Carta Pastoral Con Motivo Del
Carta Pastoral Con Motivo Del
Carta Pastoral Con Motivo Del
El próximo día 2 de agosto, junto con mis hermanos, los obispos de las diócesis
extremeñas, tendremos el gozo de abrir solemnemente la Puerta Santa con la que
inauguramos el Año Jubilar Guadalupense 2020-2021. Será un acontecimiento eclesial de
primer orden al que queremos hacer partícipe a todo el Pueblo de Dios que peregrina en las
diócesis extremeñas: la archidiócesis de Toledo, la archidiócesis de Mérida-Badajoz, la
diócesis de Coria-Cáceres y la diócesis de Plasencia: a sus vicarías territoriales,
arciprestazgos, parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos, cofradías y
hermandades, en definitiva, a todas estas Iglesias y a todos los hombres de buena voluntad
que deseen y quieran tener una experiencia única del amor del Señor y de la Virgen María,
su Santa Madre.
También queremos dirigirnos a todos los extremeños que tienen a Santa María de
Guadalupe como su abogada y protectora, animándolos a aprovechar el acontecimiento de
gracia del Año Jubilar y a unirse en las diferentes actividades que se van a realizar. Y,
como no, también invitamos a todos los hombres y mujeres de cualquier rincón de España y
del mundo, que quieran visitar el santuario de Guadalupe.
A unos y a otros, a todos los hombres y mujeres, niños y jóvenes, matrimonios y a todos, en
definitiva, les damos nuestro más sentido abrazo de acogida en estos momentos en los que
nos disponemos a subir las hermosas escaleras de este santuario y con emoción contenida
abrir la Puerta Santa; sin olvidarnos que estamos todavía celebrando los 25 años de su
declaración de Patrimonio de la Humanidad.
Esta venerable y ancestral historia nos lleva hasta la aparición de Santa María a un pastor,
Gil Cordero, y al hallazgo de la sagrada imagen en el río Guadalupe. En aquel lugar, unos
buenos cristianos la escondieron para protegerla de los ataques musulmanes. El pastor Gil
Cordero cumplió el mandato que la Santísima Virgen le encomendó y construyó una ermita
en ese lugar, que poco a poco adquirió fama. En el año 1330, el Rey Alfonso XI mandó
ampliar la pequeña ermita otorgándole diversos beneficios, ordenando construir hospitales
y albergues para todos los devotos que se acercaban a la Virgen implorando favores.
Transformada en un templo de estilo mudéjar toledano, fue incorporada al curato de Alía,
perteneciente al Arzobispado de Toledo. Posteriormente, y concluida la batalla del Salado,
el propio Rey ennobleció aún más el templo y lo declaró patronato real. El santuario
comenzó a crecer en importancia, siendo emancipado de la jurisdicción civil de Talavera,
de quien dependía, pasando al priorato secular erigido por el Rey en 1341, y añadiéndosele
en 1348 el señorío temporal sobre la Puebla. El priorato poco después se convertiría en
regular, al ser entregado a la Orden de los Jerónimos, en el año 1389, por real provisión de
Juan I de Castilla y con el consentimiento del Arzobispo de Toledo, Don Pedro Tenorio.
Por su parte, el papa Benedicto XIII confirmó la constitución del monasterio mediante la
bula “His quae pro utilitate”. Así se mantuvo el monasterio durante cuatro siglos: bajo el
cuidado pastoral de la Orden Jerónima y con la aprobación de los arzobispos toledanos,
celebrándose en el mismo el primer capítulo general de la familia jerónima, en el año 1415.
Durante varios siglos, la Orden Jerónima hizo de Guadalupe uno de los más importantes
santuarios del reino, un foco de fe y devoción, de arte y cultura, en el que los monjes
cultivaron las ciencias eclesiásticas y las bellas artes. Al mismo tiempo, la munificencia de
reyes, nobles y prelados enriqueció el santuario con obras de los más importantes artistas,
como Zurbarán o Luca Giordano.
