Fernando de La Rua

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Fernando de la Rúa

Presidente de la Nación Argentina (1999-2001) y jefe de Gobierno de la Ciudad de


Buenos Aires (1996-1999)

Fernando de la Rúa (Derecha) junto al ministro de economía Domingo Cavallo (Izquierda)

Mandato: 10 diciembre de 1999 - 21 diciembre de 2001

Nacimiento: Córdoba, provincia de Córdoba, 15 septiembre de 1937

Fallecimiento: Buenos Aires, Loma Verde (General Paz), 9 julio de 2019

Partido político: Unión Cívica Radical (UCR)

Profesión: Abogado

Biografía:
Realizó estudios de secundaria en el Liceo Militar General Paz y a los 21 años se graduó en
Derecho, igualmente con altas calificaciones, por la Universidad de Córdoba. Posteriormente
obtuvo el doctorado en dicho centro con una tesis sobre el recurso de casación en el Derecho
argentino. Afiliado desde su juventud al partido Unión Cívica Radical (UCR), concretamente a la
UCR del Pueblo (UCRP, si bien en 1966 hizo suya la sigla original) de Arturo Umberto Illia, así
llamada para diferenciarse de la facción Intransigente (UCRI) de Arturo Frondizi escindida en
1955, durante la presidencia del primero entre 1963 y 1966 sirvió como asesor en el Ministerio
del Interior. Con anterioridad y posterioridad a este cometido, su actividad profesional se
centró en la abogacía.

La carrera política de de la Rúa, católico practicante, tomó cuerpo de la mano de Ricardo Balbín,
líder de la UCR desde 1957, y en abril de 1973 fue elegido senador federal por Buenos Aires. En
las segundas elecciones presidenciales de aquel año, el 23 de septiembre, que confirmaron la
mayoría social justicialista y repusieron a Perón en el poder tras 18 años en el exilio, integró
como candidato a la Vicepresidencia la fórmula encabezada por Balbín, que obtuvo el 24,3% de
los votos. Ejerció su mandato en el Senado hasta marzo de 1976, fecha del golpe militar que
derrocó el Gobierno de María Estela Martínez de Perón, viuda del general desde 1974. Luego
del retorno del orden constitucional, de la Rúa optó, sin éxito, a la nominación del candidato
presidencial de la UCR para las elecciones de octubre de 1983, que ganó Raúl Alfonsín, si bien
consiguió ser elegido senador por segunda vez. Aunque en las elecciones de mayo de 1989, que
devolvieron al poder a los peronistas bajo el liderazgo de Carlos Saúl Menem, de la Rúa revalidó
su acta de legislador, hubo de cederla tras decidir el Colegio Electoral una reasignación de
escaños en favor de las listas minoritarias.

En 1991 fue elegido presidente del Comité capitalino de la UCR y en los comicios celebrados en
septiembre de ese año ganó el mandato para la Cámara de Diputados, donde lideró el bloque
radical, si bien en julio de 1992 retornó al escaño de senador porteño. El caso es que la UCR no
levantaba cabeza en las urnas desde el varapalo sufrido en las legislativas de 1987, y esta
tendencia regresiva se agravó a raíz del histórico Pacto de Olivos, firmado en diciembre de 1993
por el presidente Menem y Alfonsín para sancionar en el Congreso un paquete de reformas
constitucionales que, entre otras novedades, introducía el mandato presidencial cuatrienal y
reelegible. De la Rúa y otros dirigentes radicales se opusieron en su momento tanto al retorno
de Alfonsín al frente del Comité Nacional del partido como a la reforma política pactada con los
peronistas.

Hito en su trayectoria política fue la elección el 30 de junio de 1996, derrotando con el 39,9%
de los votos al entonces intendente, el peronista Jorge Domínguez, como gobernador de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, convirtiéndose en el primer mandatario municipal elegido
directamente por los bonaerenses (la novedad se contenía precisamente en la reforma política
de 1994). El 6 de agosto tomó posesión del puesto. La victoria en la populosa capital por la UCR
fue facilitada por el reciente conflicto interno en el Frente del País Solidario (Frepaso), pujante
coalición que se había apuntado en la Capital Federal una serie de éxitos electorales.

