KBTDXPMZ - H4RubDg - JagsGtS5ISyXMgdu-Lectura Fundamental 3
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Lectura fundamental
Contenido
De ello que, desde la doctrina jurídica, se hayan propuesto diferentes tipos de clasificaciones. Sin
embargo, en esta oportunidad, se traerán a colación las clasificaciones más aceptadas por los juristas.
Estas son:
A continuación, detallaremos las aristas que integran las clasificaciones anteriormente mencionadas,
haciendo claridad en que la clasificación de las obligaciones respecto de su objeto será tratada en el
siguiente escenario.
Sin embargo, antes de hacer referencia a las obligaciones que en virtud de la relación de sujetos
plurales pueden existir, es decir, aquellas en las que algún extremo (o ambos) de la obligación está
conformado por un número plural de personas, es menester resaltar de forma sumaria que las
obligaciones de los sujetos unitarios (aquellas en las que los sujetos están conformados por una sola
persona) no revisten mayor complejidad respecto de la clasificación que acá nos ocupa y, por lo tanto,
no serán objeto de esta lectura.
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Retomando, dentro de las relaciones jurídicas de sujetos plurales se pueden presentar dos fenómenos
o tipos de obligación: las obligaciones conjuntas o mancomunadas y las obligaciones in solidum o
solidarias. Las diferencias entre estos tipos de obligación suponen gran relevancia para el estudio y
la práctica de las ciencias jurídicas, en el sentido de que cada una implica diferentes consecuencias
jurídicas en materia de la responsabilidad, el pago, y el litisconsorcio ¹.
Son aquellas en las que se faculta al acreedor a perseguir el cumplimiento de una obligación a cada
una de las personas que conforman el sujeto pasivo de un vínculo jurídico con vocación obligante.
En la doctrina se han denominado a las copartes (o las personas plurales que conforman el extremo
pasivo de la obligación) como codeudores.
Para que una obligación pueda ser considerada mancomunada, es necesaria la presencia de
ciertas características propias de este tipo de obligación. En términos generales, las obligaciones
mancomunadas tienen dos características fundamentales: la divisibilidad del objeto sobre el que recae
la obligación y la pluralidad de los vínculos que la conforman.
Habiendo ya expuesto lo relativo a la pluralidad de los vínculos, nos ocupa acá hacer referencia a la
divisibilidad del objeto. Un objeto es divisible cuando es fraccionable física o intelectualmente: un bien
es físicamente divisible si se puede fraccionar sin alterar su funcionalidad o las características que lo
hacen, lo que es, por ejemplo, una torta, un predio rural, una cosecha, etcétera.
En los escenarios en que un bien sea físicamente indivisible, es necesario valorar la posibilidad de
ser intelectualmente divisible. Aquella fragmentación intelectual supone una constitución del bien
por cuotas pro parte o común y proindiviso en la que varios sujetos son dueños de una cosa respecto
de cuotas indeterminadas. Hinestrosa (2003) manifiesta que todas las obligaciones de dar son
por naturaleza divisibles y, por lo tanto, todos los derechos reales (salvo la obligación de constituir
servidumbre) son sujetos a división física o intelectual.
1 El litisconsorcio hace referencia a la pluralidad de sujetos que pueden conformar una parte procesal dentro del proceso
judicial
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Para determinar la divisibilidad de una obligación de hacer, es necesario tener en cuenta si el objeto
de la relación puede ser cumplido por partes o si interesa nada más que un resultado final: en el
primer caso, el cual permite el cumplimiento de la obligación por partes, se trataría de una obligación
divisible, en el segundo evento, donde no es factible el cumplimiento de la obligación de forma partida
o fraccionada, tendremos que es una obligación indivisible. Las obligaciones de no hacer son, por regla
general, indivisibles, ello por cuanto la permanencia de la situación actual es un resultado que no se da
en el evento de que cualquiera de los deudores incurra en contravención.
