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El asno y el caballo

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Cuento El asno y el caballo: adaptación de la


fábula de Jean de la Fontaine.

Un asno y un caballo vivían juntos desde su más tierna infancia y, como buenos

amigos que eran, utilizaban el mismo establo, compartían la bandeja de heno, y se

repartían el trabajo equitativamente. Su dueño era molinero, así que su tarea diaria

consistía en transportar la harina de trigo desde el campo al mercado principal de la

ciudad.

La rutina era la misma todas las mañanas: el hombre colocaba un enorme y pesado

saco sobre el lomo del asno, y minutos después, otro igual de enorme y pesado sobre

el lomo del caballo. En cuanto todo estaba preparado los tres abandonaban el establo

y se ponían en marcha. Para los animales el trayecto era aburrido y bastante duro,

pero como su sustento dependía de cumplir órdenes sin rechistar, ni se les pasaba por

la mente quejarse de su suerte.


Un día, no se sabe por qué razón, el amo decidió poner dos sacos sobre el lomo de

asno y ninguno sobre el lomo del caballo. Lo siguiente que hizo fue dar la orden de

partir.

– ¡Arre, caballo! ¡Vamos, borrico!… ¡Daos prisa o llegaremos tarde!

Se adelantó unos metros y ellos fueron siguiendo sus pasos, como siempre

perfectamente sincronizados. Mientras caminaban, por primera vez desde que tenía

uso de razón, el asno se lamentó:

– ¡Ay, amigo, fíjate en qué estado me encuentro! Nuestro dueño puso todo el peso

sobre mi espalda y creo que es injusto. ¡Apenas puedo sostenerme en pie y me cuesta

mucho respirar!

El pequeño burro tenía toda la razón: soportar esa carga era imposible para él. El

caballo, en cambio, avanzaba a su lado ligero como una pluma y sintiendo la

perfumada brisa de primavera peinando su crin. Se sentía tan dichoso, le invadía una

sensación de libertad tan grande, que ni se paró a pensar en el sufrimiento de su

colega. A decir verdad, hasta se sintió molesto por el comentario.

– Sí amiguete, ya sé que hoy no es el mejor día de tu vida, pero… ¡¿qué puedo

hacer?!… ¡Yo no tengo la culpa de lo que te pasa!

Al burro le sorprendió la indiferencia y poca sensibilidad de su compañero de fatigas,

pero estaba tan agobiado que se atrevió a pedirle ayuda.

– Te ruego que no me malinterpretes, amigo mío. Por nada del mundo quiero

fastidiarte, pero la verdad es que me vendría de perlas que me echaras una mano. Me

conoces y sabes que no te lo pediría si no fuera absolutamente necesario.

El caballo dio un respingo y puso cara de sorpresa.

– ¡¿Perdona?!… ¡¿Me lo estás diciendo en serio?!


El asno, ya medio mareado, pensó que estaba en medio de una pesadilla.

– ‘No, esto no puede ser real… ¡Seguro que estoy soñando y pronto despertaré!’

El sudor empezó a caerle a chorros por el pelaje y notó que sus grandes ojos

almendrados empezaban a girar cada uno hacia un lado, completamente

descontrolados. Segundos después todo se volvió borroso y se quedó prácticamente

sin energía. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para seguir pidiendo auxilio.

– Necesito que me ayudes porque yo… yo no puedo, amigo, no puedo continuar… Yo

me… yo… ¡me voy a desmayar!

El caballo resopló con fastidio.

– ¡Bah, venga, no te pongas dramático que tampoco es para tanto! Te recuerdo que

eres más joven que yo y estás en plena forma. Además, para un día que me libro de

cargar no voy a llevar parte de lo tuyo. ¡Sería un tonto redomado si lo hiciera!

Bajo el sol abrasador al pobre asno se le doblaron las patas como si fueran de

gelatina.

– ¡Ayuda… ayuda… por favor!

Fueron sus últimas palabras antes de derrumbarse sobre la hierba.

¡Blooom!

El dueño, hasta ese momento ajeno a todo lo que ocurría tras de sí, escuchó el ruido

sordo que hizo el animal al caer. Asustado se giró y vio al burro inmóvil, tirado con la

panza hacia arriba y la lengua fuera.

– ¡Oh, no, mi querido burro se ha desplomado!… ¡Pobre animal! Tengo que llevarlo a

la granja y avisar a un veterinario lo antes posible, pero ¿cómo puedo hacerlo?

