Ingrid Olderock La Mujer de Los Perros
Ingrid Olderock La Mujer de Los Perros
Ingrid Olderock La Mujer de Los Perros
VQUV-791196
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Sumario
Prólogo
Presentación
Capítulo I La extraña historia de un atentado
Relato de Ingrid Olderock
Una oficial destacada
Los ‘80
La ilusión Carter
El atentado y sus claves
Quién dio la orden
La Seguridad Nacional, pilar de la DINA
Capítulo II La clínica Santa Lucía
Capítulo III La Venda Sexy o Discoteque
El Castigo
Uso de animales en las torturas
Brigada Purén
El cabo Manuel Leyton Robles
Capítulo IV Hermana querida
El cuaderno
Capítulo V El largo brazo de la DINA
Operación Cóndor
Colonia Dignidad
La casa de Lo Curro
Yiye Ávila
La Dinita
Casa de Piedra
El poder y el abuso
Muerte en soledad
Epílogo
Detenidos desaparecidos de La Venda Sexy
Personas detenidas que salieron con vida de La Venda Sexy
Las “alumnas” y la “profesora” Ingrid Olderock
Bibliografía
La memoria no es la historia,
si no lo que recordamos de ella.
Dedico este libro a Alejandra Holzapfel Picarte, Elías
Padilla Ballesteros, Beatriz Bataszaw Contreras, quienes
han sostenido una memoria activa con el fin de ganar
esta lucha diaria de evitar el olvido.
Eran cerca de las 16:00 horas cuando llegamos a la calle Coventry 349. La
casa de un piso tenía un antejardín visiblemente descuidado, donde estaba
estacionado un auto Chevette de color rojo, que en su vidrio trasero lucía un
adhesivo que decía “Yo amo a mi perro”.
El adhesivo en el auto nos hizo pensar que posiblemente ella aún viviera en
esa casa. Entramos sin llamar. La portezuela de rejas estaba abierta. Todo
parecía estar en abandono absoluto: la casa, el jardín, el automóvil, la reja y
la puerta de ingreso.
Pensaba que la casa que había heredado de sus padres estaba cargada de
recuerdos confusos que la alteraban. En otras ocasiones la consumía la culpa,
el miedo y la angustia. Eran esas imágenes aterradoras las que le impedían
conciliar el sueño, se decía. La Browning 7.65 que guardaba en el cajón de su
mesa de velador era un apéndice de su mano y su única compañera en las
noches. Era tal era la seguridad que le producía ese artefacto, que la mantenía
permanentemente limpia, perfecta, sin seguro y con la bala pasada, por si
acaso.
También llevaba otra en su cartera, el arma de servicio, para defenderse
hasta la muerte y, por si fuera poco, guardaba una tercera en el horno de su
cocina. Nadie que osara entrar a su casa pensaría que ahí había un arma lista
para ser disparada.
Las sesiones de terapia psicológica que había comenzado y a las que asistía
para exorcizar sus culpas, la tenían confundida más que aliviada. Sentía que
le habían derribado sus muros de contención, dejando todos sus flancos
expuestos.
Por primera vez era ella la que respondía preguntas, la que abría su vida y
no podía eludir el fondo de sus conflictos sin entregar información que la
dejaba indefensa ante otro ser humano.
Tenía claro que, con la terapia, había transgredido todas las estrictas
normas de su institución y de la Inteligencia Militar. Lo sabía. Pero la
angustia y los sentimientos de culpa la superaban y necesitaba a un
desconocido que la escuchara.
Cada cita era un riesgo de vida. Por eso tomaba toda clase de precauciones
y aplicaba lo que los gringos le habían enseñado para despistar a los
enemigos. Todas las semanas se inventaba una fachada. Buscaba rutas
diferentes para llegar a su trabajo, caminaba chequeándose en cada esquina,
se daba vueltas por el sector buscando alguna cara sospechosa e ingresaba al
edificio sin que nadie lo notara.
No parecía llevar mucha prisa, caminó media cuadra hacia el sur y, cuando
se aprestaba a cruzar la esquina de Coventry con Baden, sintió algo inusual
en el ambiente, pero no le dio mayor importancia.
Se repitió una vez más que todo estaba bien, quizás como una forma de
apaciguar sus angustias. Se dijo que la situación de seguridad era
absolutamente dominada por los Servicios de Inteligencia de la dictadura y
no prestó atención a los dos hombres que escondían su rostro tras unas
gruesas parkas y caminaban en sentido contrario al de ella.
Los dos hombres eran jóvenes, altos y fornidos. Vestían jeans y gruesas
parkas azules, con el cuello subido. No se les veía claramente sus rostros.
Parecían dos trabajadores que iban presurosos a sus jornadas diarias.
Raúl Castro Montanare, conocido como “Jacinto”, y Carlos Bruit eran dos
militantes del MIR que se habían incorporado a las filas de la revolución en
la adolescencia. El golpe de Estado no amilanó sus sueños revolucionarios y,
a pesar de su corta edad, comprendieron que las causas no se abandonan
cuando se contaminan con la derrota.
Con frecuencia resonaban en el silencio de la clandestinidad las palabras
que Miguel Enríquez había pronunciado en su último discurso en el Teatro
Caupolicán: «No estamos asistiendo al crepúsculo de una Revolución, sino
que el largo y difícil camino de la revolución obrera y campesina recién
comienza.»
Carlos sería uno de ellos. Detenido por la DINA cuando aún era menor de
edad, había sumado a su decisión de resistir a la dictadura militar el odio
desatado por las torturas recibidas en la Villa Grimaldi y la desaparición de
entrañables militantes revolucionarios. Su salida al exilio en Francia fue solo
un paréntesis antes de reintegrarse a la resistencia.
El primer tiro lo dio “Jacinto”. Olderock solo escuchó una frase: “esto es
para ti”; luego sintió un estallido muy fuerte y cayó al suelo por el impacto.
La bala dirigida al corazón solo la rozó. Carlos se aproximó, poniendo la
pistola a medio metro de distancia y le disparó directo a la cabeza, para
rematarla.
El arma calibre 32 disparada a poca distancia no logró el objetivo. Solo
alojó una bala en la cabeza, sin producir estallido de cráneo. Rápidamente,
tomaron su cartera, una carpeta, y se fueron a paso rápido por el enjambre de
calles de Ñuñoa. No supieron qué había pasado; pensaron que el cometido
estaba cumplido, que Ingrid Olderock había pagado por sus crímenes.
Le pidió a otra vecina que fuera a buscar unas cajas que tenía en su casa y
que no se las entregara a nadie. Hizo un nuevo esfuerzo y logró ponerse de
pie para intentar llegar hasta la puerta de su domicilio. Fue en ese momento
que se dio cuenta, con pavor, que no tenía su cartera ni tampoco la carpeta
con la imagen del papagayo en una de sus tapas. No podía entrar a su casa
porque no tenía las llaves. Se desesperó. Estaba en shock y no sabía por
dónde comenzar a ordenar el caos que tenía en su mente. Solo repetía algo
acerca de unas cajas que debían ser escondidas.
Pero la verdad es que ella no tenía ningún “rasgo psicótico”, sino que sus
comportamientos exaltados eran parte de su personalidad y los explotaba para
resguardar su vida. Este comportamiento, con el tiempo, le serviría cada vez
que fuera llamada a declarar ante los tribunales de justicia, donde se
parapetaba tras conductas excéntricas.
«Quedé tendida y creí que me moría ¡Si este fue un milagro de Dios!» -
dice, refiriéndose a su recuperación.
«Ellos sabían que yo todas las mañanas salía de mi casa a pie, a tomar la
micro para ir a la Dirección de Carabineros.
«Aquí al lado, una vecina que era de la FACH4, me vio caer y salió
corriendo a pedir ayuda. También había un muchacho que estudiaba leyes en
la universidad y que esa mañana, cuando sucedió esto, iba a clases… él me
ayudó. Yo no sé cómo llegue hasta mi casa. Pensaba llamar para que viniera
la ambulancia de Carabineros y quería abrir la puerta y me di cuenta que no
podía porque me habían llevado la cartera donde tenía las llaves. Le dije a mi
vecina que cuidara unas cajas que tenía guardadas, que no las dejara.
«Así que me hinqué a rezar en la calle para que Dios me ayudara, y ahí fue
cuando llegó la ambulancia de Carabineros que estaba a dos cuadras de mi
casa. Eran las siete y media de la mañana cuando sucedió el atentado y, según
ellos, habían ido a llevar un enfermo a su casa. ¿A esa hora? Es muy raro, ¿no
cree? Se demoraron quince minutos en llegar hasta mi casa».
La pregunta que surge es, ¿por qué ella insistía en que era su institución la
que buscaba deshacerse de ella, siendo considerada una oficial destacada?
Y era cierto. Ingrid Olderock tenía una disciplina prusiana forjada por sus
padres, y eso la había llevado a sobresalir entre sus pares. Era tiradora
experta, la mejor en artes marciales y en defensa personal, paracaidista y
jinete sobresaliente en la Escuela de Carabineros. Así la recordaron sus
compañeras de escuela al cumplirse los 50 años de la formación de la Escuela
de Carabineros, sección femenina.
«En 1966 se aprobó el reglamento que dio origen al Escalafón Femenino
de Orden y Seguridad, destinado a las brigadieres, y se instauró por ley el
Departamento de Policía de Menores. En 1967, la Subteniente (E.F.) Ingrid
Olderock se convirtió en la primera mujer paracaidista de Carabineros y las
Fuerzas Armadas en efectuar un salto desde 1.000 metros, en el campo
militar de Peldehue».
«A mis padres no les gustaba que nos juntáramos con gente que fuera
chilena. A ellos no les gustaban los chilenos porque eran muy indios y
tampoco había mucha gente con quién juntarse, así que nosotras pasábamos,
las tres, solas en la casa, pero iban muchos profesores de música y de danza
para mi hermana, la que se fue a Alemania.
«Yo soy nazi desde pequeña, desde que aprendí que el mejor período que
vivió Alemania fue cuando estuvieron los nazis en el poder, cuando había
trabajo y tranquilidad y no había ladrones ni sinvergüenzas. Pero que quede
claro: no comparto el exterminio de los judíos. Tampoco estoy de acuerdo
con los de la Colonia Dignidad7.
«Le voy a contar que mis abuelos llegaron de Alemania con mis padres, a
Peñaflor. Ellos fueron parte de un grupo de alemanes que formaron la
Colonia de Peñaflor, que todavía existe. Son familias de colonos alemanes
que se instalaron allí a trabajar. Para mis abuelos fue terrible llegar a este
país. A ellos les habían dicho que este era un país civilizado y les habían
prometido miles de cosas, pero cuando llegaron, no les dieron na’, había
puros indios a pata pela’ y medio tontos, flojos y pobres. Eso fue terrible; mis
abuelos se deprimieron, a ellos no les gustaba na’ de esto. Nunca les gustó
Chile.
Esa declaración era un aviso: los días venideros serían difíciles para la
oposición y lo más probable era que se aproximara una fuerte represión.
Los ‘80
La década de los años ochenta fueron tiempos difíciles en Chile.
Miguel Enríquez, junto al grupo fundador del MIR, había propuesto desde
sus inicios una acción revolucionaria que convocara a las grandes masas a la
lucha por el poder, para construir una sociedad socialista. Un hecho inaudito
y desafiante para una sociedad temerosa, domeñada, cuya izquierda jamás se
había propuesto la lucha por el poder, optando siempre por la vía de reformas
parciales y dejando en manos de la derecha la hegemonía del poder.
