhalaba.


—…orquestado cuidadosamente, una asistencia estratégica para que la Verdadera Orden
pudiera protegerlo en caso de que el Gran Orden cayera...—

Su mirada se desvió hacia Shrapley. Él enfrentó sus ojos por una fracción de segundo antes
de cuadrar los hombros y volver a sus notas.

Había visitado la Mansión la noche anterior. Ella se había quedado de piedra al verlo salir por
la chimenea de la Mansión, pero él le aseguro rápidamente que solo estaba allí para ofrecerle
algunos consejos antes del juicio.

—Me pagas más que generosamente para poder confiar en mi. Así que confía en mi.

Ella juntó las cejas, pero asintió para que continuara.

—Será un juicio largo. Te recomendaría que te mantuvieras al margen si no fuera por el


hecho de que sería irregular...—

—No me quedaré en casa mientras su vida esté en juego...—

—…así como tus evidentes sentimientos personales por él, sumado a una enorme cantidad de
terquedad.

Se hizo un silencio.

—Como el abogado de Draco, te diré ahora mismo que lo mejor que puedes hacer por este
caso es estar bien.

Hermione lo había mirado fijamente, sin encontrar ningún significado oculto en sus palabras.

—Eres una Oclumante experta. Nada de lo que escuches en esa corte te va a favorecer para
dar el testimonio que yo necesito que des. Que Draco necesita que des. Así que usa tus
habilidades, y déjame usar las mías.

Su garganta se había quedado seca al abrir la boca. —De acuerdo.

Sus ojos azules habían buscado los suyos en la oscuridad.

—Tus hombros son muy jóvenes para soportar el peso que intentas cargar en ellos, Señorita
Granger.

Antes de que pudiera responder, él había girado hacia la chimenea y se había ido.

Hermione fue arrastrada de vuelta al presente cuando Pierre tomó su asiento. Se recostó hacia
atrás en su silla, completamente a gusto.

Vio al Presidente Ogden inclinar su cabeza hacia Shrapley. Él se puso de pie, y caminó
alrededor de la mesa mientras los periodistas murmuraban.

—Gracias, Señor Presidente—, dijo. Sus ojos la recorrieron una vez antes de volverse hacia
los jueces, y Hermione respiró profundamente mientras se hundía en la profundidad de sus
aguas tranquilas.

Algo de tiempo después, un hombre subió al estrado. Otro hombre de túnica negra se levantó
para interrogarlo.

Un hombre de cabello plateado se puso de pie. Su voz era lenta mientras caminaba. El
hombre en el estrado se movió.

Un mazo sonó. Las personas se pusieron de pie. Alguien le dijo hola. Ella saludó, y luego
tomó sus notas.

La corte se llenó otra vez. Una mujer vestida de azul subió al estrado. El hombre con túnica
negra se levantó para interrogarla, y el hombre de cabello plateado lo interrumpió dos veces.

El hombre de cabello plateado le hizo preguntas a la mujer. Las paredes detrás de ella
zumbaron.

La corte levantó la sesión, y Hermione parpadeó para volver a su cuerpo cuando Hestia Jones
se detuvo frente a ella.

—¿Todo bien, Señorita Granger?— dijo.

Hermione volvió a parpadear. —Estoy bien. Lo siento, pero, con permiso por favor...—
Intentó alcanzar a Shrapley, pero había salido por la puerta principal antes de que ella pudiera
llamarlo.

El día siguiente fue más de lo mismo; la Fiscalía estaba todavía entrevistando a los testigos
de las acciones de Draco en Zúrich y Ginebra, aunque casi media docena eran declaraciones
juradas. Fleur la sacó de su Oclumancia para invitarla a almorzar, y Hermione declinó por
temor a que quisiera discutir detalles específicos.

Cuando Narcissa se encontró con ella en la puerta principal aquel día, y le preguntó cómo
estaba yendo todo, lo único que Hermione consiguió responder fue: —Apenas lo sé.

El miércoles por la mañana, fue difícil para Hermione mantener su aguas tranquilas.

Las declaraciones juradas se referían a ella. Shrapley ya la había preparado para eso,
advirtiéndole que habría un relato tras otro acerca del tratamiento que había recibido en
Edimburgo y en la Fiesta de Celebración de Hogwarts, pero su lago seguía ondulándose cada
vez que alguien decía su nombre, y cuando la multitud murmuraba, podía escuchar el
retumbar de una avalancha lejana.

En el receso de la tarde, se escabulló por la puerta trasera y dio un paseo por Edimburgo,
luchando contra la tentación de volver a la sala del tribunal y gritar.

—Cuatro horas más—, murmuró Shrapley por la comisura de la boca, y mientras volvían a
entrar a la sala del tribunal, Hermione consiguió asentir.

La corte se reanudó, y justo cuando Hermione imaginaba su lago, Pierre llamó a su último
testigo al estrado. Un Sanador Mental.
Su mirada parpadeó mientras el testigo era conducido al estrado.