La devoción mariana guadalupense fue creciendo de año en año. El Cardenal Primado Don
Pedro Segura tuvo el empeño y el honor de declarar a Nuestra Señora de Guadalupe Reina
de las Españas con motivo de la coronación pontificia el 12 de octubre de 1928,
cumpliendo el legado que le hizo el papa Pío XI y el Rey Don Alfonso XIII, dando así
cumplida satisfacción al clamor y entusiasta deseo de la Iglesia que peregrina en
Extremadura, y a las revistas cordimariana Iris de paz y la franciscana Guadalupe.
Por otra parte, la Monarquía española siempre ha estado vinculada a este santuario
de Nuestra Señora de Guadalupe. Destacaron de un modo particular los Reyes Católicos,
siendo la reina Isabel gran devota de la Virgen. Su hermano, el rey Enrique IV, fue
enterrado en el monasterio. Con los Reyes Católicos comenzó, asimismo, la relación de
Guadalupe con América; de hecho, en el año 1496, se bautizaron en el monasterio varios
indios traídos por Cristóbal Colón, quien a su vez visitó en diversas ocasiones el santuario y
puso el nombre de Guadalupe a una de las islas que encontró en su segundo viaje. La
historia registra anécdotas del mismo emperador Carlos V en su retiro de Yuste; cuenta que
«todos los meses recibía del padre prior de Guadalupe unos corderitos criados y
alimentados con pan y con los pastos de Guadalupe, porque eran los corderitos más
tiernos y sabrosos que él, en su ancianidad enferma, podía tomar». Los Reyes de España,
especialmente los de la Casa de Austria, nunca han faltado a la cita de este monasterio y
santuario; su protección regia, su interés, el cariño de sus gentes a los Reyes, la misma
vinculación de la Orden Jerónima a la corona española, dan fe de ello. Nosotros queremos
seguir manteniendo esta estrecha vinculación con la Familia Real y deseamos fomentar los
lazos de amistad, cariño y oración por sus personas y por su gran responsabilidad con el
pueblo español, al que sirven con tanta dedicación.
No queremos dejar pasar la ocasión para agradecer a la comunidad franciscana que haya
recuperado y adquirido, como obra de Iglesia para la historia, gran parte del monasterio,
que por entonces no formaba parte del santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
Agradecemos su meritoria labor en el cuidado y mantenimiento del rico patrimonio
litúrgico y cultural que atesora, así como la labor pastoral que han venido haciendo durante
tantos años. A esta querida comunidad la animamos a seguir trabajado y acogiendo a los
peregrinos con el tenor de vida y la espiritualidad franciscana que les caracteriza.
Los arzobispos toledanos también han dedicado sus desvelos pastorales al cuidado del
santuario de Guadalupe, a la comunidad religiosa que ha sido guardiana del monasterio,
atendiendo pastoralmente a la parroquia de la Puebla de Guadalupe, y a los feligreses de
esta comunidad eclesial. Especialmente, los arzobispos de la segunda mitad del siglo XX
han estado cercanos a todas sus inquietudes y actividades: desde el Cardenal don Marcelo
González Martín, pasando por el Cardenal don Francisco Álvarez Martínez, el Cardenal
don Antonio Cañizares Llovera y el Arzobispo don Braulio Rodríguez Plaza. No olvidemos
que, en al año 1955, durante el pontificado del Cardenal Pla y Deniel, el santuario fue
elevado a la condición de basílica. Además, esta comunidad parroquial cuenta también con
ilustres eclesiásticos que han fomentado la devoción y el cariño a Nuestra Señora de
Guadalupe por allá donde han ejercido su ministerio pastoral, como han sido don Ángel
Rubio Castro, Obispo ahora emérito de Segovia, don Juan Sánchez Rodríguez, actualmente
Arcediano de la Catedral Primada de Toledo desde que dejó su oficio de Deán en este
templo toledano, y el recordado don Nicolás Sánchez Prieto, sacerdote y cronista de la Villa
de Guadalupe.
