Lovechilde Saga Completa - J. J. Sorel
Lovechilde Saga Completa - J. J. Sorel
Lovechilde Saga Completa - J. J. Sorel
PROPIEDAD DE UN MILLONARIO
DESFLORADA POR UN
MILLONARIO
Lovechilde Saga 1
J. J. SOREL
Copyright © 2022 by J. J. Sorel
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma, ya sea electrónica
o mecánica, sin el permiso por escrito del editor, excepto en el caso de citas breves incorporadas en
reseñas o artículos. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, tramas, hechos e incidentes
son simple producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas reales, vivas o
muertas, o un evento real es pura coincidencia y no acarrea ninguna responsabilidad por los sitios
web del autor o de terceros o el contenido de los mismos.
NOTA DEL AUTOR: El presente es un romance tórrido con escenas de sexo descriptivas. También
hay algunas escenas de violencia y abuso sexual que, aunque no son muy gráficas, aún pueden
ofender.
jjsorel.com
Contents
1. Capítulo 1
2. Capítulo 2
3. Capítulo 3
4. Capítulo 4
5. Capítulo 5
6. Capítulo 6
7. Capítulo 7
8. Capítulo 8
9. Capítulo 9
10. Capítulo 10
11. Capítulo 11
12. Capítulo 12
13. Capítulo 13
14. Capítulo 14
15. Capítulo 15
16. Capítulo 16
17. Capítulo 17
18. Capítulo 18
19. Capítulo 19
20. Capítulo 20
21. Capítulo 21
22. Capítulo 22
23. Capítulo 23
24. Capítulo 24
25. Capítulo 25
26. Capítulo 26
27. Capítulo 27
28. Capítulo 28
29. Capítulo 29
30. Capítulo 30
31. Capítulo 31
32. Capítulo 32
33. Capítulo 33
34. Capítulo 34
35. Capítulo 35
36. Capítulo 36
37. Capítulo 37
38. Capítulo 38
39. Capítulo 39
40. Capítulo 40
41. Capítulo 41
42. Capítulo 42
43. Capítulo 43
44. Capítulo 44
45. Capítulo 45
46. Capítulo 46
47. Capítulo 47
48. Capítulo 48
49. EPÍLOGO
Capítulo 1
Theadora
Declan
Thea
Declan
Thea
Declan
Thea
Declan
Thea
MOVÍ LOS MUY BLANCOS dedos de mis pies bajo el agua y al mirar
hacia arriba, lo vi caminando hacia mí con nada más que un par de
pantalones cortos y una camisa blanca suelta que ondeaba por la suave
brisa.
Declan se paró frente a mí. El agua brillante, bañada por el sol, acentuaba
sus hipnotizantes ojos turquesa.
Me crucé de brazos, mientras mis pezones endurecidos palpitaban. El
agua fría no tenía nada que ver con esa respuesta corporal.
—Theadora. —Su voz profunda hizo que mi nombre sonara artístico y no
como el nombre de una moza con sombrero de esas novelas desgarradoras
que le gustaban a mi abuela.
—Señor Lovechilde —respondí con voz fina.
—Llámame Declan, por favor. —Sonrió y me atrapó en esos ojos
brillantes—. Es un buen día para nadar. —Vi que llevaba una toalla.
Perdida en lo que había dicho, asentí embobada.
Su belleza masculina me volvió incoherente.
Creo que ni siquiera parpadeé.
Miró mi camiseta. —¿Te has traído traje de baño?
—No soy muy de nadar. —Me encogí de hombros—. Le tengo miedo al
agua.
Frunció el ceño. —¿En serio? ¿No sabes nadar?
Negué con la cabeza.
—¿Tus padres nunca te enseñaron? —La nota de sorpresa en su voz me
recordó la infancia basura que había tenido.
—No he tenido exactamente una infancia familiar. Después de que mi
madre se casara con mi padrastro, olvidó que yo existía.
—Eso suena terrible —dijo.
—No pasa nada. Ahora estoy bien.
Con miedo de que un hombre me toque, pero bueno.
—Ahora que lo pienso, aprendí a nadar solo. Mis padres tampoco estaban
exactamente comprometidos. —Su boca se curvó ligeramente—. Fui a un
internado. La mayoría de nosotros allí teníamos padres más interesados en
generar ganancias que en llevarnos a la escuela o al deporte los fines de
semana.
—También fui a un internado —dije.
—Compartimos algo en común. —Se pasó la lengua por los labios y tuve
que apartar la mirada, como si estuviera viendo algo pornográfico.
No podía dejar de pensar en cómo se sentiría tener esos labios sobre los
míos.
Lucy me había hablado, casi hasta la saciedad, sobre los placeres de los
orgasmos, pero yo ni siquiera me había tocado a mí misma. Nunca había
sentido esta intensa sensación de ardor. Nunca.
Desde el momento en que me crecieron los pechos, los espeluznantes ojos
de mi padrastro se posaron sobre mí y mi cuerpo, y simplemente todo se
apagó.
—Bueno, entonces, ambos sabemos lo que es eso —dijo. Sus ojos
persistentes se posaron en mí y mi corazón se aceleró como loco.
¿Saltó una chispa entre nosotros? ¿O estaba alucinando?
¿Y por qué tuve esa sensación de que quería decirme algo más?
—Disfruta de tu baño. —Le devolví la sonrisa.
Se bajó los pantalones cortos y se desvistió, hasta quedar en Speedos.
Unos Speedos que le marcaban el culo, revelando sus fuertes glúteos.
No pude mirar a pesar de que quería comérmelo con los ojos. ¿Quién no?
¡Señor! Este hombre… Ese cuerpo…
Tenía una capa de pelo sobre sus pectorales que conducía a unos
abdominales esculpidos en forma de V. Sus piernas largas y musculosas
eran nervudas, como de futbolista. Sus muslos gruesos, como los de un
jugador de rugby. Y sus brazos fuertes, con los que me había llevado
aquella noche.
Tomé una instantánea mental y, mientras regresaba al salón, en todo lo
que podía pensar era en su gran bulto bajo esos ajustados Speedos.
¿Qué me estaba pasando?
Tuve que llamar a Lucy.
—Oye, soy yo otra vez.
—Estoy en el metro —dijo.
—Le acabo de ver en bañador y estoy un poco perdiendo el norte. —Me
reí.
—¿Le has sacado una foto?
Mi cabeza se tambaleó hacia atrás. —Estás loca.
Pero me habría encantado tener una foto.
—Bueno y qué, ¿tenía un buen paquete?
Mi cara ardió. —Creo que sí.
—Ooh genial. Creo que le gustas —canturreó.
—¿Cómo le puedo gustar? Es un multimillonario sexy.
—Te vio en corsé sin mucho más puesto. Probablemente ha tenido una
erección permanente desde entonces.
Me reí. —Eres perversa.
—Tienes que aprender a serlo tú un poco. Te tengo que dejar amor. Acabo
de llegar.
—Te amo.
Guardé el teléfono.
Mientras subía la colina hacia el gran salón antiguo, todo en lo que podía
pensar era en tocarme a mí misma. El ardor, que hacía doloroso hasta
caminar, insistía en que hiciera algo.
Capítulo 10
Declan
Thea
Declan
Thea
Declan
Thea
Declan
Thea
Declan
Thea
CON ESOS OJOS FRÍOS y desnudos que parecían más bien dedos
grasientos, Reynard Crisp parecía haberse encariñado conmigo. Me
acorraló haciéndome preguntas como de dónde era y demás. Gracias a Dios,
Declan apareció para rescatarme.
Al menos los ojos de Declan no recorrían todo mi cuerpo como si fuera a
abalanzarse sobre mí en cualquier momento. Aunque en mis fantasías eso
era exactamente lo que quería que hiciera, arrancarme la ropa y
manosearme.
—Creo que debería volver y ayudar con los platos —dije.
Declan miró su reloj. —¿Cuándo terminas el turno?
—Dentro de una hora.
Absorto en sus pensamientos, asintió.
—Gracias por intervenir. Parecía tener un interés profundo en conocerme
y, por lo que parece, es alguien cercano a tu madre.
—No te preocupes por Reynard Crisp. Yo me encargo —dijo mientras
subíamos los escalones a través de la columnata. Se detuvo y se giró hacia
mí de nuevo. Su rostro a la luz de la luna parecía más maduro, pero desde
luego más guapo que nunca. No podía creer que este hombre mostrara tanto
interés en mí—. ¿Podemos hablar después de que termines?
—No termino hasta las diez.
Una dulce sonrisa tocó sus labios. —Eso no es demasiado tarde, ¿verdad?
Negué con la cabeza, ignorando lo que había planeado al terminar de
trabajar.
—Te veré en el jardín de rosas. —Señaló en dirección al estanque—. ¿Lo
has visto?
Asentí. —Me encanta el olor de las rosas.
—Es espectacular, especialmente en una noche cálida.
Su mirada atrapó la mía otra vez y luego nos separamos; yo de vuelta al
trabajo y él de vuelta a una fiesta repleta de chicas de la alta sociedad,
hambrientas de un marido rico y vestidas de diseñador.
No podía culparlas por volverse locas por él. Estaba espectacular con esa
chaqueta azul pálido que resaltaba sus ojos, la camisa blanca ajustada y
unos pantalones que destacaban sus muslos musculosos.
Volví al trabajo en la cocina, lo que me dio la oportunidad de recobrar el
aliento, a pesar de las mariposas de mi estómago.
¿Qué querrá decirme Declan?
Después de terminar mi turno, me cambié a unos vaqueros, una blusa de
algodón de manga larga y reemplacé mis zapatos por zapatillas deportivas.
Me deshice el moño y dejé que mi cabello cayera por la espalda, pasando
los dedos por él y masajeándome la cabeza. Me hice un moño pequeño en la
parte de atrás para que no se me viniera el pelo a la cara.
Inclinándome hacia el espejo, me puse un poco de brillo labial y un toque
de perfume, con la esperanza de que toda la tensión anterior no me hubiera
hecho sudar mucho y oliera mal.
Me dirigí hacia la oscuridad, agarrándome los brazos. A pesar del ligero
frío del aire, la brisa salada tuvo un efecto revitalizante en mí.
Desde la distancia, y a la luz de la luna, pude ver una figura alta de pie
dentro de la rotonda de hierro de filigrana con rosas colgantes.
Un agradable perfume se intensificaba a medida que me acercaba,
causándome un ligero mareo. ¿Me estaba robando el sentido la arrolladora
masculinidad de Declan Lovechilde?
Entré y le encontré allí esperándome.
Después de perderme en sus ojos, finalmente pude hablar. —Este sitio es
impresionante.
—Es especial. —Su boca se curvó—. Y más aún si tú estás aquí. Es un
cuadro por el que pagaría una fortuna, tú bajo la luz de la luna y entre las
rosas.
Qué romántico.
Sonreí. Mis ojos se calentaron con emoción. Siguió mirándome. Sus
grandes ojos azules tenían ese brillo, como si tuviera algo que decir.
—Estás preciosa con el cabello suelto —dijo, poniéndose tan cerca que su
colonia penetraba en mi alma con el peligro de convertirme en un charco—.
Eres una mujer deslumbrante, Theadora. —Parecía indeciso mientras se
frotaba la mandíbula.
—Puedes llamarme Thea —le dije, a pesar de que me encantaba cómo
hacía sonar mi nombre.
Su mirada ardió en mi rostro y calentó mi sangre. Mis mejillas se
encendieron y mis pezones se endurecieron.
Antes de que pudiera volver a coger aire, sentí su cálida y suave boca
sobre la mía.
Su cuerpo duro contra el mío. Su lengua recorriendo suavemente mis
labios entreabiertos.
A pesar de que mi cabeza me decía que huyera, mi corazón palpitante me
mantuvo allí.
Sus labios exploraron los míos, moviéndose lentamente. Cálido, húmedo
y sensualmente suave. Nuestras lenguas exploradoras se entrelazaron. Él
tomó la iniciativa mientras chupaba la mía y luego lamía lentamente.
Mi cuerpo estaba en llamas. Sentí su dureza contra mí. Un bulto enorme
se instaló en mi estómago.
El miedo me sacó de esa neblina caliente y sensual y logré alejarme de
esos labios adictivos.
—Me siento realmente atraído por ti —dijo con su voz tranquila y un
toque de vulnerabilidad en su mirada.
Sus ojos permanecieron entrecerrados. Luego caí contra su firme pecho, y
de nuevo presionó sus labios contra los míos. Fue como un sueño. Sus
fuertes brazos sosteniéndome firmemente contra su corazón palpitante. Me
entregué por completo. No puedo decir cuánto tiempo nos besamos, pero
pareció una eternidad.
A pesar de la oleada de excitación que bombeaba sangre a toda velocidad,
volví a soltarme a regañadientes. Mi corazón seguía gimiendo para que
volviera con él.
—No he dejado de pensar en ti desde aquella noche que pasaste en mi
sofá —dijo en voz baja. Su aliento en mi cuello envió ondas cálidas a través
de mí.
Ese comentario tardó un momento en llegar a mi cerebro.
Mi ceño se arrugó. —¿Desde esa primera noche?
Se alejó de mí, lo que fue una especie de alivio. No podía pensar con él
tan cerca, podía oler su deseo.
—No te toqué si eso es lo que te estás preguntando. Pero soy un hombre.
—Su ceja se levantó—. He pensado mucho en ti. Además, estaba bastante
preocupado. —Exhaló un suspiro audible, como si hubiera sido una tortura
para él.
Abrumada por una sensación de deseo, ansiaba que me tocara. Mis bragas
estaban empapadas.
Pero necesitaba el trabajo más de lo que necesitaba que este hombre
increíblemente sexy me follara.
Sin palabras, aparté la mirada por un momento, aunque solo fuera para
evitar caer en sus brazos de nuevo. Me invadieron nuevas sensaciones. Algo
sorprendente, dado que antes de conocer a Declan, la idea de que un
hombre me tocara me repugnaba.
Abrió sus grandes manos con las que tanto había fantaseado sobre mis
pechos. —No estoy tratando de aprovecharme de ti. Solo quiero que sepas
que me atraes mucho. No puedo dejar de pensar en ti. Y en el momento en
que vi a Reynard acechándote, me di cuenta de que no quiero que nadie más
te tenga.
—¿Tenerme? —Me reí nerviosamente—. No soy una mercancía.
Su boca se curvó en un extremo. —No, por supuesto que no. No me
refería a eso.
—No tengo nada más que este trabajo y no tengo lo suficiente ahorrado
para mudarme. Debo acabar mis estudios. Quiero poder hacer algo por mí
misma y poder dejar de limpiar baños.
Él sonrió con tristeza. —Me aseguraré de que estés cubierta. Lo lograrás.
Lo sé. Lo prometo.
Sacudí la cabeza con incredulidad. —Pero, ¿por qué? ¿Por qué me estás
ofreciendo algo así? Es una gran promesa.
Se encogió de hombros. —Porque además de desearte más que a mi
próximo aliento, también siento la necesidad de protegerte.
—Pero apenas me conoce, señor Lovechilde.
—Declan, por favor. —Sus ojos se suavizaron a la luz de la luna y volví a
caer. Dios mío, este hombre me estaba matando. ¿Cómo podía ser tan
jodidamente guapo?
Se pasó la lengua por el labio inferior y me di cuenta de que el recuerdo
de su boca sobre la mía ya se había instalado en mi alma.
Usando toda mi fuerza interior, miré a otra parte, aunque solo fuera para
aferrarme a la realidad. —Tengo que trabajar para ti y eso podría ser
complicado.
En más de un sentido.
Mis ojos volvieron a los suyos. —Me gustaría. Solo tengo miedo de que
me hagas daño. Y entonces no solo habría perdido un trabajo, sino todo el
resto.
Me cogió de la mano y me miró a los ojos. —¿Quieres cenar conmigo
mañana por la noche?
Respondí con un lento e hipnótico movimiento de cabeza. —Eso estaría
bien.
—Bueno. Vamos poco a poco. Me gustaría llegar a conocerte más.
Estaba a punto de responder, cuando escuchamos una risita.
Declan levantó la mano. —Me iré primero, si quieres. Tú puedes esperar
unos segundos. Seguro que es Ethan en acción. —Levantó una ceja.
Sonreí y agradecí el detalle de Declan sobre mi posición en esa situación.
A pesar de mi inexperiencia con los hombres, hasta ahora todo lo que se me
había acercado eran perdedores egoístas que solo estaban interesados en mi
talla de sujetador.
Cuando regresé a mi habitación, estaba demasiado dispersa para
concentrarme en mis deberes de música, así que llamé a Lucy.
—Hola nena. ¿Qué tal va el trabajo para el multimillonario más sexy del
planeta?
Me reí. —¿Conoces a todos los multimillonarios para comparar?
—No. Pero bueno, los Lovechilde son arrebatadores.
—No hace falta que lo jures. —Suspiré.
Ethan era más un hombre-niño no tan atractivo, pero Declan, con esa voz
profunda y esa inteligencia reflexiva, era un hombre de verdad. Un hombre
de sangre caliente.
Los ingredientes de un orgasmo revolotearon a través de mí con solo
mecerme suavemente sobre una almohada.
—Me ha besado. —Me acerqué a la ventana y miré hacia el cielo justo
cuando un destello blanco brilló ante mí—. Dios mío, acabo de ver una
estrella fugaz.
—Pide un deseo.
Respiré hondo y vi el hermoso rostro de Declan y esa excitación ardiendo
en su mirada.
—¿Te ha besado? —Lucy sonaba emocionada, como si ella misma
hubiera experimentado el beso.
—Sí. Declan me ha besado.
—Apuesto a que fue de ensueño.
—Oh, fue más que eso. Estoy totalmente hipnotizada.
—Vas a tener que dejar que te folle.
—Realmente quiero que lo haga. Pero, ¿y si me pillo demasiado? Tengo
que conservar este trabajo y además también limpio para él.
—Esa parte es la más fácil. Solo tienes que ponerte una falda corta e ir sin
bragas, y siempre que le veas agáchate mucho frente a él.
Me reí. —Estás jodidamente enferma. —Mi clítoris palpitaba pensando en
esa pequeña fantasía.
—Mira, tú hazlo. Y oye, si no funciona, haz lo que la mayoría de las
mujeres han hecho siempre —dijo.
—¿El qué?
—Déjale que te folle y quédate en ese trabajo hasta que te gradúes. No
dejes que el miedo detenga tu diversión. Disfruta de la vida y disfruta de su
pene.
—Dios mío, Lucy, lo haces parecer tan fácil. —Me reí de su forma
pragmática de ver el asunto de follarme a mi jefe. Pero, a decir verdad, tenía
razón.
Pero, ¿se quedaría solo en diversión? Si tan solo un beso me ahogaba en
tanta emoción, ¿cómo sería ir hasta el final?
Declan era intenso, por eso me gustaba. A veces me parecía profundo y
misterioso. Principalmente con esa mirada preocupada y distante que
reconocía bastante bien. La ansiedad era mi segundo nombre.
—Todo está en tu cabeza, amor. Obviamente le gustas. Y tiene treinta y
dos años. Haz que siga deseándote.
—¿Qué tiene que ver la edad con eso?
—Bueno, tendrá que ir pensando en sentar la cabeza —dijo.
—No quiero casarme con nadie. Tengo bastante claro que seguiré soltera.
—Estás loca. Los matrimonios no siempre son una mierda.
—Lo que tú digas. Ni siquiera me gustaban los hombres hasta que conocí
a Declan.
—Eso es sexista.
—Creo que el sexismo va de los hombres odiando a las mujeres.
—Pues sí. Pero también es injusto odiar a los hombres —dijo—. He
conocido a muchos hombres decentes en mi vida y espero casarme con
alguno de ellos. Bueno, tal vez no tan decente. No me importa que tenga un
punto de chico malo. —Se rio.
—No bajes la guardia, chica. Los chicos malos crecen y se convierten en
maltratadores. Recuérdalo.
—No todo es tan blanco o negro, Thea. En cualquier caso, nuestro
cometido es domarlos. Ya sabes, como La Bella y la Bestia.
—Pero eso es un cuento para niños.
¿Declan tenía algo de bestia? Ese pensamiento volvió a instalar el
implacable latido en mis bragas.
—En realidad puedo cuidar de mí misma —agregó—. Tú necesitas un
poco más de resiliencia. Esta hipersensibilidad tuya te está robando la
diversión.
Suspiré. —Tienes razón, como siempre. Te amo, Lucy.
—Yo también te quiero. ¿Cuándo vendrás a la ciudad?
—Creo que muy pronto. Necesito comprar algo de ropa nueva.
—¡Hurra! Día de compras. Me encanta esa idea. Necesito tu ojo agudo.
Eres genial con las cosas de segunda mano.
Me reí al escuchar su eufemismo de ropa de segunda mano cuando eran
compras en tiendas de caridad. —Bueno, ahora ya puedo permitirme
comprar algo nuevo.
—¡Vaya! Mírala, con pasta y a punto de follar con un multimillonario.
Una sonrisa atravesó mi rostro. —No tanta pasta, pero mis tarjetas de
crédito están tristes por la falta de uso. Por primera vez estoy libre de
deudas. —Mi corazón cantó al decirlo en alto—. Y de lo segundo no estoy
tan segura.
—Voy a iluminarte ese cerebro virgen tuyo con algo de sentido. Cuando
lo pruebes, verás lo bonitos que son los penes en realidad.
Pensé en Declan sosteniendo su gran polla.
Eso ya lo sé.
—Tengo suerte de tenerte, Lucy.
—Siempre estaré aquí para ti, nena. Y recuerda que el sexo es divertido.
Es bueno para ti.
—Tengo que terminar una cosa. Hablaremos pronto. Te quiero.
—Yo también.
Capítulo 20
Declan
Thea
Declan
Thea
Declan
Thea
Declan
Thea
Declan
ERA TAN HERMOSA QUE dolía mirarla. Sus labios carnosos se abrieron
como una invitación. Su pecho se agitó mientras tomaba respiraciones
cortas. Theadora no sabía el efecto que tenía en los hombres, lo que no
hacía más que aumentar su atracción.
Nunca antes había estado celoso, pero ver a ese hombre cerca de ella
mientras conversaban, hizo que mis venas se tensaran.
Toda esta emoción me confundió.
No habría sido tan directo de no ser por el encuentro anterior con aquel
capullo pomposo de Reynard Crisp.
Con su característica sonrisa arrogante, hizo un asqueroso comentario: —
Debería pedirle a su personal que se pongan más ropa.
—No son mi personal. Eso es asunto de mi madre.
—Eres un Lovechilde y un día todo esto será tuyo. Estoy seguro de que
tienes algo de influencia por aquí.
—¿Qué haces aquí otra vez? —Odiaba a este hombre.
—Tengo algunos asuntos que tratar con Caroline. Y hablaba de tu
sirvienta, la guapa con curvas. La vi tocando el piano antes. No llevaba
mucha ropa encima. Ni siquiera veía sujetador desde donde la estaba
mirando. —Su ceja se elevó—. Todo un espectáculo. La he visto antes, por
cierto.
Mi mente estaba demasiado dispersa para seguir haciéndole preguntas.
Pero gracias a mi entrenamiento militar pude permanecer impasible y con el
gesto duro, como hacíamos con el enemigo.
—Te interesa, ¿verdad? —Su sonrisa le hizo parecer aún más feo.
—No es asunto tuyo. —Empujé mi hombro contra el suyo mientras me
alejaba con los puños apretados.
Theadora tenía que seguir siendo mi oscuro secreto. Aunque eso se
estuviera volviendo cada vez más frustrante.
Quería poder pasear con ella por el muelle, cogidos de la mano. O cenar
juntos en el pueblo. O abrazarla durante un paseo por los acantilados.
Solo quería que estuviéramos juntos. ¿Y sentía eso solo después de una
semana?
Me decía a mí mismo que no era más que lujuria.
Lujuria intensa y adictiva.
No podía saltar con los pies por delante hasta comprobar que no era un
simple capricho de mi polla. Hasta que eso no sucediera, no estaba en
condiciones de comprometerme.
Mientras nos alejábamos, Theadora dijo: —Era Justin. Está en el mismo
curso que yo.
—¿Te ha invitado a salir?
Se giró bruscamente y me miró fijamente.
—¿Y esa mirada a qué viene? —pregunté.
—¿Te importa si lo ha hecho?
Subí la colina, doblé la esquina hacia Winchelsea Lane y estacioné en mi
casa.
La respuesta se quedó atascada en el fondo de mi garganta.
Permanecí en silencio mientras caminábamos hacia la puerta.
Por supuesto que me importa, joder.
Nadie debía tocarla. Nadie.
Incluso la idea de que Reynard Crisp la hubiera visto sin sostén me
perturbaba más allá de las palabras.
Abrí la puerta y la dejé entrar.
—La respuesta es sí. Me perturba. Quiere follarte.
Aturdida, se detuvo en la entrada. Su boca se abrió, como si hubiera
admitido algún crimen perverso.
—¿Cómo puedes decir eso? Estabas a kilómetros de distancia.
—Porque puedo leer el lenguaje corporal. —Me dirigí a la nevera y,
tomando una botella de agua, desenrosqué la tapa y se la ofrecí.
Ella la tomó y bebió. —Si yo hubiera estado interesada, que no lo estoy,
¿qué derecho tienes sobre mí? —Sus ojos estaban muy abiertos y ardientes.
—No me gustaría que estuviéramos con otras personas. Ya lo sabes. —
Tomé un trago de agua y me limpié los labios.
—No estoy interesada en él ni en nadie. Solo… —dio un sorbo a su agua
y apartó la mirada—, en ti.
Tomé la botella de su mano y la sostuve.
Cálido, suave y táctil, su cuerpo se fundió con el mío haciendo que mi
corazón suspirara.
No solo quería hacerle el amor, sino que quería protegerla.
—Solo llevamos juntos una semana —dijo, soltándose de mis brazos.
Pareciendo abrumada, se frotó la frente. Al igual que yo, estaba tratando
de entender esta pasión nuestra, ardiente e imparable.
Exhalé un suspiro. —Es muy intenso para mí.
—También es intenso para mí. Eres el primer hombre en mi historia y no
tengo ni idea de cómo debo manejar esto. —Abrió las manos—. Sin
embargo, tengo derecho a hablar con otros hombres.
Asentí lentamente. —Eso es lo que haces.
Llevaba una camiseta ajustada. Sus pezones estaban duros y se notaban, y
entonces recordé los comentarios de Reynard. —Me han contado que te han
visto sin sujetador en Merivale.
Su rostro se enrojeció. Si eso era vergüenza o ira, no podría decirlo. Pero
a medida que la iba conociendo, noté su lado luchador, lo que incrementaba
mi excitación.
—Era mi tiempo libre. Estaba practicando. No esperaba que nadie entrara
en la sala del piano.
—¿Así que entró mientras tú tocabas? —Fruncí el ceño. ¿Por qué estaba
ese hijo de puta allí?
—Tu madre entró primero.
Mis cejas se levantaron. —¿Mi madre te vio sin sostén?
Resopló. —Que llevaba un maldito sostén. —Su voz, a pesar de ser
abrasiva, temblaba—. Solo me lo aflojé un poco mientras practicaba. Y
como llevaba puesta una camiseta sin mangas, pues… —Negó con la
cabeza y entrelazó los dedos—. Todo sucedió de repente. Sin darme cuenta
estaba allí hablando conmigo sobre la pieza que estaba tocando y al minuto
siguiente entró ese tipo espeluznante y comenzó a mirarme de arriba abajo.
—Las lágrimas cubrieron sus grandes ojos.
Agarró su mochila.
—¿A dónde vas? —pregunté.
—Me voy. No puedo soportar esto. Me estás volviendo loca. No puedo
concentrarme en mi trabajo. Cuando consigo practicar un poco, pasa esto.
Yo no quería todo este lío.
Se fue, dejándome allí completamente desconcertado.
Recobrando el sentido fui tras ella, mientras Theadora corría colina arriba.
Su bicicleta todavía estaba en la parte trasera de mi coche.
Corrí tras ella. —¡Vuelve! Lo siento.
Se giró y sus ojos llorosos se encontraron con los míos.
Alice, una vecina mayor, estaba en su jardín con su Jack Russell
contemplando toda la escena.
La saludé con la mano y Theadora, al ver a mi chiflada vecina, puso los
ojos en blanco sutilmente.
Cuando estábamos en el patio delantero, dije: —Gracias por no montar
una escena frente a Alice. Tal y como están las cosas, todo el mundo se
enterará mañana.
Sacudió la cabeza. —Se está volviendo difícil guardar el secreto.
Me rasqué la mandíbula. —Tienes razón. Los pueblos pequeños tienen su
encanto, pero también sus contratiempos. A la gente le encanta cotillear.
La conduje adentro. —Tengo pizza. —Incliné la cabeza. Una especie de
ofrenda de paz.
—Supongo que podría comer un poco. Tengo hambre —dijo con una leve
sonrisa.
—Eso está mejor. —Besé sus labios fríos.
Se sentó en la isla de la cocina, abrí la caja de pizza y le traje un plato. —
Sírvete tú misma.
—Mmm… gracias. Ñam. Justo lo que necesito, carbohidratos. —Sonrió
tímidamente.
Allí estaba de vuelta esa chica incierta.
Me gustaban todos los matices de Theadora. Luchadora. Tímida. Sexy.
Nerviosa. Triste. Me gustaba todo de ella.
—En cuanto a lo de antes… —Me limpié la boca con una servilleta de
papel—. No quería decirte qué ponerte.
—Está bien. Lo entiendo. No es lo más adecuado que vaya en pantalones
cortos y camiseta sin mangas.
—A mí me encantaría verte vestida así, y sin sujetador. —Sonreí.
—Es porque eres insaciable. —Hizo una mueca y me hizo sonreír—. Pero
bueno, me limitaré a usar ropa suelta. Incluso si tengo que comprar ropa
antigua de abuela en una tienda de la beneficencia.
Me reí. —Estarías increíble hasta con un saco. Pero bueno, ponte lo que
quieras. Aunque lleva sostén, ya eres una niña grande.
Mi pene se estiró mientras mis ojos viajaban hacia su blusa ajustada. Sus
pezones se endurecieron y yo quería devorarla más que a la pizza.
—Hablando de ropa, bueno de ropa interior… —Me entró la vergüenza.
Estaba haciendo el ridículo, considerando que era yo el que le arrancaba la
ropa interior con los dientes—. Te he comprado algo.
No pude resistirme después de pasar por delante de una tienda de lencería.
Yo tenía debilidad por la ropa interior de encaje y a Theadora le sentaba
bien.
Muy bien.
—Ah, ¿en serio? —Sus ojos brillaban con curiosidad—. Vaya… —Se
cogió la barbilla—. Déjame adivinar. ¿Lacy & skimpy?
Asentí. —Después de destrozarte todas las bragas, me sentía en la
obligación.
Se rio.
Después de comer, nos sentamos en el sofá.
—¿Cómo va lo del centro de reeducación?
—Debería estar en funcionamiento a finales de mes.
—Qué pronto —dijo—. ¿Participarás activamente también? ¿O
simplemente lo supervisarás?
—Solo lo supervisaré. Carson estará a cargo. Es formidable cuando se
trata de obtener resultados. Yo soy demasiado blando.
Su cabeza se echó hacia atrás. —No pareces un blandengue. —Pasó su
mano sobre mi bíceps—. Ciertamente no lo pareces.
Me levanté y cogí la bolsa del dormitorio. —Ten. Para ti. O debería decir
para mí. —Arqueé una ceja—. No te importa, ¿verdad?
Sacudió la cabeza mientras sostenía unas braguitas de encaje blanco sin
entrepierna. —Vaya, se olvidaron de coser un refuerzo.
—Pensé que sería agradable. —Sonreí.
—Sobre todo ahora que me he depilado al estilo brasileño. —Arqueó las
cejas.
—Gracias, pero no tenías que hacerlo. —A mi polla le encantó esa nueva
noticia—. Me gusta verte. Todo de ti me gusta.
—¿Quieres que me lo pruebe?
Asentí, desabrochando mis vaqueros para liberar el dolor. Solo hablar de
sexo me excitaba y me perturbaba.
—Dame un par de minutos. ¿Me quieres en el dormitorio?
—Lo que quiero hacerte, sí. Será más cómodo —dije.
Unos minutos más tarde, gritó: —Listo, Sr. Lovechilde.
Me reí de su tonta referencia a que yo era su jefe y ella mi indecorosa
sirvienta. Me gustó el juego.
Me gustaba cualquier cosa que nos distanciara de la realidad.
Se acostó en la cama apoyada contra las almohadas. Apenas cubriéndola,
compré la prenda más diminuta que pude encontrar.
Sus pezones se clavaron a través del encaje. Mi lengua salivó.
Señalé. —Ábrete de piernas para mí.
Con una sonrisa tímida que me puso aún más caliente, separó las piernas
y gemí por lo rosada y jugosa que se veía su raja.
Mi polla se volvió de acero y me llevé la mano a ella instintivamente.
—¿No eres una sirvienta sexy y sucia? —Mi voz era ronca por la
excitación—. Tócate para mí.
Se acarició el clítoris y luego se penetró con el dedo.
Mi corazón latía como si fuera mi primera vez con ella.
—¿Puedo probar yo ahora? —Me senté en el borde de la cama y palmeé
sus tetas, acariciándolas y apretándolas, disfrutando de lo cálidas, suaves y
firmes que eran.
Besé sus dulces labios y luego bajé besando hasta sus pezones.
Mordisqueando a través del encaje, lo arranqué y chupé sus pezones,
mientras pasaba mis manos por su pequeña cintura.
