Ingrid Olderock La Mujer de Los Perros

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Ingrid Olderock

La mujer de los perros


Nancy Guzmán Jasmen, 2014
Ceibo Ediciones
Edición: Dauno Tótoro T. Diseño: Alfonso Gálvez C. Producción Editorial: Italo Retamal E.

Edición digital por NLIBROS SpA, 2016

VQUV-791196

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Sumario
Prólogo
Presentación
Capítulo I La extraña historia de un atentado
Relato de Ingrid Olderock
Una oficial destacada
Los ‘80
La ilusión Carter
El atentado y sus claves
Quién dio la orden
La Seguridad Nacional, pilar de la DINA
Capítulo II La clínica Santa Lucía
Capítulo III La Venda Sexy o Discoteque
El Castigo
Uso de animales en las torturas
Brigada Purén
El cabo Manuel Leyton Robles
Capítulo IV Hermana querida
El cuaderno
Capítulo V El largo brazo de la DINA
Operación Cóndor
Colonia Dignidad
La casa de Lo Curro
Yiye Ávila
La Dinita
Casa de Piedra
El poder y el abuso
Muerte en soledad
Epílogo
Detenidos desaparecidos de La Venda Sexy
Personas detenidas que salieron con vida de La Venda Sexy
Las “alumnas” y la “profesora” Ingrid Olderock
Bibliografía
La memoria no es la historia,
si no lo que recordamos de ella.
Dedico este libro a Alejandra Holzapfel Picarte, Elías
Padilla Ballesteros, Beatriz Bataszaw Contreras, quienes
han sostenido una memoria activa con el fin de ganar
esta lucha diaria de evitar el olvido.

Agradezco a Pedro Matta quien colaboró y participó en


estas entrevistas.

Un agradecimiento póstumo a Katia Reszsinky, quien


partió antes que pudiera terminar este libro, pero cuyos
aportes hacen parte del corpus de este.

A Raúl Castro Montanare, un combatiente honesto que


nos abandonó tempranamente, por su colaboración en
los relatos sobre una época compleja.

Un agradecimiento especial a Sandro Gaete, quien


nos hizo cambiar la mirada sobre la Policía de
Investigaciones con sus acuciosas investigaciones sobre
los crímenes de la dictadura militar.

Por último, dedico mi trabajo a mis dos hijas, Nancy y


Loreto, que son el motor de mi vida. Son ellas y otros los
que han heredado esta historia.
Prólogo
Alejandro Solís Muñoz
Ex Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago

Nancy Guzmán Jasmen, periodista y diplomada en Historia, ha sido


corresponsal de diarios y revistas internacionales, guionista, entrevistadora y
productora de documentales y reportajes para canales de televisión europeos
y de la cadena de televisión Univisión. Se conocen sus reportajes
investigativos para el diario “La Nación” y ha publicado varios libros: “Un
Grito desde el Silencio”, sobre la detención, asesinato y desaparición de
Bautista van Schouwen y Patricio Munita, en 1988; “Romo. Confesiones de
un Torturador”, Premio Planeta de Periodismo Investigativo, año
2000;”Historias para no Olvidar”, en coautoría con Héctor Salazar; además
de coautoría junto a otros periodistas destacados en “Los crímenes que
estremecieron a Chile”, Ceibo Ediciones, 2013.

Especialista en periodismo de investigación, ha buscado objetivos muy


precisos, como aporte valioso en la recuperación y preservación de la
memoria de las graves violaciones a los Derechos Humanos y de sus
siniestros actores durante la dictadura cívico militar.

El contenido de esta, su última obra, demuestra que ha indagado en un


submundo de aquella represión, mencionando a los torturadores y agentes de
los servicios de inteligencia, trayendo a la luz lo que el poder en esa época
nefasta ocultó a la ciudadanía y describe, en su cruda realidad, las vísceras de
un lugar de reclusión muy especial, del cual existen pocos testimonios de los
detenidos que pasaron por el recinto, porque se estima que uno de cada dos
que llegaban allí, desaparecían. A los sobrevivientes, víctimas de torturas
sexuales, les ha costado relatar lo ocurrido, por haber afectado lo más íntimo
de sus vivencias y los victimarios, siempre reticentes a describir sus
actividades, en este caso se niegan absolutamente a reconocer que el sistema
de terror implantado en el subterráneo de la “Venda Sexy” sobrepasó todas
las posibilidades de hacer daño a las personas.
Los antecedentes, sólidos e indesmentibles, que nos muestra en este libro,
los buscó, con suma acuciosidad, indagando en los testimonios de Ingrid
Olderock, una de las representantes más significativas de la política de terror
instaurada por la dictadura y, como aquella negó toda relación con torturas y
matanzas, Nancy Guzmán debió recurrir a testigos presenciales de las
atrocidades que se mencionan y que eran de tal magnitud que, por petición de
una de ellas, esperó por largos años, con un sentido inmenso de ética
periodística, para darlas a conocer, de modo que la madre de esa víctima no
supiera los horrendos episodios que la hija debía relatar.

La confiabilidad de este trabajo periodístico está asegurada en las fuentes


de su investigación y nos informa sobre el entorno de la protagonista,
dándonos a conocer un aspecto, desconocido para muchos, del Chile de
entonces y del mundo en que se desenvolvía la funcionaria de Carabineros.

La experiencia de la autora en el periodismo de investigación ha permitido


que no se diluya la verdad. Ha delimitado precisamente lo que es necesario
saber, sin entrar en detalles que puedan obnubilar el relato, ya que va
intercalando con inteligencia el material del que dispone, de manera de
hacerlo de fácil y atrayente, aunque terrible lectura.

Como en este tipo de investigación la objetividad no existe, la escritora


cuenta y razona y nos entrega el material para que compartamos con ella el
sentimiento de rechazo a las prácticas nefastas de su personaje y de su
entorno. En este aporte a sus lectores desea, como objetivo cultural, que se
reflexione sobre la memoria y se conozca a los criminales en todas sus
facetas, “para evitar normalizar la barbarie”.
Presentación
Este libro está basado en una serie de tres entrevistas con la oficial de la
DINA Ingrid Felicitas Olderock Bernhad, realizadas entre julio y agosto de
1996. La demora en su publicación se debió a la solicitud de Alejandra
Holzapfel de hacer público su relato solo tras la muerte de su madre.

Corría la década de los noventa cuando recibí la oferta de la BBC1 para


trabajar en un documental sobre la tortura en el mundo. Me pareció
interesante buscar a estos personajes sórdidos que se confundían en la
cotidianeidad de un país que aspiraba a ser “el tigre de Latinoamérica”.

Eran los años de la exitomanía. El dictador estaba instalado en la


Comandancia del Ejército, se paseaba por la ciudad en tres Mercedes Benz
blindados con cortinas, para que nadie viera en cuál de ellos iba y los
Presidentes le rendían pleitesía e incluso le agradecían por no sublevar a sus
fuerzas.

Las violaciones a los derechos humanos habían desaparecido del horizonte


de muchas personas que habían trabajado y arriesgaron sus vidas en la
Vicaría de la Solidaridad. Incluso, tras algunos llamados, algunos
respondieron que ya habían “dado vuelta la página”, que eran “otros tiempos”
y que nada se sacaba revolviendo un tema que “afectaba a la frágil
democracia”

Como siempre, mi amigo y abogado, dedicado a defender e investigar


causas de violaciones a los derechos humanos, Nelson Caucoto, me escuchó
y me entregó una lista de agentes con sus direcciones. Me comprometí a
entregarle la información que obtuviera. Él, al igual que otros abogados, no
había flaqueado ante la tentación de puestos bien pagados y, desde su oficina
de defensoría pública, atendía a familiares de detenidos desaparecidos.

En esa lista estaba el nombre de Ingrid Felicita Olderock Bernhard, mayor


de Carabineros de Chile. Era la única información que tenía acerca de ella,
además de un vago recuerdo acerca de las acusaciones que se le habían hecho
desde algunos tribunales internacionales.

Eran cerca de las 16:00 horas cuando llegamos a la calle Coventry 349. La
casa de un piso tenía un antejardín visiblemente descuidado, donde estaba
estacionado un auto Chevette de color rojo, que en su vidrio trasero lucía un
adhesivo que decía “Yo amo a mi perro”.

Escalofriante. Ella era entrenadora de perros y, en ese papel, había creado


el instrumento más ultrajante para torturar: un perro que, al son de sus
instrucciones, violaba a los detenidos y detenidas. Esto había ocurrido en la
Venda Sexy, nombre del centro de torturas más inquietante y desconocido de
la época de la dictadura militar.

El adhesivo en el auto nos hizo pensar que posiblemente ella aún viviera en
esa casa. Entramos sin llamar. La portezuela de rejas estaba abierta. Todo
parecía estar en abandono absoluto: la casa, el jardín, el automóvil, la reja y
la puerta de ingreso.

Solo bastaron dos gritos de ¡Hola! y un golpe a la puerta para que


apareciera una mujer de aspecto andrógino. Tenía el pelo muy corto, rubio
canoso, cuerpo voluminoso y grandes manos. Era ella, la capitana de la
DINA. La mujer que había alcanzado el grado más alto en la Dirección de
Inteligencia Nacional y cumplido el papel de directora de la Escuela
Femenina de la DINA, donde se adiestró a cerca de 70 mujeres en las
prácticas de la represión política. No obstante, su función de torturadora y
adiestradora de perros para ultrajar a los detenidos, era lo que le había dado
notoriedad nacional e internacional.

Si bien al principio se negó a cualquier entrevista, luego de un corto


intercambio de palabras aceptó que ingresáramos a su casa y se esmeró por
ofrecernos café o té, los que sirvió con diligencia.

La casa era fría, bastante oscura y húmeda. En el comedor se encontraba


sentado un hombre moreno, que representaba unos 45 años, al que presentó
como su profesor de trompeta y miembro de las Fuerzas Armadas. El hombre
se sintió visiblemente incómodo, solo dijo unas pocas palabras y se retiró.
Olderock no paraba de hablar y fumar. Su tema era el odio a su institución,
al ministro Bañados y a los periodistas. Sorprendentemente, de pronto dijo:
«A mí, Mendoza2 me mandó a matar».

BBC: British Broadcast Corporation

César Mendoza, ex Director de Carabineros y miembro de la Junta Militar.


Capítulo I
La extraña historia de un atentado
La mañana del día miércoles 15 de julio de 1981, una fina llovizna
invernal caía suavemente sobre Santiago. Eran cerca de las 7:30 de la mañana
y en la casa de Coventry Nº 349, ubicada en el agradable barrio de Ñuñoa, al
oriente de la ciudad, su única moradora, Ingrid Felicitas Olderock Bernhard,
se disponía a cumplir su rutina: salir de su casa, caminar tres cuadras hasta la
esquina de la concurrida Avenida Irarrázaval y coger un bus que la
transportara hasta donde se encontraba su lugar de trabajo, la Dirección de
Carabineros de Chile, uno de los grises edificios que rodean al Palacio
Presidencial de La Moneda.

Mientras tomaba a sorbos largos su cargado café y fumaba el primer


cigarrillo de la mañana, se dijo que hacía días que dormía mal, a pesar de sus
rezos y plegarias. Algo la angustiaba. ¿Su pasado? ¿El presente? No lo tenía
muy claro, pero el temor se había apoderado de ella y ni siquiera las dos
cajetillas de Viceroy lograban calmar la ansiedad que la consumía en la
soledad de la noche.

Al igual que cada mañana, la mujer abrió la puerta de su casa y escrutó


detenidamente el movimiento en la calle. Buscaba señales que le indicaran
que todo estaba bien, que nadie la esperaba en las inmediaciones para atentar
contra su vida.

Pensaba que la casa que había heredado de sus padres estaba cargada de
recuerdos confusos que la alteraban. En otras ocasiones la consumía la culpa,
el miedo y la angustia. Eran esas imágenes aterradoras las que le impedían
conciliar el sueño, se decía. La Browning 7.65 que guardaba en el cajón de su
mesa de velador era un apéndice de su mano y su única compañera en las
noches. Era tal era la seguridad que le producía ese artefacto, que la mantenía
permanentemente limpia, perfecta, sin seguro y con la bala pasada, por si
acaso.
También llevaba otra en su cartera, el arma de servicio, para defenderse
hasta la muerte y, por si fuera poco, guardaba una tercera en el horno de su
cocina. Nadie que osara entrar a su casa pensaría que ahí había un arma lista
para ser disparada.

Las sesiones de terapia psicológica que había comenzado y a las que asistía
para exorcizar sus culpas, la tenían confundida más que aliviada. Sentía que
le habían derribado sus muros de contención, dejando todos sus flancos
expuestos.

Por primera vez era ella la que respondía preguntas, la que abría su vida y
no podía eludir el fondo de sus conflictos sin entregar información que la
dejaba indefensa ante otro ser humano.

Tenía claro que, con la terapia, había transgredido todas las estrictas
normas de su institución y de la Inteligencia Militar. Lo sabía. Pero la
angustia y los sentimientos de culpa la superaban y necesitaba a un
desconocido que la escuchara.

Nadie que perteneciera a un servicio de inteligencia podía buscar ayuda


psicológica con una profesional civil y ella lo había hecho. De ser
descubierta, la transgresión sería sancionada drásticamente, incluso con la
muerte.

Cada cita era un riesgo de vida. Por eso tomaba toda clase de precauciones
y aplicaba lo que los gringos le habían enseñado para despistar a los
enemigos. Todas las semanas se inventaba una fachada. Buscaba rutas
diferentes para llegar a su trabajo, caminaba chequeándose en cada esquina,
se daba vueltas por el sector buscando alguna cara sospechosa e ingresaba al
edificio sin que nadie lo notara.

Su paranoia se acrecentaba día a día, al sentirse doblemente expuesta. Ya


no eran solo las armas de sus enemigos marxistas las que la apuntaban, sino
que se había convertido en blanco para sus propios compañeros de armas, si
acaso se enteraban que estaba en tratamiento psicológico con una civil
desconocida.

Esa mañana, se sentía especialmente confundida. Por eso se quedó


largamente observando uno a uno a los transeúntes que pasaron frente a su
casa. Todo parece normal, se dijo, a modo de reafirmación.

Niños en uniforme escolar pasaban presurosos, tratando de eludir el frío.


Hombres ocultos tras gruesas chaqueta iban y venían. Su vecina, una
funcionaria de la Fuerza Aérea, esperaba en la puerta la llegada de su
transporte. Todo era normal, nada le indicaba que corría peligro, por lo que
salió hasta el antejardín y, mientras abría la desvencijada reja, saludó y
entrecruzó unas palabras con la mujer de la casa contigua.

No parecía llevar mucha prisa, caminó media cuadra hacia el sur y, cuando
se aprestaba a cruzar la esquina de Coventry con Baden, sintió algo inusual
en el ambiente, pero no le dio mayor importancia.

Se repitió una vez más que todo estaba bien, quizás como una forma de
apaciguar sus angustias. Se dijo que la situación de seguridad era
absolutamente dominada por los Servicios de Inteligencia de la dictadura y
no prestó atención a los dos hombres que escondían su rostro tras unas
gruesas parkas y caminaban en sentido contrario al de ella.

Los dos hombres eran jóvenes, altos y fornidos. Vestían jeans y gruesas
parkas azules, con el cuello subido. No se les veía claramente sus rostros.
Parecían dos trabajadores que iban presurosos a sus jornadas diarias.

Ambos habían cruzado la ciudad en bus para llegar a su objetivo a tiempo.


No era raro que no dispusieran de un vehículo para la operación, pues el
dinero que el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) recaudaba en
el extranjero para sus compañeros del interior, casi nunca llegaba a manos de
los combatientes y se perdía en una oscura nebulosa, haciendo que la
militancia en la clandestinidad viviera penurias y realizara operaciones
asumiendo enormes riesgos, sin contar con la logística adecuada.

Raúl Castro Montanare, conocido como “Jacinto”, y Carlos Bruit eran dos
militantes del MIR que se habían incorporado a las filas de la revolución en
la adolescencia. El golpe de Estado no amilanó sus sueños revolucionarios y,
a pesar de su corta edad, comprendieron que las causas no se abandonan
cuando se contaminan con la derrota.
Con frecuencia resonaban en el silencio de la clandestinidad las palabras
que Miguel Enríquez había pronunciado en su último discurso en el Teatro
Caupolicán: «No estamos asistiendo al crepúsculo de una Revolución, sino
que el largo y difícil camino de la revolución obrera y campesina recién
comienza.»

Esas palabras habían despertado el coro de voces de “Pueblo, conciencia,


fusil: MIR, MIR” y se transformarían en el motor para que muchos
asumieran la decisión de resistir a la dictadura cívico militar.

Carlos sería uno de ellos. Detenido por la DINA cuando aún era menor de
edad, había sumado a su decisión de resistir a la dictadura militar el odio
desatado por las torturas recibidas en la Villa Grimaldi y la desaparición de
entrañables militantes revolucionarios. Su salida al exilio en Francia fue solo
un paréntesis antes de reintegrarse a la resistencia.

La orden de eliminar a Olderock la habían recibido de Guillermo


Rodríguez y este de un tal “Rucio”. Este militante, a su vez, la había recibido
del dirigente Hernán Aguiló. Fue en un “punto” -nombre que se les daba a los
encuentros clandestinos- donde le entregaron a Rodríguez la información
necesaria para «ajusticiar a una de las agentes más salvajes de la dictadura, la
que había entrenado perros para violar a detenidas y detenidos y además
había participado activamente en torturas, operaciones de exterminio y en la
Operación Cóndor».3

Esas referencias gatillaron la voluntad inmediata de los dos miristas


cuando fueron convocados por Rodríguez para realizar la operación. La
información obtenida en los chequeos al objetivo hablaba de una mujer
corpulenta, rubia, de cabello corto, rubicunda, que vestía traje de oficial de
Carabineros, con rutinas fijas y que se desplazaba a pie desde su casa, en la
calle Coventry, hasta el paradero del bus en la Avenida Irarrázaval.

El primer tiro lo dio “Jacinto”. Olderock solo escuchó una frase: “esto es
para ti”; luego sintió un estallido muy fuerte y cayó al suelo por el impacto.
La bala dirigida al corazón solo la rozó. Carlos se aproximó, poniendo la
pistola a medio metro de distancia y le disparó directo a la cabeza, para
rematarla.
El arma calibre 32 disparada a poca distancia no logró el objetivo. Solo
alojó una bala en la cabeza, sin producir estallido de cráneo. Rápidamente,
tomaron su cartera, una carpeta, y se fueron a paso rápido por el enjambre de
calles de Ñuñoa. No supieron qué había pasado; pensaron que el cometido
estaba cumplido, que Ingrid Olderock había pagado por sus crímenes.

En el lugar, la mujer sangraba profusamente. Tras el velo viscoso que


cubría su rostro, había visto con alivio las zancadas de sus atacantes que se
alejaban, creyéndola muerta.

De a poco comenzaron a llegar algunos vecinos, mientras otros espiaban


disimuladamente tras los visillos de sus ventanas.

Un joven se acercó a auxiliarla. Ella balbuceaba algunas palabras y pedía


que la ayudaran, que no la dejaran morir. Tiritaba, apenas sentía las piernas.
Con esfuerzo, se hincó para rezar y trató de pararse para llegar hasta su casa,
pero las piernas no pudieron con el peso de su cuerpo.

Le pidió a otra vecina que fuera a buscar unas cajas que tenía en su casa y
que no se las entregara a nadie. Hizo un nuevo esfuerzo y logró ponerse de
pie para intentar llegar hasta la puerta de su domicilio. Fue en ese momento
que se dio cuenta, con pavor, que no tenía su cartera ni tampoco la carpeta
con la imagen del papagayo en una de sus tapas. No podía entrar a su casa
porque no tenía las llaves. Se desesperó. Estaba en shock y no sabía por
dónde comenzar a ordenar el caos que tenía en su mente. Solo repetía algo
acerca de unas cajas que debían ser escondidas.

A los pocos minutos, llegó una ambulancia del Hospital de Carabineros.


Con premura, la tomaron, la pusieron en la camilla y la subieron al vehículo
sin pedir mayores antecedentes ni testimonios a la gente que se agolpaba en
el lugar.

Al llegar a la clínica, la ingresaron a una sala de gran tamaño y la dejaron


sola. Pasó un tiempo sin que los médicos la atendieran, a pesar de la gravedad
de sus heridas y de llevar una bala alojada en la cabeza.

Desesperada, comenzó a gritar por ayuda, a pedir que la atendieran, porque


se moría. Solo después de un tiempo incalculable llegaron unos enfermeros
que le tomaron la presión y algunos datos de rigor y la dejaron sola
nuevamente. Fue tanto el griterío, que los médicos llegaron excusándose por
la demora debido al cambio de turno y la pasaron a pabellón.

Entre los gritos desarticulados de la mujer, había un pedido especial que se


repetía con insistencia: “¡No quiero anestesia!”.

¿Por qué la aterraba la anestesia?

Tenía claro el uso que la DINA le daba al Pentotal y no quería correr


riesgos; quizás temiera que algún secreto pudiera salir de su boca en medio
de la inconsciencia o, peor aún, que la subieran a un helicóptero y la lanzaran
al mar atada a un riel. Sabía que nadie la buscaría, que nadie reclamaría su
cadáver.

Aterrorizada, ingresó al pabellón del Hospital de Carabineros. De allí


saldría con la bala alojada en el mismo sitio y sin ningún daño visible. Solo
con el tiempo desarrollaría una extrema ansiedad y algunos rasgos psicóticos
temporales, como señalarían los médicos.

Pero la verdad es que ella no tenía ningún “rasgo psicótico”, sino que sus
comportamientos exaltados eran parte de su personalidad y los explotaba para
resguardar su vida. Este comportamiento, con el tiempo, le serviría cada vez
que fuera llamada a declarar ante los tribunales de justicia, donde se
parapetaba tras conductas excéntricas.

Relato de Ingrid Olderock


«Esa mañana, salí igual que otras veces. Llevaba mi cartera y una carpeta
de cuero muy linda, que decía ‘Colombia’ y tenía un papagayo de colores.
Era muy llamativa; me la había regalado Yiye Avila, así que yo le tenía
mucho cariño.

«Pasé por la esquina y vi un auto estacionado. Cuando me iba a acercar, un


hombre se me acerca y me dice algo así: “esto es para ti”. Y, a menos de dos
metros, me dispara. El tiro me rozó la cabeza y me lanzó al suelo. Ahí, en el
suelo, veo que el hombre se abalanza sobre mí para rematarme y me pone la
pistola como a medio metro y dispara, recoge mi cartera y la carpeta y se
arranca. Yo le alcancé a ver la silueta y el tamaño de los pies.

«Quedé tendida y creí que me moría ¡Si este fue un milagro de Dios!» -
dice, refiriéndose a su recuperación.

«Fue a poquitas casas de aquí –se refiere a su casa-. Me estaban esperando,


los desgraciados.

«Fue aquí, en la esquina de Coventry con Baden.

«Ellos sabían que yo todas las mañanas salía de mi casa a pie, a tomar la
micro para ir a la Dirección de Carabineros.

«¡Sí po’! Yo andaba a pié, no tenía ni auto, ni guardaespaldas, como los


otros».

Se molesta al referirse a quienes habían sido sus jefes en la DINA y a los


altos mandos de Carabineros. Durante largo rato comenta acerca del abuso de
poder que existía en su institución. Después se calma y prosigue con su
relato.

«Aquí al lado, una vecina que era de la FACH4, me vio caer y salió
corriendo a pedir ayuda. También había un muchacho que estudiaba leyes en
la universidad y que esa mañana, cuando sucedió esto, iba a clases… él me
ayudó. Yo no sé cómo llegue hasta mi casa. Pensaba llamar para que viniera
la ambulancia de Carabineros y quería abrir la puerta y me di cuenta que no
podía porque me habían llevado la cartera donde tenía las llaves. Le dije a mi
vecina que cuidara unas cajas que tenía guardadas, que no las dejara.

«Así que me hinqué a rezar en la calle para que Dios me ayudara, y ahí fue
cuando llegó la ambulancia de Carabineros que estaba a dos cuadras de mi
casa. Eran las siete y media de la mañana cuando sucedió el atentado y, según
ellos, habían ido a llevar un enfermo a su casa. ¿A esa hora? Es muy raro, ¿no
cree? Se demoraron quince minutos en llegar hasta mi casa».

Entre el reclamo rabioso y la búsqueda de complicidad de su entrevistadora


con su relato, la mayor en retiro Ingrid Olderock recuerda la mañana en que
dos tiros casi le quitan la vida.

Insistió en sus argumentos, que comprometían en el atentado a la


Dirección General de Carabineros de la época.

«Cuando llegué al Hospital de Carabineros, me dejaron abandonada en una


sala grande, al final de un pasillo, en lugar de llevarme rápidamente al
quirófano para ser operada y extraerme la bala que tenía en la cabeza. Tuve
que gritar para que llegaran unos enfermeros. Los médicos llegaron después y
me dijeron que estaban en el cambio de guardia ¿Cómo iban a tener botada a
una persona con una bala en la cabeza por el cambio de guardia?

«Esperaban que me muriera y por eso no me atendían, a pesar que estaba


grave y sangraba».

Al ser consultada por qué no la dejaron morir durante la operación, si tanto


afán tenían por deshacerse de ella, responde que no sabe.

«Investigué a través de amigos fieles que tenía al interior de Carabineros


de Chile, y todas las informaciones coinciden en que el atentado en mi contra
se gestó a nivel de la dirección de esa institución.

«Yo investigué, soy especialista en eso. ¿Quién había dado la orden de


matarme? Sé que fue el General Mendoza. Él tomó la decisión y destinó a
Benimelli5 para que la ejecutara».

La pregunta que surge es, ¿por qué ella insistía en que era su institución la
que buscaba deshacerse de ella, siendo considerada una oficial destacada?

Una oficial destacada


Rápidamente, las radioemisoras que transmitían las noticias de la mañana
comenzaron a recibir la inquietante información acerca de un atentado en la
zona oriente de la capital. La víctima era, hasta entonces, una mujer
desconocida para la mayoría de los chilenos.

Poco a poco fueron apareciendo los datos a través de tímidos trascendidos.


El comunicado oficial de Carabineros de Chile, aparecido en la prensa
nacional, señalaba: «Hoy, a las 7:25 horas, en los momentos en que la mayor
(E.F.) señorita Ingrid Felicitas Olderock Bernhard transitaba por la calle
Coventry, comuna de Ñuñoa, en dirección a su oficina, fue atacada a
mansalva por la espalda por un desconocido, quien sorpresivamente disparó
sobre ella con un arma de fuego, causándole heridas en la cabeza de carácter
grave, huyendo el agresor posteriormente».

Lo que no mencionaba el comunicado era la función que Olderock


realizaba al interior de su institución. Era una destacada Oficial de
Inteligencia del cuerpo de Carabineros de Chile, que había cumplido
importantes servicios en la DINA.

Su historia al interior de la policía de Carabineros de Chile había sido


“exitosa”, por lo menos hasta 1973. Así lo recordó Ingrid Olderock una fría
tarde de invierno en la sala de su casa mientras sostenía nerviosamente un
cigarro, que se llevaba con ansiedad a la boca, una y otra vez, al tiempo que
se quejaba de lo mal que le hacía el tabaco.

«Yo fui una de las fundadoras de la Escuela Femenina de Carabineros.


Siempre había querido ser policía, desde chica me gustaba lo militar, a pesar
que a mis padres les disgustaba mucho que yo entrara a Carabineros. Ellos
encontraban que Carabineros era rasca. Así que envié un proyecto al General
Queirolo6, que era Director de Carabineros en la época, donde le explicaba lo
que debía ser el cuerpo femenino de la institución policial. A él le gustó
muchísimo mi propuesta y comenzó a funcionar la Escuela Femenina con
más de 100 postulantes, entre las que estaba yo.

«Fui una pionera. También tuve las mejores calificaciones de la escuela,


porque yo me dedicaba a estudiar y a trabajar, no como las otras.

«¡Es que los chilenos hacen todo al lote!»

Y era cierto. Ingrid Olderock tenía una disciplina prusiana forjada por sus
padres, y eso la había llevado a sobresalir entre sus pares. Era tiradora
experta, la mejor en artes marciales y en defensa personal, paracaidista y
jinete sobresaliente en la Escuela de Carabineros. Así la recordaron sus
compañeras de escuela al cumplirse los 50 años de la formación de la Escuela
de Carabineros, sección femenina.
«En 1966 se aprobó el reglamento que dio origen al Escalafón Femenino
de Orden y Seguridad, destinado a las brigadieres, y se instauró por ley el
Departamento de Policía de Menores. En 1967, la Subteniente (E.F.) Ingrid
Olderock se convirtió en la primera mujer paracaidista de Carabineros y las
Fuerzas Armadas en efectuar un salto desde 1.000 metros, en el campo
militar de Peldehue».

Olvidaron, en sus memorias, que era también una experta adiestradora de


perros.

Su carácter fuerte, inflexible y con tendencias a sobre exigir en las órdenes


a sus subordinadas, era el ideal en un cuerpo policial que tenía una marcada
formación militar.

Sus actitudes militaristas, racistas, clasistas y anticomunistas tenían raíz en


la educación familiar, profundamente represiva y de fanática admiración por
el nazismo.

«Mis padres eran muy exigentes, estrictos. Y como estudiaba en el Colegio


Alemán, que también era muy exigente, a mí y mis dos hermanas no nos
dejaban hablar español en la casa, solo teníamos que hablar alemán. Y como
en el colegio hablábamos puro alemán, nuestros padres nos castigaban si
hablábamos español, así que no podíamos relacionarnos con nadie chileno.

«A mis padres no les gustaba que nos juntáramos con gente que fuera
chilena. A ellos no les gustaban los chilenos porque eran muy indios y
tampoco había mucha gente con quién juntarse, así que nosotras pasábamos,
las tres, solas en la casa, pero iban muchos profesores de música y de danza
para mi hermana, la que se fue a Alemania.

«Crecimos aisladas. Mis padres eran de una disciplina muy alemana, no al


lote como son los padres chilenos que crían a los niños dejándolos hacer de
todo. En mi casa todo tenía que estar ordenado, o nos mataban. Ellos siempre
nos enseñaron de acuerdo a como era la cosa en Alemania.

«Yo soy nazi desde pequeña, desde que aprendí que el mejor período que
vivió Alemania fue cuando estuvieron los nazis en el poder, cuando había
trabajo y tranquilidad y no había ladrones ni sinvergüenzas. Pero que quede
claro: no comparto el exterminio de los judíos. Tampoco estoy de acuerdo
con los de la Colonia Dignidad7.

«Le voy a contar que mis abuelos llegaron de Alemania con mis padres, a
Peñaflor. Ellos fueron parte de un grupo de alemanes que formaron la
Colonia de Peñaflor, que todavía existe. Son familias de colonos alemanes
que se instalaron allí a trabajar. Para mis abuelos fue terrible llegar a este
país. A ellos les habían dicho que este era un país civilizado y les habían
prometido miles de cosas, pero cuando llegaron, no les dieron na’, había
puros indios a pata pela’ y medio tontos, flojos y pobres. Eso fue terrible; mis
abuelos se deprimieron, a ellos no les gustaba na’ de esto. Nunca les gustó
Chile.

«Tampoco le gustaban los ingleses. Yo me enamoré de un inglés, que era


todo un caballero y mis padres me prohibieron verlo y lo corrieron de la casa.
A mis padres no les gustaba que nos visitaran».

En los días siguientes al atentado, la prensa escrita nacional destacaba en


sus titulares que un comunicado del Mando Zonal de la Resistencia Popular,
comando “Lumi Videla”, se había adjudicado la autoría del atentado a Ingrid
Olderock8. En él no se mencionaba la fuente de la información, pero el
Almirante José Toribio Merino, miembro de la Junta Militar, se apresuraba
en afirmar que los autores del atentado eran «vándalos y cavernícolas,
seguramente pertenecientes al PC, y que no tienen derecho a ningún respeto
de los derechos humanos que los puedan proteger»9.

Esa declaración era un aviso: los días venideros serían difíciles para la
oposición y lo más probable era que se aproximara una fuerte represión.

El nombre del supuesto comando inducía a pensar que se trataba de una


acción del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, puesto que Lumi
Videla había sido una conocida militante de este partido político, detenida en
septiembre de 1974 y asesinada por la DINA el 3 de noviembre de ese mismo
año. Su cuerpo desnudo había sido lanzado al interior de la embajada de
Italia, con el fin de desprestigiar a los refugiados y, de paso, secuestrar a
Humberto Sotomayor, quien se había asilado tras el enfrentamiento donde
falleció Miguel Enríquez. Como era habitual, por entonces, durante días la
prensa difundió profusamente la versión de la DINA, haciendo aparecer la
muerte de Lumi Videla como un homicidio pasional entre asilados en la
embajada, que desde septiembre de 1973 se encontraba atestada de
ciudadanos chilenos y extranjeros que huían de la represión militar posterior
al golpe de Estado.

El nombre de Ingrid Olderock llenaba los noticieros y los teletipos de las


agencias de prensa comenzaban a difundir hacia el exterior las pocas
informaciones que lograban obtener en los círculos periféricos de la
dictadura.

Las preguntas que rondaban en el ambiente periodístico eran: ¿Quién era


esta mujer de nombre y apellido alemán? ¿Por qué esta desconocida había
sido objeto de un atentado? Y, ¿quiénes realmente habían atentado contra
ella?

Hasta entonces, solo se conocía la existencia de hombres entre los agentes


del Estado dedicados a la represión. Poco había circulado la acusación de
Amnistía Internacional contra Olderock y otros señalamientos en los
informes de Naciones Unidas, que daban cuenta de sus aberrantes torturas.
Las declaraciones en diferentes tribunales europeos de ex detenidos, la
sindicaban como torturadora y adiestradora de perros usados para infligir
mayores dosis de sadismo en las sesiones de torturas y como responsable de
los grupos que hacían desaparecer a los detenidos.

La noticia no solo hacía correr a los periodistas; también Odlanier Mena,


director de la Central Nacional de Informaciones (CNI10), debía responder a
Pinochet cómo se había producido un atentado en sus narices.

Al interior del círculo de poder de la dictadura, muchos consideraban el


atentado como prueba del relajamiento de los organismos de seguridad y
comenzaban a añorar la tranquilidad que les había proporcionado el general
Manuel Contreras11.

Contreras, desde su escritorio en la empresa de fachada Alfa y Omega12,


enviaba mensajes a personajes claves para hacerles ver que la “guerra contra
la subversión” no había terminado y para ofrecer sus servicios de seguridad
privada.
Volvamos un poco atrás para revisar qué venía pasando en Chile.

Los ‘80
La década de los años ochenta fueron tiempos difíciles en Chile.

La primera etapa represiva de la dictadura cívico militar, durante los años


de la década de 1970, había estado dirigida a la izquierda en general,
abarcando a todas las organizaciones políticas y sociales: partidos, sindicatos,
juntas de vecinos y federaciones estudiantiles. En ese período, el terror operó
desde el Estado a través de la Junta de Gobierno y en él participaban
activamente todas las Fuerzas Armadas, la policía civil y uniformada,
sumándose a ellas las organizaciones paramilitares de derecha: Patria y
Libertad y el Comando Rolando Matus. Además, un grupo no despreciable
de empresarios del ámbito agrario se había ofrecido para llevar a cabo las
operaciones de exterminio de campesinos y comunidades mapuche que
habían participado activamente en las luchas por la expropiación de tierras
durante la Reforma Agraria. No debe olvidarse que un número importante de
empresarios y altos ejecutivos de empresas privadas formaban parte de la
Reserva de las Fuerzas Armadas.

El siguiente paso en la política represiva de la dictadura militar fue la


creación de la DINA, Dirección de Inteligencia Nacional, fundada en octubre
de 1973. Este organismo represivo se encargaría de la administración del
terror y se concentraría, en primer lugar, en la destrucción del Movimiento de
Izquierda Revolucionaria, MIR. Cientos de militantes de ese partido político,
o quienes colaboraban brindando apoyo logístico para enfrentar la
clandestinidad, simpatizantes, familiares y dirigentes, habrían de pasar por
inenarrables sesiones de tormentos en las temidas casas de torturas entre 1974
y 1977. Este cerco terminó con la muerte y desaparición de gran parte de su
dirigencia y militancia histórica. Un escaso número de militantes y dirigentes
del MIR logró romper el cerco, escapando de Chile.

Una vez instalados en el extranjero, comenzaron a organizarse para


enfrentar militarmente a la dictadura. Este proyecto sería conocido
popularmente como la “Operación Retorno”.
La política del “Retorno” se iniciaría el año 1978, con un cambio profundo
en la estrategia del Movimiento de Izquierda Revolucionaria.

Miguel Enríquez, junto al grupo fundador del MIR, había propuesto desde
sus inicios una acción revolucionaria que convocara a las grandes masas a la
lucha por el poder, para construir una sociedad socialista. Un hecho inaudito
y desafiante para una sociedad temerosa, domeñada, cuya izquierda jamás se
había propuesto la lucha por el poder, optando siempre por la vía de reformas
parciales y dejando en manos de la derecha la hegemonía del poder.

Tras el golpe de Estado, el MIR había intentado avanzar en una política de


alianzas que proponía el desarrollo de un gran frente de resistencia a la
dictadura militar, con el fin de recuperar la democracia y para disputar en la
arena política las grandes diferencias de los proyectos de sociedad.

Con vistas a desarrollar ese gran frente, Miguel Enríquez se había


contactado con algunos sectores de la Iglesia Católica, con miembros de la
Democracia Cristiana y con sectores de la Unidad Popular en la
clandestinidad.

El Obispo Carlos Camus y Laura Allende13 habían servido como


intermediarios. Entonces, el coronel de la FACH Edgar Cevallos propuso una
negociación: liberar a todos los prisioneros del MIR que estaban en la
Academia de Guerra (AGA) de su institución, a cambio de la rendición.
Enríquez respondió que el MIR no se rendía.

La muerte de Miguel Enríquez, cercado por la DINA el 5 de octubre de


1974, sumada a las desapariciones, el encarcelamiento de centenares de
militantes del MIR y los efectos de la clandestinidad, habían desarrollado una
cultura política manejada por las conspiraciones, más cercana a posiciones
estalinistas, donde la vida personal y colectiva de sus militantes era
controlada por la dirigencia y, quienes se oponían a sus políticas, eran
expulsados deshonrosamente.

En ese clima de derrota, la dirección lanzó su política de “Retorno”,


destinada a reingresar a Chile a todos sus militantes, para combatir a la
dictadura militar. En Europa y América Latina comenzó el reclutamiento de
quienes habían partido al exilio y se encontraban reorganizando sus vidas tras
las traumáticas experiencias represivas. Todos habrían de pasar por un breve
período de entrenamiento en Cuba, antes del reingreso clandestino al país.

A fines del año 1978, la tarea de exterminio contra los opositores estaba
casi concluida. Ese año fueron detenidas 1.623 14 personas y de ellas, según
datos oficiales, desaparecieron solo once15. De todos los detenidos, 1.249
habían sido arrestados durante manifestaciones. Era el comienzo del fin al
miedo. Se iniciaba otro período y prueba de ello era la organización de los
primeros movimientos sociales -que se articulaban en torno a la búsqueda de
los detenidos desaparecidos- y las Bolsas de Cesantes. Ambas, cobijadas por
la Iglesia Católica en la Vicaría de la Solidaridad, daban a algunos grupos un
pequeño margen de acción para hacer política abierta de resistencia.

Ese año, también, dejó de funcionar la Villa Grimaldi como centro de


detención y torturas. El mismo año, el día 27 de marzo, el todo poderoso ex
Director de la DINA Manuel Contreras, alias “el Mamo”, era llamado a retiro
por su propio mentor, el general Augusto Pinochet. ¿La razón? La justicia
norteamericana había concluido su investigación sobre el asesinato de
Orlando Letelier y la norteamericana Ronnie Moffit, ocurrido en Washington
el 21 de septiembre de 1976 y presionaba a la dictadura para que entregara a
los miembros de la DINA que habían participado en el atentado, incluyendo
al entonces coronel Manuel Contreras, director del organismo de inteligencia
de la dictadura.

Pero la salida de Contreras del Ejército no se debía sólo a las presiones de


la administración del presidente demócrata de los Estados Unidos, Jimmy
Carter. Había, en su llamado a retiro, una búsqueda, por parte de Pinochet, de
sacarse de encima a un subalterno que le había comenzado a ser incómodo:
acaparaba demasiado poder y ya muchos altos mandos de las fuerzas
castrenses resentían a este particular hombre de armas, que sobrepasaba las
rígidas jerarquías militares y no trepidaba a la hora de deshacerse de sus
enemigos, tanto personales como políticos. También les era molesto a los
civiles que tenían importantes posiciones en la dictadura y que buscaban
blindar al gobierno, inmunizarlo ante las acusaciones respecto de las
violaciones a los derechos humanos, pues los afectaba económicamente.