Hecho un manojo de nervios miró a su alrededor y detuvo la mirada sobre el caballo.


– ¡Ahora que lo pienso te tengo a ti! Tú serás quien me ayude en esta difícil situación.

¡Venga, no perdamos tiempo, agáchate!

El desconcertado caballo obedeció y se tumbó en el suelo. Entonces, el hombre colocó

sobre su lomo los dos sacos de harina, y seguidamente arrastró al burro para

acomodarlo también sobre la montura. Cuando tuvo todo bien atado le dio unas

palmaditas cariñosas en el cuello.

– ¡Ya puedes ponerte en pie!

El animal puso cara de pánico ante lo que se avecinaba.

– Sí, ya sé que es muchísimo peso para ti, pero si queremos salvar a nuestro amigo

solo podemos hacerlo de esta manera. ¡Prometo que te recompensaré con una buena

ración de forraje!

El caballo soltó un relincho que sonó a quejido, pero de nada sirvió. Le gustara o no,

debía realizar la ruta de regreso a casa con un cargamento descomunal sobre la

espalda.

Gracias a la rápida decisión del molinero llegaron a tiempo de que el veterinario

pudiera reanimar al burro y dejarlo como nuevo en pocas horas. El caballo, por el

contrario, se quedó tan hecho polvo, tan dolorido y tan débil, que tardó tres semanas

en recuperarse. Un tiempo muy duro en el que también lo pasó mal a nivel emocional

porque se sentía muy culpable. Tumbado sobre el heno del establo lloriqueaba y

repetía sin parar:

– Por mi mal comportamiento casi pierdo al mejor amigo que tengo… ¿Cómo he

podido portarme así con él?… ¡Tenía que haberle ayudado!… ¡Tenía que haberle

ayudado desde el principio!


Por eso, cuando se reunieron de nuevo, con mucha humildad le pidió perdón y le

prometió que jamás volvería a suceder. El burro, que era un buenazo y le quería con

locura, aceptó las disculpas y lo abrazó más fuerte que nunca.

Moraleja: Esta fábula nos enseña lo importante que es cuidar, respetar y acompañar a

las personas que amamos no solo en los buenos tiempos, sino también cuando

atraviesan un mal momento en su vida. No olvides nunca el sabio refrán español: ‘Hoy

por ti, mañana por mí’.

Cuento El lobo y el perro dormido: adaptación de la


fábula de Esopo.

Había una vez un perro que solía pasar las horas muertas en el portal de la casa de sus

dueños.

Le encantaba estar allí durante horas pues era un sitio fresco y disfrutaba viendo pasar a

la gente que iba y venía del mercado. La tarde era su momento favorito porque se

tumbaba encima de una esterilla, apoyaba la cabeza sobre las patas y gozaba de una

plácida y merecida siesta.

En cierta ocasión dormía profundamente cuando un lobo salió de la oscuridad y se

abalanzó sobre él, dispuesto a propinarle un buen mordisco. El perro se despertó a

tiempo y asustadísimo, le rogó que no lo hiciera.

– ¡Un momento, amigo lobo! – gritó dando un salto hacia atrás – ¿Me has visto bien?

El lobo frenó en seco y le miró de arriba abajo sin comprender nada.

– Sí… ¿Qué pasa?


– ¡Mírame con atención! Como ves, estoy en los huesos, así que poco alimento soy para

ti.

– ¡Me da igual! ¡Pienso comerte ahora mismo! – amenazó el lobo frunciendo el hocico y

enseñando a la pobre víctima sus puntiagudos colmillos.

– ¡Espera, te propongo un trato! Mis dueños están a punto de casarse y celebrarán un

gran banquete. Por supuesto yo estoy invitado y aprovecharé para comer y beber hasta

reventar.

– ¿Y eso a mí que me importa? ¡Tu vida termina aquí y ahora!

– ¡Claro que importa! Comeré tantos manjares que engordaré y luego tú podrás

comerme ¿O es que sólo quieres zamparte mi pellejo?

El lobo pensó que no era mala idea y que además, el perro parecía muy sincero.

Llevado por la gula, se dejó convencer y aceptó el trato.

– ¡Está bien! Esperaré a que pase el día de la boda y por la tarde a esta hora vendré a por

ti.

– ¡Descuida, amigo lobo! ¡Aquí en el portal me encontrarás!

El perro vio marcharse al lobo mientras por su cara caían gotas de sudor gordas como

avellanas ¡Se había salvado por los pelos!