—Siéntate sobre mi cara —le dije.
—¿Qué? —Rio—. ¿En serio?
—Sí. Muy en serio. Hazlo.
—Vaya… qué mandón.
Ella disfrutaba este juego tanto como yo.
—Nada como bailar mejilla con mejilla —bromeé.
—Te voy a aplastar.
La sostuve por las caderas, coloqué su curvilíneo trasero en mis mejillas,
y procedí a lamer, mordisquear y besar su jugoso coño.
Se retorció en mis manos. —Oh Dios mío. Por favor, deja de hacer eso.
Seguí chupando su clítoris hasta que echó flujo por toda mi cara mientras
clavaba sus uñas en mis hombros.
El dolor nunca me había gustado tanto.
La ayudé a bajar. Sus ojos estaban medio cerrados y sus mejillas rojas
mientras jadeaba.
—Mierda. Eso ha sido una locura. —Se rio.
—A cuatro patas —la ordené.
Se dio la vuelta y con su trasero rozando mi pelvis, entré en ella con un
profundo empujón y gruñí.
¿Yo gruñendo? Nunca antes había hecho ruidos mientras follaba.
Nos observé en el espejo. Sus tetas caían sobre mis manos. La embestí
como un hombre drogado de sexo.
La imagen de mi polla roja y dura entrando profundamente hasta mis
pelotas, sus grandes tetas colgando y yo tirando suavemente de su cabello
para que su cabeza se tensara hacia atrás, se convertiría en una fantasía que
nunca me dejaría. Estaba seguro de eso.
—¿Puedes ver lo jodidamente caliente que eres?
—Ajá —murmuró ella. Gimiendo mientras la embestía.
El encaje blanco que enmarcaba su trasero acentuaba sus deliciosas
curvas.
Bombeé y bombeé dentro de ella. La sangre brotó a través de mí. Cerré
los ojos y solté un gemido agonizante.
Su coño se convulsionó incontrolablemente mientras gritaba al mismo
tiempo que la penetraba profundamente.
Cayendo sobre mi espalda, resoplé y jadeé, luego tomándola entre mis
brazos la besé tiernamente.
Sentí su cabello sedoso y suave entre mis dedos mientras aspiraba su
dulce olor femenino como si fuera una rosa. La apreté con fuerza y ella se
rio. La miré a los ojos y mi corazón se elevó como un pájaro en el paraíso.
Parecía estar a gusto en mis brazos. Era la solución perfecta para dormir.
A su lado siempre tenía dulces sueños, y por las mañanas me despertaba
con una sonrisa, sintiendo su cálido aliento en mi pecho.
Capítulo 29
Thea
Declan
MIRÉ EL RELOJ. ERAN las 9 p.m. Otra cena. Esta vez por el cumpleaños
de Will. Cuando llegó el pastel, suspiré con alivio sabiendo que podría irme
después.
—¿Dónde está la nueva sirvienta? —preguntó Ethan.
—Es su noche libre, supongo. —Puse mi cara de póquer. Mi hermano y
yo generalmente solíamos contarnos nuestros líos, pero esto era diferente.
—¿Ya te la has follado? —Sonrió.
—No es asunto tuyo.
Me miró a los ojos. —Deberías.
Elegí el silencio en lugar de discutir. Mi hermano sabía leer entre líneas.
A estas alturas ya sabía la respuesta.
Colocaron las velas en el pastel y los invitados cantaron —Cumpleaños
Feliz…
Fue una reunión íntima, para variar. Solo una docena de personas.
Como era el cumpleaños de Will, mi padre estaba allí con Luke.
—¿No es una escena entrañable? —Ethan se rio entre dientes—. Creo que
muestra madurez. Madre aceptando en lo que Padre se ha convertido y
Padre aceptándola a ella, incluso después de engañarle todos estos años.
—Sí, una gran familia feliz.
—¿No te has acostumbrado? —preguntó, sonriendo ante mi tono
sarcástico.
—No. Hay mucha tensión aún. Lo sientes, ¿no?
—Es por lo del resort. Mamá no ha parado de intentar convencer a papá al
respecto.
—Al menos eso lo mantienen como siempre. Solo se ha acabado su
matrimonio. —El mayordomo me pasó un trozo de pastel y se lo agradecí
con un movimiento de cabeza.
—¿Desde cuándo eres tan conservador con los matrimonios? La última
vez que hablamos de ello, estabas en contra por siempre y para siempre —
dijo Ethan, llevándose una cucharada con pastel a la boca.
Me encogí de hombros. —Me refiero a los engaños que han estado
sucediendo bajo este techo. Primero debieron separarse. Pero sí, no soy
muy partidario del compromiso.
Entonces, ¿por qué diablos me preocupa el hecho de que Theadora vaya
al pub esta noche con aquel estudiante guapo?
—Por otros cuarenta años —brindó mi madre.
Nos levantamos y bebimos a la salud de Will.
Diez minutos más tarde, me fui y, cuando salí a los jardines delanteros,
encontré a Ethan compartiendo un cigarrillo con mi hermana.
—Pensé que lo habíais dejado —dije.
—Yo sí, pero Savvie no lo ha hecho, y necesito un golpe de nicotina
después de esa farsa.
—Ni siquiera sé por qué mamá insistió en hacer una cena. —Savanah se
giró hacia mí—. He oído que el centro de reeducación se inaugura en cuatro
semanas. ¿Estamos invitados?
—No hubiera pensado que te gustaran ese tipo de eventos —dije.
—Bueno… me van bastante los machos alfa. —Exhaló el humo.
—¿Sigues saliendo con ese traficante de coca? —preguntó Ethan.
Mi hermana arrugó la cara. —No. Eso ya está muy pasado. Estoy soltera
en este momento.
Mi hermana y sus chicos malos. —¿Aún te está acechando? —pregunté.
—Sí, lo está. Podría necesitar un guardaespaldas. ¿Qué tal Carson?
—Va a estar ocupado con el centro. Lo tengo a cargo del programa de
entrenamiento. Para que lo sepáis, algunos de mis antiguos compañeros del
ejército ahora trabajan en seguridad. —Empecé a sospechar—. Aunque no
pareces preocupada precisamente.
—Puedo cuidar de mí misma. Pero sí, podría contratar a alguien para
cuando esté en Londres.
Miré el reloj. —Tengo que irme.
—Oye, ¿puedes llevarme al pueblo? —preguntó Ethan.
—Por supuesto. —Una sensación incómoda se instaló en mi estómago.
No tenía intención de ir a ese pub, pero mi necesidad de ver a Theadora
había incrementado por minutos.
—¿A dónde vas? —preguntó Savvie.
—Pensé que podría pasarme por el Mariner para tomar una copa y ver qué
están haciendo los lugareños —dijo Ethan.
—Cantar canciones del mar, beber cerveza y apestar a pescado. —Savvie
se rio—. Aunque podría acompañarte. Cualquier cosa para alejarme de la
tensión que se respira aquí. Mamá no para de hablar del resort y papá se
dedica a beber. Oye, ¿crees que a Luke le gusta? ¿O crees que solo va a por
su dinero?
Estaba demasiado ocupado tratando de averiguar cómo podía evitar que
mis hermanos visitaran ese local como para responder.
—No me parece que esté enamorado —dijo Ethan.
Me siguieron hasta el coche y se subieron.
Cuando llegamos al pub, Ethan preguntó: —¿Vas a entrar?
Los miré a ambos, mi hermano con su chaqueta y pantalones de diseñador
y mi hermana con un vestido impecable, más apropiado para un club de
baile de Londres.
—Tal vez me venga bien una copa —dije.
—Sí. Vamos, hermano. Ethan salió del todoterreno.
—Estaré allí en un minuto. Voy a aparcar.
Estacioné y me senté allí por un momento, perdido en la contemplación,
mientras me frotaba la cara.
El rescate no era una opción. Tenía que saber que Theadora no iba a
terminar con ese chico de la universidad. Me moría de ganas de entrar ahí a
por ella, eso era bastante obvio.
Enterré la cabeza en mis manos. ¿Qué me estaba pasando? Después de
pasar todas estas noches juntos parecía que ya sufría síntomas de
abstinencia.
Quizás tenía que ofrecerle algo.
¿Pero qué exactamente?
Primero tenía que arreglar mis cosas y tal vez viajar un poco más. ¿O solo
estaba poniendo excusas?
Podía mirar a terroristas suicidas a la cara sin problema, pero no al amor.
¿Amor?
¿Cómo se distinguía entre el amor y la lujuria?
Con todas estas preguntas dando vueltas en mi cabeza, caminé lentamente
hacia el pub.
Thea
Declan
Thea
Declan
Thea
Declan
EL CLUB PURR SE veía diferente a la dura luz del día. Después de probar
algunas rutas diferentes, me tomó un tiempo encontrar el lugar donde
rescaté a Theadora. Me encontré caminando arriba y abajo por diferentes
calles, hasta que finalmente divisé el club escondido en un callejón sin
salida.
Llamé a un timbre en la puerta de metal, y después de unos minutos un
‘¿Puedo ayudarte?’ respondió con un fuerte acento de Europa del Este.
Mentí sobre querer comprar una virgen y ella me dejó entrar.
—Normalmente, esto se hace solo por invitación. —Observó mi Rolex,
un regalo de cumpleaños de mi abuelo.
—Pasaba por aquí y he recordado que Reynard Crisp me habló de este
sitió —mentí.
Su ceja depilada se movió ligeramente hacia arriba. Obviamente había
reconocido el nombre. —¿No quieres entrar? —Me dejó pasar y la seguí
hasta un bar que olía a puros rancios, alcohol y loción para después del
afeitado.
—¿Puedo ofrecerte un trago?
—Whisky —dije.
Me pasó un vaso y luego se sentó a mi lado en un taburete de la barra.
—Como puedes ver, aquí tenemos un escenario donde desfilan las chicas.
—Apuntó.
Ver aquel sitio me repugnó, sabiendo que Theadora había sido parte de
este sórdido establecimiento. Recordaba la historia que me contó, cuando
aceptó el trabajo de camarera por desesperación.
—Mira, no voy a andarme por las ramas. No estoy aquí para comprar a
ninguna virgen, estoy aquí por esto. —Saqué el sobre de mi bolsillo y le
enseñé las fotos.
Su rostro se endureció. —Creo que deberías irte. —Agarró su teléfono.
Ya había previsto esa reacción y venía preparado. Saqué un fajo de
billetes y los puse sobre la barra.
—Aquí hay diez mil libras. Cuéntalo si quieres. Es tuyo. Solo quiero
saber qué pasó esa noche y si es la misma chica. —Señalé una foto donde
se le veía la cara a Theadora y luego a la imagen pornográfica.
Miró la foto, luego a mí, luego al dinero. Le llevó un momento decidirse.
—¿Por qué necesitas saberlo? ¿Cómo sé que no involucrarás a la policía?
—No lo he hecho hasta ahora. Fui yo quien la salvó, mientras iba drogada
hasta las cejas e intentaba escapar de ser violada por Reynard Crisp.
Sus ojos se abrieron ligeramente.
—Todas las chicas firman formularios de consentimiento.
—Ah, ¿de verdad? ¿Y qué hay de drogar a las que no dan su
consentimiento? Eso me parece un delito.
Permaneció en silencio.
—Solo necesito saber la verdad de estas fotos.
—Voy a necesitar más que eso. —Su cabeza se inclinó hacia el dinero en
efectivo.
Saqué otro fajo de billetes y lo puse sobre la barra.
—¿Quién tomó la foto de Theadora en el espejo?
—Fui yo. —Cogió el dinero, hojeó los dos fajos, se levantó, agarró su
bolso y los guardó.
—¿Así que la conociste aquella noche?
Asintió. —Ella estaba de camarera. Mi trabajo es ayudar a las chicas
nuevas a adaptarse, y esa es una foto de ella en el vestidor. Normalmente
tomamos fotos de todas nuestras chicas para la pizarra.
—¿Para la pizarra? ¿Exhibes públicamente esta imagen?
Su boca se torció en un extremo, haciéndola parecer astuta. —No lo he
comprobado, pero tal vez.
Pude ver que quería más dinero. Saqué otro fajo de billetes de mi bolsillo.
—Enséñamela. Destrúyela y luego quiero que borres el archivo de tu
teléfono y del ordenador. Te daré veinte mil libras.
Sus cejas se elevaron. —Esta chica debe significar mucho para ti.
—Enséñamela.
Me llevó hasta la pizarra donde había fotos de camareras con poca ropa.
Como era de esperar, la imagen de Theadora destacaba. Ella era, con
mucho, la criatura más hermosa allí, con su figura voluptuosa exhibida
provocativamente con ese pequeño corsé.
Sacó la foto y me la entregó. Después de borrar las imágenes de su
ordenador y teléfono, le entregué el dinero.
—¿Dónde están las otras? —pregunté.
—No existen más. No tengo esas fotos.
—¿Son de ella? —pregunté.
Saqué otro fajo de billetes y lo tiré sobre la barra. —Habla.
Se pasó la lengua por los labios abombados. —No, no es ella.
—¿Cómo lo sabes?
—No lo sé. Es la primera vez que las veo. Aquí no se la chupó a ningún
cliente. No lo hubiera hecho ni de broma. Apenas pudimos lograr que
sonriera a los clientes aquella noche, y mucho menos sentarse en sus
piernas y frotarle las tetas en sus caras. Y no porque los clientes no lo
intentaran… Por eso que seguimos emborrachándola.
—¿Drogándola, quieres decir?
—Yo no lo hice. Pudo haber sido cualquiera de los hombres que estaban
aquí esa noche. No lo sé.
—Pero si no la drogaste, ¿por qué estabas segura de que permitiría que la
subastaran?
—No lo estaba. Pero estaba borracha y traté de convencerla, pero luego
salió corriendo. Reynard, que la había visto cuando ella le sirvió, dijo que
quería invitarla y darle otra bebida.
—Entonces, ¿seguramente fue él quien la drogó?
Se encogió de hombros. —Mira, no lo sé. Yo no tuve nada que ver con
eso.
—Sin embargo, la emborrachaste adrede.
—Ahora resulta que ella no quiso beber, ¿verdad? —Puso una sonrisa
falsa—. A las chicas nuevas les gusta beber. Les ayuda a relajarse. Ella no
era diferente.
—De acuerdo. ¿Entonces estas fotos no son de Theadora? —Necesitaba
estar seguro.
—Como he dicho, ella solo sirvió copas aquel día. No hizo otra cosa que
no fuera eso.
—Entonces, ¿quién ha hecho estas fotos? —pregunté—. Tendrías que
haberles dado esta foto de ella en el espejo. Fue Crisp, ¿no?
Se encogió de hombros. —No te diré nada más. Ya tienes lo que viniste a
buscar. No tuve nada que ver con esas otras imágenes. No son de ella. Eso
es todo lo que necesitas saber.
Salí a la luz del día, sintiendo que me había quitado un peso de encima.
Me alegraba más por Theadora. Esas fotos seguro que la habían hecho pasar
un infierno. Ese pensamiento fortaleció mi determinación de hacer que ese
capullo de Crisp cayera de rodillas, rogando misericordia.
Capítulo 37
Thea
Declan
Thea
Declan
Thea
ESE NOMBRE, JASMINE, ARDIÓ en mis oídos. ¿Qué había pasado entre
ella y Declan?
Cuando mencioné ese tema con Lucy, me recordó sensatamente que, dado
que Declan tenía treinta y dos años, probablemente tenía un largo historial
romántico. Lo entendí bastante bien, pero Jasmine seguía apareciendo en
las conversaciones.
Gracias al excelente champán, la ansiedad pronto se desvaneció. Caminé,
o debería decir me arrastré, con tanta gracia como esos ridículos zapatos me
lo permitieron y me topé con Amy, que estaba trabajando esa noche.
—Mierda, eres tú —dijo.
—Sí, soy yo, la ex sirvienta. No soy un producto de tu imaginación. —Me
reí entre dientes, un poco borracha después de unas copas.
Jugó con la tela de mi vestido de princesa, que había costado el
equivalente al salario anual de Amy. Cuarenta mil libras para ser exactos.
Por supuesto, me había decantado por lo más caro, que era una tendencia
mía. Quizás haber crecido junto a una madre a la que no se la veía ni muerta
en un centro comercial, yendo siempre a las boutiques de Bond Street, hizo
mella en mis deseos adultos.
Me sentía mal usando la tarjeta de crédito de Declan, a pesar de su
insistencia en que no reparara en gastos. Una tarde me dediqué a comparle a
Lucy suficiente ropa nueva como para llenar un vestidor entero mientras
nos reíamos como un par de niñas drogadas con azúcar en una tienda de
golosinas.
Amy observó mis pendientes y sacudió la cabeza con incredulidad. —
¿Son de verdad?
Sonreí. —Es surrealista para mí también.
—Estás hermosa. Y todos esos rumores sobre ti con lo de esas fotos
porno… Guau. Casi que te hicieron un favor, como a esas famosas
pilladas…
¿Cómo diablos se había enterado de eso? Tomé una respiración profunda.
Amy tenía oídos supersónicos cuando se trataba de cualquier cosa que
tuviera que ver con la familia.
—No era yo. —Mantuve mi tono frío y sin emoción—. Supongo que ese
detalle vital aún no se ha hecho público.
Ignorando ese comentario, se inclinó y susurró: —Oye, escuché a
Reynard hablando con la Sra. Lovechilde el otro día.
Estaba a punto de marcharme, pero no pude resistirme. —¿Qué
escuchaste?
—Están planeando hacer algo en las tierras, y ella le dijo que obtendría lo
que le había prometido.
Asentí. —Interesante. Oye, si escuchas algo más, cuéntamelo. Estoy en
casa de Declan. Me vendrá bien tener información.
¿Estaba convirtiendo a Amy en mi propia espía personal?
—¿Realmente estáis viviendo juntos?
—Sí, así es.
—¿Os vais a casar?
Me encogí de hombros. —Ya veremos. Algún día tal vez. —Estaba a
punto de irme cuando pregunté—: Oye, ¿qué sabes sobre Declan y una tal
Jasmine?
Sus ojos color avellana sostuvieron los míos y vi esa misma expresión
cautelosa que había visto antes. Quería algo. —Podría saber algo.
—¿Cuánto? —pregunté.
—Mmm… no lo sé. Tal vez podamos tomar un café en algún momento.
Me vendría bien una amiga.
Eso me desconcertó. Estudié su rostro en busca de su característica
sonrisa descarada. En cambio noté un brillo frágil en sus ojos. Después de
toda una vida sintiéndome también como una extraña, lo sentí por ella, a
pesar de que fuera una cotilla.
—Por supuesto. Eso está hecho —respondí antes de dejarla para unirme a
la fiesta.
Encontré a Declan con su madre y Cleo, y cuando me acerqué, la atención
de las mujeres se desvió hacia mí, frunciéndome el ceño como si hubiera
llegado para causar problemas.
Declan me dio la bienvenida colocando su brazo alrededor de mi hombro.
Su madre me dio la espalda y Cleo me miró sorprendida, como si
estuviera asistiendo a la noticia del siglo. —Ah, entonces ahora sois pareja,
ya veo…
—Hablaremos más tarde —dijo la Sra. Lovechilde.
—No, madre. Ya has oído todo lo que tengo que decir. —Me cogió de la
mano—. Ven a bailar conmigo.
Flotamos hacia el salón de baile donde una banda encabezada por una
cantante tocaba famosas melodías.
Me sostuvo cerca y nos desplazamos por el entarimado.
—Tu madre me odia profundamente —dije.
—No te preocupes por ella.
Su erección se frotó contra mi estómago. —¿Hay algo que te excite en
este momento?
—Sí. Me pregunto qué hay debajo de ese bonito vestido.
Me reí.
—Bueno, ¿me lo vas a decir? —Sonrió, lo cual fue un alivio después del
trato gélido de su madre.
—Te daré una pista. Es algo incómodo.
—¿Un corsé? —Un gemido que retumbó desde su caja torácica me decía
que esa incómoda prenda se había convertido en su fetiche.
Hace unos días pasó algo que a punto estuvo de nublar nuestro momento
de felicidad.
Su portátil estaba abierto y cuando fui a cerrarlo, vi una miniatura de una
chica en corsé.
Incapaz de resistirme, hice clic para verla y apareció una mujer con
cabello largo y oscuro y unas grandes tetas metidas en un corsé, no llevaba
nada más. Sentí una punzada de celos.
Declan, con esos ojos de océano empapados de culpa, admitió que ese
fetiche comenzó después de verme tirada en su sofá.
Me dijo que no podía dejar de pensar en mí y que la lujuria le había
poseído, así que buscó en internet una mujer que le recordara a mí.
Era como una especie de cumplido raro.
Declan la borró, y después de eso me fui un día entero a Londres a
comprarme una colección entera de corsés nuevos.
A pesar de rozarme la piel, la lencería y la ropa interior de encaje me
hacían sentir sexy.
Siseó. —¿Por qué has tenido que decirme eso? Quiero que nos vayamos a
casa ahora.
Me reí. —Tal vez más tarde puedas enseñarme tu antiguo dormitorio.
—Podemos quedarnos aquí si quieres.
—Es probable que tu madre me envenene el café.
Respiró. —Lo acabará aceptando. Tendrá que hacerlo.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que quiero decir es que deseo casarme contigo. Eso si es que me
aceptas…
Por suerte me abrazó porque casi me desmayo. ¿Qué?
—¿Vas en serio? —Mis cejas se contrajeron.
Asintió. —Nunca he ido más serio. Cuando te fuiste, te eché de menos
locamente. Y no era solo por nuestra conexión física, también echaba de
menos tenerte cerca para conversar. Fue entonces cuando lo supe.
—¿Saber qué? —Tenía que exprimir este momento. Me había convertido
en una adicta a las palabras de cariño y afecto amoroso de Declan.
—Supe que nuestra conexión significaba más para mí que solo lujuria,
aunque no dejas de ser increíblemente sexy. —Sus ojos se calentaron—.
Solo quiero tenerte cerca todo el tiempo.
¿Todo el tiempo?
Me quedé sin palabras mientras seguíamos deslizándonos en la pista de
baile. Con mi mejilla en su cálido cuello, respiré su masculinidad, mientras
mi corazón revoloteaba como una mariposa sobre una flor bañada por el
sol.
Cuando terminó la canción, salimos de la pista de baile. No sentía muy
bien las piernas. Parecía que iba flotando, sosteniendo la mano de un
apuesto príncipe mientras todos los ojos estaban puestos en nosotros, como
si fuéramos esa pareja especial sobre la que habían estado leyendo en las
revistas de moda. Imaginé que su interés tenía más que ver con lo apuesto
que se estaba Declan con ese esmoquin negro.
¿Yo, casada? ¿Con Declan Lovechilde?
Sostuvo mi mano mientras caminábamos entre los invitados. Todos
sonreían y asentían a Declan y sus ojos se posaban en mí, mirándome de
arriba abajo.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Creo que sí. Es un poco raro ver de tú a tú a las personas a las que serví
en las cenas.
—No te preocupes por eso. Pronto se acostumbrarán a verte con vestidos
de alta costura y olvidarán que un día trabajaste aquí.
Me giré para mirarle. —¿Vestidos de alta costura? ¿Tendré que hacerme
un cambio de imagen completo? ¿Cortarme el pelo y terminar
pareciéndome a toda esta gente?
Se rio. —Diablos, no. Odiaría que hicieras eso. —Jugó con un mechón de
mi cabello—. Me encanta tu pelo. No me gustan los clones. Esa es una cosa
que a menudo he detestado de esta gente de clase alta, todos se visten y
hablan casi igual. Por eso te amo a ti.
¿Te Amo? Que alguien me pellizque, por favor.
Sus tiernos labios se presionaron suavemente contra los míos, dejando
atrás la promesa de un verano sin fin.
—¿Pensé que te gustaba por mi cuerpo? —pregunté, intentando quitar un
poco de carga a la conversación.
Me había convertido en un desastre emocional desde que conocí a Declan.
Mis ojos se llenaban de lágrimas por casi todo. Incluso viendo películas y
programas tontos que normalmente me saturaban con sus ñoñerías. Nunca
antes había estado así, siempre había sido bastante estoica.
Pero claro, nunca había estado enamorada.
—Necesito ir al baño —le dije—. Vuelvo en un minuto.
Nuestros ojos se encontraron y le devolví una sonrisa tensa y temblorosa.
Necesitaba estar sola para procesar lo que acababa de suceder.
Me alejé, perdida en mis pensamientos, cuando, de entre la multitud casi
me choco con Reynard, que estaba junto a la Sra. Lovechilde y Cleo.
—Jodidamente maravilloso —murmuré por lo bajo, sintiéndome en una
emboscada.
Reynard tenía su habitual sonrisa presuntuosa, que estaba convencida de
que estaba esculpida en su rostro, mientras que la señora Lovechilde se
mantuvo fría. Su rostro apenas se movió, lo que imaginé que se debía a la
combinación del Botox y de su frío corazón.
Cleo se giró hacia mí y dijo: —Oh, es la sirvienta.
—Ya no soy la sirvienta —dije, con un tono bastante frío.
—Ya veo que no. —Sus ojos viajaron de arriba a abajo por mi vestido.
—Perdón. —Pasé junto a ella y me dirigí al baño. Para mi horror, ella
entró detrás de mí.
—¿Estáis juntos en serio?
Me giré para mirarla de frente y asentí.
—Tendrás que aprender nuestras costumbres, supongo.
—¿Tus costumbres? —Fruncí el ceño.
—Bueno, nos gustan las cosas de cierta manera. Incluyendo a Declan. —
Sus ojos se detuvieron sobre mí, como si buscara un hilo suelto o una
mancha—. Ha roto muchos corazones por aquí.
—Estoy segura de que sí. —Mantuve un tono neutral.
—Luego está el asunto de Jasmine. Realmente la hizo daño.
Allí estaba la tal Jasmine de nuevo. Necesitaba saber qué había sucedido
con eso. Entonces, en contra de mi buen juicio, pregunté: —¿Qué quieres
decir?
—¿Él no te lo ha contado? —Su puchero se intensificó—. Vaya… a mí
me habló de ella desde el primer momento. Solía hablarme de muchas
cosas. Cómo se sentía acerca de la vida y esas cosas. Por eso me enamoré
tanto de él. —Suspiró como si se estuviera diciendo estas cosas para sí
misma. Por un momento, sentí simpatía por ella. Uno no superaba
fácilmente a un hombre como Declan.
—Declan al principio es intenso. Muy intenso y luego, después de un
tiempo, pierde el interés y se va a por su próxima conquista.
—Ese Declan no es el que yo conozco. —Me apoyé contra el lavabo y
jugueteé con mi cabello, decidida a mantenerme como si nada.
—Lo descubrirás a su debido tiempo. No es de los que se casan.
Me lanzó una media sonrisa de suficiencia, y me dieron ganas de
abofetearla por tratar de sabotear mi momento de felicidad.
—Me ha pedido matrimonio —salió volando de mi boca antes de que
pudiera evitarlo.
¿Por qué estaba compartiendo esta noticia que había cambiado mi vida
con una mujer que apenas conocía?
Sus cejas casi golpearon su cuero cabelludo. —¿En serio?
—Sí. Ahora, si me disculpas… —Me di la vuelta y me dirigí al baño.
Deseé que se fuera para poder llamar a Lucy.
En lugar de eso, me senté en el inodoro, me sostuve la barbilla y respiré
profundamente en un intento por recuperar la cordura.
Cuando escuché que se iba, volví al espejo para arreglarme el maquillaje
y recomponerme.
Respiré hondo, salí del baño y justo cuando estaba a punto de reunirme
nuevamente con Declan, a quien pude ver charlando con un grupo de
hombres mayores, la Sra. Lovechilde se me acercó.
—Hablemos. —Hablaba con autoridad, como si yo fuera todavía su
sirvienta y no la pareja de su hijo.
Tomé un poco de aire y la seguí a su oficina. Vestida con un vestido verde
de seda y con el pelo oscuro recogido, la señora Lovechilde parecía incluso
más hermosa que las mujeres de la mitad de su edad.
Su pareja, Will, entró. —Oh, lo siento. No me he dado cuenta de que
estabas reunida.
Su rostro se suavizó. Me lanzó una leve sonrisa. Will me dio la impresión
de tener un espíritu amable, no tenía un mal presentimiento sobre él, pero
claro, podría haber sido uno de esos tipos falsos con dos caras: amable por
fuera, un bicho por dentro.
—Quédate. —Ella asintió y él sacó un libro de tapa dura de la estantería
alta.
—Me han dicho que vas diciendo que mi hijo se va a casar contigo.
—Él me lo ha pedido. —Los nervios se enredaron en mi estómago.
Lamenté haberle dicho eso a Cleo.
Con alarmante intensidad, examinó mi rostro. —Puedo ver lo que mi hijo
ve en ti. Eres maravillosa. Y estás espectacular con ropa de alta costura. Lo
de ser sirvienta podría soportarlo, pero no lo de ser prostituta. Eso es una
deshonra contra el nombre Lovechilde. A él siempre le ha gustado lo sucio.
—Miró a Will y su boca se torció en una sonrisa tensa.
—¿Perdón? No voy a aguantar estos insultos. Podría haber denunciado a
Reynard Crisp por drogarme. Además no ha parado de acosarme en
Londres en estas últimas semanas.
—Podría ser mucho peor. Los hombres como Reynard escasean.
—No conoce bien a su hijo, ¿verdad?
Justo cuando estaba diciendo eso, Declan entró.
—No, ella no me conoce. —Miró a su madre con una mirada de las que
matan.
Capítulo 42
Declan
Thea
DECLAN MIRÓ HACIA OTRO lado, y cuando su mirada volvió a mí, leí
una dolorosa resignación. Luchando contra esa niña interior que me gritaba
que cayera en sus brazos y le tomara de cualquier manera, hice caso a mi
voz adulta.
—Si nos vamos a casar, necesito saber quién eres de una vez. Hasta ahora,
hemos tenido sido sexo sin fin y me mimas mucho. —Acaricié los
diamantes que colgaban de mis orejas.
Recostado en un antiguo sillón tapizado en seda, me recordó a los
musculosos rompecorazones por los que las mujeres babeaban en las
revistas.
Se acarició el labio inferior. —Eso no es algo que pueda responder porque
no estoy seguro de quién soy realmente.
—Eres un héroe —le respondí—. Mi héroe. Y el héroe de esas madres y
niños que salvaste en Afganistán.
—Eso es solo instinto natural. Estoy hablando de relaciones.
—¿Dudas que puedas hacerme feliz? —Lo miré a los ojos.
—Haría todo para hacerte feliz. Pero más allá de colmarte de elogios,
mantenerte a salvo y comprarte todo lo que tu corazón desee, no sé qué más
puedo ofrecerte.
—No necesito todo eso. Con tenerte a mi lado es suficiente. —Elegí mis
palabras con cuidado—. Estar contigo me ha hecho más feliz que nunca,
pero también me ha causado ansiedad.
—¿Ansiedad? ¿En serio? —Una línea se formó entre sus cejas—. ¿En
comparación con todo lo que has vivido en tu vida?
—Eso es diferente. Mi padrastro me aterrorizaba, contigo tengo miedo de
que me rompas el corazón.
Se levantó y se unió a mí en la ventana.
Acercándose, besó la parte superior de mi cabeza.
—Nunca me había sentido así por ninguna mujer. Desde el momento en
que te vi durmiendo en mi sofá, no pude dejar de pensar en ti. Y yo fui tu
primer hombre. —Sacudió la cabeza como si le hubiera dado un regalo
inimaginable—. Eres mía, Theadora. Quiero poseerte. Mataría a cualquiera
que tratara de hacerte daño.
En lugar de enfadarme por sus palabras, me sentí liberada por ellas.
Quería que este hombre me poseyera.
—Pero eso solo funciona si tú me dejas poseerte a ti también.
Levantó las palmas de las manos en señal de rendición. —Tienes todo de
mí. Puedes elegir los colores de las paredes. Puedes elegir dónde vamos de
vacaciones. Puedes elegir los nombres de nuestros hijos. Puedes decirme
que no salga a jugar al póquer con mis compañeros del ejército. Puedes
tomar las decisiones por todo lo que me importa. Solo te quiero conmigo
para siempre.
—¿Para siempre? —Esas palabras salieron flotando de mi boca como un
chorro de telaraña.
Saliendo de mi ensueño y negándome a permitir que mi corazón rebosante
secuestrara aquel momento, aparté la mirada de su hermoso rostro. —Por
favor, cuéntame lo de Jasmine.
Soltó un suspiro y se frotó la afilada mandíbula. —Salimos durante un
mes. Ella tenía diecinueve años y yo veintiuno.
—¿Era virgen? —Aunque irrelevante, ese pequeño detalle me importaba.
—¿Estás de broma? Se había follado a medio pueblo cuando la conocí. —
Respiró.
—¿Y te enamoraste de ella? —pregunté, sorprendida de que un hombre
como Declan saliera con la furcia del pueblo.
—Bueno, digamos que ella tenía mucha experiencia. —Su ceja levantada
me recordó el alto impulso sexual de Declan.
—¿Así que eso es lo que te atrajo?
—Tenía veintiún años, Theadora. Realmente no pensaba en mucho más.
Y las chicas que se movían en nuestro círculo eran todas menores…
—¿Una aventura? —pregunté.
Asintió con una mirada culpable. —Ella vivía en una de las granjas.
Conocía a Jasmine desde que éramos niños. Coincidimos una noche en el
Mariner. Ella estaba tocando la flauta con Mirabel y me sentí atraído por
ella.