A fines del año 1978, la tarea de exterminio contra los opositores estaba
casi concluida. Ese año fueron detenidas 1.623 14 personas y de ellas, según
datos oficiales, desaparecieron solo once15. De todos los detenidos, 1.249
habían sido arrestados durante manifestaciones. Era el comienzo del fin al
miedo. Se iniciaba otro período y prueba de ello era la organización de los
primeros movimientos sociales -que se articulaban en torno a la búsqueda de
los detenidos desaparecidos- y las Bolsas de Cesantes. Ambas, cobijadas por
la Iglesia Católica en la Vicaría de la Solidaridad, daban a algunos grupos un
pequeño margen de acción para hacer política abierta de resistencia.
La molestia de Contreras fue tan grande, que muchos temieron una posible
retaliación, pero Lucía Hiriart lo llamó personalmente para decirle que estaba
de su lado, lo que apaciguó la ira del General.
“Contreras se había quejado días antes al Ministro del Interior César Raúl
Benavides Escobar, que el Brigadier Enrique Ruiz Bunger, director de
inteligencia de la Fuerza Aérea, estaba desobedeciendo las órdenes del 22 de
septiembre y continuaba deteniendo a miembros del P.C. (Partido
Comunista). La Marina, en menor escala, también estaba deteniendo a
miembros del P.C. y Contreras no sabe el número exacto de los detenidos que
tenía la Fuerza Aérea y la Marina».
La ilusión Carter
Jimmy Carter había asumido la presidencia de los Estados Unidos (1977-
1981) tras la administración de Gerald Ford, quién reemplazó a Richard
Nixon en 1974, luego de su dimisión producto del escándalo de espionaje al
interior del gobierno, conocido como el Watergate, hecho que generó la peor
crisis política de la post-guerra en los Estados Unidos.
Carter no era demasiado carismático, pero tenía un leve parecido con John
Kennedy y lo había utilizado para atraer a los nostálgicos de los años sesenta.
También había cautivado a los electores con su sonrisa amable, que
contrastaba con la holywoodense apariencia de su contendor, Ronald Reagan,
y con los rasgos adustos de sus antecesores.
Ambos andaban armados y, cada minuto que pasaba, el arma les pesaba
más. No podían correr ni un riesgo, por lo que se fueron directo a la casa de
acuartelamiento.
¿Por qué su partido los había enviado a eliminar a una agente que, a juzgar
por los documentos encontrados, parecía tener contactos avanzados con algún
grupo opositor y estaba falsificándose una identidad para salir del país? Era
extraño. Aunque nada en esos días era normal.
Más extraña aún les pareció la obstinada defensa que Olderock hizo de la
carpeta después de los dos tiros que recibiera en su cuerpo.
«Ella era una modista muy humilde que vivía a pocas cuadras de Olderock
y se dio cuenta que esta mujer era parte de los aparatos de seguridad de la
dictadura. Debe haberse dado cuenta por las conversaciones, o por algún
papel que vio en la casa. El asunto es que fue y le contó al hijo. Él hizo llegar
la información a la dirección interna del Partido, que estaba formada por
Hernán Aguiló, por “El Rucio” -que estaba encargado de Informaciones y al
que nunca le conocí su nombre, pero que sé vivía más allá de la Escuela
Militar-, por “José”, por Hugo Ratier -quien fue asesinado el 7 de septiembre
de 1983, después del atentado a Carol Urzua-, por “Yamil”, Dagoberto
Cortez -que murió en el enfrentamiento del 28 de noviembre de 1982-, por el
“Coño”, por Arturo Vilavella -asesinado el 7 de septiembre de 1983-, por
Manuel Cabieses, por el “Chico Omar” -de quien no sé su nombre-, y por
“Joaquín” -de quien también desconozco el nombre.
«Yo fui informado que tenía que realizar la acción y que para eso debía
seleccionar a dos personas con experiencia. Así lo hice y seleccioné a Carlos
Bruit y a Raúl Castro, ambos militantes ejemplares y de probada capacidad
para la acción.
«El único error fue que yo le di la orden a Carlos de usar una pistola de
calibre 38 y él solo pudo conseguir una de calibre 32. Fue un error, porque
Carlos tenía que darle un tiro para rematarla y debía ser de calibre 38, para
que no hubiera posibilidad que quedara viva y sufriera una larga y terrible
agonía. La idea era matarla de una sola vez. Raúl era el encargado de darle el
primer tiro, directo al corazón. Lo hizo, pero no murió. La verdad es que
falló. Nosotros la dimos por muerta y tomamos sus cosas y nos fuimos».
Jacinto solo recuerda que ellos creyeron que la mujer había muerto y que,
al margen del nerviosismo propio de realizar una acción que podía costarles
la vida, sintió que realizaba un acto de justicia por cada uno de sus
compañeros muertos en terribles torturas o lanzados al mar, minas de cal, ríos
o enterrados clandestinamente en lugares remotos.
«Puede haber casos donde la actividad política militar no pasa por las
experiencias personales. Pero si uno ve a la mayoría de los militantes que
salieron vivos de los centros de torturas, que movilizados por el derecho a la
rebelión usaron la violencia, puedo decir que la motivación principal que los
impulsó a realizar acciones de este tipo es la ideología. Cuando se está en
dictadura no hay derecho a la justicia y la rebelión como método de lucha
contra ella es legítima.
«Creo que ninguna persona de las que pasó por las experiencias de los
centros de detenidos podría torturar a alguien. Aunque no puedo afirmarlo al
cien por ciento. Una cosa son las acciones armadas, volar torres de alta
tensión, descarrilar trenes, hacer atentados, que desde el punto de vista
político son justificadas en el contexto de la rebelión, y otra muy diferente es
prepararse para ocasionar intencionalmente sufrimientos hasta la muerte».21
Pero los pies que vio Olderock el día de su atentado fueron los de Carlos
Bruit. De eso no hay ninguna duda.
«Mire, aquí en Chile se sabe todo, no ve que una persona cuenta a otra algo
y le pide secreto, y esta persona va y se la cuenta a otra y esa otra a otras más
y todas se piden guardar el secreto y nadie cumple. Finalmente, todo se sabe.
Aquí, la gente no guarda secretos.
«Yo supe todo porque me contaron que la orden había venido directamente
del General Mendoza».
Ante tan tajante respuesta, se le consultó sobre las certezas y las razones
que habría tenido su propio general para atentar contra su vida. Ella
respondió que no sabía, pero que «cuando salí de la DINA y volví a
Carabineros, me recibieron mal. Todos los Carabineros que servimos en la
DINA, al ser nuevamente reincorporados a nuestros servicios, fuimos mal
recibidos. Nosotros no habíamos elegido irnos a la DINA; fuimos
seleccionados por nuestros jefes.
- Dígame.
Ella sabía por qué fue degradada. Por traición. Sabía que le retiraron el
uniforme y todas las medallas por haber perdido toda la confianza de su
institución, de Contreras y de todos los organismos de seguridad de la
dictadura, debido a su intento de deserción y de entregar información al
enemigo.
Al ser consultada sobre las razones que tenía para inculpar al oficial
Benimelli, considerando que no había visto la cara del atacante y solo pudo
verle los zapatos, respondió:
«No lo vi, pero sí pude darme cuenta de la talla, por sus pies y porque lo vi
alejarse de espaldas. Además, hay varias otras cosas que yo se las dije al
fiscal militar. Primero, que si hubiesen sido de izquierda quienes hicieron el
atentado, no hubiesen sido tan burdos. Ellos se llevaron la carpeta y esa
carpeta era demasiado llamativa y fácil de ubicar. Segundo, se llevaron mi
arma y después la usaron para hacerle un atentado a ese viejo, Silva
Cimma22. Tercero, está lo de la ambulancia de Carabineros que, como le dije,
estaba cerca de mi casa y del atentado, a la hora precisa. Pero lo más
importante es que me contaron cómo se había planeado mi atentado y que en
eso estaba metido el General Mendoza, que él, personalmente, dio la orden».
«Cómo voy a creer en la justicia si a esos pobres los torturaron por algo
que ni siquiera hicieron y uno sabe que la gente cuando es torturada reconoce
hasta lo que no sabe, y después pagaron un crimen que no cometieron porque,
insisto, no fueron esos socialistas o miristas los que atentaron en contra mía».
«Sí po’, si le dije que la pistola la usaron para después atentar contra Silva
Cimma. La pistola yo la tenía en la cartera, pero no alcancé a reaccionar. Yo
no tenía ninguna razón para pensar que me querían matar. Yo solo había
cumplido con mi deber».
Jacinto entrega las claves que Carabineros tuvo para deshacerse de una de
sus mejores oficiales:
«Lo que nos llamó la atención fue que, al abrir la carpeta, nos dimos
cuenta que esta mujer estaba desertando de los servicios, pero eran tiempos
tan complejos que no nos detuvimos a pensar siquiera por qué nosotros le
hacíamos un atentado a una agente cuando estaba a punto de dejar los
aparatos represivos. Además, no sabíamos la otra parte de la historia, la que
se nos completó cuando caímos presos y supimos que a ella la estaba sacando
un grupo en Alemania a cambio de información. Pensar que nosotros
irrumpimos en otra operación que era más importante que matarla, es suponer
que estábamos infiltrados y que nuestro partido nos había enviado a matar a
esta mujer para impedir una acción de inteligencia amiga. Ella tenía seis
pasaportes falsos y una carta de una persona con la que se estaba poniendo de
acuerdo para salir de Chile».
«La sorpresa –refuerza Guillermo Rodríguez- fue cuando abrí su porta
documentos y empecé a ver que Olderock estaba en contacto, por
correspondencia, con una monja alemana y, entre las cartas, había una de
Olderock donde le expresaba que ya estaba lista para desertar de su
institución y dejar atrás su paso por los servicios de seguridad. Ella estaba
lista para arrancarse de Chile con destino a Alemania. En su carpeta tenía
pasaportes alemanes falsos que estaba preparando para escaparse. En
resumen, Olderock estaba en conversaciones con una congregación de
monjas alemanas para irse de Chile cuando nosotros le hicimos el atentado.
Por eso estaba tan angustiada la mañana de su atentado. Con dos balas en
el cuerpo, se aferró a la carpeta que guardaba su secreto, intentando evitar
que se la arrebataran y se levantó para tratar de ir a guardar las cajas con
información que tenía en su casa.
«Que tengo el cuaderno donde están los nombres de todas las niñas que
fueron de la DINA. Ahí también están sus datos. Ese cuaderno debía haberlo
hecho desaparecer y yo no sé cómo me lo traje y un día lo encontré. Yo
enterré en el fondo de mi casa un montón de cosas que tenía de la DINA,
papeles, carpetas. Hice un hoyo y metí un montón de cajas».
La explicación plausible es que las cajas que sacó de su casa, que luego
recuperó y enterró en el fondo de su patio, contuvieran información secreta
de la DINA. Posiblemente listas de agentes con sus nombres reales y sus
respectivas nomenclaturas militares, así como también información del
destino de los detenidos desaparecidos.
De allí que al ocurrir el atentado no le cupiera duda acerca del origen del
mismo, más allá que los verdaderos ejecutores fueran militantes del MIR.
Para muchos militantes del MIR, ésta, como otras acciones, marcaría a
fuego la duda sobre la infiltración a nivel de su Dirección Nacional.
