Herramienta Formidable

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¡QUÉ HERRAMIENTA FORMIDABLE! Página 1 O.E.

Swindoll
El evangelista y la Biblia
Bucaramanga, Colombia, Julio de 2002

¡QUÉ HERRAMIENTA FORMIDABLE!


Orville Swindoll

Cuando era joven en la escuela secundaria, mi padre me presentó a un hombre que era
aficionado de radio. Me acuerdo la primera vez que fui a su casa para ver su receptor y
trasmisor. Me fascinó la cantidad de controles y perillas que daba la impresión de que con
ellos se podría controlar todos los distintos parámetros de una emisión radial que le
llegara. Me parece que fue allí donde descubrí una de mis vocaciones auxiliares: la
electrónica. Años más tarde estudié y logré pasar el examen federal para poder ser yo
mismo un aficionado de radio, después del cual construí mis propios aparatos de radio.
Aun ahora, después de más de cincuenta años en el ministerio de la palabra de Dios,
me sigue interesando los temas de la electrónica, aunque estoy más ocupado con la
computadora hoy que con la radio o la televisión. Siendo joven, aprendí a arreglar los
equipos electrónicos y con eso sigo atendiendo los aspectos más técnicos de las
computadoras de varios miembros de mi familia extendida, como también de algunos
amigos cercanos.
Aprendí la importancia de un principio que quiero señalar ahora: el valor de tener la
herramienta justa por el trabajo que le toca a uno hacer. Mi padre trabajó muchos años en
una fábrica que producía herramientas pneumáticas. De oficio era mecánico de precisión
y siempre le interesó tener a mano la herramienta adecuada para la tarea que le tocaba
realizar. Quizá por eso aprendí temprano en la vida el interés que tengo en las
herramientas.
He visto a algunas personas que querían introducir un clavo en una madera con el taco
de su zapato. A otras he observado queriendo destapar una botella con los dientes, o
aflojar una tuerca con los dedos. Es maravillosa la diferencia y la facilidad con que se
puede realizar un trabajo si se puede contar con la herramienta justa para el mismo.
Con esto quiero decirles, mis hermanos, que tenemos en las manos la herramienta más
formidable que hay para realizar el trabajo que nos toca hacer: el evangelismo y el
discipulado de las naciones. ¡Me refiero a la Biblia, la palabra de Dios!

LA BIBLIA ES LA PALABRA DE DIOS


Supongo que no hace falta convencer a mi auditorio hoy que tenemos entre manos el
tesoro más grande que el Señor nos pudiera haber dado. Según la misma palabra de Dios
es, conforme a las distintas circunstancias, espada, martillo, llama de fuego, luz en la
oscuridad, palabra de salvación, semilla viviente, juez, ley divina, espejo para conocer
nuestra verdadera condición y compañero fiel. Con razón David decía que se levantaba
siete veces en la noche para alabar a Dios por su ley. Declaró: «Cuánto amo su ley».
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El apóstol Pablo tuvo mucho interés en que su colega joven Timoteo tuviera respeto y
destreza en el manejo de la palabra de Dios. Entre sus instrucciones al joven ministro
encontramos estas palabras en 2 Timoteo 3:16–17:
16
Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender,
para corregir y para instruir en la justicia, 17a fin de que el siervo de Dios esté
enteramente capacitado para toda buena obra.
Lo que quiero destacar aquí es que la Escritura ha sido «inspirada por Dios». Esto no es
un invento humano, ni un conjunto de ideas sabias. Tampoco son sugerencias divinas.
Este libro nos comunica la voluntad de Dios, la sabiduría de Dios, la gracia de Dios, la
salvación de Dios. Afirma Pablo que «la Escritura es … útil para enseñar, para
reprender, para corregir y para instruir en la justicia». Luego señala por qué nos es tan
importante la palabra de Dios: «a fin de que el siervo de Dios esté enteramente
capacitado para toda buena obra».
Por eso quiero señalar la reacción que nos corresponde frente a la palabra de Dios.