Los celos metieron su dedo puntiagudo en mi pecho.
—Mi madre la odiaba, por supuesto.
—¿La amabas?
Sacudió la cabeza. —No andaba buscando una relación. Ella lo sabía.
Todavía estaba en la universidad, tratando de averiguar qué quería hacer. Y
ella iba y venía de todos sitios. —Cogió aire—. De todos modos, se quedó
embarazada e insistió en que era mío, a pesar de que se tiraba a otros
chicos.
—¿En serio? ¿No os veíais solo el uno al otro? —pregunté, sorprendida
de que alguien necesitara otros amantes aparte de un hombre como Declan.
—No. Quiero decir, yo no, pero ella sí. Le pedí una prueba de paternidad
después de la llegada del bebé y eso la molestó bastante. Quería que me
casara con ella.
—¿Tu madre lo sabía?
Asintió. —Jasmine se encargó de eso. Iba por ahí diciéndoles a todos que
iba a permitir que fuera madre soltera. Odiaba lo presionado que eso me
hacía sentir. Mi madre incluso le ofreció algo de dinero para que se fuera.
—Sacudió la cabeza—. Como era de esperar, mi madre la odiaba.
—Sí, me suena esa historia… —murmuré.
Me lanzó una sonrisa de disculpa. —Sí, bueno, lo de mi madre es caso
aparte.
—Entonces, ¿qué pasó con Jasmine?
—Se suicidó. Se rajó las venas. —El temblor en su voz era justificado por
ese impactante detalle.
Me llevé las manos a la boca. —Estás de broma.
Sacudió la cabeza. —Por eso no me gusta hablar de esto. Después de eso
decidí largarme y me uní al ejército.
—¿Dejó una nota?
—Se encontró una. Pero era un garabato ilegible. Algo vago como 'no
valía la pena vivir la vida'.
Su voz se quebró, y estudié su rostro. La sombra de la noche acentuaba la
profundidad del dolor en sus ojos.
No podía dejarme así. Necesitaba saber cada detalle trágico.
—¿Te habrías casado con ella si el niño hubiera sido tuyo?
Se volvió bruscamente y sostuvo mi mirada. —No estaba enamorado de
ella.
—Pero no se trata solo amor sino de responsabilidad, ¿no?
—Bueno, sí, les habría cuidado. No les hubiera faltado nada. Ella lo sabía.
Asentí pensativamente.
—En cualquier caso, el niño no era mío. —Su voz se apagó.
—Vaya… —Mis cejas se fruncieron—. ¿Lo confirmaron en la autopsia?
—Sí. —Parecía que miraba a un fantasma. Su rostro estaba demacrado y
sus ojos eran distantes. Me sentí culpable por haberle presionado a
contármelo, pero necesitaba saberlo todo—. Mi madre se encargó de ello.
—¿De la autopsia?
—No, en lo de la prueba de paternidad.
—¿Puede hacer eso?
—Supongo que sí. Estaba de seis meses en ese momento.
—Mierda. —Apreté los dientes. Esa historia se ponía más fea a cada
minuto que pasaba.
Se frotó el cuello. —Fue una época horrible. Y al ser una comunidad tan
pequeña, todo el mundo habló de ello. Para ser honesto, fue jodidamente
horrible.
—Apuesto a que sí. —Solté un suspiro ahogado—. ¿Te sentiste
responsable de su suicidio?
Se encogió de hombros. —Tal vez debería haberle dado más tranquilidad.
Pero realmente no estaba listo para casarme con ella ni con nadie. No lo sé.
Su madre también se suicidó. La enfermedad mental era algo muy presente
en esa familia. Lo había vivido de primera mano con Jasmine.
—No deberías culparte.
Exhaló. —Era poco lo que podía haber hecho, para ser honesto, aparte de
asegurarle que estaría bien provista.
—¿Es por eso que ahora quieres ayudar a jóvenes con problemas?
Miró al vacío. —A nivel inconsciente, tal vez. —Respiró hondo y se giró
para mirarme—. Hablando de remover el pasado… Mi madre me ha dicho
que ha recibido una llamada de tu madre preguntando por tu número de
teléfono.
Hice una mueca ante este discordante cambio de objetivo. Con tantas
cosas encima, había enterrado esa reciente experiencia desgarradora.
—¿Tu madre no sabe tu número de teléfono? —Su tono de sorpresa me
puso nerviosa. Era un recordatorio de lo mala que era mi relación con ella.
—Cuando lo cambié, nunca se lo dije. —Miré hacia mis pies—. Me cogió
por sorpresa la primera vez que salí de casa.
—Pero te fuiste hace años. —Los surcos en su frente se hicieron más
profundos.
—Sí, bueno… —Junté mis manos y me toqué la uña del pulgar—. Ella
nunca me llamaba por mi cumpleaños o por Navidad. Nunca. Me ignoraba
por completo.
Extendió las manos. —Entonces, ¿por qué querrá contactarte ahora?
—Eso es lo que me estaba preguntando. —Respiré—. Seguramente había
habría visto alguna noticia de nosotros juntos, por lo de la inauguración del
centro de reeducación. Salió en todos los medios. Y como tú eres rico su
curiosidad se ha despertado, supongo.
—Entonces, ¿has hablado con ella por teléfono?
—No. Me encontré con ella en Londres.
Recordé aquella tarde que nos reunimos en una cafetería cerca de
Harrods, su lugar de compras favorito. Mientras tomábamos el té como
conocidas lejanas, no como madre e hija, intercambiamos corteses
cumplidos mientras yo luchaba por mantener una fachada civilizada. Mis
instintos me decían que la dijera a la cara todo lo malo. Por doloroso que
fuera, resistí ese impulso y continué con la farsa.
Mientras besaba su fría mejilla, me dije que nunca volvería a contactar
con esta mujer.
Le di una oportunidad. Todo lo que necesitaba era una disculpa, o algún
reconocimiento de cómo lamentaba haberme descuidado cuando era niña,
pero parecía más interesada en hablar sobre los Lovechilde y su
impresionante riqueza.
—En aquella conversación me dijo algo más. —Me mordí el labio,
mientras recordaba la mirada fija de mi madre al contarme cómo Declan
había amenazado a mi padrastro—. ¿Por qué no me contaste que fuiste a
verle? —Fruncí el ceño.
Se encogió de hombros. —Para protegerte. Me encontré con él y le
advertí que se mantuviera alejado o de lo contrario...
—¿De lo contrario? —Me quedé boquiabierta—. ¿Pero por qué no me lo
dijiste?
—Porque esto fue antes de que empezáramos a salir. Sé que me pasé, pero
no podía quitármelo de la cabeza. Vi la angustia en tu rostro. Me gustaría
que presentaras cargos.
Me quedé congelada. Imaginarme a aquel horrible hombre hablando con
el amor de mi vida me ponía la piel de gallina. —No puedo pasar por eso.
Ni siquiera podría volver a verle. —Mi voz se quebró.
Se acercó a mí y me abrazó. Su calidez calmó los horrores que se habían
apoderado de mí ante la mención de aquel horrible ser.
Tras unos minutos, mi cuerpo se calmó y me alejé de él.
—¿Entonces te has reconciliado con tu madre? Me gustaría conocerla —
dijo, sus ojos se suavizaron y mi corazón se derritió en respuesta.
—Eso no va a suceder. —Entrelacé los dedos para aliviar el temblor—.
No la soporto.
—Tienes que resolver eso, cariño. La ira rencorosa puede ser corrosiva.
Ella es tu madre.
—Una madre me habría protegido de ese bastardo. —Tuve que darle la
espalda. No podía reprimir mi furia por más tiempo—. Ella me culpó por
engañarla. No podía acercarme a un hombre sin empezar a sudar.
Las lágrimas brotaron de mis ojos. Fui incapaz de controlarlas; cuanto
más lo intentaba, más me temblaba el cuerpo.
Se puso detrás de mí y me acunó en sus brazos hasta que mi dolor
disminuyó. Era como si me hubieran puesto una manta cálida y acogedora
sobre mi alma temblorosa.
Con sus fuertes brazos sosteniéndome, me sentí más protegida que nunca
en toda mi vida.
Me besó la cabeza. —Ella no es una buena mujer. Tienes razón. Y le diste
otra oportunidad.
Giré para mirarle. —Dicen que no podemos elegir a nuestras familias,
pero podemos elegir a nuestros amigos. Y he elegido a Lucy y ahora a ti
como mi familia.
Una sonrisa se formó en sus labios. —Cuidado. Eso podría convertir lo
nuestro en algo incestuoso.
Me apretó el trasero, lo cual agradecí, porque deseaba que toda esta charla
pesada terminara ya. Mi educación había secuestrado mi cordura durante
demasiado tiempo.
Nuestros ojos se encontraron en una mirada inquisitiva.
Me separé de él y abrí mi bolso en busca de un pañuelo. Me miré en el
gran espejo dorado y agradecí a los dioses llevar maquillaje waterproof. Me
limpié la nariz y respiré hondo.
—¿No te odiará tu madre si acepto que nos casemos? —pregunté.
Se pasó la mano por el espeso cabello, que siempre se las arreglaba para
caer sobre su frente, incluso cuando estaba peinado hacia atrás.
—Me importa una mierda lo que ella piense, para ser honesto. Sin
embargo, me gustaría que conocieras a mi padre. —Inclinó la cabeza—. ¿Te
importaría venir a cenar con nosotros?
Sonreí. La cálida luz del sol se derramó sobre mí, derritiendo la angustia.
—Por supuesto. Me encantaría conocerlo.
Me miró a los ojos. —Entonces, ¿estamos bien?
—Creo que sí. —Mi boca tembló.
Secó la lágrima perdida en mi mejilla con su dedo y sus ojos se llenaron
de amor y comprensión.
—¿Qué pasa con Reynard? —pregunté.
Se encogió de hombros. —Me importa otra mierda él, y a ti tampoco
debería importarte.
—¿No podemos simplemente mudarnos a otro lugar?
—Amo este lugar. Me gustaría poder administrar las granjas orgánicas.
—¿Como el príncipe Carlos? —sonreí
—Abrir mercado estaría bien.
Caí en sus brazos y sus labios se posaron en los míos. De dulce y sincero
descendió a un beso decadente y profundo.
Me desabrochó el vestido y me lo quité cayendo hacia mis pies.
Me puse frente a él con mi corsé blanco, medias de encaje y nada más.
Siseó en voz alta y se desabrochó los pantalones.
Mi mirada se posó en ese delicioso bulto que cubría sus calzoncillos.
Señaló la cama con una sábana de satén en relieve, que me recordó a una
imagen de Home Beautiful. —Solo acuéstate y déjame mirarte.
Sabiendo lo que quería, me abrí de piernas.
Había venido preparada. Sin bragas. Había estado un poco incómoda sin
ropa interior, pero valió la pena, aunque solo fuera para presenciar la lujuria
en esos ojos azul oscuro y su gran polla hambrienta y palpitante de sangre.
Se puso de rodillas y colocó su cabeza entre mis piernas. Me lamió los
muslos.
Cuando la punta de su lengua se posó en mi clítoris, una cálida lluvia de
calor punzante me cubrió. Me estremecí mientras mis músculos se tensaron
y luego me rendí para volverme a tensar de nuevo.
Lamiendo, chupando y mordisqueando mi clítoris, agarró mi trasero
desnudo y se tragó mis orgasmos uno tras otro.
Agarrando mechones de su cabello, me retorcí y me convertí en un
desastre gimiente.
Capítulo 44
Declan
MI MADRE ESPERÓ UNOS días después del baile antes de pedir verme.
Me reuní con ella en el patio del jardín con las mejores vistas al mar. Era
una mañana soleada, y después de una noche de amor lento y sincero, nada
podía alterar mi estado de ánimo. Ni siquiera las escandalosas peticiones de
mi madre.
Me senté a la mesa y Amy me sirvió, trayendo una bandeja con bollos
recién hechos y té.
Amy fue a servir el té cuando la detuve. —Está bien. Puedo hacerlo yo.
Gracias.
La sirvienta asintió y se dio la vuelta.
—Tu nueva novia te está influenciando, por lo que veo. —Sus ojos se
posaron en mi mano que sujetaba la tetera.
—No necesito que la gente me limpie el culo.
Frunció el ceño. —No seas vulgar.
Le lacé una sonrisa y serví el té.
—Tu comportamiento en el baile fue abominable. Es una suerte que no le
hayas roto la nariz y que no vaya a presentar cargos.
Unté mi bollo con mantequilla y le di un mordisco. Esperé hasta que hube
tragado antes de responder. —Es un baboso inmoral. Echó droga en la
bebida de Theadora para poder violarla.
—Eso no tiene fundamento y, además, ella es una provocadora.
Mis cejas se alzaron con fuerza. —¿Qué? ¿Estás suscribiendo esa teoría
carca, y a la vez deplorable, de que las mujeres fomentan la violación?
—No sabes lo que pasó. ¿Quién puede asegurar que nuestra ex sirvienta
no estuvo besuqueándose con quien fuera el mejor postor?
—No puedes hablar en serio. —Miré a los ojos oscuros de mi madre,
buscando un toque de bondad. —¿Con qué te está manipulando?
—Es un socio de negocios. Uno que ahora mismo necesitamos.
—¿Ahora mismo? ¿Me estás diciendo que la familia, que tiene veinte mil
millones, está en apuros financieros? —Traté de no reírme de esa ridícula
declaración.
—Tenemos riqueza en propiedades y terrenos, pero nos falta flujo de caja.
La industria turística se ha visto profundamente afectada por este virus. Los
hoteles, que eran nuestra fuente de ingresos, ahora solo dan pérdidas.
—¿Y quieres abrir un maldito resort? —pregunté.
—Cuida tu lenguaje. No has sido educado para eso. Maldecir es para
imbéciles con un coeficiente intelectual bajo.
Puse lo ojos en blanco ante su tono condescendiente.
—Este virus no puede afectar a nuestras vidas para siempre. —Tomó un
sorbo de su té—. Al menos tu hermano tiene sentido común y ha contratado
a un arquitecto que le haga unos planos para un spa junto al estanque de los
patos. Él lo entiende, a diferencia de ti. Para mantener su extravagante estilo
de vida, uno necesita dinero en efectivo.
—Tengo mi propio dinero en efectivo. Invertí en Bitcoins y Tesla antes de
unirme al ejército. Puedo cobrarlos y vivir una vida muy acomodada. No
hay absolutamente ninguna necesidad de arrancar estas tierras del corazón
de aquellas familias que las han convertido en la fuente de alimentación de
la región.
—En respuesta a tu pregunta anterior, Rey es mi benefactor.
—¿De qué manera?
—Estamos trabajando en varios proyectos juntos.
—¿Entonces está invirtiendo en la destrucción de tierras?
—Cariño, me gustaría que no fueras tan negativo sobre esto. Es una
oportunidad maravillosa para expandir el alcance de los Lovechilde. Ni
siquiera estamos hablando de todas las granjas. Solo de tres acres.
—Es una suerte que Theadora se haya negado a presentar cargos contra
Crisp por acosarla.
—Eso demuestra que es más inteligente de lo que pensaba. Rey ha
prometido dejar de coquetear con ella, aunque es un tipo bastante
inofensivo.
Tomé aire para aplacar un repentino estallido de ira. La pequeña taza de
porcelana china que sostenía en la mano resonó inestablemente en su plato.
—¿Inofensivo? ¿Crees que el acoso o, dicho de manera vulgar ya que él es
un mafioso, el asqueroso trato que da a mujeres más jóvenes, es inofensivo?
No aceptar un no por respuesta, ¿es inofensivo?
—Los hombres son hombres. —Se limpió los labios con una servilleta de
tela.
—Yo no me comporto así. Nunca. Ethan tampoco es así.
Extendió las palmas de las manos. —Ambos sois muchachos
deslumbrantes con cuentas bancarias igualmente deslumbrantes.
Perturbado por su comentario simplista, no podía creer cómo se había
encogido de hombros ante los hombres indecentes que acosaban a mujeres
sin su consentimiento.
No pude evitar preguntarme qué le había pasado a mi madre en su
infancia. Nunca hablaba de su pasado.
—Me sentí humillada por esa exhibición violenta en el baile. —Golpeó la
mesa con sus largas uñas, lanzándome la misma mirada de amonestación
que me dedicaba cuando era joven, cuando sin querer la avergonzaba frente
a sus amigos al entrar en la sala de estar todo embarrado después de jugar al
fútbol con los niños del pueblo.
Frustrado por sus evasivas, negué con la cabeza. Mi madre y Reynard
Crisp estaban muy unidos. Eso es todo lo que había aprendido estos últimos
meses. Si no hubiera sido porque Theadora me rogó que lo dejara pasar,
habría contratado a unos buenos abogados.
—Deberías elegir amigos menos corruptos. —Me levanté.
—Y tú deberías dejar de liarte con chicas de clase baja.
—Ella es de clase media alta, madre. Bien lo sabes. Me voy. —Ya había
tenido suficiente.
Fui a encontrarme con Carson en Reinicio.
El centro estaba en pleno apogeo. Teníamos a cuarenta jóvenes. La
mayoría de los cuales se portaron mal la primera semana, pero escuché que
ya estaban participando en muchas actividades, lo que les proporcionó
puntos de bonificación. Si terminaban el curso de capacitación y las
actividades, les prometían videojuegos, pizza el fin de semana y toda una
serie de golosinas que les habían negado en prisión.
Entré en la sala de actividades, un gran espacio con ventanales de techo a
suelo que daban a un paisaje arbolado, con colinas y cielo.
Me quedé en la entrada, mirando. Había alrededor de cuarenta chicos
absortos en sus ordenadores. Un chico, el único que no miraba fijamente la
pantalla ya que estaba dibujando, despertó mi interés.
—Ha pasado un gran día —dijo Carson desde atrás.
Me giré y le saludé.
—Después de su entrenamiento, corrieron durante tres millas.
Impresionado, asentí. —¿Sin problemas?
—Esta semana ha sido mejor. Tuve que encarrilar a Billy un poco. Es un
chico irlandés. —Inclinó la cabeza hacia un chico alto y pelirrojo que
presionaba furiosamente su videoconsola.
—¿Están jugando? —pregunté.
—Algunos. Otros están trabajando en un proyecto que les he dado.
Mi rostro se iluminó. —¿Qué es?
—Les pedí que diseñaran un huerto.
—Estás de broma… ¿Y están interesados? —Mi día acababa de mejorar.
—Algunos sí que lo están. —Se encogió de hombros—. A ver, hay
algunos alborotadores, pero en general son buenos chicos. —Levantó la
barbilla hacia un chico musculoso, moreno y tatuado que parecía más un
hombre—. Él es el cabecilla. Parecen seguirle. Se llama Dylan Black.
—¿Y eso? —pregunté, observándolo dibujar.
—La primera semana fue bastante difícil, pero es jodidamente fuerte y
parece disfrutar del entrenamiento. Es natural en muchos sentidos, pero
jodidamente insubordinado. Un alborotador nato. —Sonrió.
Observé al chico con la cabeza gacha, perdido en lo que estaba haciendo.
—No me parece un desquiciado.
Carson se rascó la ceja. —Esa es la cosa. Dale papel y bolígrafos y se
encerrará en su propio mundo. Es un artista brillante. Pero trae consigo
mucha mierda. Ya sabes, sangre, tripas, armas, chicas desnudas… Todas
esas cosas emocionantes. —Se rio—. Pero eso lo mantiene tranquilo. Lo ha
tenido difícil. Como la mayoría de los chicos aquí. —Sus ojos brillaban con
simpatía. Si alguien sabía lo que eso significaba, era Carson—. Creció en
un edificio de protección oficial. Tenía una madre soltera que bebía y
paseaba por su casa a un montón de novios. —Levantó una ceja, lo que me
sugería algo bastante siniestro.
—¿Abusaron de él? —tuve que preguntar.
—Probablemente. Golpeó a su psiquiatra. Así que nadie lo sabe a ciencia
cierta.
Pensé en Theadora y su educación desestructurada, y mi estómago se
apretó por cómo estos imbéciles arruinaban vidas inocentes con su
inmundicia.
En algún lugar en el fondo de mi mente, sabía que una vez que el polvo se
hubiera asentado, y con Theadora a mi lado, haría lo que pudiera para
marcar una diferencia en la vida de estos chicos.
Thea
Declan
Thea
Declan
Ethan
MIRABEL
Sí, era un chico rico y superficial que pensaba que podía tener cualquier
cosa con solo chasquear los dedos, pero en este momento me estaba
confundiendo. O era un actor brillante, o lo decía en serio. Mientras
describía mi música, podría haber jurado que sus ojos se llenaron de
lágrimas.
Me vio liar un cigarrillo, lo que por alguna razón me puso nerviosa.
—¿Te importaría hacerme uno? No sé cómo se hace. —Con esos grandes
ojos oscuros y tristes, me recordó a un alma perdida. Una realmente
hermosa.
¿Por qué diablos tenía que ser tan jodidamente guapo?
En muchos sentidos, ese aspecto de actor de Hollywood hacía que fuera
más fácil odiarlo. La perfección me molestaba muchísimo. Y los hombres
calientes, con 'rompecorazones' grabado en la cara, genéticamente
perfectos, me hacían correr en la dirección opuesta.
Ethan y yo, sin embargo, volvimos a la infancia. Solíamos jugar con los
caballos. Y siendo yo muy marimacho, a menudo trepaba a los árboles y
jugaba al tipo de juegos que les gustaban a los niños. Incluso una vez me
trajeron una pelota de fútbol por Navidad, después de quejarme de que solo
me hacían regalos inútiles de chicas.
Pero luego las hormonas entraron en acción, y él creció y creció y creció
hasta convertirse en una maravilla, y de repente todas las chicas del pueblo
se peleaban por él y por su atención, arrojándole sus sujetadores.
Yo simplemente actué como si no me hubiera dado cuenta de su cambio.
Solo que sí lo hice.
Una noche, me tomó por sorpresa. Estábamos en una fiesta de Jasmine,
donde me bebí dos Coronas y me puse algo piripi y tonta, al igual que todas
las chicas a las que normalmente ponía los ojos en blanco. Dejé que me
besara y mi cuerpo ardió de una forma que nunca había experimentado.
Debido a emociones confusas, dado que estaba destinada a odiarlo, me
negué a dejar que me quitara el sostén. Al minuto siguiente, se fue con
Mariah. Menuda sorpresa. Era la prostituta del pueblo. Había esquivado una
bala, porque Ethan Lovechilde se había convertido en un rompecorazones.
Sin embargo, a medida que fui creciendo, las balas seguían llegando y, en
lugar de esquivarlas, las usaba. En esta etapa de mi vida, el masoquismo se
había establecido, lo que me provocó muchas cicatrices que ilustraban todas
las malas decisiones que había tomado con los hombres. Solo que Ethan
Lovechilde no era uno de ellos.
Enrollé un cigarrillo y se lo entregué a Ethan.
Bajo la tenue luz, parecía mayor. ¿O era por el dolor?
Aunque normalmente se pavoneaba por la vida, esta noche deambulaba
con los hombros encorvados.
Encendí su cigarrillo y luego el mío.
Dando una calada, tosió. —Hace tiempo que no fumo. Lo había dejado.
—Ah, ¿en serio? Ahora me siento mal por dártelo.
—No te sientas mal. —Echó el humo.
—Yo solo fumo cuando bebo —dije—. Estoy planeando dejarlo cuando
cumpla los treinta.
—Vaya… Entonces te quedan otros diez años —dijo con una sonrisa,
mostrando un atisbo de su antiguo yo.
Me tuve que reír —Cumplo treinta en noviembre.
—Como yo —dijo—. Somos de la misma edad.
—Haces que parezca algo increíble. Supongo que estás acostumbrado a
salir con chicas de la mitad de tu edad —dije.
Sostuvo mi mirada por un momento. —Espera, mi cabeza me da vueltas.
Subidón de nicotina… Eh… ¿La mitad de mi edad? ¿Como quince años?
No lo creo. No soy ese tipo de criminal.
—¿Qué tipo de criminal eres entonces?
—Lo único ilegal que he hecho es esnifar coca y algún que otro porro.
Ah, y tiendo a conducir rápido. —Sonrió a modo de disculpa—. Me gustan
los deportivos.
—Consumidor de gasolina. Eres más criminal de lo que crees —dije.
—¿Y eso? —La comisura de su bien formada boca se curvó y una
bocanada de humo se retorció en el aire.
—Los proyectos de tu familia para destruir las granjas. Eso acabará con el
medio ambiente. Si bien no es punible por la ley, sigue siendo un
comportamiento delictivo.
Dio una calada a su cigarrillo, perdido en sus pensamientos. O eso
parecía. —Mi padre… —Su rostro se oscureció, tiró el cigarrillo y lo apagó.
—¿Tu padre? —Tuve que preguntar—. ¿Ha pasado algo?
—Murió. Ayer. —Se mordió el labio y su rostro se arrugó levemente.
¿Estaba a punto de llorar? Traté de no mirar fijamente mientras luchaba
por mantener la cara seria. Sentí que estaba reuniendo fuerzas para
permanecer estoico.
—Vaya. Lo siento mucho. —Le di un abrazo y su cuerpo se fundió con el
mío. Al principio le noté tenso, pero luego se suavizó en mis brazos. Sentí
su corazón latir contra el mío mientras sollozaba.
El tiempo se alargó mientras sostenía su cuerpo tembloroso, dándole
espacio para llorar. En respuesta, se me hizo un nudo en la garganta. Su
dolor invocó recuerdos de mi propia experiencia con la pérdida, y yo misma
tuve que luchar para contener las lágrimas.
Se soltó de mis brazos y se secó los ojos. —Lo siento. Yo… normalmente
no… pero nunca he experimentado este tipo de dolor. E incluso dentro,
cuando escuché tu canción sobre que el bosque es tu padre, me derrumbé.
Mis ojos se humedecieron. Este era el elogio más grande para un artista,
arrancarle el corazón a la gente. Conmover a la gente fue la razón por la que
comencé a crear música. Era mi motivación total como compositora.
Este no era el imbécil superficial y calentorro de siempre, sino un alma
tocada por un profundo dolor.
—Es natural llorar, Ethan. Yo no hacía otra cosa cuando perdí a mi padre.
Sus ojos oscuros y llorosos miraron los míos, casi suplicantes, como si
acabara de ofrecer una cura para alguna enfermedad rara. —¿Cómo lo
llevaste?
—Supongo que con el tiempo aprendes a lidiar con ello. Quiero decir, lo
echo siempre de menos. Pero ahora solo me quedan los buenos recuerdos,
¿sabes?
Asintió lentamente. —Sí. Todavía es muy crudo para mí. Él fue un buen
hombre. En realidad, estaba en contra del proyecto en las tierras.
—No le conocí muy bien, pero mi padre siempre hablaba bien de él.
Aunque no tanto de tu madre. —Hice una mueca—. Lo siento.
—No pasa nada. Mi madre es una persona diferente. No se parece en nada
a lo que mi padre… era. —Dejó escapar un suspiro largo y entrecortado—.
Probablemente no debería haber salido, pero estaba desesperado por
cambiar de aires. Odio estar solo cuando estoy así de jodido. Y mi hermano,
con quien normalmente salgo cuando necesito un hombro sobre el que
llorar, se acaba de casar, así que he creído que necesitaba espacio para llorar
con su esposa.
Asentí lentamente, escuchando a un hombre que mostraba un lado de sí
mismo que me hacía sentir como una mierda por todo lo que le había
juzgado a lo largo de los años. Así era yo, rápida para juzgar. Un feo hábito.
—Y aquí estoy escuchando tus inquietantes y conmovedoras melodías
que han sacado esto de mí. —Tocó su corazón—. Y ya me he convertido en
un maldito desastre otra vez. Debería irme a casa y pasar el rato con una
botella de whisky, creo.
Estaba a punto de irse.
—No. Espera. No deberías estar solo —dije. He terminado por esta noche.
¿Por qué no vienes conmigo a tomar unas copas? Estaré encantada de
escucharte o lo que sea.
¿Lo que sea?
Le tomó un momento responder. —Eso me gustaría. —Sonrió levemente
y me siguió de vuelta al pub.
Mientras Ethan me ayudaba a recoger mi equipo, le dije: —No tienes por
qué hacer esto.
De todos modos, continuó enrollando las pistas. Sentí que apreciaba tener
algo que hacer.
Recogí mi paga que, aunque modesta, agradecí a Jim, el dueño del bar, y
me fui.
—¿Eso es todo lo que te paga? —Ethan cargó mi guitarra, a pesar de que
traté de detenerlo. Mis instintos feministas se mantuvieron al margen.
Parecía insistente, y yo no iba a discutir con un hombre destrozado.
Me encogí de hombros. —Cincuenta libras me dan para mucho, y puedo
vender mis discos.
—Eso me recuerda que quiero comprarte uno, por favor.
Sonreí. —Oye, no estoy tratando de venderte nada.
—No pensé que lo estuvieras haciendo. Me encantan tus letras. Son
profundas. —Dejó de caminar—. Como tú. Y tienes una voz impresionante.
A ver, ¿a quién no le gustaba un cumplido? Después de todo, era humana.
Especialmente cuando se trataba de mi música.
Lovechilde Saga 2
J. J. SOREL
Contents
1. Capítulo 1
2. Capítulo 2
3. Capítulo 3
4. Capítulo 4
5. Capítulo 5
6. Capítulo 6
7. Capítulo 7
8. Capítulo 8
9. Capítulo 9
10. Capítulo 10
11. Capítulo 11
12. Capítulo 12
13. Capítulo 13
14. Capítulo 14
15. Capítulo 15
16. Capítulo 16
17. Capítulo 17
18. Capítulo 18
19. Capítulo 19
20. Capítulo 20
21. Capítulo 21
22. Capítulo 22
23. Capítulo 23
24. Capítulo 24
25. Capítulo 25
26. Capítulo 26
27. Capítulo 27
28. Capítulo 28
29. Capítulo 29
30. Capítulo 30
31. Capítulo 31
32. Capítulo 32
33. Capítulo 33
34. Capítulo 34
35. Capítulo 35
36. Capítulo 36
37. Capítulo 37
38. Capítulo 38
39. EPÍLOGO
Capítulo 1
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
MIRABEL ME FOLLÓ SIN sentido. Mi orgasmo fue tan explosivo, que las
estrellas se dispararon ante mí y grité.
Era como si hubiera caído bajo un hechizo.
Me aparté para mirar su bonita cara. —Me he corrido demasiado rápido.
No he conseguido que tú te corras—. Acaricié su mejilla sonrosada. —
Dame un momento y estaré listo para la próxima vez. Lo prometo.
—Me has hecho correrme con tu lengua. —Acarició mi cuello, y nos
abrazamos encajando perfectamente.
Por primera vez en semanas, sentía mi cuerpo liviano y me quedé
dormido con una sonrisa.
No estoy seguro de cuánto tiempo dormí, pero su cálido aliento en mi
cuello me despertó de un sueño. Todavía estaba medio adormilado cuando
la penetré profundamente.
Era todo perfecto. Apretada y ligera. Girando y balanceando sus caderas,
hacía todos los movimientos que me hacían arder.
Los pelos de la nuca se me erizaron, y borracho de su coño, rugí a través
de otro clímax alucinante, vertiendo todo lo que tenía dentro de ella.
Caímos de espaldas, jadeando.
—Lo siento, ¿te he despertado? —pregunté.
Ella se rio. —Tu pene me ha despertado. Pero oye, bienvenidos sean
cualquier día los orgasmos múltiples mientras duermo.
—Tienes un coño precioso.
—Y tú tienes una polla preciosa.
Envolví mis brazos alrededor de ella y aspiré su olor a almizcle como lo
haría con una colonia cara.
No podía quitarle las manos de encima. Debí dormir otra hora más, así
que cuando sonó la alarma de mi teléfono, estiré la mano para apagarlo.
Luego recordé que tenía una reunión con Declan y Savvie en Merivale.
Entré al baño y Mirabel entró detrás, cruzando los brazos.
—¿Tienes frío? —pregunté.
—No. —Sonrió tímidamente—. Hay mucha luz aquí.
Para alguien a quien siempre había considerado una persona fuerte,
Mirabel había comenzado a mostrar el lado más frágil de su naturaleza.
Hice lo que pude para recordarle lo hermosa que era, pero sentí que era
cuestión de algo más profundo.
Toqué el agua. —Ya está caliente. No te preocupes, he visto tus tetas antes
y son bastante difíciles de olvidar.
Entró en la ducha. —Esta ducha es lo suficientemente grande como para
diez personas.
Sonreí mansamente.
—Seguro que has tenido una orgía aquí mismo, ¿a que sí? —Ella inclinó
la cabeza.
—No como tal. —La arrastré bajo los chorros, que venían de todas
direcciones.
—Vaya. —Su boca se abrió—. Es como un masaje. Podría
acostumbrarme a esto.
Eché un poco de gel de baño en una esponja y froté todo su cuerpo.
—No mires demasiado cerca.
—Oye. Tienes un cuerpo impresionante. —Pasé mis manos entre sus
suaves muslos y mi pene se puso rígido.
—Yo no voy al gimnasio. Probé a hacer yoga la otra noche y casi me
asfixio. Nunca volveré a hacerlo.
Me reí. Sus ojos tenían un brillo sardónico, como si pusiera los ojos en
blanco ante la vida.