Rodríguez explica lo difícil que resultaba para ellos analizar la posibilidad de
una trampa tendida por la inteligencia de las Fuerzas Armadas para
deshacerse de una traidora y justificar la continuación de la represión, en esos
adversos días de resistencia a la dictadura militar:
«Fue una política exitosa, por un tiempo. Luego se desmoronó todo cuando
vino la política militar propiamente tal, y ahí no teníamos nada que hacer
porque nos tenían completamente cercados. Mientras más golpes sufríamos,
la dirección más nos acosaba para que hiciéramos acciones donde había una
posibilidad en mil de salir vivos. Nosotros las hacíamos porque creíamos que
debía ser así o, porque, supuestamente, de esas acciones dependía la vida de
otros compañeros. Así fuimos cayendo detenidos algunos y otros fueron
asesinados fríamente, porque todos estábamos bajo sospecha y podían
detenernos. Eso nos fue destruyendo en un mar de desconfianzas, ¿Por qué
unos eran asesinados y otros quedábamos vivos?
«Esa fue la mejor tarea de la CNI, destruirnos totalmente por la vía de las
desconfianzas. Para los que quedamos vivos, volver a creer en algunos
compañeros es muy difícil. El MIR no solo fue destruido como partido
político, fuimos destruidos como personas, nuestras familias también fueron
afectadas y muchas destruidas, todos quedamos con enormes secuelas».
«No. Por eso cada uno de los que participamos seguimos militando y
cumpliendo con nuestras tareas. No dudamos en ese tiempo que el atentado
fuera una acción de infiltración y menos a nivel de la dirección interna».
Continúa relatando:
Los tres miristas solo se enteraron del tenor de las complejidades cuando
llegaron a la cárcel. «Conversando con unos compañeros socialistas, nos
enteramos que había una operación para sacar a Olderock de Chile y llevarla
a Alemania, asegurándole absoluta discreción a cambio de la información que
tenía sobre la DINA, la SICAR y la CNI»25.
Así, sin saberlo, los miristas que atentaron contra ella le hicieron un
enorme favor a la inteligencia militar, a Manuel Contreras, a Pinochet, a
Odlanier Mena y a todos los agentes que participaron en crímenes y acciones
delictivas contra los derechos humanos de opositores.
«Recuerdo que fui al río a pescar con mis amigos. El lugar quedaba
cerquita de mi casa y, de repente, escuchamos un grito terrible; después, un
disparo. En eso, sale detrás de las ramas un soldado que nos pregunta qué
hacíamos ahí. El soldado tenía una ametralladora. Nosotros, un poco
asustados, le dijimos que estábamos pescando y que siempre lo hacíamos. Él
nos dijo que nos fuéramos, así que salimos corriendo y después me
prohibieron que fuera a pescar.
Herman Brady señala que: «La DINA no tenía nada que ver con la
inteligencia militar y por lo tanto no tenía nada que ver con el Ministerio de
Defensa. Cuando se creó este organismo en la Junta de Generales, nadie le
representó al general Pinochet la inconveniencia de la creación de este
organismo».40
¿Por qué Pinochet prescindió del apoyo en inteligencia que tenía el Estado
Mayor y los Servicios de Inteligencia de cada una de las ramas de las Fuerzas
Armadas chilenas y formó un aparato de inteligencia aparte y solo
dependiente de él?
Pero, para Ingrid Olderock, Manuel Contreras fue el hombre que la salvó
de la tediosa rutina de Carabineros y le dio una razón a su vida. A ella le
gustaba la acción y la disciplina militar, dos ofertas que Contreras le hizo
cuando la llamó a su oficina en la Academia de Guerra. Junto a ello, le
entregaba un poder que nunca tendría en Carabineros: ser la oficial a cargo de
formar el ejército femenino contra el marxismo.
Similar relato hace Luisa Durandin, una de las mujeres que participó en
atroces torturas hasta la muerte a detenidos en el cuartel Simón Bolívar. En lo
único que difieren los relatos, es en la fecha de llegada a Santo Domingo y su
posterior traslado a Santiago. Diferencia que es usada en tribunales para
eludir responsabilidades en secuestros, torturas, muertes o desapariciones de
detenidos.
A pesar que todas las mujeres dan fechas distintas del inicio del curso para
evadir responsabilidades, la llegada de las mujeres a Santo Domingo fue el 1º
de enero de 1974. Ahí, Olderock les dio la recepción con un discurso
recargado de epítetos odiosos contra el enemigo interno y lleno de alabanzas
a la Junta Militar. Sin demasiada retórica, resaltó el papel de la mujer en las
Fuerzas Armadas del nuevo Chile, les habló de la importancia de la familia y
de las instituciones en la recuperación de la “libertad perdida con el
marxismo de la Unidad Popular”. Luego les dijo que no serían fáciles esos
meses de entrenamiento, que solo las mejores pasarían y saldrían dispuestas a
servir a la patria.
Tras esa recepción, les indicó la organización que tendrían para ubicarse en
las cabañas, los horarios y cuáles eran los lugares de libre tránsito y los
restringidos.
«Bueno, eran personas del Ejército. Por ejemplo, las que daban los cursos
de salud eran unas auxiliares de enfermería que me mandaron de Tejas
Verdes ¡Eran unas cabras más mal educadas! Una vez yo entré a la oficina
mía y estaban estas cabras con las patas arriba de la mesa. Yo les dije que qué
se creían y las mandé castigadas. Hasta ahí nomás les duró lo frescas.
Después me tenían miedo.
«¿Se da cuenta de a la gente que mandaban para enseñar? «La DINA fue,
desde el principio, muy mal organizada. Yo siempre alegué contra eso y a
muchos mandé castigados porque ahí no había disciplina. No ve que a la
gente se le entregaba mucho poder y sin una disciplina militar eso era una
locura».
El contingente de auxiliares de enfermería fue integrado al Ejército en los
días posteriores al 11 de septiembre de 1973. El grupo había realizado cursos
de auxiliar de enfermería en la Cruz Roja y luego un curso de enfermeras de
guerra en el Regimiento Blindados de Santiago, terminando todas con el
grado de oficiales de reserva. A un grupo de ellas, previamente seleccionadas,
se les ordenó presentarse a las órdenes del coronel Manuel Contreras
Sepúlveda en el Regimiento de Tejas Verdes. Éste las recibió y les dijo que, a
contar de ese momento, quedaban bajo el mando del doctor Vittorio Orvieto.
«Finalmente, quiero agregar que, acerca del destino de los cuerpos, no era
que me correspondiera saber, pero por los comentarios de las mujeres que se
desempeñaban en la agrupación, el destino de muchos cadáveres de los
prisioneros políticos que fueron asesinados en el cuartel Simón Bolívar
fueron a parar a las “Minas de Cal de Lonquén”. También, en otra ocasión, el
mayor Morales me ordenó que lo acompañara en su vehículo fiscal al sector
de Peldehue, ya que llevaría unos cadáveres envueltos en sacos de papas y los
botarían al mar […]».50.
«Creo que esas cabras salieron odiando todo lo que se relacionaba con la
U.P. y el gobierno de Allende, porque eso era lo central».
«Imagínese: cuando llegué a ese lugar había todo tipo de armas para los
entrenamientos. Pistolas, ametralladoras, fusiles, revólveres, de todo. Nunca
había visto tantas cajas de balas. A los Carabineros, antes del golpe de
Estado, nos daban las balas contadas y si por alguna razón disparábamos o
perdíamos alguna, teníamos que justificar la bala que faltaba y había una
investigación que podía terminar con la expulsión».
«Eran cajas y cajas de balas las que había ahí. Había armas de varios
calibres y fusiles-ametralladoras. Era una locura entrenar a unas cabras muy
jóvenes que se creían agentes».
«¡Chis! Considerando como era en esa época la seguridad, era re-difícil esa
prueba».
«Casi todas fallaron y tuvimos que irlas a buscar porque estaban detenidas,
menos unas cabras que se disfrazaron de putas y entraron a una comisaría
aquí en Santiago y les hicieron de todo a los Carabineros para sacarle
información y llegaron con la prueba».
- ¿Pero ese año ya había mujeres que estuvieron en la escuela con usted
haciendo tareas operativas en la DINA?
Acorralada, responde:
«Sí, y yo por eso me enojé mucho y quería salirme de la DINA, pero tenía
mucho miedo».
- ¿Miedo?
«Es que usted no sabe nada. No se puede renunciar a un aparato así, no es
fácil. Yo me daba cuenta de las tonteras que se estaban haciendo y sabía las
atrocidades que se hacían, porque ahí no había gente preparada para
interrogar. Todos se creían macanudos y supermachos, y la cosa no era así».
«Hubo dos a las que pillaron asaltando una tienda. Las echaron.
Afortunadamente, el dueño de la tienda asaltada era conocido de alguien de la
Junta y llegó el reclamo a Contreras. Estas cabras mostraron la tifa de la
DINA ¿Quién se iba a negar a pasarles la plata?».
«Ese joven era hijo de un señor que trabajaba en la televisión o algo así y
que era conocido, incluso, del coronel Contreras. Yo después me encontré
con el señor y me contó que le habían entregado las ropas todas
ensangrentadas de su hijo. El muchacho estuvo mal, no supe más de él,
supongo que no murió, pero los brutos lo dejaron casi agonizando ¿Y por
qué? Por creerse hombres superiores con armas. Si hasta se reían los
desgraciados cuando yo fui a ver qué era lo que había pasado».
«Pero lo peor de todo es que estos locos no fueron castigados por lo que
había pasado. Eso no era un servicio de seguridad, era una chacota».
Insiste en que el año 1974 ella estaba en Las Rocas de Santo Domingo y
que todo lo que hicieron ese año las agentes de la DINA fue al margen de su
mando. También, intenta convencer sobre su total inocencia señalando que
«mientras yo estaba allá entrenando gente y había trabajado en eso, ya había
otras que no pasaron por mi formación, que trabajaban [en la DINA]. Eso es
lo que yo le dije a mi general Campos y que yo me quería ir de la DINA, pero
él me devolvió donde Contreras. Yo tenía mucho susto en volver donde
Contreras. Nadie se va de un servicio así, sin que le cueste».
- ¿Y qué pasó?
«Bueno, fui a donde Contreras con mucho susto y todo. Él me recibió muy
bien. Me dijo: “Ven gringa, te vas a hacer cargo de los archivos”. Y me
mandó a Santa Lucía».
Enclave alemán que fue fundado en 1961 por el ex cabo nazi Paul Schäffer
Schneider al interior de Parral, en el lugar conocido como fundo El Lavadero,
que luego pasa a ser conocido como Villa Baviera.
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Entrevista de la autora con la médico psiquiatra Katia Reszczynski 10 de
septiembre de 1999.
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Raúl Castro
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Ver Causa Rol 40.211-6, 10º Juzgado del Crimen de Santiago interpuesta
por la desaparición del ciudadano Uruguayo, Julio Cesar Fernández.
Declaración jurada de Carmen Esther Núñez Rodríguez, 8 de diciembre de
1990. Declaración Policial de Onofre Segundo Águila Parra. Declaración
Policial de Ana Graciela Becerra Arce. Declaración Policial de Olga
Alejandrina Letelier Caruz.
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Marcia Merino Vega. “Mi Verdad, más allá del horror yo acuso”. Sin
editorial, julio 1993, pág. 96-97
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La clínica Santa Lucía estaba ubicada en la calle del mismo nombre, frente
al cerro desde donde se fundó Santiago. Es un edificio de cuatro pisos con un
altillo y su dirección exacta era Santa Lucía Nº 162.
Entre los detenidos que estuvieron en este lugar y que hoy se encuentran
desaparecidos: Nilda Patricia Peña Solari (MIR), Ida Vera Almarza (MIR),
Diana Arón Svilgisky (MIR), Michelle Marguerite Peña Herreros (P.S.),
Mireya Rodríguez Días (P.S.), Juan Carlos Rodríguez Araya (MIR), Isidro
Pizarro Meniconi (MIR), René Roberto Reyes Acuña (MIR), Dagoberto San
Martín (MIR), Ariel Mansilla Ramírez (P.S.).