Lo reconocía. Era el Sanador bajito y rechoncho que le había impedido irse. Shrapley le había
dicho su nombre, pero ella estaba segura no haber sido atendida por él.

Sus ojos se desviaron hacia ella mientras se sentaba en el estrado y se presentaba, y cuando
Pierre comenzó a hacer preguntas, sus estantes comenzaron a temblar.

—Sanador Thompson, ¿podría por favor explicar lo que es el Síndrome de Estocolmo?

El ojo de Hermione se crispó. Miró a Shrapley. Su pluma había quedado inmóvil.

—El Síndrome de Estocolmo es una respuesta psicológica en la que un rehén forma un


vínculo con su captor. Aunque podríamos esperar que los rehenes o las víctimas
experimenten miedo o rechazo, puede suceder lo opuesto. Desarrollan sentimientos positivos
por sus captores, posiblemente creen, incluso, que comparten objetivos e intereses en común.

Hermione intentó alcanzar sus aguas tranquilas, pero era como si el lago se hubiera secado.

—Muchas veces los rehenes llegan a desconfiar de las figuras de autoridad y de cualquiera
que pudiera intentar separarlos de su captor.

La sangre corría por sus oídos. Sentía la cabeza ligera como el aire, y el estómago pesado.

—Ahora, Sanador Thompson—, dijo Pierre, caminando directamente frente a ella, —¿el
Síndrome de Estocolmo ocurre siempre en estas situaciones?

—No.

—¿Podría un captor… fomentar el desarrollo de estos sentimientos positivos en su rehén?

—Por supuesto...—

—Objeción—, Shrapley levantó la cabeza. —Conjetura.

—No ha lugar—. El Presidente Ogden asintió al Sanador Thompson.

—Si.

Pierre inclinó la cabeza. —¿Cómo?

El Sanador Thompson se aclaró la garganta. —Haciéndole sentir que es de su confianza y


mostrando amabilidad. Reforzando su dependencia a él.

Sintió un gusto metálico en la boca. Se había mordido la lengua.

—¿Y qué podría ganar el captor con eso?

—Empatía. Cumplimiento. Devoción. En muchos casos, las víctimas se negarán a trabajar


con las autoridades correspondientes para llevar a sus captores ante la justicia y en su lugar
buscarán protegerlos.
Shrapley estaba inmóvil excepto por la punta de sus dedos contra sus labios.

—Sanador Thompson—, dijo Pierre, —¿Ha tratado a esclavos vendidos en la Subasta del
Gran Orden que hayan sido diagnosticados con esta condición?

—Si.

—¡Objeción!— Shrapley garabateó una nota antes de añadir. —Irrelevante.

—Ha lugar.

Pierre se volvió hacia el Presidente Ogden. —No más preguntas.

Shrapley se puso de pie, y los ojos de Hermione se posaron en él, apretando sus manos
temblorosas en dos puños.

—¿Qué distingue al Síndrome de Estocolmo de cualquier otra relación donde exista un


desequilibrio de poder, Sanador Thompson?

El Sanador Thompson se frotó el bigote y dijo, —Bueno, en este caso una de las personas no
se puede ir. Son cautivos de la otra persona.

Shrapley lo miró fijamente por un largo rato antes de asentir y despedir al testigo.

La Fiscalía descansó, y la corte dio por finalizada la sesión del día.

Ni Hestia ni Fleur se acercaron a ella esa vez. Hermione se quedó sentada en silencio,
enterrando libros y organizando estantes hasta que la corte estuvo vacía y el guardia le
preguntó si necesitaba ayuda.

~*~

—No hay necesidad de entrar en pánico—, le había dicho Shrapley por la red Flu. —Calculé
mal. Era seguro que me sucedería una vez en la vida.

Hermione paseaba frente a la chimenea. —¿Entonces no revisarán mis recuerdos después de


todo?

—No. Parece que han decidido utilizar una acusación de una oscura condición Muggle que la
mayoría en el mundo mágico nunca había escuchado nombrar. Al menos antes de hoy.

—Esto es ridículo—. Hermione comenzó a dar vueltas otra vez. Shrapley estaba en silencio.

—¿Cómo puedo…?— Cerró los ojos, y respiró hondo por la nariz. —¿Cómo puedo refutar
esto? ¿Cómo puedo demostrar que las acciones de Draco fueron por amor genuino hacia mi,
y de mi hacia él?

—Confía en la evidencia, Señorita Granger—, dijo. Un músculo en su mandíbula se crispó.


—La evidencia está basada en hechos, no en opiniones médicas de alguien que nunca te ha
diagnosticado.
Cuando Shrapley desapareció de la chimenea, ella rechazó la cena con Narcissa, y le pidió a
los elfos que le llevaran una Poción Somnífera. Se tendió en la cama de Draco, pensando en
la forma horrorizada en que había mirado a Giuliana con Blaise, y a Penelope con Marcus. Y
antes de dejarse llevar, recordó la última noche que había pasado con él, cuando él había
silenciado las palabras en sus labios antes de que ella pudiera decirle que lo amaba también.