Así pues, siendo conscientes de la brevedad de los datos históricos y gloriosos del santuario
que hemos expuesto, queremos subrayar con trazo grueso la verdad que todo esto nos dice:
la historia de Guadalupe, de su santuario, de la Puebla, de la sagrada imagen, es una historia
salvífica que santa María y nuestro Señor han ido tejiendo en el corazón de tantos devotos
que se han acercado a este lugar privilegiado. Nada de la historia humana, sea humilde, sea
grandiosa, sea a través de un sencillo pastor, de un rey, o de un papa, ha ocurrido porque sí,
por las habilidades estratégicas de los hombres, sino que la mano de la Virgen María ha
estado siempre presente; su amor maternal ha unido a los hijos de la Iglesia; a través de Ella
se han acercado al torrente de gracia que la Iglesia continuamente nos ofrece a través de los
sacramentos y mucho más en estos lugares tocados por las manos de Nuestra Madre y del
Señor.
La gracia de Dios, el torrente de vida que siempre el Señor nos ofrece, no son meros
sentimientos o un estado espiritual apacible y cómodo, sino una auténtica renovación de las
personas, una profunda conversión, convirtiendo un lugar concreto y especial en un nuevo
“pozo de Jacob” donde el agua viva salta hasta la vida eterna [3]. La gracia nos saca de
nosotros mismos para ser testigos alegres y renovados.
Los caminos que dirigen nuestros pasos a la Morenita de Extremadura los han andado
muchísimas generaciones. Hombres y mujeres de todos los ámbitos sociales; niños y
jóvenes que, calzándose las sandalias y ayudados de un rústico bastón, han pasado el calor
del día y la frescura de la noche otoñal, dirigiendo sus pasos al santuario. Cada sendero,
cada hora, cada cansancio, cada oración musitada mientras se hacía camino, han ido
cambiando el corazón, preparándolo para el encuentro con la Madre. Caminar a Guadalupe
transforma la vida, nos hace mejores cristianos, mejores ciudadanos; más alegres, más
personas; mejores esposos y mejores familias. El caminar de tantos hermanos nuestros ha
creado cultura, arte, dignidad, libertad, ilusión, esperanza, y, en definitiva, santidad. La
mayoría de estos peregrinos que han llegado a la casa de María, Nuestra Señora de
Guadalupe, no han seguido siendo los mismos, algo ha cambiado en lo profundo del
corazón y ese tesoro, aun cuando está encerrado en pobres vasijas de barro, lo han
anunciado a todo el mundo, rompiendo los horizontes de las Villuercas, cruzando el
inmenso mar y llevando el Evangelio hasta los confines del mundo.
En Guadalupe se han forjado santos, muchos de los que el Papa Francisco denomina
“santos de la puerta de al lado” [5]. Los obispos hemos sido testigos de esta realidad
luminosa que desprende este lugar santo y mariano; hemos visto a padres, madres, jóvenes
y muchos otros amigos que, tanto con sus sacerdotes o con nosotros, han caminado
presenciando y gozando el cambio de vida que para todos ellos ha supuesto esta
experiencia, esta gracia de Dios recibida de las manos de María. No podemos dejar de tener
presente que muchas vocaciones sacerdotales y religiosas han nacido de las innumerables
peregrinaciones de jóvenes que las distintas diócesis de España han hecho al santuario.