Uno de los casos más dramáticos es el que narra el médico Patricio Bustos
Streeter, detenido junto a su esposa el 10 de septiembre de 1975. Debido a las
atroces torturas, Bustos fue trasladado de urgencia a Santa Lucía a los tres
días de haber llegado a la Villa Grimaldi. No era por razones humanitarias
que lo trasladaban; la DINA buscaba con afán llegar hasta la dirección de su
partido y lo necesitaban con vida. Esposado a la camilla y tratado con
medicamentos, los agentes lo presionaban bajo torturas para que delatara a
sus compañeros. Entre las contorsiones, espasmos y gritos que se le
escapaban, escuchaba por radio los gritos de su esposa embarazada, que
estaba siendo torturada en la Villa Grimaldi, para quebrar su resistencia.
Fue ahí donde instaló su cuartel general Ingrid Olderock en abril de 1974.
Ella lo habilitó como dormitorio de sus agentes jóvenes y solteras, que eran
sus preferidas.
«¿Clínica Santa Lucía? ¡Eh! Sí. Era la clínica Santa Lucía. Ahí había un
archivo. Pero la verdad es que no me acuerdo… Después del atentado quedé
con una bala en la cabeza y se me olvidaron muchas cosas».
Las enfermeras que trabajaron para la DINA son: Irma Enriqueta Aguilera
Mitchell, Eliana Carlota Bolomburu Taboada, Isabel Margarita Jarpa Riveros,
Emilia del Carmen Espinoza Jara, Ana Georgina Henríquez Moscoso, Jazna
Elba F. Larraechea Valdés, María Soledad Loyola Becerra, Esperanza Rosa
Mesa Aguilar, Luz Elcira Miranda Montecinos, Fernanda Segura Jara,
Melania Soto Cubillos, Silvia de las Mercedes Valdés Uribe y Milenio
Cecilia Zulic Lolic.
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- La Venda Sexy era una casa de dos pisos con una escala central que
subía al segundo piso y quedaba en Los Plátanos con Irán, en la comuna de
Macul «¿En Los Plátanos con Irán? No. No recuerdo. Yo no la conocí, nunca
estuve ahí».
«No, estoy segura que no estuve nunca ahí. Si usted no me cree, puede
hacerme una prueba con hipnosis; yo eso se lo he dicho mucho a la jueza:
“interrógueme con hipnosis”, y no me ha hecho caso. Y tampoco me quieren
creer que yo no estuve en ninguno de los lugares donde se me acusa de haber
torturado a personas.
Olderock, como todos los demás, sabía de los nulos resultados que había
tenido esta práctica en la DINA, por eso la sugería a modo de
convencimiento de su inocencia en las atrocidades cometidas en la Venda
Sexy.
«No sea porfiada –responde Olderock, molesta- ya le dije que nunca fui a
ese lugar, no sé dónde quedaba, no tengo idea de qué me habla. No se da
cuenta que la DINA era un servicio de tareas secretas, no conocíamos todo.
Toda la inteligencia de las Fuerzas Armadas trabaja así, no ve que puede
meterse un enemigo entre medio y dejar la embarrá».
Apenas fue arrendada, comenzaron a llegar los autos que entraban raudos
por el portón del estacionamiento. El primer detenido que llegó a esa casa fue
Luis Lecaros Munita, militante del MIR y su ingreso fue en el mes de junio
de 1974.
Este lugar fue conocido como “La Venda Sexy”, debido a la perversidad
sexual de las torturas que inflingían a todos los detenidos. Beatriz asegura
que las vejaciones sexuales en este recinto era en «todos los lugares y durante
todo el tiempo». Otro nombre que usaban para identificar el lugar en la
abyecta jerga militar era “La Discoteque”, debido al volumen de la música
que sonaba todo el día, con el fin de ocultar a los vecinos los gritos
desgarradores de los detenidos durante las torturas.
Otra de las particularidades de este lugar era que los agentes cumplían
rigurosamente las ocho horas de trabajo, ni un minuto más, ni uno menos… a
menos que llegara un detenido a última hora y eso significaba que lo
torturaban hasta cuando el jefe así lo dispusiera. Luego se retiraban dejando
solo a la guardia. Por lo tanto, la noche se transformaba en el momento de
descanso, aunque los guardias no perdían el tiempo y amedrentaban a los
detenidos para mantenerlos en una situación de angustia permanente. Por lo
general, esa era la hora en que sacaban a las detenidas y las trasladaban al
segundo piso para ser violadas».
Beatriz recuerda que la noche que fue detenida «me subían y me bajaban.
Me subían del subterráneo al primer piso y me bajaban para seguirme
torturando. No recuerdo cuántas veces fueron, ni cuánto duró este proceso,
pero fue muy largo. Ya en la mañana me llevaron a la pieza de las mujeres».
«El tiempo que estuve ahí sí pude darme cuenta del funcionamiento de ese
centro de torturas. La imagen que tengo es la de un lugar que operaba como
una oficina pública. Comenzaban a llegar a las ocho y media los equipos de
torturadores y se iban a las seis. No se parecía en nada a lo que se cuenta de
otros centros de torturas que funcionaban sin parar. Por la noche los guardias
que quedaban sacaban a compañeras detenidas, las subían al segundo piso, yo
supongo que para violarlas. Eso era la muestra de la arbitrariedad y del abuso
de poder de quienes estaban armados ante un grupo de personas desarmadas,
atadas, vendadas y heridas físicamente por las torturas.
«Con respecto a que el uso de torturas sexuales haya sido lo que diferenció
a este centro de detenidos, no estoy tan seguro. Sé que se violaban mujeres,
pero eso ocurría también en otros centros. Sé que a los hombres se les
obligaba, o por lo menos ocurrió una vez, a tener relaciones sexuales entre
ellos delante de los guardias.
«Lo que sí me parece que distingue a este centro de otros es que aquí se
realizaba toda la tarea: eran operativos, torturadores y se encargaban de
asesinar y desaparecer a los detenidos. En esas tareas participaban todos los
que estaban allí y por eso intentan sistemáticamente desconocer su paso por
la Venda. Los agentes que pasaron por ese lugar saben qué pasó con los
detenidos que allí estaban y luego desaparecieron. En otros centros las tareas
estaban divididas, existían los operativos, los torturadores y quienes
desaparecían no era personal del centro.
«Ese lugar era aterrador. Había un sótano y ahí llevaban a los detenidos
que desaparecían. Yo creo que ahí los mataban. Y creo eso, porque estando
en Cuatro Álamos, Antonio Soto Cerna -hoy detenido desaparecido-, me
contó que un día lo habían llevado a interrogatorio en el subterráneo. Cuando
entró, vio que en un rincón había un muerto de varios días, lo tenían tirado
allí. Desgraciadamente, no pudimos hablar más, no supe el nombre ni la
descripción de la persona muerta; a él lo fueron a buscar y desapareció.
Alejandra profundiza:
Dos de ellos eran los hermanos Fernando y Nilda Peña Solari. Nilda era
estudiante de Ciencias en el Departamento de Biología de la Universidad de
Chile, tenía 21 años y fue detenida por la DINA el 9 de diciembre de 1974.
Se encontraba embarazada al momento de su secuestro, pero las vejaciones y
torturas le produjeron un aborto, seguido de intensas hemorragias y dolores,
siendo llevada a la clínica Santa Lucía y devuelta el día 12 de diciembre. El
22 de diciembre fue sacada de la pieza de las mujeres y trasladada al
subterráneo, junto a otros detenidos, entre los que se encontraba su hermano.
Ahí todos fueron inyectados con un producto letal. Pero Nilda no quería
morir, su tenacidad y apego a la vida la hizo resistir al químico inoculado por
los agentes. La orden fue que la ahorcaran para terminar con el problema. En
una fría mesa, un grueso alambre cortó su débil respiración y apagó su vida
de manera brutal.
«Mientras estaba en ‘La Venda Sexy’, sin avisar, abrí una puerta de una
oficina, pudiendo observar a dos agentes operativos, al parecer funcionarios
de Carabineros, que con una cuerda ahorcaban a una persona, mientras tenían
a otra ya muerta en el piso y una tercera se encontraba al interior de un saco
plástico color blanco».
Por estos motivos, las declaraciones de ex detenidos que pasaron por este
recinto son muy escasas, así lo reconocen varios:
«Para muchos de quienes pasamos por esta Venda, por el tipo de torturas
sexuales, nos ha costado testimoniar y eso ha representado una dificultad.
Esto ha significado la invisibilización de la Venda Sexy. Por otro lado,
tenemos un país que no ha tomado a la tortura como un delito de lesa
humanidad; basta ver la cantidad de procesos y condenas que hay por torturas
para darse cuenta que ni el Estado, ni la sociedad ha internalizado lo que
significa la tortura. En este caso, producto del tipo de torturas a las que
fuimos sometidos, porque el grado de perversidad al que llegaron los agentes
es inimaginable para una mente medianamente sana, se nos ha dificultado
que se vea en su magnitud lo que ahí sucedió. Yo estuve seis días y fue
espantoso. Yo tenía cierta información sobre la tortura, pero la verdad es que
nunca me imaginé que podía ser como fue. Lo que ahí sucedía excedía todas
las posibilidades que entraban en mi imaginación».60
Elías agrega que: «Una de las razones que ha hecho que haya menos
declaraciones públicas sobre la Venda es que el sistema de terror que
aplicaron ahí sobrepasó todas las posibilidades de hacer daño a las personas».
Ulrich era jefe del cuartel La Venda Sexy y no de toda la brigada Purén,
cargo que respondía a Iturriaga Neumann. Si su jefe era el mayor Ulrich, ella
era parte de los agentes de La Venda Sexy y debió tener una posición de
poder al interior de ese recinto, debido a su grado de oficial.
Tal como acusa Alejandra Holzapfel, una de las torturas más aberrantes
que se cometieron en ese lugar fue la violación sexual con perros. Esto lo
vivieron hombres y mujeres, muchas (os) de ellas (os) están desaparecidas
(os) y otras (os) cargan silenciosamente con la experiencia más brutal de su
historia.
Por esos años, la voz de Volodia Teitelboim se escuchaba todas las noches
a través de las ondas de Radio Moscú, emisora que muchos chilenos en Chile
y en todo el mundo sintonizaban por las ondas cortas. El programa había
nacido por iniciativa del periodista Babkén Serapioniánts, jefe de Redacción
Latinoamericana y había salido al aire por primera vez el 18 de septiembre de
1973, con la voz de Katia Olenskaia, que decía, “Escucha Chile”.
Su vivencia límite fue un doble ultraje, uno como mujer y otro como futura
profesional. Ella había elegido estudiar una profesión que se adecuaba a su
sensibilidad y cariño por los animales, cariño que era especial por los perros,
pero luego de estas torturas comenzó a sufrir enormes angustias que
determinaron el abandono de su sueño profesional. Lo peor de todo fue
sostenerse ante los requerimientos de su madre para que terminara la carrera
de veterinaria. Jamás pudo contarle lo vivido y darle una respuesta que la
dejara tranquila, solo a su muerte pudo declarar toda la cruel experiencia en
su paso por La Venda Sexy.
Brigada Purén
De acuerdo con el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, la
DINA tenía una estructura formada por un Director, del que dependían tres
subdirecciones. El Director tenía un staff conformado por un Ayudante, un
Consejo de Inteligencia (cuyos miembros variaban de acuerdo con la
naturaleza en cuestión), un Secretario General, una Brigada de
Telecomunicaciones y una Brigada Secreta, cuya función era desconocida
para los militares norteamericanos, según consta en el documento.
