Biografia Del General Diego Ibarra 1873
Biografia Del General Diego Ibarra 1873
Biografia Del General Diego Ibarra 1873
DEL
PO R EL
CARACAS,
1873 .
-
g e n e r a l d ieg o Ib a r r a .
Prim er Edecán del Libertador Simon Bolívar.
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BIOGRAFIA
«
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hoyo, con el encargo y plena autorización de levantar, instruir
y organizar una columna de setecientos hombres de infantería y
caballería, que, como cuerpo de reserva sirviese á todo evento
contra cualquier probable intentona de reacción entre los faná
ticos pastusos: instrucciones que, como todas las que se confiaban
á su eficaz desempeño, fueron cumplidas con presteza en toda su
plenitud.
Comisionado luego por Bolívar á organizar en Venezuela el
contingente con que esta sección de Colombia debia contribuir
al de cuatro mil hombres que él habia prometido al Perú, para
la ya iniciada campaña de su independencia, marchó á Carácas
con el carácter de Jefe de la primera columna de ese ejército
auxiliar ; devorando en un asombroso viaje de trece dias por el
interior del pais, la extensión de mil ochocientos diez kilómetros
( trescientas veinte y cinco leguas ) desde la ciudad de Bogotá.
Mas por desgracia, un contratiempo fatal, la grave postración á
que le redujo una mortal caida de á caballo, que le aconteció en
una fiesta popular, coleando toros á la usanza llanera, en mal
acondicionado paraje, privóle de los laureles que habria sin duda
segado en Ju n in y Ayacucho, á la cabeza de las fuerzas que
tenia ya disciplinadas y e n buen pié de marcha.
Mas, como á mitigar su honda pena por ese malhadado inci
dente que le forzaba á la inacción, llególe una marcada muestra
así de la plena confianza, que no solo al Libertador en particular,
sino al Gobierno de Colombia, habian inspirado sus aptitudes y su
probada lealtad, como también de la benévola distinción con que
se le trataba. E n efecto, ignorándose aún en Bogotá el caso
adverso que embargaba en Carácas al edecán de Bolívar, corau-
nicábasele de oficio por el Ministerio de la Guerra, la órden si
guiente, que en igual fecha se trasmitía al Comandante general de
Venezuela:—“ Aunque el Gobierno no tiene por ahora temor al
“ guno de invasión; como puede suceder que se presenten moti-
“ vos para sospecharla, miéntras que se está organizando en ese
“ Departamento la columna que debe conducir al Perú el Señor
“ Coronel Diego Ibarra; dispone S. E. el Vicepresidente : que si
“ llega este caso, en el cual han de consagrarse forzosamente á la
“ defensa del pais todas las fuerzas que haya en él, con ante-
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“ posicion á cualquiera otro o b je to ; solo se embarque para el
“ Istmo uno de los batallones auxiliares mandados levantar, á las
“ órdenes del Jefe que V. E. nombre, de acuerdo con el Coronel
“ Ibarra, quedando este con las demas fuerzas de su División en
“ Venezuela hasta que pase el peligro, ó se desvanezcan los fun
“ damentos que haya habido para tenerle. ”
Es decir, en previsión de un nuevo casus belli provocado por
la Santa Alianza, se designaba desde luego al fiel Ibarra como
uno de los mas seguros guardianes del suelo patrio en tal con
flicto. Honor insigne que bastaría por sí solo á hacer el p an e
gírico de sus virtudes públicas.
A esa misma época ( 1 8 2 5 ) corresponde el nombramiento
con que le galardonó el Gobierno de Colombia para el puesto de
la Comandancia General de La Guaira, durante cuyas funciones
íué llamado por dos veces á comisiones importantes al bien p ú
blico. F u é la primera con ocasion de haber estallado en 6 de
Diciembre de aquel año un movimiento revolucionario de dudoso
carácter y al parecer de tenebrosas miras, en la próxima villa
de Petare ; de que, sobrecogida la capital y alarmados sus tribu
nales, diputaron á Ibarra en comision, acompañado del respetable
Doctor Cristóbal Mendoza, Ministro de la Corte Superior, á exci
tar al General Paez, Comandante General del Departamento, y
residente á la sazón en Maracai, para que se trasladase á Carácas,
á vigorizar con su apoyo los procedimientos y difusas pesquisicio
nes ya iniciados. E n la expeditiva solucion que dió á este em
brollado episodio el Comandante General, fueron utilizados con
satisfacción pública los servicios del Coronel Ibarra, nunca mas
valiosos que en medio de las dificultades.