Llegó el día de la fiesta y por supuesto el perro, muy querido por toda la familia,

participó en el comida nupcial. Comió, bebió y bailó hasta que se fue el último invitado.

Cuando el convite terminó, estaba tan agotado que no tenía fuerzas más que para dormir

un rato y descansar, pero sabiendo que el lobo aparecería por allí, decidió no bajar al

portal sino dormir al fresco en el alfeizar de la ventana. Desde lo alto, vio llegar al lobo.

– ¡Eh, perro flaco! ¿Qué haces ahí arriba? ¡Baja para cumplir lo convenido!
– ¡Ay, lobo, perdiste tu oportunidad! No seré yo quien vuelva a disfrutar de mis largas

siestas en el portal. A partir de ahora, pasaré las tardes tumbado en la ventana,

contemplando las copas de los árboles y escuchando el canto de los pajarillos. ¡Aprender

de los errores es de sabios!

Y dicho esto, se acurrucó tranquilo y el lobo se fue con la cabeza gacha por haber sido

tan estúpido y confiado.

Moraleja: como nos enseña esta fábula, hay que aprender de los errores que muchas

veces cometemos. Incluso de las cosas negativas que vivimos podemos extraer

enseñanzas positivas y útiles para el futuro.

Cuento Kitete y sus hermanos: adaptación del


cuento popular de Tanzania.

Había una campesina africana llamada Shindo que vivía en Tanzania, muy

cerquita del monte Kilimanjaro. No tenía marido ni hijos, así que se pasaba el

día sola trabajando en el campo. Cuando llegaba a casa preparaba la comida,

daba de comer a los animales, fregaba los platos y lavaba la ropa. Sin nadie

que la ayudara, la pobre mujer se sentía siempre muy cansada.

Un día, nada más aparecer la luna y las estrellas en el firmamento, salió a

pasear y se quedó mirando la gran montaña nevada.

– ¡Oh, Gran Espíritu del Monte Kilimanjaro! Me paso los días solita, sin nadie

con quien compartir las tareas ni con quien hablar ¡Ayúdame, por favor!

No una noche sino varias fue al mismo lugar a rogarle al Gran Espíritu, pero

este no hizo caso de sus plegarias.


Una tarde, cuando ya había perdido toda esperanza, un desconocido llamó a su

puerta.

– ¿Quién es usted, caballero?

– Soy el mensajero del Gran Espíritu del Monte Kilimanjaro y vengo a ayudarte.

La campesina, asombrada, vio cómo el hombre extendía su mano hacia ella.

– Toma estas semillas de calabaza para que las siembres en tu campo. Ellas

son la solución a tu soledad.

En cuanto dijo estas palabras, el extraño emisario se esfumó.

Shindo se quedó desconcertada, pero como no tenía nada que perder, corrió al

campo y plantó con mucho esmero el puñado de semillas. Además, las regó y

las protegió con una valla para que ningún animal pudiera escarbar y

comérselas.

En unos días las semillas se transformaron en cinco hermosas calabazas.

Entusiasmada, se llevó las manos a la cara y exclamó:

– ¡Qué lindas calabazas! Cuando se sequen bien las vaciaré y con ellas
fabricaré cuencos para meter agua. Después las llevaré al mercado para

venderlas.

Las metió en un gran saco y al llegar a casa las colgó en una viga del techo

para que se secaran al aire. Todas menos una que puso junto a la chimenea.

– Esta calabaza chiquitita es tan mona que me la quedaré, no quiero venderla.

Voy a ponerla junto al fuego para que se seque antes que las demás.
Esa noche Shindo durmió plácidamente y al amanecer salió a trabajar al campo

como todas las mañanas de su vida. Mientras, en su hogar, sucedió algo

increíble: ¡las cinco calabazas se transformaron en cinco niños!

Los cuatro que estaban colgados de las vigas llamaron al más pequeño que

estaba junto a la chimenea.

– ¡Kitete, ayúdanos a bajar, por favor!

Kitete les ayudó a descolgarse y en cuanto pusieron los pies en el suelo

comenzaron a hacer todas las tareas de la casa. Para ellos era un juego

divertido limpiar, fregar y lavar, así que terminaron en un periquete. Kitete, en

cambio, se quedó quietecito al lado de la chimenea. Toda la noche junto al

fuego le había dejado muy débil y sin fuerzas para colaborar con sus hermanos.

Acabado el trabajo Kitete les ayudó a subir otra vez a la viga y los cinco

volvieron a transformarse en unas anaranjadas y rugosas calabazas.