El retiro de Contreras del Ejército se hizo de modo escalonado. Nadie, ni


Pinochet, quería tener problemas con el hombre que había espiado a todos sus
amigos y enemigos y tenía a su disposición un pequeño ejército de leales.
Había acumulado demasiado poder en los casi cuatro años a cargo de la
DINA.

El 12 de julio de 1977, Pinochet disolvió la DINA y creó la Central


Nacional de Informaciones (CNI) por Decreto Fuerza de Ley Nº 1878,
dejando a Contreras al mando del nuevo servicio de seguridad. Como el
nuevo decreto exigía que el director del nuevo organismo de inteligencia
debía ser un general en servicio activo, lo ascendió. Pero su ascenso sería
solo un escalón para su caída. El 3 de noviembre de 1977 fue reemplazado en
la dirección de la Central Nacional de Informaciones y el 27 de marzo de
1978, Pinochet lo llamó a retiro.

La molestia de Contreras fue tan grande, que muchos temieron una posible
retaliación, pero Lucía Hiriart lo llamó personalmente para decirle que estaba
de su lado, lo que apaciguó la ira del General.

Para marcar su poder, Pinochet nombró director de la CNI al enemigo


número uno de Contreras, el general Odlanier Mena. Mena había tenido
serios contratiempos con Contreras mientras fue director de la DINE16 y
Contreras de la DINA. A tal punto llegaron tales diferencias, que Mena, junto
a otros altos mandos de la Inteligencia del Estado Mayor de las Fuerzas
Armadas, crearon un grupo represivo paralelo a la DINA, el llamado
“Comando Antisubversivo Conjunto”.

A Mena, como a otros altos oficiales, le molestaba que Pinochet se hubiese


saltado la jerarquía institucional, nombrando de director de un organismo de
inteligencia a un simple coronel del arma de Ingeniería. Más aún cuando ese
coronel tenía poderes que sobrepasaban los de cualquier general.

En septiembre de 1975, los generales de la Inteligencia del Estado Mayor


de las Fuerzas Armadas habían tenido una dura reunión con Contreras, en el
edificio Diego Portales17. En esa ocasión, el ministro de defensa Herman
Brady y el ministro del interior César Benavides, habían obligado a los
generales de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), la Dirección de
Inteligencia de la FACH (DIFA), el Servicio de Inteligencia de Carabineros
(SICAR) y el Servicio de Inteligencia Naval (SIN), a firmar un documento
que le entregaba a la DINA toda la autoridad sobre la represión interior.

El documento del Departamento de Defensa de los Estados Unidos del 20


de noviembre de 1975, señala que: «Hernán Brady (Ministro Defensa), junto
a los otros jefes de las FFAA, servicios de inteligencia de las FFAA, más el
director de la DINA, se reunieron el 17 de noviembre para discutir las
regulaciones promulgadas el 22 de septiembre de 1975, dictadas por el
Ministro del Interior acerca de las detenciones de personas sospechosas de
actividades subversivas.

“Contreras se había quejado días antes al Ministro del Interior César Raúl
Benavides Escobar, que el Brigadier Enrique Ruiz Bunger, director de
inteligencia de la Fuerza Aérea, estaba desobedeciendo las órdenes del 22 de
septiembre y continuaba deteniendo a miembros del P.C. (Partido
Comunista). La Marina, en menor escala, también estaba deteniendo a
miembros del P.C. y Contreras no sabe el número exacto de los detenidos que
tenía la Fuerza Aérea y la Marina».

Por lo tanto, Odlanier Mena vio en su nombramiento como director de la


CNI un desquite con Contreras y su gente.

La ilusión Carter
Jimmy Carter había asumido la presidencia de los Estados Unidos (1977-
1981) tras la administración de Gerald Ford, quién reemplazó a Richard
Nixon en 1974, luego de su dimisión producto del escándalo de espionaje al
interior del gobierno, conocido como el Watergate, hecho que generó la peor
crisis política de la post-guerra en los Estados Unidos.

Carter era considerado un político liberal, sensible a las denuncias por


violaciones a los derechos humanos que se cometían en Latinoamérica, las
que aparecían en extensos reportajes en los medios informativos
estadounidenses. Esa nueva mirada de la prensa norteamericana era el reflejo
de una
sociedad que había cambiado tras la guerra del Vietnam, que se había vuelto
más crítica a la participación de su gobierno en las intervenciones militares en
territorio extranjero, permeando a los sectores más progresistas de la sociedad
que buscaban a un presidente con una visión más humanista de la política
exterior de su país.

La elección de Carter fue la expresión de una opinión pública


norteamericana cansada de las denuncias que se hacían a la CIA por
actividades conspirativas para derrocar gobiernos contrarios a la política de
La Casa Blanca. Así lo consignaba la Comisión Church del Senado
Norteamericano. La participación del gobierno de Nixon en actividades
ilícitas había sido descarada y parte de ello estaba recopilado en este informe,
que describía la instigación y asignación de recursos a sectores políticos de
derecha, demócrata cristianos, prominentes empresarios y militares chilenos,
con el fin de que Salvador Allende no asumiera como presidente de Chile en
1970 18.

A la CIA y a la política exterior de Henry Kissinger se le atribuía


culpabilidad en los asesinatos de dos ciudadanos norteamericanos tras el
golpe de Estado en Chile: Charles Horman, periodista independiente que
simpatizaba con el gobierno de Salvador Allende y el estudiante de Economía
de la Universidad de Chile, Frank Terruggi. También se acusaba a los
representantes de la Embajada de los Estados Unidos de no haber protegido a
todos sus ciudadanos de la represión en Chile. Diecisiete norteamericanos
habían sido detenidos y sus experiencias horrorosas en el Estadio Nacional
eran el testimonio del abandono de su embajada, que no había intervenido en
defensa de sus conciudadanos. Tampoco estaba muy claro el rol de Kissinger
en la “Operación Cóndor”.

Carter no era demasiado carismático, pero tenía un leve parecido con John
Kennedy y lo había utilizado para atraer a los nostálgicos de los años sesenta.
También había cautivado a los electores con su sonrisa amable, que
contrastaba con la holywoodense apariencia de su contendor, Ronald Reagan,
y con los rasgos adustos de sus antecesores.

Carter intentaba cambiar la imagen de los Estados Unidos y recuperar el


liderazgo internacional desgastado. Esta percepción despertaba muchas
esperanzas en los demócratas de Latinoamérica, que veían en él la posibilidad
de revertir las dictaduras y el término de las violaciones sistemáticas a los
derechos humanos.
En Chile, los opositores a la dictadura militar tenían grandes ilusiones
puestas en este cambio, casi desmesuradas para los magros efectos que la
administración Carter tuvo en cuanto a evitar que se siguieran produciendo
violaciones a los derechos humanos y políticos. En las cárceles y campos de
prisioneros, los detenidos apostaban a que la represión comenzaría a mermar
y que Carter impulsaría, vía boicot económico y embargo de armas, la
apertura para crear una fuerza política capaz de derrocar a Pinochet.

Pinochet y su staff político estaban nerviosos; sospechaban que Carter no


iba a ser solícito con su gobierno. Tenían la certeza que la imagen que
proyectaba la dictadura militar era desastrosa, a tal punto que el viaje de
Pinochet a los funerales de Francisco Franco había sido la única visita de
Estado – aún sin ser invitado- que había hecho hasta la fecha y con pésimos
resultados. Incluso debió devolverse antes que llegaran las autoridades
invitadas a la ceremonia de juramento como nuevo Jefe de Estado del Rey
Juan Carlos de Borbón, para no incomodar a los mandatarios que habían
amenazado con no asistir si el dictador chileno estaba presente. Los diarios
europeos titularon en esa época: “Pinochet se va, los presidentes del mundo
llegan”.

En parte tenían razón al pensar que el flamante presidente demócrata


estadounidense no iba a arriesgar su carrera política amparando a un gobierno
que se sostenía violando los derechos humanos a diario. Pero Carter tenía otra
preocupación: Centro América. El “patio trasero” se había desordenado y
Nicaragua se convertía en la revolución posible. De tal modo que, mientras la
dictadura chilena disminuyera la intensidad de la violencia sobre sus
connacionales y dejara de organizar actos terroristas fuera de sus límites,
Estados Unidos se mostraría distante, aunque no decidido a poner fin a la
dictadura.

Pinochet entendió que debía hacer algunos cambios al interior de su


aparato de inteligencia, que proyectaran la voluntad de restitución de ciertos
derechos civiles, calmando de esa forma a los congresistas demócratas, que
eran tenaces detractores de la dictadura chilena. La preocupación principal
era que aumentara el boicot a su gobierno y que eso condujera a cancelar
préstamos que necesitaba urgentemente para costear el enorme presupuesto
militar y la débil economía, en momentos que se comenzaba a vivir una crisis
económica mundial. Pinochet no se podía dar el lujo de quedar sin la ayuda
norteamericana, puesto que tenía a sus espaldas dos posibles conflictos, uno
con Perú y otro con sus socios allende la cordillera, la dictadura Argentina.

El gobierno de Carter, contrario a las expectativas de los opositores a las


dictaduras latinoamericanas, poco hizo por apoyar los esfuerzos
democratizadores, es más, fue el único Presidente norteamericano que recibió
en la Casa Blanca a Augusto Pinochet como jefe de Estado.

El atentado y sus claves


“Jacinto” y “Carlos” habían huido del lugar del atentado separándose y
tomando cada uno un camino divergente. A paso rápido anduvieron por las
laberínticas calles de Ñuñoa, hasta llegar a la Avenida Tobalaba, hacia el
oriente de la capital.

Ambos andaban armados y, cada minuto que pasaba, el arma les pesaba
más. No podían correr ni un riesgo, por lo que se fueron directo a la casa de
acuartelamiento.

Cuando llegaron y se encontraron, abrieron la cartera de Olderock. No


encontraron nada inesperado. La revisaron detenidamente en sus recovecos y
bolsillos y solo encontraron una pistola con un número de
serie correspondiente a Carabineros de Chile, algo de dinero y papeles sin
importancia.

Pero la sorpresa la encontraron al abrir la carpeta de cuero que decía


‘Colombia’ y tenía un llamativo papagayo en una de sus caras. En su interior
había cerca de seis pasaportes, más de uno falsificado por la propia Olderock
y uno en pleno proceso de falsificación. Sin embargo, lo más sorprendente
fueron unas cartas que indicaban que tenía contactos con alguna organización
en la clandestinidad y estaba a punto de desertar de los servicios de
inteligencia.

¿Por qué su partido los había enviado a eliminar a una agente que, a juzgar
por los documentos encontrados, parecía tener contactos avanzados con algún
grupo opositor y estaba falsificándose una identidad para salir del país? Era
extraño. Aunque nada en esos días era normal.

Más extraña aún les pareció la obstinada defensa que Olderock hizo de la
carpeta después de los dos tiros que recibiera en su cuerpo.

Lo que no supieron fue que Olderock, con dos balas en el cuerpo,


obsesivamente pedía a su vecina que guardara “unas cajas que tenía en su
casa”. Parecía que alucinaba e insistía en hablar de “unas cajas muy
importantes”.

Sucedía algo inaudito. La mujer más feroz de la inteligencia de la dictadura


militar estaba ad portas de desertar de los Servicios de Inteligencia y el MIR
le hacía un atentado.

Ella había sido la encargada de elegir y formar a las mujeres de la DINA,


siendo la directora de la Escuela Femenina de esa agencia en Santo Domingo;
no había trepidado en torturar (a pesar que nunca lo reconoció y que, al igual
que otros, confesó haber sido solo ‘analista’) y en buscar fórmulas para
causar más dolor y degradación humana a través del adiestramiento de perros
para violar a detenidos y detenidas.

Guillermo Rodríguez, encargado de las Milicias del MIR a comienzos de


la década de los ochenta, fue quien recibió la orden de seleccionar a dos
milicianos para llevar a cabo el atentado contra Olderock.19

«El atentado se gestó a partir de una información que le llegó a la


Dirección del MIR de parte de un ayudista que trabajaba en la embajada de
Jordania como junior. A él lo conocíamos solo por sus apellidos, Pizarro
Piña, y era hijo de una señora que trabajaba haciendo el aseo en la casa de la
Olderock.

«Ella era una modista muy humilde que vivía a pocas cuadras de Olderock
y se dio cuenta que esta mujer era parte de los aparatos de seguridad de la
dictadura. Debe haberse dado cuenta por las conversaciones, o por algún
papel que vio en la casa. El asunto es que fue y le contó al hijo. Él hizo llegar
la información a la dirección interna del Partido, que estaba formada por
Hernán Aguiló, por “El Rucio” -que estaba encargado de Informaciones y al
que nunca le conocí su nombre, pero que sé vivía más allá de la Escuela
Militar-, por “José”, por Hugo Ratier -quien fue asesinado el 7 de septiembre
de 1983, después del atentado a Carol Urzua-, por “Yamil”, Dagoberto
Cortez -que murió en el enfrentamiento del 28 de noviembre de 1982-, por el
“Coño”, por Arturo Vilavella -asesinado el 7 de septiembre de 1983-, por
Manuel Cabieses, por el “Chico Omar” -de quien no sé su nombre-, y por
“Joaquín” -de quien también desconozco el nombre.

«Cuando la dirección recibió la información, la chequeó y decidió que


había que ajusticiarla, porque se tenía información que había sido una
torturadora que participó de la represión en distintos centros de torturas de la
DINA y nuestra política era golpear a los represores.

«Yo fui informado que tenía que realizar la acción y que para eso debía
seleccionar a dos personas con experiencia. Así lo hice y seleccioné a Carlos
Bruit y a Raúl Castro, ambos militantes ejemplares y de probada capacidad
para la acción.

«Hay que ubicarse en el tiempo y en lo que se vivía en Chile. En ese


tiempo nadie se hubiese negado a participar en una acción de este tipo. Era lo
que encontrábamos éticamente correcto, porque había tantos compañeros
muertos, desaparecidos y casi todos habíamos pasado por centros de torturas,
donde vivimos situaciones límite, tanto en la tortura personal, como en el
hecho de ver a nuestros compañeros y compañeras destrozados por las
torturas. Para mí, matar a una miembro de los aparatos represivos, como la
DINA, no representaba ningún conflicto ético.

«La información que recibimos de la dirección (del MIR) era la ubicación


de su casa, la hora de salida y que se movilizaba en liebre -así se les decía a
las micros chicas. Esa información la chequeamos y decidimos fijar la fecha
de la acción armada, la que llevamos a cabo sin contratiempos. Raúl debía
dar el disparo inicial y Carlos rematarla, para que no sufriera. Luego,
teníamos que recuperar su cartera para buscar información que sirviera para
saber qué estaba pasando al interior de los servicios de seguridad.

«El único error fue que yo le di la orden a Carlos de usar una pistola de
calibre 38 y él solo pudo conseguir una de calibre 32. Fue un error, porque
Carlos tenía que darle un tiro para rematarla y debía ser de calibre 38, para
que no hubiera posibilidad que quedara viva y sufriera una larga y terrible
agonía. La idea era matarla de una sola vez. Raúl era el encargado de darle el
primer tiro, directo al corazón. Lo hizo, pero no murió. La verdad es que
falló. Nosotros la dimos por muerta y tomamos sus cosas y nos fuimos».

Aunque Rodríguez insiste en que lo del calibre de la bala fue el origen de


la falla en el atentado, Carlos asegura que la razón fue la escasa distancia del
disparo, lo que impidió que se consumara el ajusticiamiento.

Jacinto solo recuerda que ellos creyeron que la mujer había muerto y que,
al margen del nerviosismo propio de realizar una acción que podía costarles
la vida, sintió que realizaba un acto de justicia por cada uno de sus
compañeros muertos en terribles torturas o lanzados al mar, minas de cal, ríos
o enterrados clandestinamente en lugares remotos.

«El llamado político de Miguel había sido tan potente el 11 de septiembre,


que yo estaba dispuesto a morir por la revolución y la resistencia a la
dictadura militar. Nosotros lo considerábamos una obligación moral. Si
Miguel, Bautista y otros habían muerto en este empeño, nosotros no íbamos a
ser menos. Fueron muchos los que quedaron en una vuelta del camino y que
seguramente en nuestro lugar hubieran hecho lo mismo. El partido nos
aseguró que Olderock era una torturadora y que había participado en la
muerte de compañeros fuera de Chile. Para nosotros fue un honor ser
elegidos para acabar con ella».20

La psiquiatra Katia Reszczynski, experta en los efectos conductuales que


genera la represión, explica las razones que indujeron a muchos militantes de
izquierda a participar en acciones armadas contra la dictadura.

«Puede haber casos donde la actividad política militar no pasa por las
experiencias personales. Pero si uno ve a la mayoría de los militantes que
salieron vivos de los centros de torturas, que movilizados por el derecho a la
rebelión usaron la violencia, puedo decir que la motivación principal que los
impulsó a realizar acciones de este tipo es la ideología. Cuando se está en
dictadura no hay derecho a la justicia y la rebelión como método de lucha
contra ella es legítima.

«Lo que principalmente sostiene al militante es la ideología. Esa es la


fuerza que le permite usar métodos de eliminación contra aquellos que son
agentes que provocan el terrorismo de Estado, que torturan, secuestran,
desaparecen, ejecutan.

«Creo que ninguna persona de las que pasó por las experiencias de los
centros de detenidos podría torturar a alguien. Aunque no puedo afirmarlo al
cien por ciento. Una cosa son las acciones armadas, volar torres de alta
tensión, descarrilar trenes, hacer atentados, que desde el punto de vista
político son justificadas en el contexto de la rebelión, y otra muy diferente es
prepararse para ocasionar intencionalmente sufrimientos hasta la muerte».21

Quién dio la orden


Todos los relatos de quienes participaron en la acción son coherentes. Hay
un claro reconocimiento acerca de quién recibió la orden de la Dirección del
MIR para eliminarla y a quiénes se las transmitió, así como de los dos
militantes que llevaron a cabo la acción armada. Sin embargo, las
acusaciones que Olderock profería contra el alto mando de Carabineros y el
oficial Benimelli, sumadas a su convicción acerca de la inocencia de los
autores materiales confesos del atentado que la mantuvieron hasta su muerte
con una bala calibre 32 en su cabeza, nos lleva a mantener fuertes sospechas
en cuanto a que la acción militar del MIR estuvo cruzada o digitada por una
decisión tomada en los más altos mandos de la inteligencia militar y que
recayó sobre el General Mendoza la responsabilidad de ejecutarla,
encargando a Benimelli que se hiciera cargo de cumplirla, sin ensuciar a la
institución y traspasándole al enemigo la tarea.

Olderock aseguraba: «A mí, el mismo General Mendoza me mandó a


matar. Dijeron que eran los socialistas o los miristas quienes habían atentado
contra mí, pero yo vi a Benimelli, un oficial de Carabineros experto en
explosivos, al que después eliminaron con una bomba que le hicieron
explotar los mismos sujetos que me intentaron matar».

De acuerdo con su versión, así como Carabineros habría intervenido en su


atentado, años más tarde intervendría en la muerte del oficial Benimelli, para
no dejar huellas sobre las actividades en las que estuvo involucrado.

«Yo hablé con el sobrino de él –dice Olderock. A Benimelli lo llamaron


para que fuera a desactivar una bomba y se presentó con su sobrino, al que
dejó esperando en el auto. Lo llamaron cuando se iba de vacaciones y tenía el
auto cargado para irse con su familia. Salió de su casa con salida de cancha y
zapatillas. Era una cosa rutinaria esa bomba. Después dijeron que había
muerto mientras intentaba desactivar la bomba caza bobos en una casa que
habían dejado los del MIR. Pero ese oficial era un experto en explosivos».

Pero los pies que vio Olderock el día de su atentado fueron los de Carlos
Bruit. De eso no hay ninguna duda.

¿Por qué Olderock sostuvo hasta su muerte que el intento de asesinato se


gestó en el despacho de Mendoza?

Así argumentó su convicción, la tarde del 17 de julio de 1976, cuando esta


entrevista se iniciaba:

«Mire, aquí en Chile se sabe todo, no ve que una persona cuenta a otra algo
y le pide secreto, y esta persona va y se la cuenta a otra y esa otra a otras más
y todas se piden guardar el secreto y nadie cumple. Finalmente, todo se sabe.
Aquí, la gente no guarda secretos.

«Yo supe todo porque me contaron que la orden había venido directamente
del General Mendoza».

Ante tan tajante respuesta, se le consultó sobre las certezas y las razones
que habría tenido su propio general para atentar contra su vida. Ella
respondió que no sabía, pero que «cuando salí de la DINA y volví a
Carabineros, me recibieron mal. Todos los Carabineros que servimos en la
DINA, al ser nuevamente reincorporados a nuestros servicios, fuimos mal
recibidos. Nosotros no habíamos elegido irnos a la DINA; fuimos
seleccionados por nuestros jefes.

«Cuando volví a Carabineros, primero me mandaron al 4º piso del edificio


de Norambuena y me dieron un escritorio en el pasillo ¡Ahí me tenían! –dice,
furiosa. De ahí pasé a SICAR y también me dieron un escritorio en el
pasillo».

- Usted se pasó de pasillo en pasillo…


«Pa’’ que vea. Fueron re-malos conmigo y no entiendo por qué. Imagínese
que cuando me retiré, vinieron aquí, a mi propia casa, a quitarme el uniforme.
Era mi uniforme y a nadie que se acoge a retiro en la institución le quitan el
uniforme. Todos se van con el uniforme a su casa. Eso que me hicieron a mí
fue una ofensa. Si yo le dijera…»

- Dígame.

«No, ahora no».

Ella sabía por qué fue degradada. Por traición. Sabía que le retiraron el
uniforme y todas las medallas por haber perdido toda la confianza de su
institución, de Contreras y de todos los organismos de seguridad de la
dictadura, debido a su intento de deserción y de entregar información al
enemigo.

Esta degradación ocurrió cuando ella regresó a su casa desde el hospital.


En ese momento, la ex oficial más importante de la DINA aún se encontraba
convaleciente de la operación y a su estado de debilidad se sumaba a la
impotencia de ver perdido todo su poder.

Su crisis se acrecentó al perder todo contacto con las personas que la


estaban ayudando para desertar de su institución, incluso con la psicóloga que
la trataba, que era el nexo entre ella y una religiosa que había gestado la
negociación con un grupo de socialistas que se radicaba en Alemania.

Al ser consultada sobre las razones que tenía para inculpar al oficial
Benimelli, considerando que no había visto la cara del atacante y solo pudo
verle los zapatos, respondió:

«No lo vi, pero sí pude darme cuenta de la talla, por sus pies y porque lo vi
alejarse de espaldas. Además, hay varias otras cosas que yo se las dije al
fiscal militar. Primero, que si hubiesen sido de izquierda quienes hicieron el
atentado, no hubiesen sido tan burdos. Ellos se llevaron la carpeta y esa
carpeta era demasiado llamativa y fácil de ubicar. Segundo, se llevaron mi
arma y después la usaron para hacerle un atentado a ese viejo, Silva
Cimma22. Tercero, está lo de la ambulancia de Carabineros que, como le dije,
estaba cerca de mi casa y del atentado, a la hora precisa. Pero lo más
importante es que me contaron cómo se había planeado mi atentado y que en
eso estaba metido el General Mendoza, que él, personalmente, dio la orden».

- ¿Se lo contaron personas que estuvieron en la planificación de su


atentado o personas que escucharon algo?

«Eso no se lo voy a decir, pero yo lo supe de quienes trataron de matarme.


Yo le dije al fiscal que a los que tenía detenidos no eran los mismos que yo
había visto y él me contestó: “No importa, gringa, si igual van a ir presos,
sean o no culpables. No te hagai problemas”.

«Cómo voy a creer en la justicia si a esos pobres los torturaron por algo
que ni siquiera hicieron y uno sabe que la gente cuando es torturada reconoce
hasta lo que no sabe, y después pagaron un crimen que no cometieron porque,
insisto, no fueron esos socialistas o miristas los que atentaron en contra mía».

- ¿Andaba armada, no se defendió?

«Sí po’, si le dije que la pistola la usaron para después atentar contra Silva
Cimma. La pistola yo la tenía en la cartera, pero no alcancé a reaccionar. Yo
no tenía ninguna razón para pensar que me querían matar. Yo solo había
cumplido con mi deber».

Jacinto entrega las claves que Carabineros tuvo para deshacerse de una de
sus mejores oficiales:

«Lo que nos llamó la atención fue que, al abrir la carpeta, nos dimos
cuenta que esta mujer estaba desertando de los servicios, pero eran tiempos
tan complejos que no nos detuvimos a pensar siquiera por qué nosotros le
hacíamos un atentado a una agente cuando estaba a punto de dejar los
aparatos represivos. Además, no sabíamos la otra parte de la historia, la que
se nos completó cuando caímos presos y supimos que a ella la estaba sacando
un grupo en Alemania a cambio de información. Pensar que nosotros
irrumpimos en otra operación que era más importante que matarla, es suponer
que estábamos infiltrados y que nuestro partido nos había enviado a matar a
esta mujer para impedir una acción de inteligencia amiga. Ella tenía seis
pasaportes falsos y una carta de una persona con la que se estaba poniendo de
acuerdo para salir de Chile».
«La sorpresa –refuerza Guillermo Rodríguez- fue cuando abrí su porta
documentos y empecé a ver que Olderock estaba en contacto, por
correspondencia, con una monja alemana y, entre las cartas, había una de
Olderock donde le expresaba que ya estaba lista para desertar de su
institución y dejar atrás su paso por los servicios de seguridad. Ella estaba
lista para arrancarse de Chile con destino a Alemania. En su carpeta tenía
pasaportes alemanes falsos que estaba preparando para escaparse. En
resumen, Olderock estaba en conversaciones con una congregación de
monjas alemanas para irse de Chile cuando nosotros le hicimos el atentado.

«La otra información que había en el portadocumentos eran códigos


cifrados para los documentos de ellos y unas planillas de sistemas de
comunicación, nada muy llamativo».

Por eso estaba tan angustiada la mañana de su atentado. Con dos balas en
el cuerpo, se aferró a la carpeta que guardaba su secreto, intentando evitar
que se la arrebataran y se levantó para tratar de ir a guardar las cajas con
información que tenía en su casa.

Así lo señaló ese día de junio de 1997:

«Afortunadamente, tengo el cuaderno donde están todas las niñas que


seleccioné para la escuela y ahí tengo anotadas las materias que les dábamos.

«¡Si lo supiera mi General Contreras!»

- ¿Si supiera qué?

«Que tengo el cuaderno donde están los nombres de todas las niñas que
fueron de la DINA. Ahí también están sus datos. Ese cuaderno debía haberlo
hecho desaparecer y yo no sé cómo me lo traje y un día lo encontré. Yo
enterré en el fondo de mi casa un montón de cosas que tenía de la DINA,
papeles, carpetas. Hice un hoyo y metí un montón de cajas».

- ¿Usted sacó información de la DINA y la tiene enterrada en su patio?

«Claro. Era información sin importancia y la hice enterrar para no tener


problemas, pero este cuaderno se quedó afuera y un día me trajeron unas
cajas que había mandado a guardar cuando fue el atentado y la encontré. El
General Contreras me mata si se entera».

¿Por qué temía que Contreras la matara?

La explicación plausible es que las cajas que sacó de su casa, que luego
recuperó y enterró en el fondo de su patio, contuvieran información secreta
de la DINA. Posiblemente listas de agentes con sus nombres reales y sus
respectivas nomenclaturas militares, así como también información del
destino de los detenidos desaparecidos.

De allí que al ocurrir el atentado no le cupiera duda acerca del origen del
mismo, más allá que los verdaderos ejecutores fueran militantes del MIR.

Para muchos militantes del MIR, ésta, como otras acciones, marcaría a
fuego la duda sobre la infiltración a nivel de su Dirección Nacional.
Rodríguez explica lo difícil que resultaba para ellos analizar la posibilidad de
una trampa tendida por la inteligencia de las Fuerzas Armadas para
deshacerse de una traidora y justificar la continuación de la represión, en esos
adversos días de resistencia a la dictadura militar:

«Era muy difícil reflexionar en las condiciones en que vivíamos.


Imagínate, nosotros hicimos la acción a pie, no teníamos auto para escapar,
las armas las conseguimos cada uno de la manera que pudo. A veces no
teníamos plata ni siquiera para comer, caminábamos cuadras y cuadras para
llegar a los ‘puntos’. Éramos absolutamente voluntaristas y casi religiosos.
Creíamos, y no me arrepiento de ello, en la posibilidad de crear una gran
resistencia compuesta de gente común y corriente y eso funcionó por un
tiempo. Hubo pobladores, estudiantes, obreros, desempleados, empleados de
financieras, profesionales y hasta curas que participaron en la resistencia a la
dictadura y veían en el MIR un referente. Nosotros resistíamos haciendo
acciones donde nos asegurábamos que no hubiera muertos inocentes,
dañábamos a los bancos, caracoles –centros comerciales- y hasta
incendiamos Camino Real23, pero no hubo ni un solo muerto.

«Fue una política exitosa, por un tiempo. Luego se desmoronó todo cuando
vino la política militar propiamente tal, y ahí no teníamos nada que hacer
porque nos tenían completamente cercados. Mientras más golpes sufríamos,
la dirección más nos acosaba para que hiciéramos acciones donde había una
posibilidad en mil de salir vivos. Nosotros las hacíamos porque creíamos que
debía ser así o, porque, supuestamente, de esas acciones dependía la vida de
otros compañeros. Así fuimos cayendo detenidos algunos y otros fueron
asesinados fríamente, porque todos estábamos bajo sospecha y podían
detenernos. Eso nos fue destruyendo en un mar de desconfianzas, ¿Por qué
unos eran asesinados y otros quedábamos vivos?

«Esa fue la mejor tarea de la CNI, destruirnos totalmente por la vía de las
desconfianzas. Para los que quedamos vivos, volver a creer en algunos
compañeros es muy difícil. El MIR no solo fue destruido como partido
político, fuimos destruidos como personas, nuestras familias también fueron
afectadas y muchas destruidas, todos quedamos con enormes secuelas».

- ¿Les produjo dudas de una posible infiltración en la dirección del MIR?

«No. Por eso cada uno de los que participamos seguimos militando y
cumpliendo con nuestras tareas. No dudamos en ese tiempo que el atentado
fuera una acción de infiltración y menos a nivel de la dirección interna».

“Jacinto” fue más explícito:

«Nosotros no nos dimos cuenta de cómo la represión nos fue llevando a


una guerra de aparatos, donde teníamos todas las de perder, porque éramos
más débiles que la CNI. En ese sentido, la CNI fue más hábil que la DINA.
La DINA asesinó a nuestros compañeros de la forma más brutal, pero la CNI
nos liquidó con menos tiros y menos torturas, nos infiltró. Así, cuando
caíamos, ya sabían todo. Nos tenían absolutamente chequeados desde meses
antes, sabían cada una de nuestras relaciones, de nuestras acciones y nos
dejaban hacerlas hasta que caían sobre nosotros sin que nos hubiéramos dado
cuenta».

Continúa relatando:

«A mí me tomaron preso cuando iba saliendo hacia Perú. Nunca me


preguntaron sobre el atentado a Olderock y cuando intentaba hablar sobre él,
me hacían callar. Eso siempre me pareció extraño, porque pensé que por lo
que más me iban a dar duro era por esa ejecución. A la CNI no le interesaba
ese atentado, ni el atentado que le hicimos -y en el que yo participé-, a un
supuesto agente de nombre Roberto Rojas, donde la dirección planificó el
ajusticiamiento porque supuestamente era un agente de la DINA que había
participado en la detención de María Galindo. Nosotros, sin pensar, hicimos
ese ajusticiamiento y fue terrible. Es algo que me ha perseguido toda la vida,
porque nos dimos cuenta que el compadre no era agente. Además, yo no
había ingresado al MIR para ser asesino, sino por razones ideológicas que me
indicaban que la única forma de cambiar a la sociedad era a través de una
revolución. Eso era el MIR. Yo creo que nosotros estábamos infiltrados y es
por eso que la CNI jamás mencionó estos atentados en los interrogatorios y
eso nos hizo darnos cuenta que había algo extraño».24

Los tres miristas solo se enteraron del tenor de las complejidades cuando
llegaron a la cárcel. «Conversando con unos compañeros socialistas, nos
enteramos que había una operación para sacar a Olderock de Chile y llevarla
a Alemania, asegurándole absoluta discreción a cambio de la información que
tenía sobre la DINA, la SICAR y la CNI»25.

Así, sin saberlo, los miristas que atentaron contra ella le hicieron un
enorme favor a la inteligencia militar, a Manuel Contreras, a Pinochet, a
Odlanier Mena y a todos los agentes que participaron en crímenes y acciones
delictivas contra los derechos humanos de opositores.

En cambio, Olderock sí supo que había sido detectado su plan de escape.


Si bien debió tener claro que escapar de los servicios de seguridad era difícil,
se confió en su superioridad aria al intentarlo. Solo esa mañana se dio cuenta
que nadie podía engañar a esta intrincada red de servicios de inteligencia, ni a
sus códigos tácitos de lealtades forjadas a sangre y fuego.

El oficial Benimelli, a quien acusaba de ser el encargado de ejecutar el plan


de eliminación, era un hombre de cuentas poco claras. El 14 de julio de 1986
había sido encargado reo por el Ministro en Visita Carlos Cerda, acusado de
la detención y desaparición de once dirigentes comunistas y dos miristas –
conocido como “caso de los trece”26-, ocurrido en diciembre de 1976. Como
solía ocurrir en esos tiempos, Benimelli y otros fueron amnistiados por la
Corte de Apelaciones y la Corte Suprema, quedando en libertad.
Tal como señalaba Olderock, el oficial era experto en fabricar y desactivar
explosivos. Se decía que podía hacerlo con los ojos cerrados. Curiosamente,
murió destrozado por una mina caza bobos en una casa ubicada en calle Los
Maquis Nº 10.995, comuna de La Cisterna. Supuestamente, la mina había
sido instalada por el MIR en una casa de seguridad, pero esa casa había sido
allanada siete veces, se encontraba vacía y con vigilancia permanente de la
CNI.

Según testimonios de sus cercanos, Benimelli se encontraba complicado y


molesto por esos días. Tenía un sentimiento encontrado con su institución, le
amargaba que los altos mandos no se hicieran responsables de las órdenes
que impartían a sus subordinados, quienes eran llevados a la justicia para que
respondieran por cumplir órdenes de sus superiores. Fue en esa etapa de
debilidad cuando murió despedazado por la bomba.

La Seguridad Nacional, pilar de la DINA


La política estadounidense, durante el siglo pasado, marcó de manera
brutal a los países de Centro y Sudamérica. Las invasiones, derrocamientos
de presidentes y golpes de Estado fueron el sello de la Doctrina de la
Seguridad Nacional.

El desarrollo del enfoque de la Seguridad Nacional estuvo basado en la


estrategia de contención al avance de la ideología marxista, propia de la
Guerra Fría.

Basado en esta concepción política militar, Estados Unidos financió todas


las aventuras golpistas en Latinoamérica, sin que existieran grandes reproches
de sus ciudadanos. Mal que mal, Monroe27 nos había denominado su “patio
trasero”, refiriéndose al lugar donde se lanzan los desperdicios.

Desde que Allende fuera elegido presidente, el gobierno de Nixon inició su


estrategia para el derrocamiento.

Con un presupuesto inicial de diez millones de dólares, aportados por los


contribuyentes norteamericanos, financió a la cúpula militar chilena, a las
dirigencias de los partidos opositores a Allende, a sectores profesionales
influyentes, a empresarios prominentes, a periodistas y a dueños de medios
de comunicación.

El texto del documento de la CIA del 15 de septiembre de 1973,


desclasificado el 14 de octubre de 1993, así lo revela:

«La chance es de 1 en 10, pero ¡salvar a Chile! vale la pena… el gasto... no


interesa envolver... ni involucrar a la Embajada.

«10 millones de dólares disponibles, más si es necesario... trabajo a tiempo


completo con los mejores hombres que tenemos... plan del juego... hacer
gritar la economía... 48 horas para el plan de acción».

El gobierno de Nixon financiaría todo tipo de actividades terroristas, para


ello la embajada tenía contacto con grupos de ultraderecha que les proveían
información y ofertas de planes sediciosos.

El asesinato del Comandante en Jefe del Ejercito René Schneider –el 23 de


octubre de 1970- fue una muestra de la obsesión que tenía Nixon por detener
la llegada de un socialista a La Moneda.

La doctrina para América Latina de los Estados Unidos, a partir de la


Segunda Guerra Mundial, se basaba en la concepción estratégica de crear una
gran área de influencia político militar desde México hasta Tierra del Fuego.
Esta alianza, organizada desde el poder político de Estados Unidos y aceptada
por las clases dominantes que componían el poder político de los países del
continente, les permitía contrarrestar cualquier posibilidad de insurrección.

Su despliegue propagandístico hacia el continente se dio a través del


control de los medios de comunicación, que mayoritariamente estaban en las
manos de los grupos que componían el poder político y económico. También
había una efectiva promoción de los valores, que consistía en mostrar al
mundo capitalista como el único que respetaba las libertades del hombre y a
los Estados Unidos como el modelo a seguir. En contraposición, se mostraba
al marxismo como la caricatura del mal.

Era la doctrina de la Seguridad Nacional, en medio de la guerra fría.


Bajo esa doctrina, Pinochet llegó al poder: «El marxismo no es una
doctrina simplemente equivocada, como ha habido tantas en la historia. No.
El marxismo es una doctrina intrínsecamente perversa, lo que significa que
todo lo que de ella brota, por sano que se presente en apariencia, está
carcomido por el veneno que corroe su raíz. Eso quiere decir que su error es
intrínseco y, por eso mismo, global, en términos que no cabe con él ningún
dialogo o transacción».28

Esa concepción dio a luz el estilo de guerra más sofisticada y destructiva.


Ya no se operaba en un teatro de acción donde los enemigos estaban
claramente identificados y se enfrentaban hasta que un ejército demostrara la
supremacía en el campo militar. Por el contrario, en esta guerra la ideología
era el enemigo y quienes la sustentaban, el objetivo. Se catalogaron como
manifestaciones subversivas a gran parte de los problemas sociales, como la
pobreza, los derechos humanos, la libertad de expresión, etcétera. Por
consiguiente, los enemigos se encontraban enquistados en el corazón de las
comunidades nacionales, atacando a la sociedad occidental y cristiana desde
adentro, desde las propias organizaciones que el sistema permitía para existir.
El teatro de acción eran las ciudades, las calles, las universidades, las iglesias,
los centros sociales.

Se decía que los enemigos estaban agazapados y encubiertos, podían ser


sacerdotes que trabajaban con las comunidades de base, activistas en
derechos humanos, simples pobladores que luchaban por mejores condiciones
de vida, sindicalistas, estudiantes.

Basado en ello, se justificó la formación de unidades militares especiales.


Todas las formas fueron válidas para terminar con el enemigo.

En 1946, crearon en Panamá la Escuela de las Américas, o Fort Benning.

Allí se formaron militares latinoamericanos como expertos en técnicas de


la guerra antisubversiva, desde el año 1951. Ese año asistieron a la Escuela de
Las Américas seis militares chilenos de la rama de ingeniería del Ejército; el
año 1968 habían aumentado a 121 los militares chilenos enviados. Entre los
que allí se encontraban figuran los nombres del teniente coronel Víctor H.
Barría B., el subteniente Pablo Belmar L., el subteniente Jaime Lepe O., el
subteniente Sergio Wenderoth S., el capitán Lautaro Villar Requena. El año
1972, la cifra de militares chilenos adiestrados en las técnicas de la guerra
sucia había aumentado a 173. Entre ellos destacaban el subteniente Jorge
Andrade Gómez, el subteniente Ernesto O’Ryan Cárdenas y el subteniente
Aníbal Schaffhauser Camposano.29

Manuel Contreras, quien no pasó nunca por la Escuela de Las Américas,


era hijo de militares y había crecido en ese mundo cerrado de los cuarteles.
Pertenecía a la rama de ingenieros o zapadores y, por sus buenas
calificaciones, lo habían destinado a un curso de un año en Fort Belvoir,
Richmond, estado de Virginia, el año 1966. Antes, en el año 1962, entre
agosto y septiembre, había sido destinado a un curso de reforzamiento
ideológico, “Orientation Tour”30. Donde aprendería las técnicas y la
metodología fundamental de la guerra antisubversiva sería en Fort Belvoir.
Entre sus aprendizajes estaba la organización de aparatos de seguridad. Así lo
recuerda su hijo Manuel Contreras V.31:

«El año 1966 viajamos hasta Fort Belvoir, en Richmond, en el estado de


Virginia, donde mi padre estuvo haciendo un curso de inteligencia militar.
Fort Belvoir es el regimiento del arma de ingenieros más grande de los
Estados Unidos.