Y fué la segunda en Mayo de 1826, cuando depuesto el Ge
neral Paez de la Comandancia General de Venezuela por Decreto
del Senado de Colombia, recaído á una acusación; y con semejante
pretexto envuelto el país en la onda turbulenta levantada en V a
lencia por virulentos espíritus reaccionarios, y encrespada luego
por el viento de insurrección que soplaron, inconsultas, várias
municipalidades, deliberó al gn el mismo Paez, causa próxima ó
remota, consciente ó inconsciente, espontánea ó facticia, ostensi
ble ó recóndita, pero causa verdadera y notoria, compleja é im
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pulsiva de aquella tempestad de escándalos, deliberó, decimos,
próximo á hundirse en el caos de la anarquía, enviar diputados al
Libertador, que en nombre y representación suya, le explicasen
la verdad genuina de los sucesos y sus propias intenciones, en el
conflicto á que le habiari traido, decia, la injusticia del Senado
y la violencia y tirantez de las circunstancias locales. Para tan
delicado encargo escogió al Coronel Diego Ibarra, en unión
del connotado jurisconsulto, Licenciado Diego B. Urbaneja, en
cuya lealtad y patriotismo fió el éxito de su demanda, encami
nada en su principal objeto, á hacer árbitro de aquella peligrosa
complicación al Gran Padre de la Patria. Y bien penetraron
los contemporáneos cuánto debieron influir los discretos infor
mes privados de su edecán pridilecto, cuánto su juicio ingenuo
é imparcial de los acontecimientos, refrendado por el concienzudo
dictámen del prudente Urbaneja, en la benevolencia, en la mag
nanimidad con que el Libertador-Presidente selló con espléndida
amnistía aquel funesto ejemplo, que Paez al fin borró con una
noble retractación pública de su lamentable error.
Así, fué para Ibarra año de satisfacciones ese de 1826 ; como
que, aparte la indecible de volver á reunirse con su gran Jefe
y Mecenas amado, avínole que en Lima, hasta donde se adelantó
con aquel propósito de afecto, fué objeto de la munificencia dej
Gobierno peruano, qne espléndido en la interpretación de la gra
titud nacional para con los colombianos corredentores de su pátria,
hizo caso de pundonor oficial el incorporaren el ejército del Perú
con el mismo grado de Coronel vivo y efectivo que tenia por Co
lombia, al primer edecán del Héroe de Junin, para concederle
luego el empleo de General de Brigada de sus Ejércitos, — “ co
mo una muestra aunque pequeña, (dicele al enviarle su Despacho
firmado por el Presidente, Mariscal Santa Cruz, el General Tomas
de Héres, á la sazón su ministro de la Guerra,) como una muestra,
aunque pequeña, del distinguido aprecio que le merecen (al
Consejo de G o b iern o ) los señalados servicios que U. S. ha
prestado al Perú en la época horrible de sus calamidades, compro»
metiendo su salud en marchas rápidas, y haciendo vivos esfuerzos por
conseguir y remitir auxilios que fueron importantes por su clase y
por las críticas circunstancias en que llegaron á estas costas: ” é
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(bale acompañado este honorífico Despacho con dos medallas
de oro de las que maodó abrir el Consejo de Gobierno
con el busto del Libertador entre brillantes; destinada una de
ellas con exquisita galantería, mediante un diploma especial, á la
digna esposa del General Diego Ibarra, matrona colombiana, que
aparecía entónces á s u s ojos, tres veces ilustre; por sus virtudes,
realzadas con el brillo de su atractiva j u v e n t u d ; como esposa de
un procer benemérito, y por su propia raza, en fin, de esas que
son patrimonio de honra y gloria á sus generaciones. Obsequio
tanto mas expresivo el de esa medalla de honor, cuanto que ya
anteriormente (Abril del mismo año 1826) habíasela discernido
á I b a rra el Gobierno de Colombia, significándole, al enviarle su
diploma el Secretario de Estado, Ciudadano José Rafael Reven
ga, que por haber sido de los que contribuyeron en mayor esca
la “ á facilitar y hacer mas eficaces los auxilios que prestó Colom
bia á su íntima aliada y amiga (la República del Perú ), habíale
designado el Vicepresidente como uno de los mas acreedores á
la preferencia,” en la distribcion de aquel distintivo de que habia
enviado algunos ejemplares el Gobierno del Perú, para que en
prenda de la gratitud nacional se condecorase con ellos en su
nombre á los beneméritos del Ejército Auxiliar y á sus mas dignos
coaily ii vailures.
El General Paez reconocido por su parte á la eficaz media
ción de sus comisionados, no tardó en demostrarle peculiarmente
su satisfacción á Ibarra, expidiéndole como Jefe Civil y Militar
del Departamento de Vene/.uela, el 1 1 de Diciembre de 1826, en
Valencia, su ascenso á General de Brigada de los Ejércitos de
Colombia, con la galantería de declararle como antigüedad en di
cho grado la misma de 1? de Setiembre en que acababa de serle
concedido por el Gobierno dei Perú : ascenso que, en 5 del si
guiente Enero de 1827, le fué, no refrendado, sino reotorgado á
su vez en Valencia por el Libertador-Presidente con la propia
antigüedad peruana. Dos dias despues, fué destinado por S. E.,
desde su Cuartel General en La Victoria, á encargarse provisio
nalmente del mando importantísimo de la provincia de Carácas,
que comprendía en ese tiempo, bajo su vasta jurisdicción, los
territorios de los que hoy son Estados “ Bolívar, Guzman Blanco
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y Guárico. ” Y con posterioridad, ( 19 de Julio del mismo año ),
fué investido por el mismo Supremo Magistrado con la Coman
dancia de Armas de la plaza de Puerto-Cabello, empleo de pri
mera importancia y de confianza suma en aquellos tiempos de
azares y de predominio militar.