Entre los años 1974 y 1975, esta brigada tenía varias agrupaciones, dos de
ellas funcionaban en La Venda Sexy, otras dos en Villa Grimaldi y una en un
departamento en el Centro de Santiago.
Además, contaba con un cuartel secreto en calle Huérfanos, en los altos del
cine Astor, donde funcionaba la agrupación “Leopardo” y cuya función era el
espionaje, además de recibir y analizar información para dar curso a los
seguimientos de personas.
“Leopardo” estaba a cargo del capitán Castillo. Sus integrantes eran Jorge
Antonio Lapileo Barrios, Víctor González, Claudio Orellana de la Pinta,
Guido Jara Brevis, Leticia Sandoval, Gastón Barriolet, Rufino Espinoza
Espinoza. En diciembre de 1974 se trasladaron a Pedro de Valdivia con
Eliodoro Yáñez y varios de sus agentes engrosaron la unidad operativa de
Germán Barriga y serían activos agentes en las acciones represivas contra el
Partido Comunista.
En junio de 1975, la ex militante del MIR María Alicia Uribe Gómez, “La
Carola”, pasó a formar parte de la plana mayor de Purén y se mantuvo
trabajando con Olderock hasta mayo de 1976, cuando regresó de Brasil Pedro
Espinoza y asumió la Dirección de Operaciones de la DINA, pasando a ser su
secretaria y persona de máxima confianza en el cuartel general.
“La Carola” recuerda que hizo grandes esfuerzos para ser integrada a esta
brigada, rogándole a Carevic que la sumara a su agrupación. Allí trabajó codo
a codo con Olderock. Ella recibía la información de su mano, «leía la
información, extractaba lo importante, hacía el informe, se lo entregaba a
Ingrid y ella se lo entregaba al jefe, es decir Ulrich, y éste se lo entregaba a
Iturriaga y éste a Contreras».64
Su muerte fue conocida casi por todos los miembros de la DINA, así lo
quiso el coronel Manuel Contreras. Era su forma de demostrar autoridad y
dejar explícitamente señalado que los secretos de la DINA eran inviolables.
Todo había comenzado el 4 de agosto de 1976. Ese día, como era habitual,
Daniel Palma Robledo salió de su casa con destino impreciso. Era un ex
militante comunista que se había transformado en un fogoso revolucionario
anti comunista, a pesar que tenía amigos queridos en ese partido, con los que
se seguía viendo y discutiendo sus diferencias ideológicas. Palma Robledo
era empresario y recorría la ciudad a diario, viajaba mucho fuera de Santiago
y tenía una actividad muy variada, lo que lo convertía en una pieza muy
importante para el trabajo clandestino. Además, manejaba dinero y
fácilmente podía recibir en sus cuentas más recursos que un trabajador con
contrato, sin levantar las sospechas de los servicios de seguridad, que tenían
agentes en todos lados. Esto lo transformaba en un excelente ayudista para
cualquier partido que estuviera resistiendo en la clandestinidad.
Desde su juventud, había sido buen amigo del doctor Iván Insunza y lo
seguía viendo con cierta regularidad. Quizás por esa amistad y por su rebeldía
natural ante la barbarie de la dictadura militar, decidió ayudarlo.
Ese día debía realizar sus labores acostumbradas. Cerca de las 10:30 pasó a
la oficina del correo Nº3, ubicado en la concurrida Avenida Matta, entre San
Diego y la estrecha calle Arturo Prat. Estacionó su Renault 4S, de color
celeste, en el lugar donde acostumbraba y cruzó palabras de saludos con el
cuidador de autos. No ocurrió nada extraño. A su salida del correo, se
despidió del cuidador y partió a sus quehaceres. Es presumible pensar que era
seguido y su secuestro ocurrió en algún punto de su itinerario posterior.
Nervioso, sin saber qué hacer ni cómo liberarse, comenzó a contar acerca
de su trabajo en la DINA. Habló de las razones que había tenido para robar el
vehículo, de los detenidos que desaparecían, dijo “que estaba cumpliendo
instrucciones impartidas por ‘Don Jaime’, que resultó ser el capitán de
Ejército de apellido Barría”67, les dijo que su jefe y otro de apellido
Lawrence, lo habían enviado a realizar el robo del auto con el fin de obtener
repuestos para el otro vehículo de la DINA y habló de otras intimidades del
organismo, que no le serían perdonadas por Contreras.
Hubo momentos de tensión, que se disiparon con las llamadas del coronel
al Alto Mando de Carabineros a Herman Brady, Ministro de Defensa68.
Finalmente, los dos detenidos fueron liberados.
Los golpes fueron el primer aviso sobre su futuro. Conocía los métodos
que usaban sus compañeros de fechorías y sabía que pagaría un alto costo por
transgredir las normas del secreto institucional. La famosa frase de Contreras,
«el que traiciona, muere, señores»71, se convertía en una trágica realidad para
el cabo.
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Ibíd, Dagoberto San Martín, 318
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Alejandra Holzapfel
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José Miguel Varas fue un prolífico escritor que obtuvo el Premio Nacional
de Literatura 2006.
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Pedro Samuel Valdivia Soto trabajó en la clínica Santa María entre 1978 y
1984 y recuerda haber atendido al ex Presidente Eduardo Frei Montalva
después de la operación de hernia al hiato.
76
Quince años antes había dejado Chile, intentando sacudirse del dominio de
una familia rígida, que le impedía desarrollarse en lo que más le gustaba: el
ballet. Había partido a Alemania Federal con apenas 19 años y unas ganas
locas de romper con las amenazas violentas de sus padres, presiones que la
habían acompañado desde que tenía memoria. A sus dos hermanas apenas las
podía visualizar; eran rubias, muy blancas y de cuerpos gruesos. Ella era tan
diferente. La danza, el baile y la música habían moldeado su figura y su
mente.
Ingrid creyó que era hora de terminar con esta guerra familiar y así lo hizo.
Necesitaba darle un golpe que fuera definitivo, para apartarla de la repartición
de los bienes familiares y evitar reclamos posteriores.
Se le llenan los ojos de lágrimas, se lleva las manos a la cara para tapar su
vergüenza. Su rostro parece que va a estallar, se enrojece más. Mira al techo,
vuelve la vista hacia las paredes, tratando de urdir alguna explicación. No
esperaba la pregunta, solo su familia conocía su oscuro pasado. Ella, que
había hablado de la maldad de sus discípulas, dejaba al descubierto su
perversidad, que no había respetado ni a sus hermanas. Comienza a responder
sin la seguridad que ha tenido hasta ese momento. Con voz baja dice:
«¡Oiga, usted me mató! Con esta pregunta usted me mató, me mató. ¿De
dónde sacó usted esa información?»
- ¿Puede contármelo?
«Mi hermana era muy linda. Era una belleza y la destrozaron. Nunca me
perdonó. Hace un año murió de cáncer y le dejó toda la herencia y su seguro
a mi otra hermana».
- ¿Y su otra hermana?
Era evidente que su hermana menor la rehuía por temor. Toda su familia
estuvo enterada del daño terrible que le causó a Karin para quedarse con la
casa de sus padres.
Sr.
PRESIDENTE DE LA CORTE DE APELACIONES DE SANTIAGO
PRESENTE.
Hago presente a esta Iltma. Corte que mi sobrina arribó a Chile desde
Alemania Federal, donde reside desempeñando su profesión, el domingo
20 de Julio, a solucionar una partición de herencia, por la muerte de sus
padres, por lo que estimo que debe haber habido una mala información
sobre ella que ha motivado una injusta detención, siendo mi deseo
únicamente saber en qué situación se encuentra y si está a no detenida y
en qué lugar.
ES JUSTICIA
El cuaderno
“Le tengo una sorpresa”, dijo alegremente Olderock. Miró desafiante y
salió rápidamente del comedor. A los segundos volvió y dijo, “aquí está”.
Traía entre sus manos un cuaderno viejo, de tapas gruesas color café
desteñido y en su tapa se leía difusamente la marca del fabricante.
- ¿Qué es?
Mira auscultando la reacción y no responde, sus dedos rollizos acarician las
tapas para sacarle el polvo que el tiempo ha impregnado.
En un momento dijo:
«Que tengo el cuaderno donde están los nombres de todas las niñas que
fueron de la DINA, po’. Ahí también están sus datos. Ese cuaderno debía
haberlo hecho desaparecer y yo no sé cómo me lo traje y un día lo encontré.
Yo enterré en el fondo de mi casa un montón de cosas que tenía de la DINA,
papeles, carpetas. Hice un hoyo y metí ahí un montón de cajas».
Una a una fue moviendo las hojas, casi rozando el contenido. Miró los
nombres de las que habían sido sus chicas durante meses en Santo Domingo.
A ellas les había enseñado todo lo que sabía sobre defensa personal, tiro,
seguimientos y otras artes en el manejo de las armas y de la guerra contra el
enemigo marxista.
- ¿Robar tiendas?
«Sí, creo que dos. No me acuerdo bien, pero sí. Las pillaron robando,
utilizando la credencial de la DINA y fueron expulsadas».
- ¿Fueron a la cárcel?
«Creo que fueron a asaltar una relojería y el dueño era conocido de alguna
persona importante. Estas cabras locas habían mostrado la tifa de la DINA
para que les pasaran las cosas y el dueño, asustado, lo hizo. Después parece
que pidió ayuda a alguien importante, se investigó y se sancionó con la
expulsión. Después andaban pidiendo ayuda porque estaban muy mal».
«Casi 20 años. Era la Rosa Humilde. Eran casi todas niñas. Pero esta Rosa
Humilde, lo que menos tenía era de humilde. Esa era una rajá, se metió con
Lawrence y creo que tuvo un hijo con él. Esa era una cabrita, pero se volvió
más mala. Una vez me contó que había seguido a un hombre y que lo había
matado. No me acuerdo la razón que tuvo para eso, pero ella contó que lo
había matado con sus propias manos. Ella se transformó en una mujer muy
peligrosa. Daba susto».
«Es que usted no sabe nada. No, no es fácil. Yo me daba cuenta de las
tonteras que se estaban haciendo y sabía las atrocidades que se hacían porque
no había gente preparada para interrogar. Todos se creían macanudos y
supermachos y la cosa no era así».
La agente Sonia del Carmen Valenzuela Aracena recuerda que “en estos
departamentos se filmaba y grababa discretamente y el encargado de estos
trabajos era Miguel Ángel Lepe”78.
María Teresa Vitanyi Kiss es más explícita al definir el rol que ocupaban
algunas mujeres en la nomenclatura de la DINA: “Cuando viví junto a las
demás mujeres, me di cuenta que eran prostitutas y que en el departamento
donde vivíamos, en calle Diagonal Paraguay, había una cámara fotográfica
automática discreta detrás de un espejo falso y el objetivo era sacar
información a diferentes personalidades y esto lo tenía a cargo el comandante
Vianel Valdivieso y la encargada de las mujeres era una capitán de
Carabineros que no supe su nombre”79. Todo indica que era Ingrid Olderock,
la única capitana de Carabineros en la DINA.
El origen de la maldad estaba en los cursos que había dirigido con mano de
hierro en Las Rocas de Santo Domingo. Ahí, como ella ha relatado, se
adoctrinó a mujeres para destruir a cierta categoría de chilenos y hacerlas
creer que tenían el poder para cometer todo tipo de crímenes y delitos en
nombre de la “Patria”.
«Uno sabía cosas, muchas cosas y veía también tonteras. ¿No ve que la
DINA tenía un poder muy grande? Se podía hacer todo lo que se quería en
ese momento. Ser de la DINA significaba tener un poder superior a cualquier
otra persona de otra institución de Chile».
