Dios Me Mira Con Amor

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DIOS ME MIRA CON AMOR

"Fijando en él su mirada, lo amó" (Mc 10,21)

Vivimos en una sociedad del “vértigo", donde todo tiene que ser ya, en el momento y rápido. Al ser
humano le cuesta frenar por sí mismo; vive agitado sin cesar y el peligro es mayor aún porque
muchas veces no sabe si quiera a dónde va. No mirarnos bien porque no estamos atentos y para
estarlo muchas veces hay que parar y observar detenidamente. Pasamos por al lado de alguien y
decirnos: "Uy, no te vi", "no me di cuenta". Corremos y nos vamos perdiendo muchos detalles y
momentos que no son otra cosa que la vida misma.
¿Busco encontrar espacios y tiempos durante nuestra semana para poder reflexionar sobre cómo estoy, qué
me pasa? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Qué puedo hacer para propiciarlos?
En este caminar, ¿cuál es el motor que me impulsa? ¿Qué metas o propósitos quisiera plantearme?
Tanto en el Antiguo Testamento como el Nuevo se nos invita levantar nuestra mirada. Levanten
sus ojos y vean " (Juan 4,35).
¿Por qué el Señor nos pide esto? Creo que, al igual que Israel, no siempre vemos más allá de
lo que queremos ver y esta es una especie de miopía grave. No hago referencia a una
enfermedad física, sino a aquel que asume una actitud. El egoísmo impide ver con claridad o más
allá de "nuestro mundo".
"Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean
directamente"." (Fratelli Tutti, 64)
Muchas veces, las "lentes" con las que miramos a los demás o con las que analizamos la realidad,
no son nítidas y no vemos bien o creernos ver algo que no es. Si los ojos no están limpios,
seguramente se verá mal.
En la vida siempre somos vistos por otros que tienen una mirada parcial y bastante subjetiva.
Podernos tener en nuestra memoria el recuerdo de aquellas miradas que no fueron cobijo, que no
han sido consuelo sino más bien de condena y de desprecio.
Muchas veces las peores miradas son las que ejercemos contra nosotros mismos. Nos paramos
frente "al espejo de la vida" y nos miramos haciéndonos daño.
No lograrnos ver más allá de la situación, de lo que nos dijeron, de lo que pretendíamos querer
y no conseguimos. Y así nuestra autoestima se ve lastimada, herida, con experiencias que se lloran
en soledad, aunque en el exterior estemos sonrientes, mostrándonos exitosos.
Es necesario sanar nuestra mirada y liberamos de aquellas miradas nos dañan.

APRENDER A MIRAR
El Señor nos invita a trabajar una nueva mirada, la que surge de un corazón transformado por su amor.
El primer paso para esta nueva forma de mirar consiste en aprender a detenerse y prestar atención.
Se hace necesario también tratar de descentramos y reconocer que en nuestras vidas no somos los únicos
protagonistas y que los demás son actores de reparto. El papa Francisco ha hablado de la
"autorreferencialidad" en la Iglesia como uno de los principales peligros para la comunidad.
El antídoto a este mal es el amor, la fuerza que nos hace salir de nosotros mismos.
"Es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor — 'caritas' — es
una fuerza extraordinaria que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y
de la paz" (Caritas in Veritate, 1).
Solo quien ama puede mirar de verdad. El amor me hace descubrir que cada persona es
importante, aun aquella que sea considerada la más insignificante.
La pandemia del covid-19 puso en evidencia la necesidad que tenemos los unos de los otros.
De modo especial, precisamos revisar cómo estamos viendo a las personas que sufren (si es que
las vernos). Son muy duras estas palabras de Francisco, pero tan acertadas...
"Todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesi dades; ver a alguien sufriendo nos molesta, nos
perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una
sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor ". (Fratelli Tutti, 65)
Detrás de cada persona con la que nos encontramos hay una vida, un misterio, una historia
que respetar, valorar y contemplar y que se nos manifiesta corno una posibilidad para que
nosotros crezcamos en santidad. Debemos recuperar la cultura del encuentro:
"Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las
manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana ". Fratelli Tutti, 43

¿CÓMO MIRA DIOS?