~*~

El jueves, escogió las mejores túnicas de su armario. Comió apenas unos bocados de tostada,
pasó las páginas del diario, y luego salió caminando para Aparecerse en Edimburgo.

Sus estantes estaban ordenados y seguros, y sus aguas estaban tranquilas.

Los reporteros la presionaron. El sonido era estridente en sus oídos, y los flashes, cegadores.

Entregó su varita. La llevaron hacia un vestíbulo para que esperara, y ella se miró los zapatos.
Eran demasiado sensatos, pensó. Pansy estaría furiosa.

Apartando el libro de Pansy a un lado, se concentró en la pared de piedra del corredor.

Abrieron las puertas para ella, y un guardia la condujo hacia el estrado de los testigos. Se
sentó, de cara a la corte. Pierre estaba reclinado en su silla, con las manos cruzadas sobre el
estómago con pereza.

Shrapley se puso de pie, arqueando una ceja.

Las siguientes tres horas estuvieron llenas de historias tras historias, piezas tras piezas del
rompecabezas. Él le preguntó si Draco Malfoy alguna vez la había forzado a tener relaciones
sexuales durante el año que pasó en la Mansión Malfoy, y ella respondió en negativo. Hizo
una referencia directa al testimonio de Susan Bones, en el que Hermione le había realizado
sexo oral a Draco Malfoy en público, y ella había respondido que Pansy Parkinson lo había
hecho en su cuerpo para protegerla de una fiesta centrada en la poción de la lujuria de Marcus
Flint.

Shrapley le pidió que explicara cuándo fue que comenzó a tener relaciones sexuales con
Draco Malfoy, y ella respondió. —Durante las primeras horas del día 20 de marzo de 1999—.
Shrapley le preguntó quién había iniciado el acto, y ella respondió, —Yo lo hice—. Hubo un
murmullo de sorpresa y un rasgueo de plumas en la corte, pero su mente estaba demasiado
concentrada en el juicio como para que eso la afectara. El Presidente Ogden tuvo que pedir
silencio.

—Veinte de marzo—, dijo Shrapley paseando con las manos en los bolsillos. —¿Por qué
Draco Malfoy no buscó tener sexo antes?

—Su interés principal era mi comodidad y bienestar.

—¿Cómo sabe eso?

—Me lo dijo muchas veces, pero se hizo evidente con las acciones del día domingo 26 de
julio.
Hermione comenzó a detallar el ritual que había extraído la firma mágica de su virginidad, y
las razones para hacerlo. Shrapley le pidió a los jueces que refirieran al frasco de vidrio y al
recuerdo correspondiente que habían revisado aquella mañana.

Shrapley le pidió que confirmara que todavía tenía un ovario funcional gracias a Draco y a
Narcissa Malfoy, y luego refirió al examen físico realizado en San Mungo durante su
admisión.

Preguntó por otras ocasiones en las que Draco Malfoy hubiera priorizado su bienestar, y ella
explicó la noche en que Bellatrix Lestrange le había cortado el brazo, envenenándola, y la
forma en que Draco había succionado el veneno para sacarlo. Él le preguntó acerca de la
muerte de Bellatrix Lestrange y refirió a los jueces al recuerdo.

—¿Por qué cree que mató a su tía, Señorita Granger?— Preguntó Shrapley.

—Porque ella iba a matarme a mi.

—¿Y esa es una razón suficiente para él?

—Si—, dijo.

Pierre volvió a cruzar las piernas. Los reporteros zumbaron, el cuarto estaba pendiente de
cada palabra.

Después de eso, avanzaron hacia la poción de antídoto para el tatuaje. Ella describió con un
detalle insoportable la manera en que habían investigado los tatuajes y los recursos a los que
había tenido acceso, incluyendo las varitas de Narcissa y de Draco. Mencionó que Draco la
había llevado a ver a Theo Nott, quien le había proporcionado el libro adecuado, suponiendo
un gran riesgo para él.

Shrapley le preguntó por qué ella no había tomado el antídoto después de que fuera probado.
Ella confirmó que lo hizo, y le contó a la corte sobre el día en que Draco había intentado
darle su varita y dejarla libre. Sus ojos ardieron ante el recuerdo, y Shrapley le dirigió una
mirada penetrante que le recordó que tenía que enterrar sus emociones bajo la superficie.

Después de un receso por la tarde, lo último que se discutió el jueves fue la manera en la que
Hermione se había comunicado con la Verdadera Orden. Detalló el sistema de Charlotte para
pasar las notas, y explicó que Draco la había ayudado a conectar con Cho Chang. Cuando les
contó que había sido Draco quien extrajera los recuerdos de Charlotte la noche en la que
Edimburgo había sido atacada en marzo, Pierre suspiró e hizo crujir el cuello. Tenía la voz
ronca de tanto hablar, mientras terminaba de contar cómo Draco le había entregado los
ingredientes para el antídoto a Charlotte y le había devuelto sus recuerdos. Shrapley le pidió a
la corte que refirieran al recuerdo de Lucius Malfoy que había sido presentado como
evidencia.

