Lovechilde Saga Completa - J. J. Sorel

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Contents

DESFLORADA POR UN MILLONARIO

SOMETIDA POR UN MILLONARIO

ACECHADO POR UNA MILLONARIA


CORROMPIDA POR UN MILLONARIO

PROPIEDAD DE UN MILLONARIO
DESFLORADA POR UN
MILLONARIO

Lovechilde Saga 1
J. J. SOREL
Copyright © 2022 by J. J. Sorel

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma, ya sea electrónica
o mecánica, sin el permiso por escrito del editor, excepto en el caso de citas breves incorporadas en
reseñas o artículos. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, tramas, hechos e incidentes
son simple producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas reales, vivas o
muertas, o un evento real es pura coincidencia y no acarrea ninguna responsabilidad por los sitios
web del autor o de terceros o el contenido de los mismos.

Traducción por Roberto Peña Páez

Edición de línea Sonia de Juana Calvo

NOTA DEL AUTOR: El presente es un romance tórrido con escenas de sexo descriptivas. También
hay algunas escenas de violencia y abuso sexual que, aunque no son muy gráficas, aún pueden
ofender.

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Contents

1. Capítulo 1

2. Capítulo 2

3. Capítulo 3
4. Capítulo 4

5. Capítulo 5
6. Capítulo 6

7. Capítulo 7

8. Capítulo 8

9. Capítulo 9
10. Capítulo 10

11. Capítulo 11

12. Capítulo 12

13. Capítulo 13
14. Capítulo 14

15. Capítulo 15

16. Capítulo 16

17. Capítulo 17

18. Capítulo 18
19. Capítulo 19

20. Capítulo 20

21. Capítulo 21

22. Capítulo 22

23. Capítulo 23
24. Capítulo 24

25. Capítulo 25

26. Capítulo 26

27. Capítulo 27

28. Capítulo 28

29. Capítulo 29

30. Capítulo 30
31. Capítulo 31

32. Capítulo 32

33. Capítulo 33

34. Capítulo 34
35. Capítulo 35

36. Capítulo 36

37. Capítulo 37

38. Capítulo 38

39. Capítulo 39

40. Capítulo 40
41. Capítulo 41

42. Capítulo 42

43. Capítulo 43

44. Capítulo 44

45. Capítulo 45

46. Capítulo 46

47. Capítulo 47

48. Capítulo 48

49. EPÍLOGO
Capítulo 1

Theadora

UNOS PASOS VACILANTES ME llevaron a lo largo del sombrío callejón,


hasta que llegamos a un charco de color púrpura palpitante sobre un suelo
empedrado y completamente mojado.
Mordiéndome las uñas, miré hacia un cartel morado que rezaba: Club
Purr. —¿Dónde estamos?
Rascándose la cabeza como siempre lo hacía, Travis me hizo un gesto
para que yo entrara por la puerta de metal.
Allí estábamos, en una sórdida callejuela del Soho, con olor a carne
podrida, donde había accedido a llevar un disfraz de camarera.
No tenía ni idea de lo que él pretendía que me pusiera. Como iba drogado
hasta arriba en ese momento, no acertó a darme más detalles. Pero no tuve
elección, estaba en la calle, arruinada y endeudada con su hermana.
—Tú entra. —Me empujó a través de la puerta.
Respiré hondo y entré en un vestíbulo de paredes moradas, que olía a
desinfectante y perfume barato. Las paredes estaban cubiertas de imágenes
de hermosas mujeres jóvenes en lencería, con ojos de ‘ven a la cama’.
—¿Es un club nudista? —Se me congeló la sangre. Nunca antes había
estado en un lugar tan sórdido.
—Que sigas andando. —Se retorció como si las hormigas le estuvieran
trepando. Sus ojos en la penumbra parecían cuencas oscuras y vacías.
Supuse que esperaba que me hubiera puesto algún atuendo diminuto. No
tuve más remedio que aceptar.
Mi corazón estaba desbocado. Esa no era yo.
Conocí a Travis a través de su hermana gemela, mi ex compañera de
apartamento, a quien le debía el alquiler. Me había echado después de
mudarse su novio.
Travis me dirigió a una oficina donde había un hombre con sobrepeso y
tez rojiza que parecía tener unos cincuenta años.
—Este es Jack —dijo Travis.
El hombre sentado, que imaginé que era el dueño del club, recorrió mi
cuerpo de arriba abajo con sus espeluznantes ojos, provocándome un fuerte
escalofrío que me atravesó.
Miró a Travis. —Está bien, ya puedes irte.
Travis se quedó quieto un momento, rascándose pensativamente. Le lanzó
a Jack una sonrisa torcida. —¿Estamos bien?
El hombre mayor me recorrió con la mirada antes de volver a centrar su
atención en el drogadicto. —Ve a ver a Vlad. Él tiene lo que quieres.
Travis se alejó arrastrando los pies, dejándome sola con ese hombre de
aspecto sórdido, cuya mirada me hizo querer desaparecer.
Un humo viciado flotaba en el aire y las paredes tenían imágenes de
coches de carreras, boxeadores y mujeres hermosas.
Aquí estaba yo a mis veinticuatro años, en un bar de mala muerte a punto
de vender mi alma; había llorado tanto que me había convertido en una
estatua de sal.
Entró una mujer de unos treinta años. Iba muy maquillada, con gruesas
pestañas rizadas que le llegaban hasta las cejas. Tenía atado en una cola de
caballo su cabello rubio que le llegaba hasta la cintura, parecía una sábana
de satén sin un mechón fuera de lugar.
Vestida con un corsé rosa, tirantes y tacones de aguja, se elevaba sobre
mí.
—Prepárala —dijo el hombre, inclinándose hacia atrás con las manos
cruzadas sobre su gordo estómago. —Tráemela de vuelta para que pueda
verla.
En silencio, avanzamos por un pasillo tenuemente iluminado hasta la
parte trasera del lugar.
La mujer abrió la puerta y entré en un vestidor que olía como una
perfumería. Mi atención se dirigió a un perchero con lencería y un espejo
iluminado sobre una mesa con productos de maquillaje esparcidos.
—Soy Tania. —Sonaba como rusa.
—Hola. Soy Thea. —Mi voz tembló.
Sus labios pintados de rojo se levantaron ligeramente en la comisura. —
Relájate. No te comerán. —Sus ojos azules brillaban con un toque de
desvergüenza—. Aunque, es posible que quieras que lo hagan.
Negué con la cabeza repetidamente. —¿Tengo que vestirme así? —Señalé
su corsé.
—Este es un club de caballeros. ¿No te lo han dicho?
—Me dijeron que era un trabajo de camarera disfrazada. Es todo lo que
sé.
Su rostro se calentó con una ligera sonrisa. —Eso es a fin de cuentas. —
Tiró de mi camisa—. Vamos. Fuera todo. Se está calentito aquí.
Sacó un corsé de encaje negro con un ribete de satén rojo. —Esto debería
valerte. —Me estudió mientras cruzaba los brazos sobre mi pecho—. Con
esas tetas, serás muy popular.
Odiaba mi cuerpo. Y ahora tenía que usarlo para sobrevivir. Apenas me
las había arreglado en trabajos de camarera o de limpieza. Y a pesar de
tener dos trabajos, todavía estaba endeudada debido a los altos alquileres de
Londres.
No iba a rogarle nada a mi fría e indiferente madre. No podía soportar
verla después de cómo me había tratado.
Tania me entregó unas medias de rejilla. —¿Qué pie calzas?
—Un seis. —Me preguntaba cómo demonios me las iba a arreglar para
caminar con los zapatos de rascacielos que dejó caer frente a mí.
—De acuerdo. Esto debería funcionar. —Se detuvo en la puerta—.
Vuelvo en un minuto para ayudarte con el pelo y el maquillaje. Déjame ir a
por una copa. Te ayudará.
En respuesta a su bienvenido gesto de amabilidad, asentí con una sonrisa
temblorosa. —Un Gin tonic, gracias.
Me di una charla de ánimo a mí misma. Quinientas libras pagarían mi
deuda y me encontraría alguna habitación para pasar unas noches. Después
de todo era solo piel.
¿Pero me tocarán?
Se me hizo un nudo en el estómago cuando coloqué cuidadosamente mi
pie en la media, tratando de evitar rasgarla.
Travis me aseguró que solo sería hacer de camarera disfrazada. Pero era
un drogadicto, y considerando que había desplumado la billetera de su
hermana más de una vez, sabía que no se podía confiar en él.
Luchando con la cremallera, me subí el corpiño de encaje lo más alto que
pude. El corsé aplastó mis senos de copa D. Apenas podía respirar.
Rebusqué en la caja y busqué un par de bragas de encaje con la mayor
cantidad de tela, a pesar de eso mi trasero sobresalía, algo que no me
sorprendía, dado que lo tenía enorme.
Mientras me estaba subiendo las medias, entró Tania con dos copas. Me
entregó una y mientras bebía de la suya, asintió. —Mmm... seguro que vas
a estar muy solicitada. —Señaló los zapatos negros puntiagudos de suela
roja que fácilmente podrían haber servido también como armas—. Póntelos
y ponte de pie. Déjame verte.
Con las piernas temblorosas, me levanté y me agarré al banco para
mantener el equilibrio.
Se rio. —Veo que no estás acostumbrada a ellos. —Apuntó—. Anda un
poco.
Me moví por la pequeña habitación atestada de cajas apiladas, mirándome
los pies para evitar tropezar. Después de aproximadamente un minuto, lo
logré.
—Vamos a maquillarnos. —Su tono suave me ayudó a relajarme—.
Bueno, ¿qué edad tienes?
—Veinticuatro. —Cerré los ojos mientras ella me pasaba una brocha por
la cara.
—¿Nunca antes habías trabajado en un club para hombres?
—No. Normalmente trabajo de camarera en cafeterías y restaurantes.
—No ganarás tanto dinero trabajando en cafeterías.
—¿Y es solo por servir bebidas en las mesas? —pregunté, mientras me
daba colorete en las mejillas.
Me miró a través del espejo. Al principio, me pregunté si era por
comprobar el maquillaje, pero había algo más en su mirada. Como si
estuviera tratando de leerme la mente.
¿Qué no me está diciendo?
—Tienes unos ojos bonitos. Mira hacia arriba. —Dibujó una línea debajo
de mi ojo y luego tiró de mi párpado para dibujar una línea arriba—.
¿Tienes novio?
—No. —Me miré en el espejo. La sombra que aplicó en mis párpados
definió mis ojos almendrados—. Eres buena maquillando. Yo siempre me
hago un lío con eso.
—Me formé como esteticista. —Se apartó para estudiarme en el espejo.
—Vaya. ¿Y ahora trabajas aquí?
Seleccionó un lápiz de labios de una caja. —Llevo aquí ocho años. Vine
de Bosnia y comencé a trabajar aquí. Las condiciones son buenas. El dinero
es excelente. Especialmente si le gustas a un cliente.
Fruncí el ceño. —¿Qué quieres decir con eso?
Se encogió de hombros. —Ya lo verás. —Mirando a través del espejo mis
labios rojos recién pintados, asintió—. Bueno. Eres muy, muy guapa. Y con
ese cuerpo, puedes convertirte en una mujer muy rica.
Me levanté bruscamente, como si algo me hubiera mordido en la parte
inferior. —No me voy a prostituir.
Ella sonrió, como lo haría una madre ante un niño que amenaza con
morirse de hambre en lugar de comerse las verduras. —Relájate. No
necesitarás hacer eso. Estarás bien. Bebe algo. Cuando hagas recuento del
dinero que has ganado al final de la noche, estarás muy feliz. —Tania me
quitó la goma del pelo—. Vaya… tienes también un hermoso cabello largo.
Déjatelo suelto, ¿vale?
Me encogí de hombros. —Claro. Aunque quizá me lo recoja porque se me
viene a la cara todo el rato cuando trabajo de camarera.
—Mmm… no. Mejor suelto.
Me terminé la copa de casi dos tragos mientras Tania me cepillaba el
cabello, y por un momento volví a un estado de calma.
Dejó el cepillo. —De acuerdo. Todo listo. Ponte de pie y prueba a caminar
de nuevo.
Me puse de pie y me bajó el corsé. —Vamos a mostrar un poco más de
esto. Dios mío, desearía tener tus tetas. Sería millonaria —dijo eso en voz
baja.
Observé su figura alta y esbelta. —Eres hermosa. Con esas piernas
podrías ser una modelo de pasarela.
—Tal vez, si la vida hubiera sido diferente. —Ella se encogió de hombros.
—Me trajeron de contrabando a Londres y me obligaron a trabajar.
Fruncí el ceño. —Ah, ¿en serio? ¿Y eso? Quiero decir, ¿te prostituyeron?
Asintió lentamente. Sus ojos azules eran distantes. —Pero Jack ha sido
bueno conmigo.
—¿Jack es tu novio?
—No. Es más como un padre para mí. Es duro, pero justo. Te llevaré con
él ahora, ¿de acuerdo? —Me abrió la puerta para que pasara.
Mi pecho se encogió y mi pulso se aceleró. ¿Qué iba a pasar? La bebida
me había mareado más de lo habitual con tan solo un trago, pero no lo
suficiente para adormecerme el miedo.
Capítulo 2

Declan

—SOLO NECESITAS ECHAR UN polvo. —Los ojos marrones de Carson


brillaron con picardía.
—Solo tú dirías eso. Solo piensas en coños. —Sonreí
Me apoyé contra la barra de madera y bebí de mi cerveza. El pub irlandés
del Soho olía a pintas y a humo. Objetos de recuerdo, tapas duras gastadas,
botellas antiguas polvorientas y tazas, se podían ver en los estantes de
vidrio de detrás de la barra. Como era sábado por la noche, el lugar bullía
de bebedores. Hubiera preferido un lugar discreto, pero mi compañero del
ejército prefería las multitudes.
—Bueno, hombre, después de la mierda que acabamos de vivr, prefiero
concentrarme en las cosas buenas de la vida. —Se frotó su cabeza rapada.
No podía negar aquello. Una mujer bonita con curvas suaves y sexys es
mil veces mejor que lidiar con terroristas suicidas.
—¿Crees que se les darán un hogar aquí? —pregunté, pensando en la
familia que habíamos ayudado a evacuar de una aldea en Afganistán.
Se encogió de hombros. —No estoy seguro. Son demasiados.
Sin sentir nada más que frustración, negué con la cabeza. Me uní al SAS
para ayudar a los menos afortunados que yo, pero al final, estaba en manos
de un político decidir quién merecía protección.
—Oye, Dec, trata de no pensar en eso.
—Es más fácil decirlo que hacerlo después de lo que hemos visto.
—¿Cuánto hace de eso? ¿Unos días? Vamos a echar un polvo. —Su
atención se posó en un par de chicas que reían tontamente al otro lado de la
barra.
Nos miraron y se pavonearon frente a nosotros.
—Bingo. Allá vamos —dijo Carson en voz baja.
—Puedes quedártelas a ambas.
—Eres un aburrido, hombre. —Me estudió de cerca—. Va a llevar tiempo.
—Sí. Pero todavía no puedo sacarme esa imagen de Jackson colgando de
aquella jodida cuerda.
—No podrías haberlo ayudado. No puedes seguir machacándote con eso.
Suspiré, abrumado por la culpa por no haber salvado a nuestro compañero
de sí mismo. —Lo sé. Todos deberíamos haber estado allí para él. Se estaba
desmoronando justo enfrente de nuestras narices. Todos fallamos.
—Él ya estaba perdido cuando se unió a las fuerzas. Y lo sabes.
Una de las chicas estaba tan cerca que su dulce y penetrantemente
perfume viajó directamente hacia mi nariz. —Oye. —Sonrió—. ¿Os lo
estáis pasando bien?
Carson me lanzó un guiño sutil. —¿Podemos invitaros a una bebida,
chicas?
—Creo que he tenido suficiente —dije, alejándome de una de las chicas
cuyo hombro desnudo se frotaba contra el mío.
No estaba de humor para chicas, ni para nada más. La única razón por la
que quedé con Carson para tomar una copa fue porque prácticamente me lo
rogó.
—Yo soy Nina y esta es Wendy —la chica alta y guapa de cabello rubio
se tambaleó un poco mientras hablaba. Carson ya la estaba desnudando con
el brillo de sus ojos.
—Bueno, ¿y a qué os dedicáis? —preguntó Wendy. Sus ojos se
desplazaban entre yo y Carson continuamente. Era más bajita y con más
curvas que su amiga. Llevaba un top ajustado que la marcaban unas tetas
como globos; iba sutilmente provocativa. A pesar de sus bonitas y oscuras
facciones, no estaba de humor para algo esporádico.
—Acabamos de volver de Afganistán.
Sus ojos marrones se iluminaron. —¡Ah! Por eso estáis tan musculados y
sois tan grandes. —Tocó los grandes brazos de Carson.
—¿Es como en la tele? ¿Saltáis desde aviones y vagáis por selvas llenas
de criaturas peligrosas? —preguntó su amiga.
Carson me miró de soslayo y sonrió. —No era exactamente el Amazonas,
pero sí que nos encontramos con criaturas peligrosas.
—Principalmente de la especie humana —murmuré.
Las chicas se rieron cuando Carson les pasó las bebidas. Él miró hacia mi
vaso vacío. —¿Otra?
Negué con la cabeza. —Me voy. Estoy cansado.
—¿Me vas a dejar solo? —Carson tenía el aspecto de haber sido
capturado por el enemigo. Normalmente no tenía miedo. Con un metro
noventa y tres y puro músculo, era la clase de tipo que querías tener al lado
cuando estabas rodeado de matones depravados.
—Estoy seguro de que puedes manejarte solo.
No era la primera vez que le dejaría rodeado de un harén. Aunque mi
cerebro cansado no podría decir si este par de chicas harían esas funciones.
A mí me iba más la monogamia, pero a Carson le gustaban sus pequeñas
aventuras.
Nina se me acurrucó. —Me pongo triste si te vas.
—Dec es un rompecorazones. Debajo de esa percha de estrella de cine, es
un aburrido.
Incliné la cabeza y sonreí. —Leer apenas me hace aburrido.
Carson me señaló mientras se dirigía al par de chicas. —Este es él en toda
su expresión. Mientras los demás salimos a buscar diversión, a él le gusta
quedarse leyendo un libro.
Me encogí de hombros. —Nada mejor como un poco de educación.
—Pensé que ya habías acumulado suficiente de eso durante tus días de
universidad.
—¿No solo eres alto y con unos hermosos ojos azules, sino que también
eres rico? —preguntó Nina, con los ojos muy abiertos e impresionados.
—Pertenece a una de las familias más ricas del Reino Unido. Un
multimillonario soltero.
Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza. —Me voy.
—Oye, no te vayas. Nunca antes había conocido a un multimillonario tan
sexy.
Me incliné hacia Carson y le susurré: —Gracias, amigo.
Se encogió de hombros. —Acéptalo, Dec. Eres un partidazo.
Levanté la mano para despedirme. —Te veo pronto.
Justo cuando me iba, Carson soltó uno de sus chistes picantes y las chicas
se rieron un poco más.
Mi teléfono vibró y al ver que era mi hermano, inmediatamente cogí la
llamada. —Ethan. —Entré en una calle tranquila lejos de la bulliciosa y
abarrotada acera del Soho.
—Hola hermano, ¿qué haces?
—Estoy en Londres. Acabo de encontrarme con un amigo. —Me toqué la
mandíbula, recordando que necesitaba afeitarme.
—¿Del tipo femenino?
—No, un compañero del ejército.
—Imaginaba que te estarías follando a la mitad de Londres ahora. Si yo
hubiera estado tres meses en una región escarpada y remota, hambriento de
coño, lo habría hecho. —Se rio.
Ya estábamos con el fanfarroneo. Aspiré profundamente. —Carson dijo lo
mismo. Pero no, solo estoy recuperando el sueño perdido. La verdad que no
estoy de humor para follar.
Siseó. —¡Como has cambiado!
—Mis días de tirarme a todas terminaron hace años, Ethan.
—Lástima por ti. A las mujeres les vuelve locas un hombre de uniforme.
Tal vez me puedas prestar el tuyo en algún momento.
—Eso no va a pasar —me burlé. Las marcas de guerra no pegan con un
playboy—. ¿Por qué cada vez que charlamos, de inmediato surge el tema de
las mujeres?
—Es agradable hablar de ellas, mirarlas y desvestirlas. No te habrás
vuelto… ¿verdad?
—No, imbécil. Simplemente no ando persiguiendo chicas, como otros.
—¿Desde cuándo no persigues a las mujeres? Por lo general, te lanzan las
bragas a la cara.
Me reí de esa versión ridículamente exagerada de mis días pasados de
ligoteo, donde fuera y con quien fuera.
—Vamos a hacer una cena la próxima semana. Cleo sigue preguntando
por ti. De hecho, la mitad de las chicas con las que me encuentro me
preguntan por ti. Eres un tipo popular.
—Como tú —dije—. Ser rico ayuda, supongo. —Nuestra conversación
me recordó todo el lujo que me esperaba, ahora que había regresado a mi
vida. Debería estar emocionado, pero en cambio me venció el aburrimiento.
—Mañana vuelvo a Bridesmere.
—Tengo ganas de verte —dijo. A diferencia de algunos hermanos,
nosotros no éramos para nada competitivos. Al contrario, estábamos
bastante unidos—. Han pasado muchísimas cosas por aquí. Podría traer un
equipo de cámaras y grabar un reality show.
Le gustaba vacilar con mi celo excesivo por mi privacidad. —Ni te
atrevas, joder.
Se rio. —Sabía que eso te cabrearía.
—¿Qué tal está papá? —Acababa de recuperar el ritmo de sueño y
necesitaba una semana para aclimatarme a volver a ser un hijo
multimillonario y no lidiar con situaciones locas que involucrasen soldados
hastiados, civiles angustiados o negociar con hombres que deseaban
volarme por los aires.
—Papá apenas está por aquí.
—¿Todavía siguen así? —No era ningún secreto que mi madre y mi padre
no se llevaban bien. Hubo rumores de divorcio, pero con tanto dinero en
juego, en su lugar, prefirieron pelearse.
—Eres un soldado condecorado, creo.
Fruncí el ceño. —¿Cómo sabes eso?
—Saliste en las noticias. Tenemos un héroe en la familia.
Mi hermano era uno de esos tipos inexpresivos, así que no podía
averiguar si me estaba tomando el pelo o me estaba dando palmaditas en la
espalda.
—Solo estaba haciendo mi trabajo. —Me encogí de hombros.
—Salvaste de una bomba a una escuela entera a punto de volar por los
aires, Dec. Vamos, siéntete orgulloso. Te lo has ganado.
No puedo con esto ahora.
Permanecí en silencio.
—Es bueno saber que estás de vuelta. Echaba de menos no tenerte para
entrenar. —Se rio.
Solté un suspiro, agradecido por el cambio de tema. Con las típicas cosas
familiares sí que podía lidiar.
—¿Cómo está Savvie?
—Está en París.
—¿Qué hace allí? Aparte de ir de compras, por supuesto. —Mi hermana
de veintisiete años era la típica heredera rica que revoloteaba por la vida
con ropa de diseñador y cambiaba de novio con tanta frecuencia como de
peinado.
—Probablemente un garçon —dijo—. Hablando de hombres más
jóvenes, Will anda mucho por aquí.
—Bueno, es socio de papá. No hay nada de extraño en eso, ¿verdad?
—Esa es la cosa. Papá rara vez está en casa últimamente. La mayor parte
del tiempo está en Londres. Pero Will siempre está aquí. Creo que se está
acostando con nuestra madre.
—Dijiste eso el año pasado. —Volvíamos al drama familiar.
—Ya lo verás con tus propios ojos. Ya ni siquiera lo ocultan. ¿Te estás
hospedando en Merivale?
—Solo algunas noches, pero planeo mudarme al pueblo —dije.
—¿A tu iglesia reconvertida?
—Sí. Está lista para habitar. El arquitecto me envió unas fotos. Me
encanta. —Me invadió un sentimiento de emoción al pensar en la iglesia
georgiana del siglo XVIII que había reconvertido para ser mi nuevo hogar.
—Te veré mañana, entonces.
—Perfecto. Bueno, adiós.
Colgué y sintiéndome cansado, me dirigí hacia las calles llenas de gente.
Fue agradable estar de vuelta en casa, pero la ciudad no era mi lugar
favorito. Necesitaba sacarme parte de la basura mental que me había
seguido desde Afganistán y el mejor lugar para recuperar la cordura era el
pueblo costero donde crecí.
Capítulo 3

Thea

JACK HIZO CÍRCULOS CON su dedo. —Date la vuelta.


Conteniendo la respiración, me di la vuelta, mientras cruzaba los brazos.
Su mirada de águila boquiabierta me heló la sangre.
Se volvió hacia Tania. —Muéstrale los alrededores.
Con las piernas como cemento, la seguí hasta la parte trasera del lugar.
Entramos por unas cortinas negras que conducían a un escenario.
—¿Hacen actuaciones aquí?
—Sí. Podría decirse así.
Demasiado nerviosa para indagar más, ignoré las preguntas que se
acumulaban en mi cabeza y seguí adelante.
Contrólate. Es solo piel. Piensa en las quinientas libras.
Unas gotas de sudor resbalaban por mis brazos mientras me tragaba el
miedo y entraba en un espacio lleno de gente, con muy poca luz.
Varias chicas en ropa diminuta llevaban bandejas por toda la sala, que me
recordó al palacio de Playboy, con sus lujosos terciopelos oscuros y
pinturas de desnudos. El aire olía a alcohol y humo y había un indefinible
hedor a semen. Me imaginé que así es como olería la lujuria: almizclado y
repugnantemente sudoroso.
Los clientes eran todos hombres, siendo las únicas mujeres el personal y
las camareras.
Señalé los cubículos con cortinas de terciopelo rojo. —¿Qué pasa ahí
dentro?
Los labios de Tania se curvaron ligeramente. —Bailes eróticos privados.
—¿Privados? ¿Como para tener sexo?
Se encogió de hombros. —Depende de la chica. Si el dinero es suficiente,
no cuestionamos nada. Hay guardias por todas partes para que las chicas
estén protegidas. Pero de esa manera ganan un montón de dinero.
—Yo no voy a hacer eso. —Me crucé de brazos.
—Tú solo céntrate en llevar bandejas. A veces pueden pedirte que te unas
a ellos en su mesa y obtienes una recompensa por ello.
—¿Además de mis quinientas libras?
Asintió. —Déjame traerte otro trago. Te ayudará a relajarte.
Para alguien que normalmente no bebía mucho, ya iba por mi segundo
trago. No podía negarme. Cualquier cosa que me ayudara a pasar esta noche
y lidiar con todos los pensamientos de mierda que se arremolinaban en mi
cabeza.
Regresó con dos tragos y entregándome un vaso, bebió del suyo. Yo hice
lo mismo, tosiendo y aclarándome la garganta.
Me empecé a sentir muy mareada y dije: ‘Hagámoslo’, como alguien a
punto de zambullirse en un lago helado en pleno invierno.
Tania me condujo a una zona llena de mesas de hombres. Todos se
volvieron y me miraron como si fuera una novedad. Algunos incluso
silbaron, mientras que otros me sonrieron.
Mantuve los brazos cruzados.
Las chicas parecían jóvenes, incluso más jóvenes que yo; parecían ser de
diferentes nacionalidades y tenían todo tipo de cuerpos. Me sorprendió la
cantidad de chicas gupas que había. Un recuerdo de la desesperación de esta
ciudad ridículamente cara, donde una jornada laboral de cuarenta horas
apenas llegaba para el alquiler y la comida.
Al menos el club estaba concurrido, así que podía perderme entre la
multitud.
Tania hizo un gesto con el dedo y la seguí hasta la barra. Señaló a un par
de mujeres detrás de la barra. —Estas son Jan y Liz.
Asentí a modo de saludo.
—Dale otro trago —le dijo Tania a Liz.
Me pasó un vodka y lo tomé sin dudarlo. —Como siga así, podría
caérseme la bandeja. —Me tomé el vodka de un solo trago, lo que me hizo
arrugar la cara.
—No creo que tengas demasiadas quejas. —Tania le devolvió una sonrisa
irónica.
Me entregó una bandeja. —Por ahora, solo camina y recoge los vasos
vacíos. ¡Ah!, y apunta lo que te vayan pidiendo, ¿de acuerdo?
—¿No necesitaré una libreta y un boli? —pregunté, casi arrastrando las
palabras.
—Estoy segura de que puedes arreglártelas. La mayoría de los clientes
beben cerveza o licor. No son demasiado complicados.
Recogí algunas copas y los hombres parecían bastante educados, lo que
facilitó las cosas; al poco ya le había pillado el tranquillo. Hasta que llegué
a una mesa donde un anciano me pidió que me uniera a él para tomar una
copa. Sus ojos caídos recorrieron mis pechos, negué con la cabeza y salí
huyendo.
Después de una hora de recoger vasos, entregar bebidas y que me
comieran con los ojos, me tomé un descanso y fui al baño detrás del
escenario, donde dos chicas estaban sentadas fumando.
—Hola —dijo una de ellas—. ¿Qué tal se te está dando?
—Está bien. Solo que este corsé me mata. Estoy deseando volver a
ponerme mi ropa.
—Sí, sé cómo te sientes. Bueno, y… ¿vas a la subasta?
—¿Eh? —Mis cejas se juntaron.
—¿No te has apuntado a la subasta? —Parecía sorprendida.
—¿Qué quieres decir?
—Todas nos estamos vendiendo esta noche.
—¿Vendiendo tu cuerpo?
Vaya pregunta más tonta. ¿Qué más iban a vender?
La otra chica asintió. —Estamos vendiendo nuestra virginidad al mejor
postor.
—Joder. ¿En serio?
Una de las chicas se mordió una uña. —Es mucha pasta.
—Ya me imagino.
—Una amiga mía lo hizo la semana pasada y recibió cien mil libras. Ya
tiene su vida resuelta por un tiempo. Yo no estoy con nadie y aparentemente
quedamos muy pocas. —Se rio. Al igual que su amiga, solo llevaba un
sujetador y unas bragas.
—Entonces, ¿vais a hacerlo? —pregunté.
Ellas asintieron. —Hasta ahora estamos apuntadas ocho de nosotras. Las
otras chicas están ahí. Algunas se están rajando. —Sus ojos se posaron en
mi cuerpo—. Lo harías bien, aunque probablemente no seas virgen. —Puso
una sonrisa de disculpa—. Lo siento, sé que eso es personal.
—Soy virgen.
Justo cuando hablé, Tania se acercó y dijo: —¿Podemos hablar?
La seguí a otro vestidor, donde unas chicas, que supuse que también
estaban vendiendo su inocencia, se estaban maquillando.
Tania sonrió a las seis chicas. —¿Podéis dejarnos un poco de intimidad?
Empezaremos pronto. He dicho que traigan un poco de champán.
Sentí su miedo mezclado con sus expectativas.
—Eres como la madre de todas —dije.
Sonrió con tristeza. —Me gusta cuidar a las chicas. También me gusta
estar en contacto con la gente. Por eso me visto así.
Era una mujer muy hermosa, y a pesar de ser mayor que las demás,
imaginaba que Tania era bastante popular.
—Bueno, ¿qué te dijeron exactamente de esta noche?
—Que me darían quinientas libras por servir de camarera disfrazada.
—Has dejado tirado a un cliente. No estaba muy contento.
—Creí que no era obligatorio beber con ellos. —Me estremecí. ¿Me
estaba regañando?
—Debes hacerlo. —Abandonó el tono suave y me lanzó una mirada
pétrea. —Podrías hacer una fortuna esta noche. Son oportunidades que no
deberías dejar pasar.
—¿Te refieres a que me folle alguien?
—Me refiero a que te subastes al mejor postor.
—No puedo hacer eso. —Mis ojos ardían con lágrimas acumuladas, más
por frustración que por miedo.
Estudiándome por un momento, inclinó la cabeza. —Tienes veinticuatro
años, ¿no?
Asentí.
—Dos hombres ya han preguntado si estás reservada.
—¿Reservada? —Mi cara se arrugó de horror, como si me hubieran
pedido que me cortara un brazo. —No soy una mercancía, soy un ser
humano.
—Sí, un ser humano que está arruinado, que no tiene dónde vivir y que
todavía es virgen.
Mis venas se tensaron. —¿Cómo sabes eso?
—Travis nos ha hablado de ti.
—Pero él no sabe que yo soy virgen. —Quería vomitar. Quería gritar de
pura frustración. Debería haber intuido que aceptar cualquier cosa que
viniera de Travis sería algo desagradable.
—Pues lo sabía. —Su boca se curvó en un extremo.
—Su hermana, mi ex compañera de apartamento, debe habérselo
cotilleado. No me voy a vender. —La miré directamente a la cara con una
mirada desafiante. Me convertí en aquella adolescente obstinada que
mandaba a la mierda a su madre tras prohibirme usar vaqueros ajustados. Y
todo porque su sórdido nuevo esposo no podía dejar de mirarme el culo y
ser un pervertido.
—Uno de los clientes es guapo, distinguido. Tiene cuarenta y muchos, o
cincuenta y pocos como mucho. Es asquerosamente rico. —Asintió como si
eso fuera algo que celebrar.
Mi sórdido padrastro tenía esa edad cuando intentó violarme.
De ninguna maldita manera.
Con una sonrisa comprensiva, Tania debió notar mis manos temblorosas
mientras me mordía una uña. —Sé que no es una decisión fácil. Pero ya han
ofrecido ciento cincuenta mil libras. Ni siquiera tendrás que desfilar como
las demás.
—¿Desfilar como las demás?
Levantó un dedo para que esperara. Justo cuando me estaba debatiendo si
huir, regresó.
Tania me pasó una copa de champán. —Ten. Todas las chicas están
disfrutando de una.
Recordándome a mí misma que solo me quedaba una hora para irme y
que habría ganado quinientas libras, acepté la copa y tomé un sorbo. —Me
trajiste aquí engañada.
—No. El dinero es tuyo. Solo recoge vasos y siéntate con los clientes.
Pero también puedes salir de aquí convertida en una mujer independiente y
nadie lo sabrá.
—Seguiré de camarera —dije. Estaba a punto de irme cuando me agarró
del brazo.
—Tendrás que perder tu virginidad en algún momento, y de esta manera
tendrás el suficiente dinero como para abrirte camino en la vida.
—¿Eso es lo que hiciste tú? —tuve que preguntar.
Sus ojos me miraron sin pestañear. —Lo habría hecho si no me la
hubieran robado. La situación en mi casa era una mierda.
—¿Tu padre? —Mi columna se estremeció, sintiendo el final.
—Padrastro. Yo tenía trece años. Me la arrancó gratis. —Sus ojos tenían
una mirada angustiada.
—Mierda. Lo siento. —Le cogí el brazo.
Rechazando mi simpatía, su rostro se endureció de nuevo.
Ella no sentía lástima. Nadie lo entendía mejor que yo. Después de
ahogarme en la autocompasión durante mi adolescencia, pasé los últimos
seis años enterrada en la negación. Porque si me hubiera permitido pensar
en lo que sucedió en casa, habría descendido a ese agujero negro sin fondo
de la depresión.
—Soy fuerte. —Alzó los hombros—. Mi vida es buena ahora. Solo te
digo esto porque todo el asunto de las parejas es complicado. Los hombres
las quieren jóvenes y bonitas, y por las vírgenes están dispuestos a pagar
mucho. Estos son hombres muy ricos. Este es un club muy exclusivo.
—Volveré a salir y seguiré trabajando. —Imité su tono frío y me alejé.
Sin embargo, dentro de mí, mis emociones se hacían un lío mientras mi
pasado inquietante llenaba mis pensamientos.
Mi madre bien podría haberme empujado por esa puerta ella misma.
Nunca había sido una buena madre, así que no me sorprendió que no le
importara una mierda mi seguridad.
Yo aún no estaba preparada para el ancho mundo. Tenía planes. Planes
para terminar mis estudios. Todo eso se derrumbó junto con mi cordura.
Sola en el mundo desde los dieciocho años no hacía otra cosa que
encontrarme un obstáculo tras otro. Me quejaba del karma de mierda
cuando en realidad era cuestión de otras personas. Ya había llegado a mi
tope. A menudo los hombres me ofrecían de todo si me abría de piernas.
Incluso chicos guapos por los que las chicas suspiraban, apenas elevaban mi
temperatura, que parecía estar siempre helada.
Y aquí estaba de nuevo, teniendo que mantener un nivel mínimo de
dignidad, sobreviviendo en una jungla de hombres hambrientos de sexo con
alguien lo suficientemente joven como para ser su hija, o incluso su nieta.
Haciendo todo lo posible para combatir las náuseas, volví a mi tarea de
camarera. Entre alguno que otro azote en el trasero, logré entregar varias
bandejas de bebidas sin derramarlas. Pasado un tiempo, me acostumbré a
que me miraran lascivamente. Incluso tomé un trago con un par de
hombres, lo que me supuso una propina de cincuenta libras.
Al rato comenzó el desfile. Una de las camareras vino, se paró a mi lado y
me ofreció un chupito de su bandeja.
Lo cogí. Tomar unos cuanto me había ayudado a pasar la noche y ya solo
me quedaban diez minutos para terminar mi turno.
Las chicas salieron una por una, en sujetador y tanga. En su mayoría eran
delgadas y muy jóvenes.
Me incliné hacia otra chica y le dije: —¿Crees que llegará a los dieciocho
años?
Se encogió de hombros. —Ni idea. No cuestiono lo que sucede aquí. Solo
hago mi trabajo. De vez en cuando me follo a algún que otro cliente si me
paga bien.
La estudié por un momento. Era como si me estuviera contando algo
cotidiano, como comprar zapatos.
Tal vez necesitaba un psicólogo. No. De hecho, necesitaba un psicólogo.
Simplemente no podía permitirme uno. Los hombres me asustaban.
Me gustaban algunos chicos y me gustaba ver actores guapos, pero los
hombres mayores, con esa mirada hambrienta, me helaban la sangre.
Una chica se inclinó, se abrió de piernas y comenzó la subasta. Salió por
cincuenta mil libras y la vendieron a un viejo gordo.
Qué asco.
—Será rápido. —La camarera con una camisa de animal print de tigre
soltó una risita.
Mis piernas comenzaron a tambalearse y todo se volvió borroso a mi
alrededor. —Creo que me han drogado.
—Así es. —Esbozó una sonrisa maliciosa.
—Has sido tú… —Apenas podía hablar y mucho menos llamarla maldita
perra.
A continuación noté que alguien me llevaba hacia el fondo del escenario,
donde un hombre con traje, con un fuerte olor a colonia, estaba ante un
talonario abierto.
—Esta es…
Interrumpí a Tania y escupí: —Satanás. Eso es lo que eres. Me has
drogado.
—Obviamente no lo suficiente, parece.
—¿Qué me has dado? —Levanté la voz arrastrando las palabras.
—Él cuidará de ti. Es de confianza. —Su dulce voz me hizo querer
abofetearla, pero mis brazos eran como de goma—. Quién sabe, incluso
podría gustarte. —Pasó de ser agradable y amable, a ser una perra intrigante
y traicionera, su cara además se tornó en un gesto duro y feo.
Me quité los tacones para poder ponerme de pie sin trastabillar.
—Necesito coger mi bolso —dije arrastrando las palabras.
Tania me siguió al vestidor.
Maldiciendo mi estupidez por haber bebido lo que me dieron, luché por
caminar. Mis piernas se habían convertido en anclas mientras la habitación
giraba.
Tania me tendió un sobre con dinero en efectivo, pero cuando me vio
sentada en el banco, apoyándome sobre la pared, deslizó el sobre dentro de
mi bolso.
Abrí la boca para decir algo cuando el extraño de colonia fuerte se unió a
nosotras. Sus zapatos resonaron y su corbata colgó sobre mi piel cuando se
inclinó hacia mí.
Temblé cuando su dedo arrugado rozó mi hombro. Su rostro se volvió
borroso.
Agarrando el bolso, traté de mantenerme alerta a pesar de que los
párpados me rogaban que me acurrucara y durmiera. Pero el hedor del
peligro mantuvo mi sangre bombeando. Esa mezcla depredadora y
sofocante de colonia y hambre depravada, espesaba el aire. Un miedo
estrangulador apretó mis cuerdas vocales, porque por un minuto, pensé que
estaba en el dormitorio de mi infancia.
Cogí uno de mis zapatos para usarlo como arma y, cuando se giró para
hablar con Tania, salí corriendo de la habitación y bajé por el oscuro pasillo
hacia el brillante cartel de salida.
Capítulo 4

Declan

ESCUCHÉ A UNA MUJER gritar y por un momento pensé que estaba de


vuelta en Afganistán. Volviendo a la realidad, seguí los gritos y vi a tres
hombres en un callejón oscuro arrastrando a una mujer hacia una puerta.
—¡Oye! —grité mientras corría hacia ellos.
Vestida nada más que con un corsé, la mujer se revolvía en los brazos de
un hombre corpulento, gritando.
Entré, noqueando a un tipo con traje y dándole un codazo a otro al mismo
tiempo. Una técnica que había aprendido en el ejército cuando me
enfrentaba a múltiples asaltantes.
—¡Suéltala! —grité.
El tipo corpulento vestido de negro soltó a la chica, pero solo para coger
un arma.
—¡Corre! —le grité, pero ella se quedó como cegada por la luz.
El arma se disparó, fallando, justo cuando lanzaba una patada que se la
quitó de la mano. Después me abalancé contra él dejándolo tirado.
El hombre del traje volvió con otro peso pesado, y antes de que me diera
cuenta, tenía a tres hombres encima de mí.
La chica gritó cuando él trató de arrastrarla. Mientras derribaba a uno, un
par de hombres fornidos se abalanzaron sobre mí.
Golpe tras golpe, luché contra ellos.
Uno de los matones se levantó del suelo y vino hacia nosotros empuñando
un arma. Agarré a la chica por la cintura. Estaba drogada y sus piernas eran
mantequilla. Tuve que cargarla.
Con su aliento jadeante en mi cara, corrí lo más rápido que pude mientras
un matón armado me perseguía.
Aquí estaba, de vuelta en casa y todavía teniendo que huir del enemigo.
La ciudad estaba demostrando ser tan peligrosa como una aldea escondida
de Afganistán.
El cabello largo y oscuro de la chica azotaba mi rostro mientras se
removía en mis brazos tratando de bajar. Su bolso iba arrastrando por el
suelo. —Espera, ¿quieres? —Para estar drogada, era toda una salvaje.
Corrí a la parte trasera de un restaurante y me metí en una cocina, donde
un chef y su asistente se nos quedaron mirando y echaron mano a sus
teléfonos.
—Es una larga historia. Acabo de salvarla de unos imbéciles asquerosos.
La bajé y, a pesar de pesar poco, era como un peso muerto debido a las
drogas. Se tambaleó sobre sus piernas y estuvo a punto de estrellarse contra
el suelo cuando la ayudé a sentarse con la espalda apoyada en la pared.
Saqué diez billetes de cincuenta libras de mi billetera y los dejé en el
mostrador. —Tomad, por las molestias. Esperaremos aquí unos minutos.
Mirando el dinero en efectivo con los ojos muy abiertos, la pareja de
hombres asintió al unísono.
Habría llamado a la policía, pero no conocía la historia de esa chica.
La ayudé a sentarse en una silla, sosteniéndola porque de no hacerlo se
habría caído como un saco de patatas. Sus brazos estaban magullados y
tenía rayas oscuras en las mejillas por el maquillaje corrido. Cerró los ojos
y se frotó la cabeza.
—Parece que ha tenido una noche divertida —dijo el chef con una ceja
levantada.
Le lancé una mirada de repudio. —Sigue con tu trabajo.
Me quité la chaqueta y la envolví a su alrededor. Se le cayó el bolso del
hombro y vi un sobre con dinero en efectivo. Mientras cerraba la
cremallera, me pregunté si alguien la había pagado por sus servicios y ella
estaba escapando. Con ese corsé dejando ver buena parte de su voluptuosa
figura, no hacía falta ser un genio para adivinar a qué se podía dedicar.
Pero no estaba allí para juzgarla. Estaba allí para ayudarla a escapar. Y
eso había hecho.
Entonces, ¿por qué seguía allí de pie tratando de averiguar qué hacer a
continuación?
Ayudándola a levantarse, le dije: —Ya debería estar todo despejado,
podemos irnos.
Sus piernas eran de plomo cuando la ayudé a levantarse y vi por primera
vez que tenía las medias rotas y los pies descalzos.
—¿No tienes zapatos?
Sacudiendo la cabeza, cruzó los brazos sobre el pecho, lo que atrajo mi
atención hacia un escote hinchado que normalmente me habría acelerado el
pulso.
Pero este no era momento de excitarse. Mi pene tenía otras ideas y, a
pesar de esa lamentable respuesta primaria, el sexo era lo último que tenía
en mente.
Me quité la chaqueta. —Ten, déjame taparte un poco.
Los hombres, aunque ocupados trabajando, siguieron observando. No
podía culparlos. Yo con un ojo morado y una hermosa chica drogada que
parecía que la había recogido de la calle.
—Ven aquí. —Pasé mi mano alrededor de su cintura y salimos de la
cocina. Después de dar unos pasos tentativos en el callejón oscuro y
esconderme detrás de un contenedor que olía a pescado podrido, me
convencí de que habíamos despistado al matón.
Aún sosteniéndola, me detuve. —¿Dónde vives?
—En ninguna parte —balbuceó.
Me giré para mirarla. —¿Qué droga te has tomado?
—No lo sé.
Fruncí el ceño. —¿Te has tomado algo sin saber qué era?
Cerró los ojos, como si tratara de recordar algo. Su rostro necesitaba una
limpieza tan desesperadamente que la sostuve con una mano, metí la mano
en el bolsillo y saqué un pañuelo.
—No me toques. —Me empujó y cayó de culo. Se sentó en el suelo,
mirándome, con miedo en sus ojos llorosos y entrecerrados.
Me agaché para ayudarla a levantarse. —No iba a hacerte daño, solo
quería limpiarte la cara. Estás hecha un desastre.
Parpadeó repetidamente, como si lo hiciera para aclarar algo en sus ojos.
—Pensé que eras uno de ellos.
—¿Uno de quiénes? —pregunté.
—Es una larga historia. —Suspiró, desplomándose de nuevo, así que tuve
que sostenerla—. Solo quiero dormir.
Inseguro de qué hacer con ella mientras se apoyaba en mí, no podía
dejarla ahí sola. No en ese estado. —De acuerdo. Te reservaré un hotel.
—¿Puedo quedarme en tu casa? —balbuceó—. En el sofá.
Mi cabeza se sacudió hacia atrás. —Hace un minuto me estabas gritando
que te dejara en paz, ¿y ahora quieres venirte conmigo?
—No sé en quién confiar. Y yo... —Su cabeza cayó sobre mi hombro y
cerró los ojos.
Resignado a ser el protector de la noche, la llevé hasta mi coche. Su
cuerpo era como el de una muñeca de trapo.
Tuvimos que caminar por la calle principal, lo que dio lugar a que la gente
hiciera algunos comentarios, mientras que otros señalaban y se reían. A
estas alturas, me importaba poco lo que pensara la gente de mí.
Cuando llegamos a mi casa, la chica estaba profundamente dormida.
Mientras yacía en el asiento trasero, era como si estuviera mirando a la
Bella Durmiente. Su cabello largo azabache cubría sus rasgos de duende y
sus labios separados.
Parecía finalmente estaba en paz abrazando fuertemente mi chaqueta.
Odiaba tener que despertarla, pero tampoco podía dejarla en el coche.
Abrí la puerta y, tomándola en mis brazos, la levanté.
Respiró en mi oído. —¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando?
—Vamos a subir unas escaleras hasta la puerta. ¿Puedes caminar? —
pregunté.
Colocándola en el suelo, la sostuve por la cintura y me incliné para que
pudiera poner su brazo alrededor de mi hombro.
Subimos las escaleras hasta una puerta roja, que era la entrada a la casa de
mi familia.
Mi padre se alojaba allí la mayor parte del tiempo, pero sabiendo que la
necesitaría a mi vuelta, la dejó libre, lo cual agradecí. No estaba listo para
pasar tiempo con la familia.
Eso sería mañana.
Por ahora, tenía que resolver la situación de esta trabajadora sexual
drogada.
La ayudé a entrar en la sala de estar hasta el sofá, donde se dejó caer.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Theadora. —Se frotó la cara y se echó el pelo hacia atrás.
Miré mi reloj. Era medianoche.
—¿Quieres un poco de agua? ¿O café?
Ella asintió. —Eso estaría bien.
Cuando regresé, estaba profundamente dormida, así que cogí una manta y
la puse sobre ella.
Entré en la habitación en la que normalmente se alojaba mi hermana y,
rebuscando en los armarios, encontré unos leggins, un jersey, calcetines y
unas zapatillas. Me resultó extraño hurgar en su ropa interior, la mayoría
sujetadores y tangas de encaje. Encontré unas bragas de algodón y una
camiseta sin mangas adecuadas. Esta chica era demasiado tetona para caber
en los sostenes de mi hermana.
Me fui a dar una ducha y estudié mis moratones oscuros y rasguños en la
cara, brazos y hombros.
Recibir golpes era algo que me habían enseñado. Lo que no nos habían
enseñado, sin embargo, era cómo lidiar con las consecuencias de la sangre,
la muerte y hombres grandes y fornidos llorando como bebés.
Los psiquiatras del ejército habían logrado que me sintiera aún peor, así
que hice lo que había hecho toda mi vida: ser un hombre, enfrentar la vida
con una fachada y nunca mostrar mis emociones. De eso se trataba ser un
hombre fuerte. A juzgar por mis pesadillas persistentes, mi subconsciente
no captó bien este consejo.

ME DESPERTÉ A LAS siete y, aunque me dolía el cuerpo, salí de la cama,


preguntándome si había soñado con Theadora.
Al entrar en la sala de estar, vi el corsé, las bragas de seda y las medias de
rejilla rotas en el suelo, pero no a la chica.
Fui al baño y en el espejo había escrito ‘¡Gracias!’ con pintalabios.
Decepcionado al comprobar que se había marchado, quise saber la
historia de Theadora. Por qué estaba allí con esos hombres peligrosos, y por
qué casi muero por ella.
Capítulo 5

Thea

TRES MESES DESPUÉS…


La habitación parecía como si hubieran celebrado una fiesta de borrachos
sin control. Botellas vacías y rotas, platos y vasos sucios, pastel de crema y
lápiz labial esparcido por el suelo y las paredes... La cama parecía como si
alguien hubiera estado luchando sobre ella y los muebles completamente
destruidos.
¿Por qué siempre me tocaban las suites del ático? Salí al pasillo para
empujar mi carrito de limpieza. Más adelante, Lucy empujó el suyo
saliendo de la habitación contigua.
—Oye, ¿algún príncipe? —Me reí.
Esa era nuestra pequeña broma. Fantaseábamos a menudo después del
trabajo, mientras tomábamos una copa bien merecida, que tenía su
momento Jennifer López con algún multimillonario parecido a Ralph
Fiennes.
Para las chicas trabajadoras como nosotras, eso era lo que nos mantenía
cuerdas: pequeñas fantasías tontas y risas a expensas de los asquerosamente
ricos clientes a los que les limpiamos la porquería.
—No. Solo mucho desorden. Y… —Sus ojos color avellana brillaron
divertidos—. Un contenedor lleno de condones usados.
Torcí la boca. —Asqueroso. —Señalé—. Deberías ver lo que me espera
ahí dentro. Quiero decir, ¿qué hace esta gente?
—Ah, los extraños hábitos de los súper ricos. Vamos, te ayudaré. Así
podremos almorzar juntas.
—Eres una estrella —le dije mientras me seguía a la habitación.
La hermosa melena marrón de Lucy se movió mientras negaba con la
cabeza. —¡Santo cielo! No estabas de broma. Esto es de locos. Y mira las
paredes. Han dibujado con pintalabios pollas. ¿Has llamado a Alan?
—Voy a tener que hacerlo. Esto es una jodida locura. Vamos a necesitar
productos específicos para quitar eso.
Solté un suspiro cansado. Había estado trabajando en Lovechilde's, un
hotel de cinco estrellas, durante tres meses, y aunque las condiciones eran
justas y el salario era más alto que el de la mayoría de los trabajos de
limpieza, el trabajo me agotaba, principalmente porque solía hacer los
turnos dobles para ganar algo de dinero extra.
Después de una hora de limpieza intensiva, dándole las gracias a Lucy,
nos dirigimos a nuestro vestuario.
Un aviso en la pizarra decía: ‘Se buscan empleadas domésticas internas
para Merivale House. Bridesmere, junto al mar’.
Le pregunté a Lucy: —¿Dónde está Bridesmere?
—Fui allí una vez durante el verano. Está a un poco más de una hora en
coche desde la ciudad. Es un hermoso pueblo de pescadores, como sacado
de un programa de televisión, con muchas tiendas pintorescas.
Asentí con interés. No tenía nada que me retuviera en esa ciudad súper
cara, y aunque Annabel, mi compañera de apartamento, era lo
suficientemente amable, no echaría de menos la montaña rusa emocional
que era su vida.
—¿Qué? ¿Estás pensando en presentarte? —Lucy se quitó el uniforme,
cogió un par de vaqueros y se los subió por las largas y flacas piernas.
—Lo estoy pensando. Y además es de interna, lo que significa que me
podré ahorrar el alquiler.
—Mmm… supongo. Pero ¿no te perderías el bullicio de la ciudad? Esos
pueblos pueden llegar a agobiar; todos conocen los asuntos de todos y todos
los cotilleos.
—Mi vida no es lo suficientemente interesante como para provocar
cotilleos. —Jugueteé con la cremallera de mi falda. A diferencia de mi
esbelta amiga, yo había ganado peso—. Es que necesito ahorrar. Quiero
volver a la universidad, ya sabes.
Por supuesto. Ella sabía todo acerca de mis aspiraciones, que eran
bastante realistas. Solo quería terminar mi carrera de música y enseñar a los
niños a tocar el piano. Estaba encaminada hacia ese rumbo cuando mi
repulsivo padrastro se interpuso en mi vida.
—Entonces, ¿qué dudas? Aunque yo te echaré de menos. —Su boca se
entristeció.
Toqué su brazo y sonreí.
Su rostro se iluminó. —Oye, ahí es donde viven los hijos solteros
multimillonarios de Lovechilde. Los mismos Lovechilde’s que son dueños
de este hotel.
—¡Vaya! ¿Cómo sabes tú eso?
—Lo leí todo en el Hola. El mayor de los dos era soldado, creo.
—¿En serio? ¿Por qué se metería al ejército?
Se encogió de hombros. —¿Quién sabe? El príncipe William y Harry se
unieron a las fuerzas armadas. Supongo que es lo que hacen los hijos de los
ricos.
—A diferencia de ti, no soy una cazafortunas. Ni siquiera quiero tener
novio.
Arrugó su rostro alargado. —Eres rara. Y ni siquiera eres lesbiana. Quiero
decir, mírate: eres jodidamente hermosa. Si alguien puede pillar a un
verdadero príncipe, esa eres tú.
Me reí. —Lucy, vives en el mundo de las fantasías.
—Es todo lo que tenemos. —Sonrió con tristeza y se me hizo un nudo en
la garganta. Lucy había tenido una vida dura. Perdió a su madre por un
cáncer y nunca conoció a su padre.
Puse mi brazo alrededor de su hombro. —Conocerás a un chico
encantador. Estoy segura. Tienes un corazón muy grande y serás la mejor
madre.
Sonrió con nostalgia. —Eso espero. Pero no del maldito Tinder, ¿verdad?
—Ni de broma. Prométeme que no volverás a hacer eso.
Mi compañera de apartamento había traído a casa suficientes citas de esas
para saber perfectamente que uno no encuentra al amor de su vida
deslizando la pantalla de un teléfono.

ERA MI SEGUNDA VISITA a Merivale House. La primera vez fue el


mismo día de la entrevista y, al día siguiente, Janet, la jefa de personal, me
llamó para informarme que había conseguido el trabajo y me preguntó si
podía mudarme ese mismo fin de semana.
En tan solo un día organicé todas mis posesiones, que cupieron en una
maleta y una mochila, las cargué sobre los hombros y tomé el autobús.
Aterricé en el pueblo como una niña deslumbrada en un parque temático.
El océano resplandeciente, el tintineo de los veleros y un bullicioso muelle
de pescadores y turistas capturaron mi imaginación y, de repente, la
expectativa de las posibilidades me arrastró.
Era una sensación agradable, pero extraña, ya que nunca antes había
aspirado mucho a nada. Tan solo sobrevivir sin que me estuvieran acosando
y obtener mi título de profesora de música; pero con el viento en mi cabello
y el aire salado rozando mi rostro, una fuerza de esperanza me hizo sonreír.
Era estupendo estar allí. Casi besé el aire. Tal vez era por saber que había
dejado atrás recuerdos feos y que esto suponía un nuevo comienzo.
Descubrí que Merivale estaba a una milla del pueblo, así que tomé un
Uber, a pesar de lo agradable que hubiera sido un paseo por el bosque para
llegar hasta allí.
Mientras nos aproximábamos hacia la casa, vi los terrenos cubiertos de
setos, y el césped parecía un exuberante terciopelo verde.
Me habían indicado que entrara por las dependencias de los sirvientes y
allí me encontré con Janet.
Me hizo un recorrido por la casa principal. Me quedé boquiabierta y
permanecí un tiempo así. Había candelabros de cristal brillando a la luz del
sol. Obras de arte en marcos dorados, que resaltaban colgadas de una pared
de color verde azulado oscuro. Una escalera serpenteante. Ventanas
grabadas, vidrieras y estatuas de mármol.
En la parte trasera de la opulenta mansión de tres pisos, se encontraban las
habitaciones de los sirvientes.
Mi habitación tenía un baño y una ventana que daba a verdes prados
ondulantes. La acogedora habitación disponía de un televisor y tenía todo lo
que necesitaba. Pero lo que era más importante es que tenía una habitación
propia. No más compañeras de apartamento desordenadas poniendo su
música de mierda y teniéndome en vela con su sexo chillón.
Cuando abrió la puerta del baño de la suite, un olor a lavanda me impactó
mientras las superficies limpias y brillantes me devolvían la sonrisa. Pensé
en el baño que había compartido en Londres, con sus manchas de moho y el
inodoro que no siempre funcionaba. Quería abrazar a Janet. ¿Quién hubiera
pensado que un baño limpio y con un olor agradable podría traer tanta
alegría?
—Déjame mostrarte la cocina. —Se movía tan rápido que tuve que dar
grandes zancadas para seguirla el paso.
Entramos en el gran espacio equipado con superficies de mármol y acero
inoxidable. Las ollas y sartenes colgaban en el centro, sobre la gran isla de
tamaño comercial, y un apetitoso olor a horneado hizo que mi estómago
rugiera.
—Aquí es donde guardamos la ropa limpia. —Janet abrió un armario con
servilletas y manteles blancos apilados—. Normalmente, te encargarás de
hacer los dormitorios por las mañanas, desde mañana mismo. Yo estaré
disponible para enseñarte dónde van las cosas. Estás preparada para trabajar
el domingo, supongo… ¿Te has leído bien el contrato?
Asentí. —Los lunes y martes son mis días libres. Aunque no me
importaría trabajar los siete días si lo necesitáis.
Ella negó con la cabeza con decisión. —No. No podemos tener al
personal agotado. Esta es una casa muy grande como puedes ver. Hay plata
que pulir, ventanas y espejos que limpiar… La mayoría de los limpiadores
desaparecen después de un año.
—¿En serio? —Mis cejas se elevaron.
Una sonrisa se crispó en sus labios. —Como te he dicho, el trabajo es
intenso. Normalmente, los del catering traen su propio personal. Pero
después del último evento, algunas cosas desaparecieron, por lo que la
familia pidió sirvientas a tiempo completo para ayudar a los mayordomos.
—Por supuesto, me parece todo bien. Ya he trabajado como camarera.
—Bueno. Hay mucho por hacer. —Janet se frotó las manos como si le
encantara estar ocupada. Es el cumpleaños de Caroline Lovechilde. Habrá
cuarenta invitados cenando.
—¿Ella es la madre?
—Sí. Para el personal es la Sra. Lovechilde.
Asentí. —¿Llevas aquí mucho tiempo? —pregunté, mientras nos
escabullíamos por el pasillo y entrábamos en una habitación con una
enorme mesa de comedor.
—Llevo aquí diez años. Son una buena familia. Ayudé a criar a los niños,
que ahora, como adultos, les veo un poco mimados. Era de esperar,
considerando que les daban todos los caprichos. —Sonrió con fuerza—.
Todos menos el mayor, Declan, claro está. Él es un verdadero caballero.
Tan asombrosamente opulento como el resto de la casa, el comedor
ostentaba paredes carmesí cubiertas con más arte dorado y ventanales que
daban a la entrada, enmarcada entre unas columnas de mármol, desde donde
se admiraban los vastos terrenos.
Janet sacó un paño de su delantal y limpió un candelabro de plata que
había en la mesa del comedor. —Como puedes ver, comenzamos a
prepararnos temprano.
—¿A qué hora llegan los invitados?
—A las seis. Como es costumbre, los invitados se reúnen en la sala
delantera para tomar un cóctel y luego, a las siete, vienen aquí para una
comida de siete platos. —Limpió el polvo de un jarrón—. Jennifer, la chica
que estuvo antes que tú, se perdió algunas cosas. Siempre estaba
coqueteando con Ethan.
—¿Ethan?
—Es el hijo. Ven, déjame mostrarte el lugar y luego hablaremos de los
procedimientos de la noche. No quiero sobrecargarte.
—Estoy bien. —Sonreí. Me agradaba. Aunque estaba nerviosa, percibí
que Janet era una mujer considerada y trabajadora.
Caminamos por el pasillo hacia la habitación de enfrente, con una pared
de ventanales que ofrecía vistas a los cuidados jardines, llegándose a
observar el mar en la lejanía. Las paredes verde azulado oscuro asombraban
en sus bordes con volutas blancas y una pintura de ninfas desnudas en el
techo.
Asombrada por su belleza, miré la escena del cielo. —Es fabuloso.
—Sí. —Sonrió—. Una vez al mes, la casa se abre a los visitantes. Hay
algunas obras de arte importantes, y el edificio fue diseñado por un célebre
arquitecto victoriano, lo que atrae a los estudiosos. La casa tiene su propia
página en la historia debido a su diseño único.
—Me gusta la entrada con columnatas —le dije.
—Es fabulosa. —Salió del modo dicharachero—. Aquí es donde los
invitados pasarán el rato durante la primera hora. Tu papel es ayudar con las
bebidas.
Se dirigió a la puerta principal y salimos.
—Te mostraré el camino que debes seguir para llegar a tus aposentos.
Nunca debes pasar por la entrada principal.
La seguí por el camino empedrado bordeado de macetas, hasta llegar a un
patio que conducía al cuarto de los sirvientes. Mi corazón se expandió y
quise abrazar a Janet, pero me contuve. Hubiera quedado un poco raro.
Capítulo 6

Declan

MI DORMITORIO ESTABA TAL como lo había dejado hacía diez años.


Abrí las puertas de cristal y salí al balcón. El aire del mar me impactó en la
cara, y lo inspiré profundamente, como un golpe de despertar.
Estábamos a punto de celebrar el quincuagésimo cumpleaños de mi madre
y, sin saber qué regalarla, le compré su perfume favorito para que la
bufanda tejida a mano que compré en Afganistán no pareciera un regalo
demasiado insignificante.
La bufanda de cachemira roja estaba impregnada de recuerdos de un
pueblo remoto, ubicado en un terreno rocoso montañoso y de difícil acceso.
Con un fondo sonoro de disparos, entré en una cueva donde un par de ojos
asustados enmarcados en una raja de tela negra, suplicaron clemencia.
Sus ojos cambiaron del miedo a la alegría tan pronto como vacié mis
bolsillos de todos los afganis que poseía, una suma mucho más alta que el
precio que pedía por las exquisitas bufandas que ella y sus hijas tejían.
Respondí a un golpe en la puerta y vi que Ethan sostenía un par de
botellas de Guinness. Entró con aire casual, como un hombre que no tiene
preocupaciones en absoluto.
—Pensé que podrías tener sed.
Cogí una botella de sus manos. —Sí, estoy sediento. Buen momento.
Se quedó mirando mi cama, la bufanda y el frasco de perfume.
—¿Regalos para mamá?
—Sí. —Tomé un sorbo del líquido fresco y amargo—. Necesito
envolverlos. No tengo tarjeta de felicitación.
—Yo tampoco. —Deambuló un poco alrededor del cuarto—. Le he
comprado un cuadro.
—Eso es un poco más sustancial que esto, supongo. —Después de
recordar que el cumpleaños de mi madre había sido ayer, me acordé de las
bufandas que traje en la maleta. El olor a tierra que desprendía la tela me
inundó con recuerdos de la dura experiencia. Desde el avión, aquella tierra
irregular parecía los dientes rotos de un gigante.
Era un lugar que nunca olvidaría. No como un recuerdo cálido y borroso,
como el que produce una visita a Venecia o a Praga, sino de una manera
inquietante que te cambia la vida.
—¿Qué le das a alguien que lo tiene todo? —Ethan se rio entre dientes.
Mi hermano era todo lo contrario a mí. Mientras yo era el serio de la
familia, él era el payaso. Pero nos iba bien. Nos llevábamos dos años de
diferencia, así que crecimos jugando, peleando y luego hablando de chicas.
Al menos no competíamos por ellas, como algunos hermanos, algo que
siempre cabreaba a mi madre, que lo consideraba una sana competencia.
Ethan tomó una pelota de cricket de un estante lleno de cosas raras, un
recuerdo de mis días de universidad cuando era lanzador del equipo
ganador. Me la lanzó. —Cleo va a venir, ¿vas a hablar con ella?
—Supongo que sí. —Me eché hacia atrás una onda de cabello. Mi pelo
había vuelto a crecer rápidamente, y aunque le había dicho al peluquero que
me cortara los costados al dos, le pedí que mantuviera mis mechones
castaños más largos en la parte superior. Después de ocho años de ir rapado,
agradecí el cambio, pero ahora este mechón rebelde no paraba de venírseme
a la cara.
—Entonces, ¿estás de vuelta? ¿Has vuelto para siempre?
Sacudí la cabeza. —Nos encontramos la otra noche.
Se sentó en mi cama y rebotó sobre ella. —No pareces un hombre
enamorado.
—¿Cuándo lo he parecido? —Tomé un sorbo de cerveza y miré por la
ventana, sumergiéndome en la vista que parecía interminable gracias al
oscuro océano.
Me estudió por un momento. Sus ojos brillaron con diversión. —No
estarás bateando para el equipo de enfrente, ¿verdad?
—Joder, Ethan. ¿Qué os pasa a todos? ¿Solo porque no estoy enamorado
significa que soy gay?
—La culpa es de la fábrica de rumores demasiado entusiastas que se
mueren por atraparnos con la polla fuera. —Se rio—. Dicho esto, me
gustaría que empezaras a follar de nuevo, así me mantendrás alejado del
foco mediático por un tiempo. Además, es un poco extraño que no estés con
alguna, considerando cómo las mujeres se te lanzan.
—También a ti se te tiran encima. —Ojeé mis camisas de cuando era más
joven. Las llenaba bien en ese entonces. Todo ese intenso entrenamiento
militar había ensanchado mis hombros.
—Follar es divertido. Tienes que admitirlo.
—No antes de la cena.
Rio. —Eres tan aburrido…
—Ya tienes a tus amigos para hablar de coños, ¿no? —pregunté,
abrochándome una camisa verde que me quedaba demasiado apretada. Era
hora de ir de compras.
—Los tengo. Aparte del deporte, ¿qué más hay?
—Filosofía. Libros. Política. De todos modos, basta de hablar sobre mi
vida sexual.
Bebió un trago de su botella. —No tiene nada de malo follar. Es bueno
para el corazón. Un orgasmo al día mantiene alejada la tristeza.
Me reí. —¿Quién dice eso?
—Yo.
—Parece que necesitas una vida, Ethan.
—Estoy bien. —Tomó otro sorbo—. Entonces, ¿te has follado a Cleo
desde que regresaste?
Resoplé lentamente. Podía ver que mi insistente hermano no iba a
dejarme en paz. —La he visto un par de veces.
Sonó un golpe en la puerta y Savanah, nuestra hermana, entró. —Aquí
estáis los dos. —Observó la Guinness y, lanzándose a por ella, tomó un
sorbo.
Ethan hizo una mueca. —Diablos, Savvie, acabas de pringarlo todo de
pintalabios.
Le sacó la lengua antes de volverse hacia mí. —¿Vas a quedarte el fin de
semana?
—Yo solo vivo... ¿qué? ¿a dos millas de aquí? Pero sé que a mamá le hará
feliz que estemos todos aquí juntos, así que he pensado en quedarme, sí —
dije, mi energía se agotó ante la idea de socializar.
Siempre las mismas preguntas: ¿Cuándo vas a sentar cabeza? ¿Vas a tener
un trabajo de verdad ahora que has dejado el ejército? Como si entrenar con
el SAS y volar aviones fuera una frivolidad juvenil.
—Entonces, ¿tienes una cita caliente pendiente? —preguntó Savanah,
recogiendo una foto enmarcada de Johnny, mi querido border collie de la
infancia.
—No.
—Viene Cleo —intervino Ethan, moviendo las cejas.
—Mmm... ¿todavía la estás viendo? —preguntó.
—Nos hemos visto un par de veces. —No tenía ni idea de lo que estaba
haciendo con Cleo. Hablamos un poco antes de que yo me fuera por última
vez y unas semanas después de mi regreso me encontré con ella. Después
de unas copas, me llevó a una habitación oscura y me la chupó.
Por mucho que me encantara que me chuparan la polla, Cleo no hizo que
mi sangre se calentara.
Savanah miró detenidamente a Ethan en busca de pistas y él se encogió de
hombros. —No ha sido él mismo desde que regresó de la guerra.
—No fue exactamente una guerra en toda regla. —Resoplé. Odiaba hablar
de lo ocurrido—. Estoy jodidamente bien. No empieces.
—Puaj. —Savanah hizo una mueca. Actuar como niños burlándose unos
de otros era la forma en que se seguían relacionándose incluso de adultos.
—No pareces estar bien —dijo ella—. Entonces, ¿qué crees que va a
hacer papá con mamá?
—Divorciarse. —El gracioso comentario de Ethan me recordó la
conflictiva relación de mis padres.
—Papá vive virtualmente a tiempo completo en Londres ahora. Tiene un
ático allí, ya sabes. Le he ido a visitar.
Ethan parecía impresionado. —Creo que tiene una amante.
—Qué jodidamente predecible. —Moviendo la cabeza de un lado a otro,
se alisó el vestido verde ajustado en el espejo y se giró para mirarse el
trasero. Noté que había vuelto a perder peso. Estaba súper delgada y se lo
comenté. Me recompensó con un abrazo.
No lo había dicho como un cumplido, pero luego caí en la cuenta de la
desconcertante obsesión de las mujeres por estar delgadas.
—Bueno, no es exactamente fácil estar cerca de mamá —apeló Ethan. Se
unió a mi hermana frente al espejo, peinándose el cabello, el cual llevaba
con un estilo similar al mío.
Tenía los ojos oscuros de mi madre, mientras que yo había heredado los
ojos azules de mi padre. Pero aparte de eso, ambos éramos de la misma
altura y nuestro cabello era del mismo castaño oscuro.
Se preocupaba más por su apariencia que yo.
Savanah era la verdadera princesa de la familia. Vestía siempre de
diseñador. Su cabello largo, normalmente castaño, era rubio en este
momento, y sus ojos eran como los míos.
—Está bien, necesito ducharme y arreglarme antes de que lleguen los
invitados.
—¿Qué le vas a regalar a mamá? —preguntó Savanah.
Señalé la bufanda y el frasco de Chanel Nº 5.
Ella levantó la pieza tejida a mano. —Vaya… es bonita. Qué suave. —
Pasó los dedos por la tela.
—Es cachemir. Te he comprado una a ti también —dije.
Su rostro se iluminó de sorpresa. —¿De verdad? Genial. Puedo usarla en
Suiza. Parece cálida.
—Están tejidas a mano. —Pensé en la costurera asustada y en cómo su
mundo era tan diferente al nuestro.

COMO ERA TRADICIÓN EN estas cenas de Merivale, se sirvieron


algunos cócteles a medida que llegaban los invitados.
Cleo se me acercó y susurró —Te vas a quedar aquí, me han dicho. Yo
también.
Tomé un sorbo de cerveza y la miré por un momento. Sin duda era una
chica hermosa. Con esos grandes ojos azules y un cuerpo alto y esbelto,
Cleo era el sueño de cualquier hombre. Solo que a mí me gustaban más las
mujeres terrenales y no ocultas tras el maquillaje. Tal vez un poco más
bajitas. Tal vez un poco más oscuras. No sé qué era, pero mi miembro
apenas se movía. Debería haberla deseado, tenía sangre caliente, como
cualquier hombre de treinta y dos años.
—Todavía me estoy acostumbrando a estar de vuelta. Puede que esté un
poco cansado. —Ese era yo dando excusas en lugar de decirle clara y
simplemente que mi corazón no latía por nada serio.
—Has regresado para quedarte. Y no estabas cansado hace dos semanas
cuando nosotros... —arqueó una ceja—, follamos.
Uno de los invitados más ancianos se giró para mirarnos.
Le susurré: —Oye, baja la voz.
Ella se rio. —No te preocupes por Kenneth. Está metido en todo tipo de
cosas pervertidas.
—¿No lo están todos? —dije casi para mis adentros.
—¿Qué pasa, Dec? No pareces tú mismo. —Hizo un puchero, como una
niña pequeña.
—Estoy bien. Todavía no he visto a mi madre. Disculpa un momento.
Me alejé y aunque me sentí mal dejándola así, vi que Charlie no perdió
oportunidad para acercarse a ella. Bueno. Era un chico rico y apuesto, y a
juzgar por la sonrisa brillante de Cleo, un buen sustituto.
No quería ser la cita de nadie esa noche.
La vi, y mi corazón se aceleró como un loco, solo que esta vez no fue por
miedo.
Capítulo 7

Thea

CASI SE ME CAE la bandeja de bebidas. La descripción de Lucy de los


Lovechilde como hombres increíblemente hermosos se quedó en un gran
eufemismo. Especialmente por Declan Lovechilde.
Él también se quedó mirándome. La forma en que sus ojos atraparon a los
míos por lo que me pareció algo más que una mirada casual, me dificultó
pensar con claridad. Sus ojos azul océano me siguieron, haciendo temblar la
bandeja en mis manos.
¿Por qué me estaba mirando? Había muchas mujeres deslumbrantes
presentes y yo solo era la sirvienta; mi función era mezclarme con los
muebles y pasar desapercibida con mi uniforme insignificante de camisa
blanca y falda negra hasta la rodilla.
Le dijo algo a Janet y luego la siguió hasta llegar a mí. Casi se me sale el
corazón del pecho. Miré detrás de mí para ver si estaban mirando a alguien
más.
Al minuto siguiente, Janet se acercó a mi lado y me hizo un gesto. —
Señor Lovechilde, esta es Theadora, nuestra nueva sirvienta.
Puso su atención directamente en mí. Como si se hubiera perdido algo al
mirar hacia otro lado. Mi cara comenzó a arder al tenerle tan cerca, casi
podía olerlo.
Su colonia me recorrió como una droga divina. El olor desencadenó todo
tipo de emociones. Como esos olores embriagadores que nos inundan de
reconfortante nostalgia. Solo que generalmente era hierba cortada o rosas,
olores de la naturaleza, no la colonia de un multimillonario alto y sexy.
Mi boca tembló formando una sonrisa desigual. —Puedes llamarme solo
Thea. Lo prefiero.
Tuve que obligarme a dejar de mirar el rostro más hermoso que jamás
había visto.
Me tendió la mano y la tomé. Su gran mano se tragó la mía mucho más
pequeña. Cuando su cálida y acolchada palma tocó la mía, un rayo de
electricidad chisporroteó a través de mí.
Juro que sentí que mi cabeza se tambaleaba. Su mirada interrogativa e
hipnótica me hizo sentir como si solo estuviéramos nosotros en la sala.
Todo el mundo se había desvanecido a lo lejos.
Basándome en el ceño fruncido y confundido de Janet, ella también notó
que algo sucedía. Recé para que esta presentación cataclísmica no afectara a
mi trabajo allí. Estaba segura de que todas las mujeres se ponían como locas
alrededor de este hombre increíblemente atractivo.
Lo que podría haber sido un segundo, pareció una eternidad, y la
sensación de hormigueo donde su piel tocó la mía permaneció después de
retirar la mano.
—Bienvenida a Merivale, Theadora. —Habló con una voz profunda y
excitante.
Me sorprendí asintiendo estúpidamente, incapaz de dejar de mirar
boquiabierta su hermoso rostro. Obligándome a alejarme, no podía
arriesgarme a caer en esos ojos azules de nuevo.
Mareada, como si hubiera estado bebiendo de su colonia, me alejé.
¿Qué mierda ha sido eso?
Mientras realizaba mis tareas con el resto de comensales, sentía su mirada
ardiendo sobre mi piel. Con la vista baja, limpié los vasos vacíos y llené las
bebidas. Si no hubiera sido por Declan Lovechilde, me habría divertido.
Había algo bastante edificante en estar rodeada de belleza. Y con eso no
solo me refiero al señor Lovechilde. Aunque, dios mío, ¿cómo consiguió
ese cuerpo? ¿Y esa cara? Esos ojos eran tan azules que uno podría ahogarse
fácilmente en ellos.
¡Para! Se supone que un jefe es solo un jefe.
Entré en la cocina y me encontré a Janet, quien estaba instruyendo al
personal contratado puntualmente para el evento.
—¿Cómo vas? —preguntó.
Aparte de la amenaza de desmayarme gracias a ese hermoso Declan
Lovechilde, estoy bien.
—Eh... bien, gracias.
—Necesito que me ayudes a servir el primer plato. Rick, uno de los
mayordomos, no se encuentra bien.
—Por supuesto. —Tenía la esperanza de que Declan Lovechilde no me
mirara, porque probablemente tiraría la sopa en el regazo de alguien—.
Regresaré y limpiaré algunos vasos más de la sala de estar.
Una chica muy bonita que me recordaba a Emily Blunt entró en la cocina
y se pavoneó ante nosotros.
—Janet, ¿puedes ser un amor y ayudarme con algo? —Me miró.
—Esta es Thea, nuestra nueva sirvienta. —Janet se volvió hacia mí—.
Esta es Savanah Lovechilde.
Extendí la mano. —Encantada de conocerla. —Sonreí—. Eres preciosa.
Su rostro se iluminó. —Vaya, gracias. —Me estudió un momento—.
Espero que te guste estar aquí. Trataré de no ser demasiado exigente. —
Miró a Janet y sonrió.
Al verlas alejarse sentí una punzada de envidia. Deduje que a Savanah no
le faltaba de nada. Un chasqueo y listo, ropa hermosa, amigos geniales y
una vida fácil. Me gustó su estilo. Llevaba un vestido morado y azul hasta
la rodilla, con un escote asimétrico y aberturas en el estómago, que cubría
con elegancia su cuerpo delgado.
Salí de la cocina y caminé entre un grupo de jóvenes. Uno se giró y
sonrió. —¿Eres nueva? No te había visto antes.
Asentí mientras colocaba una botella vacía en la bandeja. —¿Le traigo
otra?
Sacudió la cabeza. —Soy Ethan, el hijo. —Su boca se torció en un
extremo.
Otra maravilla, pero muy diferente a Declan. A diferencia de su intenso
hermano, Ethan me pareció ligero y juguetón.
—¿Y tu nombre? —preguntó Ethan.
—Thea.
—Bueno, Thea, espero que disfrutes de tu estancia aquí.
—Gracias, muy amable por su parte. —Sonreí y me llevé la bandeja con
cuidado, ya que mis dos manos estaban ligeramente temblorosas.
Después de que los invitados se instalaran en la gran mesa del comedor,
me asignaron bebidas y me ordenaron que me asegurara de que el vino de
todos estuviera lleno.
Bastante fácil, habría pensado uno, solo que con Declan Lovechilde en la
mesa interrumpiendo su conversación para mirarme, me encontré teniendo
que hacer respiraciones profundas y estuve a punto de hiperventilar.
Hablando de angustia…
Una mujer hermosa y exuberante se sentó a su lado y, aunque parecía
dicharachera gesticulando expresivamente con las manos, Declan
Lovechilde respondía tan solo con un asentimiento ocasional y con un
rostro bastante neutral, sino algo desinteresado.
Caroline Lovechilde, la madre y, a juzgar por cómo dirigió la
conversación, la jefa de la casa, se sentó majestuosamente en un extremo de
la mesa; mientras que el señor Lovechilde, a quien conocí antes y me
insistió en que lo llamara Harry, se sentó en el otro extremo. Se reía mucho
y ya que no paré de rellenarle la copa, deduje que le gustaba beber.
Como era de esperar, Savanah tenía muchos admiradores. Chicos jóvenes
pendientes de cada una de sus palabras, mientras Ethan se sentaba entre un
par de hermosas mujeres, charlando y riendo a carcajadas.
Una vez servido el primer plato, me dieron un descanso y decidí salir a
tomar un poco de aire. Me moría por sentarme, así que me dirigí al área del
patio junto a las dependencias del servicio. Allí encontré a una chica y un
hombre perdidos en una conversación. Cuando me vieron, me hicieron
señas para que me uniera a ellos.
—Eres nueva por aquí, ¿no? Yo soy Jason, el cocinero.
—Yo Thea. —Sonreí.
—Y yo soy Amy —dijo la chica—. Normalmente hago lo que tú haces,
pero me han puesto en la cocina esta noche. Estamos escasos de personal.
Prácticamente me dejé caer sobre la silla. —¿No os importa que me siente
aquí?
—Para nada. Podemos ponerte al tanto de todos los chismes. —Se rio.
Jason me miró y puso los ojos en blanco. —No la hagas empezar.
Amy le dio una palmada en el brazo. —Te encanta. Solo finges no estar
interesado.
—Lo dices como si fuera esto una telenovela. —Me reí.
—Oh, es que se parece bastante —dijo Jason.
—¿Lleváis aquí mucho? —pregunté.
Amy asintió. —Ambos empezamos hace cuatro años. Bueno, ¿ya has
conocido a la familia?
—Sí, me los han presentado. Parecen agradables —dije—. No es que
haya tenido la oportunidad de charlar con ellos. Solo unas pocas palabras
con los miembros más jóvenes.
—Declan ha regresado tan solo hace unos meses, pero no vive aquí. Se
aloja en el pueblo. Vive en una iglesia reformada.
—¡Vaya! Eso es diferente —dije.
—Él es diferente —dijo Jason.
—En el buen sentido —agregó Amy—. Es un poco serio. Pero es
respetuoso. Se mantiene a sí mismo. Fue a Afganistán, ya sabes. Cuentan
por ahí que ha cambiado mucho. Lo hemos notado, ¿verdad? —Miró a
Jason, quien respondió con un asentimiento.
—¿No está casado? —pregunté.
—Ninguno de ellos lo está. Savanah tiene un chico diferente cada mes.
Ethan es un playboy y Declan ve a Cleo de vez en cuando, o eso creemos,
—dijo Amy—. Ha venido esta noche y no se aparta de su lado. Es modelo.
Tiene sentido.
Miré el reloj. —Creo que debería entrar y ayudar a limpiar la mesa.
—Estaré allí en un minuto para ayudar —dijo Amy.
Justo cuando estaba entrando por el pasillo, casi choco con Declan y
apenas logré evitar la colisión.
—Lo siento mucho. —Una sonrisa de disculpa se estremeció en mis
labios.
Una vez más, su mirada penetrante me paralizó. Frunció el ceño como si
tratara de resolver un rompecabezas.
Mi cara ardía y una sensación de mareo me recorrió. Ningún hombre me
había afectado así. Nunca me había quedado embobada o sin palabras como
mis efusivas amigas. Esa no era yo. En absoluto. Creo que ni siquiera
parpadeé. Debí parecer un conejo aturdido ante las luces de un coche.
Justo cuando esos labios esculpidos y deliciosos se abrieron para decir
algo, su madre se unió a él.
—Aquí estás. Necesito que hables con tu padre. —Me miró brevemente.
¿Creerá que estaba coqueteando con su hijo multimillonario?
—Un minuto —dijo con una voz profunda y resonante, que lo hizo
parecer aún más poderoso.
Quería este trabajo más que nada, así que me escabullí antes de volver a
caer en esos ojos color aguamarina.
¿Qué estaba a punto de decirme?
Entré al comedor donde la conversación se había vuelto mucho más
ruidosa, y empujando un carrito, recogí los platos, mirando hacia abajo para
evitar a Declan, quien en ese momento estaba ayudando a su padre muy
borracho a levantarse de la silla.
Llené los platos con langosta a medio comer y todo tipo de deliciosa
comida intacta que, de haber sido en Londres, me habría llevado a casa. Así
es como ahorré con la comida, llenando la nevera de sobras.
Pero ya había comido lo que para mí fue todo un banquete de rosbif y
verduras y un delicioso postre de tarta de manzana. Gracias a las generosas
condiciones de este nuevo trabajo, mis comidas estaban cubiertas durante
mi jornada laboral de cinco días.
Y con ese reconfortante pensamiento calentándome el estómago, dejé de
lado las preguntas persistentes sobre el dueño de esos ojos penetrantes y
continué limpiando la mesa.
Cuando me incliné para recoger un plato sucio, uno de los invitados
mayores me tocó el trasero. Saltando hacia atrás, jadeé, me mordí el labió y
a punto estuve de hacerme sangre.
Por alguna razón, miré a Declan, que había visto lo que había sucedido.
Antes de mi siguiente aliento, que tardó un poco en llegar, se abalanzó
sobre el hombre y echó hacia atrás su silla, lo que obligó al Señor Sordidez
a ponerse de pie tambaleándose.
El invitado borracho levantó los brazos en señal de protesta. —No quise
hacerlo. Fue un desliz de la mano. —Se rio con desdén.
Después de quitarse la chaqueta, vi que Declan era todo músculo, los
montículos ondulados se aferraban a su camisa a medida. Pensé que sus
musculosos brazos atravesarían la tela, mientras entraba en modo batalla.
El sudor empapó mis axilas.
¿Qué diablos está pasando?
A pesar de que quería romperle los dientes a aquel idiota yo misma, tenía
que tranquilizarme.
—Discúlpate y luego vete a la mierda. —El rostro de Declan se oscureció.
El borracho sonrió como si fuera una broma. —Oye, Declan, era solo un
poco de diversión.
Lo último que necesitaba era una escena mi primer día. Eso me
convertiría en el centro de atención.
—Pide Jodidas disculpas, Derek —exigió Declan, poniéndose
intimidantemente cerca del espeluznante borracho.
La mujer sentada al lado de Derek, y toda la mesa realmente,
interrumpieron lo que estaban haciendo y observaron como si estuvieran
fascinados por un drama apasionante. Yo solo deseaba no estar en el papel
protagonista.
Quería encogerme en una bola y volverme invisible.
—Mira, no pasa nada —le susurré a Declan, apenas capaz de respirar. Mis
ojos se llenaron de lágrimas y mi garganta se contrajo mientras luchaba
contra un ataque de pánico.
—No, sí que pasa —espetó, mirando al borracho que se tambaleaba.
En un instante, Caroline Lovechilde se unió a la refriega y tiró del brazo
musculoso de su hijo.
—Este no puede andar tocando al servicio y pretender que todo esté bien.
—Cariño, ven conmigo. —Miró a sus invitados y levantó las cejas con
una sonrisa forzada, como si dijera `hombres´.
Abrió mucho los ojos hacia Derek, quien, lamiendo sus heridas, puso una
sonrisa de disculpa falsa.
Se dirigió hacia mí. —Lo siento, querida, fue solo un desliz de la mano.
¿Querida? ¿En serio? Gilipollas.
No pude resistirme a poner una sonrisa sarcástica antes de salir corriendo
con el carrito.
Las lágrimas luchaban por salir. No sabría decir si era por el manoseo o
por ver a Declan defendiéndome, pero necesitaba gritar.
Janet se acercó a mí. —¿Estás bien?
Mi boca tembló. Necesité toda mi fuerza interior para evitar una erupción
emocional. —Estoy bien.
Sus ojos brillaban con simpatía, como si ella también hubiera
experimentado que uno o dos invitados borrachos la hubieran tocado. —
Tómate unos minutos para descansar.
—Gracias. —Dudé—. Eh... espero no perder mi trabajo por esto.
Puso una sonrisa triste. —Estarás bien, amor. Solo tómate un respiro.
Todo se calmará. Estas cenas están a la orden del día. He visto peleas,
discusiones… de todo.
Esa información me cogió por sorpresa. —¿En serio? ¿Aquí?
—Oh, no creerías las cosas que suceden en esta familia.
A pesar de lo fascinante que resultó ser ese comentario, me alegré de
encontrarme sola en el baño, donde me dejé caer sobre el inodoro, enterré la
cara en mis manos y lloré.
Era más que el manoseo de Derek. Mis lágrimas vinieron por toda la
atención, el alboroto y la simple confusión. A veces simplemente necesitaba
llorar. Había algo liberador en esas cálidas lágrimas, aunque estuvieran
provocadas por el dolor, siempre me sentía más tranquila después.
Después de lavar mi rostro frente al espejo, fui a la cocina a por un poco
de Coca-Cola. Necesitaba un poco de energía y justo cuando me estaba
acabando el vaso, Declan entró.
Sus ojos se posaron en los míos y me mantuvieron cautiva de nuevo.
Capítulo 8

Declan

NORMALMENTE, EN ESTAS CENAS familiares, solía ser una de las


chicas de Ethan la que amenazaba con arrancarle las pestañas postizas a
otra, o Savanah diciéndole a alguien que `se fuera a la mierda’. Pero nunca
se había dado el caso de que fuera yo el que estuviera a punto de golpear a
alguien. Yo era el sensato, el que no se emborrachaba, ni intentaba
coquetear con la esposa de nadie, ni divagaba sobre algún grupo político
minoritario incendiario que estaba a punto de arruinar el mundo con sus
puntos de vista idealistas.
Mi madre me suplicaba. Derek era un gran inversor de una de sus últimas
empresas.
Me mantuve firme. —Se ha pasado de la raya. El personal está fuera de
los límites. Todas las mujeres lo están.
Sacudió su cabeza. —¿En qué universo te crees que vives? Se lleva
manoseando al personal desde la época de los daneses y probablemente
desde antes de eso.
Mi madre y su historia inglesa. A pesar de ser la más educada de nuestra
familia, con un doctorado, no se había puesto al día con los derechos de las
mujeres. Irónico para alguien que llevaba los pantalones en la familia.
—En aquella época, los ingleses vivían en su propia mierda —repliqué—.
Hemos recorrido un largo camino desde entonces. Gracias a los romanos
tenemos un excelente alcantarillado, y gracias al pensamiento progresista,
las mujeres son tratadas con el respeto que todos merecemos.
Ya no iba a ser ese hijo que cumplía con todas sus órdenes. Le pasé ese
bastón a Ethan hace años, después de irme al ejército. Una de las pocas
razones por las que me uní al SAS, fue para escapar de la despiadada
ambición de mi madre de convertirnos en la familia más rica del Reino
Unido.
—Tu padre está actuando como un idiota de primera clase otra vez. ¿Por
qué tiene que dejar en ridículo a la familia de esa manera?
—Tal vez tiene algo que ver con lo arrimaditos que estáis tú y Will —dije.
—Ese es mi problema. De todos modos, tu padre tiene sus propias
amantes en Londres.
La moral relajada de mis padres respecto a con quién se acostaban,
siempre me había puesto la piel de gallina. —Existe una cosa llamada
divorcio, ya sabes.
Torció la boca. —Es muy complicado. Somos dueños de todo esto juntos.
Y tengo grandes planes para este lugar. La parte de tu padre es esencial. Así
creamos una gran fortuna. Ojalá firmara ese documento.
—Me alegra que no haya caído tan bajo. ¿Qué vas a hacer con los
agricultores? Esas tierras se han estado arrendando a la familia desde tu
amado Enrique VIII.
Hizo una mueca. —Es uno de mis reyes menos favoritos. Sin embargo, lo
admiro por romper con las garras corruptas del estado papal.
Me incliné y la besé en la mejilla. —Espero que te haya gustado tu regalo.
—Es muy bonito. —Sonrió a medias.
—Si veo a Derek, le arrancaré esos dientes manchados de vino —le
advertí.
—El ejército te ha cambiado. —Se alejó.
Entré a la cocina y encontré a Theadora sentada en una silla, descansando
las piernas.
Ella se estremeció como si yo fuera la última persona a la que quería ver.
—Agradezco que intervinieras. —Se miró las manos—. Pero no deseo
causar problemas. No quiero echar a perder este trabajo.
—Tengo suficiente voz en esta familia para decidir quién se queda y quién
se va. —Me quedé allí, sosteniendo su mirada vacilante—. ¿No lo
recuerdas?
—¿Recordar qué exactamente? —Abrió las manos y esos ojos oscuros y
escrutadores me mantuvieron cautivo.
Janet entró en la cocina. —Oh, aquí estás —le dijo a Theadora. Cuando se
fijó en mí, Janet nos miró a uno y a otro—. Oh, Sr. Lovechilde, ¿necesita
algo?
Sí. La historia de esta chica.
—He venido a por un vaso de agua —mentí—. Estoy bien gracias.
Janet le dijo a Theadora: —Estamos a punto de servir el postre.
Cuando la mujer mayor se fue, Theadora se bajó de su asiento para volver
al trabajo.
—Espera —dije—. ¿Cuándo terminas?
Sus labios se abrieron y le tomó un momento responder. —Dentro de
aproximadamente una hora. Después de limpiar la mesa.
—Te espero en el laberinto de la parte delantera.
Su rostro se torció en un ceño confundido, casi de desconcierto. Sentí que
tenía una pregunta, pero simplemente asintió lentamente y luego se fue.
¿Era ella? No pareció reconocerme.
Tal vez tenía una hermana gemela.

RESPIRÉ HONDO, ABSORBÍ EL aire salado y cubierto de rocío y caminé


hacia el laberinto cubierto de setos donde jugábamos de niños. El centro
resultaba ser un lugar perfecto para reuniones secretas. También fue allí
donde, a los quince años, perdí mi virginidad con una chica mayor y más
experimentada.
Theadora se sentó en un banco de hierro con filigranas. Se había deshecho
la trenza y su largo y oscuro cabello ondeaba alrededor de su rostro con la
suave brisa. Era tan hermosa que se me aceleraba el pulso.
Me senté junto a ella. —Theadora.
—Por favor, llámame Thea.
Sonreí al ver cómo su rostro se contraía por la aversión. —Me encanta tu
nombre. Te pega.
Se miró los pies, algo que hacía mucho. —Bueno... si tuviera tiempo y
dinero, me lo cambiaría.
—Eso sería una pena. —No podía quitarle los ojos de encima. La mayoría
de las mujeres que me rodeaban, incluida mi hermana, tenían esa obsesión
enfermiza por el maquillaje. Mientras que Theadora iba simplemente con su
belleza natural.
Al recordar su rostro manchado de rímel la noche que la rescaté, me seguí
preguntando: ¿Era realmente la misma chica que consumía drogas y, como
todo parecía apuntar, se vendía a sí misma?
—Bueno, ¿querías hablar conmigo sobre algo? —preguntó, jugueteando
con sus dedos.
—¿No recuerdas nada?
—¿Recordar el qué? —Me miró con ojos muy abiertos e inquisitivos.
—Te salvé de unos proxenetas. —Hice una respiración profunda.
—¿Proxenetas? —Sus cejas se fruncieron.
—Ibas muy drogada —dije—. No me sorprende que lo hayas olvidado.
—Ah, ¡joder! —Su rostro se iluminó con sorpresa—. ¿Eras tú? —Una
línea se formó entre sus cejas—. No eran proxenetas. Dios... —Se tapó la
boca con la mano—. ¿Crees que me estaba prostituyendo?
Me tomé un momento para elegir mis palabras con cuidado. —Bueno, al
verte semidesnuda con solo un corsé y drogada… naturalmente asumí…
—¿Pensaste que era una prostituta drogada? —Su rostro se llenó de
horror. Tanto fue así, que la culpa me recorrió por sacar conclusiones
precipitadas.
Se mordió el labio inferior, a los que llevaba mirando toda la noche.
—Gracias. —Negó con la cabeza como si tratara de dar sentido a algo
impactante—. Dios sabe lo que me habrían hecho.
Me froté la mandíbula. —¿Entonces no te estabas vendiendo? ¿Qué hay
de las drogas? Quiero decir, te quedaste dormida tan pronto como te subí al
coche. Luego te llevé en brazos.
—Oh, Dios mío, fuiste tú… —dijo, como si acabara de caer en la cuenta.
Miró a lo lejos—. Estaba trabajando en un lugar donde las camareras van
disfrazadas. Solo accedí a vestirme así porque necesitaba el dinero. —Me
miró brevemente, como si buscara mi perdón—. Algunas chicas con poca
ropa desfilaron por un escenario, frente a una sala llena de hombres.
Hombres grasientos y sórdidos.
El odio en su voz era visceral y el asco cubrió sus ojos. —Era una subasta.
Estaban vendiendo su virginidad.
—¿Cómo? Entonces, ¿intentaron subastarte? —pregunté.
¿Era esta impresionante mujer todavía virgen? Imposible.
Se mordió el labio de nuevo y, por alguna razón, esa acción desvió mi
atención de la gravedad de su historia nuevamente hacia sus labios. Me
odiaba a mí mismo por sentir este abrumador impulso de mirarla. De
tocarla. De tomarla en mis brazos.
Una obsesión que comenzó hacía tres meses. No había dejado de pensar
en ella. Mi polla tampoco se había olvidado. Ella pasó a ser la protagonista
de todas mis fantasías.
Asaltado por la culpa, no me sentía mejor que los asquerosos de ese antro
de mala muerte que describió. Pero no podía negar el torrente de sangre que
me bajaba. Deseé a Theadora, como desearía algo raro y supremamente
sensual.
Con esas tetas, más grandes de lo habitual, saliendo de su corsé y su culo
curvilíneo, su imagen había quedado grabada en mi memoria erótica.
Incluso busqué en Internet para ver si la encontraba en alguna página
sórdida. Nunca antes había pagado por sexo.
En cierto modo, casi hubiera preferido saber que había trabajado como
prostituta en lugar de ser virgen.
¿Qué debería hacer? ¿Desabrocharle los botones y frotar aquellos pechos
enormes? ¿O probarla hasta que gritara mi nombre?
Pero ¿una virgen?
—Me drogaron —continuó—. Y por suerte para mí, logré escapar a
tiempo. Fue entonces cuando me encontraste tratando de luchar contra
ellos, pero luego la droga debió hacer efecto, porque lo siguiente que
recuerdo fue despertarme en tu sofá. Gracias por dejarme la ropa. Todavía
la tengo. Sus labios se curvaron en una tímida sonrisa y mi mundo se
iluminó.
—Guárdala. Es de Savanah. Supuse que necesitarías algo un poco más
cómodo. —Levanté una ceja—. No quería desvestirte.
Me hubiera encantado desnudarla, pero solo con su consentimiento. Ella
no necesitaba saberlo. No necesitaba saber cómo me había dolido la polla
durante días después de verla como una versión erótica de la Bella
Durmiente en mi sofá.
Habría sido una foto por la que habría pagado una fortuna.
Incluso ahora, habría seguido una dieta de pan duro y agua por volver a
tener a Theadora en mi sofá con ese corsé.
Maldición, contrólate. Esta chica ha sido abusada y maltratada por unos
depravados, hombres que merecen que les corten las pelotas.
—Eso explica por qué me has estado mirando toda la noche —dijo con un
atisbo de sonrisa—. Al menos ahora, lo sé. —Sacudió la cabeza con
asombro—. ¿Quién lo hubiera pensado? Qué mundo tan pequeño. —Su
rostro se llenó de asombro juvenil, lo que hizo que se me hiciera la boca
agua por esos labios rosados.
—¿Estás cómoda trabajando aquí?
Asintió. —Me gusta todo esto. Es asombroso. Es la primera vez desde que
me fui de casa que tengo mi propio espacio.
—¿Cuántos años tienes? —La estudié de cerca.
—Veinticuatro —respondió, otra vez jugando con sus dedos.
¿Y todavía eres virgen?
—¿Te independizaste temprano?
—Sí. —Su rostro se oscureció de nuevo. Sentí, por ese cambio de humor,
que algo o alguien la había echado.
Cambié de tema. —Puedo enseñarte todo esto en algún momento, si
quieres.
Mi curiosidad por Theadora aumentó. Quería conocerla. Profundizar más
en su historia.
Capítulo 9

Thea

NO HABÍA PEGADO OJO pensando en Declan Lovechilde y en cómo


resultó ser aquel héroe misterioso. Me preguntaba en qué sofá había
dormido. Incluso había considerado visitar su casa en Mayfair para
agradecérselo, pero no me atreví a enfrentarme a nadie relacionado con
aquella noche aterradora. Ni incluso con mi salvador.
Sentí que me había enamorado de él. Mi primera vez.
Allí estaba yo, pensando que no podía sentir nada. Que estaba hecha de
piedra. Como un recipiente vacío. Esa excitación era una resaca adolescente
devastada por las hormonas para las chicas que vivían en un mundo de
fantasía, como Lucy.
Mi corazón se aceleró, pensando en cómo sus hermosos ojos me
atravesaron, electrificando mi cuerpo y enviando un rayo chisporroteante a
través de mí. Me había despertado mi apetito sexual. ¿Qué otra cosa podría
ser este repentino calor que lo consumía todo?
Los hombres siempre me habían asustado. Pero con Declan sentía un
extraño chorro de deseo, y eso también me aterrorizaba. Tal vez solo estaba
enamorada de él por salvarme.
Sí, eso era todo.
Maldición, contrólate.
¿Qué querría él de una chica como yo, que no tenía nada que mostrar, más
que una cabeza llena de complejos? Tan solo era una veinteañera.
En cualquier caso, Declan Lovechilde estaba fuera de mi alcance.
Cansada de estar sentada en la cama soñando despierta con Declan, me
levanté, me vestí y salí. Era mi día libre y pensaba aprovecharlo al máximo.
Tomé prestada una bicicleta que había visto tirada y le pregunté a Janet si
podía usarla. Me dijo que alguien la había dejado allí y que podía utilizarla
sin problema.
Estaba a punto de dirigirme hacia el pueblo, cuando Ethan se me acercó,
vestido con unos vaqueros rotos y descoloridos y un polo verde.
—Hola, aquí estás —dijo.
Mis cejas se juntaron. ¿Por qué me estaría buscando? —¿Necesitas algo?
Se rio. —Es una forma de hablar, ya sabes, como… ¿cómo estás?, ese tipo
de cosas.
Agarré el manillar de la bicicleta. —Ah. Vale. De acuerdo.
—Entonces, ¿vas a disfrutar de las vistas?
—Pensaba ir hasta el pueblo.
—Justine's Café hace un excelente café y bollos recién horneados.
Justo cuando estaba a punto de responder, Declan se acercó a nosotros.
Vistiendo unos vaqueros que se ceñían firmemente a sus piernas
musculosas; era aún más sexy a plena luz del día. Tragué saliva. Con ese
polo azul ajustado parecía que sus brazos iban a reventar las costuras.
Mi corazón dio un vuelco y la amenaza de un mareo me hizo apoyarme en
la bicicleta.
Declan pasó de mirarme a mí, a su hermano. —¿Qué está pasando?
Ethan sonrió. —Estoy a punto de invitar a nuestra nueva sirvienta a
desayunar.
—Su nombre es Theadora —dijo Declan con autoridad. Me di cuenta de
que era él quien ponía a su hermano menor en su lugar.
—Así es. Thea… —Ethan me miró—. ¿Puedo llamarte así?
—Sí. Lo prefiero. —Mis ojos se movían de un lado a otro entre los
hermanos. El sudor comenzó a caerme por la espalda.
—Pensé que estarías con Cleo. ¿No se ha quedado a dormir? —preguntó
Ethan.
Los ojos de Declan cambiaron de los de su hermano a los míos. —Lo
hizo.
—Entonces, ¿por qué no estás desayunando con tu chica? —preguntó
Ethan, medio guiñándome un ojo.
Llegados a este punto yo solo quería escabullirme.
—Ella no es mi chica. Y lo sabe, y tú también deberías saberlo. Se quedó
en la habitación de invitados.
Los rasgos bronceados de Declan parecían sonrojarse. Sentí que quería
hablar conmigo.
Y aunque era muy guapo y mi cuerpo estaba haciendo cosas que nunca
antes había experimentado (mariposas, latidos acelerados y todo tipo de
extraños gorgoteos viscerales), también estaba aterrorizada. Después de
todo lo que había pasado, los hombres me asustaban.
Necesitaba algo de espacio, aunque solo fuera para respirar de nuevo.
—Mis disculpas —dije—. Acabo de recordar que necesito llamar a una
amiga urgentemente.
Antes de que pudieran decir algo, me subí a la bicicleta y, después de un
comienzo vergonzoso y tambaleante, recorrí el largo camino de entrada más
allá del laberinto, con el aire del mar azotándome en la cara y el cabello
ondeando al viento.
Tenía muchas ganas de ir al pueblo, pero no quería complicar las cosas
pasando el rato con el playboy de Ethan, que probablemente habría
intentado desabrocharme el sujetador antes del almuerzo en su coche
deportivo. La sola idea hizo que mis piernas se tensaran.
Por el contrario, la idea de Declan acariciando mis pechos hizo que me
doliera la vagina.
Independientemente de cómo había despertado el deseo en mí, no me
permitiría perder la cabeza por un hombre que podía hacer que las mujeres
se desmayaran con solo una mirada de esos ojos del color del océano.
El parloteo interno me acompañó mientras salía por las puertas de hierro.
Pensar que Declan creyó que yo era una trabajadora sexual me había
dolido.
Qué alivio sentí al aclararlo, pero aun así me dio náuseas pensar que había
pensado que yo era eso durante todo este tiempo. No me extrañó entonces
que no dejara de mirarme durante la cena. Probablemente se estaba
preguntando qué hacía una ex prostituta trabajando como sirvienta.
Grrr... Qué pensamiento tan horriblemente espantoso.
Al final resultó que el viaje hasta el pueblo me aclaró la cabeza. Me
encantaba sumergirme en las avenidas con árboles y el arroyo con patos
chapoteando me trajo una sonrisa. Era como si hubiera despertado en un
universo paralelo donde solo existía una naturaleza fértil. Comparado con la
contaminada ciudad, el aire era como el aliento de un bebé.
Pedaleando lentamente, fui a la deriva, dejándome llevar por todo. Tarareé
Claro de luna, una melodía que solía tocar en el piano, mientras pasaba
junto a unas cabañas con techo de paja, con puertas pintadas de colores
brillantes y flores de todos los colores abarrotando la entrada.
Mientras me dirigía a la zona comercial, el pintoresco pueblo parecido al
de una postal, me recordó a algo de los programas de viajes que
ocasionalmente veía mientras devoraba patatas fritas, imaginando que era
una turista alegre y despreocupada.
Nadie parecía tener prisa. Encontraba sonrisas amistosas por todas partes.
No como en la ciudad, donde todo el mundo parecía estresado. El aire
estaba cargado de sal y olor de pescado en descomposición. Sin embargo,
resultaba agradable. Cualquier cosa vence al pesado smog de Londres.
Encontré un buen lugar con vistas al muelle, desde donde vi a los
pescadores traer su pesca y a los turistas haciendo fotos. Me permití
disfrutar de un montón de calorías después de haber ido hasta allí en bici, y
pedí un pastel de chocolate junto al café.

DESPUÉS DE EMPAPARME DEL ambiente del pueblo, cogí la bici para


regresar. Como era un día cálido y soleado, decidí visitar la bahía, que
estaba a solo un corto paseo de la casa, o del salón, como todos lo llamaban.
Me puse un par de pantalones cortos y una camiseta, reemplacé mis
zapatillas por chanclas y me fui. El encuentro de por la mañana con los
hermanos entró en mis pensamientos y, mientras caminaba, llamé a Lucy.
—Hola —dijo ella—. ¿Cómo es vivir entre lujos?
—Es agradable. Quiero decir, mi habitación es bastante básica, pero al
menos estoy sola. Tengo un televisor y todo lo que necesito. Además las
comidas están incluidas. Es un trabajo de ensueño, y tampoco es tan
agotador como el del hotel.
—Suena asombroso. Aunque, ¿noto algo en tu voz?
Sonreí. Lucy me calaba bien. Incluso por teléfono.
Le conté lo que pasó con los hermanos y que Declan era el hombre
misterioso que me había rescatado.
—Mierda. ¿En serio? ¿Cómo diablos no te acordaste de él?
—Buena jodida pregunta. —Suspiré—. Sin embargo, su colonia se me
quedó grabada. Tan pronto como la olí, todo tipo de sentimientos extraños
se apoderaron de mí. Ya sabes, como cuando hueles algo que te causa
nostalgia.
—¡Oh sí! Cada vez que percibo un soplo de Homme, mis bragas se
derriten.
Me reí. —Déjame adivinar, ¿la colonia preferida de Jaxon?
—Sí.
Jaxon le rompió el corazón a Lucy.
—Y pensar que te escapaste —dijo, volviendo a mi historia—. Si te
hubieras quedado, él podría haberte invitado a desayunar.
—Tal vez —dije.
—Y ahora tienes a esas dos bellezas detrás de ti. Vamos chica.
—No saquemos conclusiones precipitadas, Lucy. Declan solo siente
curiosidad por mí. —Apreté los dientes—. Y pensar que todos estos meses
se ha pensado que yo era una prosti drogadicta... Eso me saca de quicio.
—Al menos, ahora lo sabe. Y Ethan Lovechilde es jodidamente atractivo.
Me reí. —Declan es más sexy.
—¿Una cita doble?
—No apunto tan alto.
—¿Por qué no? Eres impresionante. Podrías hacer una fortuna en
Onlyfans.
—Yo no soy así. Y lo sabes —dije—. Soy feliz como empleada doméstica
hasta que me saque la carrera. —Bajé unos escalones rocosos hacia una
playa de guijarros—. Acabo de llegar a la playa. Voy a ver si me bronceo un
poco. No había visto el mar desde que mi madre me llevó a Brighton
cuando era pequeña. Fue entonces cuando no pudo encontrar a nadie que
cuidara de mí.
—Ya le darás en los morros. Las cosas están mejorando para ti, niña.
No tenía planes de contactar a mi madre nunca más.
—¿Llevas biquini?
Arrugué el gesto. —Ni de broma. ¿Me imaginas en bikini?
—Estarías increíble. Y tal vez más pronto que tarde, podrías descubrir lo
que se siente al estar con un hombre.
—Tengo miedo. Ya lo sabes. Y nunca me ha atraído el sexo, la verdad.
—Sí, sí, sí… Ya sé que sigues diciendo eso. Pero espera hasta que
conozcas a alguien que te guste. Nunca se sabe, por lo que me has dicho
hasta ahora, parece que podrías tener a uno o a dos multimillonarios
persiguiéndote. Uhhh…
—Creo que huirían si supieran que soy virgen. Declan probablemente lo
sabe. Le dije que me iban a subastar aquella noche.
—Eso probablemente le causó una erección.
—No seas tonta. —Mi cara se encendió. Ví que sus ojos ardían poco
después de mencionar la palabra ‘V’.
—Si fuera a perder mi flor, me gustaría que fuera con un multimillonario
mayor y atractivo.
—Eso son fantasías tuyas —dije.
—¿Cuándo podré ir a visitarte?
—Cuando quieras. Aunque tendrás que quedarte en un B&B del pueblo.
Yo te lo pagaré. —Echaba de menos a mi única mejor amiga.
—Entonces veámonos pronto. Te amo.
—Yo también te quiero. —Colgué la llamada.

MOVÍ LOS MUY BLANCOS dedos de mis pies bajo el agua y al mirar
hacia arriba, lo vi caminando hacia mí con nada más que un par de
pantalones cortos y una camisa blanca suelta que ondeaba por la suave
brisa.
Declan se paró frente a mí. El agua brillante, bañada por el sol, acentuaba
sus hipnotizantes ojos turquesa.
Me crucé de brazos, mientras mis pezones endurecidos palpitaban. El
agua fría no tenía nada que ver con esa respuesta corporal.
—Theadora. —Su voz profunda hizo que mi nombre sonara artístico y no
como el nombre de una moza con sombrero de esas novelas desgarradoras
que le gustaban a mi abuela.
—Señor Lovechilde —respondí con voz fina.
—Llámame Declan, por favor. —Sonrió y me atrapó en esos ojos
brillantes—. Es un buen día para nadar. —Vi que llevaba una toalla.
Perdida en lo que había dicho, asentí embobada.
Su belleza masculina me volvió incoherente.
Creo que ni siquiera parpadeé.
Miró mi camiseta. —¿Te has traído traje de baño?
—No soy muy de nadar. —Me encogí de hombros—. Le tengo miedo al
agua.
Frunció el ceño. —¿En serio? ¿No sabes nadar?
Negué con la cabeza.
—¿Tus padres nunca te enseñaron? —La nota de sorpresa en su voz me
recordó la infancia basura que había tenido.
—No he tenido exactamente una infancia familiar. Después de que mi
madre se casara con mi padrastro, olvidó que yo existía.
—Eso suena terrible —dijo.
—No pasa nada. Ahora estoy bien.
Con miedo de que un hombre me toque, pero bueno.
—Ahora que lo pienso, aprendí a nadar solo. Mis padres tampoco estaban
exactamente comprometidos. —Su boca se curvó ligeramente—. Fui a un
internado. La mayoría de nosotros allí teníamos padres más interesados en
generar ganancias que en llevarnos a la escuela o al deporte los fines de
semana.
—También fui a un internado —dije.
—Compartimos algo en común. —Se pasó la lengua por los labios y tuve
que apartar la mirada, como si estuviera viendo algo pornográfico.
No podía dejar de pensar en cómo se sentiría tener esos labios sobre los
míos.
Lucy me había hablado, casi hasta la saciedad, sobre los placeres de los
orgasmos, pero yo ni siquiera me había tocado a mí misma. Nunca había
sentido esta intensa sensación de ardor. Nunca.
Desde el momento en que me crecieron los pechos, los espeluznantes ojos
de mi padrastro se posaron sobre mí y mi cuerpo, y simplemente todo se
apagó.
—Bueno, entonces, ambos sabemos lo que es eso —dijo. Sus ojos
persistentes se posaron en mí y mi corazón se aceleró como loco.
¿Saltó una chispa entre nosotros? ¿O estaba alucinando?
¿Y por qué tuve esa sensación de que quería decirme algo más?
—Disfruta de tu baño. —Le devolví la sonrisa.
Se bajó los pantalones cortos y se desvistió, hasta quedar en Speedos.
Unos Speedos que le marcaban el culo, revelando sus fuertes glúteos.
No pude mirar a pesar de que quería comérmelo con los ojos. ¿Quién no?
¡Señor! Este hombre… Ese cuerpo…
Tenía una capa de pelo sobre sus pectorales que conducía a unos
abdominales esculpidos en forma de V. Sus piernas largas y musculosas
eran nervudas, como de futbolista. Sus muslos gruesos, como los de un
jugador de rugby. Y sus brazos fuertes, con los que me había llevado
aquella noche.
Tomé una instantánea mental y, mientras regresaba al salón, en todo lo
que podía pensar era en su gran bulto bajo esos ajustados Speedos.
¿Qué me estaba pasando?
Tuve que llamar a Lucy.
—Oye, soy yo otra vez.
—Estoy en el metro —dijo.
—Le acabo de ver en bañador y estoy un poco perdiendo el norte. —Me
reí.
—¿Le has sacado una foto?
Mi cabeza se tambaleó hacia atrás. —Estás loca.
Pero me habría encantado tener una foto.
—Bueno y qué, ¿tenía un buen paquete?
Mi cara ardió. —Creo que sí.
—Ooh genial. Creo que le gustas —canturreó.
—¿Cómo le puedo gustar? Es un multimillonario sexy.
—Te vio en corsé sin mucho más puesto. Probablemente ha tenido una
erección permanente desde entonces.
Me reí. —Eres perversa.
—Tienes que aprender a serlo tú un poco. Te tengo que dejar amor. Acabo
de llegar.
—Te amo.
Guardé el teléfono.
Mientras subía la colina hacia el gran salón antiguo, todo en lo que podía
pensar era en tocarme a mí misma. El ardor, que hacía doloroso hasta
caminar, insistía en que hiciera algo.
Capítulo 10

Declan

LOVECHILDE HOLDINGS OCUPABA EL último piso de una torre


asimétrica de vidrio y acero, propiedad de la empresa familiar. Con paredes
de puro ventanal, la gran oficina, donde nos reuníamos para nuestras
reuniones directivas ofrecía unas vertiginosas vistas panorámicas de la
ciudad.
Ethan llegó tarde como siempre.
Había pensado en decirle que dejara de coquetear con Theadora.
¿La estoy acosando?
Normalmente teníamos diferentes gustos en lo que respectaba a mujeres.
Mientras que a mí me gustaban las mujeres con curvas, a él le gustaban las
modelos delgadas y de piernas largas, que pasaban la mayor parte del
tiempo mirándose en el espejo. Por eso me sorprendió su repentino interés
por nuestra nueva sirvienta. Pero claro, era la chica más hermosa que jamás
había visto.
Eso me planteó un dilema, ya que una relación a largo plazo no estaba en
mi lista de tareas pendientes. Ni siquiera estaba interesado en el
matrimonio. Nunca lo había estado.
Theadora no me parecía el tipo de chica para un encuentro casual. En todo
caso, me resultaba frágil, me recordaba a una pequeña flor que necesitaba
cuidados para florecer. Desde que la vi con ese corsé, a pesar de mi culpa
por mirarla aprovechándome de su estado, había estado jodidamente
caliente.
Mi padre se recostó y conversó cómodamente con su ex socio, Will, y a
pesar de la evidente relación de Will con mi madre, su amistad continuó. Mi
padre no era rencoroso. Para ser un multimillonario, era bastante frío, por lo
que me relacionaba más con él que con mi formidable madre.
—Ethan. —Mi madre señaló una silla—. Llegas tarde.
—Lo siento, el tráfico era espantoso.
Puso los ojos en blanco.
Como hijos, ambos éramos una decepción para ella.
No le gustó nada que me uniera al SAS. Incluso la Medalla al Valor no le
sacó una sonrisa ni la hizo sentir orgullosa. Ethan parecía pasar la mayor
parte del tiempo a la deriva, y aunque siempre le apoyaré, sentía que aún no
había decidido lo que quería, además de estar con mujeres bonitas en bikini.
—Está bien, vamos a empezar —dijo—. Will y yo hemos estado
pensando en repartirnos la superficie en acres contigua a Merivale Hall.
Nuestra mirada está puesta en un resort de lujo para viajeros internacionales
que buscan una experiencia de cinco estrellas en la costa. Este proyecto
generaría, según nuestra muy conservadora estimación, alrededor de dos
mil millones de libras al año.
—¿Qué pasará con las tierras de cultivo? Los jornaleros llevan aquí desde
hace mucho más tiempo que nosotros. ¿Quién va a alimentar a la región? —
pregunté.
—Se les pagará una cantidad generosa por sus arrendamientos. Algunos
podrán quedarse y optar a alguno de los muchos puestos que se ofrecerán.
—Estamos hablando de una extensión de tierras enorme. ¿Un resort
necesita tanto? —pregunté.
—Habrá establos para montar a caballo, canchas de tenis y un campo de
golf. Espacios para que la gente disfrute.
—Como saben, soy dueño de un acre, una milla al norte del salón, al lado
de Chatting Wood. Tengo mis propios planes para esa tierra.
—¿Como cuáles? —preguntó.
—Un campo de entrenamiento y reeducación. —Miré a mi alrededor y vi
a todo el mundo sorprendido, mientras mi madre permanecía con el rostro
pétreo.
Continué: —También una granja orgánica.
Ethan sonrió. —¿Para ejecutivos aburridos que buscan un fin de semana
emocionante libre de jefes?
Sonreí débilmente. —Para jóvenes con problemas.
Mi madre saltó como si estuviéramos a punto de ser atacados por fuerzas
enemigas. —¡No! ¡Absolutamente no! No vamos a invitar a nadie de ese
calado a este lugar. ¿Es que no lo ves? Habría todo tipo de delitos.
—Habrá seguridad —dije—. Y a los adolescentes se les impondrá un
toque de queda.
—¿Estamos hablando de chicos que han cometido delitos? —preguntó
Will.
Asentí. —Delitos menores. Drogas, robos, infracciones de tráfico… ese
tipo de cosas.
—No puedes estar hablando en serio. —Los ojos de mi madre se
iluminaron con alarma.
—Voy muy en serio. Lo he analizado muy bien. Mi socio es uno de los
compañeros que luchó conmigo en el frente.
—¿Lo harás gratis? —preguntó Ethan.
—Si te refieres a si daré mi tiempo gratis, sí. He hablado de esto con
ciertas agencias gubernamentales. Están ansiosos por colaborar con
subvenciones sustanciales. Será su salvavidas a largo plazo ya que supondrá
menos delincuentes profesionales. Es mejor reconducirlos cuando son
jóvenes. Este proyecto da a la juventud descarriada algo que hacer. Si puedo
ayudar a la gente a tener una vida mejor, aunque sea al diez por ciento, este
proyecto será un éxito.
Ethan se giró y me lanzó un asentimiento y una sonrisa de `bien por ti’.
Conociendo a mi hermano no podría decir si era ironía o no. Parecía tener
un poco de ambas. En el fondo era un tipo decente, a pesar de su tendencia
a fanfarronear.
—Vamos a someterlo a votación —dijo mi madre.
—Es mi tierra. El proyecto no necesita ser votado. Lo voy a hacer. —La
miré directamente a la cara.
—Bueno... ya veremos. —Volvió su atención al grupo—. Por ahora,
quiero una votación a mano alzada para el resort.
Todos, excepto yo y mi padre, levantaron la mano. Ethan solo a medias.
Me incliné. —Haz lo correcto ¿Recuerdas cuando éramos niños y
jugábamos en esas granjas? ¿Recuerdas los animales, la mantequilla fresca
y el yogur?
Miró a nuestro padre y bajó la mano.
Fue una retirada débil, dado que mi padre tenía poder de veto. Y él no se
lo estaba creyendo, para mi alegría.
—Harry —imploró mi madre.
—No. No me gusta. No lo haremos. Estoy con Declan. Me gustan más sus
ideas. Una granja orgánica es algo con lo que comenzar. En cuanto a la
rehabilitación de jóvenes con problemas, podría hacer cosas peores con su
dinero.
Miré a mi padre y asentí con una sonrisa.
Justo cuando mi madre estaba a punto de protestar, Savanah entró
corriendo. Quitándose el abrigo y jadeando, preguntó: —¿Qué me he
perdido?
—Solo que nuestro plan está siendo boicoteado por tu querido padre, —
respondió mi madre.
—Ah… ¿de verdad? Pero papi, es un proyecto grandioso. Tenía mis
expectativas puestas en ello.
—¿Y qué pasa con la carrera de diseño? —preguntó.
Miró a los otros miembros de la junta, que parecían unos simples
intermediarios. Amigos de la familia y abogados, a quienes yo llamaba los
asentidores, por estar siempre de acuerdo en todo.
—Todavía estoy en ello. Pero este es un proyecto realmente genial —dijo.
—No voy a firmarlo. Es mi última palabra.
Savanah se volvió hacia mi madre y puso los ojos en blanco. Mi madre
siempre había favorecido a su única hija. Me encogí de hombros. Nos había
quitado algo de presión a mí y a Ethan hasta ahora. Mi madre odiaba perder.
Esperé hasta que todos se fueron, murmurando entre ellos, y mi madre,
sacudiendo la cabeza, lanzó una de sus frías miradas a mi padre, que
respondió con un beso al aire solo para enojarla.
Mi padre era un bromista. Disfrutaba de su compañía y me sentí
bendecido de que él hubiera estado ahí para nosotros cuando éramos niños.
Nos enseñó a montar a caballo y a lanzar la pelota de cricket o agarrar una
raqueta de tenis. Me conmovió cuando asistió a la ceremonia de mi Medalla
al Valor. Era el único miembro de la familia que fue y su presencia significó
mucho para mí.
—Papá, ¿podemos hablar? —pregunté.
—Por supuesto, Declan.
Savanah irrumpió. —¿Qué te pasa, papá?
Mi padre me lanzó una sonrisa de 'vamos a seguirle la corriente' antes de
volverse hacia ella. —¿Qué te sucede hija? ¿Tu asignación mensual, que
alimentaría a una aldea africana durante un año, se ha agotado de nuevo?
—No. Pero, ¿por qué dejar pasar este proyecto? Tenía ideas. Tenía
muchas ganas de trabajar en el diseño de interiores.
—No mientras esté vivo, querida. Las tierras de cultivo dan trabajo a
muchas familias de la región. Somos asquerosamente ricos.
—Pero el resort dará empleo a miles de personas. ¿No es eso apoyar a las
familias?
—Comida, cariño. Las fincas producen productos de calidad. —Mi padre
me miró y yo asentí.
—Tiene razón —dije—. No sería correcto tener que empezar a importar
nuestros alimentos.
—En fin… —Savanah puso los ojos en blanco y salió corriendo para
unirse a mi madre, que estaba teniendo una conversación profunda con
Will.
—¿Qué pasa con mamá y Will? —Ethan preguntó a mi padre mientras
servía tres tragos de whisky que nos pasó a cada uno.
Nuestro padre era un triunfador silencioso. Era todo un modelo a seguir
para mí. Prefería eso, al estilo de mi madre, donde todo eran intrigas,
coacción y discursos dignos de un mitin. Podría haberse presentado a algún
cargo público. Para ella, la posición en la sociedad era todo lo que
importaba.
—La verdad es que están juntos —dijo mi padre. Sus ojos se movieron
entre Ethan y yo.
—¿Estás seguro? —pregunté, tragando el sorbo.
Sonrió con fuerza. —Los conozco desde hace mucho tiempo. Ella ya lo
admitió hace mucho.
Los ojos de Ethan fueron de mi padre a mí. Su ceño se profundizó y su
cuerpo pareció tensarse. Su sorpresa reflejó la mía. Esta inquietante
confirmación sobre la aventura de nuestra madre, me sacudió hasta la
médula.
—¿Quieres decir que se están acostando? —preguntó—. ¿Y cuándo nos
lo ibas a decir?
—Depende de tu madre. —Mi padre se acercó al mueble bar y levantó la
botella de whisky. Yo pasé, pero Ethan se tomó otro.
Si bien la noticia de la infidelidad de nuestra madre nos había sacudido
profundamente, mi padre trató el asunto como si estuviera hablando sobre
piezas para un coche antiguo.
—¿Eso significa que te vas a separar? —pregunté.
—Ya lo estamos. Ahora vivo aquí y ella en Merivale.
—¿Estás contento con este arreglo? —Estábamos de pie junto a la
ventana y mi padre, al igual que yo, miraba hacia abajo, a la metrópolis que
se expandía en rectángulos, cúpulas y edificios como agujas, con su flujo
continuo de humanidad bulliciosa.
—Prefiero la ciudad. Me gusta la multitud. La energía.
—¿Esto significa que habrá divorcio? —preguntó Ethan.
Mi padre negó con la cabeza. —No estoy dispuesto a repartir el capital.
Estoy contemplando extender la herencia sobre Merivale y las tierras
adyacentes.
Mi madre irrumpió. —Hazlo y te demandaré hasta quitarte los pantalones.
Mi padre sonrió. —¿Qué, por ser un mal marido?
—Eso para empezar y por no decirme que te gustaban los hombres. —
Tenía las manos en las caderas.
Miré de reojo a Ethan, cuya mandíbula se había descolgado.
—¿¡Cómo!? ¿Quieres decir que es gay? —preguntó Ethan.
—¿Quién es gay? —preguntó Savanah entrando con un café.
—Papá, aparentemente —dije, frotándome el cuello.
—Ah, ¿de verdad? —Savannah sonrió—. ¡Qué guay!
La mueca de Ethan se acentuó. —No estamos con tus amigotes, ¿sabes?
Es nuestro padre.
Savanah se volvió hacia nuestro padre. —¿Somos tus hijos?
Buena pregunta
—Por supuesto, él es tu padre. —Resopló mi madre—. Una vez estuvimos
enamorados.
El rostro de mi padre se suavizó y liberé la sensación de tensión en mi
pecho. Al menos me reconfortaba saber que éramos producto del amor.
Tener esta vida afortunada debería haber sido suficiente, pero mi lado
romántico creía que los niños fruto del amor crecían más felices.
¿Éramos más felices? Observé a mi hermana mientras se mordía una uña,
y a mi hermano, que parecía haber estado en un tornado por la frecuencia
con la que se pasaba los dedos por el pelo.
¿Yo? Bueno, era feliz. Feliz de saber que había salvado una escuela
afgana de ser volada por un terrorista suicida, y que había salvado a
Theadora de una subasta de su virginidad vendida a un maldito cerdo sucio.
—¿Cuánto tiempo, papá? —preguntó Ethan. Mi hermano, normalmente
imperturbable, nunca había estado tan serio.
—Desde hace algún tiempo. —Me lanzó una sonrisa de disculpa.
—¿Despertaste un día y decidiste que definitivamente te gustaban los
hombres? —preguntó Savanah.
—Eh... bueno.
—Sí, me estaba engañando —dijo mi madre—. Y eso es abuso
emocional, en respuesta a su pregunta anterior de si le voy a demandar. —
Señaló el rostro estremecido de mi padre.
—No lo es, cariño, porque llevabas acostándote con Will desde hacía el
mismo tiempo.
Los tres nos derrumbamos sobre las sillas. Hablando de ventilar los trapos
sucios de la familia…
—Entra, Will —gritó mi madre.
Entró tímidamente. Diez años más joven que mi madre, William había
sido socio de mi padre durante veinte años. Era un genio de las matemáticas
con un título en astrofísica, y creó un negocio de gestión de fondos de
cobertura junto a mi padre cuando solo tenía veintitantos años.
Will se sentó y tomó la mano de mi madre. Ella lo miró y su intensidad se
suavizó en una sonrisa sutil, pero cálida.
—Entonces, papá es gay y mamá es una asalta cunas —dijo Savanah,
sonriendo, como si la familia acabara de recibir algún tipo de elogio social
—. ¡Qué bien!
—Oh, basta, Savvie. Esto no es un jodido capítulo de Dinastía en Netflix.
—Ethan negó con la cabeza. Se giró hacia mí—. ¿Tú qué opinas?
—Sospechaba lo de mamá con Will. Han estado muy cerca el uno del otro
desde hace mucho. Siempre sentados juntos en las cenas, paseos por los
terrenos… Quiero decir, era bastante obvio. Y papá… bueno… —Miré a mi
padre y pude sentir lo difícil que estaba siendo toda esta situación para él.
—¿Bueno qué? —presionó Ethan.
—No sé. Quizás. —Jugueteé con los dedos. Había visto a mi padre una
noche saliendo de un club gay muy conocido, justo antes de que me fuera al
frente. En aquel momento no sentí la necesidad de compartirlo, incluso
sabiendo todos los detalles íntimos que ya conocíamos sobre la relación de
nuestros padres.
—¿Significa eso que te vas a poner como Elton John y empezarás a usar
chaquetas extravagantes en los eventos familiares? —preguntó Savanah a
nuestro padre.
Él sonrió. —Creo que me quedaré con mis tweeds, por ahora.
—¿Todo esto quiere decir que esta relación se convertirá en un
matrimonio de conveniencia? —pregunté.
Mi madre miró a Will y luego a mi padre. —No estoy segura. Ahora que
todo está resuelto, personalmente me gustaría divorciarme. Pero tu padre
está siendo obstinado con el tema.
—Esa tierra lleva en mi familia durante cientos de años. No voy a
convertirla en un patio de juegos para millonarios.
—Mmm… ya veremos —dijo mi madre, mirando a Will, quien le dedicó
su distintiva sonrisa discreta, pero de apoyo.
Salí de la habitación sabiendo que todavía nos quedaba rato para llegar al
final de este asunto.
Capítulo 11

Thea

LAS COSAS ESTABAN MEJORANDO. La carrera que había deseado


durante mucho tiempo, por fín estaba a mi alcance. Había aprobado el
examen de ingreso con éxito y ahora estaba inscrita en la carrera de
enseñanza de música. A solo un paseo en bicicleta de distancia, la
universidad estaba a las afueras de Bridesmere.
Para celebrarlo, me fui a mi cafetería favorita del pueblo, pedí un pastelito
con un café y llamé a Lucy.
—Hola, preciosa. —Me reí.
—Hola cariño. ¿Cómo va la vida por el paraíso de los multimillonarios?
—Es mi día libre, pero, ¿adivina qué? —Mi voz se excitó con alegría—.
Me han admitido en la universidad.
—¡Eso es genial! ¿Te refieres a la carrera de enseñanza?
—Sí. Me presenté al examen de música y recordaba todas las piezas del
internado. El examen escrito también me salió bien.
—¿Fuiste a un internado? —preguntó.
—Sí.
—Tu madre debía tener pasta —dijo.
—Sí. Rica y snob. No era buena persona. —A pesar de conocer a Lucy
desde hacía tres años, nunca había hablado de mi madre con ella.
—Al menos tienes una.
—Siento lo de tu madre. —Una nota de simpatía tocó mis palabras.
—No pasa nada, amor. Dime, ¿cuánto dura el curso?
—Son tres años a tiempo parcial. Principalmente es online, pero hay
clases y lecciones de piano, y la universidad está lo suficientemente cerca
como para ir en bicicleta.
—¿Tienes bicicleta?
Me reí de su sorpresa. No era exactamente constante cuando se trataba de
hacer ejercicio. —Es del salón.
—¿El salón?
—El Salón de Merivale, la casa donde trabajo. Todo el mundo lo llama El
Salón. Es como una bicicleta comunitaria. Cuando pregunté si me la podían
prestar, el cuidador prácticamente me la regaló. Es muy rápida incluso
yendo por los senderos frondosos.
—Es genial, cariño. Y bueno… ¿cómo está tu atractivo multimillonario?
—Él no es mi nada. —Jugueteé con la taza—. Llevo sin verle un par de
días, lo cual es bueno en cierto modo, me resulta bastante difícil
concentrarme cuando él está cerca.
Se rio. —¿Cuándo vienes a la ciudad?
—Mmm... dentro de poco, espero.
—¿Tu madre no pregunta por ti?
—No. —Tiré de las bolitas de mi cárdigan—. Pero no me importa.
Para evitar caer en un pozo de depresión, traté de no pensar en la falta de
interés de mi madre. Siempre traté de evitar ese postureo de las familias que
se abrazan en exceso y gritan de alegría por las cosas más tontas. Sus únicos
dramas eran la elección de las cortinas o algo igualmente trivial, que les
hacía acudir rápidamente a sus terapeutas.
Sentada fuera, donde tenía una buena vista del muelle, estiré mis piernas
en un banco, cuando de repente vi a Declan caminando hacia mí.
Sus ojos se posaron en los míos y casi se me cae el teléfono.
Maldición, contrólate. Es solo un hombre. Mmm… pero qué hombre.
¿Por qué tiene que estar tan bueno?
—Oye, Lucy, tengo que dejarte. Te llamaré pronto.
Colgué rápidamente y me limpié la boca en caso de que se me hubiera
caído chocolate por la barbilla. ¿O quizás la baba? Mis respuestas
corporales a este hombre eran una locura total.
¿Dónde había quedado la Sra. Fresca, Tranquila y Serena incluso
alrededor de tíos buenorros? Siempre había sido yo quien sostenía a Lucy
cuando estaba a punto de colapsar por culpa de algún tipo atractivo que nos
miraba.
Los chicos guapos no causaban eso en mí.
Hasta ahora.
—Theadora —dijo, con esa voz resonante que reverberó a través de mí,
tirando de mis pezones.
Captando una bocanada de su colonia, de nuevo sentí un latido entre las
piernas.
Aunque todavía no había compartido eso con Lucy, ya que en cierto modo
me daba algo de vergüenza, finalmente había tenido mi primer orgasmo.
Todo lo que necesité fue imaginar a Declan acariciándome las tetas,
mientras su dura y desnuda polla se frotaba contra mí, y me corrí tan fuerte
que prácticamente mordí la almohada para evitar gritar.
¿Qué va después de eso, un vibrador?
Si Declan Lovechilde continuaba mirándome con esos ojos persistentes
que se me quedaban grabados, tendría que recurrir a algo más drástico,
como echarme novio.
—Señor… quiero decir… Declan —tartamudeé. Era extraño llamarlo por
su nombre de pila, pero insistió, y teníamos una historia, escondida en mi
subconsciente, sobre cómo mi cuerpo respondía a su olor masculino.
—¿Disfrutando de las vistas? —preguntó, señalando el muelle y los
barcos que se mecían con la brisa.
—Me encanta estar aquí —dije.
Bajó la mirada hacia mi pastelito. —¿Te importa si me uno a ti? Me
vendría bien un café.
—Oh, por supuesto.
Esperaba que no hubiera captado la vacilación en mi voz. Y ¡oh mierda!
mis mejillas ardían de nuevo. ¿Qué tenía este hombre? Mi cerebro parecía
romperse en pedazos cuando estaba con él.
De acuerdo, sí, estaba hecho toda una bestia. Una versión muy sexy, con
suficiente vello en el pecho. Sus ojos me robaron el habla, incluidos esos
labios carnosos por los que a menudo se pasaba el pulgar. Y su voz. ¡Dios
mío! esa voz. Por no mencionar sus fuertes muslos y su trasero en bañador.
Uff. Pero, ¿cuándo he empezado a hablar con una persona ficticia?
—¿Te apetece otro?
—Eh... claro, ¿por qué no? —Mi boca tembló en una sonrisa.
Mientras le veía caminar hacia la cafetería parecía un hombre que es
dueño del mundo, respiré profundamente y me tranquilicé para que no me
considerara completamente estúpida, porque en eso me convertía cada vez
que se me acercaba.
Regresó y se sentó. Sus largas piernas se estiraron frente a él y sus ojos
azules brillaron como el mar frente a mí. Parecía interesarle. Pero, ¿por
qué? Podría haber tenido a cualquier mujer.
—Me alegro de haberte encontrado. Estoy buscando a alguien que me
ayude en casa.
—¡Vaya! ¿En Londres? —pregunté, sin saber si eso era lo que quería
decir.
—A solo cinco minutos de aquí. Vivo en una iglesia reformada.
—Vaya. —Asentí para detener mi cabeza tambaleante. Al menos eso era
la que sentía cuando sus ojos se clavaban en mí. Incluso en una
conversación normal con él, mi corazón hacía cosas extrañas con los
latidos, asemejándose a una pieza de música contemporánea.
Me estudió con una sonrisa de lado. —Pareces sorprendida.
—Me imaginaba un elegante ático en Londres.
—Mi única casa en Londres es esa en la que te alojaste. —Levantó una
ceja.
—¡Oh! por supuesto. Qué fallo. —Sonreí débilmente—. Fue una mañana
extraña. Tuve que preguntarle a uno que paseaba un perro dónde estaba. Me
miraron como si hubiera venido de otro planeta.
Bajó la taza y se limpió la boca con una servilleta. Incluso ese gesto me
hizo sentir una punzada entre las piernas.
—Deberías haber esperado. Ojalá lo hubieras hecho. —Había una
necesidad penetrante en sus ojos que me sacudió.
—¿Por qué? —Fruncí el ceño.
—Bueno, por un lado me habrías contado más sobre tu situación. Podría
haberte ayudado. Y si hubiera sabido lo que realmente había sucedido,
habría informado a la policía. Te drogaron, eso es un delito. Al igual que
tratar de vender a una mujer sin su consentimiento.
Al recordar esa noche sentí como unos dedos fríos se arrastraban por mi
columna.
—Lo siento, me precipité al juzgarte. —Sus ojos se suavizaron y casi se
me cae la taza—. No debería haber sacado conclusiones precipitadas
basándome en cómo ibas vestida.
—Todos lo hacemos. —Me encogí de hombros—. De todos modos, no
podría haber vuelto allí. Incluso ahora, solo hablar de ese lugar me da
escalofríos.
—Apuesto a que sí. Qué pesadilla para ti. —Se frotó la afilada mandíbula
—. Me preguntaba quién eras.
Su mirada secuestró mis sentidos de nuevo, haciendo que mi rostro
ardiera. Desearía haberme maquillado un poco.
—¿En serio? —Bajé la mirada hacia mis manos para evitar esos ojos que
me estaban mareando—. Odio pensar que durante todos estos meses has
creído que yo era una trabajadora sexual.
—No juzgo a las mujeres de ese sector. —Su ceja se levantó.
—Eso es importante. Las mujeres tienen derecho a hacer lo que quieran
con sus cuerpos, siempre y cuando no se vean obligadas por tipos raros.
Sus ojos se oscurecieron. —Espero que eso nunca te haya pasado, aparte
de esa noche, por supuesto.
Aparté la mirada y negué con la cabeza muy levemente. No iba a contarle
lo de mi asqueroso padrastro.
Tomando un poco de aire, necesitaba desviar esta conversación tan íntima,
aunque solo fuera para empezar a respirar correctamente de nuevo.
—No estoy segura de tener tiempo para trabajar en otro lugar en este
momento.
Con esos hombros anchos enmarcados por ese polo azul que enfatizaba
sus músculos, me recordó a Superman a punto de estallar y conquistar el
mundo. Solo Declan Lovechilde había logrado conquistar mi cordura.
Agregué: —Qué pasaría con el salón y la universidad...
¿Quién necesita dormir cuando un apuesto multimillonario te invita a su
casa, idiota?
—¿Universidad? —Su ceño perfecto se frunció.
—Acabo de matricularme en la Universidad de Hildersten.
—Está justo al final de la calle —dijo—. Agradable y cercana.
Parecía sereno, lo que me tomó por sorpresa de una manera agradable.
Jugueteé con mi taza. —Hace tiempo que quería estudiar. Y ahora, gracias
a mi trabajo aquí, gano lo suficiente para cubrir las tasas. O al menos para
endeudarme sin morir en el intento.
—¿Qué estás estudiando? —Dio un sorbo a su café y luego se pasó la
lengua por los labios; tuve que recordarme a mí misma que debía
concentrarme en nuestra conversación y no en su boca.
—Educación musical. Me gustaría enseñar música.
Su rostro se iluminó con asombro, como si hubiera admitido estar a la
vanguardia de la exploración científica de la inmortalidad.
—¿Tocas música?
Asentí. —Piano. Aprendí en un internado.
—Entonces, obviamente, fuiste a uno bueno.
Suspiré. —Así es.
Su ceño se arrugó. —Parece que te entristece.
Tomé un sorbo de mi capuchino y lamí la espuma de mis labios. Sus ojos
parecieron concentrarse en esa acción y noté su mueca.
Mmm.
—La verdad, no me gusta pensar en aquellos años.
—Los internados pueden ser lugares tristes y solitarios. —Asintió
pensativamente—. Solía odiar estar allí.
Nuestros ojos se sostuvieron más de lo normal para alguien que está
manteniendo una conversación informal.
¿Estábamos siendo normales? En mi caso me sentía como si estuviera
quitándome la camisa de fuerza que había llevado durante años,
haciéndome hipersensible a todo.
—¿A personas de qué edad te gustaría enseñar?
—Tal vez a niños pequeños. Podría ser más fácil. No hay demasiadas
hormonas con las que lidiar. —Me reí.
Hizo una mueca. —Los adolescentes salvajes son complicados. Suelen
tomarse las artes como una excusa para perder el tiempo.
Siguieron unos minutos de silencio mientras tomábamos nuestros cafés,
dándome tiempo para considerar su oferta. Me vendría bien el dinero extra
y ¿quién necesitaba dos días de descanso?
—¿Cuándo necesitabas a alguien para limpiar?
—Cuando te sea posible. Solo necesito unas pocas horas aquí y allá. —
Sonaba vacilante.
—¿Va todo bien? —Mis cejas se fruncieron.
Mientras me mantenía de nuevo la mirada, parecía un poco perdido. Vi
una cara diferente. Todavía impresionante, pero como la de alguien que ha
pasado por mucho. Cuanto más lo conocía, más me impactaba. Teniendo en
cuenta que era un ex soldado, imaginé que estaba afectado por aquella
experiencia.
—Estoy un poco disperso en este momento. —Su boca se curvó en un
extremo—. Desde que regresé del frente, tengo problemas para
concentrarme.
—Debe haber sido terrible haber estado en un lugar donde todos quieren
hacerte daño.
Entrelazó los dedos. —Un poco. La hipervigilancia desafía la cordura. A
veces te quedas sin dormir ni comer. Te encuentras en un terreno muy
accidentado, escalando montañas… Un paso en falso o una mala decisión y
se acabó.
—No puedo imaginar cómo debe ser —le dije, notando su rostro
demacrado y distante, como si estuviera reviviendo algo terrible. Me
preguntaba si sufría TEPT.
—Estaré bien una vez que inicie los proyectos que tengo planeados. —
Una leve sonrisa calentó su rostro de nuevo.
—Creo que podría ir hoy o mañana y limpiar un poco si quieres. —Esa
propuesta espontánea se había olvidado de consultar a mi cerebro racional.
¿Yo en su casa?
Me estudió de cerca. —Solo si tienes tiempo. Te pagaré el doble de lo que
te pagan en Merivale. Para ser honesto, prefiero contratar a alguien que
conozco y en quien confío. No me gustan que los extraños husmeen en mi
casa.
—Lo entiendo. Yo también soy una persona muy reservada. —Los
estrechas viviendas que había compartido con personas extrañas me
vinieron a la mente—. Para ser honesta, esta es la primera vez que tengo mi
propio espacio para vivir. Realmente es una nueva oportunidad para mí.
Me miró con cara de simpatía. —Estoy muy contento de que te
presentaras al puesto. Estabas trabajando en el hotel familiar, ¿verdad?
—Sí. Me encantaba trabajar allí. Las propinas eran increíbles. Pero es
mejor esto, claro.
Siguió otra larga pausa. Nuestros ojos se encontraron de nuevo.
—Me gustaría despejar un espacio para montar la oficina. Tengo un
proyecto en el que pensar.
—¿Cuándo te gustaría?
Ups.
—Quiero decir... —Esbocé una sonrisa tensa.
—No tienes que decirlo dos veces. —Sonrió—. Siempre que tú tengas un
hueco estará bien.
—Puedo ir ahora, si quieres. —Señalé mi bicicleta.
—Oh, ¿montas en bici? A mí también me gusta montar. Hay algunos
caminos muy agradables por aquí. —Su sonrisa iluminaba su rostro, y tenía
un brillo infantil y dulce. Un nuevo look. Uno de tantos. Declan Lovechilde
tenía muchas capas. Si tan solo mi cuerpo dejara de arder estando con él,
me gustaría conocerlo más como persona. Me pareció un buen hombre. No
era el típico multimillonario mandón que chasquea los dedos y espera que
todos se pongan en pie. Aunque jamás había conocido a ninguno en
persona, tal vez había leído demasiados romances de ricos.
—Ya he descubierto algunos buenos caminos. Y el viaje desde Merivale
es fantástico.
Señaló un callejón empedrado, rodeado de cabañas con techos de paja y
sauces llorones. —Puedes seguirme, si quieres. Está a solo cinco minutos a
pie de aquí.
Se quedó a mi lado mientras yo desataba la bicicleta.
—Seguramente eso sea innecesario por aquí. La mayoría de la gente se
conoce —dijo.
Mis dedos húmedos buscaron a tientas la combinación en el candado de
metal. Normalmente era un procedimiento que no requería esfuerzo, pero
con Declan presente, mis dedos se descoordinaban gravemente.
Después de lograr desbloquearla, Declan tomó la bicicleta. —Trae,
déjame llevarla. —Sonrió—. A menos que quieras subirte en el manillar
mientras yo monto.
Me reí. —Eso suena peligroso.
Levantó las cejas y nuestros ojos se encontraron de nuevo.
¿Qué creía que quería decir con peligroso?
Capítulo 12

Declan

LLEVÉ LA BICICLETA HASTA mi patio delantero y la apoyé contra un


árbol.
—Dios mío, ¿vives aquí? —Theadora se quedó mirando el edificio gótico
de piedra azul que ahora llamaba hogar.
Asentí. —Cuando salió a subasta, la compré. Hice que un arquitecto la
reformara.
Sus hermosos ojos marrones se llenaron de asombro, y mi corazón latió
más rápido que de costumbre, lo cual tenía poco que ver con el paseo cuesta
arriba.
Ni siquiera sabía que quería una asistenta hasta que la vi sentada en la
cafetería, con ese hermoso cabello espeso de color azabache recogido en un
moño desordenado. Cuando la vi lamiendo la parte superior de su pastelito,
se despertaron en mí todo tipo de pensamientos pervertidos, como tener esa
pequeña lengua rosada deslizándose sobre mi polla.
—Entra. —Abrí la puerta principal y la hice pasar.
Entramos en un espacio de planta abierta, con techos de vigas y vidrieras
que salpicaban haces de color sobre las paredes blancas recién pintadas.
—Increíble. —Giró en el acto y se fijó en la sala rectangular, lo
suficientemente grande como para albergar a una gran multitud.
Crucé los brazos. —Me gusta estar aquí.
Señaló las ventanas que mostraban escenas de ángeles y otros seres
celestiales. —Es muy religioso.
Sonreí. —Era una iglesia.
—¿Eres creyente?
Me encogí de hombros. —Soy abierto. Me gusta pensar que hay un Dios.
A veces rezo.
Ella asintió pensativa, sus ojos suaves parecían estar llenos de preguntas.
—Yo también.
—¿También qué? ¿Qué rezas o que piensas que hay un Dios? —tuve que
preguntar.
—Ambas cosas. —Sus ojos se encontraron con los míos y sostuve su
mirada. Tenía que conocer a esta chica. Aunque solo fuera para entender
por qué tenía tanto poder sobre mí.
Sus curvas y su cara bonita, sin duda eran parte del hechizo. Pero había
más que lujuria en esta atracción.
Sus ojos parecían profundos y llenos de todo tipo de historias. No
superficiales, buscando la próxima diversión, como los de Cleo o algunas
otras chicas con las que había salido.
Me trasladé a lo que antaño fue el altar y ahora era mi cocina. —¿Te
apetece algo de beber? ¿Un zumo?
—Agua estaría bien. —Se dio la vuelta de nuevo, mirando hacia el techo
abovedado.
Ver sus vaqueros abrazando su culo curvilíneo, me hizo olvidar lo que
estaba haciendo.
¿Cómo voy a concentrarme con ella por aquí?
Mala idea. Debería haber llamado a la agencia para contratar a alguien
que no se pareciera a Theadora, especialmente con esa blusa ajustada y esos
vaqueros.
Le entregué un vaso de agua. —Ven, te enseñaré el resto si quieres.
Entramos en la parte trasera de la iglesia, a una habitación contigua con
vistas al jardín que usaba como estudio.
—Lo siento, esto está un poco desordenado.
—Bueno, para eso estoy aquí —dijo, arremangándose la camisa y
sonando asertiva. Sus bonitos ojos iluminados pusieron una sonrisa en mi
rostro también.
Me gustó la vitalidad que emanaba a pesar de sus momentos frágiles. Me
había dado cuenta de sus miradas cabizbajas, como si algo la atormentara.
Mi alma entendía bien esa expresión.
Su cuerpo también me llamó. Quería saborearla. Devastarla.
Cuando se inclinó para recoger una caja, pude ver su escote y mi pene
creció algunos centímetros.

EL ARQUITECTO CAMINÓ POR el terreno y me mostró dónde iría la


estancia dormitorio con espacio para cuarenta camas.
Curioso como siempre, Ethan se unió a mí mientras discutía el diseño del
centro de reeducación con el diseñador.
—¿De verdad vas a hacer esto? —preguntó, saludando a Hamish con la
cabeza.
—Sin dudarlo —dije.
—Los campamentos reeducativos se están haciendo populares, supongo.
—El rostro de Ethan se iluminó—. Oye, ¿por qué no pensar en hacer un
programa televisado? Ya sabes, como una especie de mini reformatorio de
Supervivientes. —Esperó mi respuesta y luego añadió a modo de eslogan—:
Jóvenes con problemas se transforman en destacados bienhechores de la
comunidad en tan solo un mes. Una especie de “de Perdedor a
Superviviente”. Sin kilos que perder, claro. —Se rio, complacido consigo
mismo.
—¿Qué te has tomado con el muesli esta mañana? —pregunté.
—Yo no como muesli. —Hizo una mueca—. No aguanto cuando se queda
blandurrio.
Me reí. Ethan y su perspectiva descafeinada de la vida; al menos se
mantenía entretenido.
Pasamos la siguiente hora estudiando las dimensiones y dónde se
construiría el gimnasio y otros edificios.
Estreché la mano de Hamish. —Esto suena genial. ¿Cuándo podrían
empezar?
—Hablaré con los constructores hoy y te daré una respuesta.
Cuando Hamish se fue, me giré hacia Ethan. —Este es un proyecto serio,
¿no te das cuenta?
—Eso lo sé. Pero, ¿generará ganancias? —Me siguió mientras
caminábamos de regreso al salón.
—Las subvenciones del gobierno están aseguradas. Ellos cubrirán los
gastos de funcionamiento. Estoy en todo. Y por otro lado está el factor
agrícola de este proyecto.
Entramos en el vestíbulo, donde, en la distancia, Theadora desempolvaba
estantes llenos de valiosas antigüedades, transmitidas de generación en
generación en la familia Lovechilde.
Ethan hizo una pausa y ladeó la cabeza hacia ella. —Esa sí que es una
bonita vista. Le queda bien esa camisa. Estoy a punto de pedirle que limpie
la plata de mi habitación.
Lo agarré del brazo y le arrastré a la habitación contigua.
—Escucha Ethan, ella está fuera de tus jodidos límites. ¿Lo entiendes? —
Le miré directamente a la cara, y me devolvió la misma sonrisa arrogante
que ponía cuando de niños nos peleábamos por ver quién era el primero en
lanzar en los juegos familiares de cricket, o cuando hacía trampas en el
tenis.
—¿Te la has follado? —preguntó.
—No.
—Pero te gustaría, ¿verdad?
—Ella no es ese tipo de chica —dije—. Es inexperta. —No oculté mi
frustración, porque si Theadora no hubiera sido virgen, ya la habría invitado
a salir.
Aunque no estaba buscando novia, ver a Theadora inclinarse me tenía en
un estado de excitación constante.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
Le conté lo del incidente en el callejón.
Silbó. —Debe estar jodidamente buena con un corsé.
Y que lo digas... más que jodidamente buena. Como para pasar más de
una vida de fantasías eróticas.
—Estaba drogada. No recuerda nada.
—Qué heroico de tu parte —dijo—. Entonces no tengo ninguna
oportunidad. Si le debe algo a alguien, es a ti.
Agarré su brazo bruscamente. —No hables de ella así.
—Oye, te comportas como un macho alfa. —Se alejó—. Es virgen. Nunca
he tenido una de esas. —Hizo una mueca—. Apretada.
—Acércate a ella y… —Le apunté con un dedo a la cara.
Levantó las palmas de las manos. —Me gustan más mayores y con más
experiencia. Pero tiene buenas tetas.
—Lo digo en serio. Nada de juegos, Ethan.
Saltó hacia atrás. —Oye. Cálmate. Estoy vacilándote. Puedo conseguir
mis propias chicas. —Se ajustó la camisa.
—De todos modos, no se trata solo de sus tetas, ya sabes. —Tomé una
respiración profunda. No fue una discusión fácil porque me había
masturbado con más frecuencia de lo normal imaginando los botones de
Theadora desabrochados y sus tetas rebotando arriba y abajo sobre mi cara.
Una fantasía que me perseguía en la oscuridad de la noche y en la ducha.
—Será mejor que la invites a salir, entonces. He notado que algunos
miembros del personal masculino la miran.
Exploté de frustración. ¿Cómo podría alguien no mirar a Theadora de esa
manera?
Justo cuando estaba a punto de irme, escuché a mi padre y a mi madre en
la sala de estar que estaba junto a la entrada principal.
Miré a mi hermano y él bajó la ceja. Nos estábamos acercando cuando mi
madre dijo en voz alta: —No puedes hacerle esto a la familia. Te demandaré
hasta quitártelo todo.
Nuestro padre se rio. —Inténtalo. Mientras viva, esa tierra será de los
agricultores.
—Puedo alegar abuso emocional. Puedo decir que siempre fuiste gay y
que solo te casaste conmigo para aparentar.
—Y tú te estabas tirando a mi socio de negocios a mis espaldas. ¿Cuánto
tiempo exactamente llevas viéndote con Will?
—Vamos a construir ese resort.
—Sobre mi cadáver. —Salió furiosa y casi se choca contra nosotros.
Se pasó las manos por el pelo y sonrió a modo de disculpa—. ¿Supongo
que habéis escuchado todo, ¿no?
Justo cuando asentía, Amy, una de las sirvientas conocida por cotillear
demasiado, salió de las sombras y, al vernos allí, sonrió mansamente antes
de escabullirse.
Me giré hacia mi padre. —Esto se está convirtiendo en una maldita
telenovela.
Él sonrió con tristeza. —Venid a dar un paseo los dos. Quiero explicaros
algo.
Salimos a los exuberantes jardines.
—Vamos por aquí. —Señaló los verdes prados que se extendían hasta el
mar—. Siempre me han encantado estas vistas de Merivale.
—A mí también —dije.
Dejó de caminar. —Lamento que hayáis tenido que enteraros de esta
manera.
—Ha sido un poco impactante —respondió Ethan.
Mi padre se volvió hacia mí y agregué: —Mira, la privacidad de cada uno
es sagrada, pero no paro de preguntarme si hemos tenido un padre falso.
—Vosotros sois mis hijos. Y de verdad amé a tu madre. —Se le veía muy
envejecido. Esos profundos ojos azules, los mismos que los míos y los de
Savanah, confirmaban que éramos sus hijos, pero parecían cansados, lo que
sugería que estaba viviendo la vida al máximo.
Señaló hacia los campos donde se veía al ganado pastando. —Cuando era
niño, me encantaba deambular por la tierra y disfrutar de todos los
animales. Me gustaban especialmente los caballos. Me encantaba ver a los
entrenadores domarlos. Ver a esos potentes sementales sobre sus patas
traseras. —Sonrió—. Una vez vi a uno de ellos noquear a un jinete. No fue
una escena agradable. —Hizo una pausa—. Vuestro abuelo me hizo trabajar
en granjas cuando era adolescente, durante mis vacaciones de verano. Él
creía que el trabajo duro formaba a una persona. Y aunque hubiera
preferido estar jugando con mis amigos, lo disfrutaba.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y Ethan me miró e hizo una mueca.
—De todos modos, espero que todavía podáis considerarme vuestro
padre. Un hombre que ama a su familia.
—Papá, siempre tendrás mi respeto. Y para ser honesto, me alivia que no
vayas a aceptar la propuesta de mamá.
Mi padre me abrazó y luego se volvió hacia Ethan. —¿Y qué hay de ti?
Ethan se encogió de hombros. —Mira, todo ha sido muy repentino, por
supuesto. No estoy seguro de cómo procesarlo. Necesito tiempo para
asimilarlo todo. No el hecho de que seas gay. Me refiero al asunto de las
tierras y el plan de mamá.
Mi padre reflexionó sobre eso un momento. —Estás en tu derecho.
—Pues a mi me alivia que no lo firmes —admití—. De lo contrario,
estaríamos viendo un sinfín de camiones y grúas y no aquel rebaño de
ovejas pastando.
—Pero tú quieres empezar a traer aquí a constructores —dijo Ethan.
—No hay granjas en mi tierra.
Mi padre sonrió. —Es una gran idea. El ejército te ha venido bien. —Se
volvió hacia Ethan—. Quiero un hotel en Nueva York. Tengo algunos
agentes buscándome el edificio correcto. Será patrimonio, por supuesto.
Tenemos que apegarnos a la marca de lujo que siempre hemos sido.
—Daré una vuelta por allí si quieres —dijo Ethan con su habitual tono
optimista—. Amo Nueva York.
—Seguiremos hablando de eso. —Mi padre miró a lo lejos—. Me gustaría
que conocierais a Luke. Es abogado. Llevamos juntos dos años. Si organizo
una cena, ¿os gustaría venir a conocerle? Savanah ya me ha dicho que sí.
Ethan y yo asentimos al mismo tiempo.
Mi padre sonrió. —Genial, voy a hacer la reserva entonces.
Después de abrazarnos a ambos, regresó por el mismo camino.
Ethan se volvió hacia mí. —Vaya charla más intensa.
—Y que lo digas.
—¿Y cómo será todo a partir de ahora? —Extendió las manos—. ¿Te
imaginas la Navidad? Será como el desayuno de un perro.
—Al menos ahora es libre, supongo. El hecho de que mamá estuviera con
Will no me pilló por sorpresa.
—Nuestra madre con un gigolo. Qué asco. —Hizo una mueca—. Algo me
dice que mamá no se va a rendir. Tiene todo su ser puesto en ese resort.
Resoplé. —Mmm... ella jamás se rinde.
—No puedo dejar de pensar en que papá sea gay —dijo mientras
caminábamos de vuelta.
—Yo le vi fuera de un club gay una noche en Londres, hace algunos años
—le dije.
Ethan dejó de caminar. —¿Y cuándo me lo ibas a contar?
—No estaba seguro de qué hacer. Pensé que podría haber ido allí con un
cliente.
—Habría sido raro —admitió Ethan.
—Lo fue. Pero este es un mundo moderno. La sexualidad es algo fluido
ahora.
—¿Lo es para ti? —Ethan sonrió.
Negué con la cabeza con decisión. —Me gustan los coños.
Entramos por la puerta y descubrimos a Theadora.
—Hablando de eso… —susurró Ethan.
Le lancé una mirada fulminante a la que él respondió con una risita antes
de irse.
Capítulo 13

Thea

ESTABA DESHACIENDO LA CAMA de Declan cuando de repente entró.


—Has estado de faena toda la mañana. ¿Te apetece una taza de té? —Sus
ojos parecían brillar con la luz de la mañana que entraba por las ventanas—.
Acabo de comprar unos bollos de canela recién horneados en la panadería
local.
Me tomó un momento responder. Era tan jodidamente guapo que mi
cerebro se nubló. —Eso suena delicioso. Supongo que me vendría bien un
descanso. —Coloqué las sábanas en el cesto de la ropa—. Déjame ir a
preparar el té.
—No. Te mereces un descanso. Déjame a mí. —Sonrió con dulzura y se
alejó a grandes zancadas, con esas largas y poderosas piernas. Los músculos
de sus abultados muslos se flexionaban, mientras sus vaqueros abrazaban su
firme trasero. Traté de no mirar, pero mis ojos tenían vida propia.
Me reuní con él en la cocina y me senté en el banco de madera; me pasó
una taza de té y un bollo en un platito.
Levanté la taza con dibujos de sauces y bebí un sorbo. —Es perfecto.
Gracias.
—Es un hermoso día soleado. ¿Por qué no nos sentamos fuera, en el
patio? —dijo.
Le seguí fuera de las puertas de vidrio hasta un área empedrada con una
mesa de cristal, sillas de hierro forjado, rosas en macetas de cerámica y una
escultura de un ángel alado.
—Este rincón es encantador —dije, mientras la luz del sol acariciaba mi
rostro.
Sacó una silla para mí. —Me gusta.
Durante un minuto o dos, bebimos nuestro té en silencio.
Le di un mordisco al panecillo suave que se derritió en mi boca,
provocando una deliciosa explosión de especias en mi lengua. —Mmm...
esto está delicioso.
Sonrió. —Soy un fanático de los bollos de Milly. —Su boca, igualmente
deliciosa, se curvó en un extremo—. Me refería…
Me reí. —No tienes que explicarte. Están riquísimos. Mejor me limitaré a
mirarlos de lejos, tengo tendencia a coger peso rápidamente.
—Eso es algo que nunca te debe preocupar…
Su mirada atrapó la mía, y mis mejillas se encendieron de nuevo.
—Espero que no me escucharas hablar con mi hermano esta mañana.
¿Lo de que te gustan los coños?
—No —mentí.
Su expresión se suavizó, como si hubiera sido perdonado por algún tipo
de crimen. —Bueno, Ethan puede ser un poco retorcido a veces.
—Estoy acostumbrada a hombres como Ethan —dije. Levantó una ceja y
expliqué—: Cuando trabajaba en el hotel, me di cuenta de que muchos tipos
ricos nunca llegan a madurar del todo.
Se rio. —Sí. Yo mismo he conocido a bastantes así. Ethan está en ese
grupo de privilegiados, aún por madurar, pero es un buen tipo debajo de esa
fachada de fanfarrón.
Asentí. —Se nota. Parece que es un apasionado de la vida. Supongo que,
si fuera asquerosamente rica, podría tener esa misma actitud.
—¿Cómo van tus estudios?
—Bastante bien. Hoy tengo mi primera clase práctica. Tengo muchas
ganas de volver a tocar el piano.
—Hay un piano en el pasillo —dijo.
—Ya lo he visto.
—Puedes usarlo cuando quieras.
—¿A tu madre no le importará? —La Sra. Lovechilde me intimidaba.
—¿Por qué le iba a importar?
—Parece bastante estricta.
—¿Te ha hablado mal? Sé que puede ser dura con el personal. —Sus ojos
brillaban con preocupación.
—Nada que no pueda soportar. Pero la he visto pasar el dedo por los
estantes, buscando polvo. Hago todo lo posible para ser minuciosa.
Sonrió con simpatía. —A veces es un poco difícil de llevar; ella también
toca el piano, pero tiene debilidad por la música.
—¿A ti no te gusta tocar? —pregunté.
—Aprendí un poco de guitarra. —Le dio un mordisco a su bollo y de
nuevo tuve que apartar la mirada. Incluso verlo comer era como un acto
erótico. Tragó saliva y se limpió los labios—. Toqué el bajo en algunas
bandas cuando era más joven, para disgusto de mi madre. Ahora me gusta
pasar más tiempo al aire libre, y me gusta bastante leer cuando tengo
tiempo.
—¿Lees?
Sonrió ante mi asombrada respuesta. —Que no te sorprenda tanto…
Le devolví una media sonrisa de disculpa.
—Le cogí el gusto con los libros de Enid Blyton, cuando estaba en tercer
grado —dijo—. Y después de eso, nunca paré. Estoy seguro de que fueron
los libros de Biggles los que me obsesionaron con la idea de volar. —
Respiró—. Los libros eran mi válvula de escape. El internado no fue la
mejor experiencia de mi vida. —Sus labios se curvaron en una tibia sonrisa.
Una punzada tocó mi corazón. Tuve la sensación de que entendía el dolor
de estar solo.
Sonreí con tristeza. —Compartimos eso.
—¿Tus padres tenían un negocio? —Su mirada profunda y escrutadora
casi me cegó. Esos ojos, con tantos tonos de azul, me dificultaban la tarea
de hablar.
—No como tal. Tenía solo a mi madre y… —dudé por un momento.
Incluso mencionar la presencia de ese hombre me retorció los nervios— un
padrastro.
—¿Era malo?
Mis cejas se fruncieron. —¿Se me ha notado?
Asintió. —Me ha dado la sensación de que te desagradaba.
—Era más que desagrado.
Una línea apareció entre sus cejas. —¿Fue malo contigo?
—Podría decirse así. —Jugueteé con mi taza—. Digamos que mi madre
me hizo un favor al enviarme a un internado.
—¿Te tocó? —Sus ojos se oscurecieron con ira, como si estuviera a punto
de lastimar a alguien.
Me mordí el labio.
¿En qué momento se ha vuelto todo tan jodidamente personal?
Una lágrima se deslizó por mi mejilla y rápidamente la limpié.
Él me cogió de la mano.
—Puedes contármelo. Pagaré abogados si es necesario.
Mi boca se abrió y me quedé sin palabras. Bien podría haberse ofrecido a
matar a mi padrastro. —No. Eso no. No podía soportarlo. —Un chillido
vergonzoso afectó mi discurso. Tomando una respiración profunda, me
calmé—. No llegó hasta el final.
—¿Cuántos años tenías? —Su voz se tensó.
Tomé una respiración profunda. —Se mudó cuando yo tenía trece años.
—Clavé mis uñas en las palmas de la mano—. Me miraba de una manera
espeluznante. Mi madre se dio cuenta y en vez de echarlo a él me echó a
mí.
Sus cejas se fruncieron mientras sacudía la cabeza. —Estás de broma.
—Cuando bebía, entraba a mi habitación y después de gritarle que se
fuera, mi madre hablaba con él. Siempre culpó al alcohol. Tenía diecisiete
años cuando intentó violarme, así que me escapé y no he hablado ni visto a
mi madre desde entonces.
Ese resumen de la situación ni siquiera arañó la superficie de lo que
realmente sucedió. No podía llegar a expresar la naturaleza vil de lo que me
hizo, y de cómo la vergüenza y el asco se apoderaron de mi joven corazón,
convirtiéndome en una huérfana sin un centavo.
No podía contarle cómo una noche me desperté con las manos sudorosas
de mi padrastro manoseándome las tetas. Su aliento ahogado en mi cuello,
mientras me arañaba. Me penetró bruscamente con su dedo, mientras gruñía
y respiraba con dificultad. —Joder... me encanta tocarte.
Grité. Lo empujé y tuve que luchar contra él cuando sus manos se
pegaron a mí como tentáculos.
Mis nudillos latían con un dolor agudo después de propinarle un puñetazo
en la cara, luego me apresuré a buscar mi bata y salí corriendo a la calle, de
noche. En ese momento mi madre, que sufría de insomnio y se había
tomado unas cuantas pastillas para dormir, estaba fuera de este mundo.
Luego me acusó de coquetear, no me creyó cuando la llamé al día siguiente
desde casa de una amiga, quien me ofreció quedarme a dormir.
—¿Cómo se llama? —Declan preguntó con un tono helado que hizo que
mi columna se tensara.
Me levanté, agitada, retorciéndome las manos. —No quiero que te
involucres. No he debido contártelo. —Sacudiendo la cabeza, sentí que las
lágrimas amenazaban con estallar—. No sé por qué lo he hecho.
Vino y me rodeó con sus brazos. Los instintos me dijeron que me
separara, pero yo era demasiado frágil para luchar contra eso. En lugar de
eso, me derrumbé contra él y absorbí su calor como alguien que lleva
mucho tiempo en el hielo.
Sin previo aviso, el muro que contenía mi río de emociones, estalló y me
encontré llorando y temblando en sus brazos.
Fue como si la emoción reprimida brotara de mí de una sola vez. Cuanto
más apretaba sus brazos a mi alrededor, más sollozaba.
Solo Lucy sabía lo que me había pasado, y ni siquiera con ella lloré.
Había aprendido a embotellar las cosas. Aunque solo fuera por mi propia
cordura, porque sabía que, si me permitía pensar en todo lo sucedido,
perdería el rumbo.
Sin embargo aquí estaba, llorando a mares y derramando mis emociones
sobre un hombre que apenas conocía.
Mientras me iba calmando, mi mejilla aún permanecía sobre su duro
pecho, al tiempo que sus fuertes brazos continuaban sosteniéndome. Me
sentí segura. Como si me protegiera. Fue extraño, podría haberme quedado
allí y haberme quedado dormida.
No estoy segura de cuánto duró, pero finalmente respiré hondo y me solté
de sus brazos.
Un mechón de mi cabello se había soltado, y él lo colocó detrás de mi
oreja, mientras sus ojos penetraban profundamente en los míos.
Secando mis mejillas húmedas con la mano, salí de mi trance. —Lo
siento.
Él se elevó sobre mí. Sus ojos era suaves y estaban llenos de simpatía. —
No. Gracias por compartirlo. Necesitaba entender por qué llevas el miedo
en la cara.
Tuve que alejarme de él para reunir mis sentidos. Su olor me estaba
drogando de nuevo.
—¿Qué quieres decir? —No podía dejar pasar ese comentario.
—Lo vi cuando Ethan estaba coqueteando contigo. Siento lo de mi
hermano, por cierto.
—No. Está bien. Estoy acostumbrada a eso.
Sonrió suavemente. —Estoy seguro de que lo estás.
—No me refería a eso. —Tomé un respiro—. No me di cuenta de que que
debía parecer una damisela en apuros.
—Yo no te veo así. Hay una mujer fuerte ahí dentro, con seguridad. Pero
haces bien en no confiar en ciertos hombres.
Allí permanecimos en silencio mientras yo buscaba mi voz. —Creo que
debería volver al trabajo. —Mi lengua se hizo un enredo. No podía creer
que hubiéramos entrado en un espacio tan personal.
¿De verdad le había hablado de mi padrastro?
¿Qué diablos me había poseído?
No pude resistirme a este hombre, pero tenía que hacerlo. Necesitaba mi
trabajo más de lo que necesitaba caer en los brazos de un hombre guapo.
Y él era guapo. Más allá de lo físico.
Limpié el baño, que siempre estaba bastante limpio, de todos modos.
¿Había algo en Declan que no fuera perfecto?
Ojalá lo hubiera porque me estaba enamorando mucho de mi jefe.

DECLAN ESTABA EN SU estudio, en su escritorio escribiendo, cuando


llamé a la puerta. —Me voy ya.
Se levantó y me acompañó hasta la puerta. —¿Puedo llevarte a la
facultad?
—No. Voy en bici. Estoy bien. —Se quedó mirándome de nuevo, y de
repente me sentí desnuda—. Gracias por todo. Y lo siento si me emocioné
de más antes.
Su mirada irradiaba calidez y empatía. —Gracias por compartirlo. Puedo
ver que has pasado por mucho. Si hay algo que yo pueda hacer, dímelo.
Incluso si quieres solamente hablar, cualquier cosa.
Tragué saliva. —No puedo creer lo amable que eres. Este trabajo. El
salario generoso… Ya me ayudas mucho.
Asintió. —Cuidado con la bici.
Sonreí y me despedí con la mano.
Capítulo 14

Declan

MIENTRAS THEADORA SE ALEJABA, me senté allí, observándola


desde la ventana de mi estudio, que daba a Winchelsea Lane. Se desplazó
suavemente. Su cuerpo se inclinó ligeramente hacia adelante y el mío
comenzó a arder, como siempre sucedía después de pasar tiempo con ella.
Sin embargo, esta vez, fue el horror de su infancia lo que me inquietó.
Luché por concentrarme. Todo en lo que podía pensar era su inocencia
amenazada por el monstruo de su padrastro.
Llamé al hotel y pedí hablar con Recursos Humanos. —Soy Declan
Lovechilde.
—Señor Lovechilde, ¿cómo le podemos ayudar?
—Me gustaría el archivo de una ex empleada, Theadora Hart.
—Me ocuparé de ello.
—Gracias. —Colgué.
La pedofilia me enfermaba. Y aunque Thea ya tenía diecisiete años
cuando trató de violarla, escuchar cómo había intentado tocarla cuando era
más joven me confirmó que aquel tipo debía recibir su castigo.
O lo intentaría de nuevo.

MI MADRE AGITÓ SU dedo hacia Amy y a continuación salió corriendo.


—Espero que no estés siendo excesivamente dura con el personal de
nuevo. —Besé su fría mejilla.
—Ha estado holgazaneando de nuevo. Le pedí que limpiara mi habitación
y todavía no lo ha hecho.
—Tienes que ser paciente. —La seguí hasta el salón delantero—. Yo
estoy encantado con Theadora, la chica nueva.
Sus ojos se entrecerraron ligeramente. Mi madre y su mente suspicaz. —
¿Qué pasa con ella? Sí, ya sé que es muy bonita. Si estás pensando en
acostarte con ella, hazlo en tu propia casa, ni se te ocurra hacerlo aquí.
Negué con la cabeza. —¿Por qué siempre esperas lo peor de la gente?
—Estás soltero. Eres guapo. Eres multimillonario. —Se sentó en el sofá
floreado frente a un ventanal que daba al mar—. ¿Cuándo te vas a casar?
Tomé una respiración profunda. —Acabo de volver.
—Volviste hace tres meses. Si te casas con una chica buena y rica,
preferiblemente de la nobleza, ella podría meterte en vereda, sin duda.
Negué con la cabeza. —¿Por qué insistes en eso?
—Soy tu madre. Quiero lo mejor para ti.
—Creo que quieres lo mejor para ti. En cualquier caso, no estoy
interesado en casarme con nadie. ¿Por qué no te preocupas de Ethan o de
Savvie?
—Tú eres el más estable de los tres. —Cogió una revista.
Mis ojos se posaron en un retrato de un caballo sobre un paisaje
deslumbrante, una de las muchas piezas originales que colgaban de las
paredes amarillas de esa habitación.
—Te iba a decir que Theadora está estudiando para ser profesora de
piano. Le sugerí que usara el piano de aquí.
Me estudió con esa mirada escrutadora suya. Podía notar mi atracción por
Theadora. ¿O era yo sintiéndome culpable por lo obsesionado que estaba?
—Bueno… pero solo cuando no esté trabajando. —Apuntó—. Y ni
demasiado temprano ni demasiado tarde.
—¿Puedo moverlo un poco hacia atrás?
—Tendrás que volver a afinar el piano si lo mueves. No soporto un piano
desafinado.
Tuve que sonreír ante el fastidio de mi madre. —¿Por qué no continuaste
con la música?
Tenía un don para el piano, mi madre lo había estudiado desde pequeña. O
eso dice la historia. Ella rara vez hablaba de su vida en la infancia. A
diferencia de mi padre, a quien le encantaba compartir sus experiencias de
cuando era niño y crecía en esta gran propiedad.
—Lovechilde Holdings es un trabajo a tiempo completo, Declan. Si tú y
tu hermano fueseis más proactivos, especialmente ahora que tu padre nos ha
dado la espalda, tendría tiempo para el piano.
—Él no nos ha dado la espalda. Solo quiere mantener ciertas tradiciones.
—Eres un idealista, como él. Ese es tu problema. —Hojeó una revista
especializada en resorts que hablaba de los últimos proyectos.
—Las granjas proporcionan dinero más que suficiente. ¿Por qué no te
sientas y disfrutas de la vida? Viajar, tocar el piano…
Echó la cabeza hacia atrás con gesto atónito, como si le hubiera sugerido
que se hiciera un tatuaje. —No me van esas frivolidades. Y planeo hacer
que el nombre Lovechilde sea sinónimo de poder y una de las familias más
ricas del mundo.
Tuve que reírme de esa ambición desmesurada. —Hola… Elon Musk,
Bezos y Dios sabe cuántos otros multimillonarios tecnológicos harán
siempre que esa aspiración sea algo imposible de alcanzar.
—No sabes nada de mis planes. Lo último que haría sería gastar nuestra
riqueza en cohetes. —Puso una sonrisa irónica—. Desde luego no he sido
yo la que ha planeado un centro de reeducación en la parte trasera de
Merivale. ¿Qué puedo hacer para detener esa locura? —Miró por encima de
mi hombro y su rostro se suavizó.
Me di la vuelta y saludé a Will con un movimiento de cabeza.
—Veo que los constructores no han perdido el tiempo —dijo en ese tono
tranquilo suyo, que hacía que Will fuera difícil de leer.
El ex socio de mi padre había estado con nosotros desde que tenía
memoria, y ahora que su relación con mi madre era algo abierto, se había
mudado al salón. Siempre me había agradado Will, así que, a pesar de este
último acontecimiento, lo traté como siempre lo había hecho.
Mi madre suspiró. —A ver si puedes convencerlo.
Miré a Will. —Ya está en marcha. Las vigas de madera están en proceso.
No habrá acceso desde el campamento al salón.
Se encogió de hombros y le entregó un archivo a mi madre.
—Bueno, os dejo con eso —dije.
—Savanah me ha contado que vais a conocer al nuevo novio de tu padre.
Él te escucha, Declan. A ver si puedes convencerlo.
Me llamó la atención el tono de urgencia en su voz. ¿Por qué mi madre
necesitaba tanto este proyecto?
—Te apoyo, madre. —Me incliné y la besé en la mejilla—. Me tengo que
ir.
Capítulo 15

Thea

TOMAR DECISIONES NUNCA FUE mi fuerte. Llamé dos veces al timbre


y no abría. La llave que Declan me había dado dejó una huella en mi palma
sudorosa mientras me debatía en si entrar o no.
Me lo imaginé entregándome la llave. Sus ojos clavados en los míos,
como si esa llave simbolizara algo más significativo. Algo íntimo. Todo
parecía íntimo entre nosotros. Incluso me mostró dónde se almacenaban los
productos de limpieza.
Y luego estaba lo que sucedió ayer en el patio, cuando me agarró con sus
fuertes brazos. Incluso ahora, mientras cambiaba de una pierna a otra
enfrente de su puerta, las mariposas se apoderaron de mi estómago y mi
corazón comenzó a latir con fuerza al pensar en eso.
Tomando una respiración profunda y tranquilizadora, entré y examiné la
habitación como lo haría un ladrón. ¿Por qué me sentía como si estuviera
invadiendo su espacio personal?
—¡Hola! —grité repetidamente, mientras entraba en esa habitación de
espacio abierto, inundada de colores moteados que se derramaban a través
de las ventanas arqueadas.
Un sofá de cuero descansaba contra la pared, acompañado de estanterías
con algunos trastos. La gran pantalla de televisión montada en la pared
parecía incongruente entre los motivos espirituales de las vidrieras, que,
junto con el techo abovedado, era el único remanente de una iglesia.
Llamé de nuevo y me dirigí a la lavandería, donde se almacenaban los
productos de limpieza y decidí comenzar con el baño.
Cuando entré, el vapor me impactó en la cara. Me giré hacia el espejo y vi
a Declan de espaldas a mí.
Lo vi todo, incluido ese trasero esculpido que podría haber sido obra del
mismo da Vinci. Tragué saliva. Luego se giró hacia un lado, sin darse
cuenta de mi presencia.
Puso una mano sobre la pared de vidrio y con la otra agarró su pene,
mordiéndose el labio. Sus ojos se cerraron con fuerza mientras su vigorosa
mano se movía arriba y abajo a lo largo de su enorme miembro. Las gruesas
venas asomaban por los pliegues de su piel.
Aturdida por esta erótica escena de él dándose placer, me quedé
congelada en el sitio. Me obsesionaba su gesto de morderse el labio. Sus
ojos se cerraron con fuerza y su mano comenzó a moverse a la velocidad
del rayo sobre su pene hinchado y venoso.
Saliendo del trance, me escabullí y cerré la puerta lo más silenciosamente
que pude.
Santa mierda.
Recostándome contra la pared en busca de apoyo, respiraba con
dificultad. Mi cuerpo ardía mientras su gran mano envolviendo su pene
hinchado se negaba a abandonar mi mente.
Me apresuré y comencé a organizar las estanterías.
Mi respiración había vuelto a la normalidad cuando Declan entró en la
sala de estar con una toalla envuelta alrededor de su cintura.
Por si no había tenido suficiente después de verle masturbarse, comencé a
babear al verlo semidesnudo, con solo la toalla, tan naturalmente como lo
haría uno en pantalones de chándal.
Me recordó a un atractivo actor de Hollywood con esos fuertes pectorales
cubiertos de gotas de agua y de músculos desarrollados.
—Vaya, lo siento. —Casi me tropiezo cuando finalmente se percató de mi
presencia.
Él sonrió, completamente imperturbable. —Hola. Me alegro de que hayas
entrado.
—Llamé varias veces al timbre. —Mis mejillas ardieron—. Si quieres,
puedo volver en otro momento.
—No. Por supuesto que no. —Entró en la cocina—. ¿Quieres algo?
Sí, por favor, que te pongas algo de ropa antes de que me derrita en el
acto.
Negué con la cabeza, esperando que no me considerara una mojigata por
sonrojarme como una virgen en una orgía.
Me mantuvo la mirada por un momento y luego continuó preparándose un
zumo.
Para evitar hiperventilar, me escabullí y comencé a limpiar el baño.
Me sentí como parte de su intimidad al estar allí de repente, pero estaba
allí para limpiar. Y el sobre con dinero en efectivo que me entregó por
cuatro horas de trabajo al acabar mi último turno, me incentivó a seguir con
una gran sonrisa.
Incluso me las arreglé para ahorrar un poco. Ahora que las deudas de mis
tarjetas de crédito estaban pagadas, mi plan de vida empezaba a tomar
forma. Pero, ¿cómo iba a mantener la cordura estando con este hombre y
sus sugerentes miradas? ¿Qué era todo eso? ¿Le gustaba? ¿O solo me lo
estaba imaginando?
Tuve que permanecer concentrada. Tenía que tener presente mi carrera y
mi nueva vida. Iba a ser independiente y autosuficiente, viviría una vida
limpia. De acuerdo, tal vez no tan limpia cuando algún hombre entrase en
escena. También se me permitían pensamientos y fantasías obscenas.
Ahora tenía una nueva escena para agregar a mis fantasías: una damisela
en apuros que terminaba con el rescatador follándola sin sentido.
Me aparté un mechón de cabello de la cara; hablando de erotismo… Y me
puse a limpiar el espejo del baño.

ESA NOCHE, MIENTRAS YACÍA en la cama, mi fantasía degeneró en


una escena de ducha, como de peli porno sórdida, en la que un hombre bien
dotado me acariciaba y situaba mi pequeña mano sobre su polla. Declan,
naturalmente, interpretaba el papel principal.
Desde que le vi en la playa aquel día con ese diminuto bañador y ahora
masturbándose, tenía una sensación punzante constante entre las piernas.
Me había convertido en una virgen permanentemente cachonda, que de
repente quería desesperadamente sexo.
Estuve a punto de hacerme sangre en el labio al sofocar un grito, mientras
me imaginaba su gran polla impactándome, y un orgasmo chisporroteó
hasta los dedos de mis pies. Para una virgen eso era una exageración.
Mmm... vaya momentazo.
Reuniendo de vuelta mis sentidos después de haberme empapado con una
liberación que latía con fuerza, sentí una sensación de alivio mezclada con
frustración.
Todo lo que había necesitado para llegar a ese punto había sido un hombre
caliente y musculoso y pasé en tan solo dos semanas de ser una frígida
desde mi adolescencia, a estar hambrienta de sexo constantemente.
Pero el hecho de que Declan hubiera despertado mi libido, solo hizo que
la situación fuera más complicada.
En más de un sentido.
Él es mi jefe. Uno no se folla a su jefe. ¿Ellos se follan a sus empleadas?
Necesitaba hablar con Lucy. Ella sería la voz de la razón. ¿Lo sería? No es
que pensara exactamente de forma racional en lo que involucraba a los
hombres atractivos y al sexo.
Declan fue mi salvador. Mi héroe. Había arriesgado su vida por mí. El
simple ‘gracias’ que salió de mi boca se me quedaba bastante corto.
¿Quizás un regalo? ¿Pero el qué?
Tu cuerpo, estúpida. Noooo...
Capítulo 16

Declan

APARQUÉ EL COCHE EN Grosvenor Square y subí los escalones hasta la


casa eduardiana de tres plantas que daba al parque, donde, de niño, jugaba a
la pelota con Ethan.
Cuando entré en la cocina que daba al patio trasero, encontré a Ethan
junto a la máquina de espresso.
—¿Estás aquí solo? —pregunté.
—Sí. —Se frotó la cabeza.
—¿Una noche de farra?
—Podría decirse. —Apretó un botón y salió un líquido negro—. ¿Quieres
uno? —Levantó una taza de café.
Negué con la cabeza y abrí la nevera para sacar una botella de agua.
—¿Entonces por qué estás aquí? —preguntó.
—He quedado con Carson, un compañero del ejército. —Miré mi reloj—.
Vengo a recoger un libro sobre el proyecto que dejé olvidado.
—¿De verdad vas a seguir adelante con eso, entonces? —Se llevó la taza
a la boca.
—Sí. Los constructores ya han comenzado.
—A mamá no le va a gustar. —Ethan se apoyó contra los armarios de
madera de esa gran cocina, lo suficientemente grande como para atender a
quinientos invitados.
—Es difícil lograr hacer feliz a mamá, salvo que nos casemos con la
realeza —dije.
—Ni de broma haré yo eso. Soy demasiado obsceno y promiscuo.
Miré a mi hermano y negué con la cabeza. —Se nota.
—Sí. Me encanta.
Me reí y puse los ojos en blanco. —Estás enfermo.
Se encogió de hombros. —Hazte a la idea.
—¿Piensas en tener hijos? —Me dirigí a la sala de estar.
Me siguió, sorbiendo su café. —¿Estás de broma? Soy demasiado joven
para ser padre.
—Tienes treinta años. Papá tenía veinte cuando se casó. —Cogí el libro
sobre agronegocios orgánicos de la mesita de café.
—¿Y tú? Tienes ya treinta y dos —replicó.
—No he conocido a la chica adecuada. —Mis ojos se posaron en el sofá
en el que Theadora se había quedado dormida aquella noche.
Ethan inclinó la cabeza. —Parece que te van las sirvientas tetonas a juzgar
por nuestras últimas conversaciones.
—Su nombre es Theadora —dije—. No te refieras a ella como un objeto.
—Ah… con que esas tienes, ¿no? —Su sonrisa se desvaneció en una
mirada de curiosidad—. ¿Ya te la has tirado?
—Aunque no es asunto tuyo, no lo he hecho.
—Pero quieres hacerlo. Se nota. —Levantó una ceja.
—Soy un hombre.
Lo que Ethan no sabía y nunca sabría, ya que me gustaba mantener mis
pensamientos sucios para mí mismo, es que me había masturbado más de lo
habitual desde que conocí a Theadora.
—¿Y qué hay de lo de papá? —Ethan negó con la cabeza—. ¿Quién lo
hubiera pensado? Ha organizado una cena la semana que viene para que
conozcamos a su pareja.
Exhalé. —Es libre.
—Pero es nuestro padre —presionó Ethan.
—¿Y? La homosexualidad no conoce de roles familiares.
Asintió pensativamente. —No es lo mío. A mí me tantearon en la escuela.
—Se rio—. La típica fiesta de pederastas.
—Eso es un poco cliché, ¿no?
—Los clichés representan el paradigma común —dijo Ethan, poniendo en
práctica su título en sociología.
—Si tú lo dices… a mí desde luego no me tantearon de ninguna manera
en el internado —dije.
—Eso es porque eras un abusón con todos los demás.
Una sonrisa se formó en mi cara. Sí. Ese era yo. Peleándome con
cualquiera que se me pusiera delante.
—No me sorprende que te unieras al ejército —dijo.
—Oye, ya no soy ese tipo.
Un pobre argumento, dados los golpes que les arreé a esos brutos mientras
salvaba a Theadora. Lo habría hecho un millón de veces. Me estremecí al
pensar en lo que podría haber pasado si no hubiera llegado a tiempo.
—¿Vienes a la cena? —Me despertó de la ensoñación en la que cargaba el
ligero cuerpo drogado de Theadora y me alejaba del peligro.
—Por supuesto. Será genial conocer a quien sea que esté haciendo feliz a
nuestro padre.
—Que ciertamente no es nuestra Madre —dijo Ethan, regresando a la
cocina. ‘El divorcio está en el aire’, canturreó en lugar de ‘El amor está en
el aire’.
Me reí. Ethan era bastante payaso cuando se lo proponía. Era uno de sus
puntos fuertes.
—Bueno... no sé si eso va a ser tan simple. —Miré el reloj—. Me tengo
que ir.
Se despidió con la mano.
Una hora más tarde, entré en un pub de Leicester Square donde vi a
Carson en el bar, esperándome.
Era mediodía y un poco temprano para tomar una copa, pero conociendo a
Carson, que tenía el hígado de un irlandés, el tiempo no importaba.
Estaba bebiendo una cerveza y me hizo señas para que me uniera a él. —
Hola, amigo. ¡Qué bueno verte!
Palmeé su ancho hombro. —Que bueno verte también.
—¿Qué vas a tomar?
—Una cerveza, supongo.
La encargada del bar, una mujer que parecía tan vieja como el pub, se
acercó tranquilamente y Carson pidió unas bebidas y unas patatas fritas.
Asentí a la camarera y cogí la fría jarra cuando la trajo. —¿Nos sentamos
en una mesa?
Él asintió y me siguió hasta un lugar junto a una ventana.
Carson era más fuerte y valiente que la mayoría. Suerte que le teníamos
en nuestro escuadrón. Cuando regresamos de Afganistán él fue el que
ayudó a recoger los pedazos de muchos de los muchachos de nuestra
unidad.
El entrenamiento del SAS nos hizo fuertes física y mentalmente, pero
emocionalmente era una historia completamente diferente.
Carson todavía tenía demonios. Pero simplemente no hablaba de ellos.
Con lo que habíamos visto y experimentado, lo mejor era mantenerlo
entre nosotros. Cuando sentía que el suelo se desmoronaba bajo mis pies,
llamaba a Carson o a Travis, o a cualquiera de mis otros amigos del ejército,
no a un psiquiatra. Solo otros soldados entendían realmente por lo que
habíamos pasado.
—Bueno, hablemos de tu propuesta. —Se recostó y tomó un sorbo de su
cerveza negra.
La camarera se acercó y colocó un plato de patatas fritas calientes y un
cacharrito con salsa de tomate.
Él la miró y asintió.
Señaló el cuenco. —Sírvete.
Negué con la cabeza. —He desayunado fuerte.
Mojó una patata frita en salsa y se la llevó a la boca. —Cuéntame sobre
ese proyecto.
—Tendrías que mudarte a Bridesmere. ¿Sería un problema?
—No. —Se limpió la boca con una servilleta de papel—. ¿Hay chicas
gupas allí?
Sonreí. —Supongo que las hay, desde luego Ethan no para.
—¿Tu hermano rico va detrás de las plebeyas? —Su forma de hablar seca
y grave me hizo reír.
—Va a por quien sea bonita y esté dispuesta. No le importa ensuciarse con
la hija de un granjero o dos.
Respiró. —Me gusta tu hermano.
—Lo conocerás muy pronto. Ethan es un poco cabeza hueca, pero en el
fondo es un buen tipo.
—Eso es todo lo que cuenta. —Masticó otra patata—. Entonces, un centro
de reeducación para jóvenes con problemas. Mmm... Yo mismo podría
haber ido a uno.
A Carson le habían encerrado por robar coches y otras infracciones
menores cuando era adolescente. Fue criado por una madre soltera de la que
prefería no hablar. Creció en el lado equivocado de la ciudad y aprendió a
prepararse su propio desayuno en cuanto pudo decir ‘mamá’.
—Por eso serías perfecto. Has pasado por eso —dije.
Perdido en sus pensamientos, tenía una expresión abstraída. —Te das
cuenta de que no hacemos milagros, ¿no?
Sonreí levemente. —Mira, si podemos ayudar a tres de cuarenta,
estaríamos salvando una vida o dos en el futuro.
—Estás apuntando muy bajo. Creo que al menos podemos salvar a cinco.
—Sus ojos volvieron a brillar y una sonrisa creció en su rostro.
—Sé a lo que te refieres. Hay tanta incertidumbre como en una incursión
en Afganistán. Pero ese es el punto. —El fuego de la ambición fluyó a
través de mí—. Si no hacemos esto, nadie más lo hará.
—Tienen programas similares en las prisiones juveniles. Pero oye, cuenta
conmigo.
—Gracias amigo. Eso significa mucho.
—Entonces, ¿cuándo empezamos? —preguntó—. ¿Vas a contar con
alguien más?
—Tal vez se lo proponga a Travis. Contrataré consejeros y tal vez un
profesor de hip-hop y otro de piano.
La idea del piano surgió espontáneamente. Estaba tan sorprendido como
Carson, cuyo ceño fruncido me divirtió.
—Hip hop, por supuesto, lo entiendo. ¿Pero el jodido piano?
—Bueno, tal vez no exactamente eso. Pero música de algún tipo.
Asintió pensativamente. —A algunos de los muchachos les gusta
componer letras de rap, así que eso podría funcionar. Es muy popular entre
los chicos de la calle.
—Igual que el streetdance. Creo que podría funcionar. También estoy
pensando en algo tipo cultivos.
Su ceño se arrugó. —¿Rollo jardinería?
Sonreí ante su tono de sorpresa. —Bueno... más bien verduras orgánicas.
Asintió lentamente. —También podría funcionar. Es mejor que enseñarles
a disparar rifles y jugar a videojuegos.
Respiré. —Eso sería contraproducente.
Vi a Savanah pavoneándose junto a la ventana. Al verme, me saludó con
la mano y, al minuto siguiente, mi glamurosa hermana entró en el pub.
No encajaba para nada en ese pub destartalado. Savanah llevaba un
vestido corto que parecía pintado. Como hermano mayor que era, no
aprobaba el estilo de mujer fatal de mi hermana, pero ya tenía veintisiete
años, a pesar de que siempre sería mi hermana pequeña.
Los ojos de Carson se posaron en mi hermana mientras caminaba,
deslizándose sin esfuerzo sobre unos zapatos que la elevaban hasta casi los
dos metros.
—Empezáis temprano, ¿no? —Señaló mi cerveza que apenas había
tocado.
Tenía razón. Yo no era muy bebedor. Pero me tomaba alguna que otra
para socializar.
—Este es Carson, un compañero del ejército.
—Oh, ¿también estás en el SAS? —Parecía impresionada, lo cual era raro
dada su actitud desdeñosa hacia mi participación en ese escuadrón de élite.
—Lo estaba —respondió con esa voz profunda que me recordaba al
whisky añejo y los cigarrillos.
—Esta es Savanah, mi hermana pequeña.
Carson extendió su gran mano y tomó la mano pálida y cuidada de mi
hermana. Su piel suave y blanca parecía fuera de lugar contra su gran mano
callosa.
Ella lo examinó más tiempo del normal y además le gustaban los chicos
musculosos. Normalmente eran patanes de los que, en ocasiones, la había
tenido que salvar.
—¿Quieres algo de beber? —Carson se levantó con su vaso vacío. Ese era
él, un gigante considerado. Incluso en esos pequeños detalles como llevar
su vaso vacío a la barra.
Por eso era un amigo importante. Además de compartir los horrores de la
guerra, siempre estuvo ahí para todos. Nunca estaba demasiado cansado
para ayudar. Era un jugador de equipo.
Me miró como si buscara mi aprobación. —Eh… me encantaría, pero
tengo una cita.
Se alejó pesadamente y Savanah puso su atención en mí.
—Es mono.
—Mono no es como describiría a Carson. Pero sí, tiene éxito con las
chicas.
—Lo que sea. No salgo con ellos a menos que tengan siete ceros en su
cuenta bancaria.
Me encogí de hombros. — Ya veo que te ha dado buenos resultados hasta
ahora.
—Deja de ser el hermano mayor protector. Puedo cuidarme sola —dijo,
depie junto a la mesa mientras sus ojos seguían a mi amigo.
—Mira, Savvie, lo creas o no, Carson es profundo. Así que no vengas a
joderle sin más.
—Oye, relájate. Puedo mirar, ¿no? —No apartó la mirada de Carson
mientras regresaba—. ¿Formará parte de ese proyecto tuyo que tiene a
mamá echando espuma por la boca?
—¿Estarías tú más de acuerdo con ello si él formara parte?
Se encogió de hombros. —Siempre he tenido debilidad por los robustos
machos alfa. Pero no te preocupes, intentaré no saltar sobre él. —Se rio.
Puse los ojos en blanco. —Carson será la cara visible. Yo me mantendré
en un segundo plano.
—¿Te das cuenta de que no vas a tener más que problemas? Quiero decir,
imagina que empiezan a pasar cosas. Robos de coches, arte… —Se rio,
como si la idea la entretuviera—. Mamá me pidió que te hiciera entrar en
razón.
Carson se sentó y con una sonrisa irónica comentó: —A tu hermano
mayor nadie le quita una idea de la cabeza.
Savanah esbozó una sonrisa torcida. —Dímelo a mí. Es muy testarudo, ¿a
que sí?
—Tiene un corazón de oro. Eso es lo que importa.
Le devolví una sonrisa.
—Supongo que será mejor que me vaya. Imagino que te veré por allí —le
dijo a Carson.
Él asintió. —Con muchas ganas de mudarme cerca del mar.
—El pueblo es encantador. Un poco endogámico, pero encantador —dijo,
con su actitud más snob.
—Tal vez mi presencia sume algo de variedad genética —dijo Carson con
su ingenio seco.
Me reí. —Tendremos que advertir a las chicas.
—Humm… —Savanah levantó la barbilla pensativamente—. Bueno,
adiós. —Agitó su mano y se fue.
Carson la observó mientras se marchaba. —No es cualquier cosa.
Sentí que había habido una atracción mutua y, aunque eso me preocupaba
conociendo a Savanah y su estilo devora hombres, Carson era un hombre
adulto con una buena cantidad de aventuras a su espalda. Siempre y cuando
no afectara a nuestro acuerdo comercial, me mantendría al margen de lo que
pudiera pasar.
Capítulo 17

Thea

DECLAN ME HABÍA PREGUNTADO si podía ordenar sus archivos, y


como era mi día libre en el salón, acepté.
Como siempre, fui en bicicleta desde el salón, que estaba a unos tres
kilómetros de su casa y de repente me pilló una tormenta que soltó un gran
aguacero.
Empapada de pies a cabeza, entré en su casa. Empecé a temblar y, como
estaba sola, me quité la ropa y la metí en la secadora.
Me di una ducha caliente y, sin nada que ponerme, opté por una de las
camisetas de Declan, esperando que no le importara.
La calefacción estaba encendida, por lo que era agradable caminar
descalza sobre las tablas de madera exuberantemente cálidas.
Cogí la caja de archivos y me dediqué a organizarlos por asuntos: cuentas
y diseños arquitectónicos para el centro de reeducación. Me entretuve
admirando los dibujos, impresionada por la visión de Declan para este
proyecto.
Ayudar a adolescentes con problemas parecía lo más lejano que hubiera
imaginado que haría un multimillonario.
Pensé en mi propia juventud problemática, cuando pasaba la mayor parte
del tiempo preocupándome en lugar de estar con niños de mi edad. Me
escondía en mi habitación cuando mi madre y mi padrastro estaban en casa,
y cuando él estaba solo, me subía a la bicicleta y montaba durante horas.
En mi época adolescente, ¿me habría ayudado un lugar así? Había pasado
muchas horas triste y sola, pensando en acabar con mi vida.
Respiré profundamente, deseché esos oscuros pensamientos y continué
colocando el papeleo en su respectivo archivo.
Después de terminar de archivar, me dirigí a la cocina a por una taza de té
y recogí los platos.
Abrí el lavaplatos y me agaché para sacar los platos limpios cuando
escuché: ‘Theadora’ sobre mi hombro.
Me di la vuelta y casi se me cae un plato al suelo.
Mi boca se abrió y mis ojos prácticamente se me salieron de las cuencas.
Debí parecer idiota.
¿A quién más esperaba?
Iba completamente desnuda debajo, así que con toda probabilidad me vio
el trasero al agacharme.
Ha visto más que tu trasero, idiota.
Tragué saliva. —Ay, yo…
Se frotó el cuello. Su rostro se había puesto rojo. Probablemente no tan
rojo como el mío. Pero eran sus ojos. Oh, Dios mío, habían cambiado a un
azul más oscuro. ¿Cómo diablos hizo eso?
Se pasó la lengua por aquellos labios que me habían provocado mil
fantasías y se aclaró la garganta.
—Veo que te has puesto cómoda con mi ropa.
—Eh… eh… —Mi cerebro parecía estar atascado y empecé a tartamudear
—. Me pilló la tormenta viniendo hacia aquí. Tuve que darme una ducha
para entrar en calor y puse la ropa en la secadora, dentro de poco acabará.
Su boca se torció en una sonrisa, como si encontrara divertida mi torpeza.
O podría estar malinterpretándolo. No se me daba muy bien pensar
exactamente después de la humillación de haberme visto el trasero al aire.
—Por supuesto. No me importa Te queda bien. Quédate así si quieres.
Una risita nerviosa raspó mi garganta. —Iré a ver. Creo que ya debería
haber acabado el programa.
Salí corriendo antes de que pudiera responder.
Después de ponerme de nuevo mi ropa aún mojada, entré a la sala de estar
y encontré a Declan en el sofá, leyendo algunos documentos.
—Ya he terminado de archivar lo que me pediste.
Levantó la vista y su mirada se demoró. —Genial. Gracias. Espero que no
estuviera demasiado desordenado.
—Fue fácil. Y mira, eh... sobre lo de tu camiseta… La cogí del cesto de la
ropa, no abrí tus cajones.
—Está todo bien. No me preocupa eso. Te quedaba bien. —Sus ojos se
quedaron en los míos y mis piernas se volvieron gelatina.
—Vale, será mejor que me vaya entonces. —Fui a buscar mi mochila.
—¿Cómo te va el curso?
—Bien, gracias. Me las estoy arreglando para cuadrar todo.
Eso no era del todo cierto. Debido a mis horas en el salón y ahora
trabajando para Declan, me había retrasado con los trabajos de clase. El
hecho de presenciar la escenita de la ducha no me había ayudado a estar
concentrada.
Por si no fuera suficiente, ahora me había pillado con la guardia baja.
Había visto mi gran trasero.
Qué jodidamente vergonzoso.
—Estás sacando el tiempo suficiente, espero —Sus ojos se clavaron en
los míos como si pudiera leer mis pensamientos.
—Solo necesito organizarme un poco mejor, supongo.
Metió la mano en su cartera de cuero y me entregó un sobre lleno de
dinero en efectivo.
Miré con incredulidad todo el dinero. —Esto me parece demasiado.
Hizo un gesto con la mano. —No te preocupes. Nos estamos ayudando
mutuamente.
—Pero oye, mira, ahora voy bastante bien de dinero. No necesito caridad.
—Mi voz se quebró.
—No es caridad. Puedo permitírmelo. Tu ayuda es de un gran valor para
mí. Soy una persona muy reservada. Vale la pena pagar por la confianza y
la privacidad.
—Te entiendo. Yo tampoco confío fácilmente en la gente. —Cambié de
pierna.
—¿Quieres un café? —preguntó—. ¿O te tienes que ir ya?
Miré el reloj. —Me encantaría, pero llego tarde.
—Deja que te acerque. —Dejó los documentos sobre la mesa y se
levantó.
Negué con la cabeza. —No. Está bien. Es un paseo rápido en bicicleta.
—Está todo mojado. Por favor déjame. —Inclinó la cabeza y con esa
media sonrisa suya habría accedido a cualquier cosa.
Le seguí fuera y me abrió la puerta de la camioneta.
—Gracias —dije, subiendo—. Es muy amable de tu parte.
—El placer es todo mío. —Sonrió dulcemente.
Mientras conducíamos por ese callejón arbolado, que brillaba con un
verde iridiscente, pregunté: —¿Conoces el camino?
—Claro. —Llegó a la rotonda cuesta arriba, con la que a menudo luchaba
al ir en bicicleta.
—¿Estás aprendiendo escalas? —preguntó.
—No, esas las practicamos por nuestra cuenta. Estoy aprendiendo una
pieza de Beethoven.
—Hablé con mi madre para que uses el piano de la sala de estar del ala
oeste.
—Eso sería fantástico. Estaba pensando en comprar uno portátil eléctrico.
—No es necesario —dijo—. Úsalo cuando quieras.
Solté un suspiro, debió escucharlo porque me miró.
—¿Pasa algo?
Sí. No puedo dejar de jugar con mi clítoris cuando debería estar tocando
el piano.
—No. Todo bien. Y gracias por tu generosidad, por cierto. Todo esto no
sería posible sin ti. —Me atraganté.
Independientemente de cómo había encendido mi libido, Declan era un
hombre muy amable. Solo desearía que no estuviera tan bueno como un
maldito actor de Hollywood.
Se detuvo frente a la universidad y se giró para mirarme. Su mano aterrizó
en la parte superior de mi mano, desatando una tormenta eléctrica a través
de mi cuerpo. Sentí algo intenso solo por el hecho de tener su mano
descansando suavemente sobre la mía, como la fuerza de un alma buena.
Maldición, contrólate.
—No voy a descansar hasta que esos salvajes sean acusados por lo que te
hicieron, incluido tu padrastro.
Mi cabeza giró tan bruscamente que sentí una punzada de dolor en el
cuello. —No quiero que hagas eso.
Me miró a los ojos y se suavizaron en ese turquesa desvanecido. Casi me
olvido de que estábamos hablando de los monstruos de mi pasado.
—Declan, por favor, te ruego que olvides todo lo que te conté. —De
repente no podía respirar. Era como si me hubiera quedado sin aliento.
Podía sentir un ataque de pánico mientras los pensamientos se escapaban a
mi control.
Retiré mi mano abruptamente y comencé a retorcerme las manos, mirando
a cualquier parte menos a su hermoso rostro. —No debería haber dicho
nada. Ahora estoy bien. He seguido adelante. —Aunque apreté los
músculos para ocultar un espasmo involuntario de la cabeza a los pies, logré
esbozar una sonrisa temblorosa cuando volví a mirarle.
Su mano volvió a descansar sobre la mía, calmando mi agitación. Mi
corazón se calentó por cómo su mirada resonaba con simpatía. Creo que
entendió mi dolor, por la forma en que sus ojos reflejaban ternura hacia mí.
—Tu padrastro debe ser denunciado. —Su voz era suave y halagadora, en
aguda contradicción con este tema asqueroso—. Y algún día, pronto, te
convenceré para que lo hagas. Es un puto gusano.
Es más que un gusano.
La idea de estar sentada en los tribunales sacando a la luz esas
espeluznantes escenas me dejó helada.
Perdida en estos pensamientos inquietantes, no me había dado cuenta de
que Declan bajó para abrirme la puerta y me ofrecía su mano para
ayudarme. Ese gesto caballeroso me ayudó a regresar al aquí y ahora,
mientras tomaba su gran mano.
Declan no se entrometería en mi pasado. Yo me ocuparía de eso.
Con eso en mente, solté toda la tensión y respiré.
No se necesitaban drogas cerca de este hombre. Una bocanada de su
aroma me atravesó y me dirigí a un oasis cálido y sensual, lejos del horror
vivido.
—Gracias. Podía yo sola. —Mi centro del habla finalmente se había
despertado. Esa colonia me estaba matando. Debería solicitar una orden de
alejamiento por alterar mis habilidades motoras.
—Te veré en el salón. Hay una cena mañana. —Sonrió dulcemente.
Bien. Olvidada toda la mierda oscura.
—Así es. Trabajaré duro.
A pesar de que las horas de trabajo se comían mis horas de estudio, no
podía esperar para verle otra vez.
Estaba enamorada. Loca por él. Al igual que la legión de mujeres que
acosaban día y noche a Declan Lovechilde, sin duda.
Pero, ¿las miraba con tanta ternura como a mí?
Capítulo 18

Declan

ABRÍ EL PORTÁTIL Y busqué una imagen de una mujer en corsé,


agachada sin bragas. Mientras buscaba, encontré a una chica en corsé, con
cabello largo y oscuro. Guardé esa imagen calentorra y, agitando mi polla,
imaginé que era Theadora, que se había convertido en la única protagonista
de mis fantasías.
La mujer de la foto estaba de espaldas. Su cabello largo y oscuro ondulaba
a lo largo de la curva de su columna vertebral.
Estaba inclinada de forma que se llegaba a ver su rajita. Cada vez más
duro, no podía quitarme de la cabeza la imagen de Theadora inclinada, sin
bragas.
Sin las jodidas bragas.
¿Qué se supone que debía hacer? Estaba totalmente indefenso ante
parecer un completo pervertido.
No era solo su cuerpo curvilíneo lo que me aceleraba el pulso, sino
también esos ojos profundos y hermosos. Me moría por seguir hablando
con ella.
No pasó mucho tiempo. Casi me reviento una vena, me corrí con mucha
fuerza, gimiendo como un hombre follando por primera vez, y eso que solo
era mi mano. Mi sirvienta había provocado una necesidad insaciable que
me empujaba a hacer algo. Y más pronto que tarde.

A MI MADRE LE encantaba organizar cenas. Cualquier excusa era buena


para tener Merivale llena de charlas y risas. Mis padres eran animales
sociales, pero mi padre estaba sorprendentemente ausente.
La única razón por la que estaba allí era por Theadora, que se había
convertido en mi obsesión persistente.
A estas alturas, si no hubiera sido virgen, la habría hecho proposiciones
indecorosas.
El dolor reflejado en sus ojos cuando se sinceró sobre su tormentoso
pasado, había creado un nudo en mi corazón. Si alguna vez quise hacer
daño a alguien, fue después de escuchar lo de su padrastro. Quería su
cabeza en una bandeja.
Dejando a un lado ese pensamiento violento, me concentré en ofrecerle
mi amistad y apoyo.
¿Cómo diablos conseguiría llevarla a la cama? ¿No parecería que me
estaba aprovechando de ella, dado que trabajaba para mí?
Con su sola presencia, Theadora era mucho más satisfactoria que el sexo
ordinario, que describía prácticamente todo el sexo que normalmente tenía.
Sentí que mi corazón necesitaba involucrarse para que fuera realmente
único.
Como en todos los eventos familiares, los invitados charlaban
animadamente en la sala roja, situada en la parte delantera del salón, que
albergaba una colección de arte moderno europeo que mi padre se había
pasado la vida reuniendo.
Entre los invitados habituales había políticos, dignatarios, eminentes
hombres de negocios, gente de la alta sociedad y sus hijos herederos.
Tomando una copa de una bandeja, me uní a mi hermano, que estaba
charlando con una pareja que acababa de montar una pequeña granja.
Ethan se giró para saludarme. —¡Ah! Estábamos hablando de ti.
—Nada malo, espero —dije, señalando con la cabeza a Allen Olsen, un
viejo amigo de la familia, y Kelvin, su socio.
—Estamos fascinados con tu último proyecto. Quizás recuerdes que
Kelvin trabajó duro por que la ley se hiciera cumplir, antes de convertirse
en el señor de esas tierras. —Allen rio entre dientes.
—Bueno... más bien el esclavo de las tierras —bromeó Kelvin, poniendo
los ojos en blanco.
Allen asintió. —Esa tierra nos matará. Estamos tratando de limpiarla para
poder obtener productos totalmente orgánicos y óptimos, pero ¡diablos!, la
tierra está inundada de todo tipo de productos químicos indeseables. Bien
podrían haber empapado los terrenos con DDT.
—Seguro que no tardamos en encontrar un montón de cadáveres en
descomposición —agregó Kelvin.
Allen rio. —Ya quisieras. —Se giró hacia mí—. Es un dramático al estilo
CSI. Si ve cualquier cosa que tenga que ver con restos humanos, ya se pone
hecho todo un Sherlock. Encontramos restos de una cabra. Creo que los
huesos de las piernas y se puso todo eufórico. Se pasó toda la noche en
internet buscando pistas.
Kelvin sonrió con tristeza. —Fue un mazazo saber que solo eran de cabra.
Ethan y yo compartimos una sonrisa. Allen y Kelvin eran de los más
terrenales, pero también de los más excéntricos, que habían visitado
Merivale.
—Nos gusta mucho la idea del centro de reeducación. Si hay algo que
podamos hacer, nos encantaría ser voluntarios —dijo Kelvin.
—Tengo la esperanza de poder montar un huerto —dije.
—Qué maravillosa idea. Hacer que los jóvenes con problemas trabajen
con la naturaleza. ¿De verduras o flores?
—Tal vez ambos —dije—. Pedí una evaluación de la tierra y
aparentemente puedo obtener la licencia de cultivo orgánico.
Allen miró a Kelvin. —Eso nos pone celosos. Pero, por favor, cuenta con
nosotros de todos modos.
—¿Tú vas a involucrarte con el proyecto? —Allen le preguntó a mi
hermano.
—No me han invitado, la verdad.
Me giré hacia él. —Siempre serás bienvenido a ayudar. Lo sabes.
—¿Habrá chicas guapas? —preguntó.
Puse los ojos en blanco. —Eso no tiene nada que ver con la rehabilitación.
Kelvin y Allen se rieron.
—Pero en serio —agregó Kelvin—, se me ocurre organizar uno o dos
eventos para recaudar algunos fondos para la iniciativa.
—Ya se me había pasado por la cabeza. —Me froté el cuello.
—¡Ya sé! —dijo Ethan—. Un baile de máscaras. Lo organizaré.
Savannah se unió a nosotros. —¿He oído 'baile de máscaras'? —Se volvió
hacia Kelvin y Allen y les saludó con la mano.
—Solo estaba sugiriendo organizar un evento solidario aquí en Merivale
—dijo Ethan.
—¡Oh! Eso sería divertido —dijo Savanah—. Nunca antes hemos
organizado un baile de máscaras.
—Estamos hablando de recaudar fondos para el centro de reeducación —
dije.
Su boca se torció hacia abajo. —A Mamá no le va a gustar esa idea. —Se
quedó pensativa—. Pero no tenemos porqué decírselo.
—Creo que sí. Vive aquí...
—Se va a Antibes el mes que viene. Siempre se va de vacaciones dos
semanas en junio.
Ethan asintió. —Vamos a organizarlo para entonces. Déjamelo a mí.
Me encogí de hombros. —Por supuesto. Es una gran idea. —Me volví
hacia Kelvin—. Gracias por tu propuesta.
—Lo que sea por ayudar. Tú solo nos tienes que llamar. Y esperamos la
invitación —dijo Allen.
—Por supuesto. Seréis los primeros de la lista —dije.
—¿Vas a invitar a Carson? —preguntó Savanah.
—Quizás. Aunque a él no le va mucho todo este mundo.
—No. Es un poco salvaje. —Hizo una mueca como si hubiera tocado algo
sucio.
—¿Quién es ése? —preguntó Ethan.
—Es un excompañero del ejército, dirigirá el centro.
—Qué bien. ¡Soldados machotes! —Allen se rio.
Savanah se volvió hacia Allen y sonrió. —Sin camisa, me imagino.
Puse los ojos en blanco, pero no tenía derecho a protestar. Los hombres
llevaban cosificando a las mujeres desde siempre, así que ahora era su
turno.
El mayordomo principal, Gavin, anunció la cena.
No había visto a Theadora y me preguntaba si estaría sirviendo. Ardía en
deseos de verla.
¿Qué me estaba pasando?
La idea de que Theadora se follara a otra persona me paralizaba.
La deseaba, pero tampoco estaba preparado para el matrimonio. Con
nadie. Rica o pobre. No me veía a mí mismo como un hombre casado.
Cuando entré al comedor, Theadora fue la primera persona a la que vi.
Dejé que mis ojos la siguieran mientras se movía con ese sutil balanceo de
sus caderas. Elegante y sensual al mismo tiempo. Su cabello estaba
recogido en un moño, dejando al descubierto ese largo cuello de cisne. Su
camisa blanca abrazaba su pecho generoso, y con su falda negra hasta la
rodilla pegada a sus curvas, mi pene saltó en el pantalón, deseoso de unirse
a la fiesta.
Se dio cuenta de que la miraba y me devolvió una sonrisa vacilante. Sus
mejillas se encendieron de nuevo. La estaba avergonzando comiéndomela
con los ojos. Pero su exubereante sensualidad, potenciada por su
naturalidad, resultaba ser demasiado irresistible.
Mientras los invitados se sentaban a la mesa, mi madre junto con Will,
hizo su entrada acompañada también por su amigo cercano Reynard Crisp.
Iba absorta en la conversación, probablemente planeando alguna
adquisición.
Reynard poseía minas de oro en África y era uno de los hombres más
ricos del Reino Unido. Alto, de cabello pelirrojo y penetrantes ojos azules,
tenía permanentemente una expresión engreída.
Mantuve las distancias con él después de que se fumase un cigarro en uno
de nuestros eventos familiares e insistiera en que el cambio climático era
algo inventado por extremistas decididos a poner de rodillas al mundo
industrializado.
Con poco más de cincuenta años, nunca se había casado. Es más, nunca le
había visto con nadie en este tipo de eventos. Sin embargo, mi madre
siempre estaba cerca de él, lo que me hizo preguntarme si tenían una
aventura, pero ya sabiendo que Will la adoraba, descarté esa teoría por
completo.
Incluso me llegué a preguntar si Reynard Crisp sería gay, ya que nunca le
había visto con una mujer. De repente Thea entró con una bandeja y mis
ojos se concentraron en ella y allí se quedaron pegados durante todo el
tiempo que trabajó.
Mi atención pasó de él a ella. La piel alrededor de mis nudillos se tensó.
Cuando se inclinó sobre la mesa, sus ojos se posaron en su trasero y mi
cabeza se llenó de todo tipo de pensamientos violentos.
Estaba pensando en maneras de borrar esa sonrisa arrogante de su rostro,
cuando Cleo, como en todas las otras cenas, se sentó a mi lado y me tocó el
brazo.
—Oye, no has escuchado ni una palabra de lo que he dicho —se quejó.
—Lo siento, ¿qué decías? —Seguí mirando a Theadora en lugar de mirar
a Cleo.
—Que tienes a todos parloteando sobre tu centro de reeducación.
—Ah… Eso… Sí. —Estaba cansado de escuchar lo mismo.
Theadora se acercó y me ofreció llenar mi vaso. Sonrió tímidamente y
asentí de vuelta.
Miré a Reynard y sus ojos todavía estaban pegados a ella, desnudándola
con la mirada. Se había convertido en su obsesión.
Theadora es mi obsesión.
De nadie más.
Solo mía.
Ella salió de la sala y sus babosos ojos la siguieron.
—Parece que a Reynard le ha excitado esa sirvienta —dijo Cleo.
El comentario de Cleo me hizo darme cuenta de que no me lo estaba
imaginando. Reynard se estaba follando a Theadora con los ojos.
—Bueno y… ¿cuándo vamos a hacerlo? Ya sabes… —Cleo sonrió con
coquetería.
—Cleo… —Estaba a punto de hablar cuando Theadora entró de nuevo en
la sala.
—Por lo que parece esa sirvienta también te tiene a ti excitado e inquieto.
—Los ojos de Cleo se entrecerraron como si hubiera visto a través de mí.
¿Era tan obvio?
Me giré para mirarla. —¿Qué estabas diciendo?
Pasó su dedo por mi brazo. —¿Te gustaría que nos viéramos más tarde?
—Lo siento si te he dado una impresión equivocada. Estaba borracho y
acababa de volver…
—Parecías ansioso por nuestro encuentro. —Se pasó la lengua por la
boca.
Sí, tenía razón, lo estuve. Pero ahora mi mente estaba llena de esa belleza
voluptuosa de cabello oscuro que estaba inclinada y tenía a Reynard a punto
de saltar sobre ella.
—Ya no estoy interesado, Cleo. ¿Por qué no vas a por Sebastián? Parece
que le interesas mucho.
—Mmm… —Se acabó el vino y chasqueó los dedos hacia Theadora, un
gesto que me molestó.
Theadora se acercó y se interpuso entre Cleo y yo.
—¿Puedes rellenarme la copa? —preguntó Cleo.
—Por supuesto, un momento.
Cuando terminó la cena, me levanté y como necesitaba algo de espacio,
salí. Mientras caminaba por el pasillo, vi que Reynard había acorralado a
Theadora.
Interponiéndome entre ellos, me enfrenté con Reynard. —Necesito hablar
con Theadora en privado.
—¿Llamas a tu personal por su nombre de pila? —Sus ojos brillaban con
tanta insinuación que era como si me hubiera preguntado si ya me la había
follado.
Eso deseo.
Me giré hacia Theadora. —¿Podemos hablar?
Asintió y me siguió afuera. Mi mirada al volver a Reynard tenía grabado
‘despídete’ por todas partes.
Su boca se torció en un extremo antes de alejarse.
Salimos fuera. El aire fresco nos dio la bienvenida y me vino bien para
relajar la tensión que me atenazaba.
—Gracias. Me has salvado —dijo.
—¿Estaba flirteando? —Estudié sus grandes ojos marrones que parecían
asustados.
—Solo me ha preguntado sobre mí. Me estaba haciendo muchas
preguntas, en realidad. Me asustó un poco, para ser honesta.
—Él es así. —Estiré el brazo—. Vamos. Caminemos.
—Todavía tengo que seguir trabajando. —Sus cejas se juntaron. Parecía
ansiosa.
—Estoy seguro de que no te echarán de menos. Se acabó la cena. Y si mi
madre monta un escándalo, le diré que necesitaba que hicieras algo por mí,
¿vale?
Asintió lentamente. Mientras me miraba, una pregunta depravada invadió
mis pensamientos: ¿Cómo sería tener esos labios vírgenes alrededor de mi
polla?
Para.
Ella no es así.
Ni siquiera ha tocado una polla, y mucho menos chupado una, idiota
calentorro.
Capítulo 19

Thea

CON ESOS OJOS FRÍOS y desnudos que parecían más bien dedos
grasientos, Reynard Crisp parecía haberse encariñado conmigo. Me
acorraló haciéndome preguntas como de dónde era y demás. Gracias a Dios,
Declan apareció para rescatarme.
Al menos los ojos de Declan no recorrían todo mi cuerpo como si fuera a
abalanzarse sobre mí en cualquier momento. Aunque en mis fantasías eso
era exactamente lo que quería que hiciera, arrancarme la ropa y
manosearme.
—Creo que debería volver y ayudar con los platos —dije.
Declan miró su reloj. —¿Cuándo terminas el turno?
—Dentro de una hora.
Absorto en sus pensamientos, asintió.
—Gracias por intervenir. Parecía tener un interés profundo en conocerme
y, por lo que parece, es alguien cercano a tu madre.
—No te preocupes por Reynard Crisp. Yo me encargo —dijo mientras
subíamos los escalones a través de la columnata. Se detuvo y se giró hacia
mí de nuevo. Su rostro a la luz de la luna parecía más maduro, pero desde
luego más guapo que nunca. No podía creer que este hombre mostrara tanto
interés en mí—. ¿Podemos hablar después de que termines?
—No termino hasta las diez.
Una dulce sonrisa tocó sus labios. —Eso no es demasiado tarde, ¿verdad?
Negué con la cabeza, ignorando lo que había planeado al terminar de
trabajar.
—Te veré en el jardín de rosas. —Señaló en dirección al estanque—. ¿Lo
has visto?
Asentí. —Me encanta el olor de las rosas.
—Es espectacular, especialmente en una noche cálida.
Su mirada atrapó la mía otra vez y luego nos separamos; yo de vuelta al
trabajo y él de vuelta a una fiesta repleta de chicas de la alta sociedad,
hambrientas de un marido rico y vestidas de diseñador.
No podía culparlas por volverse locas por él. Estaba espectacular con esa
chaqueta azul pálido que resaltaba sus ojos, la camisa blanca ajustada y
unos pantalones que destacaban sus muslos musculosos.
Volví al trabajo en la cocina, lo que me dio la oportunidad de recobrar el
aliento, a pesar de las mariposas de mi estómago.
¿Qué querrá decirme Declan?
Después de terminar mi turno, me cambié a unos vaqueros, una blusa de
algodón de manga larga y reemplacé mis zapatos por zapatillas deportivas.
Me deshice el moño y dejé que mi cabello cayera por la espalda, pasando
los dedos por él y masajeándome la cabeza. Me hice un moño pequeño en la
parte de atrás para que no se me viniera el pelo a la cara.
Inclinándome hacia el espejo, me puse un poco de brillo labial y un toque
de perfume, con la esperanza de que toda la tensión anterior no me hubiera
hecho sudar mucho y oliera mal.
Me dirigí hacia la oscuridad, agarrándome los brazos. A pesar del ligero
frío del aire, la brisa salada tuvo un efecto revitalizante en mí.
Desde la distancia, y a la luz de la luna, pude ver una figura alta de pie
dentro de la rotonda de hierro de filigrana con rosas colgantes.
Un agradable perfume se intensificaba a medida que me acercaba,
causándome un ligero mareo. ¿Me estaba robando el sentido la arrolladora
masculinidad de Declan Lovechilde?
Entré y le encontré allí esperándome.
Después de perderme en sus ojos, finalmente pude hablar. —Este sitio es
impresionante.
—Es especial. —Su boca se curvó—. Y más aún si tú estás aquí. Es un
cuadro por el que pagaría una fortuna, tú bajo la luz de la luna y entre las
rosas.
Qué romántico.
Sonreí. Mis ojos se calentaron con emoción. Siguió mirándome. Sus
grandes ojos azules tenían ese brillo, como si tuviera algo que decir.
—Estás preciosa con el cabello suelto —dijo, poniéndose tan cerca que su
colonia penetraba en mi alma con el peligro de convertirme en un charco—.
Eres una mujer deslumbrante, Theadora. —Parecía indeciso mientras se
frotaba la mandíbula.
—Puedes llamarme Thea —le dije, a pesar de que me encantaba cómo
hacía sonar mi nombre.
Su mirada ardió en mi rostro y calentó mi sangre. Mis mejillas se
encendieron y mis pezones se endurecieron.
Antes de que pudiera volver a coger aire, sentí su cálida y suave boca
sobre la mía.
Su cuerpo duro contra el mío. Su lengua recorriendo suavemente mis
labios entreabiertos.
A pesar de que mi cabeza me decía que huyera, mi corazón palpitante me
mantuvo allí.
Sus labios exploraron los míos, moviéndose lentamente. Cálido, húmedo
y sensualmente suave. Nuestras lenguas exploradoras se entrelazaron. Él
tomó la iniciativa mientras chupaba la mía y luego lamía lentamente.
Mi cuerpo estaba en llamas. Sentí su dureza contra mí. Un bulto enorme
se instaló en mi estómago.
El miedo me sacó de esa neblina caliente y sensual y logré alejarme de
esos labios adictivos.
—Me siento realmente atraído por ti —dijo con su voz tranquila y un
toque de vulnerabilidad en su mirada.
Sus ojos permanecieron entrecerrados. Luego caí contra su firme pecho, y
de nuevo presionó sus labios contra los míos. Fue como un sueño. Sus
fuertes brazos sosteniéndome firmemente contra su corazón palpitante. Me
entregué por completo. No puedo decir cuánto tiempo nos besamos, pero
pareció una eternidad.
A pesar de la oleada de excitación que bombeaba sangre a toda velocidad,
volví a soltarme a regañadientes. Mi corazón seguía gimiendo para que
volviera con él.
—No he dejado de pensar en ti desde aquella noche que pasaste en mi
sofá —dijo en voz baja. Su aliento en mi cuello envió ondas cálidas a través
de mí.
Ese comentario tardó un momento en llegar a mi cerebro.
Mi ceño se arrugó. —¿Desde esa primera noche?
Se alejó de mí, lo que fue una especie de alivio. No podía pensar con él
tan cerca, podía oler su deseo.
—No te toqué si eso es lo que te estás preguntando. Pero soy un hombre.
—Su ceja se levantó—. He pensado mucho en ti. Además, estaba bastante
preocupado. —Exhaló un suspiro audible, como si hubiera sido una tortura
para él.
Abrumada por una sensación de deseo, ansiaba que me tocara. Mis bragas
estaban empapadas.
Pero necesitaba el trabajo más de lo que necesitaba que este hombre
increíblemente sexy me follara.
Sin palabras, aparté la mirada por un momento, aunque solo fuera para
evitar caer en sus brazos de nuevo. Me invadieron nuevas sensaciones. Algo
sorprendente, dado que antes de conocer a Declan, la idea de que un
hombre me tocara me repugnaba.
Abrió sus grandes manos con las que tanto había fantaseado sobre mis
pechos. —No estoy tratando de aprovecharme de ti. Solo quiero que sepas
que me atraes mucho. No puedo dejar de pensar en ti. Y en el momento en
que vi a Reynard acechándote, me di cuenta de que no quiero que nadie más
te tenga.
—¿Tenerme? —Me reí nerviosamente—. No soy una mercancía.
Su boca se curvó en un extremo. —No, por supuesto que no. No me
refería a eso.
—No tengo nada más que este trabajo y no tengo lo suficiente ahorrado
para mudarme. Debo acabar mis estudios. Quiero poder hacer algo por mí
misma y poder dejar de limpiar baños.
Él sonrió con tristeza. —Me aseguraré de que estés cubierta. Lo lograrás.
Lo sé. Lo prometo.
Sacudí la cabeza con incredulidad. —Pero, ¿por qué? ¿Por qué me estás
ofreciendo algo así? Es una gran promesa.
Se encogió de hombros. —Porque además de desearte más que a mi
próximo aliento, también siento la necesidad de protegerte.
—Pero apenas me conoce, señor Lovechilde.
—Declan, por favor. —Sus ojos se suavizaron a la luz de la luna y volví a
caer. Dios mío, este hombre me estaba matando. ¿Cómo podía ser tan
jodidamente guapo?
Se pasó la lengua por el labio inferior y me di cuenta de que el recuerdo
de su boca sobre la mía ya se había instalado en mi alma.
Usando toda mi fuerza interior, miré a otra parte, aunque solo fuera para
aferrarme a la realidad. —Tengo que trabajar para ti y eso podría ser
complicado.
En más de un sentido.
Mis ojos volvieron a los suyos. —Me gustaría. Solo tengo miedo de que
me hagas daño. Y entonces no solo habría perdido un trabajo, sino todo el
resto.
Me cogió de la mano y me miró a los ojos. —¿Quieres cenar conmigo
mañana por la noche?
Respondí con un lento e hipnótico movimiento de cabeza. —Eso estaría
bien.
—Bueno. Vamos poco a poco. Me gustaría llegar a conocerte más.
Estaba a punto de responder, cuando escuchamos una risita.
Declan levantó la mano. —Me iré primero, si quieres. Tú puedes esperar
unos segundos. Seguro que es Ethan en acción. —Levantó una ceja.
Sonreí y agradecí el detalle de Declan sobre mi posición en esa situación.
A pesar de mi inexperiencia con los hombres, hasta ahora todo lo que se me
había acercado eran perdedores egoístas que solo estaban interesados en mi
talla de sujetador.
Cuando regresé a mi habitación, estaba demasiado dispersa para
concentrarme en mis deberes de música, así que llamé a Lucy.
—Hola nena. ¿Qué tal va el trabajo para el multimillonario más sexy del
planeta?
Me reí. —¿Conoces a todos los multimillonarios para comparar?
—No. Pero bueno, los Lovechilde son arrebatadores.
—No hace falta que lo jures. —Suspiré.
Ethan era más un hombre-niño no tan atractivo, pero Declan, con esa voz
profunda y esa inteligencia reflexiva, era un hombre de verdad. Un hombre
de sangre caliente.
Los ingredientes de un orgasmo revolotearon a través de mí con solo
mecerme suavemente sobre una almohada.
—Me ha besado. —Me acerqué a la ventana y miré hacia el cielo justo
cuando un destello blanco brilló ante mí—. Dios mío, acabo de ver una
estrella fugaz.
—Pide un deseo.
Respiré hondo y vi el hermoso rostro de Declan y esa excitación ardiendo
en su mirada.
—¿Te ha besado? —Lucy sonaba emocionada, como si ella misma
hubiera experimentado el beso.
—Sí. Declan me ha besado.
—Apuesto a que fue de ensueño.
—Oh, fue más que eso. Estoy totalmente hipnotizada.
—Vas a tener que dejar que te folle.
—Realmente quiero que lo haga. Pero, ¿y si me pillo demasiado? Tengo
que conservar este trabajo y además también limpio para él.
—Esa parte es la más fácil. Solo tienes que ponerte una falda corta e ir sin
bragas, y siempre que le veas agáchate mucho frente a él.
Me reí. —Estás jodidamente enferma. —Mi clítoris palpitaba pensando en
esa pequeña fantasía.
—Mira, tú hazlo. Y oye, si no funciona, haz lo que la mayoría de las
mujeres han hecho siempre —dijo.
—¿El qué?
—Déjale que te folle y quédate en ese trabajo hasta que te gradúes. No
dejes que el miedo detenga tu diversión. Disfruta de la vida y disfruta de su
pene.
—Dios mío, Lucy, lo haces parecer tan fácil. —Me reí de su forma
pragmática de ver el asunto de follarme a mi jefe. Pero, a decir verdad, tenía
razón.
Pero, ¿se quedaría solo en diversión? Si tan solo un beso me ahogaba en
tanta emoción, ¿cómo sería ir hasta el final?
Declan era intenso, por eso me gustaba. A veces me parecía profundo y
misterioso. Principalmente con esa mirada preocupada y distante que
reconocía bastante bien. La ansiedad era mi segundo nombre.
—Todo está en tu cabeza, amor. Obviamente le gustas. Y tiene treinta y
dos años. Haz que siga deseándote.
—¿Qué tiene que ver la edad con eso?
—Bueno, tendrá que ir pensando en sentar la cabeza —dijo.
—No quiero casarme con nadie. Tengo bastante claro que seguiré soltera.
—Estás loca. Los matrimonios no siempre son una mierda.
—Lo que tú digas. Ni siquiera me gustaban los hombres hasta que conocí
a Declan.
—Eso es sexista.
—Creo que el sexismo va de los hombres odiando a las mujeres.
—Pues sí. Pero también es injusto odiar a los hombres —dijo—. He
conocido a muchos hombres decentes en mi vida y espero casarme con
alguno de ellos. Bueno, tal vez no tan decente. No me importa que tenga un
punto de chico malo. —Se rio.
—No bajes la guardia, chica. Los chicos malos crecen y se convierten en
maltratadores. Recuérdalo.
—No todo es tan blanco o negro, Thea. En cualquier caso, nuestro
cometido es domarlos. Ya sabes, como La Bella y la Bestia.
—Pero eso es un cuento para niños.
¿Declan tenía algo de bestia? Ese pensamiento volvió a instalar el
implacable latido en mis bragas.
—En realidad puedo cuidar de mí misma —agregó—. Tú necesitas un
poco más de resiliencia. Esta hipersensibilidad tuya te está robando la
diversión.
Suspiré. —Tienes razón, como siempre. Te amo, Lucy.
—Yo también te quiero. ¿Cuándo vendrás a la ciudad?
—Creo que muy pronto. Necesito comprar algo de ropa nueva.
—¡Hurra! Día de compras. Me encanta esa idea. Necesito tu ojo agudo.
Eres genial con las cosas de segunda mano.
Me reí al escuchar su eufemismo de ropa de segunda mano cuando eran
compras en tiendas de caridad. —Bueno, ahora ya puedo permitirme
comprar algo nuevo.
—¡Vaya! Mírala, con pasta y a punto de follar con un multimillonario.
Una sonrisa atravesó mi rostro. —No tanta pasta, pero mis tarjetas de
crédito están tristes por la falta de uso. Por primera vez estoy libre de
deudas. —Mi corazón cantó al decirlo en alto—. Y de lo segundo no estoy
tan segura.
—Voy a iluminarte ese cerebro virgen tuyo con algo de sentido. Cuando
lo pruebes, verás lo bonitos que son los penes en realidad.
Pensé en Declan sosteniendo su gran polla.
Eso ya lo sé.
—Tengo suerte de tenerte, Lucy.
—Siempre estaré aquí para ti, nena. Y recuerda que el sexo es divertido.
Es bueno para ti.
—Tengo que terminar una cosa. Hablaremos pronto. Te quiero.
—Yo también.
Capítulo 20

Declan

PARA EVITAR LOS COTILLEOS, reservé la cena en un pueblo apartado.


Aunque la verdad que no me importaba si la gente pensaba que mi relación
con la criada era algo sobre lo que cotillear, pero sí entendía la necesidad de
Theadora de ser discretos.
El restaurante tenía unas hermosas vistas al océano y, al anochecer, el mar
se ondulaba con resplandecientes verdes oscuros, mientras que el cielo,
rayado en un naranja y púrpura ardientes, parecía una obra de arte.
Theadora, que también era una obra de arte, hizo girar algunas cabezas
con ese vestido rojo sexy y ajustado.
—El rojo es tu color —le dije.
Se secó los labios con una servilleta y sonrió.
A diferencia de algunas de las mujeres con las que había salido, descubrí
que Theadora no era muy exigente con la comida. Ella no veía la comida
como un enemigo.
Hablamos de música y de sus aspiraciones. Mostró interés en el centro de
reeducación y la conversación fluyó entre nosotros. Me pareció muy
inteligente y realmente disfruté de su compañía.
Salimos ya de noche.
—Me ha encantado la cena. —Theadora se agarró los brazos.
—¿Tienes frío?
—Un poquito. —Me miró con esos ojos suyos abiertos y escrutadores.
Aparté un mechón suelto de su rostro. Sus labios brillaron a medida que
pasó su lengua por ellos.
Al hacer eso mi polla se contrajo.
La tomé en mis brazos y la sostuve. —Ven. Voy a calentarte.
Nos quedamos así un rato. La sentí delicada en mis brazos, suave y
encajando a la perfección.
—¿Tienes ganas de pasear? —pregunté.
Ella asintió.
Caminamos en silencio hasta la orilla del agua, donde la luz de la luna
formaba un reflejo plateado a lo largo del mar.
Puse mi chaqueta sobre sus hombros. —¿Así mejor?
—Sí, pero, ¿y tú?
—Estoy bien.
La estudié. Sus grandes ojos se llenaron de preguntas.
—¿Estás bien?
Se giró hacia mí. —Estoy aterrorizada.
—No voy a hacerte daño.
—Lo sé. Pero… —Respiró hondo—. Nunca antes había experimentado
algo así. Eres muy apasionado.
—Contigo sí. —Hice una pausa para responder, pero ella miró hacia otro
lado, como si la hubiera desafiado nuevamente—. No puedo imaginarme a
ningún hombre que no se apasione seriamente por ti. Además, tú también
desprendes mucha pasión. —Incliné la cabeza.
¿Qué podría ofrecerle? ¿Una relación?
La idea de eso me aterrorizaba.
Pero cuando miré ese hermoso rostro, la deseé. Quería ser su primer
hombre.
Aunque no tenía derecho a reclamarla, mi cuerpo estaba al mando. Pero
iba más allá de mi instinto primitivo, había algo en Theadora que me hizo
querer protegerla.
—¿Alguna vez has salido con alguien? ¿O besado a un chico?
¿De verdad le estoy preguntando eso a una chica de veinticuatro años?
—He salido con algunos chicos, pero… —Su boca dibujó una línea
apretada—. Los hombres me asustan. —Apartó la mirada como si se
avergonzara de algo.
—Eso es comprensible. Lo has pasado mal. Ese padrastro tuyo te
destrozó. Realmente deberías considerar presentar cargos.
Sacudió la cabeza. —No quiero desenterrar el pasado.
Tomé su pequeña mano suave y acaricié su palma. —No puedo dejar de
pensar en ti.
—Me has visto tú más veces en situaciones íntimas que la mayoría de
hombres —dijo secamente.
Estudié su rostro y noté el esbozo de una sonrisa, lo que me tranquilizó.
—Ambas veces por puro accidente.
Su frente bajó. —¿Ambas veces?
—Con mi camiseta. —¿Cómo decirla que desde el día en que la vi
inclinada frente a mí me había convertido en una erección andante?
—Ah, sí, claro... —Su ceño se arrugó—. Qué horrible.
Negué con la cabeza. —Fue de todo menos horrible. Eres una mujer muy
deseable. No eres una mujer que un hombre pueda olvidar fácilmente.
Sostuvo mi mirada y luego la apartó como si la hubiera desafiado de
nuevo. A diferencia de la mayoría de las mujeres que había conocido,
Theadora no se regodeaba con los cumplidos sexys. En todo caso, la
confundían.
Subimos al muelle. —Amo el olor del mar —dijo.
—Yo también. No creo que pudiera vivir en otro lugar.
—¿Ni siquiera en Londres?
—Voy allí a menudo por negocios o para reunirme con amigos, pero soy
más un hombre de pueblo costero.
—¿Has viajado a otros lugares?
—Aparte de mis destinos en el ejército, he viajado por Europa y Estados
Unidos.
—¿Has estado casado alguna vez?
—No. —Dejé de caminar y tomé su mano, mientras buscaba de nuevo las
palabras adecuadas—. ¿Te gustaría que pasáramos tiempo juntos?
Eso fue realmente difícil. Por lo general, el sexo simplemente surgía, sin
negociar ni deletrear términos. Sin embargo, con Theadora, lo último que
quería hacer era asustarla, arrancándole ese bonito vestido.
Como me gustaría hacer eso.
—Con eso quieres decir, ¿dormir contigo?
—Sí. —Me giré para mirarla a la cara. Seguimos caminando en silencio
—. Pero me gustaría que todo esto quedara entre nosotros.
—¿Como si yo fuera tu amante secreta? —Su amplia y escrutadora
mirada penetró en mí profundamente como si estuviera tratando de
encontrar mi alma.
No había planeado quedar como amantes secretos, sin embargo, al verla
bajo la luz de la luna me dieron ganas de llevarla a casa y hacerle el amor
lentamente y empaparme de ella. Escuchar sus gemidos entrecortados
mientras devastaba su apretado coño.
—Con eso me refiero a no gritarlo a los cuatro vientos.
—¿Por qué? —preguntó.
Ahora era mi turno de dudar. —Porque hay mucha presión sobre mí. Los
paparazzi me siguen todo el rato desde que volví. Parece que todos quieren
saber con quién me acuesto. Y no me refiero a con qué osito de peluche.
Echó la cabeza hacia atrás y soltó una risita. —¿Duermes con un osito de
peluche?
Negué con la cabeza y me reí. —No desde que tenía cinco años.
Me apoyé contra la barandilla del muelle y miré hacia abajo, a un bote
amarrado que se mecía.
Me masajeé el cuello. —No puedo con todo ese acoso. Y no sería justo
para ti.
—¿Sería yo una de tantas? Quiero decir, ¿tendrás novia? ¿O te ves con
alguien?
Negué con la cabeza. —No querría que estuvieras con otros hombres
mientras estemos juntos.
—¿Yo con alguien más? —Respiró—. No hay muchas probabilidades de
que eso suceda.
—Cuando Reynard Crisp intentó algo contigo la otra noche me enfureció.
Él puede tener a quien quiera.
—No estoy interesada en él. —Miró hacia sus pies—. Me dio escalofríos.
—Tienes buen juicio. Tampoco soy su fan. —Sonreí con simpatía—. Lo
cierto es que ahora no estoy listo para una relación seria.
Frunció el ceño mientras buscaba en mis ojos una comprensión más
profunda. —Pero, ¿me pides exclusividad?
Exhalé un suspiro. —Solo quiero protegerte. Me gustaría llegar a
conocerte profundamente.
Me miró y asintió lentamente. —¿Qué pasa con mi trabajo?
—Puedes continuar en Merivale si es lo que te preocupa, aunque
preferiría que no lo hicieras.
—¿Por qué? —Inclinó su hermoso rostro.
—No quiero que los hombres coqueteen contigo. Y por allí hay muchos
Reynard Crisps.
—No sé. —Habló en voz baja—. No solo se trata del trabajo, ahora
también es mi hogar.
—Yo te ayudaría a encontrar tu propio espacio en alguna parte. Cerca de
la universidad y cerca de mí.
—¿Cerca de ti? ¿Y qué pasará cuando ya no estés interesado en mí?
Negué con la cabeza. —No creo que eso llegue a pasar. Todo lo que sé es
que te quiero. Y no quiero que nadie más te toque. Quiero ser el primero.
—¿De eso se trata todo esto? ¿Tienes alguna extraña fijación en acostarse
con una virgen?
Hice una mueca ante su franqueza, su carácter hizo que la respetara aún
más. —No. Eso no es lo que me atrae de ti. —La cogí la mano—. Ven,
volvamos.
Regresamos al coche en silencio.
Me giré hacia ella. —Me aseguraría de que terminases tu carrera y te
apoyaría en todo lo necesario.
—¿Incluso si te cansas de mí?
Solté su mano y dejé de caminar. —Para ser honesto, nunca he deseado a
una mujer tanto como te deseo a ti. Pero tengo muchas cosas por hacer y la
idea del matrimonio y los hijos no encaja todavía en mis planes.
—¿Tus planes se limitan al centro de reeducación y ya? —La nota de
sorpresa en su voz me hizo sonreír.
—No, claro que no. Tengo otras ideas. Quiero ayudar a todas las granjas
vecinas a hacer la transición a lo orgánico. Planeo apoyar a tantas empresas
neutrales en carbono como pueda encontrar.
—¿Así que quieres dedicarte a salvar el planeta? —Su tono era neutral, a
pesar de que pudiera parecer totalmente sarcástico.
—Bueno, no sé si puedo lograr eso solo, pero claro, me gustaría
centrarme en proyectos que estén dedicados a nutrir y no a destruir.
Su boca se curvó lentamente. —Me gusta esa visión. Es una ambición
admirable.
Le abrí la puerta y su vestido se subió un poco, en seguida se acomodó en
el asiento para bajárselo; mi temperatura subió.
Capítulo 21

Thea

CONDUJIMOS EN SILENCIO. MI cabeza se llenó de todo tipo de


preguntas. Acostarme con él… Sí. Lo deseaba mucho. Pero la idea de dejar
mi trabajo y ser una mujer mantenida hizo estragos en mi pensamiento
independiente.
¿Y si me rompe el corazón?
Se giró para mirarme mientras se detenía en su casa.
¿Ahora qué?
Caminé hasta la casa. Incluso después de insistir en que cenáramos a
solas, aquel acto me resultó bastante difícil.
¿Cómo iba a hacerlo?
El sudor goteaba entre mis omoplatos.
—Entra y tómate una copa o una taza de té —dijo.
Sostuve su mirada con una oleada de pensamientos por desatarse.
—No te preocupes. No haré nada a menos que tú quieras que lo haga —
dijo. Una lenta curva en sus labios hizo que mi boca salivara. Quería que
me besara de nuevo.
¡Demonios! Quería que me tocara por todas partes.
¿Pero convertirme en una mujer mantenida? ¿Era eso lo que había
sugerido? No lo había explicado así exactamente.
Tendría que llamar a Lucy.
Mientras me abría la puerta, sus ojos brillaban con una pizca de
incertidumbre.
Me recordé a mí misma que Declan no era como esos hombres que me
harían daño a la mínima oportunidad. Ya había tenido esa oportunidad.
Aquella noche en su sofá, podría haberse aprovechado de mí.
Le seguí adentro. Disfruté de verle por detrás y cómo su chaqueta azul se
asentaba sobre sus grandes hombros.
—¿Puedes disculparme un minuto? Necesito ir al baño —dije.
—Por supuesto. ¿Quieres que te prepare algo de beber?
—¿Qué tienes?
—Había pensando en abrir champán. —Cuando sonreía, sus ojos
brillaban como el mar bajo el sol de la tarde.
—Me apetece. —Nuestros ojos miraron de nuevo.
El champán solo significaba una cosa. Iba a pedir té, pero mi corazón
palpitante parecía estar tomando todas las decisiones.
El té habría significado que seguía siendo esa chica mojigata que
continuaría negándose a sí misma la experiencia de un pene. El champán…
bueno, eso era otra cosa. Una cosa que me llevaría a convertirme en mujer.
El camino para sentir a un hombre, esta vez de manera real.
Mientras me sentaba en el inodoro, llamé a Lucy.
—Hola, nena. —Bostezó.
—¿Te he despertado?
—No, solo estaba viendo la televisión.
—Estoy en su casa. Me ha pedido que me convierta en su amante.
—¿Amante? Pero si no está casado.
—Creo que se refería a convertirme en una mujer mantenida. Ya sabes,
me folla y, a cambio, me paga una casa en el pueblo para que pueda
terminar la carrera.
—¡Vaya! Y eso sin ni siquiera haberte probado primero.
Hice una mueca. —¿Quieres decir que puede que no le guste una vez que
se haya acostado conmigo?
Se rio. —Es más una cuestión de química. Ya sabes, cómo huele la gente,
cómo son en la cama…
—Bueno, seré una mierda en la cama porque no tengo ni la más mínima
puta idea. —Me agarré fuertemente al teléfono.
—Él tomará el control. Déjale. Ahí es donde está toda la diversión. Sobre
todo, si tiene experiencia. Está muy bueno, eres una chica con suerte.
—¿Y qué pasa si no le gusta mi cuerpo? ¿O si soy demasiado inexperta?
—Eso es una tontería —dijo.
—¿Tú qué harías?
—Le dejaría follarme, eso seguro. A estas alturas, ya tendría su gran polla
metida hasta la garganta.
—Puaj. ¿Tengo que tragarme su semen? —Hice una mueca.
Se rio. —No tienes que hacer nada, cariño. Eres impresionante. Tienes un
cuerpo de sirena. No tendrás que hacer nada más que balancearte sobre su
polla desnuda.
Solté un suspiro tembloroso.
—Solo déjate llevar, nena. Y si él quiere pagarte una casa y mantenerte
mientras os veis… ¿por qué no?
—No quiero ser una mujer mantenida. ¿Cómo podría empezar a aprender
a ser autosuficiente?
—Oye, ¿no es eso lo que has estado haciendo desde que te fuiste de casa?
No podía discutir con eso. —Mejor te voy a dejar. Gracias. Eres la mejor.
Te amo.
—Yo también te quiero. No te preocupes. Yo estaré aquí apoyándote. Ve a
convertirte en mujer.
—Mi despertar sexual, supongo. —Suspiré. Ella tenía razón.
Mi cuerpo quería esto.
Mi corazón lo deseaba.
¿Pero saldré de una pieza?
Ya lo hiciera con intención o sin ella, en un momento de exaltación me
compré un tanga y un diminuto sostén de encaje.
Un oleaje palpitante me invadió de nuevo. Me sentí sexy llevándolos
puestos.
Declan se había quitado la chaqueta y se había desabrochado los dos
primeros botones de la camisa. Su pectoral se revelaba contra la camisa
ajustada y todo lo que quería hacer era acariciarle sin parar.
Me pasó una copa de champán. —Aquí tienes. —Sonrió—. ¿Todo bien?
—Sí, claro. —Estudié su rostro—. ¿Por qué me lo preguntas?
—Te he oído hablar con alguien.
—Hablaba con Lucy. No hablaba sola, no estoy tan loca.
Respiró. —Oye, a mí se me conoce por andar murmurando para mí
mismo en ciertas ocasiones... No es un signo de locura. A mí me ayuda a
poner la cabeza en orden.
Levanté la mano. —Sí, a mí también. Es un hábito que empecé a hacer de
niña. Supongo que siendo hija única solo me tenía a mí y a mis muñecas.
Charlaba con ellas.
Se sentó cerca de mí en el sofá y me acarició la mejilla. Sus ojos brillaban
con afecto, lo que calentó mi espíritu. Esa mirada no era como su mirada
sexual, sino una mirada amistosa.
Aparte de en Lucy, no había visto antes esa mirada en una persona. Y
mucho menos en mi fría madre.
Bebí del champán que tenía un sabor fresco y complejo que sabía a
riqueza; me encantó cómo las burbujas rebotaron en mi lengua.
Declan se acercó a su tocadiscos. —¿Qué te gustaría escuchar?
Me encogí de hombros. —No me importa, pon lo que quieras.
—¿Clásica?
—No, eso no.
Sonrió. —¿De verdad?
—Llevo escuchando a Beethoven toda la semana. Estoy con una pieza.
Música jazz llenó el aire. —¿Qué tal esto? —Inclinó la cabeza y sonrió.
Su cabello castaño despeinado y su rostro bronceado y saludable, resaltaban
esos ojos que se habían instalado en mi alma.
—Me gusta.
Regresó a mi lado y me miró. —Me encanta tenerte aquí como invitada,
para variar.
—Me siento rara sin tener que limpiar.
—No quiero que lo vuelvas a hacer.
Tragué. —De acuerdo. Por supuesto.
Echaría en falta ese dinero extra, pero al menos ya había pagado mis
deudas.
—Puedo abrirte una cuenta —dijo.
Mi rostro se contrajo. —No me voy a prostituir.
Sacudió la cabeza repetidamente. —No, no quería referirme a eso.
—Esto no es una buena idea. —Me levanté del sofá y salí corriendo antes
de que pudiera detenerme.
Capítulo 22

Declan

LA SEGUÍ AFUERA. —LO siento, no quería decir eso.


Sus ojos oscuros se encendieron. —Lo he entendido bastante bien.
Quieres pagarme para que me acueste contigo. ¿A caso eso no me convierte
en una prostituta?
Me pasé las manos por la cara. —Eso no es lo que quise decir. Claro, te
quiero. —Exhalé un suspiro tenso—. Solo estoy tratando de ayudarte a salir
adelante.
—¿Por qué me estás siguiendo? —Su repentina viveza me tomó por
sorpresa. No podía encontrar las palabras adecuadas.
—Te acompaño a casa —dije.
—No tienes que hacerlo. Estaré bien.
—Te acompañaré a casa —repetí—. Está oscuro. No tienes que hablar
conmigo.
Dejó de caminar y se giró hacia mí. Se pasó la lengua por los labios. Sus
ojos se clavaron en los míos, suplicando. Preguntando por algo. ¿Pero por
qué?
Theadora me había envuelto en un hechizo. Ya no me reconocía. Tenía
que andar con cuidado, eso lo sabía. Tenía que respetarla y no manosear su
cuerpo como un hombre poseído.
Poseído era como me sentía. Poseído por su belleza, por su suavidad, por
su fuego…
—De verdad, lo siento. ¿Por qué no te terminas la copa? Prometo no
tocarte. —Levanté las manos.
—¿No quieres? —Frunció el ceño.
Eso me pilló por sorpresa. Me dejó totalmente confundido. —Bueno, por
supuesto que quiero tocarte, ya lo sabes. Pero prefiero tenerte cerca a no
tenerte. Charlar, compartir una copa es agradable.
—Llevamos hablando toda la noche —dijo.
La cogí de la mano. —También podemos permanecer en silencio, si es eso
lo que deseas. Vuelve dentro.
Me siguió, para mi alivio.
Justo cuando entramos en la sala de estar, me giré y ella me miró. Su
lengua pasó sobre sus labios, y antes de que pudiera volver a respirar, mi
boca se acercó a sus labios como si hubiera estado hambriento de ese beso
desde hacía mucho tiempo.
Nuestros labios se fundieron en la suavidad húmeda del otro. Su boca
estaba hecha para la mía. Nunca había disfrutado tanto de besar a alguien,
como disfruté besando los cálidos y carnosos labios de Theadora.
Pasé mis dedos por su cintura y acaricié sus pechos con mis manos. Eran
más grandes de lo que había imaginado. Mi pene se puso duro como el
acero. Sus gemidos entrecortados me animaron. Sus pezones estaban a
punto de atravesar la tela de su vestido.
Aunque me despertaba los deseos más primarios, tenía que domar a la
bestia. No podía asustarla.
Teníamos que tomarnos esto con calma y cuidado. Necesitaba a esta chica
desnuda, necesitaba sentirla y devorarla.
Pasé mis manos sobre su culo firme y bien formado.
Mi corazón casi se me sale del pecho. La sangre llenó mi pene por
completo.
Tuve que bajarme la cremallera para aflojar la presión. Mi insistente polla
empujaba contra mis calzoncillos.
Puse a Theadora contra la pared. Mi boca estaba sobre la de ella. Mis
manos explorando sus curvas.
—Ven conmigo —le dije.
Me siguió al dormitorio.
Me quité los vaqueros y me quedé en calzoncillos. La sostuve de nuevo,
parecía suave y flexible en mis brazos mientras se bajaba la cremallera.
Se quitó el vestido y tuve que dar un paso atrás para verla.
Cruzándose de brazos, se estremeció con tan solo un tanga y un diminuto
sostén negro.
—¿Tienes frío o miedo?
—Estoy asustada —dijo.
—No tenemos que hacerlo si no quieres. —Prácticamente me estaba
corriendo en los calzoncillos. Sus tetas eran enormes. Era una chica
impresionante.
Sus muslos eran más curvos que los de la mayoría de mujeres con las que
había estado. Me gustaba eso.
Y mucho.
Theadora me hizo salivar. Era una mujer espectacular y sexy. Una mujer
natural. Intrínsecamente sensual. La forma en que su cuerpo respondía a mi
tacto me atrapaba. Sus caderas giraron cuando me apreté contra ella.
Dejó caer los brazos y mi respiración se cortó. No podía esperar a quitarla
el sostén que apenas sostenía sus grandes senos. Quería sus tetas en mi boca
o frotándose contra mi cuerpo desnudo.
—Eres hermosa. Como ninguna otra mujer que haya visto nunca.
Señaló mis calzoncillos. —Quítatelos.
Eso me desconcertó. Aunque me gustó —Con gusto. —Me los quité y mi
pene estaba tan rojo que sabía que no iba a durar.
—Tócate —dijo ella.
Me gustó este repentino cambio de poder. —Perdón, ¿quieres que me
masturbe?
Asintió con una sonrisa tímida, que era tan excitante como verla en ropa
interior diminuta.
—Me correré si me toco.
Se mordió el labio. Una sonrisa creció en su rostro. Estaba disfrutando de
esta nueva posición de poder.
Habría hecho cualquier cosa para saborearla, pero solo verla con ese tanga
era suficiente para hacer que mi pulso se acelerara.
—Acuéstate en la cama —dije.
Lo hizo y abrió sus bien formadas piernas lo suficiente para que yo
pudiera ver su abertura a través del encaje de su tanga.
Iba a explotar. La sangre abandonó mi cerebro de tal manera que ya no
podía recordar ni mi nombre.
Puse mi pie sobre un asiento y me saqué la polla para ella.
—¿Quieres que me toque? —Su voz se había vuelto suave y entrecortada.
—No sabes cuánto, joder. ¿Te gusta tocarte?
Asintió y metió su pequeña mano en el tanga.
—Ábrete más. Déjame verte —dije, frotando mi pene. La sangre seguía
bombeando a través de mí. Sabía que no iba a durar.
Se quitó el tanga, se abrió de piernas y comenzó a tocarse su jugoso
coñito. Yo seguía masturbándome y un orgasmo todopoderoso amenazaba
con explosionar en breve.
—Tócate las tetas. —Luché por hablar.
Se desabrochó el sostén y cuando cayeron, exploté.
Me hundí hasta el borde de la cama. —Eres jodidamente caliente —Me
limpié con pañuelos y me senté a su lado. Presioné mis labios en su fragante
y sedoso cabello. —¿Te ha gustado?
Asintiendo, se mordió el labio.
—¿Quieres que te coma ahí abajo?
Sus ojos se posaron en los míos. —Solo si tú quieres.
Borracho de lujuria por mirar sus curvas desnudas, asentí repetidamente,
como si me hubieran ofrecido un delicioso y extraño regalo.
Dejé un rastro de besos sobre su cuello y todo el camino hasta sus
pezones.
Ella dejó escapar un gemido.
—¿Te estoy lastimando?
—No. Me gusta la forma en que me tocas —dijo.
—Bien. —Chupé sus pezones hasta que quedaron erectos.
Sostuve sus caderas con ella retorciéndose en mis manos.
La excitación brotó a través de mí, de nuevo. Ninguna mujer había hecho
que mi corazón se acelerara así.
Necesitaba devorar cada centímetro de ella. Quería saborearla para
mostrarle cómo se sentía el verdadero placer.
Capítulo 23

Thea

SUS LABIOS PARECÍAN IRRADIAR corrientes eléctricas. Las chispas se


encendían allá donde los colocaba sobre mi piel, enviando sensaciones
deliciosas a lo más profundo de mi ser.
Cuando su cabeza se asentó entre mis muslos, me puse rígida. Pero
cuando su lengua comenzó a acariciar mi clítoris hinchado, caí en un
hechizo de felicidad. Sentía como si una flor creciera y me bañara con
calidez.
Su lengua giraba y revoloteaba como si estuviera dándose un festín con
una golosina. Me temblaron las piernas y una ola de calor me atravesó, pero
era un millón de veces más intensa que cuando la sentía con mi dedo.
Arqueando la espalda, subí a lo más alto y exploté. Si pensaba que eso era
todo, me llevaría una gran sorpresa, porque justo después de despegar, llegó
otra sensación aún mayor hasta que no pude más.
La intensidad del orgasmo que estalló me hizo gritar. Durante todo el
tiempo él acariciaba mis tetas.
Solo quería que me hiciera de todo y fuera entero para mí.
Luego colocó su dedo en mi entrada.
Mi cuerpo estaba suelto, como en un caluroso día de verano.
Cuando su dedo se deslizó dentro, una mezcla de sutil dolor y placer
pulsó a través de mí. Fue todo muy tierno.
—Estás tan apretada… —Se tocó la polla y se me hizo agua la boca.
Se apartó y me miró. Sus ojos estaban oscuros y somnolientos. Su pene se
había puesto morado y duro como una roca. Sus venas palpitaban.
Mi corazón se aceleró. Podía oírlo latir en mis oídos.
¿Era miedo o excitación?
Ambas cosas.
Solo un hombre antes había puesto su dedo dentro de mí y eso había
convertido mi adolescencia en una pesadilla. Pesadilla que todavía
experimentaba cada vez que los hombres me miraban.
Todos los hombres excepto Declan. Era por eso que este deseo ardiente
que me recorría el cuerpo me confundía al extremo.
Me retorcí y él se detuvo, sacando el dedo. Su frente se arrugó, pero sus
ojos todavía ardían.
—¿Te estoy haciendo daño?
Mordiéndome el labio, sentí un nudo en la garganta.
Oh no, jodidas lágrimas no.
Yo no lloro.
¿Cuándo he llorado?
Me levanté. —Solo necesito ir al baño un momento. —Me fue corriendo
pisando el cálido suelo de madera.
Una podía caminar descalza en las casas de los multimillonarios y no
sentir el aguijón helado de la pobreza. Ese tipo de pensamientos abstractos
bombearon mi mente, chocando con las voces profundas que cuestionaban
toda esta situación.
¿Estoy realmente a punto de llegar hasta el final?
Mis venas estaban constreñidas. Había mil dudas en mi cabeza. Todo eso
me convertía en una chica muy jodidamente confundida.
Mujer, no niña, me recordé.
Soy una mujer que está a punto de follar con su jefe.
Me senté en el inodoro y lloré. No puedo decir si fue el orgasmo o su
dedo al entrar en mí lo que me trajo recuerdos de mi monstruoso padrastro.
En ese momento todo me sobrepasó.
Cinco minutos después, salí del baño desnuda y agarrándome los brazos.
Declan estaba en la sentado cama y parecía preocupado.
—¿Estás bien? Te he oído llorar. —Golpeó la cama—. Siéntate un
momento. No tenemos por qué hacer nada. —Sus ojos brillaban con un
cariño que me tomó por sorpresa.
¿Cómo podía ser tan comprensivo en un momento como este? Habría
pensado que follarme era su única preocupación.
Se levantó, tomó una bata del sillón y la colocó sobre mí. —Parece que
tienes frio.
Esbocé una sonrisa tensa. —Gracias. Eso es muy comprensivo de tu parte.
Siento mucho hacerte esto. En medio de ese momento…
Con una sonrisa comprensiva, sacudió la cabeza. —Lo entiendo. Esto es
algo grande para ti. Solo espero no haberte lastimado.
—No. No lo has hecho. En realidad, ha sido increíble. Quiero decir, nunca
había experimentado algo así. —Sonreí tímidamente—. Cuando estabas ahí
abajo me he corrido más de una vez.
Sus labios se alzaron en un extremo. —Eres muy sensible y sabes a gloria.
Tuve que apartar la mirada de sus ojos penetrantes.
—¿Por qué no te quedas? Podemos abrazarnos. Me gustaría hacer eso. —
Sonrió muy dulcemente y su tono fue gentil y comprensivo.
No podía creer que alguien pudiera ser tan desinteresado. Por lo que había
leído y visto, y sí, había visto alguna que otra película porno, los hombres
necesitaban meter la polla de cualquier manera.
Declan no era uno de esos hombres. ¿O simplemente era bueno
fingiendo?
Nooo… gritó mi intuición.
Volví a meterme en la cama, le quité su bata, que olía a su jabón de baño.
Un olor que podría haber hecho las veces de opiáceo.
Sus fuertes brazos dieron la bienvenida a mi cuerpo tenso, y puse mi
mejilla en su pecho firme e inhalé su aroma, mis demonios internos se
desvanecieron.
Me acarició el pelo y quise llorar de nuevo.
Tragándome los nudos de mi garganta, traté de invocar a la mujer fuerte y
dura que siempre me había enorgullecido ser. ¿Dónde demonios estaba?
Nunca lloré cuando mi madre no me llamaba por mi cumpleaños. Ni
siquiera lloré cuando se negó a creer que su marido había intentado
violarme, ni cuando sugirió que yo le había seducido. Pude soportarlo.
No derramé ni una lágrima. Solo forjé una ira enconada que me corroía
hasta convertirse en un odio canceroso.
Pero aquí estaba yo, con un hombre al que apenas conocía, a pesar de que
mi corazón se sentía cómodo y con unas lágrimas catárticas brotando de mí,
rompiendo en mil pedazos mi coraza.
¿Qué encontraría? ¿Una niña asustada, una chica enojada o una mujer
excitada?
¿Podría sobrevivir de esa manera en este mundo rudo y cruel?
Mientras toda esta locura se agitaba en mi cerebro hiperactivo, esbocé una
sonrisa de disculpa.
—Lo siento —murmuré.
—Por favor, no te preocupes. No tienes que hacer nada que no quieras.
—Pero esa es la cosa, que sí quiero.
Una vez más, sus ojos atraparon a los míos y olvidé lo que estaba
diciendo.
¿Cómo diablos hace eso?
Declan podría haber sido hipnotizador.
Su cabello estaba desordenado por donde lo había masajeado, bueno,
quizás le había tirado de él mientras me devoraba el coño. Y esos labios
perfectos brillaron listos para tomarme de nuevo bajo su sexy hechizo.
Sus labios se abrieron ligeramente, y en un segundo, como atraída por una
fuerza magnética, mi cuerpo se frotó contra el suyo.
Nuestras lenguas se encontraron y todo mi cuerpo cobró vida mientras
envolvía mis brazos alrededor de él.
Desatando un torrente de excitación, el beso febril envió un hormigueo
abrasador hasta los dedos de mis pies. El deseo me había incendiado. Mi
piel se sonrojó y mi ser chisporroteante ansiaba que él llegara hasta el final.
Pasé mis dedos por su abdomen y él me miró sin pestañear,
manteniéndome cautiva por su excitación.
Mi mirada permaneció en su polla, mientras mi corazón convencía a mi
hastiado cerebro de que podía con esto.
Quería esa enorme polla dentro de mí. Quería sentir algo, dolor o placer.
Quería desgarrarme y despertarme para poder convertirme finalmente en
una mujer en contacto con sus sentimientos.
Como nunca había visto una polla tan de cerca, y mucho menos tocado
una antes de acariciar la de Declan, envolví mi mano alrededor de su grueso
y largo tronco. Las gruesas venas palpitaban contra mi mano nerviosa, que
rodeaba su pene aterciopelado y duro como el acero.
—Si sigues haciendo eso, me voy a correr —dijo—. Soy muy sensible. —
Sus manos recorrieron mis pechos y un gemido entrecortado salió de mi
boca.
Caí de espaldas y abrí las piernas.
Esta vez puse mi dedo dentro de mí.
Sus ojos se oscurecieron y su rostro se enrojeció de ardor.
Yo estaba en llamas.
Quería volverlo loco de deseo.
Mi cuerpo ardía por sentirle completamente.
Cuanto más duro esté, más doloroso será… mejor.
Eso bastaría para quitar el entumecimiento que había sido mi vida.
—Oh, Thea… —Respiró, observando cómo me tocaba a mí misma. Su
dedo volvió a entrar en mí y luego otro dedo.
Gimió como si estuviera en agonía. —Estás caliente.
Acaricié su polla dura. —Quiero que me folles. Que seas el primero.
Sus ojos se clavaron en los míos de nuevo, embriagándome con la pasión
que irradiaba de él.
Mi vientre se apretó con anhelo. Quería que su piel se deslizara sobre mí y
dentro de mí.
Se inclinó hacia un cajón y sacó un preservativo.
—Estoy tomando la píldora —le dije.
Se volvió y frunció el ceño. Me reí de lo sorprendido que parecía.
—Vaya. Vale, bien, eh… —Se frotó la cabeza y mis ojos se posaron en
esos enormes brazos musculosos que anhelaba tener a mi alrededor de
nuevo.
—Me han hecho un análisis de sangre reciente. Puedo mostrártelo, si
quieres —dijo.
Negué con la cabeza. —Te creo.
—¿Puedo hacerte el amor sin condón? —Frunció el ceño.
—¿Por qué me miras así?
—Me preguntaba por qué te estás tomando la píldora.
—Para regularme la regla. También porque pensé que algún día
empezaría a follar. —Sonreí.
Sus labios se curvaron y formaron hoyuelos en sus mejillas. Quería
devorarlo.
Toqué su pene de nuevo y siseó.
—¿Te estoy haciendo daño?
—No. Vas a lograr que me corra.
—Qué sensible eres… —le dije.
—Solo contigo. Normalmente no estoy tan excitado… —Se encogió de
hombros.
Me abrazó y me besó el cuello. Su lengua entró en mi oído y me volví
loca.
¿Quién hubiera pensado que una lengua podría dar tanto placer?
Me encantaba la forma en que me tocaba y los gruñidos y gemidos que
hacía. Especialmente ahora, mientras mordisqueaba mis pezones.
Sus profundos sonidos guturales, como si estuviera ante el banquete más
delicioso, vibraron a través de toda mi piel de gallina.
Separando las piernas, me levantó en brazos. Sus venas iban a estallar.
Me hizo cosquillas en el clítoris, y con tan solo unos pocos roces, me corrí
de nuevo. El fuego de la excitación se había asentado en mi sexo, de modo
que el más mínimo roce hacía que mis terminaciones nerviosas
chisporrotearan.
Podía sentir su corazón latiendo contra mi pecho.
—Voy a entrar en ti muy lentamente. Dime que pare si es demasiado, ¿de
acuerdo?
—Ajá…
La cabeza de su pene entró y el estiramiento fue tan intenso que me mordí
el labio.
El dolor de desgarrar mis paredes vaginales envió una punzada aguda y
sostenida a través de mí.
Había leído sobre ello. Esperaba el dolor. Esperaba que hubiera sangre.
Pero no esperaba tal adicción.
Adicción fue lo que sentí en cuanto superamos esa barrera. Me enamoré
de su polla impactando dentro de mí.
Mis paredes vaginales se aferraron con fuerza. Con cada embestida, la
pasión se intensificaba. Incluso el sonido de la fricción húmeda me
excitaba.
Con mis manos en su firme y tonificado trasero, le empujé
profundamente. El dolor y el placer se encontraron, como el encuentro del
día y la noche que siempre hizo cantar a mi corazón.
Movió sus caderas y su pene se deslizó dentro y fuera, descubriendo todo
de mí.
Mi boca permaneció abierta. Pero a diferencia de mi coño, estaba seca por
todos mis suspiros y gemidos.
Era puro placer erótico.
—Oh, Dios mío, Theadora. Vas a hacer que pierda la cabeza.
—¿Eso es algo malo? —Mi aliento se mezcló con mis palabras cuando
me partió por la mitad con su polla lenta y dura.
Pegué la nariz a su hombro sudoroso, absorbiendo su masculinidad.
—Eres hermosa. Nunca había sentido a una mujer como te siento a ti
ahora. —Su voz temblaba de emoción.
Oh Dios mío. Nada de lágrimas. Solo él.
Capítulo 24

Declan

QUÉ MUJER. CÓMO LA sentía. Su cuerpo encajaba perfectamente con el


mío. Su presión y calor me apasionaban. Mis ojos se humedecieron de puro
placer. Ese tipo de placer sobre el que había leído, pero que nunca antes
había experimentado.
¿Cómo iba a volver a ser el mismo?
Piel con piel, sus músculos se aferraron a mi polla como si hubiera follado
con cientos de hombres. Solo que no lo había hecho.
Yo fui su puto primer hombre.
Eso fue suficiente para hacerme llorar.
La penetré lentamente. Su coño fue tomando posesión de mi polla.
Su coño también se había apoderado de mis sentidos.
Al igual que Theadora.
Entré lentamente en ella. Sus paredes vaginales agarraron mi miembro
como mil dedos exprimiendo la vida.
Con cada embestida, la sensación se intensificaba, hasta que sentí que
perdería la cabeza por el éxtasis.
Su cálido aliento en mi cuello. Su boca mordisqueándome. El aroma que
irradiaba, una mezcla de almizcle femenino y rosas.
Movió sus caderas cuando agarré su trasero, permitiéndome hundirme
profundamente dentro de ella.
Su coño se estremeció alrededor de mi palpitante polla y gritó,
llevándome con ella.
El subidón fue tan intenso que creo que podría haberme desmayado; fui a
un lugar en el que nunca había estado antes. Seguí expulsando y
descargando dentro de ella. Ni siquiera sabía que tenía tanto jodido
esperma. Seguía saliendo de mí como si me hubiera reventado una vena.
La erupción volcánica me envió a volar. Aterricé en una nube suave y
cálida con Theadora en mis brazos, mientras las estrellas caían sobre
nosotros.
Santo maldito infierno.
¿Qué ha sido esto?
Me tomó un tiempo volver a la normalidad.
Se me fundió el cerebro con este profundo e indescriptible placer.
Mis ojos se humedecieron. No solo por la euforia, sino por la emoción de
experimentar a Theadora.
Con ese cuerpo voluptuoso, esos sensuales ojos oscuros y su raja
sonrosada, me tenía completamente bajo su hechizo.
Nunca volvería a ser el mismo.