Se puso de rodillas y se metió mi polla en su boca. Después de follar toda
la noche, estaba un poco dolorida, pero pronto se puso dura como el acero,
aplastada bajo sus labios carnosos. Su lengua se movió juguetonamente
sobre la punta. Me apoyé contra la pared de cristal para sostenerme. Sus
ojos me miraron y me succionó profundamente.
—Ya has hecho esto antes… —le dije.
Sus ojos me sonrieron.
—Oye, estoy a punto de correrme —le advertí.
Parecía decidida a aguantar hasta el final, hasta que eyaculé directamente
en el fondo de su garganta. Luego, bebiéndome hasta dejarme seco, se
limpió su bonita boca y me dijo —¿Qué tal ha estado?
La tomé en mis brazos. —Ha sido sensacional.
TODO ESE SEXO ME había abierto un apetito frenético y me complació
haber pedido que nos sirvieran el desayuno.
Vestida con una bata de baño, Mirabel caminó descalza, frotándose el
cabello mojado con una toalla.
—Podría acostumbrarme a esto también. —Se rio—. El suelo radiante es
una locura.
Me alegré cuando vi que era un camarero quien traía el desayuno. Mirabel
habría adivinado que me había follado a la mitad del personal femenino. No
era algo de lo que estuviera orgulloso. Tomé nota mental de pedirle al
personal que no coquetearan tanto. Tal vez podría decirles que me había
vuelto devotamente religioso y me había convertido al celibato.
Mmm... como no.
Un aroma a huevos fritos y bacon hizo que mi estómago rugiera.
—Eso huele delicioso —dijo, lamiéndose los labios.
—Olvidé preguntarte si eras vegana. —La llevé al comedor.
—No. Soy carnívora. Intente serlo, pero me faltaba energía. —Se palmeó
el estómago—. Me encanta comer, desafortunadamente.
Sonreí. —Creo que eso es bueno para mí. Siéntate.
El camarero colocó la tetera y una rejilla de tostadas con mantequilla en
un plato.
Mirabel negó con la cabeza. —¿Comes así todos los días?
Vertí el té en dos tazas. —Depende. Si estoy muy ocupado, compro algo
en una cafetería.
—Esto es mejor que desayunar cereales. —Untó aguacate en su tostada.
—Tengo que regresar a Bridesmere hoy. —La idea de lidiar con todos los
problemas en casa acabó con mi estado de ánimo optimista.
—Yo estaré aquí toda la semana. Estoy grabando algunas canciones con
Orson. —Dio un mordisco a su tostada.
Ese comentario me dejó una sensación extraña. —Ah…
—Es un productor con mucho talento, entre otras cosas.
—¿Entre otras cosas? ¿Con eso quieres decir que es un presumido y un
sórdido?
Ella se rio. —¿Presumido? Sí, supongo que lo es. Orson piensa que vive
en los años setenta. A menudo lamenta haber nacido una década demasiado
tarde. ¿Sórdido? Eh… él es simplemente de sangre caliente. —Hizo una
pausa para estudiarme—. ¿Por qué estás frunciendo el ceño?
—Nunca hubiera esperado que defendieras el mal comportamiento
manifiesto de alguien.
—¿He hecho eso? —Ella lo pensó y se encogió de hombros—. Estás
celoso… —Sus bonitos ojos brillaron cuando inclinó la cabeza.
—No, no estoy celoso.
Sus ojos se encontraron con los míos. —Entonces serás el único. Y él no
es tan malo.
—La última vez que le vi, no parecía aceptar exactamente un no por
respuesta.
—Puedo manejarlo. Simplemente le gusta juguetear. Me deja grabar gratis
en su casa.
Mis cejas se contrajeron. —En su casa… ¿Solos?
—Tiene esposa. Aunque creo que es su ex. Es difícil seguir el ritmo de la
vida de Orson. Lo dejan y vuelven continuamente. Por eso nunca pasamos
de un beso. No me gustan las aventuras.
—No. No son buenas. —Un nudo se formó en mi estómago al pensar en
ella sola en la casa de ese mujeriego.
¿Se besaron…?
Mirabel se levantó de la mesa y fue a buscar su bolso en el sofá. Se
detuvo y me miró. —Parece que quieras decirme algo.
Me encogí de hombros. —No es nada. Solo que no creo que debáis estar
solos. Puedo reconocer a un mujeriego a un kilómetro de distancia.
—Bien lo sabes tú, ¿verdad? —sonrió.
Me rasqué la mandíbula. —Ya no soy el mismo.
Después de una lucha de miradas, ella parpadeó primero y finalmente
dijo: —Me voy a cambiar.
Mirabel tenía una de esas caras expresivas que resultaba difícil no mirar.
Cuanto más la miraba, más hermosa se volvía.
Mirabel regresó colocándose el vestido. —No sé qué me poseyó para
ponerme esto. Está tan fuera de lugar…
—Te queda muy bien. —Pasé mi mano por su cintura marcada—. Estás
muy sexy.
—Pero no en el metro.
—Te llevaré. No te preocupes por eso.
—De verdad, no tienes que hacerlo. —Tenía una sonrisa tan dulce que
hizo quisiera cancelarlo todo y quedarme allí con ella todo el día y toda la
noche.
—Quiero hacerlo. —La puse en mi regazo y la besé.
Ella se rio. —Te estoy aplastando.
—Qué va. —Delicé mi mano por su pierna y descubrí su coño desnudo—.
¿No llevas bragas?
—Eh… las destrozaste, ¿te acuerdas? —Ella rio.
—Ah… sí, lo hice. —La toqué y la noté mojada y caliente.
La puse a horcajadas sobre mí, desabroché mi albornoz y luego la hice
descender lentamente sobre mi polla dura. La llevé hasta abajo mientras me
montaba, tomándome muy profundo. Tan profundo que mis ojos casi se me
derriten dentro del cerebro. —Joder, Mirabel. Estás tan cachonda…
Ella se deslizó arriba y abajo sobre mi polla, mis manos acariciaron sus
tetas rebotando, y mi boca estaba sobre la de ella. Sus suspiros se
convirtieron en gemidos cuando su cremosa liberación empapó mis muslos.
—Buena chica… —respiré, antes de gruñir a través de otro orgasmo
alucinante.
Cayó en mis brazos y permanecimos en un fuerte abrazo.
—Creo que necesito ir a casa y dormir todo el día. Nunca había tenido
tanto sexo. —Se rio.
—Ni yo. No en una misma noche.
Ella se apartó y me lanzó su característica mirada inquisitiva. —Entonces,
¿te follas a una mujer diferente cada noche?
A pesar de esa pregunta personal, Mirabel no era ni la mitad de
entrometida que otras chicas con las que había salido.
¿Estamos saliendo?
—Ahora ya no. Solía tener sexo con mayor frecuencia. —Levanté una
ceja—. Pero desde que cumplí los treinta, he bajado el ritmo.
Era cada dos noches. Hasta que te conocí. Sí…
—¿Has follado con alguien después de mí? ¿Necesito hacerme pruebas de
ETS?
Negué con la cabeza. —No, no lo he hecho. Solo contigo. Ni siquiera he
mirado a ninguna otra mujer.
Ella me estudió. —¿Vas a seguir adelante con lo del spa?
Tomé una respiración profunda. Ahí estaba su lado intenso y luchador. Me
dirigí al baño. —Me temo que no puedo rescindir el contrato.
El rostro de Mirabel se arrugó con consternación. —Pero me lo
prometiste.
—Lo intenté. —Extendí las manos.
Ella colocó sus manos en las caderas. —Va a arruinar toda la zona. Los
Newman serán desahuciados.
—Les he ofrecido trabajo en el spa.
Se pasó las manos por el pelo alborotado. Sus ojos eran salvajes y estaba
de vuelta en su papel de mujer que lucha por una causa, a quien le
encantaba recordarme que tenía una moral dudosa. —¿Estás de broma? Son
granjeros.
Mirabel agarró su bolso y su guitarra. —¿Sabes qué? Creo que me iré en
metro. Esto no ha sido una buena idea. Los Newman son como mi familia.
Pensé que al menos respetarías su granja.
Me peiné el pelo con los dedos. —Déjame llevarte.
Mi teléfono sonó, y viendo que era Declan, lo cogí. —Oye, voy de
camino a Merivale.
—Tenemos que hablar del asesinato de papá.
Solté un suspiro constreñido. Cuánta diversión me espera.
Mirabel apretó el botón del ascensor.
—Te veo en un rato, tengo que dejarte. —Colgué—. Oye, por favor
déjame llevarte a casa, al menos.
—No. Esto ha sido una mala idea. Eres una mala idea. —Y así se metió al
ascensor y se fue.
Me quedé allí atónito. Joder.
¿Significaba que no me volvería a hablar? ¿Ni a follar otra vez? ¿O
simplemente me veía como un malvado por echar a una familia de las
tierras en las que habían vivido durante décadas?
Todo eso.
Capítulo 7
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
ETHAN ABRIÓ LA PUERTA roja de una casa eduardiana de tres pisos que
rezumaba encanto estético, como todo lo que lo rodeaba. Me abrazó
cálidamente, como si no nos hubiéramos visto en mucho tiempo, aunque me
había despertado en su cama ridículamente grande esa misma mañana.
Habíamos estado en Londres toda la semana, quedándonos juntos en
Mayfair. Sheridan siguió llamándome para asegurarse de que estaba bien.
Creo que se lamentaba por perderse mis historias con Ethan. Le expliqué
que nos pondríamos al día pronto y le contaría todo sobre Mayfair y sus
asombrosas antigüedades y su increíble colección de arte.
—Es ese sexy novio trofeo lo que más me interesa. No su colección de
arte —respondió ella.
¿Novio trofeo?
Pensé en cómo su madre me miraba como si yo fuera una terrorista a
punto de hacer estallar sus cómodas vidas en pedazos.
¿Cómo diablos puede funcionar esto?
Solo podía ser esa niña que, desde pequeña, se pasaba horas rasgueando la
guitarra y mirando por la ventana, viviendo en un mundo de ensueño lleno
de posibilidades. Esa seguía siendo yo, frágil a veces, bulliciosa y llena de
inspiración en otras.
Pero ¿qué pasa con la yo corriente y moliente? Yo era ella la mayor parte
del tiempo. Ethan era todo menos corriente. Pero también era un gran
oyente.
De niños, me escuchaba tocar la guitarra en el bosque o junto al estanque
de los patos. Solía sentarse allí en silencio durante un rato y luego me tiraba
una ramita. Se convertía en ese niño salvaje y me convencía para jugar al
escondite o remar en su pequeño bote rojo, donde pretendía ser el Sr. Sapo
de El viento en los sauces.
A menudo bajábamos a los acantilados y observábamos los barcos a lo
lejos. Ethan me contaba muchas historias, sobre cómo un lejano
Lovechilde, parte del almirantazgo de Lord Nelson, frustró a Napoleón. O
dábamos vueltas en círculos con el viento rugiendo a nuestro alrededor,
pequeños juegos peligrosos que podrían habernos visto caer por los
escarpados acantilados.
Entramos a la sala de estar con paredes color cielo con vistas al parque.
Me encantaba holgazanear en el asiento junto a la ventana con cojines de
terciopelo.
Su teléfono vibró justo cuando entramos. —Necesito coger esta llamada.
—Parecía disculparse cuando me tocó el brazo, algo que hacía a menudo.
Ethan era muy tocón. Se expresaba a través de caricias suaves, que
siempre me dejaban una huella cálida no solo en mi piel, sino también en
mi corazón.
Yo lo era menos, principalmente por la inseguridad. Si abriera mi corazón
por completo, tal vez nunca me detendría, como una de esas madres
cariñosas que abrazan incesantemente a sus hijos.
Supuse que esa llamada era sobre el spa, mientras caminaba sosteniendo
el teléfono en su oído. Descalzo, vestía unos vaqueros desgastados y una
camiseta apolillada con Tate Gallery descolorida en ella. El tipo de ropa que
antaño solo usaban los que vivían en la calle, se había convertido en un
elemento básico para los súper ricos. No entendía eso. Pero estaba sexy,
especialmente con esa rasgadura debajo de ese trasero que me encantaba
agarrar mientras empujaba profundamente dentro de mí.
Me convertiría en una adicta al orgasmo con este hombre. Quizá eso era
todo, un festín de sexo. Solo necesitaba que mi corazón se mantuviera fuera
de escena para poder disfrutar del placer desenfrenado sin pensamientos
paranoicos sobre el desamor aguándome la fiesta.
Con esos bíceps duros y musculosos, que parecían crecer cada vez que los
miraba, Ethan se pasaba la mano por el pelo mientras hablaba por teléfono,
dejando a su paso un desastre sexy.
Debió haber notado que lo miraba porque sus ojos se posaron en los míos,
y sonrió con esos párpados entrecerrados, como diciendo ‘vamos a
desnudarnos’.
Para calmar mi pulso acelerado, me distraje levantando un pesado libro de
arte moderno de la mesa de cristal y hojeé distraídamente sus páginas
satinadas.
Ethan regresó y apretó mi hombro cariñosamente. —Lo lamento. —Su
suspiro prolongado no se me perdió.
—Pareces alterado. —Volví a colocar el libro.
—Era Declan. Han cerrado Reinicio. —Sacudió la cabeza, pareciendo
perturbado, lo que me sorprendió. No me había dado cuenta de lo
importante que era ese proyecto para Ethan.
Fue igualmente decepcionante para mí. Admiraba a Declan por lo que
estaba haciendo. —¡Vaya! ¿Por qué?
—Todavía está abierto el gimnasio de entrenamiento. Se ha vuelto
bastante popular entre las corporaciones de la ciudad que buscan un castigo
de fin de semana. —Su risa oscura me hizo sonreír—. Pero los chavales
están volviendo a sus centros. Ha habido un robo en Merivale. Un collar de
rubíes heredado de nuestra abuela. Vale alrededor de medio millón o
incluso más.
Silbé. —¿Y están seguros de que fue uno de los chicos de Reinicio?
Tienen imágenes de alguien merodeando por los terrenos. Lo he
reconocido. Es un chico irlandés. Me caía bien. —Se pasó las manos por la
cara.
—Esa es una respuesta bastante radical, lo de cerrar las puertas a esos
chavales.
—Aparentemente eso era parte del acuerdo. Si llegaba a ocurrir algún
delito, los herederos de Merivale demandarían.
Me levanté del sofá y di un paseo por la habitación circular. El sol
salpicaba luz brillante por todas partes. Me detuve en la ventana que daba a
Grosvenor Square, donde me había tomado un selfie frente a la encantadora
estatua de amantes con cabeza de conejo montados a horcajadas sobre un
caballo para mi feed de Instagram.
Se unió a mí y me puso su brazo alrededor. Nos quedamos allí, cerca y
cómodos, tiernos y dulces. Tuvimos muchos de esos momentos entre
ráfagas de sexo explosivo.
—Tengo que volver mañana. —Besó mi cabello, y su aroma infundido a
base de hierbas me atravesó.
Le miré a la cara y absorbí su belleza antes de hablar. —No me importaría
que me llevaran de vuelta. Todo mi trabajo aquí está hecho por ahora.
—Oh, lo siento. No te he preguntado ¿Qué tal te ha ido? —Su dulce
sonrisa me hizo querer ponerme de rodillas y chupársela de nuevo.
Nunca antes me había gustado chupar pollas. De hecho, lo evitaba. Pero
amaba la polla de Ethan y cómo se endurecía como el acero en mi boca.
Casi había olvidado de qué estábamos hablando. No podía mirar a Ethan y
no pensar en sexo. —Orson traerá a un publicista y nos vamos.
Inclinó la cabeza. —¿Estás cansada?
—No. Creo que estoy agotada. —Fruncí el ceño—. ¿Se nota?
Entrelazó sus dedos con los míos, y de repente, fue puro afecto, como si
mi bienestar significara todo para él. —No. Eres hermosa. De hecho, me
gusta verte cansada. Es una buena excusa para ir a la cama. —Su ceja se
arqueó y sonreí.
Sí, los dos estamos locos por el sexo.
Le permití jugar con mis dedos, el suave masaje me recorrió como una
caricia. —Creo que necesito un descanso de la música. Estoy pensando en
hacer otra cosa por un tiempo.
—¿De verdad? —Una línea se formó entre sus cejas—. Pensé que te
encantaba. Y tienes tanto talento... —Sus ojos brillaban como si lo dijera en
serio.
Sonreí. —Gracias. Solo es un descanso de los conciertos y las grabaciones
por ahora. Estoy segura de que volveré después de unas semanas.
Su teléfono volvió a sonar y se estremeció.
—Cógelo. Tienes mucho que hacer.
Me senté en un sillón de terciopelo azul junto a la ventana y dejé que mi
mente diera un paseo por el parque sobre la carretera. Me sentía cansada y
también sentía algunas náuseas. No me venía el período y eso me tenía
preocupada. Hacía seis semanas tuve sexo con Orson, luego, unos días
después, tuve sexo con Ethan. Perdida con toda la mierda que estaba
pasando en mi vida, podría haber olvidado tomar la píldora; a veces lo
hacía. Sin embargo, Orson había usado condón.
¿Estoy lista para la maternidad? ¿Ser madre soltera? Mi estómago se
contrajo y corrí al baño.
Más tarde esa noche, esperaba que Ethan no hubiera notado que había
estado picoteando la comida. La casa venía con una excelente cocinera, y
era como comer en un restaurante de cinco estrellas todas las noches. Sin
embargo, no pude aprovecharlo debido a esas repentinas náuseas. Tal vez
eran los nervios, me dije. Eso tenía sentido, considerando lo nerviosa que
me había vuelto entre rondas de sexo caliente y orgasmos interminables.
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
MI HIJO ERA HERMOSO. Mientras jugaba con sus pequeños dedos, sentí
que nunca le dejaría ir. Seguí tragando, intentando deshacer los nudos de mi
garganta. Mi corazón estaba haciendo cosas que nunca antes había
experimentado.
Desconcertada, Mirabel se quedó parada y observó. Cada vez que
nuestros ojos se encontraban, parecía que estaba tratando de resolver un
rompecabezas. Luego miraba a nuestro hijo y su rostro estallaba en una
sonrisa que lo iluminaba todo.
Lo coloqué en la cuna y Mirabel me ayudó a ponerle sus mantitas.
—Duerme todo el rato.
—Eso es algo bueno, me imagino. —Seguí mirando a Cian, inclinando la
cabeza y sonriendo o haciendo sonidos tontos que nunca me había
escuchado hacer antes.
—Sí. Duerme toda la noche. Mi tía Hermione dice que tengo mucha
suerte.
Mirabel se convirtió de repente en aquella amiga de la infancia con la que
solía pasar todo el tiempo. Seguro que fue por la mención de su excéntrica
tía. Cuando éramos pequeños, a veces visitábamos su pintoresca casita,
principalmente por sus deliciosas galletitas de jengibre con formas de
hombres y mujeres. Siempre decía que no quería parecer sexista, aunque
nunca entendí a qué se refería con eso.
—¿Tu tía sigue haciendo pociones en su caldero?
Ella se rio. —Sí, todavía hace sus brebajes a base de hierbas.
—Me asustó muchísimo aquella vez que apareció vestida de bruja en la
fiesta de mi décimo cumpleaños.
Mirabel se rio. —La temática era de brujas y brujos, y ella necesitaba el
dinero, así que tus padres enseguida la llamaron para actuar.
Me reí con aquel divertido recuerdo de la infancia. Teníamos muchos de
esos y era agradable compartirlos con ella.
Ahora mismo, sin embargo, Mirabel era una mujer que me tenía
esclavizado. Era tan deslumbrante que no podía apartar los ojos de ella. No
llevaba maquillaje y su piel de porcelana se veía radiante. Había engordado
un poco, pero solo en los lugares correctos.
—¿Por qué me miras así? —Se alisó el pelo largo y ondulado hasta la
cintura. —Debo estar horrorosa.
Negué con la cabeza lentamente. —Te has vuelto aún más hermosa,
Mirabel. La maternidad te sienta muy bien.
Sonrió con fuerza y volvió a mirar hacia abajo. Se levantó. —Lamento no
haberte ofrecido nada.
—Estoy bien. No necesito nada. Estoy feliz de estar aquí.
Entrelazó sus dedos, luego esos ojos grandes y límpidos se alzaron para
encontrarse con los míos. —Siento haberte apartado.
—No me iré a ninguna parte. —Puse mi mano sobre la de ella.
Retiró su mano abruptamente como si mi palma fuera un fragmento de
vidrio.
—¿Por qué? —No era fácil lograr que Mirabel hablara sobre sus
sentimientos. Eso me resultaba extraño. A la mayoría de las chicas con las
que había salido les encantaba hablar sobre sus sentimientos.
Se detuvo en la cuna e inclinó la cabeza para mirar de nuevo a Cian, su
ceño se disolvió en una sonrisa. Sentándose en un taburete junto a la cuna,
Mirabel comenzó a doblar ropita de un cesto.
—¿Quieres que me vaya? ¿Estoy molestando? —pregunté.
Sacudió la cabeza y luego me miró fijamente a los ojos, cautivándome de
nuevo. —¿Te acuerdas cómo nos besamos en la fiesta de Jasmine aquella
vez?
—Ese fue un beso que recuerdo muy bien.
—Si te acuerdas, salí corriendo. —Dobló una prenda de forma desganada
y cogió otra—. Te follabas a todas por ese entonces.
Tener que disculparme por mis hormonas adolescentes hiperactivas no era
una conversación fácil. Me aclaré la garganta. —La testosterona provoca
eso en los niños adolescentes.
—Lo entiendo. Si hubiera perdido la virginidad contigo, no habría
esperado que nos casáramos al día siguiente. —Su ceja se elevó.
—Ya… —Me froté el cuello—. Me hubiera encantado haber sido el
primero. Pero joder, solo tenía dieciséis años.
Ella jugueteó distraídamente con la tela. —De todos modos, me gustabas.
Como a todas. Idiota.
Me reí. —También a ti te perseguían, lo recuerdo bien. Eras hermosa
entonces y ahora lo eres aún más.
Sus mejillas enrojecieron. Mirabel, a pesar de toda su experiencia, todavía
tenía esa adorable tendencia a sonrojarse cada vez que se le hacía un
cumplido.
—Por eso no te dejé llegar hasta el final, porque me gustabas demasiado.
Sentí que me romperías el corazón. Y después, qué sorpresa, te juntas con
Mariah. Aquella misma maldita noche.
Hice una mueca. —Ya. No fue mi mejor momento. Pero, ¿Mariah?
Mariah se había follado a todos ya... —La estudié por un momento—.
Entonces, aclárame una cosa, ¿todavía me estás castigando por aquello? —
Una bombilla se encendió en mi cabeza—. ¿Por eso te follaste a Orson?
¿Para vengarte de mí? ¿Para ponerme a prueba?
Dejó caer la cabeza y se pellizcó las uñas. —Estaba realmente borracha y
trataba de olvidarte. Es algo que lamento y no sabes cuánto.
—No te preocupes. Yo también he tenido experiencias lamentables.
Sus ojos se encendieron. —A eso me refiero.
—¿A qué? —Abrí las palmas.
—A eso. Piensas en el sexo como si fuera un deporte.
—Es que antaño era así. —Estiré de una pulsera de cuero de mi muñeca
—. En cualquier caso, lo que tenía contigo no era solo físico. —La miré a
los ojos, que me devolvieron una mirada amplia y vidriosa—. ¿No sentías
tú lo mismo?
Ella se encogió de hombros. —Sí. Pero pensaba que todos esos abrazos,
palabras dulces y besos suaves eran parte de tu actuación.
Mis cejas se apretaron con fuerza. —¿¡Qué!? ¿De verdad crees que soy
tan jodidamente falso? Joder, Mirabel. —Negué con la cabeza—. Para mí el
sexo era como un deporte. Pero no contigo. No puedo creer que pensaras
que era todo falso. —El fuego arrasó mi vientre. Mis emociones
comenzaron a hacer estragos en mi estado de ánimo nuevamente.
Caminé hacia la cuna y ver a ese hermoso bebé me calmó. —Casi no me
he acostado con nadie. Solo he estado con una chica desde que lo nuestro
terminó. —Exhalé—. Me he cansado del sexo como práctica deportiva.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa. —Sí. Sé lo que quieres decir.
Aunque para mí, no era tanto un deporte como... —Se encogió de hombros
—. Supongo que estaba en mi derecho a hacer lo que los hombres han
estado haciendo toda su vida.
—Y ahora vamos con el feminismo —dije secamente.
—La libertad sexual ha generado gran confusión —agregó—. De todos
modos, volviendo a lo que decíamos antes, sobre mi inseguridad —se
aclaró la garganta—, veía a todas esas chicas y cómo te miraban.
—¿Y yo coqueteaba con ellas? —pregunté.
Ella sacudió la cabeza. —No. Fuiste un caballero mientras estuvimos
juntos por aquel corto periodo de tiempo.
—¿Corto periodo de tiempo? Para mí ha sido el más largo en el que he
estado con una mujer.
—Tu inexperiencia con las relaciones también me hacía dudar de esto. De
nosotros. —Una media sonrisa apareció y se fue—. Especialmente
sintiéndome cada vez más apegada y perdiéndome por ti.
—Pero me encantaba que te perdieras por mí. —Tomé un respiro—. Me
puse jodidamente celoso cuando me enteré de lo tuyo con Orson.
Ella hizo una mueca, como si hubiera tomado algo malo. —Fue horrible.
Quiero decir, es un productor muy bueno, y más aún como manager, pero
no es muy bueno en otros aspectos.
—¡Vaya! Por favor, dime que su pene era más pequeño. —Hice una
mueca—. Lo siento, eso debe haber sonado muy superficial.
Ella respiró. —No tienes nada de lo que preocuparte.
—Vamos a correr un tupido velo con todo eso, ¿de acuerdo? —Me
levanté para visitar de nuevo la cuna de mi hijo.
Nos pusimos junto a la cuna, y sentí el calor de su cuerpo. Podía sentir su
energía. Como si salieran chispas de ella. Quería tanto abrazarla. Pero veía
sus dudas. Paso a paso. ¿Y qué quería yo?
—¿Puedo hacerle una foto? —pregunté.
Ella sonrió dulcemente. —Por supuesto. Y te enviaré algunas de cuando
nació, si quieres.
—Oh, sí, por favor. —Saqué el teléfono e hice unas cuantas fotos. Sus
ojos se abrieron y sonreí a mi hijo. Sus labios rosados se curvaron y mi
universo se convirtió en un tecnicolor brillante.
Hice algunas más. —Es todo un actor. Sabe que nos derretimos con él.
Su cabeza se echó hacia atrás. —¿Derretirnos? —Ella se rio—. Eres un
imbécil.
—Y tú también.
Mirabel me siguió hasta la puerta y nos quedamos allí de nuevo. Me
incliné y besé sus mejillas, demorándome en su suave piel. Mis labios
querían hacer más que saborear esa mejilla.
—¿Puedo volver? —pregunté—. ¿Quieres pasar un día en Merivale? Ven
a comer con Cian.
Ella asintió lentamente.
—¿Por qué no me dejas invitarte a un día en el spa? Con tu prima o con tu
tía… Yo puedo quedarme cuidando de Cian.
Sus ojos se posaron en los míos de nuevo. —A lo mejor te acepto esa
propuesta.
Capítulo 29
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
—ME HAN DICHO QUE te has comprado una casa —dijo mi madre
cuando terminábamos de cenar.
—Sí, en Winchelsea Lane. Cerca de donde vive Declan.
Sus ojos se entrecerraron ligeramente. Recordaba esa mirada de sospecha
que ponía cuando éramos pequeños cada vez que jugábamos con los hijos
de los vecinos.
—¿Por qué no quieres vivir en Merivale? Hay muchas habitaciones.
Pronto estaré yo sola.
Mantuve su mirada. ¿Estaba insinuando que había descubierto a Will con
Bethany y estaba a punto de echarle?
Miré a Savanah, que se encogió de hombros.
—Savvie sigue viviendo aquí la mayor parte del tiempo. Yo pretendo irme
a vivir con Mirabel y mi hijo. Apenas puedes mantener un mínimo de
civismo cuando estás en su presencia, así que, ¿cómo puedes esperar que
quiera vivir aquí?
—Ahora la cosa es diferente, después de todo.
¿Era de verdad tan diferente? A mí me resultaba surrealista.
Mirabel finalmente accedió a que comprara la casa, después de reconocer
que un entorno acogedor y abierto que darle a nuestro hijo, superaba su
necesidad de ser independiente. También me recordó apresuradamente que
no lo hacía por interés, a lo que respondí con la misma rapidez que había
comprado la casa para nuestro hijo. Nos miramos a los ojos en silencio,
luego dejé que me empujara contra la pared y fuera ella la que tomara las
decisiones. Con eso me refiero a poseer mi culo con fuerza y restregar su
coño desnudo sobre mi predispuesta polla. Esa se había convertido en
nuestra dinámica, ella afirmando su independencia y después una sesión de
sexo ardiente que me dejaba sin palabras.
A menudo me enviaba fotos de Cian. Precisamente estaba en una reunión
de la junta cuando me envió una imagen de Cian en la bañera, estaba tan
mono que sonreí como el padre orgulloso que era. Seguí pasando las fotos
que me había enviado, cuando en una vi a Mirabel con un camisón de
encaje negro y casi se me cae el teléfono al suelo. Tuve que ajustarme los
pantalones. En muchos sentidos, y especialmente durante los días de lujuria
como estos, me alegraba tener nuestro propio espacio. A Mirabel le
encantaba gritar.
Mientras Bethany nos servía la mesa, Savanah preguntó a mi madre. —
¿Dónde está Will?
—Está en Londres. Su tío está enfermo. —El tono frío de mi madre me
hizo preguntarme si había pasado algo o si era solo parte de su naturaleza
reservada.
—¿Te vas a casar con Mirabel? —preguntó Savanah.
—Veamos cómo van las cosas.
—Oh cariño. —Mi madre negó con la cabeza, como si acabara de
atropellar a la mascota de la familia—. ¿Cómo permitiste que esto
sucediera?
Puse los ojos en blanco. —Así es la vida, madre. Los bebés vienen así a
menudo.
—¿Cuándo te mudas? —preguntó Savanah.
—El fin de semana.
—Mirabel me parece una mujer autosuficiente.
Mi hermana lo entendía bien. —Esa es una de sus mejores cualidades. —
Además de ser increíblemente hermosa e irresistiblemente sexy.
—Admiro a una mujer independiente. Pero ella no es una de nosotros. —
Mi madre dejó sus cubiertos sobre la mesa—. ¿Por qué no apoyarla y estar
allí para Cian, pero también darte tiempo para conocer a una mujer que
algún día esté a la altura de todo esto?
—Al menos alguien cantará los villancicos sin desafinar. —Mi hermana
se rio.
Me reí de lo ridículo que era cuando aparentábamos ser una familia feliz
por Navidad. —Nunca hemos cantado villancicos. Eso será tradición en
esta nueva etapa y estoy dispuesto. Aunque solo sea por el bien de Cian.
Quiero darle una vida normal.
—Somos multimillonarios, cariño. Estamos lejos de la normalidad.
—Quiero comenzar a darle a mi hijo una vida normal y feliz. ¿No quieres
ver a tus nietos felices correteando por ahí?
—Por supuesto. —Se toco las afiladas uñas y tamborileó con ellas. —
Pero también espero aportar algo en su educación y sus cuidados, como la
alimentación.
Contuve el aliento. —A Mirabel no le gusta que le digan qué hacer.
Mi madre se levantó de la mesa. —Ya veremos. ¿Qué tal un bautizo? Al
menos bautizarás a mi nieto, ¿verdad?
—Déjame hablarlo con Mirabel.
—Necesitamos hacer una fiesta. Merivale está un poco sombría en estos
días. Desde que papá… —La voz de Savanah se quebró—. Todavía le echo
de menos.
Puse mi brazo alrededor de ella. —Yo también.
Con esa nota solemne, mi madre se levantó de su silla. —Tengo algunos
asuntos que atender. Recibí una llamada antes. Han encontrado mi collar.
Eso despertó mi interés. —¿Dónde?
—Alguien lo estaba vendiendo por internet. Estoy a punto de averiguar el
nombre del vendedor.
Ambos, igualmente llenos de curiosidad, seguimos a nuestra madre hasta
la biblioteca.
Abrió el portátil en su escritorio forrado de cuero y, unos momentos
después, se quedó pálida.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Se levantó bruscamente y tocó el llamador para que acudiera el servicio.
Unos segundos después, apareció Janet.
—¿Sí, señora Lovechilde?
—Llama a Bethany. Inmediatamente. —La voz de mi madre tembló.
Miré a Savanah y sus ojos se abrieron como platos.
Hojeé un libro sobre Venecia, mientras Savanah se sentaba en el sofá,
inusualmente tranquila. Mi madre, mientras tanto, estaba de pie junto a la
ventana, mirando al exterior. El cielo mostraba una tormenta que se
avecinaba, al igual que el ambiente de esa habitación.
Bethany entró y mi madre se volvió bruscamente para mirarla. Señaló la
silla. —Siéntate.
Mi madre caminó hacia la impresora, sacó una hoja y volvió a su
escritorio, mientras Bethany permanecía inexpresiva.
Deslicé mis ojos hacia Savanah, que hojeaba las páginas de una revista
que tenía boca abajo entre sus manos.
—Tu hija no es precisamente una lumbrera, ¿verdad? —dijo mi madre.
Bethany se encogió de hombros.
Mi madre golpeó el papel que sostenía. —Parece que vendió mi collar de
rubíes. Aquí está todo. Ni siquiera se molestó en cambiar su nombre.