DIOS MIRA Y SE ADMIRA
“Y vio Dios que era bueno” (Gn 1,10) “Y vio Dios todo lo que había hecho: y vio que era
muy bueno” (Gn 1,31) El relato de la creación nos muestra que el Creador finaliza cada jornada con
alegría por lo que ha hecho.
Hoy hay personas que no se alegran de lo que bueno que son o hacen los demás. La envidia es todo
lo contrario a la mirada de Dios.
Dios mira y se maravilla, se goza. Dios nos mira con admiración. Cada uno estamos bajo la mirada
maravillada del Padre que nos ve, se alegra, se goza.

DIOS VE Y SE CONMUEVE
“El Señor dijo: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto”…” (Ex 3,7). Dios está viendo el
sufrimiento y la aflicción de su pueblo, no está lejano. Está comprometido con la historia, nos ve, lo ve
todo. Su mirada es empática y sale al encuentro de sus hijos.

DIOS VE CON PROFUNDIDAD


Dios le dice a Jeremías: “Antes de haberte formado en el seno materno yo te elegí, antes de
salir del seno materno te consagré” (Jer 1, 5) y en el salmo: “Tus ojos vieron mi cuerpo en
formación, todo eso estaba escrito en tu libro” (Salmo 139). Nadie pasa desapercibido para Dios.
Somos parte de su sueño de amor. Nos conoce más que nosotros mismos. En su mirada hay sanación.

DIOS VE EL CORAZÓN Y NO LAS APARIENCIAS


Dios le pide a Samuel que vaya a ungir al rey que eligió para Israel. Le dice “No te fijes en las
apariencias ni en su buena estatura. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la
apariencia. El Señor ve el corazón” (I Sam 16,7). Dios ve lo esencial.

DIOS VE LO QUE OTROS NO QUIEREN VER


Dios miró con amor a la mujer encorvada. “Había allí una mujer a la que un espíritu tenía
enferma desde hacía dieciocho años: estaba encorvada y no podía enderezarse en modo
alguno. Jesús, al verla, la llamó y le dijo: -Mujer, quedas libre de tu enfermedad” (Lc 13,10-
17). Los fariseos veían su pecado. Jesús miró la persona. Vio en el recaudador de impuestos, Mateo, a
un apóstol. Vio en el perseguidor, Saulo, a un incansable misionero. Ve en nosotros, más alá de nuestras
miserias a sus hijos amados.
En la época de Jesús existían los excluidos, los no vistos, los que no se quería ver, los que mejor no
existieran. Hoy también hay personas a las que se prefiere no ver, que son olvidadas y abandonadas.
Ellos son los destinatarios del mensaje del Reino.

SU MIRADA ES TRANSFORMADORA
Mas allá de cómo nos han visto o la imagen que tenemos de nosotros mismos existe una mirada
transformadora que ha estado, está y estará acompañándonos en nuestra vida. En varios pasajes de los
Evangelios se relata que bastó una mirada y algunas pocas palabras de Jesús para que dejándolo todo
lo sigan. “Al día siguiente, Juan estaba de nuevo allí y dos de sus discípulos y, al ver a Jesús pasar por
allí dice: “¡He aquí el Cordero de Dios!”. Y sus dos discípulos le oyeron decir esto y siguieron a Jesús.
Pero, volviéndose Jesús y viéndolos seguirle, les dice: “¿Qué buscan?”. Pero ellos le dijeron: “Rabbí” (que
significa maestro), “¿dónde vives?”. Les dice: “Vengan y vean”. Así que fueron y vieron dónde vivía y
permanecieron junto a él aquel día” (Jn 1, 35-39)
“La naturaleza misma del cristianismo consiste, por tanto, en reconocer la presencia de
Jesucristo y seguirlo. Esa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que,
encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de
quien les hablaba, ante el modo como los trataba, correspondiendo al hambre y sed que
había en sus corazones” (D.A. 244) Estamos aquí como fruto de la seducción de una mirada. Dios nos
ama y fija en cada uno de nosotros su mirada.