Por otro lado, este Año Jubilar coincide con la celebración del centenario del nacimiento de
San Juan Pablo II, el Papa que visitó Guadalupe en aquel memorable 4 de noviembre del
año 1982. El Santo Papa presidió la celebración de la Palabra en el atrio del monasterio y
ante la sagrada imagen. La homilía que pronunció se centró en los emigrantes, muchos de
los cuales partieron de Extremadura. Han pasado 38 años desde aquel acontecimiento. Os
confesamos que, al leerlo de nuevo, estamos convencidos de que San Juan Pablo II nos está
hablando ahora mismo con una actualidad sorprendente. Permitidnos traer algunas citas:
Al hilo de la lectura primera que entonces se hizo, tomada del libro del Génesis y que narra
la salida de Abrahán de su tierra, San Juan Pablo II dijo: «Escuchada aquí, junto al
santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, esta lectura del Antiguo Testamento evoca la
imagen de tantos hijos de Extremadura y de España entera salidos como emigrantes desde
su lugar de origen hacia otras regiones y países», por ello, “hay que tener en cuenta que el
sacrificio de los emigrantes representa también una contribución positiva para los lugares
receptores y aun para la pacífica convivencia internacional, pues abre posibilidades
económicas a grupos sociales deprimidos y descarga la presión social que el paro
produce, cuando alcanza cotas elevadas» [6]. ¿No es una realidad que España es también
un país de emigrantes desde hace muchos años? ¿No es verdad que nos hemos convertido
en un país con multitud de tradiciones venidas del otro lado del mundo, especialmente de
América Latina, con sus peculiaridades, suponiendo un enriquecimiento, propiciando una
sociedad española más abierta, más libre, más democrática; un pueblo más moderno,
comprensivo y acogedor? La inmigración nos pide, cada día más, ser casa de acogida,
hogar cálido que, como los santos hermanos Marta, María y Lázaro, sepamos acoger al
emigrante y peregrino que lleva en su corazón el rostro de Cristo cansado.
San Juan Pablo II decía también: «Junto con los hombres, junto con las generaciones de
esta tierra extremeña y de España, caminaba también María, la Madre de Cristo. En los
nuevos lugares de habitación Ella saludaba, en el poder del Espíritu Santo, a los nuevos
pueblos, que respondían con la fe y la veneración a la Madre de Dios. De esta manera, la
promesa mesiánica hecha a Abraham se difundía en el Nuevo Mundo y en Filipinas. ¿No
es significativo que hoy nos encontremos en el santuario mariano de Guadalupe de la
tierra española, y que contemporáneamente el santuario homónimo de México se haya
convertido en el lugar de peregrinación para toda Hispanoamérica?. Precisamente,
apuntando hacia el continente americano, el Papa manifestó: «Es indiscutible la estima tan
grande que le tengo a la Virgen de Guadalupe de México. Pero me doy cuenta de que aquí
están sus orígenes. Antes de haber ido a la Basílica del Tepeyac, debería haber venido
aquí para comprender mejor la devoción mexicana». Insistimos: son asombrosas estas
palabras que ahora resuenan tan vivas y actuales; palabras que suponen un fuerte acicate
que nos llaman a ponernos en camino, con Santa María de Guadalupe; para retomar y
proseguir el mandato misionero que Jesucristo nos ha encomendado desde nuestro
bautismo. Palabras que propician pasos más audaces en el compromiso cristiano que todos
hemos asumido, especialmente los laicos: ser misioneros, evangelizadores de las familias
siendo familias misioneras; testigos del amor en nuestros ambientes laborales y culturales,
en los espacios de ocio, y, ¿por qué no?, en países de misión si es que la llamada del Señor
nos muestra estos amplios horizontes.
Estamos convencidos que peregrinar a Guadalupe no solo debe cambiarnos el corazón,
llevándonos a una conversión y sanación profunda, sino que nos animará a tener la mirada
alta, la visión lejana, los sueños grandes y los corazones abiertos para una respuesta
generosa cuya meta ni siquiera podemos imaginar. El Espíritu Santo y María, Nuestra
Madre, son los que nos invitan, los que mueven nuestros corazones, los que siempre nos
acompañarán, como lo han hecho con tantos santos y con el Papa San Juan Pablo II.
Nuestro amado y querido Papa Benedicto XVI también manifestó su tierna devoción
a Nuestra Señora de Guadalupe, mirando más al continente americano. En los jardines
vaticanos hay una imagen de la Virgen guadalupana y ante ella oró el 11 de mayo de 2005.