1) CONOCIMIENTO de la palabra de Dios. Esto es primordial. No podemos usar la


palabra ni entenderla si no la conocemos. Y conocerla requiere de nosotros tiempo,
disciplina e incentivo. Se trata de un libro grande que contiene sesenta y seis libros,
escritos en distintos idiomas, culturas y regiones geográficas, a lo largo de unos dos mil
años. No podemos tratarlo como si fuera un diario que mañana no tiene mucho valor. En
realidad, su valor aumenta con el paso del tiempo. Pues su gran tema es el plan y
propósito de Dios para con el ser humano y se desarrolla en medio de circunstancias muy
variadas y a veces muy dramáticas.
No debemos amedrentarnos frente a su magnitud ni su complejidad, pues es una mina
que hay que trabajar para sacar las riquezas más grandes que se puedan imaginar.
Mencioné la necesidad de incentivo y disciplina. Tenemos que comprender que nuestra
responsabilidad de conocer la palabra nos impone una urgencia y una prioridad que no
podemos postergar. Asignemos tiempo cada día para estar frente a su palabra, leyendo,
estudiando, procurando entender sus misterios, a la vez que oremos por sabiduría divina y
la asistencia del Espíritu Santo. Aprendamos a ser diligentes en el uso del diccionario
para comprender las palabras que no nos resultan familiares y algún libro de estudio que
ayuda a descifrar situaciones históricas o culturales cuyo significado no es tan obvio por
la simple lectura. Entiendo que muchos tienen recursos muy limitados pero quiero
animarles a hacer lo posible para adquirir los libros de estudio y de investigación bíblica
que pueden servirles en su estudio y comprensión de la palabra de Dios, para que puedan
ser siervos eficaces y fructíferos en el ministerio del evangelio de Cristo.

2) CORRECCIÓN de la palabra de Dios. Cuando me expongo a la luz que Dios me


suministra por su palabra, me sorprendo al descubrir las cosas en mi vida que no agradan
a Dios. En esto trabaja el Espíritu Santo con la palabra de Dios para señalarnos los rubros
de la vida que necesitan ser corregidos y ajustados. Precisamos no solo instrucción; a
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veces precisamos también corrección y reprensión. Pero como voy a tratar este aspecto
más adelante, no lo voy a desarrollar más en este momento.

3) COMPROMISO con la palabra de Dios. La Biblia no es simplemente un libro


conveniente; es esencial, es vital, es clave para nuestra vida y nuestro ministerio. En
realidad, debemos vernos como siervos de la palabra de Dios. Su palabra nos impone
orden, disciplina, una conducta ejemplar, integridad y santidad. No podemos abrir y leer
la Biblia como si fuera una novela que podemos dejar si no encontramos algo que nos
gusta. La Biblia es el medio principal —después de Jesucristo mismo— que nos
comunica el conocimiento de Dios, de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Por
eso, cuando leemos y estudiamos la palabra de Dios, tenemos que pedir luz y asistencia
del Espíritu Santo, tenemos que disponer el corazón con docilidad delante de Dios y
tenemos que hacerle caso a sus retos y a las alarmas que hacen sonar dentro de nosotros.
En una palabra, somos hombres de la palabra de Dios. La Biblia señala nuestro
fundamento y nuestro destino, nuestra situación del pasado, de la actualidad y del futuro.
Nos enseña a trabajar, a manejar conflictos y problemas y a ajustar nuestra conducta para
agradar a Dios. Arroja luz en nuestro camino, a veces oscuro y sinuoso.