El Frepaso surgió en diciembre de 1994 como una alianza de centro-izquierda, integrando a


varios partidos de la izquierda y a disidentes del Partido Justicialista (PJ, peronista) de Menem y
de la propia UCR que a su vez se ubicaba en el centro del espectro político, siendo el Frente
Grande del popular Carlos Alberto Chacho Álvarez, antiguo peronista de tendencia
socialdemócrata, el más importante de sus miembros. Así, la fórmula de José Octavio Bordón
(que en febrero de 1996 iba a sacar a su partido PAIS del Frepaso) y Chacho Álvarez rompió con
el bipartidismo tradicional en las presidenciales del 14 mayo de 1995 y se situó por delante de
la fórmula radical encabezada por Horacio Massaccesi, quien con el 17,1% del escrutinio
registró la votación más baja del partido en toda su historia.

Como alcalde porteño, de la Rúa construyó una imagen positiva de político moderado y
honesto, de impecables convicciones democráticas y buen gestor. Entretanto, la UCR,
consciente de su debilidad ante la progresiva fuga de militantes a la coalición frentista, aceptó
trabajar conjuntamente con el Frepaso para desplazar al peronismo del Gobierno Nacional.
Fruto de este acercamiento fue la creación el 3 de agosto de 1997 de la Alianza por el Trabajo,
la Justicia y la Educación (ATJE), más conocida como simplemente la Alianza. Sumadas al
proyecto otras formaciones menores progresistas y de ámbito provincial, la Alianza,
presentando listas conjuntas en 14 de los 24 distritos electorales del país, se hizo en las
elecciones del 26 de octubre de 1997 con un total de 107 de los 257 escaños de la Cámara de
Diputados, quedándose a sólo 12 del PJ en el cómputo global considerando la mitad no
renovada de la Cámara, si bien en cuanto a porcentaje de voto fue la primera fuerza con el
45,7% de los sufragios, aventajando en nueve puntos al partido de Menem. Además, la
senadora frentista Graciela Fernández Meijide fue la cabeza de lista más votada en el distrito
provincial de Buenos Aires, tradicional baluarte peronista, mientras que Carlos Álvarez hizo lo
propio en la Capital Federal.

El 6 de diciembre siguiente de la Rúa fue elegido por aclamación presidente del Comité
Nacional de la UCR en sustitución de Rodolfo Terragno, quien a su vez había reemplazado a
Alfonsín en 1995. El 11 de agosto de 1998 de la Rúa, Alfonsín, Terragno, Fernández Meijide y
Álvarez comparecieron en una rueda de prensa para presentar la denominada Carta a los
Argentinos, documento que resumía el programa aliancista y trataba de dar una imagen de
unidad y de alternativa sólida al menemismo de cara a las elecciones generales de 1999.

De la Rúa y sus asociados se comprometían a reducir el desempleo a la mitad (esto es, al 7%), a
relanzar el sistema educativo, a distribuir más equitativamente la renta nacional y a luchar
contra la corrupción; en suma, un programa fundamentalmente social que ofrecía respuestas
en un terreno damnificado por las políticas neoliberales del peronismo en el poder. La prueba
de fuego de la Alianza se planteó en las primarias del 29 de noviembre de 1998, abiertas a los
afiliados (votaron más de dos millones de argentinos) en un ejercicio de democracia
intrapartidista inédito en Argentina, para la elección del candidato conjunto a las
presidenciales, siendo de la Rúa, que el 6 de diciembre de 1997 había obtenido la nominación
de la UCR, y Fernández Meijide los aspirantes. De la Rúa, menos carismático que la diputada y
antigua activista pro Derechos Humanos, e identificado con el sector conservador del
radicalismo, se impuso no obstante con el 63,3% de los votos.

Precisamente, estas presuntas carencias suyas -cautela, sobriedad, austeridad, monotonía- se


revelaron como importantes virtudes a los ojos de un electorado deseoso de un cambio en el
Gobierno de la nación, que durante la etapa menemista, aún reconociendo sus éxitos en la
estabilización de la economía, había ofrecido una imagen excesivamente desordenada en la
gestión de los recursos públicos, cuando no frívola y tolerante con la corrupción. El propio de la
Rúa explotó su contrastado perfil con el eslogan electoral "La gente dice que soy aburrido".