«Allá, mi padre recibió la instrucción de inteligencia, pero no como


inteligencia militar, sino inteligencia aplicada más a lo político. Me refiero a
que en ese lugar les enseñaban política, para infiltrar a los partidos o grupos
políticos, también enseñaban métodos de seguimiento y cómo diseñar planes
de inteligencia y seguridad para destruirlos.

«Como era la época de la guerra de Vietnam, de ese lugar salía mucha


gente que iba a los frentes de batalla. Allí mi papá conoció a mucha gente que
combatió en la guerra y allí se aplicaban las técnicas de esa guerra, que son,
básicamente, primero aterrorizar y después destruir al enemigo. Esa es la
técnica de desaparecimiento. No hay muertos. Se detiene a un dirigente
subversivo y se le desaparece. Con eso se aterroriza y el resto de los
miembros de su célula quedan destruidos y sin ganas de seguir. Esos métodos
no tienen nada que ver con los de una guerra tradicional.

«Se trata de lo siguiente: se detiene a un grupo que trabaja junto -siempre


los subversivos trabajan en grupos-; supongamos que son cinco los miembros
de ese grupo de trabajo. De esos cinco tiene que desaparecer uno. ¿Qué pasa?
El resto, los cuatro, quedan aterrorizados y eso los destruye, no solo a los
cuatro sino a cinco familias, a los amigos, a los conocidos. Por eso este tipo
de guerra es efectiva, porque con uno que desaparezcas, destruyes a un radio
muy grande de enemigos».

Ese era el método de exterminio a opositores que había aprendido


Contreras. Desde antes del 11 de septiembre, había construido su propio
aparato represivo en el Regimiento de Tejas Verdes.

En agosto de 1973 fue denunciado por amenazas y por imponer el


soplonaje a todos los miembros de su unidad que tuvieran familiares de
izquierda. También fue acusado de abuso de poder en la zona y de asalto a
una J.A.P.32 Tras el golpe de Estado, controló la zona del litoral central en
pocas horas, desarticuló a todos los partidos de izquierda y a las
organizaciones sindicales que tenían un fuerte apoyo local. Detuvo a
dirigentes estudiantiles, sindicales, políticos, hasta sacerdotes, incluso asesinó
a un dirigente sindical de la Empresa Portuaria de Chile que militaba en la
Democracia Cristiana, partido político que apoyaba el golpe de Estado.33

En ese lugar, se entrenaron en las artes represivas a cientos de agentes que


pasaron a ser miembros del grupo más compartimentado de la DINA. Ahí
estaba el oficial de contrainteligencia Mario Alejandro Jara Seguel, quién
pertenecía a la reserva del Ejército “ORESA”. Jara Seguel se había integrado
al Ejército el día 11 de septiembre con el grado de Capitán y había quedado al
mando de su amigo personal y “compadre” Manuel Contreras. En solo cuatro
meses había ascendido a Mayor. Este personaje, que pasó
inadvertido durante mucho tiempo, fue el jefe de la DINA en Las Rocas de
Santo Domingo, un lugar recatado frente al mar y cercano a la
desembocadura del río Rapel, donde fueron encontrados los cuerpos de
numerosos detenidos desaparecidos.34

Las víctimas de la gallardía militar de Jara Seguel lo recuerdan como a un


siniestro torturador.35

También fueron conocidos instructores en las artes de la tortura el coronel


Cristián Labbé, César Manríquez y Marcelo Morén. El único hijo de
Contreras, Manuel Contreras Valdebenito, había recién cumplido los once
años de edad para el golpe de Estado y recuerda un episodio que vivió en el
feudo de su padre, el campo de concentración de prisioneros Tejas Verdes36:

«Recuerdo que fui al río a pescar con mis amigos. El lugar quedaba
cerquita de mi casa y, de repente, escuchamos un grito terrible; después, un
disparo. En eso, sale detrás de las ramas un soldado que nos pregunta qué
hacíamos ahí. El soldado tenía una ametralladora. Nosotros, un poco
asustados, le dijimos que estábamos pescando y que siempre lo hacíamos. Él
nos dijo que nos fuéramos, así que salimos corriendo y después me
prohibieron que fuera a pescar.

«Esa vez, el muerto cayó cerquita de donde estábamos. Me impresioné


mucho porque no había visto nunca un muerto. De seguro era un preso que
estaban interrogando y que se arrancó, por eso fue el grito tan terrible. Eso
nunca se olvida, pero yo en ese tiempo no tomaba conciencia de lo que
pasaba y mi papá se lo pasaba viajando… porque fue a los Estado Unidos,
España, Israel.»

La eficacia demostrada por Contreras en la zona de San Antonio fue su


carta de triunfo ante Pinochet. Contreras logró instaurar en la zona del litoral
costero la doctrina del terror en dos días. Sus siniestras hazañas, con los
detenidos desnudos, amarrados y vendados, habían traspasado los gruesos
muros del regimiento y en voz baja se comentaba lo que ocurría en los
interiores del Regimiento de Tejas Verdes.37

«Cuando fue el golpe de Estado, Pinochet era uno más en la junta de


gobierno y no tenía idea. Él se asesoró y llamó a mi padre para pedirle que le
hiciera un plan de cómo debería ser un organismo de seguridad – dice,
orgulloso, Manuel Contreras Valdebenito. Mi papá le volvió a presentar el
plan que le había mostrado antes y que Pinochet no lo había ni mirado, y lo
aceptó. Ahí creó la DINA. Mi papá lo dio todo para la DINA, hizo todo para
pavimentarle el camino a Pinochet».38

Esto lo corrobora un oficial del Ejército que no quiso que su nombre


apareciera mencionado en este libro: «Contreras fue quien le presentó al
General Pinochet el proyecto de la creación de un único organismo represivo.
La DINA comenzó a funcionar a fines de octubre, comienzos de noviembre
de 1973, y comenzó porque Contreras fue el único que le entregó un plan de
inteligencia al General Pinochet. Entre septiembre y octubre funcionaban
cuatro aparatos de inteligencia en Chile: El de la FACH -Fuerza Aérea de
Chile-, la Inteligencia Naval, la Inteligencia de Carabineros y la Inteligencia
del Ejército. Esos cuatro servicios investigaban por su cuenta; a veces estaban
investigando a las mismas personas. Por eso, cuando Contreras llegó con su
plan de inteligencia, fue bien acogido por Pinochet y le dijo que se reuniera
con los otros jefes de inteligencia para organizar el aparato que coordinara
toda la inteligencia.

«Contreras, en la reunión, se dio cuenta que el jefe de la Inteligencia de


Carabineros de Chile era un capitán39, que después llegó a General, y se
enojó. Contreras llamó al General Mendoza indignado y le dijo que él no
podía trabajar de igual a igual con un inferior; Contreras era coronel. El
General Mendoza, molesto, llamó al General Pinochet y le contó el problema
que había tenido con Contreras. Entonces Pinochet se dio cuenta que
Contreras no iba a poder trabajar con un equipo y le entregó el mando
absoluto y ahí creo la DINA».

Herman Brady señala que: «La DINA no tenía nada que ver con la
inteligencia militar y por lo tanto no tenía nada que ver con el Ministerio de
Defensa. Cuando se creó este organismo en la Junta de Generales, nadie le
representó al general Pinochet la inconveniencia de la creación de este
organismo».40

¿Por qué Pinochet prescindió del apoyo en inteligencia que tenía el Estado
Mayor y los Servicios de Inteligencia de cada una de las ramas de las Fuerzas
Armadas chilenas y formó un aparato de inteligencia aparte y solo
dependiente de él?

Pinochet no era un hombre confiable para el sector golpista de las Fuerzas


Armadas. Es más, tras su nombramiento como Comandante en Jefe del
Ejército, se había realizado una reunión de urgencia para tratar el tema de su
nombramiento y los efectos que podría tener en el curso del plan golpista. Así
se lo contó Manuel Contreras a su hijo: 41
«Los que hacen el 11 de septiembre son los comandantes, no un General.
Pinochet se subió al carro a última hora, días antes.

«Por algo Prats le dijo a Allende este general es confiable. El 23 de agosto,


cuando Pinochet asumió la Comandancia en Jefe, hubo una reunión y allí
hubo una pelea enorme entre los comandantes y los generales, incluso se
garabatearon. En el Ejército nadie confiaba en Pinochet y se creía que podía
echar a perder los planes. Él no estaba entre quienes se la habían jugado por
el golpe. Esa es un poco la historia».

A Pinochet también le había quedado claro que no podía confiar en


quienes, en forma amenazante, lo habían obligado días antes a plegarse al
plan golpista. Nadie en el Ejército lo había tomado en cuenta para su
planificación, menos aún en el resto de las fuerzas armadas, con las que tenía
comunicación formal. Estaba cierto que quienes lo rodeaban no eran sus
cercanos y desconfiaban de él. A su vez, tenía serias desconfianzas con los
altos mandos de la Inteligencia Militar, hombres muy cercanos al
Departamento de Defensa de los Estados Unidos, país que ponía y sacaba a
gobernantes, donde él era un desconocido.

Pinochet prefirió no correr riesgos y aceptó el “Plan Contreras”, obra de un


militar de menor rango, que le sería completamente leal dada su jerarquía
inferior y su ambición desmedida. Contreras y su proyecto de inteligencia, la
DINA, fueron la salvación de Pinochet. Sin más, lo nombró Director de la
Academia de Guerra; así, en caso que el resto de los miembros de la Junta de
Gobierno le hicieran un reclamo por nombrar a un coronel en un cargo de tan
alto rango, ambos tendrían las espaldas cubiertas.

Si bien la DINA nació para administrar desde el Estado la política del


terror, no nació con todo el conocimiento necesario en materias represivas.
Para eso debió profesionalizar a sus hombres e incluyó a mujeres para las
distintas tareas que requería: acciones operativas, torturas, aplicación de
inyecciones letales y para sus oficinas. Contó con la asesoría de especialistas
en torturas -brasileños, argentinos- y con los mejores hombres en materia de
inteligencia y métodos coercitivos en la obtención de información por parte
de la CIA. Así lo confirma el propio Contreras: «Yo presento el proyecto [de
la DINA] el día 12 de noviembre y, a partir del 13 de noviembre, [Pinochet]
me ordena organizar la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA. Así se
hizo hasta el primero de abril de 1974, fecha en que llegan ocho agentes de la
CIA que nos dieron instrucción hasta agosto».

La metodología ya había sido probada en Argel, Vietnam, Centro América,


Brasil, Uruguay y Bolivia. Consistía en paralizar a los resistentes de la
población por la vía del pánico. La práctica era el secuestro, la instalación de
lugares secretos destinados a torturar y la desaparición o el asesinato político,
como lo practicaron inicialmente en la casa de Vía Naranja, en Lo Curro.

La delación, el soplonaje y el chantaje fueron los medios que se usaron


para acometer la tarea trazada por el círculo cercano a Pinochet.

La DINA se convertiría en la versión moderna del Tribunal de la Santa


Inquisición y Contreras sería el Torquemada que impartiría la doctrina de la
nueva fe: la obediencia ciega y la disciplina basada en el terror.

Tal era su poder que, al interior de este organismo, los oficiales le


llamaban a los altos oficiales que la dirigían “La Junta Chica”. Un documento
de la CIA comentaba que en Chile había solo tres poderes: “Pinochet,
Contreras y Dios”… y en ese orden.

Con su poder, alcanzaría en importancia a hombres tan conspicuos en la


ultraderecha, como Jaime Guzmán42. Hay interesantes informes sobre el
espionaje que la DINA realizó y curiosos informes sobre sus conductas
personales.

Pero, para Ingrid Olderock, Manuel Contreras fue el hombre que la salvó
de la tediosa rutina de Carabineros y le dio una razón a su vida. A ella le
gustaba la acción y la disciplina militar, dos ofertas que Contreras le hizo
cuando la llamó a su oficina en la Academia de Guerra. Junto a ello, le
entregaba un poder que nunca tendría en Carabineros: ser la oficial a cargo de
formar el ejército femenino contra el marxismo.

«Fui comisionada en octubre de 1973. En esa época, el mayor Valdivia me


llamó y me dijo que a contar de ese momento yo tenía que presentarme donde
el coronel de Ejército Manuel Contreras, en la Academia de Guerra, que
funcionaba en la Alameda con Riquelme.
«Es posible que haya sido la segunda semana de octubre. Sí. Me recuerdo
que fue antes de noviembre, porque todo noviembre y parte de diciembre lo
usé para organizar las listas de postulantes y selección de las chiquillas.

«Yo no lo conocía y llegué a presentarme. Él me estaba esperando y me


atendió muy bien».

Desde el primer momento, empatizaron. Sin muchas palabras,


descubrieron que tenían intereses en común. A ambos les gustaba el orden, la
jerarquía, disfrutaban del poder que les daba el uniforme en un país ocupado
por los militares y tenían un fanático anti-izquierdismo como única doctrina
política. Además, ambos carecían de la estampa de gallardía del ejército
prusiano que tanto enorgullecía a la clase alta chilena, situación que los
emparentaba de manera especial.

«Bueno, yo me presenté a Contreras y él me dio la misión de formar la


sección femenina de la DINA.

«Comencé por buscar las listas de postulantes rechazadas en Carabineros,


las listas de las que habían postulado y no habían quedado en la Escuela. Con
las listas me fui a conversar con las chicas, una por una, acompañada de la
teniente Mercedes Jara. Ella era una teniente de Carabineros; era floja, no me
ayudó en nada, se quedaba en el auto, tejiendo. Se lo pasaba tejiendo y yo, la
tonta, trabajaba como loca.

«Me pasaba todo el día recorriendo Santiago. Yo manejaba el auto, hacía


las entrevistas con las chiquillas y conversaba con sus padres, para que ellos
supieran adónde estaban postulando.

«Teníamos que investigar si eran izquierdistas o si habían estado a favor


del gobierno de Allende; no podían tener ningún pariente vinculado a ese
gobierno. Yo me lo creía todo –dice, recordando con nostalgia aquellos años
cuando su nombre era temido y respetado por las subalternas.»

Uberlinda Isabel Meneses Robles declara que: «en 1972 yo postulé a


Carabineros de Chile; no quedé en la institución, pero en enero de 1974 se
contactó conmigo la capitana de Carabineros Ingrid Olderock, quien me
propuso formar parte de un grupo de mujeres que trabajaría para las Fuerzas
Armadas, prometiéndonos el grado de sargento segundo. Yo acepté y
partimos a Las Rocas de Santo Domingo».43

«En diciembre yo ya tenía seleccionadas a todas las mujeres de la DINA –


prosigue Olderock. A comienzos del 74, en enero, comenzó a funcionar la
Escuela Femenina en Santo Domingo. Había unas cabañas de veraneo y ahí
se realizó el internado femenino.

«Bueno, la escuela duró todo ese año, y yo estaba en Santo Domingo a


cargo de la Escuela».

Lo cierto es que la escuela, como llama al centro de entrenamiento


paramilitar, no duró todo el año 1974; muy por el contrario, en abril de ese
año llega la mayoría de las mujeres agentes a La Rinconada de Maipú.44 Así
lo confirma la agente Gladys de las Mercedes Calderón Carreño, “la
enfermera de la muerte”, encargada de inyectar Pentotal a los prisioneros que
luego eran amarrados a rieles y metidos en sacos de tela burda, usados en los
campos para poner las papas a resguardo, con el fin de lanzarlos al mar o al
pique minero de Los Bronces, en la Cuesta Barriga. Calderón señala en su
declaración que, en abril de 1974, se trasladaron a La Rinconada de Maipú,
que estaba a cargo de Ingrid Olderock.

La agente Gabriela Órdenes Montecino, conocida al interior de la Villa


Grimaldi por su particular gusto de vejar sexualmente a los detenidos durante
las sesiones de torturas, señala:

«A fines de 1973, fui llamada por una capitán de Carabineros llamada


Ingrid Olderock para realizar un curso de instrucción junto a otras sesenta
mujeres, aproximadamente, para la finalidad de integrar un nuevo organismo
de las Fuerzas Armadas. Es por esa razón que nos trasladaron a un lugar
ubicado en Las Rocas de Santo Domingo […] Al finalizar el curso, a
mediados de año 1974, fuimos enviadas a la Escuela Nacional de
Inteligencia, ubicada en la Rinconada de Maipú […]». 45

Similar relato hace Luisa Durandin, una de las mujeres que participó en
atroces torturas hasta la muerte a detenidos en el cuartel Simón Bolívar. En lo
único que difieren los relatos, es en la fecha de llegada a Santo Domingo y su
posterior traslado a Santiago. Diferencia que es usada en tribunales para
eludir responsabilidades en secuestros, torturas, muertes o desapariciones de
detenidos.

Uberlinda Isabel Meneses Robles había intentado ingresar a Carabineros el


año 1972. Luego de haber sido rechazada, «en enero de 1974 se contactó
conmigo la capitana Ingrid Olderock, quien me propuso formar parte de un
grupo de mujeres que trabajaría para las Fuerzas Armadas, prometiéndonos
un grado de sargento segundo. Yo acepté y partimos a Las Rocas de Santo
Domingo. Éramos en total unas sesenta mujeres y entre ellas estaban Zunilda
Robles, Teresa Navarro, Berta Jiménez, Joyce Ahumada, Teresa Osorio,
Doris Pizarro, Marta Torres -ya fallecida-46, Verónica Ceballos, María
Gabriela Órdenes… entre otras. Estuvimos ahí cuatro meses».

Alicia del Carmen Contreras Ceballos dice que «después de haber


egresado de la Enseñanza Media, me parece que el año 1973, yo postulé a
Carabineros de Chile, postulación que no fue aceptada. A fines de 1973 se
apersonó en mi domicilio la señora Ingrid Olderock, con los antecedentes que
yo había presentado en mi postulación y me contó que se presentaba la
oportunidad de trabajar en Carabineros, pero algo aparte […] No recuerdo
cuándo fui citada a hacer el curso en Las Rocas de Santo Domingo, durante el
año 1974. El curso duró cuatro meses».47

A pesar que todas las mujeres dan fechas distintas del inicio del curso para
evadir responsabilidades, la llegada de las mujeres a Santo Domingo fue el 1º
de enero de 1974. Ahí, Olderock les dio la recepción con un discurso
recargado de epítetos odiosos contra el enemigo interno y lleno de alabanzas
a la Junta Militar. Sin demasiada retórica, resaltó el papel de la mujer en las
Fuerzas Armadas del nuevo Chile, les habló de la importancia de la familia y
de las instituciones en la recuperación de la “libertad perdida con el
marxismo de la Unidad Popular”. Luego les dijo que no serían fáciles esos
meses de entrenamiento, que solo las mejores pasarían y saldrían dispuestas a
servir a la patria.

Tras esa recepción, les indicó la organización que tendrían para ubicarse en
las cabañas, los horarios y cuáles eran los lugares de libre tránsito y los
restringidos.

- ¿Qué se les enseñaba?


«Se enseñaba a disparar, a seguir a gente, a escribir a máquina. De todo.
Muchas de esas alumnas fueron después secretarias de la DINA».

- ¿Puede especificar cuáles eran los temas que aprendían en el


adiestramiento?

«Afortunadamente, lo tengo todo anotado, porque la memoria puede fallar


cuando pasa el tiempo.

«En general era el uso de armas, contrainteligencia, seguimientos,


choferes, trabajo operativo, interrogatorio, enfermería, modales. Ese curso lo
daba yo –dice con cierto orgullo- y era para que aprendieran buenos modales.
Todavía me acuerdo que yo, para aprender, me compré el Manual de Carreño
y estaba enseñando por el libro las normas de buenos modales, cuando me
meto el dedo en la boca para untarlo con saliva y dar vuelta la página, doy
vuelta la página y leo “es un signo de mala educación el mojar el dedo para
dar vuelta la página de un libro”».

Se ríe a carcajadas y prosigue.

«Buena maestra era».

Vuelve a reír con una carcajada.

- ¿Quiénes enseñaban en los cursos?

«Bueno, eran personas del Ejército. Por ejemplo, las que daban los cursos
de salud eran unas auxiliares de enfermería que me mandaron de Tejas
Verdes ¡Eran unas cabras más mal educadas! Una vez yo entré a la oficina
mía y estaban estas cabras con las patas arriba de la mesa. Yo les dije que qué
se creían y las mandé castigadas. Hasta ahí nomás les duró lo frescas.
Después me tenían miedo.

«¿Se da cuenta de a la gente que mandaban para enseñar? «La DINA fue,
desde el principio, muy mal organizada. Yo siempre alegué contra eso y a
muchos mandé castigados porque ahí no había disciplina. No ve que a la
gente se le entregaba mucho poder y sin una disciplina militar eso era una
locura».
El contingente de auxiliares de enfermería fue integrado al Ejército en los
días posteriores al 11 de septiembre de 1973. El grupo había realizado cursos
de auxiliar de enfermería en la Cruz Roja y luego un curso de enfermeras de
guerra en el Regimiento Blindados de Santiago, terminando todas con el
grado de oficiales de reserva. A un grupo de ellas, previamente seleccionadas,
se les ordenó presentarse a las órdenes del coronel Manuel Contreras
Sepúlveda en el Regimiento de Tejas Verdes. Éste las recibió y les dijo que, a
contar de ese momento, quedaban bajo el mando del doctor Vittorio Orvieto.

De acuerdo con el relato de Gladys Calderón, además de ella, «estaban


Mónica Manríquez, Pilar González, Balvina León, Marta Muñoz y una de
apellido Bravo». El trabajo que les asignaron fue encargarse que los
prisioneros políticos no murieran antes de que así lo decidieran sus
torturadores. Inicialmente lo hicieron en la cárcel de Barrancas, en la comuna
de San Antonio, luego las trasladaron al campo de prisioneros de Tejas
Verdes.

Tras el entrenamiento en Santo Domingo, todas fueron a cumplir tareas


operativas y la aplicación de torturas a detenidos. Incluso, algunas
participaron en las acciones de desaparecimiento de detenidos, como es el
caso de Gladys Calderón, que además de aplicar el Pentotal u otras sustancias
que les provocaban la muerte, asistió en operativos de lanzamientos de
cuerpos en Cuesta Barriga.

En su relato, donde intenta argumentar inocencia, dice:

«Un día determinado, encontrándome en la oficina, estaban Lawrence y


Morales48 conversando sobre un tema determinado, cuando escuché al
segundo de los nombrados decir que yo era enfermera, ante lo cual Lawrence
salió de la oficina y me preguntó si eso era efectivo, por lo que le respondí
que sí. Seguidamente me mostró un frasco (tipo penicilina) que estaba sobre
la mesa, con una sustancia líquida espesa, de color amarillo, desconocida,
pero que al abrirlo expelía un fuerte olor a anestesia, ordenándome de muy
mala manera que fuera hasta el dormitorio donde había una persona a la cual
había que suministrarle en su totalidad la sustancia que tenía el frasco. Esta
persona se encontraba en el dormitorio de la casa principal donde, al ingresar,
pude ver que estaba tendida en la camilla con espuma blanca que le salía de
su boca y con su cuerpo totalmente golpeado, con el rostro desfigurado e
hinchado […]».

Continúa asegurando que el método de matar a los detenidos con una


inyección, «a todas luces era para terminar con la agonía de los detenidos».49

También, la auxiliar de enfermería se refiere a su participación en los


traslados de cuerpos de detenidos desaparecidos:

«Finalmente, quiero agregar que, acerca del destino de los cuerpos, no era
que me correspondiera saber, pero por los comentarios de las mujeres que se
desempeñaban en la agrupación, el destino de muchos cadáveres de los
prisioneros políticos que fueron asesinados en el cuartel Simón Bolívar
fueron a parar a las “Minas de Cal de Lonquén”. También, en otra ocasión, el
mayor Morales me ordenó que lo acompañara en su vehículo fiscal al sector
de Peldehue, ya que llevaría unos cadáveres envueltos en sacos de papas y los
botarían al mar […]».50.

Continúa la entrevista a Olderock.

- ¿Había otros cursos?

«Ahí se les preparaba para seguir a la gente y matar. En la playa se hacía


instrucción en tiro y, para aleccionar a las cabras, se ponían las fotos de
Altamirano, Allende, Miguel Enríquez y otros comunistas. Yo no estaba de
acuerdo que se generara odio, pero así era».

«Creo que esas cabras salieron odiando todo lo que se relacionaba con la
U.P. y el gobierno de Allende, porque eso era lo central».

«Imagínese: cuando llegué a ese lugar había todo tipo de armas para los
entrenamientos. Pistolas, ametralladoras, fusiles, revólveres, de todo. Nunca
había visto tantas cajas de balas. A los Carabineros, antes del golpe de
Estado, nos daban las balas contadas y si por alguna razón disparábamos o
perdíamos alguna, teníamos que justificar la bala que faltaba y había una
investigación que podía terminar con la expulsión».

«Eran cajas y cajas de balas las que había ahí. Había armas de varios
calibres y fusiles-ametralladoras. Era una locura entrenar a unas cabras muy
jóvenes que se creían agentes».

- ¿Todas las mujeres que participaron en el curso aprobaron?

«Había un examen para aprobarlo, que era re-complicado. Una de las


pruebas fue darles la misión de ingresar a recintos militares sin llevar ninguna
identidad más que un carnet falso. A unas les dimos la tarea de entrar al
Regimiento de Tejas Verdes, a otras a unas comisarías. Ellas iban como
personas simples y tenían que ingeniárselas para entrar y obtener información
sobre las armas que poseían, un mapa de las instalaciones, la cantidad de
vehículos que tenían y de qué tipo, cantidad aproximada de hombres y su
formación militar».

«¡Chis! Considerando como era en esa época la seguridad, era re-difícil esa
prueba».

«Casi todas fallaron y tuvimos que irlas a buscar porque estaban detenidas,
menos unas cabras que se disfrazaron de putas y entraron a una comisaría
aquí en Santiago y les hicieron de todo a los Carabineros para sacarle
información y llegaron con la prueba».

«Después de eso, todos los Carabineros de esa comisaría se fueron de


castigo ¡Imagínese la seguridad que había en Carabineros, si se volvían locos
por unas cabras y entregaban todo!».

- ¿Usted dice que estuvo todo el año 1974 en Santo Domingo?

«Sí, estuve todo el año en Las Rocas de Santo Domingo».

- ¿Pero ese año ya había mujeres que estuvieron en la escuela con usted
haciendo tareas operativas en la DINA?

Acorralada, responde:

«Sí, y yo por eso me enojé mucho y quería salirme de la DINA, pero tenía
mucho miedo».

- ¿Miedo?
«Es que usted no sabe nada. No se puede renunciar a un aparato así, no es
fácil. Yo me daba cuenta de las tonteras que se estaban haciendo y sabía las
atrocidades que se hacían, porque ahí no había gente preparada para
interrogar. Todos se creían macanudos y supermachos, y la cosa no era así».

«Las chiquillas que yo seleccioné terminaron convirtiéndose en mujeres


muy malas. Sus padres llegaban a contarme, desesperados, que sus hijas
hacían locuras, que se habían ido a vivir con gallos casados. Imagínese, yo a
ellos les había pedido permiso para que sus hijas entraran a la DINA.

«Hubo dos a las que pillaron asaltando una tienda. Las echaron.
Afortunadamente, el dueño de la tienda asaltada era conocido de alguien de la
Junta y llegó el reclamo a Contreras. Estas cabras mostraron la tifa de la
DINA ¿Quién se iba a negar a pasarles la plata?».

- ¿Por qué dice que sentía miedo?

«Uno sabía cosas, muchas cosas y veía también tonteras. No ve que la


DINA tenía un poder muy grande, se podía hacer todo lo que se quería en ese
momento».

- ¿Explíqueme qué sabía usted que le generaba miedo de salirse de la


DINA?

«Mire, de un servicio de seguridad la gente no se puede salir así nomás.


Eso no se puede hacer en ninguna parte y menos se podía hacer en la DINA,
que tenía todo el poder del país».

«Mire, le voy a contar esto nomás, y nada más».

«Una vez, estando yo de directora de la escuela de la DINA femenina en


Santo Domingo -era de noche, me acuerdo porque estábamos acostadas-,
comenzamos a sentir unas ráfagas terribles. Era que parecía guerra. Yo
pesqué mi ametralladora y me tiré debajo de una camioneta y las otras chicas
se tiraron al suelo, pero como era de noche, no se podía ver».

«Cuando terminó la guerra, me acerqué a ver qué era lo que estaba


pasando. Yo creía que eran los extremistas del MIR que estaban atacando la
escuela. Uno creía tantas cosas en esa época. Cuando llegué al lugar veo a
una chica y un chico tirados en la arena, todos ensangrentados y me doy
cuenta que era una pareja que estaba pololeando en ese lugar y casi los
habían matado cuando los sorprendieron».

«Ese joven era hijo de un señor que trabajaba en la televisión o algo así y
que era conocido, incluso, del coronel Contreras. Yo después me encontré
con el señor y me contó que le habían entregado las ropas todas
ensangrentadas de su hijo. El muchacho estuvo mal, no supe más de él,
supongo que no murió, pero los brutos lo dejaron casi agonizando ¿Y por
qué? Por creerse hombres superiores con armas. Si hasta se reían los
desgraciados cuando yo fui a ver qué era lo que había pasado».

«Pero lo peor de todo es que estos locos no fueron castigados por lo que
había pasado. Eso no era un servicio de seguridad, era una chacota».

Insiste en que el año 1974 ella estaba en Las Rocas de Santo Domingo y
que todo lo que hicieron ese año las agentes de la DINA fue al margen de su
mando. También, intenta convencer sobre su total inocencia señalando que
«mientras yo estaba allá entrenando gente y había trabajado en eso, ya había
otras que no pasaron por mi formación, que trabajaban [en la DINA]. Eso es
lo que yo le dije a mi general Campos y que yo me quería ir de la DINA, pero
él me devolvió donde Contreras. Yo tenía mucho susto en volver donde
Contreras. Nadie se va de un servicio así, sin que le cueste».

- ¿Y qué pasó?

«Bueno, fui a donde Contreras con mucho susto y todo. Él me recibió muy
bien. Me dijo: “Ven gringa, te vas a hacer cargo de los archivos”. Y me
mandó a Santa Lucía».

Entrevista de la autora a Guillermo Rodríguez y Raúl Castro Montanare.

Fuerza Aérea de Chile


5

Se trata del mayor de Carabineros Julio Eladio Benimelli Ruz, quien


participó en la represión al aparato de Informaciones del Partido Comunista
entre los años 1975 y 1976, cuando formaba parte del Comando Conjunto
Antisubversivo, conformado por la Dirección de la Fuerza Aérea (DIFA), el
Servicio de Inteligencia de Carabineros (SICAR), la Dirección de Inteligencia
Nacional del Ejército (DINE), el Servicio de Inteligencia Naval (SIN), civiles
de Patria y Libertad y algunos miembros de Investigaciones de Chile.

Arturo Queirolo Fernández fue General Director de Carabineros entre los


años 1958 y 1964. Fundó la Escuela Femenina de Carabineros de Chile el 16
de julio de 1962.

Enclave alemán que fue fundado en 1961 por el ex cabo nazi Paul Schäffer
Schneider al interior de Parral, en el lugar conocido como fundo El Lavadero,
que luego pasa a ser conocido como Villa Baviera.

Ver Revista HOY 22 al 28 de julio de 1981 pag Nº 9

Ver Revista HOY 22 al 28 de julio de 1981 pag Nº10

10

La Central Nacional de Informaciones (CNI) fue el organismo represivo


continuador de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Su primer
director fue Manuel Contreras Sepúlveda. Lo sucedió el general retirado de
Ejército Odlanier Mena. A su salida fue nombrado director el general de
Ejército Humberto Gordón, responsable de numerosos asesinatos encubiertos
como falsos enfrentamientos. El año 2000, mientras se investigaba el
asesinato de Tucapel Jiménez, Gordon murió repentinamente en el Hospital
Militar. El año 1986 asume la dirección de la CNI el general Hugo Salas
Wenzel, condenado por la muerte de 12 militantes del Frente Patriótico
Manuel Rodríguez, conocido como “Caso Albania”. El último director del
organismo represivo fue el general Gustavo Abarzúa, responsable del
asesinato de Jecar Neghme, ocurrido tres meses antes de la primera elección
presidencial que terminaba con la dictadura.

11

Manuel Contreras Sepúlveda, siendo coronel de la rama de Ingeniería del


Ejército, fue nombrado por Augusto Pinochet para que organizara la DINA y
luego lo nombró director del organismo represivo. Se mantuvo en el cargo
desde su origen hasta que fue disuelta (1973 a 1977).

12

“Alfa y Omega” fue una empresa de seguridad y transporte de valores que


Manuel Contreras compró en 1980, junto a su socio Ignacio Navarrete
Cáceres. La escritura firmada ante el notario Luis Azocar establece que
Contreras compró el 98% de la propiedad. Con esta empresa, Contreras se
involucró en turbios negocios de compra y venta de armas para los grupos
paramilitares organizados por los servicios de inteligencia de la dictadura
militar.

13

Laura Allende Gossens (1911 – 1981), hermana del Presidente Salvador


Allende, madre de Denise, Marianne, Gastón y Andrés Pascal Allende. Fue
una destacada dirigente socialista y diputada por Santiago entre 1960 y 1973.
A pesar del cáncer que la afectaba, tras el golpe se sumó a la resistencia
corriendo enormes riesgos. Fue detenida por la DINA en noviembre de 1974
y salió al exilio en 1975. En 1976 se radicó en Cuba hasta su muerte.

14

Archivos de la Vicaría de la Solidaridad. Estos datos corresponden sólo a


detenciones que fueron declaradas ante la Vicaría de la Solidaridad no a los
totales reales. Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación,
anexo Informe Calificación de Víctimas de Violaciones de Derechos
Humanos y de la Violencia Política, año 1996, pág. 579

15

Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, anexo


Informe Calificación de Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos y de
la Violencia Política, año 1996, pág. 579.

16

Dirección de Inteligencia del Ejército.

17

Fue llamado Diego Portales al edificio construido para la Tercera Reunión


de la Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo (UNCTAD) realizada
en Chile el año 1972. El complejo contaba con un edificio de 23 pisos, salas
de conferencias y casino. Tras el golpe de Estado se convirtió en la sede de la
Junta Militar, cambiándole el nombre a Diego Portales. Hoy el edificio es la
sede del Ministerio de Defensa y se recuperó la edificación destinada a la
cultura, donde se encuentra el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM).

18

Documentos desclasificados del, ASN, Archivo de Seguridad Nacional. 15


de Noviembre de 1970. Reunión de Richard Nixon con Richard Helms,
director de la CIA. Nixon le ordena un plan de golpe de estado en 48 horas.

19

Entrevista a Guillermo Rodríguez, de la autora.

20

Entrevista de la autora con Raúl Castro 20 de abril de 2004.

21
Entrevista de la autora con la médico psiquiatra Katia Reszczynski 10 de
septiembre de 1999.

22

Enrique Silva Cimma (1918 – 2012), abogado, académico y político. Fue


Contralor de la República, ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno
de Patricio Aylwin (1990 – 1994).

23

Camino Real era un restaurante que estaba de moda durante la dictadura


militar. Desde sus instalaciones se transmitía el programa de Televisión
Nacional ‘Vamos a Ver’, conducido por Raúl Matas.

24

Raúl Castro, entrevista con la autora.

25

Raúl Castro

26

Javier Rebolledo, La Danza de los Cuervos, Editorial Ceibo, año 2012

27

James Monroe (1758 – 1831) fue el Quinto Presidente de los Estados


Unidos de Norteamérica. Su gobierno va a marcar de manera definitiva la
política hacia América Latina con su propuesta “América para los
americanos”, elaborada por John Quincy Adams, que cambiaba el eje del
colonialismo europeo al de los Estados Unidos.

28

Mensaje de Augusto Pinochet dirigido al país el 11 de septiembre de 1976,


Seguridad Nacional
29

Ver The National Security Archive: Listas de militares chilenos entrenados


en la Escuela de las Américas.

30

Ver documento desclasificado del Department of Defense Inteligence


Information. Fechado el 5 de agosto de 1974

31

Entrevista con la autora 20 de mayo de 1999

32

Las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios (J.A.P.) fueron creadas


el año 1972 por la Dirección de Industria y Comercio (DIRINCO) por
resolución Nº 112 y publicada en el Diario Oficial el 4 de abril de ese año.
Estas unidades administrativas locales cumplían la función de abastecer de
productos de consumo masivo, en forma eficiente y equitativa ante el
acaparamiento que realizaba el empresariado.

33

Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación, volumen II, pág. 22.


Santiago febrero de 1991, caso Guillermo Amador Álvarez Cañas.

34

El 5 de Octubre fueron sacados del Regimiento Tejas Verdes: Ceferino del


Carmen Santis Quijada, Víctor Mesina Araya, Jorge Luis Ojeda Jara, Luis
Norambuena Fernandois, Gustavo Farías Vargas y Florindo Alex Vidal
Hinojosa, cuyo cadáver fue encontrado en la desembocadura del río Rapel el
17 de octubre de 1973 y entregado a sus familiares. Los cuerpos de Víctor
Mesina y José Luis Ojeda también fueron encontrados en la desembocadura
del río Rapel y sepultados, en el Cementerio Parroquial de San Antonio, por
orden judicial y sin reconocimiento de sus familiares. Según declaración
judicial de Hernán Becerra Madrid (junio de 19991) todas esas personas
habrían sido asesinadas y sus cuerpos lanzados al mar, incluso, el cuerpo de
Ceferino Santis habría sido encontrado por un barco de la Pesquera Chile,
siendo su piloto Ramón Urbina, obligado por los militares a ser nuevamente
lanzado al mar.

35

Ver Causa Rol 40.211-6, 10º Juzgado del Crimen de Santiago interpuesta
por la desaparición del ciudadano Uruguayo, Julio Cesar Fernández.
Declaración jurada de Carmen Esther Núñez Rodríguez, 8 de diciembre de
1990. Declaración Policial de Onofre Segundo Águila Parra. Declaración
Policial de Ana Graciela Becerra Arce. Declaración Policial de Olga
Alejandrina Letelier Caruz.

36

Entrevista de Manuel Contreras V. con la autora, 20 de mayo de 1999.

37

Ver Archivos de la Vicaría de la Solidaridad. Dossier de ciudadano


uruguayo Julio Cesar Fernández detenido desaparecido de Tejas Verdes.
Declaraciones juradas de suboficial Ramón Luis Carriel Espinoza y los
exdetenidos: Onofre segundo Aguila Parra, Nelson Héctor Vásquez
Lamarque, Olga Alejandrina Letelier Caruz, Ana Graciela Becerra Arce,
Mariela Sofía Bacciarini Inostroza.

38

Entrevista de Manuel Contreras V. con la autora, 20 de mayo de 1999

39

Se refiere al General de Carabineros Germán Campos. En 1977 cumplía el


cargo de Prefecto de Santiago.

40

Ibíd. Fojas 2332


41

Entrevista de Manuel Contreras V. con la autora 20 de mayo de 1999

42

Marcia Merino Vega. “Mi Verdad, más allá del horror yo acuso”. Sin
editorial, julio 1993, pág. 96-97

43

Conferencia Tomo XXX, Cuaderno principal, Corte de Apelaciones de


Santiago, Rol Nº 2.182-98, fojas 9394

44

La DINA ocupa lo que había sido un centro de la Escuela de Agronomía


de la Universidad de Chile en la Rinconada de Maipú

45

Ibíd. Declaración Policial de Gabriela Órdenes

46

Ibíd. Fojas 9394

47

Ibíd. Fojas 10007

48

Se refiere al teniente de Carabineros Ricardo Lawrence Mires y al coronel


Juan Morales Salgado, encargado de la brigada Tucapel.

49

Ibíd. Fojas 3374


50

Ibíd. Fojas 3376


Capítulo II
La clínica Santa Lucía
Juro por Apolo el Médico y Esculapio y por Hygeia y Panacea y por todos
los dioses y diosas, poniéndolos de jueces, que este mi juramento será
cumplido hasta donde tenga poder y discernimiento... Llevaré adelante este
régimen, el cual de acuerdo con mi poder y discernimiento será en beneficio
de los enfermos y les apartará del perjuicio y el terror. A nadie daré una
droga mortal aun cuando me sea solicitada, ni daré consejo con este fin. De
la misma manera, no daré a ninguna mujer supositorios destructores;
mantendré mi vida y mi arte alejado de la culpa... si cumplo este juramento y
no lo quebranto, que los frutos de la vida y el arte sean míos, que sea
siempre honrado por todos los hombres y que lo contrario me ocurra si lo
quebranto y soy perjuro…

(Extracto de Juramento Hipocrático)

La clínica Santa Lucía estaba ubicada en la calle del mismo nombre, frente
al cerro desde donde se fundó Santiago. Es un edificio de cuatro pisos con un
altillo y su dirección exacta era Santa Lucía Nº 162.