«¡Ay no! Una vio tantas cosas. Cosas que no se imagina. A la gente los
interrogaban hasta matarlos y cometían toda clase de aberraciones ¡Eran unos
locos!
«Eso pasó porque trajeron a cualquier persona sin preparación.
«Detenían a personas que no tenían nada que ver y los torturaban. Esa
gente aceptaba cualquier cosa con tal que no les hicieran más cosas».
- ¿Cuáles eran esos métodos que debían usar para obtener información?
- ¿Eran muy locos? ¿Puede contarme algo para que yo pueda entender
que tipo de locuras hacían?
«Le voy a contar lo que hizo ese hombre. Un día yo lo vi con un detenido
en la Villa Grimaldi. Lo tenía a la entrada de la casa y era un hombre joven,
delgado, de pantalones claritos. Lawrece le apuntaba con una pistola para que
tomara una taza de grasa hirviendo. Imagínese, el pobre hombre no tenía ni
una oportunidad, o tomaba la grasa hirviendo o le disparaban un tiro en la
cabeza, así que se tomo la grasa hirviendo y el hombre murió ahí mismo.
Lawrence se volvió como loco porque pensaba seguir interrogando al
detenido y se le había muerto, así que hizo venir al médico de turno, que era
del hospital militar. ¡Imagínese! El doctor revisó al detenido y le dijo a
Lawrence que estaba muerto y que no había caso. Lawrence se enloqueció y
amenazó al doctor que si no lo revivía lo mataba. Y lo iba a hacer. El doctor,
aterrado, saltó el muro de la Villa y se escapó. No se cómo saltó el muro de la
Villa, fue de puro miedo.
¿Se imagina usted lo que es darle grasa hirviendo a un hombre? Eso fue
terrible».
«Eso debe haber sido en enero o febrero del año 1975. Ese joven debe estar
entre los muertos.
«Imagínese, ahí llegaban niños chiquitos que los torturaban con sus padres.
Una vez me tocó ir a dejar unos papeles al lugar donde interrogaban y vi a
tres niños. Uno tenía aproximadamente dos años, otro tenía cuatro y el
mayorcito tenía como siete años. Los tres estaban vendados y eran torturados
ante sus padres para que los ellos dieran información. Yo salí asqueada
porque ya no se respetaba nada. Después no vi más a esos niños. Pero esos no
fueron los únicos. El que tenía a esos niños era el loco de Morén, que era un
exaltado».
- ¿Usted los vio en la casa que está donde había unas piezas con literas?
«¿Con literas? No sé, nunca las vi. Pero esos niños estaban donde se
interrogaba a los detenidos».
- ¿Para matarlos?
«Sí».
«Yo estoy segura de lo que estoy diciendo. No le voy a decir por qué, pero
estoy segura. Yo sé que sacaban a algunos presos y los subían a helicópteros
y cuando ya no les podían sacar más, los lanzaban. Si hacían tantas tonteras,
que usted ni se imagina».
«No sé. Pero sé lo que digo, que los subían a los helicópteros para
interrogarlos y los lanzaban abajo».
- ¿Pero, tenían que tener la orden de algún superior para poder usar un
helicóptero, o la DINA tenía gente que manejaba helicóptero?
«Mire, en esa época se podía hacer cualquier cosa, no había límites, por
eso todos robaron, se enriquecieron. O si no, dígame ¿De dónde sacan todas
las cosas que tienen? Bueno, así como se podía robar sin ningún problema, se
podía usar y había vía libre para todo lo que pidiera la DINA. Si llegaba a un
aeropuerto alguien pidiendo un helicóptero y llevaba… mostraba que era de
la DINA, se lo pasaban con tripulación y todo».
«¿Por qué?»
- Porque hay muchos testigos: el piloto, el copiloto.
«¿Y qué? Ahí todos callan. El miedo hace que todos callen. Y fuera o
dentro de la DINA, todos tenían miedo».
«Estando ahí vi que llegó una camioneta cuyo color no recuerdo, pero sí
recuerdo que la parte de atrás era cerrada por una especie de carpa. Se detuvo
justo al lado de la puerta izquierda del helicóptero y bajaron de ella tres
personas, quienes bajaron a otras tres personas desde la parte trasera de la
camioneta y las subieron al helicóptero. Al llegar yo donde estaba el
helicóptero, llegaron también el piloto y el copiloto; el piloto junto con el
copiloto me hicieron un gesto para que camináramos y el piloto me dijo que
debíamos cumplir una misión y que si no la cumplíamos era posible que
fuéramos detenidos y devueltos a Tobalaba y fusilados por traición a la
patria.
«Me explicó que debíamos partir en vuelo hacia el mar, lugar en donde un
capitán de Ejército que esperaba en la nave lanzaría unos cuerpos al mar.
Volvimos al helicóptero y al ingresar vi que había tres personas en el interior
que estaban con la vista vendada y amarradas de las manos y de los pies,
teniendo en sus pies amarrados además unos trozos de rieles de ferrocarril.
Estas personas eran de sexo masculino. Uno, de acuerdo a su cabellera, de
unos 50 años; el segundo, de unos 30 a 35; y el tercero era un joven. A cargo
de todo iba el capitán de Ejército que mencioné de quien no supe su nombre
pero sí recuerdo que era un sujeto alto, delgado y de tez blanca.
Según Orellana, solo en la primera etapa «las personas eran lanzadas vivas
al mar, que certifico con el caso del que yo participé; en una segunda etapa,
se llevaba a los detenidos a Peldehue, se fusilaban y luego, muertos, se
lanzaban al mar. Esto lo sé por lo que se comentaba entre los funcionarios del
aeródromo y porque vi helicópteros ensangrentados. Posteriormente, por
comentarios, supe que en una tercera etapa ya se utilizaban otras formas de
dar muerte a los detenidos, como por ejemplo con el gas».83
Continúa Olderock.
«Mire, yo ahí estuve un mes y medio... o dos meses, a comienzos del año
1975. No ve que el ‘74 lo pasé todo el año formando al personal femenino».
- Pero también dice que estuvo en la Clínica Santa Lucía y que volvió a
Santiago a Carabineros y de ahí la mandaron a las oficinas de Contreras ese
año
«Sí, ese año hice todo eso, no ve que yo siempre quise salirme de la DINA
y Carabineros que me mandó, no me dejó salirme nunca de ahí y después,
cuando volví a Carabineros, ahí el Mayor Campos le dijo al General
Mendoza que yo ya no servía. Porque las personas que habían estado en la
DINA después eran mal recibidas y ve usted lo que me pasó. Ahora tengo
que vivir armada. Ando con una 38 en mi cartera y tengo una 45 en el horno.
Mire, se la voy a mostrar para que usted la vea».
«A los pacifistas les gusta vivir bien, tranquilos y que otros se ensucien las
manos».
«El arma que llevo en la cartera es de puro lujo, porque si me van a matar,
entre que saco los cigarros y las llaves para encontrar la pistola, ya me
balearon no sé cuantas veces; además, ya no tengo los mismos reflejos que
antes tenía. Lo mismo pasa si vienen a mi casa a matarme, no alcanzo a
desenvolver el arma, así que estas armas son de puro adorno».
77
78
80
81
Ibíd. 10547
82
83
Ibíd.
Capítulo V
El largo brazo de la DINA
La DINA fue oficializada el 14 de junio de 1974, mediante el decreto Ley
Nº 521. Este decreto tiene ocho artículos permanentes y tres transitorios
(9,10,11).
El artículo Nº2 designa a un alto oficial del Ejército en servicio activo que
tendrá el título de “Director Nacional de Inteligencia y que ejercerá la
dirección técnica y administrativa del servicio, con facultades para dictar
resoluciones necesarias o las instrucciones pertinentes”.
Operación Cóndor
La coordinación entre las Fuerzas Armadas y dictaduras latinoamericanas
se inició apenas ocurrido el golpe de Estado en Chile. Así dan cuenta algunos
relatos de prisioneros que pasaron por el Estadio Nacional y que escucharon a
militares brasileros durante los interrogatorios que se hacían en el velódromo
de ese campo deportivo.
Olderock fue una de las primeas en conocer los pasos que Contreras
pensaba dar en el viejo continente. Ella dominaba el idioma alemán, lo que
facilitaba su movimiento en Europa, tenía la formación de un comando para
realizar acciones riesgosas, lo que la convertía en una agente muy útil para
los planes trazados.
Con esa red, que se movía con cierta soltura por Europa, Contreras
mantenía cierto control sobre el quehacer de sus enemigos, entre los que se
encontraba Carlos Altamirano87.
Stefano Delle Chiaie era un fanático fascista italiano que había conocido a
Contreras en Madrid. En esa ocasión crearon lazos de amistad y cooperación
para terminar con la lacra marxista. De paso, Contreras le había ofrecido
ayuda, que consistía en darle refugio seguro en Chile para operar negocios
turbios que le permitiera seguir adelante en su guerra contra el marxismo.
Al igual que en los campos nazis, la DINA usó gas letal para terminar con
los detenidos.
De acuerdo con los relatos que hace Townley, parte importante de los altos
mandos de la DINA se movían por Europa sin problema; tenían contactos
con diversos grupos que se dedicaban a espiar las organizaciones de chilenos
exiliados y para proveerlos de recursos estaban las oficinas de Lan Chile, con
gerentes afines a la dictadura militar y que facilitaban el transporte de armas
convencionales, armas químicas y otros insumos para las operaciones de la
DINA fuera de las fronteras.
Olderock viajó a Europa en más de una ocasión. El año 1975 viajó con la
misión de asesinar a Carlos Altamirano en Madrid, donde se realizaba la
primera reunión de socialistas, dirigida por Felipe González. En diciembre de
1976 viajó a París para participar en un doble atentado contra René
Valenzuela y Silvia Hernández, acción coordinada con un grupo operativo
argentino, como parte del equipo de la Operación Cóndor. Tonwley asegura
que este atentado habría fallado por una infidencia y errores de los
argentinos, lo que los obligó a cambiar de objetivos.
Habla Olderock.
«Sí, fuimos a Europa en misión con José Cuevas, Palmira Almuna [era
Irma Nelly Guareschi Salmerón], Ana María Rubio, Mercedes Jara y allá
estaba Espinoza y este otro que está en los Estados Unidos. Creo que fue el
75; ha pasado tanto tiempo que no me acuerdo, pero ya el general Franco
había muerto».
- ¿Fernández Larios101?
- ¿Y a Espinoza lo ha visto?
«Si, ese desgraciado me dejó en Europa sin plata ni para comer. Nos pagó
en Roma un hotel barato y nos dio unos pesos para movernos; nosotros
teníamos que andar caminando porque no teníamos plata, mientras que él lo
pasaba re bien.
«Jamás nos dio la plata. Imagínese que en España teníamos que matar a un
ex ministro -o algo así- de Allende. Era uno que tenía varios hermanos, él era
flaco. Su nombre era... (dice no recordar el nombre, posiblemente se trate de
Carlos Altamirano). Nosotros le hicimos seguimiento y nos dimos cuenta que
este hombre andaba con guardaespaldas y yo no tenía nada, ni un arma,
porque las habíamos tenido que dejar en Italia para pasar las fronteras, no ve
que había mucho alboroto con los exiliados. Así que la loca de la Palmira
Almuna [Irma Guareschi] planeó que ella se le acercaría, lo seduciría y luego,
como yo era experta en judo, lo matara de un golpe, desnucándolo mientras
ella distraía a la gente. Era una locura.