NOS REUNIMOS EN EL restaurante italiano favorito de mi padre, en


Londres.
—Entonces, papá, ¿nos vas a invitar a tu nuevo ático? —El rostro de
Savanah se iluminó—. No sé, a tomar un cóctel o algo.
Mi hermana parecía pasarse la vida buscando la próxima fiesta.
Mi padre sonrió mientras bebía de su copa de vino. Parecía feliz, aunque
un poco cansado; verle así me preocupaba. Ya no era ese joven que se
divertía sin parar, no como su novio, quien parecía disfrutar de más de una
fiesta o dos.
—Eres abogado, según he oído —dijo Ethan, volviéndose hacia Luke.
Él asintió. —Acabo de abrir un nuevo bufete, gracias a esta generosa
monada. —Tocó cariñosamente el brazo de mi padre y compartieron una
mirada prolongada.
Estaban enamorados. O al menos mi padre lo estaba. Todavía no conocía
muy bien a Luke. Me pareció algo nervioso por la forma en que sus ojos se
movían.
—¿Cuál es tu especialidad? —pregunté.
—Ocio. Estudié piano durante mi carrera.
Theadora entró en mis pensamientos. No necesitaba mucho para pensar en
ella ya que se había convertido en mi obsesión.
No había sido capaz de contactar con ella en todo el día. Era el día
después de nuestra primera noche tórrida juntos. Incluso fui a buscarla a
Merivale y descubrí que se había ido a Londres.
¿La habría asustado?
Me prometí a mí mismo que alcanzaría mis objetivos para el año próximo.
Un poco desequilibrado por la guerra, tenía que esforzarme por seguir
concentrado, o de lo contrario me perdería. Aunque bueno… ahora me
había perdido en la lujuria.
Si pensaba que la bendita Theadora podría haber apaciguado la chispa que
se encendió desde el momento en que la vi con aquel corsé, estaba muy
equivocado. Había desatado un maldito incendio.
—¿Así que te ocupas de los grupos de música? —le preguntó Savanah a
Luke.
Él asintió, mientras acababa de beber de su vaso. —Trabajo con todo tipo
de artistas e intérpretes. Yo organizo sus contratos.
—Seguro que tienes que acudir a muchas fiestas —dijo ella, sonando
impresionada.
Puse los ojos en blanco. —¿Piensas en algo más que en fiestas?
Ella me sacó la lengua. —Solo porque tú seas un filántropo, no significa
que todos tengamos que serlo.
Ethan se rio entre dientes.
Y así siguió y siguió. Yo solo escuchaba a medias la pequeña charla entre
Savanah, Luke e Ethan.
—Me gusta tu idea sobre el centro de reeducación —dijo mi padre.
—Gracias. Mamá se cree que voy a hacer alguna especie de rituales
satánicos.
Ethan se rio. —Eso podría estar bien.
Mi padre le explicó mi proyecto a Luke.
—Mmm… interesante. Me gustan bastante los soldados machotes y
sudorosos de ese reality show.
—A mí también. Ahora tendremos una versión de ese programa en vivo y
en directo. Seguro que será divertido —dijo Savanah.
—No pretendo que sea un circo. Estamos hablando de adolescentes con
problemas, no de soldados —les recordé.
Ella se encogió de hombros. —Ya… lo que sea. Pero podemos seguir
fantaseando con lo que queramos, ¿no?
Contra eso no podía poner objeción. Un poco de diversión nunca viene
mal.
Savanah llevó la voz cantante el resto de la cena charlando sobre música,
ropa y fiestas. Mi cabeza se fue automáticamente a otra parte, así que no
pude conocer mucho del carácter de Luke.
Me pareció algo superficial, pero mi padre estaba feliz y eso era todo lo
que importaba.
Después de la cena, estreché la mano a Luke y salí. Ethan y Savanah
también se despidieron de él.
Nos paramos al final del camino. —¿Qué opinas de él? —preguntó Ethan.
—Me ha parecido que estaba algo nervioso —le dije.
—Va drogado —dijo Savanah.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté.
—Pero bueno, ¿no has visto sus pupilas dilatadas? Además no hacía otra
cosa que hacer sonidos y tocarse la nariz. Un clásico.
—¿Y con eso ya lo sabes? —pregunté.
—Todos hacen esos soniditos —dijo, mirando a Ethan.
Él asintió tímidamente. —Sí, bueno, en las fiestas puede ser divertido. O
en la cama…
—¿Tú no lo habías dejado? —pregunté.
—Ya no me paso tanto… Pero estoy con Savvie, Luke definitivamente iba
drogado. Casi ni ha tocado su cena.
—¿Creéis que están enamorados? —pregunté.
—Mmm… Papá parece que sí. El tío es guapo, supongo —dijo Ethan.
—Pero él no parece estar tan interesado en papá —sostuve.
Savannah frunció el ceño. —¿Crees que anda detrás de su dinero?
—No estoy seguro. Papá le ha montado un chiringuito. Puede
permitírselo, después de todo es su dinero —dije.
—Mamá pondría el grito en el cielo —dijo Savanah riéndose—. Pero
bueno, ella tiene a Will. —Sacudió la cabeza—. ¿Quién se lo iba a
imaginar?
—Yo —dije—. Siempre se les veía muy juntitos.
El teléfono de Savanah sonó. Ella miró hacia abajo. —Tengo que irme, he
quedado con unos amigos.
Me dio un beso en la mejilla, luego a Ethan y se fue.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Ethan.
—Voy a volver al pueblo.
—¿Ya? ¿Por qué no te quedas? Podemos ir a tomar algo…
—No, me quiero volver. Mañana madrugo.
Parecía decepcionado. —No eres muy divertido.
Le di un abrazo y me dirigí al coche que había estacionado a unas cuantas
manzanas.
Mientras iba de camino, miré casualmente por la ventana de un garito y
me quedé congelado en el acto. Theadora estaba sentada en un reservado
con una chica y dos hombres. Uno de los hombres estaba sentado cerca de
ella. Demasiado cerca. Parecía muy interesado.
¿Y cómo no lo iba a estar?
Los celos me dejaron paralizado en el sitio. ¿Acabábamos de estar juntos
ayer y ahora ella estaba saliendo con un hombre?
Alejándome de la ventana, me apoyé contra la pared y respiré
profundamente.
¿Cómo podía estar saliendo con un chico?
¿Por eso había apagado su teléfono?
Intenté llamarla. No respondía. En su lugar, envié un mensaje de texto.
Sin respuesta.
Había incursionado en pueblos donde la gente estaba dispuesta a lanzarme
bombas y, sin embargo, no podía entrar en un pub y reclamar lo que era
mío.
¿Mío?
Cogiendo aire, cuadré los hombros y entré al pub irlandés.
Capítulo 25

Thea

MIS EMOCIONES SE DISPERSABAN por todas partes. Tenía que


alejarme de Merivale. Por extraño que pareciera, no podía enfrentar a
Declan en mi ambiente de trabajo. ¿Cómo actuaría? ¿Notaría el resto mi
cara en llamas? Incluso antes de que nos acostáramos, me sonrojaba cada
vez que él se acercaba.
¿Cómo podía permanecer neutra y sin que me afectase cuando estuviera
cerca?
A la mañana siguiente fue muy tierno. Apenas habíamos dormido. Me
dolían los labios de besar. Su boca perfecta, carnosa y devoradora estaba
sobre la mía mientras entraba en mí y me hacía volar. Las terminaciones
nerviosas me provocaron un incendio que seguía ardiendo incluso un día
después.
Era agradable estar en Londres con una tarjeta de crédito lista para algo de
acción. Una experiencia novedosa para alguien que rara vez entraba en unos
grandes almacenes a por algo más que lo esencial.
Lo único malo fue que se me rompió el teléfono y tuve que comprarme
uno nuevo.
Habíamos estado de compras todo el día y cuando Lucy sugirió tomarnos
algo, aproveché la oportunidad para sentarme y relajarme.
Tal y como estaban las cosas, ella había aprovechado mejor las compras
que yo. Tan solo me hice con un par de vaqueros, dos camisas, una falda,
unas zapatillas y unos tacones. Los zapatos fueron algo espontáneo.
Normalmente prefería la comodidad, así que no sé de dónde me surgió ese
capricho. Tal vez estar en esos eventos de Merivale y ver a las mujeres
vestidas con ropa de diseñador y zapatos altísimos me estaban metiendo
ideas subliminales.
Lucy dejó nuestras bebidas sobre la mesa y se sentó frente a mí. —No me
has dicho cómo fue —dijo, empujando un bol de patatas al centro de la
mesa—. Y no vuelvas a abanicarte la cara. Ya lo pillo, es un calentorro.
Me reí. —Me entran los calores solo de pensarlo.
—No lo dudo… Pero bueno, ¿lo disfrutaste? Ya sabes, tener a la serpiente
deslizándose hasta el fondo… —Hizo un movimiento serpenteante con la
mano que me hizo reír—. ¿Te llegaste a correr? —insistió.
Me mordí el labio y asentí. A pesar de nuestra estrecha amistad, hablar de
las sensaciones que había experimentado me resultó muy personal.
Pero realmente quería hablar de eso. Mi cabeza no paraba de pensar en
ello. Declan sosteniéndome mientras empujaba profundamente dentro de mí
y la mirada en sus ojos cuando llegó al clímax. Cómo gritó mi nombre y
luego no me soltó en toda la noche.
—¿Te dolió? Mi primera vez fue horrible —dijo.
—Fue doloroso, pero también fue muy tierno, y después de eso supo
cómo moverse dentro de mí.
—Te llegó al punto G. —Su voz retumbó de la emoción. Parecía que
acababa de encontrar un millón de dólares.
—¿Ves? Te dije que existía —le dijo la mujer de al lado a su novio. Se
inclinó hacia nosotras y dijo—: Él se cree que es un mito, como el monstruo
del Lago Ness.
Me reí, a pesar de la vergüenza.
Inclinándome hacia Lucy, susurré: —Deja de contarles a todos mi vida
sexual.
Se rio.
—¿Cuántas veces lo hicisteis?
—Perdí la cuenta, para ser honesta. —Sonreí a mi bebida mientras bebía
un poco.
—Joder… O es ridículamente viril o se tomó una pastillita azul.
—No se alejó de mí en ningún momento. Apenas me soltó.
—Entonces le tienes bajo tu hechizo. Bueno, ¿y ahora qué? —Mojó una
patata frita en la salsa antes de llevársela a la boca.
Resoplé. —Gran pregunta. No sé. Tengo que trabajar para su madre y
vivir allí en la propiedad. —Jugueteé con el vaso—. Dejó en claro que no
buscaba una relación, pero tampoco quiere compartirme. Eso me confundió.
Asintió, reflexionando sobre mis palabras. —Eso es definitivamente una
contradicción. ¿Te ha llamado hoy?
Negué con la cabeza. —Aunque se me ha roto el teléfono.
—Pero me has llamado esta mañana…
—Dejó de funcionar después de eso. —Suspiré—. No sé cómo afrontar
esta situación ahora. Qué decir o hacer.
—Simplemente déjate llevar por la corriente, nena. —Abrió las manos—.
¿Por qué estas preocupada?
—Porque apenas puedo concentrarme cuando él está cerca. Incluso antes
de que nos juntáramos. Y ahora solo hablar de él me acelera las
palpitaciones. —La miré a la cara—. ¿Qué pasa si simplemente me ha
utilizado?
Masticó una patata frita. —¿Siguió besándote?
Mis labios se curvaron lentamente. —Ya lo creo. Todavía me duele la
boca.
—Ahí lo tienes. Eso siempre es una señal de que le gustas.
Un par de hombres atractivos de veintitantos años se acercaron a nosotras
pavoneándose.
Mientras los veía acercarse Lucy dijo: —Bueno… no están mal. Me gusta
el moreno.
—Ay, por favor, Lucy, no los animes. No estoy de humor.
—Oye, solo porque tengas a un multimillonario caliente con una gran
polla no significa que yo no pueda divertirme un poco.
—Es verdad. Pero, ¿y si el otro intenta coquetear conmigo? No quiero
pasar por esto ahora.
—Les diré que eres lesbina.
Antes de que pudiera responder a esa ridícula idea, la pareja estaba frente
a nosotras. —¿Qué tal? ¿Os importa si nos unimos a vosotras?
Hablando de confianzas…
—Claro. Pero ella no está disponible, le gustan las chicas. —Dijo Lucy,
consiguiendo que quisiera gritarla para que dejara de ser tan directa.
El hombre pelirrojo se sentó a mi lado. —Hola, soy Jamie. Yo también
soy gay. —Hablaba con un fuerte acento irlandés.
No era la primera vez que me hacía pasar por lesbiana. Lo utilizaba de
excusa para evitar que los hombres coquetearan conmigo en los pubs. No
siempre me funcionaba. A menudo se quedaban intrigados y empezaban a
hacerme preguntas como: ¿Qué se siente al ser follada por una goma en vez
de por una polla de sangre caliente?
Jamie era atractivo y divertido, como el típico irlandés, y parecía que nos
conocíamos desde hacía mucho tiempo.
Si no hubiera estado tan loca por mi jefe, podría haber disfrutado
coqueteando un poco.
¿Coqueteando yo? ¿Desde cuándo?
—Bueno, ¿habéis oído ese de un irlandés, un italiano y un francés que
entran en un bar…?
Puse lo ojos en blanco. —No, pero seguro que nos lo vas a contar,
¿verdad?
Comenzó a contar el chiste y mi atención se dirigió a la puerta de entrada,
por la que vi entrar a Declan.
Le di una patada a Lucy, que prestaba toda su atención a Jamie y su chiste
con el rostro animado.
Ladeé la cabeza hacia Declan, que se dirigía a nuestra mesa; ella
finalmente se dio cuenta justo cuando Jamie terminó de contar el chiste y su
amigo Jeremy comenzó a reirse entre dientes, pero nuestra atención estaba
ahora en otro lugar.
Tanto Lucy como yo estábamos concentradas en el hombre que me había
robado el corazón y la mente.
Apenas podía hablar, solo un vergonzoso ‘Oh’ salió de mis labios, como
si estuviera mirando a un extraterrestre.
—Estás aquí —dijo al fin.
Asentí lentamente.
—¡Oh Dios mío! Eres Declan Lovechilde. Eres una puta leyenda en mi
casa —dijo Jamie.
Me volví hacia el irlandés con sorpresa. —¿Os conocéis?
Jaime negó con la cabeza. —No, pero mi padre estuvo en el ejército.
Vimos tu historia en la tele. Cómo salvaste a esa escuela de ser
bombardeada. Eres un maldito héroe.
Se levantó de un salto y estrechó la mano a Declan. —¿Puedo hacerme
una foto contigo para enseñársela a mi padre? —preguntó de manera
adorable, y Declan, que estaba tan mudo como yo, asintió vacilante.
Lucy se puso de pie. —Trae, yo os la hago.
¿Qué cojones?
Declan se puso junto a su nuevo admirador y sonrió. Iba vestido con unos
vaqueros negros, una camisa ceñida azul claro y una blazer color miel;
parecía salir de la portada del Man Beautiful y no pegaba para nada en un
pub irlandés lleno de gente común y corriente como yo.
Entonces caí en la cuenta. ¿Qué iba a hacer él con alguien como yo? Yo
era más de pubs que alguien elegante.
Después de que Jamie dejara de hablar efusivamente, Declan se giró hacia
mí. —Pasaba por aquí y te vi desde fuera.
Quedé desconcertada. Todo eso de que era un héroe y el alboroto que
montaron me habían dejado sin palabras.
Vamos habla. ¿Recuerdas? A, B, C…
Hubiera deseado que todos desaparecieran. Los impresionantemente
profundos ojos azules de Declan me atravesaron y parecía que me estaba
follando con ellos. ¿O era solo un recuerdo de esa mañana, cuando me miró
de la misma manera mientras su pene me devastaba?
El tiempo se detuvo y lo que era peor, todo el mundo parecía estar
mirándonos.
—He ido de compras. Eh… esta es Lucy, mi mejor amiga.
Lucy levantó la mano. —Hola. Encantada de conocerte.
—Este es Declan, mi jefe. —Me sentí obligada a presentárselo a los
hombres de nuestra mesa—. Por supuesto que lo sabes porque le has visto
en la tele… —balbuceé.
Trágame tierra.
—Entonces mejor te dejo —dijo Declan, sus ojos se movieron de mí a
Jamie.
Cree que estoy con Jamie. Mierda.
Capítulo 26

Declan

ME COSTÓ REUNIR TODA mi fuerza interior para no volver a ese bar e


insistir. Sí, insistir: Theadora ven conmigo.
Estaba con otro hombre.
¿Tan jodidamente pronto?
Mis sábanas aún estaban calientes de su hermoso cuerpo. Su perfume a
rosas aún llenaba mi espacio… ¿Y ella estaba saliendo con un chico?
Tal vez se conocían desde hacía un tiempo. Extendía su brazo alrededor
de su asiento, con un aire muy familiar, y todos se estaban riendo cuando
entré.
Mierda.
Intenté enviarle un mensaje de texto, pero no respondía. La incertidumbre
me mantuvo en aquella calle principal. Si volviera a entrar, parecería que
estaba siendo un controlador. Si no lo hacía, terminaría acostándose con ese
tipo.
Mierda.
Escuché ‘Declan’ y me giré a tiempo para ver a Theadora corriendo hacia
mí.
Sus labios se abrieron mientras se aproximaba, recordándome su imagen
rebotando sobre mi pene; sentí presión en los vaqueros.
—Quería decirte que te quedaras con nosotros, pero de repente te has ido.
—No quería entrometerme en vuestra quedada —dije.
—¡Qué va! Esos tipos acaban de sentarse con nosotras. Lucy es así.
—¿Cómo? —Tenía que saber si esa amiga suya era una mala influencia.
—Bueno, ella es muy sociable. —Esbozó una sonrisa tímida—. Yo no les
he invitado a sentarse con nosotros. Pero son majos, parece.
—He estado tratando de llamarte todo el día. —Odiaba sonar tan
desesperado.
Pero es que estaba jodidamente desesperado. Quería a esta chica. Ahora.
Desnuda. En mis brazos.
Tal vez con una semana juntos, quizás después podría sacarla de mi
mente.
No podía concentrarme. Absolutamente todo giraba en torno a Theadora.
Especialmente ahora que la había probado.
¿Probado? Fue un jodido banquete.
Sus cejas se fruncieron. —Ah… ¿Necesitabas que hiciera algo?
¿Organizar tus archivos o limpiar?
Mi corazón se llenó de afecto por lo inocente que era. Su rostro, de
repente, parecía el de una niña. Enternecedora. Quería asfixiarla a base de
mimos y comprarle todo lo que su corazón deseara. Aunque solo fuera para
disfrutar de su alma pura.
Con una mirada inquisitiva y los ojos muy abiertos, Theadora me hizo
sonreír con tristeza. —No, Theadora. Solo quería verte.
—Vaya. —Sus cejas se fruncieron como si mi deseo de verla fuera un
concepto abstracto.
—Ya no quiero que trabajes para mí. —Tomé su mano y la miré a los ojos
—. Preferiría que me permitieras conseguirte un apartamento en el que
puedas estar a gusto.
Retiró su mano abruptamente, como si mi palma estuviera hecha de vidrio
roto. —¿Ser una mantenida?
Odiaba cómo sonaba eso también. Negué con la cabeza. —No. Solo
quiero darte todo lo que esté en mi mano. Ayudarte.
—No necesito tu ayuda ni la de nadie. Eso va en contra de mi naturaleza.
—Bajo la luz de la calle, sus ojos brillaban con intensa emoción—. Soy
bastante independiente. He tenido que serlo. —Su voz se quebró.
Cogí su mano de nuevo. —Y te admiro por eso. De ninguna manera
quiero que parezca algo sórdido. —Tomé una respiración profunda para
pensar bien antes de hablar—. Solo quiero ayudarte a obtener ese título sin
que tengas que preocuparte por el dinero. A mí me sobra.
—Lo entiendo. —Volvió a mirar hacia abajo y dibujó un círculo con la
punta del pie—. Pero no estaría a gusto. No soy buena aceptando regalos. Y
ahora… si nosotros… —Exhaló y esa vacilante sonrisa suya despejó su
reciente fuego.
Se apartó del paso de un par de hombres que andaban tambaleantes.
—¿Qué vas a hacer ahora? ¿Te quedas con ellos?
Negó con la cabeza con decisión. —Dios, ¡no!
Tuve que sonreír por la forma en que su rostro expresivo se torció en una
mueca.
—Estoy seguro de que se quedarán muy tristes —le dije.
Su cabeza se echó hacia atrás bruscamente de esa forma autocrítica suya.
Theadora no se daba cuenta de que era un imán para los hombres. —Lo
dudo. De todos modos, Lucy les dijo que yo era lesbiana.
Mis cejas se levantaron y me reí. —Bueno, me alegro de que no lo seas.
—Quise aclarar ese comentario por las dudas—. Aunque no tengo nada en
contra de las mujeres homosexuales.
Ella se rio y eso relajó mis hombros.
—¿Podemos tal vez ir a algún lado y charlar? —Incliné la cabeza.
—¿Tenías algo en mente?
—Tengo muchas ideas. Pero solo nos involucra a ti y a mí. —Levanté una
ceja—. Podemos quedarnos aquí esta noche.
Sus ojos se encontraron con los míos. —¿En Mayfair, quieres decir?
Pensé en que Ethan estaría aquí, y lo que quería hacerle a Theadora
implicaba mucho sexo caliente y ruidoso. Quería escucharla gemir y yo
gemir a voz en grito, como lo hice cuando llegamos juntos al clímax.
Para mí fue como la primera vez.
Todo con Theadora era una novedad.
—¿Por qué no respondiste a mis llamadas? —pregunté.
Sus ojos buscaron los míos. —Se me ha roto el teléfono esta mañana.
Acabo de comprar uno nuevo y aún no lo he configurado. —Seguía
mirándome como si yo fuera un enigma—. Eh… ¿puedes esperar mientras
me despido de Lucy?
—Por supuesto.
Mientras se alejaba, observé su trasero balanceándose con esos vaqueros
ajustados. Mi corazón se aceleró. La excitación de tocar sus suaves curvas y
el recuerdo de su voluptuoso cuerpo retorciéndose y frotándose contra el
mío, hizo que mi sangre se espesara. También quería escuchar su voz. Oírla
hablar de cualquier cosa.
Ella calentaba el aire a mi alrededor.
Unos minutos más tarde venía caminando con gracia hacia mí. Una
sonrisa contagiosa creció en sus labios, nuestros ojos se encontraron y la
multitud de la calle se convirtió en un borrón.
—¿Has cenado? —pregunté.
—Pues todavía no.
—Vamos al Lovechildes. No está lejos. Tengo una suite en el ático allí.
—Oh, ¿te vas a quedar allí? —Frunció el ceño—. Yo trabajaba ahí.
Retorcí un mechón de su cabello. —Lo sé.
—Podría incluso haber limpiado esa habitación. Sería súper raro, ¿no?
Respiré. —A mí me resulta una hermosa coincidencia.
Me miró y la besé en los labios. Su suave boca estaba fría por el aire de la
noche.
—Ethan está esta noche en Mayfair. Tenemos una suite privada que es
nuestra. Mi padre solía quedarse allí, pero desde que volví se ha mudado a
un nuevo ático con su novio.
Dejó de caminar. —Perdón. ¿Tu padre es gay?
Asentí. Por lo que a mí respectaba, mi padre podría haberse convertido
hasta en un rastafari fumador de hierba. Con su suave y pequeña mano
entrelazada a la mía, la vida se sentía bien. Muy agradable.

THEADORA HACÍA INCLUSO QUE comer fuera erótico. ¿O era la


forma en que su pequeña lengua se deslizaba sobre sus labios carnosos?
—Esto está delicioso —dijo, empujando su plato a un lado—. He
limpiado esta habitación, pero nunca había estado aquí como huésped.
—Es muy extraño cómo funcionan las cosas —le dije—. Me refiero a tú
trabajando aquí…
Dio un sorbo a su vino. —No creo que me gustase ser una mujer
mantenida, Declan.
Ese repentino cambio de tema me molestó, a pesar de que el tema
necesitaba ser abordado. Fue tonto de mi parte pensar que podría hacer
cosas sucias con esta chica y dejar pasar ciertas cosas importantes.
Me acerqué a la ventana y miré la luna creciente, quieta perfectamente
sobre el Big Ben, como si estuviera mejorada digitalmente.
—Me encanta eso de ti. Otros ya tendrían la mano extendida. —Me giré
para mirarla—. Dar es algo que disfruto.
Se unió a mí en la ventana y sacudió la cabeza. —¿Eres realmente tan
increíble?
Me encogí de hombros. —Tengo mis momentos.
—¿Eres de verdad un héroe de guerra? —Sus ojos se encontraron con los
míos y sonreí con fuerza.
No me gustaba hablar de aquella etapa. —Solo estaba haciendo mi
trabajo.
—Pero salvaste una escuela, dijo Jamie.
—Solo convencí a un adolescente de que no se hiciera estallar.
—Dios mío. —Sus ojos se abrieron con sorpresa.
Sí, fue impactante. Ese adolescente con acné se parecía a cualquier chico
de los que se pasa el día jugando a juegos de guerra en la PlayBox, no en la
vida real.
—Estaba a punto de apretar el botón. Por suerte, logré disuadirlo.
Sacudió la cabeza con incredulidad. —Es una completa locura.
Asentí.
—Pareces triste. —Inclinó la cabeza.
—Estoy bien. Es que no me gusta hablar de aquello.
—¿Te han diagnosticado TEPT?
Tomé una respiración profunda. ¿Cuándo hemos llegado a este tema?
—En verdad, no. Pero reservo algunos momentos para quedar con los
muchachos, con mis compañeros del ejército, solo para desahogarme.
—Puedes hablar conmigo, si quieres. Sé escuchar. —Su tono suave envió
una calidez estremecedora a mi alma.
Abrí los brazos. —Ven aquí.
Envolví mis brazos alrededor de ella y la sostuve. —Esto ya es bastante
curativo para mí. Solo tenerte aquí. —Su cabeza llegó a mi pecho—. Eres
mucho más bajita de lo que pensaba.
—Soy bajita, sí. Me he comprado unos zapatos de tacón hoy. Me los
hubiera puesto, pero me dolían los pies de ir de compras.
Se rio y mi universo se volvió tecnicolor. Toda esa charla sobre terrenos
escarpados y guerras imposibles se desvaneció en un campo de flores.
—Eres hermosa lleves lo que lleves, Theadora. Recuérdalo. Y siempre he
tenido debilidad por las chicas bajitas.
—Cleo no es pequeña —dijo, separándose de mis brazos.
—Cleo no significó nada para mí.
Se sentó en el sillón orejero y colocó los pies a un lado. Me encantaba
verla tan informal y como en casa estando conmigo. —Lo entiendo. Eres un
multimillonario atractivo y muy codiciado.
Me encogí de hombros. —Yo no me veo así.
—Quiero seguir trabajando en el salón. ¿Te importaría?
Esa molesta situación de que ella trabajara para mi madre me hizo
colapsar de nuevo.
—Estás en tu derecho. Es solo que mi madre es una mujer difícil y quiero
que nos sigamos viendo.
Se desabrochó el moño y dejó caer su cabello. Se masajeó la cabeza. —
Ah… así mejor.
—Estoy de acuerdo. —Señalé su camisa—. ¿Qué tal si te desabrochas un
par de botones? O mejor aún, ¿si te la quitas?
Las comisuras de sus labios se torcieron al desabotonarse la camisa,
revelando un escote que sobresalía de un sostén rojo diminuto.
—Eres tan bella. —Mi voz se volvió ronca por el deseo.
Sonrió y sus mejillas se sonrojaron.
—Puedo ir a tu casa cuando quieras —dijo.
—Eso funcionará, supongo. —Fui a la barra y serví un poco de whisky
escocés en un vaso. —Ella negó con la cabeza cuando le ofrecí uno.
—Podemos llevarlo en secreto —dijo.
—¿Te sentirías cómoda haciendo eso? —Tragué un poco de alcohol. Toda
esta charla sobre cómo íbamos a estar juntos me estresaba.
Quería a Theadora cerca para asegurarme de que estaba a salvo y de que
no le hicieran proposiciones sórdidas como ocurrió con Reynard Crisp, que
andaba por Merivale como un mal olor.
Se encogió de hombros. —Claro. Quiero decir, solo estamos follando.
—Es más que eso, creo. —Me froté la mandíbula. No era fácil hablar con
ella sentada en esa silla y con las tetas medio saliéndose—. Te deseo. Es
todo lo que puedo decir. Te he deseado desde el momento…
Ups. No podía admitir eso, ¿verdad?
Se quitó la camisa y mi cerebro comenzó a colapsar.
—¿Vamos a la habitación? —pregunté.
—¿Querías follarme cuando me quedé a dormir en tu sofá en Mayfair?
Tomé una respiración profunda. —Mira, ya eras hermosa para mí
entonces, sí. Pero nunca hubiera hecho nada. Estabas drogada, por el amor
de Dios.
Se pasó la lengua por los labios y sus ojos se suavizaron.
La levanté de la silla y la llevé al dormitorio.
Se rio cuando comencé a besarla en el cuello y la mejilla.
—Probablemente peso una tonelada después de toda esa comida.
—No pesas nada.
Colocándola sobre la cama, la ayudé a quitarse los vaqueros, y mi
respiración se cortó al verla con unas diminutas bragas rojas.
—¿Cuándo puedo empezar a hacerte fotos? —Puse una media sonrisa.
Normalmente no filmaba ni fotografiaba a las chicas con las que follaba,
pero Theadora, con ese sostén y esas bragas diminutas era todo un
afrodisiaco.
—Solo cuando me dejes fotografiarte a ti. —Me lanzó una sonrisa
burlona.
—Yo no saldría bien. No como tú.
Me desnudé hasta quedarme en calzoncillos y mi pene rebotó, aliviado
por haber sido liberado.
Miró mi pene mientras lo sostenía en mi mano. —Me gusta ver tu gran
polla. —Mordiéndose el labio, parecía que había admitido algo tabú; su
sonrisa culpable hizo que mi polla se estirara hasta mi ombligo.
—Llevo duro todo el día pensando en ti —le dije—. No, mentira.
Sus cejas se juntaron.
—Llevo duro desde el momento en que te fuiste.
—Eso suena doloroso. —Se rio, abriendo las piernas lo suficiente para
que su raja se mostrara a través de la tela de encaje de sus bragas.
El líquido preseminal empapó mi mano.
—Eres jodidamente sexy para ser alguien sin experiencia.
—Es por cómo me miras. Y además, he visto algo de porno.
—¿Acabas de…? —sonreí— ¿Alguna favorita?
Abrió más las piernas, recorriendo los labios con su lengua.
Me uní a ella en la cama y froté mi polla contra sus bragas. Estaba
empapada.
—Me gusta ver cómo los hombres se follan a las chicas por detrás.
—¿A cuatro patas? —pregunté, bajando las cejas.
—No. Como lo hicimos en la ducha, con tus manos sobre mis tetas.
Siseé detrás de mis dientes. El líquido preseminal empapó mi estómago.
Bonito recuerdo ese. Mis bolas enterradas profundamente contra ese culo de
color melocotón. Su coño apretado y hambriento de mi polla.
—¿Quieres sentir mi polla dura dentro de ti? —pregunté. La sangre corría
a través de mí.
Asintió. Sus mejillas se sonrojaron.
Enganché sus bragas y las arranqué. Como consistían en un hilo fino,
resultó fácil y el gesto era totalmente adecuado para mostrar mi
desesperante necesidad de probarlo.
—¡Oye! Que casi me costaron el sueldo de un día entero. —Rio.
—Con gusto te abriré una cuenta en una tienda de lencería —dije.
La separé bien los muslos y me agaché hasta quedar entre ellos. Su aroma
femenino hizo que mi polla se pusiera dura como una roca.
Besé y lamí su clítoris hinchado hasta que se corrió por toda mi lengua;
sus gemidos susurrantes se convirtieron en gemidos prolongados mientras
me tragaba todo lo que me daba.
A continuación la senté encima de mí y desabroché su sostén. Tomando
sus tetas en mis manos, chupé sus pezones, que eran como frambuesas
maduras. Mi fruta favorita.
—Siéntate sobre mi polla.
Bajó lentamente sobre ella y gruñí de un placer insoportable.
—Estás tan apretada. —Agarré su trasero y ella rebotó sobre mí.
Me encantaba ver su rostro y cómo se mordía el labio mientras se mecía y
giraba encima mío. Su coño se contrajo alrededor de mi pene.
Sus ojos estaban oscuros, empañados por el deseo, sus mejillas rosadas y
su cuerpo… Esta chica me tenía esclavo de una excitación constante. Nunca
antes había sentido nada similar.
Enterré mi cara en sus tetas, lamiendo y mordisqueando sus pezones,
enviando un torrente de sangre a mi pene.
—Te tienes que correr ahora. —Apenas pude pronunciar esas palabras y
el poco control que tenía se fue a la mierda.
Sus movimientos aumentaron. Su cabeza cayó hacia atrás. Las paredes de
su coño se aferraron a mi polla de por vida.
Mientras ella gritaba, el placer me estremeció, y estallé dentro de ella. Las
estrellas brotaron detrás de mis ojos, al tiempo que mi esperma la inundaba.
Cayó en mis brazos y nos recostamos juntos, jadeando y suspirando.
Besé sus cálidos y suaves labios y floté hacia el paraíso.
Capítulo 27

Thea

EL PIANO SITUADO EN la parte trasera de la casa significaba que podía


practicar todo lo que me apeteciera. Dado que prefería la privacidad al
tocar, esto me vino muy bien. Era esa reticencia a tocar con público lo que
se interpuso en mi camino para convertirme en una buena intérprete. Eso
sumado a mi educación desestructurada, claro. Mi madre odiaba que yo
tocara porque la atención caía sobre mí entonces.
Con vistas al bosque, la sala ofrecía un ambiente relajante para practicar
escalas repetitivas. No se veían nada más que árboles y cielo. Estaba como
en un sueño.
Esto es en lo que mi vida se transformó de repente. Este hombre sexy y
atractivo que no podía quitarme las manos de encima me estaba ayudando,
y mucho.
Cuando levanté la tapa, el olor a cera me inundó con recuerdos de cuando
practicaba en casa de mi abuela. Me encantaba visitar su casa de campo en
los Cotswolds, así tenía un descanso de la tensión en casa. Casi lograba ser
yo misma en aquella casa. No me tenía que acostar en la cama muerta de
miedo cada vez que escuchaba pasos, ni tenía que mirar por encima del
hombro cuando estaba en el baño. El día en el que ella murió fue el día en
el que me derrumbé.
Subiendo y bajando por las teclas blancas y negras, no me podía creer lo
perfectamente afinado que estaba el piano. Declan había mencionado aquel
pequeño detalle. Sus ojos brillaron al decirlo, como si supiera que era algo
que me iba a emocionar. Le abracé. Había hecho tanto por mí, y ahora esto,
un piano perfectamente afinado en una parte apartada del salón.
Seguía preguntándome hacia dónde iba lo nuestro. Mi cabeza estaba llena
de él.
Por un lado, no quería etiquetarme como su novia, pero por otro, no
paraba de preguntarme si había hombres en mis clases.
Le aseguré que eran más jóvenes que yo.
¿Por qué iba a querer un niño cuando ya tenía a un hombre? Me guardé
esa pregunta para mí.
Declan no sería fácil de reemplazar. Esas cosas que le hacía a mi
cuerpo… Tenía un sexto sentido cuando se trataba de encontrar mis puntos
de placer. Era insaciable. Pero resultó que yo también lo era.
Era extraño compartir ese secreto. Desde aquella estancia en el hotel de
Londres, no habíamos pasado ni una sola noche separados.
Solía ir en bicicleta a casa de Declan. A él no le gustaba que hiciera eso y
se había ofrecido a comprarme un coche, pero rechacé su oferta, haciéndole
prometer que no lo haría.
Después de acercarme a la escuela, los estudiantes nos vieron y eso les
despertó la curiosidad. Me encogí de hombros, pero ahora tenía un montón
de chicas a mi alrededor que querían ser mis amigas para cotillear sobre
todo lo que ocurría en Merivale.
Les dije que yo solo vivía en esa dirección, pero comenzó a ser un poco
complicado mantener lo nuestro en secreto.
Declan seguía pidiéndome que aceptara su ofrecimiento de conseguirme
un apartamento cerca de la facultad para que me fuera de Merivale.
Después de todo lo que había pasado en mi vida, me había hecho la
promesa de ser totalmente independiente.
¿Qué sería de mí si mi historia con Declan terminaba? Ese pensamiento
hizo que mi corazón se encogiera hasta convertirse en un guisante.
Después del ensayo de escalas, practiqué Claro de Luna de Debussy, del
cual me iban a examinar.
La mayoría de los estudiantes habían elegido canciones de musicales e
incluso pop, pero a mí me encantaba tocar música clásica. La tradición
siempre había sido importante para mí.
Tal vez los gustos de ricos de mi madre se me habían contagiado
inconscientemente, viendo cómo tenía en alta estima a la clase alta hasta el
punto del elitismo.
Le hubiera encantado el hecho de que yo trabajara para los Lovechilde’s.
Podía imaginarla haciéndome preguntas sobre decoración y ropa y todas
esas cosas que a mí me importaban poco.
Perdida en el momento, cerré los ojos y, cuando los abrí, me sorprendió
encontrar a la señora Lovechilde parada en la puerta.
—Oh, lo siento. ¿Estoy molestando? —pregunté.
Vestida con una chaqueta, una falda ajustada y con el pelo recogido en un
moño, me recordó a todas las demás mujeres ricas que había visto en mi
vida. Era la personificación de la riqueza.
—Continua. Le tengo bastante cariño a Debussy —dijo con frialdad—.
No sabía que eras tan buena tocando.
—Me van a examinar de esta pieza en la universidad. Le agradezco que
me deje utilizar el piano, es un excelente instrumento.
Levantó la barbilla y me estudió.
—Declan… quiero decir, el Sr. Lovechilde, me dijo que usted también
solía tocar —dije, esperando una respuesta que se demoraba.
Sus ojos se clavaron en los míos.
¿Se habría dado cuenta de la conexión entre su hijo y yo?
—Solía tocar esa pieza. No tan bien como tú. —Se dio la vuelta y se
encontró con un hombre alto—. Oh, Reynard, me alegro de verte. Estaba
hablando con la sirvienta. Parece que conoce bien a Debussy.
El mismo hombre alto y pelirrojo que me había hecho proposiciones en la
cena, se acercó al piano y me indicó que continuara.
No estaba acostumbrada a tener público, y con esos ojos fríos sobre mí,
mis dedos comenzaron a temblar.
Me detuve. —Lo siento, me he puesto nerviosa.
—No eres solo una cara bonita, por lo que veo… —dijo, mirando hacia
mis muslos. Al ser un día cálido y no esperar visitas, me había puesto unos
pantalones cortos y una camiseta sin mangas.
Desafortunadamente, la camiseta sin mangas se había bajado hacia el
escote y pude sentir sus ojos sobre mis senos.
—Tomemos el té de la tarde —dijo la Sra. Lovechilde.
Dio media vuelta y salió de la habitación. Respiré profundamente, me
levanté, cerré la puerta y continué trabajando en la pieza.

JUSTIN, UN ESTUDIANTE DE mi edad, se acercó a mí justo cuando


entraba en los campos de la universidad.
Había estado corriendo y estaba sofocado. —Oye, Thea, hemos quedado
mañana por la noche en el Thirsty Mariner. Ya sabes, el pub del pueblo.
Asentí lentamente. Mañana por la noche parecía estar a toda una vida de
distancia. ¿Qué iba a hacer entonces? O más bien, ¿qué tenía Declan en
mente?
Ya llevábamos siete días juntos. Nos habíamos visto todas las noches. Por
supuesto, él siempre tomaba la iniciativa. Yo todavía estaba aturdida, creo.
Todo este romance me parecía un sueño.
Me prometí a mí misma construir una vida, y mezclarme con los
compañeros me parecía un buen comienzo.
—Claro, suena divertido —dije.
—Excelente. Será guay tomar una copa y charlar. Dominas muy bien la
práctica. Eres muy buena en música.
Sonreí. —Gracias. Acabo de empezar a tocar de nuevo. Hay un piano
donde trabajo.
—Escuché que trabajas en la propiedad de los Lovechilde. —Sus ojos
oscuros brillaron con interés.
—Sí, soy parte del servicio. Me viene bastante bien. Además, me encanta
Bridesmere. La costa es increíble.
—¿A que sí? Aunque me gustaría acabar mudándome a Londres. Una vez
que acabe la universidad iré a probar suerte allí.
Pasó un coche que me resultó familiar. Tenía las ventanas tintadas, pero
conocía aquel coche lo suficientemente bien. Aunque había ido en bici, a
veces Declan venía a recogerme.
Mi teléfono sonó. —Disculpa.
El mensaje decía: —¿Subes?
Miré hacia el coche. Había aparcado en una calle de atrás, junto a un
árbol. Una zona agradable y discreta.
—Eh… me tengo que ir. Hasta mañana entonces, en el pub.
—Genial. A las siete en el Mariner. —Sus ojos sostuvieron los míos por
un momento y sentí atracción.
Sonreí y le dejé, luego recogí mi bicicleta.
Me dirigí hacia el coche aparcado frente a un gran árbol. Declan salió y
abrió el maletero para meter mi bici allí. La levantó como si fuera un
juguete, esos músculos ondularon a través de su camiseta ajustada,
provocándome un calentón entre mis piernas.
Era como si estuviera en un estado constante de excitación, incluso
cuando él no estaba cerca. No me había quitado las manos de encima en
toda la semana. Cada noche me enviaba un mensaje de texto y yo acudía
como una mujer poseída.
No estaba segura de si aceptaría un ‘No’. Había determinación en sus
ojos.
Tal vez tuviera que ver con ser asquerosamente rico y cómo estaban
acostumbrados a obtener todo lo que deseaban. Declan no me pareció el
típico hombre rico arrogante. No como Reynard Crisp. De lo contrario, no
me habría sentido atraída por él.
Me abrió la puerta y me izó para meterme al coche. Me reí. —Puedo
hacerlo yo sola.
—¿No te gusta que te coja?
Esos brillantes ojos azules siempre me dejaban atontada.
Me pellizcó el trasero y me reí. —Me gusta. Pero no estoy acostumbrada
a este trato tan especial. Podría haber vuelto en bici sin problema.
—No sabía nada de ti, no sabía si vendrías —dijo.
¿Era eso un destello de inseguridad en sus ojos?
—Me gusta saber dónde estás —añadió.
Se pasó la lengua por la boca, y como un imán nuestros labios se
aplastaron.
Me aparté de su beso humeante. Principalmente porque sabía que podía
acabar con una escena de sexo en el coche. Sus manos errantes no paraban
quietas.
—Joder… me pones a cien —dijo—. Voy con una erección permanente
por la vida.
Froté su gruesa longitud a través de la tela de su pantalón. —Ya me he
dado cuenta.
—¿Quién era ese? —preguntó.
Capítulo 28

Declan

ERA TAN HERMOSA QUE dolía mirarla. Sus labios carnosos se abrieron
como una invitación. Su pecho se agitó mientras tomaba respiraciones
cortas. Theadora no sabía el efecto que tenía en los hombres, lo que no
hacía más que aumentar su atracción.
Nunca antes había estado celoso, pero ver a ese hombre cerca de ella
mientras conversaban, hizo que mis venas se tensaran.
Toda esta emoción me confundió.
No habría sido tan directo de no ser por el encuentro anterior con aquel
capullo pomposo de Reynard Crisp.
Con su característica sonrisa arrogante, hizo un asqueroso comentario: —
Debería pedirle a su personal que se pongan más ropa.
—No son mi personal. Eso es asunto de mi madre.
—Eres un Lovechilde y un día todo esto será tuyo. Estoy seguro de que
tienes algo de influencia por aquí.
—¿Qué haces aquí otra vez? —Odiaba a este hombre.
—Tengo algunos asuntos que tratar con Caroline. Y hablaba de tu
sirvienta, la guapa con curvas. La vi tocando el piano antes. No llevaba
mucha ropa encima. Ni siquiera veía sujetador desde donde la estaba
mirando. —Su ceja se elevó—. Todo un espectáculo. La he visto antes, por
cierto.
Mi mente estaba demasiado dispersa para seguir haciéndole preguntas.
Pero gracias a mi entrenamiento militar pude permanecer impasible y con el
gesto duro, como hacíamos con el enemigo.
—Te interesa, ¿verdad? —Su sonrisa le hizo parecer aún más feo.
—No es asunto tuyo. —Empujé mi hombro contra el suyo mientras me
alejaba con los puños apretados.
Theadora tenía que seguir siendo mi oscuro secreto. Aunque eso se
estuviera volviendo cada vez más frustrante.
Quería poder pasear con ella por el muelle, cogidos de la mano. O cenar
juntos en el pueblo. O abrazarla durante un paseo por los acantilados.
Solo quería que estuviéramos juntos. ¿Y sentía eso solo después de una
semana?
Me decía a mí mismo que no era más que lujuria.
Lujuria intensa y adictiva.
No podía saltar con los pies por delante hasta comprobar que no era un
simple capricho de mi polla. Hasta que eso no sucediera, no estaba en
condiciones de comprometerme.
Mientras nos alejábamos, Theadora dijo: —Era Justin. Está en el mismo
curso que yo.
—¿Te ha invitado a salir?
Se giró bruscamente y me miró fijamente.
—¿Y esa mirada a qué viene? —pregunté.
—¿Te importa si lo ha hecho?
Subí la colina, doblé la esquina hacia Winchelsea Lane y estacioné en mi
casa.
La respuesta se quedó atascada en el fondo de mi garganta.
Permanecí en silencio mientras caminábamos hacia la puerta.
Por supuesto que me importa, joder.
Nadie debía tocarla. Nadie.
Incluso la idea de que Reynard Crisp la hubiera visto sin sostén me
perturbaba más allá de las palabras.
Abrí la puerta y la dejé entrar.
—La respuesta es sí. Me perturba. Quiere follarte.
Aturdida, se detuvo en la entrada. Su boca se abrió, como si hubiera
admitido algún crimen perverso.
—¿Cómo puedes decir eso? Estabas a kilómetros de distancia.
—Porque puedo leer el lenguaje corporal. —Me dirigí a la nevera y,
tomando una botella de agua, desenrosqué la tapa y se la ofrecí.
Ella la tomó y bebió. —Si yo hubiera estado interesada, que no lo estoy,
¿qué derecho tienes sobre mí? —Sus ojos estaban muy abiertos y ardientes.
—No me gustaría que estuviéramos con otras personas. Ya lo sabes. —
Tomé un trago de agua y me limpié los labios.
—No estoy interesada en él ni en nadie. Solo… —dio un sorbo a su agua
y apartó la mirada—, en ti.
Tomé la botella de su mano y la sostuve.
Cálido, suave y táctil, su cuerpo se fundió con el mío haciendo que mi
corazón suspirara.
No solo quería hacerle el amor, sino que quería protegerla.
—Solo llevamos juntos una semana —dijo, soltándose de mis brazos.
Pareciendo abrumada, se frotó la frente. Al igual que yo, estaba tratando
de entender esta pasión nuestra, ardiente e imparable.
Exhalé un suspiro. —Es muy intenso para mí.
—También es intenso para mí. Eres el primer hombre en mi historia y no
tengo ni idea de cómo debo manejar esto. —Abrió las manos—. Sin
embargo, tengo derecho a hablar con otros hombres.
Asentí lentamente. —Eso es lo que haces.
Llevaba una camiseta ajustada. Sus pezones estaban duros y se notaban, y
entonces recordé los comentarios de Reynard. —Me han contado que te han
visto sin sujetador en Merivale.
Su rostro se enrojeció. Si eso era vergüenza o ira, no podría decirlo. Pero
a medida que la iba conociendo, noté su lado luchador, lo que incrementaba
mi excitación.
—Era mi tiempo libre. Estaba practicando. No esperaba que nadie entrara
en la sala del piano.
—¿Así que entró mientras tú tocabas? —Fruncí el ceño. ¿Por qué estaba
ese hijo de puta allí?
—Tu madre entró primero.
Mis cejas se levantaron. —¿Mi madre te vio sin sostén?
Resopló. —Que llevaba un maldito sostén. —Su voz, a pesar de ser
abrasiva, temblaba—. Solo me lo aflojé un poco mientras practicaba. Y
como llevaba puesta una camiseta sin mangas, pues… —Negó con la
cabeza y entrelazó los dedos—. Todo sucedió de repente. Sin darme cuenta
estaba allí hablando conmigo sobre la pieza que estaba tocando y al minuto
siguiente entró ese tipo espeluznante y comenzó a mirarme de arriba abajo.
—Las lágrimas cubrieron sus grandes ojos.
Agarró su mochila.
—¿A dónde vas? —pregunté.
—Me voy. No puedo soportar esto. Me estás volviendo loca. No puedo
concentrarme en mi trabajo. Cuando consigo practicar un poco, pasa esto.
Yo no quería todo este lío.
Se fue, dejándome allí completamente desconcertado.
Recobrando el sentido fui tras ella, mientras Theadora corría colina arriba.
Su bicicleta todavía estaba en la parte trasera de mi coche.
Corrí tras ella. —¡Vuelve! Lo siento.
Se giró y sus ojos llorosos se encontraron con los míos.
Alice, una vecina mayor, estaba en su jardín con su Jack Russell
contemplando toda la escena.
La saludé con la mano y Theadora, al ver a mi chiflada vecina, puso los
ojos en blanco sutilmente.
Cuando estábamos en el patio delantero, dije: —Gracias por no montar
una escena frente a Alice. Tal y como están las cosas, todo el mundo se
enterará mañana.
Sacudió la cabeza. —Se está volviendo difícil guardar el secreto.
Me rasqué la mandíbula. —Tienes razón. Los pueblos pequeños tienen su
encanto, pero también sus contratiempos. A la gente le encanta cotillear.
La conduje adentro. —Tengo pizza. —Incliné la cabeza. Una especie de
ofrenda de paz.
—Supongo que podría comer un poco. Tengo hambre —dijo con una leve
sonrisa.
—Eso está mejor. —Besé sus labios fríos.
Se sentó en la isla de la cocina, abrí la caja de pizza y le traje un plato. —
Sírvete tú misma.
—Mmm… gracias. Ñam. Justo lo que necesito, carbohidratos. —Sonrió
tímidamente.
Allí estaba de vuelta esa chica incierta.
Me gustaban todos los matices de Theadora. Luchadora. Tímida. Sexy.
Nerviosa. Triste. Me gustaba todo de ella.
—En cuanto a lo de antes… —Me limpié la boca con una servilleta de
papel—. No quería decirte qué ponerte.
—Está bien. Lo entiendo. No es lo más adecuado que vaya en pantalones
cortos y camiseta sin mangas.
—A mí me encantaría verte vestida así, y sin sujetador. —Sonreí.
—Es porque eres insaciable. —Hizo una mueca y me hizo sonreír—. Pero
bueno, me limitaré a usar ropa suelta. Incluso si tengo que comprar ropa
antigua de abuela en una tienda de la beneficencia.
Me reí. —Estarías increíble hasta con un saco. Pero bueno, ponte lo que
quieras. Aunque lleva sostén, ya eres una niña grande.
Mi pene se estiró mientras mis ojos viajaban hacia su blusa ajustada. Sus
pezones se endurecieron y yo quería devorarla más que a la pizza.
—Hablando de ropa, bueno de ropa interior… —Me entró la vergüenza.
Estaba haciendo el ridículo, considerando que era yo el que le arrancaba la
ropa interior con los dientes—. Te he comprado algo.
No pude resistirme después de pasar por delante de una tienda de lencería.
Yo tenía debilidad por la ropa interior de encaje y a Theadora le sentaba
bien.
Muy bien.
—Ah, ¿en serio? —Sus ojos brillaban con curiosidad—. Vaya… —Se
cogió la barbilla—. Déjame adivinar. ¿Lacy & skimpy?
Asentí. —Después de destrozarte todas las bragas, me sentía en la
obligación.
Se rio.
Después de comer, nos sentamos en el sofá.
—¿Cómo va lo del centro de reeducación?
—Debería estar en funcionamiento a finales de mes.
—Qué pronto —dijo—. ¿Participarás activamente también? ¿O
simplemente lo supervisarás?
—Solo lo supervisaré. Carson estará a cargo. Es formidable cuando se
trata de obtener resultados. Yo soy demasiado blando.
Su cabeza se echó hacia atrás. —No pareces un blandengue. —Pasó su
mano sobre mi bíceps—. Ciertamente no lo pareces.
Me levanté y cogí la bolsa del dormitorio. —Ten. Para ti. O debería decir
para mí. —Arqueé una ceja—. No te importa, ¿verdad?
Sacudió la cabeza mientras sostenía unas braguitas de encaje blanco sin
entrepierna. —Vaya, se olvidaron de coser un refuerzo.
—Pensé que sería agradable. —Sonreí.
—Sobre todo ahora que me he depilado al estilo brasileño. —Arqueó las
cejas.
—Gracias, pero no tenías que hacerlo. —A mi polla le encantó esa nueva
noticia—. Me gusta verte. Todo de ti me gusta.
—¿Quieres que me lo pruebe?
Asentí, desabrochando mis vaqueros para liberar el dolor. Solo hablar de
sexo me excitaba y me perturbaba.
—Dame un par de minutos. ¿Me quieres en el dormitorio?
—Lo que quiero hacerte, sí. Será más cómodo —dije.
Unos minutos más tarde, gritó: —Listo, Sr. Lovechilde.
Me reí de su tonta referencia a que yo era su jefe y ella mi indecorosa
sirvienta. Me gustó el juego.
Me gustaba cualquier cosa que nos distanciara de la realidad.
Se acostó en la cama apoyada contra las almohadas. Apenas cubriéndola,
compré la prenda más diminuta que pude encontrar.
Sus pezones se clavaron a través del encaje. Mi lengua salivó.
Señalé. —Ábrete de piernas para mí.
Con una sonrisa tímida que me puso aún más caliente, separó las piernas
y gemí por lo rosada y jugosa que se veía su raja.
Mi polla se volvió de acero y me llevé la mano a ella instintivamente.
—¿No eres una sirvienta sexy y sucia? —Mi voz era ronca por la
excitación—. Tócate para mí.
Se acarició el clítoris y luego se penetró con el dedo.
Mi corazón latía como si fuera mi primera vez con ella.
—¿Puedo probar yo ahora? —Me senté en el borde de la cama y palmeé
sus tetas, acariciándolas y apretándolas, disfrutando de lo cálidas, suaves y
firmes que eran.
Besé sus dulces labios y luego bajé besando hasta sus pezones.
Mordisqueando a través del encaje, lo arranqué y chupé sus pezones,
mientras pasaba mis manos por su pequeña cintura.
—Siéntate sobre mi cara —le dije.
—¿Qué? —Rio—. ¿En serio?
—Sí. Muy en serio. Hazlo.
—Vaya… qué mandón.
Ella disfrutaba este juego tanto como yo.
—Nada como bailar mejilla con mejilla —bromeé.
—Te voy a aplastar.
La sostuve por las caderas, coloqué su curvilíneo trasero en mis mejillas,
y procedí a lamer, mordisquear y besar su jugoso coño.
Se retorció en mis manos. —Oh Dios mío. Por favor, deja de hacer eso.
Seguí chupando su clítoris hasta que echó flujo por toda mi cara mientras
clavaba sus uñas en mis hombros.
El dolor nunca me había gustado tanto.
La ayudé a bajar. Sus ojos estaban medio cerrados y sus mejillas rojas
mientras jadeaba.
—Mierda. Eso ha sido una locura. —Se rio.
—A cuatro patas —la ordené.
Se dio la vuelta y con su trasero rozando mi pelvis, entré en ella con un
profundo empujón y gruñí.
¿Yo gruñendo? Nunca antes había hecho ruidos mientras follaba.
Nos observé en el espejo. Sus tetas caían sobre mis manos. La embestí
como un hombre drogado de sexo.
La imagen de mi polla roja y dura entrando profundamente hasta mis
pelotas, sus grandes tetas colgando y yo tirando suavemente de su cabello
para que su cabeza se tensara hacia atrás, se convertiría en una fantasía que
nunca me dejaría. Estaba seguro de eso.
—¿Puedes ver lo jodidamente caliente que eres?
—Ajá —murmuró ella. Gimiendo mientras la embestía.
El encaje blanco que enmarcaba su trasero acentuaba sus deliciosas
curvas.
Bombeé y bombeé dentro de ella. La sangre brotó a través de mí. Cerré
los ojos y solté un gemido agonizante.
Su coño se convulsionó incontrolablemente mientras gritaba al mismo
tiempo que la penetraba profundamente.
Cayendo sobre mi espalda, resoplé y jadeé, luego tomándola entre mis
brazos la besé tiernamente.
Sentí su cabello sedoso y suave entre mis dedos mientras aspiraba su
dulce olor femenino como si fuera una rosa. La apreté con fuerza y ella se
rio. La miré a los ojos y mi corazón se elevó como un pájaro en el paraíso.
Parecía estar a gusto en mis brazos. Era la solución perfecta para dormir.
A su lado siempre tenía dulces sueños, y por las mañanas me despertaba
con una sonrisa, sintiendo su cálido aliento en mi pecho.
Capítulo 29

Thea

UN CHORRO DE ALTA presión masajeó cada centímetro de mi cuerpo.


Un suspiro eufórico salió de mis labios cuando la cascada de agua calentó
mi piel y relajó mis músculos. Hablando de mimos…
Declan se aproximó y se ofreció a enjabonarme el pelo.
Todo músculos. Un cuerpo fuerte y poderoso. Piernas largas y bien
formadas. Me preguntaba si todavía hacía ejercicio. Había visto algunos
aparatos en la parte de atrás y no creo que ese tipo de cuerpo se consiguiera
permaneciendo sentado.
Me había acostumbrado a buscarle en Google puesto que cada vez que
nos reuníamos teníamos pocas conversaciones, aparte de pedirme que me
quitara la ropa o decirme lo hermosa y sexy que era.
Encontré un artículo que hablaba sobre su valentía como soldado. Me
extrañó ya que en la mayoría le presentaban como un candidato en el
mundo de las aspirantes a Cenicienta, y por supuesto él era el soltero de
oro. Mostraban fotos suyas donde se le veía molestamente fotogénico.
Nunca salía mal. Incluso por las mañanas, con el cabello alborotado y los
ojos color aguamarina, soñolientos y sexys.
La mayoría de los artículos hablaban sobre tonterías acerca de mujeres
echándosele encima y él hablando de sus proyectos para ayudar a jóvenes
con problemas. En ninguno se mencionaba nada relacionado con el
matrimonio o su deseo de formar una familia.
Le pintaban como un playboy, y eso me quitó el sueño.
Tenía que seguir recordándome que lo que teníamos era solo sexo caliente
con el que ya era mi antiguo jefe, ya que que había accedido a dejar de
limpiar para él.
Incluso llegó a admitirme que solo me contrató porque quería follarme.
Podría haberme molestado pero, en cambio, caí bajo su hechizo y me
ahogué en sus suaves ojos turquesa.
Al menos fue honesto.
Los chorros de agua nos rociaron desde todos los ángulos. Cuando cerré
los ojos, sus brazos me abrazaron por detrás. Besó mi cuello y pasó su
lengua por mi hombro.
Me recosté contra él, dejándolo sostenerme mientras me lavaba el cabello.
Masajeó mi cuero cabelludo con sus dedos firmes, enviando ondas de
placer a través de mí.
Ni siquiera mi madre me había lavado nunca el pelo. Tenía una niñera que
hacía esas cosas por ella.
Las lágrimas se me acumularon en los ojos. Me estaba apegando
demasiado y temía que tarde o temprano mi estado de dicha colapsara.
—Me estás mimando mucho —le dije, dándome la vuelta.
Sonrió dulcemente y luego me besó con ternura. He ahí mi dilema, o mi
tranquilidad. O ambos.
Declan siempre fue dulce. Compartíamos momentos sencillos, como jugar
al ajedrez o ver la televisión. Teníamos largas conversaciones sobre
cualquier tema, países que nos gustaría visitar, películas y libros que nos
encantaban. Estaba muy interesado en mi deseo de convertirme en maestra.
Siempre me cogía la mano o pasaba su brazo sobre mí.
No solo era solo sexo ardiente.
El resplandor de la calidez entre nosotros hizo que mi corazón estallara en
mi pecho. Una especie de orgasmo eufórico. Pero entonces el miedo y la
inseguridad se colaron para estropearme la fiesta.
Era como una batalla entre mi cabeza y mi corazón. Sin embargo, mi
cuerpo parecía decidir. Me bastaba solo una bocanada de él, o verlo sin
camisa, o ese bulto prominente que asomaba en sus calzoncillos, y estaba
perdida. Mi corazón y mi cabeza solo esperaban impotentes para
entrometerse, agitando el dedo y gritando: ‘Cuidado’.
Le lavé yo a él con una esponja y gel de baño con un olor divino.
Cuando llegué a su pene no froté con la esponja, sino que jugueteé con él
en mi mano. Se me hizo la boca agua al verlo crecer ante mi tacto.
Si bien la idea de chupar la polla de un hombre me revolvía el estómago
en el pasado, chupar la polla de Declan se había convertido en una obsesión
humeante.
Me puse de rodillas.
Con el agua tibia cayendo en cascada sobre mí, le miré y metí su polla en
mi boca.
—Ángel, no tienes que hacer esto.
Me derretí.
¿Ángel?
Su polla se puso aún más dura dentro de mi boca, estirándola al máximo.
¿Dónde diablos iba a meterme esa gran polla? Por supuesto, me ahogué.
—Realmente no tienes que… oh dios, es espectacular. —Mordiéndose el
labio, los ojos de Declan se entrecerraron—. ¿Dónde has aprendido a hacer
eso?
Me retiré y dije: —He estado practicando.
Su hermoso rostro se contrajo. —¿Perdona?
Me reí y me metí de nuevo su polla en la boca, moviéndola arriba y abajo.
Me detuvo. —¿Qué quieres decir con que has estado practicando?
Declan tenía una vena posesiva, lo que hizo que mi corazón sonriera y mi
espíritu libre frunciera el ceño.
—Con un plátano. Lucy me enseñó.
—¿En serio? —Sus cejas se levantaron—. Entonces es una buena
maestra.
Su pene era tan grande que me dolía la boca, pero continué moviéndome
arriba y abajo mientras succionaba. Su cabeza seguía goteando líquido
preseminal en mi lengua.
—Necesito estar dentro de ti —dijo como si luchara por respirar.
Habíamos follado durante la mitad de la noche, como todas las noches
durante la última semana más o menos. ¿Ya habían pasado siete días? No
podía recordarlo.
Las hormonas y los orgasmos interminables habían empañado mi cerebro.
A veces, ni siquiera podía recordar mi nombre.
Era incomprensible, pero me había vuelto igual de insaciable.
Me dio la vuelta y chupó mi cuello, enviando deliciosas chispas a mi
hendidura.
Frotó su pene y sus testículos contra mi trasero.
—No quiero hacerlo por detrás —le dije.
—Yo tampoco. Soy adicto a tu coñito apretado y cremoso.
Su pene entró en mí por detrás y me impactó hasta que las estrellas
explotaron y me enviaron a volar. Nuestros gemidos resonaron con fuerza
contra las paredes de azulejos.
Eyaculó tan fuerte que pude sentir su esperma brotando dentro de mí y las
venas de su pene pulsando contra mis paredes.
—Eres una adicción, Theadora. —Respiró contra mi cuello.
—Tú también. —Giré para mirarle.
Una profunda expresión de búsqueda brilló en sus ojos. ¿Estaba
asomando esa vulnerabilidad? ¿O era yo viéndome a mí misma a través de
sus ojos?

EL THIRSTY MARINER ME recordaba a un museo marítimo. En los


estantes había botellas y jarras de cerveza con caras sonrientes. De las
paredes colgaban imágenes de barcos de pesca antiguos, mientras que en las
vitrinas de vidrio había instrumentos de navegación y todo tipo de objetos
de marineros.
Había un escenario en la esquina con instrumentos musicales, incluido un
piano tan viejo como el pub.
Justin y otros seis chicos, cuyos nombres no recordaba, se unieron a mí en
el bar.
Mi atención solo daba para ir de uno en uno, así que me encontré
cambiando de una pierna a otra en medio de un grupo ruidoso y
dicharachero. Era mi primera salida social con mis compañeros de clase.
Después de ver a Declan todas las noches, me sentía extraña sin ir a verle,
pero se estaba convirtiendo en un apego. Necesitaba esto. Pasar el rato con
gente, aunque solo fuera para recordarme que había vida fuera de la
habitación de Declan.
Mi cuerpo no estaba tan convencido después de esa erótica escena en el
baño.
Entre nosotros generábamos suficiente vapor como para calentar una casa
entera.
Allá donde mordió mi cuello me hizo una marca roja bastante visible, así
que tuve que ponerme una bufanda para ir al pub.
Por suerte, tenía la noche libre.
Justo cuando salía del salón, me di cuenta de que llegaba un servicio de
catering para lo que parecía ser otra cena. Por suerte no me pidieron que
trabajara, no podía llevar jersey de cuello alto debajo de la camisa y me lo
habrían visto.
—Entonces, ¿te gusta más la clásica que la contemporánea? —preguntó
Justin, de pie tan cerca de mí que su colonia me subió por la nariz.
Asentí. Tenía unos bonitos ojos marrones y un cuerpo alto y fuerte. Si no
me hubiera enamorado de Declan, podría haberme sentido atraída. Pero
nadie se podía comparar con mi antiguo jefe.
—Tienes mucho talento —dijo.
—Gracias. ¿También te estás especializando en piano? —pregunté,
dándome cuenta de que sabía muy poco sobre él, aparte de que estaba en mi
mismo curso.
—La guitarra es mi instrumento favorito. Vamos a tocar esta noche. Pero
solo un poco. Un blues de doce compases.
—Ah, ¿en serio?
Asintió. —Mirabel Storm, que vive en el pueblo, es una gran cantante.
Escribe sus propias canciones. Normalmente, toca sola, pero últimamente
nos hemos unido a ella para algunas canciones. ¿Tal vez quieras ponerte al
piano?
Me bebí todo el vino de un trago ante esa sugerencia. ¿Yo? ¿Tocando
frente a una multitud? —No soy muy buena improvisando.
Frunció el ceño. —Si puedes tocar Debussy, creo que puedes improvisar
con acordes de blues.
—¿Es solo rock? —pregunté.
—Mirabel es una cantante de blues y folk. Escribe sus propias canciones.
Habla sobre todo del medio ambiente.
—Me gustará escucharla —dije.
—¿Por qué no hacemos una ronda de chupitos? Tal vez eso te libere un
poco. Es muy divertido. Se ha convertido en algo habitual en el pub. Y tú
pareces controlar mucho más que todos nosotros.
Sonreí. ¿A quién no le gusta un cumplido?
—Ya veremos. Tal vez después de un par de copas consiga relajarme.
Sonrió brillantemente. —Eso me gusta más.
Después de unos chupitos, de hecho, me puse en marcha.
Mirabel Storm cantó y quedé impresionada. Su voz me recordó al mar.
Era etérea a veces, llena de ira y capaz de envolver a los demás. Tenía una
larga melena roja y grandes ojos verdes; era asombrosamente hermosa, de
una manera terrenal.
Después de terminar su actuación, se unió a nosotros y nos presentaron.
—Has estado increíble. Excelentes letras, y me gusta tu elección de
acordes —dije.
—Gracias. —Sonrió.
—Theadora es una gran pianista —intervino Justin.
Puse los ojos en blanco. —No soy tan buena. Casi nunca practico.
—Tal vez quieras acompañarnos en la próxima canción. Me encantaría un
poco de piano. Escribo principalmente sobre el mar —dijo Mirabel.
—Ya lo he visto. Tu voz suena como el viento. Me encanta tu estilo
flotante y cómo vocalizas las letras.
Los ojos verdes de Mirabel brillaron. —Muchas gracias. Es exactamente
lo que pretendo. Hacer imágenes con mis palabras y voz.
—Es muy interesante —le dije—. A veces me recuerdas a Kate Bush.
Su rostro se iluminó. —Oh, Dios mío, la amo.
—Yo también. —Sonreí.
—¿Eres de por aquí? —preguntó Mirabel, aceptando una copa de vino
tinto de Justin, que estaba cerca. Parecía disfrutar de mi compañía por
alguna razón, y era un gran admirador de Mirabel, lo cual era comprensible
dado su talento y su cercanía.
—Me he mudado hace poco —dije.
—Ella trabaja para los Lovechilde —agregó Justin.
Mirabel asintió lentamente y noté una ligera curva en sus labios. —¿En
Merival Hall?
Asentí. —¿Lo has visitado?
—Por supuesto. Crecí allí, en una granja. Mi familia lleva en la industria
láctea unos dos siglos.
—¿Así que has vivido aquí toda tu vida? —pregunté.
—Así es. Quiero decir, voy a Londres cuando puedo y he viajado por toda
Europa tocando en la calle.
—¿Tienes algún disco? —Por fin me sentía relajada y un poco borracha
después de un par de copas; me gustaba estar allí, charlando con gente
nueva.
—Sí, tengo. Los vendo cuando toco en la calle. Así es como me gano la
vida. —Dio un sorbo a su bebida mientras me estudiaba—. Entonces, ¿has
conocido ya a los hijos y la hija?
Asentí. —Sobre todo a Declan. También me contrató para limpiar en su
casa hasta hace poco.
—Es el más amable de los tres. Pero esconde un oscuro secreto.
Mi columna se puso rígida, y una sensación de náuseas se instaló en la
boca de mi estómago, relegando a mi buen humor a lo más profundo.
—Ah, ¿en serio? No me parece alguien que pueda esconder nada
demasiado horroroso. —Me mordí una uña. La pesimista natural que
habitaba en mí siempre asumía lo peor.
—Bueno, no es tan malo, solo que acaba rompiendo el corazón de
cualquier chica que se le cruce. Es difícil que no te guste porque es
generoso y ha hecho mucho por la comunidad. No como el idiota bocazas
de su hermano.
¿Era yo la siguiente a la que rompería el corazón?
Tenía la boca tan seca por la ansiedad que bebí lo que me quedaba de un
trago. Después de todos esos años manteniendo mis emociones reprimidas,
¿cómo llegué a convertirme en alguien tan vulnerable?
Justin, que seguía cerca de nosotras, se unió a la conversación. —Pero tú
tuviste algo con Ethan cuando tenías dieciséis años, ¿no?
Mirabel puso los ojos en blanco. —Fue solo un pequeño escarceo. Solo
unos pocos besos, nada más. Solo tenía dieciséis años. Así es como sé que
es un idiota. Mi primera canción fue sobre él.
Asentí distraídamente. Quería saber más sobre Declan y ese oscuro
secreto y no tanto sobre Ethan.
Capítulo 30

Declan

MIRÉ EL RELOJ. ERAN las 9 p.m. Otra cena. Esta vez por el cumpleaños
de Will. Cuando llegó el pastel, suspiré con alivio sabiendo que podría irme
después.
—¿Dónde está la nueva sirvienta? —preguntó Ethan.
—Es su noche libre, supongo. —Puse mi cara de póquer. Mi hermano y
yo generalmente solíamos contarnos nuestros líos, pero esto era diferente.
—¿Ya te la has follado? —Sonrió.
—No es asunto tuyo.
Me miró a los ojos. —Deberías.
Elegí el silencio en lugar de discutir. Mi hermano sabía leer entre líneas.
A estas alturas ya sabía la respuesta.
Colocaron las velas en el pastel y los invitados cantaron —Cumpleaños
Feliz…
Fue una reunión íntima, para variar. Solo una docena de personas.
Como era el cumpleaños de Will, mi padre estaba allí con Luke.
—¿No es una escena entrañable? —Ethan se rio entre dientes—. Creo que
muestra madurez. Madre aceptando en lo que Padre se ha convertido y
Padre aceptándola a ella, incluso después de engañarle todos estos años.
—Sí, una gran familia feliz.
—¿No te has acostumbrado? —preguntó, sonriendo ante mi tono
sarcástico.
—No. Hay mucha tensión aún. Lo sientes, ¿no?
—Es por lo del resort. Mamá no ha parado de intentar convencer a papá al
respecto.
—Al menos eso lo mantienen como siempre. Solo se ha acabado su
matrimonio. —El mayordomo me pasó un trozo de pastel y se lo agradecí
con un movimiento de cabeza.
—¿Desde cuándo eres tan conservador con los matrimonios? La última
vez que hablamos de ello, estabas en contra por siempre y para siempre —
dijo Ethan, llevándose una cucharada con pastel a la boca.
Me encogí de hombros. —Me refiero a los engaños que han estado
sucediendo bajo este techo. Primero debieron separarse. Pero sí, no soy
muy partidario del compromiso.
Entonces, ¿por qué diablos me preocupa el hecho de que Theadora vaya
al pub esta noche con aquel estudiante guapo?
—Por otros cuarenta años —brindó mi madre.
Nos levantamos y bebimos a la salud de Will.
Diez minutos más tarde, me fui y, cuando salí a los jardines delanteros,
encontré a Ethan compartiendo un cigarrillo con mi hermana.
—Pensé que lo habíais dejado —dije.
—Yo sí, pero Savvie no lo ha hecho, y necesito un golpe de nicotina
después de esa farsa.
—Ni siquiera sé por qué mamá insistió en hacer una cena. —Savanah se
giró hacia mí—. He oído que el centro de reeducación se inaugura en cuatro
semanas. ¿Estamos invitados?
—No hubiera pensado que te gustaran ese tipo de eventos —dije.
—Bueno… me van bastante los machos alfa. —Exhaló el humo.
—¿Sigues saliendo con ese traficante de coca? —preguntó Ethan.
Mi hermana arrugó la cara. —No. Eso ya está muy pasado. Estoy soltera
en este momento.
Mi hermana y sus chicos malos. —¿Aún te está acechando? —pregunté.
—Sí, lo está. Podría necesitar un guardaespaldas. ¿Qué tal Carson?
—Va a estar ocupado con el centro. Lo tengo a cargo del programa de
entrenamiento. Para que lo sepáis, algunos de mis antiguos compañeros del
ejército ahora trabajan en seguridad. —Empecé a sospechar—. Aunque no
pareces preocupada precisamente.
—Puedo cuidar de mí misma. Pero sí, podría contratar a alguien para
cuando esté en Londres.
Miré el reloj. —Tengo que irme.
—Oye, ¿puedes llevarme al pueblo? —preguntó Ethan.
—Por supuesto. —Una sensación incómoda se instaló en mi estómago.
No tenía intención de ir a ese pub, pero mi necesidad de ver a Theadora
había incrementado por minutos.
—¿A dónde vas? —preguntó Savvie.
—Pensé que podría pasarme por el Mariner para tomar una copa y ver qué
están haciendo los lugareños —dijo Ethan.
—Cantar canciones del mar, beber cerveza y apestar a pescado. —Savvie
se rio—. Aunque podría acompañarte. Cualquier cosa para alejarme de la
tensión que se respira aquí. Mamá no para de hablar del resort y papá se
dedica a beber. Oye, ¿crees que a Luke le gusta? ¿O crees que solo va a por
su dinero?
Estaba demasiado ocupado tratando de averiguar cómo podía evitar que
mis hermanos visitaran ese local como para responder.
—No me parece que esté enamorado —dijo Ethan.
Me siguieron hasta el coche y se subieron.
Cuando llegamos al pub, Ethan preguntó: —¿Vas a entrar?
Los miré a ambos, mi hermano con su chaqueta y pantalones de diseñador
y mi hermana con un vestido impecable, más apropiado para un club de
baile de Londres.
—Tal vez me venga bien una copa —dije.
—Sí. Vamos, hermano. Ethan salió del todoterreno.
—Estaré allí en un minuto. Voy a aparcar.
Estacioné y me senté allí por un momento, perdido en la contemplación,
mientras me frotaba la cara.
El rescate no era una opción. Tenía que saber que Theadora no iba a
terminar con ese chico de la universidad. Me moría de ganas de entrar ahí a
por ella, eso era bastante obvio.
Enterré la cabeza en mis manos. ¿Qué me estaba pasando? Después de
pasar todas estas noches juntos parecía que ya sufría síntomas de
abstinencia.
Quizás tenía que ofrecerle algo.
¿Pero qué exactamente?
Primero tenía que arreglar mis cosas y tal vez viajar un poco más. ¿O solo
estaba poniendo excusas?
Podía mirar a terroristas suicidas a la cara sin problema, pero no al amor.
¿Amor?
¿Cómo se distinguía entre el amor y la lujuria?
Con todas estas preguntas dando vueltas en mi cabeza, caminé lentamente
hacia el pub.

MIRABEL STORM RASGUEÓ SU guitarra mientras cantaba una canción


cautivadora e inquietante. Todos los ojos estaban en el escenario
modestamente iluminado por un foco. El ambiente era místico y femenino.
Theadora la acompañaba al piano, tocando y mostrándose como una
diosa, lo que era.
Con su atención clavada en el escenario, los ojos de Ethan brillaron con
aprecio. —Es tan perfecta —susurró.
Suave y pulida, la música me pareció bien ensayada. Me preguntaba cómo
y cuándo Theadora había llegado a practicar con Mirabel.
Pedí una cerveza y luego me concentré en Theadora de nuevo. Su
presencia era cautivadora. Aunque no hubiésemos tenido una relación
íntima, me habría tenido en trance sin duda.
Sus dedos recorrieron por el teclado con confianza y agilidad, tocando al
piano como si fuera su amante.
—No sabía que nuestra sirvienta tenía tanto talento —dijo Savanah.
Los ojos de Theadora se abrieron un poco al verme y le devolví una
sonrisa.
La canción terminó y el bar estalló en aplausos entusiastas. Mientras
bajaba del escenario, Theadora se vio arrastrada hacia un grupo de clientes
entusiastas, todos ofreciendo su apoyo y admiración. Ella sonrió
tímidamente y luego sus ojos se encontraron con los míos otra vez.
Justo cuando se dirigía hacia mí, Justin saltó y la abrazó. Los celos se
enroscaron profundamente en mis entrañas. Ansiaba acercarme a ella y
abrazarla para alejarla de los hombres que de repente la rodearon.
Ethan me sacó del conflicto que resonaba en mi cabeza.
—¡Vaya! Eso ha sido increíble. —Se rio.
Mirabel se unió a nosotros en el bar y me saludó antes de poner su
atención en Ethan, que parecía un poco inseguro. Una rara reacción para mi
sociable hermano.
Al igual que Ethan, estaba nervioso. Podría ir y reclamar a Theadora o
mantener la fría distancia como su antiguo jefe. Pero ver a Justin con el
brazo alrededor de ella me llevaba a pensar que no reclamarla era como
esperar a que un depredador atacara.
Pedí un whisky.
—También uno de esos para mí —dijo Ethan. Sus ojos se clavaron en
Mirabel.
Ella me miró y dijo: —No te he visto en años.
—He estado en el frente con el SAS.
—He leído lo del centro de reeducación. No creo que a tu madre le haya
alegrado mucho esa idea. —Sonrió. No era ningún secreto que a Mirabel le
molestaba la ambición de mi madre por construir resorts en las tierras de
cultivo.
—¿Puedo invitarte una copa? —pregunté—. Eso ha estado sensacional,
por cierto.
—Genial, tomaré una cerveza.
Pedí su bebida y luego bebí un trago.
—¿Planeando una gran noche? —preguntó.
Negué con la cabeza. —Oye, qué bueno lo del piano. ¿Conocías a
Theadora de antes?
—No. La he conocido está noche. Ha sido totalmente increíble. Creo que
la preguntaré a ver si está interesada en hacer algunos conciertos.
Odiaba como sonaba eso, todos los hombres irían tras ella.
—Vaya Mirabel, has estado impresionante. Eso ha sido de otro nivel —
dijo Ethan.
Nos miró a los dos. —Lleváis trajes de diseñador.
—Hemos tenido una cena en Merivale. Oímos que hoy ibas a cantar y por
eso he venido —dijo Ethan.
Sus ojos se suavizaron suplantando su sonrisa burlona y los dejé en su
pequeña burbuja.
Mientras tanto, mi hermana había entablado conversación con un
personaje local conocido por vender marihuana y coca. Cuando se trataba
de chicos malos, tenía olfato para ellos. La miré sabiendo cómo acabaría y
decidí ignorar la situación. Cuando se trataba de trenes fuera de control, mi
hermana viajaba en el vagón delantero y cantaba junto a Amy Winehouse.
Echando los hombros hacia atrás, respiré profundo y fui a reclamar lo que
era mío.
Los pechos de Theadora parecía que iban a salirse de su diminuta blusa.
Su vientre y escote, suaves como la leche sobresalían, y sus vaqueros
ajustados mostraban ese trasero sexy. Ella era, de lejos, la mujer más
hermosa allí.
Mi cama era la única cama en la que dormiría esta noche. Yo me ocuparía
de eso.
Justin se pegó a ella como el pegamento. Era obvio que quería follársela.
—Hola, Sr. Lovechilde —dijo mientras me paraba detrás de Justin.
¿Cómo iba a evitar dejarle las cosas claras a este tipo? Él era todo sonrisas
y arrumacos con ella. Mis nudillos se tensaron. Un impulso abrumador de
decirle ‘vete a la mierda’ me consumió de repente.
—Ha sido una gran actuación. Eres fantástica —dije, interpretando mi
mejor versión de Señor Frío. En lo que se trataba de controlar las
emociones, el ejército me había entrenado bien.
—Gracias. —Sus labios rosados se curvaron lentamente, haciéndome la
boca agua. Todo lo que podía pensar era en besarla durante toda la noche.
Nunca había sido muy de besos, pero con Theadora eso era todo lo que
quería hacer en este momento.
Traté de no devorarla con la mirada, pero la testosterona tenía la sartén
por el mango. Estaba seguro de que era muy evidente, viendo cómo sus
amigos de la universidad se giraron para mirar la escena.
—¿Puedo invitarte a una copa? —pregunté.
Sacudió la cabeza. —Estoy bien gracias.
Bien podría haberme abofeteado porque ese rechazo me calentó la
mandíbula.
Sintiéndome como si me hubieran cortado las piernas por la mitad,
regresé a la barra y me puse junto a Savanah, que estaba pidiendo una
bebida.
—Oye, ¿te estás tirando a la sirvienta? —preguntó.
Lleno de frustración por mi incapacidad para sortear este aprensivo juego
de simulación, murmuré: —No te atrevas, Savvie.
—Ah… te la estás tirando. —Me empujó—. Ella es maravillosa. Podrías
haber elegido peor.
—Y que lo digas… pero no le digas nada a mamá, por nada del mundo.
Es solo una aventura.
¿Lo es?
Savanah me escudriñó e inclinó la cabeza. —Creo que es más que eso, —
canturreó con una sonrisa picarona—. De todos modos, será mejor que
vayas y la rescates, porque ese tipo buenorro no se aparta de su lado.
Mi mandíbula se apretó. —Gracias por el consejo, hermana.
Capítulo 31

Thea

NO PUDE EVITAR PALIDECER al ver a Declan allí. Especialmente


después de que Justin dijera que nunca antes le había visto en el Mariner, lo
que significaba que Declan había venido a verme.
Ante ese pensamiento, mi romántica interior bailó descaradamente con
alegría, mientras que mi versión independiente se cruzó de brazos y
declaró: “Sexy, multimillonario atractivo o no, ningún hombre me va a
controlar”.
Hablando de conflictos… Pero no podía dejar que mi corazón se escapara
a una isla de fantasía donde un amante de grandes músculos y brillantes
ojos azules me recibía todos los días con múltiples y desgarradores
orgasmos.
Lo nuestro debía ser un secreto. Así que le estaba haciendo un favor,
incluso si me dolía rechazar esa invitación a una copa.
A pesar de esta agitación interna, tocar la conmovedora canción de
Mirabel sobre el mar ahogándose en plástico, fue lo más destacado de mi
incipiente carrera musical.
Justin siguió susurrando y respirando sobre mi nuca.
Yo no estaba interesada.
¿Cómo podría estarlo?
Por supuesto, quería irme con Declan, volver a su casa y probarme
cualquier prenda sexy de lencería que me hubiera comprado. Mi cuerpo
palpitaba de deseo pensando en él. Era muy extraño que estando en la
misma habitación no pudiéramos tocarnos.
Dos semanas después de que me dijera que no quería una relación, me
seguía preguntando por qué repelía el compromiso; además estaba lo que
me había dicho Mirabel sobre un oscuro secreto de Declan. No me podía
quitar todo eso de la mente.
—¿Quieres ir a una discoteca? —preguntó Justin.
—Es un poco tarde, ¿no?
—Es viernes. —Movió sus caderas—. Podemos bailar hasta el amanecer.
Hay un gran club en Trentham. A solo veinte minutos de aquí.
Miré por encima de su hombro. Los ojos de Declan se clavaron en los
míos. Podría jugar a este juego e irme. Volverle loco. ¿O ya lo estaba?
Tenía derecho a hacer lo que quisiera.
La música empezó a sonar de repente y el pub se convirtió en una
discoteca improvisada.
—No hay necesidad de ir a ningún lado. Hay muy buen ambiente aquí —
dije.
Me llevó de la mano. —Ven. Vamos a bailar.
Antes de que pudiera decir que no, Justin tenía sus manos alrededor de
mis caderas y estaba a punto de follarme en seco.
Hablando de ser juguetón… Él había estado bebiendo.
Me alejé un poco, pero continué balanceando mis caderas con los brazos
en el aire. Otros se unieron a nosotros, incluidos Savanah, Ethan y Mirabel,
quien seguía poniendo los ojos en blanco ante las insinuaciones de Ethan, a
pesar de que yo sentía su atracción.
Cerré los ojos y sentí un soplo en mi nuca. Un olor familiar viajó a través
de mis sentidos y mis pezones se tensaron.
Me giré y se me unió Declan, quien, pronto descubrí, bailaba igual que
follaba, haciendo que mis piernas se volvieran de gelatina.
Sus tentadores ojos ardían en los míos.
Ajeno a mi nueva pareja de baile, Justin se acercó y Declan entrecerró los
ojos.
Ignorando la oscura respuesta de mi amante, Justin me agarró.
—Quítale las manos de encima —dijo Declan, con su pecho virtualmente
chocando con el de Justin.
Sabía que si no me alejaba habría pelea, así que los dejé y salí corriendo.
Unos segundos después, Declan me siguió.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté.
—He venido a verte. No respondiste a mis mensajes de texto sobre vernos
esta noche.
Estudié su hermoso rostro, que bajo la luz de la luna parecía más maduro,
pero más sexy. Se masajeó la mandíbula. Algo que hacía cuando estaba
emocionalmente confundido.
—Casi causas una escenita ahí dentro —dije.
Me miró a los ojos. —¿Por qué no respondiste a mis mensajes de texto?
—Apagué el teléfono. —Estaba a punto de marcharme.
—Oye. —Me tomó del brazo.
—Tú no eres mi dueño.
Sus ojos brillaban con esa expresión frágil e incierta que vislumbré
cuando me penetró por primera vez. Esa mirada registrada en lo más
profundo de mi alma.
Tenía muchas ganas de caer en sus brazos y detener este estúpido juego, a
pesar de que mi lado más duro me dictaba que le hiciera sudar.
Quería que aceptara un compromiso entre nosotros.
Esta situación me confundía a mí. A él no le gustaba compartir, ni a mí
tampoco. Me destrozaría saber que se estaba tirando a otra persona.
—¿Quieres follártelo? —preguntó.
—Eso no es de tu interés. Solo soy tu follamiga —dije—. Tú no eres mi
dueño.
—Sí soy tu dueño.
Esa poderosa declaración me congeló en el acto. Me giré para mirarlo de
nuevo.
Me cogió de la mano, cuyo calor se disparó por mi brazo, llegando hasta
mi corazón. Su mirada me quemaba.
—Solo has estado conmigo. —Tocó su corazón—. Eso te hace parte de
mí.
Tuve que aflojar la actitud. Sus ojos brillaban con tanta profundidad que
estuve a punto de caer de nuevo y ahogarme de emoción.
—Pero pensé que me querías como tu juguete. Tengo derecho a conocer
gente y tener otras relaciones. ¿Qué pasará cuando ya no estés interesado en
mí?
Una línea se profundizó entre sus cejas. —¿Quieres salir con otros
hombres?
—¿Quieres salir con otras mujeres?
Atrapó mis ojos, mientras la respuesta se retrasaba. Cada segundo hacía
que mi corazón latiera más fuerte, asustada de lo que pudiera decir.
—Ni siquiera he mirado a otra mujer desde que me enamoré de ti.
¿Enamorarse de mí?
—Yo fui tu primer hombre. ¿No significa eso algo para ti? —preguntó,
sonando aún más frágil que nunca.
Asentí. Demonios sí. Por supuesto que significaba algo. Había perdido
más que mi virginidad con este hombre. Había perdido la puta cabeza.
También mi corazón.
Me mordí el labio y miré hacia mis pies. No podía decirle eso. Me
desempoderaría.
—¿En serio es eso lo que quieres? ¿Volver allí y seguir coqueteando con
él? —preguntó, contundentemente abatido.
Mi corazón se rompió. Odiaba este juego al que estaba jugando.
—No he planeado nada. No quiero follérmelo, no. Pero si quisiera
hacerlo, estaría en mi derecho.
Sus ojos color índigo reflejaban un atisbo de tormento, algo que también
podía identificar en él cuando estaba a punto de llegar al clímax.
Todo en él resonaba con el sexo.
No podía permitir que mi maldita vagina me controlara.
No importaba cuán caliente e hinchada me pusiera.
—Tienes razón —dijo al fin.
Se giró para marcharse.
Mierda.
—¿A dónde vas? —pregunté.
—Me voy a casa. Estoy muy cansado. No me gustan estos juegos,
Theadora. —Hizo una pausa y se volvió para mirarme profundamente a los
ojos—. Creo que estoy enamorado de ti.
Se alejó y me dejó allí de pie, con la mandíbula bien abierta y mi corazón
acelerado como un loco.
¿Enamorado? ¿De mí?
Caminé de un lado a otro en la oscuridad. El aire salado me tranquilizó
después de lo que había sido una noche de borrachera.
¿Declan Lovechilde enamorado de mí?
¿O solo era lujuria lo que sentiría?
Y yo. ¿Qué sentía?
Ni siquiera sabía cómo amar cuando todo lo que había hecho era odiar
durante la mayor parte de mi vida.
Mi cerebro se derrumbó. No podía volver al pub. No ahora.
Estaba avergonzada por lo que había sucedido dentro. En todo caso,
Declan les había mostrado a todos que había venido a reclamarme.
Todos miraban atentos la escena. Vestido como si hubiera estado en un
gran evento, como en realidad así había sido, llamó la atención de todos.
Destacaría incluso vestido con ropa de segunda mano. La gente hermosa
siempre lo hacía.
Mi teléfono sonó.
“Lo he dicho en serio”. Fue su mensaje.
Las lágrimas cayeron por mis mejillas.
Llamé a Lucy.
—Hola, cariño —dijo ella—. ¿Cómo te va con tu hermoso
multimillonario?
—Ay, Lucy. —Derramé mi corazón, contándola todo lo que había
sucedido, mientras sollozaba a través de mis palabras—. ¿Qué debo hacer?
—Te ha dicho que te ama, joder, Thea, ¿eso no es suficiente?
—No lo sé. Probablemente sea solo lujuria.
—Bueno sí… No se puede tener amor sin lujuria. A menos que se trate de
un amor familiar, claro.
Tragué saliva. —¿Crees que debería ir tras él?
—Dios, ¡sí! Quiero decir, es atractivo, rico y ha sido tu primer hombre.
¿Qué más puedes querer?
—Me asusta lo posesivo que se ha vuelto. Casi pega a Justin en la cara.
Tengo miedo de que me impida hacer mi vida.
—Mira, cariño, puedes tener tu carrera y a él, si quieres. ¿Por qué no vas
con él? Hace que te corras, le encanta comerte el coño. ¡Joder! Pero si has
ganado la jodida lotería.
Reí y lloré y sentí que mi corazón iba a explotar.
Será mejor que me vaya.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—Voy a buscarle, me arrodillaré y se la chuparé con ganas.
—Aah… ¡esa es mi chica! Eso me gusta más.

DECLAN ABRIÓ LA PUERTA y me encontró temblando, con los brazos


cruzados. Esa reacción visceral tenía más que ver con el diluvio de
emociones en mi interior que con el frío que hacía esa noche.
—¿Tienes frío? —preguntó, dejándome entrar.
Asentí. —Debo de estar horrible.
Me limpió la mejilla. Se acercó a mi cara. —¿Has estado llorando?
Asentí lentamente y me mordí el labio.
—Vamos. Te haré una buena taza de té.
Le seguí. Su trasero se flexionaba dentro de unos vaqueros negros
ajustados, y todo en lo que podía pensar era en bailar para él vestida solo
con lencería diminuta.
También quería abrazarlo. Sentir su calor en todo mi cuerpo.
Fui al baño y vi que el rímel se me había corrido por toda la cara. Estaba
horrible. Después de limpiarme la cara, volví con él a la cocina y le vi
verter agua caliente en una tetera.
Nos miramos el uno al otro y sin decir una palabra más, nuestras bocas
chocaron en un golpe de pasión.
Me levantó y me llevó al dormitorio, me sentó en la cama y nos
abrazamos. Nada de arrancarnos la ropa ni de pequeños mordiscos y
manoseos hambrientos, sino solo un abrazo profundo.
Suaves y húmedos, sus labios, con sabor a whisky y un toque de sal,
tocaron mis labios y me perdí. El calor se extendió a través de mí mientras
nuestro beso era cada vez más profundo. Me atrajo con fuerza mientras
acunaba mi cabeza en sus brazos. Me alejé flotando hacia nuestro propio
mundo privado, mientras nuestras lenguas se entrelazaban como ramas de
una vid.
Sentí amor en sus labios. Sentí amor en sus brazos.
Mi corazón se abrió de par en par y le dio la bienvenida.
Capítulo 32

Declan

—NO HAS PERDIDO EL tiempo —dijo Carson, saliendo del gimnasio.


—Han estado trabajando día y noche. Quiero que esté terminado cuanto
antes.
—¿A qué viene esa urgencia?
Me encogí de hombros. —Me gusta mantenerme ocupado.
—¿Cómo estás durmiendo? —preguntó cuando entrábamos en el campo
donde se había instalado el equipo de entrenamiento.
—No he tenido pesadillas desde que estoy con Theadora. Y ya ha pasado
un mes. No hemos pasado ni una noche separados. —Levanté una ceja ante
esa sorprendente afirmación. Pensé que mi necesidad por ella disminuiría
con el tiempo, pero en contra de mis pronósticos, mi deseo por Theadora
solo se había fortalecido.
Pero no era solo por el sexo. Ella se había convertido en parte de mi vida.
Nuestros dulces momentos juntos, como hacer tortitas para desayunar o
cocinar juntos para la cena, realmente me importaban. Me encantaba su risa
y la forma en que bailaba cuando estaba feliz y cómo se reía a carcajadas
con mis comentarios tontos.
—Suena como si fuera la indicada. —Tiró de una cuerda oscilante para
probar su fuerza.
Asentí lentamente.
Después del incidente del pub y de abrirme a Theadora hablándole sobre
mis sentimientos que yo estaba empezando a entender, decidimos hacerlo
oficial. Ahora pensaba en ella como mi novia. Fue de menos a más y acepté
la situación con los brazos abiertos.
Iba a dejar de escabullirme de una vez.
—Te ves bien. Más feliz de lo que nunca te he visto, creo —dijo.
—Eso no debería ser una sorpresa. No estábamos exactamente rebosantes
de alegría en Afganistán.
Esbozó una sonrisa tensa. —¿Echas de menos volar?
—Sí. Mucho. Quiero decir, pasé por todo eso solo para volar.
—Podrías haber obtenido solo la licencia de piloto, ya sabes. —Sonrió.
—Lo sé. Pero necesitaba esa disciplina. Necesitaba escapar. —Me froté el
cuello.
—Yo también. Era el ejército o unirme a una banda. —Dribló una pelota
en el suelo—. Pero bueno, estamos vivos. La vida es genial. Tenemos coños
disponibles. ¿Quién puede quejarse?
Me reí. Coños disponibles. Correcto. El de la bella Theadora. Eso puso
una sonrisa en mi cara.
—En cualquier caso, tengo encargado un Gulfstream. —Una sonrisa me
atravesó. La idea de tener mi propio avión me excitaba.
Sus cejas subieron del todo con sorpresa. —Santo cielo. Olvidaba lo rico
que eres.
Sí. Era bastante rico. Gracias a la generosidad de mi abuelo.
—Lo volarás, me imagino.
Hice una mueca. Era como preguntarme si quería comida después de
ayunar durante una semana. —Eso creo. Quiero decir, ¿comprarías un
Ferrari para que tu chofer lo condujera?
Se rio. —Para empezar, no tengo chofer. Pero entiendo lo que quieres
decir—. ¿Tu madre sabe lo del avión? —preguntó.
Negué con la cabeza. —Ella odia que vuele. —Ese jarro de agua fría
acababa de apagar mi cálido resplandor. Me imaginé a mi madre exigiendo
que lo devolviera, como cuando amonestó a mi abuelo por regalarme un
rifle de caza por mi decimoctavo cumpleaños.
—Bueno, dime, ¿dónde conociste a esta chica? Pensé que habías
renunciado a las relaciones —dijo, saltando sobre las barras paralelas y
balanceándose sin esfuerzo.
—Theadora trabaja para mi madre como parte del servicio. Vive allí, en la
propiedad.
—Te gusta pasar el rato con nosotros, los de las clases bajas, ¿eh? —Se
rio.
Aunque estaba vacilándome y podía aceptar una broma, me sentaba como
una patada en las costillas. Era como un recordatorio de la intolerancia de
mi madre.
—Ella está lejos de ser de clase baja. Tal y como yo veo las cosas, se
necesita más que dinero para clasificar a una persona en una clase y otra.
Entrecerró los ojos. —Pareces bastante enamorado. ¿Te vas a casar con
ella?
Me encogí de hombros. —El matrimonio nunca ha estado en mis planes.
Asintió pensativo. —Opino igual, ya lo creo. Es solo un jodido acuerdo.
—No soy tan cínico sobre el tema. Es solo que, si se ata ese nudo no se
debería aflojar nunca.
Se rio de mi referencia a nuestro entrenamiento militar. —Claro. Debe ser
sencillo pero seguro al mismo tiempo.
Me reí entre dientes cuando parafraseó a nuestro maestro militar.
Me lanzó una pelota y alargué la mano para atraparla. —Desde que estoy
con Theadora ya no soy el mismo.
—Dices eso como si fuera doloroso. —Rebotó la pelota.
—Es confuso, no doloroso. Hace un par de semanas la vi con un tipo que
intentaba meterse en sus bragas. Un chico con el que va a la universidad, y
quería matarlo. Fue una reacción bastante jodida, ¿no crees?
Me estudió por un momento. —Estás protegiendo lo que es tuyo,
supongo. Los celos y el amor son inseparables.
—Sí, lo sé. Aunque nunca había sido así con una chica. Nunca. Yo fui su
primer hombre, ya sabes. —Le devolví la pelota.
Pareció sorprendido. —¿De verdad? Guau… Como en los viejos tiempos,
cuando las parejas tenían sexo por primera vez en su noche de bodas.
Imagínatelo eso
Atrapé la pelota. —Ya… hay algo realmente poderoso en saber que ella
solo ha estado contigo.
—Lo entiendo. Pero también es química. Se trata de conexión dentro y
fuera de la cama. —Se rio—. Sería lícito descartar el matrimonio si tu
nueva esposa es una mierda en la cama.
—Pero es una cosa bidireccional. Ella puede aprender. Depende de
nosotros complacerlas.
—Eso es si ella nos deja. Conocí a una chica la semana pasada que odiaba
que le hiciera sexo oral. —Su mueca ante lo absurdo que era eso me hizo
reír.
Asentí. —Me encanta comerle el coño.
Rio. —Sí. Es uno de los mejores placeres de la vida.
Pensé en Theadora y en cómo amaba que le devorara todo. Era
absolutamente natural hablando de eso, y también parecía encantarle tener
mi polla en su boca.
Pero lo mejor era lo apretada que estaba. Cómo se sentía cuando estaba
dentro de ella. Nunca antes había experimentado orgasmos tan explosivos.
Aunque era mucho más que eso. Hablábamos de todo. Disfrutaba de su
compañía. Quería compartir todo mi día con ella.
Pateé la pelota. —Si no está, pienso en ella. Todo el tiempo.
Asintió lentamente. —Estás enamorado.
Escaneé su rostro. —Pero, ¿es amor? ¿O simplemente lujuria? Desde el
momento en que la vi, a pesar de que estaba drogada y dormida en mi sofá
y yo pensaba que era una trabajadora sexual, me obsesioné casi al instante
con ella.
Sus cejas se levantaron. —¿Pensaste que era una prostituta?
Le conté cómo había salvado a Theadora.
Sacudió la cabeza. —Qué manera de conocerse. Y luego consigue un
trabajo aquí. ¡Joder! ¿Cuáles son las probabilidades?
Ese pensamiento había pasado por mi mente en algunas ocasiones.
—Pareces feliz, hombre. —Me dio una palmada en la espalda—. Y oye
—estiró los brazos— este circuito es un rompepelotas. No puedo esperar
para trabajar aquí con los chicos. ¿Tenemos que probarlo primero?
—Eso es lo que quiere la publicista, quiere traer un equipo de cámaras y
que algunos ex soldados lo hagan para filmarlos.
—Déjame adivinar. ¿Sin camiseta?
Hice una mueca y asentí. —Sí. También he estado hablando con un
productor sobre hacer un reality de jóvenes con problemas y cómo les
ayudamos a encontrar su camino.
—Eso llevará más de ocho semanas, ¿no?
—No espero milagros tampoco.
—¿Ya has conseguido a los primeros cuarenta chavales?
—Sí. En su mayoría son infractores reincidentes condenados por faltas
leves. Quiero mantener alejada a la gente violenta.
—¿Qué edades tienen?
—De trece a diecisiete —dije.
—Vaya, con las hormonas fuera de control. ¿Te acuerdas de eso?
—Por supuesto. Pero en lugar de robar coches, estaba buscando dónde
meterla. —Señalé a Chatting Wood—. Casi se me cae de andar por ahí.
Rio. —Apuesto a que sí. Una chica en cada granja, ¿no?
Me puse serio por un momento. —Por eso me uní al ejército.
—Oh, mierda, ¿tienes problemas con alguna chica?
—Algo así. —Me froté la mandíbula—. Ven. Te traeré un trago.
Mientras regresábamos a Merivale, la pregunta de Theadora sobre
Jasmine entró en mis pensamientos. Mirabel Storm había compartido algo
más que música con Theadora. Lo dejé pasar. Tuve que hacerlo porque no
quería sacar a relucir ese feo capítulo de mi vida.
El ejército podría haberme arrebatado temporalmente mi pasado, pero
ahora que había regresado, todavía me miraba fijamente a la cara.

ENTRÉ EN LA OFICINA de mi madre, que también hacía las veces de


biblioteca, y la encontré mirando la amplia vista de interminables campos
verdes a través de la ventana.
Al verme por fin, señaló una silla.
—He dado instrucciones a los medios de comunicación para que se
mantengan alejados del centro de reeducación de Merivale.
Exhaló un suspiro audible. —No es por eso por lo que te he pedido que
vinieras.
Con un aspecto impecable, mi madre nunca usaba vaqueros ni ropa
deportiva, ni se dejaba ver con ropa cómoda, como la mayoría de las
personas hacen en su propia casa. Ni siquiera recuerdo haberla visto sin
maquillaje. En las raras ocasiones en que me besaba en la mejilla, siempre
me dejaba una mancha de pintalabios.
Me encantaba que Theadora no usara maquillaje de manera habitual. Su
piel sabía mejor, y devorar sus exquisitos labios libres de químicos me
convirtió en un hombre muy afortunado.
—Ha llegado a mis oídos que te estás acostando con la sirvienta.
—Theadora —dije, cuadrando los hombros—. Su nombre es Theadora
Hart.
—Sí. Bueno. Es muy hermosa. Lo entiendo. Me gusta tener gente
atractiva en Merivale. Particularmente en las cenas. Siempre me he hecho la
vista gorda ante los extraños invitados que coquetean con el personal. —
Jugaba con una pluma estilográfica grabada en oro—. Soy de mentalidad
liberal.
—Desde luego.
Su ceja apretada se contrajo. —Si estás a punto de juzgar mi relación con
Will, por favor perdóname. Estamos en el siglo XXI. Las mujeres y los
hombres más jóvenes no se diferencian en nada de los hombres de la edad
de tu padre que se enamoran de mujeres u hombres de la mitad de su edad.
Negué con la cabeza. —¿Cómo puedes ser tan fría? Estuviste casada
durante treinta años.
—Hemos cambiado. O debería decir, tu padre ha cambiado. Una vez fue
ambicioso y soñaba con hacer que los Lovechilde fueran tan respetados
como la familia real. Desde que empezó a salir con chicos guapos, ha
perdido esa ambición. Esta tontería irracional sobre arrendar la tierra a los
agricultores hasta el fin de los tiempos lo demuestra.
—Si quieres que cambie de bando y vote por construir el resort, olvídate.
Nuestras granjas arrendadas producen una cuarta parte de los alimentos de
esta región.
—Las economías de los países en desarrollo tienen derecho a expandirse.
Los estamos ayudando a pasar de la pobreza a la clase trabajadora. —
Inclinó la cabeza.
—¿Y mientras le niegas trabajo a nuestra gente? —Levanté una ceja—.
No estoy de humor para hablar de política.
—Ni yo. —Golpeó su bolígrafo sobre el escritorio—. Insisto en que dejes
de ver a la sirvienta.
—Veré a quien quiera. —Me levanté de la silla.
Señaló el asiento de nuevo. —Siéntate.
Resoplé y regresé al sillón.
—Los Lovechilde no tienen relaciones con los de clase media. Si debes
acostarte con ella, como hace tu hermano playboy, está bien, pero hazlo
fuera del foco de atención. Ya sabes cómo le encanta cotillear a la gente.
Apreté la mandíbula mientras me tragaba una diatriba.
Se inclinó hacia delante y cruzó las manos sobre el escritorio forrado de
cuero verde. —¿Cómo crees que llegó a estar aquí?
Fruncí el ceño. —¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que no apareció aquí simplemente por presentarse a la
entrevista.
—Ve al grano, madre.
Se estremeció ante mi brusquedad. —Reynard Crisp lo arregló.
Me quedé boquiabierto. —¿Qué?
—Estaba subastando su virginidad nada más y nada menos. —Sacudió la
cabeza—. Qué hortera. Solo una plebeya se comportaría como una puta de
alcantarilla.
Los nervios se revolvieron en mi estómago. Mi cerebro ardió con una
ráfaga de preguntas. —¿Crisp sabía eso?
Asintió lentamente. Sus labios se curvaron ligeramente. —Rey la compró.
Y ahora te acuestas con ella. —La alarma iluminó su rostro—. Espero que
no estuvieras allí. Por favor, dime que no frecuentas esos establecimientos
de mal gusto. Un Lovechilde no. Puedes tener a cualquiera.
Levanté la palma de la mano en el aire. —Oye. Para. Pasaba por allí
cuando atacaron a Theadora.
Todavía estaba tratando de procesar que Reynard Crisp era el hombre que
había comprado la virginidad de Theadora. Quería vomitar de la
repugnancia.
Un rugido quedó atrapado en mi pecho; me lo guardaba para Crisp,
porque cuando terminara con él, tendría que remodelarse esa cara de
engreído.
Al menos ahora entendía por qué esa serpiente resbaladiza no quitaba ojo
a Theadora durante aquella cena.
Tomando una respiración profunda, continué: —Cuando pasé por el
callejón, vi a tres hombres arrastrándola dentro de ese club. La habían
drogado y básicamente la salvé de ser violada.
Quería abofetearme por no haber denunciado el incidente a la policía.
—Esa es es tu versión de lo sucedido. No lo sabes con seguridad. Podría
haber sido un montaje. Un juego.
Mi frente se contrajo. —¿Un juego? ¿Cómo habría sabido ella que yo
había estado allí?
Se encogió de hombros. —Hay fotos, ya sabes.
Me senté hacia adelante. —¿Qué tipo de fotos?
—Imágenes espeluznantes que confirman que es una vagabunda. Ni
siquiera trabajaría aquí si no fuera por Rey.
¿Por qué mi madre apoya a ese pedazo de mierda?
—¿Tienes esas fotos? —pregunté.
—Rey las tiene. Es despiadado, ¿sabes? Siempre consigue lo que quiere.
En cualquier caso, este asunto entre tú y la sirvienta ha ido demasiado lejos.
No pasará mucho tiempo antes de que la prensa se entere. Si me obligas,
filtraré las imágenes.
—Me importa una mierda lo que quieras hacer, solo me preocupo por el
bien de Theadora.
—Entonces déjala. Podías haber tenido sexo con ella y haberlo mantenido
en privado, pero os han visto juntos cogidos de la mano, por el amor de
Dios.
—Es la mujer con la que me voy a casar. —Eso me tomó por sorpresa.
Su rostro se arrugó. —¿Qué? ¿Con esa puta del montón?
Mi cuerpo se tensó. —No te atrevas a llamarla así. Era virgen cuando la
conocí.
—Oh, ¿en serio? —Se rio con frialdad.
—Tal vez debería haber guardado la sábana ensangrentada para frotártela
en tú cara.
—No seas grosero.
—¿Por qué te involucras en los sucios asuntos de Crisp?
Se miró los dedos entrelazados. —Es un buen amigo. Le gusta la chica.
—Sus ojos se encontraron con los míos de nuevo—. Y a Rey no se le dice
que 'no'.
—Eso es un eufemismo de violación, madre.
—Solo déjala, Declan. —Adoptó el mismo tono amable que había usado
conmigo cuando era adolescente, instándome para que comiera verduras,
para que dejara de ver a las hijas de los granjeros y para que no fuera piloto
—. Ethan es una causa perdida. Tú eres el sensato de la familia. Cásate con
una de las nuestras. Fortalece la línea Lovechilde.
—Tú no sabes nada de mí, madre. Hasta que conocí a Theadora, no tenía
intención de casarme. —Miré por la ventana. Una tormenta se avecinaba en
mi cabeza.
Había dicho tantas cosas que su comentario espeluznante sobre el empleo
de Theadora en Merivale casi se me había olvidado.
—¿Qué estabas insinuando antes sobre que Crisp tenía que ver con el
trabajo de Theadora aquí?
—Él se aseguró de que colocaran un anuncio de empleo en los vestuarios
de su trabajo, con un salario y unas condiciones demasiado generosas. Ella
mordió el anzuelo.
—Pero, ¿cómo llegó ella a trabajar en el hotel?
—Eso fue una coincidencia, creo. Rey la localizó, y cuando la descubrió
en el hotel, fue un paso más allá para traerla aquí y poder prepararla.
—¿Prepararla? ¿Estás bromeando? ¿Y tú estabas al tanto de esto?
Se encogió de hombros. —Nos ayudamos mutuamente. Eso es lo que
hacemos.
¿Quién era esta mujer a la que llamaba Madre?
Capítulo 33

Thea

CAROLINE LOVECHILDE ME RECORDABA a la versión fría de


Nigella Lawson. Con un vestido ajustado verde que abrazaba su figura, la
madre de Declan incluso se vestía como la chef gurú. Su cabello oscuro,
largo hasta los hombros, sin un mechón fuera de lugar, era como una gruesa
sábana de seda, mientras que un impecable trabajo de maquillaje resaltaba
su tez blanquecina impecable.
Su mirada fría y escrutadora me tenía en vilo.
Me pasó un sobre. —Tengo que rescindir nuestra relación laboral.
Encontrarás una cantidad generosa en el sobre. Eso debería ayudarte a
terminar tus estudios. Hay un documento legal para que lo firmes,
estipulando que te mudas de Bridesmere. Implica sanciones legales si no lo
cumples.
—¿Me está despidiendo? —Mi frente se arrugó.
Se cruzó de brazos. —Creo que estás asistiendo a la Universidad de
Hildersten. Estoy segura de que podrás organizar un traslado a un
equivalente en Londres.
Me sentí como si alguien me estuviera exprimiendo la vida.
Sus largas uñas pintadas de rojo apuntaban hacia el sobre. —Ábrelo.
Mis manos temblaban cuando abrí el sobre. Se cayó un cheque de cien
mil libras.
Mis globos oculares se me salieron de las cuencas. —Esto es mucho
dinero.
—Es muy generoso, sí. Es tuyo para hacer lo que quieras. Pero debes
dejar Bridesmere para siempre. Y no vuelvas a hablar con mi hijo nunca
más.
Mi cuerpo se congeló. ¿Dejar a Declan?
—Te estoy haciendo un favor. —Tenía una sonrisa fría—. Él no es de los
que tienen largas relaciones. Cuando se canse de ti, te desechará. Va a ser
uno de los más ricos de Inglaterra algún día. Un hombre así no tiene futuro
con una mujer como tú. Especialmente con tus antecedentes.
—¿Mis antecedentes? —chillé. Tomando una respiración profunda, me
compuse antes de agregar—: Mi madre es muy rica, para su información.
No tan rica como usted, por supuesto, no muchos lo son. Pero me crié en
Kensington. Fui a un internado.
—Bueno. Entonces no tendrás problema para adaptarte a la vida en
Londres o donde sea que vayas. Con que no sea Bridesmere… Aquí no.
Nunca.
¿Nunca?
Declan era mi amante. Mi novio. Nos habíamos cogido de la mano en el
pueblo. Incluso me había besado en público.
La miré a los ojos negándome a permitir que esta mujer me intimidara.
Caroline Lovechilde no era diferente a mi madre fría y autoritaria. —¿Y si
digo que 'no'?
—Entonces estarías siendo infantil. Declan nunca se casará contigo. Ha
roto muchos corazones.
Mi cuerpo se congeló. —Él me lo ha contado todo.
—Ah, ¿de verdad? ¿Conoces a Jasmine?
Asentí. Realmente no la conocía. Cuando le pregunté a Declan por ella,
me embriagó con un profundo y hambriento beso con lengua. Esos labios
calientes siempre hacían que mi cerebro se derritiera, y el pasado se
disolvió en la inexistencia.
—También está esto. —Me arrojó otro sobre.
—Ábrelo. Eso es lo que te espera si no haces lo que te digo.
La miré fijamente, su gesto era ahora horrible.
Abrí el sobre y un montón de fotos me hicieron volver la mirada.
La primera mostraba a una mujer con cabello largo y oscuro con un corsé
sentada en el regazo de un hombre. Se puso peor. La siguiente imagen
mostraba a la misma mujer de rodillas con una polla en la boca.
El ácido salpicó mi estómago.
Estaban tomadas desde atrás. Y aunque tenía el mismo pelo, no era yo. La
de Declan fue la primera polla que puse en mi boca. Algo que no iba a
revelarle a su madre.
—Pero esta no soy yo. No puedes probar que son mías.
—Mira la otra.
La foto me mostraba a mí sentada en un vestidor con el mismo corsé que
en las otras fotos.
—Nunca he hecho esas cosas. Me drogaron. Fue entonces cuando Declan
me salvó.
—Te drogaron, y probablemente hiciste esas cosas. Está más que claro.
Este repugnante historial manchará tu reputación de por vida.
Las lágrimas se me acumularon en los ojos. Mi garganta estranguló
cualquier respuesta que pudiera emitir.
Su boca se curvó en un extremo. Fue lo más comprensivo que encontré en
ella. —Personalmente, no tengo nada contra ti. Lo que haces en tu tiempo
privado es asunto tuyo. Pero ninguna mujer hortera con este tipo de pasado
va a estar con un Lovechilde. Toma el cheque y vete.
—¿Y si no lo hago? —Mi corazón se hizo añicos cuando un millón de
pensamientos se precipitaron como trenes chocando en una estación.
—Declan verá estas fotos.
Me levanté. Dejé el cheque sobre la mesa.
—Él no te elegirá. —Agitó el cheque—. Tómalo. Puedes construir una
nueva vida. Te dará una buena ventaja. Nadie sabrá nada de esto. Estas
fotos serán destruidas. Eres una chica hermosa y con talento. Conviértete en
pianista. Haz lo que quieras. Solo deja a mi hijo. No te casarás con él bajo
mi consentimiento.
Salí de su oficina. Mi corazón latía con fuerza en mis oídos mientras
regresaba a mi habitación. La habitación que me había dado tanta paz e
independencia.
Llamé a Lucy. Después de no poder parar de llorar, me soné la nariz y
sollocé por la noticia que me había destrozado el alma.
—Joder. ¿Estás segura de que la de las fotos no eres tú? Estabas drogada.
—Lo sé. Pero recuerdo todo lo que pasó. Me estaban llevando a una
habitación cuando logré escapar. Ahí es cuando todo empieza a ser un poco
confuso. Recuerdo haber peleado contra tres hombres y que alguien vino a
rescatarme, y luego me sostuvo mientras huíamos.
—¿Qué vas a hacer?
—Tengo que irme. Ahora mismo. No puedo permitir que vea las fotos.
Me tragué un sollozo.
—Deberías hablar con él. Por lo que has dicho, parece bastante seguro de
lo vuestro.
—Solo ha pasado un mes. Y nos hemos estado acostando casi todo el rato.
En realidad, no hemos hablado mucho sobre eso.
—Por todo lo que me has contado, está muy comprometido. Demonios, él
te dijo que te amaba —dijo.
—Pero las fotos… Joder. —Sollocé un poco más antes de sonarme la
nariz—. Si no se las muestro, lo hará su madre. Mierda. Justo cuando la
vida me sonreía, sucede esta mierda.
—¿Son realmente tan malas?
—Sí. Hay una de alguien que se supone que soy yo chupándole la polla a
un tipo. Yo no hice eso. Estoy segura.
—Joder…
—¿Ves? Incluso tú admites que la cosa está jodida.
—Pues sí, está jodida… —Suspiró—. ¿Qué vas a hacer?
Buena y bendita pregunta.
—Si me quedo, verá las fotos. Si me voy, no tendré adónde ir.
—Puedes quedarte conmigo, cariño. Pero, ¿estás segura de que es la
decisión correcta? Tal vez deberías enseñárselas. Él lo entenderá.
—No lo sé. Es muy celoso.
—Eso demuestra que está muy pillado por ti.
—Más pillado de mi cuerpo, creo. —Pensé en los tiernos besos y en cómo
me sostenía durante toda la noche en sus brazos y en cómo siempre estaba
cogiéndome de la mano o haciendo algo dulce por mí. Las lágrimas cayeron
por mi rostro. Mi corazón se partió en dos—. Le encanta que él haya sido
mi único hombre. Y si ahora ve estas fotos… qué asco. Quiero vomitar solo
de pensarlo. Tengo que dejarte. No puedo permitir que piense que soy una
puta.
—¡Hola! Eras una maldita virgen cuando se acostó contigo. Eso no se
puede fingir.
Exhalé un fuerte suspiro. —Sí. La sábana estaba hecha un desastre. Y
estoy segura de que no soy yo quien se la chupa a quien sea ese asqueroso
de las fotos. Nunca había tenido una polla en la boca hasta la de Declan.
—Entonces díselo, por el amor de Dios.
—No tengo mucho tiempo. Ella me quiere fuera hoy.
—Oh, cariño, yo podría decírselo.
—Vale… Gracias por estar aquí para mí. Te amo.
—Estaré aquí para ti, siempre —dijo.
Me atraganté con un ‘adiós’ y colgué.
Mientras me sentaba en el borde de esa cómoda cama con sábanas de
seda, me sostuve la cara y miré con tristeza las tablas pulidas del piso.
Estudié las fotos de cerca. La mujer ciertamente tenía mi cuerpo. ¿Era yo?
Si había olvidado haber hecho eso, entonces ¿por qué recordaba haberme
escapado?
¿Por qué no había recordado la cara de Reynard Crisp?
Quería gritar mientras todas esas preguntas me asaltaban.
No podía dejar que Declan viera las fotos. Eso me mataría. Sería malo
para esa oscura nube de incertidumbre que se cierne sobre nosotros.
Quería que pensara en mí como ese alma pura de la que admitió haberse
enamorado.
Sí, enamorado. De esa versión pura de mí.
Regresé pesadamente a la oficina de la Sra. Lovechilde y llamé a la
puerta.
Al escuchar ‘Entra’, entré a esa habitación que olía al perfume de mi
madre. No solo compartían los mismos corazones fríos, sino también la
misma maldita fragancia.
—Si me voy, ¿prometes no enseñárselas? ¿Puedo hacer que destruyan las
fotos?
Me estudió y asintió. —Bien, has vuelto a tus cabales. Me alegro. No es
fácil sobrevivir a este tipo de cosas. Las destruiré. —Abrió su cajón y sacó
otro sobre—. Todo está ahí. Ahora vete.
Tomé el sobre.
—Te olvidas de algo —dijo ella.
Mientras miraba el cheque, recordé mi vida anterior, cuando compartía
piso con toda clase de extraños.
Había pagado mis deudas, pero solo tenía dinero para sobrevivir un mes.
¿Y mi titulación?
Mi mano tembló cuando recogí el cheque.
—Chica lista. Podrás tener un buen futuro. Prepárate para la vida. Nada
de esto te perseguirá.
Capítulo 34

Declan

THEADORA NO RESPONDÍA A mis llamadas. No había manera de


encontrarla. Se mudó ayer, según Amy. Nadie podía decir nada más que
eso, aunque los ojos de Amy apuntaron hacia la oficina de mi madre.
Entré directamente. Ella levantó la vista del gran escritorio antiguo detrás
del cual se había sentado mi abuelo, el padre de mi padre. Me encantaba
visitar esa habitación cuando era niño. El estudio irradiaba un olor
nostálgico a libros antiguos, con sus dos pisos de estantes repletos de
ediciones originales. Sin embargo, todo el encanto de esa habitación se
desvaneció tan pronto como vi a Reynard Crisp holgazaneando.
Mi madre miró hacia arriba y se quitó las gafas. —Declan. Dame un
momento, hijo.
—¿Qué le has dicho a Theadora? —Ignoré a Crisp por completo.
Se estremeció ante mi tono áspero. —¿Puedes esperar?
—No, no puedo. —Moví mi cabeza hacia Crisp—. Deshazte de él.
Miró a Crisp y puso los ojos en blanco.
—Os dejaré solos. —Estaba a punto de irse cuando me interpuse frente a
él, acercándole mucho la cara—. Si estás detrás de la desaparición de
Theadora, haré mucho más que borrarte esa jodida sonrisa de satisfacción
de esa cara de muerto que tienes. Ni se te ocurra acercarte a ella. —Lo
agarré por el cuello de su chaqueta de tweed y me burlé de su rostro
sonrojado antes de soltarlo.
Permaneciendo inexpresivo, se acomodó la chaqueta y se alejó.
—Te estás comportando como un bruto —dijo mi madre—. El ejército te
ha convertido en eso. Tú nunca has sido así.
—No me conoces. Y no necesito que me digas con quién debo salir,
acostarme o casarme.
—¿Casarte? —Su rostro se arrugó con horror—. ¿Todavía estás hablando
de casarte con esa vagabunda?
—Deja de llamarla así. —Mi voz tronó fuerte.
Su atención se dirigió a la puerta abierta. —Baja la voz.
—¿Qué ha pasado? No me coge el teléfono y me han dicho que ayer se
mudó. —Me apoyé en el escritorio—. ¿Qué le dijiste?
Se encogió de hombros. —Le ofrecí una suma generosa. El trato era que
dejara Bridesmere y nunca regresara. Si no puedes encontrarla, entonces me
imagino que eso es lo que ha hecho, lo que hace que la admire pues es una
mujer de palabra. Necesitará dinero si quiere abrirse camino en este mundo.
—Si alguien sabe de eso, eres tú. —Mi voz goteaba hielo.
Su rostro se contrajo con desaprobación. —No he hecho nada más que
trabajar duro por esta familia.
—Mi padre es el que tiene el linaje, madre.
Bajó su mirada de mi rostro y volvió a su papeleo. —Pídele a Reynard
que vuelva a entrar, ¿quieres? Y no lo amenaces.
Ni de puta broma.
Me quedé callado un momento. —¿Qué hay entre vosotros?
Se encogió de hombros. —Somos buenos amigos y lo hemos sido durante
años. Me gusta su compañía.
—¿También es tu amante? —pregunté, sintiendo naúseas en el estómago.
—A pesar de que no es asunto tuyo, no, no voy a acostarme con él.
Además, soy demasiado mayor para él. A él le gustan las chicas de la edad
de Theadora. —El brillo de una sonrisa cubrió sus ojos. Un vergonzoso
recordatorio de cómo tener demasiado dinero puede joder a la gente. Creen
que pueden comprar cualquier cosa.
Me dirigí al gimnasio situado en la parte trasera de la casa. Necesitaba
golpear algo y elegí hacerlo con un saco de boxeo. Crisp, sabiamente,
desapareció. De lo contrario, le habría dado un puñetazo en la cara.
Capítulo 35

Thea

EL OLOR A ROSBIF me impactó nada más entrar en mi nuevo


apartamento. Abrazando la vida doméstica y disfrutando de las
comodidades de una cocina totalmente equipada, Lucy canturreaba algo de
Bruno Mars mientras removía algo de una olla.
Creo que mi inconsciente sacó a relucir mi infancia criada en una familia
adinerada cuando me decidí por un contrato de alquiler en un barrio de
categoría.
Le pedí a Lucy que se mudara conmigo sin pagar nada a cambio. Estaba
tan nerviosa después de todo lo que había pasado, que temía estar sola.
—¿Qué tal te ha ido el examen? —preguntó.
—Bueno. Creo que pasaré —dije, pasando el dedo por el borde de la olla
para probar la salsa—. Necesito un descanso urgentemente. Tal vez
podamos ir a España o algo así. ¿Te apetece?
Era asombroso lo que la angustia causaba en la productividad de uno.
Enterré la cabeza en los estudios para evitar pensar en Declan. A pesar de
eso, su imagen estuvo conmigo cada maldito y agonizante minuto,
especialmente por la noche.
Había pasado ya un mes desde que me fui de Bridesmere y finalmente me
quedé sin lágrimas.
Seguramente había llorado hasta quedarme vacía.
—Me encantaría viajar a Ibiza, solo que no puedo seguir abusando de ti,
amor.
Sonreí a su cara triste.
—Estoy forrada ahora.
—Esto es caro y no estás trabajando.
—Eso está por ver. Acaban de contratarme para enseñar música a niños de
preescolar.
—Ah, ¿de verdad? —Su rostro se iluminó—. ¡Excelente!
Me dolía la cara de sonreír. Mis músculos faciales poco trabajados se
tensaban cada vez que mi boca se curvaba.
—¿Le has llamado? —preguntó mientras removía la salsa.
Exhalando un suspiro, negué con la cabeza.
—Sigue yendo al hotel. Y luego está ese hombre pelirrojo de la limusina.
Hoy me ha seguido hasta casa.
La pequeña calidez al escuchar la insistencia de Declan se convirtió
rápidamente en hielo. —¿Reynard Crisp volvió a entrar en el hotel?
—Era mi día libre. Pero juraría que vi pasar su coche antes. Sabe dónde
vivimos.
—Joder.
Pensé en el escalofriante encuentro que tuve con Crisp unos días atrás.
De alguna manera había logrado averiguar en qué universidad estudiaba y
estaba esperándome fuera.
La puerta de su Bentley conducido por un chofer se abrió, lo que hizo que
los estudiantes se quedaran boquiabiertos, como si hubiera llegado una
celebridad.
—¿Cómo me has encontrado? —pregunté.
—Vamos a algún lugar alejado del tumulto, ¿de acuerdo? —Me lanzó una
sonrisa amenazadora que me convirtió en piedra.
—No voy a entrar ahí contigo. —Seguí caminando mientras buscaba un
taxi. Normalmente iba en metro, pero estaba a una manzana de distancia.
El coche avanzó y cuando estuvimos lejos de la universidad, me detuve,
le lancé una mirada sucia y le hice un corte de mangas.
Con esa fría sonrisa suya, tuve la sensación de que Crisp se había burlado
de mí.
El coche se detuvo y salió repentinamente.
Me giré hacia él justo cuando venia hacia mí. —Vete a la mierda. No
estoy interesada en nada de lo que tengas que decir.
Algunos podrían haberlo descrito como guapo, dada su altura, modales
distinguidos y apariencia refinada, pero eran esos ojos azules entrecerrados,
bordeados por pestañas anaranjadas, lo que le daba ese aspecto peligroso y
carente de confianza.
—Solo quiero hablar. —Se tocó la cara y el gran zafiro de su dedo brilló a
la luz del día.
Sí, era asquerosamente rico. Incluso más rico que los Lovechilde, me
habían dicho. ¿Y qué? Eso no significaba nada para mí. En todo caso, hacía
que me disgustara más.
Con la esperanza de que se fuera si le concedía un minuto, me detuve.
Incluso su olor a pino me provocaba náuseas. ¿Mi padrastro usaba esa
colonia? ¿O mis sentidos habían memorizado algo de esa noche en el club?
—Yo no te drogué. Quiero que sepas eso.
—¿Pero sabes quién lo hizo? —Incliné la cabeza.
Ni siquiera parpadeó. En cambio, sus ojos recorrieron mi cuerpo de
nuevo. —Tú estabas destinada a ser mía.
—Ya no soy una puta virgen. ¿No puedes encontrar a otra a la que acosar?
Su boca se torció en un extremo.
—Te vas a quedar sin dinero pronto. Yo puedo darte todo lo que necesites.
—No me interesa. —Seguí caminando.
Me siguió. —Estabas interesada en aquel entonces. Subastaste tu
virginidad. Yo te compré.
Me detuve y apunté mi dedo a su rostro. —Estaba drogada. No tenía
ninguna puta intención de vender nada. Ahora déjame en paz. Solo quiero
vivir una vida normal lejos de los viejos sórdidos como tú.
Tenía una risa malvada. Parecía excitarse con mis dardos. — No estarás
todavía suspirando por Declan Lovechilde, ¿verdad?
—No voy a hablar de él. ¿Es que no puedes parar o qué? Seguiste a mi
amiga a casa. Eso es acoso. Te denunciaré a la policía.
Una persona decente ya habría recibido el mensaje, pero no Reynard
Crisp. Con esa sonrisa aparentemente amable, se mantuvo firme.
—Cena conmigo.
—No me interesa. Ahora déjame en paz. —Aceleré el paso.
—Las fotos se filtrarán. ¿Quieres eso? Destruirá tu futuro como docente.
Dejé de caminar. —La señora Lovechilde me dio su palabra de que nunca
saldrían a la luz.
—¿Cómo crees que las consiguió? —Esa sonrisa amenazante regresó.
—¿Por qué me estás haciendo esto? —Mi voz se quebró.
—Porque te deseo. —Se puso serio. La sonrisa se había desvanecido y me
atrapó con su mirada penetrante.
—Ya no soy virgen.
Su dedo se deslizó a lo largo de mi muñeca. —No me importa.
Aparté el brazo como si me hubiera mordido una serpiente. —No te
acerques a mí.
Mientras me alejaba a toda prisa, una sensación de hundimiento se
apoderó de mi estómago. Sabía que esta historia no había acabado.

MI NUEVO TRABAJO ERA un modo de distraerme que agradecí bastante.


Los niños eran muy dulces, algunos se dedicaban a tocar instrumentos de
percusión, mientras que los más pequeños, vestidos con tutús, bailaban.
Tenía que estar con ellos cuatro horas al día en turno de mañana, lo cual me
vino bien. El salario era suficiente para cubrir mi alquiler y alguna que otra
factura.
Aunque me hubiera gustado haber comprado una casa en lugar de pagar el
desorbitado alquiler que estaba pagando, necesitaba un trabajo a tiempo
completo para que me concedieran un préstamo.
Todo a su tiempo.
Llegué a casa y encontré a Lucy en el sofá viendo la televisión. Me miró y
dijo: —He estado intentando llamarte.
—Mi teléfono se ha muerto. ¿Qué pasa?
—Ha venido hoy.
Puse los ojos en blanco. —No me lo puedo creer, se está pasando ya…
¿No puede encontrar a otra a quien acosar?
Sacudió la cabeza. —No hablo de Reynard Crisp.
—¿Te refieres a Declan? —Un repentino temblor en la rodilla me empujó
hacia el sofá.
Asintió. —Me preguntó si podía darle tu número.
Solté una respiración profunda. Había cambiado de número. Tuve que
hacerlo. No podía hacer frente a todos sus mensajes y llamadas. Era la única
forma en que podía huir.
—Deberías hablar con él, Thea. Parecía cansado, preocupado y extasiado.
Respiré. Sí, Declan era una de esas extrañas personas que estaba aún más
guapo cuando se les notaba el cansancio y el estrés. Era un alma tan
profunda que mi corazón sangraba.
—No puedo enfrentarme a él, Lucy. —Suspiré—. Cogí el dinero y me fui.
¿En qué lugar me deja eso?
—Te hace parecer una mujer práctica. Eres pobre y te estaban
chantajeando.
—Supongo que así fue en cierto modo. Pero no debería haberlo cogido,
¿verdad?
Abrumada por la culpa, sentía que había hecho un trato con el diablo al
haber cobrado ese cheque.
—¿Qué mas te dijo?
Contuvo el aliento. —Quería que te convenciera de que le llamaras. Me
hizo prometerlo. Algo me dice que no va a parar hasta que lo hagas. Y
deberías.
—Pero si lo hago tendré que hablar sobre lo de las fotos y el dinero. —Me
mordí la uña ya mordida hasta el muñón.
—Dile la verdad. No eres tú la de esas fotos.
—No estoy segura. —Me rasqué el cuero cabelludo—. Tal vez sí lo sea.
No puedo recordar una mierda.
—Yo me acordaría si me hubieran metido una polla hasta la garganta. —
Hizo una mueca—. Lo siento.
—Si contactara con él, su madre haría públicas esas fotos. Entonces sí que
me puedo despedir de mi título de maestra. —Pensé en las amenazas de
Crisp y, de repente, mi cuerpo se sintió como si le hubieran echado cemento
encima.
—No lo creo, no eres famosa ni nada. —Lucy sonrió con simpatía.
—Está Facebook. Los que contratan revisan Facebook, Instagram…
Seguro que las subiría a todas las redes sociales. ¿Quién me contratará
entonces?
Asintió lentamente. —Le he visto completamente roto, amor.
Una sonrisa triste creció en mi rostro. —¿En serio?
Por egoísta que eso me hiciera parecer, me gustaba escuchar que Declan
me echaba de menos.
No le llamé.
No podía.
Capítulo 36

Declan

EL CENTRO DE REEDUCACIÓN debía abrir en dos días. Habría cámaras


y medios de comunicación de todo tipo y yo no podía pensar con claridad.
Mi madre se negó a darme la razón por la que despidió a Thea. Incluso
me había ofrecido un trato.
—Cierra tu patio de recreo para criminales y te lo explicaré —me dijo.
Salí furioso, algo ya habitual en mí al tratar con la mujer que me dio la
vida.
Will estaba charlando con el jardinero, Shane, cuando me miró.
—¿Puedo hablar contigo? —pregunté.
Caminamos hacia el laberinto, que parecía simbólicamente apropiado,
teniendo en cuenta los secretos que se cernían sobre esta familia.
A Will siempre le había gustado permanecer en segundo plano. Cuando
hablaba, a menudo era ingenioso, pero sobre todo apoyaba a mi padre y
ahora a mi madre con una actitud suave y discreta.
—¿Se te ha ocurrido ya un nombre apropiado para el centro de
reeducación? — preguntó.
—Reinicio.
Asintió pensativamente. —Suena apropiado.
—Ya que eres cercano a mamá y todo eso, necesito que me digas qué pasó
con Theadora.
—¿No has hablado con ella? —Parecía sorprendido por alguna razón.
—No. Y no es que no lo haya intentado. —Solté un suspiro de frustración
—. Llevas más tiempo con esta familia que con mi madre. ¿Puedes por
favor ayudarme y decirme qué pasó con Theadora?
Se rascó la mandíbula sombreada y se tomó un momento para responder.
—Unas fotos de Theadora llegaron a manos de tu madre. Ella básicamente
le ofreció algo de dinero, y la chica sabiamente lo cogió y se fue.
Mis cejas se juntaron con fuerza. —¿Unas fotos?
A pesar de saber lo falta de dinero que estaba Theadora, me resultó difícil
escuchar que había aceptado un incentivo para alejarse de todo esto, para
alejarse de mí. Yo le hubiera dado cualquier cosa que me hubiera pedido.
—¿Las has visto?
Asintió.
—¿Son malas?
Me miró por un momento antes de asentir.
—Necesito verlas.
Nunca pensé que una mujer pudiera penetrar en mí tan profundamente.
Cada mañana me despertaba pensando en ella. Cada noche soñaba con
tocarla y saborearla. Extrañaba su cálido cuerpo junto al mío, y mis
pesadillas habían regresado.
—Déjame ver qué puedo hacer —dijo.
—Necesito verlas, Will. —Nos miramos fijamente. No me moví. Siempre
reaccionaba así cuando me presionaban.
Dos horas más tarde estaba viendo unas fotos de Theadora en las que se la
veía con una puta polla en la boca.
Carson me llamó. —Hola amigo, ¿dónde te metes?
Exhalé un suspiro irregular. —Estoy de camino.
Diez minutos después llegué al campamento recién construido.
Pasamos un tiempo con un documentalista, respondiendo preguntas sobre
Reinicio.
Después de que nos dejó, me volví hacia Carson. —Necesito hablar
contigo sobre algo. Y no se trata de Reinicio.
—Por supuesto.
—Vamos al salón, necesitaremos un trago. Podemos hablar allí.
Cuando llegamos al salón, nos encontramos con mi hermana, para mi
frustración. Siempre le encantaba detenerse a conversar cuando Carson
estaba cerca.
Con unos vaqueros ajustados y rasgados y una camiseta que se ajustaba a
sus grandes hombros, era todo músculo y un imán para las chicas.
—Hola. —Ella era todo sonrisas, y sus ojos no se apartaban de él—.
¿Cómo va el centro de reeducación? Me encantaría ir a veros un rato.
—No es algo para ir a divertirte, ¿sabes? —dije.
Carson se giró hacia mí. —Aunque puede venir a la inauguración mañana
por la noche.
Ella asintió con un brillo agudo en los ojos.
—¿Por qué no? Cuantos más, mejor.
—Oye, no te vaya a dar algo de la alegría… —dijo—. Ethan también
quiere ir. Le has enviado una invitación, ¿no?
—Pensé que se había ido a Nueva York —dije.
—No. Tiene un proyecto en marcha. Quiere hacer algo en su parcela de
tierra.
—¿Alrededor del estanque de los patos? —Me encantaba ese estanque.
—Sí. —Volvió a centrar su atención en Carson—. Más drama familiar.
Verás lo que nos espera.
—Ya veo… te gusta —murmuré haciendo un gesto a Carson, que parecía
demasiado absorto en mi hermana devora-hombres, para continuar
andando.
La saludó y me siguió al jardín, agarrando su bebida.
—¿Qué te pasa, hombre? —preguntó, mientras nos acomodábamos en el
banco de mármol junto a la fuente del dios alado Mercurio. El mismo banco
donde había besado los labios inocentes de Theadora. Los mismos labios
que aparecían comiéndose la polla de un gilipollas en esas fotos de mierda.
Le hablé de las imágenes que habían convertido mi día en el apocalipsis.
—Obviamente quería que la recordaras como esa chica inocente de la que
te habías enamorado.
El músculo de mi mandíbula se flexionó. —Casi me echo a reír cuando
las vi.
Él asintió con simpatía. —¿Estás seguro de que es ella?
El mismo pensamiento se me había ocurrido mientras luchaba con todo
tipo de demonios, viendo sus tetas en la cara de un puto gusano grasiento.
—Gran pregunta. Es una foto tomada desde atrás y no se distingue su
rostro.
—¿Tal vez las fotos sean un montaje?
—Era virgen, Carson. Una jodida virgen. ¿Qué virgen anda chupando
pollas?
Sus labios se curvaron en una media sonrisa. —Creo que lo hacían en los
viejos tiempos, cuando la virginidad era una necesidad para el matrimonio.
—Como en el Medio Oriente o en el siglo XIX y antes.
Se encogió de hombros. —Los católicos practicantes todavía lo hacen.
Dejé escapar un suspiro. —De todos modos, ella no es católica y está
viviendo en el presente.
—¿Estás seguro de que era virgen?
—¿Alguna vez has estado con una? —pregunté.
Sacudió la cabeza. —No. Siempre he ido a por mujeres mayores. Me
gustan las experimentadas.
—Entonces, te lo digo, no hay manera de que ella pudiera haber fingido
eso. Todo se lleno de sangre y bueno… —¿Cómo podía decirle que estaba
tan apretada que mi pene aún no se había recuperado de esa rara sensación?
—Olvídala. Quiero decir, puedes tener más mamadas que asados
navideños.
Mi boca se curvó por primera vez en semanas. —Habla por ti. Pero
supongo que tienes razón.
Aunque ninguna será tan jodidamente buena como con los labios de
Theadora.
—También está lo de que ella cogió el dinero. Eso me confunde. Podría
haberlo hecho porque lo necesita y ha tenido una vida difícil.
—Se fue porque no quería que vieras las fotos. Eso tiene más sentido.
Esa, en mi opinión, es una reacción digna.
—Pero, ¿y lo del dinero?
Se encogió de hombros. —Yo también lo habría cogido. ¿Estás
enamorado de ella?
Me pasé los dedos por el cabello, que se me seguía viniendo a la frente, y
asentí. —No puedo dormir. No puedo dejar de pensar en ella. Yo fui su puto
primer hombre.
Asintió lentamente con una sonrisa triste. —Eso es algo importante para
ti. Juraste solemnemente que no tendrías una relación hasta que hubieras
arreglado tu vida.
—Sí, bueno, no esperaba encontrarme con Theadora, la verdad…
—Yo que tú averiguaría si la de las fotos es realmente ella. Y si lo es, lo
superaría. Joder. En todo caso fue antes de que ella te conociera.
Él estaba en lo correcto. Pero todavía me sentía como si nuestra relación
hubiera sido profanada.
Le abracé y me fui a Londres.

EL CLUB PURR SE veía diferente a la dura luz del día. Después de probar
algunas rutas diferentes, me tomó un tiempo encontrar el lugar donde
rescaté a Theadora. Me encontré caminando arriba y abajo por diferentes
calles, hasta que finalmente divisé el club escondido en un callejón sin
salida.
Llamé a un timbre en la puerta de metal, y después de unos minutos un
‘¿Puedo ayudarte?’ respondió con un fuerte acento de Europa del Este.
Mentí sobre querer comprar una virgen y ella me dejó entrar.
—Normalmente, esto se hace solo por invitación. —Observó mi Rolex,
un regalo de cumpleaños de mi abuelo.
—Pasaba por aquí y he recordado que Reynard Crisp me habló de este
sitió —mentí.
Su ceja depilada se movió ligeramente hacia arriba. Obviamente había
reconocido el nombre. —¿No quieres entrar? —Me dejó pasar y la seguí
hasta un bar que olía a puros rancios, alcohol y loción para después del
afeitado.
—¿Puedo ofrecerte un trago?
—Whisky —dije.
Me pasó un vaso y luego se sentó a mi lado en un taburete de la barra.
—Como puedes ver, aquí tenemos un escenario donde desfilan las chicas.
—Apuntó.
Ver aquel sitio me repugnó, sabiendo que Theadora había sido parte de
este sórdido establecimiento. Recordaba la historia que me contó, cuando
aceptó el trabajo de camarera por desesperación.
—Mira, no voy a andarme por las ramas. No estoy aquí para comprar a
ninguna virgen, estoy aquí por esto. —Saqué el sobre de mi bolsillo y le
enseñé las fotos.
Su rostro se endureció. —Creo que deberías irte. —Agarró su teléfono.
Ya había previsto esa reacción y venía preparado. Saqué un fajo de
billetes y los puse sobre la barra.
—Aquí hay diez mil libras. Cuéntalo si quieres. Es tuyo. Solo quiero
saber qué pasó esa noche y si es la misma chica. —Señalé una foto donde
se le veía la cara a Theadora y luego a la imagen pornográfica.
Miró la foto, luego a mí, luego al dinero. Le llevó un momento decidirse.
—¿Por qué necesitas saberlo? ¿Cómo sé que no involucrarás a la policía?
—No lo he hecho hasta ahora. Fui yo quien la salvó, mientras iba drogada
hasta las cejas e intentaba escapar de ser violada por Reynard Crisp.
Sus ojos se abrieron ligeramente.
—Todas las chicas firman formularios de consentimiento.
—Ah, ¿de verdad? ¿Y qué hay de drogar a las que no dan su
consentimiento? Eso me parece un delito.
Permaneció en silencio.
—Solo necesito saber la verdad de estas fotos.
—Voy a necesitar más que eso. —Su cabeza se inclinó hacia el dinero en
efectivo.
Saqué otro fajo de billetes y lo puse sobre la barra.
—¿Quién tomó la foto de Theadora en el espejo?
—Fui yo. —Cogió el dinero, hojeó los dos fajos, se levantó, agarró su
bolso y los guardó.
—¿Así que la conociste aquella noche?
Asintió. —Ella estaba de camarera. Mi trabajo es ayudar a las chicas
nuevas a adaptarse, y esa es una foto de ella en el vestidor. Normalmente
tomamos fotos de todas nuestras chicas para la pizarra.
—¿Para la pizarra? ¿Exhibes públicamente esta imagen?
Su boca se torció en un extremo, haciéndola parecer astuta. —No lo he
comprobado, pero tal vez.
Pude ver que quería más dinero. Saqué otro fajo de billetes de mi bolsillo.
—Enséñamela. Destrúyela y luego quiero que borres el archivo de tu
teléfono y del ordenador. Te daré veinte mil libras.
Sus cejas se elevaron. —Esta chica debe significar mucho para ti.
—Enséñamela.
Me llevó hasta la pizarra donde había fotos de camareras con poca ropa.
Como era de esperar, la imagen de Theadora destacaba. Ella era, con
mucho, la criatura más hermosa allí, con su figura voluptuosa exhibida
provocativamente con ese pequeño corsé.
Sacó la foto y me la entregó. Después de borrar las imágenes de su
ordenador y teléfono, le entregué el dinero.
—¿Dónde están las otras? —pregunté.
—No existen más. No tengo esas fotos.
—¿Son de ella? —pregunté.
Saqué otro fajo de billetes y lo tiré sobre la barra. —Habla.
Se pasó la lengua por los labios abombados. —No, no es ella.
—¿Cómo lo sabes?
—No lo sé. Es la primera vez que las veo. Aquí no se la chupó a ningún
cliente. No lo hubiera hecho ni de broma. Apenas pudimos lograr que
sonriera a los clientes aquella noche, y mucho menos sentarse en sus
piernas y frotarle las tetas en sus caras. Y no porque los clientes no lo
intentaran… Por eso que seguimos emborrachándola.
—¿Drogándola, quieres decir?
—Yo no lo hice. Pudo haber sido cualquiera de los hombres que estaban
aquí esa noche. No lo sé.
—Pero si no la drogaste, ¿por qué estabas segura de que permitiría que la
subastaran?
—No lo estaba. Pero estaba borracha y traté de convencerla, pero luego
salió corriendo. Reynard, que la había visto cuando ella le sirvió, dijo que
quería invitarla y darle otra bebida.
—Entonces, ¿seguramente fue él quien la drogó?
Se encogió de hombros. —Mira, no lo sé. Yo no tuve nada que ver con
eso.
—Sin embargo, la emborrachaste adrede.
—Ahora resulta que ella no quiso beber, ¿verdad? —Puso una sonrisa
falsa—. A las chicas nuevas les gusta beber. Les ayuda a relajarse. Ella no
era diferente.
—De acuerdo. ¿Entonces estas fotos no son de Theadora? —Necesitaba
estar seguro.
—Como he dicho, ella solo sirvió copas aquel día. No hizo otra cosa que
no fuera eso.
—Entonces, ¿quién ha hecho estas fotos? —pregunté—. Tendrías que
haberles dado esta foto de ella en el espejo. Fue Crisp, ¿no?
Se encogió de hombros. —No te diré nada más. Ya tienes lo que viniste a
buscar. No tuve nada que ver con esas otras imágenes. No son de ella. Eso
es todo lo que necesitas saber.
Salí a la luz del día, sintiendo que me había quitado un peso de encima.
Me alegraba más por Theadora. Esas fotos seguro que la habían hecho pasar
un infierno. Ese pensamiento fortaleció mi determinación de hacer que ese
capullo de Crisp cayera de rodillas, rogando misericordia.
Capítulo 37

Thea

ME ECHÉ HACIA ATRÁS, sin muchas ganas de nada. Debería haber


estado trabajando en el proyecto para mi último semestre, y mi cabello
necesitaba un buen lavado con urgencia. La depresión se había abalanzado
sobre mí de nuevo. Cada vez que apretaba el botón de pausa de la vida, esa
nube oscura me tragaba.
La puerta se abrió y feliz de tener a alguien con quien hablar, me di la
vuelta para saludar a Lucy, cuando mi columna se puso rígida.
—Mira lo que ha dejado el gato por aquí… —dijo con una sonrisa, a
pesar de su mueca de disculpa.
Declan me pilló con mis leggins baratos, una camiseta rota y manchada y
una grasienta cola de caballo. Estaba que daba asco.
Mi boca se abrió y salió un ‘Oh’.
Unos segundos de tenso silencio parecieron prolongarse. No estoy segura
de quién estaba más nervioso, él o yo.
—Lamento irrumpir así —dijo frotándose el cuello y con una sonrisa
vacilante.
Lucy se mordió el labio y dijo: —Él insistió. Yo…
—Está bien, Lucy. —Mi boca tembló en una sonrisa tensa.
Se dirigió a su dormitorio. —Os daré un poco de espacio.
Me giré hacia Declan. —Solo dame un minuto. Me pondré algo y
podemos ir al parque, si quieres.
—Por supuesto. Aunque así estás bien. —Sonrió dulcemente.
—No, no me siento a gusto. —Levanté un dedo—. Un minuto.
Entré en mi dormitorio. Mi corazón se aceleró y mi cerebro se nubló
cuando entró Lucy. —Lo siento, pero me ha seguido. No lo sabía.
Olí una camiseta de manga larga, me la metí por la cabeza y luego me
puse mis mejores vaqueros. —No te preocupes. Aunque no sé qué es lo que
quiere.
—Oye, déjale hablar, ¿quieres? —Me tocó el brazo.
—Estoy horrible. Mi pelo está sucio.
—Estás preciosa, como siempre. Como si acabaras de levantarte de la
cama.
Puse los ojos en blanco. —¿Se supone que eso tiene que hacerme sentir
mejor?
Sonrió. —Ve. Estarás bien.
Abracé a mi amiga, reuniendo la fuerza que necesitaba para enfrentar al
hombre que me había robado el corazón.
Mientras cruzábamos la calle hacia el parque, apenas podía caminar, e
intuyendo bien lo que me pasaba, como siempre, Declan me cogió de la
mano lanzándome una tímida mirada para ver si no me importaba.
Increíble.
Estaba demasiado ocupada lidiando con el hormigueo que me recorría el
cuerpo, como para protestar. Claro, podría hacerlo yo misma, pero fue
agradable volver a sentir esa mano grande y cálida.
Llegamos a un banco del parque y nos sentamos.
—Necesitaba verte. —Me miró directamente a la cara—. Necesito hablar
contigo.
—Pensé que estarías ocupado con lo del centro de reeducación.
—Lo estoy. Pero desde que te fuiste, no he podido hacer nada. —Su
mirada se intensificó—. ¿Por qué no me lo dijiste?
Me quedé helada. ¿Qué iba a decirle?
—Sé lo de las fotos —dijo.
Mi boca se abrió. —¿Lo sabes? Pero tu madre prometió no enseñártelas.
Teníamos un trato.
—Ella no me las ha enseñado. Ha sido Will después de presionarle para
que lo hiciera. —Extendió las manos—. ¿Por qué no me lo contaste?
—Tu madre me amenazó con publicar esas fotos si te seguía viendo. Mi
carrera habría acabado antes ni si quiera de empezar. —Mi boca temblaba
mientras luchaba contra los sollozos.
Tomó mi mano. —Escucha, la de las fotos no eres tú.
Mis cejas se juntaron. —Pero, ¿cómo sabes eso? Yo sé que no soy yo. Es
decir, a excepción de la del espejo.
—Fui al club y hablé con una mujer alta y rubia de Europa del Este.
—¿Conociste a Tania? Ella fue la que me drogó.
—Dice que no fue ella. No sabe quién lo hizo, pero no me extrañaría que
hubiese sido Crisp.
Suspiré. —No, a mi tampoco me sorprendería. Se está convirtiendo en
una maldita plaga.
Su ceño se profundizó. —¿Te ha estado acosando?
—Podría decirse. —Pensé en lo que acababa de decirme y le miré a los
ojos—. Gracias.
—Puedes presentar cargos, ¿sabes? Contra Reynard. Pagaré un buen
abogado.
Negué con la cabeza. —No. Quiero que esto se acabe.
—Conseguí que eliminara tu imagen de sus archivos.
—¿Cómo? —preguntó.
—Con dinero.
—Oh Dios. Te he costado mucho, ¿no? ¿Supongo que tu madre te dijo
también lo del dinero?
—Lo hizo. —Se pasó el pulgar por el labio inferior—. Al principio, me
molestó. Pero a mí nunca me ha faltado nada, así que no estoy en
condiciones de hacer juicios duros.
—Todavía me siento como una mierda por eso. —Tomé una respiración
profunda—. Me ha estado atormentando durante semanas. Estaba pensando
en devolverlo poco a poco. Tengo un trabajo a media jornada y se supone
que me graduaré en un año; después de eso…
Se inclinó y me besó suavemente en los labios. Un beso casto. Pero la
calidez y la suavidad me hicieron olvidar todo.
—No hay necesidad de devolverlo. Y si te hace sentir mejor, haré un
cheque y se lo daré a mi madre en tu nombre.
Flotando en lo alto después de ese dulce beso, me tomé un momento para
responder. —¿Puedes permitirte eso? Preferiría estar en deuda contigo que
con tu madre.
Abrió su brazo y me apoyé en su cuerpo firme. —Soy multimillonario por
derecho propio, Theadora. No hay necesidad de preocuparse. Es tuyo. Haz
lo que quieras con él.
—No me sentiría bien haciendo eso. Quiero devolverte el dinero. No
estaba contigo por dinero.
Me miró a los ojos y las lágrimas salpicaron mis mejillas.
—Hay algo que podrías hacer —dijo, limpiando mis lágrimas con su
camiseta, revelando sus duros abdominales que liberaron un silencioso
suspiro en mi pecho.
—¿El qué? —Le miré.
—Quiero que te mudes a vivir conmigo.
Mi cuello crujió por el giro repentino de la cabeza. —Pero eso nos
convertiría en una pareja.
Cogiéndome de la mano, me besó en la mejilla. —Te quiero en mi vida,
Theadora.
Un nudo se instaló en mi garganta, amenazando con robarme el habla.
—Al principio pensé que era solo algo esporádico. —Continuó
jugueteando con mis dedos—. Pero realmente te he echado de menos. Nada
es igual sin tú no estás cerca.
—Yo también te he extrañado. —Caí en sus brazos y lloré. Cuanto más
intentaba sofocar mis sollozos, más fuertes se hacían. Toda la angustia que
me provocaron aquellas fotos, de echarle de menos como lo haría con mi
propia alma y de ser acusada por su madre, todo eso salió de mí y se
derramó en su camiseta.
Me apretó con calidez. Sosteniéndome mientras temblaba en sus brazos.
Una pasión aterradora brotó de mí como una ruptura psíquica. Una
mezcla confusa de júbilo y miedo hizo que mi corazón sangrara lágrimas.
Luché por recuperar el aliento mientras la emoción salía de mí.
Continuó sosteniéndome cerca, consolándome. Casi alentando mi efusión
como una forma de despejar el paso para que pudiéramos estar juntos,
limpios de recuerdos y secretos horribles y oscuros.
Permanecimos así en el banco del parque durante mucho tiempo.
Sosteniéndonos el uno al otro. Su cuerpo duro y fuerte contra el mío.
Todo lo que necesité fue escuchar esas palabras aterciopeladas: ‘Te quiero
en mi vida’, y me liberó.
Con cada beso suavemente colocado, hizo desaparecer mis temores de
vivir con él, hasta que solo quedó una montaña de esperanza y deseo.
Ni siquiera recuerdo haber regresado a mi apartamento. Fue una
experiencia extracorporal. Declan virtualmente me recargó de energía,
sosteniendo mi peso contra su cuerpo.
Lucy, bendita sea su alma, había salido para darnos un poco de espacio.
Caímos en el sofá y me miró fijamente a los ojos. Sus ojos azul océano se
oscurecieron con lujuria.
Como imanes nuestros cuerpos se entrelazaron. Su boca hambrienta se
comió la mía, como si hubiéramos estado codiciando el uno al otro durante
mucho tiempo y esta fuera nuestra primera vez. Nuestro primer beso.
A partir de ahí me entregué a un frenesí de ardiente deseo. Impaciente y
necesitada de que hiciera estragos en mí.
Le arranqué la camisa y me froté contra sus músculos desarrollados,
suaves y duros.
Su cálida boca explorando la mía, suave, luego áspera y su lengua
separando mis labios.
Dejando un rastro de besos hasta mi cuello, chupó mis pezones y respiró
pesadamente mientras tocaba mis pechos.
Le desabroché los pantalones y su palpitante polla dura se posó en mi
mano, goteando y hambrienta.
Me comió el coño como si fuera un delicioso postre. Sus gemidos
lujuriosos y embriagados coincidían con los míos mientras me corría tantas
veces que mi cuerpo tenía una sobredosis de éxtasis.
Cuando entró en mí, el intenso y feroz estiramiento hizo que se me
humedecieran los ojos. Su mano agarró mis caderas y me sostuvo mientras
me embestía. Su penetración lenta y deliberada envió escalofríos de un
calor abrasador a través de mi cuerpo. Pasó de lento y provocativo a ser un
pistón golpeando dentro de mí.
Una cacofonía de suspiros y gemidos entrecortados resonó cuando nos
juntamos. Declan susurró ‘Theadora’, seguido de un gemido embriagado
cuando explotó.
Mis uñas se clavaron en sus curvilíneos bíceps, y enterré la nariz en su
cuello húmedo y salado, inhalando su aroma masculino. Podía sentir el
ascenso y descenso de su musculoso pecho sobre el mío.
Suspiré y me acurruqué en sus brazos.
Me acarició el cabello y durante varios minutos permanecimos en un
cómodo silencio. Su cálido cuerpo se envolvió alrededor del mío,
presionándonos juntos, piel con piel. No podía imaginar un lugar más
seguro.
Le miré y su sonrisa era como un rayo de sol en un día triste. Finalmente
me sentí completa de nuevo, una parte perdida de mi espíritu había sido
restaurada.
Empapada con su afecto, me acurruqué en su fuerte cuerpo. Nuestros
corazones, latiendo como uno solo, parecían haberse fusionado.
Suavemente, estiré la mano y tracé sus contornos con la punta de mi dedo.
Sonrió suavemente y besó mi mano mientras acariciaba mi mejilla.
Capítulo 38

Declan

ACOSTADO DE LADO, LA miré. Como un hombre que ha despertado en


el mismo cielo, no podía dejar de sonreír.
—¿Qué? —preguntó Theadora.
Por alguna razón odiaba que la mirara. Quizás se relacionaba con una baja
autoestima. Planeé recordarle todos los días de nuestra vida juntos, lo
hermosa que era.
—Solo estaba admirando tu fea cara.
Me abofeteó juguetonamente. —No soy más fea que tú.
Nos miramos y nos reímos.
—No, en serio, eres jodidamente exquisita, Theadora. Y te prefiero así.
—¿Desnuda, quieres decir?
—Mmm… eso también. Pero hablaba de tu cara sin maquillaje.
Su frente se estremeció. —Entonces, ¿eso significa que no te gusta mi
glamour?
—Me gustas de todas las maneras. Pero es bueno verte tal y como la
naturaleza te ha creado.
—Lamento el desorden. —Señaló su habitación, que parecía haber sido
asaltada por ladrones—. Mi vida es bastante ajetreada.
—No te preocupes por nada. Yo te cubro.
Frunció el ceño. —¿Qué quieres decir?
—Te estoy arrastrando de regreso conmigo, y podrás tener y hacer todo lo
que tu lindo corazón desee.
Se sentó gloriosamente desnuda. Sus tetas colgaban de esa manera que
hacía que algunos hombres pagaran miles de euros solo por mirar como
pervertidos. Mi pene volvió a la acción. Duro como una roca, como si no
hubiéramos pasado la última hora follando como adolescentes cachondos.
—¿Qué hay de tu madre?
Tracé sus labios con mi dedo y luego la besé suavemente. —Cariño, solo
vuelve.
Su ceño se alisó y sonrió. —He echado de menos Bridesmere, debo
admitirlo.
—¿Eso es todo lo que has echado de menos? —Incliné la cabeza.
—Bueno, no… también hay un tipo allí… Un tipo alto, ex-militar, que no
deja de pellizcarme el culo y tocarme las tetas. Y bueno, es guapo.
—¿Guapo? —Eché la cabeza hacia atrás.
—De acuerdo. Más que guapo. Sexy.
Nos miramos y nos reímos.
Se levantó y se vistió con una camiseta holgada y se tocó la tripa. —Estoy
hambrienta.
—Yo también. Pero tengo que irme ya, Carson me está esperando.
—Entonces déjame hacerte un sándwich de queso y una taza de té.
Salté de la cama. —Me has convencido.
Me dejó vistiéndome y se dirigió a la cocina, que formaba parte de la sala
de estar.
Fui a sentarme cuando Theadora salió corriendo de la pequeña cocina y
limpió el desorden del sofá.
—Lo siento mucho. —Parecía avergonzada—. No soy la persona más
ordenada del mundo, como ves.
Me encogí de hombros. —Para eso disponemos de servicio de limpieza. Y
gracias a Dios por ese servicio…
—Pero tú me pediste que limpiara en tu casa para colarte en mis bragas.
Me estiré en el abultado sofá. —Culpable de los cargos. —Me reí—. Te
deseaba mucho después de verte agachada y con esas blusas ajustadas.
Esos recuerdos dispararon de nuevo la excitación hasta mi polla.
Verla moverse con esa camiseta no ayudó, sabiendo que estaba desnuda
debajo y rogué a los dioses del porno que la hicieran inclinarse.
Echó agua en un par de tazas. —Hablas como si te sedujera a propósito.
Estudié su rostro en busca de signos de resentimiento. En cambio, sus
ojos chispeaban con gracias. —No tienes que hacer mucho para ponérmela
dura.
Sacó un plato con un sándwich tostado y una taza de té y los colocó sobre
la mesa, retirando partituras, libros de texto y libretas.
—¿Cómo van tus estudios?
—Bastante bien. —Volvió a la cocina y regresó con otro plato y una taza
de té mientras se acomodaba en una silla frente a mí, apoyando sus piernas
delgadas y tonificadas sobre la mesa de café.
Logré ver su coño mientras se recolocaba, y el plato de mi regazo casi
sale volando.
¿No acabamos de follar como locos?
Señalé. —Mmm… puedo verte todo, Theadora, y me resulta difícil
comer.
Riendo, se bajó la camiseta. —Lo siento. Tienes que comer.
—Oh, ya lo creo. Resulta que estoy jodidamente hambriento de nuevo.
Se rio. —Eres un maníaco sexual.
—Contigo sí lo soy. —Le di un mordisco al sándwich, el queso rezumó en
mi lengua y mis papilas gustativas saltaron de alegría.
—¿Cómo está? —preguntó.
—Delicioso. Estoy muerto de hambre. Buena idea.
—¿Es suficiente? Puedo hacerte más. —Fue a levantarse.
Hice un gesto. —No. Por favor. Termina el tuyo. Con esto estará bien. —
Tomé un sorbo de té caliente, hecho a la perfección. Theadora había
recordado cómo me gustaba el té. Algo con lo que era bastante quisquilloso.
—Espero que no pienses que soy una vaga con toda la casa así —dijo.
—No estoy aquí para juzgarte. Me encanta cada segundo que pasamos
juntos. Eso es todo. En mi mente, esto es el nirvana.
Se rio. —Lo dudo. Estás acostumbrado a la opulencia y todo lo que te
rodea es caro y selecto. Pero al menos, aquí estamos a salvo.
Dejé de comer y la estudié. —¿Con eso te refieres a ti y a Lucy?
Asintió. Terminó de masticar, tragó y luego agregó: —Por eso cogí el
dinero de tu madre. No podía soportar la idea de volver a compartir piso
con extraños.
Negué con la cabeza. Por primera vez en mi vida, me di cuenta de cómo
era vivir sin algo. —Tienes razón acerca de que mi vida está llena de
comodidades y no tengo que enfrentar la sombría perspectiva de quedarme
sin un techo. Pero las pasé canutas en Afganistán. A veces acampábamos en
cuevas. Hacía mucho frío y no teníamos exactamente jarrones bonitos ni
grandes obras de arte para mirar boquiabiertos.
Puso una sonrisa triste. —Eso suena aterrador. Sé muy poco sobre tu
etapa de soldado. ¿Me lo contarás algún día?
—Por supuesto. Una anécdota aquí, otra allá… Como ahora. No es
precisamente la mejor conversación para compartir. —Respiré.
—No me importa. Puedes hablar conmigo de cualquier cosa.
Me limpié los labios con un pañuelo y me levanté para llevar mi plato a la
cocina.
Ella se abalanzó sobre él. —No. Déjalo. La cocina está aún peor.
Ignoré sus súplicas y levanté su plato. —Me importa una mierda,
Theadora. Has estado trabajando duro en tu curso. Lo entiendo.
Me siguió a la cocina, sacó zumo de naranja de la nevera y llenó dos
vasos, pasándome uno.
Cuando se dio la vuelta, la agarré y me froté contra ella.
—Joder... estás jodidamente caliente —le dije, pasando mis manos por su
muslo hasta su trasero desnudo y dándole un apretón. Mis dedos
continuaron hasta arriba y acariciaron sus pesadas tetas. —Las tienes más
grandes.
—Me va a venir la regla y las tetas tienden a agrandarse.
—Joder, eres perfecta. —Gemí mientras me frotaba contra ella. Mi dedo
frotando su clítoris mientras me empapaba con su excitación—. Me gusta
que vayas desnuda, con solo una camiseta.
Me desabroché los vaqueros para aliviar el dolor y seguí tocándola. Frotó
su culo contra mi polla, animándome a entrar.
Su cabeza cayó hacia atrás sobre mi pecho mientras revoloteaba sobre su
clítoris, hasta que mi dedo se empapó con su liberación.
Su suave cuerpo se retorció contra el mío mientras bombeaba dentro de
ella. —¿Puedo follarte duro?
—Por favor —suplicó.
Golpeé contra su voluptuoso culo. Mis pelotas chocaban contra sus suaves
curvas y mi corazón latía con fuerza, al igual que mi polla, que palpitaba
hambrienta como si fuera nuestra primera vez.
—Estás tan mojada nena…
Tuve que morderla el cuello para dejar de gritar al llegar al clímax.
Resoplé mientras me aferraba a ella. Mi barbilla apoyada en su hombro.
Mis piernas pesaban y todo lo que quería hacer era dormir y pasar el día y
la noche con esta mujer que me había robado el corazón, pero tenía que
volver a casa.
Theadora se alejó de mí justo cuando Lucy entraba por la puerta.
Debimos parecer culpables porque ella dijo: —Oh. Lo siento. Debería
haber llamado primero.
—No. Está bien. —Golpeé suavemente a Theadora en el trasero.
Después de visitar el baño, le pregunté a Lucy: —¿Te gustaría venir con
nosotros a Bridesmere?
Lucy miró primero a Theadora antes de responder. —¿Como para unas
vacaciones?
Sonreí por lo sorprendida que parecía, como si le hubiera ofrecido un
viaje a un lugar exótico. —Si te gusta, claro. O también podrías mudarte
allí. Estamos buscando una administradora en Reinicio.
Sus ojos se agrandaron.
—¡Qué buena idea! —Theadora sonrió.
—Lo es… —Lucy sonaba vacilante—. ¿Dónde viviría?
—Seguro que algo se nos ocurrirá, ¿vale? —Me volví hacia el amor de mi
vida; para volver a ver esa sonrisa brillante y radiante habría regalado mi
riqueza entera.
Theadora me siguió hasta la puerta. —Gracias por esa amable oferta,
Declan. —Me abrazó.
—¿Por qué, cariño? —Acaricié su cabello.
—Por pedirle a Lucy que viniera conmigo a Bridesmere.
—Yo solo quiero que seas feliz. Y puedo ver que ella es una parte
importante de tu vida. Yo tengo a Carson, Ethan y a mis compañeros del
ejército. —La abracé y la besé—. Haría cualquier cosa por ti, Theadora.
Solo quiero que estés conmigo. ¿Vale?
Bajé la cabeza y nuestras frentes se tocaron.
Sus labios se curvaron divinamente. —Es posible que tengas que darle a
tu madre un poco de Xanax antes de darle la noticia.
Me reí antes de ponerme serio de nuevo. —Es mi vida. Y te quiero en
ella.
Capítulo 39

Thea

DECLAN QUERÍA ARRASTRARME CON él. Tuve que jurar y perjurar


que iría a la inauguración de Reinicio. Después de otra tanda de besos, me
despedí con la mano y le vi irse en su todoterreno.
Cuando regresé a nuestro apartamento, encontré a Lucy paseando y
sacudiendo la cabeza de forma intermitente. Al igual que yo, ella se
preguntaba si todo esto era un sueño.
—Por favor, di que sí —le dije—. Será divertido. Podremos ir a la playa.
—¿La playa? —Pude verla tratando de contenerse.
Comer en un restaurante e ir de compras a Marks and Spencer, fue lo más
elegante que hice estando allí para una chica que prácticamente había
vivido de las sobras y que no llevaba nada más que ropa usada.
—No sé qué meter en la maleta —dijo—. Para ser honesta, estoy
desconcertada.
Me reí. —No te preocupes. Mete lo suficiente para una semana y luego
volveremos para hacer la mudanza de todas las cosas, ¿vale?
Asintió con estrellas en los ojos. Sabía exactamente cómo se sentía. Era
como si hubiéramos entrado en un universo paralelo donde solo existían
amantes musculosos y la promesa de un eterno sol radiante.
—Antes de que nos vayamos, iremos de compras y te quiero regalar un
cambio de look, empezando por tu pelo.
Sus ojos se hincharon. —¿En serio? —Parecía preocupada—. Pero, ¿y si
esto no funciona?
—¿Qué quieres decir?
Se encogió de hombros. —Si vuelves a huir de Declan… ¿Qué pasará
conmigo? Allí, en un pueblo extraño, completamente sola…
—Vaya visión más pesimista —dije.
—Lo siento. —Su boca se torció hacia abajo—. No debería ser tan
negativa, pero estoy nerviosa. Tengo un trabajo aquí.
—Escucha, Lucy, voy a quedarme con este hombre. —Puse las manos en
las caderas para impedir que mis propias inseguridades colapsaran mi
felicidad—. ¿Me oyes? —Puse mi brazo alrededor de su hombro—.
Bridesmere es algo parecido a Agatha Raisin, pero junto al mar. Te
encantará estar allí. Te lo prometo.
Una gran sonrisa apareció en su rostro. Su efusividad me contagió,
mientras nos reíamos y dábamos vueltas.
Después de eso fuimos de compras. Había mucho que hacer, dado que
había prometido estar en Bridesmere al día siguiente.
Tuve la sensación de que Declan tenía miedo de que cambiara de opinión.
Después de pasar esa tarde con él enterrado profundamente dentro de mí,
mientras nos mirábamos a los ojos, cayendo más y más profundo, la
probabilidad de no ir era como la de alguien con miedo a las alturas
saltando de un avión.
NORMALMENTE, NOS CONFORMÁBAMOS CON limitarnos a mirar
los escaparates y eso era tan bueno para nosotras como ir a Oxford Street,
pero hoy no. Íbamos a comprar lo que quisiéramos, y el estupor de Lucy
con los ojos resultaba contagioso. Como visitantes de otra galaxia, miramos
con asombro las muchas tiendas llenas de lo último en moda.
Con una tarjeta de crédito que Declan me dejó y la orden de que comprara
lo que quisiera, todavía estaba procesando ese gesto increíblemente
generoso, cuando recordé que mencionó algo sobre comprar un vestido de
gala.
—O puedo pedírselo al estilista de la familia si quieres —dijo tan
naturalmente como el que pregunta si quiero mantequilla con el cruasán.
Todo era demasiado difícil de procesar, como si me hubiera deslizado a
través de un agujero de gusano que me había transportado a un universo que
prometía un placer sin fin.
Me negué a coger la tarjeta, pero él no se dio por vencido. Declan no
dejaba de recordarme que era jodidamente rico. Sin alardear, claro. Ese no
era su estilo y esa era una de las innumerables razones por las que le
adoraba. Bueno, vale, por las que lo amaba.
Me tomó tragarme mi orgullo después de recordarle el dinero que su
madre me había dado.
—Es un pequeño cambio —respondió con esa voz ronca de dormitorio.
Al final, cedí y la cogí.
Lucy entrelazó su brazo con el mío y prácticamente bailamos a lo largo de
la colorida calle llena de tiendas.
—Esto es jodidamente emocionante. ¿Un vestido de fiesta? —preguntó.
—Y uno para ti también. Declan insistió en que no reparara en gastos. Y
no que no me olvidara de ti. Le caes bien y sabe que eres mi hermana.
Su boca temblaba mientras me abrazaba. Pensé que se iba a echar a llorar.
—Tomemos un café rápido y pensemos en lo que vamos a comprar.
Tienes la cita en la peluquería más tarde.
Después del café fuimos de tiendas y me compré unos vaqueros, varias
camisas, un par de vestidos y zapatos. Lo mismo para Lucy, que no podía
dejar de sonreír.
—Estoy agotada. —Me apoyé contra una pared mientras la gente pasaba
—. No entiendo el encanto de ir de compras.
Lucy negó con la cabeza. —Yo estoy en el cielo. Podría hacer esto todos
los días. Nunca me había divertido tanto.
—El vestido de fiesta tendrá que esperar —dije, pensando en la oferta de
Declan sobre llamar a su estilista, que probablemente tendría mejor idea de
cómo vestirme para uno de sus elegantes eventos.
Por mucho que me encantara la ropa como a cualquier mujer joven, nunca
había invertido tiempo ni esfuerzo en pensar en ella, así que ahora que me
encontraba en esta situación nueva para mí, necesitaba ayuda y orientación.
Le envié un mensaje de texto a Declan. —¿Cuándo es el baile?
Respondió de inmediato. —Dentro de una semana.
—Estoy agotada por las compras. Creo que lo del estilista sería buena
idea.
—Lo que tú prefieras, ángel. Solo trae tu hermoso trasero a Bridesmere.
No quiero volver a pasar otra noche sin ti.
—Mi trasero tampoco quiere pasar otra noche sin ti.
—Me la has vuelto a poner dura. Lo de hoy ha sido solo un aperitivo.
Mi boca se estiró en una amplia sonrisa. —Entonces mañana me
aseguraré de preparar una buena salsa para acompañar la comida principal.
—¿Estamos hablando de follar? —preguntó.
—Sí. ¿De qué íbamos a estar hablando? —Me reí.
—Te amo Theadora Hart.
—Y yo también te amo a ti, Declan Lovechilde.
En ese apunte final, una lágrima rodó por mi mejilla nuevamente.
Nunca antes en mi vida le había dicho a nadie, aparte de a Lucy, que le
amaba.
Esto era algo grande. Era real. Y era aterrador.
Capítulo 40

Declan

ETHAN SE ACERCÓ PARA unirse a mí y al grupo de medios de


comunicación, amigos y curiosos. —Esto es todo un espectáculo —dijo.
Reinicio finalmente estaba en funcionamiento. Los camareros paseaban
con bandejas y el champán fluía.
Con el aspecto de una diosa y un vestido de flores combinado con unos
elegantes zapatos, Theadora me dejó sin aliento.
Acababa de llegar esa mañana.
Me sentía bien. Relajado. Me importaba una mierda mi madre y sus
puntos de vista absurdos y anticuados de con quién debería estar. No había
duda de que su actitud intransigente haría que el viaje estuviera plagado de
baches, pero con Theadora a mi lado podría conquistar cualquier cosa,
incluso a una madre más preocupada por las dinastías familiares que por sus
propios hijos.
Aunque Lucy aún no había llegado, había alquilado durante un año para
ella una cabaña, lo que hizo que a Theadora se le llenaran los ojos de
lágrimas. Sabía que lo habían tenido difícil y marcar la diferencia en la vida
de ambas me hacía sentir bien.
Carson hizo el recorrido por las instalaciones conmigo, feliz de pasar el
rato y socializar.
Con una copa de champán en la mano, Theadora se unió a mí y pasé mi
brazo alrededor de su cintura, acercándola a mí y presionando mis labios en
su cabello sedoso. Miró a nuestro alrededor antes de devolvernos una
vacilante sonrisa torcida.
—Vas a hacerlo público, por lo que veo —dijo Ethan, levantando las
cejas. Sabía lo de las fotos y lo que esta relación podía causar con nuestra
madre.
Besé la mejilla de Theadora. —Sí. Estoy bastante seguro de hacerlo.
Savanah se acercó para unirse a nosotros. —¿Dónde están los charcos de
barro y los tíos medio desnudos arrastrándose por ellos?
Me reí. —Tendrás que ir a un campo de entrenamiento militar para ver ese
tipo de cosas.
—Pues yo creía que esto sería algo así —se quejó—. Una demostración
de cómo lo hacen los hombres de verdad.
—Esto está por encima del entrenamiento de gimnasio con el típico
entrenador que se limita a dar órdenes.
—Mmm... me vendría bien uno de esos —dijo—. Tengo los muslos un
poco flojillos.
Mi hermana y su obsesión por la imagen corporal, era una muestra de lo
que importaba en este mundillo. Perdí la cuenta de cuántas veces le había
asegurado a ella, a Cleo y a otras mujeres, que eran hermosas tal y como
eran. Cuando era adolescente, Savanah había sucumbido a las tendencias
bulímicas y, a pesar de que prometió que dejaría de hacerlo, me aseguré de
estar pendiente de ella. Especialmente cuando notaba que perdía un poco de
peso.
Al menos, a Theadora no parecía importarle lo que se metía en la boca.
Incluida mi polla.
Un instructor entró en el campo junto con algunos ex soldados del SAS
que habían accedido a dar un pequeño espectáculo.
—Ah… Eso me gusta más. —Savanah miró a Theadora y arqueó las
cejas.
Ethan puso los ojos en blanco. —Qué predecible.
—No empieces —respondió Savanah—. Apuesto a que si hubiera un
montón de chicas en bikini luchando en el barro, te pondrías muy contento.
—Oh sí. —Ethan se volvió hacia mí—. ¿Habrá una versión femenina de
esto?
—Oye, que sepas que las integrantes femeninas del SAS son igual de
duras, si no más que los hombres.
—No lo discuto en absoluto —dijo Ethan—. He comprobado que las
chicas se pueden volver un poco salvajes.
Negué con la cabeza y me reí. Mi hermano y sus tontas fantasías
adolescentes. A mi parecer se debía a la educación privilegiada ya que su
desafío más difícil fue tener que elegir entre el último Aston Martin o un
Jaguar.
—Shh… —dijo Savanah—. Intento concentrarme. ¡Guau! ¿Has visto
eso? —Apuntó—. Ese es jodidamente fuerte. ¿Se van a quedar después a
tomar algo?
Me reí. —Pasa por el barril de cerveza de allí, y estoy seguro de que
conocerás a algunos.
Al igual que Savanah, el resto de mujeres parecían igualmente cautivadas,
silbando, riendo y dando grititos mientras veían a un grupo de hombres
fornidos haciendo flexiones con un solo brazo.
Cuando Carson dio instrucciones y luego hizo una demostración, estaba
seguro de haber escuchado a mi hermana gemir; entrecerré los ojos y la
miré.
—¿Qué? —preguntó—. ¿Es que una chica no puede babear?
Me reí. —Estoy seguro de que puedes hacer más que eso. Solo ve con
cuidado con él. Es un tipo sensible.
—¿Carson? ¿En serio? —Entrecerró los ojos a la luz del sol.
—Macho Alfa por fuera, beta por dentro —dije.
—Mmm… Lo tendré en cuenta. Aunque tampoco es que esté interesada.
—Oye, deberías organizar esto de vez en cuando. Como una demostración
en directo. ¿Puedes organizar peleas o luchas? —preguntó Ethan.
Me giré hacia Theadora, que se reía de la tonta sugerencia de mi hermano,
y puse los ojos en blanco.
—¿Por qué no? —intervino Savanah—. Es muy entretenido ver a estos
hombres fortachones. Quiero decir, mira esos jodidos músculos… ¿Lo
organizarás?
—¿Tener tanto músculo no te encoge la polla? —preguntó Ethan.
—¿Se te ha encogido la tuya? —pregunté, formando parte de esta ridícula
conversación. Esos eran mis hermanos, siempre me arrastraban a la
imbecilidad juvenil.
—No estoy tan mazado.
—No creo, parece que te interesa mucho el entrenamiento últimamente…
—dije.
—Supongo que estoy siendo un poco más disciplinado. Gracias por
notarlo, hermano. —Me tocó el brazo—. Viniendo de ti, que pareces un
maldito superhéroe, significa mucho.
Dejé a mis hermanos y cogiendo la mano de Theadora, fuimos a dar una
vuelta y a charlar con la gente, respondiendo a infinidad de preguntas sobre
los objetivos de Reinicio.
Fue una gran tarde. Sabía que había tomado las decisiones correctas con
respecto a todo. Con Theadora cerca y Reinicio en pleno apogeo, tenía
muchas razones por las que sonreír.

EL BAILE ANUAL ERA un evento anual ineludible y, a pesar de que la


relación entre mi madre y yo era un poco tensa, decidí que iba a ocupar mi
lugar en esa familia, como siempre lo había hecho. La tradición lo era todo
para mí. Ella tendría que aprender a aceptar a Theadora. Yo me ocuparía de
eso.
Theadora se puso frente al espejo, parecía una diosa con ese vestido rojo.
Me puse detrás de ella mientras se colocaba el cabello mirándose en el
espejo.
Respiré su fragancia de rosas. —Serás la envidia de todas las mujeres allí.
La chica más hermosa del baile.
Hizo una mueca. Theadora no tenía ni una pizca de vanidad en su cuerpo.
En todo caso, se subestimaba.
—¿No crees que esto es demasiado? —Señaló su cabello—. El estilista
me sugirió que lo llevara semirecogido. Es un poco anticuado, ¿no crees?
Jugué con un zarcillo que se curvaba sobre su pecho y luego pasé mi dedo
por ese largo y suave escote, notando que sus pezones se marcaban a través
de la seda.
—Estás preciosa.
Siguió ladeando la cabeza de un lado a otro, como si tratara de encontrar
algo en el espejo. —¿No lo ves muy exagerado? Nunca antes me había
vestido así.
Negué con la cabeza. —Así se visten las mujeres para estos eventos. Y
pareces un cuadro por el que pagaría una fortuna.
Sonrió dulcemente. —Dices unas cosas tan bonitas.
Levanté un dedo. —Falta una cosa. Espera un minuto. —Fui a un cajón,
saqué un joyero de terciopelo y se lo entregué—. Un regalo.
Sus cejas se separaron. —¿Otro? Me estás mimando demasiado.
—Ábrelo.
Sacó unos pendientes de diamantes de la caja. —Oh Dios mío. Son
demasiado. ¿Son de verdad?
—Cariño, nunca te daría falsificaciones.
—No, por supuesto. Pero Declan, esto es demasiado.
Los brillantes colgaban al lo largo de su precioso cuello y se veían tan
perfectos que podría haber pasado por un anuncio de diamantes.
Retrocedí y asentí. —Impresionante.
—Gracias, Declan. Tengo miedo por si los pierdo.
—Están asegurados. No te preocupes.
Sus ojos se agrandaron. —¿Son muy caros?
—No hablemos de dinero. —Miré el reloj—. Deberíamos irnos.
Los dedos de Theadora se deslizaron por la solapa de seda de mi
esmoquin. —Estás muy apuesto. Me encanta tu pelo peinado hacia atrás.
Nuestros ojos se encontraron y caímos uno en la mirada del otro, lo que
sucedía cada vez que visitaba sus fascinantes ojos oscuros.
Puse mi brazo alrededor de ella y la atraje hacia mí. —Así estás mucho
más alta —le dije.
Se levantó el vestido para mostrarme sus taconazos. —Seguro que me voy
a caer. Estos son los zapatos más altos que me he puesto jamás.
Me reí. —Te prefiero sin ellos. Me encanta cuando te acurruco debajo de
mi barbilla. Encajas perfectamente. En todos los sentidos. —Levanté una
ceja y ella se rio.
—Qué mono eres. Solo que no me puedo comparar con todas esas ex
supermodelos tuyas.
Acaricié su mejilla. —Eso es más el estilo de Ethan que el mío.
Veinte minutos más tarde, con Theadora del brazo, atravesamos las
puertas de filigrana de Merivale.
Los faroles dispersos por los jardines hacían que los árboles y arbustos
parecieran una escena de un teatro. Particularmente un espectáculo de luces
de colores cambiantes que iluminaba la fuente de Mercurio y sus
cautivadores chorros de agua.
—Los terrenos están impresionantes —dijo Theadora, tambaleándose un
poco mientras la ayudaba—. No sé cómo me las arreglaré para caminar aquí
sin ti y mantener el equilibrio.
—Te tengo. Recuérdalo. —Dejé de caminar y me giré para mirarla. A la
luz de la luna parecía una obra de arte. Sus ojos estaban muy abiertos y
brillaban con aprensión.
—No tienes nada de lo que preocuparte, cariño. Nadie está a tu altura. El
dinero no compra la elegancia —dije—. Recuérdalo. Incluso con tu
uniforme o unos vaqueros, tienes más gracia que todas estas mujeres juntas
con sus costosos vestidos de diseñador.
—Eres un encanto. —Un ceño fruncido alejó su sonrisa—. ¿Tu madre
sabe lo nuestro? ¿Sabe que voy a venir?
Tomando una fuerte respiración, asentí. El gesto de desaprobación de mi
madre después de decirla que Theadora se había mudado conmigo me vino
a la mente. Sabiendo lo delicado que era este tema, no había discutido la
furiosa respuesta de mi madre sobre Theadora.
La cogí de la mano y juntos subimos las escaleras hasta la entrada del
edificio imperial al que toda mi vida había llamado hogar.
Cuando entramos, los invitados dejaron de hablar y nos miraron como si
fuéramos famosos. Estoy seguro de que escuché un suspiro colectivo y
alguien dijo: Declan está saliendo con la sirvienta.
No podría importarme menos.
Entre la multitud de invitados, vi a mi madre charlando con Cleo.
—Por favor, no me dejes —susurró Theadora, exprimiendo la vida de mi
mano—. No hasta que me haya bebido unas cuantas copas de champán.
—No te preocupes, cariño. Estaré pegado a ti.
Savanah y un par de sus amigas fueron las primeras en saludarnos.
Parecían tratar a Theadora bastante bien, algo que agradecí. Si alguien era
snob en esta familia, normalmente era mi hermana. Pero había comenzado a
tratar a Theadora con respeto después de escucharla actuar con Mirabel
Storm.
—Hola —dijo, besando mi mejilla.
Miró a Theadora. —¡Qué bonito! —Tocó la capa sedosa del vestido en
cascada de Theadora, que, a diferencia de la mayoría de las mujeres jóvenes
presentes, tenía un diseño modesto. Solo lucía un atisbo de escote, pero con
la voluptuosidad de Theadora, sus curvas se hacían bastante evidentes.
Theadora sonrió y señaló el vestido morado ajustado de mi hermana. —
Tú estás preciosa.
—Es vintage. Es un Givenchy de los ochenta. Era de mi tía. Es una
especie de herencia. —Se rio.
—Es impresionante —dijo Theadora—. La belleza no conoce de épocas.
Savanah asintió con el ceño fruncido apreciativamente. —Y que lo digas.
Bien dicho. Me gustan bastante la moda clásica, y lo clásico ha vuelto para
quedarse. —Mi hermana se giró hacia mí—. Todos los aburridos habituales
están aquí, incluido…
Miré por encima de su hombro y murmuré: —Joder.
—Rey está aquí. ¿Es a quién te refierías? —Se volvió para ver quién me
estaba haciendo una mueca.
—No mires —dije.
—Le vemos mucho últimamente.
—Sí, bueno, odio a ese gilipollas —murmuré.
Savanah sonrió. —Me pregunto qué le pasa a mamá.
—Gran pregunta. Eres buena averiguando ese tipo de cosas. Cuando lo
sepas, ven a contármelo.
—Él también quiere algo con Theadora, ¿verdad? —preguntó, mirando
por encima de mi hombro al hombre que intentaba ignorar.
—¿Quién te lo ha dicho? —pregunté.
—Ethan, por supuesto.
Negué con la cabeza. Debería haber sabido que abrir mi corazón a mi
hermano no quedaría en el ámbito privado.
—¿Te dijo cómo la drogó en ese club de mala muerte?
Me volví hacia Theadora. —¿No te importa que hable de esto?
Se mordió una uña. —No. Pero desearía que no estuviera aquí.
Savanah se mostró comprensiva. —No te preocupes por Rey. Es solo un
viejo asqueroso. Lo intentó conmigo una vez. Aunque deberías haber
presentado cargos.
—No tengo pruebas. Y para ser honesta, solo quiero que todo esto se
olvide —dijo Theadora.
No podía dejar pasar el comentario de mi hermana. —¿Qué quieres decir
con que lo intentó contigo?
Mi hermana normalmente imperturbable se puso seria. —Oye, nadie lo
sabe, ¿de acuerdo?
—¿Por qué no me lo contaste?
—Tú tenías tus problemas con el asunto de Jasmine.
Noté que los ojos de Theadora se entrecerraron ligeramente.
Como no estaba dispuesto a hablar de ese tema en estos precisos
momentos, volví al tema de Crisp. —¿Te tocó?
—Lo intentó, pero le di un rodillazo en las pelotas. Le dije que, si volvía a
intentarlo, le denunciaría. Simplemente se rio. Es un maldito gilipollas. No
sé qué ve mamá en él.
—¿Se lo contaste a ella? —pregunté.
—Simplemente se encogió de hombros y me dijo que es bastante
inofensivo.
El hecho de que mi madre se negara a proteger a sus hijos de tipos
asquerosos como Crisp me dejó un mal sabor de boca.
—Es una maldita serpiente. Lo quiero fuera de nuestras vidas.
—Buena suerte. Está del lado de mamá.
—¿Estaban juntos antes de papá?
—Creo que lo llegaron a estar. Ethan escuchó algo de uno de nuestros
parientes lejanos acerca de que Reynard le rompió el corazón a mamá. No
es de los que se comprometen. Le gustan jóvenes. —Su ceja se arqueó.
¿Por qué este personaje sombrío no se apartaba del lado de mi madre?
Capítulo 41

Thea

ESE NOMBRE, JASMINE, ARDIÓ en mis oídos. ¿Qué había pasado entre
ella y Declan?
Cuando mencioné ese tema con Lucy, me recordó sensatamente que, dado
que Declan tenía treinta y dos años, probablemente tenía un largo historial
romántico. Lo entendí bastante bien, pero Jasmine seguía apareciendo en
las conversaciones.
Gracias al excelente champán, la ansiedad pronto se desvaneció. Caminé,
o debería decir me arrastré, con tanta gracia como esos ridículos zapatos me
lo permitieron y me topé con Amy, que estaba trabajando esa noche.
—Mierda, eres tú —dijo.
—Sí, soy yo, la ex sirvienta. No soy un producto de tu imaginación. —Me
reí entre dientes, un poco borracha después de unas copas.
Jugó con la tela de mi vestido de princesa, que había costado el
equivalente al salario anual de Amy. Cuarenta mil libras para ser exactos.
Por supuesto, me había decantado por lo más caro, que era una tendencia
mía. Quizás haber crecido junto a una madre a la que no se la veía ni muerta
en un centro comercial, yendo siempre a las boutiques de Bond Street, hizo
mella en mis deseos adultos.
Me sentía mal usando la tarjeta de crédito de Declan, a pesar de su
insistencia en que no reparara en gastos. Una tarde me dediqué a comparle a
Lucy suficiente ropa nueva como para llenar un vestidor entero mientras
nos reíamos como un par de niñas drogadas con azúcar en una tienda de
golosinas.
Amy observó mis pendientes y sacudió la cabeza con incredulidad. —
¿Son de verdad?
Sonreí. —Es surrealista para mí también.
—Estás hermosa. Y todos esos rumores sobre ti con lo de esas fotos
porno… Guau. Casi que te hicieron un favor, como a esas famosas
pilladas…
¿Cómo diablos se había enterado de eso? Tomé una respiración profunda.
Amy tenía oídos supersónicos cuando se trataba de cualquier cosa que
tuviera que ver con la familia.
—No era yo. —Mantuve mi tono frío y sin emoción—. Supongo que ese
detalle vital aún no se ha hecho público.
Ignorando ese comentario, se inclinó y susurró: —Oye, escuché a
Reynard hablando con la Sra. Lovechilde el otro día.
Estaba a punto de marcharme, pero no pude resistirme. —¿Qué
escuchaste?
—Están planeando hacer algo en las tierras, y ella le dijo que obtendría lo
que le había prometido.
Asentí. —Interesante. Oye, si escuchas algo más, cuéntamelo. Estoy en
casa de Declan. Me vendrá bien tener información.
¿Estaba convirtiendo a Amy en mi propia espía personal?
—¿Realmente estáis viviendo juntos?
—Sí, así es.
—¿Os vais a casar?
Me encogí de hombros. —Ya veremos. Algún día tal vez. —Estaba a
punto de irme cuando pregunté—: Oye, ¿qué sabes sobre Declan y una tal
Jasmine?
Sus ojos color avellana sostuvieron los míos y vi esa misma expresión
cautelosa que había visto antes. Quería algo. —Podría saber algo.
—¿Cuánto? —pregunté.
—Mmm… no lo sé. Tal vez podamos tomar un café en algún momento.
Me vendría bien una amiga.
Eso me desconcertó. Estudié su rostro en busca de su característica
sonrisa descarada. En cambio noté un brillo frágil en sus ojos. Después de
toda una vida sintiéndome también como una extraña, lo sentí por ella, a
pesar de que fuera una cotilla.
—Por supuesto. Eso está hecho —respondí antes de dejarla para unirme a
la fiesta.
Encontré a Declan con su madre y Cleo, y cuando me acerqué, la atención
de las mujeres se desvió hacia mí, frunciéndome el ceño como si hubiera
llegado para causar problemas.
Declan me dio la bienvenida colocando su brazo alrededor de mi hombro.
Su madre me dio la espalda y Cleo me miró sorprendida, como si
estuviera asistiendo a la noticia del siglo. —Ah, entonces ahora sois pareja,
ya veo…
—Hablaremos más tarde —dijo la Sra. Lovechilde.
—No, madre. Ya has oído todo lo que tengo que decir. —Me cogió de la
mano—. Ven a bailar conmigo.
Flotamos hacia el salón de baile donde una banda encabezada por una
cantante tocaba famosas melodías.
Me sostuvo cerca y nos desplazamos por el entarimado.
—Tu madre me odia profundamente —dije.
—No te preocupes por ella.
Su erección se frotó contra mi estómago. —¿Hay algo que te excite en
este momento?
—Sí. Me pregunto qué hay debajo de ese bonito vestido.
Me reí.
—Bueno, ¿me lo vas a decir? —Sonrió, lo cual fue un alivio después del
trato gélido de su madre.
—Te daré una pista. Es algo incómodo.
—¿Un corsé? —Un gemido que retumbó desde su caja torácica me decía
que esa incómoda prenda se había convertido en su fetiche.
Hace unos días pasó algo que a punto estuvo de nublar nuestro momento
de felicidad.
Su portátil estaba abierto y cuando fui a cerrarlo, vi una miniatura de una
chica en corsé.
Incapaz de resistirme, hice clic para verla y apareció una mujer con
cabello largo y oscuro y unas grandes tetas metidas en un corsé, no llevaba
nada más. Sentí una punzada de celos.
Declan, con esos ojos de océano empapados de culpa, admitió que ese
fetiche comenzó después de verme tirada en su sofá.
Me dijo que no podía dejar de pensar en mí y que la lujuria le había
poseído, así que buscó en internet una mujer que le recordara a mí.
Era como una especie de cumplido raro.
Declan la borró, y después de eso me fui un día entero a Londres a
comprarme una colección entera de corsés nuevos.
A pesar de rozarme la piel, la lencería y la ropa interior de encaje me
hacían sentir sexy.
Siseó. —¿Por qué has tenido que decirme eso? Quiero que nos vayamos a
casa ahora.
Me reí. —Tal vez más tarde puedas enseñarme tu antiguo dormitorio.
—Podemos quedarnos aquí si quieres.
—Es probable que tu madre me envenene el café.
Respiró. —Lo acabará aceptando. Tendrá que hacerlo.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que quiero decir es que deseo casarme contigo. Eso si es que me
aceptas…
Por suerte me abrazó porque casi me desmayo. ¿Qué?
—¿Vas en serio? —Mis cejas se contrajeron.
Asintió. —Nunca he ido más serio. Cuando te fuiste, te eché de menos
locamente. Y no era solo por nuestra conexión física, también echaba de
menos tenerte cerca para conversar. Fue entonces cuando lo supe.
—¿Saber qué? —Tenía que exprimir este momento. Me había convertido
en una adicta a las palabras de cariño y afecto amoroso de Declan.
—Supe que nuestra conexión significaba más para mí que solo lujuria,
aunque no dejas de ser increíblemente sexy. —Sus ojos se calentaron—.
Solo quiero tenerte cerca todo el tiempo.
¿Todo el tiempo?
Me quedé sin palabras mientras seguíamos deslizándonos en la pista de
baile. Con mi mejilla en su cálido cuello, respiré su masculinidad, mientras
mi corazón revoloteaba como una mariposa sobre una flor bañada por el
sol.
Cuando terminó la canción, salimos de la pista de baile. No sentía muy
bien las piernas. Parecía que iba flotando, sosteniendo la mano de un
apuesto príncipe mientras todos los ojos estaban puestos en nosotros, como
si fuéramos esa pareja especial sobre la que habían estado leyendo en las
revistas de moda. Imaginé que su interés tenía más que ver con lo apuesto
que se estaba Declan con ese esmoquin negro.
¿Yo, casada? ¿Con Declan Lovechilde?
Sostuvo mi mano mientras caminábamos entre los invitados. Todos
sonreían y asentían a Declan y sus ojos se posaban en mí, mirándome de
arriba abajo.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Creo que sí. Es un poco raro ver de tú a tú a las personas a las que serví
en las cenas.
—No te preocupes por eso. Pronto se acostumbrarán a verte con vestidos
de alta costura y olvidarán que un día trabajaste aquí.
Me giré para mirarle. —¿Vestidos de alta costura? ¿Tendré que hacerme
un cambio de imagen completo? ¿Cortarme el pelo y terminar
pareciéndome a toda esta gente?
Se rio. —Diablos, no. Odiaría que hicieras eso. —Jugó con un mechón de
mi cabello—. Me encanta tu pelo. No me gustan los clones. Esa es una cosa
que a menudo he detestado de esta gente de clase alta, todos se visten y
hablan casi igual. Por eso te amo a ti.
¿Te Amo? Que alguien me pellizque, por favor.
Sus tiernos labios se presionaron suavemente contra los míos, dejando
atrás la promesa de un verano sin fin.
—¿Pensé que te gustaba por mi cuerpo? —pregunté, intentando quitar un
poco de carga a la conversación.
Me había convertido en un desastre emocional desde que conocí a Declan.
Mis ojos se llenaban de lágrimas por casi todo. Incluso viendo películas y
programas tontos que normalmente me saturaban con sus ñoñerías. Nunca
antes había estado así, siempre había sido bastante estoica.
Pero claro, nunca había estado enamorada.
—Necesito ir al baño —le dije—. Vuelvo en un minuto.
Nuestros ojos se encontraron y le devolví una sonrisa tensa y temblorosa.
Necesitaba estar sola para procesar lo que acababa de suceder.
Me alejé, perdida en mis pensamientos, cuando, de entre la multitud casi
me choco con Reynard, que estaba junto a la Sra. Lovechilde y Cleo.
—Jodidamente maravilloso —murmuré por lo bajo, sintiéndome en una
emboscada.
Reynard tenía su habitual sonrisa presuntuosa, que estaba convencida de
que estaba esculpida en su rostro, mientras que la señora Lovechilde se
mantuvo fría. Su rostro apenas se movió, lo que imaginé que se debía a la
combinación del Botox y de su frío corazón.
Cleo se giró hacia mí y dijo: —Oh, es la sirvienta.
—Ya no soy la sirvienta —dije, con un tono bastante frío.
—Ya veo que no. —Sus ojos viajaron de arriba a abajo por mi vestido.
—Perdón. —Pasé junto a ella y me dirigí al baño. Para mi horror, ella
entró detrás de mí.
—¿Estáis juntos en serio?
Me giré para mirarla de frente y asentí.
—Tendrás que aprender nuestras costumbres, supongo.
—¿Tus costumbres? —Fruncí el ceño.
—Bueno, nos gustan las cosas de cierta manera. Incluyendo a Declan. —
Sus ojos se detuvieron sobre mí, como si buscara un hilo suelto o una
mancha—. Ha roto muchos corazones por aquí.
—Estoy segura de que sí. —Mantuve un tono neutral.
—Luego está el asunto de Jasmine. Realmente la hizo daño.
Allí estaba la tal Jasmine de nuevo. Necesitaba saber qué había sucedido
con eso. Entonces, en contra de mi buen juicio, pregunté: —¿Qué quieres
decir?
—¿Él no te lo ha contado? —Su puchero se intensificó—. Vaya… a mí
me habló de ella desde el primer momento. Solía hablarme de muchas
cosas. Cómo se sentía acerca de la vida y esas cosas. Por eso me enamoré
tanto de él. —Suspiró como si se estuviera diciendo estas cosas para sí
misma. Por un momento, sentí simpatía por ella. Uno no superaba
fácilmente a un hombre como Declan.
—Declan al principio es intenso. Muy intenso y luego, después de un
tiempo, pierde el interés y se va a por su próxima conquista.
—Ese Declan no es el que yo conozco. —Me apoyé contra el lavabo y
jugueteé con mi cabello, decidida a mantenerme como si nada.
—Lo descubrirás a su debido tiempo. No es de los que se casan.
Me lanzó una media sonrisa de suficiencia, y me dieron ganas de
abofetearla por tratar de sabotear mi momento de felicidad.
—Me ha pedido matrimonio —salió volando de mi boca antes de que
pudiera evitarlo.
¿Por qué estaba compartiendo esta noticia que había cambiado mi vida
con una mujer que apenas conocía?
Sus cejas casi golpearon su cuero cabelludo. —¿En serio?
—Sí. Ahora, si me disculpas… —Me di la vuelta y me dirigí al baño.
Deseé que se fuera para poder llamar a Lucy.
En lugar de eso, me senté en el inodoro, me sostuve la barbilla y respiré
profundamente en un intento por recuperar la cordura.
Cuando escuché que se iba, volví al espejo para arreglarme el maquillaje
y recomponerme.
Respiré hondo, salí del baño y justo cuando estaba a punto de reunirme
nuevamente con Declan, a quien pude ver charlando con un grupo de
hombres mayores, la Sra. Lovechilde se me acercó.
—Hablemos. —Hablaba con autoridad, como si yo fuera todavía su
sirvienta y no la pareja de su hijo.
Tomé un poco de aire y la seguí a su oficina. Vestida con un vestido verde
de seda y con el pelo oscuro recogido, la señora Lovechilde parecía incluso
más hermosa que las mujeres de la mitad de su edad.
Su pareja, Will, entró. —Oh, lo siento. No me he dado cuenta de que
estabas reunida.
Su rostro se suavizó. Me lanzó una leve sonrisa. Will me dio la impresión
de tener un espíritu amable, no tenía un mal presentimiento sobre él, pero
claro, podría haber sido uno de esos tipos falsos con dos caras: amable por
fuera, un bicho por dentro.
—Quédate. —Ella asintió y él sacó un libro de tapa dura de la estantería
alta.
—Me han dicho que vas diciendo que mi hijo se va a casar contigo.
—Él me lo ha pedido. —Los nervios se enredaron en mi estómago.
Lamenté haberle dicho eso a Cleo.
Con alarmante intensidad, examinó mi rostro. —Puedo ver lo que mi hijo
ve en ti. Eres maravillosa. Y estás espectacular con ropa de alta costura. Lo
de ser sirvienta podría soportarlo, pero no lo de ser prostituta. Eso es una
deshonra contra el nombre Lovechilde. A él siempre le ha gustado lo sucio.
—Miró a Will y su boca se torció en una sonrisa tensa.
—¿Perdón? No voy a aguantar estos insultos. Podría haber denunciado a
Reynard Crisp por drogarme. Además no ha parado de acosarme en
Londres en estas últimas semanas.
—Podría ser mucho peor. Los hombres como Reynard escasean.
—No conoce bien a su hijo, ¿verdad?
Justo cuando estaba diciendo eso, Declan entró.
—No, ella no me conoce. —Miró a su madre con una mirada de las que
matan.
Capítulo 42

Declan

ME GIRÉ HACIA WILL, quien, como de costumbre, parecía desconectado


de los acontecimientos que tenían lugar a su alrededor. —Necesito hablar a
solas con mi madre.
Ella sacudió la cabeza. —Él se queda. No tenemos secretos.
Theadora se levantó. —Me iré yo entonces.
Le cogí la mano. —No. Quédate. —Me volví hacia mi madre—.
Theadora es parte de mi vida.
—¿Pero casarte? —Estaba de pie tras su gran escritorio, actuando como si
fuera el director general de la familia.
Volviendo mi atención hacia Theadora, fruncí el ceño. —¿Se lo has
dicho?
Ella sacudió la cabeza. —Cleo me estaba haciendo pasar un mal rato en el
baño. Mencionó algo sobre Jasmine y sobre cómo me decepcionarías y que
no eres de los que se casan.
Sentí como una garra afiladas se posaba sobre mis hombros.
Por una vez mi madre se quedó callada. Una ligera curva asomó en su
boca. Parecía extraer cierto deleite de esta repentina tensión entre Theadora
y yo.
—¿Por qué se lo has dicho? —pregunté—. Quería anunciarlo
formalmente, no a través de cotilleos en el baño.
—No puedo con todo esto. Perdonadme. —Theadora salió corriendo antes
de que pudiera detenerla.
Estaba a punto de seguirla cuando mi madre levantó la palma de la mano.
—Espera. No hemos terminado.
Haciendo una respiración profunda, me quedé.
—Puedes tener mejor que ella, cariño.
Me incliné sobre el escritorio. Puse mi cara cerca de la de ella. Calmada,
miró hacia atrás sin pestañear.
—La amo. Será mi esposa. Eso si ella dice que sí después de toda la
mierda que estáis generando aquí. ¿Por qué no puedes simplemente
aceptarlo?
—Porque quiero que te cases con alguien de la nobleza. Eres el mayor.
Quiero que mis nietos sean señores y señoras.
—Oh, mis disculpas —dije—. Estoy seguro de que Crisp puede
comprarte uno.
—Él no le echó droga en su bebida. —Salió en su defensa.
—Créete lo que quieras. Yo estaba allí. Estaba drogada y tratando de
escapar. —Solté un suspiro—. Supéralo. Ella no quiere estar con él. Es un
gusano inmundo.
Hizo una mueca. —Es un amigo muy cercano de esta familia.
Me volví hacia Will, que seguía mirando el libro, haciendo que me
preguntara si corría sangre por sus venas.
—Will, dime, ¿qué piensas sobre Reynard Crisp?
Se encogió de hombros. —Es un gran jugador. Aporta contactos y
conocimiento. Le respeto.
Por supuesto que se iba a poner del lado de mi madre. Le tenía comiendo
de su mano bien cuidada.
—¿Por qué no le has hablado de Jasmine? —preguntó.
Me froté el cuello. —No es un tema agradable para tratar. Forma parte del
pasado.
Sacudió la cabeza. —¿Por qué sigues decepcionándome? Mírate. Mirada
de estrella de cine, inteligente, agradable, demasiado amable y siempre
cayendo en las garras de chicas malas. Vete a Europa por un tiempo.
Conoce a otras chicas y luego mira a ver cómo te sientes.
Negué con la cabeza. —Simplemente no lo entiendes. Amo a Theadora.
Quiero estar con ella para siempre. —Resoplé—. ¿Por qué te gusta hacer
esto? ¿No deseas que sea feliz?
Sus ojos se suavizaron un poco. —Por supuesto que sí. Pero hay que
pensar en el futuro del nombre.
—Entonces concéntrate en Ethan o Savvie. Pueden casarse con la
nobleza.
—Tu hermana es clavadita a ti. A ella le gustan los tipos de los bajos
fondos, y Ethan ni si quiera está el tiempo suficiente con una chica como
para recordar su nombre.
—Me caso con Theadora. Eso siempre que ella también quiera.
—¿No te ha respondido todavía? —Sus cejas se levantaron—. Tal vez
cuando sepa cómo te alejaste de Jasmine, podría cambiar de opinión.
—Me ofrecí a cuidar del niño, madre. Simplemente me negué a casarme
con ella. ¿Y por qué diablos estás hablando de esto?
Pensé en aquel angustioso y triste momento de mi vida y en la mirada de
alivio en el rostro de mi madre después de enterarse de la desgarradora
noticia del suicidio de Jasmine.
Mientras mi padre me abrazaba y expresaba una profunda tristeza, mi
madre se recostaba con frialdad, se miraba las uñas y se encogía de
hombros, murmurando algo como —Ha sido lo mejor.
Me cansé de tratar de convencer a mi madre y salí en busca de Theadora.
La encontré en el patio, junto a la fuente de Mercurio. Con la fuente llena
de colores y fondo y ese vestido rojo suelto, parecía toda una modelo de una
sesión de la revista Vogue.
Su belleza me cortó la respiración. El hecho de que ella desconociera sus
poderes de seducción solo incrementaba mi atracción. Su piel pálida se veía
luminosa a la luz de la luna, y sus labios rojos suplicaban que los besara.
—Aquí estás —le dije, poniendo mi brazo alrededor de ella.
Se estremeció. —Me estoy escondiendo de ese maldito imbécil.
La solté y la miré a la cara. —¿Crisp?
Asintió y se mordió el labio. —Hay muchas otras chicas aquí. ¿Por qué no
me deja en paz?
Un repentino estallido de adrenalina mezclada con ira latió por mis venas.
Ya había tenido suficiente. Necesitaba que le enseñaran una maldita lección.
—Volvamos adentro —dije, con los dientes apretados.
Sus cejas se juntaron. —¿Qué vas a hacer?
—Voy a hacer algo que debería haber hecho hace años. —Respiré
profundo.
Dejó de caminar. —Declan, por favor. No provoques problemas por mí.
Dios lo sabe que ya me miran lo suficientemente mal por aquí.
Ladeé la cabeza con simpatía, sintiendo una repentina ola de culpa por
arrastrarla al mundo de mi madre, lleno de prejuicios.
Besé su mejilla. —No te preocupes, ángel. Puedo cuidar de mí mismo. Y
no te sientas despreciada. Mi madre tiene expectativas poco realistas en lo
que a mí respecta.
Regresamos a la fiesta, donde las mujeres con ceñidos vestidos hablaban
en voz alta y se reían a carcajadas de chistes contados por hombres con
trajes hechos a la medida. Los invitados mayores coqueteaban con las
esposas o esposos de otras personas, como cualquier otro baile en Merivale.
Vi a Crisp, que estaba charlando con una mujer mucho más joven.
Qué jodidamente predecible.
Cuando nos acercamos, captó mi mirada desafiante antes de mirar a
Theadora. Se la quedó mirando fijamente para fastidiarme.
—Vuelvo enseguida, ¿de acuerdo?
Sus ojos brillaban con sospechosa preocupación. —Declan, ¿qué vas a
hacer?
—Voy a hablar con él. Eso es todo. No te preocupes.
Me agarró del brazo para detenerme, pero le solté suavemente la mano.
Mis labios se tensaron en una sonrisa tranquilizadora.
Me interpuse entre él y la chica a la que probablemente estaba haciendo
proposiciones indecentes. —Tenemos que hablar.
Miró a la joven que ni siquiera aparentaba tener veinte años. Con un
vestido escotado, la morena era su última presa. Por la brillante mirada de
sus ojos, obviamente había conquistado su interés.
—¿No puede esperar? —Inclinó la cabeza hacia su bonita admiradora.
—No. Ahora. —Señalé la salida—. Fuera.
—Ooh... ¿Necesito un guardaespaldas? —Flexionando su músculo
multimillonario, miró a su joven víctima y sonrió.
Ladeé la cabeza. —Vamos fuera. Ahora.
Justo cuando me dio la espalda, le susurré a la chica: —Ojo con tu bebida.
Le gusta echar drogas en ellas.
La dejé plantada allí con el ceño fruncido de sorpresa en su
exageradamente maquillado rostro.
Ethan, que estaba charlando con un par de chicas, me vio salir con Crisp
afuera.
Cuando llegué a su altura, Crisp fue a encenderse un cigarro y se lo quité
de la boca.
—¡Oye! —Su sonrisa se desvaneció, revelando al feo hombre detrás de
aquella máscara de frío encanto.
Le agarré por el cuello. Mi nariz casi tocaba la suya y me quedé mirando
a esos ojos fríos e indiferentes.
—Deja de coquetear con Theadora, asqueroso pedazo de mierda.
—Suéltame, o te acusaré por agresión.
Me burlé de su amenaza con un gruñido tranquilo. —No lo creo. Sé lo
suficiente sobre ti para hundirte. La única razón por la que no lo he hecho
es porque, por algún motivo retorcido, mi madre te está protegiendo. Eres
un maldito cabrón asqueroso. Un delincuente.
—Eso es mentira. Solo voy con chicas que lo consienten.
—¿Drogándolas?
Luchó por soltarse y le empujé, haciéndole tropezar.
Se levantó y se arregló la camisa con las manos. —Ella quería. Se abrió
de piernas para que todos la vieran. —Su boca se torció en un extremo. O le
gustaba el peligro o simplemente era estúpido porque eso me cabreó aún
más.
Mis nudillos crujieron ruidosamente y él cayó de espaldas sobre la hierba,
donde se retorció de dolor, llevándose las manos a la cara.
Ethan y algunos invitados llegaron justo cuando le estaba levantando
como un saco de patatas para golpearle de nuevo.
—Declan, no —imploró Ethan—. No vale la pena.
Tomé una respiración tranquilizadora. Él tenía razón.
En cualquier caso, le había roto la nariz a Crisp.
Me froté el puño, que palpitaba de dolor, y luego me arreglé la chaqueta,
me alisé el pelo y volví a entrar en la fiesta, dejando a Crisp con la cara
ensangrentada.
Ethan me siguió. —Gran golpe. Parece que te has equivocado de
profesión.
—Eso me ha sentado jodidamente bien —respondí, mientras me dirigía a
reunirme con mi chica.
La encontré charlando con sus antiguas colegas.
Les sonrió y se unió a mí. Sus ojos estaban muy abiertos y preocupados.
—¿Estás bien? No estaba segura de qué hacer.
—Todo está bien, ángel. Creo que ha captado el mensaje. —Aunque no
era un fanático de la violencia, ese golpe me hizo sentir bien, como si
finalmente hubiera estallado un forúnculo antiestético.
La cogí de la mano y la llevé a la sala de estar, donde una pareja se
besuqueaba en una tumbona.
—Dejémosles privacidad, ¿de acuerdo? —Me devolvió la sonrisa y la
conduje escaleras arriba—. Vamos a mi habitación.
Abrí la puerta para que pasara.
Miró a su alrededor. —Es diferente a como la imaginaba.
—¿En serio? ¿Qué esperabas?
—Supongo que pósters de chicas y coches… o estrellas del deporte. —
Examinó las paredes azules, de las que colgaban paisajes originales. Cogió
una foto enmarcada de mi antiguo perro—. Es muy bonito.
—Todavía le echo de menos.
—¿Por qué no adoptas otro? —preguntó.
—Lo paso muy mal cuando se mueren. Mi corazón se rompió cuando le
perdí.
Me abrazó. —Todo este músculo y resulta que eres un blandengue.
Pasé mis manos sobre sus curvas, y mi noche se iluminó. Fui a levantarle
el vestido cuando se me escapó de los brazos.
—No. Necesitamos hablar.
Hablando de descensos rápidos… Tragué saliva. —De acuerdo.
Se puso junto a la ventana que daba a un balcón. —¿Qué fue lo que pasó
con Jasmine?
Capítulo 43

Thea

DECLAN MIRÓ HACIA OTRO lado, y cuando su mirada volvió a mí, leí
una dolorosa resignación. Luchando contra esa niña interior que me gritaba
que cayera en sus brazos y le tomara de cualquier manera, hice caso a mi
voz adulta.
—Si nos vamos a casar, necesito saber quién eres de una vez. Hasta ahora,
hemos tenido sido sexo sin fin y me mimas mucho. —Acaricié los
diamantes que colgaban de mis orejas.
Recostado en un antiguo sillón tapizado en seda, me recordó a los
musculosos rompecorazones por los que las mujeres babeaban en las
revistas.
Se acarició el labio inferior. —Eso no es algo que pueda responder porque
no estoy seguro de quién soy realmente.
—Eres un héroe —le respondí—. Mi héroe. Y el héroe de esas madres y
niños que salvaste en Afganistán.
—Eso es solo instinto natural. Estoy hablando de relaciones.
—¿Dudas que puedas hacerme feliz? —Lo miré a los ojos.
—Haría todo para hacerte feliz. Pero más allá de colmarte de elogios,
mantenerte a salvo y comprarte todo lo que tu corazón desee, no sé qué más
puedo ofrecerte.
—No necesito todo eso. Con tenerte a mi lado es suficiente. —Elegí mis
palabras con cuidado—. Estar contigo me ha hecho más feliz que nunca,
pero también me ha causado ansiedad.
—¿Ansiedad? ¿En serio? —Una línea se formó entre sus cejas—. ¿En
comparación con todo lo que has vivido en tu vida?
—Eso es diferente. Mi padrastro me aterrorizaba, contigo tengo miedo de
que me rompas el corazón.
Se levantó y se unió a mí en la ventana.
Acercándose, besó la parte superior de mi cabeza.
—Nunca me había sentido así por ninguna mujer. Desde el momento en
que te vi durmiendo en mi sofá, no pude dejar de pensar en ti. Y yo fui tu
primer hombre. —Sacudió la cabeza como si le hubiera dado un regalo
inimaginable—. Eres mía, Theadora. Quiero poseerte. Mataría a cualquiera
que tratara de hacerte daño.
En lugar de enfadarme por sus palabras, me sentí liberada por ellas.
Quería que este hombre me poseyera.
—Pero eso solo funciona si tú me dejas poseerte a ti también.
Levantó las palmas de las manos en señal de rendición. —Tienes todo de
mí. Puedes elegir los colores de las paredes. Puedes elegir dónde vamos de
vacaciones. Puedes elegir los nombres de nuestros hijos. Puedes decirme
que no salga a jugar al póquer con mis compañeros del ejército. Puedes
tomar las decisiones por todo lo que me importa. Solo te quiero conmigo
para siempre.
—¿Para siempre? —Esas palabras salieron flotando de mi boca como un
chorro de telaraña.
Saliendo de mi ensueño y negándome a permitir que mi corazón rebosante
secuestrara aquel momento, aparté la mirada de su hermoso rostro. —Por
favor, cuéntame lo de Jasmine.
Soltó un suspiro y se frotó la afilada mandíbula. —Salimos durante un
mes. Ella tenía diecinueve años y yo veintiuno.
—¿Era virgen? —Aunque irrelevante, ese pequeño detalle me importaba.
—¿Estás de broma? Se había follado a medio pueblo cuando la conocí. —
Respiró.
—¿Y te enamoraste de ella? —pregunté, sorprendida de que un hombre
como Declan saliera con la furcia del pueblo.
—Bueno, digamos que ella tenía mucha experiencia. —Su ceja levantada
me recordó el alto impulso sexual de Declan.
—¿Así que eso es lo que te atrajo?
—Tenía veintiún años, Theadora. Realmente no pensaba en mucho más.
Y las chicas que se movían en nuestro círculo eran todas menores…
—¿Una aventura? —pregunté.
Asintió con una mirada culpable. —Ella vivía en una de las granjas.
Conocía a Jasmine desde que éramos niños. Coincidimos una noche en el
Mariner. Ella estaba tocando la flauta con Mirabel y me sentí atraído por
ella.
Los celos metieron su dedo puntiagudo en mi pecho.
—Mi madre la odiaba, por supuesto.
—¿La amabas?
Sacudió la cabeza. —No andaba buscando una relación. Ella lo sabía.
Todavía estaba en la universidad, tratando de averiguar qué quería hacer. Y
ella iba y venía de todos sitios. —Cogió aire—. De todos modos, se quedó
embarazada e insistió en que era mío, a pesar de que se tiraba a otros
chicos.
—¿En serio? ¿No os veíais solo el uno al otro? —pregunté, sorprendida
de que alguien necesitara otros amantes aparte de un hombre como Declan.
—No. Quiero decir, yo no, pero ella sí. Le pedí una prueba de paternidad
después de la llegada del bebé y eso la molestó bastante. Quería que me
casara con ella.
—¿Tu madre lo sabía?
Asintió. —Jasmine se encargó de eso. Iba por ahí diciéndoles a todos que
iba a permitir que fuera madre soltera. Odiaba lo presionado que eso me
hacía sentir. Mi madre incluso le ofreció algo de dinero para que se fuera.
—Sacudió la cabeza—. Como era de esperar, mi madre la odiaba.
—Sí, me suena esa historia… —murmuré.
Me lanzó una sonrisa de disculpa. —Sí, bueno, lo de mi madre es caso
aparte.
—Entonces, ¿qué pasó con Jasmine?
—Se suicidó. Se rajó las venas. —El temblor en su voz era justificado por
ese impactante detalle.
Me llevé las manos a la boca. —Estás de broma.
Sacudió la cabeza. —Por eso no me gusta hablar de esto. Después de eso
decidí largarme y me uní al ejército.
—¿Dejó una nota?
—Se encontró una. Pero era un garabato ilegible. Algo vago como 'no
valía la pena vivir la vida'.
Su voz se quebró, y estudié su rostro. La sombra de la noche acentuaba la
profundidad del dolor en sus ojos.
No podía dejarme así. Necesitaba saber cada detalle trágico.
—¿Te habrías casado con ella si el niño hubiera sido tuyo?
Se volvió bruscamente y sostuvo mi mirada. —No estaba enamorado de
ella.
—Pero no se trata solo amor sino de responsabilidad, ¿no?
—Bueno, sí, les habría cuidado. No les hubiera faltado nada. Ella lo sabía.
Asentí pensativamente.
—En cualquier caso, el niño no era mío. —Su voz se apagó.
—Vaya… —Mis cejas se fruncieron—. ¿Lo confirmaron en la autopsia?
—Sí. —Parecía que miraba a un fantasma. Su rostro estaba demacrado y
sus ojos eran distantes. Me sentí culpable por haberle presionado a
contármelo, pero necesitaba saberlo todo—. Mi madre se encargó de ello.
—¿De la autopsia?
—No, en lo de la prueba de paternidad.
—¿Puede hacer eso?
—Supongo que sí. Estaba de seis meses en ese momento.
—Mierda. —Apreté los dientes. Esa historia se ponía más fea a cada
minuto que pasaba.
Se frotó el cuello. —Fue una época horrible. Y al ser una comunidad tan
pequeña, todo el mundo habló de ello. Para ser honesto, fue jodidamente
horrible.
—Apuesto a que sí. —Solté un suspiro ahogado—. ¿Te sentiste
responsable de su suicidio?
Se encogió de hombros. —Tal vez debería haberle dado más tranquilidad.
Pero realmente no estaba listo para casarme con ella ni con nadie. No lo sé.
Su madre también se suicidó. La enfermedad mental era algo muy presente
en esa familia. Lo había vivido de primera mano con Jasmine.
—No deberías culparte.
Exhaló. —Era poco lo que podía haber hecho, para ser honesto, aparte de
asegurarle que estaría bien provista.
—¿Es por eso que ahora quieres ayudar a jóvenes con problemas?
Miró al vacío. —A nivel inconsciente, tal vez. —Respiró hondo y se giró
para mirarme—. Hablando de remover el pasado… Mi madre me ha dicho
que ha recibido una llamada de tu madre preguntando por tu número de
teléfono.
Hice una mueca ante este discordante cambio de objetivo. Con tantas
cosas encima, había enterrado esa reciente experiencia desgarradora.
—¿Tu madre no sabe tu número de teléfono? —Su tono de sorpresa me
puso nerviosa. Era un recordatorio de lo mala que era mi relación con ella.
—Cuando lo cambié, nunca se lo dije. —Miré hacia mis pies—. Me cogió
por sorpresa la primera vez que salí de casa.
—Pero te fuiste hace años. —Los surcos en su frente se hicieron más
profundos.
—Sí, bueno… —Junté mis manos y me toqué la uña del pulgar—. Ella
nunca me llamaba por mi cumpleaños o por Navidad. Nunca. Me ignoraba
por completo.
Extendió las manos. —Entonces, ¿por qué querrá contactarte ahora?
—Eso es lo que me estaba preguntando. —Respiré—. Seguramente había
habría visto alguna noticia de nosotros juntos, por lo de la inauguración del
centro de reeducación. Salió en todos los medios. Y como tú eres rico su
curiosidad se ha despertado, supongo.
—Entonces, ¿has hablado con ella por teléfono?
—No. Me encontré con ella en Londres.
Recordé aquella tarde que nos reunimos en una cafetería cerca de
Harrods, su lugar de compras favorito. Mientras tomábamos el té como
conocidas lejanas, no como madre e hija, intercambiamos corteses
cumplidos mientras yo luchaba por mantener una fachada civilizada. Mis
instintos me decían que la dijera a la cara todo lo malo. Por doloroso que
fuera, resistí ese impulso y continué con la farsa.
Mientras besaba su fría mejilla, me dije que nunca volvería a contactar
con esta mujer.
Le di una oportunidad. Todo lo que necesitaba era una disculpa, o algún
reconocimiento de cómo lamentaba haberme descuidado cuando era niña,
pero parecía más interesada en hablar sobre los Lovechilde y su
impresionante riqueza.
—En aquella conversación me dijo algo más. —Me mordí el labio,
mientras recordaba la mirada fija de mi madre al contarme cómo Declan
había amenazado a mi padrastro—. ¿Por qué no me contaste que fuiste a
verle? —Fruncí el ceño.
Se encogió de hombros. —Para protegerte. Me encontré con él y le
advertí que se mantuviera alejado o de lo contrario...
—¿De lo contrario? —Me quedé boquiabierta—. ¿Pero por qué no me lo
dijiste?
—Porque esto fue antes de que empezáramos a salir. Sé que me pasé, pero
no podía quitármelo de la cabeza. Vi la angustia en tu rostro. Me gustaría
que presentaras cargos.
Me quedé congelada. Imaginarme a aquel horrible hombre hablando con
el amor de mi vida me ponía la piel de gallina. —No puedo pasar por eso.
Ni siquiera podría volver a verle. —Mi voz se quebró.
Se acercó a mí y me abrazó. Su calidez calmó los horrores que se habían
apoderado de mí ante la mención de aquel horrible ser.
Tras unos minutos, mi cuerpo se calmó y me alejé de él.
—¿Entonces te has reconciliado con tu madre? Me gustaría conocerla —
dijo, sus ojos se suavizaron y mi corazón se derritió en respuesta.
—Eso no va a suceder. —Entrelacé los dedos para aliviar el temblor—.
No la soporto.
—Tienes que resolver eso, cariño. La ira rencorosa puede ser corrosiva.
Ella es tu madre.
—Una madre me habría protegido de ese bastardo. —Tuve que darle la
espalda. No podía reprimir mi furia por más tiempo—. Ella me culpó por
engañarla. No podía acercarme a un hombre sin empezar a sudar.
Las lágrimas brotaron de mis ojos. Fui incapaz de controlarlas; cuanto
más lo intentaba, más me temblaba el cuerpo.
Se puso detrás de mí y me acunó en sus brazos hasta que mi dolor
disminuyó. Era como si me hubieran puesto una manta cálida y acogedora
sobre mi alma temblorosa.
Con sus fuertes brazos sosteniéndome, me sentí más protegida que nunca
en toda mi vida.
Me besó la cabeza. —Ella no es una buena mujer. Tienes razón. Y le diste
otra oportunidad.
Giré para mirarle. —Dicen que no podemos elegir a nuestras familias,
pero podemos elegir a nuestros amigos. Y he elegido a Lucy y ahora a ti
como mi familia.
Una sonrisa se formó en sus labios. —Cuidado. Eso podría convertir lo
nuestro en algo incestuoso.
Me apretó el trasero, lo cual agradecí, porque deseaba que toda esta charla
pesada terminara ya. Mi educación había secuestrado mi cordura durante
demasiado tiempo.
Nuestros ojos se encontraron en una mirada inquisitiva.
Me separé de él y abrí mi bolso en busca de un pañuelo. Me miré en el
gran espejo dorado y agradecí a los dioses llevar maquillaje waterproof. Me
limpié la nariz y respiré hondo.
—¿No te odiará tu madre si acepto que nos casemos? —pregunté.
Se pasó la mano por el espeso cabello, que siempre se las arreglaba para
caer sobre su frente, incluso cuando estaba peinado hacia atrás.
—Me importa una mierda lo que ella piense, para ser honesto. Sin
embargo, me gustaría que conocieras a mi padre. —Inclinó la cabeza—. ¿Te
importaría venir a cenar con nosotros?
Sonreí. La cálida luz del sol se derramó sobre mí, derritiendo la angustia.
—Por supuesto. Me encantaría conocerlo.
Me miró a los ojos. —Entonces, ¿estamos bien?
—Creo que sí. —Mi boca tembló.
Secó la lágrima perdida en mi mejilla con su dedo y sus ojos se llenaron
de amor y comprensión.
—¿Qué pasa con Reynard? —pregunté.
Se encogió de hombros. —Me importa otra mierda él, y a ti tampoco
debería importarte.
—¿No podemos simplemente mudarnos a otro lugar?
—Amo este lugar. Me gustaría poder administrar las granjas orgánicas.
—¿Como el príncipe Carlos? —sonreí
—Abrir mercado estaría bien.
Caí en sus brazos y sus labios se posaron en los míos. De dulce y sincero
descendió a un beso decadente y profundo.
Me desabrochó el vestido y me lo quité cayendo hacia mis pies.
Me puse frente a él con mi corsé blanco, medias de encaje y nada más.
Siseó en voz alta y se desabrochó los pantalones.
Mi mirada se posó en ese delicioso bulto que cubría sus calzoncillos.
Señaló la cama con una sábana de satén en relieve, que me recordó a una
imagen de Home Beautiful. —Solo acuéstate y déjame mirarte.
Sabiendo lo que quería, me abrí de piernas.
Había venido preparada. Sin bragas. Había estado un poco incómoda sin
ropa interior, pero valió la pena, aunque solo fuera para presenciar la lujuria
en esos ojos azul oscuro y su gran polla hambrienta y palpitante de sangre.
Se puso de rodillas y colocó su cabeza entre mis piernas. Me lamió los
muslos.
Cuando la punta de su lengua se posó en mi clítoris, una cálida lluvia de
calor punzante me cubrió. Me estremecí mientras mis músculos se tensaron
y luego me rendí para volverme a tensar de nuevo.
Lamiendo, chupando y mordisqueando mi clítoris, agarró mi trasero
desnudo y se tragó mis orgasmos uno tras otro.
Agarrando mechones de su cabello, me retorcí y me convertí en un
desastre gimiente.
Capítulo 44

Declan

LAS MEDIAS DE ENCAJE blanco de Theadora arañaban


provocativamente mis mejillas, y sus gemidos guturales enviaron una
ráfaga de testosterona a mis testículos justo cuando arrojaba una cremosa
liberación en mi lengua.
Mi corazón latió aceleradamente al verla con ese corsé de encaje blanco y
su cabello azabache serpenteando seductoramente sobre sus pechos. Y aún
más cuando vi esa hendidura roja, tentadoramente abierta, madura y
goteando.
Limpiándome los labios, me alejé para verla mejor. Me encantaba esa
mirada de párpados entrecerrados y labios entreabiertos que parecían rogar
por mi polla.
Tiré del cordón de su corsé y sus tetas se derramaron, enviando un
torbellino de sangre a mi palpitante polla.
Dándole la vuelta, dije: —Ponte a cuatro patas.
Agarré sus caderas y enterré mi pene profundamente dentro. Mis manos
se amoldaron a sus tetas mientras nos miraba en el espejo.
Los pelos del cuello se me erizaron.
Verla con ese corsé blanco, sus tetas rebotando en mis manos y su trasero
curvilíneo golpeándose contra mis pelotas, me volvía loco y mis embestidas
eran más y más rápidas.
Dejándome llevar por el delicioso ardor de la fricción, la embestí como un
maníaco. Las paredes de su coño exprimieron la vida de mi pene.
—Necesito que te corras. —Respiré en su oído y la lamí.
Sus gemidos se hicieron más desesperados, junto con el calor que
envolvía mi cuerpo.
Su coño se convulsionó alrededor de mi pene, e incapaz de contener la
explosión, un clímax ardiente brotó de mí.
Caí de espaldas y puse mi brazo alrededor de Theadora, atrayéndola hacia
mi pecho mientras la inhalaba.
Esperé hasta que mi respiración volvió a la normalidad antes de hablar. —
Cada vez que hacemos el amor, la cosa mejora.
—Para mí también —murmuró.
Acaricié su cabello sedoso. —Nadie volverá a hacerte daño, mi amor. Me
ocuparé de eso. Eres parte de mí. Tu seguridad y felicidad significan todo
para mí.
Mientras yacíamos allí, recordé aquella reunión con el cabrón de su
padrastro.
Sus ojos iban y venían y era incapaz de mirarme a la cara. Una señal
inequívoca de que alguien tiene algo que ocultar.
Señalé su rostro curtido. —Te están vigilando, y también tengo a alguien
investigando denuncias policiales de abuso infantil. Como aparezca una
sola insinuación de tu nombre, mearás en una bolsa de plástico toda tu
jodida vida.
—No puedes amenazarme de esa manera. Te denunciaré —dijo con una
voz fina y vacilante.
Conocía a los de su tipo. Hombres sin agallas que andaban molestando a
personas más débiles y pequeñas.
Me reí en su cara. —Tienes suerte de que Theadora se resista a llevar esto
más lejos. Principalmente porque no quiere volver a ver tu grasienta y fea
cara.
Señalando su rostro, terminé ese encuentro diciendo: —Eres un maldito
pedazo de escoria. —Tuve que usar todo mi control interior para evitar
saltarle los dientes amarillentos. Y la única razón por la que no le maté fue
porque quería pasar mi vida con Theadora y no entre rejas.

MI MADRE ESPERÓ UNOS días después del baile antes de pedir verme.
Me reuní con ella en el patio del jardín con las mejores vistas al mar. Era
una mañana soleada, y después de una noche de amor lento y sincero, nada
podía alterar mi estado de ánimo. Ni siquiera las escandalosas peticiones de
mi madre.
Me senté a la mesa y Amy me sirvió, trayendo una bandeja con bollos
recién hechos y té.
Amy fue a servir el té cuando la detuve. —Está bien. Puedo hacerlo yo.
Gracias.
La sirvienta asintió y se dio la vuelta.
—Tu nueva novia te está influenciando, por lo que veo. —Sus ojos se
posaron en mi mano que sujetaba la tetera.
—No necesito que la gente me limpie el culo.
Frunció el ceño. —No seas vulgar.
Le lacé una sonrisa y serví el té.
—Tu comportamiento en el baile fue abominable. Es una suerte que no le
hayas roto la nariz y que no vaya a presentar cargos.
Unté mi bollo con mantequilla y le di un mordisco. Esperé hasta que hube
tragado antes de responder. —Es un baboso inmoral. Echó droga en la
bebida de Theadora para poder violarla.
—Eso no tiene fundamento y, además, ella es una provocadora.
Mis cejas se alzaron con fuerza. —¿Qué? ¿Estás suscribiendo esa teoría
carca, y a la vez deplorable, de que las mujeres fomentan la violación?
—No sabes lo que pasó. ¿Quién puede asegurar que nuestra ex sirvienta
no estuvo besuqueándose con quien fuera el mejor postor?
—No puedes hablar en serio. —Miré a los ojos oscuros de mi madre,
buscando un toque de bondad. —¿Con qué te está manipulando?
—Es un socio de negocios. Uno que ahora mismo necesitamos.
—¿Ahora mismo? ¿Me estás diciendo que la familia, que tiene veinte mil
millones, está en apuros financieros? —Traté de no reírme de esa ridícula
declaración.
—Tenemos riqueza en propiedades y terrenos, pero nos falta flujo de caja.
La industria turística se ha visto profundamente afectada por este virus. Los
hoteles, que eran nuestra fuente de ingresos, ahora solo dan pérdidas.
—¿Y quieres abrir un maldito resort? —pregunté.
—Cuida tu lenguaje. No has sido educado para eso. Maldecir es para
imbéciles con un coeficiente intelectual bajo.
Puse lo ojos en blanco ante su tono condescendiente.
—Este virus no puede afectar a nuestras vidas para siempre. —Tomó un
sorbo de su té—. Al menos tu hermano tiene sentido común y ha contratado
a un arquitecto que le haga unos planos para un spa junto al estanque de los
patos. Él lo entiende, a diferencia de ti. Para mantener su extravagante estilo
de vida, uno necesita dinero en efectivo.
—Tengo mi propio dinero en efectivo. Invertí en Bitcoins y Tesla antes de
unirme al ejército. Puedo cobrarlos y vivir una vida muy acomodada. No
hay absolutamente ninguna necesidad de arrancar estas tierras del corazón
de aquellas familias que las han convertido en la fuente de alimentación de
la región.
—En respuesta a tu pregunta anterior, Rey es mi benefactor.
—¿De qué manera?
—Estamos trabajando en varios proyectos juntos.
—¿Entonces está invirtiendo en la destrucción de tierras?
—Cariño, me gustaría que no fueras tan negativo sobre esto. Es una
oportunidad maravillosa para expandir el alcance de los Lovechilde. Ni
siquiera estamos hablando de todas las granjas. Solo de tres acres.
—Es una suerte que Theadora se haya negado a presentar cargos contra
Crisp por acosarla.
—Eso demuestra que es más inteligente de lo que pensaba. Rey ha
prometido dejar de coquetear con ella, aunque es un tipo bastante
inofensivo.
Tomé aire para aplacar un repentino estallido de ira. La pequeña taza de
porcelana china que sostenía en la mano resonó inestablemente en su plato.
—¿Inofensivo? ¿Crees que el acoso o, dicho de manera vulgar ya que él es
un mafioso, el asqueroso trato que da a mujeres más jóvenes, es inofensivo?
No aceptar un no por respuesta, ¿es inofensivo?
—Los hombres son hombres. —Se limpió los labios con una servilleta de
tela.
—Yo no me comporto así. Nunca. Ethan tampoco es así.
Extendió las palmas de las manos. —Ambos sois muchachos
deslumbrantes con cuentas bancarias igualmente deslumbrantes.
Perturbado por su comentario simplista, no podía creer cómo se había
encogido de hombros ante los hombres indecentes que acosaban a mujeres
sin su consentimiento.
No pude evitar preguntarme qué le había pasado a mi madre en su
infancia. Nunca hablaba de su pasado.
—Me sentí humillada por esa exhibición violenta en el baile. —Golpeó la
mesa con sus largas uñas, lanzándome la misma mirada de amonestación
que me dedicaba cuando era joven, cuando sin querer la avergonzaba frente
a sus amigos al entrar en la sala de estar todo embarrado después de jugar al
fútbol con los niños del pueblo.
Frustrado por sus evasivas, negué con la cabeza. Mi madre y Reynard
Crisp estaban muy unidos. Eso es todo lo que había aprendido estos últimos
meses. Si no hubiera sido porque Theadora me rogó que lo dejara pasar,
habría contratado a unos buenos abogados.
—Deberías elegir amigos menos corruptos. —Me levanté.
—Y tú deberías dejar de liarte con chicas de clase baja.
—Ella es de clase media alta, madre. Bien lo sabes. Me voy. —Ya había
tenido suficiente.
Fui a encontrarme con Carson en Reinicio.
El centro estaba en pleno apogeo. Teníamos a cuarenta jóvenes. La
mayoría de los cuales se portaron mal la primera semana, pero escuché que
ya estaban participando en muchas actividades, lo que les proporcionó
puntos de bonificación. Si terminaban el curso de capacitación y las
actividades, les prometían videojuegos, pizza el fin de semana y toda una
serie de golosinas que les habían negado en prisión.
Entré en la sala de actividades, un gran espacio con ventanales de techo a
suelo que daban a un paisaje arbolado, con colinas y cielo.
Me quedé en la entrada, mirando. Había alrededor de cuarenta chicos
absortos en sus ordenadores. Un chico, el único que no miraba fijamente la
pantalla ya que estaba dibujando, despertó mi interés.
—Ha pasado un gran día —dijo Carson desde atrás.
Me giré y le saludé.
—Después de su entrenamiento, corrieron durante tres millas.
Impresionado, asentí. —¿Sin problemas?
—Esta semana ha sido mejor. Tuve que encarrilar a Billy un poco. Es un
chico irlandés. —Inclinó la cabeza hacia un chico alto y pelirrojo que
presionaba furiosamente su videoconsola.
—¿Están jugando? —pregunté.
—Algunos. Otros están trabajando en un proyecto que les he dado.
Mi rostro se iluminó. —¿Qué es?
—Les pedí que diseñaran un huerto.
—Estás de broma… ¿Y están interesados? —Mi día acababa de mejorar.
—Algunos sí que lo están. —Se encogió de hombros—. A ver, hay
algunos alborotadores, pero en general son buenos chicos. —Levantó la
barbilla hacia un chico musculoso, moreno y tatuado que parecía más un
hombre—. Él es el cabecilla. Parecen seguirle. Se llama Dylan Black.
—¿Y eso? —pregunté, observándolo dibujar.
—La primera semana fue bastante difícil, pero es jodidamente fuerte y
parece disfrutar del entrenamiento. Es natural en muchos sentidos, pero
jodidamente insubordinado. Un alborotador nato. —Sonrió.
Observé al chico con la cabeza gacha, perdido en lo que estaba haciendo.
—No me parece un desquiciado.
Carson se rascó la ceja. —Esa es la cosa. Dale papel y bolígrafos y se
encerrará en su propio mundo. Es un artista brillante. Pero trae consigo
mucha mierda. Ya sabes, sangre, tripas, armas, chicas desnudas… Todas
esas cosas emocionantes. —Se rio—. Pero eso lo mantiene tranquilo. Lo ha
tenido difícil. Como la mayoría de los chicos aquí. —Sus ojos brillaban con
simpatía. Si alguien sabía lo que eso significaba, era Carson—. Creció en
un edificio de protección oficial. Tenía una madre soltera que bebía y
paseaba por su casa a un montón de novios. —Levantó una ceja, lo que me
sugería algo bastante siniestro.
—¿Abusaron de él? —tuve que preguntar.
—Probablemente. Golpeó a su psiquiatra. Así que nadie lo sabe a ciencia
cierta.
Pensé en Theadora y su educación desestructurada, y mi estómago se
apretó por cómo estos imbéciles arruinaban vidas inocentes con su
inmundicia.
En algún lugar en el fondo de mi mente, sabía que una vez que el polvo se
hubiera asentado, y con Theadora a mi lado, haría lo que pudiera para
marcar una diferencia en la vida de estos chicos.

VESTIDA CON UN ABRIGO con adornos de piel en el cuello y con el


pelo oscuro y brillante recogido en una cola de caballo, Theadora irradiaba
esa rara mezcla de clase y personalidad que convertía una flor bonita en una
flor codiciada.
—Estás preciosa. —Besé su mejilla tocada por el aire fresco.
—Tú también estás bastante bien. —Pasó sus manos sobre mi chaqueta
—. Me encanta cómo vistes.
—Lo tendré en cuenta y prepararé más chaquetas a medida. —Sonreí.
—Me gustas con cualquier cosa, Declan. Te prefiero cuando estás sin
camisa y… —Una media sonrisa hizo que sus bonitos ojos brillaran con
desfachatez—. Sin pantalones. Digamos que te prefiero desnudo.
Jugueteé con sus dedos y mirando a sus bonitos ojos, me reí. —Lo tendré
en cuenta y me aseguraré de ir desnudo por casa. Solo si tú también lo
haces.
Nos reímos mientras entramos al restaurante para encontrarnos con mi
padre.
Hice una pausa y me giré hacia ella. —Aún no me has dado una
respuesta.
—Lo haré. Pronto. —Me miró fijamente y leí la misma incertidumbre
perpleja a la que me había acostumbrado.
Unas fotos de pueblos del sur de Italia cubrían las paredes, y con manteles
a cuadros y los camareros hablando en un animado italiano, se notaba que
habíamos entrado en una trattoria napolitana.
Un aroma a tomates cocidos, ajo y hierbas me abrió el apetito.
Vi a mi padre, que nos saludó con la mano, y nos unimos a él y a su pareja
en su mesa.
Mi padre se levantó, me abrazó y luego besó a Theadora en la mejilla.
—Encantado de verte de nuevo —le dijo.
A diferencia de mi madre, mi padre la tranquilizaba con su manera
relajada y acogedora.
Después de pedir y relajarnos con una pequeña charla, me lancé
directamente.
—Háblame de Reynard Crisp y de mamá. —Le lancé a Luke una sonrisa
de disculpa—. Política familiar.
—No me importa. Me interesan las familias peculiares. De lo contrario,
no sería abogado.
—Luke se ha pasado al derecho de familia —agregó mi padre.
—Ah, pensaba que estabas con lo de los contratos a artistas —le dije.
Realmente no había hablado mucho con él. Todavía no estaba seguro de qué
pensar de Luke. Parecía hacer feliz a mi padre, y eso era todo lo que
importaba.
—Me aburrí de las princesas del pop y los ataques de histeria de los
príncipes. Acabé harto de 'hazlo ahora o me buscaré otro abogado'. —Se
rio.
Un camarero sirvió otra botella de vino y Luke le dirigió una mirada
prolongada, que encontré inapropiada. Pero ese era yo, anticuado y
sorprendentemente posesivo, algo que acababa de descubrir gracias a mi
obsesión por Theadora.
El camarero dejó el vino y se alejó con la atención de Luke fija en sus
movimientos. Me encontré preguntándome si mi padre y Luke tenían una
relación exclusiva.
Me giré hacia mi padre. —Cuéntame lo que sepas sobre la relación de
Crisp y mamá.
—Tuvieron una especie de romance antes de que yo llegara, y por lo que
deduzco, Rey le rompió el corazón.
Levanté las cejas. Que estuvieran vinculados sentimentalmente no me
sorprendió. Vi las miradas furtivas de mi madre dirigidas a Crisp. Sin
embargo, escuchar cómo había lastimado a mi inquebrantable madre me
cogió por sorpresa.
Pasó los dedos por el pie de su copa de vino. —Reynard rompió el
corazón de muchas mujeres en aquel entonces. Era guapo. Asquerosamente
rico y rebosante de ese encanto playboy.
—Sé que no es de los que se casan. —Una punzada de simpatía me
recorrió. Podría haber resentido su arrogancia, pero me dolía saber que mi
madre había resultado herida.
—Le gustan jóvenes. —Mi padre miró a Theadora.
—Me he dado cuenta. —Sacudí la cabeza con disgusto—. Pero mamá era
joven. Se casó contigo a los veintidós.
—Tenía dieciocho años cuando estaba con Crisp. Estuvieron juntos
durante un año más o menos. Pero tu madre quería casarse. Quería casarse
con la riqueza. —Respiró.
—No entiendo esa obsesión que tiene por el dinero. ¿No eran sus padres
ricos? —Todo lo que sabíamos de ellos era que su madre y su padre
murieron en un accidente de coche cuando yo era joven. Incluso las fotos
que tenía eran pocas.
—No.
Mis ojos se ensancharon ligeramente. —Pero pensé que había ido a
colegios privados y había tenido una infancia rica.
—Le dieron una beca para estudiar historia en Oxford. Tu madre es una
mujer muy inteligente, una de sus pocas virtudes. —Su boca se torció en
una sonrisa—. Llegó tan lejos como pudo, pero quedó atrapada en la
sociedad. Quería subir esa escalera a la riqueza. Por eso se casó conmigo.
—¿No estabais enamorados? —Mis cejas se juntaron. Quizás estaba
siendo demasiado romántico y poco realista, pero me gustaba pensar que
había sido concebido por amor.
—Lo estuvimos un poco, creo, pero casarnos también fue por
conveniencia. Ella quería casarse por dinero, y yo estaba pasando por
bastante confusión emocional, así que necesitaba que me rescataran. —
Respiró hondo antes de continuar—. Perdí a Alice, el amor de mi vida y mi
prometida, el año anterior. Nos conocimos en la universidad. Ella era mi
alma gemela y murió. —Miró a Luke casi como si se disculpara.
Supuse que a Luke solo le gustaban los hombres. Imaginé que eso podría
haber sido un poco confuso, el hecho de estar con un hombre bisexual. A
mí seguro que me habría confundido. No tenía nada en contra de los
homosexuales. Tenía algunos buenos amigos que lo eran, pero mi padre
parecía perdido.
Theadora preguntó suavemente: —¿Te importa que te pregunte cómo
falleció?
Resopló. —Desapareció sin dejar rastro. Salió en las noticias. Se ofreció
una recompensa de un millón de libras. Nunca la llegaron a encontrar. —
Sus ojos se empañaron.
Toqué su mano. —Lo siento mucho, papá. ¿Por qué nunca me has
hablado de esto?
Se encogió de hombros. —Tuve que seguir adelante. Me casé con tu
madre. Caroline estaba embarazada de ti en ese momento.
Eso casi me sacudió. Todavía estaba procesando la muerte del alma
gemela de mi padre. —¿Un matrimonio forzoso?
—No como tal. Quería casarme con ella.
—¿Y Crisp?
—Siempre ha estado pululando por ahí. Ha invertido en algunos de
nuestros negocios. Los ricos caminamos todos juntos, ya sabes.
Asentí pensativamente. —Es un libertino, papá.
—Yo lo sé. —Bebió un sorbo de vino solemnemente—. Incluso se habla
de que es un abusador.
Theadora me miró y puso los ojos en blanco. —Eso no me sorprende.
Me senté —¿Has oído hablar de algún caso concreto?
Mi padre me estudió por un momento. —Declan, no vayas por ahí. Es un
agujero negro. Sería gastarse la fortuna para nada.
Al notar el ceño fruncido de Theadora, añadió: —Es un juicio legal
interminable e infructuoso como en Bleak House de Dicken's.
—Tengo que leerlo —dijo Luke—. Podría sacar información valiosa
sobre cómo desplumar a los ricos. —Su risa oscura me enfrió.
Por mucho que lo intenté, no pude sentir simpatía por Luke. Había algo
que no me cuadraba en él. No podía entender la atracción de mi padre.
Debía ser algo físico. Pero solo podía suponer.
—Entonces, ¿por qué mamá y Crisp siguen teniendo esa complicidad? —
pregunté.
—No puedo imaginar lo que Crisp la ofrece o la pide. Tal vez esté
ofreciéndola financiar parte del desarrollo y asociarse.
—¿No te lo ha contado? —pregunté.
Se encogió de hombros. —Estamos separados. Y como sabéis por nuestra
última reunión de la junta directiva, no voy a ceder. He solicitado una
superposición de patrimonio. Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo.
—Miró a Luke.
—Mamá me ha dicho que hay problemas de flujo de caja. Y ya la
conoces. Cuando se le mete algo en la cabeza, no cede.
El camarero llegó con los menús para la cena.
Después de pedir, retomamos nuestra conversación sobre el negocio
familiar. Le lancé a Theadora una sonrisa de disculpa y ella asintió
levemente. Entendía la naturaleza compleja de mi vida familiar y cuán
importantes eran las tierras de cultivo para mí.
—¿No estabas pensando en expandirte a Nueva York? —pregunté.
Asintió. —Estoy buscando un inversionista allí. Probablemente volaré a
finales de semana.
—Todo ha vuelto a ser como antes. En poco tiempo, los turistas volverán
—dije.
—Eso seguro. Mira, tengo unos miles de millones en acciones
farmacéuticas que la última vez que miré se habían duplicado.
Los ojos de Luke se agrandaron.
—Podría sacar fácilmente unos cuantos miles de millones, pero quiero
mantenerlos ahí para mis hijos. —Sus ojos brillaban con sinceridad.
Le devolví su cálida sonrisa. —A mí me va excepcionalmente bien.
—No estoy preocupado por ti. Siempre has sido un trabajador nato. Me
has hecho sentir orgulloso. Aunque no más orgulloso que cuando recibiste
esa Medalla al Valor. Toda una novedad para un Lovechilde.
Se me hizo un nudo en la garganta y Theadora, que podía leerme bien, me
apretó la mano.
—Me preocupo por Ethan y Savvie. Ambos han sido niños consentidos
toda su vida. Nunca han trabajado.
—Ethan tiene un proyecto en marcha. Está construyendo un spa junto al
estanque de los patos.
Mi padre asintió. —Eso me han dicho.
Después del postre y una charla ligera que ayudó a despejar el ambiente
de los problemas familiares, nos abrazamos y nos fuimos a Mayfair.
Capítulo 45

Thea

NOS DESPERTAMOS Y HACIA una hermosa mañana soleada. Después


del desayuno, Declan dijo: —¿Qué tal si hacemos un viaje a Italia?
Mis cejas se levantaron.
Aunque inesperado, pronto me entusiasmé con esa emocionante idea.
Habíamos estado viviendo en nuestra propia burbuja en Bridesmere, y
agradecí un descanso de todos los problemas que no paraban de surgir a
nuestro alrededor.
—¿Para cuándo lo tienes en mente? —pregunté.
—¿Qué te parece para la semana que viene?
—Hago el examen a finales de esta semana, así que creo que sería genial
para entonces.
—¿Por qué no se lo dices a Lucy? —Se abotonó la camisa.
—¿En serio? —Pensé en el placer contagioso de Lucy por su nuevo rol de
administradora en Reinicio. No podía dejar de abrazarme por dejarla
aterrizar en este mundo de ensueño.
—Yo llevaré un copiloto que es amigo, Matt, un antiguo compañero del
ejército.
—¿Un copiloto?
Asintió. —Me acabo de comprar un jet.
Lo dijo como si acabara de comprarse un coche. —¿En serio?
—Soy piloto experimentado —dijo, peinándose el cabello hacia atrás en
el espejo y reflejándose deslumbrantemente guapo con esa mandíbula
cincelada y esos labios esculpidos.
Sacudí la cabeza con sorpresa. —Sé muy poco de ti.
Me abrazó. —Tenemos toda la vida para conocernos, ¿no?
Mi corazón se hinchó. —Todavía no te he dado una respuesta.
—Puedo vivir con esperanza, ¿no? —Sonrió tan dulcemente que todo lo
que quería hacer era casarme con él en el acto y después acostarme desnuda
con él para siempre.

SE ME CORTÓ LA respiración cuando vi a mi guapo prometido. Sí, había


accedido a casarme con él. Una decisión que tomé un segundo después de
que me lo preguntara, pero sentí que necesitaba darnos tiempo, y quizás de
manera inconsciente, necesitaba tiempo para pensarlo. A mi pesimista
interior le resultaba difícil procesar que este hombre increíblemente guapo
quisiera estar conmigo para siempre.
Con uniforme de piloto, gorra incluida, Declan, con ese paso decidido, me
dejó sin palabras. Me derretí ante él. Era hombre alto y fornido, y con ese
acento elegante y su buena planta, podría haber interpretado a James Bond.
Charló con su amigo mientras venían hacia nosotros.
—Joder, Thea, van de uniforme —dijo Lucy efusivamente.
—Lo sé. Declan está muy sexy.
—También el otro. —Dijo, pasándose las manos por su cabello castaño.
Declan me dio un abrazo, empapándome con su esencia masculina, y
mientras mis hormonas se habían convertido en sudor bailando como en
una tormenta, nos presentó a Matt.
Una azafata nos dio la bienvenida a bordo del brillante avión al que
Declan y Matt habían estado dando vueltas y admirando, como lo harían
dos niños con un juguete nuevo y brillante.
—Hola, soy Margot y seré su azafata durante este vuelo. ¿Puedo
ofrecerles un poco de champán?
Me estaba hundiendo en los asientos de cuero rojo cuando Lucy respondió
con un rotundo —Sí.
Declan entró. —¿Quieres ver la cabina?
Tan drogada de lujuria estaba con este hombre, que al principio pensé que
me había dicho: —Quiero ver tu vagina.
Cuando Lucy se levantó de pronto con un ‘ya lo creo que sí’, cerré la
boca, cayendo en la cuenta de lo que en realidad había dicho.
Aunque si el quería también podía enseñarle mi vagina.
A diferencia de Lucy, que era tan excitable como una niña a la que le
están probando un vestido de Cenicienta, yo experimenté una ráfaga de
nervios.
Declan me tocó la mejilla. —¿Estás bien?
—Estoy bien. Esto parece surrealista, y nunca antes había estado en un
avión.
Me lanzó una de sus dulces sonrisas características. —No te preocupes.
Nos aseguraremos de volar lo más suave posible. Las condiciones son
excelentes. No hay grandes tormentas por delante.
—Muéstrenos el camino entonces, Capitán. —Me reí.
Lucy se me había adelantado y estaba absorta en la explicación de Matt
sobre los instrumentos de vuelo.
—No puedo creer que puedas manejar todo esto —dije, admirando la
colección de monitores y diales.
—Sí. Por eso nos unimos al SAS. —Declan miró a su amigo, que también
asentía.
Me besó. —Disfruta la experiencia. Me siento honrado de ser tu primera
vez.
Levanté una ceja. Me incliné cerca y susurré. —Otra primera vez para
agregar a la lista.
Sus ojos me devolvieron la sonrisa.
Regresamos a nuestros asientos y nos abrochamos los cinturones.
Lucy me cogió de la mano mientras despegamos, y el champán me ayudó
a calmar los temblores.
Señaló la ventana charlando y riendo, lo que distrajo mi mente de todos
los posibles desastres que mi imaginación hiperactiva tramaba.
Después de que nos estabilizáramos en el cielo y me maravillara con las
nubes que pasaban, finalmente volví a mi ritmo de respiración normal.
—Matt es muy mono —dijo Lucy.
Es encantador.
—Esto va a ser increíble. ¿Has estado practicando tu italiano? —Cogió un
plato de queso, aceitunas, jamón y salami.
—Pues la verdad es que no. No he tenido tiempo. Entre ir de compras
contigo y estudiar para mis exámenes, ha sido una semana loca.
—¿Crees que has aprobado? —Masticó una galleta.
Asentí. —La práctica estoy segura de que la hice perfecta. Del resto, no
estoy tan segura. El próximo semestre tengo que hacer algunas prácticas de
clase.
—¡Vaya! ¿En Londres?
—No. He solicitado un lugar cerca del pueblo.
Lucy no conocía mi decisión de casarme. Ni siquiera le había dicho que
Declan me lo había propuesto. Era un secreto que me había costado
guardar. Solo quería asegurarme de que lo decía en serio antes de compartir
esta noticia tan alucinante.
—Entonces, ¿vas a seguir viviendo allí?
Asentí con una sonrisa tímida.
Sus cejas se juntaron. —A ver, ¿qué no me estás diciendo?
Tomé una respiración profunda. —Nos vamos a casar.
Su boca se abrió. —¡Estás bromeando! ¿Cuándo ha pasado eso?
—Me lo preguntó hace un tiempo. Acabo de responderle.
—Dios mío, Thea. Eso es una locura. —Sus ojos se iluminaron—.
Entonces, ¿vais a celebrar una gran boda?
—No estoy segura. No lo hemos hablado todavía, pero no me importa.
Me casaría con él en la playa o en el ayuntamiento.
Su boca se torció hacia abajo. —Oh, no puedes. Necesitas hacer una boda
grande y asquerosamente rica para que yo pueda coquetear con el padrino.
Me reí. —¿Con Matt?
Esbozó una sonrisa excitable. —Es muy mono.
—Es un tipo alto y mazado. No estoy segura de que mono sea la
descripción correcta.
—No, ex-militar, mmm… calentorro.
Estaba en su derecho. Pensé en Declan y en todos sus músculos, y el calor
recorrió mi cuerpo pensando en cómo le sentía dentro de mí mientras me
agarraba a esos poderosos bíceps.
Suspiré en silencio. Sí, estaba esclavizada por la lujuria, pero también
estaba enamorada.
Declan estaba allí para mí. Sabía que él me protegería. Y después del tipo
de vida que había tenido, la protección significaba más que el placer.
Aunque los orgasmos múltiples también se habían vuelto poderosamente
adictivos.
Capítulo 46

Declan

EL AVIÓN TOCÓ LA pista y Matt gritó: —¡Wohoo! Aterrizaje según lo


previsto. Bien hecho.
Ebrio de adrenalina y endorfinas, sonreí. —Después de los aterrizajes
improvisados en Afganistán, este había sido pan comido.
—Pero es un subidón, ¿verdad? —Sonrió.
—Ya lo creo. Lo echaba de menos.
Se desabrochó el cinturón. —Cuando quieras ir a algún lado, cuenta
conmigo. Me ha encantado el viaje.
—Me alegro de que hayas venido. Necesitaba esto. —Me levanté de mi
asiento y estiré los brazos.
Miró por la ventana. —Parece que hace calor. Suerte que me he traído el
bañador.
—Quiero hacer algo de esnórquel. He oído que hay algunas cuevas
submarinas increíbles.
Su rostro se iluminó. —Eso suena jodidamente increíble.
Cuando nos unimos a las chicas, noté que Theadora estaba un poco
pálida.
Puse mi brazo alrededor de ella. —¿Estás bien?
—Ahora sí.
Lucy se rio. —Tenías que haberla visto durante el aterrizaje. Estaba la
pobre totalmente aterrorizada.
Golpeó suavemente el brazo de su amiga. —No estaba tan mal.
—Estás en buenas manos. Ha sido un aterrizaje muy suave —dijo Matt.
Agarrada al amor de mi vida, salimos del avión.
Theadora se rio. —Voy bien para poder andar sola.
—¿No te gusta que te coja? —pregunté.
—Por supuesto que me gusta —susurró ella—. Especialmente cuando
estamos desnudos.
Sonreí. —Mmm… Creo que voy a necesitar un rato de siesta antes de que
podamos disfrutar de las vistas.
Nuestros ojos se sostuvieron y mi corazón cantó. Cada vez que estudiaba
su hermoso rostro, veía a una mujer con identidad propia. Como una rosa
que florece con una belleza impresionante.
Lucy sacó su teléfono. —Fotos, por favor. Con vuestros uniformes. Para
saber que no he soñado con esto.
Me reí. Me caía bien Lucy y apreciaba su vínculo fraternal.
Sin que ninguna de las dos lo supiera, había pagado el apartamento de
Lucy en el pueblo. Le había dicho al arrendador que le cobrara un pequeño
alquiler para que no sospechara.
Me puse junto a Matt y sonreí mientras Lucy sacaba fotos con su teléfono.
—¿Puedes sacarnos una a Theadora y a mí? —pregunté.
Puse mi brazo alrededor de mi futura esposa. Llevaba un vestido
veraniego blanco con un cárdigan rojo y su largo cabello oscuro y lustroso
caía libremente. Me recordó a una chica italiana local.
—Llevo zapatos bajos. Parezco una enana en comparación contigo. —Se
rio.
Su cabeza llegaba justo debajo de mi hombro. —Me quedas perfecta. —
Fui a quitarme la gorra.
—No, déjate la gorra puesta, por favor —dijo con esa sonrisa persuasiva
que podría haberme convencido incluso de comer pañales.

CAMINAMOS POR POSITANO, UN pueblo junto a un acantilado que


Theadora describió como un cuento de hadas. Ciertamente se parecía a algo
fuera de lo común, con sus edificios color pastel que se aferraban
milagrosamente a una empinada ladera rodeada por un océano color
aguamarina.
El mar brillaba bajo el sol de la tarde y los turistas paseaban. Después de
sentarnos en una cafetería de la bulliciosa plaza, pedimos un limoncello, un
licor local picante.
Sintiéndome renovado después de una siesta y un poco de sexo caliente
con mi prometida, me sentía el hombre más feliz del mundo.
Desde la distancia, vi a Matt caminando junto a Lucy, charlando y riendo.
Incliné la cabeza en su dirección. —Parece que congenian.
—Lucy es toda una coqueta, me temo. Tiene algo con los hombres en
uniforme.
—Me alegro. Matt es soltero y parece gustarle.
—¿Ha dicho algo? —Theadora tenía un brillo de esperanza en los ojos.
Pude ver que la felicidad de su amiga significaba todo para ella.
—No hablamos de este tipo de cosas. Acaba de conocerla, además. —
Llegó un camarero con la pizza que habíamos pedido. El aroma hizo que mi
estómago saltara de alegría—. Huele increíble. —Miré al camarero y le dije
‘Grazie’.
—Prego. —Asintió—. ¿Puedo traerles otra bebida?
Negué con la cabeza. —No, yo estoy bien.
Theadora le miró. —Solo un poco de agua, por favor.
Comimos en un hambriento silencio y dimos la bienvenida a Lucy y Matt.
—Estoy abrumada por lo hermoso que es este lugar —dijo Lucy, de pie al
lado de nuestra mesa.
—¿Por qué no os sentáis? Comed algo de pizza —dije.
Se sentaron. —¿Será suficiente para todos?
—Esto es solo un tentempié. He reservado una mesa a las ocho. ¿No has
visto el mensaje que te envié para que vinierais? —Le pregunté a Matt.
Él asintió.
—¿Te gusta el hotel donde te alojas? —le preguntó Theadora a Lucy.
—Mucho. Tiene unas vistas increíbles de los pueblos de montaña y el
mar. Estoy haciendo un montón de fotos.