Esta oración nos ofrece la oportunidad de mirar a los hermanos de América desde estas
tierras extremeñas, encomendándolos y uniéndonos con los vínculos del amor y la súplica
mariana. La oración dice así:
Por último, también recordamos con gran emoción las palabras del Papa Francisco en
Fátima, en su homilía con ocasión de la canonización de los santos Francisco y Jacinta. Allí
recordó lo que los videntes decían: «Tenemos una Madre, una ‘Señora muy bella’». El
Papa nos decía también: «Según el creer y el sentir de muchos peregrinos ‘por no decir de
todos’, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en
cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen
Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, «muéstranos a Jesús». Un manto de luz
también es Guadalupe; también este santuario extremeño ha sido faro de luz para tantos
hombres y mujeres que, a lo largo de la historia, han salido de estas tierras para llevar el
Evangelio a todas las partes del mundo: misioneros, como los doce apóstoles de Méjico que
antes de partir moraron en Belvís de Monroy, conquistadores, nobles, artesanos, fieles
sencillos que han buscado un futuro mejor para sus familias, llevando en el corazón su
amor tierno y cálido a María. Siempre Guadalupe les ha acompañado, siempre la Santísima
Virgen, la Morenita de Extremadura, ha estado colgada a su cuello recordándoles el hogar
de donde partieron. En medio de su homilía –estamos seguros de que lo recordaréis– el
Papa Francisco alzó la voz y nos llamó la atención con esta expresión sencilla e impactante:
«¡Queridos Peregrinos, tenemos una Madre, tenemos una Madre! Aferrándonos a ella
como hijos, vivamos de la esperanza que se apoya en Jesús». En efecto, tenemos una
Madre, Nuestra Señora de Guadalupe, que nos hace mirar con esperanza el futuro,
empujándonos siempre a emprender los caminos de la evangelización por todos los puntos
cardinales de la tierra.
3. Guadalupe: hogar de sanación y encuentro con Jesús y María.
María nos invita a la fiesta de las bodas; de nuevo, Ella está donde la fiesta brota del
corazón por la alegría de que el amor de Dios es el protagonista de lo que está ocurriendo
entre los invitados y los comensales. Por eso, a esta fiesta hay que venir vestidos con el
traje nuevo. Así que, preparemos el corazón para el nuevo vestido de la gracia:
3.1. «Sáname, Señor, porque hemos pecado contra ti» (Sal 40): andar los caminos cogidos
de la mano de Santa María, nos pone por delante la realidad de nuestra existencia. Quizás
nos gustaría borrar de nuestras vidas ciertos episodios de los que no estamos orgullosos;
probablemente nos escuezan todavía las veces en las que nos sentimos heridos porque
hemos caído por nuestra soberbia y orgullo; todavía nos duelan las veces en las que hemos
rechazado el amor del Señor huyendo a «países lejanos» (cfr. Lc 15), malgastando
perdidamente nuestras vidas; aún seguimos preguntándonos por qué tenemos este vacío
interior que no nos deja amar ni tampoco ser amados. Pues aquí tenemos una receta que nos
puede curar, una propuesta que asumir, una tarea que realizar: caminar con María al hogar
del Padre, a la casa donde seremos sanados.
Queridos amigos: pongámonos en marcha; dejemos que la medicina de la gracia que nos
trae el Espíritu Santo cure tantas cicatrices que todavía arrastramos; acudamos a la
Santísima Virgen, la Enfermera celestial que aplicará en todas ellas el bálsamo de la
misericordia prescrito por el Médico divino de nuestras almas, Jesucristo vivo y resucitado.
No temamos dejar que las heridas del corazón, producidas a causa de nuestros pecados,
expulsen el pus que nos gangrena el corazón y lo pone a punto de infarto; dejemos que el
Señor nos dé «un corazón nuevo y un espíritu nuevo» (cfr. Ez 36,26).
3.2. Vivir en la Betania de Extremadura, con María y Jesús. Allí, en el hogar de Santa
María, Nuestra Señora de Guadalupe, viviremos las jornadas a los pies de Jesús,
escuchando su palabra como los amigos de Betania, María, su hermano Lázaro, resucitado
de entre los muertos, y Marta. Quizás también muy afanados por atender a Jesús -como
Marta-, aunque eso nos pueda a veces despistar y hacer olvidar lo esencial, pero siempre en
Betania, en la casa de los amigos de Jesús y de María. Allí tendremos la oportunidad de
buscar lo más importante de la vida y escoger lo mejor, una vez que el corazón se haya
afinado con la Palabra de Dios y la gracia jubilar.