Confirmando las predicciones de los sondeos, en las elecciones del 24 de octubre de 1999 la
fórmula de la Rúa/Álvarez ganó holgadamente con el 48,5% de los votos a su rival justicialista,
integrada por Eduardo Alberto Duhalde y el cantante Ramón Palito Ortega. En las legislativas
parciales la Alianza se situó como la fuerza más votada con el 43,6% de los sufragios y, con 124
actas, superó por primera vez en la Cámara de Diputados al PJ en número de escaños, si bien no
alcanzó la mayoría absoluta. La ventaja obtenida por de la Rúa en la provincia de Buenos Aires
(donde vive un tercio del electorado nacional) fue decisiva para el resultado global, si bien el
peso del peronismo allí se reflejó en la victoria de Carlos Ruckauf en la elección simultánea al
puesto de gobernador.
El 10 de diciembre de 1999, un día después de entregar la gobernación de la Ciudad Autónoma
a su segundo, Enrique Olivera, y siete días después de hacer lo mismo con la presidencia del
Comité Nacional de la UCR al veterano Alfonsín, de la Rúa tomó posesión de su mandato
cuatrienal en la jefatura de la nación, poniendo fin a una década de dominio peronista y
situándose al frente del primer Gobierno de coalición en la historia del país. La UCR se quedó
con ocho de los 10 ministerios, mientras que el Frepaso obtuvo las carteras de Trabajo y Acción
Social.

Desde el día de la victoria en las urnas, de la Rúa había prodigado las declaraciones
contundentes sobre el final de los privilegios del poder y advertencias de que la impunidad de
los corruptos no sería tolerada más. Pero aparte las promesas de moralización de la vida
pública y de dedicación a los desfavorecidos, el presidente tenía ante sí una situación
económica delicada, con una recesión del 3,4%, provocada por la caída de las exportaciones
agrícolas y manufactureras como consecuencia de la fortaleza del peso, y un déficit fiscal muy
abultado, de 7.100 millones dólares, cuyo recorte drástico solicitaba el FMI para proseguir con
su programa de ayudas. La deuda exterior, pública y privada, se cuantificaba en los 170.000
millones de dólares. En este sentido, de la Rúa se comprometió a mantener lo esencial de las
políticas de mercado y cambiarias de Menem, con la vigilancia de la inflación -virtualmente
aniquilada y de hecho negativa en aquel momento- como divisa, aunque recalcó que haría una
defensa del peso, ajustado paritaria e inamoviblemente con el dólar por la Ley de
Convertibilidad heredada de Menem, con lo que la posibilidad de dolarizar completamente la
economía, planteada por aquel en el último tramo de su mandato, quedaba descartada.

El líder radical dijo estar dispuesto a aplicar un nuevo ajuste económico, consistente en subidas
de impuestos, una mayor disciplina fiscal y recortes en los salarios de 140.000 trabajadores
públicos (empezando por el suyo propio), pero esta vez terminando con las manifestaciones de
latrocinio político-financiero y clientelismo, dando ejemplo moral a la sufrida ciudadanía desde
la Casa Rosada. El 29 de mayo de 2000, luego de asegurarse el diálogo con la poderosa central
sindical peronista Confederación General del Trabajo (CGT), de la Rúa divulgó los contenidos de
un duro paquete de austeridad con el objetivo de equilibrar el presupuesto para 2003, lo que
no sacó a la calle a miles de trabajadores convocados por sindicatos minoritarios, así como a
dirigentes del PJ y a activistas de partidos de extrema derecha y extrema izquierda. En las
propias filas aliancistas se produjeron signos de descontento por la política técnicamente
continuista de de la Rúa, todo lo cual revelaba un pronto desencanto en la sociedad argentina
por las primeras disposiciones del nuevo Gobierno y auguraba futuros contratiempos.
El 30 de junio de 2000 de la Rúa dirigió en Buenos Aires su primera cumbre presidencial del
Mercado Común del Sur (MERCOSUR), la XVIII de esta organización lanzada en 1991 por
Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. En este encuentro, el mandatario argentino propuso
avanzar en la integración regional con una carta social, como complemento a la unión aduanera
en el ámbito comercial. El documento fue suscrito por sus tres colegas, así como por los
presidentes de Bolivia y Chile, invitados a la cumbre. En un sentido general, de la Rúa
consideraba perentorio avanzar aún más en la integración de las cuatro economías, ya que,
como la recesión argentina estaba demostrando, las perturbaciones a la baja en los
intercambios comerciales por coyunturas internas repercutían dramáticamente en la
producción de los socios proveedores.