LA BIBLIA ES NUESTRA COMIDA


La Biblia es, así mismo, nuestra comida, nuestro alimento, nuestro sostén. Sin ella,
nos debilitamos, pero con ella nos volvemos robustos, aguantamos más, nos
fortalecemos. Tanto la lectura como la puesta en práctica de la verdad de Dios tiene el
efecto en nosotros de hacernos madurar, desarrollar capacidad espiritual, afirmarnos en lo
moral y ético.
Hace poco estuve leyendo la experiencia de Ezequiel cuando Dios le presentó el rollo
del libro de la ley y le ordenó: «Cómelo». Le pareció difícil pero lo hizo. Lo más
sorprendente es el resultado; dijo que le resultó «dulce como la miel» al paladar. Muchas
veces, a primera vista, nos parece dura y exigente la palabra de Dios, pero cuando la
probamos, descubrimos que es dulce, es agradable. Consideremos un par de pautas de la
palabra de Dios como nuestra comida:

1) RIQUEZA, nutrición, alimentación en el plano espiritual. Escuchemos la proclama de


David con respecto a su experiencia con la palabra de Dios, en el Salmo 19:7–11:
7
La ley del SEÑOR es perfecta: infunde nuevo aliento.
El mandato del SEÑOR es digno de confianza: da sabiduría al sencillo.
8
Los preceptos del SEÑOR son rectos: traen alegría al corazón.
El mandamiento del SEÑOR es claro: da luz a los ojos.
9
El temor del SEÑOR es puro: permanece para siempre.
Las sentencias del SEÑOR son verdaderas: todas ellas son justas.
10
Son más deseables que el oro, más que mucho oro refinado;
son más dulces que la miel, la miel que destila del panal.
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11
Por ellas queda advertido tu siervo; quien las obedece recibe una gran recompensa.
Observamos que la sensación de David frente a la palabra era igual que la de Ezequiel: le
resultó más dulce que la miel. Pero observemos en especial los beneficios que provienen
de la palabra de Dios: aliento, confianza, sabiduría, rectitud, alegría, claridad, visión,
pureza, verdad y justicia. Si esto no es riqueza, ¿qué es? El que se nutre de la palabra de
Dios se fortalece y enriquece.

2) RÉGIMEN en el hábito nuestro frente a la palabra. La palabra régimen puede


referirse al ejercicio físico como también a una dieta que proporciona al cuerpo la
nutrición necesaria. El cuerpo humano es complejo y necesita muchas vitaminas,
proteínas, calorías, minerales y otros suplementos para mantenerse y para crecer. Una de
las preocupaciones mayores de toda buena madre es que su recién nacido tenga la
necesaria alimentación para desarrollarse y madurar a un ritmo normal. El apóstol Pedro
se refiere al equivalente en el plano espiritual en su primera epístola, especialmente en
contraste con las características de la vida que tuvieron los cristianos antes de conocer al
Señor. Prestemos atención a sus palabras en 1 Pedro 2:1–3:
1
Por lo tanto, abandonando toda maldad y todo engaño, hipocresía, envidias y
toda calumnia, 2deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién
nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación, 3ahora que han probado lo
bueno que es el Señor.
Es obvio que cualquier régimen implica tanto disciplina como diligencia, porque no
depende del impulso del momento para realizar su obra. Escuchemos lo que dijo Pablo a
Timoteo al respecto, en 2 Timoteo 2:15:
15
Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué
avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad.
Esfuerzo y diligencia son necesarios si hemos de recibir de la palabra de Dios el alimento
que Dios nos quiere proporcionar.
Todo esto implica que debemos determinar cuándo, cómo y con qué frecuencia nos
vamos a encontrar a solas con la palabra de Dios, a fin de nutrir nuestra alma, y no solo
para preparar el próximo mensaje que nos toca predicar. Cuando estudiaba en la
universidad, determiné levantarme más temprano que los demás para tener de 30 a 60
minutos a solas con Dios. De manera sistemática leía libros enteros de la Biblia y
memorizaba pasajes extensos de la misma. Era un hábito que había comenzado desde
antes cuando estuve cumpliendo con el servicio militar en mi país. Esa disciplina, con
toda seguridad, me salvó de muchos males, aparte del hecho de que me sirvió para que
aprendiera lo que Dios quería hacer en mi vida.