DESPUÉS DE CAMINAR POR senderos costeros y descubrir pueblos


antiguos con sus olivares y exquisitos jardines fragantes, nos sentamos en
una pequeña plaza con un jardín de limoneros a la ladera de una montaña.
El aire olía a cítricos.
Theadora y yo estábamos solos. No habíamos visto a Lucy y Matt en todo
el día. Sospechábamos que habían caído en su propia burbuja romántica.
Después de nuestra primera noche conectaron, según Theadora, y desde
entonces solo había visto a Matt una vez. Nos reunimos para hacer
esnórquel por algunas cuevas submarinas que me dejaron alucinando.
Intenté arrastrar a Theadora, pero se cruzó de brazos y me recordó que le
tenía miedo al agua. En ese momento me propuse enseñarla a nadar.
Por razones egoístas, por supuesto. Quería verla con un bikini mojado.
Jugueteaba con los dedos de Theadora mientras contemplaba el mar, los
veleros que se deslizaban gracias a la suave brisa y las aves marinas que
planeaban elegantemente. El cálido sol de la tarde acariciaba mis brazos
desnudos y mi rostro; nunca me había sentido mejor.
Una anciana, con un pañuelo alrededor del cabello y cargando una
canasta, se acercó y nos ofreció flores ‘Per la tua bella ragazza’.
Compré algunas y le di dinero de más. Ella devolvió una sonrisa
desdentada. Mi corazón se compadeció de la mujer que se parecía a las
colinas escarpadas que la rodeaban. Percibí el duro trabajo en su rostro
desgastado por el tiempo y recordé a los granjeros de mi país que también
se parecían a su tierra.
Cuando vio el billete de quinientos euros, me besó la mano. —Dio vi
benedica.
Sus viejos ojos brillaban con profundidad y sinceridad.
Se fue mientras canturreaba para sí misma.
—¿Has entendido lo que te ha dicho? —preguntó Theadora.
—Dios nos bendiga.
—Eso ha sido un gesto precioso de tu parte. Le has alegrado el día.
Sonreí. —Esa es la parte buena del dinero. Compartirlo con las personas
que realmente lo necesitan.
La mirada de Theadora brillaba con curiosidad. —¿Eres realmente tan
bueno?
Me encogí de hombros. —Tengo mucho dinero. ¿Por qué no hacerlo?
Ella sacudió la cabeza.
—¿Qué?
—Todo esto me parece tan irreal. Tengo que seguir preguntándome si de
verdad estoy aquí.
—Gracias a Dios que estás. —Me giré para mirarla—. ¿Por qué no nos
casamos ahora?
Sus cejas se fruncieron. —¿Cómo? ¿Ahora mismo dices?
—Bueno, me refiero a hoy, más tarde. He hablado con un sacerdote del
pueblo, de esa hermosa capillita que visitamos el otro día. Estará feliz de
hacerlo.
—¿Hoy mismo? —Sus ojos se abrieron.
—A menos que quieras una gran boda en casa. También me parecería
bien si tú quieres. Haré lo que desees, Theadora. De ahora en adelante, tú
tomas las decisiones.
Rio. —Entonces no haremos mucho. Soy una floja para tomar decisiones.
—¿Eso incluye la de ahora?
—No. Quiero hacerlo. Me gusta esa idea. —Su rostro se iluminó—.
Hagámoslo. Lo único…
—¿Lo único qué?
—¿Qué me pongo? Y tengo que decírselo a Lucy. A saber si esos dos
habrán salido de su habitación.
—Los vi antes dirigiéndose a la playa —dije—. ¿Por qué no bajamos al
pueblo? Puedes ir a comprarte algo. O ponte lo que quieras. —Toqué su
vestido de flores—. Esto es muy bonito.
—No puedo casarme con esto —protestó—. Queremos tener fotos de este
día, ¿no?
—Claro que sí. Supongo que entonces yo tendré que arreglarme también.
—Me gustaría que llevaras lino blanco, como aquel hombre que vimos el
otro día.
Se refería a los magnates italianos que andaban por ahí con pantalones de
lino, corbatas y chaquetas brillantes.
—Entonces será mejor que me vaya de compras también. —Me levanté
—. ¿Estás segura?
—Nos vamos mañana, así que supongo que sí.
Nuestros ojos se encontraron y luego ambos nos reímos. Algo que
siempre nos sucedía sin ninguna razón.
La vida ofrecía esa sensación como de brisa ligera.
Capítulo 47

Thea

LUCY Y YO DEAMBULAMOS por las serpenteantes calles. Había tantas


boutiques bonitas que no tenía de qué preocuparme a la hora de encontrar
un vestido.
—Cuéntame lo que está pasando entre tú y Matt —dije.
Su rostro se iluminó. —Matty es guapísimo. ¿No crees?
Asentí. —Es un hombre encantador.
—Oh, míranos. —Entrelazó su brazo con el mío—. Y ahora resulta que
nos vamos de boda.
Miré el reloj. —Será mejor que nos demos prisa. Necesito decidirme.
—Yo voto por ese vestido de seda blanca con rosas rojas. Es muy
hermoso.
Estaba de acuerdo. —Aunque quizás tiene un poco de escote.
—Sí. Es perfecto. Muy apropiado. Después de todo, este es el país de
Sophia Loren.
—Ella es de Nápoles —dije.
—Pero no está muy lejos.
Me reí de la obsesión de Lucy por los clásicos de Hollywood.
Me conformé con un vestido de seda ajustado hasta la rodilla con un
favorecedor corpiño cruzado. Encontré un par de tacones con tiras rojas que
lo resaltaban perfectamente y una rosa roja para el pelo.
Para Lucy, después de mucho insistir en comprarla un vestido, elegimos
uno verde que la quedaba espectacular y la resaltaba sus ojos color avellana,
grandes y bonitos. El hecho de estar enamorada te resaltaba la belleza, eso
lo descubrí rápidamente.
—Nunca antes me había puesto algo tan caro —dijo, girando frente al
espejo mientras nos preparábamos para el gran evento.
Me puse pintalabios rojo y coloqué la rosa detrás de mi oreja. Llevaba el
pelo suelto. Un lado escondido detrás de la oreja, y luciendo los pendientes
de diamantes que Declan me había regalado, que brillaban a la luz del sol
de la tarde.
Después de estar satisfechas con nuestro aspecto, nos dirigimos a la
catedral abovedada.
Tenía que vigilar mis pasos para no engancharme el tacón en las grietas
del callejón empedrado. Me agarré del brazo de Lucy y un par de camareros
silbaron cuando pasamos.
—Qué emocionante —dijo—. Todos están tan jodidamente buenorros por
aquí…
Me reí. —Estoy muy contenta de que estés aquí.
Dejó de caminar y me abrazó. —Yo también. Ha sido el mejor momento
de mi vida. Y Matt realmente me quiere, creo.
Su rostro mostraba el mismo gesto de inseguridad que yo había tenido.
Sonreí con tristeza. —Está loco por ti.
—¿Declan ha dicho algo? —Sus ojos se iluminaron con necesidad.
—Solo me dijo que Matt parecía más feliz de lo que jamás le había visto.
La boca de Lucy se abrió mucho mientras se formaba una gran sonrisa. —
Oh, eso es buena señal, entonces.
—Vamos. Será mejor que lleguemos. Estos zapatos son bastante
incómodos.
—Están geniales y tú estás hermosa —dijo Lucy, sus labios temblaron
ligeramente, haciendo que mis ojos se humedecieran.
—No me hagas llorar.
Me rodeó con el brazo y continuamos subiendo una colina. Con el sol
pegándome en la cara, el sudor me corría por los brazos. Recé para que no
se me derritiera el maquillaje.
Pisando un antiguo mosaico romano de temática marina, subimos los
escalones de la catedral.
Con unos pantalones de lino y una chaqueta azul claro, Declan parecía
haber salido de una sesión de fotos de revista. Su cabello castaño oscuro
peinado hacia atrás acentuaba sus rasgos perfectos y bronceados.
Matt, con unos pantalones de lino y una chaqueta azul oscuro hizo que
Lucy echara espuma por la boca mientras intentaba gritar en un susurro.
—Pellízcame —dijo ella.
Mi futuro esposo me atrapó con su mirada hechizante y sonrió, mientras
un sacerdote vestido de blanco y dorado nos esperaba.
—Ni siquiera soy católica —le susurré a Lucy, que tenía su brazo
entrelazado al mío—. Me estás llevando al altar, ¿te das cuenta?
—Lo sé. Es un gran honor. Eres mi mejor amiga. —Su voz se quebró,
haciendo que las lágrimas se me acumularan en los ojos.
La iglesia, con su cúpula blanca y dorada, parecía resplandecer a la luz de
la tarde que entraba por las ventanas circulares.
Los colores se intensificaron. Creo que estaba drogada de pura dicha. Los
santos y los ángeles de las paredes parecían seguirme con sonrisas
radiantes. Casi esperaba que un director saliera y dijera "¡Corten!" porque
bien podría haber sido esto una escena de alguna película romántica.
Cuando me acerqué a Declan, nuestros hombros se tocaron y una calidez
me recorrió.
Sus ojos azules se volvieron turquesas bajo la suave luz, y tuve que tomar
una respiración profunda para calmarme. Nunca me cansaría de mirar ese
rostro que presumía de tantos matices de belleza.
Se inclinó. Su colonia me envió un escalofrío de deseo. —Estás preciosa.
—Su mirada persistente, llena de amor, me formó un nudo en la garganta.
Nos dirigimos hacia el sacerdote, quien asintió con la cabeza y luego
recitó algo en latín.
A pesar de que no tenía ni idea de lo que estaba diciendo, pensé que
estaba escuchando un poema exótico, como un conjuro profundo y mágico
que unía nuestras almas.
Hizo la señal de la cruz y en un inglés entrecortado dijo: —¿Quieres,
Declan Lovechilde tomar a Theadora Hart como tu esposa? ¿Para amarla,
protegerla y apreciarla, en la salud y en la enfermedad, por el resto de tu
vida?
El profundo ‘Sí, quiero’ de Declan resonó en mi corazón.
El sacerdote se giró hacia mí y dijo las mismas palabras. Yo respondí con
un tembloroso ‘Sí, quiero’.
Declan se volvió hacia Matt, quien le pasó un anillo de oro. Yo cogí un
anillo de bodas de oro tallado, que medí a partir del tamaño del anillo de
zafiro de Declan, lo que seguramente hizo que los ojos del joyero se
abrieran con aprecio.
Deslizó el anillo en mi dedo tembloroso y yo hice lo mismo. Cuando
nuestras manos se tocaron, una inyección de energía actuó como un
recordatorio visceral de que ahora éramos solo uno.
Nos miramos como si ese fuera el último detalle importante para sellar
nuestro amor.
Me tomó en sus brazos y me besó tierna y castamente.
Enterrando su nariz en mi cabello, susurró: —Te amo con todo mi
corazón.
El volcán emocional que se había estado fraguando finalmente estalló
dentro de mí y las lágrimas rodaron por mi rostro.
Fue inútil tratar de mantener una fachada fría. Había estado haciendo eso
durante demasiado tiempo. Tal vez los italianos demasiado expresivos, que
parecían pasar de la risa a las lágrimas en un abrir y cerrar de ojos, me
habían contagiado.
Lucy me pasó pañuelos y luego me cogió de la mano, dando saltos arriba
y abajo sin parar.
Reí y lloré al mismo tiempo. Entramos al pórtico que daba al mar azul
profundo a través de un arco blanco cubierto de flores color rosa intenso.
Cuando el sol besó mi piel, fue un momento que nunca jamás olvidaría.
Me había casado con mi alma gemela y tenía toda la vida por delante con
este hombre hermoso y de buen corazón.
Declan vino y se unió a mí, imaginé que había dejado una buena suma de
dinero a la iglesia.
—¿Has entendido lo que ha recitado? —tuve que preguntar.
—No. Suspendí latín. —Declan sonrió—. Para disgusto de mi madre.
Negué con la cabeza. Ni siquiera había pensado en mi nueva suegra. Un
viento frío me atravesó.
—¿Se lo has dicho?
Declan negó con la cabeza.
—¿Vas a esperar hasta que volvamos para darles la noticia?
Sonrió ante mi tono sombrío. —Esa es la idea. —Me acercó a su fuerte
cuerpo—. No nos preocupemos por ella. Somos nuestro propio pequeño
universo, tú y yo. No veo la hora de pasar mi vida contigo, Theadora
Lovechilde.
Tragué otro nudo en la garganta.
Nos paramos en la cima de ese pueblo bañado por el sol, en lo alto del
mundo. Qué escenario más perfecto para una boda.

ERA TEMPRANO POR LA noche cuando estábamos de camino hacia


nuestra plaza favorita. Íbamos los cuatro, riendo y haciendo payasadas.
Declan prácticamente cargó conmigo, ya que los pies me estaban matando
debido a los zapatos nuevos, sexys pero muy incómodos.
El camarero, que ya nos conocía, dio un brinco y pareció salirse de su
piel. Se entusiasmó con lo bonitas que nos veíamos las signorinas.
—Nos acabamos de casar —dijo Declan.
Los ojos del camarero se iluminaron. —Oh, entonces van a celebrarlo
aquí, ¿sí?
Declan me sonrió. La noche era cálida y perfecta. No podría haber
deseado un lugar mejor para sentarme, comer, beber y mirar a los ojos de
mi hermoso esposo, que resaltaban con el contraste del mar azul brillante.
Asentí.
Lucy, que estaba en su pequeña burbuja romántica, asintió con entusiasmo
ante esa sugerencia. Este lugar nos había encantado. Era donde habíamos
cenado la mayoría de las noches y las vistas nos tenían tan absortos como
cualquier espectáculo digno de una mini serie.
Esto era mejor, porque era real.
Capítulo 48

Declan

BAJO LAS ESTRELLAS BEBIMOS, comimos y se montó una fiesta


improvisada a nuestro alrededor.
Todos los comensales se habían sumado a la celebración. Incluso había
aparecido una banda. Giacomo, nuestro camarero, al enterarse de nuestras
nupcias, lo organizó todo para que la plaza cobrara vida.
—Esto es muy divertido. —Los ojos de Theadora se abrieron cuando
Giacomo sacó un pastel de chocolate con una bella decoración—. ¡Guau!
Mira eso ¿Acabas de improvisarlo?
—Complimenti —El camarero sonrió—. Per il sposi.
Asentí con gratitud y le hice saber que sería recompensado cuando todo
esto terminara.
Él inclinó la cabeza.
No podría haber sido una noche mejor. El aire balsámico, las estrellas, la
Piazza llena de música, gente y risas.
La banda tocó melodías clásicas italianas napolitanas. Me giré hacia mi
esposa. —¿Bailamos?
No éramos los únicos. La gente ya bailaba un vals y, para mi deleite, Lucy
había grabado todo con su teléfono. Incluso tomó prestado el teléfono de
Matt cuando el suyo falló. Este momento necesitaba ser capturado porque
no podría haber deseado una boda mejor.
Theadora se aferró a mi brazo, riéndose. —Estoy un poco borracha y
apenas puedo caminar con estos zapatos.
—No te preocupes. Yo te sostengo. —Me coloqué frente a ella—.
Siempre te sostendré. Pase lo que pase.
Sus ojos se humedecieron de nuevo. Theadora era una chica muy
emocional. Me encantaba eso de ella. Todo la afectaba. Un perro viejo que
andaba dificultosamente la hizo llorar.
La música flotaba en el aire. El cantante puso todo su corazón y alma en
la canción.
—Esto es muy hermoso —dijo—. Y todos, las personas que no
conocemos, también lo están pasando muy bien. No podríamos haberlo
diseñado mejor. Incluso el pastel. Ñam.
Estuve de acuerdo. Quedaría grabada en mi memoria la tarta con sus
complejos sabores cremosos de chocolate y licor. Igual que ver a Theadora
bajo la luz de la luna con ese vestido de seda reluciente que abrazaba sus
curvas de la forma más deliciosa. Los ojos de todos los hombres no la
perdían de vista. A pesar de que me tocaron los celos, lo entendí. Y al final
de la noche, sería yo quien le quitara ese vestido y escucharía sus gemidos
entrecortados contra mis mejillas mientras temblaba con un orgasmo tras
otro.
Nos sentamos, comimos tarta, bebimos champán y nos reímos de las
tontas imitaciones y bromas de Matt.
Luego, la banda dejó sonar las baladas y nos animó con una interpretación
de Tu Vuo Fa l'Americano.
Lucy gritó. —Dios mío, esa es la canción que cantó Sophia Loren. Me
encanta esta canción.
Agarré la mano de Theadora. —Vamos. Tenemos que bailar esto.
La multitud estaba igual de entusiasmada, y de repente la Piazza se llenó
de gente bailando, como si nadie estuviera mirando.
Me senté en un buen lugar para poder disfrutar de Theadora, descalza,
saltando arriba y abajo, balanceando sus caderas, levantando su cabello y
moviéndose con mucha energía, con Lucy sin abandonar su lado.
Matt se rio. —Las chicas se lo están pasando en grande.
—Me alegro. Es una gran noche.

LLEGAMOS A CASA DESPUÉS de lo que había sido una experiencia


increíble. Había volado de nuevo. Mi nuevo jet era más que perfecto y ya
había hecho planes con un Matt muy entusiasta para más viajes.
Llevábamos solo una hora de vuelta cuando llamaron a la puerta.
Ethan estaba al otro lado y parecía muy alterado. Ese ceño fruncido serio
estampado en su frente era muy poco característico de mi hermano,
normalmente alegre y sin preocupaciones.
Nadie se había enterado de nuestro matrimonio aún. Habiá pensado en
organizar una cena en Merivale para hacer el anuncio.
Entró. —He estado intentando llamarte todo el día. —Miró a Theadora y
asintió a modo de saludo con un atisbo de sonrisa, que se desvaneció
rápidamente.
—¿Qué ha pasado? —pregunté.
—Papá ha muerto.
Mis ojos se abrieron en estado de shock. Mi corazón se apretó en una bola
y la pura fuerza del shock me empujó hacia el sofá.
Theadora me agarró de la mano.
—¿Qué ha sucedido? —Mi garganta se contrajo por un torrente de
emoción. Apenas podía hablar.
—Le encontraron inconsciente en su apartamento. —Ethan se dirigió
directamente al whisky y nos sirvió un trago. Se bebió el suyo y luego me
entregó un vaso.
—¿Fue un ataque al corazón? —preguntó Theadora.
—No están seguros. —Ethan se giró hacia mí—. Nos hemos enterado esta
mañana. Luke encontró el cuerpo de papá. —Se mordió el labio y las
lágrimas rodaron por su rostro.
—Será mejor que me vaya a Merivale de inmediato. —Me levanté,
peinándome el cabello. No estaba seguro de qué hacer. Contuve las
lágrimas. A diferencia de mi hermano, yo podía mantenerme estoico
cuando se necesitaba. El ejército me lo enseñó. Mi corazón, sin embargo, se
rompió en pedazos pequeños.
—¿Qué quieres decir con que Luke le encontró esta mañana? ¿No estaban
juntos? —pregunté.
—Aparentemente no, según Luke.
—¿Pero Luke no vive allí?
Solté un suspiro apretado y Theadora vino y me abrazó. —Está bien,
Declan. Estoy segura de que pronto sabrás más. Lo siento mucho, cariño.
Permanecí en sus brazos y las lágrimas finalmente brotaron.
Ethan fue y se sirvió otro trago. —Voy a volver. Deberías venir. Savvie
está fuera de sí.
—Me lo imagino. —Aunque Savanah admiraba a nuestra madre como
modelo a seguir, adoraba absolutamente a nuestro padre—. ¿Qué hay de
mamá?
—Ya la conoces. Ella no muestra mucho sus emociones. Es un signo de
debilidad, dice. —Negó con la cabeza mientras miraba al suelo. Su boca
tembló—. Entonces yo seré un débil porque estoy jodidamente destrozado.
Me acerqué a mi hermano y nos abrazamos, sollozando.
Nos alejamos y cogimos unos pañuelos que nos entregó Theadora. Ella
me cogió de la mano.
—Lo siento mucho.
La sostuve fuerte. Pasaban tantas cosas dentro de mí que apenas podía
respirar. Pero me aferré fuerte a mi alma gemela porque si ella no hubiera
estado allí para ayudarme y apoyarme, me habría derrumbado, al igual que
Ethan, que sostenía su cabeza entre las manos.
—Ven, vamos a Merivale —dije, poniendo el brazo alrededor del hombro
de mi hermano.
Le tendí la mano a Theadora. —¿Vienes?
Ethan nos miró a mí y a Theadora, desconcertado. Creo que esperaba que
esto fuera un asunto de familia. Luego vio mi mano y me señaló el dedo.
—¿Es lo que creo que es?
Theadora asintió. —Nos hemos casado.
Los ojos teñidos en sangre de Ethan se abrieron ligeramente. —Vaya. Qué
bien…
—Te presento a tu nueva cuñada —dije.
Se acercó a Theadora y la besó en la mejilla. —Bienvenida a la familia.
Me miró con una sonrisa tensa. Supe automáticamente en lo que pensaba
mi hermano. Sabía la tormenta de mierda que me esperaba en Merivale y
cómo reaccionaría mi madre.
No me importaba. Solo me importaban dos cosas: mi profundo amor por
mi esposa y llegar al fondo de la muerte de mi padre. Mi corazón tiraba de
mí en dos direcciones: una dicha que me hinchaba el corazón y una tristeza
que me estremecía hasta los cimientos.
EPÍLOGO

Ethan

LA HABITACIÓN SOLEADA EN la parte trasera de Merivale, donde


normalmente nos juntábamos en familia, contrastaba fuertemente con la
oscuridad del aire.
Savanah se acurrucó entre Declan y yo en busca de apoyo. Llevaba ya
gastada toda una caja de pañuelos, mientras que mi madre, tan fría como un
pepino, estaba sentada a la mesa haciendo ruidos constantemente. Sus
largas uñas rojas se alternaban para golpear la mesa haciendo un
insoportable y chirriante chasquido.
¿Dónde están sus jodidas lágrimas?
Theadora entró en la habitación y los ojos fríos y poco acogedores de mi
madre la siguieron. Esto iba a ser intenso.
¿Pero más intenso que la muerte de mi padre?
Nada me sentó bien.
Normalmente yo era el bromista del grupo. El que alegraba la habitación
con bromas tontas y gestos infantiles. Me había estado escondiendo detrás
de esa fachada de payaso desde que me descendieron los testículos.
Ese ya no era yo. Especialmente ahora con mi padre muerto.
Mientras buscaba en lo más profundo, encontré un agujero vacío donde
mi corazón solía latir.
Mi nueva cuñada se sentó junto a Declan y tomó su mano. Ese gesto
cálido y amoroso me envió un resquicio de envidia. Él siempre había sido el
sensato. No es que estuviera resentido con mi hermano. Todo lo contrario.
Le respetaba.
—¿Por qué ha venido ella aquí? Este es un asunto familiar privado —dijo
mi madre, lanzando dagas a Theadora.
—Will está aquí —dijo Declan con la misma frialdad. Puso su mano sobre
la mesa y los ojos de mi madre se concentraron en su reluciente anillo de
bodas de oro.
Una línea profunda se formó en su frente, normalmente suave, cuando
señaló su dedo.
—Sí, estamos casados. —Se giró hacia Theadora y apretó los labios
contra su cabello—. Ojalá hubiera podido hacer este anuncio en mejores
condiciones.
—Hablaremos de eso más tarde. —Mi madre miró a Will, que estaba
sentado a su lado.
—No hay nada de lo que hablar. Estamos casados. Theadora es parte de
esta familia, y tú, como todos los demás, la respetarás y la tratarás como tal,
de la misma manera que le hemos dado la bienvenida a Will —dijo Declan.
—Mmm… —Cogió su taza y tomó un sorbo.
—¿Qué pasa con papá? —exigió Savanah—. ¿¡Qué pasa con papá!? —Su
voz se quebró y volvió a perderla, lo que me hizo querer perderla también.
Nunca había experimentado este tipo de dolor aplastante, como si hubiera
estado enterrado bajo una manta pesada y húmeda.
Will abrió una carpeta y miró a mi madre, quien le hizo un gesto con la
cabeza para que continuara.
—Se cree que Harry murió ahogado.
—¿Atragantado? —preguntó Declan.
Will negó con la cabeza. —No. Estrangulado.
Ante ese espantoso detalle, mi cuerpo retrocedió como si hubiera sido
testigo de lo que sucedía.
—¿Como si alguien le hubiera matado? —preguntó Savanah, con los ojos
muy abiertos y horrorizados, expresando como yo me sentía.
—Podría haber sido un suicidio —dijo Will.
‘¿Qué?’ resonó en todas nuestras bocas a la vez.
—Eso es imposible —dijo Savanah—. Papá no estaba deprimido.
Will miró a mi madre y se encogió de hombros. —La investigación sigue
en marcha en estos mismos momentos. No es concluyente.
—Bueno, quiero que todos los equipos forenses participen de esto, porque
lo que tengo jodidamente claro es que papá no se suicidó —dije.
Declan asintió. —Estoy con Ethan. ¿Quién dirige la investigación?
—No hay un detective jefe —dijo mi madre.
—¿Dónde fue encontrado? —preguntó Declan.
—En su apartamento —dijo Will.
—Le conoces desde hace años. No puedes creer que él haría tal cosa —
dije.
Will miró a mi madre. Aunque él siempre seguía sus indicaciones, esa
acción me pareció curiosa.
—Es raro, sí. Pero ha estado un poco deprimido últimamente. Su relación
con Luke estaba acabada.
Declan se levantó con Theadora. —Contrataremos a nuestro propio
detective y abogados para que se ocupen de esto. Papá no se habría
suicidado.
—Necesito decir unas palabras —le dijo mi madre a Declan.
Su hijo favorito acababa de casarse con la chica equivocada. Me parecía
bien, pero eso significaba que ahora ella me presionaría para que me casara
con alguien de la nobleza.
No me iba a casar con nadie. Especialmente ahora. Ni siquiera podía estar
conmigo mismo. Entonces, ¿por qué hacer pasar a alguien más por ese
infierno? Además, había estado con todo tipo de mujeres y ninguna había
conquistado mi corazón. A estas alturas, me habría casado si hubiera tenido
ganas.
A pesar de mis propias dudas sobre el matrimonio, me alegré por mi
hermano y le lancé a Theadora una sonrisa comprensiva para mostrarle mi
apoyo.
Estaban enamorados, y si había alguna razón para casarse, era esa.
Solo quedábamos mi hermana y yo mientras miraba al suelo. Savanah
gimió a mi lado, poniéndome más triste que nunca, cuando nuestra madre
se unió a nosotros nuevamente.
—Bueno, tu hermano ha traído a una plebeya a la familia.
—Creo que eso no es un problema comparado con la muerte de papá, —
espetó Savanah.
—Es un problema porque tenemos una reputación y un nombre que
mantener.
—Joder, que no somos la puta familia real —dije.
—Así es. —Savannah asintió—. En cualquier caso, mira lo que Kate
Middleton ha hecho por la realeza.
Al igual que Savanah, me molestó que mi madre pareciera más estresada
por la elección de esposa de nuestro hermano que por la muerte de nuestro
padre.

SOLO HABÍA UNA MANERA de despejar mi cabeza de esta nube oscura,


y era con alcohol en abundancia en el Thirsty Mariner. Mezclarme con una
multitud de extraños medio borrachos parecía lo más apropiado para mi
estado afligido por el dolor, que codearme con mis antiguos amigos de la
universidad vestidos con chaqueta de diseñador en algún deslumbrante bar
de Londres, todos idiotas por derecho en busca de coños y fetiches
extraños. La inercia de las escuelas privadas les había perseguido hasta sus
pequeñas y privilegiadas vidas banales. Yo simplemente lo acepté para
formar parte de este mundillo, pero en el fondo me disgustaba. Odiaba la
violencia y esa actitud de ‘mi abogado arreglará mi desorden’ que todos
parecían tener.
El pub estaba en pleno apogeo. Había gente por todas partes, todos
charlando y riendo. Para ser un pueblo pequeño, Bridesmere siempre estaba
lleno. No pasaba mucho tiempo allí, solo cuando me quedaba en Merivale y
necesitaba un trago lejos de la familia.
Me apoyé en la barra y pedí una cerveza negra y un trago de whisky. No
reconocí a nadie allí. La mayoría de mis antiguos amigos cercanos se
habían casado y, aparte de ser invitado a todos sus hitos importantes como
bautizos y fiestas de cumpleaños, rara vez nos reuníamos para tomar una
copa. Eso me convenía. La conversación sobre los hábitos de alimentación
y sueño de Ariel o Jasper me aburría hasta querer llorar. Sus constantes
quejas de no haber tenido sexo desde que nació el bebé y de que se sentían
culpables por mirar las tetas de la niñera, me disuadieron seriamente de
casarme.
Había una persona que reconocí mientras tomaba un sorbo de cerveza, y
esa era Mirabel Storm. Afinando una guitarra en su regazo, estaba a punto
de actuar.
Vestida con un vestido de terciopelo verde, con un largo cabello rojo y
ojos verdes, era una maravilla. Cuanto mayor se hacía, más hermosa se
volvía. Una vez estuve enamorado de ella, pero ella me odiaba. Según
Mirabel, yo era un bastardo rico, superficial y con derechos, que trataba a
las mujeres como juguetes. En lugar de lastimarme, sus insultos me
provocaban una puta erección.
Al menos pasamos bonitos momentos cuando de niños, con ocho años,
jugábamos con los caballos en la granja de su padre. La misma propiedad
que en cualquier momento estaba a punto de convertirse en mi proyecto de
spa.
Mi mandíbula se apretó. Ese no era un tema para esta noche. Necesitaba
emborracharme, mirar a Mirabel a los ojos, admirar sus ojos verdes
ardientes, sus curvas sexys y luego aprovechar la oportunidad de llevar
acabo ese proyecto desalmado. El solo pensamiento de eso me hizo querer
vomitar.
Lo había tenido demasiado fácil hasta ahora.
Tenía que abrirme camino en el mundo y, junto con la expansión de los
hoteles Lovechilde, un spa de lujo era un buen comienzo.
El foco sobre el pequeño escenario improvisado hizo que su cabello
pareciera estar en llamas.
El relajante sonido de los rasgueos de su guitarra me quitó la tensión de la
columna. Hechizante y como una sirena, su voz me recordó a los
inquietantes acordes de Kate Bush. En uno de sus raros momentos de
civismo, Mirabel habló de cómo esa cantante embrujada era su modelo a
seguir.
Me apoyé en la barra y dejé que su canción me llevara a un viaje por el
mar. El viento en su voz hablaba de flujos y reflujos, de encuentros y
separaciones. De cómo los árboles le hablan al alma y cómo el viento baila
por sus venas. Perdido en la meditación, me encontré en ese barco y
desembarcando en una tierra extranjera, buscando a esa persona que habló a
mi espíritu.
Sí, ella era profunda. A veces aterradoramente profunda. Por esa razón,
cuando era adolescente, desistí de tratar de follármela. Ella podía intuir mi
mierda a una milla de distancia.
El problema fue que cuando visité su rostro, me resultó difícil irme. Sus
profundos ojos verdes me cautivaron. Y a pesar de, o debido a, esta jodida
mente, siempre terminaba con una palpitante erección.
Así que hice lo que mejor sé hacer. Actué como el idiota superficial, como
a menudo me llamaba, que soy.
Su voz alcanzó una nota alta y las palabras ‘Él es el padre de mi alma. Su
sabiduría, mi hogar’, tiró de una fibra sensible en mi interior.
Se volvió difícil tragar y todo se tornó borroso. No estaba teniendo un
derrame cerebral. Estaba teniendo un colapso emocional.
Mi padre estaba muerto. Muerto.
Todavía no estaba preparado para que eso sucediera.
Traté de taparme los oídos. Incluso pensé en irme. Su canción golpeó un
nervio crudo que viajó a mi alma. Incluso desde la distancia, esta mujer
había vuelto a entrar en mí.
Mirabel Storm me estaba haciendo llorar.
En público.
Tomé un pañuelo de papel de mi bolsillo y me limpié la nariz, feliz de que
el lugar estuviera poco iluminado.
Fue la primera vez. Nunca antes había llorado por una canción en público.
Tal vez solo con Radiohead. ¿Quién no? Pero no en un pub del pueblo con
una novata local cantando sobre el viejo bosque sabio que alivia su dolor.
Durante media hora más o menos, me quedé paralizado. Bebiendo, en
lugar de que me la mamaran, como pretendía. Caí en un hechizo, y no fue
hasta los aplausos que salí de él. Fue extraño, pero útil porque me había
olvidado de pensar.
Esa clase de meditación a la que asistí solo porque quería ponerme
pantalones de yoga y dármelas de instructor, nunca sucedió.
De porte majestuoso, Mirabel caminaba con la cabeza en alto y los
hombros hacia atrás.
Ese sutil balanceo de caderas me recordaba que debajo de ese terciopelo
vivía una zorra voluptuosa. Mientras crecía, había roto el corazón de
muchos de los granjeros locales.
Una mezcla de admiración y determinación se apoderó de ella después de
aprender los trucos de una devora-hombres. En ese momento, yo quería
entrar, solo que ella se rio de mi supuesta superficialidad y me hizo volver a
casa cojeando con la polla en mi mano en lugar de en la de ella.
Se unió a mí en el bar, sus ojos se encontraron con los míos y asintió a
modo de saludo.
—Haces justicia a tu nombre. Has cantado como una tormenta —dije.
Se rio secamente. —No eres la primera persona que me dice eso. Es mi
verdadero nombre, ¿sabes?
—Lo sé. Y te queda bien. —Volví a caer en esos grandes ojos verdes y me
encontré en un bosque con una bruja sexy que me conducía a su guarida
privada—. ¿Puedo invitarte una copa? Has estado sensacional, por cierto.
Muy conmovedora. Casi demasiado.
—¿Demasiado? —Su frente se arrugó.
—Me has hecho querer llorar.
Sus cejas se levantaron sorprendidas, como si le hubiera confesado
convertirme en un militante ambientalista. —Eso no me lo esperaba.
—No siempre soy ese idiota superficial como tan elocuentemente me
describes. —Saqué una media sonrisa tensa—. Como muestra de mi aprecio
por tus canciones inquietantemente fascinantes, ¿puedo invitarte a una
bebida?
Una lenta sonrisa creció en su rostro. Sin pestañear, su mirada detectora
de mierda penetró profundamente en mí y mi pene se agitó. —Encantador
como siempre.
—No son tonterías. —Dejé caer la sonrisa—. Tus canciones me
conmueven. Me he quedado paralizado.
La desconcerté porque su rostro se inclinó ligeramente como si estuviera
tratando de encontrar otra perspectiva de quién era yo. —Un gintonic,
entonces.
—¿Por qué no? Puedo meterme contigo más tarde.
Me reí por primera vez en dos días. —Está bien. Me aseguraré de que sea
uno doble. Estoy de humor para una paliza.
Sus deliciosos labios se levantaron ligeramente. —Lo tendré en cuenta.
Mi pene se ensanchó. ¿Qué había en esta chica? Cuanto más me odiaba,
más dura me la ponía.
Le pasé un trago, nuestros dedos se tocaron y un hormigueo corrió por mi
brazo. Tal vez fue el hecho de que era ‘difícil de conseguir’.
—Gracias. Voy a salir a fumar un cigarrillo —dijo.
—¿Te importa si me uno a ti? Me vendría bien un poco de nicotina. He
tenido un día infernal.
Sus ojos buscaron los míos, como si estuviera tratando de leerme.
Después de una pausa bastante larga, se encogió de hombros. —Mientras
no actúes como un idiota, supongo que sí.
—Trataré de no hacerlo. —sonreí.
Mis ojos se dirigieron directamente a ese trasero sexy, que era más grande
que el de mi chica habitual. Pero claro, la mayoría de las mujeres con las
que me relacionaba parecían adictas a los gimnasios y las dietas. Algo me
dijo que Mirabel no hacía nada por el estilo, lo que también me excitó.

MIRABEL

Sí, era un chico rico y superficial que pensaba que podía tener cualquier
cosa con solo chasquear los dedos, pero en este momento me estaba
confundiendo. O era un actor brillante, o lo decía en serio. Mientras
describía mi música, podría haber jurado que sus ojos se llenaron de
lágrimas.
Me vio liar un cigarrillo, lo que por alguna razón me puso nerviosa.
—¿Te importaría hacerme uno? No sé cómo se hace. —Con esos grandes
ojos oscuros y tristes, me recordó a un alma perdida. Una realmente
hermosa.
¿Por qué diablos tenía que ser tan jodidamente guapo?
En muchos sentidos, ese aspecto de actor de Hollywood hacía que fuera
más fácil odiarlo. La perfección me molestaba muchísimo. Y los hombres
calientes, con 'rompecorazones' grabado en la cara, genéticamente
perfectos, me hacían correr en la dirección opuesta.
Ethan y yo, sin embargo, volvimos a la infancia. Solíamos jugar con los
caballos. Y siendo yo muy marimacho, a menudo trepaba a los árboles y
jugaba al tipo de juegos que les gustaban a los niños. Incluso una vez me
trajeron una pelota de fútbol por Navidad, después de quejarme de que solo
me hacían regalos inútiles de chicas.
Pero luego las hormonas entraron en acción, y él creció y creció y creció
hasta convertirse en una maravilla, y de repente todas las chicas del pueblo
se peleaban por él y por su atención, arrojándole sus sujetadores.
Yo simplemente actué como si no me hubiera dado cuenta de su cambio.
Solo que sí lo hice.
Una noche, me tomó por sorpresa. Estábamos en una fiesta de Jasmine,
donde me bebí dos Coronas y me puse algo piripi y tonta, al igual que todas
las chicas a las que normalmente ponía los ojos en blanco. Dejé que me
besara y mi cuerpo ardió de una forma que nunca había experimentado.
Debido a emociones confusas, dado que estaba destinada a odiarlo, me
negué a dejar que me quitara el sostén. Al minuto siguiente, se fue con
Mariah. Menuda sorpresa. Era la prostituta del pueblo. Había esquivado una
bala, porque Ethan Lovechilde se había convertido en un rompecorazones.
Sin embargo, a medida que fui creciendo, las balas seguían llegando y, en
lugar de esquivarlas, las usaba. En esta etapa de mi vida, el masoquismo se
había establecido, lo que me provocó muchas cicatrices que ilustraban todas
las malas decisiones que había tomado con los hombres. Solo que Ethan
Lovechilde no era uno de ellos.
Enrollé un cigarrillo y se lo entregué a Ethan.
Bajo la tenue luz, parecía mayor. ¿O era por el dolor?
Aunque normalmente se pavoneaba por la vida, esta noche deambulaba
con los hombros encorvados.
Encendí su cigarrillo y luego el mío.
Dando una calada, tosió. —Hace tiempo que no fumo. Lo había dejado.
—Ah, ¿en serio? Ahora me siento mal por dártelo.
—No te sientas mal. —Echó el humo.
—Yo solo fumo cuando bebo —dije—. Estoy planeando dejarlo cuando
cumpla los treinta.
—Vaya… Entonces te quedan otros diez años —dijo con una sonrisa,
mostrando un atisbo de su antiguo yo.
Me tuve que reír —Cumplo treinta en noviembre.
—Como yo —dijo—. Somos de la misma edad.
—Haces que parezca algo increíble. Supongo que estás acostumbrado a
salir con chicas de la mitad de tu edad —dije.
Sostuvo mi mirada por un momento. —Espera, mi cabeza me da vueltas.
Subidón de nicotina… Eh… ¿La mitad de mi edad? ¿Como quince años?
No lo creo. No soy ese tipo de criminal.
—¿Qué tipo de criminal eres entonces?
—Lo único ilegal que he hecho es esnifar coca y algún que otro porro.
Ah, y tiendo a conducir rápido. —Sonrió a modo de disculpa—. Me gustan
los deportivos.
—Consumidor de gasolina. Eres más criminal de lo que crees —dije.
—¿Y eso? —La comisura de su bien formada boca se curvó y una
bocanada de humo se retorció en el aire.
—Los proyectos de tu familia para destruir las granjas. Eso acabará con el
medio ambiente. Si bien no es punible por la ley, sigue siendo un
comportamiento delictivo.
Dio una calada a su cigarrillo, perdido en sus pensamientos. O eso
parecía. —Mi padre… —Su rostro se oscureció, tiró el cigarrillo y lo apagó.
—¿Tu padre? —Tuve que preguntar—. ¿Ha pasado algo?
—Murió. Ayer. —Se mordió el labio y su rostro se arrugó levemente.
¿Estaba a punto de llorar? Traté de no mirar fijamente mientras luchaba
por mantener la cara seria. Sentí que estaba reuniendo fuerzas para
permanecer estoico.
—Vaya. Lo siento mucho. —Le di un abrazo y su cuerpo se fundió con el
mío. Al principio le noté tenso, pero luego se suavizó en mis brazos. Sentí
su corazón latir contra el mío mientras sollozaba.
El tiempo se alargó mientras sostenía su cuerpo tembloroso, dándole
espacio para llorar. En respuesta, se me hizo un nudo en la garganta. Su
dolor invocó recuerdos de mi propia experiencia con la pérdida, y yo misma
tuve que luchar para contener las lágrimas.
Se soltó de mis brazos y se secó los ojos. —Lo siento. Yo… normalmente
no… pero nunca he experimentado este tipo de dolor. E incluso dentro,
cuando escuché tu canción sobre que el bosque es tu padre, me derrumbé.
Mis ojos se humedecieron. Este era el elogio más grande para un artista,
arrancarle el corazón a la gente. Conmover a la gente fue la razón por la que
comencé a crear música. Era mi motivación total como compositora.
Este no era el imbécil superficial y calentorro de siempre, sino un alma
tocada por un profundo dolor.
—Es natural llorar, Ethan. Yo no hacía otra cosa cuando perdí a mi padre.
Sus ojos oscuros y llorosos miraron los míos, casi suplicantes, como si
acabara de ofrecer una cura para alguna enfermedad rara. —¿Cómo lo
llevaste?
—Supongo que con el tiempo aprendes a lidiar con ello. Quiero decir, lo
echo siempre de menos. Pero ahora solo me quedan los buenos recuerdos,
¿sabes?
Asintió lentamente. —Sí. Todavía es muy crudo para mí. Él fue un buen
hombre. En realidad, estaba en contra del proyecto en las tierras.
—No le conocí muy bien, pero mi padre siempre hablaba bien de él.
Aunque no tanto de tu madre. —Hice una mueca—. Lo siento.
—No pasa nada. Mi madre es una persona diferente. No se parece en nada
a lo que mi padre… era. —Dejó escapar un suspiro largo y entrecortado—.
Probablemente no debería haber salido, pero estaba desesperado por
cambiar de aires. Odio estar solo cuando estoy así de jodido. Y mi hermano,
con quien normalmente salgo cuando necesito un hombro sobre el que
llorar, se acaba de casar, así que he creído que necesitaba espacio para llorar
con su esposa.
Asentí lentamente, escuchando a un hombre que mostraba un lado de sí
mismo que me hacía sentir como una mierda por todo lo que le había
juzgado a lo largo de los años. Así era yo, rápida para juzgar. Un feo hábito.
—Y aquí estoy escuchando tus inquietantes y conmovedoras melodías
que han sacado esto de mí. —Tocó su corazón—. Y ya me he convertido en
un maldito desastre otra vez. Debería irme a casa y pasar el rato con una
botella de whisky, creo.
Estaba a punto de irse.
—No. Espera. No deberías estar solo —dije. He terminado por esta noche.
¿Por qué no vienes conmigo a tomar unas copas? Estaré encantada de
escucharte o lo que sea.
¿Lo que sea?
Le tomó un momento responder. —Eso me gustaría. —Sonrió levemente
y me siguió de vuelta al pub.
Mientras Ethan me ayudaba a recoger mi equipo, le dije: —No tienes por
qué hacer esto.
De todos modos, continuó enrollando las pistas. Sentí que apreciaba tener
algo que hacer.
Recogí mi paga que, aunque modesta, agradecí a Jim, el dueño del bar, y
me fui.
—¿Eso es todo lo que te paga? —Ethan cargó mi guitarra, a pesar de que
traté de detenerlo. Mis instintos feministas se mantuvieron al margen.
Parecía insistente, y yo no iba a discutir con un hombre destrozado.
Me encogí de hombros. —Cincuenta libras me dan para mucho, y puedo
vender mis discos.
—Eso me recuerda que quiero comprarte uno, por favor.
Sonreí. —Oye, no estoy tratando de venderte nada.
—No pensé que lo estuvieras haciendo. Me encantan tus letras. Son
profundas. —Dejó de caminar—. Como tú. Y tienes una voz impresionante.
A ver, ¿a quién no le gustaba un cumplido? Después de todo, era humana.
Especialmente cuando se trataba de mi música.

MI APARTAMENTO DESORDENADO OLÍA a incienso rancio, y me


sentí un poco incómoda al tener visita. Particularmente la de un
multimillonario que probablemente estaba acostumbrado a todas las
sutilezas de la vida. Aunque, en ese momento, era difícil pensar en él como
algo más que un alma gemela en busca de compañía.
—Siéntete como en casa —le dije—. Prepararé una bebida si quieres.
Tengo cerveza o vodka.
—Vodka entonces. —Dejó la guitarra y luego se acomodó en el sofá
descuidado, estirando sus largas piernas.
Con sus vaqueros rasgados de diseñador y su chaqueta de punto verde
oscuro, Ethan desentonaba totalmente en esa habitación abarrotada.
—¿Pongo algo de música?
—Nick Drake —dijo, acomodándose.
—Oh, ¿le conoces? —pregunté, colocando el vodka sobre la mesa de café
llena a rebosar, desde mis cartas del tarot hasta cristales, partituras y notas
garabateadas.
—Le conozco. —Mirando al vacío, de nuevo, parecía perdido en sí
mismo.
Me senté en el sofá, solo porque era eso o el suelo. Allí bebimos en
silencio escuchando River Man.
Enterró su cabeza entre sus manos y yo le acaricié el brazo.
—Lo siento —dijo—. Esta canción es jodidamente triste.
Me levanté. —No debería haberla puesto.
—No. Déjala. Es hermosa. Es triste, pero también relajante.
—Lo sé. Su música es así para mí. La melancolía tiene esa forma de
hablar con nuestras almas.
Se volvió para mirarme. Realmente me estaba mirando. Sus ojos
atraparon los míos. —Gracias por invitarme a venir. Necesitaba esto. Eres
real y fuerte.
Me invadió la decepción. Era algo irracional porque yo aspiraba a
escuchar esas cualidades. Sin embargo, la mujer que habitaba en mí quería
escuchar algo más.
Sus ojos se clavaron en los míos, lo que respondió de inmediato a mis
anhelos. —Tú también eres hermosa. Cuando actúas, te conviertes en una
diosa.
Eso me derritió.
Miré esos ojos oscuros, casi negros, buscando al encantador que
recordaba. En cambio, encontré a un hombre que se había hecho mayor,
más serio y, como resultado, más hermoso.
Me acerqué y nuestros labios se tocaron como imanes.
Su boca sobre la mía se sentía suave, cálida y tierna. Su lengua recorrió el
contorno de mis labios y encontró su camino hacia mi lengua, y nos
adentramos en un mundo de sensuales rojos, y mi centro se humedeció e
hinchó.
Se presionó contra mí y sentí que su pene se hinchaba en mi vientre.
Hacía mucho tiempo que no follaba con nadie. Y sentir su gran polla
presionando hambrientamente contra mí, hizo que me dolieran los pezones.
Sus manos viajaron a mi cintura y exploraron mi hendidura. Un gemido
entró en mi boca mientras acariciaba mis pechos.
Llegados a este punto, me había convertido en masilla moldeable.
—¿Quieres ir a la cama? —pregunté.
Con los párpados entrecerrados, asintió. —Me encantaría. No tenemos
que hacer nada. Sólo déjame abrazarte.
Nos levantamos y, como en un sueño, le llevé a mi dormitorio.
SOMETIDA POR UN
MILLONARIO

Lovechilde Saga 2
J. J. SOREL
Contents

1. Capítulo 1

2. Capítulo 2

3. Capítulo 3
4. Capítulo 4

5. Capítulo 5
6. Capítulo 6

7. Capítulo 7

8. Capítulo 8

9. Capítulo 9
10. Capítulo 10

11. Capítulo 11

12. Capítulo 12

13. Capítulo 13
14. Capítulo 14

15. Capítulo 15

16. Capítulo 16

17. Capítulo 17

18. Capítulo 18
19. Capítulo 19

20. Capítulo 20

21. Capítulo 21

22. Capítulo 22

23. Capítulo 23
24. Capítulo 24

25. Capítulo 25

26. Capítulo 26

27. Capítulo 27

28. Capítulo 28

29. Capítulo 29

30. Capítulo 30
31. Capítulo 31

32. Capítulo 32

33. Capítulo 33

34. Capítulo 34
35. Capítulo 35

36. Capítulo 36

37. Capítulo 37

38. Capítulo 38

39. EPÍLOGO
Capítulo 1

Mirabel

EL CÁLIDO Y MUSCULOSO pecho de Ethan presionaba contra mi


espalda. Sus brazos me rodeaban sosteniéndome cerca, casi aplastándome.
Su corazón latía al ritmo del mío.
Me abrazó como si su vida dependiera de que estuviéramos unidos, piel
con piel. Pero, ¿cómo diablos podría yo dormir con aquella enorme
erección presionándose contra mi culo?
Su aliento me hizo cosquillas en el cuello, mientras sus dedos itinerantes
se posaban sobre mi estómago, antes de deslizarse por mi espalda y
hacerme temblar. Mientras una ola de lujuria me invadía, no quería que se
detuviera. Derritiéndome de deseo, suspiré en silencio bajo sus suaves
caricias. Una sensación abrumadora aullaba por su anhelante manoseo.
Una fina capa de tela era todo lo que había entre nosotros. Me había
puesto una camiseta para dormir, mientras que él iba desnudo. Podía sentir
cada centímetro de él. La excitación me estremeció hasta la médula. Estaba
a merced de mis hormonas, y ellas sabían exactamente cómo querían que
terminara aquella situación.
Se suponía que esto no debía suceder. ¿Cómo llegó tan lejos?
Apenas podía pensar con claridad con su cuerpo pegado al mío y sus
toques juguetones chisporroteando sobre mi piel. Era un amigo necesitado,
tuve que recordarme, no aquel playboy asquerosamente rico del que
disfrutaba burlándome.
Pero, ¿tendría un amigo necesitado una erección tan fuerte? Y ¿por qué
resultó que yo no llevaba bragas?
Su cálido aliento en mi cuello hizo que mi carne hormigueara. Apenas
podía respirar, anticipando lo que podría hacerme.
¿Cómo terminará esto? ¿Yo dormida? ¿O él dormido y yo jugando
conmigo misma? ¿O yo dándome la vuelta y acariciándome contra él? ¿O
yo chupándosela?
Se supone que debía odiarlo; era un mujeriego rompecorazones,
demasiado guapo para su propio bien. Pero tantos pensamientos ardientes y
eróticos aplastaron mi cordura, cuando un ardor profundo y palpitante se
disparó entre mis piernas.
—¿No te dejo dormir? —Su tono áspero disparó aire caliente en mi oído.
Casi me río. No claro que no. Siempre me quedo dormida con una polla
palpitante apuntando directa a mi trasero.
—Eh… Bueno… —fue mi única respuesta.
—No es fácil dormir con todas estas curvas cerca de mí. Joder, Mirabel,
eres tan espectacularmente voluptuosa… Extremadamente.
—¿Extremadamente? ¿Me estás llamando gorda? —tuve que preguntar.
Mi ego se mantuvo fuerte, como siempre.
—No. Solo que tienes... —Pasó sus manos sobre mis grandes pechos, y
los labios de mi entrepierna palpitaron en sincronía con los latidos de mi
corazón—. Unas tetas imponentes. Son enormes, suaves y reales. Eres una
fantasía erótica hecha realidad.
—Yo pensaba que era mi talento oculto, como me dijiste lo que te había
atraído con tanta elocuencia.
—Tu canción me conmovió hasta llorar, pero tu cuerpo está haciendo
estragos en mi polla. Quiero follarte hasta olvidar mi nombre y te lo oiga
gritar a ti.
Yo ya había olvidado mi propio nombre.
Sus dedos se deslizaron sobre mis piernas y por debajo de mi camiseta,
hasta mi trasero desnudo. Soltó un profundo suspiro y su polla volvió a
temblar. Sus dedos juguetones dejaron rastros de chispas, dejándome sin
aliento. Su cálida mano masajeó mis nalgas, tan cerca de mi vagina que
prácticamente lloré. Me dio suavemente una palmada en el culo y luego otra
vez con un poco más de fuerza. Pero más caliente. Más sexy.
—Te has olvidado las bragas. Ahora sí que voy a tener que follarte.
No pude evitar reírme. Siempre habíamos tenido estos pequeños
jugueteos. Como cuando éramos niños, que jugábamos al escondite en
Chatting Wood. O cuando éramos adolescentes, que eran juegos coquetos y
angustiosos de adolescentes, como el que nos había llevado a ese beso.
Ahora que éramos adultos, Ethan me estaba matando.
—Voy vestida con mi piel.
Me masajeó el trasero y su dedo se cernió tentadoramente cerca de mi
raja, hinchada y empapada. La excitación atrapó el aire en mis pulmones.
—Estás jodidamente caliente. —Se frotó contra mí y tragué saliva. Se me
secó la boca y se me pegó la lengua al paladar.
—¿Te importa que haga esto? —preguntó.
Un pegajoso ‘No’ apenas salió de mi boca.
Acarició mis pechos y soltó un gemido.
Ese fue mi fin.
Nos encontramos cara a cara. Sus carnosos labios rozaron los míos, y su
lengua recorrió el pliegue de mis labios, todavía ardiendo por ese beso
anterior que había convertido una noche fría en una ola de calor.
Me aplastó contra su cuerpo suave y firme.
Su barba incipiente masajeó mi cara, mientras esos labios húmedos y
carnosos me devoraban. Gimiendo en mi boca, siguió tocando mis pechos.
—Mi polla quiere perderse en ti.
La vieja yo, la que estaba convencida de que nunca dejaría que este
hombre se acercara, y mucho menos frotara esa enorme erección contra mí,
se habría reído en su cara. Pero la yo caliente y del todo cachonda, goteaba
de excitación. Me presioné contra él mientras me acercaba.
—¿Quieres tener mi polla dentro de ti? —Parecía arrojar fuego sobre mis
pezones mientras hablaba, antes de devorarlos—. ¿Puedo degustarte?
Casi me río con esa petición. Nadie me había preguntado eso antes.
Tartamudeé: —Eh... supongo que sí.
Me separó las piernas y enterró su cabeza entre mis muslos.
Casi golpeé el techo cuando la punta de su lengua me hizo cosquillas en
mi clítoris hinchado.
Me mordisqueó, lamió y bebió, como si saciara su sed, hasta que no pude
más. Solté los músculos tensos y me entregué a una deliciosa cascada de
estrellas.
—Por favor, fóllame —dije entre una especie de gemidos llorosos.
Se incorporó y tomó el aire.
Mientras su mirada perforaba la mía, me convertí en su esclava. Una
lujuria primitiva y ruda había apagado toda razón en mí.
Miré aquellos ojos oscuros somnolientos y abrí las piernas para darle la
bienvenida. Me penetró con una embestida ferozmente caliente, y el
ardiente y delicioso estiramiento me hizo jadear.
—Estás deliciosamente mojada —susurró.
Sus embestidas lentas, pero contundentes, me hicieron sentir tan llena que
no sabía dónde terminaba yo y empezaba él.
—Joder, Mirabel. Eres más sexy de lo que imaginaba.
La fricción se intensificó con cada embestida, raspando las terminaciones
nerviosas a lo largo del camino, dejándome temblando.
Agarré su trasero tonificado y lo sujeté fuertemente mientras se clavaba
en mí. Su boca se movió de mis labios, viajó a mi cuello y luego chupó mis
pezones, enviándome a un frenesí de sobrecarga sensorial.
—Quiero que te corras pronto. —Su respiración era irregular. Su piel
pegajosa se presionó contra la mía mientras su polla bombeaba dentro de
mí, montándome con fuerza. Me relajé para darle la bienvenida a cada
centímetro duro de él.
La succión de mi coño y el ruido sordo de sus testículos golpeando contra
mí se volvieron apremiantes. Nuestra danza se volvió feroz y codiciosa,
mientras nuestros gemidos y susurros espesaban el aire. Mis párpados
revolotearon y los dedos de mis pies se apretaron.
—Quiero que te corras. —Gimió.
Los músculos de su trasero se apretaban y relajaban en mis dedos
mientras se movía cada vez más rápido. Gruñendo, gimiendo y haciendo
todo tipo de sonidos agonizantes, Ethan se había convertido en un animal.
Una bestia alta, musculosa y bien dotada.
Mis suspiros entrecortados se convirtieron en fuertes gemidos cuando una
ola cálida me tragó y me arrojó en un universo de estrellas y lluvias de
meteoritos. Mientras su polla latía, una erupción de semen caliente brotó
dentro de mí.
Su respiración pesada se mezcló con mi jadeo, mientras nos agarrábamos
el uno al otro. Y entonces, comencé a reírme.
Después de unos instantes, Ethan se apartó de mis brazos y frunció el
ceño. —¿Qué te resulta tan gracioso?
—Esto ha sido una locura.
Una sonrisa lenta e insinuante creció en sus facciones sonrojadas. —Sí.
Increíblemente caliente. Siempre supe que follarte sería espectacular, pero
joder, nunca me habría imaginado esto.
Le miré a los ojos. —¿Qué quieres decir?
—Me encanta tocarte. Tienes un sabor adictivo. Todo en ti es adictivo. —
Se frotó la cabeza como si le hubiera dejado perplejo.
Con semejante cumplido no podía ni contar hasta diez y mucho menos
responderle con un comentario sensato.
Me tomó entre sus brazos y me besó tiernamente mientras acariciaba mi
cabello. Abrumada por demasiadas emociones con las que lidiar, quise
llorar. Lo que él no sabía era que nunca antes había tenido un orgasmo
mientras me penetraban. Ethan lo consiguió, removiendo algo dentro de mí
que no podía entender.
—Se supone que esto no debía haber pasado —dije.
Él frunció el ceño.
Mirando su pelo, esos hoyuelos, la mandíbula cincelada y sus grandes
ojos marrones de recién follado, pensé que estaba alucinando. ¿Cómo había
llegado a parar este hombre ridículamente guapo a mi cama increíblemente
desordenada?
—Me alegro de que sí haya sucedido.
El brillo serio de sus ojos me tenía hechizada. Estaba buscando la versión
de él que divagaba sobre tonterías sin sentido, con un toque de sexo.
Siempre sexo. Aunque le había llamado cientos de veces imbécil engreído,
secretamente siempre me había divertido con sus bromas coquetas.
Su padre acaba de morir. Este es un Ethan que nunca antes había visto.
—Espero que no pienses que me he aprovechado de ti —añadió,
acariciándome el brazo. Sus caricias relajantes y ligeras eran demasiado
adictivas para alejarse.
—No. —Sonreí mansamente.
—Puedes odiarme mañana —dijo con una sonrisa triste—. ¿Recuérdame
otra vez por qué lo haces?
Me miró a la cara. Una línea se formó entre sus cejas oscuras.
Normalmente, se reiría de mis pequeños comentarios, pero esto era
diferente. Sus dedos se deslizaron por mi brazo y sobre mis hombros,
robándome la cordura de nuevo.
—A ver… Eres un mimado y un mujeriego y…
Su dedo siguió moviéndose sobre mi piel de gallina. —Continua…
—No puedo pensar con claridad si sigues haciendo eso.
—A mí también me gusta.
—¿Te gusta tocarme?
—Eso también. Pero me refería a que me gusta cuando me dices las
verdades. Es sexy. Tus ojos transmiten esa chispa seductora.
Tuve que reírme.
Él sonrió con fuerza, y nos abrazamos.
—Lo siento. Estás de duelo. No debería burlarme de ti.
—He sido yo el que te ha preguntado —dijo, y luego besó mi mejilla con
ternura—. Gracias.
—¿Por qué?
—Por estar aquí para mí.
Continuamos abrazados y le mecí suavemente en mis brazos. Una lágrima
cayó sobre mi piel. Sí, estaba desconsolado. Como yo había perdido a mis
padres, entendía muy bien su dolor.
Me dolía el corazón por Ethan y los Lovechilde. Su padre era un buen
hombre. A pesar de nuestras diferencias, crecí alrededor de esa poderosa
familia y sentía una especie de conexión con ellos.
Capítulo 2

Ethan

AÚN VEÍA TODO BORROSO cuando la gente entró en tropel a la iglesia,


sentándose y llenando los bancos. Había luchado para levantarme de la
cama, menos aún podría enfrentarme a toda esta gente. Sonreír estaba fuera
de mis límites en ese momento. Era aún más doloroso que tratar de recordar
los nombres de familiares y amigos que conocía desde la infancia.
Con Theadora a su lado, Declan estaba de pie en la entrada de la iglesia,
extendiendo su mano y dando la bienvenida a la gente, mientras que
Savanah y mi madre escondían sus rostros detrás de sombreros con velos
negros.
Todos tomaron asiento y Theadora se sentó ante el órgano, inundado por
un caleidoscopio de rayos de luz.
Al son de notas pesadas y tristes, comenzó el servicio.
Cuando el sacerdote comenzó su sermón, escuché susurros y pasos desde
la parte trasera de la iglesia. Me giré para ver quién había llegado.
Iluminada por un haz de luz diurna cegadora, Mirabel estaba parada bajo
el arco de la entrada, vestida de negro. Su cabello largo y ondulado emitía
un halo rojo fuego, y su presencia añadía electricidad y vida a un asunto por
lo demás sombrío. No es que ella hubiera pretendido causar esa sensación.
Se había convertido en mi distracción favorita, pero a la vez culpable, de
esta tristeza aplastante; una que nunca antes había experimentado.
Para ser honesto, prefería perderme en los recuerdos de esa noche caliente
y sexual en lugar de ser consumido por pensamientos oscuros e inquietantes
sobre la prematura muerte de mi padre.
No nos habíamos vuelto a ver desde aquella noche, hacía ya una semana.
No porque no lo hubiera intentado. La llamé desde Londres, donde, como
director general recién nombrado de Lovechilde Holdings, había estado
toda la semana.
—Harry Lovechilde fue amado por muchos dentro de la comunidad de
Bridesmere —comenzó diciendo el sacerdote—. Trabajó incansablemente
para asegurarse de que ninguna familia se quedara sin nada, especialmente
durante las malas cosechas y las devastadoras inundaciones que azotaron la
región hace dos años.
Me acordé de aquel año. Mi madre se había peleado con mi padre por la
suspensión de los alquileres de las tierras agrícolas, que sumaban alrededor
de un millón de libras, o al menos eso recordaba. Para nosotros, fue algo
obvio. Esas familias habían estado allí desde siempre.
Entonces, ¿qué significaría eso ahora? Esa pregunta ya había surgido
más de una vez, pero no estaba en un estado emocional para pensar al
menos en la próxima hora, y mucho menos en el futuro de las granjas
circundantes.
El sacerdote se apartó para que Declan subiera al púlpito. Después de
aclararse la garganta, mi hermano habló de nuestro padre como un padre
cariñoso y amoroso. Compartió dulces anécdotas, incluida la vez que
nuestro padre trató de realizar la RCP a un pato que se había estrellado
contra el suelo. Ese episodio encantadoramente absurdo provocó algunas
risas entre los dolientes.
No importaba cuánto lo intentara, no podía esbozar ni una tenue sonrisa.
Savanah me apretaba tanto la mano que casi me la gangrena mientras
lloraba, lo que no contribuyó a mejorar mi estado de ánimo. Sucumbí a un
sinfín de sollozos contagiosos que me hicieron saborear mis propias
lágrimas saladas de nuevo. La única vez que realmente lloré así, aunque no
por un período tan prolongado, fue después de la muerte de nuestro perro,
cuando tenía doce años.
Declan merecía una medalla a la valentía por subirse a aquel púlpito a
hablar. Nunca podría haberlo hecho. Apenas había recitado una oración
coherente en toda la semana.
Mi madre se quedó allí sentada, con la cara en blanco. Will estaba a su
lado, también sin emociones. No lo entendí. Todo lo que quería hacer era
pensar en aquella mujer voluptuosa que me recordaba que todavía estaba
vivo y con la sangre caliente, a pesar de este dolor paralizante.
Nos levantamos, nos arrodillamos y luego nos volvimos a levantar
mientras recitábamos oraciones y cantábamos un himno, acompañados por
Theadora al órgano. Finalmente, la homilía llegó a su fin. Siguieron más
abrazos, luego pasé a ser uno de los seis portadores del féretro.
Al son de los acordes de Bach, di unos pasos lentos y cuidadosos con la
mirada baja. Mientras nos movíamos con cuidado por la iglesia, bajamos
los escalones y llegamos al lado cubierto de hierba del cementerio donde
descansaban mis abuelos, junto con otros Lovechilde. Sus lápidas frías y
gastadas estaban una al lado de la otra. La piedra grabada en gris reflejaba
el cielo melancólico, mientras los cuervos graznaban en círculos en lo alto.
Dejamos el ataúd y di un paso atrás.
—Cenizas a las cenizas. Polvo al polvo —oró el sacerdote, y todos
arrojamos tierra sobre el ataúd de mi padre.
Mi hermana cayó en mis brazos, sollozando, y le di unas palmaditas en la
espalda. —Creo que nunca volveré a ser la misma.
Sabía cómo se sentía. Ya no era ese hombre frívolo que vagaba de bar en
bar. La muerte de mi padre me había enviado a una cueva oscura de
introspección. Un lugar que nunca había visitado antes.
¿A caso esto era alguna clase de epifanía?
Declan y Theadora se unieron a nosotros.
—Ha sido un discurso conmovedor. —Abracé a mi hermano y besé a
Theadora en la mejilla.
—No sé cómo te las arreglas para mantener la compostura —dijo Savanah
limpiándose la nariz.
—Alguien tenía que hacerlo. —Le lanzó a su esposa una sonrisa triste y
ella le cogió de la mano con amor brillando en sus ojos.
La luz brillante que emanaba de sus ojos, en una demostración de afecto
conmovedor, tiró de mi fibra sensible. Ver lo cercanos que estaban y la
fuerza que sacaban el uno del otro, especialmente en un momento tan
sombrío, me hizo envidiar lo que tenían.
—Ha sido una actuación conmovedora —le dije a mi nueva cuñada.
—Gracias. Estuve toda la noche practicando. —Ella dirigió a Declan una
sonrisa de disculpa.
—Uno no se cansa de Bach fácilmente. —Declan besó su mejilla y luego
se volvió hacia mí—. Entonces, ¿cómo fue tu primer día con el personal en
Londres?
Aunque los negocios quedaban muy lejos de mis pensamientos en esos
momentos, agradecí el cambio de tema. —Bien, creo.
—La junta quiere imponer recortes —dijo Declan—. Esa es la reunión
que te perdiste.
Tomé aire. Fue a la mañana siguiente de la noche de insomnio junto a
Mirabel. No salí de su apartamento hasta entrada la tarde, después de
habernos pasado toda la noche y la mañana hablando, follando, bebiendo té
y follando de nuevo.
—Esa reunión fue convocada demasiado pronto, para mi gusto. Solo
hacía tres días que papá había muerto. Savanah tampoco fue.
Levantó las palmas de las manos en señal de rendición. —Oye, yo
tampoco fui. Opino igual, también me pareció de mal gusto. Pero tengo el
acta. ¿Tú no?
Me froté la cabeza. —Todavía no la he leído. La tengo en el portátil. —
Puse una sonrisa tensa.
Sacando a relucir su sexto sentido hacia las conversaciones de negocios,
mi madre intervino. —He oído que el hotel está dando pérdidas.
Me giré hacia ella. —No por mucho tiempo, si puedo evitarlo. ¿Tenemos
que hablar de eso ahora?
Como nuevo director general, sabía que tenía que tomar decisiones
difíciles. No era tan ingenuo como para suponer que sería un viaje
tranquilo. Mientras todas estas preocupaciones comerciales me devolvían a
la tierra de los vivos y lo que aún tenía pendiente, me volví y vi a Mirabel
charlando con Sammy, uno de los peones locales.
Su mirada se encontró con la mía, y levanté la mano para saludarla. Tocó
el brazo de Sammy y se dirigió hacia mí justo cuando mi madre comenzó a
responderme.
—El nuevo spa junto al estanque de los patos parece estar progresando
muy bien. Me han dicho que ya has aprobado los diseños y que se
expandirá a la granja Newman.
¡Qué suerte! Mirabel llegó a tiempo y escuchó todo lo que dijo mi madre.
Una repentina ira frustrada salió disparada de mí. —Ahora no. Acabamos
de enterrar a papá.
Cuando me volví hacia Mirabel, ella me miró como si me hubieran salido
cuernos y mi cara se hubiera puesto roja como un horno. Sus cejas se
fruncieron. —La granja Newman pertenecía a mi familia.
La alejé de los oídos supersónicos de mi madre.
Mirabel habló, pero todo lo que pude hacer fue imaginarla desnuda, con
mi boca en sus pezones mientras posaba su mano sobre mi palpitante polla.
Dejando a un lado esa lujuriosa escena, me recordé a mí mismo que este no
era el momento para pensamientos tan pervertidos.
Me perdí en esos hermosos ojos verdes enojados, casi olvidando mi
nombre, antes de que una mezcla incómoda de pena, deseo y remordimiento
me sacara de mi confusión.
—Te he hecho una pregunta. —Regresó a su actitud combativa y, para mi
sorpresa y culpabilidad, mi pene se endureció. No podía permitir que mis
pantalones se convirtieran en una carpa en mitad del funeral de mi padre.
—Es un espacio comunitario para todas las propiedades contiguas —
insistió Mirabel—. Siempre hemos jugado allí de niños, ¿o es que ya no te
acuerdas?
Forcé mi boca en una sonrisa débil. —Me encanta volver a verte, Mirabel.
Gracias por venir. Significa mucho para mí. —Hice una pausa para
responder, pero mi evasiva debió tomarla por sorpresa—. No respondiste a
mis mensajes de texto.
Estaba mirando hacia sus pies, cuando sus impresionantes ojos verdes se
elevaron y casi me derriban. —He estado ocupada. —A pesar de que su
boca se torció en una leve sonrisa, su estado de ánimo permaneció sombrío
—. La gente está preocupada por lo que va a pasar ahora que tu padre ya no
está vivo.
—Es comprensible. ¿Podemos hablar de esto cenando? Como hacíamos
en otros tiempos.
Su rostro se suavizó. —Está bien. No he debido mencionártelo en estos
momentos. Y de nuevo, siento mucho lo de tu padre.
Toqué su mano suave y cálida, lo que me trajo recuerdos de tenerla entre
mis brazos. —Tu presencia aquí significa mucho. —Tomé aire—. Y no te
preocupes, voy a rescindir el proyecto. El lunes a primera hora.
Ella me estudió, mirándome profundamente a los ojos, como si estuviera
revisando mi alma.
Era un ‘mierdas’. Había firmado un contrato con un alto precio. El
inversor que poseía una parte de las acciones estaba muy interesado en el
proyecto. Estaba seguro de que no iba a ceder, incluso si le ofreciera el
doble para comprarlo.
¿Qué se supone que iba a decir? —Eh... lo siento, no puedo seguir
adelante, quiero follarme a la mujer que se opone a este proyecto.
—Todo está bien. Lo prometo. Lo arreglaré.
Ella asintió lentamente. Esos ojos me embrujaron y penetraron en mí
profundamente. Ya estuviera enfadada o risueña, Mirabel tenía esa extraña
habilidad para desvanecer la nube oscura que se cernía sobre mí.
¿Había saltado una chispa entre nosotros? Mi corazón pareció sentirlo,
porque percibí cómo la sangre me bombeaba de nuevo.
Capítulo 3

Mirabel

ETHAN VESTÍA CON TRAJES a medida. Yo me vestía en tiendas de


segunda mano o boho chics de eBay y mercadillos. Yo usaba aceites
esenciales ecológicos, mientras que él usaba una costosa colonia que
probablemente acabaría reconfigurando mi ADN, incluso hacía que quisiera
correrme en el acto. Él estaba planeando destruir las tierras de cultivo,
mientras que yo luchaba para mantener el patrimonio de nuestra tierra.
Joder…
Seguí reprendiéndome por querer follármelo de nuevo. Sus constantes
mensajes de texto incrementaron ese deseo. A pesar de la sonrisa que puso
en mi rostro su insistencia, había decidido que éramos demasiado
diferentes. Tuviéramos sexo ardiente o no, esto nunca funcionaría.
Así que vete ahora antes de que mi corazón se involucre demasiado.
Podría haber conducido hasta Londres, pero como necesitaba ahorrar, cogí
el tren. Esquivando a las multitudes, tiré de mi maleta y me dirigí al cruce
de Dalston.
Una cacofonía de bocinas, voces agitadas y el ruido general de la ciudad,
me sacó de los pensamientos calientes que rondaban en mi cabeza. Seguía
viendo la mirada oscura y seductora de Ethan clavada en la mía mientras
me follaba duro y profundo. Estaba segura de haber captado un atisbo de
vulnerabilidad.
La amargura de Ethan era natural, dado el fallecimiento de su padre. Pero
su mirada inmóvil también parecía llena de búsqueda, como si estuviera
tratando de desentrañar mi alma. Seguí apartando esos pensamientos,
recordándome que Ethan era un rompecorazones de manual.
Acostumbrarse a la ciudad al volver de la ensoñadora Bridesmere,
siempre llevaba un tiempo. En muchos sentidos, seguía siendo esa chica de
campo a la que le encantaba vagar por el bosque o reflexionar sobre el ir y
venir del océano. Sin embargo, la ciudad era tan necesaria para un músico
como el mar para un pescador. Y si no me hubiera distraído cierto
multimillonario, habría burbujeado de emoción. Un concierto en el
moderno Green Room no era nada despreciable.
Cuando estaba en Londres, siempre me quedaba con mi prima en su
apartamento del este de Londres. Sheridan era un par de años mayor que yo
y era trabajadora social.
Cuando llegué, la encontré en el sofá en pijama, con ojeras debajo de los
ojos y bebiendo té.
—Hola, Sherry. —Dejé el estuche de mi guitarra—. Parece que has tenido
una gran noche.
Estiró los brazos y bostezó. —Podría decirse…
—¿Dónde está Bret? —le pregunté por su novio.
—Está en uno de sus fines de semana de masculinidad primitiva.
Me reí. —Déjame adivinar, ¿un grupo de hombres golpeándose el pecho y
cazando jabalíes?
Se levantó del sofá y dejó su libro. —Más bien como todos meando y
marcando territorio. Te prepararé un té. Parece que necesitas uno.
—Me encantaría, sí…
La seguí a la abarrotada cocina, una extensión de la sala de estar dividida
por una mesa laminada.
Al igual que yo, Sheridan era un poco desordenada. Por eso mi estancia
allí funcionaba. Incluso nos parecíamos físicamente. Teníamos el mismo
pelo rojo espeso, pecas y ojos verdes.
—Así que has conseguido dar un concierto en el Green Room. —Silbó
sorprendida—. Las cosas están mejorando.
Las mariposas que invadían mi estómago actuaron como un recordatorio
de que necesitaba practicar. Especialmente si quería estar a la altura de los
artistas que actuaban en esa sala de moda.
Ella inclinó la cabeza. —Bueno, entonces… ¿por qué pareces decaída?
¿Estás nerviosa?
—No. Pero ha sido una semana bastante agitada en casa.
Vertió agua caliente en una taza, sumergí la bolsita de té y removí.
Nos acomodamos en el sofá con nuestras bebidas calientes y unas
galletas. A través de la ventana podía verse un desfile de gente moderna
paseando, vestidos con colores sin combinación alguna, ropa gastada y
varias tallas mayor… vagabundo chic, como yo lo denominé. El
apartamento estaba cerca de la acera, por lo que se oía la mayor parte del
ruido de la calle, y dificultaba dormir los fines de semana. Cuando los pubs
cerraban, la gente salía ruidosamente a las calles, cantando, gritando o
peleándose, con las sirenas de la policía como telón de fondo.
—¿Y por qué ha sido tan agitada? —dijo girándose hacia mí.
—Ethan Lovechilde la ha agitado.
Cuando éramos niñas, Sheridan pasaba los veranos en nuestra granja.
Cuando era adolescente, se ponía vergonzosa y tonta cada vez que nos
cruzábamos con los apuestos hermanos, como si fueran parte de una boy
band.
Su mandíbula cayó. —¿Al final has caído con ese hermano desaliñado?
Puse los ojos en blanco. ¿Es que era obvio? ¿Mi enamoramiento se notaba
a la legua o qué? Se suponía que debía odiarle.
Apreté los dientes. —¿Por qué dices eso?
—Porque te besaste con él aquella vez cuando tenías dieciséis años,
¿recuerdas?
¿Cómo podría olvidarlo? Y ahora podría añadir hormigueantes recuerdos
de esos labios carnosos que secuestran mi cordura, recorriendo mis pechos
y más allá.
—Su padre murió. —Suspiré—. Vino al Mariner y lloró en mi hombro.
—Vaya. Siento mucho lo de su padre. Parecía un buen hombre. —Esbozó
una sonrisa triste—. ¿Así que le ofreciste tu hombro para llorar y luego te lo
follaste?
Me estremecí ante su versión abreviada de los hechos, que me hizo
parecer una de esas tipas que se aprovechan de los hombres necesitados.
Tomé un trago de té. —Nunca lo había visto así, para ser honesta. Su
versión superficial de Casanova estaba ausente aquella noche. Al contrario,
estaba con los pies en la tierra. Incluso reconoció a Nick Drake, por el amor
de Dios.
—Ya veo… —Sus cejas se fruncieron—. Entonces, ¿me estás diciendo
que saltaste sobre él porque le gusta Nick Drake? ¿O porque estaba triste?
¿O porque el chico es jodidamente atractivo…? —Su voz siguió subiendo
de tono hasta que dijo lo obvio.
—Se supone que solo íbamos a dormir en la misma cama para que él no
tuviera que estar solo, pero entonces… —Una sonrisa culpable se apoderó
de mi boca.
—Y luego tuviste sexo desvergonzado y sucio.
Extendí las manos. —Así pasó. Ni siquiera recuerdo quién lo inició, para
ser honesta. —Una gran sonrisa creció en mi rostro cuando volví a recordar
a Ethan haciendo la cucharita conmigo.
—Lo cuentas como si hubieseis estado jugando al ajedrez. ¿Follaba mal o
algo así?
Mi cabeza se movía continuamente de un lado a otro, como uno de esos
payasos boquiabiertos de los parques de atracciones. —De ninguna manera.
Todo lo contrario. Fue el semental del siglo. De todas las formas posibles.
—Vaya. ¿Logró que te corrieras? —Su rostro se iluminó de emoción,
como si ella misma hubiera gritado a través de un orgasmo.
—Sí, lo hizo. Yo... —Un rayo de calor enrojeció mis mejillas. De repente
se convirtió en un tema embarazoso—. Nunca antes había tenido un
orgasmo mientras me penetraban.
Me miró como si hubiera confesado que me dedicaba a disecar ratas.
—De acuerdo, parece que soy rara… Lo sé.
—No, no lo eres —canturreó—. Yo tampoco me había corrido con una
polla.
Ahora era mi turno de mirarla extrañada. —¿En serio?
—Era más de clítoris.
Pensé en la lengua de Ethan y en cómo me había pedido que me sentara a
horcajadas sobre su cabeza después de que la mutua atracción animal
acabara con las formalidades. Eso fue a la mañana siguiente.
—Me senté sobre su cara —admití, retorciéndome.
Su mandíbula cayó, y al mismo tiempo una sonrisa se formó. Se levantó.
—¿A dónde vas? —Necesitaba que se sentara y hablara conmigo de esto,
especialmente ahora que me había abierto sobre una noche y una mañana
que todavía me tenía alterada.
—Esto requiere vino —dijo.
Miré el gran reloj sobre la repisa. —Pero apenas es la una y media…
—No es necesario que tú bebas. Yo lo necesito para la resaca.
Se acomodó con una copa de vino tinto en las manos. —De acuerdo. Así
que te sentaste sobre su cara. Oh Dios mío. ¿No es increíble? Estoy celosa.
—¿Lo estás? —Debería estarlo.
—Bret no quiere comérmelo. Usamos un puto vibrador. —Su boca se
torció hacia abajo—. De todos modos, basta de mi aburrida vida sexual.
Cuéntame más. ¿Así que te sentaste sobre su cara y te folló con la lengua?
Una ráfaga de calor creciente de repente me hizo revivir el momento en
que casi mordí la cabecera de la cama. Me pregunté cómo llevaría los
rasguños que le hice en esos brazos y hombros musculosos suyos. Sin
mencionar las marcas de mordiscos que le había dejado en el cuello.
—Fue uno de muchos —dije tímidamente. Después de enterarme de la
aburrida vida sexual de Sheridan con su pareja con la que llevaba cinco
años, no quería presumir de una noche de sexo digna de un largometraje.
Esos recuerdos, los atesoraría por siempre. Eso si alguna vez superaba la
abrumadora necesidad de volver a verlo.
Sigue adelante con lo de ese espantoso Spa. ¿Recuerdas?
Pero prometió parar el proyecto.
Mis mitades enfrentadas estaban ahí de nuevo.
La mala quería masacrar mi tarjeta de crédito con un costoso vestido
ceñido de mujer en celo y seducirlo, mientras que la buena me impulsaba a
fabricar una pancarta donde se viera a Ethan con cuernos y sosteniendo su
propia horca.
—Chica afortunada. ¿Dime que te corriste también cuando te penetró?
Joder y como.
Asentí con una sonrisa tímida. —No se parece a nada que haya
experimentado. He leído sobre orgasmos múltiples, pero nunca lo había
creído.
—Sí, tan mítico como la segunda venida.
Nos miramos y nos reímos.
—Juego de palabras no intencionado —agregó.
—Ahora puedo confirmar que tal cosa existe. He estado con algunos
chicos. Pero absolutamente nada comparado con esto.
Sus ojos se abrieron con emoción, como si estuviera viviendo su vida
sexual indirectamente a través de mí. —¿Estaba bien dotado?
Mis mejillas se calentaron, mientras una sonrisa crecía en mi rostro.
Ella bajó la voz. —¿Cómo de grande?
Hice la medida con mis manos.
—Joder, eso es enorme... ¿Era grueso?
—Sí. Me dolió, para ser honesta, pero después de un rato… —Podría
haber contraído mi coño y correrme en el acto. Ya me había masturbado
más de lo habitual recordándolo, sosteniendo esa polla venosa azul-rojiza
en su mano antes de entrar en mí.
—Estoy caliente y cachonda. —Tomó un trago de vino—. Entonces, ¿por
qué diablos estás aquí? ¿No deberías estar allí? ¿Follándotelo hasta dejarle
sin sentido?
Suspiré. —Porque ahora le odio.
Su rostro se arrugó en completo shock. —¿Cómo puedes odiar a alguien
que es un puto dios en la cama? Esos hombres son raros. Disfrútalo. Dejaría
que me follara aunque admitiera haber matado a mi madre.
Mi rostro se arrugó de horror. —Joder, Sherry, eso es horrible.
—Estoy siendo irónica, tonta. Ya conoces mi humor negro. Pero bueno,
¿por qué ahora es tu enemigo?
—Es un snob. Un imbécil asquerosamente rico y con derecho propio. —
Exhalé con frustración por mi yo interior en conflicto.
Frunció el ceño. —Estás loca. —Sus ojos se iluminaron—. Eso lo explica.
La tensión hace que el sexo sea el mejor. Tal vez eso es lo que Bret y yo nos
estamos perdiendo. Es tan obediente. Incluso cuando no estoy de humor y
cualquier cosa estúpida me convierte en una psicópata furiosa, él me sigue
la corriente.
Hice una mueca y me reí al mismo tiempo.
—¿Ha intentado llamarte? —preguntó Sheridan.
Jugueteé con mis dedos y mis labios se curvaron al pensar en los
constantes mensajes de texto de Ethan. Mensajes que no había borrado, e
incluso miraba a menudo como si tratara de recordarme a mí misma que no
me había imaginado aquella noche. —Bastantes veces. Incluso en el
funeral, Ethan quería hablar. Pero luego recordé de que está a punto de
derribar nuestra antigua granja para convertirla en un Spa.
Sheridan frunció el ceño. —¿Y qué? Es su tierra.
—¡Oye! —gruñí, frustrada por la actitud indiferente de mi prima, que era
igual que la de la mayoría de la gente—. Los agricultores necesitan ganarse
la vida.
—Bel. Estás loca. ¿Le odias por eso?
Me mordí una uña. Había algo más.
—Somos de mundos diferentes. —Mantuve mi razonamiento, aunque
vago, para mí.
—Perdónale con una buena sesión de sexo caliente. Y luego usa eso para
engatusarlo. Para convencerle.
Esa fue la mejor idea que había escuchado en todo el día. A mi cuerpo
ciertamente le gustó. Mi obstinada conciencia, sin embargo, le dio un
dislike.
—Me ha ayudado mucho hablar contigo. Gracias. —Me levanté—.
Necesito prepararme para la prueba de sonido. Iré a darme una ducha, creo.
Ella me siguió. —Mejor me visto y me espabilo. Me voy a casa de mi
madre a tomar el té.
—¿Vendrás esta noche? —pregunté.
—No me lo perdería por nada del mundo. ¿Y quién sabe? Podría conocer
a alguien… —Alzó las cejas—. Después de escuchar tus ardientes
aventuritas, estoy muy cachonda.
—Bret es un buen tío. No puedes dejarlo.
—Sí, pero un buen tío no es exactamente lo que hace que la vida sexual
sea emocionante.
No podía discutir con eso. Conocía tantos tipos buenos que podría
organizar un movimiento de hombres dispuestos a cortarse las pelotas por
cualquier causa.
Capítulo 4

Ethan

SALUDÉ AL CONSERJE MIENTRAS salía por la puerta giratoria.


Perfumes caros impregnaban el aire mientras los invitados, vestidos con
ropa de alta costura, pasaban junto a mí, lo que se sumaba a la atmósfera
lujosa de nuestro hotel familiar.
En lugar de en Mayfair, ahora me alojaba en la suite del ático, donde solía
vivir mi padre cuando estaba en Londres. El ascensor privado me llevó
directamente a la sala de estar decorada con alfombras persas, arte moderno
y clásico y lámparas con figuras.
El dormitorio, en tonos burdeos, estaba decorado con lienzos de arte
minimalista y estatuillas masculinas desnudas. Una figura del David con
una erección muy grande, me recordó la homosexualidad de mi padre.
¿Cómo no lo vimos?
Tomé nota mental de pujar por uno o dos desnudos femeninos en mi
próxima visita a Sotheby's. Me gustaban las cosas hermosas y era un gran
lugar para ligar con chicas.
¿Ligar con chicas?
Tal vez eso era lo que necesitaba para convertirme en ese promotor
despiadado que aspiraba a meterse en el libro Guinness de los récords.
¿Es eso lo que realmente quiero?
Mi teléfono vibró y, poniendo rápidamente el teléfono en el altavoz,
respondí: —Andrew.
—¿Me has llamado?
Me estiré en el Chesterfield verde. A través de las ventanas, miré hacia el
puntiagudo puente de Westminster y Londres, salpicado de puntos de
humanidad y atascos de tráfico. —Era para hablar sobre el proyecto del spa.
—¿Qué pasa? Aprobaste los diseños y ya tenemos los borradores finales
listos. Están genial. ¿No recibiste los archivos adjuntos?
—Sí, les di el ok. Y estoy de acuerdo, están genial. Lo único… ¿podemos
volver al diseño original?
—Quieres decir ¿empezar de nuevo? —La nota de sorpresa en su voz me
hizo tomar aire.
Me rasqué la mandíbula rasposa que pedía a gritos una visita a mi barbero
favorito. Recordé los gemidos guturales de Mirabel mientras frotaba
suavemente mi cara contra sus muslos suaves y curvilíneos.
¡Céntrate!
—Dudo sobre lo de expandir el proyecto a la granja de los Newman. Creo
que será mejor ceñirnos a los planes originales.
—No puedo hacer eso, compañero. Mi inversión dependía de la
expansión.
Respiré hondo. —Lo sé. Lo he pensado mucho. ¿Cuánto me pides por
comprar tu parte?
—De ninguna manera. Se lo prometí a mi esposa. Se muere por formar
parte del proyecto de diseño. Ya sabes, esposa feliz, vida feliz. —Se rio.
—¿Podemos de alguna manera evitar invadir esa granja?
—Ya ha empezado. Los inquilinos han recibido la orden de desalojar a
finales de mes. Estuvieron de acuerdo con la generosa suma que les
ofrecimos sin ni siquiera una sola objeción.
Ya... como tú no estás tratando de hacer feliz a una mujer que lucha por
lo que es suyo y de su familia…
—Hablaremos al final de la semana. —Colgué.
Tomé nota para encontrar una alternativa para los Newman. Pensé en el
campo de entrenamiento de Declan y su idea de la granja orgánica. Podría
sugerir que los Newman administraran la granja. También había sitio para el
ganado e incluso una casa.
Bien. Ese será el plan. Ahora puedo seguir adelante.
Saqué mi portátil y busqué la página de Facebook de Mirabel Storm. No
respondía a mis llamadas, así que decidí ir a buscarla.
Mientras miraba las fotos de Mirabel, caí en esos adictivos ojos verdes.
Además de despertar la lujuria, su belleza me dejó boquiabierto. Siempre lo
había hecho.
Hice clic en un video de una de sus actuaciones. Con esa voz sensual,
rezumaba erotismo, como si estuviera siendo complacida en un momento y
luego derramando su corazón con poesía evocadora al siguiente. Incluso la
forma en que abría la boca me recordaba a sus suspiros cuando estaba muy
dentro de ella.
Embelesado, pasé de observar su rostro hermoso y expresivo a sus
caderas y senos ondulantes.
Todo caliente y excitado, me desabroché los pantalones y me agarré la
polla con fuerza. Reproduje el video de nuevo. No tardé mucho en eyacular.
Había pasado a masturbarme no con porno, sino con una cantante de folk.
¿Estoy perdiendo la cabeza?
Después de limpiarme, hice clic en su página de Facebook y descubrí que
iba a dar un concierto esta noche en el Green Room.
Mi teléfono vibró y cogí la llamada. —Madre.
—Hay una reunión a las seis en punto. La lectura del testamento.
—¿No es muy pronto? —Me retorcí ante la idea de asuntos complejos de
negocios familiares.
—Ya han pasado dos semanas, Ethan.
—¿Alguna noticia sobre los informes forenses?
—Tu hermano ha estado con el detective. Llámale a él. Me tengo que ir.
Ponte un traje. Nada de vaqueros rotos.
Dejé escapar un profundo suspiro. —De acuerdo.

DECLAN ME ESPERABA EN un bar cerca de la oficina del abogado.


Cuando levanté el brazo para saludar, me sentí un poco oprimido por la
chaqueta ajustada que el vendedor había insistido en que me quedaba como
un guante. Tal vez no estaba acostumbrado a usar trajes. Los pantalones
también se me pegaban a las piernas. El joven vendedor continuó
ajustándolos, con estrellas en los ojos. La camiseta también me quedaba
ceñida, hasta el punto de marcarme los abdominales. Todas esas horas
levantando pesas y escabulléndome para hacer algunas sesiones en el nuevo
gimnasio de Reinicio habían valido la pena.
—Dec…
Asintió.
—¿Quieres otra? —Señalé su pinta medio llena.
Sacudió la cabeza y miró su Rolex. —Tenemos que estar allí en media
hora. Tenemos que hacer esto rápido.
Llegó la camarera y pedí una cerveza. Me desabroché la chaqueta y me
senté.
—Vas muy ligero —dijo—. Creo que nunca te había visto con traje
durante el día.
Toqué la delgada solapa. —Madre insistió en que me vistiera así.
Su boca se torció en una media sonrisa antes de volverse seria de nuevo,
cuando la camarera volvió con mi bebida. —He hablado con la policía. Ya
tengo el informe forense.
Me enderecé y tomé un largo trago de mi cerveza. —¿Y?
Me miró por un momento sin parpadear y mi columna se enfrió. —Es
sospechoso.
—Mierda. —Miré al espacio por un momento, un millón de preguntas se
acumulaban en mi cabeza—. ¿Qué dice exactamente?
—Había presencia de drogas en su sistema.
—De acuerdo. Pero ¿tal vez estaba bebiendo?
—Rohypnol y whisky.
—Mierda. La droga de los violadores —dije.
—Fue estrangulado, como sabes.
La cerveza gorgoteaba entre los nudos de mi estómago. —¿Alguien hizo
esto a propósito? ¿O es que la cita salió mal? ¿Cuál es el papel de Luke en
todo esto?
Declan exhaló. —Esas mismas preguntas hice yo, pero siguen sin
respuesta.
—Crisp —dije—. Es una jodida obviedad. Papá no quería seguir adelante
con aquel proyecto, y ahora lo van a llevar a cabo. ¿Mencionaste al menos
el interés de Crisp?
—Su nombre surgió de inmediato. El detective me dijo que el imbécil
tiene una coartada jodidamente sólida.
—¿Un asesino a sueldo?
—Probablemente —dijo.
Nos quedamos en silencio por un momento, mi cabeza seguía dando
vueltas. —¿Savvie lo sabe?
—Todavía no. Mantengámoslo para nosotros por esta noche.
—Es un buen plan. —Mis dedos se aferraron al vaso—. Crisp no es tan
estúpido como para rebajarse a contratar a un asesino a sueldo.
—No estoy seguro. Si fue un trabajo bien hecho, entonces no nos llevaría
hasta él, ¿no crees?
—Pero todos lo sabrían. Sería condenado al ostracismo.
—Ya conoces este mundillo, una vez que se lleve a cabo el proyecto y
vean el glamour que conlleva un resort de cinco estrellas, todos se
convertirán en sus perritos falderos. No les importará nada más.
Mi cuerpo se desplomó de frustración. —No vamos a dejar ninguna
maldita piedra sin remover, ¿verdad?
Sacudió la cabeza lentamente. —No, no lo haremos.
Tres horas más tarde, después de enterarme de la considerable cartera de
activos que poseía la familia, me subí a un taxi y me dirigí a Green Room,
agobiado por los dos mil millones de libras adicionales, dinero que podía
invertir o perder. Sabía que mi padre querría que usara este dinero, no solo
para mejorar mi situación financiera, sino también para ayudar a otros,
comenzando por los Newman.
El taxi me dejó en una calle concurrida, transitada por tipos vestidos de
todos los colores posibles. Con mi traje de Armani, probablemente parecía
que había terminado en el lado equivocado de la ciudad.
Entré por una puerta verde brillante, que no estaba vigilada por nadie. Por
lo que pude ver en la iluminación ambiental del bar, todos parecían
amigables y era poco probable que causaran ningún problema típico de
borrachos.
En la esquina, un piano sin marco se erguía como una escultura, y el lugar
olía a cerveza rancia, sudor y perfume barato.
Me acomodé en la barra y me quité la chaqueta, desabrochando un par de
botones de la camisa. Un golpe de bajo, proveniente de la música grabada,
llegó a mi caja torácica mientras pedía una bebida.
Miré hacia el escenario, donde vi a Mirabel hablando con un par de
chicos. Uno parecía el encargado de sonido y el mayor, con un traje
morado, estaba prácticamente encima de ella. Sin duda estaba coqueteando.
Me di cuenta por la forma en que la sonreía y la forma en que ella inclinaba
la cabeza devolviéndole la sonrisa. Dejando a un lado el traje chillón, era
alto y apuesto, con rasgos nórdicos.
Él se inclinó y la susurró algo, y ella pareció responderle con uno de sus
‘¿Hablas en serio?’. Solo podía asumir que él le había hecho proposiciones.
Me lanzó esa misma mirada una noche de borrachera después de
preguntarla si se había olvidado de ponerse sujetador.
Alexander Skarsgard finalmente abandonó el escenario y se encendió el
foco.
Mirabel estaba impresionante con un vestido azul brillante que marcaba
sus curvas. Su cabello espeso, largo hasta la cintura, caía en cascada sobre
sus pechos voluptuosos y enmarcaba su tez blanquecina a la perfección,
como si estuviera arreglada de esa manera para una fotografía. Siempre
estaba hermosa. No importaba dónde la viera. Ya fuera en la calle sin
maquillaje, en el escenario o de pie en los acantilados con el viento
soplando a través de su cabello, Mirabel siempre me dejaba sin aliento.
Sus dedos recorrieron con facilidad las cuerdas de su guitarra. Envidiaba
su habilidad. Había aprendido a tocar el piano cuando era niño, pero
siempre estuve demasiado disperso como para practicar.
Su voz traía ecos del mar rompiendo en la noche, a veces llena de rabia,
tristeza y desesperación, pero también erótica y sensual, como una cálida
noche de verano en algún lugar exótico. Al igual que su fascinante
actuación en el Mariner, me transportó a un viaje. Cautivado por su arte,
perdí la noción del tiempo y tuve que recordarme a mí mismo que estaba en
un bar y no en un bosque mágico, retozando con una ninfa sexy.
Un aplauso entusiasta pronto me despertó del sueño. Había estado
actuando durante cuarenta minutos, pero a mí me parecieron solo unos
momentos. Después de hacer una reverencia, bajó del escenario y, con un
elegante deslizamiento y un sutil balanceo de caderas, se movió con la
confianza natural de una sirena. Parecía ajena a toda la atención que
generaba, principalmente de los hombres, que al igual que yo parecían...
asombrados.
Su mirada se posó en la mía y frunció el ceño, como si yo fuera la última
persona que esperaría ver allí. Me levanté del taburete y la besé en la
mejilla, aspirando su aroma a miel y flores silvestres.
Sus ojos viajaron por mi cuerpo, más con una mirada de ‘¿qué diablos
llevas puesto?’ que de coqueteo. De todos modos, ella en realidad nunca
coqueteaba.
Finalmente, me preguntó: —¿Qué te trae por aquí?
—He venido a escucharte tocar. Y me alegro de haberlo hecho. Ha sido
fantástico.
Su ceño fruncido en forma de sospecha, una expresión que muy a menudo
usaba conmigo, se desvaneció en una sonrisa de agradecimiento. —Gracias.
Me alegro de que hayas disfrutado. Aunque… ¿no te veo llorando esta vez?
Respiré. —No. Ya me he repuesto. Se acabó eso de llorar en público.
Ella sonrió con simpatía. —Vas muy bien vestido.
—No tuve tiempo de ir a buscar ropa de los 70, como ese tipo que se te
acercó antes en el escenario.
—¿Te refieres a Orson? Es el dueño del lugar.
—Parecía muy cercano contigo. —Como si quisiera atiborrarse de tus
tetas.
Me escudriñó como si tratara de extraer significado de mis palabras.
—¿Puedo invitarte una copa? —Justo cuando se lo dije, Orson apareció y
la rodeó con el brazo.
Sus ojos tenían ese brillo de ‘Quiero chuparte los pezones’. Lo sabía bien,
porque así es como brillarían los míos si no estuviera actuando como el Sr.
Frío.
Parecía que iba un poco borracho también. Alejándose de él, Mirabel no
parecía muy interesada.
—Déjame traerte una copa —insistió.
—Estoy bien por ahora —dijo.
—Oh, vamos —su brazo se curvó alrededor de su cintura, atrayéndola
contra su cuerpo alto y delgado—, estaba deseando que pasáramos el rato.
—Su ceja se arqueó.
Vaya... menudo eufemismo para follar, amigo…
—No estoy preparada para ese tipo de noche —dijo.
—Vamos. —Esta vez, la tomó del brazo.
Ella se encogió de hombros. —No, Orson.
Me interpuse entre ellos, quitándole la mano. —Ya la has oído. Ella no
quiere una copa.
Respondió con una sonrisa desdeñosa y volvió su atención a Mirabel,
ignorándome por completo.
—Hay un garito de jazz de camino —dijo—. Lo dirige un amigo mío.
Están pensando en hacer una noche de blues. ¿Quizás podamos pasar más
tarde?
—Tal vez otra noche. —Forzó una sonrisa tensa y amistosa y luego volvió
a centrar su atención en mí.
—Está conmigo. —Decidí tomar las riendas de la conversación. Era eso o
darle un puñetazo en la nariz.
Sus ojos se abrieron.
Pero después de que él insistiera, me interpuse entre ellos. —¿Estás
sordo?
Su boca se curvó en una sonrisa tímida y miró a Mirabel, quien asintió
muy levemente.
Después de que se alejara, volví a preguntarla: —¿Puedo invitarte a beber
algo?
Frunció el ceño mientras reflexionaba sobre mi propuesta. Respiró hondo
y lo dejó salir lentamente. —Estoy enfadada contigo, ¿recuerdas?
—¿Cómo podría olvidarlo? —Abrí las manos—. Estoy aquí para
enmendar esa situación. Solo tómate una copa conmigo. No puede hacerte
daño, ¿no?
—Supongo que no… —Sus cejas se juntaron.
—Creo que el tal Orson insistirá de nuevo. —Incliné la cabeza hacia
donde estaba—. Aunque parece que ya ha encontrado a otra chica, de todos
modos…
Ella sonrió y sacudió la cabeza. —Está bien. Es un mujeriego tremendo.
Le pedí una copa. Cuando se la pasé, nuestros dedos se tocaron, enviando
una chispa a través de mí. La electricidad parecía rebotar entre nosotros.
Sus ojos se levantaron lentamente y se encontraron con los míos, cayendo
en mi mirada sin pestañear, antes de apartar la suya.
Ella tomó un sorbo. —Orson es bastante insistente. Creo que por eso me
ofreció tocar aquí.
Fruncí el ceño. —¿De verdad?
—Oye, no te hagas el sorprendido. Ese ‘te rasco la espalda si tocas mi
pene’ viene ocurriendo desde los hombres de las cavernas.
Me reí de su versión directa, pero honesta, del deplorable trato que los
hombres habían dado siempre a las mujeres. —Lo sé, pero no lo necesitas.
Tu talento habla por sí mismo. Eres sensacional. Tal vez consigas un
manager que no quiera acostarse contigo.
Ella asintió. —Está en mi lista de tareas pendientes.
Hablando de hombres que quieren acostarse contigo... —No has
respondido a mis llamadas.
—He estado ocupada. Y mira, Ethan… —Tomó un sorbo de su bebida.
La música subió de volumen y tuve que inclinarme. —¿Hay algún lugar
más tranquilo donde podamos hablar?
Ella se tomó un momento para responder. Su rostro mostraba una
pregunta de nuevo. Podía notar que mi presencia allí realmente la había
desconcertado.
Mierda, ella me odiaba. O creí que lo hacía.
—Podemos ir al camerino, supongo, y tengo que guardar mi equipo.
Tan pronto como Mirabel abrió la puerta del camerino, una espesa nube
de humo me impactó en la cara.
Uno de los dos que compartían un porro levantó la vista. —Hola tío.
Levanté la mano para saludarlos.
Le pasó el porro a Mirabel, y desee que esos bonitos labios que le daban
una calada, estuvieran así alrededor de mi polla.
Capítulo 5

Mirabel

CON ESE AJUSTADO TRAJE hecho a medida, Ethan llevaba escrito


playboy multimillonario por todas partes. La chaqueta parecía arreglada
para mostrar sus anchos hombros, su delgada cintura y la perfecta curvatura
de sus brazos. Su camisa blanca almidonada acentuaba sus rasgos
bronceados, dándole ese aspecto mediterráneo sexy, especialmente con esos
grandes ojos oscuros.
El humo golpeó la parte posterior de mi garganta mientras le daba una
calada a la hierba para ayudar a calmar mis nervios. Normalmente me
volvía paranoica, razón por la cual fumaba en raras ocasiones.
Con Ethan vestido como si acabara de salir de la portada de Millonario
Sexy del mes, necesitaba algo que me ayudara a relajarme. Su camisa
parecía a punto de estallar, especialmente durante su pequeño encaramiento
con Orson.
¿Cómo podría rechazarle estando así? Además, había venido a verme.
Luego estaba lo de todos sus mensajes.
Me agaché para recoger mi guitarra y casi se me rompe una costura.
Compré un vestido elástico de los años 80 en una tienda local clásica, que
me quedaba más ajustado que mis atuendos normales. Mis hormonas
debieron haber elegido por mí, dado lo sexy que me hacía sentir aquel
vestido.
La mirada de Ethan vagó de mi cara a mis pezones, que habían
comenzado a asomar a través de la tela elástica.
Cerré el estuche de mi guitarra y esperé a que dijera algo, ya que me había
dicho que quería hablar conmigo. En su lugar, paseaba de manera
intranquila.
¿Qué has hecho con esa versión tranquila y pavoneante de Ethan
Lovechilde?
Algunos pensamientos sucios comenzaron a aparecer en mi cabeza, como
dejar que me follara sin sentido antes de escupir insultos por ser un
promotor codicioso.
Dejando a un lado ese impulso culpable, no follaba con multimillonarios.
Y menos con los que están a punto de diezmar importantes tierras de
pastoreo.
Señaló mi estuche de guitarra. —¿Puedo ayudarte a llevar eso?
Negué con la cabeza. —Estoy bien.
Estábamos parados en la parte trasera del lugar, moviéndonos de forma
totalmente insegura. Por lo general, no me resultaba tan difícil
comunicarme.
—Bueno, debería volver dentro y vender algunos CDs —dije, cambiando
el peso de mi cuerpo a la otra pierna.
De repente, éramos un par de adolescentes torpes, lanzándonos miradas el
uno al otro mientras pretendíamos hacer las cosas bien.
Se pasó la mano por el cabello castaño oscuro.
—¿Por qué no vamos a un lugar tranquilo? ¿Cenamos? —Volvió a
mostrar esa media sonrisa insegura que era nueva para él y luego agregó—:
Te compraré todos los CDs.
Fruncí el ceño. —¿Comprarás todos mis CDs para poder cenar conmigo?
Se pasó el pulgar por el labio inferior. —Quiero decir, me gustaría tener
uno. Y estoy seguro de que a Declan, Theadora y Savvie también les
encantaría tenerlo.
Dudé antes de responder. Mi mente se quedó en blanco cuando le vi
relamerse sus labios. Todo en lo que podía pensar era en lo mucho que
quería que me hiciera eso a mí. —No me puedes comprar, Ethan. Ahora, si
me disculpas…
Me dirigí a la puerta, pero entonces me tocó el brazo y chispas
chisporrotearon a través de mí. Un incómodo lapso de tiempo se tragó mis
pensamientos. No podía pensar con claridad. ¿Por qué estaba permitiendo
que este hombre me afectara de esta manera? Quería gritar.
—Oye. No… No he querido decir eso. —No rompía el contacto visual
conmigo, y el mismo conflicto interno que yo sentía parecía reflejarse en él.
Me pregunté si el dolor de perder a su padre le había convertido un alguien
profundo. Ya me había demostrado que no era tan superficial como siempre
había supuesto.
Estaba jodida. Al menos cuando le tenía por un jugador vanidoso y
estúpido, sacarle el corte me era más fácil. Ahora que lo había probado,
bueno, vale… ahora que me había dado un banquete con él, me había
encariñado. Tal vez era solo por esa hermosa polla y lo que me hizo con
ella.
Entonces, ¿en qué me convierte eso? En una superficial, impulsada por el
sexo. Tal y como creía que era él.
Se pasó la lengua por los labios otra vez y tuve que apoyarme contra la
pared para sostenerme. Hablando de comer coños…
Perdiendo la noción del tiempo, no podía decir cuánto llevábamos en
aquel pasillo oscuro con los ojos perdidos el uno en el otro.
La suya era más una mirada de ojos chisporroteantes. Imaginé que la mía
era más como la mirada de un animal aturdido atrapado frente a unos faros.
—Se supone que debo odiarte. Quiero decir, te odio. —La exasperación
en mi tono reflejaba la creciente frustración entre mi cabeza y mi vagina.
Me atrajo hacia él, con sus ojos devorándome. —Entonces fóllame y
ódiame después. —Su boca se convirtió en una sonrisa—. Cuanto peor me
tratas, más dura me la pones.
Todo mi cuerpo se relajó cuando caí en sus brazos. Su olor, una mezcla de
colonia y testosterona, me mareó. Sus labios eran suaves cuando rozaron los
míos, y una corriente eléctrica pareció chisporrotear entre nosotros. Me
entregué a ese beso como alguien hambriento de pasión.
Me empujó suavemente contra la pared. Su cuerpo sobre el mío. Podía
sentir su dura polla en mi estómago y mi ser se inundó de deseo mientras
mis bragas se humedecían. Frotó su bulto contra mí como para provocarme.
—¿Ves lo jodidamente duro que me pones? ¿No quieres sentir cada
centímetro de mi polla dentro de ti?
Me perdí en el calor del momento cuando el carraspeo me sacó de un
aturdimiento lujurioso. Sonriéndome vi al par de fumadores de hierba de
antes.
—El camerino está vacío —dijo uno de ellos, arqueando una ceja.
Impotente por resistirme a Ethan, ladeé la cabeza. —Vámonos, entonces.
—Le guié hasta la entrada trasera.
Salimos al callejón donde la gente vendía drogas y se reunían todo tipo de
personajes turbios. Si uno les ignoraba eran bastante inofensivos. Algunos
de ellos eran músicos callejeros o gente de la calle, cuyo principal delito era
la pobreza.
Subí al taxi mientras él me abría la puerta. Entró y su hombro quedó junto
al mío.
Su mano acarició mi palma mientras viajábamos por Londres, mientras
luces pulsantes y multitudes interminables se confundían en una pintura
abstracta. Ajustándose los pantalones, se tocó la polla, lo que me cortó la
respiración. La excitación hormigueó hasta mis bragas empapadas.
Llegamos al Hotel Lovechilde, una obra de arte del siglo XIX. Siempre
había sido una fanática de la arquitectura histórica, lo que hacía que
Londres fuera realmente fascinante. El hotel, con su fachada blanca cubierta
de columnas y adornos esculpidos, no me defraudó. Particularmente de
noche, bañada por una luz rojiza, constituía un espectáculo estético.
—Tengo la suite del ático —dijo sin darse importancia.
Pisamos la alfombra roja y subimos unas escaleras de mármol bordeadas
por una cuerda dorada. Un conserje saludó a Ethan con un movimiento de
cabeza cuando pasamos por la entrada brillante con candelabros de cristal
resplandecientes. En una esquina había un piano bar con bastante ambiente,
donde los invitados hablaban en voz baja, bajo las lámparas de Tiffany.
Asombrada por una sobrecarga de opulencia, me sentí como Alicia
visitando el palacio de la reina.
—Debo parecer fuera de lugar. —Tiré de mi vestido.
Él sonrió. —Estás impresionante. Ese vestido te queda bien.
—Eso lo dices porque es muy ajustado.
—Sí. Es perfecto. —Sonrió—. Pero, oye, no te preocupes por lo que
piense la gente. Nunca.
Hice una pausa. —No tienes que hacerlo.
Se encogió de hombros. —A mí también me ha pasado. Me sentí como un
pez fuera del agua en el Green Room.
Me reí. —Parecía como si hubieras caído de otra dimensión. Tal como yo
aquí.
Presionó el botón del ascensor y entramos. Tan pronto como las puertas se
cerraron, sus manos se posaron sobre mí, apretando mi trasero, y su cuerpo
duro se apretaba contra el mío. Su boca caliente me buscaba, húmeda e
impaciente.
Pasó su mano debajo de mi vestido.
Me alejé. —Alguien podría entrar.
Es un ascensor privado. Su cálido aliento rozó mi cara. —No puedo
esperar a ver cómo te contoneas sobre mi polla.
Un suspiro entrecortado salió de mi boca. Yo tampoco podía esperar a
hacer eso.
Las puertas se abrieron, y con nuestros cuerpos fuertemente atados en un
abrazo, entramos en un espacio enorme.
Sofás de cuero. Más arte dorado. Paredes verde mar. Figuras masculinas
de mármol esparcidas ingeniosamente…
—Ay dios mío. ¡Qué lujos!
Ethan se rascó la mandíbula con barba de pocos días. —Mi padre vivió
aquí durante un tiempo. Pertenece a la familia. Pero como ahora soy el
director ejecutivo del hotel, será mi hogar cuando esté aquí.
—¿Hogar? —Me di la vuelta, admirando la estética de la sala—. Más
como un palacio.
Más allá de la pared de ventanales, Londres hervía de vida, mientras miles
de personas cruzaban el puente. Debajo de ellos, el turbio Támesis fluía a
través de la ciudad como una oscura y ondulante sábana de satén.
Se quitó la chaqueta. —¿Una copa?
—Por supuesto.
—¿Champán?
Asentí. Quería el tratamiento completo. Caras burbujas en mi lengua, él
rasgando mi ropa con sus dientes, su cálido aliento sobre mi clítoris y sexo
hambriento con su polla quemando orgasmos a través de mí.
Miró dentro de la nevera. —Maldita sea. —Cogió el teléfono—. Olvidé
recordarle a la sirvienta que llenara la nevera. Lo arreglo en un momento.
—Marcó antes de que pudiera decir que no me importaba lo que faltara.
—Mindy. Sí, estoy muy bien. ¿Podrías traer algo de Moet? Un
momento… —Tapó el teléfono—. ¿Te gusta el Moet?
Puse los ojos en blanco y, con un acento elegante, dije: —Oh, será
suficiente, supongo.
Colgó y se abalanzó sobre mí. Alguien llamó a la puerta justo cuando sus
dedos se enganchaban en mis bragas, haciendo que me olvidara de respirar.
Abrió la puerta a una hermosa chica rubia. Entró pavoneándose con una
falda corta y una camisa blanca ajustada.
—Ethan, ¿cuándo has vuelto? —Le hablaba de manera muy familiar.
—Hoy. —Señaló él—. Déjalo aquí. —Levantó las botellas del carrito.
—Oh, ¿tienes algo que celebrar? ¿Necesitas a alguien que te ayude a
terminarlas? Mi turno termina pronto.
Ella no me veía a mí, pero yo podía verla a través del espejo. Mi impulso
fue mostrarme para que me viera, pero por alguna razón permanecí
escondida. Creo que quería escuchar su respuesta.
—No. Estoy bien.
—Oh… no puedes beber solo. No lo hiciste la otra noche.
¿Qué? ¿La otra noche? ¿Se refería a después de lo nuestro o antes?
¿Lo nuestro?
—Mindy. Ahora no.
Ella hizo un puchero y se alejó pavoneándose.
Después de que se fuera, abrió el champán y llenó nuestras copas. Me
entregó la mía como si nada hubiera pasado.
—Gracias —dije con frialdad.
Él me estudió. —¿Ocurre algo?
—Bueno, me pregunto si te has estado follando a la sirvienta esta semana.
Se pasó los dedos por el cabello, desordenándolo en una sexy onda alta.
—No. La última mujer con la que hice el amor fue una cantante muy sexy y
con curvas que conocí en un local.
Eso hizo que mis labios se curvaran. —Entonces, ¿por qué has venido
esta noche?
—Para escuchar tu música y comprar un CD. —Se acercó a mí en el sofá.
Apoyé las piernas en un reposapiés cubierto de terciopelo. —¿No porque
quisieras follarme?
Una sonrisa lenta y sexy creció en sus labios. —Mmm… ah… eso
también. ¿Qué te parece?
—Entonces, ¿te la has follado?
—¿A quién? —Su mano se posó en mi muslo.
—A la sirvienta.
—Tal vez en una ocasión.
Tuve que quitarle la mano para poder pensar con claridad. —¿Y ella se
pavonea aquí ofreciéndose de nuevo? ¿Te la habrías follado si yo no
estuviera aquí?
Él resopló. —Probablemente no hubiera pedido champán, para empezar.
Y no. No me atrae tanto.
—¿Pero aun así te la follaste?
—Bueno, estoy… quiero decir, estaba soltero en ese momento.
—¿Estabas?
Se giró hacia mí. —¿Y qué hay del Sr. Traje Morado?
Tuve que reírme a pesar de que eludía mi pregunta. —No. No hemos
follado. Él está casado.
—Es un imbécil. Y quiere algo contigo. Eso está jodidamente mal. —
Inclinó la cabeza y su boca se curvó en un extremo—. Supongo que tiene
unos bonitos ojos azules. ¿O es algún tipo de fascinación por los señores
mayores?
Me acerqué a la ventana y observé el convoy de taxis amontonados y la
gente que entraba y salía. —¿Fascinación por señores mayores? No tengo
nada de eso. —Me giré para mirarlo de nuevo—. Prefiero a niñatos ricos
impertinentes y de ojos oscuros.
—Oh, ¿solo? —Reacomodó sus ajustados pantalones, dejando espacio
para su pene, una acción que encontré altamente erótica—. Entonces, eso
me descarta.
Me reí. —Contemplando la escenita con la sirvienta, diría que encajas
bastante bien en esa descripción.
—Ya no soy ese tipo. —Su sonrisa se había desvanecido y una expresión
seria brillaba en sus ojos.
Pasé mi dedo a lo largo de una estatua de mármol liso, dándole la espalda.
—¿Sabes de qué color son mis ojos?
—Qué pregunta más tonta. Son de color verde oscuro y con forma de
almendra. A la luz, son de color verde azulado, algo que me deja sin habla.
Son uno de tus mejores activos.
—¿Uno de mis mejores activos? —Me uní a él en el sofá de nuevo.
Pasó su dedo por mi rostro, acarició mi cabello, luego trazó mis senos
haciendo que mis pezones se pusieran firmes.
Contuve la respiración cuando su dedo se deslizó hasta mis muslos. En
este punto, mis bragas volvían a estar empapadas. Caí en sus brazos. A
quién se había follado antes me importaba poco.
—Eres perfecta por todas partes.
—Estoy mucho más gordita que ella —agregué. Nunca me había
preocupado realmente por mi cuerpo hasta que conocí a Ethan.
Acarició mi cuello. —Deliciosamente curvilínea. Amo tu cuerpo. Curvas
de amor. Me encantan tus curvas. —Sus manos trazaron mi cintura y más
allá.
Me entregué completamente a la lujuria, posando mi mano sobre su duro
pene. —Y a mí me encanta tu polla.
—Perfecto, porque ella también está bastante loca por ti.
Bebimos champán y luego, a petición suya, hice un striptease muy lento
mientras sostenía su pesada e hinchada polla en su mano.
Capítulo 6

Ethan

MIRABEL ME FOLLÓ SIN sentido. Mi orgasmo fue tan explosivo, que las
estrellas se dispararon ante mí y grité.
Era como si hubiera caído bajo un hechizo.
Me aparté para mirar su bonita cara. —Me he corrido demasiado rápido.
No he conseguido que tú te corras—. Acaricié su mejilla sonrosada. —
Dame un momento y estaré listo para la próxima vez. Lo prometo.
—Me has hecho correrme con tu lengua. —Acarició mi cuello, y nos
abrazamos encajando perfectamente.
Por primera vez en semanas, sentía mi cuerpo liviano y me quedé
dormido con una sonrisa.
No estoy seguro de cuánto tiempo dormí, pero su cálido aliento en mi
cuello me despertó de un sueño. Todavía estaba medio adormilado cuando
la penetré profundamente.
Era todo perfecto. Apretada y ligera. Girando y balanceando sus caderas,
hacía todos los movimientos que me hacían arder.
Los pelos de la nuca se me erizaron, y borracho de su coño, rugí a través
de otro clímax alucinante, vertiendo todo lo que tenía dentro de ella.
Caímos de espaldas, jadeando.
—Lo siento, ¿te he despertado? —pregunté.
Ella se rio. —Tu pene me ha despertado. Pero oye, bienvenidos sean
cualquier día los orgasmos múltiples mientras duermo.
—Tienes un coño precioso.
—Y tú tienes una polla preciosa.
Envolví mis brazos alrededor de ella y aspiré su olor a almizcle como lo
haría con una colonia cara.
No podía quitarle las manos de encima. Debí dormir otra hora más, así
que cuando sonó la alarma de mi teléfono, estiré la mano para apagarlo.
Luego recordé que tenía una reunión con Declan y Savvie en Merivale.
Entré al baño y Mirabel entró detrás, cruzando los brazos.
—¿Tienes frío? —pregunté.
—No. —Sonrió tímidamente—. Hay mucha luz aquí.
Para alguien a quien siempre había considerado una persona fuerte,
Mirabel había comenzado a mostrar el lado más frágil de su naturaleza.
Hice lo que pude para recordarle lo hermosa que era, pero sentí que era
cuestión de algo más profundo.
Toqué el agua. —Ya está caliente. No te preocupes, he visto tus tetas antes
y son bastante difíciles de olvidar.
Entró en la ducha. —Esta ducha es lo suficientemente grande como para
diez personas.
Sonreí mansamente.
—Seguro que has tenido una orgía aquí mismo, ¿a que sí? —Ella inclinó
la cabeza.
—No como tal. —La arrastré bajo los chorros, que venían de todas
direcciones.
—Vaya. —Su boca se abrió—. Es como un masaje. Podría
acostumbrarme a esto.
Eché un poco de gel de baño en una esponja y froté todo su cuerpo.
—No mires demasiado cerca.
—Oye. Tienes un cuerpo impresionante. —Pasé mis manos entre sus
suaves muslos y mi pene se puso rígido.
—Yo no voy al gimnasio. Probé a hacer yoga la otra noche y casi me
asfixio. Nunca volveré a hacerlo.
Me reí. Sus ojos tenían un brillo sardónico, como si pusiera los ojos en
blanco ante la vida.
Se puso de rodillas y se metió mi polla en su boca. Después de follar toda
la noche, estaba un poco dolorida, pero pronto se puso dura como el acero,
aplastada bajo sus labios carnosos. Su lengua se movió juguetonamente
sobre la punta. Me apoyé contra la pared de cristal para sostenerme. Sus
ojos me miraron y me succionó profundamente.
—Ya has hecho esto antes… —le dije.
Sus ojos me sonrieron.
—Oye, estoy a punto de correrme —le advertí.
Parecía decidida a aguantar hasta el final, hasta que eyaculé directamente
en el fondo de su garganta. Luego, bebiéndome hasta dejarme seco, se
limpió su bonita boca y me dijo —¿Qué tal ha estado?
La tomé en mis brazos. —Ha sido sensacional.
TODO ESE SEXO ME había abierto un apetito frenético y me complació
haber pedido que nos sirvieran el desayuno.
Vestida con una bata de baño, Mirabel caminó descalza, frotándose el
cabello mojado con una toalla.
—Podría acostumbrarme a esto también. —Se rio—. El suelo radiante es
una locura.
Me alegré cuando vi que era un camarero quien traía el desayuno. Mirabel
habría adivinado que me había follado a la mitad del personal femenino. No
era algo de lo que estuviera orgulloso. Tomé nota mental de pedirle al
personal que no coquetearan tanto. Tal vez podría decirles que me había
vuelto devotamente religioso y me había convertido al celibato.
Mmm... como no.
Un aroma a huevos fritos y bacon hizo que mi estómago rugiera.
—Eso huele delicioso —dijo, lamiéndose los labios.
—Olvidé preguntarte si eras vegana. —La llevé al comedor.
—No. Soy carnívora. Intente serlo, pero me faltaba energía. —Se palmeó
el estómago—. Me encanta comer, desafortunadamente.
Sonreí. —Creo que eso es bueno para mí. Siéntate.
El camarero colocó la tetera y una rejilla de tostadas con mantequilla en
un plato.
Mirabel negó con la cabeza. —¿Comes así todos los días?
Vertí el té en dos tazas. —Depende. Si estoy muy ocupado, compro algo
en una cafetería.
—Esto es mejor que desayunar cereales. —Untó aguacate en su tostada.
—Tengo que regresar a Bridesmere hoy. —La idea de lidiar con todos los
problemas en casa acabó con mi estado de ánimo optimista.
—Yo estaré aquí toda la semana. Estoy grabando algunas canciones con
Orson. —Dio un mordisco a su tostada.
Ese comentario me dejó una sensación extraña. —Ah…
—Es un productor con mucho talento, entre otras cosas.
—¿Entre otras cosas? ¿Con eso quieres decir que es un presumido y un
sórdido?
Ella se rio. —¿Presumido? Sí, supongo que lo es. Orson piensa que vive
en los años setenta. A menudo lamenta haber nacido una década demasiado
tarde. ¿Sórdido? Eh… él es simplemente de sangre caliente. —Hizo una
pausa para estudiarme—. ¿Por qué estás frunciendo el ceño?
—Nunca hubiera esperado que defendieras el mal comportamiento
manifiesto de alguien.
—¿He hecho eso? —Ella lo pensó y se encogió de hombros—. Estás
celoso… —Sus bonitos ojos brillaron cuando inclinó la cabeza.
—No, no estoy celoso.
Sus ojos se encontraron con los míos. —Entonces serás el único. Y él no
es tan malo.
—La última vez que le vi, no parecía aceptar exactamente un no por
respuesta.
—Puedo manejarlo. Simplemente le gusta juguetear. Me deja grabar gratis
en su casa.
Mis cejas se contrajeron. —En su casa… ¿Solos?
—Tiene esposa. Aunque creo que es su ex. Es difícil seguir el ritmo de la
vida de Orson. Lo dejan y vuelven continuamente. Por eso nunca pasamos
de un beso. No me gustan las aventuras.
—No. No son buenas. —Un nudo se formó en mi estómago al pensar en
ella sola en la casa de ese mujeriego.
¿Se besaron…?
Mirabel se levantó de la mesa y fue a buscar su bolso en el sofá. Se
detuvo y me miró. —Parece que quieras decirme algo.
Me encogí de hombros. —No es nada. Solo que no creo que debáis estar
solos. Puedo reconocer a un mujeriego a un kilómetro de distancia.
—Bien lo sabes tú, ¿verdad? —sonrió.
Me rasqué la mandíbula. —Ya no soy el mismo.
Después de una lucha de miradas, ella parpadeó primero y finalmente
dijo: —Me voy a cambiar.
Mirabel tenía una de esas caras expresivas que resultaba difícil no mirar.
Cuanto más la miraba, más hermosa se volvía.
Mirabel regresó colocándose el vestido. —No sé qué me poseyó para
ponerme esto. Está tan fuera de lugar…
—Te queda muy bien. —Pasé mi mano por su cintura marcada—. Estás
muy sexy.
—Pero no en el metro.
—Te llevaré. No te preocupes por eso.
—De verdad, no tienes que hacerlo. —Tenía una sonrisa tan dulce que
hizo quisiera cancelarlo todo y quedarme allí con ella todo el día y toda la
noche.
—Quiero hacerlo. —La puse en mi regazo y la besé.
Ella se rio. —Te estoy aplastando.
—Qué va. —Delicé mi mano por su pierna y descubrí su coño desnudo—.
¿No llevas bragas?
—Eh… las destrozaste, ¿te acuerdas? —Ella rio.
—Ah… sí, lo hice. —La toqué y la noté mojada y caliente.
La puse a horcajadas sobre mí, desabroché mi albornoz y luego la hice
descender lentamente sobre mi polla dura. La llevé hasta abajo mientras me
montaba, tomándome muy profundo. Tan profundo que mis ojos casi se me
derriten dentro del cerebro. —Joder, Mirabel. Estás tan cachonda…
Ella se deslizó arriba y abajo sobre mi polla, mis manos acariciaron sus
tetas rebotando, y mi boca estaba sobre la de ella. Sus suspiros se
convirtieron en gemidos cuando su cremosa liberación empapó mis muslos.
—Buena chica… —respiré, antes de gruñir a través de otro orgasmo
alucinante.
Cayó en mis brazos y permanecimos en un fuerte abrazo.
—Creo que necesito ir a casa y dormir todo el día. Nunca había tenido
tanto sexo. —Se rio.
—Ni yo. No en una misma noche.
Ella se apartó y me lanzó su característica mirada inquisitiva. —Entonces,
¿te follas a una mujer diferente cada noche?
A pesar de esa pregunta personal, Mirabel no era ni la mitad de
entrometida que otras chicas con las que había salido.
¿Estamos saliendo?
—Ahora ya no. Solía tener sexo con mayor frecuencia. —Levanté una
ceja—. Pero desde que cumplí los treinta, he bajado el ritmo.
Era cada dos noches. Hasta que te conocí. Sí…
—¿Has follado con alguien después de mí? ¿Necesito hacerme pruebas de
ETS?
Negué con la cabeza. —No, no lo he hecho. Solo contigo. Ni siquiera he
mirado a ninguna otra mujer.
Ella me estudió. —¿Vas a seguir adelante con lo del spa?
Tomé una respiración profunda. Ahí estaba su lado intenso y luchador. Me
dirigí al baño. —Me temo que no puedo rescindir el contrato.
El rostro de Mirabel se arrugó con consternación. —Pero me lo
prometiste.
—Lo intenté. —Extendí las manos.
Ella colocó sus manos en las caderas. —Va a arruinar toda la zona. Los
Newman serán desahuciados.
—Les he ofrecido trabajo en el spa.
Se pasó las manos por el pelo alborotado. Sus ojos eran salvajes y estaba
de vuelta en su papel de mujer que lucha por una causa, a quien le
encantaba recordarme que tenía una moral dudosa. —¿Estás de broma? Son
granjeros.
Mirabel agarró su bolso y su guitarra. —¿Sabes qué? Creo que me iré en
metro. Esto no ha sido una buena idea. Los Newman son como mi familia.
Pensé que al menos respetarías su granja.
Me peiné el pelo con los dedos. —Déjame llevarte.
Mi teléfono sonó, y viendo que era Declan, lo cogí. —Oye, voy de
camino a Merivale.
—Tenemos que hablar del asesinato de papá.
Solté un suspiro constreñido. Cuánta diversión me espera.
Mirabel apretó el botón del ascensor.
—Te veo en un rato, tengo que dejarte. —Colgué—. Oye, por favor
déjame llevarte a casa, al menos.
—No. Esto ha sido una mala idea. Eres una mala idea. —Y así se metió al
ascensor y se fue.
Me quedé allí atónito. Joder.
¿Significaba que no me volvería a hablar? ¿Ni a follar otra vez? ¿O
simplemente me veía como un malvado por echar a una familia de las
tierras en las que habían vivido durante décadas?
Todo eso.
Capítulo 7

Mirabel

ENCONTRÉ A MI PRIMA en la cocina haciéndose una tortilla. El olor a


huevos llenaba la habitación y, a pesar de mi mal humor, el hambre aún
retumbaba en mi estómago.
A diferencia de la mayoría de la población, cuanto más nerviosa me
ponía, más hambre tenía.
—Hola tú… —dijo, levantando la vista de la sartén.
Fui a la nevera y cogí un brick de zumo. —¿Necesitas algo? —Me eché
un poco de zumo de naranja en un vaso.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Has comido? —preguntó, apagando la estufa.
—He tomado unas tostadas en el desayuno. No te preocupes por mí.
—Hay mucho. He hecho suficiente para las dos.
Sintiéndome triste, forcé una sonrisa. ¿Cómo podría permitirme
apegarme emocionalmente a Ethan? Tendría que limitarse solo a sexo.
Sexo caliente y nada más. Pero aquí estoy, triste y sombría.
Sheridan limpió la mesa de periódicos, libros y facturas y depositó
nuestros platos.
—Bueno cuéntame, ¿qué te pasó anoche? —pregunté.
—Me quedé dormida. —Volcó la tortilla en un plato—. Lo siento. Tenía
muchas ganas de ir a verte. ¿Estuvo bien?
—A la gente pareció gustarle.
—No volviste a casa. —Sus cejas se elevaron.
—Ethan estaba allí. —Jugueteé con mi comida—. Terminé en su
apartamento del Lovechilde. En la suite del ático.
Su rostro se iluminó. —¡No me digas! Seguro que es todo súper lujoso.
Bebiendo de mi té, asentí lentamente.
—Entonces, ¿por qué pareces tan triste?
—Es todo tan jodidamente confuso… Me he acostado con el diablo. —
Suspiré.
—Bueno… pero tienes buen sexo. Quiero decir, el diablo es mejor polvo
que el otro.
Mis cejas se juntaron e hice una mueca. —¿Jesús? Joder… eso es muy
grosero.
Ella se rio. —Eres agnóstica, no debería ofenderte, ¿no?
—No. —Suspiré—. Supongo que no. —Tomé un tenedor lleno de tortilla,
lo puse sobre el pan y le di un mordisco—. Esto está muy bueno, por cierto.
—Gracias. Bueno, ¿por qué estás enfadada?
—Ethan es un promotor poco ético. Está en el lado opuesto de todo en lo
que creo. Ojalá no fuera tan jodidamente bueno en la cama.
Ella se rio. —Tú a lo que te interesa, Bel. No puedes cambiar el mundo.
Solté un suspiro. —No, no puedo. Pero al menos puedo intentar hacer lo
correcto.
—¿Al no follar con multimillonarios calentorros?
Mi teléfono sonó y miré la pantalla.
Era un mensaje de Ethan. Ha sido una noche estupenda. Me encanta tu
música. Bridesmere no es lo mismo sin ti.
Sonreí y Sheridan preguntó: —¿De tu atractivo multimillonario?
Asentí y guardé el teléfono sin responder.
—¿No vas a responder? —Sus ojos se abrieron.
—No. —Enderecé mis hombros. Somos demasiado diferentes. Solo ha
sido buen sexo. Está bien, no solo bueno, asombroso. Pero tengo que ser
realista. Los hombres como Ethan no son para siempre. Y si me lo
permitiera, caería profundamente y perdería mi corazón por él.
Ya me estaba ahogando en un mar de emociones, diciéndome a mí misma
que solo era sexo, cuando en realidad no podía dejar de pensar en cómo me
besaba suavemente, me abrazaba mientras dormíamos, me acariciaba el
cabello con sus suaves dedos y me lanzaba esa sonrisa gentil, casi tímida,
que ponía cada vez que nuestros ojos se cruzaban. Si solo era sexo, ¿a qué
venía tanta ternura?
Mis ojos dolían de lágrimas acumuladas. Ya me había encariñado. Y no
era solo por todos esos orgasmos múltiples.
Comí con Sheridan mirándome como si hubiera perdido el sentido.
Sospeché que quería escuchar más historias sobre Ethan con las que
acurrucarse, como se hace con las novelas románticas con esos finales
felices de amor eterno. Sin embargo, esto era la vida real, y las mujeres
como yo no terminamos con hombres como Ethan Lovechilde.
—Bueno, ¿al menos vas a verlo de nuevo? —preguntó.
—Estoy segura de que nos encontraremos. Vivimos en el mismo pueblo.
Ella sacudió la cabeza. —Estás jodidamente loca. Quiero decir, ¿qué
tienes que temer?
Me encogí de hombros. —Odio cómo ya he perdido una parte de mí por
él. Y solo han sido dos veces. Pasamos dos noches juntos y no puedo pensar
con claridad. —Mi voz se ahogó. Oh, no. Lágrimas no. Soy más fuerte que
esto.
—Eso se llama amor.
—No lo creo. —Me di la vuelta antes de perder la compostura. Teniendo
bien desarrollado el hábito de la negación, puse cara de valiente y suprimí
más pensamientos sobre Ethan—. Tengo que ir a cambiarme. Tengo una
sesión de grabación esta tarde.

ORSON ABRIÓ LA PUERTA roja de su casa de dos pisos en Chelsea y me


saludó con un beso en la mejilla.
Lo seguí por el largo pasillo donde los álbumes de discos de los 70
enmarcados de Bowie, T Rex, Lou Reed y otros, colgaban de las paredes.
—¿No está tu familia? —le pregunté por sus dos hijos, que normalmente
correteaban libremente por toda la casa.
—No, están con su madre.
Le estudié. —¿Os habéis separado definitivamente?
Él asintió lentamente. —Te lo dije.
Le seguí hasta su cocina, que daba a un jardín cubierto de maleza.
—¿Té? —preguntó.
—Por supuesto. —Dejé mi guitarra y mi mochila.
—Diste una buena actuación anoche. —Sirvió el té de una tetera.
—Gracias. —Sonreí.
Después de una pequeña charla, nos dirigimos a su estudio, con nuestras
tazas de té en la mano.
Orson vivía y respiraba música en todos sus múltiples aspectos. Él mismo,
un músico talentoso, estaba más interesado en fomentar el talento
trabajando como productor y gerente, además de dirigir el Green Room.
—¿Ethan Lovechilde? —Levantó la vista de su consola detrás de una
ventana de vidrio.
—Crecimos juntos. —Traté de mantener la calma mientras afinaba mi
guitarra.
Ajustó algunos de los diales de su mesa de sonido. —Es muy atractivo.
No puedo culparle.
Mirándome, me lanzó una sonrisa sugerente. Orson era un encantador que
atraía a muchas mujeres. Ni siquiera podía creer que hubiera permanecido
casado tanto tiempo.
—Estaba pensando que deberíamos empezar con la línea vocal primero
—dijo, poniéndose manos a la obra.
Me gustaba eso de él. Profesional primero, sórdido después.
Trabajamos incansablemente durante dos horas. El tiempo simplemente se
deslizaba mientras estaba absorta en la música. Y después de tres tomas,
clavé mi canción favorita titulada ‘Song of the Sea’.
El asintió. —Eso es. ¿Qué piensas del sonido ambiental del océano que se
escurre sobre el desvanecimiento vocal?
La escuchamos de nuevo. —Me gusta. ¿No crees que es demasiado
'Riders on the Storm'?
—Tal vez un poco. —Abrió las manos—. Pero bueno, ¿por qué no? Es
bueno tener ese ambiente atmosférico. ¿No crees?
Estaba de acuerdo. Tener el aullido del viento y el rugido del océano
agregaba cierta profundidad a la canción.
Estiró los brazos, se puso de pie y sacó un porro. —¿Te apetece uno?
Guardando mi cuaderno lleno de poesía y letras, negué con la cabeza. —
Estoy bastante cansada.
Cogió una botella de cerveza de una neverita y me ofreció una.
Optando por el agua en su lugar, me negué.
—¿Una gran noche con tu tipo rico y atractivo? —Se rio entre dientes
cuando le seguí hasta un patio.
—Podría decirse. —Conocía a Orson lo suficiente como para no ir de
tímida.
—¿Por qué pareces tan triste, entonces? —Esbozó una sonrisa picaresca y
burlona.
Ahogué un bostezo tapándome la boca. —Estoy bien. Solo estoy cansada.
—Agotada después de una larga sesión de grabación, todo lo que podía
pensar era en irme a dormir.
—¿Qué hay de esta noche? Hay un gran concierto al que me encantaría
que vieras. ¿Interesada?
Dio una calada a su porro y, por alguna razón, mi atención se centró en
sus labios. Sí. Era un hombre atractivo y talentoso, con importantes
contactos en la industria de la música. Si la ambición me quemara, eso
habría funcionado. Sin embargo, ni siquiera sabía si quería ser cantante para
siempre, al menos desde un punto de vista comercial.
Este era un momento en el que la creatividad brotaba, pero no había
pensado mucho en mi futuro como artista.
Gracias a una pequeña herencia, era dueña de mi propio apartamento y
tenía un fondo que se estaba agotando rápidamente. Hasta ahora, tocar en la
calle y vender CDs había generado el mismo dinero que trabajar como
camarera o limpiar, y en ese sentido, tocar música me parecía la mejor
opción.
—Tal vez —dije—. Veré cómo estoy a las diez. Pero necesito dormir una
siesta.
Miró su reloj psicodélico. —¿El té de las cinco?
Me encogí de hombros. —Estoy llena.
—Duerme aquí. Relájate. Puedes darte una ducha. Siéntete como en tu
casa. —Expulsó el humo.
—Tal vez me venga bien dormir. —Levanté mi dedo—. Lo que no
significa que puedas coquetear conmigo.
Sus ojos azules brillaron mientras se reía. —Prefiero que el placer sea
mutuo.
—Estuviste bastante insistente anoche —dije, sentándome en el banco de
madera entre macetas de lavanda y rosas.
—Había bebido. Lo lamento. —Apagó el porro en un cenicero con el logo
del Hilton—. Creo que la de hoy fue una buena sesión. Tenemos tres
canciones.
Asentí. —Muchas gracias por todo.
—Tengo mi favorita, lo sabes.
Pensé en el contrato que había firmado con él. Orson era un hombre de
negocios, al fin y al cabo. Esperaba haber logrado hacerlo bien.
Levanté mi cuerpo cansado y dolorido. —Esa ducha me vendría bien. ¿La
puerta se cierra?
—Sí. —Sacudió la cabeza—. Dios, Bel, no confías en mí ni un poquito,
¿verdad?
—Déjame contestarte a eso después. —Sonreí.
Orson estaba muy delgado, a diferencia del musculoso Ethan, que
encajaba en mi cuerpo como un guante. Incluso sin que Ethan invadiera
todos mis pensamientos, no me habría sentido tan atraída por Orson, a pesar
de su talento y buena apariencia.
Solo tenía que seguir recordándome a mí misma que Ethan Lovechilde
estaba muy equivocado, como una bebida azucarada que te tomas por la
noche, dejando un sentimiento culpable y sabor a arrepentimiento.
Capítulo 8

Ethan

MIS TENIS BLANCOS NUEVOS se hundieron en el barro mientras


caminaba sobre los charcos hacia la granja de los Newman. Había pasado
tiempo desde la última vez que había visitado las tierras adyacentes y había
olvidado lo impracticable que se ponía el terreno.
Encontré a John Newman en el cobertizo, viendo cómo un veterinario
trataba a una vaca enferma. La pobre criatura me miró con una mirada
triste, y experimenté una punzada de culpa después de ese sándwich de
bistec que había engullido en mi camino de regreso a Bridesmere.
A pesar de parecer mucho mayor, el granjero tendría la edad de mi padre.
Como la mayoría de las personas que trabajaban la tierra, se levantaban al
amanecer. Mi existencia privilegiada significaba que a menudo estaba
despierto hasta el amanecer, pero nunca despierto al amanecer, a menos que
estuviera presionado contra el cuerpo voluptuoso de Mirabel. Pensar en ella
me produjo un suspiro silencioso.
Necesitaba ir a verla a una o dos actuaciones. O más. ¿Cómo podría hacer
que me perdonara?
Por eso estás aquí mirando a esa pobre vaca.
Se limpió las manos con un trapo y le seguí fuera del granero.
—Gracias por recibirme. Siento haberte pillado en un mal momento.
Se frotó el cuello. —Sí. Esa es la tercera vaca esta semana.
Asentí con simpatía. —¿Se podrá salvar?
Se encogió de hombros. —No estoy seguro.
—Mira, eh… siento lo de la orden. Yo… nosotros… —Al no estar
preparado, de repente me puse nervioso. Enderecé los hombros y respiré
hondo—. Tengo una propuesta para ti.
A Declan le gustó mi idea de ofrecer el contrato de agricultura orgánica a
los Newman, lo cual fue un gran alivio. El trato era que tendrían de
ayudantes a unos cuantos individuos con unos pocos antecedentes. Un
pequeño precio, pensé.
—Tengo un acre de tierra en oferta. Construiré una casa para ti y tu
familia.
Sus ojos lentamente miraron hacia arriba desde el suelo. En sus ojos
cansados capté una chispa de interés.
Miré por encima de su hombro a su vieja casa de adobe. Si bien presumía
de cierto encanto rústico, me la imaginaba húmeda y con corrientes de aire.
Tomé nota mental para asegurarme de que su nuevo hogar dispusiera de
todas las comodidades de la vida moderna.
—¿Con el mismo alquiler? —preguntó.
—Sin alquiler durante el primer año mientras te instalas y encuentras tu
camino.
Sus cejas se movieron muy ligeramente. —¿Dónde?
—En el lado norte de Chatting Wood.
—Eso cae cerca de ese centro de reeducación, ¿no?
Asentí. —Hay un par de cláusulas.
—¿Cuáles?
—Hay que cumplir con una agricultura ecológica. Prácticas orgánicas.
Tierra limpia. Capa superficial del suelo libre de químicos y certificada.
Él asintió lentamente. —Jenkins está obteniendo un buen dinero con su
producción de leche orgánica. Aunque no sabría por dónde empezar.
—Hablaré con mi hermano para presentarte a un experto.
—¿Y la otra condición? —preguntó con un profundo tono gutural.
Me tomé un momento para considerar mis palabras. —Esa tierra había
sido pensada para montar una granja orgánica y cuando se presentó esta
oportunidad…
—¿Te refieres a cuando decidiste echarnos? —Me miró directamente a la
cara.
Sonreí débilmente. —Los planes de mi hermano para la granja eran que
algunos de los muchachos del centro de reeducación trabajaran como
ayudantes.
—¿Trabajar con drogadictos y alborotadores? No me parece buena idea.
—Sacó una bolsa de tabaco y se lio un cigarrillo.
Lo encendió y, mientras el humo se elevaba hacia mí, me dieron ganas de
pedirle uno.
—No todos son así. Y solo enviaría a muchachos que demuestren ser de
fiar. Y además de eso, no tendrás que pagarles.
Me estudió de cerca. —Eso es una ventaja, supongo. —Dio una calada a
su cigarrillo y se quedó pensativo—. ¿Para cuándo necesitas una respuesta?
Me encogí de hombros. —Cuando puedas. La casa ya se está
construyendo. Debería ser habitable dentro de dos meses.
—¿Dos meses? Pero tenemos que irnos de aquí en un mes —dijo.
—Os pagaré un alquiler si es necesario. Pero primero, veré si podemos
retrasar la construcción del spa para que puedas quedarte aquí hasta que la
casa esté acabada. Creo que no habrá problema. Eso si tu ganado puede
manejar todas las idas y venidas.
—Déjame hablar con mi señora y te llamaré —dijo.
—Está bien.
Estaba a punto de marcharse cuando se detuvo y se volvió. —¿Por qué?
Fruncí el ceño mientras me examinaba de cerca. —Porque es lo correcto.
Estas tierras han sido cultivadas durante cientos de años. Quiero asegurarme
de que sigas cultivando. Al menos con la certificación orgánica, obtendrás
buenos precios por tus productos.
Él asintió lentamente. —¿Y qué hay de todos los demás?
—¿Los demás? Ah, ¿te refieres al resort?
—Sí. Se dice que ahora que tu buen padre ha fallecido, planean acabar
con tres granjas.
Asentí pensativamente. —No estoy al tanto de eso. Lo siento. Han pasado
tantas cosas últimamente…
—Tu padre estaría horrorizado. Él fue un buen hombre.
Me tragué las emociones que brotaban, sabiendo lo cercano que fue mi
padre de los granjeros.
—Declan está tratando de disuadir a nuestra madre.
—Se dice que ha perdido. —Se rascó la mejilla.
Negué con la cabeza. No podía hablar de esto ahora. —Lo estamos
investigando. De todos modos, Sr. Newman…
—John —dijo
—John, ha sido bueno conversar contigo. Avísame tan pronto como
puedas y arreglaremos todo para ti. —Le tendí la mano y él la tomó. Buena
suerte con tu ternero.
Él asintió y se alejó.
Regresé a Merivale, revisando mi teléfono en busca de una respuesta de
Mirabel. Nada.
A pesar de que parte de mis motivos se basaban en tenerla de nuevo en mi
cama, otra parte de mí quería ayudar verdaderamente a los Newman. Me
agradó ver cómo sus ojos se iluminaron con un rayo de esperanza después
de mencionar una casa nueva y el alquiler gratis por un año.

ME REUNÍ CON DECLAN en el salón amarillo. Escuchó con interés


mientras le informaba sobre mi reunión con John Newman.
Miró pensativamente en el espejo dorado ovalado sobre la repisa de la
chimenea, y pude ver la preocupación en sus ojos. —Me reuní con el
detective esta mañana. Interrogaron a Madre y a Will.
Me dirigí a la licorera de whisky de malta. —Creo que necesito un trago.
¿Tú?
Sacudió la cabeza.
—¿Y? —Me acomodé en un sillón de terciopelo verde con mi bebida.
—Sabes que lo drogaron. —Se dio la vuelta para mirarme fijamente a la
cara—. Encontraron Rohypnol en el armarito de su baño.
—¿En serio? —Mis cejas se fruncieron—. ¿Por qué tendría eso? ¿O se lo
pusieron a posta?
Sacudió la cabeza. —El detective me dijo que papá tenía una receta para
ello. Tenía problemas para dormir.
—Pero, ¿no es la droga de los violadores?
—Según el detective, el médico de papá reveló que papá sufría de
insomnio severo y, después de probar otros sedantes, le recetó este.
Caminé por la habitación y luego me paré frente a la ventana, mirando
distraídamente el bosque en la distancia. Mis ojos se posaron en un cuervo
que volaba en círculos en el cielo. Saqué los dedos de mis puños cerrados.
Diseccionar la vida personal de nuestro padre me desafió. Prefería pensar
en él como ese padre cariñoso que no se involucraba en prácticas
pervertidas. Los secretos familiares se mantienen mejor ocultos. A pesar de
que poseo una naturaleza curiosa, husmear no estaba en mi ADN.
—Entonces, ¿qué más? —pregunté.
—Había otro hombre allí, seguro. —Hizo una pausa—. Había participado
en algún tipo de actividad sexual porque encontraron ADN en él.
—¿Uno de esos extraños actos sexuales en los que se usa el
estrangulamiento? —Apreté los dientes.
Se pasó las manos por la cara. —Quizás.
—Pero, ¿por qué tomarse un sedante entonces? —Negué con la cabeza.
—El visitante llamó a la ambulancia. Pero solo encontraron a papá. La
persona que llamó no dejó ninguna pista y no se pudo rastrear el teléfono.
—Eso prueba que tenía algo que esconder —dije, caminando hacia la
licorera para tomar otro trago—. ¿No hay ninguna grabación de circuito
cerrado en el hotel?
Sacudió la cabeza. —El sistema estaba apagado.
—Eso es sospechoso, ¿no? —pregunté.
Exhaló. —El detective piensa lo mismo. No encontraron nada en el
teléfono de papá que sugiriera una reserva.
—¿Por 'reserva', te refieres a un gigoló?
—No estoy seguro de qué pensar, para ser honesto. —Se frotó el cuello.
Cuando Theadora entró, su rostro se iluminó—. ¿Cómo te ha ido?
Me levanté y besé a mi cuñada, y ella sonrió antes de volverse hacia
Declan. —He aprobado.
—Theadora acaba de sacarse el título de profesora. —El orgullo brilló en
los ojos de Declan. Pasó su brazo alrededor de su hombro y la besó.
—Bien hecho —dije, genuinamente complacido por Theadora, y
mostrando mi compasión hacia ella, considerando la fría recepción que le
había dado mi madre.
Después de enterarse de su matrimonio, mi madre afirmó que, dado que él
se había ‘casado’, yo tendría que casarme.
En defensa de mi nueva cuñada, dije: —Thea es una pianista muy
talentosa. Piensa en los adorables bebés que tendrán.
—Tienes que parar de estar con una chica diferente cada noche —insistió.
—Ya no hago eso. —Pensé en Mirabel. Mi madre la amaría.
Volví mi atención a Declan. —¿Qué opinas del asesinato de papá?
Mi madre entró justo cuando Declan abría la boca.
Hizo una pausa, levantó la barbilla casi con desdén hacia Thea, y me
compadecí por la pobre chica. —Estáis todos aquí.
—¿Dónde está Savvie? —le pregunté a Declan.
—Está en Londres. Está contratando a un investigador privado. —Se giró
hacia nuestra madre.
—¿Por qué? —Su frente se arrugó.
—¿¡Por qué!? —Mi cabeza se sacudió hacia atrás con incredulidad—.
Oye. Papá ha sido asesinado. Necesitamos saber quién es el responsable
para que el hijo de puta reciba lo que le corresponde.
Declan asintió con la cabeza.
Mi madre hizo una mueca ante mi tono. —Estás horroroso. No te has
afeitado en días. Y hueles a humo. ¿Has vuelto a fumar?
Me convertí en ese niño pequeño de nuevo. Dando un sorbo a la copa,
negué con la cabeza. —He estado con John Newman. Mencionó que vas a
comenzar las obras del resort. No has perdido el tiempo.
—Sí, estamos avanzando.
—¿Estamos? Tú y Crisp, ¿quieres decir? —Declan preguntó con un tono
frío en sus palabras.
—Él es mi socio, sí. —Se puso un poco inquieta y se alejó.
—Entonces, ¿qué pasa con Luke? —pregunté, tratando de dar sentido a la
investigación de nuestro padre.
Declan se unió a su esposa en el sofá floral junto a la ventana. —Papá le
dejó veinte millones. Estaba en números rojos justo antes de que muriera.
—¿Podría haber tenido algo que ver con eso? —pregunté.
—Luke tiene una coartada tan sólida como una roca. Estaba con otra
persona, lo cual ha sido comprobado.
Mis cejas se apretaron. —¿Pero Luke no era el socio de papá?
—Aparentemente tenían un acuerdo informal. —Declan levantó los dedos
—. Podría haber sido uno de esos extraños accidentes.
Miré a Declan a los ojos por un momento. —¿Lo crees?
Sacudió la cabeza lentamente y luego se encogió de hombros. —No sé.
Los dejé, perdido en un millón de pensamientos cuando sonó mi teléfono.
Vi el nombre de Mirabel y descolgué.
—Hola, preciosa —dije, sonriendo por primera vez en horas.
No hubo respuesta, solo voces apagadas. Obviamente había llamado por
accidente.
Escuché atentamente —No, Orson, no…
Grité su nombre, pero ella no respondió.
Capítulo 9

Mirabel

ENCORVADA EN EL SOFÁ con Sheridan, viendo otra película de Hugh


Grant, me sobresalté cuando escuché que llamaban a la puerta a
medianoche.
—¿Estás esperando a alguien? —pregunté. Acababa de regresar de casa
de Orson y accedí a una copa de Chardonnay.
—No sé quién podría ser. —Ella frunció el ceño antes de ir a ver quién
era.
Un momento después, Ethan entró y me quedé congelada, como un bulto
en el sofá. Me sentí sin aliento, como si me hubieran dado un puñetazo en el
estómago.
Llevaba los pantalones de pijama más horribles vistos por la humanidad,
holgados, con la entrepierna en algún lugar a la mitad de mis piernas. Por si
fuera poco, tenía unas pantuflas de peluche con cara de perro.
Mi corazón se aceleró como un coche cuesta abajo y sin frenos, y Ethan,
cambiando su peso de pierna a pierna, parecía tan cómodo como si
estuviera desnudo en una iglesia.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, mientras Sheridan le hacía un
gesto a Ethan para que tomara asiento.
Dejó caer la cabeza mientras se frotaba el cuello y mostraba una sonrisa
incómoda. —Te he estado llamando, pero no respondías.
Sheridan estiró los brazos y bostezó. —Estaba a punto de irme a la cama.
En realidad, no lo estaba, pero agradecí que nos diera espacio.
Me quedé en el sofá, con la cara ardiendo.
Con una chaqueta color burdeos y unos vaqueros negros de marca que
marcaban sus largas piernas y bien tonificadas, Ethan no encajaba para nada
en ese gastado sillón. Miró hacia la televisión. —Qué joven está.
—Sheridan es muy fan de Hugh Grant —dije.
—Yo también. Encuentro su torpe incertidumbre bastante entrañable. —
Miró hacia abajo, a mis pies y señaló—. Qué bonitas.
Giré los pies hacia adentro, como si quisiera que mi calzado infantil
desapareciera.
Me levanté. —¿Te apetece un té?
Él asintió. —Eso estaría bien. —Me siguió a la cocina—. Qué pijama más
sexy…
Me giré bruscamente para enfrentarlo. Éramos enemigos, tenía que
recordármelo. —¿Qué diablos estás haciendo aquí, Ethan?
Se apoyó en el banco, frotándose la mandíbula, pareciendo tímido. —He
venido porque estaba preocupado por ti. No respondías a mis llamadas ni a
los mensajes de texto.
Mientras sostenía mi mirada, me encontré ahogándome en sus ojos color
chocolate, buscando ese brillo juguetón. En cambio, su mirada reflejaba una
preocupación genuina.
Me tomé un segundo para ordenar mis pensamientos antes de hablar. —
Mi teléfono se está cargando. —Independientemente de mi obstinada
determinación de luchar con mis sentimientos, no pude detener la cascada
de calidez que me recorría. Había venido hasta aquí para verme.
Vertí agua del grifo en una tetera. —¿Por qué ibas a estar preocupado?
—Debiste presionar tu teléfono sin querer y me llamaste sin saberlo. Te
escuché gritar, 'No, Orson', y pensé que quizás pudiera haberte lastimado.
Así que vine corriendo.
Mientras vertía agua caliente en una taza, repasé lo que había dicho: —
¿Atravesaste corriendo la ciudad para venir?
—Oye, cuidado —dijo, señalando la taza justo cuando el agua se
derramaba por todas partes.
—Mierda. —Cogí un paño de cocina y limpié el agua—. ¿Has escuchado
lo que pasaba entre Orson y yo?
Él asintió. —Pensé que me estabas llamando. Me alegró descolgar.
Le miré, todavía sosteniendo la bolsita de té que goteaba. El simple acto
de preparar un té de repente se había vuelto algo complicado mientras
trataba de procesar la extraordinaria excusa de Ethan para explicar su
presencia en esa cocina lúgubre, jugueteando con su cabello.
—¿Y has venido desde Bridesmere? ¿Esta noche? —Un intenso ceño hizo
que me doliera la cabeza.
Con una sonrisa vacilante, asintió. —Probablemente sea una reacción
exagerada, pero estaba preocupado. ¡Estabas gritando, por el amor de Dios!
Se peinó el pelo hacia atrás con la mano y mi atención se concentró en sus
pómulos altos y su rostro perfectamente proporcionado. Cuando su lengua
lamió esos labios bien definidos, quise abalanzarme sobre él, rasgar su
camisa ajustada y frotarme contra él. Pero también a un nivel más profundo,
solo quería abrazarle.
El calentón probablemente podría manejarlo, pero mi corazón era otra
historia. Tuve que mantener la distancia. Si era completamente honesta
conmigo misma, estaba usando lo del spa como una excusa para odiarle.
Me odiaba a mí misma por ser tan cobarde. Pero los hombres como Ethan
Lovechilde no eran para siempre.
—Grabé algunas canciones y estaba muy cansada después de esa noche
—levanté una ceja en referencia a nuestra sesión de sexo sin parar—,
simplemente caí rendida en su cama.
Ethan tomó la taza que le entregué. —Bien. Bueno, supongo que fue una
especie de invitación.
—¿Invitación? —Fruncí el ceño de nuevo—. No follamos.
Recordé a Orson acurrucándose junto a mí. El teléfono estaba en el
bolsillo de mis vaqueros, y cuando fue a abrazarme, me escapé de sus
brazos.
—El intentó algo. Siempre lo intenta. Pero también es rápido en captar el
mensaje y nunca me ha forzado. Por eso he mantenido nuestra relación
profesional.
—Entonces ha sido una reacción exagerada por mi parte. —Su boca se
estiró en una mueca—. Lo siento.
Incliné la cabeza con una sonrisa triste. —Es muy amable de tu parte
preocuparte por mí. Lamento haberte arrastrado hasta aquí tan tarde.
Debería haber revisado mi teléfono. Qué tonta fui.
Se encogió de hombros. —Todo está bien. Y es bueno verte, de todos
modos. —Una vez más, su mirada se demoró y mi cuerpo se volvió
blandiblú.
Agarrando su taza, se sentó en el sofá y estiró sus largas piernas. —Está
bien. Mañana tengo una reunión con el jefe de personal del hotel. Así que
no ha sido un viaje en vano.
Me senté a su lado. —Estoy terrible.
Observó mi pijama de rayas. —Bueno, unos buenos bombachos siempre
mejoran el día. —Se rio.
De vuelta al Ethan cachondo. —Todavía te odio, ¿sabes?
—El odio es un poco duro. —Levantó las manos. Su sonrisa fue
reemplazada por un parpadeo incierto en sus ojos. El aire entre nosotros se
espesaba, y cuanto más largo era el silencio, más intensas se hacían mis
emociones.
—¿Qué tengo que hacer para conquistarte? —Extendió sus manos bien
cuidadas.
Busqué en su rostro su alegría normal, pero se había vuelto difícil de leer.
—No construyas ese spa.
—Ya está en marcha, Mirabel. No puedo pararlo.
Solté un suspiro frustrado.
Seguía mirándome, y tuve que alejarme para evitar ir a más.
—Vale, bien. Será mejor que me vaya, entonces. —Sonrió forzosamente
—. Me alegro de que estés bien. Eso es lo que cuenta.
Nuestros ojos se encontraron, y de nuevo, el tiempo se detuvo. Parecía
como si estuviera esperando a que yo dijera algo.
Abrí la puerta y prácticamente le empujé. Cuando se fue, mi corazón
apenas latía. Un momento antes, el simple hecho de estar cerca de él había
hecho palpitar mi corazón en mis oídos.
Fui a la nevera y cogí el Chardonnay.
Sheridan se unió a mí mientras revolvía la cocina en busca de vasos
limpios. —Oh, ¿sigues despierta?
—Tienes un aspecto horrible —dijo.
Me encogí de hombros. —Estoy bien.
—¿Por qué no estás en la cama con ese multimillonario tan sexy?
Solo escucharla decir eso me hizo reír. —Eso suena ridículo.
—Lo sé. Es asombroso. Este es el tipo de escenas tórridas sobre las que
me encanta leer. ¿Y vas y lo echas? —Su voz se elevó en un chillido de
incredulidad.
Bebí mi vino de un trago y asentí con seriedad.
Su melena roja se tambaleó de lado a lado mientras negaba con la cabeza
repetidamente. —Estás jodidamente loca. ¿Sabes lo aburrida que es la
monogamia? El mismo chico todas las noches. Tirándose pedos Liándola.
Dejando el baño hecho unos zorros. Sexo aburrido en la posición del
misionero que dura cinco minutos como mucho…
Tuve que reírme. Sheridan siempre se quejaba de Bret. —Entonces déjale
y sal con diferentes chicos por un tiempo.
Ella suspiró. —Quizás. Es bueno tenerlo cerca como compañía. Es genial
arreglando cosas y nos reímos.
Asentí lentamente, preguntándome si Ethan era bueno arreglando cosas.
Lo único que me imaginaba que hacía bien era preparando copas.
—Bueno, ¿y por qué había venido? Con esa chaqueta burdeos claramente
estaba cortejándote. Muy sexy...
—Sí. Es elegante, de acuerdo. —Suspiré—. Estaba preocupado por mí. —
Le conté lo que había pasado con el teléfono y Orson coqueteando
conmigo.
—Mierda. Eso es muy fuerte, Bel. ¿Vino hasta aquí por eso y le has
echado? Estás loca.
Resoplé. —Está a punto de desahuciar a un amigo de la familia. Está
construyendo sobre una parte importante de nuestra historia. Sería como
dormir con el enemigo.
—Estoy segura de que puedes disfrutar del sexo y dejarlo solo ahí. No
todo el mundo necesita saberlo.
Me enredé los dedos y miré distraída el grabado de la paloma de Picasso
en la pared.
—Oye… ¿Parece que hay algo más que lo de la granja? —insistió.
Sonreí con tristeza, mis ojos ardían por las lágrimas. Ella me calaba bien.
—Me estoy enamorando de él.
Se sentó más cerca y me rodeó con el brazo.
Tomé un pañuelo de papel de la mesita de café y me soné la nariz. —Se
trata de los Newman, pero también se trata de esto. —Toqué mi corazón y
mi voz se espesó por la emoción.
—Te preocupa que te haga daño. —El tono suave de Sheridan se llenó de
comprensión.
Asentí lentamente. —Después de nuestra primera noche juntos, me
enamoré de él. Incluso antes de eso, cuando tenía dieciséis años, ya estaba
enamorada de él. Y eso fue solo con besarnos.
—¿Amor a primera vista? —Sheridan lucía una sonrisa soñadora.
—Más bien amor a primera pelea. —Me reí.
Sheridan se rio. —Buen título para un romance de enemies to lovers.
—De eso se trata. Solo que ya no somos amantes. —Una lágrima rodó por
mi mejilla.
—Solo estás asustada, cariño.
—Estoy aterrorizada de cómo me siento. Cuando estábamos juntos nada
importaba. Volé. Fue una locura cómo pude trascender lo mundano. Me
abandoné a la lujuria.
—Me encanta como suena eso —dijo, llenando nuestros vasos.
—Tú es que eres una romántica salvaje. —Respiré.
—Y tú también, Bel.
Suspiré. —Incluso la otra noche en su ático, fue como si me hubieran
transportado a un mundo de opulencia y lujos inimaginables. Quiero decir,
el suelo estaba climatizado y la ducha... Dios mío, esa ducha tenía chorros
de masaje que lavaban cada parte del cuerpo. Uno incluso iba directo a mi
vagina.
Su boca se abrió de alegría. —Oh, eso bastaría, ¿no? Una podría correrse
con eso.
Me reí. —Tienes orgasmos en el cerebro.
—Bueno, después de escuchar lo tuyo y tus múltiples veces, siento un
poco de envidia. Lo que nos lleva de vuelta al principio. ¿Por qué diablos
no te lo estás follando ahora mismo? —Hizo una mueca de dolor.
—Tengo miedo.
Mi voz se quebró. Me odié a mí misma. ¿Qué pasaba con mi yo salvaje
que no temía a nada en la vida?
—Eso no es propio de ti. Eras la que follaba primero y pensaba después.
Admiraba eso en ti cuando nos estábamos descubriendo a nosotras mismas.
—Lo sé, y tengo las cicatrices para demostrarlo. —Pensé en todos esos
festivales de borrachos imprudentes, cuando me enrollaba con un chico
vagamente atractivo y terminaban acosándome—. No lo he hecho muy bien
que se diga.
—Ethan es elegante y sexy, y al menos no parece un mujeriego asqueroso
de esos.
—Podría alejarme de los hombres por un tiempo y tratar de organizar mi
vida un poco mejor. Grabar un disco y luego quizás pensar en conseguir un
trabajo real.
—La música es tu vida —protestó Sheridan—. No puedes convertirte en
una de nosotras. Eres demasiado interesante para eso.
Sonreí con tristeza. —Me gustaría ser aburrida por un tiempo. Parece una
vida más fácil. Ya sabes, alguien que no está buscando su próxima emoción
en cada esquina. Envidio a esas personas que son felices tomando té y
charlando sobre el clima. Parecen sonreír a través de sus vidas sencillas.
—Y pierden la cabeza con la demencia.
Su tono seco me hizo reír a pesar de la naturaleza oscura de ese tema.
Pero el humor negro parecía ayudarnos a controlar la vida.
Mi teléfono sonó. Leí: Nunca pensé que los pijamas holgados pudieran
ser tan sexys. Pasa a ser mi nueva fantasía.
Me reí y respondí. Eres un idiota.
Así son las cosas. Sí. Culpable de los cargos. Por cierto, acabo de
encontrar tus bragas rotas.
Mi cara ardía por el shock y el humor combinados. Qué asco. Tíralas. Ya
mismo.
¿Estás de broma? Escribió. Eso nunca sucederá.
Eres un enfermo.
Psicópata cachondo.
Siempre tendrás a esa sirvienta rubia, escribí, a pesar de que un pinchazo
de celos se clavó en mi vientre.
¿Por qué me conformaría con un edulcorante artificial después de
saborear un delicioso néctar? ¿Natural y de sabor dulce?
Mi ser se llenó de deseo ante el recuerdo de su lengua en mi clítoris
hinchado y cómo, después de relajar los músculos, lo ahogué en orgasmos.
Puedes tirar mis bragas, dije.
Que duermas bien, escribió.
Tú también.
¿Nos vemos en Bridesmere?
Supongo. Mantuve la calma, a pesar de que mi tigresa interior rugía por
un poco de acción.
La conversación terminó, y después de dejar que Sheridan la leyera,
porque ella nunca se habría rendido, me arrastré hasta la cama.
Saqué mi entrañable vibrador y visualicé a Ethan con mis bragas rotas en
una mano mientras sostenía su pene en la otra.
Mmm… Nada como una sucia fantasía para correrse fuerte. Sin embargo,
nunca coincidiría con la realidad.
Capítulo 10

Ethan

EL CENTRO DE REEDUCACIÓN estaba en pleno apogeo. Algunos


chicos cavaban mientras que otros se agachaban, plantando semillas en la
tierra mientras un jardinero les observaba de cerca y les daba instrucciones.
—El jardín está progresando —dije, uniéndome a Declan y Carson.
—Las cosas están avanzando rápidamente —respondió Declan—. Los
chicos parecen felices haciéndolo.
—Les están pagando. Por eso —dijo Carson con su voz profunda. Estudié
al tipo corpulento. Lo querría de mi lado si me enfrentara a matones
violentos.
—Realmente has convertido esto en algo realmente productivo —dije,
mirando a los chicos sacar cajas de un camión.
—Te han visto fuera de horario en el gimnasio —dijo Carson.
Asentí. —Me encanta el equipo y Drake es un entrenador personal
talentoso.
—Drake es un buen chico cuando quiere —dijo Carson.
—Me guía bien. Debo decir, Dec, que realmente te has puesto a la
vanguardia con ese gimnasio.
Declan parecía complacido. —Me alegro de que estés haciendo un buen
uso de él. Tal vez puedas convencer a mamá uno de estos días sobre el valor
de Reinicio para la comunidad.
—Ya lo he hecho. Me escuchó hablar de los entrenamientos con Savvie.
Ya conoces a mamá, cree que los gimnasios deberían ser solo para
levantadores de pesas o gimnastas.
Drake se acercó a nosotros. Alto y musculoso, con cabello negro y ojos
azules brillantes, era el tipo de chico que fácilmente podía imaginar que les
gustaba a las chicas. —Hemos terminado de plantar las coles. —Se secó la
frente y luego me saludó con un asentimiento.
—Tomaos un descanso. Voy en un minuto. —Declan se volvió hacia mí y
ladeó la cabeza—. Ven conmigo.
Nos dirigimos a la parte trasera del campo de entrenamiento, donde se
estaban poniendo los cimientos para la nueva casa de los Newman.
—¿Así que está interesado? —preguntó por John Newman.
Asentí. —Firmó el contrato por cinco años. Está feliz de trabajar con tres
de los muchachos.
—¿Sabe que no estará listo hasta dentro de dos meses? —Declan
preguntó mientras caminábamos por Chatting Wood.
Siendo última hora de la tarde, las hojas salpicadas por el sol brillaban.
Ese bosque siempre parecía encantado. Cuando éramos niños, estábamos
convencidos de que los magos y las brujas vivían en los árboles.
—Lo sabe —dije, pensando en John Newman y en cómo perdió años de
su rostro cuando le ofrecí unas vacaciones en España y luego arreglé que se
quedaran en una cabaña del pueblo mientras terminaban de construir la
casa.
—Su esposa expresó interés en trabajar en el spa.
—Pero eso es dentro de un mes, ¿no? —Declan preguntó mientras
atravesábamos el camino hacia la callejuela trasera a Merivale.
—Lo es. —Me dolía la espalda al pensar en todo el trabajo que aún tenía
por hacer. Entre el hotel y el spa, tenía una agenda apretada.

SAVANAH QUERÍA CELEBRAR SU vigésimo octavo cumpleaños en The


Rabbit Hole, uno de sus bares favoritos del West End, lleno de ‘ nuestra
gente’, como diría mi madre. No podría decir si me conecté tan
profundamente con ese bar de moda por su música de baile que hacía
resonar hasta las costillas, o por la gente de pared a pared con ropa de
marca, bebiendo copas y hablando en voz alta. Me gustaba más el ambiente
del Thirsty Mariner.
Con un vestido naranja con toques morados, mi hermana siempre buscaba
los diseños más locos que podía encontrar.
Señalé su atuendo. —Qué original.
—Vivien Westwood. La amo. Es genial, ¿eh? Combina con el color de su
cabello. —Ella se rio.
Sienna, la compañera fiestera de mi hermana, parecía que la hubieran
metido en un vestido color piel. Su hombro, que lucía un bronceado falso,
tocó el mío cuando y se unió a nosotros. Habíamos tenido algo que había
durado algunas noches, y ella estaba de nuevo en modo coqueto. Sus
gruesas pestañas que parecían tocar sus cejas revoloteaban con cada palabra
mía.
—Pensé que estabas desnuda cuando te vi desde la distancia al entrar.
Tuve que mirar dos veces —dije.
Ella se rio. —Creo que esa es la idea. Poner a los hombres calientes y
perturbarlos imaginándome desnuda.
—Oh, no necesitamos un vestido que se mimetice con tu piel para
ponernos cachondos —dije, recordando a Mirabel con su propio vestido
ajustado que abrazaba esas curvas perfectas—. Yo particularmente prefiero
el color.
Tocó la solapa de mi chaqueta. —Esto es muy pintoresco. Houndstooth.
Me recuerda a las chaquetas de mi abuelo. Pero te queda bien.
—La compré en Escocia. Soy bastante aficionado a Harris Tweed. El
proceso es bastante asombroso. Tiñen su lana con la vida vegetal local.
Se alisó el pelo rubio súper lacio. —No habría dicho que fueras a ser uno
de esos amantes de la naturaleza.
—Ese soy yo de principio a fin. Mi personaje de ciudad es solo una
fachada.
Declan y Theadora entraron por la puerta y se abrieron paso entre la
ruidosa multitud, que parecía doblarse en tamaño debido a todos los espejos
de las paredes.
—Ah, aquí están el hermano mayor y la cuñada —dijo Savanah,
sosteniendo una botella de cerveza en una mano y un vaso de chupito en la
otra.
Era justo decir que a mi hermana le gustaba la fiesta.
—Pensé que mamá le iba a dar un ataque al corazón cuando vio ese anillo
en el dedo de Declan. —Mi hermana se rio.
Asentí, recordando cómo la sangre se había drenado de la cara de mi
madre. —Me alegro por ellos.
—Sí. Yo también. Thea tiene tanto talento… Es realmente preciosa.
—Tú podrías haber seguido practicado escalas aunque mamá te acosara.
—Recordé a mi hermana menor fingiendo tocar el piano para apaciguar el
humor de nuestra madre.
—Me temo que estaba demasiado distraída para practicar cualquier cosa.
—Savanah esbozó una sonrisa triste. A pesar de que parecía despreocupada
por la vida, había momentos en los que esa fachada se resquebrajaba y
vislumbraba a la niña frágil que no había crecido del todo.
Savanah abrazó a Declan, seguido de Theadora, quien luego colocó un
regalo envuelto en su mano.
—No es mucho. Realmente no sabíamos qué regalarte —dijo Theadora.
Savanah desenvolvió el regalo y un collar grueso colgó de sus manos. Los
adornos morados combinaron perfectamente con su atuendo.
—Es algo que compré en una tienda clásica. Mary Quant, creo. Tienen un
montón de cosas de diseñadores de los años 60, 70 y 80. —Theadora sonrió
y Declan, con estrellas en los ojos, le rodeó la cintura con el brazo.
Estaban muy enamorados. Envidiablemente.
¿Quiero eso? No estaba destinado a seguir ese camino.
En esa nota interna de soltero confirmado, noté que Alex, un compañero
de juergas, se acercaba a nosotros. Era conocido por cargar conmigo, o más
bien por como cuidábamos el uno del otro, después de muchas noches
lamentables de exceso.
—Qué pasa tío… —dijo.
—Estamos celebrando el cumpleaños de mi hermana. ¿Conoces a Savvie?
—pregunté.
Él sonrió y la saludó.
—Únete a nosotros. —Hice espacio para Alex.
—Lo haría, pero estoy con esa chica. —Ladeó la cabeza hacia una rubia
de piernas largas junto a la barra—. Se viene fuerte. —Su ceja se arqueó.
—Bueno, entonces, buena suerte con eso —dije.
—¿Tú qué tal? No te había visto desde hace semanas.
—He estado ocupado. Entre todo lo del hotel, también estoy supervisando
el proyecto del spa… Y realmente tampoco he tenido muchas ganas de
ligues aleatorios.
Su rostro se arrugó con incredulidad. Incluso me sorprendió oírme admitir
eso en voz alta.
—¿Has conocido a alguien? —preguntó, con una nota de incredulidad
resonando en sus palabras.
—Algo así. Pero ella no está interesada.
Su rostro se iluminó con sorpresa como si hubiera dicho que me gustaba
que me arrancaran el vello del pecho. —Cada cosa insoportable a su
tiempo, ¿no?
Asentí.
Mirabel no me había devuelto los mensajes de texto después de mi visita
al apartamento de su prima, cuando me fui arrastrando los pies con el ego
herido. Tal vez todo lo que necesito es una mamada para alejar esta
sensación de vacío permanente.
Sienna se giró para mirarme, su lengua recorrió sus labios carnosos.
¿Soy tan transparente?
Alex se dio cuenta. Se daba cuenta de todo lo que tenía que ver con las
mujeres. El hombre era adicto a la persecución. A las chicas también les
gustaba, con esos ojos que brillaban diciendo: ‘Vamos a divertirnos’.
Incluso estaría enamorado de él si no estuviera cien por cien interesado en
los coños.
Supongo que hacíamos una buena pareja. Bebidas. Ligar con alguna
chica. Comparar notas. Y repetir.
Años después, me quedé con la cabeza llena de nombres y rostros
intercambiables. Desde luego, no echaba de menos tener que quitarme el
lápiz labial de la polla todas las mañanas mientras intentaba recordar de
quién era el coño que me había tirado la noche anterior.
—Muy guapa. Gran boca. —Llevaba la brillante sonrisa de un hombre sin
preocupaciones en el mundo.
Puse los ojos en blanco. —Sí, uno siente como si el cerebro le fuera a
estallar.
Él rio. —Sí. Adictivo.
—Hablando de bocas, parece que tu nueva chica está suspirando por ti —
dije, mirando a la mujer alta, vestida como cualquier otra mujer de ese bar.
Apretada, sintética, brillante y zapatos de tacón puntiagudo que podrían
funcionar como armas.
Pensé en Mirabel, con sus vestidos terrosos y sus botas. Ni siquiera usaba
pintalabios. Había olvidado a qué sabían los labios desnudos. Orgánica.
Saludable. Jodidamente agradable.
El asintió. —Será mejor que vuelva. Te veo pronto.
—Eso espero. —Me uní a Declan. ¿Alguna noticia de los detectives?
Sacudió la cabeza. Todavía no han encontrado al visitante.
—¿Crees que alguna vez lo sabremos?
Savanah se unió a nosotros. —¿Estáis hablando del asesinato de papá? —
Su voz se quebró. —Todavía no puedo creer que se haya ido.
Puse mi brazo alrededor de sus hombros. —Oye. Trata de no pensar en
eso. Es tu cumpleaños. Papá hubiera querido que te lo pasaras genial.
—Siento su presencia a veces, ya sabes —dijo con una mirada de dolor en
los ojos. Sus labios temblaron—. Desearía haberle dicho que le amaba.
Apreté mi brazo alrededor de sus hombros. —Yo también. —Un nudo se
curvó en mi pecho—. Me estoy quedando en su ático. Le noto en todas
partes.
Su boca tiró de un extremo. —Tendré que mudarme allí.
—Oye, puedes venir cuando quieras. Voy a pasar los próximos días en
Merivale.
—Mamá ya tiene las excavadoras en marcha para el complejo. Ese
imbécil de Crisp anda dando vueltas como un mal olor. Todavía voy a
ayudar con los diseños de interiores. —Miró por encima de mi hombro y
sus ojos brillaron.
Me giré para ver qué había levantado su estado de ánimo y vi a un tipo
muy tatuado que avanzaba pesadamente hacia nosotros.
—Oh, aquí está Dusty —canturreó, con el rostro brillante y de vuelta al
modo fiesta.
—Ha venido desde Bridesmere para estar aquí. —Nos miró a Declan y a
mí con una sonrisa de disculpa, Savanah sabía cómo nos sentíamos acerca
de su fetiche con chicos malos.
Dusty se unió a nosotros y nos presentó. La tinta pegada en todo su
cuello, manos y dedos me hizo suponer que todo su cuerpo estaba cubierto,
una especie de testimonio garabateado de su existencia sin ley,
probablemente oscura. Su cuello era tan grueso como su cabeza. Realmente
no entendía el encanto. Pero obviamente era atractivo, a juzgar por cómo
algunas de las mujeres le miraban. Como el atractivo brutal de hombre de
las cavernas.
Recordé al flaco de Orson, y me pregunté si ese era más el tipo de
hombres que le gustaban a Mirabel. Entonces recordé cómo había pasado
sus suaves dedos sobre mis abdominales mientras soltaba un gemido
entrecortado.
Al ver a Savanah seguir a Dusty al bar, me volví hacia Declan. —Veo que
el apetito de nuestra hermana por los luchadores callejeros no ha
disminuido.
Sacudió la cabeza. —Parece un maldito imbécil.
Ahí tuve que estar de acuerdo. —Sí. Uno jodidamente fuerte que
preferiría tener de mi lado.
—Ha estado detrás de Carson. Sin embargo, es demasiado blandengue
para nuestra hermana.
Mis cejas se levantaron. —¿Blandengue? Podría enfrentarse a seis Dustys
de una sola vez.
—Y que lo digas, le he visto acabar con una pandilla entera por su cuenta.
—Sonrió—. Pero Carson tiene un lado profundo y tierno. Vi lágrimas en
sus ojos mientras escuchaba a Theadora tocar el piano en el centro de
reeducación. Ella estaba enseñando a uno de los chicos y terminaron
haciendo un dúo. —Se volvió hacia su esposa y la rodeó con el brazo,
atrayéndola hacia él. Sus ojos se llenaron de amor—. Creo que le conmovió
el corazón ver a ese chico, que suele ser un alborotador, perdido en la
música. Después, el chaval se quedó tan manso como un corderito. —Se
volvió hacia Theadora.
—Tiene un montón de talento por sacar —dijo.
Estaban sucediendo tantas cosas que ni siquiera había pensado en
preguntar sobre el progreso musical de mi nueva cuñada. —¿Cómo va la
música?
Ella asintió. —Va bien, gracias. He habilitado un espacio para enseñar
desde casa, además de enseñar un día a la semana en una escuela local de
primaria. Y ahora en el centro de reeducación, por lo que parece. —Le
lanzó una mirada a Declan y él se inclinó y la besó—. También tengo un
concierto en el Mariner con Mirabel, mañana por la noche.
Mis oídos se calentaron al escuchar eso. Miré a Declan, que tenía estrellas
en sus ojos. —Tu esposa irá de gira pronto.
Sacudió la cabeza lentamente y la atrajo hacia sí como un recordatorio de
que ella era parte de él.
—Él no quiere que vaya de gira. Está celoso de los groupies masculinos.
—Theadora se rio.
—Tengo motivos para estarlo —dijo Declan.
Pensé en Mirabel y en cómo los hombres se la comían con los ojos en el
escenario. ¿Por qué no lo harían? Ella era una diosa.
Theadora sonrió. —No soy tan ambiciosa. Simplemente me gusta la
música de Mirabel, y cuando me preguntó si podía tocar algunas canciones,
acepté. También me hizo grabar algunas cositas para su nuevo CD. Estuve
allí hoy, en casa de Orson.
Mis ojos se abrieron y la frente de Theadora se arrugó en respuesta.
—¿Ella ha estado con él hoy? —pregunté.
—¿Le conoces? —Parecía sorprendida.
—He tenido el desafortunado placer de conocerlo. Está todo el tiempo
sobre ella. Eso sí lo sé.
Le lanzó a Declan una mirada de soslayo. —¿En serio? Mmm… no lo sé.
Quiero decir, parecía muy familiar con ella, supongo.
Declan inclinó la cabeza. —¿Sigues viéndote con ella? —Se volvió hacia
su esposa—. Ethan y Mirabel tienen una historia.
Agarré mi vaso con fuerza y cambié de postura. —No me habla en estos
momentos. El tema del spa es algo que la cabrea.
—¿Ella sabe que has ofrecido una salida a los Newman y que les estás
pagando el alquiler de su casa? —preguntó Declan.
Contuve el aliento. —No.
—Deberías decírselo. —Asintió—. John Newman parecía bastante
contento cuando visitó la nueva granja junto al arquitecto.
—Eso está bien —dije, recordando cómo el granjero me había llamado
solo quince minutos después de mi propuesta para aceptar mi oferta.
Por eso intenté llamar a Mirabel, pero cuando se negó a contestar, me
rendí. Podría haberla enviado un mensaje de texto, pero no quería parecer
desesperado. Ella lo descubriría pronto, imaginé. Aunque no podía jurar si
eso iba a ser suficiente para tenerla desnuda y en mis brazos de nuevo.
Había dejado de dar nada por sentado.
Capítulo 11

Mirabel

THEADORA SE LEVANTÓ DEL taburete del piano y los aplausos


crecieron. Siempre disfrutaba de mis actuaciones en el Thirsty Mariner. Mi
pub local tenía el mismo ambiente cálido y acogedor que un hogar familiar.
También me venía genial para probar material nuevo.
Como si acabara de salir de un plató de cine, Ethan se apoyó contra la
barra. Vestido con una chaqueta deportiva a cuadros azules y unos vaqueros
que le quedaban bien desde todos los ángulos, rezumaba la confianza de un
hombre que es el dueño del mundo. Con esa sonrisa tentadora, parecía estar
cómodo con cualquiera. Si fuera arrogante, sería más fácil odiarlo.
Una bonita chica rubia le susurró al oído mientras seguía mirando en mi
dirección. Casi podía sentir el calor de esos ojos adormecidos abriéndose
camino hacia mí, haciéndome tambalear y provocando que se me cayeran
las cosas.
—Oye, ha estado genial —le dije a Theadora mientras se alejaba del
piano.
—Ha estado bien tocar un piano afinado, a diferencia del último
concierto. Esta pobre cosa vieja estaba en un estado desesperadamente
malo. —Golpeó el piano que estaba rayado y gastado.
Aunque la vida de casada le sentaba bien, todavía tenía los pies en la
tierra y era realista.
—Ha sido un gesto generoso. Jimmy debe amarte por afinar ese viejo
trasto —dije.
—Al principio se pensó que quería que lo pagara. —Se rio.
Enrollando una correa alrededor de mi brazo, hice una mueca. —No le
gusta gastar dinero. Pero es un buen tipo y odiaría que lo vendiera.
—¿Quiere vender el local?
Su mirada de horror me hizo sonreír. —No, el Mariner ha estado en su
familia durante cientos de años.
Después de cerrar el estuche de mi guitarra y guardar mis cables, me pasé
las manos por el ceñido vestido para asegurarme de que no se había vuelto a
subir.
Seguí a Theadora, quien se unió a Declan. Sus ojos se iluminaron con
orgullo y amor cuando colocó su brazo alrededor de sus hombros y la besó.
—Eso ha sido sensacional. Sonáis muy bien juntas—. Me lanzó una
sonrisa apreciativa.
—Gracias —dije—. La grabación ha ido muy bien. Theadora interpretó
pasajes al estilo de Bach y queda muy bien.
Declan volvió a besar a Theadora en la mejilla. Hacían una pareja muy
hermosa. No solo físicamente, irradiaban vibraciones cálidas e inclusivas.
Como si su luz interior brillara hacia afuera y sus corazones fueran lo
suficientemente grandes como para contener el mundo.
—Ambos tenéis un aura muy amorosa —dije.
Los ojos de Declan se deslizaron hacia su esposa. —Si te refieres a que
parecemos locamente enamorados, entonces sí, estoy locamente enamorado
de mi hermosa esposa.
Ethan entró en nuestro grupo y se metió el dedo en la boca. —¿Queréis
parar? Empezad a comportaros de manera normal, no como la pareja
perfecta, ¿queréis?
Tuve que reírme, a pesar de mi determinación por evitar el contacto
visual. Me miró como lo haría con cualquier amigo, casi como si no
hubiéramos follado en posiciones que hubieran impresionado a los maestros
de yoga.
—Tenemos nuestros momentos —dijo Theadora—. Como echar
mermelada en la mantequilla, o dejar la tapa del váter levantada.
Dejé escapar un siseo exagerado y agregué en broma: —Oh, esto está
super mal.
—Por eso mismo Dios creó los baños, en plural —replicó Ethan.
Estaba a punto de responder cuando una chica rubia, que estaba gritando
de risa por algo que había dicho Savanah, enganchó su delgado brazo con el
de Ethan.
Me di la vuelta bruscamente, como si alguien me hubiera abofeteado,
rezando para que Ethan no notara esa reacción visceral. Después de
disculparme, salí a fumar un cigarrillo, el primero en toda la semana. Ethan
Lovechilde era una mala influencia no solo para mi cordura, sino también
para mi salud.
Justo cuando estaba encendiéndolo, vi una sombra y giré para
encontrarme a Ethan con una sonrisa melosa y contagiosa. Una no podía
negarle nada a un hombre con esa cara.
—¿Te importa si fumo contigo? —Su ceja se levantó—. Otra vez.
La última vez que le di un cigarrillo, habíamos compartido algo más que
tabaco.
Insistí en actuar como la Sra. Fría. —Por supuesto. Pero no voy a hablar
contigo. ¿Recuerdas?
Extendió las manos. —¿Por qué me estás castigando?
Estudié su rostro en busca de un indicio de esa sonrisa juguetona, pero se
había vuelto inexpresivo.
—Simplemente no quiero convertir esto en algo entre nosotros. Somos
demasiado diferentes. Y vas a seguir haciendo cosas horribles como destruir
tierras que no te pertenecen. Terminaré esculpiendo una efigie tuya y
arrojándola en aceite hirviendo.
Su rostro se arrugó en estado de shock. —Joder. Eso es muy fuerte… —
Su risa oscura me arrastró. Fue una locura decirlo, y tuve que reírme de mí
misma. Volviendo a su cara seria, resopló, como si algo le frustrara—. Por
cierto, no estoy interesado en Sienna.
Mis dedos nerviosos hicieron que enrollar ese cigarrillo fuera difícil. Lamí
el papel y se lo pasé. —No es asunto mío.
Encendí su cigarrillo y sus ojos escanearon los míos como si buscara
algún significado oculto detrás de mis palabras.
Una columna de humo salió de su boca. —Solo quería que lo supieras.
Me encogí de hombros. —Lo que sea.
Fumamos en un silencio incómodo, luego aplastó su cigarrillo y se fue.
Su repentina partida se sintió como un puñetazo en el estómago. Quería
que siguiera intentándolo. O conquistándome con sus lindos gestos.
Hizo una pausa y se giró. —Eres el mejor polvo que he echado. —Luego
se alejó.
Mis ojos casi se me salen de las órbitas. ¿Qué tenía yo en comparación
con todas esas hermosas mujeres que le respiraban al cuello?
Probablemente solo esté diciendo eso para volver a tenerte... Si es así,
¿por qué sus ojos marrones brillaban con tanta profundidad?
Mientras trataba de encontrarle sentido a la asombrosa confesión de
Ethan, volví a entrar y me encontré con una multitud de amigos que me
invitaron a su mesa. Agradecida por la distracción, me uní a los granjeros y
sus novias.
Steve, que trabajaba en una granja al lado de los Newman, me invitó a
una bebida y se sentó a mi lado. Habíamos crecido juntos. Él tenía mi edad
y siempre me había gustado. Pero no me gustaba de esa manera y él lo
sabía. Así que, cuando nos pusimos al día, fue más como una conexión
entre hermanos que un coqueteo. A diferencia que con Ethan. Incluso antes
de que nos engancháramos, Ethan coqueteaba abiertamente conmigo, lo
cual yo disfrutaba en secreto.
Hablando del diablo, al otro lado de la barra Ethan seguía robándome
miradas, sacudiendo mis nervios, a pesar del calor en mi pecho.
¿A quién no le gusta escuchar que son los mejores amantes del mundo?
Mi gruñona interior, sin embargo, estaba convencida de que solo había
dicho eso para llevarme a la cama de nuevo. Pero, ¿por qué me necesitaría
cuando tenía a esa preciosa chica vestida de alta costura prácticamente
chupándole el lóbulo de la oreja? Imaginé que se ofrecería al final de la
noche. Ethan estaba demasiado cachondo para rechazar a una chica
hermosa.
Los celos me retorcieron en nudos. Y mi cabeza casi se disloca de mi
cuello mientras los veía irse. Juntos.
Justo cuando estaba a punto de atravesar la puerta, se volvió y se despidió
con la mano.
Una repentina oleada de frustración me golpeó. ¿Por qué tuve que escalar
por la resbaladiza pendiente de la moralidad cuando podía caminar a través
de ese bendito pantano de apatía?
¿O era que, a un nivel más profundo como había admitido con Sheridan,
estaba tratando de protegerme de la angustia de un corazón roto?
Los hombres como Ethan Lovechilde no se casaban con chicas como yo.
¿Casarse?
¿Desde cuándo quería casarme?
Pensé en mis padres, que estuvieron muy enamorados hasta que sus vidas
llegaron a un final desgarrador por un accidente de coche.
También eran muy diferentes. Mi padre procedía de una familia rica y mi
madre procedía del campo.
Steve le devolvió el saludo a Ethan.
—Ethan es un buen tipo debajo de todas esas chaquetas a medida. —Él se
rio.
—¿De verdad? —Arrugué la frente—. Está a punto de acabar con tu
sustento.
—Esa es Caroline Lovechilde.
—¿Y qué hay de ese spa? Los Newman están a punto de perderlo todo.
—No, por lo que he oído. —Señaló mi vaso vacío—. ¿Otra?
Negué con la cabeza. —¿Qué quieres decir?
Después de que Steve me contara lo que Ethan pagó por la reubicación de
los Newman y unas vacaciones que no habrían podido permitirse jamás,
salté de la silla como si me hubieran mordido el trasero. Tenía que encontrar
a Ethan antes de que los labios rellenos de botox de esa chica se posaran
sobre su pene.
—¿Estás bien? —preguntó Steve.
—Estoy bien. —Le besé en la mejilla y salí corriendo por la puerta, sin
recibir mi pago por la actuación ni despedirme de Theadora y Declan, que
estaban entretenidos charlando.
Salí y al ver el auto deportivo rojo de Ethan, corrí. Mi corazón latía en mis
oídos.
Justo cuando llegué allí, vi una cabeza rubia cerca de su entrepierna.
Oh mierda, ya se la está chupando.
Mi corazón se encogió hasta el tamaño de un guisante, y mis piernas se
doblaron. Entonces me vio. Parecía que le había pillado en pleno acto
lascivo, y así era. ¿Por qué tenía que ser el hombre que me había robado el
corazón?
Capítulo 12

Ethan

APARTÉ A SIENNA DE un empujón. Mi pene se derrumbó súbitamente


por primera vez. ¿Esas noches calientes con Mirabel habían drenado mi
cuerpo de testosterona? ¿O era algo un poco menos clínico y más profundo?
¿Tan profundo que ya ni me reconozco?
Ahora ella realmente me odiaba. La forma en que sus ojos pasaron de
cálidos y juguetones a sorpresa y horror, en un abrir y cerrar de ojos, me
dieron ganas de gritar.
Ni siquiera me gustaba Sienna. Todo lo que hice fue ofrecerle llevarla de
regreso a Merivale, y ella se abalanzó sobre mí con sus dientes tirando de
mi bragueta. Se suponía que iba a irse con mi hermana, pero Savanah se
había ido antes con Dusty.
Atravesamos las puertas de hierro de Merivale. Por la noche, la fachada
con columnas parecía un camaleón de hormigón, con una variedad de
colores cambiantes que brillaban sobre sus paredes blancas.
—¿Tienes algo con esa cantante? —preguntó Sienna—. Parecía bastante
molesta. Sentía haber arruinado la fiesta.
—Tuvimos algo. Realmente no fue nada, supongo. Pero me gusta. —Me
mordí el labio inferior, tratando de darle sentido a esta ‘cosa’ entre Mirabel
y yo.
No podía entender por qué alguien que se identificaba como un espíritu
libre podía sentirse tan herida cuando se trataba de mí. Vale, estaba ese
pequeño detalle del proyecto del spa que no debería haber seguido
avanzando.
Incluso yo me arrepentí de esa decisión, pero ya era demasiado tarde.
—Parecía bastante asustada. Puedo decirle que no pasó nada, si quieres —
dijo Sienna, mientras jugaba con sus largas uñas azules.
La culpa me golpeó fuertemente de nuevo. ¿A cuántas chicas había
lastimado? Todas las llamadas que nunca llegué a devolver. Por no hablar
de los enfrentamientos cara a cara tras ser pillado a escondidas o haciendo
una escapada rápida.
Siempre pensé que teníamos sexo solo por diversión, pero ciertas
personas tenían una forma de llegar más adentro. Nunca pensé que eso
fuera posible, hasta ahora. Tal vez fue la pérdida de mi padre, pero ya no me
identificaba con ese tipo descarado en busca de la próxima fiesta.
—Oye, no fue mi intención engañarte. Esa no era mi intención.
Ella sonrió. —Está bien. Yo soy la que se ofreció a chupártela.
¿Recuerdas?
Sonreí ante su cruda honestidad. —Vamos, entremos. Y mira, estoy
cansado, así que…
Abrió las manos. —Lo entiendo. Te gusta otra persona. Es dulce. Es una
chica afortunada. Aunque parecía bastante enfadada contigo.
No estaba dispuesto a contradecirla. Me gustaba Mirabel.
Si bien no podía estar en desacuerdo con Mirabel al describirnos como
diferentes, también éramos muy similares. Y ella sabía más sobre mí que
cualquier otra mujer con la que había salido, por lo que probablemente no le
desabroché el sostén en ese momento.
Sienna y yo subimos por el sendero iluminado, que arrojaba sombras
sobre el jardín, casi animando las esculturas que, de niño, me había
convencido a mí mismo que cobraban vida por la noche.
Deseaba poder volver a ser él y empezar de nuevo. No perdería el tiempo
persiguiendo chicas, sino que me dedicaría a la ciencia o algo más
satisfactorio que esperar el reparto de viejas tierras.
Nunca fui del tipo anárquico. Me gustaba ganar dinero y había aprendido
a hacerlo bajo la guía de viejos amigos de la universidad que operaban en el
mercado financiero. Las cifras me resultaban naturales y las matemáticas
me parecían fáciles. Si no hubiera dado tantas vueltas, podría haber entrado
en matemáticas complejas.
Entramos en el gran salón, que a la luz de las lámparas parecía un museo.
Estatuas de mármol y valiosos jarrones se alzaban entre pinturas clásicas
sombrías y adquisiciones contemporáneas. Todo en su sitio perfecto.
—Está bien, entonces —dije—. La cocina siempre está abierta para
bocadillos y bebidas. —Torcí el dedo—. Permíteme enseñártela. ¿Sabes
dónde está la habitación de invitados?
Ella se rio. —He estado aquí un montón de veces, Ethan. Pero es muy
amable de tu parte. Sin embargo, sí que podría comerme un bocadillo. —Se
frotó la barriga y yo sonreí.
Me gustaba. Mi pene, sin embargo, no estaba tan interesado. Ahora estaba
ocupado estando de acuerdo con mi cerebro y mi corazón. Habían decidido
que todos debían ser parte de la acción de ahora en adelante. Eso convirtió a
Mirabel en algo difícil de superar. Tenía inteligencia, belleza y profundidad.
Me despedí de Sienna y me fui a la cama. Fui a mi habitación y bostecé.
Tenía que levantarme temprano a la mañana siguiente.
Le envié un mensaje a Mirabel. No ha pasado nada con Sienna. Se
agachó para buscar sus pestañas.
Unos minutos más tarde, respondió: Claro, seguro.
Tuve que reírme. Por supuesto no me iba a creer. No hicimos nada. Ella
quería, pero yo no estaba interesado. Estoy aquí solo en casa, suspirando
por esa hermosa mujer que vi contoneándose en el escenario esta noche.
Ella respondió: Yo no me contoneo.
Oh, sí, lo haces. ¡Y cómo!
¿Por qué no me dijiste que estabas construyendo una casa para los
Newman?
Quería hacerlo, pero siempre me olvido de las cosas cuando estoy cerca
de ti.
Se te cruzan las palabras.
¿Cómo?
Parece que sufres de un lapsus de memoria.
Escribí: Eso es porque cuando estás cerca, en todo lo que puedo pensar es
en desnudarte.
Ella respondió: En tus sueños.
¿Cenamos?
Ya he comido.
Me refiero a mañana por la noche.
Me voy a Londres a grabar.
¿Con el Sr. Púrpura?
Sí.
¿Cenamos a tu vuelta? Tengo que ir a Londres para una reunión en el
hotel.
Quizás.
Te llamaré. Dulces sueños.
Igual.
Complacido de que los mensajes terminaran de manera civilizada, guardé
el teléfono. Me quedé dormido y soñé con una belleza pelirroja rodando
desnuda conmigo junto al estanque de los patos. Me desperté con una
erección terrible.

AUNQUE MERIVALE TENÍA SU propio gimnasio, preferí ir a Reinicio.


Además, la caminata hasta llegar allí me dejó helado.
Cuando llegué, Drake estaba bromeando con un chico alto, flaco y
pelirrojo.
Al verme entrar, asintió.
Estiré los brazos y luego me acerqué a un juego de pesas.
Drake se acercó a mí. —Oye, ¿necesitas una mano con eso? —Los pesos
que estaba a punto de levantar estaban mucho más allá de mi rango normal.
Esta nueva determinación de hacerlo todo mejor se tradujo repentinamente
en esforzarme más en el gimnasio.
—Claro —dije.
—Es posible que desees comenzar con algo más ligero, como
calentamiento. —Señaló el surtido de mancuernas del estante.
—¿Por qué no me guías, como el otro día? Eso fue asombroso. Me sentí
genial después. Y no tuve dolor al día siguiente. A diferencia de cuando lo
hago solo.
Él asintió lentamente. —Lo recuerdo. Estabas a punto de hacerte daño.
El desgarbado chico pelirrojo se unió a nosotros.
Drake golpeó a su amigo en broma en las costillas y se rieron. —Este es
Billy. Habla demasiado.
—Vete a la mierda. Tú eres el que nunca se calla.
Me reí por el descaro en sus ojos. Con ese acento irlandés, hizo que
sonara como si la vida fuera para reírse.
Los muchachos se unieron a mí, Billy estuvo tratando de superar a Drake,
pero nunca lo logró. Drake era un espécimen impresionante y nos pasaba a
los dos. Pero yo era más fuerte que el otro día. Había progresado y había
subido a pesos más pesados.
Aunque Billy era delgado, demostró tener una fuerza impresionante. Su
rostro se puso rojo por la determinación de seguir el ritmo de su amigo.
Luego se aburrió y en su lugar golpeó un saco de boxeo.
—Billy está entrenando para boxear —dijo Drake—. Es realmente bueno.
Todas esas peleas callejeras están dando sus frutos.
Billy levantó la barbilla. —Siempre puedo cambiar esto por tu fea cabeza,
si quieres.
—Mejor no. Podría saltarte esos dientes de niña.
—Vete a la mierda —dijo Billy, golpeando fuerte.
—Él siempre está cepillándose los malditos dientes —me dijo Drake.
Me reí. Me cayeron bien.
Los ojos de Drake se oscurecieron, y me giré para mirar al chico que
acababa de entrar, vestido de Nike de pies a cabeza, lo que me hizo
preguntarme si vendería drogas.
—¿Quién es ese? —pregunté.
—Ese es Bailey. Es un maldito idiota.
Bailey nos miró y luego miró a Billy. —Si es el orangután flaco…
—Cállate la boca, idiota Tory —dijo Billy, golpeando con más furia—.
Mi cabeza se echó hacia atrás, y tuve que recordarme a mí mismo que
estos chicos habían estado en prisión. No iban a compartir una conversación
respetuosa sobre ningún capítulo de la serie de Miss Marple.
Drake puso los ojos en blanco. —Él es un puto problema. Acaba de llegar
hace dos días. Se cree dueño del lugar.
Aunque musculoso, lo que sugería que hacía ejercicio, Bailey se sentó en
el banco de prensa y realizó los movimientos de manera superficial. Me
pareció poco comprometido. Después de algunas repeticiones, se acercó a
Billy y le susurró algo. Billy, que ya tenía la cara roja por los golpes
feroces, le dio un cabezazo.
Bailey cayó sobre su culo. Se puso de pie y le lanzó un puñetazo, pero
Billy lo esquivó y estaba a punto de abalanzarse sobre él cuando Drake
corrió a separarles. El rubio habría quedado en segundo lugar, conjeturé,
mientras observaba como todo había pasado de una broma amistosa a una
pelea total en cuestión de segundos.
—¿No sabes que, si te atrapan de nuevo, estarás de vuelta? —Drake
reprendió a Billy.
Billy se secó la frente con el dorso de la mano. —Entonces dile a ese
idiota que se vaya a la mierda. Él empezó.
Bailey se rio. —No puede evitarlo si su madre es una loca.
Billy aplastó a Bailey, mientras Drake le gritaba que se detuviera.
Carson entró corriendo y los separó como si fueran un par de cachorros en
guerra. —No, vosotros dos otra vez… —Dejó escapar un gemido de enfado
y luego señaló el rostro del chico irlandés—. Ya te he advertido.
—Ha empezado él, joder —apeló Billy.
Drake asintió para corroborar la versión de su compañero.
—Yo lo he visto —dije, uniéndome a ellos. Apunté mi barbilla hacia
Bailey—. Entró buscando problemas. Estoy seguro.
Carson se rascó la barbilla. —Vete. Ahora.
Todos se fueron. Se volvió hacia Drake. —Ve con ellos. Vigílalos.
Drake asintió y se fue.
—¿Cómo estás? —le pregunté a Carson.
—Estaba bien hasta que he entrado aquí. Es un puto problema ese Bailey.
—¿Por qué no le echas? —Desenrosqué mi botella de agua y bebí un
trago.
—No puedo. Es el hijo de alguien rico. No sé de quién. Algo no tiene
mucho sentido, para ser honesto. Lo teníamos con nosotros. No ha estado
encerrado ni nada, aunque debería estarlo. Nos pidieron que le diéramos
cuerda o de lo contrario…
—¿O si no qué? —pregunté.
—Estamos sobre aviso, básicamente. Cualquier problema, perderemos
nuestra licencia. —Manipuló una pesa que Drake había dejado tirada y la
recogió como si fuera una manta.
—Cerrarán el centro, ¿quieres decir? —pregunté.
—Podríamos mantener todo el tema deportivo. —Se rascó la mandíbula
barbuda—. El campo de entrenamiento está recibiendo mucho interés.
Principalmente por parte de ejecutivos. Pero yo estoy aquí para ayudar a los
chicos. Son todos buenos muchachos. Me he encariñado con ellos. Hasta
que este apareció el otro día. No deja a Billy ni a sol ni a sombra. Sigue
burlándose de su madre, que está en silla de ruedas.
—Estás bromeando. —Sacudí la cabeza con disgusto—. No es de
extrañar que quisiera golpearlo. Ese gilipollas estaba burlándose de Billy
sobre su madre discapacitada.
—Sí. Un niño rico hijo de puta. No puedo soportarlo. Voy a tener unas
palabras con Declan.
—Yo también hablaré con él. Billy me parece alguien que puede valerse
por sí mismo. Odiaría verle encarcelado por defender a su madre. Pero,
chico, nunca había visto a nadie golpear un saco así.
Carson asintió. —Tiene talento, sí. Traeremos a un entrenador de boxeo.
Tal vez instalemos un ring.
—Oye, es una gran idea. El boxeo es un deporte muy popular.
—Yo como pacifista, lo odio.
Estudié a Carson y enarqué las cejas. —¿En serio? —No tenía el cuerpo
de un hombre que odiara pelear. Era como si alguien con un tono de voz
perfecto odiara la música.
—Billy es un agitador de mierda, pero es un buen chico.
—¿Por qué lo encerraron? —pregunté.
—Por golpear a alguien en una noche de borrachera. La víctima perdió un
ojo.
Arrugué la cara. —Mierda.
—Ha pagado por ello. Leí las notas del consejero. Llora hasta quedarse
dormido prácticamente todas las noches. También quiere mucho a su madre,
siempre asegurándose de que esté bien cuando la visita. Tiene un gran
corazón ese chico.
Asentí lentamente. Estar allí había sido una gran revelación.
Después del gimnasio, me dejé caer por el salón para tomar un café antes
de mi reunión en el spa. Encontré a Declan discutiendo con nuestra madre
en la biblioteca.
—Oye, ¿qué pasa ahora? —pregunté.
Mi madre puso los ojos en blanco. —Tu hermano desaprueba los límites
del complejo.
—Por supuesto que lo desapruebo. Dijiste tres granjas. ¿Ahora quieres
invadir una cuarta?
Golpeó su bolígrafo en su escritorio.
—No estoy de acuerdo por principios. —Declan se giró hacia mí,
buscando mi opinión.
Abrí mis manos. —No he visto los planos.
—Eso es porque no estabas en la reunión de la junta —dijo mi madre
secamente.
—Me tengo que ir —dijo Declan.
—La velada. ¿Interpretará tu esposa a Debussy, como prometió? —
preguntó.
Declan resopló. —Theadora ha accedido, a pesar de mis dudas.
Sus cejas se juntaron. —¿Por qué no querrías hacer alarde de su talento?
Necesitamos todo el apoyo que podamos obtener para superar este
matrimonio tuyo.
Él la señaló. —Ella no es un objeto de exhibición.
—Esta será la presentación formal de tu esposa. Un importante paso
adelante. ¿Estarás de acuerdo?
—Ha accedido a hacerlo. Solo trátala un poco más cálidamente. Hasta
ahora, no has hecho nada más que darle la espalda.
Su boca se torció en una leve sonrisa. —Soy siempre cordial. Ya sabes lo
que pienso sobre este matrimonio. Apenas estoy superando el impacto de
que mi hijo mayor se haya casado por debajo de mis aspiraciones.
—Ella es mi igual, madre. Supéralo.
Me volví hacia Declan, perplejo. —¿Qué velada?
Miró a nuestra madre. —Tal vez puedas explicárselo.
—Pensé que sería un buen toque organizar un recital en el salón de baile.
—Ella sonrió.
—Eso suena a noche divertida.
La boca de mi hermano se curvó ligeramente ante mi comentario irónico,
mientras seguía a Declan.
—Oye, mira, acabo de estar en Reinicio, donde he conocido a Drake y
Billy. Me parecen buenas personas. De todos modos, el imbécil de Bailey
apareció y causó todo tipo de problemas.
—Lo sé. Es un imbécil. —Se frotó la cara—. Bailey es el hijo de uno de
los conocidos de mamá.
—Si necesitas que testifique contra él…
—Creo que podrían haberle metido a posta. —Inclinó la cabeza hacia la
oficina de mi madre.
Me quedé boquiabierto. —¿Crees que planea algo?
Se encogió de hombros. —O Crisp. Si hay algún problema, cerrarán
Reinicio.
—Estaré allí como apoyo.
Le seguí hasta la cocina, donde nos recibió el personal que se ocupaba de
preparar la comida. Un aroma a horneado hizo que mi estómago rugiera.
—¿Algo de comer? —nos preguntó Janet.
Declan me miró y yo asentí.
—Lo llevaremos afuera. Hace un día precioso —le dijo a Janet.
Nos acomodamos en el patio con vistas a la piscina.
—¿Has estado nadando mucho? —pregunté.
—Prefiero el mar. Pero sí, lo he hecho —dijo, estirando las piernas.
—Podría darme un chapuzón más tarde. Hace calor hoy. —Me sequé un
hilo de sudor de la frente—. Sin embargo, la piscina podría necesitar una
buena limpieza. Accidentalmente me topé con Savanah y su último chico.
Tendré que recordarle que mantenga su vida sexual a puerta cerrada.
—¿Estuvo en la piscina por la noche otra vez? —preguntó.
—Sí. Me imagino que habrá algo de ADN extraño flotando por ahí.
Su rostro se arrugó. —Vive al límite nuestra hermana. Madre se acuesta
temprano, así que supongo que asume que no la verá.
Janet nos sirvió unos pasteles de carne con ensalada, y se me hizo la boca
agua. La fragancia me trajo cálidos recuerdos de cenas familiares. Por eso
me encantaba estar en Merivale, la comida, los buenos recuerdos y la
ubicación entre el mar y el bosque, la belleza pura del hogar de mi infancia.
Dejó los platos y le devolví una sonrisa agradecida. Después de haber
estado entrenando, tenía un hambre voraz.
—¿Cómo es la vida de casado, entonces? —Me llevé un tenedor lleno de
pastel a la boca, saboreando el sabor de la salsa de la carne en mi lengua.
—Es maravillosa. Nunca he sido más feliz. Y mejora todo el tiempo.
Sus ojos reflejaban ese raro brillo de profunda satisfacción. Le envidié por
encontrar por fin el equilibro. Yo todavía estaba dando vueltas en la
oscuridad, buscando el mío.
—Crisp es ahora el socio comercial oficial de mamá. —Sacudió la cabeza
con disgusto—. Creo que Savanah ha contratado a un hacker.
—Eso es optar por la vía criminal. —Me limpié la boca con una servilleta
de tela—. ¿Aún sospechas que no fue un accidente?
Tomó un sorbo de agua. —Mamá y Crisp no han perdido el tiempo,
¿verdad?
El resort y lo rápido que se movía aquel proyecto me inquietó, porque
también había otro sospechoso claro en todo esto. Nuestra madre.
Capítulo 13

Mirabel

DESPUÉS DE UNA SEMANA de grabación en Londres, estaba de regreso


en Bridesmere, y viendo que mi cocina estaba vacía, me dirigí al
supermercado. Mientras paseaba por los pasillos de la tienda de comestibles
local, me encontré con Theadora.
—¡Hola! —dijo, abrazándome.
—Estoy tan contenta de que nos veamos. Iba a llamarte para dar un
concierto en Londres por el lanzamiento de mi disco.
Nos hicimos a un lado del pasillo para dejar pasar a la gente.
Su ceño fruncido se desvaneció y su rostro se iluminó. —¡Lo tengo! ¿Qué
te parece hacer una especie de intercambio?
Le lancé una mirada picaresca.
—Actuaré mañana por la noche en Merivale. ¿Quizás podrías unirte a mí?
Están organizando una velada.
Eso despertó mi curiosidad. Lo que realmente quería preguntar era si
Ethan estaría allí. —Eso no es nada nuevo. A Caroline Lovechilde le gusta
aparentar ser una mujer culta.
Puso los ojos en blanco. —¿A que sí?
Su tono frío no pasó desapercibido para mí. —Lamento que no te lleves
bien con ella.
—Ella me odia. Una ex sirvienta que se casa con su amado hijo… —Se
rio—. Nada que no pueda manejar. Tengo mucha práctica con figuras
maternas frías y dominantes.
Mis cejas se levantaron ante ese comentario cargado de doble sentido. —
Eso suena intenso.
—No dejo que me afecte. —Puso una sonrisa forzada.
Pagamos la compra y la seguí hasta la calle.
—Caminemos hasta el muelle para que pueda comprar algo de pescado
fresco —dijo—. Si tienes tiempo, claro…
Me eché la mochila a los hombros y cruzamos la calle.
La marea estaba alta, mientras las olas implacables rompían contra el
muelle salpicando espuma en el aire. El rocío del mar nos salpicó la cara
mientras caminábamos hacia la pescadería.
—¿Supongo que a tu madre le gusta Declan? —pregunté.
—No le ha conocido.
Dejé de caminar. —¿En serio?
—Ella sigue llamándome para que la invite. Se muere por visitar
Merivale.
Theadora me contó lo que le había pasado y yo negué con la cabeza en
estado de shock. Fue sorprendentemente inexpresiva y parecía que no la
afectara cuando describió su horrible infancia.
Ella sonrió ante mi mirada de horror. —Oye, estoy bien. Solo nos tenemos
a nosotros mismos al final. Y nunca hubiera conocido a Declan. Pasaría por
todo eso de nuevo si fuera indispensable para conocerle.
Asentí lentamente, pensando en Theadora siendo drogada. —Y ese
personaje, Crisp, que es parte del círculo íntimo de su madre, ¿estará en la
velada?
Nos apartamos del camino de un pescador que empujaba un carro. Sentí el
sabor a sal en mis labios mientras me limpiaba la cara con el dorso de la
mano.
—Probablemente. —Ella se encogió de hombros—. Declan ya le dio un
puñetazo en la nariz. —Levantó las cejas—. He seguido adelante, aunque
no confío en él.
—No puedo culparte.
Hicimos cola en la furgoneta de pescado con la pesca del día en oferta.
—¿Así que ahora tu madre quiere ser parte de tu vida? —pregunté.
—Así es. Le dije que cuando ese marido monstruoso suyo ya no
estuviera, podría permitirle una visita. —Miró hacia el mar—. Es curioso
cómo se han invertido los papeles. Yo soy la que ahora la está alejando. Tal
como ella me trató. No la voy a perdonar fácilmente. —Su rostro se iluminó
de repente—. Oye, ¿por qué no actuamos juntas en Merivale? Sería genial.
Ese repentino cambio de tema me cogió por sorpresa. Me tomé un
momento para procesar su sugerencia. Aparte de sus bonitos mensajes, no
había hablado con Ethan desde el concierto en el Mariner. Esa cena en la
ciudad nunca sucedió porque estaba ocupada grabando mientras luchaba
contra los intentos de Orson.
Eso fue hacía ya una semana. Ethan me había llamado varias veces.
Simplemente no le había devuelto sus llamadas. Todavía estaba atrapada
bajo la idea de que somos demasiado diferentes.
—¿Seré bienvenida? —pregunté.
La boca de Theadora se curvó lentamente. —Sí, claro que sí.
Respondí con una risa sorprendida. —¿Me estás usando para revolver las
cosas con Caroline Lovechilde?
Sus ojos brillaron con un toque de picardía. —Quizás. Pero bueno, será
divertido. Y te dará algo de visibilidad, ¿no?
Llegó nuestro turno y esperé mientras Theadora hacía su pedido. Después
de pagar y recibir su paquete, volvimos a la calle.
—¿Qué pasa con Ethan?
—¿Qué pasa con él? —preguntó—. Está enamorado, por cierto.
Dejé de caminar y giré la cabeza para mirarla a la cara. —¿Te ha hablado
de mí?
Desató su bicicleta. —Ethan siempre pregunta por ti. Entonces, ¿quieres
hacerlo?
Las preguntas chocaron entre sí. Me quedé boquiabierta. Me encogí de
hombros. —¿Por qué no?
—¡Bien! —Parecía emocionada, como si fuéramos quinceañeras
rompiendo reglas por un poco de diversión.
—¿Qué te vas a poner? —pregunté.
—Tengo un traje español que me compré en Londres. Es asombroso.
Deberías verlo.
—Eso suena colorido.
Asintió. —Aunque voy a tocar una pieza de Debussy, mi vestuario me ha
inspirado para interpretar una pieza de Carmen.
—Eso suena apasionado. Tendré que pensar en lo que me voy a poner
yo... Y ¿qué voy a cantar?
—'Song of the Sea'. Me gusta mucho esa canción. —Sus ojos se
iluminaron—. Tengo una idea. ¿Tienes tiempo de venir para hacer un
ensayo primero?
—Supongo que sí.
—Se me acaba de ocurrir. —El contagioso estallido de entusiasmo de
Theadora me hizo sonreír—. Voy a tocar el Claro de Luna. Estoy segura de
que puedo encontrar una transición fluida a tu canción. Seguro que
funcionará.
—De acuerdo.
Sus ojos permanecieron posados en mí. Sentí que su mente se aceleraba.
—¿Crees que podrías aprenderte una canción para mañana?
Me mordí la mejilla. —¿De otra persona?
Ella asintió. —Una canción de Carmen de Bizet.
Theadora tarareó la canción que tenía en mente.
—Me encanta esa canción —dije.
—'La Habanera'. Muy sexy. —Ella sacudió los hombros y se rio.
Mi mente se arremolinaba con todo tipo de posibilidades. —¿Crees que
podría cantarla? No soy una soprano.
—Será aún mejor. Cántala con esa voz ronca que te caracteriza. Hazla
tuya.
Me dolía la cara de sonreír, mientras la expectación bombeaba a través de
mí. —Me iré a casa ahora mismo y la descargaré. —Ajustando mi mochila,
pregunté—: ¿Quién más va a actuar? ¿Es una velada dices?
—Recitales de poesía y otros números musicales, creo. Anticuado y
cargado.
Me reí. —No hay nada malo con la poesía.
Sus pensamientos estaban en otra parte. Pude ver a Theadora
inventándose una obra de teatro en el acto. No me importó. Le di la
bienvenida a que mi creatividad fluyera nuevamente. Grabar mi disco había
sido algo mecánico, con todas esas tomas repetidas, lo cual fue agotador.
—Mañana por la mañana habrá un mercado en Trentham. Podemos ir allí
y encontrar algo para ti. Algo furtivo.
Negué con la cabeza. —Creo que has perdido tu vocación como directora.
Ella se rio. —Estoy muy emocionada de repente. Estoy tan contenta de
haberme topado contigo… Si vienes, podremos divertirnos un poco.
—Está bien. Tengo que aprenderme una canción. E iremos al mercado por
la mañana en busca de un vestido ajustado. —Fruncí el ceño—. ¿Encontraré
uno seguro?
—Hay muchos tenderetes de diseñadores clásicos. Estoy segura de que
habrá algo interesante y sexy.
—No puedo esperar —dije—. Envíame un mensaje de texto con la hora
del ensayo.
—¿Qué tal a las cuatro?
Asentí lentamente. —Me daré prisa en volver ahora y me pondré manos a
la obra. Puede que hoy no me aprenda toda la letra, pero tengo hasta
mañana por la noche.
Me despedí mientras ella se alejaba en su bicicleta.
Capítulo 14

Ethan

CUANDO SE INVENTÓ LA palabra arrogancia, tenían en mente a


Reynard Crisp. Vestido con un esmoquin de terciopelo azul, parecía el
dueño de su rico pedigrí como un dictador que se abría camino hasta el
poder a golpes. Llevaba esa característica sonrisa insípida, que nunca
llegaba a sus ojos, mientras permanecía de pie con una postura rígida,
participando en sutilezas sociales con los invitados.
Nunca había tenido nada contra él. Hasta ahora.
Declan y Savanah se unieron a mí.
—¿Crees que se pone Botox? —Incliné la cabeza hacia el hombre que
habíamos colocado en la parte superior de nuestra lista de sospechosos de
asesinato.
—Probablemente. —La breve respuesta de Declan me sobresaltó. Si
alguien debería estar furioso por la presencia de ese idiota, era él.
—¿Por qué te lo tomas tan a la ligera? —pregunté.
Intervino Savanah. —Estoy de acuerdo. No puedo soportarlo. Se lo dije a
mamá, y ella simplemente me dijo que o me callara o me fuera.
Mis cejas se elevaron a su máximo. —¿Te dijo que te fueras de Merivale?
Su boca se curvó hacia abajo. —Me pillaron haciéndolo en la piscina con
Dusty.
—Vaya. —Deslicé mis ojos hacia mi hermano, quien le dirigió una
mirada pétrea.
Ella entrelazó los dedos. —Ya no estamos juntos, de acuerdo… —Su tono
nervioso reveló algo herido en mi hermana. Había visto sus estados de
ánimo más sombríos desde la muerte de nuestro padre. Tomé nota mental
de pasar tiempo con ella.
—Si quieres hablar alguna vez, sabes que siempre voy a estar ahí para ti
—dije.
Su boca se curvó en una leve sonrisa. —Gracias, Eth. Aunque estoy bien.
Pero necesito un trago. ¿Dónde está ese camarero?
Savanah se alejó y me dejó con mi hermano. —No has dicho mucho sobre
la presencia de Crisp.
—Le odio. Todos lo hacemos. Pero estamos atrapados con ese bastardo.
Savvie mencionó algo sobre un hacker. A ver si sacan algo.
Fruncí el ceño, preocupado por mi hermana y sus elecciones impetuosas,
no solo en cuestión de hombres, sino también en actividades clandestinas.
—Eso podría hacer que la arrestaran.
—Si Crisp organizó el asesinato, eso será todo lo que tengamos.
—Pero si conseguimos las pruebas de manera ilegal, ¿no será eso
inadmisible en la corte?
—Sí... Cierto. —Declan se frotó el cuello—. Tendré que tener una charla
con el abogado de la familia.
—Uno pensaría que ella también querría saberlo, ¿no? —Resoplé. Luego,
al ver al camarero, agarré una copa. Miré a Declan y él asintió, así que cogí
dos
Entregándole una, le pregunté: —Bueno, ¿dónde está tu encantadora
esposa?
—Ensayando, creo. He estado fuera todo el día lidiando con un problema
en Reinicio, pero cuando llegué a casa, actuó de manera esquiva. No estoy
seguro de lo que está planeando, pero tengo la sensación de que es una
sorpresa de algún tipo. Mi esposa tiene un lado oscuro. En el buen sentido,
claro. —Su ceja se arqueó—. Mamá se comporta muy mal con ella. Si a
Theadora se le ocurre tocar punk rock o algo radical, seré el primero en
aplaudir.
—¿Punk rock en el piano? —Me reí—. Cualquier cosa será mejor que
sentarse a leer una poesía.
Vestido con un esmoquin color crema, Will salió de las sombras, donde
normalmente acechaba en estos eventos sociales, abrazando su nuevo papel
como señor de la mansión.
—Will y mamá se han presentado como pareja.
Declan asintió pensativo. —Un poco demasiado pronto para mi gusto.
El mayordomo tocó el timbre anunciando la hora de tomar asiento en el
salón de baile.
Esta era una de las muchas veladas en Merivale a las que asistimos. El
salón de baile, con sus altos techos abovedados, se prestaba a una
improvisada sala de recitales. Los asientos estaban dispuestos en gradas
frente a un piano de cola negro brillante colocado frente a unas cortinas de
terciopelo burdeos, con lámparas tenuemente iluminadas para preparar el
estado de ánimo.
Como siempre, me senté entre Declan y Savanah. Cuando éramos niños,
nos burlábamos de algunas de las actuaciones más tediosas. Durante un
tiempo, a mi madre le gustaban los actores de Shakespeare. Un amigo suyo
de Oxford era director, y nos burlábamos de los largos y enrevesados
monólogos mientras nos hacíamos muecas.
Después de una lectura de poesía agotadora que se alargó veinte versos,
Theadora salió envuelta en un chal bordado, con un traje con cola de
volantes.
—Se ha vuelto toda flamenca —dijo Savvie.
Susurros y pequeños comentarios flotaban en el aire.
—¿Está a punto de taconear? —Le pregunté a Declan.
Tenía estrellas en los ojos mientras observaba a su llamativa esposa con
justificado orgullo.
—¿Va a bailar? —le preguntó Savanah a Declan.
Se encogió de hombros.
Miré a mi madre que fijó su mirada sin pestañear en Theadora. Me
sorprendió que incluso le hubiera pedido que actuara. Al menos mi cuñada,
con ese vibrante atuendo teatral, había aportado color a este asunto por lo
general pesado.
Se sentó, se echó el pelo largo y oscuro por encima del hombro y luego
comenzó a tocar. Sus dedos se deslizaron por las teclas como si estuvieran
hechas de aire. Fui transportado a un jardín francés que me recordaba a
Monet, sentado en un banco de piedra, el sol de la tarde calentaba mi piel y
el jazmín me mareaba.
—Tiene mucho talento —dijo efusivamente Savanah.
Declan se sentó con los brazos cruzados. La admiración y la adoración
parecían brotar de él. Nunca antes había visto a mi hermano tan enamorado.
Una figura entró por la puerta lateral y todos los ojos se volvieron hacia
ella. Me quedé boquiabierto. Mirabel, con un ceñido vestido verde, lucía su
lustroso cabello color borgoña ondeando sobre sus curvas.
Contuve el aliento y me olvidé de soltarlo.
—Oh, Dios mío, es Mirabel. Está hermosa —dijo Savanah.
La voz de Mirabel, melancólica y profunda, armonizaba con los acordes
del piano. Una vez más, me transportó en un viaje místico sobre un mar
tormentoso.
Se presionó contra la curvatura del piano y nos abrió su corazón y su
alma. Su voz sensual y soñadora tenía a toda la audiencia bajo su hechizo.
Ni un movimiento o sonido se podía escuchar en esa habitación de unos
cien invitados.
Esto sí que era poesía, especialmente con ese sutil balanceo de caderas y
la forma en que su pecho se movía con cada respiración.
Cuando la canción llegó a su fin y estaba a punto de aplaudir, Mirabel
siguió cantando. Había estado en suficientes óperas como para reconocer la
'Habanera' de Carmen, que Mirabel llevó a otro nivel con su sensual voz
rasgada. Mi pulso se aceleró. La música nunca antes me había excitado así.
Sus caderas se balanceaban con coquetería, mientras Mirabel cantaba con
toda su alma y Theadora la acompañaba con adecuada pasión. Habían
hecho suya esa canción clásica. Con los labios curvándose en una sonrisa
picaresca, Mirabel echó la cabeza hacia atrás mientras se movía con la
gracia y el fuego de Carmen.
Me derretí. Juro que escuché a algunos de los machos gemir. ¿O era yo?
Mi madre se volvió y miró a Declan con una pregunta en los ojos. Sonreí.
Pude imaginar lo que pensaba sobre esta melodía clásica convertida en
melodía contemporánea de R&B. Quería tenerla y ponerla en mi lista de
reproducción. Quería tener sexo con ella. Con la cantante.
La canción terminó y los aplausos casi desploman el techo. ‘Bravo’ voló
por los aires como si estuviéramos en una sala de conciertos. Esa reacción
debería haber puesto una sonrisa en el rostro de mi madre, ya que ella
siempre tuvo como objetivo complacer.
Me volví hacia Declan, que seguía aplaudiendo. —Ha sido increíble.
—Ha sido hechizante. Lo he grabado con el móvil —dijo Savanah.
Mi madre tocó a Declan en el brazo. —¿Por qué está aquí la hija de ese
granjero? Estas veladas son 'solo con invitación'. Y yo soy la curadora.
—Joder, supéralo, mamá. Ha sido una actuación fantástica. Todos los
invitados están felices. —Declan se levantó y cuando Theadora se unió a
nosotros, la abrazó—. Has estado soberbia. Me encanta tu vestido. —Tocó
su atuendo.
—A mí también me ha encantado. Y ese vestido… —dijo Savanah—.
Has estado genial.
Theadora miró a mi madre, que le devolvió una fría sonrisa.
—¿Lo has disfrutado, Caroline? —Theadora preguntó con una sonrisa.
Tuve que reconocérselo a mi cuñada. Era una temeraria. Justo lo que la
familia necesitaba, un poco de originalidad para sacudir las cosas.
—He disfrutado del primer número, pero después de eso he andado
distraída. —Se fue.
Puse una sonrisa comprensiva. —Ha sido algo único. Ambas habéis
estado fabulosas. —Examiné la habitación, que estaba inundada de mujeres
con vestidos deslumbrantes y hombres con esmoquin y chaquetas coloridas
que charlaban en voz alta—. ¿Dónde está Mirabel?
—Se ha ido. Dijo que había quedado con un amigo. —Theadora me
estudió—. No creo que quisiera verte.
—¿Por qué? —Fruncí el ceño.
—Le gustas.
Esa pequeña revelación me abofeteó con una sonrisa soleada. —¿Te ha
dicho eso?
Asintió lentamente. —No le digas que te lo he dicho. Solo que ella piensa
que solo jugarás con ella y que la lastimarás.
Negué con la cabeza. —Para ser una artista valiente, no trata su vida
privada de la misma manera.
—Es muy sensible, como la mayoría de los artistas.
—Pero confiesa tener fobia a las relaciones —dije.
—Es solo que no quiere abrirse.
—¿Te ha hablado de Orson? —pregunté, aprovechando la franqueza de
Theadora.
—De hecho, él la llamó cuando estábamos en el mercado. Creo que a ella
le gusta, pero tengo la sensación de que es su forma de olvidarte.
En todo lo que podía pensar era que a Mirabel le gustaba Orson,
destellando como un letrero de neón en mi cerebro. —¿Se ha acostado con
él?
Las cejas de Theadora se levantaron. —Creo que deberías preguntárselo a
ella.
Me incliné, besé su mejilla y luego me fui en busca de Mirabel.
Capítulo 15

Mirabel

DEAMBULANDO, ME IMBUÍ DE los hermosos alrededores,


deteniéndome de vez en cuando para disfrutar de la impresionante belleza
de Merivale por la noche. Rayos ondulantes de colores siempre cambiantes
proyectaban un brillo mágico sobre las esculturas y los setos. Más allá del
jardín mágico, la luna brillaba sobre el mar plateado.
Estaba tan atrapada en el espectáculo que el repentino sonido de una voz
profunda me hizo saltar. —Ha sido una gran actuación.
Me volví, y un hombre alto y pelirrojo que podría haber tenido poco más
de cincuenta años, me atravesó con una mirada fría y penetrante. Dio una
calada a un gran cigarro, lo que le hizo parecer un barón rico.
—Gracias. —Le miré—. Si pretendías que fuera un cumplido.
—Soy bastante aficionado a la ópera. Tengo especial debilidad por
Carmen de Bizet. La otra melodía era original, supongo.
—Una de las mías.
—Tienes talento. —Sus ojos viajaron por mi cuerpo como dedos fríos e
inoportunos deslizándose sobre mí. Sintiéndome desnuda, me estremecí—.
Aunque probablemente habría pegado más en un bar hipster que en
Merivale. —Él sonrió y sentí una aversión instantánea hacia él.
Desde la distancia, noté que alguien se dirigía hacia nosotros. Miré por
encima del hombro de aquel hombre y vi a Ethan.
Se giró hacia el hombre. —Espero que no te estés insinuando a nuestra
artista invitada. —Ethan permaneció serio.
—Estábamos hablando sobre su atrevida actuación. No ha habido daño
alguno. —Mostró sus palmas en defensa y se alejó.
Ethan se acercó a mí y mi cuerpo zumbó solo por el olor de su colonia
herbal. —Espero que Crisp no haya tenido un comportamiento inapropiado.
—Ah, era ese —dije, recordando la angustiosa historia de Theadora.
—¿Supongo que has oído que es un asqueroso pedazo de mierda?
Asentí. —Me pareció pomposo. Pero todos los ricos pueden ser así.
—Yo soy rico y no soy así. —Una leve sonrisa tocó sus labios—. Estás a
salvo. Probablemente seas demasiado mayor para él.
Mi boca se torció en una mueca. —Vaya, gracias. —Me di la vuelta para
marcharme.
—Oye, no me refería a eso.
Me detuve y puso su hermoso rostro cerca del mío. Se había acercado a
mí como si tratara de bloquearme para que no me moviera. Se me
removieron las entrañas. Quería huir, pero mi corazón me ancló allí. Intenté
hablar, pero no pude pronunciar palabra alguna.
El peso de su mirada y la turbulenta emoción que evocaban sus intensos
ojos casi negros, le hacían ilegible. Metí la mano en mi bolso para sacar mi
tabaco. Toda esta intensidad me dio ganas de fumar.
Me vio enrollar un cigarrillo y, sin preguntar, se lo entregué.
—Gracias. Tendré que comprarte un paquete.
—Todavía estoy tratando de dejarlo —le dije.
Encendí su cigarrillo y, mientras exhalaba el humo, dijo: —Lo que quise
decir es que a Reynard Crisp le gustan las víctimas jóvenes. Se especula
que drogó a Theadora la noche que Declan la salvó.
—Theadora me lo ha contado. ¿Por qué está aquí?
—¿Pregúntale a mi madre? Ella saca la cara por él.
—No le voy a preguntar nada. —Arrugué el rostro—. Ella es la razón por
la que me he ido tan deprisa.
Su frente se arrugó. —¿Te ha dicho algo?
—Me preguntó quién era yo y cómo llegué allí. Le recordé que solía jugar
aquí cuando éramos niños.
Puso los ojos en blanco. —Lo siento. No es una persona nada fácil.
—Ella da un poco de miedo. Del tipo que no te quieres cruzar.
Él se rio. —Tienes razón.
Sus ojos se clavaron en los míos. Era como si hubiera un hombre tratando
de salir de su versión más joven y juguetona. O podría haber sido
simplemente que cada vez que bajaba la guardia, me relacionaba con Ethan
como ese chico con el que trepaba a los árboles mientras crecía.
Mi cuerpo, sin embargo, había descubierto a un hombre. Mi piel picaba
cuanto más me miraba, y mis pechos se sentían llenos. Tomé aire y saboreé
el deseo en el aire húmedo. Su olor era embriagador.
El tiempo se detuvo. Incluso después de apagar nuestros cigarrillos, no
nos movimos. Todo lo que pude ver fue conflicto en sus ojos mientras me
barrían.
¿Era anhelo? ¿O solo me quería desnuda? Ese pensamiento envió un
escalofrío de deseo por mis muslos.
—¿Por qué no entras y tomas unas copas y algo de comer?
La otra opción de volver a mi apartamento desordenado y beber vino
barato no era tan atractiva.
—Pero, ¿y tu madre? Prácticamente me ha echado.
—Eres mi invitada. Yo vivo aquí. —Él sonrió y volvió a ser juguetón, lo
cual agradecí.
Fue como una experiencia extracorpórea mientras caminábamos por ese
sendero mágico. —Todavía no puedo creer que vivas aquí.
—¿Recuerdas cuando solíamos jugar en el laberinto?
Dejé de caminar. —¿Cómo podría olvidarlo? Me intentaste tocar las tetas.
—Pero sí me dejaste besarte. —Tenía esa sonrisa perezosa que me hizo
querer tener sexo sucio con él.
—Eras sexy entonces, como lo eres ahora. No ha cambiado mucho. No he
estado con nadie desde... nosotros. —Su boca se torció en un extremo.
Este cambio repentino de juguetón a serio me dejó sin palabras. Solo
señalé la entrada de la mansión con columnas. —Muéstrame el camino,
entonces.
¿Qué podría decir? ¿Qué me acosté con Orson y lo odié? ¿Por qué
diablos hice eso?
Había bebido bastante y me convencí de que Ethan era una mala idea.
Orson me dio un buen masaje en el cuello. Luego, antes de que me diera
cuenta, sus manos estaban sobre mis tetas y entregué mi cuerpo y mis
principios.
Entré a una sala de invitados animados y coloridos. Las mujeres, con sus
vestidos de diseñador, eran indistinguibles; todas hermosas, esbeltas y
mirando a Ethan, el último multimillonario soltero, con sus miradas
hambrientas.
Mientras me abría paso entre la multitud, la gente dejó de charlar y se
quedó mirando. Los invitados mayores me lanzaron un asentimiento, y un
extraño ‘Bien hecho’, mientras que otros me miraban de arriba a abajo y
luego giraban la cara.
Su pretensión de mente estrecha no me molestaba. En todo caso, me
daban ganas de reír, al igual que las princesas ricas, que alzaban sus narices
hacia mí. Lo que sí me preocupaba, sin embargo, era Caroline Lovechilde.
Me miró como si estuviera a punto de abrir fuego contra su colección de
amigos ricos.
Le lancé una sonrisa y seguí caminando.
Ignorando la obvia hostilidad de su madre, Ethan tomó mi mano. Se
concentró en nuestras manos entrelazadas, convirtiendo un hormigueo
repentino en hielo. Al recordar la experiencia de Theadora con la matriarca
Lovechilde, mantuve la cabeza en alto, negándome a dejarme intimidar.
Entramos en una habitación amarilla con adornos extraordinarios que
hacían difícil saber dónde mirar. Las paredes, llenas de obras de arte
originales con marcos dorados, eran un banquete para los ojos.
—A tu madre no le va a gustar —dije.
Ethan tomó un plato y me lo pasó. —Me importa una mierda, para ser
honesto. Ella está lejos de ser perfecta.
—Parece que no te llevas muy bien con ella.
—Sé que es mi madre, pero no es exactamente mi persona favorita en este
momento. —Seleccionó algo de comida de la amplia variedad que había.
Acepté un plato con diferentes canapés. —¿Por qué no te mudas?
—A parte de pasar más tiempo en Londres, estoy buscando un lugar por
aquí. —Le dio un mordisco a un mini-quiche.
—¿De verdad?
Masticando, asintió. —Cada vez es más difícil vivir con mi madre. Odio
cómo es ella con el personal y cómo te acaba de tratar.
Fruncí el ceño. —¿No puedes traer a mujeres aquí?
Tragó y se limpió los labios con una servilleta. —Bueno, no he estado
viviendo exactamente la vida de un monje. —Su fina risa sonó como una
disculpa—. Si no fuera por el spa, probablemente viviría en Londres. —Me
miró a los ojos—. Espero que no vayas a criticarme por mencionar el spa.
Mi estómago se hundió por lo ridículamente petulante que parecía mi
salida del hotel esa mañana.
Suspiré. —Probablemente exageré. Y al menos el estanque de los patos
sigue siendo accesible para todos.
—Eso nunca iba a ser parte del diseño. Todos solíamos jugar allí cuando
éramos niños. Y un día, mis… —Mordió una galleta.
—¿Tus hijos, quieres decir? —tuve que preguntar.
—No míos, pero sobrinos y sobrinas. Estoy seguro de que Declan y
Theadora tendrán una prole.
—¿No te gustan los niños? —Incliné la cabeza.
—Me gustan. Pero vienen con mucha responsabilidad. ¿Y a ti?
—Quizás. Algún día. —Este no era un tema fácil. En el fondo, quería ser
madre. Ese deseo se había intensificado con la edad—. De todos modos,
sobre el spa, me gusta la fachada de la pared de roca. Armoniza con el
entorno natural. Tus arquitectos lo han hecho bien. Habría odiado uno de
esos edificios de caja de acero y vidrio.
Él se rio. —Te tenía en mente cuando me reuní con el arquitecto.
Mi cabeza se tambaleó. —¿De verdad? No… Solo me estás tomando el
pelo.
—Que sí… —Una sonrisa tocó su rostro—. A pesar de que…
Negué con la cabeza. —¿Qué?
Su mano acarició mi palma y mis pezones se tensaron.
Me reí. —¿Hiciste eso para meterte en mis bragas?
Siguió sonriendo. —Quizás te sorprenda saber que me gustan los
materiales naturales —agregó, alejando el tema del dormitorio—. Creo que
un edificio debe mezclarse con su entorno y no chocar, como algunas de las
monstruosidades de la ciudad.
¿Está tratando de impresionarme? —Hubiera pensado que todos esos
bordes duros y la asimetría eran lo tuyo.
Hizo una mueca. —Hola, crecí aquí.
—Pero eres joven, rico y moderno.
—Por supuesto. —Se encogió de hombros—. Pero se me permite amar
los diseños clásicos. Al decir eso, no me opongo a la modernidad. Aprecio
las estructuras inspiradas en Calatrava o Lloyd Wright como lo haría
cualquier admirador de la buena arquitectura.
Mis ojos se abrieron. —¿Los conoces? Eso es una sorpresa. Aunque no
tengo ni idea de quiénes son.
—No soy solo una cara bonita.
Puse los ojos en blanco. —De vuelta a la vanidad.
—¿Es así como me ves? —Cuando su mirada chocó con la mía, se había
vuelto totalmente serio de nuevo.
Tomando un sorbo de champán, consideré mi respuesta. —Pareces súper
confiado.
—Pero eso no significa que tenga una alta opinión de mí mismo.
—Solías parecer un arrogante, supongo. —Entrelacé los dedos—. Pero
desde que te conozco, sé que hay un corazón bondadoso ahí dentro. Y,
como estoy descubriendo, también un espíritu creativo.
Su ceño se transformó en una leve sonrisa. —Eso me da esperanza.
Incliné la cabeza hacia un lado. —Vaya… adiós a tu confianza.
Jugó con su vaso. —Reconozco mis defectos probablemente mejor que
nadie. Me arrepiento y quiero hacerlo mejor.
—Entonces eres más profundo de lo que crees.
Sostuvo mi mirada por un momento. —Tomaré eso como un cumplido.
—Deberías. Me identifico completamente con la forma en que te
describiste a ti mismo, porque esa soy yo también.
—Entonces tenemos mucho en común. —Su boca se curvó en un extremo
en lo que parecía más una sonrisa tímida que una expresión de
reivindicación.
Cada vez que bajaba la guardia, como la primera noche en mi
apartamento, sentía una profunda conexión con él.
Deslicé una galleta sobre el paté y le di un mordisco, deleitándome con su
sabor deliciosamente sazonado.
—Vi a John Newman y parece estar muy contento —le dije—. Ese es un
gran gesto. Y le has ofrecido trabajo a su esposa en el spa.
—Necesitamos mano de obra, ¿y por qué no? ¿Quieres un trabajo allí?
Esa sugerencia me tomó por sorpresa. Sin embargo, tenía algo de mérito.
Tocar en la calle se estaba volviendo cada vez más tedioso. —Oye, me lo
voy a pensar. Me vendría bien el dinero extra. Y me gusta vivir aquí.
Londres me agota.
Terminamos de merendar y Ethan me llevó al área de la piscina, donde
compartimos un cigarrillo.
—Me alegro de que estés aquí —dijo, mientras el humo brotaba de sus
labios esculpidos—. Hace dos semanas que quería verte.
—He estado ocupada. —Fumé en silencio por un momento. Mi cabeza
zumbaba con todo tipo de pensamientos chocantes. Luchando contra la
ardiente necesidad de sentir sus labios sobre los míos, seguí buscando una
razón para odiarlo. Antes de que pudiera procesar más ese pensamiento,
cogí mi bolso. —Supongo que debería irme.
Sacudió la cabeza. —Por favor, quédate.
—No puedo quedarme aquí. Tu madre me asusta.
—Bueno, entonces, ¿por qué no me invitas otra vez a tu apartamento? —
Se acercó a mí.
Sentí su calor y caí bajo el hechizo de su mirada somnolienta. Una oleada
primaria de deseo me dominó, mientras sucumbía a su atracción magnética
y me derretía en sus fuertes brazos. Sus labios rozaron los míos
suavemente, antes de aplastarme con pasión desesperada.
—Te deseo. —Su aliento me hizo cosquillas en la lengua mientras
hablaba en mi boca.
Escuché a alguien, y nos separamos. Mareada por ese beso, tuve que
agarrarme a una silla para apoyarme. Savanah apareció con Dusty.
—¿Qué está haciendo él aquí? —Ethan sonaba como un hermano mayor
protector.
—Acaba de llegar. —Savanah me miró—. Eso ha sido increíble, por
cierto. —Sus ojos se deslizaron de mí a su hermano—. ¿Estáis juntos?
Ethan tomó mi mano. —Sí.
Le miré y él negó con la cabeza. —¿Qué?
—Bueno, en realidad no estamos juntos.
Savanah se volvió repentinamente hacia Dusty, que acababa de
encenderse un porro. —Deberías hacer eso en la parte trasera.
Él asintió, se alejó y ella se despidió de nosotros.
—Savvie —gritó Ethan.
—¿Qué?
—Cuídate.
Agitó la mano y se fue.
Puso los ojos en blanco y exhaló. —Me preocupa. Ese suele dar
problemas.
Sonreí con simpatía. —Estoy segura de que ella lo descubrirá lo
suficientemente pronto.
—Sí, pero ¿seguirá viva?
La preocupación de Ethan por su hermana era conmovedora. Cuanto más
le conocía, más comenzaba a darme cuenta de que una persona considerada
y cariñosa vivía dentro de él.
—Bueno, ¿por dónde íbamos? —Su mirada atrapó la mía de nuevo, y
cuando me tocó, se me puso la piel de gallina. Mis pezones ardían por sus
labios, mientras su dedo se movía lentamente en el pliegue de mi brazo.
—¿Te gustaría ver mi dormitorio? Tiene unas maravillosas vistas al mar.
—La alegría desvergonzada brilló en sus ojos, de vuelta a su versión
lasciva. Pero así era él, crudo, animal y muy excitante.
Enrojecida por una oleada de hormonas, me tomé un momento para
responder. —¿Qué hay de tu madre?
—No te preocupes por ella. Esta casa es enorme. Mi habitación está a
kilómetros de distancia de la suya.
Con ese ardiente beso todavía escociéndome en los labios, floté a su lado
hasta la parte trasera de la propiedad, a través de una entrada lejos de
miradas indiscretas. Mi cuerpo estaba ahora en el asiento del conductor. Mi
corazón se sentó en la parte delantera y guardé mi cerebro en el maletero.
Capítulo 16

Ethan

TAN PRONTO COMO ENTRAMOS en mi habitación, agarré sus manos y


la atraje hacia mí. Nuestras bocas se agolparon con lujuria. Mientras
devoraba sus suaves labios, un deseo abrumador me hizo perder la cabeza.
Quería consumirla.
Tocándonos el uno al otro, nos rasgamos la ropa. Mis dedos se deslizaron
hasta su sostén de encaje, jugueteando con sus pezones endurecidos. Me
atrajo hacia ella, apretando sus senos ahora libres contra mí.
Después de bajarme la bragueta, liberó mi palpitante polla. Nuestras
lenguas se encontraron en un hambriento enredo. Tomando el control, me
empujó sobre la cama y luego se deslizó sobre mí, tomando mi polla
palpitante en su mano.
Dejé caer la cabeza hacia atrás en un éxtasis, mientras ella me tragaba
profundamente. Ella retorció su lengua alrededor de la parte inferior y
chupó suavemente. Su boca me hacía cosas que me dificultaban hablar, y
mucho menos pensar. Yo era incapaz de detenerla.
Apreté las sábanas mientras un torrente de placer brotaba de mí y se vertía
en la parte posterior de su garganta. Se lamió los labios como una gatita
saciada, con las mejillas radiantes.
Entré en su raja con mi dedo y estaba tan mojada que gruñí. —Parece que
te gusta chuparme la polla.
Gloriosamente desnuda, se recostó en la cama como una hechicera, y
ahora era mi turno de devolverle el favor. Tomé sus cálidas curvas con la
punta de mis dedos y chupé sus pezones.
Bajé a su coño y le abrí las piernas. La respiré como si fuera una fragancia
erótica. Agarré su trasero devastándola, hasta que me gritó que me
detuviera.
Goteó por toda mi lengua, y ordeñé su liberación mientras temblaba en
mis manos a medida que chupaba sus jugos. La sangre se había drenado de
mi cerebro y me había llenado el pene.
—¿Ves lo duro que me pones? —Le susurré al oído y la lamí.
Ella gimió dulcemente, como si cantara con su voz ronca y soñadora. Nos
balanceamos al mismo ritmo. Sus suaves curvas rozaban contra mis
embestidas pélvicas mientras entraba en ella, absorbiendo sus jugos y con
sus tensos músculos apretándome.
Puse sus piernas sobre mis hombros, llenándola más profundamente. —
Eres tan jodidamente perfecta.
Sus gemidos crecieron cuando las paredes de su coño se contrajeron y
apretaron mi pene hasta el punto de no retorno.
—Necesito que... te corras —tartamudeé.
La fricción se intensificó a medida que nuestros cuerpos sudorosos se
movían a un ritmo feroz. Me arañó y me mordió por lo que era un ardor
exquisito. El sudor me goteaba mientras golpeaba dentro de ella, hasta que
estallé en una bola de fuego, corriéndome como si fuera mi primera vez.
Llamas rojas fundidas saltaron ante mis ojos.
La acaricié con ternura y besé su mejilla caliente. —¿Podemos seguir
haciendo esto?
—Aunque tendremos que esperar un rato, ¿no? —Ella se rio.
—Ya me entiendes.
Se desenredó de mis brazos y me miró con el ceño fruncido. —¿Te
refieres a una relación? ¿Solo el uno para el otro?
Jugué con sus dedos. Parecía que le estaba pidiendo a Mirabel que fuera
mi novia. Sus ojos verdes brillaron con curiosidad y algo más profundo.
Tenía una de esas caras que siempre ofrecen algo nuevo.
—Realmente no he tenido ganas de follar con nadie desde que nos
empezamos a ver —admití.
Sus ojos se entrecerraron ligeramente, como si estuviera buscando puntos
negros en mi cara. —Supongo que no.
—No suenes tan segura. —Acaricié su brazo.
—Me gustaría seguir haciendo esto. —Su boca se curvó en un extremo.
—Parece que te estoy pidiendo que saltes de un avión.
Ella se rio. —Buena analogía. Me siento un poco así. No estoy segura de
dónde diablos terminará todo esto. Empalada en una cerca o rodando por un
campo de tréboles verdes.
—Solo habrá un tipo de empalamiento aquí. —Pasé mis dedos en su
muslo.
Su risa ayudó a drenar la tensión de mis hombros.
—¿Eso significa que desde ahora contestarás a mis llamadas y mensajes
de texto? — pregunté, con una leve sonrisa.
—Quizás. —Me miró con un brillo desafiante en sus ojos—. No estoy
segura de cómo hacer esto. He pasado la última década más o menos
pensando en ti como un imbécil.
Escaneé su rostro en busca de una sonrisa, pero ella permanecía seria. —
¿En serio? Bueno, tal vez con el tiempo me veas como un imbécil generoso
que está realmente loco por ti.
Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta.
—Eso está mejor. —La tomé en mis brazos—. De un idiota a otro.
Su risa vibró a través de mi pecho.

UNA SEMANA DESPUÉS DE la velada, mi madre me llamó a la


biblioteca. Will rondaba, como de costumbre. Le asentí a modo de saludo.
Era como un mueble transmitido de generación en generación, tranquilo,
discreto y siempre en el mismo lugar.
Mi madre, en cambio, era como esa antigüedad de valor incalculable que
llamaba la atención. Vestida con tacones altos rojos y un vestido rosa que
revelaba una figura de reloj de arena, mi madre lograba lucir glamurosa sin
mucho esfuerzo. Podría haber pasado por alguien veinte años más joven.
Con sus largas uñas rojas, señaló una imagen de una selección de maquetas
para que Will la examinara.
—¿Son para el resort? —pregunté, uniéndome a ellos.
Ella asintió. —Esperamos abrirlo dentro de doce meses. —Dio unos
golpecitos a su pluma estilográfica de oro, que había heredado de mi abuelo
—. Ayer dimos un paseo por el spa. —Miró a Will, como si necesitara que
me recordaran que él era parte de la familia—. Es bastante bucólico con ese
acabado de paredes de piedra. Pensé que habrías optado por un diseño
moderno. —Se levantó de su escritorio y recorrió la habitación,
colocándose junto a la chimenea de mármol grabado, donde se encontraba
el busto de un muy serio antepasado de los Lovechilde.
—Se mezcla con su entorno —dije—. A la gente de las ciudades
desgastadas les gusta la sensación rústica. Están rodeados de líneas
elegantes y limpias. A la gente le gustan los contrastes.
—¿Es por eso que estás saliendo con esa cantante de folk?
Su tono ácido hizo que mi columna se tensara. —No es asunto tuyo.
El delineador acentuaba sus grandes ojos oscuros, capaces de congelar
con una sola mirada. —Te equivocas, lo es, cariño. Mientras vivas bajo mi
techo, seguirás mis reglas que siempre han sido bastante flexibles. —Su
ceja oscura y bien formada se levantó—. He hecho la vista gorda a las
muchas mujeres que has entretenido. Mujeres de buenas familias, a las que
esperaba que ya les hubieras propuesto matrimonio.
Cambié mi peso y puse los ojos en blanco.
—¿Qué pasa con vosotros? —Suspiró—. Declan se casa con esa sirvienta.
Tu hermana y esos detestables matones tatuados, y ahora tú con la hija de
un granjero pagano. —Ella frunció el ceño como si se hubiera tragado algo
podrido—. ¿Qué es lo siguiente? ¿Tú bailando desnudo alrededor de una
fogata bajo la luna llena?
Tuve que reírme de aquella ridícula imagen. —No soy ese tipo de persona
que hace rituales religiosos, madre. Y a Mirabel no le gusta la brujería. Es
inteligente, talentosa y me entiende.
La incredulidad se extendió por su rostro cuando miró a Will, que estaba
sentado en silencio absorto, como si estuviera viendo una actuación. Nunca
lo había oído expresar otra opinión que no fuera un asentimiento.
—¿Ella te entiende? —Mi madre se burló—. Te enviamos a las mejores
escuelas, ¿y así defines esta desafortunada e incomprensible atracción?
—No hemos estado exactamente expuestos a grandes modelos a seguir.
—Levanté la vista del globo terráqueo sobre el escritorio y la miré a los
ojos.
Mi madre se retorció las manos. —Lo que pasó con tu padre fue
desafortunado. —Su boca formó una línea apretada—. Yo no lo planeé así.
Se casó conmigo sin decirme nunca la verdad.
Mi estómago se hundió ante la mención de mi padre. No era un tema
fácil. Y cuando mis ojos se posaron en los de mi madre, noté un deje de
tristeza.
Mi corazón se anudó. Ella era mi madre, y en el fondo quería que fuera
feliz, a pesar de su dureza con nosotros y su incapacidad para mostrar
calidez maternal.
—Entiendo que no fue fácil —dije al fin—. Pero estabais juntos. Quiero
decir, él era nuestro padre. —Eso salió como una declaración, a pesar de
que una pregunta aún acechaba en las sombras.
—Definitivamente era tu padre. No sé por qué lo sigues preguntando.
Puede que haya tomado algunas malas decisiones en mi vida, pero engañar
a mi esposo no fue una de ellas. —Su mirada se desplazó por encima de mi
hombro y me giré para mirar a Will, quien me devolvió una sonrisa de
incomodidad.
Comprendí su cercanía y aprecié que Will fuera el estabilizador de nuestra
madre. Sus nervios quebradizos, algunos dirían frágiles, necesitaban una
influencia calmante como la de Will.
—Me gusta Mirabel. Crecimos juntos. Ella es parte de mi historia.
Sus cejas se juntaron. —¿Por eso te gusta?
No podía decirle exactamente a mi madre que Mirabel me ponía cachondo
e insaciable, que ansiaba que estuviera en mi cama, aunque solo fuera para
abrazarla. Que era genial para conciliar el sueño tener su cuerpo en mis
brazos, suave y cálido. —Tenemos buena química.
—Cariño, esta familia necesita a alguien de la nobleza y con dinero.
—Somos lo suficientemente ricos. Soy rico por derecho propio.
—Quiero decir poderosamente rico, cariño. Poderosamente.
—Eso suena demasiado ambicioso y agotador. En cualquier caso, en estos
días puedes comprar títulos nobiliarios.
—Soy una anticuada. Creo en heredarlo por matrimonio. —Se sentó en el
sofá floreado, cogió un ejemplar de Vogue y lo hojeó distraídamente—. Ella
no volverá a quedarse aquí de nuevo. No aceptaré a esa mujer aquí.
—Bien. Me mudaré entonces. —Salí de la habitación antes de que pudiera
responder.
Capítulo 17

Mirabel

ORSON LEVANTÓ LA VISTA de su mesa de pistas. —¿Qué opinas?


—La transición entre el piano y la voz funciona bien.
Orson tenía un gran oído y, para alguien tan indecisa como yo, su aporte
había sido muy valioso. Visiblemente excitado, Orson rebotaba por su sala
de música, apagando equipos, colocando cables en cajas y abriendo puertas
cubiertas con espuma insonorizada. Como muchos en la industria de la
música, su amor por esnifar no era ningún secreto. Orson vestía una
camiseta de manga larga de Marc Bolan, sobre unos vaqueros naranjas. Su
cabello rubio oscuro con mechas grises estaba desaliñado de esa manera
cuidadosamente despeinada que hacía atractivos a ciertos hombres.
Sus movimientos bruscos me sobresaltaron. Ahora que nuestra sesión
había terminado, me había puesto nerviosa. Aún no habíamos hablado de
aquella noche.
No estaba segura de si alguna vez me perdonaría haberme acostado con
él. Orson tenía esta manera encantadora de hacerme sentir especial y
deseada. Siempre había sido una floja para los cumplidos.
El arrepentimiento apesta. Si tan solo pudiera presionar la tecla de
rebobinar.
Sheridan no dejaba de recordarme que Ethan y yo no estábamos juntos y
que los hombres lo hacían todo el tiempo, así que ¿por qué las mujeres no?
Ese era un argumento razonable. Pero todavía me sentía como una mierda
al respecto.
Después de recoger mis cosas, me reuní con Orson en su cocina. Me
ofreció una botella de cerveza, la cual acepté con gusto. Necesitaba algo
para drenar la tensión de mi cuerpo. Mientras bebía el líquido amargo y
fresco, sus juguetones ojos azules se encontraron con los míos. Mis mejillas
se sonrojaron y me di la vuelta, incapaz de mantener el contacto visual.
Tragué un tercio del contenido y luego me aclaré la garganta. —Orson, lo
que pasó entre nosotros… —Hice una pausa para encontrar las palabras
correctas—. Estaba borracha, y bueno, no puede volverá a pasar. Ethan
quiere que estemos juntos.
Solo con decir eso comenzó a temblar la botella en mis manos.
¿Realmente vamos a hacer esto?
Estar con Ethan era tan fácil como respirar. Pero, ¿podría hacerle feliz?
Lo del sexo pervertido podría hacerlo. Me gustaba. ¿Pero sería suficiente?
¿Querría hacer tríos? Celosa hasta el extremo, nunca podría estar de
acuerdo con eso.
Puso una cara triste, de payaso triste. —Tengo el corazón roto.
—No te burles. Lo digo en serio. —Mi voz se quebró.
—Lo superaré. —Su sonrisa arrogante me hizo querer abofetearlo—. Ya
sabes como soy. —Se rio—. No soy hombre de una sola mujer. La
monogamia es una institución pasada de moda.
Sacó una caja de galletas de un armario y metió la mano en ella. —Está
esa joven cantante que conocí la otra noche en el Blue.
—Me alegro por ti —respondí con frialdad—. Lo de hoy ha estado bien.
—Cambié el tema de nuevo a los negocios—. Creo que el resultado ha sido
bastante bueno.
Me ofreció una galleta.
—No, gracias —dije, apoyándome en la mesa de la cocina llena de
periódicos, revistas, tazas y vasos.
—Creo que es un buen álbum, Bel. —Masticó una galleta, mientras el sol
que entraba por las ventanas de la cocina resaltaba las arrugas alrededor de
sus ojos—. Mi abogado te enviará el contrato por correo electrónico. Me
quedaré con el cincuenta por ciento de las regalías, como hablamos.
Orson era un profesional por encima de todo, y cuando llegaba el
momento, no hacía nada gratis. Respetaba eso.
—Bien. —Me levanté y solté un suspiro que ayudó a desenredar los
nervios de mi pecho. Las náuseas con las que llegué finalmente se habían
calmado.
Me sentí aliviada de que nuestra sesión hubiera terminado. Incluso su
olor, que atravesaba mis fosas nasales cuando me abrazaba, me repelía. El
olor de Ethan, por otro lado, enviaba una cálida ola de hormigueo a través
de mi cuerpo.
Coloqué mi guitarra en la mochila. —Me tengo que ir.
—¿Ethan Lovechilde? —Me acompañó hasta la puerta.
—Es una locura, lo sé. Crecimos juntos.
—Es un fiestero y un mujeriego, creo yo. No dejes que tu corazón se
involucre demasiado. —La inclinación condescendiente de su cabeza me
hizo querer pisotear su pie.
—¡Caramba! Gracias por el consejo no solicitado.
Se rio. —Solo cuido de ti. Aunque el desamor escribe las mejores
canciones.
—Vete a la mierda, Orson —le dije.
Se inclinó y besó mi mejilla. —Yo también te amo.
Mi boca se torció hacia un lado. Lo dejé en su puerta, despidiéndose. Salí
a la acera de Chelsea y miré hacia el cuidado parque con sus césped
aterciopelado y árboles uniformes. Todo se veía limpio y en su lugar. Muy
lejos de lo que era mi vida.
¿Qué significa esto para mí ahora? ¿Tendré que comprar en Harrods y
mezclarme con ese mundillo de alto standing?
Cuando visité a Ethan por primera vez en Mayfair, con mi falda floreada
que no combinaba y mi camisa a cuadros, parecía que la Tardis me había
transportado a esa calle impecable.
Subí al taxi negro con las palabras de Orson resonando en mi cabeza. Me
había sembrado la duda de nuevo, algo fácil de hacer dadas las arraigadas
dudas sobre mí misma que tanto me molestaban.

ETHAN ABRIÓ LA PUERTA roja de una casa eduardiana de tres pisos que
rezumaba encanto estético, como todo lo que lo rodeaba. Me abrazó
cálidamente, como si no nos hubiéramos visto en mucho tiempo, aunque me
había despertado en su cama ridículamente grande esa misma mañana.
Habíamos estado en Londres toda la semana, quedándonos juntos en
Mayfair. Sheridan siguió llamándome para asegurarse de que estaba bien.
Creo que se lamentaba por perderse mis historias con Ethan. Le expliqué
que nos pondríamos al día pronto y le contaría todo sobre Mayfair y sus
asombrosas antigüedades y su increíble colección de arte.
—Es ese sexy novio trofeo lo que más me interesa. No su colección de
arte —respondió ella.
¿Novio trofeo?
Pensé en cómo su madre me miraba como si yo fuera una terrorista a
punto de hacer estallar sus cómodas vidas en pedazos.
¿Cómo diablos puede funcionar esto?
Solo podía ser esa niña que, desde pequeña, se pasaba horas rasgueando la
guitarra y mirando por la ventana, viviendo en un mundo de ensueño lleno
de posibilidades. Esa seguía siendo yo, frágil a veces, bulliciosa y llena de
inspiración en otras.
Pero ¿qué pasa con la yo corriente y moliente? Yo era ella la mayor parte
del tiempo. Ethan era todo menos corriente. Pero también era un gran
oyente.
De niños, me escuchaba tocar la guitarra en el bosque o junto al estanque
de los patos. Solía sentarse allí en silencio durante un rato y luego me tiraba
una ramita. Se convertía en ese niño salvaje y me convencía para jugar al
escondite o remar en su pequeño bote rojo, donde pretendía ser el Sr. Sapo
de El viento en los sauces.
A menudo bajábamos a los acantilados y observábamos los barcos a lo
lejos. Ethan me contaba muchas historias, sobre cómo un lejano
Lovechilde, parte del almirantazgo de Lord Nelson, frustró a Napoleón. O
dábamos vueltas en círculos con el viento rugiendo a nuestro alrededor,
pequeños juegos peligrosos que podrían habernos visto caer por los
escarpados acantilados.
Entramos a la sala de estar con paredes color cielo con vistas al parque.
Me encantaba holgazanear en el asiento junto a la ventana con cojines de
terciopelo.
Su teléfono vibró justo cuando entramos. —Necesito coger esta llamada.
—Parecía disculparse cuando me tocó el brazo, algo que hacía a menudo.
Ethan era muy tocón. Se expresaba a través de caricias suaves, que
siempre me dejaban una huella cálida no solo en mi piel, sino también en
mi corazón.
Yo lo era menos, principalmente por la inseguridad. Si abriera mi corazón
por completo, tal vez nunca me detendría, como una de esas madres
cariñosas que abrazan incesantemente a sus hijos.
Supuse que esa llamada era sobre el spa, mientras caminaba sosteniendo
el teléfono en su oído. Descalzo, vestía unos vaqueros desgastados y una
camiseta apolillada con Tate Gallery descolorida en ella. El tipo de ropa que
antaño solo usaban los que vivían en la calle, se había convertido en un
elemento básico para los súper ricos. No entendía eso. Pero estaba sexy,
especialmente con esa rasgadura debajo de ese trasero que me encantaba
agarrar mientras empujaba profundamente dentro de mí.
Me convertiría en una adicta al orgasmo con este hombre. Quizá eso era
todo, un festín de sexo. Solo necesitaba que mi corazón se mantuviera fuera
de escena para poder disfrutar del placer desenfrenado sin pensamientos
paranoicos sobre el desamor aguándome la fiesta.
Con esos bíceps duros y musculosos, que parecían crecer cada vez que los
miraba, Ethan se pasaba la mano por el pelo mientras hablaba por teléfono,
dejando a su paso un desastre sexy.
Debió haber notado que lo miraba porque sus ojos se posaron en los míos,
y sonrió con esos párpados entrecerrados, como diciendo ‘vamos a
desnudarnos’.
Para calmar mi pulso acelerado, me distraje levantando un pesado libro de
arte moderno de la mesa de cristal y hojeé distraídamente sus páginas
satinadas.
Ethan regresó y apretó mi hombro cariñosamente. —Lo lamento. —Su
suspiro prolongado no se me perdió.
—Pareces alterado. —Volví a colocar el libro.
—Era Declan. Han cerrado Reinicio. —Sacudió la cabeza, pareciendo
perturbado, lo que me sorprendió. No me había dado cuenta de lo
importante que era ese proyecto para Ethan.
Fue igualmente decepcionante para mí. Admiraba a Declan por lo que
estaba haciendo. —¡Vaya! ¿Por qué?
—Todavía está abierto el gimnasio de entrenamiento. Se ha vuelto
bastante popular entre las corporaciones de la ciudad que buscan un castigo
de fin de semana. —Su risa oscura me hizo sonreír—. Pero los chavales
están volviendo a sus centros. Ha habido un robo en Merivale. Un collar de
rubíes heredado de nuestra abuela. Vale alrededor de medio millón o
incluso más.
Silbé. —¿Y están seguros de que fue uno de los chicos de Reinicio?
Tienen imágenes de alguien merodeando por los terrenos. Lo he
reconocido. Es un chico irlandés. Me caía bien. —Se pasó las manos por la
cara.
—Esa es una respuesta bastante radical, lo de cerrar las puertas a esos
chavales.
—Aparentemente eso era parte del acuerdo. Si llegaba a ocurrir algún
delito, los herederos de Merivale demandarían.
Me levanté del sofá y di un paseo por la habitación circular. El sol
salpicaba luz brillante por todas partes. Me detuve en la ventana que daba a
Grosvenor Square, donde me había tomado un selfie frente a la encantadora
estatua de amantes con cabeza de conejo montados a horcajadas sobre un
caballo para mi feed de Instagram.
Se unió a mí y me puso su brazo alrededor. Nos quedamos allí, cerca y
cómodos, tiernos y dulces. Tuvimos muchos de esos momentos entre
ráfagas de sexo explosivo.
—Tengo que volver mañana. —Besó mi cabello, y su aroma infundido a
base de hierbas me atravesó.
Le miré a la cara y absorbí su belleza antes de hablar. —No me importaría
que me llevaran de vuelta. Todo mi trabajo aquí está hecho por ahora.
—Oh, lo siento. No te he preguntado ¿Qué tal te ha ido? —Su dulce
sonrisa me hizo querer ponerme de rodillas y chupársela de nuevo.
Nunca antes me había gustado chupar pollas. De hecho, lo evitaba. Pero
amaba la polla de Ethan y cómo se endurecía como el acero en mi boca.
Casi había olvidado de qué estábamos hablando. No podía mirar a Ethan y
no pensar en sexo. —Orson traerá a un publicista y nos vamos.
Inclinó la cabeza. —¿Estás cansada?
—No. Creo que estoy agotada. —Fruncí el ceño—. ¿Se nota?
Entrelazó sus dedos con los míos, y de repente, fue puro afecto, como si
mi bienestar significara todo para él. —No. Eres hermosa. De hecho, me
gusta verte cansada. Es una buena excusa para ir a la cama. —Su ceja se
arqueó y sonreí.
Sí, los dos estamos locos por el sexo.
Le permití jugar con mis dedos, el suave masaje me recorrió como una
caricia. —Creo que necesito un descanso de la música. Estoy pensando en
hacer otra cosa por un tiempo.
—¿De verdad? —Una línea se formó entre sus cejas—. Pensé que te
encantaba. Y tienes tanto talento... —Sus ojos brillaban como si lo dijera en
serio.
Sonreí. —Gracias. Solo es un descanso de los conciertos y las grabaciones
por ahora. Estoy segura de que volveré después de unas semanas.
Su teléfono volvió a sonar y se estremeció.
—Cógelo. Tienes mucho que hacer.
Me senté en un sillón de terciopelo azul junto a la ventana y dejé que mi
mente diera un paseo por el parque sobre la carretera. Me sentía cansada y
también sentía algunas náuseas. No me venía el período y eso me tenía
preocupada. Hacía seis semanas tuve sexo con Orson, luego, unos días
después, tuve sexo con Ethan. Perdida con toda la mierda que estaba
pasando en mi vida, podría haber olvidado tomar la píldora; a veces lo
hacía. Sin embargo, Orson había usado condón.
¿Estoy lista para la maternidad? ¿Ser madre soltera? Mi estómago se
contrajo y corrí al baño.
Más tarde esa noche, esperaba que Ethan no hubiera notado que había
estado picoteando la comida. La casa venía con una excelente cocinera, y
era como comer en un restaurante de cinco estrellas todas las noches. Sin
embargo, no pude aprovecharlo debido a esas repentinas náuseas. Tal vez
eran los nervios, me dije. Eso tenía sentido, considerando lo nerviosa que
me había vuelto entre rondas de sexo caliente y orgasmos interminables.