Dios quiera que pronto podamos contar en el Arciprestazgo de Guadalupe con un centro de
espiritualidad que tenga todos los medios necesarios -aunque sea austeramente-, para
acoger a los peregrinos, ofrecerles comida y habitación, zonas de descanso y de sano
recreo, lugares de encuentro con la gracia de Dios; donde se ofrezcan ejercicios
espirituales, cursillos de cristiandad, encuentros de oración y convivencias de jóvenes.
Muchos de aquellos que siguieron los pasos de Jesús por Galilea y por Jerusalén después
anunciaron la buena noticia de la resurrección; ellos vieron, palparon y comieron con Jesús
vivo y resucitado. Desde entonces, fueron recordando lo que Jesús hizo y enseñó, y
aquellos pobres hombres, gracias al Espíritu Santo, hablaron, predicaron, obraron y dieron
la vida por Aquél con el que habían vivido; así, los discípulos hicieron lo que Jesús les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15) y pusieron
un nuevo rumbo a sus vidas. La experiencia de sanación y salvación que aquellos hombres
tuvieron en el contacto vivo con el Señor, les impulsó a ponerse en camino sin tener miedo
a los peligros, dejando casa, familia, hacienda, … todo por anunciar y transmitir los
milagros que ellos vivieron. Imaginamos el asombro y el entusiasmo de los apóstoles
cuando Jesús, con solo tocar al ciego de nacimiento, o a la hija de Jairo, a la mujer
hemorroísa, o a los leprosos que sólo a él se acercaban, los curaba, los liberaba de sus males
y de sus sufrimientos. ¿Qué pasaría por sus corazones y qué alegría les inundaría? El
Evangelio nos dice que ellos también hicieron esos milagros en nombre del Señor y que Él
se emocionó al verlos tan contentos por haber predicado la buena noticia (cfr. Lc 10, 17ss).
Todas estas vivencias fueron las que nos transmitieron, alcanzándonos a los que ahora
vivimos estos momentos de la historia, con la misma alegría y esperanza.
Por eso, después de haber caminado, examinada nuestra situación delante del Señor,
llegados al santuario, al hogar de María, curados por el Buen Samaritano, Nuestro Señor
Jesús, que aplicará en las heridas del corazón el aceite de la misericordia y la alegría del
vino nuevo, dejémonos acariciar por las manos de la Madre, Nuestra Señora de Guadalupe,
que maternalmente nos abre las puertas de la Casa del Padre, nos lava los pies sucios por el
polvo del camino y nos prepara para el encuentro con el Señor, nos acerca a la túnica nueva
del perdón y nos prepara la mesa con el pan caliente y el mejor vino nupcial para celebrar
con su Hijo la Eucaristía.
Quisiéramos invitar a las instituciones civiles que programan y celebran jornadas para
grupos que viven de una manera especial las limitaciones y fragilidades personales (por
ejemplo: grupos que celebran el Día internacional de las Personas con Discapacidad, el Día
de la Eliminación de la Discriminación Racial, el Día mundial de los Refugiados, el Día
internacional de las Personas Mayores, el Día internacional de las Mujeres Rurales, etc.) a
que se unan a nosotros en la celebración de este Año Santo Guadalupense y acepten la
invitación de hacer, de este lugar y su santuario, un espacio de encuentro, sanación y
acogida. Guadalupe tiene los brazos abiertos a toda la comunidad humana, es sensible a
todas y cada una de las personas que por algún motivo sufren, necesitan ser escuchadas y
consoladas en su dolor; tiene los brazos abiertos a la cultura, al encuentro y a todo lo que
promueva y dignifique la dignidad humana en todas sus facetas. Pedimos al Señor que estas
instituciones acojan de buen grado la invitación que les hacemos. A todos, os damos
nuestra cordial y calurosa bienvenida al hogar de María, la casa de sanación.