En agosto de 2000 la crisis estalló en el Gobierno por las graves acusaciones al ejecutivo sobre
sobornos millonarios a senadores peronistas, e incluso aliancistas, al objeto de sacar adelante,
cuatro meses atrás, la polémica reforma del mercado de trabajo, que entre otras novedades
suprimía el control sindical sobre los regímenes de la Seguridad Social. En las denuncias
interpuestas en los tribunales federales se acusó sobre todo al ministro frentista del Trabajo,
Alberto Flamarique, y al jefe de los servicios de inteligencia del Estado, Fernando de Santibañes,
un banquero miembro de la UCR y amigo personal del presidente.

Al principio, de la Rúa restó magnitud al asunto, pero ante la polvareda levantada hubo de salir
al paso y señalar que si algún colaborador había transgredido sus funciones sería "separado sin
contemplaciones y puesto a disposición de la justicia". El vicepresidente Álvarez advirtió que la
Alianza había nacido para acabar con la corrupción y el 6 de octubre, horas después de que de
la Rúa hiciera una remodelación del Gabinete que desencantó a los partidarios de depurar
responsabilidades hasta las últimas consecuencias, presentó la dimisión. Álvarez negó que se
tratara de la ruptura de la Alianza y dejó claro que el Frepaso seguiría trabajando con la UCR
desde el Congreso.

En el cambio se quedó fuera, por dimisión, Terragno como jefe del Gabinete; Santibañes
mantuvo de momento su puesto y Flamarique cesó en el suyo, pero porque fue promocionado
a secretario general de la Presidencia. Sin embargo, la dimisión de su jefe de partido al día
siguiente le arrastró a él también. El 20 de octubre resignó a su vez Santibañes, sometido a
fortísimas presiones. De la Rúa salió debilitado de estas mudanzas, perdió autoridad dentro de
la Alianza y además recibió críticas desde fuera por imponer un sesgo proteccionista a la
política económica del Gobierno. Por lo demás, el año acabó con un decrecimiento del 0,5% del
PIB y una tasa de paro del 15%, mientras que otro tanto de la población en edad de trabajar
estaba subempleada.

El mandatario radical comenzó 2001 con todas las luces de alarma, económica, financiera y
social, encendidas. La constatación de que el nuevo mandatario era incapaz de atajar la crisis,
claramente estructural luego de una década de liberalismo a ultranza que no había creado
verdadera riqueza nacional, y de regenerar los hábitos arraigados en la función pública, hizo
cundir un profundo pesimismo que testimonió la destrozada clase media, a la sazón votante
tradicional de los radicales, con sus largas colas en las embajadas de Italia o España para
obtener un visado que le permitiera abandonar el país. Se habló de un retroceso histórico en la
realidad socioeconómica de Argentina, una suerte de "latinoamericanización" de un país que
durante décadas, gracias a la distribución de la renta nacional, poseyó unas extensas clases
medias perfectamente homologables a las de las sociedades europeas desarrolladas. Los
observadores apuntaron que si hacía una década lo que atemorizaba a los argentinos era la
hiperinflación y el caos de los precios, ahora lo era la pérdida del empleo y el derrumbe del
poder adquisitivo.

No había oportunidades de mejora material de los ciudadanos, pero para de la Rúa y su equipo
de Gobierno (que no la dirigencia, escorada al izquierdismo, de la UCR) tampoco existían
alternativas, excepción hecha de las concesiones populistas, al modelo menemista de ortodoxia
liberal, a saber, la disciplina cambiaria y el compromiso con el pago de la deuda. El nuevo
ministro de Economía en sustitución de José Luis Machinea desde el 5 de marzo, Ricardo López
Murphy, anunció un programa de austeridad consistente en más recortes del gasto público y el
final de algunas exenciones fiscales, pero no vio la luz ante la contestación general suscitada en
el país.

A mediados de marzo el presidente ofreció a la oposición un "acuerdo político nacional" que


produjera un gobierno con poderes especiales para capear la crisis, pero el único partido que
respondió positivamente fue la conservadora Acción por la República (ApR) de Domingo Felipe
Cavallo, tercer candidato más votado en las presidenciales de 1999 y el ministro de Economía
que en 1991 dio cerrojazo a la hiperinflación con su Ley de Convertibilidad. El 19 López Murphy
dimitió a las dos semanas de su nombramiento y 24 horas más tarde le sucedió Cavallo, que el
29 fue investido por el Congreso, a regañadientes, de poderes especiales que de hecho le iban a
permitir gobernar por decreto.