Las obligaciones in solidum o solidarias son aquellas que implican la posibilidad de que el acreedor
o los acreedores cobren en sólido determinada obligación a los codeudores. Esa concepción de
obligación sólida supone, entonces, la virtualidad de que el sujeto activo le cobre, indistintamente a
los codeudores, el cumplimiento de la obligación objeto del negocio. En ese caso, el deudor requerido
debe cumplir, inexorablemente, con la prestación acordada en su integridad.
De igual forma que con las obligaciones conjuntas, las obligaciones solidarias tienen dos
características fundamentales: la unidad del objeto y la pluralidad del vínculo. La unidad del objeto
hace referencia a que dicho objeto no será fraccionado para el pago, sino que se entenderá sólido y
conservará su unidad. Respecto de la pluralidad del vínculo, ya se escribió en párrafos anteriores.
Las obligaciones solidarias pueden tener dos manifestaciones: la solidaridad activa y la solidaridad pasiva.
En la solidaridad activa cada coacreedor está en plena facultad, siempre y cuando la obligación sea
exigible, de reclamar la totalidad de la prestación a cualquiera de los codeudores; el acto de reclamación
del cumplimiento de la prestación afecta, de igual forma, al conjunto de coacreedores. En ese sentido,
las obligaciones solidarias activas tienen cuatro efectos jurídicos relevantes, en los que:
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A. Cada acreedor puede exigir la totalidad de la prestación.
D. Si el deudor o codeudor está en mora con alguno de los coacreedores, se entenderá que está en
mora respecto de todos.
La solidaridad pasiva, por otro lado, implica el deber respecto de cualquiera de los codeudores
solidarios, para cumplir íntegramente la prestación objeto de la obligación. La solidaridad pasiva anula
la posibilidad de hacer uso del beneficio de excusión o la persecución de los bienes de otro de los
codeudores, además de que:
A. Pueda demandarse a uno o a todos los codeudores, esto como la manifestación por excelencia
del litisconsorcio facultativo.
D. La extinción de la obligación por uno de los deudores le transmite los privilegios y garantías, y lo
faculta para repetir contra los demás codeudores.
Culminando lo relativo a las obligaciones solidarias, vale la pena mencionar que, dependiendo del
régimen al que esté sometida la relación jurídica en cuestión, la solidaridad nace de una u otra forma:
tratándose de las relaciones eminentemente civiles, para configurarse solidaridad es necesario
pactarla explícitamente. Por otro lado, en las relaciones mercantiles la solidaridad se presume por
mandato expreso del artículo 825 del Código de Comercio (1971).
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3.1. Obligaciones naturales y civiles
Las obligaciones pueden ser naturales o civiles: las obligaciones naturales son una institución del
derecho romano, cuya característica fundamental implica la imposibilidad de ejercer el derecho
a exigir su cumplimiento, pero que cumplidas autorizan al acreedor a retener lo que se ha dado o
pagado en virtud de ellas. Las obligaciones naturales, según Hinestrosa (2003), son obligaciones civiles
degeneradas o abortadas que, de suyo, suponen la degradación de un deber civil.
En otras palabras, las obligaciones naturales, al tratarse de obligaciones sobre las cuales el acreedor
no dispone del derecho de acción para exigir su cumplimiento, el deudor solo estaría conminado a
satisfacer su objeto en virtud de un “deber moral” o por cuenta de su honor. Haciendo uso de la
terminología alemana, las obligaciones naturales tienen contenido de shuld, no siendo así de haftung.
Existen dos clases de obligaciones naturales: las originarias y aquellas que nacen de las obligaciones
civiles desvirtuadas. Las primeras hacen referencia a las que desde su nacimiento carecieron de
coercibilidad, mientras que las segundas implican la deformación de una obligación otrora civil que
perdió su exigibilidad, por ejemplo, en aquellos casos en donde opera la prescripción extintiva. En ese
mismo sentido, además de las obligaciones prescritas, son catalogadas como obligaciones naturales:
En cuanto a las obligaciones civiles, contrario a las anteriormente explicadas, implican prestaciones
cuyo cumplimiento es coercible y, por lo tanto, exigible por parte del acreedor: en estos casos,
el sujeto activo sí dispone del ejercicio de su derecho de acción para exigir el cumplimiento de la
prestación. El Código Civil (1873), en su artículo 1527, define las obligaciones civiles como “aquellas
que dan derecho para su cumplimiento”.