Cuando el Presidente Ogden levantó la sesión aquel día, Hermione se escabulló por la parte
de atrás para evitar a los rabiosos reporteros y fotógrafos, y se Apareció en casa. Aceptó un
abrazo de Narcissa, se metió en la bañera, y se permitió pensar en Draco sin su Oclumancia.
Las lágrimas se ahogaron en el agua de la bañera, y para cuando fue el momento de meterse
en la cama, estaba completamente Ocluída otra vez.

Shrapley había presentado varias mociones en las últimas semanas para excluir a la prensa de
los relatos acerca de los Horrocruxes, alegando una amenaza para el público. Cuando
Hermione llegó el viernes por la mañana para completar su testimonio, solo el Presidente
Ogden, los cinco jueces, la Fiscalía, la Defensa, y la Secretaría estaban autorizados.

Shrapley le pidió a Hermione que explicara lo que era un Horrocrux, y que le dijera a la corte
cómo había adquirido ese conocimiento. Lanzó una pregunta detrás de otra hasta que fue
claro para la corte que la única razón por la que Voldemort pudo sobrevivir cuando otros
magos no, fue gracias a los Horrocruxes.

Una vena palpitaba en la sien de Pierre, y Jacobs lucía pálido y sombrío. Las bocas de los
jueces franceses se habían abierto de par en par al comienzo de la historia, y todavía
continuaban así, retorciendo sus bigotes de morsa.

La historia pasó a centrarse en la participación de Draco, los recuerdos de Lucius Malfoy, y


Rumanía. Escucharon con gran atención mientras ella explicaba el proceso de recuperar el
colmillo del Basilisco y matar el fragmento del alma de Voldemort.

Una semana atrás, ella había ido a Rumanía a recuperar los restos del Sombrero
Seleccionador, envuelta en una neblina de Oclumancia. Las barreras la habían reconocido
como una Malfoy y la habían dejado pasar. Shrapley había presentado el Sombrero a un
experto en Magia Negra, y él había emitido un documento confirmando que el Sombrero
había sido dotado de Magia Oscura en algún momento, pero que ahora ya no estaba. Shrapley
pidió a la corte que refirieran al Sombrero presentado como evidencia.

Después de tres horas de interrogatorio, Shrapley confirmó que había terminado con su
examen directo de Hermione Granger, y Pierre confirmó que no haría preguntas sobre los
Horrocruxes durante el contra-interrogatorio.

El Presidente Ogden se frotó el puente de la nariz y llamó a un receso.

Hermione encontró un pequeño cuarto al final de la biblioteca para sentarse durante una hora.
Shrapley le llevó un té con miel y un pequeño sandwich. Ella practicó Oclumancia en
silencio, bebiendo y masticando lentamente.

La prensa y los invitados estaban ávidos de curiosidad cuando regresaron después del
almuerzo. La vieron subir al estrado otra vez, ansiosos de saber qué habría divulgado para
requerir que cerraran la corte.

El Presidente Ogden aporreó el mazo, llamando al orden, y el General Robert Pierre se puso
de pie, se alisó el cabello, y volvió sus arrogantes ojos hacia ella.

—Señorita Granger, ha estado en el estrado por mucho tiempo ya. Solo tengo algunas
preguntas más.

Ella asintió.
Pierre cruzó las manos y dijo, —¿Cuándo le dijo Draco Malfoy por primera vez que la
amaba?

Unos ojos grises aparecieron frente a ella. El libro se cerró de golpe.

—En las primeras horas del día 4 de mayo. Me dijo que me había amado durante años...—

—Si, pero la primera vez que se lo dijo fue el 4 de mayo. ¿Correcto?

Ella parpadeó. —Si.

—La noche en la que el Gran Orden comenzó a caer. La noche en la que Voldemort murió y
la Verdadera Orden irrumpió en la Mansión Malfoy—, añadió.

Hermione no respondió. Shrapley le había dejado muy claro que solo respondiera preguntas,
no declaraciones.

—Entonces se podría decir, Señorita Granger—, dijo Pierre, paseando frente a ella, —que le
confesó su amor precisamente en el momento previo a perder su poder sobre usted.

—Objeción—. La voz de Shrapley interrumpió los susurros. —Pregunta sugestiva.

—Ha lugar—, dijo Ogden. —General Pierre, tenga cuidado.

Pierre asintió, y luego le sonrió. —El 4 de mayo, ¿verdad?

—Si—. Retorció los dedos.