Por último, quisiéramos traer a colación una anécdota que vivió D. Marcelo González
Martín, la cual dibuja maravillosamente qué significa Guadalupe como lugar de sanación.
Él lo contaba así: «Todos los años, aquí, el 8 de septiembre, cuando nos reunimos con el
pueblo pobre y sufrido -algunos vienen peregrinando desde 100 y 150 kilómetros», nos
encontramos con unos testimonios de fe sobrehumanos. Este año yo preguntaba a una
mujer, que había andado 70 kilómetros y llegó con sus pies reventados. ¿Por qué ha hecho
esto, mujer? Y me respondió: ‘Quería cumplir una promesa’. ¿Me quiere usted decir en
qué consistía y por qué? Y me dijo lo siguiente, que me dejó atónito: ‘Yo estoy sola con
una hija discapacitada, mi marido está trabajando en Alemania, sólo viene en vacaciones,
y tuve la noticia de que había caído gravemente enfermo; entonces me pareció que se
colmaba la tragedia, porque me iba a quedar sola; pero yo no podía marchar de aquí,
estando como estaba la hija que tengo en casa; y pedí a la Virgen nada más esto: no que le
curase, sino que le acompañase en su soledad. La curación se consiguió; pero, lo que más
consuelo me dio fue saber que se había sentido acompañado, que no había sentido la
mordedura de la soledad desesperante. Yo lo atribuyo a la Virgen María, y por eso vengo
a darle las gracias’. Ahí había una lección… [7]. En efecto, como aquella sencilla mujer,
muchas otras mujeres y otros hombres de toda condición, también han suplicado a la
Santísima Virgen su intercesión y nunca han quedado defraudados. Ahora, nosotros
hacemos lo mismo y tenemos la esperanza y seguridad que Nuestra Señora también
escuchará nuestros ruegos.
Las Delegaciones diocesanas de religiosidad popular han preparado un material que puede
ayudar a los grupos de peregrinos que se dirijan al santuario de Nuestra Señora de
Guadalupe para disfrutar de las gracias jubilares. Como ya hemos dicho a lo largo de esta
carta, peregrinar al santuario no puede quedarse sólo en una experiencia lúdica o
meramente cultural, sino que debe ser una auténtica experiencia de Dios para cada
peregrino. Estos materiales podrán ayudar a preparar la peregrinación antes, durante y
después de esta experiencia mariana. Son cuatro catequesis en torno a la Virgen María y
una lectio divina que se puede llevar a cabo estando ya ante la sagrada imagen de Nuestra
Señora de Guadalupe o ante el Santísimo Sacramento expuesto solemnemente para la
adoración larga y tranquila.
4.1. Primera catequesis: La Virgen María, modelo de nuestra Fe: la catequesis desarrolla
algunas ideas tomadas de los papas contemporáneos y que nos han enseñado su tierna
devoción a la Santísima Virgen. Después, la catequesis recuerda la doctrina mariana
contenida en la Constitución Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, en el Catecismo de
la Iglesia Católica y en el Compendio del Catecismo. Acaba con unas preguntas y una
propuesta de oración.
4.3. Tercera catequesis: La Virgen María, Nuestra Madre: de nuevo y a raíz de textos
conciliares se profundiza en el misterio de la Virgen María. Después se repasa la
importancia que tiene la Virgen en la religiosidad popular, en nuestras instituciones y en
nuestras parroquias.
4.5. Lectio divina. Guadalupe: hogar de María, casa de sanación: es el texto para la
oración que proponemos para, una vez concluido el camino guadalupense, ante la imagen
de la Virgen y el Santísimo Sacramento, propiciar un largo tiempo de oración, en el que los
peregrinos tengan la oportunidad de recibir el sacramento de la Reconciliación y vivir en
profundidad la sanación que hace la gracia jubilar recibida de manos de Santa María. Los
textos evangélicos son el Hijo Pródigo (Lc 15,11-32), invitando a volver a la Casa del
Padre; Betania (Jn 12,1-11), hogar de Jesús con sus amigos; y la parábola del Buen
Samaritano (Lc 10,25-37), animando a ser misericordiosos y a proclamar la gran
perdonanza del Señor.