Manon Swaye. El mismo nombre con el que firmó esos turnos extra que
tuvimos la amabilidad de ofrecerle. —Hizo una pausa para recibir una
respuesta, pero el silencio de Bethany habló más que las palabras—. Eso
podría explicar por qué no la he visto últimamente. Supongo que está
ocupada gastándose el botín del delito.
—No soy responsable de sus acciones —dijo Bethany.
El ceño de mi madre se arrugó. —Es tu hija. Tú la trajiste aquí. Le dimos
comida y alojamiento. La contratamos.
—¿Y?
—No me gusta tu tono —dijo mi madre. Creo que voy presentar cargos.
Eso no será bueno para su futuro, precisamente… ¿O sí?
Bethany se inclinó sobre el escritorio de mi madre. —Si haces eso, estarás
denunciando a tu propia nieta.
Juro que escuché crujir el cuello de Savanah mientras giraba la cabeza
hacia mí. Mi madre, al escuchar aquello, se quedó pálida. Aunque abrió la
boca, ningún sonido salió de ella.
Capítulo 33
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Mirabel
Ethan
Savanah
CARSON
Hojeé mis cuentas en busca de buenas noticias. La agencia de seguridad
había quebrado y ahora estaba en bancarrota.
Angus metió la cabeza en la nevera. —No tienes de nada.
Me froté la cabeza. —No he tenido tiempo de hacer la compra.
—Pidamos una pizza entonces —dijo, saltando en el acto. Mi hermano no
era capaz de quedarse quieto. Que aguantara en esa celda durante tres días
había sido un milagro.
Después de gastarme todo lo que tenía para sacarle, comencé a trabajar
como portero.
—¿Pagas tú? —pregunté, sabiendo la respuesta. Cada centavo que le
sobraba a mi hermano se lo metía por el brazo o por la nariz.
Se rascó el brazo lleno de marcas tras doce años de abuso de drogas, que
habían comenzado a los dieciséis.
Angus abrió el armario, donde un solitario paquete de galletas saladas y
una lata de sopa le devolvieron la mirada. —Mierda tío, aquí no hay nada.
—Me gasté todo lo que tenía para sacarte. Mi empresa ha cerrado.
Respondiendo con un gruñido imperturbable, me lanzó una mirada de ‘no
puedo hacer nada al respecto’. Cogió sus llaves y una bolsa de tabaco de la
mesa.
—¿A dónde vas? —pregunté.
—Solo voy a pasar el rato con algunos de los muchachos. Tendrán algo de
comida.
Resoplé. —Estás bajo fianza, Angus. Si te pillan fumando un porro,
volverás al trullo.
Mirándome con la cara en blanco, fue a moverse, pero le agarré del brazo.
—Lo digo en serio.
Se encogió de hombros y se soltó. —Déjame en paz. Sé cuidarme solito.
Tenía que trabajar, así que no podía exactamente ponerle una cadena con
bola alrededor del tobillo a mi hermano menor. Le prometí a nuestra madre
que cuidaría de él, pero Angus rechazaba toda ayuda y ahora, encima, me
arrastraba con él. Caería de nuevo, seguro. A los veintiocho años, Angus no
estaba haciendo nada para ayudarse a sí mismo.
Nuestra madre había muerto cuando él tenía doce años. Yo tenía dieciséis
y podía valerme por mí mismo, pero mi hermano terminó en un hogar de
acogida con algunas personas desagradables que le obligaban a robar,
consumir drogas y hacer recados con solo quince años.
Ahora yo estaba de nuevo en el punto de partida. Había gastado todos mis
ahorros. La agencia había cerrado y yo estaba a punto de regresar a
Bridesmere y continuar trabajando en el centro de reeducación para Declan.
Por lo menos tenía eso como salvavidas, y el sueldo era generoso. Pero no
podía exactamente llevar a Angus conmigo. Les robaría a todos y causaría
un sinfín de problemas.
Salí y me subí al coche, un todoterreno que Declan amablemente me
había cedido. Aunque chupaba gasolina que daba gusto. Hubiera preferido
algo pequeño y fácil de aparcar, sobre todo en la ciudad.
Golpeando el volante y canturreando a John Mayall, conduje por las
concurridas calles del Soho, hacia el centro de la fiesta. Las chicas con
minifaldas se tambaleaban encima de tacones peligrosamente altos,
mientras que los chicos husmeaban en manadas.
Nos guste o no, sin esta chusma de vividores, no tendría trabajo.
¿Cuándo me convertí en un padre estricto e intransigente? Así era como
me sentía algunas noches, tenía que hacer entrar en razón a adolescentes y
adultos jóvenes borrachos de hormonas. Tampoco es que siempre fueran tan
jóvenes. Lo peor eran las manadas de hombres con trajes caros que
rondaban por los clubes de caballeros. No había manera de que dejaran la
botella, a pesar de que nadie lo diría a juzgar por sus egos.
Aparqué el coche en la parte trasera de la discoteca. Cuando salí, un fuerte
ritmo golpeó mis oídos, lo cual estaba lejos de apetecerme aguantar esa
noche. Era más un hombre de blues y música del sur profundo de América.
Mientras caminaba por el callejón que conducía a la entrada, una multitud
de hombres con ropa deportiva cara y cadenas de oro, merodeaban en las
sombras, vendiendo drogas cocinadas en algún laboratorio improvisado. A
juzgar por las chicas y los chicos bien vestidos que rondaban, imaginé que
los traficantes estaban a punto de hacer el agosto.
Odiaba las drogas. Nunca me acerqué a ellas. Había visto lo que habían
hecho con Angus. Y como portero que trabajaba en clubes, también había
visto unas cuantas sobredosis y chicas siendo abusadas por tipos que luego
se arrepentían. Pero mi trabajo no era detener eso, aunque en ocasiones lo
había hecho. Mi trabajo consistía en impedir que manadas de machos
hambrientos entraran en tropel en el club. Debido a eso, siempre se formaba
alguna escaramuza que, después de Afganistán, era como lidiar con un
grupo de niños pequeños con un berrinche.
—Sam. —Saludé.
Mi colega asintió. —Hola, Carson. ¿Qué tal?
Me encogí de hombros. —Ya sabes, otra noche aburrida discutiendo con
imbéciles borrachos. La vida podría ser mejor.
Él se rio.
Eso describía bastante bien nuestras noches. O yo o Sam levantando a
cualquier extraño idiota por el pescuezo y empujándole lejos suavemente.
Había que tener cuidado en este juego. A los abogados les encantaba
molestar a los porteros de mano dura. De todos modos, la paga en efectivo
de ciento cincuenta libras significaba que podría hacer algo de compra a la
vuelta.
Cuatro horas más tarde, a las tres en punto, me entró una llamada que
ignoré. Pero cuando volvió a sonar, comprobé el número. Aunque no lo
reconocí, pensé que mi hermano podría estar en problemas, así que
contesté.
—Carson, ayuda.
—¿Quién es?
—Soy Savvie.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
—Me han herido. —Sollozó.
—¿Dónde estás?
—¿Justo fuera del Club X? ¿Sabes cuál?
—Sí. Aguanta, no estoy lejos.
Me subí al coche a toda velocidad y me fui. Como era jueves, las calles
estaban medio vacías, solo algunos taxis.
Mientras aparcaba, vi a Savanah sentada en el suelo, agarrándose los
brazos. La gente simplemente pasaba, ignorándola. Eso es lo que más
odiaba de esta ciudad, a nadie le importaba nada.
Corrí y la ayudé a levantarse. Solté el pañuelo ensangrentado que tenía
alrededor del brazo y me sentí aliviado al descubrir que el corte era
superficial. Ayudándola a levantarse, puse mi brazo alrededor de su cintura.
Había estado bebiendo.
Cuando la metí al coche, le pasé mi botella de agua antes de preguntarle
qué había pasado.
Bebió un poco y se limpió los labios. —Gracias. Ahora mejor. Me alegro
de haber guardado tu número.
No recordaba haberle dado nunca mi número. —Parece que solo necesitas
un pequeño vendaje. No es profundo, con un poco de antiséptico y un
vendaje debería ser suficiente.
Ella se estremeció. Su cabello castaño hasta los hombros era un desastre
revuelto, pero eso era lo de menos. Fue su rostro el que me advirtió de que
la noche había sido un drama. Su delineador estaba corrido, haciendo que
sus ojos azules resaltaran.
Arranqué el motor. —¿Dónde te alojas?
Ella sacudió la cabeza. —Por favor, llévame a tu casa. ¿O tal vez podrías
quedarte en la mía? No quiero estar sola.
Pensé en Angus. Tenía que echarle un ojo. No podía llevar a Savanah a mi
casa, no con mi hermano allí.
—Vamos a la tuya mejor —dije, diciéndome a mí mismo que solo tendría
que quedarme hasta que se durmiera.
Le di tiempo para relajarse antes de preguntar.
Después de un viaje en silencio, llegamos a Mayfair.
La ayudé a salir y aunque parecía que podía caminar, la ayudé a subir las
escaleras hasta la entrada.
Rebuscó en su bolso lleno de cosas y le llevó un tiempo encontrar las
llaves.
Sus manos temblaban mientras intentaba poner la llave en la cerradura de
la puerta roja, así que terminé haciéndolo por ella.
—¿Estás aquí sola? —pregunté.
Aunque ella ya lo había mencionado antes, a juzgar por los ricos adornos,
esperaba ver algún mayordomo o a alguien del personal, como en Merivale.
—Le di la noche libre al personal. —Puso una sonrisa débil. Nunca la
había visto tan frágil antes. Savanah era una de esas chicas habladoras y
seguras de sí mismas que imaginé que no tenían mucho por lo que llorar.
Hasta ahora parecía haber sido así.
Entramos al baño, que era del tamaño de mi sala de estar y olía a colonia
cara. Se sentó en una silla mullida mientras yo le aplicaba una crema en la
herida y luego se la vendaba.
Cuando salimos del baño y me preguntó: —¿Quieres algo de beber?
—Una tónica será suficiente —le dije.
Ella inclinó la cabeza. —Hay ginebra.
Sonreí. —Me imagino. Pero no, solo tónica, gracias.
Parecía decepcionada. —Bien, entonces. —Se sirvió un buen lingotazo de
alcohol con una pequeña cantidad de tónica. Ya sabía que Savanah era
intensa, así que no me sorprendió. También yo fui un gran bebedor en el
pasado, por eso lo fui dejando y ahora era solo un bebedor moderado.
Pasándome la bebida, puso una sonrisa coqueta.
Desde que la conocía, Savanah no había ocultado su interés por mí. Si no
fuera la hermana de mi mejor amigo, ya la habría puesto en todas las
proposiciones. Era la chica más hermosa que jamás había visto. Pero
parecía que era de las que pensaban que con chasquear los dedos
conseguían todo lo que querían. Dejando a un lado su cuerpazo y esa cara
preciosa, ese tipo de actitud autoritaria me encabronaba. Claro, tenía
debilidad por las mujeres esbeltas y de piernas largas, y me encantaban los
ojos grandes y azules. Pero me gustaban las mujeres con los pies en la
tierra, y cuanto menos maquillaje, mejor.
Esperé hasta que se sentó con su bebida. —Bueno cuéntame, ¿qué ha
pasado exactamente?
—Nos robó una pandilla callejera.
—¿Con `nos´ te refieres a que estabas con un amigo?
—Estaba con Ollie. Mi novio.
—¿Tu novio? —Mis ojos se abrieron—. ¿Y dónde está él?
—Gran pregunta. —Se bebió de un trago su bebida—. Salió corriendo y
me dejó sola luchando contra ellos. ¿Te lo puedes creer?
—Entonces es un pedazo de mierda, ¿no? —Sacudí la cabeza con
disgusto.
—Aparecieron de la nada.
—Pero parece que no te han robado el móvil, ¿no?
—No, salieron corriendo detrás de él. Así que no estoy segura de lo que le
habrá pasado a Ollie. —Se apartó un mechón oscuro de la cara—. Estoy un
poco preocupada por él. Pero no debería haberme dejado sola.
—Tienes razón. —No podía creer que un hombre le hiciera eso a su
novia, o a cualquier mujer, según el caso—. ¿Y cómo te hirieron?
Ella asintió mientras su labio temblaba en el borde del vaso. —Me
robaron las joyas y las tarjetas de crédito. Eso fue después de oponer
resistencia, pero luego me sacaron un cuchillo y me cortaron en el brazo, así
que les di todo.
—Está bien. Ya estás a salvo. Este tipo de cosas pasan con mucha
frecuencia.
—Sí. Lo sé. También me pasó una noche cuando estaba con Dusty. Solo
que Dusty me defendió. No como el sin sangre de Ollie.
—Preséntamelo uno de estos días y me aseguraré de darle una lección
para que le desciendan las pelotas.
Su boca se curvó ligeramente. —No habrá una próxima vez. Lo voy a
dejar.
—No te convenceré de lo contrario.
Después de terminar su bebida, se levantó y estiró los brazos. —Me voy a
la cama, supongo. ¿Te importa quedarte mientras me doy una ducha rápida?
—Su ceja se arqueó.
—Claro, por supuesto. —Estiré la mano, cogí un catálogo de subastas de
Sotheby's y hojeé las páginas, mirando bonitas imágenes de arte y objetos
que estaban tan lejos de mi mundo como lo estaba Ikea para los súper ricos.
Salió en bata y me levanté del sofá de cuero. —Será mejor que me vaya,
entonces.
Su rostro se iluminó con alarma. —¡No! Quédate. Por favor.
Miré el reloj. Eran las cuatro. —Tengo que hacer una llamada.
—¿A tu novia? —Su sonrisa coqueta me hizo fruncir el ceño. ¿Todavía
seguía angustiada?
—No. A mi hermano. —Me rasqué la cabeza—. Tengo que llamarle.
Fui al pasillo y llamé a Angus, que descolgó después de unos cuantos
tonos.
—Hola. Me has despertado. —Parecía somnoliento, o tal vez drogado.
—Solo estoy comprobando que estés bien. ¿Estás en casa?
—Sí. Estoy en la puta cama. Dormido.
—Bueno. Quédate allí. Volveré por la mañana con el desayuno.
—¿Estas con alguna piva? ¿Eh?
—No. Te veo por la mañana.
Guardé el teléfono.
—¿Te llevas bien con tu hermano? —Parecía bastante relajada, lo que me
hizo preguntarme por qué necesitaba que me quedara.
—De momento tengo que cuidar de él.
—Ah, ¿no está bien? —Sus ojos brillaban con preocupación.
—Podría decirse así. Bueno y, ¿dónde me quedo? Estoy cansado.
Ella entrelazó los dedos, parecía algo perpleja por alguna razón. —Lo
siento, claro…
Me indicó la habitación de invitados que, con un terciopelo burdeos y
recuadros dorados, podría haber sido una habitación del Palacio de
Buckingham.
Retiré la cubierta de satén de la cama y, después de quedarme en
calzoncillos, me deslicé sobre las sábanas súper suaves, que olían como un
jardín de rosas. Cerré los ojos y estiré mi cuerpo, permitiéndome aquel lujo
multimillonario.
Acababa de cerrar los ojos cuando escuché unos pasos. La cubierta se
levantó y una ráfaga de aire frío me dejó helado. El colchón se hundió
ligeramente.
Encendí la lámpara. Allí estaba Savanah con un camisón transparente de
seda que dejaba poco a la imaginación.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—¿Puedo dormir contigo? —Parecía una niña necesitada, pero era una
mujer en el amplio sentido de la palabra.
Estaba demasiado cansado para discutir. Era demasiado complicado. Esta
chica era demasiado complicada. Y aunque tuve la sensación de que no
necesitaría hacer mucho esfuerzo para quitarla esa tela de seda y deslizarme
dentro de ella, no estaba dispuesto a hacerlo.
Se acurrucó detrás de mí y me permití disfrutar de la calidez de su cuerpo,
diciéndome a mí mismo que me alejara lo más posible de ella.
Sin embargo, sus manos tenían otra idea.
ACECHADO POR UNA
MILLONARIA
Lovechilde Saga 3
J. J. SOREL
Contents
1. Capítulo 1
2. Capítulo 2
3. Capítulo 3
4. Capítulo 4
5. Capítulo 5
6. Capítulo 6
7. Capítulo 7
8. Capítulo 8
9. Capítulo 9
10. Capítulo 10
11. Capítulo 11
12. Capítulo 12
13. Capítulo 13
14. Capítulo 14
15. Capítulo 15
16. Capítulo 16
17. Capítulo 17
18. Capítulo 18
19. Capítulo 19
20. Capítulo 20
21. Capítulo 21
22. Capítulo 22
23. Capítulo 23
24. Capítulo 24
25. Capítulo 25
26. Capítulo 26
27. Capítulo 27
28. Capítulo 28
29. Capítulo 29
30. Capítulo 30
31. Capítulo 31
32. Capítulo 32
33. EPÍLOGO
Capítulo 1
Savanah
Carson
CUANDO LE HICE UN gesto para que entrara, Bram, que tenía el cuello
lleno de tatuajes, pasó arrastrando los pies, con la palabra ‘gilipollas’ escrita
en toda su cara de drogadicto.
No podía entender cómo una mujer tan hermosa y sofisticada como
Savanah podía enamorarse de semejante idiota. Pero se veía que ella no era
la única. Desde que empecé a trabajar en este exclusivo club de noche, me
percaté de que las chicas se enamoraban de imbéciles como él
constantemente.
—Oye, Steve, me voy a tomar un breve descanso. Vuelvo en cinco
minutos —dije.
Al entrar en nuestro espacio privado, encontré a Savanah mirando su
móvil.
Ella era una de las razones por las que no había aceptado la oferta de
Declan para continuar en Reinicio. Con solo oler su perfume almizclado, se
me despertaban recuerdos de su cuerpo sexy contra el mío. Algo me decía
que una vez que la probara, no sería capaz de parar. Así que mantuve las
distancias porque siempre que pensaba en Savanah, la palabra ‘complicado’
se me venía a la mente.
—Ya ha entrado. Todo despejado. —Fruncí los labios cuando la tensión se
apoderó de mis sentidos, pero esta reacción repentina no tenía nada que ver
con su ex drogado.
—Muchas gracias. —Me devolvió una sonrisa incómoda, igual que la
mía.
Con ese elegante vestido azul que insinuaba lo que había debajo, la
belleza de Savanah, como siempre, me cautivó.
Esos grandes ojos azules hipnóticos me hicieron enmudecer otra vez, y no
podía ni acabar una sola frase coherente estando con ella.
Mientras me sostenía la mirada, esperando a que ella dijera algo, abrí las
palmas de las manos. —¿Necesitas algo más?
—No me devolviste las llamadas. ¿Por qué? —Inclinó su preciosa cara y
se convirtió en esa chica rica que con chasquear los dedos obtenía lo que
quería.
—Perdón. —Me rasqué la mandíbula sin afeitar—. He estado ocupado
últimamente.
Se miró los pies. —Pensé que podría haber sido por lo que pasó. —Su
ceja se elevó arqueándose.
¿Se estará refiriendo a la forma en que tocó suavemente mi polla, que
comenzaba a tener una erección?
—No estoy seguro de lo que quieres decir. —Como nunca se me dieron
bien estas conversaciones, me removí inquieto.
—Oh, vamos, Carson. No seas tan tímido conmigo. —Se burló de mí con
una sonrisa, que envió un rayo de calor directo a mi pene.
—Tengo que volver. —Me di la vuelta para irme.
—¿Es que no soy tu tipo?
Se había vuelto inexpresiva e ilegible, aunque creí captar una pizca de
inseguridad en sus ojos.
Exhalé mientras buscaba la respuesta correcta. —Eres hermosa, Savanah.
Nunca dudes de eso.
Siguió escudriñándome como si tratara de leer algo más en mis palabras.
—¿Eres gay?
Me tuve que reír. —No. Adoro a las mujeres. —Me rasqué el cuello. De
repente tuve el impulso de follarla contra la pared y mostrarle cuánto me
gustaban los coños—. Bueno, pues… Adiós. —Me di la vuelta—. Por
cierto, si es tan malo como dices, será mejor que pidas una orden de
alejamiento.
Parecía perdida, y me sentí como un imbécil por haberla abandonado. —
Tengo que volver al trabajo.
—Iré detrás de ti y me iré corriendo. Y por cierto… —Hizo una pausa y
luego me dejó en trance con sus fascinantes ojos—. Gracias por todo. Te
debo una. —Me lanzó una sonrisa coqueta.
¿Se refiere a una copa o a algo más?
Mientras se alejaba, algunos hombres que hacían cola la silbaron.
—Es todo un monumento —dijo Steve, comentando lo obvio.
Asentí. —Lo sé.
—Creo que le gustas. —Sonrió.
—Es demasiado rica para mí.
Puso una mirada de sorpresa. —Necesitas que te examinen la cabeza. A
mí me encantaría conocer a una chica rica.
—Llámame anticuado, pero quiero ser el que provea en mi familia.
—Eso es muy del siglo XIX, tío, joder… Mi señora trabaja en
administración. Sin los dos salarios, no podríamos salir adelante.
—Lo entiendo. Eso está bien. Pero ella es multimillonaria.
Y la hermana de mi mejor amigo.
Sus ojos se agrandaron, como si le hubiera dicho que vendía armas para
ganarse la vida. —Mierda. Eso es aún mejor. Imagínatelo. Una casa grande.
Una piscina. Viajes por todo el mundo. Me apunto.
Me reí. Steve era un soñador. Diferente de mí. El ejército me había
arrebatado los sueños. Era todo un realista de treinta y dos años, consciente
de mis limitaciones, y una mujer sofisticada como Savanah se aburriría con
alguien que prefería la pesca a las fiestas.
Aunque no podía entender la fascinación de Savanah por los tipos rudos,
sabía que veníamos de mundos completamente diferentes.
Ya había tenido mi época lujuriosa, no me iba a quedar lo suficiente para
ver a dónde podían llevarnos las cosas.
Mi madre me rompió el corazón cuando murió. Me quedé solo en el
mundo a los dieciséis años y fue entonces cuando me convencí a mí mismo
de que era mejor permanecer sin ataduras, que sufrir ese tipo de pérdida
paralizante de nuevo.
Aunque yo era físicamente más duro que la mayoría, tenía mucho trabajo
emocional por hacer; uno no vivía las cosas que yo había vivido y salía sin
un solo rasguño psicológico. Pero por ahora, decidí mantener mi vida lo
más simple posible, y Savanah era todo lo contrario a lo simple.
Unos diez minutos después de que Savanah se fuera, Bram salió
pavoneándose con un cigarrillo en la boca.
Cuando me acerqué, levantó la barbilla hacia mí, como si estuviera en el
lugar equivocado. Vestía unos vaqueros rotos y una chaqueta con agujeros,
diseñada de una manera que solo debería pertenecer a la imaginación de
alguien; sin duda formaba parte de la clase adinerada, a pesar de vestir
como un sin techo.
—Se puede fumar aquí. —Como para reafirmar su convencimiento, soltó
el humo en mi cara y mis puños se apretaron.
Respiré hondo y conté hasta tres, una técnica de control de la ira que
había aprendido en el ejército. —Fuma todo lo que quieras. Pero escucha, si
me entero de que has estado acosando a Savanah Lovechilde, o que se te
ocurre ponerle un dedo encima, tendrás que vértelas conmigo.
Sus ojos se entrecerraron mientras me evaluaba lentamente de arriba
abajo. —¿Quién diablos eres tú? —Le agarré por el brazo y apreté sus
débiles bíceps—. Oye tío, que me haces daño.
Le solté y me alejé.
—Puedo acusarte de agresión —gritó.
Me giré. —No quieres meterte conmigo.
Después de volver a mi puesto en la puerta, Steve me preguntó: —¿De
qué iba eso?
—Ha estado pegando a Savanah y ahora la se dedica a perseguirla. Ella
está aterrorizada.
—Parece un maldito idiota. Pero bueno, ten cuidado. Usó un pase de
Lord. Su padre es alguien importante y esos tienen abogados expertos.
Me encogí de hombros. No estaba de humor para hablar de abogados.
Angus ya había causado suficiente daño cuando se saltó la fianza. No sabía
dónde estaba y mi papel como hermano protector había terminado. Lo
intenté y perdí, así que ahora tenía que empezar de nuevo.
Fiché la salida, recogí mi paga y regresé a mi apartamento vacío.
Mientras conducía hacia casa, pensé en la oferta de Declan. El sueldo que
ofrecía era excelente y yo tenía pasión por el mar.
El tiempo pasaba más lento en Bridesmere. Incluso llegué a retomar la
lectura. Mientras servía para el SAS, me enamoré de los libros de Jack
Reacher. Me identificaba con ese personaje porque había días en los que
tenía ganas de dejarlo todo y dar un largo paseo para alejarme de mi pasado.
¿Mudarme a Bridesmere se trataba solo de eso?
¿Qué pasaría con Savanah?
¿Podría mantenerme alejado de ella?
¿Y por qué querría hacerlo?
Capítulo 3
Savanah
—¿Y SE VA A llamar Salon Soir? —Me di una vuelta por la sala circular
con detalles en caoba.
Mi madre asintió mientras señalaba un mosaico de Baco dándose un festín
con el vino mientras varias ninfas desnudas hacían cabriolas. —Eso está
muy bien hecho.
—Con esta decoración clásica, supongo que atraerá más a un público
mayor. Puedo organizar un evento si quieres. —El entusiasmo creció en mi
interior. El casino necesitaría personal de seguridad.
Mmm… me pregunto a quién podría proponérselo.
Un candelabro brillante iluminaba una mesa ovalada con una ruleta en el
centro; era la pieza central de una sala llena de mesas de juego.
—No hay máquinas tragaperras. —Pasé mis manos sobre el tapiz verde
oscuro.
—Esto no es el extrarradio, cariño. Crisp está compitiendo por un público
exclusivo.
—Es muy estilo Casino Royale. —Señalé una entrada arqueada con
cortinas de terciopelo rojo—. ¿A dónde lleva eso?
Ella se encogió de hombros. —No tengo muchos detalles. Reynard
mencionó algo sobre un club privado.
La estudié. —¿Como un club para hombres o algo así?
La frente de mi madre se arrugó antes de alisarse. —Eso es asunto de
Reynard. Es su negocio.
Salimos y caminamos hasta el resort, que compartía la misma zona de
estacionamiento que el nuevo casino.
—Me sorprende que lo hayas permitido.
—Tenía pocas opciones. Rey es el dueño de estas tierras.
Dejé de caminar. —No lo sabía. Pensé que eran de nuestra familia. ¿Qué
es lo que ha pasado?
—Es una larga historia. —Ella agitó su mano para que siguiera
moviéndome—. Tengo una cita en el Spa. Como tú, creo.
Esa respuesta evasiva no me sorprendió. Cada vez que mencionaba a
Crisp, cambiaba de tema rápidamente.
Subí a su BMW negro. —¿Sabes que se puede ir andando hasta allí?
Mi madre se señaló sus tacones de aguja. Nunca la había visto con
zapatos bajos.
Mientras conducíamos hacia el estacionamiento del Spa, la pregunté: —
¿A qué hora llegarán los invitados para la celebración del cumpleaños de
Ethan?
—A las siete. —Bajó el parasol, se miró en el espejo y se retocó la cara.
—¿Viene Orson?
—Probablemente.
Esa breve respuesta me hizo fruncir el ceño. —¿Vais en serio?
Esperó hasta que estuvimos fuera del coche para hablar. —No. Tenemos
poco en común.
Cuando las puertas de vidrio esmerilado se abrieron, vi que Clarice estaba
en la recepción, así que me contuve de seguir haciendo preguntas a pesar de
estar intrigada por la relación de mi madre con el gerente de Mirabel.
Su vida privada siempre había sido un misterio. Y ahora que Will estaba
encerrado y Bethany se había fugado, le estábamos dando a mi madre su
espacio para poder sanar.
No podría decir si había superado a Will o no. Nunca la había visto
mostrar emociones hasta que se abrió contando lo de su dolorosa crianza.
Yo, por el contrario, parecía alguien que iba constantemente con el corazón
en la mano, no me vendría mal una dosis de su estoicismo.
El vestíbulo irradiaba un aroma calmante a lavanda y olores cítricos,
mientras que de fondo, los sonidos ambientales de la naturaleza flotaban en
el aire.
—Bienvenida —dijo Clarice, la directora del spa.
—¿Manon está aquí? —preguntó mi madre.
El rostro de Clarice cambió de cálido a frío en un instante, mientras
asentía.
Vaya… Manon mostrando sus encantos con todos de nuevo.
En el momento justo, mi sobrina se acercó contoneándose sobre unos
tacones que parecían rascacielos, ropa de fiesta y una chaqueta de punto
gordita que llevaba un tiempo buscando en mi armario. Ahora sabía quién
la tenía. Y esta no era la primera vez. Muchas de mis cosas habían
desaparecido desde que Manon se mudó a Merivale.
Toqué la manga de la chaqueta de punto rosa fuerte de McQueen que
había comprado en una tienda de ropa clásica en Carnaby Street. —Esto me
resulta familiar.
Ella la acarició con cariño. —Me acaba de llegar.
Incliné la cabeza. —¿Dónde las has comprado exactamente? Porque es
una prenda de los 80…
—No me acuerdo, la verdad. —Me dio la espalda y se puso a hablar con
mi madre—. ¿Quieres tu tratamiento habitual?
Mi madre asintió y la siguió por el pasillo.
Negándome a permitir que Manon influyera en mis ánimos, me dirigí al
vestidor para prepararme para mi masaje.
Unos minutos más tarde, Jason, el masajista, me saludó con una gran
sonrisa. —Han pasado algunas semanas desde que viniste.
—Seguro que me he perdido muchas cosas. —Suspiré—. He estado en
Londres ayudando a Ethan con el hotel. —En parte era cierto, pero había
estado saliendo con mis amigas y siempre encontraba la manera de escapar
de Bram, aunque sospechaba que había instalado algo para rastrear mi
teléfono.
Mientras Jason se frotaba las manos, yo estaba allí, boca abajo, con la
cara asomando por el agujero acolchado. Aplicó un aceite que olía
divinamente y, masajeando firmemente mi espalda, comenzó a deshacer las
pequeñas contracturas que tenía.
—La última vez que hablamos, estabas saliendo con un chico nuevo —me
dijo mientras pasaba sus manos suavemente sobre mi piel, que suspiraba de
placer.
—Ya no, me temo. La cosa se puso peor de lo que nunca hubiera
imaginado.
—¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho algo malo? —Me frotó el cuello.
—Sí. —Exhalé ruidosamente—. Se ha convertido en un psicópata.
—Espero que no te esté haciendo daño. Tus hombros parecen tensos.
—No me sorprende. Estoy bastante tensa por todas partes. —Me reí
oscuramente—. Si pudiera dejar de enamorarme de chicos malos…
—Dímelo a mí… Mi último novio era un ex militar, y vaya si le gustaban
las cosas rudas. —Respiró profundamente.
Recordé la boca de Bram en mi cuello mientras sus manos sostenían mis
brazos contra la pared, eso confundía mi pasión. Pero enseguida todo se
volvió aterrador cuando me inmovilizó. Luché, pero él empezó a apretar
más fuerte y el miedo me paralizó.
—Al principio, la cosa era muy apasionada. —Siguió masajeando mi
espalda, ahora la zona baja—. Pero entonces se volvió agresivo. Josh no
aceptaba su condición homosexual. Trataba de salir con mujeres, y eso le
confundió aún más. —Empezó a trabajar mis piernas—. ¿Así está bien?
—Sí. Perfecto. —Respiré mientras me aplicaba presión en el pie. Siempre
me sentía genial después de sus masajes—. Eso suena raro.
—He conocido a un hombre guapísimo. Es un adicto al gimnasio y muy
sexy, pero también es dulce y sensible.
—Eso está bien, me alegro mucho por ti.
Todavía podía sentir el brazo de Carson alrededor de mi hombro mientras
me ayudaba a subir a su coche la noche que me atacaron. Su sólida
presencia era muy reconfortante. Nunca quise que se fuera. Y a pesar de su
rechazo, este enamoramiento implacable que comenzó desde el momento
en que Declan nos presentó y había ido en aumento.
—Me ha parecido que a Clarice no le ha gustado mucho cuando hemos
preguntado por Manon —dije.
—Manon le da órdenes. Creo que le encantaría despedirla.
—Tiene todo mi apoyo. Parece que Manon controla a mi madre con tan
solo mover un dedo.
—Bueno, es su abuela. Entre tú y yo, creo que Manon quiere el puesto de
Clarice.
—Hablaré con Ethan —dije.
—Creo que está liada con Andrew.
Fruncí el ceño. —¿Los has visto juntos?
—Tomamos unas copas aquí la otra noche para celebrar el primer año de
Spa, y ella se puso muy tontorrona con él.
—Está casado, ¿verdad? —pregunté por el compañero de spa de mi
hermano, a quien solo había visto una vez.
—Sí.
—Y ella solo tiene diecinueve años.
—Los sugar daddys son bastante populares hoy en día. Y él tiene bastante
pasta —dijo.
—A ella le encanta presumir, eso seguro.
—Sin duda es una descarada… —Se rio mientras me masajeaba los dedos
de los pies.
—Pero no podemos hacer nada… Por eso me quedé más tiempo en
Londres.
—A mí me encanta este sitio. Amo Bridesmere.
—Yo también. —Suspiré. Bram odiaba estar lejos de Londres y de sus
traficantes.
Con ese pensamiento arremolinándose en mi mente, mi espíritu comenzó
a desplomarse.