Una hora después la campesina regresó a la casa y se dio cuenta de que todo

estaba recogido y reluciente.

– ¡Qué extraño!… ¿Quién habrá entrado aquí durante mi ausencia? ¡Si está
todo limpio y ordenado!

Se acostó y no pudo pegar ojo en toda la noche pensando en lo que había

sucedido. Después de mucho darle vueltas, lo tuvo claro.

– “Mañana fingiré que voy a trabajar al campo pero me quedaré espiando

¡Necesito saber quién demonios ha entrado en mi casa a escondidas”

Así lo hizo; después de desayunar salió de su hogar pero al llegar a un recodo

del camino dio media vuelta y regresó por la parte de atrás. En silencio, se

agazapó junto a la ventana del comedor.


¡Casi se desmaya cuando observó lo que dentro sucedió! Como por arte de

magia ¡las calabazas se transformaron en niños de verdad ante sus ojos!

Con el corazón a mil y sin dejarse ver, escuchó las voces de los cuatro que

estaban colgados de la viga.

– Kitete, ayúdanos a bajar, por favor!

Kitete, que seguía junto a la chimenea, extendió las manos para que pudieran

bajar sin hacerse daño. Después, como el día anterior, comenzaron a limpiar el

polvo, a barrer, y a dejarlo todo como los chorros del oro.

Shindo no pudo aguantar más y entró por sorpresa haciendo aspavientos y

dando muestras de felicidad.

– ¡Qué emoción! ¡Mi casa está llena de niños! Es lo que más he deseado

durante toda mi vida ¡Por favor, no os transforméis otra vez en calabazas! A

partir de hoy, este será vuestro hogar y yo vuestra madre.

Los muchachitos aceptaron encantados y se quedaron a vivir allí.

Pasaron las semanas y los cuatro mayores se convirtieron en los hijos con los

Shindo siempre había soñado: eran guapos, sanos y siempre dispuestos a


ayudar en todo. En cambio, el pequeño Kitete siguió siendo un niño enfermizo y

de carita triste que se pasaba las horas junto al fuego. Shindo lo amaba como a

los demás, pero no soportaba verlo ahí, sin hacer nada en todo el día.

Una mañana la mujer atravesó el comedor sosteniendo en sus manos una gran

olla de lentejas y sin querer tropezó con las frágiles y delgaduchas piernas de

Kitete. No pudo evitar caerse al suelo y que todas las lentejas se

desparramaran por todas partes.

Enfurecida, gritó a Kitete sin compasión:


– ¡Mira lo que ha pasado por tu culpa! Si no estuvieras ahí, tirado en el suelo

como un inútil, no habría tropezado contigo.

Kitete la miraba con ojos llorosos sin poder articular palabra. La mujer siguió

vociferando, completamente fuera de sí:

– Tus hermanos son buenos hijos, pero tú ni siquiera te mueves ¡No sé para

qué te has transformado en niño si eres igual de inservible que cuando eras

una calabaza!

Las duras palabras de Shindo tuvieron un efecto devastador: ¡Kitete se

transformó de nuevo en una pequeña calabaza!

¡Qué mal se sintió la campesina cuando se dio cuenta de las barbaridades que

había dicho! Corrió hacia el fuego llorando desconsoladamente, abrazó la

calabaza y la apretó junto a su pecho.

– ¡¿Oh, no, ¿pero qué he hecho?!… ¡Vuelve, mi querido Kitete! No lo decía en

serio… ¡Yo te amo tanto como a tus hermanos! ¡Perdóname, chiquitín, he sido

muy cruel contigo!

Pero a pesar de sus ruegos, la calabaza seguía siendo una calabaza.

Los cuatro hermanos, que estaban correteando por el jardín, oyeron los llantos

y entraron en la casa. Se entristecieron al ver a su madre gimiendo y llorando

con la calabacita en su regazo.

Se miraron y sin decir nada, treparon por la viga. Desde allí, dijeron una vez

más:

– ¡Kitete, ayúdanos a bajar, por favor!


Y entonces, sucedió el milagro: la calabaza se convirtió una vez más en un

niño, en el dulce y tierno Kitete.

Shindo sintió una emoción indescriptible en su corazón y comenzó a besar en

sus pálidas mejillas.

– ¡Hijo mío, gracias por regresar! Eres más delicado que tus hermanos pero te

quiero y te respeto igual que a ellos. No temas, que yo estaré aquí siempre

para cuidar de ti.