—Señorita Granger, ¿alguna vez le resultó curioso que sus amigos estuvieran siendo
torturados, violados y enjaulados como animales… mientras que usted dormía en una cama
propia, sin que le tocaran un pelo…?

—Objeción...—

—Reformule, General Pierre...—

—¿Usted sabía que su tratamiento era diferente al de otros hombres y mujeres vendidos en la
Subasta?

Ella miró los fríos ojos azules de Pierre y se imaginó unas aguas en calma. —Si lo sabía.

—¿Y que le parecía?

—Al principio estaba confundida. Pero cuando le pregunté a Draco Malfoy por qué me había
comprado en la Subasta, él dijo que era la forma correcta de actuar.

—¿Y usted le creyó?

Se le contrajo el corazón. No lo había hecho. Había pensado durante meses que era
exactamente como Pierre decía; un plan para protegerse a él y a su familia. Escogió sus
palabras con cuidado.
—Al principio no, pero después de algunas de las tantas ocasiones que relaté antes, pude ver
que...—

—¿No le creyó al principio?— Pierre inclinó la cabeza.

—Le creí al poco tiempo.

—¿Eso fue antes o después de que comenzaran a tener relaciones sexuales?

—¡Objeción!

—Ha lugar.

Hermione estaba completamente en su cuerpo ahora, y sus ojos miraban al General Pierre que
la acechaban como una pantera que se acerca a su presa.

—¿Qué razón tenemos para confiar en su mente Señorita Granger?— Sus ojos eran feroces
mientras su voz aumentaba de volumen y velocidad. —Usted exhibe muchos de los síntomas
del Síndrome de Estocolmo, como explicó el Sanador Thompson, y su testimonio está
plagado de lazos emocionales con el acusado...—

—Objeción...—

—…que solo prueban el punto de que usted se vinculó con él durante su cautiverio...—

—Objeción...—

—Ha lugar, ¡Pierre!

—…alineando sus objetivos con el propósito final de probar su inocencia en esta corte...—

—Lo declararé en Desacato, Pierre.

—Me disculpo, Señor Presidente—. Pierre hizo una pausa y cambió de dirección
rápidamente mientras el corazón de ella martillaba en sus costillas. —¿Qué motivo tenemos
para creer que no ha sido manipulada durante el tiempo que vivió en la Mansión Malfoy,
Señorita Granger?

—Lo amé durante muchos años antes de que me salvara—. Levantó los ojos, viendo las
palabras flotar como en una cuerda hacia él. —Y todavía lo amo.

Los susurros descendieron como la nieve. Pierre abrió la boca. Y se detuvo, mientras el
murmullo crecía.

Los ojos de Hermione se posaron en Shrapley, que se había puesto de pie. Arqueó la ceja y se
encogió levemente de hombros, como si dijera: Nada mal.

El mazo golpeó una y otra vez hasta que el Presidente Ogden recuperó el control del lugar.
Pierre se ajustó el cuello de la camisa y se inclinó a su nivel con una mirada curiosa.
—Lo amaste durante años—, repitió. —¿En el colegio?

—Si. Tenía sentimientos por él en el colegio.

Miró los ojos azules entrecerrados de Pierre, y él le sostuvo la mirada mientras le decía al
Presidente Ogden que no tenía más preguntas. La corte entró en receso, y ella salió lo
suficientemente rápido como para no escuchar los llamados de nadie, regresó a la Mansión
Malfoy caminando tan rápido como pudo.

~*~

Al día siguiente, el rostro de Hermione estaba en la portada del Profeta. La fotografía la había
atrapado saliendo de la Casa del Parlamento el día anterior, abriéndose paso entre los
reporteros y las cámaras. El titular de esa mañana había sido:

HERMIONE GRANGER SUBE AL ESTRADO: “TODAVÍA LO AMO”

Intentó calmar sus nervios todo el fin de semana, sabiendo que todavía quedaba mucho por
llegar en la defensa del lunes. Narcissa se ofreció a caminar con ella por los jardines para
calmar su ansiedad, y cuando Hermione se negó, ella sugirió que leyeran juntas en el
Invernadero.

El Corazón de Bruja que Narcissa le alcanzó el domingo decía: HERMIONE GRANGER Y


DRACO MALFOY: AMANTES DESVENTURADOS.

Le ardió el rostro. Apenas podía respirar mientras el peso de su confesión y su testimonio


caían sobre sus hombros, pero Narcissa simplemente sonrió contra su taza de té.

Las lechuzas comenzaron a llegar a la Mansión a cada hora; invitaciones a entrevistas, correo
de admiradores, Vociferadores. Todo tipo de reacciones distintas. Le dijo a los elfos que
recogieran las cartas y las guardaran hasta después del juicio.

El lunes, el doble de periodistas esperaban afuera de la Casa del Parlamento. Mantuvo la


cabeza en alto mientras pasaba entre ellos, dejando que las preguntas se desvanecieran como
sonido en el vacío.