Capítulo 4
Carson
DADO QUE MERIVALE ESTABA solo a poco más de una milla del
pueblo, y siendo una noche tan agradable, decidí ir caminando hasta la
fiesta. Mientras andaba por el vibrante camino verde y frondoso, me
dediqué a respirar el aire fresco del mar, lo que me llenó de energía.
La caminata me dio la oportunidad de cambiar mi humor al modo social.
Pensé en los súper ricos, con sus palabras recortadas y bien redondeadas y
cómo hablaban como si fueran actores de teatro. Tenía que tener cuidado
con mi lenguaje malsonante. Durante la mayor parte del tiempo, asentí,
sonreí y me dediqué a abrir las puertas para que pasaran algunas mujeres.
Sin embargo, Savanah me puso nervioso, lo que, en cierto modo, me hizo
gracia. ¿Desde cuándo huía de una mujer hermosa?
Las mujeres dañadas o muy intoxicadas eran las únicas mujeres a las que
evitaba. Y aunque Savanah no me pareció dañada, sospeché que sufría de
desnutrición emocional. Un consejero del ejército me dijo una vez que yo
sufría eso mismo, al sugerir, a pesar de mis quejas en sentido contrario, que
carecía de la fuerza emocional para confiar en mi corazón. Algo muy
genérico, pensé en aquel momento.
Entré por las puertas de hierro a ese mundo de Disneylandia, donde los
arbustos parecían más esculturas que la habitual aleatoriedad desordenada
de la naturaleza. Todo estaba en su lugar correcto, cuidado a la perfección, y
uno podría incluso jugar al billar en el césped.
Vestido de negro básico, Drake, junto con otro chico, estaba de pie con los
brazos cruzados en la entrada. Tan pronto como me vio, su postura rígida se
relajó y su expresión endurecida de guardia de seguridad se volvió
amistosa.
—Oye, te tienen trabajando todo el día.
—La paga es buena. Acabo de hacer un depósito para un apartamento. —
Rebosaba de orgullo justificado.
¿Era este el mismo chico que había llegado a Reinicio hacía dos años,
recién salido de la cárcel y con la suficiente actitud para volver otra vez a
estar entre rejas?
—Me alegro mucho por ti. Bien hecho. —Palmeé su hombro—. Ahorrar
no es fácil en estos días. Hay demasiadas tentaciones.
—Yo no fumo. Apenas bebo. No me gusta apostar. —Sonrió con timidez,
como si admitiera que usaba ropa interior de niña.
Una risita ensordecedora captó mi atención, y cuando me giré, vi a una
chica de unos dieciocho años con cabello largo y oscuro, falda corta y
tacones extremadamente altos, pavoneándose hacia nosotros. No es que
estuviera mirando, pero sus pechos eran difíciles de pasar por alto, ya que
llamaban la atención bajo un top demasiado escotado.
Reynard Crisp se unió a ella, lo que me llevó a preguntarme si eran
pareja, a pesar de que podría ser su abuelo. Pero en este mundo de ricos no
era raro ver a hombres mayores cortejando a mujeres jóvenes y hermosas.
—Allá vamos —dijo Drake en voz baja.
—¿La conoces? —Fruncí el ceño.
—Es Manon. Traté de salvarla de ese viejo imbécil, pero parece que
después de todo a ella le gusta.
Le observé. —Parece que eso te cabrea. ¿Has estado con ella?
—No. Pero quiero. —Suspiró—. Quiero decir, mírala. Es jodidamente
hermosa. Pero problemática. Tomamos una copa en el Thirsty Mariner y
quería volverme a ver, pero me asusté. —Puso los ojos en blanco—.
Necesito ir a un loquero.
—Probablemente hiciste lo correcto.
—Una vez no sería suficiente con ella. Eso seguro.
Sonreí. Esta conversación me parecía un déjà vu. A saber, una princesa
que habitaba en esa mansión de cuento de hadas en la que estaba a punto de
entrar.
Haber probado a Savanah me hubiera enganchado. Todavía no podía
olvidar la forma en que sentí su cuerpo contra mi espalda. Y si follara de la
misma manera en que balanceaba esas caderas… no habría tardado en
correrme. Por el bien de mi cordura, me mantuve alejado, a pesar de que
necesité toda la fuerza de La Roca para no meterme dentro de ella.
Crisp se encendió un cigarro, mientras Manon, que no dejaba de mirar a
Drake, fumaba y charlaba con un hombre alto y flaco de ojos helados.
—Me han dicho que es la nieta perdida de la señora Lovechilde.
—Eso lo explica todo.
Me miró con interés. —¿Qué?
—Que parece haber salido de algún tipo de orfanato.
Tomó aire. —Sí. Es como nosotros. Solo está tratando de fingir que es
otra cosa.
Asentí lentamente. —Sabes mucho sobre ella.
Su boca se torció en un extremo. —Podría decirse. Quiero decir, es
jodidamente hermosa y resulta que es una provocadora.
—Desde aquí, parece que tontea mucho con él.
—Ese es un jodido viejo sórdido. Ethan y Declan le odian. No me
extraña.
Le di un golpecito en el brazo. —Será mejor que entre para tomar una
copa, supongo. —Justo cuando dije eso, una horda de mujeres vestidas de
punta en blanco con chicos igual de bien presentados, comenzaron a
caminar por el sendero, hablando a voz en grito y listos para una noche de
champán caro, buena comida y folleteo.
Yo esperaba solo dos de esas cosas.
Capítulo 5
Savanah
Carson
MIRABEL TENÍA LA VOZ más dulce que jamás había escuchado. Tocó
su guitarra y cantó una sentida canción sobre su amor por Ethan, que
parecía estar muy conmovido, mordiéndose el labio inferior mientras
cantaba. Si la mujer de mis sueños cantara una canción con una letra tan
amorosa, imagino que también se me empañarían algo los ojos.
Después de que Mirabel terminara su canción, Theadora subió al
escenario e interpretó una pieza clásica al piano. Sus dedos se movían con
tanta libertad y habilidad que podría haberla visto actuar en una sala de
conciertos, especialmente en ese salón de baile decorativo.
Luego, ambas unieron fuerzas e interpretaron una canción sobre un rayo
de luna que besa el mar, y tomé nota mental para preguntarle a Mirabel
dónde podía descargar la canción. Cantó sobre confiar en el corazón y
cerrar los oídos a los susurros dañinos. ‘El amor se presenta en todas las
formas’, retumbó. ‘Tómalo con las dos manos, sostenlo, acarícialo, cálmalo
y hazle el amor’.
Savanah, cuya atención estaba puesta en el escenario, debió sentir que la
miraba porque se giró y sus tentadores ojos azules atraparon los míos. Con
ese cabello oscuro deslizándose por su largo cuello y sobre sus esbeltos
hombros, Savanah hacía que la sensualidad pareciera natural.
No había sido capaz de sacármela de la cabeza, a pesar de los decididos
esfuerzos por mantenerme alejado. Pero entonces, la letra de Mirabel sobre
abrazar el amor con las dos manos, desechando la duda, seguía repitiéndose
en mi mente. La vida era demasiado corta para negarme el placer. Algo que
sabía muy bien, porque como soldado, rodeado de bombas que estallaban
en todas direcciones, recordaba constantemente la fragilidad de la vida.
Savanah era una mujer por la que podía imaginarme perdiéndome. Ya
había hecho eso en cierto sentido con solo inhalarla aquella noche, mientras
sus curvas se presionaban contra mí.
Después de capturar la imaginación de la audiencia, incluida la mía, las
mujeres se inclinaron ante un aplauso entusiasta y, a partir de ahí, comenzó
la fiesta con todos cantando ‘Cumpleaños Feliz’ a Ethan.
Sacaron una tarta de tres pisos y, después de unos cuantos intentos, Ethan
apagó las velas.
A coro, la multitud gritaba: ‘Discurso’.
Ethan fue arrastrado hasta el escenario y se puso frente a un micrófono.
Abrazó y besó a su esposa y susurró algo que la hizo sonreír. Luego se
removió un poco en su sitio, algo que me pareció extraño, ya que siempre
se sentía cómodo en su propia piel.
—Me han dicho que, si no doy un discurso, me colgarán y me
descuartizarán. —Se rio con una mueca. Se volvió hacia Mirabel y le
preguntó—: ¿Qué edad tengo?
Alguien gritó: —Cincuenta tirando a cinco.
Él se rio.
—Dos años más joven que Jesús —gritó otro invitado.
—Eh, tengo treinta y uno. Eso es correcto. Y no, no estoy perdiendo la
cabeza. Ha sido un año vertiginoso. Mirabel tuvo que recordarme la semana
pasada que era mi cumpleaños. —Volvió a reír—. De todos modos, es
genial veros a todos aquí hoy. Caras viejas y nuevas y las que alguna vez
fueron viejas.
Esperó a que las risas se calmaran y agregó: —Me gustaría agradecer de
todo corazón a mi bella esposa, mi madre, Declan, Savanah y, por último,
pero no menos importante, a Theadora, por organizar esta noche. He pasado
el mejor año de mi vida y solo puede ir a mejor. Nunca he sido más feliz y
estado más saludable o más motivado gracias a mi hermosa esposa y a mi
encantador y precoz hijo, Cian, que me brindan mucha alegría y risas todos
los días.
Se volvió hacia Mirabel y ella asintió con una sonrisa alentadora.
—Eh... También me gustaría anunciar que estamos esperando otro hijo.
Los silbidos y los vítores resonaron en las paredes del gran salón de baile.
—Yo me he enterado esta misma mañana. Es el mejor regalo de
cumpleaños posible.
Pasando su brazo sobre Mirabel, la besó en la mejilla y luego levantó su
copa de champán. —Esta es una gran noche. Me han dicho que la banda es
fabulosa. Salid a bailar, a tomar unas copas y a pasar un buen rato a mi
salud.
Más vítores, y bajó del escenario hacia su hermano y familia para
abrazarles.
Me acerqué al barril de cerveza con hielo, cogí una botella, la destapé y
bebí un sorbo sediento antes de meterme en algunas charlas con los
invitados.
Cuando la banda comenzó a tocar, me apoyé contra la pared, siguiendo el
ritmo con el pie.
Declan se acercó y se unió a mí. —Hola.
Asentí. —Es una gran noche. Este sitio es espectacular.
—¿Puedes creerte que justo aquí era donde solíamos jugar al cricket? —
Se rio—. A veces incluso al fútbol, cuando mi madre no estaba.
—¿No podíais jugar fuera? No falta terreno precisamente.
—En días húmedos y miserablemente fríos, no… O por las noches.
Negué con la cabeza. —No puedo creerme que provengas de este entorno.
Pero luego te convertiste en uno de nosotros. No me lo puedo explicar.
Respiró. —Mi madre tampoco podía. Pero bueno, volvería a repetirlo de
nuevo. Y tengo que volver a volar. Amo mis aviones. Tú lo sabes.
Declan fue un héroe en el verdadero sentido de la palabra, y uno de
nosotros. Las únicas veces que demostraba su riqueza era cuando íbamos a
los bares durante los descansos. Insistía en pagar todas las rondas y se
aseguraba de que comiéramos el mejor bistec.
Un hombre con un traje verde saltaba haciendo movimientos bruscos,
como si estuviera sobre brasas, mientras coqueteaba con dos mujeres que
llevaban vestidos con aberturas hasta los muslos.
—Qué raro es ese… —dije.
—Es Orson. Cree que vive en los años setenta.
—Eso parece.
Theadora se unió a nosotros y me besó en la mejilla. —Encantada de
verte. —Miró a Savanah por alguna razón—. ¿No bailas? Hay muchas
chicas solteras por aquí.
—Tal vez después de una copa o dos podría armarme de valor —dije.
—Ese no pareces tú, Carson —dijo Declan.
—Me he vuelto tímido al hacerme mayor.
Theadora se rio de mí y luego tomó la mano de Declan. —Vamos, vamos
a bailar.
Declan me hizo un gesto con la cabeza y se unió al grupo que bailaba.
Comenzó a sonar Start Me Up de los Stones y empecé a mover mi cuerpo
muy levemente.
Savanah, que parecía estar un poco borracha, se acercó pavoneándose. —
¿No bailas?
—Yo no bailo. —Le devolví una sonrisa tensa.
Su cabeza se sacudió hacia atrás como si hubiera admitido ser un
frugívoro.
—Pero he visto que estabas disfrutando.
—Me encantan los Stones.
Volviendo a su faceta más atrevida, dejó su vaso y me quitó el botellín de
la mano. Me gustaba una mujer mandona de vez en cuando, especialmente
en la cama. Incluso sentir su suave mano en mi brazo me subió la
temperatura.
Llegamos a la pista de baile, donde ella balanceó las caderas y agitó los
brazos en el aire, mientras yo movía los hombros y las caderas muy
levemente. No era lo que se dice un bailarín exuberante. Solo había un tipo
de baile que me gustaba y eso implicaba estar desnudo en la cama con una
pareja dispuesta.
Pero valía la pena hacer el ridículo solo para ver moverse a Savanah. Me
gustó especialmente cuando se dio la vuelta, revelando las medias que
llevaba sujetas con una liga.
¿Alguien ha encendido la calefacción?
Nights in White Satin vino a continuación, poniéndome la piel de gallina.
Esa canción siempre me llegaba al alma, ¿o eran los hermosos ojos de
Savanah los que me hacían sentir un hormigueo?
Estaba a punto de irse de la pista de baile y entonces la cogí de la mano.
—¿Adónde vas?
Capítulo 7
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Carson
Savanah
Un mes después…
Carson
Manon
Sheree se inclinó frente a mí para coger las pesas. Vestida con un top
escotado, sus tetas sobresalían escandalosamente.
Carson llevaba de luna de miel un mes y me puso en el puesto de
dirección de Reinicio. Tuve que contratar a más instructores ya que me
pasaba la mayor parte del día entrenando. Todas principalmente mujeres
mayores que vestían ropa deportiva diminuta, costosas baratijas de oro y
venían bañadas en perfume.
Por ahora este era yo, entrenador personal, principalmente de mujeres
ricas y apasionadas, y personal de seguridad para los Lovechilde. Pronto
podría pagarme mi propio apartamento y luego trabajaría en otra cosa.
Justo antes de que Declan me encontrara, estaba a punto de unirme al
ejército cuando me metí en una pelea. No fue mi primer delito. Cuando era
adolescente, me gustaba forzar coches. Era mi forma de lidiar con mi madre
enferma. Eso es lo que le dije al terapeuta, lo cual no era una tontería. Estoy
seguro de que eso me mantuvo fuera de la cárcel. Y entonces, Declan
Lovechilde se convirtió en mi héroe y mi vida cambió de la noche a la
mañana. Me convertí en un adicto al gimnasio y en entrenador personal.
Manon apareció con unas mallas y un top diminuto y mi corazón se
aceleró de nuevo. Era tan hermosa que no podía pensar con claridad. Sabía
que estaba tramando algo con Crisp. No podía soportarlo, y si ella se lo
estaba follando, no podría invitarla a salir. No me gustaba compartir a mi
pareja.
Hasta ahora, no había tenido que hacerlo.
Pero no había conocido a nadie como Manon. Ninguna chica me había
puesto tan jodidamente caliente solo con una mirada. Se paseaba con una
actitud, como si el mundo le debiera algo, lo que me hacía querer quitarle
ese gesto de la cara a besos.
—Estaré allí en un minuto —le dije.
Sus grandes ojos oscuros, casi negros, me dejaron en trance de nuevo, y
casi me olvido de lo que estaba haciendo.
Cuando me preguntó si podía ser su entrenador personal, estuve tentado
de pasársela a otra persona, pero me fascinaba. Era como si no pudiera
negarle nada.
Me recordaba a un gato perezoso. Uno de esos gatitos preciosos que
holgazaneaban mientras todos le acariciaban. No me pareció de las que
aceptan órdenes fácilmente, que es algo que hacíamos como entrenadores
personales, hacer sudar a la gente.
Decidí llevarla a correr por el bosque. Llevaba sin correr en un par de
días, y realmente lo necesitaba para despejarme.
Estar junto al mar y rodeado de bosque era lo mejor para alguien que
había crecido en un suburbio rodeado de edificios. Me enamoré del bosque
desde el momento en que puse un pie en él. Al principio no lo admití, tenía
que aparentar ser un tipo inteligente, como alguien que había crecido
rodeado de chicos duros.
Siempre que podía, que era casi a diario, iba corriendo hasta los
acantilados y de vuelta, un trayecto de ocho kilómetros. Eso era mucho
mejor que cualquier droga, y había probado unas cuantas. Nada comparado
con el subidón de hacer ejercicio en plena naturaleza, rodeado del tipo de
vistas que solo había visto en la televisión.
—¿A dónde me llevas? —preguntó, como si estuviera a punto de llevarla
a algún lugar para tener sexo caliente.
Aunque es lo que realmente deseo.
—Vamos a correr por el bosque. Hay una gran explanada por allí.
Ella me lanzó una de sus miradas persistentes como si quisiera leerme la
mente. —Pensé que haríamos pesas y máquinas.
Me torcí el dedo. —Vamos. Es un día precioso.
Trotamos lentamente durante unos diez minutos y luego se detuvo.
—Necesito un descanso. No estoy acostumbrada a esto. —Inclinada,
Manon apoyó las manos en sus muslos.
Señalé el camino por delante. —Iremos caminando entonces. Que tu
sangre no se detenga. ¿Vale?
Ella asintió con su característico puchero.
Después de unos pocos pasos, preguntó: —¿Sigues saliendo con esa
mujer mayor?
—No.
Ella dejó de caminar. —¿Prefieres a las mujeres mayores?
—Pensé que querías entrenar, no conocer mi vida personal.
Ella se encogió de hombros. —Eso también. Pero siempre huyes cada vez
que trato de hablar contigo. Y en la boda, tenías a un montón de mujeres
mayores revoloteando a tu alrededor.
Me reí de esa exageración. —Lo prefiero a tratar con ese viejo borracho.
—Sí. Lo vi. Casi le revientas su bonita camisa blanca de diseñador. —Ella
se rio. —¿Qué le pasaba?
Cree que la señora Lovechilde o Carson mataron a su hijo.
—¿Pero no le dio una sobredosis?
—Esa es la historia oficial.
Sus bonitos ojos se abrieron ligeramente. —¿En serio? ¿Sabes algo?
Todo lo que sabía era que tenía que hacer una declaración sobre el
paradero de Carson en el momento de la muerte de Bram. Pero nadie, ni
siquiera esta hermosa y problemática chica, sabría nada al respecto.
—Nada. Sigamos.
—¿Siempre eres así de mandón? —Ella colocó sus manos en las caderas.
—Cuando estoy trabajando, sí.
Me miró a los ojos un poco más y casi me olvido de quién era. ¿Cómo
pasaría una hora entera con ella sin besarla?
—¿Qué tal si caminamos hasta los acantilados?
—Tengo una idea mejor. —Con la intención de bromear como siempre,
los ojos juguetones de Manon brillaron cuando me cogió de la mano y me
llevó junto a un gran roble.
CORROMPIDA POR UN
MILLONARIO
Lovechilde Saga 4
J. J. SOREL
Contents
1. Capítulo 1
2. Capítulo 2
3. Capítulo 3
4. Capítulo 4
5. Capítulo 5
6. Capítulo 6
7. Capítulo 7
8. Capítulo 8
9. Capítulo 9
10. Capítulo 10
11. Capítulo 11
12. Capítulo 12
13. Capítulo 13
14. Capítulo 14
15. Capítulo 15
16. Capítulo 16
17. Capítulo 17
18. Capítulo 18
19. Capítulo 19
20. Capítulo 20
21. Capítulo 21
22. Capítulo 22
23. Capítulo 23
24. Capítulo 24
25. Capítulo 25
26. Capítulo 26
27. Capítulo 27
28. Capítulo 28
29. Capítulo 29
30. Capítulo 30
31. Capítulo 31
32. Capítulo 32
33. EPÍLOGO
Capítulo 1
Manon
Drake
Manon
Drake
Manon
Drake
MI MADRE ME ACARICIÓ la cara. —Cada vez que te veo, estás aún más
guapo. Debes tener a todas las chicas locas.
En eso tiene razón. Solo que a la chica equivocada.
Guardé la comida en el armario y la nevera. Era mi visita semanal a la
casa de protección oficial de mi madre, en Lewisham. Nos mudamos allí
cuando yo tenía diez años después de que mi madre, incapaz de trabajar, ya
no pudiera cubrir los gastos de la hipoteca de nuestra casa en Brixton, en la
que yo nací y que tenía jardín trasero.
Ahora que estaba ganando un buen sueldo, pagaba la comida y los gastos
de mi madre. Ella tenía una pensión por discapacidad y lo que más deseaba
para ella era un apartamento en Bridesmere.
—También has engordado más. —Parecía complacida.
Así de extraña era la vida: mi madre me quería gordito, mientras el resto
del mundo predicaba que estar musculoso y delgado nos haría tener una
vida sana y feliz. Aunque levantar pesas y correr me hacía sentir menos
ansioso y más saludable, realmente no me importaba mi físico.
Especialmente después de presenciar cómo las personas obsesionadas con
el cuerpo, perdían tanto tiempo mirándose en el espejo, anhelando la
perfección.
Preparé una taza de té y me senté frente al televisor. Mi madre podía
moverse en los días buenos, pero en los días malos, que según ella era en
función del clima, sufría de mucho dolor.
—Gracias amor. —Cogió su taza y tomó un sorbo—. Entonces, ¿has
invitado a salir a esa chica que te gusta?
Negué con la cabeza. —No sé. Me parece un poco complicado.
—Ella es joven. Todo es complicado a esa edad, cariño. Pero, si te gusta,
al menos deberías conocerla.
Sabias palabras. Quizás estaba siendo demasiado presuntuoso con Manon.
Ojalá no trabajara en ese sórdido antro, me hacía seguir preguntándome
cuál era su relación con Crisp. Había visto cómo coqueteaba con él en una
de las fiestas de Merivale.
La idea de que ella se hubiera acostado con él me enfermaba, a pesar de
que no tenía ningún derecho sobre ella, pero Manon me había llegado a lo
más profundo. Y ese beso…. Todavía no me había sacado eso de mi cuerpo
ni de mi cabeza. Tal vez nunca lo haría. Nunca antes había tenido un
impulso así. Pero tampoco nunca antes había agarrado un trasero como el
de Manon. Necesitaba una ducha fría solo con pensar en ella frotando sus
tetas contra mí y en lo suaves que eran sus labios; y juraría que incluso
todavía podía oler su perfume floral.
—¿Quieres que pida pizza? —Cogí el teléfono para hacer la llamada,
cuando un montón de mensajes de Kylie aparecieron en mi pantalla.
Mierda.
—¿Estás seguro de que no puedes quedarte a cenar, al menos? —me
preguntó.
Apelando a mi corazón y a mis instintos protectores, sus ojos brillaron
con necesidad, aunque ella habría sido la primera en negarlo. Mi madre
odiaba ser una carga para nadie. Yo no la veía así. Por eso quería tenerla
más cerca de mi trabajo para poder visitarla con más frecuencia.
Incluso le sugerí que conociera a alguien, pero mi madre arrugó la nariz
ante esa idea, recordándome que mi padre fue el amor de su vida y que
tenía sus recuerdos que la reconfortaban por las noches.
Eso también conmovió mi corazón porque, grabado en mi memoria tenía
a un padre honesto, amable y amoroso, al que le gustaba jugar a la pelota
conmigo, me llevaba a los partidos y me abrazaba mucho.
Todavía recordaba con aterrador detalle cómo todo se salió de control en
el momento en que sonó aquella llamada. Estaba en casa de mi abuela,
donde solía quedarme cuando mis padres salían los sábados por la noche.
Me quedé blanco y las lágrimas me cegaron durante días, como si mis
ojos hubieran tenido una fuga irreparable. Mis piernas apenas podían
sostenerme; sentía que alguien había metido la mano en mi pecho y me
había arrancado el corazón, extinguiendo mi vida entera.
Y de alguna manera, en esa zona gris de dolor insoportable, otro ser se
apoderó de mí. Después de eso, pasé de ser ese niño que siempre ayudaba
con los recados a la vecina mayor de al lado, a un niño enfadado y retraído
que odiaba al mundo entero. Tal vez debería haber ido a la iglesia, como
había sugerido mi madre, en lugar de meterme en peleas callejeras
continuamente.
Al igual que mi madre, llevaba el recuerdo de mi padre conmigo a todas
partes, e incluso hablaba con él de vez en cuando. Me guiaba, porque yo era
mejor persona por haberle conocido.
Además, gracias a Declan Lovechilde, me liberé de mi ira interior e hice
las paces conmigo mismo. A mis ojos, una verdadera leyenda, Declan hizo
mucho para ayudarme a mí y a otros jóvenes con problemas, simplemente
confiando y brindándonos el apoyo que siempre habíamos necesitado, y
mostrándonos cómo es realmente un hombre fuerte y honesto.
—Iremos de compras mañana a por algo de ropa nueva, ¿vale?
Acariciando mi mejilla de nuevo, sonrió. —No tienes por qué hacerlo,
cariño.
—Y el domingo iremos a visitar a Betsy, si quieres.
—Oh, ¿y si te aburre hablándote de todos los libros que se acaba de leer?
Me reí. Mi madre conoció a Betsy, que no tenía familia, en un grupo al
que acababa de unirse y le gustaba ir a visitarla.
—No me importa.
—Eres un buen chico. Soy muy afortunada de tenerte. Podrías haberte
vuelto un bala perdida, como todos los demás chicos de aquí, metidos en
cosas de drogas y Dios sabe qué más.
Podría haberme pasado, fácilmente. Pero me guardé ese pensamiento para
mí.
—Billy y yo iremos a la ciudad a tomar una copa y luego probablemente
me quedaré en su casa.
—Prefiero eso a que bebas y después conduzcas, cariño mío. —La
preocupación se notaba en sus ojos. Mi madre odiaba que yo condujera, no
lo podía negar. Después de sufrir las consecuencias que le cambiaron la
vida tras el accidente que mató a mi padre, tenía ansiedad incluso ante la
idea de subirse a un coche. Por eso la hice la compra y me aseguré de
llevarla a caminar un poco por el pequeño parque que había cerca de casa.
Incluso practicamos algunos estiramientos de rehabilitación, a pesar de sus
quejas.
Si la llevaba a vivir a Bridesmere, podría controlar mejor su salud. Amaba
a mi madre. Solo quedábamos nosotros. Y a pesar de que tenía a mi tía y un
par de vecinos a los que veía de vez en cuando, mi madre era una persona
muy solitaria. Una gran lectora. Se había leído absolutamente todos los
libros de la biblioteca. Le encantan las novelas de misterio. Nuestras
estanterías estaban llenas de novelas de Agatha Christie y PD James.
Pedí una pizza a domicilio y luego la besé en la mejilla. —Bien, entonces.
Ya está todo listo. Prométeme que no te terminarás toda la botella de vino.
Ella me devolvió una mirada de '¿Quién, yo?'.
Manon
Drake
Manon
Drake
Manon
Drake
Manon
Drake
Manon
Drake
Manon
Drake
Manon
Drake
Manon
Drake
Manon
Drake
Manon
Drake
DESPUÉS DE CENAR, ME senté a ver el fútbol con una taza de té. Casi
me sentí normal. Especialmente después de esa ardiente sesión con Manon.
Pero en seguida ella comenzó a enfurruñarse de nuevo. Seguramente tendría
algo que ver con haberle dicho que no podía prometerla nada sobre lo
nuestro.
Solo le dije: —No puedo pensar más allá de mañana, para ser honesto.
Manon se quedó en silencio y siguió haciendo y deshaciendo su maleta.
Tras treinta minutos se detuvo y me miró.
—¿Qué? —pregunté.
—Cuando regresemos a Merivale, ¿irás a ver a Kylie?
Casi me río ante esa ridícula pregunta. —Eso es lo último que haría en la
vida.
—¿Y yo estoy en tu vida?
—Bueno, en este momento… ¡Joder! ¡Tarjeta roja para Eriksen! —grité a
la televisión.
—¡Te odio! —Gritó, se fue al baño y cerró la puerta.
Me levanté y solté un fuerte suspiro de frustración; no sabía qué decir
para mejorar la situación. Llamé a la puerta del baño. Lo último que quería
es que hiciera alguna estupidez. Le había quitado el cuchillo, pero podría
haber tenido otro escondido en alguna parte.
—Vamos, sal… Hablemos.
¿Sobre qué? ¿Qué quería que dijera? Todo era una mierda, apenas sabía
ya ni mi maldito nombre, y mucho menos dónde terminaría lo nuestro.
Salió desnuda. —¿Todavía me odias?
—Nunca he dicho que te odio.
Sus tetas rebotaron ligeramente cuando vino hacia mí. —Entonces, ¿por
qué estás siendo así? —Su voz sonó como un graznido.
—¡Joder! ¿Cómo? Estaba tan tranquilo viendo el partido.
—A eso me refiero. Me tratas como si fuera invisible.
—¡Oh, por el amor de Dios! Manon.
—¿Ni siquiera puedes mirarme desnuda? ¿Tanto me odias?
—No te odio. Es que pensar que esas imágenes andan por ahí…
Cualquiera habría reaccionado como yo.
—¿Así que solo has llamado a la puerta porque pensabas que me iba a
cortar de nuevo?
—Quizás. —Me froté el cuello.
Me miró con los ojos desorbitados, como si hubiera dicho algo asqueroso,
y luego empezó a pegarme. —¡Te odio! ¡Te odio!
Levanté las manos para defenderme. —¡Oye, cálmate! Qué cojones…
Siguió golpeándome como si fuera un saco de boxeo.
—Si no me hubiera enamorado de ti, mi vida sería diferente. ¡Sería mejor!
—gritó.
—Bueno, siento haberme metido en tu camino. —Traté de rebajar el tono
sarcástico, esto se estaba volviendo intenso—. ¿Quieres que me vaya?
—¡No! —gritó ella—. Quiero que me folles. Que me ames. Que me
perdones. Quiero olvidar lo jodida que era mi vida antes de que aparecieras
tú. Se dejó caer en la cama, enterró la cabeza en una almohada y sollozó.
Me quedé boquiabierto. Estaba sin palabras.
Me senté a su lado en la cama y coloqué mi brazo alrededor de ella y
luego la acuné en mis brazos. Su cuerpo estaba medio inerte mientras
sollozaba incontrolablemente.
Permití que lo soltara todo, claramente había colapsado.
Cuando sus sollozos comenzaron a cesar, la pregunté: —¿Qué te ha
pasado? —Lo dije casi en voz baja, dado que ya conocía parte de su
historia.
Ella sollozó. —Mi madre me ha pasado.
Eso fue lo más sincero y escueto que había salido de sus labios. En ese
momento la vi por primera vez. Lejos de toda su asombrosa belleza, Manon
era niña joven e indefensa.
La mecí en mis brazos, tratando de absorber su dolor. La entendía. Para
tener veintiún años, había pasado por más cosas que la mayoría. Conocía a
Bethany, ella había corrompido su infancia y roto su alma.
Pasó algún tiempo antes de que se soltara de mis brazos. Su sonrisa era
leve e incierta. —Perdón por decirte esas cosas horribles.
—No, tranquilo. Lo que hemos vivido ha sido una experiencia traumática.
—Suspiré—. Para ambos. Y al verte otra vez con el corte… Manon, quiero
ayudarte.
—¿Tú? —Me miró con los ojos llenos de esperanza y anhelo, como si
nunca antes hubiera sentido amor.
Pude ver que necesitaba a alguien en quien pudiera confiar. A quien
pudiera aferrarse.
Dejamos de hablar y le hice el amor como si fuera la primera vez que
follábamos. Exploré cada centímetro de ella. Cuidándola, siendo consciente
de las heridas de sus piernas.
Sus gritos esta vez fueron bienvenidos cuando la hice correrse antes de
hacerlo yo en ella.
Crudo y real; fue uno de esos momentos que nunca olvidaría. Manon no
estaba tratando de jugar conmigo. Estaba dando todo de sí misma, y se
había convertido en algo que trascendía lo físico.
Se quedó dormida en mis brazos y su suave aliento en mi cuello me envió
a un sueño profundo y reparador.
A la mañana siguiente, la encontré levantada y dando vueltas, y junto a la
cama, había un carrito con un gran desayuno.
Me peiné hacia atrás con los dedos el cabello, necesitaba un corte urgente.
—Ya veo que has estado ocupada.
Su risa era tan revitalizante como el sol de la mañana. Casi me olvido de
que teníamos que volver a Merivale y de todo el drama.
Entonces la ansiedad volvió a aparecer y esta vez, no tenía nada que ver
con que Manon se pusiera temperamental conmigo.
Caminé hacia el balcón y vi a Jim Reilly, el detective regordete que se
paseaba de vez en cuando por el Salon Soir.
¿Qué mierdas…?
Me giré apresurado y comencé a meter todo en la maleta.
—¿Qué ocurre? —preguntó Manon saliendo del baño con la cara
maquillada.
—Tenemos que irnos. ¡Ya!
Su rostro se arrugó. —¿Por qué?
—Haz las maletas, nos vamos. Ahora.
Pagamos la cuenta. O bueno, Manon pagó la cuenta, lo que me hizo sentir
incómodo por haber llegado al límite de mi tarjeta. Pero este no era el
momento para hablar de dinero.
Una vez que estuvimos en el coche, volvió a preguntar: —¿Me vas a decir
qué está pasando?
Mientras nos dirigíamos a la autopista, le expliqué que había visto al
mismo detective que solía ir por el Salon Soir.