Mas, entretanto, tétricas nubes entenebrecían ya el cielo de
Colombia__ El patriotismo, que ántes ocurría siempre con fe
al Fundador de la República en busca de inspiraciones ; y que,
como al sacro Numen de la libertad americaua, solia llevarle en
ofrenda sus propios derechos, confesándose ménos apto que él
para conservarlos; ahora receloso, no solo no consulta ya su
Oráculo, sino que ántes bien, premedita destruirlo. Y c ie r to :
porque el atentado de Ocaña contra la Majestad del Poder Legis
lativo ; la Dictadura de 1828 como su indispensable corolario; y
por otra parte el absorbente poderío del elemento militar, enso
berbecido por el éxito siempre feliz de los constantes abusos con
que se defraudaba sordamente el prestigio del Dictador, despoja
ron á Bolívar de esa gran fuerza reproductiva— la popularidad—
que sublimando su genio, le hiciera ántes aparecer en el mando
como un D io s : y luego, que tomando, acaso de buena fe, como
manifestaciones espontáneas de la opinion, las adhesiones de los
pueblos arrancadas por arteras violencias de sus pretoríanos, vi
vía el Grande hombre en la viciada atmósfera política de un
criterio falaz.
Así, sus enemigos, exaltada su audacia con la notoriedad del
descontento público, urdieron en tenebrosos conciliábulos la con
juración nefanda en donde se fraguaron los aceros asesinos del
vein ticin co d e S e t ie m b r e .......... : que no eran todavía tiempos
aquellos de verdaderas prácticas democráticas, ni estaban aun los
pueblos iniciados en las nobles y pacíficas luchas del derecho.
E n la ominosa tragedia de aquella noche de horror, no tuvo
¡ ah ! el César de Colombia,, como en el riesgo mortal de Casa-
coima, como en la alevosa sorpresa del Rincón de los Toros, no
tuvo, no, á su lado compartiendo con él abnegadamente el peli
gro cierto de la vida, á su ayudante^redilecto, á su hijo mimado,
á su edecán favorito ; pero siempre tuvo allí á un Ibarra, pundo
noroso mancebo, de fino y gentil talante, en quien la clara estirpe
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hizo producir generoso fruto de heroísmo á su naturaleza delica
da, en la pavorosa escena de aquel drama terrífico, en que, no
con la vida como Fergusson, el fiel y valeroso escocés, mas sí con
largo tributo de su noble sangre, dejó en el pavimento del palacio
nacional de Bogotá, huella indeleble de su lealtad y de su honor.
¡ Con cuánta efusión de gratitud premió luego Bolívar rasgos tan
señalados de fidelidad y de bruvura, adhiriendo á su persona, co
mo nuevo edecán suyo, al glorioso manco de Setiembre !
A la sazón nuestro General Ibarra en su Comandancia de
Armas de Puerto-Cabello, orgulloso de que su menor hermano
hubiese escalado tan gallardamente una posicion conspicua para
su edad y su carrera incipiente; envidiábale únicamente la buena
suerte de haber, en trance tan capital para el Libertador, expues
to su vida y derramado por él su sangre. E inquieto por el
temor de que en la turbación de los tiempos pudiese por desgra
cia repetirse la criminal maquinación contra la vida del H o m b re -
P a t r i a , como le apellidaba en su entusiasmo, escribióle desde
luego rogándole que le volviese á su lado ; insinuación á que Bo
lívar, comprendiendo su sentido delicado, accedió sin demora,
llamándole de oficio, y no mas tarde que el 30 de Octubre inme
diato, á su Estado Mayor, y disponiendo que le reemplazase en la
Comandancia de Puerto-Cabello el General Antonio Valero. Mas
sobrevínole por entonces una grave dolencia, que, desconcertando
sus miras, le impidió en mucho tiempo, marchar, como anhelaba,
á B o g o tá .
Hi/.olo á principios del año siguiente ( 1 8 2 9 ) : mas, á su
llegada, ausente el Dictador en Quito á conjurar sérias p ertur
baciones intestinas, hubo de regresar en Junio á Venezuela, por
consejo del General Urdaneta, Ministro á la sazón de Guerra,
quien, de acuerdo con instrucciones privadas del Libertador-
Presidente, le confirió el importantísimo cargo de Inspector de
las milicias de aquel D e p a rta m e n to ..