Ese día Shrapley llamó a su segundo testigo: un hombre suizo que había desertado al Gran
Orden poco después de las batallas en Suiza. Había sido un guardia de rango inferior, que
había visto a Draco violentamente descompuesto después de torturar Muggles y soldados
suizos bajo las ordenes de su tía. También testificó que en tres ocasiones diferentes, Lucius
Malfoy se había escabullido para terminar el trabajo por él, evitándole que hiciera más daño.

Katya Viktor subió al estrado después. Le dijo a la corte que había encontrado a Hermione y
a Draco en la biblioteca cuando fuera de visita. Había parecido que estaban investigando
algo. También mencionó que Draco nunca la había denunciado al Gran Orden después de que
ella le insistiera para que fuera a Edimburgo la noche del ataque. Le dirigió a Hermione una
pequeña sonrisa mientras bajaba del estrado.
Después de un receso, fue el turno de Viktor Krum de contar cómo Draco había bajado su
varita. Pierre resopló, ganándose una reprimenda por parte del Presidente Ogden.

Oliver y Pansy testificaron el martes por la mañana: Oliver relató cómo Draco había ido a
buscar la ayuda de Theo con el diario de los Rastreadores y el Pensadero para ver los
recuerdos de Charlotte, y Pansy contó cómo Draco la había salvado después de que su padre
la entregara a la Subasta. Pansy estaba fresca y tranquila, y cuando la conversación se desvió
hacia aquella noche en Edimburgo, ella confirmó que había sido su idea y que nunca se sintió
obligada.

—Usted fue la novia de Draco Malfoy brevemente en el colegio. ¿Alguna vez notó que tenía
sentimientos por Hermione Granger?

Hermione sintió el pulso en las yemas de los dedos.

—Si—, dijo Pansy.

—¿Cuándo?

—A mitad del sexto año, aproximadamente. Ahí fue cuando lo entendí.

Cuando Pansy fue invitada a retirarse, le guiñó un ojo a Hermione. Ella sonrió y apartó
rápidamente la mirada, intentando esconder las lágrimas en sus ojos.

~*~

Los jueces deliberaron durante todo el miércoles. Hermione se sentó en una de las salas
vacías del tribunal hasta que el Patronus de Shrapley se materializó: es hora.

El juez francés del bigote blanco se puso de pie ante la corte, y leyó la conclusión a la que
habían llegado sobre la sentencia de Draco Malfoy in absentia.

—De seguir con vida, Draco Malfoy es sentenciado a dos años en Azkaban. Debe entregarse
al Ministerio de forma inmediata después de recibir este veredicto.

Había un zumbido en sus oídos. Se balanceó sobre sus pies.

Shrapley le había dicho que la absolución era imposible. —Lo encerrarán por un tiempo—, le
había dicho. —No te equivoques. Nuestro objetivo es hacer que ese número sea lo más bajo
posible.

¿Qué eran dos años comparado con el resto de su vida?

Se llevó los dedos a los labios y miró a Shrapley. Él asintió con una expresión complacida.

La corte levantó la sesión, y Hermione no miró a nadie más al cruzar la sala para agradecerle.

—Puedo hacer que reduzcan la sentencia en las apelaciones—, dijo Shrapley. —Estoy seguro
de eso—. Estrechó su mano y dijo, —Estaré en contacto, Señorita Granger. ¿Una
recomendación para la escuela de leyes, tal vez?—. Arqueó una ceja y la condujo fuera de la
sala de tribunal.

Ella lo siguió hasta el pasillo. Hestia la detuvo para concertar una cita en el Ministerio el
viernes para discutir su oferta, y Hermione alcanzó a Shrapley justo a tiempo para admirar la
forma en que respondía las preguntas de los periodistas sin dejar de caminar.

—Por supuesto que tenemos la intención de apelar. Lo tendré afuera en 14 o 16 meses.

Le dirigió una sonrisa a Hermione mientras salían juntos del edificio, y desapareció entre la
bulliciosa multitud sin una palabra más.

Hermione corrió por el sendero de la Mansión, atravesó las puertas y corrió hasta el Salón.
Empujó las puertas y se quedó congelada, buscando a Narcissa con los ojos. Ella echó un
vistazo al rostro de Hermione y comenzó a llorar.

Celebraron con champagne otra vez. Después de que Narcissa se fuera a la cama, y el alcohol
dejara de calentar su piel, tomó el camino más largo hasta su dormitorio, pasando por la
biblioteca y los bustos de mármol. Miró la sonrisa burlona del rostro de Lucius y le susurró
las buenas noticias antes de arrastrarse escaleras arriba.

El Profeta del jueves anunció la sentencia de Draco en un detallado artículo que resumía
todas las etapas del juicio, descartando la información sellada acerca de los Horrocruxes.
Habían incluido una foto de Shrapley a la salida de la corte, citando su frase de que lo tendría
fuera en 14 o 16 meses.