Hasta 1973 había pertenecido al Movimiento de Acción Popular Unitaria


(MAPU) y por él habían pasado cientos de jóvenes, militantes del Regional
Centro, sin saber que se convertiría en un lugar de dolor y muerte. El mismo
11 de septiembre, la sede fue allanada y confiscada, gracias a las ordenanzas
de la Junta Militar que permitían usurpar los bienes a los partidos políticos de
izquierda y a sus dirigentes.

Si bien no está muy clara la fecha exacta de su inicio como “clínica”, si se


sabe que durante los primeros meses del año 1974 se usó como dormitorio de
las agentes operativas de la DINA. Solo desde octubre, aproximadamente, se
comenzó a utilizar para internar a detenidos que estaban en muy malas
condiciones, con el fin de mantenerlos vivos para seguir interrogándolos,
hasta que se decidiera su muerte o reintegrarlos a los centros de torturas.

En ese lugar se torturó hasta la muerte con la asesoría de médicos,


enfermeras y auxiliares de enfermería. Ese es el caso de Juan Carlos
Rodríguez, dirigente del MIR detenido el 17 de noviembre de 1974, junto a
su esposa Cecilia Castro Salvadores. La madrugada del 18, a pocas horas de
haber llegado al cuartel Ollagüe, se produce un enorme alboroto entre los
agentes. Rodríguez es sacado a toda prisa de la sala de torturas y trasladado
hasta la clínica Santa Lucía, donde fue torturado hasta la muerte. Hoy, Juan
Carlos, junto a Cecilia, integra la lista de detenidos desaparecidos.

Para ese fin se habilitaron cuartos con camillas e implementos que


permitían realizar intervenciones quirúrgicas simples. Las condiciones
sanitarias del lugar no eran lo más importante, solo eran detenidos, incluso en
la buhardilla tenían celdas para mantener a quienes no requerían estar en
camillas.

Entre los detenidos que estuvieron en este lugar y que hoy se encuentran
desaparecidos: Nilda Patricia Peña Solari (MIR), Ida Vera Almarza (MIR),
Diana Arón Svilgisky (MIR), Michelle Marguerite Peña Herreros (P.S.),
Mireya Rodríguez Días (P.S.), Juan Carlos Rodríguez Araya (MIR), Isidro
Pizarro Meniconi (MIR), René Roberto Reyes Acuña (MIR), Dagoberto San
Martín (MIR), Ariel Mansilla Ramírez (P.S.).

La planta estaba compuesta por cuarenta y cuatro funcionarios, entre los


que se encontraban los médicos Osvaldo Leyton Bahamondez, Werner
Zanghellini Martínez, Vittorio Orvieto Tepilzky, Roberto Lailahacar Chávez,
Sergio Muñoz Bontá (dentista). Además, había expertos en comunicaciones
para manejar los equipos que mantenían a este lugar en contacto directo con
los centros de torturas.

Uno de los casos más dramáticos es el que narra el médico Patricio Bustos
Streeter, detenido junto a su esposa el 10 de septiembre de 1975. Debido a las
atroces torturas, Bustos fue trasladado de urgencia a Santa Lucía a los tres
días de haber llegado a la Villa Grimaldi. No era por razones humanitarias
que lo trasladaban; la DINA buscaba con afán llegar hasta la dirección de su
partido y lo necesitaban con vida. Esposado a la camilla y tratado con
medicamentos, los agentes lo presionaban bajo torturas para que delatara a
sus compañeros. Entre las contorsiones, espasmos y gritos que se le
escapaban, escuchaba por radio los gritos de su esposa embarazada, que
estaba siendo torturada en la Villa Grimaldi, para quebrar su resistencia.

Allí también llegaron mujeres que, estando embarazadas, eran torturadas


con la aplicación de electricidad al feto, con el fin de producirles un aborto y,
con ello, imparables hemorragias.

Fue ahí donde instaló su cuartel general Ingrid Olderock en abril de 1974.
Ella lo habilitó como dormitorio de sus agentes jóvenes y solteras, que eran
sus preferidas.

- ¿Esa Santa Lucía era la clínica Santa Lucía?

«¿Clínica Santa Lucía? ¡Eh! Sí. Era la clínica Santa Lucía. Ahí había un
archivo. Pero la verdad es que no me acuerdo… Después del atentado quedé
con una bala en la cabeza y se me olvidaron muchas cosas».

Siguió reclamando contra Mendoza y el atentado que, según ella, la había


dejado sin memoria. Esa será una tónica recurrente a lo largo de la entrevista.
Cada vez que buscaba evitar una pregunta o se daba cuenta de sus
contradicciones, acudía a su memoria extraviada producto de la bala
incrustada en su cerebro.

La psiquiatra Katia Reszczynski explicó por qué Olderock mentía cuando


recurría al argumento de la amnesia para evitar una pregunta incómoda.

«La amnesia, que es la pérdida de la memoria en caso de personas con


daño cerebral o traumatismo cerebral, no es selectiva. No puede ser amnesia
para ciertos aspectos y recuerdos para otros. La amnesia, la traumatización
cerebral es siempre lagunar, o sea, como una laguna, es un espacio de tiempo
que se borra cien por ciento. No es que ella pueda recordar “sí la clínica Santa
Lucía, no la Venda Sexy”: o está borrado todo o es falso lo que ella está
diciendo. De acuerdo con lo que dice Olderock, esa es una amnesia simulada.
Ella no sabe lo que es la amnesia y por lo tanto lo simula mal».

Lo que ella elude permanentemente en la entrevista y en tribunales es su


participación directa en crímenes de lesa humanidad, por eso
persistentemente señala que quería retirarse de la DINA cuando sus agentes
andaban realizando operaciones de secuestros.

De acuerdo con el testimonio entregado por la mamá de María Inés


Alvarado Borgel, detenida el 15 de julio de 1974, Olderock habría concurrido
hasta su casa en los días posteriores a su secuestro:

«Un día, cerca de la una de la tarde, yo llegaba a la casa y abrí la puerta y


encuentro a mi niña parada en la entrada. Ella estaba chascona, con la vista
fija y tenía carita de pena. Me acerqué corriendo porque pensé que me la
traían de vuelta, pero no era así. No me dejaron tomarla. En esa época y
durante años siempre andaba corriendo porque esperaba llegar a la casa para
saber si habían llamado o me habían llevado de vuelta a María Inecita. Nunca
olvidaré: ella estaba parada y a cada lado había una persona; una era Osvaldo
Romo51, al que conocíamos, y al otro lado estaba una mujer gorda, de pelo
corto y con pinta de alemana. Después supe que esta mujer, si se puede
llamar así, era Olderock».52
María Inés fue secuestrada en plena vía pública cuando tenía 21 años. Fue
llevada por agentes de la DINA tres veces a su casa. En una ocasión estuvo
dos días con sus captores junto a toda su familia. Ellos comieron y durmieron
a costa de la familia. Además, los obligaron a entregar dinero a los agentes
que se llevaron a María Inés, sin que pudieran ayudarla. A dos años de su
desaparición, la DINA seguía atormentando a su familia. «Una vez llegó un
joven diciendo que era amigo de mi hija y que había sabido que María Inés se
había casado, así que le llevaba un regalo. Nosotros volvíamos a pensar que
María Inés estaba viva en alguna parte. Años después, a través de una
llamada telefónica, dijeron: “No busquen más a su hija, ella fue lanzada al
mar en Puerto Montt”».

Las enfermeras que trabajaron para la DINA son: Irma Enriqueta Aguilera
Mitchell, Eliana Carlota Bolomburu Taboada, Isabel Margarita Jarpa Riveros,
Emilia del Carmen Espinoza Jara, Ana Georgina Henríquez Moscoso, Jazna
Elba F. Larraechea Valdés, María Soledad Loyola Becerra, Esperanza Rosa
Mesa Aguilar, Luz Elcira Miranda Montecinos, Fernanda Segura Jara,
Melania Soto Cubillos, Silvia de las Mercedes Valdés Uribe y Milenio
Cecilia Zulic Lolic.
51

Osvaldo Romo Mena fue el torturador más conocido en los recintos de la


DINA. Romo Mena pasó de delincuente de poca monta a dirigente
poblacional por la Unión Socialista Popular (USOPO). Su fama había sido
construida por El Mercurio en agosto de 1972, cuando su nombre aparece
destacado por su actuación en los incidentes producidos durante la visita del
Presidente Salvador Allende a los campamentos de Lo Hermida. El año 1973
es nominado a candidato a diputado por Llanquihue USOPO. Tras el golpe de
Estado es detenido y comienza su ascenso como colaborador y luego como
agente y torturador. Fue detenido en Brasil en 1992 y permaneció detenido
hasta el 3 julio de 2007, cuando fallece.

52

Entrevista con la señora Inés Borgel en 1994.


Capítulo III
La Venda Sexy o Discoteque
- ¿Usted estuvo en la Venda Sexy?

«¿La Venda Sexy? ¿Dónde quedaba? ¡No!»

- La Venda Sexy era una casa de dos pisos con una escala central que
subía al segundo piso y quedaba en Los Plátanos con Irán, en la comuna de
Macul «¿En Los Plátanos con Irán? No. No recuerdo. Yo no la conocí, nunca
estuve ahí».

- ¿No recuerda el lugar? Ahí había perros y funcionó hasta diciembre de


1974.

«No, estoy segura que no estuve nunca ahí. Si usted no me cree, puede
hacerme una prueba con hipnosis; yo eso se lo he dicho mucho a la jueza:
“interrógueme con hipnosis”, y no me ha hecho caso. Y tampoco me quieren
creer que yo no estuve en ninguno de los lugares donde se me acusa de haber
torturado a personas.

«Usted no me va a creer, pero desde el accidente yo he olvidado muchas


cosas. Si cuando salí del hospital no sabía hablar castellano, hablaba en puro
alemán. También se me olvidó tocar el violín. Yo había aprendido de chica a
tocar el violín. No sé por qué me pasó eso. Yo tuve que aprender a hablar en
castellano nuevamente y eso no me lo cree el juez».

La DINA experimentó la hipnosis como medio para obtener información,


sin ningún resultado. Para esta práctica tenían a Osvaldo Pinchetti Gac, alias
“El Brujo”, el “Doc” o el “Charla”, que había sido un locutor en la Radio
Occidente de La Serena. Era el especialista radial en consejos esotéricos y
leía los horóscopos. Ahí conoció a Marcelo Morén, cuando éste era oficial
del Regimiento Arica. Entre las conversaciones que tuvieron, Pinchetti lo
habría convencido de sus poderes y de la ventaja de la hipnosis para quebrar
la voluntad de las personas. Le argumentaba del uso que la CIA había hecho
de estos métodos, además de otras agencias de inteligencia, pero lo cierto es
que Pinchetti no era más que un charlatán de pueblo.

Olderock, como todos los demás, sabía de los nulos resultados que había
tenido esta práctica en la DINA, por eso la sugería a modo de
convencimiento de su inocencia en las atrocidades cometidas en la Venda
Sexy.

La doctora Reszczynski explica por qué este método no sirve para


demostrar si alguien miente o dice la verdad. «Voy a poner a la hipnosis en
un paralelo con lo que se llama “droga de la verdad”, que es el Pentotal. El
Pentotal es una sustancia química que se usa para la anestesia y se descubrió
que cuando se anestesia a las personas, en el momento en que están
despertando, en ese nivel de semi-conciencia, es posible hacer preguntas y
obtener respuestas sin mecanismos de defensa.

«La hipnosis y el narcoanálisis son métodos que se utilizan en psiquiatría y


psicología, especialmente en psiquiatría por el uso de drogas, con el objeto de
extraer información del subconsciente, pero siempre con la voluntad del
paciente. El paciente está sufriendo y siente que desde la conciencia no logra
extraer de su pasado las vivencias que le permitan ayudarle al terapeuta a
elaborar sus procesos de análisis patológicos. Esa voluntad es la que permite
que tanto la hipnosis como el narcoanálisis sean eficaces.

«Si hay un paciente que se resiste, que no quiere ser hipnotizado o no


quiere someterse al narcoanálisis porque pueden aparecer vivencias que él no
quiere recordar, no es posible hacerlo recordar, es ineficaz como método para
ayudarlo o descubrir; ahí viene el arte del interrogador para eso. En principio,
si no hay voluntad de colaborar, no es posible extraer información con la
hipnosis o el narcoanálisis».

- ¿Usted dice que no recuerda ese recinto de la DINA?

«No sea porfiada –responde Olderock, molesta- ya le dije que nunca fui a
ese lugar, no sé dónde quedaba, no tengo idea de qué me habla. No se da
cuenta que la DINA era un servicio de tareas secretas, no conocíamos todo.
Toda la inteligencia de las Fuerzas Armadas trabaja así, no ve que puede
meterse un enemigo entre medio y dejar la embarrá».

A pesar de su negación y molestia ante la insistencia de la pregunta, ella sí


estuvo ahí. Quien lo confirma es la ex detenida Alejandra Holzapfel Picarte,
estudiante de Medicina Veterinaria en la Universidad de Chile y militante del
MIR en la época. «Los torturadores eran casi puros hombres. Básicamente
eran hombres. La única mujer que allí había -o que por lo menos yo recuerdo-
es Ingrid Olderock. La recuerdo como una mujer muy ronca. Incluso, al
principio, yo pensé que era un hombre por lo ronco de su voz y por lo
voluminoso de su cuerpo. Yo no la vi, porque estaba vendada, pero uno
sentía que la persona que estaba allí ocupaba gran parte de ese lugar. Ella a
mí me torturó con perros».

Efectivamente, Olderock era una mujer de cuerpo voluminoso, ademanes


bastante bruscos y un tono de voz masculino, que se acentuaba por su
condición de fumadora compulsiva.

Las torturas con perros se realizaban en el subterráneo y, para entrar a él,


«había que salir por el patio y bajar una escalera que conducía a una pieza
pequeña -recuerda Alejandra. Yo, cuando estaba allí, sentía muchas risas,
muchas carcajadas y pensaba que había mucha gente en ese lugar. Con el
tiempo fui hasta ese lugar y me di cuenta que era un lugar muy chico, pero
tenía una ventana y seguramente allí estaban los guardias y otros torturadores
viendo cómo me torturaban y les causaba risa las aberraciones que estaban
cometiendo conmigo».53

Toda la normalidad que existía en el país el día 10 de septiembre de 1973,


se perdió en pocas horas. La muerte se introdujo por cada rincón y nada pudo
detener la tragedia. Colegios, universidades, casas, hospitales, centros
vacacionales, estadios, barcos, clubes deportivos y otros lugares fueron
transformados en espacios de destrucción humana y social. Los prisioneros,
en un periplo de dolor, iban de un lugar a otro, antes que se decidiera su vida
o su muerte.

Para acentuar el efecto psicológico de la derrota, se usaron como centros


de torturas lugares que tenían cierta connotación histórica o política para los
detenidos: el Estadio Nacional; la sede del Partido Socialista de Londres 38;
la casa de José Domingo Cañas -perteneciente al sociólogo de la Teoría de la
Dependencia, Theotonio dos Santos-; Villa Grimaldi, un lugar conocido por
la bohemia progresista; la sede del MAPU en Santa Lucía 162; sedes de la
Universidad de Chile; la Casa de Piedra del propietario del diario El Clarín;
cabañas de playa de sindicatos y, entre otras, la casa de propiedad de un
militante de izquierda, en Irán con Los Plátanos, comuna de Macul, al sur
oriente de Santiago.

La casa de Irán 3037 era un chalet esquinero, de arquitectura modernista de


fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Era la clásica
vivienda de clase media profesional, con amplios jardines. Estaba separaba
solo por unos pocos metros de otras casas similares y en la esquina casi se
topaba con la calle.

Había sido arrendada a la DINA por Luis Gonzalo Muñoz Muñoz,


hermano de Héctor Domingo Muñoz Muñoz, propietario del inmueble, que
se encontraba viviendo en el extranjero. Tras la publicación de los avisos de
arriendo en el diario, concurrió el agente de la DINA Miguel Hernández,
quien vestía uniforme de Carabineros. Él le explicó a Luis Muñoz que
necesitaba arrendar una casa con esas características para el alojamiento de
funcionarios que llegaban desde provincia.54

Apenas fue arrendada, comenzaron a llegar los autos que entraban raudos
por el portón del estacionamiento. El primer detenido que llegó a esa casa fue
Luis Lecaros Munita, militante del MIR y su ingreso fue en el mes de junio
de 1974.

En los recuerdos de los detenidos, el suelo del garaje, por donde


ingresaban los vehículos, estaba cubierto por una capa de gravilla que emitía
un sonido muy particular y advertía la llegada de los vehículos, que
generalmente traían o llevaban detenidos. La casa tenía dos plantas y un
subterráneo, al que se ingresaba por el jardín posterior, pasando por la cocina.
Contaba con una escalera de piedra blanquecina –que muchos detenidos
confundían con mármol- que comunicaba el primer piso con la segunda
planta, donde había tres cuartos y una terraza. En el primer piso estaba el
living, usado para recibir a los detenidos, hacerles una ficha de ingreso, darles
los primeros golpes, a la vez que eran desnudados para ser llevados de
inmediato a torturas. Las otras dos piezas estaban destinadas a mantener a los
detenidos. En una estaban los hombres y en la otra las mujeres. Había una
cocina y un baño completo, con una ventana circular que tenía el vidrio roto,
desde donde las detenidas podían ver la casa vecina, que se encontraba a
escasos metros.

A pesar que hombres y mujeres se encontraban en cuartos contiguos, les


era imposible verse o comunicarse. Solo algunos pudieron tener contactos
puntuales: hubo fugaces encuentros entre parejas, donde pudieron entrecruzar
algunas palabras de apoyo.

Alejandra recuerda que estuvo con «Renato Sepúlveda Guajardo, que


estaba en una escala, casi agonizando y yo tuve que ir a verlo sin poder hacer
nada. Solo lo traté de confortar, haciéndole cariño. No había nada más que yo
pudiera hacer, solo llorar y tratar de que sintiera un poco de afecto». Renato
Alejandro Sepúlveda Guajardo tenía 21 años el 12 de agosto de 1974, cuando
fue detenido por la DINA cerca de las 9:00 de la mañana en la facultad de
Medicina de la Universidad de Chile, donde estudiaba. El 20 de diciembre
fue detenida su esposa María Isabel Joui Petersen, estudiante de Economía de
la Universidad de Chile. A partir de la detención de Renato, quien era
conocido como “el Chueco”, la DINA seguía los pasos de María Isabel.
Había allanado su casa, la casa de sus padres, sin poder encontrarla. Ese día
fue a visitar a su amigo Francisco Javier Rozas Contador. No pasaron ni 20
minutos cuando, violentamente, abrieron la puerta unos civiles armados que
buscaban a Francisco Javier. Con las manos en alto los hicieron identificarse;
al escuchar el nombre de María Isabel se alegraron, expresándoles la suerte
que tenían de encontrar a la “chica Ximena”. Ambos fueron vendados y
llevados hasta la Venda Sexy. De acuerdo con los testimonios del caso, María
Isabel y Renato pudieron verse y conversar el día 23 de diciembre de 1974.
Ambos fueron trasladados a la Villa Grimaldi, donde Renato fue
terriblemente torturado por Marcelo Morén, quien lo mantenía en La Torre de
Agua. María Isabel y Renato Alejandro fueron sacados de la Villa Grimaldi
el 8 de enero de 1975. Francisco Javier se encuentra desaparecido desde el
día 23 de diciembre de 1974, cuando fue llamado a interrogatorio y luego
sacado de la Venda Sexy.

Aunque las torturas y las violaciones sexuales sistemáticas eran realizadas


en los cuartos del segundo piso, el pánico desatado estaba en el subterráneo.
Al subterráneo se bajaba por una escala pronunciada, de quince escalones.
El lugar era oscuro, frío, húmedo y en la parte superior de sus paredes había
unos ventanucos que daban a la escala que bajaba desde el patio trasero de la
casa, por donde escapaban los alaridos que los vecinos sentían sin inmutarse.

Beatriz Bataszew Contreras fue detenida el 12 de diciembre de 1974 en la


vía pública, cuando se encaminaba al “punto de rescate” con un compañero.
Sabía que corría riesgos porque el compañero no había llegado a los otros dos
“puntos” y podía estar en manos de la DINA, como ocurrió. De un momento
a otro, se vio violentamente subida a un vehículo, al tiempo que era golpeada
y vendada. A toda velocidad, atravesaron la ciudad y llegaron a un lugar que
identificó como cercano a la Rotonda Quilín, por donde pasaba casi a diario
para ir a la Universidad. «Ahí llego vendada, me quitan las cosas, me
preguntan algunos datos básicos, me dejan esperando y me llevan al
subterráneo, a la tortura. El subterráneo era, desde mi perspectiva, estando
vendada, muy, muy grande. Normalmente, en este subterráneo había cuatro,
cinco o seis individuos que realizaban las torturas, ahí también estaba el perro
“Volodia”».55

Como centro de torturas masivo comenzó a funcionar en septiembre de


1974 y, en agosto, habían llegado solo dos detenidos, entre ellos la doctora
Patricia Barceló, que era traída desde Londres 38.

A cargo de este centro de torturas y exterminio estaba la Brigada Purén. El


comandante del lugar era el mayor de Ejército Gerardo Ulrich González, alias
“Mano Negra”, un sujeto de personalidad narcisista, con un sentido
exagerado de la superioridad, violento, irascible, gustoso de las prácticas
sádicas con los débiles, de ideas nazis y profundamente misóginas. Sobre él y
a cargo de la brigada estaba el mayor Raúl Iturriaga Neuman, conocido por
su frialdad, desprecio por la vida, la justicia y el pensamiento diferente.

También concurría a este lugar el civil Osvaldo Pinchetti Gac. Su función


era someter a los detenidos a sesiones de hipnosis. Pero él aseguró ante la
justicia que asistió a varios recintos porque Manuel Contreras le dio la orden
de ir a todos los recintos de la DINA a medir el “coeficiente intelectual del
personal, con hipnosis”56.

Además se desempeñaba ahí Miguel Hernández Oyarzo y un grupo de


agentes y torturadores que provenía de la Policía de Investigaciones, entre los
que se encontraban Manuel Rivas Díaz, Risiere Altez España, Hugo
Hernández Valle y Juan Antonio Salazar Gatica. A este grupo lo llamaban
“los papis” y su principal función era torturar, violar y ultrajar a detenidos y
detenidas. También participaban en los asesinatos y lanzamientos de cuerpos
al mar.

Este lugar fue conocido como “La Venda Sexy”, debido a la perversidad
sexual de las torturas que inflingían a todos los detenidos. Beatriz asegura
que las vejaciones sexuales en este recinto era en «todos los lugares y durante
todo el tiempo». Otro nombre que usaban para identificar el lugar en la
abyecta jerga militar era “La Discoteque”, debido al volumen de la música
que sonaba todo el día, con el fin de ocultar a los vecinos los gritos
desgarradores de los detenidos durante las torturas.

Alejandra pasó por más de un centro de estas características y asegura que,


para ella, «la Venda Sexy era un lugar de detención y torturas más sofisticado
que Villa Grimaldi. Sofisticado en función de los objetivos de la represión y
los métodos de obtener información. Me refiero a las torturas. Allí estaba
siempre sonando una radio con música FM, la música que recuerdo era como
Roberto Carlos, esa de “quiero tener un millón de amigos”, o Julio Iglesias, y
había una que decía algo así como “me gustan las mujeres, me gusta el vino
... amo la vida, amo el amor... soy un truhán, soy un señor…”».

Ese lugar se especializó en la represión a los estudiantes universitarios, en


su gran mayoría del MIR, aunque los primeros desaparecidos eran militantes
del Partido Socialista. «Yo creo que mi traslado a la Venda se decidió por
motivos de que allí estaba todo el grupo con el cual yo trabajaba
políticamente. Así, la DINA facilitaba su tarea al tenernos a todos juntos. En
cambio, en la Villa Grimaldi, había personas que yo conocía y que me
conocían, pero no teníamos nada que ver en el trabajo político. Me parece
que ellos tenían especializadas las tareas represivas por grupos de trabajo
político dentro del MIR.57

«No sé cómo se decidía quiénes pasaban a la Venda Sexy, pero sí es


posible que haya sido por las tareas políticas que realizábamos, porque en la
Venda la mayoría de la gente que estaba detenida eran estudiantes del GPM
558. En cambio, en la Villa Grimaldi había de todo, había militantes de
distintos grupos. Creo que el grueso de las personas que estábamos ahí
éramos miristas», dice Beatriz.

Otra de las particularidades de este lugar era que los agentes cumplían
rigurosamente las ocho horas de trabajo, ni un minuto más, ni uno menos… a
menos que llegara un detenido a última hora y eso significaba que lo
torturaban hasta cuando el jefe así lo dispusiera. Luego se retiraban dejando
solo a la guardia. Por lo tanto, la noche se transformaba en el momento de
descanso, aunque los guardias no perdían el tiempo y amedrentaban a los
detenidos para mantenerlos en una situación de angustia permanente. Por lo
general, esa era la hora en que sacaban a las detenidas y las trasladaban al
segundo piso para ser violadas».

Beatriz recuerda que la noche que fue detenida «me subían y me bajaban.
Me subían del subterráneo al primer piso y me bajaban para seguirme
torturando. No recuerdo cuántas veces fueron, ni cuánto duró este proceso,
pero fue muy largo. Ya en la mañana me llevaron a la pieza de las mujeres».

Además de estas atroces particularidades, en este lugar se torturaba hasta la


muerte a quienes ya se había decidido eliminar. Era un lugar terminal, se
mataba in situ a quienes Ulrich, Iturriaga y Contreras decidían que debían
desaparecer. Los otros detenidos eran devueltos a la Villa Grimaldi o a
Cuatro y Tres Álamos.

Elías Padilla ha sido enfático en destacar esta terrorífica característica59:

«Yo llegué detenido con mi hermano el 26 de noviembre de 1974. El día


anterior habíamos estado en la Villa Grimaldi. No estuve mucho tiempo en la
Venda Sexy, a la que también la llamaban La Discoteque, porque hacían
funcionar la radio todo el día a volumen muy alto para que no se escucharan
los gritos de los torturados.

«El tiempo que estuve ahí sí pude darme cuenta del funcionamiento de ese
centro de torturas. La imagen que tengo es la de un lugar que operaba como
una oficina pública. Comenzaban a llegar a las ocho y media los equipos de
torturadores y se iban a las seis. No se parecía en nada a lo que se cuenta de
otros centros de torturas que funcionaban sin parar. Por la noche los guardias
que quedaban sacaban a compañeras detenidas, las subían al segundo piso, yo
supongo que para violarlas. Eso era la muestra de la arbitrariedad y del abuso
de poder de quienes estaban armados ante un grupo de personas desarmadas,
atadas, vendadas y heridas físicamente por las torturas.

«Lo más impactante era la vulgaridad de todos, la brutalidad sin medida, el


lenguaje procaz que no permitía distinguir si eran oficiales o suboficiales, lo
que sí se podía distinguir en otros centros de torturas.

«Con respecto a que el uso de torturas sexuales haya sido lo que diferenció
a este centro de detenidos, no estoy tan seguro. Sé que se violaban mujeres,
pero eso ocurría también en otros centros. Sé que a los hombres se les
obligaba, o por lo menos ocurrió una vez, a tener relaciones sexuales entre
ellos delante de los guardias.

«Lo que sí me parece que distingue a este centro de otros es que aquí se
realizaba toda la tarea: eran operativos, torturadores y se encargaban de
asesinar y desaparecer a los detenidos. En esas tareas participaban todos los
que estaban allí y por eso intentan sistemáticamente desconocer su paso por
la Venda. Los agentes que pasaron por ese lugar saben qué pasó con los
detenidos que allí estaban y luego desaparecieron. En otros centros las tareas
estaban divididas, existían los operativos, los torturadores y quienes
desaparecían no era personal del centro.

«Ese lugar era aterrador. Había un sótano y ahí llevaban a los detenidos
que desaparecían. Yo creo que ahí los mataban. Y creo eso, porque estando
en Cuatro Álamos, Antonio Soto Cerna -hoy detenido desaparecido-, me
contó que un día lo habían llevado a interrogatorio en el subterráneo. Cuando
entró, vio que en un rincón había un muerto de varios días, lo tenían tirado
allí. Desgraciadamente, no pudimos hablar más, no supe el nombre ni la
descripción de la persona muerta; a él lo fueron a buscar y desapareció.

«Recuerdo que el 30 de noviembre obligaron a Luis Mahuida, hoy


detenido desaparecido, a escribir toda su historia política. Cuando terminó, le
entregaron todas sus cosas y se lo llevaron. Nunca llegó a otro lugar.

«En ese lugar se vivía de manera diferente el terror. Ahí rondaba en el


ambiente que se mataba a los detenidos; todos temíamos ir al subterráneo
porque se sabía que ahí torturaban hasta la muerte a las personas. Uno vivía
angustiado esperando que lo llevaran al subterráneo, porque no sabíamos qué
podía pasarnos».

Alejandra profundiza:

«Ahí se eliminaron a varias personas. Creo que, a diferencia de otros


centros de torturas, allí se tomaba directamente la decisión de hacer
desaparecer a las personas. Un día, fue la noche antes de Pascua de 1974,
unos guardias se pusieron a tomar hasta curarse, luego tomaron a las presas y
sacaron a varios detenidos de la casa, luego hubo balazos y se fue la
camioneta».

Coincidente con la declaración de Alejandra, el ex agente de la DINA


Manuel Rivas Díaz declaró ante la justicia que «era conocido entre todos los
funcionarios que trabajábamos en los cuarteles operativos de la DINA, que
los detenidos eran asesinados y sus cuerpos arrojados al mar. Incluso, antes
de la navidad del año 1974, fui designado para integrar un grupo de agentes
que tenía como misión trasladar a los detenidos en helicóptero, es decir,
asesinar a los presos y arrojar sus cuerpos al océano».

Dos de ellos eran los hermanos Fernando y Nilda Peña Solari. Nilda era
estudiante de Ciencias en el Departamento de Biología de la Universidad de
Chile, tenía 21 años y fue detenida por la DINA el 9 de diciembre de 1974.
Se encontraba embarazada al momento de su secuestro, pero las vejaciones y
torturas le produjeron un aborto, seguido de intensas hemorragias y dolores,
siendo llevada a la clínica Santa Lucía y devuelta el día 12 de diciembre. El
22 de diciembre fue sacada de la pieza de las mujeres y trasladada al
subterráneo, junto a otros detenidos, entre los que se encontraba su hermano.
Ahí todos fueron inyectados con un producto letal. Pero Nilda no quería
morir, su tenacidad y apego a la vida la hizo resistir al químico inoculado por
los agentes. La orden fue que la ahorcaran para terminar con el problema. En
una fría mesa, un grueso alambre cortó su débil respiración y apagó su vida
de manera brutal.

El agente Rivas relata desde la distancia el episodio:

«Mientras estaba en ‘La Venda Sexy’, sin avisar, abrí una puerta de una
oficina, pudiendo observar a dos agentes operativos, al parecer funcionarios
de Carabineros, que con una cuerda ahorcaban a una persona, mientras tenían
a otra ya muerta en el piso y una tercera se encontraba al interior de un saco
plástico color blanco».

Prosigue su relato señalando que a este lugar concurría un sujeto al que le


decían “Jefe”, o “Papito”. Este hombre hacía visitas periódicas y comentaba
sobre los detenidos que habían llegado o que estaban desde hacía días allí,
para finalmente elegir alguno y llevarlo a la sala de torturas que estaba en el
segundo piso. Pero lo más temido y de mayor violencia estaba en el sótano y
podía decirse que cuando los llevaban allá era para matarlos.

De acuerdo a los estudios realizados sobre los detenidos desaparecidos en


la Venda Sexy, «uno de cada dos detenidos fue desaparecido en este lugar, un
porcentaje altísimo. Pero si uno compara el período fuerte de la Venda –entre
octubre y diciembre de 1974-, ese porcentaje sube. Lo que uno puede inferir
es que muchas de las personas que iban a morir se las enviaban ahí», dice
Beatriz.

Por estos motivos, las declaraciones de ex detenidos que pasaron por este
recinto son muy escasas, así lo reconocen varios:

«Para muchos de quienes pasamos por esta Venda, por el tipo de torturas
sexuales, nos ha costado testimoniar y eso ha representado una dificultad.
Esto ha significado la invisibilización de la Venda Sexy. Por otro lado,
tenemos un país que no ha tomado a la tortura como un delito de lesa
humanidad; basta ver la cantidad de procesos y condenas que hay por torturas
para darse cuenta que ni el Estado, ni la sociedad ha internalizado lo que
significa la tortura. En este caso, producto del tipo de torturas a las que
fuimos sometidos, porque el grado de perversidad al que llegaron los agentes
es inimaginable para una mente medianamente sana, se nos ha dificultado
que se vea en su magnitud lo que ahí sucedió. Yo estuve seis días y fue
espantoso. Yo tenía cierta información sobre la tortura, pero la verdad es que
nunca me imaginé que podía ser como fue. Lo que ahí sucedía excedía todas
las posibilidades que entraban en mi imaginación».60

Elías agrega que: «Una de las razones que ha hecho que haya menos
declaraciones públicas sobre la Venda es que el sistema de terror que
aplicaron ahí sobrepasó todas las posibilidades de hacer daño a las personas».

«Creo que hubo violencia sexual hacia hombres y mujeres en la tortura –


dice Beatriz-, pero tengo la impresión que la violencia sexual era más
recurrente contra las mujeres ¿Por qué tengo esa impresión? Porque los
torturadores hacían muchas expresiones de odiar a las mujeres. Estas
mujeres, según lo que ellos decían, teníamos que estar en la casa, no teníamos
que andar hueviando, teníamos que estar donde ellos pensaban que la
sociedad le había asignado su puesto a las mujeres. Eso lo expresaban con
una bronca parida, particularmente porque muchas que estuvimos en la
Venda Sexy éramos estudiantes e íbamos camino a ser profesionales y eso les
producía una rabia tremenda. Eso lo expresaban constantemente de manera
soez “¡Maraca culiá, en vez de estar en su casa …!” La tortura sexual era
para ellos la expresión simbólica de una pedagogía basada en el terror a estas
mujeres que se salían del carril. Yo sentí mucho ese tipo de violencia. Lo
decían y lo repetían continuamente: “¿Tú que estai haciendo ahí, si tu
deberíai estar en tu casa…?”. O sino el: “¿Ah, no érai tan chora hueona?”.
Para ellos, nosotras rompíamos doblemente los patrones que la sociedad le
asignaba a la mujer, éramos militantes del MIR y estudiantes universitarias.

«Otra muestra de que las torturas eran dirigidas a bloquearnos como


mujeres, era que nos hacían que les tocáramos los órganos sexuales a
nuestros compañeros, a nuestros amigos. Era terrible, porque hacían que tú
toquetearas a tu amigo, al esposo de tu amiga… Te pedían a ti, no le pedían
al hombre que nos toquetearan. Eso era un ultraje para las dos personas, pero
al pedírtelo como mujer, se convertía en un doble ultraje».

A pesar de lo terrible que eran las torturas, las detenidas generaron


estrategias de resistencia: «Nos violaban constantemente, tanto así, que llegó
un momento en que las presas nos organizamos, descubrimos que los tipos
eran asquientos y a las mujeres que andaban con la regla no las violaban. Así
que cuando alguna compañera estaba con la menstruación, tenía que ensuciar
los pañitos, que eran pedazos de vestidos o pañuelos, para que el resto se los
pusiera. De esa manera, cuando nos desnudaban, parecíamos que
estuviéramos con la regla, hasta que un día se dieron cuenta y dijeron: “¡Estas
hueonas están todas con la menstruación!”, lo peor para ellos es que a pesar
del terror, habíamos construido un tipo de organización dentro de ese terrible
lugar. Pero allí todas las torturas eran basadas en aberraciones sexuales, por
eso cuesta que la gente hable de sus experiencias. Fue terrible.»

Cinco mujeres integran la fatídica lista de los 27 detenidos desaparecidos


de Venda Sexy, ellas son:

Eugenia del Carmen Martínez Hernández, 25 años, obrera textil, militante


del MIR

Ida Amelia Vera Almarza, 32 años, arquitecta, militante del MIR

Marta Silvia Adela Neira Muñoz, 29 años, empleada particular, militante


del MIR

Nilda Patricia Peña Solari, 23 años, estudiante universitaria, militante del


MIR

María Isabel Jui Petersen, 19 años, estudiante universitaria, militante del


MIR.
Baño de La Venda Sexy.
La escalera al segundo piso.
Patio trasero y acceso al sótano.
La bajada al sótano.
El Castigo
Ingrid Olderock era la única agente mujer a cargo de ejecutar torturas en
La Venda Sexy. Su depravado ensañamiento, usando perros adiestrados para
atentar contra un grupo de jóvenes «buscaba simbólicamente marcar en los
cuerpos y en las mentes que eso le pasa a las mujeres y hombres que
subvierten lo establecido».61

Según Foucault, el cuerpo ha sido utilizado históricamente como objeto y


blanco de poder. Si bien en sus inicios el castigo era meramente físico y tenía
como fin quitarle la vida al infractor del poder, esto fue cambiando en tanto
las sociedades se fueron sofisticando y la ciencia entregó técnicas más
refinadas de castigo, que no solo destruyeran los cuerpos, sino las mentes y
afectaran al cuerpo social del subvertido.

En ese espacio se ubican las torturas sexuales. Estas fueron experimentadas


por los nazis en sus campos de prisioneros e iban más allá de la violencia de
género y tenían como objetivo, desde el poder omnímodo del torturador con
su víctima, humillar los cuerpos degradados, despersonalizándolos al
vulnerar lo más privado y libre que tiene el ser humano: el derecho a su
sexualidad. El castigo a los cuerpos se aplicó en toda América Latina para
someter a las sociedades y adaptarlas a los arbitrios y vulneración de todo
tipo de derechos. En pocas palabras, adaptarla a la nueva forma de poder del
sistema neoliberal.

Hasta ahora solo se ha hablado de las violaciones sexuales en la tortura


como tema de género y no como sistema de castigo creado desde las más
altas esferas del Estado para destruir a ciertas categorías políticas, étnicas o
sociales. Quizás porque la sociedad basada en un patrón patriarcal asume que
el cuerpo de la mujer es un objeto de sumisión, vulneración y ultraje en todos
los espacios, está dispuesta a aceptar que su cuerpo se vulnere en lo sexual.
No así la violación sexual a los hombres, porque basados en esos criterios no
tiene explicación. Solo se explica en la medida que se analiza como parte del
sistema de destrucción, basado en la cosificación del hombre, que deriva en
la corrupción de la naturaleza humana.

Incluso las convenciones internacionales solo se refieren a la tortura sexual


a mujeres, evadiendo así que es una forma de castigo que afecta por igual a
hombres y mujeres (de todas las edades), en momentos de conflictos políticos
agudos.

En la experimentación del castigo, la Venda Sexy fue un lugar simbólico


para la DINA. Ahí se experimentó con el dolor de los cuerpos de manera
brutal, se sometió a los detenidos al terror sin límite, se usó a animales para
causar el mayor dolor físico y psíquico y se ensayó el carácter de lugar
terminal de detenidos.

A diferencia de otros centros de torturas –sin considerar que


posteriormente se usara para eso mismo el Cuartel Simón Bolívar-, allí se
torturaba hasta la muerte o se les inyectaba alguna sustancia letal para
introducir los cuerpos atados con alambres a rieles en sacos y luego lanzarlos
al mar.

Uso de animales en las torturas


Olderock, al igual que Manuel Contreras, Krassnoff y otros oficiales de la
DINA, estaba llena de respuestas evasivas. Mas aún cuando las preguntas
eran directas y apuntaban a su más terrible bajeza: el adiestramiento y uso de
perros para ultrajar a detenidas y detenidos.

- A usted se le acusa de haber entrenado perros para violar presas. Hay ex


detenidas que dicen que usted les daba la orden a los perros para cometer
aberraciones sexuales.

«Sí, me acusan de eso en Naciones Unidas, pero yo quisiera saber cómo se


hace para entrenar perros para hacer eso. Yo jamás he entrenado perros para
violar, yo soy entrenadora de perros y tengo premios, pero lo primero que
voy a decir es que yo solo he tenido perras, nunca perros.