AL DÍA SIGUIENTE, ETHAN me dejó en mi apartamento en Bridesmere.


Se giró y preguntó: —¿Puedo quedarme aquí esta noche?
Eso era como si él preguntara si podía cambiar su opulenta casa de
Mayfair por un apartamento de protección oficial, donde había traficantes
de drogas y no un mayordomo con una ciruela en la boca parado en la
entrada.
Mis cejas se encontraron. —Por supuesto. Aunque no es exactamente el
lujo al que acostumbras.
Jugando con un mechón de mi cabello, sonrió ante mi perpleja respuesta.
—Mi madre no quiere que aparezcas por allí. Lo siento. Mientras esté aquí,
podría encontrar otro lugar. ¿Estarías interesada?
Me mordí la mejilla. —¿Te refieres a vivir juntos?
Se mordió el labio inferior, algo que hacía a menudo cuando buscaba una
respuesta. —No estoy aquí todo el tiempo, como sabes. O podemos utilizar
tu casa para quedarme cuando esté aquí. —Su rostro se iluminó, como si
finalmente hubiera resuelto un rompecabezas complejo—. ¿Qué opinas?
—¿Como si me mudara? —Repetí.
Él sonrió. —Pareces desconcertada.
Lo estoy. Solo un poco. Independiente hasta la exageración, me inquieté.
Un montón de escenas pasaron ante mí, como un juego de ordenador con
esteroides. —Es algo muy importante para mí renunciar a mi apartamento.
—No te preocupes. —Se encogió de hombros, luciendo frío e
imperturbable—. Era solo una sugerencia. —Se inclinó y me besó—. ¿Nos
vemos más tarde?
Asentí y salté de su todo terreno. Cuando entré en mi pequeño
apartamento, dejé caer mi mochila en el sofá cubierto con una manta para
ocultar los agujeros. Enterré mi cabeza en mis manos. Debería haber estado
eufórica, pero en lugar de eso tenía ganas de llorar.
Su madre me odiaba. Me había follado a Orson. Podría estar embarazada.
Y ahora Ethan se había ofrecido a mejorar mi alojamiento.
Las náuseas volvieron con fuerza. En el camino de regreso, me detuve en
una farmacia y compré dos pruebas de embarazo. Cuando Ethan me
preguntó si estaba bien, le dije que necesitaba productos femeninos, lo cual
no era del todo falso.
Capítulo 18

Ethan

¿ES HORROR O CONMOCIÓN lo que veo en el rostro de Mirabel?


Incluso me sorprendí a mí mismo porque esa sugerencia había salido de la
nada, como si una fuerza de otro mundo se hubiera apoderado de mí. No
quería limitarnos a vernos cuando estábamos en Londres, y su apartamento,
con esa ducha que duraba caliente un minuto, no me acababa de convencer.
Tal vez podría colarla en Merivale. Mamá se va a la cama temprano…
pero ¿quiero seguir con ese juego?
Sabía que quería seguir viéndola. Cuanto más probaba, más quería.
Simplemente no podía quitarle las manos de encima. Me había vuelto
codicioso de su cuerpo. Me encantaba su aroma femenino y cómo la sentía
cuando estaba en lo más profundo de ella.
Luego estaba esa preciosa sonrisa confundida que sacaba cada vez que
hablaba mal. Y me encantaba mirar su hermoso rostro. Pequeñas cosas,
como la forma en que se apartaba su cabello grueso y sedoso de la cara, sus
magnéticos ojos esmeralda en los que siempre lograba perderme… Incluso
cuando era niño, lograba transportarme a otros lugares solo con sus ojos.
Cuando llegué a casa, encontré a mi madre hablando con un nuevo
miembro del personal. Caminé hacia ellos y me presenté.
—Esta es Bethany —dijo mi madre—. Entra en sustitución de Amy.
—Anda, ¿Amy se ha ido? —No me sorprendió. Pensé que mi madre
habría despedido a la sirvienta parlanchina, no la aguantaba desde hacía ya
mucho tiempo.
Levantó la mano para que esperara antes de volver a centrar su atención
en la nueva sirvienta. —Por ahora puede quedarse. Pero solo los fines de
semana. Debiste decírmelo. No acojo a nadie que se quede en Merivale sin
mi conocimiento.
Algo fría y distante, Bethany no me pareció avergonzada, ya que
respondió con un breve asentimiento.
Cuando la nueva sirvienta nos dejó, pregunté: —¿Qué pasa?
Ella sacudió la cabeza. —Es muy difícil encontrar buen personal en estos
días. —Suspiró—. Es madre soltera y tiene una hija de dieciocho años que
se ha estado quedando aquí sin mi permiso.
—Dale un trabajo a la hija. Bethany tiene derecho a tener a su hija cerca.
Mi madre me estudió. —Cada día te pareces más a tu hermano. No somos
Cáritas. Ya tengo diez empleados. Y pronto, contrataremos al menos cien
empleados para el resort.
Me encogí de hombros. —Entonces ofrécele a la hija un trabajo temporal
hasta que se abra el complejo.
—Ya lo he hecho. —Exhaló—. Pero es esteticien en formación y está
buscando aprender.
Una bombilla se encendió en mi cabeza. —El spa. Necesitamos personal.
Estamos contratando. Se abre en dos meses.
Ella asintió lentamente. —Le diré a Bethany que haga que su hija presente
la solicitud. Mientras tanto, supongo que puedo ofrecerle algún trabajo
ocasional para algunas de nuestras funciones los fines de semana. Me hizo
una señal con el dedo —Ven conmigo.
La seguí hasta la biblioteca. —¿Dónde está Will?
—Se va a reunir con los arquitectos del resort.
—¿Ese complejo tiene un nombre?
—Elysium by the Sea.
—Eso suena muy trillado.
—Quizás. Pero funciona. —Se acomodó en su gran escritorio—. Will
llevó a cabo una investigación de mercado sobre el diseño del edificio. Si
bien me inclino más por la elegancia súper moderna con paredes de
ventana, parece que la gente prefiere una experiencia más bucólica para una
escapada.
—Tiene sentido. —Me adelanté al hacer esa consulta sobre el diseño del
spa, inspirado en Mirabel, por supuesto.
—Por lo tanto, nos gustaría contactar con tus arquitectos y que tal vez
trabajen junto con nuestro equipo.
—Por supuesto. Se puede hacer. Le daré a Will los detalles. —Me levanté
y estiré los brazos.
—No he terminado.
Su severa orden hizo que mis hombros se tensaran.
—¿Todavía estás saliendo con esa hippy?
—Ella no es hippy, madre.
—Lo que sea. Está fornicando con su manager, ¿es que no lo sabías?
Mi madre y sus palabras anticuadas, follar, no formaba parte de su
vocabulario.
¿Habría sido mejor oír eso?
Quería soltarte una palabrota o dos a mi madre por entrometerse. Sin
embargo, no era solo eso. Algo más me abofeteó con fuerza, Mirabel había
negado haberse acostado con Orson. En cualquier caso, no sentí celos.
Nunca había tenido motivos para sentirlos. Entonces, ¿qué es este nudo en
mi pecho?
Jugué mi as en la manga. —Te refieres a Orson. Le conozco, está
produciendo su último disco.
—Se está acotando con ella. —Golpeó con sus largas uñas la libreta que
tenía delante.
De repente me di cuenta de que mi madre había enviado a alguien a espiar
a Mirabel. —Vale, estás sacando los pies del tiesto, madre.
Con su cara hiper maquillada, como si fuera a un acto importante, el gesto
de mi madre apenas se inmutó.
—Por lo que sé, tienen una relación profesional. Es solo un mujeriego al
que le gusta intentar follarse a todas —dije.
Ella hizo una mueca. —No seas grosero.
No sabría decir qué me cabreó más, el espionaje, hablar de mi vida
personal o que Mirabel se hubiera acostado con Orson.
Todo.
—Sé que vosotros, los hombres, no podéis mantenerla en los pantalones.
—Su boca pintada de rojo se curvó en una sonrisa condescendiente. Se
recostó en su sillón de cuero de respaldo alto. Su moño sin un mechón fuera
de lugar, parecía esculpido en su cabeza.
—No te preguntamos sobre tu vida personal con un hombre mucho más
joven, con quien podría agregar que te acostaste mientras estabas casada
con nuestro padre.
—Orson va diciendo a todo aquel que pregunta que siempre se acuesta
con sus protegidas. Y cuando le preguntaron por Mirabel, alardeó de ella
como si de una medalla de honor se tratara.
—Seguro que fue antes de que empezáramos formalmente.
Una arruga apareció en su rostro. Sus ojos se abrieron de incredulidad.
Había derrumbado sus defensas y finalmente obtuve una reacción de ella,
que prefería a su fría indiferencia. —Oh, por favor no me digas que la has
convertido en tu novia formal.
—Ella me gusta. —Suspiré—. En cualquier caso, no tengo que darte
explicaciones, ni a ti ni a nadie.
—¿Y qué hay de todas esas chicas bien vestidas con las que solías
relacionarte?
—¿Relacionarme? No soy un criminal. —Respiré.
—Deja de jugar con el significado de mis palabras.
—¿Todas esas chicas a las que te referías como vulgares vagabundas
callejeras? —Desafié.
Su boca se torció en una fría sonrisa. —Prefiero eso a alguien de segunda
mano.
—Eres tremendamente elitista. —Me dirigí a la puerta—. Tengo que irme
a una reunión del spa.
—No he terminado —dijo agitando un bolígrafo en el aire.
Sonreí dulcemente, y justo cuando me iba, llegó Declan, parecía sombrío.
Le toqué en el hombro. —¿Estás bien?
Sacudió la cabeza mientras miraba a nuestra inexpresiva madre. —Él no
lo hizo. —Declan se apoyó en su escritorio—. Ha sido acusado falsamente.
—Entonces deja que la policía decida —respondió con frialdad.
Me quedé en la puerta, solo porque quería hablar con Declan, pero pude
ver que estaba a punto de explotar. Ese centro de reeducación significaba un
mundo para él.
—Los chicos han sido enviados lejos. —Su voz tembló.
—Bueno. Entonces puedo dormir tranquila de nuevo. La otra noche vi a
un bruto tatuado merodeando por la piscina y me asusté tanto que ni me
atreví a salir de mi propia casa.
—Ese es Dusty —dije—. Es el nuevo ligue de Savvie.
Declan señaló. —¿Ves? Nada que ver con el centro de reeducación. No
fue Billy. ¿Cómo diablos habría entrado en tu dormitorio? Siempre estás
aquí.
Ella le bloqueó con silencio y él salió enfurecido.
Le seguí. —¿Así que han devuelto a todos los chicos a sus reformatorios?
—No. Drake dirige el gimnasio. Y hay tres muchachos en la granja de
Newman, ayudando con los constructores, según lo acordado.
—Lo siento por Billy. Parecía un buen chico —dije.
Declan asintió. —Todos son buenos chicos. Solo necesitaban una buena
guía. Esto es una mierda. —Sacudió la cabeza.
Le di una palmadita en el hombro. —Si puede ayudarte en algo, házmelo
saber.
El asintió. —Gracias.
La nueva sirvienta entró en la habitación delantera y me volví para
saludarla. —Declan, esta es Bethany. Es nueva aquí.
Ella asintió sin sonreír.
Él le sonrió antes de volverse hacia mí. —Me voy entonces. Ven más
tarde a cenar. Trae a Mirabel si quieres.
Esa sugerencia me tomó por sorpresa. —¿Ya te ha llegado que nos
estamos viendo?
Theadora me mencionó algo.
Asentí lentamente mientras procesaba esta nueva situación en mi vida.
Estaba saliendo con Mirabel. Esto era como una familia, y me gustaba la
idea de que nos vieran juntos. —Mamá está furiosa.
Declan puso los ojos en blanco. —Claro que que sí. No solo se le ha
descarriado un hijo, ahora los dos. Y Savvie no está saliendo exactamente
con la realeza.
Me reí. —Nos vemos más tarde, entonces.
Después de que Declan se fuera, me acerqué a Bethany mientras limpiaba
un espejo ovalado dorado. —Me han dicho que tu hija se está formando
para ser esteticien.
—Sí, se está preparando. —Sus ojos se entrecerraron ligeramente.
—Voy a abrir un spa en ocho semanas. Estamos contratando personal. Si
quieres, puedo darte los detalles para que ella presente una solicitud.
Sus fríos ojos se calentaron ligeramente. —Eso estaría bien.
—¿Está en Londres?
—Sí. Pero quiero que venga aquí conmigo.
—Eso es comprensible. Veré si puedo hacer arreglos para que ella se
quede aquí en las dependencias de los sirvientes.
Su rostro se calentó ligeramente. —Te lo agradecería.
—Me pondré en contacto contigo para darte el contacto de recursos
humanos.
Ella asintió y luego volvió a su tarea.
Mientras caminaba hacia mi coche, decidí llamar a Mirabel. No podía
quitarme de encima esa conversación con mi madre y el hecho de que
Mirabel podría estar acostándose con Orson.
—Hola, Ethan. —Parecía sorprendida.
—¿He llamado en mal momento?
—Eh… no.
—¿Puedo pasar a tomar una taza de té contigo? Necesito preguntarte algo.
—De acuerdo. —Su voz tembló.
—¿Estás segura de que estás bien?
—¿Vas a venir ahora? —preguntó.
—Sí. Solo es un momento. Tengo algunas cosas en la marcha. Estoy a
punto de invertir en un proyecto de vivienda social en Londres.
—Ah, ¿de verdad?
—Acabo de adquirir un antiguo almacén que se convertirá en
apartamentos tipo estudio de bajo alquiler.
—Eso suena maravilloso. —Su brillante voz trajo una sonrisa a mi rostro.
—Te veo en un minuto. Espero que no lleves puesta mucha ropa. —Mi
pene se engrosó. No hacía falta mucho para calentarme con Mirabel.
Incluso su voz entrecortada en el teléfono me descontrolaba.
—Veré qué puedo hacer.
Colgué y me metí en mi MG. El día era cálido y me encantaba conducir
sin techo.
Unos minutos después, llegué al pueblo y estacioné en la calle principal.
Mirabel vivía en la parte trasera de una tienda. Y aunque su apartamento era
independiente y privado, aun así logré echar un vistazo mientras caminaba
por el callejón.
Todo el mundo sabía todo en ese pueblo. Saludé a una anciana, que me
miró como si me hubiera caído del cielo.
¿Realmente soy tan diferente? No llevaba oro. Mis vaqueros, a pesar de
ser ridículamente caros, parecían haber sido usados durante cien años de
trabajo duro. Eran pretenciosos, lo sabía, pero aireados y cómodos.
Mirabel abrió la puerta con una camiseta larga y suelta y nada más.
Incapaz de contenerme, la empujé contra la pared y sofoqué sus labios con
los míos. Mi lengua entrando en ella profundamente, como si la estuviera
reclamando. Pasé mis manos debajo de su camiseta y deslicé mis dedos
sobre sus cálidas y desnudas curvas. La lujuria me estremeció, y mi pene se
espesó.
Nunca tenía suficiente de ella. Incluso su aroma a sándalo me provocó
cosas. Su sedoso cabello rojo cayó sobre mi rostro mientras pasaba mis
dedos sobre sus pezones fruncidos.
—Joder nena, me encantas…
Ella se apartó de mis brazos. —Te he preparado una taza de té.
Ese cambio abrupto fue desconcertante. Sin embargo, tenía razón: había
venido a hablar, no a violarla. Pero no pude evitar preguntar: —¿Demasiado
sexo para un día?
Se mordió su delicioso labio, sacudiendo la cabeza. —Pensé que querías
hablar de algo.
Tomé un respiro. Ella tenía razón. ¿Intentaba evitar una conversación
incómoda?
Me pasé los dedos por el pelo y la seguí hasta la cocina sin ventanas, que
era del tamaño de un armario, y los estantes parecían a punto de romperse
en cualquier momento.
Necesito llamar a un agente inmobiliario para buscar algo mejor que
esto.
Cuando me pasó la taza, toqué su mano y la miré a los ojos en busca de
pistas sobre sus sentimientos. Mirabel no era fácil de leer. —Me da la
sensación de que algo anda mal.
Ella se mordió el labio. —Nada. En realidad.
Quizás quería contarme lo de Orson, quizás era culpa lo que yo estaba
entreviendo. Parecía un poco nerviosa.
Después de llevar nuestras tazas a la sala de estar, me paré para mirar la
repisa de la chimenea, donde había una foto de su madre y su padre entre
libros, velas y otras minucias.
Tomé un sorbo de mi té y decidí no dar más rodeos. —¿Te has acostado
con Orson? —Me salió a bocajarro. Normalmente habría sido más sutil,
pero la curiosidad me carcomía.
Mirabel era un misterio para mí. Hasta ahora, había aprendido que ella no
confiaba en mí, como si esperara que la hiciera daño. Solo que ahora, la
tortilla se había dado la vuelta.
¿Me está haciendo daño con esto? Esta desgarradora sensación era nueva.
Se toqueteó nerviosamente el pelo con los dedos, dejándolo caer
seductoramente sobre sus pechos. Incluso con esa camiseta vieja, hizo que
mi corazón diera un vuelco.
—¿Así que lo hiciste? —finalmente pregunté.
—¿Por qué me estás preguntando esto? —Su voz tembló.
—Porque mi madre te ha investigado y cuando se le preguntó, Orson se
jactó de que se había acostado contigo, como lo hace con todas sus
protegidas. —Respiré—. Agitando su polla con orgullo.
Me miró sin pestañear, su rostro estaba completamente enrojecido. —
¿Estás bromeando? ¿Tu madre me ha investigado? No puedo ni decir lo
jodido que es eso.
—A mí tampoco me ha gustado que lo hiciera. —La estudié atentamente
—. Entonces, ¿es verdad?
Ella se miró los pies. —Había bebido bastante. Fue cuando no nos
estábamos viendo.
—¿Cuando me alejaste porque pensaste que te haría daño?
Hizo una mueca ante mi tono cortante. —Mira, Ethan, esto es muy raro.
Lo nuestro. Y tú podrías tener a alguien mucho mejor que yo.
Fruncí el ceño. —Yo decidiré quién es la adecuada para mí. Puede que te
sorprenda saber que realmente me gustas. Siempre me has gustado. —
Esperé un momento, pero ella permaneció en silencio, mirándome como si
hubiera despertado de un mal sueño.
Continué: —En estas últimas semanas me he encariñado. —Tomé una
respiración profunda. Hablar de mis emociones no era algo que se me diera
bien—. Así que me alejas porque crees que te engañaré y luego vas y te
follas a tu manager…
—No fue así. —Sacudió la cabeza repetidamente como si la hubiera
acusado de asesinato—. Estoy muy pillada por ti. Me enganché después de
nuestra primera noche y eso me aterrorizó de muchas maneras. Estoy
segura de que te pasa lo mismo. —Una tímida sonrisa se extendió por sus
labios rosados—. Y ahora que tu madre me odia y me investiga, lo pone
todo más jodidamente difícil. —Enterró su rostro entre sus manos.
No estaba seguro de si consolarla o salir corriendo. Mi ego estaba
trastocado. Se había acostado con otro hombre.
Pensé en Stephanie, una chica que se encariñó conmigo después de haber
follado un par de veces, y en cómo lloró una noche en un bar cuando me vio
besuqueándome con una supermodelo francesa.
Tenía un historial de mierda en cuestión de lastimar a mujeres. Esto era el
karma. Me lo tenía bien merecido. Todavía me resultaba difícil digerirlo;
Mirabel follando con Orson.
—Entonces, ¿fue solo una vez?
Ella asintió lentamente. Las lágrimas surcaron sus mejillas pecosas.
Quería abrazarla, decirle que todo iba a estar bien. Pero no podía quitarme
de la cabeza su imagen follando con otro hombre. ¿Cómo podía ser tan
mezquino? Ni siquiera estábamos en una relación como tal.
Mis pensamientos vanos y vergonzosos chocaban con otros más
profundos y confusos. Quería preguntarle si su polla era más grande que la
mía. O si la hacía gritar su nombre mientras se corría. ¿La hacía correrse?
Masajeé mi mandíbula. —Siento lo de mi madre. No puede evitarlo.
También se lo hizo pasar un mal a Theadora. No puedo cambiarla.
Sacó unos cuantos pañuelos y se limpió la nariz. —Estaba borracha. Fue
horrible. De hecho, le empujé para apartarle.
Mi ceño se arrugó. —¿Te obligó? —Recordé la insistencia de Orson en el
Green Room.
—No, no… Estaba borracha. Y tal vez se aprovechó de mí por eso. Todo
lo que sé es que no me gustó en absoluto.
Le lancé una sonrisa comprensiva. —Sé cómo te sientes. He tenido
mucho sexo lamentable. —Sonreí—. Eres tan salvaje como yo lo fui en su
día.
Su rostro se encendió con horror. —¡No soy nada como tú! Antes de que
nos acostáramos, no había tenido relaciones sexuales en seis meses. Me juré
no hacerlo.
Compararla conmigo fue un poco exagerado; hasta hacía un par de meses
no pasaba una noche sin sexo. —Vamos a dejarlo ahí, ¿vale?
Me miró como una niña perdida. —¿Me perdonas?
—Mira, te estaría mintiendo si dijera que no estoy un poco herido. Pero
tienes razón, no estábamos juntos. Lo de mi madre está fuera de lugar. Lo
siento. —Golpeé el sofá—. Vamos, siéntate aquí y te daré un masaje en los
hombros.
Capítulo 19

Mirabel

—MMM... ERES REALMENTE BUENO en esto. —Cerré los ojos


mientras sus suaves caricias desenredaban los nudos de mi espalda. No
importaba lo bien que actuaran sus manos sobre mis tensos músculos, no
podía masajear mi angustia creciente.
Independientemente de mi resentimiento por la intrusión de su madre en
mi vida privada, ahora que todo se había aclarado, me resultó natural que
Ethan quisiera preguntar por lo que pasó con Orson. Si no le hubiera
afectado Ethan, me habría sorprendido.
A mí me hubiera gustado saber si se había follado a alguien mientras
estábamos saliendo, a pesar de que yo me acosté con Orson cuando ya no
estábamos saliendo. Mi corazón quería seguir odiándolo. Eso hubiera sido
más fácil.
Ethan ya no era ese chico superficial y fiestero con el que me encantaba
meterme. Su cambio era bastante evidente.
No solo era ridículamente sexy y divertido, también era amable y tenía un
lado muy profundo. Le había juzgado demasiado rápido.
A pesar de su etapa de chico malo, Ethan siempre había sido una buena
persona.
Y ahora, quizás, el padre de mi hijo.
Mi corazón suspiró cuando sus labios rozaron mi mejilla.
—Tengo que decirte algo —dije por fin. El ácido exacerbado por las
persistentes náuseas me quemaba el estómago. La preocupación en sus ojos
hizo que me clavara las uñas en las palmas de las manos. Si no me hubiera
llegado a morder las uñas casi hasta el muñón, me habría hecho sangre.
Solté un fuerte y tranquilizador suspiro.
—¿Qué ocurre? —Abrió las manos.
Me levanté del sofá. No podía pensar con claridad si le tenía tan cerca. Su
simple olor era como tomar una píldora que borraba las imperfecciones de
la vida.
Tenía que decírselo porque estaba pensando quedarme con el bebé. Quería
ser madre. Siempre había querido ser madre. Y treinta era una buena edad.
Ethan me observó caminar.
—Estoy embarazada —dije al fin.
Le miré a los ojos, y en un suspiro, la sangre abandonó su rostro. Su
mirada se llenó de horror y su boca se abrió, como si la articulación de su
mandíbula se hubiera roto.
—¿Cuándo lo has sabido? —preguntó al fin.
—Esta mañana. Me he hecho una prueba de embarazo.
Su rostro se iluminó un poco. —Pero, podría ser un error. Eso le pasó a
Savvie una vez.
Negué con la cabeza. —Me he hecho dos diferentes. Y he estado
vomitando. Me siento diferente.
—Pero pensé que estabas tomando la píldora.
Solté un suspiro irregular. Esta no era una confesión fácil. —A veces se
me olvida.
—¿A veces se te olvida? —Sonaba indignado.
—Mira, Ethan, no tienes que involucrarte en absoluto.
Su rostro se contrajo. —¿Qué? Si soy el bendito padre, creo que tengo que
estar involucrado. Eso a menos que…
—Voy a tener el niño, Ethan, sea como sea.
Frunció el ceño. —No estaba sugiriendo que abortaras. —Se frotó la cara.
¿Cómo se puede haber formado tal lío en un momento? Las lágrimas
asaltaban mis ojos. Aquí tenía a un hombre perfecto que mientras estaba
detrás de mí, le había evitado estúpidamente por mi inseguridad. Y para
colmo, sumado a mi estupidez, fui y me follé a alguien que ni siquiera me
gustaba. Cuanto más pensaba en ello, más me odiaba. Pero al fin y al cabo,
lo que importaba era que quería ser madre.
Permaneció en el sofá con los codos en las rodillas, ahuecando las manos
en las mejillas, como si le doliera una muela. Su rostro desconcertado se
elevó para encontrarse con el mío, como si lo que había dicho finalmente le
hubiera impactado. —Puede que yo no sea el padre.
Nuestros ojos se encontraron y me congelé. Mis piernas temblaron. Una
oleada de emoción se acumuló en mi garganta haciéndome difícil respirar y
mucho menos hablar.
Con un gesto perdido, se levantó lentamente del sofá. —No puedo hacer
esto ahora mismo.
Antes de que pudiera responder, se fue y yo me derrumbé en el sofá y me
agarré los brazos, sollozando.
Capítulo 20

Ethan

TRES MESES DESPUÉS

Una bolsa de regalo como pistoletazo de salida de la apertura del spa


colgaba del brazo de Savanah. —Este es un gran lugar. Será difícil
mantenerse alejada.
Su sonrisa soleada y contagiosa me levantó el ánimo. Había trabajado
incansablemente esos tres meses para poner este lugar en buenas
condiciones, mientras dirigía el proyecto del hotel y el almacén social. La
distracción fue bien recibida, porque mientras permanecía ocupado, mi
mente no tenía tiempo para divagar y ser consumida por un montón de
problemas que se filtraban en mi mundo interior.
Aparte de Mirabel, en quien no podía dejar de pensar, apenas podía lidiar
con la idea de que el asesino de mi padre, o el asesino accidental, nunca
pudiera ser encontrado. El investigador privado nos había entregado muy
poca información. Ni siquiera logró averiguar el nombre de ese misterioso
visitante.
El área de recepción se llenó de caras de satisfacción. Habían acudido
para disfrutar de un día y una noche de mimos. Los sonidos ambientales del
océano y las ballenas se agitaban en el aire perfumado, lo que se sumaba al
ambiente relajado y agradable.
Se invitó a los medios de comunicación a probar los servicios: desde
piedras calientes colocadas estratégicamente en la columna vertebral, hasta
masajes y envolturas corporales y demás tratamientos diseñados para
disminuir y exorcizar el estrés. Navegando por el mar de las sonrisas, esa
promesa se había cumplido. Para el deleite de mi socio comercial, los
medios e invitados tomaron fotos a personalidades súper famosas muy
alegres.
El champán de calidad siempre ayudaba, y había suficientes damas y
caballeros para mantener a mi madre sonriente. Me aseguré de invitar a
celebridades e influencers. Después de recibir costosas bolsas de regalo
llenas de productos que los desmayaron, se pusieron manos a la obra y
posaron para sus selfies, un tesoro oculto de fotos felices para sus
seguidores.
—Va a ser un éxito rotundo. —Andrew aceptó una copa de champán de
uno de los camareros que iban y venían constantemente—. Vamos a
sentarnos y dejar que las redes sociales hagan su magia. Ya tenemos
reservas para tres meses.
Me reí de su contagiosa exuberancia.
Uniéndose a mí, Savanah señaló con la cabeza hacia Manon, que había
sido contratada para ayudar en el departamento de maquillaje. —Parece que
se la rifan.
Miré a la guapa joven morena que tenía a Reynard Crisp echando espuma
por la boca. —Me sorprende que esté aquí. No me parece el tipo de hombre
que iría a hacerse un tratamiento facial.
—Está cosido a la cadera de mamá. Ya lo sabes.
Observé cómo sus ojos seguían a Manon. —Espero que no se aproveche
de ella.
—Lo hará. Ella es pobre, hermosa y joven. Incluso puede que sea virgen.
A juzgar por la historia de Theadora, estará dispuesto a pagar una suma
desorbitada por eso.
Hice una mueca por la espeluznante forma en que la acechaba,
merodeando con la astucia calculadora de un vampiro. —¿Por qué mamá
estará con un hombre así?
—Esa es la pregunta del millón. —Puso una sonrisa sombría—. Ella
simplemente dice que él posee valiosos contactos comerciales y
perspectivas. —Savanah movió los dedos, mostrando las uñas pintadas
como obras de arte moderno—. Tienes a una artistaza en el departamento de
cuidado para las uñas. ¿A que son increíbles?
—Lo son. —Sonreí.
Habiéndose unido a nosotros, Theadora también mostró sus uñas, que
eran igual de estridentes y llamativas. —Todo el entorno es hermoso, Ethan.
—Señaló las ventanas que daban al estanque de los patos—. Me encanta el
color de las paredes.
—Verde Hermitage, creo que lo llamó el diseñador —dije.
—¿El mismo del museo? —preguntó Savanah.
Asentí, complacido conmigo mismo por elegir a uno de los mejores
diseñadores de Londres.
—¿Qué vas a hacer con el espacio de la parte trasera? —preguntó
Theadora—. He visto que se está construyendo un edificio.
—Ah, algo un poco radical, me temo. Declan lo sabe. Mi madre no.
Savanah saltó. —Va a ofrecer descuentos para algunas mujeres.
A Theadora se le salieron los ojos de las órbitas.
—Para aquellas que necesitan un descanso, pero no pueden permitirse
todo esto. Fue idea de Savvie. Me gusta.
Ella brillaba con orgullo. —Pensé que sería un buen detalle. Todas las
mujeres merecen un poco de mimos.
Mi madre se acercó y me hizo un gesto de aprobación. —Esto
complementará perfectamente a Elysium.
—Pero esto es más rústico-chic —dijo Savanah.
—Exactamente. Tiene un cierto encanto atractivo, a juzgar por toda esta
participación. —Mi madre se giró hacia mí, sus ojos eran cálidos y
comprensivos. Lo atribuí al champán. A veces deseaba que bebiera más,
aunque solo fuera para suavizar su actitud.
—Me has hecho sentir orgullosa. No como lo de ese estúpido gimnasio.
—¿No lo sabes? Ethan está construyendo un ala para mujeres que no
pueden permitirse el lujo de estar aquí —dijo Savanah.
El rostro de mi madre se endureció. —No, ¿tú también?
—No tiene nada que ver contigo, mamá. Y no lograrás cerrar esto como
hiciste con el centro de reeducación. —Saqué pecho. No iba a dejar que me
saliera con lo de la importancia de apegarnos a los nuestros.
Sus ojos siguieron a Crisp, lo que me hizo preguntarme de nuevo si le
gustaba en secreto, un pensamiento horrible.
—¿Dónde está Will? —pregunté.
—Ha vuelto a la casa, a trabajar en las listas de personal con Bethany.
Mis ojos se deslizaron hacia Savanah, quien me devolvió una pequeña
sonrisa. Nos habíamos dado cuenta de cómo miraba Will a Bethany.
Nuestra madre, normalmente con ojos de águila, parecía ser la última en
darse cuenta, lo que me pareció extraño.
—Eso es inusual para Will, ¿no? —preguntó Savanah.
—Es uno de sus muchos roles en Merivale. ¿Cómo va ese diseño?
Savanah jugueteaba con sus uñas brillantes. —Estoy en ello.
—No seguirás saliendo con ese hípster hirsuto, ¿verdad?
Me reí. Mi madre tenía facilidad con las palabras.
—No. Ya no. Ahora estoy soltera —respondió Savanah como si estuviera
cansada de esta conversación.
—Bueno. Eres demasiado buena para todos esos brutos.
Savanah se encogió de hombros. —Mmm...
Conocía bien a mi hermana. Cada vez que estaba soltera, se deprimía. Me
preocupaba y mucho. No parecía cómoda en su propia compañía.
Reconocí eso en mí mismo porque una vez fui así. Después de Mirabel,
todo cambió, para mejor. Aunque todavía la echaba de menos. Siempre lo
haría. Solo esperaba que me dejara entrar en algún momento, aunque solo
fuera como amigo.
¿Podría hacer eso sin querer tocarla ni besarla?
No verla era peor. Seguí llamando, pero nunca me devolvió las llamadas.
Incluso fui a visitarla en algunas ocasiones, pero ella no me dejó entrar.
Los ojos de Savanah siguieron a nuestra madre, que había ido a reunirse
con Crisp. —¿No crees que eso ha sido raro? ¿Cómo es que mamá ni
siquiera parpadea sobre lo de Will ayudando a Bethany?
—Quizás. Ya conoces a mamá, ella no muestra sus emociones. Son un
signo de debilidad, dice. —Se me ocurrió algo de repente—. Nathan tiene
una fiesta mañana por la noche. ¿Por qué no te vienes?
Estaba preocupado por mi hermana. Después de que Dusty fuera pillado
por tráfico de drogas, se encerró en sí misma. Por mucho que nos
sintiéramos aliviados con él fuera de escena, quería ver a Savanah sonreír
de nuevo. Una noche en Londres podría traerla algo de alegría.
—Supongo que todos estarán allí con sus aburridas chaquetas hechas a
medida.
Negué con la cabeza. —Oh, Savvie, tienes que dejar de enamorarte de
depravados.
Ella frunció el ceño. —Simplemente no me emocionan los de nuestra
clase. Ya lo sabes. Y al acervo genético le gusta la variedad.
Pensé en el embarazo de Mirabel, como a diario lo hacía.
—¿Has hablado con Mirabel? —preguntó.
Mi hermana claramente me calaba. Me rasqué la mandíbula con barba
incipiente. —Lo he intentado. Me ha pedido que no contacte con ella.
—Dios, eso es raro. Ella es rara. Quiero decir, me gusta. La vi la otra
noche en el Mariner.
Mi ceño se arrugó. —¿De verdad?
—Sí. Tú estabas en Londres.
No era el ambiente más adecuado en su estado. —Espero que no estuviera
bebiendo.
Theadora se unió a nosotros nuevamente y Savanah se giró hacia ella. —
Tú estuviste en el Mariner el otro día. Mirabel no estaba bebiendo, ¿verdad?
El decisivo movimiento de cabeza de Theadora me hizo respirar de
nuevo, a pesar de la sensación de vacío en mi estómago.
—Parece estar muy bien —dijo Theadora—. Y cantó brillantemente.
Vendió algunos CDs. Su nueva canción está teniendo éxito.
Sonreí. Quería éxito para Mirabel. La amaba, me lo había admitido a mí
mismo. Independientemente de quién fuera el padre de su hijo, ella siempre
tendría un lugar profundo en mi corazón.
Mi cuerpo no la había olvidado. Veía sus vídeos constantemente en
YouTube.
—¿Qué hay de Keira? —Savanah preguntó por una chica con la que había
salido recientemente.
—¿Qué pasa con ella? —pregunté.
—¿Por qué no está aquí?
—Porque no la he invitado. —Me toqué el pelo, algo que solía hacer cada
vez que surgía un tema incómodo.
—¿Pero no estáis saliendo? —insistió Savanah.
Mi corazón simplemente no estaba para esas cosas. Mi cuerpo tampoco.
—No hay nada. Para ser honesto, no me interesa.
—Si es hermosa —dijo Savanah.
Sí, realmente era hermosa, con esas piernas largas y delgadas y esa figura
esbelta, pero me faltaba algo. Su belleza no crecía cada vez que la miraba.
Como el cielo al atardecer que siempre mostraba algo extraordinario en
cada mirada. Como Mirabel, que poseía tantas expresiones cautivadoras,
que me tenía en un constante estado de excitación.
Capítulo 21

Mirabel

THEADORA SE REUNIÓ CONMIGO en la cafetería con el ceño fruncido


de preocupación. —¿Qué tal te encuentras?
—Estoy bien. Realmente bien. He superado las náuseas matutinas y ahora
me siento genial.
—Yo te veo genial también. —Me lanzó una gran sonrisa de apoyo.
—Paso todo mi tiempo aquí, por el bien del bebé. El aire es más limpio.
—El spa abrió y tuvo mucho éxito.
—Ah, ¿en serio? —Aunque fingí ignorarlo, lo sabía todo. Annabel, una
chica del supermercado, había asistido el día de la inauguración y me dijo
lo impresionante que fue.
—Es un lugar precioso. Todos los productos son naturales. Creo que
Ethan te tenía en mente. —Me puso esa mirada suya. A Theadora le gustaba
recordarme que todavía le importaba a Ethan, algo que era como música
para mi alma. Esa era una de las razones por las que siempre dejaba todo
para estar con Theadora.
—¿Todavía está aquí o se ha ido a Londres?
—Normalmente está en Londres estos días. Trabajando en algunos
proyectos. —Tomó un sorbo de su café—. Siempre está preguntando por ti.
El calor ondeó a través de mí. —Qué mono. Entonces, ¿qué más me
cuentas? ¿Pudo recuperar Declan a los chicos?
Ella sacudió la cabeza. —Está montando una granja orgánica con los
Newman. Parece que le gusta estar en contacto con las granjas. Creo que es
un agricultor nato. —Ella sonrió—. Es muy extraño.
—A mí no me sorprende. Cuando éramos pequeños, a Declan siempre le
encantaba pasar el rato con los animales de nuestra granja. También solía
hacerle muchas preguntas a mi madre sobre lo que estaba plantando en el
jardín.
La cara de Theadora se llenó de amor, como siempre que le hablaba de su
marido cuando era pequeño. —No me importa lo que haga. —Exhaló—. Le
encanta volar. Eso me asusta. Incluso se ha ofrecido voluntario para rescates
médicos.
—Eso es fantástico, ¿no? —La estudié.
Ella miró su taza. —Él es ese tipo de persona. Pero a mí me asusta
muchísimo, debo admitirlo.
—Es un piloto muy experimentado, Thea.
Ella se encogió de hombros. —Lo es. Fuimos a Grecia hace solo un par
de semanas. Siempre insiste en volar, y cada vez que baja de ese avión, se le
ve tan feliz…
—Ahí lo tienes. Mientras los aviones estén bien mantenidos, nada puede
salir mal.
Ella me tocó la mano. —¿De verdad que estás bien?
—Estoy genial. 'Song of the Sea' va bien. Ya lo sabes. ¿Te ha llegado el
cheque?
—Sí. —Abrió el bolso y me lo ofreció—. A mí no me hace falta, cariño.
Ya soy bastante rica.
—Te lo has ganado. Por favor, quédatelo. A mí me va muy bien, Netflix
compró la canción para una película.
Su rostro se iluminó con sorpresa, al igual que reaccioné yo cuando llegó
aquella oferta gracias a la destreza gerencial de Orson.
—¿Estás bromeando? —Su boca permaneció abierta.
Sonreí, recordando cómo esa noticia me había alegrado el día. —Se está
haciendo muy popular. Lo estamos haciendo bien. El acompañamiento al
piano la hizo especial. Así que no es solo mi éxito, sino también el tuyo.
—Pero tú la escribiste —dijo, con esa modestia que caracterizaba a
Theadora. Para ser una mujer hermosa, carecía de vanidad—. ¿Estás
trabajando en otras piezas?
—Sí. Pero no voy a tocar en la calle ni dar conciertos por el momento. Me
gano la vida con las descargas. Orson ha estado en ello.
—¿Cómo está el? —Cuando bajó la voz me recordó la gran pregunta que
se cernía sobre mi cabeza.
Orson sabía lo de mi embarazo. A diferencia de Ethan, se lo había tomado
con calma. También sugirió que, si era suyo, me haría firmar algo. Menuda
sorpresa.
Le dije que no quería nada de él. Y la mirada de alivio en su rostro fue
todo un recordatorio de que realmente no me gustaba para nada. Era genial
haciendo música y dinero, pero demasiado egoísta para cualquier otra cosa.
Mirabel saludó a una linda mujer de cabello oscuro que caminaba junto a
una hermosa chica que podría haber sido su hermana menor. —Esa es
Bethany. Ha cubierto mi puesto en Merivale. Y esa es su hija.
Noté una nota oscura en el tono de Theadora. —¿No te dan buena espina?
—La madre es bastante cautelosa. Su hija sirvió en una cena en la que
estuvimos y parecía que Crisp iba a abalanzarse sobre ella.
—Suena peligroso.
Ella asintió con nostalgia. —Él es así, lo sabemos. Y ha puesto su
objetivo en Manon, la hija de Bethany, que no para de coquetear.
Bajé la ceja. —¿Con Ethan y Declan también, quieres decir?
—Con todos. No estoy preocupada por Declan porque es muy dulce
conmigo. —Ella sonrió, luciendo un brillo especial en sus ojos.
—¿Y Ethan? —No pude evitarlo después de un pequeño pinchazo de
celos.
—Yo no he notado nada raro. Está en su propio mundo. Parece siempre
bastante distraído. Creo que todo este asunto del embarazo realmente le ha
desconcertado. —Ella levantó una ceja—. Te echa de menos, Bel. Lo
admitió la otra noche cuando vino y se abrió con nosotros. Su voz incluso
se quebró.
Me pilló bebiendo de mi chocolate caliente y casi me atraganto. Agarré el
asa de la taza —¿Lloró?
Ella sacudió la cabeza. —Se controló, pero pude ver que estaba triste.
Mi corazón se desbordó con una mezcla de emoción mientras absorbía las
lágrimas que brotaban de mis ojos. `Fuerte y estoica´, se había convertido
en mi mantra diario. Algunos días, funcionaba. Otros días, como ahora,
después de escuchar todo sobre Ethan y cómo me echaba de menos, no
tanto.
—Pero de verdad, Bel. ¿Por qué al menos no le ves? Háblale…
Suspiré. —También le echo de menos, como a una extremidad. Pero
todavía no puedo borrar de mi mente cómo se le quedó la cara blanca
después de saber que el bebé podría no ser suyo. No puedo seguir viéndole
mientras toda esta duda siga estando sobre nosotros.
—Pero, ¿y si es suyo?
Exhalé. —Entonces cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él,
supongo.
—¿Por qué no haces una prueba de paternidad? —preguntó.
—Creo que esperaré hasta que nazca el bebé.
—Pero se habría perdido estar aquí para ti. Eso es lo que más le duele.
Sonreí con tristeza. Mi corazón se sentía como si fuera a estallar. —¿Él ha
dicho eso? —Me mordí el labio, que me temblaba.
—No con esas palabras, pero sí, Bel. Él quiere estar contigo. Ayudarte.
Solté una respiración profunda. —Vamos a dejarlo por ahora.
Ella tocó mi mano. —Hagas lo que hagas, sabes que estoy aquí para ti.
La abracé. —Gracias.
Capítulo 22

Ethan

HABÍA PASADO UNA SEMANA desde que se inauguró el spa, y después


de haber trabajado incansablemente, extrañaba no levantar pesas ni sudar.
Desarrollé pasión por visitar el gimnasio de Reinicio, que, en comparación
con los gimnasios de la ciudad, con su música fuerte y atronadora y los
personajes competitivos adictos al gimnasio, Reinicio era un sueño.
Drake me saludó mientras entraba en la habitación bañada por el sol.
—Oye, ¿qué tal está Billy? —Sentí pena por el chico irlandés cuya
acusación injusta a manos de mi madre me repateaba.
—Está bien. Un poco decaído. Ha conseguido un trabajo de obrero en
Londres. Sin embargo, él preferiría estar aquí.
—Podría tener algo para él. Hablaré con los constructores que trabajan en
el resort.
Drake frunció el ceño. —Pero la señora Lovechilde, ¿no montará un
escándalo? Desde que está convencida de que él la robó… ¿Sabes que solo
estaba por los alrededores porque se estaba viendo con una de las chicas
que trabaja en la cocina?
—Declan me lo dijo. —Sonreí con fuerza.
—Buenos días —dijo Carson al entrar en la habitación.
—Buenos días —respondí—. ¿Cómo va el tema del campo de
entrenamiento para ejecutivos? ¿Estás poniendo en forma a esos culos bien
alimentados?
—Sí. Son un grupo bastante débil. Pero pagan bien. Y hay muchas chicas.
—Prácticamente me guiñó un ojo.
Podía imaginarme a las chicas de la ciudad arrojándose sobre este hombre
bien formado. Era el doble de Channing Tatum, según Savanah, a quien le
resultaba difícil hilvanar una frase coherente en su presencia.
—Voy avanzando. Estoy a punto de montar mi propia agencia de
seguridad —dijo.
—Ah, ¿de verdad? ¿Te irás de Bridesmere?
—Sí. Echo de menos Londres, y hay algunas chicas que me están
causando problemas. —Se rascó la mandíbula.
Me ha pasado. He estado ahí. Me reí a sabiendas. Otro de los contras de
haber sido un mujeriego, era que las chicas me insultaban, acusándome
justificadamente de ser un imbécil de primera clase.
El poder de atracción para las chicas de Carson se había convertido en
tema de conversación. Mi hermana era la única que se había salvado. No
por falta de intentarlo. Pero había oído que el corpulento exsoldado, por
respeto a Declan, no quería inmiscuirse con ella.
Mi hermana no lo sabía, y no necesitaba saberlo. Supuse que un pequeño
empujón saludable de vez en cuando no haría daño a alguien acostumbrado
a tener todo lo que quería. No es que Savanah fuera una mocosa malcriada
petulante, como algunas en nuestra escena privilegiada. En muchos
sentidos, tenía una perspectiva terrenal de la vida, lo que la redimía. Pero
me era imposible ser imparcial, dado que era mi hermana.
Cuando se trataba de recular, me había visto en esa situación por primera
vez. Mirabel había derribado mis muros un poco. Con el ego herido o no,
todavía la respetaba por no aprovechar esta atracción cada vez más
profunda que había desarrollado por ella. Podría haberme dicho que yo era
el padre del niño.
Pero, ¿y si el bebé es mío?
Esa pregunta persistente permaneció en el fondo de mi mente como un
molesto acosador acechando en las sombras. Cada vez que permitía que esa
pregunta tomara el control de mis pensamientos, mi corazón se aceleraba.
Mi mente y mi corazón lucharon mientras reflexionaba sobre qué hacer.
Sabía que Mirabel era lo suficientemente fuerte como para criar al niño
sola, pero la idea de que ella pasara por todo el proceso sola, me convertía
en un desastre emocional. Quería sostener su mano. Ayudarla. Estar allí
para ella.
Pero más allá de todo eso, la echaba de menos. Quería estar en su vida,
con bebé o sin bebé. Solo quería verla. Era como si una parte de mí
estuviera sedada. La mitad de mi cuerpo estaba entumecida. La mitad
inferior. Mi pene apenas se movió en esos días.
Observé a Carson mientras guardaba el equipo. —Así que ahora que has
roto los corazones de todas las chicas de Bridesmere, ¿estás loco por el
banquete que te espera en Londres?
Se rio. —No soy tan malo, ¿sabes? Y, mira, sobre Savanah, yo… —Se
rascó la mandíbula—. Espero que haya logrado deshacerse de ese personaje
de Dusty. Es un capullo desagradable. Le vi sacarle un cuchillo a una chica
una noche.
Mis ojos se desorbitaron. —Estás de puta broma… Savanah tenía algunos
moratones hace un tiempo. Cuando la pregunté, negó que él fuera el
responsable.
—Ya ha probado mis nudillos. Espero que se mantenga alejada de él.
Porque si escucho que la ha tocado, esa nariz torcida necesitará una cirugía
de reconstrucción.
Sus ojos brillaban con malicia. No me gustaría cabrearlo.
—Está encerrado. Ya no le ve. Y creo que es por eso por lo que está
deprimida. Cuando la invité a una de las fiestas de con mis compañeros en
Londres, pasó de la invitación. Normalmente se mantiene alejada de mis
amigos. Todos son demasiado buenos y se portan bien.
Él se rio. —A tu hermana le va lo difícil, eso seguro. Me alegro de saber
que ya no está viendo ese pedazo de mierda. Podría tener a alguien mucho
mejor.
—Le llevamos diciendo eso durante años.
Después de que se fuera, sudé durante un entrenamiento de una hora,
gracias a que Drake me llevó al límite. Tenía una habilidad intuitiva para
hacerme sobrepasar mi límite sin lastimarme. Si él no hubiera estado allí,
me habría ido después de pasar un rato en la cinta de correr. Pero él siempre
me hacía ajustar el tiempo, y estaba dando sus frutos. Me volví adicto al
subidón que sigue a un buen entrenamiento, me convertí en un adicto al
gimnasio. Las endorfinas me dieron ese impulso que necesitaba para salir y
recuperar todo el tiempo que había perdido de fiesta.
Capítulo 23

Mirabel

ESTABA EMBARAZADA DE OCHO meses y parecía que iba a explotar.


Caminaba como un pato. Allí me encontraba con Sheridan y Bret a la mesa,
disfrutando del asado que Bret había preparado; dejé el plato impoluto. Una
vez que las náuseas matutinas desaparecieron, me convertí en toda una
adicta a la comida. Siempre había sido muy disciplinada en cuanto a la
comida y los dulces, ya que tendía a acumular peso, pero acabé
rindiéndome y me sentí bien por ello.
No había nada peor que sentirse culpable por la comida. Me había sentido
culpable por la mayoría de los placeres que me daba en el pasado, porque
cuando quería divertirme, todo giraba en torno a la comida. Ahora que
llevaba otra vida, no echaba de menos a mi hedonista interior. De repente
tenía tiempo para leer, escribir canciones, dar largos paseos por los
acantilados o simplemente sentarme durante largo rato a observar el ir y
venir del océano.
Tal vez el aislamiento realmente me convenía, después de todo. No me
sentía sola. Extrañaba a Ethan, por supuesto. ¿Cómo no iba a hacerlo? Pero
en lugar de suspirar por él, aproveché esa energía para prepararme para la
siguiente fase de mi vida. Lo más importante era mi hijo. El arte me había
enseñado lo que era el sacrificio. Y la maternidad, nutrir una pequeña alma
nueva, sería mi mejor obra de arte hasta ahora. Mi obra magna.
—La salsa está deliciosa —dije, sirviéndome otro trozo de carne.
—Al menos es bueno en algo —dijo Sheridan, pinchando las costillas de
su novio en broma.
Él le devolvió la sonrisa. Tenían una relación bastante extraña. Cinco años
después y todavía estaban juntos. A pesar de que Sheridan tenía sus
objeciones, le amaba. Y aunque se quejaba de la escasez de sexo, admitió
que no podría imaginar su vida sin él.
¿Sería suficiente para mantenerse a flote en una relación? La romántica en
mí se resistía a esa idea. El amor tenía que ser algo más que buenos amigos
con sexo aburrido ocasional.
Pete, un amigo de Bret y alguien que había coqueteado conmigo a lo largo
de los años, se unió a nosotros para cenar. Los asados de los domingos se
habían convertido en algo habitual desde que Bret hizo un curso de cocina y
decidió que le encantaba cocinar, para deleite de Sheridan.
—Bueno, ¿cómo ha ido la tanda de penaltis? —Bret se giró hacia Pete.
Sheridan puso los ojos en blanco. —Nada de charlas aburridas sobre
fútbol.
Pete me sonrió. —¿Cuándo te toca?
—Creo que la tercera semana de octubre. —Me limpié los labios con una
servilleta.
—¿Ya sabes el sexo? —preguntó.
Asentí. No podía decir si estaba feliz o decepcionada de saber que estaba
embarazada de un niño.
Sheridan, que siempre me había brindado su apoyo, fue la que me
acompañó al médico. Para mi deleite, el bebé estaba saludable y tenía un
buen tamaño.
Ante su insistencia, había decidido quedarme el fin de semana. A
Sheridan parecía gustarle cogerme de la mano. Incluso me hizo prometer
que la dejaría verme dar a luz. Me encantaba la idea de que alguien me
cuidara. No sabía qué habría hecho sin ella.
—Entonces si nace en octubre será… —preguntó Pete.
—¿El signo de zodiaco, dices? —pregunté.
Él asintió.
—Tal vez Libra o Escorpio, supongo.
—Te gusta todo eso, ¿no? —Aceptó otro trozo de carne que Bret acababa
de cortar.
—Cuando era más joven me interesaba.
—¿Tú que signo eres? —Sus ojos brillaron intensamente. Siempre le
había gustado a Pete, e incluso en mi gran estado, todavía mostraba interés,
lo que no dejaba de sorprenderme. No podía imaginarme siendo atractiva
para nadie mientras tuviera semejante tamaño.
—Escorpio —respondí, esperando que no me pidiera que describiera lo
que eso significaba.
—Tampoco es que sepa mucho sobre los astros. Yo soy Leo y,
aparentemente, se supone que soy vanidoso y mandón. —Él se rio.
—Lo eres, amigo. Siempre te estás mirando en el espejo, y cada vez que
vamos de campamento, te sientas y das órdenes.
—No, yo no hago eso —canturreó.
Sheridan y yo nos reímos.
La vida era buena. Mi sueño de ser autosuficiente a través de la música se
había hecho realidad. Las estrellas se estaban alineando. Todo lo que tenía
que hacer era dejar de pensar en Ethan o, lo que era más importante,
encontrar un lugar en mi vida para él que no implicara que mi corazón
latiera con fuerza cada vez que estábamos en la misma habitación.
Después de que los hombres se fueran al pub, Sheridan y yo nos sentamos
en el sofá con las piernas en alto, bebiendo Virgin River.
—Qué manera de terminar —se lamentó Sheridan—. Sin saber quién es el
padre.
Me miró, y su rostro arrugado se transformó en una sonrisa. —¿Te suena?
Me retorcí. —Sí.
—No puedo esperar a que te hagas esa prueba de ADN —dijo.
Pensé en la mirada de alivio en el rostro de Orson cuando le dije que no
quería que se involucrara. No estaba haciendo un gran trabajo como padre
de sus dos hijas, así que no creía que fuera a ser de mucha ayuda.
Yo era demasiado independiente, de todos modos. Me gustaba llevar mi
vida de cierta manera. Tal vez no estaba preparada para emparejarme con
nadie.
Ethan parecía dejarme tomar las decisiones. Pero eso era con cosas más
mundanas, como qué comer, dónde ir a pasear o qué película ver.
Íbamos a ser solo yo y Cian. Ya me había decidido por un nombre. Me
gustaba el sonido de Cian Storm.
—¿No te mueres por saberlo? —preguntó Sheridan una vez más.
Su implacable curiosidad me hizo sonreír. —Creo que ya lo sé.
—¿Así que es de Ethan? —Ladeó la cabeza.
Asentí lentamente. —Tengo la sensación de que lo es.
—Pero, ¿y si no lo es?
—Bien también. —Me giré para mirarla—. Pase lo que pase, yo soy feliz.
Quiero ser madre. Quiero decir, no lo había planeado de esta manera, pero
estoy emocionada.
La mirada melancólica de Sheridan me hizo preguntarla: —¿Estás bien?
Ella se encogió de hombros. —Supongo que verte así me ha despertado
en mí ciertos instintos maternos. No pensé que quería tener hijos, pero me
entusiasma la idea. Especialmente al verte rebosante de salud. Y has
cambiado.
Mi frente se elevó. —¿A qué te refieres?
—Estás más en paz con el mundo.
Me reí. —A diferencia de ti, gritándole a la televisión.
—Tú también lo haces —se defendió.
Sí. Una vez fuimos de esas chicas exaltadas que protestaban por la
avaricia corporativa y la desigualdad social.
—Creo que Ethan me ha subyugado.
—Ja, ja. Sometida por un multimillonario.
—Me encantaba hacerle pasar un mal rato, acusándole de ser un
mujeriego superficial.
La boca de Sheridan se torció. —Vaya... A lo mejor le gustaba.
—No sé. —Me miré las manos—. Ya no estoy tan enfadada. Era
demasiado agotador. Y está haciendo mucho por la comunidad. Incluso ha
creado un programa gratuito para mujeres sin recursos en su nuevo spa.
—Oh, ¿cómo nosotras? —dijo—. ¿Podemos ir y dejarnos mimar gratis?
Me reí. —Probablemente. Solo que yo no voy a ir.
Me sostuvo la mirada y sacudió la cabeza. —Estás loca. Pero no negaré
que ha sido una buena influencia para ti. Se nota. Me gusta esta versión más
sosegada de ti.
—Tal vez solo me estoy haciendo mayor.
—Difícilmente. No, creo que te haya sometido. Y tal vez fuiste
demasiado dura con él. Me refiero a que he conocido a gente pobre que son
completamente gilipollas. No todos los asquerosamente ricos son ratas.
—No. No todo es blanco o negro. —Me acomodé en el asiento para
recolocar mi gran barriga—. ¿Por qué no sigues intentando tener un bebé?
—Hace años que no uso anticonceptivos. Pero nada sucede.
La lucha en su voz me tomó por sorpresa. Esto era nuevo. Siempre supuse
que Sheridan no quería tener hijos.
—¿Fertilización in vitro?
Hizo una mueca. —Es caro y, por lo que he escuchado, terriblemente
invasivo.
—Tengo dinero a raudales con ese acuerdo de Netflix, y mis ventas están
por las nubes después del vídeo.
Una sonrisa orgullosa llenó su rostro. —Estoy tan contenta de que hayas
accedido a hacer ese vídeo… Es grandioso.
Después de enterarme de mi embarazo y el dolor que me produjo dejar a
Ethan, necesitaba desesperadamente un proyecto creativo para distraerme,
así que contraté a alguien que me ayudara. El resultado fue un videoclip
extraordinario de ‘Song of the Sea’, que tuvo una influencia significativa en
las descargas.
Sheridan tocó mi mano. —Muchas gracias, cariño, pero no. Solo seré la
tía de Cian.
Entrelazamos los dedos y sonreímos.
—Espero que sigas quedándote aquí, siempre que estés en la ciudad.
Ahora que estás ganando dinero… —dijo.
—Solo si prometes dejar que te pague para al menos cubrir las facturas.
Ahora que tengo dinero, puedo pagar mi parte. ¿Y Bret?
—Creo que se alegra de que seas tú la que escuche mis penurias, así él se
libera.
Negué con la cabeza ante su loca relación. Todas las relaciones tenían sus
debilidades. Eso lo sabía.
—Oye, Pete todavía te ronda —dijo.
Pensé en el amigo rubio de Bret, que era atractivo con un rollo
despreocupado de ‘qué tal el clima’. —¿No me ves? Estoy enorme.
—No, no lo estás. —Frunció el ceño—. Tus tetas sí que están enormes,
eso es todo. Probablemente por eso está interesado.
—Mmm… Es mono, pero me aburriría demasiado. Prefiero estar sola que
en una relación en la que no hay mucho que decir.
Pensé en cómo Ethan y yo charlábamos sobre todo tipo de temas. Le
encantaba preguntarme sobre ciertas causas y cómo me sentía.
—¿Por qué no te dejas de una vez de cabezonerías y hablas con Ethan? —
Sheridan preguntó por millonésima vez.
Suspiré. Seguía enviándome mensajes de texto regulares con emojis
tontos, canciones y todo tipo de recordatorios de su existencia. Sin
embargo, no necesitaba ninguno, porque Theadora me mantenía informada.
Sabía que estaba saliendo con una chica de piernas largas de Londres. A
pesar de que Theadora dijo que no se le veía muy por la labor, todavía me
dolía.
—Cuando nazca Cian, veremos. Es raro. No puedo verle sin querer tener
sexo con él. Es un hombre adictivo. —Mi cuerpo hormigueaba con solo
decir eso.
—No puedo culparte. El tipo está muy bueno.
—Ese es el problema. Cuando veo a Ethan, solo pienso en sexo. No es un
buen amigo con el que pueda compartir una taza de té y hablar sobre la
última cagada del Brexit.
Ella rio. —Seguro que no querrías hablar de política.
Negué con la cabeza. —Pero ya me conoces, necesito saber que podemos
ser más que simples amantes que se arrancan la ropa.
—Eso suena muy bien… A mí no me importaría.
Su sonrisa triste me hizo preocuparme por su felicidad. En todo caso, a
pesar de lo unida que estaba con Bret, estar cerca de ellos me recordó que
no haría nunca nada a medias: novios, vida o incluso arte.
Lo que Sheridan no sabía era que Ethan me visitó.
Audrey llamó al telefonillo y luego llamaron a la puerta. Sin embargo, en
lugar de encontrarme a mi vecina, era Ethan con una sonrisa tímida.
—Lo siento, cariño —dijo mi vecina mordiéndose el labio y mostrándose
arrepentida. Ethan la besó en la mejilla y ella salió corriendo,
probablemente tocándose la mejilla. No todos los días un hombre guapo la
besaba.
Tuve que reírme y sacudir la cabeza al mismo tiempo. —Déjame adivinar,
¿la has sobornado?
Echó la cabeza hacia atrás en estado de shock, como si le hubiera acusado
de coquetear con mi vecina de setenta años. —No. Solo necesitaba verte, y
no estabas siendo precisamente receptiva.
El tiempo se detuvo mientras permanecíamos en la puerta, perdidos el uno
en los ojos del otro.
Me aclaré la garganta. —Mi casa es un desastre y debo tener un aspecto
horrible. —Toqué mi tripa. Estaba embarazada de siete meses en ese
momento y vestía mi camiseta favorita larga y suelta y nada más.
—Estoy acostumbrado a tu casa, Bel. —Sonrió dulcemente.
Su uso de mi diminutivo me recordó a cuando éramos niños. Desde que
intimamos me llamaba por mi nombre completo, como si se estuviera
conectando con otra versión de mí.
Me aparté de la puerta y le dejé entrar. Su colonia flotaba sobre mí y mis
pezones se tensaron.
El cabello de Ethan era más corto y se había afeitado esa sombra oscura
permanente que enfatizaba su mandíbula cincelada. Lo que no había
cambiado, sin embargo, eran esos ojos oscuros y sensuales que me derretían
y me hacían olvidar mi nombre.
—Has estado haciendo ejercicio —le dije, yendo hacia la cocina.
—Voy a Reinicio casi todos los días cuando estoy en Merivale. —Me
siguió a la desordenada cocina, donde los platos sin lavar se amontonaban
en el fregadero.
—Oh Dios, por favor no entres aquí. —Le empujé—. ¿Un té?
Me sonrió haciendo un escándalo, y por un minuto olvidé que no
estábamos juntos. Se paró frente a mi estantería y cogió un libro sobre
maternidad. —¿Cómo te sientes?
—Estoy bien, gracias. —Traté de sonar alegre, a pesar de los temblores
repentinos que afectaban a mis cuerdas vocales. Como un bienvenido
respiro de este repentino estallido de turbulencia emocional, me ocupé de
preparar el té.
Llevé el té al salón y me uní a él; le pasé una taza, usando todo mi poder
para no derramarla. Le hice sitio en el sofá apartando mi guitarra y mis
libros.
—¿Qué tal va la música? —preguntó.
—Está bien. —Me senté y tomé un sorbo de té, deseando que fuera algo
más fuerte.
—Me encanta 'Song of the Sea'. El videoclip es impresionante. —Se veía
orgullo verdadero en sus ojos, lo que me hizo querer llorar por alguna
razón.
Tragué con fuerza. —¿Me has buscado?
Él asintió lentamente. Parecía tan nervioso como yo. Normalmente, Ethan
era el que hacía que todo pareciera fácil, con ese enfoque amable y
dinámico.
Nos sentamos y bebimos nuestro té en un silencio incómodo.
—¿Por qué has venido? —pregunté por fin.
—Solo quería verte. —Su mirada penetrante me tomó como rehén.
Me tragué la culpa. ¿Por qué le había empujado lejos? Sheridan tenía
razón. Necesitaba ir al psicólogo.
Él sonrió con fuerza. —Estás preciosa. La maternidad te sienta bien.
—Solo estoy gorda. —Me reí, buscando una manera de diluir esa
repentina tensión sexual.
Su mirada quemaba en mi rostro, luego se acercó al sofá y tomó mi mano.
Un hormigueo repentino a través de mi cuerpo secuestró mi respiración.
Aparté la mano. —Mira, Ethan, esto es demasiado.
—¿Ya no te sientes atraída? —Frunció el ceño.
—Claro que sí —dije, mirando hacia abajo a mis pies descalzos.
Necesitaba una pedicura, así que escondí las uñas de los pies.
Se levantó del sofá y se quedó junto a la repisa, jugueteando con un
cristal. —No ha habido un día que no haya pensado en ti. Quiero ser parte
de esto.
—¿Con esto te refieres a mi bebé?
El asintió. Su mirada inmutable penetró profundamente. Fue lo más
intenso que jamás me había encontrado.
Las gotas de sudor resbalaban por mis brazos. —Pero puede que no sea
tuyo. —Abrí las manos. Podría haber hecho una prueba de paternidad por el
bien de nuestra cordura, pero decidí permanecer en la oscuridad. Porque si
el bebé era de Ethan, podría haberse sentido presionado. Por el bien de mi
hijo, preferí el entumecimiento a la agitación, ya que generaban hormonas
tóxicas como el cortisol, potencialmente dañinas para el bebé.
Se encogió de hombros. —Te echo mucho de menos, no me importa.
Suspiré pesadamente. Unas lágrimas ardientes brotaron de mis ojos. Pero
rápidamente las eliminé invocando la fuerza de Hércules. Me dolía el
corazón por este hombre. No era solo sexo. Aunque verle pasarse la lengua
por esos labios carnosos había puesto a bailar a todas mis hormonas.
—Parece que solo quieres hacer lo correcto por mí.
Dio un sorbo a su té y se tomó un momento para responder. —Bueno, sí.
Pero no estaría aquí si no sintiera algo fuerte.
—¿No es solo sexo? —pregunté—. Aunque no creo que tengas eso en
mente viéndome así.
Sacudió la cabeza lenta y repetidamente. —Eres hermosa. —Su boca se
curvó ligeramente antes de enderezarse—. Todo lo que sé es que te extraño.
No estoy seguro de adónde irá esto. Pero quiero estar aquí, sosteniendo tu
mano. Especialmente si el niño es mío.
—¿Y si no lo es?
Se frotó el cuello. —No sé cómo me voy a sentir. Pero quiero estar aquí
para ti. Eso lo sé. —Levantó la vista lentamente y sus ojos se encontraron
con los míos.
No podía permitirme caer en su mirada somnolienta, que hablaba de sexo
caliente y momentos divertidos. Exhalé mi frustración en un fuerte
resoplido. —No puedo hacer esto ahora, Ethan.
Dejó su taza y se dirigió a la puerta.
Me reprendí a mí misma por ser tan frágil y cautelosa. Debería haber
saltado de alegría. Mi antigua yo salvaje lo habría hecho. Pero tenía que
pensar en mi hijo. La pasión tenía que quedarse en un segundo plano.
Con todo eso dando vueltas en mis pensamientos, traté de darle sentido a
lo que había dicho o a lo que no había dicho. Sus palabras revolotearon en
mi cabeza. Quería ayudar, pero ¿cómo? ¿Me seguiría queriendo si el bebé
no fuera suyo?
No podía permitirme acurrucarme con él y disfrutar de su dulzura picante,
solo para que desapareciera de repente. ¿Cómo podía arriesgar mi corazón
por él cuando necesitaba permanecer fuerte por mi hijo?
Se pasó los dedos por el cabello, haciendo que esa espesa melena marrón
oscuro se erizara. Quería abofetearlo por ser tan jodidamente guapo.
¿Por qué no podía ser aquel imbécil superficial? Eso hubiera hecho que
cerrarle la puerta en la cara hubiera sido más fácil.
—Lo siento por irrumpir así. Solo quería verte.
Entonces dejé que tomara mi mano. Eso fue un desastre. Un hermoso
desastre.
Todo lo que necesité fue que sus ojos perforaran los míos en una de esas
miradas suaves y tiernas, y caí en sus brazos. Estaba tan mareada por su
masculinidad, que sus fuertes brazos tuvieron que sostenerme. Cerré los
ojos y me dejé llevar por una nube de deseo.
Sus labios tocaron los míos y eso fue todo. Él me tenía. Dejé que tomara
el control. Tierno y suave, su boca acarició la mía. Incluso tembló, ¿o mis
labios temblaban sobre los suyos?
Se sentía como si ambos hubiésemos querido robar ese beso desde el
momento en que entró, como adolescentes haciendo algo prohibido. De
suaves y exploratorios a ardientes y hambrientos, sus labios devoraron los
míos. Sus manos recorrieron mi cuerpo y sentí un fuerte latido contra mi
torso. Su pene se había puesto duro como el acero, dejando un ardor
desesperado entre mis piernas.
—Estás caliente. —Habló en mi boca. Incluso su aliento en mi lengua
parecía viajar hasta mi vagina.
La sangre me recorrió. Mi cerebro se había apagado.
Drogada por una oleada de deseo hambriento, me rendí a sus suaves
toques, convertidos en manoseos, besos y mordiscos.
Al minuto siguiente estábamos en mi cama deshecha, donde me acarició
el clítoris y me hizo gritar su nombre.
—Te necesito dentro de mí ahora —dije, tirando de su cabello.
Mis ojos abandonaron su posición natural. Habían pasado meses y aquello
fue intenso.
Él gimió cuando entró en mí. Me puse de costado y cabalgamos una ola
de calor divino tras otra, que hizo que los dedos de mis pies se encogieran.
Su aliento era cálido en mi oído mientras besaba y mordía suavemente mi
cuello. —Eres hermosa.
Fuerte y duro, su pene entraba y salía y su respiración entrecortada
humedecía mi oído. Nuestros cuerpos estaban pegajosos. Sus manos
acariciaron mis pechos.
Solté los músculos, luego fui arrastrada por una ola caliente que se
convirtió en un tsunami, arrojándome hacia abajo. Cuantos más músculos
liberaba, más loco se volvía. No estoy segura de cuánto tiempo estuve
fuera, pero fue tan intenso que grité.
Cuando recuperé el aliento, me volví hacia él. —No podemos hacer esto
de nuevo.
—¿Por qué? —Parecía confundido, como si hubiera derribado la entrada a
un mundo donde solo existía la felicidad.
Nuestro mundo, hasta ahora, sin bebé.
—Porque no quiero estar contigo así.
—Pero ha sido increíble.
—Lo sé, también para mí. —Resoplé.
Jugó con mis dedos. —Es más que eso para mí.
Mi corazón se llenó de luz al escucharle admitir eso, pero, aun así, la yo
independiente quería vivir esto sola.
—Cuando nazca el bebé, veremos cómo están las cosas. Para entonces, es
posible que hayas conocido a alguien, de todos modos.
Se levantó y se vistió. —¿No me dejarás estar ahí para ti? ¿Aunque sea
para sostener tu mano?
Negué con la cabeza. —Es demasiado complicado, Ethan. Somos
demasiado complicados.
—Joder. Creo que le das demasiadas vueltas a las cosas. Me parece bien
todo esto. He tenido tiempo de pensarlo. Prefiero estar en tu vida que fuera
de ella.
¿Cómo podría no sonreír ante esa admisión que me helaba el corazón?
Le acompañé hasta la puerta. —Ethan, vamos viendo qué pasa. Dame un
poco de espacio porque voy seguir poniéndome inmensa en cualquier
momento. Y luego, después de que nazca el bebé, veremos.
Se pasó los dedos por el pelo espeso. —Sabes dónde encontrarme.
Le vi alejarse y mi corazón apenas volvió a latir.
Capítulo 24

Ethan

ERA EL CUMPLEAÑOS DE Will y, para celebrarlo, mi madre organizó


una cena. Era mi primer día de regreso a Merivale después de una semana
en el hotel, hablando con un experto en energías renovables sobre cómo
reducir la huella de carbono.
Me gustaba estar de vuelta en casa. Siempre lo hacía. Y después de
haberme pasado por el spa, me animó lo popular que se había vuelto.
Andrew, mi compañero, se había hecho cargo de su funcionamiento, y me
exprimía la vida cuando nos abrazábamos.
—¿Has venido solo? —Me preguntó Savanah mientras me sentaba.
—Sí. —Me desabroché la chaqueta. Gracias a mis ejercicios, mis
hombros y brazos habían crecido. Era hora de visitar a mi sastre italiano
favorito para comprar ropa nueva.
—¿Qué ha pasado con Kiera? —preguntó mientras el camarero vertía
vino en su copa.
—Fue solo una vez. No estaba por la labor, la verdad. —Asentí cuando el
camarero se ofreció a llenar mi vaso.
Lo que Savvie no sabía era que había visitado a Mirabel más de una vez.
Me había hecho prometer que no se lo diría a nadie, lo cual era extraño,
pero acepté, por ahora. No quería estresar a Mirabel estando como estaba.
Entendí que ella no quería que le ofreciera una relación como un acto que
era lo correcto. Aunque yo no lo sentía así. Simplemente la echaba de
menos. Y cuando estábamos juntos, mi cuerpo se ponía a cien. Nunca había
anhelado a una mujer de la forma en que lo hacía con Mirabel. También me
gustaba estar cerca de ella.
Nunca tenía suficiente de ella. Pero eso fue hace semanas. Y a pesar de
que le rogué que me dejara estar presente en el parto, ella se negó.
Había dicho algo vago acerca de que ver a un bebé salir por ahí podría
desanimarme de tener relaciones sexuales con ella otra vez, lo cual era
inimaginable, ya que tenía una erección constante cada vez que estábamos
cerca.
Un apetitoso aroma a cordero asado me llegó mientras cortaban la carne.
—Huele bien. Estoy hambriento.
Savanah asintió. —Tenemos un nuevo chef. Es bueno. No puedo parar de
comer.
—¿Qué tal estás, de verdad? —pregunté.
—Ya sabes, lo mismo de siempre. Creo que iré a París la próxima semana.
—¿Qué hay de tus estudios?
Ella tomó un sorbo y se limpió los labios. —Lo estoy haciendo a tiempo
parcial y online.
—Pareces aburrida, Savvie. —El camarero colocó el plato frente a mí y
asentí ante la oferta de salsa—. He descubierto que desde que trabajo en
proyectos y dirijo el hotel, no tengo tiempo para aburrirme. —Me serví
ensalada desde la ensaladera—. Tengo una idea. El hotel necesita cortinas y
ropa de cama nuevas. ¿Qué tal si te vienes a verlo el lunes?
—¿Por qué no? Ya estoy ayudando a mamá con cortinas y ropa de cama
para Elysium. —Masticó una porción—. Terminaré la carrera de arte.
—Deberías. Siempre fuiste buena dibujando.
Rara vez mantenía el rumbo. Pero estaba decidido a estar allí para ella y
animarla.
—¿Cómo te va con este nuevo chico tuyo? —pregunté, disfrutando de la
ternura de la carne.
—Bien. Richie es agradable. —Persiguió los guisantes alrededor de su
plato—. ¿Kiera sigue acechándote?
Asentí. —Es espantoso. Una vez me acosté con ella y ahora espera que
nos casemos.
Savanah se rio de lo absurdo de mi situación. —Ya eres mayorcito.
Puse los ojos en blanco al oírla parafrasear a nuestra madre. —Estoy
bastante seguro de que no me voy a casar solo por estar a punto de cumplir
los treinta.
—Mirabel ya ha tenido el bebé.
Asentí lentamente. Había pensado en poco más. Theadora, que se había
convertido en mi informante en lo que respectaba a Mirabel, me lo había
dicho.
—¿Vas a pedirle que se haga una prueba de paternidad? Tienes derecho,
¿sabes?
—Primero veré si me deja visitarla. —Mi voz tensa traicionó cuán
emocionalmente trastornado me había vuelto desde el nacimiento de ese
niño. Podía pensar en poco más.
Ella sacudió la cabeza. —Eso es tan jodidamente raro. Obviamente tiene
miedo a que la hagas daño.
Asentí pensativamente. No había mucho que pudiera añadir. A pesar de
haber visto a Mirabel hacía dos semanas, parecía que habían pasado meses.
Crisp apareció y se sentó junto a nuestra madre, como siempre. Will se
sentó al otro lado, y cuando Bethany le sirvió, todo fueron sonrisas.
—¿Qué crees que está pasando ahí? —Deslicé mis ojos en su dirección.
Savanah se encogió de hombros. —La nueva sirvienta está loca por él.
Debo decir que, desde que Will se dejó crecer un poco el pelo y con la
sombra de la barba permanente, tiene un aspecto no desdeñable de Colin
Firth. Especialmente con esa chaqueta de terciopelo. Se ha convertido en el
señor de la mansión.
El cambio progresivo de Will al papel de hombre de la casa, pareció
adaptarse a él. Nunca había encontrado una razón para que no me gustara y
hacía feliz a nuestra madre.
—Bethany es como una versión más joven de mamá —dijo. Es bastante
guapa.
Sin duda, Bethany atraía mucha atención masculina. Su cabello largo y
oscuro, normalmente en un moño, estaba recogido en una coleta. Llevaba
pintalabios rojo brillante y un delineador fuerte que enfatizaba sus ojos
oscuros, y balanceaba sus caderas cuando caminaba.
—Oye, ¿por qué no le tiras la caña?
Mi ceño se arrugó. —¿Estás bromeando?
—Bueno, te enamoraste de Mirabel. Ella es pobre.
Mi cuello crujió cuando me giré bruscamente para mirarla. —¿Y qué
importa eso?
Savanah sonrió. —Normalmente solo le tiras la caña a nuestra gente.
—¿Nuestra gente? —Dejé mi tenedor—. ¿Qué hay de ti y tus camellos?
No son exactamente ‘nuestra —enganché los dedos—, gente’.
—Eso es porque los nuestros son jodidamente aburridos. Y a la mitad de
ellos les gustan las cosas raras, como llevar bragas de niña. En cualquier
caso, hablamos de ti, no de mí. —Se secó la boca con una servilleta—. Lo
que quiero decir es que normalmente buscas chicas pijas. Probablemente te
hayas follado a todas las de por aquí.
Mi hermana estaba obsesionada con nuestros hábitos de alcoba, que no
era un tema que me interesara.
—No llevo la cuenta. —Esbocé una sonrisa tensa—. En cualquier caso,
eso es cosa del pasado. He cambiado.
—Te has vuelto aburrido, como todos los demás. —Pinchó con el tenedor
unas verduras. Su carne estaba intacta.
—¿No comes?
—Mmm… Estoy pensando en dejar la carne por un tiempo. No va
conmigo.
—Estás pálida y has perdido peso, Savvie. —Fruncí el ceño en señal de
preocupación.
—Estoy bien. ¿De qué estábamos hablando? Oh, sí, de que te enamoras
de chicas pobres.
—Mirabel no es pobre. Su canción está arrasando ahora mismo.
—¿Así que la has estado vigilando de cerca? —Savanah sonrió.
No había parado. La veía en YouTube todo el tiempo.
—No quiero hablar de esto ahora mismo, Savvie.
DESPUÉS DE LA CENA, salí a caminar con Declan para tomar un poco el
aire y descansar de todas las preguntas sobre mi vida privada.
—Si escucho a otra persona preguntándome cuándo me voy a casar o
dónde estoy escondiendo a esa chica especial, perderé la compostura —le
dije—. Casi le digo a Lavinia que tenía unas cuantas escondidas en el
sótano y que las saco cuando las necesito para planchar una camisa o
masajearme los hombros.
Declan se rio. —¿Masajearte los hombros?
—Lavinia... tiene ¿qué? Ochenta ¿o algo así? No podía ponerme
exactamente lascivo. Aunque fui un poco más directo con Camila. Le dije
que las sacaba cuando necesitaba placer. —Me reí, recordando el horror de
la mujer de setenta años.
—Solo has estado con esa chica, aparte de Mirabel, en todo este año —
dijo, mientras caminábamos por los terrenos iluminados.
Esas inolvidables pocas semanas de sexo desenfrenado hace un par de
meses con Mirabel me devolvieron la vida.
La extrañaba más que nunca.
¿Dónde estaba ese idiota superficial, que ella me había acusado de ser,
cuando lo necesitaba?
Drake se acercó. Se había convertido en empleado de seguridad de
Merivale después de la desaparición de más joyas.
—Oye, Drake, ¿has atrapado a algún ladrón? —pregunté.
Drake se rio entre dientes. —No.
—¿Has tenido noticias de Billy? —preguntó Declan.
El asintió. —Está bien. Agradece el trabajo que le conseguiste.
Nos alejamos y nos sentamos en un banco. —¿Alguna noticia del
investigador privado?
Declan negó con la cabeza. —Solo que se las arregló para ponerse en
contacto con Luke, que todavía está en Los Ángeles. Cuando le preguntó si
a papá le gustaba contratar profesionales, Luke explicó que lo hacía de vez
en cuando.
—Pero, ¿por qué iba a tomarse una pastilla para dormir primero? —
pregunté.
—Esa es la cosa, podría haber tomado la pastilla para dormir después del
sexo. Podría haber sido una persona completamente diferente que llegó
después de haber estado con quienquiera que estuviera.
—En otras palabras, dos visitantes misteriosos —dije.
Se encogió de hombros. —Siempre chocamos contra una pared.
Las luces del sensor se encendieron y Manon, que estaba trabajando en la
cocina durante las galas, salió. Crisp la siguió. No debieron habernos visto
porque estábamos sentados a unos metros de distancia, en la oscuridad.
—Manon, c'est un joli nom français pour une belle fille.
Ella hizo una mueca. —No tengo ni idea de lo que estás diciendo. —Se
metió un cigarrillo en la boca.
Lo encendió junto con su puro. —He dicho que es un bonito nombre
francés para una chica tan bonita.
Ella se encogió de hombros. —No sé. A mi madre se le ocurrió.
—¿Nunca has estado en Francia?
—No. Esta es la primera vez que salgo de Londres.
—¿Te gusta Merivale? —preguntó, echando humo.
—No estoy segura. Es demasiado elegante, supongo.
Se apoyó contra una pared, le dio una calada a su cigarrillo y exhaló un
extraño anillo de humo.
Incliné mi cabeza en su dirección. —Es bastante precoz para tener
dieciocho años. —Me refería a su corta falda y la blusa ceñida. Era una
versión más joven de su madre. Ambas se ponían mucho maquillaje y
aprovechaban al máximo sus dones femeninos. Sin embargo, no me atraía.
Declan asintió. —Está coqueteando con ella. Es jodidamente evidente.
—Ella no está rechazándolo, que se diga…
—No. —Declan no ocultaba su odio por el socio comercial de mi madre.
Compartía la aversión de mi hermano. En el fondo, sospechaba que era el
asesino de nuestro padre. Él y mi madre tenían mucho que ganar. Sin
embargo, era una teoría incómoda que traté de dejar de lado, a pesar de que
flotaba hacia la superficie, como un cadáver arrojado al mar.
Manon gritó: —¡Que no!
En un segundo, Drake corrió y agarró a Crisp por el cuello, empujándolo
lejos.
El anciano se tambaleó hacia atrás y cayó sobre su culo. Se levantó, se
alisó la ropa y luego apuntó con el dedo a la cara de Drake. —¿¡Cómo te
atreves!? Haré que te despidan.
Corrimos a ver qué pasaba.
—¿Ha intentado sobrepasarse? —Declan le preguntó a Manon.
Parecía más interesada en Drake, mirando con ojos brillantes al guardia
de seguridad que, en cuestión de segundos, había pasado de tipo duro a
ratón, mientras le devolvía una tímida sonrisa.
—¿Estás bien? —Declan le preguntó.
Pareciendo despreocupada, apagó su cigarrillo en el suelo. —Solo
estábamos jugando.
Crisp se peinó hacia atrás con las manos y encendió otro cigarro.
Manon se alejó, y los ojos del anciano brillaron con desprecio. —No
tienes derecho a atacarme como un matón.
Drake levantó las palmas de las manos en defensa. —Oye, solo estaba
haciendo mi trabajo. Ella gritó.
Se ajustó el cuello. —Hablaré con la señora de la casa sobre esto.
—No, no lo harás —dijo Declan—. Hemos visto lo que ha pasado.
Estabas encima de ella.
Los labios de Crisp se tensaron en una fría sonrisa. —Parece que ella no
estaba, lo que se dice, incómoda. —Sus ojos viajaron a los de Drake como
una forma de desafío.
—Si escucho siquiera un indicio de que te propasas con el personal joven,
borraré esa sonrisa de estreñido de tu cara. —Declan estaba
intimidantemente cerca de Crisp.
Haciendo un gesto con la mano apuntando a mis ojos y después a él,
agregué: —Te estaremos observando.
Expulsó el humo y me devolvió una fea sonrisa. Este tipo no se
amedrentaba fácilmente. En absoluto.
Sus antecedentes eran un misterio: un hombre hecho a sí mismo,
habíamos oído. También era bien educado. ¿O era una artimaña? Podría
haber sido uno de esos tipos cultos que podían hablar con lirismo sobre la
historia de la guerra, la política y el arte con la misma fluidez con la que
mis compañeros hablaban sobre las últimas tendencias para invertir dinero
y las adquisiciones de clubes de fútbol. Una vez bromeamos diciendo que
Crisp probablemente había hecho su riqueza a través del tráfico de drogas o
alguna actividad igualmente nefasta.
Drake observó a Crisp escabullirse. —Estaba propasándose con ella, estoy
seguro de eso.
La respuesta de Manon había enviado todo tipo de mensajes erróneos.
¿Estaba disfrutando de la atención de un hombre mucho mayor que ella o
estaba protegiendo su puesto de trabajo?
Declan palmeó el fuerte hombro de Drake. —Hiciste lo correcto.
El chico se frotó el cuello. —Podría haber perdido mi trabajo. Es muy
cercano a tu madre, ¿no?
—No te preocupes. Me aseguraré de que no salga nada. Hiciste lo
correcto —repitió Declan.
Capítulo 25

Mirabel

CIAN SONRIÓ Y MIS ojos se llenaron de calidez y amor, el tipo de amor


que ni siquiera sabía que poseía. Bañé a mi hijo con tanto cariño que tuve
que cuidarme de no sofocar su cuerpecito suave al abrazarlo.
—Es hermoso —canturreó Theadora. —Y es tan grande…
—Lo sé. Solo tiene un mes. Fue un bebé grande desde el principio.
Sheridan estuvo conmigo en Bridesmere. No pude deshacerme de ella.
Había creado una web para trabajar desde casa, lo que le permitía atender a
sus clientes online. No me importaba. De hecho, su apoyo había resultado
de gran valor. Ella era la que me proporcionaba toda la información,
buscando en su portátil cualquier cosa que tuviera que ver con el cuidado de
un recién nacido.
Theadora también venía a menudo. Nos habíamos hecho muy amigas, y
sin estas dos fabulosas mujeres, habría sufrido. Aunque Cian me dejaba
dormir bastante bien. Era un ángel. Me sentía realmente bendecida.
Sin embargo, el parto en sí había sido difícil. Al final, tuve que hacerme
una cesárea. Pero con Sheridan allí en el hospital las 24 horas del día, recibí
un gran apoyo.
—Él realmente quiere verte. —El tono de súplica de Theadora me hizo
tragar saliva.
La vanidad y el miedo me impidieron ver a Ethan después del nacimiento.
Corrí y me escondí cuando le vi acercarse hacia mí aquella vez en el
pueblo. Ese comportamiento infantil era pura protección. No podía permitir
que se comprometiera conmigo por el niño. Pero tampoco podía volver a
tener sexo casual, a pesar de que mi cuerpo ardía por él.
—Está siendo muy estúpida —le dijo Sheridan a Theadora—. Se lo sigo
diciendo. ¿Y si es el padre? Ya la conoces, es una cabezota.
Asentí. Lo sabía. Sucedería. Esperaba que me perdonara por no permitirle
ver nacer a su hijo, a pesar de que yo estaba en una mesa de operaciones y
no en un parto estándar. Eso me hizo sentir que habría sido un poco
inadecuado. Sheridan no dejaba de recordarme que no importaba cómo
sucediera, siempre y cuando la madre y el niño estuvieran bien. Y desde
luego, lo estábamos.
—Cian podría no ser suyo.
—¿Cuándo se hace la prueba de paternidad? —preguntó Sheridan.
Me rasqué la cabeza. Realmente me dejaría llevar. Me sentía como una
mujer de las cavernas. —Pronto. —Había pensado poco en el tema. Sabía
que necesitaba llamar a Ethan.

ERA UNA TARDE SOLEADA tan encantadora que decidimos dar un


paseo hasta el muelle. Cubrí a Cian con una manta en su cochecito, y
Sheridan y yo deambulamos. De vez en cuando, me detenía a mirar la carita
de mi hijo, que estaba llena de asombro ante el desfile de la vida.
Me sentía libre y viva. Mi cuerpo estaba sanando, a pesar de tener el
estómago fofo, en el que ahora había una cicatriz. Había hecho Pilates y
estaba decidida a ponerme en forma.
Estábamos a punto de cruzar la calle hacia el muelle cuando me encontré
cara a cara con Caroline Lovechilde. Nunca la había visto en el pueblo
antes. Iba con un vestido de tubo verde con toques dorados, parecía que
pertenecía a Mayfair o Northbridge, no a nuestro pequeño y tranquilo
pueblo de pescadores.
La madre de Ethan poseía el tipo de belleza eterna que solo un buen
cirujano estético podría conseguir. Los ojos oscuros de Caroline Lovechilde
tenían una expresión pétrea e inmutable.
Pensé que me ignoraría y miraría por encima de mi cabeza, como lo había
hecho la última vez que nos vimos. En cambio, se detuvo y me miró a la
cara. Sin hablar miró dentro del carrito y directamente a Cian. Su rostro se
puso pálido, como si estuviera viendo algo extraordinario.
Me miró a mí y luego a Cian otra vez. —Ahora eres madre por lo que
veo.
—Buenas tardes, señora Lovechilde. —Mantuve mi tono frío. Después de
todo, ella me había tratado como una mierda la última vez que nos
cruzamos.
—¿Qué edad tiene?
—Cian acaba de hacer dos meses.
—¿Ese es su nombre? —Sus cejas se movieron ligeramente. Algo le
rondaba la cabeza, al parecer; como si estuviera reclamando algo sobre él.
Ethan había llamado. Habíamos hablado. Le prometí que nos
encontraríamos para poder arreglar lo de la prueba de paternidad. Quería
venir desde Londres, donde había estado trabajando. Eso fue dos días
después de haber regresado del hospital. Le prometí que le llamaría cuando
fuera el momento adecuado. Todavía no le había llamado. No quería que me
viera así.
Caroline no quitaba la vista de mi bebé, como si estuviera buscando un
defecto o una marca.
—Si nos disculpa —le dije, luego la dejamos allí plantada.
Al día siguiente, recibí una llamada de ella. A pesar del número privado
en mi pantalla, cogí la llamada, y cuando habló, casi dejo caer el teléfono.
Cuando me preguntó si podía visitarme, la respondí: —No tengo nada que
hablar con usted.
—Sé que fui bastante desagradable cuando actuaste en nuestra velada, y
por eso, te debo una disculpa.
Sonaba casi humana, lo que me pilló por sorpresa.
—Me gustaría ver a Cian —dijo.
—¿Por qué? —Mi fría respuesta se hizo eco de su propio tono frío.
—Es mi nieto, creo.
—Eso no es oficial.
—Por favor. —Parecía necesitada. No era algo que hubiera esperado de la
ruda matriarca.
—Puedo verte en casa de Milly a la una. —Colgué el teléfono,
preguntándome por qué había accedido.
Era por Cian. Si algo me sucediera, necesitaba saber que él estaría
protegido si fuera, de hecho, un Lovechilde. Realmente estaba demasiado
asustada para averiguarlo. Ese pequeño atisbo de posibilidad de que él no
fuera de Ethan me tenía en ascuas, a pesar de que mi corazón me decía lo
contrario. Un gran peso me siguió. Sabía que tenía que averiguarlo pronto,
por el bien de todos.
Pero por ahora, había caído en la distracción típica de una madre
primeriza, donde el tiempo no importaba o se olvidaba por completo.
Perdida en esta neblina maternal, caminé con mi cerebro cubierto de niebla.
Todo en lo que podía pensar era en amamantar, mirar a mi hijo sin cesar o
cambiar pañales.
Caroline Lovechilde ya estaba allí cuando llegué. Desde la distancia,
podría decirse que había quedado con una actriz glamurosa en una cafetería
parisina. Había algo cinematográfico en su aspecto con una camisa de seda
color crema, gafas de sol y un sombrero de ala ancha, mientras bebía té.
Puse los frenos del carrito y tomé asiento. La camarera se acercó y pedí
un zumo. Cian dormía profundamente. Ese chico parecía que solo comía y
dormía.
Caroline siguió mirándolo. —Es la viva imagen de Ethan cuando tenía su
edad. —Su voz se quebró como si estuviera a punto de llorar.
¿Cómo podría saberlo? Todos los bebés tenían el mismo aspecto a los dos
meses.
Dejé un poco de tiempo para que lo observara. Cuando Cian abrió los ojos
y sonrió, su boca se curvó cálidamente. Esa fue la primera sonrisa que había
visto en ella.
—¿Puedo cogerlo?
Asentí.
Algunos de los aldeanos que me conocían pasaron y me saludaron. Con
las cejas enarcadas, se detuvieron para sonreír a Cian, y creo que la
presencia de Caroline Lovechilde les tomó por sorpresa.
—A estas alturas, todo el mundo lo sabe, ¿te das cuenta?
Solo tenía ojos para Cian. No existía nada más. —Probablemente.
—¿No te importa?
Ella me miró. —Sucedió. Y es hermoso. —Su voz se quebró de nuevo.
—Mire, Sra. Lovechilde, puedo ver que la ha afectado. Pero no puedo y
no quiero compartir esto con usted.
Ella me miró sin pestañear. —Tendrá todo y más.
Negué con la cabeza lentamente. —No quiero criar a un consentido.
Tengo mi propio dinero. Más que suficiente para mí y mi hijo.
—¿Hiciste esto a propósito? ¿Usar a mi hijo para quedarte embarazada?
—¿Él sabe que ha venido a verme?
—No. Está en Londres. Vuelve mañana.
—Ni siquiera he hecho la prueba de paternidad.
De pronto una línea tenue se formó entre sus cejas perfectamente
depiladas. —¿Te acostabas con otros hombres al mismo tiempo que con mi
hijo?
Casi me río de lo escandalizada que estaba. También me impactó oírlo de
su boca. ¿Cómo podía alguien acostarse con otro estando con Ethan?
—No estábamos juntos en esos momentos.
—Es hijo de Ethan. No me hace falta esa prueba.
Nos miramos a los ojos y ninguna de las dos parpadeó.
Capítulo 26

Ethan

ME UNÍ A DECLAN mientras conversaba con un amigo de la familia.


Todos los que eran alguien habían sido invitados a la inauguración de
Elysium. El sueño de mi madre finalmente se había hecho realidad y, a
pesar de la reserva inicial de Declan, el resort se fundió orgánicamente con
el entorno natural. Con vistas al océano, un campo de golf, un gimnasio de
última generación y excelentes restaurantes, el hotel sería un imán para los
súper ricos que buscan un escape de fin de semana.
Antaño, Mirabel habría traído a su ejército de camaradas y habría
montado una manifestación. Evoqué una imagen de ella con una pancarta
que protestaba por la construcción de un pueblo patrimonial que estaba a
punto de desarrollarse. Asaltado por una lluvia de palabras de enfado, me
reía cuando ella me señalaba con el dedo, acusándome de acostarme con las
conservadoras.
Mirabel la activista era tan atractiva como su versión creativa madura. Se
había suavizado, pero no lo suficiente como para permitirme entrar en su
vida. Esta vez, sin embargo, no estaba protegiendo el orden natural de las
cosas, sino su corazón. O eso me recordó Theadora, después de haberla
abierto mi propio corazón en más de una ocasión desde el nacimiento del
bebé.
La noche del nacimiento de mi hijo, un sueño me dijo que había llegado.
Había estado con la cabeza en las nubes desde entonces. Eso era en mis días
buenos. En mis días malos, me peleaba con algunos idiotas en Reinicio, o
bebía en exceso y gritaba como alguien que necesita un consejero.
Ya había tenido suficiente. Decidí reventar la burbuja protectora de
Mirabel e insistir en ver a Cian, a pesar de no saber al cien por cien si era
mío. El hecho de que aún teníamos que hacer la prueba de paternidad hacía
que algunos días me costara respirar. Incluso había días en los que la odié
por dejarme fuera. Aunque siempre había considerado a Mirabel valiente y
siempre había respetado su independencia, mi paciencia con su exceso de
sensibilidad se había agotado.
Recorríamos la reluciente piscina de tamaño olímpico mientras los
camareros caminaban con bandejas de canapés y champán. La piscina
turquesa, con su cascada de roca natural, era un escenario perfecto para esa
cálida tarde. Incluso el viento había amainado.
Miré a través de las puertas de vidrio de la entrada principal, donde las
pinturas de desnudos retozando en el bosque adornaban las paredes, en un
guiño al folclore de esta región.
—Parece que solo hacemos estas cosas últimamente —dijo Declan,
bebiendo de su cerveza.
Tomé un trago de mi botella y me limpié la boca con el dorso de la mano.
—No estoy de humor, para ser honesto.
Había tomado una gran decisión esa mañana, impulsado por mi madre y
por todos los que me aconsejaron. Normalmente, me alejaría y no
escucharía lo que me tuviera que decir, pero esta vez, me senté y escuché.
Mi hermano me dedicó una de sus medias sonrisas comprensivas. Sin que
yo dijera nada, comprendió lo profundamente afectado que estaba por este
nacimiento. —¿Cómo está marchando todo? ¿Has intentado al menos
verle? Theadora dice que es un bebé hermoso y que se parece a ti.
Mi boca se secó y mi cara se sonrojó ante la mención del bebé de Mirabel.
Apenas podía respirar, y mucho menos responder debido a la avalancha de
emociones. Me quedé mirando mis nuevas botas de cuero que estaban
llenas de hierba por haber caminado por los terrenos recién segados.
—Tienes que ir a visitarla —agregó. Estoy seguro de que será razonable
al respecto.
Miré hacia el mar, que nos ofrecía unas ondas verde azuladas bajo el sol
de la tarde. —Su nombre es Cian. Voy a ir hoy. Pensé que sería mejor avisar
primero. No he podido pensar en nada más estos últimos dos meses. —Hice
un círculo en el suelo con la punta del pie—. Mamá ya lo ha visto. Insiste
en que es mío. Me ha sugerido que hable con un abogado.
Declan me estudió durante un minuto. —¿Todavía sientes algo por
Mirabel?
Asentí. —Sé que es una locura.
—No es una locura. Si los sentimientos se mantienen fuertes durante un
espacio de tiempo, entonces ella debe ser especial. De esa forma especial.
Mis cejas se juntaron. —No estoy seguro de si estoy listo para casarme.
Pero sé que echo de menos a Mirabel. Por encima de todo, quiero ser parte
de la vida de mi hijo. —Resoplé—. Eso si es mi hijo.
—¿Ella todavía no ha hecho la prueba?
—No. A menos que tenga mi ADN escondido.
—Bueno, entonces, será mejor que vayas y hables con ella, creo. —Le
sonrió a Theadora, que se reía con algunos de los invitados.
Había visto a mi madre antes; se había puesto pálida mientras describía su
encuentro con Mirabel. Me había contado cómo al ver a mi hijo le trajo
recuerdos de mí con esa tierna edad. Sus ojos se habían empañado en una
rara muestra de emoción.
—En cuanto al otro tema urgente —dijo Declan—, tenemos que hablar
con Will.
—¿Por qué? —Tomé una respiración profunda, sintiendo que se
aproximaba más drama.
—¿Sabes que planean casarse la próxima semana?
Mientras asentía, Savanah, que venía tambaleándose en unos tacones
súper altos, se unió a nosotros. Señalé sus zapatos rosa chillón. —¿Cómo
has logrado llegar hasta aquí subida en eso?
—Son geniales, ¿a que sí? Son los nuevos Manolos. Me encantan. Puede
que tenga que conseguir que ese guardia de seguridad sexy me lleve a casa.
—Se rio—. Hablando de hombres musculosos, ¿dónde está Carson? —Miró
a Declan.
—Ha vuelto a Londres.
Su boca se torció hacia abajo. —Eso no es muy divertido. ¿Seguirá
visitándonos?
Declan se encogió de hombros. —Ha montado una agencia de seguridad.
—Mmm... Puede que necesite usarla. —Savanah se miró a los pies. Sus
uñas estaban pintadas del mismo color que sus zapatos abiertos.
—¿No será otro novio de los brutos? —Mi tono era cortante. Me estaba
cansando de la incapacidad de mi hermana para salir con nadie más que con
hombres problemáticos.
—No quiero hablar de ello.
Miré a Declan y puse los ojos en blanco.
—¿Qué te ha dicho mamá sobre casarse con Will? —Declan le preguntó.
—Se van a casar la próxima semana. Lo van a mantener en una ceremonia
pequeña. Ni siquiera querían hacer una fiesta, lo cual es raro para mamá. Ya
la conoces, cualquier excusa para entretener.
Savanah se giró hacia mí. —He oído que soy tía. Mamá está fuera de sí.
Quiere al bebé aquí. A mí me gustaría verlo.
—Sí. —resoplé—. Lo sé. Voy a ver a Mirabel hoy.
—Es tu hijo. —Abrió las manos—. ¿Qué problema hay?
Brillante jodida pregunta.
—No está confirmado, por cierto. —Me toqué la mandíbula—. En
respuesta a tu pregunta, creo que me tiene miedo.
Savanah se rio. —¿Que te tiene miedo? —Pensó en ello por un momento
—. Vaya. ¿Y eso? ¿Quieres decir que tiene miedo de que le rompas el
corazón?
—Quizás. —Resoplé—. Ella es la que se enrolló con otro justo después
de tomarnos un tiempo —murmuré.
—Oh, Dios mío. Ella fue la que te hizo daño. —Los ojos de Savanah se
agrandaron, como si hubiera ocurrido algo inesperado.
—No hablemos del tema. —Me odié por abrir esa caja de Pandora. A mi
hermana le encantaba hablar de relaciones. Podría seguir todo el día
hablando al respecto.
De repente, un trío de jazz comenzó a tocar, y un par de amigos de la
familia pasaron y bromearon en un balbuceo incoherente común en estas
reuniones. Parecían pensar que mi madre era un súper ser que respiraba
polvo de oro. Le devolví una sonrisa robótica bien practicada, que había
aprendido desde temprana edad gracias a las innumerables galas a las que
había asistido.
Mi madre lo llamaba hacer contactos. Para mí, era tedioso, y siempre me
dolía el cuello y la cara de tanto sonreír y asentir con la cabeza. Pero allí
estaba yo, el hijo obediente, haciendo lo que se esperaba de mí, y al final, el
resort llenaría el spa con más huéspedes.
Cuando se marcharon Savanah se giró hacia mí. —¿Te vas a casar con
ella?
—No lo sé. —Mi voz tenía un tono áspero. Estaba harto de todas esas
especulaciones. Solo quería ver a mi hijo.
Me asustó lo exaltado que me ponía. Era irreconocible incluso para mí
mismo. Después de que mi madre me hablara de su encuentro con Mirabel
y de ver a Cian, salí del hoyo que había cavado para mí, un búnker donde
enterraba los problemas difíciles de procesar.
La adrenalina se agitó en mis entrañas. Había perdido el apetito y no
podía dormir. Ese niño se había apoderado de mi cordura. Después de la
muerte de mi padre, era como una cebolla que se deshacía. La versión
extrovertida de mí que disfrutaba de la vida se había desprendido primero, y
cuantas más capas me quitaba, más arisco me volvía.
Declan puso su mano en mi brazo. —Estoy seguro de que solucionarás
esto.
Mi boca se torció en una débil sonrisa.
Se inclinó. —Hay algo que necesito decirte.
Una fuerte exhalación hizo que mi pecho subiera y colapsara. —No más
mierda, por favor.
Puso una sonrisa preocupada. —Ya conoces a esta familia.
—¿Savvie necesita saberlo? — Mi hermana se había acercado a un
hombre con el cuello tatuado, vestido con un traje a medida. Probablemente
era un narcotraficante que se codeaba con dinero viejo para legitimar su
fortuna mal ganada.
—Es probable que monte un escándalo. No estropeemos el día.
Mi ceño se arrugó —¿Tan malo es?
—Creo que sí. Alejémonos de la multitud.
Dando pasos pesados, le seguí hasta un banco bajo un antiguo sauce.
Palmeé el grueso tronco. —Me alegro de que no se hayan deshecho de
Wilfred.
Mi hermano se rio al oír el nombre que le habíamos puesto al árbol en
nuestra infancia, cuando pensábamos que tenía poderes mágicos.
Especialmente cuando el sol parpadeaba dejando toques dorados en sus
ramas caídas. Cada vez que visitaba ese lugar, una cascada de cálidos
recuerdos me invadía como una brisa suave en un día de verano.
En el borde del estanque descansaba el pequeño bote rojo en el que
habíamos remado de niños. Ahora, albergaba musgo y un ecosistema de
moho que solo se sumaba a su encanto decadente.
—Vale, dime ¿de qué va todo esto? —pregunté.
—Antes, mientras subía por la pista hacia los acantilados, vi a Will con
Bethany, escondidos detrás de un árbol.
Mi ceño se cerró tan fuerte que me dolía la cabeza. —¿Besándose?
Asintió.
—¿Te vieron?
—No. Me escondí.
—Joder. Habíamos notado las miraditas entre ellos.
Declan asintió. —Tengo que decírselo a mamá.
—Joder. —Masajeé mi cuello mientras la simpatía por mi madre se
intensificaba—. ¿Deberíamos hablar con él primero? —Lancé un guijarro al
estanque, tratando de hacerlo saltar.
—No estoy seguro. Se van a casar la semana que viene.
—No lo han ocultado exactamente. ¿Cómo es que mamá no se ha dado
cuenta? Normalmente no se le pasa ni un maldito detalle. ¿Y por qué sigue
adelante con el matrimonio?
Declan resopló. —Cuidado con los calladitos, dicen.
Caminamos de regreso a través de las puertas de hierro con Elysium
escrito en filigrana.
Theadora se acercó a Declan. —¿No deberíamos hacer el anuncio?
—¿Anunciar qué? —pregunté.
—Vamos a tener un bebé. —Los ojos de Declan brillaron con emoción.
Mi boca se abrió. —¡Joder! ¿Y me lo dices ahora?
Declan se encogió de hombros. —Con todo lo que estás atravesando,
pensé que era mejor dejarlo en manos de mi querida esposa. —Él besó su
cabello y pasó el brazo sobre su hombro.
Si alguna vez alguien necesitaba comprobar cómo es una pareja llena de
amor, mi hermano y su esposa son los modelos perfectos del matrimonio
idílico. Solo que no son solo modelos, sino muy reales. Eso me reconfortó y
quise formar parte de sus vidas.
Besé la mejilla de Theadora. —Son buenas noticias.
Los ojos de Declan tenían una niebla sobre ellos. Sí, nosotros, los chicos
Lovechilde, nos habíamos olvidado esas rígidas normas que nos inculcaron
cuando éramos niños a través de una educación costosa y anticuada.
Abracé a Declan. —Estoy feliz por ti.
Me miró con simpatía. —¿Estás bien? ¿En serio? No estaba seguro de si
decírtelo todavía.
—Estoy eufórico, de verdad. —Dejé mi botella sobre la mesa de cristal—.
Pero tengo que irme ya.
—De verdad, esto acaba de empezar —dijo—. ¿Y qué hay de ese otro
asunto?
—Hablaremos más tarde. —Casi me había olvidado del nuevo problema
de mi madre. En todo lo que podía pensar era en ver a Mirabel y a mi
posible hijo.
Capítulo 27

Mirabel

CIAN ME MORDIÓ EL pezón y me estremecí. —¡Ay! —Sus grandes ojos


marrones me miraron y moví el dedo hacia él. —Eres como tu padre.
Tienes fijación con mis pezones.
Me reí de mí misma. ¿Estaba en mis cabales por pensar en eso mientras
mi bebé se alimentaba de mi pecho? Probablemente no.
Justo cuando estaba volviendo a poner a Cian en su cuna, llamaron a la
puerta.
Asumiendo que era Audrey en busca de una taza de té y abrazando a
Cian, abrí la puerta sin pensar. Casi me caigo redonda. Mis rodillas
estuvieron a punto de doblarse. Ante mí estaba Ethan, con el brazo por
encima de la cabeza, apoyado contra el marco de la puerta. La manga de su
camisa azul claro parecía que iba a estallar.
No debería haberme sorprendido, le había estado esperando desde aquella
reunión con su madre. Y de todos modos estaba a punto de llamarle. Solo
estaba tratando de armarme de valor para pedirle una muestra de cabello.
No es que realmente lo creyera necesario, ya que ahora estaba convencida
de que Cian era el hijo de Ethan. Y solo por eso, sabía bien que tenía que
disculparme.
Se me hizo un nudo en la garganta por los nervios.
Su mirada atravesó la mía, y mis labios se estiraron en una curva
temblorosa.
—He venido a ver a mi hijo. —Parecía serio. Sin palabras suaves y
acariciantes que me invitaran a darlo todo. Solo una demanda.
Como un trozo de madera, me quedé en la puerta. No porque quisiera
bloquearlo, sino porque me cautivaba.
Sentí su aliento. Peor aún, percibí un soplo de su aroma estimulante
libidinoso. Todavía tenía una de sus camisetas que se había dejado, que no
me atreví a lavar.
Me hice a un lado. —Creo que será mejor que entres. Te he estado
esperando. —Estiré mis labios en una sonrisa tensa para frenar el temblor
—. Perdón por el desorden.
Él me siguió. —No me importa. —Su nerviosismo hizo que mis hombros
se tensaran.
—¿Supongo que tu madre te lo ha contado?
Se pasó las manos por el pelo, casi tirando de él. Su grueso cabello
sobresalía desordenadamente de manera perfecta. —Sí, me lo contó. Pero
no tenía ni que hacerlo. No he pensado en otra cosa desde que supe que
había nacido. —Su pulgar acarició su labio inferior regordete—. Me
hubiera gustado estar allí. —Sus ojos se clavaron en los míos y tuve que
apoyarme en el sofá para mantener el equilibrio—. Para cogerte de la mano.
—Pero no sabías ni si era tuyo. Ni yo misma lo sabía.
—No me importa.
Nuestros ojos se encontraron. Su ceño parecía grabado en su hermoso
rostro. Pude ver que había estado muy afectado, y la culpa me atravesó por
negarle tanto.
Un cesto de ropita recién lavada abarrotaba el sofá. Lo aparté, a pesar de
que se dirigió directamente a la cunita. La misma cuna en la que yo dormí.
Mi tía Hermione, la hermana de mi difunta madre, guardó todo lo que
pensé que nunca necesitaría. Era lo más cerca que tenía mi hijo de sus
abuelos. Me dolía pensar que mis padres no podrían ver a su nieto.
Como siempre después de alimentarse, Cian estaba profundamente
dormido, totalmente ajeno a la vorágine emocional que le rodeaba. Los ojos
de Ethan se iluminaron con asombro. Me recordaba a mí misma, ya que no
me cansaba de contemplar a mi hermoso niño, que parecía un auténtico
milagro.
—Es un bebé grande —susurró—. Cian.
—Sí. Cian Storm.
Su frente se torció ligeramente. Él me miró. —Suena un poco oscuro.
—No. Es poético.
—Mi madre dice que se parece a mí cuando nací. —Ethan inclinó la
cabeza hacia un lado para estudiar al pequeño querubín perdido en el sueño
—. Es hermoso. —Noté que su nuez se tambaleó cuando tragó.
Sus grandes ojos oscuros se habían vuelto vidriosos. Necesité toda mi
fuerza interior para no caer en sus brazos.
De igual manera que recordar el hambre mientras comía, verlo de nuevo
de cerca, hizo que mil olas de deseo cosquillearan mi piel. Mi corazón se
quejó de mí por ser tan imbécil y no permitir que Ethan entrara en mi vida.
Tenía una abrumadora necesidad de ponerme de rodillas y pedirle perdón.
Las lágrimas picaron en mis ojos mientras Ethan estaba absorto en su hijo.
Parecía que iba a llorar.
Si pudiera reescribir los últimos doce meses…
Fui a hablar, luego Cian abrió los ojos. Miró a su padre y tuvieron un
intenso intercambio de miradas. La sonrisa de Ethan, la primera desde que
llegó, llenó la habitación de sol y luego mi hijo le devolvió la sonrisa.
Me perdí. Colapsando en el sofá, enterré mi cara en mis manos y lloré. La
lucha por contenerme se intensificó cuando Ethan se sentó a mi lado y me
pasó el brazo por los hombros.
Me escocían los ojos y me ardía la garganta cuando estallaron sollozos
incontrolables, como si una tubería de agua hubiera estallado al fin. Cuanto
más luchaba, más fuerte lloraba. El dique que había construido para
contener mi dolor se rompió, y las lágrimas fluyeron como ríos por mis
mejillas.
No era solo por el hecho de cómo mi paranoia irracional había alejado a
Ethan, sino que le había robado el nacimiento de su hijo. Mientras todas mis
malas decisiones caían ante mí como un carrete interminable e implacable,
me pregunté si eso era un ataque de ansiedad.
¿O acaso una epifanía? Si es así, ¿cuál es la lección?
Supe la respuesta en un abrir y cerrar de ojos, dejar de envolverme en
algodones, abrazar ese espíritu libre con el que siempre me había
identificado y unirme a la danza siempre cambiante de la vida con un
corazón valiente.
Me separé de él y me froté los ojos mientras murmuraba una disculpa.
Ethan me devolvió una sonrisa triste y me pasó una caja de pañuelos.
Me sequé los ojos y la nariz y me pasé las manos por la cara. —Lo siento.
No sabía qué hacer. No debería haberte excluido, pero no estabas preparado
para esto.
Su ceño se arrugó. —¿Cómo sabes eso? ¿Cómo alguien está preparado
para un cambio tan radical en la vida? De alguna manera nos las apañamos
todos. —Tomó aire—. He pasado los últimos meses extrañándote. Theadora
me ha mantenido informado sobre tu salud. Habría estado allí en el hospital,
sosteniendo tu mano.
Le miré a los ojos y todo mi cuerpo pareció temblar. Respiré
tranquilamente y puse la mirada en mis uñas rotas en lugar de en sus
hermosos ojos.
Abrió las manos. —¿Por qué te sorprende eso? ¿Fui yo solo el que sintió
que realmente conectábamos?
Negué con la cabeza lenta y repetidamente. —Yo también. Desde la
primera noche. —Me pasé las manos por mi melena nudosa que no había
visto un cepillo desde hacía mucho—. Por eso mismo seguí alejándote.
Estaba abrumada por la pasión. No podía dejar de querer estar contigo. Fue
tan intenso que me perdí.
—Así que te acostaste con Orson para arreglarlo. —Ese comentario me
hizo sentir como si me acabaran de meter la cabeza en un cubo de agua fría.
—No estábamos juntos.
—Ya lo sé. Pero mierda, ¿tan pronto? Eso me dolió, para ser honesto.
Asentí. —Lo lamento más de lo que puedas imaginar. Fue uno de esos
errores tontos y de borrachos.
Cian empezó a hacer sus gorgoteos, me volví hacia él y sonreí. Mi
angustia se disolvió en un instante. Era como si mi hijo hubiera decidido
intervenir en ese tiovivo de problemas que yo había creado y guiarnos hacia
otro rumbo.
Ethan miró a su hijo y, como yo, su boca se estiró en una gran sonrisa
amorosa. —¿Puedo cogerle?
Me puse de pie. —Por supuesto.
Ethan fue a la cuna, levantó al bebé y lo sostuvo en sus brazos. Las
lágrimas brotaron de mis ojos. Esta vez no por frustración sino por puro
amor. Padre e hijo. Era una imagen perfecta.
—Eres bueno en eso. —Mi voz se espesó con la emoción.
Hizo esos sonidos tontos que todos hacemos a los bebés, y mi hijo le
sonrió. Cálidas lágrimas que me hinchaban el corazón salpicaron mis
mejillas. Parecía amor mutuo a primera vista cuando Ethan meció a Cian y
besó su suave mejilla. Saqué un pañuelo y me sequé los ojos. Me estaba
ahogando en la emoción.
Sin embargo, lo contuve, sabiendo que habíamos dado la vuelta a una
nueva esquina. Ethan sería el padre de mi hijo. Cian tenía derecho a
conocerle. Ver lo gentil y amoroso que era Ethan, selló ese trato.
—Me gustaría presentárselo a mi familia. Oficialmente. ¿Me lo
permitirías? Él también puede ser parte de nuestra familia.
La mirada urgente de Ethan buscó la mía. No podía ser tan cruel para
alejar a mi hijo de su padre y su familia.
—¿Estás convencido de que es tuyo? —Entrelacé los dedos y tuve que
apartar la mirada, porque ni siquiera podía pensar con claridad con Ethan
luciendo tan jodidamente guapo, especialmente cuando estaba
completamente emocionado.
Su mirada vidriosa se elevó para encontrarse con la mía. —No lo dudo ni
por un minuto. —Enterró su nariz en la carita de su hijo—. Huele tan bien.
Es tan perfecto.
—No cuando necesita cambiarse el pañal. —El cambio de tema era
necesario.
—Seré feliz cambiándoselos, si quieres. —Su rostro se suavizó en una
sonrisa infantil que derretía las bragas. Esa misma expresión que me había
hecho desmayarme cuando éramos adolescentes.
¿Cómo va a funcionar esto? ¿Cómo puedo estar cerca de él sin querer
arrancarle esos vaqueros rotos?
Capítulo 28

Ethan

MI HIJO ERA HERMOSO. Mientras jugaba con sus pequeños dedos, sentí
que nunca le dejaría ir. Seguí tragando, intentando deshacer los nudos de mi
garganta. Mi corazón estaba haciendo cosas que nunca antes había
experimentado.
Desconcertada, Mirabel se quedó parada y observó. Cada vez que
nuestros ojos se encontraban, parecía que estaba tratando de resolver un
rompecabezas. Luego miraba a nuestro hijo y su rostro estallaba en una
sonrisa que lo iluminaba todo.
Lo coloqué en la cuna y Mirabel me ayudó a ponerle sus mantitas.
—Duerme todo el rato.
—Eso es algo bueno, me imagino. —Seguí mirando a Cian, inclinando la
cabeza y sonriendo o haciendo sonidos tontos que nunca me había
escuchado hacer antes.
—Sí. Duerme toda la noche. Mi tía Hermione dice que tengo mucha
suerte.
Mirabel se convirtió de repente en aquella amiga de la infancia con la que
solía pasar todo el tiempo. Seguro que fue por la mención de su excéntrica
tía. Cuando éramos pequeños, a veces visitábamos su pintoresca casita,
principalmente por sus deliciosas galletitas de jengibre con formas de
hombres y mujeres. Siempre decía que no quería parecer sexista, aunque
nunca entendí a qué se refería con eso.
—¿Tu tía sigue haciendo pociones en su caldero?
Ella se rio. —Sí, todavía hace sus brebajes a base de hierbas.
—Me asustó muchísimo aquella vez que apareció vestida de bruja en la
fiesta de mi décimo cumpleaños.
Mirabel se rio. —La temática era de brujas y brujos, y ella necesitaba el
dinero, así que tus padres enseguida la llamaron para actuar.
Me reí con aquel divertido recuerdo de la infancia. Teníamos muchos de
esos y era agradable compartirlos con ella.
Ahora mismo, sin embargo, Mirabel era una mujer que me tenía
esclavizado. Era tan deslumbrante que no podía apartar los ojos de ella. No
llevaba maquillaje y su piel de porcelana se veía radiante. Había engordado
un poco, pero solo en los lugares correctos.
—¿Por qué me miras así? —Se alisó el pelo largo y ondulado hasta la
cintura. —Debo estar horrorosa.
Negué con la cabeza lentamente. —Te has vuelto aún más hermosa,
Mirabel. La maternidad te sienta muy bien.
Sonrió con fuerza y volvió a mirar hacia abajo. Se levantó. —Lamento no
haberte ofrecido nada.
—Estoy bien. No necesito nada. Estoy feliz de estar aquí.
Entrelazó sus dedos, luego esos ojos grandes y límpidos se alzaron para
encontrarse con los míos. —Siento haberte apartado.
—No me iré a ninguna parte. —Puse mi mano sobre la de ella.
Retiró su mano abruptamente como si mi palma fuera un fragmento de
vidrio.
—¿Por qué? —No era fácil lograr que Mirabel hablara sobre sus
sentimientos. Eso me resultaba extraño. A la mayoría de las chicas con las
que había salido les encantaba hablar sobre sus sentimientos.
Se detuvo en la cuna e inclinó la cabeza para mirar de nuevo a Cian, su
ceño se disolvió en una sonrisa. Sentándose en un taburete junto a la cuna,
Mirabel comenzó a doblar ropita de un cesto.
—¿Quieres que me vaya? ¿Estoy molestando? —pregunté.
Sacudió la cabeza y luego me miró fijamente a los ojos, cautivándome de
nuevo. —¿Te acuerdas cómo nos besamos en la fiesta de Jasmine aquella
vez?
—Ese fue un beso que recuerdo muy bien.
—Si te acuerdas, salí corriendo. —Dobló una prenda de forma desganada
y cogió otra—. Te follabas a todas por ese entonces.
Tener que disculparme por mis hormonas adolescentes hiperactivas no era
una conversación fácil. Me aclaré la garganta. —La testosterona provoca
eso en los niños adolescentes.
—Lo entiendo. Si hubiera perdido la virginidad contigo, no habría
esperado que nos casáramos al día siguiente. —Su ceja se elevó.
—Ya… —Me froté el cuello—. Me hubiera encantado haber sido el
primero. Pero joder, solo tenía dieciséis años.
Ella jugueteó distraídamente con la tela. —De todos modos, me gustabas.
Como a todas. Idiota.
Me reí. —También a ti te perseguían, lo recuerdo bien. Eras hermosa
entonces y ahora lo eres aún más.
Sus mejillas enrojecieron. Mirabel, a pesar de toda su experiencia, todavía
tenía esa adorable tendencia a sonrojarse cada vez que se le hacía un
cumplido.
—Por eso no te dejé llegar hasta el final, porque me gustabas demasiado.
Sentí que me romperías el corazón. Y después, qué sorpresa, te juntas con
Mariah. Aquella misma maldita noche.
Hice una mueca. —Ya. No fue mi mejor momento. Pero, ¿Mariah?
Mariah se había follado a todos ya... —La estudié por un momento—.
Entonces, aclárame una cosa, ¿todavía me estás castigando por aquello? —
Una bombilla se encendió en mi cabeza—. ¿Por eso te follaste a Orson?
¿Para vengarte de mí? ¿Para ponerme a prueba?
Dejó caer la cabeza y se pellizcó las uñas. —Estaba realmente borracha y
trataba de olvidarte. Es algo que lamento y no sabes cuánto.
—No te preocupes. Yo también he tenido experiencias lamentables.
Sus ojos se encendieron. —A eso me refiero.
—¿A qué? —Abrí las palmas.
—A eso. Piensas en el sexo como si fuera un deporte.
—Es que antaño era así. —Estiré de una pulsera de cuero de mi muñeca
—. En cualquier caso, lo que tenía contigo no era solo físico. —La miré a
los ojos, que me devolvieron una mirada amplia y vidriosa—. ¿No sentías
tú lo mismo?
Ella se encogió de hombros. —Sí. Pero pensaba que todos esos abrazos,
palabras dulces y besos suaves eran parte de tu actuación.
Mis cejas se apretaron con fuerza. —¿¡Qué!? ¿De verdad crees que soy
tan jodidamente falso? Joder, Mirabel. —Negué con la cabeza—. Para mí el
sexo era como un deporte. Pero no contigo. No puedo creer que pensaras
que era todo falso. —El fuego arrasó mi vientre. Mis emociones
comenzaron a hacer estragos en mi estado de ánimo nuevamente.
Caminé hacia la cuna y ver a ese hermoso bebé me calmó. —Casi no me
he acostado con nadie. Solo he estado con una chica desde que lo nuestro
terminó. —Exhalé—. Me he cansado del sexo como práctica deportiva.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa. —Sí. Sé lo que quieres decir.
Aunque para mí, no era tanto un deporte como... —Se encogió de hombros
—. Supongo que estaba en mi derecho a hacer lo que los hombres han
estado haciendo toda su vida.
—Y ahora vamos con el feminismo —dije secamente.
—La libertad sexual ha generado gran confusión —agregó—. De todos
modos, volviendo a lo que decíamos antes, sobre mi inseguridad —se
aclaró la garganta—, veía a todas esas chicas y cómo te miraban.
—¿Y yo coqueteaba con ellas? —pregunté.
Ella sacudió la cabeza. —No. Fuiste un caballero mientras estuvimos
juntos por aquel corto periodo de tiempo.
—¿Corto periodo de tiempo? Para mí ha sido el más largo en el que he
estado con una mujer.
—Tu inexperiencia con las relaciones también me hacía dudar de esto. De
nosotros. —Una media sonrisa apareció y se fue—. Especialmente
sintiéndome cada vez más apegada y perdiéndome por ti.
—Pero me encantaba que te perdieras por mí. —Tomé un respiro—. Me
puse jodidamente celoso cuando me enteré de lo tuyo con Orson.
Ella hizo una mueca, como si hubiera tomado algo malo. —Fue horrible.
Quiero decir, es un productor muy bueno, y más aún como manager, pero
no es muy bueno en otros aspectos.
—¡Vaya! Por favor, dime que su pene era más pequeño. —Hice una
mueca—. Lo siento, eso debe haber sonado muy superficial.
Ella respiró. —No tienes nada de lo que preocuparte.
—Vamos a correr un tupido velo con todo eso, ¿de acuerdo? —Me
levanté para visitar de nuevo la cuna de mi hijo.
Nos pusimos junto a la cuna, y sentí el calor de su cuerpo. Podía sentir su
energía. Como si salieran chispas de ella. Quería tanto abrazarla. Pero veía
sus dudas. Paso a paso. ¿Y qué quería yo?
—¿Puedo hacerle una foto? —pregunté.
Ella sonrió dulcemente. —Por supuesto. Y te enviaré algunas de cuando
nació, si quieres.
—Oh, sí, por favor. —Saqué el teléfono e hice unas cuantas fotos. Sus
ojos se abrieron y sonreí a mi hijo. Sus labios rosados se curvaron y mi
universo se convirtió en un tecnicolor brillante.
Hice algunas más. —Es todo un actor. Sabe que nos derretimos con él.
Su cabeza se echó hacia atrás. —¿Derretirnos? —Ella se rio—. Eres un
imbécil.
—Y tú también.
Mirabel me siguió hasta la puerta y nos quedamos allí de nuevo. Me
incliné y besé sus mejillas, demorándome en su suave piel. Mis labios
querían hacer más que saborear esa mejilla.
—¿Puedo volver? —pregunté—. ¿Quieres pasar un día en Merivale? Ven
a comer con Cian.
Ella asintió lentamente.
—¿Por qué no me dejas invitarte a un día en el spa? Con tu prima o con tu
tía… Yo puedo quedarme cuidando de Cian.
Sus ojos se posaron en los míos de nuevo. —A lo mejor te acepto esa
propuesta.
Capítulo 29

Mirabel

DESPUÉS DE UNA SEMANA intensa, finalmente hice lo que debería


haber hecho después del nacimiento de mi hijo. Hacer una prueba de
paternidad. Tenía que salir de dudas. Podría haber sido casualidad que Cian
se pareciera a Ethan. Aunque el casi desmayo de Caroline Lovechilde venía
a confirmar el linaje, todavía necesitaba tener un cien por cien de certeza.
Después de la visita de Ethan, cogí el vaso que él había usado y decidí
aportarlo para la prueba. Pedirle un mechón de cabello me parecía raro.
Como si no confiar en mis instintos fuera un defecto vital.
Cuando llegó el correo electrónico con los resultados, mis dedos
temblaban sobre el teclado. Abrí el documento y, después de escanear la
jerga científica, llegué a lo que necesitaba saber. Finalmente, el aire que
había quedado atrapado en mis pulmones salió disparado.
Fue genial. Mis hombros se hundieron de alivio. La realidad finalmente
salió a la superficie: Ethan Lovechilde era el padre de mi hijo.
DECIDÍ ACEPTAR LA OFERTA de Ethan de pasar un día en el Spa. La
invitación también se había extendido a Sheridan, quien burbujeaba de
emoción. Después de recibir una bolsa de algodón con el logo del Spa con
regalos de cortesía, metió la cabeza para ver de qué se trataba. —Oh, Dios
mío, crema Le Mer. —Su susurro chillón me hizo sonreír—. Y una
colección de aceites esenciales con un difusor enchufable.
Nos habían asignado una habitación donde podíamos cambiarnos y que
era totalmente nuestra durante todo el día. Miré hacia el estanque de los
patos que había tratado de proteger celosamente, y el edificio con su
fachada de adobe armonizaba perfectamente con el entorno que lo rodeaba.
Los sonidos ambientales discretos, pero relajantes, sonaban por toda la
habitación, y solo estar allí me hizo sentir desestresada.
—Deben haber puesto aceites esenciales en los conductos del aire
acondicionado —dijo Sheridan, desnudándose hasta quedar en ropa interior.
Íbamos a comenzar la sesión con un masaje, luego un tratamiento facial y
después cualquier otra cosa que se nos antojara.
—Así que Cian está acercándose a la vida de multimillonario. —Sheridan
se rio entre dientes.
Fui a morderme la uña. Era la primera vez que me separaba de mi hijo y
la ansiedad invadía mi cuerpo.
—Pareces preocupada. —Se puso un albornoz blanco.
—Me preocupa un poco que lo mimen demasiado y le traten como a la
realeza.
Sheridan frunció el ceño. —Yo creo que es genial. El amor, venga de
donde venga, es positivo.
Pensé en cómo el rostro tenso de Caroline inmediatamente se había
suavizado cuando se arrodilló para mirar a su nieto. Sí, mi hijo sería muy
amado aquí.
—Es importante. Tienes razón —dije al fin. Me até el cinturón del
albornoz y deslicé mis pies descalzos en las pantuflas forradas de algodón.
—¿Y Ethan? —preguntó.
Tomé un vaso con un zumo verde y le di un sorbo al líquido, tenía sabor a
tierra. —Está enamorado de Cian. Quiero decir, no para de reírse y hacerle
muecas. —La calidez brotó a través de mí al pensar en el dulce afecto de
Ethan por Cian. Le adoraba. Y el amor que vi en sus ojos reflejaba los
sentimientos que tenía por nuestro hijo.
Sheridan inclinó la cabeza. —Parece que vas a llorar.
Mi respiración se entrecortó. Me hundí en el cómodo sillón y enterré la
cabeza.
—¿Qué pasa, cielo?
—Es difícil estar cerca de él. Todavía tengo sentimientos. Nunca he
dejado de tenerlos. Y creo que él podría sentir lo mismo, a juzgar por la
forma en que me mira.
—Entonces, ¿cuál es el puto problema? Acuéstate con él. Fóllatelo hasta
dejarlo sin sentido.
Respiré. —Si fuera tan sencillo… Tenemos un hijo. ¿En qué nos convierte
eso? ¿Amantes esporádicos con un hijo en común?
Ella se encogió de hombros. —Estás pensando demasiado otra vez,
cariño.
Suspiré. —Me romperá el corazón.
—¿Y qué? Al menos habrás disfrutado del buen sexo.
Me reí de lo frívolo que sonaba aquello.
—Relájate, Bel. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
Fui a morderme una uña, pero me detuve, pensando en la manicura que
estaba a punto de hacerme. —Que se vaya con una hermosa súper
modelo… —Levanté el dedo—. O que trate de obtener la custodia total.
Simplemente colapsé. Eso es lo que me había estado preocupando desde
el momento en que Caroline me vio en el pueblo. Lo había visto en sus
ojos. Quería a mi hijo para sí misma.
—Él no intentará hacerte eso. ¿O sí? —Su frente se arrugó.
—Ethan no lo haría. Pero su madre… No sé. Parece que está loca por mi
hijo. Theadora está embarazada. Tal vez cuando nazca el otro nieto, podría
calmarse la situación.
—No te preocupes. Tú eres la madre. A menos que hagas algo estúpido
como inhalar pegamento junto a un grupo de drogadictos, nadie podrá
quitarte al niño.
Me reí de ese triste escenario. —Nunca haría eso. Incluso he dejado de
beber alcohol. Y también por fin dejé de fumar.
Llamaron a la puerta y entró nuestro guía. En tono sosegado, repasó
nuestro programa de mimos, y a partir de entonces la paranoia dio paso al
placer. Al final de la tarde, me sentía tan limpia y relajada que no podía
dejar de sonreír mientras salíamos flotando de aquel hermoso lugar.
—Es como si tuviéramos un colocón, pero sin la música rave y el bajón
—dijo Sheridan mientras caminábamos, con nuestra bolsa de regalos
balanceándose en nuestros brazos—. Esto me recuerda a una escena de El
viento en los sauces. Me espero que el Sr. Sapo salga pavoneándose de ese
estanque en cualquier momento.
Me reí. —Puedes quedarte a pasar la noche si quieres. Estoy segura de
que no les importará. Me han dicho que Merivale tiene veinte dormitorios.
—Guau. —Sus cejas se elevaron—. Suena muy tentador, pero creo que
regresaré. Bret ha invitado a cenar a una pareja del trabajo. Debería estar
allí con ellos.
Acompañé a mi prima hasta su coche. —Estoy muy contenta de que hayas
venido. Ha sido muy divertido tener a alguien con quien compartir esto.
—Gracias por invitarme. Me ha encantado. Creo que he esnifado una
tonelada de aceites esenciales porque todavía los huelo. —Me abrazó—.
Oye, síguele la corriente, Bel. Piensa en el futuro de Cian. No puede ser tan
malo tener tanto dinero, ¿no? Especialmente en estos días. El mundo es un
lugar duro.
No podría estar más de acuerdo.
—¿Vas a contarle lo de la prueba de paternidad? —Entrecerró los ojos por
el sol de la tarde.
—Tal vez hoy no, pero lo haré.
A mi prima no se le escapaba ni una, sobre todo por la nota vacilante en
mi respuesta.
—No intentarán llevarse a Cian. No sé por qué sigues pensando eso.
—Mira cómo vivo —dije.
—Tienes dinero para tener tu propia casa. ¿Por qué no lo haces?
—Estoy buscando, solo que me da mucha pena dejar mi pequeño
apartamento. Me gustan mis vecinos, y estoy al lado de las tiendas.
—Entonces refórmalo.
—¿Crees que podría arreglar ese lugar?
—Sí —exclamó—. Pueden hacer cualquier cosa hoy en día.
La abracé de nuevo. —Te quiero, primita.
Caminé lentamente hacia el salón, preguntándome si Cian se daría cuenta
de la opulencia que le rodeaba.
Al caer la tarde, el sol rociaba su luz dorada sobre el interminable jardín
de coloridas flores. Podría haber estado caminando hacia un libro ilustrado.
¿Habría alguna bruja escondida bajo un vestido de marca con una manzana
brillante que ofrecer?
Tuve que reírme de mi tonta imaginación. Siempre había sido un poco
paranoica. Desde que di a luz, me había convertido en una completa
desquiciada. Era algo que tenía que terminarse. Mi prima tenía razón.
Di unos pasos vacilantes hasta la entrada y llamé al timbre. Un momento
después, una atractiva mujer abrió la puerta. Tendría unos treinta y el pelo
oscuro. Su mirada era fría y remota.
Mmm… esto va a ser divertido. Incluso el personal parece y actúa como
Caroline Lovechilde.
Ethan vino a recibirme a esa asombrosa sala que me recordaba a la galería
Tate.
—Ahí estás. ¿Qué tal os ha ido? —Con un polo de manga larga y
vaqueros negros, estaba tan guapo como siempre.
—Ha sido grandioso. Muchas gracias. Sheridan estaba extremadamente
agradecida y te envía su agradecimiento.
—Cuando queráis. El lugar es vuestro para disfrutar. —Sonrió
brillantemente.
—¿Qué tal con Cian? —pregunté.
—Está bien. —La mirada de asombro en sus ojos era la misma que
cuando vio a su hijo por primera vez. Hizo un gesto con el dedo. —Ven.
Le seguí hasta una habitación amarilla llena de grandes jarrones con
flores, un sofá Chesterfield de terciopelo burdeos, una pared cubierta con
obras de arte y ventanales que daban al mar.
Mi hijo dormía en una cuna.
—Esto es nuevo —dije, acariciando el tejido.
—Fue mi cuna, al parecer. Tenemos una guardería con todo tipo de cosas
para niños. —Se rio entre dientes, sonaba como un niño con un juguete
nuevo. Era adorable—. Caballitos de balancín y un montón de cosas más.
—Es un pelín espeluznante, creo —dijo Savanah, entrando en la
habitación.
Ethan se rio. —Dice que le recuerda a una de esas historias de brujas. Ya
sabes, donde el caballo se mece solo.
—Mmm. —Savanah se cruzó de brazos y se estremeció—. Aterrador. —
Ella me miró y sonrió—. Me han contado que habéis estado en el Spa.
Asentí. —Ha sido fantástico. Es un lugar precioso. Lo has hecho muy
bien —dije, lanzándole a Ethan una tímida sonrisa.
Él sonrió. —Además, ningún granjero resultó dañado en el proceso.
Iba a sacarle la lengua cuando entró Caroline Lovechilde.
Por un momento, nos quedamos en silencio junto a la cuna, mirando con
amor a Cian. En cualquier caso, ese niño sería verdaderamente amado por
muchos.
—Es un niño muy tranquilo —dijo Caroline. Apenas se ha movido.
—Le hemos dado de comer. Es tan lindo… —dijo Savanah.
—Hablando de eso, es probable que tenga hambre —dije.
Todos se miraron y asintieron. —Sí, mejor os dejamos.
Salieron, pero Ethan se quedó, un poco inseguro por un momento. Fui a
desabrocharme la camisa y él se dio la vuelta.
Qué extraño.
—Está bien. No me importa. No hay nada que no hayas visto ya.
Él se rio nerviosamente. —Iré a buscarnos un poco de té, ¿vale?
Asentí. —Por supuesto.
—Te vas a quedar a cenar, ¿verdad? —Su mirada se demoró.
Me llevó un momento responder. —Eso si le parece bien a tu madre.
—Le parecerá bien. Tiene un pequeño drama entre manos. Pero no tiene
nada que ver contigo.
Me limpié la frente. —Uff. —Me reí—. Nada demasiado intenso, espero.
—Oh, es intenso, desde luego. Te informaré más tarde.
A pesar de ese punto negativo, me sentí bienvenida, como parte de su
vida. Una oleada de calidez inundó mi espíritu mientras permitía que ese
reconfortante pensamiento me impregnara.
—Oye, Declan y Theadora llegarán pronto. ¿Has oído que voy a ser tío?
—Casi me pongo a saltar en el acto, y su entusiasmo contagioso me
arrastró.
—Estoy muy feliz por ellos. Me encantará verlos.
Se frotó las manos. —Vuelvo pronto con el té. Siéntete como en casa.
Capítulo 30

Ethan

LA PRESENCIA DE MI hijo había devuelto la alegría y el brillo que le


faltaban a Merivale desde la muerte de mi padre. Incluso mi madre sonreía.
Savanah había hecho un viaje especial desde Londres para conocer a Cian,
y todos estábamos enamorados de mi pequeño hijo regordete. Todos lo
abrazaron como un premio y lo arrullaron dulcemente.
Mirabel parecía cautelosamente divertida por todo el alboroto. Hice todo
lo posible para que se sintiera bienvenida y cómoda. Después de todo,
quería que esto se convirtiera en un hábito. No solo por el bien de mi hijo,
sino porque la quería a mi alrededor.
Me senté frente a ella en la cena y no pude quitarle los ojos de encima.
Nuestras miradas se detuvieron durante unos segundos. Mis labios se
curvaron y compartimos un momento de conexión. Los ojos inteligentes de
Mirabel brillaron con una mezcla de descarada cautela y diversión. Con
Savanah charlando sobre ropa y Londres, y Theadora sobre su programa de
música para niños, Mirabel pronto se relajó.
—Cian es un bebé impresionante —dijo Declan—. Espero que hagas las
cosas bien.
Me recordó a ese hermano mayor que me llevaba por el camino de la
sensatez. Esta vez, sin embargo, no necesitaba llevarme de la mano. Yo ya
estaba haciendo lo correcto, tarareando mi canción favorita con el brazo
alrededor de Mirabel mientras empujaba el cochecito de Cian. Una imagen
perfecta de armonía doméstica. Solo esperaba que Mirabel me lo comprara.
—Ese es el plan. —Sonreí.
Estaba más que listo para una relación. Ver a nuestra familia junta en la
gran mesa ovalada donde habíamos compartido mucho más que una simple
cena, reforzó ese deseo.
Después de cenar, dejé a Mirabel y Theadora solas con Cian. Mi madre
seguía dando vueltas. Declan sacudió la cabeza para que me uniera a él
afuera.
Bajamos al laberinto, que con los años se había convertido en nuestro
escenario para conversaciones privadas. Savanah había salido a fumar un
cigarrillo al mismo tiempo y se unió a nosotros. Probablemente averiguó
que estábamos a punto de hablar sobre el matrimonio de nuestra madre y
Will. El hecho de que se hubieran casado al margen de la familia, en lo que
parecía un asunto apresurado, nos molestó a todos.
—¿Dónde está Will? —preguntó Declan.
—Creo que está en Londres —dije—. Fue a visitar a un pariente enfermo.
O algo así.
—Se han casado —dijo Savanah—, después de todo.
—Madre no lo sabe —dije.
—Deberíamos habérselo dicho. —Mientras Savanah fumaba, luché contra
el impulso de pedirle una calada.
Después de que lo acorraláramos, Will explicó que estaba consolando a
Bethany mientras ella estaba afligida y que fue ella quien le besó. Iba
caminando solo cuando se encontraron. Juró que nunca volvería a suceder y
nos rogó que no se lo contáramos a nuestra madre. También mencionó que
había tolerado su relación con Reynard Crisp todos estos años y que su
vínculo inquebrantable con Crisp a veces había creado una brecha entre
ellos dos.
—Necesitamos deshacernos de Bethany —dijo Savanah.
Asentí. —No sé por qué sigue aquí.
—Luego está Manon. Se ha convertido en un objeto de deseo para el
cerdo de Crisp —dijo Savanah.
Mis cejas se juntaron. —¿Qué? ¿Se la está follando?
—No estoy seguro. Pero he visto cómo la mira.
—Todos lo hemos visto —dijo Declan secamente.
—Creo que mamá tiene que saberlo —dijo Savanah, apagando su
cigarrillo.
—Estoy de acuerdo con Savvie. —Miré a Declan—. ¿Alguien realmente
conoce la historia de Will?
—Le he hecho investigar. Ha salido bastante limpio. Estudió astrofísica
en Oxford con una beca. Tiene una educación de clase media en Brixton.
Papá le contrató para administrar fondos de cobertura en nombre del brazo
inversor de Lovechilde, después de lo cual se convirtieron en socios debido
a la brillantez de Will con los números y los buenos resultados. No hay
mucho más que eso.
—Entonces tal vez esté diciendo la verdad. En un momento de debilidad,
sucumbió a los encantos de Bethany. Es muy atractiva —dije.
Declan asintió. —Estoy con Savvie. Creo que deberíamos animar a mamá
a que la despida.
Esa idea me dejó un mal sabor de boca. —Es madre soltera.
—Entonces ofrécele un trabajo temporal en el hotel de Londres. Un
trabajo tanto para la madre como para la hija.
Asentí. —Esa es una buena solución. Al menos acabará con la tentación.
Los dejé y volví a reunirme con Mirabel.
Después de la cena, sugerí que ella y Cian se quedaran el fin de semana.
Aparte de encontrar difícil separarme de Cian, tenía motivos ocultos: quería
a Mirabel en mi cama.
Como había sospechado, ella no estaba interesada. Mi madre todavía la
asustaba. En su lugar me ofrecí a llevarla a casa.
Mientras cargaba el moisés de Cian dentro de su pequeño apartamento,
me estremecí al pensar que mi hijo viviría allí. Mirabel le colocó en su cuna
y le envolvió con otra manta mientras yo miraba. Eran solo las nueve y me
quedé allí, sin saber muy bien qué hacer. Mirabel parecía igual de insegura.
Sus ojos iban de los de Cian a los míos y a todo lo demás.
—¿Te puedo ofrecer algo? —preguntó.
Sí. Tu cuerpo y tu boca.
Me encogí de hombros. —Claro, lo que sea.
—Tengo un poco de cerveza. —Me lanzó una de sus sonrisas tensas—.
Sheridan dejó algunas de sus amigos.
—Eso sería fantástico. Y, oye —la seguí hasta la pequeña cocina en la que
apenas cabían dos personas—, estoy seguro de que puedes beber si te sacas
antes la leche. ¿No es así como funciona?
Ella respiró. —Veo que estás al tanto de las últimas novedades sobre
mamás.
Sonreí —Lo he buscado. —Me froté el cuello. Se había convertido en un
hábito diario: buscar en Google cosas sobre recién nacidos y las mejores
prácticas.
—He renunciado al alcohol por ahora. Me hace sentir bien, para ser
honesta.
Asentí lentamente mientras mis ojos caían en los de ella de nuevo.
Cuando me pasó el botellín de cerveza, nuestros dedos se tocaron,
enviando una chispa a través de mí. Ella también debió haber sentido algo,
porque sus ojos se encontraron con los míos en una mirada de complicidad.
Desenrosqué la tapa y bebí un trago.
Mientras la seguía hacia el sofá, no pude evitar mirar su sexy trasero
mientras sus caderas se balanceaban. Su diminuta cintura enfatizaba más
sus curvas. —¿Has estado haciendo yoga o algo así? —Tuve que preguntar.
—Sí, junto con otros estiramientos. Me he convertido en una adicta al
fitness. —Sonrió—. ¿Por qué?
—Me pregunto cómo una mujer que acaba de dar a luz puede estar tan
suntuosa.
—¿Suntuosa? Hablas de mí como si fuera una comida. —Su boca se
torció en una sonrisa.
Cuando aterricé en el sofá lleno de cosas, algo se clavó en mi trasero y me
volví a acomodar. —¿Me dejarías comprarte un apartamento?
—No —salió disparado de sus labios, haciéndome estremecer.
—Solo he pensado… —¿Cómo podía decirle que no quería que mi hijo
creciera en ese pequeño y húmedo cubículo? Ni siquiera tenía luz natural
durante el día. ¿Cómo iba a crecer en ese cuchitril?
Me miró como si le hubiera pedido que se mudara a una cueva.
Aspiré un poco de aire. Mirabel era independiente hasta la exageración.
Tal vez por eso la admiraba. Admiraba el hecho de que no estaba buscando
sacar provecho de todo esto. Pero lo estaba llevando demasiado lejos.
Nuestro hijo necesitaba un ambiente cálido y cómodo para convertirse en
un ser feliz y saludable.
—Voy a hacer reforma. Me gusta este barrio. Puedo permitirme otro
lugar, ¿sabes? 'Song of the Sea' me está proporcionando muchos ingresos.
—Apartó un mechón de cabello ondulado de su cara, atrayendo mi atención
hacia su pecho, bastante prominente.
—Es una gran canción. Me encanta el videoclip.
Sus ojos se iluminaron. —¿Lo has visto?
—Por supuesto que lo he visto. Muchas veces. —Y también me he
masturbado. Tú, zorra sexy con ese vestidito ajustado, girando
provocativamente.
Mientras recogía cosas del suelo, quise sugerirle que contratara a alguien
que la ayudara, una limpiadora, una cocinera o cualquier cosa para hacerle
la vida más fácil. Pero no lo hice. Esa sugerencia la habría enfadado,
provocando que tuviera que masturbarme en casa.
¿Quién hubiera pensado que una pelirroja ardiente podría ser el
equivalente de la Viagra?
Ella hizo una pausa. —Tengo dinero. Cian va a tener todo lo mejor. Sin
embargo, no quiero que vaya a una escuela privada.
Eso cayó como una tonelada de ladrillos. A mí personalmente no me
importaba. Sin embargo, mi madre, la mayor snob del Reino Unido, se
volvería loca. —Bueno, todavía quedan bastantes años para eso.
Ella entrecerró los ojos. Pude ver que la decisión sobre el futuro de
nuestro hijo ya estaba tomada. —Quiero que Cian tenga una familia, y solo
tengo a Sheridan y su madre, mi tía Hermione. Son geniales y amarán a
Cian como si fuera suyo, pero quiero que también conozca a su padre. —
Ella entrelazó sus dedos—. Pero seré yo quien decida dónde va a vivir, su
dieta y su educación.
Me levanté. No podía quedarme sentado y simplemente aceptar todo lo
que me decía. Necesitaba enseñar mis testículos de macho. No literalmente,
a pesar de que palpitaban un poco más después de imaginarme
desabrochándola el sostén.
—Yo tengo derecho a decir algo. Ya sabes, soy su padre.
Sus ojos se abrieron. Parecía aturdida por este repentino desafío
acalorado. También noté cómo apartaba la mirada cuando pronuncié padre.
—Soy su padre, ¿no?
Miró un papel que había entre unas tazas, platos y accesorios para bebés.
—¿Has hecho una prueba de paternidad? —No sabía por qué me
sorprendía, pero lo hizo. Cian era indiscutiblemente mi hijo. Tenía que
serlo. Me encariñaría.
Ella fue a morderse una uña, pero se resistió. —Tenía que tenerlo
completamente seguro.
Abrí las manos. —¿Y bien?
—¿Te importaría si no lo fuera?
—Mierda, Mirabel, deja de hablar con jodidas adivinanzas. ¿Es mi hijo?
Ella se estremeció ante mi voz elevada. ‘Sí’ salió disparado de su boca. —
Es tu hijo. Tal como todos sospechábamos. Pero necesitaba saberlo con
certeza. Voy a ir a un abogado y ver los derechos que me corresponden
como madre.
Mi ceño se arrugó. —¿Por qué? ¿Qué crees que voy a hacer?
—Bueno, por un lado, quieres que nos mudemos a una casa elegante. Y
he notado tu reacción con lo de la escuela pública.
—Tengo derecho, es normal que me preocupe. Y si vas a ir a un abogado,
yo también tendré que hacerlo. No era mi intención, pero si no me dejas
participar, entonces no me quedará más remedio.
Cian empezó a llorar por primera vez, y ambos nos giramos bruscamente
hacia su cuna al mismo tiempo.
Mirabel lo levantó y acunó en sus brazos. —No está acostumbrado a las
discusiones acaloradas.
—No. —Terminé mi bebida de un trago—. Normalmente estás tú sola.
Me acerqué a él, y mientras lloraba, también lo hacía mi corazón. Quería
abrazarlo para calmarlo.
Entonces, de repente, se detuvo. Su mirada inquisitiva con los ojos muy
abiertos pasó de mí a su madre. Hice una mueca tonta y triné, lo que lo hizo
sonreír, y la luz del sol volvió a entrar.
Cian estaba de vuelta en su cuna, envuelto con una manta, cuando
Mirabel me miró y dijo: —Deberías irte.
Aunque me empujó hacia la puerta, me quedé quieto. —No quiero esto
entre nosotros.
Sus ojos se abrieron y se llenaron de fuego. —¿Qué es lo que quieres?
Estando cerca suyo, capté una bocanada de la fragancia característica del
Spa, donde había sido masajeada al completo, y perdí todo sentido de la
realidad.
El deseo se tragó mi cerebro mientras luchaba por encontrar las palabras.
La tomé en mis brazos, y aunque trató de zafarse de mi abrazo, la sostuve
cerca de mí. Nuestros corazones latían juntos, mientras hundía mi nariz en
su cabello y la inhalaba.
Mientras la sostenía, me aparté para mirarla a los ojos y su cuerpo se
suavizó en mis brazos. Como imanes, nuestros labios se tocaron. Su
deliciosa boca sobre la mía sacó a relucir la bestia que había en mí. Devoré
sus labios como alguien muerto de hambre. La lujuria inundó mi cuerpo.
Me empujó contra la pared, y mientras manoseaba sus tetas, me
desabrochaba la cremallera. La siguiente media hora fue un borrón
orgásmico. Nos arrancamos la ropa el uno al otro. Mi pene estaba tan duro y
goteante que sabía que no tardaría mucho en correrme.
Mi corazón latía como un loco, mientras acariciaba sus cálidas y suaves
curvas.
Ella fue a acariciar mi polla palpitante. —Cuidado. No he follado en
mucho tiempo.
Ambos parecíamos necesitar esto desesperadamente, como si
estuviéramos muriendo de hambre y el plato principal fuera demasiado
delicioso para no devorarlo.
Le separé las piernas. Estaba empapada. Ella se estremeció.
—¿Segura?
—Sí… por favor. Fóllame.
Coloqué mi lengua entre sus piernas y la chupé, mordí y la lamí hasta que
tiró de mi cabello y gimiendo.
Entré en ella con un empujón desesperado, y mis ojos giraron hasta
quedar en la parte posterior de mi cabeza. El pelo de la nuca se me erizó, y
una oleada de puro y cálido placer amenazó con hacerme perder el control.
Traté de tomarlo con calma, pero estaba demasiado caliente y excitado.
Sus caderas se inclinaron para tomarme profundamente. Ambos nos
movimos juntos, en un baile suave y apasionado. Agarré su culo y golpeé
contra ella. Estaba caliente y resbaladiza. Mi pene parecía crecer más dentro
de ella.
No me llevó muchos empujones antes de que me rindiera a una ráfaga tan
intensa que tuve que morderme el labio para evitar gritar. Los dos nos
acercamos y gritamos al mismo tiempo. Sus uñas se clavaron en mis brazos.
Echaba de menos ese dolor.
Extrañaba todo de ella, especialmente cómo me hacía ver las estrellas y la
forma en que sus tetas se frotaban contra mi pecho. Sus labios sensuales se
separaron. Sus ojos permanecieron entrecerrados.
Cian comenzó a hacer gorgoteos mientras la abrazaba fuerte mientras
jadeaba.
—Probablemente piensa que me estás asesinando.
—¿Qué? —Me solté de sus brazos. Mi boca se abrió y ella se rio—. Pero
no puede vernos, ¿verdad?
Mirabel se apartó el cabello de la cara mientras se levantaba del sofá y fue
a ver a nuestro bebé. —Estoy segura de que no.
Estaba tan gloriosamente desnuda que no podía dejar de mirarla con ojos
lujuriosos.
—¿Qué acaba de suceder? —preguntó, cruzando los brazos sobre sus
tetas.
Tomé su mano y la hice sentarse a mi lado. —Acabamos de tener sexo
como unos auténticos necesitados.
Ella se rio.
Aah... eso está mejor.
—Pero no significa que te perdone.
—Ya, ya… —La acerqué—. Ven aquí.
Capítulo 31

Mirabel

THEADORA MECIÓ A CIAN en sus brazos. —Es un bebé tan encantador.


—Su rostro se iluminó con una gran sonrisa mientras miraba su diminuto
rostro.
—¿A que sí? Tengo mucha suerte. —Me recosté en un sofá de cuero,
admirando las vidrieras de colores que salpicaban un arco iris de luz por
toda la gran habitación. Le di un mordisco a una galletita de té de naranja,
deleitándome con su sabor ácido. —¿De cuánto estás?
—De unos tres meses. Cian tendrá un primito pequeño casi de la misma
edad. Eso es genial. —Ella le hizo cosquillas en la nariz, haciéndolo sonreír.
Permanecí en silencio.
Los ojos de Theadora se entrecerraron ligeramente. —Espero que te
quedes en Bridesmere.
—Claro. Este es mi sitio. Cian necesita estar aquí.
—Es un lugar perfecto para los niños. —Inclinó la cabeza—. ¿Qué pasa
con Ethan?
Había pasado una semana desde que nos enrollamos, y mientras mi
cuerpo pedía a gritos más, mi corazón había decidido dejar que mi mente
tomara las decisiones. —Es demasiado inestable para ser un elemento
permanente.
Ella sacudió la cabeza hacia atrás. —Te refieres a él como si fuera un
mueble.
—Ya sabes lo que quiero decir. —Suspiré.
—Lo has entendido todo mal, Bel. Él está comprometido.
—¿Te refieres a comprometido con la paternidad?
—Más que eso. —Se quitó un mechón de la cara—. Lleva destrozado
desde que lo sacaste de tu vida. Deberías darle una oportunidad.
Me miré las uñas de los pies recién pintadas. Después de aquella tarde en
el Spa, comencé a interesarme más por mi apariencia. ¿Te ha dicho que nos
vimos la otra noche?
—Sí. —Puso una sonrisa delicada—. Pero solo porque estaba confundido
contigo y de cómo le sigues excluyendo.
Suspiré. Después de no responder a su invitación de cenar, no había duda
de que estaba siendo dura con él. —Solo intento protegerme a mí y a Cian.
Quiero decir, ¿qué sucederá cuando Ethan se canse de mí y Cian se haya
acostumbrado a tenerlo cerca?
Theadora me dirigió una sonrisa triste. —Ay, Mirabel, eres peor que yo.
Yo también estaba muy a la defensiva. Pero poco a poco dejé entrar a
Declan y resultó ser la luz de mi vida.
—Pero ese es Declan. Siempre ha sido el razonable de la familia. —
Recordé a Declan sujetando a una vaca herida mientras el veterinario
intentaba sedar a la pobre criatura, cuando mi padre se había roto el brazo.
—Ethan está loco por ti, Bel. Solo inténtalo.
El calor irradiaba de cada poro de mi cuerpo.
—¿Por qué no dejas que te compre una casa? Para ti y para Cian. —Me
mostró una hermosa casa de campo—. Esta es encantadora. Puede
permitírselo. Y está al final del camino. ¿Por qué no damos un paseo y la
vemos?
Después de esa conversación con Ethan, finalmente acepté que mi
apartamento pequeño y oscuro no era un buen lugar para criar a un niño.
Decidí no reformarlo y mudarme a otro lugar.
¿Pero que él nos comprara una casa…?
Empecé a odiar esta mordaz independencia que se había convertido en un
gran peso sobre mis hombros. ¿Por qué no podía simplemente decir: “¿Sí,
cómpranos la casa más grande y bonita que puedas encontrar”?
Mi abuela me había inculcado la importancia de que las mujeres
tuviéramos nuestro propio dinero y control. Esa opinión se basó en gran
medida en que mi abuelo se fue cuando estaba embarazada de mi madre.
Después de eso, nunca confió en los hombres y los llamaba
rompecorazones. Mi padre no era así, siempre le había recordado. Ella
afirmaba que él era la excepción que confirma la regla.
Quizás la desconfianza persistente de mi abuela hacia los hombres se
había grabado en mi ADN. Y ahora aquí estaba yo, no solo luchando contra
mi corazón, sino también luchando por el dinero que Ethan bien podía
permitirse para darle a nuestro hijo un futuro espléndido.
Theadora me hizo un gesto para que la siguiera. —Vamos, bella. Es un día
precioso. ¿Qué daño puede hacerte echar un vistazo?
Sonreí. —Me vendría bien un paseo.
—Mary está aquí. —Theadora puso una sonrisa culpable—. He
contratado un poco de ayuda. Solo me da el tiempo para las clases. Se
acerca un concierto escolar. Tengo diez niños interpretando a Mozart.
—Es una gran idea. Soy un desastre con las tareas domésticas. A menudo
me entretengo con la música, la lectura o los paseos por el campo. Hay
tantas otras cosas con las que llenar mi día… Si tuviera más dinero sí que
contrataría a alguien. —Me sentí culpable recordando las pegas que puse
hablando de esto mismo con Ethan, cuando él me lo sugirió, pagando él,
por supuesto.
—Es fantástico. —Theadora se encogió de hombros y se puso una
chaqueta de punto—. Yo tampoco soy muy buena ama de casa. Estoy hasta
arriba con todo lo que hago. Pero me encanta ver el espacio limpio y
ordenado. Además, también cocina. Es un sol, tengo mucha suerte.
Su sonrisa contagiosa me arrastró.
Sí. Esa podría ser yo.
Dejamos a Cian con Mary. Era madre y tenía unos cuarenta años, así que
me inspiró confianza; además, no era la primera vez. Audrey también había
cuidado de Cian alguna que otra vez.
Hacía una hermosa tarde de verano mientras caminábamos. El sol brillaba
a través de ramas tenues de color verde dorado. El olor a tierra era adictivo
y la brisa salada tocaba mi piel haciéndola brillar saludablemente.
Llegamos a una cabaña color miel. Solo el jardín me hizo suspirar,
mientras la lavanda, las rosas y las violetas perfumaban el aire. Me vino una
imagen conmovedora de mí misma leyendo un libro en el banco de hierro
de la entrada, lo que aceleró mi imaginación.
La fachada de la casa, hecha de piedra, debía tener al menos doscientos
años. La luz del sol brillaba sobre la puerta roja, como un presagio sobre
una cabaña encantada. Quería quitar el cartel de ‘Se vende’ para que nadie
más la comprara.
—¿Cuánto cuesta? —pregunté.
Theadora sacó su teléfono y escribió. Un segundo después volvió a sonar.
—¿A quién escribes? —Yo ya sabía la respuesta, pero extasiada por mi
amor hacia esa casa, me quedé en un silencioso suspenso.
Mientras caminábamos por ese camino de ensueño, noté cómo la
positividad de Theadora me había contagiado. Decidí llamar a Ethan y
hacer que me devastara primero, luego podríamos llegar a algún acuerdo,
como que me follara regularmente a cambio de compartir a nuestro hijo.
Pero no podía imaginar pasar dos noches sin Cian.
¿Quizás Ethan podría quedarse con nosotros esas dos noches? A mi
corazón le gustaba esa idea. Y mucho. A mi cabeza, sin embargo… ¿Una
lobotomía, tal vez? Me reí de mí misma.
—¿Por qué te ríes? —preguntó Theadora.
—Solo estoy tratando de convencerme a mí misma de que puedo tener
una familia feliz.
—Pero es que sí puedes. De una mujer que está casada con un
multimillonario muy guapo, déjame decirte que merece la pena. Y Ethan es
una buena persona.
—Sé que lo es. —Sonreí—. Sigo confundiéndolo con ese adolescente
adicto al sexo que fue antaño.
—Sí. Lo entiendo. Hubiera odiado haber conocido a Declan cuando se
acostaba con todas.
Amaba a Theadora. Era muy buena amiga.
—Entonces, ¿qué precio tiene? —pregunté.
El gesto de su boca me avanzó que no sería barata. —Un millón de libras.
—¡Joder! ¿No es muy grande?
—Pero está bien. —Me pasó su teléfono y me paré bajo el árbol de
pimienta gigante que adornaba el jardín delantero.
En la parte de atrás se extendía otro gran patio. La cocina era bastante
moderna. El baño era alegre y espacioso. Y una escalera conducía a otro
piso, oculto a la vista frontal.
Justo cuando estaba imaginando a Cian jugando en la casa del árbol que
había en el jardín trasero, una mujer algo mayor nos saludó. —¿Estás
interesada en mi casa? —preguntó.
Asentí, a pesar del precio inasequible.
Ella estiró su brazo. —Adelante. Déjame mostrarte el lugar.
Un aroma edificante a dulces horneados nos dio la bienvenida cuando
entramos en la sala de estar. Las puertas francesas se abrían a un jardín con
un estanque rodeado de flores y árboles, como en un cuadro de Monet. Me
imaginé sentada allí, bebiendo café.
Había una gran chimenea abierta en el medio de la habitación que había
conservado sus grabados originales, haciendo que el espacio fuera cálido y
acogedor. La luz inundaba desde todas partes, y la vista hacia el jardín
trasero hacía que la habitación pareciera mucho más grande.
El dormitorio, con una pared turquesa, me dejó sin aliento, al igual que el
baño, que tenía un suelo a cuadros, una bañera de color rosa pálido con
patas y unas paredes rosadas que le daban un atractivo romántico.
Floté enamorada.
—Oh, Dios mío, Mirabel. Tienes que comprarla.
La efusividad de Theadora resumía cómo me sentía.
—No tengo ese dinero.
Se paró en seco. —Entonces deja que te lo preste.
Me quedé boquiabierta. —No puedo. Mi piso solo valdría una octava
parte de eso.
—Entonces déjame comprarla como una inversión. Puedes pagarme un
alquiler. Solo lo que puedas pagar, por supuesto.
Mientras regresábamos, mi cabeza daba vueltas con todo tipo de fantasías
domésticas. Veía a Cian jugando en el patio trasero. Le veía en el piano que
planeé comprar, con Theadora como maestra…
Cuando regresamos a su casa, Ethan nos recibió en la puerta, luciendo
como un dios sexy en vaqueros y una chaqueta deportiva a cuadros. Tenía a
Cian en sus brazos.
Tuve la tentación de hacer una foto con el móvil. Ethan, con su cabello
oscuro revuelto y esa apariencia que parecía haber sido cincelada por los
dioses, sosteniendo a nuestro hijo pequeño igualmente precioso, constituía
una estampa impresionante.
Capítulo 32

Ethan

—ME HAN DICHO QUE te has comprado una casa —dijo mi madre
cuando terminábamos de cenar.
—Sí, en Winchelsea Lane. Cerca de donde vive Declan.
Sus ojos se entrecerraron ligeramente. Recordaba esa mirada de sospecha
que ponía cuando éramos pequeños cada vez que jugábamos con los hijos
de los vecinos.
—¿Por qué no quieres vivir en Merivale? Hay muchas habitaciones.
Pronto estaré yo sola.
Mantuve su mirada. ¿Estaba insinuando que había descubierto a Will con
Bethany y estaba a punto de echarle?
Miré a Savanah, que se encogió de hombros.
—Savvie sigue viviendo aquí la mayor parte del tiempo. Yo pretendo irme
a vivir con Mirabel y mi hijo. Apenas puedes mantener un mínimo de
civismo cuando estás en su presencia, así que, ¿cómo puedes esperar que
quiera vivir aquí?
—Ahora la cosa es diferente, después de todo.
¿Era de verdad tan diferente? A mí me resultaba surrealista.
Mirabel finalmente accedió a que comprara la casa, después de reconocer
que un entorno acogedor y abierto que darle a nuestro hijo, superaba su
necesidad de ser independiente. También me recordó apresuradamente que
no lo hacía por interés, a lo que respondí con la misma rapidez que había
comprado la casa para nuestro hijo. Nos miramos a los ojos en silencio,
luego dejé que me empujara contra la pared y fuera ella la que tomara las
decisiones. Con eso me refiero a poseer mi culo con fuerza y restregar su
coño desnudo sobre mi predispuesta polla. Esa se había convertido en
nuestra dinámica, ella afirmando su independencia y después una sesión de
sexo ardiente que me dejaba sin palabras.
A menudo me enviaba fotos de Cian. Precisamente estaba en una reunión
de la junta cuando me envió una imagen de Cian en la bañera, estaba tan
mono que sonreí como el padre orgulloso que era. Seguí pasando las fotos
que me había enviado, cuando en una vi a Mirabel con un camisón de
encaje negro y casi se me cae el teléfono al suelo. Tuve que ajustarme los
pantalones. En muchos sentidos, y especialmente durante los días de lujuria
como estos, me alegraba tener nuestro propio espacio. A Mirabel le
encantaba gritar.
Mientras Bethany nos servía la mesa, Savanah preguntó a mi madre. —
¿Dónde está Will?
—Está en Londres. Su tío está enfermo. —El tono frío de mi madre me
hizo preguntarme si había pasado algo o si era solo parte de su naturaleza
reservada.
—¿Te vas a casar con Mirabel? —preguntó Savanah.
—Veamos cómo van las cosas.
—Oh cariño. —Mi madre negó con la cabeza, como si acabara de
atropellar a la mascota de la familia—. ¿Cómo permitiste que esto
sucediera?
Puse los ojos en blanco. —Así es la vida, madre. Los bebés vienen así a
menudo.
—¿Cuándo te mudas? —preguntó Savanah.
—El fin de semana.
—Mirabel me parece una mujer autosuficiente.
Mi hermana lo entendía bien. —Esa es una de sus mejores cualidades. —
Además de ser increíblemente hermosa e irresistiblemente sexy.
—Admiro a una mujer independiente. Pero ella no es una de nosotros. —
Mi madre dejó sus cubiertos sobre la mesa—. ¿Por qué no apoyarla y estar
allí para Cian, pero también darte tiempo para conocer a una mujer que
algún día esté a la altura de todo esto?
—Al menos alguien cantará los villancicos sin desafinar. —Mi hermana
se rio.
Me reí de lo ridículo que era cuando aparentábamos ser una familia feliz
por Navidad. —Nunca hemos cantado villancicos. Eso será tradición en
esta nueva etapa y estoy dispuesto. Aunque solo sea por el bien de Cian.
Quiero darle una vida normal.
—Somos multimillonarios, cariño. Estamos lejos de la normalidad.
—Quiero comenzar a darle a mi hijo una vida normal y feliz. ¿No quieres
ver a tus nietos felices correteando por ahí?
—Por supuesto. —Se toco las afiladas uñas y tamborileó con ellas. —
Pero también espero aportar algo en su educación y sus cuidados, como la
alimentación.
Contuve el aliento. —A Mirabel no le gusta que le digan qué hacer.
Mi madre se levantó de la mesa. —Ya veremos. ¿Qué tal un bautizo? Al
menos bautizarás a mi nieto, ¿verdad?
—Déjame hablarlo con Mirabel.
—Necesitamos hacer una fiesta. Merivale está un poco sombría en estos
días. Desde que papá… —La voz de Savanah se quebró—. Todavía le echo
de menos.
Puse mi brazo alrededor de ella. —Yo también.
Con esa nota solemne, mi madre se levantó de su silla. —Tengo algunos
asuntos que atender. Recibí una llamada antes. Han encontrado mi collar.
Eso despertó mi interés. —¿Dónde?
—Alguien lo estaba vendiendo por internet. Estoy a punto de averiguar el
nombre del vendedor.
Ambos, igualmente llenos de curiosidad, seguimos a nuestra madre hasta
la biblioteca.
Abrió el portátil en su escritorio forrado de cuero y, unos momentos
después, se quedó pálida.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Se levantó bruscamente y tocó el llamador para que acudiera el servicio.
Unos segundos después, apareció Janet.
—¿Sí, señora Lovechilde?
—Llama a Bethany. Inmediatamente. —La voz de mi madre tembló.
Miré a Savanah y sus ojos se abrieron como platos.
Hojeé un libro sobre Venecia, mientras Savanah se sentaba en el sofá,
inusualmente tranquila. Mi madre, mientras tanto, estaba de pie junto a la
ventana, mirando al exterior. El cielo mostraba una tormenta que se
avecinaba, al igual que el ambiente de esa habitación.
Bethany entró y mi madre se volvió bruscamente para mirarla. Señaló la
silla. —Siéntate.
Mi madre caminó hacia la impresora, sacó una hoja y volvió a su
escritorio, mientras Bethany permanecía inexpresiva.
Deslicé mis ojos hacia Savanah, que hojeaba las páginas de una revista
que tenía boca abajo entre sus manos.
—Tu hija no es precisamente una lumbrera, ¿verdad? —dijo mi madre.
Bethany se encogió de hombros.
Mi madre golpeó el papel que sostenía. —Parece que vendió mi collar de
rubíes. Aquí está todo. Ni siquiera se molestó en cambiar su nombre.
Manon Swaye. El mismo nombre con el que firmó esos turnos extra que
tuvimos la amabilidad de ofrecerle. —Hizo una pausa para recibir una
respuesta, pero el silencio de Bethany habló más que las palabras—. Eso
podría explicar por qué no la he visto últimamente. Supongo que está
ocupada gastándose el botín del delito.
—No soy responsable de sus acciones —dijo Bethany.
El ceño de mi madre se arrugó. —Es tu hija. Tú la trajiste aquí. Le dimos
comida y alojamiento. La contratamos.
—¿Y?
—No me gusta tu tono —dijo mi madre. Creo que voy presentar cargos.
Eso no será bueno para su futuro, precisamente… ¿O sí?
Bethany se inclinó sobre el escritorio de mi madre. —Si haces eso, estarás
denunciando a tu propia nieta.
Juro que escuché crujir el cuello de Savanah mientras giraba la cabeza
hacia mí. Mi madre, al escuchar aquello, se quedó pálida. Aunque abrió la
boca, ningún sonido salió de ella.
Capítulo 33

Mirabel

NOS MUDAMOS A NUESTRA nueva casa y Cian, ahora de cinco meses,


ya gateaba amenazando con destruir las bonitas antigüedades y artefactos
que Ethan traía a casa todos los días.
Al llegar después de un día en Londres, Ethan me rodeó con sus brazos y
me dio uno de sus besos persistentes y sensuales que siempre me encendían.
Prácticamente se había mudado allí. Incluso tenía ropa suya en el armario.
Era su casa, después de todo.
Había enviado a mi gruñona interior a un lugar alejado. La vida era
demasiado corta para ser una paranoica. Además, esperar lo peor de una
situación solo me causaría un corazón enfermo. Me encantaba mi nueva
vida. No podría haber esperado un mejor resultado.
Cuando Ethan me desabrochó el sostén, dijo: —Tengo que reunirme con
Declan y Savvie. Ha sucedido algo inesperado.
Me acarició las tetas y al instante olvidé lo que había dicho. Este hombre
era insaciable. Me bajó los pantalones de yoga y, al momento siguiente,
enterró su cabeza entre mis muslos.
—Oye, que no me he duchado.
—Mmm... me encanta.
—Estás jodidamente enfermo. —Tiré de su cabello mientras me lamía
hasta el punto de la locura.
En la habitación contigua, nuestro hijo jugaba en su ‘pequeña jaula’,
como la llamaba Ethan, con suficientes juguetes para llenar una tienda
entera. Teníamos el escuchabebés, de modo que su lindo balbuceo resonaba
por toda la casa como una banda sonora de película.
Bajé la cremallera de mi hombre para liberar su enorme e hinchada polla
y la devoré como si fuera un dulce delicioso.
—Necesito estar dentro de ti —dijo con voz áspera, como si no
hubiéramos hecho el amor en mucho tiempo, aunque lo habíamos hecho esa
misma mañana.
Lo que fuera a durar este período insaciable era una incógnita, pero por
ahora, no podíamos dejar de tocarnos. Después de que Ethan me follara sin
sentido, me caí sin fuerzas sobre mi espalda, disfrutando de una cascada de
euforia. Hablando de ahogarse en un delirio de orgasmos…
—¿Crees que Cian piensa que mis gritos orgásmicos son malos para mí?
—No estoy seguro. Pero me encanta cómo chillas cuando te corres.
Él me devolvió la mirada con ternura mientras le apartaba el pelo de la
frente y luego nos abrazamos y besamos con ternura, como hacíamos cada
vez. Sexo ardiente seguido de cariño suave y dulce.
—Esta es mi primera vez —admití, disfrutando de sus brazos musculosos
envolviéndome. Mi cabeza estaba acurrucada contra su firme pecho. Sus
suaves caricias, como hechas por una pluma, me pusieron la piel de gallina.
—¿El qué? —preguntó.
—Solos, recostados aquí juntos y con caricias y mimos.
Besó mi cabello. —Nunca me había gustado hacer esto antes de ti.
Sí, habíamos evolucionado. La genuina expresión de afecto y profunda
amistad de Ethan me permitió abrir mi corazón.
Me levanté y cogí una toalla. Mientras iba a la nevera a por un poco de
agua, finalmente pregunté: —Bueno, cuéntame ¿qué ha pasado en
Merivale?
Ethan asintió mientras le entregaba una botella. —Al parecer tengo una
sobrina, y además es la responsable de robar el collar de rubíes.
—¿Pero ese robo no fue hace meses?
—Sí. Antes de que llegara mi nueva medio hermana. Es uno de los
muchos misterios que rodean a nuestra madre. De alguna manera, las joyas
terminaron en sus manos. Y eso es todo lo que sabemos hasta el momento.
Justo cuando estaba a punto de pedir más detalles, un golpe en la puerta
me sobresaltó.
Ethan se levantó. —Probablemente sea Dec.
Declan entró y me besó en la mejilla antes de dirigirse al parquecito para
ver a Cian. Le levantó, le agitó suavemente y luego le besó. Mi hijo iba a
ser colmado de amor por todos. Ese pensamiento hizo que mi corazón
saltara de alegría.
Una vez que Declan cogió su taza de té y se sentó a la mesa, los hermanos
se miraron y negaron con la cabeza, con la misma expresión de asombro.
Tuve que preguntar: —¿Quién es esa medio hermana?
—Bethany. —La escueta respuesta de Ethan hizo que tuviera que pensar
por un momento a quién se estaba refiriendo.
—¿La sirvienta? —Mi frente se arrugó—. ¿La que Declan vio besando a
Will?
Ambos asintieron simultáneamente.
—¡Joder! —Me quedé boquiabierta—. ¿Sabíais que vuestra madre tenía
otra hija?
Declan exhaló. —No. Todavía no hemos llegado al fondo del asunto. Mi
madre dice que tiene migrañas y se ha negado a ver a nadie.
—¿Todavía? —preguntó Ethan.
—¿Qué pasa con Will? —pregunté.
—Todavía está en Londres —respondió Declan.
Ethan se volvió hacia su hermano. —¿Te ha devuelto las llamadas?
Declan negó con la cabeza y luego tomó un sorbo de su té. —Ha
desaparecido misteriosamente.
—Vaya… qué mierda. —Ethan se mordió el labio, perdido en sus
pensamientos—. ¿Crees que Will averiguó quien era Bethany?
—Quién sabe. Definitivamente es una pregunta que vale la pena hacer, —
respondió Declan.
Ethan me miró y sonrió con tristeza. Entrelazó sus dedos con los míos. El
pequeño gesto de cariño hizo que mi alma sonriera. Era como si me
estuviera recordando que estaba ahí para mí.
Declan paseaba por nuestra cocina, deteniéndose de vez en cuando para
mirar por la ventana, que daba a un olmo antiguo. —Se parecen bastante.
¿Cómo es que no caímos en la cuenta?
Ethan asintió. —Aunque Bethany se le da un aire, Manon es la viva
imagen de mamá. Y ahora que lo pienso, incluso tiene su mismo
comportamiento, hasta se puede ver la misma expresión de acero en sus
ojos.
Declan asintió reflexivamente. —Yo también lo he notado. —Se frotó la
cara—. Hay tantas preguntas por hacer todavía…
—¿Crees que papá lo sabía? —pregunté.
Declan se encogió de hombros. —Savvie hizo la misma pregunta, pero
mamá nos dijo que nos fuéramos. No estaba dispuesta a tener una
conversación en esos momentos. Ya sabes que siempre ha sido muy esquiva
con todo lo que respecta a su pasado.
—Bueno, va a tener que contárnoslo. Tenemos derecho a saberlo. ¿Y cuál
es la historia de Bethany? Nunca la he visto sonreír. Rara vez.
Respiré. —Entonces, ¿ella es hija de vuestra madre?
—Seguro que todas tienen una personalidad muy similar, incluso Manon
—dijo Declan.
Los ojos de Ethan se abrieron como si lo abofeteara un pensamiento
repentino. —Mierda. Crisp.
—¿A qué te refieres? —Declan frunció el ceño. Su rostro siempre se
oscurecía cada vez que ese hombre pelirrojo aparecía en una conversación.
—Crisp andaba detrás de Manon, ¿recuerdas?
Declan asintió. —¿Cómo me iba a olvidar?
—Mamá necesita saberlo, considerando que Manon es su nieta…
Declan paseaba por nuestra cocina retorciéndose las manos. Will
finalmente nos había contado que Crisp tuvo algo con nuestra madre
cuando ella tenía más o menos la edad de Manon.
—¿Crees que puede ser la hija de Crisp y Bethany? No, ¿no? —pregunté
de repente.
La cabeza de Ethan casi se parte cuando se giró bruscamente para mirar a
su hermano.
Declan se frotó el cuello, parecía comprensiblemente agotado. —Mamá
salía con Crisp cuando tenía dieciocho años. ¿Qué edad tiene Bethany?
La mandíbula de Ethan se abrió. —Mierda. Podría ser la hija de Crisp, y
ahí está el cerdo, coqueteando con su posible nieta. —Hizo una mueca.
Declan le devolvió una sonrisa de dolor. —Entonces tendremos que
decírselo si ese es el caso. Obviamente no lo sabe. No puede ser tan
asqueroso. ¿O sí?
—Quién sabe. Tal vez esté al tanto del parentesco y eso explica su interés
en Manon en la cena. Tal vez no estaba coqueteando con ella, después de
todo —dijo Ethan.
Declan resopló. —Desde donde yo estaba, parecía que la estaba acosando.
Se hizo un silencio, que ofreció un descanso de toda esta especulación que
nos tenía completamente perturbados.
Capítulo 34

Ethan

NUESTRA RELACIÓN AHORA ERA oficial. Me había mudado a nuestra


hermosa nueva casa de campo, que más bien parecía una mansión. Era fácil
y natural estar allí. Mirabel cogió su guitarra y comenzó a cantar a nuestro
hijo, mientras yo me relajaba con una cerveza.
Me encargué de disponerlo todo para que el dinero siguiera entrando. El
spa se había vuelto muy popular entre los ricos, que siempre andaban tan
cansados… así que teníamos reservas durante todo el año restante.
Finalmente abrimos un pequeño spa que era sin fines de lucro, y que
brindaba algunos servicios a la gente local. En especial a todas las mujeres
que necesitaban cuidarse y mimarse.
El hotel se había vuelto neutral en carbono, y el desarrollo de viviendas de
bajo costo, mi pasión, el proyecto sin ánimo de lucro, se había presentado
con excelentes resultados.
Mi riqueza significaba que podía invertir en proyectos que marcaban la
diferencia en la vida de las personas. Tenía mucho que aportar y con
Mirabel apoyándome, decidí emprender tantas empresas filantrópicas como
fuera posible, siempre que tuviera tiempo de calidad que dedicarlas dentro
de mi apretada agenda.
Pasaba al menos una noche a la semana en Londres, enredado con temas
del hotel. Por muy corto que fuera el tiempo lejos de mi familia, no podía
quitármelos de la cabeza. Nunca había estado más seguro de nada en mi
vida. Quería esto.
Cian soltó una risita cuando hice otra mueca tonta y mi corazón se llenó
de amor, creciendo cada día.
Miré el reloj. —Me tengo que ir a Merivale.
Mirabel dejó su guitarra y la libreta. Se había ofrecido ir a tocar a otra
habitación, pero yo insistí en que se quedara allí, en nuestra habitación
favorita con la pared de ventanales que daban a un jardín que nunca me
cansaba de admirar.
Si hubiera sido una batería, un saxofón o incluso un violín, podría
haberme resistido, pero las notas relajantes de la guitarra acústica estaban
lejos de molestar. Y pronto llegaría un piano. Cuando nuestro hijo pudiera
caminar, aprendería a tocarlo; ambos estábamos de acuerdo. Aprender a
tocar un instrumento era bueno para el desarrollo del cerebro y además ya
teníamos profesora particular de piano, Theadora.
—La gran confrontación. —Mirabel se rio entre dientes.
—¿No te importa quedarte?
Se puso de pie y estiró los brazos. —A tu madre le resultará complicado
abrirse. No necesita a una extraña observándola.
Envolví mi brazo alrededor de su cintura y la atraje hacia mí. —No eres
ninguna extraña. Ahora eres parte de mi familia. Lo sabes, ¿no? —La besé
con ternura.
Con su habitual media sonrisa, asintió muy levemente. No había sido fácil
convencer a Mirabel de que ella era la única chica que había amado. Y sí,
realmente la amaba.
Todos esos meses solitarios y frustrantes en los que me había apartado me
habían demostrado cuánto la amaba en realidad. Simplemente no lo había
dicho en alto. Nunca lo había admitido a viva voz.
Esa palabra me resultaba extraña. Tal vez, en mi interior, pensaba que
podría hacerla huir. Sentí que a Mirabel también le resultaba difícil
pronunciar esa palabra.

MI MADRE SE SENTÓ presidiendo la mesa de la habitación recién


pintada de rosa, situada en el ala oeste de la casa. Considerando la
naturaleza oscura de aquella reunión, estar en ese espacio tan alegre me
pareció incongruente. En contraste a esa habitación tan colorida, estaba el
estado de ánimo distante de mi madre, que no era ninguna sorpresa. A pesar
de su aspecto impecable, parecía que no había dormido.
Savanah llegó al mismo tiempo que yo. Había conocido a alguien y
últimamente estaba pasando más tiempo en Londres. Cuando me dijo eso,
debí poner un gesto de preocupación, porque rápidamente me aclaró que era
un chico amable y uno de nosotros. Aunque no es que tal información me
diera motivos para estar contento. Conocía a demasiados imbéciles igual de
ricos y con mi misma edad.
Declan comenzó preguntando: —¿Dónde está Will?
Mi madre nos miró a todos, uno por uno. —No va a volver. Anularemos
nuestro matrimonio.
—Ah, ¿en serio? —pregunté—. Lleváis juntos bastante tiempo. Tendrá
algunos derechos, supongo.
Ella asintió. —Tal y como me acaba de recordar su abogado.
—¿Will ya ha enviado a un representante legal? —La sorpresa de
Savanah coincidió con la mía, proyectando una gran sombra sobre un
hombre que pensábamos que era leal y digno de confianza.
—Cuéntanos lo de nuestra medio hermana —dijo Declan, yendo al grano
—. ¿Realmente lo es?
Mi madre se levantó de la gran mesa ovalada y caminó hacia las puertas
con ventanas que daban a la resplandeciente piscina. Avecinándose una
tormenta, el mismo cielo oscurecido pareció inclinarse, como si estuviera
abrumado por esta repentina tensión que se apoderaba de nuestra familia.
Se volvió y escaneó nuestros rostros antes de volver su atención hacia
abajo. Sus manos temblaban ligeramente. Nunca la había visto tan abatida y
vacilante.
—Tuve una hija cuando tenía diecisiete años. Esa hija es Bethany, y de
alguna manera me localizó.
—¿Te localizó? Parece que eres un criminal —dijo Savanah con una
sonrisa oscura.
Ignorando el débil intento de quitar hierro al asunto de Savanah, mi madre
respiró hondo. —Era joven. No estaba preparada para ser madre, así que la
di en adopción.
—¿No la buscaste después? —preguntó Declan con fuerza.
Ella sacudió la cabeza. —Quería olvidarme del tema, para ser honesta.
—¿Crisp es el padre? —pregunté.
Los ojos de Savanah casi se le salen de las órbitas. —Oh, Dios mío,
mamá. ¿Él es el padre?
El rostro de mi madre se distorsionó en una mirada de confusión, como si
no hubiera entendido la pregunta.
—¿No quisisteis formar una familia? —insistió Savanah.
Mi madre entrelazó los dedos y asintió muy levemente. Una vez más, no
podía mirarnos a los ojos, como si estuviera avergonzada.
—Si es Crisp, tienes que decírnoslo. Anda detrás de Manon, ¿te das
cuenta? Podría ser incesto —dijo Savanah.
Mi madre se dio la vuelta bruscamente. —¿Qué quieres decir? —Su
rostro se iluminó con alarma. Miré a Declan, notando lo pálido que se había
puesto de repente.
—Le vieron intentando algo con ella. Al parecer, Drake intervino y le
empujó y Rey cayó aparatosamente al suelo. Fue toda una escenita. Ojalá
hubiera estado allí. —Respiró profundamente Savanah.
—¿Entonces Crisp es el padre? —El tono impaciente de Declan estaba
justificado.
—¿Qué? —Era como si mi madre hubiera perdido el conocimiento y
escuchara esa pregunta por primera vez. Ella negó con la cabeza
repetidamente. —Él no es el padre. —Hizo una mueca, como si le
hubiésemos sugerido que había tenido una aventura con el demonio. Una
analogía muy apropiada, dado que Reynard Crisp lo era.
—Entonces, ¿quién es el padre? —preguntó Declan.
—Era —respondió con seriedad—. Está muerto y, con suerte, pudriéndose
en el infierno.
Su tono helado envió un escalofrío a través de mí.
El rostro de Savanah se arrugó en estado de shock. —¿Te violó?
Retorciendo sus manos, mi madre asintió lentamente como si admitiera un
crimen.
—¿Le denunciaste? —La voz de Declan tembló.
—Por respeto a mi madre adoptiva, no lo hice.
Nos giramos para mirarnos. La sangre se había drenado de todos nuestros
rostros.
—¿Madre adoptiva?
Volvió a acercarse a la ventana y nos dio la espalda, como si mirarnos
fuera demasiado doloroso.
—Nunca conocí a mi verdadera madre —dijo—. A los cinco años, fui
adoptada por los Lambs. No tuvieron hijos. Mi madre adoptiva no podía
concebir.
—¿Todavía está viva? —pregunté.
Ella asintió. —Todavía estoy en contacto con ella. Aunque sabe
mantenerse alejada. No obstante, la ayudo a seguir adelante.
—¿Ella sabe lo que te hizo? —La voz de Declan tenía un tono rudo.
Conocía el pasado de Theadora. Incluso me confió, después de unas cuantas
copas, que había pensado en darle una paliza al padrastro de su esposa. Por
espeluznante que sonara, todavía me solidarizaba. Si eso le hubiera pasado
a Mirabel, no habría dudado en hacer precisamente lo mismo. A veces, los
crímenes pasionales, como los llamaban los italianos, no podían aferrarse a
ninguna línea moral.
—Mi madre adoptiva lo sabía. —Parecía angustiada, y se giró para
mirarnos de nuevo—. Ella me rogó que no presentara cargos. Era un
hombre débil. Pero cuando bebía, se convertía en un monstruo. Al menos
está muerto. —Respiró hondo—. Después de descubrir que estaba
embarazada, tomé la decisión de dar en adopción a la niña en lugar de
acabar con su vida. —Su boca colgaba mientras trataba de formar palabras.
Ver a nuestra, normalmente, estoica madre romperse de emoción, hizo que
mi corazón llorara. Quería abrazarla. Pero en cambio, me quedé como un
pasmarote, tratando de procesar ese evento devastador y trágico de sus
primeros años de vida. Tenía la necesidad de conocer su historia completa.
La verdadera historia que nos habían negado hasta ahora. Quería saber los
detalles minuciosos, como si eran pobres o de clase media y cómo era su
hogar. Todo ese tipo de preguntas triviales, pero importantes.
—Dios mío, ¿entonces realmente no sabes nada sobre tu verdadera
madre? —preguntó Savanah.
Ella sacudió la cabeza. —Encontrarla se convirtió en mi obsesión,
especialmente después de casarme y tener los recursos y los medios
necesarios para buscarla.
—Entonces, ¿tu madre adoptiva no sabe quién era tu verdadera madre? —
preguntó Declan.
—No. Mi madre biológica estipuló que ella debía permanecer en el
anonimato. Un secreto que me lleva destrozando por dentro toda la vida. —
Su voz tembló.
Savanah se paró junto a nuestra madre en la ventana y la rodeó con el
brazo. Un agradable silencio llenó la habitación, dándonos tiempo para
digerir y reflexionar esta revelación desgarradora.
Miré a Declan, que parecía un reflejo mío, con los ojos muy abiertos y sin
palabras. En mi caso, sabía que, si trataba de hablar, podría echarme a
llorar. Me dolía tanto el corazón por mi madre, que un bulto opresivo se
instaló en mi pecho.
Mi madre volvió a la mesa y se sentó. —Es por eso que soy tan protectora
con todos vosotros. —Su voz se quebró de nuevo, y mis ojos comenzaron a
arder, picando por la emoción.
—¿Cómo te mantuviste a esa edad? Quiero decir, te escapaste después de
que ocurriera aquello, ¿no? —pregunté.
Ella asintió. Pude ver la lucha de todos esos años en sus ojos. —Trabajé
como camarera y logré costear mis estudios. Obtuve una beca y cuando
conocí a Reynard, él me ayudó.
—¿Así que fuisteis amantes? —preguntó Savanah.
Ella asintió. —Durante un tiempo. Quiero decir, estaba muy enamorada.
—Su boca parpadeó en una sonrisa tímida. Parecía que miraba a una mujer
completamente diferente. Mi madre, normalmente dura, se había convertido
en una niña perdida. Jugueteaba con los dedos—. A él no le gustaban las
relaciones a largo plazo. Pero pagó para que yo fuera a Oxford.
—Considerando todo por lo que pasaste, es admirable que terminaras tus
estudios, mamá. Además, con gran éxito. —Savanah habló por mí, porque
debajo de este pesado manto de profundo patetismo, creció una oleada de
respeto y orgullo hacia mi madre. Muchos se habrían rendido bajo el peso
del horror, pero aun así logró concentrarse y seguir adelante con su vida.
Solo por eso, mi madre merecía algo más que respeto. Se merecía una
bendita medalla.
—El conocimiento es poder —dijo mi madre con un atisbo de sonrisa.
Había que admirar a todos aquellos que llegan a conseguir sus ambiciones
mientras luchan por sobrevivir; esa era una batalla que yo nunca había
tenido que pelear. Todo había sido demasiado fácil para mí. Tal vez por eso
no supe apreciar el conocimiento que se me ofrecía en aquel momento.
Continuó jugueteando con sus uñas y luego añadió: —Conocí a vuestro
padre cuando tenía diecinueve años y estaba en mi primer año en Oxford.
Cuando me quedé embarazada, se casó conmigo.
—Entonces, ¿crees que papá solo se casó contigo por estar embarazada,
sabiendo que era gay?
Gran pregunta. Valoré el enfoque directo de mi hermana.
—No. Nos amábamos. Tuvo una novia antes que yo. —Dudó por un
momento.
—Sí, Alicia. Nos habló de ella —dijo Savanah.
El ceño de mi madre se profundizó y se puso pálida. Declan se incorporó
cuando le miré. A esa escena le siguió un tenso silencio. Todavía había
demasiadas preguntas por responder.
Capítulo 35

Mirabel

ETHAN Y YO NOS habíamos ido a Antibes, a disfrutar de un descanso de


tres días. Habíamos dejado a Cian en Merivale, en los brazos de su cariñosa
abuela y una legión de empleados. Cuando puse a mi hijo en sus manos,
ella me lanzó una leve sonrisa, la más cálida que jamás le había visto.
Como yo también solía estar a la defensiva, reconocí ese rasgo de asfixia
bastante bien. Como Sheridan se encargaba de recordarme a menudo, los
traumas tempranos nos acechaban hasta la edad adulta y, si se ignoraban,
nos robaban la felicidad. Todavía tenía trabajo por hacer. No es que hubiera
sufrido tanto como Caroline Lovechilde, pero había tenido suficientes
malas relaciones como para acumular algunas cicatrices en el camino.
Gracias a Ethan y a su amor y dulzura, la armadura que una vez me puse,
ahora yacía en una caja de recuerdos inútiles.
Por ahora, solo esperaba que la madre de Ethan no se convirtiera en una
suegra monstruosa. Ethan siguió asegurándome que eso nunca podría
suceder bajo su vigilancia. Tenía que dejarme llevar por la corriente y no
esperarme lo peor. En cualquier caso, intentar controlar el futuro equivalía a
no salir de casa por temor a tener un accidente. Perder a mis padres cuando
era adolescente, probablemente había provocado ese miedo en mí, a veces
paralizante, miedo a lo inesperado.
Ethan me sorprendía todos los días. Siempre entraba por la puerta con
flores, vino caro, chocolates hechos a mano y juguetes para nuestro hijo. Le
encantaba mimarnos, aunque yo no necesitaba otra cosa que estar todos
juntos.
Se sentaba y me miraba practicar, lo cual era extraño, pero agradable.
Después de pasar mucho tiempo sola, tenía que acostumbrarme a ello.
Tampoco podíamos quitarnos las manos de encima. Todo el tiempo
necesitábamos sexo caliente y hambriento, seguido de gestos cariñosos y
afecto tierno y apasionante.
Apenas reconocía esta nueva luz ilimitada. No solo había encontrado a mi
alma gemela, sino que ya no sentía la necesidad de salvar al mundo. ¡Qué
carga tan enorme e irresoluble resultó ser! Como si estuviera corriendo un
maratón sin línea de meta.
Cogidos de la mano, paseamos por la orilla de la playa. A pesar de los que
hacían running, los que paseaban a sus perros, los niños excitados
chapoteando y la gente recostada en sus hamacas, nos sentimos como si
estuviéramos en nuestro propio pequeño universo.
—Esto es como un anuncio de un lugar de citas. —Observé a Ethan, el
protagonista sexy con pantalones holgados de cordón, arremangados hasta
las rodillas. Su camisa azul estaba medio desabrochada y ondeaba con la
brisa.
Yo llevaba un vestido veraniego blanco por el que Ethan había pagado
una fortuna.
—Solo somos una pareja feliz de vacaciones. —Dejó de caminar y me
miró a los ojos—. ¿Te he dicho que te vuelves más hermosa cada día?
Sonreí. —Esta misma mañana, cuando estaba absolutamente horrenda,
después de una gran noche. —Mi ceja levantada se refería a un momento
atrevido que habíamos tenido en un restaurante de lujo.
—Fue una gran noche. Y memorable. Una primera vez. —Sus ojos
brillaban con placer pecaminoso.
—¿Ah, sí…? Entonces, ¿nunca habías toqueteado a nadie en público
antes?
—Bueno, no en ese restaurante.
Puse los ojos en blanco.
Me cogió de la mano. —Oye, ¿recuerdas que prometimos dejar atrás
nuestros pasados?
—Sí. Supongo. Pero has sido tú el que ha dicho que era la primera vez.
Has empezado tú. —Hice un círculo en la arena con el dedo del pie.
Envolvió su brazo alrededor mío y presionó su firme pecho contra mi
oído. —En cualquier caso, tú eres el que se puso en modo comando
conmigo. No me pude resistir. Y esta es la tierra del amor.
Me reí de su acento francés, sonando más como el inspector Clouseau que
como un hombre distinguido.
—Y deberías saberlo, ¿verdad? —Incliné la cabeza y sonreí.
—¿Que acabo de decir? —Me lanzó su mirada de ‘te voy a azotar’, lo que
me puso a cien—. Aceptemos que ambos fuimos igualmente salvajes.
Aun así, insistí. —¿Pero todavía era la primera vez?
—Sí. Lo fue. —Cogió una concha y la tiró al agua.
—¿El qué? ¿Tocar a alguien en un restaurante? —Quería saber que
habíamos compartido algo divertido, único, y peligroso, recordando cómo
tuve que sonreír durante el orgasmo, en lugar de mis gritos habituales.
—Mi primera vez en un restaurante con estrella Michelin. —Sus labios se
curvaron en una sonrisa, luego se rio entre dientes cuando le golpeé en el
brazo.
—Eres jodidamente malvado.
—Y tú también.
Ethan tenía razón: necesitábamos trazar una línea con nuestro pasado.
Nos paramos y miramos hacia el horizonte. La tarde era perfecta, soleada,
con una ligera brisa. El mar ondulante se había vuelto de un color turquesa
que levantaba el ánimo, y el aire olía a sal y comida aceitosa.
Mientras permanecíamos en tranquila contemplación, tomó mi mano y la
apretó suavemente. Me giré para mirarlo y él se rascó la mandíbula,
mientras me miraba a los ojos como si tuviera algo importante que decir.
Continuó mirándome sin pestañear.
Negué con la cabeza. —¿Qué pasa?
—¿Quieres casarte conmigo?
Eso no me lo esperaba. Me tomé un momento para responder mientras
escrutaba su rostro en busca de algún signo de vacilación. Él sonrió
tímidamente.
¿No había renunciado al matrimonio? También había jurado no vivir con
un hombre, y eso era exactamente lo que habíamos estado haciendo durante
los últimos dos meses, sin esfuerzo ninguno.
—Puedes pensártelo si quieres —dijo después de un largo silencio. Se
mordió el labio y se rascó la mejilla, algo que hacía cuando le desafiaban.
—No tienes que hacerlo, lo sabes. Estamos muy bien como estamos, ¿no?
—pregunté. Mi corazón quería darme un puñetazo en la nariz por esa
respuesta de mierda.
—¿No quieres? —Entrecerró los ojos bajo el sol de la tarde. Con ese
bronceado oscuro, me recordó a un atractivo mediterráneo.
—Me dijiste que no creías en el matrimonio, ¿recuerdas?
—Ese era el fiestero irresponsable del pasado.
Me reí. —¿Y cuál es tu última versión, entonces?
Movió la cabeza de un lado a otro para estirar el cuello. —Me encanta ser
padre. Me tomo ese papel en serio. Me preocupo por él. Incluso le echo de
menos en este momento. Como te echo a ti de menos cuando estoy en
Londres.
Las lágrimas pincharon en mis ojos. El brillo serio en su mirada reflejaba
mis propios sentimientos sobre nuestro hijo. —Yo también.
Me besó dulcemente en los labios. —Simplemente me gusta estar contigo.
Me gusta salir contigo.
—Vaya… ¿Y eso es todo?
Pasó sus manos por mi muslo y las coló por debajo de mi falda.
—¿Puedo responderte más adelante? —pregunté.
—Por supuesto. Aunque tienes razón. Ya estamos juntos, ¿verdad?
—No me voy a ir a ninguna parte. Una casa en Antibes, con vistas al
océano… No puedo esperar a que Cian venga aquí.
—¿Eso es todo? Solo te gustan las cosas bonitas.
—No. Me moriría por ti, aunque no tuviera todo esto, Ethan. Es
maravilloso poder tener todas estas cosas bonitas, pero en el fondo, no
tienen sentido sin esto. —Pasé mi mano por sus labios y acaricié su mejilla
con cariño. Nos miramos a los ojos y sonreímos dulcemente.
Todo se estaba volviendo demasiado empalagoso para mí, así que
descendí la mano por sus abdominales hacia su pene. —Y esto. Me encanta
tu polla.
—Y a mí me encanta tu coño. —Pasó sus manos sobre mis pechos—. Y
me encantan tus tetas. —Luego me miró a los ojos—. Pero tus ojos son tu
mejor rasgo.
Sonreí.
Sí, estábamos bastante amorosos.
Caminamos de regreso cogidos de la mano.
—¿Que hay para cenar? —pregunté.
—Mmm... algo que comience con sesenta y nueve.
Me reí. —Eres un genitófilo.
Balanceando mi brazo, se rio entre dientes. —Más bien como un
vaginófilo.
—De acuerdo. Haremos eso.
—Entonces, eso significa que tú eres una fanática de los falos…
Dejé de caminar. —La respuesta es sí.
Su cabeza se tambaleó hacia atrás. —¿Eres amante de las pollas?
Me reí de la estupidez de conversación. Era lo que siempre hacíamos,
incluso cuando éramos niños, jugar a estos estúpidos juegos de palabras.
—De la tuya… Pero también, sí, a casarme contigo.
Intercambiamos una sonrisa y nos besamos mientras nos masajeaba una
suave y ondulante brisa.
Capítulo 36

Ethan

DECLAN ME ESPERABA EN el vestíbulo de Lovechilde Holdings. La


última vez que asistimos a una reunión de la junta fue cuando nuestro padre
aún vivía.
Una mujer con traje avanzaba, leyendo su teléfono, y me hice a un lado
para evitar la colisión.
—Parece que se trata de un asunto serio —le dije.
—Tú lo has dicho. —Se frotó el cuello—. Le pedí a Will que se
encontrara con nosotros antes de que llegaran los demás.
—¿Por 'los demás' te refieres a nuestra madre y al abogado? ¿Qué pasa
con Savvie?
—Vendrá luego. Quería que nos reuniéramos con Will a solas, sin Savvie,
porque probablemente se pondrá emocional.
—No puedo culparla.
La tensa sonrisa de Declan se desvaneció. —Recibí una llamada de la
policía. —Habló en voz baja. El vestíbulo diáfano, con las superficies
amarmoladas, actuaba como una cámara de eco—. El último hombre que
vio a nuestro padre con vida ha hablado.
Nos apartamos del camino de un grupo de ejecutivos perdidos en una
conversación.
—¿Por qué no salimos un minuto? —Inclinó la cabeza hacia el
pavimento.
Cuando la puerta giratoria nos condujo al exterior, Will llegaba junto con
Bethany. Tuve que mirar dos veces. Iba vestida con un vestido verde
ajustado, era como una versión más joven de nuestra madre, especialmente
con el cabello recogido en un moño y con exactamente los mismos tacones
de aguja que usaba ella.
Le lancé a Declan una mirada inquisitiva.
—¿Qué está haciendo ella aquí? — El tono helado de Declan se me
adelantó.
No podía creer el descaro del socio, aparentemente leal, de mi difunto
padre.
—También la incumbe. Es vuestra medio hermana —dijo Will—. Y
pronto será mi esposa.
Un tono asertivo y afilado reemplazó su habitual tono tranquilo y discreto.
¿Quién era este hombre?
Declan señaló una pequeña cafetería. —Vamos allí y hablemos.
Will frunció el ceño. —¿No nos reuniremos con Caroline en la sala de
juntas?
—No llegarán hasta dentro de una hora. Queríamos verte primero —dijo
Declan.
Will miró a Bethany, quien imaginé que tomaba las decisiones, igual que
nuestra madre. La diferencia residía en que nuestra madre no era mala.
Mala podría haber sido una palabra demasiado fuerte, pero la evidente
malicia de Bethany me dejó frío.
Nos acomodamos en una mesa y, después de traernos las bebidas,
comencé la conversación preguntando: —¿Así que os vais a casar?
Will vertió una bolsita de azúcar en su té, luego lo removió lentamente,
tomándose su tiempo para responder. El silencio parecía alargarse mientras
sorbía el té con su habitual estilo pausado, antes de asentir con ojos
amorosos a su futura esposa.
—Qué rápidos —dijo Declan—. A menos que… —Sus ojos se deslizaron
hacia mí, mientras mi columna se tensaba. —¿Os conocíais antes de venir a
trabajar a Merivale?
—Así es. —La sonrisa de satisfacción de Bethany era como la de un gato
revolcándose sobre su lomo después de devorar una o dos aves en peligro
de extinción.
—¿Desde cuándo? —Los tendones de mi brazo se tensaron.
—Hace quince años. —Will ni siquiera parpadeó cuando tomó la mano de
Bethany.
Estaba claramente enamorado. Mientras que lo único que me llegaba de
Bethany se encontraba en el reino de lo siniestro y la intriga. No podía
imaginarla capaz de amar a nadie.
—Trabajaste junto a nuestro padre por... ¿cuánto tiempo? ¿Veinte o más
años? —preguntó Declan.
El asintió. —Conocí a Beth después.
—Le encontré. —Torció sus labios pintados de rojo, del mismo tono que
los de nuestra madre.
—Podréis imaginar mi sorpresa cuando la conocí. Era como ver una
versión más joven de vuestra madre. —Respiró hondo.
Esa risa fue directa a mis puños apretados, y me levanté de la silla. Declan
me empujó suavemente para volver a sentarme y me lanzó una sutil
sacudida con la cabeza.
Lidiando con el impulso repentino de saltarle los dientes recientemente
blanqueados a Will, tuve que contenerme fuertemente.
—Le contacté y en seguida empezamos. —El insatisfactorio relato
resumido de Bethany desató un aluvión de preguntas.
—¿Por qué le contactaste? —Ya intuía la respuesta.
—Porque sabía que estaba íntimamente ligado a vuestra familia. —
Juntaba sus largas uñas, al igual que nuestra madre—. Cuando descubrí que
Will y mi madre tenían una aventura clandestina, decidí desatar mi
venganza tomando lo que era suyo. Habría seducido a tu padre, pero resultó
ser marica, así que opté por la siguiente mejor opción.
Me levanté bruscamente. —Ni se te ocurra volver a hablar
irrespetuosamente de nuestro padre.
Declan me tocó el hombro y me senté de nuevo, echando humo.
—Continua. —A pesar de su tono helado, Declan se mantuvo tranquilo y
sereno. Tal vez el ejército le había enseñado a ser así, incluso cuando se
enfrentaba a monstruos oscuros, como nuestra medio hermana y las dos
versiones de Will.
Bethany cogió la mano de Will. —Ayuda que sea bastante guapo.
Me giré hacia él. —¿Conocías su complot para vengarse de mamá?
—Al principio no. Me enamoré. —Sonrió a Bethany.
—Le convencí. Y mira lo bien que ha salido todo. —Hizo una pausa para
escanear nuestros rostros. Decidí tomar el ejemplo de Declan y permanecer
frío y distante.
—Ahora que la bruja de mi madre tiene el corazón roto, tal vez entienda
lo que es ser abandonada. Aunque nunca sabrá lo que fue criarse de casa en
casa, con padres adoptivos jodidos que solo lo hacen por las ayudas del
gobierno. Por no hablar de la escoria pedófila que abunda entre los padres
adoptivos. —Sus ojos oscuros y atormentados se deslizaron de los míos a
los de Declan—. Sí, puede que te sorprenda, pero he tenido una infancia de
mierda. Caroline me dio la espalda. Ni siquiera quería conocerme. Así que
ahora he venido a por lo que legítimamente es mío.
—¿Dinero, quieres decir? —Declan preguntó, con voz temblorosa. Ese
tema parecía ser algo recurrente en nuestras vidas, recordando cómo nuestra
madre había sufrido a manos de un malvado padre adoptivo.
—¿Qué otra cosa si no? —Su boca se curvó en una sonrisa oscura.
—Bueno, amor, por ejemplo. Puedo ver que Will parece estar enamorado
—añadió Declan.
Acarició la mejilla de Will. —Ha sido una agradable sorpresa. —La
ternura de Bethany se desvaneció en un suspiro y su rostro volvió a
endurecerse—. Habría seguido adelante, aunque hubiera sido un feo
decrépito, solo para vengarme de ella.
El venenoso 'ella' salió de sus labios como un hechizo maligno.
Después de ese clímax, finalmente llegamos al cómo y al por qué. Nos
sentamos en silencio a tomar el té, como un grupo de personas sin nada en
común.
Apreté los dientes. La ira latente ahora competía con un sentimiento de
lástima y tristeza por Bethany. Encontrar algo bueno en ella sería como
hurgar en un basurero en busca de algo de valor.
—¿Así que os vais a casar y a reclamar una parte de la fortuna familiar?
—Declan miró su Rolex.
Will se agitó en el asiento. —No es todo tan blanco o negro. Realmente
amé a tu madre, pero está demasiado apegada a Crisp.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Declan.
Se encogió de hombros. —Eso es algo que tendrás que preguntarle a ella.
Crisp la tiene bajo control. Totalmente.
Alejando la conversación de esa afirmación, a pesar de la curiosidad que
me asaltaba, me giré hacia Bethany. —¿Qué hay de Manon?
Sabía que mi madre se había negado a presentar cargos, e incluso pidió
que la chica viniera a Merivale para hablar.
—No sé. No me importa. Su abuela parece mostrar interés por ella. No
puedo controlar a esa pequeña perra. —Una sonrisa maliciosa tiró de la
comisura de su boca—. Por lo que he oído, Reynard Crisp está rondándola.
Podría haber sido peor.
Se me revolvió tanto el estómago que fue un alivio cuando Declan se puso
de pie y me hizo señas para que nos fuéramos.
Salimos de la cafetería helados, como si hubiéramos visitado al diablo y
su consorte.
—Madre mía, ella está jodidamente enferma.
Declan asintió. —Está gravemente trastornada. Como nuestra madre. Solo
que nuestra madre se casó con nuestro padre y ha tenido una vida mejor
gracias a eso.
Dejé de caminar. —¿Me estás diciendo que sientes pena por Bethany?
Cuando sacudió la cabeza liberé el aire que había retenido en los
pulmones. —No. Pero el mal no siempre nace. La falta de amor y los
abusos pueden convertir a una persona en un monstruo.
—¿Y no piensa en que por lo menos no abortó? Nuestra madre podría
haber interrumpido ese embarazo, considerando cómo había concebido a
Bethany.
Soltó un suspiro irregular. Estaba claro que estaba tan afectado como yo
con esta conversación. —No se trata solo de cómo te críen. Siempre está la
naturaleza del alma.
Fruncí el ceño. —¿Quieres decir que tiene algo de su padre en ella?
Se encogió de hombros. —Quizás.
—Parece que a Bethany no le importa nada Manon —dije.
—Nuestra sobrina parece que está igual de trastornada.
—Pero es joven. Tal vez con las influencias adecuadas, podría cambiar.
Declan asintió con nostalgia. —Veremos. Solo podemos tratar de ayudar.
El viaje hasta la sala de juntas no había ayudado a hacer fluir la sangre por
nuestros cuerpos. Con pasos rígidos, entré en la gran sala con capiteles que
perforaban el cielo y vidrieras que refractaban el sol, brillando como
bisutería barata.
Mi madre se sentó junto al abogado de la familia en la gran mesa ovalada,
donde, en tiempos más felices, nos reuníamos para hablar sobre el hotel, los
mercados monetarios y las inversiones en fondos de cobertura.
Unos momentos después de que nos acomodáramos en nuestros asientos,
Will y Bethany llegaron cogidos del brazo, y mi madre desvió la mirada
hacia el suelo, como si hubiera visto algo ofensivo.
Savanah, que estaba mirando su teléfono, levantó la vista y su rostro se
oscureció. —¿Qué diablos está haciendo ella aquí?
—Hola a ti también, hermana. —Bethany fingió una sonrisa.
—No soy tu maldita hermana.
—Esa boca —respondió mi madre con una mueca—. Vamos a acabar con
esto, ¿de acuerdo?
El teléfono de Declan sonó. Después de leer el texto, se levantó. —Tengo
que coger la llamada. Un minuto.
Deduje por la expresión perpleja de Declan que la llamada tenía algo que
ver con la policía, con respecto al visitante de nuestro padre. Había puesto
tanta atención en la historia de Will y Bethany que casi me había olvidado
de eso.
El abogado de Will, que acababa de llegar, recitó una gran cantidad de
reclamos y terminó con —Dos mil millones.
Savanah saltó como si se hubiera sentado sobre una aguja. —¿Pero qué
mierda es esa? —Apeló a nuestra madre—. No puedes darles tanto. Te
mintió.
Mi madre ignoró el arrebato de mi hermana y susurró algo a nuestro
abogado, quien luego asintió levemente con el abogado de Will.
—No puedes hablar en serio, mamá —protestó Savanah.
—Quiero que esto termine de una vez. Dales el dinero.
Declan, que acababa de unirse a nosotros nuevamente, tocó la mano de
Savanah y ella se sentó de nuevo. Yo la entendía. Era el dinero que
aligeraba la culpa que sentía nuestra madre por Bethany.
Llamaron a la puerta y todos nos miramos. Declan se levantó con seriedad
y abrió la puerta a unos policías uniformados.
Declan señaló a Will. —Es ese.
El policía se acercó a Will y le dijo: —Estás bajo arresto por el asesinato
de Henry Winston Lovechilde. Tiene derecho a permanecer en silencio…
Bethany, que gritaba mientras la policía continuaba leyéndole a Will sus
derechos, fue esposada también.
Desconcertados, todos nos quedamos con los ojos abiertos como si
estuviéramos siendo visitados por extraterrestres.
—Yo no lo hice. ¡Es mentira! —Will nos miró a todos, con el rostro
arrugado, suplicando ayuda.
Su abogado se levantó y le siguió. —No digas nada.
Después de que arrastraran a Will, Bethany, con un ceño fruncido que
helaba la sangre, nos arrojó cuchillos con la mirada.
El policía la dijo. —Vas a venirte con nosotros.
Ella se encogió de hombros y se soltó de su mano. —No tienes nada
contra mí, cerdo.
Fue totalmente chocante que ella fuera de punta en blanco, como una
mujer con buen gusto, mientras que despotricaba como el delincuente más
rudo de la ciudad.
—¡No me toques, joder! —gritó.
Las arrugas en la frente de mi madre se profundizaron. —¿Estaba
involucrada?
El oficial de mediana edad con semblante serio respondió: —Este es un
asunto policial, señora.
Mientras la arrastraba, gritó: —¡Esto no ha acabado aquí!
El chillido de su voz penetró mi caja torácica, convirtiendo mi corazón en
un trozo de hielo.
Cuando ya se fueron, nos quedamos sin palabras. Miré por la ventana a un
helicóptero que volaba por encima.
Declan rompió el silencio. —Al menos ahora ya lo sabemos.
—¿El qué sabemos exactamente? —preguntó Savanah.
Gran pregunta.
Me levanté. —Necesito un trago. ¿Alguien más?
Todos, incluido nuestro antiguo abogado, asintieron.
Capítulo 37

Mirabel

HABÍA LLEGADO EL DÍA de mi boda. Estuve de acuerdo en celebrarla


en Merivale después de que Ethan me lo rogara. Aunque tampoco
necesitaba hacerlo. Amaba la belleza, y estaba profundamente cautivada por
la impresionante belleza de aquella propiedad. Era mi futura suegra quien
me asustaba.
Theadora me aseguró que estaría a mi lado. También tenía a otros amigos
a mi alrededor para ayudarme a protegerme de la frialdad de Caroline
Lovechilde.
Ethan se rio de cómo me estremecía ante la mención de su madre. —No te
preocupes por ella. Una boda es justo lo que Merivale necesita para
animarnos a todos.
Por lo que me habían contado, Caroline no había tenido exactamente
todos los caprichos de pequeña. Ethan me había informado sobre la triste y
trágica infancia de su madre, razón por la cual su trato indiferente hacia mí
y gente cercana a ella, parecía aún más injusto.
En cualquier caso, me iba a casar con Ethan y no con su madre. Tendría
que aprender a tolerar su frialdad.
Me desperté en la habitación de la infancia de Ethan con él
acurrucándome. Cian estaba en el cuarto de juegos, al cuidado de Janet, que
iba a ser su niñera de fin de semana para la celebración, que duraría dos
días.
Mis senos estaban muy sensibles, no solo por las caricias constantes de
Ethan, sino también por haberme sacado suficiente leche para alimentar a
Cian durante unos días.
—Buenos días, cariño. Este es tu último día como Storm.
—¿Por eso te casas conmigo? ¿Para qué nuestro hijo se convierta en
Lovechilde y no en un Storm?
Él sonrió de lado. —En parte. —Me acarició la mejilla con cariño—.
Aunque su madre es un buen incentivo.
Fingí darle un puñetazo y él hizo una mueca de dolor exagerado.
Luchamos un poco más, y sintiendo su erección matutina, me froté contra
él.
—¿No hay una norma que prohíbe follar el día de la boda? —Puso una
sonrisa socarrona.
—Puede, pero no he oído ninguna que diga que no puedo chupártela el
día de la boda.
Sus ojos somnolientos cobraron vida. —Si lo dices tan segura, supongo
que no…
Aparté las sábanas y lo tomé en mi boca, disfrutando de cómo su pene se
endurecía como una roca dentro de mi mandíbula.
Chupé, lamí y provoqué su eje venoso con mi lengua. Sus crecientes
gemidos me dijeron que había encontrado los puntos de placer correctos,
que no eran difíciles de encontrar. A Ethan le encantaba que le chuparan la
polla, tanto como a mí me encantaba que me destrozaran el clítoris.
Moví mi boca arriba y abajo de su grueso eje, acelerando el ritmo hasta
que sus venas estallaron y bailaron en mi lengua. Siguió un gemido
atormentado, y se disparó profundamente en lo más profundo de mi
garganta.
Me lamí los labios para limpiarlos y él cayó de espaldas, respirando
ruidosamente antes de reírse. —Qué manera tan agradable de despertar.
Levanté la vista hacia el elaborado reloj de bronce sobre la repisa. Eran
las once, lo normal para nosotros. Descubrí que a Ethan también le
gustaban las noches largas. Como a mí. Mi música fluía mejor a
medianoche. Y a Ethan le gustaba trabajar en sus muchas empresas o leer
una novela de Lee Childs o John Le Carré. Le encantaba leer, uno de los
muchos secretos que me habían sorprendido de él. A menudo sospechaba
que sufría de TDAH, pero admitió que probablemente tendría que ver con
su anterior consumo de cocaína.
Estiró los brazos y bostezó. —Vamos a ducharnos. Quiero un pequeño
aperitivo.
Mmm… Un orgasmo antes de la ceremonia ayudaría a aliviar el repentino
ataque de nervios que me invadía.
Caminé descalza sobre las cálidas tablas del suelo, que Ethan también
había instalado recientemente en nuestra casa. El lujo multimillonario era
totalmente adictivo.
Después de ser devorada en la ducha y casi hacerme sangre en los labios
al ahogar un grito, estaba lista para lo que iba a ser mi día especial, un día
que nunca pensé que existiría. Ni con Ethan, ni con nadie.
Había quedado en reunirme con Theadora y Sheridan en el Spa para una
sesión de mimos previos. La ceremonia de la tarde se llevaría a cabo en la
sala delantera, bajo el alucinante fresco de las Tres Gracias en el techo
abovedado y demás arte moderno extravagante distribuido por el espacio,
una mezcla ecléctica de lo antiguo y lo nuevo que deleitaba la vista y
construía un escenario perfecto para mi boda.
Elegir mi vestido de novia había sido divertido. Me había reunido con
Sheridan unos días antes en Londres, donde había ido a gastar sin límites.
A pesar de sus apelaciones de ‘no deberías’, no solo le compré un vestido
a Sheridan para la boda, sino que también renové la mitad de su armario.
Bret tampoco se lo perdió. Le compré todo tipo de prendas horrendas de su
amado equipo de fútbol.
—Se supone que somos nosotros los que deberíamos regalarte algo —dijo
Sheridan mientras íbamos por Oxford Street.
Cuando entramos en una firma de ropa vintage, dijo: —¿Por qué no
compramos algo más moderno? —Sheridan acarició un vestido de seda de
Givenchy—. Madre mía, esto es exquisito. Mierda… ¿qué precio tiene?
—Lo antiguo no es necesariamente más barato —respondí—. Savanah me
habló de este lugar. Esa chica tiene mucho estilo.
—¿Es tu cuñada? —Sheridan preguntó, mirando una camisa verde de
Pierre Cardin.
—Sí. Es muy elegante, pero de manera rebelde.
—Ah, la heredera rica y malcriada. —Sheridan sonrió—. Qué interesante.
Tu vida es jodidamente interesante.
Puse al corriente a Sheridan de todos los acontecimientos en Merivale y
se quedó de piedra, escuchando atentamente, como quien ve una serie,
hambrienta de la siguiente entrega.
—Incluso Bret está fascinado con la historia. Me preguntó qué pasó con la
ex pareja del padre que se está acostando con la hija perdida de la madre.
—Te lo contaré todo tomando un café. Primero consigamos mi vestidito.
Dimos vueltas hasta que me enamoré de un Chanel de los años 60, con
dobladillo de volantes en seda perlada.
—Es absolutamente impresionante —canturreó Sheridan.
Me lo probé y, para mi deleite, me quedaba perfecto. Me giré para
estudiar mi espalda, observándome frente a un espejo. —¿Qué opinas?
Sheridan sacudió la cabeza con asombro. —Es perfecto. Como si
estuviera hecho para ti.
Tuve que estar de acuerdo. Al imaginar esa exuberante habitación roja,
me vi a mí misma con este vestido, que me sentaba realmente bien.
—¿Llevarás el pelo recogido? —Movió la cabeza de un lado a otro para
estudiarme.
—Quizás. Veré qué me sugiere el estilista.
Habíamos encontrado mi vestido ideal y yo estaba flotando en las nubes.
Capítulo 38

Ethan

MI MADRE ENTRÓ EN la habitación y me ajustó la corbata. Ese gesto,


aunque pequeño, fue su forma de apoyar mi decisión de casarme, aunque
fuera con alguien ajeno a sus iguales adinerados. Todos habíamos notado el
cambio en ella. Desde que había revelado su pasado, se había vuelto más
suave, más cariñosa.
—Estás guapo. —Ella me miró en el espejo.
—Gracias mamá. —Sonreí.
Cuando Janet entró con Cian, mi madre miró a su nieto y sus ojos se
iluminaron.
—Es un ángel —dijo Janet.
Cogí a mi hijo de sus manos y lo acuné canturreando algo ridículo,
siempre tenía una sonrisa conmovedora a su carita.
—Muchas gracias por hacer esto. Si estás buscando nuevo trabajo —le
sonreí a mi madre—, estamos buscando niñera interna.
—Janet no se va a ir a ninguna parte. —Mi madre miró cálidamente a su
miembro más antiguo del personal y le hizo un guiño sutil. Se volvió hacia
mí y abrió los brazos. —Ven, déjame sostenerlo.
Janet nos dejó y mi madre acunó a Cian en sus brazos.
—Harás un esfuerzo por ser amable con Mirabel, espero.
Miró a su nieto y sonrió. —Estás haciendo lo correcto. Este precioso niño
necesita a su madre y a su padre. Hubiera preferido a alguien de nuestro
círculo, ya lo sabes. —Me miró—. Pero creo que un niño necesita a sus
padres biológicos por encima de todo.
Mientras abrazaba a mi hijo, sentí el dolor de los abusos en su niñez.
Ahora que conocía su historia, finalmente pude entender esas miradas
remotas que a veces empleaba. Quería extender la mano y abrazarla, pero
sabía que ella no quería que nadie pusiera de manifiesto su debilidad. A
pesar de la punzada en mi corazón, sonreí con fuerza y mantuve las
distancias.
Poco a poco aprenderíamos a mostrar afecto físico. Como hijos suyos que
éramos, ya la habíamos perdonado por su actitud dura respecto a nuestras
elecciones. A veces, estaban justificadas, especialmente en el caso de
Savanah. Pero este prejuicio sobre personas con diferentes poderes
adquisitivos a nosotros, había quedado del todo obsoleto.
—Tratarás a Mirabel como si fuera de la familia, espero —reiteré—. No
es solo por el bien de Cian, sino también por sus futuros hermanos y
hermanas.
—¿Sus hermanos y hermanas? —Sus cejas se elevaron.
—Pretendo formar una gran familia. ¿Estás lista para eso?
Ella asintió lentamente y su sonrisa creció. Con Cian en sus brazos, se
inclinó y me besó. —Me alegro por ti, Ethan. Mirabel es una buena mujer.
Es fuerte. Será una buena madre, creo. —Una línea apareció entre sus ojos
—. ¿Sigue componiendo?
—¿Y si lo sigue haciendo qué? Theadora es profesora de música.
—Bueno, tampoco tiene necesidad, ¿verdad? Eres multimillonario…
—¿Y? —Extendí las manos—. El arte no tiene que ver con el dinero.
—No, supongo que no. —Estaba a punto de irse con Cian.
—¿A dónde te lo llevas?
—Vamos al patio a almorzar. —Puso vocecita para el bebé y mi corazón
se aceleró al ver la ternura que emanaba tanto de ella, como de él.
Les di un beso de despedida y luego volví a prepararme para el día más
importante de mi vida. Me encantaba la idea de celebrarlo en Merivale,
sentía que allí residía mi esencia.
Incluso nos imaginé viviendo allí algún día. Era una propiedad enorme.
Me encantaba nuestro nuevo hogar, pero soñaba con criar a mis hijos en
Merivale.
Una punzada de arrepentimiento por haber participado en el traslado de
algunas granjas, dio paso a una sensación nostálgica. Declan había hecho
bien en oponerse a Elysium, que se había convertido en un próspero centro
de riqueza y glamour. Algún que otro extraño invitado, con ropa de lujo,
ocasionalmente se unía a mi madre en Merivale para tomar una copa, y me
planteé si esa sería su forma de tener cerca a la cohorte de ricachones.
Seguía siendo esa mujer ambiciosa, después de todo.
Declan llamó a la puerta y entró. Me dio un abrazo. —Estás haciendo lo
correcto.
Fruncí el ceño. —¿Por qué todo el mundo se empeña en decirme eso?
Savanah también me lo dijo antes.
Él sonrió. —Siempre fuiste el chico malo de los tres.
—No era tan malo. Recuerdo que tú también tuviste tus momentos
salvajes.
—Sí, antes del ejército, tuve mis momentos. —Se entretuvo con un trofeo
de la estantería, recuerdo de mi infancia—. Nunca he sido tan feliz. El
matrimonio es genial siempre que sea con la mujer adecuada. Mi amor por
Theadora aumenta cada día.
—Vaya, te estás poniendo sentimentaloide conmigo. —Me reí.
Él sonrió. —Mirabel es genial. Ya es como de la familia. Es una de
nosotros.
—Lo es. Mamá no lo veía de esa manera, pero acabo de estar con ella y,
para mi sorpresa, me ha dado su bendición.
Sacudió la cabeza con asombro. —A nosotros nunca nos ha dado su
bendición.
—Pero se ha encariñado con Theadora, ¿no? Lo he notado. Como aquella
vez que tocaron el piano a dos manos en tu cumpleaños. Y parece que
tienen bastante tema de conversación con la música.
—Es cierto. Mamá está cambiando poco a poco, lo que facilita bastante
las cosas. Eso es lo que realmente me importa. —Cogió mi balón de fútbol
firmado por David Beckham y se lo pasó de una mano a otra.
—¿Leíste la declaración? —pregunté sobre el arresto de Will.
Él asintió solemnemente. No era un tema para hablar el día de mi boda,
pero tenía demasiada curiosidad para esperarme a más adelante.
—¿Quieres que lo hablemos ahora, o más tarde, cuando estemos con
Savvie? Ella tampoco sabe nada.
—¡Ahora, por el amor de Dios! Me muero por saber qué ha pasado. Me
ha estado carcomiendo. —Me detuve en la ventana. Era un día soleado. Un
buen augurio para una boda.
—Bueno, pues Colin, el profesional... —Se pasó las manos por la cara. Al
igual que yo, Declan odiaba hablar de la vida privada de nuestro padre—.
Era uno de los chicos habituales de papá y confesó.
—¿Entonces ese prostituto fue el que estranguló a nuestro padre? —Hice
una mueca.
Sacudió la cabeza. —Esa es la historia hasta ahora. Quiero decir, Will
sigue negando la acusación. Pero parece que se hizo una transferencia de
dos mil millones de dólares esa misma noche, según descubrió la unidad de
delitos informáticos de la policía; podría ser el motivo principal del crimen.
—¿Will tiene todo ese dinero? ¿Y todavía quería más de la familia?
Declan lanzó la pelota al aire. —Una vez que se localice la cuenta privada
donde se transfirieron los fondos, ya no será suyo, espero. El problema es
que se hizo la transferencia a una cuenta oculta en Suiza, y Will niega
tenerlo, obviamente logró ocultarlo.
Asentí. —Vale, ¿entonces Will mató a papá?
—No, según Will. Había alguien más involucrado. Will contrató a Colin y
a un misterioso hacker, para piratear la cuenta suiza de papá. Tanto Will
como Colin dicen que ese tercer hombre podría ser el asesino.
—¿Estaba Will allí? —pregunté.
—Al parecer no. Will sabía de los encuentros entre Colin y papá, y que
Colin estaba endeudado hasta las cejas. Así que le ofreció dos millones de
libras para ser cómplice del robo. Colin tuvo remordimientos de conciencia
y una noche se puso hasta arriba de alcohol y se lo confesó a un extraño en
un bar. Esa persona inmediatamente informó a la policía. Ahora Will está
entre rejas por cómplice de asesinato.
—¿Solo cómplice de asesinato? —pregunté.
Se encogió de hombros. —Todavía tienen que encontrar a esa tercera
persona. Will sería el autor intelectual de un crimen que resultó en la muerte
de nuestro padre.
—Entonces es un asesino.
—No hay ADN que le vincule con la escena del crimen. Y todo lo que le
podía relacionar con el asesino a sueldo ha desaparecido.
—Pero él planeó todo.
—Según Will, ese nunca fue el plan. El hacker tendría que haberse metido
en sus cuentas mientras papá dormía, pero necesitaba su huella. Ahí es
donde entró la droga en juego.
Asentí lentamente.
—Colin recibió instrucciones de drogar a nuestro padre. Seguro que Will
sabía que lo tenía recetado, no creo que fuera casualidad que lo drogasen
con Rohypnol.
Hizo una pausa para respirar. —De todos modos, Colin hizo todo de
manera normal, tuvieron sexo y luego fue cuando le drogó y dejó la puerta
abierta. Entonces, entraría el agresor. Si hubiera salido según lo planeado,
papá se tendría que haber despertado y descubrir entonces que le habían
pirateado. Al haber sido desde una cuenta oculta, no podría haber hecho
nada al respecto. Eso fue inteligente. Pero creo que papá se despertó
mientras le cogían la huella y forcejeó con el agresor, y bueno, ya sabemos
el resto. La transacción se hizo después de que sucediera todo.
Me rasqué la mandíbula. —¿Pero no habrían pillado las cámaras de
seguridad al hacker?
—La cámara del pasillo y de la entrada estaban apagadas en ese
momento.
—Entonces la policía debería poder localizar a este hacker asesino a
través del ordenador de Will.
—Como ya sospechaba la policía, no será fácil encontrarlo. Según Will,
nunca conoció al hacker en persona. Le contrató a través de la Deep Web.
Negué con la cabeza. — Mierda. ¿Y qué pinta Bethany en todo esto?
—Tienen sus comunicaciones con Will. Ella no se cubrió las espaldas y, a
través de los registros telefónicos, pudieron acceder a todos los planes que
tenían en conjunto. A parte de ellos, claro.
—Entonces ¿la acusarán por cómplice también? —pregunté.
Él asintió lentamente. —Probablemente.
Se levantó. —Suficiente por ahora. Es el día de tu boda. No volvamos a
hablar de esto hasta que, con suerte, salgan más cosas a la luz.
—No estoy seguro de que me guste la idea de que Manon esté aquí.
—Me acabo de encontrar con ella. Le estaba dando órdenes a Janet. Se ha
mudado ya.
—Estás de coña. No lo sabía. ¿Eso significa que estará en mi boda?
—Es nuestra sobrina —dijo Declan.
Me puse gomina en el pelo y me lo peiné hacia arriba. —¿Por qué crees
que mamá le pidió que se quedara?
—Tal vez por su sentimiento de culpa. O porque ve algo familiar en
Manon. Se parecen bastante en todo.
Suspiré. —Me parece que se avecinan más cosas, de nuevo. Uno nunca se
aburre en Merivale.
—No. —Me palmeó el brazo—. Nos vemos fuera. Theadora va a tocar la
marcha nupcial.
—No puedo esperar. —Nos abrazamos.

MIRABEL PARECÍA UNA DIOSA mientras caminaba, o debería decir,


mientras flotaba con gracia hacia mí con un vestido que se adaptaba como
un guante a sus sexys curvas. Sonreí como un hombre a punto de zarpar en
un viaje que prometía infinitas posibilidades, entre las que había una vida
sana y feliz con un montón de niños riéndose y jugando a mis pies, y una
mujer hermosa y creativa a la que abrazar, hacer el amor y con quien
compartir mi vida.
Cian había traído tanta alegría a mi vida que me encantaba la idea de tener
más hijos. Mirabel también parecía bastante contenta con la propuesta.
Ambos estábamos en la misma página en muchos temas, algo que nunca
podría haber predicho al comienzo de esta relación intermitente.
Alex se puso a mi lado, con la misma sonrisa desconcertada con la que
había entrado. Todavía no había llegado a aceptar que me fuera a casar. De
todo el grupo de fiesteros salvajes que éramos, solo quedaba él por sentar la
cabeza. Me parecía era algo irónico pedirle a un autoproclamado mujeriego
que fuera el padrino de mi boda.
Al piano, Theadora interpretó a Satie en toda su lánguida belleza. Una
opción ideal para esa habitación roja romántica que había contemplado ya
una buena cantidad de celebraciones.
—Y los rayos de luna besan el mar. —La celebrante recitó unos pocos de
los elegantes versos de un poema de Shelley.
Mirabel susurró. —Eso es muy bonito. ¿Lo elegiste tú? —Parecía atónita,
una expresión frecuente en ella cuando, en raras ocasiones, le dejaba ver en
qué había resultado mi costosa educación.
Sus labios sabían a miel mientras nos besábamos, en medio de invitados
que vitoreaban. Luego, Theadora pasó del pop clásico al pop del siglo XX
con una interpretación de ‘All You Need is Love’ de los Beatles.
Dejé a mi deslumbrante nueva esposa con sus amigas, ronroneando sobre
el anillo de esmeraldas que le había regalado, algo que había elegido de
entre la colección familiar, ya que la joya verde me recordaba a sus ojos.
Me dirigí a saludar a los numerosos invitados, entre los que se
encontraban Kelvin y Jarrad, los granjeros que ahora vivían al lado de
Elysium. Había insistido en invitar a los granjeros con los que tanto Mirabel
como yo, habíamos crecido. Destacaban con sus trajes mal ajustados, pero
me encantaba que estuvieran allí.
—Estás preciosa —dijo Kelvin—. Me encanta el traje. Ese chaleco color
crema con relieve es sencillamente impresionante. Déjame adivinar, ¿Savile
Row?
Tuve que sonreírle, era toda una imagen ver a este honrado granjero que
plantaba lechugas, vestido como si fuera a un club de Londres.
—Sí. Fui vestido por el mismísimo Westmancott. —Toqué la tela de mi
traje de seda gris azulado.
—Dios mío. Te sienta como un guante —admiró Kelvin.
—Hablando de diseñadores, Elysium se está convirtiendo en un lugar de
ensueño en el que pasar unos días —dijo Jarrad.
—En realidad, no he tenido tiempo de visitarlo desde la apertura. Espero
que no sea demasiado ruidoso.
—Está el campo de golf entre medias. Lo único molesto es la ocasional
bola voladora. Pero se está construyendo lo que parece ser un casino. —
Parecía preocupado.
—Tendrás que hablarlo con mi madre. No he oído hablar de ningún
casino.
Se inclinó y susurró con complicidad: —Me ha llegado que Reynard
Crisp está detrás.
Mi frente se arrugó. —Primera noticia.
Kelvin asintió solemnemente. —Puedes imaginar que se dedicará a
organizar todo tipo de acontecimientos hasta altas horas de la noche.
—Tendré que hablar con mi madre.
Les dejé con una extraña sensación en el estómago. Lo último que
cualquiera de nosotros quería, era un casino en la puerta de Merivale.
Savanah me besó. —Fue un gesto muy dulce. Y Mirabel estaba
impresionante. Como cualquiera de los nuestros con un Chanel clásico.
—Es una de los nuestros. Todos crecimos juntos.
—Dime, ¿quién es ese tipo que da vueltas alrededor de mamá?
—Ese es el productor de Mirabel, Orson.
—Oh, ¿es ese? —Savanah frunció el ceño—. ¿Y estás de acuerdo con que
le haya invitado?
Me encogí de hombros. —Yo me he acostado con varias chicas hoy
presentes.
Savanah se rio. —Desde luego, siempre acababas con las hijas de los
granjeros. Están todas aquí. Ha asistido mucha gente. ¿Cuándo llegará la
banda?
Miré el reloj. —A las ocho. Primero la cena. Un cuarteto de cuerda. Todo
bonito y pintoresco, y luego la fiesta.
—Debería ser genial, aunque hubiera preferido traer a un DJ.
Saludé a un viejo amigo que había captado mi atención. —Me dijeron que
la banda hace versiones de todas las canciones de baile favoritas.
Savanah seguía mirando boquiabierta a Orson. Con un extravagante traje
color burdeos, parecía salido de un artículo de la revista Rolling Stones de
los 70.
—Oye, ¿está coqueteando con ella? Mamá está sonriendo. Creo que a le
gusta. Él es atractivo del rollo papá sexy.
Negué con la cabeza. Mi hermana y sus etiquetas. —Bueno, al menos no
era el papá de Cian. Eso es lo que contaba.
—Pero sería demasiado extraño que empezara algo con mamá, ¿no?
—Solo están charlando, Sav.
—Mmm... pero se le ven estrellitass en los ojos.
—Nuestra madre es una mujer deslumbrante.
—También es asquerosamente rica y muy soltera —dijo Savanah.
Miramos alrededor, y algunos hombres más jóvenes, que obviamente
habían oído hablar del nuevo estatus de soltera de nuestra madre, se cernían
sobre ella.
—Y los lobos están dando vueltas. —Savanah se rio entre dientes.
—Más como cachorros —agregué.
—Ella es la verdadera fiera. Pero Orson las busca de la mitad de su edad.
—Mmm…— No me gustaba la idea de que coquetease con mi madre,
sabiendo que normalmente buscaba chicas de la mitad de su edad.
Savanah inclinó la cabeza hacia Manon. —Parece que se siente cómoda.
Manon llevaba un vestido corto y ceñido, más adecuado para una
discoteca que para una boda.
—Mamá dejo que se quedara con el dinero. Pensé que eso estaba mal.
—¿Por qué tengo la sensación de que de repente te has vuelto muy
territorial?
—No he hecho eso —apeló Savanah—. Es extraño que la haya dejado
entrar a nuestro santuario interior tan fácilmente.
—Al menos, mamá no invitó a Crisp —dije.
—Volverá por su premio, apuesto.
—¿De verdad crees que mamá se sentaría y permitiría que se pusiera a
seducir a su nieta?
Savanah se encogió de hombros. —Tal vez no.
Declan se unió a nosotros junto con Theadora.
—Parece que estás a punto de estallar —le dijo Savanah a Theadora.
—Cualquier día de éstos. —Ella sonrió mirando con amor a nuestro
hermano.
—Gracias por tocar. Sonaba fantástico —dije.
Ella se inclinó y besó mi mejilla. —Enhorabuena. Mirabel está
espectacular.
—¿A que sí? —dijo Savanah.
—¿Dónde anda ese nuevo chico tuyo? —Declan preguntó a nuestra
hermana.
—Ahí está. —Saludó a su nuevo novio, que era más delgado que su chico
musculoso habitual.
—¿Otro lanzador? —Mi hermano pronunció en voz baja.
—Eso me han dicho —dijo Savanah—. Es de la nobleza. Es el hijo de
Lord Featherby.
—Tiene un estilo peculiar de vestir. Un poco como Orson —dije, con
respecto al traje blanquecino grabado en relieve que me recordaba a la
cubierta de algunos muebles.
—Ollie tiene un enfoque interesante para su armario. Ese es de Versace,
—dijo Savanah.
Su nuevo novio se unió a nosotros y mi hermana nos lo presentó.
—¿Así que Ollie es la abreviatura de…? —le pregunté al nuevo novio de
mi hermana, quien pareció estar pasando por los efectos de algo. Suponía
que se habría metido una raya o dos…
—Olivier. Mis padres me pusieron el nombre de un actor famoso.
—¿Laurence Olivier, quieres decir? —preguntó Declan.
—Creo que sí. —Miró a Savanah y esbozó una sonrisa.
Deslicé mis ojos hacia Declan, que permaneció impertérrito. Sí, nuestra
hermana había atraído a otro idiota.
Fui a buscar a mi hermosa esposa y la vi charlando con algunos de los
granjeros con los que habíamos crecido.
John Newman me dio una palmadita en el brazo. —Siempre supe que
entre vosotros dos había algo.
Miré a Mirabel y sonreí. No iba a negar que siempre había encontrado
atractiva y deseable a mi nueva esposa.
—¿Cómo va la nueva casa? —le pregunté.
—Maravilloso. La señora no podría estar más feliz. Tenemos un nuevo
nieto, y es una casa hermosa y luminosa, mucho mejor. La granja va bien.
Ahora estamos creando productos lácteos orgánicos. Y estamos teniendo
mucho éxito, gracias a ti. Podría haberme resistido, pero, muchacho, ese
cambio nos ha hecho mucho bien.
—Cambiar puede ser algo bueno. —Sonreí.
Me disculpé y llevé a Mirabel a un rincón tranquilo. —¿Te lo estás
pasando bien, esposa mía?
—Sí, esposo, de maravilla.
Pasé mi mano por su cadera cubierta de seda. —El vestido es hermoso. Y
tú también.
Me acarició la solapa. —Y tú con un esmoquin te ves lo suficientemente
bien como para comerte.
—Mmm... yo también tengo un poco de hambre. —Enganché mi brazo—.
¿Puedo acompañarla a cenar, madamme?
Cogidos del brazo, fuimos a reunirnos con los invitados al salón de baile,
sonriendo y riéndonos a carcajadas por todo. Disfrutando del momento.
EPÍLOGO

Savanah

DESDE LA DISTANCIA, MI amiga Jacinta parecía estar aburrida mientras


un tipo con un tripón colgándole sobre los pantalones le daba charla.
—Hola. —La besé en la mejilla, y le hice un gesto con la mano al hombre
como diciendo ‘vete’.
Jacinta se rio. —¿Cómo haces esas cosas?
—Solo les digo que se vayan a la mierda.
Ella se rio. —Podría sentarles mal…
—¡Qué va! Les encanta. —Me reí.
Resonando con la música a todo volumen, el moderno bar del Soho
normalmente era divertido después de unas copas, pero hoy no estaba de
humor. —Oye, ¿te importa si vamos a algún otro lugar menos ruidoso?
Jacinta se acabó su vino blanco, se levantó del taburete y se recolocó el
vestido ajustado. —Muéstrame el camino.
Enlazó su brazo con el mío y salimos a la acera. Eran las nueve y la calle
olía a colonia, humo de coche y comida rápida grasienta.
Mientras esquivábamos grupos de juerguistas pavoneándose que venían
de todas direcciones, me preguntó: —¿A dónde vamos?
No estaba de humor para bailar o ligar o cualquier cosa demasiado social.
Solo quería charlar.
—¿Qué tal allí? —Señalé un pequeño bar con poca luz llamado Red Place
—. Ya he estado antes. Es un poco excéntrico, y principalmente gay creo
recordar… justo lo que necesito ahora. ¿Te importa?
Ella sacudió la cabeza.
Entramos en el bar de paredes rojas repleto de imágenes en blanco y
negro de París y personajes famosos. Un letrero que anunciaba poesía los
viernes por la noche me hizo detenerme.
—¿Qué día es?
—Jueves. —Jacinta frunció el ceño—. Desde luego que estás en la parra.
Exhalé. —Sí. No estoy teniendo una buena semana.
Nos sentamos en una mesa pequeña con una vela parpadeante en el
medio. El camarero se acercó contoneándose, y alzando un poco la voz por
encima del sonido de la etérea música lounge, pedimos nuestras bebidas.
—¿Qué pasa, Savvie? —Los ojos azules de Jacinta brillaron con simpatía.
Su apoyo inquebrantable la convirtió en la persona ideal para esa
conversación profunda y significativa.
—Bueno, ya sabes, otra crisis de los veinticinco.
—Déjame adivinar, le has dado otra oportunidad a Olivier. —Se pasó las
manos por el pelo rubio para que quedara como una sábana suave. Jacinta
hacía todo lo posible para mantener una apariencia impecable. Era como un
mostrador de cosméticos ambulante, siempre al tanto de los últimos
productos que prometían rellenar sus labios, hacer que sus pestañas fueran
más largas o eliminar sus arrugas que ni siquiera habían comenzado a salir
en su rostro, suave como la porcelana.
Era la típica chica que se levantaba de la cama mientras su amante seguía
durmiendo para que al despertar la viera perfectamente maquillada.
Habíamos crecido juntas y Jacinta era la hermana que nunca tuve. Sus
padres eran dueños de una cadena de franquicias de alta tecnología y eran
súper ricos. Compartimos nuestro primer cigarrillo e incluso perdimos
nuestra virginidad la misma noche con un par de chicos que conocimos en
un festival de Glastonbury, en una tienda de campaña destartalada. A
menudo nos reíamos de aquella experiencia cada vez que recordábamos
nuestros salvajes años de adolescencia.
No era solo diversión adolescente salvaje lo que habíamos compartido. Al
igual que yo, Jacinta cambiaba de chico con tanta frecuencia como de
peinado, lo cual era con mucha frecuencia dada nuestra inquieta necesidad
de experimentar con todos los colores y cortes posibles. Debido a nuestra
movidita vida sexual, teníamos mucho que compartir cuando quedábamos
para tomar algo, lo que ocurría cada muy pocos días. Cuando no nos
veíamos, hablábamos por teléfono.
Sienna era otra amiga cercana, pero la habíamos perdido en el camino. Se
había enamorado de un chico que había conocido en Marruecos.
Eso era lo que hacíamos. Nos enamorábamos de alguien, desaparecíamos
unas pocas semanas y volvíamos riendo o llorando.
Y ahora mi cuerpo y mi alma gritaban por un cambio. Pero tenía la
alarmante incapacidad para concentrarme en algo el tiempo suficiente como
para terminarlo. Ni siquiera podía terminarme un libro. En la universidad,
les pagaba a otros estudiantes inteligentes para que me hicieran los ensayos
que debíamos presentar. Mis amigos no se podían creer que nunca hubiera
pasado del capítulo tres de Cincuenta Sombras de Grey. Ese había sido mi
récord en cuanto a libros, todo un cumplido para el autor. Mi médico me
había diagnosticado TDAH.
—Todavía estoy saliendo con Ollie. —Mi tono apagado reflejaba el
entumecimiento de mi cuerpo, mente y espíritu. Podría parecer superficial,
pero algo muy dentro de mí estaba llamando a la puerta, tratando de
romperme en pedazos.
—Estás aburrida de él, ¿verdad? —Inclinó la cabeza—. Te conozco chica,
normalmente estás animada y alegre cuando estás con alguien nuevo.
—Lo has notado. —Agradecí al camarero cuando nos sirvió las bebidas
junto con unas patatas fritas para picar—. Necesito acción.
Una lenta sonrisa creció en sus labios hinchados. —Mmm… Sé a lo que
te refieres. Como unos veinticinco centímetros de acción.
—Ni de coña… —Fruncí el ceño.
Parecía horrorizada. —¿Es que tiene un pequeño soldadito?
—Tamaño estándar. —Tomé un sorbo de vino para bajar la sal.
—Ya sabes lo que dicen, el tamaño no importa. Lo que importa es como
lo usen. —Su ceja muy marcada se arqueó.
—Sí, bueno… —Jugueteé con la copa—. No es tan bueno en la cama. Es
del tipo que se pone encima, se encorva y bombea. Unos minutos más tarde,
c´est fini.
Hizo una mueca como si hubiera descrito un procedimiento dental
desagradable. —Tienes que darle una oportunidad.
—Debería tratar de conocerle. Será lord algún día. Eso haría feliz a mi
madre. Ethan y Declan la han defraudado. Ahora la presión recae sobre mí,
para que lleve un poco de sangre azul a la familia.
—Qué aburrido —canturreó, cogiendo un puñado de patatas.
Jacinta era una romántica, como yo. Ella creía que el sexo caliente y un
amor romántico eran suficientes para pronunciar el ‘Sí, quiero´.
—Savvie, esa no eres tú. ¿Te estás escuchando? Estás con un chico solo
por su estatus. —Me estudió de cerca—. ¿Al menos logra que te corras?
—No. Termino teniendo que acabar la faena yo misma mientras él se
queda roncando, fíjate.
Hizo una mueca. —Joder, eso suena terrible. ¿Y quieres casarte con este
tipo?
—Simplemente no puedo confiar en mí misma. —Resoplé de frustración
—. Los tipos que realmente me ponen son, por lo general, pobres. Ya sabes,
chicos malos. ¿Qué mierdas me pasa? Incluso ahora, cada vez que veo a
algún tío tatuado en una esquina, probablemente haciendo negocios, ya
sabes… me dan ganas de saltar sobre él.
Se rio. Jacinta, como ella misma admitía, se entretenía de lo lindo con las
historias de los líos que había tenido.
—Hay algo sexy en los hombres que trabajan duro.
—¿Trabajan duro? Te refieres a… ¿vender drogas?
—¿Has tenido noticias de Dusty?
—No. Sigue encerrado. Y mira, ese sí que era caliente en la cama, pero
tengo que resolver esta situación. Soy la hija de un multimillonario, por el
amor de Dios. Necesito poner en orden mi vida. Casarme y luego dirigir
Elysium.
—Mis padres se pasaron por allí hace una semana. Les encantó. El spa de
la piscina de rocas fue lo más destacado para mi madre. Y papá no ha
dejado de hablar del campo de golf y sus vistas al mar. Mamá incluso
estuvo montando a caballo. Es una buena idea para la élite de Londres.
—Vienen de todas partes. Estamos recibiendo a muchos estadounidenses.
—Es verano. Tiene sentido. ¿Qué pasará en invierno, con el frío helador?
—Habrá menos reservas, supongo, pero todavía hay mucho interés. Y van
a construir un casino, me han dicho. Eso atraerá gente durante todo el año.
—Lo sé. —Sus ojos azules brillaron como si hubiera resuelto un
rompecabezas complicado—. Cásate con Olivier y ten un amante.
—Mmm... Eso suena complicado, un lío. —Mastiqué una patata frita.
—Complicado y un lío está lejos de ser aburrido. —Sus cejas se
movieron.
—Para alguien que mira de soslayo como tú, tal vez. —Respiré—. Tal vez
necesito tomarme alguna medicación que haga que me ponga menos
cachonda con malotes musculosos. Joder, si es que solo de decirlo me está
poniendo caliente y burra.
Jacinta se rio. —Oye, los tipos musculosos tatuados son jodidamente
atractivos.
Un hombre que pasaba por nuestra mesa se volvió y asintió con esa
expresión de ‘Oh, sí’ en su rostro.
Miré a Jacinta y me reí.
—Entonces espera —continuó—. Métete en Tinder otra vez.
—Oh, Dios, no. Esa ya no soy yo. Estoy a punto de cumplir veintinueve.
—¿Quieres tener hijos? —Jacinta parecía sorprendida.
Jugueteé con un posavasos. —Tengo cero instinto para ser honesta.
Aunque Theadora acaba de dar a luz a un hermoso niño. Y está mi sobrino
Cian, que es tan mono que podría comérmelo.
Ella se rio en su vaso. —Sigue saliendo por ahí… ¡Lo tengo! Vámonos a
París a la Semana de la Moda.
—Vale. —Suspiré. Tal vez necesitaba ver a un psicólogo otra vez. Mi
estado de ánimo estaba de capa caída—. La gran mayoría de los hombres de
allí son homosexuales. La última vez que fui, terminé con aquel traficante
de coca tan sexy que conocimos en los Campos Elíseos. ¿Lo recuerdas? —
Resoplé—. Seguiré viendo a Olivier por ahora. Tal vez pueda enseñarle a
follar o algo así.
—Buena suerte. No es algo que puedas forzar en un chico. O saben o no.
—No lo sé… —Suspiré—. Dusty no se cansaba de eso. Era un adicto a
comerme el coño.
Ella se rio en voz alta. —Me parto. ¿En serio?
Asentí con una sonrisa melancólica, recordando a Dusty poniéndose de
rodillas y lamiéndome hasta secarme. —Fueron sus palabras. Pasé de
muchos orgasmos a jodidamente nada. Como sabes, nunca antes me había
corrido con una polla. —Miré mis uñas pintadas con motivos de Kandinsky,
gracias a la excelente artista de uñas del Spa.
Ella asintió con simpatía. —Solo una persona ha conseguido que me
corriera follándome, y me rompió el jodido corazón.
Toqué su mano. —Bueno, te enamoraste del jodido Casanova.
—Por eso. Hudson era un puto dios en la cama.
—Mejor haberlo experimentado que no, ¿no? —Incliné la cabeza.
—Supongo. Pero dejó el listón muy alto.
—Enorme, sería la palabra más adecuada, ¿eh?
Nos reímos y me sentí mejor. Una copa y tener una conversación sincera
con mi mejor amiga hizo maravillas en mi estado de ánimo.
—¿Hay algo que te guste de Olivier?
—Es uno de nosotros. Compartimos historias y experiencias similares
sobre crecer con padres súper ricos.
Jacinta tamborileó las uñas en su vaso. —Andy es genial en la cama, pero
nunca podría casarme con él. No tenemos absolutamente nada en común.
—Pero esa es la cosa. Los que nos dejan sin aliento y a cien son una
mierda para hablar, y con los que podemos tener una relación más allá, son
unos jodidos aburridos en la cama.
Ella se encogió de hombros. —Entonces espera.
Mi teléfono sonó y era Ollie. ¿Dónde estás? ¿Podemos vernos? ¿Qué tal
te viene esta noche?
Solté un suspiro. —Es él. Quiere que nos veamos.
La boca de Jacinta se torció hacia abajo. —¿Pensé que íbamos a salir a
bailar?
Me vendría bien hacer ejercicio, y las discos de baile son mejores que los
aburridos gimnasios. Escribí. He salido con Jacinta. ¿Qué tal si comemos
mañana?
Él respondió. Por supuesto. Me iré a un club de striptease con mis
amigos, entonces.
Eso ni siquiera me molestó lo más mínimo. Que te diviertas. No bebas
demasiado.
Acabé mi copa, dejé caer un billete en el plato y me levanté. —Vamos
entonces, vayamos a quemar algunas calorías.
Jacinta me siguió hasta la puerta. —Vamos a ese sitio donde suelen ir
papás buenorros.
Me reí y entrelacé mi brazo con el de ella mientras nos pavoneábamos a
lo largo de la concurrida calle.