«A tal punto nos había abandonado Espinoza, que las agentes que andaban
en España se dedicaban a robar en las tiendas, especialmente en las joyerías,
entraban y comenzaban a probarse cosas y se las guardaban entre las ropas.
Eso me aterró porque nos podían detener, así que las envié de vuelta a Chile.
Su paso por Alemania se debía a que era la ruta más segura para los
agentes de la DINA; así lo reconoció Tonwley, debido a las conexiones que
tenían con algunas autoridades locales y las facilidades de movimiento e
información que les otorgaban. Los contactos con autoridades eran parte de la
colaboración de la Colonia Dignidad con la DINA.
«Fue el año 1977; los peruanos tenían muchas armas y relaciones con la
Unión Soviética. Les habían vendido aviones y otras armas, además tenían
instalaciones subterráneas de misiles. Eso los había hecho envalentonarse y
estábamos con problemas por el norte con Perú y por el sur con los
argentinos, así que mi coronel Contreras me pidió que organizara una
operación de infiltración a la Fuerza Aérea peruana, para saber de los aviones
Mirage y otras armas de fabricación soviética. Viajé con la Irma Guareschi
haciéndonos pasar por evangelizadoras. ¿No ve que nadie le niega la entrada
a una mujer que va a evangelizar? Así que fuimos y nos logramos meter a
varios recintos militares, donde predicábamos.
«Logramos reclutar a varios peruanos que creían que de verdad yo era una
pastora y así llegamos hasta algunos militares que estaban atraído por la
religión.
Colonia Dignidad
256 kilómetros al sur de Santiago, entre bellos paisajes precordilleranos
cercanos a Parral, se encuentra la Colonia Dignidad, o Villa Baviera. Su
extensión es cercana a los 40 kilómetros cuadrados y sus habitantes
constituyen una rara comunidad de alemanes que se rigió por leyes privadas
impuestas por su líder y fundador, el cabo del ejército nazi Paul Shaefer,
sujeto que llegó a Chile en la década de los años 60 y que entre sus
principales aficiones estaba el abuso, la explotación y la violación de niños.
Mücke desenterró los cuerpos, los metió en sacos y los aseguró con fuertes
amarras, luego los introdujo en otro saco que tenía fósforo, sustancia química
que alcanza altas temperaturas y quema todo en poco tiempo. Las cenizas
fueron subidas a un camión que lanzó al río Perquilauquén.
Habla Olderock.
- ¿Qué sabe usted de Villa Baviera, o Colonia Dignidad?
«Yo a esa gente la conozco desde los años sesenta, cuando se les escapó un
muchacho alemán [Wolfgang Kneese] que ayudé a salir de Chile. Recuerdo
que en ese tiempo me toco ir a Colonia Dignidad.
«Ellos son nazis y son muy inteligentes. Además, tienen toda una red de
apoyo a nivel nacional, por eso no han podido acabar con ellos.
- ¿Es verdad que a algunos detenidos los llevaron a ese lugar para
desaparecerlos?
«Sí. Yo estoy segura que llevaron detenidos para allá porque ellos tenían
sistemas más sofisticados para sacar la información.
«No sé, porque yo no los conocí. Pero sé que tenían otros métodos».
Olderock hablaba con propiedad acerca del tema. Conocía los contactos
que la Colonia Dignidad tenía en Alemania y que había traspasado a la DINA
para realizar sus operaciones en Europa. Eran los mismos que le habían
servido para llegar hasta el embajador de Chile, en 1960, y conseguir que el
gobierno de Jorge Alessandri le permitiera instalar su “sociedad benefactora”
en la zona del Maule, el año 1961.
La casa de Lo Curro
En los escarpados cerros precordilleranos que rodean Santiago hay un
barrio de mansiones, separadas unas de otras por grandes jardines. Ahí, en
ese paradisíaco paisaje, se encuentra la Vía Naranja, un angosto sendero
rodeado de vegetación que circunda al cerro por una de sus laderas. A medio
kilómetro de la entrada, en una vuelta cerrada, estaba la entrada a la casa del
matrimonio Townley Callejas y sede de la agrupación Quetropillán o Avispa
de la Brigada Mulchén.
La casa tenía tres pisos, una gran terraza con piscina, rodeada de feas
estatuas de yeso que contrastaban con la rígida estructura de la construcción.
En la planta baja estaban los garajes; en el segundo piso la cocina, el comedor
y una gran sala con ventanales que daban a la piscina; en el tercer piso
estaban los espacios privados de la pareja.
La vida real de la pareja era toda una novela de acción y muerte. Mientras
ella posaba de escritora y El Mercurio la premiaba, su marido planificaba
crímenes en los que ella era parte importante.
En ese precario lugar se fabricaba el gas sarín, que había sido desarrollado
por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y su resultado directo es la
muerte sin dejar huellas, porque se confunde con los efectos de un ataque
cardíaco.
En el año 1976 Tonwley estuvo a cargo del plan terrorista para asesinar a
Orlando Letelier107 en Washington. En los preparativos estuvo acompañado
de Armando Fernández Larios y activos terroristas anticastristas, como
Orlando Bosch, Luis Posada Carriles y Guillermo Novo. El atentado ocurrió
en la Scheridan Circle de la ciudad de Washington el 21 de septiembre de ese
año, resultando muerto Orlando Letelier del Solar y su secretaria Ronnie
Moffit. El encuentro con en el mundo del terrorismo político del matrimonio
Townley Callejas se produjo antes del golpe de Estado. Los primeros
contactos con Patria y Libertad los realizó Callejas. Posteriormente, el
“gringo” intervino creando un radiotransmisor para acciones de propaganda,
que ambos operaban desde un Fiat 600 en movimiento por las calles del
barrio alto de Santiago. Ella transmitía mensajes sediciosos contra el
gobierno de Salvador Allende y él manejaba el vehículo.
«Si una vez fuimos con Palmira Almuna, acompañando a Contreras que
iba a una reunión».
«Sí, supe. Ese día que fuimos con Contreras y yo me dediqué a pasear por
la casa y me di cuenta».
«No me acuerdo. Pero supe lo del gas sarín y supe que lo usaron para
matar personas, no sé a quiénes.
Yiye Ávila
Ocho fueron los sacerdotes muertos durante la dictadura militar. Dos de
ellos fueron hechos desaparecer: Antonio Llidó y Omar Venturelli. Cinco
fueron asesinados: André Jarlan, Joan Alsina, Michael Woodward, Etienne
Marie Louis Pesle de Menil y Gerardo Poblete. Uno fue fusilado y arrojado al
río Cautín pero logró sobrevivir: Wilfredo Alarcón. A ellos se suman al
menos 20 monjas y sacerdotes detenidos y torturados por proteger a personas
que estaban siendo buscadas y cuyo destino seguro era la muerte.
Contreras era quien más resentía los efectos de los persistentes llamados a
respetar la dignidad de los vencidos que se hacían desde los púlpitos. En más
de una ocasión, sacerdotes y monjas habían dificultado la tarea de la DINA y
los servicios de inteligencia, desatando las iras de Pinochet y Contreras, que
realizaban constantes campañas contra la Iglesia Católica a través de los
medios de comunicación, señalando que la tarea humanitaria era la fachada
de grupos políticos.
La ayuda de algunas monjas a Nelson Gutiérrez115, quien había escapado
de Malloco gravemente herido, llevó a la DINA hasta la casa de reposo de
unos sacerdotes irlandeses, donde se encontraba la doctora británica Sheila
Cassidy. La DINA, presumiendo que se encontraban los miristas escondidos
en esa ubicación, rodeó el lugar y comenzó a disparar, asesinando a Enriqueta
Reyes. Luego, la doctora Cassidy fue secuestrada. Su detención y tortura
condujo a la DINA hasta la Parroquia de Lo Barnechea, donde se encontraba
el sacerdote Gerardo Whelan, quien escondía a Martín Hernández, otro
dirigente mirista que había escapado de Malloco. La detención de Hernández,
refugiado en una parroquia, le daba a la DINA los argumentos que necesitaba
para presionar al Cardenal para que terminara con el Comité Pro Paz.
«Contreras, entonces, ideó un plan para que se viera que en Chile había
libertad de culto. Yo me encargué, por orden de la DINA, de traer a Yiye
Ávila, un predicador portorriqueño que vivía en Florida.
«Para Contreras era muy importante su venida, así que puso todo a su
disposición. No hubo límites de gastos en traslados ni nada. A él le encantó la
idea y preparó su viaje con su familia.
- ¿Cuál fue la razón que hizo que la DINA se interesara en Yiye Ávila para
mandarlo a traer y financiar su gira por Chile?
La Dinita
Al término de la Segunda Guerra Mundial, un buen número de miembros
de la Gestapo, la policía nazi, y conspicuos miembros de ese partido, lograron
eludir el juicio y castigo, refugiándose en países de América del Sur,
especialmente en Brasil, Argentina, Paraguay y Chile, ayudados por los
norteamericanos.
Gracias a esos buenos amigos, los nazis lograron sacar gran parte de las
fortunas robadas a sus víctimas e instalarse como importantes miembros de
las sociedades locales, creando una red de asistencia y cooperación entre
ellos.
«Bueno, porque este tema pone a mucha gente nerviosa y, si saben que
usted está investigando, quizá pueda pasarle algo».
Casa de Piedra
Siempre se sospechó que existía un recinto secreto de la DINA en el Cajón
del Maipo. Fue Ricardo Lawrence Mires quién abrió la pista para dar con La
Casa de Piedra, ubicada en el camino a Lagunillas, al referirse que a ese lugar
habían llevado a la dirección del Partido Comunista y que al ser informado
Pinochet, éste había llegado para conocer personalmente a Víctor Díaz117,
quién le habría vaticinado al dictador que “tratar de terminar con el Partido
Comunista era como tratar de vaciar el mar con las manos”.
«Es efectivo que en junio de 1974, con el grado de teniente coronel, fui
designado por el entonces coronel Manuel Contreras, Director de la
Dirección de Inteligencia Nacional, como Director de la Escuela de
Inteligencia, que funcionaba en San José de Maipú [Maipo]; con el tiempo
supe que le decían “casa de piedra” y fui su director desde los primeros días
de junio a la segunda quincena de diciembre de 1974, cuando llegó a
reemplazarme [oficial de la FACH] Carlos Ottone Mestre».118
«Sí, la vez que nos hicieron clases ahí en el camino a Lagunillas, donde
estaba la casa del dueño del Clarín. Pero yo llegué ahí y me devolví. Si ahí
hacían clase de tiro y yo era una tiradora experta, ¿qué iba a aprender?
Dígame usted.
«Así que me vine y le dije al coronel Contreras que no quería asistir a esos
cursos, que no eran para mí».
«Sí. Era muy accesible con la gente que trabajaba para él. A mí nadie me
ha tratado tan bien como Contreras, ni en Carabineros. Es que los militares
son otra cosa».
Los cursos que menciona Olderock no eran de práctica de tiro. Muy por el
contrario, la Escuela de Inteligencia de la DINA, dirigida por Pedro Espinoza,
secundado por Armando Fernández Larios, conocido por su crueldad con los
detenidos y que lo había hecho destacar entre sus pares en la Caravana de la
Muerte120, tenía como fin preparar una nueva fase en la represión, que
incluiría las operaciones psicológicas, de exterminio fuera del territorio
nacional y acciones selectivas contra políticos en el interior.
Además Contreras, que volaba por lo alto, había logrado que los ocho
asesores enviados por la CIA se mantuvieran hasta fines de ese año
entregando capacitaciones en la guerra antisubversiva a sus mejores hombres
y mujeres de la DINA.