«Oiga, usted sabe que a mí se me acusa de muchas cosas terribles. No sé


de dónde sacan esas cosas, pero yo estoy tranquila porque no he hecho nada
de eso de torturar».

- Si usted dice no haber entrenado perros para torturar, ¿quién lo hizo?


¿O la DINA la acusó a usted para que le hicieran el atentado?

«Yo creo que todo es posible, pero no entiendo por qué».

- ¿Entonces, cómo explica que se le acuse de haber participado en ese tipo


de torturas?

«¡Ah! no sé de dónde sacan tanta tontera, si a mí me han acusado de no sé


cuántas tonteras».

- ¿Y de dónde cree usted que sale esa información a los organismos de


derechos humanos?

«No sé. Yo he tenido que ir montones de veces a los juzgados porque se


me acusa de tanta barbaridad y yo cumplí en la DINA solo labores de analista
en la Brigada Purén y mi jefe era el mayor Ulrich».

Ulrich era jefe del cuartel La Venda Sexy y no de toda la brigada Purén,
cargo que respondía a Iturriaga Neumann. Si su jefe era el mayor Ulrich, ella
era parte de los agentes de La Venda Sexy y debió tener una posición de
poder al interior de ese recinto, debido a su grado de oficial.

Tal como acusa Alejandra Holzapfel, una de las torturas más aberrantes
que se cometieron en ese lugar fue la violación sexual con perros. Esto lo
vivieron hombres y mujeres, muchas (os) de ellas (os) están desaparecidas
(os) y otras (os) cargan silenciosamente con la experiencia más brutal de su
historia.

Olderock había reconocido ante una actuaria de tribunales que había


adiestrado al perro “Volodia”, a quien se refirió cariñosamente como “el
Volodita”, pero negó que fuera para atentar contra la dignidad de los
prisioneros. Sin embargo, ella lo había criado y adiestrado para responder a
sus órdenes en forma mecánica.
“Volodia” era un perro de raza ovejero alemán, de gran tamaño y fuerza.
Su raza, empleada por la policía de Carabineros por su respuesta rápida al
entrenamiento de obediencia, se había usado en los campos de concentración
nazis para morder y causar mayores tormentos a los prisioneros. Olderock,
conociendo estas virtudes, entrenó al animal para atacar sexualmente a los
detenidos y lo bautizó con el nombre del escritor y dirigente del Partido
Comunista Volodia Teitelboim.

Por esos años, la voz de Volodia Teitelboim se escuchaba todas las noches
a través de las ondas de Radio Moscú, emisora que muchos chilenos en Chile
y en todo el mundo sintonizaban por las ondas cortas. El programa había
nacido por iniciativa del periodista Babkén Serapioniánts, jefe de Redacción
Latinoamericana y había salido al aire por primera vez el 18 de septiembre de
1973, con la voz de Katia Olenskaia, que decía, “Escucha Chile”.

A través de este programa se conocieron los nombres de torturadores y


agentes de los servicios de inteligencia, así como algunos nombres de
personas detenidas. Hugo Salinas Farfán recuerda que en el campo de
prisioneros de Ritoque escuchaban Radio Moscú en forma clandestina y les
parecía increíble el nivel de precisión de las noticias, que entregaban las
últimas informaciones sobre detenciones, dando nombres y militancia,
además de lo que estaba ocurriendo al interior de la dictadura y los servicios
de seguridad.

Escucha Chile se había convertido en una molestia para la dictadura militar


y una forma de resistencia para los chilenos. Su director era José Miguel
Varas62, quien había sido jefe de prensa de Televisión Nacional entre 1971 y
1973. Los periodistas que colaboraban eran Virginia Vidal, Ligia Balladares,
Marcel Garcés, René Largo Farías, Miguel Gómez, Guillermo Ravest, José
Secall y Hernán Rodríguez Molina.

Nombrar “Volodia” a un perro tenía una connotación brutal. Dejaba


expuesta la ideología genocida que deshumanizaba a las categorías sociales y
políticas que la dictadura buscaba eliminar, despojándolos de sus
características humanas con el fin de aislarlos del resto de la sociedad
sometida a la dominación.

La existencia del perro “Volodia” producía terror en todos los detenidos.


Recuerda Beatriz: «Una llegaba a ese lugar y lo primero que le decían las
compañeras era “te pueden llevar al subterráneo y ahí hay un perro”. Yo no
recuerdo ahora, pero en mis declaraciones de hace años digo que a una
compañera que está desaparecida la violó un perro, pero ya no me acuerdo
del nombre, pero si me acuerdo que una de ellas llegó destrozada porque el
perro la había violado. Eso yo lo denuncié el año 1975».

Las torturas con el perro se realizaban solo en el subterráneo, aunque las


violaciones ocurrían en todos lados. Muchos detenidos escuchaban ladridos
desde su lugar de cautiverio, o desde el baño, causándoles angustias
indescriptibles y enorme ansiedad.

Alejandra estudiaba Medicina Veterinaria en la Universidad de Chile el


año 1974. Su vida cambió para siempre el 11 de diciembre de ese año,
cuando fue secuestrada por la DINA. Ella, al igual que la mayoría de los
detenidos que llegaron a este recinto, se imaginó que habría golpes,
electricidad, incluso pudo imaginarse la vulgaridad de sus captores, pero
jamás pasó por su mente la monstruosidad que viviría.

«A mí me tenían totalmente desnuda y ella [Ingrid Olderock] decía, “ya va


a venir ‘Volodia’”, y me insistía en que debía decir cuál era la relación que
tenía con Fernando Peña [Solari]. De repente sentí una cosa terrible, algo
peludo, sudoroso, que olfateaba, que estaba excitado. Es horroroso, es algo
que jamás se puede olvidar. Nunca he podido superar la humillación de ese
momento y me cuesta mucho narrar lo que viví. A veces prefiero olvidar.
Ingrid Olderock dirigía al perro, le daba órdenes para que se subiera arriba de
mí, afortunadamente no hubo penetración. A la única mujer que recuerdo en
La Venda Sexy es a la Olderock».

Consultada sobre si el perro estaba permanentemente ahí, dice: «No sé si


los perros estaban allí o era un perro que llevaban especialmente para aplicar
ese tipo de torturas. Lo cierto es que allí se escuchaban ladridos de perros,
pero no sé si era el de la Olderock, porque ese perro estaba perfectamente
adiestrado para recibir órdenes de ella, él hacía todo lo que ella ordenaba».

Su vivencia límite fue un doble ultraje, uno como mujer y otro como futura
profesional. Ella había elegido estudiar una profesión que se adecuaba a su
sensibilidad y cariño por los animales, cariño que era especial por los perros,
pero luego de estas torturas comenzó a sufrir enormes angustias que
determinaron el abandono de su sueño profesional. Lo peor de todo fue
sostenerse ante los requerimientos de su madre para que terminara la carrera
de veterinaria. Jamás pudo contarle lo vivido y darle una respuesta que la
dejara tranquila, solo a su muerte pudo declarar toda la cruel experiencia en
su paso por La Venda Sexy.

Brigada Purén
De acuerdo con el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, la
DINA tenía una estructura formada por un Director, del que dependían tres
subdirecciones. El Director tenía un staff conformado por un Ayudante, un
Consejo de Inteligencia (cuyos miembros variaban de acuerdo con la
naturaleza en cuestión), un Secretario General, una Brigada de
Telecomunicaciones y una Brigada Secreta, cuya función era desconocida
para los militares norteamericanos, según consta en el documento.

Las tres subdirecciones eran: la Subdirección Interior (“responsable de las


operaciones de inteligencia dentro de Chile”), la Subdirección Exterior
(“responsable de las operaciones de inteligencia fuera de Chile”) y la
Subdirección Logística (“responsable de asegurar que todos los
requerimientos logísticos de la DINA fueran satisfechos”).

De la Subdirección Exterior dependían dos secciones: la Sección de


Relaciones Exteriores, que planificaba las operaciones tradicionales de
inteligencia que se llevaban a cabo fuera de Chile, y la Sección Psicológica,
que planificaba operaciones psicológicas a ser conducidas fuera de Chile.
Aunque el Departamento de Defensa cree que las operaciones psicológicas se
relacionaban con influir en la información publicada por los medios de
comunicación internacionales, no cabe duda que, dada la formación de
Contreras, por operaciones psicológicas debería entenderse lo que en la
doctrina militar se conoce como guerra psicológica, es decir, operaciones de
fuerzas irregulares, actos de sabotaje, acciones de terrorismo, etcétera.

La Subdirección Exterior estaba encargada de la infiltración y seguimiento


a dirigentes de izquierda en el exterior; se encargaba de las operaciones de
inteligencia, contrainteligencia y asesinatos en el extranjero. Esta unidad
tenía oficinas en Italia y Alemania, probablemente en París y en países
sudamericanos; además, era parte de la coordinación de la Operación Cóndor

De cada una de estas secciones, tanto de la de Relaciones Exteriores como


de la Sección Psicológica, dependía una brigada que era la responsable de
llevar a cabo las acciones de operación en terreno. Cuando las fuentes hablan
de la Brigada Purén, se están refiriendo al nombre de guerra de una de estas
brigadas.

De la Subdirección Interior dependía la Brigada de Inteligencia


Metropolitana (BIM), que tenía el objetivo de actuar en el campo represivo
de la Región Metropolitana. Se encargaba de las operaciones de inteligencia y
contrainteligencia, acciones operativas (seguimientos, detenciones y
administración de los centros de torturas). Estaba dividida en las brigadas
Caupolicán, Purén, Mulchén, Quetropillán, Lautaro, Ongolmo, Reumen y
Tucapel. A su vez, éstas se dividían en agrupaciones que se encargaban de las
acciones operativas y tenían nombres de animales: Halcón I y II, Chacal,
Leopardo, Delfín, Puma, Ciervo, Tucán, etcétera. Las agrupaciones se iban
organizando de acuerdo a las necesidades represivas, y sus nombres, así
como la composición, cambiaban en función de ellas.

El agente Raúl Valdebenito Araya recuerda que, en abril de 1974, citaron a


todos los agentes a una reunión en la Villa Grimaldi con el fin de ordenar las
estructuras y distribuir los agentes en las diferentes brigadas y unidades
operativas.

Caupolicán y Purén eran las brigadas que inicialmente estuvieron


encargadas de realizar las tareas operativas. Con el paso de los meses, Purén
sumó a esas tareas las actividades de inteligencia y acciones especiales. Se
entiende por acciones especiales los asesinatos, las desapariciones de los
cuerpos y acciones en el exterior.
Una de las primeras luces sobre el rol de Purén las da Luz Arce Sandoval,
en declaración jurada, donde señala que «a Hernán Carrasco lo subían a una
camioneta con toldo de lona. Lo que no entiendo es por qué lo habían
entregado a la Brigada Purén y no a la Halcón, que era la que se dedicaba al
MIR».63

Se refiere a la segunda y última detención de Humberto Menanteau y


Hernán Carrasco, ocurrida el 19 y 20 de noviembre de 1975. Ellos habían
participado obligadamente en la conferencia de prensa que llamaba al MIR a
deponer su resistencia. Luego, fueron puestos en libertad y nuevamente
detenidos por Miguel Krassnoff cuando intentan asilarse. Son sacados el 1º
de diciembre de 1975 de la Villa Grimaldi por la Brigada Purén y asesinados
en forma brutal en la Cuesta de Chada.

“Purén” fue una de las brigadas más versátiles y brutales de la DINA. En


ella participaron un grupo muy importante de mujeres, cumpliendo todo tipo
de tareas.

Su dirección funcionaba en la Villa Grimaldi y estaba comandada por el


mayor de Ejército Raúl Iturriaga Neumann, ex alumno de la Escuela de Las
Américas e instructor en técnicas de contrainsurgencia. Iturriaga, conocido
porque el año 2007 se rebeló al fallo de la justicia que lo condenaba a cinco
años de prisión (el ministro Alejandro Solís lo había condenado a 10 años de
prisión y la Corte Suprema lo rebajó a la mitad), por la desaparición del
estudiante de medicina Luis Dagoberto San Martín Vergara, desaparecido el
17 de diciembre de 1974, estuvo al mando del atentado terrorista contra el
general Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert y varias otras acciones de la
“Operación Cóndor”.

Entre los años 1974 y 1975, esta brigada tenía varias agrupaciones, dos de
ellas funcionaban en La Venda Sexy, otras dos en Villa Grimaldi y una en un
departamento en el Centro de Santiago.

Tal como lo ha establecido la justicia, la unidad que operó en La Venda


Sexy estuvo al mando de Gerardo Ulrich hasta el 2 de noviembre de 1974,
cuando fue herido en un enfrentamiento en Avenida Bilbao con la calle Jorge
Matte, al tratar de detener al militante del MIR Claudio Gabriel Rodríguez
Muñoz. A contar de esa fecha fue reemplazado por Manuel Carevic Cubillos.

En La Venda Sexy, Purén estaba dividida en dos agrupaciones: “Chacal” y


“Ciervo”.

“Chacal” estuvo a cargo del oficial de Carabineros Miguel Hernández


Oyarzo y la integraban Juan Evaristo Duarte Gallegos, José Muñoz Leal,
Guido Jara Brevis, Rudeslindo Urrutia Jorquera, Segundo Gangas Godoy,
Alejandro Francisco Molina Cisternas, Armando Segundo Cofré Correa,
Clodomira de las Nieves Reyes Díaz, Francisca Cerda Galleguillos, Marcela
Cerda Galleguillos, Delia Guajardo, Angélica -funcionaria de la Armada de
Chile-, Fernando Guerra Guajardo, Pincheira -de Ejército-, Burgos -de la
FACH- y Hormazábal -cuyo nombre e institución no han sido ubicados.

“Ciervo” estuvo a cargo del oficial de ejército Manuel Carevic Cubillos y


lo integraban José Mora Diocares, Manuel Tapia Tapia, Héctor Flores
Vergara, Nelson Ortiz Vignolo, Héctor Manuel Lira Aravena, Nelson
Iturriaga Cortez, Luis Mora Cerda, Alfonso Quiroz Quintana, Fernando
Enrique Guerra Guajardo, Enrique Gutiérrez Rubilar y Alfonso Quiroz
Quintana. Esta agrupación fue reorganizada en diciembre de 1974 y algunos
agentes pasaron a reforzar otras agrupaciones para dedicarse a la represión al
Partido Socialista.

De las agrupaciones que funcionaron en Villa Grimaldi, “Tigre” estuvo


conformada por la capitana de Carabineros Ingrid Olderock, el teniente de
Ejército Manuel Carevic Cubillos, Rolando Mosqueira Jarpa, Marco Sáez
Saavedra, Manuel Vásquez Chauán, Palmira Almuna Guzmán, Alfonso
Faúndez Norambuena, Antonio Paredes Pedraza, Irma Nelly Guareschi
Salmerón, Manuel José Leyton Robles, Verónica Águila Ubilla, Elsa del
Transito Salazar y Francisca del Carmen Cerda Galleguillos.

“Puma”, a cargo de Germán Barriga Muñoz, estuvo integrada por


Heriberto del Carmen Acevedo, Claudio Enrique Pacheco Fernández, Emilio
Hernán Troncoso Vivallos, Víctor Álvarez Droguett, Claudio Orlando
Orellana de la Pinta, Eduardo Antonio Reyes Lagos, Mario Rojas Yévenes
-“Chico Mario”-, Carlos Ramón Rinaldi Suárez -“Chico Rinaldi”-, Juvenal
Alfonso Piña Garrido -“Elefante”-, Luis Ferrada Beltrán, un Suboficial de
ejército de apellido Contreras, Clodomiro de las Nieves Reyes Díaz,
Francisca Cerda Galleguillos, Ana Vílchez e Irene de las Mercedes Urbina
Cerda -funcionaria de la FACH.

Además, contaba con un cuartel secreto en calle Huérfanos, en los altos del
cine Astor, donde funcionaba la agrupación “Leopardo” y cuya función era el
espionaje, además de recibir y analizar información para dar curso a los
seguimientos de personas.

“Leopardo” estaba a cargo del capitán Castillo. Sus integrantes eran Jorge
Antonio Lapileo Barrios, Víctor González, Claudio Orellana de la Pinta,
Guido Jara Brevis, Leticia Sandoval, Gastón Barriolet, Rufino Espinoza
Espinoza. En diciembre de 1974 se trasladaron a Pedro de Valdivia con
Eliodoro Yáñez y varios de sus agentes engrosaron la unidad operativa de
Germán Barriga y serían activos agentes en las acciones represivas contra el
Partido Comunista.

En junio de 1975, la ex militante del MIR María Alicia Uribe Gómez, “La
Carola”, pasó a formar parte de la plana mayor de Purén y se mantuvo
trabajando con Olderock hasta mayo de 1976, cuando regresó de Brasil Pedro
Espinoza y asumió la Dirección de Operaciones de la DINA, pasando a ser su
secretaria y persona de máxima confianza en el cuartel general.

“La Carola” recuerda que hizo grandes esfuerzos para ser integrada a esta
brigada, rogándole a Carevic que la sumara a su agrupación. Allí trabajó codo
a codo con Olderock. Ella recibía la información de su mano, «leía la
información, extractaba lo importante, hacía el informe, se lo entregaba a
Ingrid y ella se lo entregaba al jefe, es decir Ulrich, y éste se lo entregaba a
Iturriaga y éste a Contreras».64

Su declaración demuestra que por el escritorio de Olderock pasaba parte


importante de la información de la brigada Purén y desde ahí salían los
informes hacia Contreras.

- ¿Dónde funcionaba usted en Villa Grimaldi?

«Yo estaba en la casa de la entrada. En la casa principal».

- ¿Cuántos escritorios había cerca suyo?


«No me acuerdo, pero deben haber habido unos cuatro escritorios más».

- ¿Con cuántas personas trabajaba?

«No me acuerdo. No me acuerdo».

- ¿Qué cosas hacía usted en la Brigada Purén?

«Bueno, yo recibía la información que se obtenía de los periódicos sobre la


iglesia, porque a mí me tocaba analizar todo lo que era la iglesia y hacer de
esos materiales un informe que iba a la dirección».

- ¿Usted dice que los informes de inteligencia los hacían de noticias de


prensa?

«Claro. Si eso funcionaba al lote. No había ni un trabajo de inteligencia


como poner a gente con formación de inteligencia en todas partes para
obtener información sobre los terroristas y no detener a todo el mundo y
hacer tonteras criminales con personas que no tenían nada que ver».

- ¿Qué más hacía ahí?

«Oiga, usted no escucha. Ya le dije, yo estaba encargada de hacer los


informes sobre la información que obteníamos de la iglesia».

- ¿Pero esa brigada tenía actividades represivas?

«Yo no trabajé en eso. Yo era experta en inteligencia, trabajaba en eso.


Nosotros buscamos la información y la transmitimos, lo que se hace con eso
no es de nuestra competencia».

- ¿Conocía a la brigada Chacal?

«¿Brigada Chacal? No recuerdo. Oiga, ya le dije qué hacía yo; a esa


brigada Chacal o como se llame no la conozco y mientras estuve en Villa
Grimaldi me relacioné muy poco con la gente».

- ¿Ahí funcionó un agente de apellido Leyton Robles, qué hacía este


agente?
«No me acuerdo de él. No recuerdo a la brigada Chacal. Espere ¿Ese no
fue uno que encontraron muerto en su taxi?».

Olderock se refiere a un extraño suicidio que había ocurrido en esos días


en la comuna de La Reina, donde se involucraba al taxista muerto con los
aparatos de seguridad de la dictadura militar.

No respondía sobre el cabo Leyton Robles, quien había pertenecido a su


misma brigada y su caso era extensamente conocido por todos en la DINA.

El cabo Manuel Leyton Robles


El cabo Manuel Jesús Leyton Robles era un agente de la brigada Purén,
que se destacaba por sus comportamientos brutales y acciones
delincuenciales. Nada que molestara a Manuel Contreras, quien solía decir:
«no me sirven los santos aquí, necesito prostitutas, ladrones y asesinos».65

A principios del año 1976, la Brigada de Inteligencia Metropolitana se


reorganizó para iniciar la represión al Partido Comunista. Parte importante de
la Brigada Purén -que había estado encargada de investigar al PC-, se reubicó
en la Agrupación Delfín para acometer los propósitos que Pinochet y
Contreras tenían en su fatídico itinerario: terminar con el partido político de
izquierda más antiguo del país y hacerse del dinero que éste tenía para
desarrollar su trabajo clandestino.

A Delfín también se sumó la Agrupación Águila, que pertenecía a la


Brigada Caupolicán, quedando todos bajo el mando del capitán de Ejército
Germán Barriga, que a su vez dependía del coronel de Ejército Juan Hernán
Morales Salgado, comandante del Cuartel Simón Bolívar, al mando de la
Brigada Lautaro.

A partir de ese momento, Leyton se transformó en uno de los hombres más


duros y confiables de Barriga.

A menos de un año de integrar la más pavorosa agrupación criminal de la


DINA, el 29 de marzo de 1977 a las 01:25, Leyton murió asesinado por sus
camaradas de armas en la Clínica London, luego de pasar por el temido
Cuartel Simón Bolívar, donde antes había visto tantos cuerpos retorcerse de
dolor antes del último respiro.

Su muerte fue conocida casi por todos los miembros de la DINA, así lo
quiso el coronel Manuel Contreras. Era su forma de demostrar autoridad y
dejar explícitamente señalado que los secretos de la DINA eran inviolables.

Todo había comenzado el 4 de agosto de 1976. Ese día, como era habitual,
Daniel Palma Robledo salió de su casa con destino impreciso. Era un ex
militante comunista que se había transformado en un fogoso revolucionario
anti comunista, a pesar que tenía amigos queridos en ese partido, con los que
se seguía viendo y discutiendo sus diferencias ideológicas. Palma Robledo
era empresario y recorría la ciudad a diario, viajaba mucho fuera de Santiago
y tenía una actividad muy variada, lo que lo convertía en una pieza muy
importante para el trabajo clandestino. Además, manejaba dinero y
fácilmente podía recibir en sus cuentas más recursos que un trabajador con
contrato, sin levantar las sospechas de los servicios de seguridad, que tenían
agentes en todos lados. Esto lo transformaba en un excelente ayudista para
cualquier partido que estuviera resistiendo en la clandestinidad.

Desde su juventud, había sido buen amigo del doctor Iván Insunza y lo
seguía viendo con cierta regularidad. Quizás por esa amistad y por su rebeldía
natural ante la barbarie de la dictadura militar, decidió ayudarlo.

Ese día debía realizar sus labores acostumbradas. Cerca de las 10:30 pasó a
la oficina del correo Nº3, ubicado en la concurrida Avenida Matta, entre San
Diego y la estrecha calle Arturo Prat. Estacionó su Renault 4S, de color
celeste, en el lugar donde acostumbraba y cruzó palabras de saludos con el
cuidador de autos. No ocurrió nada extraño. A su salida del correo, se
despidió del cuidador y partió a sus quehaceres. Es presumible pensar que era
seguido y su secuestro ocurrió en algún punto de su itinerario posterior.

Tardaría muchos años conocerse que su secuestro y posterior desaparición


había sido obra de la Brigada Lautaro y que entre los agentes que lo perpetró
estaba el cabo Leyton.

Leyton se había tomado las palabras de Contreras al pie de la letra y


acostumbraba tomar para sí el botín de guerra en cada secuestro. Esta vez no
sería distinto; trataría de extorsionar a Rosalía Keller, esposa de Palma
Robledo, pidiéndole dinero a cambio de información sobre el paradero de su
esposo.

Pero su conducta delincuencial lo llevaría más allá de lo permitido. El 21


de marzo de 1977 secuestró al ciudadano francés Jean Marcel Duhalde Garat,
para robarle un vehículo Renault 4S y así obtener algunos repuestos para la
Renoleta de Palma y, de paso, quedarse con lo que quedara del vehículo
robado.

Duhalde fue vendado, atado y lanzado en un sitio eriazo en el camino al


Cajón del Maipo. Sin embargo, logró liberarse. Desconociendo la identidad
del ladrón, fue a poner una denuncia por robo de vehículo a la primera
comisaría que encontró en su camino. Allí dio los datos de la placa de su
vehículo y la descripción de sus secuestradores.

La absoluta impunidad que reinaba en ese momento hizo que Leyton


circulara confiado por la ciudad, en el Renault robado. No esperaba que un
ciudadano intimidado, golpeado, atado y lanzado a su suerte presentara una
denuncia por robo. Para su sorpresa, esa misma noche llegó a su casa la
Sección de Búsqueda de Vehículos Motorizados de Carabineros. No entraron
como buenos amigos, por el contrario, gritos, golpes y forcejeos fueron la
tónica. Incluso Leyton trató de sacar un arma y hubo un disparo.

Constataron que en su patio se encontraban dos vehículos Renault de color


rojo oscuro: uno correspondía al denunciado por robo y el otro resultó ser el
vehículo perteneciente a Daniel Palma Robledo, que desde su secuestro tenía
encargo por robo.

Leyton fue violentamente trasladado, junto a su hermano, a la comisaría de


Rodrigo de Araya, en calidad de detenidos, para interrogarlos. Al llegar,
Leyton les hizo saber que él trabajaba con “el viejo Heriberto, suboficial de
Carabineros”66 y los llevó hasta él. Se trataba de Heriberto del Carmen
Acevedo Acevedo. Sin embargo, su colaboración no surtió efecto y los
golpes siguieron.

Nervioso, sin saber qué hacer ni cómo liberarse, comenzó a contar acerca
de su trabajo en la DINA. Habló de las razones que había tenido para robar el
vehículo, de los detenidos que desaparecían, dijo “que estaba cumpliendo
instrucciones impartidas por ‘Don Jaime’, que resultó ser el capitán de
Ejército de apellido Barría”67, les dijo que su jefe y otro de apellido
Lawrence, lo habían enviado a realizar el robo del auto con el fin de obtener
repuestos para el otro vehículo de la DINA y habló de otras intimidades del
organismo, que no le serían perdonadas por Contreras.

Leyton hablo y habló. Trataba de convencer a los Carabineros que lo


dejaran libre, que no lo golpearan más, y dijo más de lo que debía.

Para verificar los datos entregados, los carabineros llamaron a la Villa


Grimaldi. A partir de ese momento, sonaron las alarmas y Contreras tomó
precauciones, enviando a varios grupos operativos a rodear la comisaria.

Hubo momentos de tensión, que se disiparon con las llamadas del coronel
al Alto Mando de Carabineros a Herman Brady, Ministro de Defensa68.
Finalmente, los dos detenidos fueron liberados.

Vianel Valdivieso, quien se encargó del trámite la madrugada del 25 de


marzo, llevó a los detenidos directamente a Simón Bolívar para hacerles el
interrogatorio de rigor. Ahí, Leyton fue auscultado para constatar lesiones por
el médico Luis Hernán Santibañez Santelices, de la clínica London, las que
fueron consideradas leves.69

Leyton estaba inquieto. Lo fueron a dejar a su casa para que descansara. A


las pocas horas, un grupo de agentes de la DINA irrumpió en su casa, en la
comuna de Puente Alto. Contreras ya se había enterado que había entregado
información sobre los lanzamientos de detenidos al mar y otros secretos que
eran de dominio de unos pocos, gracias a una grabación de los interrogatorios
entregada por Carabineros.

Grimaldo Gonzalo Sánchez Herrera confesaría años después que


“posteriormente, por orden superior, tuve que hacer entrega de la grabación
del interrogatorio practicado a Leyton y Acevedo, de la cual se sacaron varias
copias y fueron entregadas a cada servicio de inteligencia de las distintas
Fuerzas Armadas y de Orden, incluyendo una copia a la DINA, enterándose
así de lo que había declarado con nosotros… Ya que en la grabación
quedaron de manifiesto las operaciones que éstos realizaban a cargo del
capitán Germán Barriga y un teniente de Carabineros de nombre Ricardo
Lawrence, además de algunas ‘chapas’ o identidades operativas”.70

Los golpes fueron el primer aviso sobre su futuro. Conocía los métodos
que usaban sus compañeros de fechorías y sabía que pagaría un alto costo por
transgredir las normas del secreto institucional. La famosa frase de Contreras,
«el que traiciona, muere, señores»71, se convertía en una trágica realidad para
el cabo.

Humillado delante de su familia, fue conducido hasta el Cuartel Simón


Bolívar. Ahí, los golpes continuaron, a la vez que la electricidad recorría
libremente su cuerpo. Todo el terror que él había visto en la cara de los
detenidos, lo estaba viviendo en carne propia y sabía que nadie podría
salvarlo.

Aunque salió caminando, llevaba en el cuerpo la huella de su paso por


Simón Bolívar. Le dijeron que lo llevarían a la clínica London para curarle
las heridas. En su escasa conciencia sabía que eso no era real, que la Clínica
London era un paso hacia a la muerte, y así sucedió.

Durante su corta estadía en su casa, le había dicho a su esposa: “no


permitas que me lleven a la clínica”72.

El médico Osvaldo Eugenio Leyton Bahamondes, quien después de dejar


la DINA se transformó en un importante especialista de la Clínica
Alemana73, declaró ante la Comisión Rettig, el 19 de octubre de 1990. En su
deposición decía que ingresó a trabajar a la DINA a mediados de 1974,
durante su último año de escuela. Que otros cinco o seis conocidos suyos
también fueron contactados por este organismo. Que iba a la Villa Grimaldi
una vez al mes, pero que jamás vio a personas con “lesiones visibles”, a pesar
que reconoce que jamás desnudó a una persona para revisarla. Aunque no
define fechas, indica que se trasladaron de la Clínica Santa Lucía a una
ubicada en calle Almirante Barroso, «donde alcancé a estar un año». Agrega
que «recuerdo que allí, durante mi turno, falleció un funcionario de apellido
Leyton. Lo recuerdo porque era de mi mismo apellido y porque era
funcionario. «No sé de qué murió, aunque recuerdo haberlo visto a mi llegada
al turno, a las 18:00 o a las 20:00 horas y vagamente recuerdo que estaba en
cama, en una pieza, solo, y había alguien más en la pieza»

Años más tarde, Townley74 declararía que la muerte de Leyton se debió a


una dosis de gas sarín puesto en el suero, incluso reconocería al oficial de
Ejército Alfredo Patricio Iturriaga Neumann como el autor material del
homicidio. Esta declaración sería ampliada por Juan Morales Salgado y
finalmente asumida por quienes le dieron muerte, entre ellos el médico
Leyton Bahamondes y Pedro Samuel Valdivia Soto75, quienes lo atendieron
por última vez.

La declaración del médico legista Tomás Tobar Pinochet, tomada por la


justicia el 7 de abril de 1977, señala que “en la cara anterior del antebrazo
izquierdo hay una puntura esquimótica en correspondencia de un vaso venoso
superficial, quiere decir que dicha lesión es interpretada como una inyección
endovenosa”76, coincidiendo con la declaración de Townley.

En su muerte estuvieron implicados los médicos Hernán Taricco Lavín,


Vittorio Orvietto Teplinsky y la enfermera Eliana Bolomburu Taboada.

Los agentes que participaron en su muerte y encubrimiento son: Ricardo


Lawrence Mires, Vianel Valdivieso Cervantes y Juan Morales Salgado.
Además de los civiles Lorenzo Toro Olivares y Hernán Sovino Maturana.

53

Entrevista con la autora, 23 de abril de 2001.

54

Proceso, rol Nº 2.182-98, episodio “Luis Dagoberto San Martín Vergara,


fojas 1644.

55

Entrevista con la autora, 5 de mayo de 2014.

56
Ibíd, Dagoberto San Martín, 318

57

Alejandra Holzapfel

58

Los Grupos Político-Militares (GPM) eran las unidades organizativas


básicas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Estas tenían
sentido territorial, en la mayoría de los casos, o actividades políticas. El GPM
5 correspondía a estudiantes universitarios.

59

Autor del “La Memoria y el Olvido: Detenidos Desaparecidos en Chile”.


Ediciones Orígenes.

60

Beatriz Bataszew Contreras

61

Beatriz Bataszew Contreras

62

José Miguel Varas fue un prolífico escritor que obtuvo el Premio Nacional
de Literatura 2006.

63

Declaración jurada de Luz Arce S, caso Carmelo Soria. Fundación


Documentación y Archivos de la Vicaría de la Solidaridad.

64

Ibíd. fojas 8727 8728


65

Ibíd. Fojas 8731

66

Causa Rol 7981. Muerte de Manuel Leyton Robles, fojas 000371

67

Ibíd. Fojas 000695

68

Con fecha 25 de marzo de 1977, Contreras envía un oficio reservado a


Herman Brady acusando a Carabineros de secuestrar a Heriberto Acevedo,
información que habría recibido a las 23,30 del día 24 de marzo. En él señala
que interceptó la comunicación de esa institución y que habría desplegado
todas las unidades de la DINA en la ciudad.

69

Ibíd. Fojas 000891

70

Ibíd. Fojas 001753

71

Ibíd. Fojas 9546

72

Ibíd. Fojas 000884

73

La autora habló telefónicamente con este médico el año 1997. En esa


ocasión se molestó porque la entrevista era sobre su experiencia como
médico de la DINA. Indignado preguntó sobre el origen de esa información.
La respuesta era una declaración suya prestada ante la comisión Rettig.
Iracundo protestó que había prestado su testimonio a esa Comisión a cambio
de absoluto secreto. Repitió una y otra vez que lo habían traicionado.

74

Michael Vernon Townley, ciudadano norteamericano que tuvo una extensa


participación en el grupo de ultraderecha Patria y Libertad, organización que
realizó acciones de sabotaje, propaganda y asesinatos políticos pagados por la
CIA para derrocar el gobierno de Salvador Allende. Tras la intervención
militar, Townley se incorpora como agente a la DINA, siendo ejecutor de los
asesinatos de Carlos Prats y Sofía Cuthbert, Orlando Letelier y Ronnie Moffit
y de los asesinatos frustrados de Bernardo Leighton y Anita Fresno. Fue
extraditado a los Estados Unidos en 1978, donde vive libre bajo el estatuto de
protección a testigos.

75

Pedro Samuel Valdivia Soto trabajó en la clínica Santa María entre 1978 y
1984 y recuerda haber atendido al ex Presidente Eduardo Frei Montalva
después de la operación de hernia al hiato.

76

Ibíd. Fojas 002302


Capítulo IV
Hermana querida
El domingo 20 de julio de 1975, Karin Olderock Bernhard bajaba del avión
en el aeropuerto internacional de Pudahuel. Lo primero que sintió fue el aire
frío en su rostro. Recorrió con la vista el nuevo paisaje, del que solo
recordaba nítidamente la cordillera de Los Andes. Pasó Policía Internacional
y vio que había muchos hombres de civil mirando a los pasajeros, pero no se
inmutó.

Quince años antes había dejado Chile, intentando sacudirse del dominio de
una familia rígida, que le impedía desarrollarse en lo que más le gustaba: el
ballet. Había partido a Alemania Federal con apenas 19 años y unas ganas
locas de romper con las amenazas violentas de sus padres, presiones que la
habían acompañado desde que tenía memoria. A sus dos hermanas apenas las
podía visualizar; eran rubias, muy blancas y de cuerpos gruesos. Ella era tan
diferente. La danza, el baile y la música habían moldeado su figura y su
mente.

Seguramente ellas la estarían esperando y no sabía si las iba a reconocer.


El tiempo cambia tanto a las personas, pensaba. Lo que Karin no sabía era
que los cambios no eran solo físicos y que ese Chile provinciano de sus
recuerdos era muy distinto al que la esperaba.

No le importaba la situación política de Chile, sabía que había un gobierno


militar. Se había enterado como todo el mundo al ver las imágenes de La
Moneda humeando y estaba al tanto de las marchas que se hacían por toda
Europa contra la dictadura militar. Pero eso no significaba nada para Karin;
ella solo venía porque su familia se lo había pedido. Sus padres habían
muerto y debían hacer efectiva la herencia.

Se sentía extraña volviendo al país donde había nacido y a la casa que no le


traía buenos recuerdos, sino más bien le recordaba la opresión, el mal trato y
las peleas familiares por su loca idea de pensar distinto a sus padres.

La herencia no le importaba mucho, estaba acostumbrada a vivir de su


sueldo como bailarina y profesora de danza. Se había acostumbrado a la
independencia, a pasar las buenas y malas rachas económicas sin recurrir a
sus padres. Pero sabía que su hermana menor la necesitaba y, por razones
legales, ella debía estar presente. Además, conocía a Ingrid y tenía claro que
quería apropiarse de todo, más aún después que había expulsado bajo
amenazas de la casa familiar a su hermana menor.

Su llegada no fue precisamente un reencuentro, más bien fue el comienzo


de un infierno que terminaría meses más tarde, cuando la DINA la embarcara
en un avión directamente a Europa.

Ingrid Olderock era ambiciosa, no contaba con dividir la herencia. La


quería solo para sí y creía tener más derechos que sus hermanas. No iba a dar
paso a que ni una de sus dos hermanas le quitaran la casa paterna.

Así como había amedrentado a su hermana menor, ahora le tocaba hacerlo


con Karin. Con lo que no contaba era con la fortaleza de carácter de su
hermana, ganada gracias a la búsqueda de independencia.

A los veinte días de estar de vuelta en casa, peleando y recibiendo


amenazas de su hermana, Karin había decidido poner fin a la dilación en la
repartición de la herencia, enfrentándola violentamente, sin saber que ella era
una cruel oficial de los mal llamados servicios de seguridad.

Ingrid creyó que era hora de terminar con esta guerra familiar y así lo hizo.
Necesitaba darle un golpe que fuera definitivo, para apartarla de la repartición
de los bienes familiares y evitar reclamos posteriores.

- Su hermana llegó detenida a la DINA en 1975 ¿Qué pasó?

Se le llenan los ojos de lágrimas, se lleva las manos a la cara para tapar su
vergüenza. Su rostro parece que va a estallar, se enrojece más. Mira al techo,
vuelve la vista hacia las paredes, tratando de urdir alguna explicación. No
esperaba la pregunta, solo su familia conocía su oscuro pasado. Ella, que
había hablado de la maldad de sus discípulas, dejaba al descubierto su
perversidad, que no había respetado ni a sus hermanas. Comienza a responder
sin la seguridad que ha tenido hasta ese momento. Con voz baja dice:

«¡Oiga, usted me mató! Con esta pregunta usted me mató, me mató. ¿De
dónde sacó usted esa información?»

Se vuelve y mira con angustia. Su rubicundo rostro se desfigura. La mano


le tirita. El cigarro va a su boca una y otra vez, lo aspira con fuerza y lanza el
humo junto con todo el aire que tiene en los pulmones.

- Esa información figura en un juzgado, donde su tío puso el recurso de


amparo.

Hay un silencio espeso. Solo se escucha su aspiración y las salidas de las


bocanadas de humo. Es como si quisiera consumir el cigarro todo de una vez.

«Mire eso a mí me costó. Hasta hoy día mi hermana muerta me desheredó.


Jamás pude volver a hablar con mi hermana. Ella me denunció. Fue terrible
lo que pasó».

- ¿Puede contármelo?

«Mi hermana era bailarina de tablado y sufría de esquizofrenia, por lo que


mis padres la habían enviado a Alemania mucho antes del pronunciamiento
militar. Su enfermedad causaba muchos conflictos en mi casa. Ella y mi
hermana menor tenían esa enfermedad. Eso se debe a que mis padres
sufrieron la primera guerra mundial y combatieron en ella y nosotros
sufrimos las consecuencias

«Un día, no recuerdo cuándo, pero fue después del pronunciamiento


militar, mi hermana me escribió que venía a Chile y que se iba a quedar en mi
casa, que es herencia de mis padres y por lo tanto era de ella también.

«Yo la fui a esperar al aeropuerto y ella venía muy cambiada, me intentó


sacar información, porque era enlace del Partido Socialista y tenía la misión
de obtener información sobre la DINA. Yo me di cuenta al tiro y empecé a
investigar y, claro, era así.
«Cuando ella no pudo obtener información de parte mía empezó a
amenazarme con quemar la casa, decía que me iba a matar y hacía los
tremendos escándalos. Así que yo estaba desesperada. No la podía manejar y
decidí contarle todo a mi coronel Contreras.

«Contreras me dijo que él me iba a solucionar el problema. Me propuso ir


a detenerla y ponerla inmediatamente en el avión para Alemania. Yo le creí y
acepté.

«Imagínese cuando yo me enteré que a mi hermana la habían detenido,


torturado y violado. La habían destrozado y yo no tenía idea. Yo creí que
iban a cumplir lo que Contreras me había ofrecido. Allá estaba mi hermana
destrozada en Cuatro Álamos.

«Mi hermana era muy linda. Era una belleza y la destrozaron. Nunca me
perdonó. Hace un año murió de cáncer y le dejó toda la herencia y su seguro
a mi otra hermana».