CARSON
Hojeé mis cuentas en busca de buenas noticias. La agencia de seguridad
había quebrado y ahora estaba en bancarrota.
Angus metió la cabeza en la nevera. —No tienes de nada.
Me froté la cabeza. —No he tenido tiempo de hacer la compra.
—Pidamos una pizza entonces —dijo, saltando en el acto. Mi hermano no
era capaz de quedarse quieto. Que aguantara en esa celda durante tres días
había sido un milagro.
Después de gastarme todo lo que tenía para sacarle, comencé a trabajar
como portero.
—¿Pagas tú? —pregunté, sabiendo la respuesta. Cada centavo que le
sobraba a mi hermano se lo metía por el brazo o por la nariz.
Se rascó el brazo lleno de marcas tras doce años de abuso de drogas, que
habían comenzado a los dieciséis.
Angus abrió el armario, donde un solitario paquete de galletas saladas y
una lata de sopa le devolvieron la mirada. —Mierda tío, aquí no hay nada.
—Me gasté todo lo que tenía para sacarte. Mi empresa ha cerrado.
Respondiendo con un gruñido imperturbable, me lanzó una mirada de ‘no
puedo hacer nada al respecto’. Cogió sus llaves y una bolsa de tabaco de la
mesa.
—¿A dónde vas? —pregunté.
—Solo voy a pasar el rato con algunos de los muchachos. Tendrán algo de
comida.
Resoplé. —Estás bajo fianza, Angus. Si te pillan fumando un porro,
volverás al trullo.
Mirándome con la cara en blanco, fue a moverse, pero le agarré del brazo.
—Lo digo en serio.
Se encogió de hombros y se soltó. —Déjame en paz. Sé cuidarme solito.
Tenía que trabajar, así que no podía exactamente ponerle una cadena con
bola alrededor del tobillo a mi hermano menor. Le prometí a nuestra madre
que cuidaría de él, pero Angus rechazaba toda ayuda y ahora, encima, me
arrastraba con él. Caería de nuevo, seguro. A los veintiocho años, Angus no
estaba haciendo nada para ayudarse a sí mismo.
Nuestra madre había muerto cuando él tenía doce años. Yo tenía dieciséis
y podía valerme por mí mismo, pero mi hermano terminó en un hogar de
acogida con algunas personas desagradables que le obligaban a robar,
consumir drogas y hacer recados con solo quince años.
Ahora yo estaba de nuevo en el punto de partida. Había gastado todos mis
ahorros. La agencia había cerrado y yo estaba a punto de regresar a
Bridesmere y continuar trabajando en el centro de reeducación para Declan.
Por lo menos tenía eso como salvavidas, y el sueldo era generoso. Pero no
podía exactamente llevar a Angus conmigo. Les robaría a todos y causaría
un sinfín de problemas.
Salí y me subí al coche, un todoterreno que Declan amablemente me
había cedido. Aunque chupaba gasolina que daba gusto. Hubiera preferido
algo pequeño y fácil de aparcar, sobre todo en la ciudad.
Golpeando el volante y canturreando a John Mayall, conduje por las
concurridas calles del Soho, hacia el centro de la fiesta. Las chicas con
minifaldas se tambaleaban encima de tacones peligrosamente altos,
mientras que los chicos husmeaban en manadas.
Nos guste o no, sin esta chusma de vividores, no tendría trabajo.
¿Cuándo me convertí en un padre estricto e intransigente? Así era como
me sentía algunas noches, tenía que hacer entrar en razón a adolescentes y
adultos jóvenes borrachos de hormonas. Tampoco es que siempre fueran tan
jóvenes. Lo peor eran las manadas de hombres con trajes caros que
rondaban por los clubes de caballeros. No había manera de que dejaran la
botella, a pesar de que nadie lo diría a juzgar por sus egos.
Aparqué el coche en la parte trasera de la discoteca. Cuando salí, un fuerte
ritmo golpeó mis oídos, lo cual estaba lejos de apetecerme aguantar esa
noche. Era más un hombre de blues y música del sur profundo de América.
Mientras caminaba por el callejón que conducía a la entrada, una multitud
de hombres con ropa deportiva cara y cadenas de oro, merodeaban en las
sombras, vendiendo drogas cocinadas en algún laboratorio improvisado. A
juzgar por las chicas y los chicos bien vestidos que rondaban, imaginé que
los traficantes estaban a punto de hacer el agosto.
Odiaba las drogas. Nunca me acerqué a ellas. Había visto lo que habían
hecho con Angus. Y como portero que trabajaba en clubes, también había
visto unas cuantas sobredosis y chicas siendo abusadas por tipos que luego
se arrepentían. Pero mi trabajo no era detener eso, aunque en ocasiones lo
había hecho. Mi trabajo consistía en impedir que manadas de machos
hambrientos entraran en tropel en el club. Debido a eso, siempre se formaba
alguna escaramuza que, después de Afganistán, era como lidiar con un
grupo de niños pequeños con un berrinche.
—Sam. —Saludé.
Mi colega asintió. —Hola, Carson. ¿Qué tal?
Me encogí de hombros. —Ya sabes, otra noche aburrida discutiendo con
imbéciles borrachos. La vida podría ser mejor.
Él se rio.
Eso describía bastante bien nuestras noches. O yo o Sam levantando a
cualquier extraño idiota por el pescuezo y empujándole lejos suavemente.
Había que tener cuidado en este juego. A los abogados les encantaba
molestar a los porteros de mano dura. De todos modos, la paga en efectivo
de ciento cincuenta libras significaba que podría hacer algo de compra a la
vuelta.
Cuatro horas más tarde, a las tres en punto, me entró una llamada que
ignoré. Pero cuando volvió a sonar, comprobé el número. Aunque no lo
reconocí, pensé que mi hermano podría estar en problemas, así que
contesté.
—Carson, ayuda.
—¿Quién es?
—Soy Savvie.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
—Me han herido. —Sollozó.
—¿Dónde estás?
—¿Justo fuera del Club X? ¿Sabes cuál?
—Sí. Aguanta, no estoy lejos.
Me subí al coche a toda velocidad y me fui. Como era jueves, las calles
estaban medio vacías, solo algunos taxis.
Mientras aparcaba, vi a Savanah sentada en el suelo, agarrándose los
brazos. La gente simplemente pasaba, ignorándola. Eso es lo que más
odiaba de esta ciudad, a nadie le importaba nada.
Corrí y la ayudé a levantarse. Solté el pañuelo ensangrentado que tenía
alrededor del brazo y me sentí aliviado al descubrir que el corte era
superficial. Ayudándola a levantarse, puse mi brazo alrededor de su cintura.
Había estado bebiendo.
Cuando la metí al coche, le pasé mi botella de agua antes de preguntarle
qué había pasado.
Bebió un poco y se limpió los labios. —Gracias. Ahora mejor. Me alegro
de haber guardado tu número.
No recordaba haberle dado nunca mi número. —Parece que solo necesitas
un pequeño vendaje. No es profundo, con un poco de antiséptico y un
vendaje debería ser suficiente.
Ella se estremeció. Su cabello castaño hasta los hombros era un desastre
revuelto, pero eso era lo de menos. Fue su rostro el que me advirtió de que
la noche había sido un drama. Su delineador estaba corrido, haciendo que
sus ojos azules resaltaran.
Arranqué el motor. —¿Dónde te alojas?
Ella sacudió la cabeza. —Por favor, llévame a tu casa. ¿O tal vez podrías
quedarte en la mía? No quiero estar sola.
Pensé en Angus. Tenía que echarle un ojo. No podía llevar a Savanah a mi
casa, no con mi hermano allí.
—Vamos a la tuya mejor —dije, diciéndome a mí mismo que solo tendría
que quedarme hasta que se durmiera.
Le di tiempo para relajarse antes de preguntar.
Después de un viaje en silencio, llegamos a Mayfair.
La ayudé a salir y aunque parecía que podía caminar, la ayudé a subir las
escaleras hasta la entrada.
Rebuscó en su bolso lleno de cosas y le llevó un tiempo encontrar las
llaves.
Sus manos temblaban mientras intentaba poner la llave en la cerradura de
la puerta roja, así que terminé haciéndolo por ella.
—¿Estás aquí sola? —pregunté.
Aunque ella ya lo había mencionado antes, a juzgar por los ricos adornos,
esperaba ver algún mayordomo o a alguien del personal, como en Merivale.
—Le di la noche libre al personal. —Puso una sonrisa débil. Nunca la
había visto tan frágil antes. Savanah era una de esas chicas habladoras y
seguras de sí mismas que imaginé que no tenían mucho por lo que llorar.
Hasta ahora parecía haber sido así.
Entramos al baño, que era del tamaño de mi sala de estar y olía a colonia
cara. Se sentó en una silla mullida mientras yo le aplicaba una crema en la
herida y luego se la vendaba.
Cuando salimos del baño y me preguntó: —¿Quieres algo de beber?
—Una tónica será suficiente —le dije.
Ella inclinó la cabeza. —Hay ginebra.
Sonreí. —Me imagino. Pero no, solo tónica, gracias.
Parecía decepcionada. —Bien, entonces. —Se sirvió un buen lingotazo de
alcohol con una pequeña cantidad de tónica. Ya sabía que Savanah era
intensa, así que no me sorprendió. También yo fui un gran bebedor en el
pasado, por eso lo fui dejando y ahora era solo un bebedor moderado.
Pasándome la bebida, puso una sonrisa coqueta.
Desde que la conocía, Savanah no había ocultado su interés por mí. Si no
fuera la hermana de mi mejor amigo, ya la habría puesto en todas las
proposiciones. Era la chica más hermosa que jamás había visto. Pero
parecía que era de las que pensaban que con chasquear los dedos
conseguían todo lo que querían. Dejando a un lado su cuerpazo y esa cara
preciosa, ese tipo de actitud autoritaria me encabronaba. Claro, tenía
debilidad por las mujeres esbeltas y de piernas largas, y me encantaban los
ojos grandes y azules. Pero me gustaban las mujeres con los pies en la
tierra, y cuanto menos maquillaje, mejor.
Esperé hasta que se sentó con su bebida. —Bueno cuéntame, ¿qué ha
pasado exactamente?
—Nos robó una pandilla callejera.
—¿Con `nos´ te refieres a que estabas con un amigo?
—Estaba con Ollie. Mi novio.
—¿Tu novio? —Mis ojos se abrieron—. ¿Y dónde está él?
—Gran pregunta. —Se bebió de un trago su bebida—. Salió corriendo y
me dejó sola luchando contra ellos. ¿Te lo puedes creer?
—Entonces es un pedazo de mierda, ¿no? —Sacudí la cabeza con
disgusto.
—Aparecieron de la nada.
—Pero parece que no te han robado el móvil, ¿no?
—No, salieron corriendo detrás de él. Así que no estoy segura de lo que le
habrá pasado a Ollie. —Se apartó un mechón oscuro de la cara—. Estoy un
poco preocupada por él. Pero no debería haberme dejado sola.
—Tienes razón. —No podía creer que un hombre le hiciera eso a su
novia, o a cualquier mujer, según el caso—. ¿Y cómo te hirieron?
Ella asintió mientras su labio temblaba en el borde del vaso. —Me
robaron las joyas y las tarjetas de crédito. Eso fue después de oponer
resistencia, pero luego me sacaron un cuchillo y me cortaron en el brazo, así
que les di todo.
—Está bien. Ya estás a salvo. Este tipo de cosas pasan con mucha
frecuencia.
—Sí. Lo sé. También me pasó una noche cuando estaba con Dusty. Solo
que Dusty me defendió. No como el sin sangre de Ollie.
—Preséntamelo uno de estos días y me aseguraré de darle una lección
para que le desciendan las pelotas.
Su boca se curvó ligeramente. —No habrá una próxima vez. Lo voy a
dejar.
—No te convenceré de lo contrario.
Después de terminar su bebida, se levantó y estiró los brazos. —Me voy a
la cama, supongo. ¿Te importa quedarte mientras me doy una ducha rápida?
—Su ceja se arqueó.
—Claro, por supuesto. —Estiré la mano, cogí un catálogo de subastas de
Sotheby's y hojeé las páginas, mirando bonitas imágenes de arte y objetos
que estaban tan lejos de mi mundo como lo estaba Ikea para los súper ricos.
Salió en bata y me levanté del sofá de cuero. —Será mejor que me vaya,
entonces.
Su rostro se iluminó con alarma. —¡No! Quédate. Por favor.
Miré el reloj. Eran las cuatro. —Tengo que hacer una llamada.
—¿A tu novia? —Su sonrisa coqueta me hizo fruncir el ceño. ¿Todavía
seguía angustiada?
—No. A mi hermano. —Me rasqué la cabeza—. Tengo que llamarle.
Fui al pasillo y llamé a Angus, que descolgó después de unos cuantos
tonos.
—Hola. Me has despertado. —Parecía somnoliento, o tal vez drogado.
—Solo estoy comprobando que estés bien. ¿Estás en casa?
—Sí. Estoy en la puta cama. Dormido.
—Bueno. Quédate allí. Volveré por la mañana con el desayuno.
—¿Estas con alguna piva? ¿Eh?
—No. Te veo por la mañana.
Guardé el teléfono.
—¿Te llevas bien con tu hermano? —Parecía bastante relajada, lo que me
hizo preguntarme por qué necesitaba que me quedara.
—De momento tengo que cuidar de él.
—Ah, ¿no está bien? —Sus ojos brillaban con preocupación.
—Podría decirse así. Bueno y, ¿dónde me quedo? Estoy cansado.
Ella entrelazó los dedos, parecía algo perpleja por alguna razón. —Lo
siento, claro…
Me indicó la habitación de invitados que, con un terciopelo burdeos y
recuadros dorados, podría haber sido una habitación del Palacio de
Buckingham.
Retiré la cubierta de satén de la cama y, después de quedarme en
calzoncillos, me deslicé sobre las sábanas súper suaves, que olían como un
jardín de rosas. Cerré los ojos y estiré mi cuerpo, permitiéndome aquel lujo
multimillonario.
Acababa de cerrar los ojos cuando escuché unos pasos. La cubierta se
levantó y una ráfaga de aire frío me dejó helado. El colchón se hundió
ligeramente.
Encendí la lámpara. Allí estaba Savanah con un camisón transparente de
seda que dejaba poco a la imaginación.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—¿Puedo dormir contigo? —Parecía una niña necesitada, pero era una
mujer en el amplio sentido de la palabra.
Estaba demasiado cansado para discutir. Era demasiado complicado. Esta
chica era demasiado complicada. Y aunque tuve la sensación de que no
necesitaría hacer mucho esfuerzo para quitarla esa tela de seda y deslizarme
dentro de ella, no estaba dispuesto a hacerlo.
Se acurrucó detrás de mí y me permití disfrutar de la calidez de su cuerpo,
diciéndome a mí mismo que me alejara lo más posible de ella.
Sin embargo, sus manos tenían otra idea.
ACECHADO POR UNA
MILLONARIA

Lovechilde Saga 3
J. J. SOREL
Contents

1. Capítulo 1

2. Capítulo 2

3. Capítulo 3
4. Capítulo 4

5. Capítulo 5
6. Capítulo 6

7. Capítulo 7

8. Capítulo 8

9. Capítulo 9
10. Capítulo 10

11. Capítulo 11

12. Capítulo 12

13. Capítulo 13
14. Capítulo 14

15. Capítulo 15

16. Capítulo 16

17. Capítulo 17

18. Capítulo 18
19. Capítulo 19

20. Capítulo 20

21. Capítulo 21

22. Capítulo 22

23. Capítulo 23
24. Capítulo 24

25. Capítulo 25

26. Capítulo 26

27. Capítulo 27

28. Capítulo 28

29. Capítulo 29

30. Capítulo 30
31. Capítulo 31

32. Capítulo 32

33. EPÍLOGO
Capítulo 1

Savanah

CUANDO NOTÉ QUE LA fila en Cirque serpenteaba hasta Carnaby


Street, puse los ojos en blanco y resoplé. —¿Por qué no nos vamos a otro
lado?
Al acecho, actuando como tigresas hambrientas listas para atacar, Jacinta
y Sienna miraban a cada hombre atractivo que pasaba a su lado
pavoneándose.
—Ya estamos aquí —dijo Jacinta, y Sienna asintió con la cabeza.
Con un buen montón de chicos guapos, aquel colorido club nocturno era
el lugar correcto sin duda, y siendo sábado por la noche, quizás tuviéramos
una noche de suerte. Las celebridades venían de todas partes, y cada vez
que alguien de Hollywood estaba en la ciudad, se saltaban la cola.
Mientras seguíamos esperando, continué mirando por encima del hombro,
ya era todo un hábito. Al mirar de nuevo, de repente vi a Bram, mi ex, que
hacía que Dusty pareciera un gatito en comparación; me estaba acechando,
sin duda.
Como buen hijo de Lord, Bram había cumplido todos mis requisitos hasta
que descubrí que era un drogadicto que, cuando iba en busca de su próxima
víctima, se convertía en un monstruo. Después de recibir demasiados
ataques constantes, logré escapar. El único problema era que, en nuestro
ambiente elitista no era tan fácil esconderse. Todos pasábamos el rato en los
mismos lugares.
Mientras avanzábamos, Sienna sonrió. —Eso es… ¿ves? La fila ya se está
moviendo. —Iba con una minifalda verde y una chaqueta rosa acolchada,
estaba preciosa y elegante al mismo tiempo.
Jacinta metió la mano en su bolso y sacó “su latita de fiesta”, una vieja
caja metálica con una imagen de Cleopatra. Me pasó una pastilla azul y
negué con la cabeza.
—¿En serio? —Ella inclinó la cabeza hacia un lado y frunció el ceño.
—No he salido para acabar reventada. Mi madre me espera en Merivale.
Le prometí que la ayudaría con una cosa.
—¿No te vas a quedar el fin de semana? —Jacinta bajó la cabeza—.
Pensé que íbamos a comer en el nuevo restaurante de mi amigo en Notting
Hill.
Le lancé una sonrisa de disculpa. —No me puedo librar de esta, me temo.
Por fin estábamos a unas seis personas de la entrada principal, y después
de ver que a tantos les negaron la entrada, me asustaban nuestras
posibilidades.
—Tendremos que posar con seguridad. —Jacinta se alisó la larga
cabellera rubia con las manos. Su vestido era tan corto que casi se le veían
las bragas, y la parte de atrás de su vestido se le metía por la raja del trasero.
—Voy vestida como una monja en comparación con vosotras dos, frescas.
—Me reí.
—Pero no hay duda que el azul es tu color. —Sienna tocó la tela sedosa
de mi vestido, que bajaba hasta la rodilla, de Stella McCartney.
Miré hacia delante y se me cortó la respiración. —Mierda. Está aquí.
—¿Quién? —Jacinta miró a su alrededor.
—El de la puerta. —Deslicé mis ojos hacia Carson mientras él se ocupaba
de un hombre que iba tambaleándose y, bastante estúpidamente, le apuntaba
con el dedo.
Mi corazón se aceleró. —Quiero irme.
Sienna negó con la cabeza y frunció el ceño. —¿Quién es?
—Shh... Puede oírnos. —Me incliné—. Es Carson.
Por supuesto, ella se giró para mirar. —¡Guau! Es un bombón.
—¿Quién? —preguntó Jacinta.
Sienna habló en un fuerte susurro. —Es un colgado.
Debió sentir nuestras miradas porque se giró de repente y sus ojos se
posaron en mi rostro en llamas.
Aunque ya habían pasado tres meses desde que Carson pasó la noche en
Mayfair después de que me atacaran y me robaran, todavía no podía
quitármelo de la cabeza. Luego conocí a Bram, y mi vida se convirtió en un
caos.
—Mierda, es sexy. Me recuerda a Channing Tatum.
Jacinta tenía razón. Carson era la viva imagen de ese actor corpulento.
—Ahora sé por qué llevas suspirando todos estos meses. Mira esos
músculos. Están a punto de romperle el polo. —Sienna se rio.
Mientras me recordaba a mí misma que tenía que respirar, traté de olvidar
el rechazo de Carson, que me había afectado a la confianza en mí misma.
Mientras que en el pasado podría haber bromeado sin problema, ahora me
sentía incómoda y con la lengua trabada.
—No está interesado de todos modos —dije—. Tal vez mis tetas no son lo
suficientemente grandes.
Jacinta puso los ojos en blanco. —Disparates.
—Tal vez es gay.
Sienna frunció el ceño. —¿No dijiste que se empalmó?
Reflexioné sobre mi intento fallido de seducir a Carson y asentí.
—Los hombres homosexuales no se oponen a que las chicas les acaricien
la polla. Créeme. Lo sé. —Sienna esbozó una sonrisa.
Seguro que lo sabía muy bien. Sienna seguía enamorándose de hombres
inalcanzables.
Cuando llegamos al principio de la fila, me encontré cara a cara con
Carson.
—Hola. —Mi tranquilidad ocultó una repentina oleada de nervios cuando
intenté controlar mis temblorosas rodillas—. No sabía que trabajabas aquí.
—Llevo aquí como un mes. —Sus ojos se clavaron en los míos, y de
repente sentí que solo existíamos nosotros.
Me aclaré la garganta. —Declan mencionó que volverías a Reinicio. —
Hacía años que había dicho aquello, pero necesitaba encontrar algo que
decir.
Se pasó las manos por la cabeza rapada. Carson me dijo en una ocasión
que prefería estar así porque su cabello tendía a rizarse. Tenía la cabeza
muy simétrica, le quedaba genial. —Voy a tener que quedarme aquí. Mi
hermano…
No entendí bien lo que dijo. Parecía más nervioso que yo.
—De todos modos, pasa —dijo con esa sonrisa desigual que le marcaba
los hoyuelos en las mejillas, dándole un aire sexy y juvenil, a pesar de ser
todo un hombre.
Un hombre maduro y sexy.
Deja de babear.
Sienna y Jacinta chillaron de emoción cuando entramos a la enorme sala
escasamente iluminada.
—Qué buena eres. —Sienna puso su delgado brazo a mi alrededor, con su
pulsera llena de charms moviéndose sobre mi hombro.
Con las paredes rojas, sillas de terciopelo y luces cambiantes semejantes a
estrellas de colores, aquel local nocturno provocaba todos los sentidos. En
cada esquina había tragaespadas, tragafuegos, bailarines de cabaret y
contorsionistas. Cada show era más sorprendente que el anterior. Las
melodías vibraban a través de nuestros cuerpos.
El sudor y el perfume enrarecían el aire mientras todos gritaban y
aullaban. El lugar parecía temblar de exuberancia, lo cual no era nada raro
en este tipo de clubs. A mí me gustaba. Prefería sudar en una pista de baile
a hacerlo en un gimnasio.
Después de luchar para abrirnos paso a través de la abarrotada barra,
conseguimos nuestras bebidas y encontramos un hueco libre junto a una
pared para apoyarnos y ver a la gente talentosa que bailaba en la pista, algo
que siempre hacíamos. Esta noche estaba cansada. Todo el drama con Bram
me había mantenido despierta por las noches.
Aunque debería haberle denunciado a la policía, no podía involucrar a mi
familia en todo esto; suficiente tenía ya con sus recriminaciones por mis
elecciones de pareja.
Esta vez por una razón correcta.
—Le gustas a Carson. —Jacinta me dio el impulso que necesitaba con esa
conmovedora observación.
—¿Tú crees? —La estudié—. Nunca responde a mis llamadas.
—¿Con qué frecuencia le llamas? —gritó por encima de la música.
—Solo han sido veces. Yo creo que no está interesado.
—Mierda. Aunque parece tímido.
—Diría que más bien está avergonzado. Le hice una paja… ya sabes.
—¿Se corrió?
Negué con la cabeza. —Me detuvo. Podría ser gay, por lo que parece.
Ella se rio. —De ninguna manera. No puede ser gay. Yo creo que le
pillaste por sorpresa.
Recordé a Declan diciéndome que Carson, a pesar de ser un poco cabeza
loca, también era súper sensible, lo que en aquel momento me pareció una
contradicción.
Después de dos chupitos de vodka, me relajé. Comencé a mirar
discretamente a algunos actores que reconocí.
Jacinta también se dio cuenta. —Oye, ¿ese no es Colin Farrell?
Parecía un irlandés de pelo oscuro. Estaba bebiendo con un par de actores,
de cuyos nombres no me acordaba.
—Me gusta este sitio. —Jacinta me besó en la mejilla.
Al menos Carson había hecho su noche. También la mía, porque verle me
había recordado el tipo de hombre que quería en mi vida: bueno, honesto,
sexy y con los pies en la tierra. Todo lo contrario a los tipos con los que
había estado saliendo hasta ahora. Un chico malo de más y aquí estaba yo,
sin dormir y constantemente vigilando por encima del hombro.
Llegamos a la pista de baile y algunos chicos se unieron a nosotros. Con
ese vestido corto y ajustado, Sienna, como siempre, llamaba mucho la
atención. Se había hecho un aumento de pecho y se había convertido en un
imán de testosterona.
Todos teníamos veintinueve años tirando a dieciséis. Solo que, en mi caso,
me había cansado ya de la fiesta. Algo había cambiado en mí. Tal vez por
fin había madurado.
Una hora más tarde, después de haber bebido algunas copas de más y
empezar a sudar, me apoyé contra la pared, mientras Jacinta y Sienna
charlaban con un par de chicos que parecían tener poco más de veinte años.
Todo en lo que podía pensar era en Carson, y después de las copas, me armé
de valor para preguntarle por qué no me había devuelto las llamadas.
Tampoco estaba de humor para una gran noche, así que decidí irme,
teniendo así una buena excusa para charlar con él al salir.
Fui al tocador y les envié un mensaje de texto a Jacinta y Sienna para que
no se preocuparan. Estaban con esos tipos. Eso era lo que solía pasar,
permanecíamos juntas hasta que una de nosotras conocía a alguien y se iba
con él.
Cuando salí a la calle vi a Carson con los brazos cruzados y con una
expresión de ‘no te metas conmigo’.
Respiré hondo y me paré junto a él. Su compañero, que me vio primero, le
tocó el brazo a Carson.
Entonces me lanzó esa media sonrisa, con sus hoyuelos en las mejillas y
me ablandé. —Bueno, ¿ya te vas?
—Creo que es buen momento. No estoy de mucho de humor. Estoy
cansada y tengo que volver a Merivale mañana para trabajar en algunos
diseños de interiores para el nuevo casino.
—He oído algo sobre el asunto. Declan me lo ha mencionado.
—¿Estás pensando en formar parte del equipo? Van a necesitar gente de
seguridad. —Prefería que estuviera en Bridesmere, donde al menos
podíamos charlar libremente.
Justo cuando estaba hablando, vi a Bram al final de la cola. —Oh, mierda.
—¿Qué pasa? —La frente de Carson se arrugó.
—Acaba de aparecer un ex, que es un acosador.
—¿Otro? —Su ceño desconcertado casi me hizo reír.
Sí. Soy una mierda eligiendo novios.
—Este es realmente malo. —Un suspiro tembloroso salió de mis labios.
—¿De verdad? —Su cabeza se movió hacia atrás—. Dusty no parecía el
tipo de persona que cedería su asiento a los ancianos.
—Ese era un corderito comparado con Bram. —Me situé detrás de Carson
para esconderme.
—Me aseguraré de que no entre. Pero si tiene invitación, tendré que
dejarle pasar. Son las normas.
—No puedo irme ahora porque me vería. —Mis tímpanos latían de miedo
mientras revivía las manos de Bram alrededor de mi garganta.
Carson ladeó la cabeza hacia una puerta junto al guardarropa. —Entra ahí.
Es donde nos sentamos en nuestros descansos. Cuando haya pasado, te
avisaré para que puedas irte. ¿Te parece bien?
Mis palmas estaban sudorosas y mi boca se había secado; ese era el efecto
que me provocaba Bram.
Solté un suspiro contenido. Carson había venido nuevamente a mi rescate.
Puede que no me percibiera como a una mujer, pero desde luego estaba
cubriéndome las espaldas. Y en ese momento, necesitaba más la protección
que sexo apasionado.
Capítulo 2

Carson

CUANDO LE HICE UN gesto para que entrara, Bram, que tenía el cuello
lleno de tatuajes, pasó arrastrando los pies, con la palabra ‘gilipollas’ escrita
en toda su cara de drogadicto.
No podía entender cómo una mujer tan hermosa y sofisticada como
Savanah podía enamorarse de semejante idiota. Pero se veía que ella no era
la única. Desde que empecé a trabajar en este exclusivo club de noche, me
percaté de que las chicas se enamoraban de imbéciles como él
constantemente.
—Oye, Steve, me voy a tomar un breve descanso. Vuelvo en cinco
minutos —dije.
Al entrar en nuestro espacio privado, encontré a Savanah mirando su
móvil.
Ella era una de las razones por las que no había aceptado la oferta de
Declan para continuar en Reinicio. Con solo oler su perfume almizclado, se
me despertaban recuerdos de su cuerpo sexy contra el mío. Algo me decía
que una vez que la probara, no sería capaz de parar. Así que mantuve las
distancias porque siempre que pensaba en Savanah, la palabra ‘complicado’
se me venía a la mente.
—Ya ha entrado. Todo despejado. —Fruncí los labios cuando la tensión se
apoderó de mis sentidos, pero esta reacción repentina no tenía nada que ver
con su ex drogado.
—Muchas gracias. —Me devolvió una sonrisa incómoda, igual que la
mía.
Con ese elegante vestido azul que insinuaba lo que había debajo, la
belleza de Savanah, como siempre, me cautivó.
Esos grandes ojos azules hipnóticos me hicieron enmudecer otra vez, y no
podía ni acabar una sola frase coherente estando con ella.
Mientras me sostenía la mirada, esperando a que ella dijera algo, abrí las
palmas de las manos. —¿Necesitas algo más?
—No me devolviste las llamadas. ¿Por qué? —Inclinó su preciosa cara y
se convirtió en esa chica rica que con chasquear los dedos obtenía lo que
quería.
—Perdón. —Me rasqué la mandíbula sin afeitar—. He estado ocupado
últimamente.
Se miró los pies. —Pensé que podría haber sido por lo que pasó. —Su
ceja se elevó arqueándose.
¿Se estará refiriendo a la forma en que tocó suavemente mi polla, que
comenzaba a tener una erección?
—No estoy seguro de lo que quieres decir. —Como nunca se me dieron
bien estas conversaciones, me removí inquieto.
—Oh, vamos, Carson. No seas tan tímido conmigo. —Se burló de mí con
una sonrisa, que envió un rayo de calor directo a mi pene.
—Tengo que volver. —Me di la vuelta para irme.
—¿Es que no soy tu tipo?
Se había vuelto inexpresiva e ilegible, aunque creí captar una pizca de
inseguridad en sus ojos.
Exhalé mientras buscaba la respuesta correcta. —Eres hermosa, Savanah.
Nunca dudes de eso.
Siguió escudriñándome como si tratara de leer algo más en mis palabras.
—¿Eres gay?
Me tuve que reír. —No. Adoro a las mujeres. —Me rasqué el cuello. De
repente tuve el impulso de follarla contra la pared y mostrarle cuánto me
gustaban los coños—. Bueno, pues… Adiós. —Me di la vuelta—. Por
cierto, si es tan malo como dices, será mejor que pidas una orden de
alejamiento.
Parecía perdida, y me sentí como un imbécil por haberla abandonado. —
Tengo que volver al trabajo.
—Iré detrás de ti y me iré corriendo. Y por cierto… —Hizo una pausa y
luego me dejó en trance con sus fascinantes ojos—. Gracias por todo. Te
debo una. —Me lanzó una sonrisa coqueta.
¿Se refiere a una copa o a algo más?
Mientras se alejaba, algunos hombres que hacían cola la silbaron.
—Es todo un monumento —dijo Steve, comentando lo obvio.
Asentí. —Lo sé.
—Creo que le gustas. —Sonrió.
—Es demasiado rica para mí.
Puso una mirada de sorpresa. —Necesitas que te examinen la cabeza. A
mí me encantaría conocer a una chica rica.
—Llámame anticuado, pero quiero ser el que provea en mi familia.
—Eso es muy del siglo XIX, tío, joder… Mi señora trabaja en
administración. Sin los dos salarios, no podríamos salir adelante.
—Lo entiendo. Eso está bien. Pero ella es multimillonaria.
Y la hermana de mi mejor amigo.
Sus ojos se agrandaron, como si le hubiera dicho que vendía armas para
ganarse la vida. —Mierda. Eso es aún mejor. Imagínatelo. Una casa grande.
Una piscina. Viajes por todo el mundo. Me apunto.
Me reí. Steve era un soñador. Diferente de mí. El ejército me había
arrebatado los sueños. Era todo un realista de treinta y dos años, consciente
de mis limitaciones, y una mujer sofisticada como Savanah se aburriría con
alguien que prefería la pesca a las fiestas.
Aunque no podía entender la fascinación de Savanah por los tipos rudos,
sabía que veníamos de mundos completamente diferentes.
Ya había tenido mi época lujuriosa, no me iba a quedar lo suficiente para
ver a dónde podían llevarnos las cosas.
Mi madre me rompió el corazón cuando murió. Me quedé solo en el
mundo a los dieciséis años y fue entonces cuando me convencí a mí mismo
de que era mejor permanecer sin ataduras, que sufrir ese tipo de pérdida
paralizante de nuevo.
Aunque yo era físicamente más duro que la mayoría, tenía mucho trabajo
emocional por hacer; uno no vivía las cosas que yo había vivido y salía sin
un solo rasguño psicológico. Pero por ahora, decidí mantener mi vida lo
más simple posible, y Savanah era todo lo contrario a lo simple.
Unos diez minutos después de que Savanah se fuera, Bram salió
pavoneándose con un cigarrillo en la boca.
Cuando me acerqué, levantó la barbilla hacia mí, como si estuviera en el
lugar equivocado. Vestía unos vaqueros rotos y una chaqueta con agujeros,
diseñada de una manera que solo debería pertenecer a la imaginación de
alguien; sin duda formaba parte de la clase adinerada, a pesar de vestir
como un sin techo.
—Se puede fumar aquí. —Como para reafirmar su convencimiento, soltó
el humo en mi cara y mis puños se apretaron.
Respiré hondo y conté hasta tres, una técnica de control de la ira que
había aprendido en el ejército. —Fuma todo lo que quieras. Pero escucha, si
me entero de que has estado acosando a Savanah Lovechilde, o que se te
ocurre ponerle un dedo encima, tendrás que vértelas conmigo.
Sus ojos se entrecerraron mientras me evaluaba lentamente de arriba
abajo. —¿Quién diablos eres tú? —Le agarré por el brazo y apreté sus
débiles bíceps—. Oye tío, que me haces daño.
Le solté y me alejé.
—Puedo acusarte de agresión —gritó.
Me giré. —No quieres meterte conmigo.
Después de volver a mi puesto en la puerta, Steve me preguntó: —¿De
qué iba eso?
—Ha estado pegando a Savanah y ahora la se dedica a perseguirla. Ella
está aterrorizada.
—Parece un maldito idiota. Pero bueno, ten cuidado. Usó un pase de
Lord. Su padre es alguien importante y esos tienen abogados expertos.
Me encogí de hombros. No estaba de humor para hablar de abogados.
Angus ya había causado suficiente daño cuando se saltó la fianza. No sabía
dónde estaba y mi papel como hermano protector había terminado. Lo
intenté y perdí, así que ahora tenía que empezar de nuevo.
Fiché la salida, recogí mi paga y regresé a mi apartamento vacío.
Mientras conducía hacia casa, pensé en la oferta de Declan. El sueldo que
ofrecía era excelente y yo tenía pasión por el mar.
El tiempo pasaba más lento en Bridesmere. Incluso llegué a retomar la
lectura. Mientras servía para el SAS, me enamoré de los libros de Jack
Reacher. Me identificaba con ese personaje porque había días en los que
tenía ganas de dejarlo todo y dar un largo paseo para alejarme de mi pasado.
¿Mudarme a Bridesmere se trataba solo de eso?
¿Qué pasaría con Savanah?
¿Podría mantenerme alejado de ella?
¿Y por qué querría hacerlo?
Capítulo 3

Savanah

—¿Y SE VA A llamar Salon Soir? —Me di una vuelta por la sala circular
con detalles en caoba.
Mi madre asintió mientras señalaba un mosaico de Baco dándose un festín
con el vino mientras varias ninfas desnudas hacían cabriolas. —Eso está
muy bien hecho.
—Con esta decoración clásica, supongo que atraerá más a un público
mayor. Puedo organizar un evento si quieres. —El entusiasmo creció en mi
interior. El casino necesitaría personal de seguridad.
Mmm… me pregunto a quién podría proponérselo.
Un candelabro brillante iluminaba una mesa ovalada con una ruleta en el
centro; era la pieza central de una sala llena de mesas de juego.
—No hay máquinas tragaperras. —Pasé mis manos sobre el tapiz verde
oscuro.
—Esto no es el extrarradio, cariño. Crisp está compitiendo por un público
exclusivo.
—Es muy estilo Casino Royale. —Señalé una entrada arqueada con
cortinas de terciopelo rojo—. ¿A dónde lleva eso?
Ella se encogió de hombros. —No tengo muchos detalles. Reynard
mencionó algo sobre un club privado.
La estudié. —¿Como un club para hombres o algo así?
La frente de mi madre se arrugó antes de alisarse. —Eso es asunto de
Reynard. Es su negocio.
Salimos y caminamos hasta el resort, que compartía la misma zona de
estacionamiento que el nuevo casino.
—Me sorprende que lo hayas permitido.
—Tenía pocas opciones. Rey es el dueño de estas tierras.
Dejé de caminar. —No lo sabía. Pensé que eran de nuestra familia. ¿Qué
es lo que ha pasado?
—Es una larga historia. —Ella agitó su mano para que siguiera
moviéndome—. Tengo una cita en el Spa. Como tú, creo.
Esa respuesta evasiva no me sorprendió. Cada vez que mencionaba a
Crisp, cambiaba de tema rápidamente.
Subí a su BMW negro. —¿Sabes que se puede ir andando hasta allí?
Mi madre se señaló sus tacones de aguja. Nunca la había visto con
zapatos bajos.
Mientras conducíamos hacia el estacionamiento del Spa, la pregunté: —
¿A qué hora llegarán los invitados para la celebración del cumpleaños de
Ethan?
—A las siete. —Bajó el parasol, se miró en el espejo y se retocó la cara.
—¿Viene Orson?
—Probablemente.
Esa breve respuesta me hizo fruncir el ceño. —¿Vais en serio?
Esperó hasta que estuvimos fuera del coche para hablar. —No. Tenemos
poco en común.
Cuando las puertas de vidrio esmerilado se abrieron, vi que Clarice estaba
en la recepción, así que me contuve de seguir haciendo preguntas a pesar de
estar intrigada por la relación de mi madre con el gerente de Mirabel.
Su vida privada siempre había sido un misterio. Y ahora que Will estaba
encerrado y Bethany se había fugado, le estábamos dando a mi madre su
espacio para poder sanar.
No podría decir si había superado a Will o no. Nunca la había visto
mostrar emociones hasta que se abrió contando lo de su dolorosa crianza.
Yo, por el contrario, parecía alguien que iba constantemente con el corazón
en la mano, no me vendría mal una dosis de su estoicismo.
El vestíbulo irradiaba un aroma calmante a lavanda y olores cítricos,
mientras que de fondo, los sonidos ambientales de la naturaleza flotaban en
el aire.
—Bienvenida —dijo Clarice, la directora del spa.
—¿Manon está aquí? —preguntó mi madre.
El rostro de Clarice cambió de cálido a frío en un instante, mientras
asentía.
Vaya… Manon mostrando sus encantos con todos de nuevo.
En el momento justo, mi sobrina se acercó contoneándose sobre unos
tacones que parecían rascacielos, ropa de fiesta y una chaqueta de punto
gordita que llevaba un tiempo buscando en mi armario. Ahora sabía quién
la tenía. Y esta no era la primera vez. Muchas de mis cosas habían
desaparecido desde que Manon se mudó a Merivale.
Toqué la manga de la chaqueta de punto rosa fuerte de McQueen que
había comprado en una tienda de ropa clásica en Carnaby Street. —Esto me
resulta familiar.
Ella la acarició con cariño. —Me acaba de llegar.
Incliné la cabeza. —¿Dónde las has comprado exactamente? Porque es
una prenda de los 80…
—No me acuerdo, la verdad. —Me dio la espalda y se puso a hablar con
mi madre—. ¿Quieres tu tratamiento habitual?
Mi madre asintió y la siguió por el pasillo.
Negándome a permitir que Manon influyera en mis ánimos, me dirigí al
vestidor para prepararme para mi masaje.
Unos minutos más tarde, Jason, el masajista, me saludó con una gran
sonrisa. —Han pasado algunas semanas desde que viniste.
—Seguro que me he perdido muchas cosas. —Suspiré—. He estado en
Londres ayudando a Ethan con el hotel. —En parte era cierto, pero había
estado saliendo con mis amigas y siempre encontraba la manera de escapar
de Bram, aunque sospechaba que había instalado algo para rastrear mi
teléfono.
Mientras Jason se frotaba las manos, yo estaba allí, boca abajo, con la
cara asomando por el agujero acolchado. Aplicó un aceite que olía
divinamente y, masajeando firmemente mi espalda, comenzó a deshacer las
pequeñas contracturas que tenía.
—La última vez que hablamos, estabas saliendo con un chico nuevo —me
dijo mientras pasaba sus manos suavemente sobre mi piel, que suspiraba de
placer.
—Ya no, me temo. La cosa se puso peor de lo que nunca hubiera
imaginado.
—¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho algo malo? —Me frotó el cuello.
—Sí. —Exhalé ruidosamente—. Se ha convertido en un psicópata.
—Espero que no te esté haciendo daño. Tus hombros parecen tensos.
—No me sorprende. Estoy bastante tensa por todas partes. —Me reí
oscuramente—. Si pudiera dejar de enamorarme de chicos malos…
—Dímelo a mí… Mi último novio era un ex militar, y vaya si le gustaban
las cosas rudas. —Respiró profundamente.
Recordé la boca de Bram en mi cuello mientras sus manos sostenían mis
brazos contra la pared, eso confundía mi pasión. Pero enseguida todo se
volvió aterrador cuando me inmovilizó. Luché, pero él empezó a apretar
más fuerte y el miedo me paralizó.
—Al principio, la cosa era muy apasionada. —Siguió masajeando mi
espalda, ahora la zona baja—. Pero entonces se volvió agresivo. Josh no
aceptaba su condición homosexual. Trataba de salir con mujeres, y eso le
confundió aún más. —Empezó a trabajar mis piernas—. ¿Así está bien?
—Sí. Perfecto. —Respiré mientras me aplicaba presión en el pie. Siempre
me sentía genial después de sus masajes—. Eso suena raro.
—He conocido a un hombre guapísimo. Es un adicto al gimnasio y muy
sexy, pero también es dulce y sensible.
—Eso está bien, me alegro mucho por ti.
Todavía podía sentir el brazo de Carson alrededor de mi hombro mientras
me ayudaba a subir a su coche la noche que me atacaron. Su sólida
presencia era muy reconfortante. Nunca quise que se fuera. Y a pesar de su
rechazo, este enamoramiento implacable que comenzó desde el momento
en que Declan nos presentó y había ido en aumento.
—Me ha parecido que a Clarice no le ha gustado mucho cuando hemos
preguntado por Manon —dije.
—Manon le da órdenes. Creo que le encantaría despedirla.
—Tiene todo mi apoyo. Parece que Manon controla a mi madre con tan
solo mover un dedo.
—Bueno, es su abuela. Entre tú y yo, creo que Manon quiere el puesto de
Clarice.
—Hablaré con Ethan —dije.
—Creo que está liada con Andrew.
Fruncí el ceño. —¿Los has visto juntos?
—Tomamos unas copas aquí la otra noche para celebrar el primer año de
Spa, y ella se puso muy tontorrona con él.
—Está casado, ¿verdad? —pregunté por el compañero de spa de mi
hermano, a quien solo había visto una vez.
—Sí.
—Y ella solo tiene diecinueve años.
—Los sugar daddys son bastante populares hoy en día. Y él tiene bastante
pasta —dijo.
—A ella le encanta presumir, eso seguro.
—Sin duda es una descarada… —Se rio mientras me masajeaba los dedos
de los pies.
—Pero no podemos hacer nada… Por eso me quedé más tiempo en
Londres.
—A mí me encanta este sitio. Amo Bridesmere.
—Yo también. —Suspiré. Bram odiaba estar lejos de Londres y de sus
traficantes.
Con ese pensamiento arremolinándose en mi mente, mi espíritu comenzó
a desplomarse.
Capítulo 4

Carson

MIENTRAS DRAKE HACÍA UNA demostración de flexiones, su nuevo


cliente le observaba con la misma expresión de esperanza que había visto
en todos los hombres que deseaban aumentar su volumen muscular para
atraer más a las mujeres.
Desde temprana edad, tuve que esforzarme para sobrevivir a las duras
bandas que había en nuestro barrio, nada que ver con llamar la atención
para conseguir coños. Aunque no tardaría en descubrir que machacarse los
músculos también traía consigo esa gran recompensa.
Al verme, Drake levantó el dedo hacia su cliente y luego se acercó y me
dio un abrazo. —¡Hola grandullón!
Me reí. Estaba hecho una mole. De hecho, Drake había aumentado de
tamaño considerablemente desde la última vez que nos habíamos visto. Para
ser un joven de veintidós años, el ex adolescente problemático había
madurado, no solo física sino mentalmente. En sus primeros días en
Reinicio, no abrazaba y parecía incómodo con cualquier forma de contacto
amistoso.
Por eso Reinicio había sido tan importante. Además de darles trabajo y
algo en lo que centrarse, también les había brindado a los chicos una familia
de amigos y una red de apoyo de confianza. Fui testigo del primer grupo de
chicos que cambiaron sus vidas en los pocos meses que trabajé allí.
Cuando era adolescente, estuve a punto de entrar en prisión, por eso me
uní al ejército. En este caso, era Reinicio lo que ayudaba a chicos como
Drake, que había pasado de pelearse en las calles a ser alguien con un
propósito.
—Vas a volver, según he oído —dijo.
—Claro que sí.
—¿La empresa de seguridad no te fue bien?
Exhalé un suspiro, odiaba hablar de ello. —Tuve que venderla, me metí
en una gran deuda. He vuelto al punto de partida.
Sus ojos azules se llenaron de comprensión. —Siento escuchar eso.
—Será mejor que vuelvas con él. —Su cliente estaba a punto de levantar
algunas pesas—. No querrás que le salga una hernia.
Me dio una palmadita en el hombro y volvió a su trabajo.
Declan entró y, al verme, su rostro se iluminó. Por eso me encantaba estar
allí, porque, al igual que los muchachos, también me sentía parte de una
familia. Angus, el último miembro que quedaba de mi familia biológica,
solo buscaba dinero.
Mi madre, bendita sea su alma, habría hecho cualquier cosa por nosotros.
Ella nos amó y nos cuidó, incluso cuando sufrió todo aquel dolor crónico
seguía colmándonos de afecto. Tal vez si ella no hubiera fallecido cuando
Angus era joven, él no se habría echado a perder. Caí en la cuenta de todo
esto cuando fui yo el que tuvo que enfrentarse a la caída en desgracia de mi
hermano.
—¿Vamos a dar un paseo? —Declan abrió la puerta y salimos a los
jardines—. Espero que te hayas instalado bien…
Asentí. —Gracias por el trabajo. Echaba de menos este lugar.
Declan me sostuvo la mirada. Creo que entendió que mi vida en la ciudad
no había sido precisamente un camino de rosas. No me estaba juzgando,
simplemente comprendió que me habían tocado malas cartas para jugar. Él
era la única persona que sabía que Angus se había saltado la fianza y cómo
mi corazón se partió en dos por no haber podido proteger a mi hermano de
sí mismo.
—Tal vez podamos encontrar tiempo para pescar un rato. —Arrojó una
ramita.
—Nada me gustaría más. —Me reí.
A algunos les reconfortaba Ibiza o unas vacaciones en las playas bañadas
por el sol, pero a mí me reconfortaba la pesca. Solo había pescado una vez
con mi padre. Tenía catorce años en aquel entonces, y él alquiló un bote.
Remamos por el Támesis, lanzamos la caña y pasamos toda la tarde a la
deriva. Fue la única experiencia positiva que compartimos, y cuando se fue,
tres días después, regresé a las duras calles antes de unirme al ejército.
Con un polo azul de Ralph Lauren, vaqueros de diseñador y oliendo a
colonia cara, Declan no parecía alguien dado a la pesca. Pero era el mismo
hombre que había usado equipo de combate y arriesgado su vida
acercándose a un hombre bomba enajenado que amenazaba con volar un
colegio con niños.
Mientras servía en el SAS, había vivido experiencias duras, como todos
nosotros, y de igual forma, Declan nunca se quejó cuando se tenía que
enfrentar al lado más oscuro de la humanidad.
—Reinicio ha cambiado. Solo aceptamos a diez chicos por programa, con
una duración de tres meses.
—¿Cómo ha ido? —Las hojas crujían bajo mis pies mientras
caminábamos por el bosque, un lugar especial para caminar y relajarme y
otro recordatorio de cuánto amaba estar aquí.
—Estupendo. Parecen disfrutar del huerto. Ha habido un par de
alborotadores, ya sabes que siempre hay alguno. —Respiró—. Pero en
general, estoy satisfecho.
—Y parece que te has convertido en un agricultor de productos orgánicos,
según he oído.
—Sí. Me encanta. Los muchachos y yo organizamos un mercado de
agricultores los fines de semana; se ha vuelto tan popular que las ganancias
cubren sus salarios.
—¿Por qué solo coges diez chicos?
—Es todo el espacio que tenemos después de la ampliación del gimnasio,
que se ha convertido en el centro de actividades. Deberías ver cómo se pone
por las tardes.
—Apuesto a que sí. Es un gran espacio. Drake no para de crecer.
Declan sonrió. —Prácticamente dirige el gimnasio. ¿Crees que podrías
dedicar algo de tiempo para entrenamientos personales a cambio de una
remuneración generosa? Tenemos a muchos en lista de espera.
Principalmente mujeres. —Levantó una ceja y me reí.
—Suena divertido. ¿Por qué no? Estoy encantado de estar de vuelta.
¿Cómo están tu esposa y el bebé?
—Mi hermosa esposa y Julian están geniales, gracias.
—¿Qué edad tiene ahora? He perdido un poco las cuentas. El bautizo fue
hace solo seis meses, ¿no?
—Tiene un año ya. —A Declan se le dibujó una sonrisa tensa—. Parece
que tú no estás pasando por tu mejor momento.
—Nada demasiado traumático. —Exhalé—. Solo tengo que dejar de
preocuparme por Angus.
—Has hecho todo lo que has podido. Si hay algo que yo pueda hacer para
ayudar…
Negué con la cabeza. —Está todo bien. Estar aquí es un regalo del cielo.
El salario es demasiado generoso. Volveré a recomponerme en poco tiempo.
—De acuerdo. Entonces, ¿nos vemos más tarde hoy en la fiesta de
Merivale?
Savanah apareció en mi mente y la confusión me invadió de nuevo.
Si no fuera la hermana de Declan…
—Recibiste mi invitación, ¿verdad?
Asentí. —Lo siento, no he tenido tiempo de responder. Pero, ¡claro! ¿Por
qué no? Siempre es un placer visitar Merivale.
—Ethan estará feliz de verte.
—Creo que debería alquilar un traje. —Miré el reloj.
—No hay necesidad. Ven con lo que quieras. Es una fiesta. Van a venir
todo tipo de personas, incluidos agricultores locales y amigos de Mirabel.
—Eso suena pintoresco.
—Nunca se aburre uno en Merivale.
Me reí por su tono seco. —Me muero de ganas.
Nos abrazamos y partimos en direcciones opuestas.

DADO QUE MERIVALE ESTABA solo a poco más de una milla del
pueblo, y siendo una noche tan agradable, decidí ir caminando hasta la
fiesta. Mientras andaba por el vibrante camino verde y frondoso, me
dediqué a respirar el aire fresco del mar, lo que me llenó de energía.
La caminata me dio la oportunidad de cambiar mi humor al modo social.
Pensé en los súper ricos, con sus palabras recortadas y bien redondeadas y
cómo hablaban como si fueran actores de teatro. Tenía que tener cuidado
con mi lenguaje malsonante. Durante la mayor parte del tiempo, asentí,
sonreí y me dediqué a abrir las puertas para que pasaran algunas mujeres.
Sin embargo, Savanah me puso nervioso, lo que, en cierto modo, me hizo
gracia. ¿Desde cuándo huía de una mujer hermosa?
Las mujeres dañadas o muy intoxicadas eran las únicas mujeres a las que
evitaba. Y aunque Savanah no me pareció dañada, sospeché que sufría de
desnutrición emocional. Un consejero del ejército me dijo una vez que yo
sufría eso mismo, al sugerir, a pesar de mis quejas en sentido contrario, que
carecía de la fuerza emocional para confiar en mi corazón. Algo muy
genérico, pensé en aquel momento.
Entré por las puertas de hierro a ese mundo de Disneylandia, donde los
arbustos parecían más esculturas que la habitual aleatoriedad desordenada
de la naturaleza. Todo estaba en su lugar correcto, cuidado a la perfección, y
uno podría incluso jugar al billar en el césped.
Vestido de negro básico, Drake, junto con otro chico, estaba de pie con los
brazos cruzados en la entrada. Tan pronto como me vio, su postura rígida se
relajó y su expresión endurecida de guardia de seguridad se volvió
amistosa.
—Oye, te tienen trabajando todo el día.
—La paga es buena. Acabo de hacer un depósito para un apartamento. —
Rebosaba de orgullo justificado.
¿Era este el mismo chico que había llegado a Reinicio hacía dos años,
recién salido de la cárcel y con la suficiente actitud para volver otra vez a
estar entre rejas?
—Me alegro mucho por ti. Bien hecho. —Palmeé su hombro—. Ahorrar
no es fácil en estos días. Hay demasiadas tentaciones.
—Yo no fumo. Apenas bebo. No me gusta apostar. —Sonrió con timidez,
como si admitiera que usaba ropa interior de niña.
Una risita ensordecedora captó mi atención, y cuando me giré, vi a una
chica de unos dieciocho años con cabello largo y oscuro, falda corta y
tacones extremadamente altos, pavoneándose hacia nosotros. No es que
estuviera mirando, pero sus pechos eran difíciles de pasar por alto, ya que
llamaban la atención bajo un top demasiado escotado.
Reynard Crisp se unió a ella, lo que me llevó a preguntarme si eran
pareja, a pesar de que podría ser su abuelo. Pero en este mundo de ricos no
era raro ver a hombres mayores cortejando a mujeres jóvenes y hermosas.
—Allá vamos —dijo Drake en voz baja.
—¿La conoces? —Fruncí el ceño.
—Es Manon. Traté de salvarla de ese viejo imbécil, pero parece que
después de todo a ella le gusta.
Le observé. —Parece que eso te cabrea. ¿Has estado con ella?
—No. Pero quiero. —Suspiró—. Quiero decir, mírala. Es jodidamente
hermosa. Pero problemática. Tomamos una copa en el Thirsty Mariner y
quería volverme a ver, pero me asusté. —Puso los ojos en blanco—.
Necesito ir a un loquero.
—Probablemente hiciste lo correcto.
—Una vez no sería suficiente con ella. Eso seguro.
Sonreí. Esta conversación me parecía un déjà vu. A saber, una princesa
que habitaba en esa mansión de cuento de hadas en la que estaba a punto de
entrar.
Haber probado a Savanah me hubiera enganchado. Todavía no podía
olvidar la forma en que sentí su cuerpo contra mi espalda. Y si follara de la
misma manera en que balanceaba esas caderas… no habría tardado en
correrme. Por el bien de mi cordura, me mantuve alejado, a pesar de que
necesité toda la fuerza de La Roca para no meterme dentro de ella.
Crisp se encendió un cigarro, mientras Manon, que no dejaba de mirar a
Drake, fumaba y charlaba con un hombre alto y flaco de ojos helados.
—Me han dicho que es la nieta perdida de la señora Lovechilde.
—Eso lo explica todo.
Me miró con interés. —¿Qué?
—Que parece haber salido de algún tipo de orfanato.
Tomó aire. —Sí. Es como nosotros. Solo está tratando de fingir que es
otra cosa.
Asentí lentamente. —Sabes mucho sobre ella.
Su boca se torció en un extremo. —Podría decirse. Quiero decir, es
jodidamente hermosa y resulta que es una provocadora.
—Desde aquí, parece que tontea mucho con él.
—Ese es un jodido viejo sórdido. Ethan y Declan le odian. No me
extraña.
Le di un golpecito en el brazo. —Será mejor que entre para tomar una
copa, supongo. —Justo cuando dije eso, una horda de mujeres vestidas de
punta en blanco con chicos igual de bien presentados, comenzaron a
caminar por el sendero, hablando a voz en grito y listos para una noche de
champán caro, buena comida y folleteo.
Yo esperaba solo dos de esas cosas.
Capítulo 5

Savanah

MIENTRAS CAMINABAN POR LOS terrenos de Merivale, Mirabel se


aferró a la manita de su hijo, con Freddie correteando de cerca. Nuestro
antiguo Jack Russell parecía acompañarles a todos lados.
—¿Me he perdido algo sobre que esta noche fuera de disfraces? —
pregunté, inclinándome para darle un beso a mi lindo sobrino. Vestido con
un traje de mago, cada día se parecía más a Ethan.
Con un vestido maxi con motivos florales en verde y una diadema
morada, Mirabel estaba perfecta para una fiesta de temática hippie.
—A Cian le gustan los magos. Pasamos por una tienda de disfraces y ese
estaba en el escaparate. Casi monta una rabieta, se encaprichó con tenerlo.
—Ella puso los ojos en blanco. A menudo se quejaba de cómo Ethan
mimaba a Cian al darle todo lo que su pequeño corazón deseara.
Mi sobrino pequeño, mientras tanto, perseguía a Freddie, agitando su
varita mágica en el aire, como si estuviera lanzando un hechizo sobre la
pobre criatura, que no parecía muy interesada en ser parte del experimento
de Cian.
—Creo que quiere hacer volar a Freddie. Vimos la película de un niño
mago, y ahora tiene esa costumbre de agitar la pequeña varita mágica.
Me reí. Los niños daban un más que bienvenido ambiente alegre y lúdico
a Merivale, especialmente después del drama de los últimos dos años.
Nos abrimos paso hasta la parte de atrás y entramos en el salón amarillo
que daba al área de la piscina.
Ethan entró justo cuando llegamos.
—Hola, cumpleañero. —Le besé en la mejilla—. Tengo tu regalo arriba.
—No es necesario. —Levantó a su hijo y lo hizo girar en el aire, haciendo
ondear la capa, justo cuando Declan y Theadora atravesaron las puertas
francesas.
Mi madre había acordonado el área de la piscina después de la última
fiesta, cuando un tipo muy ebrio cayó al agua y hubo que hacerle la
resucitación cardiopulmonar. Sin embargo, no podía soportar que estuviera
cubierta. Por la noche, la piscina se convertía en un espectáculo de luces
caleidoscópicas ondulantes gracias a una cascada iluminada que bajaba por
la pared de rocas.
Besé la suave e hinchada mejilla del pequeño Dylan, y cuando me sonrió,
me inundó una calidez y confusión extrañas. Antes de mis dos sobrinos,
nunca había pensado en mí misma como una madre que se preocupa, pero
de repente se me había desarrollado una punzada maternal.
No obstante, no tenía planeado abandonar la píldora anticonceptiva a
corto plazo, especialmente después de los perdedores con los que había
estado hasta ahora. No podía confiar en mí misma para hacerlo bien, y ser
madre soltera nunca funcionaría para mí.
Declan acunó a Julian, de catorce meses, que, cuando le soltaban, se
convertía en un destructor de patitas regordetas. Le llamaban `curiosidad´.
Yo le llamé `caos´. Cerca y como siempre tan hermosa, estaba Theadora
con un vestido rojo que, con su tez blanquecina y su cabello oscuro, le
quedaba fenomenal. Aparte de un poco de brillo de labios y una ligera
máscara de pestañas, llevaba muy poco maquillaje.
Todo lo contrario a mí. Si pudiera sumergir la cabeza en un frasco de base
de maquillaje, lo haría. Tenía a uno de los mejores maquilladores en el Spa.
No había dejado de agradecer a Ethan por llevar a cabo la idea. Nadie me
había maquillado nunca como lo hacía Clarice, que además, como ex
modelo, tenía muchas historias interesantes que contar de los noventa, antes
de las redes sociales, cuando uno podía cagarla y pasar desapercibido. No
como ahora, donde constantemente me venían a la mente lamentables
vídeos sexuales en momentos de completa locura debido a las drogas y a la
fiesta. Aunque los había borrado, me preguntaba si algún día me perseguiría
alguno.
—Bueno, ¿estamos listos para una completa noche de frivolidades? —
preguntó Declan.
No podría decir si Declan estaba siendo cínico o no. Solía odiar estas
grandes fiestas, a menudo se escondía en un rincón con uno de los invitados
de mayor edad, y charlaba sobre aviones o coches antiguos. Pero desde que
se casó, parecía estar de acuerdo con todos los eventos que organizaba mi
madre, incluidos los que se celebraban en Elysium.
Tuve la sensación de que a Theadora le gustaba vestirse para estas
ocasiones.
¿A qué mujer no le gustaría?
Para mí, las fiestas eran una buena excusa para comprarme ropa nueva. Y
también me ofrecían la posibilidad de conocer a un chico atractivo que me
prometiera más de unas pocas noches de diversión, esa perspectiva me
animaba.
—¿Vas a actuar? —le pregunté a Mirabel.
—Theadora y yo estamos componiendo un par de canciones. —La pareja
compartió una sonrisa.
—¿Parecido a esa excelente pieza de Carmen que cantasteis en la velada
de mamá? —pregunté.
—No. Solo un par de canciones nuevas. —Ethan y Mirabel
intercambiaron una sonrisa amorosa, otro recordatorio del amor que llenaba
la habitación cada vez que mis hermanos y sus esposas estaban presentes. A
pesar de una pequeña punzada de envidia, me sentía feliz por todos ellos.
Lo habían hecho muy bien.
—Aún no he escuchado las canciones —dijo Ethan, chasqueando los
dedos para Freddie, que saltó en el aire hipnotizando a Cian—. Pero estoy
seguro de que va a ser sensacional. —Lanzó un beso a Mirabel y Declan se
acercó a Theadora para besarla en el pelo.
—Por favor, ahorradme el vómito. —Todos se rieron cuando me metí los
dedos en la boca y fingí que me reía.
—¿Viene Orson? —le pregunté a Mirabel—. Mamá tiene los labios
apretados, como siempre.
—Hasta donde yo sé, sí. Pero creo que no ocurre nada entre ellos. A
Orson le gustaría, pero por lo que deduzco, tu madre no está tan interesada.
—Son muy diferentes. —Me agaché para tomar la pelota de la boca de
Freddie antes de que Cian se abalanzara sobre el canino.
—Los opuestos pueden atraerse. —Los ojos de Mirabel se deslizaron
hacia Ethan, que vestía una blazer a cuadros azul pálido y verde sobre unos
pantalones ajustados azules. Me di cuenta de que su elección de ropa se
había vuelto más colorida desde que estaba con Mirabel.
—¿Qué piensas de Orson y mamá, Declan?
Se encogió de hombros. —No es asunto nuestro.
—Estoy de acuerdo —dijo Ethan.
Miré a Theadora y Mirabel y puse los ojos en blanco. —Se ve que no les
gustan las citas de nuestra madre.
—Eso no es cierto —protestó Ethan, arrojándole una pelota a Freddie,
mientras Cian competía sin éxito con el perro—. Hay preguntas más
importantes que hacer.
Declan se frotó el cuello. —Sí, como: ¿Dónde está Bethany?
—Ayer le pregunté a mamá y no está interesada en encontrarla, ni a ella ni
a los misteriosos dos mil millones de dólares que obviamente robó nuestra
querida medio hermana. Creo que mamá está feliz de que ya no ande por
aquí.
Ethan asintió lentamente. —No puedo decir que la eche de menos.
—Entonces nos vamos a la siguiente mejor opción: Manon. —No escondí
mi resentimiento.
Theadora se sentó frente a mí en una tumbona rosa, pareciendo como
salida de un cuadro, con su vestido drapeado y el cabello recogido en un
moño alto. —¿No te gusta?
—Sigue robándome la ropa, por ejemplo.
Mirabel hizo una mueca. —Buf, odiaría que me hiciera eso.
—Y mamá se niega a creerme.
Ethan se encogió de hombros. —Será mejor que te mantengas al margen,
creo. Mamá está demasiado ocupada tratando de proteger a Manon de las
manos grasientas de Crisp.
Dejando de lado el tema de mi molesta sobrina, me giré hacia Declan. —
¿Cómo sigue el tema de la apelación de Will?
—Fue desestimada. Su sentencia de cinco años de prisión ha sido
ratificada. Por lo que a mí respecta, es una sentencia demasiado suave.
—Muy bien. —Ethan puso el mismo tono venenoso de Declan.
—Perfecto, una cosa menos. Voy a salir para pasar el rato con alguien. —
Sonreí. Mi corazón se aceleró un poco después de enterarme de que Carson
había aceptado la invitación a la fiesta.
Caminé por el pasillo y me dirigí al baño privado de detrás de la
biblioteca.
Inclinándome hacia el espejo, me arreglé el pintalabios y me atusé el
cabello, que ya me había crecido hasta los omóplatos. El tono marrón hacía
que mis ojos destacaran. Había sido rubia por un tiempo, pero prefería mi
tono natural. El hecho de que Carson mencionara que prefería a las morenas
podría haber tenido algo que ver mi decisión.
Me pasé las manos por el vestido y me recoloqué los senos en el sostén
push-up. Me di la vuelta para mirarme el trasero, que probablemente era mi
mejor activo, junto con mis piernas. Todas esas clases de ballet cuando era
niña habían valido la pena.
Mi vestido ajustado azul de Prusia, diseñado por Alexander McQueen,
acentuaba mis ojos y caía justo por encima de mis rodillas, haciendo que
mis piernas parecieran más largas. Me pasé las manos por las piernas
desnudas hasta mis gruesos tacones de 15 centímetros.
Mientras caminaba por el pasillo, esquivé al personal que corría con
bandejas de canapés y champán y acerté a coger una copa.
Me encontré con algunos de los amigos de mi madre, que parecían todos
iguales. Aunque habíamos hecho muchas fiestas, lo que significaba que
llevaba viendo las mismas caras toda mi vida, no era capaz de recordar la
mitad de sus nombres.
Solo se destacaban aquellos que habían causado algún escándalo. Los que
se portaban bien, que se apiñaban como libros de biblioteca en sus
categorías designadas, no tenía manera de recordarles. Siempre fui amable,
por supuesto, pero con una sonrisa falsa.
Entré en la sala roja de enfrente, donde los invitados siempre se reunían al
comienzo de todas nuestras funciones.
Carson destacaba. No solo por su atuendo informal con vaqueros negros y
camisa holgada a cuadros, que le hacía parecer como si acabara de salir de
un pub irlandés, sino porque era muy alto y musculoso y tenía a todas mis
hormonas alborotadas. ¿O era el pulso lo que se me aceleraba?
Los hombres normalmente no me ponían así.
Si me gustaba un chico, coqueteaba y lo convertía en un juego. Pero con
Carson, desde el momento en que le vi, mi cuerpo respondió de manera
diferente. Me olvidaba de respirar y me volvía bastante tonta en cuanto a
conversación se refería.
Las mujeres también le miraban. Como siempre, había muchas chicas
guapas con poca ropa de diseñador en la fiesta. La riqueza atraía a gente
guapa. Tal vez por eso prefería a los hombres rudos. Para mí los hombres
bien hablados con chaquetas a medida eran tan excitantes como los nerds
discutiendo sobre la última aplicación.
Orson había acorralado a mi madre, e incluso la vi sonrojarse, pero
entonces vi que también podría ser un hombre que estaba cerca. Era guapo
para ser mayor, muy del estilo George Clooney, y mi madre parecía estar
lanzando algunas miradas furtivas.
Anda, madre… Después de lo que pasó con Will, quería que encontrara el
amor verdadero, puesto que imaginaba que tampoco habría sido muy
divertido estar con un marido gay. A pesar de mi profundo amor por mi
padre, todavía me sentía triste por mi madre.
Mostrando su mejor versión evasiva, mi madre se negó a hablar sobre su
hija perdida hacía mucho tiempo, mi malvada hermanastra Bethany, o
hablar sobre el encarcelamiento de Will.
—Ahí estás —escuché por encima de mi hombro. Me giré y Sienna me
devolvió la sonrisa.
Se inclinó y me besó. —Es bonito. —Tocó mi vestido.
—Alexander McQueen de los 90.
—Es espectacular. Y el tono de azul es espectacular. Es tu color. —Sus
ojos, pintados con una brillante sombra turquesa, recorrieron la habitación.
Ladeó la cabeza hacia un tipo con una chaqueta de terciopelo burdeos—.
Ese es mono.
—Es Gareth. Es homosexual.
Ella suspiró. —¿Otro? ¿Qué le ha pasado a mi radar gay? Está fuera de
control últimamente.
—Eso es porque los gays alfa son más difíciles de detectar.
—Y qué lo digas… Tu chico de seguridad está aquí, ya le he visto —
susurró.
—No nos puede oír. Está por allí. —Cogí otra copa de champán de un
camarero que pasaba.
Le pasé una copa a Sienna mientras seguía evaluando a los invitados.
Esto es lo que hacíamos, mirar boquiabiertas, chismorrear y reírnos. —
Carson parece tener a Clarinda y Justine hipnotizadas.
—Ya me he dado cuenta. —Le lancé una mirada al hombre que me había
robado el corazón, y nuestros ojos se encontraron, haciendo que mis piernas
temblaran. Tuve que mirar hacia otro lado para volver a recobrar el
equilibrio, y eso tenía poco que ver con el champán.
La atención de Sienna se dirigió a nuestro nuevo camarero. —¡Oh, Dios
mío! Ese es espectacular.
—Es Aziz. Ha llegado recientemente de Marruecos.
—No me digas que también es gay… —se quejó. Sus ojos estaban muy
abiertos y expectantes.
Negué con la cabeza. —No me lo parece. El personal femenino le ha
cogido cariño. Está estudiando derecho y trabaja aquí durante los
descansos. Se aloja en las dependencias de los sirvientes.
—¿En serio? —Su rostro se iluminó—. Tal vez tengas que presentarnos.
—Simplemente ve a la entrada trasera. Ahí es donde todos se arremolinan
entre turnos. Toqué su brazo. —Tengo que ir a hablar con mi madre.
—Está realmente hermosa.
—No puedes no estarlo con Chanel. Y el verde es su color.
Dejé a Sienna y me reuní con mi madre, que tenía a Orson pendiente de
cada una de sus palabras.
Poniendo una sonrisa de disculpa, le pregunté al gerente de Mirabel: —
¿Te importa si te robo a mi madre un momento?
—Por supuesto. Solo la estaba aburriendo con todos los entresijos de la
industria de la música.
Ella inclinó la cabeza. Siempre era amable, aunque yo veía claro el alivio
en su rostro por haberla rescatado de seguir escuchando a este tipo
balbucear sobre su trabajo.
—Habla demasiado rápido. Es difícil seguirle la conversación. Me ha
dejado bastante agotada —susurró.
—Es por la cocaína.
—Eso me había imaginado. —Ella me estudió—. Tú eso no lo tomas,
¿verdad?
—Solo la he probado un par de veces, pero ya soy lo suficientemente
nerviosa de por sí.
Me escudriñó. Mi incapacidad para terminar mis proyectos siempre la
había preocupado. Al menos mi nuevo papel como asesora de adquisiciones
para Elysium y Salon Soir había captado mi interés. Me gustaba el arte y
podría haber encontrado algo que disfrutaba hacer, lo que me permitía
mantenerme enfocada. También tenía pendiente la licenciatura en artes que
debía completar. Todo iba bien hasta que Bram apareció en mi vida.
Mi madre me siguió al salón de baile, donde se estaba instalando la banda.
—Ha venido mucha gente —dije.
—Sí. Ha tenido buena acogida. —Miró alrededor de la habitación—.
¿Crees que la iluminación es tenue?
Negué con la cabeza. —Es agradable y temperamental. Mejor para bailar.
Como si fuera un club.
Caminamos hacia el otro lado de la habitación y nos paramos junto a las
ventanas panorámicas que daban al océano. La noche acababa de llegar y el
mar plateado se ondulaba serenamente. —Te he sacado de ahí porque
parecías un poco aburrida.
Su boca se curvó en una sonrisa lenta. —Orson es demasiado entusiasta, y
no creo que esté captando la indirecta.
—Dile simplemente que no estás interesada.
—Yo no soy así, cariño. Generalmente les doy la espalda y eso parece
funcionar, pero en su caso parece que no. Podría haber perdido mi práctica.
—Su boca se curvó hacia un lado.
—No hay mucho más que hacer. Si te gustan, les das conversación y
sonríes a todo lo que dicen.
—Gracias por la lección sobre el coqueteo. —Inclinó la cabeza.
Me reí por su tono seco. —Estás muy guapa, por cierto.
—Gracias cariño. —Su cálida sonrisa me hizo preguntarme de nuevo
quién era esta mujer a la que llamaba Madre.
Desearía que nos hubiera contado sobre su vida y su infancia mucho
antes. Tal vez así no habría tenido que llevar tanto peso sobre sus hombros
todos estos años. Sin embargo, entendía la vergüenza que sentía dado este
ambiente de ricos y snobs brutalmente críticos. Mi padre nunca fue así. Era
inclusiva y siempre decía que el bien y el mal existían en todos y cada uno,
sin importar el dinero o la raza.
—Bueno, ¿quién es ese tipo elegante parecido a George Clooney que he
visto que te ronda mirándote?
Su rostro enrojeció, algo raro en mi madre. Ella no era de las que se
ruborizan.
—No me estaba mirando. —Sus labios se torcieron en una sonrisa—. Es
amigo de los Lazenby. Sebastian conoció a Carrington en Eton. Ha estado
viviendo en Italia, en el Lago Como. Es escritor.
—¡Vaya! Es muy apuesto.
Me estudió por un momento. —¿Estás interesada?
Negué con la cabeza. —Los hombres mayores bien arreglados con
chaquetas de tweed no son lo mío.
A mí dame un ex militar musculoso con Levis ceñidos al culo.
—Apenas le conozco. —Se tocó las ondas del cabello, que enmarcaban su
rostro.
—Tienes el pelo precioso.
—He probado con un nuevo estilista y me ha sugerido hacerme ondas
para variar.
Su cabello oscuro, espeso y brillante, normalmente recogido hacia atrás o
en un moño, le sentaba bien suelto.
—Bueno, ¿a ti te gusta? —Sonreí.
—Es atractivo, sí. E inteligente.
—Parece la combinación perfecta, a mi juicio.
—Es un escritor empobrecido que acaba de salir de un divorcio.
Probablemente por eso te habrás dado cuenta de que me mira fijamente. —
Esbozó una sonrisa burlona—. Hay muchos hombres como Carrington que
buscan una casa de ricos.
Me reí. —Le haces parecer un perro callejero.
Ella puso los ojos en blanco y se rio entre dientes.
—Oh, mami… —la cogí de la mano— no es solo por tu riqueza. Eres
impresionante. En cada evento tienes a muchos hombres babeando por ti.
Su cabeza se echó hacia atrás. —Difícilmente. Soy la anfitriona. Y claro,
Orson es bastante fresco.
—Pensé que podrías tener, ya sabes… —Levanté una ceja.
—No me he acostado con él, y aunque es atractivo, tenemos poco en
común.
—Entonces dale una oportunidad a Carrington. Es más tu tipo, y es un
académico. ¿Qué escribe?
—Ficción histórica. Está trabajando en una novela sobre Carlos II.
Me quedé boquiabierta. —Dios mío, ¿no hiciste tu trabajo de máster sobre
él?
—Me sorprende que te acuerdes. —Sus ojos miraron por encima de mi
hombro y me giré para ver a Crisp.
Mi boca se torció hacia abajo. Me negué incluso a forzar una sonrisa
falsa. Le fruncí el ceño y me devolvió una sonrisa empalagosa. Creo que le
gustaba ser odiado.
—Fue un voluptuoso experimentado cuya única ambición fue igualar las
incomparables contribuciones artísticas de Luis el Grande. Sin embargo, el
mayor logro de Carlos II fue engendrar un número impresionante de hijos,
con un número igualmente impresionante de mujeres —dijo.
—Parece como si le conocieras personalmente —dijo.
—Es uno de los monarcas más coloridos y fascinantes, como para pasarlo
por alto. —Reynard le lanzó a mi madre una sonrisa de complicidad.
Les dejé solos y salí del salón de baile. No miraba por dónde iba cuando
me tropecé con algo sólido y dije: —¡Oh!
Un par de manos grandes aterrizaron en mis brazos.
Levanté la vista y los ojos color avellana de Carson se encontraron con los
míos.
—Perdón. Iba distraída con mis pensamientos.
Él sonrió. —¿No es mejor dejarlos para cuando estés mirando el mar o
sentada sola en algún lugar?
—Supongo que sí. —Le miré y tuve el repentino deseo de arrastrarle a
otro lugar y que me acariciara. De acuerdo, tal vez más que acariciar mi
deseo era que me destrozara—. Bueno, ¿adónde ibas? ¿Perseguías a alguna
de las chicas guapas de nuestro personal?
Su cabeza se sacudió hacia atrás como si lo hubiera acusado de ser un
exhibicionista. —No. Por supuesto no. Voy a empolvarme la nariz.
Me reí. Eso era lo último que uno esperaría escuchar de un macho alfa
como él.
—Tu nariz está algo brillante. —Abrí mi bolso de Louis Vuitton—. Ven.
Puedo prestarte un poco de polvo para la cara.
Tocó mi mano y subieron chispas por mi brazo. —No es necesario.
Compartimos una sonrisa, y sus ojos se encontraron con los míos de
nuevo, causando que me olvidara de respirar.
—Nos vemos allí. Tal vez podamos charlar un rato. ¿Te tomarás una
copa? —Incliné la cabeza.
Él sonrió en respuesta. —Estoy deseoso.
Un suspiro salió de mis labios cuando le vi alejarse con paso ligero. No
había hecho nada más que fantasear con él después de mi vergonzoso
intento fallido de seducción. Notando la excitación entre mis piernas,
regresé a la fiesta para acorralar a alguien y tener una pequeña charla.
Capítulo 6

Carson

MIRABEL TENÍA LA VOZ más dulce que jamás había escuchado. Tocó
su guitarra y cantó una sentida canción sobre su amor por Ethan, que
parecía estar muy conmovido, mordiéndose el labio inferior mientras
cantaba. Si la mujer de mis sueños cantara una canción con una letra tan
amorosa, imagino que también se me empañarían algo los ojos.
Después de que Mirabel terminara su canción, Theadora subió al
escenario e interpretó una pieza clásica al piano. Sus dedos se movían con
tanta libertad y habilidad que podría haberla visto actuar en una sala de
conciertos, especialmente en ese salón de baile decorativo.
Luego, ambas unieron fuerzas e interpretaron una canción sobre un rayo
de luna que besa el mar, y tomé nota mental para preguntarle a Mirabel
dónde podía descargar la canción. Cantó sobre confiar en el corazón y
cerrar los oídos a los susurros dañinos. ‘El amor se presenta en todas las
formas’, retumbó. ‘Tómalo con las dos manos, sostenlo, acarícialo, cálmalo
y hazle el amor’.
Savanah, cuya atención estaba puesta en el escenario, debió sentir que la
miraba porque se giró y sus tentadores ojos azules atraparon los míos. Con
ese cabello oscuro deslizándose por su largo cuello y sobre sus esbeltos
hombros, Savanah hacía que la sensualidad pareciera natural.
No había sido capaz de sacármela de la cabeza, a pesar de los decididos
esfuerzos por mantenerme alejado. Pero entonces, la letra de Mirabel sobre
abrazar el amor con las dos manos, desechando la duda, seguía repitiéndose
en mi mente. La vida era demasiado corta para negarme el placer. Algo que
sabía muy bien, porque como soldado, rodeado de bombas que estallaban
en todas direcciones, recordaba constantemente la fragilidad de la vida.
Savanah era una mujer por la que podía imaginarme perdiéndome. Ya
había hecho eso en cierto sentido con solo inhalarla aquella noche, mientras
sus curvas se presionaban contra mí.
Después de capturar la imaginación de la audiencia, incluida la mía, las
mujeres se inclinaron ante un aplauso entusiasta y, a partir de ahí, comenzó
la fiesta con todos cantando ‘Cumpleaños Feliz’ a Ethan.
Sacaron una tarta de tres pisos y, después de unos cuantos intentos, Ethan
apagó las velas.
A coro, la multitud gritaba: ‘Discurso’.
Ethan fue arrastrado hasta el escenario y se puso frente a un micrófono.
Abrazó y besó a su esposa y susurró algo que la hizo sonreír. Luego se
removió un poco en su sitio, algo que me pareció extraño, ya que siempre
se sentía cómodo en su propia piel.
—Me han dicho que, si no doy un discurso, me colgarán y me
descuartizarán. —Se rio con una mueca. Se volvió hacia Mirabel y le
preguntó—: ¿Qué edad tengo?
Alguien gritó: —Cincuenta tirando a cinco.
Él se rio.
—Dos años más joven que Jesús —gritó otro invitado.
—Eh, tengo treinta y uno. Eso es correcto. Y no, no estoy perdiendo la
cabeza. Ha sido un año vertiginoso. Mirabel tuvo que recordarme la semana
pasada que era mi cumpleaños. —Volvió a reír—. De todos modos, es
genial veros a todos aquí hoy. Caras viejas y nuevas y las que alguna vez
fueron viejas.
Esperó a que las risas se calmaran y agregó: —Me gustaría agradecer de
todo corazón a mi bella esposa, mi madre, Declan, Savanah y, por último,
pero no menos importante, a Theadora, por organizar esta noche. He pasado
el mejor año de mi vida y solo puede ir a mejor. Nunca he sido más feliz y
estado más saludable o más motivado gracias a mi hermosa esposa y a mi
encantador y precoz hijo, Cian, que me brindan mucha alegría y risas todos
los días.
Se volvió hacia Mirabel y ella asintió con una sonrisa alentadora.
—Eh... También me gustaría anunciar que estamos esperando otro hijo.
Los silbidos y los vítores resonaron en las paredes del gran salón de baile.
—Yo me he enterado esta misma mañana. Es el mejor regalo de
cumpleaños posible.
Pasando su brazo sobre Mirabel, la besó en la mejilla y luego levantó su
copa de champán. —Esta es una gran noche. Me han dicho que la banda es
fabulosa. Salid a bailar, a tomar unas copas y a pasar un buen rato a mi
salud.
Más vítores, y bajó del escenario hacia su hermano y familia para
abrazarles.
Me acerqué al barril de cerveza con hielo, cogí una botella, la destapé y
bebí un sorbo sediento antes de meterme en algunas charlas con los
invitados.
Cuando la banda comenzó a tocar, me apoyé contra la pared, siguiendo el
ritmo con el pie.
Declan se acercó y se unió a mí. —Hola.
Asentí. —Es una gran noche. Este sitio es espectacular.
—¿Puedes creerte que justo aquí era donde solíamos jugar al cricket? —
Se rio—. A veces incluso al fútbol, cuando mi madre no estaba.
—¿No podíais jugar fuera? No falta terreno precisamente.
—En días húmedos y miserablemente fríos, no… O por las noches.
Negué con la cabeza. —No puedo creerme que provengas de este entorno.
Pero luego te convertiste en uno de nosotros. No me lo puedo explicar.
Respiró. —Mi madre tampoco podía. Pero bueno, volvería a repetirlo de
nuevo. Y tengo que volver a volar. Amo mis aviones. Tú lo sabes.
Declan fue un héroe en el verdadero sentido de la palabra, y uno de
nosotros. Las únicas veces que demostraba su riqueza era cuando íbamos a
los bares durante los descansos. Insistía en pagar todas las rondas y se
aseguraba de que comiéramos el mejor bistec.
Un hombre con un traje verde saltaba haciendo movimientos bruscos,
como si estuviera sobre brasas, mientras coqueteaba con dos mujeres que
llevaban vestidos con aberturas hasta los muslos.
—Qué raro es ese… —dije.
—Es Orson. Cree que vive en los años setenta.
—Eso parece.
Theadora se unió a nosotros y me besó en la mejilla. —Encantada de
verte. —Miró a Savanah por alguna razón—. ¿No bailas? Hay muchas
chicas solteras por aquí.
—Tal vez después de una copa o dos podría armarme de valor —dije.
—Ese no pareces tú, Carson —dijo Declan.
—Me he vuelto tímido al hacerme mayor.
Theadora se rio de mí y luego tomó la mano de Declan. —Vamos, vamos
a bailar.
Declan me hizo un gesto con la cabeza y se unió al grupo que bailaba.
Comenzó a sonar Start Me Up de los Stones y empecé a mover mi cuerpo
muy levemente.
Savanah, que parecía estar un poco borracha, se acercó pavoneándose. —
¿No bailas?
—Yo no bailo. —Le devolví una sonrisa tensa.
Su cabeza se sacudió hacia atrás como si hubiera admitido ser un
frugívoro.
—Pero he visto que estabas disfrutando.
—Me encantan los Stones.
Volviendo a su faceta más atrevida, dejó su vaso y me quitó el botellín de
la mano. Me gustaba una mujer mandona de vez en cuando, especialmente
en la cama. Incluso sentir su suave mano en mi brazo me subió la
temperatura.
Llegamos a la pista de baile, donde ella balanceó las caderas y agitó los
brazos en el aire, mientras yo movía los hombros y las caderas muy
levemente. No era lo que se dice un bailarín exuberante. Solo había un tipo
de baile que me gustaba y eso implicaba estar desnudo en la cama con una
pareja dispuesta.
Pero valía la pena hacer el ridículo solo para ver moverse a Savanah. Me
gustó especialmente cuando se dio la vuelta, revelando las medias que
llevaba sujetas con una liga.
¿Alguien ha encendido la calefacción?
Nights in White Satin vino a continuación, poniéndome la piel de gallina.
Esa canción siempre me llegaba al alma, ¿o eran los hermosos ojos de
Savanah los que me hacían sentir un hormigueo?
Estaba a punto de irse de la pista de baile y entonces la cogí de la mano.
—¿Adónde vas?
Capítulo 7

Savanah

A PESAR DE LOS tacones de 15 cm, solo le llegaba al hombro a Carson.


Sostuvo mi mano, y las mariposas revolotearon a través de mí, y su mirada
firme me robó el aliento. Pude leer experiencia, fortaleza y lealtad. Me
impactó profundamente, a diferencia de los hombres inmaduros de mi
entorno, con sus sonrisas de babuino. Pero bueno, al fin y al cabo eran
niños, mientras que Carson era un hombre.
—Pensé que no sabías bailar —le dije, mientras envolvía su brazo
alrededor de mi cintura y presionaba su cuerpo fuerte y firme contra el mío.
—Nunca he dicho que no pudiera bailar. Solo dije que no bailaba. —Su
boca se curvó en un extremo.
Olía a jabón de baño, pino y como un hombre que podría hacerme
correrme con solo tocarme.
Tomando la iniciativa, se movió como el líquido. Mis pies parecían estar
en el aire mientras nos deslizábamos juntos como uno solo.
Su firme agarre me hizo sentir segura. Habría saltado de un avión si él
estuviera junto a mí, enganchados en un paracaídas. Para alguien que
odiaba las alturas, eso suponía muchísimo.
Dejando de lado la babeante atracción, tenía que seguir recordándome que
ya me había rechazado.
Si no soy su tipo, ¿por qué sigo sintiendo esto en el estómago?
Incluso podría haberme derretido en el acto si él no me hubiera sostenido.
—Se te da muy bien —le dije.
—Gracias. Esas clases de baile de salón no fueron un completo
desperdicio.
Le miré y fruncí el ceño. —¿Me estás vacilando?
Sacudió la cabeza lentamente. —Fui a algunas clases.
—¿Por qué?
Su seductora y bien formada boca se curvó en una sonrisa ligera y lenta.
—Digamos que estaba tratando de impresionar a una chica.
—Entonces se debió quedar muy impresionada. Solo estoy dejando que
me guíes.
—Así es como debe ser.
Levanté la cara para encontrarme con la suya. —¿Estamos hablando de
bailar aquí? ¿O de algo más?
Su boca se torció en un extremo. —A eso me refería. ¿Qué tenías en
mente?
Las palabras se me escaparon. La forma en que inclinó la cabeza, con una
sonrisa sexy, me desconcertó.
Mientras nos deslizábamos juntos, parecía como si estuviéramos en
nuestro propio universo. Las otras parejas se volvieron borrosas, como en
una escena de salón de baile pintada con acuarelas, y mis pies parecían estar
en el aire.
Después de bailar tres baladas, la banda hizo una pausa para un descanso.
Quería más, pero salí de un sueño erótico y me mordí la lengua para
silenciar un gemido.
Sin embargo, decidida a mantener a Carson cerca, me quedé, aunque solo
fuera para evitar que esas otras mujeres bonitas y glotonas se abalanzaran
sobre él. A las chicas ricas les gustaba follar con hombres como Carson
antes de casarse con petimetres ricos para complacer a sus familias.
Yo no era así. Cuando cumplí los treinta, lo que había sido hacía solo un
año, recibí mil millones de libras, gracias a mis generosos abuelos. No es
que quisiera casarme con Carson. Solo quería follármelo. Y mucho.
Desde el momento en que le vi en ese bar de veteranos con mi hermano,
mi cuerpo se puso a tono. Solo mirarle enviaba un ardiente deseo a través
de mí.
—¿Has visto el jardín? —pregunté, justo cuando estaba a punto de irse.
Sus ojos tenían un brillo especial, como si me hubiera leído la mente
diciendo: Salgamos para que puedas tocarme y pueda lamerte.
¿O era solo mi mente sucia?
Tenía una sonrisa perezosa. —Las damas primero.
—Solo quieres mirarme el culo.
A la mierda todas las formalidades y sutilezas.
Se inclinó y su aliento envió una ráfaga de fuego a través de mí. —Me
declaro culpable.
Mis mejillas se sonrojaron. —El tuyo no está nada mal, según recuerdo.
Nos sostuvimos la mirada, y de nuevo me olvidé de dónde estaba. Estaba
hinchada y caliente y necesitaba una pared para apoyarme.
Le llevé al área de la piscina, sabiendo que allí estaríamos más tranquilos.
Cuando llegamos, al ver que la rueda de colores caleidoscópica estaba
apagada, subí por la escalera para encenderla.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, sosteniendo la escalera para mí.
—Solo voy a encender las luces de la piscina. —Empujé hacia abajo la
palanca—. ¿Qué tal así?
—Mmm… Caliente. —Sonaba como si tuviera problemas para hablar.
—¿Te refieres a las luces de la piscina? —pregunté.
—No estoy mirando eso.
Una ráfaga de viento levantó la falda de mi vestido, y de repente me di
cuenta de que me estaba viendo todo, pues no llevaba bragas.
Bajo las luces tenues, sus ojos se llenaron de lujuria cuando volví.
Creo que ni siquiera hubiera podido decir el alfabeto si lo hubiera
intentado. Mi cerebro se había convertido en lodo, y era como si electrodos
crepitantes hubieran conectado el aire entre nosotros.
Se pasó la lengua por los labios y resopló como si algo le frustrara.
Mientras me miraba profundamente a los ojos, me atrajo y me abrazó con
fuerza, como si su vida dependiera de ello. Mi pecho se aplastó contra sus
sólidos abdominales.
Sus labios calientes y húmedos se presionaron contra los míos y abandoné
mi cuerpo.
Agarrando mi cintura, siguió presionando nuestros cuerpos para
mantenerme allí.
Como si fuera a irme corriendo… No con esos ardientes labios carnosos
acariciando mi boca, como si fuera un pecado para adultos. Especialmente
mientras sus manos exploraban mi cuerpo.
Sentí su pene endurecerse contra mi estómago. Tal fue nuestro apretado
abrazo que su bulto palpitante se acompasó con el pulso dolorido de entre
mis muslos.
Mientras me estremecía en sus brazos, su lengua penetró a través de mis
labios entreabiertos y bailó con mi lengua en un beso ardiente y
desesperado.
La respiración pesada llenó el espacio entre nosotros, como si ya
estuviéramos follando.
Ese beso duró eternamente, mientras explorábamos los labios del otro,
como si cada pequeña torcedura y curva revelara algo nuevo. Sus dedos
recorrieron mis caderas y agarraron mi trasero, apretándolo.
—Veo que olvidaste vestirte del todo. —Su aliento humeante masajeó mi
cuello.
—Rara vez llevo bragas —le dije.
Gruñó. —Ojalá no hubieras hecho eso.
Le estudié con una sonrisa. —¿Hacer qué?
—Enseñarme tu trasero.
—¿Por qué? ¿Te ha ofendido? —bromeé.
—Todo lo contrario.
Quería que admitiera que se había vuelto loco de lujuria. No es que
subiera la escalera para provocarle ni nada. No esperaba que se fuera a
poner justo debajo. En todo caso, me sentí un poco avergonzada.
Y un tanto caliente. De acuerdo, tal vez ardiendo por cómo sus ojos
parecían arder por mí.
—¿Qué me vas a hacer? —Me pasé la lengua por los labios.
—Lo que me gustaría hacerte necesita una cama.
—Tenemos muchas de esas por aquí.
Me atrajo con fuerza y me besó, o debería decir se llenó de mis labios
como si estuviera hambriento de ellos.
Acarició mis pechos. —Hermosas tetas.
—Son pequeñas.
Echó la cabeza hacia atrás y frunció el ceño. —¿Estás bromeando? Son
jodidamente perfectas. —Pasó sus manos sobre la tela y mis pezones se
erizaron, clamando por su boca—. Son lo suficientemente grandes. No me
gustan las tetas muy grandes.
Fruncí el ceño. —A todos los hombres os gustan las tetas grandes.
—Eso es mentira. Soy un hombre y lo he hablado con otros tíos.
—¿Habláis de las tetas de las mujeres?
—Estuve en el ejército, ¿recuerdas? No hablamos de otra cosa.
—¿Pechos de mujer? —Me reí.
—Bueno, entre otras cosas. —Se volvió tímido e infantil. Solo pensaba en
estar desnudos.
—¿De coños también? —Ladeé la cabeza con una sonrisa.
—Reconozco que puedo ser un lobo.
Le di una bofetada flojita, y se cruzó de brazos para defenderse, cuando
de repente escuchamos la voz de una chica.
Era Manon, y mi corazón se hundió. Hablando de estrellarse contra la
tierra… Estaba a punto de arrastrar a Carson para continuar con nuestro
festival caliente, cuando escuché la voz de Reynard Crisp.
No podían vernos allí, pero la curiosidad ganó ya que permanecí inmóvil.
—Me encantas —dijo Crisp.
—Aquí no —dijo ella.
—¿Cuándo?
—Pronto. En Londres. Lejos de aquí.
—Tienes que eliminar las fotos de esa página web.
—Esa foto me está dando un buen dinero.
—Estás a punto de convertirte en millonaria. ¿Cuándo?
Hubo una pausa.
—Te lo prometo, pronto —dijo Manon—. Ya sabes mi precio.
—Mientras estés intacta, obtendrás lo que pides. Pero es por una semana
entera. ¿Verdad?
Enferma por lo que estaba escuchando, negué con la cabeza y le hice un
gesto a Carson para que me siguiera dentro.
—Eso ha sido de lo más enfermizo —dijo.
—Ya sabíamos que intentaría follársela a cambio de dinero.
Carson parecía tan horrorizado como yo. —¿Y eso se supone que es lo
correcto?
Cuando entramos en la habitación amarilla, dije: —¿Podemos no hablar
de lo que acabamos de escuchar?
—Pero es joven e impresionable.
Forcé una sonrisa. —Manon tiene dieci-treinta. Lleva jugando con él
desde hace tiempo. Me imagino que le va a tender una trampa. Está de
moda.
Su frente se arrugó. —¿Sois todas así?
—Oye, no me compares con Manon. No soy como ella en absoluto. Ella
se está aprovechando del hecho de que él siente algo por jóvenes vírgenes.
Y estoy segura de que le está ofreciendo un montón de dinero.
—¿No deberías hablar con ella? Darle un consejo de hermana.
Mi frente se arrugó. —¿Consejo de hermana? ¿La has conocido?
Sacudió la cabeza. —No mucho. Me parece un poco pija, y está
completamente enamorada de Drake.
—Eso no me sorprende. Drake es sexy. —Sonreí con fuerza—. Pero yo
prefiero a los hombres de mi edad o un poco mayores, así que no me gusta.
Drake también es demasiado bueno para ella y no es lo suficientemente
rico. Manon no ha ocultado su ambición por vivir una gran vida.
—¿Y eso hace que lo que acabamos de escuchar esté bien?
¿Por qué diablos no nos fuimos antes?
A estas alturas ya podríamos estar retozando desnudos en mi cama. En
cambio, Carson había cambiado de actitud, como si yo hubiera sido la que
atraía a los viejos ricos de mala muerte.
—Oye, no me juzgues. Yo no les he juntado. Es su elección.
—Pero ella es muy joven. Y una semana entera con un hombre así… No
sabes lo que podría hacerle.
—Puede que le guste. —Me encogí de hombros.
—Hablas como si tuvieras experiencia en ese tipo de cosas.
Le estudié, buscando algún rastro de su simpatía, pero me encontré con
una mirada seria y acerada.
—Nunca he necesitado vender mi virginidad. Sí, he tomado algunas malas
decisiones, y estoy segura de que tú también. Así que no te atrevas a
juzgarme.
Se frotó la fuerte línea de la mandíbula. —Necesito una cerveza. —Y se
fue. Sin más.
Solté un suspiro frustrado.
¿Qué acaba de suceder?
¿Debería perseguirle y disculparme?
¿Para qué?
Solo había dicho la verdad. Entonces, ¿por qué parecía como si me
estuviera castigando?
Hablando de estrellarse a lo grande… En cuestión de minutos, había
pasado de las alturas de la excitación, a lo más bajo, siendo juzgada
injustamente. Un pesado suspiro desinfló mi pecho mientras regresaba a la
fiesta.
Mi madre parecía perdida en una relación profunda y significativa con su
nuevo príncipe azul, que parecía estar pendiente de cada una de sus
palabras, tenía los ojos pegados a su rostro.
Me acerqué a ellos y saludé a su nuevo amigo con una sonrisa.
—Esta es mi hija, Savanah. —Mi madre hizo un gesto—. Y este es
Carrington.
—Cary, por favor. —Se inclinó y besó mi mejilla—. Encantado de
conocerte.
Alterné la mirada entre él y mi madre. —Lamento interrumpir, pero
¿puedo robarte a mi madre un minuto?
—Iré a por otra copa, creo. —Señaló el vaso vacío en su mano—. ¿Me
llevo la tuya?
Ella asintió, con una mirada soñadora en sus ojos. Me imaginé a mí
mirando el hermoso rostro de Carson antes de vivir la asquerosa escena de
Manon.
Se alejó con un andar despreocupado, y mi madre le observó.
—Dios mío. —Agité el aire como si espantara moscas, solo que esto era
más como polvo de hadas—. ¿Sientes esas chispas en el aire?
Ella me sonrió como si estuviera diciendo tonterías. —Es un hombre
interesante.
—Ay, mamá, por favor. Es guapo y está colgado de ti.
Sus mejillas enrojecieron. —De todos modos, ¿qué querías decirme?
Como estábamos al alcance del oído de algunos invitados, señalé hacia la
habitación amarilla. —¿Por qué no entramos?
Una vez que estuvimos a solas, le conté lo de Manon y Crisp.
Consternada, extendió las palmas. —Lo sé. Es asqueroso. Pero no puedo
hacer nada ante esa situación.
—¿No deberías al menos hablar con ella? Quiero decir, ella podría
arrepentirse de por vida. Y él podría lastimarla.
—¿Por qué este repentino interés? Pensé que te desagradaba Manon —
dijo.
—Me desagrada. Pero, aun así, es espeluznante.
Ella suspiró. —Hablaré otra vez con Reynard. Ya he intentado hablar con
Manon. Muchas veces. —Su boca formó una línea apretada—. La idea de
eso me enferma. Al menos podrían haberlo mantenido en privado. Hubiera
preferido no saberlo.
—Entonces dile a Reynard que se aleje. Tenéis confianza. Seguramente
puedas influir en esa relación impúdica.
Ella soltó un suspiro audible.
—¿Qué pasa entre tú y él, madre?
—No lo puedo decir.
Después de contarnos lo de su embarazo oculto, mi madre reveló parte de
su vulnerabilidad, y ahora, por un momento fugaz, veía derrota en sus ojos.
Suavicé mi tono. —¿Tiene algo contra ti? ¿Es eso? Me lo puedes contar.
Ella volvió a su rictus inexpresivo. —Hablaré con Manon otra vez.
Lo hacía de nuevo, desviar el tema de Crisp, motivándome a presionarla.
—Por lo que me ha llegado, parece que ya ha habido algún tipo de
intimidad entre ellos.
Sus cejas chocaron. —¿Has oído eso?
Cuando le conté que Manon le hizo rogar y que al parecer tenía fotos
colgadas en internet, mi madre se puso pálida.
—Puede que no sea tan lascivo como piensas. Tal vez solo enseñe fotos
de sí misma en bikini.
Me reí de lo anticuada que sonaba. —Mamá, las chicas como Manon se
dedican a publicar fotos de sus vaginas.
Completamente horrorizada, mi madre parecía haber visto un cadáver en
descomposición. —Por favor, dime que tú no has hecho eso. —Entrecerró
los ojos. —¿Lo has hecho?
No deliberadamente.
Ella no era la única con secretos. Planeaba guardarme ese vídeo sexual
desgarrador que me envió Bram, amenazando con destruirme y humillarme,
a menos que me volviera a ver con él.
—No, claro que no. Pero existe OnlyFans y todo tipo de sitios web
sórdidos donde chicas como Manon pueden publicar imágenes
pornográficas de sí mismas a cambio de dinero.
—Pero ella no necesita dinero. —Una nota de ansiedad se deslizó en su
voz, y la culpa me atravesó—. He establecido un fondo fiduciario para ella
del que está al tanto. Incluso le he dicho que si deja de jugar con Reynard,
le daré lo que él la ofrece y más. Pero solo cuando cumpla veintiún años.
Mientras tanto, le permito ir de compras con un límite generoso y está
ganando un buen salario en el Spa.
Extendí las manos. —Entonces tal vez le guste Crisp. No sería la primera
joven de diecinueve años en casarse con un hombre que podría ser su
abuelo.
—Él no es de los que se casan. Hará lo que quiera, le dará lo que ella exija
y luego pasará a la siguiente. Así es Reynard.
Estudié a mi madre, que parecía conmocionada. Después de todo, era su
nieta. —Es horrible. No lo entiendo.
—Será mejor que te mantengas al margen, cariño. Por favor. No te
preocupes.
—Cómprala una casa lejos de aquí. De esa manera, podré olvidarme de
que existe. Sigue robándome la ropa, por ejemplo, y es que no confío en
ella. Es como su madre.
Una línea creció entre sus cejas. —Es mi nieta, y es una buena trabajadora
del Spa.
—A nadie le cae bien. También está robando productos de allí.
—No hablemos más de esto. Y menos esta noche. Hablaré con ella.
La seguí de regreso a la fiesta, donde vi a una chica que no conocía
abalanzada sobre Carson.
Aunque lo que más quería era romper esa escenita, vi que Manon estaba
hablando con un hombre más joven, muy arrimadita a él.
Interponiéndome entre ellos, me volví hacia Manon. —¿Podemos hablar
un momento?
—Estoy un poco ocupada. —Me puso su mirada zalamera de ‘vete a la
mierda’.
—Ahora. —Enojada, la miré fijamente.
Había arruinado mi noche. Está bien, no deliberadamente. Aun así, a estas
alturas, Carson y yo podríamos haber estado acostados desnudos en mi
cama, sudando.
Puso los ojos en blanco y luego me siguió al baño.
—¿Qué pasa ahora?, ¿me he puesto algo tuyo otra vez? —Su vocecita
quejumbrosa me hizo querer abofetearla.
—Te he oído hablar con Crisp ahí fuera.
—No deberías escuchar a escondidas. —Se inclinó hacia el espejo y se
retocó el maquillaje de los ojos con el dedo.
—Se le conoce por ser violento.
—Mmm… Parece que ya te lo conoces. ¿Estás celosa?
Por frustración, resoplé. —Mira, Manon, estoy así de cerca de
denunciarte. Clarice sabe que estás robando productos. Ethan está haciendo
la vista gorda por no disgustar a mamá.
—¿Y qué? Puede permitírselo. —Se pasó los dedos por el pelo oscuro y
largo hasta la cintura.
No había duda de que Manon era una maravilla con ese cuerpo esbelto y
ese gran pecho. Sus ojos almendrados pasaron de ojos saltones y seductores
cuando estaba de cacería, a fríos y duros, como los de su madre, cada vez
que la confrontaban.
—Solo estoy tratando de advertirte sobre Crisp.
Ella esbozó una sonrisa oscura. —No me importa que los hombres me
traten mal. Mi padre solía pegarme todo el tiempo. Me gustaba. Eso
significaba que le importaba.
Sacudí la cabeza con horror. Estaba seriamente trastornada.
¿Padre? ¿O se refería a su padrastro? Había mucho sobre esta chica que
desconocíamos, al parecer.
—Entonces te espera una vida difícil. Hay hombres por ahí que no se
limitan a pegar.
Ella me apartó de su camino. —Gracias por la charla aburrida, pero puedo
cuidar de mí misma. No nací con un montón de dinero. Me ha prometido
dos millones de libras. Mi madre trató de venderme el año pasado, pero no
me gustaba el tipo. Apestaba. Así que me escapé.
La ignoré. Me lavé las manos. Era tan retorcida y estaba tan hastiada
como su madre. Y ese padre ausente suyo parecía haber sido un cerdo
violento.
Salí y busqué a Carson.
Esa escena caliente junto a la piscina, y cómo había presionado su enorme
bulto contra mí, follándome en seco mientras aplastaba mis labios contra su
boca caliente y hambrienta, me demostró que sentía algo por mí.
Capítulo 8

Carson

COLLETTE SE INCLINÓ MÁS cerca, ahogándome en un fuerte perfume.


—¿Por qué no bailamos? Me gusta esta canción.
Ni mi tercera cerveza pudo lograr borrar a Savanah y ese beso de mi
mente y de mi polla. Si pudiera hacer retroceder el tiempo, nos llevaría de
vuelta a ese beso caliente.
No dejaba de mirarla mientras charlaba con un tipo con el pelo
alborotado, que vestía una chaqueta verde y apestaba a riqueza. Aunque
traté de no hacer obvia esta repentina obsesión, sus ojos seguían
encontrando los míos. Como si estuviera esperando que yo mirara.
Todo lo que quería era a Savanah, especialmente después de sentir su
cuerpo sexy presionando contra el mío. Pero en algún punto de la noche una
rubia vivaz y coqueta se unió a mí.
Había pasado tiempo desde que había sentido el cuerpo de una mujer.
Pero Collette no era la mujer que anhelaba.
Después de ver a Savanah subir aquella escalera, mi polla se negó a
relajarse. Tuve que sacarme la camisa por encima de los vaqueros. Para
empeorar las cosas, vi mucho más que su culo curvilíneo. También llegué a
ver su coño sin vello, y ahora todo en lo que podía pensar era en probarlo.
O más bien en darme un jodido banquete. Ella había hecho que mi polla se
sintiera inquieta. Que tuviera hambre de coño. Y solo quería su coño, no el
de una extraña.
—Ven. —Collette tiró de mi mano.
Salí de la fantasía sexual que estaba haciendo estragos en mi libido y
seguí a Collette a la pista de baile. Me giré y los ojos de Savanah se
encontraron con los míos, interrogándome.
Era una fiesta. La gente bailaba. Normalmente yo no. Pero necesitaba
algo para distraerme de la fantasía que rondaba en mi cabeza con Savanah
desnuda y deslizándose sobre mi polla. Solo esperaba que Collette no se
diera cuenta de mi excitación. Podría tener la impresión equivocada y
pensar que mi polla requería de su atención.
Un DJ se había hecho cargo de la banda. Me habían dicho que
normalmente las fiestas duraban hasta la madrugada; aún era medianoche y
el salón de baile se había convertido en una discoteca. Al menos no estaba
trabajando en la puerta, echando a manadas de machos merodeadores.
Me gustaba James Brown, así que me resultó fácil seguir el ritmo.
Collette sacudió sus hombros, con sus tetas a punto de salirse fuera de ese
vestido escotado.
Yo prefería el misterio.
Collette me dio la espalda y prácticamente frotó su trasero contra mi
ingle. Retrocedí un paso justo cuando Savanah se unía a la pista de baile
con su atractivo chico rico. Ella se balanceaba y giraba con picardía al ritmo
de la música.
Ojalá hubiera podido cambiar de pareja, pero reacio a ofender a Collette,
me mantuve a cierta distancia de su cuerpo. En cambio, miré a Savanah,
cuyos movimientos suaves y ondulantes le valieron el primer premio de
baile.
Como había bebido lo suficiente, abandoné mi vergüenza e hice mi
movimiento, bailando cerca de Savanah. Su compañero de baile me miró
extrañado, al igual que Collette, especialmente cuando tomé la mano de
Savanah.
Ella me lanzó una sonrisa perpleja mientras la guiaba hacia el otro lado de
la pista.
—Oye, eso ha sido muy descarado —gritó sobre la música.
—No me gustaba la forma en que te miraba.
Dejó de bailar y abrió los ojos como platos, no más sorprendida que yo.
Actuar como un gato en celo no era mi estilo. Pero Savanah no era como las
mujeres que había conocido. Y con eso, no me refiero a su riqueza. En todo
caso, ese factor me resultaba algo en contra.
Me puse tan cerca que nuestras narices casi se tocaron. Con esos
movimientos provocativos y serpenteantes, me hizo imaginarla girando y
rebotando desnuda sobre mí.
Tomando su suave mano, la conduje fuera del salón de baile.
A estas alturas de la noche, todos estaban borrachos, perdidos en una
conversación profunda en algún rincón de esa enorme mansión, o fuera
fumando hierba y persiguiéndose como niños.
Savanah se rio. —¿Adónde me llevas? —Su mano en la mía disparó
chispas eléctricas a través de mí. Era una nueva sensación. Nunca había
tenido eso antes con solo sostener la mano de una chica.
—A algún lugar oscuro, lejos de los viejos sórdidos y de las jovencitas
indiscretas.
Ella dejó de caminar. —Entonces este no es el camino correcto. Seguro
que habrá algunos de esos al acecho en esos arbustos.
Su acento irlandés me hizo reír.
—Demos la vuelta por la parte de atrás del pasillo y te mostraré el resto
de la casa si quieres.
—Eso suena bien. —Sonreí.
Caminamos en silencio por el sendero y pasamos junto a una mesa con
personal que bebía y fumaba. Savanah les hizo señas. —¡Tomaos una a mi
salud! Ha sido una gran noche.
Todos vitorearon.
Me gustaba cómo esta familia trataba a sus trabajadores. Pagaban bien, y
no había notado esa actitud altanera que a menudo se asocia con los ricos y
sus empleados.
—¿Siempre eres así de generosa con tu personal?
—¿Por qué no? Trabajan duro. Somos muy exigentes.
Dejé de caminar y la atraje hacia mí. —Me he dado cuenta. —Mientras
mis labios se cernían sobre su boca, su cálido aliento me hizo cosquillas en
la mejilla y mi pulso se aceleró.
Nuestras bocas se aplastaron y luego nos llegaron silbidos. Me solté de
sus brazos y vi a un par de personas compartiendo un porro.
—Parece que hay más gente fuera.
Ella se rio. —Nuestras fiestas son famosas por durar hasta la madrugada.
A veces duran todo el fin de semana.
—¿A tu madre no le importa? ¿No hay peleas de borrachos y todo eso?
—Siempre hay seguridad alrededor, y Declan normalmente también se
queda aquí.
—Pensé que se iría a casa a dormir.
—Se quedan aquí.
—¿Y no os despierta el ruido?
—Los dormitorios de arriba están insonorizados. Todas las habitaciones
están cerradas con llave y las paredes son tan gruesas que no se puede oír
nada de una habitación a otra.
Sus ojos bailaban con sugestión.
—Es bueno saberlo porque quiero que grites mi nombre antes de que
acabe la noche.
—Será mejor que no prometas nada que no puedas cumplir.
Aunque estaba oscuro, bajo las tenues lámparas que iluminaban el camino
empedrado, vi que sus ojos se ponían misteriosos. No podía decir si estaba
hablando en serio o jugando conmigo.
—Llámame anticuado, pero me gusta ser el que rompe el hielo.
Hizo una pausa y sus labios carnosos se curvaron en un extremo mientras
me examinaba cuidadosamente. —Entonces no te gustará que haga esto. —
Su mano tocó mi polla, que se engrosó de inmediato, hinchada y lista para
saltar, especialmente después de haber visto su coño desnudo antes.
—Mmm... Dios mío, Carson.
Hice una mueca. —Lo de antes en la escalera no se me va de la mente.
—Dime, ¿qué has visto? —Ella inclinó su bonita cara y sus labios rosados
se torcieron en una sonrisa pícara.
—Tu lindo coño. Jodidamente desnudo.
—Mmm... ¿Y eso te ha puesto caliente? —Me frotó la polla de nuevo,
haciéndola palpitar.
—¿Tú qué crees? —Agarré su muñeca y moví su mano—. Todavía no.
Aquí no.
Entramos por una puerta lateral y subimos unas escaleras.
—Este es el acceso de los empleados. —Dejó de caminar y me miró—. Sé
lo reservado que eres.
—Aunque yo sea reservado, imagino que querrás mantener esto entre
nosotros.
Ella se encogió de hombros. —No me importa que se sepa.
—¿No te importa que la gente sepa que voy a follarte hasta que no puedas
más?
—Mejor no hagas promesas que no puedas cumplir. —Se pasó la lengua
por los labios y la empujé suavemente contra la pared.
Mientras deslizaba mis manos por sus piernas tonificadas, fui a besarla
cuando me detuve.
Frunciendo el ceño, me vio sacar un pañuelo. —¿Qué estás haciendo?
Limpié sus labios, froté mi pulgar sobre ellos y la besé. —Mmm... Eso
está mejor.
Nos apoyamos contra las escaleras y nuevamente caí en un sueño sexy.
Sus labios suaves y húmedos se encontraron con los míos y nuestras
lenguas se enredaron.
Al escuchar una voz a lo lejos, nos separamos.
—¿No te gusta el maquillaje? —preguntó mientras avanzábamos por un
largo pasillo, lleno de retratos antiguos.
—Te queda bien. Cualquier cosa te queda bien, la verdad. —Me bañé en
su sonrisa—. Pero prefiero el sabor de los labios y la piel desnudos.
—Al menos no me hago el bronceado falso, así que por ese lado estás a
salvo.
Siseé. —No soy un gran fan.
—Pareces todo un experto.
—No más que tú, por lo que he observado.
—Oye. ¿Qué estás insinuando? —Puso sus manos en sus caderas y la
atraje a mis brazos antes de que pudiera decir otra palabra.
Mi cuerpo se presionó firmemente contra el de ella mientras se derretía en
mis brazos. Tomé su rostro con ambas manos e incliné su cabeza hacia
atrás, y me perdí en sus labios suaves y suculentos.
Sus caderas y tetas se apretaron contra mí, y mi corazón se aceleró con
anticipación al tenerla retorciéndose y gimiendo, desnuda y sudorosa,
contra mí.
Notando a alguien en la distancia, tuve que alejarme de ella otra vez.
—Vamos a ese dormitorio, ¿de acuerdo? —Impaciente por verla desnuda,
la llevé de la mano—. Qué gente tan alegre. —Señalé los rostros sombríos
de la pared.
—Son los Lovechilde, que se remontan a unos cientos de años. No son
gente alegre en absoluto. —Ella se rio.
—¿Hay algún cuadro tuyo? —Si no, necesitaba uno. Con ese delineador
difuminado que hacía que sus ojos fueran sensuales y profundos, sus labios
sonrosados y su piel blanquecina, Savanah era una obra de arte perfecta.
Sacó una llave de un jarrón y abrió la puerta. —Hay un retrato mío en
alguna parte. Lo odiaba tanto que lo mandé poner en una de las salas de
estar que rara vez se visitan.
Encendió la luz y me indicó que entrara en la habitación de paredes rosa
salmón que olía a rosas.
—No puedo imaginar que una pintura tuya sea otra cosa salvo hermosa.
—Miré sus deslumbrantes ojos azules que normalmente tenían un brillo
picaresco, y que ahora brillaban con un toque de vulnerabilidad, como la
noche en que la encontré herida en una acera de Londres. Esa expresión de
niña perdida tenía sentido en línea con su terrible experiencia, pero no aquí,
en la seguridad de su cómoda vida.
—¿Sucede algo?
Me miró con los ojos muy abiertos y me recordó más a una niña que a una
mujer. Sacudiendo la cabeza, se mordió el labio.
Basta de hablar. La tomé en mis brazos y nuestro beso pasó de tierno a
devorador en cuestión de segundos.
Aunque siempre había amado los labios de las mujeres y cómo se sentían
en mi boca y mi polla, la boca sexy de Savanah, una combinación de sexo
crudo y sensualidad sedosa, era completamente de otro universo.
Le desabroché el vestido y lo deslicé por sus curvas, dejándola con ropa
interior ceñida.
Tuve que alejarme para mirarla. —Eres hermosa. —Sumergí mi dedo
entre la línea de su escote y sus pezones se elevaron a través de la suave
tela.
Ella me miró. Sus mejillas se sonrojaron y sus ojos brillaron con
sugestión. —Me quité los tirantes. Se me estaban clavando. La próxima
vez… —Su ceja se levantó—. Quiero decir… —Se mordió el labio y
nuevamente reveló inseguridad. ¿Dónde estaba esa chica súper segura de sí
misma y llena de vida?
Aparté un rizo suelto de su mejilla. —No eres el tipo de mujer que uno
solo pueda saborear una sola vez.
La empujé sobre la cama y pasé mis manos por sus pechos, que encajaban
perfectamente en mi palma. Sus pezones de punta contra mis palmas me
hicieron salivar.
Deslicé el fino tirante de su diminuto sujetador de encaje y palmeé sus
pechos antes de chupar su pezón. Ella gimió dulcemente, y me puse duro
como una roca.
Me desabrochó los vaqueros y liberó mi dolorida polla, pasó su dedo por
las palpitantes venas una por una, atormentándome. Moviendo su mano,
tuve que detenerla. Estaba ardiendo de deseo.
Justo cuando iba a quitarle una especie de camisón que llevaba, Savanah
se levantó de un salto. —Espera. Necesito apagar la luz.
Antes de que pudiera protestar, ya que quería deleitarme con ella, la
habitación se oscureció.
—No tienes por qué ser tímida, Savanah. Tienes un cuerpo jodidamente
hermoso.
Encendió una linda lámpara de bailarina que me hizo sonreír.
Al menos la tenue luz me permitió ver su figura femenina con esas
piernas largas y esbeltas, que soñaba con envolver alrededor de mi cuello.
La ayudé a quitarse el camisón y dejé un rastro de besos a lo largo de sus
suaves muslos, lamiendo todo el camino hasta que aterricé en su clítoris.
Ella se estremeció, pero me aferré a ese culo suave y tonificado y pasé la
lengua por su zona sensible.
Envolví sus piernas alrededor de mis hombros y me atiborré de ella como
un hombre que ha estado hambriento de coño durante demasiado tiempo.
Manteniendo un suave movimiento, chupé y provoqué. Sus gemidos
entrecortados me dijeron que había encontrado la presión adecuada.
Su sabor me puso la polla azul. Mientras la chupaba y lamía como a un
manjar cremoso, sus piernas temblaban sobre mis hombros.
—Oh, Dios mío, —gimió y clavó sus uñas en mis brazos, provocando una
sensación agradable.
Arqueando la pelvis, casi se traga mi lengua y arrojó su orgasmo en la
parte posterior de mi garganta. Esto sí que era una escena caliente.
Mi corazón se aceleró al ver cómo su apretado y resbaladizo coño se
apretaba contra mi dedo. —Necesito estar dentro de ti. Tendremos que
tomarnos esto con calma. No quiero hacerte daño.
—Por favor… —ella gimió—. Hazme daño.
Aunque esa respuesta me hizo levantar las cejas, mi pene estaba a punto
de estallar. Nunca antes había querido correrme tanto al comerme un coño,
especialmente después de pasar mi lengua por mis labios y probar sus
fluidos.
Salté de la cama.
—¿Adónde vas?
Me empapé de la visión erótica que tenía ante mí. Savanah yacía en la
cama, con las piernas aún separadas, la parte interna de los muslos brillando
y los labios entreabiertos. Rascándome la mandíbula, apenas podía hablar.
—A por un condón.
—Estoy tomando la píldora. No hay necesidad.
Me froté la cabeza. —Ah... ¿Pero estás follando? —Odiaba este tipo de
discusión, especialmente en el calor del momento.
—Me he hecho análisis recientemente.
—Yo también, estoy limpio. Llevo sin follar unos cuantos meses y...
Tirándome hacia la cama, tomó mi polla en su mano y se pasó la lengua
por los labios. Antes de que pudiera detenerla, la había colocado alrededor
de mi polla.
—Mmm… —Un gemido salió de ella, como si se estuviera comiendo
algo delicioso.
Toda la sangre de mi cuerpo fluyó hacia mi pene cuando una ardiente
necesidad de eyacular me avisó.
Saqué mi polla de su boca con gran reticencia. Ella lamía como una puta
diosa; sus labios sabían exactamente a lo que me gustaba.
—Quiero que ese coñito apretado y húmedo empape toda mi polla.
Le separé los muslos y luego la penetré lentamente, su coño se aferró a la
cabeza de mi polla como un tornillo.
En un movimiento circular, lento y agonizante, mi pene luchó a través de
los músculos contraídos, abriéndola poco a poco y provocando una
sensación feroz tan placentera que era casi insoportable.
Frotando lentamente, tuve que pensar en cualquier cosa menos en lo
increíblemente caliente que estaba, para evitar explotar.
Un deseo de empujar con fuerza me atravesó, pero como no quería
lastimarla, respiré profundamente. Sacudí mis caderas contra las suyas,
abriendo su coño, casi sintiendo que se iba a partir. Cuanto más me
adentraba en ella, más quería eyacular.
Entramos y salimos como si fuéramos impulsados por un deseo sexual
primitivo, y sus gemidos se hicieron más fuertes, más desesperados.
—¿Te estoy haciendo daño? —Tuve que preguntar, porque sonaba como
si le doliera.
—Sí. Me encanta así. La tienes jodidamente grande. Dios mío.
Hice una pausa por un momento.
—No pares. —Se aferró a mi trasero y me empujó profundamente.
Abrió tanto las piernas que habría pagado una fortuna por esa imagen. —
Qué flexible eres.
—Hice ballet durante quince años.
—Eso explica estas hermosas piernas. —Mientras continuaba bombeando
dentro de ella, apreté su trasero curvilíneo—. Quiero que te corras por toda
mi polla. Necesito que te corras. Como antes.
Mi respiración se volvió irregular mientras construíamos nuestro ritmo.
La intensidad de la fricción parecía encender fuego. Nuestras pelvis se
frotaron mientras ella se aferraba a mí. Nuestros cuerpos resbaladizos se
presionaron fuertemente.
Nunca había experimentado este tipo de sensación.
La miré a los ojos y luego probé sus labios mientras su coño se aferraba a
mi polla.
Ella gimió en mi boca, y mis embestidas más profundas se intensificaron
para hacerla llegar hasta el final. —Quiero que te corras ahora —repetí.
Incapaz de contenerme, me solté. Mi cabeza explotó. Y una galaxia de
estrellas junto a ella.
Gritó, retorciéndose en mis brazos mientras nos ahogábamos en nuestros
orgasmos.
No había experimentado a nadie como ella, y había follado mucho en mi
vida.
Esto era otra cosa. Savanah era otra cosa.
Capítulo 9

Savanah

ME SENTÍA COMO EN el cielo en sus brazos, mientras besaba cada


centímetro de mi cuerpo. Su pecho sabía a sal mientras acariciaba el
contorno de mis caderas y mi cabello.
Nunca antes había experimentado este tipo de pasión. La forma en que me
devoraba por todas partes. Cuando se introdujo dentro de mí, sus ojos
sostuvieron los míos, llevándome a un lugar profundo. Parecía follar con
toda su alma. Fue crudo y primitivo, pero también tierno y afectuoso.
Mientras seguía acariciándome, podría haberme quedado en sus brazos
para siempre. Su cuerpo cálido y fuerte me hizo sentir segura. Cada vez que
cerraba los ojos, me encontraba bajo el sol en un campo de flores, bailando
como una niña inocente. Aunque yo era cualquier cosa menos eso. Carson
me había quitado la coraza y me había desnudado, dejándome mareada y
abrumada y todas las emociones intermedias.
Creo que podría estar enamorada.
Algunas lágrimas se deslizaron por mi mejilla después de correrme y,
esperando que no se diera cuenta, me acurruqué en su cuello. Parecía
ahogarme en la emoción. Lo último que quería era asustarle actuando como
una llorona. Por supuesto, no ayudaba el hecho de que Bram me estuviera
siguiendo la pista, eso me había convertido en un manojo de nervios.
—Ha sido una locura —dije al fin.
—Para mí también. —Su voz profunda penetró en mi oído, que
descansaba sobre su pecho—. ¿Te has corrido? Te sentí. ¿Verdad?
¿Es necesidad lo que percibo en su voz?
Una sonrisa del tamaño del sol se dibujó en mi rostro.
Me siguió acariciando. Sus suaves caricias me hicieron querer quedarme
allí para siempre.
—¿Cómo es que llevas sin follar tanto tiempo? —pregunté—. Tienes
reputación de ser un mujeriego, eso he oído. Y Collette prácticamente te
estaba follando en la pista de baile.
—He madurado. El sexo ya no es un deporte.
—No estabas mostrando mucho interés en mí.
—¿Y ese beso junto a la piscina? —Levantó la cabeza de la almohada
para verme bien.
—Fue agradable. Fue caliente. Te sentí. —Un palpitar volvió a mi sexo—.
Pero me refiero al hecho de que te marchaste.
—Olvidémonos de eso, ¿de acuerdo?
Feliz. No necesitaba a Manon en esta conversación. Ya fue suficiente
arruinando mi momento de pasión.
—Verte subir por esa escalera fue muy excitante. Casi me tuve que ir a un
baño para aliviarme.
Me reí. —¿Qué te detuvo?
—No parecía lo correcto. Soy un invitado.
Me reí. —Estoy segura de que no habrías sido el primero.
Rodé sobre él, y sus labios se comieron los míos.
Un deseo ardiente me atravesó de nuevo, pensando en esa hermosa y gran
polla creciendo en mi boca.
Me deslicé por la cama, y él ya estaba semi-erecto. —Toda esta charla
sobre ver mi trasero desnudo te ha vuelto a poner duro.
—Oh, Savanah. —Suspiró mientras mi boca se movía arriba y abajo de su
eje venoso.
No pasó mucho tiempo hasta que se puso duro como una piedra y me
empezó a doler la mandíbula. Nunca antes había tenido una polla tan grande
en la boca.
Acarició mi clítoris palpitante mientras yo chupaba y lamía su polla. Me
encantaba lo dura y aterciopelada que se sentía en mi boca agrandada y
salivada.
Sacó su pene y fruncí el ceño. —¿No te gusta?
—Todo lo contrario. Quiero eyacular dentro de ti, no en tu boca.
Mis pechos estaban hinchados, y mis pezones se tensaron por la
excitación, arrastrándose contra su pecho mientras se deslizaba lentamente
hacia mí.
Envolví mis piernas alrededor de él y arañé sus brazos mientras empujaba
hacia mí, y antes de que pudiera decir ‘fóllame’, le monté, tomando cada
centímetro y llenándolo hasta reventar. Mis piernas se cerraron alrededor de
su cintura y mis manos recorrieron su pecho y sus musculosos brazos,
aferrándose a su cuerpo.

PODRÍA HABER SEGUIDO DURMIENDO una hora más cuando me


desperté. Su pene se había endurecido contra mi trasero y sus brazos me
rodearon.
Estirándome hasta el límite, me llenó tan profundamente que a mi
garganta seca, en carne viva por follar toda la noche, le faltó el aire. Su pene
latía dentro de mí, casi partiéndome. Me retorcí y reboté, agarrándolo con
fuerza con mis palpitantes músculos.
Nos movíamos como uno solo, con su pene deslizándose dentro y fuera,
creando esa fricción divina. Estando medio dormida, parecía como un
sueño sexy. Cuanto más profundo se hundía su miembro en mí, más
adictivo se volvía.
Entrando y saliendo hasta el momento de la gran explosión, inclinó su
polla de una manera que me hizo volar. Mi cuello estaba húmedo por su
pesada respiración, mientras que las terminaciones nerviosas se dispararon
hasta que las chispas se convirtieron en una llamarada, y un clímax
atronador me hizo volar. Flotando al borde de la conciencia, follamos hasta
que mi cabeza dio vueltas con euforia y el semen salió a borbotones de mí.
Después de que finalmente encontré la cordura, me di la vuelta y me reí.
—Bueno, creo que es un récord para mí.
Su hermoso rostro se arrugó. —¿Y eso?
—Nunca he follado tanto en una sola noche, ni me había corrido tanto.
Sus ojos somnolientos se fundieron en los míos mientras una sonrisa
crecía en su hermoso rostro. —Compartimos eso. Yo tampoco había follado
nunca tanto. Eres simplemente imposible de dejar. Eres sexy, femenina y
frágil…
—¿Frágil? —pregunté.
—No estoy seguro por qué he dicho eso. —Se frotó la cabeza y me lanzó
una sonrisa incómoda, al borde de la timidez.
Mmm… ¿Soy tan transparente?
Dado mi miedo a Bram y el vídeo sexual que me había llegado la mañana
de la fiesta, la palabra ‘angustia’ debía haber estado retratada en mi cara.
Sostuve su mirada, buscando más detalles, pero Carson volvió a ser el
hombre de pocas palabras.
Está bien, no pasaba nada. Era por la mañana y tal vez demasiado pronto
para reflexionar sobre ese comentario tan significativo.
Me retiré de sus brazos y me levanté.
Reseca, estaba desesperada por beber agua.
Después de tomar una botella de agua de una pequeña nevera en una
habitación contigua, caminé desnuda hacia la cama y sus ojos se
oscurecieron de lujuria nuevamente.
Qué espectáculo era verle con las piernas ligeramente separadas y su polla
creciendo.
¿De nuevo?
—¿Alguien se ha pasado un poco con la viagra? —pregunté, señalando su
enorme erección.
—Sí. —Su media sonrisa sexy creció.
Mi frente se arrugó. —¿De verdad?
—Tú eres la maldita viagra, Savanah.
Cuando le pasé una botella de agua, tomó mi mano y estudió mi brazo.
—¿Qué demonios? —Su cambio de juguetón a intenso fue chocante.
Me había olvidado de los moratones que había tenido tanto cuidado de
ocultar. Carson me había ayudado a olvidar lo de los golpes de Bram. Al
menos no me golpeó en la cara. Bram no era tan tonto como para dejarme
un ojo morado.
Retiré el brazo y lo escondí tras la espalda. Como si eso fuera a cambiar
algo. Ahora me había visto expuesta.
Había guardado su ataque para mí. Bram vendría tras de mí y ese vídeo
sexual me destruiría.
—¿Quién te ha hecho eso? —preguntó.
—Eh… no me acuerdo.
—Mentira. Dímelo —exigió.
—Mira, Carson, por favor. No te metas en todo esto.
—¿Es ese tipo del que te escondías en Cirque?
Asentí lentamente. —Me ha prometido mantenerse alejado. —Mi voz se
quebró. El sexo, o hacer el amor como lo llamaba Carson, me había abierto.
Me tomó en sus brazos y me meció, y luego las lágrimas brotaron de mí
como un grifo roto.
—Te das cuenta de que voy a tener que arreglarlo, ¿no? —dijo.
Capítulo 10

Carson

CUANDO SE ABRIÓ LA puerta, la música de piano resonó en el aire y me


saludó una mujer que no conocía. —Hola, soy Carson, he venido a ver a
Declan. Me está esperando.
Me indicó que entrara. Theadora, al verme, dejó de tocar unas cosas y me
recibió con una sonrisa. —Carson, ¿cómo estás?
Dividida con biombos, la elegante sala me recordó a un plató de cine, con
su elegante combinación de antigüedades y arte moderno.
—Eso sonaba muy bien —dije.
—Me estoy aprendiendo una nueva pieza. —Sonrió—. ¿Puedo ofrecerte
un té o algo? Declan está arriba.
—Estoy bien. —Me di cuenta de que había una escalera de caracol de
hierro—. Habéis añadido un piso.
—Era eso o mudarse. Nos gusta mucho estar aquí. Y ahora tenemos unas
magníficas vistas al mar. Te llevaré arriba.
—Puedo ir solo, tranquila. Por mí no dejes de tocar.
—Necesito un descanso. Y quiero asegurarme de que Declan no deje que
Julian esté todo el rato con pantallas. —Puso los ojos en blanco—. Es
demasiado blando con nuestro hijo.
Sonreí. —Dylan es muy mono. Es difícil resistirse a él, imagino.
Ella asintió lentamente con una risita. —Oh sí. Algunos días es el que lo
dirige todo y solo tiene catorce meses.
Subiendo las escaleras, entré en un enorme espacio abierto rodeado de
ventanas, donde dominaba una vista que abarcaba todo el cielo infinito y los
acantilados blancos golpeados por el océano. Nunca me habría bajado del
sillón reclinable de cuero si hubiera vivido allí.
—Esto es espectacular. —Me puse junto a la pared de ventanales—.
¿Quién necesita ver la televisión cuando tienes todo esto? —Señalé el cielo
azul, donde una formación de aves marinas en V, se deslizaban hacia el más
allá.
—Así soy yo algunos días. Me encanta sentarme y soñar despierta —dijo
Theadora.
—Parece una de las mejores opciones. —Quedé paralizado por la
turbulencia del océano.
—Y de la más perezosas.
—Tocas el piano sin esfuerzo, a nadie se le ocurriría tenerte por una
perezosa, precisamente.
Ella sonrió dulcemente. —Es muy amable de tu parte.
Declan entró, con su hijo en brazos. —Carson.
—Hola. —Toqué la cálida y rechoncha mejilla de ese deslumbrante niño
de ojos azules. Chupándose el pulgar, me devolvió una adorable y tímida
sonrisa.
Cada vez que visitaba a Declan y su familia, mi corazón siempre se
llenaba de amor.
Realmente nunca había pensado en la paternidad, pero la felicidad de
Declan era contagiosa. Después de ver a mi antiguo compañero del ejército,
siempre salía optimista para afrontar la vida.
Antes de todo esto solía caer en un agujero oscuro cuando estaba en
compañía de familias alegres. Desde entonces había superado esa
negatividad. A un nivel más profundo, me había resignado a no casarme
nunca ni tener hijos. Declan y Theadora, sin embargo, daban la impresión
que tener un matrimonio satisfactorio era cosa fácil. Incluso atractivo. Lo
que hizo que mi objetivo de convertirme en un hombre solitario pareciera
bastante triste y cobarde.
Savanah se deslizó en mis pensamientos.
¿De dónde ha salido eso?
Una noche. Eso es todo lo que había sido.
Entonces, ¿por qué no puedo dejar de pensar en ella?
—Julian se parece cada día más a ti —le dije a Declan.
Bajó a su hijo, que, al igual que uno de esos juguetes motorizados, se
tambaleaba, moviéndose en todas direcciones.
—Es muy enérgico —dije.
—Eso y más. —Declan se rio entre dientes.
Theadora tomó a Julian de su diminuta mano. —Vamos, Julian. Vamos
abajo a preparar pan de hadas.
Envolvió sus pequeños brazos alrededor de las piernas de su madre sin
poder dejar de sonreír. Si alguna vez necesitaba una imagen para describir
la armonía doméstica, lo encontraría en casa de Declan y Theadora.
Después de que la madre y el niño se fueron, me acomodé en un sofá de
cuero, crucé las piernas y estiré los brazos.
—Tu madre me ha pedido que dirija la seguridad del casino. Pensé en
consultarlo contigo.
—Eso no me sorprende. —Se pasó los dedos por el pelo.
—Pareces enfadado.
Suspiró y se acercó a la ventana. —Ethan y yo estamos bastante
cabreados con el tema. —Sacudió la cabeza—. Un maldito casino. ¿Te lo
puedes imaginar?
Me encogí de hombros. —Un lugar con clase que facilita el blanqueo de
dinero. Pero bueno, estoy seguro de que atraerá a una clientela decente.
—No con Crisp al mando.
Volví a recordar ese momento asqueroso con él y una chica lo
suficientemente joven como para ser su nieta. Manon tampoco parecía ser
exactamente alguien tímido en todo ese sórdido asunto.
—Sobre lo de Reinicio —dijo—, esperaba que pudieras considerar el
papel de CEO nuevamente.
—Eso suena a mucha responsabilidad. Quiero decir, estaba bien con los
muchachos, pero con todo lo relacionado con el lado comercial, no sabría ni
por dónde empezar.
—Tengo toda mi fe en ti. Solo necesito que te asegures de que funcione
sin problemas, nombrando al personal adecuado y supervisando el
presupuesto. Serías el capitán del barco, por así decirlo. Dime tu precio y el
empleo es tuyo.
—Entonces, ¿te reemplazaría?
Asintió. —Me gustaría centrarme en la granja y el mercado orgánico, y
también estoy a punto de ofrecerme como voluntario para rescate aéreo. Me
encanta la idea de volar y ayudar en lo que pueda. —Esbozó una sonrisa
tensa.
—¿Theadora está de acuerdo con eso?
—No daba saltos de alegría cuando se lo dije, precisamente.
—¿Te arriesgarías a todo esto? Tienes una familia. Esos aviones ligeros
pueden ser bastante peligrosos.
—He ofrecido mi avión como voluntario, que está bien mantenido, y
evitaré las tormentas eléctricas. Y solo volaría cuando no tengan pilotos.
Este nuevo empleo me ayudaría a ahorrar para un apartamento, pensé. —
Claro. Puedo hacerlo. Gracias por pensar en mí.
—Estuviste allí desde el principio. Siempre ibas a ser mi primera opción.
—Toqueteó un telescopio.
—Parece bastante potente —dije.
—Se pueden ver los anillos de Saturno en una noche clara.
Sonreí. Declan era como un niño y muy grande de corazón. Por eso me
agradaba. Hacía que el resto olvidara que era multimillonario, excepto
cuando se ponía a repartir dinero.
—Supongo que eso significa que no tendré que estar pluriempleado como
jefe de seguridad del casino, entonces.
Limpió la lente del telescopio. —Es un trabajo a tiempo parcial. Si estás a
la altura, no me interpondré. —Me miró—. ¿Necesitas el trabajo extra?
—Me vendría bien la pasta, eso es cierto. Me gustaría tener mi propio
piso y liquidar algunas cuentas pendientes.
—Sabes que siempre estoy aquí si necesitas dinero —dijo.
—Gracias amigo. Lo sé. —Sonreí con fuerza. La generosidad de Declan
siempre me había impresionado—. Ofreceré mis servicios a tu madre
durante uno o dos meses y veré cómo funcionan las cosas. Tal vez pueda
enseñarle a Drake y él pueda convertirse en mi asistente.
Declan asintió. —Creo que le gustaría. Quiere salir adelante. Charla con
él.
Me levanté. —Voy a ver a tu madre. —Hice una pausa—. ¿Qué sabes de
Bram, el ex de Savanah?
—Es un maldito problema. —Sacudió la cabeza, mostrando su
preocupación como buen hermano mayor.
—¿Le has conocido? —Se me formó un nudo en el pecho. Quería la
cabeza de ese tipejo en bandeja. No solo por esta ardiente necesidad de
hacer que Savanah estuviera a salvo, sino porque los hombres que golpean a
mujeres necesitan que les corten las pelotas. Como mínimo.
—En el cumpleaños de Savvie salimos para ir a ver a su banda en
Londres. Me han dicho que también escribe poesía. —Puso los ojos en
blanco—. No es más que un drogadicto. Cuando le conocí, estaba fuera de

—¿Qué toca?
—Él es el cantante. La música es difícil de definir. Según Theadora,
cantaba insoportablemente desafinado. Estuve de acuerdo con eso. —Se rio
secamente—. Ella también lo describió como un aspirante a Peter Doherty.
—¿Quién es ese?
—Ah, un tipo que salía con supermodelos e hizo de las drogas algo de
moda. —Respiró.
—Vi moratones en los brazos de tu hermana. También la ayudé a
esconderse de él en un club en el que estaba trabajando una noche.
Frunció el ceño. —¿Te enseñó ella los golpes?
Arrastré los pies. —Bueno, se los vi. Ella trataba de ocultarlos.
—¿Por qué no vino a nosotros? Me pregunto… —Declan murmuró,
mostrando una preocupación genuina—. Ethan ha mandado que lo
investiguen, y tenemos a alguien siguiéndole con la esperanza de pillarle
comprando drogas. De esa forma le tendremos agarrado por las pelotas.
—Es un buen plan, supongo. Pero por ahora, la está acechando.
Su ceño se arrugó. —¿Ella te lo ha dicho?
Me retorcí. La mirada de sorpresa en el rostro de Declan no me pasó
desapercibida.
¿Debería decirle ahora que estoy enamorado de su hermana?
Me contuve. Principalmente porque no estaba seguro de lo que quería
Savanah. No podía decir si nuestra noche de sexo apasionado fue solo un
escarceo más para ella o algo más profundo.
Sin embargo, su cabeza sobre mi pecho, acurrucada, seguía invadiendo
mis pensamientos. También me había sido imposible deshacerme de la
erección, pensando en cómo fue mía, y sonreía más a menudo.
Para mí, no era solo follar. Tener a alguien a quien abrazar y tocar era
igual de agradable.
—Ella me ha contado algo, pero no ha entrado en detalles.
—Tendré que convencerla de que presente cargos, entonces. —Declan se
frotó la nuca.
—No quiere. Ya se lo he sugerido. —Recordé la mirada asustada en el
rostro de Savanah. Obviamente Bram tenía algo con lo que chantajearla.
—¿Qué hay de su padre, el Lord? —pregunté—. Él no querría que su hijo
dañara la reputación de la familia.
Rio. —Eso es típico en este entorno. Los niños de la nobleza drogados
son tan comunes como los patanes borrachos en un partido del Man U.
—Entonces, ¿cómo es que tú saliste tan bien?
—Me desvié del camino por un tiempo. Eso sí, nada de drogas. Ethan lo
pasó peor. Fue adicto a la cocaína y al sexo. A mí me iban más los coches
rápidos, los aviones y las guerras imposibles de ganar.
Asentí lentamente. —Nunca has hecho alarde de tu riqueza. Siempre
fuiste uno de nosotros.
—Eso significa mucho. —Sonrió—. No fue hasta que me enamoré de mi
hermosa esposa que todo encajó. Lo mismo le pasó a Ethan. Los dos
estamos felices y enamorados. Regalaría todo esto en un abrir y cerrar de
ojos si tuviera que elegir entre Theadora y las comodidades de la riqueza.
¿Quería eso?
Quizás.
Necesitaba que todo fuera sencillo, pero ¿podría ser sencillo con mi polla
de por medio?
Savanah y sus gemidos en mi boca cuando la penetré llenaron mis
pensamientos. Eso era lujuria pura y sin adulterar. Nada más. Y éramos
como el agua y el aceite, completamente diferentes.
Mientras bajábamos las escaleras, dije: —Me gusta lo que has hecho con
este lugar.
El pequeño Julian se acercó corriendo. —¡Papá, papá! —Sostenía un
pequeño modelo de avión y estaba a punto de tirarlo, cuando Declan se lo
quitó de la mano.
—¿Cómo has cogido tú esto? —preguntó.
La criada salió corriendo. —Lo siento mucho, Declan. Lo estaba
limpiando.
Theadora sacó una tetera. —Le encanta ese avión.
—Lo hice en sexto grado. —Declan quitó el avión de madera de las
manos de su pequeño hijo.
Negó con la cabeza y sonrió. —Quiere lo que no puede tener.
—Bienvenido a la tierra. —Me reí—. Con esta reflexión filosófica, me
despido de vosotros.
—¿Vas a ir a la inauguración de Salon Soir? —preguntó Theadora
mientras me acompañaban a la puerta con Julian siguiéndome, haciendo
unos adorables gorgoritos.
—El casino dará una gran inauguración mañana —añadió Declan.
Asentí. —Tu madre me pidió que trabajara como seguridad.
—No puedes. Deberías disfrutar de la noche —dijo Theadora—. Habrá
muchas chicas guapas. —Prácticamente le guiñó un ojo a Declan.
Mi cabeza se sacudió hacia atrás. —¿Es que parezco un solitario o qué?
Ella se rio. —No. Pero una novia no estaría de más.
—¿De este mundillo? Mi cuenta bancaria no está exactamente lista para
desayunar en Harrods.
Declan palmeó mi espalda. —Theadora quiere que todo el mundo sea
amado. Le gusta usar vestidos bonitos y tener cualquier excusa para una
boda o fiesta. ¿A que sí? —La atrajo con fuerza y dio un prolongado beso
en su mejilla.
—Hablando de arreglarse, entonces tendré que alquilarme un traje,
supongo —dije.
Theadora se rio. —Con cualquier cosa casual estarás bien, Carson.
Sonriendo, besé su mejilla y me despedí.
Proteger a Savanah de Bram, y verla desnuda girando sobre mí otra vez,
eran mis únicos pensamientos mientras caminaba de regreso a Reinicio.
EL OLOR A PERFUME flotaba en el aire. Sobraba la piel expuesta,
mientras que los hombres vestían principalmente con esmoquin. Algunos
vestían chalecos y otros vestían esmoquin blanco. En general,
adecuadamente ostentosos, mientras entraban por las puertas del nuevo
casino.
Mi chaqueta me parecía ajustada. Permití que la chica me convenciera
para ajustarla un poco. Según ella, a las mujeres les gustaban los hombres
con trajes que resaltaban sus músculos. No es que yo estuviera en una
misión de rescate. Todo era demasiado complicado en este entorno de ricos.
Además, solo había una mujer que me ponía caliente, y eso presentaba todo
tipo de problemas.
Trabajando como seguridad, Drake se paró en la puerta, pero en lugar de
una postura con los brazos cruzados y una cara pétrea, era todo sonrisas
gracias a Manon. Con un diminuto vestido que no dejaba nada a la
imaginación, parecía que lo tenía comiendo de la palma de su mano. Sus
ojos se llenaron de estrellas mientras ella reía y coqueteaba.
Necesitaba recordarle que el trabajo de seguridad significaba parecer duro
todo el tiempo y no bajar la guardia. Incluso si una chica bonita se te ofrecía
a mostrarte sus tetas o chupártela.
Hablaba desde la experiencia. En mis primeros días fuera del ejército,
hice exactamente eso y perdí algunos trabajos gracias a mi libido
incontrolable.
—Hola, grandullón. —Drake sonrió.
—Hola tío. —Asentí hacia él y luego a Manon, quien me miró de arriba
abajo con una sonrisa.
—¡Vaya sitio! —Señalé la fachada con paredes de roca iluminada por un
espectáculo de luces de colores cambiantes. El diseño combinaba tan bien
con Elysium, que parecía como si ambos establecimientos estuvieran
conectados. No podría haber imaginado que Caroline Lovechilde aprobara
esto. Era uno de los pocos misterios que rodeaban a esta familia.
Simplemente no podía entender su afiliación con alguien como Crisp. Había
conocido a algunas serpientes en mi vida, y él habría sido el rey de todos
esos personajes resbaladizos.
—Bueno, mira, eh… —Me giré hacia Manon—. ¿Puedes darnos un
minuto?
Ella se encogió de hombros como una adolescente a la que le dicen que
no fume y luego se fue pavoneándose.
—Joder, se me mete la cabeza —admitió.
—Es una fuera de serie. —Me refería a su diminuto traje, que estaba
compuesto de la suficiente tela para cubrirla los pezones y el trasero.
—Y qué lo digas. —El veinteañero sonaba torturado.
Noté su mueca. —¿Te estás acostando con ella?
—Eso quisiera. Ella se ofreció a acostarse conmigo la otra noche. Pero
entonces ese viejo idiota pelirrojo la arrastró.
—Mejor no te involucres. Ese es tu jefe.
—La Señora Lovechilde es mi jefa. —Su boca se levantó en un extremo
—. Quiero decir, tú también.
—Sobre eso… —Tomé un respiro. No era muy divertido dar órdenes.
Estaba a punto de hablar cuando, en la distancia, vi a Savanah caminando
tambaleándose con tacones súper altos, mientras que, muy cerca, con un
traje de terciopelo azul brillante y el pelo alborotado, Bram se pavoneaba,
aunque parecía medio dormido.
Me di cuenta de que la mano de Savanah detrás de su espalda se aferraba
a la de él, como si tratara de ocultarlo.
Qué coño…
Un nudo se formó en mi estómago. Ayer mismo estuvimos juntos
teniendo sexo duro y lascivo.
Tal vez eso fue todo para ella. Solo quería mi cuerpo. Mi polla. No podía
sacársela de la boca ni dejar de tocarla.
—¿Qué me estabas diciendo? —Drake me sacó de ese pensamiento
caliente.
—Tienes que estar en guardia. Sin coquetear. Pon aspecto de tipo duro.
Piensa en lo que podrías hacerle a un gilipollas si le hiciera daño a tu
madre. Ese tipo de actitud.
Respiró. —Le mataría.
—Tal vez eso es ir muy lejos. Pero en este trabajo, se trata de jugar al
Señor Tipo Duro. No puedes volverte loco por una chica. Incluso si ella se
ofrece a mamártela. ¿De acuerdo?
El asintió. —Me esforzaré más en ignorar a Manon y sus flirteos.
—Buena idea. En cualquier caso, ella es un problema. —Miré
directamente a los ojos azules, muy maquillados, de Savanah mientras
hablaba, y en lugar de devolverme la sonrisa, parecía estresada.
¿Por qué está cogiendo la mano de ese idiota?
Debería odiarle.
Bram enganchó su brazo alrededor de sus hombros y se inclinó hacia ella,
haciéndola perder el equilibrio. Tuve que ayudarla a estabilizarse
cogiéndola del brazo.
—Gracias, Carson. —Su boca tembló en una sonrisa.
¿También va drogada?
—Hola. —La miré a ella y a su pareja.
—Este es Bram.
Él gruñó y esbozó una sonrisa cursi. Gilipollas sarcástico. No creo que
recordara que lo amenacé en el Cirque.
Se inclinó y la besó como para reclamarla, mientras sus ojos llenos de
pánico permanecían pegados a mi rostro.
Después de una pausa tensa, dije: —Vale, bueno, divertíos. Nos vemos.
Necesitaba una copa desesperadamente.
Capítulo 11

Savanah

CON EL EMPAPELADO ROJO en relieve, muebles negros y candelabros


rosados, Salon Soir me recordaba a un burdel del siglo XIX; era un poco
tosco para mi gusto.
Mi pecho se apretó cuando solté la mano sudorosa de Bram, esperando
que no se diera cuenta.
Justo cuando la vida me había sonreído, gracias a Carson y un par de
noches de placer inimaginable, Bram destrozó mi felicidad y boom, me
derrumbé.
Mi pasado imprudente finalmente me había alcanzado. Ese vídeo sexual
que llegó a mi portátil, vino con un ultimátum: “harás ver que eres mi novia
y te follaré cuando yo quiera”.
A Bram le gustaba hacerme daño cada vez que follábamos. Ahora, y
gracias a Carson, había descubierto el placer de follar con todos sus matices
combinados, con un sinfín de suaves caricias y profundos besos.
No podía dejar de mirarle con ese esmoquin que se aferraba a su cuerpo
varonil como lo haría si estuviéramos solos y desnudos. Pero era algo más
que su cuerpo caliente y nuestra gran química. También me llevó a querer
mirarme más adentro.
Siempre había sido muy superficial, siempre había huido de la
autorreflexión. Incluso admitir eso me llenaba de autodesprecio,
especialmente ahora que Bram me había esclavizado.
¿Qué diablos había visto en él?
Al menos Bram no esperaba que fuéramos exclusivos. Una pequeña
concesión. Sin embargo, sentí que Carson no querría a alguien compartido.
Sé que odiaría la idea.
—Soy un libertino de cabo a rabo, no creo las cadenas de la monogamia
—anunció Bram, como si hacer esa declaración le designara como
candidato al premio al honor.
—Este es el trato: follaremos cuando esté de humor y pasaremos el rato
juntos en asuntos familiares, por aburridos que sean. Las mejores drogas se
mueven en nuestro mundillo. —Se rio.
Podría estar hablando de los preparativos de un viaje o de nuestro menú
para la cena.
—Pero, ¿por qué? —pregunté.
—Porque necesito mostrarle a mi querido padre que estoy saliendo con la
chica adecuada.
Sabía que estaba jodida de cualquier manera, así que asalté el botiquín de
mi madre en busca de su reserva de Xanax.
—Vaya... todos los aburridos habituales. —Bram miró alrededor de la sala
circular llena de mesas de fieltro verde y una barra tenuemente iluminada
en la esquina—. Vamos a jugar a la ruleta, ¿de acuerdo?
Apenas podía hablar, especialmente con Carson y su mirada inquisitiva
quemándome desde el otro lado de la sala. Estar separados dolía. Quería
estar a su lado, coqueteando, diciendo tonterías, emborrachándome y luego
volviendo a Merivale para tener más sexo increíble.
El problema era que, si Carson se enteraba de que me habían chantajeado,
se metería por medio y el padre de Bram, conocido por sus tácticas de mano
dura, podría incluso hacer que mataran a Carson.
Todos estos pensamientos enloquecidos de pesimismo me atravesaron,
mientras estaba de pie entre aquella multitud ruidosa. Por ahora, tenía que
mantener los labios apretados y pintar una sonrisa de felicidad.
¿Cómo diablos me he metido en este lío?
—¿Vienes? —preguntó Bram, con sus ojos oscuros dilatados y los
párpados medio cerrados.
—No, ve tú. No me gusta la ruleta.
Tiró de mi brazo, haciéndome tambalear, y cuando miré a Carson, frunció
el ceño. Le devolví una sonrisa temblorosa, asumiendo que él podría
intervenir. Mi corazón deseaba tanto que Carson me salvara de este
monstruo… pero con ese vídeo sexual acabando con mi oportunidad de ser
feliz, puse una sonrisa falsa en su lugar.
—Estás conmigo. Tenemos una relación. Tienes que venir a animarme
mientras desplumo sus pequeños traseros con títulos nobiliarios.
—¿Como el tuyo, quieres decir? —respondí con frialdad.
Entrecerró los ojos y luego se echó a reír. —Me pones jodidamente
cachondo cuando te resistes, perra.
Puse los ojos en blanco, contuve el aliento y dejé que me arrastrara hasta
la mesa de juego.
Crisp, el padre de Bram y otros invitados se sentaron alrededor de la
mesa, apilando sus fichas.
—Buenas noches, papi. —Bram se puso junto a su padre. Incluso tenían
los mismos ojos pequeños y brillantes.
Mientras tanto, miré a Carson, deslicé mis ojos e incliné mi cabeza muy
levemente hacia el tocador. Necesitaba hablar con él, urgentemente. Al
menos para darle una especie de versión diluida de este último drama.
Ethan entró con su brazo enlazado al de Mirabel. Llevaba un vestido con
volantes con lunares verdes y blancos que la hacía parecer española, con
una flor en su largo y lustroso cabello rojo.
—¿Vas a actuar? —Le di un beso en la mejilla.
—No. Pero vi esto en un mercado de clásicos y no pude resistirme.
—Estás hermosa, como siempre —dije.
Ethan se había dejado barba, y cada vez que le veía, no podía evitar
reírme. —Hola, hermano hipster.
Él se rio. —Mi peluquero me echa de menos.
Apuesto a que sí.
—Mamá la odia, por supuesto.
Me reí. Me hicieron sentir mejor que en toda la noche.
—Hablando del tema, ha llegado con Carrington del brazo. Parece que
ahora tienen algo serio.
El asintió. —Tiene un brillo en los ojos, está claro.
—¿Qué sabes sobre él? ¿Aparte de que es escritor?
Ethan saludó con la cabeza a Kelvin, que destacaba con una chaqueta
púrpura brillante.
—Kelvin parece parte de la decoración navideña otra vez —murmuró,
haciendo reír a Mirabel.
—Mamá está feliz. Eso es lo principal —dijo Ethan—. Cary parece un
buen tipo.
—Will era un buen tipo, y mira lo que pasó —le dije.
Bram gritó algo, atrayendo la atención de todos hacia la ruleta. Siempre
llamando la atención, bebió un trago y chasqueó los dedos hacia el
sirviente.
Humillada, quise esconderme bajo una piedra.
—¿Sigues viendo a ese imbécil? —preguntó Ethan.
Suspiré. —Es una larga y penosa historia. Me vendría bien tu ayuda.
Estaba a punto de responder cuando llegó Declan con Theadora. Parecía
una diosa, como siempre, con un vestido de seda rojo con cola corta.
Carson encontró mi mirada de nuevo. Desde el momento en que llegué,
no habíamos dejado de mirarnos furtivamente, lo que intensificó este
impulso apremiante de hablar con él.
Un par de chicas se unieron a Carson y le dijeron: —¿Podemos ver qué
hay dentro de esos pantalones ajustados?
Quería gritar: ‘Alejaos. Él es mío’. Un doloroso suspiro hizo que mi
espíritu se desinflara mientras me clavaba las uñas en la palma.
Me volví hacia mis hermanos. —Necesito hablar con vosotros dos fuera
urgentemente.
Declan parecía preocupado. Tenía buenas razones para estarlo. Esta vez la
había liado bien.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Dadme cinco minutos. Os veré fuera junto a la fuente. —Mi boca
tembló ligeramente. Odiaba tener que contarles lo del vídeo. La vergüenza
me convirtió en piedra.
Sin embargo, no sé dónde habría acabado sin mis hermanos. A pesar de
sus actitudes críticas hacia mi elección de novios, siempre me habían
apoyado cuando las cosas iban mal.
Mientras me dirigía al tocador, Bram tropezó. Ya borracho, al parecer. —
¿Adónde vas? Deberías estar conmigo, a mi lado, animándome. Estoy
ganando a lo grande.
—Ya te oigo.
Se rio de mi fría respuesta. —Alentadora, como siempre.
—Tengo que ir al tocador y Declan necesita verme por un asunto familiar.
No te preocupes. No me iré sin decírtelo. Parece que ahora estoy
encadenada a ti.
—Oh. —Puso una sonrisa maliciosa—. Me gusta esa idea. Tenemos la
bodega de Benson Hall. Una antigua mazmorra, me han dicho. Esa idea me
la pone dura.
Quería vomitar. Se había vuelto aún más repulsivo con esos ojos drogados
y amenazantes. Y encarcelarme en un calabozo sería el tipo de cosas que no
tendría problema en hacer. Bram amaba lo macabro. Incluso había hablado
de su interés por el satanismo. Ahí es cuando debí haber salido corriendo.
En cambio, le encontré refrescantemente excéntrico, y ser hijo de un Lord
ayudó. Mi madre estaría feliz con el cambio, dada mi predilección por los
personajes oscuros. Si ella supiera... Bram hacía que mis otros, los llamados
novios plebeyos, parecieran adolescentes que jugueteaban con un poco de
alcohol y fumaban cigarrillos.
Deliberadamente tomé el camino más largo para poder hablar con Carson.
Se merecía una explicación. Incluso me envió un mensaje de texto anoche.
Habíamos estado juntos durante dos noches seguidas, incapaces de dejar de
tocarnos. Mis sábanas olían a él. Y luego Bram me envió el vídeo sexual
junto con un ultimátum, y no me atreví a responder el mensaje de texto de
Carson sobre vernos después de la fiesta.
Habría dado cualquier cosa por caer en sus brazos y ser solo nosotros.
No reconocí al par de rubias que estaban a punto de restregarse sobre él.
Saber cuánto odiaba a las chicas demasiado maquilladas me dio algo de
esperanza.
¿Sabría encontrar el camino?
El hecho de que hubiéramos sido inseparables durante dos noches no nos
convertía exactamente en una pareja.
Pensé en él gloriosamente desnudo sobre la cama, sus brazos llenos de
músculos. Y sus piernas un poco separadas, dejando espacio a su enorme
polla.
Me incliné para tomarlo en mi boca cuando me pidió que me quitara el
pintalabios. No podía creérmelo. Normalmente, le habría sacado el corte a
quien me hubiera pedido algo así, pero me ablandaba estando con él. Podría
haberme pedido que hiciera puenting desde el Puente de Londres, y lo
habría hecho, lo cual era significativo para alguien que odia las alturas.
Después de limpiarme la cara, a petición suya, me sentí tan expuesta que
oculté mi cara con las manos.
Movió mis manos y me miró a los ojos. —Eres naturalmente hermosa,
Savvie. No lo olvides. No necesitas esa mierda en tu cara. Ahora chúpame
la polla.
Saludé al ex soldado, me arrodillé y lo devasté. Después de eso me
devoró, convirtiéndome en un desastre orgásmico que se retorcía. Era como
si estuviéramos hambrientos el uno del otro.
El agradable recuerdo se desvaneció y la dura realidad volvió a
derrumbarme cuando me acerqué sigilosamente a él. Tales eran mis nervios
que mis piernas apenas se movían.
Cuando me acerqué, su atención se alejó de la chica que le susurraba al
oído y sus ojos se clavaron en los míos de nuevo.
—Hola, Carson. —Hice una mueca y sonreí dócilmente al mismo tiempo.
—Veo que te has traído a tu novio. —Ladeó la cabeza hacia Bram, que
golpeaba la mesa como un mocoso petulante. Gritó algo y su padre le
agarró del brazo y luego me miró.
Mierda. ¿Lord Pike espera que también cuide a su hijo fuera de control?
—Es complicado. ¿Puedo verte más tarde? —Me mordí el labio.
Ladeó la cabeza hacia la mesa de juego. —Pero estás con él.
Solté un profundo suspiro. Esperaba que Bram se desmayara en algún
rincón para poder escabullirme. Por vergonzoso que fuera. Mi madre ya me
estaba lanzando miradas extrañas. Bram hacía que mi ex, Dusty, pareciera
un voluntario en hogares de ancianos.
Esto iba de mal en peor.
Quería llorar.
—No es lo que parece. —Se me llenaron los ojos de lágrimas y, antes de
que pudiera responder, hui al tocador.
Encontré a Theadora apoyada en el espejo, pintándose los labios.
Incapaz de contener el torrente de lágrimas, me dejé caer en el sillón y
hundí la cabeza.
Theadora se arrodilló a mis pies. —Oye, ¿qué ha pasado?
Las lágrimas brotaron sin control.
—Me he metido en un puto lío.
Frunció el entrecejo, acercó una silla y me tomó de la mano. —¿Qué ha
pasado?
—Acabo de pedirles a Ethan y Declan que se reúnan conmigo afuera, solo
que me da vergüenza contarles lo que me ha pasado. —Mi voz tembló
mientras sofocaba un sollozo.
—Todo se va a arreglar, verás, puedes contármelo. No saldrá de esta
habitación.
Su comprensión y su tono amable me ayudaron a calmarme. Theadora se
había convertido en un modelo a seguir. Como esa hermana que nunca tuve.
Y alguien a quien había llegado a amar y respetar.
—Hay un vídeo sexual. —Entrelacé mis dedos para evitar que temblaran.
—¿Te están chantajeando?
Asentí. —Es lo que se ve en el vídeo lo que me asusta. Es muy
humillante.
—¿Y no puedes pagar lo que piden y ya está? —Se levantó—. Vamos,
vamos a arreglarte esa cara. Mira, estoy segura de que Ethan y Declan no te
obligarán a compartir todos los detalles, pero sabrán qué hacer.
Suspiré pesadamente y asentí. —Solo espero que no pregunten qué se ve
en el vídeo.
Tenía que decírselo a alguien, o reventaba.
—¿Eres tú teniendo sexo? —preguntó con delicadeza.
Me quité el rímel de las mejillas y me maquillé los ojos con el dedo.
—Estaba en una fiesta que se había convertido en una especie de orgía.
Todos habíamos tomado drogas. —Tragué con fuerza—. Terminé en una
habitación con Bram, que parecía disfrutar mirándome… —tartamudeé.
Theadora era familia y no Jacinta o Sienna, a quienes les encantaba hablar
de sexo con todos los matices del libertinaje.
—Entonces, ¿apareces con más de un hombre?
Su tono delicado me animó en cierta forma. —Dos hombres y una mujer.
Ella me estaba lamiendo, mientras yo se la chupaba a un tipo y el otro se
masturbaba. —Solté el aire atrapado en mi pecho. No escatimé ni un puto
detalle.
Theadora parecía justificadamente sorprendida. —¿Quién lo grababa?
—Bram.
Su mandíbula se abrió. —Qué asco.
Asentí. —Está jodidamente enfermo.
—No es absolutamente nada que Declan no pueda resolver —dijo,
llevándome de la mano.
—Él es el héroe de la familia, ¿verdad? Ethan también es bastante bueno.
—Tragué otro nudo en la garganta.
Salimos a la sala llena de gente y nos encontramos a Bram gritándole al
crupier. Su padre tuvo que arrastrarle fuera.
—Oh, mierda —murmuré.
Theadora le devolvió una sonrisa triste. —Oye, ¿por qué no vamos por la
parte de atrás? Así no tendrás que cruzarte con él.
—Me alegra que estés aquí, Thea. —Una sonrisa se estremeció en mis
labios.
La seguí por la parte de atrás, donde un guardia de seguridad abrió la
puerta para que pasáramos.
Me quité los zapatos porque delante se extendía una colina, y Theadora
hizo lo mismo. Le levanté la cola para que no se ensuciara y ella se aferró a
esta.
Con la suerte de mi lado, cuando llegamos a la parte principal, nos
encontramos a Lord Pike regañando a Bram, como si estuviera regañando a
un niño rebelde. Aunque era un consuelo frío, yo no era la única al que su
hijo enloquecido había avergonzado esa noche.
—Espera aquí —dijo Theadora, mientras nos parábamos detrás de un
árbol.
Pude ver a Bram dándose la vuelta, buscando a alguien. Probablemente a
mí.
Encendió un cigarrillo y se apoyó contra la fuente de Venus posando
sobre una concha llena de monedas. Había pensado que la escultura era de
mal gusto, al igual que mi madre. Aparentemente, la diseñó un amigo de
Crisp, lo que no era ninguna sorpresa. El gusto requería talento, no riqueza.
Envié a Theadora a buscar a mis hermanos para poder permanecer
escondida.
Cruzándome de brazos, me apoyé contra el árbol, deseando poder
reescribir el año pasado. Quedarme con Carson y deshacerme de todo lo
demás, incluida la residencia de Manon en Merivale.
Cuando se reunieron conmigo, Theadora me cogió de la mano.
—Tu novio está fuera de sí y causando problemas. Drake no está seguro
de si echarle o no. Yo ya lo habría hecho —dijo Declan.
—Me está chantajeando. Estoy en problemas. —Miré a Theadora en
busca de coraje y ella me apretó la mano—. Hay un vídeo sexual.
Declan frunció el ceño. —Si quiere dinero, eso es bastante fácil.
Negué con la cabeza. —No es dinero. Me quiere tener de novia trofeo.
—¿Y solo para él? —preguntó Ethan.
—No. También le gustan los chicos. Incluso más, creo. —Mi rostro se
arrugó con consternación. Con cada palabra, la fealdad de la situación
crecía como un tumor mortal—. Él quiere que aparente ser su novia de cara
a su padre. Lord Pike quiere que Bram se case con alguien adinerado. —
Puse los ojos en blanco—. Ya conocéis este mundillo, la misma basura de
siempre.
En la distancia, Bram se tambaleaba con un cigarrillo colgando de su
boca, abordando a la gente con balbuceos y convirtiéndose en una molestia
para todos.
—Así que su padre, que conoce bien a nuestra familia, te está echando
mierda encima. ¿Sobre nosotros? —Ethan preguntó con bastante ira.
—Sí. Eso es todo.
—Lord Pike es conocido por sus deudas de juego y sus mujeres. Él no es
exactamente Don Buen Tipo —dijo Declan.
—Es de familia. —Suspiré.
—Tú eres multimillonaria por derecho una vez cumplidos los treinta,
Savvie —dijo Ethan.
Suspiré. —Su padre va detrás de mi dinero, seguro. Y Bram necesita
mantener su paga. Su padre le ha amenazado con cortarle el grifo si no
asienta la cabeza. Conmigo, al parecer.
—Eso no va a suceder. —Declan se cruzó de brazos en desafío.
Saber que no estaba sola en esta lucha me ayudó a levantarme el ánimo.
Pero también necesitaba a Carson más que nunca.
Capítulo 12

Carson

BRAM ERA UN IDIOTA de categoría. ¿Qué estaba haciendo Savanah con


él? Cogida de su mano, mostrándole a todo el mundo que estaban juntos.
Y lo más importante, ¿por qué me seguía pareciendo que el cielo se me
venía encima? Cada fibra de mi cuerpo me gritaba que la rescatara de aquel
idiota, pero no pude. El destino quería mantener lo nuestro en secreto.
¿Necesitará que la salven? ¿O es solo un juego retorcido?
Todavía no podía creerme que hubiera aparecido con él, especialmente
después de decirme cuánto le odiaba, algo que no me sorprendió en
absoluto porque Bram se comportaba como otro borrachuzo más, como los
que solía echar de las discotecas.
Drake seguía mirándome. Noté que no parecía estar seguro de si
intervenir y hacer precisamente lo que yo haría. Cuando Bram comenzó a
montar el espectáculo, Drake se acercó para hablar con él, pero luego un
hombre mayor, que supuse que era el padre de Bram, intervino, le dijo algo
a Drake y luego arrastró a su hijo lejos. Diez minutos después, Bram
regresó y comenzó a causar revuelo otra vez.
Salí a tomar aire y vi a Savanah con sus hermanos y Theadora. Parecían
concentrados en la conversación, que tenía toda la pinta de no ser
distendida, sino algo serio. Savanah gesticulaba y sacudía la cabeza por
algo. Tenía motivos para parecer preocupada. Su novio era un maldito
alborotador.
Drake había regresado a la entrada y me acerqué para hablar con él. —
¿Tu primer enfrentamiento?
Sacudió la cabeza. —No. Hace un tiempo, tuve un encontronazo con
Reynard Crisp en Merivale. Le tiré al suelo y me sorprende que no me haya
metido en la lista negra para trabajar aquí, ya que es suyo, según me han
dicho.
—Ha sido por recomendación mía. Y me da que Crisp está ya curtido.
Diría que ha sufrido unos cuantos golpes. No se puede vivir con esa
arrogancia y esperar ir haciendo amigos.
—Me dan ganas de darle una paliza cada vez que le veo insultar a Manon.
Ella es jodidamente joven para él.
—No dejes que te afecte así. —Miré a Savanah, que ahora estaba
agitando las manos, perdida en la discusión—. Bueno, me tengo que ir. —
Toqué el brazo a Drake.
No podía beber más champán, por no mencionar las chicas que se me
ofrecían para una noche de diversión. Simplemente no estaba de humor.
Tan solo había una mujer que deseaba, pero había llegado con el peor tipo
posible.
Mi teléfono sonó y el mensaje decía: —Necesito hablar contigo. No estoy
con Bram. ¿Podemos quedar para explicártelo?
Respondí: —Voy. ¿Cuándo? ¿Dónde?
Los tres puntitos aparecieron en la pantalla, signo de que ella estaba
escribiendo y luego llegó respuesta: —En mí casa, ¿en una hora?
Mientras reflexionaba sobre su petición, me froté la mandíbula sin afeitar.
¿Cómo podría estar a solas con ella y solo hablar?
Una mirada a Savanah y no sería capaz de resistirme en abrazar su cuerpo
suave contra el mío. Tomando una respiración profunda, tecleé: Claro.
Demasiado nervioso para irme a casa, me dirigí al Mariner a por una
cerveza. Me encontraba mejor en el pub. Toda esa gente rica y bien hablada
me ponían de los nervios. No había nadie real entre ellos, sin contar a los
Lovechilde, que me trataban como a un igual.

UNA HORA DESPUÉS, REGRESÉ a Merivale y entré por la parte de


atrás, donde Savanah me esperaba junto a la piscina iluminada, fumando y
meciendo su cuerpo.
—Hola. —Me uní a ella—. Pensé que lo habías dejado.
Echó el humo hacia un lado para evitar darme en la cara. —Lo hice. Pero
todo se ha complicado demasiado.
Me puse frente a una fogata encendida en un pozo de hierro oxidado.
—¿Quieres algo de beber?
Miré su vaso y negué con la cabeza.
—Yo estoy con un Gin tonic. —Su mano tembló ligeramente.
—¿Dónde anda el feo hermano menor de Pete Doherty?
Ella se rio para luego ponerse seria otra vez. —Por alguna parte andará,
supongo. —Miró hacia abajo y luego levantó los ojos lentamente para
encontrarse con los míos.
—Mira, Savanah, no me parece….
—No. —Dio una calada al cigarro en silencio mientras jugueteaba con el
vaso—. Tengo que seguir con él.
—Vale. Entonces, ¿qué hago aquí? —Me calenté las manos sobre el
fuego. Aunque la noche no era la mejor, no solo el aire me estaba dejando
frío.
Ella frunció el ceño. —¿Por qué actúas así?
—¿Cómo? —Me encogí de hombros.
—¿Ni siquiera vas a luchar por mí? —Savanah levantó las manos y sus
muñecas magulladas me llamaron la atención.
Le cogí la mano. —¿Y estas marcas? No recuerdo haberlas visto anoche.
Ella las retiró rápidamente. —No es nada.
—Mierda. —Me senté de nuevo—. ¿Te está haciendo daño otra vez?
Se mordió el labio y se negó a responderme.
—Cuéntamelo —presioné.
—Es complicado. —Suspiró—. Pero, ¿no podrías quedarte conmigo esta
noche? —Una sonrisa coqueta tocó sus labios.
En cualquier otro momento, esa invitación entrecortada habría dado como
resultado nuestra ropa amontonada en el suelo y yo devastando su delicioso
coño antes de que pudiera decir: ‘Ven a la cama’.
Savanah me estaba volviendo loco. La deseaba mucho, pero no así. No
con ella saliendo con ese imbécil y sin decirme por qué.
—No me parece bien, Savanah. —Señalé las marcas oscuras en su
muñeca—. Dime, ¿te ha hecho él eso?
El vaso que temblaba en su mano respondió a esa pregunta.
Resoplé y me levanté de nuevo. —Si no eres sincera conmigo, entonces
no tiene sentido que esté aquí.
—Solo intento protegerte, Carson. Por favor créeme.
Su voz tembló y mi corazón se partió. Abrumado por la necesidad de
abrazarla fuerte y besar su dolor, me refugié en el estoicismo militar.
Savanah me convertiría en un debilucho acobardado si no permanecía
fuerte.
—Puedo cuidarme solo, muchas gracias. Parece que tú eres la que
necesita protección.
Verla tan perdida me hacía imposible moverme del sitio. No podía irme
estando ella en ese estado.
Me senté de nuevo. —No estoy seguro de lo que puedo hacer a menos que
seas sincera. Dime qué diablos está pasando. ¿Por qué estás con él?
—Es complicado. Por ahora, tengo que estar con él.
—¿Te lo estás follando?
Ella sacudió la cabeza. —No desde que estoy contigo.
—Entonces, ¿por qué estás con él?
Savanah encendió otro cigarrillo. —No puedo decírtelo. Por favor, no
vuelvas a preguntar. Solo te quiero aquí, conmigo.
Tocó mi entrepierna, y mi pene reaccionó a la insinuación de su suave
mano.
—Parece que tú también quieres estar aquí. —Me lanzó una sonrisa
picaresca.
Mirándola a los ojos, mantuve la cara seria. —Te quiero, sí. Te follaría
una y otra vez, pero no me parece bien.
—Ni siquiera tenemos una relación, Carson. Y parecías estar muy
cómodo con esas supermodelos de la fiesta.
—Como ya sabes, prefiero a mujeres con los pies en la tierra. —Sacudí la
cabeza con frustración. Estábamos dando vueltas en círculos sin llegar a
ninguna parte. Si bien a Savanah le podía gustar toda esta situación, yo la
odiaba.
—Tú eres la que apareció con otro. Y sinceramente toda esta historia de
mierda tuya me hace preguntarme si estás conmigo solo por mi polla,
mientras sales con ese desperdicio por su título familiar.
Se quedó con la boca abierta, y soltó un resoplido con los labios
entreabiertos. —¡Dios mío! Eso no es cierto. Me gustas por mucho más que
el sexo.
Extendí las manos. —Entonces, ¿por qué diablos te estás haciendo pasar
por esto? —Señalé sus muñecas—. Tienes que denunciarle.
—Es una situación complicada de la que estoy tratando de salir. Le odio.
Tenía que moverme, aunque solo fuera para poner distancia entre
nosotros. Su perfume a rosas me llevó a recuerdos de ella gimiendo mi
nombre mientras se corría en mi boca.
—No me gustan las cosas complicadas. La verdad que todo esto no me
sorprende. Estoy aquí para ayudar, no para juzgar. No creo que sea yo el
que complique las cosas.
Capítulo 13

Savanah

VAYA NOCHE DE MIERDA. Apenas había dormido, y luego Bram me


había llamado exigiendo que nos reuniéramos para comer.
Ojalá no volver a verle nunca más.
Llevaba llorando toda la noche. No podía creer que Carson se hubiera
marchado así. Pero, en el fondo le entendía. A mí tampoco me hubiera
parecido bien todo esto.
A un nivel más profundo, mi corazón se reconfortó al saber que le
importaba. Quizás era poco consuelo, porque si no lo hubiera hecho, habría
estado a mi lado, abrazándome, toda la noche.
En realidad, este vínculo cada vez más profundo con Carson se había
vuelto tan abrumador que me había convertido en una sombra de mí misma.
Mi corazón apenas latía, y casi no podía respirar sin él.
Aunque Bram me había exigido que fuéramos a Londres, yo necesitaba
encontrar alguna excusa para quedarme en Merivale, cerca de Carson.
Angustiada ante la idea de hablar con Bram, respiré profundo e hice la
llamada. —Eh… no me encuentro bien. Tengo migrañas.
—Tómate algo y ven. No me hagas enfadar. —Desde luego no sonaba
como si estuviera bromeando.
—No. No quiero. Me estás agobiando.
—Estarás más agobiada cuando suba ese vídeo a las redes sociales.
—¿Cuánto?
—Ya conoces mi precio, Savvie.
—Puedo duplicar lo que te paga tu padre.
—Muy tentador, pero me gusta tenerte cerca. Me haces realzas la imagen.
—¿Tu padre te castigaría si no estuvieras con alguien como yo? —Ya
sabía la respuesta a esa pregunta. Lord Pike era conocido por su mano dura.
Ese hombre era un bruto.
—Nosotros, los de sangre azul, debemos permanecer unidos. —Se rio
perezosamente.
—Te tengo que dejar —dije.
—Mañana. En Londres. En nuestro sitio habitual. ¿De acuerdo?
Exhalé. —Está bien.
Que alguien me despierte de esta maldita pesadilla.
Necesitaba un consejo, así que me dirigí a casa de Declan para hablar con
Theadora, ya que ella sabía lo de ese asqueroso vídeo sexual con detalles.
—Pensé que estarías en Londres. —Declan besó mi mejilla.
—No estoy de humor. —Sonreí forzadamente—. He venido a tomar una
taza de té con tu querida esposa y a ver a Julian.
Justo cuando estaba diciendo eso, mi sobrino salió corriendo y rodeó con
sus bracitos la pierna de Declan. Era tan mono, que la angustia con la que
había llegado se desvaneció al instante, y me reí por primera vez en mucho
tiempo.
—En realidad, hay algo que necesito decirte. —Declan parecía serio, y mi
estado de ánimo volvió a hundirse.
—Ah… —Le seguí a la sala de estar con aquellos asombrosos ventanales
de luz de plomo.
—Mamá está saliendo con ese escritor, lo acabo de descubrir.
Mi respiración volvió a la normalidad. Esperaba algo más dramático, a
juzgar por su gesto serio.
Theadora se unió a nosotros y me dio un abrazo.
—Ah, ¿eso es todo? —respiré—. Estaban desayunando junto a la piscina
cuando me fui.
—¿Se quedó a pasar la noche? —Declan frunció el ceño.
Hice una mueca. —Han estado juntos desde el cumpleaños de Ethan.
—Mierda. —Resopló.
Extendí las manos. —¿Cuál es el problema? Mamá es adulta. Estoy
segura de que sabe lo que está haciendo.
—Pero no conocemos a ese tipo. ¿Te imaginas un Lovelace con un
Lovechilde? Con solo escuchar los apellidos me hace plantearme algunas
cosas sobre esta alianza.
Me reí. —Parece que se trata de política. Yo creo que es entrañable. De
todos modos, mamá vuelve a sonreír. Eso es todo lo que importa. ¿Y quién
dice que se van a casar?
—A nuestra madre le encanta la tradición.
—Lo que sea. —Me encogí de hombros—. Él me cae bien.
Theadora colocó a Julian en su pequeña silla y le dio un portátil,
disculpándose con una sonrisa. —Hoy es la primera vez que lo ve.
Declan sonrió cariñosamente a su esposa antes de explicar: —Cuando
vienen visitas, le dejamos que esté un rato viendo algo. Si no, se pone
bastante nervioso.
—Ya, las alegrías de la paternidad. —Me reí.
Declan miró el reloj. —Tengo que irme.
Se inclinó y besó a Theadora y luego a Julian, que ya estaba perdido en la
pantalla, mirando a un cerdo volador.
Después de que Declan se marchara, me giré hacia Theadora. —¿Qué voy
a hacer con lo del vídeo?
—Yo iría a la policía.
—Pero con eso solo conseguiré que lo suba y estaré arruinada. —
Entrelacé los dedos nerviosamente—. No quisiera que Carson lo llegara a
ver.
—Si alguien tuviera que entender toda esta situación, ese es Carson. Es la
persona menos criticona que conozco. No deberías negarte a tener una
relación que te haga feliz.
Suspiré. —Lo sé. Solo que ya me verá diferente. —Mi voz se quebró y las
lágrimas empaparon mis mejillas. Me encantó escuchar a Carson
describirme como una diosa. ¿Me seguiría viendo así al enterarse del
contenido de ese vídeo?
Theadora puso una sonrisa comprensiva. —Es un buen hombre. Y está
enamorado, por lo que parece. Estoy segura de que podrás superar este
bache.
—Él no quiere estar conmigo mientras esté saliendo con Bram. Lo cual es
comprensible, supongo.
—Entonces deberías contárselo. No querrás perderlo, ¿verdad?
Negué con la cabeza enfáticamente.
No puedo perder lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Si es que
alguna vez me ha pasado algo bueno.
DESPUÉS DE DEJAR A Theadora, caminé de regreso a Merivale, tratando
de encontrar una manera de contarle a Carson lo del vídeo sexual.
Un automóvil estacionado frente a las puertas de Merivale despertó mi
curiosidad. Cuando me acerqué, reconocí a Cary hablando con una mujer
que parecía molesta. Incapaz de alejarme, me escondí detrás de un árbol y
luego les vi abrazarse.
Mi corazón se hundió. Esto no era lo que yo quería para mi madre. Había
estado tan alegre desde que conoció a Cary… Incluso la había oído cantar, y
mi estoica madre normalmente ni siquiera tarareaba.
Él la besó en la mejilla y luego salió del coche. Incluso echó una ojeada a
su alrededor antes de entrar en la finca.
Me apoyé contra el árbol con el corazón acelerado.
Otro drama no.
Al menos no con mi pobre madre. No podía soportarlo. Ella había pasado
por mucho. Quizás se había precipitado un poco con esta relación, pero
como mujer apasionada que se había enamorado, la entendí.
En lugar de entrar evitando toparme con Cary, que podría deducir
entonces que le había visto, me dirigí hacia el estanque de los patos.
Me senté en un banco de madera y suspiré ante un par de impresionantes
cisnes negros. La hermosa escena me dio la oportunidad de hacer una pausa
por un momento y maravillarme con la naturaleza. Mientras las elegantes
criaturas se deslizaban sin esfuerzo sobre el resplandeciente estanque, me
olvidé de los vídeos sexuales y de las parejas infieles.
Volviendo a la realidad, saqué mi teléfono y llamé a Ethan.
—Hola, Sav, ¿qué pasa?
—¿Estás en Merivale o en Londres?
—Estoy a punto de volar a París. Lovechilde´s está a punto de
inaugurarse. ¿Vendrás a la fiesta? ¿Tienes los detalles?
—Sí, me han llegado.
—No pareces estar muy contenta. ¿No te gusta el diseñador?
—¿Cómo no podría gustarme? Pierre Justine es el más buscado en la
industria. No soy tan tonta. Después de todo, pertenezco a la junta.
Se rio. —Entonces, ¿qué sucede?
—Acabo de ver a Cary en un coche fuera de Merivale, coqueteando con
una mujer.
—¿En serio? ¿Estaba allí en la casa?
—Lleva aquí desde tu cumpleaños. No se ha ido.
—Estás de puta broma... ¿Y cuándo me lo ibas a contar?
—Estuviste en la inauguración del casino. Mamá estaba con él, y se les
veía encariñados. Seguro que te diste cuenta, para no verles.
—Pero, no sabía que ya estaban juntos, juntos.
Exhalé. —Bueno, ¿se lo digo a mamá? Ella tiene derecho a saberlo.
—Sí, debería saberlo.
—Soy muy mala con estas cosas. Necesito que alguien me ayude. Ha
pasado por mucho, y ahora este tipo, que la ha hecho más feliz de lo que
nunca la había visto, esconde un puto secreto.
—Todos tenemos secretos, Sav. La pregunta es, ¿cómo son de malos?
—Cierto. —Hice una pausa—. Tal vez espere a que Declan venga. Me
voy a Londres mañana y luego a París para la inauguración.
—No traigas a Bram, por favor.
—¿Qué puedo hacer? Querrá venir. ¿Cómo salgo de esa?
—Trae a Carson. Contrátalo como tu guardaespaldas. Y mientras tanto,
deja que Declan se ocupe de Lord Pike y vea si puede hacer que su hijo
elimine el vídeo. ¿Vale?
Ese era el mejor plan que había escuchado en todo el día. Especialmente
lo de Carson como mi guardaespaldas.
—Eso suena bien. Trataré de mantener lo de París en secreto. Bram es la
última persona que quiero de acompañante.
—Investigaremos un poco sobre Carrington. ¿Cuál es su apellido?
—Lovelace. —Lancé una piedra al estanque y observé cómo crecían los
círculos ondulantes.
—Mierda. ¿Ese es su apellido? ¿Igual que Linda?
—¿Quién es Linda?
—La estrella de Garganta Profunda. —Se rio.
—Eso suena a algo guarro.
—Es una famosa actriz porno de los 70. Pero estoy seguro de que no están
relacionados.
Con ese dato desconcertante, me despedí de él y colgué.
Una imagen mía, con la boca abierta y tomando la gran polla de Carson
hasta el fondo de mi garganta, me acompañó hasta que llegué a la
propiedad.
Capítulo 14

Carson

ALGO ME DECÍA QUE Caroline Lovechilde guardaba su privacidad


como si fuera un secreto inviolable. El contacto visual no parecía ser fácil
para ella, pero cuando lo hacía, uno sentía toda la fuerza de su intención. La
mayor parte del tiempo robaba una mirada extraña antes de volver a
enfocarla hacia abajo. Había visto ese mismo parpadeo cauteloso en los
ojos de mi madre. Ella también había sufrido a manos de un monstruo.
Nervioso, me pregunté si sabía algo sobre mí y su hija, a quien ahora
había apartado de mala manera. Echaba de menos tener el cálido cuerpo de
Savanah alrededor del mío.
Caroline señaló la silla frente al escritorio de cuero verde. —Toma
asiento, por favor.
Dando vueltas a una pluma estilográfica de oro, bajó la vista hacia sus
afiladas uñas rojas antes de levantar los ojos para encontrarse con los míos.
—Te he hecho venir aquí por un par de razones. Necesito que vayas a
Salon Soir durante las próximas dos noches.
Asentí. —¿Quieres que vigile a alguien?
—Sí. —Su mirada sin pestañear me atravesó—. Me ha llamado la
atención ciertas actividades ilícitas en la parte trasera del casino. ¿Te
importaría?
Me vino a la mente la habitación acordonada que había visto en la
inauguración. Ethan había bromeado en ese momento con que
probablemente era para fiestas sexuales.
Con la mirada baja, siguió girando su pluma. —Drake me ha contado que
vio a algunas chicas entrando por una puerta en la parte trasera.
Fruncí el ceño. —¿Se refiere a como si fuera un club de striptease o algo
así?
Giró su asiento y miró por la ventana. Me di cuenta de que no era una
conversación sencilla. Lo mismo para mí. Era extraño hablar de algo de esa
naturaleza obscena con Caroline Lovechilde, quien, con esa dignidad que la
caracterizaba, parecía ser una persona estricta.
—¿Qué fue exactamente lo que la contó? Me sorprende que no me haya
dicho nada. Acabo de estar con él en Reinicio.
—Eso es porque le pedí que fuera confidencial. —Se giró para mirarme
de nuevo—. Ha cumplido su palabra, lo cual es una buena señal. Necesito
saber que puedo confiar en mis empleados.
—Por supuesto. —Tomé un respiro—. Entonces, ¿qué la dijo
exactamente?
—Escuchó a alguien gritar y cuando fue a investigar, vio a una chica muy
pequeña llorando en brazos de Manon. Parece que la convenció para que
volviera a entrar, a pesar de su angustia.
—Por entrar, se refiere ¿a través de la entrada trasera al salón privado?
Ella asintió.
—¿Drake informó a Reynard Crisp?
—No lo hizo. —Una línea recta se formó en su boca—. Vino
directamente a mí a la mañana siguiente.
—¿Y no ha hablado con Crisp o Manon sobre esto?
Ella sacudió su cabeza.
—Si hay alguna actividad ilegal, deberemos informar a la policía —dije.
—No —salió disparado de su boca como un misil, haciéndome
estremecer—. Necesito saber en qué está involucrada Manon. Por eso te
pido que trates esto con delicadeza. Es solo entre nosotros. Ni siquiera mi
familia, ni Declan. Nadie. ¿Puedo confiar en ti? Te pagaré lo que me pidas.
Me froté la mandíbula barbuda. —No es cuestión de dinero, señora
Lovechilde.
—Llámame Caroline, por favor. —Su boca se curvó ligeramente—. Creo
que también acompañarás a mi hija a París el fin de semana como su
guardaespaldas.
Recibí esa llamada antes de entrar en esta reunión y acepté el trabajo.
Estaba bien pagado. El cómo trataría con Savanah fuera del horario, era la
parte complicada. Especialmente si tenía en cuenta mi sensible miembro.
Esa mujer me tenía bajo su puto hechizo.
—Sí. La escoltaré.
—Bueno. Parece que ha dado con un hombre problemático. —Puso los
ojos en blanco—. Solo que esta vez, parece que él tiene algo contra ella.
Nadie me lo quiere contar. ¿Tú sabes lo que es?
Sus ojos penetraron en los míos.
¿Sabe que he estado con Savanah?
—Supongo que este era el segundo asunto que quería discutir, ¿no?
Ella asintió.
—Aunque su hija —elegí mis palabras con cuidado— me pareció algo
nerviosa, no me dio muchos más detalles. —No podía contarle lo poco que
Savanah me había dicho en estricta confidencia—. Al ser un adicto, Bram
es extremadamente volátil. Eso lo sé. Yo no confiaría en él.
—No. —Suspiró—. He sido testigo de su grotesco comportamiento. —
Negó con la cabeza, como una madre preocupada. Incluso me recordó a mi
madre, que, con el mismo ceño fruncido de preocupación, daba un respingo
cada vez que llamaba a la puerta.
—Volviendo a lo de antes, me gustaría que echaras un vistazo a la parte
trasera del casino. Estuviste en el ejército con mi hijo. Estoy segura de que
eres bueno con este tipo de cosas. —Sonrió efusivamente.
Lugares lejanos con extraños que amenazan con volarnos en pedazos… lo
soy.
—Considérelo hecho. La informaré. Voy a hacer un reconocimiento
ahora. Es una buena excusa para montar en la nueva bicicleta de montaña
de Drake. —Respiré.
El ceño fruncido permaneció en su rostro. —¿Reconocimiento?
—Sí. Montaré por el bosque y encontraré un punto donde esconderme
para más tarde, cuando esté oscuro.
—Es un buen plan. —Su rostro se suavizó—. Declan siempre me ha
hablado muy bien de ti. Le ayudaste mientras estaba en esas malditas
misiones. Nunca lo olvidaré. O esto que estás haciendo. —Sus ojos se
encontraron con los míos y, a partir de ese momento, nuestra relación pasó a
otro nivel. O eso me pareció a mí.
¿Significaba eso que no podía follarme a su hija?
De todos modos, ni me lo planteaba mientras ella saliera con ese imbécil.
Me levanté. —Está bien. La informaré el viernes.
Me tendió la mano y yo la estreché. Sus ojos se encontraron con los míos
de nuevo. Leí mucho en aquella mirada. Como si me necesitara para
proteger a su familia de algún mal oculto.

EL BOSQUE POR LA noche tenía ese tipo de magia serena, a pesar de


todos los crujidos y correteos provenientes de las criaturas nocturnas, lo que
me hacía detenerme y echar mano a mi Beretta. Llevaba esa pistola como si
fuera un amuleto de buena suerte. También era un hábito después de una
década en el ejército. A pesar de mi odio por las automáticas, me gustaba
esa pistola italiana antigua que heredé de mi abuelo.
Una linterna no era una opción porque me delataría, así que ajusté las
gafas de visión nocturna. Con la ayuda de la luz de la luna, divisé con
facilidad el camino que daba a la parte trasera del Salon Soir.
Mi teléfono sonó y miré para ver que era Savanah. Había llamado antes
para contarme lo del viaje a París, con un tono de voz excitado, como si se
tratara de una emocionante escapada romántica.
Ojalá.
Nunca había estado en París y, como a cualquiera, me invadió la
expectación. Había visto suficientes películas de Bond y apreciaba la
arquitectura patrimonial y todo el arte, pero estaría allí para proteger a
Savanah, lo cual no me suponía realmente un trabajo. Lo hubiera hecho
gratis.
No podía dejar de preocuparme por Savanah, igual que con mi familia.
Haciendo una pausa, apoyado en un árbol, cogí la llamada. Me había dado
mucho tiempo para recorrer el terreno, ya que había identificado un buen
sitio de observación detrás de un gran olmo, a unos pocos pasos dentro del
bosque.
—Hola —dije.
—Solo quería volver a hablar contigo. Estoy en Londres.
—¿Con ese imbécil?
—Sí. —Suspiró—. Le he dicho lo de París y que era un asunto de familia.
Insistió en venir. Es que no sé qué hacer. Le odio.
—Savanah, no puedo ayudarte si no me cuentas lo que tiene en tu contra.
—Es un vídeo sexual. —Su voz se quebró.
—Ah, ¿solo eso? Me pasó algunas veces tiempo atrás. No son para tanto.
—Este sí que lo es, créeme. —Balbuceo sus palabras.
—¿Has estado bebiendo?
—Estoy borracha. De lo contrario, no habría tenido el valor de contarte lo
del maldito vídeo.
Presa de una repentina frustración, temí por su bienestar en ese estado.
Podrían abusar fácilmente de ella.
Un recuerdo de ella herida en el pavimento pasó ante mí, haciendo que mi
temperatura subiera. —¿Estás en casa, al menos?
—Lo estoy. Se ha ido a hacer negocios. Le odio. —Sollozó.
Cogí una respiración profunda y tranquilizadora. El instinto protector hizo
que tuviera ganas de verla.
—Te echo de menos. —Parecía una niña frágil. Todo lo que quería hacer
era mecerla en mis brazos y acariciar su cabello sedoso. No en plan sexual,
sino como un amigo cariñoso.
¿La amaba? Era demasiado pronto para eso. Pero no podía sacarla de mi
mente, ni siquiera de mi corazón.
Savanah me hacía sentir necesitado. Me gustaba esa sensación.
Demasiado para mi propio bien, al parecer.
—Pero vas a acostarte con él, ¿verdad?
—Él siempre está demasiado fuera de sí para tener sexo. Es toda una
bendición, la verdad. No podría soportar que se me acercara. —Su risa
torturada hizo que mi cuerpo se tensara—. Probablemente ni siquiera
volverá a casa hasta por la mañana. Le gusta quedarse a jugar con sus
amigos drogadictos. Solo estamos juntos por las apariencias, ¿lo entiendes?
—Suena jodidamente horrible.
—Lo es. Tienes que salvarme.
—Mira, Savanah, estoy trabajando en este momento. Te veré el sábado.
Hablaremos de ese vídeo sexual y de cómo sacarte de este apuro. Y hazme
un favor, trata de mantenerte sobria. Beber no te ayudará.
—Lo haré. Y Carson…
—¿Sí?
—Te quiero.
Colgó y mi corazón se aceleró. Me sentí mareado.
Esas palabras me aterrorizaron, pero inyectaron algún tipo de esteroide
emocional a través de mí, recorriendo mis venas una energía que jamás
había sentido antes.
¿La amaba?
Mi cuerpo lo hacía.
Con ese pensamiento dando vueltas, apagué mi teléfono.
Justo cuando me iba del bosque, algo salió disparado de entre los
matorrales. Llevé la mano a mi arma, pero luego vi que una cola peluda
desaparecía entre la maleza.
Me había vestido de negro y pintado la cara. Volvía a ser el soldado.
Nunca me detuve, porque mi objetivo era proteger, y quería cumplir con
Caroline Lovechilde porque la lealtad era primordial para mí.
Aunque mi cuenta bancaria parecía saludable gracias a la generosidad de
los Lovechilde, también me agradaban como personas. Me aceptaron por lo
que era sin darse aires de superioridad.
Me coloqué detrás de un olmo que había descubierto antes, mientras
montaba en la nueva bicicleta de montaña de Drake. Me había convertido
de nuevo en aquel chico que solía correr por el bosque, dejándose llevar por
la adrenalina. Incluso me prometí que me compraría una moto nueva.
Quince minutos después, llegó una camioneta. El conductor salió junto
con Manon. La puerta lateral se abrió y salieron seis chicas. No podía ver
exactamente cómo eran, pero me parecieron jóvenes. Manon pareció darles
una charla de ánimo.
Llamó a la puerta en la parte trasera del casino, y cuando se abrió, las
chicas, vestidas con faldas cortas y tacones altos, entraron.
Una chica se negó a entrar. No necesitaba ser clarividente para adivinar lo
que eso significaba. Apostaría a que tenían que bailar desnudas y tener
relaciones sexuales. Tenía toda la pinta.
Informaría a Caroline y sugeriría un chivatazo anónimo a la policía.
Pero, ¿qué pintaba Manon en todo esto?
Capítulo 15

Savanah

EL HOTEL PRESUMÍA DE una vista de postal de la Torre Eiffel y los


Campos Elíseos. Ubicado cerca del Louvre, no podría haber sido más
apropiado para un destino de lujo.
—¿Cómo has conseguido esto? —Acaricié un pañuelo de seda bordado
que cubría un piano de cola blanco—. Debo haberme perdido esa reunión
de la junta.
Ethan sonrió ante mi sonrisa culpable. —Cuando salió a la venta, me
lancé. ¿Tienes las actas?
—Las tengo. Pero ya me conoces, no puedo pasar del primer apéndice.
Ethan me dedicó una sonrisa de simpatía en lugar de criticar mi actitud un
tanto relajada hacia los asuntos de los negocios familiares.
Cian llegó correteando por el suelo de mármol, seguido de cerca por
Mirabel y me mostró una figurita de la Torre Eiffel.
—¡Oh, qué bonita! —Me incliné, besé su pequeña mejilla, luego le sonreí
a Mirabel y le di un abrazo.
—No puedo quitársela de las manos. —Se encogió de hombros—. Está
totalmente enamorado de esa pequeña figurita.
—Un arquitecto en la familia podría estar bien. —Sonreí.
—Mejor un conductor de tren o un astronauta. —El comentario de
Mirabel hizo reír a Ethan mientras le daba un prolongado beso en la mejilla.
Mmm… Amor, como siempre.
Ya de seis meses de embarazo, Mirabel, con un estilo boho chic, era la
viva imagen de la salud, con su vestido floral verde y unos botines con
cordones.
Señalé los techos tallados con brillantes candelabros de cristal. —Es casi
una réplica de Londres. —Incluso la alfombra de caoba, las cortinas de
terciopelo rojo y un bar íntimo decorado con estilo Art Decó, me recordaron
a nuestro hotel.
—Esta es nuestra marca, por así decirlo. —Ethan sonrió, con bastante
orgullo justificado. Había hecho un trabajo estelar con este gran hotel.
—Cada habitación tiene su propio toque distintivo. Algunas son
modernas, otras son clásicas. Hay para todos los gustos. ¿Tienes las fotos?
—preguntó.
—Las tengo. —Sonreí disculpándome—. Estoy un poco desbordada.
—Declan habló con Lord Pike y prometió que hablaría con Bram.
—Pues no ha funcionado, porque ha venido. —Un pesado suspiro
desinfló mi pecho.
Ethan negó con la cabeza. —Tienes a Carson cuidándote, al menos.
—Algo es algo, supongo. —Suspiré mientras me hacía la tonta. Ethan no
necesitaba saber cuánto suspiraba por mi guardia de seguridad.
Mi madre atravesó las puertas giratorias con el brazo entrelazado con el
de Carrington, para que todo el mundo la viera.
—¿Alguien ha hablado con nuestra madre sobre lo de la mujer del coche?
—pregunté.
Ethan se encogió de hombros. —Se suponía que era Declan el que iba a
hacerlo.
Un camarero me rodeó con una bandeja de champán y casi le asalté.
Había sido un momento muy desagradable, con Bram acompañándome.
Vinimos juntos en el vuelo y se comportó como un gilipollas de categoría
otra vez, exigiendo bebidas constantemente. Cuando le vi entrar a un bar,
entré corriendo al hotel antes de que me arrastrara con él. Bram no sabía
hablar francés y me hubiera retenido allí.
Carson cruzó la puerta giratoria al mismo tiempo que Declan y luego se
detuvo para decirle algo a mi hermano. Con un esmoquin, mi
guardaespaldas estaba lo suficientemente bueno como para arrasar.
Dejó que su mirada vagara y atrapara la mía, luego sus ojos se
convirtieron en dedos, haciéndole cosas a mi cuerpo que se categorizarían
con dos rombos. Mis rodillas temblaron, y una punzada de deseo me
recorrió. ¿Venía esa electricidad a través del aire?
Todo lo que tenía que ver con Carson me recordaba al sexo. Caliente.
Sexo duro y profundo que me dejaba sin piernas y superaba cualquier droga
que hubiera probado. Solo que ahora se había convertido en mi adicción.
Qué doloroso no poder dormir con él estas últimas noches. Si tan solo me
dejara estar con él de nuevo. No quise comentarle nada de lo del vídeo
sexual. Había estado bebiendo. Pero al menos ahora lo sabía. Solo tenía que
seguir ocultándole los detalles sórdidos.
Nos dirigimos al salón de actos, que era un antiguo salón de baile con los
techos adornados. A través de las ventanas arqueadas, París brillaba como
un diamante de valor incalculable, especialmente con el Sena y la Torre
Eiffel salpicados de luz dorada.
Como todo buen guardaespaldas, Carson mantuvo la distancia, así que me
uní a Declan.
A sus pies, Cian apoyó su figurita de la Torre Eiffel y Julian hizo rodar su
pequeño cochecito, haciendo sonidos de motor, mientras derribaba la
estructura. Eran una monada y por un minuto se me olvidó que estaba en la
inauguración de nuestro hotel familiar de cinco estrellas.
De pie cerca, mi madre conversaba en francés con fluidez con algunas
celebridades y dignatarios locales.
Theadora se acercó y me besó. Levantó la capa de mi vestido de seda con
volantes. —Es precioso.
—Gracias. Lo he comprado en esa maravillosa boutique que hay a la
vuelta de la esquina del hotel.
La contemplé con un vestido de tubo rojo, con el escote esculpido en
rosas. —Tú estás impresionante, como siempre.
—También me lo he comprado aquí. Las boutiques son para morirse.
Sonreí. Estaba totalmente de acuerdo. París era un destino de compras
privilegiado.
Declan se estaba riendo con Carson cuando me uní a ellos. Aunque solo
fuera para oler el aroma de mi guardia de seguridad, respiré profundamente
en busca de ese toque de jabón de baño, colonia y masculinidad. Me habría
asfixiado con ese olor si hubiera podido.
—¿Has hablado con mamá? —le pregunté a Declan.
Él resopló. —¿Por qué siempre tengo que ser yo? ¿Por qué no puedes
hacerlo tú? Acabo de terminar de hablar con ese idiota, Lord Pike, y por lo
visto no le importa en absoluto que su hijo te esté chantajeando. Ni siquiera
mencionarle a los abogados y la policía ha parecido preocuparle.
Frustrada y derrotada, negué con la cabeza.
—Díselo a Carson. Él lo solucionará —dijo Declan justo cuando el
hombre que me había robado el corazón se alejaba.
—No quiero que vea el vídeo. —Mi voz tembló—. Estoy hecha un
manojo de nervios.
Declan colocó su brazo sobre mi hombro para apoyarme, cuando una
ruidosa risa resonó en la habitación. La gente se detuvo y miró a Bram,
haciendo su gran entrada y con una sonrisa de satisfacción de ‘Estoy aquí,
miradme´. Iba incomodando a la multitud, bailando mientras caminaba.
Su lengua inconformista y punzante en este tipo de reuniones fue lo que
me atrajo al principio, porque me sentía un poco reflejada. Siempre me
habían disgustado las rígidas convenciones de nuestra clase social. Incluso
cuando era niña, prefería jugar fuera con los niños de los granjeros, que
pasearme por ahí con mis bonitos vestidos y sonreír dulcemente a los
invitados.
Pero con ese oscuro corazón suyo, Bram ahora me aterrorizaba. Había
encarcelado y pisoteado mi alma.
El padre de Bram entró con Reynard Crisp, justo a tiempo para ver a su
hijo haciendo el ridículo. Ya le tenía muy visto, pero como todos los de su
calaña, su hijo no le preocupaba en absoluto.
—Vaya, el enterrado también ha sido invitado, por lo que veo. —Incliné
mi cabeza hacia Crisp.
—Ethan no quería, pero ya conoces a mamá. No puede ir a ninguna parte
sin él —dijo Declan, tan disgustado como yo me sentía—. Por alguna
extraña razón.
—Todavía me sorprende que puedas soportar estar en la misma habitación
que él, y también pienso en lo que sentirá Theadora.
Suspiró y asintió. —Simplemente nos damos la vuelta. Ya conoces todos
estos saraos. Hay muchos que se odian mutuamente, enemigos que siguen
codeándose como si esto fuera el siglo XV.
—Y viene con la víbora del padre de Bram, debe ser su compañero de
juergas; son como un par de serpientes.
Declan asintió. —Probablemente forzaron su propia invitación. ¿Has
hablado del vídeo con Carson? Estoy seguro de que no necesita saber todos
los detalles. Será capaz de solucionar todo esto.
—¿Cómo? —pregunté—. No es ningún genio de la tecnología.
Necesitamos a alguien que piratee el ordenador de Bram y lo borre todo.
—¿Alguien lo ha llegado a ver?
—Ni idea. Simplemente me sigue amenazando con publicarlo en todas
partes.
—Carson es bueno resolviendo este tipo de problemas.
—Tú también. ¿Por qué no me ayudas? —No me gustó lo estridente que
se había vuelto mi voz.
Mi sobrino estaba correteando entre las piernas de la gente, y Theadora se
acercó a Declan con cara de derrota. —Tu turno. Tú eres el que le ha dado
esos dulces. Ahora mírale. Se está volviendo loco.
Tuve que reírme. Mis dos sobrinos eran unos pequeños salvajes.
Nuestra madre se unió a nosotros. —Deberías llevar a los niños a la
guardería.
Ethan pasó, sosteniendo la mano de Cian. —Precisamente allí le llevo
ahora. Cojo a Julian si quieres también, hay más niños allí.
Declan asintió. —Buena idea. —Besó la mejilla de su hijo y se fueron
corriendo.
Me quedé al lado de mi madre. A pesar de que nos presentaron a
Carrington o a Cary, como ahora se le conocía, en realidad no habíamos
hablado mucho. Eso normalmente sucedía después de algunos encuentros.
Especialmente en las cenas. Ahí es donde la gente se mostraba tal cual era.
Nada demasiado profundo. Toda esta gente era bastante superficial. Los
únicos profundos eran los silenciosos, que a menudo fumaban fuera o
pasaban el rato ojeando las ediciones originales de la biblioteca de
Merivale.
Vestido con una chaqueta de tweed y con el pelo entrecano repeinado
hacia atrás con gomina, Cary parecía un escritor. Hablaba con voz
profunda, y mi madre estaba tan absorta en cada una de sus palabras que
podría haber amenazado con salir corriendo desnuda y ella habría dicho:
‘Qué bueno, querida’.
Viendo su mirada deslumbrante, me imaginé que así se me vería a mí al
estar cerca de Carson.
Traté de esconderme de Bram detrás de ella y Cary. Al menos, había
encontrado una forma de entretenerse, charlando con un par de mujeres de
unos veinte años, que parecían fascinadas por su look de estrella del rock
drogada. Si ellas supieran… Podrían quedárselo enterito.
—¿Qué tal tu habitación? —pregunté, mirando entre mi madre y
Carrington. Sabía que estaban compartiéndola. Prácticamente vivía en
Merivale y la mayor parte del tiempo lo pasaba solo. Janet me contó que se
pasaba los días escribiendo en una de las salas de estar menos frecuentadas.
—Nuestra habitación irradia cierto encanto ecléctico. Mucho color. Me
imagino que te gustará. —Mi madre sonrió.
Todavía me estaba acostumbrando a sus sonrisas. Ella siempre fue tan
seria mientras nuestro padre aún vivía…
—Me gusta mi habitación. Ethan ha hecho un trabajo estupendo. Me
encanta que haya empleado arte contemporáneo local. Algunas piezas son
divertidas y excéntricas. Hay una que muestra un solo ojo diminuto en
mitad de un gran lienzo blanco. —Me reí—. Con unas vistas tan
impresionantes, el arte minimalista tiene sentido en el diseño, supongo.
Me volví hacia Cary. —¿Crees que un interior recargado entra en
conflicto con una vista espectacular?
—Creo que ambos se pueden combinar. No soy muy fan del
minimalismo. Prefiero tanta estimulación visual como sea posible. —Sonrió
y miró a mi madre como si buscara su validación—. Hay mucha creatividad
en el mundo. La naturaleza y el arte pueden coexistir en un matrimonio
armonioso.
Cuando pronunció 'matrimonio' sus ojos se encontraron con los de mi
madre.
Mmm... Interesante.
Pero me agradaba. Al menos era más hablador que Will. En esas extrañas
ocasiones en las que se encontraba con Cary en Merivale, hablaban del
tiempo, o de los pájaros o sobre alguna obra de arte que había captado su
imaginación.
—¿Vienes a menudo a París? —le pregunté.
—Cuando puedo. Es una ciudad inspiradora que cuenta con algunas de las
mejores obras literarias de la historia.
—Cary es más de Montmartre —dijo mi madre.
—Ah, ¿estás alojado por allí? —pregunté—. Tiene un montón de
escalones.
—Soy un gran admirador de Simone de Beauvoir. —Miró a mi madre y,
por supuesto, ella parecía impresionada. Pero podría haber admitido que le
gustaban los suburbios exteriores de Londres con sus feos rascacielos, y ella
seguiría brillando de admiración.
Bram se rio a carcajadas y la atención de mi madre se enfocó en él. —Veo
que has traído contigo a ese bufón.
—Estoy tratando de deshacerme de él. Ya lo sabes.
—Es una vergüenza. —Ella puso los ojos en blanco y Cary le devolvió
una sonrisa comprensiva.
—Va mucho más allá de eso… Es mi karma.
¿Acababa de decir eso?
La ceja de Cary se levantó. Como escritor, no podía ignorar ese
comentario, pero solo podía especular. —¿Tu última mala elección?
—Sí. Exactamente. —Jugueteé con mis dedos—. Me enamoré por su
estilo rebelde de estrella de rock. Canta en un grupo, ya ves.
—¿Es creativo, entonces?
—Es más un farsante que cualquier otra cosa. Le encanta ser el centro de
atención.
Hizo una mueca. —Ah, es vanidoso. Tedioso. Y por lo que parece, un
drogadicto. —Observó mientras Bram sonreía y se pavoneaba entre la
multitud—. Uno necesita un mínimo de talento para ser el niño terrible, y la
decadencia solo es digna de elogio cuando se ejecuta con estilo.
—Algo de lo que carece —respondió secamente mi madre.
Al menos, los comentarios esclarecedores de Cary me ofrecieron una sana
distracción, ya que, de mala gana, principalmente porque Bram me estaba
mirando, salí de esta intelectual conversación y regresé a la cruel realidad
de las elecciones equivocadas.
Bram se puso a hablar con otra persona y respiré de nuevo.
—Estás pálida, cariño. —Mi madre frunció el ceño.
Ella sintió algo más que mi vergüenza en este último espectáculo de
mierda. No le dije que Bram seguía siendo violento conmigo. Eso la habría
angustiado y habría llamado a la policía, lo que resultaría en que Bram
compartiera ese vídeo sexual que me destrozaría.
Había acorralado a un par de supermodelos, que parecían divertirse con
sus payasadas. Ver a Bram era como presenciar a un actor horrible que tenía
que improvisar después de olvidar sus líneas.
Mientras tanto, con aspecto divertido, Cary parecía fascinado por Bram,
como solo podría estarlo un escritor, teniendo en cuenta que los personajes
defectuosos siempre atraen el mayor interés. —Como dijo muy
acertadamente Bertrand Russell: 'El problema del mundo es que los
estúpidos son engreídos, mientras que los inteligentes están llenos de
dudas'. A menudo pienso en eso cuando miro a personas como él.
—Triste, pero cierto —agregó mi madre, con esa mirada de madre
preocupada; la misma expresión de preocupación que tenía antes de que me
extrajeran la muela del juicio. Si tan solo pudiera sacar de mi vida a Bram
con una visita al dentista…
Para calmar mis nervios, seguí bebiendo champán para olvidar la amenaza
de Bram de exponerme al mundo con una polla en la boca.
Oh… maldita sea mi fortuna.
Bram finalmente se unió a nosotros, y después de extender su mano
huesuda y sin sangre a Cary y besar la mejilla de mi madre, que no quería,
me agarró el brazo. Y no de una manera suave.
Sus ojos oscuros y empedrados prometían malicia o algo igual de
desagradable, como tener que chupársela mientras miraba porno. Quería
gritar. Llorar. Contratar a un sicario.
Para.
Las cosas se habían puesto tan mal que había considerado llegar a tales
extremos. Cualquier cosa para sacármelo de encima y ese camino que me
permitiría terminar mi carrera de arte y convencer a Carson de que
podríamos hacer que lo nuestro funcionara.
—Oye, sal un minuto. Necesito decirte algo. —Se rascó el brazo.
Obviamente había bebido. Quería vomitar.
¿Por qué diablos su padre no hacía nada al respecto?
Resoplé ruidosamente, sin ocultar mi falta de voluntad, y me excusé. La
expresión de preocupación grabada en la frente de mi madre se mantuvo
mientras nos veía alejarnos.
Miré a Carson, cuyos ojos no se apartaban de nosotros. Ese era su trabajo,
observar. Pero quería esos ojos sobre mí cuerpo desnudo, y no con este
maldito imbécil.
Nos paramos en el pasillo con imágenes en blanco y negro de escenas
famosas de Hollywood filmadas en París. Una de ellas era de Audrey
Hepburn, de pie frente a la Torre Eiffel con los brazos abiertos, dando la
bienvenida al mundo. Sin Bram, esa sería yo, bailando por los Campos
Elíseos mientras iba señalando todos lo que fuera hermoso con Carson a mi
lado.
Oh, devuélveme mi vida.
—Tengo algo para esnifar. Pensé que te gustaría compartir una raya y
pasar la noche. ¿Qué me dices? —Una sonrisa maliciosa llenó la boca de
Bram.
—Solo voy a beber un poco. Es todo. Incluso me estoy controlando con
los cigarros.
—Te estás convirtiendo en una maldita aburrida.
—No quiero estar contigo. Quiero que esto termine. Búscate a otra chica
rica para pasar el rato. En mi familia no son idiotas, no te quieren cerca. —
Tomé un respiro—. Mi madre no me dará un centavo si sigo contigo.
Su rostro se oscureció. —Vete a la mierda, no puedes decirme qué hacer.
—Iba a marcharme, cuando me agarró del brazo—. ¿Adónde vas?
—A hablar con tu padre.
Él se rio. —A él no le importa una mierda. Quiere esto. Cree que lo del
vídeo es una gran idea. —Me agarró por la muñeca.
—Deja que me vaya. Me estás haciendo daño —dije.
—Vamos a mantener esto en privado, ¿de acuerdo?
—Aléjate —ordenó una voz profunda y familiar.
Carson estaba tan cerca que podía olerlo, y de repente me sentí segura.
—Vete a la mierda, adicto al gimnasio.
—He dicho que te alejes. —Se puso junto a Bram. Un gigante contra una
horrible y marchita excusa de hombre.
—Vete a la mierda. Esto es entre nosotros.
Los ojos de Carson se encontraron con los míos. No me habría gustado
tenerle en mi contra. No es que creyera que Carson me pudiera hacer daño.
Todo lo contrario.
Pero Bram estaba jugando con fuego. Era un completo idiota. Pensé en el
comentario anterior de Cary sobre el estúpido delirante que confiaba
demasiado en sí mismo. Ese era Bram, desde luego.
Carson estaba cerca, lo que hacía que Bram pareciera más pequeño.
Por un lado, alguien alto, sólido y confiable, por otro un flacucho, inútil y
peligroso.
Bram estúpidamente empujó el pecho de Carson, como si eso fuera a
derribarle.
Buen intento. Ni en un millón de años.
Me alejé. Mi voz quedó atrapada en mi garganta con un grito tratando de
salir.
Siguió tratando de empujarle, como si fuera un megalito. Carson exhaló e
hizo lo que haría cualquier humano que se precie. Levantó a Bram por su
chaqueta de diseñador.
Mientras Bram se retorcía, me gritó: —¿Quieres que el mundo vea cuánto
te gustaba tener la polla de Killian en tu boca?
Me hice una bola y enterré mi cara en mis manos.
La gente salió corriendo a ver el espectáculo. Seguro que habían
escuchado ese último comentario. ¿Cómo podrían no hacerlo? Y luego, mi
madre llegó con Cary. Su expresión alarmada me dio a entender que,
efectivamente, lo había escuchado.
Theadora me ayudó a levantarme y, tomándome suavemente de la mano,
dijo: —Ven, vamos al tocador.
Bram gritó: —Tendrás noticias de mi puto abogado.
Mi madre, Ethan y Declan me miraron horrorizados.
—Tienes que resolver esto ahora. —Declan nos siguió por el pasillo hasta
el baño.
—¿De qué está hablando? —preguntó mi madre, acompañándole—. ¿Qué
estaba diciendo? ¿Hay imágenes tuyas?
Las lágrimas se acumularon en mis ojos. —¿Por qué demonios le has
invitado a venir? —Señalé al feo padre de Bram, que se había acercado a
nosotros.
—¿Por qué ese matón tiene a mi hijo retenido? —preguntó.
—Porque está causando problemas, como lo hizo en la inauguración de
Salon Soir. —Miré a Crisp, que me devolvió una sonrisa altiva. El drama
parecía entretener a ese asqueroso vampiro.
—¿Por qué estás con ese desgraciado? —continuó mi madre, ignorando a
Crisp.
—Mi hijo está un poco preocupado —intervino Pike—. Él solo necesita a
alguien tierno a su lado. Es tu hija la que está causando problemas.
—Por lo visto, él es el que tiene problemas con las drogas —respondió,
lanzando palabras heladoras—. Esto es algo personal. Vete. —Sus grandes
ojos furiosos cambiaron de Pike a Crisp.
Lanzó un gruñido y se alejó con el otro conspirador a su lado.
Mi madre se giró hacia mí. —¿Qué es todo eso de un vídeo?
Carson regresó y se quedó cerca. Me lanzó un sutil asentimiento.
Las lágrimas corrían por mis mejillas cuando me volví hacia ella. —No
puedo hablar ahora. Necesito algo de espacio.
Capítulo 16

Carson

ETHAN SE UNIÓ A nosotros en el pasillo. —¿Qué diablos está pasando?


¿No podemos dar una fiesta sin montar el espectáculo?
Caroline Lovechilde respondió con un suspiro. —Es tu hermana y ese
horrible novio suyo. He tenido que decirle a Lord Pike que se fuera. Estaba
montando un escándalo después de que Carson apartara a su hijo lunático
justificadamente. Y ahora Lord Pike amenaza a Savanah. —Se giró hacia
Crisp—. ¿Por qué le has traído?
Extendiendo sus grandes y delgadas manos. —Recibió una invitación.
Como yo.
Su ceño se frunció cuando se volvió hacia Ethan.
—Me aseguraré de borrar su nombre de la lista VIP en el futuro.
—Prométemelo. No quiero volver a ver a ese hombre cerca.
Declan regresó y dijo: —La policía se está ocupando de él. —Me miró—.
Dice que le has pegado.
—Le empujé lejos de Savanah. Y luego tuve que arrastrarle afuera cuando
se negó a moverse. Intentó darme un puñetazo y le bloqueé. Eso es todo. Si
le hubiera golpeado, lo sabrías.
Declan asintió lentamente. —No te habría culpado si lo hubieras hecho.
Yo mismo casi le doy un par de veces.
Necesité el autocontrol de alguien que estaba ayunando en mitad de una
feria de pasteles, para detenerme y no le saltarle esos dientes amarillentos a
Bram.
Me lo guardé para mí.
—¿Dónde está Savanah? —preguntó Declan.
—Se ha subido a su habitación —dijo Caroline. Ella me miró de nuevo—.
¿Qué estaba diciendo sobre Savanah y algo lascivo?
De repente, los ojos de todos cayeron sobre mí. Qué conversación más
difícil. Nadie quería escuchar que había un vídeo pornográfico de alguien
cercano.
Ni yo.
Escuchar eso hizo que el corazón se me encogiera, y ahora entendía por
qué Savanah entró en pánico.
—¿Os ha contado algo? —preguntó Caroline a Declan.
—No con tanto detalle. —Declan se frotó el cuello.
—¿La está chantajeando? —me preguntó Caroline.
—Creo que sí, señora Lovechilde.
—Entonces, ¿por qué me estoy enterando de esto ahora?
—Tuvimos unas palabras con Lord Pike sobre poner a su hijo en orden y
dejarse de amenazas. Pero no le importó. Tengo la sensación de que quiere
que esta relación funcione. Incluso si se necesita chantajear. —Declan alzó
una ceja.
—Es un presuntuoso. Solo quiere nuestra riqueza. Eso se nota a la legua.
—Caroline negó con la cabeza—. Él nunca será parte de esta familia. Si
tengo que denunciarle, lo haré. —Miró a Crisp, como suplicándole que
hiciera algo, pero él permaneció tan inescrutable como siempre.
No dejaba de preguntarme qué tenía este personaje astuto sobre una mujer
tan refinada como Caroline Lovechilde. Aunque se las daba con aires de
grandeza y los lujos propios de la riqueza, ninguna cantidad de dinero,
trajes caros o relojes Rolex podrían esconder la mierda que alguien carga a
su espalda.
—¿Qué más hay en el vídeo? —me preguntó Caroline.
—Su hija no entró en detalles. —Mi pecho se apretó. ¿Por qué pensaría
que yo sabría más?
¿Sabe lo mío con Savanah?
—Todo lo que puedo decirles es que Bram está amenazando con subir las
imágenes a las redes sociales.
—Entonces debemos llamar a la policía. Tendrán que detener esto. —Sus
grandes ojos oscuros se llenaron de alarma. Era la reputación de su hija la
que estaba en juego—. Pueden hacerlo, ¿no?
—Todo lo que tiene que hacer es apretar un botón y le arrestarán. Pero
tendría que ser después de que cumpla con su amenaza —dije.
—En otras palabras, ¿este vídeo se haría público antes de que la ley pueda
intervenir? —preguntó Declan.
Me encogí de hombros. —No soy un experto, pero podría estar llamando
a su abogado.
—Al menos está retenido, de momento. Ahora mismo no puede hacer
nada. Es el momento de actuar —le dijo Declan a su madre.
Ethan, que se había unido a nosotros nuevamente, negó con la cabeza. —
¿Tenía que pasar todo esto hoy?
—No te preocupes, cariño. El hotel será un triunfo. —Su madre besó su
mejilla—. Has hecho un trabajo espectacular.
Declan asintió. —Es cierto, Eth.
Les dejé y fui a la habitación de Savanah.
Después de tocar la puerta, escuché: —Vete.
—Soy Carson.
Ella abrió la puerta. Tenía el rímel corrido, y sus grandes ojos azules se
ahogaron en lágrimas.
Quería cogerla en mis brazos y abrazarla. Calmarla.
—Ha sido arrestado.
—Pero eso no lo retendrá por mucho tiempo. Todavía publicará ese
maldito vídeo. —Se pasó las manos por el pelo—. Mi vida es un completo
desastre por mi culpa. Me quiero morir. —Se dejó caer en el sofá y sollozó.
Me senté a su lado y puse mi brazo alrededor de ella. —Nosotros vamos a
superar todo esto. —Cogí la caja de pañuelos y le pasé unos cuantos.
Se sonó la nariz y sus grandes ojos azules tenían el color del océano. —
¿Nosotros? ¿Hay un 'nosotros'?
—Estoy aquí. Me importas.
—¿Eso es todo? —Las lágrimas seguían surcando sus altos pómulos.
—¿No es suficiente?
Asintió débilmente, agarré un pañuelo y le limpié las manchas de
maquillaje de la cara. —Sabes que es complicado. Tu vida y la mía son
completamente diferentes.
—Mmm. —Miró hacia sus pies.
—Savanah, tienes que presentar cargos ya, hoy mismo. Tu madre está
hablando con un abogado. Deberías denunciar el maltrato. También tienen
el incidente de hoy del que soy testigo. Está con la policía francesa ahora
mismo, pero le soltarán pronto. Su padre se ocupará de eso. Tú tienes
suficiente en su contra para que le encierren más tiempo.
—Saldrá bajo fianza y luego publicará ese horrible vídeo. —Se cubrió la
cara—. Mierda.
—Podrán amenazar con demandar. Por lo que he escuchado, esa familia
no es tan rica como finge ser.
Se rio sarcásticamente. —¡Y me lo dices a mí! Yo pago todo cuando
estamos fuera. Incluyendo sus jodidas drogas. —Volvió a sujetarse la
cabeza—. Esto es una puta pesadilla. ¿Cómo me he metido en este lío?
Evité sermonearla sobre salir con chicos malos y cómo eso nunca
terminaba bien.
—Si ese vídeo se hace público, todos me odiarán. Tú me odiarás. Mierda.
—Caminó hacia el ventanal y gritó—. ¡Quiero morirme!
Saqué una botella de agua de la nevera, la destapé y se la entregué.
—Necesito algo más fuerte. O un cigarrillo. O un Xanax. Por favor,
tráeme algo. Me estoy volviendo loca. —Se agarró los brazos.
Normalmente habría tratado de disuadir a alguien de tomar sedantes, pero
pude ver que Savanah estaba a punto de estallar.
La abracé y su cuerpo tenso se relajó lentamente.
—Eso está mejor. —Me miró con una sonrisa temblorosa—. Todo lo que
necesito eres tú, Carson. Lo sabes, ¿no?
Con esa mirada amplia y escrutadora, me recordaba a una niña perdida, y
me dolía el corazón por ella. Todo lo que quería hacer era abrazarla.
Acariciarla. Protegerla.
—¿Quieres que te prepare un baño? —pregunté.
—Eso estaría bien. ¿Puedes frotarme la espalda?
Fue un alivio ver sus labios curvarse. —Veré lo que puedo hacer.
Justo cuando la solté, se cruzó de brazos y volvió a temblar. —Tienes que
detenerle.
Tomando una respiración profunda, pude ver que necesitaba algo más que
un baño para calmar su estado. —Está bien. Regreso en un minuto. —Me
detuve en la puerta—. No hagas ninguna tontería.
Se dejó caer en el sofá, se agarró la cara y sacudió la cabeza lentamente.
—Pero por favor, date prisa en volver.
Allí estaba esa niña otra vez. ¿Quién podría negarle algo?
Pero yo no era su padre. Tenía que parar mi maldita erección. Esta pobre
mujer necesitaba mi apoyo, no mi polla.
—Está bien. Veré si encuentro un médico.
—No. Pregúntale a mi madre. Siempre tiene Xanax. No va a ninguna
parte sin ellas.
Eso me desconcertó. Caroline Lovechilde era la última persona que
imaginé que necesitaría tranquilizantes.
—¿Puedes prometerme que no harás nada?
Ella se rio sombríamente. —¿Que voy a hacer? ¿Anudar la sábana y
ahorcarme? Drogas tal vez. Pero no tengo ninguna.
—Savanah, no digas eso. Vamos a arreglar esto.
—¿Y entonces qué? Todos acabarán viendo ese jodido vídeo sexual y te
aseguro que no querrás ni cruzarte conmigo.
—Soy adulto. Puedo manejarlo.
—Seguro que sí. Simplemente no quiero que me veas como una puta
guarra.
Fruncí el ceño. —Nunca podría verte así. Conozco este mundillo, y
también sé que una noche de alcohol y drogas puede hacer que una persona
haga cosas de las que luego se arrepienta. Todos tenemos algo parecido que
contar.
Su rostro se iluminó ligeramente. —¿También te ha pasado? ¿Te han
grabado algún vídeo sexual?
Negué con la cabeza. —No que yo sepa. Pero he tenido sexo lamentable.
A montones.
—¿Con hombres? —preguntó.
Eché la cabeza hacia atrás. Me pregunté por qué me hacía esa pregunta.
—No. Me gustan las mujeres. Totalmente. —La estudié—. ¿Por qué me
preguntas eso?
Ella entrelazó los dedos. —Por nada.
Regresé a la fiesta, donde la gente charlaba y reía como si el drama
anterior ni siquiera hubiera ocurrido, y encontré a Caroline Lovechilde con
su novio. Él tenía su brazo envuelto alrededor de su cintura, y parecían muy
enamorados.
—¿Puedo hablar con usted un momento? —pregunté.
Me siguió hasta un rincón tranquilo.
—Savanah ha pedido un par de Xanax. —Le lancé una media sonrisa de
disculpa.
Sus ojos sostuvieron los míos por un momento, y capté una pizca de
inquietud.
Rebuscó en su bolso y luego me pasó un pañuelo. —Toma. Dile que no le
daré más.
—¿Cree que sería conveniente llevarla a algún lado?
—¿A un hospital te refieres? —Frunció el ceño.
—Está realmente conmocionada. Y ha dicho más de una vez que quiere
morirse.
Caroline negó con la cabeza. —No es la primera vez.
Mis cejas se encontraron. —¿Ha tratado de quitarse la vida antes?
—No. Nunca. Mi hija puede ponerse un poco dramática, eso es todo. Me
he puesto en contacto con mi abogado. Tengamos fe y esperemos. Podemos
demandarles. Pero los Pikes ya están hipotecados hasta las trancas. —Ella
me tocó la mano—. Gracias por hacer esto. Sé que mi hija te admira.
Tomé un respiro. Había otro asunto importante que necesitaba hablar. —
Sobre lo que vi aquella noche en la parte trasera del casino...
—He hablado con Manon. Aparentemente, era una función privada.
Bailarinas. —Su levantamiento de cejas me dijo que no se lo creía.
—Una de las chicas parecía muy joven y como si estuviera tratando de
escapar.
Su ceño se arrugó y la sangre se drenó de su rostro. Caroline tenía
suficientes razones para estar preocupada, porque desde donde yo estaba, vi
a su nieta estaba empujando a la chica que no quería.
—¿Hay alguna forma de que puedas entrar? —preguntó.
—Tendría que ser invitado —dije.
—¿Puedes enviar a alguna otra persona?
Tomé una respiración profunda. —Si yo fuera usted, llamaría a la policía.
Sé lo que vi.
Se sostuvo la barbilla y su mano tembló ligeramente. Nunca la había visto
tan molesta. Incluso más que cuando minutos antes se había enterado de lo
del chantaje a Savanah. —No. No puedo.
Su novio se unió a nosotros. —¿Qué no puedes hacer?
Su rostro se suavizó. —Nada. Está bien. Solo estoy hablando de la
situación de mi hija, que, con la ayuda de Carson, estamos manejando.
Dejé de hablar sobre lo visto en el Salon Soir. Pude ver que era demasiado
para ella, e incluso me sentía un poco culpable por mencionarlo. Sin
embargo, me preocupaba. Deseaba poder decírselo a Declan, pero como
había jurado guardar el secreto, me enorgullecía de ser un hombre de
palabra.
Capítulo 17

Savanah

AL MENOS MI VIAJE a París tuvo un buen final. Me llevó poco tiempo


seducir a Carson para tenerle en mi cama. Lo único que hice fue cerrar la
puerta, esconder la llave y desnudarme, para que él pasara de
guardaespaldas a amante voraz.
Incluso nos quedamos dos días más, contemplando las vistas de la ciudad
desde una scooter alquilada, rozándome contra su cuerpo varonil. Era algo
especial estar enamorada en París, y me hizo experimentar nuevamente esa
elegante ciudad por primera vez, a pesar de las numerosas visitas previas.
Incluso me olvidé de Bram, que ni siquiera me había enviado un mensaje
de texto, lo que me llenó de esperanza de que finalmente hubiera decidido
abandonar su lucha e ir a por la siguiente víctima.
Lamentablemente, todo eso duró poco porque cuando llegué a Merivale
me llamó, ¿o debería decir, me acosó? Quería hablar de algo e insistió en
que nos reuniéramos en Londres, no lo hablaría por teléfono, algo que yo
siempre prefería.
Con el corazón apesadumbrado, me dirigí a ver a mi madre antes de irme
a Londres, para preguntarle sobre la demanda de lo del vídeo. De repente
escuché a Manon gritar: —¡No te metas! No tiene nada que ver contigo.
En lugar de interrumpirlas, me quedé junto a la puerta.
—Claro que tiene que ver conmigo —respondió mi madre—. Mientras
vivas aquí, debes comportarte de manera digna, como se espera de un
Lovechilde.
—¿En serio? Bueno, entonces, para hacer eso, necesitaré mucho dinero.
—Tienes una tarjeta de crédito. Ya te he incrementado el límite dos veces.
—No es suficiente. Por eso planeo casarme por dinero. Y Rey es
multimillonario. Él me dará todo y más.
—No es de los que se casan.
—Estoy segura de que puedo hacerle cambiar de opinión.
Si Manon todavía era virgen seguía siendo un misterio. Ciertamente no
actuaba como tal. Pero era ante todo ambiciosa, siendo la riqueza su
objetivo final.
—Por favor, dime que no te has estado acostando con él. —Mi madre
parecía angustiada, y eso me hizo estremecer.
—¿Y si lo hago? ¿Te pondrías celosa?
—¿Porque te gusta hacer todo esto?
Buena pregunta.
—Solo voy a por lo que puedo conseguir. Tú, de entre todas las personas,
abuela, deberías entenderme.
—Dime qué está pasando en la parte trasera del casino.
—Es solo un club privado, nada más.
—¿Hay chicas menores allí dentro? ¿Las exhibís?
¿Qué?
—Todo está bien. Te lo juro. —La promesa juvenil de Manon sonaba tan
falsa que me moría por ver la reacción de mi madre.
Entré. —No puede evitarlo, es una princesa. —Le lancé a Manon una
sonrisa maliciosa.
Manon me sacó el dedo medio antes de volver su atención a mi madre. —
Me voy al Salon.
—¿Estás trabajando allí ahora? —pregunté—. ¿Y el spa?
—Renuncié. Todos son muy desagradables allí. Prefiero el casino. Es más
divertido.
Claramente nerviosa, mi madre nos hizo un gesto para que la dejáramos
en paz. Decidí que no era un buen momento para hablar sobre lo del vídeo
sexual. En realidad, no quería sacar a relucir otro tema tan turbio. Juntar
todo mi asunto con las mierdas de Manon me llenó de autodesprecio por
tener que importunar a mi madre con estas cosas.
Quería saber más sobre lo de ese club privado, así que seguí a Manon
fuera.
—¿Por qué el Salon Soir es más divertido? —pregunté, alcanzándola en
el patio junto a las habitaciones de los empleados.
—Porque sí. Por un lado, hay entretenimiento. —Encendió un cigarrillo y
lo balanceó sobre sus labios, que parecían más gruesos cada vez que la veía.
Yo también me había puesto un poco de relleno de colágeno, pero Carson
odiaba los labios hinchados, así que dejé de hacerlo. Me había dicho que su
polla amaba mis labios tal como eran, al igual que su boca.
Mmm… Haría cualquier cosa para mantener a este hombre duro e
interesado.
Sin duda, Manon sabía cómo aprovechar al máximo su buena apariencia.
El maquillaje impecablemente aplicado resaltaba sus grandes ojos, casi
negros, exactamente como los de mi madre.
Con una blusa ceñida y una falda corta, a Manon le encantaba exhibir su
atractivo y atraer mucha atención masculina.
Drake charlaba y se reía con el jardinero, cuando nos vio.
—¿Qué tipo de entretenimiento? —pregunté, tratando de obtener la
mayor cantidad de detalles posible antes de que se acercara.
—Es un club privado. —Puso ojos a Drake.
—¿Y ese club privado tiene nombre?
—Ma Chérie.
—¿Qué pasa en Ma Chérie?
Soltó un anillo de humo. —Es un club de hombres.
No era necesario ser demasiado inteligente para leer entre líneas.
—¿Como un club de striptease con bailarinas en barras?
—Mmm… No del todo. Más como de conocerse y charlar. —Sus ojos
oscuros sonrieron maliciosamente, como si se estuviera muriendo por
compartir el secreto.
Drake caminó hacia nosotros, y su rostro se puso rojo. Sabía que le
gustaba y no ocultaba su atracción.
Levanté la barbilla hacia él en la distancia. —¿Ya estáis juntos?
—No. Pero ya veremos. Me gusta.
—Es guapo.
Su suave frente se arrugó. —No te atrevas a follártelo.
Tuve que reírme. —Mírate, marcando territorio de repente. Prefiero a
hombres, no a niños.
—Bueno, él es un hombre.
—Pensé que habías dicho que ya os habíais liado… —dije.
—No lo he hecho. Pero él es realmente atractivo. —Una pequeña sonrisa
creció en sus carnosos labios—. Estoy segura de que tiene una gran polla.
Sonaba tan inmadura que casi me río.
Pensé en Carson. La mención de una gran polla me encendió. Y nuestros
días en París, que habían terminado con un 'continuará', pasó por mi mente.
—Todavía eres virgen, ¿verdad? —tuve que preguntar.
—No es asunto tuyo.
—¿Pero eso de una gran polla? Quiero decir, te dolería si no has tenido
sexo. —No pude evitar picarla un poco. Continuó como si estuviera
tranquila; seguramente todo era una actuación.
—Seguro que lo sabes bien. Probablemente te has follado a todo el
mundo.
Ouch.
—Tengo experiencia, sí. Tengo casi treintaiún años.
—Sí. Eres vieja ya. —Puso una sonrisa torcida.
—Y tú eres jodidamente ingenua si crees que Reynard Crisp te hará rica y
famosa.
—No me lo he follado. —Expulsó el humo y apagó el cigarrillo—. Aún.
—Cuidado. Ese tipo es un gusano.
—Ha sido muy amable conmigo.
Drake se unió a nosotros.
—¿Qué tal estás? —le pregunté, tocando sus voluminosos bíceps—. Te
has quedado pálido.
Sonrió tímidamente. Me gustaba. Era dulce.
Sus ojos devoraron a Manon, y el aire pareció crepitar entre ellos.
Hacían una pareja preciosa, pero yo solo estaba preocupada por Drake,
dada la naturaleza retorcida de Manon.
Con mi curiosidad puesta en Ma Chérie, les dejé en su burbuja romántica
de adultos jóvenes.
Volví adentro y subí las escaleras para hacer las maletas para el viaje a
Londres; mi corazón estaba apesadumbrado. Quería quedarme y seducir a
Carson.
Cuando regresó con la medicación que le había pedido en París, me
encontró en el baño y le supliqué que se quedara y me hiciera compañía.
Charlamos sobre cosas sin importancia y, como siempre, me gustó el sonido
de su voz profunda y ronca. También sabía escuchar, a diferencia de
algunos de los idiotas con los que había salido.
Nadie era como Carson, especialmente por la forma en que me hacía
sentir.
Justo cuando estaba a punto de dejarme sola para darme el baño, le rogué
que se quedara y me incliné sobre las burbujas para que pudiera ver mis
tetas.
Sus ojos se oscurecieron con lujuria y, tirando de la silla, se desabotonó la
chaqueta y tomó asiento.
—Te queda muy bien ese esmoquin, por cierto. Pero estarías aún mejor
sin la chaqueta.
—Mira, Savanah. Estoy aquí trabajando.
—No pareció importarte lo de la otra noche. —Me refería a cuando entró
en mi baño y me dejó chupársela.
Me pasé la lengua por los labios y noté cómo le crecía su bulto.
Me levanté de la bañera. —¿Puedes pasarme esa toalla?
En este punto, sus ojos estaban ardiendo en mí. Me incliné frente a él,
mostrándole mi coño desnudo. Pude sentir el aire espesarse, incluso
chisporrotear.
Luego le desabroché los pantalones. Le tenía. No protestó. Esa gran polla
sobresalía de sus calzoncillos, goteando líquido pre seminal.
Lamí la cabeza salada, y él gimió, abrió un poco las piernas para dejarme
entrar, y eso fue todo. Al diablo con ser profesional.
Con esa sucia y dulce reminiscencia haciéndome palpitar, le envié a
Carson una foto que me había hecho en París en lencería azul de encaje, sin
entrepierna. Ya había desfilado para él mientras estuvimos allí, y sin
comentar más lo de ser mi guardaespaldas, me senté en su regazo y
descendí hasta su dura polla. El intenso estiramiento casi me hace sangrar.
Después puse un trípode y me retraté con las piernas ligeramente
separadas, después de haberme corrido.
Mi teléfono sonó de inmediato.
—Preciosa. —escribió.
Me reí. Un hombre de pocas palabras. —¿Eso es todo? —respondí.
Los puntitos de escribir aparecieron, luego se detuvieron y luego
comenzaron de nuevo. Así durante un rato. —Estoy trabajando, Savanah.
—¿Se te ha puesto dura? —pregunté, riendo para mis adentros.
Esta vez, respondió rápido. —Sí.
—¿Y qué te la ha puesto dura? —Quería que me dijera algo guarro.
Nuevamente escribió. —Tu pequeño y jugoso coño. ¿Qué iba a ser?
Mi cara se calentó y sufrí por él. —¿Mis ojos?
Tuve que tocarme. Estaba más caliente de lo que esperaba. Me imaginé
ese cuerpo fuerte y musculoso. Carson lamiendo sus sexys labios y
sosteniendo su pesada polla en su mano, a punto de follarme hasta el fondo.
Su mirada sin pestañear también me atravesaba.
—Eres hermosa, Savanah. Especialmente tus ojos. Pero tu lindo y jugoso
coñito me está mirando, y me resulta difícil concentrarme.
—Me estoy tocando ahora mismo. ¿Quieres verlo? —Hice clic en su
número y él contestó.
—Savanah. —Su voz sonaba ronca por la lujuria, como si se estuviera
tocando a sí mismo.
Coloqué el teléfono enfocando a mi clítoris. —¿Puedes verlo?
Escuché una respiración pesada. —Sí.
—¿Te estás tocando la polla?
—Sí.
—Enséñamela —rogué.
—¿Por qué no me paso? Digamos, en una hora.
—Tengo que irme a Londres ahora. Ya voy tarde, pero quería pensar en ti
primero.
Respiró. —Ya me tienes.
—¿Te gusta cuando me toco?
—Mucho. Demasiado.
—¿Demasiado?
—Me distraes y no puedo concentrarme. Parece que alguien me está
llamando. Me tengo que ir, aunque me encantaría ver cómo termina esto.
Me reí. —Creo que puedes adivinarlo. Te enviaré una foto cuando me
corra, si quieres.
—Solo si tú quieres.
—Parece que no te entusiasma la idea —dije.
—Prefiero verlo en directo. Y si alguien hackea tu teléfono, podría
hacerse público.
Mi estómago se hundió al recordar ese detestable vídeo sexual.
Enfoqué el teléfono a mi cara y le lancé un beso.
—Eres preciosa —dijo.
Y así terminamos ese momento caliente y tórrido.
Cuando me estaba yendo a Londres, vi a mi madre con Cary en el patio.
Necesitaba contarle lo de la mujer del coche.
Pero, ¿cómo? Parecía tan feliz… Me rompía el corazón destrozar su
felicidad.
Ethan sabría qué hacer. Iba a llevarme a Londres y le prometí pasar un
momento, principalmente para ver a mi sobrino.
Cuando llegué a su casa, Mirabel estaba en el jardín con Cian, que le
lanzaba una pelota a Freddie, en una estampa que era pura armonía
doméstica, frente a aquella pintoresca cabaña.
—El jardín es hermoso —le dije a mi cuñada embarazada.
—Gracias. —Ella sonrió.
Freddie saltó sobre mí y me lamió la mano. —Hola bonito.
Encontré a mi hermano en el portátil cuando llegué. Una guitarra,
partituras y blocs de notas esparcidos por el sofá hacían que la habitación
pareciera desordenada y habitada.
Prefería eso a que todo estuviera perfecto en su lugar.
Tener ayudantes significaba que nunca experimentábamos el desorden,
solo tenía la mierda de mi cabeza, y ningún empleado doméstico podría
ayudar a aclarar eso.
—Ah. Que bien que estés aquí. Creía que tenía que ir a recogerte. —
Ethan cerró su ordenador.
Cian persiguió a Freddie. Llevaba un traje con capa y una máscara.
Mirabel se rio. —Está tratando de enmascarar a Freddie. El perro lo dejó
ayer, pero ahora sabe lo que eso significa y no quiere.
Me reí. —¿Cómo va el piano?
Mirabel miró a su hijo. —¿Quieres enseñarle a la tía Savvie lo que
aprendiste ayer?
Cian se metió el pulgar en la boca y pasó de salvaje a adorable y tímido.
Su madre le ayudó a subirse al taburete del piano y luego sus pequeños
dedos recorrieron las escalas.
—Guau. —Miré a Ethan, que lucía una orgullosa sonrisa de padre.
—Thea está impresionada. Tiene buen oído, al parecer.
Cian nos miró boquiabierto, con esos grandes ojos color chocolate,
contento por nuestra adulación, y luego saltó del taburete y volvió a
perseguir a Freddie para ponerle la máscara.
Ethan se rio. —Pobre Freddy. Creo que quiere volver a Merivale con los
adultos.
—Mamá quiere un corgi. Un cachorro blanco y negro. Vi las fotos. Es
precioso.
Ethan recogió su bolso y luego le plantó a Mirabel un beso prolongado,
creo que con lengua.
—Puaj. Por favor. —Hice una mueca.
Se rieron, con los ojos brillantes. Se notaba que estaban muy enamorados.
Besé la mejilla de Mirabel y luego abracé a mi sobrino, y nos fuimos.
Estábamos a medio camino de Londres cuando dije: —Todavía no he
hablado con mamá sobre la mujer del coche.
—Declan sí.
Me giré. —¿Y?
—Ella no parecía estar preocupada. Pero podría ser mamá en su faceta
valiente y evasiva.
—Hoy parecían un par de tortolitos. Quizá Cary se haya explicado y esté
todo bien —dije.
—Eso espero. —Ethan negó con la cabeza—. Lo último que necesitamos
es otro drama.
—Hablando de drama, ¿seguís trabajando en el caso de papá? Eso espero,
porque quiero que encierren al asesino.
Ethan asintió. —Están en ello. Hemos anunciado una recompensa de diez
millones de libras. No ha aparecido nada todavía.
Suspiré. —No descansaré hasta que lo encuentren.
—Ninguno de nosotros lo hará.
Capítulo 18

Carson

ABRÍ EL PORTÁTIL PARA pagar algunas facturas cuando vi un correo


electrónico con el asunto: Savanah Lovechilde con un MP3 adjunto.
Naturalmente, asumí que era de Savanah y que me había enviado un vídeo
sexy a pesar de que normalmente me lo enviaba a través del móvil.
Mi polla empujó contra mi bragueta con excitación. Me ponía caliente y
alterado solo de pensarlo.
Nunca había sido de los que hacían sexting, pero Savanah claramente
disfrutaba haciéndolo. Y recibirlos a menudo acabó por conseguir que
pusiera manos en el asunto, literalmente.
Cuando se descargó el MP3, presioné el Play y allí estaba ella con una
polla en la boca. Era bastante pequeña, pero ese hecho no hizo que fuera
mejor. La hamburguesa que me acababa de comer comenzó a revolverse en
mi estómago.
Debería haberlo parado, pero no pude evitarlo. Luego, la cámara recorrió
su cuerpo y se veía a una mujer lamiendo a Savanah.
Savanah nunca me había mencionado ser bisexual. Supongo que nunca se
lo había preguntado.
Normalmente no me importaba ver a una mujer comiéndose un coño, pero
esto hizo que se me encogiera el estómago. Por mucho que intenté alejar
esos sentimientos, Savanah se había convertido en algo más que un polvo
casual. La quería.
Al darle a Eliminar, no reconocí el correo electrónico, y si Bram me había
enviado ese vídeo, entonces obviamente se lo habría enviado a otros.
Después de superar el impacto de ver a la mujer de la que me estaba
enamorando dándose un festín con una polla que no era la mía, la ira se
apoderó de mí. Esto la hundiría. Y ahora que había visto el vídeo, era fácil
entender por qué.
Sin saber qué decirle, ignoré las llamadas de Savanah. En cambio, cogí mi
chaqueta e, impulsado por un fuego en mi estómago, me dirigí a la casa de
la familia de Bram. De no estar él allí, me ocuparía de su padre, que era una
versión mayor, pero igual de engreída, de su hijo.
Su hogar en Cotswold fue bastante fácil de localizar. Después de buscar
en Google a Lord Pike, descubrí que la familia tenía una página web con
fotos de su casa, que estaba abierta para visitas. Al cabo de una hora estaba
allí, andando por el camino empedrado iluminado por lámparas hasta la
puerta.
Llamé unas cuantas veces antes de que un hombre abriera la puerta.
—Estoy aquí para ver a Bram o a su padre.
El mayordomo me miró de arriba a abajo. —¿Tu nombre?
—Carson Lewis. A cargo de la seguridad de los Lovechilde.
—Un momento. —Cerró la puerta en mi cara.
—Valiente gilipollas —murmuré.
Nunca me habían gustado las clases altas y su personal estirado, con su
actitud de ser más santo que tú.
La puerta se abrió y desde el otro lado escuché: —Adelante.
El padre de Bram entró en una gran sala sombría, con pinturas de
hombres burlones y mujeres tristes.
—¿Le puedo ayudar en algo? —preguntó—. Creo que nos conocimos,
¿no es así? En París. Tú fuiste el que pegó a mi hijo.
Asentí. —He venido a hablar con él.
—¿Para amenazarle de nuevo?
Me hubiera encantado borrar esa sonrisa de su rostro lleno de venas. Tenía
la nariz rojiza típica de bebedor, igual que la de mi padre.
—Ha roto su promesa, lo que significa una demanda, creo.
—Ah, ¿entonces has venido a amenazarme?
—Mire, señor...
—Es Lord. Te dirigirás a mí por mi título.
Sí, Lord Escoria.
—Tu hijo ha cruzado la línea. Tiene suerte de que la Señora Lovechilde
no haya presentado cargos. Yo mismo he visto los moratones.
—Podría habérselos hecho cualquiera. No es ningún secreto que Savanah
Lovechilde suele juntarse con bestias.
—Tu hijo es uno de esas bestias.
—Ahora escúchame. —Me señaló a la cara, y si me hubiera pillado unos
años más joven, ese gesto agresivo habría resultado en su dedo índice
colgando de un tendón.
Me alejé y conté hasta tres, una técnica militar para cuando te enfrentas a
tipos desagradables, pero inofensivos.
¿Era Lord Pike inofensivo? Para mí tal vez. Pero había algo podrido en él,
que se juntase con Crisp era una prueba de ello, y sabía que era un invitado
asiduo de ese lugar sospechoso en la parte trasera del casino.
—¿Está tu hijo aquí? Quisiera tener con él unas palabras. ¿O tengo que ir
directamente a la policía?
Sus ojos nublados sostuvieron los míos por un momento. No parpadeé. La
intimidación era mi especialidad.
Él resopló. —¿Qué diablos ha hecho ahora? —murmuró, como un padre
harto de limpiar las mierdas de su hijo.
A pesar de la falta de simpatía por Lord Cabeza de Mierda, hubiera
odiado tener un hijo como Bram, que lo único que hacía era arrastrar el
nombre de la familia por el lodo.
—Espera aquí. —Señaló una silla antigua en la que parecía que nadie se
sentaba hacía siglos a juzgar por la capa de polvo.
Si yo fuera director de cine en busca de un enclave ideal para una película
de terror, esta habitación sería la más espeluznante, con paredes de madera
oscura y retratos ceñudos; sin duda habría sido el mejor escenario. Incluso
había una estatua de armadura que me gustó un poco.
Dejando a un lado las bromas, sentí que este no era un hogar feliz.
Escuché voces de fondo y unos minutos después, frotándose la cabeza,
Bram salió vestido con una bata de terciopelo. Tuve la repentina necesidad
de reírme. Era evidente que su criada estaba lavando sus habituales
vaqueros negros rotos y su camisa negra que siempre llevaba suelta y medio
desabrochada.
—Bueno, ¿de qué va todo esto? —preguntó—. Me has despertado.
Ladeé la cabeza. —Salgamos y demos un paseo, ¿de acuerdo?
Me estudió durante un minuto. —¿Por qué? ¿Qué quieres hacer?
—Necesitamos hablar. En privado.
Se encogió de hombros. —¿Debería llamar a seguridad?
—Valoro demasiado mi libertad como para desperdiciarla en tu
insignificante trasero.
—¿Te ha enviado Savvie? He oído que te la estás follando. —Esbozó una
sonrisa torcida, que solo le hizo parecer más feo.
—Salgamos afuera. O podemos hablar aquí, frente a todo el servicio.
Se frotó la cara y luego señaló la puerta. Una vez que estuvimos fuera, me
acerqué intimidantemente cerca. —¿A quién más le has enviado ese vídeo?
—A nadie. Cumplo mi palabra. Por ahora. —Sonrió—. Ella conoce el
trato. Mañana nos vemos para ir a una fiesta.
—¿Para que puedas hacer el ridículo otra vez?
—¿Quién diablos te crees que eres, haciendo comentarios tan sarcásticos?
—Siguió rascándose. Un signo seguro de adicción a la heroína. Mi hermano
pasó por lo mismo.
—Ahora que has enviado las imágenes, tu padre recibirá una citación del
equipo legal de los Lovechilde.
—Yo no lo he enviado.
—Alguien lo hizo.
—Enséñamelo. —Levantó la barbilla.
Saqué el teléfono y revisé mi correo electrónico.
—Esa no es mi dirección de email.
—Entonces debes habérselo enviado a alguien. Será mejor que averigües
a quién pertenece y lo elimines.
Se encogió de hombros. —Como te he dicho, no tengo ni idea. Me
hackearon el ordenador. Así que probablemente sea alguien que no
conozco. Lo que significa que estoy limpio.
—No, no lo estás. Todavía es un delito filmar a alguien en contra de su
consentimiento.
Inclinando la cabeza, devolvió un gruñido arrogante. —No conoces a
Savvie, ¿verdad? A ella le encanta ser el centro de atención. Incluso cuando
es solo para enseñar su frecuentado coño.
La rabia cargó a través de mis puños apretados. Tomando una respiración
profunda, tuve la insoportable necesidad de estrangularle. En vez de eso,
conté hasta tres, porque un puñetazo acabaría con ese pedazo de mierda
flacucho e inútil.
—Me aburre esta conversación. Sal de nuestra propiedad, imbécil.
Le agarré por la nuca y le empujé fuera de mi camino como un pedazo de
basura. Tropezó hacia atrás y terminó cayendo sobre su trasero huesudo.
Gritó algo y me fui con su comentario sobre Savvie dando vueltas en mi
cabeza.
Tenía que detener estos sentimientos ahora. No más. Nos habíamos
divertido. Estaba allí para proteger a Savanah, y continuaría haciéndolo,
pero ya no me acostaría con ella en esas sábanas sedosas y perfumadas. No
importaba cuánto lo deseara.
Y claro que lo deseaba. Con cada célula de mi cuerpo.
Me prometí no volver a hacerlo nunca. Me volvería un adicto. Adicto a
Savanah Lovechilde. Solo que, como todo en mi vida, tenía la voluntad de
un toro cuando lo empujan.
Cuando se trataba de autocontrol, me habían enseñado a prescindir de mis
caprichos favoritos. En este caso, ese desagradable comentario sobre Savvie
sería mi munición contra la debilidad que pudiera sentir, ayudándome a
mantenerme firme en mi decisión.
ERA TARDE CUANDO SAVANAH llamó. —Hola, ¿por qué no me
devuelves los mensajes de texto?
Enfadado conmigo mismo por contestar esa llamada, respiré hondo. Tenía
derecho a saber lo que había sucedido. —Me enviaron por correo
electrónico el vídeo de Bram.
Hubo una larga pausa. —¿Estás ahí?
—Ah, mierda. ¿Lo has visto? Apuesto a que me odias, ¿verdad? —Su voz
se quebró.
¿Dónde estaba ese hombre de mente abierta que me enorgullecía de ser?
Me sentí culpable por ser tan crítico, pero no podía dejar de lado la imagen
de esa polla en su boca.
¿Cómo iba a hacer funcionar esto? Una mirada a los ojos claros y
vulnerables de Savanah derritiría mi corazón y desde luego hacía que mi
polla se pusiera dura como una roca.
¿Por qué una hermosa mujer que necesitaba ser rescatada hacía que mi
libido se disparara?
—Bram niega haberlo enviado. Ha dicho algo sobre que le han hackeado,
lo cual creo que es mentira. Habla con tus abogados y haz que le detengan.
—¿Lo has visto? —Su voz sonaba como la de una niña que clama por
amor y mimos. Todo lo que quería hacer era abrazarla y mecerla. Poner
límites a tanta suciedad.
Pensé en las imágenes pornográficas que me había enviado de sí misma.
No me atreví a borrarlas. Eran viagra pura para mi glándula masculina
hiperactiva. —Tienes que dejar de enviarme esos vídeos calientes.
—¿No te gustó lo que viste? —Justo cuando su voz se quebró, comprendí
que Savanah no había madurado emocionalmente—. ¿No puedes venir y
cogerme de la mano?
—Estás en Londres. Yo estoy aquí, en Reinicio. —Mentí porque iba
conduciendo hacia mi antiguo apartamento para buscar señales recientes de
mi hermano.
—¿Significa esto que ya no habrá un `nosotros´? —Sollozó.
—Prefiero no hablar de ello en este momento. Lo haremos cuando
vuelvas.
—Tienes que protegerme —dijo ella, sonando más como esa diva rica
que, hasta ahora, había estado desaparecida.
—Puedo protegerte físicamente, pero no puedo evitar que hagas o dejes
de hacer ciertas cosas. Permitir que te graben mientras tienes sexo rara vez
termina bien.
—¿Estás sugiriendo que yo quería que me grabaran? —gritó—. Joder,
Carson, ¿cómo puedes pensar eso? No quería nada de esto. Fue Bram quien
me obligó. Me había drogado. Ni siquiera recuerdo haberlo hecho. —Los
sollozos ahogaron sus palabras.
—Debes pasar desapercibida. Deja este asunto en manos de tus abogados.
—Resoplé—. Y trata de mantenerte alejada de hombres como Bram. —Ese
último comentario salió por lo bajo.
—No quiero a nadie más. Solo te quiero a ti. —Sollozó y me dolió el
corazón.
—Solo me quieres porque te parece difícil conseguirme.
—Mierda. Es mucho más que eso. ¿No lo sientes? —preguntó.
Sí. Lo siento. Demasiado, por desgracia.
—¿Por qué no hiciste tu trabajo y le amenazaste? —Detecté cierto tono
picante en su voz—. Es lo que se supone que debe hacer el equipo de
seguridad.
—No puedo hablar de esto ahora. —Colgué.

PARA DESPEJARME, DECIDÍ QUEDARME en Londres un par de


noches. Por mucho que prefiriera mi nuevo apartamento en Bridesmere, de
una habitación en un edificio victoriano recientemente renovado, necesitaba
algo de espacio. Tampoco me atreví a devolver las muchas llamadas de
Savanah. Declan fue la única persona a la que contacté para pedirle un par
de días libres.
Mientras me movía por el apartamento en el que había crecido, no vi ni
rastro de Angus. No había botellas vacías. Ni cajas de pizza vacías ni basura
tirada por ahí.
Me costó un poco adaptarme a la discordante diferencia entre mi nuevo
hogar y el anterior, era como la luz del día al salir del cine. El resto del
barrio, con sus comerciantes y maleantes, estaba muy lejos de las sonrisas
amistosas que venían con la vida en el pueblo.
Aunque ese apartamento me recordaba quién fui antes de caer en este
mundo de ricos y poderosos, pasar un tiempo en Merivale me había
enseñado que los problemas de los ricos eran como los de los demás. Solo
que comían mejor, bebían alcohol de calidad y no necesitaban robar para
comprar drogas.
Bebiendo una cerveza, me recosté en el gastado sillón reclinable de mi
difunta madre, una silla que había sostenido su cuerpo plagado de cáncer
durante el último año de su vida. Incluso podía oler su perfume favorito,
que usó toda la vida. Se me formó un nudo en la garganta. Es curioso cómo
un aroma puede provocar esa sensación. De repente pude ver sus amables
ojos sufriendo. Fue entonces cuando decidí que Dios no existía. ¿Cómo
podía hacerle eso a una mujer que habría dado su último centavo a
cualquiera que lo necesitara?
Cerré los ojos, inhalé y exhalé, y pensé en las mejillas sonrosadas de mi
madre, que se sonrojaban cuando estaba feliz. Me imaginé su orgullo y
alegría al saber que ya no estaba atrapada en la pobreza y que había dado la
señal para comprarme un apartamento nuevo.
Limpiando mi cabeza de pensamientos tristes, encendí la televisión. Man
U. estaba jugando, y con unas cervezas enfriándose en la nevera y una pizza
devolviéndome la sonrisa, en realidad me sentí como en casa y a kilómetros
de distancia de la tormenta de mierda que se estaba gestando en el universo
de Savanah.
Mi teléfono sonó. Al ver que era Declan, descolgué. —¡Hola! ¿Qué tal?
—A Savanah le han dado una paliza.
—Estás de puta broma. —Mis venas se congelaron—. Maldito Bram,
habrá sido él. —La sangre corrió a través de mí, poniéndome en modo de
batalla. Necesitaba las pelotas de ese gilipollas en bandeja.
—Ella no ha querido decir quién se lo ha hecho. Está preguntando por ti.
Por eso te estoy llamando.
Me froté la cabeza repetidamente. —¿Se encuentra bien?
—Está en el hospital. Le han destrozado la cara. Tiene bastantes
moratones. Es un maldito animal.
Mi cabeza bullía como si estuviera sumergida en una nube de tormenta.
Quería matarlo.
—Ella sigue preguntando por ti. Lo siento. Sé que me pediste unos días
libres.
—Está bien. Voy ahora mismo. Envíame la ubicación.
—Me dijo que alguien te había enviado el vídeo sexual.
—Sí. —resoplé—. Incluso hablé con Bram en la casa de su familia. Él lo
negó.
Suspiró. —Creo que Savvie necesita alejarse de todo esto hasta que todo
este revuelo cese.
—¿Qué pasa con Bram? Vas a presentar cargos, ¿no?
—Es Savvie quien tiene que decidirlo. —Suspiró—. Creo que mi madre
está hablando por teléfono con Lord Pike ahora mismo. De todos modos,
esperaré hasta que llegues aquí antes de irme del hospital. Necesita que
alguien se quede con ella.
—Estoy yendo hacia allá en este momento.
Capítulo 19

Savanah

ME DOLÍA TODO AL caminar. Mi madre levantó la vista de sus


periódicos. Sus ojos estaban vidriosos, como si hubiera estado llorando.
¿Era por mí? ¿O por Carrington, que se había ido la noche anterior a toda
prisa? No se habían separado en dos meses, y de repente se fue. Les había
oído discutir sobre algo, pero como estaba perdida en mi propia historia de
terror, no presté mucha atención.
—¿Cómo estás, cariño? —preguntó ella, bajando los papeles.
—Mejorando. Hoy puedo caminar algo mejor. —Me senté lentamente.
Todavía me dolía la parte inferior de la espalda y la pelvis, como era de
esperar después de recibir patadas repetidas veces. Debí haberme
desmayado después de que Bram comenzara a patearme, porque no podía
recordar lo que pasó después de eso. El personal del hotel de Londres,
obviamente, había escuchado mis gritos, y lo siguiente que supe fue que me
estaban llevando en ambulancia al hospital.
Tras derribar las puertas de la propiedad de su padre, la policía arrestó a
Bram; me lo contaron mientras todavía estaba ingresada. No podía negar su
participación.
La lástima que brillaba en la mirada de mi madre me hizo querer gritar y
hacer algo desagradable, como estrangular a Bram. Todo tipo de
pensamientos horrorosos me invadieron, ahora que finalmente había
despertado de mi neblina inducida por los fármacos.
—Tengo que ir a recoger un medicamento con receta —dije—. ¿Está
Janet por aquí? ¿O alguien de confianza?
—Yo me encargo. —Me miró detenidamente—. Estoy segura de que, con
el tiempo, volverás a estar bien.
Exhalé una respiración profunda. —Los médicos creen que ya no podré
tener hijos, mamá.
Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas. Parecían llegar sin previo
aviso, como si se hubiera vuelto normal para mí llorar en un abrir y cerrar
de ojos.
Me pasó su brazo alrededor. —Conseguiremos los mejores psicólogos y
médicos. Estoy segura de que pronto te recuperarás.
Su teléfono sonó y ella rechazó la llamada. Sonó de nuevo.
—Alguien está insistente… —le dije.
—Es Cary. —Su voz tembló y el teléfono vibró de nuevo cuando lo
apartó.
La cogí de la mano. —¿Qué ha pasado? Desde mi ventana le vi salir con
una maleta.
—Se olvidó de contarme que todavía está casado. —Tragó un poco de
agua.
—Pero, ¿no te dijo que estaba divorciado? —Le puse una sonrisa
comprensiva. Aguijoneada por la culpa, puesto que debería haberle contado
lo de la mujer que había visto en el coche abrazando a Cary—. ¿Cómo lo
descubriste?
—Declan le investigó un poco. —Ella esbozó una sonrisa irónica—. Su
pausa me irritó. Entrelazó los dedos—. Supongo que es mejor saberlo.
La observé; reconocí la angustia porque parecía tan destrozada como yo
me sentía. Fui testigo de su vulnerabilidad con Cary y de cómo había
cambiado. Había pasado toda su vida manteniendo una actitud tranquila y
controlada, pero, junto a él, se la notaba más ligera y sus ojos estaban más
brillantes.
—¿Se divorciará de ella? —pregunté.
—Dice que son como hermanos. Que ni siquiera duermen juntos.
Asentí. —Algo es algo, supongo. Pero, ¿por qué sigue con ella?
—Al parecer ella le necesita. Ha amenazado con suicidarse si la deja.
—Pero lleva aquí dos meses. Habéis sido inseparables.
Su respiración era irregular. —Lo sé. Él le dijo que estaba fuera en un
proyecto o algo así. No sé. Parece algo muy complicado, y eso es lo último
que necesito. —Me miró y suspiró—. Está bien. Lo que duró, duró. Fue
agradable. Pero es demasiado débil para hacer ese sacrificio por mí. Lo
superaré.
Se levantó. —Dame la receta del médico y se la llevaré a Janet.
Por un momento titubeé, no quería que mi madre viera que era para
Xanax y pensara que podría estar enganchándome. Necesitaba algo que
ayudara a mi cerebro a eliminar la basura que llenaba los espacios vacíos.
Espacios que deberían haber sido ocupados por actividades positivas, como
la licenciatura en artes o algo más valioso que ir de compras y buscar cuál
sería mi próxima emoción, alguien fuerte que pudiera hacer que mi piel se
estremeciera.
Hasta ahora, Carson había sido la única persona que había conseguido
eso. Y aunque me imaginé que su educación había sido dura, era, de lejos,
el hombre más equilibrado con el que había salido.
A pesar de nuestros dos meses de sexo tórrido, nunca llegamos a salir
oficialmente. Nadie sabía lo nuestro.
Tuve que engatusarlo con palabras obscenas y textos e imágenes picantes.
No me llevó mucho esfuerzo, la verdad. Parecía ponerse cachondo con solo
posar mi mano sobre la suya. Hablando de virilidad y de tíos súper sexys…
Pero por encima de todo eso, me hacía sentir segura.
—Ahora que lo pienso, podría ir al pueblo —dije.
—Pero si apenas puedes caminar, cariño. —La preocupación de mi madre
me hizo querer llorar de nuevo.
Necesito esos medicamentos. Ya.
—Está bien. Entiendo. —Traté de esbozar una sonrisa. Me dolía incluso
hacer eso. También me golpeó en la cara. Por suerte, no me llegó a romper
la nariz.
Maldito idiota.
Abracé a mi madre. —Estoy segura de que todo saldrá bien.
—Por cierto, hablé con Jim, el enfermero. Te está esperando en
Lochridge. Lleva sin recibir pacientes desde hace un tiempo. Creo que le ha
sorprendido.
—Tenía diez años cuando le visité. ¿Sigue yendo alguien allí? —Tenía
recuerdos de aquella mansión; después de que Ethan me convenciera de que
estaba embrujada, terminé durmiendo con mis padres.
Elegí Lochridge como un lugar de escapada porque necesitaba espacio
para sanar lejos de la gente y de las distracciones como ir de compras y
coquetear con extranjeros.
Ya no era la joven frívola y coqueta que era antes de lo sucedido con
Bram. Era como si me lo hubiera arrancado a golpes. Sin embargo, no me
había merecido la pena si a cambio me podía quedar estéril y perdía la
cabeza. Un terapeuta habría sido la opción más saludable para reconectar
conmigo, que un hombre violento y sádico.
Alejarme también significaba que necesitaría un guardaespaldas, dado que
Bram estaba libre bajo fianza y obsesionado conmigo. Un ‘no’ parecía
alentarle más. Era uno de esos mocosos malcriados que querían lo que no
podían tener, incluso a pesar de poder ser encarcelados por violar una orden
de alejamiento.
Todavía quería casarse conmigo, lo que me hacía reír y gritar al mismo
tiempo. También siguió pidiéndome que le perdonara, con una actitud de
corderito degollado y patética. ¡Como si alguna vez hubiera querido
casarme con él!
Y eso fue precisamente lo que me llevó al hospital. Estábamos en Mayfair
cuando dijo: —Así que nos casaremos pronto, ¿verdad? ¿Para cuándo
fijamos la fecha?
Negué con la cabeza repetidamente, como lo haría uno ante la sugerencia
de que le cortaran un brazo. —Ni de broma me voy a casar contigo.
Tonta de mí. Debería haberme callado. Se había pasado bebiendo porque
su traficante de drogas no había llegado, lo cual le cabreó el doble, como
pronto descubriría. Borracho y desesperado por un chute, se convirtió en un
monstruo enloquecido.
—No juegues conmigo y menos cuando voy tras de ti, perra.
—No me voy a casar contigo, Bram. De hecho, quiero que desaparezcas
de mi puta vida. Ahora mismo. Eres de lo peor.
Bueno... lo era.
Lo siguiente que sucedió es que acabé en una cama de hospital,
maltratada y magullada.
—Declan visitó Lochridge hace un par de años —dijo mi madre,
ayudándome a salir del horrible recuerdo de Bram atacándome.
—Esa fue la última vez que alguien de nuestra familia se quedó allí —
continuó—. Lo encontró deteriorado y, como todos esos viejos lugares tan
grandes, húmedo y frío. Ahora parece que tienen calefacción central. Y han
reparado las goteras del techo, según me han dicho; y la sala de estar
principal y el salón también están recién pintadas y reformadas. Quería ir a
ver qué tal lo habían dejado, pero me surgió otro asunto. —Hizo una pausa
—. Le pedí a Jim que contratara personal durante tu estancia.
Me recorrió una ráfaga de emoción al pensar en hacer ese largo viaje con
Carson, mi querido guardaespaldas.
Tal vez se podría convertir en mi amante otra vez. Había sido una tortura
no estar con él.
El espeluznante contenido de ese vídeo sexual le había afectado más de lo
que hubiera imaginado. Pensaba que sería un poco más abierto de mente.
Pero, por otro lado, eso significaba que le importaba. Lo dejó bastante claro
cuando me visitó en el hospital. Su mirada se clavó en la mía, como si
nunca me hubiera dejado ir, haciéndome sentir amada y apreciada. Ante la
mención de Bram, sus ojos se oscurecieron. Esas reacciones eran mi único
consuelo, si hubiese sido alguien que no le importaba, no habría
reaccionado de aquella manera.
—¿Estás segura de que quieres alejarte durante todo un mes?
—Me he apuntado a un curso online de diseño. Y lejos de todas las
distracciones de aquí, podría intentarlo. —Suspiré—. Y para ser honesta,
necesito un descanso de Manon.
Mi madre extendió las manos. —Cariño, la necesito aquí. De lo contrario,
Dios sabe en lo que se convertiría.
—Ya se ha convertido en eso, mamá. Y delante de tus narices encima. Se
está tirando a Crisp y trabaja para él en Ma Chérie. De verdad, mamá,
tienes que poner fin a esa depravación que tiene lugar justo en nuestra
puerta.
Frunció el ceño. —Ella no se ha acostado con él, y Rey me ha asegurado
que ha dejado de atosigarla.
—Sí, claro. Y está donando sus miles de millones a la caridad.
Mi madre sonrió ante mi ironía. —Él no es tan malo como le pintas.
—Obviamente no le conoces tan bien.
—Conozco a Rey mejor que la mayoría. —Su ceja levantada no pasó
desapercibida para mí.
Me moría por saber por qué le mantenía cerca. Y cómo es que era dueño
de las tierras que una vez pertenecieron a nuestra familia.
Se frotó las largas uñas, algo que hacía cuando la desafiaban. Sin
embargo, y por encima de todo, no podía entender por qué hacía la vista
gorda con todas aquellas jovencitas que entraban por la parte trasera del
casino casi todas las noches.
—Podrían estar traficando con chicas menores de edad, por lo que parece.
—No están haciendo eso. —Sonaba irritada.
—Entonces, ¿qué diablos está pasando con esas chicas que llegan en
furgonetas? Algo huele a podrido.
—Se subastan a sí mismas.
Fruncí el ceño ante lo frío que fue el tono de mi madre al decir esa idea
descabellada. —¿Su virginidad, quieres decir? Entonces, ¿es un club de
sexo para que hombres mayores se follen a jóvenes vírgenes?
Ella hizo una mueca. —Es un club de caballeros. Qué nombre tan
inapropiado.
—Sí, debería llamarse Club de Viejos Verdes. —Bufé.
—Me han dicho que las chicas bailan con ropa diminuta antes de ser
subastadas.
—Dios mío. Como si fueran ganado. —Sacudí la cabeza con disgusto.
Parecía derrotada a pesar de su tono de resignación. Conociendo a mi
madre, habría discutido este triste asunto hasta la saciedad con Crisp.
—Lo van a hacer allí o por internet. Según Rey, es más seguro para las
chicas de esta manera, porque pueden elegir y firman documentos legales
para asegurarse de que se las pague y se las proteja.
Negué con la cabeza. —Me da igual, tienes que cerrarlo. ¿Y qué pinta
Manon en todo eso?
Mi madre se mordió el labio. Pude ver que estaba bajo mucha presión. No
era ella en absoluto. Odiaba que me pusiera faldas tan cortas cuando tenía la
edad de Manon.
—Manon ayuda a las chicas a maquillarse y vestirse y ofrece charlas
inspiradoras. Ella insiste en que ninguna tiene menos de dieciocho años.
Firman formularios dando su consentimiento. Incluso me mostró uno.
—¿Qué te enseñó uno? Mierda, mamá, no puedes permitir que esto
suceda en la parte trasera de Elysium. Es cutre, deberían irse a los
callejones de Londres, no montar su chiringuito en un sitio distinguido.
Ella suspiró. —Son los terrenos de Rey. No puedo hacer nada.
—Pensé que esas tierras pertenecían a nuestra familia.
Sacudió su cabeza. —Es una larga historia, cariño.
La tristeza en su voz resonó con fuerza, y con Cary rompiéndole el
corazón, decidí darla un respiro y me fui cojeando a hacer la maleta para mi
viaje.
A pesar de no saber quién había visto el vídeo sexual, ya que Bram seguía
alegando que era inocente, todavía sentía la necesidad de esconderme.
Incluso había considerado cambiar de nombre. Pero era una Lovechilde.
Nunca podría alejarme de mi apellido ni de mi herencia. Corría por mis
venas.
Al menos Carson había accedido a acompañarme. Una gran suma como
pago había ayudado, a pesar de que dijo que no lo hacía por dinero.
La lástima en sus ojos color miel me hizo querer gritar obscenidades, pero
le necesitaba.
Ni siquiera podía pensar en sexo. No en mi estado. Me dolía todo.
Incluso le dije a Carson: —No intentaré follarte. De todos modos, no
puedo.
La oscuridad se intensificó en su mirada. Murmuró algo acerca de matar a
Bram si se acercaba a mí.
Podía ver cuánto significaba para Carson, eso me conmovía y aterrorizaba
a la vez. Si le encerraran por mi culpa, se me iría definitivamente la cabeza.
¿Podría pasar un mes con Carson sin seducirle? Me encogí de hombros
para alejar ese pensamiento. Por ahora, necesitaba un conductor y alguien
cercano para no seguir pensando en mis desgracias.
Él era la única persona en la que podía confiar para mantenerme a salvo,
lo que tenía poco que ver con que hiciera que mi corazón se acelerara cada
vez que le veía, le olía o me acercaba.