LA BIBLIA ES NUESTRA HERRAMIENTA


Ya mencionamos que la palabra de Dios es una herramienta formidable. Y es una
herramienta múltiple, que obra de distintas maneras en distintas situaciones. Frente a los
endurecidos, es capaz de producirles convicción de pecado; cuando se la suministra a los
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decaídos o enfermos, es capaz de sanar y levantar; cuando me siento desorientado o
incierto, me da claridad, me enfoca. Déjenme señalar algunas características de la palabra
de Dios como herramienta:

1) Es PRECISA, o sea, tiene precisión. La palabra de Dios es maravillosa en este


sentido; va al grano, encara el problema con precisión, arroja luz justo donde hace falta.
Cuando Dios habló a Ananías para decirle que se fuera a encontrar con Saulo de Tarso, le
dijo dónde estaba, en la casa de quién y lo que estaba haciendo. Más preciso, imposible.
He tenido algunas experiencias así. Frente a una incógnita muy grande y confusa,
clamaba al Señor y me respondió con una sola frase que resolvió para mí la confusión y
me orientó hacia la solución.
¿Cuántas veces, en nuestra lectura bíblica regular, descubrimos que Dios nos habla la
palabra exacta que precisaremos más tarde en el mismo día? La palabra de Dios es
precisa, no vaga, no incierta, no más o menos.

2) Es PODEROSA y eficaz. Escuchemos lo que Dios le dijo a Isaías (55:10–11):


10
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo,
y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar
para que dé semilla al que siembra y pan al que come,
11
así es también la palabra que sale de mi boca:
No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo
y cumplirá con mis propósitos.
Esta característica de la palabra es una de las cosas que causó asombro a los que
escucharon a Jesús (Lucas 4:36–37):
36
Todos se asustaron y se decían unos a otros: «¿Qué clase de palabra es ésta?
¡Con autoridad y poder les da órdenes a los espíritus malignos, y salen!» 37Y se
extendió su fama por todo aquel lugar.
El apóstol Pablo tenía profundas convicciones con respecto al poder de la palabra de
Dios (Romanos 1:16):
A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la
salvación de todos los que creen.
Escribió también a los corintios (1 Corintios 1:18):
El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los
que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios.
Y en la epístola a los Hebreos (1:3) leemos que Cristo es «el que sostiene todas las
cosas con su palabra poderosa».
¿De qué manera tiene poder la palabra de Dios? Pues se introduce en el corazón
humano por la predicación del evangelio y allí comienza a producir la conciencia de
pecado, de la necesidad de Dios. Produce convicción y luego enseña al pecador a clamar
a Dios que luego le muestra misericordia y le salva. La palabra procede a transformarle
los gustos y las actitudes. Produce cambios maravillosos en sus relaciones con otras
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personas, especialmente con los de su propia familia. Le ilumina con la luz de la vida y le
enseña a vivir para agradar a Dios. ¡La palabra de Dios es poderosa!

3) Es PRIORITARIA. Nadie se equivoca cuando da gran importancia a la palabra de


Dios. Los reformadores del siglo dieciséis entendieron la necesidad de restaurar a la
iglesia el valor de la palabra de Dios, en lugar del misticismo, sentimentalismo y
sacramentalismo. Todos los reformadores eran hombres imbuidos en la palabra de Dios,
maestros de la palabra, predicadores de la palabra. Era la herramienta preferida por ellos
para realizar una limpieza de las ideas corrompidas, de conceptos erróneos y de pecados
groseros.
En nuestros tiempos también hacen falta hombres y mujeres imbuidos en la palabra de
Dios, maestros y predicadores del evangelio que conocen bien la palabra del Altísimo y
la saben presentar para llevar a cabo el propósito divino.
Colombia está esperando un ejército de evangelistas que han llenado su corazón y su
mente de la palabra de Dios que luego ha producido en ellos el fuego que arde por las
multitudes que se pierden en esta gran nación que necesita imperiosamente a Cristo.
La palabra de Dios es nuestra prioridad, mis hermanos. Elevemos su lugar entre
nosotros y no hará falta de tanta sicología, dramatismo humano y otros trucos que solo
sirven para ofuscar la obra de Dios. Pongamos la palabra de Dios en su lugar; es la
espada del Espíritu Santo.