De la Rúa, personalmente contagiado de la inercia y la crisis de liderazgo políticos, depositó


todas sus esperanzas en el famoso superministro, tan prestigiado como vituperado, que se
disponía sacar al país de la recesión como una década atrás lo había hecho de la pesadilla
inflacionaria. Dejando intocada su criatura legal, la convertibilidad entre el peso y el dólar, y con
el nuevo instrumento de la Ley de Competitividad, Cavallo delineó un plan económico con
vocación de estructural que pretendía controlar la evasión de capitales, disminuir los gastos
públicos y suntuarios del Estado y aumentar los ingresos, a fin de recuperar liquidez y reducir la
necesidad de refinanciación de la deuda exterior.

La reforma fiscal contemplaba alzas arancelarias sobre las importaciones de bienes de consumo
de fuera del MERCOSUR y rebajas de las que gravan las importaciones de bienes de capital,
teniendo como meta la erradicación del déficit público, previsto en 6.000 millones de pesos a
fin de año. Todo ello, con la voluntad firme de asumir los compromisos financieros más
urgentes, las amortizaciones de deuda a medio y corto plazo por valor de 4.500 millones de
dólares hasta final de año, y de 17.000 millones más para 2002, a los que habían que añadir
otros 11.000 millones en intereses. De la Rúa y Cavallo dejaron claro que en lo sucesivo el
Estado solo iba a gastar lo que recaudara y que no se iba a endeudar más; el débito
consolidado, federal y provincial, ascendía ya a los 150.000 millones de dólares.

El 8 de junio de la Rúa se sometió a una operación de angioplastia en la arteria coronaria y en la


calle el deterioro social proseguía imparable. La clase obrera se lanzó a una serie de huelgas y
disturbios en protesta por los bajo salarios y las malas condiciones laborales. La bolsa de
Buenos Aires, evocando el nerviosismo y la desconfianza de los inversores en las seguridades de
Cavallo sobre que el peso no se devaluaría y que las deudas del Estado serían pagadas, registró
desplomes sucesivos mientras que la prima de riesgo, que mide la confianza en la solvencia del
país, se elevó hasta convertir a Argentina a los ojos de las instituciones financieras en el país del
mundo más susceptible de suspender pagos, poniéndose por delante de Nigeria.

De semana en semana se conocían noticias negativas, como la declaración de quiebra de


Aerolíneas Argentinas, que en un 90% controlaba el Estado español (21 de junio), y el fuerte
descenso del índice interanual de recaudación tributaria. En julio se dispararon las retiradas de
efectivo en pesos y las compras de dólares por los ahorradores. De la Rúa exhortó al "esfuerzo
patriótico" de todos los argentinos para salir de la dramática situación y afirmó que los
defraudadores fiscales serían tratados "como criminales de la peor especie", pero sus enérgicos
discursos a la nación fracasaron en la empresa de recabar apoyos a un ejecutivo desprestigiado,
agravándose a ojos vista la soledad política del presidente. Que en general se reconociera que
de la Rúa había "tomado los mandos del Titanic cuando el buque ya estaba en trayectoria de
colisión" no le eximía de censuras en un momento delicado que demandaba acciones
resolutivas, tanto económicas como políticas.

Nuevos y desesperados llamamientos a la formación del Gobierno de unidad nacional cayeron


en saco roto, pues los peronistas no estaban dispuestos a asumir una cuota de responsabilidad
en disposiciones tan impopulares como el recorte en un 13% de los salarios de los funcionarios
y de las pensiones de jubilación superiores a los 500 pesos. Incluso en la UCR, el ex presidente
Alfonsín hizo gestiones particulares con los sindicatos, puenteando las iniciativas
gubernamentales. Un respiro supuso la aprobación el 30 de julio por el Senado, tras un
extenuante tira y afloja con los gobernadores provinciales peronistas, y con el respaldo de los
dos principales inversores en Argentina, España y Estados Unidos, y de los agentes financieros
internacionales, del plan de emergencia del Gobierno centrado en la denominada Ley de Déficit
Cero, pero al precio de colocar al borde de la ruptura a la coalición oficialista -de todos modos
ya más nominal que otra cosa- y a la propia UCR, y de sembrar la efervescencia en las calles.