Las obligaciones también pueden ser principales o accesorias. Las obligaciones principales son, por
antonomasia, aquellas que subsisten por sí solas y sin necesidad de otra, mientras que las obligaciones
accesorias son aquellas que dependen de otro acto para subsistir. Existen dos tipos de obligaciones
accesorias: las obligaciones accesorias a otras obligaciones, como en el caso de las garantías
personales, y las obligaciones accesorias de derechos reales o propter rem.
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En cuanto a las obligaciones accesorias a otra obligación, el clásico ejemplo es relativo al contrato
de fianza, así: un sujeto a se obliga para con un sujeto b al pago de una suma de dinero, en un plazo
determinado, producto del perfeccionamiento de un contrato de compraventa a crédito. El sujeto b le
exige al sujeto a la constitución de una garantía que le acredite el cumplimiento de la obligación y, de
ello, el sujeto c suscribe un contrato de fianza en el que se obliga para con el sujeto b a responder por
la prestación del sujeto a, en el caso de que este llegare a incumplir la obligación.
En esta situación se evidencian dos relaciones jurídicas: una relativa al contrato de compraventa (la
obligación principal) y otra relativa al contrato de fianza (la obligación accesoria), sin embargo, la
fianza depende, exclusivamente, de la suerte del contrato de compraventa: para que el sujeto b pueda
hacer efectivo el cumplimiento de la prestación contenida en la fianza y, por ende, esté facultado
para perseguir al sujeto c, la compraventa se tuvo que haber incumplido; en el mismo sentido, si la
compraventa se extingue, se extingue también la fianza.
Por otro lado, un ejemplo de una obligación propter rem se presenta en el caso en el que el
sujeto a le presta un cierto dinero al sujeto b; este último se compromete para con el primero a
pagarle la integridad del dinero prestado, más los correspondientes intereses remuneratorios, en un
plazo de dos años. El sujeto a, con el fin de garantizar que el sujeto b cumpla con su prestación, le
exige que constituya una garantía real: una hipoteca respecto de un bien inmueble de su propiedad.
Dicha hipoteca implica dos derechos: la posibilidad de que el sujeto a haga efectiva la garantía real
en caso de incumplimiento y, por ende, dada la circunstancia, se convierta en el nuevo propietario
del bien garantizado; y el segundo, la preferencia respecto de otros acreedores para perseguir el bien
garantizado en caso de presentarse concurso.
De este suceso se evidencian, igualmente, dos vínculos jurídicos entre el sujeto a y el sujeto b: el primero
relacionado con el dinero mutuado (la obligación principal) y el segundo relacionado con la garantía real
para el cumplimiento de dicha prestación (la obligación accesoria). De ello, es evidente que la obligación
accesoria no tiene razón de ser en caso de que la primera se extinga o simplemente no exista: la suerte
de la hipoteca depende exclusivamente de lo que suceda con el contrato de mutuo.
Respecto de las obligaciones puras y simples, no es necesario hacer mayor análisis. En ellas, la
prestación acordada inicia sus efectos desde el momento mismo de su nacimiento y, por ello, se
hacen exigibles en aquel instante. En aquella circunstancia, el acreedor está facultado para exigir su
cumplimiento en el mismo momento del nacimiento de la obligación.
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Una obligación pura y simple nace, por ejemplo, de algunos contratos de compraventa, como el que
se suscribe al comprar pan en la panadería; o en los contratos de transporte, como el que se consiente
en el momento de tomar un taxi en la calle.