Lo que el Tribunal no había estado dispuesto a decir sobre el rol de Draco Malfoy durante la
guerra, ahora lo estaba contando la prensa. Hermione sonreía hacia el artículo del juicio
cuando su mirada se fijó en algo extraño enterrado en el medio.

El Gobierno Provisional Borrará la Memoria de los Muggles Restantes de Edimburgo.

Hermione arrojó el diario al escritorio como si quemara. Se sentó en la cama de Draco


intentando racionalizarlo, pero la sangre continuó hirviendo en sus venas.

Terminó de leer el artículo, y tardó menos de una fracción de segundo en tomar la decisión.
Se vistió, caminó por el sendero de la entrada a la Mansión, y se Apareció en el Ministerio.

Encontró a Hestia en su pequeña oficina del primer piso.

Hestia cerró los ojos con resignación cuando la puerta se cerró detrás de ella. —Hermione...

—Borrarles la memoria—. Hermione agitó el diario frente a ella. —A trescientos de ellos.

—Si. Pero...—

—Déjame adivinar. Votaste en contra.


—Incorrecto—. Hestia se paró frente al escritorio y entrelazó las manos. —Hermione, la ley
es muy clara en este asunto. Hay una clara estipulación del Estatuto Internacional del
Secreto...—

—¿Me estás diciendo que el Gobierno Provisional no ha torcido ninguna ley durante los
últimos tres meses?

Otro silencio.

—Son héroes—, siseó. —Sobrevivientes...—

—Mis manos estaban atadas, Hermione. Si el nuevo gobierno que esperamos construir
pretende tener algo de credibilidad en el futuro, debe cumplir con las leyes del C.I.M. No
estuvieron dispuestos a ceder con esto.

Hermione la miró fijamente, contando los latidos de su corazón. —Tengo una respuesta a tu
oferta.

—Adelante—, dijo Hestia. Con los labios apretados.

—No puedo unirme a consciencia a un gobierno que está dispuesto a hacer esta clase de
sacrificios. Esas jóvenes fueron tan parte de esta guerra como el resto de nosotros...— Su
garganta se cerró al recordar a la chica de cabello rubio fresa gritando al cielo. —Ya les han
quitado demasiado. Tienen derecho a determinar su propio futuro.

Los ojos de Hestia titilaron con algo. —Entiendo completamente. Yo también desearía que
las cosas fueran diferentes.

Hermione avanzó hacia ella. —Entonces haga algo al respecto.

La comisura del labio de Hestia se estiró. —Excelente trabajo con Zabini y Malfoy,
Hermione. He querido decírtelo hace tiempo.

Se movió alrededor de Hermione, y su mano se detuvo en el picaporte. —Sigue luchando—,


dijo suavemente. —Espero que algún día puedas tener éxito donde yo estoy fracasando. Lo
digo en serio.

Hestia cruzó la puerta y la mantuvo abierta para ella. Hermione se sintió aturdida mientras le
ordenaba a sus piernas que caminaran. Hestia cerró detrás de si, y caminó rápidamente por el
corredor. Hermione la miró mientras se alejaba, pensando.

Al salir del edificio hacia las calles Muggles, caminó sin rumbo durante un rato. Pensó en sus
padres, y en Draco. Pero lo único que veía era su propio reflejo, mirándola desde las puertas
de vidrio de un café vacío, mientras intentaba decidir qué se suponía que debía suceder a
continuación.

Lo único que quería era que las cosas se resolvieran por si mismas. El gobierno. Hogwarts.
Las Chicas Carrow. La distancia entre ella y Ron, y el abismo en su corazón.
Se Apareció en el Callejón Diagon, y deambuló por los locales destrozados y las tiendas
cerradas. Flourish y Blotts había sido saqueada, las ventanas estaban rotas y la basura se
esparcía por la entrada.

Caminó por una calle estrecha, sonriendo a los comerciantes que la reconocían, y ofreciendo
su ayuda a un anciano que intentaba limpiar su tienda.

En la esquina del Callejón Diagon y Horizont, encontró un escaparate conocido: una librería
que solía visitar cuando Flourish y Blotts estaba demasiado concurrida. Librería Cornerstone.
Tenía una extraña puerta descentrada y una pequeña campana que anunciaba a los visitantes.

Buscó a Morty entre las estanterías, el dulce anciano dueño de la tienda, pero solo su esposa
Maggie apareció. Con los ojos vidriosos, Maggie le contó que Morty había sido asesinado el
año anterior, durante una escaramuza con los Mortífagos en el Callejón Diagon.

—Lamento escuchar eso.

Maggie le sonrió con tristeza, y le preguntó cómo podía ayudarla.

—Gracias—, dijo Hermione. —Eh, estaba buscando libros sobre ley mágica.

Apenas las palabras salieron de su boca, algo hizo click en su lugar.

Maggie asintió y le mostró los estantes correctos. Al final del día, mientras Hermione cargaba
doce libros nuevos hacia el mostrador, le preguntó a Maggie si necesitaba algo de ayuda con
la tienda.