—Ah, ¿te refieres a Jim?
—¿Le conoces? —Me giré bruscamente.
Ella asintió. —Le conocí cuando trabajaba en el Cherry.
—Ah, supongo que sería otro asqueroso en busca de jovencitas.
—No sé. Iba allí a por bebida gratis, sería un pervertido, imagino —dijo
—. ¿Crees que Crisp le ha enviado aquí para atraparnos?
—Estoy bastante seguro. ¿Qué otra cosa estaría haciendo aquí?
Manon siguió mirando por encima del hombro mientras conducíamos por
la autopista.
—¿Cómo diablos nos ha encontrado? —pregunté.
El silencio de Manon despertó mis sospechas. —¿Sabes algo? Porque si
es así, será mejor que me lo digas. —Con el coche prácticamente encima
nuestro, volví un estado de adrenalina total.
Ella permaneció con la boca apretada.
—¿Has estado en contacto con Crisp?
Ella se alejó.
—Lo has hecho, ¿verdad? Dímelo.
—Le contacté para decirle que dejara de perseguirnos. Incluso le
prometí…
Me giré para mirarla. —¿Le prometiste qué?
—¡Cuidado! —gritó ella.
Casi choco contra un camión. Cogiendo aire profundamente, me
concentré en conducir y no perder la cabeza por toda esta puta locura.
—Prometí casarme con él si retiraba a sus hombres.
—No conseguirás nada con eso. Aun así, intentará acabar conmigo. Está
lo de la grabación, ¿recuerdas?
—Eso fue una estupidez… Y deja de culparme por todo.
Agarrando fuerte el volante, respiré nerviosamente, miré por el espejo
retrovisor y vi de nuevo el BMW azul.
—Seguro que es él. Me pregunto cómo un detective puede permitirse un
coche tan bonito como ese. —Me hablé a mí mismo, porque Manon estaba
hecha un ovillo, enfurruñada otra vez.
Pisé a fondo el acelerador y me puse a ciento veinte. Multa por exceso de
velocidad o no, necesitaba despistar a este idiota.
Manon se aferró a sus brazos. —Me estás asustando. Quiero llegar a
Merivale de una pieza.
Ella tenía razón. Probablemente acabaría consiguiendo que nos
estrelláramos.
—No hay nada que pueda hacer mientras estemos de camino, ¿verdad?
Reduje la velocidad a ochenta y conduje. Entonces volvió a alcanzarnos.
—Ahí está, pegado a nosotros otra vez.
Manon sacó su teléfono, lo aplastó y luego lo tiró. Se giró y me miró.
—Ya está. —Le toqué la pierna.
—Perdón por gritarte.
—Estas perdonado. Ahora pierde a ese gilipollas.
Pisé el acelerador, y salí por la siguiente salida.
—Al menos ahora solo nos persigue uno y tengo esto. —Ella agitó el
arma.
—Guarda eso. ¿Tiene el seguro puesto?
—No lo sé. Nunca antes había sostenido un arma.
Capítulo 27
Manon
Drake
Manon
Drake
DESPUÉS DE UNA LARGA noche parado en las puertas con los brazos
cruzados y asintiendo con la cabeza a todos los dignatarios, fui a mi
encuentro con Billy.
No podía dejar de pensar en lo de Manon con su madre en Merivale. ¿Qué
había pasado? ¿La habría perdonado?
¿Había superado lo nuestro? ¿Había conocido a alguien? Ese pensamiento
me destrozó por dentro.
Billy me estaba esperando con Sapphire, cuando llegué.
Nos abrazamos y luego encontramos una mesa lejos de la multitud. Era
jueves por la noche y habíamos ido a nuestro pub irlandés favorito. Nos
encantaba la cerveza negra, y ese pub tenía su propia cervecería.
Billy pasó su mano por mi cabeza rapada. —Joder, pareces un soldado.
—Te has rapado el pelo. —Sapphire parecía sorprendida—. Si tenías un
pelo precioso…
Me encogí de hombros. —Me volverá a crecer.
Seguía mirándome como si tratara de averiguar qué había ocurrido.
Bebimos algunas pintas y hablamos de fútbol, que era algo que siempre
hacíamos cuando quedábamos. Incluso me disculpé con Sapphire por hablar
solo de eso.
—No me importa. Me gusta estar aquí. —Miró a Billy y él le devolvió
una dulce sonrisa.
—Entonces, ¿cuál es tu plan ahora? —preguntó—. ¿Vas a quedarte en
Londres o vas a volver a Downton Abbey?
—¿Downton Abbey? —preguntó Sapphire.
—Merivale.
—Ah, ahí es donde vive Manon. Voy a ir a una fiesta el próximo fin de
semana.
—¿Y eso? —pregunté. Carson no me había hablado de ninguna fiesta.
—Manon me ha invitado. Aunque no estoy segura de para qué es.
Eso tenía sentido. Siempre había alguna fiesta.
—¿No vas a ir? —me preguntó.
—No me han invitado. —Cogí el vaso.
—Estoy segura de que a Manon le gustaría verte —dijo.
—Hace tiempo que no sé nada de ella.
—Deberías llamarla, entonces. —Ella inclinó la cabeza.
Cambiando de tema, me giré hacia Billy. —Oye, por cierto, ¿quieres
trabajar conmigo de segurata? Es para la empresa de Carson. Paga bien.
Solo necesitas ropa negra y no ligotear con las chicas.
Dirigiendo a Sapphire una mirada de 'no es lo que parece', dijo: —Ni se
me ocurriría. ¿Por qué iba a ligar cuando tengo a la chica más hermosa?
Una sonrisa creció en el rostro de Sapphire mientras se sonrojaba.
Hacían muy buena pareja, podía imaginarles juntos para siempre. Aunque
Sapphire todavía era joven, estaba claramente volcada con Billy. También
eran polos opuestos, él era un bocazas, y ella era una optimista que vigilaba
cada una de sus palabras. Después de unas copas, admitió que la amaba y
respetaba, y que ella era la única para él.
Al ver sus ojos brillando con sinceridad, me sentí feliz y un poco
envidioso.
¿Era Manon la indicada para mí?
Sabía, en el fondo, que ninguna chica me haría sentir como Manon me
hacía sentir.
Es solo que necesitaba poner en orden mi cabeza.
¿La perdería si me alejaba demasiado tiempo?
¿Estaba tratando de alejarme de ella porque la consideraba una droga
dañina?
A pesar de que estas preguntas y muchas otras me mantenían despierto
por la noche, no había logrado encontrar ninguna respuesta.
Todo lo que sabía era que la echaba de menos.
Y mucho.
—Bueno, ¿qué opinas? Solo hay que estar quieto y parecer amenazador.
Te pega bastante bien. Todos aquellos años en las calles te han preparado
bastante bien para ello.
Billy asintió lentamente. —Sí. Podría estar bien para ahorrar algo de
dinero. Cuenta conmigo. Aunque no me queda mucho tiempo. Estoy
haciendo la carrera de informática, ya sabes.
Así es, lo sabía. Vamos, Billy.
—¿Cómo te va, por cierto?
—Excelente. Me encanta. Soy un friki nato.
—Uno grande y musculoso que se enciende ante el menor insulto.
Se rio. —No… Control de la ira, ¿te acuerdas? Tuve que hacerlo.
Había ido a un cursillo de esos después de una pelea por la que nos
encerraron durante una noche.
—¿Qué piensas hacer tú, Drake? —preguntó Sapphire.
Mis entrañas se retorcieron ante esa pregunta '¿Cuáles son tus planes de
futuro?'.
—Eh… Bueno. —Entrelacé los dedos. Para variar, no estaba pensando en
huir; después de que Billy me hablara de su curso de programación
informática, yo me matriculé en una carrera de matemáticas.
—También estoy estudiando.
—¡Anda! ¿Y qué estás estudiando? —preguntó ella.
—Matemáticas aplicadas.
Su ceño se arrugó. —Ah, ¿quieres ser profesor?
—No estoy seguro. Solo quiero entender cómo funciona todo. Ya veré a
dónde me lleva eso.
—En realidad este tío es muy inteligente, solo que parece tonto. —Billy
hizo una mueca.
Ese era mi amigo del alma, el que me pinchaba para que yo pudiera
devolvérsela.
Sapphire puso los ojos en blanco y se rio.
Capítulo 31
Manon
Drake
Caroline Lovechilde
Lovechilde Saga 5
J. J. SOREL
Contents
1. Capítulo 1
2. Capítulo 2
3. Capítulo 3
4. Capítulo 4
5. Capítulo 5
6. Capítulo 6
7. Capítulo 7
8. Capítulo 8
9. Capítulo 9
10. Capítulo 10
11. Capítulo 11
12. Capítulo 12
13. Capítulo 13
14. Capítulo 14
15. Capítulo 15
16. Capítulo 16
17. Capítulo 17
18. Capítulo 18
19. Capítulo 19
20. Capítulo 20
21. Capítulo 21
22. Capítulo 22
23. Capítulo 23
24. Capítulo 24
25. Capítulo 25
26. Capítulo 26
27. Capítulo 27
28. Capítulo 28
29. Capítulo 29
30. Capítulo 30
31. Capítulo 31
32. Capítulo 32
33. Capítulo 33
34. Capítulo 34
35. Capítulo 35
36. Capítulo 36
Carol
1985
—AH… ¿ESTÁS AQUÍ? —DIJO Helmut, como si verme fuera una gran
sorpresa.
Helmut traficaba con armas, algo que yo hubiera preferido ignorar. Pero
después de escuchar la mención de los Kalashnikov, la curiosidad se
apoderó de mí y le pregunté a Rey sobre su interés en las armas. Lo expuso
como si estuviéramos hablando de vender marihuana o alguna droga
blanda, diciendo que, si Helmut no lo hacía, alguien más lo haría. A pesar
de lo inquietante que eso me resultaba, me recordé a mí misma que solo
necesitaba seguir ascendiendo en esa escala social.
Manteniendo la calma, tomé un sorbo de mi G&T y saludé cortésmente a
Helmut, como si me hubiera olvidado de su libertinaje de borracho.
Rey miró su reloj de oro. —Será mejor que me vaya. Debo encontrarme
con alguien en mi club.
Le susurró algo a Helmut, quien respondió con un gesto tranquilizador.
Entonces Rey se inclinó y besó mi mejilla. —Recuerda, tengo grandes
planes para ti.
Conteniendo el aliento, le lancé una media sonrisa resignada, del tipo que
una niña podría mostrar a sus padres después de obligarla a comer algo
desagradable a cambio de una recompensa.
—Creo que te debo una disculpa —dijo Helmut con un gutural acento
germánico.
—He tenido que recurrir a varias sesiones con el psicólogo, pero lo estoy
superando. —Mostré una sonrisa falsa.
Sus ojos azules inyectados en sangre sostuvieron los míos. —¿De verdad?
Quiero decir, ¿te afectó tanto psicológicamente? —Había una nota de
sorpresa en su voz—. Lo siento mucho. Bebí demasiado y a veces puedo
volverme un poco exigente. —Hizo un gesto para llamar al barman, pidió
un trago de vodka y luego señaló mi vaso.
Asentí. —G&T.
—Le pedí a Reynard que organizara esta reunión para poder disculparme
personalmente.
—Ya estoy bien. Y solo estaba bromeando con lo de la terapia. Realmente
no deberías haberte molestado.
Él se rio entre dientes ante mi divertida expresión. —Eres una chica
especial, Carol.
Tuve que fijar la mirada en el vaso para evitar que mis ojos se pusieran en
blanco ante su condescendiente respuesta.
Helmut puso su gran mano sobre la mía. —¿Podemos empezar de nuevo?
Resoplé. —Supongo que sí. —Levanté un dedo—. Pero esta vez, solo
saldremos a algún lugar público. Nada de habitaciones de hotel.
—Es una promesa. —Bebió un trago y luego, secándose la boca, señaló la
botella fría que había sobre la barra—. Déjala ahí.
El camarero asintió y me pasó mi bebida.
—Hay una pequeña reunión esta noche. —Helmut me miró—. La
invitación estipula únicamente socios dispuestos.
—¿Dispuestos? —Fruncí el ceño.
Jugueteó con su vaso. —Es una fiesta de swingers.
—¿Te gusta el intercambio de pareja?
—¿Has oído hablar de eso? —Parecía sorprendido, como si yo fuera una
flor delicada.
—No soy una ingenua respecto a las inclinaciones de ciertos matrimonios
indolentes.
Arrugó la frente. —¿Has ido a alguno de esos encuentros?
Negué con la cabeza. —Preferiría ver ET en bucle.
Se rio. —Me encantó esa película. —Luego me miró fijamente por un
momento—. Has cambiado desde que te conocí. Te has vuelto más asertiva.
Le lancé una sonrisa sutil.
—Tengo una pequeña pastilla azul… —Sus cejas se arquearon.
—¿Y no me tocarás? —Le miré directamente a los ojos.
Su boca se curvó hacia abajo mientras ponía una cara exageradamente
triste. —¿Doy tanto asco?
Mi cara permaneció impasible. No estaba dispuesta a endulzar lo obvio.
En lugar de hacerse el ofendido, Helmut soltó una carcajada. Tuve la
sensación de que disfrutaba de que le azotaran.
—Soy más bien un observador pasivo. ¿Sabes a lo que me refiero?
—¿Eres un voyeur?
Se estremeció. —Lo dices como si fuera algo pecaminoso.
Me encogí de hombros. —Cada uno con lo suyo.
Él asintió solemnemente, como si hubiera algo más detrás de su aflicción.
—Uno debe asistir a estos eventos con una compañera dispuesta, y ¿qué
mejor manera de lograr entrar, que del brazo de una mujer hermosa
conocida por ser apasionada?
Aunque me enfurecí internamente ante la insinuación de que me abría de
piernas con el simple estallido de un corcho de champán, permanecí
inexpresiva. —Soy apasionadamente ambiciosa. Eso es todo.
Sostuvo mi mirada y asintió. —Así eres. Bien por ti.
—También puedo prescindir de la condescendencia.
Respiró profundamente. —¿No podemos todos?
—Planeo casarme. —Jugueteé con mi vaso—. Y odio ese eufemismo.
Sus ojos se entrecerraron. —¿Qué quieres decir?
—'Apasionada' es una buena manera de decir que soy facilona.
Sonrió. —Yo no lo diría así. Diría que eres una mujer hermosa y atractiva
que conoce el poder de lo que tiene. —Hizo una pausa—. Entonces, ¿quién
es el afortunado?
—Harry Lovechilde. —Salió de mi boca sin pensar. El alcohol me había
hecho bajar la guardia.
—¿Harry? Pero a él no le gustan mucho las mujeres, ¿no?
Mi frente se contrajo. —Está comprometido con Alice, una conocida mía
de la universidad.
—Estoy confundido. —Rio.
—Como yo. —Le miré a los ojos—. ¿Qué quieres decir con que no le
gustan las mujeres?
Sacudió la cabeza e hizo un gesto de rechazo. —Ah, nada. Alguna vez le
he visto en ciertos garitos gays.
—¿Frecuentas locales gays?
—A veces. —Me dedicó una media sonrisa tímida, casi avergonzado,
como un niño sorprendido leyendo revistas porno.
¿Harry en ambientes gays? Eso me dejó sin palabras durante un rato. A
pesar de mi ardiente curiosidad, pregunté: —¿Por qué no sales con hombres
en lugar de seducir a mujeres que no están dispuestas?
Se sirvió otro vaso y se lo bebió de un golpe. —¿Quieres la típica
respuesta? ¿O la verdad?
—Honestidad.
—Me criaron en un ambiente católico estricto. Casi me hago sacerdote.
Esperaba que sonriera, que revelara que había vuelto a bromear conmigo,
pero su rostro no se inmutó. —Así que en su lugar optaste por el tráfico de
armas.
Su rostro se contrajo. —No deberías saber eso.
—Da igual, ¿me decías…?
—Solo que mi comportamiento es fruto de una abnegación culpable.
Pensé en esa respuesta. —¿Y la explicación cliché?
—Lo mismo. —Enterró una risa oscura en su vaso.
Por primera vez, sentí simpatía por Helmut. Entre estos hombres ricos
medio adolescentes medio adultos, descubrí rápidamente que los juegos
tontos, aunque divertidos a veces, oscurecían esas peculiaridades que nos
hacían humanos e identificables.
Pero tenía una pregunta más. —Entonces, ¿por qué me hiciste ir a tu
habitación?
Helmut se encogió de hombros. —Ya he bebido demasiado. —Golpeó la
botella—. Y nadie sabe de mis gustos. En ocasiones me gusta parecer un
hetero apasionado.
—Rey no te juzgaría —le dije—. Dios sabe que tiene sus problemas.
—Sí, me lo ha contado. Nunca ha superado lo de su hermanastra.
Mi frente se arrugó tan intensamente que me dolió. —¿Cómo?
—¿Nunca te ha hablado de Meghan?
—No. Nunca habla de su vida.
—Bueno, entonces, todo lo que puedo decirte... —Hizo una pausa y me
lanzó una mirada penetrante—. Esto se quedará entre nosotros, ¿no? Nunca
debe saber que te lo he contado.
Me lamí el dedo y lo levanté.
—Tuvieron algo cuando ella tenía catorce años y estuvieron así hasta que
ella desapareció a los dieciséis. No creo que él alguna vez la haya superado.
Mi cena luchaba por volver a subir por mi garganta. Tuve que tomar aire.
Sabía que Rey tenía un alter ego enfermizo, pero al saber de esta relación
medio incestuosa, casi me ahogo con una avalancha de preguntas
explosivas.
—¿Desapareció? ¿Cómo lo sabes?
—Por un amigo cercano de Rey. Un detective con el que está muy
relacionado y al que le encanta tomar una copa… o cincuenta. —Se rio
entre dientes—. Y una noche, mientras Rey estaba coqueteando con una
chica que ni siquiera tenía edad suficiente para beber legalmente, el
detective se inclinó y me lo dijo. Me hizo jurar que guardaría el secreto
mientras arrastraba las palabras.
Todo tipo de preguntas nadaban en mi cabeza. —¿Nunca la han
encontrado?
Helmut negó con la cabeza. —Yo también sentí curiosidad después de eso
y quise saber más. —Se encogió de hombros con una media sonrisa tímida
—. No está de más tener un emocionante secreto bajo la manga en este tipo
de casos.
Acepté ese consejo asintiendo lentamente, muy consciente de cómo
identificar la debilidad de un jugador influyente tenía sus beneficios. Fue
algo que descubrí muy pronto, después de recurrir al chantaje para
conseguir trabajo.
—Incluso desenterré algunos artículos relacionados con su desaparición
—añadió.
—¿También se apellida Crisp?
—No. Había cambiado de nombre.
Había muchas cosas que no sabía sobre Rey y eso me molestaba.
—¿Cuál era el nombre de sus padres? —insistí.
Helmut se sirvió otro vodka. —Ni idea.
Algo me dijo que lo sabía. —Entonces, si voy contigo esta noche, ¿me lo
dirás?
—Mmm... Nada como un poco de obscenidad estimulante para recargar el
hipocampo. —Una sonrisa avergonzada creció—. Es el área encargada de la
memoria en el cerebro.
Puse los ojos en blanco, como si ya lo supiera. No lo sabía, pero preferí
fingir a admitir mi ignorancia. —Entonces tenemos un trato. Iré contigo. —
Levanté el dedo—. Pero no haré nada que no desee hacer.
—Por supuesto. Aquí todos somos caballeros.
—Mmm... Más bien unos réprobos.
Se rio.
Tras desviarme de lo que había despertado mi interés en primer lugar,
volví al tema de Harry Lovechilde. —Bueno, volviendo al otro tema… ¿qué
te hace pensar que Harry es gay?
—Aparte de espiarle desde un rincón oscuro y ver cómo susurraba al oído
a algún chico guapo… no puedo decir más.
Sonreí ante su sarcasmo.
Helmut frunció los labios. —Fue a un colegio privado. Ya sabes, muchos
chicos en espacios reducidos… Las hormonas adolescentes te llevan a
colocar el pene donde puedas. —Hizo una mueca—. Lo siento si he sonado
muy grosero.
—Se necesita algo más que la orientación sexual de una persona para
hacerme sonrojar. —Aun así, fruncí el ceño—. ¿Harry es bisexual,
entonces?
¿Lo sabía la puritana de Alice? Tal vez ella lo había aceptado. En cambio,
a mí no me preocuparía si a mi marido, realmente rico, le gustaran las dos
cosas.
Helmut me miró. —Vi a Harry y a su chica irse cuando yo llegaba.
—¿Le conoces personalmente?
—Nuestro pequeño mundo privilegiado y exclusivo es más pequeño de lo
que piensas. —Se bebió el vodka de un trago—. Entonces, ¿qué te parece?
¿Vamos a por un poco de diversión carnal en los suburbios?
Sostuve su mirada. —Por el verdadero nombre de Rey, y sin tocar.
—Soy un hombre de palabra. —Se llevó la mano al corazón.
Cuando terminé mi bebida, lo único en lo que podía pensar era en la
fluidez sexual de Harry y en lo que había oído sobre Reynard.
¿Quería estar relacionada con un pedófilo?
¿Y qué había de su hermanastra desaparecida?
A pesar de las preguntas que se amontonaban en mi mente, no estaba
dispuesta a huir de la promesa de un futuro brillante. Quería eso más que mi
necesidad de alejarme de alguien que nadaba en algún pozo negro de
inmoralidad.
¿Y qué pensaría Alice de los gustos ocultos de su futuro marido?
Lo que acababa de averiguar podría convertirse en el medio para
separarlos. Aunque no era exactamente remilgada, Alice tenía opiniones
idealistas sobre el amor verdadero. No había ocultado sus aspiraciones de
casarse con un marido que la adorara y de ser esa esposa y madre cariñosa
que se ve en las películas.
A pesar de mi deseo de arruinar su pequeña fantasía compartiendo mi
punto de vista sobre el mito de un romance feliz de por vida, a menudo le
seguía la corriente con algún comentario simplista como: —Y eso lograrás.
Helmut se levantó de su taburete. Sacó su tarjeta Amex de la billetera y le
hizo un gesto al camarero.
Después de pagar, me ayudó a ponerme mi nuevo abrigo de piel rojo, que
me costó el equivalente a un mes de salario, y luego me abrió la puerta. —
Después de usted.
Salí y me adentré en la noche fresca y oscura. Unos juerguistas pasaron y
me hice a un lado antes de que tropezaran conmigo. Lo mismo que con un
ruidoso grupo de aficionados al fútbol.
—Mmm. —Helmut levantó la barbilla—. Me gustan los machotes.
Sonreí. —Ten cuidado con esos.
—Puedo cuidarme solo, querida.
De sórdido a paternalista, Helmut me estaba empezando a gustar un poco.
Mientras caminábamos por Oxford Street, le pregunté: —¿Por qué vas a
este tipo de fiestas si te gustan los hombres?
—No has conocido a Gregory. —Gesticuló, y de repente se volvió muy
frívolo—. Una vez fui a una de sus pequeñas fiestas. —Sus ojos se
iluminaron como si estuviera reflexionando sobre un momento dorado de su
vida—. Ese hombre es insaciable. Es perfecto en todos los sentidos
imaginables.
—¿Es gay?
—No de una manera exagerada, pero… ¿quién sabe? Quiero decir, Harry
se las ha arreglado para mantener ocultas sus inclinaciones.
—¿Gregory tiene la edad de Harry?
—No. Tiene cuarenta y tantos años y es realmente sexy. Con solo mirarlo
es suficiente.
—Pero, ¿no te sentirás excluido?
—Tengo a mis muchachos. No te preocupes.
Asentí. —¿Entonces eres un homosexual activo?
—Shh... baja la voz. —Se llevó la mano junto a la boca—. Gregory es mi
obsesión, por así decirlo. Por eso quiero ir. Y me hace muy feliz que
vengas. Sé lo abierta que eres con estas cosas.
—Lo tomaré como un cumplido —respondí, incapaz de evitar el tono
plano en mi tono. Esta reputación de ser una promiscua me irritaba—. Pero
todavía no lo entiendo, Helmut. Yo me sentiría súper frustrada viendo a
alguien que sé que nunca podré tener.
—Pero ese es el atractivo, ¿no lo entiendes? Querer algo que no podemos
tener. Es muy excitante, al menos para mí.
Exhalé. —Supongo. Pero en algún momento yo necesitaría algo real.
Se rio entre dientes mientras unía su brazo con el mío. —Créeme, ver
cómo le chupan la polla a Gregory alimenta mis fantasías durante meses.
¿Con quién fantaseaba yo?
Harry.
Siempre que me tocaba, él tenía un papel protagonista. Solo que me
parecía demasiado mojigato para involucrarle en el tipo de jueguecitos
perversos que me gustaban.
Para llegar a un orgasmo verdaderamente explosivo, prefería hacerlo en
algún lugar prohibido, como un muelle con un extraño tomándome a la
fuerza. Cosas raras como esas.
Cualquier psicólogo podría pagarse una casa en Mallorca con alguien
como yo; alguien necesitada de fantasías tan oscuras, a veces retorcidas,
para llegar al orgasmo. Ni yo lo entendía, pero en lugar de obsesionarme
con eso, leía libros.
Y ahora que había descubierto que Harry era bisexual, sentí que
necesitaba buscar una nueva fantasía que me llevara al límite, lo que no
significaba que hubiera abandonado mi intención de casarme con él.
Solo tenía que descubrir cómo hacer que Alice pasara página.
Miré a Helmut. —Entonces, ¿vas a ir esta noche a ver sexo en vivo con un
hombre al que te quieres follar y no puedes?
Rio. —En realidad, me gustaría que me follara.
Dejé de caminar. —No tengo ninguna obligación de hacer nada, ¿no?
—Puedes sentarte y disfrutar del espectáculo, si quieres. —Se giró hacia
mí—. La razón por la que te necesito allí es que no se permiten hombres no
acompañados.
Abrió una pequeña cajita con un Rolls Royce grabado y sacó una pastilla.
Envió un mensaje a su conductor y, a los pocos minutos, llegó un Bentley
para recogernos. Cuando el chófer abrió la puerta, subí y aspiré el rico olor
del cuero. Otro recordatorio de la riqueza.
Una vez que nos instalamos, Helmut presionó un botón. Se abrió una
nevera y eligió una botella de Moët. —¿Te gusta?
Me encogí de hombros. —¿Por qué no?
Treinta minutos más tarde llegamos a una espléndida mansión victoriana.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Helmut.
—Perfecta. La droga ha hecho su efecto.
—Sí. Es un buen lote. —Sonrió.
De repente, me pareció hasta atractivo. Todo era atractivo con el éxtasis.
También me relajé, sabiendo que no estaba dispuesto a obligarme a realizar
algún acto lascivo. Esta era una amistad que podría manejar; y parecía que
Helmut se había convertido en una fuente de información. Mi tipo de
amigo.
Mientras estábamos bajo una farola, Helmut recorrió con su mirada mi
cuerpo de arriba abajo. Entonces señaló mi camisa. —¿Por qué no te
desabrochas un par de botones?
¿Quién hubiera pensado que las glándulas mamarias podrían hacer mucho
más que alimentar a los recién nacidos?
Estaba a punto de preguntarle a Helmut sobre el nombre de nacimiento de
Reynard, cuando un hombre con una chaqueta de terciopelo color burdeos
abrió la puerta. Su rostro se iluminó al vernos. Le dio a Helmut una rápida
bienvenida antes de deleitarse conmigo.
—Oh, ¡has venido! Espléndido. —Su mirada se detuvo antes de hacer una
rápida evaluación de mi cuerpo—. Por favor, pasad.
—Esta es Carol —dijo Helmut.
—Caroline —corregí, extendiendo mi mano.
—Gregory. —Se inclinó y su beso se prolongó en mi mejilla. Debía tener
cuarenta y tantos años y era tan guapo como Cary Grant. Alto y moreno. Y
ahora podía entender por qué se había convertido en el objeto de deseo de
Helmut.
—Es un placer recibirte. —Los ojos de Gregory ardieron en los míos, y
sentí que, a no mucho tardar, sus labios estarían sobre mis pezones y más
allá. ¿Debería dejarle?
En privado, podría hacerlo, especialmente con la droga estimulando mi
libido. Pero no me gustaba que me observaran. Al menos no en una
habitación. Anónimamente, sin embargo, me gustaba bastante la idea de
que me vieran desde una ventana.
Sus ojos me transmitieron que, en un rato, al menos intentaría tocarme.
Una ligera hinchazón me inundó con un delicioso y hormigueante calor, y
no fue solo mi chaqueta lo que dejé en el perchero del pasillo.
Nunca digas nunca, susurró mi malvado alter ego, tomando el control,
mientras sacaba pecho.
Helmut susurró: —¿Ves a lo que me refería? Elegante, ¿verdad?
Me detuve. —Ya veo por qué te vuelve loco, sí.
Se rio. —Creo que seremos buenos amigos tú y yo.
Me tomó la mano y entramos como una pareja falsa a una habitación con
empapelado de seda de color rosa oscuro y con suficientes detalles
neoclásicos tallados, como para captar la atención de cualquiera.
Como si un caldero emanara humo, en aquel ambiente se arremolinaba un
olor a marihuana, puros y una mezcla de colonias. Y por supuesto también
me llegó el inconfundible olor a lujuria.
Había alrededor de una docena de personas en la sala, compuesta a partes
iguales por mujeres y hombres. Se giraron, y al verme allí, se les iluminaron
los ojos. Yo era, con diferencia, la más joven, y probablemente ya habrían
adivinado que no era la esposa de Helmut.
Gregory iba de una persona a otra, charlando, y si no hubiera conocido la
naturaleza de aquella reunión, habría pensado que era solo una pequeña
fiesta normal en la que se fumaba, bebía y se consumía droga en exceso.
Una orquesta de voces llenó el aire. Las risitas de las mujeres superaban
las risas más profundas de los hombres, y todos parecían estar en modo
fiesta. Era la previa, como habría dicho Rey, en la que durante unas horas se
bebía. Era en estos momentos cuando él hacía su mejor trabajo, lo que a
menudo implicaba que yo me implicara con alguien a quien necesitaba para
firmar sobre una línea de puntos.
Durán Durán sonaba a todo volumen de fondo, había una pareja bailando
'Girls on Film' y agitando los brazos en el aire.
Nos sentamos en un Chesterfield verde botella, bebiendo champán,
mientras Helmut se inclinaba y susurraba: —Esa es su esposa.
La mujer que indicó podría tener unos sesenta y tantos años.
—¡Ah…! Y a ella no le importa que su marido…
—¿Folle con los demás? —Sonrió—. No, al parecer. A ella le gustan las
mujeres. El suyo es un acuerdo especial. Gregory es un caballo oscuro. Y
actúa como tal también. —Se rio.
Vi como la mujer pelirroja desempeñaba su papel de anfitriona sin
esfuerzo, como un actor veterano que hubiera actuado en la misma obra
durante muchas temporadas. Charló y se rio, y podría haber sido cualquier
reunión normal de un sábado por la noche.
Gregory debió haber sentido mi mirada, porque en ese momento sus ojos
se posaron en los míos y se detuvieron, dejando una sensación de ardor en
mis mejillas.
—Creo que Gregory te ha echado el ojo, querida niña. Vamos,
desabróchate algunos botones. Que se vea esa bonita camisola interior de
seda.
Le aparté la mano. —Recuerda que soy tu cita falsa. ¿Cumplirás nuestro
trato? Espero el nombre real de Reynard a cambio.
Se mordió el labio y me miró tímidamente.
—Ay Dios, Helmut. No lo sabes, ¿verdad? —Resoplé con frustración.
—Lo siento cariño.
—No me llames así —dije, sintiéndome seriamente frustrada a pesar de
que la píldora inductora de euforia me enviaba oleadas de calidez. ¿O eran
los ojos oscuros de Gregory los que hacían eso?
—Lo siento. Pero nos estamos divirtiendo, ¿no? —Me recordó a un
cachorrito y mis labios se curvaron ligeramente.
Al poco tiempo, la droga y su efecto de ‘hagamos el amor, no la guerra’
comenzaron a tirar de mi voluntad, y cuanto más sostenía Gregory su
mirada en la mía, más débil se volvía mi convicción.
—Incluso estando interesada en él, su esposa está aquí —dije, mientras
nuestro anfitrión continuaba desnudándome con su ardiente mirada.
—Como te he dicho, a ella le gustan las mujeres. No me preocuparía
demasiado. —Helmut sostuvo mi mirada—. ¿Te van los tríos?
—Yo nunca haría eso. Eso sí, no tengo nada en contra de las mujeres que
lo hacen. Cada una por su cuenta.
Él se rio. —Algo me dice que nos espera una noche divertida.
Después de eso, socialicé y bebí champán, y una sensación de calidez me
invadió, especialmente con los ojos oscuros de Greg deleitándose con mi
cuerpo.
Le susurró algo a su esposa, ella me miró y sonrió.
Entonces comenzó un striptease.
Un sinuoso saxofón introdujo una seductora melodía de Sade mientras la
stripper balanceaba sus caderas y se bajaba los finos tirantes para revelar un
sostén de encaje.
Helmut volvió a mi lado. —Monique es siempre la primera en empezar —
susurró—. A ella le encanta mostrar sus nuevos senos.
Los silbidos y los vítores la animaron, y yo me recosté, disfrutando del
espectáculo como lo haría con una actuación burlesca amateur.
Mientras tanto, Gregory seguía mirándome, y yo le devolví una sutil
sonrisa. La droga y el champán habían reducido mis inhibiciones, y
Monique, que ya iba por la liga, me había puesto a tono.