Pero ya la estrella de Colombia se eclipsaba rápida y visi
blem ente: y quebrantado en breve aquel coloso político al primer
esfuerzo enérgico de gobierna autonómico que, siguiendo la ini
ciativa de Venezuela, hicieron las demas secciones, retiróse el
Gran Bolívar de la escena, en que ya no recogia, como en otro
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tiempo, las bendiciones y el aplauso de los pueblos ; y descendió
del Poder para no volver jamas á ser exaltado en vida por los
pueblos, sino en el porvenir por todas las generaciones á las
olímpicas esferas de la inmortalidad. ¡ Que no hubiese obedeci
do á su primer impulso de trasmigrar á mas benigna zona, allende
el Atlántico, en pos de algún descanso y vigor para el cuerpo y
el espíritu, ambos á dos cuitados y dolientes ! Sino que cedien
do á interesadas sugestiones de la cábala que aun se anidaba entre
las ruinas venerables de su antiguo prestigio, quedóse en mal ho
ra vegetando en Santa Marta. Pero aunque apartado allí del
mundo político militante, es indudable que le atraía el ruido de
la lu ch a; y ya que no la fiebre vertiginosa del gladiador, gustá
bale sentir las emociones del circo polvoroso.
Mas semejante inacción, forzosa ante ¡a mutilación de su
propia obra, era un martirio para aquel gran corazón, que nunca
mas que entonces fué todo de la patria.
Oh dolor ! El águila caudal, habitadora sempiterna de la
mansión del trueno, familiarizada en el espacio infinito, con el
hálito inflamado de las tempestades ; condenada ahora á vegetar
sin horizonte en la ínfima región del aire en que pelechan ignora
das las menudas aves! Bolívar, magna síntesis de la idea
liberal á que debieron su existencia cinco naciones soberanas y
fecundo porvenir la civilización americana ; segregado ahora del
movimiento general de los intereses políticos, como elemento
pernicioso á la consolidacion del sistema republicano ! Bolívar
retirado del grande anfiteatro de los negocios p ú b l i c o s . e l
seno de la patria desgarrado por voraces am biciones; y hasta los
primogénitos de la libertad echando suertes sobre la túnica de
Colombia......... ¿ qué mas indicios vaticinadores, qué mas señales
agoreras han de mandar los Hados de que Bolívar va á m o rir? ...
Mas ah ! en su transfiguración gloriosa de Grande-Hombre
caido, en semi-dios de la historia; en su tránsito sereno del m un
do de los héroes al Empíreo de los inmortales, no tuvo á su
doliente cabecera á aquel su amigo familiar de todo tiempo, á su
siempre fiel Acátes, al que si supo e^guivarle alguna vez su com
pañía allá en el Capitolio, jamás faltó de su lado en el conflicto
de la Roca Tarpeya......... Pero como uua previsión del Genio
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tutelar de esta Doble y Sel familia, no faltó tampoco, en esta gran
de y solemne ocasion, aquel gentil hermano que tan dignamen
te le sustituyó en la trageiia de Setiembre, para reemplazarle en
el patético acto de contemplar el cuadro de la ascensión de aque
lla alma sublime, despues de redimida la tierra americana, a*
seno de la inmortalidad..
¿ Y en dónde estaba, pues, Ibarra ? Ah ! el pundonoroso
Ibarra, que en los terrores apocalípticos de 1814 tuvo á mengua
abandonar el suelo natal, que no brindaba á los patriotas mas es
peranza que la muerte ; aléjase ahora contristado de sus amadas
riberas, sintiéndose impotente para fulminar á los que, no conten
tos con disolver la unidad de Colombia, lo que al cabo procedía
del ejercicio de un derecho, orlaron, ingratos, la cuna de su nue"
va nacionalidad, con viles oprobios al mas insigne de los hijos de
Carácas. Herido en la dignidad de su Jefe, y no pudiendo rei
vindicar sus fueros, ni volar á su lado, optó por el ostracismo
voluntario, y refugióse, desconcertado y triste, en la vecina isla
de Curazao, en donde recibió entre otras una carta de Bolívar es
crita catorce dias ántes de su m u e r t e ; carta cuya naturalidad y
sosiego, al hablar de lo futuro, bastaba de por sí á desorientar
toda conjetura de su próximo fin.
Así, á la nueva fatal, su asombro igualó á su dolor inmenso
encontraba absurdo en lo moral, y aun en lo físico el sentirse so
breviviendo al anonadamiento de aquella existencia sublime, que
él se habia habituado á considerar como causa coeficiente de la
suya propia, y cuyos supremos destinos creía aun distantes de su
Zenit. Hundido en los primeros momentos bajo la presión for
midable de aquel golpe moral, reaccionóse luego, comprendiendo
que le quedaba todavía una noble misión para el resto de sus
dias — honrar la memoria del varón egregio que habia prescrito
como santo legado á sus conciudadanos, “ U n io n , unión , ó la
ANARQUIA OS DEVORABA.”