—Oh—, dijo Maggie, frunciendo el ceño. —Es usted muy amable, Señorita Granger. Pero
usted es toda una celebridad. Estoy segura de que tiene muchas otras cosas que hacer.

—En realidad no—, Hermione se encogió de hombros. —De hecho, estoy buscando estudiar
un poco. Y si a usted le parece bien, supongo que puedo hacerlo aquí. Cuando no esté muy
concurrido, por supuesto.

Los ojos de Maggie se iluminaron, y asintió con la cabeza mientras jugueteaba con su trenza
gris.

Hermione vaciló ante la idea de dejar sola a Narcissa en la Mansión, pero ella estuvo
encantada con la idea. Así que Hermione entrenó con Maggie todo el día viernes, y trabajó
sola al día siguiente, archivando los libros e intentando hacer los balances entre clientes.
Escribió una lechuza a Shrapley para contarle sus planes, y recibió una extensa lechuza llena
de sus libros favoritos. Había un gran mostrador de cara a un pequeño rellano, así que podía
leer tantos libros como quisiera mientras esperaba que los clientes la interrumpieran.

A las seis de la tarde del sábado, había terminado con la lista de libros recomendados de
Shrapley. Maggie había bajado apenas una o dos veces del departamento que ocupaba en el
piso superior para ver cómo estaba, satisfecha con su trabajo.

Cuando se hizo casi la hora de cerrar, Hermione se apresuró hacia los estantes de la derecha
para volver a colocar los libros que había estado leyendo.
La campana de la puerta tintineó.

Ella levantó la cabeza rápidamente de los estantes y caminó rápidamente de regreso al


mostrador. —Lo siento, acabamos de cerrar...—

Draco estaba de pie sobre la alfombra. Su cabello estaba más largo de lo que recordaba. Sus
ojos igual de grises.

El aire escapó de sus pulmones, y sus rodillas casi la dejaron caer. Se sostuvo del mostrador.

Llevaba un abrigo Muggle hasta las orejas, a pesar del tiempo cálido. Separó los labios,
mirándola.

Lo había visto miles de veces en sus sueños, pero nunca así. Hermione cerró los ojos,
suplicando que la visión durara, que su corazón siguiera latiendo un poco más antes de que se
desvaneciera como la niebla.

Unos pasos suaves, acortando la distancia entre ellos. No con botas de Mortífago, ni con
zapatos de cuero de dragón, sino el sonido de algo totalmente nuevo.

Ella abrió los ojos, y él todavía estaba ahí. El puñado de metros entre ellos se sentía del ancho
de un cabello.

Intentó hablar. Su boca se abrió, y su garganta se movió.

La comisura de la boca de él se crispó mientras ella lo miraba, medio esperando que


desapareciera como un truco de la luz. Luego se pasó una mano por el cabello, y dijo, —¿Por
casualidad tienes el último libro de Gainsworth?

Sus pulmones se estremecieron, el sonido de su voz le devolvió la vida a su cuerpo después


de meses de vacío.

Él se acercó a ella, mirando su rostro de una manera que era tan íntima como respirar. —
Necesitaré algunos, creo.

Otro paso, y ella sintió un tirón en las costillas, la misma cuerda tirando entre ellas, como una
danza conocida.

Como si él fuera real.

Se acercó al mostrador. —Necesitaré algo para leer. Voy a estar fuera por un tiempo, ¿sabes?.
Unos 14 o 16 meses.

Ella sollozó. Se llevó una mano a la boca mientras sus hombros temblaban.

Él subió los pocos escalones hacia el rellano con una lentitud dolorosa. Las lágrimas se
escaparon entre sus dedos mientras él la miraba como si fuera la respuesta a una pregunta que
había estado haciendo durante años.

—Pero todavía no me voy.


La mano de ella cayó, y sus labios se separaron. —¿No?— Solo un brazo de distancia.

—Mañana suena bien, ¿no es así?— Sus manos descansaron en el mostrador, y ella las miró,
adolorida.

—Suena bien—. Sonrió a través de las lágrimas.

Él estiró una mano, y las piezas adentro de ella se enmendaron y se acomodaron cuando los
dedos de él se entrelazaron con los suyos, cerrando los espacios vacíos entre los dos.

Chapter End Notes

Nota de Autor

Gracias por leer.

Una mención especial al fic "A Dress with Pockets" de PacificRimbaud para completar
el círculo Pansy/Neville.

Hay un Pinterest de La Subasta. Lo encuentran bajo el nombre de Lovesbitca8.

También pueden seguir a Lovesbitca8 en Tumblr y Twitter.


______________
Nota de Traductor

Irene Garza ha traducido las primeras dos partes de esta trilogía de Correctos e
Incorrectos. Les dejo links y recomiendo su maravilloso trabajo!!
1 - La Forma Correcta de Actuar
2 - Todo Lo Incorrecto
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