Comando de las Fuerzas Especiales del Ejército y uno de los agentes más
brutales de la DINA, Labarca demostró su lealtad a la dictadura militar
asesinando campesinos en las lluviosas tierras precordilleranas de Valdivia,
bajo el mando del coronel Alejandro Medina Lois, en octubre de 1973. Él
sería pieza fundamental en el asesinato de José Tohá, en marzo de 1974.
Acciones que lo pusieron en un sitio preferencial en el círculo de Contreras,
al punto que no recibió sanción alguna cuando le destrozó la cabeza de un
disparo al agente José González Ulloa, mientras se encontraba realizando el
curso de inteligencia en La Casa de Piedra.
No sólo fue lugar de torturas y muerte para los opositores. El año 1977
fueron detenidas y trasladadas a La Casa de Piedra las hermanas y agentes de
la DINA, María Teresa y María Magdalena Vitanyi Kiss. María Magdalena
había realizado operaciones fuera de Chile junto a Vianel Valdivieso y su
hermana estaba trabajando con Valdivieso en un proyecto para interferir las
ondas de Radio Moscú. Vianel Valdivieso era el hombre más cercano a
Contreras y sus actividades entraban en los más sinuosos secretos del
coronel. El caso de las hermanas fue bastante conocido en los pasillos de las
oficinas centrales de la DINA. Incluso, se dice que ambas se salvaron de ser
ejecutadas y posiblemente lanzadas al mar por espionaje y entregar
información a la embajada de Perú, delación hecha por Nélida Gutiérrez, a la
sazón amante de Contreras. Durante una semana, estas mujeres fueron
brutalmente torturadas, fotografiadas desnudas y vejadas, siendo luego
liberadas y reintegradas a sus tareas sin mayor explicación.127
Fue también un destino frecuente para Pinochet, como dan cuenta las
declaraciones judiciales de agentes de la DINA, que recuerdan la llegada en
helicóptero de Pinochet (1974) para celebrar, en una bulliciosa y regada
fiesta, el aniversario de la creación de la DINA, que terminó con daños en los
parrones producto de las aspas del helicóptero del dictador.
El poder y el abuso
Sin mediar preguntas, Olderock comenzó a recriminar a la que había sido
su institución, donde había brillado por sus dotes militaristas, apegadas a la
obediencia de los mandos.
«Yo creo que uno nunca debe meterse con la gente que trabaja –dice en
tono de reproche. Yo nunca fui al casino de Carabineros, no me gustaba lo
que pasaba ahí. Ahí los jefes se aprovechaban de su poder y las tontas
accedían a todo».
«Claro. Ahí los viejos abusaban de sus grados y como para ascender había
que tener buenas calificaciones y quienes calificaban eran los de mayores
grados, muchas de las cabras aceptaban irse con ellos».
«Lo que pasa es que usted es de esas personas pacifistas, que no saben más
que criticar la violencia, pero no toman en cuenta que tuvimos que hacer este
país de nuevo, porque era un caos», dice con molestia, casi con enojo. «¡Si
aquí no se respetaba nada! Allende había dejado al país en la ruina. Claro,
ahora todos critican, hasta los que estaban de acuerdo con el pronunciamiento
militar, ahora son todos defensores de los derechos humanos, después que
salvamos al país».
«Le dije que mis padres fueron muy estrictos. Que en mi casa no se podía
hablar en castellano porque nos mataban si nos pillaban hablando en
castellano. Hablábamos solo en alemán. Teníamos que juntarnos solo con
alemanes.
«Mis padres eran muy estrictos, no como son ahora los padres que dejan a
los niños hacer lo que quieren y por eso después son descarriados. Yo tengo
amigas que tienen hijos que saltan en los sillones en casa ajenas, eso era
impensable en mi casa. Nosotras teníamos que llegar del colegio a estudiar,
además teníamos clases de música. Mi hermana estudiaba piano con Claudio
Arrau que era un señor terriblemente serio.
«Yo antes hablaba perfecto castellano y jamás decía una grosería, ahora -y
eso fue después del accidente-, digo puros garabatos, eso en mi casa no se
podía».
- ¿Tuvo novio?
«Sí, un inglés que era re-buen mozo, pero mis padres no me dejaron seguir
con él porque era inglés. Mis padres odiaban a los ingleses, por la guerra.
«Sí, porque ahora estoy sola. No tengo a nadie. Mi hermana mayor murió
sin perdonarme; mi hermana menor viene una vez al año a la casa y ni
siquiera sé dónde vive, porque no me ha querido dar nunca su dirección. A
veces le sigo la pista y la encuentro, pero jamás me ha dado su dirección».
«No po’. Mire, yo no estoy de acuerdo con que una mujer tenga hijos y
salga a trabajar y yo había elegido ser de Carabineros y a mí me gustaba
demasiado lo que hacía.
- Por eso le digo: si usted hubiese tenido hijos no estaría sola y quizás
sería menos terrible el estar enferma.
«¡Usted es bien porfiada, ¿no?! Le digo que para tener hijos yo creo que
hay que dedicarse a ellos y yo elegí ser Carabinero. Así que no me hubiese
gustado tener hijos porque me hubiese tenido que dedicar a cuidarlos y para
eso me habría salido de Carabineros.
«Para que usted entienda mejor: yo soy de la idea que la mujer casada debe
quedarse en la casa para cuidar al marido y a sus hijos y yo no elegí eso. Yo
soñaba con ser militar».
Siguió diciendo que lo que faltaba en Chile era olvidar, porque había
demasiado odio.
- ¿Usted no cree que la única forma de pasar a otra etapa es que se sepa
lo que sucedió con los desaparecidos, esas personas que estuvieron presas en
la DINA y nunca se supo que pasó con ellos?
«Yo no tengo idea de eso, pero si siguen en esa línea, aquí pueden pasar
muchas cosas».
«¿Usted está loca? ¿Cómo se le ocurre decir eso? A los carabineros jamás
les han dado nada para salir a la calle. Carabineros están para resguardar el
orden, no para salir a drogarse».
La casa se siente más fría, las paredes más desnudas. Se escucha el ruido
de loza y utensilios. Era extraño, no se atrevía a sacarnos de su casa y se
escondía en la urgencia por una taza de té.
Muerte en soledad
Tan sola como vivió, murió Ingrid Felicitas Olderock Bernhard. Fue un 17
de marzo de 2001 y ocurrió en el Hospital de Carabineros de calle Simón
Bolívar, el mismo en que ella aseguraba no haber sido atendida tras el
atentado de 1981. El parte médico decía que había sufrido una hemorragia
digestiva aguda y que la autopsia determinaría con mayor precisión las causas
de su muerte.
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88
Ibid.
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91
Ibid, página 74
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98
Silvia Hernández, hija del periodista Luis Hernández Parker, era la pareja
de René Valenzuela.
99
Volodia Teitelboim Volosky (1916 – 2008), abogado, diputado por las
Provincias de Valparaíso y Quillota (1961 – 1965), Senador por Santiago
(1965 – 1973), dirigente del Partido Comunista y escritor.
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Entre los escritores que pasaron por la casa de Vía Naranja se cuentan
Gonzalo Contreras, Carlos Franz y Carlos Iturra.
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Raúl Alfredo Hasbún Zaror, sacerdote diocesano, fue secretario del
Cardenal Silva Henríquez y conocido por su desenfadado pensamiento
ultraderechista. Participó activamente en la conspiración que llevó al golpe de
estado contra el gobierno de Salvador Allende. Luego se transformó en el
principal defensor de las violaciones a los derechos humanos cometidos por
los organismos de seguridad del régimen, aspecto que resaltaba desde sus
columnas en El Mercurio y en sus prédicas en Canal 13, donde fue su
director. Acompañó a Pinochet hasta sus últimos momentos y fue quien le dio
las exequias fúnebres
110
Editores Miguel González Pino, Arturo Fontaine Talavera. “Los Mil Días
de Allende”. Centro de Estudios Públicos. Primera edición, año 1997, pág
670. 671, 672.
111
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115
Nelson Gutiérrez Yañez (1944 -2008), sociólogo de la Universidad de
Concepción y dirigente de la Comisión Política del MIR. Gutiérrez fue
conocido como “El Guti” y formó parte de la intelectualidad de los años 70,
cuando se discutía la Teoría de la Dependencia.
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Ella fue una eficiente funcionaria del aparato dedicado al castigo de los
cuerpos para lograr un objetivo: excluir toda futura resistencia a la ideología
hegemónica en la sociedad chilena.
Al igual que otros (civiles y militares), nunca sintió aversión por sus
acciones. Ni siquiera mostró compunción cuando se refirió al caso de su
hermana; más bien se sintió descubierta en su inmoralidad, pero no
arrepentida o avergonzada. Simplemente había cumplido con las órdenes
impartidas por otros. En parte importante de sus respuestas dijo no tener
relación con la tortura y las matanzas, a pesar que da fe del lanzamiento de
detenidos vivos al mar.
Eso nos llama a reflexionar acerca del efecto que han tenido las políticas
públicas en materia de memoria durante años posteriores a la dictadura y
cuánto de esta mujer existe hoy en nuestra sociedad.
Es evidente que existe mucho más de lo que quisiéramos. Ella existe entre
quienes criminalizan la protesta social, entre quienes discriminan a los
sectores sociales más débiles, entre quienes no sienten vergüenza por la
inmoral distribución de los ingresos, entre quienes piden terminar con “los
temas del pasado”.
Agosto 1974
Nelly Barceló
Septiembre 1974
Leonardo Rivas Balmaceda
Juan Carlos González Sandoval
Agustín Holgado Bloch
Luis Olivares Toro
Luis Ahumada Carvajal
Claudio Huepe García
Clara Pujol
Juan Tapia Donoso
Helios Figuerola Pujol
Eugenio Alarcón Garcia
Viviana Uribe Tamblay
Mónica Uribe Tamblay
Octubre 1974
Nelson Aramburu Soto
Carlos Ruiz Aranzaes
Noviembre de 1974
María Stella Dabancens Gándara
Miguel Luis Squella Espina
Humberto Canodra Bañados
Sergio Manríquez Zamorano
María de la Luz Soto Urbina
Oscar Alfaro Córdova
Elías Padilla Ballesteros
Maritza Villegas Arteaga
Sonia Valenzuela Jorquera
Diciembre 1974
Marco Antonio Cruz Corvalán
Fátima Mohor Schmessane
Cristina Godoy Hinojosa
Amalia Muñoz López
Alicia Bravo
Laura Ramsay Acosta
Ana María Arenas Romero
Bernardita Núñez Rivera
Elba Moraga Vega
Carlos Camacho Matos
Beatriz Bataszew Contreras
María Cristina Zamora Eguiluz
René Vergara Poch
Eva Palominos Rojas
Ingrid Heitmann Gigliotto
Ana María Morales
Luis Pardo Valladares
Olivia Sotomayor Torres
Nora Guillén Graff
Boris Chornik Aberbuch
Alejandra Holzapfel Picarte
Guido Zuñiga Serrano
Alfredo Reveco Sapiaín
Alfredo Gálvez Fuentes
Mayo 1975
Graciela Álvarez Rojas
Adriana Bórquez Adriazola
Pedro Matta Lemoine
Mayo 1977
Carlos Veloso Figueroa
Humberto Drouillas Ortega
Osvaldo Figueroa Figueroa
William Zuleta Mora
Eduardo de la Fuente Sandoval
Luis Mardones
Las “alumnas” y la “profesora”
Ingrid Olderock
Las agentes de Carabineros
Miguel González Pino, Arturo Fontaine Talavera. Los Mil Días de Allende.
Centro de Estudios Públicos. Santiago 1997.
Fin del libro
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