Con el generoso propósito de ser fiel á esta divisa, como lo
fuera á su inmortal a u t o r ; y ya desengañado de la esterilidad de
las tentativas temerarias que ^cometieron pigmeos de reconstituir
la obra de un gigante — la in t e g r id a d d e C olombia — regresó
á la patria, en donde solicitó y obtuvo sin dificultad en 1833 ser
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incorporado al cuadro del Ejército de Venezuela con su grado de
_ General de Brigada.
Pero una fuerza superior á sus patrióticas determinaciones,
arrebatóle con irresistible impulso, en 1835, á ser, sin premedita
dos planes, actor principal en el malhadado episodio político de
“ Las Reformas. ” La lógica fatal de la evolucion histórica que
acababa de consumarse con la transformación política que, rom
piendo la grande unidad colombiana, dió nacimiento á la nacio
nalidad de Venezuela, traía de suyo como circunstancia natural
en el desenvolvimiento de los nuevos intereses públicos creados
por el advenimiento del Poder Civil y que constituían la atmós
fera vital de la entidad naciente, el antagonismo difícilmente
cohonestable, ni de modo alguno, legítimo ni aun justificable, de
los viejos elementos colombianos que, habiendo perdido con el
genio de Bolívar su razón de ser, creíanse sin embargo con dere
cho á disfrutar en la nueva República su antigua y ya imposible
, preeminencia. Conceptuaban, y por desgracia, tal vez de buena
fe, los representantes y sostenedores de ese pasado, que las nue
vas instituciones basadas en el desafuero militar y en las prácti
cas democráticas de una Administración sustancial mente cívica,
no habían sido sancionadas sino en odio al militarismo, como fór
mula y emanación políticas del sentimiento mal apellidado bolivia
no ; sin darse cuenta de que aquellas no eran en realidad sino
- verdaderas conquistas de la idea liberal, que ya adulta, despues de
una laboriosa gestación en la crisálida de las desgracias públicas,
resurtía transfigurada en un nuevo principio civilizador, que si
bien deficiente aun en su forma constitutiva, era sin duda
para aquellos tiempos, símbolo digno de la diversamente gran
diosa era de paz que se iniciaba. Y de ahí que, sin compren
der que ya los pueblos comenzaban á aficionarse, y con mas fe,
á las lides del derecho, que no á las sangrientas de la fuerza,
l lanzáronse desatentados en una rebelión á mano armada, que si
en el hecho los constituía reos de lesa p a t r i a ; en principios, y
esto era á la verdad no ménos deplorable, los exhibía como retró
grados. Y tal fué, consideradas “ Las Reformas ” bajo el punto
de vista filosófico el virus deletéreo que llevaron en su seno y que
las precipitó á su ruina.
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les del Libertador Simón Bolívar; y parecía imposible no señalar
un puesto de honor en el cortejo fúnebre al que había sido tantos
años el primer Edecán del Héroe S n d-am ericano : m as ¡oh
mezquindades del Poder ! excluyóse al General Diego I hni r ade
toda colocacion en el programa funerario entre los militares de
Colombia y Venezuela. Ah ! era que habian hecho sobrevivir
la pena de su degradación á un error harto purgado ya con seis
años de destierro !............ Mas como él entonces reclamase con
energía su derecho de asistir á aquella augusta solemnidad y al
lado del féretro, como General del Perú, fuéle al cabo concedi
da su incorporacion á la comitiva oficial, pero con la depresiva
condicion de que se presentase en traje de simple ciudadano.
E n tre la privación absoluta de montar la última guardia á las
cenizas venerandas de su antiguo Jefe, y la satisfacción de acom
pañar la urna cineraria, siquiera despojado de las insignias mili
tares que le discirniera en otro tiempo aquel insigne Oapitan,
optó sin vacilar por esta humillación honrosa ; y pasó con noble
orgullo por la horca caudina, exhibiendo así acrisolada su fide
lidad postuma á la memoria del Grande Hombre.
Y hé aquí que por una de esas felices inspiraciones del pa
triotismo aquilatado en la adversidad, comprendió Ibarra que si
una falta contra el progreso pacífico de la idea liberal, le habia
sometido á tan duras expiaciones, debia en desagravio consagrar
á su culto el resto de su vida, propendiendo definitivamente á su
expansión trascendental. Y reencendiendo la moribunda llama
de su fe republicana en el vivido hogar de esta convicción pro
funda, concibió desde luego el pensamiento, á que iba dando
vida con soplo vigoroso el autor de “ El Venezolano,” de orga
nizar el partido político que, propagando los principios liberales
y tomándolos por bandera, transformaba en verdadero sistema
progresista de civilización democrática, los elementos de suyo
fecundos que la rutina de los gobiernos y la falta de iniciativa
de los pueblos mantenían estériles, y en un estado puramente
embrionario. Y luego con el vigor de acción que en él era
genial, inició serios trabajos en e s a ^ u e v a senda ; y corroborado
con la luminosa colaboracion del entendido repúblico que irra
diaba ese pensamiento con subido realce en aquel periódico, en
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trambos á la par tuvieron la común gloria de ser Guzman el
fundador, é Ib a rrae l Jefe primitivo del partido l ib er a l de Ve
nezuela; timbre que ni el incisivo Lander le disputó jamas, y
que aun hoy dia reconoce gustoso el antiguo Secretario del Li
bertador.