SU MIRADA ES MISERICORDIOSA
“Entonces el hijo se fue a donde su padre. Cuando todavía estaba lejos su padre lo vio, se conmovió,
corrió y lo recibió con abrazos y besos. El hijo empezó: padre peque contra Dios y contra ti ya no merezco
que me llames hijo, pero el padre les dijo a sus sirvientes pronto saquen la mejor ropa y vístanlo con ella,
póngale un anillo en el dedo y sandalias en los pies, traigan el novillo más gordo, mátenlo y hagamos un
banquete, porque este hijo mío estaba muerto y resucitó, estaba perdido y lo encontramos, y empezaron
el banquete…” (Lc 15, 11-32)
El Padre estaba esperando a su hijo, por eso lo vio venir y salió a su encuentro. Se da un encuentro
de miradas, besos y abrazos, de fiesta. El padre mira a su hijo con misericordia. Al padre solo le importa
que su hijo ha vuelto.
Dios es experto en miradas de amor, compasión y misericordia. En Jn 21, 15-19 Jesús mira con amor
a Pedro y con la pregunta ¿Me amas? lo va sanando y reconquistando. El Papa Francisco dice: “También
nosotros podemos pensar: ¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una
llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? Pero, por el camino que Él ha hecho, todos nosotros estamos
bajo la mirada de Jesús. El nos mira siempre con amor. Nos pide algo, nos perdona algo y nos da una
misión. Ahora Jesús viene sobre el altar. Que cada uno de nosotros piense: qué debo hacer, cómo debo
llorar mis equivocaciones, mis pecados; cuál es el coraje con el que debo ir adelante por el camino que
tú has recorrido primero” (Homilía 22/05/2015)

CULTIVAR SU MIRADA
Dios al crearnos a su imagen y semejanza nos invita a tener un corazón y una mirada como la suya.
Si lees Lucas 10,30-37, parábola del buen samaritano vas a encontrar tres tipos de miradas. Los dos
primeros personajes se manifiestan indiferentes, miran y siguen de largo. No podemos pasar al lado del
que sufre y no verlo. Tal vez no tengamos algo material para compartir, pero ¿no podemos regalar una
mirada llena de amor, una palabra…?
Pensemos en tantos que hoy pasaron sin ser vistos por nadie. Cuántos en nuestro trabajo, en nuestras
familias, en nuestra comunidad… que no son mirados con admiración, compasión, misericordia.

UNA MIRADA AL CORAZÓN


- ¿Cómo es mi mirada cuando veo a los que me rodean? ¿En qué me detengo cuando
estoy frente a mi familia, compañeros de trabajo, en la calle…?
- ¿Cómo es la mirada que tengo de mi mismo? ¿Qué veo? ¿Me cuesta aceptar algo de
mi?
- ¿En qué aspectos de mi vida el Señor me está invitando a levantar los ojos y ver?

- ¿Alguna vez sentiste la mirada compasiva y misericordiosa de Dios en tu vida?


¿Cuándo?
- ¿Qué aspectos de tu vida necesitan ser sanados por la mirada misericordiosa y tierna
de Dios?
- Tomate unos minutos de silencio y oración, regálate la posibilidad de experimentar la
dulce mirada de Jesús que te ama y te perdona.

- Lee y medita Lc 10, 30-37.


- ¿A qué personas me cuesta mirar con la mirada de Dios? ¿Hay en mi familia, trabajo,
comunidad algún hermano o hermana que no es mirado por nadie?
- Hago un momento de silencio, traigo a mi memoria y a mi corazón sus nombres, su s
rostros. Pido la gracia de mirarlos con la mirada de Dios, oro por esa o esas personas.

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