Es menester tener en cuenta, además, que salvo la condición resolutoria tácita establecida en el
artículo 1546 del Código Civil y la condición suspensiva de la que trata el artículo 1869 del Código
Civil (1873), las condiciones son eminentemente convencionales. Es decir, aquellas no se presumen,
sino que necesariamente deben ser pactadas por las partes.
1. Las condiciones lícitas e ilícitas: una condición con objeto ilícito se entiende como no escrita.
2. Las condiciones posibles o imposibles: la posibilidad debe ser física o moral. Una condición cuyo
objeto es imposible física o moralmente se entiende como no escrita.
3. Las condiciones expresas o tácitas: las condiciones deben ser acordadas por las partes, salvo las
excepciones mencionadas en párrafos anteriores.
5. Las condiciones casuales, potestativas y mixtas: son casuales las condiciones que dependen
de la voluntad de un tercero; las que dependen de alguna de las partes del negocio jurídico se
entienden potestativas; y las que dependen en parte del acreedor y en parte de la voluntad de
otra persona o circunstancia se entienden mixtas.
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resolutorias suponen la extinción del derecho sobre el que recaía la prestación acordada en el
negocio jurídico.
7. Las condiciones puramente potestativas: son aquellas cuyo cumplimiento obedece únicamente
al arbitrio de la persona que se obliga, son nulas por mandato expreso del artículo 1535 del
Código Civil (1873).
El plazo o término en las obligaciones entiende la ocurrencia de un hecho futuro pero cierto sobre
el que está subordinada la exigibilidad o extinción de un derecho. El plazo implica, entonces, el
nacimiento, ejecución, exigibilidad o extinción de una obligación sometida al acaecimiento futuro de
una circunstancia certera, por lo general, el cumplimiento de una fecha.
En ese mismo sentido, el Código Civil (1873), en su artículo 1551, define el plazo como la época que
se fija para el cumplimiento de la obligación. En la doctrina jurídica, paralelamente, se han clasificado
diferentes tipos de plazo, a saber:
A. El plazo suspensivo: es decir, aquel sobre el que está sometido el ejercicio del derecho. Por
ejemplo, la fecha en la que se decidió entregar la cosa implica que la obligación no sea exigible
sino hasta el momento en que se cumpla el plazo.
B. El plazo extintivo: sobre el momento cierto en el que se extinguirá la obligación. Por ejemplo, la
fecha en la que se acordó terminar un contrato de arrendamiento.
D. El plazo legal, convencional y judicial: el plazo legal es aquel fijado por la ley, el plazo
convencional es aquel establecido por las partes negociales de un acto jurídico y el judicial aquel
que, por arbitrio del juez, se fija en el marco de un proceso judicial para el cumplimiento de
determinada prestación.
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F. El plazo de gracia: aquel que, sin estar explícitamente consagrado en el contrato o la ley, es
concedido por el acreedor al deudor en el momento en el que no exige el cumplimiento de la
prestación. Solo es probable afirmar la existencia del plazo de gracia en aquellos contratos cuya
obligación es exigible, o en las prestaciones puras y simples.
También es plazo de gracia el concedido mediante acuerdo de las partes con anterioridad al
vencimiento del plazo original, tal y como lo establece el artículo 829 del Código de Comercio.
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Referencias
Congreso de los Estados Unidos de Colombia. (26 de mayo de 1873). Ley 84 de 1873 [Código Civil,
CC]. https://www.suin-juriscol.gov.co/viewDocument.asp?ruta=Leyes/1827111
Hinestrosa, F. (2003). Tratado de las obligaciones. Concepto, estructura, vicisitudes (2.a ed., vol. 1).
Universidad Externado de Colombia.
Presidencia de la República de Colombia. (16 de junio de 1971). Decreto 410 de 1971 [Código de
Comercio, C.Co]. http://www.secretariasenado.gov.co/senado/basedoc/codigo_comercio.html
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INFORMACIÓN TÉCNICA
Módulo: Obligaciones
Unidad 2: Clasificación de las obligaciones
Escenario 3: Obligaciones según el vínculo y el sujeto
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