Forzada por una pregunta que no esperaba, inventaba otra mentira. Su


hermana no era esquizofrénica, como la describe. Vivía sola en Alemania,
trabajaba como profesora de ballet y le iba muy bien, al punto que le dejó una
herencia a su hermana menor. De haber tenido alguna enfermedad mental, no
hubiese tenido la capacidad de insertarse sola en una sociedad de alta
exigencia.

- ¿Y su otra hermana?

«Ella es esquizofrénica también. Ya le dije que mis dos hermanas eran


enfermas. Ella vive aquí, pero no me visita y se escapa de mí cuando me ve,
yo tengo que salir a buscarla. A veces nos encontramos en la calle, pero no
tenemos ninguna relación de hermanas. A mí me gustaría que viniera, porque
soy sola, pero ella no quiere».

Era evidente que su hermana menor la rehuía por temor. Toda su familia
estuvo enterada del daño terrible que le causó a Karin para quedarse con la
casa de sus padres.

El Recurso de Amparo Nº 1020-75 fue interpuesto por su tío Juan


Bernhard Zillner ante la Corte de Apelaciones de Santiago. El recurso en
favor de Karin Olderock Bernhard era contra la Interpol y fue interpuesto el
26 de agosto de 1975:

Sr.
PRESIDENTE DE LA CORTE DE APELACIONES DE SANTIAGO
PRESENTE.

JUAN BERNHARD ZILLNER, alemán radicado en Chile, 45 años a


esta fecha, carnet de identidad Nº 1.384.180-2 de extranjería, de
profesión empleado, domiciliado en J. Domingo Cañas 2206, de
Santiago, recurre de amparo ante la Iltma. Corte de Apelaciones, en
favor de su sobrina doña KARIN OLDEROCK BERNHARD, soltera,
34 años, profesora de ballet, chilena, y radicada en Alemania desde hace
15 años, y domiciliada transitoriamente en casa de su hermana Ingrid,
calle Coventry Nº 349 de la Comuna de Ñuñoa, la cual según
antecedentes que he obtenido personalmente, fue detenida por el
servicio de “INTERPOL” (?) el Lunes 11 de Agosto en curso, en la
tarde, y sin que hasta la fecha se haya sabido de su actual paradero ni
dónde está detenida y por qué razón lo está, dado que tengo la
convicción de que mi sobrina no tiene vínculos políticos de ninguna
especie ni ha cometido delito alguno en los días que lleva en Chile, ya
que yo he pasado con ella la mayor parte de los días.

Hago presente a esta Iltma. Corte que mi sobrina arribó a Chile desde
Alemania Federal, donde reside desempeñando su profesión, el domingo
20 de Julio, a solucionar una partición de herencia, por la muerte de sus
padres, por lo que estimo que debe haber habido una mala información
sobre ella que ha motivado una injusta detención, siendo mi deseo
únicamente saber en qué situación se encuentra y si está a no detenida y
en qué lugar.

ES JUSTICIA

La Corte de Apelaciones pidió un informe telefónico a la Prefectura de


Investigaciones de Santiago y la respuesta fue la siguiente:

En cumplimiento a lo ordenado precedentemente, CERTIFICO: Que me


comuniqué telefónicamente con la Prefectura de Investigaciones y se me
expresó que consultada la Oficina de INTERPOL y además, las
diferentes Unidades de Investigaciones, no aparece como detenida Karin
Olderock Bernhard. – Santiago, 27 de agosto de 1975

Alfredo Bascuñán Puga


Secretario

Su familia se encontraba desesperada y sabía que Ingrid era la responsable


de esta fechoría pero, por temor, no mencionó a la DINA. Finalmente, la
respuesta llegó a través de un Oficio Confidencial del Ministerio del Interior
a la Corte de Apelaciones de Santiago, fechado el 5 de septiembre de 1975,
casi un mes después de la detención:

En respuesta al Oficio de la referencia, cúmpleme informar a US. Iltma.


que por Decreto Exento de este Ministerio que se señala, dictado en uso
de la facultad que me confiere el D.L. Nº 228, en relación con el artículo
72º, Nº 17, de la Constitución Política del Estado, se dispuso la
detención de la (s) persona (s) que a continuación se indica (n),
recluyéndosele en el lugar que se menciona:

KARIN OLDEROCK BERNHARD, Recluida en el Campamento de


Detenidos de CUATRO ALAMOS, según Decreto Exento de Interior Nº
1394 de 11-8-75.

Posteriormente, en virtud de lo dispuesto por Decreto Exento Nº 1430de


18-8-75, fue trasladada al Campamento de Detenidos PIRQUE, y
finalmente por Decreto Exento Nº1476 de 19-75 al de CUATRO
ÁLAMOS.

Saluda a US. Iltma.


RAUL BENAVIDES ESCOBAR
GENERAL DE DIVISION
MINISTRO DEL INTERIOR

Luego de estas respuestas, Manuel Contreras, cumpliendo la solicitud de


su agente preferida, sacó a Karin de Cuatro Álamos y la envió al aeropuerto,
obligándola a subir a un avión hacia Europa, con destino Berlín. De esa
forma, Ingrid Olderock quedaba tranquila y dispuesta a ser su más leal agente
en la DINA.

Karin fue detenida, torturada, violada y abusada de manera brutal por el


solo hecho de reclamar la partición de la herencia de sus padres a una agente
de la DINA que, por desgracia, era su hermana. El Estado chileno, a través de
la DINA y el Ministerio del Interior, había violado los derechos humanos de
Karin, con el infame propósito de que su hermana le robara lo que por
derecho le pertenecía. En pocas palabras, el Estado de chile era cómplice de
un delito común, a través de un delito de Lesa Humanidad.

El cuaderno
“Le tengo una sorpresa”, dijo alegremente Olderock. Miró desafiante y
salió rápidamente del comedor. A los segundos volvió y dijo, “aquí está”.
Traía entre sus manos un cuaderno viejo, de tapas gruesas color café
desteñido y en su tapa se leía difusamente la marca del fabricante.

Se sentó con parsimonia y lo abrió, casi delicadamente, como si fuera un


objeto de culto.

- ¿Qué es?
Mira auscultando la reacción y no responde, sus dedos rollizos acarician las
tapas para sacarle el polvo que el tiempo ha impregnado.

En un momento dijo:

«Si el general Contreras supiera que tengo esto, me mata. Este es el


cuaderno donde tengo los nombres de todas las chicas que estuvieron en la
DINA».

- ¿Si supiera qué?

«Que tengo el cuaderno donde están los nombres de todas las niñas que
fueron de la DINA, po’. Ahí también están sus datos. Ese cuaderno debía
haberlo hecho desaparecer y yo no sé cómo me lo traje y un día lo encontré.
Yo enterré en el fondo de mi casa un montón de cosas que tenía de la DINA,
papeles, carpetas. Hice un hoyo y metí ahí un montón de cajas».

Una a una fue moviendo las hojas, casi rozando el contenido. Miró los
nombres de las que habían sido sus chicas durante meses en Santo Domingo.
A ellas les había enseñado todo lo que sabía sobre defensa personal, tiro,
seguimientos y otras artes en el manejo de las armas y de la guerra contra el
enemigo marxista.

Recordaba, balbuceando, lo difícil que había sido entregarles el


conocimiento necesario para que lograran buenos rendimientos y una
obediencia ciega a sus superiores.

Nunca abrió por completo el cuaderno. No quería que nadie se asomara a


su tesoro personal. Leyó silenciosamente cada uno de los nombres
manuscritos con perfecta caligrafía. Solo se escucha un ceceo. La tinta azul
ya estaba descolorida y las hojas amarillentas con el paso del tiempo. Al
moverlas, expulsaban un olor a papel viejo, húmedo.

Luego elevó la vista y miró de modo provocadora, esperando la pregunta.

- ¿Qué edades tenían las mujeres que usted seleccionó?

Busca entre las hojas y lee.

«La más joven era la Chatty77, tenía 17 años y estudios de Educación


Media terminados. Venía del Liceo Comercial.

«Las cabras eran muy jóvenes. Yo me pregunto ¿Cómo no iban a cometer


locuras si a esa edad les daban todo el poder?

«Les entregaban armas, tenían plata y ser de la DINA en esos momentos


les permitía hacer cualquier cosa. Para que sepa usted cómo era la locura,
algunas de esas mujeres hicieron tonteras, se pervirtieron, hasta anduvieron
robando».

- ¿Robar tiendas?

«Sí, creo que dos. No me acuerdo bien, pero sí. Las pillaron robando,
utilizando la credencial de la DINA y fueron expulsadas».

- ¿Fueron a la cárcel?

«No. Las sacaron del servicio nada más».

- ¿Cómo las pillaron?

«Creo que fueron a asaltar una relojería y el dueño era conocido de alguna
persona importante. Estas cabras locas habían mostrado la tifa de la DINA
para que les pasaran las cosas y el dueño, asustado, lo hizo. Después parece
que pidió ayuda a alguien importante, se investigó y se sancionó con la
expulsión. Después andaban pidiendo ayuda porque estaban muy mal».

- ¿Qué edad tenía la mayor de las mujeres que usted seleccionó?

Busca detenidamente en su cuaderno, siguiendo con el dedo índice la lista.

«Casi 20 años. Era la Rosa Humilde. Eran casi todas niñas. Pero esta Rosa
Humilde, lo que menos tenía era de humilde. Esa era una rajá, se metió con
Lawrence y creo que tuvo un hijo con él. Esa era una cabrita, pero se volvió
más mala. Una vez me contó que había seguido a un hombre y que lo había
matado. No me acuerdo la razón que tuvo para eso, pero ella contó que lo
había matado con sus propias manos. Ella se transformó en una mujer muy
peligrosa. Daba susto».

- ¿Por qué siempre dice que tiene miedo?

«Es que usted no sabe nada. No, no es fácil. Yo me daba cuenta de las
tonteras que se estaban haciendo y sabía las atrocidades que se hacían porque
no había gente preparada para interrogar. Todos se creían macanudos y
supermachos y la cosa no era así».

Refunfuña e insiste en repetir que sus alumnas se transformaron en


“mujeres malas”, extraña reflexión para quien no dudó en deshacerse de sus
hermanas para quedarse con los bienes que les pertenecían. Olderock sabía de
lo que hablaba, ella y Contreras las habían guiado por ese camino.

Para acrecentar el poder de Contreras, parte importante de esas mujeres


fueron prostituidas y la capitana estaba al tanto. Fue Vianel Valdivieso el
encargado de instalar cuatro o más departamentos en las Torres de San Borja,
en calle San Antonio, calle Compañía y en otros lugares, para que vivieran
las agentes más jóvenes y atractivas. En cada departamento colocó cámaras y
micrófonos ocultos para grabar lo que sucedía en su interior. El trabajo de
esas agentes era asistir a fiestas y recepciones oficiales, para atraer a los
incautos y luego invitarlos a una velada privada que estaba siendo escuchada
y grabada a distancia.

La agente Sonia del Carmen Valenzuela Aracena recuerda que “en estos
departamentos se filmaba y grababa discretamente y el encargado de estos
trabajos era Miguel Ángel Lepe”78.

María Teresa Vitanyi Kiss es más explícita al definir el rol que ocupaban
algunas mujeres en la nomenclatura de la DINA: “Cuando viví junto a las
demás mujeres, me di cuenta que eran prostitutas y que en el departamento
donde vivíamos, en calle Diagonal Paraguay, había una cámara fotográfica
automática discreta detrás de un espejo falso y el objetivo era sacar
información a diferentes personalidades y esto lo tenía a cargo el comandante
Vianel Valdivieso y la encargada de las mujeres era una capitán de
Carabineros que no supe su nombre”79. Todo indica que era Ingrid Olderock,
la única capitana de Carabineros en la DINA.

El origen de la maldad estaba en los cursos que había dirigido con mano de
hierro en Las Rocas de Santo Domingo. Ahí, como ella ha relatado, se
adoctrinó a mujeres para destruir a cierta categoría de chilenos y hacerlas
creer que tenían el poder para cometer todo tipo de crímenes y delitos en
nombre de la “Patria”.

Luis Muñoz González cayó detenido el 9 de diciembre de 1974. Entre la


pena por la desaparición de Diana Arón, su compañera, los golpes y la
electricidad a destajo en la Villa Grimaldi, no había tiempo para asombrarse
por tanto odio y sinsentido pero, aún así, había aspectos que lo choqueaban.
No entendía cómo unas mujeres podían causar tanto daño y disfrutarlo hasta
quedar agotadas, «me sacaron a un patio donde comenzaron a golpearme con
listones de madera, trozos de goma y un martillo; en ese lugar había dos
mujeres, una media rubia que me golpeaba mucho. También había otra mujer
que me pegaba mucho. Después de esto perdí el conocimiento y desperté en
horas de la noche, en una cama, con convulsiones y la vista nublada». 80

El día 4 de noviembre de 1975, Dagoberto Mario Trincado Oliviera


esperaba la salida del vuelo que lo llevaría a Buenos Aires, pero antes llegó la
DINA y lo llevó a la Villa Grimaldi. Entre los recuerdos de los días que pasó
en la parrilla y la Torre, está uno especial, que muestra el grado de
participación de las agentes en las torturas. «Entre las personas que eran
custodios, recuerdo a Gabriela Órdenes, mujer que participaba activamente
en la tortura a los detenidos, era conocida por eso y porque le gustaban los
vejámenes sexuales».81

Continúa Ingrid Olderock.

- ¿Qué es lo que usted sabe? ¿Por qué siente miedo?

«Uno sabía cosas, muchas cosas y veía también tonteras. ¿No ve que la
DINA tenía un poder muy grande? Se podía hacer todo lo que se quería en
ese momento. Ser de la DINA significaba tener un poder superior a cualquier
otra persona de otra institución de Chile».

- ¿Pero qué sabe usted que le da miedo? Explíqueme, no entiendo.

«Mire, un servicio de seguridad es todo secreto. La gente que ingresa no


puede salirse, no puede hablar así nomás. No puede hablar de lo que no está
de acuerdo. Eso no se puede hacer y menos se podía hacer en la DINA que
tenía todo el poder del país».

- ¿Qué pasaba? Le insisto porque yo no sé que es lo que pueda causar


tanto temor.

Se toma la cabeza, una y otra vez mira esquivamente, tratando de esconder


los signos externos de su culpabilidad.

«¡Ay no! Una vio tantas cosas. Cosas que no se imagina. A la gente los
interrogaban hasta matarlos y cometían toda clase de aberraciones ¡Eran unos
locos!
«Eso pasó porque trajeron a cualquier persona sin preparación.

«Detenían a personas que no tenían nada que ver y los torturaban. Esa
gente aceptaba cualquier cosa con tal que no les hicieran más cosas».

- ¿Se les torturaba?

«Yo no voy a hablar de eso».

- ¿Cuáles eran esos métodos que debían usar para obtener información?

«Yo lo primero que habría hecho es hacer una buena formación de


personal, como el que yo estaba haciendo en la escuela femenina de la DINA,
pero ve que eso no resultó.

«También habría puesto personas con formación en cada lugar de trabajo,


para que ellos se encargaran de recoger la información y saber a quiénes
realmente había que detener para interrogar. No ve que muchas veces
detenían a personas inocentes que no tenían nada que decir y que, para
salvarse, mentían. Si yo digo esos eran unos puros locos».

- ¿Eran muy locos? ¿Puede contarme algo para que yo pueda entender
que tipo de locuras hacían?

«Mire, le voy a contar algo que yo vi hacer a este loco de Lawrence.

«El otro día me lo encontré en el juzgado, nos carearon y yo no lo


reconocí. Cuando me dijeron que me iban a carear con él casi me muero de
susto, porque ese era un loco, un criminal.

«Le voy a contar lo que hizo ese hombre. Un día yo lo vi con un detenido
en la Villa Grimaldi. Lo tenía a la entrada de la casa y era un hombre joven,
delgado, de pantalones claritos. Lawrece le apuntaba con una pistola para que
tomara una taza de grasa hirviendo. Imagínese, el pobre hombre no tenía ni
una oportunidad, o tomaba la grasa hirviendo o le disparaban un tiro en la
cabeza, así que se tomo la grasa hirviendo y el hombre murió ahí mismo.
Lawrence se volvió como loco porque pensaba seguir interrogando al
detenido y se le había muerto, así que hizo venir al médico de turno, que era
del hospital militar. ¡Imagínese! El doctor revisó al detenido y le dijo a
Lawrence que estaba muerto y que no había caso. Lawrence se enloqueció y
amenazó al doctor que si no lo revivía lo mataba. Y lo iba a hacer. El doctor,
aterrado, saltó el muro de la Villa y se escapó. No se cómo saltó el muro de la
Villa, fue de puro miedo.

¿Se imagina usted lo que es darle grasa hirviendo a un hombre? Eso fue
terrible».

- ¿Eso sucedió en el frontis de la casa principal?

«Sí, ahí, en el pleno frente de la casa y fue de día».

- ¿En qué fecha?

«Eso debe haber sido en enero o febrero del año 1975. Ese joven debe estar
entre los muertos.

«Ahí pasaron muchas cosas terribles...

«Imagínese, ahí llegaban niños chiquitos que los torturaban con sus padres.
Una vez me tocó ir a dejar unos papeles al lugar donde interrogaban y vi a
tres niños. Uno tenía aproximadamente dos años, otro tenía cuatro y el
mayorcito tenía como siete años. Los tres estaban vendados y eran torturados
ante sus padres para que los ellos dieran información. Yo salí asqueada
porque ya no se respetaba nada. Después no vi más a esos niños. Pero esos no
fueron los únicos. El que tenía a esos niños era el loco de Morén, que era un
exaltado».

Muchos niños fueron detenidos a lo largo del país. La Comisión Nacional


sobre la Prisión Política y Tortura verificó que hubo más de 100 menores que
fueron sometidos a tratos crueles al ser detenidos en diferentes recintos donde
se practicaban torturas. Casi todos fueron usados para presionar a sus padres
con el fin de que entregaran información sobre sus organizaciones políticas;
en otros casos, los usaron de rehenes para que sus padres se entregaran a los
organismos de inteligencia y muchos vivieron experiencias que excedían su
capacidad de comprensión.
Hay escasos registros de los niños que pasaron por centros de torturas de la
DINA. Estos son algunos de los que llegaron a la Villa Grimaldi con sus
padres y de los que, en algunos casos, no hay registros oficiales y solo se
conocen por los relatos de detenidos.

Eloisa Llorca Jaña (9 meses de edad)

Valentina Rodríguez Castro (menos de un año de edad)

Verónica Camila Negrón León (2 años, 1 mes de edad)

Patricio Miguel Negrón León (6 meses de edad)

Manuel Iribarren Legasa (meses de edad)

Macarena Aguiló Marchi (3 años de edad)

Tamara Zarur (3 años de edad)

Iván Montti Araya (5 años de edad)

Ramiro Plaza López (12 años de edad)

Mariela Torres Plaza (6 años de edad)

Hijo de Ana Covacevich (aproximadamente 6 años de edad)

- ¿Usted los vio en la casa que está donde había unas piezas con literas?

«¿Con literas? No sé, nunca las vi. Pero esos niños estaban donde se
interrogaba a los detenidos».

- ¿Usted iba al casino que funcionaba en la Villa Grimaldi?

«No lo conocía, yo venía a mi casa a almorzar. Mire, cuando llegaba a la


Grimaldi yo me instalaba en mi escritorio y no salía de ahí. Yo no veía lo que
pasaba en los lugares donde estaban los presos. Yo trataba de ver lo mínimo
posible, porque ahí hacían muchas tonteras. No había gente preparada para
interrogar, así que hacían las cosas a lo bruto».
- ¿Pero veía cuando sacaban a los detenidos?

«Sí, exactamente. Tengo entendido que se sacaba a los presos y los


llevaban a alguna parte».

- ¿Para matarlos?

«Mire, yo no sé. Ahí pasaba de todo. Yo sé que a algunos presos los


sacaban para interrogarlos en los helicópteros y de ahí los tiraban pa’ abajo».

- ¿A usted le consta eso?

«Sí».

- ¿Cómo puede estar segura?

«Yo estoy segura de lo que estoy diciendo. No le voy a decir por qué, pero
estoy segura. Yo sé que sacaban a algunos presos y los subían a helicópteros
y cuando ya no les podían sacar más, los lanzaban. Si hacían tantas tonteras,
que usted ni se imagina».

- ¿Pero cómo lo hacían, los llevaban hasta algún aeropuerto?

«No sé. Pero sé lo que digo, que los subían a los helicópteros para
interrogarlos y los lanzaban abajo».

- ¿Pero, tenían que tener la orden de algún superior para poder usar un
helicóptero, o la DINA tenía gente que manejaba helicóptero?

«Mire, en esa época se podía hacer cualquier cosa, no había límites, por
eso todos robaron, se enriquecieron. O si no, dígame ¿De dónde sacan todas
las cosas que tienen? Bueno, así como se podía robar sin ningún problema, se
podía usar y había vía libre para todo lo que pidiera la DINA. Si llegaba a un
aeropuerto alguien pidiendo un helicóptero y llevaba… mostraba que era de
la DINA, se lo pasaban con tripulación y todo».

- Pero eso era demasiado riesgoso.

«¿Por qué?»
- Porque hay muchos testigos: el piloto, el copiloto.

«¿Y qué? Ahí todos callan. El miedo hace que todos callen. Y fuera o
dentro de la DINA, todos tenían miedo».

Olderock sabía de lo que hablaba. Así lo confirmó el suboficial de Ejército


Juan Guillermo Orellana Bustamante, mecánico de helicópteros con
formación en la Escuela de Panamá, miembro del Comando de Aviación del
Ejército, quien declaró ante la justicia que el día 12 de septiembre de 1973
recibió la orden de trasladarse en el helicóptero a los dominios del coronel
Manuel Contreras:

«Estando ahí vi que llegó una camioneta cuyo color no recuerdo, pero sí
recuerdo que la parte de atrás era cerrada por una especie de carpa. Se detuvo
justo al lado de la puerta izquierda del helicóptero y bajaron de ella tres
personas, quienes bajaron a otras tres personas desde la parte trasera de la
camioneta y las subieron al helicóptero. Al llegar yo donde estaba el
helicóptero, llegaron también el piloto y el copiloto; el piloto junto con el
copiloto me hicieron un gesto para que camináramos y el piloto me dijo que
debíamos cumplir una misión y que si no la cumplíamos era posible que
fuéramos detenidos y devueltos a Tobalaba y fusilados por traición a la
patria.

«Me explicó que debíamos partir en vuelo hacia el mar, lugar en donde un
capitán de Ejército que esperaba en la nave lanzaría unos cuerpos al mar.
Volvimos al helicóptero y al ingresar vi que había tres personas en el interior
que estaban con la vista vendada y amarradas de las manos y de los pies,
teniendo en sus pies amarrados además unos trozos de rieles de ferrocarril.
Estas personas eran de sexo masculino. Uno, de acuerdo a su cabellera, de
unos 50 años; el segundo, de unos 30 a 35; y el tercero era un joven. A cargo
de todo iba el capitán de Ejército que mencioné de quien no supe su nombre
pero sí recuerdo que era un sujeto alto, delgado y de tez blanca.

«Partimos en vuelo hacía el mar y, pasados unos 20 minutos de vuelo, el


piloto me dice que le diga al capitán que estamos listos, que estamos en la
zona y que yo solo me limite a abrir la puerta cuando él me indique. Una vez
que el piloto me dijo “listo”, yo abrí la puerta y el capitán lanzó al mar al
primero de los detenidos, la persona mayor. Luego al segundo y finalmente al
más joven, quien se dio cuenta de todo, tratando incluso de evitar ser lanzado,
para lo cual puso un pie en el cadenaje del tren de aterrizaje del Puma, pero
finalmente el capitán lo lanzó de todas formas. Yo cerré la puerta y nadie
habló nada, hasta que nos posamos en el mismo lugar de donde habíamos
salido. Estando en el Club de Golf, el piloto y el copiloto se fueron a dar
cuenta de que la misión estaba cumplida y cuando regresaron volvimos los
tres a Tobalaba».82

Según Orellana, solo en la primera etapa «las personas eran lanzadas vivas
al mar, que certifico con el caso del que yo participé; en una segunda etapa,
se llevaba a los detenidos a Peldehue, se fusilaban y luego, muertos, se
lanzaban al mar. Esto lo sé por lo que se comentaba entre los funcionarios del
aeródromo y porque vi helicópteros ensangrentados. Posteriormente, por
comentarios, supe que en una tercera etapa ya se utilizaban otras formas de
dar muerte a los detenidos, como por ejemplo con el gas».83

Continúa Olderock.

- ¿Qué otras cosas terribles vio en ese lugar?

«Mire, yo ahí estuve un mes y medio... o dos meses, a comienzos del año
1975. No ve que el ‘74 lo pasé todo el año formando al personal femenino».

- Pero también dice que estuvo en la Clínica Santa Lucía y que volvió a
Santiago a Carabineros y de ahí la mandaron a las oficinas de Contreras ese
año

«Sí, ese año hice todo eso, no ve que yo siempre quise salirme de la DINA
y Carabineros que me mandó, no me dejó salirme nunca de ahí y después,
cuando volví a Carabineros, ahí el Mayor Campos le dijo al General
Mendoza que yo ya no servía. Porque las personas que habían estado en la
DINA después eran mal recibidas y ve usted lo que me pasó. Ahora tengo
que vivir armada. Ando con una 38 en mi cartera y tengo una 45 en el horno.
Mire, se la voy a mostrar para que usted la vea».

Se para intempestivamente, va a la cocina y deja la puerta entreabierta. Ella


busca causar inquietud. Se escucha un chirrido metálico y luego un sonido
sordo de la manipulación de un papel. El arma estaba al interior del horno,
envuelta en papel periódico.

Regresa al comedor y dice:

«Es una Colt 45».

La deja sobre la mesa, a pocos centímetros de mi mano.

«Está sin balas».

Mira con un gesto de provocación, esperando una respuesta. Yo le pido


que se la lleve, que no la quiero cerca.

Ella se irrita y grita.

«¡Seguramente es una pacifista, odio a los pacifistas!

«A los pacifistas les gusta vivir bien, tranquilos y que otros se ensucien las
manos».

Se calma y sigue contando, como si nada hubiera pasado.

«El arma que llevo en la cartera es de puro lujo, porque si me van a matar,
entre que saco los cigarros y las llaves para encontrar la pistola, ya me
balearon no sé cuantas veces; además, ya no tengo los mismos reflejos que
antes tenía. Lo mismo pasa si vienen a mi casa a matarme, no alcanzo a
desenvolver el arma, así que estas armas son de puro adorno».

Toma el arma y la carga lentamente, la pone sobre un mueble que está


frente a nosotras.

77

Se trata de la gente de la brigada Purén Irma Guareschi Salmerón.

78

Ibíd. Fojas 001713


79

Ibíd. Fojas 001717

80

Causa Rafael Araneda Yévenes, Carlos Terán de la Jara, fojas 2446

81

Ibíd. 10547

82

Ibíd. Fojas 1922 1923

83

Ibíd.
Capítulo V
El largo brazo de la DINA
La DINA fue oficializada el 14 de junio de 1974, mediante el decreto Ley
Nº 521. Este decreto tiene ocho artículos permanentes y tres transitorios
(9,10,11).

El artículo Nº1, define al organismo de inteligencia como “productora de


inteligencia en todos los campos que se requiera para la formulación de
políticas que resguarden la seguridad nacional y el desarrollo”.

El artículo Nº2 designa a un alto oficial del Ejército en servicio activo que
tendrá el título de “Director Nacional de Inteligencia y que ejercerá la
dirección técnica y administrativa del servicio, con facultades para dictar
resoluciones necesarias o las instrucciones pertinentes”.

El artículo Nº3 define la necesidad de un reglamento orgánico que será


propuesto por el director. “La planta de personal será constituida por personal
proveniente de las Instituciones de la Defensa Nacional y dependerá de la
aprobación del Ministerio de Hacienda”.

El artículo Nº4 dota al director de facultades para requerir o exigir


informes a todos los servicios del Estado.

El artículo Nº5 establece la igualdad del régimen jurídico y salarios de su


dotación, con los de la Defensa Nacional.

El artículo Nº6 plantea que su presupuesto se aprobará en forma global.

El artículo Nº7 libera de aranceles aduaneros a las adquisiciones que la


DINA haga en el exterior.

El artículo Nº8 agrega un inciso a la Ley de Control de Armas. Amplía las


facultades de la DINA y refuerza su carácter operativo.

Si bien Contreras ejerció el mando de la DINA y ya son conocidos los


nombres que ejercieron los altos mandos, así como los mandos medios, aún
quedan nombres que han permanecido desconocidos por las escasas pruebas
que hay contra ellos. Otros lograron el anonimato, como el equipo jurídico de
la DINA, que tuvo confidencialidad con el alto mando, Pinochet y Contreras
y que estaban agrupados en una brigada compartimentada que, de acuerdo
con el organigrama del Departamento de Defensa de los Estado Unidos, se
llamaba Brigada Jurídica y estaba a cargo del abogado Víctor Avilés Mejías.
Tampoco están los nombres de los empresarios que fueron pilar importante
de la represión, entre ellos el distinguido Agustín Edwards84 o Ricardo
Claro85.

Operación Cóndor
La coordinación entre las Fuerzas Armadas y dictaduras latinoamericanas
se inició apenas ocurrido el golpe de Estado en Chile. Así dan cuenta algunos
relatos de prisioneros que pasaron por el Estadio Nacional y que escucharon a
militares brasileros durante los interrogatorios que se hacían en el velódromo
de ese campo deportivo.

Las primeras coordinaciones fuera del territorio nacional se hicieron con la


Triple A en Argentina, país al que habían llegado cientos de exiliados
chilenos, uruguayos, brasileros y bolivianos. Los documentos encontrados en
el departamento de Enrique Arancibia Clavel, civil de ultraderecha que había
escapado a Argentina tras el asesinato del general René Schneider, dejan
clara la relación entre la DINA y los organismos de seguridad argentinos y
personajes de ultraderecha.

Pero Contreras no se conformaba con perseguir a los chilenos exiliados al


otro lado de la cordillera; su megalomanía lo llevaba a buscar un sitio en la
historia y su sueño era encabezar la cruzada antimarxista en el mundo. Así lo
explicaba Michael Townley al juez Salvi: «Contreras se veía a sí mismo
como un punto focal o líder de los movimientos o grupos antimarxistas en
todos los países europeos y los Estados Unidos».86
Fue el viaje con Pinochet al funeral del dictador Francisco Franco el que le
abrió las relaciones con un sinnúmero de personajes oscuros de Europa y
decidió que los usaría para eliminar a los dirigentes de la diáspora chilena que
le habían cerrado todas las puertas internacionales a la dictadura militar.

Olderock fue una de las primeas en conocer los pasos que Contreras
pensaba dar en el viejo continente. Ella dominaba el idioma alemán, lo que
facilitaba su movimiento en Europa, tenía la formación de un comando para
realizar acciones riesgosas, lo que la convertía en una agente muy útil para
los planes trazados.

La DINA había tejido una extensa red de agentes en Europa, creando


importantes bases de apoyo en Alemania, Italia y España, países que tenían
pequeñas organizaciones de corte fascista que operaban espiando los
movimientos de izquierda y sus organizaciones, sustento de los exiliados
chilenos y latinoamericanos.

Con esa red, que se movía con cierta soltura por Europa, Contreras
mantenía cierto control sobre el quehacer de sus enemigos, entre los que se
encontraba Carlos Altamirano87.

Contreras tenía una animadversión especial contra Altamirano. No le


perdonaba que hubiera llamado a sus hombres a desobedecer las órdenes
golpistas, por lo que se había fijado como meta asesinarlo en cualquier parte
del mundo en que se encontrara. Primero lo intentó durante una reunión del
exilio en Ciudad de México; luego lo intentaría en España. Y la designada
para dirigir ese plan criminal sería Ingrid Olderock.

«A principios de 1975, hubo conversaciones [con Stefano Delle Chiaie de


Avanguardia Nazionale] para matar a Altamirano», recuerda Townley.88

Stefano Delle Chiaie era un fanático fascista italiano que había conocido a
Contreras en Madrid. En esa ocasión crearon lazos de amistad y cooperación
para terminar con la lacra marxista. De paso, Contreras le había ofrecido
ayuda, que consistía en darle refugio seguro en Chile para operar negocios
turbios que le permitiera seguir adelante en su guerra contra el marxismo.

El 30 de septiembre de 1974, el atentado terrorista en Buenos Aires que


terminó con la vida del general Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert,
marcaría el inicio de la Operación Cóndor.

El 17 de mayo de 1975 fue detenido en el hotel España de Asunción,


Paraguay, el dirigente del MIR Jorge Isaac Fuentes Alarcón. Fuentes viajaba
en bus con destino a Perú, con pasaporte costarricense. Iba acompañado de
Amilcar Santucho, hermano del líder máximo del Partido Revolucionario de
los Trabajadores (PRT) 89, quien había sido detenido antes, en la aduana de
Enramada. De acuerdo con las declaraciones de Santucho, los interrogatorios
fueron realizados por oficiales chilenos, argentinos y paraguayos.

Gracias a gestiones internacionales, Santucho logró salir hacia Alemania.


Fuentes no tuvo la misma suerte y los servicios de seguridad Paraguayos lo
entregaron a la DINA, quien lo desapareció de Villa Grimaldi en enero de
1976.

Sobre la muerte de Jorge Fuentes, el ex agente Jerónimo del Carmen


Miranda Méndez dijo a la justicia que «un día llegué al cuartel [y] el detenido
Fuentes no estaba, le pregunté a una persona y me dijo que lo habían matado
la noche anterior y, según me dijeron, lo habían metido en una pieza y le
habían echado un gas por debajo de la puerta».90

Al igual que en los campos nazis, la DINA usó gas letal para terminar con
los detenidos.

El 5 de octubre de 1975, el brazo de la DINA llegó hasta Italia. Su objetivo


era Bernardo Leighton, ex ministro de Eduardo Frei Montalva, que había
viajado invitado a Europa a fines de 1974 para dar unas conferencias. A su
regreso, la dictadura le impidió el ingreso, dejándolo en calidad de apátrida.

Leighton se había transformado en una piedra en el zapato para la


dictadura desde el mismo día del golpe de Estado. Su profunda vocación
democrática lo llevó a buscar la fórmula para repudiar el asalto a La Moneda
y los crímenes posteriores. Con ese fin convocó a un grupo de
democratacristianos para emitir una declaración pública que diera cuenta de
la vileza de la Junta de Militar y sus socios civiles de la derecha, que habían
pavimentado el camino al golpe y los crímenes posteriores, con el fin de
sostener sus privilegios.
Los firmantes fueron 13 dirigentes: Bernardo Leighton, Claudio Huepe,
José Ignacio Palma, Renán Fuentealba, Mariano Ruiz Esquide, Fernando
Sanhueza, Sergio Saavedra, Andrés Aylwin, Jorge Cash, Jorge Donoso,
Belisario Velasco, Ignacio Balbontín y Florencio Ceballos.91

Posteriormente, Leighton mantendría una dura polémica con Eduardo Frei


Montalva, por el apoyo y defensa del golpe de Estado expuesto en una carta
que este último había enviado a Mariano Rumor, influyente político
demócratacristiano y ministro del Interior de Giulio Andreotti.

El atentado fue producto de «un proceso de razonamiento frío de lo que


estaba sucediendo en el mundo político de ese momento [la Guerra Fría]…
había una oportunidad de unión entre los demócratacristianos y el Partido
Comunista en Italia, que habría legitimado una relación entre el Partido
Comunista y el Partido Demócrata Cristiano de Chile y habría, en gran parte,
unificado a la oposición marxista en Europa contra Chile y básicamente
habría cambiado todas las reglas del juego»92, diría fríamente Michael
Townley al juez Giovanni Salvi en la causa que llevaba la justicia Italiana.
También relataría que fue el dirigente demócrata cristiano de la CUT93,
Guillermo Riberos, que usaba el nombre falso de Pedro Rojas, quien les
entregó los datos precisos sobre la localización de Leighton y sus actividades,
puesto que era un hombre pagado por la DINA para espiar a los chilenos en
Europa.

El 5 de octubre fue la fecha elegida. El mercenario fascista Stefano Delle


Chiaie, junto con Michael Tonwley, serían los encargados de dar curso al
plan. También participarían cubanos anticastristas y la prensa mercurial94 en
la operación de encubrimiento.

En el diario La Segunda del 8 de noviembre de 1975 reproduce un pasquín


de una organización anticastrista en los Estados Unidos, llamado “Guerra”.
Este había circulado el 17 de octubre en New Jersey y decía: “La
Organización Revolucionaria Anticastrista CERO, se responsabiliza frente al
mundo por el atentado efectuado contra la persona de Bernardo Leighton el
lunes 6 a las 8:20 p.m. hora de Roma, cuando estaba próximo a su casa”.

El largo comunicado acusaba a Leighton de marxista y de estar al servicio


de la KGB95 y bajo la protección del G2 96 cubano y terminaba con una frase
de amenaza para todos los chilenos en el exilio: “dormido pero no muerto,
hasta el próximo ajusticiamiento”.

El atentado ocurrió cuando anochecía y el matrimonio Leighton Fresno


regresaba a su casa en Roma. Si bien no murieron, ambos quedaron con
graves secuelas por el resto de sus vidas.

No fueron los únicos intentos de asesinatos a opositores en Europa. En la


lista de objetivos estaban el dirigente del MIR en París René Valenzuela97,
además de Silvia Hernández98, Carlos Altamirano, Volodia Teitelboim99 y
Clodomiro Almeyda100.

De acuerdo con los relatos que hace Townley, parte importante de los altos
mandos de la DINA se movían por Europa sin problema; tenían contactos
con diversos grupos que se dedicaban a espiar las organizaciones de chilenos
exiliados y para proveerlos de recursos estaban las oficinas de Lan Chile, con
gerentes afines a la dictadura militar y que facilitaban el transporte de armas
convencionales, armas químicas y otros insumos para las operaciones de la
DINA fuera de las fronteras.

Olderock viajó a Europa en más de una ocasión. El año 1975 viajó con la
misión de asesinar a Carlos Altamirano en Madrid, donde se realizaba la
primera reunión de socialistas, dirigida por Felipe González. En diciembre de
1976 viajó a París para participar en un doble atentado contra René
Valenzuela y Silvia Hernández, acción coordinada con un grupo operativo
argentino, como parte del equipo de la Operación Cóndor. Tonwley asegura
que este atentado habría fallado por una infidencia y errores de los
argentinos, lo que los obligó a cambiar de objetivos.

Habla Olderock.

- ¿Usted estuvo en Europa? ¿En qué año?

«Sí, fuimos a Europa en misión con José Cuevas, Palmira Almuna [era
Irma Nelly Guareschi Salmerón], Ana María Rubio, Mercedes Jara y allá
estaba Espinoza y este otro que está en los Estados Unidos. Creo que fue el
75; ha pasado tanto tiempo que no me acuerdo, pero ya el general Franco
había muerto».

- ¿Fernández Larios101?

«Sí, ese. Yo fui a Alemania a visitar a mi hermana y a mis parientes y de


ahí tenía que irme a Roma y ni siquiera tenía plata, porque cuando me dieron
las órdenes aquí en Chile, me dijeron que Espinoza, que era quién estaba a
cargo de la misión, nos daría allá los viáticos para movernos».

- ¿Y a Espinoza lo ha visto?

«No, a ese no lo quiero ni ver. Ese era un loco, un desgraciado; a mí me


robó los viáticos. Si ese robó muchísimo, o si no, ¿de dónde sacó tanta plata?
Esta casa que usted ve era la de mis padres, ellos me la heredaron y vivo aquí
desde hace más de veinticinco años.

«Ahí en la DINA robaban muchísimo. Uno pedía plata y si quería se


quedaba con ella, nadie le preguntaba qué era lo que se había hecho con esa
plata. A mí me decían pide 20 millones y te puedes quedar con ellos. Nadie
rendía cuentas en la DINA. Había chipe libre pa’ guardarse la plata. En
cambio, yo daba cuenta hasta del último centavo que gastaba y entregaba los
vueltos».

- ¿Cómo fue eso de que Espinoza le robó sus viáticos?

«Si, ese desgraciado me dejó en Europa sin plata ni para comer. Nos pagó
en Roma un hotel barato y nos dio unos pesos para movernos; nosotros
teníamos que andar caminando porque no teníamos plata, mientras que él lo
pasaba re bien.