Con mucha ternura sentó al pequeño Kitete en su lugar favorito junto a la

chimenea y le dedicó una dulce sonrisa que reflejaba mucho amor.

A partir de ese día todos respetaron que Kitete fuera diferente y formaron la

familia más unida y dichosa que jamás ha vivido a los pies del Kilimanjaro.

Gracias por todas las cosas buenas de mi


vida
Señor, mi Dios, muchas gracias por todas las cosas
buenas que hay en mi vida. Te doy gracias por mi familia,
por mis amigos, porque tenemos donde vivir y algo para
comer cada día. Gracias por la paz en nuestro país y
porque podemos leer la Biblia en cualquier lugar. Gracias
porque me amas y me acompañas siempre. En el nombre
de Jesús, amén.

Gracias, Padre, porque me amas y me


cuidas
Gracias, Padre Dios, por amarme y por cuidarme. Te pido
que hoy me acompañes y me guardes de todo mal en todo
momento, por favor. Protégenos a mi familia y a mí, que
cada día tengamos salud y fuerzas para poder hacer las
tareas que debemos hacer y que todo vaya bien. En el
nombre de Jesús, amén.

¡Buenos días, Dios!


¡Buenos días, Dios!
Gracias por este día tan bonito.
¡Qué alegría poder ver el sol!
Gracias por la noche pasada,
porque pude descansar bien y
porque tengo salud. Te doy las
gracias porque siempre estás conmigo.
Ayúdame y cuídame en este día, por favor.
En el nombre de Jesús, amén.

Padre amado, cuídanos en todo momento


Padre amado, gracias porque estás conmigo y con mi
familia. Cuídanos en todo momento: cuando vamos camino
a la escuela, al trabajo o de regreso a casa por la tarde.
Pon tus ángeles protectores a nuestro alrededor, por favor.
Danos salud y ayúdanos en todo lo que debemos hacer. Te
amo, Señor, gracias por tu cuidado, amén.

Gracias, Señor mi Dios, por este día que


termina
Gracias, Señor mi Dios, por este día que termina. Ha sido
un lindo día y me he divertido mucho con mi familia y con
mis amigos de la escuela. Por favor, dame un buen sueño
en esta noche para que yo pueda descansar bien. Dame
pensamientos bonitos y la seguridad de que tú estás
conmigo. En el nombre de Jesús, amén.
Gracias, mi amado Dios, por este nuevo día

¡Gracias, mi amado Dios, por este nuevo día!


Gracias por la salud que me das,
porque puedo jugar con mis amigos
y disfrutar del día. Cuídanos hoy, Señor.
Espero que hoy podamos hacer cosas divertidas
y que aprendamos muchas cosas buenas.
Gracias porque nos amas
y estás a nuestro lado cada día y cada noche.
En el nombre de Jesús, amén.

Padre Dios, gracias por tu cuidado


Padre Dios, gracias porque siempre me cuidas, sea de día o
de noche. ¡Gracias porque hoy fue un día muy divertido y lo
pasé muy bien! Ahora, por favor, ayúdame a descansar bien
en esta noche para que me pueda levantar con salud y
tener nuevas energías por la mañana. Guarda mis sueños,
Señor. Amén.

Gracias, Señor, por los alimentos


Te damos gracias, Señor, por estos alimentos que nos
provees hoy. Gracias por tu provisión fiel día tras día, Dios
amado. Gracias por el trabajo de mis padres que provee el
dinero para comprar lo que necesitamos. Gracias también
por las manos que preparan la comida tan rica cada día. En
el nombre de tu Hijo Jesús, amén.

Protégenos, Señor
Señor y Dios de mi corazón, te pido que nos protejas a mi
familia y a mí en este día. Líbranos de accidentes y de
enfermedades, ayúdanos a pasar un día tranquilo. Gracias
porque sabemos que estás siempre a nuestro lado y que
puedes librarnos de todo mal. Protégenos en este día. En ti
confiamos, Padre amado. Amén.

Oración para antes de ir a la escuela


Señor amado, gracias por mi escuela, por los maestros y
por mis amiguitos. Ayúdanos hoy a aprender cosas nuevas
y a portarnos bien. Cuídanos en el camino a la escuela, en
la clase, en el patio y durante todo el día, Señor. Gracias
porque nos acompañas siempre. Amén.