LA BIBLIA ES NUESTRO JUEZ


A cualquier persona le preocupa ser citado para comparecer ante un juez. Y también,
es un tremendo alivio escuchar las palabras del juez que avisan: «Está exonerado» o
«Está sobreseído.» «No hay cargo en su contra.» Pero hay muchas ocasiones cuando le es
necesario juzgar, sentenciar y condenar al culpable.
Dios es el Creador y es también el Consumador. Es el que dio origen y sentido a todas
las cosas y es el que evalúa la acción y la conducta de todos. La Biblia nos informa que:
La palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos.
Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos,
y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón. Ninguna cosa creada escapa
a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien
hemos de rendir cuentas. Hebreos 4:12–13
Sabiendo esto, hermanos, nos conviene juzgarnos a nosotros mismos, tal como exhorta el
apóstol Pablo. Pues el que se juzga a sí mismo, no será juzgado por Dios.
¿De qué manera opera la palabra de Dios como nuestro juez?

1) REDARGUYE el pecado. Nuestro Dios es muy misericordioso y lleno de gracia. Pero


no puede perdonar el pecado que no se reconoce. El pecador morirá por su pecado y no
tendrá excusas delante de Dios. La palabra de Dios arroja la luz de Dios en el corazón
humano y revela allí la maldad, la rebelión, el fraude, la mentira, la fornicación y el
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adulterio y aun las malas intenciones. Este ministerio esencial es el resultado de la
predicación de la palabra de Dios. No nos toca a nosotros producir la convicción de
pecado; solo nos toca comunicar el evangelio. El Espíritu de Dios toma esa palabra y
hace la obra en el fuero íntimo del ser humano.

2) REVELA la justicia de Dios. Pablo nos informa en Romanos 1:17:


De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por
fe de principio a fin, tal como está escrito: «El justo vivirá por la fe».
Lo que Pablo quiere decir aquí es que la única manera de conocer la justicia de Dios en la
vida viene por recibir y creer el evangelio. El evangelio anuncia que Cristo murió por
nosotros y que en su muerte llevó sobre sí la culpa nuestra y pagó nuestra gran deuda
delante de Dios. Esta buena noticia cambia nuestra relación con Dios cuando la
recibimos con fe. La posibilidad de conocer y experimentar la justicia de Dios «es por fe
de principio a fin»; o sea, no podemos acceder a eso por cuenta propia. La fe en Cristo
que se revela en el evangelio es la única forma por la cual podemos gozar del acceso a
Dios y ser justos en su presencia.
Este argumento de Pablo muestra la estrecha relación entre la fe y la palabra de Dios.
Para que la palabra efectúe en nosotros la voluntad de Dios, la tenemos que creer. La fe
es la respuesta del corazón humano que baja la resistencia y las barreras para que la
verdad de Dios haga en nosotros su obra maravillosa y transformadora.

3) RESTAURA la gloria de Dios. La salvación es una obra divina de restauración, de


abrir de nuevo el camino a Dios para el hombre perdido. Pero no es el propósito de Dios
devolvernos la inocencia, sino reencaminarnos según su diseño original: quiere que el ser
humano, el ser redimido, sea un vaso de barro lleno de la gloria de Dios. El genio del
evangelio tiene dos aspectos: 1) Dios condesciende a la situación real del ser humano
perdido en su pecado y rebelión y toma su lugar; y 2) lo redime y restaura a su propia
imagen y lo llena de la gloria de Dios.
Dios no deja las cosas a medio hacer o a medio camino. Cuando él completa su obra,
el ser humano brillará como estrella en el firmamento de Dios. El ser humano redimido
por el evangelio es el trofeo de la gracia de Dios revelado en el evangelio de Cristo Jesús.
¡Y toda esta obra magnífica se realiza por la operación dinámica de la palabra de Dios!

Termino afirmando lo que dije al principio: ¡Qué herramienta formidable es la


palabra de Dios!
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