Dado el impulso, cumplia luego á los gobiernos y á los pue
blos producir la hermosa síntesis de la paz y del progreso públi
cos, como resultante de las dos fuerzas constitutivas del equilibrio
social en el gran cosmos del universo político— el elemento con
servador, fuerza resistente ; el elemento liberal, fuerza expansiva.
Como desempeñasen desde entónces pueblos y gobiernos su
respectiva misión, grave asunto es de disertación histórica, que
no cabe en los estrechos límites de un simple esbozo biográfico,
ni atañe á la especialidad de nuestro personaje, que ni ejerció
profesionalmente el apostolado político, ni ascendió jamas al
solio del Poder : como que solo desempeñó en 1845 la Magistra
tura de Ministro Juez de la Corte Marcial de] segundo Distrito.
Pero, en cambio, sí tuvo en su condicion privada de simple
ciudadano dos ocasiones solemnes de protestar con actos circuns
pectos, pero de alta significación y de profundas enseñanzas,
contra lo que él reputaba rigor tiránico de la autoridad, no ménos
que contra los desbordamientos de la opinion ; actos de tanto
mayor realce porque revelaban todos los quilates de su grande
za de alma. *
Y fué cuando condenado á muerte por los tribunales de la
época el publicista de la nueva escuela, Redactor de “ El Vene
zolano,” el audaz reformador, el poderoso tribuno, ídolo eqtón-
ces de las entusiastas muchedumbres, y á quien la opinion le
vantaba en su onda inmensa hasta la apoteosis, desde la cúpula
eminente de la po pularidad; juzgando Ibarra en su conciencia
como una grande iniquidad que cayese bajo la cuchilla del ver
dugo aquella cabeza en que habian germinado concepciones que
merecieron en su dia ser enaltecidas por el Gran Genio de Co
lom bia; aquella frente ceñida con la aureola del apostolado li
beral y consagrada á la inviolabilidad por el santo crisma del
amor de los pueblos, juró empeñar en su salvación cuánta energía
guardaba aun su alma generosa y cuánto valimiento pudiesen
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darle en el ánimo del recien inaugurado Presidente de Venezue
la, General José Tadeo Monágas, los antiguos lazos, nunca entre
ambos relajados, de su confraternidad colombiana, y el vínculo
muy mas preciado aun para entrambos de su común idolatría por
el Libertador.
Con que, desconcertando intrigas palaciegas ; adormeciendo
con su providente celo y con previsivos cuidados los cien ojos
vigilantes de la cábala jesuítica, que envolvia en las mil redes de
su astucia al novel Magistrado, logró ocasion propicia de mover
en el alma de este político sagaz aquellas fibras simpáticas y la
no ménos sensible del engrandecimiento de su nombre ante la
posteridad si salvaba al patriarca de la religión liberal. Y así
tuvo la gloria de cooperar decisivamente á libertar del patíbulo
al caudillo y oráculo del pueblo.
Y así también, cuando ensañadas las pasiones populares,
cedieron ciegas, al impulso de ajenos furores tiñendo en sangre
fratricida la sagrada ¿'este de la á su vez mal aconsejada Repre
sentación N a cional; el General Ibarra, enarbolando en medio de
aquella incandescente atmósfera de iras y rencores, el prestigioso
estandarte de la magnanimidad, salvó de la m uerte á algunos de
sus grandes enemigos políticos ; sobreponiéndose á maléficas in
fluencias, serenó los arrebatos del odio popular, y con su ejem
plo inspiró en las altas regiones sentimientos clementes.
Adicto, pues, á la persona del primer Magistrado, por con
notaciones antiguas, y adherido á su Administración, desde lue
go por comunidad de miras políticas; y despues por gratitud al
salvador de su grande amigo, que representaba para él las tan
queridas tradiciones de la antigua patria boliviana, sirvióle como
leal compañero en la campaña de 1848, con que se inició la
segunda serie de nuestras guerras civiles. Y de tal entidad y
consecuencia fué su decidida cooperacion,*que “ deseoso S. E. el
Presidente de la República— ( dicele de oficio el Ministro de la
Guerra, General Francisco M ejía)— deseoso S. E. el Presidente
de la República de dar á U. S. un testimonio del aprecio y con
sideración con que ha visto los importantes servicios que ha
prestado á Venezuela en la última campaña, como igualmente la
antigüedad y méritos contraidos anteriormente,” le confirió en
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Marzo de 1849 el empleo de General de División, con el previo
asentimiento del Senado.