«Jamás nos dio la plata. Imagínese que en España teníamos que matar a un
ex ministro -o algo así- de Allende. Era uno que tenía varios hermanos, él era
flaco. Su nombre era... (dice no recordar el nombre, posiblemente se trate de
Carlos Altamirano). Nosotros le hicimos seguimiento y nos dimos cuenta que
este hombre andaba con guardaespaldas y yo no tenía nada, ni un arma,
porque las habíamos tenido que dejar en Italia para pasar las fronteras, no ve
que había mucho alboroto con los exiliados. Así que la loca de la Palmira
Almuna [Irma Guareschi] planeó que ella se le acercaría, lo seduciría y luego,
como yo era experta en judo, lo matara de un golpe, desnucándolo mientras
ella distraía a la gente. Era una locura.

«A tal punto nos había abandonado Espinoza, que las agentes que andaban
en España se dedicaban a robar en las tiendas, especialmente en las joyerías,
entraban y comenzaban a probarse cosas y se las guardaban entre las ropas.
Eso me aterró porque nos podían detener, así que las envié de vuelta a Chile.

«Ahí había mucha gente que no tenía formación».

En una entrevista a la televisión alemana, Olderock dijo que había


realizado un viaje a Europa junto a Pedro Espinoza, Armando Fernández
Larios, Ricardo Lawrence e Irma Guareschi Salmerón. Que en ese grupo
viajó José Cuevas, quien le habría confidenciado su participación en el
atentado a Leighton, o por lo menos en la organización del mismo.102

Tonwley recuerda que Armando Fernández Larios le habló de un viaje a


París «del cual escuché rumores, en que él viajó con una oficial (femenina) de
la DINA. Así que voy a suponer que era la señora Olderock. Creo que la
señora Olderock era la persona. Que ese era el viaje». Más adelante aclara
que el viaje de Olderock y Fernández Larios había estado relacionado con la
eliminación de René Valenzuela en París, quien era considerado «uno de los
individuos más peligrosos» por sus vínculos «con todos los grupos terroristas
europeos».

Lo cierto es que Olderock no viajó a visitar a su hermana Karin, a quien le


había quitado parte de su herencia, enviándola al corazón de la DINA.

Su paso por Alemania se debía a que era la ruta más segura para los
agentes de la DINA; así lo reconoció Tonwley, debido a las conexiones que
tenían con algunas autoridades locales y las facilidades de movimiento e
información que les otorgaban. Los contactos con autoridades eran parte de la
colaboración de la Colonia Dignidad con la DINA.

Olderock se excusa para ir al baño. El arma cargada queda sobre la mesa.

A su vuelta, sigue relatando sus operaciones de inteligencia y recuerda


cuando ingresó al corazón del Ejército peruano, disfrazada de misionera
evangélica alemana.

«Fue el año 1977; los peruanos tenían muchas armas y relaciones con la
Unión Soviética. Les habían vendido aviones y otras armas, además tenían
instalaciones subterráneas de misiles. Eso los había hecho envalentonarse y
estábamos con problemas por el norte con Perú y por el sur con los
argentinos, así que mi coronel Contreras me pidió que organizara una
operación de infiltración a la Fuerza Aérea peruana, para saber de los aviones
Mirage y otras armas de fabricación soviética. Viajé con la Irma Guareschi
haciéndonos pasar por evangelizadoras. ¿No ve que nadie le niega la entrada
a una mujer que va a evangelizar? Así que fuimos y nos logramos meter a
varios recintos militares, donde predicábamos.

«Logramos reclutar a varios peruanos que creían que de verdad yo era una
pastora y así llegamos hasta algunos militares que estaban atraído por la
religión.

«Cometimos un error y nos pillaron y fuimos acusadas de espías. Eso es


muy grave en las Fuerzas Armadas de cualquier país y puede significar una
Corte Marcial y ser condenadas al fusilamiento. Finalmente, la Junta Militar
nos dio una felicitación por la acción y el peligro que corrimos por la Patria».

Irma Guareschi tiene una versión más detallada:

«Acerca de un viaje al extranjero que tuve en mi calidad de agente de la


DINA, este lo reconozco en el marco de un operación de inteligencia militar
relacionada con el poderío aéreo en Perú, específicamente la flota de aviones
Mirage y en lo que respecta a la ubicación de un aeropuerto subterráneo
llamado “La Joya”. Dicha operación la realicé en compañía de la oficial de
Carabineros de nombre Ingrid Olderock, quien viajó en calidad de misionera,
como pastora evangélica, religión que efectivamente ella profesaba en la vida
real, utilizando para tal efecto su pasaporte alemán, mientras que yo lo hice
con mi verdadero nombre y mi cédula de identidad. Debo señalar que, en el
marco de esta operación, fuimos sorprendidas por agentes de la inteligencia
peruana, quienes nos acusaron de espionaje, nos detuvieron, nos interrogaron
y después de esto nos fugamos del recinto donde nos encontrábamos, hasta
llegar a la frontera y ser rescatadas por un alto oficial del Ejército de la
Guarnición correspondiente a Arica, o del norte del país, de quien ignoro
mayores antecedentes».

Colonia Dignidad
256 kilómetros al sur de Santiago, entre bellos paisajes precordilleranos
cercanos a Parral, se encuentra la Colonia Dignidad, o Villa Baviera. Su
extensión es cercana a los 40 kilómetros cuadrados y sus habitantes
constituyen una rara comunidad de alemanes que se rigió por leyes privadas
impuestas por su líder y fundador, el cabo del ejército nazi Paul Shaefer,
sujeto que llegó a Chile en la década de los años 60 y que entre sus
principales aficiones estaba el abuso, la explotación y la violación de niños.

Los archivos desclasificados de la CIA mencionan a la Colonia Dignidad


como un centro de alemanes nazis escapados durante la post-guerra. Entre las
curiosidades que destaca el archivo está que el territorio no aparecía
señalizado en ningún mapa chileno.

Muy poco se sabe lo que ocurrió efectivamente en este lugar. Hay


evidencias que prueban que los líderes de la Colonia cooperaron con la
DINA, adaptando sus instalaciones para recibir detenidos y aplicarles torturas
aterradoras, para luego hacerlos desaparecer. Son muy pocos los detenidos
que pasaron por este centro de torturas y que lograron quedar con vida para
contar sus experiencias.

Uno de ellos es el médico Enrique Peebles, quien ha dedicado su vida a


denunciar a la Colonia Dignidad, para lograr justicia. Su relato habla de una
tortura más científica, con más uso de tecnología para causar la sensación de
absoluta indefensión. Más terror que dolor. Las torturas se realizaban en
lugares aparentemente subterráneos y con dispositivos que les alteraban la
percepción, con luminosidad y sonidos indescriptibles.

Se ha dicho que los alemanes hacían experimentos genéticos con los


detenidos, que se experimentaba en ellos los límites humanos al dolor, al
calor, a la inanición y a la tolerancia a situaciones límites antes de
enloquecer, para luego morir de un disparo o envenenados.

En ese lugar ocurrieron crímenes de todo orden. Su lejanía, el dominio que


ejercían sobre la población campesina pobre de los alrededores y las
vinculaciones con los altos mandos militares, la ultraderecha, los empresarios
y miembros del poder judicial, los hacía intocables y convertía a la Colonia
en un lugar ideal para cometer atrocidades sin dejar huellas.

Gerhard Mücke, uno de los hombres de confianza de Shaefer, reconoció


ante el ministro de la Corte de Apelaciones Jorge Zepeda, que 22 detenidos
fueron ejecutados y lanzados a una gran fosa común el año 1973. Los datos
son coincidentes con las desapariciones entre septiembre y octubre de 22
personas que se encontraban detenidas en la cárcel y la comisaría de Parral.

En 1978 Schaefer recibió la llamada para cumplir la “operación retiro de


televisores”. La instrucción era clara: debía destruir toda la evidencia sobre
los detenidos desaparecidos. Mücke recordó ante el juez la orden de limpiar
el lugar que le dio Shaefer: «¡Anda, sácalos y deshazte de ellos!».

Mücke desenterró los cuerpos, los metió en sacos y los aseguró con fuertes
amarras, luego los introdujo en otro saco que tenía fósforo, sustancia química
que alcanza altas temperaturas y quema todo en poco tiempo. Las cenizas
fueron subidas a un camión que lanzó al río Perquilauquén.

Schaefer, condenado a 20 años de prisión por abusos sexuales y


violaciones cometidos contra 25 niños, negó todas las acusaciones en el careo
que sostuvo con Mücke, como seguiría negando sus crímenes hasta el día de
su muerte, el 24 de abril de 2010.

Durante los 17 años de dictadura cívico militar, la relación con la familia


Pinochet y con la de Manuel Contreras fue fluida. Ambas eran asiduas
visitantes del enclave alemán. Recibían trato de huéspedes ilustres y todos los
niños del jerarca participaban de las recepciones. Ahí pasó sus vacaciones
Manuel Contreras hijo y afinó su puntería, saliendo por las noches a cazar
conejos con Schaefer y su ejército infantil. También llegó Manuel Contreras a
reponerse de una operación de cáncer al colon. Lucía Hiriart de Pinochet y
sus hijas llegaron a deleitarse con los manjares de los esclavos de Schaefer. Y
sus puertas se abrieron para que Jaime Guzmán llevara a retiro espiritual y
clases de formación política a conspicuos personajes de la UDI103.

Habla Olderock.
- ¿Qué sabe usted de Villa Baviera, o Colonia Dignidad?

«Yo a esa gente la conozco desde los años sesenta, cuando se les escapó un
muchacho alemán [Wolfgang Kneese] que ayudé a salir de Chile. Recuerdo
que en ese tiempo me toco ir a Colonia Dignidad.

«Ellos son nazis y son muy inteligentes. Además, tienen toda una red de
apoyo a nivel nacional, por eso no han podido acabar con ellos.

«El muchacho que le cuento se escapó porque lo tenían en calidad de


secuestrado. Él se refugió en una parcela en Lo Cañas y a mí me avisaron
dónde estaba. Llegué a buscarlo para sacarlo de Chile y lo hice.

«Mire, de los alemanes de la Colonia Dignidad, le puedo asegurar,


ayudaron a la DINA. Ellos instalaron la antena que estaba en la Villa
Grimaldi y los equipos de comunicaciones del cuartel general de la DINA.
Trajeron los equipos y se hicieron cargo de su instalación, pero, además, ellos
tenían en la Colonia Dignidad una serie de equipos sofisticados para aplicar
torturas y eran expertos en eso.

«A mi no me gustaron nunca esos alemanes de la Colonia Dignidad,


porque van contra mi religión».

- ¿Es verdad que a algunos detenidos los llevaron a ese lugar para
desaparecerlos?

«Sí. Yo estoy segura que llevaron detenidos para allá porque ellos tenían
sistemas más sofisticados para sacar la información.

«Ellos usaban métodos muy sofisticados para interrogar; nadie podía


resistirse a esos métodos».

- ¿Cómo eran esos métodos?

«No sé, porque yo no los conocí. Pero sé que tenían otros métodos».

- ¿Cómo estableció la DINA relaciones con la Colonia Dignidad?

«¡Ah! Eso no lo sé. Pero los alemanes de la Colonia Dignidad tienen


muchas relaciones con personas importantes que les ayudan. Por ahí deben
haber llegado a ellos.

«Ellos no solo tienen relaciones con gente importante de Chile, también


con personas de otros países».

Olderock hablaba con propiedad acerca del tema. Conocía los contactos
que la Colonia Dignidad tenía en Alemania y que había traspasado a la DINA
para realizar sus operaciones en Europa. Eran los mismos que le habían
servido para llegar hasta el embajador de Chile, en 1960, y conseguir que el
gobierno de Jorge Alessandri le permitiera instalar su “sociedad benefactora”
en la zona del Maule, el año 1961.

Así lo confirmaba Townley:

«En Chile me dieron nombres de personas para que contactara en Francfort


[Frankfurt] que eran amigos o tenían contacto con un lugar en Chile conocido
como Colonia Dignidad».

La casa de Lo Curro
En los escarpados cerros precordilleranos que rodean Santiago hay un
barrio de mansiones, separadas unas de otras por grandes jardines. Ahí, en
ese paradisíaco paisaje, se encuentra la Vía Naranja, un angosto sendero
rodeado de vegetación que circunda al cerro por una de sus laderas. A medio
kilómetro de la entrada, en una vuelta cerrada, estaba la entrada a la casa del
matrimonio Townley Callejas y sede de la agrupación Quetropillán o Avispa
de la Brigada Mulchén.

La casa tenía tres pisos, una gran terraza con piscina, rodeada de feas
estatuas de yeso que contrastaban con la rígida estructura de la construcción.
En la planta baja estaban los garajes; en el segundo piso la cocina, el comedor
y una gran sala con ventanales que daban a la piscina; en el tercer piso
estaban los espacios privados de la pareja.

El lugar era famoso entre los jóvenes escritores de la época104. Al calor de


café, cigarros, vino caliente con naranja y canela, se realizaban entretenidas
tertulias literarias donde descollaba Callejas. Era una gran anfitriona, siempre
alegre y llena de historias, acumuladas en sus viajes.

El “gringo” casi nunca participaba en las actividades de su mujer. Era serio


y distante, recordarían algunos años después los asistentes a las tertulias.

En ese lugar, donde algunos soñaban escribir la novela del siglo, el


“gringo” y la escritora planificaban, sin romanticismo, los asesinatos que los
transformarían en una pareja temible.

Juntos participaron en el atentado planeado por Contreras contra el


matrimonio compuesto por el General Carlos Prats y su esposa Sofía
Cuthbert, en Buenos Aires. Él armó e instaló la bomba y ella apretó el gatillo
que detonó a distancia la bomba.

Sus acciones eran motivo de orgullo para Manuel Contreras y


conocidísimas en la DINA, tanto así, que Ingrid Olderock declaró que «me
enteré por medio de Ana María Rubio -quien también utilizó la identidad de
Carmen Gutiérrez- que se iba a cometer un atentado explosivo en contra de
Prats y que uno de los encargados era Raúl Iturriaga Neumann, que había
viajado a Buenos Aires. Esto lo confirmó Nélida Gutiérrez y cuando Iturriaga
volvió, todos los oficiales fueron a felicitarlo».

La vida real de la pareja era toda una novela de acción y muerte. Mientras
ella posaba de escritora y El Mercurio la premiaba, su marido planificaba
crímenes en los que ella era parte importante.

Ambos viajaron varias veces a Europa, para planificar el atentado a


Bernardo Leighton y su esposa Anita Fresno. También lo harían a México
para asesinar a Volodia Teitelboin, Carlos Altamirano y Clodomiro Almeyda,
fallando en cada intento.

El 15 de julio de 1976, en el garaje de la casa, se asesinó al diplomático


español Carmelo Soria. Callejas dice no haber escuchado nada, a pesar que su
cuarto se comunicaba por una caja de escala con los estacionamientos y que
Townley aseguró haber bajado a pedir silencio, porque los gritos se
escuchaban demasiado fuerte105.
En la parte posterior del jardín estaba el laboratorio donde se ensayaba y
producía todo tipo de elementos químicos para asesinar a quien Contreras
ordenara. Era una casita de madera prefabricada donde trabajaban los
químicos Francisco Oyarzún Sjöberg –hoy residente en los Estados Unidos- y
Eugenio Berríos106. El precario laboratorio sería la antesala del proyecto
“Andrea”, creado para producir armas químicas y biológicas para eliminar a
grandes grupos de la población.

En ese precario lugar se fabricaba el gas sarín, que había sido desarrollado
por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y su resultado directo es la
muerte sin dejar huellas, porque se confunde con los efectos de un ataque
cardíaco.

En el año 1976 Tonwley estuvo a cargo del plan terrorista para asesinar a
Orlando Letelier107 en Washington. En los preparativos estuvo acompañado
de Armando Fernández Larios y activos terroristas anticastristas, como
Orlando Bosch, Luis Posada Carriles y Guillermo Novo. El atentado ocurrió
en la Scheridan Circle de la ciudad de Washington el 21 de septiembre de ese
año, resultando muerto Orlando Letelier del Solar y su secretaria Ronnie
Moffit. El encuentro con en el mundo del terrorismo político del matrimonio
Townley Callejas se produjo antes del golpe de Estado. Los primeros
contactos con Patria y Libertad los realizó Callejas. Posteriormente, el
“gringo” intervino creando un radiotransmisor para acciones de propaganda,
que ambos operaban desde un Fiat 600 en movimiento por las calles del
barrio alto de Santiago. Ella transmitía mensajes sediciosos contra el
gobierno de Salvador Allende y él manejaba el vehículo.

El primer encuentro con el hombre que marcaría su futuro se produjo


mientras circulaban por alguna de esas calles y fueron interceptados por una
patrulla del Ejército, enviada para seguir las señales y detener a los
operadores. El oficial a cargo de la patrulla militar era el entonces mayor de
inteligencia Pedro Espinoza Bravo. Espinoza los tenía detectados y los
interceptó en la Avenida Pedro de Valdivia. Inmediatamente, hubo empatía.
El oficial conversó en forma amena con la pareja y luego los dejó ir. En su
informe dijo que no había sido posible detener a los sospechosos porque
habían escapado.108
Meses antes del golpe de Estado, Townley, Rafael Undurraga y Gustavo
Etchepare intentaron sabotear la Dirección de Servicios Eléctricos de
Concepción, entidad estatal que estaba encargada de interferir la señal ilegal
del Canal 13 (Canal 5 en el dial local). Jorge Tomás Henríquez González,
pintor de oficio, tenía una casita que colindaba con las oficinas de la
Dirección de Servicios Eléctricos. Su arrendadora, María Inés Fuller, había
entregado las llaves de la casa al sacerdote Raúl Hasbún109 para que el
comando entrara desde ahí al edificio. Los asaltantes no esperaban encontrar
testigos y Henríquez fue tomado por la fuerza, anestesiado con Pentotal,
amordazado y atado con una cuerda que iba desde los pies hasta el cuello. En
su intento por soltar las amarras que lo asfixiaban, murió.

En este acto de sabotaje terrorista instigado y dirigido por el sacerdote Raúl


Hasbún, participaron Carmen Hasbún, Manuel Fuentes Weddling, Manuel
Katz, Carlos de la Sotta (redactor de la revista PEC y SEPA) y el diputado
Rafael Otero Echeverria.110

Tras el crimen, Townley y Callejas escaparon a Miami por un corto


tiempo. Allí se dedicaron a descansar en las tibias aguas del Caribe y a
conseguir contactos entre la comunidad anticastrista. El golpe de Estado los
traería de vuelta.

Sus primeras aproximaciones a la DINA se realizaron a través de Pedro


Espinoza, quien conocía las habilidades del “gringo” y quien se lo presentó a
Contreras.

La casa de Vía Naranja Nº 4925, en la comuna de Lo Curro, fue comprada


por Manuel Contreras con fondos fiscales y entregada a la pareja en pago por
los servicios prestados a la DINA.

Tras el retorno a la democracia y luego de un largo juicio, la casa volvió a


ser propiedad de quién se la vendió a Contreras, porque nunca había sido
transferida legalmente. El dueño, un hábil empresario, vendió por segunda
vez la casa, sin reembolsar al Estado el dinero que obtuvo del director de la
DINA. 111

Las dimensiones de la casa y su aislamiento la convirtieron en un excelente


lugar para instalar un cuartel de la DINA. En los garajes de la casa se
mantuvo a secuestrados, se torturó, chantajeó, extorsionó y asesinó a
opositores, sacerdotes y empresarios.

“Dirigí el operativo para ubicar a Vitorio Yaconi112 y traerlo de vuelta a


Chile en enero de 1977”113, diría Michael Tonwley a la justicia en el caso
Letelier. Luego se extendería señalando que la operación contra Yaconi se
inició con los secuestros de dos asistentes de éste y un sacerdote. Las dos
mujeres fueron torturadas y vejadas en la casa de Vía Naranja para que
entregaran la ubicación exacta del empresario. La DINA tenía mucho afán
por encontrarlo porque se trataba de un negocio de extorsión para conseguir
dinero. Traerlo desde Buenos Aires no fue fácil; el propio Tonwley debió
pilotear una frágil avioneta y sortear los vientos cruzados de la cordillera de
Los Andes. El resultado fue positivo para Contreras, que cobro $39.000
dólares por no revelar algunos de secretos de Yaconi y poner en libertad al
sacerdote y las dos asistentes.

Olderock, a pesar que niega permanentemente su participación en la


represión y solo cuenta algunos entretelones de ella, reconoció haber estado
en la casa de Vía Naranja y supo de la existencia del gas sarín:

- ¿Fue usted alguna vez a la casa de Lo Curro?

«Si una vez fuimos con Palmira Almuna, acompañando a Contreras que
iba a una reunión».

- ¿Supo del gas Sarin?

«Sí, supe. Ese día que fuimos con Contreras y yo me dediqué a pasear por
la casa y me di cuenta».

- ¿Vio acaso las instalaciones? ¿Cómo supo?

«No me acuerdo. Pero supe lo del gas sarín y supe que lo usaron para
matar personas, no sé a quiénes.

«Yo quiero decirle algo, la DINA transformó a mucha gente. La Nélida,


por ejemplo, a quién yo llevé a la DINA y éramos amigas, terminó su
matrimonio para irse con Contreras. Ella era una buena mujer y terminó
viviendo con Contreras».

Se refería a la secretaria privada de Manuel Contreras, Nélida Gutiérez114,


una de las mujeres que más poder tenía en la DINA por su relación personal
con el coronel.

Yiye Ávila
Ocho fueron los sacerdotes muertos durante la dictadura militar. Dos de
ellos fueron hechos desaparecer: Antonio Llidó y Omar Venturelli. Cinco
fueron asesinados: André Jarlan, Joan Alsina, Michael Woodward, Etienne
Marie Louis Pesle de Menil y Gerardo Poblete. Uno fue fusilado y arrojado al
río Cautín pero logró sobrevivir: Wilfredo Alarcón. A ellos se suman al
menos 20 monjas y sacerdotes detenidos y torturados por proteger a personas
que estaban siendo buscadas y cuyo destino seguro era la muerte.

Desde el día del golpe de Estado, miembros de los sectores progresistas de


la Iglesia Católica habían arriesgado sus vidas para proteger a los
perseguidos. El Cardenal Raúl Silva Enríquez, a la cabeza de la Iglesia
Católica chilena, había fijado claramente su posición ante los hechos que
estaban ocurriendo, sumándose al Comité Pro Paz para defender de manera
organizada a la población civil de las arbitrariedades y horrores de las nuevas
autoridades militares.

El 18 de septiembre de 1974, en el Te Deum Ecuménico, el Cardenal había


desafiado a Pinochet y Contreras con sus palabras:

«Hemos dicho que la violencia no genera sino violencia y que ése no es el


camino para hacer una sociedad más justa y mejor. Hemos dicho a nuestro
pueblo, a nuestras autoridades, que no se puede faltar a los principios del
respeto al hombre, que los Derechos Humanos son sagrados, que nadie puede
violarlos».

No se conocía hasta entonces, en la historia de Chile, un episodio que fuera


comparable con lo que ocurrió tras el golpe de Estado. La violencia
sistemática se extendía desde el desierto de Atacama hasta la Patagonia. Si
bien la historia anterior estaba salpicada de matanzas, guerras civiles, crisis
políticas, dictaduras, nunca las fuerzas militares se habían convertido en
fuerzas de ocupación que trataran a sus connacionales como enemigos, sin
respetarles los más mínimos derechos. Con excepción, claro está, del pueblo
Mapuche.

Frente a esa realidad, se requerían profesionales e infraestructura, pues la


asesoría jurídica, la ayuda social y la asesoría psicológica a los afectados era
una urgencia que no podían eludir las comunidades cristianas.

En octubre de 1973 el Cardenal había logrado juntar a las iglesias luterana,


evangélica, católica y a la comunidad judía para formar el primer equipo del
Comité Pro Paz. La junta Militar, presidida por Augusto Pinochet, la autorizó
de mala gana, pues no podía afrentar al Vaticano y no estaba en condiciones
de aislarse internacionalmente más de lo que ya estaba. Las continuas
presiones de la DINA al Comité Pro Paz, sumadas a las amenazas y los
intentos de implicarla en acciones terroristas, generaron el paulatino
desembarco de las otras iglesias del Comité.

Primeros fueron atraídos por la dictadura los evangélicos, luego se retiró el


Rabino que representaba una pequeña parte de la comunidad judía, así, hasta
llegar a la prohibición de ingreso del Obispo luterano Helmut Frenz, el día 14
de noviembre de 1975.

Ante esa soledad, el Cardenal Silva Henríquez había resuelto terminar el


Comité Pro Paz. Lo que más fuertemente había gatillado la decisión del
Cardenal era la amenaza de la DINA, que a esa fecha tenía detenidos en
centro de torturas a una gran cantidad de sacerdotes y monjas acusados de
proteger a terroristas tras la caída de la casa de seguridad de la dirección del
MIR en Malloco. La situación provocó que Manuel Contreras acusara al
Cardenal de sabotear la labor de “limpieza terrorista”.

Contreras era quien más resentía los efectos de los persistentes llamados a
respetar la dignidad de los vencidos que se hacían desde los púlpitos. En más
de una ocasión, sacerdotes y monjas habían dificultado la tarea de la DINA y
los servicios de inteligencia, desatando las iras de Pinochet y Contreras, que
realizaban constantes campañas contra la Iglesia Católica a través de los
medios de comunicación, señalando que la tarea humanitaria era la fachada
de grupos políticos.
La ayuda de algunas monjas a Nelson Gutiérrez115, quien había escapado
de Malloco gravemente herido, llevó a la DINA hasta la casa de reposo de
unos sacerdotes irlandeses, donde se encontraba la doctora británica Sheila
Cassidy. La DINA, presumiendo que se encontraban los miristas escondidos
en esa ubicación, rodeó el lugar y comenzó a disparar, asesinando a Enriqueta
Reyes. Luego, la doctora Cassidy fue secuestrada. Su detención y tortura
condujo a la DINA hasta la Parroquia de Lo Barnechea, donde se encontraba
el sacerdote Gerardo Whelan, quien escondía a Martín Hernández, otro
dirigente mirista que había escapado de Malloco. La detención de Hernández,
refugiado en una parroquia, le daba a la DINA los argumentos que necesitaba
para presionar al Cardenal para que terminara con el Comité Pro Paz.

Varios sacerdotes y monjas fueron llevados hasta la Villa Grimaldi. La


prensa dio a esta noticia un especial énfasis, mostrando en extenso la relación
entre un mirista prófugo y la curia. Fue el fin de Pro Paz, pero salvó la vida
de Nelson Gutiérrez, María Elena Bachman, Paula Gutiérrez Bachman (hija
pequeña de Gutiérrez y María Elena), Martín Hernández Vásquez, Andrés
Pascal y Mary Ann Boisier. Desafortunadamente, Dagoberto Pérez no había
logrado escapar al cerco de la DINA y sería el único muerto de ese episodio.

En forma urgente, el Cardenal buscó una fórmula para continuar la tarea de


proteger a los perseguidos, amparar a los desempleados y promover la acción
social de la Iglesia; así, en marzo de 1976 nació la Vicaría de la Solidaridad.

Ese mismo año, la DINA trajo a un servidor de la CIA, el pastor


evangélico portorriqueño José Joaquín Ávila Portalatín, conocido como Yiye
Ávila.

El falso evangelizador era conocido por sus prédicas fanáticas, salpicadas


de supuestas sanaciones. Había sido formado por la CIA, al igual que Jimmy
Swagartt, para generar histeria colectiva a través de prédicas televisivas
cargadas de mensajes religiosos fundamentalistas. Era un producto típico de
la época, que recorría América Latina y, en especial, los países con dictaduras
o con crisis políticas. El año 1977 realizó el mismo espectáculo religioso en
Argentina y Perú; el año 1978 fue a Colombia y siguió viajando por cuenta
de la CIA en Centro América, para contrarrestar la influencia que tenía la
Iglesia Católica con la Teología de la Liberación.
Prosigue Oklderock.

- Cuando usted dice que su labor era de analista de grupos de la iglesia,


¿se investigaba a otros grupos de otras iglesias que no fuera la católica?

«A la Iglesia Católica solamente, porque se la acusaba de sabotear el


trabajo de la DINA, con esta cuestión de los derechos humanos.

«Contreras, entonces, ideó un plan para que se viera que en Chile había
libertad de culto. Yo me encargué, por orden de la DINA, de traer a Yiye
Ávila, un predicador portorriqueño que vivía en Florida.

«La DINA me dio la misión de ubicarlo, ir a hablar con él y convencerlo


de que viniera. Me fui a Miami. Él vivía en una linda casa con su familia. Yo
me presenté de parte del general Contreras y le dije que llevaba la misión de
invitarlo a Chile, donde había muchos evangélicos. Le dije que la DINA
pagaba todos sus traslados y estadía. Pagaba los gastos de él y su familia, no
había límite de presupuesto, porque el fin era vital.

«Para Contreras era muy importante su venida, así que puso todo a su
disposición. No hubo límites de gastos en traslados ni nada. A él le encantó la
idea y preparó su viaje con su familia.

«Yo me encargué de toda la operación y la propaganda».

- ¿Cuál fue la razón que hizo que la DINA se interesara en Yiye Ávila para
mandarlo a traer y financiar su gira por Chile?

«Esa fue una labor de inteligencia. El gobierno militar estaba muy


desprestigiado por los problemas que tenía con la Iglesia Católica y quería
demostrar que en Chile existía libertad de culto y tolerancia con las ideas y de
eso se encargó la DINA.

«No sé cómo Manuel Contreras conoció a Yiye, pero él me dio la orden.


Me imagino que se deben haber conocido a través de los gringos de la CIA.

«La DINA me encargó a mí la tarea de traerlo, montar su presentación en


el Estadio Nacional y pasearlo por todas las ciudades importantes. Hubo que
hacer una enorme campaña de propaganda, antes y después; había que
pasarlo por la tele y mostrar que los chilenos podían reunirse en libertad.

«Yiye Ávila no sabía que lo estaban utilizando; él vino porque le


interesaba conocer Chile y tener contacto con la gente. Hicimos una gira por
todas las ciudades.

«Nos hicimos muy amigos; él me trajo una carpeta preciosa con un


papagayo de colores que usaba siempre, esa me la robaron cuando me
hicieron el atentado».

La Dinita
Al término de la Segunda Guerra Mundial, un buen número de miembros
de la Gestapo, la policía nazi, y conspicuos miembros de ese partido, lograron
eludir el juicio y castigo, refugiándose en países de América del Sur,
especialmente en Brasil, Argentina, Paraguay y Chile, ayudados por los
norteamericanos.

Gracias a esos buenos amigos, los nazis lograron sacar gran parte de las
fortunas robadas a sus víctimas e instalarse como importantes miembros de
las sociedades locales, creando una red de asistencia y cooperación entre
ellos.

De la misma manera, considerando las proporciones, la DINA y los


servicios de seguridad que operaron en la dictadura crearon una red de
protección a sus miembros. Esta red tenía lazos nacionales e internacionales.
Una red de miembros de la Operación Cóndor protegía y se protegía, sacando
de sus países a ex agentes de los organismos represivos. Estas cofradías
aseguraban buenos trabajos a sus miembros, abogados y -en caso de
emergencia- ayudas para solventar los problemas económicos o psicológicos
de sus miembros.

El juez Milton Juica, mientras investigaba la causa por el degollamiento de


tres militantes del Partido Comunista el año 1985, descubrió la existencia de
una oficina encargada de ayudar a ex agentes en problemas. A través de ella
habían sacado hacia Paraguay a Miguel Estay Reino, “el Fanta”, y a su
familia. Estay era una pieza clave en el esclarecimiento de los degollamientos
de Manuel Guerrero, Santiago Nattino y José Manuel Parada, razón que llevó
a sus superiores a querer tenerlo lejos de la Justicia. El encargado de esa
oficina era el oficial de la FACH Vicente Rodríguez, quien señaló en la
investigación que los fondos provenían de la Casa Militar, dependiente de
modo directo de Augusto Pinochet.

Recién iniciada la transición a la democracia, se iniciaría el juicio por el


atetado terrorista contra Orlando Letelier, caso que había quedado fuera de la
Ley de Amnistía por imposición de Washington. La causa la llevó el
hermético juez Adolfo Bañados, quien a solicitud de la abogada Fabiola
Letelier buscaba afanosamente el testimonio de Eugenio Berríos, quien había
sido sacado de Chile con destino a Uruguay por la DINE y entregado para su
custodia a viejas amistades construidas en los años de la Operación Cóndor.
Pero Berríos era inquieto, bohemio, adicto a la coca y demasiado locuaz
cuando tenía mucho alcohol en el cuerpo. No tenía disciplina militar y
comenzó a ser demasiado conflictivo para sus custodios. Para impedir más
desbandes, se decidió que debía desaparecer y se encargó a sus protectores
que dieran curso a esa resolución tomada en Chile.

Townley, en una carta desde la cárcel en los Estados Unidos a su antiguo


compinche, Alfredo Etchepare116, le comenta que Berríos tenía demasiada
información sobre las andanzas de Contreras. Pero no solo tenía antecedentes
incriminatorios de Contreras, sino que era una pieza importante en el plan
“Andrea” de fabricación de armas químicas y conocía el rol que tenía
Pinochet en él.

También están los casos de Carlos Herrera Jiménez y de Arturo Sanhueza


Ros, quienes fueron sacados de Chile y, por temor a correr la misma suerte de
Berríos, regresaron al país.

La Dinita fue un intento más por cerrar toda posibilidad de justicia y


conocer la verdad sobre lo ocurrido en los casi cuatro años que duró la DINA.
Ella reunía a los agentes y se preocupaba de mantenerlos unidos en un pacto
de silencio, dándoles asesorías e instrucción sobre cómo responder en
tribunales y haciéndolos sentir que seguían siendo intocables.

«¿A usted no le asusta hacer este trabajo?», preguntó sorpresivamente


Olderock. Había algo de provocación en el tono de voz y sus gestos
denotaban que esperaba una reacción de su interlocutora.

La respuesta fue natural, tranquila.

- No ¿Por qué me va a asustar si estoy haciendo un trabajo de


investigación periodística?

«Bueno, porque este tema pone a mucha gente nerviosa y, si saben que
usted está investigando, quizá pueda pasarle algo».

- Pero ¿A quién puede afectarle una investigación periodística sobre un


período de la historia de Chile?

«¿Usted sabe que existe la Dinita?».

- No, no tengo idea qué es eso. Cuénteme por favor.

«La Dinita está formada por ex miembros de la DINA y siguen operando


juntos. Ellos se reúnen y están activos».

A pesar de la insistencia para que ahondara en el tema, se negó a seguir


hablando sobre la Dinita. Daba la sensación que cometía una infidencia y que
quería terminar la conversación. Tal como en otras ocasiones, usó su
resentimiento contra Carabineros para virar el curso de la conversación.

Casa de Piedra
Siempre se sospechó que existía un recinto secreto de la DINA en el Cajón
del Maipo. Fue Ricardo Lawrence Mires quién abrió la pista para dar con La
Casa de Piedra, ubicada en el camino a Lagunillas, al referirse que a ese lugar
habían llevado a la dirección del Partido Comunista y que al ser informado
Pinochet, éste había llegado para conocer personalmente a Víctor Díaz117,
quién le habría vaticinado al dictador que “tratar de terminar con el Partido
Comunista era como tratar de vaciar el mar con las manos”.

La casa era la espléndida residencia veraniega de Darío Sainte Marie,


“Volpone”, propietario del popular diario El Clarín hasta 1972. De 400
metros cuadrados, construida en piedra, era un lugar que acostumbraban
visitar importantes personajes de la vida social y política. Salvador Allende,
Pablo Neruda, Bernardo Leighton, Eduardo Frei Montalva, Radomiro Tomic,
Carlos Altamirano y otros personajes fueron invitados frecuentes del dueño
de casa.

Para el 13 de septiembre de 1974, cuando llegaron los comandos del


Ejército a tomar posesión de la vivienda, Sainte Marie se encontraba en
Madrid desde hacía un año; el único testigo de la llegada de los invasores fue
el cuidador de la propiedad, Luis Olguín.

La casa tenía un portón que impedía la vista desde el camino. Además de


la casa principal, había una cabaña, piscina, gimnasio y amplios jardines, a lo
que los militares agregaron un polígono de tiro. La propiedad tenía un living
comedor grande, cuatro cuartos enormes, cocina y tres baños. La cabaña más
pequeña tenía varios cuartos.

Los primeros meses luego de ocurrido el golpe de Estado, se usó para el


placer de algunos altos mandos. Luego fue transferida a la DINA y Contreras
la usó para su disfrute personal.

Durante los primeros meses de 1974, La Casa de Piedra comenzó a


transformarse en la Escuela de Inteligencia de la DINA. Pedro Espinoza fue
su artífice y responsable ante Contreras.

«Es efectivo que en junio de 1974, con el grado de teniente coronel, fui
designado por el entonces coronel Manuel Contreras, Director de la
Dirección de Inteligencia Nacional, como Director de la Escuela de
Inteligencia, que funcionaba en San José de Maipú [Maipo]; con el tiempo
supe que le decían “casa de piedra” y fui su director desde los primeros días
de junio a la segunda quincena de diciembre de 1974, cuando llegó a
reemplazarme [oficial de la FACH] Carlos Ottone Mestre».118

El suboficial y ex agente de la DINA Carlos Hernán Labarca Sanhueza,


señala que: «a comienzos de 1974 fui destinado a la DINA y desarrollé
labores de vigilancia de la “casa de piedra”, que era comandada por Pedro
Espinoza; este recinto con el tiempo se transformó en la ENI, donde se daban
clases a mujeres».119
Prosigue Olderock.

- ¿Les hacían clases de formación a los [mujeres] que desarrollaban


tareas operativas?

«Sí, la vez que nos hicieron clases ahí en el camino a Lagunillas, donde
estaba la casa del dueño del Clarín. Pero yo llegué ahí y me devolví. Si ahí
hacían clase de tiro y yo era una tiradora experta, ¿qué iba a aprender?
Dígame usted.

«Así que me vine y le dije al coronel Contreras que no quería asistir a esos
cursos, que no eran para mí».

- ¿Contreras aceptaba esas desobediencias?

«Sí. Era muy accesible con la gente que trabajaba para él. A mí nadie me
ha tratado tan bien como Contreras, ni en Carabineros. Es que los militares
son otra cosa».

Los cursos que menciona Olderock no eran de práctica de tiro. Muy por el
contrario, la Escuela de Inteligencia de la DINA, dirigida por Pedro Espinoza,
secundado por Armando Fernández Larios, conocido por su crueldad con los
detenidos y que lo había hecho destacar entre sus pares en la Caravana de la
Muerte120, tenía como fin preparar una nueva fase en la represión, que
incluiría las operaciones psicológicas, de exterminio fuera del territorio
nacional y acciones selectivas contra políticos en el interior.

Además Contreras, que volaba por lo alto, había logrado que los ocho
asesores enviados por la CIA se mantuvieran hasta fines de ese año
entregando capacitaciones en la guerra antisubversiva a sus mejores hombres
y mujeres de la DINA.

A este staff se había sumado el experimentado en acciones de


contrainsurgencia Carlos Labarca Sanhueza, quien no estaba en La Casa de
Piedra para realizar labores de vigilancia, como él asegura a la justicia.

Comando de las Fuerzas Especiales del Ejército y uno de los agentes más
brutales de la DINA, Labarca demostró su lealtad a la dictadura militar
asesinando campesinos en las lluviosas tierras precordilleranas de Valdivia,
bajo el mando del coronel Alejandro Medina Lois, en octubre de 1973. Él
sería pieza fundamental en el asesinato de José Tohá, en marzo de 1974.
Acciones que lo pusieron en un sitio preferencial en el círculo de Contreras,
al punto que no recibió sanción alguna cuando le destrozó la cabeza de un
disparo al agente José González Ulloa, mientras se encontraba realizando el
curso de inteligencia en La Casa de Piedra.

El homicidio de José González Ulloa fue presentado por el Ejército a la


Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación como muerte en
enfrentamiento con civiles. En el informe se consigna que el cabo González
Ulloa (25 años, soltero), «el 20 de septiembre de 1974 murió en un
enfrentamiento con civiles que presumiblemente actuaban bajo pretextos
políticos, hecho producido al interior del Cajón del Maipo».121

Todos estos elementos nos hacen presumir que la Escuela de Inteligencia


en La Casa de Piedra, donde el grupo de mujeres de la DINA –incluyendo a
Olderock-, permaneció parte del mes de mayo de 1974, estaba diseñada para
entregarles habilidades en interrogatorio, trato a los prisioneros, manejo de
explosivos, asesinato político, espionaje y contraespionaje y alguna otra
especialidad del rubro. De otra forma, es inexplicable que agentes de la CIA
hayan permanecido casi un año realizando los cursos, si el motivo era
capacitarlos en tiro; más aún cuando ella misma relata que en Santo Domingo
tenían exceso de armas y balas para esa práctica.