En virtud a las últimas medidas adoptadas, De la Rúa y Cavallo afrontaron con optimismo las
negociaciones con el FMI y otros proveedores de fondos para financiar la reestructuración de
los adeudos. Una señal esperanzadora fue el anuncio por el FMI el 22 de agosto de su
disposición a conceder un crédito de 8.000 millones de dólares, suplementario a los dos
acordados desde diciembre de 2000 (de 40.000 millones y 20.000 millones), para respaldar las
reservas internacionales y un nuevo canje de títulos de deuda pública. El FMI advirtió que
miraría con lupa la ejecución del durísimo plan de ajuste, el séptimo desde la toma de posesión
de de la Rúa en 1999, y que a la Ley de Déficit Cero tendrían que plegarse tanto el presupuesto
federal como, mediante un régimen fiscal de coparticipación reformado, los de las provincias,
calificadas por este organismo de "fuente significativa de rigidez e ineficiencia en las finanzas
públicas".
Las elecciones del 14 de octubre a la mitad de los diputados de la Cámara y a la totalidad de los
senadores precarizaron más aún a de la Rúa al perder la Alianza la mayoría en la cámara baja:
con el 37,4% de los sufragios, los justicialistas ganaron 66 de los 127 escaños en disputa frente
al 23,1% y los 35 escaños obtenidos por los aliancistas, quedando el reparto final en 116
diputados para los primeros y 88 -si bien radicales la gran mayoría- para los segundos. En el
Senado, la Alianza vio incrementada su minoría hasta los 25 escaños, 15 menos que el PJ. La
Alianza perdió más de 20 puntos porcentuales con respecto a las legislativas de 1999, y, a tenor
de las encuestas, si se hubiesen celebrado presidenciales por de la Rúa habría votado menos de
la quinta parte de los electores.

La continuidad en el cargo de de la Rúa, primer mandatario argentino con las dos cámaras en
contra, iba a depender de su entendimiento con el PJ. Pero no menos significativo fue el
alcance del denominado "voto bronca", las papeletas nulas y en blanco, que sumaron el 21,1%;
añadido al 26,3% de la abstención, resultó que los electores que de una u otra forma
rechazaron los comicios se acercaron al 50% del censo, cifra sin precedentes e indicativa de la
irritación y el hastío populares. De la Rúa asumió el varapalo electoral como una demanda de
cambio de rostros en el ejecutivo, pero la principal diana del descontento, Cavallo, siguió
contando con su confianza. El primero de noviembre el ministro presentó al FMI un nuevo plan
de reformas estructurales con el objetivo inmediato de rebajar los tipos de interés del peso
para aliviar el coste de la deuda y poder liberar recursos para la reactivación económica.
Asimismo, reiteró que Argentina "nunca" iba a dejar de pagar sus débitos, y acusó a las
provincias de tener una alta responsabilidad en la debacle por la gestión populista de sus
finanzas y a Brasil de ser un socio "desleal" en el MERCOSUR por las devaluaciones competitivas
de su moneda, el real.

Aquel mes, la incapacidad de las provincias y el Gobierno Nacional, que había suspendido las
transferencias netas del Estado como consecuencia de la Ley de Déficit Cero, para renovar la
coparticipación fiscal, retrasó la aplicación del octavo plan de ajuste y puso al país al borde de la
suspensión de pagos, anulando lo que de positivo pudiera tener la obtención del primer
superávit mensual, de 124 millones de dólares, en las cuentas del Estado. De la Rúa anunció un
plan de ahorro de 4.000 millones de dólares en el pago de los intereses de vencimientos de la
deuda en 2002 mediante la reducción del 11% al 7% de los tipos de interés de los bonos, así
como de descuentos en la cotización obligatoria y de devolución del 5% del IVA en compras
minoristas con tarjeta de crédito, el cual presentó como un "nuevo contrato social entre el
Estado y los argentinos", en respuesta "a sus reclamaciones en las últimas elecciones". El 8 de
noviembre viajó con Cavallo a Estados Unidos para reunirse con el presidente George W. Bush y
los inversionistas privados.

Esta batería de medidas sirvió sólo para calmar los mercados unas pocas horas, mientras que el
FMI, escéptico, no se avino a adelantar los tramos de la ayuda acordada. Había una aguda crisis
de confianza en las instituciones y la población se lanzó a los bancos a vaciar sus cuentas. La
avalancha de reintegros en efectivo puso al sistema financiero al borde del colapso, induciendo
el 1 de diciembre al Cavallo a decretar, con el respaldo pleno del presidente e invocando los
poderes especiales otorgados por el Congreso, el estado de excepción monetario: todos los
depósitos bancarios quedaban parcialmente inmovilizados durante 90 días; los ahorradores
sólo podrían retirar en efectivo un máximo de 250 pesos o dólares a la semana, teniendo que
usar tarjetas de crédito o débito y talones para operaciones de importes superiores, y los que
viajasen al exterior sólo podrían llevar consigo un máximo de 1.000.