E n confirmación de mis juicios y apreciaciones anteriores,
quiero que oigáis de él mismo, en la contestación que elevó al
Gobierno con motivo de esa nota, el sentimiento dominante en
su alma al recibir este ascenso.— “ Si debo, dice en ella, con la
mayor satisfacción lisonjearme de mi cooperacion en esta v e z ;
todavía es mayor mi complacencia por haber recibido este testi
monio de aprecio y consideración, siendo Jefe del Estado uno de
losfieles amigos de Bolívar y de la causa y principios que este
proclamó en América.”
Mas tarde ( Noviembre de 1850 ) obtuvo sus inválidos y
se retiró definitivamente ai descanso del hogar doméstico, acaso
presintiendo ya cercana la hora suprema del eterno reposo, que
le sorprendió en Carácas tranquilo entre sus lares, el 29 de Mayo
de 1S52, á los cincuenta y cuatro de su edad y despues de trein
ta y nueve de carrera pública. .
Dejaba tras sí, peregrinantes en los inciertos caminos d é la
vida, á la virtuosa compañera de sus dias y á sus hijos á quienes
legaba un respetable nombre ; no herencia de riquezas, entre las
cuales rodaron sin embargo su cuna los genios de la abundancia,
y que, copiosa ofrenda del patriotismo munificente d e s ú s pro
genitores, dieron sustento á la indigente Independencia, pasando
á s e r patrimonio de las huestes libertadoras: y ni intentó nunca
reclamarlos, ni aun aspiró á reponerlos cuando lucieron en pos
del triunfo, dias de opulencia para el Fisco de la gran República
gloriosa y floreciente ; pues léjos de explotar en beneficio pro
pio el íntimo ascendiente de que gozaba en el ánimo del Liber
tador, este se veia al contrario obligado por su afecto á instarle
y aun á ordenarle que cobrase siquiera los haberes de su peculio
castrense. •
La correspondencia constante que con él mantenía Bolívar,
y de la cual hemos tenido á la vista restos venerandos, entre
ellos algunos autógrafos, nos revela secretos sorprendentes sobre
el desprendimiento singular del General Ibarra : ya es una c a sa
de alto precio para aquellos tiempos, cedida por este al Erario
en sus urgencias, y de cuyo importe le advierte el Libertador con
— ni _
solicitud paterna] que es oportunidad de reintegrarse, facilitán
dole la via mas expedita para lograrlo, y reprendiéndole cariño
sam ente por el desden con que mira su derecho: ya es el rico
presente de una respetable suma de dinero que le hace agrade
cido el comercio de Cartagena, y que él (con una magnanimidad
si mas tarde superada, tan solo en cantidad, por la del millón
p e r u a n o ,) cede generosamente á la patria, aún menesterosa : ya
son cantidades á que renuncia en favor de sus padres y parientes:
ya son sos ajustes militares, cuya liquidación le urge Bolívar para
que ocurra á reclamarla : ya son, en fin, sérias amonestaciones
que le hace como Jefe y como amigo para que corte el vuelo á
sus liberalidades.
Pero lo que mas resalta en esa correspondencia es la sincera-
estimación, el alto concepto en que le tenia, y de que con ma
ligna incredulidad han osado dudar espíritus malquerientes.
Tal carta hay en que, hablándole con vivo Ínteres sobre su por
venir, le propone un plan halagüeño para que vaya á establecerse
bajo su protección en los Estados del S u r : tal otra, en que le
llama con instancia á su lado y se lamenta de su ausencia: en
esta le comunica sus previsiones acerca del éxito probable, pero
costoso, del asedio á la plaza del Callao : en aquella le confia sus
inquietudes respecto á las elecciones de Diputados para el Con.
greso A dm irable: en una le felicita por su nombramiento de
Comandante de armas de La Guaira : en otra le hace un bello
cumplido familiar por verle siendo todo un Comandante de la plaza
de Puerto Cabello : aquí, despues de hacer un cabal elogio del
General Salom, que le urgía porque le relevase de la Comandan
cia General de Oriente, le propone que vaya á reemplazar á aquel
importante Jefe, diciéndole con lisonjero énfasis, que no conoce
á ningún otro qne pueda sustituirle sin detrim ento del servicio:
allá, discurriendo rápidamente sobre las complicaciones sobreve
nidas el año ]S29, dícele, equiparándole honoríficamente á otra
gran figura colombiana— “ si todos piensan como tú, el General
Urdaneta y demas hombres de juicio, pronto lo veremos.”
E n suma, esas páginas confidenciales que la firma de Simon
Bolívar eleva á la categoría de documentos históricos, constitu
yen el mas valioso relieve de la hoja de servicios del G en eral
— 32 —
Diego Ibarra y la mas bella ejecutoria para sus descendientes.
Ocultábalas, empero, su modestia, como habia sepultado
también en el olvido, aun para sus propios deudos, ciertas accio
nes de hidalga generosidad, que el tiempo se ha encargado de
revelar para su alabanza postuma.