4.6. Otros materiales: también se añaden algunos subsidios litúrgicos para los grupos de
peregrinos: el rito de entrada por la Puerta Santa, el Santo Rosario con algunas oraciones y
frases marianas que puedan ayudar durante el camino, el Via Crucis, etc.
Dios quiera que todas estas propuestas, más otras muchas que puedan añadir los grupos de
peregrinos, las parroquias y las instituciones de nuestras diócesis, puedan servir para
preparar los corazones a la gracia jubilar que recibirán en Guadalupe. Todas serán acogidas
y fomentadas, buscando siempre el mayor bien de las almas, propiciando el encuentro con
el Señor y con la Santísima Virgen María.
Nuestras iglesias particulares, que peregrinan en esta tierra de María, aprecian y valoran
vuestra vida consagrada activa y contemplativa. Rezamos por cada uno de vosotros, que
todos los días os entregáis en tantas labores educativas, sociales y caritativas. Os tenemos
muy presentes a los que inmoláis la vida en el silencio del claustro. Pedimos por cada uno
de vosotros y os enviamos nuestro aliento y nuestro abrazo afectuoso, implorando
a Nuestra Señora de Guadalupe que incremente las vocaciones a la Vida Consagrada en
vuestras comunidades religiosas y contemplativas.
Queridos amigos: abrimos la Puerta Santa del Año Jubilar Guadalupense cuando aún
estamos bajo el impacto y el sufrimiento que nos está dejando la pandemia en estos meses.
Muchos de los que peregrinaréis a este santuario mariano habéis tenido que despedir desde
lejos a los seres queridos que este virus se nos ha llevado: amigos, padres y madres, y,
sobre todo, vuestros mayores, abuelos y abuelas. Estamos seguros que muchos de ellos
vinieron también a los pies de la Santísima Virgen para poner sus vidas y a todos vosotros,
que habéis nacido en una familia cristiana, en sus maternales manos.
Los que se nos han ido han construido nuestro país -y también estas tierras extremeñas-
dejándonos un legado de libertad, de paz y de sano bienestar. Ya no están con nosotros,
pero nos saludan desde la Casa del Padre junto con María, desde el cielo. Ellos nos tienen
en su corazón junto al Señor y nos envían desde el cielo el beso y el abrazo que no pudieron
darnos antes de cruzar la última Puerta Santa de sus vidas, para sentarse a los pies de Jesús
y de María, curados, sanados y purificados por el amor misericordioso. No olvidéis cuando
caminéis a Guadalupe que todos ellos están presentes, están con nosotros animándonos y
llamándonos a vivir este Año Jubilar, un año preñado de ternura y de misericordia,
pudiendo cogerles de la mano desde la fe, la esperanza y el amor, en el umbral de la Puerta
Santa del cielo, que es cada altar y cada Eucaristía, y así abrazarles y decirles cuánto les
queremos. Sí, queridos peregrinos, nuestros seres queridos que ya están en el cielo nos
animan a vivir la gracia que desde la Casa del Padre se desborda en esta fuente mariana de
Guadalupe: río de luz, río de misericordia, río de perdón, río de gracia, fuente de vida
eterna.
Conclusión
Quisiéramos terminar esta sencilla carta pastoral invitándoos a rezar con nosotros la oración
que San Juan Pablo II oró ante la Virgen de Guadalupe, adaptándola a nuestros tiempos y a
nuestra tierra. Así recordamos al Santo Papa en su visita a Guadalupe y nos encomendamos
a su intercesión, en este año en el que estamos celebrando el centenario de su nacimiento.
Orad con nosotros:
[4] Cfr. Congregación para al Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio
sobre la piedad popular y la liturgia, BAC-Documentos, Madrid 2002, nn. 261-278.
[6] SAN JUAN PABLO II, Celebración de la Palabra en el santuario de Nuestra Señora de
Guada-lupe, 4 de noviembre de 1982.