LOCHRIDGE SE ERGUÍA SOBRE una colina rodeada por un bosque


escarpado y nada más que el océano salvaje. Los vientos rugían a través de
los árboles, haciéndolos bailar vigorosamente, como si fueran a romperse.
Carson había hablado poco durante nuestro viaje de cinco horas a
Lochridge. Básicamente hablamos sobre música.
—Es mi coche, yo elijo la música —había dicho con esa voz profunda y
autoritaria.
Cuando sonó I Put a Spell on You, cedí. —Amo esta canción.
—¿Ves? Hay muchas canciones de blues que seguro que te encantan.
Sonreí. Fue agradable estar juntos durante tanto rato. Creo que nunca
habíamos pasado tanto tiempo juntos.
Normalmente, me ponía caliente y me alteraba. Pero por una vez, no
conté los minutos para que estuviéramos desnudos y sudorosos. Aunque,
como siempre, estaba lo suficientemente bueno como para querer acabar
con él, especialmente con ese polo verde. Sus pectorales y bíceps bien
desarrollados se tensaban contra la tela, como si trataran de liberarse.
Condujimos por un camino rocoso y, mientras íbamos dando botes en la
camioneta, dijo: —Un coche normal no llegaría hasta aquí.
—Según recuerdo, la otra vez vinimos en un Range Rover.
—¿Cuándo estuviste aquí?
—Eh… cuando era pequeña. Solo vinimos aquí una vez. Mi padre
prefería nuestra casa de Francia o la de Turquía.
—¿Y por qué has preferido venirte aquí ahora?
—¿No te gusta? —Le observé. No era un hombre fácil de leer.
—Me gusta. Solo es curiosidad.
—Mi madre me lo sugirió. Creo que le gusta la idea de que la casa esté
apartada. Tal vez esté preocupada de que Bram me encuentre.
—No necesita preocuparse estando yo aquí. —Su mirada se suavizó y
quise quitarme la blusa y abrazarle.
Para. Es tu guardaespaldas, no tu amante.
—Es bastante pintoresco —dijo mientras atravesábamos las puertas de
hierro de Lochridge.
—Cuenta la leyenda que usaron la mansión para una película en los años
sesenta.
—¿Una película de terror? —Su tono seco me hizo reír.
—No es tan malo, ¿verdad? —El día nublado le daba a la mansión de
piedra gris un aspecto aún más sombrío—. El pueblo está a unos 4
kilómetros de distancia. Todo está rodeado de matorrales increíblemente
espesos y frondosos árboles, es bastante remoto.
Cuando nos detuvimos frente a la casa de dos pisos, estuve de acuerdo
con Carson sobre que el lugar se veía un poco oscuro. De niña, solía amar y
odiar las historias de miedo que mis hermanos me contaban; me gustaba
escucharlas, pero me daban tanto miedo que terminaba durmiendo entre mis
padres.
—Necesitaba un lugar alejado de la gente.
Hizo un giro lento, observando las vistas. —Desde luego este es el sitio
perfecto. Está completamente aislado.
Le miré. Mmm… Aislada con él durante un mes. Suspiré y sentí una
sensación a través de mi entrepierna. ¿Era ardor o deseo?
Ambos.
Debió haber leído mi mente porque sus ojos se detuvieron en los míos,
haciéndome desear haber llevado puestas mis gafas de sol para ocultar el
ojo morado, cubierto con maquillaje. Incluso maquillarme era doloroso.
—¿Te gusta? —Le observé contemplando las vistas.
Desde donde estábamos, no se veía otra cosa que el océano, bordeado por
escarpados acantilados y árboles azotados por el viento.
El aire cortante refrescaba y helaba al mismo tiempo.
—Es impresionante. ¿Habrá algún camino que descienda a la playa? —
preguntó.
—Sí. Te lo enseñaré después de instalarnos.
—Incluso podríamos pescar algo. —Sus ojos se volvieron de un suave
color ámbar, recordándome a un niño. Quería abrazarle y ahogarle con
dulces besos.
—¿Tú pescas?
—Cuando tengo tiempo, sí. —Sacó las maletas del maletero y las colocó
en el suelo.
—No lo sabía. ¿Por qué no me lo contaste?
Respiró. —Porque no pareces del tipo de persona al que le guste la pesca.
Señaló mis tacones de 10 centímetros, que reservaba para terrenos
irregulares, como caminar por Merivale.
—¿Has traído algún calzado más práctico?
—He traído un par de zapatos planos. Están por ahí, en alguna parte. —
Señalé la maleta más pesada.
La levantó, y sus músculos se tensaron contra su polo, haciendo que me
calentara y me alterara de nuevo. —Pesa una tonelada. Debes haber metido
el armario entero.
Me reí. —Casi. Me gustan los zapatos.
—Ya me he dado cuenta. —Sus ojos se habían vuelto color chocolate
derretido, y esa chispa de calor nuevamente envió una punzada de deseo.
Mi clítoris no podía palpitar sin que mi pelvis se quejara.
—Hay un cobertizo para barcos que pertenece a la familia. Te lo enseñaré
también después de instalarnos.
Su rostro se iluminó. —Ahora sí que me has convencido. Me encantan los
barcos.
Me reí. —Típico de tíos.
Levantó mis dos maletas mientras las otras bolsas más pequeñas colgaban
de sus hombros. —Y esto típico de chicas. Quiero decir, Savanah, de
verdad. Traer todo esto es ridículo.
—Oye… Que vamos a estar aquí un mes entero, ya sabes. —La idea de
pasar un mes con Carson me dio fuerzas. Normalmente, y debido a mi
TDAH, habría optado por irme a Europa y cambiar de hotel cada dos por
tres, pero después de todo lo que había pasado, la ansiedad había
desbancado a mi déficit de atención definitivamente.
—¿Quieres que lleve algo? —Me maravillé de cómo manejaba las cinco
bolsas de equipaje. Esos músculos amenazaban con reventar una costura o
dos.
Sacudió la cabeza. —Voy bien.
Oh… Así eres tú.
Capítulo 20

Carson

NUNCA ANTES HABÍA SENTIDO tanto odio. Y para ser un exsoldado


que había vivido de primera mano la crueldad humana, reconocer eso era
mucho. Ver ese hermoso rostro y esos ojos perfectos rodeados de
moratones, era como ver una obra de arte destruida por criminales
descerebrados. Y Bram era tan tonto como sádico.
Podía llegar a entender las trifulcas y peleas entre dos hombres por
razones estúpidas, como estar borracho y con ganas de ir contra el mundo,
pero ¿a una mujer?
Savanah no sabía que había ido otra vez a visitar la casa de la familia de
Bram. Tan pronto como llegó a mis oídos que Bram estaba en libertad bajo
fianza, me fui hasta Londres en mitad de la noche, para buscar a ese
capullo. Esta vez, el padre de Bram me bloqueó la entrada. A diferencia de
su hijo, no era un idiota. Sabía que, si lograba localizar a Bram, terminaría
en el hospital.
Y allí estaba yo, lejos de Londres y con la tentación de estrangular a ese
bastardo, lleno de frustración e ira. El Señor Buen Chico no se limitaba solo
pegar a mujeres.
Era un riesgo pasar un mes con la mujer que había tomado posesión de mi
polla. Sin embargo, mi necesidad de protegerla superaba la frustración
sexual, que era mucha, como descubriría rápidamente.
Con solo oler una bocanada de su fragancia de rosas, ardía en deseos por
ella. Tenía que concentrarme en las tareas directas que podía hacer, como
cargar su equipaje ridículamente pesado subiendo un millón de escalones
hasta esa casa fantasma.
La seguridad de Savanah era lo único que me importaba. La suma
increíblemente escandalosa depositada en mi cuenta tenía poco que ver con
esta misión, que para mí era más un trabajo de amor.
Savanah no solo se había tomado posesión de mi polla, sino también de
mi alma. Después de verla en el hospital, mis emociones enloquecieron.
Nunca antes había sentido ese tipo de miedo a perder a alguien. Aparte de a
mi madre, por supuesto. Pero su salud se deterioró lentamente, dando
tiempo a que mis emociones pudieran procesar el dolor.
A pesar de que algo me decía que Savanah y yo nunca podríamos superar
esa etapa de excesos, no podía controlar estos sentimientos tan profundos.
Incluso quise devolverles el dinero, pero no lo hice porque su madre
podría sospechar. Las herederas multimillonarias normalmente no tenían
relaciones con sus guardaespaldas.
—Llevas piedras en el equipaje ¿o qué? —dije, subiendo la carga por los
empinados escalones.
Ella iba delante. —Espera, a ver si Jim puede ayudarte.
—Estoy bien. —Al ver la vista extraordinaria y nunca haber visitado
Cornualles, me enamoré de lo que parecía una tierra antigua e intacta.
Savanah llamó a la puerta. Esperamos un rato, y después de otro intento,
nadie respondió.
—¿No tienes la llave?
Ella sacudió la cabeza. —Es extraño. El dueño sabía que íbamos a llegar
hoy. Yo estaba presente cuando mi madre le llamó. —Sacó su teléfono y
luego me miró con horror—. No hay cobertura.
Solté el equipaje. —Espera un minuto. Iré por la parte de atrás y veré si
hay alguna puerta. Estoy seguro de que podremos entrar.
—Pero eso es ridículo. ¿Dónde está el personal? —Parecía alarmada.
Le puse una sonrisa alentadora. —No te preocupes. Arreglaremos esto.
El viento era cortante, así que regresé un momento al coche y cogí mi
sudadera con capucha y una chaqueta de licra.
Al ver a Savanah agarrándose con sus brazos, le puse la chaqueta sobre
sus hombros.
—Dios mío. Licra. La detesto. —Hizo una mueca como si le pidieran que
caminara con una bolsa de basura.
Me reí. —En realidad te queda bien.
Su boca se curvó ligeramente. —¿De verdad?
Savanah era así. Tuve que recordarme que ella había vivido una vida
diferente a la de la mayoría. Estaba acostumbrada a tenerlo todo cuando y
donde fuera. Era una víctima de la moda en el verdadero sentido de la
palabra.
—Es una pena que no te guste la licra porque va muy bien con tus ojos.
Se aferró a ella. —Bien, entonces. Gracias.
Sonreí. —Vuelvo en un minuto. No te vayas a ningún lado.
—Sí, claro… creo que iré a visitar a los vecinos. No. —Puso los ojos en
blanco y me reí.
Mientras caminaba por el costado de la extensa propiedad, me imaginaba
que el personal estaría en la parte trasera. Era una propiedad grande.
Para mí, no importaba si estaban allí o no. Me encantaba la idea de estar
solo. Pero para Savanah, que estaba acostumbrada a tener sirvientes, eso la
estresaría más. A pesar de que una buena dosis de realidad, tal vez una
semana valiéndose por sí misma, no la vendría nada mal, no me la podía
imaginar accediendo a eso.
La huerta estaba plagada de malas hierbas y no había señales de vida. Lo
confirmé al encontrarme la puerta con cerrojo.
Intenté empujar con fuerza la puerta trasera, pero no se movía, así que me
dirigí a un cobertizo y encontré una palanca.
Después de abrir la puerta, las telas de araña me rozaron la cara, lo que
confirmaba que el lugar llevaba vacío desde hacía un tiempo.
Cruzando la cocina, me dirigí a la parte frontal, a través de una habitación
grande y mohosa con sábanas que cubrían los muebles y una enorme
chimenea.
Fui hasta la puerta y dejé entrar a Savanah.
Entró en lo que era una gran sala de estar.
—¿Qué demonios…? —Se dio la vuelta—. ¿Dónde está el personal? El
lugar se ve absoluta y jodidamente deteriorado. —Se tapó la cara—.
Polvoriento y asqueroso. Salgamos de aquí y vayamos a un hotel. Necesito
cobertura para llamar a mi madre.
—Entonces, ¿traigo tu equipaje?
Se puso pálida de repente. —No puedo quedarme aquí mientras esté así.
—No. Supongo que no.
Savanah me miró desconcertada. —¿Es que tú sí?
—Ya lo creo. Con menos polvo y un poco de limpieza, sería un lugar
encantador.
—¿Encantador? —Miró a su alrededor—. ¿Dónde están los limpiadores?
Ya deberían haber terminado todo esto. Supongo que mientras lo arreglan,
podríamos quedarnos en un hotel. —Sonrió—. Eso es lo que haremos.
—Está bien. —Fui a agacharme para coger de nuevo el equipaje.
Ella estiró los brazos. —Déjame llevar las bolsas pequeñas, al menos.
—No. Voy bien.
—No estoy tan mal. —Ella apretó sus caderas.
—Sé que no lo estás. Pero puedo yo. Venga, vámonos.
Al llegar al coche vi que teníamos una rueda pinchada.
—Mierda. —Dejé caer el equipaje.
—¿Qué?
Señalé el neumático. —Debe haber sido en el camino.
—¿Pero estos coches no están hechos para eso? —Su voz subió de tono.
Tragué con fuerza. —Y es aún peor. Era la rueda de repuesto. No tuve
tiempo de conseguir otra antes, me temo.
Sus ojos casi se le salen de las órbitas. —¿Qué?
—Lo siento. —Extendí las manos.
—¿Cómo diablos puedes conducir sin una rueda de repuesto?
Aunque estaba molesto conmigo mismo por pasar por alto algo tan vital
como eso, su tono me irritó. —Oye, todos cometemos errores.
—Deberías estar pendiente de todo eso. Te pagan por ser jodidamente
organizado.
Sus palabras me apuñalaron. Odiaba que me gritaran.
Tomando una respiración profunda, conté hasta tres para morderme la
lengua. —Espera aquí, iré a la carretera principal y veré si puedo conseguir
cobertura para pedir ayuda.
—No voy a esperar aquí sola. —Se agarró los brazos y se estremeció.
—Entonces ven conmigo. Pero necesitas zapatos cómodos.
Ella jadeó y resopló, puse los ojos en blanco. Si ella me odiaba, yo me
odiaba aún más por querer follármela.
Mientras rebuscaba en su equipaje, caminé por la zona para ver si
conseguía algo de señal, pero fue en vano.
Como la carretera estaba a kilómetro y medio del camino, esperaba que
Savanah pudiera arreglárselas.
Encontró un par de zapatos de tacón con una flor pegada en ellos. No
aptos para caminos rocosos. Los zapatos eran tan estrambóticos y ridículos
que casi me río.
—¿No tienes un par de zapatillas? —pregunté.
—Odio las zapatillas.
Solté una respiración profunda mientras trataba de mantener la cabeza
fría. —Entonces, ¿por qué no esperas en el coche?
Ella sacudió su cabeza. —No quiero estar aquí sola. Mierda. Mi madre
debía haberlo tenido todo listo.
Como una niña perdida, comenzó a llorar.
—Déjame ver qué más tienes. —Suavicé mi tono en un intento por
calmarla.
Rebusqué entre sus zapatos y saqué un par de sandalias con un tacón
pequeño. —Esas las uso normalmente para ir a la playa.
—Yo creo que servirán. Es posible que necesites calcetines. Hace frío.
—¿Calcetines con sandalias? —Su rostro se arrugó en estado de shock,
como si le hubiera pedido que desfilara en bragas—. ¡Qué horror!
—Esto no es un desfile de moda. Prometo no mirar, y está oscureciendo.
Tenemos que darnos prisa.
Miró al cielo y señaló. —Mierda. Parece que va a llover.
Demasiado ocupado con el drama de la ropa, no me había dado cuenta.
Un manto de oscuridad se dirigía hacia nosotros. —Ha salido de repente.
Volví a mirar la mansión, que, con el cielo oscurecido, parecía aún más
sombría.
—Mierda. Mierda. Mierda. —Se agarró la cabeza—. Hemos acabado en
la maldita casa de la Familia Addams. Solo que no hay bichos raros para
entretenerse.
—Bueno, yo imito bastante bien al Tío Gilito o a Homer después de unas
copas. —Sonreí.
Me golpeó el brazo. —Deja de hacer bromas.
Esperaba una sonrisa, pero se la veía con cara larga y angustiada,
haciéndome sentir como una mierda de nuevo por querer follármela.
—¿Por qué no entramos y preparamos el lugar para pasar la noche?
Recogeré algo de leña. Podemos hacer fuego. Limpiaré el polvo de una
habitación donde podamos dormir. No llevará mucho. No necesitamos
habitar toda la casa. ¿Qué te parece?
Su boca se transformó en una línea apretada. —Creo que no. ¿Y la
comida? Tengo hambre.
—Entremos y veamos qué queda. Y a primera hora de la mañana, saldré a
la autopista y trataré de solucionar esto. ¿Te parece bien?
—Supongo.
Sin dejar que su actitud malhumorada me afectara, llevé su equipaje de
vuelta por la escalera.
Encendí las luces. —Al menos hay electricidad. Algo es algo.
Ella se estremeció. —¿Hay calefacción?
—Por lo que parece, es la chimenea. Pero oye, puedo encenderla.
Me siguió hasta la parte de atrás. —No parece que nadie haya pasado por
aquí en mucho tiempo.
—No. —Fui a la despensa y encontré muchas latas. Cogí una de estofado
de ternera y verduras—. Esto tendrá que valernos por esta noche.
—Qué asco. —Hizo una mueca—. ¿Hay algo de beber?
Fui al fregadero y después de abrir el grifo un rato, el agua se aclaró.
—Creo que hay un sótano en alguna parte. Recuerdo haber jugado allí
cuando era joven. Fingíamos que era una mazmorra.
La seguí hasta la parte trasera de la cocina y encontré unas escaleras que
conducían al sótano. —Espera aquí —le dije—. Lo último que quiero es
que te resbales y te lastimes.
Corrí al coche y cogí una linterna de la guantera. Todavía estaba enfadado
conmigo mismo. Normalmente no olvidaba detalles importantes como la
rueda de repuesto.
Al bajar a la bodega, descubrí, para mi alivio, vino, whisky y botellas de
cerveza, y, por lo tanto, saqué un poco de todo.
Savanah metió la cabeza en la nevera. —Puaj. Hay carne podrida. Y
pensar que mi madre ha estado pagando a un enfermero.
—Yo diría que han estado haciendo otra cosa con su tiempo… —dije.
Cogió una botella de borgoña. —Será mejor que haya sacacorchos.
Saqué mi navaja suiza. —Tengo uno aquí. ¿Por qué no tomamos un trago
de whisky? Te calentará más rápido que el vino.
—Buena idea. —Se sentó en una silla y se desplomó, resignada a vivir
una noche de realidad.
Me encantaba el fuego, así que después de tomar un trago rápido, me froté
las manos. —Bien. Regreso en un minuto. Recogeré algo de madera. —
Cogí una canasta de caña que estaba cerca de la puerta. Vi que al lado había
una más pequeña y la señalé—. Tal vez puedas recoger conmigo algo de
leña. Será más rápido.
—Ni siquiera sé qué es eso. —Savanah tenía esa mirada confusa y
preocupada que me decía que la dejara en paz. Tenía que seguir
recordándome que esta chica no había vivido en el mundo real.
—No te preocupes. Déjamelo a mí. Por ahora, tal vez puedas quitar las
sábanas de la sala de estar. ¿Vale?
No era una mujer que estuviera acostumbrada a hacer cualquier cosa. Y
mucho menos recibir órdenes. Soltó un bufido. —Está bien. Pero oye, estoy
cabreada contigo.
—Sí, sí. Seguiré disculpándome cuando regrese.
Puso los ojos en blanco y me devolvió una sonrisa burlona.
Dio la casualidad de que descubrí un cobertizo con madera ya cortada.
Así que di la vuelta y recogí ramitas del bosque contiguo. En general, me
sentí ligero y vivo. Me encantaba aquel lugar. Había aprendido mucha
supervivencia en el ejército, y esto era un juego de niños en comparación
con los desafíos a los que me enfrenté en campaña.
Pasé largos períodos en campamentos del ejército con poco más que algún
videojuego y rodeado de hombres que no paraban de hablar de todas las
cosas que echaban de menos. Eso también me hizo desarrollar la paciencia.
En cualquier caso, prefería el océano al desierto, los matorrales de playa a
las cuevas y las aves marinas en vuelo a los aviones militares.
Regresé y vi que Savanah había quitado la cubierta de un sofá y una mesa.
—¿Con esto bastará?
—Por ahora. —Dejé la leña junto a la chimenea y me puse a trabajar, y al
poco tiempo, un fuego rugiente trajo algo de alegría a la habitación.
—Se suponía que las habían reformado y pintado. —Señaló las paredes
agrietadas.
—Podría revisar la parte de arriba y preparar una habitación para dormir,
por si acaso.
Ella se agarró los brazos. —¿Por si acaso qué?
—Se avecina una tormenta, y si se corta la electricidad, estaremos a
oscuras. Tengo una linterna. Pero mientras haya luz será mejor que vaya
preparando las cosas.
Se mordió una uña.
—¿Estás bien?
Sacudió la cabeza. —¿Tú qué crees? Esto se está convirtiendo en una
pesadilla.
Sonreí. —Míralo como una aventura. Querías salir de todo ese mundillo.
Ya lo tienes.
—No hasta este punto. He perdido todo contacto con el mundo exterior.
Mis ojos se posaron en un teléfono. Señalé. —Aquí hay un teléfono fijo.
Sus ojos se iluminaron. —Oh, Dios mío, ¡sí que lo hay! —Se mordió el
labio—. Pero ni siquiera me sé el número de mi madre.
Levanté el auricular y descubrí que no había señal. —No funciona.
Su cuerpo se desplomó. La pobre chica estaba seriamente fuera de su zona
de confort, y la culpa me atravesó por no llevar ese neumático.
Pegada a mí, Savanah me siguió escaleras arriba. Las habitaciones eran
grandes, pero oscuras y un poco lúgubres.
—Dios, no recuerdo que este lugar fuera tan horrible. —Se asomó a un
armario lleno de abrigos.
Sacó un abrigo rojo de mujer. —Este es bastante bonito. Muy de los años
60. —Lo olió—. Y mohoso.
—Airéalo un poco y al menos te mantendrá caliente—. Quité el edredón y
lo sacudí bien.
—¿Deberíamos dormir aquí arriba? —pregunté.
Miré la cama doble, sin saber qué decir. Se suponía que no íbamos a
dormir juntos. Hasta ahora, ella había sido la que daba el paso. No es que
me importara. Las mujeres que tomaban la delantera me parecían sexys.
Pero eso era mi pasado con Savanah, ahora tenía que ceñirme a mi papel de
guardaespaldas y no a un ex amante enamorado.
—No. Es espeluznante y está helada. Cerca del fuego sería mejor.
Estuve de acuerdo. La habitación húmeda y polvorienta no era muy
acogedora.
—Y el baño está demasiado lejos. Al menos hay uno abajo que no llega a
ser terrible —añadió.
—Hay dos colchones abajo, en los aposentos de los sirvientes. Serán más
fáciles de arrastrar. ¿Te parece? —pregunté.
La lluvia golpeaba las ventanas y el viento aullador las hacía vibrar.
—Lo que sea. Volvamos abajo. —se agarró los brazos.
—No hay fantasmas. —Me reí.
—Sí, los hay. Estoy segura. Siento esas cosas. —Se aferró al abrigo rojo.
Extendí las manos. —Toma, ¿por qué no te lo pones? —Le quité el abrigo
y la ayudé a ponérselo.
—Huele un poco raro. Pero te dará calor. —Estaba parada ante un espejo
de pie.
—Te queda bien. —La conocía lo suficientemente bien como para saber
que eso la importaría. Sin embargo, no estaba bromeando, porque el rojo le
sentaba bien.
Todo le sentaba bien. Era hermosa. Incluso en esta difícil situación,
Savanah todavía estaba radiante. Su espeso cabello oscuro estaba
desordenado, como si hubiera pasado mis manos por él.
Regresamos a la cocina, donde amontoné leña en la estufa.
—Al menos hay un cobertizo con madera cortada. Hay suficiente para
una semana o incluso más. —Acerqué el fuego.
—¿Una semana o más? —Su rostro se arrugó con horror mientras
acercaba una silla a la gran mesa de madera.
Me reí. —Oh, Savvie.
—Savanah para ti.
—Bueno, perdóname. —Puse una voz elegante, y su boca se curvó
ligeramente.
—Esto debería calentar la cocina. —Me levanté de la estufa para
inspeccionar las alacenas, donde encontré velas, cigarrillos, linternas y un
encendedor.
—Dios mío. Quiero uno. —Savanah miró con añoranza el paquete de
cigarrillos, como un niño miraría una bolsa de caramelos.
—Creía que lo habías dejado. —Coloqué los artículos sobre la mesa.
—Había. Pero esto es estresante. —Se abalanzó sobre la mesa.
—Estás cansada. —Me serví otro trago de whisky y levanté la botella.
Ella asintió y le serví un poco en su vaso.
Tomó la bebida y se encendió un cigarrillo, y mientras el humo salía de su
boca, suspiró aliviada. —Oh, así está mejor.
Odiaba ser un fumador pasivo, pero no me iba a quejar.
Levantó el paquete. —¿Fumas?
Negué con la cabeza. —No. Nunca. Mi madre murió de una enfermedad
relacionada con el humo.
—En serio. ¿Cáncer de pulmón?
—No. Cáncer de garganta.
Resopló, mostrando interés y preocupación al mismo tiempo. —Eso es
muy triste. Sé muy poco sobre tu vida.
Exhalé un suspiro. —No hay mucho que saber. —Tragué el chupito y
luego me levanté—. Llevaré el colchón a la sala de estar, ¿vale?
Asintió lentamente. —¿Hay uno solo? —Puso una sonrisa sugestiva que
me hizo sonreír.
Me encantaba el coqueteo después de lloriquear.
—Hay colchones individuales, por lo que he visto.
Exhaló humo. —Todo esto es una mierda.
Sonreí con simpatía. —Mañana se resolverá todo. Será solo por una
noche.
Su rostro se iluminó, lo que finalmente me tranquilizó. No me había dado
cuenta de lo nervioso que había estado.
—Es una experiencia. Y me encantan las fogatas. Al menos la habitación
se está caldeando. —Savanah se quitó el abrigo; todavía llevaba puesta mi
chaqueta de licra—. Supongo que debería devolverte tu chaqueta.
—No, quédatela puesta. Te queda bien.
Me miró y sostuvo la mirada. —¿De verdad?
Ya se lo había dicho, pero a Savanah le encantaba escuchar cumplidos y a
mí no me importaba. —Pega con tus bonitos ojos azules.
—No soy exactamente un bellezón en este momento. Estoy maltratada y
magullada.
—Perdón. Olvidé que estabas dolorida, y yo aquí poniéndote a hacer
cosas.
—No. Está bien. De hecho, me siento mejor. Hoy no me duele tanto. Ni
siquiera me he tomado nada. —Se rio.
—Eso me alegra. —Pensé en mi madre y en cómo tomaba analgésicos
como si fueran caramelos que, al rato la convertían en un zombi. No solo
adormecieron su dolor físico sino también su dolor emocional, lo que al
hizo que se alejara de nosotros.
Me sostuvo la mirada y frunció el ceño. —¿Por qué te importa si los tomo
o no? Aunque mi madre no deja de insistirme en lo del Xanax.
—No la culpo, Savanah.
—Llámame Savvie, si quieres. —Me lanzó una sonrisa conciliadora.
—Está bien. —Sus ojos sostuvieron los míos de nuevo, y jugueteé. Esto
se estaba volviendo un poco complicado. Quería abrazarla y cuidarla, pero
también la quería como mujer—. Los medicamentos son tan malos, o
peores, que las drogas.
Se encogió de hombros. —Para ser honesta, después de todo lo que pasó y
me está pasando, me importa una mierda.
Mi corazón estaba con ella. Me di cuenta de que necesitaba hablar con un
profesional. Una sugerencia que dejaría para otro momento.
La dejé en la mesa fumando, para organizar nuestra ropa de cama.
Pronto descubrí que los colchones de las camas individuales estaban
plagados de chinches. Alguien había rociado con algún producto el colchón
de la cama matrimonial, lo cual era evidente al olfato, seguramente para
eliminar a esos pequeños cabroncetes.
Otra complicación. Me froté la cabeza. El colchón doble era todo lo que
teníamos. Lo arrastré y lo coloqué en la sala de estar y luego encontré
sábanas y fundas de almohada limpias en el armario.
Savanah me siguió. —¿Dormiremos ahí? ¿Juntos?
A pesar de estar tentado, no estaba dispuesto a recordarle lo mucho que
habíamos follado durante casi dos meses.
—Puedo estar bajo control cuando es necesario. —Levanté una ceja y ella
sonrió.
Capítulo 21

Savanah

SE PASÓ LA MANO por la cara. —Hay colchones individuales, pero me


temo que tienen chinches.
Torcí el gesto. —Vaya mierda.
—No te preocupes. Es un colchón grande. Prometo comportarme.
Carson parecía disfrutar de este infierno, mientras que yo me sentía tan
fuera de lugar que ya no sabía ni quién era. Estaba indefensa. Le necesitaba
conmigo, pero quería pegarle y gritarle por olvidarse de esa maldita rueda
de repuesto.
Le observé mientras hacía la cama. El fuego crepitaba. La habitación ya
no era tan húmeda y sombría.
Carson fue a la cocina y le seguí. A pesar de que el ambiente era más
agradable, odiaba quedarme sola. Mi creencia infantil de que la casa estaba
encantada probablemente influía.
—Debes tener hambre —dijo, buscando algo en un cajón.
Me froté la tripa. —Estoy hambrienta. Pero no sé si me atreveré a comer
eso. —Señalé la lata que había abierto.
—Bueno, yo estoy listo. —Sonrió.
Un trueno resonó, y me sobresalté. Carson se dirigió de nuevo a la sala de
estar y, como una cachorrita, le seguí.
Desde el gran ventanal, vimos los relámpagos iluminar un océano gris y
fiero.
—Es fantástico —dijo—. Me encanta ver la tormenta sobre el mar.
—A mí también me encanta, pero cuando estoy rodeada de las
comodidades del siglo XXI —dije.
Puso una sonrisa triste. —No te preocupes. Estaremos bien aquí. Tenemos
todo lo que necesitamos.
Le seguí de vuelta a la cocina y le vi moverse con soltura, como si fuera
su propia casa.
Mientras removía la olla, señaló un armario. —¿Puedes coger un par de
platos?
Fui, encontré un solo plato y lo puse sobre la mesa.
El borgoña seguía cerrado y, a pesar de haber bebido ya algunos tragos de
whisky, mi cuerpo ansiaba más alcohol. —¿Podrías hacer los honores? —
Señalé la botella.
Sacó un artilugio con muchas partes y milagrosamente abrió la botella.
Parecía como si Carson pudiera resolver la mayoría de las cosas. Era un
pensamiento reconfortante, a pesar de este obstinado resentimiento hacia él
por meternos en este lío.
Para ser razonable, no fue completamente culpa de Carson, Jim, el
cuidador, era el verdadero culpable de todo esto.
A pesar de estar comportándome mal con él, cada vez me sentía más
atraída por Carson. Me encantaba cómo mi comodidad era su prioridad y lo
ingenioso que era. No había nada que no pudiera hacer.
Removió la olla y luego echó más leña a la estufa, lo que me pareció
excitante. Una punzada de deseo me atravesó al ver esos músculos
flexionados, tensándose a través de su polo mientras levantaba los troncos.
¿Quién hubiera pensado que ver a un hombre esforzándose podría ser tan
excitante?
—¿Estás bien? —Carson debió haber visto mi mueca.
—Eh… Lo siento, es solo una punzada de vez en cuando aquí y allá.
Sus ojos se oscurecieron. —Si llego a pillar a ese idiota…
Me arrepentí de mencionar mi calvario. Bram era la última persona en la
que quería pensar.
—¿Y tu plato? —Carson examinó la mesa.
—No quiero comerme esa porquería. —Me mantuve firme a pesar de que
el aroma me daba más hambre.
Se encogió de hombros. —Deberías comer un poco.
Encontré un par de copas y serví el vino tinto. Aspiré su olor.
—El vino huele bien.
Tomó un sorbo. —Sabe aún mejor. Es una buena selección.
—¿Cómo lo sabes? —Incliné la cabeza.
—He ido a suficientes cenas en Merivale para apreciar un vino decente.
—Hmm… —Tomé un sorbo de vino y me sorprendió gratamente—.
Debieron pedirlo para alguna de las visitas de mi familia.
—¿Cuándo vinieron aquí?
—Hace veinte años. Yo era pequeña. —Le vi comer y mi estómago me
suplicó.
Dejó de comer y me miró. —No está tan mal.
Tomé una rebanada de pan de un paquete que Carson encontró en la
despensa y la mojé en su estofado. Probar la salsa hizo que mi estómago
ansiara más.
—Supongo que puedo comer un poco.
Se levantó de un salto, complacido, como si el hecho de que yo comiera
significara todo para él. Me invadió un repentino sentimiento de culpa por
actuar como una diva malhumorada, motivada por alguna necesidad infantil
de castigarle.

LA TORMENTA SE INTENSIFICÓ y el viento aullador sacudió las


puertas y ventanas.
—Puedo prepararte un baño. —Carson se recostó en un sillón de cuero.
La luz que emanaba del fuego crepitante le daba a su rostro un brillo cálido.
Mientras bailaban las llamas de manera hipnótica, me relajé por primera
vez ese día.
—Tal vez mañana, después de haber limpiado el baño. Espero no oler
demasiado mal. —Tomé otro sorbo de mi vino, que me había puesto tan
agradablemente borracha que casi me había olvidado del mañana y de todo
lo que tendríamos que andar hasta encontrar cobertura.
Observé a Carson avivar el fuego y agregar más leña. Hubiera estado
perdida sin él. Aunque bueno, tampoco estaría aquí.
—No sé cómo me dejé convencer por mi madre para venir aquí.
Con un whisky en la mano, parecía que Carson estaba en su propia casa.
—Es magia. Nunca antes me había sentado frente a una gran chimenea
como esta.
—¿De verdad?
Él sonrió. —Nos sentábamos alrededor de fogatas en el ejército, pero
nunca en una mansión.
—También tenemos en Merivale. Aunque más de decoración que otra
cosa, ya que siempre utilizamos la calefacción central. —Me dirigió una de
sus miradas inquisitivas—. ¿Por qué me miras así?
Se encogió de hombros. —Simplemente maravillándome de tu vida
privilegiada.
—No siempre es tan genial, ya sabes.
Estiró sus piernas largas y musculosas.
—Pareces bastante contento, sentado ahí.
—¿A ti no te gusta? —Me miró a los ojos y una repentina sensación en mi
vagina me hizo reposicionarme.
¿Este hombre es el adecuado para mí?
Necesitaba que mi corazón me guiara, no mi libido.
Carson definitivamente había impactado como el que más en mi
excitación. Pero perdido en algún lugar entre los escombros de mi reciente
caída en desgracia, mi corazón era otro asunto.
—¿Por qué me miras así? —preguntó.
—Porque cada vez que me desnudas con la mirada, mi clítoris palpita. —
No pude evitarlo. La conversación sexual con Carson me parecía tan natural
como comprar lencería llamativa. Y el vino ayudaba.
Sus cejas se elevaron. —¿Soy tan obvio?
—Sí. Tienes la misma mirada adormilada que cuando me follas.
—No lo hago adrede. Debe ser algo subconsciente. —Una sonrisa lenta y
sexy creció en su rostro—. Probablemente haya sido por mencionar tu
clítoris palpitante. —Sus ojos se suavizaron en un tono miel—. ¿Quieres
que le ayude un poco?
El latido se intensificó, solo que esta vez no había dolor punzante, solo
deseo.
—Bram me dejó bastante tocada ahí abajo.
Su sonrisa juguetona se convirtió en una mirada oscura. —Gilipollas de
mierda. Si le encuentro, deseará no haber nacido.
—No vale la pena ir a la cárcel por él. —Mi sobria respuesta ocultó el
miedo repentino que me atenazaba. Habría perdido la cabeza si Carson
hubiera ido a la cárcel por mi culpa.
—¿Qué dicen los médicos? —Su voz se suavizó y respiré de nuevo.
A pesar de que descendimos al oscuro tema de la vendetta, la
preocupación de Carson fue conmovedora.
—Probablemente no podré dar a luz. —Mi voz se quebró.
El silencio llenó la habitación como si alguien hubiera presionado un
botón de silencio. Mientras las lágrimas ardían en mis ojos, Carson me
miró. Tenía los labios apretados y las cejas juntas, como si realmente
quisiera ayudarme. En su mirada fija, no solo se leía una profunda
preocupación, sino también una inquieta necesidad de arreglar todo esto, y
destrozar a Bram.
Nadie más lo sabía, aparte de mi madre. No me atreví a compartir aquel
desgarrador diagnóstico.
Las lágrimas seguían saliendo, bañando mis mejillas. Ni siquiera había
llorado en el hombro de mi madre mientras le contaba este oscuro
desenlace. Actué como si no me importara dar a luz o no.
Pero me importaba.
Y mucho.
Ser despojada de la maternidad me hizo sentir como haber perdido un
bebé.
Se arrodilló al lado de mi silla y me rodeó con el brazo.
—Eres una mujer fuerte y con buena salud, Savanah. Seguro que los
médicos podrán ayudarte.
—No sé. —Las lágrimas seguían saliendo, como si me hubiera reventado
una arteria emocional.
Se levantó y se alejó, regresó con una caja de pañuelos y me los pasó.
Me soné la nariz y me limpié la cara. —Al menos ya no me duele al hacer
pis.
Paseaba mientras se frotaba el cuello. —No puedo soportarlo. Necesito
encontrar a este maldito hijo de puta.
Me incliné y le agarré del brazo, que estaba tan súper desarrollado que un
chisporroteo de deseo viajó a través de mí.
Tal vez el vino había adormecido el dolor de ese ataque, pero entonces,
¿por qué sentía tanto deseo palpitante y hormigueante?
—Por eso me vine aquí, lejos de todo, para pensar en mi futuro.
Se sentó de nuevo. —¿Y cómo lo ves?
Entrelacé los dedos. —Esa pregunta me hace querer tomar un Xanax.
Incluso en terapia no pude responder a esa pregunta. —Me reí con frialdad
—. Todo parece tan confuso. Borroso. No creo que haya superado la
pérdida de mi padre. —Tragué el nudo en mi garganta—. Antes de que mi
padre muriera, iba dando saltitos por la vida, daba las cosas por sentadas.
En el fondo de mi mente asumí que algún día me casaría y tendría hijos.
—¿Eso es lo que quieres? —preguntó—. ¿O es porque todos esperan eso
de ti?
—Bueno, yo soy bastante inconformista.
Él sonrió con tristeza. —Eso es lo que te hace especial.
Eché la cabeza hacia atrás. —¿De verdad? ¿Entonces no son mis largas
piernas y mis sexys ojos adormilados?
Respiró. —Oh, todo eso suma, ya lo creo. Eres jodidamente hermosa.
Pero… —Se acarició el labio inferior—. Me gusta que no solo estés
buscando al hombre perfecto. Hay mucho más en ti.
—¿Lo hay? Genial, ¿podrías señalármelo? Porque la mayoría de los días
me siento como una cáscara vacía. Y estoy buscando al Señor Perfecto.
Solo que ahora, ¿quién me va a querer así? Soy estéril.
Las lágrimas volvieron a correr por mi rostro. Decir eso en voz alta fue
como clavar el cuchillo más profundo en mi corazón.
—Oh, Savvie… —Me lanzó una sonrisa insegura—. ¿Puedo llamarte así?
—Sí. Por supuesto que puedes. Lo siento. Solo quería fastidiarte.
—Mmm... no importa. —Sus ojos brillaban con una sonrisa maliciosa.
A pesar de lo discordante que fue ese cambio de humor, se lo agradecí
porque necesitaba un descanso de toda aquella auto-reflexión.
—Oh dios, tú también no. No querrás que me vuelva una dominatrix,
¿verdad?
—¿Yo también? —Me estudió—. ¿Con cuántos hombres has estado desde
que empezamos a…? —Jugó con sus dedos y noté una mirada tímida.
—Follar. —Terminé su frase, recuperando mi papel de descarada—. No
es eso. Es solo que Jacinta, una amiga mía, ha conocido a un tipo al que le
gusta que le peguen, y que ella se vista de cuero.
Carson se rio. —Estarías sexy con cuero, pero en la parte trasera de mi
moto, agarrándome por la cintura. Hasta ahí. Quiero decir, podía soportar
que me golpearas si tú quisieras, dado que fui entrenado para recibir golpes
y, por lo tanto, soy un buen saco de boxeo humano.
—Eso es una locura. —Me reí—. No sabía que tenías una moto.
—Cuando regrese a Bridesmere planeo comprar una. —Se puso serio—.
Volviendo al tema de los niños, no todos los hombres quieren ser padres.
—¿Y tú? —pregunté vacilante. Esta era la conversación más profunda
que jamás habíamos compartido, y con la mirada de Carson suave y
afectuosa, mi corazón creció como un globo.
—No. El amor es más importante. Quiero decir, me gustan los niños. Pero
ya hay muchos.
Me tomé un momento para responder. —Entonces, ¿la paternidad no está
en tu lista de tareas pendientes?
—No. Si viene, viene. Vivo en el ahora y voy adaptando mi vida en
consecuencia. No suelo pensar demasiado en el futuro.
—No te habría tomado por un tipo espontáneo. Me pareces alguien con
una visión clara de dónde quieres estar.
—Si fuera tan fácil planear la vida…
—Pareces triste —dije.
—No. Estoy aquí. Me encanta este fuego y hablar con una mujer hermosa
con una conversación profunda entre almas. —Se pasó las manos por la
cara—. También me siento como una mierda por meternos en este problema
cuando se suponía que debía protegerte.
—No te preocupes. Te castigaré de otras maneras. —Me excité ante la
idea de provocarle.
—Mmm... espero eso con ansias. —Respiró.
Señalé. —Ya está. ¿Ves? Te gusta. Eres un sadomasoquista que no ha
salido del armario.
Él se rio. —No. Te lo aseguro. No me van los látigos ni los trajes de látex.
Aunque unos azotes en ese culo tuyo tan respingón me ponen caliente.
Me reí. Ya lo había hecho una vez, y me había excitado.
Nada de sexo. ¿Recuerdas?
PREPARÁNDOME PARA IR LA cama, hice que Carson me acompañara
al baño para poder cepillarme los dientes, y cuando regresé a la sala, saqué
una docena de camisones diferentes, que eran más saltos de cama de seda.
¿En qué estaba pensando al traerme esto?
¿Había puesto intencionadamente ropa de dormir sexy para Carson? ¿O
era la costumbre?
Carson se desvistió hasta quedarse en calzoncillos y camiseta, y mientras
miraba el espécimen masculino perfecto que era, me pregunté cómo iba a
dormir con él al lado.
Especialmente con ese bulto que parecía crecer mientras me miraba
eligiendo qué ponerme para ir a la cama. Mis modelitos de encaje le
excitaban.
Se acercó a su bolsa de viaje, sacó una camiseta de manga larga y me la
arrojó. —Creo que te sentirás más cómoda con esto, ¿no?
Sonreí. Estaba en lo correcto. Este no era el lugar para un camisón de seda
y, además, hacía mucho frío. Coloqué el abrigo rojo cerca.
—Date la vuelta —le dije.
—No es nada que no haya visto antes. —Se dejó caer sobre el colchón,
que estaba en el suelo cerca del fuego que, pensando en todo, ya había
apagado.
Se puso de lado para darme privacidad, y me encantó el tacto de su
camiseta de manga larga sobre mi cuerpo. Sobre todo, su olor.
Una vez en la cama, moví las piernas con fuerza para entrar en calor.
La lluvia espesa caía a cántaros, y el viento rugiente hacía temblar las
ventanas, más que antes.
—Estoy tan contenta de que estés aquí. —Envolví mis brazos alrededor
de él y me acurruqué con fuerza.
—Me encanta el sonido de la lluvia por la noche —dijo.
—Eres tan calentito… ¿Te importa si me acurruco cerca?
—No. Es agradable.
Su cálido y duro cuerpo me hacía sentir segura. Me sentí aliviada de que
solo hubiera un colchón. De lo contrario, mi petulancia anterior podía
haberme robado este momento deliciosamente acogedor.
—Lo siento si antes me he comportado como una mocosa malcriada.
Estoy fuera de mi zona de confort. Pero mañana podemos pasarlo bien.
¿Vale? Iremos al pueblo y tal vez encontremos un lugar agradable para
quedarnos.
—Claro.
—¿Estás decepcionado? —pregunté.
—En realidad no, pero estaba ansioso por ir en barco y quizás pescar.
Le di con la mano. —Qué cliché.
Un cliché muy grande.
Cuanto más fuerte era la lluvia y más feroces los vientos, más me
apretaba contra el cuerpo sólido y musculoso de Carson; me encantaba
sentirle contra mí. Nunca antes me había sentido tan segura con un hombre,
y después de todo lo que había experimentado, Carson era el único hombre,
además de mis hermanos, en quien podía confiar.
Si no fuera tan jodidamente atractivo.
Pasé mis manos sobre su abdomen sólido como una roca.
Sentía una sensación chisporroteante entre mis muslos y, por primera vez
en dos semanas, estar cachonda no me causaba dolor.
—Esto me recuerda a la primera noche. ¿Recuerdas cuando te quedaste
conmigo en Mayfair?
—Cómo olvidarlo.
Su seca respuesta me intrigó. —¿Qué quieres decir?
—Pues eso.
—¿Querías follarme? —Pasé mis dedos por su abdomen, y él se
estremeció.
¿Tenía miedo de que le tocara la polla?
Sabía que lo deseaba. Así me gusta.
—¿Tú qué crees? —respondió.
—En ese momento, noté tu rechazo, como si no te atrajera.
—Un hombre no se excita por una mujer a la que no quiere follarse.
Su erección creció en mi mano, y las venas palpitaron en mi palma,
haciéndome la boca agua.
—Pareces bastante excitado en este momento.
Movió mi mano y se dio la vuelta, mostrándome su hermoso rostro en la
suave luz que emanaba de las brasas. —Savvie, si sigues haciendo eso, me
voy a correr.
—Eso está bien, ¿no?
—Me gusta devolver el favor.
—Puedes si quieres. —Sonreí, encantada de ver adónde iba esto.
Al diablo con el dolor. Dame esos veintidós centímetros ahora.
Su aliento en mi cara me hizo sentir su calor.
Pasó sus manos sobre mí, parándose en mis pechos. Nos miramos a los
ojos y luego nuestros labios se tocaron, rozando y explorando esa calidez
dulce y acolchada. Su lengua separó mis labios y me rendí a un sueño
cálido y húmedo.
Carson era el mejor besando que jamás había experimentado. Y mientras
sus manos subían y bajaban por mi cuerpo, yo me ponía más caliente.
Me deslicé por su cuerpo, besándole mientras bajaba, antes de llenar mi
boca con su polla y chupársela como una loca.
—Mierda. Me encanta.
Apreté su trasero firme y me atiborré de su polla hasta que me dolió la
mandíbula.
—Savvie, me voy a correr. —Su voz estaba cargada de lujuria.
Moví mis labios arriba y abajo de su eje venoso y aterciopelado, hasta que
se disparó profundamente en la parte posterior de mi garganta. Bebí de su
polla como si me muriera de sed.
—Mierda. —Me abrazó fuerte—. Eso ha sido una locura. Haces buenas
mamadas.
—¿Talento desperdiciado?
Se apartó y, con el ceño fruncido, me estudió. —No. Quiero decir, me
encantan tus labios en mi polla.
Me reí. —No entres en pánico. Soy demasiado rica para andar
chupándosela a hombres por dinero.
—Gracias a Dios por eso. —Parecía preocupado.
—¿Por qué piensas eso de mí?
—No lo pienso. Es justo lo que dijiste. —Siguió abrazándome fuerte.
Sus dedos tocaron mi entrepierna e hice una mueca.
—¿Demasiado fuerte? —preguntó.
—Estoy muy cachonda.
—Déjame lamerte. Eso debería aliviar cualquier dolor.
Me separó las piernas y antes de que pudiera decir ‘sí, por favor’, su
lengua estaba lamiendo mi clítoris y parecía como si estuviera devorando
un banquete.
Una hinchazón cálida hizo que mi pelvis se elevara hasta su boca. Una
feroz necesidad de tener un orgasmo se había convertido en mi único dolor.
Los dedos de mis pies se curvaron y grité, arañando su carne mientras
estaba bañado en una luz dorada.
Luego continuó devastándome, un orgasmo tras otro, fusionándose en una
liberación todopoderosa que pareció durar para siempre.
Me caí de espaldas y me reí.
—Eso ha sido jodidamente perverso. Dios mío, no recuerdo haberme
corrido tan fuerte antes.
Se limpió los labios. —Eres deliciosa.
Me reí y caí en sus brazos musculosos. No hubiera cambiado nada.
Dormir en aquel colchón en el suelo frente a una chimenea sería un
momento que nunca olvidaría.
—De repente todo esto me encanta —dije.
—Sí. Es especial. —Suspiró—. De la adversidad, a veces surge la magia.
—Supongo que estas en lo correcto. De otra manera estaríamos en un
hotel chic a estas alturas.
La contradicción de ese comentario me hizo reír. Antes, no quería nada
más que mis comodidades habituales, y ahora aquí estaba, viviendo como
en un barrio bajo, encantada.
Carson tenía razón acerca de estar abierto a las posibilidades.
—Siento que no podamos follar —le dije.
—Está bien, Savvie. Pronto podrás hacerlo, estoy seguro.
—¿Me follarás entonces? —pregunté, aspirando su aroma. Siempre tenía
ese olor erótico y varonil después de correrse.
—Con mucho gusto. —Me besó dulcemente en los labios.
La mirada soñadora y seria de Carson sostuvo la mía, y me quedé
dormida con una sonrisa.
Capítulo 22

Carson

CON ESE TRASERO PERFECTO pegado constantemente a mi polla,


tendría que auto aliviarme si quería levantarme y caminar correctamente.
Aunque mucho mejor fue cuando Savanah terminó chupándomela en el
desayuno, como ella dijo dulcemente.
Le devolví el favor y me di un festín con su coño. Su liberación goteó en
mi lengua e hizo que mi pene se endureciera de nuevo.
Savanah me tenía en un estado de excitación constante, especialmente
cuando abría sus suaves piernas, provocándome para que entrara en ella.
—¿Todavía estás dolorida? —Miré su mojada raja rosada y mi pene
enseguida golpeó mi ombligo.
—Intentémoslo. Me encantaría sentirte dentro de mí. —Acarició sus tetas,
haciendo que sus pezones se endurecieran, y mi cerebro se apagó.
Primero probé a entrar en su apretado y resbaladizo coño con un dedo,
que retiré al verla estremecerse. —¿Te duele?
—No. Por favor, fóllame. —Su tono sensual y entrecortado hizo que mi
pulso se acelerara.
—Nada me gustaría más. Pero tampoco quiero hacerte daño.
Sus bonitos ojos me devolvieron una sonrisa. —Puedo soportarlo. Y ese
tipo de dolor es agradable.
A modo de demostración, abrió aún más las piernas y luego se metió su
propio dedo, sus ojos ardieron apasionadamente en los míos.
Toda mi sangre fluyó a mi miembro, cubierto de esperma y saliva de
cuando me la había mamado antes; se me puso dura como el acero.
—Me pones muy cachondo, Savvie.
Pasó su suave mano sobre mi pene, haciéndolo palpitar. —Y tú también.
Me encanta tu polla.
—¿Eso es todo? —pregunté.
—Te quiero.
Busqué esa habitual sonrisa descarada, pero su rostro ni se inmutó.
¿Por qué me dolía el corazón? ¿Y ese calor que me inundaba con un
sentimiento que nunca había experimentado?
—¿Por qué paras? —Sus ojos me devolvieron una sonrisa. Y ahí estaba.
Como sospechaba, Savanah dijo aquellas palabras como si se refiriera a que
le gustaba mi chaqueta o algo igual de mundano.
Aunque podía ser un juego para ella, para mí, escuchar aquellas tres
poderosas palabras, me quitaba el habla.
Me aclaré la garganta. —Yo... no esperaba eso.
Su sonrisa se volvió triste e incluso sincera. Sus ojos brillaron, y de nuevo
me quedé sin palabras. —Te amo, Carson. Eres la única persona en la que
confío fuera de mi familia.
La tomé en mis brazos y la besé con ternura. Fue mi forma de hacerla ver
que yo también sentía ese amor, porque pronunciar esa palabra, en mis
labios me resultaba extraña. Como si abriera una puerta a algo para lo que
no estaba preparado.
Retomando el control de la situación, me cogió la polla. —Mmm... está
dura y mojada.
—Eso es obra tuya. Eres una descarada, Savvie.
—¿Solo eso? —Ella se rio y me volvió a coger la polla con su fina y
suave mano. Incluso esa pequeña acción me puso al rojo vivo.
Entonces se colocó mi palpitante polla a la entrada de su coño, abrió de
par en par sus piernas y luego arqueó la pelvis para encontrarse con la mía
de un empujón.
—Oh… —Gruñí, y mi corazón casi se me sale del pecho. Latía muy
rápido—. ¿Qué tal? —Jadeé.
—Bien. Creo.
—¿Crees?
—Solo fóllame.
—No quiero hacerte daño.
Ella siseó cuando entré en ella, y me detuve.
—Continúa por favor. Me gusta. Es un dolor placentero. —Gimió cuando
giré mi polla lentamente para estirarla.
—Eres una nena muy estrecha. —Gemí por el placer que me daba.
—¿Estrecha?
—Tu coño está muy apretado.
—¿Eso te gusta? —Sus ojos brillaron. A Savanah le encantaba hablar de
sexo, y eso me parecía bien porque me ponía más cachondo.
—No puedo decirte cuánto. —Dejé escapar un suspiro.
Sus gemidos seguían haciéndome detener. Pero ella empujaba mi trasero
para que continuara.
Los pliegues carnosos de su coño succionaban mi miembro y lo apretaban
con fuerza. Sus paredes resbaladizas tiraban de mí con cada embestida,
hasta que mi polla se hinchó, amenazando con explotar.
Para no llegar hasta el final tan rápido, tenía que pensar en cualquier cosa
menos en sus pezones rosados y erectos y no mirar esos ojos excitados y
entrecerrados, mientras seguía golpeando mi polla más profundo y más
duro.
Cuando un clímax atronador comenzó a recorrerme, perdí todo el control.
Podría haber sido por la tensión que tenía por el hecho de que hubieran
atacado a Savanah y mi cagada con lo de la rueda de repuesto, pero exploté
tan fuerte que el cerebro casi se me sale del cráneo.
Me tomó un tiempo recordar quién era.
Cuando mis sentidos regresaron, me recoloqué y la abracé.
—¿Estás segura de que no te he hecho daño?
—No. Quiero decir, todavía está un poco sensible.
—No te has corrido, ¿verdad?
—No. Pero cerca. —Sonrió con tristeza.
—¿Sabes qué? Si veo a Bram, voy a matarle.
—¿Realmente matarías por mí?
—Me gustaría.
—Entonces sé que me quieres —dijo ella.
Como yo era alguien más de acción que de palabras, respondí con un
beso.
Si, te amo. Simplemente no sé cómo decírtelo.
—Entonces, ¿qué vamos a desayunar? —pregunté.
Frunció el ceño ante mi cambio de conversación. —No hay nada,
¿verdad? Solo latas de comida. Pero, siempre podemos hacer una poco de
té, ¿no?
Estiré los brazos y luego me puse de pie. —Hay harina y leche en polvo.
—Pero no hay huevos —dijo.
Hay huevos en polvo. Me puse los calzoncillos. —Creo que intentaré
ducharme.
Ella se levantó y se agarró los brazos. —Yo también. Hace mucho frío.

SALÍ A MIRAR EL cielo. La lluvia había comenzado. No había parado en


toda la noche.
Estábamos en un alto, pero me pregunté si el camino se podría haber
inundado.
Encontré un impermeable, corrí al cobertizo y cogí algunos troncos, los
envolví en el impermeable, y luego encendí la estufa en la cocina para el
desayuno.
—No puedo creer que mis padres no pusieran una estufa más moderna. —
Savanah se quedó parada, mirándome meter troncos en el horno.
—Esto servirá, y también hay un horno de leña para el pan.
—¿Para el pan? ¿Vas a hacer pan? —La conmoción en su rostro me hizo
reír.
—No soy solo una cara bonita. —Sonreí.
Ella se rio. —Ya lo veo…
Encontré un calentador para el té y Savanah se animó. —Bueno. Eso
significa que sí tendremos té.
Me reí. Ayer todo eran zapatos y restaurantes de cinco estrellas. Hoy era
una sencilla taza de té. Tal vez esta situación fuera buena para ella después
de todo, porque si alguien necesitaba una dosis de realidad, era Savanah.
Preparé tortitas y las puse en unos platos. Luego, sosteniendo un frasco de
mermelada de frambuesa casera, dije: —Mira lo que he encontrado.
—Mmm. —Miró su plato como si presenciara un milagro—. Me muero
de hambre, y esto tiene muy buena pinta.
Serví abundante mermelada en sus tortitas y en las mías, sintiéndome
satisfecho de mí mismo. Hacía tiempo que no cocinaba y lo disfruté
bastante. Especialmente al ver iluminarse el bonito rostro de Savanah.
—También encontré café molido y una máquina espresso.
Sus ojos se abrieron con alegría, como si hubiera descubierto una mina de
oro.
Con el desayuno terminado y el café preparado, Savanah parecía bastante
contenta mientras agarraba su taza. —Entonces, ¿iremos a intentar
conseguir que alguien nos lleve al pueblo?
—¿Con esta lluvia? —Fruncí el ceño.
Se había cambiado y se había puesto un vestido adecuado para una noche
de fiesta en Londres. —Tal vez deberíamos esperar hasta que se detenga,
supongo.
—¿Tienes unos vaqueros o ropa cómoda?
Se tocó el vestido. —Esto es cómodo.
—Pero estás temblando, Savvie.
—Tengo unos leggins. Me los pondré. Aunque quedarán un poco raros
con esto.
—Te prefería con mi camiseta, para ser honesto —le dije.
—¿No te gusta mi ropa? —Parecía decepcionada, como si yo hubiera
criticado algo importante para ella.
—No solo eres la mujer más hermosa, sino también la más elegante que
he conocido. Me refiero a la comodidad.
Ella inclinó la cara. —Qué bonito.
Sin nada de maquillaje, Savanah se veía deslumbrante con esas mejillas
sonrosadas y sus ojos brillantes llenos de anticipación.
—Tengo un poco de frío, lo admito. Cuando vayamos al pueblo, me
compraré ropa más abrigada.
—No vamos a ir al pueblo con esta lluvia, Savvie. —Me froté la cara.
¿Cómo vamos a hacer esto?
Yo podía entretenerme fácilmente. Tenía un libro sobre historia militar en
el que me encantaría sumergirme. Pero, ¿cómo mantendría ocupada a
Savanah?
Su rostro se arrugó, como si estuviera tratando de resolver algo. —Bueno,
vale. Supongo que será mejor que trate de cambiarme a algo un poco más
cómodo.
Regresamos a nuestra habitación improvisada y, mientras añadía más leña
al fuego, Savanah sacó su extensa colección de ropa.
—Sí que has traído mucha ropa… —Sonreí.
—No me gusta ponerme la misma cosa dos veces.
—Necesitarás una habitación grande solo para guardar tu ropa. —Empujé
las brasas para encenderlas antes de agregar más troncos.
—La dono a tiendas de caridad.
—Eso es muy generoso de tu parte.
Regresé al almacén, donde me puse un par de botas de agua, un
impermeable resistente y un sombrero.
Como nunca se alejaba de mí, lo que me gustaba, Savanah hizo una
mueca. —¿De verdad vas a salir?
—Voy a intentar coger tanta madera como pueda. Puedes ayudarme si
quieres. —Señalé otro impermeable y botas.
Ella los miró con horror.
—Bueno, no te preocupes. ¿Tienes un libro o algo así?
—Sí, tengo uno. —Se mordió el labio—. También he traído mi bloc de
dibujo.
Eso me pilló por sorpresa. —¿Dibujas?
—No te sorprendas tanto. Fui a la escuela de arte durante un tiempo.
—No me sorprende. Tienes mucho talento, Savvie.
La dejé allí en la puerta, observándome mientras me adentraba en el
espeso aguacero, tratando de evitar los lodazales.
Capítulo 23

Savanah

¿QUIÉN HUBIERA PENSADO QUE estaría sentada allí, excitándome al


ver a Carson avivando la estufa para nuestra supervivencia diaria?
Con una taza de té en la mano, observé, entretenida, cómo este bombón
musculoso empezaba a sudar. Parecía que iban a estallar los botones de su
camisa a cuadros mientras arrojaba pesados leños al fuego.
Me pilló comiéndomelo con los ojos y una sutil sonrisa creció en sus
sexys labios. —¿Qué?
Me encogí de hombros. —Solo me estoy divirtiendo viéndote trabajar.
Él bufó de esa manera desdeñosa suya. —Tu turno llegará pronto. ¿Cómo
va esa taza de té?
—Vaya... ¿Nos estamos volviendo un poco mandones, quizás? —Saqué la
lengua.
A decir verdad, en realidad me gustaba que me mandara. Al principio me
había resistido, incluso protestado, pero esta experiencia me había
cambiado. Incluso me ordenó limpiar el baño después de negarme a usarlo,
lo que provocó una gran discusión. Como resultado, ambos nos restregamos
y terminamos haciendo el amor.
El dolor en mi cuerpo también había disminuido y, a pesar de mis quejas
iniciales por la falta de comodidades, me había acostumbrado a tener que
pensar en cosas mundanas como avivar el fuego o preparar tazas de té.
Incluso lavar los platos. Carson me hizo hacer tareas que nunca antes había
hecho. Siempre empezaba con una discusión, pero luego me pegaba en
broma o decía alguna tontería. Incluso le provocaba a propósito.
El aislamiento me había hecho mucho bien, y tres días después de nuestra
estancia, incluso me había acostumbrado a la comida enlatada.
Carson centró su atención en mi bloc de dibujo. Había convertido la mesa
de la cocina en mi escritorio improvisado, principalmente porque la luz era
ideal.
—¿Te importa si le echo un vistazo? —Ladeó la cabeza hacia mi libreta.
Me encogí de hombros. —Es solo un proyecto que estoy haciendo para mi
curso.
—¿Estás en un curso? —Sus cejas se levantaron.
Me reí. —No sé qué te sorprende tanto…
—No, no… Solo es que, me interesa.
Ese era él. Interesado en todo lo que tenía que ver conmigo.
Otro gran detalle.
Tenía muchos.
Si tuviera que calificarlo sería sin duda un cinco estrellas.
Carson seguía sorprendiéndome. Sin embargo, y por encima de todo,
demostró ser un hombre con un alma hermosa que también resultaba ser un
amante increíble.
Tampoco toleraba mis mierdas.
Y nuestras pequeñas discusiones siempre acababan en sexo apasionado
contra una pared o yo inclinada sobre una mesa y él castigándome con su
polla, golpeándome y haciéndome llorar como una perra en celo.
Ese era el plato principal. En la cama, hacíamos el amor. O al menos
Carson lo describió así. Yo también sentía que hacíamos el amor. Nunca
había estado con un hombre que me masajeara todas las noches.
Después de lamerme hasta el punto de la locura, me follaba suave y
despacio, con su mirada inmóvil, como si buscara mi alma. Nos movíamos
a un ritmo perfecto y él me llenaba hasta reventar. Su miembro parecía
crecer a medida que me penetraba más profundamente, tocando puntos de
placer chisporroteantes, hasta que una tormenta de fuego orgásmica
rugiente me poseía.
—Se supone que debí haber terminado el curso el año pasado. —Me reí
de mi implacable procrastinación—. Me mandaron dibujar cosas cotidianas,
solo para soltar la mano. No estoy segura de por qué, ya que estoy
estudiando diseño y hasta donde sé se hace todo por ordenador.
Hojeó mis dibujos, lo que me hizo sentir un poco de vergüenza. —No son
muy buenos —dije.
—No estoy de acuerdo. Son grandiosos. Yo nunca podría hacer algo así.
Además de bocetos de sillas y bodegones, hice un dibujo de Carson e
incluso un autorretrato.
—¿Realmente soy así? —preguntó, inclinando la cabeza para estudiar la
imagen de su rostro.
Me reí. —Ya te he dicho que no soy buena.
—No. Está bien hecho. Solo que parece que estoy bastante envejecido.
Lo estudié con una sonrisa creciente. —Vaya, ¿es vanidad lo que detecto?
—Bueno, soy humano. No creo que nadie quiera verse mayor.
—Es verdad. Pero no pareces mayor. Pareces rudo, lo cual me resulta muy
sexy. Prefiero eso, que a hombres de facciones suaves.
Él se rio. —Me aseguraré de tomar el sol más a menudo.
Sostuve su mirada y me puse seria. —¿Realmente te importa? El cómo te
veo, me refiero.
Se mordió un lado del labio. —Claro que sí. Quiero decir, eres
increíblemente hermosa y yo solo soy un tipo normal.
Fruncí el ceño. —Yo no te describiría de esa manera. Las chicas te miran
todo el tiempo.
—¿Ah sí? —Sus labios se curvaron en una sonrisa sexy y quise
abofetearlo.
—¿Estás buscando cumplidos?
—No. Hablo en serio. No estoy seguro de por qué les gusto a las mujeres.
—Bueno, eres alto, bien formado, tienes unos bonitos ojos marrones. Y
eres… —Estiré mi pierna y masajeé su bulto con mi pie.
Me devolvió la mirada y luego movió mi pie con delicadeza. —Tengo que
ir a por más madera antes de que se conviertan en tablas. —Sonrió—. De
todos modos, tienes un montón de talento. —Pasó la hoja y se detuvo en mi
autorretrato—. ¿Puedo quedarme con este?
—No es muy bueno. Parezco triste. Lo hice rápido.
—No importa. Es hermoso. —Me acarició la mejilla—. Te capta muy
bien. Eres increíble, Savvie. Necesitas aprovechar este talento.
Las lágrimas quemaron en la parte posterior de mis ojos. Nunca nadie me
había dicho eso antes. Mi familia siempre trató de alentarme, pero nunca
me habían dicho que tenía algún tipo de don especial.
Me reí con fuerza. —Y yo que pensaba que mi único talento eran las
compras y la ropa…
—Oh, tienes talento en muchas áreas. —Me lanzó una sonrisa torcida—.
Estás genial con cualquier cosa, Savvie, y tienes mucho estilo.
Mis mejillas se encendieron. —Ahora me estás sacando los colores.
Toqué los vaqueros clásicos de Dolce & Gabbana que había encontrado
arriba en un armario, que me quedaban como un guante. Obviamente
habían pertenecido a mi madre. Su colección de cuellos de tortuga de
cachemira también me fue útil. También me había encariñado con una
camisa de franela de gran tamaño, que probablemente perteneció a mi
padre. Incluso dormí con ella.
Era como si con este disfraz estuviera interpretando un nuevo papel. Se
acabó lo de ser esa chica que no sería vista ni muerta con ropa de fábrica.
En retrospectiva, y viéndolo desde la distancia, me estremecí por lo
elitista que había sido.
Prefería esta nueva versión más terrenal de mí misma.
¿O era porque Carson me pellizcó el trasero y me dijo lo sexy que estaba
en vaqueros?
—Gracias por los ánimos —dije al fin—. Te recuerdo que me ibas a
enseñar a hacer pan.
Él se rio. —No soy exactamente un experto, pero pensé que sería bueno
tener un poco de pan reciente.
Asentí. —Oh Dios, sí. Me encantaría. —Me puse de pie y me estiré—.
Dime qué puedo hacer.
Fue a la despensa y puso harina de una bolsa en una bandeja. —Siéntate y
habla conmigo. Cuéntame historias tontas. —Sonrió.
—No conozco ninguna. —Me apoyé en los codos sobre la mesa, tan
contenta como una gata al sol.
—Estabas muy caliente anoche —dijo, poniendo aquella hermosa sonrisa
que me hizo querer desnudarme.
—Ah sí. Me emborrachaste, ¿recuerdas?
—Si no me falla la memoria, fuiste tú quien me pidió que fuera a la
bodega a por más vino.
—Pero fue divertido, ¿no? —Incliné la cabeza—. Y ni siquiera recuerdo
de lo que hablamos.
—Me contaste historias de tu infancia.
—Debí haberte aburrido hasta la muerte. Perdón. Hablo demasiado
cuando bebo.
Sacudió la cabeza. —No. Me gusta lo que me cuentas.
—Mmm… —Me recliné en la silla—. Creo que lo que te gusta es mi
boca.
Sus labios se curvaron lentamente. —Es una boca muy sexy, desde luego.
Si no estuviera tan ansiosa por un poco de pan, le habría recordado lo
sexy que podía ser mi boca, pero me abstuve de chuparle la polla hasta bien
entrada la tarde. Esa se había convertido en nuestra hora de fiesta traviesa.
Observé mientras tamizaba la harina. —Parece que sabes lo que haces.
—Mi madre solía hacer pan cuando éramos jóvenes. —Sonrió
tímidamente.
—Nunca me hablas de tu vida.
Vertió una bolsita de levadura en la harina, seguida de agua tibia.
—No hay mucho que contar.
—¿Cuántos años tenías cuando tu madre falleció?
—Dieciséis. —Continuó mezclando la harina, con los ojos fijos en sus
manos.
—¿Tu padre todavía vive?
Se encogió de hombros.
—¿No lo sabes?
—Hace años que no le veo.
—¿No has intentado buscarle?
—No. Supuse que si hubiera querido vernos, ya lo habría hecho.
Busqué en sus ojos signos de emoción, pero permaneció impasible. Era su
mecanismo de defensa. Le gustaba ocultar sus sentimientos, pero no era
frío. Nada más lejos de la realidad. Carson era cariñoso y delicado, siempre
me acariciaba el brazo o el pelo. Nunca había conocido a un hombre que
mostrara así su cariño.
—Una vez mencionaste que tenías un hermano —dije.
Asintió mientras amasaba la masa. —Todavía está vivo. Solo que está por
ahí en alguna parte.
—¿De verdad?
—No es muy buena persona. Siempre anda con delincuentes y es un
drogadicto. He intentado ayudarle. —Tomó aire—. Se saltó la fianza y lo
perdí todo. Me he rendido con él. Seguí intentando convencerle para ir a
rehabilitación, pero es una causa perdida. —Carson trabajaba la masa con
más y más fuerza mientras hablaba.
—Parece que te afecta. Lamento haber sacado el tema. —Ahuequé mis
mejillas, viéndole trabajar.
—Estoy bien. He tenido que aprender a soltar las cosas. —Le dio forma
de pan a la masa y luego colocó un paño sobre el molde.
—¿No lo vas a meter en el horno? —No podía creer con qué facilidad lo
había hecho.
—No. Hay que dejar que suba durante una hora antes de hornear.
Sonreí. —No eres solo una cara bonita.
Me hizo una mueca. Incluso eso me ponía cachonda de él.
—Diría que mañana las carreteras deberían estar despejadas. Podremos
llegar al pueblo. Puedes quedarte aquí si quieres mientras consigo un coche
de alquiler.
Mi corazón se hundió. Esperaba que el camino siguiera inundado unos
días más.
Él me estudió. —¿Y esa cara?
Jugueteé con mis dedos. —Bueno, es que voy a echar de menos esto.
—Yo también. —Su mirada se demoró.
No me cansaba de él.
A juzgar por sus besos hambrientos, el manoseo apasionado y esa polla
que rara vez se le bajaba, parecía que Carson sentía algo por mí.
Pura lujuria, sí, pero también algo más.

CARSON SE RIO AL verme. —Parece que te has caído en el saco de


harina.
Cepillando mi cabello hacia atrás, me reí.
Cuando se fue a comprobar el estado de la carretera, decidí sorprenderle
haciendo un pastel. Había encontrado un libro de recetas. Para cuando
volqué la mezcla en un molde para hornear, me di cuenta de que era todo un
desastre.
Iba a abrir la puerta del horno cuando Carson me detuvo.
—No toques eso. Te quemarás.
Sostuve el molde de la tarta y le miré, perpleja.
Lo miró como si fuera algo irreal. —¿Realmente has hecho eso?
Me reí ante su sorpresa. —Sí, claro.
Cogió un paño, abrió la puerta del horno y colocó el molde dentro.
—Estoy impresionado. —Sonrió.
—Aún no lo has probado. Me he divertido, aunque haya sido complicado.
Me tocó la cara y la limpió, dejando un rastro de cosquillas. Sus dedos
tenían ese mágico efecto secundario.
—Tienes harina por todos lados.
Me abrazó con fuerza, algo que nunca había hecho. Normalmente, los
abrazos ocurrían por la noche después de unas copas.
Estar en sus brazos era como estar en el lugar más seguro y cómodo del
mundo. No siempre se trataba de sexo, no, a pesar de lo cachonda que me
ponía.
Había algo bastante profundo cuando estaba cerca de Carson. Me hacía
profundizar, como si pudiera ser esa persona que siempre pensé que podría
ser, si tan solo supiera dónde buscar.
—¿Cómo ha ido la exploración? —Esperaba que las carreteras aún
estuvieran inundadas.
—El camino está despejado.
Percibí tristeza en su tono. —¿No estás contento?
Se frotó el cuello. —Tenía muchas ganas de ir de pesca. El mar está en
calma hoy.
—Entonces hagamos eso y quedémonos otra noche.
Él frunció el ceño. —¿No te importaría?
Me reí. —Nací junto al mar. Me encanta.
—Me refiero a salir en barco.
—Me encantaría. Normalmente salimos en el yate familiar por la Riviera.
Pero oye, una lancha rápida puede ser divertida.
Seguía mirándome como si tratara de entenderme.
—¿Qué? —Extendí las palmas.
—Que casi me olvido de que eres la hija de un multimillonario, y que me
sería imposible charlar contigo.
Incliné la cabeza para estudiarle. Me encantaba la forma en que sus ojos
se suavizaban al estar fuera de su zona de confort. —¿Querías seducirme?
—Todo hombre quiere seducirte. Eres una mujer exquisita.
El calor cayó en cascada sobre mí. —Suerte que no soy muy tímida.
—Tu mano inquieta ya me lo demostró en Mayfair.
—Espero que no pensases que era una suelta.
Él se rio. —Bueno, estabas muy suelta. Deliciosamente suelta.
—Mmm... lo tomaré como un cumplido ambiguo.
—Savvie, eres sexy, hermosa y estás loca. —Sus ojos se posaron en los
míos y luego sus labios acariciaron mi mejilla.
—Ya no soy la misma chica rica que lo tiene todo por derecho. —Enrollé
un mechón de cabello en mi dedo.
Sus ojos se iluminaron. —¿Vas a ponerte a trabajar?
—Oh, Dios, no. Pronto tendré acceso a mi fondo fiduciario de mil
millones de libras.
Puso los ojos en blanco.
—¿Qué? ¿Preferirías que no tuviera nada?
Encogiéndose de hombros, dejó escapar un suspiro. —No a ese extremo.
Todo esto es muy extraño. Nunca esperé enamorarme de alguien tan rico.
Una gran sonrisa creció en mi rostro. Sentí como si la luz del sol se
derramara sobre mí. —¿Te has enamorado de mí?
Su mirada sostuvo la mía mientras buscaba la respuesta correcta. Él
asintió débilmente, como si le fuera difícil admitirlo.
—¿Por qué pareces tan triste, entonces? —Quería caer en sus brazos y
besarle por todas partes, pero me estaba confundiendo.
—Simplemente no estoy seguro de cómo funcionaría esto y si solo soy un
juguete para ti. Una novedad.
Mis cejas se juntaron. —Joder, Carson. ¿De verdad crees que soy tan
superficial?
—Bueno, no. —Frunció los labios, algo que hacía cuando le presionaban
—. Pero Savvie, desde que te conozco, has salido con muchos hombres.
—Me gustaste desde el momento en que nos conocimos. Debes haberlo
notado. —Entrelacé los dedos—. Y si no me hubiera arrojado sobre ti, no
me habrías invitado a salir, ¿verdad?
—Traté de coquetear contigo, Savvie, pero era complicado. Y pensé... —
Respiró hondo y suspiró.
—¿Pensaste qué?
—Que eras demasiado hermosa para mí.
Me reí. —¿Te has mirado a un espejo últimamente?
Devolvió una sonrisa tensa. —Pensé que para ti era solo otro más con el
que coquetear.
Puse los ojos en blanco y dejé escapar un largo suspiro de exasperación.
—Mierda, Carson. ¿Crees que soy una tonta cabeza hueca?
Levantó las palmas de las manos en defensa. —Oye, yo no he dicho eso.
Nunca te he visto de esa manera.
—¿Cómo me has visto, entonces? —Incliné la cabeza—. Dime cuál fue tu
primera impresión.
Entró en la habitación contigua y regresó con una botella de whisky. —
¿Quieres un poco?
Asintiendo, tomé el vaso y nuestros dedos se tocaron.
Una sonrisa creció en su rostro, y casi me hace olvidar la intensa
conversación que estábamos teniendo.
Pero mientras daba un trago al whisky pensativamente, me sentía nerviosa
e impaciente por una respuesta.
—¿Y bien?
—Me quitaste el aliento, Savvie. A veces me cuesta hablar cuando estoy
cerca de ti. Me siento seriamente fuera de mí. Paralizado, mentalmente
hablando. —Su boca se torció en una media sonrisa.
—Dios mío. No quiero que te sientas de esa manera. Aquí todo nos ha ido
bien, ¿no?
El asintió. —Pero este es un terreno neutral, y has necesitado mi ayuda, lo
cual me gusta. —Hizo una pausa para mi respuesta, pero yo quería escuchar
más—. Ni siquiera puedo imaginar cómo encajaría en tu vida. Por la noche
es increíble. Me encanta estar en tu habitación, verte desfilar con tus sexys
vestidos de encaje y enloquecerme. Pero me refiero a las cosas del día a día.
—Si realmente me quisieras, lo intentarías. —Iba a alejarme cuando me
detuvo y me atrajo hacia su firme pecho. Por supuesto, me derretí.
—Nunca antes había pasado tanto tiempo con una mujer.
Mis ojos se abrieron. —¿Nunca has tenido novia?
—He tenido novias. Simplemente no he pasado largos períodos de tiempo
con ellas, ni he compartido conversaciones como las nuestras.
—Eso es porque no hay distracciones, y yo soy la única persona aquí.
—Y te gusta hablar —agregó con una sonrisa.
Le di una palmada en el brazo. —Oye. No hablo demasiado, ¿verdad?
Sacudió la cabeza. —Ese es más mi defecto que el tuyo. Tienes una voz
agradable y me haces reír. Me gustas más cuando…
Esperando algo sexy, sonreí. —¿Cuándo?
—Cuando eres vulnerable. Cuando me necesitas.
¿Eh?
Eso realmente me desconcertó. —¿Estás diciendo que te pone cuando
aparento ser una damisela en apuros?
Me estudió de cerca. —¿Aparentas ser?
—No. Siempre te he llamado cuando te necesitaba. Pero sentía que no te
fijarías en mí a menos que tuvieras que protegerme.
—Ese es mi papel, Savvie.
Asentí lentamente mientras terminaba mi bebida y me levantaba.
Para ser totalmente honesta, me encantaba saber que podía recurrir a él,
especialmente cuando le necesitaba, pero esto iba mucho más allá de
llamarle solamente por mis inagotables dramas.
Cambiando un poco mi actitud, puse una sonrisa. —Aunque no hablas
mucho, parece que te gusta hablar de cosas que te interesan, como la pesca
y…
Inclinó su hermosa cabeza. —¿Y?
—Lo que me vas a hacer. —Mi boca se curvó lentamente.
—Mmm... me gusta cómo suena eso. —Me tocó el culo—. Y me encanta
tocarte.
—¿Eso es todo? —Le incité.
—Oh, hay mucho más. Como… —Acarició mis pechos—. Como tus tetas
perfectas y… —Pasó sus dedos por mi entrepierna palpitante—, como ya
sabes, nunca me canso de esto. —Se pasó la lengua por los labios.
Probó mis labios lentamente y volví a convertirme en un charco.
Abrazados, entramos en la habitación que habíamos hecho nuestra y
caímos sobre la cama, donde devoró cada centímetro de mí, haciéndome ver
estrellas.
Sí, estaba enamorada. Y tal vez él también lo estaba. Solo tenía que
montar esta ola cálida y deliciosa y esperar encontrarle allí con esas manos
firmes para guiarme.

CARSON SE HABÍA IDO al pueblo temprano por la mañana. Mientras


esperaba, revisé mi equipaje en busca de ropa adecuada para ir al pueblo y
me decidí por un par de pantalones acampanados de cintura alta, de piel de
leopardo y un jersey corto de cachemir verde. Imaginar la seca respuesta de
Carson a mi elección de ropa me hizo sonreír. Él no entendía mi obsesión
por la moda. Algo en lo que nunca había pensado hasta que le conocí.
Nunca me había puesto la misma ropa durante tres días.
Aparte de los vaqueros que me habían gustado, había un jersey de lana
escocés de gran tamaño del que me había apropiado que había pertenecido a
mi padre. Usarlo me había hecho sentir cerca de él, tocando mi corazón
cada vez que percibía un profundo olor a lana, una acción que tenía a
Carson perplejo.
—Era de mi padre —dije, mientras se me formaba un nudo en la garganta.
Su mirada se suavizó y me abrazó. No necesitaba más explicación.
Simplemente me entendía mejor que la mayoría. Y me puse a llorar en un
abrir y cerrar de ojos, algo que me era más fácil desde la horrible
experiencia con Bram.
Esta situación cruda me había ayudado a mirarme más profundamente. A
medida que me quitaba capas, descubrí cosas de mí que me gustaban y que
tenían poco que ver con la elección de vestuario.
En nuestro mundo de ricos, todo sufría un retoque estético, incluso
nuestras almas parecían estar enterradas bajo rellenos de colágeno.
¿Realmente nos íbamos a ir?
Una nube oscura se deslizó sobre mí. No estaba preparada para
enfrentarme a nadie. Se suponía que esto iba a ser una escapada de un mes.
Tampoco estaba lista para separarme de Carson.
Dejé ese pensamiento a un lado y traté de pensar en el ahora y no en el
mañana, algo en lo que siempre fui buena. Difícilmente miraba más allá de
dos horas.
Bram debió haber liberado alguna parte inactiva de mi cerebro. No es que
creyera que su maltrato me había hecho algún bien. ¿O sí?
No hubiera estado aquí de no ser por lo que ocurrió. Probablemente
estaría en Londres, almorzando con Jacinta o Sienna, hablando sobre la
última colección de Balenciaga.
Estaba deseosa de conseguir cobertura para llamar a mi madre. Estaría
muy preocupada al no recibir noticias mías en días. Justo cuando tuve ese
pensamiento, llegó un coche y salí corriendo para reunirme con Carson en
el Range Rover que había alquilado.
—Has sido más rápido de lo que esperaba.
Me miró de arriba abajo, y una sonrisa creció en su rostro barbudo.
—¿Qué? —Me reí.
—Veo que has vuelto a tu estilo. —Acarició mi ombligo al aire—. Sexy.
Aunque hace un poco de frío, ¿no?
Mis pezones se erizaron. El aire fresco tenía poco que ver con eso. Los
ojos de Carson se entornaron mientras recorrían mi cuerpo de arriba abajo y
se posaron en mis pezones.
Este hombre podría hacer que me corriera con solo mirarme.
—No voy a ir a la ciudad con el jersey oversize de mi padre. Cuando
estemos allí, iré de tiendas y compraré ropa discreta. Habrá tiendas, espero.
La última vez que lo visité, probablemente estaba más interesada en
comprarme un helado que en encontrar el último diseño de Stella
McCartney.
Él sonrió. —Me encantaría comprarte un helado. Aunque solo sea para
ver cómo te lo comes.
Le di una palmada en el brazo. —Solo estás pensando en que te la chupe.
Él frunció el ceño. —No. Estaba pensando en huevos con bacon. ¿Puedo
invitarte a un gran desayuno caliente?
—Oh, sí, por favor —canturreé.

DESPUÉS DE CUATRO DÍAS de aislamiento y orgasmos sin parar,


desnudando mi alma a un hombre que me había robado el corazón, me
encontré en Port Ives. Era extraño caminar por un pueblo, pero también
agradable sentarse en una cafetería y pedir el desayuno.
—Nunca hubiera creído que me encantaría tanto el olor a bacon y huevos.
—Mordí una tira de bacon crujiente. El sabor salado y aceitoso encendió
mis papilas gustativas.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo Carson.
Después del desayuno, llamé a mi madre.
—Savanah. —Parecía alarmada—. He estado muy preocupada. No has
devuelto mis mensajes y Declan ha estado llamando a Carson. Incluso
llamé a la policía local. Me informaron que el camino estaba inundado y me
dijeron que probablemente estabais sin cobertura. Estaba a punto de enviar
a alguien a la casa para ver cómo estabas.
—Estoy genial, mamá. —Sonreí—. No teníamos cobertura. Ahora estoy
en el pueblo. Las carreteras acaban de abrirse.
—Parece que te encuentras bien, cariño.
—Lo estoy. Pero bueno, Lochridge es un desastre. Jim no está aquí. Todo
estaba lleno de polvo. Encontramos comida podrida en la nevera. Fue
bastante terrible. No hay calefacción central, que se supone que pagaste
para que la instalaran.
—Oh, Dios mío. Haré que la policía le busque.
—Podría tener una explicación razonable. —No iba a admitir que en
realidad había disfrutado de la novedad de pasarlo mal.
—Dios mío… Entonces, ¿cómo te las has arreglado?
Hmm... Durmiendo con mi guardaespaldas y cientos de orgasmos. ¿Quién
necesita las comodidades modernas?
—Bueno... me las he arreglado. —Sonreí.
—Al menos parece que estás contenta. Mejor que cuando te fuiste.
—Me siento genial, de verdad. Me he puesto tus vaqueros que dejaste
aquí hace años y el jersey de pesca de papá.
—Estoy feliz ahora que sé de ti y lo que ha pasado. He estado muy
preocupada.
—Todo está bien. Y por allí, ¿alguna novedad?
—Mirabel ha tenido a la niña.
—¿En serio? Tendré que llamar a Ethan.
—Hazlo. La han llamado Rose.
—Muy bonito. Una mezcla —dije.
—Creo que sí.
—¿Y qué más? —Tenía muchas ganas de preguntar por Cary, pero sentí
por su tono que algo andaba mal.
—Voy a organizar una fiesta del té esta tarde. De hecho, tengo que seguir
con los preparativos.
—¿Qué tal va lo de Manon y ese sitio sórdido?
—Me mantendré al margen, cariño. Reynard me ha asegurado que todo es
legal.
—¿Y Manon?
—Ella ya es mayorcita.
—Pero está viviendo en Merivale.
—Era aquí o con Rey. Prefería que estuviese cerca.
—¿Por qué la proteges? Y si está con Crisp, que él cuide de ella.
—No está con él, me lo ha asegurado. Es joven y la necesito cerca. Al
menos se está comportando. Incluso ha instalado una oficina aquí. Se
mantiene ocupada e incluso trata al personal con un poco más de respeto.
Tal vez eso es todo lo que necesitaba desde el principio, algo en lo que
concentrarse y un entorno estable.
—Pero Ma Chérie nos está desacreditando —insistí.
—Ya lo hablaremos. ¿Vuelves a casa?
—Quizás me quede un par de semanas más.
Eso era nuevo para mí. Simplemente me salió y una calidez difusa me
inundó.
—Pero parece que el sitio es incómodo, y no hay personal. Y pensar que
le envié a Jim veinte mil libras, junto con la tarifa mensual por el cuidado
que le he estado pagando durante años.
—No necesito personal. Estamos cocinando nosotros. Y es realmente
divertido. Y también he vuelto a dibujar.
—¿Estamos?
—Bueno, Carson está conmigo.
—Mmm… Parece que habéis hecho buenas migas.
—¿Has hablado con Cary? —El talento de mi madre para evadir
preguntas me enseñó bien cuando me interesaba.
—Sigue llamándome.
—¿Va a dejar a su esposa?
Suspiró. —Es complicado, cariño. De todos modos, debo darme prisa.
Estoy muy contenta de que hayas llamado. Hablaremos de nuevo pronto.
—Quizás en un día o dos, ya que en la casa no hay señal.
—Adiós cariño.
—Adiós mamá.
Capítulo 24

Carson

EL EMBARCADERO ERA UN sueño hecho realidad, y después de limpiar


el motor, empujé el bote hasta la orilla del agua.
Savanah llegó con sándwiches y una botella de té. Se había hecho a la
vida doméstica hasta tal punto que cuando llegó el personal, pidió que
limpiaran pero que se fueran al final del día, para mi alivio. Me había
encariñado con nuestra privacidad y me sentía cómodo en la cocina; además
Savanah expresó su entusiasmo por aprender a cocinar. No es que le pidiera
que me ayudara, pero la novedad de aprender algo nuevo la entusiasmaba.
La mirada de asombro en su rostro después de hacer una tortilla no tenía
precio.
Incluso nos mudamos al dormitorio principal, que contaba su propia
chimenea que el personal se tomó la molestia de avivar antes de irse.
Llevábamos allí tres semanas y estos eran nuestros últimos días.
Savanah subió a la barca con ropa que había comprado en el pueblo, una
chaqueta cómoda, un gorro y un nuevo par de botas de tacón bajo.
Mientras nos sentábamos a la orilla del mar a comer los sándwiches,
sirvió té del termo.
—Eres buena en esto —le dije.
—Bueno, Fiona me ha ayudado. —Esbozó una sonrisa culpable—. Pero
mira, he hecho esto al horno. —Abrió un recipiente con algunos trozos de
pastel.
El dulce aroma hizo que mi estómago se despertara. —Estoy
impresionado. Pronto podrás abrir tu propia pastelería.
Se rio como solía hacer cuando le hacía sugerencias imposibles. Esta
chica era multimillonaria. Algo que había olvidado en las últimas semanas.
Savanah se había vuelto tan realista y dispuesta a aprender, que mi corazón
estaba henchido.
Tomé un trozo de pastel. —Está delicioso. Eres muy buena.
—Eso es lo que me dijiste anoche. —Su sonrisa pícara me hizo reír.
Me levanté del asiento y salí del embarcadero. —¿Estás segura de que
quieres salir en la lancha?
Ella asintió, abrió su mochila y sacó un bloc de dibujo. —He pensado en
hacer algunas fotos y luego pintar unos bocetos.
Con su cabello largo y oscuro recogido en una cola de caballo y su rostro
limpio de maquillaje, Savanah nunca había estado más hermosa.
—¿Por qué me miras así? —preguntó.
—Porque estoy pensando en secuestrarte y mantenerte encerrada aquí
conmigo.
—¿En serio? —Ella inclinó su cara bonita como si me estuviera
desafiando. Se pasó la lengua por los labios y mis vaqueros se apretaron—.
¿Y cómo lo harás?
La ayudé a subir a la lancha y luego traje una caña de pescar y un balde
lleno de agua.
—Podría mantenerte encerrada en el dormitorio.
—¿Desnuda? —preguntó.
—Te puedo dar una camisa. Pero sin ropa interior, por supuesto.
—¿Y qué harías si intentara escapar? —Sonrió—. A Savanah le
encantaban estos pequeños juegos que solíamos hacer.
—Te amarraría y te follaría hasta que no pudieras caminar.
—Ooh, eso suena… caliente.
Su mano aterrizó en mi polla, acariciando alrededor de la cremallera, y el
bulto creció bajo su tacto.
—Mmm… ¿qué tenemos aquí? ¿Te excita la idea de atarme a una cama y
follarme duro?
Lentamente pasé mis dedos debajo de su blusa y apreté sus tetas
suavemente. —Podría decirse.
Me bajó la cremallera y tomó mi polla con sus manos. El aire fresco del
mar no fue suficiente para evitar que se endureciera como el acero.
Sin decir una palabra más, llevó su boca a mi miembro y chupó la punta.
Cerré los ojos y olvidé dónde estaba.
Afortunadamente, era una bahía apartada. Mientras me recostaba,
disfrutando del deleite de su experta succión, supe que este sería uno de los
muchos momentos eróticos compartidos con Savvie que recordaría para
siempre.
Sus labios suaves y cálidos se movieron arriba y abajo por mi miembro,
poniéndome a cien.
Acaricié sus tetas y no tardó mucho en beberse cada gota que salió de mí.
—Oh, Savvie, ¿qué me estás haciendo? —Gemí en éxtasis.
Se limpió los labios y se rio. —Me encanta chupártela. Ya lo sabes.
La sostuve en mis brazos, la besé con ternura y en un susurro ronco le
dije: —Te amo.
Ella levantó su rostro hacia el mío. —¿Qué has dicho?
Sonreí torpemente. Esas palabras nunca antes habían salido de mi boca.
Sin embargo, me parecieron muy naturales en ese momento, especialmente
cuando sus luminosos ojos azules tenían atrapados a los míos.
—Te amo, Savvie.
Se mordió el labio y una lágrima rodó, cayendo por su mejilla sonrosada.
La sostuve fuerte. —Perdón por hacerte llorar.
—Yo también te amo, Carson. No quiero que esto termine. —Ella sonrió
con tristeza—. Quiero que nos quedemos así para siempre.
Sí, por favor.
Tiré de la cuerda y puse en marcha la embarcación. Seguimos resoplando,
lentamente.
El día estaba tranquilo, y el sol brillaba sobre el agua, convirtiéndola en
un vidrio verde ondulado.
Savanah siguió mirándome. Estaba claro que no dejaría pasar esa
poderosa confesión. ¿Qué podría decir? Um... ¿Me casaré contigo y
viviremos felices para siempre en Merivale?
—Veamos cómo va todo.
—¿Eso significa que no puedes estar conmigo a menos que vivamos aquí?
—No he dicho eso. —Dirigí el bote hacia aguas más profundas.
Esta mujer me puede leer la maldita mente.
Levantó el termo. —¿Té?
Con el sol brillando sobre ella, resaltando los mechones rojos de su
sedoso cabello castaño, y sus grandes y cautivadores ojos azules
devolviéndome la sonrisa, Savanah realmente me había robado el corazón.
—Eso sería estupendo, cielo.

ME LLEVÓ UN TIEMPO acostumbrarme a estar de nuevo rodeado de


gente. Echaba de menos Lochridge y no tener a Savanah junto a mí día y
noche.
Antes solía ser un lobo solitario, así que nunca había sido alguien
pegajoso. El ejército me grabó a fuego la autosuficiencia, pero no me había
preparado para perder el corazón por una mujer con la que no podía esperar
una relación a largo plazo.
Desde que regresamos hacía una semana, Savanah había compartido mi
cama todas las noches y nuestra necesidad mutua había aumentado.
Aparte del sexo, que todavía estaba en su mejor momento lascivo, tener a
Savanah cerca con su bloc de dibujo o simplemente charlando, con los pies
sobre mis muebles, me alegraba el día.
Volviendo a mis puestos como director ejecutivo y entrenador personal
ocasional debido a la falta de profesionales experimentados, revisé los
libros de cuentas y me quedé asombrado de lo popular que se había vuelto
Reinicio.
—A este ritmo, tendremos que contratar más personal —le dije a Drake,
quien me devolvió una expresión algo desconcertada—. ¿Cuál es el
problema?
—Todos mis clientes son mujeres.
Con esa apariencia de Harry Styles y ese cuerpo alto y musculoso, era
normal que tuviera admiradoras.
—Tendrás que dejar de levantar hierro y de ser tan atractivo, Drake —
bromeé.
Puso una sonrisa avergonzada. —Soy un adicto al fitness. Me mantiene
alejado de los problemas. Ahuyenta las tristezas.
Mmm... Me pasó lo mismo, hice lo mismo. El sexo con una hermosa
chica necesitada tampoco estaba mal.
—Buenas endorfinas. —Respiré—. Debe gustarte toda la atención que
estas chicas te dan.
—Supongo que sí. Es difícil concentrarse cuando se agachan con esos
modelitos que llevan.
—Disfrútalo.
—Vienen también por ti —dijo.
Sí, mis clientas también parecían disfrutar llevando tops cortos escotados
y ropa que dejaba poco a la imaginación.
—Necesitamos contratar más entrenadores. Y Declan está ansioso por
comenzar de nuevo el programa para jóvenes, que es lo que a mí realmente
me interesa.
Él asintió. —A mí también me gustaría.
Savanah apareció con aspecto nervioso y, después de despedirme de
Drake, se giró hacia mí.
Mi próxima clienta, Louisa, apareció a la vez. Vestida con su diminuta
ropa de fitness habitual, le encantaba exhibir su cuerpo, especialmente sus
tetas, que sobresalían de su diminuto top. También se pasaba la mayor parte
de nuestra sesión hablando de su obsesión por las novelas románticas
eróticas, e incluso comentó que yo sería una excelente portada para uno de
sus libros. Me reí de eso, a pesar de vivir en mi propio romance erótico con
Savanah.
Savanah le lanzó a Louise una sonrisa forzada antes de poner su atención
en mí. —Necesito hablar una cosa contigo.
Volviéndome hacia Louise, señalé con la cabeza a Drake. —Él puede
ayudarte a empezar.
Drake estaba limpiando el equipo cuando me acerqué a él. —¿Puedes
ayudar a Louise en la cinta? Vuelvo en cinco minutos.
Asintió y les dejé solos.
—¿Qué pasa? —pregunté mientras salíamos.
—Te he enviado un mensaje. —Parecía preocupada—. Pero ya veo que
estás muy ocupado.
Mi frente se arrugó. —Estoy trabajando, Savanah. Eso es todo.
Ella frunció el ceño. —No parece que te alegres de verme.
—Lo estoy. Pero estoy con una clienta.
—¿Todas son como ella?
—No estoy interesado en ella. Si eso es a lo que te refieres.
Se mordió el labio inferior y miró perdidamente a su alrededor. —No
puedo seguir adelante con lo del juicio. Me está removiendo mucho. Voy a
retirar los cargos. Mi madre piensa que estoy loca. Me está rogando que no
lo haga.
—Estoy de acuerdo con tu madre. Bram debería estar encerrado. Es
peligroso.
—¿No podemos simplemente pedir una orden de alejamiento? He hablado
con el abogado y me ha aconsejado hacer una lista de condiciones.
Negué con la cabeza. Entendía su miedo. Nadie quería enfrentarse a su
agresor.
—Tal vez pueda celebrarse el juicio con solo tu abogado presente.
—Solo quiero que desaparezca. Olvidarlo todo.
—¿Hablas jodidamente en serio? Ese tipo te mandó al hospital, Savvie. Si
tú no haces nada, lo haré yo.
Sus ojos se abrieron. —Oh, no. No podría perderte. Por favor, no te
acerques a él. Hará que te encierren. No puedo prescindir de ti.
Mi corazón se hinchó mientras crecía una sonrisa triste. —Puedo cuidar
de mí mismo, Savvie. No te preocupes.
Le acaricié la mejilla y su rostro se suavizó.
—Es un maldito monstruo.
—¿Me ayudarías con los abogados?
Sus grandes ojos azules brillaban con esa expresión frágil y perdida que
podría ponerme de rodillas. Protegerla significaba todo para mí.
Pasé mi brazo alrededor de ella, atrayéndola con fuerza, como si deseara
transferirle algo de mi fuerza. —Haré lo que quieras, Savvie. Lo sabes.
Todas las noches desde nuestro regreso, Savanah se había quedado en mi
apartamento. Incluso se ofreció a pagar los arreglos de la vivienda, lo cual,
queriendo mantener mi independencia, rechacé.
—¿Puedo ir esta noche? —Se mordió el labio.
—Por supuesto. Cocinaré un buen bistec. —Sonreí.
Sus labios temblaron en una sonrisa. —Me gustaría. Entonces, ¿vendrás
conmigo mañana?
Asentí. No podía negarle nada a esta mujer hermosa y medio rota.
Iba a marcharse cuando dijo: —Esa mujer quiere follarte. Espero que no
se te ponga dura con ella. Tiene unas tetas enormes.
Para tener treinta años, Savanah a veces me recordaba a una adolescente.
A veces alguien incluso más joven. —Savvie, ¿por qué iría detrás de ella
cuando te tengo calentando mi cuerpo todas las noches?
—Parece que se pone cachonda con mirarte. Puede que se ofrezca a
chupártela o algo así.
Fruncí el ceño y estudié su expresión para ver si estaba bromeando. Ella
permaneció seria. —Dios, Savanah, no soy ese tipo de hombre.
—Pero lo eras, ¿no? Una vez dijiste que fuiste un mujeriego.
La besé suavemente. —Nos vemos esta noche. Y mira, Savvie, no te
preocupes por nada. Aunque piensa en lo de retirar los cargos.
Dos horas más tarde, recibí una llamada de Caroline para que me acercara
a Merivale. Mientras caminaba por el bosque hacia la casa, me preguntaba
cómo se tomaría la madre de Savanah el hecho de que saliera con su hija,
aunque por ahora habíamos decidido mantener esta relación entre nosotros.
Ethan y Declan estaban en la oficina cuando llegué, y Caroline señaló un
asiento y se dirigió directamente a él.
—Sé que eres alguien de confianza de mi hija. No es ningún secreto que
ella siente un profundo afecto por ti.
Tuve que sonreír ante esa anticuada definición de atracción. Que la madre
de Savvie supiera que nos acostábamos juntos, era otro asunto. En muchos
sentidos, me incomodó. Como si hubiera traicionado su confianza
aprovechándome de su hija.
¿Yo?
Fue Savvie quien siguió arremetiendo contra mi polla. Solo estaba
respondiendo, como lo haría cualquier hombre de sangre caliente con una
chica hermosa. Pero ella también era frágil, y este vínculo que habíamos
formado se hacía más profundo día a día.
Declan me lanzó uno de sus asentimientos de ‘Estoy aquí para ti, amigo’.
Estaba seguro de que él lo sabía. Savanah era sincera con sus hermanos
sobre la mayoría de las cosas.
—Hemos estado hablando de Bramwell Pike. Después de pasar la mayor
parte de la mañana rogándole a Savanah que continúe con los cargos, ella
no cede. Quiere limitarse a pedir una orden de alejamiento. ¿Te ha dicho
algo?
Tomé una respiración profunda. —Me lo ha contado y, por supuesto, traté
de disuadirla.
Caroline me devolvió una leve pero agradecida sonrisa. —Por eso te he
pedido que vinieras aquí, para pedirte que la convenzas de presentar cargos.
Temo que no lo quiera hacer. Y está el tema de ese terrible vídeo sexual.
—¿Los has visto? —Me dolía la frente de fruncir el ceño. Odiaba lo que
podría significar para Savvie saber que su madre había visto esas imágenes
repugnantes.
—No. —Ella golpeó sus uñas juntas.
—Un amigo mío lo vio —dijo Ethan—. Lo eliminó. Pero estamos
pensando que podría haber más por ahí. Al menos, si encierran a Bram, no
podrá seguir arrastrando por el barro la reputación de nuestra hermana.
—¿Pero no le amenazaste con demandarle? —pregunté.
Caroline asintió. —Eso era lo acordado. Pero ese vídeo se envió antes de
que supiéramos que existía. —Se sentó hacia adelante—. ¿Puedes hacer que
haga lo correcto? Soy consciente de lo importante que eres para ella.
Me mordí la mejilla. Ella debe haber sabido lo nuestro. No era fácil
escabullirse por lugares tan pequeños como Bridesmere. —Haré todo lo que
pueda.
Miró a sus hijos antes de volver a concentrarse en mí. —Necesito que
hagas algo más que vigilar Ma Chérie.
—¿Como la última vez?
Ella asintió. —El rumor de que hay chicas menores de edad no desaparece
y es extremadamente preocupante. —Su mirada inexpresiva sostuvo la mía.
—Tal vez deberías enviar a una infiltrada —le dije.
—Es solo con invitación. —El arco de su ceja deletreaba exactamente lo
que eso significaba, un burdel para hombres donde se compraban vírgenes.
Tomé una respiración profunda. —Está bien. Saldré tarde esta noche.
—Y si puedes, intenta hablar de nuevo con Savanah sobre lo de presentar
cargos.
—Está aterrorizada de que los medios conviertan el juicio en un circo.
—Eso es un problema. Hablaré otra vez con Lord Pike. No puedo
imaginar que quiera destrozar su propia reputación.
—Tal vez pueda enviar a Bram a Los Ángeles o a algún lugar lejano, —
sugirió Declan.
Ella asintió lentamente. —Es una buena idea.
Volví de camino a Reinicio con una sensación de pesadez en el estómago.
Capítulo 25

Savanah

SIENNA Y YO OCUPAMOS nuestros asientos justo cuando comenzaba la


subasta. Elysium necesitaba más arte, y en mi recién estrenado puesto como
compradora, estaba allí para pujar por una colección que figuraba en su
catálogo más reciente.
Cuando mi madre asintió aprobando mi selección, sentí su alivio por
haber encontrado por fin algo en lo que enfocarme. Era asombroso lo que el
amor hacía en la motivación, y gracias a Carson finalmente encontré algo
de inspiración. Estar a cargo de la adquisición de arte me sentó tan bien
como un par de zapatos imprescindibles de Manolo.
Sienna, a quien no había visto en mucho tiempo, se reunió conmigo para
desayunar y la invité a venir a la subasta.
Cuando un hombre alto con un traje de diseñador pasó pavoneándose,
Sienna se inclinó y susurró: —Está bueno.
—Estamos aquí para comprar arte, no para encontrar sugar daddies. Y
trata de no hacer ruido cuando comience la subasta.
Se rio. — Pero es sexy, y me ha mirado a los ojos. Seguro que lo has
visto.
Negué con la cabeza. —Eres incorregible.
La adrenalina se disparó a través de mí, y con un millón de libras para
gastar, tenía mi corazón puesto en la colección titulada Crepúsculo.
Las piezas llegaron al escenario para la comenzar con la subasta.
Apoyadas en un caballete, las seis pinturas al óleo presentaban obras
monocromáticas en azul, que representaban el cielo, con cada lienzo
intensificándose a medida que avanzaba la noche.
Cuando gané la subasta, casi salto de mi asiento, levantando un puño en
señal de triunfo, pero me recompuse y, a pesar de la gran sonrisa en mi
rostro, imité a mi madre digna y tranquila.
A mi padre le hubiera encantado esta colección. Cuando era joven, a
menudo visitábamos galerías juntos. Parecía preferir estudios más pequeños
e independientes, donde alegraba el día de algunos artistas en apuros,
dándoles mucho más que su precio de venta.
—Eso ha sido un robo —susurré.
—Precioso. —La atención de Sienna se dirigió al atractivo hombre mayor
sentado en la fila de al lado.
—¿El arte o él? —Ladeé la cabeza.
—Ambos. —Se pasó las manos por el pelo, alisado como con una regla.
—Nos vemos en el vestíbulo. —Me levanté—. Y compórtate.
Fui hasta la oficina y garabateé un cheque por doscientas mil libras y
acordamos los datos de la entrega.
Bebiendo champán y lista para la marcha, Sienna me esperó en la sala de
recepción, comiéndose con los ojos al distinguido hombre vestido de
Armani.
No hacía mucho, Sienna y Jacinta admitieron estar listas para el
matrimonio y los hijos. Habían cambiado sus prioridades, y las mías
también. También deseaba tener eso.
Por primera vez.
Y ahora, cabía la posibilidad de que nunca pudiera tener hijos. Aunque
traté de no pensar en ello, la idea de nunca ser madre me carcomía como un
dolor implacable.
No fue una sorpresa encontrar a Sienna agitando sus pestañas ante el
encanto de aquel Pierce Brosnan.
—Él es Marcus —dijo al acercarme a ellos. Extendió su brazo hacia mí
—. Ella es Savanah.
Se volvió hacia mí. —Veo que has adquirido la colección Crepúsculo.
Incapaz de ocultar mi alegría y cuadrando mis hombros con orgullo,
asentí. —La colección es para nuestro resort familiar.
—¿Aquí en Londres?
—No. En Bridesmere.
—Oh, ¿eres una Lovechilde? —Sonrió.
—¿Cómo los has adivinado? —Sienna se rio entre dientes.
Su mirada se demoró en Sienna por un momento, antes de volver a mí.
—Asistí a la inauguración de Elysium —dijo—. Desde entonces me he
alojado allí dos veces. No puedo mantenerme alejado, especialmente ahora.
—Arqueó las cejas despertando mi curiosidad—. La colección que has
comprado quedará fabulosa allí.
—Sí, creo que sí. —Sonreí, animada por mi victoria. Me sentía de esa
manera, considerando que lo había adquirido a un precio más bajo de lo
esperado.
—Iré allí mañana, de hecho. —Su atención pasó de mí a Sienna—. Me
han invitado a una velada organizada por Reynard Crisp, a quien estoy
seguro de que conoces, dado que hace negocios con tu madre.
Miré a Sienna y me tomé un momento para responder. —Vaya, y ¿qué
evento es ese?
—Ma Chérie está organizando una noche especial, creo.
—¿Una noche especial? ¿Te refieres a esas subastas de ganado?
Sienna se volvió bruscamente hacia mí. —¿Cómo?
Sus ojos sostuvieron los míos por un momento. —Ambas sabíamos a lo
que me refería.
Sienna le miró. —¿Qué me estoy perdiendo? ¿Hay algún tipo de fiesta
con ganadería? Y si es así, ¿cómo puedo conseguir que me inviten?
Me reí. —Tú ya eres muy mayorcita. —Observé a Marcus de cerca para
ver si contaba algunos detalles o se escondería debajo de esa apariencia de
sofisticación que muchos adoptaban en nuestro mundillo. Comenzaría con
un poco de humor, una charla ligera que pasaría por alto los lados más
oscuros, como si ser de esta clase hiciera correcto aprovecharse de
cualquiera por el precio correcto.
—Oye, que todavía no he llegado a los treinta —protestó.
—¿Quieres que le cuente a Sienna todo lo que sucede en Ma Chérie? —
Incliné la cabeza.
Extendió las palmas. —Me han invitado a jugar al blackjack y después a
un espectáculo burlesco.
—Es un burdel, por lo que he escuchado.
Mi descarada respuesta inmediatamente hizo que las cejas de Sienna se
levantaran. —Guau. ¿En serio?
Marcus le devolvió una sonrisa torcida. —Es legal y con licencia, creo.
Aunque es estrictamente solo para miembros. Ma Chérie no es más que un
lugar de encuentro.
—Descríbelo como quieras. Nuestra familia está a punto de cerrarlo.
Esa afirmación era falsa puesto que mi madre se negaba a hablar de ese
sórdido agujero.
Se acarició el cuello. —Por lo que he oído, es de buen gusto. Las chicas
que están, participan de buena gana y, como resultado, muchas vidas
mejoran.
—En fin... —Puse los ojos en blanco.
—Ahora, si me disculpas. —Nos dejó terminando las bebidas.
Sienna y yo nos dirigimos a un bar, y cuando ella entrelazó su brazo con
el mío, me preguntó—: ¿Qué diablos ha sido eso? Quería conseguir su
número y tú te dedicas a insultarle.
—Cariño, no estaba bromeando cuando dije que probablemente eres
demasiado mayor para él. Ma Chérie es un lugar de subastas de chicas
vírgenes.
Su boca se abrió. —De ahí esa referencia al ganado. Pensé que la venta de
vírgenes solo se daba a través de agencias y en internet.
—Estos asquerosos clubes han brotado entorno al mundillo de los de
sangre azul, para que chicas con poca ropa puedan desfilar mientras los
hombres pujan por ellas.
—Qué asco. Eso es muy de desesperados, ¿no?
—Lo es. Aunque, si la chica está de acuerdo y feliz con el trato, ¿quiénes
somos nosotras, pequeñas privilegiadas, para juzgar? Simplemente no
quiero que se haga cerca de Merivale o en la parte trasera de Elysium.
Ella asintió pensativamente. —Eso es cierto. Tenemos suerte. Nosotras
tiramos nuestra virginidad con un chico inútil que nos gustaba.
—¿Te arrepientes de ello? —pregunté mientras entrábamos a un garito y
nos sentábamos en una mesa junto a la ventana.
—No. Pero si supiera lo que sé ahora… Este tipo de cosas.
—Sí. Hablando de ello. En TikTok, David Bowie ha dicho que lo
fascinante de envejecer es que te conviertes en la persona que siempre
debiste haber sido.
—Puaj. Con jodidas arrugas. —Hizo una mueca.
Me reí. —Pero en realidad, me arrepiento de bastantes cosas.
—Sí. Yo también.
—Lo que más lamento es seguir dando vueltas como un maldito gusano
en carne podrida.
—Pero bueno, Savs, no eres carne podrida. —Se rio.
—No. No me refiero a mi físico, pero mi alma sufre sabiendo que él está
cerca.
—Pero tienes a tu bombón de veintidós centímetros calentándote por la
noche. Eso debería eliminar parte de tu angustia.
Asentí con nostalgia. Sienna tenía razón. Con Carson cerca, incluso Bram
y ese atroz vídeo sexual eran tolerables.

DESPUÉS DE DEJAR A Sienna, estaba a punto de coger un taxi para


Mayfair cuando sentí que alguien me seguía. Me giré, pero no vi a nadie.
Encogiéndome de hombros, pensé que la paranoia me había jugado una
mala pasada, ya que vigilar mi espalda se había convertido en un hábito.
Se suponía que Bram estaba en Los Ángeles. Ese fue el trato después de
retirar los cargos, a pesar de que todos, incluido Carson, me rogaron que no
lo hiciera.
Mientras iba en el taxi, seguí mirando hacia atrás y vi que un taxi nos
seguía.
—¿Ese coche nos está siguiendo? —pregunté.
El conductor miró por el espejo retrovisor. —No estoy seguro, guapa.
Estaré atento si quieres. ¿Alguien te está siguiendo?
—Espero que no. —Exhalé un suspiro nervioso.
El taxi me llevó a casa y me bajé. Justo cuando se alejaba, vi una sombra,
y en un segundo tenía a Bram frente a mí.
Comencé a gritar, pero me puso su mano en la boca. —No. No te voy a
hacer daño. Solo necesitaba verte.
Bajo la tenue farola, parecía que había estado durmiendo a la intemperie.
Aunque siempre llevaba el cabello desordenado, sus ojos parecían pozos
oscuros y huecos, gritando de desesperación.
—No deberías estar aquí. Tengo una orden de alejamiento contra ti.
—Solo quiero algo de dinero.
Al rascarse los brazos, noté que estaba más flaco que de costumbre, era
todo piel y huesos. Claramente la adicción le había llevado lejos.
—Todavía tengo ese vídeo en mi poder. Dame algo y me iré.
—¿Qué pasa con el acuerdo? Y no llevo dinero en efectivo conmigo.
—Transfiéreme algo ahora. Puedo esperar.
Con el pretexto de mandarle algo de dinero, saqué el teléfono y envié un
mensaje de texto a Carson. Ayuda. Bram está aquí. Estoy en Mayfair.
Me entró un mensaje haciendo sonar el móvil.
Bram me agarró del brazo bruscamente. —¿A quién escribes? Transfiere
el dinero ahora. —Me apretó el brazo y grité—. Cierra la puta boca, Savvie.
—Esto está muy oscuro, apenas puedo ver nada. —Estaba al borde de las
lágrimas—. Déjame entrar y te transferiré una buena cantidad.
Al ver a Alfred en la entrada, Bram dijo: —No soy idiota. Llamarás a la
policía. Lo quiero ya. Si no tengo el dinero en mi cuenta dentro de media
hora, publicaré el vídeo sexual en las redes sociales y se lo enviaré a todos
mis contactos, que son la mitad de los tuyos también.
—Te detendrán —dije.
—No sabrán dónde encontrarme. —Una sonrisa malvada brilló ante mí.
Fue el único momento en el que le vi animarse. Me señaló la cara—. Hazlo.
Si no… —Se deslizó hacia las sombras y yo subí corriendo las escaleras.
Alfred parecía preocupado. —¿Todo bien?
—Estoy bien.
Corrí a mi habitación y llamé a Carson.
Cogió la llamada de inmediato. —Estoy de camino. Estoy a una hora de
distancia.
Suspiré. Esta iba a ser nuestra única noche separados. Pero parecía que no
podía estar ni una sola sin necesitarle, y esta vez no era porque le quisiera
en mi cama.
—Quiere dinero. Estoy a punto de hacerle una transferencia. Me ha
amenazado con publicar el vídeo en todos lados.
—No deberías haber retirado los cargos, Savvie.
—Le enviaré diez mil dólares, pero eso será todo.
—Yo no le enviaría nada. —Parecía justificadamente molesto conmigo.
Sé que debería haber sido más fuerte, pero lo que nadie sabía, incluido
Carson, era que habría acabado destrozada si hubiera ido a juicio. Incluso si
no hubiera asistido, el solo hecho de leerlo en los medios habría acabado
conmigo. Ni mi adicción al Xanax podría haber mejorado aquella situación.
—Pero me amenaza con subir el vídeo.
—Llegaré pronto. No hagas nada hasta que yo llegue.
—Pero solo me ha dado media hora y si no lo publicará. Le pagaré solo
esta vez y luego llamaremos a la policía. Lo prometo.
—Si es lo que quieres… —Resopló.
—¿Estás enfadado conmigo por hacerte venir hasta aquí?
—No. Estaba trabajando para tu madre, investigando lo de Ma Chérie,
pero le expliqué la situación. Parecía bastante preocupada por ti.
—Te amo Carson.
Colgué e hice una transferencia de diez mil libras a la cuenta de Bram.

CUANDO ESTABA A PUNTO de entrar a la oficina de mi madre, la


escuché hablando con Crisp, así que me detuve en la puerta para escuchar.
—Quiero que se cierre.
—Caroline, soy el dueño de esas tierras.
—Ese bar burlesco, como tú lo llamas, está trayendo desprestigio a
nuestro nombre. La gente todavía asocia estas tierras con los Lovechilde, y
estos establecimientos tuyos están inquietantemente cerca de Elysium.
—Los casinos siempre han sido el patio de recreo de los ricos. Mira
Montecarlo.
—Nunca he visto matones merodeando por el casino francés, el cual he
visitado en más de una ocasión.
—Solo por invitación del casino —dijo—. No son matones. Son mecenas
ricos. Dinero nuevo. Principalmente multimillonarios tecnológicos con
predilección por los tatuajes. Es difícil distinguirles a veces de la gente de
los bajos fondos. —Se rio—. Lo sabes mejor que la mayoría, solo hay que
repasar los novios de Savanah.
—No quiero a Pike cerca de nosotros. Su hijo está causando estragos en la
vida y en la reputación de mi hija.
—Entonces debería haber seguido adelante con el juicio y no haber
retirado todos los cargos. Además, Conrad ahora se ha distanciado de su
hijo.
—De cualquier manera, no quiero que Lord Pike se acerque a Merivale ni
a Elysium, en ningún caso. ¿No ves lo mal que nos hace quedar? Solo con
relacionarle. A estas alturas, todo el mundo conoce la historia de ese
espantoso vídeo sexual. Y con Pike todo el rato merodeando por aquí no
hace más que perpetuar los cotilleos.
—Estoy segura de que sabe que es una persona non grata aquí, en
Merivale, pero en lo que respecta a Salon Soir, Conrad es un amigo
cercano. Y recuerda Caroline, soy tu dueño.
Hubo un silencio mortal, y mi cuerpo se congeló.
Salió y, al verme allí, sonrió. —Escondida escuchando las conversaciones
ajenas otra vez, por lo que veo…
Le levanté el dedo medio.
Él devolvió su característica sonrisa intransigente. —Que tengas un buen
día, Savanah. —Se detuvo y se volvió—. Si alguna vez necesitas empezar
en una nueva carrera, hay un productor que puedo presentarte. —Su ceja
levantada decía mucho sobre a qué tipo de industria cinematográfica se
refería.
—Vete a la mierda.
Manon apareció justo cuando le decía aquello.
Ella se rio sarcásticamente. —Pareces furiosa. Debe ser por esa chica a la
que te follas. No sabía que eras lesbiana. Puede que tenga que cerrar el baño
con pestillo.
Fui a abofetearla cuando llegó mi madre.
—Ya basta. —Furiosa, me miró a mí y después a Manon.
—Entra y cierra la puerta —le ordenó mi madre a Manon, antes de girarse
hacia mí.
—Échala —exclamé, con ganas de gritar y luego esconderme en una
cueva en algún lugar.
—Voy a hablar con Manon. —Cerró la puerta de un portazo; tal era su
furia conmigo y probablemente también contra Crisp y Manon.
Me apoyé contra la pared, con mil voces gritando en mi mente, justo
cuando Ethan entraba sosteniendo la manita de Cian y con Freddie tras
ellos.
Me arrodillé y abracé a mi sobrino, seguido de una palmadita para
Freddie.
—Buen momento, Eth. Vamos a hablar afuera —dije.
Levantó el dedo. —Un minuto. Voy a hablar con Janet sobre el menú de
nuestra fiesta.
—¿Que fiesta?
—¿No te ha llegado la invitación? El domingo. El bautizo de Rosie.
—Ah, sí, por supuesto. El bautizo ¿Qué tal está?
Como buen padre orgulloso, a Ethan le resplandecían los ojos. —Está
hermosa.
Cian lanzó una pelota y Freddie la persiguió, casi derribando un pedestal
con un jarrón antiguo.
—Dentro no —dijo Ethan con severidad.
Cian me miró y me lanzó una sonrisa de picardía.
—Él es tu viva imagen. Incluso juega a la pelota aquí dentro como solías
hacerlo tú.
Suspiró. —Sí. Es travieso. Cuando uno tiene hijos se da cuenta de lo
difícil que se lo pusimos a nuestros padres. —Se rio.
Si tuviera una hija, le aconsejaría que se mantuviera alejada de los chicos
malos. Pero eso no iba a pasar nunca, pensé, suspirando para mis adentros.
Ethan le quitó la pelota a Cian justo cuando estaba a punto de lanzársela a
Freddie nuevamente. El canino saltó con anticipación.
Me reí observando la escena, después de toda la mierda que estaba
pasando a mi alrededor.
Mientras esperaba a Ethan en el jardín, llamé a Carson. —Hola.
—Hola, cielo. ¿Estás bien? Estoy con un cliente ahora mismo.
—Déjame adivinar, ¿alguna mujer de unos treinta años, caliente y
descarada?
Él se rio. —No sé si descarada, pero sí. ¿Sigue en pie lo de comer juntos
en una hora?
—Estoy deseando que llegue. Te echo de menos.
—Si nos hemos visto hace tres horas —dijo.
—¿Y ya estás cansando de mí? —No bromeaba esta vez, me sentía mal y
lo dije en serio.
—Nunca me canso de tanta belleza.
—Oh... eres tan mono. —Sonreí, y de repente me olvidé de todo lo malo
—. Te amo Carson
—Nos vemos, preciosa.
Me preguntaba si alguna vez me respondería que también me amaba.
Excepto aquella vez en Lochridge, desde que regresamos, esas palabras no
habían vuelto a salir de sus labios.
Ethan se unió a mí y le lanzó la pelota a Freddie. Cian corrió junto con el
tenaz perro. Mientras observábamos y nos reíamos de lo decidido que era
ese niño de piernas regordetas, conté cómo había oído a Crisp recordarle a
nuestra madre quién era él.
Ethan negó con la cabeza. —Declan mencionó algo parecido hace un
tiempo.
—Tenemos que llamar a la policía para que cierren Ma Chérie. Mamá le
ha encargado a Carson que lo vigile. Me ha dicho que algunas chicas
parecen muy jóvenes.
Su frente se arrugó. —Mierda. Eso es espantoso. Y ahora con Rosie, no
puedo tolerar tener ese tipo de mierdas cerca.
—Lo llaman “bar burlesco”.
Respiró. —Vaya eufemismo para un garito tan sórdido. Es un insulto para
ese espectáculo que es todo un arte. Fui a algunos espectáculos burlescos en
Londres. Son espectaculares y muy artísticos. Y además Mirabel está
haciendo algo parecido para su nuevo vídeo. —Sus ojos se iluminaron con
asombro.
—Me muero por verlo. Me encanta su nueva canción. Ella es asombrosa.
—Sonreí.
Freddie dejó caer la pelota a los pies de Ethan y él la recogió. Con el perro
y Cian listos, la arrojó y salieron corriendo, niño y perro.
Nos reímos.
—Cian no se ha dado cuenta de que nunca podrá alcanzar la pelota antes
que Freddie.
Me reí. Gracias a mi precioso sobrino casi me olvido de los antros de
viejos verdes y el lamentable vídeo sexual.
Capítulo 26

Carson

ETHAN Y MIRABEL ORGANIZARON una fiesta en el jardín para


bautizar a su hija; era un día perfecto y soleado en Merivale, con abundante
comida y bebida de calidad, como siempre, servidas en relucientes bandejas
de plata.
El jardín estaba espectacular, con mariposas revoloteando e insectos con
alas fluorescentes jugando en su arcoíris de flores, lo que me llevó a
preguntarme si los champiñones que había comido en el desayuno eran
normales o mágicos.
Al igual que otras reuniones a las que había asistido, se escuchaban todo
tipo de conversaciones sobre dinero, o cómo los excesos de los hijos de
alguien les llevarían a la bancarrota, y susurros sobre quién se estaba
follando a quién, entre otras cosas. A todo el mundo le gustaba un buen
escándalo, sus ojos se iluminaban. Pero claro, según mi experiencia, la
gente no tenía que ser rica para disfrutar de los chismes.
Preferí charlar con algunos de los invitados mayores. Me cautivó
especialmente Gerald, de noventa años, que había crecido en Londres
durante la Segunda Guerra Mundial. Habló con gran detalle sobre el
bombardeo y la Batalla de Gran Bretaña. Podría haber estado hablando
perfectamente de Star Wars por la forma en que describió los bombardeos
sobre Londres y la valentía deslumbrante de pilotos jóvenes e inexpertos y
cómo salvaron Londres del ataque nazi.
Le conocía de otras fiestas de los Lovechilde, siempre le saludaba y luego
nos perdíamos en la conversación. Fascinado por mi experiencia en el SAS,
me hizo todo tipo de preguntas sobre armamento moderno y el papel de la
tecnología en los sistemas de defensa, un área en la que yo estaba bien
versado.
Savanah mecía a Rose, la hermosa niña de Ethan y Mirabel, en sus
brazos. Debió notar que la estaba mirando porque miró hacia arriba y
sonrió.
Me disculpé con una pareja con la que había estado charlando sobre el
triste estado del Man U, ahora que su entrenador se había ido. No soy de los
que hablan de fútbol, así que solo asentía. Creo que asumieron que yo era
como la mayoría de la gente de los suburbios ya que no iba vestido con ropa
de diseñador, a pesar de los mejores esfuerzos de Savanah para arrastrarme
de compras. Tuve que detenerla en sus intentos bien intencionados,
recordándola que era un hombre de pantalones cargo o vaqueros, y que no
iba a cambiar.
—Pero estás muy sexy con esmoquin —argumentó.
Me reí. —Para fiestas importantes, pero no para el día a día.
—Supongo que sería gracioso verte en Reinicio entrenando a todas esas
mujeronas acosadoras con un traje a medida.
—¿Mujeronas acosadoras? —Fruncí el ceño.
—Son un poco mayores, por lo que he visto.
—Van principalmente por Drake —le dije mientras sacudía la cabeza
negativamente ante la camisa floral que me enseñaba.
—Eres un cabezota. —Se lamentó.
—Savvie, ya me conoces, ¿no?
Ella sonrió con fuerza. —Te conozco.
—Entonces tienes que aceptarme como soy. No soy ese tipo de tíos que
usa corbatas o pantalones ajustados por los tobillos, sin calcetines.
Ella me abrazó. —Lo sé. Estás muy sexy en vaqueros. ¿Podemos al
menos comprar unos de diseñador?
—Levi's —declaré—. Camisas a cuadros y Levi's. Igual que John
Fogerty.
—¿Quién? —Su ceño se arrugó—. No le conozco.
—I Heard It Through the Grapevine ¿Recuerdas esa canción que puse en
el coche? La has escuchado varias veces. Me dijiste que te gustaba.
—¿Quieres vestirte como un americano? —Parecía desconcertada.
Me reí. —Anda vamos. Vamos a por ese helado.
Y esa fue nuestra pequeña salida de compras a Londres. Siempre
acabábamos en una cafetería o en una heladería. Cualquier lugar menos una
boutique o en Harrods.
Además, le hice prometer que no me arrastraría a comprar ropa otra vez.
Eso la decepcionó, pero a cambio le prometí no llevarla a los
concesionarios de exposición de motos.
Nos estrechamos las manos. —Es un trato. Tú haces cosas de macho alfa
y yo seguiré siendo una chica. —Sus ojos buscaron los míos. Tan diferentes
eran nuestros mundos que sentí que ella necesitaba saber que podíamos
congeniar.
En el dormitorio, éramos compatibles hasta el extremo. Nos pasábamos
horas follando, abrazándonos y simplemente existiendo.
Era agradable.
Más que agradable.
Me había enamorado de ella.
Declan y Theadora se unieron a mí junto con su hijo de tres años, Julian,
que parecía obsesionado con un cachorrito de perro precioso.
Les saludé. —Bonito día.
Declan me dio un abrazo. —Me alegro de que pudieras venir. Nos gusta
tenerte con nosotros.
¿A qué venía decirme eso? ¿Veía mi inseguridad por sentirme el tipo del
lado equivocado de la ciudad codeándose con la riqueza?
Así me sentía en estas fiestas, pero me bastaban unas cervezas y Savvie
diciendo tonterías divertidas para dejar esos pensamientos inútiles.
—Julian, no le tires de la cola a Bertie. —Sacudiendo la cabeza, Theadora
se giró hacia mí—. Cree que el perrito es un juguete.
—Es que Bertie parece un juguete —dije sobre el cachorro blanco y
negro. Me arrodillé y froté el pequeño vientre del canino—. ¿Cuántos años
tiene?
—Seis meses —dijo Declan—. Lo adopté para mi madre. Ella siempre ha
querido un corgi.
—Que sea blanco y negro es inusual —dije.
Theadora recogió al perro y lo meció en sus brazos. —Es totalmente
adorable. —Le puso a Declan una sonrisa suplicante.
Declan me miró. —Thea y Julian me piden constantemente un perrito.
Savanah se unió a nosotros. Me cogió de la mano y noté cómo mi cara se
ponía roja. No le había dicho a Declan nada de lo nuestro, pero a juzgar por
su sonrisa, deduje que ya lo sabía. Savanah ocultaba poco a sus hermanos.
—Estamos saliendo —dijo Savanah a Theadora y a cualquier otra persona
en 20 metros a la redonda.
Ahí es donde diferimos. Yo era extremadamente reservado, mientras que a
Savanah le encantaba hablar de cualquier cosa con todos.
Suspiré en silencio. Sí, teníamos algunos problemas que resolver. Es
decir, no me sonrojaba cada vez que me agarraba el culo en público o les
decía a sus amigas, estando yo presente, cómo la hacía correrse cada dos
por tres. Aunque sí tuve unas palabras con ella sobre mantenerme al margen
de las conversaciones lascivas con sus amigas.
—Pero nos encanta hablar de sexo —argumentó.
Negué con la cabeza y me reí.
Aunque sería una experiencia interesante, me había enganchado a estar
con ella. No era solo deseo. También me preocupaba por ella. Lo que, en
conclusión, apuntaba al amor.
Theadora me besó en la mejilla, seguido de un abrazo para Savanah. —
Felicidades.
Le devolví una sonrisa incómoda. Parecía que habíamos anunciado un
compromiso.
Algo excitada, Savanah, después de haber bebido algunas copas de
champán, estaba en su papel más feliz y sociable, algo que me encantaba a
pesar de su desafortunada incapacidad para medir sus palabras.
Había pasado una semana desde su encontronazo con Bram, y ya lo
habíamos superado.
Volví a visitar a Pike y desde entonces no habíamos vuelto a saber nada,
para mi alivio, porque estaba deseando cargarme a ese bastardo. No me
gustaba la violencia gratuita, pero cuando se trataba de proteger a las
personas que amaba, era otra historia. El sacrificio me resultaba fácil.
Siempre antepondría a Savanah.
Mientras la observaba expresarse con las manos gesticulando, su pelo
largo y lustroso suelto y un vestido morado que se ajustaba a sus curvas, mi
corazón se hinchó hasta alcanzar el tamaño de un globo. Me sentí como el
hombre más afortunado del mundo.
Solo tenía que recordarme a mí mismo que debía mantener los pies en la
tierra entre nosotros. Que seguiría siendo el guardia de seguridad, el CEO
de Reinicio y el ocasional entrenador personal que ahorra para montar su
propia empresa de seguridad.
Declan se me acercó. —He oído que has visto a algunas chicas menores
de edad entrar al lugar privado de Crisp.
—Desde donde yo estaba, en la oscuridad, eso parecía; además, una de
ellas trató incluso de escapar. Manon le susurró algo al oído a la chica, y
parece que la llevó un tiempo convencerla para que entrara.
Theadora negó con la cabeza. —No me puedo creer que esto esté
sucediendo justo enfrente de nuestras narices. —Con una mirada de
urgencia, se volvió hacia su esposo—. Tienes que cerrarlo.
Su expresión perturbada era comprensible dada la terrible experiencia
vivida por su esposa en un club londinense muy similar a Ma Chérie.
Ethan jugueteó con un vaso y, agradeciendo la interrupción, me giré en su
dirección.
—A todos, gracias por estar aquí en este glorioso y soleado día. Estamos
haciendo algunas fotos a la familia y a cualquier otra persona que desee
participar en el feliz día de nuestra preciosa niña.
Mientras el fotógrafo intentaba ubicarnos a todos, me giré hacia Savanah.
—Deberías unirte a ellos. No hay suficientes personas guapas en esa foto.
Savanah se rio. —Todos están genéticamente bendecidos, ¿no? Niños
incluidos.
Bertie se unió al grupo y Theadora levantó al perro antes de que su hijo se
abalanzara sobre él, mientras que el hijo de Ethan recogió al Jack Russell.
El pobre animal no parecía muy contento. Sentí que quería que le dejaran
suelto para ir a buscar conejos.
Savanah se rio. —Qué gran foto.
Estaba de acuerdo. Ethan, que vestía una llamativa chaqueta morada sobre
una camisa verde pálido, parecía un padre orgulloso, aunque excéntrico,
que sostenía a su bebé. Haciendo juego con su esposo, en una exhibición
explosiva de color, Mirabel me recordó a alguien sacado de un álbum de
flower-power de los años 70, con un vestido largo verde con flores y su
cabello hasta la cintura ondeando al viento.
Savanah hizo un gesto. —¿Vienes?
—¿A la foto, quieres decir? —Fruncí el ceño.
Ella asintió. —No seas tímido.
—No. Pero tu madre…
—No te preocupes por mamá. Comparado con todos los novios imbéciles
que he tenido, eres como de la realeza. —Se rio.
—Me lo tomaré como un cumplido.
—Más que un cumplido. —Sus ojos brillaban con sinceridad y, tomando
su mano, abandoné mi timidez.
Puse mi brazo alrededor de la cintura de Savanah y ella susurró: —Te
amo, Carson.
Me giré para mirarla. Sus ojos estaban empañados. —No vas a llorar,
¿verdad? Se supone que debes estar alegre para la cámara.
Ella sonrió con tristeza. —Siempre te lo digo yo. —Me miró
profundamente a los ojos, buscando una respuesta—. ¿Es porque no estás
seguro de lo nuestro?
Justo cuando estaba a punto de hablar, Caroline se unió a nosotros y la
saludé con un movimiento de cabeza.
Besé a Savanah en la mejilla. —Regreso en un minuto. Tu madre quiere
hablar conmigo.
—No dejes que ella te asuste.
—No me asusto fácilmente. —Me incliné y la besé—. Yo también te
quiero.
Mientras el sol calentaba sobre nosotros, nos miramos a los ojos. Sabía
con todo mi corazón que quería pasar mi vida con esta mujer.
Si ella quería lo mismo, no podía estar seguro. Savanah cambiaba de
opinión con tanta frecuencia como de ropa, unas cuatro veces al día.
Aunque lo cierto era que su deseo por mí había crecido, y no era solo por la
constante necesidad de follar. También nos habíamos enganchado
afectivamente.
Seguí a la madre de Savanah a la biblioteca donde había interminables
filas de libros antiguos. Uno casi podía sentir que sus células cerebrales se
expandían solo por estar entre esos estantes de madera oscura, que me
imaginé llenos de una eternidad de conocimiento.
Caroline se sentó en el escritorio, y pasó de ser anfitriona de la fiesta a
CEO sin esfuerzo alguno.
—¿Crees que podemos enviar a alguien a Ma Chérie?
Aquí estaba yo, pensando que estaba a punto de decirme algo sobre mi
relación con su hija y su pregunta directa sobre mi trabajo de seguridad me
trajo de vuelta al mundo real.
—¿Quieres que reclute a alguna chica joven para que trabaje de
incógnito?
Ella asintió. —¿Podrías encontrar alguna? Y por supuesto, ni una palabra
a Manon ni a Savanah.
—Raramente hablo con Manon a menos que se pase por Reinicio.
—¿Manon visita el gimnasio? —Ella frunció el ceño con desconcierto.
—No para hacer ejercicio. Viene a ver a Drake.
—¿Están juntos? —Sus cejas oscuras se juntaron.
Removiéndome en el sitio, me sentí incómodo de repente. Drake me había
contado en confianza su atracción por Manon, y no era mi estilo divulgar
nuestras conversaciones privadas.
—Estoy seguro de que no.
—¿Tiene otra novia?
Tomé una respiración profunda. —Él es joven. Sale por ahí. —No quería
explicar el hecho de que a Drake le visitaban mujeres de todos los rincones.
Principalmente maduritas.
—A ella le gusta —dijo, casi para sí misma.
—Quizás.
—No me importaría, para ser honesta. —Suspiró—. Mi nieta me
preocupa.
—Parece que está en la nómina de Crisp. —Me froté el cuello.
¿Cómo llegamos a este tema?
—Mientras eso sea todo…
Sabiendo lo 'trastornada' que estaba Manon, simpaticé con Caroline.
—Manon tiene mucha personalidad. Tiene diecinueve años, pero como si
tuviera treinta. Parece ambiciosa, pero no tengo la sensación de que se esté
haciendo nada con Crisp.
Ella me estudió. —Espero que estés en lo cierto.
Pude ver que el bienestar de su nieta significaba todo para ella, lo que
aumentó mi respeto. No solo la había desafiado ese vídeo confuso que
amenazaba la reputación de su hija, sino que tenía a esta nieta rebelde
mezclándose con un hombre en quien no confiaría, ni aunque mi vida
dependiera de ello.
—Acorralé a Conrad Pike —dije.
Su frente se arrugó. —¿Y? ¿Puede al menos poner fin al tema de ese
asqueroso vídeo?
—Me aseguró que Bram estaba en Francia.
—Está bien.
—No te preocupes. No volverá a acercarse a tu hija. Para mí es una
misión prioritaria. —Sonreí.
—Parece que sois inseparables, por lo que veo. —Ella jugueteaba con una
pluma de oro—. ¿Lo vuestro es serio?
Me tomé un momento para responder porque no estaba seguro de cómo se
tomaría mi respuesta.
Asentí.
Sin expresión, su mirada intransigente me hizo estremecer.
¿Había traicionado su confianza?
Después de todo, ella me había pagado para proteger a su hija, no para
follármela y enamorarme en el proceso.
—Entonces, ¿cuáles son tus intenciones?
Fui a hablar cuando agregó: —Solo pregunto porque Savanah es frágil,
especialmente desde la muerte de su padre. Su elección de hombres, como
ya sabes, siempre ha sido deplorable. —Golpeó sus afiladas uñas rojas
contra la mesa—. Pero he notado un cambio agradable en ella. Su curso va
bien, que no me sorprende. Es una chica creativa y con talento que, hasta
ahora, rara vez se ha mantenido en el rumbo. Nuestro estilo de vida
adinerado, estoy segura, contribuyó a su incapacidad para concentrarse,
pero también noto un gran cambio en ella. De repente es más brillante, está
más feliz. Vuelve a ser la chica que era antes de mezclarse con la gente
equivocada, por así decirlo.
Asentí, escuchando un informe sobre la mujer que me había robado el
corazón.
Ella continuó: —Solo digo todo esto porque creo que has sido una
influencia beneficiosa para mi hija.
Respiré un silencioso suspiro de alivio. —Savvie es cálida, inteligente y
tiene mucho talento. Es única, y admiro eso.
—Lo sé. Es lo que la hace especial, pero también lo que la mete en
problemas. —Una línea apretada se formó en sus labios—. Entonces, ¿cuál
es vuestro plan? ¿Te quedarás con ella?
—No pretendo desaparecer.
—¿Estarías dispuesto a casarte con ella? —Inclinó la cabeza. Como
siempre, Caroline Lovechilde era difícil de leer.
¿Quiere que me case con su hija?
¿O está preguntando por otra razón?
Me rasqué la barbilla mientras le hacía esa pregunta a mi corazón y luego
a mi cabeza. Ambas estaban enfrentadas.
Respondí con mi corazón. —Me casaría con ella mañana, si me aceptara.
Una ráfaga de color púrpura entró rápidamente y, antes de que me diera
cuenta, Savanah tenía sus brazos alrededor mío.
—Escuchando a escondidas de nuevo, ya veo… —dijo su madre con una
sonrisa.
—Solo he escuchado esto último. La mejor parte. —Savanah rebosaba de
emoción, como si estuviéramos a punto de emprender un viaje alrededor del
mundo. Envolvió sus brazos alrededor de mi cuello, estrangulándome con
afecto—. ¿Lo dices en serio?
Las miré alternativamente.
¿Qué acababa de suceder?
Los últimos meses pasaron ante mí. Habíamos sido inseparables, y aparte
de que Savanah de vez en cuando me ponía de los nervios con sus
caprichos, cada vez era menos frecuente, vivíamos bien juntos. Hablaba y
me gustaba escuchar. También me encantaba acurrucarme en la cama por la
noche. Nunca había dormido tan bien.
La idea de pasar toda la vida con esta impresionante mujer envió una ola
de placer a través de mí, a pesar de que no había planeado casarme con
nadie.
—Me encantaría casarme contigo si me aceptas.
Tomé su mano y Savanah saltó sobre mí para abrazarme.
Sí, era como una niña. Pero me encantaba eso de ella.
Miré a su madre, preguntándome si eso era lo que ella quería.
—¿Me das tu bendición? —pregunté.
Caroline asintió muy lentamente, como si la idea estuviera calando
lentamente en ella.
—Vamos a anunciar nuestro compromiso hoy. —Savanah se puso a bailar,
emocionada.
Capítulo 27

Savanah

JACINTA CAMINABA POR HARRODS junto a mí. —No me puedo creer


que te hayas comprometido. Ni siquiera he recibido la invitación.
Me reí de su sonrisa decaída. —Nadie la ha recibido, tranquila.
Simplemente pasó. Estábamos en el bautizo de la hija de mi hermano, y de
repente, dimos la noticia y todos los invitados brindaron por nuestro
compromiso.
—¿Habéis fijado una fecha? —Se detuvo en un perchero con faldas.
—Todavía no. Me asusta mencionárselo a Carson.
—¿Por qué? —Ella frunció el ceño, sosteniendo una falda contra su
cuerpo.
Suspiré. —No quiero romper nuestra burbuja de ensueño. Mi madre
podría haberle presionado. La escuche preguntándole cuáles eran sus
intenciones conmigo.
Jacinta acarició un pañuelo con estampado de leopardo y se rio entre
dientes. —Pues sí que parece que le presionó un poco.
—Ya… Por eso quiero dejar pasar un tiempo, como una especie de
período de reflexión. Aunque él ha seguido siendo igual de cariñoso y
dulce. —Sonreí como una mujer con una sobredosis de felicidad—. Nos
quedaremos en Mayfair por ahora, mientras Carson monta su empresa de
seguridad.
—Bueno, realmente no necesita hacerlo, ¿verdad? Quiero decir, eres
asquerosamente rica, Savs. —Cogió un bolso rojo de Louis Vuitton—. Dios
qué mono, por favor.
—Venga, déjame comprártelo como regalo por mi compromiso y como
símbolo de mi explosión de felicidad.
—Oh, no, son como tres mil libras.
Me dirigí a caja, pagué el bolso y se lo entregué a Jacinta.
Ella me abrazó. —Debería ser yo quien te hiciera un regalo.
—No te preocupes. Me aseguraré de dejar caer pistas sobre las cosas que
me encantan. —Esa sugerencia fue ridícula. No necesitaba nada. Solo a
Carson—. Aunque sí que podría aceptarte un Gin tonic —le dije.
Justo cuando salimos a la calle, vi a Carson hablando con una joven rubia.
Me quedé helada.
Cuando Jacinta se giró para ver qué me había llamado la atención, la
arrastré para esconderme. —Es Carson.
—Ya veo. —Parecía desconcertada—. ¿Por qué nos escondemos? ¿Y
quién es esa chica?
—Buena jodida pregunta. No quiero que me vea.
—¿Quieres espiarle?
—Bueno, mírales.
Por la forma en que sus manos se agitaban en el aire, la chica parecía
emocionada.
—Podría ser de su familia —dijo Jacinta—. No están haciendo nada.
De cabello largo y rubio y una figura estilizada, la deslumbrante chica
pareció emocionarse y luego se fue.
—Mierda. —Mi cuerpo y mi espíritu se hundieron. De estar en la cima
del mundo, a estrellarme contra un arbusto espinoso.
—Estoy segura de que hay una explicación —dijo Jacinta.
Después de que Carson desapareciera torciendo la esquina, tuve el
poderoso impulso de enviarle un mensaje y hacerle algunas preguntas. Pero
en vez de eso, respiré hondo. Algo que me había enseñado a hacer él cada
vez que me precipitaba con mis conclusiones, despotricaba y deliraba antes
de enterarme de los hechos.
Finalmente decidí que le preguntaría cara a cara en Mayfair.
—Era preciosa, ¿no? —continué, mientras nos sentábamos y pedíamos
una bebida en nuestra coctelería favorita.
—Estoy segura de que hay una explicación. No te preocupes. Por todo lo
que me has contado y viéndole a él, seguro que no podría hacer nada de eso.
—Para ser honesta, sé poco sobre Carson aparte de que estuvo en el
ejército y tiene un hermano que es drogadicto y está involucrado en asuntos
de bandas criminales.
—Eso suena… colorido. —Jacinta dio un sorbo a su bebida—. No te
preocupes. Estoy segura de que hay una explicación razonable. Hablemos
de tu boda. Cambiemos a un tema agradable.

DESPUÉS DE DEJAR A Jacinta, crucé la calle para llamar a un taxi


cuando Bram apareció de repente frente a mí, asustándome.
No le había visto desde aquella vez en Mayfair e incluso había dejado de
pensar en él, con la esperanza de que finalmente se hubiera largado.
No sé de qué me sorprendía, Bram era Londres de principio a fin. Incluso
una vez admitió tener miedo a volar, recalcando que amaba Londres y
nunca lo dejaría.
—Oh, por el amor de Dios —murmuré por lo bajo—. ¿Ahora qué? Se
supone que estás en Francia, según tu padre.
—Ya he vuelto. Echaba de menos a mi pequeña vaca lechera.
Puse los ojos en blanco.
¿Vaca lechera? ¿En serio?
—No te voy a dar más dinero, Bram. Ahora, vete a la mierda.
Me empujó contra una pared. Y a pesar de la gente que pasaba por la
calle, de repente me pareció un lugar perfecto para ser asesinada a plena luz
del día.
Empujó mis costillas. —No me costaría mucho publicar ese vídeo en la
dark web. Eso significa que se haría viral y perdurará para siempre para que
tus hijos… —Una sonrisa maliciosa creció en el que solía ser su hermoso
rostro, que se volvía más feo cada vez que le miraba—. Oh, es cierto. Me
aseguré de que no pudieras tenerlos. Mi pequeña aportación a la
humanidad. Unos cuantos gilipollas mimados menos para llenar la nobleza.
—Su risa malévola congeló mi corazón.
¿Qué podía hacer? Podría tener un cuchillo. Nunca me desharía de este
monstruo, y sería conocida para siempre como la chica rica que fue pillada
con una polla en la boca mientras otra chica le chupaba el coño.
De repente entendí por qué algunas personas se quitaban la vida por
amenazas. Si no fuera por Carson, me habría planteado haber hecho
exactamente eso. Pero mientras le miraba a esos ojos huecos, me negué a
permitir que me controlara o intimidara. Podría hacer cualquier cosa. Tenía
dinero y recursos.
—Te enviaré otras diez mil —dije con resignación. Estaba tan cerca que
su aliento fétido me dio ganas de vomitar.
—¿Por qué no hacemos que esto sea algo habitual? Será como un pago,
me enviarás diez mil a la semana. —Enseñando sus dientes amarillentos, se
rio burlonamente.
Lancé un profundo suspiro de frustración. —¿Alguna vez me dejarás en
paz?
—Probablemente no. Eres buena víctima. Eres rica.
—Tú también.
Hizo una fea mueca mientras me retorcía las muñecas.
—¡Ah! —Me lamenté.
Un hombre que pasaba se detuvo para ayudarme y Bram dijo: —Esta
noche, o si no… Lo digo en serio. Cada semana. —Y se fue corriendo.
—¿Está bien señorita? —preguntó el extraño.
Asentí, a pesar de que las lágrimas caían por mis mejillas.
—¿Quiere que llame a la policía?
Negué con la cabeza. Conociendo a Bram, enviaría inmediatamente ese
vídeo a alguna parte.
Nublada por todos estos pensamientos oscuros, me dejé llevar. En lugar
de coger un taxi y volver a casa, terminé paseando por enfrente de tiendas
en las que normalmente me detendría en busca de la última colección, solo
que ahora todo estaba borroso.
Después de una hora caminando, me dolían los pies. Los tacones no
ayudaban. Me había acostumbrado a los zapatos planos desde que regresé
de Lochridge. Carson prefería que fuera más bajita. Disfrutaba apoyando su
barbilla sobre mi cabeza. Sonreí con tristeza ante ese dulce pensamiento
aleatorio, casi me había olvidado de haberle visto con esa rubia
despampanante.
Estaba tan perdida en mis pensamientos que casi me tropecé de frente con
Manon y, oh Dios, ¿podría ser peor?, Bethany.
Mi malvada media hermana ha regresado.
Tal vez nunca se fue. Cada vez que Bethany aparecía en una
conversación, mi madre se callaba rápidamente.
—Ah… —se escapó de mi boca.
—Esa no es forma de saludar a la familia. —Bethany estaba
impresionante con un traje rojo de Chanel. Su largo cabello oscuro, con
suaves ondas, enmarcaba la misma tez blanquecina que la de mi madre.
—La última vez que nos vimos, la policía te estaba arrastrando —la dije.
—No pudieron inculparme de nada. —Todavía hablaba como si viniera de
algún barrio de protección oficial, a diferencia de Manon, que estaba dando
clases de pronunciación en secreto, alentada por mi madre, que no podía
permitir que su nieta sonara como del este de Londres.
—He oído que te vas a casar con ese tiarrón, Carson —dijo Manon, con
su cara celosa de ‘quiero lo que tú tienes’.
Podría haber sido paranoia mía, pero había visto las sonrisas coquetas que
le lanzaba en las fiestas. No era ningún secreto que Drake era su
enamorado, pero a Manon le encantaba ser el centro de atracción.
—No habría pensado que fuera tu tipo —dije.
—Todos son de mi tipo. Depende de lo que puedan hacer por nosotras. —
Miró a su madre y Bethany permaneció con el rostro pétreo. Su máscara
aún estaba en su lugar.
—¿Vas a regresar a Merivale? —le pregunté a Bethany.
Ella se rio con frialdad. —No deseo molestar a tu mamá querida. Ella no
tiene nada que yo quiera ahora. Estoy bastante cubierta. Tengo mi bonita
casa eduardiana en Highgate.
—Preparándolo todo para cuando Will salga de prisión. —No escondí la
oscuridad de mi voz. Will mató a mi padre, a pesar de que digan que fue
otro quien llevó a cabo el crimen.
—He pasado página. Ahora estoy con un Lord. —Miró a Manon y sonrió,
como si hubiera ganado un premio—. Súper rico.
—¿Entonces Will arruinó su vida por nada?
—Me tuvo durante quince años. Yo no diría que no fue nada. Tenía mis
encantos, ya sabes.
Manon se encogió de hombros, como si esta inquietante visión del pasado
de su madre fuera como cualquier otra circunstancia normal en la vida de
alguien.
—Pues muy bien, entonces. —Les di la espalda. No me atreví ni siquiera
a despedirme.
Algo perturbada por este encuentro, las vi alejarse. Nouveau riche, así es
como habría descrito a Bethany.
Cuando regresé a Mayfair, encontré a Carson con el portátil.
Se levantó y me dio uno de sus cálidos y prolongados abrazos, seguido de
un beso que siempre me sonrojaba con calidez.
Capítulo 28

Carson

ME CARCOMÍA MENTIRLE A la mujer con la que iba a pasar mi vida.


—Pero, ¿quién es? —Savanah siguió presionándome.
Gracias a mi puta suerte me había visto con la chica que había contratado
para infiltrarse en las subastas como joven virgen. Estábamos en la puerta
de la escuela de arte dramático, donde busqué a Tiffany, que tenía por
seguro atraería a esta panda de ricos y depravados. Me dolía saber que las
chicas tenían que recurrir a vender su inocencia.
Yo no entendía qué tenía de excitante todo el tema de las vírgenes.
Siempre había preferido mujeres con experiencia. En mi etapa de
adolescente cachondo, descubrí rápidamente que las chicas sin experiencia
no se ponían muy contentas con mi polla extraordinariamente grande. Eso
cambió cuando comencé a follar con mujeres mayores que yo y más
experimentadas. Nunca tenían suficiente, lo cual me beneficiaba a mí, pues
siempre andaba excitado.
La frente de Savanah se arrugó mientras esperaba mi respuesta.
Entrelacé los dedos. —Es la ex de Angus. Solo quería saber dónde estaba.
—Bajo presión, esa fue la mejor excusa que se me ocurrió. Por ridículo que
fuera, porque una chica como Tiffany no se relacionaría ni de lejos con mi
hermano drogadicto.
—Vaya. Pensé que habías perdido el contacto con él. —Savanah se sentó
a mi lado en el sofá.
—Lo perdí. Pero ella me llamó para hablar conmigo.
—¿Tiene tu número?
Tomé una respiración profunda para darme tiempo y poder inventarme
algo más. Se me encogió el estómago. Este no era yo. No tenía nada que
esconder.
Recordé el desagradable antro, que estaba tan decidido a cerrar como los
Lovechilde. No quería a toda esa basura cerca de nuestras vidas.
—No sé cómo lo habrá conseguido, no la pregunté. Solo acepté verla
porque pensé que podría saber algo más sobre Angus. Pensé que quizás ella
sabría dónde está ahora.
—Por lo que vi desde lejos, parecía molesta o emocionada por algo.
Repasé mi conversación con Tiffany, no se había mostrado emocionada,
simplemente me explicaba fríamente que estaría de acuerdo en ser el
señuelo si le daba un buen lugar para quedarse en el pueblo, ropa y un buen
sueldo.
—Savvie, no estoy interesado en ella. Te deseo a ti.
Me giré hacia ella y la miré directamente a sus ojos azules, que parecían
preocupados. —¿Por eso pareces tan asustada?
Se dirigió a la cocina y se sirvió un gin tonic. —¿Quieres uno?
Negué con la cabeza.
Conocía bien a Savvie. Cada vez que se cargaba mucho una bebida,
significaba que algo malo estaba pasando. Solo esperaba que no
malinterpretara todo este asunto de Tiffany en la dirección incorrecta.
—He visto a Bram.
Me quedé lívido. —¿Te ha hecho daño?
Las lágrimas corrían por su rostro y fui a abrazarla. El cuerpo de Savanah
se estremeció en mis brazos.
Me aparté para mirarla. —¿Qué te ha hecho? Joder, Savanah, tenemos que
acabar con ese cabrón. —Con la mirada perdida y los ojos muy abiertos,
sollozó. Le devolví una sonrisa tensa—. Lo siento por mi lenguaje vulgar.
Sacudiendo la cabeza, se escapó de mis brazos. —No, es un cabrón, está
bien. —Se bebió de un trago la mitad de la bebida. Quiere que le ingrese
diez mil libras cada semana.
—¿Qué? ¿Para siempre?
Ella se mordió la uña. —Me imagino que sí. Ha amenazado con subir el
vídeo a la dark web.
Puse los ojos en blanco y gimoteé. —Mierda. Si hace eso, el archivo se
compartiría con todo el mundo y tendríamos muy poco control sobre él.
Se dejó caer en el sofá y enterró la cabeza en sus manos.
Me uní a ella y puse mi brazo a su alrededor.
—Estoy jodida. Si presentara cargos, directamente lo haría. ¿No lo
entiendes?
—Déjamelo a mí. Encontraré una manera.
Sus ojos se ahogaron en un charco de lágrimas, y sus labios temblaron
sobre los míos mientras la besaba.
—Espero que no estés pensando en cargártelo.
Negué con la cabeza. —No pondría en peligro mi vida contigo, Savanah.
Su boca tembló en una dulce sonrisa. —¿Aunque no te dé hijos?
Esa fue la primera vez que mencionó algo relacionado con nuestro
matrimonio. Incluso me había planteado si estaría teniendo dudas. Desde
luego, para mí, la idea de nosotros juntos como marido y mujer había
cogido fuerza.
—Estar contigo es todo lo que necesito para ser feliz. —Le lancé una
cálida sonrisa.
Se limpió la nariz y luego su rostro se iluminó un poco. —¿No aceptaste
casarte conmigo solo porque mi madre te presionó?
Negué con la cabeza. —Fue una sorpresa, para ser honesto, pero cuando
lo dije en alto, la idea de casarme contigo me pareció lo más normal. ¿Tú
tienes dudas?
—De ninguna manera. Quiero lo nuestro. Nos quiero juntos.
Abrí mis brazos y ella cayó en ellos. Nos besamos apasionadamente y
luego ella se separó.
—¿Adónde vas? —pregunté.
—Tengo una pequeña sorpresa para ti. Dame unos minutos y luego ven al
dormitorio.
Expiré todo el estrés que se había apoderado de mí e instantáneamente mi
polla se despertó. Rara vez tardaba mucho en hacerlo cuando estaba con
Savanah.
—Eso suena a travesura. —Sonreí
—Oh, y lo es, ya verás. —Se fue y yo cogí una botella de agua de una
nevera de doble puerta que nos brindaba todo tipo de caprichos.
El cocinero se había tomado la noche libre y yo estaba a punto de pedir
una pizza. El pensamiento hizo que mis papilas gustativas se encendieran.
Pero entonces, la idea de comerme el coño de Savanah como primer plato
me hizo la boca agua.
Su habitación, que se había convertido en nuestra habitación, siempre me
levantaba el ánimo con su aroma a lavanda.
La encontré en la cama con un vestido azul de encaje. Apoyándome en la
silla de seda, me desabroché la bragueta mientras me preparaba para ver a
Savanah realizar uno de sus bailes eróticos.
Me señaló los vaqueros. —Quítatelos. La camisa también.
Su tono mandón solo me puso más cachondo. Abrí las piernas un poco
mientras mi polla presionaba contra mis calzoncillos.
Como siempre, Savanah me robó el aliento con esas piernas largas y bien
formadas y ese culo respingón contra el que me encantaba frotarme.
—Mmm… —Su mirada seductora cayó sobre mi creciente polla—. Te
veo, grandullón.
Señalé la cama. —Ábrete de piernas, deja que te vea.
—¿Qué me harás? —Fingiendo ser una chica tímida, se llevó un dedo a
los labios.
Me encantaba este jugueteo y sonreí. —¿Qué quieres que te haga?
Respondió a esa pregunta con una pose, y abrió los muslos ampliamente.
Sus bragas sin entrepierna, dejaron ver una hendidura rosada y brillante.
—Quítate los calzoncillos. Quiero ver esa polla grande y dura que tienes
para mí.
Siguiendo sus órdenes, me desnudé y luego me senté.
—Tócate para mí. —Sostuve mi pene. El líquido preseminal humedeció
mi palma mientras veía a Savanah juguetear con lo que era mío—. ¿Estás
mojadita?
—Mucho. —Comenzó a meterse el dedo, moviéndolo dentro y fuera—.
Me imagino tu gran polla follándome fuerte.
No pude más y me lancé junto a ella en la cama. —Eso se puede arreglar
rápido.
Fue directa y comenzó a lamerme la punta de mi miembro, que se puso
aún más duro, como el acero, como si no hubiéramos follado en mucho
tiempo, que no era el caso. Habíamos follado hacía unas pocas horas, esa
misma mañana.
Le separé las piernas bruscamente y la lamí hasta que sus jugos gotearon
por mi lengua y ella gritó para que me detuviera.
—Ponte encima para que pueda verte.
Bajó agonizantemente lento sobre mi polla, haciendo que mis ojos se
quedaran totalmente en blanco.
—Oh, Dios, tu coño está tan jodidamente apretado.
Sus ojos se empañaron y un gemido de placer escapó de su boca
entreabierta. —Me encanta lo grande que la tienes, casi no me entra.
—Quiero follarte duro, nena
—Sí, por favor —ronroneó.
Chupando sus pezones, froté mi cara en sus tetas mientras ella rebotaba
arriba y abajo, mientras la agarraba fuertemente de su pequeño y firme
trasero.
Si pudiera hacerla una foto mientras estaba a punto de correrse… Habría
pagado una fortuna. Sus ojos adormilados, las mejillas sonrosadas y los
mechones oscuros cruzando su rostro, eran una imagen del todo erótica.
Se movía cada vez más rápido. Nuestros cuerpos estaban sudorosos y en
calientes mientras la hacía rebotar contra mi pene.
Flexible como una bailarina, se movía dentro y fuera mientras la fricción
se intensificaba entre nosotros.
Sus uñas arañaron mis brazos mientras gritaba mi nombre. Las paredes de
su coño se contrajeron por todo mi pene, ahogándolo en su cremoso
orgasmo. Pronto la seguí y me corrí como si no lo hubiera hecho en mucho
tiempo.
Cada vez que follábamos, era como la primera vez.
Caímos de espaldas, envolví mi brazo alrededor de ella y la acerqué a mí.
Mientras apoyaba su cálida mejilla en mi pecho, dijo: —Te quiero.
—Yo también te amo. —Decir aquello empezaba a sonarme natural.

A LA MAÑANA SIGUIENTE, me levanté temprano. Había localizado la


oficina perfecta para establecer la sede de mi empresa de seguridad. Ya
había contratado a unos cuantos antiguos compañeros del SAS, lo que
significaba que podríamos trabajar para la élite: políticos, miembros de la
realeza y personas de alto nivel que necesitaban seguridad. No me limitaría
nunca más a porteros de discoteca.
—Sabes que una vez que estemos casados, no necesitarás trabajar,
¿verdad? —dijo Savanah mientras untaba mantequilla en su tostada.
—No me conoces bien, ¿no?
Ella me lanzó una sonrisa débil. —¿Te has enfadado conmigo por decir
eso?
Eché leche en mi té. —Un poco. Ya es una lucha que me compres todas
estas cosas. La mitad de ellas no las quiero.
—¿En serio? —Su rostro se inclinó—. ¿Tampoco la Ducati?
Exhalé. Me encantaba mi nueva moto. Era de gama superior. Yo hubiera
optado por algo más modesto, pero Savanah me acompañó y vio cómo mi
rostro se iluminaba mientras acariciaba esa magnífica máquina.
—Por supuesto, me encanta. Es solo que recibir todo eso, sin más, es
difícil para mí.
—¿Pero una empresa de seguridad? ¿Qué pasa si alguien te dispara?
Tragué una cucharada de cereales y me limpié la boca. —Tienes una
imaginación extraordinaria. Yo no voy a trabajar de guardaespaldas.
Supervisaré a todos los empleados y me aseguraré de dar el mejor servicio a
cada cliente.
Después de terminar el desayuno, me puse de pie y me estiré. Tenía algo
más que hacer, nada que ver con mi negocio. —Quiero ir a correr.
—Regresaré a Merivale hoy. Mamá quiere que la ayude con Elysium y
organice una lista de invitados para una fiesta —dijo Savanah.
—Iré más tarde, entonces.
Nos miramos a los ojos, como solíamos hacer cuando su belleza me
hipnotizaba. Creo que me costaba creer que alguien tan deslumbrante como
Savanah quisiera estar con un hombre corriente como yo.
—¿Qué? —preguntó, riéndose. Savanah me conocía lo suficientemente
bien como para reconocer mi atracción.
La tomé en mis brazos y besé su cálida mejilla. —Nada, es solo que eres
tan hermosa y lo de anoche fue tan jodidamente excitante…
—¿Qué parte? ¿Yo jugueteando con mis dedos y luego metiéndome tu
gran polla en la boca?
—Mmm... Eso también. —Mi pene se endureció de nuevo. Esta mujer me
tenía loco.
Me acarició el miembro. —Bueno, bueno, bueno… ¿Esa mamada en la
ducha no ha sido suficiente?
—Más que suficiente, pero eres jodidamente sexy. Demasiado sexy.
Pierdo la cabeza cuando estoy contigo. Ni siquiera recuerdo lo que tenía
que hacer.
Se abrió la bata y separó las piernas, sentada en la silla para que pudiera
ver su coñito desnudo.
Tomé una respiración profunda. —Eres una maldita descarada.
Levantándola del asiento, la cogí como quien arranca una flor. Su olor
siempre me hacía flotar, como si hubiera entrado en un jardín de rosas.
Presioné mis labios contra su boca húmeda, y ella se derritió mientras mi
lengua se enredaba con la suya.
Aunque estaba totalmente duro, como siempre que estaba con ella, no me
dejé atrapar en la lujuria y me alejé. —Realmente tengo que irme.
—Esta noche entonces. —Me rozó la mejilla y sonrió dulcemente.
Sostuve su mirada.
—¿Qué? —Ella se rio.
—Nada. Solo que soy un hombre afortunado.
Ella recolocó el cuello de mi camisa. —Y yo soy una chica afortunada por
tenerte en mi vida.
Besé sus labios y luego, antes de que la pasión nos llevara de nuevo, corrí
hacia la puerta, con la sonrisa de un hombre muy satisfecho.
Savanah sin duda era salvaje y creativa en la cama, pero también me daba
mucho afecto, algo que no tenía desde que mi madre falleció.
DESPUÉS DE FIRMAR UN contrato de arrendamiento de una oficina en el
este de Londres, planeé ir en busca de algunos traficantes de drogas que
pudieran darme pistas del paradero de Bram, ya que su padre no me había
dicho nada. También necesitaba encontrar a mi hermano, en quien pensaba
a diario.
Cuando me entró una llamada de un hospital de Londres, me puse pálido,
asumiendo que se trataba de Savvie. Pronto escuché el nombre de Angus
Lewis y me enteré de que mi hermano había sufrido múltiples puñaladas y
estaba al borde de la muerte.
Aunque no era una sorpresa, dados los maleantes con los que se
relacionaba, me conmocionó escuchar que mi hermano estaba grave y
podría no sobrevivir. Mi corazón se hundió mientras aceleraba. Estaba
desesperado por verle en lo que podría ser la última vez; quería disculparme
por haberle fallado.
Debería haber evitado con más ahínco que se jodiera la vida.
Pero claro, a Angus nunca le había gustado escuchar, ni siquiera cuando
se enfrentaba a la perspectiva de no pasar de los treinta.
Cuando recibí la llamada, iba camino a mi antiguo apartamento; quería
hablar con los traficantes que había por allí para ver si lo habían visto y
preguntar por los traficantes de Londres para poder encontrar a Bram. El
mundillo de los yonquis era pequeño y descubrí que no había nada que el
dinero no pudiera comprar, incluida la información.
Mientras conducía frenéticamente a través del denso tráfico de Londres,
recibí una llamada de Tiffany, con quien había planeado encontrarme en
Bridesmere más tarde este mismo día.
Descolgué. —Hola. No voy a poder ir hasta mañana.
—En el Bed&Breckfast no saben nada de mi reserva —dijo.
Un coche se me cruzó y toqué el claxon. Atento a la carrera, dije: —
Quédate en mi apartamento. Te enviaré un mensaje de texto con la
dirección y el número del portero. Él te dará una llave. Dame media hora.
Voy conduciendo. Perdona todo este caos.
—¿Cuándo vendrás? —preguntó.
—Te escribiré un mensaje. Debería llegar mañana a más tardar.
Aparqué el coche en el parking subterráneo del hospital y cinco minutos
después, después de que comprobaran que era familiar, me dirigieron a una
sala custodiada por la policía, un claro recordatorio de la sentencia de
prisión que le esperaba a mi hermano si sobrevivía.
—¿Podemos tener algo de privacidad? —le pregunté al joven policía, que
parecía estar medio dormido, como les suele pasar a los que hacen noche.
Observó a su compañero mayor, quien, después de mirarme de arriba
abajo, me hizo una breve inclinación de cabeza.
A Angus le salían tubos por todas partes. Su brazo enclenque, lleno de
moratones, colgaba patéticamente junto a la cama, como un trágico
testimonio de una vida desperdiciada.
Parecía un extraño. Tuve que recordarme a mí mismo que era mi hermano
pequeño, el mismo chico con el que había jugado, peleado y hecho
payasadas. Dormimos en la misma habitación hasta la muerte de mi madre.
Un nudo en mi garganta me impedía decir palabra.
Sus ojos se abrieron y, al verme, extendió la mano y se la cogí, sintiéndola
huesuda sobre la mía.
—¿Quién te ha hecho esto? —pregunté.
—Un maldito turco que vendía en nuestro territorio. La policía no lo ha
cogido. Nunca lo hacen.
La guerra por las drogas era tan hostil como la guerra en el campo de
batalla, al parecer.
—¿Te duele? ¿Te están dando suficientes calmantes?
Él asintió. Sus pesados párpados apenas se levantaron. Al menos esta vez
no tenía que robar, o Dios sabe qué otra cosa, para aliviar su dolor.
Una pequeña maldita recompensa.
—Lo siento mucho, Angus… —Sin estar preparado emocionalmente para
esto, tuve que apretar los labios hacia adentro para evitar que me temblaran.
—No, hombre. Me rescataste y perdí tu dinero. Yo soy el que debería
disculparse. —Sus ojos estaban vidriosos y envejecidos. En ellos se leía
arrepentimiento.
Respiré hondo para contener la emoción que asfixiaba mis cuerdas
vocales.
—Tengo algo que decirte. —Hizo un gesto con el dedo—. No quiero que
esos cerdos me escuchen.
Moví mi silla y me incliné hacia adelante, dado que su respiración
entrecortada le dificultaba el habla.
—Papá me hizo prometer que nunca te lo diría. Él era parte de la banda a
la que me uní cuando tenía catorce años. Fui allí para alejarme de los
pedófilos.
Fruncí el ceño. —¿Alguien abusó de ti?
—No como tal. Pero sí que se follaron a mi compañero. Era más guapo
que yo. —Su boca se curvó ligeramente—. Sabía que yo era el siguiente,
así que me escapé. Encontré a papá. Vendía drogas y le rogué que me dejara
quedarme. Al principio no me quería tener allí, pero me volví útil... ya
sabes... haciendo los recados.
—¿Por recados, te refieres a vender?
—Tenía que sobrevivir. —Hizo una pausa para respirar con dificultad—.
Cualquier cosa era mejor que aquel infierno.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Mi corazón se partió al escuchar que
habían intentado abusar de mi hermano menor unos hombres que merecían
que les cortaran las pelotas.
—Te habías alistado en el ejército.
Cierto. Empecé joven, como voluntario a los dieciséis años.
—¿Aún está vivo? —La última vez que vi a mi padre tenía catorce años.
—No. Le dispararon en el corazón. Murió en mis brazos. —Una lágrima
rodó por su mejilla hundida, e igualmente aplastada, de repente me resultó
difícil respirar.
La mano helada de Angus tocó la mía. Supongo que esa era su manera de
consolarme.
—Le daba vergüenza que supieras que traficaba con drogas. Estaba
orgulloso de ti por estar en el ejército. —Su boca se torció en un extremo—.
Empezó de joven. Como yo.
Aclarándome la garganta, pregunté: —¿Era adicto?
Sacudió la cabeza. —No. Solo bebía. Le gustaban los caballos. Y era el
proxeneta de algunas chicas. —Señaló el lado de su cama—. Hazme un
favor. Presiona ese botón por mí.
—¿Necesitas más analgésicos?
Asintió.
—¿No deberían administrártelos periódicamente?
—Sí, pero son unos tacaños.
Cerró los ojos cuando presioné el botón.
—Hay algo más. —Su voz se había vuelto pastosa—. Te vas a casar con
una chica rica, según he escuchado.
—¿Cómo sabes eso?
—Vi algo en Facebook, creo. —Tocó mi mano—. Me alegro mucho por
ti. Siempre fuiste el que salió adelante.
Le estudié en busca de signos de resentimiento, pero su boca formó una
sonrisa irregular.
—Siempre te he admirado, Carson.
No pude decir nada. Quería preguntarle si sabía algo que me ayudara a
encontrar a ese cabrón que molestaba a Savanah, pero las emociones
revueltas me habían robado las palabras.
—Hay algo más —dijo—. Hay un cártel que opera cerca de donde vive la
familia de tu novia rica.
Me senté —¿En Bridesmere?
—Están pasando de contrabando a través del puerto hasta un casino
privado que hay cerca de un elegante resort.
Mi ceño se contrajo. —¿Cómo lo sabes?
—Simplemente lo sé. Quiero que lo sepas porque no quiero que tus hijos,
mis sobrinos o sobrinas, estén rodeados de escoria.
Las lágrimas se acumularon en mis ojos. Los limpié antes de que pudiera
verlos.
Cerró los ojos. —Necesito dormir, hermano.
Apreté su mano. Y luego le besé en la mejilla. —Siempre te he querido,
Angus.
Apretó mi mano y luego se relajó.
Vi su cuello caer. Se había ido.
Salí como un zombi. Ni siquiera podía respirar sin sollozar.
¿Era por su muerte o por escuchar que mi padre estaba demasiado
avergonzado de verme, lo que me impedía reaccionar?
Todo.
Una triste vida perdida. Mi hermano, sin culpa de su joven corazón, había
acudido a nuestro padre en busca de protección.
Apagué mi teléfono y me dirigí a mi cueva, regresé al apartamento en el
que había crecido. Con un álbum de fotos en equilibrio sobre mis muslos,
porque eso era todo lo que me quedaba de mi familia, pasé allí la noche
entera, bebiendo cerveza para consolarme.
Capítulo 29

Savanah

CARSON NO CONTESTABA AL teléfono ni respondía a los mensajes.


Siempre respondía en una o dos horas, y ahora que era de noche, estaba
muy preocupada.
¿Y si ha tenido un accidente?
¿Sabrían que tienen que contactar conmigo?
Cogí el coche de mi madre y me dirigí al pueblo para ver si estaba en su
apartamento, quizás se hubiera quedado dormido después de regresar de
Londres.
Estaba bastante afectada por las últimas amenazas de Bram, y mi
imaginación hiperactiva se dedicaba a pensar en todo tipo de escenarios
horrendos, como que Carson había sido apuñalado o herido de bala. El
mundillo de las drogas siempre iba acompañado de armas y violencia. Los
drogadictos hacían cualquier cosa por un chute. Incluso matar.
Después de estacionar el coche frente al edificio victoriano de ladrillo rojo
reconvertido en apartamentos, toqué el timbre.
Cuando contestó, suspiré con alivio. —Carson.
—No está aquí.
¿Una mujer?
—¿Quién eres? —pregunté.
—Eh... Tiffany.
Mi corazón latía con fuerza. —¿Eres familia?
—No. Le diré que has venido, si quieres.
—No es necesario.
Me apoyé contra la pared.
¿Qué cojones…?
No podía dejar pasar esto. Necesitaba respuestas, así que volví a llamar.
—Soy Savvie otra vez. ¿Puedo subir?
La puerta se abrió y en lugar de esperar al ascensor, subí corriendo los dos
tramos de escaleras.
Una hermosa rubia me abrió la puerta. Tendría unos veinte años. Pechos
grandes, delgada y hermosa. La sangre abandonó mi cuerpo. Era la misma
chica con la que le había visto hablar aquel día en la calle.
—¿Quién eres tú? —pregunté.
—Soy Tiffany.
—Me refiero a que de qué conoces a Carson.
Tomándose su tiempo para responder, se removió inquieta. —La verdad
es que no puedo decírtelo.
Me quedé allí como una idiota. Me temblaban las piernas.
—Mira, solo somos amigos. —Ella sonrió mansamente. Tiffany
obviamente había notado que me estaba volviendo loca. Nunca había sido
buena escondiendo mis emociones.
Se quedó junto a la puerta, mordiéndose el labio inferior.
¿Carson estaba con una chica mientras planeaba casarse conmigo solo por
mi riqueza?
Si era por eso, ¿por qué no podía dejar de follarme? ¿Cómo le quedaba
algo para ella?
Mierda.
Cuando regresé a Merivale, encontré a Cary y a mi madre perdidos en una
conversación profunda en la tumbona del salón rojo. Mi madre tenía una
sonrisa casi avergonzada.
¿Quién era este impostor? ¿Qué ha hecho con mi madre, normalmente
muy segura de sí misma?
Debió notar que había estado llorando porque su ceño fruncido se
acentuó. —¿Qué ha pasado?
Me volví hacia Cary. —¿Ya has dejado a tu mujer? —Odiaba cuando
soltaba ese tipo de cosas estando enfadada. ¿Todos los hombres en nuestras
vidas tenían motivos ocultos?
—¿Puedes darnos un momento? —le preguntó a Cary.
Se levantó. —Podría ir a dar un paseo. Es una noche agradable.
Viendo su complicidad, noté cómo el aire parecía burbujear con
electricidad.
La seguí hasta la oficina.
—Eso ha sido muy grosero. —De vuelta a su pose de mujer feroz, me
dijo: —No tienes derecho a juzgarle sin conocer los hechos. —Sonaba
frustrada y triste al mismo tiempo—. Especialmente después de toda la
basura que tú has traído por aquí.
Me mordí la uña. —Carson no es basura.
Me refiero a todas tus otras relaciones lamentables y perniciosas.
Las últimas demandas de Bram inundaron mi cerebro y me desplomé en
la silla, me tapé los ojos y sollocé. —Estoy en problemas.
Su ira se desvaneció y su ceño se arrugó con preocupación.
—Bram me está chantajeando.
Le conté lo de las amenazas y de cómo me había acorralado en un
callejón de Londres.
Sacudió la cabeza. —Tengo que poner fin a esto. Ahora. —Resopló—.
Está bien. Déjamelo a mí.
—¿Qué podrías hacer? Aparte de acabar con él…
Ni siquiera me lanzó una mirada de sorpresa. Esperaba que me dijera que
dejara de decir tonterías.
—No te preocupes. Arreglaremos esto. Déjamelo a mí —repitió.
Me limpié la nariz y luego, respirando hondo, me puse de pie. —Siento
dar tantos problemas a la familia.
Me abrazó y lloré en sus brazos, algo que nunca había hecho. Con mi
padre, sí. Muchas veces. Pero no con mi madre, que normalmente era muy
distante.
—Carson no responde a mis mensajes. Está en Londres. —Me alejé y me
hundí en el sillón de nuevo. —He ido a su apartamento en el pueblo y una
deslumbrante chica rubia me ha abierto la puerta. Ella tampoco quiso
decirme qué estaba haciendo allí. Como si tuviera algo que ocultar.
—Savanah, probablemente tenga una explicación sencilla. No saques
conclusiones precipitadas. Yo no lo haría.
—Bueno, es posible que a ti no te preocupen ese tipo de cosas,
considerando que estás saliendo con un hombre casado, pero yo no voy a
casarme con un hombre que podría tener una novia secreta. Somos ricas,
madre. Los hombres se nos acercan por nuestras cuentas bancarias.
Sus cejas se encontraron. —Esa es una visión simplista, y también muy
pesimista, de las relaciones. Estoy segura de que Carson tiene una
explicación razonable. Habla con él primero. ¿De acuerdo? Y Cary ha
venido a hablar conmigo. Eso es todo lo que hemos estado haciendo. Así
que por favor trata de actuar civilizadamente.
La dejé y salí a fumar un cigarrillo. Todavía tenía unos pocos que escondí
dentro de una caja de cerámica junto a la puerta.
Después de encenderlo, me paré junto a la fuente Mercury y fumé
pensativamente; de repente una voz profunda me sobresaltó desde atrás.
—¿Tienes uno? —Cary sonrió a modo de disculpa.
Le pasé la cajetilla y el encendedor. —Nunca te he visto fumar.
—Lo hago de vez en cuando. —Mientras el humo salía de sus labios,
estudié su hermoso rostro y pude entender el enamoramiento de mi madre.
Con ese cabello canoso peinado hacia atrás, una chaqueta de tweed
entallada y una estatura alta y esbelta, Cary tenía ese aspecto refinado que
combinaba a la perfección con mi madre.
Ahí es donde diferimos. Una imagen de Carson con su camisa a cuadros
arremangada, dejando al descubierto sus musculosos brazos tatuados, hizo
que mi corazón suspirara. Yo prefería a los machos alfa. Alfa por fuera, beta
por dentro. Ese era Carson, al cien por cien. Un hombre gigante y dulce que
podía aplastarle la nuez a cualquiera de un puñetazo.
Ese pensamiento tonto hizo que mi cara se rompiera mientras sonreía para
mis adentros.
Deja de imaginarte tonterías. ¿Quién es esa chica rubia?
—Lo siento si mi presencia aquí te está causando alguna angustia. —Los
ojos de Cary tenían esa calidez afable que hacía difícil ser crítica. Me
acordé de Will, que también tenía esa cualidad, solo que Cary tenía más
personalidad, en cuanto a que le gustaba hablar.
—Estoy preocupada por mi madre. Su última relación no terminó muy
bien. Y estoy segura de que te ha hablado de mi padre.
Él asintió. —El matrimonio a largo plazo puede ser complicado. Incluso
cuando la pasión se desvanece, el sentido del deber nunca cesa.
Me vino a la mente mi voraz relación con Carson y cómo no podíamos
dejar de follar. No era tan ingenua como para pensar que siempre
tendríamos sexo voraz, pero me gustaba pensar que todavía me aceleraría el
pulso y que me abrazaría todas las noches.
—Supongo que todavía estás casado. —Apagué mi cigarrillo y tosí. Sabía
horrible a pesar del subidón de nicotina.
—Lo estoy. Y lo seguiré estando. Caroline lo entiende. Ya se lo he
explicado. Estamos enamorados.
Fruncí el ceño. —¿Quienes, tú y tu mujer o tú y mi madre?
—Tu madre y yo. Estoy perdidamente enamorado de ella.
—El amor lo vence todo, dicen. ¿No es eso suficiente para superar las
dificultades?
—En un mundo perfecto, sí. Solo que... a veces no es tan sencillo. No
cuando estás tratando con una persona frágil a la que prometiste amar 'en la
salud y en la enfermedad'.
—Es admirable que quieras mantener tu promesa. Sin embargo, el
divorcio ya es algo habitual.
Bajó la mirada al suelo y se pasó los dedos por el espeso cabello grisáceo.
—Mi esposa tiene un cáncer terminal.
Me quedé desconcertada y mi corazón se compadeció de él. La
profundidad del dolor era clara en sus ojos. Ni si quiera un excelente actor
podría haber mostrado esa mirada de desesperación.
—Vaya. Lo siento mucho. —Me tomé un momento para considerar la
situación entre él y mi madre—. Entonces, ¿por qué empezaste diciendo
que estabas divorciado?
—Me enamoré y, por lo tanto, hice un intento débil, sino lamentable, de
captar su atención. —Su boca se curvó en un extremo—. Y mi esposa
quiere mantener su enfermedad en privado. Pero tampoco puedo alejarme
de tu madre. Estamos enamorados. —Sus ojos oscuros brillaron con
sinceridad.
—Entiendo que no puedes dejar a tu esposa enferma cuando está en ese
estado, pero estuviste aquí un mes entero.
—Hace poco que Lillian, mi esposa, me pidió que me quedara cerca.
Antes de eso, ella estaba con su familia. No quería que dejara de vivir mi
vida, pero desde entonces ha cambiado de opinión. Lo cual me parece bien.
Haré cualquier cosa para que se sienta cómoda y amada.
—Es muy triste.
Él sonrió con fuerza. —Solo quería hablar contigo un poco. Tengo que
volver. Solo necesitaba ver a tu madre para explicárselo.
—Cuando te fuiste, ella se quedó con el corazón roto.
Él sonrió con tristeza. —Es bueno saberlo. Quiero decir, no me gusta
escuchar que sufrió, por supuesto.
Sonreí. —Está bien. Lo entiendo.
—Ya, bueno, será mejor que vuelva dentro. Tengo que irme a primera
hora de la mañana.
—Perdón por ser una maleducada antes.
—No te preocupes. —Me besó en la mejilla y se fue, dejándome con todo
tipo de pensamientos tristes y arremolinados.
Capítulo 30

Carson

SALÍ REZONGANDO DE MI cueva a última hora de la mañana.


Aceptando que la vida continuaba, aun con mi pesar, me dirigí directamente
a Merivale, principalmente para ver a Savanah, pero también porque
Caroline quería verme con urgencia.
Janet abrió la puerta y me dijo que Savanah se había ido a Londres, lo que
me pareció extraño. Tampoco había respondido al mensaje que la había
enviado, disculpándome por no haberla devuelto las llamadas, y
explicándola el dolor en el que me había sumido por la muerte de mi
hermano.
Como siempre, Caroline se sentó en su escritorio. Su cabello estaba
recogido en un moño. Sus ojos estaban brillantes e incluso un poco alegres,
lo cual, después de los deprimentes acontecimientos del último día, me
pareció alentador.
Solo me preocupaba Savanah. Saber que estaba en Londres con Bram
suelto me cabreó.
—Cancela la misión encubierta.
Mi ceño se frunció. —Está bien. ¿Puedo preguntar por qué?
—Savanah ha descubierto a la chica que habías reclutado. Y ahora tiene
todo tipo de ideas en su cabeza.
El shock arrugué la frente. —¿Cómo?
Me contó cómo Savvie fue a visitarme a mi apartamento y conoció a
Tiffany.
Con razón no me coge las llamadas.
—Como dijimos, mantuve el secreto, y obviamente Tiffany tampoco dijo
nada. Por eso he decidido cancelarlo. La tapadera ya no sería un secreto y,
bueno… —Jugueteó con su bolígrafo dorado—. Voy a tener que hacer la
vista gorda, por así decirlo.
—Todo el mundo quiere que cierren ese lugar, señora Lovechilde.
—Llámame Caroline. —Asintió lentamente—. Lo sé. Ya pensaré en algo.
Cuéntale a Savanah lo de la chica, si eso ayuda. Sacó un talonario de
cheques y escribió en uno cinco mil libras—. Dale esto a Tiffany y envíala
de regreso.
Frotándome el cuello, me quedé a pesar de que Caroline daba la
conversación por terminada.
—¿Hay algo más? —preguntó.
—Mira, eh… me ha llegado alguna información. Es bastante seria.
Torció el gesto.
—Creo que hay un cártel de drogas operando desde el casino.
El bolígrafo se le cayó de los dedos. —¿Qué?
—Aparentemente, las drogas se pasan de contrabando a través del puerto
local y se distribuyen desde el casino.
—¿Tu fuente?
Me tomé un momento para responder. La culpa se apoderó de mí, lo que
fue como ponerle sal a una herida, porque el dolor de la muerte de mi
hermano se intensificó.
—Mi hermano falleció anoche y bueno… —Tomé una respiración
profunda. ¿Cómo le sentaría a mi potencial futura suegra que hubiera estado
vinculado a familia criminal?
Entrelacé mis dedos con fuerza. —Sé que esto suena mal, y no tuve
absolutamente nada que ver con eso…
—Puedes hablar claramente. —Sus ojos sostuvieron los míos—. Y
lamento escuchar lo de tu hermano.
—Mi hermano era adicto y se juntaba con los bajos fondos de Londres.
Anoche me reveló la existencia de un cártel operando desde aquí. Había
escuchado lo de mi relación con Savanah y sintió la necesidad de
advertirme. Habló de un casino detrás de un centro turístico, cerca de
Bridesmere, como sede de un importante cártel de la droga.
Ella soltó un suspiro. —Eso no me sorprende.
Fruncí el ceño. —¿De verdad?
—Cualquier cosa que lleve Reynard es probable que se mezcle con temas
oscuros.
Esa reflexión me distrajo por un momento. —¿Pero no es tu socio
cercano?
—No, si de mí dependiera —murmuró en voz baja.
Savanah a menudo se quejaba de que Crisp tenía algo contra su madre, lo
que ahora se confirmaba tras la repentina y oscura admisión de Caroline.
—Déjamelo a mí. —Hizo girar su sillón de cuero con respaldo alto y miró
por la ventana.
A pesar de que volviera a dar por terminada la charla, no me moví. —
Estas personas son peligrosas, Caroline. Si se enteran de que alguien ha
descubierto su tapadera, nada les detendrá para permanecer en secreto.
Se giró para mirarme de nuevo. —¿Qué tienes en mente?
—Pensaré en algo. Pero no se lo diría a nadie. Y menos a Crisp.
—Es un buen consejo. —Sus ojos se calentaron—. Me alegro de que seas
parte de nuestra familia.
Mis cejas se levantaron bruscamente. Caroline nunca me había besado en
la mejilla. —Eso siempre y cuando Savanah no se coja una rabieta.
—Estaremos bien. Se lo explicaré todo. Y por favor, no le hables sobre el
tema de tráfico de drogas.
—Ni en sueños. —Le lancé una media sonrisa de complicidad.
Parecía comprensiblemente conmocionada cuando salí de su oficina.
Capítulo 31

Savanah

SIENNA ENTRÓ, VESTIDA CON unos pantalones de campana blancos,


una camisa ajustada y un cinturón dorado. La miré de arriba a abajo.
Normalmente optaba por colores fuertes.
—¿Por qué vas como Liz Hurley? —pregunté, llamando al camarero.
—Me voy a la Riviera. Tengo el vuelo en tres horas. —Su voz burbujeaba
con emoción, haciéndome sonreír.
Cuando pedimos la comida, pregunté: —Bueno, cuéntame, ¿qué está
pasando?
—¿Recuerdas que te hablé de Mason, ese hombre mayor que empecé a
ver hace poco?
Repasé nuestras últimas llamadas. Era difícil seguir el ritmo de Sienna y
su puerta giratoria de amantes, y aunque no me acordaba bien, asentí.
—Nos vamos a Grecia en su yate. —Su emoción me hizo desear ese
subidón que uno siente cuando anhela pasar tiempo a solas con un hombre
sexy.
Aquella estancia de tres semanas en Lochridge parecía haber sucedido
hacía mucho tiempo, a pesar de que solo había sido un par de meses atrás.
A la deriva en la lancha, con Carson pescando y yo leyendo, o
maravillándonos con las aves migratorias que surcaban el cielo, fue uno de
los muchos hermosos recuerdos que me llenaban de cálida nostalgia.
Sienna hizo un puchero triste. —¿Qué pasa, Savs? Pareces triste. La
última vez que hablamos, estabas feliz después de experimentar múltiples
orgasmos.
—He tenido unos días difíciles, eso es todo.
Le conté lo de Tiffany en el apartamento de Carson.
—Pero Carson te lo habrá explicado, ¿no?
Asintiendo, jugueteé con mis uñas, rara vez sin pintar.
Carson vino hasta Mayfair para explicarme la presencia de Tiffany en su
apartamento y, a pesar de explicarme todo lo de la operación encubierta, la
desconfianza todavía me envolvía.
—Oye, ese antro Lolita no pinta nada en Merivale. ¿Qué pinta algo tan
asqueroso allí? —Sienna hizo una mueca.
—Y qué lo digas. —Suspiré—. Por eso a mi madre se le recurrió contratar
a una actriz para destaparlo. Lo que me molestó es que Carson no me dijera
nada. Como si fuera a destapar toda la operación o algo… —Exhalé—.
Aunque bien es cierto que el sexo de reconciliación valió la pena. Me corrí
tan fuerte que casi lloro. —Me reí.
—Entonces, ¿cuál es el problema? Todavía te vas a casar, ¿no?
—Por supuesto. —Suspiré—. Lo que pasa que me siento jodidamente
agotada por todo. No me siento muy bien últimamente.
Se quedó boquiabierta, como si estuviera a punto de casarme con un
vestido comprado en una tienda de caridad. —Oye… Tendrás un vestido de
novia de diseñador, te harán unas fotos preciosas, regalos extravagantes y
desconcertantes, estarás rodeada de amigos, habrá fiesta… ¿Qué más
necesitarías?
—Lo sé. Lo sé. Y debería sentirme genial por todo eso, pero me siento
bastante desanimada. No es por la boda. Es por todo el tema del jodido
Bram.
—Ah… lo del vídeo. —Hizo una mueca.
—Lo has visto, ¿verdad? Todo el mundo lo ha visto. —La depresión me
invadió de nuevo, como un cubo de pintura gris que iba a necesitar
químicos dañinos para quitarla. O, en mi caso, cantidades ingentes de
Xanax.
—Intenta olvidarte de ello, Savs.
—No puedo. Me está chantajeando. Me hace pagarle diez mil libras a la
semana.
—Mierda. Eso es mucho. Pero si todo el mundo lo ha visto ya…
Me retorcí. Tierra trágame, por favor. —Ha amenazado con subirlo a la
dark web.
—Vaya… —Parecía desconcertada.
—Enviará las imágenes a un sinfín de sitios pornográficos.
—¿No puedes demandarle? —Su horror reflejó el mío después de que
Bram me detallara lo que significaría estar en la dark web.
—Mi madre lo intentó, pero aparentemente Lord Pike está en bancarrota.
—¿De verdad? Pero si vi a su hija, Jassie, en Dolce and Gabbana en
Cirque, prácticamente bañándose en Moët.
—Jassie está saliendo con un banquero famoso. Así que probablemente
sea su dinero.
—Entonces haz que encierren a Bram. Quiero decir, no tiene derecho a
publicar ese vídeo.
—La policía no le encuentra. El muy hijo de perra siempre me aborda
cuando estoy sola en un callejón o cuando está oscuro. —Suspiré
pesadamente. Mi corazón me dolía. Con solo pensar en ese psicópata y sus
ojos malvados y siniestros se me helaba la sangre.
—Pero, ¿qué pasa con su cuenta bancaria?
—Cripto. —Me mordí una uña y Sienna me dio una palmada en la mano.
—Para.
Tomando un sorbo de mi bebida, dejé a un lado el tema del perturbador
vídeo y me puse a hablar de mi boda.
Jacinta y Sienna habían sido mi elección obvia para las damas de honor.
—Bueno, ¿a las dos os gustan los vestidos? —pregunté.
—Por favor, no nos pidas que llevemos el mismo modelito. Eso es taaaan
del siglo pasado.
—Ni se me ocurriría. —Me reí.
Hablar de ropa al menos me dio un respiro de todo el asunto de Bram.
Aunque la idea de perder diez mil libras a la semana me dejaba un mal
sabor de boca. Carson se crujía los nudillos y su rostro se oscurecía cada
vez que hablaba de Bram. Casi podía oler su adrenalina, lo que me asustaba
porque no podía arriesgarme a perder al amor de mi vida en prisión. Si el
chantaje suponía mantener a Bram a distancia y a Carson alejado de las
rejas, entonces era un pequeño precio a pagar.
Sienna debió notar mi gesto sombrío otra vez. —Relájate, cariño. Piensa
en la boda. Olvídate de ese idiota.
Es más fácil decirlo que hacerlo.
¿Cómo podría mirar a los invitados a mi boda, en el que debería haber
sido el mejor día de mi vida, sabiendo que algunos de ellos me habían visto
desnuda con una polla en la boca?
Con ese pensamiento acechándome, volví a Mayfair, me tomé un Xanax y
apagué el teléfono.

UN PITIDO CONSTANTE ME despertó. Forzando a abrir mis pesados


párpados, escuché mi nombre venir desde la distancia.
Mientras levantaba los párpados lentamente, una figura alta y sólida se
enfocó.
Carson me tomó de la mano cuando un nauseabundo hedor medicinal
llegó a mis fosas nasales, alertándome de que estaba en el hospital.
—¿Qué ha pasado? —Me dolía la garganta mientras hablaba.
—Has tenido una sobredosis. —Los ojos color avellana de Carson
resonaron con preocupación.
—¿Cómo? —pregunté.
Parecía desconcertado. —¿No lo hiciste a propósito?
Mientras buscaba en mi memoria, finalmente me di cuenta de lo que
significaba en realidad esa pregunta. —No. Por supuesto no. Tomé algo de
alcohol y luego Xanax.
—Savvie, han tenido que hacerte un lavado de estómago.
Me senté y el dolor me recorrió, como si alguien me hubiera apuñalado en
el estómago. —¿En serio? No recuerdo nada.
Exhaló ruidosamente. —¿Por qué no me llamaste?
—¿Mi madre lo sabe? —Me dolía hasta el pánico. Le juré a mi madre que
había dejado de tomar Xanax.
—No estoy seguro. Sucedió anoche y, afortunadamente el hospital
encontró mi número en tu teléfono.
—Mierda. Espero que no se entere. Por favor, no se lo digas a nadie. Ya
tengo suficiente mierda con la que lidiar.
Me tomó de la mano y me puso una de sus sonrisas que conquistan el
miedo. Podía lidiar con cualquier cosa con este hombre mostrándome su
apoyo y amor.
Carson se quedó conmigo todo el día, atendiendo llamadas y trabajando
desde la habitación con su portátil en equilibrio sobre esos muslos sexys y
musculosos. Era conmovedoramente considerado. Incluso hablaba en voz
baja para no molestarme.
—Oye, cariño, no tienes que quedarte aquí si estás ocupado. Lo entiendo
—dije.
—A partir de ahora, me mantendré cerca. No quiero que ese yonqui te
aborde nunca más.
—No va a venir aquí —dije.
Puso su cara de ‘No me voy a mover’, así que cerré los ojos y descansé.
Me dieron el alta unas horas más tarde y regresamos a Mayfair, donde nos
quedamos hasta que me recuperé por completo.

Un mes después…

Cary sostenía la mano de mi madre mientras estaban sentados junto a la


piscina, bebiendo té y disfrutando del sol.
¿Así seremos Carson y yo dentro de veinte años?
Eso esperaba.
Nunca había visto a mi madre tan enamorada. Mi corazón se reconfortó al
verles tan cerca y tan cómplices.
Un mes después de la muerte de su esposa, Cary se mudó a Inglaterra y
pasó la mayor parte de su tiempo en Merivale. Se habían vuelto
inseparables. Me di cuenta de que no se estaba aprovechando de mi madre
por el amor en sus ojos cada vez que la miraba. Uno no podía fingir esas
cosas.
Declan y Theadora llegaron con Julian, que ya con cuatro años mostraba
un gran parecido a su padre. Bertie, el corgi de mi madre, le siguió con un
hueso casi más grande que él colgando de la boca.
Carson y Declan se abrazaron, mientras yo besaba a Theadora y abrazaba
a mi sobrino.
Era la mañana de mi boda.
Siguiendo la tradición, y por expreso deseo de mi madre, la ceremonia se
llevaría a cabo en Merivale.
Cuando Ethan y Mirabel llegaron con sus hijos y Freddie corriendo a sus
pies, el jardín se llenó de vida, de niños, de risas, de perros y de gran alegría
en general.
Mis hermanos, junto con sus enérgicos hijos, jugaron con una pelota de
fútbol. Era algo que siempre habían hecho de niños, luego de adolescentes y
ahora de adultos.
La pequeña Rosie, de Ethan y Mirabel, con ya catorce meses, se
tambaleaba tratando de seguir el ritmo. Era preciosa con su pelo rojizo.
Aunque no podía dejar de reírme al ver a mis hermanos y sus hijos actuar
como tontos, los nervios aún me invadían. Sentía muchas emociones juntas,
desde euforia y un toque de tristeza, hasta todo lo demás.
Ver a Rosie dando tumbos me hizo recordar que nunca tendría una hija
propia. Se me llenaron los ojos de lágrimas y respiré hondo mientras
intentaba centrarme en pensamientos reconfortantes, como pasar toda la
vida con Carson.
Eso era todo lo que necesitaba. Ya tenía una gran familia. Amaba a mis
cuñadas y a mis sobrinos. Estoy segura de que vendrían más niños de los
que disfrutar, y ya habían traído mucha luz y risas a Merivale.
Solo deseaba que mi padre hubiera conocido a Carson. Él lo hubiera
aprobado. No es que mi madre lo desaprobara. Había forjado una buena
relación con Carson, que siempre era respetuoso y amable con sus mayores.
Revoloteaba, observando los locos deportes que tenían lugar en los vastos
terrenos de Merivale. Carson se había unido y estaba saltando en el aire
para atrapar la pelota, luciendo su cuerpo atlético y sexy, lo que hizo que
mis bragas volvieran a estar empapadas. Eso podría explicarse porque, por
primera desde que estábamos juntos, no habíamos tenido sexo en el
desayuno. Como era el día de nuestra boda, decidimos mantener la
tradición.
Theadora se sentó a mi lado en el banco de hierro forjado con filigranas.
—¿Cómo te sientes?
—Estoy un poco nerviosa, para ser honesta.
Me lanzó una sonrisa comprensiva. —Espero que os guste lo que hemos
planeado para la ceremonia. Mirabel cantará algo que escribió
especialmente para ti. Es muy poético y dulce.
Negué con la cabeza con asombro. —Eso es increíble. No puedo esperar a
escucharlo. Espero que todo se grabe en vídeo.
—¿Estás bien, de verdad? —Theadora inclinó la cabeza y esbozó una
media sonrisa preocupada. Ella me entendía bien. Las personas que habían
lidiado con sus propios demonios eran buenas detectando problemas.
—Toda lo de Bram me ha tenido muy alterada.
—Lo encontraron muerto. Parece que tuvo una sobredosis, por lo que he
escuchado.
Declan se acercó y, después de escuchar el comentario de Theadora, dijo:
—No le echaremos de menos.
La respuesta fría y práctica de mi hermano ante la muerte de Bram
debería haberme impactado, pero no lo hizo porque todo lo que sentí fue
alivio al escuchar que había tenido una sobredosis.
—No puedo evitar preguntarme si realmente fue un accidente. —Ya le
había expresado esta opinión a Carson, a lo que simplemente se encogió de
hombros demasiado rápido, lo que hizo que mi mente divagara en todas
direcciones.
Theadora negó con la cabeza. —Trata de no pensar en eso. Especialmente
hoy.
Mi hermano cogió la mano de su esposa. Llevaban cinco años casados y
todavía parecían la pareja más enamorada del lugar.
Al ver cómo la sonrisa crecía en mi rostro, Declan extendió la mano. —
¿Qué?
—Miraos, todavía estáis tan enamorados…
Theadora se rio entre dientes. —No estés tan sorprendida.
—La mayoría de las parejas casadas no van todo el tiempo cogidas de la
mano —dije.
Declan miró con cariño a Theadora y le acarició la mejilla antes de
volverse hacia mí. —No somos como la mayoría de las parejas casadas.
Su ceja arqueada y el leve rubor de Theadora dejaron entrever la pasión
que seguían sintiendo.
¿Estaremos Carson y yo igual de amorosos dentro de cinco años?
Miré y vi a mi apuesto futuro esposo pateando la pelota con los niños.
—Carson es un buen hombre. Sería difícil encontrar a alguien más
desinteresado —dijo Declan—. Siempre estaba para sus compañeros en el
campo de batalla, arriesgando su vida. Estoy orgulloso de tenerle como
cuñado.
—Me vas a hacer llorar. —Mis labios temblaron.
Theadora me abrazó de nuevo. —Él te ama con locura. Has encontrado tu
trocito de paraíso, Savvie.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla. —Gracias, Thea. Voy dentro un
minuto.
En cuanto las lágrimas amenazaron con brotar, me apresuré a esconderme
dentro.
A pesar de que eran lágrimas de alegría, también me lamentaba por no
poder tener hijos. Y quizás también escondía algo de miedo. ¿Y si todo se
derrumbaba? No podría lidiar con otro drama. Había tenido demasiados en
un breve lapso de tiempo, y la ansiedad parecía haberse apoderado de mí.
Para alguien que había ido dando brincos por la vida, nunca podría haber
imaginado llevar una carga tan pesada, especialmente el día de mi boda.
Si nunca hubiera vivido el infierno con Bram, seguiría siendo esa chica
atontada que se sentaba a ojear revistas de moda y pensar en qué zapatos
me pondría. Pero, haberme enamorado perdidamente de un hombre cuya
alma era tan hermosa como él, me había ayudado a darme cuenta de que
solo importa el amor y no lo último ‘debo tenerlo’ de Balenciaga o
cualquier jugoso cotilleo.
Me sequé los ojos y, al entrar en la sala de estar, encontré a Manon
haciéndole pasar un mal rato a Janet por algo.
Volviéndose hacia mí, Manon esbozó una sonrisa zalamera. —Pensé que
estarías en el Spa, haciéndote un tratamiento facial o algo así para eliminar
esas ojeras.
La levanté mi dedo medio.
A pesar de no poder tener la última palabra sobre la asistencia de Manon
como invitada a mi boda, al menos mi madre me prometió que Crisp no
aparecería por la ceremonia. Desafortunadamente, su ausencia no se
extendió a la fiesta del fin de semana, dado que todos los habituales habían
recibido una invitación.
Dejando a un lado todos los molestos problemas, respiré hondo e imaginé
mi futuro con Carson de tal manera que invitaba a cada célula de mi cuerpo
a absorber esa alegría.
Entré en mi habitación y mis ojos se posaron en el vestido rosa pálido de
Givenchy que estaba listo para mi día especial.
Después de salir del hospital, hice un viaje a París con Sienna, donde nos
embarcamos en una aventura de compras de tres días. Eso fue lo máximo
que había estado sin Carson, y ni si quiera una copa en los elegantes
bulevares de París pudo evitar que le echara de menos.
Mi madre entró en la habitación. —¿Estás bien?
—Solo estoy nerviosa, supongo.
—¿Tienes dudas? —Parecía sorprendida.
Negué con la cabeza con decisión. —Me encanta Carson. —La enfrenté
—. A ti te gusta, ¿no?
Ella me abrazó. Algo que no hacía muy a menudo, pero desde que Cary
había llegado a su vida, mi madre se había vuelto más cariñosa.
—Es un buen hombre, aporta fuerza y protección. Uno no puede
subestimar cuán importantes son esas cualidades. Un hombre que puede
arreglar las cosas. —Sonrió.
—Cary no me parece el tipo de persona que resuelva las cosas con sus
propias manos —respondí.
Mi madre se rio.
—Parece que Carson sí que arregla las cosas solito. —Suspiré.
—¿A qué te refieres? —Me presionó.
—¿Recuerdas que Bram fue encontrado con una sobredosis muerto en un
callejón de Londres? —Hice una pausa para recuperar el aliento—. Bueno,
vino a verme un detective.
Su frente se arrugó. —¿Por qué no me lo contaste?
Deslicé mi dedo sobre mi vestido con volantes. —¿Te gusta?
—Es impresionante.
—¿Crees que he tomado la decisión correcta?
Ella me estudió de nuevo fijamente. —¿Estamos hablando del vestido?
Asentí mansamente.
—El rosa es uno de mis colores favoritos. Y sí, has hecho la elección
correcta. Tanto en el vestido como en el marido. —Sostuvo mi mirada—.
Entonces, ¿qué te preguntó exactamente ese detective? —Mi madre
entretejió los dedos, lo que me llamó la atención.
—Quería saber mi vinculación con Bram.
—¿Le dijiste que te estaba chantajeando?
—No le dije nada. Solo que estuvimos saliendo un tiempo.
Carson entró y mi madre se giró hacia él. —¿Has escuchado eso del
detective?
El asintió.
Rápidamente guardé mi vestido. —No puedes ver mi vestido de novia.
Él me sonrió.
—¿No le dijiste nada de lo del vídeo? —preguntó mi madre.
Negué con la cabeza.
—Le encontraron sin su teléfono. —La respuesta de Carson despertó mi
curiosidad.
—¿Cómo lo sabes? —Era la primera noticia que tenía sobre el asunto.
Se frotó el cuello. —Hice algunas preguntas.
—¿Eso significa que quien tenga ese teléfono puede encontrar el vídeo?
—pregunté.
La mirada de Carson a mi madre no se me escapó. —Savvie, se acabó. No
te preocupes por nada. Ese vídeo ya no existe.
Se me había secado la boca. —¿Cómo puedes estar tan seguro?
Carson tiene razón, cariño. Se acabó. —Con una sonrisa reconfortante, mi
madre me tocó la mano.
—Pero el detective quiere volver a hablar conmigo.
—Es mejor dejarlo en manos de nuestro abogado —dijo.
Asentí. Algo no iba bien, pero no podía permitir que esto empañara mi día
especial. La sobredosis de Bram, aunque triste para él y su familia, había
sucedido bastante antes de la boda, lo que me llevó a preguntarme si había
sido una coincidencia o algo arreglado.
Carson, con los labios apretados después de mis elucubraciones sobre la
visita del detective y el comentario de mi madre ‘Es lo mejor’, seguía dando
vueltas en mis pensamientos.
Capítulo 32

Carson

—SÍ, QUIERO —SALIÓ DE mi boca sin pensarlo ni un momento.


Cautivadora y hermosa, Savanah parecía una criatura exótica con su
vestido rosa con volantes. No podía quitarle los ojos de encima.
Nos besamos y un tentador perfume de rosas me invadió.
Caí en sus profundos ojos azules, sabiendo con todo mi corazón y alma
que amaría a esta mujer para siempre y más allá.
En tonos roncos y melosos, Mirabel cantó sobre el amor que nos lleva al
paraíso, mientras yo sostenía a Savanah cerca de mi corazón. Su suave
cabello se entrelazaba en mis dedos, y su cálida mejilla estaba presionada
contra mis labios.
Su mano temblaba cuando deslicé el anillo de oro en su dedo. Mirándola a
esos brillantes ojos, le devolví una sonrisa de apoyo, decidido a hacerla
sentir segura, amada y protegida.
En el ‘puedes besar a la novia’, tomé a Savanah en mis brazos, y cuando
nuestros labios se tocaron, tuve que controlar el impulso de dar rienda
suelta a mi lengua, recordándome a mí mismo que debía mantenerla limpia
para la élite de Londres. Fue Savvie la que se presionó con fuerza contra
mí.
Ella susurró —Mmm… ¿Qué es esto que noto? Una noche sin mí, y estás
a punto de explotar…
Me reí.
Nunca podría haber imaginado esto. Yo, con un esmoquin de diseñador y
con los dedos enterrados en la seda de un vestido que costaba el equivalente
a mi antigua paga militar anual.
Nada de eso importaba.
Solo importaba Savanah.
La habría amado si fuera la mujer más pobre del planeta.
En muchos sentidos, desearía que lo fuera, porque quería ofrecerle todo.
Mi amor.
Mi devoción.
Mi fidelidad.
Mi alma.
EPÍLOGO

Manon

COMO SIEMPRE, REYNARD ME siguió como un perro hambriento. Su


olor me enfermaba. Como si ese montón de colonia cara escondiera olores
sexuales. Olía como el tercer marido de mi madre, otro personaje
escurridizo que poseía los mismos ojos de serpiente que Crisp. Pero él
nunca se acercó a mí. Siempre tuve el control y, además, mi madre tenía
otros planes para mí.
Según ella, tener un trasero respingón y pechos grandes era una
bendición. A los trece años no entendía esa palabra. Mi madre había
insistido en que la mejor educación para mujeres como nosotras era
aprender a aprovechar nuestros encantos físicos.
Ella siempre insistía en que mi apariencia era mi único valor, como si yo
no fuera incapaz de otra cosa que no fuera dejar que me acariciaran por
dinero.
Mi intención era hacerla cambiar de opinión, a ella y al mundo y
demostrar que soy más que solo tetas y una vagina.
Mi trabajo como esteticista lo demostraba. Los clientes del Spa todavía
preguntaban por mí. Aunque era un honor ser reconocida por mis
habilidades con el maquillaje, tenía planes más grandes que solo hacer que
las mujeres se vieran hermosas. Planes que no involucraban a viejos
gilipollas como Reynard Crisp.
Mi abuela odiaba la idea de que Crisp me follara. No es que ella utilizara
esas palabras. Era demasiado elegante para el lenguaje vulgar, lo cual me
gustaba porque aspiraba a ser ella algún día: diseñadora de ropa y hablar
con palabras grandilocuentes y con un acento elegante para dar órdenes.
Habiendo crecido escuchando las amargas diatribas de mi madre sobre
cómo su madre biológica la había abandonado, toda mi vida pensé que
odiaría a Caroline Lovechilde, pero no lo hice. Había llegado no solo a
admirarla, sino también a sentirme apegada. Sin embargo, nunca lo
demostré.
Eso me haría parecer débil, y lo último que quería era que el mundo me
viera como una de esas chicas que lloran en un abrir y cerrar de ojos.
En comparación con mi fría y calculadora madre, a quien no le importaba
una mierda, el hecho que mi abuela se preocupara por mí, significaba
mucho. Incluso había prometido igualar la oferta de Rey si no me acostaba
con él. Ella nunca usó esas palabras, pero no era estúpida. Podía leer entre
líneas. Todos sabíamos lo que quería Rey. Mi abuela más que nadie, porque
supuse que se había acostado con él a mi edad, un pensamiento que me dejó
un mal sabor de boca porque odiaba la idea de que ella hubiera estado con
alguien como él.
Sí, me había encariñado con ella.
Que ella me dejara quedarme a pesar de mi comportamiento de mierda,
también significaba todo para mí.
Creo que la había estado probando.
Su oferta fue una gran victoria para mí. Incluso me habría conformado
con menos. Rey en realidad me asustaba. Ya me había tocado las tetas y le
envié algunas fotos eróticas manipuladas, que no eran mías, solo para
mantenerlo cerca.
Podría haber sido ambiciosa a cualquier costo, pero me prometí a mí
misma que nunca le chuparía una polla o follaría con un anciano.
En caso de que mi abuela descubriera todas las cosas malas que había
hecho, tenía que seguir engañando a Rey, haciéndome valiosa para él.
Reclutar chicas jóvenes, pero no demasiado, había resultado más fácil de lo
que había imaginado. Las chicas no estaban muy dispuestas a perder su
virginidad por dinero.
Yo no pude vender la mía. Ese barco ya había zarpado.
Crisp pensaba que nunca había follado.
Se equivocó porque de hecho empecé bastante joven.
Nadie me había obligado. Todo se redujo al deseo.
No por sexo o por el hombre en cuestión, sino por cosas bonitas como
ropa cara, maquillaje y lencería.
En resumen, mi madre me vendió a un chico más mayor que yo cuando
tenía quince años. Era algo sexy y tenía al menos veinte años.
También me hizo cogerle el gusto al sexo.
Me gustaba Peyton. Me trataba bien. Me habría casado con él, pero me
hice demasiado mayor para él, y para cuando cumplí los dieciocho años, él
había encontrado a una chica que estoy segura que no había cumplido los
dieciséis.
Nunca lloré, era fuerte. Como mucho me quedaba inmóvil, como mi
madre. La única razón por la que lloró cuando encerraron a Will fue porque
la policía, al llevársela a rastras, estaba destrozando su apariencia de mujer
sofisticada, cuidadosamente elaborada.
Savanah era otra mujer a la que admiraba. Ella me odiaba, pero yo a ella
no. Respetaba su estilo natural. Y era divertido tener a alguien parecido a
una hermana mayor de quien burlarse.
Lo más destacado de la recepción de su boda fue ver a Drake con un traje
tan ajustado que casi me desmayo. Iba seriamente sexy, como una copia al
carbón de Harry Styles, pero con más músculos y tatuajes.
Siguió mirándome. Le rondaban muchas mujeres mayores. Una en
particular me resultaba jodidamente familiar, una hermosa rubia con
grandes tetas y con uno de esos vestidos con una larga abertura hasta el
final. Estoy segura de que no llevaba bragas. Ella se reía de todo lo que él
decía, pues parecía estar hablador.
Apenas me dijo una palabra. Todo lo que me ofreció fue un balbuceo o un
asentimiento de cabeza.
Fue en esta misma recepción cuando mi abuela me abrazó por primera
vez. No podría decir si fue para hacer el paripé, pero me cogió por sorpresa
porque mi madre nunca jamás me había abrazado.
—Manon, estás preciosa —había dicho mi abuela. Se había ablandado
bastante. Antes solía asustarme un poco, con su actitud dura y
despreocupada, otra cualidad que me gustaba de ella, pero ahora que se
había enamorado, era todo sonrisas.
Nunca pensé que me gustaría ser parte de una familia tan grande, pero
todos estaban ocupando su hueco en mi corazón. A pesar de haberles
ofrecido mi peor versión, todavía parecían tolerarme.
Mi madre lo achacó a la culpabilidad de la abuela. Daba igual. Me
encantaba estar en esa mansión de cuento de hadas con mi propio baño,
balcón y vestidor. Y estaba a punto de conseguir mi propio coche. ¡Hurra!
Eso significaba viajes a Londres, donde planeaba comprar un lujoso
apartamento en algún lugar elegante.
—Estás guapísima con ese hermoso vestido —dijo efusivamente mi
abuela. En lugar de enseñar mi cuerpo, algo que había estado haciendo
desde la pubertad, decidí copiar a Savanah adoptando un enfoque más
modesto y elegante.
Siguiendo su ejemplo, como siempre, visité algunas de las tiendas de
diseñadores favoritas de Savanah, donde compré un vestido rojo de Dolce
& Gabbana hasta la rodilla. Esta vez, incluso lo pagué. Tenían demasiadas
cámaras de seguridad, por lo que no pude alimentar mi cleptomanía, que
comenzó a la edad de cinco años. Primero fue con dulces y juguetes, y
luego, cuando fui adolescente y me convertí en una experta, robaba
maquillaje, lencería y todo lo que caía en mis manos. Me había vuelto una
adicta a la emoción. Ni si quiera una tarjeta de crédito con un límite
insultante pudo detenerme, afanar todo tipo de cosas se había convertido en
una especie de segunda naturaleza.
Me gustó este nuevo look modesto, como decía mi abuela. Supongo que
fue su manera amable de decirme que no me había vestido como una
prostituta.
La boda fue el evento más destacado de mi mes, si no fuera porque Rey
no paraba de rondarme. Luego, su amigo igual de repugnante, Lord Pike,
irrumpió en la fiesta y causó todo tipo de problemas.
—Tú mataste a mi hijo —gritó, señalando con el dedo a mi abuela, y
luego se giró hacia Carson, quien en ese momento tenía su brazo alrededor
de Savanah como si estuviera pegada a su cintura. No se había alejado de
ella en todo el día.
Cuando aquel asqueroso con la nariz roja del bebercio le lanzó insultos a
Carson, Drake se quitó la chaqueta, lo que casi me derrite en el acto, y juro
que escuché un coro de ‘ohhh´.
Agarró al señor borracho como si fuera un niño y le arrastró
despotricando y delirando.
Todo el mundo sabía lo de su hijo drogadicto, Bram. No me podía creer
que alguien tan genial y sofisticada como mi tía hubiera estado con aquella
escoria.
Había conocido a drogadictos como él antes. Todo tipo de pretenciosos
hasta arriba de mierda.
Así que, una sobredosis. No era ninguna sorpresa.
Odiaba las drogas. No me llamaban la atención. Y odiaba las agujas. Al
menos mi piel estaba lo suficientemente suave como para no necesitar
inyecciones de Botox. Y mis labios estaban bien tal como estaban. Durante
mi tiempo como esteticista, aprendí a inyectar rellenos de colágeno para
darles a las chicas esos labios de ‘chupar pollas’ que todas querían. Esa era
la belleza de ser rebelde. Yo no sentí la necesidad de ponerme labios de pato
para atraer a nadie.
Después de haber echado al padre de Bram, Drake regresó, se peinó hacia
atrás su espeso cabello oscuro, del que siempre colgaba un mechón sexy
sobre su frente, y le lanzó a mi abuela un asentimiento de confianza.
Fue entonces cuando decidí cambiar mi vida, para mejor.
Corrompida por un multimillonario, había hecho cosas de las que no
estaba orgullosa.
Pero eso iba a cambiar.
DRAKE

Sheree se inclinó frente a mí para coger las pesas. Vestida con un top
escotado, sus tetas sobresalían escandalosamente.
Carson llevaba de luna de miel un mes y me puso en el puesto de
dirección de Reinicio. Tuve que contratar a más instructores ya que me
pasaba la mayor parte del día entrenando. Todas principalmente mujeres
mayores que vestían ropa deportiva diminuta, costosas baratijas de oro y
venían bañadas en perfume.
Por ahora este era yo, entrenador personal, principalmente de mujeres
ricas y apasionadas, y personal de seguridad para los Lovechilde. Pronto
podría pagarme mi propio apartamento y luego trabajaría en otra cosa.
Justo antes de que Declan me encontrara, estaba a punto de unirme al
ejército cuando me metí en una pelea. No fue mi primer delito. Cuando era
adolescente, me gustaba forzar coches. Era mi forma de lidiar con mi madre
enferma. Eso es lo que le dije al terapeuta, lo cual no era una tontería. Estoy
seguro de que eso me mantuvo fuera de la cárcel. Y entonces, Declan
Lovechilde se convirtió en mi héroe y mi vida cambió de la noche a la
mañana. Me convertí en un adicto al gimnasio y en entrenador personal.
Manon apareció con unas mallas y un top diminuto y mi corazón se
aceleró de nuevo. Era tan hermosa que no podía pensar con claridad. Sabía
que estaba tramando algo con Crisp. No podía soportarlo, y si ella se lo
estaba follando, no podría invitarla a salir. No me gustaba compartir a mi
pareja.
Hasta ahora, no había tenido que hacerlo.
Pero no había conocido a nadie como Manon. Ninguna chica me había
puesto tan jodidamente caliente solo con una mirada. Se paseaba con una
actitud, como si el mundo le debiera algo, lo que me hacía querer quitarle
ese gesto de la cara a besos.
—Estaré allí en un minuto —le dije.
Sus grandes ojos oscuros, casi negros, me dejaron en trance de nuevo, y
casi me olvido de lo que estaba haciendo.
Cuando me preguntó si podía ser su entrenador personal, estuve tentado
de pasársela a otra persona, pero me fascinaba. Era como si no pudiera
negarle nada.
Me recordaba a un gato perezoso. Uno de esos gatitos preciosos que
holgazaneaban mientras todos le acariciaban. No me pareció de las que
aceptan órdenes fácilmente, que es algo que hacíamos como entrenadores
personales, hacer sudar a la gente.
Decidí llevarla a correr por el bosque. Llevaba sin correr en un par de
días, y realmente lo necesitaba para despejarme.
Estar junto al mar y rodeado de bosque era lo mejor para alguien que
había crecido en un suburbio rodeado de edificios. Me enamoré del bosque
desde el momento en que puse un pie en él. Al principio no lo admití, tenía
que aparentar ser un tipo inteligente, como alguien que había crecido
rodeado de chicos duros.
Siempre que podía, que era casi a diario, iba corriendo hasta los
acantilados y de vuelta, un trayecto de ocho kilómetros. Eso era mucho
mejor que cualquier droga, y había probado unas cuantas. Nada comparado
con el subidón de hacer ejercicio en plena naturaleza, rodeado del tipo de
vistas que solo había visto en la televisión.
—¿A dónde me llevas? —preguntó, como si estuviera a punto de llevarla
a algún lugar para tener sexo caliente.
Aunque es lo que realmente deseo.
—Vamos a correr por el bosque. Hay una gran explanada por allí.
Ella me lanzó una de sus miradas persistentes como si quisiera leerme la
mente. —Pensé que haríamos pesas y máquinas.
Me torcí el dedo. —Vamos. Es un día precioso.
Trotamos lentamente durante unos diez minutos y luego se detuvo.
—Necesito un descanso. No estoy acostumbrada a esto. —Inclinada,
Manon apoyó las manos en sus muslos.
Señalé el camino por delante. —Iremos caminando entonces. Que tu
sangre no se detenga. ¿Vale?
Ella asintió con su característico puchero.
Después de unos pocos pasos, preguntó: —¿Sigues saliendo con esa
mujer mayor?
—No.
Ella dejó de caminar. —¿Prefieres a las mujeres mayores?
—Pensé que querías entrenar, no conocer mi vida personal.
Ella se encogió de hombros. —Eso también. Pero siempre huyes cada vez
que trato de hablar contigo. Y en la boda, tenías a un montón de mujeres
mayores revoloteando a tu alrededor.
Me reí de esa exageración. —Lo prefiero a tratar con ese viejo borracho.
—Sí. Lo vi. Casi le revientas su bonita camisa blanca de diseñador. —Ella
se rio. —¿Qué le pasaba?
Cree que la señora Lovechilde o Carson mataron a su hijo.
—¿Pero no le dio una sobredosis?
—Esa es la historia oficial.
Sus bonitos ojos se abrieron ligeramente. —¿En serio? ¿Sabes algo?
Todo lo que sabía era que tenía que hacer una declaración sobre el
paradero de Carson en el momento de la muerte de Bram. Pero nadie, ni
siquiera esta hermosa y problemática chica, sabría nada al respecto.
—Nada. Sigamos.
—¿Siempre eres así de mandón? —Ella colocó sus manos en las caderas.
—Cuando estoy trabajando, sí.
Me miró a los ojos un poco más y casi me olvido de quién era. ¿Cómo
pasaría una hora entera con ella sin besarla?
—¿Qué tal si caminamos hasta los acantilados?
—Tengo una idea mejor. —Con la intención de bromear como siempre,
los ojos juguetones de Manon brillaron cuando me cogió de la mano y me
llevó junto a un gran roble.
CORROMPIDA POR UN
MILLONARIO

Lovechilde Saga 4
J. J. SOREL
Contents

1. Capítulo 1

2. Capítulo 2

3. Capítulo 3
4. Capítulo 4

5. Capítulo 5
6. Capítulo 6

7. Capítulo 7

8. Capítulo 8

9. Capítulo 9
10. Capítulo 10

11. Capítulo 11

12. Capítulo 12

13. Capítulo 13
14. Capítulo 14

15. Capítulo 15

16. Capítulo 16

17. Capítulo 17

18. Capítulo 18
19. Capítulo 19

20. Capítulo 20

21. Capítulo 21

22. Capítulo 22

23. Capítulo 23
24. Capítulo 24

25. Capítulo 25

26. Capítulo 26

27. Capítulo 27

28. Capítulo 28

29. Capítulo 29

30. Capítulo 30
31. Capítulo 31

32. Capítulo 32

33. EPÍLOGO
Capítulo 1

Manon

LA CHICA APARENTABA TENER menos de dieciséis años, y no era la


primera, algo que me cortocircuitaba la mente. Si bien creía que teníamos
derecho a decidir lo que hacíamos con nuestros cuerpos, si pudiera revivir
mi vida a los quince años, no me habría acostado con Peyton. En lo que a
mí respecta, tenía claro que no había venido a ser el juguete de ningún
hombre, a diferencia de lo que mi querida madre pretendía, convencerme de
lo contrario.
En retrospectiva, desearía haber perdido mi virginidad por decisión propia
y no por la de mi madre. Mientras escrutaba a Sapphire, con esos grandes e
inocentes ojos azules que cambiaban de la esperanza al miedo con solo un
parpadeo, tuve ganas de decirle que huyera antes de que su vida se
convirtiera en una maraña de malas decisiones que amenazaran con arruinar
su salud mental y su futuro, pero prácticamente me suplicó que la
permitiera subastarse.
—¿Tienes alguna prueba de que tienes la edad que dices?
—Acabo de cumplir dieciséis. Lo juro. —Se lamió el dedo y lo alzó al
aire.
¿Y yo iba a conformarme con ese gesto infantil como prueba?
Extendí la mano. —Tu carnet. —Aunque no se requería verificar la edad
de las chicas, yo lo hacía de todos modos. No era solo para protegerme en
caso de que se presentara la policía, sino porque mi conciencia me exigía
saberlo.
Rebuscó en su bolso y me pasó su carnet de identidad.
Estábamos en el vestidor de My Cherry, así llamaba yo a Ma Chérie.
Todavía era pronto por la noche y era mi hora de animar a las chicas más
nerviosas. Tenía que convencerlas de que vender su virginidad les daría una
ventaja en la vida, aunque la mayoría no necesitaban que las convencieran
de nada, ya que venían motu proprio después de ver la página web.
Con el beneplácito de mi abuela, llevaba todo el negocio desde Merivale.
Incluso me había sugerido que me instalara en una sala de estar en la parte
trasera, a modo de oficina. Por mucho que ella odiara el Cherry, creo que le
gustaba que estuviera enfocada en algo. Y después de todo el lío del Spa,
después de cagarla —bueno, más bien jodí al jefe, no al tío Ethan, por
supuesto, no soy tan retorcida—, necesitaba algo para no meterme en
problemas.
Ganar dinero también significaba que no tenía que rogarle a mi madre que
me mantuviera, lo que la hacía enfurecer e insistir en cómo necesitaba
insistir para obligar a Rey a casarse conmigo.
Mmm… Bueno, sorpresa, sorpresa. Eso nunca sucedería.
Sapphire siguió mordiéndose las uñas, ya destrozadas. Otra bandera roja.
Estaba demasiado nerviosa para hacer esto. Yo ya estaba harta de tener que
convencer a las chicas que no estaban seguras de hacerlo. Lo había hecho al
principio sin problema, principalmente para quitarme a Rey de encima y
especialmente con chicas que se parecían un poco a mí.
Cuando le recordé a mi madre que Rey no me querría por todo el sexo que
ya había tenido, ella me respondió: —Él no necesita saberlo. Pínchate el
dedo para asegurarte de que haya sangre en la sábana.
No tenía la intención de acostarme con Rey, pero la seguí la corriente de
todos modos para evitar escucharla parlotear sobre las ventajas de estar con
un hombre rico. Ya pasé por eso con Peyton. Vaqueros y vestidos de
diseñador, cenas agradables e incluso un bolso Hermes para mi decimosexto
cumpleaños, no me dieron tanta satisfacción al fin y al cabo, porque cuanto
más crecían mis tetas, menos podía retenerlo.
En cualquier caso, me propuse ganar mi propio dinero e ir a por alguien
que me pusiera la piel de gallina con solo una mirada, como Drake.
Sapphire era hermosa y estaba claro que conseguiría un buen precio, pero
ese pensamiento hizo que se me encogiera el estómago porque era
demasiado sensible. Una necesitaba ser dura para venderse a un cualquiera.
Recibir un empujón en la vida era lo único positivo de My Cherry, y al
menos la mayoría de los hombres eran asquerosamente ricos y, en general,
se portaban bien. Los agresivos eran expulsados rápidamente. Rey no era
estúpido. Lo último que necesitaba era que la ley cayera sobre su sórdido
paraíso.
—¿Son todos viejos? —Ella se mordió el labio.
Debería haberla llevado a una heladería en lugar de a un probador lleno de
lencería.
—No. Algunos incluso tienen veintitantos años. Aunque no muchos. Hay
un chico joven que se ha unido recientemente.
Sus ojos chispearon. —¿De verdad? ¿Está bueno?
Tuve que apretar mis labios para no esbozar una sonrisa condescendiente,
porque podría haber sido yo de pequeña. Peyton estaba bueno. Mi madre
había elegido bien, por lo menos. Sin embargo, la mayoría de los clientes de
My Cherry no lo estaban. Los guapos eran a menudo arrogantes e incluso
de mano dura, y rápidamente eran expulsados.
—No. La mayoría de los clientes son asquerosamente ricos y les va eso de
ser los primeros.
Su largo y lustroso cabello dorado caía sobre su rostro, mientras miraba
sus pies girados hacia adentro.
—Mira, Sapphire, tal vez debas probar con otra cosa.
—No. Necesito hacer esto.
Suspiré. —Bien. Déjame que te elija la ropa.
Sapphire me siguió a una habitación que olía como el mostrador de
perfumes de una tienda con varios departamentos.
Acarició el encaje y los artículos de seda; parecía estar asombrada. —No
hay mucha tela, ¿verdad?
—Esa es la idea. —Elegí un corsé azul bebé y un tanga de encaje y lo
sostuve contra ella—. Esto debería quedarte bien.
Mordiéndose el labio de nuevo, tomó el corsé de mi mano. —Es un poco
diminuto, ¿no?
—¿Qué tamaño de pie utilizas?
—Un seis.
Encontré un par de tacones de aguja y de un cajón seleccioné unas medias
de redecilla blancas. —Esto le irá bien al conjunto. —Se lo pasé.
Tanteó con la mano y luego se quedó inmóvil.
—¿Por qué haces esto? —pregunté.
Mordiéndose el labio de nuevo, jugueteó con los dedos. —Necesito el
dinero.
—Todas vienen aquí por eso mismo, pero ¿por qué necesitas el dinero?
—Para mi padre.
—¿Está enfermo o algo así?
—Un poco. Ha perdido su trabajo y están a punto de desahuciarnos del
piso. —Sus ojos brillaron con lágrimas.
Sí, la vida era una mierda.
—Bueno, ¿y cómo te has enterado de este lugar?
—Algunas chicas de la universidad conocían a alguien que lo hizo.
Consiguió como medio millón de libras por estar una semana con un tipo.
La llevó a Mallorca. También la regaló un guardarropa completamente
nuevo. Creo que incluso podría haberse casado con él. —Sonrió como si
estuviera hablando de lo que sucede cuando terminas la carrera en la
universidad, y no cuando te acuestas con alguien lo suficientemente mayor
como para ser tu abuelo.
—No hay demasiados matrimonios que salgan de aquí. Sería una
excepción. —Me negué a pasar por alto la realidad de lo que sucedía
después de que las chicas consiguieran un comprador.
Al principio, lo hice. Rey me obligaba a entusiasmar a las chicas sobre
cómo sus vidas cambiarían para mejor. Ahora me había convertido en
alguien más directa, e incluso brutalmente honesta. Había recibido
demasiadas llamadas de chicas después de su experiencia en My Cherry.
Algunas incluso tuvieron que ir a terapia. Eso me dejó un mal sabor de
boca. Había que ser dura para hacer este tipo de cosas, y Sapphire era
demasiado frágil para mi gusto.
—¿Cuánto crees que podría ganar? —preguntó.
Sapphire era delgada y no lucía las curvas que algunos hombres deseaban,
pero claro, había para todo tipo de gustos. Algunos preferían los pechos
planos. Esos eran pedófilos al límite, como Peyton, que se deshizo de mí en
cuanto mis tetas crecieron demasiado. Es por eso que llevaba a rajatabla lo
de pedirles el carnet para comprobar la edad. No me quedaría de brazos
cruzados dejando que niñas menores de edad se colaran bajo mi vigilancia.
También estaba el tema de las furgonetas llenas de chicas, algunas de las
cuales no sabían ni hablar inglés. Hacía tiempo que no las veía y me
preguntaba si lo hacían en mis noches libres. Creo que hice demasiadas
preguntas sobre las chicas que parecían menores de edad.
—La oferta normalmente comienza alrededor de diez mil libras.
Ella entrelazó los dedos. —Eso ayudaría, supongo.
—¿Has besado a algún chico alguna vez o te han hecho tocamientos?
Tuve un repentino impulso de protegerla. Mi madre me había acusado
recientemente de volverme una blanda después de darle dinero a un
mendigo. Me sermoneó sobre que solo él tenía la culpa de su situación.
Traté de decirle que tal vez, por causas ajenas a él, se había perdido. Ella se
quejó de que me estaba volviendo débil y que la gente se aprovecharía de
mí.
Tal vez tenía razón, porque de repente me dieron ganas de extender un
cheque y entregárselo a Sapphire para que pudiera ayudar a su padre y vivir
una vida normal.
—Me he besado con algunos chicos. Pero… —Se encogió de hombros—.
No me interesa mucho el sexo. —Parecía avergonzada, como si lo normal
fuera que las chicas estuvieran cachondas y listas para follar con quien
fuera y cuando fuera.
Hasta que conocí a Drake, realmente no tenía ganas de follar con nadie.
—¿Cómo te sentirás cuando un hombre mayor te pase sus manos por todo
tu cuerpo?
Al menos la honestidad evitaría que, llegado el momento, ella se echara a
llorar. Ya había pasado y me llamaban diciéndome lo horrible que había
sido su experiencia o quejándose de que el hombre no se había convertido
en su sugar daddy o en su novio. Ahora, cada vez que veía un destello de
duda en sus ojos, simplemente abría la puerta de atrás y les hacía un gesto
para que se fueran.
Rey no tenía por qué enterarse, por supuesto. Todavía pensaba que yo era
virgen.
Qué risa.
Ya no necesitaba tenerlo cerca gracias a la generosidad de mi abuela,
aunque mi madre creía que una vez que Caroline supiera lo mala que era,
me echaría de una patada en el culo. A mi madre le encantaba recordarme
cómo tendría que valerme por mí misma, porque ella no estaría allí para
repartir su dinero conmigo.
Gracias mamá.
—Mira, me parece que esto es demasiado para ti. ¿Por qué no vienes esta
noche solo como mi invitada? Algunas chicas miran desde un rincón y
deciden si es algo que quieren hacer.
—No. Quiero hacerlo. Tengo que hacerlo. Tal vez si bebo unas copas…
¿Quizás droga? —Se encogió de hombros.
—¿Droga? —Fruncí el ceño—. Tú no consumes drogas, ¿verdad?
—No. Pero quizás podrían ayudarme a relajarme.
Algunas chicas ya lo habían hecho así, y yo hice la vista gorda. Lo que
hicieran con sus cuerpos era asunto suyo.
—Te he apuntado para el desfile de esta noche. ¿Todavía quieres seguir
adelante? —Miré mi reloj. Eran las siete.
—Lo haré. —Ella tragó saliva.
Le entregué la lencería. —Entonces ponte esto, te haré algunas fotos y las
pondré en nuestra página exclusiva para miembros. De esa manera, los
clientes podrán ver quién está disponible.
—¿Tenemos que bailar o algo así? —preguntó ella con voz aniñada.
—Algunas de las chicas dan unos pocos giros. Eso consigue mejores
precios. Pero normalmente se camina por el escenario junto con otras
chicas.
—¿Tengo que desnudarme? ¿O abrirme de piernas?
—A veces hay una guerra de pujas entre un par de hombres, en ese caso,
si la chica quiere, pueden entrar a una habitación privada y sí, abrirse de
piernas.
Su mueca no pasó desapercibida para mí.
—¿Por qué me sigue pareciendo que esto no es para ti? —Metí la mano
en mi bolso y saqué un talonario—. No puedo darte diez mil libras, pero
puedo darte el alquiler de un mes hasta que tu padre consiga otro trabajo.
Sus ojos se abrieron con consternación mientras negaba con la cabeza. —
No. No puedo. Pero es muy amable de tu parte. Mi padre no podrá volver a
trabajar. Tiene una enfermedad. Necesito hacer esto para salir adelante y
poder continuar mis estudios mientras trabajo a tiempo partido.
—¿Y tu madre? —pregunté.
—Se fue. —Sus labios temblaron y no pude soportarlo más.
Escribí un cheque por dos mil libras. Estaba a punto de convertirme en
millonaria. Mi vigésimo primer cumpleaños estaba a solo un mes de
distancia.
Miró el cheque. —¿Me darías esto? Ni siquiera me conoces. —Una
lágrima cayó sobre su suave y pálida mejilla.
—No se lo digas a nadie. Ahora vete.
Se puso de pie y siguió mirándome con los ojos muy abiertos. —Esto no
servirá. Quiero decir, ¿puedo ir a echar un vistazo y decidir?
Resoplé. —Bueno. Pero para ser honesta, no creo que seas adecuada para
esto. Si no te ha tocado un chico, ¿cómo te sentirás con un hombre mayor?
—¿Tal vez puedas contarme qué esperar? —Forzó una sonrisa.
—¿Alguna vez has visto porno? —¿Realmente estaba teniendo esta
conversación?
—No. —Parecía avergonzada, como si fuera analfabeta o se hubiera
perdido algo tan vital como la educación primaria.
—Siéntate ahí y déjame enseñarte algo.
Abrí mi portátil, que era el del trabajo realmente. Algo me dijo que a Rey
no le preocuparía mucho que mostrara pornografía a una posible candidata.
Él obtenía el veinte por ciento de cada subasta, y lo estaba acumulando, al
igual que yo, que me quedaba con el dos por ciento. Tan solo el mes pasado,
gané cincuenta mil libras.
Encontré a un chico follando a una chica por detrás, y se lo enseñé,
sabiendo que a la mayoría de los hombres les gustaba esa posición, y que
Sapphire tendría que ponerse a cuatro patas en algún momento si decidiera
seguir por este camino hastiado.
Sé que Peyton me hizo chupársela y hacer todo tipo de actos a la semana
de habernos conocido, pero tenía una polla pequeña, así que no fue tan
doloroso.
Estudié su rostro mientras la chica rubia del vídeo gritaba mientras un tipo
con una enorme polla la embestía una y otra vez, mientras sus manos
aplastaban sus grandes tetas.
Las cejas de Sapphire se fruncieron mientras miraba con horror. ¿O era
fascinación? La pornografía nunca me había excitado. Lo único que me
excitaba era la idea de Drake embistiéndome con su polla.
Pero él estaba perdido en su mundo de mujeres mayores con ropa ajustada
de gimnasia.
Miré el reloj. Tenía una lección de literatura a las ocho.
—¿Qué opinas? ¿Te ves haciendo eso?
—Parece que le duele. Y él la tiene muy grande.
Casi me río. —Bueno, eligen a tíos con pollas grandes para el porno. A
las mujeres les encanta las pollas grandes. ¿Nunca lo has oído?
—Parece doloroso. ¿Dónde me entraría?
—¿Te has masturbado alguna vez?
Ella sacudió la cabeza.
Cogí el cheque. —Ten. Cógelo. Por favor. No le cuentes esto a nadie,
¿vale?
Ella asintió dócilmente y me abrazó con fuerza.
—Eres muy amable y trataré de devolverte el dinero.
—Olvídalo. Ahora vete. Estoy ocupada.
Capítulo 2

Drake

CARSON BAJÓ DE SU moto, se quitó el casco y me saludó moviendo la


cabeza. —¿Cómo estás?
—Bien, supongo. Me encantan tus ruedas nuevas.
—Oh, son suaves, muy buenas. —Pasó la mano por el asiento, como si
fuera las curvas de una mujer.
Abrí la puerta de Reinicio y me eché a un lado para que entrara. —¿Qué
tal por Francia?
—Fantástico. Viajamos por el Mediterráneo en un yate. ¿Recibiste mi
postal?
Asentí. —Claro que sí. Te has puesto moreno y se te ve muy bien.
—Me siento genial. —Tenía una extraña sonrisa. Carson nunca había sido
del tipo chico feliz y despreocupado, pero parecía que la vida de casado le
había cambiado.
Me siguió a la cocina y encendí la tetera. —¿Té?
Él asintió y preparé un té antes de que llegara mi cliente. Siempre me
gustaba llegar temprano para tomar una taza de té y sentarme junto a las
ventanas para contemplar el bosque. Era una buena forma de empezar el
día. Había vivido en una casa de protección oficial la mitad de mi vida y la
única vista agradable que tenía desde nuestro pequeño balcón, era el cielo
en los días en que no desaparecía tras una nube de humos. Aparte de eso, no
había nada más que hormigón y multitud de personas de un lado para otro.
—Tendremos que revisar las listas, supongo. —Carson tomó la taza de mi
mano—. Necesito contratar a un par de instructores más. Es posible que
necesite tu ayuda en la oficina, ya que has estado a cargo de este lugar
durante mi ausencia. ¿Te importaría tener más carga de trabajo? Cobrarías
más, por supuesto.
—Me parece bien. No diré que no a más dinero. —Me reí—. Estoy
pagándome el apartamento y quiero comprarle algo mejor a mi madre.
—¿Cómo está?
—Está bien. Tiene días buenos y malos, supongo.
Me devolvió una sonrisa comprensiva y luego, volviendo a los negocios,
preguntó: —¿Me dijiste en tu mensaje que vendría alguien esta mañana
para el trabajo de capacitación?
Busqué un archivo en el escritorio. —Lo siento, es un poco complicado.
Tenía que haberlo ordenado antes de que regresaras, pero ayer tuve
bastantes sesiones de entrenamiento seguidas.
—No te preocupes, amigo. ¿A qué hora es la entrevista?
—En unos quince minutos.
—Bien. —Él asintió, luego un poco distraído, entrelazó los dedos—.
Mira... eh... gracias por cubrirme con lo de la policía.
Me encogí de hombros, como si mintiera a los policías todo el tiempo. —
Está bien. Solo les dije que estabas conmigo viendo el Arsenal-Liverpool.
Él me devolvió una sonrisa forzada y un asentimiento. —Lamento tener
que ponerte en este aprieto.
—Oye, está bien, amigo. No me importa. Lo entiendo. El tipo era un
maldito cerdo. Después de lo que le hizo a Savvie… Si hubiera sido alguien
a quien yo amase, habría hecho lo mismo.
—Mmm… —No me contradijo, lo que solo encendió mi curiosidad
porque, aunque murió de una sobredosis, algo que no es nada sorprendente
viniendo de un yonqui, me preguntaba si Carson habría tenido algo que ver
con la muerte de Bram. Pero mantuve esos pensamientos para mí.
—Un detective sigue husmeando. Me habló hace un par de días. Le conté
la misma historia. No te preocupes —dije, viendo el ceño fruncido de
Carson.
—Estoy seguro de que te lo estás preguntando, así que esto es realmente
lo que sucedió. No quiero que pienses que tuve algo que ver con su muerte.
Savvie lo sabe, al igual que mi suegra, ya que fue ella quien me envió.
Tampoco es que necesitara que me convencieran. —Puso una media sonrisa
—. Estaba yendo hacia allá, de todos modos.
La puerta de entrada sonó, y muerto de curiosidad puse los ojos en blanco.
—Esa debe ser mi entrevista. Ha llegado temprano.
Eché un vistazo a través de la puerta de cristal y en lugar de la nueva
instructora, vi a Kylie que venía acelerada, con una energía intensa y
preocupada.
Mis hombros se tensaron. Se había convertido en un problema.
Ojalá esa bebida a la que me había invitado no hubiera ido más allá. Uno
no debería culpar al alcohol de sus actos, lo sé, pero si hubiera estado
sobrio, podría haber antepuesto la profesionalidad antes de permitir que una
cliente me la chupara en su coche.
—Mierda.
Carson levantó la vista del escritorio. —¿Quién es?
—Es Kylie, una de mis clientas. Me está acosando un poco. —Aparté el
cabello de mi frente. Necesitaba cortármelo, pero Manon me decía que le
encantaba cómo me caía por la cara.
¿Por qué estoy pensando en ella?
Ese beso, estúpido.
Cerré la puerta y susurré: —La he cagado. —Kylie podía esperar.
—Ah… ¿Os estáis acostando?
—Más bien me la chupó. Ella me convenció para entrar a su coche.
Carson pareció reprimir una risa. —Eres bastante popular entre las chicas.
Nos hemos dado cuenta.
—Por eso que estoy contratando entrenadoras. Necesitamos que la cosa se
equilibre.
El asintió. —Totalmente de acuerdo. Será mejor que salgas y veas lo que
quiere.
Resoplé. —¿No puedes decirle que no estoy aquí?
Él se rio. —Podría, pero creo que ha llegado la entrevista. —Inclinó la
cabeza hacia la ventana y vimos a una mujer joven—. Ella también es
guapa. —Su ceja se levantó.
—Son todas jodidamente guapas.
Sin embargo, ninguna tanto como Manon.
Carson se levantó. —Estoy seguro de que hay muchos tipos a los que les
encantaría tener tu problema. Será mejor que salgas. No te preocupes, no va
a comerte, no es una tigresa.
—No. Es más como un puma. —Le dejé allí riéndose.
Kylie se puso frente al espejo. Obsesionada con el cuerpo, le gustaba
mirarse a sí misma. Cada vez que entrenábamos, ella siempre se miraba el
trasero o se levantaba las tetas.
—Hola, Kylie. No sabía que teníamos una sesión reservada. —Traté de
sonar desenfadado.
Se pasó las manos por el cabello rubio, alisándolo, algo que siempre
hacía.
—No me has devuelto las llamadas. —Kylie no aceptaba un no por
respuesta. Como si el mundo se lo debiera o algo así. ¿O era una
particularidad de los ricos?
—Lo siento, he estado ocupado. ¿Teníamos una sesión programada?
—No. —Ella movió los hombros, algo que hacía cuando estaba a punto
de saltar.
Realmente no quería estar con ella. Con la luz de la mañana, y sobrio
como un roble, no encontraba atractiva la apariencia cuidada de Kylie.
Manon a veces se excedía con el maquillaje, pero al menos sus labios no
se habían vuelto como los de un pato y sus tetas eran reales. Al menos, por
lo que pude intuir a través de esos diminutos tops que se ponía y que
siempre me hacían olvidar mi nombre.
Una joven rubia entró y se paró torpemente en la puerta. Agradecí la
interrupción porque no sabía qué más decir. La charla trivial nunca había
sido mi fuerte.
—Debes estar aquí por la entrevista.
Kylie miró a la chica de arriba abajo. —¿Estáis contratando a gente?
—Necesitamos instructoras. Y creo que Terese también da clases de
Pilates.
Terese asintió.
—Oh. Yo ya tengo mis clases. Me gusta el entrenamiento personal. —
Kylie me lanzó una sonrisa coqueta y me encogí, esperando que Terese no
se hubiera dado cuenta.
Me volví hacia Terese. —¿Puedes darme un minuto? Vete echando un
vistazo y te llamaré en cinco minutos.
Ella asintió y sonrió. —Por supuesto. Gracias.
Una vez que salí, comencé a rascarme tanto el cuello que me salió una
roncha, algo que me sucedía cada vez que me sentía incómodo. —Sobre la
de la otra noche...
Kylie miró por encima de mi hombro y me giré encontrándome a Manon,
quien me miró a mí y luego a Kylie, con la sospecha escrita en su bonito
rostro, como si nos hubiera encontrado desnudos.
—Ah, perdón ¿interrumpo algo íntimo? —preguntó Manon.
Abrí la boca para responder con un rotundo ‘no’ cuando Kylie respondió:
—Sí, así es. —Observó a Manon y luego la mujer que había secuestrado mi
cordura me miró con un ‘¿cómo has podido?’, frunció el ceño y se fue.
Me quedé congelado como un idiota.
¿Cómo podía permitir que este malentendido se hiciera más grande? Yo
no había hecho nada. ¿O sí?
Capítulo 3

Manon

AHÍ ESTABA YO, A punto de invitar a Drake a la fiesta de cumpleaños


que mi abuela insistió en organizarme, y le encuentro perdido en una
emotiva conversación con una de esas ‘tetas falsas’. Así que me fui con
paso decidido.
Solía reaccionar de forma exagerada. Siempre me había pasado. Algunos
días, me hervía la sangre hasta por las cosas más absurdas. Pero esto no era
algo trivial. Era Drake. El chico con el que había querido follar desde
siempre. Al menos, desde el momento en que le vi sin camiseta trabajando
en el huerto.
Apreté los labios con fuerza para ahogar un grito y sacudí la cabeza en su
lugar.
¿Qué ve en las mujeres mayores?
¿Era porque tenían más experiencia? ¿Sus labios operados hacían buenas
mamadas?
¿O a Drake le gustaba que fuera la mujer la seductora?
Fui yo quien le había empujado contra aquel árbol para darle un beso.
¿Tomé yo la iniciativa?
Él casi me arranca la boca. ¡Qué beso! Apasionado. Nunca antes alguien
me había besado así.
No tenía precisamente mucha experiencia. Después de Peyton, me
mantuve alejada de los hombres. Mi cuerpo era una mercancía, como se
encargaba de recordarme mi querida madre. No me permitiría estar como
una tonta detrás de un chico o de un hombre, no como otras chicas con las
que crecí. Usaría mis encantos para conseguir al hombre más rico que
pudiera encontrar. Uno guapo, como Peyton.
Entonces conocí a Rey. Y bueno, era más rico que Peyton, pero me
asustaba demasiado. Así que, en lugar de a mí, le conseguí a otras chicas.
La sensación de los labios de Drake sobre los míos y cómo había
conseguido que mi cuerpo ardiera bajo sus manos, se había convertido en
mi fantasía favorita. Incluso tuve que tocarme aquella noche para desfogar
ese deseo implacable. Peyton me había enseñado todo sobre mi pequeño
centro de placer, así es como llamaba él a mi clítoris. Pero yo nunca había
estado del todo interesada en toquetearme a mí misma. Hasta ahora.
Maldito Drake. ¿Por qué tenía que estar tan bueno?
Incapaz de resistirme, me giré para mirarle y ahora su mano había subido
por su brazo hasta donde el tatuaje de serpiente se envolvía alrededor de su
musculoso brazo.
Mi corazón se hundió.
¿Drake la deseaba? ¿O era al revés?
Ella desprendía una energía agresiva, parecía que Drake estaba tratando
de escapar. ¿O era culpa lo que veía reflejado en su rostro al haberles
pillado?
Con la camiseta azul de Reinicio y unos vaqueros que dejaban ver sus
piernas largas y musculosas, Drake estaba aún más atractivo que la última
vez que le vi. Y me encantaba que su pelo hubiera crecido más y la forma
en que le caía sobre el rostro.
Este enamoramiento implacable tenía que parar. Drake no estaba
interesado en mí.
Entonces, ¿por qué me besó así?
Prácticamente me folló en seco. ¿O era así como trataba a todas las
chicas, incluida esa mujer demasiado maquillada? Quiero decir, ¿quién se
pone tanto maquillaje por la mañana? El truco para un buen maquillaje
durante el día es hacer que parezca que no llevas nada.
Era toda una experta en eso.
Mi mañana había comenzado a las mil maravillas y Drake era el primero
al que quería invitar a mi fiesta de cumpleaños, la primera que celebraría en
mi vida. Mamá no creía en ellas. Ella no creía en prácticamente nada. Sólo
en el dinero, las compras y la caza de ricos.
Aparte de Sapphire, que se había convertido en una especie de amiga,
Drake era la única persona a la que pensé en invitar. Después de todo,
habíamos conectado. Sé que solo fue un beso, pero me tocó el culo…
bueno, más bien me lo estrujó.
No podía dejar de pensar en cómo apretó su cuerpo contra el mío. Incluso
me puse húmeda e hinchada. Eso normalmente nunca me pasaba por un
simple beso. Habría dejado que me follara, pero se alejó, diciéndome que
no era profesional de su parte.
¿No era profesional?
Vaya mierda, pobre excusa.
Tal vez simplemente no le caía bien. Pero entonces, ¿a qué vino esa
enorme erección clavándose contra mí mientras me inmovilizaba contra el
árbol?
Si consideró poco profesional ponernos tan cachondos, ¿por qué esa
clienta estaba a punto de meterle la lengua en la boca y seguir con el resto?
No estaban haciendo ejercicio, precisamente. ¿O hacía sus estiramientos en
la cama con él?
Basta ya. Puede irse a la mierda con sus tetas falsas.
No tenía nada de qué quejarme. Estaba a punto de ser rica. Estaba
viviendo una gran vida y tenía una tarjeta de crédito cargada, lo que
significaba que ya no tendría que robar.
Mientras regresaba a Merivale, me encontré con mi abuela y Cary, y
Bertie correteando a sus pies.
En todo el tiempo que llevaba viviendo allí, siempre había visto a mi
abuela con zapatos Louis Vuitton, así que me sorprendió verla con cuñas de
tiras anudadas a los tobillos. Sin embargo, su estilo era sencillo, con
pantalones rosa ajustados hasta los tobillos y una camisa floral de lino.
A diferencia de mi madre, que tenía que esforzarse para parecer cualquier
otra cosa. Pero supongo que es cierto lo que dicen: puedes sacar a una chica
de la cuneta, pero no puedes sacar la cuneta de una chica. Esa nunca sería
yo. Nunca me convertiría en mi madre.
—Es una agradable mañana para dar un paseo —dije, tratando de sonar
alegre.
Con su brazo enlazado al de Cary, se la veía enamorada, y eso me hizo
sonreír.
Esa sería yo en el futuro.
Sin embargo, significaba para mí algo un poco más profundo que
simplemente mi modelo a seguir. Amaba a mi abuela. Al principio fue
gratitud por aceptarme, a pesar de mi comportamiento de mierda, pero
luego, los sentimientos de afecto siguieron creciendo, como si ella fuera esa
madre que desearía haber tenido.
Todavía no podía creer que me hubiera perdonado por empeñar su collar
de rubíes, un collar que Will le robó como regalo para mi madre y que
luego yo robé a mi madre. Una transacción libre de culpa, hasta que mi
comprensiva abuela me dijo que me quedara con el dinero. Algo cambió en
mí ese día, porque esperaba que me diera una bofetada, no un beso.
Will tuvo la culpa. Creo que mi abuela lo entendió. Él era el malo, junto
con mi madre, que conspiraba para robarles. Les había oído planeándolo.
Fue idea de ella, aunque él se estaba pudriendo en la cárcel.
Después de todo aquello, la abuela me invitó a su casa, a vivir allí como
una familia. No podía creérmelo. Incluso después de que Savvie se quejara
de que la había robado la ropa, algo a lo que me era muy difícil resistirme
—mi tía siempre había derramado estilo por todos sus poros—, mi abuela
hizo la vista gorda.
Se volvió hacia Cary. —Manon cumple veintiún años en unas pocas
semanas y le he sugerido hacer una fiesta en Merivale.
Las cejas de Cary se levantaron. ¿Qué se pensaba? ¿Que iba a invitar a un
montón de fiesteros de Londres?
No tenía nada de qué preocuparse. Cuando se trataba de amigos, casi no
conocía a nadie. Siempre me había mantenido sola.
Sapphire siguió llamando. Incluso me ofrecí a encontrarnos en Londres
para ir de compras y tomar un helado. No podría sugerir exactamente ir a
Fox and Hound, ya que solo tenía dieciséis años. Además, a mí no me
gustaba mucho beber. Con una copa de champán ya me ponía a decir
tonterías.
Sapphire siguió agradeciéndome mi ayuda y quería que supiera cómo
estaba su padre y que ella se había inscrito en un curso. Me sentí bien al
ayudarla. Una sensación extraña, porque en realidad nunca había regalado
dinero así a nadie.
Me incliné para acariciar a Bertie, que me lamió la mano. A veces dormía
a los pies de mi cama, en las noches en las que el viento hacía crujir todas
las puertas.
—Estoy libre esta tarde si quieres que repasemos tu trabajo —dijo mi
abuela, hablando sobre el curso on line en el que me había inscrito para
mejorar mi dicción y vocabulario.
Me removí inquieta; no quería que nadie más supiera que estaba
estudiando por si no aprobaba los exámenes. Al menos tenía mi título de
esteticien, pero eso fue fácil. Me encantaba el maquillaje. Desde entonces
descubrí que tampoco me importaba leer, a pesar de que me desafiaran las
palabras raras.
Se giró rápidamente hacia Cary, que, por alguna razón, parecía
desconcertado. —Manon está cursando el último grado de inglés.
Su rostro se iluminó, como si hubiera rescatado una ballena varada. —
¡Esa es una noticia maravillosa!
Mi abuela puso una sonrisa orgullosa y motivadora que me impulsaba a
hacer algo mejor que convertirme en una de esas chicas de grandes tetas y
vagina apretada que mi madre quería para mí, puesto que, según ella, eran
mis únicas cualidades útiles.
—¿Has elegido ya algún libro? —preguntó.
Nunca había sido una gran lectora y ahora, de repente, tenía que leer
libros con palabras largas. Los únicos libros que había leído eran los de
Harry Potter. Cuando encontré uno tirado en el colegio, no pude parar de
leerlo. Me imaginaba que era Hermione; era un modo de escapar de toda la
sordidez que se vivía en mi casa.
—Eh... me resulta difícil empezar, para ser honesta. —Cambié el peso de
pierna. Odiaba admitir que no podía concentrarme, principalmente por
trabajar hasta tarde para Rey cuatro noches a la semana, y toda la gestión
diaria para entrevistar a las chicas.
—¿Has leído algo ya? —preguntó Cary.
Era escritor, así que supongo que su curiosidad tenía sentido.
—Leí a Tess, la de los d'Urberville.
—Ah, Hardy. Gran historia. Un escritor muy influyente. —Hablaba como
si fuera su mejor amigo o algo así.
—Me gustó. —Esperaba que no me pidiera que entrara en muchos
detalles. Mi abuela casi tuvo que escribirme el ensayo sobre ese libro—. Me
fue un poco difícil entender algunas partes.
—Pasó momentos difíciles con la lengua vernácula —agregó mi abuela
en tono amable.
Cary asintió con comprensión. —Los diálogos en esas historias del siglo
XIX pueden ser bastante desafiantes. Dickens, el contemporáneo más joven
de Hardy, también tenía un elenco interminable de personajes que hablaban
en sus lenguas locales.
—Creo que prefiero los finales felices. No me gustó lo que le pasó a ella.
Con una mirada comprensiva, asintió lentamente. —Exactamente. En
aquel entonces, los libros no pretendían evocar consuelo en el lector, sino a
arrojar luz sobre las luchas humanas.
—La violaron —le dije.
—Trágico. Lo sé. —Su boca se torció en una sonrisa triste—. Se me
vienen a la cabeza varios libros del siglo XVIII y XIX que retratan la difícil
situación de las mujeres. Clarissa. Madame Bovary. Ana Karenina. Solo
algunos que se me ocurren ahora.
—Los he visto en mi lista de lectura. Prefiero algo que tenga un final feliz
—dije.
—Entonces tendrás que leer Jane Eyre. Eso termina bien. O Orgullo y
Prejuicio. Pero no leas Cumbres Borrascosas.
—Oh, no sé yo —dijo mi abuela—, Heathcliff termina con Cathy al final.
Sus espíritus se encuentran en los páramos.
En vez de seguir en esa madriguera de literatura, prefería hablar sobre mi
fiesta, pero me gustó que mostraran interés en mí.
—A Manon le fue bien con un ensayo sobre un monólogo de
Shakespeare.
—Oh. —El rostro de Cary se iluminó. Este era su mundo, después de
todo; de la misma manera que la sombra de ojos y la ropa eran el mío.
—Obtuvo una distinción por el famoso soliloquio de Julieta.
—¿De verdad? ¿Cuál?
Me miró y me mordí el labio.
—Si no recuerdo mal, era el tercer acto —dijo.
Claramente, Cary se estaba divirtiendo. —Galopad a buen ritmo, corceles
de pies ardientes...
Incluso lo recitó con voz de niña y tuve que reírme. —Ese es. Guau. Estoy
impresionada. ¡Lo sabes todo!
El asintió. —Interpreté a Mercucio en la universidad; fueron mis quince
segundos de fama pisando las tablas.
—La parte de Mercucio es más larga que eso —dijo mi abuela antes de
volver su atención hacia mí—. ¿Has empezado ya con Virginia Woolf?
—Empecé con El Amante de Lady Chatterley.
—Oh, ese termina bien. —Cary parecía contento, como si fuera él quien
tuviera que leer el libro.
Aun así, me motivó sentarme junto al estanque de los patos con la copia
mohosa y de páginas amarillentas que había encontrado en la biblioteca de
Merivale.
—Me gusta la trama.
Él asintió, sosteniendo su barbilla. —Entonces prueba con Somerset
Maugham. Es un gigante. De La Esclavitud Humana es un gran libro.
—No es BDSM, ¿verdad? Me gustó Cincuenta Sombras, pero no las
partes de los latigazos. —Solo había visto la película, pero no iba a
admitirlo.
Miró a mi abuela y sonrió. —Ni se le parece. Y ahora que lo pienso, ese
libro es bastante deprimente. Pero fue una lectura brillante que me cambió
la vida, sin duda.
Hablando de libros los dejé, pensando que, si quería desarrollar mi mente,
Merivale era el lugar perfecto.
A continuación, me llegó un mensaje de texto de Drake. —Oye, no estaba
pasando nada antes. ¿Venías a verme por algo?
—Tal vez. —Quise hacerme la misteriosa. Quería que viniera detrás de
mí, para variar.
Capítulo 4

Drake

TERESE PARECÍA ENCAJAR PERFECTAMENTE en Reinicio, y me


venía bien como excusa para irme tan pronto como empezaran más
instructoras. Prefería trabajar al aire libre y tenía la vista puesta en la granja
orgánica. Declan ya me había ofrecido trabajar allí, pero con los
entrenamientos personales y el trabajo de seguridad, no tenía tiempo.
Estaba agotado de ser entrenador personal, me exasperaban las
expectativas poco realistas de la gente. Los hombres querían resultados
instantáneos, y algunas mujeres tenían opiniones muy distorsionadas sobre
sus cuerpos. Parecía más bien un psicólogo o un terapeuta en vez de un
entrenador.
Perdido en mis pensamientos, preguntándome qué querría Manon, me
sobresalté cuando Kylie me acorraló.
—Ah, todavía estás aquí. —No sé de qué me sorprendía, Kylie no
aceptaba un 'no' por respuesta.
Se pasó la lengua por los labios y sus ojos se suavizaron. Sí, hacía unas
mamadas increíbles. Pero nunca debí caer en sus redes, fue un gran error.
La culpa fue de la cerveza y de la glándula masculina hiperactiva, que se
me había despertado aún más, gracias a Manon. No hacía falta mucho
cuando estaba con ella para que mi corazón se acelerara como si hubiera
corrido una maratón.
Las tetas de Manon presionadas contra mí y sus suaves labios sobre los
míos, seguían apareciendo sin cesar en mi cabeza, después del mejor beso
que jamás me habían dado.
—¿Adónde vas ahora? —preguntó Kylie.
—Estoy a punto de salir a correr. —Para hacerla ver que me iba, seguí
caminando hacia el bosque, lo que probablemente fue una mala idea ya que
Kylie empezó a seguirme.
La fina tela de su top se pegaba a sus pezones. No es que estuviera
mirando, pero con esos senos voluptuosos resultaba difícil no darse cuenta.
Tenía que decirla algo. —Eh… sobre lo de la otra noche…
—Te gustó, ¿verdad? —Ella sonrió.
Apreté los dientes y antes de que pudiera responder, me empujó contra un
árbol y me agarró la polla, mientras se pasaba la lengua por los labios. —
Oh, me encanta tocártela. La tienes tan grande. ¿No te gustaría que me
corriera por toda esa gran polla tuya?
Siguió frotándome el pene, y finalmente se me puso duro. Intenté pensar
en otra cosa, como que tenía que conducir hasta Londres para visitar a mi
madre.
Me alejé. Cuando empezó a tocarse las tetas, supe que tenía que alejarme
rápido antes de que se quitara la parte superior, pero ya era demasiado tarde,
en cuestión de segundos sus tetas salieron disparadas al levantarse ese
minúsculo top y las agitó frente a mí. Casi me echo a reír. Toda esa
situación era ridícula, pero también peligrosamente pública. La gente a
menudo paseaba por ese camino.
Escuché fuertes jadeos a mis pies y miré hacia abajo; vi a Bertie, el corgi
de Merivale, meneando la cola y feliz de verme, mientras lamía mis
zapatillas. De lejos, Caroline y su novio se acercaban cogidos del brazo.
—Será mejor que te vayas. Por favor. No pueden verme en esta situación.
Me incliné y acaricié a Bertie. —Gracias por limpiar mis zapatos—.
Siempre hacía lo mismo. Debía ser por el hueso que le di.
Ella chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco. —¿Esta noche en mi
apartamento?
Negué con la cabeza. —Fue solo cosa de una vez. No estoy…
Miré por encima de su hombro, acababa de taparse cuando Caroline y
Cary nos alcanzaron.
Les saludé con la mano y ellos miraron a Kylie, que les dedicó una de sus
sonrisas sexys; me quise morir en el acto.
—Buen día para dar un paseo —dije.
—Me has ahorrado una llamada. —Caroline le lanzó a Kylie una mirada
rápida antes de volver a prestarme atención—. Hay una fiesta en tres
semanas para celebrar el veintiún cumpleaños de Manon. ¿Crees que
podrías trabajar en la seguridad esa noche?
—Por supuesto. —Sonreí.
—Bien. Te enviaré los detalles. —Llamó a Bertie, que se había ido
corriendo entre los matorrales.
Les hice señas y me volví hacia Kylie. —Tengo que irme.
—¿No ibas a correr? Se me ocurre algo mejor para hacer bombear tu
corazón.
—No. —Mi voz tomó la delantera.
Mi cabeza se llenó de pensamientos sobre esa fiesta, preguntándome si
habría recibido una invitación. Hubiera preferido ser un invitado en lugar de
trabajar, pero Caroline me lo había pedido y el dinero me vendría bien.
Quería pagar mi apartamento lo antes posible.
Kylie me siguió de vuelta a Reinicio y dejé de caminar. —Mira, fue solo
una vez, ¿vale? Ahora tengo que irme a trabajar.
Su boca se torció hacia abajo. —Pero estabas muy interesado en mí la otra
noche.
Tomé una respiración profunda. —No estoy buscando nada en este
momento.
Ella inclinó la cabeza. —Podemos ser solo follamigos.
—No. —Mis hombros se tensaron. Esto era totalmente ridículo—. Ahora,
por favor, vete.
—Bueno, si eso es lo que quieres… Presentaré una queja sobre cómo me
tocaste inapropiadamente mientras hacía flexiones.
—Eso es mentira y lo sabes. —Me di la vuelta.
—Mmm, me pones tan cachonda cuando te enfadas… —Sonrió.
Resoplé. —Lo siento si te di la impresión equivocada la otra noche. Como
te he dicho, no busco nada. ¿Vale?
Parecía a punto de llorar, lo que me hizo arrepentirme de mi tono tan
serio. —Nos veremos pronto, ¿de acuerdo? —Le lancé una pequeña sonrisa
—; para una sesión de entrenamiento, quiero decir.
—Mmm… tal vez. Sin embargo, te has aprovechado de mí. —Se dio la
vuelta bruscamente y se alejó.
Me quedé allí sacudiendo la cabeza, esperando que esto no volviera a
darme más problemas.
Necesitaba contarle a Carson lo de Kylie, aunque solo fuera para que me
aconsejara, en caso de que sus amenazas se hicieran realidad. Cuando entré
al gimnasio, encontré a Carson y Savvie abrazándose y besándose.
Me vieron y se separaron.
—Lo siento. —Levanté las manos.
Savvie parecía haber estado llorando, a pesar de su brillante sonrisa. Eso
me confundió. Carson también tenía lágrimas en los ojos. Me sentí como un
idiota de primera clase por interrumpir algún tipo de momento especial.
—Debería dejaros a solas.
—No. Está bien, de verdad. Mi hermosa esposa estaba a punto de irse.
Ella inclinó su rostro y sonrió dulcemente.
Formaban la pareja perfecta para el ejemplo de un matrimonio feliz, y
pensé que, si alguna vez me casaba, esperaba tener lo mismo.
Savvie se giró hacia Carson. —Puedes decírselo.
—Acabamos de enterarnos de que mi hermosa esposa está embarazada.
Abracé a Savvie y luego a Carson. —¡Esa es una muy buena noticia!
Estoy muy feliz por vosotros.
Carson siguió negando con la cabeza y mirando a Savvie, como si hubiera
ocurrido un milagro.
A pesar de buscar el consejo de Carson sobre Kylie, no quería arruinar ese
momento de felicidad y fingí que me había olvidado algo.
Salí de Reinicio, agobiado por la ansiedad.
¿Kylie estaba a punto de causarme problemas?
Capítulo 5

Manon

HABÍA RISITAS NERVIOSAS POR todas partes y chicas hablando a la


vez. Me convertí en la hermana mayor de todas ayudándolas con el
maquillaje.
Summer me miró con ojos saltones mientras añadía un poco más de lápiz
labial a sus labios carnosos. Ella lo haría bien. Cuatro hombres ya habían
hecho una oferta por ella.
Mirándome a través del espejo, me puso una sonrisa agradecida. —Eres
genial en esto.
—Gracias. —Revolví un poco su cabello rubio.
Ella se lo colocó de nuevo. —Me gusta liso.
—Confía en mí, ofrecerán más si parece que acabas de levantarte de la
cama.
Su risa tensa reveló su ansiedad. Algo a lo que me había acostumbrado
con alarmante frecuencia mientras trabajaba en Cherry, algo que llegó a
afectarme. La dureza de mi madre no se me había pegado del todo gracias a
mis mejores esfuerzos, pero tenía que seguir despegándome de las
situaciones y de las personas.
Dejando a un lado el nerviosismo que se respiraba, que era casi todas las
noches en My Cherry, hasta ahora había sido una noche fácil. Sin dramas.
Sin charlas de ánimo. Y después de asegurarnos de que se veían bien con su
lencería sexy, estábamos listas para comenzar.
Oscuramente iluminada con lámparas en cada mesa, la habitación morada
tenía un toque artístico, con elegantes imágenes de desnudos en blanco y
negro en las paredes.
Rey estaba sentado en la barra del bar, charlando con uno de los clientes,
a quien no había visto antes. La lista de espera era larga. Venían de todas
partes.
Además de satisfacer su propio apetito por las jóvenes y vírgenes, My
Cherry también estaba llenando los bolsillos ya repletos de Rey. Además,
siempre se compraba a alguna chica. Una a la semana. Ese hombre era
insaciable.
Incluso le pregunté por qué no se echaba novia. Hizo una mueca como si
le hubiera sugerido que se hiciera una cresta o algo igual de ridículo.
—No me gusta encariñarme. Se trata de placer sexual. Hablando de eso…
Puse los ojos en blanco. —Las fotos son todo lo que te puedo dar de mí,
Rey. Todavía no estoy lista.
Ahí estaba, engañándole de nuevo. Solo necesitaba esos cinco millones de
libras en mi cuenta bancaria y luego podría alejarme de toda esta sordidez.
Esperaba el día de mi cumpleaños como agua de mayo, porque por fin
podría ser independiente y tomar decisiones no relacionadas con la
capitalización de mis supuestos activos físicos.
Rey sabía muy poco sobre mí. Todavía pensaba que yo era pura. ¡Qué
risa! Mi madre me decía que lo mantuviera cerca para que se casara
conmigo, pero Rey no era de los que se casaban.
Si me entregaba a él, sería un millón de libras más rica, pero me
arriesgaría a que me echaran de Merivale. Mi abuela me había dejado claro
que, si me iba con Rey, me daría la espalda.
Incluso sin el dinero, habría elegido a mi abuela antes que a Rey.
Disfrutaba de estar allí. Pero ahora podía tener lo mejor de ambos mundos:
un apartamento en Londres y una habitación en Merivale.
—¿Ya ha llegado? —Rey preguntó por la chica que le había preparado.
—Natalia está interesada en ser subastada. Tiene el ojo puesto en una
cantidad alta y algo me dice que diez mil no son suficientes.
—Si ella lo vale, pujaré más alto. ¿Puedes organizar una reunión privada?
—Su ceja se levantó.
Sabíamos lo que eso significaba. Ya lo había visto. No pude evitarlo. Soy
demasiado curiosa para mi propio bien. La chica fue llevada a una
habitación privada donde se desnudó y abrió bien las piernas. Juro que hasta
pude escuchar a los hombres gruñir y la habitación se inundó de un olor
espeso a almizcle, que supongo que era el olor de la lujuria.
—Hablaré con ella ahora, si quieres.
Él asintió. —Antes de que se abran las puertas. No quiero que nadie más
la tenga.
—Ella ha venido pensando en la subasta. Como he dicho, lo quiere todo.
Vacaciones, una gran suma, una tarjeta de crédito…
—¿Lo sabes de su boca?
—Me lo dijo cuando se presentó voluntaria. Te envié los detalles.
—Sí. —Sus ojos azules tenían un brillo hambriento, como si estuviera a
punto de atiborrarse de algo.
—¿La envío a la habitación privada, entonces?
Él asintió.
Regresé al camerino donde Natalia se estaba ajustando las medias y
pasándose las manos por sus piernas largas y tonificadas.
Después de explicarle la oferta de Rey, Natalia se cruzó de brazos. —
Quiero más de mil libras si voy a mostrarme a cualquiera. Gano más en
Onlyfans.
Sabía a lo que se refería. Ya lo había hecho. Supe dejarlo atrás. No podía
soportar la idea de un grupo de asquerosos masturbándose por mí, incluso si
me suponía un buen dinero. Sin embargo, nunca me rebajé a mostrar
imágenes mías de piernas abiertas. Demasiado personal.
Cuando tenía quince años, mi madre me acusó de ser una mojigata por
negarme a desnudarme para un hombre que había traído a casa con la
esperanza de venderme. Justo cuando estaba a punto de salir corriendo, me
presentó a Peyton, que lejos de babear por verme de piernas abiertas, me
llevó a cenar a un restaurante elegante, me emborrachó y luego me folló a
más no poder.
—¿Querrá verme entera? —preguntó Natalia.
—Tendrás que desnudarte.
—¿Podré ir a París o a cualquier parte? —Con sus grandes tetas y esa cara
bonita, podría poner el precio que quisiera, imaginé. Ella no lo sabía, pero
era una tigresa, y a Rey le gustaba la cacería. Para tener veinte años, parecía
muy madura, lo que me hizo cuestionarme si realmente era virgen.
—Puedes hablarlo con él.
—Pero necesito saber cuánto.
—Por eso quiere verte y hablarlo directamente contigo. ¿Vale?
—¿Al menos me adelanta algo, por si acaso?
Sonreí. —El adelanto son las mil libras que recibes por venir.
—Mmm... ¿Cómo es él? —Natalia tenía un fuerte acento.
—¿Tienes tus papeles en orden?
—Soy de Serbia y estoy aquí con un visado.
—Es asquerosamente rico.
—¿De los que se casan? —Su ceja se elevó.
Negué con la cabeza. —Pocos de ellos hacen eso. Pero oye, eso te dará la
oportunidad de casarte con alguien que te guste.
Su boca se torció hacia abajo. —Eso es una mierda. Mi madre se casó por
amor y mi padre terminó siendo un gilipollas.
Tuve que sonreír tristemente al oír eso. Había escuchado esa historia
demasiadas veces. Pensé en mi verdadero padre. Él también era un
gilipollas, pero todavía pensaba en él con demasiada frecuencia para
sentirme cómoda.
Mi madre no era exactamente lo que se dice una esposa cariñosa, así que
me imagino que ella se lo buscó. Tal vez por eso me golpeaba.
La sala privada tenía una cama, un sofá de terciopelo e iluminación
ambiental.
Le hice un gesto a Natalia para que entrara. —¿Tú también entras? No
quiero estar sola.
Aunque me imaginaba que a Rey no le gustaría mi presencia, la seguí
adentro.
Con una bata de seda que cubría su cuerpo casi desnudo, las únicas
prendas de Natalia eran un tanga y un diminuto sostén.
Su culo redondo y firme sobresalía y sus tetas copa D eran naturales.
Debía arrasar en Onlyfans, estaba segura de ello.
¿Por qué necesitaba la polla de un anciano entonces? La pregunta era
insignificante.
Podría haber conseguido a alguien más joven, más buenorro y rico,
simplemente pasando el rato en los locales correctos. No iba a darle esa
información. No me gustó su actitud. Me pareció arrogante.
Perfecta para Rey.
Entró en la habitación y él me hizo un gesto para que los dejara.
—No. Ella se queda —exigió Natalia.
—No es así como funciona esto, normalmente. —Una sonrisa se retorció
en sus delgados labios.
—Entonces me subastaré junto a las otras chicas. —Su fuerte acento,
ligeramente ronco, la hacía más sexy aún.
Rey me miró y me encogí de hombros. Me indicó que me sentara en la
esquina, lejos de la cama. Bien por mí. No quería presenciar todo ese asunto
ginecológico.
—Quítate la bata —dijo.
Natalia la dejó caer al suelo.
Lentamente sus ojos recorrieron de arriba abajo su cuerpo esbelto y
curvilíneo. —¿Nunca te han follado?
Ella sacudió la cabeza.
—Vaya sorpresa.
Ahí estaba de acuerdo.
—Me he estado reservando. —Natalia puso una voz más suave.
Todas dicen eso.
—¿A qué?
—Quiero la residencia y un esposo rico.
Tuve que apretar los labios.
—Lo primero probablemente pueda conseguírtelo, lo segundo… bueno,
no dudo que puedas encontrar a uno, pero no yo.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado. —Lástima. Me gustas.
Me dieron ganas de vomitar.
—No soy de los que se casan, Natalia. Pero eres una maravilla. Y si voy a
pagar tu precio, necesito una muestra.
Me retorcí. Realmente no necesitaba ver esto.
Se pasó la lengua por los labios. —Estaré encantada de chuparte la polla.
Pero por el precio adecuado.
—Eh… ¿puedo irme ya? —Ver una mamada no era mi idea de diversión.
—No. Quédate. —Su tono era frío y duro.
—¿Cuánto quieres para que ella se vaya?
—Mmm... cincuenta mil. —Levantó el dedo—. Pero solo podrás mirar y
tal vez tocar un poco. Sin follar. Todavía.
Rey estaba de espaldas a mí, por lo que no podía ver su rostro, pero tuve
la sensación de que esta chica lo tenía cautivado.
Cincuenta mil era una noche de casino para él. Le había visto perder
mucho dinero en el Salon Soir, lo que me parecía extraño, ya que él era el
dueño. Pero después me dijo que le encantaba el póquer.
—Está bien. —Agitó su mano para que me fuera.
Feliz de cumplir, me apresuré y me aseguré de que las otras cinco chicas
estuvieran listas para desfilar ante un grupo de hombres cachondos.
Capítulo 6

Drake

MI MADRE ME ACARICIÓ la cara. —Cada vez que te veo, estás aún más
guapo. Debes tener a todas las chicas locas.
En eso tiene razón. Solo que a la chica equivocada.
Guardé la comida en el armario y la nevera. Era mi visita semanal a la
casa de protección oficial de mi madre, en Lewisham. Nos mudamos allí
cuando yo tenía diez años después de que mi madre, incapaz de trabajar, ya
no pudiera cubrir los gastos de la hipoteca de nuestra casa en Brixton, en la
que yo nací y que tenía jardín trasero.
Ahora que estaba ganando un buen sueldo, pagaba la comida y los gastos
de mi madre. Ella tenía una pensión por discapacidad y lo que más deseaba
para ella era un apartamento en Bridesmere.
—También has engordado más. —Parecía complacida.
Así de extraña era la vida: mi madre me quería gordito, mientras el resto
del mundo predicaba que estar musculoso y delgado nos haría tener una
vida sana y feliz. Aunque levantar pesas y correr me hacía sentir menos
ansioso y más saludable, realmente no me importaba mi físico.
Especialmente después de presenciar cómo las personas obsesionadas con
el cuerpo, perdían tanto tiempo mirándose en el espejo, anhelando la
perfección.
Preparé una taza de té y me senté frente al televisor. Mi madre podía
moverse en los días buenos, pero en los días malos, que según ella era en
función del clima, sufría de mucho dolor.
—Gracias amor. —Cogió su taza y tomó un sorbo—. Entonces, ¿has
invitado a salir a esa chica que te gusta?
Negué con la cabeza. —No sé. Me parece un poco complicado.
—Ella es joven. Todo es complicado a esa edad, cariño. Pero, si te gusta,
al menos deberías conocerla.
Sabias palabras. Quizás estaba siendo demasiado presuntuoso con Manon.
Ojalá no trabajara en ese sórdido antro, me hacía seguir preguntándome
cuál era su relación con Crisp. Había visto cómo coqueteaba con él en una
de las fiestas de Merivale.
La idea de que ella se hubiera acostado con él me enfermaba, a pesar de
que no tenía ningún derecho sobre ella, pero Manon me había llegado a lo
más profundo. Y ese beso…. Todavía no me había sacado eso de mi cuerpo
ni de mi cabeza. Tal vez nunca lo haría. Nunca antes había tenido un
impulso así. Pero tampoco nunca antes había agarrado un trasero como el
de Manon. Necesitaba una ducha fría solo con pensar en ella frotando sus
tetas contra mí y en lo suaves que eran sus labios; y juraría que incluso
todavía podía oler su perfume floral.
—¿Quieres que pida pizza? —Cogí el teléfono para hacer la llamada,
cuando un montón de mensajes de Kylie aparecieron en mi pantalla.
Mierda.
—¿Estás seguro de que no puedes quedarte a cenar, al menos? —me
preguntó.
Apelando a mi corazón y a mis instintos protectores, sus ojos brillaron
con necesidad, aunque ella habría sido la primera en negarlo. Mi madre
odiaba ser una carga para nadie. Yo no la veía así. Por eso quería tenerla
más cerca de mi trabajo para poder visitarla con más frecuencia.
Incluso le sugerí que conociera a alguien, pero mi madre arrugó la nariz
ante esa idea, recordándome que mi padre fue el amor de su vida y que
tenía sus recuerdos que la reconfortaban por las noches.
Eso también conmovió mi corazón porque, grabado en mi memoria tenía
a un padre honesto, amable y amoroso, al que le gustaba jugar a la pelota
conmigo, me llevaba a los partidos y me abrazaba mucho.
Todavía recordaba con aterrador detalle cómo todo se salió de control en
el momento en que sonó aquella llamada. Estaba en casa de mi abuela,
donde solía quedarme cuando mis padres salían los sábados por la noche.
Me quedé blanco y las lágrimas me cegaron durante días, como si mis
ojos hubieran tenido una fuga irreparable. Mis piernas apenas podían
sostenerme; sentía que alguien había metido la mano en mi pecho y me
había arrancado el corazón, extinguiendo mi vida entera.
Y de alguna manera, en esa zona gris de dolor insoportable, otro ser se
apoderó de mí. Después de eso, pasé de ser ese niño que siempre ayudaba
con los recados a la vecina mayor de al lado, a un niño enfadado y retraído
que odiaba al mundo entero. Tal vez debería haber ido a la iglesia, como
había sugerido mi madre, en lugar de meterme en peleas callejeras
continuamente.
Al igual que mi madre, llevaba el recuerdo de mi padre conmigo a todas
partes, e incluso hablaba con él de vez en cuando. Me guiaba, porque yo era
mejor persona por haberle conocido.
Además, gracias a Declan Lovechilde, me liberé de mi ira interior e hice
las paces conmigo mismo. A mis ojos, una verdadera leyenda, Declan hizo
mucho para ayudarme a mí y a otros jóvenes con problemas, simplemente
confiando y brindándonos el apoyo que siempre habíamos necesitado, y
mostrándonos cómo es realmente un hombre fuerte y honesto.
—Iremos de compras mañana a por algo de ropa nueva, ¿vale?
Acariciando mi mejilla de nuevo, sonrió. —No tienes por qué hacerlo,
cariño.
—Y el domingo iremos a visitar a Betsy, si quieres.
—Oh, ¿y si te aburre hablándote de todos los libros que se acaba de leer?
Me reí. Mi madre conoció a Betsy, que no tenía familia, en un grupo al
que acababa de unirse y le gustaba ir a visitarla.
—No me importa.
—Eres un buen chico. Soy muy afortunada de tenerte. Podrías haberte
vuelto un bala perdida, como todos los demás chicos de aquí, metidos en
cosas de drogas y Dios sabe qué más.
Podría haberme pasado, fácilmente. Pero me guardé ese pensamiento para
mí.
—Billy y yo iremos a la ciudad a tomar una copa y luego probablemente
me quedaré en su casa.
—Prefiero eso a que bebas y después conduzcas, cariño mío. —La
preocupación se notaba en sus ojos. Mi madre odiaba que yo condujera, no
lo podía negar. Después de sufrir las consecuencias que le cambiaron la
vida tras el accidente que mató a mi padre, tenía ansiedad incluso ante la
idea de subirse a un coche. Por eso la hice la compra y me aseguré de
llevarla a caminar un poco por el pequeño parque que había cerca de casa.
Incluso practicamos algunos estiramientos de rehabilitación, a pesar de sus
quejas.
Si la llevaba a vivir a Bridesmere, podría controlar mejor su salud. Amaba
a mi madre. Solo quedábamos nosotros. Y a pesar de que tenía a mi tía y un
par de vecinos a los que veía de vez en cuando, mi madre era una persona
muy solitaria. Una gran lectora. Se había leído absolutamente todos los
libros de la biblioteca. Le encantan las novelas de misterio. Nuestras
estanterías estaban llenas de novelas de Agatha Christie y PD James.
Pedí una pizza a domicilio y luego la besé en la mejilla. —Bien, entonces.
Ya está todo listo. Prométeme que no te terminarás toda la botella de vino.
Ella me devolvió una mirada de '¿Quién, yo?'.