La llegada de detenidos a este recinto solo fue conocida gracias a la


declaración que Lawrence hizo al Departamento de Derechos Humanos de la
Policía de Investigaciones, pero otras declaraciones nos permiten creer que
también funcionó un centro de exterminio.

Rosa Mireya Acevedo Maturana, vecina de La Casa de Piedra, dijo en


tribunales que «fue en 1975 ó 1976 que uno de los agentes que custodiaba el
recinto, llamado Miguel Cifuentes, quien era vecino del lugar y a quien yo
conocía, llego a mi casa y me pidió que le convidara manzanas. Al
preguntarle para qué las quería si él tenía en su casa, me respondió que “se
las habían comido todas” y al insistirle para qué quería las manzanas me
respondió que “es que son para unos presos que hay en la casa”».122
La mujer insistió en señalar que eso habría ocurrido «aproximadamente en
mayo o junio de 1975 ó 1976, ya que en ese momento le pasé manzanas
chicas, de esas que quedan en los árboles».123

En un documento microfilmado del año 1975, se encuentra uno de los


primeros antecedentes acerca de la existencia de un centro de exterminio de
la DINA en La Casa de Piedra. En él se informa certeramente sobre la DINA,
Manuel Contreras y algunos agentes y además se hace una descripción
detallada de algunos centros de torturas conocidos. Respecto a informaciones
sobre nuevos recintos, señala que «hay rumores de un local en el Cajón del
Maipo. Charlie habría estado ahí».

“Charlie” era el apodo de Hugo Salinas Farfán, detenido el 3 de enero de


1975 y llevado a la Villa Grimaldi. En esos días cayó detenido uno de los
grupos de Fuerzas Centrales del MIR y todos desaparecieron; solo quedó él
para contar que «cuando sacaron al primer grupo de compañeros de Fuerzas,
donde estaba Gilberto Urbina, Carlos Guerrero, Luis Humberto Piñones y
Claudio Contreras, trajeron de vuelta a Piñones Vega, “Peque Rolando” y los
otros compañeros desaparecieron. A ellos se los llevaron por la mañana y,
cuando estábamos almorzando, llegó de vuelta Piñones Vega. Se sentó al
lado mío y pudimos hablar; me contó que los sacaron de la Villa y los
subieron a un camión. Viajaron cerca de una hora. De repente pararon y los
cambiaron a una camioneta que viajó por un camino de tierra. No tenía idea
qué había pasado, estaba preocupado. Cuando los bajaron, él pudo mirar por
debajo de la venda y vio que había piedrecillas, percibió que había una
construcción. Estaba en eso, cuando alguien dijo: “a este no”. Lo subieron a
la camioneta y lo llevaron de vuelta por el camino de tierra hasta el camión y
de ahí a la Villa. No recuerdo mucho, pero me da la impresión que al lugar
donde lo llevaron no parecía recinto militar, porque no me contó que hubiera
a la llegada guardia, retén o algo así. Después, cuando sacaron al segundo
grupo de Fuerzas Centrales, se lo llevaron y no volvió más. Desapareció.
Creo que fue el único caso de desaparecidos en que lo sacan, lo devuelven y
se lo vuelven a llevar después. Quizás me confundieron porque los dos
éramos altos, flacos y teníamos el pelo largo y por eso quien entregó la
información me puso a mí como la persona que fue a la Casa de Piedra. »124

Efectivamente, tal como señala Salinas Farfán, los detenidos no pasaban


por ningún reten o guardia militar porque los dejaban en la entrada, así lo
señala Ricardo Lawrence: “En la casa de piedra los detenidos recuerdo que
eran mantenidos en la entrada de ese recinto”.125

En diciembre de 1976 fueron sacados de La Casa de Piedra varios


detenidos que hoy están desaparecidos, al menos así lo reconoce Lawrence,
quien admite que luego pasó a buscar otros “paquetes”126 a Simón Bolívar y
partieron en caravana a Peldehue, donde los esperaba un helicóptero.

No sólo fue lugar de torturas y muerte para los opositores. El año 1977
fueron detenidas y trasladadas a La Casa de Piedra las hermanas y agentes de
la DINA, María Teresa y María Magdalena Vitanyi Kiss. María Magdalena
había realizado operaciones fuera de Chile junto a Vianel Valdivieso y su
hermana estaba trabajando con Valdivieso en un proyecto para interferir las
ondas de Radio Moscú. Vianel Valdivieso era el hombre más cercano a
Contreras y sus actividades entraban en los más sinuosos secretos del
coronel. El caso de las hermanas fue bastante conocido en los pasillos de las
oficinas centrales de la DINA. Incluso, se dice que ambas se salvaron de ser
ejecutadas y posiblemente lanzadas al mar por espionaje y entregar
información a la embajada de Perú, delación hecha por Nélida Gutiérrez, a la
sazón amante de Contreras. Durante una semana, estas mujeres fueron
brutalmente torturadas, fotografiadas desnudas y vejadas, siendo luego
liberadas y reintegradas a sus tareas sin mayor explicación.127

La Casa de Piedra fue para la DINA un lugar muy especial. En sus


instalaciones, la diversión y la muerte estuvieron presentes y mezcladas.

Allí, Contreras disfrutaba con su familia algunos fines de semana,


celebraba bulliciosas fiestas para sus oficiales y personal favorito, incluso
llevaba orquestas para animar a los invitados, todo pagado por el Estado.
También fue centro de adiestramiento para agentes (mujeres y hombres) en
torturas y asesinato político. Ahí, un número indeterminado de detenidos
vivieron torturas y fueron asesinados, para luego ser lanzados al mar desde
helicópteros.

Fue también un destino frecuente para Pinochet, como dan cuenta las
declaraciones judiciales de agentes de la DINA, que recuerdan la llegada en
helicóptero de Pinochet (1974) para celebrar, en una bulliciosa y regada
fiesta, el aniversario de la creación de la DINA, que terminó con daños en los
parrones producto de las aspas del helicóptero del dictador.

El poder y el abuso
Sin mediar preguntas, Olderock comenzó a recriminar a la que había sido
su institución, donde había brillado por sus dotes militaristas, apegadas a la
obediencia de los mandos.

Estaba dispersa. Hablaba para impedir preguntas incómodas y el reflejo del


suéter rojo violento la hacía ver más rubicunda, nerviosa.

«Yo creo que uno nunca debe meterse con la gente que trabaja –dice en
tono de reproche. Yo nunca fui al casino de Carabineros, no me gustaba lo
que pasaba ahí. Ahí los jefes se aprovechaban de su poder y las tontas
accedían a todo».

- ¿Había mucho abuso de poder?

«Claro. Ahí los viejos abusaban de sus grados y como para ascender había
que tener buenas calificaciones y quienes calificaban eran los de mayores
grados, muchas de las cabras aceptaban irse con ellos».

- ¿En la DINA también?

«Lo que pasa es que usted es de esas personas pacifistas, que no saben más
que criticar la violencia, pero no toman en cuenta que tuvimos que hacer este
país de nuevo, porque era un caos», dice con molestia, casi con enojo. «¡Si
aquí no se respetaba nada! Allende había dejado al país en la ruina. Claro,
ahora todos critican, hasta los que estaban de acuerdo con el pronunciamiento
militar, ahora son todos defensores de los derechos humanos, después que
salvamos al país».

Sigue, con más rabia. .

«Usted seguro que es de esas izquierdistas camufladas».


- No importa lo que yo piense, pero no estoy de acuerdo con usted.

Se tensa el dialogo y hay un intento de Olderock por poner un punto final a


la entrevista.

- Volvamos a Usted. Dígame, ¿fue feliz en su vida familiar?

«Le dije que mis padres fueron muy estrictos. Que en mi casa no se podía
hablar en castellano porque nos mataban si nos pillaban hablando en
castellano. Hablábamos solo en alemán. Teníamos que juntarnos solo con
alemanes.

«Mis padres eran muy estrictos, no como son ahora los padres que dejan a
los niños hacer lo que quieren y por eso después son descarriados. Yo tengo
amigas que tienen hijos que saltan en los sillones en casa ajenas, eso era
impensable en mi casa. Nosotras teníamos que llegar del colegio a estudiar,
además teníamos clases de música. Mi hermana estudiaba piano con Claudio
Arrau que era un señor terriblemente serio.

«Yo antes hablaba perfecto castellano y jamás decía una grosería, ahora -y
eso fue después del accidente-, digo puros garabatos, eso en mi casa no se
podía».

- ¿Tuvo novio?

«Sí, un inglés que era re-buen mozo, pero mis padres no me dejaron seguir
con él porque era inglés. Mis padres odiaban a los ingleses, por la guerra.

«Eso duró muy poco. Ahora él está horrible porque es alcohólico».

- ¿Se arrepiente de haberle hecho caso a sus padres?

«Sí, porque ahora estoy sola. No tengo a nadie. Mi hermana mayor murió
sin perdonarme; mi hermana menor viene una vez al año a la casa y ni
siquiera sé dónde vive, porque no me ha querido dar nunca su dirección. A
veces le sigo la pista y la encuentro, pero jamás me ha dado su dirección».

- ¿Pensó en tener hijos?


«Mire yo no creo que los hijos deban nacer fuera del matrimonio, así que,
como no me casé y le dediqué toda mi vida a Carabineros de Chile, nunca
pensé en tener hijos».

- ¿Y no se arrepiente, ahora que está sola, el no haber tenido hijos?

«No po’. Mire, yo no estoy de acuerdo con que una mujer tenga hijos y
salga a trabajar y yo había elegido ser de Carabineros y a mí me gustaba
demasiado lo que hacía.

«Pero me pagaron con balazos mi lealtad a la institución y ahora estoy aquí


botada, enferma, sola y puedo morirme en cualquier momento sin que nadie
se dé cuenta».

- Por eso le digo: si usted hubiese tenido hijos no estaría sola y quizás
sería menos terrible el estar enferma.

«¡Usted es bien porfiada, ¿no?! Le digo que para tener hijos yo creo que
hay que dedicarse a ellos y yo elegí ser Carabinero. Así que no me hubiese
gustado tener hijos porque me hubiese tenido que dedicar a cuidarlos y para
eso me habría salido de Carabineros.

«Para que usted entienda mejor: yo soy de la idea que la mujer casada debe
quedarse en la casa para cuidar al marido y a sus hijos y yo no elegí eso. Yo
soñaba con ser militar».

Nuevamente se exalta y se resiste cada vez más a las preguntas.

La conversación siguió tensa. Las siguientes preguntas las condicionó,


diciendo que ya no quería hablar nada más de eso -se refería a la DINA-; que
lo que debía hacerse era olvidar lo sucedido porque nada bueno se lograba
escarbando en el pasado.

Siguió diciendo que lo que faltaba en Chile era olvidar, porque había
demasiado odio.

- ¿Usted no cree que la única forma de pasar a otra etapa es que se sepa
lo que sucedió con los desaparecidos, esas personas que estuvieron presas en
la DINA y nunca se supo que pasó con ellos?

«Yo no tengo idea de eso, pero si siguen en esa línea, aquí pueden pasar
muchas cosas».

- Está bien, no me hable de la DINA, hablemos de Carabineros. ¿Supo


usted si a los carabineros les daban algunas sustancias que los hacían más
agresivos en las manifestaciones callejeras?

«¿Usted está loca? ¿Cómo se le ocurre decir eso? A los carabineros jamás
les han dado nada para salir a la calle. Carabineros están para resguardar el
orden, no para salir a drogarse».

- No me trate así, yo le pregunto si en Carabineros hacían algo así.

«Oiga, usted está calumniando a Carabineros y yo no se lo voy a aceptar


porque, para que usted sepa, a los Carabineros los mataban a mansalva en las
calles ¿Acaso ellos no tenían derechos humanos?».

- Señorita Olderock, a todos los carabineros que mataron, sus familias


pudieron enterrarlos y todos tuvieron reconocimiento; sin embargo, a las
personas que mataron ellos y que usted misma dice que torturaron, hoy día
muchos de ellos no se encuentran.

Se agita, mira con resentimiento, manotea y responde a gritos:

«¡Déle con lo mismo! Mire, a mí no me interesa; yo ya he sufrido bastante


y usted a lo único que viene es a hacerme preguntas sobre algo que yo no sé y
más encima me sale con esta tontera de persona ignorante. ¿Cómo se le
ocurre que un cuerpo serio como es Carabineros les va a estar dando drogas
para golpear a la gente? Ellos lo único que hicieron fue defenderse, porque
los atacaban».

- Ahora dice que es serio el cuerpo de carabineros pero, sin embargo, ha


dicho que son corruptos; también me ha contado que ellos intentaron
asesinarla. Pongámonos serias, señorita Olderock, yo le hago una pregunta
y si usted no quiere contestármela no lo haga, pero no me falte el respeto.
No responde. Se para violentamente, va a la cocina a preparar un té.

Un silencio tenso indica que se acerca el final de la entrevista.

La casa se siente más fría, las paredes más desnudas. Se escucha el ruido
de loza y utensilios. Era extraño, no se atrevía a sacarnos de su casa y se
escondía en la urgencia por una taza de té.

Daba la sensación que algo había cambiado su estado de ánimo entre la


primera y la tercera entrevista. La sugerencia de la Dinita hacía pensar que tal
vez hubiese recibido alguna visita de su pasado y no quería correr riesgos.

Ella sabía que su silencio era su pasaporte para seguir viviendo y su


soledad la traicionaba, haciéndola hablar más de la cuenta. Su jefe, Contreras,
estaba en Punta Peuco128, pero desde ahí dominaba a sus huestes que, según
Olderock, operaban en las sombras.

Sobre su mesita de centro había un pequeño platito de plaqué que en el


centro tenía escrito: “Con nuestro aprecio, Violeta y Chatty. Santo Domingo,
marzo de 1974”. Era el recuerdo de las chicas de la DINA a la maestra. En
ese trozo de metal lustroso estaban los mejores recuerdos de esos años en que
el orden impuesto por medio del terror la había puesto en el punto más
importante de su carrera policial. Los años en que había logrado materializar
sus sueños: estar codo a codo con los militares e incluso ejercer mando sobre
muchos de ellos.

Así como había comenzado la entrevista, con gritos y el despliegue


histriónico de la mujer de los perros, esa noche ponía el punto final de la
misma manera.

Con su taza de té humeante en una mano, que revolvía compulsivamente


mientras hablaba de la criminalidad, recomendaba el uso de las armas y daba
consejos para esconderlas donde nadie pudiera encontrarlas en el caso que
entrara un delincuente a robar. Asegurando que esa técnica de “embarretinar”
la habían aprendido en la DINA de “los cabros del MIR”, que eran expertos
en hacer todo tipo de artefactos para esconder armas, platas, libros o
documentos. Solo había sido cosa de tiempo y torturas para darse cuenta que
un inocente mueble podía tener muchas gavetas con doble fondo; o que los
pisos, paredes y techos podían esconder desde un mimeógrafo hasta un AK
47 con sus respectivos cargadores.

Su monólogo era incómodo y representaba un portazo a cualquier otra


pregunta. Era un modo de poner el punto final. No había nada más que decir,
solo retirarse. En un momento se produjo un silencio de las dos partes; ella
dejó el pocillo sobre la mesa, se puso de pie y se dirigió hasta la puerta,
donde nos despidió calladamente.

Muerte en soledad
Tan sola como vivió, murió Ingrid Felicitas Olderock Bernhard. Fue un 17
de marzo de 2001 y ocurrió en el Hospital de Carabineros de calle Simón
Bolívar, el mismo en que ella aseguraba no haber sido atendida tras el
atentado de 1981. El parte médico decía que había sufrido una hemorragia
digestiva aguda y que la autopsia determinaría con mayor precisión las causas
de su muerte.

Su hermana menor, único familiar directo con vida, no asistió a su funeral


“por encontrarse delicada de salud”. Solo la acompañaron sus ex colegas y
sus chicas preferidas de la DINA.

Tampoco estuvieron los altos mandos de su institución, menos los de la


DINA, puesto que ella había declarado en tribunales la participación de
Manuel Contreras y de Raúl Iturriaga en el atentado terrorista contra el
general Carlos Prats, lo que había sido considerado como un acto de alta
traición por Manuel Contreras y su institución.

A dos días de su muerte, El Mercurio consignaba una curiosa información:


la realización de una poco concurrida velatón129 en la calle Coventry Nº374,
en honor a la mayor de Carabineros fallecida. Señalaba la nota que los
asistentes expresaron que Olderock «era una excelente mujer; muchos la
conocieron después del atentado y otros durante su carrera institucional,
cuando era capitán de Carabineros». Agregaba que «la mujer vivía sola con
sus tres perros (un pastor alemán y dos “salchichas”)».

Respecto a las denuncias sobre su papel como torturadora de la DINA, los


asistentes al homenaje declaraban que, «en realidad, no somos dioses para
juzgar, lo único que podemos decir es que fue una buena mujer».

El homenaje casi solitario era la muestra del abandono en que se


encontraba quien había ostentado el más alto puesto femenino en la DINA.

Para el 50º aniversario de la formación del escalafón femenino de


Carabineros, sus compañeras la recordaron con orgullo como “una de las
alumnas más destacadas de la primera promoción” y resaltaron sus “méritos
al interior de la institución”, omitiendo su paso por la DINA.

84

Agustín Edwards, dueño de los diarios El Mercurio y La Segunda, fue


financiado por la CIA para sostener la campaña psicológica que llevaría al
derrocamiento del gobierno de Salvador Allende. El día 11 de septiembre El
Mercurio sacó una página completa donde Genaro Arriagada llamaba a las
Fuerzas Armadas a romper con la doctrina Schneider. Inmediatamente
ocurrido el golpe de Estado, sus diarios fueron los únicos autorizados a seguir
circulando y desde ahí se montaron campañas que colaboraron con la política
de exterminio de la DINA y la CNI.

85

Ricardo Claro, abogado y empresario (1934 – 2008) tuvo una activa


participación en el golpe de Estado y luego en la DINA. El día 11 de
septiembre puso a disposición de la Armada dos barcos de la Compañía
Sudamericana de Vapores, Lebu y Maipo, para mantener detenidos a cientos
de personas de Valparaíso y sus alrededores y aplicar tormentos. El año 1976
fue nombrado por la Junta Militar Coordinador General de la VI Asamblea de
la Organización de Estados Americanos, a la que asistió Henry Kissinger
para consolidar las acciones de la Operación Cóndor, y jugó el papel de
articulador de las detenciones y expulsiones de los abogados Jaime Castillo
Velasco y Eugenio Velasco Letelier y la represión sufrida por Andrés Aylwin
Azocar por denunciar ante esta asamblea las violaciones a los derechos
humanos que ocurrían en el país. En el libro La Danza de los cuervos de
Javier Rebolledo (Ceibo ediciones) se lo señala como un colaborador
financista de la DINA.
86

Caso por atentado terrorista a Bernardo Leighton y Anita Fresno en Roma.


Exhorto, página 35

87

Carlos Altamirano Orrego, abogado y Secretario General del Partido


Socialista al 11 de septiembre de 1973. Fue duramente criticado y acusado de
conspiración contra las Fuerzas Armadas por sostener reuniones con un
grupo de marinos leales al gobierno de Salvador Allende, que intentaban
detener las acciones que terminarían con el golpe de Estado y sus
consecuencias posteriores. Tras el golpe de Estado fue uno de los hombres
más buscados por las fuerzas militares. Es sacado de Chile en forma
clandestina por un grupo de agentes secretos de la República Democrática de
Alemania (RDA). Luego vive su exilio en París y se transforma en el padre
de la “Renovación Socialista”.

88

Ibid.

89

La Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR) estaba conformada por el


PRT-ERP, el MIR, el ELN boliviano y los Tupamaros. El encargado de la
JCR era Edgardo Enríquez Espinoza y Jorge Fuentes era su mano derecha.
Un año más tarde fue asesinado en el barrio de Chacarita, Buenos Aires,
Edgardo Enríquez y sus restos lanzados a una huesera.

90

Ibíd. Pág. 9212

91

Según la Sra. Anita Fresno, esposa de Bernardo Leighton, también la


habría firmado Radomiro Tomic.
92

Ibid, página 74

93

Central Única de Trabajadores fue fundada en 1953 y disuelta el 11 de


septiembre de 1973.

94

Se define como prensa mercurial a los medios de propiedad de Agustín


Edwards.

95

La KGB era el Comité para la Seguridad del Estado de la Unión de


Repúblicas Socialistas Soviéticas, creado el 13 de marzo de 1954 y disuelto
en 1991. Su principal función era contrarrestar el efecto de la CIA y los
organismos de inteligencia de Europa occidental durante la Guerra Fría.

96

El Departamento de Informaciones Grupo 2 (G2) depende del Ministerio


del Interior Cubano, fundado tras el triunfo de la Revolución Cubana. Su
tarea es la inteligencia y su primer director fue el capitán Isidoro Malmierca
Peoli.

97

René Valenzuela Béjar era el encargado exterior del MIR en París

98

Silvia Hernández, hija del periodista Luis Hernández Parker, era la pareja
de René Valenzuela.

99
Volodia Teitelboim Volosky (1916 – 2008), abogado, diputado por las
Provincias de Valparaíso y Quillota (1961 – 1965), Senador por Santiago
(1965 – 1973), dirigente del Partido Comunista y escritor.

100

Clodomiro Almeyda Medina (1923 – 19979, abogado, ministro del Trabajo


y de Minería durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo ministro de
Defensa y de Relaciones Exteriores del gobierno de Salvador Allende,
dirigente socialista desde 1941.

101

El teniente de Ejército Armando Fernández Larios es conocido por su


participación criminal en la “Caravana de la Muerte” y por las denuncias
sobre su excesiva crueldad con los prisioneros en la DINA. Participó en el
atentado terrorista que terminó con la vida de Orlando Letelier y Ronnie
Moffit en Washington, razón por la que fue extraditado en 1978 por el
gobierno de los Estados Unidos. A pesar de su participación en crímenes de
lesa humanidad, tanto en Chile como en otros países, Fernández Larios vive
libremente en el Estado de La Florida.

102

Ibíd, página 40

103

La Unión Demócrata Independiente (UDI) es un partido político que nace


de la división de la derecha golpista el año 1983, bajo el alero ideológico de
Jaime Guzmán Errázuriz. Sus orígenes se remontan al movimiento
‘Gremialista’, organización de corte fascista que surge en la Universidad
Católica el año 1966, liderado por Guzmán. En este movimiento se tejieron
las redes del equipo económico que va a asesorar a la dictadura cívico militar,
para estructurar las radicales transformaciones que dieron paso al modelo
neoliberal.

104
Entre los escritores que pasaron por la casa de Vía Naranja se cuentan
Gonzalo Contreras, Carlos Franz y Carlos Iturra.

105

Entrevista de programa Informe Especial, TVN, 1993.

106

Eugenio Berríos Sagredo (1947 – 1992), químico de la Universidad de


Concepción, activo miembro de Patria y Libertad hasta el 11 de septiembre
de 1973, pasando luego a ser agente civil de la DINA y a su disolución siguió
realizando armas químicas y biológicas para la Dirección de Inteligencia del
Ejército (DINE). El año 1991, este mismo organismo lo saca a Uruguay, con
el fin que no declare en el caso por atentado terrorista contra Orlando
Letelier. Un año más tarde desaparece en Uruguay y el año 1995 sus restos
fueron encontrados enterrados en la playa del Pinar, cercana a Montevideo.
En entrevista realizada a su padre, aseguró que su salida de Chile (1991) y
muerte se debía a que había montado, junto con conspicuos miembros civiles
de la dictadura, un laboratorio de elaboración de cocaína que había
enriquecido a importantes personajes públicos.

107

Orlando Letelier del Solar (1932 – 1976), economista, embajador, ministro


de Relaciones Exteriores, del Interior y de Defensa del gobierno de Salvador
Allende.

108

Información entregada a la autora por el inspector de Investigaciones de


Chile, Rafael Castillo, quién fue parte de la investigación del asesinato en
Washington del Canciller Orlando Letelier y Ronnie Moffit. Año 1992.
También fueron ratificadas por Pedro Espinoza durante la entrevista para el
documental El juez y el general.

109
Raúl Alfredo Hasbún Zaror, sacerdote diocesano, fue secretario del
Cardenal Silva Henríquez y conocido por su desenfadado pensamiento
ultraderechista. Participó activamente en la conspiración que llevó al golpe de
estado contra el gobierno de Salvador Allende. Luego se transformó en el
principal defensor de las violaciones a los derechos humanos cometidos por
los organismos de seguridad del régimen, aspecto que resaltaba desde sus
columnas en El Mercurio y en sus prédicas en Canal 13, donde fue su
director. Acompañó a Pinochet hasta sus últimos momentos y fue quien le dio
las exequias fúnebres

110

Editores Miguel González Pino, Arturo Fontaine Talavera. “Los Mil Días
de Allende”. Centro de Estudios Públicos. Primera edición, año 1997, pág
670. 671, 672.

111

Documentos caso Carmelo Soria, Archivos de la Vicaría de la Solidaridad

112

Miembro del grupo económico Fluxá-Yaconi, propietarios del banco


Osorno-La Unión que se encontraba prófugos por problemas con la justicia
debido a fraudes financieros y quiebra.

113

Ibíd. Fojas 002338, 002341

114

Nélida Gutiérrez es la actual pareja de Manuel Contreras y cumplió


funciones de secretaria privada del director en la DINA. Su papel era de
jefatura entre las secretarias del cuartel Belgrado, además controlaba los
comportamientos de las mujeres que Contreras destinaba a espiar a
personajes importantes.

115
Nelson Gutiérrez Yañez (1944 -2008), sociólogo de la Universidad de
Concepción y dirigente de la Comisión Política del MIR. Gutiérrez fue
conocido como “El Guti” y formó parte de la intelectualidad de los años 70,
cuando se discutía la Teoría de la Dependencia.

116

Ver Chile la Memoria Prohibida. Varios autores. Pehuén Editores. Primera


edición, año 1989, pág 175.

117

Víctor Díaz López (1919 – 1977), obrero gráfico, ex dirigente de la CUT y


subsecretario general del Partido Comunista de Chile. Fue detenido por la
DINA el 12 de mayo de 1976 y mantenido en cautiverio hasta enero de 1977.
Los datos sobre su historia están consignados en el libro La Danza de los
cuervos, de Javier Rebolledo, Ceibo ediciones.

118

Ibíd.

119

Autos de procesamiento causa Conferencia, pág. 28

120

Fue conocida como “Caravana de la Muerte” a la Comitiva del Ejército


dirigida por el general Sergio Arellano Stark, que por órdenes de Augusto
Pinochet, recorrió el territorio nacional asesinando a detenidos políticos que
los tribunales militares les habían dado condenas leves. El grupo integrado
por el general Sergio Arellano Stark, el teniente coronel Sergio Arredondo
González, los mayores Pedro Espinoza Bravo y Carlos López Tapia; los
capitanes Marcelo Morén Brito, Emilio Robert de la Mahotiere González,
Luis Felipe Polanco, Antonio Palomo Contreras, y los tenientes Armando
Fernández Larios y Juan Viterbo Chiminelli Fullerton, partieron en el
helicóptero Puma desde Tobalaba el 30 de septiembre de 1973, con destino a
las ciudades del sur de Chile. La misión en el norte partió el 16 de octubre de
1973. El saldo fue: 71 detenidos masacrados.

121

Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, Tomo 3,


febrero de 1991, pág. 176.

122

Ibíd., fojas 8544.

123

Ibíd.

124

Entrevista con la autora, julio 24 de 2014

125

Ibíd. Conferencia, tomo XII, fojas 41040

126

“Paquetes” era en la nomenclatura militar de detenidos muertos que iban a


desaparecer.

127

Ibíd. Fojas 001716, 001720

128

El Centro Penitenciario Punta Peuco fue creado con el único fin de


albergar a los dos únicos militares condenados por el caso Letelier: Manuel
Contreras y Pedro Espinoza. En octubre de 1995, bajo una enorme
expectativa periodística, ingresan a cumplir una condena por 5 años y un día
los dos altos ex jefes de la DINA. Su construcción, en el gobierno de Eduardo
Frei Ruiz-Tagle, significó un pequeño impase político con su ministro de
Obras Públicas, Ricardo Lagos Escobar, quien no quería ver amenazado su
prestigio político construyendo una cárcel segregada para dos prisioneros. El
5 de octubre de 2013, los militares detenidos en el penal Cordillera fueron
trasladados a Punta Peuco, quedando este recinto como una cárcel para todos
los condenados por violaciones a los derechos humanos.

129

Las Velatones nacen durante la dictadura cívico militar para expresar


respeto por los ejecutados y desaparecidos políticos durante la dictadura
cívico militar. Esta expresión popular ha continuado en el tiempo,
asumiéndose como una representación simbólica de respeto y protesta ante
acciones injustas por parte del Estado.
Epílogo
Este libro, que explora la parte oscura de nuestra memoria a través de una
de las representantes más significativas de las políticas del terror instaurada
por la dictadura cívico militar, busca mejorar el conocimiento sobre un
pasado que aún nos conmueve e incita a exigir justicia para mirar el futuro
sin temores.

Olderock fue la expresión de una ideología que dominó la segunda mitad


del Siglo Veinte y determinó el siglo XXI. Ideología esbozada por otros, que
desde sus limpios escritorios, delineaban los ribetes de la muerte, la tortura y
la desaparición en pos de una sociedad a la medida de un sistema autoritario,
tecnocrático, afín al poder económico transnacional.

Ella fue una eficiente funcionaria del aparato dedicado al castigo de los
cuerpos para lograr un objetivo: excluir toda futura resistencia a la ideología
hegemónica en la sociedad chilena.

Al igual que otros (civiles y militares), nunca sintió aversión por sus
acciones. Ni siquiera mostró compunción cuando se refirió al caso de su
hermana; más bien se sintió descubierta en su inmoralidad, pero no
arrepentida o avergonzada. Simplemente había cumplido con las órdenes
impartidas por otros. En parte importante de sus respuestas dijo no tener
relación con la tortura y las matanzas, a pesar que da fe del lanzamiento de
detenidos vivos al mar.

Su recriminación hacia ciertos personajes de la DINA parecía estar


relacionada con problemas personales, no con conflictos éticos. Hasta su
muerte, siguió manifestando orgullo por haber formado parte de un grupo al
que definía como “los salvadores de la patria”.

La misma ideología expresaron sus vecinos y sus amigas al responder: «no


somos dioses para juzgar, lo único que podemos decir es que fue una buena
mujer», sin detenerse a pensar que esa mujer a la que saludaron a diario y con
la que compartieron su vida cotidiana, era señalada como una de las
torturadoras más atroces de la dictadura.

Eso nos llama a reflexionar acerca del efecto que han tenido las políticas
públicas en materia de memoria durante años posteriores a la dictadura y
cuánto de esta mujer existe hoy en nuestra sociedad.

Es evidente que existe mucho más de lo que quisiéramos. Ella existe entre
quienes criminalizan la protesta social, entre quienes discriminan a los
sectores sociales más débiles, entre quienes no sienten vergüenza por la
inmoral distribución de los ingresos, entre quienes piden terminar con “los
temas del pasado”.

La memoria debe exponer nítidamente a los criminales, en todas sus


facetas, incluso las que nos causan repulsa, para evitar normalizar la barbarie.
Detenidos desaparecidos de La
Venda Sexy
Esperamos rendir con este libro un homenaje a las 27 personas –y al hijo
nonato de Nilda Peña Solari- que pasaron por La Venda Sexy y
desaparecieron tras terribles padecimientos y humillaciones cometidas por
miembros de las Fuerzas Armadas, Carabineros e Investigaciones de Chile,
adscritos a la DINA. También está dedicado a las 77 personas que fueron
torturadas y humilladas en ese centro y que lograron salir con vida.

Mario Edrulfo Carrasco Díaz, 18 años, soltero.

Bernardo de Castro López, 34 años, casado, tres hijos.

Víctor Fernando Olea Alegría, 24 años, soltero.

Claudio Santiago Venegas Lazzaro, 17 años, soltero.

Eduardo Gustavo Aliste González, 19 años, soltero.

Eugenia del Carmen Martínez Hernández, 25 años, soltera.

Luis Fernando Fuentes Riquelme, 23 años, soltero.

Luis Omar Mahuida Esquivel, 25 años, casado, dos hijos.

Luis Genaro González Mella, 25 años, soltero.

Antonio Patricio Soto Cerna, 30 años, casado, tres hijos.

Felix Santiago de la Jara Goyeneche, 24 años, soltero.

Isidro Miguel Pizarro Meniconi, 21 años, soltero.


Ida Amelia Vera Almarza, 31 años, soltera.

César Arturo Negrete Peña, 25 años, soltero.

Marta Silvia Neira Muñoz, 29 años, soltera, un hijo.

Nilda Patricia Peña Solari, 23 años, soltera.

Mario Fernando Peña Solari, 21 años, soltero.

Gerardo Ernesto Silva Saldívar, 23 años, soltero.

Renato Alejandro Sepúlveda Guajardo, 21 años, casado.

Jorge Eduardo Ortiz Moraga, 20 años, casado.

Jorge Antonio Herrera Cofré, 18 años, soltero.

Ramón Isidro Labrador Urrutia, 24 años, soltero.

Luis Dagoberto San Martín Vergara, 21 años, soltero.

Francisco Javier Rozas Contador, 22 años, soltero.

María Isabel Joui Petersen, 19 años, casada.

Guillermo Beausire Alonso, 24 años, soltero.

Jorge Andrés Troncoso Aguirre, 48 años, soltero.

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Personas detenidas que salieron con
vida de La Venda Sexy
Junio 1974
Luis Lecaros Munita

Agosto 1974
Nelly Barceló

Septiembre 1974
Leonardo Rivas Balmaceda
Juan Carlos González Sandoval
Agustín Holgado Bloch
Luis Olivares Toro
Luis Ahumada Carvajal
Claudio Huepe García
Clara Pujol
Juan Tapia Donoso
Helios Figuerola Pujol
Eugenio Alarcón Garcia
Viviana Uribe Tamblay
Mónica Uribe Tamblay

Octubre 1974
Nelson Aramburu Soto
Carlos Ruiz Aranzaes

Noviembre de 1974
María Stella Dabancens Gándara
Miguel Luis Squella Espina
Humberto Canodra Bañados
Sergio Manríquez Zamorano
María de la Luz Soto Urbina
Oscar Alfaro Córdova
Elías Padilla Ballesteros
Maritza Villegas Arteaga
Sonia Valenzuela Jorquera

Diciembre 1974
Marco Antonio Cruz Corvalán
Fátima Mohor Schmessane
Cristina Godoy Hinojosa
Amalia Muñoz López
Alicia Bravo
Laura Ramsay Acosta
Ana María Arenas Romero
Bernardita Núñez Rivera
Elba Moraga Vega
Carlos Camacho Matos
Beatriz Bataszew Contreras
María Cristina Zamora Eguiluz
René Vergara Poch
Eva Palominos Rojas
Ingrid Heitmann Gigliotto
Ana María Morales
Luis Pardo Valladares
Olivia Sotomayor Torres
Nora Guillén Graff
Boris Chornik Aberbuch
Alejandra Holzapfel Picarte
Guido Zuñiga Serrano
Alfredo Reveco Sapiaín
Alfredo Gálvez Fuentes

Mayo 1975
Graciela Álvarez Rojas
Adriana Bórquez Adriazola
Pedro Matta Lemoine

Mayo 1977
Carlos Veloso Figueroa
Humberto Drouillas Ortega
Osvaldo Figueroa Figueroa
William Zuleta Mora
Eduardo de la Fuente Sandoval
Luis Mardones
Las “alumnas” y la “profesora”
Ingrid Olderock
Las agentes de Carabineros

INGRID FELICITAS OLDEROCK BERNHARD (FALLECIDA 17.03.2001)


PALMIRA ISABEL ALMUNA GUZMÁN
MARÍA DEL TRÁNSITO ARANCIBIA SEPÚLVEDA
VERÓNICA ÁGUILA UBILLA (FALLECIDA 07.12.1985)
CLODOMIRA DE LAS NIEVES REYES DÍAZ (FALLECIDA 24.12.2005)
LUISA DURANDÍN VILASECA
ELEONOR GLADYS FUENZALIDA FUENZALIDA
ALICIA DEL CARMEN CONTRERAS CEBALLOS
JUANA LEONOR DEL CARMEN MILLÁN BARRAZA
ADRIANA ELCIRA RIVAS GONZÁLEZ
DELIA VIRGINIA GAJARDO CORTES
IRENE DE LAS MERCEDES URBINA CERDA
ANA DEL CARMEN VILCHES MUÑOS
FRANCISCA CERDA GALLEGUILLOS
NÁYADE DE LAS MERCEDES VÁSQUEZ TORREJÓN
Las agentes de la Armada

SUZANA FAÚNDEZ PETTERSEN


LUCRECIA MÉNDEZ TORRES
UBERLINDA MENESES NÚÑEZ
MARÍA ÓRDENES MONTECINOS
ZINAIDA VICENCIO GONZÁLEZ
MARTA TORRES CABRERA
Las agentes del Ejército

SANDRA JEANNETTE ACUÑA NÚÑEZ


VIRGINIA CARRASCO SANTANA
IRMA NELLA GUARESCHI SALMERÓN
JOICE ANA AHUMADA DESPOUY
MERCEDES LUISA ARRIAZA GONZÁLEZ
HILDA ROSA DONOSO MACHUCA
EMERITA MYRIAM GARRIDO JARA
DELIA VIOLETA GONZÁLEZ BRAVO
MARÍA ANGÉLICA GUERRERO SOTO
MARÍA ESPERANZA IBARRA SILVA
ELISA DEL CARMEN MAGNA ASTUDILLO
ROSA HUMILDE RAMOS HERNÁNDEZ
LUCILA VILLAGRÁN RUBIO (FALLECIDA 25.04.1996)
Agentes de las que se desconoce la rama a la que
pertenecieron

SILVIA DEL CARMEN CORREA RAMÍREZ


MÓNICA DEL ROSARIO MOLINA VERA
BETZABÉ DEL CARMEN MELELLI ROMO
YOLANDA ESTELA FERRERO MATE DE LUNA
EVA JIMENA CONTRERAS SALAMANCA
IRIS ANGÉLICA GONZÁLEZ MONTABONE
ANA MARÍA HERTEL VERA
BEATRIZ EUGENIA LAZCANO ESPINOZA
ELSA DEL TRÁNSITO LAGOS SALAZAR
MARGARITA ISABEL HIDALGO LÓPEZ
MARÍA LUZ ROBLES ZÚÑIGA
ARMANDITA DEL CARMEN ACUÑA JORQUERA
CECILIA DE LAS MERCEDES MENA MENA
ADRIANA DEL CARMEN MARDONES LIZANA (FALLECIDA 27.02.2001)
ELIZABETH MARÍA CONTRERAS BRAVO
MARÍA ANGÉLICA GONZÁLEZ GONZÁLEZ
ALMA ERIKA MARDONES ROMERO
GLADIS ROJAS CORNEJO
GUADALUPE DEL CARMEN INOSTROZA HERRERA
LUZ NELLY INOSTROZA HERRERA
ANA DEL CARMEN VEGA BELLO
BERNARDA ELOÍSA HINOJOSA ROJAS
IGNACIA MORENO CASTILLO
EDITA MAGALI VEGA BELLO
ELSA JEANNETTE MUÑOZ MEDINA
MARÍA VIRGINIA MUÑOZ CISTERNA
TERESA ESTRELLA VERGARA ASTUDILLO
CECILIA DEL CARMEN VALENCIA CANCINO
SONIA MIREYA FERNÁNDEZ CROS
Otras agentes de las que no se tienen fotografías
HUGA VEGA BELLO

PETRONILA DEL CARMEN ZÚÑIGA JARA

GLADYS DE LAS NIEVES GUTIÉRREZ HURTADO

GLORIA ALICIA MÁRQUEZ HERNÁNDEZ

FRIDA GRACIELA NAGEL BARRIOS

MARIANA BEATRIZ GONZÁLEZ MELLA


Bibliografía
Eric Hobsbawm. Historia del siglo XX. Grijalbo Mondadori, Buenos Aires,
1998

Javier Rebolledo. La danza de los cuervos, el destino final de los detenidos


desaparecidos. Ceibo, Santiago, 2012

John Dinges. Operación Cóndor, Una década de terrorismo internacional


en el Cono Sur. Ediciones B. Santiago, 2004

Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del


mal. Lumen. Barcelona. Tercera Edición

Michel Foucault. Vigilar y Castigar. Éditions Gallimard. Paris 1977

Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Volumen 3.


Santiago, 1991

Miguel González Pino, Arturo Fontaine Talavera. Los Mil Días de Allende.
Centro de Estudios Públicos. Santiago 1997.
Fin del libro
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