Una, entre otras, merece especial conmemoracion : durante
el Armisticio, habiase estrechado en franca y leal amistad con un
gallardo oficial español en quien brillaban con seductor halago
todos los perfiles de ese garboso rumbo peculiar de la caballe
resca raza castellana. Fieles entrambos á su varonil afecto, jó
venes ambos, ambos á dos pundonorosos y valientes, encontrá
banse con frecuencia en los combates, donde se saludaban á lo
lejos con gracia marcial, cual si se hallasen en el palenque de un
torneo ; y siempre que sobrevenía felizmente, aunque de ordina
rio fugaz, una cesación de hostilidades, eran ellos los primeros
que, dando el ejemplo de la fraternidad, trocaban entre sí, y con
jovial llaneza, el córneo vaso rústico en que escancia al soldado
su licor alegre el sobrio Baco de los campamentos. Mas he aquí
que en la función de armas de la “ V illa d e I baiíra ,” envuelto
en la derrota de los suyos, cae prisionero de guerra este Pílades
hispano de nuestro colombiano Orestes : ignorante Ibarra del
suceso, porque, al decidirse el combate, habia sido destacado del
campo mismo de batalla á comisión im portante del servicio, sor
préndele á su regreso la infausta nueva de que estaba en capilla
para ser fusilado su amigo el joven oficial español. E n el acto,
cediendo, sin ajena consulta, al solo impulso de sus nobles sen
timientos de amistad, vuela á sacarle de su prisión, cuyas puer
tas se abren sin dificultad á la voz del primer Edecán del Liber
tador, que por disposición expresa de S. E. era á la sazón obede
cida y cumplida como si fuese orden escrita suya. Instruido al
punto del imprevisto lance el General en Jefe, hace comparecer
á Ibarra á su presencia ; y como al hacerle serios cargos por el
abuso de confianza que acababa de consumar con tanta audacia,
le contestase este con serena frente.—“ Haga de mí V . E. lo que
quiera ; pero ya este p ris io n e s está bajo la salvaguardia de mi
honor y de mi vida ; y ahora loque necesito é imploro de mi Jefe
son veinte onzas para lealmente sacarle de su escondite y embar-
— a s
earle” — á tan origiaal salida, descoje Bolívar el olímpico ceño, y
contemplando á su edecán predilecto, dícele con benévola galan
tería : “ Anda, Ibarra, con tu afortunado prisionero; que bien
has conquistado hoy, con esta tu Villa, el buen derecho de ser mag
nánimo por cuenta de la patria.” — Aun vive, ya anciano respe
table y retirado en la Habana, el veterano Brigadier Don Nicolás
López, protagonista de este caso romanesco ; quien al escuchar
por vez primera despues de largos años el apellido Ibarra en un
venezolano, ocurrió solícito á indagar si era este por ventura hijo
de su salvador, y refirióle entre lágrimas de gratitud ese nobilísi
mo rasgo de su inolvidable amigo.
Hé aquí en sucinto la vida militar y política de este modes
to cuanto glorioso paladín de nuestra patria. Cuando la severa
Musa de la Historia disipe un día con su luz pura la caliginosa
niebla que cubre nuestros recónditos anales antiguos ; cualquiera
que sea el juicio definitivo de la posteridad, siempre se dirá del
General Diego Ibarra : él, creyendo como dogma de fe para su
vida pública que amar al Libertador y serle consecuente y fiel,
era amar y servir á la patria, siguió con ingenuo candor esta re
gla de conducta en toda su carrera, como gran síntesis de su
credo político.
Abnegación sublime en un carácter enérgico, exuberante
de franqueza, independiente por temperamento y por condicion
de raza. Valiente y bien dotado de aptitudes militares ; mimado
de la fortuna, y poseyendo la buena gracia del mas excelso de
los grandes capitanes de su tiempo, pudo sin disputa haber bri
llado con luz propia en el grandioso estadio de la epopeya Sud
americana : pero fascinado por el vivido resplandor del genio
excepcional de Bolívar, concibió que la mas pura expresión del
patriotismo, su mayor grandeza, su gloria mas serena, habia de
consistir, para los no marcados con el sello de una predesti
nación singular, en imitar el ejemplo de los Apóstoles con el
Verbo de Dios — dejarlo todo 'para seguirle— Y él lo dejó todo
por el Redentor de nuestra América, y le siguió siempre l e a l ;
renunciando por él á toda otra ambición que á la que estimaba
como el summum de su gloria— vivir y pasar luego á las
edades, consustanciado por el afecto y los servicios con el
mas egregio de los ciudadanos y de los guerreros de su siglo.
Tim bre este, característico de su figura histórica, que no p o
drá arrebatarle el jesuítico! silencio de los historiadores, ni sufri
rá desmedro por el tosco buril de su biógrafo.
Al pié del monumento escultural que ha erigido en la Ca
tedral de Carácas á SIMON B O L IV A R la pa tria agradecida,
brilla por su sencillez á los ojos del observador una modesta
lápida, en cuyo mármol se lee el nombre del General
D I E G O I B A R R A .
¡ Unidos en la vida, unidos en la tum ba, unidos en la inm or
talidad !
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