APARQUÉ DELANTE DE LA casa de dos plantas en ladrillo visto de


Billy, donde vivía con su madre discapacitada. Compartíamos eso en
común, solo que su madre estaba en silla de ruedas después de resbalar por
una escalera mecánica.
Billy ejercía de cuidador de su madre. Nunca se quejó. Y Sarah, la madre,
podía hacer la mayoría de cosas por sí misma. Era muy fuerte y toda una
inspiración.
Billy tenía su propio espacio en la parte trasera de la casa, que era donde
pasábamos el rato y donde yo me quedaba después de nuestras grandes
salidas nocturnas, ya que el viaje en taxi a su casa era más barato cada vez
que íbamos a la ciudad.
Abrió la puerta y salió. —Hola, ¿listo para pasarlo en grande?
Asentí. —Esa cerveza Guinness tiene mi nombre.
Cogimos el metro hasta Piccadilly y luego caminamos a nuestro pub
favorito para tomar unas copas antes de ir a un concierto. Preferíamos los
conciertos en vivo a las discotecas. El Techno me abrumaba con todas esas
luces pulsantes y música digital. No nos drogábamos, sólo bebíamos algo
de alcohol. Compartíamos mucho en común, éramos compañeros
inseparables.
Íbamos saltando y bromeando por Regent Street cuando vi a una chica de
cabello largo y oscuro, vaqueros blancos ajustados y el tipo de cuerpo que
provoca todo tipo de pensamientos sucios. A medida que se acercaba a
nosotros, vi que era Manon, que iba junto con otra chica.
Mi corazón se aceleró y de nuevo mi cerebro se entumeció. Creo que toda
la sangre se drenó desde mi cabeza hasta mi polla.
—Oh, eres tú. —Ella forzó una sonrisa.
—Encantado de verte también, Manon. —Ladeé la cabeza y sonreí.
Le presenté a Billy y miré a su amiga.
—Ella es Sapphire —dijo, presentando a la hermosa chica rubia, cuyos
ojos permanecieron en Billy más de lo habitual.
Él era popular entre las chicas, con su pelo rojo se daba un aire al Príncipe
Harry, pero con más músculos.
—Bueno, ¿a dónde vais? —preguntó Manon, tomando la iniciativa como
siempre, algo que me venía bien, ya que siempre enmudecía en su
presencia.
Miré a Billy como si no lo supiera.
Vamos, da un poco de conversación, idiota.
—Eh… vamos a un pub.
Ella siguió mirándome. Incluso me hizo cuestionarme si tenía alguna
mancha en la cara o algo así. ¿O estaba esperando una invitación?
—¿Por qué no os unís a nosotros? —sugirió Billy. Él siempre era el ligón.
Buen chico.
Se giró hacia su amiga rubia, que imaginé que no tenía edad para beber, y
asintió ante la sugerencia.
—Está bien, entonces, enseñadnos el camino —dijo Manon.
—Oye, ¿estás por aquí el fin de semana? —pregunté.
—Sí. Estoy haciendo unas compras para mi fiesta de la próxima semana.
Vas a venir, ¿verdad? —Dejó de caminar y me miró de nuevo.
—Estaré allí, trabajando.
Su ceño se arrugó. —Ah, ¿en serio? Traté de invitarte, pero estabas
ocupado con tu novia.
Billy abrió la puerta del ruidoso bar y todos entramos.
—Esa no es mi novia. —Puse los ojos en blanco.
—Quería que vinieras. —Parecía molesta, lo que me agradó bastante—.
¿No puedes librarte del trabajo?
Miré a Billy, que estaba a lo suyo, bromeando con la amiga. Se encogió
de hombros. —Claro. Oye, ¿puedo quedarme en tu apartamento?
—Claro que puedes, amigo. Acabo de comprar un sofá cama.
El rostro de Manon se iluminó. —Entonces hablaré con mi abuela y se lo
diré, ¿de acuerdo?
—Puedo hablar yo con ella. —Sonreí.
Billy se frotó las manos. —Bueno, ¿nos sentamos?
Encontramos una mesa y luego Billy trajo una bandeja con bebidas, le
pasó una coca-cola a Sapphire. —¿Estás segura de que no quieres que te
traiga una bebida más fuerte?
Ella sacudió la cabeza. —No, estoy bien. No quiero beber.
—¿Alguna vez has bebido? —preguntó, pasándonos las bebidas y
sentándose a su lado.
—Sí. —Respondió como si fuera la pregunta más tonta del mundo.
—Bueno, ¿y cómo os conocisteis vosotras dos? —le pregunté a Manon,
cambiando mi atención a su joven amiga.
Manon miró a Sapphire como si necesitara su permiso para responder a
esa simple pregunta, algo que me pareció extraño, al igual que a Billy, que
se quedó perplejo.
—Es una amiga de la familia —dijo finalmente Manon.
No podía entender qué dificultad había en responder a eso.
Pasamos el siguiente par de horas hablando de fútbol, películas y todo
tipo de tonterías. Muchos chistes, gracias a Billy, y el tiempo se pasó
volando. Era la primera vez que me sentaba con Manon y charlaba con
normalidad y, gracias a la cerveza, incluso podía mantener una
conversación con ella sin sonar del todo estúpido. Le gustaba reírse, lo cual
también la hacía estar preciosa y sexy. Todo lo que tuviera que ver con
Manon era sexy. Podría haberme quedado mirando sus bonitos ojos oscuros
toda la noche.
El pub cerró a medianoche y salimos a la calle, junto con todos los demás.
Algunos de los muchachos se empujaban unos a otros, buscando pelea, y
uno comenzó a coquetear con Manon.
Miré a Billy y puse los ojos en blanco.
—Oye nena, ¿por qué no dejas a esos perdedores y te vienes con
nosotros? —le dijo un tipo muy tatuado a Manon.
—No, gracias. No eres mi tipo. —También podría haberle dicho ‘vete a la
mierda’.
Se acercó más a ella.
—Ven, vamos —le dije yo en voz baja.
—No te quedarás con esos maricas, ¿verdad?
Asustada, Sapphire se escondió detrás de Billy, mientras que Manon le
confrontó con las manos en las caderas, burlándose de él.
La tomé del brazo suavemente. —Oye, vamos. El chaval está de mal
humor. No le vaciles.
—Es un imbécil si cree que me iría con alguien tan feo como él. —Lo
dijo tan fuerte que la escuchó.
—Oye, escucha, zorra...
Eso fue suficiente. Empezó Billy, que rápidamente se exaltaba, lanzando
el primer golpe. El idiota cayó de culo, mientras sus amigos, cinco en total,
se abalanzaron sobre nosotros y empezamos a darnos puñetazos.
Pudimos con ellos, dos contra cinco; pero llegó la policía y nos
detuvieron, mientras Manon les insultaba a gritos, lo que no ayudó para
nada.
Sentado en la parte trasera del coche de la policía, Billy me miró y
sacudió la cabeza como diciendo: 'La hemos cagado de nuevo'.
Tragué saliva y miré por la ventana hacia las ruidosas calles llenas de
gente, deseando ser ellos, saltando y haciendo el tonto.
—Empezaron ellos —le expliqué al policía después de llegar a la
concurrida comisaría.
Íbamos allí bastante a menudo.
—Tienes antecedentes, por lo que veo. —Me miró desde el mostrador.
—Eso fue hace mucho tiempo. Se metieron con una amiga y la estaban
increpando.
—Sí, sí. Ya he escuchado todo eso. Tienes que aprender a controlar tu
puto temperamento.
Manon irrumpió por la puerta.
El policía levantó la vista y la miró a través de sus gafas. —¿Esa es tu
chica?
—Sí. Soy su chica —respondió Manon por mí—. Y ellos empezaron. Uno
de ellos me tocó las tetas. Drake solo me estaba defendiendo y luego todos
los demás se les abalanzaron. Cinco contra Drake y Billy. Tenían derecho a
defenderse, ¿no cree?
Lo de que la toquetearon era mentira, pero ¿quién era yo para
contradecirla? Manon podría haber ganado un óscar porque casi me
convence hasta a mí, a pesar de saber que no eso sucedió.
El policía la miró de arriba abajo. Iba vestida con unos vaqueros blancos
ceñidos y una bonita blusa que dejaba poco a la imaginación. Manon era
literalmente poco convencional. Podía leerla la mente. —Vístete más
recatadamente la próxima vez y tal vez los borrachos pasen de ti.
—¡Oiga, deje de culpar a la víctima! —vociferó.
—¿Alguien puede corroborar eso, señorita? —le preguntó el oficial a
Manon, después de tomar nota de su declaración palabra por palabra.
Levantó un dedo y unos momentos después, Sapphire entró.
El policía mayor y cabreado parecía estar cerca de su jubilación. Imaginé
que había visto demasiadas peleas de sábado noche y había escuchado miles
de historias como la nuestra.
Sapphire asintió a todo y le dio detalles.
El oficial la estudió de cerca. —Eres un poco joven para salir y estar por
ahí, ¿no?
—Está bien. Es amiga de la familia y no estaba bebiendo —intervino
Manon.
El policía dejó escapar un suspiro de frustración. —Bueno. Salgan de
aquí. Todos. ¿A menos que quieras presentar cargos? —Miró a Manon.
Al sacudir la cabeza los ojos del policía se entrecerraron.
Al menos nos dejaron libres.
—¿Dónde está Billy? — preguntó Sapphire cuando salimos de la
comisaría.
—Se fue a toda prisa después de hacer su declaración. Los policías le dan
miedo. No puede permitirse que le encierren otra vez.
—Ah, ¿en serio? ¿Ha tenido problemas antes? —parecía alarmada.
—Digamos que ambos hemos tenido un pasado difícil. —Miré a Manon,
que imaginé que entendería el significado de aquello, porque estaba seguro
de que ella también había tenido un pasado problemático.
Capítulo 7

Manon

NOS SUBIMOS A UN taxi y dejamos a Sapphire en su casa. —Te llamaré


mañana. Podemos ir de compras de nuevo, si quieres.
Ella sonrió y me lazó uno de sus inciertos asentimientos. Creo que no
podía creerse mi compañía.
Realmente nunca había tenido una amiga antes. Supongo que ayudó que,
a pesar de su naturaleza dulce, estaba medio rota, como yo, dada la forma
en que su madre les abandonó cuando era joven. Además, su inocencia
angelical tocó mi fibra sensible y de alguna manera despertó un deseo de
apoyarla comprándole cosas. Antes de encontrarnos con Drake y Billy,
dimos una vuelta por Oxford Street, donde le compré un par de vaqueros.
Me abrazó, dejando una mancha de lágrimas en mi blusa de seda. No me
importó. Me hizo sentir bien.
Tal vez inconscientemente, ansiaba algo de esa confianza esperanzada y
ciega que ella depositaba en las personas; todo lo opuesto a como era yo.
Levanté un escudo haciéndome a la idea de que todos tenían motivos
ocultos contra mí. Eran una paranoica, lo sé, pero no había tenido
exactamente grandes modelos de conducta a seguir.
Sin embargo, y por encima de todo, ayudar a Sapphire me había hecho
experimentar un profundo sentimiento de satisfacción, incluso más que
cuando compraba algo para mí. Era el mismo sentimiento cálido y confuso
que experimenté aquella vez, después de que mi abuela me aceptara, e
incluso sugiriera que cambiara mi apellido por el de Lovechilde. Después
de superar el shock inicial, me enamoré de esa idea. ¿Quién no querría ser
reconocido como un Lovechilde?
Incluso había notado que mi abuela sonreía más últimamente, lo que
probablemente se debía al amor. La única vez que sonreí de manera natural
había sido al estar con Drake.
¿Estaba enamorada? Tal vez era la lujuria. Pero claro, él no estaba dando
ningún paso más.
Tal vez creía que era demasiado joven para él.
Un mundo extraño: los hombres mayores querían mujeres más jóvenes y
los jóvenes se sentían atraídos por las mujeres mayores.
Me propuse cambiar esa dinámica. Al menos con Drake. Sin embargo, no
podía disuadir al resto de chicas de lanzarse sobre hombres mayores para
asegurarse un futuro. Yo no era ninguna heroína.
Mientras conducíamos dirección a mi casa, me senté cerca de Drake.
Nuestros hombros se tocaron; eso era lo más cerca que había estado
físicamente de él en mucho tiempo. Podía oler su jabón y su sudor. ¿O era
la tensión por la pelea? De cualquier manera, era sexy.
Tenía una cara larga y parecía estar en la mierda. No podía culparle. Me
odié por no alejarme de aquellos borrachos imbéciles. Yo y mi bocaza.
Todo surgió de la nada antes de que tuviera tiempo de pensar. Como si
hubiera una versión mala de mí acechando dentro, esperando a saltar y
desatar su ira.
Un terapeuta me describió una vez como `disruptora y provocadora´ en
una sesión de terapia que me obligaron a hacer después de que me pillaran
robando en una tienda.
No sabía lo que significaban aquellas palabras, pero las busqué y mi lado
oscuro sonrió. Mejor que comportarse bien y ser una pánfila, pensé. Pero
ahora no estaba tan segura, porque ese impulso de 'reaccionar primero,
acarrear con las consecuencias después', parecía haberse convertido en un
obstáculo entre Drake y yo. O tal vez su frialdad hacia mí tenía más que ver
con que no estaba interesado.
Entonces, ¿por qué me lanzaba esas largas miradas en el pub? Incluso
cuando no le estaba mirando, pero todavía le veía por el rabillo del ojo, por
supuesto. Siempre estaba atenta a las reacciones de Drake. Incluso estando
alejados, sentía cuando se quedaba boquiabierto.
—Vaya noche. —Suspiró Drake.
—¿Estás bien? —pregunté, dándome la vuelta para echar un buen vistazo
a su preciosa cara. Magullado estaba aún más atractivo—. Desde donde yo
estaba no podía ver si te daban o no. No me di cuenta de que te había
pegado. —Mi voz sonaba frágil. Ni siquiera me había disculpado por
caldear el ambiente—. Ha sido increíble, por cierto. Tú y Billy contra esos
cinco tipos. —Me reí—. Apuesto a que estarán hechos mierda mañana.
Frunció el ceño y me dirigió una mirada penetrante. —¿Has disfrutado
con el espectáculo?
Su tono de enfado me dejó de piedra.
Las lágrimas se me amontonaron en la parte posterior de los ojos. La
disculpa se negaba a salir de mi boca. ¿Por qué estaba tan jodidamente
paralizada?
Al escuchar su tono, mi instinto fue querer hacerle el corte, pero me clavé
las uñas en las palmas de las manos para sentir dolor y reprimirme. —
Bueno, me alegra tener hombres fuertes que protejan mi honor.
Se rio con frialdad. —Ni que estuviéramos en el puto siglo XIX. Ese tipo
era un gilipollas de categoría, pero a no ser que alguien venga a pegarte
directamente, es preferible ignorarlo. ¿No ves que iba buscando pelea?
El fuego removió mi vientre. —Oh vaya, muchas gracias por el consejo.
Soltó un resoplido, y justo cuando un hilo de sudor se deslizaba entre mis
hombros, llegamos a casa de mi madre en Knightsbridge. Se había ido a
París con su novio rico, lo que significaba que yo tenía la casa para mí sola.
—¿Quieres entrar? —pregunté, tratando de salir del agujero negro en el
que habíamos caído.
—No.
Le miré a los ojos. —¿Vas a ir a casa de tu tigresa?
—Vete a la mierda, Manon.
—Anda… ¿No estamos ya en la mierda? —dije con retintín, a pesar de
odiarme a mí misma por hacerlo. ¿Por qué no podía ser simplemente
amable, pedir disculpas o seducirle?
Me quedé callada, esperando algo. ¿Realmente quería irse?
—¿Por qué no entras? —Me mordí la mejilla y luego suavicé la voz—.
Lo siento. Tienes razón, no debí provocarle.
Dejó escapar un suspiro y siguió mirándome fijamente a los ojos. Sus
grandes ojos azules se llenaron de confusión. Parecía muy serio.
—Vamos. —Palmeé su gran mano—. No te voy a morder. A menos que
tú quieras que lo haga.
Mantuvo el ceño serio. O era muy sensible, o religioso.
Aunque aquel beso en el bosque no era de alguien mojigato devoto de
Cristo que cumplía a rajatabla con la comunión del cuerpo y la sangre o
cualquier otro consumible que se les impusiera a los creyentes.
—Eres demasiado para mí, Manon.
—Soy demasiado joven. Es eso, ¿verdad? ¿Solo te interesan las mujeres
mayores con pechos operados?
Su mirada sin pestañear me quemó. Le había ofendido de nuevo.
El silencio me abrumó. Todo lo que podía escuchar era el tictac del
contador. El conductor había apagado el motor. Probablemente se conocía
estas situaciones: el tira y afloja de las parejas. Ya sea discutiendo o
tratando de convencer al otro para que fuera a tomar una copa y follar. Solo
que por lo general era el hombre quien realizaba esa invitación.
Después de más de un incómodo silencio, y su fascinante mirada
haciéndome quedarme sin aire, me agarró casi bruscamente y sus labios se
posaron sobre los míos antes de que pudiera abrir la boca.
Fue un beso con rabia. Pero joder, me puso jodidamente cachonda.
Podía imaginármelo follándome duro.
Quería que eso sucediera. Quería que me hiciera daño.
Su polla atravesándome entera.
Sacudiéndome por el dolor.
Finalmente me alejé, solo porque sentí que el conductor no quitaba ojo del
espectáculo.
—¿Por qué no entras?
Fue a pagar el taxi, pero le detuve.
—Por favor, déjame a mí. He salido mejor parada que tú.
Aún parecía enfadado, como si estuviera jugando con él. Fue bastante
directo. Y yo ganaba mucho más que él.
Nos paramos a medio camino y clavó sus ojos en el suelo, como si no
quisiera estar allí o algo así.
—Podría haberle pagado yo. —Hizo círculos con su pie, enfundado en
unas zapatillas Nike.
—Cumpliré veintiún años la próxima semana y seré millonaria, Drake, no
le des vueltas, ¿vale? —Le cogí de la mano.
Ese beso aún calentaba mis labios, y quería más.
Miró de arriba abajo la casa blanca de estilo eduardiano de dos plantas.
Un rayo de luna iluminó su hermoso rostro, y una capa de humedad
permaneció en sus labios tras nuestro beso, que me moría por continuar.
La idea de sus labios calientes y hambrientos sofocando los míos
chisporroteó a través de mí. Estaba húmeda y palpitante, y todo en lo que
podía pensar era en desnudarme y en sus manos recorriendo todo mi
cuerpo.
—¿De verdad vives aquí? —preguntó, siguiéndome por el camino hacia
la puerta roja con la aldaba de latón en forma de cabeza de león.
—Mi madre vive aquí. A veces me quedo.
Entramos y tecleé la secuencia para desactivar la alarma y encendí las
luces.
Él parecía estar paralizado en la entrada. No podía creer lo difícil que era
esto para Drake. O era muy tímido o simplemente no estaba seguro de mí.
Probablemente ambas cosas.
—Vamos, prometo no obligarte a hacer nada que no quieras hacer.
Su boca se levantó ligeramente en un extremo. Eso fue lo más expresivo
que había hecho desde el beso.
Entramos en una habitación repleta de antigüedades. Todo comprado por
mi madre, que no solo copió el estilo de mi abuela en el look y la ropa, sino
también en los muebles y la decoración. Incluso reconocí ciertas piezas. El
tiempo que mi madre se pasó jugando a ser la criada en Merivale, le había
supuesto una buena lección de gusto.
—¿Puedo ofrecerte una bebida o algo de comer?
Drake se acomodó en el sofá de terciopelo color burdeos. Con ese polo
ceñido azul que acentuaba el color de sus ojos, que cada vez que le miraba
parecían más azules, junto con sus Levi's, tenía más el aspecto de un intruso
que de un visitante.
Pero así me sentía yo siempre en esa casa. Nada parecía real. Todo estaba
en su sitio. Mi madre se había convertido en una fanática de la perfección.
Una vez más, algo que copió de Merivale, porque antes de pasar a esta
versión de mujer rica, mi madre era una vaga. Cuando tuve edad suficiente,
yo era la que lavaba los platos y ordenaba las cosas.
—No. Estoy bien.
Incliné la cabeza. —¿Todavía estás enfadado conmigo?
Cruzó sus manos grandes y magulladas. Su larga pausa me confirmó que
algo le estaba carcomiendo.
—Podrías haber provocado que encerraran a ese chico por algo que no
hizo. ¿Te habría dado igual si hubiera sido así?
—Pues la verdad es que sí. Habría sido una lección para que dejara de
actuar como un idiota. Intentó ligar conmigo aun diciéndole que no y me
llamó zorra. ¿O es que ya no te acuerdas de eso? —Me alejé y saqué una
coca-cola de la nevera y una bolsa de patatas fritas.
Le serví un vaso y se lo pasé. —Puedo ponerle un poco de whisky, si
quieres.
Sacudió la cabeza. —No. Estoy bien.
—Eres tan jodidamente serio, Drake. Relájate.
Me uní a él en el sofá y me acerqué. —¿Eres gay?
Saltó del sofá como si se hubiera sentado sobre una araña. —Mira, basta
de jodidos juegos. No soy gay, joder. —Se apartó el mechón de pelo de los
ojos—. Te deseo, Manon. Siempre lo he hecho. Desde el momento en que
te vi.
Eso hizo que mis mejillas se sonrojaran. —Me tienes. Estoy aquí para ti.
—Me desabroché la blusa y sus ojos se posaron directamente en mis tetas,
que se salían ligeramente de mi pequeño sostén.
Normalmente, provocaba este momento con bastante facilidad, haciendo
un puchero o agachándome en los momentos adecuados, pero Drake era
más profundo que todo eso.
Por ese motivo le deseaba más que a mi próximo aliento.
Quería tener sus manos y su boca sobre mí. Mis bragas estaban
empapadas y tenía un dolor punzante en mi coño. Normalmente no me
excitaba tanto con un beso.
Me desabroché el sostén y mis pesados pechos cayeron desnudos.
Sus ojos se llenaron de lujuria, y noté un bulto crecer bajo sus pantalones.
Me quité los míos y me puse frente a él, en tanga.
Separó ligeramente las piernas e incluso se tocó la polla, ajustando su
posición, lo que me pareció muy erótico.
A pesar de que sus ojos se oscurecieron con lo que intuí que era
excitación, permaneció sentado. Estaba esperando que yo fuera hacia él.
Peyton se abalanzaba sobre mí antes de que mis tetas asomaran
demasiado y sin ni siquiera tener una erección. Ese rechazo trajo consigo un
período de inseguridad. Inseguridad que había resurgido con Drake.
Los demás me desvestían y me tomaban. Pero esos hombres no habían
hecho que mi pulso se acelerara como lo hacía Drake.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta lo que ves? —Incliné la cabeza hacia un lado.
Me uní a él en el sofá y se levantó de inmediato, como si oliera mal o algo
así.
Se pasó los dedos por el pelo y me miró a los ojos. No a mis tetas
semidesnudas, sino a los ojos. Hipnotizándome con esos grandes ojos
azules, me atravesó el alma, como si pudiera ver tras todas mis tonterías.
—Eres jodidamente hermosa. —Parecía que algo le hacía sufrir, o a lo
mejor mi belleza era un problema serio para él.
Me reí. —Entonces, ¿de qué tienes miedo?
Se apartó su oscuro rizo de la frente. —Parece que estás acostumbrada a
hacer esto.
Cogí de nuevo la camisa y me tapé. —Eres jodidamente raro.
—Sí, bueno, lo soy. —Se dio la vuelta en el acto. Pareciendo dudoso de
nuevo—. Creo que tengo que irme.
—¿Te vas? ¿Por qué no dormimos juntos? Sin sexo. Lo prometo.
¿Por qué le estoy rogando? Joder...
Me miró de forma extraña, como si le hubiera propuesto dormir con una
serpiente o alguna bestia devoradora de hombres. Esa comparación me hizo
sonreír. Podría ser cualquiera de esas dos cosas.
Después de lo que me parecieron siglos, asintió.
Diez minutos después, estábamos en la cama. El momento fue de lo más
extraño cuando miró hacia otro lado al desnudarme, a pesar de haberme
visto antes en tanga y sujetador. Le presté un cepillo de dientes. Parecíamos
adolescentes en una fiesta de pijamas. No es que hubiera ido a muchas, mi
única referencia a cómo era el mundo de un adolescente típico, eran esas
películas que a veces veía de pequeña. La diferencia es que nadie me
advirtió que Hollywood no mostraba lo que era normal.
Me acurruqué contra él y aspiré profundamente su aroma. Drake era todo
músculo firme bajo su camiseta. El hecho de estar allí, con nuestros cuerpos
juntos, me hacía sentir bien, a pesar del latido entre mis piernas. Incluso
pensé en aliviarme. Necesitaba seriamente liberar aquella palpitación.
Con mi camisón de seda favorito, me apretujé contra él. Me encantaba
como olía. A peligro. Después de la pelea, su olor había cambiado.
Me mecí en su cuerpo y él se giró para mirarme.
La luz de la luna que entraba por la ventana hacía que su rostro pareciera
algo más envejecido. Diferente. Pero seguía siendo guapo. Sabía que se
volvería más sexy con la edad, lo que solo intensificó mi anhelo por él y por
hacer ese viaje juntos, y que no fuera solo la aventura de una noche.
Aunque eso ni siquiera parecía ser posible, dada la seriedad con la que
Drake se tomaba las cosas.
Por un lado, aprecié que se tomara el sexo tan en serio, mientras que, por
otro, mi cuerpo ardía de frustración porque lo deseaba más que al aire que
respiraba.
—¿No te dejo dormir? —pregunté.
—Algo así.
Sentí su polla enorme bajo sus calzoncillos contra mí, lo que me puso aún
más cachonda.
Debió haber notado mi necesidad, porque su boca aterrizó en la mía y esta
vez fue suave y exploradora, como si necesitara entender mis labios.
Nuestras lenguas giraron juntas, y caí en uno de esos sueños voladores.
Todo rosa y rojo. Y con la esperanza de nunca despertar.
Sus manos viajaron arriba y abajo recorriendo mi cuerpo.
—Tienes un cuerpo perfecto. —Sonaba agónico.
Permití que mi sujetador se deslizara hacia abajo y su boca encontró mis
pezones, mientras acariciaba mis tetas.
Su polla seguía creciendo contra mi muslo.
—Quiero sentirte dentro de mí.
Pasó sus manos por mi cuerpo, explorando cada centímetro de mí. Me
chupó los pezones, que estaban tan sensibles que lo sentí en mi clítoris.
Mi cuerpo giró contra el suyo y cuando sus dedos rozaron mis muslos,
abrí las piernas para invitarle a follarme con sus grandes dedos.
Entonces lo hizo y un impulso eléctrico me golpeó. Con solo ese gesto
casi consiguió que me corriera. Mi coño se tragó su dedo con hambre.
—Estás muy mojada. —Gimió—. Y apretada. ¿Has follado antes? —Se
apartó para mirarme a la cara, casi asustado ante la idea.
Casi me río.
Qué irónico, teniendo en cuenta que todo el mundo a mi alrededor estaba
obsesionado con las vírgenes.
—Lo he hecho. Pero llevo un tiempo sin hacer nada.
—¿Por qué? —Parecía sorprendido, como si estuviéramos hablando de
comida y no de sexo.
—Nadie me ha gustado lo suficiente como para acostarme con él.
—Entonces... ¿no te estás follando a Crisp?
—¡No! Y nunca lo haría. Joder… ¡qué asco! —bramé.
Una lenta sonrisa se formó en sus labios mientras pasaba su lengua sobre
ellos y el ardor entre mis piernas apareció de nuevo. Si no me follaba en ese
momento, iba a tener que chupársela o hacer algo radical.
Se empujó sobre mí casi bruscamente. Si seguía necesitando una prueba
de que me deseaba, era esa, su gran polla erecta hasta el límite contra mi
vientre, y sin poder quitarme las manos de encima mientras me comía la
boca con ansia. Sí, estaba tan hambriento de esto como yo.
El placer ni siquiera describía cómo me sentía en ese momento.
—Tus tetas son perfectas.
—He notado que has estado mirándolas. —Me agité contra él,
presionándome contra esa enorme polla, provocándola para que me tomara.
—Es porque llevas blusas ajustadas y escotadas.
—Parece que te molesta —dije.
—No. Pero me distrae. Es difícil pensar con claridad cuando estás cerca.
Acaricié su polla, que estaba tan dura como el acero.
—¿Tú haces esto? —Subí la mano arriba y abajo a lo largo de su
miembro.
Me quitó la mano. —No.
—¿Te estoy haciendo daño?
—Un poco. No... quiero decir... joder, Manon. Me estás dando ganas de…
—¿Te corres pensando en mí?
—Todo el maldito tiempo. —Parecía atormentado.
—¿Cómo me imaginas cuando eyaculas?
—Te tocas las tetas mientras te follo duro.
Seguidamente viajó por mi cuerpo hasta llegar con su lengua a mi clítoris.
—Ah… —Mi boca se abrió—. Se te da bien.
Su cálida y húmeda lengua me lamió con la presión justa para hacerme
perder la cabeza.
El latido se volvió tan insoportable que le grité que se detuviera. Siguió,
arqueé la espalda y luego me rendí a un orgasmo todopoderoso.
Nunca me había pasado eso antes.
—Por favor, fóllame. —Mi voz era ligera y suplicante.
—Con gusto. —Se apartó para coger sus vaqueros.
—Sin condón. Quiero que te corras dentro de mí.
Le bajé los calzoncillos y su pene era tan grande que jadeé. —La tienes
enorme.
Me lanzó una sonrisa tímida, recordándome que, aunque parecía un
hombre, un hombre muy follable, no dejaba de ser un chico, lo que hizo que
me atrajera aún más.
—¿Estás tomando la píldora?
Asentí.
Me separó las piernas y luego me penetró con un dedo, seguido de otro.
—¿Está bien? Joder, estás tan apretada…
—No lloraré, lo prometo. —Me reí.
—Quiero que te corras, no que llores.
A juzgar por cómo su lengua hizo que mis ojos se humedecieran, tenía la
sensación de que lograría hacer ambas cosas. Pero me lo guardé para mí.
Abrí las piernas lo más que pude y él entró en mí lentamente, haciéndome
estremecer. Realmente me dolió.
Nunca había tenido una polla tan grande dentro de mí.
Se detuvo y me miró.
Aguantando su peso sobre sus brazos, podía ver las venas que parecía que
le iban a estallar. —¿Quieres que pare?
—No. Pero no estoy segura de si me va a caber entera. —Me mordí el
labio.
Él se retiró. —Tal vez pueda seguir con el dedo un rato.
—No. Te quiero dentro de mí. Estaré bien. Tal vez poco a poco.
—Oh, lo haré. No quiero hacerte daño, solo…
Estudié su rostro y parecía que también estaba sufriendo. —¿Te duele a ti
también?
Respiró. —Mmm no. Todo lo contrario.
—Ajá… —Quería saber más sobre lo que él sentía.
—Me resulta difícil no explotar. Incluso en ese momento.
—¿Te excita?
Puso los ojos en blanco. —Por supuesto que sí. Eres jodidamente
excitante, de todas las maneras.
Nos miramos fijamente y luego su boca se abalanzó sobre la mía otra vez
y el calor entre mis piernas se disparó.
Esta vez tomé su polla palpitante, casi morada, y la guié hacia adentro.
A medida que relajaba los músculos, el dolor se convirtió en algo tan
indescriptiblemente placentero que me convertí en una adicta a las pollas en
ese mismo momento. La polla de Drake sería mi musa.
La hizo girar lentamente, y encontró ese punto mágico. Presioné su culo
firme para animarlo a ir más profundo.
Me volví adicta a ese ardor, lo que no debería haberme sorprendido, dado
que el dolor era algo que gravitaba en mi vida como un mecanismo de
escape, pero en este caso, mientras él empujaba, el dolor se convirtió en
puro placer.
Mi corazón latía contra él. ¿O era el suyo? No sabría decirlo. Su
respiración se hizo más fuerte. Acarició mis tetas bruscamente mientras me
llenaba entera. Cada vez que entraba en mí, encendía terminaciones
nerviosas que me provocaban chispas.
La intensidad amenazó con llevarme a un lugar en el que nunca antes
había estado.
Mis gemidos se intensificaron cuanto más profundo y más fuerte me
tomaba.
—¿Te estoy haciendo daño?
—No. Quiero decir, sí. Pero me gusta.
Al ver el pliegue de su frente, lamenté ese comentario.
Me arqueé contra él para poder sentir cada centímetro. Apreté sus duros
bíceps, que estaban resbaladizos por el sudor.
—¿Te vas a correr? —preguntó, como si le costara.
—No pares. —Los hormigueos me provocaron oleadas de calor. Sabía
que algo mágico estaba sucediendo dentro de mí. Nada que hubiera sentido
antes.
Sentí su aliento áspero en mi cuello y siguió bombeando profundamente
dentro de mí.
Las explosiones de fuego seguían llegando, una tras otra. Mi cuerpo se
contrajo. La fricción era tan intensa que sentía que iba estallar. Era como si
su polla se hubiera hecho más grande aún.
Solté los músculos contraídos y luego las estrellas revolotearon ante mí.
Mis ojos lloraron por lo llena que me sentía con él empujando
profundamente a toda velocidad.
Los dedos de mis pies se tensaron, mientras que le clavaba las uñas en
toda su espalda.
La euforia se disparó a través de mí y grité.
Nunca había gritado mientras follaba.
Pero esto era otra cosa.
Drake era otra cosa.
Temblaba mientras me abrazaba. —Oh… Manon. —Mi nombre salió
volando de su boca, mientras su pulsante polla derramaba un interminable
chorro caliente dentro de mí.
Después del éxtasis nos acostamos en los brazos del otro. Respirando
entrecortadamente, como si hubiéramos subido corriendo una colina
empinada. Solo que esto era un millón de veces mejor que cualquier
ejercicio que hubiera hecho.
Dejó escapar un suspiro. —Mierda. Ha sido una locura.
Asentí lentamente y luego me reí. No sé por qué me reí. Debió haber sido
la intensidad de la situación.
—¿No te he hecho daño? —preguntó.
—Sí. Me has hecho daño. Pero me ha encantado.
Se apartó y me miró de nuevo. Pude ver que estaba tratando de
entenderlo.
Buena suerte.
No podía entenderme ni a mí misma, así que no podía imaginar que
alguien lo hiciera.
Capítulo 8

Drake

DESPUÉS DE UNA NOCHE loca, me encontré con mi madre. Intenté que


no me viera, ya que estaba convencido de que sabría que había estado con
una chica y ella echaba de menos pasar tiempo conmigo.
La encontré en la cocina preparando tortitas. Siempre que salía de fiesta,
me preparaba un desayuno contundente.
Bacon con tortitas y espinacas. Fue un desayuno desmesurado, pero lo
devoré. Nadie cocinaba tan bien como ella.
—Aquí estás, mi amor. —Sonrió alegremente y la abracé.
—Tienes el pelo mojado todavía, deberías secártelo.
Después de despertarme medio desorientado y todavía levitando por el
polvo más alucinante de mi vida, me levanté después de que Manon
insistiera en que me duchara.
Ya en la ducha se unió a mí, se arrodilló y trató de chupármela. Me hizo
daño con los dientes, aunque fue dulce de todos modos, pero no tuve la
valentía de decírselo. En muchos sentidos, su falta de experiencia me alegró
por alguna razón.
Mientras su culo firme y curvilíneo se movía adelante y atrás contra mi
polla, no podía dejar de manosear sus tetas mientras me metía
profundamente en ella. Era mi mayor sueño erótico hecho realidad.
Nunca en mi vida me había corrido así. Ella era más de lo que jamás
había imaginado. Una droga a la que podía engancharme con facilidad. Sólo
que las drogas eran peligrosas.
¿Manon sería mala para mí?
Justo cuando me estaba subiendo la cremallera de los pantalones, llegó su
madre con George, su novio rico, y las cosas se pusieron bastante raras.
—¿Qué está haciendo él aquí? —preguntó Bethany.
—Puedo traer a quien me dé la gana. —Manon me miró y puso los ojos
en blanco.
Y antes de que estallara la discusión, me escabullí sin siquiera darle un
beso de despedida.
Manon me siguió hasta la puerta. —¿Por qué no me esperas? Podemos ir
a desayunar a algún lado.
—Tengo que volver a Bridesmere. Tengo una sesión con un cliente.
—¿Con Kylie? —Me lanzó una sonrisa oscura mientras inclinaba su
hermoso rostro.
—No. Con un chico.
—Ah, ese es un buen cambio.
La besé en la mejilla, a pesar de mis ganas de devorar sus labios de nuevo,
algo que llevábamos haciendo toda la noche. Cuando no estábamos
follando, nos besábamos, cualquier cosa en vez de dormir.
Nunca había querido estar con alguien toda la noche y besarla. Me gustó
la sensación. Muy agradable.
Manon me asustaba. No sabría decir si su corazón era realmente oscuro o
si era todo una fachada protectora. No podía dejar de recordar aquel día en
la comisaría. Y aunque mi cuerpo la anhelaba, mi necesidad de una vida
sana y honesta me advirtió que volviera a casa. Y así lo hice, llegué a la
estación más cercana y cogí el metro a casa, todavía con el pelo mojado.
Serví té de la tetera en una taza para mi madre y luego en la mía.
Me pasó un plato lleno de tortitas, y mi estómago gimió de placer.
—Gracias mamá.
Sentándose, tomó su taza y vertió leche en ella. —¿Qué tal la noche?
Pareces acalorado.
—Ha sido una buena noche. —Me llevé a la boca un trozo de bacon.
—Espero que no bebieras demasiado. —Sus ojos se posaron en mis
nudillos magullados—. Oh Drake, ¿ya te has peleado otra vez?
—Tuve que defender a una chica. Esos tíos se lo estaban buscando.
Ella asintió. —Odio cuando sales. La gente es cada vez más violenta, con
todas esas bandas del Medio Oriente.
—Estos eran tipos blancos, mamá. Ingleses.
—Ya, bueno. Al menos no vas al fútbol. Ahí es donde empiezan todos los
problemas.
Sonreí. Preocuparse era lo lógico en una madre.
Seguía viendo la expresión de horror en el rostro de Bethany, como si yo
fuera un vagabundo que hubiera irrumpido en su privilegiada vida. A
George no parecía importarle mucho que yo estuviera allí, pero la madre, al
parecer, tenía otros planes para su hija.
¿Qué planes tenía para Manon?
Todo lo que podía recordar era ella rebotando sobre mi polla, mientras
jugaba con sus grandes y firmes tetas; y tenía las mejores tetas que jamás
había acariciado. Se me ponía dura solo de pensar en ella.
También sentí este poderoso impulso de protegerla, que tenía poco que
ver con trabajar en el sector de la seguridad. Había algo roto en Manon. ¿Y
qué eran todos esos cortes en sus muslos?
Cuando le pregunté, cambió de tema, lo que solo incrementó mis
sospechas.
—¿Alguien te lo ha hecho? —insistí.
—No. Me corté con una navaja.
—¿Todo eso te lo has hecho tú, hasta arriba?
Estaba completamente rasurada, así que tenía sentido, pero ¿por qué se
puso nerviosa cuando la pregunté?
Desayunando como alguien que no hubiera comido en siglos, alejé mis
pensamientos de Manon y me concentré en mi futuro. No entraba en mis
planes lo del entrenamiento personal, ni continuar en la seguridad. Era lo
suficientemente joven como para explorar otras opciones mientras ahorraba
como un loco para asegurarme un futuro cómodo, tanto para mí como para
mi madre.

ME ENCANTABA MI NUEVO apartamento tipo loft. Aunque era


pequeño, el espacio parecía más grande gracias a una magnífica vista del
muelle y del océano. Me encantaba ver a los pescadores traer su captura y
más sabiendo que el apartamento era mío, a pesar de tener una hipoteca a
diez años.
Me puse la camisa negra de algodón, y me preparé para trabajar en el
Salon Soir, donde iba cinco noches por semana. Y aunque no fuera el
mayor admirador de Reynard Crisp, el sueldo era demasiado bueno para
ignorarlo.
Me miré al espejo, me arremetí la camisa dentro de los pantalones negros
y practiqué mi postura de tipo duro. Había mejorado en eso, aunque tenía
que seguir controlándome cuando las mujeres me sonreían. Mi reacción era
devolver la sonrisa, algo no muy bien visto en este trabajo.
Mi teléfono sonó justo cuando estaba a punto de irme. Era Manon, y una
sonrisa creció en mi rostro.
Me tenía comiendo de su encantadora mano. Era imposible tener a una
chica así y no encariñarse un poco; no podía esperar a verla de nuevo.
—¿Estás en Bridesmere? ¿Podemos quedar más tarde? —Escribió.
—Estoy en el Salon Soir hasta las dos de la madrugada. Estaba yendo
hacia allá ahora.
—Entonces me pasaré por allí porque estoy en el Cherry.
—¿Dónde?
—Es como llamo a Ma Chérie, que suena algo pretencioso para mi gusto.
Suena a algo más que eso.
—Adecuado, supongo. —Suspiré. No iba a decirle cuánto odiaba ese
lugar.
—Nos vemos ahora.
—Excelente. Adiós. —Me despedí. Mi corazón se aceleró.
Esa noche de sexo caliente volvió a mi memoria. Todo en lo que podía
pensar era en Manon acariciando sus tetas mientras rebotaba sobre mí, y si
no se me hubiera hecho tarde, habría tenido que aliviarme. De nuevo. Esta
chica me tenía cachondo permanentemente.
Trabajar en el bar de chicas de Crisp no le venía bien. Había rumores.
Todo lo que tocaba ese hombre era turbio. Como lo de esos matones de
Europa del Este que seguían viniendo noche tras noche, durante el último
mes.
Caroline Lovechilde me había pedido que la informara si notaba algo
inusual en el casino. Así que, además de trabajar como personal de
seguridad, de alguna manera me había convertido en su espía. Ella era la
madre de Declan y yo le debía mucho, así que no me lo pensé dos veces
para ayudarla.
Sin embargo, todo había estado tranquilo en el casino. Sin peleas. Solo
algún borracho de vez en cuando con el que lidiar.
No era mi trabajo de ensueño, pero tuve una reunión con Declan por la
mañana para hablar sobre un trabajo administrativo en la granja orgánica,
que me vendría mejor. También se me quedarían libres las noches para
actividades más sucias, como averiguar más formas de hacer que Manon
gritase mi nombre.
Crisp estaba hablando con una mujer joven cuando llegué. Se estaba
riendo tontamente y poniéndose cariñoso, aunque era demasiado joven
como para ser su novia. Mientras mantuviera sus asquerosas manos alejadas
de Manon, ¿quién era yo para juzgarle?
Mirándome, asintió, mientras su novia me repasaba de arriba abajo, con
una sonrisa coqueta.
—¿No vas a presentarnos? —preguntó ella con un fuerte acento de
Europa del Este.
—Él es Drake, es el encargado de la puerta. —Crisp se giró hacia mí y me
lanzó esa mirada de 'mantén tus manos alejadas de ella'.
Asentí, manteniendo la cara seria, pensando en las mil libras que me
pagaba por cinco noches de trabajo. En efectivo y sin preguntas. Al
principio, me sorprendió que incluso me lo hubiera ofrecido, dado nuestro
encontronazo aquella vez en Merivale, cuando le aparté de Manon, pero no
mencionó nada al respecto.
Pensé en el veintiún cumpleaños de Manon. —Eh... ¿Puedo hablar un
momento con usted?
Crisp le hizo un gesto a Natalia para que saliera. Ella me lanzó otra
mirada persistente y luego se alejó, balanceando sus caderas. Manon era
más juguetona en comparación con esta chica, que más bien sentí que era
completamente peligrosa.
Crisp la vio alejarse y luego volvió su atención hacia mí.
—Necesito el próximo sábado libre. Hay una fiesta a la que estoy invitado
—dije.
—Bueno. Claro. —Se estaba yendo cuando se dio la vuelta de repente—.
¿Es para lo del vigésimo primer cumpleaños de Manon, supongo?
Asentí.
—¿Estáis juntos? —Sus ojos sostuvieron los míos durante un tenso
momento.
No era ningún secreto que estaba loco por Manon, pero realmente nuestro
juego se mantenía de momento en un escarceo, ¿cuál era el problema? Los
dos éramos jóvenes…
—Bueno, ella es una amiga, se podría decir.
—En otras palabras, te la estás follando… —Sonrió.
Fui a responder cuando escuché disparos. Mis instintos se activaron y le
empujé. La bala que acababa de rozarme la oreja obviamente iba dirigida a
él.
Entró corriendo y saqué el arma que Crisp me había dado. No estaba
cómodo llevándola, pero ahora entendía por qué había insistido en que
llevara una durante mi turno.
Al menos sabía cómo usarla; había practicado en un campo de tiro cuando
tenía dieciséis años, mientras estaba preparándome para unirme al ejército.
Cogí la pistola y me alejé de la luz, pero el todoterreno negro aceleró.
El otro guardia de seguridad, Novak, un tipo nuevo a quien aún no
conocía, llegó y se colocó junto a la puerta; Crisp me hizo un gesto para que
le siguiera a su oficina, en la parte trasera del casino.
Señaló el asiento, luego se sirvió un whisky y me ofreció un poco, pero lo
rechacé.
—Ni una palabra a nadie. Especialmente a Manon —dijo por fin.
Algo aturdido, asentí lentamente, ya que me estaba dando cuenta en ese
momento de que podría haber muerto.
Si bien Carson me había entrenado para la seguridad, algo que entrañaba
peligro e incluso poder recibir alguna bala por proteger a alguien, realmente
no me había preparado mentalmente. Tuve que entrelazar los dedos para
que mis manos dejaran de temblar.
Se bebió de un trago medio vaso de whisky; fue la única señal de que esa
experiencia cercana a la muerte le había perturbado, y luego garabateó algo
en su chequera y me lo entregó; cincuenta mil libras.
—Aquí tienes, por salvarme la vida. Tengo más que ofrecerte. De ahora
en adelante, te quiero en mi equipo personal.
Lo dijo como si yo tuviera que estar agradecido por la oportunidad.
—Bueno, estoy trabajando en Reinicio como entrenador y tengo una
entrevista por la mañana…
—Dime una cifra.
Pensé en el apartamento para mi madre y en cómo podría terminar de
pagar el mío.
¿Cuál era mi precio? Pero, ¿seguiría vivo para disfrutar de un futuro libre
de deudas?
—Además de trabajar aquí, tengo una propiedad no muy lejos de
Merivale. Te necesitaré allí algunas noches. Te pagaré generosamente.
Garabateó algo en un papel y me lo pasó. Cinco mil libras.
Me pregunté qué significaba eso. Me leyó la mente y dijo: —Eso es por
semana. Para alguien de veintidós años, no es una mala suma.
—No. —Tomé una respiración profunda—. ¿Qué esperas que haga
exactamente?
—Firmarás un acuerdo de confidencialidad. No hablarás con nadie sobre
lo que veas o escuches. —Su ceja levantada me hizo pensar que estaba a
punto de hacer un pacto con el demonio.
—Mira, no sé si podría hacer la vista gorda si las chicas son…
—Nada de eso. No te preocupes. Contrariamente a los rumores, el club
solo trata con chicas mayores de edad que dan su consentimiento.
Asentí con duda. —¿Puedo pensármelo?
Se inclinó hacia adelante. —Ni una palabra a Caroline Lovechilde sobre
lo que ha pasado esta noche. Especialmente a Manon. —Se levantó y estiró
los brazos—. Tendrás que dejar de verla. Esa es la única condición que te
pongo.
Mi espalda se puso rígida. Dejé el cheque sobre el escritorio y me levanté.
—Entonces lo tengo que rechazar.
Fui a moverme cuando dijo:
—¿De verdad vas a renunciar a todo ese dinero por alguien como ella?
Me giré para mirarle y estaba a punto de decirle unas palabras cuando
llamaron a la puerta y luego un par de hombres calvos y muy tatuados
entraron.
—Ya ha llegado —dijo uno de ellos.
Crisp me miró y agitó la mano. —Hablaremos más tarde. Piénsatelo.
El cheque de cincuenta mil libras se había quedado sobre su escritorio. Él
lo cogió. —Toma, te olvidas de esto.
—Pero no estoy seguro…
—Te lo has ganado. Cógelo. Por tu silencio.
Sus ojos se deslizaron hacia los tipos enormes y pesados, con un matiz de
amenaza o podría haber sido un repentino nerviosismo. Allí se cocía algo
realmente escabroso y yo quería seguir vivo para mi treinta cumpleaños.
Seriamente conmocionado, cogí mis cosas y salí por la parte de atrás
hacia el exterior ya con noche cerrada. Miré a mi alrededor, pero todo
estaba en silencio. Mi teléfono sonó y leí un mensaje de Manon. —¿Nos
vemos a las dos, entonces?
Después de lo que había sido una experiencia angustiosa, una distracción
picante era justo lo que necesitaba. Aunque no podía quitarme de la cabeza
esa expresión de preocupación en los ojos de Crisp cuando me dijo que me
mantuviera alejado de ella.
—No puedo esperar. ¿De qué color llevas las braguitas?
—No llevo.
Eso hizo que mi polla se endureciera y mi corazón se acelerara de una
manera agradable. Sin saberlo, Manon me había salvado de trabajar para un
mal tipo, porque, por un minuto, esas cinco mil libras a la semana me
parecieron muy tentadoras.
Lo que de verdad me molestaba era por qué Manon seguía relacionándose
de manera tan extraña con él.
Capítulo 9

Manon

DRAKE ESTABA UN POCO pálido cuando me dejó entrar en su


apartamento. —Oye, ¿estás bien? —Dejé mi bolso en el sofá.
Tenía una cerveza entre las manos y parecía estar a un millón de
kilómetros de distancia. —Lo siento, no te he ofrecido una bebida. ¿Quieres
algo? —Levantó su botella.
—Solo agua, creo. —Le seguí a la pequeña cocina, que se abría a la sala
de estar.
Su apartamento me recordó a un lugar en el que nos habíamos alojado
unas noches al este de Londres después de que mi padre nos dejara. Había
una misma estancia para todo: dormir, comer, discutir y para los perdedores
que traía mi madre, lo que significaba que tenía que irme durante horas,
deambular por las calles y robar en las tiendas para tener algo emocionante
en mi vida. Al menos el piso de Drake era nuevo y tenía unas maravillosas
vistas, así que no me hacía sentir tan aprisionada.
Me pasó una botella de agua y luego volvió al sofá.
—¿Estás muy cansado? ¿O es otra cosa?
Parecía muy serio al mirarme con esos grandes ojos azules hipnóticos. —
¿Te estás follando a Crisp?
Me retorcí. Ya estamos otra vez con lo mismo. —¡De ninguna manera! Ya
te lo he dicho.
—Entonces, ¿por qué trabajas con él? Es jodidamente peligroso y se
asocia con gente de mala calaña.
—¿Podemos no hablar de él? Solo quiero que… —Me desabotoné la
camisa para revelar un nuevo sostén de encaje rojo.
La intensidad se desvaneció de su expresión, llenándose sus ojos de
lujuria. Se pasó la lengua por los labios, que ni siquiera se habían curvado
desde que llegué.
—¿Te gusta? —Incliné la cabeza con una sonrisa picaresca.
—Por supuesto que me gusta.
Sonaba brusco, como si le estuviera poniendo nervioso, pero aun así me
excitó. Su lado alfa me hizo desearle aún más.
—Entonces, ¿qué pasa? —No me gustó lo quejumbrosa que parecí.
—Es que no quiero seguir contigo si pretendes seguir trabajando en el
Cherry ese —su boca se curvó ligeramente—, como tú lo llamas.
—Estoy pensando en renunciar. Solo tengo que encontrar la manera
correcta de decírselo.
—¿Qué diablos le pasa contigo? —Hice una mueca ante su tono de voz
cortante.
—Él cree que es mi dueño, como si yo fuera un bonito adorno, supongo.
—No iba a contarle la historia completa, así que le di la versión breve y
edulcorada. Seguro que a Drake no le habría gustado en absoluto saber que
había estado seduciendo a Rey haciéndome pasar por virgen todos estos
meses. Fue la parte ingenua de mí, pero si pudiera volver atrás, nunca
volvería a hacerlo.
Pero claro, en ese momento no sabía que mi abuela me iba a hacer
millonaria.
No obstante, sabía que Drake no aceptaría eso como excusa. Después de
todo, tenía un trabajo y una carrera de estética. Simplemente me gustaba la
idea de vivir una vida de lujos.
¿A quién no le habría gustado después de la vida de mierda que había
vivido?
—Estoy esperando a que llegue mi cumpleaños, que ya es la próxima
semana, y tendré ese gran cheque en mi cuenta; así seré independiente. No
te preocupes. Él no tiene nada en contra mío. De verdad.
Esa explicación funcionó, porque me llevó al sofá y aterricé encima de él.
Me quitó el sostén, casi arrancándolo, y con su aliento caliente y áspero,
pasó sus manos por mis tetas, gimiendo. Y mientras me chupaba un pezón,
casi devorándolo como si fuera una golosina, mi cerebro se vació, solo
existíamos nosotros en ese momento caliente y nada más.
Su boca aterrizó en la mía. Sabía diferente, como algo que no podría dejar
de probar, pero sentí peligro. ¿O era solo pura lujuria? Su lengua se movió
en mi boca como si me estuviera penetrando con ella.
Bajé la cremallera de sus pantalones y la cabeza de su pene, goteando
líquido preseminal, se asomó por encima de sus calzoncillos.
Me levanté, me quité mis pantalones y sentí el calor de su mirada recorrer
todo mi cuerpo.
Me agarró del trasero y me acercó a su cara. Su lengua en mi coño era
firme y yo estaba tan mojada, que mis piernas temblaron.
Drake era un experto y mucho mejor que Peyton, la única otra persona
que usó su lengua conmigo.
El gozo explotó a través de mí mientras relajaba los músculos. Sus
grandes manos agarrando mi trasero y sosteniéndome, eran lo único que me
mantenía, porque mis piernas se habían convertido en gelatina.
Cuando me penetró con el dedo, me corrí tan fuerte que tuve que
morderme el labio para no gritar.
—Ooh… —Jadeó—. Joder, estás tan mojada…
—Lo estaré más si me enseñas tu polla.
Se quitó los pantalones y luego los calzoncillos, y su polla salió, gruesa y
venosa, casi de un rojo púrpura.
—Me encantaría tener una foto tuya —le dije.
—¿Qué harías con ella? —Su boca se curvó en un extremo.
—Me tocaría mientras la miro.
—Enséñame cómo —dijo.
Me senté en la silla de enfrente y abrí las piernas, disfrutando de ver de
cómo su dura polla se agitaba, chocando contra su ombligo.
—Vamos, tócate —dijo con voz ronca.
—Solo si tú también lo haces.
Allí estábamos, yo follándome con mis dedos y él agitando esa gran polla
que tanto deseaba dentro de mí.
Me acerqué y descendí a horcajadas lentamente sobre él. Mis ojos se
humedecieron por el intenso estiramiento. Placentero y doloroso. Su lento
gemido sonaba como si estuviera en agonía.
Me chupó los pezones mientras agarraba firmemente mi trasero,
subiéndome arriba y abajo sobre su polla, con cuidado. Permitiendo que mi
coño se amoldara y me cupiera por completo. Sentía que me llenaba entera,
como si fuera a estallar en cualquier momento. Pero era lo más agradable
que había sentido jamás.
La fricción de sus embestidas me provocó cálidos estallidos de placer.
Cuanto más rápido se movía, más cachonda me ponía, mientras me
atravesaban espasmos incontrolables.
Nuestros cuerpos húmedos chocaban y sus gemidos se fusionaban con los
míos.
Olía a sudor, a jabón de baño y a mi coño. Podía saborearme en sus labios
jugosos mientras nuestras bocas se aplastaban como nuestros cuerpos.
—Oh, mierda, Manon. —Acarició mis tetas bruscamente mientras
golpeaba dentro de mí. Cerré los ojos y vi una explosión de rojos y
naranjas.
Me corrí tan fuerte que grité su nombre.
Nunca antes había tenido un orgasmo así, que parecía no tener fin.
Gruñó en voz alta, y cuando su orgasmo brotó profundamente dentro de
mí, me rendí a otro momento de intensa felicidad.
Después de que mi respiración se recuperara, me desenredé de sus brazos
y sonreí como una gatita feliz. —Oh, Dios mío.
Su rostro había recuperado un tono saludable, y sonrió por primera vez.
—Tienes razón. Ha sido intenso. Tú eres intensa y sexy.
Caí en sus brazos y nos abrazamos, que fue como poner la guinda a un
pastel ya delicioso.

ESTABA CAMINANDO POR HARRODS cuando me topé con Savanah,


iba sola, sin sus amigas chillonas.
—Hola —dije con una sonrisa brillante. Había pasado la noche con Drake
y nada podía chafarme el día. Ni siquiera mi madre, que iba detrás de mí
desde que le dije que estaba a punto de heredar mucho dinero. No sé por
qué, si ella se había echado un novio multimillonario. ¿Para qué necesitaba
mi dinero?
—Ah. —Ese saludo era lo normal en Savanah. Como si fuera una
interrupción o algo así.
—¿Qué haces? —pregunté.
Me miró como si hubiera perdido el hilo. No podía culparla, considerando
que normalmente la decía cosas perversas. Pero mi versión rencorosa había
desaparecido.
—Solo estoy matando un poco el tiempo. Tengo una cita con el médico a
las tres. —Su teléfono sonó y cuando leyó el mensaje, se quedó
boquiabierta.
—¿Algo importante? —pregunté.
—No. —Parecía decepcionada.
—Bueno, felicidades, por cierto. Es increíble que estés embarazada.
—Ah, ¿ya te has enterado? —La respuesta sin emoción de Savanah me
hizo preguntarme si debería haberme callado.
Nos alejamos de una multitud que iban en silla de ruedas, en lo que
parecía ser su día de compras.
—Sí. Bueno, eh… Drake me mencionó algo. —Fruncí el ceño—. ¿Se
supone que no lo debería saber?
Ella se encogió de hombros. —Supongo que está bien. Todo el mundo lo
sabe a estas alturas, y con suerte... —Suspiró—. Se me notará pronto.
Savanah parecía estresada. —¿Estás bien de verdad?
—Es solo que Carson iba a venir para la cita con el médico, y está metido
en un atasco.
—Yo estoy libre. ¿Quieres que te acompañe? No me importa. De hecho,
me gustaría.
Bien podría haberme ofrecido ayudarle a dar a luz a su bebé. La sospecha
brilló en su mirada, sorprendida.
—Yo… yo… he tratado de llamar a Jacinta… eh… pero no me lo coge.
Su tartamudeo me tomó por sorpresa. Siempre la había visto con mucha
confianza.
—Somos familia, ¿no? —Jugueteé con los dedos—. Y bueno, ya sabes,
he dejado atrás la rebeldía y las peleas. Reconozco que te robé algo de ropa,
pero la dejé en su sitio de nuevo. La viste… ¿verdad? —Yo también
tartamudeé. Pedir disculpas no era lo mío. O debería decir, normalmente no
admitía haber hecho algo malo, pero agobiada por todas mis malas
acciones, pensé que era hora de resarcirme. Al menos, de dejar de robar a
mi familia cercana.
Savanah, perpleja, me miró como si hubiera caído del cielo. —Creo que
sí. Por lo general, no puedo estar pendiente de toda mi ropa. —Una leve
sonrisa creció en su rostro—. Supongo que sería bueno tener a alguien que
me hiciera compañía.
Miró su impresionante reloj de diamantes, que, en mi vida pasada, habría
tratado de robar.
—Todavía tenemos treinta minutos. ¿Quieres tomar algo? —preguntó.
Sonreí. Mi corazón se llenó de alegría. Siempre había sentido debilidad
por mi tía. —Me encantaría.
Se me quedó mirando fijamente. —¿Qué has hecho con Manon, esa
sobrina mía descarada y con la mano larga?
Me reí. —Bueno, todavía anda por aquí, en alguna parte. Pero creo que es
bueno hacer algunos amigos.
Su boca se abrió y sus ojos brillaron. —¿Es por tu fiesta? Quieres que
venga gente, ¿verdad?
Me encogí de hombros. —Ni se me había pasado por la cabeza, la verdad.
Pero claro, sería mejor si la gente me cantara el feliz cumpleaños y no que
me pudra en el infierno.
Ella se rio. —La cohorte de mamá tiene muy buenos modales para hacer
eso.
—Es un alivio. Me preguntaba si se dedicarían a susurrar cosas horribles
sobre mí.
—Oh, seguro que lo hacen, pero al menos no en tu cara.
Respiré. —Supongo que me lo merezco.
Ella me devolvió una sonrisa comprensiva. —¿A quién has invitado? Y
por favor no me digas que a tu madre.
Entramos en una cafetería e hicimos nuestro pedido antes de sentarnos en
unos taburetes junto a la ventana.
—No te preocupes, no va a venir. No estoy de humor para más dramas
familiares. Es una gran noche para mí.
Ella asintió pensativamente. —Te convertirás en millonaria.
—Bueno, no es solo eso. Pero sí, eso es emocionante.
—¿Qué pasa con Ma Chérie y Crisp?
—Lo he dejado.
Sus cejas se alzaron. —Bueno, bien por ti. Aunque ese sitio apestoso
continúa abierto.
—Mmm… tal vez no lo haga.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado. —¿Qué sabes?
Extendí las manos. —Nada, en realidad.
No iba a decirle que Crisp se había liado con Natalia, que se quedó con mi
puesto. Desde entonces supe que su llegada no había sido una coincidencia.
Crisp no pareció inmutarse ante el hecho de que Alek y Goran, aquellos
tipos corpulentos que había visto rondando por el casino, eran sus
hermanos.
—Bonitos colores. —Señalé la bebida púrpura que nos acababa de
entregar el camarero.
—Remolacha, zanahoria y jengibre. Es impresionante cómo estoy
pasando estos días. Ni siquiera he bebido café. —Su boca se torció hacia
abajo.
Hice una mueca. —Se hace difícil. Aunque, no creo que el café sea tan
malo.
—No voy a correr ningún riesgo en este embarazo milagroso.
Me contó cómo Bram había causado estragos en sus posibilidades de
quedar embarazada.
—Parece que los médicos no siempre tienen razón. —Sonreí con simpatía
—. ¿De cuánto estás?
—De tres meses.
Noté que el vaso temblaba en su mano y le toqué el brazo. —No te
preocupes. Estoy segura de que lo harás bien. Has dejado el alcohol,
supongo.
—Oh, Dios, sí. Es increíble lo lúcida que me siento. Incluso estoy
diseñando la nueva casa de Kelvin.
—¿Es ese el tipo que usa chaquetas de oropel?
Ella se rio. —Sí, ese es. Deberías ver la paleta de colores. Madre mía,
muy recargada, pero divertida.
—Ya me enseñarás fotos.
Sacó su teléfono y me mostró unas cuantas habitaciones llenas de color.
—Lo decías en serio… Tendrán que ponerse gafas de sol para entrar.
—Kelvin dijo que la vida era demasiado corta para estar siempre con el
beige y el blanco. —Se rio—. Pero es genial. ¿No crees?
—Es muy de los 70.
—Eso es lo que buscan. Incluso les diseñé el papel tapiz.
Me mostró un grabado con ojos, peces y todo tipo de criaturas extrañas
flotando. —Es como si alguien que hubiera tomado hongos alucinógenos lo
hubiera diseñado. —Le lancé una media sonrisa de disculpa—. Pretendía
ser un cumplido. Yo nunca he tomado nada de eso.
—Yo sí, se ven y hacen cosas raras. Pero principalmente te da la risa. O al
menos eso me pasó a mí. Ethan y yo tomamos unas pocas veces de
adolescentes. Nos pasamos todo el rato riéndonos de los patos y viendo
cómo se movían los árboles.
Negué con la cabeza con asombro y envidia. —Ojalá hubiera tenido un
hermano con el que pudiera haber hecho eso.
—No es buena idea. Éramos jóvenes y estúpidos. —Se rio—. Pero no
fueron los hongos, sino Dalí el que me inspiró para el diseño.
—¿Quién es ese? —Me quedé cortada, como siempre me pasaba cuando
esta parte de la familia se ponía tan cultural.
—Un artista español, Salvador Dalí. —Buscó algo en su teléfono y señaló
una imagen de una mujer con cajones saliendo de su cuerpo.
—Me encanta. —Fascinada, sentí un repentino impulso de ir a buscar
algún libro suyo.
—Muy retorcido, pero imaginativo al mismo tiempo. Me encanta. Te
dejaré algún libro para que veas más cosas.
Fue genial pasar tiempo con ella y me sentí muy bien.

¡VAYA DÍA! QUERÍA VER a Drake a no más tardar, pero no le encontraba


por ninguna parte. Incluso me preocupaba que le hubiera pasado algo. No
contestaba al teléfono, y se supone que íbamos a quedar.
No podía dejar de pensar en Savanah y en cómo se quedó pálida cuando
el médico le dio la triste noticia de que el corazón de su bebé había dejado
de latir.
Sus sollozos me hicieron llorar. Algo raro en mí, que casi nunca lloraba.
Estuve a punto de cogerla de la mano como muestra de afecto, pero pensé
que la podría incomodar. Lo que la pobre chica necesitaba era desahogarse.
—¿Dónde está Carson? —Siguió preguntando, mientras salíamos de la
clínica después de que el médico le diera una prescripción y le contara el
procedimiento a seguir mientras Savanah lloraba a gritos. No me gustaría
haber estado en su lugar.
Mientras yo me aferraba a ella, por si acaso se desmayaba, Savanah
seguía diciendo: —Necesito ver a Carson.
La llevé a un banco, su teléfono vibró, y con una mano temblorosa cogió
la llamada, los sollozos se derramaban entre sus palabras. —Nuestro bebé
se ha muerto.
Era por la tarde y la gente nos miraba como si fuéramos bichos raros.
Incluso le saqué el corte a una mujer por mirar descaradamente.
—¿Qué te pasa a ti? —No pude evitarlo. La gente llevaba señalándome
desde hacía mucho tiempo.
Savanah terminó la llamada y se quedó quieta. Le di su espacio. No sabía
muy bien qué decir. O sea, no puedes seguir diciendo ‘todo irá bien’ una y
otra vez, lo que probablemente ya había dicho unas veinte veces. Odiaba mi
falta de experiencia en estas situaciones tan angustiosas. Como hija única
con una madre que se movía solo en el espectro de la ira, el despecho y la
sospecha, no había tenido exactamente un modelo a seguir cuando se
trataba de calmar a la gente. Lo que sí noté, es que sentía ganas de llorar
todo el rato. Mi corazón se sentía pesado, como si fuera yo quien hubiera
perdido al niño.
—Ya viene. —Se calmó un poco después.
Nos sentamos en silencio, contemplando como la vida pasaba. Un autobús
de dos pisos pasó a toda velocidad y la gente iba y venía llenando la calle,
como un recordatorio de lo superpoblado que estaba Londres.
Dejó escapar un fuerte suspiro y luego se levantó. —Vamos, quiero
emborracharme.
Mis cejas se levantaron. —¿Cómo? Bueno… —Yo no era una gran
bebedora. Dos copas de champán y ya me convertía en un circo, ya fuera
riendo incontrolablemente en los momentos equivocados o diciendo cosas
indebidas.
Pasamos por un pub que parecía un poco rudo, principalmente para
hombres que venían de cualquier parte, menos de la parte agradable de la
ciudad.
—Aquí está bien —dijo ella.
—¿No deberíamos volver en taxi a Piccadilly? —pregunté.
Parecía que estaba aturdida. —No. Esto es mejor. No quiero estar rodeada
de gente alegre que tiene una gran vida. Podría ponerme agresiva.
Casi me río. Así era yo. Mi tía y yo compartíamos eso. En mis días malos,
me entraban ganas de gritarle a la gente.
—¿Y Carson? —pregunté cuando entramos al pub.
—Viene de camino. Le enviaré la ubicación.
—¿Por qué no te sientas en algún lugar y yo traigo las bebidas?
Ella asintió y cuando estaba a punto de dirigirme a la barra, me agarró la
mano. —Gracias.
Se me hizo un nudo en la garganta. Verla con los ojos hinchados y tristes
me despertó sentimientos reprimidos, pero logré esbozar una sonrisa
forzada en su lugar.
Ciertamente estaba fuera de mi zona de confort porque si dejaba escapar
lo que realmente sentía, especialmente con Savanah mostrándose tan
cercana, podría llorar durante días enteros. Pero esa no era yo. Mi madre me
había inculcado dureza. Ella creía que las lágrimas y la emoción nos hacían
débiles. Pero desde que estaba con Drake, me había vuelto tan sensible que
parecía que iba a estallar en lágrimas en cualquier momento.
—¿Qué te apetece tomar?
Abrió su bolso y sacó una tarjeta de crédito. —Tráeme una tónica con
vodka doble.
No cogí su tarjeta. —No te preocupes, puedo permitirme pagarlo.
Ella se encogió de hombros. —Cógete algo para ti también. No quiero
beber sola.
Sonreí. —Vale.
Me acerqué a la barra y procuré no inclinarme demasiado ni poner los
codos en el pegajoso mostrador, mientras esperaba a que el barman se
acercara y me tomara nota.
Los clientes encaramados contra la barra se giraron y me miraron como si
fuera un extraterrestre. Supongo que lo era. Parecía que todos se estaban
cayendo de sus sillas.
Me volví hacia el hombre regordete y de nariz bulbosa que tenía más
cerca. —¿Tienes algún problema? —Odiaba que la gente me mirara.
Se dio la vuelta y siguió bebiendo. Completamente solo, como el resto de
aquellas tristes criaturas, ahogándose en sus pintas de cerveza. Suponía que
no habían tenido oportunidades en la vida. O tal vez eran demasiado débiles
para salir a buscarlas.
Mi madre siempre decía que los perdedores se hacían sus propias camas.
Que, si se hubieran esforzado más, conseguirían trabajos y les iría bien.
No estaba segura de eso, porque había días en los que no podía
enfrentarme ni a mí misma, y mucho menos a las personas.
Gracias a Drake y a mi abuela, esa ya no era yo.
Regresé con nuestras bebidas y, como todos los presentes, bebimos en
silencio mientras mirábamos por la ventana. Si uno pudiera oler la pobreza
y la soledad, esa cerveza rancia mezclada con cuerpos sucios sería el más
adecuado.
Un par de hombres, tal vez de veintitantos años, que iban con camisetas
del Liverpool, irrumpieron por la puerta y, mirándonos, se pavonearon.
—Ya estamos… —murmuré.
Savanah estaba perdida en su propio mundo mientras vaciaba su vaso.
—Hola chicas. ¿Queréis buena compañía? —preguntó uno de ellos.
—No. —Di una respuesta breve y amable.
—Parecéis tristes. —Puso cara de payaso trágico—. ¿Os han dejado? ¿O
estáis en esos días del mes?
Puse los ojos en blanco y permanecí en silencio, a pesar de que mi loba
interior moría por salir a morder.
—Deben ser lesbianas. —Se giró hacia su compañero.
—No. Son demasiado guapas para comérselo entre ellas. —El otro chico
se rio.
Rompí la pequeña botella de Prosecco que acababa de verter en mi vaso y
se la acerqué a la cara. —Si no te vas a la mierda, te quitaré esa sonrisa de
tu fea cara.
Desconcertada y con los ojos muy abiertos, Savanah se giró bruscamente
para mirarme.
Volví a mirar a aquellos imbéciles y se marcharon.
Una vez que se me pasó el subidón de adrenalina, me levanté y fui a la
barra. —Dame un recogedor y un trapo.
El barman me lo entregó sin ni siquiera pestañear.
Limpié el estropicio y luego pedí otra bebida para Savanah.
Cuando volví a sentarme, Savanah negó con la cabeza. —Joder, eso ha
sido una locura.
—Lo siento. —Tomé un sorbo de mi Prosecco, y mientras mi corazón
todavía latía con fuerza después de lo que había sido una experiencia
extracorpórea, miré por la ventana para calmar mis nervios.
—Has sido valiente. —Sacudió la cabeza con incredulidad—. ¿De dónde
ha salido ese ímpetu?
No iba a dejar pasar mi arrebato violento.
—Digamos que crecí en las calles. Teníamos que valernos por nosotras
mismas.
Ella asintió lentamente, con una de esas miradas de 'Creo que finalmente
lo entiendo'.
—No sé mucho sobre ti. Lamento haberte odiado —dijo, comenzando con
su segundo trago.
—No te preocupes. Yo os odié durante un tiempo, también.
Nos miramos y sonreímos.
Carson entró, fue directamente hacia Savanah y la abrazó. Siguió
abrazándola y meciéndola; no estaba segura de quedarme.
Me levanté.
Savanah se separó. —Quédate. Te acercaremos a donde vayas, si quieres.
—No. Estoy bien. Tengo coche, ¿recuerdas?
Ella asintió. —Deberías haber visto a Manon. Ha roto una botella y ha
amenazado a un par de tíos que se nos acercaron para ligar.
—¿Qué hizo qué? —Los ojos de Carson casi se le salen de las órbitas.
Forcé una sonrisa. —Lo siento.
Me miró como si tratara de resolver un rompecabezas difícil. —Este lugar
es peligroso. —Carson se giró hacia Savanah—. ¿Qué diablos estáis
haciendo aquí?
Ella se encogió de hombros. —No sé. Los antros a veces están bien.
Se quedaron de nuevo embelesados el uno con el otro, así que recogí mi
bolso para irme rápidamente. —Volveré a Merivale pronto. En una hora
más o menos. Si necesitas algo…
Savanah se levantó y me abrazó. El nudo de mi garganta se tensó. Había
sido un día muy emotivo, no solo para Savvie, sino también para mí.
—Gracias, sobrina.
Compartimos una sonrisa y les dejé allí, con Carson sosteniendo la mano
de Savanah. Estaban tan enamorados que nada más parecía importar.
Yo quería tener eso.
Capítulo 10

Drake

MIENTRAS ESPERABA EN UNA oficina con vistas a la granja, observé a


los trabajadores levantando cajas de coles y espinacas, y me pregunté si mi
vida volvería a ser la misma después de lo que sucedió en el casino. Aunque
creía que lo había superado, seguía escuchando el sonido de la bala en mi
oído. Podría haber muerto salvando a Crisp. ¿Y todo por qué?
Supongo que fue el instinto, porque ni siquiera tuve tiempo de pensar.
Mientras mi cabeza se llenaba de disparos y sexo ardiente con Manon, en
quien tampoco podía dejar de pensar, Declan entró a la oficina y me
estrechó la mano.
Me enseñó las instalaciones. —Solo necesitamos a alguien que supervise
el funcionamiento de la granja y que ayude con la administración.
Asentí. —Me encantaría probar. Gracias por darme esta oportunidad.
Necesito un descanso del gimnasio.
—Carson me comentó que te has vuelto muy popular entre las clientas
más maduras.
Me sonrojé. Me molestó saber que tenía una reputación de chico objeto.
—No lo he hecho a propósito.
Él sonrió. —No te preocupes. Carson acaba de contratar a un par de
entrenadores nuevos. ¿Seguirás trabajando en seguridad para Crisp?
Tomé una respiración profunda mientras la sangre se me drenaba del
rostro. —Me fui anoche. No estaba contento.
Él asintió lentamente. —¿Puedo preguntar por qué?
—¿Por qué no estaba contento?
—No, por qué te fuiste.
Mi estómago dio un vuelco. Odiaba mentir a Declan; le tenía por el
hermano mayor que nunca había tenido. —No me gusta trabajar de
madrugada, lo que me recuerda… espero que a tu madre no le importe que
no trabaje en la fiesta de cumpleaños de Manon. He sido invitado.
—Te estás viendo con ella, ¿no?
—Bueno, algo así. —Fruncí el ceño porque habíamos pasado de un tema
incómodo a otro—. ¿Cómo lo sabes?
—Mi querida esposa lo sabe todo. Creo que se encontró con Manon una
mañana saliendo de tu casa. Ya conoces los pueblos pequeños, todo el
mundo sabe todo. —Su sonrisa se desvaneció y se puso serio—. ¿Estás
tratando de llevarlo en secreto?
Me encogí de hombros. —No. Pero es complicado.
Me lanzó una mirada de complicidad y asintió.
—Es solo que lo que sea que tenga con Crisp me molesta.
—Sí… bueno, eso es comprensible. Estamos haciendo todo lo posible
para sacar los trapos sucios de ese —hizo un gesto de comillas con los
dedos— ‘club de hombres’.
Le devolví una sonrisa por su referencia a aquel sórdido antro.
Le seguí a lo que sería mi nueva oficina y me pasó una hoja que explicaba
mis tareas. La administración no era algo que hubiera imaginado hacer, pero
era bueno con los ordenadores.
Miré por la ventana y vi que se estaba construyendo un nuevo edificio. —
¿Qué va a ser eso?
—Ese es nuestro nuevo mercado interior; nos permitirá vender al público
cinco días a la semana. Planeamos almacenar no solo verduras orgánicas,
sino también otras cosas, como carne y alternativas veganas. Mirabel y
Thea están interesadas en productos de belleza orgánicos y materiales de
limpieza que no afecten al medio ambiente. Todo de origen local, por
supuesto.
—Eso suena fantástico.
—Estamos intentando estar listos para el solsticio de verano.
Organizaremos una feria.
—Es toda una comunidad la que estás construyendo aquí.
Él sonrió, orgulloso. —Esa ha sido siempre mi intención. Mantener la
tierra produciéndola y evitar la construcción de grandes locales.
—Supongo que te refieres al Elysium, el spa y el casino.
Puso los ojos en blanco. —Aparte del spa, que tuvo poco impacto para los
granjeros, nunca apoyé lo del Elysium, y odio lo del casino.
Si llegara a saber lo que pasaba allí dentro… —Es muy amable de tu parte
darme una oportunidad.
—Según recuerdo, cuando comenzamos este proyecto, fuiste tú quien se
ensució las manos. Parecías disfrutar trabajando la tierra. —Se rio.
Me recordó a la época en que Billy y yo jugábamos peleándonos en el
barro en los días húmedos de entrenamiento cuando, en lugar de hacer un
montón de flexiones, nos dedicamos a abrir una zanja para plantar verduras.
Aunque en aquel momento pensé que era un cínico por obligarme a
entrenar duro, mi vida había cambiado para mejor.
Odiaba imaginarme dónde habría acabado de no ser por aquello,
consumido por la ira y en un trabajo de mierda y mal pagado en Londres.
Reinicio moldeó al luchador impetuoso que había en mí, al darme algo en
lo que enfocarme y la oportunidad de convertirme en un hombre mejor.
Algo que nunca olvidaría.
Antes de llegar a Bridesmere, recordaba quejarme cuando el oficial de
prisiones me propuso ir a Reinicio.
Eso fue hace dos años, y ahora había encontrado un trabajo bien pagado,
tenía mi propio apartamento, vivía junto al mar y salía con una de las chicas
más hermosas que jamás había visto. Solo necesitaba que mantuviera su
parte salvaje en la intimidad de nuestro dormitorio, y no de cara al público.
Me encantaba que fuera salvaje e indómita, pero solo cuando estaba a solas
conmigo.
Acababa de descubrir que también había robado en tiendas, después de
haberla visto meterse algo en el bolso en el supermercado.
—¿Qué? —me respondió como si no fuera gran cosa, como si acabara de
arrancar una flor del jardín de alguien.
—Podría habértelo comprado. ¿Por qué no me has preguntado?
—¿Qué tiene eso de divertido? —Se encogió de hombros, dando un
mordisco a una barrita de chocolate como si fuera una polla, y yo pasé de
estar sorprendido, a ponerme cachondo.
Cuando entramos en la oficina, Declan me preguntó: —¿Podrías empezar
la semana que viene? Murray, que es todo un experto en tecnología, te
mostrará los entresijos. Puedo pagarte lo te pagan en Reinicio.
—Por mí bien. También haré algunos turnos de noche para la agencia de
Carson. Espero que no haya problema.
—En absoluto. Aquí no hay necesidad de trabajar hasta tarde.
—Quiero comprarle a mi madre un apartamento por esta zona.
—Mi madre está contratando personal de cocina, con alojamiento en
Merivale.
—En circunstancias normales, estoy seguro de que aprovecharía esa
oportunidad, pero tiene problemas de salud.
—Ah, siento escuchar eso.
Nos dimos la mano y me fui, sintiéndome más relajado de lo que había
llegado.

CUANDO ENTRÉ EN REINICIO, vi a un hombre trajeado hablando con


Carson, así que entré al gimnasio e hice algunas pesas mientras esperaba.
Carson entró y puso los ojos en blanco. —Era por lo de Bram, otra vez.
—¿Sí? —Fruncí el ceño—. A mí no me han vuelto a interrogar.
Carson se frotó la cabeza. —He tenido una semana de mierda y ahora
tengo a un jodido policía molestándome de nuevo. —Suspiró.
—¿Eran malas noticias? —Ya que yo era su coartada falsa, me dio un
pequeño ataque de nervios.
—No estoy preocupado por la policía. Savvie perdió el bebé.
Sus ojos se pusieron llorosos, tomó aire para calmarse, y limpiándose con
un pañuelo, forzó una sonrisa. —Lo siento. Ha sido muy duro. Me estoy
convirtiendo en un tío demasiado sensiblón, me temo. Savvie incluso quería
hacerle un funeral. —Sacudió la cabeza—. La convencí de que no lo
hiciera. ¿Crees que fue lo correcto?
Realmente parecía estar confundido.
—Eh… no lo sé, tío. Quiero decir, yo perdí a mi padre, y algunos días
todavía tengo ganas de llorar. Las emociones nos hacen sentir y hacer todo
tipo de cosas extrañas. Si ella quiere algún tipo de ceremonia privada,
entonces tal vez no haya nada de malo, supongo.
Me sostuvo la mirada y asintió lentamente. —Sí. Quizás tengas razón.
Una especie de ritual. —Soltó un pesado suspiro.
—Lo siento mucho. —Toqué su brazo.
—No te preocupes. Lo estamos superando. Mientras ella esté bien, eso es
todo lo que cuenta para mí. Solo estoy triste por ella. Está destrozada. —
Suspiró—. No pude estar allí cuando se lo dijeron. Estaba en un puto
atasco. Al menos Manon la acompañó.
Fruncí el ceño. Manon no me había mencionado nada. —¿En serio?
Él asintió, tan sorprendido como yo. —Joder, desde luego ha cambiado.
Dímelo a mí.
—Manon tiene cojones, eso te lo aseguro. Y un temperamento peligroso.
—¿Cómo? ¿Qué pasó? —pregunté.
Me contó cómo Manon amenazó con una botella a un imbécil y me quedé
boquiabierto. Estaba sin palabras. Me vinieron a la mente sus gritos a ese
idiota cabreado del pub. Manon era definitivamente impetuosa.
Peligrosa, pero una especie de heroína, también. Yo era bastante parado
para ser alguien que trabajaba en seguridad.
—De todos modos, lamento ponerte en medio de toda la mierda de Bram.
—¿Todavía lo están investigando?
—Su padre ha apelado. No puede creerse que su hijo se drogara con
heroína intencionadamente. —Soltó un resoplido irónico—. Obviamente
hizo la vista gorda con lo de las malditas huellas de su hijo.
—Parece que está confuso. —exhalé—. De todos modos, no te preocupes
por mí. Sentí que era lo correcto.
Recordé el día en que la policía vino a Reinicio, y cuando les escuché
interrogar a Carson sobre su paradero aquella noche, intervine directamente.
Sabía que Bram era un drogadicto que golpeaba a las mujeres y que causó
un infierno a Savanah. Así que, me fue fácil decir que Carson estuvo viendo
un partido conmigo aquella noche.
—¿Tienes ganas de dar una vuelta? —preguntó.
—Claro. Estaba a punto de ir a correr a los acantilados. Pero un paseo por
el bosque siempre es agradable.
Llevábamos un rato caminando cuando se detuvo. —Mira, sobre lo de
Bram. Solo Savvie lo sabe, pero siento que te debo una explicación. No
quiero que pienses que tuve algo que ver con su muerte.
—Incluso si lo hubieras hecho, no te culparía. Ese tipo era un cabrón.
—No te lo discuto. —Dejó de caminar—. Mira, fui a verle. Pero cuando
llegué, ya le había dado la sobredosis. Estaba en un almacén abandonado.
No había cámaras ni nada. Así que, simplemente me fui.
—Entonces, eres inocente —dije.
Perdido en sus pensamientos, asintió distraídamente. —Aunque he sido
soldado, nunca me he enfrentado a esa desgarradora situación de vida o
muerte al matar a un extraño, o dos, o muchos, como han hecho muchos
soldados, que luego quedan tan tocados y obsesionados por la experiencia,
que regresan siendo otros. Pero Bram y el peligro que representaba para mi
esposa, despertaron mi lado oscuro. Si no se hubiera inyectado tanta
mierda, lo habría hecho yo, eso seguro.
Parecía tan angustiado como los soldados que acababa de describir.
Carson entornó sus ojos hacia mí, buscando algún tipo de respuesta. Sentí
que este problema lo había estado carcomiendo.
—Lo entiendo. Si alguien intentara lastimar a mi madre, le mataría.
Me lanzó una sonrisa triste. —Gracias amigo. Me siento mejor al
habértelo contado. Sé que no lo comentarás con nadie.
—Puedes confiar en mí. Y, de todos modos, si lo hiciera terminaría en la
cárcel por perjurio, ¿o por obstruir a la justicia? Bueno, da igual que ley
recayera sobre mí, supongo. —Me reí.
Su ceño se suavizó y sonrió. —Oye, ¿hacemos una carrera hasta los
acantilados?
—¿Estás listo?
Nos desfogamos, aunque no fui a toda velocidad. Fui velocista en el
colegio y tenía esa racha competitiva, pero aquí no había nada que
demostrar. Solo amistad.
Capítulo 11

Manon

DECIDIDA A TERMINAR MI vigésimo año por todo lo alto, me dirigí a


My Cherry antes de comenzar mi turno para reunirme con Crisp. Había
pedido verme, lo cual era interesante. Esperaba que me dijera que Natalia,
su último entretenimiento, se haría cargo. Me pareció ambiciosa y tuve la
sensación de que había planeado, a través de sus hermanos, unirse a Crisp.
No se necesitaba ser un genio para sumar los puntos en lo referente Crisp.
Podía echarse todo el Dior Sauvage que quisiera, pero el hedor le perseguía.
Hablando de eso, estaba empapado cuando entré en su oficina, el olor me
golpeó de inmediato. Su tez rojiza sugería que había estado haciendo algo
lascivo, mi nueva palabra para el día. Decidí usar una palabra nueva todos
los días, hasta que mi cerebro las absorbiera.
A pesar de esa noble ambición, la lectura se había vuelto un poco difícil
con todo lo que estaba pasando, y prefería explorar la polla de Drake, en
lugar de navegar por el complicado vocabulario de D. H. Lawrence. Podría
haber probado con otro libro, pero quería impresionar a mi abuela y a su
inteligente novio, a quienes les gustaba hablar de libros a menudo,
dejándome desconcertada. Eran como una biblioteca ambulante. No había
un libro que no hubieran leído, y estaba claro que les encantaba hablar de
ellos. Realmente no me importaba. Cualquier cosa con tal de acercarme más
a mi abuela.
Crisp se recostó en su silla de cuero, balanceando un whisky y un cigarro
en su gran mano, mientras los vapores cancerígenos salían de su boca.
Ahora que había dejado ese sucio hábito, me molestaba ser una fumadora
pasiva.
—Bueno, ¿querías verme? —Me senté frente a él.
—Sí. Tengo una propuesta que hacerte.
Mi frente se arrugó. —¿Qué exactamente? Estaba a punto de presentar mi
renuncia al puesto.
Una sonrisa arrogante viajó desde sus fríos ojos azules hasta sus finos
labios. —Ah, es cierto, mañana obtendrás tu herencia. Cinco millones, creo.
Por supuesto, él lo sabía. Odiaba que lo supiera todo. La abuela tenía que
terminar su amistad con este tipo. Planeé contarla todo lo que sabía sobre
este hombre horrible.
—¿Y? Ese es mi problema.
Se reclinó y echó humo en mi dirección, como si lo hiciera a propósito.
Como una amenaza. —Ah, pero ahí es donde te equivocas, mi niña bonita.
Porque tú eres mi negocio.
Mi frente se contrajo. —¿Quieres que siga trabajando aquí?
Negó con la cabeza y mi columna se relajó.
—Quiero que te cases conmigo.
Me quedé boquiabierta y se me escapó una risa chillona. —Debe ser una
broma. ¿No?
Su silencio inexpresivo respondió a la pregunta.
—Pero si ni siquiera he dejado que me folles.
—Esa ha sido la manzana de la discordia; tú me has estado engañando
con eso. No soy idiota. —Inclinó la cabeza, con una sonrisa arrogante—.
No me llevó mucho tiempo descubrir que no eras virgen, a pesar de esas
fotos espeluznantes que te gustaba tanto manipular.
¿Qué?
—Soy pura de corazón. —Vomito. ¿De verdad acababa de decir eso?—
No como tú, viejo asqueroso.
Él se rio. A Crisp le encantaba que se burlaran de él. Tal vez era uno de
esos fetiches raros, a lo mejor también le gustaba ser azotado por una chica
enfundada en un traje de látex.
—Te halagas a ti misma, querida niña. Tu corazón está lejos de ser puro.
Robaste en Harrods. Tuve que pagar para evitar que te detuvieran. Podría
reabrir ese caso, si quieres. A petición mía, han conservado las imágenes de
las cámaras de seguridad.
Mis dedos estaban tan fuertemente cruzados que casi me los rompo. Mi
hábito de robar en las tiendas había vuelto para atormentarme. No sería la
primera vez que me pillaban. Nadie sabía. Solo Drake y mi madre, que me
animó a robar desde que era pequeña. Supuso que no harían nada a una
niña. Yo también aprendí bien. Robar comida en el supermercado, luego
ropa y maquillaje y todo tipo de cosas.
Me encantaba la adrenalina. Especialmente cuando me arrinconaban.
Como en el Spa, después de meterme en problemas con el encargado, y
todos los chismes y puñaladas por la espalda que viví, robar me ayudaba a
lidiar con el estrés.
—Entonces, si no acepto casarme contigo, ¿me condenarán por hurto?
Mi abuela me había perdonado por empeñar su collar de rubíes e incluso
me dejó quedarme con el dinero. Si podía pasar por alto aquello, entonces
esto palidecía en comparación—. Haz lo que quieras. Y por cierto…
renuncio.
Estaba a punto de marcharme cuando señaló la silla.
—Siéntate. —Su tono áspero fue como un látigo que me ató de nuevo a la
silla.
—Siempre dijiste que no eras de los que se casan —protesté, mientras mi
columna se estremecía ante la idea de dormir con él todas las noches.
—Necesito legitimar mi imperio con una esposa a mi lado que me haga
quedar bien.
Otro resoplido salió de mi boca. —¿Y crees que esa voy a ser yo? No soy
exactamente de clase alta, ¿no crees?
—Más bien eres un proyecto en progreso. Ya te estás vistiendo más
modestamente. Eres bonita y posees la estatura de tu abuela. Carnaza para
los paparazzis. Eres muy fotogénica.
Escuchar que me parecía en algo a mi abuela, descongeló parte del hielo
en mis venas.
—Y tu notable intento de cambiar ese acento del este de Londres también
ayuda.
—No lo estoy haciendo para poder convertirme en tu esposa trofeo. Todo
lo contrario. De ninguna maldita manera. —Puse deliberadamente el acento
de Cockney con la esperanza de que desistiera de esta ridícula propuesta de
matrimonio.
—Pero, ¿por qué yo? —Tuve que preguntar de nuevo. Aunque solo fuera
para entender sus verdaderos motivos.
Se sirvió otro trago de whisky y me ofreció uno, pero lo rechacé.
—Porque me conoces. —Su levantamiento de cejas decía mucho.
—¿Con eso te refieres a que conozco tus preferencias por las jovencitas?
Sí, sonaba a un maldito caníbal. Más bien como a un devorador de
almas.
—Eso también, por supuesto. —Volvió a encenderse otro cigarro—. Yo te
corresponderé, por supuesto. Puedes follarte a quien quieras. Solo que lo
mantendrás en secreto.
—¿Y si digo que no?
—Entonces el mundo sabrá cómo has engañado a todos por dinero.
Incluso a mí. Me engañaste con todo eso de que te tengo que pagar
millones.
—¡Eso es una puta mentira! —Salté de mi silla con las manos en las
caderas.
—Baja la voz. —Gruñó.
—Tú no eres mi puto padre —le espeté.
—No, no lo soy. Le he conocido. No se parece en nada a mí.
Me dejé caer en la silla con la boca abierta. —¿Cómo que le has
conocido? ¿Dónde está? Le he estado buscando.
Tomó un sorbo y se limpió la boca. —Es fácil de encontrar. Es un
calzonazos mantenido que envía a su esposa abogada a trabajar, mientras él
se sienta a hacer nada.
—¿Le has conocido? —No podía creérmelo—. ¿Dónde está?
—En Notting Hill. Puedo darte la dirección si quieres. Aunque no estoy
seguro de que quiera verte. Cuando te mencioné, se estremeció y me pidió
que no sacara su pasado a flote.
—Eso es porque me pegaba, el muy cabrón.
—Entonces, ¿por qué quieres verle?
Buena maldita pregunta.
—No sé. Porque es mi padre, supongo. —Suspiré.
—Tuve la sensación de que no estaba muy interesado en ver a tu madre.
—Sí, bueno… no me sorprende. No eran exactamente compatibles.
Me vino a la mente aquella imagen de las manos de mi padre alrededor
del cuello de mi madre después de descubrirla follando por dinero. Esa fue
la gota que colmó el vaso. Nos dejó después de eso.
—Supongo que no esperaba casarse con una puta. —Él sonrió,
divirtiéndose.
Negué con la cabeza y salté. —No tienes derecho a hablar así de mi
familia. Y prefiero mendigar por las calles con ropa andrajosa, que casarme
contigo.
—Pero lo harás. —Su sonrisa de serpiente hizo que mi piel se erizara.
Sentí que tenía más ases en la manga con los que destruirme.
—¿Por qué estás aquí? —pregunté—. No lo entiendo. ¿No es Londres un
lugar más apropiado para ti? La gente odia tus establecimientos como My
Cherry.
—Lo estás convirtiendo en una burla y en algo sórdido al llamarlo así.
—Bueno, disculpa, pero no es más que montón de viejos cachondos
queriendo coños vírgenes, solo eso. Pensé que era un nombre más
adecuado. ¿Dónde está tu sentido del humor?
—Hmm... —gruñó—. Estoy aquí por el prestigio que se obtiene al
asociarse con dinero de familias nobles, y los Lovechilde son del mejor
pedigrí. Aunque no apruebo los matrimonios de los tres hijos; que la
descendencia Lovechilde se casara con plebeyos nunca estuvo en los planes
de Caroline. —Sonrió—. Incluso vino a mí llorando después de que Declan
se enamorara de esa sirvienta, y luego Ethan hizo lo mismo al casarse con
una hippie. Sin embargo, a ella no parecía importarle Carson. Supongo que
tener a alguien cuidando a su hija atormentada ayudó a que fuera más
benévola.
—La endogamia genera niños poco saludables. Y la aristocracia inglesa
es famosa por su endogamia. Algo que no sabrías, ya que, como imagino, tú
mismo saliste de alguna semilla oscura.
En lugar de ofenderse, asintió, impresionado. —Semilla oscura... vaya,
estás demostrando una gran versatilidad en el habla.
—Déjame aclarar una cosa, al casarte conmigo, te unirás a la familia
Lovechilde, ¿verdad? —Necesitaba entender qué se estaba cocinando en
esa malvada cabeza suya.
—Ya soy amigo íntimo de Caroline. Siempre será así. Pero necesito este
extra.
—¿Qué estás planeando? —tuve que preguntar.
Parecía complacido, como si hubiera hecho el tipo de pregunta que
permitía a alguien alabarse a sí mismo. —Estoy planeando mucho. Los
Lovechilde son dueños de la mitad de estas tierras, que no solo incluye la
superficie agrícola, sino también numerosas fincas en ruinas, ocupadas por
herederos con problemas financieros. —Con una sonrisa arrogante, me miró
a los ojos—. Y contigo como mi cariñosa esposa, podemos construir un
imperio. Te gustaría, ¿verdad?
—Pero Declan y Ethan no se quedarán sentados de brazos cruzados, no te
lo permitirán.
—Todo, salvo ese enclave hippie que está desarrollando en Chatting
Wood, está a nombre de Caroline. Ethan tiene los hoteles que está
expandiendo por todo el mundo, y Savanah tiene un par de miles de
millones de libras.
Negué con la cabeza. —Sabes mucho sobre esa familia, ¿no?
—Oh, el trabajo de mi vida es saberlo todo. —Su sonrisa de satisfacción
me hizo querer levantar el cenicero y estampárselo en la cabeza. Aunque
con esa cara alargada, parecía como si ya le hubieran aplastado la cabeza
entre dos ladrillos.
—¿Qué tal si me mudo a Londres y dejo todo esto atrás? —pregunté.
—Sería perfecto. Puedes ser mi esposa en todos los eventos importantes y,
al margen de toda esta vida, puedes tener a tu 'Cavalier Savant'.
—No sé qué es eso.
—Vaya. Y eso que estás estudiando literatura inglesa, creo.
—¿Por qué no preparas a Natalia? Parece muy entusiasta.
—Ella no es una Lovechilde, y no me gusta lo que sale de su boca.
Pero sí que metes tu diminuto pene en ella.
—Entonces, si me niego, ¿básicamente les dirás a todos que me estaba
prostituyendo y robando?
—No te negarás. Ah... y, por cierto, tienes que dejar de ver a Drake.
—¿Qué? —exploté—. Vete a la mierda. No puedes decirme qué hacer.
—¿Recuerdas lo que aquel vídeo le causó a Savvie? —preguntó.
—No tienes nada contra mí.
—Oh, podemos hacer cualquier cosa. Sabes que, después de todo, se
pueden manipular todo tipo de imágenes.
—Te odio. No me voy a casar contigo.
—Sabía que dirías eso. Así que ahora mismo tengo a alguien esperando
una llamada mía y tu querido Drake se tomará unas largas y agradables
vacaciones en algún lugar lejano como Australia. Nunca le volverás a ver.
—No puedes. Se lo diré a todos.
—No creo que crean las palabras de una ladrona y prostituta de hombres
ricos. No olvidemos a Peyton.
Quería meterme en una cueva y esconderme. Esconderme de mi feo
pasado y de este hombre frente a mí, que hacía que Peyton pareciera un tipo
agradable que donaría un riñón a un extraño.
—Entonces, ¿has sabido todo el tiempo que no era virgen y aun así me
acosabas?
—Una vez que descubrí que eras familia de Caroline, te mantuve en la
recámara. Sabía que algún día serías útil para algo.
—Pero todo el mundo sabe que no eres de los que se casan.
—Una persona puede cambiar. —Forzó una sonrisa—. Y no esperaba
enamorarme de alguien. —Su risa escalofriante me hizo querer meterme las
manos en la garganta.
Agitó la mano como un rey hacia su sirviente. —Ahora vete y organiza la
fiesta de compromiso. Hagamos que todo sea espectacular, ¿de acuerdo? —
Sonrió—. ¿Tal vez una exclusiva en Vogue?
Embriagada por la ansiedad, sentí que mi cabeza daba vueltas fuera de
control. —¿Y si digo que sí, Drake estará a salvo?
—Totalmente a salvo para disfrutar de su vida agrícola con Declan y
seguir follando con ricas mujeres maduras.
—Pero quiero estar con él.
Su boca se torció hacia abajo con condescendiente simpatía. —Oh,
querida niña, él es demasiado bueno para ti.
—Así que vosotros, que os tiráis a jovencitas en My Cherry, sería una
tragedia si las esposas se enteraran, ¿verdad?
—Estamos a punto de trasladarnos a algún lugar lejos de ojos curiosos y
puritanos.
Esa noticia al menos alegraría a todos, pensé. Y me fui con el corazón
apesadumbrado.
¿Qué coño voy a hacer ahora?
Capítulo 12

Drake

DURANTE MI CARRERA DIARIA hasta los acantilados, me encontré


con Theadora, su hijo y su Jack Russell.
—Hola —me saludó ella.
Julian, que se parecía más a Declan cada vez que lo veía, le lanzó una
pelota al perro.
Limpiándome el sudor de la frente, señalé las olas espumosas que
golpeaban contra los imponentes acantilados calcáreos. —Bonita vista,
¿verdad?
—Impresionante. No me canso de venir aquí. Y el ascenso empinado es
un buen ejercicio para el corazón. —Ella se rio—. Y mírate tú, subes
corriendo todo el camino. Yo necesitaría descansos constantes.
—He estado entrenando. Al principio sí tenía que hacer pausas para
recuperar el aire.
Su rostro se iluminó con una sonrisa. —Oye, es el cumpleaños de Declan,
y vamos a tomar unas copas al Mariner esta noche. Quería hacer una fiesta
como es debido, pero a él no le gustó la idea. —Puso los ojos en blanco—.
Al final, accedió a salir a tomar unas copas. Mirabel va a dar un pequeño
concierto.
—Eso suena genial. Ya he visto que los Lovechilde organizan muchas
fiestas.
—Pero es divertido. Me gusta ser social. No solía serlo, pero desde que
me uní a la familia y me convertí en uno de ellos —alzó una ceja como si
eso la hubiera costado trabajo—, prefiero disfrutarlas. Como la próxima
semana es la fiesta de cumpleaños de Manon, no creo que Declan tenga
ganas de hacer más eventos.
Permanecí con la boca cerrada a pesar de que Theadora hizo una pausa
para que yo respondiera. Tal vez notó que me estremecí ante la mención de
Manon. No podía escuchar su nombre sin tener una respuesta corporal.
Sus mensajes constantes junto con una foto sexy suya con un diminuto
sostén, mantuvieron la chispa entre nosotros, o más bien el vapor.
Todavía me ponía ansioso que Crisp me hubiera exigido que dejara de
verla, y habría ganado bastante dinero haciéndolo. Pero un trato con el
diablo no entraba en mis planes.
—¿Vas a ir al cumpleaños de Manon? —preguntó.
Asentí.
Inclinó la cabeza. —¿Todavía os estáis viendo?
—Es algo complicado. —Cambiando de tema, pregunté—: Entonces, ¿a
qué hora habéis quedado esta noche?
—Sobre las ocho. Espero que puedas venir. Será divertido. Incluso podría
animarme a tocar un par de canciones. —Sonrió tímidamente.
—Sois estupendas. Me encanta el canto de sirena de Mirabel, es
asombroso.
—Sí. Ella tiene mucho talento y es muy creativa.
—Y tú también. Eres hábil con la música. ¿Sigues enseñando a niños?
Ella asintió. —Me encanta. Pronto tenemos un concierto. El hijo de
Mirabel y Ethan, Cian, va a tocar una canción. Tiene mucho talento, para
ser un niño de cinco años.
Mis cejas se elevaron. —¡Guau! Todavía es muy pequeño.
—Así se descubren a los prodigios.
—¿Sus padres quieren que sea concertista de piano? —pregunté,
levantando las cejas.
—No creo que les importe lo que sea en un futuro. Pero parece
disfrutarlo, y práctica mucho.
—¿Y Julian también es músico? —Eché un vistazo al pequeño doble de
Declan, que estaba lanzando la pelota al imparable canino, cuya existencia
parecía girar en torno a perseguir esa pelota.
—Es demasiado distraído para practicar. —Se encogió de hombros—. No
me importa. Hay un montón de músicos en el mundo. Parece más
obsesionado con los aviones y los trenes.
Me reí. Eso sonaba más a cuando yo cuando era niño.
Julian tiró de mi pantalón. —Voy a clases de natación hoy. —Parecía
emocionado.
Theadora se rio. —Le encanta el agua. Cary le está enseñando.
—¿De verdad? —Eso me tomó por sorpresa—. Cada vez que me lo
encuentro en Merivale, está escribiendo en un bloc de notas o leyendo.
—Supongo que eso tiene sentido. Es escritor. Aparentemente, fue
campeón de natación en sus días de juventud, en Eton, e incluso entrenó a
nadadores durante un tiempo.
—Caramba, eso no me lo esperaba. Sé poco sobre él. Supongo que sé
poco acerca de todos en realidad. A excepción de Declan y Carson, por
supuesto.
—Hay un montón de secretos. —Rio—. Supongo que no puedes tener una
historia familiar que se remonte a cientos de años y no tener todo tipo de
secretos ocultos bajo llave. —Sostuvo mi mirada—. Hablando de secretos,
¿has visto a esos matones merodeando por el Salon Soir?
Aquel disparo todavía me causaba pesadillas y sudores nocturnos.
—He visto a algunos tipos yendo y viniendo. Pero ya no trabajo allí.
—¿No? Pensé que estabas trabajando como personal de seguridad. Cada
vez que he ido allí, te he visto de portero.
Una gota de sudor, que no tenía nada que ver con mi carrera, goteaba por
mi cuello. —He pasado página. Trabajaré para el equipo de Carson cuando
me ofrezca algún trabajo, pero estoy mejor en la granja.
—Declan está feliz de tenerte. —Sonrió—. Los rumores dicen que
algunos traficantes de drogas están lavando su dinero en el casino.
Theadora parecía decidida a mantener abierta esa conversación.
—Vi a todo tipo de gente entrando y saliendo. Me alegro de estar fuera.
Ella asintió. —Julian, ven aquí. —Su hijo salió corriendo, persiguiendo a
Freddie.
—Nos vemos esta noche, entonces. —Me besó en la mejilla y me fui
corriendo.
Olvidé preguntar si habían invitado a Manon. Mi corazón así lo esperaba,
al igual que mi cuerpo. Mi cabeza, sin embargo, estaba en otro universo.
Crisp no era alguien con quien pudieras meterte, pero odiaba que me dijeran
qué hacer. Mi madre era la única persona con ese privilegio.
Tal vez Manon también. Cuando se ponía mandona y me exigía, le
enseñaba mi polla, lo que me ponía a cien. Mi miembro se ponía duro como
una roca con solo ver su lengua rosada recorriendo esos hermosos labios
carnosos.

MI TARDE PASÓ VOLANDO en la granja, sin tiempo ni siquiera para


mirar el reloj, como solía hacer cuando trabajaba en seguridad.
De hecho, prefería la granja a cualquier otro trabajo que hubiera hecho
hasta ahora, incluido el gimnasio. A veces incluso ayudaba con la siembra o
incluso con el desbrozado y la distribución del abono. Disfrutaba
ensuciándome las manos. Aunque trabajaba en la oficina, pronto descubrí
que cada día era algo diferente.
Después de un gran día lidiando con los constructores del nuevo mercado,
volvía en bicicleta al pueblo cuando Kylie apareció de la nada. Tomé un
desvío rápido, girando hacia una calle lateral, pero cuando escuché mi
nombre, mis hombros se desplomaron.
Tuve que parar y saludarla, a pesar de querer llamarla gilipollas y decirla
que se fuera a la mierda. Ser grosero no era lo mío. A menos que alguien
me hubiera hartado demasiadas veces. Kylie estaba cerca de hacerlo.
—¿No me vas a devolver los mensajes? —dijo.
—Kylie, mira… —Tomé un respiro. No era yo. Yo no era el tipo de chico
que rompe relaciones.
¿Desde cuándo una mamada da paso a una relación?
Nunca había ido tan serio con una chica como con Manon. Para mí, al
menos, era algo serio, considerando que acababa de renunciar a un montón
de dinero por seguir viéndola. Antes de ella, solo veía a las chicas por
diversión, aunque odiaba la idea de hacer daño a alguien. Incluso había
pensado en alejarme del sexo por un tiempo para evitar los líos que
provocaba.
Con Manon, era diferente, y era mucho más que sexo apasionado. Me
encantaba estar cerca de ella. A pesar de sus dramas esporádicos, me
fascinaba. La última vez que estuvimos juntos, me habló de los libros que
se había estado leyendo. Pude ver que estaba tratando de superarse a sí
misma. Apreciaba eso en cualquier persona, porque yo también quería eso
para mí.
Kylie me acarició el brazo. —Mmm... estás un poco sudado. —Se pasó la
lengua por los labios.
—Las colinas son empinadas. —Me aparté el pelo de la frente—. Mira,
Kylie. No quiero seguir con esto. Ya te lo he dicho.
—Ya… está bien. Pero estoy segura de que esto no te importará. —Me
agarró la polla y tuve que mirar alrededor para asegurarme de que nadie nos
viera.
Me alejé. —Esto roza el acoso, Kylie. Déjame en paz.
—No quiero. —Hizo un puchero con la cara—. ¿Quieres que les diga a
todos que me tocaste de manera inapropiada mientras eras mi entrenador?
—Eso es mentira. Di lo que quieras. —Le di la espalda.
—Oh... no sabes lo jodidamente cachonda que me pones cuando te
enfadas.
—Vete a la mierda, Kylie.
Subí a la bicicleta y pedaleé con fuerza.

EL MARINER SE HABÍA convertido en mi lugar favorito. Al ser el único


pub de la ciudad, tenía pocas opciones. Cuando entré, encontré al clan
Lovechilde dando vueltas por el bar. Ethan estaba contando un chiste sobre
un “cabrón irlandés”, a lo que Mirabel le acusó de racista.
—Está bien, entonces, es un hijo de puta inglés. —Se rio.
—Vale ya, por favor —instó Savanah.
—Era bueno contando historias. —Ethan se moría de risa mientras los
demás decían ‘Ja, ja´.
—¡Hola! Ahí estás. —Carson me dio una palmada en la espalda—. Es
bueno ver que has podido venir. Te estamos echando de menos en Reinicio.
Especialmente las chicas.
Puse los ojos en blanco. —Pensé que eso sería una buena excusa para
pillarme una borrachera. —Me reí. Carson ya sabía que yo no era un gran
bebedor, a pesar de haberme emborrachado en alguna ocasión,
principalmente cuando estaba con Billy, que era una mala influencia y podía
alcoholizar a cualquiera. Tenía el hígado de un irlandés, como decía mi
madre a menudo.
Me uní a Declan. —Feliz cumpleaños. Acabo de enterarme hoy. Estaba
corriendo por los acantilados cuando me encontré con tu esposa y ella me
invitó.
Parecía complacido. —Es bueno verte aquí. Y, por cierto, gracias por
ayudarme con los constructores hoy. Tenía otros asuntos que atender.
Theadora, que estaba de pie cerca, añadió: —Sí, a su nuevo y brillante
juguete.
Declan se rio entre dientes ante su seco comentario. —Acabo de
comprarme un avión.
Lo había dicho como si acabara de cambiar de coche. Nunca antes había
conocido a nadie que fuera dueño de su propio avión. Un recordatorio de la
considerable riqueza de mi jefe, y cómo la había usado para darle una
oportunidad a gente como yo.
—¡Guau! Eso es impresionante —dije.
—Vamos a hacer un viaje rápido a España. —Le sonrió a Theadora, pero
ella no parecía tan emocionada.
—¿No te gusta viajar? —le pregunte.
—Me estoy acostumbrando poco a poco. Solo temo por la seguridad de
Declan cuando se va a esas misiones de rescate.
Ethan intervino. —Ese es Dec. El bonachón de la familia.
—Preferiría que fuera voluntario en un refugio de perros o algo así —
murmuró Theadora.
Declan colocó su brazo alrededor de ella y la atrajo con fuerza. Su rostro
se suavizó. Si alguna vez necesitaba un recordatorio de cómo era el amor,
solo tenía que mirar a Declan y Theadora.
Al igual que Ethan, quien también rodeaba con su brazo a Mirabel.
—No sabía eso —dije—. ¿Has rescatado a alguien últimamente?
—La semana pasada tuvimos que izar a un hombre que se desvió del
rumbo con su bote y se metió en aguas turbulentas.
Tan sorprendido como impresionado, asentí. —Eso debe haber salido en
las noticias.
Se encogió de hombros. —Prefiero estar fuera del foco mediático. —
Sonrió.
Estaba a punto de responder, cuando entró Manon.
Al entrar, hizo que las cabezas se giraran, especialmente entre los clientes
masculinos. Nos sonrió, y luego sus ojos se posaron en los míos,
manteniéndome cautivo. Nunca había conocido a una mujer que pudiera
hacer eso, pero Manon era única.
—¿Quién ha invitado a Manon? —Ethan frunció el ceño.
Sabía que no se habían encariñado con ella, precisamente. Manon había
admitido que quería ser aceptada y se había arrepentido de haber hecho las
cosas mal con su nueva familia.
Se inclinó, besó a Declan y le entregó un regalo, y luego Savvie intervino
y abrazó a Manon, lo que provocó la alegre respuesta de ella.
Después de todos los saludos, Manon se giró hacia mí. —Vuelvo en un
minuto.
Se fue, contoneando las caderas y aún más hermosa que la última vez que
la vi.
—Bueno, ¿quién la ha invitado? —preguntó Theadora.
—Yo —dijo Savanah—. Hemos hablando últimamente.
—¿Incluso después de te robara la ropa y todos esos feos comentarios? —
preguntó Mirabel.
—Digamos que nos hemos unido y ha cambiado.
—Trabajar en ese antro, Cherry, no ayuda exactamente a su causa —
respondió Ethan.
—He oído que planea dejarlo y, de todos modos, estuvo allí conmigo, en
el hospital. —Savanah esbozó una sonrisa triste y Carson la rodeó con el
brazo—. Todavía es joven y tuvo una infancia muy dura. Todos la cagamos
alguna vez. ¿No es así?
—Supongo que estas en lo cierto. No me imagino a Bethany como una
jodida madre. Sería como El Diablo viste de Prada. —Ethan hizo una
mueca.
Mirabel se fue hacia el escenario cuando todos tuvimos ya nuestra bebida.
El pub se llenaba cada vez más, con personas uniéndose a nuestro grupo.
Al parecer, los Lovechilde conocían a todo el mundo en este pueblo y
Declan, pronto descubrí, había dejado su tarjeta para pagar todas las
consumiciones, más la comida para picar.
Tres viejos pescadores escoceses sentados en la barra, levantaron sus
pintas en señal de gratitud.
—Me recuerdan al trío de la obra de teatro ‘Old Greg’ de Mighty Boosh
—dijo Ethan.
Declan se rio a carcajadas.
—Los he visto en YouTube. Son jodidamente graciosos. Tres tíos metidos
en un jersey grande, jugando a las gigas irlandesas. —Todos se unieron a
mí, entre risas.
Manon regresó e hizo una mueca. —¿De qué os reís todos? —Sus bonitos
ojos recorrieron el grupo antes de aterrizar en mi cara y hacerme olvidar de
lo que estábamos hablando.
—De una parodia de un programa británico —dijo Theadora.
—Ah. No veo la televisión. No tengo tiempo. —Sonaba un poco insegura
al hablar. Me preguntaba si algo andaba mal.
Se puso a mi lado y luego, para mi horror, llegó Kylie. Dado que vivía en
el pueblo y ese era el único pub, no debería haber sacado conclusiones
apresuradas sobre por qué estaba allí.
Justo cuando estaba pensando en alguna excusa para irme, el olor a
jazmín se introdujo en mi conducto nasal, un aroma que evocaba todo tipo
de recuerdos dulces y sucios, que irradiaba del cabello largo y oscuro de
Manon.
No me iba a ir a ninguna parte.
Capítulo 13

Manon

—¿LA HAS INVITADO? —PREGUNTÉ.


—No —dijo Drake, con tono de nerviosismo. Seguía pasándose la mano
por ese rizo que le caía sobre la frente, y lo único que quería hacer era
sugerirle que nos fuéramos para poder seducirle.
Vete a la mierda Rey. Seguiré viéndole cuando quiera.
—Oh. Aquí viene, parece que está lista para atacar. Tal vez debería ir a
saludar a Max. —Ladeé la cabeza hacia uno de los trabajadores de la granja
orgánica de Declan que, aunque atractivo, no era Drake.
Nadie era Drake.
Me arrepentí por lo infantil que soné, tratando de ponerle celoso.
Sin embargo, la idea de que Kylie o cualquier otra mujer se follara a
Drake, me ponía celosa a más no poder.
Drake me pertenecía.
Ojalá Kylie no fuera tan hermosa, con ese pelo rubio, sus grandes pechos
y esas largas piernas.
—Puedes hacer lo que quieras. —Estaba a punto de hacerle un corte de
mangas, cuando añadió—: No me gusta Kylie. Ya lo sabes. Te lo he dicho
bastantes veces.
Su tono era áspero y casi de enfado. Lo que hizo que le deseara aún más.
Quería que fuera duro conmigo. Prefería el dolor físico, a toda la mierda
que se me pasaba por la cabeza.
Savanah se unió a mí en la barra. —¿Cómo estás? Pareces un poco pálida.
—Estoy bien. —Suspiré—. Problemas de chicos.
Ella sonrió con simpatía. —Pensé que tú y Drake estabais juntos…
Kylie le había acorralado en lo que parecía una conversación seria. No
podía ver su rostro, pero ella estaba casi encima de él.
—Parece que tiene novia. —Seguí echando miradas furtivas y
comparándome con ella, con esa diminuta falda rosa chillón que la cubría el
trasero y mostraba sus piernas largas y tonificadas. Podría haber tenido a
cualquier hombre.
A diferencia de Kylie, yo ya no me vestía como una pervertida. Descubrí
que ponerme ese tipo de ropa solo atraía a idiotas y a viejos verdes.
Además, vestir de diseñador me hacía sentir sexy.
—Se le ve un poco nervioso, y parece que la quiere evitar —dijo Savanah
mientras echaba un vistazo a Drake y Kylie.
—Mmm... No me parece ni medio normal que esté así.
Savvie dio otro sorbo a su bebida y sonrió. —Estoy segura de que está
más interesado en ti. Sigue mirando hacia aquí, ¿no le ves?
Mirabel tocó su guitarra y la atención de todos se dirigió al pequeño
escenario iluminado.
—Oye, gracias por invitarme —le dije.
Savvie sonrió. —Eres parte de la familia.
Eso es lo que quería oír. Ser parte de algo que no involucrara estafas y
mentiras, era realmente importante para mí. Incluso cuando me odiaban,
que no podía culparles por eso puesto que me había comportado mal,
admiraba en silencio a mis tíos y tías.
Como siempre, Mirabel nos sorprendió a todos. Simplemente no podías
quitarle los ojos de encima. Dominaba con su presencia el escenario. Con
un vestido verde ceñido, capturó la atención de todos, no solo por sus
canciones cautivadoras, sino por su estilo único. La moda no significaba
nada para ella, pero aun así siempre estaba increíble. Y el tío Ethan estaba
tan enamorado de ella, que desprendía amor con su sonrisa.
—¿Mirabel se pone algo que no sea verde? —pregunté.
Savvie se rio entre dientes. —Le pregunté lo mismo y me dijo que el
verde es el color de Venus.
Asentí. —Precioso. Le queda bien con su lustroso cabello pelirrojo.
—Está guapísima. Además, me encanta esta canción.
—A mí también. —En lugar de mirar al hombre que amaba siendo
seducido por esa pelandrusca, puse mi atención en el escenario.
La música me transportó a un bosque mágico, lleno de hadas y brujas y
hombres sexys con capas que se parecían a Drake. Sus palabras poéticas,
cantadas con su voz ronca, me dieron un respiro de la tormenta que se
estaba gestando dentro de mí.
Después de cantar tres canciones, Mirabel dio la bienvenida a Theadora al
escenario. La esposa de mi tío se sentó al piano e interpretó un solo
mientras sus dedos se deslizaban sobre las teclas con una impresionante
facilidad.
Mientras veía al tío Declan como un esposo orgulloso y enamorado, me
pregunté si alguna vez haría que mi futuro esposo se sintiera orgulloso, una
pregunta que nunca antes habría considerado ni una sola vez. Solía pensar
que tenerme desnuda en la cama era su regalo especial de mi parte.
No pude evitar envidiar a Mirabel y a Theadora por sus destrezas. Y a
Savvie también, que era genial diseñando.
¿En qué soy buena yo?
Me arrepentí de dejar la escuela a los quince años. Eso fue por culpa de
mi madre. Me emparejó con Peyton y terminé viviendo una vida perezosa
en su casa de dos pisos en Chelsea, donde únicamente aprendí a follar. Eso
era principalmente lo que hacíamos. Me hacía pasearme por la casa en
lencería. A cambio, me dio una tarjeta de crédito con la que podía gastar a
mi antojo. Solo que rara vez sonreía. ¿Era divertido? Ahora que lo pienso,
no recuerdo haber sonreído nunca.
Kylie se había pegado a Drake y yo quería arrancarle los ojos.
Me uní a ellos. Después de todo, él era mi novio, ¿no?
Llevábamos algunas noches sin estar juntos, lo cual me molestaba. Me
había alejado de él y no me devolvía los mensajes. No sabía por qué, e
incluso me preguntaba qué le habría enfadado. ¿Quizás era porque se había
escapado con Kylie?
Drake se dirigió al baño de hombres e, incapaz de controlar a mi perra
interior, me acerqué a Kylie.
—Parece que tú y Drake estáis bastante juntitos —dije.
Me miró fijamente, como si yo fuera una especie de ser sin valor. —Es mi
novio. ¿Quién eres tú?
—¿Tu novio? Pues ha estado conmigo durante el último mes, más o
menos. —Exageré, llevábamos viéndonos menos tiempo.
—Pues ya no, si puedo evitarlo. —Hacer pucheros con esa boca
antinatural e hinchada la hacía parecer una caricatura, pensé—. Él me forzó
—agregó—. Le he perdonado. Es demasiado bueno para dejarle ir. Y
aunque se puede decir que casi me violó, no me importa.
¿Qué?
Cuando Drake regresó, le vi como un demonio. Con cuernos y todo.
Un demonio jodidamente atractivo.
—¿Qué ocurre? —preguntó, mirándome a mí y luego a Kylie.
—Eres malo. —Mis ojos ardían con la amenaza de lágrimas. Negándome
a darle a Kylie la satisfacción de ver cómo me había afectado, le di la
espalda bruscamente y me fui, con la cabeza alta, al baño.
El dolor emocional se intensificaba con cada respiración. No podía
creerme cómo me había permitido enamorarme tan profundamente.
Mi madre tenía razón en que el amor nos debilita.
Una vez en el baño, rebusqué en mi bolso e, impulsada por la frustración,
vacié el contenido en el suelo y encontré la navaja que siempre llevaba
conmigo desde los trece años.
Londres era un lugar peligroso. Ya me había tenido que defender una vez
cuando un yonqui intentó robarme. No le apuñalé, pero lancé una puñalada
cerca de su corazón.
Recordando lo asustado que se quedó Drake al ver los cortes en la parte
interna de mi muslo, esta vez opté por hacérmelos en la parte externa. Cada
vez que algo me arrastraba a un lugar oscuro, cortarme era mi único
mecanismo de supervivencia. El alcohol no me quitaba el dolor y odiaba la
forma en que me afectaban las drogas.
Un dolor punzante me dejó sin aliento y mientras sangraba, el dolor se
transfirió de mi corazón a mi herida.
Absorbí la sangre con papel higiénico e, imaginando que probablemente
se me notaría en los pantalones, decidí que saldría corriendo hasta la salida.
No podía quedarme viendo cómo Drake se excitaba y se acercaba a otra
mujer.
Pero ¿violación? Ese no era Drake. ¿O si lo era?
Drake siempre fue muy gentil conmigo. Excepto por aquel beso que me
dio enfadado. Y me empujó contra la pared para follarme por detrás, pero
eso fue muy sensual.
Aunque parecía dulce, había visto el fuego en sus ojos, especialmente
cuando follábamos. Esos hermosos ojos azules ardiendo en los míos.
Cuando le pregunté por qué seguía mirándome, dijo que le encantaba
mirarme.
¿Estaba jugando conmigo? Si era así, era un excelente actor, o yo solo era
una tonta crédula.
Me senté allí, me cubrí la cabeza y lloré.
La puerta se abrió de golpe y Savvie se tapó la boca. —¡Ay! Lo siento.
La miré como un conejo aturdido. Debería haber cerrado la puerta.
Sus ojos se fueron a mis cortes y se abrieron en estado de shock. —¿Qué
diablos? ¿Mannie?
Me llamó Mannie. Mi mente se centró en eso. Drake me había llamado así
una vez, y me hizo sentir como una persona diferente. Como si nos
conociéramos desde siempre.
—Tu pierna. Está sangrando. —Me señaló.
Debía parecer un espectáculo. Estaba sentada en el baño, con los
pantalones bajados hasta los tobillos. Me llevó un momento darme cuenta
de lo que estaba pasando. Me habían pillado haciendo lo impensable. Las
personas como yo éramos monstruos. Bichos raros, que necesitaban ayuda
urgente. Nadie lo sabía. Ni siquiera mi madre. Tampoco es que le hubiera
importado una mierda.
—¿Te lo has hecho tú?
Sí. Me he cortado porque eso es lo que hago cuando no puedo con la vida.
—Hay mucha sangre. —Abrió su bolso y sacó un rollo de adhesivo
quirúrgico—. Toma, los llevo por las ampollas cuando me pongo zapatos
nuevos.
—Vale, gracias. —Lo cogí.
Miró al suelo y vio el cuchillo, me quedé paralizada. Todo sucedió muy
rápido.
Miró el cuchillo manchado de sangre y luego a mí y sus ojos se abrieron
como si finalmente lo hubiera entendido.
—Mannie, ¿qué diablos has hecho?
Me mordí el labio, que temblaba incontroladamente. Normalmente le
sacaría el corte a cualquiera que quisiera meterse en mi jodida cabeza, pero
Savvie me había dejado entrar en la suya y sentí que se lo debía.
Cogí el cuchillo, lo limpié con papel higiénico, lo volví a meter en su
estuche y luego en el bolso.
Mirándome con la expectativa escrita en su rostro, Savvie señaló mi
pierna. —¿Por qué te haces eso?
Tomo papel higiénico y me lo entregó. —Toma, límpiate, luego podemos
poner el adhesivo encima.
Me senté en el inodoro, totalmente patética, estoy segura. Era incapaz de
moverme. El impacto de ser descubierta me había abrumado, y las lágrimas
brotaron, como la sangre brotaba de mi corte. Debí haberme cortado más
profundo de lo habitual.
Mi corazón parecía que se iba a desgarrar. Era incapaz de enfrentarla, y
mucho menos de olvidar toda mi mierda de repente, de meter en un armario
todos esos recuerdos rotos que necesitaban ser reparados o destruidos de
inmediato.
Tapándome la cara con las manos, solo quería acurrucarme en algún lugar
y esconderme.
Se unió a mí en el suelo y me cogió de la mano.
—Escucha. Yo pensé en suicidarme un par de veces. Sé cómo te sientes.
Como si una nube oscura te tragara y no pudieras encontrar una salida.
Eso no me lo esperaba. Savvie parecía flotar por la vida, incluso cuando
caminaba, como si estuviera a punto de ser la estrella de un baile.
—¿En serio? —fue todo lo que pude decir. No era buena cuando la gente
me decía cosas tan profundas. Nunca antes nadie se había interesado lo
suficiente como para confiar en mí—. Pero si tú lo tienes todo. —Fui al
lavamanos, me limpié y me vendé el corte.
—He vivido momentos bastante jodidos con Bram. Estoy segura de que
sabes a lo que me refiero.
—Te refieres a lo de ese vídeo sexual. —Hice una estúpida mueca—. Lo
siento si me burlé de ti aquella vez. Realmente no estaba en mis cabales.
Aún no lo estoy. —Solté una risa oscura ante esa afirmación.
—De todos modos, Mannie… —Ella sonrió con fuerza—. ¿No te importa
que te llame así, ¿verdad?
—No. Me encanta. —Sonreí y un rayo de sol eliminó parte del hielo
interior. Interesante lo que podía hacer una charla con alguien que también
había hecho cosas extremas.
Nos pusimos frente al espejo y me arreglé la cara. Me sequé los ojos para
limpiarme el maquillaje. —Demasiado water proof.
Ella asintió. —Dímelo a mí. Cada vez que lloro, termino pareciendo un
payaso psicópata.
Me reí de esa tonta imagen antes de ponerme totalmente seria de nuevo.
—Por favor, no se lo digas a nadie. Ni siquiera a Carson.
Ella me lo juró. —No. Lo entiendo. Pero oye, necesitas ayuda, cariño. No
es bueno hacer eso. ¿Cuánto llevas haciéndolo?
Me miré los pies. —Casi no recuerdo ni cuando empecé.
Sus cejas se juntaron. —¿De verdad? ¿Qué edad tenías la primera vez?
—Tal vez siete años. —Tragué con fuerza.
Sacudiendo la cabeza con incredulidad, Savvie preguntó: —¿Por qué?
Quiero decir, ¿no te duele?
—Esa es la idea. —Tomé una respiración profunda. Las lágrimas ardían
de nuevo en mis ojos. Mi garganta ahogó un sollozo. Nunca antes había
compartido esto sobre mí.
—Joder, lo siento mucho. ¿Por qué no vamos a algún lugar a tomar un
café? No me importa y Carson y Declan lo entenderán.
—¿Harías eso? ¿Dejarías lo que parece una gran noche para escuchar mi
historia de mierda?
Ella sonrió. —Hay un millón de fiestas como esta. Tú lo sabes.
Sí, les gustaba la fiesta. Y eso era algo que me encantaba de esta familia.
¿A quién no le gustaba una buena fiesta?
—Todo está bien. Creo que me siento mejor ahora. Tal vez podamos bajar
a Londres para ir de compras y tomar algo otro día. Me encantaría.
—Claro. Cuando quieras. Te presentaré a mis amigas malvadas. De
hecho, Jacinta da una fiesta la próxima semana. Se ha mudado a Notting
Hill. ¿Por qué no vienes? Carson odia las fiestas. Así que sería genial tener
a alguien con quien cotillear.
Me reí.
Me abrazó y otra lágrima se deslizó por mi mejilla.
—Gracias, Savvie, por acogerme. Significa mucho para mí.
Ella sonrió. —¿Por qué no salimos y coqueteas un poco con Drake?
—Kylie me ha dicho que Drake la violó.
La cabeza de Savvie se echó hacia atrás. —No. Eso es imposible. Si es un
amor.
—Eso pensaba yo, pero parece que comparten algo profundo y
significativo.
Me llevó afuera. —No te preocupes. Ella solo está tratando de pasarte por
encima, no es más que eso. No te creas todo lo que te diga.
De repente ella se giró, me cogió la mano y me miró seriamente a la cara.
—Prométeme que, si te sientes así de mal otra vez, me vas a llamar. ¿Vale?
Antes de hacerte eso otra vez.
Me mordí el labio y asentí con una sonrisa temblorosa.
Drake estaba junto a la barra; sus ojos me siguieron. Kylie ya no estaba, y
el escozor de mi pierna detuvo otros pensamientos negativos.
Capítulo 14

Drake

—ME HAN DICHO QUE ya no trabajas en el Salon Soir —dijo Carson,


mientras pedíamos otra en la barra, disfrutando de nuestras pintas de
cerveza negra gratis.
—Algo está pasando allí. Ese Reynard Crisp está jodidamente podrido.
—Ya… —Tomó aire—. No me estás diciendo nada nuevo.
Al escucharnos, Declan preguntó: —¿Has visto algo extraño?
—Ha contratado a unos tipos, unos hermanos de Europa del Este. No
estoy seguro de lo que hacen, pero me resultaron desagradables. —No
debería haber dicho nada, pero decir que estaba molesto con lo que había
sucedido en mi último turno, era todo un eufemismo.
Pude haber muerto aquella noche, y aunque ya había depositado el cheque
de cincuenta mil libras para el nuevo hogar de mi madre, sentía la necesidad
de desahogarme, al fin y al cabo, el peligro rondaba a los Lovechilde. Me
debía más a Declan y a mantener segura a su familia, que ser leal a Crisp.
Ese cheque fue el pago por salvarle la vida. Nada más.
Me giré hacia Carson. —¿Podemos hablar en alguna parte?
Me siguió y pasamos junto a Kylie saliendo del baño. Me guiñó un ojo y
apreté los dientes. Solo deseaba que encontrara a otro con el que retozar.
Carson se rio. —Todavía está loca por ti, por lo que veo.
—Me está volviendo loco. Puede que tenga que denunciarla.
Él frunció el ceño. —¿Por qué no haces pública tu relación con Manon?
—Es una historia larga y espeluznante. Además, todo se conecta con ese
maldito Crisp. —Suspiré.
Justo cuando estábamos a punto de salir, me giré para echar un vistazo a
la pista de baile, donde se había puesto a pinchar un DJ. Vi a Manon y
Savanah volviéndose locas en la pista. Sus brazos se agitaban y sus caderas
se balanceaban, y se reían como si estuvieran disfrutando como nunca.
—Tu esposa y Manon se han vuelto muy amigas, por lo que veo.
—Eso parece. Creo que les vendrá bien a ambas. —Una vez que salimos,
se giró hacia mí—. Dime, ¿qué sucede?
Le conté lo del disparo a Crisp.
—Lástima que ese asesino fuera un tirador tan malo. —Sonrió.
—Fue gracias a mí. Aparté a Crisp de un empujón y la bala me pasó
rozando la oreja. Todavía puedo escuchar el zumbido en el oído.
Él frunció el ceño. —Necesitas hacerte una prueba en el otorrino por si
acaso, amigo. A mí me pasó lo mismo. Ya se me pasó, pero me llevó algo
de tiempo que se recuperara por completo. —Sacudió la cabeza como si
estuviera asimilando lo que acababa de decir—. Mierda. Salvaste a ese
bastardo.
—Es lo que se supone que tenemos que hacer como personal de
seguridad. ¿No es así?
Asintió. —Así es como entrenamos a nuestro equipo. Tú lo sabes bien.
Asististe a los talleres. —Hizo una pausa—. Y compró tu silencio con un
cheque de cincuenta mil libras.
—No debería haberlo aceptado. Podría haber ido a la policía.
—No. Es una situación demasiado delicada para eso. Probablemente
tenga comprados a algunos policías. Yo me mantendría alejado si fuera tú.
Pero se lo comentaré a Declan. ¿Te importa?
—No. Confío en que Declan no vaya por ahí contándoselo a nadie.
—Caroline ya sabe que allí se mueve tráfico de drogas a gran escala.
Mis cejas se elevaron. —Estás de broma… ¿Y ella lo permite?
—Es su hogar. Su espacio. Seguro que está perturbada por todo lo que
sucede, pero Crisp la tiene entre la espada y la pared. Ni una palabra a nadie
sobre lo que te acabo de decir. Especialmente a Manon. —Él ladeó la
cabeza—. Ahí están.
Me giré y vi a Manon fumando con un vapeador.
—Será mejor que vuelvas. Cualquier cosa, me cuentas, ¿está bien? No
tienes que guardarte estas cosas para ti. Sé lo angustiante que puede llegar a
ser.
Me abrazó y volvió a entrar.
Me quería ir. Aunque solo fuera para escapar de Kylie. Todos estos
problemas me estaban volviendo un manojo de nervios. Solo quería
esconderme en mi habitación con mi PlayStation, o tomar una taza de té
con mi madre. La necesitaba. Ella me calmaría, me ayudaría a dormir
mejor. Manon me había ayudado con eso la noche que nos quedamos juntos
después del tiroteo. Ni siquiera tuve pesadillas. Con su cuerpo suave y
hermoso en mis brazos y su dulce aliento en mi piel, la vida se volvía
especial, como si fuera capaz de cualquier cosa, de ser cualquier cosa.
Estaba a punto de darme la vuelta cuando me tocó el brazo.
—Habla conmigo. —El humo salió de su boca perfecta, que encajaba con
la mía como si perteneciera a ella.
—¿Cuándo empezaste a vapear?
—Hace unos días. —Parecía triste.
—Eso está lleno de productos químicos nocivos, Manon.
—¿Y qué? Es mejor que las personas nocivas.
Nos miramos a los ojos, todo en lo que podía pensar era en nosotros
desnudos en la cama.
—Tu novia se está poniendo bastante fuerte. —Siguió soltando humo en
mi cara, como si fuera una forma de castigo.
—Ella no es mi puta novia. Está haciendo de mi vida un infierno. No
quiero tener nada que ver con ella. —La ira se acumuló, y si no me alejaba,
podría explotar y decir algo de lo que me arrepentiría, como mandar a la
mierda a Kylie—. Me voy. Ya no quiero hablar más de esto.
Manon me agarró del brazo. —Espera. —Sus ojos estaban muy abiertos y
vidriosos—. ¿Por qué te portas tan mal conmigo? ¿Por qué no me contestas
a mis mensajes? ¿Ya no te gusto?
Me pasé los dedos por el pelo. —Todo lo contrario, Manon. Creo que es
un hecho bastante obvio que me gustas. No es algo que pueda fingir. Tú, sin
embargo…
Su ceño se arrugó. —No estoy fingiendo. Siempre te estoy llamando.
Parece que soy yo tu acosadora.
Nos miramos a los ojos una vez más, embarcándonos en una conversación
sin palabras. Algo que hacíamos a menudo.
Sus ojos brillaban con deseo, incertidumbre e incluso una pizca de miedo,
lo que me pareció algo extraño. Manon siempre me había parecido
intrépida.
¿Por qué Crisp quería que me mantuviera alejado de ella?
¿Y por qué debería permitirle cargarse nuestra relación?
Manon me tenía sometido y tenía el control de mis acciones.
Se había convertido en una especie de adicción que estaba tratando de
controlar, a pesar de que mis hormonas se disparaban cada vez que percibía
su cabello o que sus ojos grandes, límpidos y burlones atrapaban los míos.
—Pienso en ti a primera hora de la mañana y a última hora de la noche.
—Pateé una piedra del suelo.
—¿Ah, sí? —Su frente se suavizó y sonrió tan ampliamente que su rostro
casi se partió en dos.
Guardó su vapeador. —¿En qué cosas piensas?
Me encogí de hombros. —Cosas sexys. Como tus tetas alrededor de mi
polla.
Se tocó las tetas y mi polla se endureció. —Mmm... ahora me estás
poniendo cachondo.
La cogí de la mano, la acerqué a mí y aplasté mi boca contra la suya; sentí
sus curvas presionadas contra mi cuerpo, que subió de temperatura
repentinamente. Mi polla se hinchaba al ritmo que la sangre bombeaba a
través de mí.
Me separé de ella, a pesar de las ganas de follarla contra un árbol o detrás
de un arbusto, allí mismo.
Lo que no la conté fue que, aparte de todas esas cosas obscenas, también
revivía a menudo esa mirada conmovedora que ella ponía cuando nuestros
ojos se encontraban, haciendo que mi corazón se llenara con esta necesidad
de abrazarla y protegerla.
Sosteniendo mi mano, me siguió hasta mi bicicleta.
—No irás a casa en bici después de beber, ¿verdad? —Sonaba como mi
madre, lo que me hizo sonreír.
Su cabello largo y oscuro estaba despeinado después de pasar mis manos
por él mientras la besaba. Estaba tan hermosa ahí fuera, bajo la noche
estrellada, que apenas podía encontrar las palabras para responder.
Nuestras miradas continuaban mientras me aferraba a mi bicicleta.
Parecía una chica intentando encontrarse a sí misma. Un poco como lo
estaba haciendo yo. Por eso entendí esa expresión de 'puedo hacerlo mejor'
que a veces ponía.
Sin embargo, odiaba todo el tema que la unía a Crisp y me preguntaba si
podría confiar en ella plenamente.
Sabía que se había acostado con un hombre mayor cuando solo tenía
quince años. Eso era repugnante, pero no la culpé. Los adolescentes son
fácilmente manipulables. Aquel pedófilo gilipollas, sin embargo… Si
alguna vez le encontraba, se las tendría que ver conmigo. Manon se negó a
decirme su nombre. Creo que la asusté después de explotar al escuchar
cómo su madre la había vendido a ese bicho raro multimillonario.
—Estaré allí en cinco minutos.
—¿Es una invitación? —Inclinó la cabeza—. ¿Qué pasa con Kylie?
—¿Qué pasa con ella? Es un maldito incordio.
—¿Realmente la violaste?
Puse los ojos en blanco. —¿Tú qué crees?
Se miró los pies y sacudió la cabeza ligeramente. —Que no.
—Nunca haría eso.
—Te creo. Si incluso cuando me lancé sobre ti, no me follaste. —Sonrió
tímidamente.
—Te deseaba entonces, como te deseo ahora. —La miré a los ojos, que
brillaban con curiosidad, como si le encantara escuchar una y otra vez mis
cumplidos—. Aunque al principio, me asustaste un poco.
—¿Todavía lo hago? —Su mirada parecía despojarse de capas, como si no
pudiera ocultar nada.
Manon tenía la llave de mi alma. Nunca se la había dado a nadie antes,
pero de alguna manera ella la poseía.
—No tanto. Pero no me gustan las compañías que tienes.
—Suenas como si fueras mi padre. —Hizo una mueca—. Quiero decir,
como un padre.
Vaya... de vuelta a lo frágil. Sabía que echaba de menos a su padre, quien,
por lo que deduje, la había abandonado.
Reacio a hablar de gente tóxica, evité el tema de Crisp. —¿Vas a volver,
entonces?
—¿Eso quieres? —Inclinó su bonita cabeza y volvió a juguetear.
—Eh… claro que sí. Es obvio, ¿no?
Se encogió de hombros. —Creo que sí.
—¿Nos vemos en cinco minutos, entonces?
Lanzándome una mirada de 'voy a chuparte la polla hasta que tus pelotas
se pongan azules', puso una sonrisa sexy, lo que hizo que sentarme en la
bicicleta fuera doloroso.

DESPUÉS DE ENTRAR EN mi pequeño apartamento, tiré las cajas vacías


de comida para llevar, latas de bebidas y unas botellas. No había tenido
tiempo de limpiar y mi cama estaba enterrada bajo un montón de ropa.
Mientras estaba haciendo la cama, llamaron a la puerta.
Manon entró y dejó caer su bolso. Luego se desabotonó la camisa y se me
adelantó.
No más charlas, solo nosotros desnudos y su jugoso coñito conversando
con mi palpitante polla.
Me senté en el sofá, me desabroché la bragueta y dejé salir a mi polla,
mientras me la recolocaba para eliminar el dolor que comenzó desde el
momento en que esos grandes ojos oscuros entraron en los míos, momentos
antes, bajo las estrellas.
Capítulo 15

Manon

DESNUDO, SOLO CON SUS calzoncillos negros, el gran bulto de Drake


me hizo arder por él. Con sus piernas ligeramente separadas, se sentó en el
sofá disfrutando de mi pequeña actuación.
Me señaló. —¿Qué le ha ocurrido a tu pierna?
A pesar de la ligera punzada de dolor, había olvidado que acababa de
cortarme.
Allí estaba yo, desnuda y poniéndome cachonda, cuando la realidad me
derribó. —Debí haberme cortado con algo cuando estaba afuera.
Una línea se formó entre sus cejas. No me creía.
Dejé escapar un suspiro de frustración. —Me corté.
Creo que abrirme con Savvie, que me había aliviado el alma, me animó a
confesar algo tan jodido como la autolesión.
Su rostro pasó del sonrojo y la excitación al horror, como si me hubiera
convertido en Medusa, y mi cabello se hubiera transformado en serpientes
sibilantes.
—¿Qué quieres decir? ¿Por accidente?
Negué con la cabeza lentamente.
—¿A propósito? — Sorprendido, se quedó mirándome fijamente.
—Kylie me dijo que estabais juntos, que la violaste y que no podías dejar
de tocarla… —Mi boca temblaba tanto que tuve que hacer una pausa.
Sacudió la cabeza lentamente, como si no pudiera creer lo que estaba
escuchando. —Pero acabas de decirme que no la creíste.
—Ahora no la creo. Pero antes, cuando no sabía por qué me estabas
ignorando… —Caí en la silla y me sostuve la cabeza.
Vino y se arrodilló a mis pies. —No es la primera vez, ¿verdad? Esas
cicatrices entre tus muslos…
Las lágrimas empaparon mis manos mientras escondía mi rostro de él.
Quería que me viera feliz y bonita, no fea y como una llorona.
—Mírame —dijo.
—No puedo. Estoy horrible cuando lloro.
—No, no lo estás. Nada te hace estar fea. En todo caso, eres aún más
hermosa cuando te abres y me muestras a la verdadera Manon.
—¿La verdadera Manon? —Negué con la cabeza con una risa sarcástica
—. ¿Quién diablos es esa? Todo en mi vida ha sido un acto fingido.
Abrió las manos. —¿Incluso esto? ¿Nosotros?
—Esto es lo único que tengo real. Incluso mi vida en Merivale es como si
hubiera sido de casualidad o algo así.
No puedo decir si fue la lástima en sus ojos o qué, pero el tapón que había
usado para contenerme saltó por los aires y las lágrimas brotaron de mí
como una cascada angustiosa.
Mientras las lágrimas se mezclaban con los mocos, odiaba que alguien me
viera así, especialmente el amor de mi vida.
Primero Savvie, y ahora Drake, observando cómo cada parte podrida de
mí salía a borbotones, como si un volcán emocional en ebullición
finalmente hubiera estallado.
—He visto y pasado por mucho, supongo. —Entrelacé las manos—. Y
rápidamente descubrí que el dolor físico era mejor que la angustia.
Su ceño se profundizó. —¿Quién te rompió el corazón? ¿Un chico? ¿Un
hombre?
—Un hombre. —Suspiré.
—¿Ese pedófilo?
Negué con la cabeza y me mordí una uña. Algo que normalmente no
hacía. Busqué en mi bolso mi vapeador. —¿Te importa?
—No, si te hace sentir mejor. Entonces, ¿quién fue ese hombre?
—Mi padre. Se fue cuando yo era joven y me sentí jodidamente sola. Mi
madre no tenía ningún interés por cuidarme. Solo el dinero que podría ganar
conmigo.
—Menuda perra. —Hizo una mueca—. Lo siento. Sé que es tu madre.
—No hay necesidad de disculparse. La odio. Ella engañaba a mi padre.
—Todavía no entiendo por qué te haces cortes —insistió.
—Porque fue lo único que me ayudó. Mi padre me pegaba y aunque me
asustaba y me hacía llorar, todavía prefería que me pegara a que se fuera.
Cuando finalmente se fue, supongo que descubrí que el dolor físico era
mejor que el dolor emocional. Algo así. Mierda. No soy buena para el
autoanálisis. He leído algunos libros sobre el tema y prefiero las novelas
sobre mujeres atormentadas y sus relaciones. Me ayuda a comprenderme
mejor y saber que no estoy sola.
—Oh, no estás sola, Mannie. Hay mucha gente destrozada por sus
infancias en el mundo. —Soltó un suspiro.
Sus ojos entraron en los míos y se mantuvieron allí, como una maravillosa
droga que me hizo sentir cálida y segura.
Volví a dar una calada al vapeador y luego lo apagué.
—Todos hemos hecho cosas lamentables, Manon.
—Llámame Mannie. —Mi boca tembló en una sonrisa—. Me hace sentir
que pertenezco a algo. Que tengo un amigo cercano.
Puso su brazo alrededor de mis hombros y me atrajo hacia su cálido
cuerpo.
Permanecimos en silencio y cerca; no quería que ese momento terminara
nunca, necesitaba tiempo para grabármelo en el alma.
—¿Me prometes llamarme cuando tengas el impulso de hacerte eso? —
preguntó.
Asentí y contuve otro sollozo. —Te amo, Drake.
Sus grandes ojos azules se humedecieron y luego una lágrima se deslizó
por su mejilla.
—Yo también te amo, Mannie. —Él me cogió la mano—. Sé que
llevamos poco tiempo juntos, pero nunca había tenido esto con nadie.
Pienso en ti todo el tiempo. A veces me cuesta respirar cuando estamos en
la misma habitación. Tu belleza me deja sin habla.
Mi corazón se derritió, y como un sol naciente, una sonrisa floreció, no
solo en mi rostro, sino también en mi pecho.
Mientras nos abrazábamos, absorbí cada parte de él. Como si quisiera que
sus órganos vitales se entrelazaran con los míos. Su corazón. Su miembro.
Su cerebro. Su alma.
Quería todo de él dentro de mí.
El calor desbordante secó mis lágrimas.
Drake me amaba.
Eso era todo lo que importaba.
Nadie me había dicho nunca que me amaba.
Ni siquiera mi padre.
No más palabras. Nuestros labios se fusionaron en lo que fue el beso más
largo que jamás había experimentado.
A Drake le encantaba besar y yo amaba sus labios.
Su boca explorando la mía, como si fuera nuestro primer beso.
Supongo que esta era nuestra primera vez, porque ahora conocía mi
verdadero yo.
Solo que él no sabía lo de la propuesta de matrimonio de Crisp, y los
sucios secretos que amenazaban con destruirnos, si me negaba a casarme
con ese asqueroso.
Me llevó al dormitorio y me acarició. Aunque lo quería dentro de mí más
que nada, también necesitaba la suavidad de sus caricias y esos ojos azules
ardiendo en los míos, mostrándome cuánto me deseaba.
Era amor. Nunca había sentido esta abrumadora sensación de paz, calidez,
excitación y todo a la vez.
Moriría por él.
Mientras vertía su orgasmo dentro de mí, deseé no estar tomando la
píldora. Quería tener un bebé con Drake.
No podría amar a nadie tanto como amaba a Drake.
No era solo por el sexo, o lo guapo que siempre estaba con todas sus
facetas que iba descubriendo poco a poco. Era porque todavía me quería
después de contarle cosas sobre mi pasado descarriado.
Era como si me hubiera perdonado por ser yo.
Para alguien que se había odiado a sí misma desde siempre, eso
significaba muchísimo.
Incluso me estaba empezando a gustar a mí misma, para variar.
Era algo que nunca podría haber imaginado.

HICIMOS EL AMOR LENTO y conmovedor durante toda la noche, y


mientras nos duchábamos juntos a la mañana siguiente, él me penetró con
una fuerte embestida por detrás. Apoyé las manos contra la mampara de
cristal, sosteniéndome. En carne viva por haberlo tenido dentro de mí toda
la noche, gemí cuando me llenó hasta el punto de estallar.
—Joder, me encanta tu cuerpo. —Mordió mi cuello y lo chupó.
—Me encanta tu polla dentro de mí.
—Me encanta que me lamas por todas partes.
Nuestro dulce y sucio juego era así.
Nosotros abriéndonos el uno al otro.
Sin reglas. Solo sexo apasionado y amor dulce.
Mientras nos secábamos, una nube oscura flotó sobre mí. —No quiero
que esto termine. —Torcí la boca.
¿Qué iba a hacer con Crisp? No me atreví a contárselo a Drake. Temía
que cumpliera su amenaza y que le hicieran algo a Drake.
¿Cómo podría vivir con ello?
—Ha sido una gran noche. —Él sonrió.
Con solo una toalla alrededor de su cintura, Drake me hizo sonreír y en
todo lo que pude pensar fue en nosotros y en ese momento, mientras
rechazaba los horrorosos pensamientos que amenazaban mi felicidad.
Drake era mi felicidad.
Él era mi todo.
¿Eso me hacía débil?
Me prometí no depender nunca de nadie, pero tampoco había contado
nunca con enamorarme locamente.
—No hagas nada. —Levanté mi dedo—. Quédate como estás. —Cogí mi
teléfono y le hice una foto.
Él se rio. —¡Eh! Que no llevo nada.
—Tienes una toalla, tonto. —Me reí—. Aunque me encantaría tener una
foto de tu polla. ¿No te gustaría ponerte duro de nuevo?
Puso los ojos en blanco. —No estoy seguro de poder hacer eso.
Le arranqué la toalla, me puse de rodillas y luego le chupé la polla hasta
que sus venas palpitaron contra mi lengua.
—Ahí lo tienes. —Me levanté y estudié su polla como si fuera una obra
de arte que yo había creado, ya que mi boca había contribuido al resultado
final.
De repente, parecía preocupado. —Oye, ¿y si tu teléfono está hackeado o
algo así?
Hice un par de fotos y me reí. —Entonces verán una hermosa polla
enorme e inmensa, ¿no?
—Pero sin cara.
—¿Quieres una foto mía? —Levanté una ceja—. ¿O sería demasiado fea?
—Tienes un coño precioso. —Su cara se sonrojó de nuevo.
Bien. Mientras sea todo para mí.
—Primero haz que me corra, así estaré mojadita. —Sonreí—. Como a ti te
gusta.
Él gimió. —Me estás poniendo cachondo otra vez.
Me senté en el sofá, abrí las piernas y jugueteé con mi clítoris mientras él
sostenía su polla. Era fácil correrse mirándole y, al igual que Drake, yo
parecía estar constantemente excitada. Pero solo con él, porque antes de
Drake, solía cuestionarme si me gustaba el sexo.
Observando la foto que acababa de hacerme, hice una mueca.
—No puedo entender cómo te atrae esto.
Sacudió la cabeza. —Oh, es sexy. Confía en mí.
—¿Te masturbarías mirándola? —Incliné la cabeza, con una pequeña
sonrisa.
—Hubiera preferido una foto de tu cara bonita. —Me acarició la mejilla y
pasó su dedo por mis labios—. Me encanta verte cuando te corres. Tus
labios se abren y tus ojos se vuelven soñadores. Eres realmente hermosa,
Manon.
Volvimos a mirarnos a los ojos y deseé poder parar el tiempo, para que
este momento permaneciera para siempre.
Se tocó el muslo. —Ven, siéntate sobre mí.
Bajé lentamente sobre su polla y gemí mientras sentía el estiramiento que
provocó que mis ojos se quedarán en blanco.
Capítulo 16

Drake

CAROLINE LOVECHILDE ME RECORDABA a Nigella Lawson, aunque


sin gemidos ni parecer tener un orgasmo con una tortita con sirope de
chocolate. En todo caso, la jefa de los Lovechilde rara vez sonreía, tan solo
cuando estaba con su novio. Sin embargo, su falta de calidez no me
preocupaba. Lo que más me preocupaba era por qué me había hecho llamar.
Mi atención se centró en las pinturas de caballos, del océano y de los
paisajes, que llenaban las paredes amarillas, y en los muchos estantes con
libros antiguos. Podría estar en una biblioteca o bien en el set de alguna de
esas pelis de asesinatos que a mi madre le encantaba ver, a menudo
ambientados en mansiones como Merivale.
Con un vestido rojo entallado, Caroline estaba junto a la ventana que daba
al mar y, al verme, se giró y me saludó con la cabeza. Pude ver el parecido
con Manon, dándome una ligera idea de cómo podría ser Manon dentro de
treinta años.
¿Estaría tanto tiempo con ella para comprobarlo?
Con Manon, el futuro era una incógnita.
Cuando pronunció esas palabras de amor, una mezcla de miedo y
felicidad me atravesó. Ella también parecía estar en un estado más
trascendental. No podría identificarlo, pero parecía nerviosa y después de
darla un beso de despedida, me lanzó una mirada extraña, como si estuviera
tratando de decirme algo.
Podría haber sido solo su manera de ser. Había vivido una vida
complicada, aunque apenas me había contado algunos detalles. Que se
autolesionara me había dejado sin palabras. Había oído hablar de eso, pero
nunca lo había visto de primera mano. En todo caso, nos acercó más,
porque me hizo querer ayudarla. Quería intentar que todo lo malo
desapareciera, quería estar ahí para ella.
Mientras admiraba los detalles de aquella habitación, en la que uno
siempre descubría algo nuevo, intenté imaginarme viviendo en este mundo
de opulencia. Manon me contó que esperaba poder algún día dirigir
Merivale y ponerse los zapatos de tacón alto de su abuela.
Me encantaba cómo se le sonrojaban las mejillas cada vez que se
emocionaba por algo, y admiraba que estuviera luchando por construirse
una vida mejor, incluso si, en mi humilde opinión, estaba apuntando a las
estrellas.
Mi única aspiración en la vida era no meterme en problemas, asegurarme
de que mi madre fuera feliz y algún día tener mi propia familia. Cosas
simples. En cuanto a carreras, todavía no lo tenía claro.
Declan entró y besó a su madre antes de darme unas palmaditas en el
brazo.
—¿Qué tal os fue por España? —pregunté.
—Excelente. Demasiado corto. Pero tenía que regresar para la fiesta del
próximo fin de semana. —Miró a su madre.
—Es importante para Manon que la familia asista —dijo Caroline.
Llamaron a la puerta y al ver que era Cary, su rostro se iluminó.
—Lamento interrumpir, pero hay un paquete que requiere de tu firma.
Levantó su dedo para que esperáramos, y luego siguió a su novio, que la
rodeó con el brazo. Incluso en su vida cotidiana, esta pareja parecía amarse
infinitamente.
Mientras charlaba con Declan sobre el placer de volar y su nuevo avión,
Caroline regresó.
Se sentó en su escritorio grande y jugueteó con una pluma de oro. —Te he
llamado para hablar sobre lo del tiroteo en el casino.
Miré a Declan, que me devolvió una sonrisa de disculpa. —No se lo dirá a
Crisp, no te preocupes.
—Sé que te pagó por tu silencio. Hiciste lo correcto al decírselo a Declan.
Esto no saldrá de esta sala —dijo.
El aire atrapado en mis pulmones finalmente se liberó.
—Dime, ¿te suena este hombre?
Me mostró un par de fotos de un tipo barrigón, de mediana edad, calvo,
que reconocí porque siempre fumaba fuera. Siempre me acordaba de los
fumadores porque a menudo charlaban con nosotros.
Asentí. —Es un visitante habitual.
Miró a Declan y luego me mostró dos imágenes más. —¿Y a estos dos
hombres?
—Son Goran y Alec. Aparecieron en la oficina de Crisp cuando yo estaba
allí, diciéndole que había llegado algo.
Una vez más, miró a Declan. —Creo que ya no trabajas allí.
Negué con la cabeza. —No podía aceptar lo que me pedía.
Sus cejas, perfectamente marcadas, se movieron ligeramente. —¿Te
importaría explicarte con detalles?
Me removí en el asiento. ¿De verdad quería hablarles de Manon? No era
un secreto que estuviéramos juntos. —Bueno, él quería que dejara de ver a
Manon. —Hice una pausa para observar su respuesta, pero permaneció en
silencio—. Rechacé su oferta de contratarme a tiempo completo en su
mansión.
—¿Solicitó tus servicios en Pengilly? —preguntó.
—No estoy seguro de si ese era el lugar, pero dijo que la propiedad estaba
cerca de Merivale.
Se levantó y se detuvo junto a la enorme chimenea de mármol. —Me
imagino que rechazaste una suma por seguir viendo a mi nieta.
Asintiendo, respiré profundamente. No podía decirle que después de un
mes de sexo apasionado, me había enamorado perdidamente de Manon.
Regresó a su escritorio y se sentó de nuevo. —¿Estarías dispuesto a
volver a tu papel en el casino?
Fui a responder, cuando añadió: —Sería solo durante un mes. A cambio,
ya no tendrás que preocuparte de ninguna hipoteca.
La miré y después a Declan.
¿Podría dejar de ver a Manon durante un mes?
Como si leyera mi mente, Caroline agregó: —Hablaré con mi nieta. Ella
lo entenderá, estoy segura.
Ser propietario de mi apartamento me permitiría utilizar esas cincuenta
mil libras para comprar el nuevo apartamento de mi madre.
—Me parece bien. Pero, ¿qué le digo exactamente a Crisp? —pregunté—.
Nuestra relación laboral no terminó precisamente en buenos términos.
Se reclinó en su silla y entrelazó los dedos, que terminaban en unas largas
y puntiagudas uñas rojas. —Dile que has tenido dudas y que te gustaría
aceptar su generosa oferta, pero solo para trabajar en el casino.
—¿Y si se niega?
—No lo hará. Buen personal de seguridad es difícil de encontrar.
—¿Por qué no pone a algunos de sus matones que he visto dando vueltas
por ahí? Estoy seguro de que estarían a la altura.
Ella se encogió de hombros. —Eso es un misterio. Cualquier información
sobre esos personajes sería útil.
—Puedo decirte que Alec y Goran son hermanos de Natalia.
—¿Natalia es la ilegal que ha tomado el relevo de Manon? —preguntó.
Asentí. —He oído que están a punto de cerrar ese lugar, por cierto.
—Sí. Rey me informó. Son buenas noticias.
—Vi una furgoneta o dos mientras trabajaba.
—¿Y viste quién salía de las furgonetas? —dijo.
—Chicas. Muy jóvenes. Natalia las organizaba.
Su mueca no pasó desapercibida para mí. Ese fue el mayor signo de
emoción que había mostrado durante toda la reunión.
—¿Y de la otra furgoneta? —preguntó Declan.
—Esa estaba estacionada en la parte trasera del Salon, pero no vi nada.
—Bueno. Quiero que seas mis ojos de todas esas entradas y salidas.
—Lo haré lo mejor que pueda. —Me levanté—. Mmm... ¿y si no me
quiere en el equipo?
—Arriesgaste tu vida para salvarle. Los actos heroicos de ese tipo no se
olvidan fácilmente. —Me lanzó una leve sonrisa—. ¿Viste quién disparó
aquel tiro?
—Solo vi un todoterreno negro que se alejó rápidamente.
Declan se puso de pie. —Está bien, entonces, creo que es suficiente por
ahora. —Se giró hacia mí—. Voy a la granja. Podemos ir juntos, si quieres.
Salí de la oficina de Caroline pensando en Manon y en cómo podría estar
sin verla durante un mes. Mi cuerpo ya se estaba quejando, nos habíamos
vuelto totalmente insaciables.
—Vayamos por el camino de atrás. Quiero ver cómo está Julian. Está
dando clases de natación —dijo Declan.
Mientras le seguía a través de esa mansión de cuento de hadas, con todas
esas habitaciones de colores, no podía creerme que la mujer por la que
había perdido mi corazón viviera allí.
Salimos al patio y un corgi blanco y negro brincó y saltó para saludarme,
babeándome en la mano mientras le acariciaba. —Hola, pequeño amigo.
Julian tenía puestos unos manguitos y estaba de pie en la piscina que le
cubría hasta los muslos; Cary sostenía las manos del hijo de Declan
mientras el niño pateaba con sus piernas.
—Mira papi. —Cary le soltó y Julian pateó sus piernas y nadó, salpicando
agua por todas partes; el perro corrió como un loco alrededor de la piscina,
ladrando como respuesta.
Me reí y agradecí la distracción después de la intensa reunión que
acabábamos de mantener.
—¡Eso es maravilloso! —dijo Declan.
Cary se rio entre dientes. —Ya llega hasta allí.
—Estás haciendo un gran trabajo. Pronto podremos ir a la playa. No
quiero que entre al mar hasta que sepa lo que está haciendo.
—Eso está bien—dijo Cary—. Bajé a nadar esta mañana y las corrientes
eran muy fuertes. Me llevó algo de tiempo y paciencia volver a la orilla.
Declan hizo una mueca. —No se lo digas a mi madre, se asustará. Varias
personas se han ahogado este año.
—Caroline ya lo sabe. Me regañó por ello. —Se rio.

CAMINAMOS DURANTE OTRO RATO en un cómodo silencio, algo que


me resultó fácil a través de ese bosque mágico, donde me era sencillo
evadir los problemas que tenía, y perderme en la naturaleza.
Los pensamientos persistentes no me dejaban. Manon, ¿cómo se tomaría
lo de no vernos en un mes? Podía ser muy insaciable. ¿Se querría ir con
otro?
Me repugnaba la idea de que alguien se la acercara, y mucho menos que
la tocara. No me reconocía a mí mismo. Pero tampoco había experimentado
nunca este tipo de pasión por una chica.
No era solo por lo de Manon, la idea de volver al casino me asustaba
muchísimo. El tema del tiroteo me había afectado más de lo que podría
haber imaginado.
—Te daremos un chaleco antibalas —dijo Declan, leyéndome los
pensamientos.
—Eso podría ser una buena idea. —respiré—. ¿Quién es el calvo de la
foto?
—Un policía que dirige investigaciones de drogas.
Cogí un palo y lo fui arrastrando por el suelo mientras caminábamos. —
¿Crees que está metido en el asunto del tráfico?
—Probablemente.
¿Esto era real? ¿Había dicho yo esas palabras? De repente, estaba inmerso
en un drama que pensaba que había dejado atrás; ya había visto suficientes
situaciones que implicaban a la policía y sabía cómo se las gastaban.
—Estoy un poco nervioso, para ser honesto.
Dejó de caminar y me lanzó una sonrisa. —Eso es comprensible. Pero
eres la mejor opción, podemos confiar en ti. Crisp cree que puede comprar a
cualquiera y, al abandonarlo, demostraste lo contrario.
Pateé una piedra del suelo, optando por permanecer en silencio, porque si
Crisp no hubiera insistido en que dejara a Manon, me habría tenido.
Un mes sin ella, podría hacerlo.
Pero no para siempre.
La vida era demasiado corta para siempre.
Entramos en la finca, los cimientos para el edificio del mercado ya
estaban preparados. —Eso está marchando muy bien —dije.
Él asintió, complacido. —Te dejo. Tengo que reunirme con mi bella
esposa.
Me despidió y se fue.
Capítulo 17

Manon

—¿QUIÉN DA UNA FIESTA un jueves por la noche? —le pregunté a


Savvie mientras conducíamos hacia Notting Hill.
—Jacinta, o Sienna y cualquiera… a decir verdad. —Ella se rio—. No
vamos a ponernos así de guapas para nada.
Ella tenía razón. Después de dejar el Spa, me acostumbré a dormir hasta
tarde. Sin embargo, Drake tenía la costumbre de levantarse temprano. A
menudo me despertaba, aunque no me importaba. Me habría despertado a
las cuatro de la mañana si hubiera hecho falta, especialmente cuando se
trataba de sexo ardiente y duro.
Nuestras mañanas eran crudas y salvajes. Drake era como un animal. Un
animal muy sexy. Me encantaba escuchar su respiración agitada en mi oído
mientras empujaba dentro de mí.
Las noches eran más relajadas. Desfilaba para él con lencería nueva y
esperaba hasta que no podía más. Teníamos sexo apasionado, seguido de
suaves caricias, besos y más sexo.
Mi corazón se aceleraba con solo pensar en él, y me negué a permitir que
Crisp me arrebatara todo aquello. Todavía tenía la esperanza de que me
dejara en paz, ya que no había intentado contactar conmigo desde entonces,
a pesar de su insistencia en la propuesta de matrimonio.
Imaginé que Natalia le mantenía ocupado.
Tal vez podría convencerle de que se casara con ella. Tenía una mirada
astuta y ambiciosa en sus ojos; mi madre a menudo era así cuando estaba
rodeada de hombres ricos, porque para ella todo tenía un precio, y el sexo
se ofrecía a cambio del precio más alto.
Antes de ir a la fiesta, me reuní con Savvie para visitar algunos
apartamentos. Ahora que tenía cinco millones de libras, estaba lista para
comprarme mi propio hogar.
Sin embargo, tenía que seguir algunas reglas. Solo se me permitía gastar
diez mil libras al mes, y mi tarjeta de crédito, además, tenía un límite de
cinco mil libras al mes. Mi abuela probablemente quiso asegurarse de que
no me arruinara.
Mientras estaba sentada en la oficina del abogado, revisando todo aquel
lenguaje legal difícil de entender, mis ojos se centraron en la siguiente frase:
Se ha establecido un límite predeterminado para mitigar el gasto excesivo
en frivolidades.
Le pregunté al abogado sobre aquello y me sugirió que hablara con mi
abuela.
Me dijo que las frivolidades son cosas que no se necesitan.
—¿Como zapatos y ropa? —pregunté.
—Estoy segura de que será suficiente con diez mil libras al mes. —Ella
inclinó la cabeza y dejamos la conversación ahí.
No obstante, sí me permitía la compra de un apartamento. Entonces, en
muchos sentidos, no podía disponer libremente de esos cinco millones, pero
aun así, eso era mucho mejor que cualquier otra cosa que hubiera tenido.
También comencé a pensar en mi futuro, algo que nunca había hecho antes.
Siempre había dado por sentado que estaría muerta a los veintiuno.
Negativa y dramática, lo sé, pero después de toda la mierda que había
vivido, había días en los que no creía que pudiera seguir adelante.
Estaba decidida a no volver a ser pobre nunca más, así que tenía que
aprender a controlar el impulso de gastar, con las elevadas facturas en
lencería tenía suficiente, un pequeño precio por mantener la polla de Drake
bien dura.
¿Era eso lo que tenía que hacer para mantener un novio? ¿O era eso lo que
Peyton me había enseñado a hacer?
Otro pensamiento tóxico que quitarme del medio. Tenía un montón
esperando.
Mientras conducíamos, le pregunté a Savvie: —¿Crees que debería
comprarme el apartamento tipo estudio que hemos visto en el Soho?
—Se queda un poco pequeño, pero es elegante. Me gustan los techos altos
con vigas y hay un balcón, que siempre es una ventaja.
—Y acceso al jardín de la azotea —añadí, emocionada—. Sería una
excelente inversión. ¿No crees?
Ella se encogió de hombros. —Ni idea. Todo lo relacionado con las
inversiones es la especialidad de Ethan. Habla con él sobre el mercado
inmobiliario.
—Lo haré, gracias.
Me cogió de la mano, la apretó y un calor me recorrió. Nunca había
sonreído tanto en mi vida.
Si no fuera por Crisp, habría sido la chica más feliz de Londres.
El taxi se detuvo en una casa de estilo eduardiano, blanca, de dos pisos,
con un sauce que brillaba como con luces de hadas.
Salimos y escuchamos una música retumbante.
—La fiesta está en pleno apogeo. ¡Genial! —dijo Savvie, mientras se
ajustaba la falda, que parecía una obra de arte moderno, como si alguien la
hubiera salpicado de pintura. Elegante como siempre.
La puerta ya estaba entreabierta y cuando entramos, había gente por todas
partes, hablando alto para hacerse oír sobre la música tecno, que sonaba a
todo volumen desde una gran sala despejada con un DJ y gente bailando por
todas partes.
Nunca había estado en una fiesta así. De hecho, antes de vivir en
Merivale, nunca había estado en una fiesta. Triste, lo sé. Pero mi educación
no se centró precisamente en fiestas de pijamas y novias.
El humo de la marihuana flotaba en el aire, y un hombre con un traje a
rayas multicolores y un sombrero divertido besó a Savvie. —Cariño, aquí
estás. —Sacó una lata y le ofreció una pastilla azul. Ella negó con la cabeza
y él levantó las cejas, como si hubiera rechazado algo que prometía la
inmortalidad.
—No. Estoy limpia, casada y tratando de quedarme embarazada. Con un
poco de champán estaré más que servida.
—Oh, Savs —hizo una mueca triste—, espero que no te vuelvas una
suburbana.
Ella se rio. —Nunca. Somos demasiado ricos para eso. —Se volvió hacia
mí—. Tú puedes, si quieres.
Aunque había tomado alguna pastilla que otra, seguí el ejemplo de Savvie
y la rechacé.
Entramos en otra habitación, esta vez llena de muebles antiguos y paredes
llenas de arte moderno y ostentoso.
Como si acabara de salir de una de esas pinturas de la pared, una chica
rubia, vestida con un caleidoscopio de colores arremolinados gritó —Ahí
estás, Minx —y abrazó a Savvie.
Me presentó a Jacinta, y me quedé embobada escuchándolas charlar sobre
quién se follaba a quién o a quién acababan de pillar consumiendo drogas y
todo tipo de chismes. Sobre todo, de ropa. Una cosa que había aprendido
sobre la juventud rica, es que amaban a su diseñador y se ponían casi
histéricos si alguien aparecía con el mismo atuendo.
Bailando, bebiendo champán, charlando sobre tendencias de maquillaje y
los últimos escándalos sobre una famosa de la tele a la que hackearon el
teléfono y la pillaron un montón de fotos de pollas, me lo pasé genial y la
noche se fue volando.
Por una vez en mi vida, me sentí como si fuera parte de algo. Estaba a
punto de comprar mi propio apartamento en Londres, había hecho algunos
amigos con los que podía quedar para comer en Harrods, y mi plan para
convertirme en una mujer rica con estilo se estaba haciendo realidad
rápidamente.
¿Dónde encajaba Drake en este esquema?
Era demasiado joven para casarme con alguien, aunque él hiciera que mi
corazón se acelerara y decirle que le amaba. Sea como fuere, no podía ver
mi vida sin él. Encajaría muy bien, como todo lo demás, me dije con una
gran sonrisa.
Después de una gran noche de baile salvaje sin parar, caímos en el taxi,
riéndonos tontamente. Había bebido demasiado champán.
Savvie dirigió al conductor a Mayfair, donde me había invitado a
quedarme.
—Jacinta es una salvaje —dije.
—Siempre lo ha sido. Se va a casar pronto.
—¿Con Alain?
—Sí. ¿Qué te ha parecido él? —preguntó mientras el taxi atravesaba
Londres y cruzaba el puente.
—Parece agradable. Un poco friki.
Savvie se rio. —Tienes razón. Es un aburrido de mierda, creo. Pero es
muy rico.
—Entonces, ¿se va a casar con él por su dinero? —Eso me sorprendió.
Pensé que Jacinta tenía su propio dinero, ya que siempre vestía con trajes de
diseñador y tenía un acento elegante.
—Sí. Conociendo a Cin, probablemente tenga algún que otro amante.
Me giré para escudriñar su cara al respecto.
—¿Crees que eso está bien? —pregunté, recordando lo que me había
dicho Crisp, ofreciéndome esa “opción caballerosa”, que pronto descubrí
que era algo que los italianos hacían desde hacía cientos de años. Viejos
maridos ricos que permiten a sus jóvenes esposas tener un amante, lo que
me parecía bastante razonable. Mejor que engañar y ser pillado y culpado
por ello. Aunque ese no iba a ser mi caso. Había visto suficientes engaños
de por vida con el interminable desfile de amantes de mi madre.
—No sé, cada uno con su vida. Yo no lo haría. Sería demasiado
complicado.
—Pero no necesitas casarte por dinero, ¿verdad?
—No. Me casaría con Carson incluso si estuviera en la indigencia.
—Eso es fácil de decir, dado que nunca has estado en la indigencia.
Se giró y me miró. Es como si hubiera activado algún botón —¿Tú si has
estado en la indigencia?
Asentí. —No fue bonito.
—¿Pero Bethany no se juntaba con tipos ricos? —Ella frunció el ceño.
—Eso no significa que cuidara de mí.
Su rostro se arrugó en estado de shock. —Estás bromeando.
—Oye, no pasa nada. Ahora estoy bien. No me gusta pensar en el pasado.
—¿Es por eso por lo que te autolesionas?
Ya había olvidado todo lo sucedido en el Mariner, así que me retorcí. —
Tal vez. No sé.
Llegamos al destino justo a tiempo, no quería seguir hablando de mi
pasado.
Un mayordomo anciano nos hizo pasar y nos dirigimos a la sala de estar
donde parecía que Mary Poppins iba a bajar las escaleras y aterrizar frente a
mí con su paraguas de pájaro, poniéndome ojitos. La casa, especialmente el
salón, con sus jarrones antiguos, estatuas y lámparas, me recordó a esa
película.
Savvie preparó unas bebidas, abrió una bolsa de patatas fritas y nos
acomodamos en la sala de estar, que tenía un color azul brillante.
—Lamento haber sacado el tema.
—No pasa nada. Es solo que no me gusta hablar de ello. —Me mordí la
mejilla.
—¿Qué pasa?
Le hablé de lo de Crisp y sus amenazas de sacar a la luz mis robos y las
imágenes obscenas y manipuladas que le había enviado en mis días
desesperados.
—Mierda. —Ella arrugó la nariz—. Es un cerdo. ¿Se lo has dicho a
mamá?
—No. —Entrelacé los dedos—. Para ser honesta, me avergüenza que ella
lo sepa.
Ella sonrió con tristeza. —Lo entiendo. Pero bueno, has tenido un camino
difícil y robar en tiendas no es algo tan grave. En realidad, mucha gente lo
hace por esas u otras razones.
Me volví esperanzada hacia ella. —¿Tú lo has hecho?
—No he necesitado hacerlo. Pero me juntaba con idiotas asquerosos,
como Bram.
Asentí lentamente. —Ya, bueno, él ya no está aquí para molestarte.
—No. Pero la poli sigue husmeando. Lord Pike está convencido de que
Carson tuvo algo que ver con eso.
—¿Tuvo algo que ver?
—No lo sé. Ni me importa. Si hubiera sido al revés, yo habría hecho lo
mismo.
Escuchar que Bram podría haber sido asesinado, me dejó sin palabras.
—Entonces, ¿vas a dejar a Drake por Crisp?
Cogiendo el vaso, bebí un sorbo antes de responder. —Amo a Drake.
—Todavía eres muy joven, cariño.
—Lo sé. Pero, ¿qué diablos voy a hacer con Crisp?
Ella se encogió de hombros. —Habla con mamá, ella sabrá que hacer.
Siempre sabe qué hacer en estas situaciones difíciles.
—Pero tampoco es que saque su carácter cuando se trata de Rey. Ni
siquiera pudo implicarse en lo del Cherry, ¿te acuerdas?
—Ya. —Sacudió la cabeza—. Ahí hay algo raro.
—¿Sabes que Crisp quiere construir un imperio en las tierras que rodean
Merivale? Quiere tomar el control de las granjas y construir edificios, todo
bajo su nombre.
Sus ojos se agrandaron. —Mierda. Aunque no me sorprende. El único
inconveniente es que es tierra de los Lovechilde. No obstante, creo que él es
dueño de una parte. A todos nos encantaría saber cómo llegó a pasar algo
así.
—Obviamente tiene algo contra ella.
—Eso parece claro. Pero, ¿el qué? ¿Crees que podrías tratar de
sonsacárselo?
Exhalé ruidosamente. —No lo sé. Le odio. No puedo soportar ni su olor.
Ni siquiera quiero estar en la misma habitación que él. Solo desearía que
me dejara en paz. —Una lágrima rodó por mi mejilla.
Ella tocó mi mano. —Oye, vas a estar bien. Estoy segura de que mamá
solucionará esto. Al final le pillarán.
—Eso espero, porque está podrido.
—Lo descubrimos hace años. Me encantaría saber por qué mamá le
aguanta. ¿Puedo contarle lo que me has dicho?
Asentí. Aunque si Crisp se llegase a enterar, pediría mi cabeza en una
bandeja por compartir los detalles de nuestra conversación privada; pero ya
no me importaba.
Las únicas cosas que me importaban eran Drake y que yo me convirtiera
en alguien independiente. Aunque he de confesar que las amenazas de Crisp
sobre enviar a Drake a algún lugar lejano, seguían atormentándome.
Compartí ese miedo con Savvie y ella torció el gesto. —No estamos en el
siglo pasado. Ya no se envía al exilio a los convictos de delitos triviales,
como robar pan.
Me reí. Tenía razón. Rey no tenía el poder para echar a Drake del país.
Era solo fanfarria.
Dejando a un lado todos esos pensamientos persistentes, pensé en mi
fiesta y en cosas agradables, como Drake y yo dando un paseo por los
acantilados, cogidos de la mano y mirando al océano.

ESTABA MUY CONTENTA DE que Billy y Sapphire, que ahora estaban


saliendo, hubieran venido a mi fiesta. Al menos eran amigos de verdad, a
diferencia de los demás invitados, que acudían a todas las fiestas de
Merivale.
Aun así, habría sido una celebración triste si hubiera dependido de mi red
de contactos inexistente.
Mi madre no había sido invitada, por supuesto, pero me llamó. Cualquier
padre normal me habría deseado un feliz cumpleaños, pero ella solo llamó
para pedirme una invitación y preguntarme por el dinero que había
heredado.
—Hoy ya eres una adulta —dijo.
—Sí, Beth, así es. —Empecé a llamarla por su nombre. Referirme a ella
como madre me hacía sentir que estaba mintiendo.
Ni siquiera se inmutó cuando la llamé por su nombre. Odiaba ser madre.
Un hecho que quedaba más que claro cada vez que ella se enfadaba por
algo, como que me negara a robar para ella un pintalabios, o juntarme con
algún idiota rico y feo.
—He oído que estás organizando una gran fiesta —dijo.
—Sí. La abuela es muy amable, ¿verdad? —Tenía ganas de restregárselo.
La conocía lo suficientemente bien. A mi madre le hubiera encantado
disfrazarse y coquetear con los ricos y poderosos—. ¿Cómo te has
enterado? —pregunté.
—Reynard me lo ha dicho.
—¿Sigue en contacto contigo? —Me retorcí ante el recuerdo de esa
aterradora propuesta de matrimonio.
—Sintió la necesidad de obtener mi bendición para sus próximas nupcias.
—No quiero hablar de eso.
—Pero hay que organizar una boda grande y fastuosa.
—Ahora no. Adiós. —Colgué antes de ahogarme con mis palabras.
Como en todas las fiestas de Merivale, la gente hablaba a gritos, se
emborrachaba con champán y comía bocadillos que salían continuamente
en bandejas de plata.
Drake estaba elegante y guapísimo con un esmoquin con solapas de seda.
La camisa blanca resaltaba su bronceado. No podía quitarle los ojos de
encima, al igual que todas las demás mujeres y algún que otro hombre.
Me puse un Dolce and Gabbana hasta la rodilla de color rosa fucsia, con
un escote en la espalda. Mi abuela había recargado mi tarjeta de crédito al
máximo como otro regalo de cumpleaños; me fui de compras con Sapphire,
y terminé comprándola un bonito vestido de seda de Stella McCartney que
casi mancha con sus lágrimas. Ella me inspiraba ternura. Nunca antes me
había sentido tan obligada a ayudar a alguien, y la alegría que irradiaba de
su sonrisa no tenía precio; superaba a cualquier antidepresivo que hubiera
probado.
Me acerqué a Drake, que había estado charlando con Carson.
Cuando me rodeó con el brazo, mi corazón se aceleró. Eso era todo lo que
importaba, nosotros. Todos los invitados simplemente se desvanecieron.
—¿Un poco de exhibición en público? —Me reí.
—No puedo permitir que todos esos viejos ricachones y cachondos te
miren.
—¿Me estás reclamando? —Ladeé la cabeza con una sonrisa.
Sapphire y Billy se acercaron y se unieron a nosotros.
—Esta habitación es como una galería de arte. Me siento como si
estuviera en un episodio de Antique Roadshow. —Ella se rio.
—Y que lo digas —dije—. Hay que tener cuidado al andar para no
derribar ningún jarrón o estatua de valor incalculable. Hay tantos objetos
impresionantes, que siempre estoy pendiente de mis pasos.
Billy miró a su alrededor como si estuviera preocupado por algo.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Dio un trago a la cerveza y asintió.
—Billy está asustado de que la Sra. Lovechilde le regañe. —Drake se rio
entre dientes.
Billy le dirigió una mirada obstinada. —Eso es algo entre nosotros,
amigo.
—Oye, si la abuela es genial —le dije.
—No fue tan genial cuando me acusó de robar un collar y me mandó a la
policía.
Se me cortó la respiración, esperaba que nadie lo notara, aunque Drake
me miró suspicaz, era difícil ocultarle algo. Estaba tan aferrado a mi brazo
que, en cierto sentido, era conmovedor.
El incómodo recuerdo del collar que había robado mi madre y que había
empeñado, volvió a aparecer en mi mente. Al menos no se lo había robado
a los Lovechilde. Will lo hizo después de que mi madre le pidiera que
cogiera algo de valor de mi abuela.
Me mordí la lengua justo cuando la abuela se acercó a mí con un vestido
verde, pareciendo mucho más joven de su edad. Podría haber sido la
hermana de mi madre, o incluso mi hermana mayor, dado que
compartíamos parecido.
Los invitados dejaron de hablar y le prestaron atención como a una reina.
Tampoco era algo que me sorprendiera, porque mi abuela gozaba de una
presencia imponente. Mantuvo la cabeza en alto, especialmente con su largo
cuello, resaltado por un moño suavemente recogido en la base de la nuca.
Siempre había admirado la forma en que caminaba y cómo se desenvolvía
en una habitación llena de gente. Podría haber sido una actriz subiendo al
escenario. Tal vez así era para ella al principio. Ella me enseñó a mantener
la cabeza erguida al entrar en una habitación llena de gente. Siempre había
mirado hacia abajo o al cielo, nunca establecía contacto visual. Tal vez tenía
miedo de lo que pudieran ver en mí.
—Oye, tu abuela es impresionante. Debería estar en Hollywood.
Sonreí a Sapphire.
La abuela se acercó a mí y tocó mi vestido, lanzándome una mirada de
aprobación. Le agradó que dejara de usar faldas diminutas y blusas
escotadas. Otro hábito del que había aprendido a deshacerme. Mi madre me
había inculcado la importancia de mostrar mis activos para atraer una vida
mejor. Todo lo que había hecho con mi ropa interior era atraer imbéciles.
Sin embargo, mi vestido tenía la espalda al aire, pudiendo disfrutar así de
las caricias de Drake, poniéndome la piel de gallina y haciendo que mis
pezones se alegraran.
Todo lo que necesitó fue una mirada de soslayo para que retirara la mano,
por respeto a mi abuela.
Ella sabía que estábamos saliendo. Yo se lo había dicho. Eso fue antes de
toda esa historia de mierda de la propuesta de matrimonio de Crisp. Al
menos ese vejestorio no había aparecido en la fiesta. Todavía.
—Veo que has invitado a tus amigos —dijo.
Sus ojos se posaron en Billy, y me di cuenta de cómo se encogió en el
acto. Ella podía llegar a ser muy intimidante.
—Confío en que te llegó mi carta de disculpa y el cheque, ¿verdad? —
dijo, mirándole directamente.
Él asintió lentamente. —Gracias.
—Bien. Espero que todos paséis una hermosa noche.
Se giró hacia mí. —¿Puedo hablar contigo?
La seguí hasta la habitación amarilla en la parte de atrás, conocida como
la sala familiar.
—¿Drake y tú estáis juntos oficialmente? —Se sentó en un sofá floral.
Me dejé caer en el sillón. —Le amo, abuela. —Dos copas de champán y
ya me había puesto toda sensiblera.
—Rey me ha dicho que te vas a casar con él, que aceptaste su oferta. —
Me estudió por un momento—. Para ser honesta, me sorprendió mucho.
Tienes un futuro cómodo sin tener necesidad de casarte con un hombre lo
suficientemente mayor como para ser tu abuelo.
Mi pecho se desinfló mientras suspiré ruidosamente. —No quiero. Pero
me está amenazando.
Su ceño se arrugó, o al menos lo intentó. La abuela era bastante partidaria
del Botox, como ya descubrí durante mi desempeño en el Spa.
Las lágrimas brotaron de mis ojos.
—¿Cómo te está amenazando? No tienes que casarte con él.
—Pero lo hace.
Ambas nos giramos y de repente apareció el hombre de mis pesadillas
devolviéndonos una sonrisa con esos ojos penetrantes que parecían rayos X
atravesándome hasta mi esqueleto tembloroso.
Vestido con su característica chaqueta de terciopelo azul, Reynard tenía
esa apariencia de hombre que se cree el dueño del mundo. Pensé en mi
madre y en cómo hablaba sobre los beneficios de casarse con alguien rico y
poderoso.
Ella parloteaba sin parar: piensa en la ropa, en los jets privados, la Riviera
en verano, un gran yate… Y podrás tener a tus amantes.
Si no hubiera sido por Drake, podría haber caído en la tentación de esa
vida de lujo, pero esa versión de mí desapareció en el momento en que
Drake me besó. Tal vez eso era todo lo que siempre había necesitado, calor
humano, hacer el amor apasionadamente y caricias tiernas.
—Rey, esta es una conversación entre mi nieta y yo.
—Ha aceptado mi oferta. Y creo que podemos dejarlo así. —Su mirada se
demoró, como si estuvieran teniendo una discusión sin palabras—. Ma
Cherie está cerrado. Y ahora creo que todos podemos llevarnos bien, como
una familia. ¿No es así?
Puse los ojos en blanco. Quería vomitar. Mi abuela se lo estaba creyendo,
vi cómo su rostro se relajaba.
Ella se puso de pie y, antes de salir de la habitación, me rodeó con el
brazo. —Feliz cumpleaños. Os dejo a solas.
Y eso fue todo. La única persona que podía ayudarme, me había dejado
sola.
¿Por qué?
Crisp realmente la tenía atrapada bajo la sucia suela de su zapato.
Capítulo 18

Drake

LA FIESTA ESTABA EN pleno apogeo. Todos estaban bailando al ritmo


de un DJ y luces de colores pulsantes que rebotaban en el techo tallado de la
gran sala, transformada ahora en una discoteca.
Mientras caminaba hacia mí, los ojos de Manon se clavaron en los míos,
haciendo que todo a mi alrededor se volviera borroso. A pesar de su
balanceo al caminar, noté que algo no iba bien en su mirada.
—¿Podemos ir a algún lugar, lejos de todo esto? —preguntó.
Miré el reloj. —Pero son solo las once y media.
—Ven conmigo, por favor. —Parecía que había estado llorando.
Toqué su mano. —¿Está todo bien?
Se encogió de hombros, como cuando algo la preocupaba.
—Bueno, te sigo. —La seguí, comiéndome con los ojos su trasero
curvilíneo y me acerqué—. ¿Te he dicho lo impresionante que estás esta
noche?
Se detuvo y sonrió con tristeza. —Unas cuantas veces, pero no me
importa volver a escucharlo. Tú también estás muy elegante. Estoy segura
de que todas en la fiesta están babeando por ti.
Puse los ojos en blanco. —Solo hay un coñito que me interesa y es el de
una pequeña gatita traviesa. —Acaricié su brazo.
En lugar de reírse, como solía hacer cuando bromeaba, mantuvo los labios
apretados. —¿He dicho algo malo?
Sacudió la cabeza lentamente, tomó mi mano y me llevó lejos.
Cuando salimos, vimos a Crisp con un puro charlando con un invitado.
Ella retrocedió. —Vamos por ese otro camino. —Manon señaló un
camino que conducía al bosque.
—Estás tratando de evitarle, ¿es eso? —pregunté.
Pensé en mi acuerdo de trabajar para Crisp. Verla tan hermosa bajo la luna
hizo que la decisión fuera aún más difícil de tomar, pero me vendría bien el
dinero, y si eso significaba que podríamos conseguir suficientes pruebas en
contra de Crisp, entonces merecería la pena un mes sin Manon, por difícil
que fuera hacerme a la idea.
Sacó su vapeador.
—¿Sigues con eso?
—Es esto o me lastimo de otra forma.
Casi me había olvidado de lo de las autolesiones. Creo que lo enterré
profundamente en esa parte de mi cerebro donde se iba toda la mierda
difícil de procesar.
—No lo has vuelto a hacer, ¿verdad?
Sus ojos estaban tan abiertos y perdidos que tuve que abrazarla.
Enterré mi nariz en su piel suave y perfumada y podría haberme quedado
así toda la noche. Sobre todo, allí, en ese entorno idílico y mágico bajo las
estrellas.
—¿Me vas a decir qué pasa? —Me alejé para poder ver bien su rostro.
—No es nada, de verdad. Solo me molesta cómo las mujeres te miran y se
lanzan sobre ti. —Dio una calada al vapeador como un bebé lo haría con un
biberón—. Vamos hacia allá. —Señaló el bosque.
—Esta oscuro. Alguna criatura salvaje podría atacarte. —Bromeé.
Me empujó contra un árbol. —Me gusta cómo suena eso. Yo soy esa
criatura salvaje. Ahora, fóllame. —Me desabrochó la bragueta y metió la
mano por los pantalones—. Mmm... ya estás duro.
—Solo mirarte me pone jodidamente cachondo. Y me encanta cuando
llevas el pelo recogido. —Pasé mi dedo a lo largo de su estilizado cuello.
Ella sonrió. —Me he puesto quilos de laca, está totalmente tieso.
—Como mi polla.
Su risa relajó la repentina tensión. Algo la estaba carcomiendo. Pero no
iba a interrumpir este momento caliente entre nosotros.
Me dio la espalda y frotó su tonificado culo redondo contra mi polla. —
Fóllame fuerte. Hazme daño.
—¿Perdona? —Estaba levantándola el vestido, pero me detuve.
—Sigue. Te necesito dentro de mí.
Solté un suspiro breve. Levanté su vestido y pasé mis manos sobre su
trasero, suave y curvilíneo; luego entremetí mi dedo por debajo de su tanga
y acaricié suavemente su clítoris, que parecía hincharse bajo mi ligero toque
mientras besaba su cuello.
Ella tembló. —Oh... fóllame, por favor.
Froté mi polla contra su trasero redondo.
Sus tetas rebotaban en mis manos mientras las acariciaba. —Vas sin
sujetador.
—Sí. ¿Te gusta que no lleve nada?
—Me encanta. Te las he estado mirando toda la noche. Las veía rebotar
mientras caminabas. Y parece que las tienes más grandes.
Entré en ella con un dedo, y su húmedo y apretado coño lo succionó al
instante. —Estás tan caliente, mojadita y lista.
—Eso es porque no puedo dejar de pensar en tu polla dentro de mí.
Entré en ella de un solo empujón y ella jadeó.
—¿Estás bien?
—Sí. Por favor, fóllame.
Ahí estábamos, en Chatting Wood, yo con mis manos contra un áspero
tronco de árbol y embistiéndola mientras mordía su cuello.
—Oh Dios, me encanta, joder —dijo.
Follamos como animales salvajes. No paraba de golpearla por detrás,
fuerte y rápido. Manon sonaba como si lo estuviera pasando mal y me
detuve.
—No, casi estoy, por favor.
Seguimos y seguimos y entonces me corrí, estallando como un cohete.
Fue intenso. Siempre era intenso con ella. Como no lo había sido nunca con
nadie. Es por eso que podría hacer por ella cualquier cosa. Me convertiría
en su esclavo si fuera necesario. Pero ella no necesitaba saber eso, me haría
parecer jodidamente débil.
Me llevó un momento volver a la realidad.
Resoplé. —Nunca he follado a nadie como te follo a ti —le dije—. Nunca
había estado dentro de un coño como el tuyo. Eres jodidamente adictiva. A
mi polla le encanta estar dentro de ti.
Se giró, tocó mi mano, luego se inclinó y me besó en los labios. —Y a mí
me encanta tu polla dentro de mí. Y también me encanta chupártela.
Siempre pensé que odiaría hacer esas cosas.
—¿Nunca se la habías chupado a nadie? —pregunté sorprendido. No me
gustaba hablar de sus antecedentes sexuales, me ponía celoso, aunque fuera
una locura sin sentido.
—Bueno, a Peyton… —Hizo una mueca, sabiendo cuánto deseaba matar
a ese pederasta—. Solo que tenía una polla muy pequeña. —Movió su dedo.
—Una micro polla que necesita ser amputada.
Ella me cogió de la mano. —Solo ha habido un nosotros. Sólo seremos
nosotros.
Sostuvo mis ojos, de nuevo se había puesto mortalmente seria, como si
estuviera tratando de decirme algo más.
Eso suena como para siempre.
Por la forma en que me hacía sentir, fácilmente podría pasar una eternidad
con ella. Pero, ¿era mi polla la que hablaba?
Dejó de caminar y se recolocó las tetas para que quedaran bien
posicionadas dentro de su vestido.
—Oye, que lo estaba disfrutando —protesté.
Manon se rio. —No puedo volver a la fiesta con las tetas fuera,
precisamente.
—No, joder, no puedes.
Su frente se arrugó mientras sostenía mi mirada. —¿Te pondrías celoso si
otros hombres me miraran las tetas?
—¿Tú qué crees?
—Bueno, me gustaría oírte decirlo.
—Por supuesto que me pondría celoso.
—¿Y qué pasaría si otro chico me tocara?
—Le arrancaría los malditos dientes.
Una sonrisa emocionada creció en su hermoso rostro. —Mmm... Te pones
muy sexy cuando te conviertes en un macho alfa.
Era un juego al que solíamos jugar y que, por alguna loca razón, me
encantaba. La atraje hacia mí. —Me perteneces.
—Y tú me perteneces a mí. Te amo, Drake. Pase lo que pase, recuérdalo.
Ahora era mi momento de fruncir el ceño. —¿Qué quieres decir con eso?
—Nada. Vamos, volvamos adentro, emborrachémonos y bailemos como
idiotas.
Metí la mano en mis bolsillos y saqué su tanga. —¿Qué hago con esto?
No puedes entrar allí sin bragas.
—Sí que puedo. ¿No te pondrá cachondo saber que mi coño está
desnudo?
—Mierda, Manon, me la estás poniendo dura otra vez.
Frotó su mano sobre mi polla. —Ya lo veo. ¿Quieres que te la chupe?
—Más tarde.
Una vez más, puso un gesto extraño. En lugar de esa sonrisa adictiva y
malvada que tenía cada vez que decíamos obscenidades, parecía distante.
—¿Seguirás follándome pase lo que pase? —preguntó.
—¿Por qué parece que pasa algo malo?
Ella resopló. —¿Por qué no nos vamos? Solos tú y yo. Tengo suficiente
dinero para mantenernos durante un tiempo.
—No puedo. Tengo que cuidar de mi madre.
—Puedo pagar sus gastos, si quieres.
Sostuvo mis dos manos y me miró seriamente a los ojos. Lo decía en
serio. Pensé en el pacto que había hecho con Caroline Lovechilde.
—Mira, tengo algo que decirte.
—Por favor no me digas que te vas. No podría soportarlo. —Parecía tan
alarmada que me sorprendió.
Manon se pegó a mí, pero en lugar de salir huyendo, que habría sido mi
respuesta normal con cualquier otra chica, me acerqué y dejé que me
aferrara. Que me tuviera completamente.
—He accedido a volver al casino. Solo por un mes. Rey aún no lo sabe.
La razón por la que me fui la última vez fue porque me dio un ultimátum
para que dejara de verte.
Su ceño se frunció. —¿Y te fuiste?
—Claro, sí. No perdía gran cosa, tampoco.
—No, supongo que no. —Se miró los pies—. Pero si así fuera, ¿lo harías?
¿Estábamos jugando a ese juego otra vez?
—Bueno, si tú necesitaras mi riñón, sí, seguro. Para salvar tu vida.
—Pero, ¿qué pasa con mi amor? Si alguien te dijera: tu riñón a cambio de
Manon. ¿Lo harías?
—Eso es una jodida locura. Sabes cómo me siento.
—Pero, ¿lo harías?
Su mirada escrutadora me atravesó. Parecía encantada con todo esto. No
había conocido a nadie que necesitara tanta reafirmación. —Sí. Lo haría.
—¿Por qué? ¿Porque disfrutas follándome?
—Oh Dios, Manon. ¿Qué pretendes? —Ella seguía mirándome
expectante—. Bueno, obviamente, me encanta follarte, pero quiero estar
contigo.
—¿Eso es todo? —preguntó.
—Soy muy malo expresándome con palabras, Manon.
—Lo estás haciendo bastante bien hasta ahora. —Me abrazó y me relajé.
—Tu abuela me necesita para espiarle. Así que puede que tengamos que
pasar desapercibidos. Solo durante un mes.
Ella no respondió, lo cual pensé que era extraño.
Cuando entramos en los terrenos iluminados, Crisp, que seguía con su
enorme puro, nos miró fijamente y escuché a Manon decir ‘mierda’ en voz
baja.
—Oh, Manon, ahí estás. Te he estado buscando. —Me miró como si yo
fuera basura y sentí ganas de reventarle la cara, pero controlé el impulso. Ya
no era aquel muchacho exaltado, que golpea primero y pregunta después.
En mis días malos, incluso la insinuación de una risita me habría vuelto
violento. Y eso es lo que era la sonrisa zalamera de Crisp, una burla. Le
devolví la mía, a pesar de mi promesa a Caroline de comportarme de
manera amistosa.
—Él es Pierce, un colega comercial —le dijo a Manon, antes de volverse
hacia su compañero—. Ella es mi futura esposa, Manon.
Me ignoró, lo cual estuvo bien, porque en ese momento sentí que estaba a
punto de vomitar sobre su chaqueta de terciopelo.
Me giré hacia Manon y negué con la cabeza, con las manos abiertas, y la
alarma llenó sus ojos, como si se enfrentara a un lobo; podía decirse que así
era. Crisp, mientras tanto, con una sonrisa de depredador, parecía que se
estaba divirtiéndose antes de la gran matanza.
No podía soportar más su petulancia, así que me alejé.
Ella me siguió. —¡Oye!
Me detuve. —¿Cuándo me lo ibas a contar exactamente?
—No quiero hacerlo, pero estoy obligada. —Su voz se quebró.
—¿Por qué? —Extendí las manos.
—No puedo decírtelo. Me está chantajeando. Es algo malo. Joderá mi
futuro.
—Lo podemos arreglar. Recházalo.
No podía creer que estuviera diciendo esto. ¿Le estaba proponiendo
matrimonio? No estaba preparado todavía, pero tampoco estaba listo para
estar sin ella.
Las lágrimas corrían por su rostro. —Pero me odiarás.
Crisp vino a reclamarla y les di la espalda a ambos. La pelota estaba en el
tejado de Manon.
El hecho de que no pudiera sincerarse conmigo, me afectó bastante.
Aunque seguramente nada podría ser peor que haberse tenido que follar a
aquel rico pedófilo a los quince años.
Capítulo 19

Manon

LAS FOTOS LLEGARON JUSTO cuando estaba a punto de volver a


llamar a Drake. Era la mañana después de mi fiesta y me sentía como una
mierda. El sexo en el bosque había sido tan crudo y mágico que casi
volvimos al principio, o quizás solo yo. Me había olvidado de todo, incluso
de tramar un plan para huir.
Éramos felices y compartíamos nuestros sentimientos. La confusión de mi
cabeza casi se había despejado, pero entonces Crisp interrumpió mi
felicidad. Parecía disfrutar jactándose de Drake, poniendo esa sonrisa
siniestra en su pálido rostro.
Vejestorio.
No eran los robos lo que me preocupaba, sino que Crisp sacara a la luz las
fotos falsas que le envié de mi vagina, cuando intentaba mantenerle a raya y
me dejara de perseguir.
No podía imaginar que Drake se llegara a enterar de eso, de esa versión
mía que le hacía el corte de mangas a todo al mundo mientras una guerra
interna me retorcía hasta convertirme en un nudo. Y ahora me había vuelto
una bomba de relojería, especialmente viendo aquellas imágenes que ni
siquiera eran mías.
Obviamente había pagado a alguien para que las retocara y parecieran
convincentes. La bilis subió por mi garganta mientras me desplazaba a
través de todas aquellas imágenes falsas, de una chica con las piernas
separadas, exponiendo cada pequeño detalle ginecológico. Yo nunca habría
sido capaz de hacer eso. Quizás para Drake, pero para nadie más.
Drake me odiaría por ello y no podía culparle. Le parecería una completa
zorra, codiciosa de dinero.

MI ABUELA SE SENTÓ junto a la piscina con Cary. Estaban desayunando


y mientras ella leía una revista, él estaba con un libro. Qué imagen, tan
contentos y en armonía.
¿Podría ser yo dentro de treinta años? Nada me hubiera complacido más
que verme allí con Drake, compartiendo un té y un cómodo silencio,
mientras disfrutaba de una vida soleada.
Debió sentir que me acercaba porque levantó la vista y me dedicó una de
sus sonrisas de bienvenida, que instantáneamente me tranquilizó.
Cuando estaba con mi madre, siempre me sentí como una intrusa. En
especial por las mañanas, cuando alguno de sus amantes se paseaba en
calzoncillos o con solo una toalla después de una noche de sexo ruidoso.
Nunca me había dedicado ninguna sonrisa.
—Disculpa por interrumpir, eh... ¿podemos hablar? —pregunté,
mordiéndome la mejilla.
Me escocía la pierna por el reciente corte, y un hilo de sangre corría
vergonzosamente por la parte interna de mi muslo. Apreté las piernas,
aumentando así el dolor.
Al menos eso me distraía la mente del dolor de mi corazón.
—Dame diez minutos —dijo—. Podemos hablar en mi oficina. —Otra
sonrisa y le devolví una mirada temblorosa, esperando que no se diera
cuenta de la sangre.
Después de asearme y ponerme una falda larga para ocultar mis heridas,
fui a buscar a mi abuela.
Drake se negaba a contestar a mis llamadas, y cada llamada ignorada, era
como una puñalada. Ya casi no podía esconder las heridas de mi pierna.
Mi abuela señaló el asiento y caí en él como alguien condenado a un
futuro horrible. Ni siquiera podía enderezar la espalda.
—¿Supongo que se trata de tu próximo matrimonio con Rey?
Asentí. —No quiero hacerlo, abuela. —Mi voz se quebró.
—Desde luego. Me sorprende también que incluso él esté tomando ese
camino. Nunca ha sido de los que se casan. Hablé con él después, y está
decidido, Manon. Me contó cómo fuiste tú quien inició el acercamiento
seduciéndolo.
Me miré las uñas y las sacudí. —Sí… bueno… eso fue obra de mi madre.
Ella estaba encima mío para que me casara con alguien rico. Y para ser
honesta, era mi única forma de salir de la mierda... Lo siento, quiero decir,
de una vida terrible. No fue divertido crecer con Beth.
—No. No puedo ni imaginarme por lo que has tenido que pasar. —Tenía
esa mirada distante en sus ojos, como si ella también hubiera tenido
dificultades mientras crecía.
Yo no sabía quién era mi abuelo y mi madre nunca hablaba de él. El
pasado de mi abuela seguía siendo un misterio, como aludió Savvie después
de que le pregunté si conocía a mi abuelo. Mi madre me acaba de decir que
había muerto, sin más que añadir. Como si fuera una mancha que necesitaba
ser eliminada.
—¿Qué puedo hacer? —pregunté.
—Puedes empezar diciéndome qué tiene contra ti.
Le conté todo. Sonrojándome mientras trataba de especificar los detalles
de todas esas imágenes obscenas. Incluso admití haber robado en tiendas.
Ella sacudió la cabeza. —¿Bethany te hizo hacer eso cuando tenías siete
años?
—Teníamos hambre. —Me miré los pies.
La había afectado. Tenía una mirada de alarma. ¿O era culpa? Su mano
incluso tembló. —Lo siento —dijo casi en un susurro, como si le doliera
hablar.
—Era una madre soltera y joven. Algo que a menudo me recordaba.
—¿Ese era su argumento? —Su mirada sin pestañear me hizo removerme
en mi asiento.
—Eh… Ella solo se quejaba de que tú lo tenías todo, de que la habías
dejado sin nada y que una vida en la pobreza no era una vida que valiera la
pena vivir. O algo así.
Caminó hacia la ventana y me dio la espalda. Sentí que no quería que
viera su reacción. A pesar de que parecía dura la mayor parte del tiempo, a
veces había notado un parpadeo frágil en sus ojos, que rápidamente se
esforzaba por ocultar. La entendía bastante bien, porque yo también era así.
Odiaba que la gente me viera vulnerable.
Desde que estaba con Drake, esa capa dura había caído. Podía ser real con
él. Con verrugas, o debería decir, cicatrices, y todo.
—No busco dar lástima. La verdad que pasaría de nuevo por todo eso si
eso significara que podría estar aquí contigo.
Se volvió y me estudió. Su frente se arrugó muy ligeramente. Creo que
eso significó todo para ella. Mi abuela no era alguien fácil de entender, pero
sentí su culpa, e incluso su alivio al escucharme decir eso.
—Pero no quiero casarme con Rey.
Perdida en sus pensamientos, asintió lentamente. —Déjamelo a mí.

ERA UN DÍA SOLEADO, perfecto para una feria, y me alegré de haber


dejado que Savvie me convenciera para ir después de haberme encontrado
deprimida junto a la piscina, sintiendo lástima por mí misma.
Habían puestos de comida y artesanía casera repartidos por toda la
propiedad, y también un escenario para músicos locales.
Savvie me tendió el abrazo. —Hurra. Viniste.
—Esto es realmente emocionante. —Eché un vistazo a las camionetas
pintadas de colores brillantes que vendían zumo y golosinas veganas.
Carson se unió a Savvie. —Hay una gran concurrencia. —Miró a su
esposa—. Voy a ese puesto de salchichas. ¿Quieres que te traiga una?
Ella se rio. —No. Ya no como carne, ¿recuerdas?
Él me miró y puso los ojos en blanco, luego la besó y nos dejó.
—¿De qué va eso? —pregunté.
—Oh, tenemos algunos problemas con el tema de la comida en casa. Él es
como un gran carnívoro y, al volverme vegana, he llegado a detestar el olor
de la carne.
—Tiene que ser complicado —le dije—. ¿Por qué ya no comes carne?
—Leí en alguna parte que podría ayudar a la desintoxicación y pensé,
¿por qué no? De todos modos, nunca me gustó la carne y me siento más
saludable desde que no la como. —Sonrió.
Ella entrelazó su brazo con el mío. —Vamos, demos una vuelta y
gastemos algo de dinero. Es bueno apoyar a la comunidad local, y hay
algunas bonitas bufandas y gorros hechos a mano.
—Es verano —dije.
—Puede hacer frío cuando sopla el viento.
Fuimos de puesto en puesto. Compré una crema de manos y un bálsamo
labial y hasta había un puesto con ropa interior de algodón orgánico.
—Estas parecen cómodas —dijo Savvie, cogiendo un par de bragas altas.
Arrugué la cara y ella se rio.
—Sí. Será mejor que espere hasta que tenga cuarenta años y esté aburrida
del sexo para llevar eso —añadió.
—Pareces demasiado enamorada para aburrirte del sexo.
Sus ojos tenían esa mirada de satisfacción de alguien que lo tiene todo. —
Es que cada día va a mejor. Pero, aun así, parecen realmente cómodas.
Podría comprar un par. Y camisetas también.
Sostuve la ropa interior de abuela.
Nos encontramos con Declan y Julian en una tienda de juguetes de
madera.
—Esto es fabuloso. —Savvie abrazó a Declan.
Su hijo se había enamorado de un camión de madera hecho a mano y lo
empujaba a lo largo de la mesa, haciendo ruidos de motor. Era una monada.
Pero con sus travesuras, estuvo a punto de derribar toda una pila de
juguetes.
—Estoy satisfecho con la participación —dijo—. Los puestos se
especializan en productos y artesanías locales.
Sacó su billetera y pagó el camión antes de que su hermoso hijo
destruyera toda la exposición de la tienda.
—¿Dónde está Thea? —preguntó Savvie.
—Está con Mirabel en alguna parte. Hay un diseñador local que las tiene
babeando. Creo que están a punto de comprarle toda su colección.
Ante la mención de un diseñador, Savvie se giró hacia mí. —Será mejor
que vayamos a ver, creo.
Sonreí a mi tío. —Está todo precioso. Me encanta estar aquí.
—Gracias. Es exactamente lo que queríamos. El plan es hacerlo cada fin
de semana. Tengo a Drake encargándose de ello. Está por aquí, en alguna
parte.
Me giré para mirar a mi alrededor y, efectivamente, allí estaba él, el
hombre que me había robado el corazón, bromeando con una chica bastante
guapa. Tatuada, con un piercing en la nariz y cabello largo y oscuro, no
podría haber sido más diferente a mí. No estaba interesada en hacerme
tatuajes, aunque a Drake le encantaban.
Suspiré, pensando en esos brazos musculosos cubiertos de tinta envueltos
alrededor de mi cuerpo. La idea hizo que mis ojos se humedecieran. ¿O fue
verlo charlando y sonriendo con aquella bohemia, doble de la joven Cher?
Savvie me ayudó a sacarme de ese momento intenso por Drake y me
arrastró hasta el puesto de ropa donde estaban Mirabel y Theadora.
Mirabel sostenía un vestido contra Theadora. —Es precioso. Han usado
ropa reciclada de los años 60 para confeccionarlos. Me encanta la falda de
retazos.
Me di cuenta de que la chica que coqueteaba con Drake llevaba una. Y de
repente quise cambiarme de ropa. Parecía demasiado sintética, como si
comprara en Harrods y no en un mercado real.
Tal vez Crisp me odiaría y seguiría adelante si abrazara mi lado más
natural y fuera por ahí como una hippie. Esbocé una rara sonrisa al pensar
eso.
—Quizás debería llevar un estilo boho, para variar. —Escudriñé una falda
floral—. Esto iría genial con unas botas.
Savvie asintió. —Es espectacular. Te quedaría genial. Cualquier cosa lo
haría, Mannie. Tienes un cuerpo espectacular para cualquier tipo de ropa.
—¿Tú crees? —Sonreí con fuerza—. ¿No solo para las cosas ceñidas?
—Oh Dios, pues claro que sí. La vida es demasiado corta para usar ropa
deportiva las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y no tienes que usar
licra para atraer a… ya sabes. La odio.
Asentí. Tenía razón. Llevaba mucho tiempo mostrando el cuerpo, con la
esperanza de que me trajera éxitos de todo tipo, cuando todo lo que había
logrado, era convertirme en un objeto de mierda para viejos sinvergüenzas y
ricos.
Después de comprarme la falda, caminamos por los demás puestos,
mientras dirigía miradas furtivas a Drake, que estaba tomándose un zumo
con aquella chica. Parecía muy expresiva, agitando las manos, y parecía que
le hacía reír.
Jodidamente genial. Otra del club de la comedia.
Mi corazón se encogió, quería huir a algún lado y llorar a mares.
Él había pasado página. Ya había conocido a alguien más. Era tan guapa,
terrenal y natural… Su tipo de chica. Yo odiaba que me vieran sin
maquillaje. Incluso por las mañanas.
Savvie inclinó la cabeza y frunció el ceño. —¿Qué te pasa?
—Necesito una copa.
—Buena idea. Hay una tienda de ginebra local por allí. —Me cogió del
brazo—. Vamos, tomemos una.
Me detuve. —Gracias, Savvie. No sabes cuánto significa esto, que estés
aquí para mí.
Ella sonrió con tristeza. —Vamos. Tomaremos un trago. Siéntate allí, en
ese bonito banco debajo de Wilbur.
—¿Wilbur?
—Ese era nuestro nombre para el viejo Willow. Jugábamos aquí cuando
éramos niños.
Sentí una punzada de envidia por haberme perdido todos esos juegos
infantiles.
Mientras se dirigía a buscar las bebidas, la chica que había estado
charlando con Drake subió al escenario con una guitarra.
¿Es cantante? Espero que desafine a más no poder.
Mi yo malvada había entrado en acción. Quise arrancarle los ojos a
alguien cuando vi que Drake subía para ayudarla a configurar el micrófono.
Savvie me pasó una copa. —Drake se ha convertido en un gruppie, por lo
que veo.
—También tiene una nueva novia. —No escondí la debilidad en mi voz.
—No sabes si eso es así. Podría ser solo una amiga. ¿No estabais juntos?
¿Qué ha pasado?
Le conté todo.
—Mierda. ¿Y no te ha dado la oportunidad de explicarte?
Suspiré. —A menos que le contara la razón por la que tenía que casarme
con Crisp, se negaba a seguir hablando conmigo.
—Entonces confiesa. Quiero decir, ¿tan malo es?
Busqué en mi teléfono y le enseñé las imágenes que no me atreví a
enseñarle a mi abuela.
Su boca se desencajó, como si hubiera visto algo realmente feo. —Dios
mío. No eres tú, ¿no?
Negué con la cabeza. —Me lo merezco, supongo. No debí enviar a Crisp
todas estas imágenes falsas de mi coño para mantenerlo en vilo. Todo esto
fue antes de que vosotros me acogierais en la familia y, bueno, ya sabes,
después de eso las cosas cambiaron.
—Entonces, explícaselo todo a Drake. Me pasó lo mismo con aquel
vídeo. ¿Te acuerdas de lo mal que lo pasé?
Asentí.
—Es demasiado tarde. Ya tiene una nueva novia. Ni siquiera querrá hablar
conmigo. Me siento como una mierda. —Una lágrima se deslizó por mi
mejilla.
Savvie colocó su brazo alrededor de mis hombros. —Por favor, no te
lesiones. Prométemelo.
Demasiado tarde.
Resoplé. —Le amo, Savvie. Él me dijo que me amaba y mira lo rápido
que ha pasado página.
—No lo sabes con certeza.
Justo cuando dijo eso, la chica envolvió sus brazos tatuados alrededor de
él para darle un abrazo.
Mierda.
—¿Crees que es por los tatuajes? —pregunté.
—No soy una gran fan. Aunque me gustan cuando los tienen los hombres.
¿Es un comentario machista?
—No sé. Siempre estoy ofendiendo a alguien por decir cosas incorrectas.
Ella se rio. —Yo también. Somos igualitas en eso.
—Hola a todos —anunció la chica desde el escenario—. Soy Brooke y
estoy muy feliz de estar en la inauguración de Gaia. Es un lugar fantástico.
Solo voy a cantar algunas de mis canciones. Espero que lo disfrutéis.
También podéis comprar mi disco aquellos que estéis interesados. —Señaló
una caja junto al escenario.
Pasó sus dedos suavemente sobre su guitarra y, para mi desesperación,
tenía mucho talento.
—Estoy hundida.
Savvie se volvió hacia mí y puso cara de tristeza. —No saques
conclusiones precipitadas. Pero sí, es buena.
Su voz, aunque no tan buena como la de Mirabel, era dulce y melodiosa y
quería gritarme a mí misma por no ser ni artística ni tener una pizca de
talento. No tenía nada que ofrecer, excepto mi cuerpo.
Eso era todo.
Ni siquiera había continuado con el curso. Había estado demasiado
ocupada pasando tiempo con Drake y enamorándome perdidamente.
Capítulo 20

Drake

HICE TODO LO POSIBLE para ignorar a Manon en la inauguración de


Gaia, a pesar de las extrañas miradas furtivas que me lanzaba
continuamente; incluso ayudando a Brooke a instalarse en el escenario,
sentía los ojos de Manon sobre mí. Ni siquiera me atreví a sonreírla.
La echaba mucho de menos, y me mantuve ocupado para apartar
cualquier recuerdo de nosotros juntos. Por la noche era peor. Echaba de
menos acariciar su suave y cálido cuerpo.
Tampoco era solo por el sexo, a pesar de lo cachondos que nos poníamos
cuando estábamos juntos. Simplemente me gustaba su cercanía.
Ahora, que había vuelto a tener dos trabajos, tenía muchas cosas con las
que distraerme.
Era mi quinta noche en el Salon Soir desde que regresé. Crisp me había
aceptado con los brazos abiertos. Tal vez esa bala que casi le mata tuviera
algo que ver con lo fácil que había sido regresar.
Ni siquiera mencionó a Manon. Sin ultimátum. Solo: —Es bueno tenerte
de vuelta. Recuerda, lo que sucede aquí, se queda aquí.
Ya había visto a ese tipo calvo y panzudo de la foto que Caroline me había
enseñado, le vi teniendo una conversación sincera con Crisp.
Esa foto que les tomé a ambos con mi teléfono resultó engañosa. Quería
ser útil. Estar de pie en las puertas siempre me hizo sentir atrapado y sin
salida, aunque esperaba que algún día, después de pagar todas mis deudas,
pudiera dejarlo atrás.
Pero por ahora, quería sacar a relucir los trapos sucios de Crisp. No sabría
decir si era para que Manon no se casara con él. Seguía sintiéndome como
una mierda cuando ella se negó a explicarme por qué destruiría lo que
teníamos por ese viejo idiota.

LLEVABA UNA SEMANA EN mi trabajo en el casino cuando sucedió


algo significativo. Eran las 2 a.m., y justo cuando estaba a punto de irme,
llegó una furgoneta. El casino normalmente cierra sus puertas a la una, a
pesar de que los clientes de más confianza de Crisp siempre continuaban.
Aquel hombre era un vampiro. Supuse que dormiría durante el día.
La furgoneta se detuvo en la zona trasera, en un sitio oscuro.
Rápidamente cogí mi mochila y justo cuando me dirigía hacia Crisp,
alguien le susurró algo al oído.
Le hice señas para mostrarle que me iba y él asintió en señal de
reconocimiento.
Queriendo saber más sobre esa furgoneta, fui por el camino de atrás, lo
que significaba cruzar el bosque. No había luces, y al vestir de negro podía
esconderme fácilmente sin que me vieran.
Cogí el móvil y me escondí detrás de un árbol, desde donde tenía una
buena vista de los dos tipos parados junto a la furgoneta. Llegó otro coche y
aparcó justo al lado, bajando de él dos hombres.
Comenzaron a empujarse y a embestirse entre sí en lo que parecía una
pelea acalorada. Uno de los hombres del coche sacó un arma con un
silenciador, disparó y mató al hombre de la furgoneta, y cuando su
compañero salió corriendo también recibió una bala en la espalda.
Luego abrieron la parte trasera de la furgoneta, sacaron dos bolsas de
deporte y las metieron en el maletero del coche, antes de irse en un
todoterreno negro sin matrícula.
Un minuto más tarde, Alec y Goran llegaron y echaron un ojo a la
furgoneta, gritando algo y luego inclinándose para revisar el cuello de las
víctimas.
Todo sucedió en cuestión de minutos, incluso segundos, y lo grabé. Mis
manos temblaban sosteniendo el móvil. Nunca antes había presenciado
disparos que acabaran con la vida de nadie. Me quedé allí petrificado.
Quedé conmocionado por el horror de ver a dos hombres caer muertos con
una velocidad tan eficiente. Los hermanos serbios se ocuparon de los
cuerpos, y a punto estuve de ir corriendo hacia ellos y ver si aún respiraban.
Gracias a dios no había delatado mi presencia, y acababa de obtener
pruebas bastante convincentes de toda la corrupción del lugar.
Mientras caminaba por el bosque, seguí mirando por encima de mi
hombro, mientras tropezaba con algunas ramas, arañándome. Sin la luz de
la luna, mis ojos tardaron un tiempo en adaptarse a tanta oscuridad. Quería
evitar usar la linterna del teléfono. Pequeños ruidos provenían de criaturas
que correteaban, por lo que estaba en plena alerta. Pero estaba seguro que la
naturaleza no estaba a punto de matarme, a menos que hubiera algún lobo
hambriento, pero esos monstruos peludos no me asustaban tanto como los
malvados humanos.
Después de atravesar todo aquel oscuro bosque, preocupado por mi
seguridad, me sentí aliviado de llegar a casa una hora más tarde. Había
dejado la bicicleta en el casino, si Crisp me preguntaba, simplemente diría
que la rueda estaba pinchada o alguna otra excusa de mierda.
Fue un largo paseo hasta el pueblo, pero no me importó, porque me dio la
oportunidad de aclarar mi mente. Traté de pensar en cosas agradables, como
la forma en que los ojos de Manon se llenaban de lujuria cuando entraba en
ella. O la forma en que sus suaves labios se juntaban con los míos. También
terminé teniendo pensamientos inquietos, dado que estaba tratando de
quitármela de encima.
Era como si Manon viviera permanentemente en mi cabeza y en mi
cuerpo.
Cuando llegué a casa, cogí una cerveza, me estiré en el sofá, me quité los
zapatos y desbloqueé mi teléfono para ver el vídeo.
La imagen estaba borrosa y oscura, pero el disparo fue lo suficientemente
claro. Al igual que los cuerpos que caían y las bolsas que luego eran
retiradas y metidas a la furgoneta.
Pasé una noche de insomnio, reviviendo la misma emboscada mortal que
ya había reproducido un millón de veces, aunque verla en la vida real me
afectó muchísimo más de lo que pensaba, así que me tomé un día libre.
Merivale podría esperar hasta el lunes.
Salí a correr por los acantilados, en un intento de deshacerme de los
pensamientos oscuros. Nunca antes había visto morir a nadie, y ahora tenía
esta escena inquietante en mi teléfono y en mi cabeza, como una película
enfermiza.
El footing me ayudó porque cuando volví, me quedé dormido durante
toda la tarde.
ERAN LAS SIETE Y me dirigí al Mariner para tomar un bocadillo, una
pinta y ver actuar a Brooke. Me envió un mensaje de texto para decirme que
estaba tocando. Conocía a su hermano de Londres y ella se había mudado
recientemente a Bridesmere.
Brooke estaba charlando con Olivia, su novia, cuando llegué. Justo
cuando me estaba abrazando, Manon entró por la puerta. Me vio y antes de
pasar a mi lado, hizo una mueca como si yo fuera un malvado de película;
se le unió a Colin, un abogado local, que siempre estaba en el Mariner
charlando con mujeres.
Para considerarme alguien poco celoso, sentí un vuelco en mi pecho.
Mientras Brooke y Olivia conversaban conmigo, observé a Manon, que
vestía con unos vaqueros ajustados y una blusa escotada. Sus sexys tetas se
marcaban mientras se acercaba a Colin, susurrándole al oído.
¿No se supone que se iba a casar con Crisp?
—Será mejor que suba y toque. —Brooke me tocó el brazo.
Pedí otra pinta de cerveza y disfruté escuchando la canción de Brooke
sobre encontrar el amor. Sus ojos se habían posado en nuestro rincón,
centrándose en Olivia. Solo Manon seguía mirándome con un ‘¿qué
coño…?’ escrito en toda su cara.
Creo que se pensó que yo estaba con Brooke.
No recuerdo mucho del resto de la actuación. Todo en lo que pude
centrarme fue en ver cómo la mano de Colin permanecía sobre el brazo de
Manon.
Cansado de estos jueguecitos, le dije a Olivia que me iba y que le dijera a
Brooke que había estado increíble.
Cuando salí a la oscuridad, escuché un ‘hola’ desde atrás. Me giré y
descubrí a Manon corriendo hacia mí con dudas en sus ojos, como si yo
tuviera algo que decirle.
—¿Qué quieres? —Extendí las manos.
Capítulo 21

Manon

DRAKE PARECÍA MOLESTO. NI siquiera esbozó la más mínima sonrisa.


No me dio nada, como si yo fuera una molestia. Una interrupción.
Fui al Mariner porque escuché que la nueva novia de Drake iba a actuar.
Podría ser una masoquista, pero la curiosidad se había apoderado de mí.
Mirabel era la única persona que conocía a Brooke. Entonces, con el
pretexto de pedirle consejo al tío Ethan sobre inversiones, les fui a visitar,
pero Mirabel estaba en Londres. Al menos Ethan parecía dispuesto a
aconsejarme, lo cual aproveché. Cuando me dio un abrazo, mis ojos incluso
se empañaron. No podía creer el apoyo que me estaban dando todos. Si la
situación fuera al revés, no creo que hubiera sido tan indulgente.
Tan pronto como vi a Drake con su nueva novia en el Mariner, me
abalancé sobre el mujeriego número uno del lugar, Colin, un abogado
atractivo, que me invitó a tomar una copa. Sin embargo, ni siquiera me
despertó una chispa de interés. Mi corazón y mi cuerpo se habían
convertido en hielo.
Echaba mucho de menos a Drake. Él era mi alma gemela. Supe desde el
momento en que nos besamos, que nunca me sentiría así por nadie más.
Amor a primera vista. Ingenuo, tal vez, pero el corazón sabe lo que quiere
el corazón. Y Drake vivía en mi corazón.
Incluso mis heridas no habían logrado enmascarar el dolor de no estar con
él.
No podía quedarme sentada y aceptar que habíamos terminado. Que él
había encontrado a otra chica y yo estaba condenada a casarme con alguien
a quien odiaba.
Tenía que hablar con él.
La mirada de Drake estaba llena de odio, y luego me dio la espalda y se
alejó.
Quería pegarle.
Gritarle.
Abrazarle.
Follarle.
Y luego achucharle con cariño.
Debió haber adivinado que no quería a Crisp realmente. ¿Por qué diablos
necesitaba todos los desagradables detalles?
Corrí tras él. ¿Desde cuándo perseguía yo a la gente?
¿Desde cuándo le entregaba mi corazón a alguien?
Le alcancé y toqué su brazo musculoso, que me encantaba cuando lo
ponía a mi alrededor.
—¿Podemos hablar? —pregunté, odiando lo desesperada que sonaba.
—A menos que estés a punto de decirme que no te vas a casar con Crisp,
no tenemos nada de lo que hablar.
Su voz era fría. Ni siquiera me miró, y cuando lo hizo por un breve
momento, sus ojos parecían un vacío sin emociones.
Entrelacé los dedos. —¿Cómo puedes haber pasado página tan rápido?
Pensé que me amabas.
—Tú eres la que ha seguido adelante. —Dio media vuelta y siguió
caminando.
Sentía esa necesidad desesperada de estar cerca de él, así que le seguí. —
Pero tú ya tienes otra novia.
Dejó de caminar. —No es asunto tuyo. No te debo nada. Ahora vete a la
mierda.
Sus malas palabras me picaron como un latigazo en la espalda, solo que
era mi corazón lo que dolía.
¿Era este el mismo Drake gentil y dulce cuyas suaves caricias eran lo
último que sentía antes de quedarme dormida en sus brazos?
No reconocía esta versión fría e iracunda.
A pesar de sus crueles palabras, traté de aferrarme más fuerte. Algo en lo
que era buena. Mi padre solía decirme cosas horribles, pero siempre
perseguía su coche cada vez que se iba.
Drake cruzó la calle y, estando a punto de correr tras él, me detuve
bruscamente cuando pasó una motocicleta a toda velocidad. Su velocidad
me hizo tropezar y caer al suelo.
Me quedé tumbada a un lado de la carretera, mientras unos sollozos
incontrolables se apoderaron de mí, como un alma varada e indeseable que
acababa de estrellarse contra un muro de apatía.
Mientras me revolcaba en la autocompasión, sentí que me levantaban del
suelo.
—¿Estás bien? —Su tono frío anterior había sido reemplazado por una
voz suave y preocupada.
Ese mismo tono tierno que cuando me amaba.
—No. Aunque creo que no me he hecho nada.
Me senté en el suelo. Él se sentó a mi lado y me limpió la suciedad de la
cara.
—¿Puedes ponerte de pie para ver que estés bien? —preguntó.
Levantándome del suelo, sentí que mis piernas temblaban y caí en sus
brazos. Me abrazó, y nuestros corazones latieron como uno solo. Podía oler
su jabón de baño y a él, calentándose a través de mí. Como si hubiera
regresado a casa después de estar perdida y aislada.
Necesitaba su cuerpo sobre el mío para recordarme que tenía una vida que
valía la pena vivir.
Odiaba lo mucho que le necesitaba. Con solo ese olerle me volvía
patéticamente adicta.
Cada vez que veíamos una película en la que todos se abrazaban mucho,
mi madre resoplaba: —Jodida ficción de Hollywood. Nadie se comporta
así.
La creí, hasta que conocí a Drake. Sus abrazos significaban todo para mí.
No era solo el sexo y los orgasmos.
Lloré en sus brazos. Mi cuerpo se estremeció. Incapaz de dejarle ir, había
pasado de: 'Fóllale, tiene una nueva novia y le odio’, a: ‘Nadie le tendrá. Es
mío'.
Se apartó, a pesar de mi fuerte abrazo.
—Ven. Quítate de la acera. —Su voz era suave. Era mi dulce y querido
Drake otra vez.
Mi boca tembló mientras las lágrimas empapaban mis mejillas. Le miré
como una criatura atrapada en una red.
Me condujo en silencio al otro lado de la calle y nos sentamos en un
banco, la calle estaba desierta.
Desde donde estaba sentada, el mar parecía un manto negro y arrugado,
con estrellas parpadeantes que podrían haber caído del cielo. Algo con lo
que me sentía identificada porque parecía que me había caído de algún
lugar.
—Manon, esto no puede seguir así, lo sabes.
—¿La amas?
Debajo de la luz de la farola, pude ver ojeras bajo sus ojos. Incluso sentí
tristeza, lo que me hizo sentir menos sola.
'A la miseria le gusta la compañía' como dicen.
Drake frunció el ceño. —¿De qué estás hablando?
—De esa cantante tan guapa, se parece a Cher antes de que le
reconstruyeran la cara.
Su risa se desvaneció rápidamente. —No amo a nadie más que a mi
madre.
—Pero dijiste que me amabas.
—Te vas a casar, joder. ¿Cómo me puedes pedir eso? —Fue a ponerse de
pie.
Le detuve. Necesitaba más de él. Podía insultarme. Gritarme. No
importaba. Solo le quería cerca.
—No te vayas. Me estoy volviendo loca, Drake. Verte con esa chica… es
tan guapa y con tanto talento… Es todo lo que yo no soy.
—Eres preciosa, Manon. —Resopló—. Muy hermosa. —Su susurro
sonaba más como un tormento.
—Pero estás con ella. —Las lágrimas picaron en mis ojos. Nunca había
llorado tanto como la semana pasada. Incluso fui a una tienda de ropa y me
compré ropa bohemia, que odiaba.
Drake me lanzó una sonrisa triste. —Solo sé tú misma, Manon.
Había pasado de usar mi cuerpo para salir adelante, a buscar algo más que
bolsos y zapatos de diseñador, no sabía quién era.
—Brooke es lesbiana.
Me tomó un momento procesar su comentario. Me giré bruscamente. —
¿Ah sí?
—Sí. Estaba su novia también.
—Pero parecíais muy unidos. Muy juntos. Tu rostro se iluminaba al estar
con ella.
Se rio. —¿Iluminado? Mierda, ¿tanto se me notan las cosas? Y yo que
pensaba que era tímido…
Quería besarle y abrazarle. Durante toda la semana me había imaginado
que estaba en la cama con la joven Cher y me había retorcido de todas las
maneras posibles.
—No te describiría exactamente como alguien tímido —dije al fin,
después de albergar esperanza.
—Tengo mis momentos. —Se levantó y se estiró—. Bueno. Ahora que se
ha aclarado todo, ¿quieres que te acompañe a Merivale?
Llévame a la otra punta del planeta, por favor.
Asentí.
Fuimos caminando en silencio. Era agradable. Ninguna mención a Crisp.
Casi éramos nosotros otra vez. El paseo terminó en las puertas de hierro de
mi hogar, en Disneylandia.
—Gracias. —Le miré y sonreí tímidamente. No podía dejarle ir. Así que
le miré a los ojos, casi rogándole por un beso.
Él se giró y yo me alejé. Basta de súplicas. Estaba agotada.
Di unos pasos y mi corazón se encogió en una pequeña y dolorosa bola.
Ya le echaba de menos.
Me detuve y me giré para verle alejarse, cuando le vi detenerse al mismo
tiempo. Hablando de almas gemelas. Leí en alguna parte que existe un
cordón invisible entre almas gemelas.
Vino hacia mí y luego, sin mediar palabra, me tomó bruscamente entre
sus brazos, como si estuviera enfadado conmigo o algo así. Fue un beso con
ira.
De los mejores.
Caliente, húmedo y lleno de deseo.
Ni siquiera podía sentir el suelo mientras nos devorábamos los labios.
Nuestras lenguas se enredaron como si ya estuviéramos follando. Sus
gemidos resonaron en mi boca mientras aplastaba mis tetas y su polla se
endurecía contra mí.
Capítulo 22

Drake

MANON ME ASEGURÓ QUE podía ir y venir sin ser detectada. A ella no


pareció importarle de ninguna manera. Para mí, dormir con Manon en
Merivale fue un poco incómodo, ya que su abuela me había contratado.
Antes de que las cosas se complicaran, siempre nos quedábamos en mi
casa.
De cualquier modo, todo lo que necesité fue saborear sus labios, después
de eso probablemente habría escalado una valla metálica con púas para
llegar a ella. Subimos por la entrada trasera, la del servicio.
Una vez que llegamos a su habitación, no me llevó mucho tiempo quitarle
la ropa. Casi la rompí mientras ella se reía. A Manon le encantaba que
rompiera su ropa, especialmente las bragas.
Sin embargo, la pasión se enfrió un poco cuando vi más cortes en la parte
superior de sus muslos.
—Joder, Manon.
Su rostro se hundió, recordándome a una niña sorprendida haciendo algo
vergonzoso.
—No hablemos de eso. He tenido una semana de mierda imaginándote
con la jodida joven Cher. —Sus ojos se encontraron con los míos de nuevo
—. Casi no podía respirar.
Su boca tembló en una sonrisa triste, la tomé en mis brazos y la sostuve.
Mi corazón se derritió al verla en un estado tan vulnerable. Sabía que no
podía mantenerme alejado y si era totalmente honesto conmigo mismo,
tampoco había podido dejar de imaginarla casándose con ese vampiro.
Se miró los dedos.
Acaricié su suave brazo. —Eres la única mujer en la que he estado
pensando. —Sus ojos se encontraron con los míos de nuevo. Amplios y
expectantes, como si le estuviera dando información importante—.
Cuéntame cómo te está chantajeando. Puedo arreglarlo. Incluso tu familia te
ayudaría. Tienen recursos.
Toqueteándose las uñas, miró hacia abajo. —Te lo diré, pero no ahora.
Solo quiero que estemos en la cama. —Retiró las sábanas.
Esos cortes inquietantes me daban náuseas. Era como si no pudiera hacer
nada. No sabía cómo mejorar su situación.
Besé sus heridas mientras ella hacía muecas. —¿Te duele?
—No. Me excita. —Suspiró, y yo me quedé jodidamente perdido.
Esta vez mi lengua entró en juego; lamí su clítoris como si fuera algo
delicioso, después de haber estado muerto de hambre, succionando sus
jugos hasta que tembló y gimió.
—Por favor, fóllame —gimió.
Entré en ella con una estocada profunda y desesperada, y cuando se
estremeció, me detuve.
—No. Duro. Hazme daño, por favor.
A pesar de lo perturbador que era que a Manon la gustara dolor, podía
acatar sus órdenes, porque impulsado por la lujuria y una emoción más
profunda e indefinible, tampoco quería parar.
Mientras mi polla luchaba a través de su coño apretado, mis ojos se
humedecieron por un placer extremo e indescriptible. Nunca antes había
hecho ruido mientras follaba, pero nadie era igual que Manon. La manera
en que sus tetas rebotaban contra mí, me hacía querer devorarla con mi
boca, con mi polla y con mis manos. Era adicto a ella.
No tardé mucho en correrme. Teníamos toda la noche por delante y mi
intención no era dormir mucho.

ME FROTÉ LA CABEZA con una toalla. Mi polla estaba roja y en carne


viva después de una larga ducha caliente. El agua de los ricos nunca parecía
enfriarse, lo que iba de maravilla para las mamadas.
Manon me sirvió un zumo y me lo entregó. Tenía una pequeña nevera en
aquel dormitorio que era casi del tamaño de mi apartamento.
—¿Me prometes no darme la espalda? —Inclinó la cabeza y vi la misma
mirada frágil de la noche anterior.
—Pero no puedo ver cómo te casas con él —protesté.
—Entonces, mátale.
La estudié, esperando que sus labios se curvaran en una sonrisa burlona.
—Quiero que estemos juntos, pero joder, tampoco quiero pudrirme en la
cárcel.
—Entonces le mataré yo. Después de casarme con él, para quedarme con
su dinero.
Mi mandíbula se abrió de par en par con un gran —‘¿Qué?’
Ella puso los ojos en blanco y se rio entre dientes. —Solo bromeaba. Oh,
Dios mío, deberías ver tu cara.
Un suspiro tembloroso salió disparado de mi boca mientras forzaba una
sonrisa. Manon no había ocultado su ambición de ser asquerosamente rica.
Cogió mis manos y me miró directamente a los ojos. —Sólo existes tú.
Por favor, debes tenerlo claro. Haré cualquier cosa para estar contigo. —Sus
ojos se llenaron de lágrimas.
Le creí. Mi corazón también estaba rendido a ella. Como si de alguna
manera se hubiera entrelazado con el suyo.
Por eso no podía alejarme.
Solo tenía que aclarar si era mi polla la que me guiaba.
Pero cuando caí en esos grandes ojos oscuros, encontré partes de mí
mismo que nunca antes había conocido.
Manon se había convertido en la única persona a la que realmente podía
mostrarme por completo. Como si supiera más de mí que yo. Perdidos el
uno en los ojos del otro, dejándonos sin palabras.
Quizás los ojos realmente eran el espejo del alma.
—¿Podemos vernos más tarde? —preguntó, dejando caer su toalla y yo
perdiéndome en esas curvas de nuevo; mi polla saltó a la acción.
Al darse cuenta de mi erección, se pasó la lengua por los labios.
Tenía que ir a trabajar. —Eh... Tengo que estar en el casino hasta tarde.
—¿Por qué estás trabajando allí de nuevo? —Se abrochó el sostén y luego
se puso sus diminutas bragas.
Necesité todo mi autocontrol para no empujarla sobre la cama de nuevo.
Mientras estaba perdido en su belleza, de repente se me ocurrió la idea de
que podía usar esa grabación para chantajear a Crisp y que detuviera ese
matrimonio. Eso nos daría libertad para seguir explorándonos el uno al otro.
—Tu abuela quiere que vigile el lugar.
Su frente se arrugó. —Ah… ¿Hay algo interesante?
Asentí lentamente. —Podría tener una salida para nosotros. Y no
implicará derramamiento de sangre.
Ella me abrazó. —Ya te echo de menos.
Nos besamos como si fuera medianoche y luego me fui, tramando un plan
mientras bajaba corriendo las escaleras del servicio hacia la salida trasera.

COMO DE COSTUMBRE, ESTUVE en la puerta del casino, y esta vez vi


poco, solo a Alec y a Goran entrando por la puerta trasera con Natalia. No
hacía falta ser un genio para saber que Crisp se la estaba follando. Al menos
lo que me contó Manon sobre que él solo quería casarse con ella para
formar parte de la familia Lovechilde, parecía cierto. También significaba
que así no tenía sus asquerosas manos sobre Manon. Todavía.
Planeé asegurarme de que eso nunca sucediera.
Cuando terminé mi turno, llamé a la puerta del despacho de Crisp. Tenía
que controlarme, controlar mi parte barriobajera. Había crecido con niños
que llevaban cuchillos en lugar de libros del cole, así que aprendí a
flexionar mis músculos cuando era necesario. Era pura supervivencia.
Y quería a Manon solo para mí.
Era un puto desastre y necesitaba ayuda. Esos cortes en sus piernas me
preocupaban bastante. Deseaba desesperadamente ayudarla a dejar de
autolesionarse.
Mi polla rara vez se bajaba cuando estaba con ella, pero era mucho más
que sexo. No podía abandonarla, aunque lo intentara. Ya lo había intentado
y había fallado.
—Adelante —dijo.
Entré y vi a Natalia sentada en el borde del escritorio, abrochándose los
botones.
—¿Tienes un minuto? —Miré a Natalia—. ¿Podemos hablar en privado?
Agitó los dedos para que se fuera, y ella se fue pavoneándose.
Se reclinó en su silla. —¿En qué puedo ayudarte?
—Todavía estoy saliendo con Manon, a pesar de tus demandas.
Sus cejas se elevaron. —¿Significa tanto para ti?
Asentí. —Ella también quiere estar conmigo.
—Ya veo. —Se quedó mirándome durante largo rato—. Las chicas como
Manon no abundan, como sabes. Necesita mucho dinero para ser feliz. Los
primeros meses de lujuria pueden oscurecer la razón, pero eso no dura.
—Gracias por el consejo. Pero estoy seguro de que podremos resolverlo
—le dije.
Su mirada penetrante me hizo difícil seguir mirándolo.
—Debo admitir que me quedé sorprendido cuando me pediste regresar a
tu puesto de trabajo. Me imaginé que Caroline o alguno de sus hijos te
habría convencido para ello. ¿Tengo razón?
Los músculos de mis piernas se tensaron. —No. Pensé que podría
alejarme de Manon, pero desde entonces me he dado cuenta de que no es
posible. Y ella no quiere casarse contigo.
Su boca delgada formó una sonrisa lenta. —Creo que debería ser ella la
que me diga eso, ¿no?
—Te lo estoy diciendo yo. —Me senté, haciendo caso omiso de su acto de
suficiencia—. Estamos enamorados.
—Oh… qué bonito. Amor de juventud. Sin embargo, nunca se gana
mucho con eso. ¿Y qué vas a hacer cuando ella se quede sin esa herencia de
cinco millones de libras? ¿Crees que Caroline Lovechilde seguirá
repartiendo su dinero?
—Eso no es asunto tuyo.
—Sí, lo es. Estamos hablando de mi futura esposa.
—Pero si te acuestas con Natalia —le dije.
Se encogió de hombros. —Y ¿qué? Manon sabe que tengo ciertos
apetitos.
Se me encogió el estómago. Este hombre estaba jodidamente enfermo.
—Manon puede follar con quien quiera, lo único que no puede, es tener
novios. —Se recostó con las manos cruzadas sobre el vientre—. Mis planes
no han cambiado. Y no dejaré que ningún patán enamorado me diga lo
contrario. Ahora mejor te vas por donde has venido. ¿De acuerdo? —
Inclinó su malvada cara. ¡Joder! Quería borrarle de un guantazo esa sonrisa
burlona de su boca.
Si el diablo tuviera rostro, se parecería a Reynard Crisp.
Estuve a punto de provocar al mismo Satanás.
—Vi lo que sucedió en la parte de atrás, el domingo de madrugada,
alrededor de las 2:30, para ser exactos.
Inclinó ligeramente la cabeza. Esta vez no sonrió, solo mostró un interés
frío e inquebrantable.
—Lo tengo todo grabado. —Hice una pausa, pero él permaneció en
silencio—. Los disparos. La furgoneta. El todoterreno alejándose repleto de
bolsas, que estoy seguro no se dirigían a tiendas de caridad.
—¿Y por qué crees que eso tenía algo que ver conmigo?
—Porque los hombres asesinados trabajan para ti. Te lo enviaré. Tengo
otras copias.
—¿Se lo has enseñado a Caroline? —preguntó, intentando aparentar
indiferencia.
—Nadie más lo sabe, y todo desaparecerá si dejas a Manon en paz.
Su risa se parecía al ruido de las uñas arañando una tabla. —Ahí está la
verdad. Me estás chantajeando. —Respiró—. No eres el primero. Y estoy
seguro de que no serás el último.
—¿Y bien?
Él asintió lentamente. —Bueno. Envíame el vídeo y te daré una respuesta.
Saqué el teléfono y se lo envié a su número.
Cuando su teléfono vibró, lo levantó y dio al play. Su rostro permanecía
impertérrito mientras miraba las imágenes.
—¿Cómo sé que cumplirás tu palabra? —preguntó, bajando su teléfono.
—Lo haré.
—¿Ella es tan importante para incluso arriesgar tu vida por ella?
—No estoy arriesgando nada, solo un trabajo bien pagado. —Me dispuse
a irme—. ¿Pondrás fin a este plan de matrimonio?
Su boca se torció, como si estuviera reflexionando sobre mis demandas.
Después de una pausa bastante larga, durante la que sentí que los hombres
como Crisp odiaban perder, asintió. —No puedo interponerme entre dos
jóvenes enamorados, ¿verdad?
Salí a toda prisa, vigilando mi espalda.
Pronto descubriría que tendría que hacerlo por una buena razón.
Había sido fácil.
Demasiado fácil.
Primero una sombra, luego pasos, y antes de que pudiera salir corriendo,
alguien me agarró. Le di una patada en la mano, en la que llevaba un arma y
luego le golpeé como si fuera el saco de boxeo de Reinicio.
Justo cuando estaba cayendo al suelo, de reojo vi otra figura, y supuse que
probablemente sería el hermano oso de Goran, Alec.
Resonó un disparo que me pasó cerca.
Tan rápido como pude, corrí como el viento hacia el bosque. Había
recorrido, en mis carreras matutinas, el bosque de Chatting mil veces, sabría
atravesarlo incluso en la oscuridad. Alec más bien me habría ganado en un
concurso de comer hamburguesas, que en una carrera.
Una vez que estuve en medio del bosque, recuperé el aliento, doblándome
y apoyando las manos en los muslos. Mi cuerpo estaba lleno de rasguños y
moratones, pero la adrenalina hacía maravillas adormecimiento el dolor.
Tenía dos opciones, ir a Reinicio o a Merivale, y opté por la última, ya
que el salón estaba más cerca del bosque y había suficiente personal para
que Alec se pensara dos veces el seguir persiguiéndome por los terrenos, a
plena vista. Seguro que Crisp no quería que nadie supiera que yo era su
siguiente objetivo.
Cuando llegué, encontré la entrada trasera del servicio cerrada.
Podía irme a casa y que me dejaran inconsciente o subir a la habitación de
Manon.
Seguro de que no me hubieran seguido, caminé hacia la parte frontal del
edificio y estudié la fachada en busca de formas de escalarla.
Había suficientes adornos a los que agarrarme y todo lo que tenía que
hacer era llegar al balcón superior que se encontraba en el segundo piso.
Sacando a mi Spiderman interior, salté sobre una celosía con la esperanza
de no derribarla y me lancé lo más alto que pude. Con mis músculos a
punto de estallar, de alguna manera me agarré a la cabeza de una talla que
sobresalía de la pared. A partir de ahí, solo era cuestión de encaramarme a
la balaustrada que enmarcaba el balcón.
Todo el entrenamiento ninja con Billy, que estaba convencido de que los
pelirrojos tenían ventaja en esto, había valido la pena.
Lo único diferente era que no tenía una piscina a la que caerme.
Finalmente me subí a la balaustrada y, masajeándome los músculos
doloridos, esperé a que mi ritmo cardíaco se calmara. La duda de haberme
equivocado de habitación y que no fuera la de Manon, me hizo vivir un
momento de pánico.
¿Habría aterrizado en el balcón de Caroline?
Me resultaba familiar. Lo que no significaba nada porque todos los
balcones serían iguales.
Las puertas de cristal estaban cerradas, lo que no era nada sorprendente.
Era una noche fría.
Golpeé con los nudillos en la fría ventana tan silenciosamente como pude.
Capítulo 23

Manon

ESCUCHÉ GOLPES EN EL balcón y, pensando que era el viento, los


ignoré y me di la vuelta en la cama. No podía dormir. Todo en lo que podía
pensar era en Drake y en cómo podríamos hacer funcionar lo nuestro ahora
que Crisp me tenía atrapada con todo lo del matrimonio. Si le pudiera
enseñar a Drake esas horribles imágenes… pero solo pensar en ellas me
hacía temblar de nuevo.
A pesar de que las imágenes eran falsas, no me atreví a enseñárselas
porque realmente parecía yo.
Mi pasado había regresado para perseguirme. Crisp me había tirado al
barro de nuevo. Gilipollas.
Siempre supo que yo estaba jugando con él, pero aun así, fue paciente,
esperando a ver si los Lovechilde me acogían en su familia.
La puerta de cristal del balcón volvió a sonar, esta vez un poco más fuerte.
Dormir en aquella casa tan grande, o salón, como la llamaban, me asustaba
algunas noches. Probablemente había fantasmas. Todos esos retratos
espeluznantes por todas partes, disparaban mi imaginación con todo tipo de
historias de terror por las noches. Incluso había quitado uno de mi
dormitorio en el que salía la tía abuela del difunto padre de la familia. Tenía
unos ojos penetrantes que parecían mirarme fijamente.
De repente vi una figura moverse en el balcón, iba a gritar, pero mis
cuerdas vocales se quedaron bloqueadas.
¿Estaba dormida y creía que estaba despierta? Ya había tenido pesadillas
parecidas antes.
La figura me hizo un gesto para que abriera la puerta.
Un escalofrío me recorrió mientras me agarraba los brazos, clavándome
sin querer las uñas. El dolor confirmó que estaba despierta.
Entonces escuché —Manon, abre la puerta.
Salté corriendo de la cama y me asomé, vi a Drake en el balcón. Aliviada
de toda mi angustia, solté un jadeo, feliz.
Qué romántico.
Cuando abrí la puerta, casi se cae.
—Oh, Dios mío, ¿qué demonios ha pasado, Drake? —Me reí—. Te has
vuelto todo un Romeo, eres una monada.
Volviendo a la realidad, inmersa en una fantasía en la que yo llevaba una
tiara y Drake una capa, me fijé en su rostro cubierto de sudor y suciedad.
Dio un paso hacia la luz y sus ojos brillaron de terror.
—¿Qué ha pasado? Parece que no has venido a hacerte el Romeo.
Se sentó en el quicio de la cama y sostuvo su cabeza entre las manos.
Me senté a su lado y puse mi brazo sobre sus grandes hombros. Podía
sentir su tensión. —¿Qué ha pasado?
—Necesito un poco de agua.
Estiré el brazo hasta la mesilla y cogí una botella de agua.
Se la bebió de golpe y luego se limpió la boca con la mano.
Soltó un fuerte suspiro. —Me estaban persiguiendo por el bosque.
Mis cejas se levantaron. —¿Qué? ¿Quién?
Se secó la cara con la camiseta, dejando al aire sus abdominales, y su olor
masculino me invadió, enviando un pulso de calor a través de mí.
Está mal. Lo sé. El pobre necesitaba mi apoyo, no que saltara sobre él.
Pero madre mía, estaba buenísimo.
—Goran me disparó, luché contra él y logré quitarle el arma. Luego salí
corriendo hacia el bosque y Alec me persiguió. —Se frotó la cara—.
Hubiera ido a Reinicio, pero ahora no hay nadie, y no llevo ningún arma.
—¿Un arma? —Fruncí el ceño.
Me contó cómo utilizó el vídeo del tiroteo para chantajear a Crisp y que
cediera.
Envolví mis brazos alrededor de él. —¿Has hecho eso por mí? ¿Para que
pudiéramos estar juntos?
Se miró las manos. —Bueno sí.
Todo en lo que podía pensar era en que casi muere por mí, lo que
significaba que Drake realmente me amaba.
Estaba siendo egoísta, lo sé. Pero fue la respuesta de mi corazón. Mi
cabeza, por otro lado, estaba enloqueciendo ante la posibilidad de perder a
Drake. Preferiría morir yo antes que perderle a él.
—¿Por qué no viniste a contármelo a mí primero? Podríamos haber
planeado algo —dije al fin.
Siguió frotándose la cabeza y apartando ese sexy rizo oscuro de su rostro
dijo: —¿Tienes algo de beber? Algo fuerte.
Levanté el dedo. —Un segundo.
Regresé con una botella de whisky y dos vasos. —No he traído hielo ni
coca-cola. ¿Está bien así?
—Cualquier cosa estará bien. Solo necesito un trago. —Exhaló.
Le serví medio vaso y se lo pasé. Su mano temblorosa me hizo querer
llorar.
Todo esto era por mí. Por mi culpa Drake casi muere. La realidad me vino
de golpe y de repente me sentí como una mierda por involucrarlo en mi
desastrosa vida.
Pero tampoco estaba dispuesta a alejarle.
—Tienes razón. Fui estúpido al pensar que aceptaría el trato. Ahora me he
puesto en peligro. Seguro que me matarán.
El temblor en su voz me dolió.
—No dejaré que nadie te haga daño. Nunca. Haré todo lo posible para
asegurarme de eso. —El fuego invadió mi vientre, decidida a protegerle a él
y lo nuestro.
Suavicé mi tono y agregué: —Aunque, creo que deberías contárselo a mi
abuela por la mañana. —Le abracé—. ¿Por qué no te das una ducha caliente
y luego te vas a la cama?
Perdido en sus pensamientos, torció los labios y luego asintió.
Mientras se desnudaba, quise unirme a él en la ducha y devorarle, pero
sabía que no era el momento.
Mientras se duchaba, repasé todo lo sucedido en mi cabeza y comencé a
asimilarlo. Drake estaba en serios problemas y Crisp no se detendría ante
nada para llegar a él.
Entré al baño justo cuando se estaba secando.
—Solo hay una cosa que podemos hacer.
Se frotó la cabeza con la toalla. —¿El qué?
—Tenemos que irnos. Ahora.
—Pero, ¿a dónde? —Dejó caer la toalla, y tuve que esforzarme por
concentrarme en la gravedad de la situación, y no en su polla medio erecta
por la ducha.
—A algún lugar lejano, donde nadie pueda encontrarnos.
Su rostro se arrugó. —No podemos hacer eso. Tengo un trabajo. Tengo a
mi madre que me necesita.
—Escucha, conozco a Crisp. Es peligroso y no le gusta perder. Cuanto
antes elimine su amenaza, mejor. Conoce a jueces y policías y tiene gente
poderosa trabajando para él. Cuando trabajaba allí, lo vi.
Me miró a los ojos, abrió los suyos y sin pestañear, como si acabara de
darse cuenta de la magnitud de todo esto dijo: —La he cagado, ¿verdad?
Sonreí con tristeza. En mi mente seguía la idea de que había arriesgado su
vida por mí. Al verle desmoronarse, me sentí culpable por pensar así.
—Mira, fue una gran idea lo de grabar aquel vídeo, pero deberías haber
hablado con mi abuela primero. —Toqué su brazo—. Eso ahora es lo de
menos. ¿No ves que no tenemos otra opción?
—¿Nosotros? No te hará daño… —dijo Drake.
—No. Pero moriría por ti, Drake. —Las lágrimas invadieron mis ojos.
Parecía aturdido, como si hubiera confesado haber cometido un asesinato.
Drake se estaba abriendo a mí, hablando desde un amor profundo. Aunque
estoy segura de que lo único en lo que podía pensar era en esos salvajes que
venían a por él.
Reprimí el repentino torrente de emociones; necesitábamos un plan. Y
rápido —Las situaciones desesperadas requieren acciones desesperadas,
como que huyamos. Puedo coger uno de los todoterrenos del garaje. Tengo
dinero. —La adrenalina se disparó a través de mí—. Vamos a hacerlo. Y
luego contactaré a mi abuela, cuando estemos en Francia o en algún otro
lugar lejano.
—¿Francia? —Sus ojos se abrieron de miedo, como si le hubiera sugerido
que visitáramos un antro sórdido.
—Tal vez Irlanda. No sé. Pero tenemos que escapar. Ahora. ¿No lo
entiendes? —De repente me costaba respirar.
A medida que pasaban los minutos, mi ansiedad empeoró. El peligro era
real, teníamos que correr.
Soltó un suspiro tembloroso y asintió, antes de enterrar su rostro entre las
manos. —Mierda.
Mientras se tapaba la cara, saqué mi maleta y lancé ropa dentro.
—Solo tengo esta ropa. —Sus ojos estaban muy abiertos y perdidos.
Quería abrazarle y ofrecerle apoyo, pero no teníamos tiempo. Mi corazón se
aceleró, apremiándome.
Eso era bueno. Tenía la fuerza de un tigre en ese momento. La energía que
fluía a través de mí no se parecía a nada que hubiera experimentado antes.
—Vuelvo en un minuto. La habitación de Ethan estaba abierta la última
vez que miré. —Puse una sonrisa culpable—. Lo sé, soy una cotilla.
Me deslicé hasta la habitación contigua y saqué del armario una sudadera
con capucha, unos pantalones de chándal, unos vaqueros y un par de
zapatillas Nike. En los cajones encontré calzoncillos, camisetas e incluso un
gorro.
Cargando con todo, me encaminé de regreso a mi habitación.
Afortunadamente, la habitación de mi abuela estaba al otro extremo del
pasillo.
Tiré las cosas en mi cama y coloqué las zapatillas en el suelo.
—Parece que te valdrán, menuda suerte. Te has destrozado las zapatillas.
—Corrí como si me persiguiera el maldito diablo y me golpeé con
algunas piedras en el camino.
—Lo siento. —Incliné la cabeza—. Olvidé preguntarte si estabas herido.
—Estoy bien. —Se cambió los pantalones y se puso un polo azul—. Me
queda justo. —La prenda le resaltaba su físico musculoso.
—Estás muy sexy.
Debió notar mis ojos lujuriosos porque puso los ojos en blanco y, por
primera vez desde que llegó, su boca se curvó ligeramente.
—Al menos los zapatos te van bien. —Se ató los cordones y luego me
miró de nuevo—. ¿Realmente vamos a hacer esto?
Asentí. —Tenemos pocas opciones.
Fui al baño y llené un neceser con maquillaje y artículos de tocador y
luego me puse una sudadera negra, unas zapatillas y una sudadera con
capucha.
Él respiró hondo. —Parece que vas a hacer una entrevista de trabajo.
Era agradable verle un poco más relajado, y aunque nunca lo admitiría,
estaba más emocionada que nunca.
Era toda una aventura, y me encantaban las aventuras. Y más junto a un
chico caliente y sexy conmigo.
Después de dos maletas grandes y una pequeña, estaba lista.
Sin embargo, Drake no parecía tan emocionado, ya que miraba con
asombro mis maletas, rascándose el cuello con una expresión vacilante.
Capítulo 24

Drake

MANON SUGIRIÓ QUE FUÉRAMOS a Dover para cruzar el canal a


Francia. Si bien su entusiasmo no me pasó desapercibido, para mí era todo
lo contrario. Odiaba lo desconocido, especialmente teniendo que dejar todas
mis responsabilidades. A saber, mi madre y un trabajo que me gustaba.
Quería golpearme la cabeza una y otra vez por lo estúpido que había sido.
Manon tenía razón, debería haber hablado primero con Caroline antes de
enfrentarme a Crisp.
—No tengo pasaporte, Manon —dije, mientras poníamos rumbo a
Liverpool.
—¿En serio? —Se sorprendió.
—No lo he solicitado. Nunca he salido del Reino Unido.
—Oh. —Me miró extrañada, como si todo el mundo tuviera pasaporte.
—No pensé que me iría a Francia en tan poco tiempo.
Ella se rio, lo que al menos alivió un poco la tensión. No me había dado
cuenta de que mis hombros estaban tan tensos hasta ese momento.
—Yo tampoco he viajado nunca. —Parecía triste. Como si eso fuera algo
de lo que avergonzarse.
—Ambos somos jóvenes, Manon. Tenemos tiempo.
No me sentía joven. En ese momento, me sentía como un anciano. Me
sentía estresado por toda esta locura de tener que huir. Sin embargo,
valoraba mi vida y Manon tenía razón. Si me hubiera quedado en
Bridesmere, habrían venido a por mí.
Llevábamos dos horas en el coche cuando vimos una gasolinera y una
cafetería.
—¿Podemos parar aquí y tomar un café? —preguntó.
Un golpe de cafeína era justo lo que necesitaba, así que me detuve.
—¿Podemos quedarnos en el próximo hotel que veamos? —preguntó
mientras salíamos del coche.
—Sí, bien pensado, estoy totalmente exhausto.
Tocó mi mano y puso cara triste. —Has pasado por mucho, y ahora
míranos, huyendo como bandidos en medio de la noche. Es emocionante.
Levanté la barbilla para que siguiera avanzando.
Su sonrisa se desvaneció. —¿Estás enfadado conmigo?
Negué con la cabeza. Cabreado conmigo mismo, más bien.
Primero fuimos al baño, donde me eché agua en la cara. El lavabo estaba
sucio y me invadió una sensación heladora que me bajó el ánimo. La
adrenalina se había esfumado y todo lo que sentía era pavor, como los lunes
después de un fin de semana de desfase. Solo que esto era mucho peor.
Manon trajo unos donuts y, aunque no tenía hambre, comí un poco y bebí
del horrible café para tener algo en el estómago. Prefería té, pero necesitaba
un poco de cafeína.
Cuando volvimos a la carretera, dije: —Deberíamos habernos quedado y
haber hablado con tu abuela por la mañana.
—Pero quizás tampoco ella pueda hacer nada.
—¿En serio? Se cometen crímenes en terrenos de su propiedad, yo tengo
pruebas de ello, seguro que puede ir a la policía. —Me acordé de aquel
detective corrupto y me di cuenta de que a lo mejor no era tan buena idea,
después de todo.
—Crisp tiene algo sobre ella. Estamos tratando de averiguar el qué. Por
eso ella casi no puede controlarle.
Paramos en el primer hotel que vimos.
—Tiene una pinta horrible —dijo Manon.
—Ya no puedo seguir conduciendo. Estoy agotado.
—Entonces conduciré yo. Así podremos ir a un lugar mejor.
—¿Desde hace cuánto tienes el carnet? —pregunté.
Ella frunció el ceño. —Lo suficiente. Dios, Drake, no confías en mí ni la
mitad de nada.
Estaba demasiado cansado para discutir.
Ella se giró hacia mí. —Podemos volver si vas a estar así.
Resoplé. —No. Solo estoy nervioso.
Su rostro se suavizó y me acarició la mejilla. —Lo has hecho por mí,
¿verdad?
—Bueno, sí. No quería que te casaras con él, ya lo sabes. Lo único que
me habría gustado es que me hubieras contado por qué, entonces tal vez
esto podría haberse evitado.
—Mira. Ya está. Te estás portando fatal conmigo. —Abrió la puerta y
salió, al pasar por mi lado, abrí la mía y la abracé
—Manon. No estaría aquí si no quisiera estar contigo. Me debes algún
tipo de explicación de por qué te estaba obligando a hacer eso. Lo
entiendes, ¿no?
Ella asintió, parecía perdida de repente, y aunque debería haber dicho
algo, no estaba de humor para conversar, así que forcé una sonrisa.
Llevábamos veinte minutos en carretera cuando Manon miró por el espejo
retrovisor y dijo: —Creo que nos están siguiendo.
Adormilado, me llevó un momento procesar su comentario. Me senté y
cogí su bolso. —Mierda. Tu teléfono.
Siguió mirando por el espejo retrovisor y luego me miró a mí.
—Cuidado —grité, mientras casi nos chocamos contra otro coche.
—No puedes deshacerte de mi teléfono —se quejó.
—Obviamente nos están rastreando. Tengo que hacerlo.
Ella aceleró, y mi corazón comenzó a latir con más fuerza a medida que
aumentaba la velocidad. Teniendo en cuenta que Manon acababa de sacarse
el carnet, no tenía la experiencia suficiente para este tipo de cosas.
Siguió acelerando y esquivó por poco a un coche que venía en dirección
contraria, mientras adelantaba a uno.
—¡Cuidado! —grité.
—¡No grites, joder! —Su chillido crispó mis nervios.
Miré el velocímetro y vi la aguja a 160km por hora.
Mis nudillos se pusieron blancos cuando se puso a adelantar coches como
loca, haciendo sonar el claxon continuamente.
—Oye, quiero seguir vivo para mi próximo cumpleaños.
Un conductor furioso estuvo a punto de embestirnos por detrás.
—¿Adónde va toda esta jodida gente a estas horas? —dijo.
—Deberíamos salir por el próximo desvío a Liverpool. —Solo quería salir
de la autopista.
Seguí mirando detrás de mí y vi que el todoterreno negro se había
quedado atrás. Salimos de la autopista y nos dirigimos por un camino que
parecía ser una vía de servicio.
—Métete por allí, rápido, parece que hay un bosque. —Rompí su teléfono
de un golpe con el pie y luego lo tiré por la ventana.
—¿Eso era necesario?
—Sí.
—Pero, ¿y el tuyo?
Buen puto punto.
Lo saqué de mi bolsillo, lo aplasté y también lo tiré por la ventana.
—Ya no tenemos ningún teléfono. —Su voz había subido de tono.
Eso parecía preocuparle más que el hecho de que nos persiguieran.
—Compraremos unos nuevos tan pronto como lleguemos a Liverpool —
dije, respirando profundamente para tranquilizarme, después de haber
estado al borde del puto infarto por la manera de conducir de Manon.
Llegamos a una cabaña que parecía abandonada, enterrada en la maleza y
con la puerta medio colgando de sus bisagras.
—Detente. Creo que los hemos perdido. No nos vieron desviarnos y
destruí los teléfonos antes.
Ella apagó el motor.
Me giré para mirarla y forcé una sonrisa. —Oye, has estado muy bien.
Mientras las lágrimas corrían por su rostro, me incliné y la acuné en mis
brazos. —Ey… Vamos a estar a salvo, ¿de acuerdo?
Cogí una botella de coca-cola que habíamos comprado en la gasolinera, le
quité la tapa y se la pasé.
Justo cuando estaba bebiendo un trago de mi Red Bull, escuchamos un
motor y nos giramos al mismo tiempo.
—Mierda. Nos han encontrado. Los teléfonos no se han debido romper
completamente.
—¿Crees que nos verán? —preguntó con un temblor en su voz—. Ahora
no podemos pedir ayuda. No debiste haberte deshecho de los dos teléfonos.
—Tenía pocas opciones.
—¡Pero nos han encontrado! —gritó.
Cogió su bolso y sacó una navaja. Se la arrebaté de sus manos
temblorosas.
—Creo que deberíamos irnos —dijo.
No podían vernos porque iban en sentido contrario. A continuación, para
suerte nuestra, se encendió una luz en la cabaña.
El coche se acercó, nosotros estábamos estacionados detrás de un arbusto
cercano, no les habría llevado mucho tiempo encontrarnos.
—Venga, cámbiame el sitio. Tenemos que irnos ya.
Manon se pasó a mi lado y yo me puse rápidamente en el asiento del
conductor, encendí el motor y me alejé sin luces.
Era peligroso porque la carretera casi no se veía, pero encontramos el
camino y respiré aliviado. Encendí las luces y pisé a fondo.
Manon siguió mirando hacia atrás. —Ahí están otra vez.
Frené un poco y al ver otro desvío, lo tomé.
—Esta es nuestra única opción —dije—. Podrían alcanzarnos y
dispararnos a las ruedas si seguimos por la autopista, además casi no hay
coches.
Entré en un espeso bosque y estacioné el coche ocultándonos entre la
maleza. —Vamos, sal, nos esconderemos en los arbustos.
Cerramos el coche y corrimos hacia el bosque, arañándonos, mientras yo
hacía todo lo posible para despejar el camino.
Escuchamos un motor. —Joder, apuesto a que son ellos —dijo.
Serían las cinco de la madrugada, pronto amanecería y quedaríamos
expuestos.
Parecía que la naturaleza nos atacaba mientras avanzábamos a través
suya.
—Vamos a quedarnos escondidos y esperar.
—Ojalá tuviéramos un arma —dijo.
Aunque detestaba las armas, estaba de acuerdo, un arma nos habría sido
útil. Éramos nosotros o ellos. Y mi intención era proteger a Manon con mi
vida.
Capítulo 25

Manon

MIENTRAS ME AGARRABA LOS brazos arañados y magullados, sentía


bichos sobre mi ropa, mi pelo y mi cara, así que me sacudía repentinamente
de vez en cuando.
—Shh… No te muevas —susurró Drake, mientras me agarraba con
fuerza.
Me dolían los tobillos y los músculos de llevar tanto rato en cuclillas. No
podía creer que esto estuviera sucediendo. Había visto este tipo de cosas en
las películas, pero nunca me habría imaginado tener que vivirlas.
Mis dientes castañeteaban de terror. —¿Vamos a morir?
—Les mataré antes de que te hagan algo.
Se volvió para mirarme. Sus ojos brillaban con intrépida determinación.
Me imaginé que así es como serían los soldados en la batalla al estar
rodeados de disparos y bombas.
Acaricié su mejilla para recordarme a mí misma que él era real y por un
segundo, la tensión en mi pecho se liberó. Ese momento de disfrutar del
brillo de sus palabras en movimiento, aunque oscuras, fue tristemente
efímero al oír pasos acercándose.
Los pasos se hacían cada vez más fuertes, y Drake cogió una rama.
Apenas podía respirar.
¿Deberíamos habernos quedado en Merivale y haber llamado a la policía?
Crisp se habría escapado de alguna manera, y esa grabación había puesto
a Drake en grave peligro. Seguro que habrían acabado con él de una manera
u otra.
No podía arriesgarme a perderlo.
Lucharía con uñas y dientes para salvarle, al igual que él lo estaba
haciendo por mí. Después de todo, había chantajeado a Crisp para estar
juntos.
Éramos un equipo. Juntos en la vida y hasta la muerte. Mi intención, por
supuesto, era salir con vida.
Nadie me iba a quitar a Drake.
Mientras ese pensamiento me invadía, mis uñas se convirtieron en garras,
pero entonces algo me picó y me moví inesperadamente.
Drake me hizo un gesto para que me quedara quita y luego salió
disparado. Mientras yo me agachaba aún más, escuché el disparo de un
arma.
Jadeé.
Miré con cuidado. Ya estaba amaneciendo y Drake luchaba contra un
hombre en el suelo.
Apartó el brazo de su atacante justo cuando disparó otra bala que casi me
alcanza a mí.
Drake pateó el arma de su mano y luego golpeó al hombre, haciéndolo
tropezar hacia atrás.
Estábamos en ventaja, y aunque se me salía el corazón por la boca, fui a
agarrar una piedra para ayudar a Drake a acabar con él.
Drake estaba de espaldas cuando el tipo le agarró por el tobillo y lo
arrastró al suelo nuevamente.
Rodaron, forcejeando. Drake le dio un rodillazo en la ingle y luego, de
alguna manera, agarró la rama y la estrelló contra su cráneo, hiriéndole.
Le había dejado inconsciente.
Drake se frotó el cuello y los brazos y miró atónito.
—Date prisa, vámonos de aquí —le dije, cogiéndolo de la mano.
Cuando recogí el arma del suelo, escuchamos otros arbustos crujir.
—Hay otro —dijo Drake.
Me quitó el arma de la mano y luego se acercó al hombre que estaba en el
suelo, tanteándole el cuello.
—¿Qué estás haciendo? Deberíamos irnos —susurré.
Drake me miró con el ceño fruncido, lo que sugería que el hombre estaba
obviamente muerto.
—Eras tú o él —dije—. Ahora, vámonos.
Vimos que otro hombre llevaba un arma y se dirigía hacia nosotros.
Drake se ocultó conmigo detrás de un gran árbol y susurró: —Vamos a
correr. Por allí. —Señaló hacia el coche.
Miré hacia atrás y vi al hombre de rodillas, chequeado a su colega muerto.
—Rápido. ¡Corre! —Drake me llevó de la mano y casi volé mientras me
empujaba.
Nos metimos al coche y nos marchamos. Seguí mirando hacia atrás.
Habíamos conseguido el arma, pero el otro hombre ni siquiera había
intentado perseguirnos.
—Tal vez se había dado por vencido. —Solté el aire que había quedado
atrapado en mis pulmones.
Drake no respondió.
Toqué su brazo. —¿Estás bien?
Su leve asentimiento me transmitió lo contrario.