Gracias, Padre, por la naturaleza


¡Buenos días, Padre! ¡Qué día más bonito! Me encanta
poder ver la naturaleza a mi alrededor. Gracias por toda la
belleza que has creado y porque la podemos disfrutar
juntos como familia. Ayúdanos a aprovechar este día para
hacer muchas cosas buenas que alegren tu corazón. Amén.

Señor, gracias por mi escuela y por mis


amigos

Señor, gracias por mi escuela y por mis amigos. Te pido


que nos cuides hoy y que podamos aprender mucho.
Ayúdanos a entender lo que nos enseña la maestra y a
mejorar cada día. Que podamos aprovechar el día para
hacer muchas cosas buenas. En el nombre de Jesús, amén.

Gracias, Señor, por esta rica comida


Gracias, Señor, por la rica comida que podemos disfrutar y
por las manos que la prepararon. Gracias porque siempre
tenemos lo que necesitamos. Te pido que estos alimentos
sean de provecho para cada uno de nosotros. Que nunca
olvidemos que tú eres quien nos provee porque nos amas.
Amén.

Gracias, Dios, porque puedo ver y disfrutar


este nuevo día
Gracias, Papá Dios, porque puedo ver y disfrutar este
nuevo día. Gracias por la casa donde vivimos, el desayuno
que puedo comer, gracias por mi familia y por mis amigos.
¡Tú eres bueno, Señor! Ayúdanos a pasar un buen día, que
no nos falte nada y que sea un día lleno de paz. En el
nombre de Jesús. Amén.

Gracias, Padre, por todas las cosas lindas


que me rodean
Gracias, Padre, por todas las cosas lindas que me rodean.
Me gustan mucho las montañas, las flores, los animales y
te doy gracias por crearlos y porque los puedo disfrutar.
También te doy gracias por mi familia, porque nos amamos
y nos ayudamos. Gracias por ser tan bueno conmigo.
Gracias por tu Hijo Jesucristo y por su amor por mí. En su
nombre, amén.

Gracias, Dios, porque me perdonas


Querido Dios, gracias porque me perdonas cuando me
arrepiento por no haberme portado bien. Gracias por Jesús,
tu Hijo amado, por su ejemplo sobre cómo debo vivir en
obediencia a ti. Ayúdame a ser más como él y a vivir de
una forma que alegre tu corazón. Amén.

Gracias, Dios, por los alimentos que nos


provees hoy
Muchas gracias, Dios, por estos alimentos que nos provees
hoy. Gracias por tu bondad y tu provisión, porque cada día
nos das algo para comer. Ayúdame a recordar cada día que
todo lo bueno viene de tu mano. Te amo, Señor, y te doy
muchas gracias. En el nombre de Jesús, amén.

Señor, quítame este malestar que siento


Señor, mi Dios, te pido que me quites este malestar que
siento en el cuerpo, por favor. No tengo deseos de
levantarme y me siento mareado. Gracias porque tú tienes
poder sobre todas las enfermedades y me puedes sanar.
Pon tu mano de salud sobre mí y ayúdame a sentirme
mejor. En ti confío, Señor. Amén.

Señor, ayúdame a sentirme bien


Gracias, Señor, porque tú estás conmigo en todo momento.
Ayúdame a volver a tener salud lo más pronto posible.
Quiero sentirme bien y sé que tú puedes sanarme.
Ayúdame a ser valiente mientras estoy enfermo, cúbreme
con tu presencia y tu amor. Obra en mi cuerpo, por favor, y
dame salud. En el nombre de Jesús, amén.

Gracias por estos alimentos que


disfrutamos hoy
Dios es grande, Dios es bueno.
Démosle gracias por estos alimentos.
Amén. (Oración tradicional)
Sí, Señor, por estos alimentos que disfrutamos hoy,
te doy muchas gracias, Señor.
Gracias porque siempre eres fiel. Amén.

Padre, ayúdame a recuperarme pronto


Dios amado, hoy no me siento bien de salud. Tengo pocas
fuerzas, no tengo deseos de levantarme ni de jugar y siento
algo de fiebre. Te pido que me ayudes a recuperarme muy
pronto, por favor. Pon tu mano sobre mí y dame la salud
que necesito. En el nombre de Jesús, amén.

Guarda mis sueños, Señor


Señor, mi Dios, envía tus ángeles a cuidarme en esta
noche. Guarda mis sueños, por favor y ayúdame a
descansar. Quita los sueños malos y dame sueños lindos
que vengan de ti. Guarda mis pensamientos en todo
momento para que yo pueda estar tranquilo. En el nombre
de Jesús, amén.

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