La draconiana medida, en vigor el 3 de diciembre, y conocida en la calle como el corralito,


implicaba un primer paso hacia la dolarización, pues apuntaba a la transformación automática a
dólares de los depósitos en pesos y la prohibición de conceder más créditos en esta moneda
para evitar los ataques especulativos contra la divisa argentina. También suponía un golpe
mortal a la economía sumergida, que sólo conoce el cobro y el pago en efectivo al margen del
sistema financiero y en la que se movía el 47% de los argentinos. Los analistas calificaron la
intervención monetaria de parche desesperado -en las 24 horas previas a su anuncio se habían
cancelado depósitos por valor de 700 millones de dólares- que no disipaba los peligros de la
suspensión de pagos y la devaluación, amén de abonar el desasosiego popular y de empeorar la
recesión por el desplome del consumo y la actividad económica. Además, la Ley de
Convertibilidad se apoyaba en una base ficticia, pues el Banco Central ya sólo contaba con la
tercera parte de las reservas líquidas en dólares para garantizar los 10.000 millones de pesos en
manos de los 37 millones argentinos.

Llegado a este punto crítico, al Gobierno de de la Rúa se le planteaban tres salidas para
recuperar la confianza: dolarizar plenamente la economía renunciando al peso, lo que hundiría
las perspectivas de una recuperación económica; romper la paridad y devaluar la moneda, con
implicaciones gravísimas sobre particulares y empresas que se habían endeudado en dólares (la
gran mayoría, ya que los tipos de interés del peso eran astronómicos), o recibir un préstamo de
urgencia del FMI, posibilidad poco verosímil. El 5 de diciembre, mientras el FMI, el Banco
Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) congelaban préstamos por 2.400
millones de dólares, de la Rúa aprobó una modificación para hacer más digerible la medida
consistente en el aumento de los topes a 1.000 pesos o dólares en los reintegros de efectivo a
la semana y a 10.000 en las cantidades expatriadas. El 6 de diciembre Cavallo reconoció que el
país se hallaba en "virtual suspensión de pagos" y se trasladó de urgencia a Washington para
negociar con el FMI, a la postre infructuosamente.

El 11 de diciembre siguieron nuevas restricciones sobre el dinero, la limitación a dos las cuentas
corrientes por ciudadano y la retención por los bancos del 75% de los nuevos depósitos de sus
clientes (coeficientes de cajas, para evitar transferencias masivas de una entidad a otra),
abiertos por cientos de miles en pocos días para burlar las cortapisas del 3 de diciembre. Los
emplazamientos del presidente a los actores sociales y los partidos para que se sumaran a un
pacto político nacional no prosperaron, toda vez que los sindicatos, inclusive las dos facciones
de la central peronista Confederación General del Trabajo (CGT), consideraban inútil el diálogo
con el ejecutivo en tanto siguiera en él Cavallo y se proponían derribarlo mediante
movilizaciones y paros, y que ningún dirigente del PJ quería echar un capote a un presidente
radical tocado y en minoría parlamentaria.

El 13 de diciembre la huelga general, la séptima del mandato de de la Rúa, contra las últimas
medidas bancarias paralizó el país y estuvo acompañada de incidentes violentos en forma de
hurtos de comercios, incendios provocados y choques con las fuerzas del orden público. Al
Gobierno se le empezó a escapar de las manos el control del país y la asistencia del FMI no se
concretó por la falta de acuerdo sobre el presupuesto federal equilibrado de 2002 y el pacto
fiscal con las provincias. El 14 venció deuda por valor de 700 millones de dólares y el Gobierno
consiguió abonarla in extremis, evitando declararse en bancarrota, con una fórmula harto
alambicada: recurriendo a los fondos de pensiones de los ciudadanos gestionados a plazo fijo,
previamente convertidos en letras del tesoro en lo que el propio Cavallo calificó de
"confiscación". Entonces, el paro excedía el 18% y se estimaba que ya 14 de los 36 millones de
habitantes vivían en la pobreza. Se esperaba una contracción para el conjunto del año del 3,5%
del PIB.