Las drogas normalmente no eran mi forma de recreación elegida, pero
eran útiles cuando tenía que follarme a alguien que apenas conocía. El
MDMA siempre reducía mis inhibiciones y hacía que los orgasmos fueran
más intensos.
Luego comenzó un juego de llaves y nos mudamos a otra habitación con
poca luz, pantallas de lámparas rojas y sofás cubiertos de lujoso satén y
terciopelo. De las paredes colgaban cuadros de parejas en posiciones del
Kama Sutra.
—Bueno. Ya conocéis las reglas —anunció Gregory—. Si alguien no
desea participar, puede mirar y disfrutar.
Se unió a mí, frunciendo el ceño con curiosidad, y comentó: —No he
visto aún tu llave.
—No tengo una.
—Ah, ¿ni siquiera la de tu casa? —Sonrió y su rostro se hizo aún más
atractivo—. No importa. Como anfitrión, puedo elegir a quién yo prefiera.
—Creo que quizás me siente y disfrute del espectáculo.
—No pareces una voyeur. —Su dedo se deslizó por mi escote y mis
pezones clamaron por su boca.
Quería que sus manos me aplastaran.
Pero mantuve la calma, a pesar de esa repentina oleada de excitación.
Gregory desvió su atención, lo que me permitió respirar de nuevo, no es
que no me desagradara tener su atención. Me hizo recobrar la razón. —
Bueno. Las normas. Sin maridos ni esposas. Todos los nuevos socios.
Luego Gregory llenó mi vaso y me pasó un porro. —Toma, esto te
ayudará.
—No voy a hacer nada —dije, bastante débilmente, mientras él
continuaba follándome con los ojos entrecerrados.
Estaba tan atrapada en el encanto de este hombre, que la orgía de fondo se
convirtió en una mancha de cuerpos enredados que se alejaban febrilmente.
Fue casi cómico, o podría haber sido la droga lo que me estaba dando tantas
ganas de reír. La marihuana me hacía reír en los momentos equivocados.
Helmut dejó escapar un gemido y cuando me volví para ver qué lo había
excitado y perturbado, vi a Gregory recibiendo una mamada. Me miró
fijamente a los ojos mientras otra invitada movía su boca sobre su largo y
grueso miembro.
Me levanté para ir al baño, principalmente para lidiar con la hinchazón
entre mis muslos, cuando Gregory se apartó de la chica, se subió los
calzoncillos y se dirigió hacia mí nuevamente.
—Oh, no te vayas, estaba disfrutando de ese momento —dijo Helmut,
pero entonces un hombre cerca de él comenzó a chuparle la polla a otro, y
perdió el interés en Gregory por completo, siguiendo al par de hombres a
otra habitación.
—¿Estás disfrutando del espectáculo? —preguntó Gregory, uniéndose a
mí en el sofá que Helmut acababa de dejar libre—. ¿Por qué no te quitas esa
bonita camisa? —Su voz sonaba profunda y persuasiva.
—Prefiero que algunas partes de mi cuerpo sigan siendo privadas. —Mi
corazón se aceleró porque olía tan bien…a una excitante mezcla de cedro y
testosterona.
—Esta es una casa grande. —Una ceja oscura se arqueó.
—¿Y qué pasa con tu esposa? —pregunté.
Inclinó la cabeza hacia un diván rosa donde su esposa estaba
complaciendo a una de las invitadas.
—Está muy feliz allí, creo.
—¿No se pone celosa?
Su cabeza se echó hacia atrás como si le hubiera preguntado algo tonto.
—Mi esposa me introdujo en este mundo. Todo esto es idea de ella. —Su
mano recorrió la habitación, llena de cuerpos desnudos que se contorneaban
—. Yo sencillamente lo acepto. Aunque es divertido. —Mostró esa sonrisa
sexy mientras su dedo investigaba nuevamente mi escote—. Especialmente
cuando llega alguien como tú.
Aparté su mano, a pesar de querer mucho más. Mi decisión de
permanecer vestida e intacta se estaba evaporando a cada segundo.
—¿No te importa que esté con otro hombre?
Sacudió la cabeza. —A ella le gustan las mujeres. Como puedes
comprobar, somos muy fluidos.
—¿Y a ti también te gustan los hombres? —No sé por qué sentí la
necesidad de preguntarle eso, aunque la idea del SIDA apareció en un
recoveco de mi mente que seguía asociando erróneamente esa enfermedad a
los homosexuales.
Como si me leyera la mente, dijo: —Siempre me hago pruebas antes de
todos los encuentros. Todos nos las hacemos. Es un requisito previo para
participar. Y en respuesta a tu pregunta, no. Tengo muchos amigos
homosexuales y los respeto como a hermanos, pero a mí me gustan los
coñitos húmedos, y desde luego me encantaría probar el tuyo.
—Pero yo no me he hecho la prueba. —Me resultó difícil hablar sin
trabarme, especialmente con su mirada sugerente recorriendo mi cuerpo.
—Arriesgaría mi vida por una noche contigo.
—Menudo melodramático. —Puse los ojos en blanco y me reí entre
dientes, a pesar de que mis mejillas se calentaban por segundos.
—Vamos. Déjame mostrarte la casa.
Mientras le seguía, admirar la decoración era lo más alejado que podía
hacer mi mente, que se terminó cuando sus brazos me rodearon.
Apretándome contra su cuerpo alto y firme, Gregory me besó, sus labios
cálidos y suaves se movían lenta y sensualmente sobre los míos y
provocaban que mi libido se volviera repentinamente voraz.
Me separé en busca de aire. —Pensé que esto iba en contra de las reglas.
—Yo pongo las reglas. —Me empujó contra la pared y su boca se aplastó
contra la mía.
Cuando me rendí a la neblina de deseo, me quitó la blusa y acarició mis
pechos, gimiendo mientras acariciaba mis pezones erectos.
Me miró. —¿De dónde has salido tú? Eres jodidamente hermosa.
Cuando se bajó los calzoncillos, su pene duro e hinchado emergió; las
venas estallaban y el latido entre mis piernas se intensificó.
—¿Que querrías que hiciera? —preguntó, pasando su dedo por mi muslo.
—Te quiero dentro de mí —dije sin aliento.
Me quitó la falda y luego me bajó las bragas. Sus labios estaban en mi
clítoris antes de mi siguiente aliento, y cuando me abrí para él, casi exploto
al sentir el recorrido de su lengua.
—Dios mío, mírate. Qué jodidamente sexy eres. —Me dio una palmada
en el trasero—. Y con curvas. Harás felices a muchos hombres con este
culo.
Me aparté. Fue como si hubiera arrojado hielo al fuego. —Valgo para
mucho más que eso.
Me atrajo hacia sus brazos con la misma rapidez. —No hace falta decirlo.
Pero también eres irresistiblemente deseable y quiero follarte hasta que me
grites que pare.
—No te hagas ilusiones. —Pero a pesar de ese repentino enfriamiento, a
estas alturas ya estaba ardiendo por él.
Él se rio entre dientes y me empujó suavemente sobre la cama cubierta de
seda.
El momento ardiente mientras empujaba dentro de mí fue tan intenso que
los pelos de mi brazo se erizaron y mis ojos se llenaron de lágrimas. Arqueé
la espalda, necesitando cada centímetro para dejarme llevar a ese lugar
especial.
—Qué pequeño coño tan mojado y apretado. Dios mío… Podrías
convertirte en mi adicción, preciosa…
Me sostuvo por el culo y me llevó arriba y abajo sobre su enorme polla.
—Quiero que te corras sobre mi polla.
En poco tiempo, mis músculos se relajaron e hicieron exactamente eso,
llegando al clímax como nunca antes. Sentí una interminable proliferación
de color y felicidad. Me convertí en esa flor que se abre bajo el calor del
sol.
Normalmente, necesitaba que fuera algo oscuro y sucio, y parecía que eso
era lo único que me excitaba, y pensé en su esposa, que estaba en la otra
habitación.
Un momento después de mi propio orgasmo, sus embestidas aumentaron
y sus gruñidos se intensificaron hasta convertirse en un sonido gutural que
llenó la habitación mientras se corría casi violentamente. Sonaba como si
todo le resultara agónico.
Nos dejamos caer en la cama y él jadeó tan fuerte como si hubiera estado
corriendo una maratón, mientras yo permitía que el calor del sexo siguiera
haciéndome cosquillas.
—Ha sido el mejor polvo que he tenido en mucho tiempo —dijo
finalmente—. De lejos.
Me giré hacia un lado para mirarle y él me devolvió una hermosa sonrisa.
Sí. Fácilmente podría enamorarme de este apuesto hombre mayor, pero
tenía otros planes. Y el romance apasionado no era uno de ellos.
Después de disfrutar de un trozo de tarta y un poco más de champán, dejé
que me tomara una y otra vez. Muchos orgasmos después, me convertí en
una gatita saciada y él, en un gato muy satisfecho que yacía abrazándome
en un sueño profundo.
Sin poder dormir por la sobrecarga sensorial, me desenredé de sus brazos
cuando llegó el amanecer, con cuidado de no despertarle. Una ducha rápida
me ayudó a recuperar los sentidos. Luego me vestí y me fui.
Eran las seis de la mañana cuando me dirigía a la estación más cercana.
Podría haber parado un taxi, pero tenía ganas de caminar. La droga todavía
corría en mi interior y era domingo, así que no necesitaba ir a ningún lugar
en particular.
Mientras me dirigía en dirección a la línea del tren en busca de la
estación, Harry Lovechilde entró en mis pensamientos, a pesar de que los
agradables recuerdos con Gregory que alimentaban mis pasos.
Algo me dijo que no sería nuestro último encuentro.
Capítulo 3
REY TENÍA RAZÓN EN una cosa, Harry realmente se había fijado en mí.
Parecía prestarme toda su atención cada vez que nos encontrábamos, lo cual
no era coincidencia, ya que yo me aseguraba de moverme en sus círculos.
Cuando nos cruzábamos de este modo “tan casual”, Harry me invitaba a
algunas copas y me contaba algunos secretos. Me convertí en esa amiga
comprensiva que escuchaba a un hombre que había perdido al amor de su
vida, o así describió a Alice, haciéndome sentir culpable y un poco celosa,
aunque no tenía derecho a esto último.
Me había encariñado mucho con Harry; no solo era guapo sino cálido y
receptivo. Cuanto más tiempo pasábamos juntos, más quería estar en su
vida.
Una noche, unos dos meses después de aquella fatídica fiesta, me invitó a
volver a Mayfair. En su asombrosa habitación, que podría haber sido una
galería de arte, nos convertimos en algo más que buenos amigos.
Harry no era un dios en la cama, al contrario que Gregory, nadie podría
compararse con Gregory en ese sentido, pero Harry disfrutaba de mi cuerpo
y yo me entregué por completo.
Cuando hablo de entregarme por completo, me refiero a que también me
distancié de Gregory, a pesar de extrañar el sexo de calidad.
A menudo nos encontrábamos en fiestas, y la tentación de permitirle que
me llevara a algún lugar oscuro y privado era tan grande, que tenía que
hacer acopio de la fuerza de Hércules para no rendirme. Una noche, incluso
casi me obligó, lo que me puso tan cachonda que luego me tuve que
desquitar con mi nuevo amor. El único inconveniente es que Harry carecía
del tipo de deseos oscuros que yo anhelaba.
Le rogué a mi ex amante que me dejara en paz. Casi monta una escenita
en una de nuestras muchas reuniones, y Rey tuvo que intervenir. Después
de hablar con Gregory, Rey me recordó que no saboteara mi relación con
Harry y que no perdiera de vista el propósito final. Solo entonces podría
permitirme todos los placeres que quisiera.
A finales de ese mismo año cumplí veintiún años. También recibí la mejor
calificación en un ensayo sobre el muy controvertido ascenso al poder de
Isabel, hija de Enrique VIII y Ana Bolena. A pesar de todas las fuerzas en
contra, la reina Isabel I se convirtió en una de las monarcas más exitosas de
la historia de Inglaterra.
Puse mi corazón y mi alma en ese ensayo, resaltando que el éxito y la
brillantez no siempre es demostrado por aquellas personas criadas en el
amor y la buena educación, sino más bien todo lo contrario.
Quizás había un poco de mí en su historia.
De cualquier manera, escribir aquel ensayo alimentó mi ambición de
convertirme en algo más que una simple mujer a la que le gustaba moverse
entre hombres poderosos.
Harry se encontró conmigo en nuestro pub habitual de Oxford, por donde
pasaban la mayoría de los alumnos de Balliol. Se acercó hasta mí y me besó
en los labios; sus ojos se fijaron en los míos, repletos de amor, y mi corazón
floreció como una rosa de verano.
Amaba a Harry, no de esa manera lujuriosa y apasionada que había
experimentado con Gregory, sino profundamente. Tiernamente.
—La mejor nota. —Él silbó, parecía genuinamente complacido—. Nunca
he conocido a nadie que se dedicara tanto a sus estudios. Eres una
inspiración. Bien hecho, Caroline.
Sonreí; mi alma cantaba. Tener un amigo cercano que realmente creía en
mí, me hacía querer brillar para él.
—¿Un GinTonic? —preguntó.
Sacudí la cabeza lentamente.
Sus cejas se alzaron con sorpresa.
—¿Qué, es que acaso me tienes por una dipsómana? —Me reí.
—No. Pero nunca te había visto rechazar una bebida.
Una sonrisa apareció en mi rostro mientras jugaba con mis largas uñas
rojas. —Tengo noticias.
Inclinó la cabeza, curioso.
Respiré. —Estoy embarazada.
Sus ojos se abrieron y mi corazón se aceleró anticipando cómo podría
reaccionar.
Lo sabía desde hacía tan solo un día, después de que las náuseas
persistentes y la falta del período me acabaran convenciendo para que fuera
al médico, donde rápidamente me informaron de que estaba embarazada.
Debería haberme preocupado, pero no fue así. Incluso si Harry no hubiera
querido involucrarse, esta vez encontraría la manera.
—¿Es mío? —preguntó.
Asentí. —Solo he estado contigo.
Permaneció con los ojos muy abiertos y aparentemente sin palabras.
—No tienes que hacer ni decir nada si no quieres involucrarte. Pero he
decidido tener al niño.
Como perdido en sus pensamientos, siguió mirándome. Tras un largo
silencio, sacudió la cabeza. —Nunca me alejaría de ti. Al menos no en estas
circunstancias.
—Harry, no quiero que te sientas obligado. Sé que eres joven y aún estás
construyéndote tu futuro.
—Soy asquerosamente rico, Caroline. Si quisiera, podría sobrevivir
muchas vidas y criar una familia numerosa viviendo entre lujos. No soy tan
joven ya...
Él sonrió y mi corazón saltó de alegría, sabiendo lo que vendría a
continuación.
EN LA ACTUALIDAD
Cary
Caroline
Cary
Caroline
Cary
Caroline
Cary
Caroline
Cary
Caroline
Cary
Caroline
Markus
Caroline
Markus
Caroline
Mark
Caroline
Mark
Caroline
Mark
Caroline
—LA POLICÍA ME TOMÓ las huellas dactilares y creen que fui yo —dijo
Manon, paseando por mi oficina.
Agité la mano. —Siéntate. Me estás poniendo nerviosa.
Ella se desplomó en el sillón. —Me estoy volviendo paranoica. Todavía
estoy luchando con las secuelas de verle tirado en ese charco de sangre.
Drake, que estaba sentado en el sofá, dijo: —Deberías hablar con ese
psicólogo del que te hablé. —Me miró—. He estado tratando de
convencerla para que vea uno.
Manon frunció el ceño. —No. Los odio. Me preguntarán sobre mi pasado
y ya no hablo de eso. La abuela está mejor. Y tú también. —Ella le dedicó
una sonrisa amorosa.
—A mí también me tomaron las huellas dactilares —dije con seriedad.
—¿De verdad? Pero estabas con Declan en ese momento —dijo Manon.
Me encogí de hombros. —Es un procedimiento estándar, cariño. Les
ayuda a aislar el ADN.
—Pero mi ADN podría estar ahí. El cuchillo era de la cocina. Cualquiera
podría haberlo tocado.
Asentí. Este caso estaba lejos de terminar, a pesar de mi alivio al saber
que yo no había sido responsable de la muerte de Alice. Al menos no
directamente. Pero con la policía merodeando y las crecientes preguntas
sobre Mark, volví a tener insomnio.
—Natalia ni siquiera derramó una lágrima —continuó Manon—. Sin
embargo, va diciendo por ahí que es la legítima propietaria de Salon Soir.
Sí, aún tenía que lidiar con la joven y fogosa viuda de Rey. Recordé con
gran disgusto el vulgar vestido que dejaba al descubierto su trasero
redondeado de colágeno que había usado en la fiesta de Elysium aquella
noche
Sin embargo, aunque Rey había estado protegido en sus muchas
actividades ilegales, imaginé que Natalia no disfrutaría del mismo
privilegio. Una vez que las aguas se calmaron, eliminar aquel antiestético
casino (y sus clientes de mala muerte e incultos que pululaban por Elysium)
pasó a la parte superior de mi lista de tareas.
Me giré hacia Drake. —¿Qué has averiguado sobre los hermanos de
Natalia?
—Todos son legales. Las autoridades son conscientes del tráfico de
drogas, pero todo es cuestión de pillarles con las manos en la masa. Creo
que es solo cuestión de tiempo.
—Bien. Quiero que ese lugar desaparezca.
—No puedo creer que les hayan permitido funcionar durante tanto tiempo
—dijo Drake.
—¿Qué tenemos? —Declan había llegado, seguido por Ethan y Savanah.
Me levanté. —¿Por qué no vamos a la sala familiar y tomamos el té de la
tarde?
Cuando salí de la habitación, Declan me llevó aparte. —¿Lo arreglaste tú
o lo hizo Mark?
Lo estudié de cerca. —¿Cómo sabes que se llama Mark?
—Nos contó toda la historia.
—A 'nos', ¿te refieres a Ethan, Savanah y Manon?
—A todos nosotros. —Alzó la ceja.
—Espero que no se lo reproches.
—Si tú le aceptas a pesar de las mentiras, ¿quiénes somos nosotros para
juzgarle?
Noté un atisbo de condena en su tono. —Pues no suenas muy convencido.
Exhaló. —Madre, todo esto ha sido una montaña rusa para ti. Primero,
Will implicado en el asesinato de nuestro padre y luego Cary se convierte
en Mark, un hombre que fingía su identidad. ¿Qué opinas?
—Lo sé. —Suspiré—. La vida nunca ha sido un camino recto para mí.
Los obstáculos a veces se convierten en ventajas y viceversa.
—¿Estás hablando de esa misteriosa deuda que tenías con Crisp?
—Ven. Vamos por un poco de té. —Una sonrisa tensa tembló en mis
labios.
¿Mi familia necesita saberlo todo?
Justo cuando esa pregunta se filtraba en mis pensamientos, un tornado con
la forma de Natalia arrasó el pasillo. Agitando una carta, empujó a Janet y
casi tira al suelo a la pobre mujer.
—¡Oye! —espetó Declan con autoridad—. Cálmate.
—No me calmaré hasta haber hablado con ella. —Natalia me señaló con
el dedo.
—Entonces será mejor que entres y bajes el tono —dije.
Después de dirigir a la agitada mujer a mi oficina, me giré hacia Declan.
—Quédate.
Manon, que estaba cerca, entró también.
—Ella no —exigió Natalia.
Asentí a mi nieta, quien puso los ojos en blanco y se fue.
—¿No quieres sentarte? —Señalé el sillón junto a mi escritorio.
Natalia se sentó y cruzó las piernas, que llevaba algo apretadas dentro de
una falda ceñida. Si bien podría haber heredado un imperio, Natalia aún
tenía que aprender el código de vestimenta de los súper ricos.
Dejó caer una carta sobre mi escritorio. —Estoy segura de que usted hizo
que lo asesinaran —anunció.
—Creo que eso lo deciden las fuerzas del orden —dijo Declan.
Se giró y le lanzó una mirada penetrante antes de volver a prestarme
atención. —Él escribió esto, y estoy segura de que a la policía le interesará.
He hecho copias.
Había traído el original, lo cual no fue nada inteligente, pero no estaba
dispuesta a educarla sobre cómo administrar un imperio.
La carta decía:
A quien pueda interesar.
En caso de que me asesinen, ya que imagino que hay algunos que quieren
verme muerto, esta carta póstuma revela algunas verdades ocultas sobre
Caroline Lovechilde.
Respiré e hice una pausa. Al parecer, ese bastardo había decidido
arrastrarme con él.
Caroline Lovechilde, o Carol Lamb, como se la conocía, mató a Alice
Ponting. Yo la ayudé a limpiar aquel desastre. Este trágico acontecimiento
le permitió casarse con un miembro de una de las familias más ricas del
Reino Unido. Alice era la prometida de Harry Lovechilde.
Siendo yo una persona que no deja pasar una oportunidad, hice un pacto
con la recién casada Caroline Lovechilde para que me legase una parcela de
tierra, concretamente el terreno donde ahora se encuentra el complejo
Elysium, y las tierras de cultivo contiguas, a cambio de mi silencio.
Me comprometo a que la transferencia continúe en consecuencia a
nombre de mi legítima esposa. O, como portadora de esta carta, que
contiene fechas y detalles necesarios como prueba, Natalia Crisp tiene
pruebas suficientes para que Caroline Lovechilde sea acusada del asesinato
de la iba a ser esposa de Harry Lovechilde.
Dejé la carta y miré a Natalia a la cara. —Será su palabra contra la mía.
Natalia se levantó y se puso junto a mi escritorio. —Eso es una tontería y
lo sabes. Lo hiciste, tal como él dijo.
—Cálmate —dijo Declan, antes de mirarme con interrogación en sus ojos.
Natalia frunció el ceño. —No eres mejor que cualquiera de nosotros. Peor
aún, porque asesinaste a la prometida de tu difunto marido y por eso has
estado viviendo la gran vida aquí, en Downton Abbey, todos estos años.
Sus palabras actuaron como un látigo sobre piel desnuda. Hice una mueca
cuando ella expuso mi secreto, largamente guardado, y desató un monstruo
a pesar de la versión falsa de los acontecimientos de Reynard Crisp. El ateo
confeso claramente no creía en el juicio final y se llevó sus mentiras a la
tumba.
Declan se había quedado pálido. Se giró hacia Natalia. —Necesito hablar
con mi madre. A solas.
Levantando la barbilla con insolencia, se tambaleó sobre sus tacones altos
hasta la puerta. —El traspaso continuará y luego destruiré la carta.
Me dejé caer en mi silla, obsesionada con la carta que tenía ante mí,
garabateada por un hombre educado en la calle en lugar de en una escuela,
donde la escritura limpia era tan fundamental como el alfabeto básico.
Todo tipo de pensamientos inundaron mi cerebro, sobre cómo me habían
engañado cuando era adolescente, haciéndome creer que aquel hombre era
educado y sofisticado, cuando su único talento era hacerse pasar por un
hombre de mundo.
—¿Es eso verdad? —preguntó Declan.
—Yo no maté a Alice. —Me acerqué a la ventana, donde un cielo
amenazador revelaba el malestar de la naturaleza. Las gaviotas luchaban a
través de vientos turbulentos, al igual que las emociones del vendaval que
se arremolinaba en mi interior.
Respiré hondo y encaré a mi hijo. —Tenía veinte años. Ella había estado
bebiendo y me acusó de coquetear con Harry. Alice me estaba señalando a
la cara y actuando agresivamente, así que la empujé. Tropezó, cayó al suelo
y perdió el conocimiento.
—¿Por qué no llamaste a una ambulancia?
—Rey me hizo creer que estaba muerta. Acabo de descubrir que me
mintió. —Contuve el aliento—. Pensé que estaba muerta, Declan.
—Si hubieras llamado a la policía, como deberías haber hecho, todavía
seguiría viva.
—Pero tú no existirías, entonces —respondí.
Nuestros ojos se encontraron. Sí, era una maraña de contradicciones.
Manon llamó a la puerta y entró.
—Ahora no —dijo Declan.
Suspiré. —No, déjala quedarse.
—Está todo en esa carta, imagino… —preguntó.
Asentí, retorciéndome, con la esperanza de que no me pidiera leerla.
—Entonces es incriminatoria. Será tu palabra contra la de un muerto.
—Un hombre muerto que dirigía un imperio criminal. —Mi boca formó
una línea apretada—. Ha traído la carta original, de la que ahora estoy en
posesión.
—Entonces quémala y dile que se vaya a la mierda. —La boca de Manon
se torció ligeramente—. Lo siento.
—No. Probablemente no sea mala idea. —Declan suspiró—. No sé qué
pensar. Siempre sospechamos algo, pero no de este calibre.
No podía soportar la idea de que mi hijo me viera como una asesina. —
Alice fue estrangulada —dije al fin.
—¿Cómo sabes eso? —Frunció el ceño.
—El detective que me interrogó me dijo el resultado del informe forense.
No soy una asesina, Declan. Fue simplemente un terrible accidente. —
Negué con la cabeza—. Confié en Reynard cuando dijo que Alice estaba
muerta. Yo era joven y estaba asustada. Me convenció de que marcharme
era mi única opción, que de lo contrario mi nombre y mi reputación
quedarían manchados para siempre.
Siguió un largo y doloroso silencio.
—¿Me crees? —Mi voz se quebró—. He tomado algunas decisiones
terribles en mi vida, pero nunca he recurrido al asesinato.
—Te creo, abuela. —Manon me rodeó con el brazo—. Podemos resolver
esto. Destruye la carta. Estoy segura de que podemos encontrar trapos
sucios de Natalia. —Su rostro se iluminó—. Se me ocurre algo. Las niñas
menores de edad. Yo estaba allí, tengo imágenes.
—¿Pero eso no te implicará? —preguntó Declan.
El aliento atrapado en mi pecho salió al desviarnos del tema de la muerte
de Alice.
Manon frunció el ceño. —No me importa. Si eso acaba con Natalia y sus
hermanos, entonces vale la pena acudir a los tribunales. Además, los
hermanos trafican con drogas. Drake todavía tiene las imágenes del tiroteo.
No puedo entender cómo Crisp se salió con la suya.
—Rey tenía una extensa red de hombres poderosos de su lado —dije.
—Entonces tendremos que echarles toda la mierda posible, porque no hay
manera de que consigan esas tierras —dijo Declan, levantándose—. Creo
que es mejor que nos guardemos esto para nosotros, por ahora.
Me volví para mirar a mi hijo. —Por favor, di que me crees. —Mi boca
tembló mientras las lágrimas ardían en el fondo de mis ojos.
Su leve asentimiento ayudó a aliviar parte de la tensión en mis hombros.
Le había forzado al borde de lo moral y no podía culpar a Declan por tener
que lidiar con este nuevo conflicto.
Declan agregó: —Creo que debemos convocar una reunión con Drake y
Carson para encontrar una manera de atrapar a los hermanos con las manos
en la masa.
—¿Qué pasa con Natalia? Es heredera de una enorme fortuna. No se irá
tan fácilmente —dije.
—Déjamela a mí —dijo Manon—. Tengo algunas ideas. Recuerdo a un
par de niñas que eran menores de edad. Revisaré mis archivos.
—¿Guardaste notas? —pregunté, impresionada por el ojo de mi nieta para
los detalles.
—Me quedé con todo. —Sonrió—. Como un seguro.
—¿Por qué no usaste eso contra Crisp cuando todo explotó contra Drake?
—preguntó Declan.
Manon se encogió de hombros. —Se me acaba de ocurrir. Y no quería
lidiar con la ley. Pero ahora no me importa. Haré cualquier cosa para
mantener a la abuela a salvo y deshacerme de esa escoria.
Declan asintió. —Haremos una reunión mañana. Trae lo que tengas y
trabajaremos para deshacernos de esa familia. —Me miró—. ¿Alguna
información sobre quién le asesinó?
Negué con la cabeza.
—Me interrogaron —dijo Manon—. Ojalá la tuviera.
—Y Cary... quiero decir, ¿Mark? —Declan me miró.
Fruncí los labios. —Él no habría usado un cuchillo. Ni siquiera puede ver
películas violentas sin apartar la mirada.
—Ya veo… —Declan se frotó el cuello—. ¿Un sicario?
—No lo sé, Declan. Estoy segura de que tenía muchos enemigos.
Mark
Caroline
UNA VEZ QUE LE concedieron la libertad bajo fianza, Manon fue puesta
en libertad. Temblando y con aspecto demacrado, abrazó a Drake, que había
estado todas esas horas dando vueltas en la comisaría.
—¿Estás bien? —pregunté. Llevaba sin dormir dos noches, muy
preocupada.
—Estoy bien, pero ha sido horrible. No puedo volver a entrar ahí. —Su
voz se quebró—. Me vendría muy bien una taza de té y algo dulce.
Drake le dedicó una sonrisa triste y le rodeó la cintura con el brazo.
Fuimos a una cafetería cercana y, después de pedir al camarero, pregunté:
—¿Qué pasó exactamente, Manon?
Estaba a punto de responder cuando alguien le hizo una foto.
—Los malditos medios no pierden el tiempo —dijo Drake, alterado y
exhausto.
—Llamé a mi abogado para ver qué se podía hacer. Según él,
aparentemente nada. —Suspiré—. Era una desventaja de ser un Lovechilde.
Bebimos el té rápidamente y nos preparamos para salir atravesando la
multitud de reporteros que se amontonaban fuera.
—Excelente. —Manon escondió la cara entre sus manos—. Estoy terrible.
—No muestres ninguna emoción —dije, mientras nos adentrábamos entre
la multitud—. Aparenta dignidad. Vamos a darnos prisa.
Luchamos a través todos los medios allí congregados, con Drake actuando
como guardaespaldas mientras empujaba a los ansiosos reporteros, alejando
sus cámaras y despejándonos el camino.
Una vez que estuvimos montadas en el coche, Manon lloró en el hombro
de Drake durante todo el camino de regreso a Bridesmere.
A pesar de mi avalancha interna de preguntas, le di el espacio que
necesitaba.
En el momento en que llegamos a casa, Manon corrió a la guardería
donde Janet cuidaba de Evangeline. Salió de la habitación abrazando a su
hija mientras seguía sollozando, y Drake la rodeó con los brazos, tratando
de asegurarle que todo estaría bien.
Los dejé solos y me fui en busca de Mark, quien a menudo prefería la sala
familiar, también conocida como la sala amarilla. Cuando entré, me recibió
toda la familia. Todos me miraron al mismo tiempo, obviamente ansiosos
por recibir noticias.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Declan.
—Le han concedido la libertad bajo fianza. Estaban allí todos los medios
de comunicación. Algunos incluso nos han seguido hasta aquí.
—Oh, mierda —dijo Ethan—. Ahora tendremos que aguantar un frenesí
en los medios.
—¿Dónde está Manon ahora? —preguntó Savanah.
—Se ha ido a su habitación con Drake y Evie.
—Pobre.
—¿Ha hecho alguna declaración? —preguntó Declan.
Asentí, y un suspiro entrecortado salió de mi boca. Mark llegó y se sentó
a mi lado, cogiéndome de la mano. —Ella insiste en que no lo hizo.
—¿Qué tienen contra ella? —preguntó Ethan.
—Encontraron el arma del crimen en una papelera con sus huellas
dactilares y otras diferentes.
—Bueno, eso significa algo —dijo Savanah.
—¿Quizás alguien del personal de la cocina? —preguntó Declan.
—Han sido descartados. Al parecer, era un arma extranjera.
—¿Han tomado las huellas de todos los que estuvieron en el evento?
—Están trabajando en ello.
Mark se removió un poco en su sitio y le miré, notando la manera en que
apretaba los labios.
Volví mi atención al resto de la familia. —En su declaración, Manon ha
dicho que cuando encontró a Reynard sangrando en el suelo, sacó el
cuchillo de su cuerpo sin pensar. Al darse cuenta de lo que había hecho,
salió corriendo y lo arrojó a la basura.
—Pero eso es una locura —dijo Declan.
—Fue el shock al verle así. Su instinto le llevó a quitar el cuchillo.
—Pero, ¿por qué no nos lo dijo? Quiero decir, es que no cuadra… La van
a destrozar por eso en el juicio —dijo Declan.
Mark se levantó y empezó a caminar. —Yo estaba allí.
La atención de todos se volvió bruscamente hacia él.
—¿Qué? —pregunté.
—La vi sosteniendo el cuchillo.
—¿La viste hacerlo? —preguntó Declan.
Él negó con la cabeza. —Cuando llegué, ella estaba parada junto al
cuerpo, pálida como un fantasma y sosteniendo el arma. Le dije que se
deshiciera de él y que actuara como si nada hubiera pasado.
—Pero podría habérnoslo contado —dije, dolida porque no me lo
hubieran dicho—. Lo habría entendido.
Mark se encogió de hombros. —Creo que esperaba que todo se quedara
ahí y no quería implicarte.
—Pero te implica a ti. Eres cómplice al haberlo presenciado —dijo
Declan.
Markus asintió. —Me entregaré y les daré mi declaración.
—¿Es eso necesario? —pregunté.
Él suspiró. —Si queremos ayudar a Manon, creo que lo es.
Nuevas dificultades se avecinaban. Sacudí la cabeza con frustración.
Capítulo 33
Mark
Caroline
Mark
Caroline
THORNHILL TRILOGY
Seducción
Confesión
Pasión
Malibu Serie
Un Poco de Paz
Comenzó en Venice
Toma mi Corazón
Oscuro Descenso al Deseo
jjsorel.com