La situación era explosiva y recordaba la víspera de los motines populares de mayo 1989, que
adelantaron el final de mandato de Alfonsín. El temido estallido social prendió el 19 de
diciembre, cuando cientos de personas, justificándose en que tenían que comer, se lanzaron al
asalto de tiendas y supermercados en todo el país. Unas horas de saqueos y desmanes
sumamente violentos bastaron para que el Gobierno en pleno presentara la dimisión y de la
Rúa, que "aceptó" sólo la resignación de Cavallo, declarara el estado de sitio y la consiguiente
suspensión de garantías constitucionales en aplicación del artículo 23 de la Carta Magna.

La Presidencia acusó a organizaciones extremistas de derecha e izquierda de atizar y manipular


las algaradas con objetivo político, explicación convincente para el caso de algunas expresiones
de vandalismo a cargo de guerrilleros urbanos. Pero a lo que se asistió fue más bien a una
demostración espontánea de cólera y desesperación de una clase media del todo ajena a
violencias que, por primera vez, se lanzaba a la calle por necesidad y para exigir la partida de
sus gobernantes, en una rebelión sin precedentes contra toda una clase política sin distingos de
siglas largamente tachada de demagógica, clientelista y corrupta. Buenos Aires se convirtió en
una ciudad sin ley donde se instalaron el miedo y la confusión más absolutos.

El día 20 prosiguieron las caceroladas, los saqueos y los enfrentamientos, y la central sindical
Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) mantuvo la convocatoria de huelga general de
36 horas en desafío a las medidas de excepción. De la Rúa, recluido en la Casa Rosada mientras
en el exterior se libraba una batalla campal entre manifestantes y fuerzas del orden, se dirigió a
la nación pidiendo a los revoltosos que depusieran la violencia y a la oposición justicialista que,
"con valentía y patriotismo", se integrara en un ejecutivo de concentración nacional en el que
dispondría de un alto poder de decisión para "reformar la Constitución y el sistema político". La
dirigencia peronista no respondió al envite, y en la tarde-noche de la Rúa compareció por
tercera vez para notificar su dimisión después de firmarla para su remisión al Senado,
abandonando acto seguido el palacio presidencial en un helicóptero que lo llevó a la residencia
oficial de Olivos. La partida del político radical al cabo de 48 horas de caos que dejaron 27
muertos en todo el país (la mayoría por disparos de dueños de establecimientos que los
defendían de las hordas de saqueadores) principió una cadena de mudanzas en el poder
ejecutivo que, a la postre, derivó en crisis institucional, la más grave en democracia conocida
por Argentina.

Con de la Rúa, continuó, por tanto, la suerte de fatalidad que persigue a los presidentes
argentinos radicales desde 1928, ninguno de los cuales ha conseguido agotar su mandato
constitucional: Hipólito Yrigoyen en 1930, Arturo Frondizi en 1962 y Arturo Ilía en 1966 fueron
desplazados por sendos golpes militares, mientras que Raúl Alfonsín, como se apuntó arriba,
hubo de acelerar el traspaso presidencial en 1989 a causa de la calamidad económica. El 21 de
diciembre la Asamblea Legislativa -esto es, las dos cámaras del Congreso reunidas en sesión
conjunta- aceptó la dimisión de de la Rúa y, puesto que el cargo de vicepresidente estaba
vacante también, asumió la jefatura de la nación en funciones el presidente provisional del
Senado, el peronista Federico Ramón Puerta, que había sido elegido para el puesto el 29 de
noviembre en una imposición de su mayoría parlamentaria por el PJ, donde primaban por
encima de todo las ambiciones de poder de sus barones provinciales.

La única función de Puerta consistió en convocar una sesión extraordinaria de la Asamblea para
designar un presidente interino, cosa que sucedió el 23 de diciembre, por consenso de los
principales jefes peronistas, en la persona de Adolfo Rodríguez Saá, gobernador de San Luis,
que recibió mandato hasta el 5 de abril de 2002, fecha en que debía entregar el mando al
presidente salido de unas elecciones anticipadas al 3 de marzo. De la Rúa, que regresó
fugazmente a la Casa Rosada el 21 por la mañana, dos horas antes de que la Asamblea
formalizara su dimisión, para derogar el estado de sitio (luego reinstaurado por Puerta),
reprochó la actitud de los peronistas e implícitamente reconoció que el decreto del corralito
había precipitado su caída. En la misma jornada, una juez federal prohibió al ex presidente
abandonar el país para investigar la presunta relación de altos funcionarios con la represión
policial de los últimos días, ya que dos fiscales habían presentado contra él y sus colaboradores
sendas acusaciones por "homicidio reiterado, lesiones y presunto abuso de autoridad".

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