ESTAR EN UNA CIUDAD nunca me había alegrado tanto; nos unimos a la


multitud, después de aquella intensa persecución.
Nos registramos en un hotel, aun con las pintas que llevábamos a juzgar
por la expresión atónita de la recepcionista, y nos desplomamos en la cama
sin cambiarnos de ropa; nos quedamos dormidos en un segundo.
Me desperté yo primero y me quité los pantalones rotos, que no eran así
cuando los compré, y eran prueba del peligro que habíamos vivido.
El agua caliente de la ducha hizo que me escocieran los moratones y
rasguños. Al menos esta vez, no era por mis cortes. Aun así, suspiré cuando
el agua arrastró toda la suciedad, el polvo y el estrés generados en toda esta
pesadilla.
Después de ponerme un par de pantalones limpios y una camiseta que me
llevó algún tiempo elegir, dado que me había traído la mitad del armario,
me puse frente al espejo para mi rutina diaria de maquillaje. Estaba vacía de
pensamientos, como si alguien me hubiera golpeado en la cabeza y me
hubieran borrado la memoria. Me maquillé la cara para cubrir los rasguños.
De pie en el balcón, observé la calle y aun habiendo luz, suponía que ya
era tarde.
Mientras Drake dormía, llamé al servicio de habitaciones. Estaba
demasiado asustada para enfrentarme al mundo sola; tenía pánico de
encontrarme con aquel hombre armado.
Pedí comida para los dos, pero no me atreví a despertar a Drake. Parecía
tan tranquilo dormido, como si nada hubiera pasado.
Mientras esperaba a que llegara el café, salí al balcón y observé el ir y
venir de extraños por todas partes en esa concurrida avenida.
Ya echaba de menos Merivale y la nueva vida que me había construido;
pero eso significaba que tendría que casarme con Crisp y debía evitarlo a
toda costa. Un marido criminal no entraba en mis expectativas. Tal vez mi
yo del pasado podría haber aguantado a un hombre mayor asquerosamente
rico, pero nunca a un asesino.
Un golpe en la puerta despertó a Drake, que se levantó sobresaltado y
desorientado, examinando la habitación. —No abras.
—Es el servicio de habitaciones. He pedido algo de comida. —Sonreí por
cómo se le veía, como salido de una guerra, pero su asombrosa buena
apariencia todavía hizo que mi corazón diera un vuelco.
Este macizo somnoliento de ojos azules y cabello desordenado, nos había
salvado.
Mi héroe. Ha hecho todo esto por mí. Por nosotros.
Con ese pensamiento que dulcificaba el drama real al que nos
enfrentábamos, abrí la puerta y el camarero empujó el carrito. Se me hizo
agua la boca cuando me llegó el aroma del rosbif y patatas fritas.

DRAKE SE FUE A comprar unos teléfonos, pero estaba tardando más de lo


que me hubiera gustado, y caminé de un lado a otro con impaciencia.
Cuando llamaron a la puerta, fui corriendo a abrir. —Mierda, Drake, has
tardado una eternidad. —Empecé a entrar en pánico.
Soltó la bolsa sobre la cama. —Les dimos esquinazo. No te preocupes.
—¿Pero no se imaginarán que hemos venido aquí? Quiero decir, es la
ciudad más cercana.
Se encogió de hombros. —Hay un montón de hoteles. En cualquier caso,
vamos a ir a la policía. Al menos así podremos regresar a casa por la
mañana.
—¿Crees que es una buena idea?
¿Qué pasaría si la policía no le creyera y le acusara de asesinato?
No podía soportar perderlo. Ahora no. Jamás.
—Déjame llamar a mi abuela. Tiene que saber lo que está pasando.
Sostuvo mi mirada, y por un momento me olvidé de todo. Ni siquiera nos
habíamos tocado. Nuestro único momento tierno fue mientras estábamos
escondidos en aquellos arbustos, cuando me abrazó con fuerza.
—¿Qué? —preguntó, con un atisbo de sonrisa en sus labios.
—Estaba pensando que aún no me has tocado.
Se frotó el cuello. —Bueno, no ha sido exactamente una escapada
romántica, ¿verdad?
Su tono nervioso me extrañó, y las lágrimas se acumularon en mis ojos.
Nunca había llorado tanto como desde que estaba con Drake.
Siempre había sido alguien impasible. Mi madre siempre decía que las
emociones nos debilitaban. Pero Drake había penetrado tan profundamente
en mí, que había destrozado ese caparazón duro que una vez protegió mi
corazón y mi alma, incluso de mí misma.
Sin embargo, tener la guardia baja me había convertido en un desastre
emocional.
Todo me afectaba. Antes de Drake, no me había enamorado, y ahora me
había vuelto tan sensible como el sol abrasador sobre una piel pálida.
Tal vez mi madre poco cariñosa tenía razón cuando dijo que el amor nos
convertía en unos debiluchos.
Pero, sin embargo, el amor también me había ayudado a florecer en la
persona en la que podía convertirme.
Drake siguió mirándome con esos profundos ojos azules, haciéndome
olvidarme de mí misma otra vez. Debió haber notado mi inseguridad,
porque me tomó en sus brazos y me apretó contra su pecho, casi
aplastándome. Escuché su corazón latir.
—Lo siento. He estado tan mal que no he pensado exactamente en cómo
estás tú con toda esta mierda. Casi morimos. —Besó mi cabello y de
repente la vida volvió a brillar. Podía con cualquier cosa si él estaba cerca
de mí.
—Te amo, Drake. Espero que puedas sentir cuánto.
Su silencio me traspasó con fuerza, y en lugar de una sonrisa o incluso esa
mirada cálida que a menudo ponía cada vez que le expresaba mi afecto,
Drake se apartó y toqueteó la bolsa de la compra.
—Toma. —Me pasó uno de los teléfonos nuevos—. Era uno de los más
baratos.
Cogí el teléfono de su mano. —Ya me compraré el último modelo cuando
la vida vuelva a la normalidad.
¿Normalidad? ¿Qué es eso?
De repente, la inseguridad lo cubrió todo. Se podría cortar el aire entre
nosotros. ¿Dónde estaban esas chispas que encendían nuestra invisible
fuerza de atracción?
Le pasé el teléfono. —¿Te importaría configurármelo? —Escribí mis
datos en una hoja.
Estuvo con mi teléfono por un tiempo y luego vi cómo una línea profunda
crecía entre sus cejas.
—¿Qué pasa? —Abrí las manos.
—Joder, Manon. —Arrojó mi nuevo teléfono a la cama como si estuviera
en llamas.
Lo recogí y vi aterrada las imágenes que Rey había amenazado con
mostrar al mundo.
Lo que acababa de comer se me subió a la garganta.
—¿Qué estabas haciendo mirando mis mensajes? —espeté.
—Era imposibles no mirar. Leí: 'Fecha límite o si no…' con el nombre de
Crisp abajo. Pensé que nos amenazaba con enviar más gorilas. Entonces ha
salido eso. —Señaló el teléfono, como si fuera una bomba.
Sacudió la cabeza. La repugnancia y el odio brillaban en sus ojos y mi
pecho dolía como si un cuchillo apuñalara mi corazón.
Cuando le vi levantarse e ir hacia la puerta, di un salto. —¿Adónde vas?
No respondió, simplemente se fue.
Aunque yo aún no había salido de la habitación, le perseguí. —Regresa.
¿A dónde vas?
Se giró. —Voy a tomar un puto trago. Solo.
—Pero no puedes dejarme aquí. —Odiaba lo desesperada que sonaba mi
voz.
—Puedo hacer lo que me dé la gana.
Le alcancé y le agarré del brazo. —Déjame explicártelo.
—No hay nada que explicar. Estás jodidamente enferma. Fue por ti que
chantajeé a Crisp con esa grabación. Fue por tu culpa que maté a un tipo, y
ahora mi vida está en peligro. —Me señaló a la cara—. Todo por ti.
—¡La de las fotos no soy yo! —grité mientras le perseguía por el pasillo
—. Mi antigua yo le habría dicho que se las metiera por el culo, pero ya no
era así. Era débil y estaba enamorada, a pesar de odiarle por culparme de
todo.
Pero me odié más a mí misma.
—Es tu cara.
Le detuve de nuevo. —Vuelve y deja que te lo explique. No soy yo. Es un
montaje de Photoshop.
Era verdad que esas fotos eran falsas, pero me costaba admitir el hecho de
que al principio traté de convencer a Crisp para que se casara conmigo.
Primero Peyton, luego Crisp. Todo instigado por mi madre, para que ella
pudiera meter sus sucias manos en el dinero de los demás; Peyton le había
pagado un montón de dinero durante aquellos tres años.
Podría y debería haberla denunciado, a ella y a Peyton. En cambio, intenté
alejarme y empecé a autolesionarme y a robar.
Drake puso los ojos en blanco. —Ve a engañar a otro—. Se encogió de
hombros y se alejó.
Las lágrimas corrían por mi rostro mientras regresaba cabizbaja a la
habitación, donde asalté la nevera y luego llamé a mi abuela.
—¡Ay, Manon! Me tenías preocupada. —Su preocupación maternal me
consoló, como una taza de té en un día húmedo y miserable.
—¿Has visto la grabación que hizo Drake? —Apenas podía pronunciar su
nombre sin que me temblara la voz.
—No pareces estar bien.
¿Tú crees?
—Ha sido horrible, y estamos en peligro. Nos persiguieron y Drake tuvo
que acabar con uno de los tipos. No sabemos si está vivo o muerto. Quiere
ir a la policía.
Su agudo y enfático ‘No’ me hizo estremecer.
—Tienes que volver de inmediato. Nada de policía sin un abogado
presente. Nuestro abogado. —Tomó aire—. ¿En qué estabas pensando
huyendo así?
—Persiguieron a Drake a través del bosque. Crisp ha mandado a todos sus
gorilas a buscarle. Están dispuestos a matarlo. Tuvimos que huir. Era la
única opción.
Dejó escapar un suspiro. —Hablé con Rey después de recibir la
grabación. Hagas lo que hagas, por favor no se la envíes a la policía.
Eso me llevó a hacerme un montón de preguntas.
—Rey me ha asegurado que no tiene nada que ver con ese asesinato en el
casino.
—Eso es mentira, abuela.
—Vuelve aquí y lo hablaremos. No involucres a la policía. No hables con
nadie. ¿De acuerdo?
Suspiré. —Bueno. Pero todavía nos persiguen.
—Déjame hablar con Rey.
—Ah… muy bien, ¿vas a pedirle que no nos asesine? Joder, abuela, ¿qué
diab…? —Paré al acordarme de lo mucho que odiaba el lenguaje
malsonante.
—¿Dónde estás?
—En Liverpool.
—Intenta volver esta noche. Cuanto antes mejor.
—Mañana. Estamos agotados. —Y mi novio me odia—. Hemos pasado
por un auténtico infierno. Ha sido aterrador.
—No hables con nadie. —El temblor en su voz no me pasó desapercibido.
¿Está preocupada por mi bienestar o por algo más?
—Y no le digas a Drake ni una palabra; a nadie, ni a su madre, ni a
Carson, ni a Declan. Prométemelo.
—Lo haré. —Suspiré—. Adiós, abuela.
Colgué, enterré mi cabeza en una almohada, grité y luego lloré a mares.
Necesitaba que Drake me abrazara, no que me odiara.
El dolor era tan intenso que saqué la navaja de mi bolso y me dirigí al
baño.
Me corté en la parte interna del muslo, donde las heridas más recientes
casi estaban curadas. Llevaba semanas sin cortarme gracias a Drake y lo
feliz que me había hecho.
Sentada en el suelo del baño, seguí sollozando. Esta vez, el escozor en mi
pierna no logró enmascarar el dolor en mi corazón.
Capítulo 26

Drake

ME QUEDÉ MIRANDO UNA foto en blanco y negro de los Beatles


cruzando la calle, con un Paul McCartney descalzo, mientras estaba sentado
en aquel viejo pub, que podría hacer las veces de museo para esa famosa
banda.
A pesar de suscitarme interés, ya que mi madre había sido una gran
admiradora, no podía quitarme de la cabeza esa imagen desgarradora de
Manon desnuda con las piernas abiertas. Me entraron ganas de vomitar.
Todo eso sumado al hecho de que había matado a alguien; solo quería
esconderme en algún lugar oscuro y solitario.
Me bebí la copa de tres tragos. El barman me lo rellenó sin que yo se lo
pidiera siquiera. Supongo que estaría harto de ver personas con los
problemas reflejados en su rostro y como si sus vidas hubieran caído en
picado.
Hacía solo unos días, la vida me sonreía. Mi economía estaba más
saludable que nunca. Estaba a punto de pagar la entrada de un apartamento
para mi madre, cuando estúpidamente acepté espiar a ese vejestorio y luego
todo se convirtió en un peligroso juego del ratón y el gato.
Después de dos pintas de cerveza, me levanté, regresé a la habitación y
confronté a Manon, cara a cara. Las imágenes me habían puesto enfermo,
pero tampoco podía dejarla allí sola.
Mis instintos me decían: corre, escapa, aléjate lo más que puedas; pero
algo tiró de mi corazón. Tampoco podía abandonarla. Ella también estaba
en la mierda.
Me pesaban las piernas mientras regresaba al hotel.
¿Qué iba a decirla?
Cuando regresé, la encontré en el suelo del baño, con la pierna sangrando
y la sangre esparcida sobre los azulejos blancos.
Cogí el cuchillo de su mano y luego la envolví con una toalla.
Ella me miró atónita, como si no supiera lo que acababa de pasar.
—¿Qué cojones…? —Me froté la cabeza.
Ella siguió mirando, como cegada por una luz.
Me sentía como un imbécil de primera. Era por mi puta culpa. No debí
haberle gritado por esas imágenes.
Las mujeres hacían ese tipo de cosas con sus novios todo el tiempo.
Incluso a mí me envió una o dos imágenes que me encantaron, por
supuesto.
¿Pero a Crisp?
Me senté en el suelo y puse mi brazo alrededor de ella, como lo haría un
amigo.
—Lo siento. Estoy bastante jodida. —Su voz se quebró.
—Yo también —respondí sin pensar. No había actuado exactamente como
para sentirme orgulloso. Después de que mi padre muriera en ese accidente
de coche, me volví loco por un tiempo, buscando peleas con cualquiera.
—Vamos. —La ayudé a levantarse.
Le lavé el rostro y las piernas mientras se apoyaba en la pared.
Le pasé la toalla. —Toma, presiona esto sobre la herida mientras busco el
botiquín.
Después de vendar su corte, limpié el suelo del baño y luego le serví una
bebida de la nevera; yo cogí una cerveza.
—Lo siento por pagarlo contigo —dije al fin.
Bebió en silencio, mirando al vacío.
—Necesitas ver a alguien para…
—¿Por qué te importa tanto? Me odias… Crees que soy una maldita puta.
—Yo no he dicho eso. —Me levanté.
—Vas a salir corriendo de nuevo, ¿verdad? —Parecía angustiada, sus ojos
estaban abiertos y eran casi negros.
—Vamos a parar con esto. —Hipervigilante, fui al balcón, algo que se
había convertido en un hábito desde que llegué.
Todo lo que vi fue gente haciendo su vida normal.
Quería ser uno de ellos. Quería normalidad. Alejarme de todos estos
trapicheos de drogas, o multimillonarios sórdidos con imágenes sucias de la
mujer que creía que amaba. Una mujer en la que de repente descubrí que no
podía confiar, aunque dejarla parecía igual de difícil.
Sus ojos me quemaron, y tuvimos uno de esos retos de miradas en los que
solíamos perdernos. Era gracioso, antes de Manon, no hacía eso, pero ella
tenía esta atracción magnética sobre mí.
Cuanto más dramática era su vida, más hermosa se volvía, como si su
lado oscuro sacara su parte más seductora.
¿O era yo siendo un auténtico masoquista?
Me desconcertaba el hecho de que algunos hombres se sintieran atraídos
por mujeres problemáticas. Lo había visto bastante a menudo con mis
compañeros. Aunque complejo y difícil de entender, de repente me encontré
en su lugar y lo podía llegar a entender; tenía una inexplicable y
abrumadora necesidad de proteger a Manon, como guiado por un impulso
primario, que iba más allá de lo sexual. Incluso después de ver esas
imágenes repugnantes y que una parte de mí gritara que huyera, no pude
evitar regresar. Y allí la encontré, en un charco de sangre, llorando y
esperando ser salvada.
Pero, ¿cómo podría hacerlo cuando ella seguía presionando botones que
desencadenaban en mí todo tipo de respuestas incontrolables?
Estábamos en una montaña rusa.
En un momento parecía devorarme y después se volvía esa niña perdida
que necesitaba ser rescatada. También la deseaba más de lo que jamás había
deseado a ninguna mujer. Y aunque odiaba sus elecciones, también quería
abrazarla, follarla y hacerle el amor para siempre.
¿Había un diccionario de sentimientos? Porque para dar sentido a mis
emociones, necesitaba aprender un idioma completamente nuevo.
—¿Quieres comer algo? —pregunté.
—No tengo hambre. Pero si tú quieres, puedes pedir.
—Saldré y compraré una hamburguesa, entonces. —Fui hacia la puerta.
Justo cuando iba a irme, ella corrió detrás de mí. —No. No me dejes aquí
sola. Pide al servicio de habitaciones.
—No puedo pagar el servicio de habitaciones.
—Yo sí, soy rica. ¿O lo has olvidado?
Me alejé un paso de la puerta. —No lo he olvidado, pero no me gusta que
me paguen las cosas.
—Por favor, déjame hacerlo. —Su boca se curvó ligeramente.
¿Era una sonrisa de la paz?
—Está bien, si eso es lo que quieres… Muchas gracias. Todavía tengo
hambre.
—Yo también. —Ahí estaba su antiguo yo, como si nada hubiera pasado.
Ojalá fuese así.
Mientras esperábamos la comida, dije: —Cuando hayamos comido, creo
que iré a la policía y les contaré todo.
—No. No puedes. He hablado con mi abuela. Me pidió que regresáramos
lo antes posible, y lo resolviéramos allí con ella. No quiere que la policía se
involucre en absoluto.
—Pero no tiene nada que ver con ella, ¿no? —La urgencia en el tono de
Manon, de repente, me hizo cuestionar la relación de Caroline Lovechilde
con Crisp, dado que fue ella quien me envió a espiarle.
—Deberías haber hablado con ella primero antes de enseñarle a Crisp el
vídeo. —Su voz se suavizó.
—Sí. Fue estúpido. Lo sé. Nunca me lo perdonaré. —Resoplé.
—¿Alguna vez me perdonarás a mí? —Ahí estaba de nuevo, esa niña
pequeña perdida a la que no me podía resistir. Su cabello estaba sobre su
rostro como cuando follábamos.
Me encogí de hombros. —Lo estoy intentando. No esperaba ver esas
imágenes. Son dantescas.
—Lo sé. —Suspiró, mirándose los dedos. Por eso no podía decírtelo. Ese
cuerpo no es mío. Esperaba que lo reconocieras.
Casi me río. ¿Estábamos a punto de comparar órganos sexuales? —Eh...
bueno, para ser honesto, no me he fijado en profundidad.
Su boca se torció en un extremo. —¿Te la puso dura?
Puso los ojos en blanco. —Oh, por el amor de Dios, Manon. No todo gira
entorno al sexo, ¿sabes?
—Lo siento. Tienes razón. Me cabrearía mucho si descubriera que le has
enviado una foto de tu polla a Kylie.
—Nunca le enviaría eso, ni a ella ni a nadie —dije.
—Ya me enviaste una. —Puso una sonrisa picarona.
—Bueno, eso es porque estábamos en pleno momento. —Yo también
acabé sonriendo un poco.
Se desabrochó los botones y separó las piernas. Sus picarescos ojos tenían
esa mirada de `ven y tócame´.
Me removí en el asiento, ajustando mi polla que se estaba poniendo dura.
—Manon, no tienes que probar nada. Me atraes.
—Ya lo sé. Puedo ver cómo tu polla se pone dura.
Se pasó la lengua por los labios e, incapaz de resistirme, me uní a ella en
la cama y la besé, como si fuera esa chica que me moría por besar desde
siempre.
Sus labios tenían un sabor dulce y amargo a la vez, como un complejo
cóctel de deseo y tensión.
Pasé mis manos bruscamente sobre sus grandes tetas y mi polla goteó
líquido preseminal por mi pierna. La necesidad de follar era tan abrumadora
que sabía que, si no la penetraba, me correría.
Bajé recorriendo su cuerpo y lamí su clítoris hasta que me tiró del pelo y
me gritó que me detuviera.
Ambos estábamos cachondos y desesperados el uno por el otro.
Impacientemente, empujé dentro de ella. Ese repentino y ardiente deseo
entre nosotros era intenso. Como si fuera a entrar en combustión si no la
penetraba.
Sus uñas se clavaron en mí, y la entré duro, me había retenido mucho
tiempo. Su orgasmo apretó mi pene con fuerza, que se movió como un
pistón, e incapaz de contenerlo, un orgasmo se precipitó a través de mí
como combustible para cohetes.
Nunca me había corrido tan fuerte antes. Incluso gruñí mientras
explotaba. Era como si estuviera vaciando toda la angustia y el estrés de las
horas pasadas.
Cada vez que follábamos o hacíamos el amor, se volvía aún más intenso.
Como si me estuviera preparando para un enorme clímax que me volaba la
cabeza. Independientemente del drama de nuestras vidas, Manon me
llevaba a un lugar que nunca podría haber imaginado que existiera.
—Odio lo jodidamente adicto que soy a ti. —Dije, mientras trataba de
recuperar el aliento.
—Yo también. No puedo vivir sin ti, Drake.
Me aparté y la miré a los ojos. Estaban vidriosos y casi me hizo llorar.

DESPUÉS DE CENAR, ME senté a ver el fútbol con una taza de té. Casi
me sentí normal. Especialmente después de esa ardiente sesión con Manon.
Pero en seguida ella comenzó a enfurruñarse de nuevo. Seguramente tendría
algo que ver con haberle dicho que no podía prometerla nada sobre lo
nuestro.
Solo le dije: —No puedo pensar más allá de mañana, para ser honesto.
Manon se quedó en silencio y siguió haciendo y deshaciendo su maleta.
Tras treinta minutos se detuvo y me miró.
—¿Qué? —pregunté.
—Cuando regresemos a Merivale, ¿irás a ver a Kylie?
Casi me río ante esa ridícula pregunta. —Eso es lo último que haría en la
vida.
—¿Y yo estoy en tu vida?
—Bueno, en este momento… ¡Joder! ¡Tarjeta roja para Eriksen! —grité a
la televisión.
—¡Te odio! —Gritó, se fue al baño y cerró la puerta.
Me levanté y solté un fuerte suspiro de frustración; no sabía qué decir
para mejorar la situación. Llamé a la puerta del baño. Lo último que quería
es que hiciera alguna estupidez. Le había quitado el cuchillo, pero podría
haber tenido otro escondido en alguna parte.
—Vamos, sal… Hablemos.
¿Sobre qué? ¿Qué quería que dijera? Todo era una mierda, apenas sabía
ya ni mi maldito nombre, y mucho menos dónde terminaría lo nuestro.
Salió desnuda. —¿Todavía me odias?
—Nunca he dicho que te odio.
Sus tetas rebotaron ligeramente cuando vino hacia mí. —Entonces, ¿por
qué estás siendo así? —Su voz sonó como un graznido.
—¡Joder! ¿Cómo? Estaba tan tranquilo viendo el partido.
—A eso me refiero. Me tratas como si fuera invisible.
—¡Oh, por el amor de Dios! Manon.
—¿Ni siquiera puedes mirarme desnuda? ¿Tanto me odias?
—No te odio. Es que pensar que esas imágenes andan por ahí…
Cualquiera habría reaccionado como yo.
—¿Así que solo has llamado a la puerta porque pensabas que me iba a
cortar de nuevo?
—Quizás. —Me froté el cuello.
Me miró con los ojos desorbitados, como si hubiera dicho algo asqueroso,
y luego empezó a pegarme. —¡Te odio! ¡Te odio!
Levanté las manos para defenderme. —¡Oye, cálmate! Qué cojones…
Siguió golpeándome como si fuera un saco de boxeo.
—Si no me hubiera enamorado de ti, mi vida sería diferente. ¡Sería mejor!
—gritó.
—Bueno, siento haberme metido en tu camino. —Traté de rebajar el tono
sarcástico, esto se estaba volviendo intenso—. ¿Quieres que me vaya?
—¡No! —gritó ella—. Quiero que me folles. Que me ames. Que me
perdones. Quiero olvidar lo jodida que era mi vida antes de que aparecieras
tú. Se dejó caer en la cama, enterró la cabeza en una almohada y sollozó.
Me quedé boquiabierto. Estaba sin palabras.
Me senté a su lado en la cama y coloqué mi brazo alrededor de ella y
luego la acuné en mis brazos. Su cuerpo estaba medio inerte mientras
sollozaba incontrolablemente.
Permití que lo soltara todo, claramente había colapsado.
Cuando sus sollozos comenzaron a cesar, la pregunté: —¿Qué te ha
pasado? —Lo dije casi en voz baja, dado que ya conocía parte de su
historia.
Ella sollozó. —Mi madre me ha pasado.
Eso fue lo más sincero y escueto que había salido de sus labios. En ese
momento la vi por primera vez. Lejos de toda su asombrosa belleza, Manon
era niña joven e indefensa.
La mecí en mis brazos, tratando de absorber su dolor. La entendía. Para
tener veintiún años, había pasado por más cosas que la mayoría. Conocía a
Bethany, ella había corrompido su infancia y roto su alma.
Pasó algún tiempo antes de que se soltara de mis brazos. Su sonrisa era
leve e incierta. —Perdón por decirte esas cosas horribles.
—No, tranquilo. Lo que hemos vivido ha sido una experiencia traumática.
—Suspiré—. Para ambos. Y al verte otra vez con el corte… Manon, quiero
ayudarte.
—¿Tú? —Me miró con los ojos llenos de esperanza y anhelo, como si
nunca antes hubiera sentido amor.
Pude ver que necesitaba a alguien en quien pudiera confiar. A quien
pudiera aferrarse.
Dejamos de hablar y le hice el amor como si fuera la primera vez que
follábamos. Exploré cada centímetro de ella. Cuidándola, siendo consciente
de las heridas de sus piernas.
Sus gritos esta vez fueron bienvenidos cuando la hice correrse antes de
hacerlo yo en ella.
Crudo y real; fue uno de esos momentos que nunca olvidaría. Manon no
estaba tratando de jugar conmigo. Estaba dando todo de sí misma, y se
había convertido en algo que trascendía lo físico.
Se quedó dormida en mis brazos y su suave aliento en mi cuello me envió
a un sueño profundo y reparador.
A la mañana siguiente, la encontré levantada y dando vueltas, y junto a la
cama, había un carrito con un gran desayuno.
Me peiné hacia atrás con los dedos el cabello, necesitaba un corte urgente.
—Ya veo que has estado ocupada.
Su risa era tan revitalizante como el sol de la mañana. Casi me olvido de
que teníamos que volver a Merivale y de todo el drama.
Entonces la ansiedad volvió a aparecer y esta vez, no tenía nada que ver
con que Manon se pusiera temperamental conmigo.
Caminé hacia el balcón y vi a Jim Reilly, el detective regordete que se
paseaba de vez en cuando por el Salon Soir.
¿Qué mierdas…?
Me giré apresurado y comencé a meter todo en la maleta.
—¿Qué ocurre? —preguntó Manon saliendo del baño con la cara
maquillada.
—Tenemos que irnos. ¡Ya!
Su rostro se arrugó. —¿Por qué?
—Haz las maletas, nos vamos. Ahora.
Pagamos la cuenta. O bueno, Manon pagó la cuenta, lo que me hizo sentir
incómodo por haber llegado al límite de mi tarjeta. Pero este no era el
momento para hablar de dinero.
Una vez que estuvimos en el coche, volvió a preguntar: —¿Me vas a decir
qué está pasando?
Mientras nos dirigíamos a la autopista, le expliqué que había visto al
mismo detective que solía ir por el Salon Soir.
—Ah, ¿te refieres a Jim?
—¿Le conoces? —Me giré bruscamente.
Ella asintió. —Le conocí cuando trabajaba en el Cherry.
—Ah, supongo que sería otro asqueroso en busca de jovencitas.
—No sé. Iba allí a por bebida gratis, sería un pervertido, imagino —dijo
—. ¿Crees que Crisp le ha enviado aquí para atraparnos?
—Estoy bastante seguro. ¿Qué otra cosa estaría haciendo aquí?
Manon siguió mirando por encima del hombro mientras conducíamos por
la autopista.
—¿Cómo diablos nos ha encontrado? —pregunté.
El silencio de Manon despertó mis sospechas. —¿Sabes algo? Porque si
es así, será mejor que me lo digas. —Con el coche prácticamente encima
nuestro, volví un estado de adrenalina total.
Ella permaneció con la boca apretada.
—¿Has estado en contacto con Crisp?
Ella se alejó.
—Lo has hecho, ¿verdad? Dímelo.
—Le contacté para decirle que dejara de perseguirnos. Incluso le
prometí…
Me giré para mirarla. —¿Le prometiste qué?
—¡Cuidado! —gritó ella.
Casi choco contra un camión. Cogiendo aire profundamente, me
concentré en conducir y no perder la cabeza por toda esta puta locura.
—Prometí casarme con él si retiraba a sus hombres.
—No conseguirás nada con eso. Aun así, intentará acabar conmigo. Está
lo de la grabación, ¿recuerdas?
—Eso fue una estupidez… Y deja de culparme por todo.
Agarrando fuerte el volante, respiré nerviosamente, miré por el espejo
retrovisor y vi de nuevo el BMW azul.
—Seguro que es él. Me pregunto cómo un detective puede permitirse un
coche tan bonito como ese. —Me hablé a mí mismo, porque Manon estaba
hecha un ovillo, enfurruñada otra vez.
Pisé a fondo el acelerador y me puse a ciento veinte. Multa por exceso de
velocidad o no, necesitaba despistar a este idiota.
Manon se aferró a sus brazos. —Me estás asustando. Quiero llegar a
Merivale de una pieza.
Ella tenía razón. Probablemente acabaría consiguiendo que nos
estrelláramos.
—No hay nada que pueda hacer mientras estemos de camino, ¿verdad?
Reduje la velocidad a ochenta y conduje. Entonces volvió a alcanzarnos.
—Ahí está, pegado a nosotros otra vez.
Manon sacó su teléfono, lo aplastó y luego lo tiró. Se giró y me miró.
—Ya está. —Le toqué la pierna.
—Perdón por gritarte.
—Estas perdonado. Ahora pierde a ese gilipollas.
Pisé el acelerador, y salí por la siguiente salida.
—Al menos ahora solo nos persigue uno y tengo esto. —Ella agitó el
arma.
—Guarda eso. ¿Tiene el seguro puesto?
—No lo sé. Nunca antes había sostenido un arma.
Capítulo 27

Manon

NO PODÍA CREER QUE estuviéramos en otra persecución. A pesar de


odiarme a mí misma por enviarle ese mensaje a Crisp, le odiaba más a él
por intentar matarnos. —Me casare contigo. Ahora deja a Drake en paz —le
dije.
—Vuelve aquí y hablaremos del tema. Drake estará en peligro mientras
siga agitando su polla.
Esa mención de la polla de Drake casi me hace reír, porque, para ser
honesta, me había enamorado. Incluso con todo lo que estaba pasando,
incluso con Drake odiándome y haciéndome sentir como una mierda por
todas mis cagadas, le quería. Era como si todo este drama hubiera hecho
nuestra relación más intensa y a él más atractivo.
Vi la conmoción en el hermoso rostro de Drake cuando le pedí que me
follara hasta hacerme sangrar. Pobre. Estaba fuera de su zona de confort.
Tal vez la terapeuta que había visto hacía tiempo tenía razón cuando
sugirió que el abuso físico de mi padre me había convertido en una adicta al
dolor, y que sus bofetadas eran mi único vínculo con él, puesto que nunca
me abrazó.
El dolor físico lo podía soportar, pero no el dolor que sentía ante la idea
de que Drake se fuera.
Mientras acelerábamos, miré por la ventanilla hacia el campo.
—Si no estuviera tan asustada, podría haber disfrutado del paisaje —dije
—. Mira todas esas vacas y ovejas que no se dan cuenta de que los humanos
nos hacemos daño unos a otros. Estoy segura de que los animales solo se
lastiman unos a otros para sobrevivir.
—¿Y no es eso lo que estamos haciendo nosotros? —preguntó Drake.
—Pensé que era para evitar que me casara con Crisp. Por eso estamos
haciendo esto, ¿no?
—Cuando lo cuentas de esa manera, parece desproporcionado.
—¿Te arrepientes? —pregunté.
Siguió mirando el retrovisor. Me volví y, efectivamente, el coche azul
seguía detrás de nosotros.
Seguí mirando a Drake, esperando una respuesta.
—Fue tonto de mi parte acercarme a Crisp.
—¿Estás enfadado conmigo? ¿Saldremos vivos de todo esto?
—Veamos si superamos este viaje de una pieza, y luego seguiremos con
las sesiones de terapia.
Su tono cortante me dolió. —¡A la mierda, Drake! No tienes por qué
hablarme así, con ese tonito sarcástico.
—Por el momento, en todo lo que puedo pensar es en salir con vida de
esta situación.
Se desvió bruscamente y salí disparada hacia adelante, teniendo que
sostenerme al salpicadero. A continuación, escuchamos un estruendo.
—Joder, se ha saltado el desvío y se ha chocado contra un árbol.
Drake detuvo el coche.
—¿Qué estás haciendo? —Fruncí el ceño.
Podría necesitar ayuda.
—¿Qué? Oye. Nos estaba persiguiendo. Probablemente tenga un arma. Y
si sigue vivo, nos matará.
El pobre Drake se frotó la cabeza y la cara y resopló ruidosamente,
parecía que había atropellado un gato; después de eso encendió el motor y
se alejó.

CON LA LUZ CREPUSCULAR, Merivale tenía un aspecto de cuento de


hadas, y mientras atravesábamos sus puertas de hierro en espiral, suspiré
aliviada.
—Estamos en casa.
—Estás en casa.
Me giré para mirar a Drake, que no había dicho ni una palabra desde el
accidente.
—Oye —le toqué el brazo— no es tu culpa que se haya estrellado.
Tampoco mía.
Se detuvo en el aparcamiento, entre todoterrenos, coches eléctricos y mis
favoritos, una colección antigua de coches deportivos que a Cary le había
dado por conducir.
Salió del coche. Normalmente me abría la puerta, pero salí sola. Estaba
pálido.
Le cogí de la mano. —Drake.
Vi lágrimas en sus ojos y le abracé; no quería dejarle ir. Quería absorber
su dolor. —Lo siento mucho.
Después de un tiempo, me separé. —No puedo perderte. —Fui lo más
cruda y honesta que jamás había sido en mi vida. Mientras le sostenía esa
mirada de ojos azul oscuro llenos de lágrimas, me convertí en algo más que
una chica enamorada. Deseaba tener entre mis brazos a este hermoso
hombre, como una madre lo haría con su hijo.
Se limpió los ojos. —No me voy a ninguna parte.
Mi corazón estalló de alegría. —¿Eso significa que me perdonas?
Apartándose el pelo de la frente, sonrió con tristeza. —Nunca te he
culpado. Yo fui el que le chantajeó.
Cogí su mano. —Vamos. Entremos.
Llamé al timbre, y cuando Janet abrió la puerta, puse una gran sonrisa y
casi la abracé.
—¿Está la abuela aquí?
Asintió.
Mi abuela estaba en su oficina con Crisp cuando llegamos. Le lancé la
peor mirada que jamás había lanzado a nadie.
Le señalé. —Él casi nos mata.
—No seas tan melodramática. No ha tenido nada que ver conmigo. —Su
característica sonrisa diabólica estaba pintada en su rostro—. Drake, al
parecer, tiene algunos enemigos.
Me giré hacia mi abuela. —No te lo creerás. Es una puta mentira. Intentó
que nos mataran a los dos. No solo a Drake. Todo por esa grabación.
Mi abuela se giró hacia Drake. —¿Puedes darnos un momento? Hay
comida en la cocina.
—Creo que me voy a ir.
Salió de la habitación y le seguí. —Quédate.
Sacudió la cabeza. —No. No puedo con todo esto.
Se fue, y sentí que le perdía al verle alejarse.
La ira burbujeó dentro de mí, como una erupción volcánica inminente, y
regresé a la oficina de mi abuela. —¡Vosotros dos estáis metidos en todo
esto!
Mi abuela señaló un asiento. —Cálmate.
Crisp se sirvió un whisky y otro para mí. Me lo entregó, con su expresión
condescendiente de 'no actúes como una niña'.
Después de beberme de un trago el líquido ardiente, miré expectante a mi
abuela.
—Rey ha accedido a cancelar vuestro matrimonio.
Levantó el dedo. —Con la condición de que esa grabación sea destruida.
—¿Y no podríamos haber tenido esta conversación sin que tus hombres
intentaran matarnos? Uno de ellos yace en un bosque, en algún lugar,
probablemente muerto.
—Goran está vivo. No querían haceros daño. Fue porque Drake no me
devolvía los mensajes, solo quería hablarlo y arreglarlo.
—¿Y el detective que nos perseguía a la vuelta? —pregunté—. Se ha
estrellado con su coche. Podría estar muerto.
—¿Detective? —Mi abuela interrogó a Crisp, que se quedó callado.
—Sí, Jim, el que se pasa de vez en cuanto por el Salon Soir.
Crisp bebió de su whisky y permaneció en silencio.
Me volví hacia mi abuela. —El que enviaste a espiar a Drake.
Su frente se arrugó ligeramente, y vi lo que parecía una pizca de alarma
en sus ojos. —Creo que estás bastante confusa, Manon.
Suspiré. —Necesito darme una ducha. —Me giré hacia Crisp—. ¿Vas a
dejar de acosarnos? ¿Pararás con tus intentos de asesinato contra Drake y
contra mí?
—Tienes una imaginación muy vívida, Manon. No olvidemos que fuiste
tú quien, con todas esas sórdidas imágenes, quien trató de obligarme a
casarme.
Me quedé blanca. Lo último que quería es que mi abuela las viera.
—Bueno, eran falsas, ya lo sabes.
No pude soportarlo más y me fui.
Crisp tenía a mi abuela comiendo de su mano y no había nada que yo
pudiera hacer. Al menos me había librado de casarme con él. Eso era algo.
Pero, ¿y Drake? ¿Podríamos sobrevivir a esto?

AL DÍA SIGUIENTE, ESTABA a punto de ir a buscar a Drake, que no


había respondido a mis llamadas ni a los mensajes, cuando entraron un par
de hombres trajeados, mostrando sus placas.
Nadie me había visto, así que me escondí. Necesitaba saber por qué
estaban allí.
Savvie acababa de llegar de recoger fruta y le hice un gesto para que me
acompañara.
—¿Estás siguiendo una dieta de frutas?
—No. He comprado algunas cosas orgánicas para la cocina. He decidido
que solo comeré cosas orgánicas. —Frunció el ceño—. ¿Qué pasa?
—Acaban de llegar un par de detectives. ¿Te has enterado de lo que nos
ha pasado a Drake y a mí?
—Un poco. Me han dicho que Drake se ha tomado un tiempo de
descanso.
Mi corazón dio un vuelco. —¿¡Cómo!?
—Creo que se ha vuelto a Londres. ¿Sabes lo que quieren esos detectives?
—preguntó.
—No. Pero después de todo lo que ha pasado, me encantaría saberlo.
Me hizo un gesto con el dedo. —Ven conmigo.
Nos pusimos cerca de la puerta de la oficina. Necesitaba una pequeña
reparación, algo que venía muy bien en ocasiones indiscretas como esta.
—Alice Ponting. —Escuchamos mientras nos hacíamos a un lado.
Tuvimos suerte, Ethan entró dando tumbos y Savvie se puso el dedo en la
boca.
Esta familia y sus secretos.
—Existe una coincidencia de ADN con la recientemente hallada escena
del crimen de Alice Ponting.
Ethan frunció el ceño profundamente y se giró hacia Savvie.
—Creo que la visitaron hace un mes por lo de los huesos encontrados en
una construcción, propiedad de Reynard Crisp. Los huesos pertenecían a
Alice Ponting, compañera suya de la universidad y la prometida de su
difunto esposo.
Ahora entendía por qué, tanto Savvie como Ethan, se habían quedado
boquiabiertos.
—El ADN de una víctima de un accidente reciente está vinculado a los
restos encontrados. ADN perteneciente al inspector jefe de detectives Jim
Reilly, a quien llevábamos observando un tiempo debido a su conexión con
Reynard Crisp, un socio comercial suyo, creemos.
Silencio. Hubiera dado un riñón para ver la expresión de mi abuela en ese
momento.
—¿Y me está contando todo esto porque…? —Su voz se mantuvo firme.
—Necesitamos saber exactamente qué pasó la noche de su desaparición.
—Pero ya les he dado mi declaración.
—Nos gustaría volver a escucharla. A veces se pasan por alto detalles
vitales; son muchas emociones. Y su marido ya no vive. Tal vez le pudo
contar algo.
—Me niego a seguir hablando sin la presencia de mi abogado.
Escuchamos movimiento de sillas, y los tres huimos rápidamente hacia
fuera. Nuestras caras eran todo un poema.
—¿Qué cojones…? —dijo al fin Ethan.
Fuimos hacia el laberinto, que descubrí que era donde iban de niños para
hacer trastadas y cosas prohibidas, como besar, fumar o, ya más mayores,
drogarse.
Me hubiera encantado haber crecido en esta familia porque, desde mi
punto de vista, sus historias eran más emocionantes que algunas series de
Netflix.
—Necesitamos hablar con Dec —dijo Savvie—. Tal vez sepa más sobre
Alice Ponting. ¿Recuerdas que papá dijo que se le había roto el corazón
cuando escuchó de su desaparición?
Él asintió, pensativo antes de girarse hacia mí. —¿Y tú qué piensas?
Les conté todo sobre lo de las persecuciones, y cómo el detective que su
madre había enviado para espiar a Drake, se había estrellado mientras nos
perseguía.
Ambos sacudieron la cabeza con incredulidad.
—El pobre Drake se quedará destrozado cuando se entere de que el
detective ha muerto —dije
—Eso es importante. No se lo cuentes a nadie más —dijo Ethan.
—Estábamos aterrorizados de que, si nos acercábamos al coche, nos
disparara.
Savvie asintió. —No es una situación normal. No te preocupes. Esto no
saldrá de aquí.
Ethan asintió con la cabeza y la tensión en mis hombros se aflojó. En
muchos sentidos, fue terapéutico compartir todo el drama de los últimos
días con ellos.
Drake seguía sin contestar a mis llamadas y ahora, con una investigación
de asesinato en la que mi abuela estaba implicada… ¿podrían complicarse
más las cosas?
Capítulo 28

Drake

—¿ESTÁS SEGURO DE QUE estás bien? —Había perdido la cuenta de


cuántas veces me había preguntado mi madre lo mismo.
—Estoy bien. De verdad.
Cogió su crucigrama, que se había convertido en un hábito diario desde
que dejó de moverse con frecuencia. —¿Has tenido noticias sobre ese
detective?
Negué con la cabeza.
—Por lo que me contaste, cariño, lo más prudente fue continuar y no
parar. Podría haberos matado.
Por costumbre me eché la mano a la cabeza para retirarme el rizo que caía
sobre mi frente, olvidándome que me había rapado recientemente. Había
pasado a ser un tic nervioso
—Y, ¿por qué te has cortado tu hermoso cabello? Era como el de Harry
Styles. —Ella torció la boca.
Sonreí a mi madre, tenía una fijación con las estrellas del pop y sus vidas.
Dedicaba demasiadas horas a leer revistas del corazón.
—Parezco más duro de esta manera, y este fin de semana tengo un trabajo
en un evento político. Se reúne un grupo de líderes mundiales.
—Eso suena emocionante. Tal vez puedas conseguir una foto de alguien
famoso. —Sus ojos brillaban con sinceridad.
—Me temo que no podemos hacer ese tipo de cosas en este trabajo.
—Espero que te estén pagando bien, al menos. —Cogió su taza de té
acompañada del plato.
—Más que bien. La agencia de Carson ofrece muy buenas condiciones.
—¿Y te vas a quedar aquí en Londres por un tiempo? —Su rostro se
iluminó.
—No estoy seguro de cuánto tiempo, mamá. —Jugueteé con los dedos.
Esa pregunta fue un recordatorio de lo confundido que estaba acerca de
mi futuro. Ya echaba de menos Bridesmere. El estilo de vida relajado me
sentaba mejor que la frenética ciudad, pero, por ahora, poner distancia a
toda esa mierda del mundo de Manon me iría más que bien, aunque solo
fuera para recuperar algo de cordura.
Declan me entendió cuando le pedí un tiempo alejado. Sin duda le habían
contado lo de nuestra aventura. Me aseguró que siempre habría un trabajo
para mí en la granja, que crecía a buen ritmo desde que abrió el mercado.
Carson tenía trabajo más que suficiente para mantenerme en Londres de
forma permanente, y eso me hacía estar menos ocioso, que lo detestaba. Me
gustaba estar ocupado. También necesitaba seguir ahorrando para
conseguirle a mi madre una casa con facilidades para sillas de ruedas, en
caso de que alguna vez la necesitara.
Al menos, si yo estaba con ella, la animaba a moverse y hacer
estiramientos de rehabilitación.
—Tu teléfono sigue sonando, amor. Deberías ver quién es. —Sus ojos
brillaban con preocupación.
No la había hablado de Manon, pero mi madre parecía saberlo. Después
de perder los estribos cuando era adolescente, su mirada de preocupación
permanente se instaló en su rostro. Justo como ahora.
Esta vez, no era por las secuelas de una lamentable pelea callejera. Era
peor, maté a un hombre, dejé que otro muriera, y en medio de ese constante
y sombrío caos, no podía dejar de pensar en Manon.
Con nuestra edad, deberíamos estar viviendo el mejor momento de
nuestras vidas.
Tenía un montón de mensajes de ella, todos rogándome que la llamara,
diciéndome que estaba perdiendo la cabeza por la preocupación.
El problema es que yo también la echaba de menos. La veía al despertar y
al irme a dormir. Era como si estuviera conmigo, abrazándome. Como si
sintiera su espíritu o su alma en lo más profundo.
—¿Es serio? —preguntó mi madre.
Le serví un poco de té frío. Sally, su cuidadora, terminaría pronto y luego
me iría a casa de Billy para jugar un rato.
—Es solo una chica con la que he estado saliendo.
—¿Ella sabe que estás aquí? —Se inclinó a coger una galleta.
—No se lo he dicho. —Me rasqué la cabeza.
—Entonces debes hacerlo. La pobre chica debe estar muy preocupada.
Esa era mi madre, siempre pensando en los demás.
Le lancé una sonrisa. —Se lo diré.
—¿Te gusta esa chica? —Seguía mirándome, tratando de que me abriera
—. Pareces triste, mi vida. ¿Por qué no hablas con alguien?
—¿Con un psiquiatra, te refieres? —Hice una mueca—. No. Solo necesito
algo de espacio para procesarlo todo.
—Por supuesto que sí, cielo. Siempre estaré aquí para ti. Ya lo sabes.
Me senté en el sofá y le di un beso en la mejilla. —Lo sé, mamá. Ahora
voy a correr un rato.
Cogí el teléfono y me dirigí al parque que había enfrente de los
apartamentos, donde habíamos vivido desde que murió mi padre. Tuvimos
que irnos a una casa más pequeña porque mi madre no podía trabajar y la
era difícil llegar a fin de mes. Todos los días después del colegio, trabajé
limpiando en el gimnasio, donde aprendí a boxear. Con ese dinero y la
pensión de mi madre, nos las apañamos. Por todo eso era tan importante
para mí mejorar su calidad de vida.

CORRÍ COMO UN POSESO, sudé bastante y después, me dejé caer en un


banco, bebiéndome toda la botella de agua; a continuación, llamé a Manon.
Había desaparecido hacía una semana, le debía una llamada.
—Drake. —Ella sonaba apagada.
—¿Te pillo ocupada?
—Estoy yendo a Londres.
—Ah.
—¿Por qué no das señales de vida?
Resoplé. —Solo necesitaba algo de espacio; me he venido a Londres por
un tiempo.
—¿Por un tiempo?
—No estoy seguro de cuánto. Para ser honesto, no estoy seguro de nada.
—¿Y me dejas así, sin avisar? —Su voz se quebró—. ¿Me lo habrías
dicho si no hubiera seguido llamándote o enviándote mensajes?
—Lo siento. Yo he… —Tomé un respiro.
—¿Ya no te gusto?
Sonaba como una niña perdida, y me quedé paralizado, preocupado por si
decidía cortarse de nuevo.
—No es eso. Solo necesito un poco de espacio. —¿Qué palabras podía
utilizar para explicar que estar cerca de ella me recordaba constantemente
todo el calvario que habíamos vivido? Aunque mi cuerpo la ansiara, como
un drogadicto ansía la heroína.
—¿Sabes algo del detective? —pregunté.
—Está muerto.
Soplé ruidosamente. —Mierda.
—No te fustigues.
—¿Es que a ti no te importa?
—Claro que me importa. No he dejado de llorar. Estoy hecha un cromo.
—Por favor, dime que no te estás autolesionando.
—¿Y a ti qué te importa? Me odias y me culpas por todo lo que ha
pasado. ¿No es así?
—No. No es así. —Eso era mentira, si no hubiera estado tan pillado por
ella, no se me habría ocurrido chantajear a Crisp.
—Algunos detectives están rondando por Merivale. Todo este circo se
está viniendo abajo. Han relacionado el nombre de Crisp con algunos
huesos encontrados, y el ADN de ese detective está por toda la escena del
crimen.
—¿En serio?
—Sí. Era escoria, Drake.
—Aun así, le maté.
—Tú no le mataste. Dios mío, Drake. La gente que conduce con exceso
de velocidad a menudo suele estrellarse.
—Pero debería haberme detenido para prestarle ayuda.
—¡Oh, Dios mío! Te habría disparado sin dudarlo. Y tú no podías saber
que…
La interrumpí antes de que dijera esa palabra, que me provocaba malditas
pesadillas. —¿Querías decirme algo?
—No me coges las llamadas.
Suspiré. —No. Lo siento. He estado con mi madre. Ella necesita mi
ayuda. —Mentira, en todo caso, era al revés.
—¿Todavía piensas en mí?
—Todo el maldito tiempo.
—¿Se te pone dura pensando en mí?
—Todo el maldito tiempo. —Eso no era mentira. Mi polla crecía al
escuchar su voz, suave y entrecortada.
—¿Quieres que nos veamos? Estoy yendo a Londres. Podemos vernos
allí. Tengo un apartamento nuevo, así no tendremos que quedarnos en casa
de mi horrible madre.
—Ya veré. Dame algo de tiempo.
—Eres tú quien me ha dejado.
—Me tengo que ir —dije.
—¡Vete al infierno! —Su grito atravesó mi tímpano como un cuchillo.
Enterré la cabeza entre las manos y negué. Me rondaron todo tipo de
pensamientos horrorosos. El detective muerto, probablemente un asesino en
potencia, que, sin duda, nos habría ejecutado.
Manon tenía razón. Necesitaba dejarla ir.
Necesitaba soltarla.
Pero, ¿cómo? La tenía presente todo el rato.
En mi maldito corazón. En mi polla. En mi cabeza.
Capítulo 29

Manon

EL SUELO DE MADERA crujía al caminar por mi nuevo apartamento del


Soho, lo que indicaba que estaba vacío y necesitaba muebles. La idea de
comprar cosas nuevas solía emocionarme, pero, a pesar de todos esos ceros
en mi cuenta, todo carecía de sentido dada la nube oscura que se cernía
sobre mí.
¿Qué había sido de mi versión adicta a las compras?
La única actividad que me despertaba el más mínimo interés era el hurto.
Además de cortarme, robar era mi único mecanismo de defensa. Era la
emoción de hacer algo malo. También lo solía ser el sexo, pero desde que
conocí a Drake, el sexo había dejado de ser un juego. Mi vagina y mi
corazón parecían estar ahora directamente comunicadas. Era extraño pensar
que las partes del cuerpo pudieran hablar, aunque, a decir verdad, yo toda
era extraña. Estaba jodida. Especialmente ahora.
¿Cómo podría vivir sin Drake?
Había estado tan absorta en nuestra relación y en escapar de Rey, que me
había olvidado de todo lo demás, incluidos mis estudios de literatura, con
todos esos trabajos pendientes que apenas había empezado.
Era rica. Libre para ser y hacer lo que quisiera.
Entonces, ¿por qué me sentía atrapada?
¿Por qué Drake quería poner distancia entre nosotros?
Especialmente después de todo lo que habíamos pasado.
Según mi parecer, toda esa mierda de desafiar a la muerte debería
habernos acercado más, como en las películas. Traté de recordar alguna
película que se pareciera, pero a todo a lo que llegué fue a un romance de
un pueblo pequeño donde una chica empresaria, cansada de su estilo de
vida, conoce a un panadero sexy sin camisa.
No se parecía mucho a lo nuestro. Pueblo pequeño, sí. Sexy, desde luego,
aunque hubiera deseado verle siempre sin camisa, a pesar de no ser
panadero. Pero, ¿yo? ¿Una ejecutiva cansada? Difícilmente. Recién adulta
cansada, me pega más. Exhausta, de hecho. Como si tuviera ya cincuenta
años.
Aunque no estaba de humor para verla, tuve que ir a visitar a mi madre
para recoger algo de ropa que había dejado en su casa y alguna que otra
cosa de valor sentimental, como la única foto de mi padre abrazándome
cuando yo era un bebé, donde se podía ver un amor verdadero en sus ojos.
A menudo miraba esa foto para recordarme que alguien me quería. Aunque
solo fuera por un momento.
Ahí estaba sintiendo pena por mí misma otra vez. Había pasado por lo
mismo demasiadas veces. Una sensación oscura en la que todo es aburrido
y gris, como si alguien hubiera bajado el contraste de color de la televisión.
Conduje hasta casa de mi madre y, a pesar de tener llave, llamé al timbre,
por si me la encontraba con la polla de George en la boca. No habría sido la
primera vez que irrumpía en uno de sus repugnantes jugueteos sexuales.
Sentía que mi corazón se había solidificado y este me hacía que mi pecho
se hundiera. Ni siquiera pude mover los músculos faciales para fingir una
sonrisa cuando abrió la puerta. Habría sido una pérdida de tiempo de todos
modos, dado que mi madre solo sonreía cuando quería algo.
—Entonces, ¿no es Lord Bourgeois? —Me quité los zapatos y me recosté
en el sofá de cuero, aspirando el olor de los muebles nuevos.
—Es Lord Burgoyne. —Mi madre no se daba cuenta de lo fea que se
ponía cuando fruncía el ceño.
Me di cuenta de que las personas agradables y con buen corazón, nunca se
ponían feas. Pero las personas con el corazón podrido, sin importar lo
guapas que fueran, se volvían más feas cuanto más las mirabas.
Especialmente a los ojos. Mi madre tenía un resplandor frío y duro en ellos
cuando no estaba intentando hacerse la maja con alguien.
Crisp era la única otra persona que había conocido cuya sonrisa nunca se
reflejaba en su mirada.
Qué pena que solo le gustaran las adolescentes. Él y mi madre habrían
formado una gran pareja.
—¿Por qué has venido? Tenías un apartamento nuevo, ¿no?
—Vaya... yo también me alegro de verte, mamá. —Sonreí—. No te
preocupes. No voy a quedarme. Solo he venido a buscar mis cosas para
llevarlas a mi nuevo apartamento.
Fue hasta el mueble bar y se sirvió una copa.
—Entonces, ¿dónde está Georgie Porgie?
—George está de viaje de negocios.
Su tono mordaz no me pasó desapercibido. Conocía bien a mi madre.
Desafortunadamente. Tal vez si no lo hubiera hecho, podría haber esperado
más del resto de la gente. Creo que Cary llamaba a esto 'misantropía'.
Cuando describió el significado de esa palabra, levanté la mano —
Culpable.
Me sonrió, como si fuera algo bueno admitir que odiaba a los humanos.
—¿Por qué tengo me da que las cosas no van bien?
Se bebió la copa de un trago. —Me ha dejado.
—Entonces, ¿vas a perder esta casa?
Ella sacudió la cabeza. —No. Le he chantajeado.
—Ay Dios…
Mi sarcasmo logró que con su rostro repleto de botox, frunciera el ceño.
—¿Qué ha hecho? —pregunté.
Abrió el cajón de un aparador antiguo, sacó un paquete de cigarrillos y se
encendió uno. Hice un gesto y me arrojó el paquete y luego el mechero.
A mi madre nunca le importó que fumara. Supongo que eso estaba bien,
odiaba que me sermonearan, incluso si era por mi propio bien.
—Tiene una esposa que se niega a dejar.
Encendí el cigarrillo. —Pero yo pensaba que os habíais casado.
Ella se encogió de hombros. —Mantenía a Will lejos de mí. Todavía
quiere casarse conmigo, ¿te lo puedes creer?
—Sí, ¿es que ya no te acuerdas? Fue a la cárcel por ti. Bastante extraño, a
mi parecer.
—Basta ya de sarcasmos. —Soltó el humo y bebió otro trago.
—Así que Georgy Porgy está casado. ¿Y qué tienes contra él?
—Lo pillé yendo con prostitutas.
—¿De verdad? Incluso cuando estabas con él... ¿Cuál es el nombre que
define esa situación…? —Repasé mentalmente los libros que había leído,
con aquellas bonitas, pero duras, palabras—. Ah... sí, concubina.
—Le gusta la variedad.
Me encogí de hombros, preguntándome si todos los hombres harían lo
mismo. ¿Drake se follaría a otras mujeres en caso de cansarse del sexo en
pareja? La simple idea me hizo hervir la sangre, aún después de dejarme.
—Déjame adivinar, mandaste que le siguieran, que le fotografiaran, y te
guardaste ese as en la manga.
Ella asintió con una sonrisa torcida, pero orgullosa.
—Entonces, que él esté casado no debería molestarte, ¿no?
—Le molesta a su esposa. Ella se enteró de lo nuestro y le amenazó con
marcharse. Se arriesgaba a perder mucho, así que me dejó. Incluso me pidió
que me mudara, pero entonces le amenacé.
Le di una calada a mi cigarrillo y, desde el gran ventanal, vi a una pareja
de ancianos paseando a un caniche que llevaba un jerseicito monísimo.
—Bueno, supongo que tendrás que camelarte a algún otro tipo rico.
Ella se encogió de hombros. —Tengo dinero.
—Ah, es cierto, dos mil millones de libras.
—Menos. Will se quedó con la mitad.
—¡Ah, caramba! Mil millones de libras. Estás prácticamente en la
indigencia…
—Basta, he dicho. —Aplastó bruscamente el cigarrillo en un cenicero de
cristal.
—¿No se lo confiscaron al entrar en prisión?
—Está escondido en una cuenta extranjera.
—¿Mató al padre de los Lovechilde? —Savvie me había hablado a
menudo sobre la pérdida de su padre y, necesitaba saberlo.
—Él no tuvo nada que ver con eso. Fue un asesino a sueldo que quería
conseguir la huella digital de los Lovechilde para acceder a su cuenta en
Suiza, no pretendía matarlo. Pero, aparentemente, se despertó y fue
entonces cuando le estrangularon.
—Pero Will manipuló la escena —dije.
—Arregló para que pareciera un robo, pero no tenía intención de asesinar
a Harry Lovechilde. Eso fue algo que le dolió mucho. Harry le caía bien.
Se sirvió otra copa y luego levantó la licorera hacia mí, yo la rechacé.
—Puedes quedarte, si quieres. No quise decir lo que dije antes.
Estudié a mi madre por un momento y la noté cansada. ¿O era soledad?
Nunca la había visto así antes.
¿Estaba finalmente mostrándose vulnerable?
—Quizás me quede, pero solo esta noche. Estoy agotada.
—Bien. ¿Por qué no vamos a algún lugar a cenar? —preguntó.
Tuve la sensación de que llevaba sintiéndose sola un tiempo. Era la
consecuencia de dedicarse a utilizar a las personas, que se quedaba sin
amigos.
Yo también era así antes de que mi abuela me aceptara en el mundo de los
Lovechilde. De haber estado en su lugar, yo me habría rechazado después
de lo del robo, de tratar a todos como una mierda y de coquetear con Crisp.
Me libré de una buena, pero el precio a pagar había sido enorme. Perder a
Drake.
¿Yo?
Necesitaba espacio, según me dijo. Quizás… fue su forma agradable de
dejarme.
La idea de cenar junto a mi madre de repente me atrajo.
Me animé. —Vale, dame media hora.
TERMINAMOS EN UN RESTAURANTE italiano cerca de Piccadilly,
donde compartimos una botella de vino y me comí con gusto todo lo que
pusieron en la mesa. Había olvidado lo hambrienta que estaba. Era la
primera vez en mucho tiempo que tenía apetito.
Mi madre bebió demasiado, lo cual no me extrañó. Tenía esa tendencia a
excederse con el alcohol.
—¿Y ahora qué? ¿Un nuevo lord? —pregunté, tomando una cucharada de
helado italiano.
—Cada vez es más difícil competir con las jovencitas. —Me lanzó una de
sus intensas miradas.
—Oye, que yo no estoy interesada en hombres mayores. Ya he pasado por
eso. Ya lo he vivido.
—Peyton no era mucho mayor y estaba bueno… —dijo.
Puse los ojos en blanco. —Solo tenía quince años, mamá. ¿No te sientes
mal por haberme hecho aquello? Me ha jodido bastante a nivel mental,
¿sabes?
Salimos del local para que pudiera fumar. Mientras hacía anillos de humo,
de repente se convirtió, otra vez, en la típica madre soltera del este de
Londres. Incluso vestida con ropa de diseñador, no podía esconderse de lo
que era.
—Podría haberte vendido por un precio más alto a alguien mucho mayor
y más feo. Al menos, bajé el precio por Peyton.
Negué con la cabeza. —Estás de puta broma... ¿Es que no te sentiste mal
al hacerlo?
—No. Teníamos hambre.
—Eh… no, yo tenía hambre. Tú estabas demasiado ocupada saliendo con
cada tipo que te invitaba a comer, hasta que conociste a Will. Supongo que
fue entonces cuando la vida se volvió un poco más estable para mí, a pesar
de tu falta de cuidados. Tan solo me arrastraste a Merivale para intentar
venderme a Crisp.
—Bueno, al final todo te ha salido bien. Caroline, por algún
remordimiento de conciencia, imagino, te ha recibido con los brazos
abiertos. No me lo esperaba. Algo está pasando entre ella y Crisp. Parece
que tienen algo entre manos, lo noté mucho cuando trabajaba allí. —Me
estudió por un momento—. ¿Sabes algo de eso?
Pensé en los detectives y en lo del cuerpo encontrado que relacionaba el
pasado de mi abuela e involucraba a Crisp. Por respeto a mi nueva familia,
guardé silencio.
—Un poco.
Siguió mirándome. Mi madre se quedó absorta y me estremecí. —Lo
sabes, ¿no?
—Solo sé que él la manipula con algo. Es todo.
—Yo también lo creo. —Parecía frustrada.
Se puso de pie y se pasó las manos por la falda; después de pagar la
cuenta, nos fuimos.
Fuimos en completo silencio en el taxi, a pesar de que tenía un montón de
preguntas en mi mente. Esto era lo más cerca que habíamos estado, incluso
hablando de nuestro pasado.
Cuando regresamos a su casa de estilo eduardiano, le serví una copa y me
preparé yo otra.
Me acomodé en el sofá y encendí un cigarrillo. Volvía a ese asqueroso
vicio. Cuando estaba con Drake incluso había empezado a beber asquerosos
batidos verdes, pero en el momento en que me dio la espalda, volvió a no
importarme una mierda lo que hiciera con mi cuerpo.
—No deberías odiar a Caroline. Es súper inteligente y tiene mucha clase.
Podríamos tratar de ser un poco como ella. Al menos yo sí que quiero.
Se rio con desdén, como lo haría una madre con una niña que aspira a ser
una princesa, un hada o algo igualmente fantasioso e inalcanzable.
—Una cosa que has mencionado es que es inteligente y sobradamente
educada, algo que tú no eres.
El fuego ardió en mi vientre. —Eso es porque tú no dejabas de ir de un
sitio a otro buscando idiotas a los que engañar.
Cogió su vaso y se echó más licor. —Supéralo. Mírate, eres más rica que
la mayoría de chicas a tu edad. Tienes todo a tu favor. Podría haberte
abortado.
Mi quedé rígida. —¿Y por qué no lo hiciste?
Se encogió de hombros.
Mis ojos se clavaron en los suyos. No iba a permitir ese tipo de
comentarios.
Me dio la espalda y miró fijamente por la ventana. —¿Crees que podría
llover?
—¿Por qué no me abortaste, madre?
Dijo repentinamente: —Porque no soy una maldita asesina. No me atreví
a hacerlo. Y pensé en mi madre. A pesar de que me abandonara, me dio la
vida. Era en todo lo que podía pensar. Así que seguí adelante y aquí estás,
una hija deslumbrante, malhablada y desagradecida, que odia a su madre y
se autolesiona.
¿Cómo demonios lo sabe?
Seguro que se lo contó Peyton.
Me había descubierto una vez, en el suelo del baño, después de
descubrirle mirando a otra en el ordenador. Debería haberle denunciado a la
policía.
Fue entonces cuando me pidió que me fuera.
Y yo que pensaba que era simpático, pero uno nunca puede esperar nada
bueno de un pedófilo.
Después de hablarlo con Drake, me dio fuerzas para denunciarle
anónimamente, sin embargo, no estaba dispuesta a exponerme a todo el
proceso posterior. Simplemente escribiría una carta con todos los detalles y
luego la policía podría abrir una investigación, podrían comprobar todo
fácilmente en el ordenador. Más vale tarde que nunca.
Podía dormir sabiendo que ese detective corrupto estaba muerto, pero no
podía dormir sabiendo que otra pobre chica estuviera siendo víctima de
Peyton.
—¿Peyton te lo contó? —pregunté por fin.
Ella sacudió la cabeza. —Te vi una vez.
Fruncí el ceño con tanta fuerza que me dolió la frente. —¿Por qué no
hiciste algo para detenerme?
—Porque me quedé en shock. Porque pude ver el desastre en el que había
convertido, no solo mi vida, sino también la tuya. No pude con eso.
Sus ojos se pusieron vidriosos.
¿Eran lágrimas?
Imposible. Era la persona más impasible que jamás había conocido.
No podía recordarla siendo amable con nadie. Me había pasado la vida
odiándola por ahuyentar a mi padre y por todos esos hombres que iban y
venían. Nunca me nació abrazarla. Tan solo en algunas ocasiones de cara a
la galería, e incluso en esos momentos, su cuerpo se quedaba rígido.
—¿Querías a papá? —pregunté, a pesar de que la emoción ahogó mi
discurso.
—Sí, le amé.
Se escondió de nuevo dándome la espalda, algo que mi abuela hacía a
menudo. Parece que cuando se trataba de emociones, esta familia era
experta en ocultarlas. En cambio, yo lloraba ahora hasta por la caída de una
pestaña postiza, especialmente desde que Drake entró en mi vida y me
desnudó, dejando un montón de emociones expuestas para cualquiera que
se acercara a verme.
Incluso estando de espaldas a mí, sentí que mi madre quería liberar algo.
—Entonces, ¿por qué le engañaste?
Extendió las palmas de las manos, como si la respuesta fuera demasiado
obvia. —Nos moríamos de hambre.
—¿Él no trabajaba?
Esta vez, se giró y me miró. —Él era adicto al juego. Y bebía. Y cuando
bebía, se convertía en un monstruo. Me pegaba. Casi me mata una noche.
La mirada angustiada en sus ojos me quitó el aliento.
Retrocedí de inmediato a esos gritos que había escuchado de niña.
Siempre supuse que era ella la que le provocaba. Yo siempre había estado
de parte de mi padre. Él era el que me hacía reír, me traía caramelos y me
abrazaba. ¿Cómo podría ser el malo?
Recordé entonces todos los moratones que siempre trataba de ocultar con
maquillaje. Cada vez que le preguntaba, ella decía que había sido un
accidente. Supongo que me estaba protegiendo, ¿o era a mi padre?
Estaba empezando a unir los puntos de mi pasado y mientras navegaba
por mi turbulenta educación, me propuse no detenerme hasta entender cómo
logramos llegar a este punto de nuestras vidas, en gran parte como
consecuencia de sus cuestionables decisiones.
Se encendió otro cigarrillo y le tembló la mano al hacerlo. Expulsó el
humo y continuó: —Conocí a un chico un día, mientras estaba de compras.
Se ofreció a pagarme todo cuando mi tarjeta de crédito fue rechazada. Seguí
viéndole y finalmente le dejé hacer lo que quiso. Se convirtió en la opción
más sencilla.
Pero podrías haber trabajado.
Puso los ojos en blanco. —Lo hice. Fui comercial, camarera… Trabajé de
todo. Eso antes de que llegaras tú, pero tu padre seguía gastándose todo en
el juego. Comprendí que siempre seríamos pobres.
—Entonces, ¿por qué le molestaba tanto que estuvieras con otros
hombres?
Ella se encogió de hombros. —Porque no quería compartir, supongo. No
sé. La vida está llena de contradicciones.
Nos miramos en silencio por un momento.
—Y sobre lo de Peyton. Sí, me dolió haber ganado dinero con mi hija,
pero tenía pocas opciones al respecto. Era eso o morirme de hambre, y soy
así de débil. Estaba harta de las dificultades de la vida. Aspiraba a más. Y
Peyton prometió casarse contigo, pero me defraudó. No te preocupes,
obtuvo lo que se merecía.
Luchando contra un aluvión de emociones, traté de procesar todas sus
palabras buscando la mentira, como siempre hacía con mi madre, pero su
expresión atormentada me dio a entender que cada maldita palabra era la
pura verdad.
Acababa de asimilar su último comentario y, frunciendo el ceño, pregunté:
—¿Qué quieres decir con que obtuvo lo que le se merecía?
—Mandé a la policía. Odio a los jodidos pedófilos.
—Pero colaboraste con su monstruosidad al entregarme a él.
—Sí. Lo sé. —Resopló ruidosamente—. Como he dicho, la vida está llena
de puñeteras contradicciones.
—¿Le encerraron?
Asintió. —La última vez que escuché algo sobre él, todavía seguía en
prisión.
—¿Les hablaste de mí?
Sacudió la cabeza. —De ninguna manera. No soy tan estúpida como para
incriminarme. Contraté a alguien para hackear su ordenador, el idiota tenía
miles de imágenes de menores. Maldito enfermo.
Caminé de un lado a otro, sacudiendo la cabeza. Esto era demasiado. —
¿Te prometió que se casaría conmigo?
Mirando a lo lejos, como si reviviera aquel momento que marcó mi
infancia, asintió. —Si era lo suficientemente bueno para Elvis y Priscilla,
era lo suficientemente bueno para mi hija.
Eso me descuadró. ¿A qué venía mencionar a esos dos? —¿Qué?
—No te preocupes. —Puso una media sonrisa—. Se supone que debía
casarse contigo. Eso es lo importante de la historia. Al menos no tenías
trece años.
Mis cejas contrajeron al máximo. —¿Eso es lo que te pasó a ti?
—Me sucedieron todo tipo de cosas que nunca querrías saber. Cosas que
he borrado de mi memoria. No me detengo, sigo adelante, como hago
ahora.
Nuestros ojos se encontraron.
¿Quién es esta mujer?
¿Qué ha hecho con el corazón de piedra de mi madre?
Me acerqué a ella y rodeé con mis brazos su delgado cuerpo. Su reacción
me arrastró mientras nuestros cuerpos se estremecían juntos.
En mis brazos, y por primera vez, mi madre lloró.
Capítulo 30

Drake

EL TECHO DEL DORMITORIO de mi infancia se parecía al universo.


Cuando era pequeño, mi padre colocó meticulosamente unas estrellas
alrededor de una luna para imitar el cosmos. Por la noche brillaban y,
cuando era niño, el brillo me cautivaba hasta cuando estaba escondido
debajo de la cama, como si estuviera mirando la verdadera galaxia. Mi
padre, que era un gran aficionado a la astronomía, me enseñó todo lo que
sabía sobre los planetas, las supernovas y los agujeros negros. En ese
momento, no lo entendía del todo, pero sembró en mí una profunda
fascinación por todo lo relacionado con el cosmos. En ocasiones, todavía
hojeaba sus libros de cosmología. Eso me hacía sentirme cerca de él.
¿Por qué dejé las matemáticas? Los números siempre me habían resultado
fáciles desde la escuela, y mis padres siempre estuvieron muy orgullosos de
mis notas. Después del accidente, la vida de todos se derrumbó. Perdí el
foco y la depresión me sumió en un estado en el que ni siquiera estaba a
gusto en mi propia compañía.
Mi madre llamó a la puerta. —Te he hecho una taza de té, cariño.
—Gracias. Dame un minuto.
Me obligué a salir de la cama. Dormir no parecía detener el cansancio. En
todo caso, cuanto más dormía, más aletargado me sentía.
Fui con mi madre a la cocina. A pesar de tener cara de preocupación, me
dedicó una sonrisa alentadora. —¿Vas a correr hoy? O tal vez podrías
llamar a Billy.
A punto de volver a hacer el gesto de apartarme el pelo que me había
rapado, me froté la frente. Era extraño, como esas historias de gente que
pierde alguna extremidad y todavía la sienten. Lo mismo me pasaba con mi
pelo fantasma.
¿Me pasaba lo mismo con Manon? A menudo me despertaba pensando
que ella estaría acostada a mi lado.
—He hecho unos bollos. —Mi madre dejó la bandeja en la encimera de la
cocina.
—Quizás más tarde.
Ella inclinó la cabeza. —Pero están más buenos si te los tomas calientes.
Me senté en el sofá con mi té y miré fijamente a la televisión.
Mi madre se sentó a mi lado y colocó un plato con bollos y mermelada.
—¿Has tenido noticias de Manon?
Negué con la cabeza. Había pasado una semana desde su último mensaje.
Tal vez había pasado página. Ella tenía necesidades intensas que, antes de
que esta nube de mierda me consumiera, habría estado más que dispuesto a
satisfacer.
—¿La echas de menos? —Su tono tentativo no me pasó desapercibido.
Mi madre me conocía. Yo no era de los que hablaban de sus sentimientos.
Incluso después de la muerte de mi padre, elegí el silencio antes que las
lágrimas.
—El otro día te escuché gritar mientras dormías, cariño. —Mi madre
inclinó la cabeza—. Tal vez deberías hablar con alguien.
—Estoy hablando contigo.
Con una sonrisa comprensiva, me palmeó la pierna. —Siempre estaré
aquí para ti. Esta siempre será tu casa, cielo. No importa lo que pase.
Puedes ser tú mismo aquí. Si quieres gritar, llorar, o lo que sea, no me
importará.
Mi boca tembló al esbozar una sonrisa. —Gracias mamá. —Bebí de mi té
—. Estoy bien. Solo necesitaba un tiempo desconectado de todo.
Me pasó un platito con un bollo con mantequilla. —Lo sé, hijo.

—VAMOS MUY ESCASOS DE personal. Me alegra que estés aquí, no


sabes cuánto —dijo Carson.
Observé la fachada de la ornamentada mansión. —Esto me recuerda a
Merivale.
Él se rio. —Todos estos lugares antiguos se parecen.
Al ver su traje negro, le pregunté: —¿Tú también vas a trabajar?
Asintió. —Tengo que hacerlo. No tengo suficientes hombres.
Pensé en Billy, con quien había quedado después de mi turno para tomar
una copa. —Puedo ver si Billy está interesado.
—Parece lo suficientemente rudo, pero necesitará entrenamiento. No
puede estar charlando con mujeres o guiñándoles el ojo.
Me reí. Billy era un poco ligón. —Déjame hablar con él. Probablemente
le vendrá muy bien un dinero extra.
Le entró una llamada y cuando miró la pantalla, levantó el dedo. —Un
minuto, tengo que cogerla.
Mientras estaba al teléfono, su rostro se iluminó. —¿De verdad? Dios
mío, eso es increíble. Nos vemos mañana. Te quiero.
Supuse que era Savvie.
Rebosante de alegría, parecía que Carson estaba a punto de llorar.
—Parece que te ha tocado la lotería —le dije.
—Mejor que eso. Savvie está embarazada.
Le di un abrazo. —¡Eso es grandioso! ¡Enhorabuena!
Con los ojos llenos de estrellas, asintió. —Estamos que no nos lo
creemos.
Carson debió transmitirme parte de su alegría, porque al ver ese brillo en
sus ojos me di cuenta de lo afortunado que era por estar vivo y saludable.
Tenía dinero. Tenía una madre que me quería. ¿Qué más podría desear?
¿A Manon?
—¿Cómo está Manon? —preguntó.
Joder... parece que me ha leído la mente.
—No lo sé.
Su frente se arrugó. —La vi en Merivale el otro día.
—¿Cómo está?
—Bueno, parecía estar bien. Iba su madre con ella. Parecía la visita de un
vampiro, Savvie y sus hermanos querían escabullirse a la cocina a coger un
poco de ajo.
Me reí. —Eso es pasarse un poco.
—No conoces a Bethany, ¿verdad?
Pensé en aquel breve encuentro en Londres. Aunque me fui rápidamente,
no percibí exactamente una energía de bienvenida. En ese momento, no
sabía lo de que una vez vendió a su hija a un ricachón imbécil. Si lo hubiera
sabido, Bethany me habría dedicado un corte de mangas en lugar de una
sonrisa incómoda.
—Todo el mundo estaba acojonado con su presencia. —Se rio—. Pero fue
educada. Se reunió en privado con mi suegra. Parecía que Manon se
alegraba de tenerla allí.
Fruncí el ceño. —Bien.
Eso despertó mi curiosidad. Hasta donde sabía, Manon odiaba a su madre.

DESPUÉS DE UNA LARGA noche parado en las puertas con los brazos
cruzados y asintiendo con la cabeza a todos los dignatarios, fui a mi
encuentro con Billy.
No podía dejar de pensar en lo de Manon con su madre en Merivale. ¿Qué
había pasado? ¿La habría perdonado?
¿Había superado lo nuestro? ¿Había conocido a alguien? Ese pensamiento
me destrozó por dentro.
Billy me estaba esperando con Sapphire, cuando llegué.
Nos abrazamos y luego encontramos una mesa lejos de la multitud. Era
jueves por la noche y habíamos ido a nuestro pub irlandés favorito. Nos
encantaba la cerveza negra, y ese pub tenía su propia cervecería.
Billy pasó su mano por mi cabeza rapada. —Joder, pareces un soldado.
—Te has rapado el pelo. —Sapphire parecía sorprendida—. Si tenías un
pelo precioso…
Me encogí de hombros. —Me volverá a crecer.
Seguía mirándome como si tratara de averiguar qué había ocurrido.
Bebimos algunas pintas y hablamos de fútbol, que era algo que siempre
hacíamos cuando quedábamos. Incluso me disculpé con Sapphire por hablar
solo de eso.
—No me importa. Me gusta estar aquí. —Miró a Billy y él le devolvió
una dulce sonrisa.
—Entonces, ¿cuál es tu plan ahora? —preguntó—. ¿Vas a quedarte en
Londres o vas a volver a Downton Abbey?
—¿Downton Abbey? —preguntó Sapphire.
—Merivale.
—Ah, ahí es donde vive Manon. Voy a ir a una fiesta el próximo fin de
semana.
—¿Y eso? —pregunté. Carson no me había hablado de ninguna fiesta.
—Manon me ha invitado. Aunque no estoy segura de para qué es.
Eso tenía sentido. Siempre había alguna fiesta.
—¿No vas a ir? —me preguntó.
—No me han invitado. —Cogí el vaso.
—Estoy segura de que a Manon le gustaría verte —dijo.
—Hace tiempo que no sé nada de ella.
—Deberías llamarla, entonces. —Ella inclinó la cabeza.
Cambiando de tema, me giré hacia Billy. —Oye, por cierto, ¿quieres
trabajar conmigo de segurata? Es para la empresa de Carson. Paga bien.
Solo necesitas ropa negra y no ligotear con las chicas.
Dirigiendo a Sapphire una mirada de 'no es lo que parece', dijo: —Ni se
me ocurriría. ¿Por qué iba a ligar cuando tengo a la chica más hermosa?
Una sonrisa creció en el rostro de Sapphire mientras se sonrojaba.
Hacían muy buena pareja, podía imaginarles juntos para siempre. Aunque
Sapphire todavía era joven, estaba claramente volcada con Billy. También
eran polos opuestos, él era un bocazas, y ella era una optimista que vigilaba
cada una de sus palabras. Después de unas copas, admitió que la amaba y
respetaba, y que ella era la única para él.
Al ver sus ojos brillando con sinceridad, me sentí feliz y un poco
envidioso.
¿Era Manon la indicada para mí?
Sabía, en el fondo, que ninguna chica me haría sentir como Manon me
hacía sentir.
Es solo que necesitaba poner en orden mi cabeza.
¿La perdería si me alejaba demasiado tiempo?
¿Estaba tratando de alejarme de ella porque la consideraba una droga
dañina?
A pesar de que estas preguntas y muchas otras me mantenían despierto
por la noche, no había logrado encontrar ninguna respuesta.
Todo lo que sabía era que la echaba de menos.
Y mucho.
—Bueno, ¿qué opinas? Solo hay que estar quieto y parecer amenazador.
Te pega bastante bien. Todos aquellos años en las calles te han preparado
bastante bien para ello.
Billy asintió lentamente. —Sí. Podría estar bien para ahorrar algo de
dinero. Cuenta conmigo. Aunque no me queda mucho tiempo. Estoy
haciendo la carrera de informática, ya sabes.
Así es, lo sabía. Vamos, Billy.
—¿Cómo te va, por cierto?
—Excelente. Me encanta. Soy un friki nato.
—Uno grande y musculoso que se enciende ante el menor insulto.
Se rio. —No… Control de la ira, ¿te acuerdas? Tuve que hacerlo.
Había ido a un cursillo de esos después de una pelea por la que nos
encerraron durante una noche.
—¿Qué piensas hacer tú, Drake? —preguntó Sapphire.
Mis entrañas se retorcieron ante esa pregunta '¿Cuáles son tus planes de
futuro?'.
—Eh… Bueno. —Entrelacé los dedos. Para variar, no estaba pensando en
huir; después de que Billy me hablara de su curso de programación
informática, yo me matriculé en una carrera de matemáticas.
—También estoy estudiando.
—¡Anda! ¿Y qué estás estudiando? —preguntó ella.
—Matemáticas aplicadas.
Su ceño se arrugó. —Ah, ¿quieres ser profesor?
—No estoy seguro. Solo quiero entender cómo funciona todo. Ya veré a
dónde me lleva eso.
—En realidad este tío es muy inteligente, solo que parece tonto. —Billy
hizo una mueca.
Ese era mi amigo del alma, el que me pinchaba para que yo pudiera
devolvérsela.
Sapphire puso los ojos en blanco y se rio.
Capítulo 31

Manon

AQUÍ ESTABA, DE COMPRAS con mi madre y ni siquiera sentía el


impulso de robar.
Entramos en Harrods y ella se entretuvo viendo unos vestidos de marca.
—¿De qué has hablado con la abuela? —pregunté.
Se encogió de hombros. —Principalmente la conversación ha consistido
en pedirnos disculpas. Por lo de Will, por mi comportamiento, y ella
también se ha disculpado por engañarme. Aunque bueno, ya conoces a
Caroline y sus palabras grandilocuentes. —Puso los ojos en blanco—.
Estoy tan acostumbrada a ser desagradable, que ser amable no me es fácil, y
sonreír tanto me está haciendo daño en la cara.
Me reí. —Te entiendo. Me pasó lo mismo la vez que la abuela habló
conmigo y me dijo que me aceptaba en la familia, abrazándome. Me costó
cambiar mi actitud de princesa engreída.
Ella respiró profundamente. —Entonces, te pareces más a mí de lo que te
gusta reconocer.
¿Era como ella? La observé en busca de su sonrisa habitual, pero se quedó
seria. En todo caso, había aprendido a través de su ejemplo egoísta y
manipulador, a cómo no serlo, pero no se lo dije.
—Se puede cambiar. Al menos la abuela me dio una segunda oportunidad.
Ese gesto la honra, ¿no crees?
Ella asintió, abstraída. —Nos lo debe. Somos de su sangre, y está
haciendo las paces, diría yo.
—Si tú hubieras sido Caroline, ¿nos habrías aceptado? —Y continué
preguntando, porque todavía estaba tratando de procesar esto de ser una
'familia feliz'. La sospecha vivía en mi corazón en todo lo que respectaba a
mi madre, no podía evitar preguntarme si tenía intenciones ocultas que
provocarían el caos en cualquier momento.
Movió la cabeza de un lado a otro para estirar el cuello. —No estoy
segura. No soy ella, así que no puedo responderte a eso. Cada uno actúa con
lo que la vida le ofrece. Eso es de lo que estamos hechas. Está muy bien
tener buenas intenciones, pero después de una vida como la nuestra, o te
vuelves duro, o mueres. Los blanditos son los primeros en sucumbir a esta
vida salvaje.
Asentí lentamente, pensando en su respuesta. —Pero, ¿nos habrías
perdonado?
Exhaló ruidosamente. —Tal vez. Como acabo de decir, no he tenido el
privilegio de sentarme en esa elegante oficina, rodeada de todos esos libros
viejos malolientes y antigüedades de valor incalculable. Si lo hubiera
hecho, tal vez habría estado de humor para perdonar.
Supongo que no podía esperar que mi madre cambiase su visión del
mundo repentinamente. Así que di por terminada la charla y volví a lo que
mejor sabíamos hacer, comprar.
Cogió un vestido rojo con escote redondo.
—Quizás es demasiado atrevido —le dije.
—Oye, que estoy soltera. Irán hombres ricos en esa fiesta, ¿verdad?
La observé. —No vas a intentar seducir a Cary o algo igual de asqueroso,
¿verdad?
—¿Estás de broma? —Su ceño se desvaneció—. Está arruinado, de todos
modos.
Era como si nuestros papeles se hubieran cambiado, ella era la hija
rebelde y yo la madre. Incluso me arrepentí de intermediar en esta tregua
entre mi madre y su familia, que no había sido nada fácil.
Mi abuela fue la que la invitó a la fiesta. Como era de esperar, mis tíos y
Savvie actuaron de manera distante con ella. Estoy segurísima de que se
lanzaron sobre su madre tan pronto como nos fuimos.
—Te estoy tomando el pelo —dijo, volviendo a colocarse el vestido y
eligiendo otro rosa con un corpiño ajustado y una falda con vuelo.
—Ese es precioso —dije, a pesar de ser lo último que esperaría que mi
madre se pusiera. Solía llevar vaqueros ajustados, blusas escotadas,
minifaldas y tacones de aguja.
Estilo callejero chic, lo denominaba yo. Yo vestía siempre igual hasta que
conocí a Savvie y decidí imitar su elegancia con la ropa.
Estiró el brazo para mirarlo bien. —Mmm... es demasiado monjil para mí.
Me reí. —¿Qué es monjil?
—Pues como te tienes que vestir en colegios religiosos, por ejemplo.
Abrí los ojos de par en par. —¿Fuiste a un colegio religioso?
—Un par de años. Lo odiaba. Me escapaba al bosque a buscar setas para
envenenar a mi familia adoptiva; eran súper religiosos.
¿Estaba sacando a relucir su típico humor negro, o hablaba en serio?
Mi madre odiaba hablar de su infancia. Cada vez que le preguntaba por
las casas en las que había vivido, eludía la pregunta diciendo que solo nos
teníamos a nosotras mismas y eso era todo. —Así que acostúmbrate —
decía.
—¿Hacías eso en serio? —pregunté.
Ella me devolvió una de sus sonrisas difíciles de calar, lo que significaba
que podría haber intentado envenenarlos o que solo era una broma.
Pero sí era una advertencia para nosotros.
Todavía no podía creerme que los Lovechilde la hubieran dejado entrar en
la familia.
—Nunca se sabe, Savvie podría hacer lo mismo, envenenar tu cena.
Se rio mientras caminábamos por los pasillos. —Ya he visto que
compartimos algunos rasgos similares.
No podría estar en desacuerdo. Savvie solía ser bastante directa y le
encantaba burlarse de la gente y de la vida, pero mientras mi madre se había
dado siempre muchas ínfulas, Savvie también se reía de sí misma.
Todo se había vuelto tan extraño… después de despreciarla durante tanto
tiempo, forjar una amistad con ella me hizo superar definitivamente toda
esa rabia.
El odio era agotador.
Mi madre odiaba los abrazos y la costaba mostrar afecto de cualquier otra
manera, sin embargo, esta vez noté cómo su cuerpo se relajaba al abrazarla,
todo un avance respecto a su rigidez del principio que era todo un
espectáculo.
—Bueno, mamá, ¿cómo te sientes realmente con todo esto? Ya sabes, con
el tema de los Lovechilde.
—Me parece surrealista. Tienen motivos de sobra para odiarme. —Se
tomó un momento para pensar—. Pero tampoco puedo ceder. Me resulta
más fácil que me desprecien, que me compadezcan. Al menos a mí. Me he
acostumbrado tanto a que la gente se burle de mí, que cuando me sonríen
me parece falso.
—¿Crees que solo te admiten en la familia por lástima?
Se encogió de hombros. —Tal vez. ¿Quién sabe? Aunque Caroline trató
de mantenerse fría, sentí su culpa, su lástima y todas esas emociones
difíciles de definir.
—¿Lloró? —Deseé haber tenido cámaras espías en aquella habitación.
Estaba la familia al completo cuando llegué a Merivale con mi madre, y
se podía cortar el aire con un cuchillo.
Savvie tenía ganas de golpear a mi madre en la nariz, pero Declan la
detuvo; Ethan parecía que iba a echar espuma por la boca. Realmente no
podía culparles, con todo el tema de la muerte de su padre.
A continuación, mi madre siguió a mi abuela a un lugar privado, detrás de
una puerta cerrada.
Mirando en la distancia, mi madre negó con la cabeza.
La intuición me decía que su conversación con la abuela la había
afectado, pero mi madre aún tenía los muros defensivos levantados, un
rasgo transmitido por su propia madre, a la que había visto esa misma
expresión de frialdad y difícil de escrutar con bastante frecuencia.
Al contrario que yo, que me estaba derrumbando cada día más. Mi
corazón seguía destrozado por el tema de Drake.
—La abuela está pasando por mucho. Está todo el turbio asunto de
Reynard Crisp, y ahora la policía está husmeando en algo relacionado con
el descubrimiento de unos restos de una amiga suya de la universidad.
Mi madre respondió con una leve, pero preocupante sonrisa. —Tengo la
sensación de que Caroline esconde muchos secretos.
Fruncí el ceño. —Será mejor que no la intentes arruinar la vida otra vez.
Espero que esto no sea otra vendetta tuya.
—Sabias palabras, cariño. —Ella inclinó la cabeza—. No. Estoy
demasiado cansada para andar vengándome. Ya he tenido mi momento de
gloria. —Respiró profundamente—. Simplemente estoy fascinada. ¿No es
para estarlo?
—Tal vez. —Suspiré—. Quiero a la abuela y no quiero que le pase nada
malo.
Frunciendo el ceño, mi madre me miró fijamente, como si hubiera
admitido haber tomado ácido antes de un examen. —¿La quieres?
—Bueno… —¿Estaba celosa? Su expresión de asombro mostró mucho
más de lo que normalmente hacía—. Me ha acogido, madre. Después de
todo lo que ocurrió, me trata como a un igual, se ha interesado
personalmente por mis estudios y se preocupó por mí durante el incidente
con Rey. Sí, la amo. Y me ha ayudado a convertirme en una mujer
independiente que ya no necesita odiar al mundo.
Pensativa, asintió lentamente, como si estuviera viendo mi verdadero yo
por primera vez.
—¿Por qué? ¿Te asusta? —pregunté.
—Tiene sentido.
¿Era ese el motivo de la sonrisa triste que puso mi madre? ¿Se estaba
arrepintiendo de algo?
Allí seguíamos, en Harrods, perdidas en una conversación profunda y
significativa, cuando Savvie llegó dando saltos, me rodeó con el brazo y
casi me da unos giros en el sitio.
Me alegro de verte también.
Ella no era tan optimista con mi madre. Pero todo a su debido tiempo.
—¿Qué casualidad verte aquí? —Miró a mi madre y luego a mí—. ¿Por
qué no tomamos un zumo o algo igual de aburrido y saludable?
Me reí. Era todo alegría. Estaba embarazada y llena de vida.
Mi madre parecía un poco perdida. Otra nueva expresión que añadir.
Nunca se había mostrado así, con debilidad. ¿O es que por fin se estaba
convirtiendo en un ser humano?
—Vente también, Bethany. —Savvie puso una sonrisa, que era lo más
cálido que había mostrado hasta ahora con mi madre.
Imaginé que mi abuela habría suavizado el asunto entre ellas.
Fue un gran paso. Robarle el novio a su madre y luego conspirar para
arrebatarle al padre, asunto que terminó en un asesinato accidental, no era
poca cosa, a pesar de que Will confesó ser el único responsable.
En mi manual de vida, todo eso entraba dentro de un mega perdón.
Mi madre parecía un poco desconcertada por la invitación de Savvie. —
Ah… Bien entonces. Supongo que puedo volver más tarde a por ese
vestido.
—¿En cuál estabas pensando? —preguntó Savvie.
—Bueno, me había gustado este. —La enseñó el atrevido vestido rojo de
escote bajo—. Pero... Manon ha pensado que intentaría escaparme con el
nuevo hombre de la casa.
Savvie se quedó boquiabierta, me miró y luego se echó a reír. —Por lo
que cuesta, me gusta, y es un Donatella. No te puedes equivocar con
Versace, sus formas siempre favorecen.
Saqué el vestido rosa monjil. —¿Y este?
Savvie hizo un gesto de disgusto con la boca, como si hubiera probado
algo amargo. —Oh, no. Es demasiado 'mírame, soy una niña de ocho años
otra vez'. Muy Alicia en el País de las Maravillas.
—Es parecido a lo que mamá ha dicho, lo ha llamado monjil.
Savvie se rio entre dientes. —Bien. —Inclinó la cabeza hacia el vestido
rojo que tenía mi madre en las manos—. Yo me quedaría con ese. Y, por
cierto, Cary está arruinado.
En lugar de sorprenderse, mi madre se echó a reír, al igual que Savvie.
Ahí estábamos las tres. Hace unos meses, éramos auténticas enemigas,
ahora trabajábamos en nuestro proyecto de familia.

OTRA FIESTA EN MERIVALE para la que tenía muchas opciones; tuve


que cambiarme cuatro veces antes de enamorarme de un vestido negro de
seda, de Prada, que Savvie tan generosamente me había prestado, después
de que entusiasmarme con él. Me dijo que solo lo había usado una vez
durante su etapa gótica y me tendió el reluciente vestido, añadiendo: —
Estarías genial, como Morticia.
La idea me divertía, quería lucir un vestido de cola de sirena.
Normalmente no vestía de negro en estos eventos, ya que la mayoría de
las mujeres preferían el color, pero estaba de luto por Drake.
Mi madre se puso frente al espejo con su vestido rojo, con el escote
pronunciado y una abertura en el muslo; el vestido realzaba sus curvas. Para
alguien que no iba al gimnasio, todavía estaba en buena forma. Algo que
ella achacaba al sexo frecuente y vigoroso.
—El sexo, en al menos cinco posiciones diferentes, es mejor que todo el
yoga que puedas hacer —me dijo una vez, como si me estuviera hablando
de las virtudes de comer verduras.
—El negro te queda bien. Aunque es un poco sombrío, ¿no crees?
Incliné la cabeza mientras me miraba en el espejo. —Mmm… me gusta.
Y no estoy precisamente de buen humor estos días.
—No te preocupes por él. Llegarán muchos otros. Y necesitas apuntar
más alto.
Me giré para mirarla. —No quiero mucho más, madre. A diferencia de ti,
no entra en mis planes follarme a la mitad de la élite de Londres. Y no
necesito hacerlo, de todos modos. Tengo mi propio dinero. Además,
prefiero hacer yoga o salir a correr, que tener sexo aburrido.
Esperé a que me llamara ingenua y estúpida, como solía hacer cada vez
que ponía los ojos en blanco y sugería que usara mi cuerpo para ascender en
la escala social. Pero se limitó a mirarme en el espejo y asintió lentamente.
—Necesito un cigarrillo —dijo, nerviosa.
Nunca la había visto tan nerviosa. Su valentía de costumbre, obviamente,
no se extendía a tener que pavonearse entre un montón de snobs ricos.
—Salgamos al laberinto —sugerí—. Ahí es donde todo el mundo va a
fumar o a drogarse.
—Te sigo —dijo ella.
La indiqué el camino de baldosas, en vez de ir por la tierra, que la última
vez aprendí de la peor manera posible, cuando mis tacones Louis Vuitton se
hundieron en el barro hasta el fondo. Aunque ahora llevaba tacones gruesos,
no estaba dispuesta a arriesgarme.
—¿Estás bien? —pregunté, quitándole una hoja que había caído en su
vestido, mientras nos parábamos en el laberinto y encendíamos nuestros
cigarrillos.
—Tengo que mentalizarme para todo el chismorreo que se avecina. —
Exhaló el humo—. Me sorprende que me dejen quedarme, y mucho más
que me inviten a esta fiesta.
—La abuela es muy buena. Es bastante indulgente.
—Mmm... o simplemente la carcomen los remordimientos.
—Bueno, si así fuera, entonces demuestra que tiene buen corazón. Todos
tomamos malas decisiones. ¿No es así?
—Por favor, no hablemos de lo de Peyton otra vez, ¿vale? Está encerrado
y eso es todo lo que necesitas saber; y que lo siento.
Giré bruscamente el cuello para mirarla a los ojos. —¿Cómo?
—Lo lamento. —Sus ojos brillaron, e incluso parecía que iba a llorar—.
Bueno, ¿podemos continuar?
Otra gran primicia. Nunca se había disculpado conmigo por nada, nunca.
Sin embargo, tenía razón. Basta de hablar. Esta era una nueva etapa en
nuestras vidas.
Si Drake pudiera encajar en este nuevo camino de alguna manera… Con
todas estas reconciliaciones, ¿podría unirse él también?
La cogí de la mano. —Vamos, consigamos unas copas de champán.
Ella sonrió y me dejó sostener su mano, algo que fue increíblemente
incómodo, pero a la vez agradable.
Íbamos camino a la casa, cuando Drake dobló una esquina y apreté su
mano.
—¿Qué ocurre? —Frunció el ceño.
—Es Drake.
Echó un vistazo. —Es muy guapo, pero no me gustan rapados. Tenía un
cabello precioso, según recuerdo.
Casi se me había olvidado el escalofriante recibimiento que le dio mi
madre a Drake la mañana que se conocieron, después de pasar la noche con
él.
Se habría rapado su precioso pelo, pero todavía estaba sexy.
Íbamos por el mismo camino, así que nos fue difícil ignorarnos el uno al
otro. Ni siquiera había intentado llamarme.
Sapphire me había dicho que habían quedado a tomar una copa y que no
había estado muy risueño.
—Hola —dije cuando nuestros ojos se encontraron.
Se detuvo frente a nosotras.
—Ya conoces a mi madre.
Su boca apenas se movió.
—Bueno, me voy adentro a tomar una copa —dijo ella, captando su
frialdad.
Mientras la veía marcharse, él frunció el ceño. —¿Qué está haciendo
aquí?
—Es una larga historia. Parece que me odias.
Se rascó la mandíbula. —No es eso.
—Entonces, ¿por qué no me has devuelto las llamadas?
Se encogió de hombros. —Necesitaba alejarme de todo.
—¿De lo nuestro, quieres decir?
No hubo respuesta, solo me miró con esos grandes ojos azules y me
dieron ganas de salir corriendo a gritar.
Le echaba de menos. Detestaba cuánto.
—¿Estás mejor ahora? —Lo que quería preguntarle en realidad era si me
echaba de menos. Pero no estaba preparada para una mala respuesta.
No obstante, allí permanecimos. Parecía querer decirme algo, pero se
notaba que no encontraba las palabras. Era algo normal en Drake. Cuando
nos conocimos, se dedicaba a mirarme boquiabierto, como si le hubiera
comido la lengua el gato.
Suspiré. —Bueno, en fin, será mejor que entres a por una copa, ya que has
decidido darme la espalda.
Iba a marcharme cuando me agarró de la muñeca. —No. Vamos a dar un
paseo hasta los acantilados y hablemos.
Miré hacia mis zapatos de tacón grueso.
—Quítatelos.
Una pequeña sonrisa creció en mi cara. —Eso es lo que me dijiste la
última vez que nos vimos, pero no te referías a mis zapatos entonces.
Finalmente, esbozó una sonrisa y mi corazón se abrió como una flor en
primavera.
—Ven. —Me tendió la mano—. Te tengo. —Como un rayo de sol en un
día nublado, su sonrisa creció.
Entrelazó su brazo con el mío, su familiar olor masculino me llegó y una
oleada de excitación hizo que mis piernas se tambalearan.
Los músculos faciales me dolían mientras sonreía de oreja a oreja.
—¿A dónde me llevas? —pregunté.
—A algún lugar privado.
—Mmm... eso suena peligroso.
Sí, por favor.
Dejó de caminar y se giró hacia mí. —No lo describiría así… es más
como si tuvieras que resolver un acertijo.
—Ah, ahora me tienes completamente fascinada.
Nos dirigimos a los acantilados. —No podré subir hasta allí arriba con
estos zapatos. —Me agaché y me los quité—. Por suerte, no llevaba medias.
Me había hecho un bronceado falso en las piernas.
Me ayudó a quitarme los zapatos y luego su mano acarició mi gemelo.
¿Quién hubiera pensado que el gemelo pudiera ser una zona erógena?
—No te hace falta utilizar esas cosas, tienes un tono de piel precioso —
dijo.
—Ya se me ha ido el moreno de mis únicas vacaciones en la playa.
Caminé deprisa ya que las piedrecitas se me estaban clavando en la planta
de los pies. Dejó de caminar y, al ver que lo estaba pasando mal, porque
Drake siempre estaba pendiente de mí, sugirió: —Sentémonos aquí.
Encontramos un banco con unas vistas preciosas del mar golpeando
contra el acantilado.
—A menudo vengo aquí a pensar —dijo.
—Eres muy profundo, ¿no? —Sonreí débilmente—. Lo opuesto a mí.
—Yo no diría que eres superficial.
—¿Cómo me definirías? —Incliné la cabeza.
—Quizás... en mal estado, confundida, preocupada.
Hice una mueca. —Mierda. Parezco horrible.
Él sonrió con tristeza. —No quería insinuar eso, pero tú me has
preguntado.
—Ah, ¿qué iba en serio?
—No soy médico, pero te vendría bien un poco de ayuda para procesar
todo lo que has vivido.
—¿Y tú no? Después de lo del accidente de tu padre, admitiste haber
perdido el rumbo. Lo cual es comprensible. —Entrelacé los dedos—. A mí
también me habría pasado. Pero ayuda hablar de ello.
—Ya lo sé. Eres la única persona a la que le he contado esas cosas. —Sus
párpados se levantaron lentamente, y sus ojos se encontraron con los míos.
A veces, cuando estaba dentro de mí, tenía esa misma expresión vulnerable.
—Eso es una especie de cumplido, supongo —respondí.
Nos sentamos en un silencio incómodo, mirando las olas del mar,
espumosas y turbulentas, al igual que mis emociones.
—Te he echado mucho de menos. Sabes más sobre mí de lo que nadie ha
conocido jamás. Es como si te hubiera dado la única llave de mi corazón y
de mi alma, lo que significa que no puedo dejar entrar a nadie más.
Tampoco es que quiera. —Se me quebró la voz y tuve que contener las
lágrimas.
—Parece que lo nuestro ha sido una tortura.
—¿Lo nuestro? —Sonreí débilmente—. ¿Todavía hay un nosotros?
—¿Por qué has perdonado a tu madre?
Ese repentino cambio de tema me confundió. —Tuvimos una larga
conversación y ella me lo explicó todo.
—¿Y lo de que te vendió a un pedófilo? ¿Cómo puedes perdonarla?
—Peyton le prometió que se casaría conmigo —dije.
—¿Teniendo quince años?
Casi me río de lo ridículo que sonaba saliendo de su boca.
—Bueno, lo hacen en Oriente Medio. Y Elvis Presley conoció a Priscilla
cuando ella tenía trece años o algo así.
—¿Qué? —Parecía tan aturdido que tuve que controlarme para no reírme.
Más por nervios que por humor.
—Es una puta locura —dijo—. Son cosas del siglo pasado, cuando la
violación se consideraba un deporte de los sábados por la noche.
—Yo tenía casi dieciséis años, y ella pensó que estaría mejor con un
multimillonario que había prometido casarse conmigo, que con otros
hombres.
—¿Otros hombres? —Sacudió la cabeza—. Entiendo que sea tu madre,
pero sus acciones son del todo imperdonables.
—Es complicado. No teníamos nada. Ella me dio la vida, por el amor de
Dios.
—Hay millones de madres solteras que no recurren a vender a sus hijos al
primer asqueroso que se les cruce. Multimillonarios o no.
—Lo sé. —Mi frustración iba en aumento.
Quería hablar de nosotros, no de mi pasado de mierda. Toda esta
discusión sobre la moralmente correcto estaba enturbiando mi perspectiva
sobre las cosas.
—Ella se disculpó conmigo. Algo que nunca había hecho antes. El
resentimiento era una carga muy pesada. Me hacía sentir jodidamente
atrapada y amargada. El perdón es liberador, ¿sabes? —Solté un suspiro—.
¿Puedes tú perdonarme?
Me giré hacia él, pero seguía con la vista puesta al frente, como si no
pudiera mirarme a los ojos.
El silencio se hizo intenso, como un castigo paralizante, como una barrera
entre nosotros.
Mi corazón se hundió. Su respuesta sin palabras contestaba a la pregunta.
Me levanté. —Buena suerte para encontrar a esa chica absolutamente
perfecta, criada entre agradables cenas navideñas y muchos abrazos
familiares.
Salí corriendo, con mis zapatos en la mano. El dolor de mis pies
clavándome todo, distrajo mi atención del dolor de mi corazón.
Nunca podría ser la chica que le hiciera sentir orgulloso. Y lo que me
dolió aún más fue que ni siquiera vino detrás de mí para tomarme entre sus
brazos y besarme.
Eso solo pasa en las películas.
Regresé a la fiesta y bebí como si fuera mi último día en la tierra.
Mi abuela tintineó su vaso. —Me gustaría anunciar mi compromiso. Cary
se puso junto a ella. El amor brotaba en su mirada.
Una sonrisa creció en mi rostro, mezclada con lágrimas de alegría por mi
abuela, a la que se la veía completamente enamorada, y de tristeza por
haber perdido al amor de mi vida.
No podía imaginarme amar a alguien como amaba a Drake.
Vacié mi vaso de un trago y observé a mi madre charlando con un hombre
mayor que llevaba una chaqueta de tweed. Tal vez eso era todo lo que
mujeres como nosotras podíamos esperar, hombres que se rieran de nuestros
chistes, que pagaran nuestras bebidas y que nos siguieran como perritos
falderos.
Esa perspectiva me hizo lanzarme a por otra copa de champán.
Prefiero ir a un programa de descerebrados en la tele, ambientado en una
isla paradisíaca, y coquetear con cabezas de chorlito musculosos y tatuados,
mientras me quejaba de un montón de chicas con los labios y las tetas
operados, a terminar con un hombre al que no amo.
Para siempre era demasiado tiempo para pasarlo con alguien cuyo olor
odiabas.
Drake había elevado ese listón tan alto, que llegó al cielo.
No podía imaginar volver a encontrarme con alguien como él.
Pero buscaría ayuda antes de volver a autolesionarme, porque me iría
mejor y descubriría cosas de mí que me gustaban, además de las tetas o el
pelo. Algo real, para variar.
Capítulo 32

Drake

MANON BALANCEÓ SUS CADERAS y los hombres la rodearon


mientras bailaba como una diosa.
Carson me pasó una botella de cerveza. —Manon se está desmelenando,
por lo que veo. —Me observó durante un minuto—. ¿Ya no eres su objeto?
—No estoy seguro. Ella está realmente mal. Quiero decir, tuvimos un
acercamiento, pero mi cabeza no para de hacerse preguntas.
—Bueno, no sé… Te hablo como un hombre que se casó con alguien que
estaba bastante jodida, la gente cambia. El amor cambia a las personas para
mejor.
Fruncí el ceño. —Ya, Savvie era bastante salvaje, ¿no?
—Así es. Todavía lo es, un poco. —Puso una sonrisa maliciosa.
Sin duda, Manon era una tigresa, y me encantaba lo salvaje que era
conmigo en la cama. —Estoy contigo, al cien por cien. No sé si alguna vez
podré volver a ser 'normal'.
—No. Yo tenía el mismo problema. Una vez que has probado algo exótico
y potencialmente peligroso, todo lo demás se vuelve un poco insípido.
Él tenía razón. Durante mi noche de fiesta con Sapphire y Billy, me quedé
a tomar unas copas más después de que se fueran y conocí a una chica. Era
bonita y alguien a quien, en el pasado, no me habría pensado dos veces el
follármela.
—Esa chica de Londres me pidió volver a vernos. Pero es que no me
excita para nada.
—Oye, he pasado por eso. Hay ciertas mujeres que son las indicadas.
¿Sabes? Sueñas con ellas. Invaden tus pensamientos. Yo estoy más feliz que
nunca. Savvie todavía tiene sus momentos, pero yo también. —Él se rio.
—¿Estás tratando de animarme a hacer que lo de Manon funcione? Antes
no parecías muy partidario. ¿Recuerdas que me dijiste que me mantuviera
alejado?
—Eso fue antes de que estuviera con Savvie, la gente cambia. He notado
que Manon ha madurado. Es más respetuosa con los demás, no está tan
cabreada con el mundo. No es la misma chica que conocí cuando trabajaba
para Crisp.
Ante la mención de ese demonio, tuve que preguntar. —¿Alguna noticia
sobre él?
—Sé que la policía está husmeando en eso de los huesos exhumados en
una de sus propiedades.
—¿Le van a encerrar?
—Seguía en el casino la última vez que lo vi. Estuvimos allí la otra noche
con un grupo de amigos para jugar al póquer y espiar un poco para
Caroline. —Se rio.
—Allí se mueve mucha droga, eso seguro.
—Eso lo sabe todo el mundo ya. Pero no se le puede acusar de nada.
—Al menos no ha venido esta noche. —Me preguntaba qué habría sido
del vídeo—. ¿Sabes que intentó matarnos?
Asintió. —No te preocupes. La policía está al corriente de todo. Estaría
loco si lo intentara de nuevo.
—Supongo que sí. —Suspiré.
Me tocó el hombro. —Oye, creo que deberías salir a la pista de baile. Ese
chaval se está poniendo tontorrón con Manon.
La había estado observando, y noté cómo mis venas se tensaban.
Entré a la pista de baile justo cuando la música cambió y empezó a sonar
una lenta. El tipo con traje de diseñador fue a abrazarla cuando interrumpí.
—Ella me ha prometido este baile, amigo. —Sacudí la cabeza y le puse
una de mis miradas de 'vete a la mierda'.
—¡Oye! —Ella hizo un puchero—. Yo no te he prometido nada.
La tomé por la cintura y la atraje cerca de mí. Tan cerca que mi polla
cobró vida por primera vez en semanas. —Creo que sí me lo has prometido.
—¿Estamos hablando de bailar? —Su barbilla se inclinó hacia mí, y sus
ojos brillaron con una sonrisa sugerente. En el fondo sabía que no podía
negarme a mí mismo que me moría por ella.
Oliéndola como si fuera una flor perfumada, permití que toda la angustia
se desvaneciera.
Solo existía ese momento y nada más.
El pasado podía quedarse allí.
¿Y el futuro? Bueno... nadie podía predecirlo.
Pero una cosa tenía segura, iba a ser yo quien desabrochara ese bonito
vestido esta noche.
—¿Esto significa que me has perdonado? —Sus ojos estaban muy
abiertos.
—Te perdoné hace años, Manon. Soy yo quien se tiene que perdonarse a
sí mismo.
Su ceño se arrugó. —¿Por qué estás enfadado contigo mismo?
—Por un montón de mierda, pero no pensemos en eso. Déjame disfrutar
de este momento.
Se aferró a mí con más fuerza y enterró su cabeza en mi hombro, y de
repente todo lo que pude ver, fueron posibilidades.
EPÍLOGO

Caroline Lovechilde

ESTABA COMPROMETIDA CON EL amor de mi vida, y por ello debería


haber estado en la cima del mundo. En cambio, el fantasma de Alice
Ponting me tenía colapsada; había regresado para perseguirme. No había
champán suficiente para ayudarme a olvidar a esos detectives entrometidos
y sus interminables preguntas. Pero solo tenía que mantener la farsa, algo
en lo que debería ser buena después de treinta años interpretando el mismo
papel.
Dejando a un lado esos pensamientos inquietantes, tenía otro fantasma de
mi pasado con el que lidiar, mi primera hija.
Bethany paseó por la estancia, como si mirarme doliera. Incluso cuando
se hizo pasar por sirvienta, recordé que no podía mirarme a los ojos, como
si tuviera algo que ocultar.
Era divertido.
Todavía no me había perdonado por no haber leído las señales entre
Bethany y Will. Sin embargo, una vez que superé la humillación de que
Ethan se casara con una cantante de folk, mi mente se ocupó de otras cosas.
Me afectó profundamente enterarme de la participación de Will en el
asesinato de Harry.
A pesar de la creencia popular de que la muerte de mi esposo me había
beneficiado, lamentaba profundamente la pérdida de Harry. Solo que el
mundo nunca se dio cuenta de ello. Hacía mucho tiempo me prometí a mí
misma no llorar en público.
Hablar de negocios el día de su funeral fue de mal gusto, lo sé, pero era
mi forma de lidiar con la guerra que se libraba en mi corazón.
Todavía echaba de menos a mi esposo. Era mi mejor amigo y su habilidad
para tratar con la élite de Londres, no tenía parangón. Por eso mismo me
uní a Harry Lovechilde.
Todos asumieron que nos odiábamos, pero eso estaba lejos de la verdad.
Fue Rey, y solo Rey, quien me obligó a construir Elysium.
No tardé mucho en darme cuenta de que el lujoso complejo turístico por
el que había luchado, no era más que una fachada para su actividad
delictiva. Cuando me percaté, no pude dormir en muchas noches, pensando
en cómo liberarme de esta red en la que había quedado atrapada.
Y ahora mi pasado había vuelto para cobrarse lo suyo.
Había hecho un trato con el diablo para alcanzar mi posición actual, una
mujer enamorada, bendecida con una prosperidad inimaginable y
sosteniendo las riendas de una de las dinastías más adineradas establecida
desde hace mucho tiempo.
Pero, ¿a qué precio? Actividades desagradables e ilegales en nuestra
puerta y ahora la ley rondando como lobos hambrientos.
Mi compromiso con Cary debería haberme elevado, dado que él era el
amor de mi vida. Mi alma gemela. Aquella con la que armonizaba en esa
orquesta celestial descrita por Platón. Sin embargo, como mujer pragmática,
tenía poco espacio en mi corazón para tales reflexiones poéticas de filósofos
antiguos.
Antes de Cary, pensaba que todo eso de las almas gemelas era una tontería
del New Age que nublaba las mentes de las personas para idealizar la
institución del matrimonio.
Siempre había visto el matrimonio como un arreglo comercial práctico
que aseguraba mi supervivencia y, lo que era más importante, para que mis
hijos tuvieran todo lo que desearan, permitiéndoles así alcanzar su máximo
potencial.
No había salido exactamente según lo planeado. No había nobleza de la
que hablar. Todavía. Todos se habían casado con plebeyos, pero ese era otro
asunto.
Ni en mis sueños más locos hubiera imaginado enamorarme como lo
había hecho.
Mi relación con Will fue puramente por conveniencia, ya que él era bueno
en la cama y ambos compartíamos una libido activa, lo que me ahorró la
necesidad de buscar otras parejas sexuales, que se había vuelto agotador y
complicado pues mis amantes acababan encariñándose. Durante los
primeros días de mi matrimonio, me volví un poco rebelde y coqueteé con
algunos hombres del lado más oscuro de Londres.
Hubo uno en particular… pero esa es otra historia.
A Harry no le importó. De hecho, alentaba mis aventuras fuera del
dormitorio conyugal.
Extraño matrimonio el nuestro. Pero le amaba como se quiere a un
hermano.
Y ahora, aquí estaba yo, en esta sala verde rara vez visitada, con la hija de
la que me deshice en su día.
Por supuesto, a menudo me preguntaba por ella, pero no dejaba que la
duda me detuviera.
Mirar al pasado atraía a demasiados fantasmas.
Vestida de rojo y con un escote de los que matan, tenía a los hombres
babeando.
—¿Qué estás tramando, Bethany?
Jugueteó con una figurita de una bailarina y luego sus ojos se levantaron
lentamente para encontrarse con los míos. Una sonrisa se transformó en una
mueca inocentona, rellena de colágeno. —¿Por qué piensas que tramo algo?
Tomé aire para procesar una explosión de pensamientos. —¿Necesito
explicarlo?
—Ah… ¿por lo de Will? —Se encogió de hombros—. Te hice un favor,
¿no? Tu prometido actual es mucho mejor. Pareces muy enamorada.
Nuestros ojos se encontraron y mi pulso se aceleró. —Repito, ¿qué estás
tramando?
Ella se rio. —No estoy interesada en Cary, si eso es lo que me estás
preguntando. Ni siquiera se ha fijado en mí. Parece que no puede quitarte
los ojos de encima.
Se acarició las largas uñas rojas, un hábito que yo también tenía. Aparte
de nuestro parecido físico, ¿era lo único que teníamos en común?
Su sonrisa socarrona me recordó a la de mi padre adoptivo violador. Su
padre.
¿Por qué la había dejado entrar en mi casa? Sobre todo, después de todo
lo que nos había hecho a mí y a mi familia.
Fue Manon quien negoció esta tregua, y yo amaba a mi nieta. En Manon,
me vi reflejada a su edad, solo que yo era menos franca y grosera, lo que
imagino que tiene que ver con crecer en los años ochenta.
Yo me inspiraba más en la reina Isabel, serena y firme, que en agitadores
como Germaine Greer.
Mientras estaba en la universidad, evitaba a ese tipo de estudiantes. Hacía
copias de Female Eunuch y hacía proselitismo en una prosa impactante,
prefiriendo el té en Claridge's. Pronto averigüé que las esposas mimadas de
hombres poderosos tenían más influencia que las feministas con todas sus
protestas.
No es que no creyera en la igualdad. Las reinas de Inglaterra fueron un
claro ejemplo de cómo las mujeres podían dominar el tira y afloja del poder
mediante el uso de la observación aguda y las tareas de malabarismo, con la
misma facilidad que una bailarina entrenada, mientras reservaban sus
corazones para esos pocos en los que confiaban.
Mi hija estaba reclinada en una tumbona, con el aspecto de la mujer rica
en la que se había convertido. Especialmente con ese vestido de Versace y
Louis Vuitton rojo sangre. Solo tenía que mantener la boca cerrada.
Al menos Manon estaba trabajando para eliminar ese acento vulgar. Yo
me deshice del mío después de que Reynard me lo recomendara si deseaba
convertirme en una mujer importante.
Incluso leí el libro sobre el tema. A pesar de que me pareció una lectura
inspiradora, no estaba dispuesta a caminar por los páramos y trabajar como
sirvienta, solo para quedarme embarazada del hijo de un señor noble.
Yo opté por el camino fácil, me asocié con un personaje escurridizo que
poseía todos los contactos y respuestas para mí, una ingenua joven de
dieciocho años que pensó que había conocido al hombre de sus sueños.
Sí, estuve perdidamente enamorada de Reynard.
Sin embargo, ahora, mirando hacia atrás, no era amor lo que sentía, dado
que el sexo era normal. Era la posibilidad de acceder a mundo glamuroso
con el que solo podía soñar. Un mundo rico, donde las mentes inteligentes
se mezclaban, vestían fabulosamente, olían como un jardín celestial y
hablaban en inglés de Queens con palabras largas y grandilocuentes. En
aquel entonces, y subiendo puestos en mi estatus social, encontré que las
palabras adecuadas podían ser más afrodisíacas que el tamaño del pene de
un hombre.
Cary lo tenía todo: inteligencia, belleza y una gran polla hiperactiva.
Teniendo en cuenta mis considerables apetitos carnales, fue irónico que
acabara casada con un hombre homosexual que, en aquel momento, era
bisexual.
Tuvimos tres hermosos hijos para dar fe de la fluidez sexual de Harry y
las pruebas de paternidad confirmaron su paternidad. Algo que hice a
escondidas.
—¿Tengo que tener un motivo para estar aquí? ¿No puedo, sencillamente,
querer tener más relación con la familia? —preguntó Bethany.
La observé atentamente en busca de algún indicio de sarcasmo, pero ella
tenía una expresión seria. Otra de las cosas que podría haber heredado de
mí.
—Necesito saber que puedo confiar en ti, Bethany.
—Entonces háblame de mi padre, y te prometo que me mantendré alejada.
Eso me dejó sin aliento.
Aunque inesperada, su petición no debería haberme sorprendido. Era
normal querer saber de tus padres.
Pero, ¿cómo se lo contaría?
La verdad significaba dejarme al descubierto.
Y estar al descubierto te hacía débil, algo que aprendí de la manera más
difícil… y demasiado pronto.
PROPIEDAD DE UN
MILLONARIO

Lovechilde Saga 5
J. J. SOREL
Contents

1. Capítulo 1

2. Capítulo 2

3. Capítulo 3
4. Capítulo 4

5. Capítulo 5
6. Capítulo 6

7. Capítulo 7

8. Capítulo 8

9. Capítulo 9
10. Capítulo 10

11. Capítulo 11

12. Capítulo 12

13. Capítulo 13
14. Capítulo 14

15. Capítulo 15

16. Capítulo 16

17. Capítulo 17

18. Capítulo 18
19. Capítulo 19

20. Capítulo 20

21. Capítulo 21

22. Capítulo 22

23. Capítulo 23
24. Capítulo 24

25. Capítulo 25

26. Capítulo 26

27. Capítulo 27

28. Capítulo 28

29. Capítulo 29

30. Capítulo 30
31. Capítulo 31

32. Capítulo 32

33. Capítulo 33

34. Capítulo 34
35. Capítulo 35

36. Capítulo 36

37. OTROS LIBROS DE J. J. SOREL


Capítulo 1

Carol

1985

Hace un año, si alguien me hubiera dicho que estaría sentada en este


elegante bar de Mayfair sosteniendo una copa de cristal, admirando los
últimos diseños de Dior y Alexander McQueen, habría pensado que estaba
loco. Pero allí estaba yo, en ese discreto bar de Londres que rezumaba la
sofisticación del viejo mundo, con sus paneles de caoba y sus melancólicas
lámparas.
Tampoco esperé nunca tener una habitación para mí sola en Oxford, ni
alojarme en un hotel elegante durante los descansos. Y todo gracias a un
encuentro con Reynard Crisp que me cambió la vida, un hombre al que
todavía no conocía muy bien.
Acababa de tomar un sorbo de mi vaso cuando entró mi benefactor.
Señaló con la cabeza a un par de hombres con chaquetas a medida,
recostados sobre cuero suave bajo una luz tenue y favorecedora, capturando
el humo que salía de sus sonrisas, seguros de sí mismos.
Extendieron las manos como si él fuera su amo y señor. Mmm... Curioso.
Crisp, con su cabello rojo intenso, sus penetrantes ojos azules y su erguida
estatura, sabía cómo dominar una estancia.
Aunque Reynard tenía algo que me atraía, rápidamente descubrí que yo
no era su tipo, a pesar de haber pasado una incómoda noche de intimidad
que mi inseguridad atribuyó a la inexperiencia con los hombres.
Aunque en el fondo, ese no fue el problema. A Reynard simplemente le
gustaban las chicas puras, o eso admitió después de unas cuantas copas.
Al igual que el mío, su pasado era una zona prohibida que nunca debía
compartirse, bajo ninguna circunstancia. No es que lo admitiera, pero noté
cómo hábilmente cambiaba de tema cuando le preguntaba sobre su juventud
o sus estudios. Lo único que había revelado sobre su infancia, era tener una
obsesión casi enfermiza por los libros.
Dejé de hacerle tantas preguntas en el momento en el que me convertí en
su proyecto, como él mismo me llamó. Lo único que sabía, era que Reynard
Crisp poseía una mente envidiablemente aguda. Su amplio conocimiento de
la historia hacía parecer que él mismo había vivido aquellos
acontecimientos.
Cuando se unió a mí, me levanté y besé su fría mejilla, quedándome con
el aroma de su colonia cítrica.
Miró mi bebida y, sin preguntarme, pidió otra.
—Matrícula de honor en todas tus asignaturas. Estoy impresionado —
dijo, complacido.
A pesar de experimentar la profunda satisfacción que una niña podría
sentir ante los elogios de un padre, le devolví una sonrisa indiferente.
Mostrar las emociones solo te debilita, me decía a mí misma una y otra
vez, especialmente cuando la noche caía y el miedo que me atenazaba los
músculos amenazaba con aplastarme. Gracias a la generosidad de Reynard,
había exorcizado esa sombra debilitante, volviéndome serena y pragmática,
decidida a aprovechar mi vida al máximo.
Fue agradable compartir mi ensayo sobre el nacimiento de la monarquía
inglesa, el cual también había sido calificado con matrícula de honor.
Celebrar victorias tan pequeñas, como aprobar un examen con gran éxito,
era una de las desventajas de no tener familia.
Había escapado de la mía.
Tuve que hacerlo. Mi amargada madre adoptiva parecía culparme por su
incapacidad para tener hijos, y su marido era un vago borracho. Luego
llegué a la pubertad y él empezó a fijarse en mí.
Por eso preferí mirar hacia adelante. Si necesitaba un recordatorio de la
desolación de la vida, leía a Zola o Hardy, en lugar de recordar mi infancia
en aquel feo apartamento de protección oficial en Dalston.
Reynard pidió un whisky de malta y luego volvió a centrar su atención en
mí, asintiendo con la cabeza y dándome palmaditas en el brazo. Al parecer,
mi éxito académico significaba tanto para él como para mí.
Me pasó una llave. —Esto es para Notting Hill. La casa es tuya para hacer
lo que desees. Las escrituras están a tu nombre.
Me miré la palma de la mano, casi sin palabras. La llave captó la luz y
brilló como si fuera oro y tuviera algún tipo de poder mágico.
Olas de expectación y esperanza me recorrieron. No es que no estuviera
disfrutando de mi estancia en el hotel de cinco estrellas de Oxford Street
que él tan amablemente había pagado, pero un lugar propio ofrecía muchas
posibilidades, mucha libertad.
Sin embargo, los motivos detrás de tan asombrosa generosidad plantearon
todo tipo de preguntas; ya había visto que nunca daba nada sin algún tipo de
expectativa a cambio. De hecho, ya estaba cumpliendo algunas de esas
expectativas, por las que él me había pagado generosamente. O eso pensé.
—Rey, es que no lo entiendo. Estás siendo tan generoso… ¿Cómo se
supone que debo recompensarte?
Sus ojos brillaban con esa chispa astuta que ya reconocía, una señal
reveladora de que algo se estaba gestando detrás de su fachada serena. Ya
había sido testigo de ese mismo brillo en las cenas a las que él había
insistido en que asistiera, donde los negocios se convertían en el plato
principal y a menudo implicaban que yo cerrara el trato, por así decirlo.
El banquero suizo mayor había sido mi favorito.
Eso era lo que hacíamos. Yo era el edulcorante de los tratos de Rey. No
tenía por qué hacerlo, lo dejó bien claro. Pero me sorprendió lo mucho que
disfrutaba del sexo. Rey lo sabía. Y con mis curvas en los lugares correctos,
o eso decían, le resultaba muy útil a mi nuevo benefactor.
Mientras esperaba una respuesta, Alice Ponting, una chica que conocía de
la universidad, entró al bar con Harry, alguien a quien había conocido
brevemente.
Alice se había convertido en una especie de amiga, ya que vivía en la
habitación contigua a la mía en Oxford. Por regla general, me mantenía en
un segundo plano, un hábito que había adoptado desde pequeña. Una de las
pocas ventajas de ser una loba solitaria, era evitar preguntas molestas como
—¿Qué vas a hacer en Navidad?
Sin embargo, parece que los lobos solitarios se huelen entre sí, porque
conocí a Rey en un bar una noche cuando estábamos allí solos. Incluso una
vez me dijo que estábamos cortados por un patrón similar, lo que provocó
mi primera y última pregunta sobre su vida. Su evasiva respuesta: ‘Es mejor
dejar el pasado atrás’, fue algo que entendí bien, después de haber enterrado
mis primeros dieciséis años en algún lugar oscuro y olvidado.
La privacidad y la discreción significaban tener un estricto control sobre
la propia dignidad, subrayaba Rey. Y nadie entendía esto mejor que yo.
Antes de conocer a Rey, no era más que un caparazón vacío, pero él me
enseñó las costumbres del mundo. En su opinión, ser astuto en la calle
reemplazaba cualquier ventaja obtenida con una educación universitaria.
La universidad satisfizo mi hambre de libros y conocimientos, que nació
en el momento en que enterré mi cabeza en un libro cuando aún era
pequeña. Fue mi única vía de escape de la brutal realidad de vivir en un
piso de protección oficial y oír a la gente gritarse día y noche. En mi
adolescencia, encontré una copia de Nana en el autobús escolar y descubrí
la literatura francesa, donde aprendí sobre condiciones humanas peores que
las mías.
Fue entonces cuando me di cuenta del verdadero valor de los libros. Se
convirtieron en ese amigo sin prejuicios que no solo me entendía, sino que
me hacía ver que cuando se trataba de miseria, no estaba sola.
—Estás aquí. —Alice, siempre alegre, parecía genuinamente complacida,
lo que me desconcertó, considerando que apenas nos conocíamos.
Me besó en la mejilla y, a pesar de que todo el asunto de besar y tocar me
parecía un poco incómodo, le seguí la corriente. Seguramente sería por el
gin tonic, pero mi barrera natural con las personas pareció derretirse
después de unas copas.
Antes de empezar a codearme con la clase alta, siempre relacionaba los
toqueteos y los besos con algo que uno hacía antes de follar. Mis padres
adoptivos nunca se abrazaban, de hecho, no lo hacían ni conmigo. Bill, mi
padre adoptivo, solo lo hizo una vez que, según sus palabras, había
madurado.
Yo no era mucho mejor. Me había negado a cargar con la bebé que había
dado a luz hacía unos meses, a pesar de la expresión de horror en el rostro
de la enfermera. Su expresión todavía me perseguía en las noches de
insomnio, cuando algunos recuerdos de esa cama de hospital pasaban por
mi cabeza como un coche fuera de control.
—¿Conoces a Harry? —Alice preguntó en su habitual tono alegre. La
deslumbrante chaqueta azul enfatizaba su exuberancia, mientras que su
esbelta figura parecía engullida por unas horribles hombreras.
Asentí mientras reconocía a su novio con una sonrisa sutil.
Devolviéndome una cálida y muy hermosa sonrisa, Harry se acercó y me
besó en la mejilla. Mientras se retiraba, su colonia permaneció, dejando un
aroma sutil, pero agradable, a sándalo mezclado con cuero ahumado, un
aroma que asociaba con los hombres ricos, ahora que ya me había
empapado de ese mundo.
—Él es Reynard —dije.
Inclinó la cabeza en señal de reconocimiento y estrechó la mano de Harry.
—Nos hemos visto en alguna ocasión.
Por supuesto, Rey conocía a Harry Lovechilde. Al parecer, conocía a
todas las personas ricas de esa ciudad.
—Bien hecho, felicidades por convertirte en la mejor de la clase —me
dijo Alice, con los ojos radiantes, como si ella fuera la que tenía las mejores
calificaciones. Se volvió hacia Harry—. Carol ha sacado la máxima
calificación en su ensayo de último año.
Harry parecía genuinamente complacido. Cuando sonreía, se le formaban
hoyuelos en las mejillas y sus ojos azules irradiaban calidez. Sentí una
atracción instantánea. Parecía inclusivo, pero sin ser snob, como les pasaba
a muchas de las personas que había conocido a través de Rey.
La satisfacción que emanaba de la mirada de mi benefactor también me
inspiraba a tener éxito, un impulso que nunca había tenido hasta que le
conocí. Reynard creía que la mejor forma de lograr la belleza, era con una
mente bien desarrollada.
Fue un golpe de suerte conocer a Rey en aquel momento de mi vida.
¿Habría tenido otra alternativa?
A veces me lo preguntaba.
Había hecho algunas cosas malas por él... pero la recompensa mereció la
pena. Significaba tener a alguien que me apoyaba, que pagaba mis estudios
universitarios, por no hablar del nuevo guardarropa con modelos de
diseñador y el codearme con gente rica y bien hablada que parecía reírse de
todo.
Todo lo contrario a esa chusma que dejé en Dalston.
Sí, yo también me había vuelto un poco snob. Confraternizar con los de la
mejor clase tenía sentido para mí y estaba decidida a hacer que mi vida
fuera así para siempre, costara lo que costara.
Nunca más volvería a un infierno que ni siquiera Dante podría haber
imaginado. Ya fuera impulsada por el ego o por la pura necesidad de
convertirme en alguien, no sabría decirlo. Todo lo que sabía era que lo
único que importaba era convertirme en una mujer importante, como Rey
había sugerido recientemente. Y si eso significaba tener que follar con
algunos hombres mayores y ricos para que Rey pudiera cerrar algún trato,
que así fuera.
—He oído hablar de tu nueva empresa —le dijo Rey a Harry.
—Sí, bueno, todavía es pronto. —Harry tomó un sorbo de su bebida—.
Siempre quise poner en marcha una rama de inversión para la marca
Lovechilde, aunque mi padre no está tan interesado. Él cree en la propiedad
de la tierra, en los ladrillos y el mortero. Odia el mercado financiero.
—Él puede permitirse el lujo de mantener esas creencias. —El
levantamiento de cejas de Rey no pasó desapercibido para mí. De vez en
cuando se dejaba entrever un indicio ocasional de sus modestos comienzos.
Incluso sentí que podría haber tenido una vida difícil, después de algunas
pinceladas que había contado después de que unas cuantas copas le soltaran
la lengua.
Por eso, creo, conectamos aquella primera vez que le conocí en aquel bar
de lujo, a pesar de que yo no tenía ni un centavo a mi nombre, y estaba
decidida a seducir a alguien para salir de la pobreza.
Funcionó.
Conocí a Rey.
Rápidamente descubrí que Reynard Crisp no estaba interesado en mí de
esa manera. Me preguntaba si era gay, pero pronto supe sobre su debilidad y
tenía poco que ver con hombres o incluso con mujeres. Le gustaban jóvenes
e intactas. Tenían que tener al menos dieciséis años, añadió rápidamente,
después de notar la expresión de sorpresa en mi rostro. Quizás fue en ese
momento cuando debí haber salido corriendo de este enredo.
Pero claro, estaba desesperada, y conocer a Rey me había catapultado a
una vida glamurosa y llena de posibilidades. Negociación fáustica o no,
solo el tiempo lo diría, pero era un riesgo que no podía permitirme el lujo
de no correr.
Con el apoyo financiero y moral de Rey, completé mi último año de
escuela secundaria. Incluso me pagó un curso en una escuela privada para
que pudiera aprender a hablar el inglés de la Reina con absoluta precisión.
Y como ya he dicho, me compró un guardarropa entero. Todo lo que tenía
que hacer era presentarme en cenas como su compañera y luego acostarme
con algún hombre mayor, rico y que olía bien.
Pronto me hice muy popular. Incluso me vi metida en alguna aventura con
alguno, principalmente por los regalos y estancias de fin de semana en
hoteles de cinco estrellas de la costa.
Todos eran hombres casados. Mi brújula moral se había desviado desde el
momento en que escapé de Dalston. Además, ser amable estaba
sobrevalorado. Especialmente si eso significaba casarse con una persona
pobre y soportar una lucha de por vida.
—Bueno, dime ¿qué vas a hacer en vacaciones? —preguntó Alice,
apartándose los finos mechones rubios de sus ojos.
—Quizás me quede aquí en Londres.
Tocó mi nueva blusa de seda roja, que costaba el equivalente a servir
mesas durante toda una semana. —Qué bonita.
—No pude resistirme. La compré en esa pintoresca boutique de Oxford
Street.
Harry parecía atento mientras él y Rey discutían algún plan financiero. O
podría haber sido su cordialidad natural. Fue en ese momento cuando me
enamoré y tuve que tener cuidado de no desmayarme. Cada vez que Harry
me miraba, mi cara se ponía al rojo vivo.
Era guapo, inmensamente rico, inteligente y refrescantemente inclusivo;
no era condescendiente ni jugaba la carta chovinista como otros hombres
que había conocido. Y fue el primero en hacerme sonrojar.
Sentí que casarme con un hombre como Harry sería como ganar una
lotería que prometía una vida de felicidad.
Alice me sonrió. —Harry me ha pedido que me case con él.
Deseé que no hubiera notado mi mueca de dolor en respuesta a su
excitante anuncio. —¡Eso es fantástico! Me alegro por ti. —Nunca fui
alguien que mostrara emociones desbordantes que hacía que mujeres como
Alice chillaran y perdieran todo el sentido del decoro; me mantuve
tranquila, a pesar de una arrolladora oleada de envidia.
Sí, era un partido, de acuerdo. Un multimillonario que no solo era de
modales agradables, sino también alto, moreno y guapo.
—Aún no me ha dado el anillo. Pero supongo que lo hará muy pronto. —
Su sonrisa era tan alegre que tuve que entrecerrar los ojos.
Por extraño que fuera su entusiasmo hacia mí, me hubiera encantado tener
una dosis de su alegría y sentir esa excitación palpitante que había leído en
las novelas. Aunque llegaba al orgasmo fácilmente al permitir que mi mente
divagara en fantasías lujuriosas que implicaban una gran polla y una
situación peligrosa, nunca me había alejado suspirando por los hombres con
los que me había acostado.
—¿Y qué me dices de ti? —Miró de reojo a Rey.
—Lo nuestro no va por ese camino. No soy su tipo.
—¡Vaya! Y yo que pensaba que eras del tipo de todos. Eres tan guapa y
tienes el mejor cuerpo que he visto.
Asentí en agradecimiento. Sí, me habían dotado de pechos grandes y un
trasero respingón, como solía señalar el malvado Bill, mi padre adoptivo.
¿Hubiera preferido ser invisible?
En aquel entonces, desde luego.
Sin embargo, ahora que la vida había dado un giro más que agradable,
disfrutaba de que me desearan los hombres adecuados. Los poderosos. Los
ricos. Y en ocasiones, los sexys. Pero eran solo un coqueteo, un postre
irresistible que me permitía en determinadas ocasiones. Pero nunca me
permitiría enamorarme de nadie que tuviera menos de ocho ceros en su
cuenta bancaria.
A pesar de creer que las mujeres podían gobernar el mundo (y hacerlo
mejor, como lo había demostrado la historia), también apreciaba tener mis
atractivos físicos a los que recurrir. ¿Qué más tenía? No podía venderme
exactamente solo con ingenio. Aún no.
Ya vendría esa etapa. La educación se encargaría de ello.
Hablando de eso, Alice levantó una ceja. —¿Qué pasa con Ben? Está
absolutamente enamorado.
—No es mi tipo. —Suspiré. Ya lo quisiera. Era tan rico como ellos—. Un
poco demasiado empollón para mí.
Se rio. —Esto viene de 'lo siento, no puedo ir a tomar algo, tengo un
trabajo que quiero terminar´.
Tuve que sonreír ante lo comprometida que me había vuelto con mis
estudios. Fueron un regalo. Me encantaba estar en esa universidad sagrada y
absorber la resonancia del brillo que se filtraba por aquellos pasillos
cincelados. Cuando llegué por primera vez, casi me quedo sin aliento, como
una adolescente entusiasmada. Mis ídolos no eran estrellas del pop, sino
antiguos alumnos de Oxford como Aldous Huxley o Robert Graves.
—Harry dará una fiesta el sábado en Mayfair. Deberías venir. Todos
estarán allí. Será muy divertido —dijo Alice.
Eso sonaba divertido.
Rey lo escuchó, por supuesto, con sus ojos y oídos supersónicos.
Harry sonrió. —Ambos deberíais venir. Por favor, será un honor. —Miró
de Rey a mí y mi corazón dio un vuelco.
Rey asintió. —No tengo mucho que hacer. Así que gracias, suena
entretenido.
—Nos vamos ya. —Harry miró su Rolex—. Hemos quedado con un
familiar lejano. —Se volvió hacia Rey—. ¿Por qué no almorzamos? Me
encantaría conocer a la gente del negocio suizo.
—Me parece bien —dijo mi benefactor.
Después de su marcha, Rey se giró hacia mí y realizó una sutil inclinación
de cabeza hacia la puerta, que Harry mantenía abierta para Alice. —Ese es
tu futuro marido.
Mis cejas se alzaron hasta juntarse con el nacimiento de mi cabello. —
Pero ya está comprometido…
—Mmm… he visto cómo te miraba.
—Harry está enamorado de Alice. Son inseparables. Te lo estás
imaginando, Rey.
—¿Y tú no estás interesada? —Ladeó la cabeza, con una leve sonrisa.
—Es guapo y dulce. Y…
—Asquerosamente rico. Dinero viejo. Del mejor tipo.
—Pero ya están prometidos.
—¿Te lo ha contado ella? —Su mirada de decepción confirmó cuán
comprometido estaba Rey con esta idea de casarme.
Asentí. —Justo ahora. Además, ella es mi amiga.
—Nadie es amigo de nadie, recuerda eso. Sois solo conocidas.
Nuestros ojos se encontraron y él se fijó en los míos para enfatizar esa
lección. Para tener veintidós años, me recordaba a un anciano.
Entonces Rey miró por encima de mi hombro y asintió hacia alguien. Me
volví y vi a Helmut, uno de sus muchos colaboradores cercanos que me
habían impuesto y con quien me negué a follar en varias ocasiones. Nuestra
primera vez fue un poco más dura de lo que me gustaba, y con eso no me
refiero a sexo apasionado contra la pared. Él quería practicar sexo anal,
cosa que rechazo en absoluto, y terminé teniendo que salir corriendo antes
de que se volviera más desagradable.
Rey debió darse cuenta de mis ojos en blanco y dijo: —Sé amable.
—No iré con él, Rey. ¿Recuerdas el trato? Solo si puedo soportarles.
—Quiere hacer las paces. Quiere invitarte a una fiesta.
—¿Por qué no vas tú con él? —Fruncí el ceño. Ese incidente con Helmut
había sacado a la luz algunos recuerdos oscuros.
Rey negó con la cabeza. —No es mi sitio.
—¿Y por qué tiene que ser el mío? —presioné.
—Él tiene algo que necesito, Carol.
—¿Debo hacerlo?
Él frunció el ceño. —¿Te gusta Harry?
Extendí las manos. —Bueno… sí. Pero él está con Alice.
—Puedo hacer que cualquier cosa suceda. Dale otra oportunidad a
Helmut.
—No me lo follaré, Rey.
—Él no quiere eso.
Cuando me giré, allí estaba Helmut con su gran cabeza redonda y calva,
su rostro rojo rebosante de emoción, como si no hubiera esperado
encontrarse con nosotros.
Todos estos hombres se dedicaban a actuar y a hacerse los sorprendidos.
Todo era cuestión de dinero y poder, y nada estaba por debajo de ellos si
podían conseguir lo que querían.
Ahí es donde yo jugaba un papel muy importante.
Solo esperaba mantener este período de mi vida en secreto en el futuro
que había planeado para mí. Un futuro que no involucraba jodidos señores
cachondos y hombres ricos casados.
Si hubiera querido ser una dama de compañía, podría haberlo sido cuando
me escapé de casa a los dieciséis años. Pero conocer a Rey esa noche e ir
con él a su exclusiva casa en Mayfair, me abrió los ojos a nuevas
posibilidades.
No sabía que se convertiría en mi proxeneta.
Ya había destacado este papel alguna vez. La diferencia, como él dijo, era
que yo solo necesitaba follarme a algún banquero o señor rico de vez en
cuando. A cambio, me proporcionaba un lugar agradable donde vivir, una
tarjeta de crédito y una educación en Oxford que me permitía relacionarme
con aquel grupo de privilegiados.
—¿Pero eso no manchará mi reputación? —le pregunté a Rey.
—Lo que sucede a puerta cerrada en estos círculos, se queda aquí.
Recuérdalo. Dejan los cotilleos para sus esposas aburridas.
Yo misma había presenciado susurros, cejas arqueadas y el malvado
deleite ante algún escándalo jugoso, y negué con la cabeza. —Los hombres
también cotillean.
Capítulo 2

—AH… ¿ESTÁS AQUÍ? —DIJO Helmut, como si verme fuera una gran
sorpresa.
Helmut traficaba con armas, algo que yo hubiera preferido ignorar. Pero
después de escuchar la mención de los Kalashnikov, la curiosidad se
apoderó de mí y le pregunté a Rey sobre su interés en las armas. Lo expuso
como si estuviéramos hablando de vender marihuana o alguna droga
blanda, diciendo que, si Helmut no lo hacía, alguien más lo haría. A pesar
de lo inquietante que eso me resultaba, me recordé a mí misma que solo
necesitaba seguir ascendiendo en esa escala social.
Manteniendo la calma, tomé un sorbo de mi G&T y saludé cortésmente a
Helmut, como si me hubiera olvidado de su libertinaje de borracho.
Rey miró su reloj de oro. —Será mejor que me vaya. Debo encontrarme
con alguien en mi club.
Le susurró algo a Helmut, quien respondió con un gesto tranquilizador.
Entonces Rey se inclinó y besó mi mejilla. —Recuerda, tengo grandes
planes para ti.
Conteniendo el aliento, le lancé una media sonrisa resignada, del tipo que
una niña podría mostrar a sus padres después de obligarla a comer algo
desagradable a cambio de una recompensa.
—Creo que te debo una disculpa —dijo Helmut con un gutural acento
germánico.
—He tenido que recurrir a varias sesiones con el psicólogo, pero lo estoy
superando. —Mostré una sonrisa falsa.
Sus ojos azules inyectados en sangre sostuvieron los míos. —¿De verdad?
Quiero decir, ¿te afectó tanto psicológicamente? —Había una nota de
sorpresa en su voz—. Lo siento mucho. Bebí demasiado y a veces puedo
volverme un poco exigente. —Hizo un gesto para llamar al barman, pidió
un trago de vodka y luego señaló mi vaso.
Asentí. —G&T.
—Le pedí a Reynard que organizara esta reunión para poder disculparme
personalmente.
—Ya estoy bien. Y solo estaba bromeando con lo de la terapia. Realmente
no deberías haberte molestado.
Él se rio entre dientes ante mi divertida expresión. —Eres una chica
especial, Carol.
Tuve que fijar la mirada en el vaso para evitar que mis ojos se pusieran en
blanco ante su condescendiente respuesta.
Helmut puso su gran mano sobre la mía. —¿Podemos empezar de nuevo?
Resoplé. —Supongo que sí. —Levanté un dedo—. Pero esta vez, solo
saldremos a algún lugar público. Nada de habitaciones de hotel.
—Es una promesa. —Bebió un trago y luego, secándose la boca, señaló la
botella fría que había sobre la barra—. Déjala ahí.
El camarero asintió y me pasó mi bebida.
—Hay una pequeña reunión esta noche. —Helmut me miró—. La
invitación estipula únicamente socios dispuestos.
—¿Dispuestos? —Fruncí el ceño.
Jugueteó con su vaso. —Es una fiesta de swingers.
—¿Te gusta el intercambio de pareja?
—¿Has oído hablar de eso? —Parecía sorprendido, como si yo fuera una
flor delicada.
—No soy una ingenua respecto a las inclinaciones de ciertos matrimonios
indolentes.
Arrugó la frente. —¿Has ido a alguno de esos encuentros?
Negué con la cabeza. —Preferiría ver ET en bucle.
Se rio. —Me encantó esa película. —Luego me miró fijamente por un
momento—. Has cambiado desde que te conocí. Te has vuelto más asertiva.
Le lancé una sonrisa sutil.
—Tengo una pequeña pastilla azul… —Sus cejas se arquearon.
—¿Y no me tocarás? —Le miré directamente a los ojos.
Su boca se curvó hacia abajo mientras ponía una cara exageradamente
triste. —¿Doy tanto asco?
Mi cara permaneció impasible. No estaba dispuesta a endulzar lo obvio.
En lugar de hacerse el ofendido, Helmut soltó una carcajada. Tuve la
sensación de que disfrutaba de que le azotaran.
—Soy más bien un observador pasivo. ¿Sabes a lo que me refiero?
—¿Eres un voyeur?
Se estremeció. —Lo dices como si fuera algo pecaminoso.
Me encogí de hombros. —Cada uno con lo suyo.
Él asintió solemnemente, como si hubiera algo más detrás de su aflicción.
—Uno debe asistir a estos eventos con una compañera dispuesta, y ¿qué
mejor manera de lograr entrar, que del brazo de una mujer hermosa
conocida por ser apasionada?
Aunque me enfurecí internamente ante la insinuación de que me abría de
piernas con el simple estallido de un corcho de champán, permanecí
inexpresiva. —Soy apasionadamente ambiciosa. Eso es todo.
Sostuvo mi mirada y asintió. —Así eres. Bien por ti.
—También puedo prescindir de la condescendencia.
Respiró profundamente. —¿No podemos todos?
—Planeo casarme. —Jugueteé con mi vaso—. Y odio ese eufemismo.
Sus ojos se entrecerraron. —¿Qué quieres decir?
—'Apasionada' es una buena manera de decir que soy facilona.
Sonrió. —Yo no lo diría así. Diría que eres una mujer hermosa y atractiva
que conoce el poder de lo que tiene. —Hizo una pausa—. Entonces, ¿quién
es el afortunado?
—Harry Lovechilde. —Salió de mi boca sin pensar. El alcohol me había
hecho bajar la guardia.
—¿Harry? Pero a él no le gustan mucho las mujeres, ¿no?
Mi frente se contrajo. —Está comprometido con Alice, una conocida mía
de la universidad.
—Estoy confundido. —Rio.
—Como yo. —Le miré a los ojos—. ¿Qué quieres decir con que no le
gustan las mujeres?
Sacudió la cabeza e hizo un gesto de rechazo. —Ah, nada. Alguna vez le
he visto en ciertos garitos gays.
—¿Frecuentas locales gays?
—A veces. —Me dedicó una media sonrisa tímida, casi avergonzado,
como un niño sorprendido leyendo revistas porno.
¿Harry en ambientes gays? Eso me dejó sin palabras durante un rato. A
pesar de mi ardiente curiosidad, pregunté: —¿Por qué no sales con hombres
en lugar de seducir a mujeres que no están dispuestas?
Se sirvió otro vaso y se lo bebió de un golpe. —¿Quieres la típica
respuesta? ¿O la verdad?
—Honestidad.
—Me criaron en un ambiente católico estricto. Casi me hago sacerdote.
Esperaba que sonriera, que revelara que había vuelto a bromear conmigo,
pero su rostro no se inmutó. —Así que en su lugar optaste por el tráfico de
armas.
Su rostro se contrajo. —No deberías saber eso.
—Da igual, ¿me decías…?
—Solo que mi comportamiento es fruto de una abnegación culpable.
Pensé en esa respuesta. —¿Y la explicación cliché?
—Lo mismo. —Enterró una risa oscura en su vaso.
Por primera vez, sentí simpatía por Helmut. Entre estos hombres ricos
medio adolescentes medio adultos, descubrí rápidamente que los juegos
tontos, aunque divertidos a veces, oscurecían esas peculiaridades que nos
hacían humanos e identificables.
Pero tenía una pregunta más. —Entonces, ¿por qué me hiciste ir a tu
habitación?
Helmut se encogió de hombros. —Ya he bebido demasiado. —Golpeó la
botella—. Y nadie sabe de mis gustos. En ocasiones me gusta parecer un
hetero apasionado.
—Rey no te juzgaría —le dije—. Dios sabe que tiene sus problemas.
—Sí, me lo ha contado. Nunca ha superado lo de su hermanastra.
Mi frente se arrugó tan intensamente que me dolió. —¿Cómo?
—¿Nunca te ha hablado de Meghan?
—No. Nunca habla de su vida.
—Bueno, entonces, todo lo que puedo decirte... —Hizo una pausa y me
lanzó una mirada penetrante—. Esto se quedará entre nosotros, ¿no? Nunca
debe saber que te lo he contado.
Me lamí el dedo y lo levanté.
—Tuvieron algo cuando ella tenía catorce años y estuvieron así hasta que
ella desapareció a los dieciséis. No creo que él alguna vez la haya superado.
Mi cena luchaba por volver a subir por mi garganta. Tuve que tomar aire.
Sabía que Rey tenía un alter ego enfermizo, pero al saber de esta relación
medio incestuosa, casi me ahogo con una avalancha de preguntas
explosivas.
—¿Desapareció? ¿Cómo lo sabes?
—Por un amigo cercano de Rey. Un detective con el que está muy
relacionado y al que le encanta tomar una copa… o cincuenta. —Se rio
entre dientes—. Y una noche, mientras Rey estaba coqueteando con una
chica que ni siquiera tenía edad suficiente para beber legalmente, el
detective se inclinó y me lo dijo. Me hizo jurar que guardaría el secreto
mientras arrastraba las palabras.
Todo tipo de preguntas nadaban en mi cabeza. —¿Nunca la han
encontrado?
Helmut negó con la cabeza. —Yo también sentí curiosidad después de eso
y quise saber más. —Se encogió de hombros con una media sonrisa tímida
—. No está de más tener un emocionante secreto bajo la manga en este tipo
de casos.
Acepté ese consejo asintiendo lentamente, muy consciente de cómo
identificar la debilidad de un jugador influyente tenía sus beneficios. Fue
algo que descubrí muy pronto, después de recurrir al chantaje para
conseguir trabajo.
—Incluso desenterré algunos artículos relacionados con su desaparición
—añadió.
—¿También se apellida Crisp?
—No. Había cambiado de nombre.
Había muchas cosas que no sabía sobre Rey y eso me molestaba.
—¿Cuál era el nombre de sus padres? —insistí.
Helmut se sirvió otro vodka. —Ni idea.
Algo me dijo que lo sabía. —Entonces, si voy contigo esta noche, ¿me lo
dirás?
—Mmm... Nada como un poco de obscenidad estimulante para recargar el
hipocampo. —Una sonrisa avergonzada creció—. Es el área encargada de la
memoria en el cerebro.
Puse los ojos en blanco, como si ya lo supiera. No lo sabía, pero preferí
fingir a admitir mi ignorancia. —Entonces tenemos un trato. Iré contigo. —
Levanté el dedo—. Pero no haré nada que no desee hacer.
—Por supuesto. Aquí todos somos caballeros.
—Mmm... Más bien unos réprobos.
Se rio.
Tras desviarme de lo que había despertado mi interés en primer lugar,
volví al tema de Harry Lovechilde. —Bueno, volviendo al otro tema… ¿qué
te hace pensar que Harry es gay?
—Aparte de espiarle desde un rincón oscuro y ver cómo susurraba al oído
a algún chico guapo… no puedo decir más.
Sonreí ante su sarcasmo.
Helmut frunció los labios. —Fue a un colegio privado. Ya sabes, muchos
chicos en espacios reducidos… Las hormonas adolescentes te llevan a
colocar el pene donde puedas. —Hizo una mueca—. Lo siento si he sonado
muy grosero.
—Se necesita algo más que la orientación sexual de una persona para
hacerme sonrojar. —Aun así, fruncí el ceño—. ¿Harry es bisexual,
entonces?
¿Lo sabía la puritana de Alice? Tal vez ella lo había aceptado. En cambio,
a mí no me preocuparía si a mi marido, realmente rico, le gustaran las dos
cosas.
Helmut me miró. —Vi a Harry y a su chica irse cuando yo llegaba.
—¿Le conoces personalmente?
—Nuestro pequeño mundo privilegiado y exclusivo es más pequeño de lo
que piensas. —Se bebió el vodka de un trago—. Entonces, ¿qué te parece?
¿Vamos a por un poco de diversión carnal en los suburbios?
Sostuve su mirada. —Por el verdadero nombre de Rey, y sin tocar.
—Soy un hombre de palabra. —Se llevó la mano al corazón.
Cuando terminé mi bebida, lo único en lo que podía pensar era en la
fluidez sexual de Harry y en lo que había oído sobre Reynard.
¿Quería estar relacionada con un pedófilo?
¿Y qué había de su hermanastra desaparecida?
A pesar de las preguntas que se amontonaban en mi mente, no estaba
dispuesta a huir de la promesa de un futuro brillante. Quería eso más que mi
necesidad de alejarme de alguien que nadaba en algún pozo negro de
inmoralidad.
¿Y qué pensaría Alice de los gustos ocultos de su futuro marido?
Lo que acababa de averiguar podría convertirse en el medio para
separarlos. Aunque no era exactamente remilgada, Alice tenía opiniones
idealistas sobre el amor verdadero. No había ocultado sus aspiraciones de
casarse con un marido que la adorara y de ser esa esposa y madre cariñosa
que se ve en las películas.
A pesar de mi deseo de arruinar su pequeña fantasía compartiendo mi
punto de vista sobre el mito de un romance feliz de por vida, a menudo le
seguía la corriente con algún comentario simplista como: —Y eso lograrás.
Helmut se levantó de su taburete. Sacó su tarjeta Amex de la billetera y le
hizo un gesto al camarero.
Después de pagar, me ayudó a ponerme mi nuevo abrigo de piel rojo, que
me costó el equivalente a un mes de salario, y luego me abrió la puerta. —
Después de usted.
Salí y me adentré en la noche fresca y oscura. Unos juerguistas pasaron y
me hice a un lado antes de que tropezaran conmigo. Lo mismo que con un
ruidoso grupo de aficionados al fútbol.
—Mmm. —Helmut levantó la barbilla—. Me gustan los machotes.
Sonreí. —Ten cuidado con esos.
—Puedo cuidarme solo, querida.
De sórdido a paternalista, Helmut me estaba empezando a gustar un poco.
Mientras caminábamos por Oxford Street, le pregunté: —¿Por qué vas a
este tipo de fiestas si te gustan los hombres?
—No has conocido a Gregory. —Gesticuló, y de repente se volvió muy
frívolo—. Una vez fui a una de sus pequeñas fiestas. —Sus ojos se
iluminaron como si estuviera reflexionando sobre un momento dorado de su
vida—. Ese hombre es insaciable. Es perfecto en todos los sentidos
imaginables.
—¿Es gay?
—No de una manera exagerada, pero… ¿quién sabe? Quiero decir, Harry
se las ha arreglado para mantener ocultas sus inclinaciones.
—¿Gregory tiene la edad de Harry?
—No. Tiene cuarenta y tantos años y es realmente sexy. Con solo mirarlo
es suficiente.
—Pero, ¿no te sentirás excluido?
—Tengo a mis muchachos. No te preocupes.
Asentí. —¿Entonces eres un homosexual activo?
—Shh... baja la voz. —Se llevó la mano junto a la boca—. Gregory es mi
obsesión, por así decirlo. Por eso quiero ir. Y me hace muy feliz que
vengas. Sé lo abierta que eres con estas cosas.
—Lo tomaré como un cumplido —respondí, incapaz de evitar el tono
plano en mi tono. Esta reputación de ser una promiscua me irritaba—. Pero
todavía no lo entiendo, Helmut. Yo me sentiría súper frustrada viendo a
alguien que sé que nunca podré tener.
—Pero ese es el atractivo, ¿no lo entiendes? Querer algo que no podemos
tener. Es muy excitante, al menos para mí.
Exhalé. —Supongo. Pero en algún momento yo necesitaría algo real.
Se rio entre dientes mientras unía su brazo con el mío. —Créeme, ver
cómo le chupan la polla a Gregory alimenta mis fantasías durante meses.
¿Con quién fantaseaba yo?
Harry.
Siempre que me tocaba, él tenía un papel protagonista. Solo que me
parecía demasiado mojigato para involucrarle en el tipo de jueguecitos
perversos que me gustaban.
Para llegar a un orgasmo verdaderamente explosivo, prefería hacerlo en
algún lugar prohibido, como un muelle con un extraño tomándome a la
fuerza. Cosas raras como esas.
Cualquier psicólogo podría pagarse una casa en Mallorca con alguien
como yo; alguien necesitada de fantasías tan oscuras, a veces retorcidas,
para llegar al orgasmo. Ni yo lo entendía, pero en lugar de obsesionarme
con eso, leía libros.
Y ahora que había descubierto que Harry era bisexual, sentí que
necesitaba buscar una nueva fantasía que me llevara al límite, lo que no
significaba que hubiera abandonado mi intención de casarme con él.
Solo tenía que descubrir cómo hacer que Alice pasara página.
Miré a Helmut. —Entonces, ¿vas a ir esta noche a ver sexo en vivo con un
hombre al que te quieres follar y no puedes?
Rio. —En realidad, me gustaría que me follara.
Dejé de caminar. —No tengo ninguna obligación de hacer nada, ¿no?
—Puedes sentarte y disfrutar del espectáculo, si quieres. —Se giró hacia
mí—. La razón por la que te necesito allí es que no se permiten hombres no
acompañados.
Abrió una pequeña cajita con un Rolls Royce grabado y sacó una pastilla.
Envió un mensaje a su conductor y, a los pocos minutos, llegó un Bentley
para recogernos. Cuando el chófer abrió la puerta, subí y aspiré el rico olor
del cuero. Otro recordatorio de la riqueza.
Una vez que nos instalamos, Helmut presionó un botón. Se abrió una
nevera y eligió una botella de Moët. —¿Te gusta?
Me encogí de hombros. —¿Por qué no?
Treinta minutos más tarde llegamos a una espléndida mansión victoriana.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Helmut.
—Perfecta. La droga ha hecho su efecto.
—Sí. Es un buen lote. —Sonrió.
De repente, me pareció hasta atractivo. Todo era atractivo con el éxtasis.
También me relajé, sabiendo que no estaba dispuesto a obligarme a realizar
algún acto lascivo. Esta era una amistad que podría manejar; y parecía que
Helmut se había convertido en una fuente de información. Mi tipo de
amigo.
Mientras estábamos bajo una farola, Helmut recorrió con su mirada mi
cuerpo de arriba abajo. Entonces señaló mi camisa. —¿Por qué no te
desabrochas un par de botones?
¿Quién hubiera pensado que las glándulas mamarias podrían hacer mucho
más que alimentar a los recién nacidos?
Estaba a punto de preguntarle a Helmut sobre el nombre de nacimiento de
Reynard, cuando un hombre con una chaqueta de terciopelo color burdeos
abrió la puerta. Su rostro se iluminó al vernos. Le dio a Helmut una rápida
bienvenida antes de deleitarse conmigo.
—Oh, ¡has venido! Espléndido. —Su mirada se detuvo antes de hacer una
rápida evaluación de mi cuerpo—. Por favor, pasad.
—Esta es Carol —dijo Helmut.
—Caroline —corregí, extendiendo mi mano.
—Gregory. —Se inclinó y su beso se prolongó en mi mejilla. Debía tener
cuarenta y tantos años y era tan guapo como Cary Grant. Alto y moreno. Y
ahora podía entender por qué se había convertido en el objeto de deseo de
Helmut.
—Es un placer recibirte. —Los ojos de Gregory ardieron en los míos, y
sentí que, a no mucho tardar, sus labios estarían sobre mis pezones y más
allá. ¿Debería dejarle?
En privado, podría hacerlo, especialmente con la droga estimulando mi
libido. Pero no me gustaba que me observaran. Al menos no en una
habitación. Anónimamente, sin embargo, me gustaba bastante la idea de
que me vieran desde una ventana.
Sus ojos me transmitieron que, en un rato, al menos intentaría tocarme.
Una ligera hinchazón me inundó con un delicioso y hormigueante calor, y
no fue solo mi chaqueta lo que dejé en el perchero del pasillo.
Nunca digas nunca, susurró mi malvado alter ego, tomando el control,
mientras sacaba pecho.
Helmut susurró: —¿Ves a lo que me refería? Elegante, ¿verdad?
Me detuve. —Ya veo por qué te vuelve loco, sí.
Se rio. —Creo que seremos buenos amigos tú y yo.
Me tomó la mano y entramos como una pareja falsa a una habitación con
empapelado de seda de color rosa oscuro y con suficientes detalles
neoclásicos tallados, como para captar la atención de cualquiera.
Como si un caldero emanara humo, en aquel ambiente se arremolinaba un
olor a marihuana, puros y una mezcla de colonias. Y por supuesto también
me llegó el inconfundible olor a lujuria.
Había alrededor de una docena de personas en la sala, compuesta a partes
iguales por mujeres y hombres. Se giraron, y al verme allí, se les iluminaron
los ojos. Yo era, con diferencia, la más joven, y probablemente ya habrían
adivinado que no era la esposa de Helmut.
Gregory iba de una persona a otra, charlando, y si no hubiera conocido la
naturaleza de aquella reunión, habría pensado que era solo una pequeña
fiesta normal en la que se fumaba, bebía y se consumía droga en exceso.
Una orquesta de voces llenó el aire. Las risitas de las mujeres superaban
las risas más profundas de los hombres, y todos parecían estar en modo
fiesta. Era la previa, como habría dicho Rey, en la que durante unas horas se
bebía. Era en estos momentos cuando él hacía su mejor trabajo, lo que a
menudo implicaba que yo me implicara con alguien a quien necesitaba para
firmar sobre una línea de puntos.
Durán Durán sonaba a todo volumen de fondo, había una pareja bailando
'Girls on Film' y agitando los brazos en el aire.
Nos sentamos en un Chesterfield verde botella, bebiendo champán,
mientras Helmut se inclinaba y susurraba: —Esa es su esposa.
La mujer que indicó podría tener unos sesenta y tantos años.
—¡Ah…! Y a ella no le importa que su marido…
—¿Folle con los demás? —Sonrió—. No, al parecer. A ella le gustan las
mujeres. El suyo es un acuerdo especial. Gregory es un caballo oscuro. Y
actúa como tal también. —Se rio.
Vi como la mujer pelirroja desempeñaba su papel de anfitriona sin
esfuerzo, como un actor veterano que hubiera actuado en la misma obra
durante muchas temporadas. Charló y se rio, y podría haber sido cualquier
reunión normal de un sábado por la noche.
Gregory debió haber sentido mi mirada, porque en ese momento sus ojos
se posaron en los míos y se detuvieron, dejando una sensación de ardor en
mis mejillas.
—Creo que Gregory te ha echado el ojo, querida niña. Vamos,
desabróchate algunos botones. Que se vea esa bonita camisola interior de
seda.
Le aparté la mano. —Recuerda que soy tu cita falsa. ¿Cumplirás nuestro
trato? Espero el nombre real de Reynard a cambio.
Se mordió el labio y me miró tímidamente.
—Ay Dios, Helmut. No lo sabes, ¿verdad? —Resoplé con frustración.
—Lo siento cariño.
—No me llames así —dije, sintiéndome seriamente frustrada a pesar de
que la píldora inductora de euforia me enviaba oleadas de calidez. ¿O eran
los ojos oscuros de Gregory los que hacían eso?
—Lo siento. Pero nos estamos divirtiendo, ¿no? —Me recordó a un
cachorrito y mis labios se curvaron ligeramente.
Al poco tiempo, la droga y su efecto de ‘hagamos el amor, no la guerra’
comenzaron a tirar de mi voluntad, y cuanto más sostenía Gregory su
mirada en la mía, más débil se volvía mi convicción.
—Incluso estando interesada en él, su esposa está aquí —dije, mientras
nuestro anfitrión continuaba desnudándome con su ardiente mirada.
—Como te he dicho, a ella le gustan las mujeres. No me preocuparía
demasiado. —Helmut sostuvo mi mirada—. ¿Te van los tríos?
—Yo nunca haría eso. Eso sí, no tengo nada en contra de las mujeres que
lo hacen. Cada una por su cuenta.
Él se rio. —Algo me dice que nos espera una noche divertida.
Después de eso, socialicé y bebí champán, y una sensación de calidez me
invadió, especialmente con los ojos oscuros de Greg deleitándose con mi
cuerpo.
Le susurró algo a su esposa, ella me miró y sonrió.
Entonces comenzó un striptease.
Un sinuoso saxofón introdujo una seductora melodía de Sade mientras la
stripper balanceaba sus caderas y se bajaba los finos tirantes para revelar un
sostén de encaje.
Helmut volvió a mi lado. —Monique es siempre la primera en empezar —
susurró—. A ella le encanta mostrar sus nuevos senos.
Los silbidos y los vítores la animaron, y yo me recosté, disfrutando del
espectáculo como lo haría con una actuación burlesca amateur.
Mientras tanto, Gregory seguía mirándome, y yo le devolví una sutil
sonrisa. La droga y el champán habían reducido mis inhibiciones, y
Monique, que ya iba por la liga, me había puesto a tono.
Las drogas normalmente no eran mi forma de recreación elegida, pero
eran útiles cuando tenía que follarme a alguien que apenas conocía. El
MDMA siempre reducía mis inhibiciones y hacía que los orgasmos fueran
más intensos.
Luego comenzó un juego de llaves y nos mudamos a otra habitación con
poca luz, pantallas de lámparas rojas y sofás cubiertos de lujoso satén y
terciopelo. De las paredes colgaban cuadros de parejas en posiciones del
Kama Sutra.
—Bueno. Ya conocéis las reglas —anunció Gregory—. Si alguien no
desea participar, puede mirar y disfrutar.
Se unió a mí, frunciendo el ceño con curiosidad, y comentó: —No he
visto aún tu llave.
—No tengo una.
—Ah, ¿ni siquiera la de tu casa? —Sonrió y su rostro se hizo aún más
atractivo—. No importa. Como anfitrión, puedo elegir a quién yo prefiera.
—Creo que quizás me siente y disfrute del espectáculo.
—No pareces una voyeur. —Su dedo se deslizó por mi escote y mis
pezones clamaron por su boca.
Quería que sus manos me aplastaran.
Pero mantuve la calma, a pesar de esa repentina oleada de excitación.
Gregory desvió su atención, lo que me permitió respirar de nuevo, no es
que no me desagradara tener su atención. Me hizo recobrar la razón. —
Bueno. Las normas. Sin maridos ni esposas. Todos los nuevos socios.
Luego Gregory llenó mi vaso y me pasó un porro. —Toma, esto te
ayudará.
—No voy a hacer nada —dije, bastante débilmente, mientras él
continuaba follándome con los ojos entrecerrados.
Estaba tan atrapada en el encanto de este hombre, que la orgía de fondo se
convirtió en una mancha de cuerpos enredados que se alejaban febrilmente.
Fue casi cómico, o podría haber sido la droga lo que me estaba dando tantas
ganas de reír. La marihuana me hacía reír en los momentos equivocados.
Helmut dejó escapar un gemido y cuando me volví para ver qué lo había
excitado y perturbado, vi a Gregory recibiendo una mamada. Me miró
fijamente a los ojos mientras otra invitada movía su boca sobre su largo y
grueso miembro.
Me levanté para ir al baño, principalmente para lidiar con la hinchazón
entre mis muslos, cuando Gregory se apartó de la chica, se subió los
calzoncillos y se dirigió hacia mí nuevamente.
—Oh, no te vayas, estaba disfrutando de ese momento —dijo Helmut,
pero entonces un hombre cerca de él comenzó a chuparle la polla a otro, y
perdió el interés en Gregory por completo, siguiendo al par de hombres a
otra habitación.
—¿Estás disfrutando del espectáculo? —preguntó Gregory, uniéndose a
mí en el sofá que Helmut acababa de dejar libre—. ¿Por qué no te quitas esa
bonita camisa? —Su voz sonaba profunda y persuasiva.
—Prefiero que algunas partes de mi cuerpo sigan siendo privadas. —Mi
corazón se aceleró porque olía tan bien…a una excitante mezcla de cedro y
testosterona.
—Esta es una casa grande. —Una ceja oscura se arqueó.
—¿Y qué pasa con tu esposa? —pregunté.
Inclinó la cabeza hacia un diván rosa donde su esposa estaba
complaciendo a una de las invitadas.
—Está muy feliz allí, creo.
—¿No se pone celosa?
Su cabeza se echó hacia atrás como si le hubiera preguntado algo tonto.
—Mi esposa me introdujo en este mundo. Todo esto es idea de ella. —Su
mano recorrió la habitación, llena de cuerpos desnudos que se contorneaban
—. Yo sencillamente lo acepto. Aunque es divertido. —Mostró esa sonrisa
sexy mientras su dedo investigaba nuevamente mi escote—. Especialmente
cuando llega alguien como tú.
Aparté su mano, a pesar de querer mucho más. Mi decisión de
permanecer vestida e intacta se estaba evaporando a cada segundo.
—¿No te importa que esté con otro hombre?
Sacudió la cabeza. —A ella le gustan las mujeres. Como puedes
comprobar, somos muy fluidos.
—¿Y a ti también te gustan los hombres? —No sé por qué sentí la
necesidad de preguntarle eso, aunque la idea del SIDA apareció en un
recoveco de mi mente que seguía asociando erróneamente esa enfermedad a
los homosexuales.
Como si me leyera la mente, dijo: —Siempre me hago pruebas antes de
todos los encuentros. Todos nos las hacemos. Es un requisito previo para
participar. Y en respuesta a tu pregunta, no. Tengo muchos amigos
homosexuales y los respeto como a hermanos, pero a mí me gustan los
coñitos húmedos, y desde luego me encantaría probar el tuyo.
—Pero yo no me he hecho la prueba. —Me resultó difícil hablar sin
trabarme, especialmente con su mirada sugerente recorriendo mi cuerpo.
—Arriesgaría mi vida por una noche contigo.
—Menudo melodramático. —Puse los ojos en blanco y me reí entre
dientes, a pesar de que mis mejillas se calentaban por segundos.
—Vamos. Déjame mostrarte la casa.
Mientras le seguía, admirar la decoración era lo más alejado que podía
hacer mi mente, que se terminó cuando sus brazos me rodearon.
Apretándome contra su cuerpo alto y firme, Gregory me besó, sus labios
cálidos y suaves se movían lenta y sensualmente sobre los míos y
provocaban que mi libido se volviera repentinamente voraz.
Me separé en busca de aire. —Pensé que esto iba en contra de las reglas.
—Yo pongo las reglas. —Me empujó contra la pared y su boca se aplastó
contra la mía.
Cuando me rendí a la neblina de deseo, me quitó la blusa y acarició mis
pechos, gimiendo mientras acariciaba mis pezones erectos.
Me miró. —¿De dónde has salido tú? Eres jodidamente hermosa.
Cuando se bajó los calzoncillos, su pene duro e hinchado emergió; las
venas estallaban y el latido entre mis piernas se intensificó.
—¿Que querrías que hiciera? —preguntó, pasando su dedo por mi muslo.
—Te quiero dentro de mí —dije sin aliento.
Me quitó la falda y luego me bajó las bragas. Sus labios estaban en mi
clítoris antes de mi siguiente aliento, y cuando me abrí para él, casi exploto
al sentir el recorrido de su lengua.
—Dios mío, mírate. Qué jodidamente sexy eres. —Me dio una palmada
en el trasero—. Y con curvas. Harás felices a muchos hombres con este
culo.
Me aparté. Fue como si hubiera arrojado hielo al fuego. —Valgo para
mucho más que eso.
Me atrajo hacia sus brazos con la misma rapidez. —No hace falta decirlo.
Pero también eres irresistiblemente deseable y quiero follarte hasta que me
grites que pare.
—No te hagas ilusiones. —Pero a pesar de ese repentino enfriamiento, a
estas alturas ya estaba ardiendo por él.
Él se rio entre dientes y me empujó suavemente sobre la cama cubierta de
seda.
El momento ardiente mientras empujaba dentro de mí fue tan intenso que
los pelos de mi brazo se erizaron y mis ojos se llenaron de lágrimas. Arqueé
la espalda, necesitando cada centímetro para dejarme llevar a ese lugar
especial.
—Qué pequeño coño tan mojado y apretado. Dios mío… Podrías
convertirte en mi adicción, preciosa…
Me sostuvo por el culo y me llevó arriba y abajo sobre su enorme polla.
—Quiero que te corras sobre mi polla.
En poco tiempo, mis músculos se relajaron e hicieron exactamente eso,
llegando al clímax como nunca antes. Sentí una interminable proliferación
de color y felicidad. Me convertí en esa flor que se abre bajo el calor del
sol.
Normalmente, necesitaba que fuera algo oscuro y sucio, y parecía que eso
era lo único que me excitaba, y pensé en su esposa, que estaba en la otra
habitación.
Un momento después de mi propio orgasmo, sus embestidas aumentaron
y sus gruñidos se intensificaron hasta convertirse en un sonido gutural que
llenó la habitación mientras se corría casi violentamente. Sonaba como si
todo le resultara agónico.
Nos dejamos caer en la cama y él jadeó tan fuerte como si hubiera estado
corriendo una maratón, mientras yo permitía que el calor del sexo siguiera
haciéndome cosquillas.
—Ha sido el mejor polvo que he tenido en mucho tiempo —dijo
finalmente—. De lejos.
Me giré hacia un lado para mirarle y él me devolvió una hermosa sonrisa.
Sí. Fácilmente podría enamorarme de este apuesto hombre mayor, pero
tenía otros planes. Y el romance apasionado no era uno de ellos.
Después de disfrutar de un trozo de tarta y un poco más de champán, dejé
que me tomara una y otra vez. Muchos orgasmos después, me convertí en
una gatita saciada y él, en un gato muy satisfecho que yacía abrazándome
en un sueño profundo.
Sin poder dormir por la sobrecarga sensorial, me desenredé de sus brazos
cuando llegó el amanecer, con cuidado de no despertarle. Una ducha rápida
me ayudó a recuperar los sentidos. Luego me vestí y me fui.
Eran las seis de la mañana cuando me dirigía a la estación más cercana.
Podría haber parado un taxi, pero tenía ganas de caminar. La droga todavía
corría en mi interior y era domingo, así que no necesitaba ir a ningún lugar
en particular.
Mientras me dirigía en dirección a la línea del tren en busca de la
estación, Harry Lovechilde entró en mis pensamientos, a pesar de que los
agradables recuerdos con Gregory que alimentaban mis pasos.
Algo me dijo que no sería nuestro último encuentro.
Capítulo 3

LA CALLE DESOLADA DE Hackney donde ahora vivía mi hija, me


recordó cómo habría sido mi vida si nunca hubiera conocido a Rey.
Pero claro, hace un año, nunca hubiera imaginado vivir en Notting Hill
con sus encantadoras y aburguesadas terrazas de época pintadas de colores
vívidos. El mío era azul cielo y tenía un ventanal que inundaba mi sala de
estar con la luz del sol.
Me paré detrás de un árbol poco frondoso, metáfora de aquella área
marginal, con la esperanza de ver a mi hija. Hice todo lo que pude para
resultar invisible, pero tuve que esconderme, porque con un abrigo Dior a
cuadros que me regaló un generoso banquero suizo, estaba totalmente fuera
de lugar en Hackney.
Los olores aceitosos de una cocina flotaban en el aire, despertando
recuerdos de mis primeros años de infancia en aquella horrible casa
municipal en las afueras de Londres. Ahora mi bebé, o más exactamente la
niña que regalé, vivía en una calle similar, un sitio sombrío formado por
sensibleros rascacielos.
¿Qué pasaría si ella terminara de la misma manera que yo, obligada a
escapar de un cerdo sucio que debía protegerla? Se me hizo un nudo en el
estómago de solo pensarlo.
Incluso llamé a la puerta una tarde, pero la nueva madre de mi hija me
amenazó con llamar a la agencia si no me iba. No fue lo acordado, me
recordó, lo cual yo sabía de sobra.
Después de todo, la había contratado.
Aparte de los abrigos de diseñador y las cenas lujosas, una de las ventajas
de acostarse con hombres poderosos era la forma en que la información
llegaba a sus oídos con tanta facilidad como los bailarines semidesnudos de
esos clubes de caballeros libertinos.
Los detalles de la dirección de mi hija tuvieron un coste, por supuesto. Me
quedaba reunirme con él para una segunda cita, algo a lo que rara vez
accedía. Solo había un hombre al que me encantaría volver a ver, a pesar de
haber rechazado sus recientes insinuaciones.
Gregory necesitaría trabajárselo más para atraparme. ¿O era simplemente
el juego al que me gustaba jugar? ¿Un recordatorio de que, después de todo,
no era tan facilona?
Mi hija tenía ahora un año y, aunque su nueva madre me aseguró que
estaba bien, yo albergaba el incómodo anhelo de abrazarla. Tal vez incluso
de llevármela, especialmente ahora que tenía una casa en una zona cómoda
y segura.
Pero, ¿cómo podría criar a una niña concebida de manera tan violenta?
Sin embargo, no había un día en el que no pensara en ella y por la noche
era aún peor. Infinitas imágenes de su pequeño cuerpo unido al mío, y
nuestra separación al cortar ese cordón, me atormentaban, manteniéndome
despierta en la oscuridad, imaginando cómo sería abrazarla, a pesar de mi
negativa a verla, o incluso tocarla, en el hospital.
¿Por qué no la había abrazado? ¿O amamantado? La leche que salió del
mí se había desperdiciado, y cuando las enfermeras me preguntaron si
deseaba alimentarla, me quedé helada y me di la vuelta como si me
hubieran pedido algo antinatural.

REY ME ESPERÓ EN nuestra cafetería habitual, un elegante


establecimiento cerca de Westminster frecuentado por ricos y poderosos,
por supuesto.
De igual manera que ir arropada por un buen abrigo de piel en un día frío,
disfrutaba mezclándome con esa cohorte de hombres que olían bien y
hablaban mejor. Me convertí en una actriz que se había encariñado con su
papel. Disfrutaba de todas las comodidades que conlleva tener dinero, algo
que descubrí en el momento en que Reynard Crisp, con sus brillantes
zapatos italianos y su chaqueta deportiva hecha a medida, entró en mi vida.
Ese día tomé el metro con mis últimos centavos y me dirigí al bar más
elegante de Mayfair, donde había planeado venderme al hombre más rico
con el que pudiera unirme. No podía soportar otro día de trabajo servil, el
salario apenas cubría el alquiler de mi pequeño y deplorablemente húmedo
dormitorio. Todo lo que se necesité fue una copa con este titán pelirrojo
para vender mi alma, y en cuestión de unos pocos días después, me
encontré entre la élite de Londres.
Resoplando levemente, me acomodé en el asiento frente a él en una mesa
junto a la ventana. —Mis disculpas.
Reynard llamó al camarero y pidió té para dos antes de volver a prestarme
atención. —Acabo de llegar. —Sus cejas se juntaron—. Pareces bastante
nerviosa.
Asentí lentamente y exhalé. Rey sabía que había regalado a mi hija.
También me recordó que a cada segundo nacían bebés y que era mejor dejar
lo de ser madre soltera a aquellas que tenían algo más que ofrecer. Seguí
este sobrio consejo con la resignación de quien está a punto de sacarse una
muela.
El camarero entregó una tetera con motivos de sauces y dispuso el
conjunto a juego en un ballet de vajilla. Luego trajo un plato escalonado
lleno de sándwiches de pepino y pastelitos con helado de colores pastel.
Serví nuestro té y decidí abstenerme de los pasteles. Mi estómago era un
manojo de nervios.
—He ido hoy a Hackney, por eso llego tarde. —Recorrí la taza azul con
una uña recién pintada.
—¿Has ido a visitar a tu hija, quieres decir? —La alarmante intensidad de
su mirada hizo que me encogiera, como lo haría una niña amonestada por el
director del colegio.
—¿No puedes hacer algo? —pregunté.
—¿Qué es lo que quieres, Carol?
—Quiero verla. Sostenerla. —Mis ojos se empañaron y contuve el sollozo
que intentaba salir de mí.
Miró por la ventana y, bebiendo un sorbo de té, se tomó un momento para
reflexionar, después dijo: —Ya hemos tenido esta conversación. Puedes
elegir ser madre soltera y pasar por dificultades económicas, porque ya
sabes que yo no te ayudaré… O puedes convertirte en una mujer de mundo,
casarte con Harry Lovechilde y criar una prole de la que puedas estar
orgullosa.
Su fría mano aterrizó sobre la mía. —No puedes tener ambas cosas,
Caroline. Decide cuál será. No puedo ayudarte y no te ayudaré, si optas por
la primera. Hicimos un pacto hace un año y mírate ahora.
Sí, mírame. Acabo de asistir a una orgía y me he enamorado de un
hombre casado que conoce mi cuerpo mejor que cualquier otro hombre con
el que me haya acostado.
Después de un momento, Rey retiró la mano. —Helmut me dijo que fuiste
un gran éxito en casa de los Latham.
Rellené su taza y luego la mía. —Oh, la noche de swingers
degenerados…
Se rio entre dientes. La única vez que Rey sonreía, era cuando hablaba de
los hábitos de la gente en el dormitorio. —Me ha llegado que parecías estar
divirtiéndote.
Me mordí el labio, y pensé en que no podía bajar la guardia. También
pensé en la reciente invitación de Gregory a su casa flotante amarrada en el
Támesis. Aunque tenía muchas ganas de ir, lo rechacé cortésmente.
—Gregory Latham me ha llamado y me ha pedido tu número —añadió
Rey como si leyera mis pensamientos, algo que hacía a menudo. Algunos
días me llegaba a preguntar si tenía poderes. Con esa piel blanca como un
lirio, incluso podría fácilmente dormir en un ataúd.
—Ah, ¿y se lo has dado? —Fruncí el ceño. Cuando me invitó me
pregunté dónde había conseguido mi número, supuse que habría sido
Helmut.
—Fue muy persistente. —Su boca se torció en una media sonrisa—. Me
han dicho que tienes un talento.
—¿Hay algo que no sepas? —El fuego me mordió el vientre. Me irritaba
la falta de privacidad en este mundo de privilegios y derechos.
—Vaya, estás de humor. —Rio entre dientes.
—Helmut y sus jodidas pastillas de la felicidad. Me siento humillada
porque se ha corrido la voz.
Respiró. —Nadie te obligó, Carol, así que recuérdalo. En cualquier caso,
Helmut lo hizo muy bien y por eso estoy muy agradecido. Le gustas.
—Basta de hablar de follar.
Su frente se arrugó. —El lenguaje vulgar no te sienta bien, Caroline.
Caroline se había convertido en mi nombre cuando interpretaba a la mujer
de clase alta, pero cada vez que caía la máscara, volvía a ser Carol.
Rey tenía razón. Necesitaba ser Caroline.
—La esposa de Gregory es lesbiana de arriba a abajo —dijo Rey.
—Entonces, ¿por qué están casados?
—Ella es muy rica y solo hereda si sigue la línea. Su padre, un católico
devoto, todavía está vivo. Supongo que cuando él se deshaga de esta espiral
mortal, ella abrazará sus inclinaciones sáficas para que todos las vean.
—Cuanto más ricos, más excéntricos son en esta clase.
—Sí. Puede resultar bastante entretenido. No lo querría de otra manera.
Dejan la aburrida charla sobre el fútbol para los plebeyos. Mientras ellos
tienen sus pequeños coqueteos manteniendo a las prostitutas acomodadas,
nosotros preferimos expresar nuestros pecadillos en el lujo de cinco
estrellas. Y debes admitir que nunca hay un momento aburrido. —
Chasqueó los dedos para llamar al camarero, que casualmente pasaba por
allí—. Un single malt y un G&T. —Me miró y yo asentí.
Después del día que había tenido, necesitaba una copa. También tomé uno
de los sándwiches de pepino.
—Eso está mejor. —Rey asintió—. Repón fuerzas, hay compras que
hacer. Tenemos una fiesta a la que asistir mañana por la noche. Gregory
estará allí.
Puse los ojos en blanco, a pesar de que de repente me invadió una cálida y
confusa anticipación. —Me han dicho que Harry Lovechilde también tiene
tendencias hacia la otra acera.
—Sí, ya lo sabía.
Mi frente se arrugó. —¿Es de conocimiento público?
Sacudió la cabeza. —Dios mío, no. Y así debe seguir siendo. ¿Supongo
que Helmut te lo dijo?
—Sí. —Esperé a que colocaran nuestras bebidas frente a nosotros antes
de preguntar—: Entonces, ¿se lo digo a Alice?
Tomó un sorbo de whisky mientras reflexionaba sobre mi pregunta. —Yo
me mantendría al margen. No querrás revolver las aguas en lo que respecta
a Harry. Recuerda, lo quieres de tu lado.
Suspirando pensativamente, tuve que aceptar. —¿De compras, entonces?
—Mi estado de ánimo mejoró al pensar en un vestido nuevo.
Tener buen ojo para la ropa era uno de los muchos talentos de Rey.
Incluso disfrutaba un poco de las compras, lo que me hizo preguntarme si a
él también le gustaban las personas de su propio sexo. Pero esa teoría fue
rápidamente descartada después de darme cuenta de cómo se comía con los
ojos a las chicas que todavía parecían unas adolescentes púberes. Otro
componente incómodo para este ser misterioso y poderoso.
Rey asintió. —Debo pasar por Sackville's para recoger una chaqueta que
me han cortado.
Terminamos nuestras bebidas, luego se levantó y me hizo un gesto para
que le siguiera.
Caminamos unas cuantas manzanas y entramos en una tienda que, con un
cartel llamativo y su fachada de madera verde, podría haber existido en la
época de Dickens.
Un hombre mayor con un marcado acento italiano dejó sus tijeras y
saludó a Reynard como si fueran buenos amigos. Luego sacó una chaqueta
azul medianoche y tuvo que ponerse de puntillas para medirla contra la
espalda de Rey. —Encajará perfectamente, estoy seguro. —El hombre
parecía complacido.
—Es una chaqueta preciosa —dije, deslizando mi mano sobre el suave
terciopelo.
Rey asintió. —Seda aterciopelada. El tejido de los reyes.
—Vaya, qué grandes aspiraciones.
No me contradijo, sino que me mostró una de sus sonrisas de satisfacción.
Capítulo 4

UN MAYORDOMO NOS RECIBIÓ en la decorativa vivienda de Mayfair


y nos dirigió a un salón grande y ruidoso lleno de invitados que reían y
charlaban unos con otros.
Al ver que acabábamos de llegar, Harry se cruzó en mi mirada, y su alegre
y acogedora sonrisa instantáneamente me tranquilizó, mientras se acercaba
y me besaba en ambas mejillas antes de darle una palmadita en el brazo a
Rey. —Me encanta la chaqueta.
—Gracias —dijo Rey—. Ha venido mucha gente. Esperaba algo un poco
más discreto.
—Bueno, es mi vigésimo primer cumpleaños. Tenía que celebrarlo de
alguna manera.
—Ah, no lo sabía —dije—. Te habría traído un regalo.
—No hace falta. Tu presencia es más que suficiente.
Miré en el fondo de sus azules ojos, y supe que lo decía en serio. Luego
miré a mi alrededor. —¿Dónde está Alice?
—Está por ahí, en alguna parte. Creo que está dando pautas al personal
sobre cómo mezclar ponche. —Rio—. Se ve que no lo hacen muy bien.
—Vaya, ¿pretende convertir la celebración en una gran noche? —Eso no
pegaba con Alice, ya que normalmente no bebía. Al menos, no tanto como
yo. Aunque claro, yo tenía una alta tolerancia al alcohol, como solía
comentar Rey. Él veía mi capacidad para mantener un buen nivel de
coherencia a medida que bebía, como un talento, mientras que yo veía la
bebida como una mera vía de escape.
—Sí, estamos planeando que sea una gran noche. —Harry se rio entre
dientes—. De todos modos, estáis en vuestra casa. Hay mucho de todo aquí
esta noche.
Por su ceja arqueada, Harry se estaría refiriendo a algo más que alcohol y
comida. Mientras ese pensamiento me atravesaba, vi a Gregory y a su
esposa en un rincón.
A pesar de rechazar las invitaciones de Gregory, no había dejado de
pensar en nuestra noche de pasión. Mi cuerpo se encendió ante el recuerdo
de su cuerpo contra el mío. Y mientras le robaba alguna que otra mirada,
experimenté el mismo deseo ardiente. Era incluso más alto y sexy de lo que
recordaba.
Su esposa me lanzó una sonrisa fría. ¿Podría notar mi atracción por su
marido?
Mi experiencia me había mostrado que era mejor dejar en paz los
matrimonios complicados. Les di la espalda, no podía pensar con claridad
con esa mirada penetrante cargada de insinuaciones acaparando mi
atención. Tomé una copa de champán de la bandeja de un camarero y sonreí
a Oscar, un amigo de la universidad.
Su rostro se iluminó al verme. —Ah, ¡tú también estás aquí! —Óscar
tenía los ojos saltones y le gustaba demasiado la cocaína y la vida nocturna.
Sin embargo, también era una de esas personas realmente brillantes que de
alguna manera podían divertirse mientras se sacaban una carrera.
—Bueno, ¿has venido sola? —preguntó.
Sacudí la cabeza y la incliné hacia Rey.
—Oh, todavía te codeas con ese zorro astuto. —Se rio entre dientes—.
Veo que está charlando con Lord Pike. Parece una unión creada en el
mismo infierno.
Dirigí mi atención a donde se encontraba Rey y observé a un hombre
gordito con un gran puro saliendo de su boca. —¿Quién es?
—Lord Pike está metido en todo tipo de asuntos clandestinos. Se rumorea
que su padre consiguió llegar a la Cámara de los Lores a base de
chanchullos y palizas.
—¿No lo han hecho todos de esa manera?
Respondió con una risa ronca. —Desde luego mi padre no. Dios bendiga
su alma religiosa. Pero sí, los engaños junto con la fuerza bruta te llevarán
lejos.
Oscar miró a nuestro alrededor. —Oh, ahí está Hilaria Wilson. —Se
inclinó y susurró—: Cuenta la historia que su madre está acusada de
asesinato.
—Eso no es nada gracioso —dije, manteniendo la cara seria.
—Sí. Bastante irónico. Creo que nunca he visto sonreír a Hilaria. Qué
extraño. —Frunció el ceño como si se le acabara de ocurrir ese pensamiento
—. Los apodos normalmente definen a la persona. Mírame a mí. Soy un
esclavo total de Oscar Wilde y mi familia no ha sido consciente. ¿Lo
habrían sido ellos también?
Exhalé, pensando en mi nombre, Carol Lamb.
Óscar me lanzó una mirada de complicidad. —Ah… así es, eres Caroline
Lamb. Se hizo famosa por su afiliación con el 'loco, malo y peligroso de
conocer' Lord Byron. —Hizo una mueca—. Son sus palabras, no las mías.
Yo le adoro. 'Childe Harold' es una obra maestra.
Me informé sobre ella después de que alguien de la universidad señalara
que me llamaba igual que la sufrida novia del famoso poeta. Supersticiosa
hasta el extremo, sentí una punzada de arrepentimiento por no haberme
cambiado de nombre.
La fiesta se desmadró pasado un tiempo, en gran parte gracias a un
poderoso ponche y grandes cantidades de cocaína. Los ricos disfrutaban de
sus drogas y de otras actividades placenteras a escala industrial.
Había bailes, besos y risas estridentes por todas partes. En un momento
me pregunté si esa opulenta casa sobreviviría. Ya habían roto un jarrón y un
sirviente se apresuraba a salvar otro, para entretenimiento de todos, que
pararon sus quehaceres y le aplaudieron.
Harry Lovechilde no parecía preocupado mientras paseaba entre un grupo
de juerguistas y otro. Había demostrado ser un anfitrión ejemplar,
convirtiendo a cada invitado en un amigo cercano a pesar de que muchos,
como yo, sentíamos que solo participábamos de pequeñas conversaciones.
Mientras absorbía la belleza del gran salón de la casa con sus sublimes
paredes de color verde mar, cubiertas con obras de arte originales
enmarcadas en dorado y arcos cóncavos que albergaban diosas de mármol,
fantaseaba con organizar veladas donde se hablara de arte, regadas con
champán de calidad.
Sonreía a quien se cruzaba en mi camino y los escuchaba balbucear todo
tipo de tonterías sobre la tía excéntrica de alguien que solo empleaba
personal llamado Mary o John, o un señor paranoico convencido de que un
hombre lobo deambulaba por su propiedad en las noches de luna llena.
Pequeñas historias raras que llenaban de risas la sala.
Cuanto más rico es el anfitrión, más infantil y endogámico resulta; un
hecho al que Rey aludía ocasionalmente. Sus ojos brillaban con burla
mientras escuchábamos alguna historia sobre Bertie, o quien fuera, a quien
le recortaban su asignación mensual por alimentar con hongos mágicos a
los patos de su finca.
Después de un rato, el champán se me subió a la cabeza y necesité algo de
espacio para recomponerme. No había hablado todavía con Alice, y en mi
estado de borrachera incluso tuve la perversa idea de darle la noticia sobre
las inclinaciones de Harry hacia su propio sexo. Algo que él ocultaba
bastante bien, dadas esas ocasionales miradas persistentes. ¿O era yo quien
miraba demasiado a menudo?
Elegante y guapo como alguien de Hollywood, se hacía imposible no
mirar a Harry.
Alice parecía evitarme, lo cual era extraño, considerando que teníamos
bastante confianza. ¿Habría notado mi coqueteo con Harry? ¿Era tan
evidente?
Salí a tomar un poco de aire, ya que el champán me había mareado
ligeramente.
—Ah, ahí estás —escuché a alguien decir detrás de mí.
Cuando me giré, Gregory, arrogante e irresistiblemente guapo, extendió
sus manos. —¿Por qué me estas evitando? Te he solicitado muchas veces y
apenas he recibido respuesta.
Bajo la luz de la lámpara del jardín estaba irresistible, lo que poco ayudó
para calmar el deseo que despertaba en mí.
—He estado ocupada. —Miré el grueso tronco del sauce, iluminado por
una luz de colores.
Tocó mi mano y un hormigueo viajó hasta mis pezones. —No puedo dejar
de pensar en ti, Caroline. He estado con muchas mujeres, pero ninguna
había tomado tal control de mi miembro.
Puse los ojos en blanco a pesar de que a mi cuerpo no parecía importarle,
a juzgar por la chispa que se había encendido en mis bragas. Su polla
también se había apoderado de mis fantasías, pero él nunca lo sabría.
No podía permitirme enamorarme de un hombre casado como Gregory.
Sabía cómo la gente chismorreaba y el solo hecho de haber estado en
aquella orgía, seguramente habría destrozado mi reputación.
—¿Que tengo que hacer? —preguntó, desesperado.
—Eh... ¿no estar casado? —Forcé una sonrisa.
—Veamos adónde nos lleva esto. Yo lavaré los platos.
Me reí. —¿Y eso a qué viene?
—La dejaré. Es un matrimonio de conveniencia. Solo soy su tapadera. Mi
papel es atraer mujeres para su disfrute.
Negué con la cabeza. ¿Cómo había caído en un triángulo tan lascivo? —
Nunca haría eso. No me atraen las mujeres. No es que tenga nada en contra
de las personas a las que sí, cada uno a lo suyo, pero la verdad que yo soy
demasiado conservadora para experimentar.
Su boca se curvó en un extremo. —No te describiría exactamente como
alguien conservador, tan solo joven y deliciosamente receptiva.
Me abstuve de comentar, principalmente porque hizo que mi corazón se
acelerara.
—Te sentí. —Tocó mi mano—. Fuiste excitante. Altamente erótico.
Encajamos, en todos los sentidos.
Sí. Me corrí como nunca antes.
No estaba dispuesta a admitir eso en su presencia. Especialmente estando
él tan cerca.
—¿Dejarías a tu esposa por otra noche conmigo? —pregunté.
—Bueno, no me podría conformar con una sola noche. —Me lanzó una
sonrisa juvenil.
Quería abofetearlo por debilitar, no solo mis rodillas, sino también mi
determinación de mantenerme limpia para ese hombre rico y poderoso con
el que me había propuesto casarme, a pesar de que no tenía nombre ni
rostro. Todavía.
Pensé en Rey prometiendo entregarme a Harry Lovechilde.
Pero, ¿cómo?
Gregory me llevó de la mano hasta un lugar escondido del jardín, donde,
sin la menor resistencia, caí en sus brazos. Nuestros labios se juntaron en un
beso apasionado.
Nuestras lenguas se enredaron mientras su cuerpo se presionaba contra el
mío, su bulto contra mi estómago prometía la liberación que mi cuerpo de
repente anhelaba.
Si me dejase llevar, podría volverme adicta a este hombre. Las drogas las
podía rechazar con bastante facilidad, pero rechazar tener sexo con un
hombre como Gregory, requería de la fuerza de Hércules.
Incapaz de detener el fuego que encendió en mí su pasión, me entregué en
sus manos hambrientas, mientras acariciaba mis pechos. Respiró
pesadamente y casi gruñó mientras me acariciaba antes de darme la vuelta.
Descubrí mi trasero para que se frotara contra su polla.
Se inclinó contra mí y su aliento áspero me hizo cosquillas en la oreja. —
Eres una zorrita muy tentadora.
En ese momento, quise sexo primario y crudo, como quien está a punto de
morir de sed le dan a beber un trago de agua.
Su mano subió por mi pierna cubierta con unas medias, y su dedo se
enganchó bajo mis bragas. —Tu coño es perfecto.
Mientras acariciaba mi clítoris, me apreté contra su polla, que estaba tan
dura y palpitante que se me cortó la respiración.
Entró en mí con un empujón profundo y tuve que morderme el labio para
evitar gritar. Este hombre tenía la polla más grande que jamás me había
follado. Mientras él entraba y salía, cedí a un ardiente placer tan intenso,
que mi corazón casi se me salta del pecho. El peligro de ser descubiertos
intensificó la sensación, añadiendo aún más leña a un fuego que ya ardía.
Me mordió el cuello y sus gemidos humedecieron mi oído.
—Eres mi nueva maldita adicción. —Sus embestidas se volvieron
frenéticas, llevándome al límite—. Córrete por toda mi polla como lo
hiciste la otra noche.
Sus comentarios guarros me provocaron todo tipo de impulsos eléctricos,
mientras la intensa fricción de su penetración me causaba una liberación
ardiente. Mis músculos se contrajeron y un estallido de euforia me invadió.
Entonces Gregory cayó contra mí, respirando como un hombre que
hubiera corrido un kilómetro a toda velocidad. Besó mi cuello, me giró y
nos besamos apasionadamente.
Después de eso, supe que no podía negarme a Gregory.
Tendríamos que llevarlo en secreto. Una se follaba a hombres como
Gregory, pero nunca se casaba con ellos. Acabaríamos quemándonos el uno
al otro.
También negué la idea de mal gusto del intercambio de parejas como
remedio para el hastío suburbano. Porque, sobre todo, Gregory no poseía
una riqueza genuina, y lo que él me ofrecía nunca sería suficiente.
—Ni una palabra —dije.
Me sostuvo la mirada y una lenta y sexy sonrisa creció. —Lo que quieras.
Seré tu esclavo a partir de este momento.
Puse los ojos en blanco. —Bueno. Ya me has tenido. Así que será mejor
que te vayas. Me atusé y recoloqué el pelo.
—Te quiero durante un fin de semana entero. En mi casa flotante. ¿Vale?
¿Un fin de semana de orgasmos interminables y desenfrenados con un
hombre bien dotado? Podría permitirme ese pequeño capricho, pensé. —
Déjame pensarlo.
—No te hagas la difícil, Caroline. Solo me volverás más violento.
—¿Es eso una amenaza? —pregunté, a pesar de que mi cuerpo se estaba
excitando de nuevo. La alusión a tomarme por la fuerza, más que
inquietarme, me excitó aún más.
Estaba a punto de responder cuando escuchamos que alguien se acercaba,
e incliné la cabeza para que él se fuera primero.
Esperé cinco minutos antes de que mi yo interior regresara.
Justo cuando subía las escaleras hacia la entrada, Rey me recibió en la
puerta y me hizo un gesto para que le acompañara. Le seguí hasta un patio
de mosaicos al lado de la mansión.
Primero encendió un cigarrillo antes de hablar. —He visto que Gregory te
ha seguido.
Me encogí de hombros. —Estábamos hablando.
—Me han dicho que es un libertino. Siempre busca aparcar su polla donde
sea.
—¿No son así la mayoría de los hombres? —Sonreí.
—Oh, vamos, Carol, no te hagas la mojigata. Tienes una pequeña mancha
en tu vestido.
Miré hacia abajo y, efectivamente, tenía una mancha.
—Ve y límpiate. Este tipo de cosas no deberían suceder aquí.
Su tono áspero hizo que mi corazón se congelara.
Ni siquiera pude encontrar alguna excusa, en lugar de eso me miré los
zapatos. Reconocí mi momento de debilidad asintiendo, antes de
escabullirme al tocador.
Cuando regresé, encontré a Rey esperando. Señalé la mancha. —Vaya, se
me ha derramado un poco de champán.
Su boca apenas se movió.
Con la esperanza de calmar su mal humor, agregué: —Lo siento. Fue una
estupidez.
—Mmm… —Se encendió un cigarro—. Ahora ve a hablar con Harry.
Engánchale. Le gustas. Puedo asegurártelo.
—¿Y Alice? —pregunté.
Él se encogió de hombros. —Ella no tiene nada que tú no tengas, querida
niña. Úsalo a tu favor. Si se enfada por tu coqueteo con Harry, mucho
mejor. Eso es algo que la mayoría de los hombres odian de las mujeres.
—No solo los hombres. —Puse una sonrisa fingida.
Desviando mi comentario, ladeó la cabeza hacia la casa. —Anda. Abre
una brecha entre ellos.
Las fiestas estaban hechas para divertirse, no para generar tensión, pensé
mientras soltaba un suspiro entrecortado.
Dejé a Rey y me serví otra copa de champán de una reluciente bandeja de
plata. Habría preferido interpretar el papel de Cenicienta que el de la
malvada hermanastra.
Viniendo a mi rescato, Harry me encontró, lo cual fue agradable y facilitó
mi tarea de canalizar el tonteo que pretendía llevar a cabo.
—He oído que lo estás haciendo genial en Balliol —dijo—. También estás
rompiendo algunos corazones. —Inclinó su hermosa cabeza, sus ojos azules
brillaban con un toque de picardía.
—Bueno, no estoy tan segura de eso, pero me encanta estar allí, es un
gran honor. Quiero aprovechar cada momento al máximo.
—Un sentimiento encomiable. La mayoría de mi gente sale de fiesta
durante sus estudios.
—Ya me he dado cuenta. ¿Cómo lograrán aprobar?
Se acercó más. —Vale la pena ser rico. En más de un sentido.
Fruncí el ceño. —¿Quieres decir que compran sus notas?
—Se intercambia dinero, pero no de esa manera. Baste decir que algunos
de los alumnos más pobres se dedican a actividades empresariales como
redactar ensayos y otras cosas por el estilo.
—Estás bromeando.
Llevaba el tipo de sonrisa que un padre le pondría a un niño que aún no ha
experimentado la picardía del mundo. —De todos modos, no te has
enterado por mí.
Asentí. —¿Y tus estudios? Si no te importa que te lo pregunte.
—Estoy estudiando Empresariales. Que es el equivalente académico a
pintar con los dedos para aquellos que no saben pintar.
Me reí de su autodesprecio. —Estamos hablando de Oxford. Aún se
requiere una puntuación alta para lograr entrar.
—Digamos simplemente que las matemáticas fueron algo que siempre me
resultó fácil, así que no fue difícil sacar nota. Y sabes, me gusta estar allí,
he hecho algunos contactos valiosos en los fondos de cobertura.
—Parece que me estás hablando con acertijos. —Respiré—. ¿Esos fondos
de cobertura son para aseguraros a los de siempre que estáis bien cubiertos?
Su contagiosa carcajada me arrastró y me reí tontamente.
En ese momento, mientras compartía este momento de diversión con su
futuro esposo, Alice se unió a nosotros.
—¿Qué es eso tan divertido? —preguntó ella, balanceándose un poco.
Debió haberse molestado.
—Es que Caroline ha hecho una broma sobre los fondos de cobertura. —
Me lanzó otra cálida sonrisa, que le devolví, a pesar de que Alice estaba
mirando.
Luego me disculpé y me alejé, pero Alice echó a andar tras de mí.
Capítulo 5

—¿PODEMOS HABLAR? —DIJO ALICE, tomándome del brazo, y no de


una manera amable.
Cabreada por la forma en que me estaba tratando, hice caso omiso. Por
suerte, estábamos solas en el pasillo y, queriendo evitar montar una
escenita, ladeé la cabeza hacia una puerta. —¿Por qué no salimos y
hablamos de qué te tiene tan alterada?
Levantó la barbilla y señaló la puerta.
Una vez que estuvimos fuera, le pregunté: —¿Tienes algún problema?
Se tambaleó ligeramente y la ayudé a estabilizarse, sujetándola de los
brazos. —Veo que tu determinación en dar una gran fiesta se ha llevado a
cabo —bromeé, volviendo a un tono más ligero para calmar la situación.
Me empujó. —No me toques, puta.
Mis ojos se abrieron. ¿Era la misma dulce Alice que se había mostrado
tan complaciente durante aquellos incómodos primeros días en Balliol?
Respiré profundamente para calmar mi creciente ira. —No me llames así.
Lo último que necesitaba era una pelea de gatas. No podía darme el lujo
de menospreciarme rasguñándola y arañándola como dos adolescentes
alteradas peleándose por un chico.
—Me han contado lo que hiciste en esa fiesta de swingers a la que fuiste
con Helmut y cómo dejaste que un hombre casado te follara. Y ahora estás
intentando seducir a Harry. Conozco tu juego. Es repugnante. Eres la
hermana del diablo.
Contuve el aliento, sintiendo como si alguien acabara de apuñalarme en el
estómago.
Maldito Helmut.
—¿Harry lo sabe? —No supe por qué pregunté eso, porque lo único en lo
que podía pensar era en si todos sabrían que había asistido a esa fiesta
libertina.
—Lo sabe. Pensó que era algo pervertido, pero en realidad es jodidamente
repugnante.
—Todos allí eran adultos y dieron su consentimiento —dije—. Y, además,
yo no hice nada. Son solo rumores malintencionados. Helmut me engañó.
Pensé que era una fiesta normal. Me llevaron allí con mentiras.
Las palabras chocaron en mi cerebro mientras intentaba reunir más
explicaciones para limpiar mi manchada reputación. Mientras tanto, una
parte de mí solo quería huir de estas personas horribles, cuyos únicos
momentos oscuros en la vida eran ser desairados por alguien influyente o
no poder encontrar la talla adecuada.
Alice se burló de mis explicaciones y, en lugar de seguir defendiendo mi
inocencia, me quedé rígida, con cara de desprecio. Chica patética e
inmadura. —Además —espeté—, tengo edad suficiente para hacer lo que
quiera.
—¿Eso también incluye follarte a mi prometido?
—Alice, por el amor de Dios, contrólate. Solo estábamos charlando. No
ha pasado nada. Yo nunca haría eso. Has sido una amiga para mí.
Le toqué el brazo y ella apartó mi mano como si fuera basura. —Ya no.
Me das asco.
A pesar de la advertencia de Rey de no revelar el secreto de Harry,
simplemente estallé. —Entonces, ¿cómo vas a llevar lo de estar casada con
un hombre al que le gustan otros hombres?
—Bueno, por supuesto, a Harry le gustan los hombres. Quiero decir… —
Su frente se arrugó—. De la misma manera que a mí me gustan las mujeres.
—¿Entonces eres bisexual? —pregunté.
Su rostro se arrugó por la sorpresa y el disgusto, como si le hubiera
ofrecido un plato de lombrices. Esta mujer era demasiado puritana para ese
entorno hedonista donde el placer y el exceso eran tan comunes como
obtener un título universitario.
La miré a los ojos. —A Harry también le atraen los hombres.
Aunque estábamos débilmente iluminadas bajo una lámpara victoriana en
mitad de un camino adoquinado, pude ver que la sangre abandonaba su
rostro.
—¿Qué? —Alice negó con la cabeza—. No. Te estás inventando esos
rumores porque quieres tenerle. He visto cómo le miras.
—Ha sido visto en más de una ocasión frecuentando bares gays.
Entrelazó sus dedos. —Tal vez le guste la música, no sé… Él me ama. Me
lo ha dicho.
—¿Y tenéis una vida sexual plena?
—Aunque no es asunto tuyo, soy virgen. Me estoy reservando para él.
Casi me reí de ese concepto anticuado. Pero también recordé ese retrato
de Jesús que había visto en la habitación de Alice y la Biblia junto a su
cama. No había conocido a nadie religioso antes de ella; yo había sido
criada en una familia que solo entraba a las iglesias para funerales o bodas.
—Entonces deberías saber que a Harry le gustan los hombres. Habla con
Helmut. Él te lo confirmará.
—Hace un minuto, según tú, Helmut se había inventado que tú te
prostituías, ¿y ahora me estás diciendo que fue él quien te dijo que Harry
era homosexual?
—Bueno, bisexual, me atrevería a adivinar.
—¿Te atreverías a adivinar? Solo te lo estás inventando todo porque
quieres tenerle. No eres más que una puta infiel.
Me abofeteó la cara y estaba extendiendo la mano para agarrarme del
pelo, cuando la aparté. A partir de ahí, todo se volvió oscuro y borroso, a
cámara lenta. Perdí la noción del tiempo.
Ella se tropezó hacia atrás y cayó con fuerza sobre el pavimento. El
crujido que escuché pareció amortiguar mi jadeo mientras me quedaba
congelada en el acto.
Un charco de sangre caía sobre un lecho de flores blancas, como acuarela
sobre papel mojado; tardé unos segundos en salir de mi aturdimiento. Mi
corazón subió hasta mi garganta y el pánico llenó cada célula de mi cuerpo.
Me agaché y traté de revivir a Alice, pero estaba inconsciente.
Una sombra oscureció el camino y me giré para encontrar a Rey de pie
sobre mí, como un fantasma.
—Ella se ha tropezado hacia atrás —jadeé—. La empujé porque me
estaba tirando del pelo y golpeándome.
—Shh... —Se puso un dedo sobre la boca—. Vuelve dentro. No
menciones ni una palabra.
—Pero podría estar muerta. —Mi voz se ahogó ante una avalancha de
angustia.
—¡Vuelve dentro! Yo me encargo de esto. Solo. Una vez más, ni una
palabra.
Un suspiro entrecortado salió de mi pecho. —No puedo volver allí.
—Tienes que hacerlo. —Sus ojos estaban muy abiertos e implorantes,
como si pensara que mi vida dependiera de volver a aquella fiesta. —Si
alguien te pregunta dónde has estado, dile que estabas en el tocador, ¿de
acuerdo? Ve allí primero. Arréglate y recuerda, actúa como si nada hubiera
pasado.
—Pero, ¿qué pasa con Alice? —Señalé el cuerpo inerte que yacía sobre
un lecho de flores ensangrentadas. Si la situación no hubiera sido tan grave,
podría haberse interpretado como algo profundo, como una obra de arte que
proclama la inocencia perdida.
Inclinó bruscamente la cabeza. —¡Vete!
Capítulo 6

UNA SEMANA DESPUÉS DE la fiesta, estaba sentada en una comisaría


de policía siendo interrogada por un detective, arañándome las palmas
sudorosas. Respiré hondo, me limité a mi declaración y la repetí de nuevo,
como una actriz repasando sus líneas: —Después de ver que Alice estaba
nerviosa, traté de calmarla y convencerla de que todo saldría bien.
El detective me miró fijamente a la cara durante un buen rato y yo le miré
a los ojos, manteniéndome lo más inexpresiva que pude a pesar de una
interminable batalla de nervios.
—¿Puede explicarnos por qué Alice estaba agitada?
—Alice estaba preocupada por sus estudios y por cómo se había quedado
atrás, porque no cumpliría con las expectativas de su familia religiosa si
cambiaba de carrera. No disfrutaba de sus estudios teológicos.
—¿Entonces crees que podría haber intentado hacerse daño?
—No lo sé, para ser honesta. No creo que hubiera sido capaz. Pero no
tengo ni idea de adónde fue después de hablar con ella.
—Alguien en la fiesta vio cómo ella te alzaba la voz antes de desaparecer.
Eso me desconcertó. Pensé que estábamos solas en el pasillo.
Me encogí de hombros. —No tuvo importancia.
—Dímelo de todos modos —dijo el detective.
Volví a suspirar y crucé las manos, observando cómo sus ojos de águila
seguían cada uno de mis gestos. —Alice había estado bebiendo. —Puse una
sonrisa tímida—. Ella pensó que yo estaba coqueteando con su prometido.
—¿Ese sería Henry Lovechilde?
Asentí.
Cerró su cuaderno y apagó su grabadora.
—Creo que tienes alguna relación con Reynard Crisp.
Mi corazón dio un ligero vuelco. —Eh... sí.
—Eso es todo. Puedes irte. Pero si planeas viajar, debes informarnos.
—¿Soy sospechosa?
—Todos los asistentes a la fiesta son sospechosos, señorita… —Volvió a
mirar sus notas—. Inocente.
Terminó ahí. La policía no volvió a interrogarme y me sentí aliviada, a
pesar de que todavía me preguntaba por qué el detective había mencionado
a Reynard.
—¿Te ceñiste a la historia? —preguntó Rey mientras estaba sentado en mi
salón de la casa de Notting Hill, que carecía de baratijas, cuadros y todos
esos toques personales que hacían que un hogar fuera cálido y acogedor.
No había estado durmiendo bien, así que ir a comprar artículos de
decoración era lo último que tenía en mente. Cuando empecé a dormir de
nuevo, me asaltaba el recuerdo de Alice mirándome, señalándome a la cara,
gritando todo tipo de improperios desgarradores.
—¿Qué hiciste con ella? —Había perdido la cuenta de cuántas veces se lo
había preguntado. Cada vez que lo hacía, Rey eludía la pregunta.
Los padres de Alice me habían contactado varias veces después de que
alguien les dijera que yo era la última persona en verla aquella noche.
Incluso tuve que pedirle a la policía que interviniera, temiendo que
siguieran molestándome.
—Todo el mundo piensa que yo tuve algo que ver. —Caminé a lo largo de
la estancia y miré por las ventanas hacia una calle llena de gente que, a
juzgar por su comportamiento relajado, no estaban siendo perseguidos por
un fantasma.
—Cíñete a la historia, Caroline. No tienen nada contra ti.
—Bueno, ¿me lo vas a decir? Estoy perdiendo la cabeza. —En contraste
con su indiferencia, seguí caminando de un lado a otro, retorciéndome las
manos.
Tomó un sorbo del whisky que le acababa de servir e hizo una mueca. —
Realmente necesitas un licor mejor.
—Oh, por el amor de Dios, Rey.
Pasó del vacío al desprecio en un abrir y cerrar de ojos. —Baja la voz.
Me dejé caer en el sofá y enterré la cara entre mis manos.
—No hace falta decir que limpié tu desorden. —Tomó otro sorbo de licor,
encendió un cigarrillo y se reclinó como un hombre sin preocupaciones de
ningún tipo—. Ahora me debes algo.
Dejé caer mis manos y le miré a los ojos. —¿Qué te debo?
—Primero, te casarás con Harry Lovechilde y luego ya hablaremos.
Dejé a un lado la avalancha de preguntas sobre mi deuda con él y
pregunté: —¿Cómo voy a hacer eso? Depende de él, ¿no? Y cuando le vi
hace poco, estaba destrozado por la misteriosa desaparición de Alice.
Rey asintió, perdido en sus pensamientos. —Puedes pasar el rato en sus
bares favoritos y ser su hombro donde llorar. Cógele de la mano. Sedúcele.
—Puede que ni siquiera le gusten las mujeres. Después de todo, nunca
llegó a consumar su relación con Alice.
—Sé que es un hombre de familia, me lo dijo una noche. Necesita un
heredero. Así funcionan estas dinastías. Se casan, tienen una familia y
tienen sus pequeños divertimentos extramatrimoniales.
Fruncí los labios. —¿Hay alguien bueno en tu mundo?
Sonrió. —Quítate esas gafas de color de rosa, Carol.
Empecé a caminar de nuevo y luego me volví hacia él. —¿Y qué pasa si
él no me quiere?
—Lo hará. La mayoría de los hombres te quieren. Eres muy hermosa.
Bien formada, como a la mayoría de los hombres les gustan las mujeres. —
Hizo una pausa—. Hablas bien y puedes mantenerte firme en una
conversación inteligente. Esas son cualidades esenciales para hombres
como Harry. Los de las viejas familias adineradas se asocian con los de su
propia especie.
—Pero yo no.
—A partir de ahora, lo eres, querida niña. Tus padres de clase alta
murieron en un accidente de coche y te crio una abuela adinerada.
Mis cejas se alzaron. —¿Qué pasa si me preguntan sobre los antecedentes
de mis padres? ¿O de mi abuela?
—He creado una buena historia. —Se le formó una sonrisa de satisfacción
—. Una que es infalible e imposible de rastrear.
—Lo tienes todo resuelto. —Negué con la cabeza—. ¿Alice es imposible
de rastrear?
Asintió. —No hay nada que deba preocuparte.
—¿Y qué pasa si Harry me rechaza?
—No lo hará.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—He visto cómo te mira. Ten una conversación interesante con él. No es
muy fanático de los cotilleos.
—Mmm... Yo tampoco —murmuré.
Él sonrió ante mi tono cansado. —Deslúmbralo con tu lenguaje
inteligente y ofrécele socorro en estos momentos de duelo. Ese es el mejor
afrodisíaco.
Solo le estaba escuchando a medias, porque todo en lo que podía pensar
era en Alice y cómo había desaparecido sin dejar rastro.
Yo la había matado.
Aunque había sido un accidente, aun así, la maté. Sencillamente.
Y aquí estaba este hombre, que minuto a minuto continuaba
metamorfoseándose de un enigmático titán de lengua aterciopelada, a un
astuto delincuente que podría haber sido el mismísimo diablo.
Y yo estaba a punto de firmar en la línea de puntos para pactar mi trato
con este diablo. No tenía otra opción.
Se levantó. —Socórrelo.
Mi frente se frunció. Mi mente estaba a kilómetros de distancia. —¿Qué
haga que se corra?
—Oh Carol. Ahora estás demostrando tu ignorancia. —Su risa burlona
me hizo querer arrojarle algo; me sentí encadenada a este ser. —Me refería
a que le dieras tu apoyo.
—Sé lo que significa 'socorro' —espeté—. Pensé que habías dicho algo
más. Eso es todo.
—Estás siendo petulante. —Su mirada condescendiente se desvaneció—.
Me reuniré con Harry mañana para presentarle a un gestor de fondos de
cobertura. ¿Por qué no vienes?
Le acompañé hasta la puerta. —Envíame la dirección y estaré allí.
Se inclinó y me besó la mejilla. —Lo harás bien, Caroline. —Alzó mi
barbilla—. No tuviste la culpa, ella te estaba atacando, ¿recuerdas?
—Sí. Pero no sé por qué no avisamos a la policía.
—Porque de haberlo hecho, no estarías aquí ahora. De hecho, estarías
camino a cumplir condena por homicidio involuntario, en el mejor de los
casos; asesinato, en el peor.
Un aliento entrecortado salió de mi boca amarga y seca. —¿Podría
haberse salvado si alguien la hubiera atendido? —Ya había hecho esa
pregunta más veces. Mi cordura amenazaba con irse de la sala.
El ligero movimiento de su cabeza en respuesta, fue todo lo que necesité
en esta ocasión, tan solo me eso me bastó para salir de la nube oscura que
me envolvía.
Cuadré los hombros y levanté la caja torácica, escuchando un ligero
crujido en mi columna después de llevar encorvada quince días. Reynard
tenía razón. Fue mala suerte y no tuve otra opción que seguir adelante.
—Bien, no volveremos a hablar de esto nunca más —dije—. Lo único
que... no sé qué hacer con la policía y la obsesión que tienen conmigo.
—Pararán. No tienen nada contra ti. Todo es circunstancial y eso nunca es
suficiente.
Ese día, mientras veía cómo Reynard se alejaba, decidí matar a Carol
Lamb para siempre.
A partir de ese momento, me convertí en Caroline, la mujer de clase alta,
la que sería conocida por destacar en la universidad, casarse con un
afortunado y criar hijos hermosos e inteligentes.
Capítulo 7

REY TENÍA RAZÓN EN una cosa, Harry realmente se había fijado en mí.
Parecía prestarme toda su atención cada vez que nos encontrábamos, lo cual
no era coincidencia, ya que yo me aseguraba de moverme en sus círculos.
Cuando nos cruzábamos de este modo “tan casual”, Harry me invitaba a
algunas copas y me contaba algunos secretos. Me convertí en esa amiga
comprensiva que escuchaba a un hombre que había perdido al amor de su
vida, o así describió a Alice, haciéndome sentir culpable y un poco celosa,
aunque no tenía derecho a esto último.
Me había encariñado mucho con Harry; no solo era guapo sino cálido y
receptivo. Cuanto más tiempo pasábamos juntos, más quería estar en su
vida.
Una noche, unos dos meses después de aquella fatídica fiesta, me invitó a
volver a Mayfair. En su asombrosa habitación, que podría haber sido una
galería de arte, nos convertimos en algo más que buenos amigos.
Harry no era un dios en la cama, al contrario que Gregory, nadie podría
compararse con Gregory en ese sentido, pero Harry disfrutaba de mi cuerpo
y yo me entregué por completo.
Cuando hablo de entregarme por completo, me refiero a que también me
distancié de Gregory, a pesar de extrañar el sexo de calidad.
A menudo nos encontrábamos en fiestas, y la tentación de permitirle que
me llevara a algún lugar oscuro y privado era tan grande, que tenía que
hacer acopio de la fuerza de Hércules para no rendirme. Una noche, incluso
casi me obligó, lo que me puso tan cachonda que luego me tuve que
desquitar con mi nuevo amor. El único inconveniente es que Harry carecía
del tipo de deseos oscuros que yo anhelaba.
Le rogué a mi ex amante que me dejara en paz. Casi monta una escenita
en una de nuestras muchas reuniones, y Rey tuvo que intervenir. Después
de hablar con Gregory, Rey me recordó que no saboteara mi relación con
Harry y que no perdiera de vista el propósito final. Solo entonces podría
permitirme todos los placeres que quisiera.
A finales de ese mismo año cumplí veintiún años. También recibí la mejor
calificación en un ensayo sobre el muy controvertido ascenso al poder de
Isabel, hija de Enrique VIII y Ana Bolena. A pesar de todas las fuerzas en
contra, la reina Isabel I se convirtió en una de las monarcas más exitosas de
la historia de Inglaterra.
Puse mi corazón y mi alma en ese ensayo, resaltando que el éxito y la
brillantez no siempre es demostrado por aquellas personas criadas en el
amor y la buena educación, sino más bien todo lo contrario.
Quizás había un poco de mí en su historia.
De cualquier manera, escribir aquel ensayo alimentó mi ambición de
convertirme en algo más que una simple mujer a la que le gustaba moverse
entre hombres poderosos.
Harry se encontró conmigo en nuestro pub habitual de Oxford, por donde
pasaban la mayoría de los alumnos de Balliol. Se acercó hasta mí y me besó
en los labios; sus ojos se fijaron en los míos, repletos de amor, y mi corazón
floreció como una rosa de verano.
Amaba a Harry, no de esa manera lujuriosa y apasionada que había
experimentado con Gregory, sino profundamente. Tiernamente.
—La mejor nota. —Él silbó, parecía genuinamente complacido—. Nunca
he conocido a nadie que se dedicara tanto a sus estudios. Eres una
inspiración. Bien hecho, Caroline.
Sonreí; mi alma cantaba. Tener un amigo cercano que realmente creía en
mí, me hacía querer brillar para él.
—¿Un GinTonic? —preguntó.
Sacudí la cabeza lentamente.
Sus cejas se alzaron con sorpresa.
—¿Qué, es que acaso me tienes por una dipsómana? —Me reí.
—No. Pero nunca te había visto rechazar una bebida.
Una sonrisa apareció en mi rostro mientras jugaba con mis largas uñas
rojas. —Tengo noticias.
Inclinó la cabeza, curioso.
Respiré. —Estoy embarazada.
Sus ojos se abrieron y mi corazón se aceleró anticipando cómo podría
reaccionar.
Lo sabía desde hacía tan solo un día, después de que las náuseas
persistentes y la falta del período me acabaran convenciendo para que fuera
al médico, donde rápidamente me informaron de que estaba embarazada.
Debería haberme preocupado, pero no fue así. Incluso si Harry no hubiera
querido involucrarse, esta vez encontraría la manera.
—¿Es mío? —preguntó.
Asentí. —Solo he estado contigo.
Permaneció con los ojos muy abiertos y aparentemente sin palabras.
—No tienes que hacer ni decir nada si no quieres involucrarte. Pero he
decidido tener al niño.
Como perdido en sus pensamientos, siguió mirándome. Tras un largo
silencio, sacudió la cabeza. —Nunca me alejaría de ti. Al menos no en estas
circunstancias.
—Harry, no quiero que te sientas obligado. Sé que eres joven y aún estás
construyéndote tu futuro.
—Soy asquerosamente rico, Caroline. Si quisiera, podría sobrevivir
muchas vidas y criar una familia numerosa viviendo entre lujos. No soy tan
joven ya...
Él sonrió y mi corazón saltó de alegría, sabiendo lo que vendría a
continuación.

CITANDO A CHARLOTTE BRONTË... Lector, ¡me casé con él!


Esperamos hasta que nació nuestro hijo, Declan, y luego nos casamos en
Merivale, la casa de la familia de Harry, y ahora mía. Enamorados de su
primer nieto, mis nuevos suegros me recibieron en la familia con los brazos
abiertos.
En el momento en que posé mis ojos en Merivale, me enamoré. Tesoros
clásicos mezclados con piezas modernas. Marcos dorados decoraban las
paredes de colores brillantes, mientras finas piezas de colección tejían un
rico tapiz de opulencia. Al principio no sabía dónde buscar. La biblioteca,
con sus estantes de madera oscura de pared a pared llenos de conocimiento
suficiente para empoderar a toda la sociedad, se convirtió en uno de mis
rincones favoritos.
Los Lovechilde habían llamado a Merivale “su hogar” durante trescientos
años, y su presencia se podía sentir a través de los numerosos retratos
familiares. Por la noche, sus ojos parecían seguirme. Pero no estaba ni
mucho menos asustada, disfrutaba de ese entorno histórico como alguien
hambriento de cultura visitando el Tate.
Durante las festividades de la boda, que duraron todo un fin de semana,
Rey me preguntó si podíamos ir a dar un paseo por los extensos terrenos, un
paraíso para los botánicos donde, al anochecer, una estimulante fragancia
terrosa actuaba como una píldora de la felicidad.
Aunque intuí algo en sus ojos, como si estuviera planeando algo, agradecí
un descanso de los invitados cotillas. Mentir sobre mi pasado era agotador y
cuanto más champán bebía, más probabilidades tenía de estropearlo con
algún detalle clave. Una fachada solo se puede mantener durante un corto
período de tiempo.
Aparentemente, en Merivale era costumbre celebrar, durante al menos dos
días, a veces incluso una semana, los grandes eventos como bodas o
cumpleaños. El antiguo castillo, reformado en el siglo XIX con una mezcla
de estilo neogótico y estilo italiano, se transformaba, sin esfuerzo, en un
hotel de lujo. Y los Lovechilde, al parecer, conocían a todos los que valía la
pena conocer.
Por muy agotador que fuera, tener que seguir fingiendo era un pequeño
precio a pagar por vivir esta vida de ensueño. Cada día, mi corazón latía
con anticipación gracias a este cuento de fantasía que estaba viviendo en
mis propias carnes.
También me encantaba ser madre. Cuando acunaba a Declan cerca, a
veces sentía una oleada de amor tan tierno y abrumador, que las lágrimas
asomaban a mis ojos; cuando nadie estaba mirando, por supuesto. Las
emociones en bruto eran algo nuevo que gestionar para Caroline
Lovechilde.
Cuando el sol cayó sobre Merivale aquella noche, una fuente con una
estatua de bronce de Mercurio brillaba bajo la dorada luz. Otra de mis
escenas favoritas en ese conjunto interminable de maravillas.
Rey y yo caminamos hacia el laberinto cubierto de setos.
—Qué vista tan espléndida. —Hizo una pausa y miró hacia adelante,
señalando el mar plateado que brillaba en el crepúsculo.
—La vista desde arriba es bastante especial —dije.
—Lo has conseguido. Estoy orgulloso de ti.
Hice una pausa. —Pareces mi padre.
—Creo que soy algo bastante parecido. —Su boca se torció en su habitual
sonrisa—. Más bien soy tu dueño.
Mis cejas se retorcieron. —Eso es decir demasiado, ¿no crees?
—Tenemos un trato, ¿no es así? —Inclinó la cabeza.
—Sí. Pero no estoy segura de qué implica exactamente ese trato.
Señaló una colina verde y ondulada. —Quiero aquellas tierras.
Casi me río. —¿Y cómo se supone que tengo que conseguirlas?
—Encontrarás la manera. Soy un hombre paciente. Puedo esperar. Pero
algún día, esas tierras serán mías. Ese es el trato.
Estaba a punto de alejarme cuando repentinamente Rey me agarró de la
mano. —Recuerda, Caroline. Soy tu dueño.
Nos miramos a los ojos, luego le dejé atrás y regresé para unirme a los
invitados.
Sí, mi estrella había brillado. Pero ese ascenso tenía un precio.

UN MES DESPUÉS DE mi boda, tuve un desliz.


No era algo de lo que sentirme orgullosa, pero no pude evitarlo.
Estaba sola en Londres cuando alguien me dio unas palmaditas en el
hombro. Me giré y allí estaba Gregory. Mi cuerpo, hambriento de sexo
apasionado, tomó la decisión.
Sin ni siquiera pronunciar una palabra, le seguí. Nos subimos a su auto,
condujimos a un lugar tranquilo y allí me folló, en el asiento trasero.
Harry también estaba pasando un tiempo en Londres, yo sabía a qué se
refería con eso, pero me había asegurado que estaba teniendo cuidado y
usando protección.
Harry sabía que yo conocía sus coqueteos ocasionales. Al principio de
nuestra relación, confesé ser consciente de su predilección por las personas
de su propio sexo. —Mientras estés limpio al respecto, no me importa —le
dije.
Tal y como estaban las cosas, Harry y yo apenas hacíamos el amor, pero
cada vez que lo hacíamos, parecía quedarme embarazada. Gregory se había
sometido a una vasectomía, lo que disipó cualquier posible confusión
mientras nuestra relación clandestina continuara.
—No voy a dejar a Harry —le dije una noche mientras yacía en una
discreta cama de un hotel de Londres.
—No puedo esperar otro mes, como el mes pasado.
—Vas a tener que hacerlo. Estoy embarazada.
Sacudió la cabeza. —Me volveré loco sin ti. Te amo.
—Oh, Greg, es solo lujuria. Simplemente encajamos bien.
—No se puede negar eso. Pero, ¿y tú? Necesitas esto tanto como yo. Por
nosotros.
Asentí. Él estaba en lo cierto. Despertaba en mí un gran apetito sexual.
Pero al final, todo salió mal entre nosotros.
Un día Gregory llegó a Merivale, borracho y golpeando la puerta,
amenazando con montar otra escena si no hablaba con él. Para entonces, ya
había tenido suficiente y, muy embarazada, le eché de allí. Pero no fue hasta
que nació mi tercer hijo, que lo nuestro terminó definitivamente.
Cinco años después, comencé una relación clandestina con Will, el
administrador del fondo de cobertura de Harry. Will, guapo y diez años más
joven, iba a Merivale a menudo, incluso mientras Harry estaba en Londres.
No era Gregory, pero era bueno en la cama y poseía el tipo de virilidad que
podría mantenerme feliz durante años.
Lo tenía todo... excepto la manera de deshacerme de la bola con cadena
que era Reynard Crisp.
Capítulo 8

EN LA ACTUALIDAD

Voluble y animada como siempre, la familia hablaba entre sí mientras nos


reuníamos en el solárium (o habitación amarilla, como nos gustaba
llamarla) con vistas a la piscina.
Declan y Theadora se sentaron en el sofá floral que acababa de tapizar,
cogidos de la mano como si se acabaran de conocer. Ocho años después de
casarse, al parecer, todavía estaban muy enamorados.
Nunca había cogido de la mano a nadie en público, solo la de Cary, pero
eso fue estratagema suya; era un romántico autoproclamado y no podía
contenerse.
Theadora había resultado ser una criatura sorprendente. Mi resentimiento
hacia ella se había diluido con los años. Era difícil no cogerla cariño, dado
que había asumido su papel Lovechilde tan fácilmente como la elegante
princesa Kate quien, a pesar de su falta de sangre azul, había sido una
refrescante incorporación a la familia real.
Cary estaba cerca. —Hay mucho ruido.
Para mí, sonaba como música. Les sonreí a mis nietos, sanos y enérgicos.
Mirabel entró y entrelazó sus brazos alrededor de Ethan, cuyo rostro se
iluminaba cada vez que estaban juntos. Si había odiado a Theadora al
principio, entonces la bohemia Mirabel me había hecho hervir de rabia en
cada esquina. Nunca había entendido esa mentalidad de pacha mama,
después de todo, la ciencia moderna existía por algo. El Botox, los rellenos
de colágeno, los tacones altos y los procedimientos con láser, habían sido
inventados para que aprovecháramos al máximo nuestros activos, siempre
me había mantenido en esa postura.
—Joni Mitchell está tan alegre como siempre —susurró Cary.
Me reí. —Y brillante. Va de naranja y verde. Ah… perdóname.
Él se rio y apretó mi mano. A menudo bromeábamos sobre el sentido de
la moda de mis nueras: Theadora con sus vestidos rojos ceñidos al cuerpo y
Mirabel con sus prendas bohemias de segunda mano.
Al final nada de eso importaba, no podía negar que ambas habían tenido
una hermosa descendencia.
—Veo que hoy va a venir toda la prole —dijo Cary cuando llegó Savanah,
seguida de cerca por su marido. Carson empujaba un cochecito doble, con
el rostro alegre pero somnoliento, de cualquier padre primerizo.
—Venga... otro par a la plebe...
—No son plebeyos. —Mis cejas se juntaron—. ¿Acabo de notar una pizca
de cinismo?
—No soy un gran admirador de los recién nacidos, y tú bien lo sabes. —
Besó mi mejilla y luego se dirigió al área de la piscina donde Julian le lanzó
una pelota a Bertie, mi querido corgi.
Cary seguía siendo un misterio en muchos sentidos, por mucho que le
siguiera preguntando sobre su pasado. No obstante, era muy consciente de
que yo misma había estado viviendo una mentira, por lo que no podía
juzgarle. Tampoco me habría servido de nada, estaba demasiado
enamorada. Sin embargo, la curiosidad se había apoderado de mí porque
cuanto más tiempo estábamos juntos, más quería saber sobre el hombre que
me había robado el corazón.
Nunca pensé que me enamoraría tan intensamente. Tampoco era solo
cuestión de lujuria, aunque me tenía constantemente esclavizada por el
deseo, mis sentimientos eran mucho más profundos. Era algo raro para
alguien como yo, que nunca había conocido realmente el significado del
amor apasionado. Baste decir que Cary era el único hombre que había
conocido que podía acelerar mi pulso con solo una dulce sonrisa.
Savanah me abrazó.
—¿Qué tal os fue por Antibes? —le pregunte.
—Maravilloso. Creo que dormí un total de diez minutos.
Sonreí. —Para alguien privado de descanso, estás resplandeciente.
—Estoy tan feliz, mamá… —Su dicha me contagió. No podía adivinar
nada oscuro con ella, y su hermoso par de bebés estaban sonriéndome.
El día que los trajo al mundo, nadie se sorprendió tanto como yo. Después
de dos abortos espontáneos desgarradores, Savanah finalmente se convirtió
en la madre que siempre había soñado ser. Carson, un tipo de fiar, fuerte y
cariñoso, demostró ser el compañero perfecto, ya que sacó a mi hija del
borde de la autodestrucción, y la elevó a su estado actual.
Manon entró contoneándose. Para ser una mujer de constitución pequeña,
era evidente que llevaba una pesada carga.
—Ah, ahí está Mannie. Dios mío, está a punto de estallar en cualquier
momento —dijo Savanah.
Mientras mirábamos, Drake la siguió.
—Mannie me ha dicho que Drake acaba de conseguir un puesto como jefe
de seguridad de inteligencia para el MI5.
—¿Esa es información no es clasificada? —preguntó Cary, uniéndose a
nosotros y besando a Savanah en la mejilla.
—Bueno, aparentemente no. Quiero decir, no va por ahí con una
gabardina. —Se rio.
Carson parecía desconcertado. —¿Una gabardina?
Mi hija se rio. —No ese tipo de gabardina. Tú y tu mente sucia.
Él la rodeó con el brazo y la acercó, besando su cabello.
Theadora hizo tintinear su vaso para llamar nuestra atención. —Cian está
a punto de comenzar.
—Así es —dijo Cary con tono seco—. Vamos a disfrutar del conciertazo.
No adivinaba si estaba siendo sarcástico o no. De cualquier manera, le
amaba y amaba la música, especialmente el piano. Fue algo que heredé de
mi madre adoptiva. Ella fue una gran intérprete, y me enseñó las escalas y
algunas canciones pop, que cambié por música clásica en la escuela
secundaria.
Entramos en fila al salón de baile, donde un flamante Steinway
descansaba orgulloso en un rincón, brillando a la luz de la tarde como un
semental negro resplandeciente.
Mi apuesto nieto, Cian, que ahora tenía siete años, tomó asiento e
interpretó una canción de Debussy, mi compositor favorito. Mi atención se
desvió de este ángel sentado en el taburete ajustado a su altura para que sus
pequeños pies alcanzaran los pedales, hacia el cielo azul que se veía por la
ventana. Justo cuando sus deditos subieron al crescendo, los pájaros
pasaron volando y la sincronicidad entre la creatividad y la naturaleza hizo
que mi alma suspirara.
Incluso los bebés permanecieron en silencio, lo que me pareció bastante
conmovedor.
Mientras tanto, con una sonrisa inmutable, Ethan grababa a su virtuoso
hijo, a quien imaginé subido, algún día, en un escenario internacional. La
idea me llenó de orgullo y alegría.
Rosie, su hermana menor, imitando a su madre de espíritu salvaje, saltó y
giró. Uno tendría que tener el corazón de piedra para no entretenerse con
los movimientos de mi hermosa nieta.
—Tienes a tu propia pequeña Isadora Duncan —susurró Cary.
En lugar de vergüenza, sentí una gran calidez en mi pecho. —Prefiero que
mis nietos rebosen de expresión creativa en lugar de que anden pegados a
sus móviles, como el resto.
—Dales tiempo. —La media sonrisa de Cary me hizo estremecer. Él
estaba en lo cierto. Sus pequeños y puros corazones no siempre serían así.
Pero aparté ese pensamiento, a pesar de haberme propuesto en el futuro
disuadirles de la influencia embrutecedora de las redes sociales.
Al menos Cian y Julian asistían a la mejor escuela que el dinero podía
pagar, al igual que el resto de mis nietos. Al principio había supuesto una
especie de batalla con Theadora, quien creía que una educación en la
escuela pública haría que sus hijos fueran más reales.
Terminando con una floritura perfecta, Cian se puso de pie, mostrando
una sonrisa tímida ante nuestro entusiasta aplauso. Miró a su madre y a
Theadora mientras se apiñaban a su alrededor para mostrarle su
agradecimiento.
Ethan tenía lágrimas en los ojos. La paternidad le había convertido en un
sentimental, pero no podía criticarle por elegir a una hippie en lugar de
alguien de su misma clase, especialmente porque mi nieto extremadamente
talentoso era producto de tal unión.
Ese chico llenaría de orgullo al nombre Lovechilde, de eso estaba segura.
El sueño que alguna vez tuve para mis hijos, ahora se había trasladado a
mis nietos. Nada me agradaría más que verles hacer una reverencia ante el
Rey al recibir el título de caballeros o damas.
Mientras Rosie se deslizaba delante de nosotros, me giré hacia Ethan. —
Veo que sus clases de ballet están dando sus frutos.
Él sonrió como un padre orgulloso. Rosie, de cuatro años, era una belleza
con grandes ojos verdes y una mata de espeso cabello rojo. Mientras que
Cian era una copia física de Ethan, Rosie lo era de su madre.
—Es preciosa. Todas las semanas dan recitales. Es agotador.
Sonreí a mi, ahora, sentimental hijo. ¿Dónde había quedado el playboy
que prefería los coches deportivos y las rubias tontas, a los libros y las
conversaciones profundas?
Mmm, todos habíamos cambiado, incluso Declan, que alguna vez soñó
con ser piloto de combate. Yo tuve que pasar una noche en vela, muerta de
preocupación, pero él cumplió su sueño, y luego cambió la cabina de avión
por una granja.
Su granja orgánica y su floreciente mercado de artesanía local se habían
vuelto tan populares entre los lugareños y los turistas, que acababa de
firmar un contrato para extender la franquicia por todo el mundo,
ingresando aún más dinero en las arcas de los Lovechilde.
Janet llegó para anunciar que el té de la tarde estaba servido, y todos nos
dirigimos a la parte trasera.
—Has estado fantástico —le dije a Cian, dándole un beso en la mejilla.
Me miró con sus grandes ojos, oscuros y familiares. Era la viva imagen de
Ethan, pero ahí terminaba la comparación, porque su manera tranquila,
respetuosa y estudiosa era todo lo contrario a su padre, aunque una
maravilla para la vista.
Rosie, su hermana pequeña, era todo lo contrario mientras se abrazaba a
la pierna de su padre. Él la levantó y la hizo girar. Con su vestido de tul, me
recordó a un hada de las historias de Arthur Rackham.
Julian, el atleta de la familia, pateaba una pelota de fútbol mientras su
linda hermana menor agarraba su osito de peluche y perseguía la pelota.
Mientras los observaba con gran diversión, Janet se acercó para anunciar
una visita.
—Es domingo, diles que estamos en familia.
Su frente se arrugó. —Es el señor Crisp.
Suspiré y Cary, que no se le pasaba ni una, me dedicó una de sus sonrisas
comprensivas.
—Está bien, llévale a la biblioteca —dije—. Estaré allí en un momento.
Me acerqué a Declan.
—Cariño, ¿puedo hablar contigo?
Soltó la cintura de su esposa, a la que había estado agarrado todo el día, y
me siguió afuera.
—¿Qué pasa?
Me mordí el labio. —Tengo un problema.
Capítulo 9

Cary

SI NO ME HUBIERA sentido tan atraído por Caroline Lovechilde, no me


habría quedado, a pesar de la inquietud que siempre me había impulsado a
liberar mi T. E. Lawrence interior e ir a visitar el Medio Oriente.
No había planeado una vida de felicidad casera centrada en un grupo de
recién nacidos y niños ruidosos, aunque preciosos. Eso nunca estuvo en mis
planes. Una vasectomía se había encargado de ello.
Entonces, ¿cómo demonios acabé en una familia repleta de niños
pequeños y adolescentes? Prefería las conversaciones que no incluyeran
patos parlantes, ositos de peluche y bromas tontas, pero divertidas.
La obra maestra que me había propuesto crear, permanecía inactiva. No
había otra cosa que páginas en blanco. La mayoría de los días leía, vagaba
por esa propiedad increíblemente hermosa o le aturullaba la cabeza a
Caroline.
La mujer era insaciable. A pesar de haber perdido la cuenta de las
relaciones que había tenido durante mis cuarenta años de historia sexual, no
había conocido a nadie como ella.
Y a ella también le gustaba el sexo duro. Eso era un poco extraño, pero
también muy excitante. Nunca había sido de los que empujaban a una mujer
contra la pared y se la follaban fuerte por detrás, pero Caroline se corría
más intensamente cuanto más fuerte la tomaba. Y yo también.
A medida que sus capas se fueron desprendiendo durante nuestro tiempo
juntos, capté indicios de una mujer con un pasado que prefería mantener
oculto, sin embargo, en algunas ocasiones su máscara se caía ligeramente y
podía vislumbrar realmente su yo interior herido.
El sexo, especialmente el sexo intenso que compartíamos, nos dejaba en
carne viva y, por lo tanto, exponía nuestras vulnerabilidades. Ciertamente
había sido así para mí, porque no estaba seguro de cuánto tiempo podría
continuar con esta farsa que había estado representando durante más de
treinta años.
Algunos días realmente pensaba que era Carrington Lovelace. Otros días
me arrepentía de ese nombre. Pero entonces, ¿cómo iba a saber que me
enamoraría tan perdidamente de Caroline Lovechilde?
¿Enamorarme?
¿Estaba realmente enamorado?
A pesar de ser la mujer más intensa que jamás había conocido, Caroline
había traído a mi vida una sensación de plenitud, como si milagrosamente
hubiera desbloqueado la mejor versión de mí. Finalmente podría ser el
hombre que siempre pensé que podría ser, dadas las circunstancias
adecuadas.
No tener que preocuparme por el dinero ayudaba. Pero esa no era la razón
por la que me quedaba allí.
Sentía que ella era mi alma gemela.
Algunos días quería decírselo.
Contarle todo.
¿Pero cómo podría hacerlo?
Caroline era una snob, algo bastante odioso en ella, pero se redimía con
frecuencia. Supe del sustancial cheque que siempre trataba de ocultar,
extendido al refugio para mujeres.
Sus imperfecciones, a pesar de ser vergonzosas a veces, como su
intolerancia hacia la clase media-baja y su adulación por la familia real,
solo aumentaban su encanto. Como una obra de arte que sorprende
convirtiéndose en algo único e impagable.
Hermosa, intolerante, erótica, intimidantemente brillante y defectuosa, así
es como la habría descrito. Y cuanto más tiempo permanecía a su lado, más
profundamente enamorado caía.
Entonces cometí un desliz.
Estábamos disfrutando del sol, cuando mencionó algo sobre los pasillos
de Oxford y olvidé mi guion aprendido. La verdad era que nunca había
pisado los terrenos de esa célebre universidad, y mucho menos estudiado
allí, como le había contado.
Caroline, que rara vez se le pasaba algo, arrugó ligeramente la frente y
continuó leyendo su revista.
Al igual que mi nombre, también lamenté mi forma de actuar. Bastó una
investigación deficiente, para hacer que un escritor experimentado bajara la
cabeza, avergonzado.
Entonces Caroline habló, devolviéndome al presente. —Espero que esto
no sea demasiado bullicioso para ti.
Sonreí. —El recital de piano mereció la pena. Cian es un pequeño
prodigio.
Me dedicó una sonrisa desdeñosa, como la que haría alguien ante una
exageración. A pesar de sus muchas debilidades, la arrogancia no era una
de ellas.
—Entonces, ¿qué quería Reynard? Si no te importa que te lo pregunte…
En ocasiones todavía éramos bastante formales el uno con el otro,
especialmente en asuntos relacionados con Reynard Crisp.
Sus labios formaron una línea apretada. No me dejó entrar. De nuevo.
No sentía nada más que desprecio por esa criatura repugnante que sentía
que tenía algo contra ella, detalles que ella se negaba a compartir.
Sí, había muchos secretos escondidos en la vida de Caroline.
Sin embargo, no podía hablar porque cuando se trataba de secretos, los
míos también destacaban. Esperaba mantenerlo ocultos, pero cuanto más
nos acercábamos, más se abría lentamente ese pequeño armario de mis
trapos sucios.
—¿Se pasó por la investigación policial de los restos de esa mujer? —
pregunté.
Tenía escasos detalles, pero por lo que había escuchado, los restos
pertenecían a una chica que había desaparecido después de una fiesta en la
casa de su difunto marido en Londres.
—Sí.
La cogí de la mano. —Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad?
Sus ojos sostuvieron los míos durante una de esas prolongadas y
enigmáticas miradas.
—Londres. Mañana. ¿Mismo lugar? —pregunté, sabiendo que algo
lascivo podría levantarle el ánimo.
—Sí. —Su rostro se iluminó un poco.
Se levantó y se fue hacia Declan. Caroline solo contaba sus problemas a
su hijo mayor, cuya actitud hacia mí era, por decirlo suavemente, un poco
tensa. Tenía buenos motivos para sospechar.
Después de un breve comentario a su hijo, Caroline se volvió hacia mí y
me llamó con el dedo.
Olvidé lo que estaba pensando y me levanté del sofá para seguirla fuera
de esa sala familiar llena de gente, comiéndome su culo curvilíneo con los
ojos.
Ni los caballos salvajes podrían alejarme de ella, especialmente cuando su
zorrita interior tomaba las riendas del espectáculo.
Capítulo 10

Caroline

—PARECE QUE AHORA ERES bisabuela. —Savanah estaba sentada en


el sofá de mi oficina convertida en biblioteca, con su recién nacida, Lilly,
mamando apaciblemente.
—Eso me hace parecer vieja.
—Empezaste joven, mamá.
Todavía recordaba a aquella confusa muchacha de diecisiete años que dio
a luz a Bethany, quien, a pesar de todo, me había dado una nieta brillante y
cada vez más indispensable. Manon, con su actitud sensata, se parecía más
a mí que cualquiera de mis hijos, especialmente porque se había despojado
de esa educación callejera. No solo compartíamos las mismas
características, sino que Manon poseía buen ojo para los detalles y estaba
motivada a convertirse en algo más que una simple esposa y madre.
Manon ahora dirigía Merivale casi sin ayuda de nadie y hacía un buen
trabajo. Algo que descubrí a mi regreso de Como. El plan era que mis
vacaciones con Cary duraran una semana, pero me había enamorado, no
solo de aquel hombre, sino también de su encantadora villa. La casa de
ladrillos color miel, a pesar de tener solo tres dormitorios y dos baños, se
encontraba justo con vistas al encantador lago.
No quise irme, era toda una novedad para mí. Siempre había estado muy
apegada a Merivale. Incluso mis viajes al extranjero, o a Londres, me
hacían sentir nostalgia. Como, sin embargo, fue un lugar completamente
diferente. Despertar en los brazos de Cary con el sol, la calidez y la
deliciosa cocina italiana, era como un sueño hecho realidad.
—¿Se van a casar Manon y Drake? —pregunté.
Savanah asintió. —Mannie mencionó que esperaría hasta que su cuerpo
volviera a estar en forma para las fotos.
—¿Y el niño?
—Una niña. Evangeline.
—Bonito nombre. —Medité sobre eso un momento—. Evangeline Winter.
—Manon está pensando en Lovechilde-Winter. Quiere que nuestro
nombre aparezca ahí sea como sea.
Asentí lentamente. —Eso significa que Bethany vendrá, supongo.
—Sí, la hermana mayor utilizará el nacimiento de su nieto como una
buena razón para atacarnos. —Savanah puso los ojos en blanco—. Ahora
está liada con una estrella de rock.
Mi frente, recién inyectada, luchó por fruncir el ceño. —¿En serio?
—La agencia de Carson se encargaba de la seguridad de la banda, y allí
estaba Bethany, merodeando por la sala VIP. Me han dicho que la estrella
del rock tiene veinticinco años.
—¿Tienen éxito?
—Mucho. Se llaman Wild Side. Su última canción es pegadiza. Incluso a
Carson le gusta, lo cual es mucho decir, dados sus gustos ochenteros. —Se
rio entre dientes—. El concierto se llenó, así que obviamente es rico.
¿Bethany con una estrella de rock? Eso me cogió por sorpresa, dados sus
antecedentes con hombres mayores. —Pero ella tiene casi cuarenta años.
—Le han hecho muchos retoques, mamá. Se parece a Kim Kardashian sin
el gran trasero.
Después de haber trabajado para reafirmar mis senos caídos y una cirugía
de mentón, no estaba dispuesta a criticar a mi primogénita por protegerse de
los estragos de la gravedad.
Asentí pensativamente. —Si eso la mantiene alejada de los problemas,
mucho mejor.
Savanah sonrió. —Nunca hay un momento aburrido con Beth.
Drake llamó a la puerta.
—Adelante —dije.
Savanah colocó a su hermoso y somnoliento bebé en el moisés y se
levantó para abrazarle. —Felicidades.
—Acabo de llegar del hospital. —Él sonrió alegremente.
Drake había mantenido ocultas sus habilidades matemáticas al principio.
No es que tuviera eso en su contra. Veía la vanidad como un rasgo humano
reprobable. Sin embargo, fue una completa sorpresa cuando anunció que no
solo había obtenido un título universitario, sino que también se había
convertido en un experto en seguridad cibernética.
A los veinticinco años, eso era todo un logro. Tuve que preguntarle cómo
lo había hecho, y tímidamente admitió haber pirateado ordenadores durante
su desperdiciada juventud.
Ahora que soy una persona muy diferente, fue la elección correcta para mi
nieta. Él siempre apoyaría a Manon. De eso estaba más que segura. Y
nuestra familia necesitaba individuos fuertes y confiables para seguir siendo
una unidad exitosa y poderosa.
—Evie es hermosa. —Drake parecía estar a punto de llorar.
—Vaya, ¿ya le has acortado el nombre? —Prefería Evangeline.
Se encogió de hombros. —Me parece una Evie. Y qué grande es…
¿Cuánto ha pesado?
—Cerca de nueve libras. —Resplandecía, como un padre orgulloso.
—Bueno, felicidades de nuevo. —Savanah le besó en la mejilla y luego se
giró hacia mí—. Será mejor que me vaya.
Esperé hasta que Savanah y el bebé se hubieran ido antes de poder hablar.
—Gracias por venir aquí en un momento como este. Y desde Londres.
—Está bien. —Sonrió levemente.
—Sé que lo que voy a preguntar implicará algún riesgo.
Me miró fijamente sin pestañear.
—Básicamente —continué—, necesito un expediente de Scotland Yard.
¿Puedes entrar en su sistema?
—Eso es algo grande. —Exhaló—. Quiero decir, tengo acceso, pero es un
delito grave.
Asentí pensativamente. Mi lamentable pasado estaba a punto de poner en
riesgo a mi familia.
¿Podría con esto?
Tenía que hacerlo. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Se rascó el cuello. —Déjame ver qué puedo lograr.
—Si es demasiado arriesgado, entonces aborta. —Le pasé una hoja—.
Ahí están los detalles. Por favor, destrúyelos una vez que hayas
memorizado el nombre y la fecha.
Se quedó mirando la nota escrita a mano que le había dado con el nombre
de Alice Ponting y el año en que desapareció.
—Necesito el informe forense —dije.
—Um… podría tener una idea mejor. Una más segura. Conozco a un
amigo… —Hizo una pausa y pensó por un momento—. Quizás funcione
mejor si lo intento de manera extraoficial. —Devolvió una sonrisa
contenida—. Me encanta mi trabajo.
—Eso es comprensible. —Golpeé con una pluma estilográfica dorada el
escritorio con cubierta de cuero.
—Mi amigo es mejor que yo para entrar en esos sistemas.
Asentí. — Dile que ponga un precio.
—Con eso podría bastar. Billy está ahorrando para pagar la entrada de un
apartamento.
El nombre me sonó. —Oh, ¿no es el chico pelirrojo de Reinicio?
Asintió lentamente.
—Entonces, si consigue la información, estaré encantada de pagarle ese
apartamento. —Recordé el desafortunado incidente cuando acusé a Billy de
robar un collar de rubíes, y sentí que al menos le debía eso.
Las cejas de Drake se arquearon. —Es posible que tenga que pagar unas
cuatrocientas mil libras, señora Lovechilde.
—Caroline. —Me levanté y me alisé la falda—. Avíseme si está dispuesto
a realizar el trabajo.
Asintió. —Le veré esta noche en Londres para tomar una copa. Hablaré
con él y te lo haré saber.
Se fue y entró Cary, el amor de mi vida y el motivo de mi reciente ataque
de insomnio, que no tenía nada que ver con nuestra muy activa vida sexual.
—He pensado en llevar a Bertie a dar un paseo hasta los acantilados. ¿Te
apetece venir? —Llevaba esa sonrisa sexy que hacía imposible negarle
nada.
—Me gustaría. Dame un momento para ponerme unos zapatos más
cómodos.
—Por supuesto. —Caminó hasta la biblioteca y seleccionó un libro, casi
sin mirar, como si hubiera memorizado la vasta colección de títulos
alojados en aquellos estantes de suelo a techo.
Con unos pantalones color crema ajustados y un polo verde que abrazaba
unos hombros tensos y fuertes de toda una vida nadando, personificaba el
tipo de masculinidad que enloquecía de deseo de todas las mujeres, incluso
a las que tenían la mitad de su edad. Yo no era la excepción.
Al regresar a la biblioteca, me quedé en la puerta, absorbiendo su belleza.
Me preguntaba todo sobre él. Había demasiadas inconsistencias en su
historia que ya no podía ignorar.
Pero si hurgaba en el pasado de Cary, ¿qué encontraría?
La idea de no estar con él me aterrorizaba. Estaba tan enamorada que
comencé a simpatizar con mujeres que se enamoraban de personajes
oscuros.
Sin embargo, nunca habría pensado que Cary fuera malvado.
Seguramente no lo era. ¿O estaba tan deslumbrada por sus encantos
masculinos que me había cegado?
El libro que sostenía le tenía absorto. Esa escena envió un chisporroteo de
calor a través de mí. Un hombre con un libro, que parece totalmente perdido
en su mundo.
Saber lo que había debajo de esos pantalones ajustados ayudó.
El hombre era un semental.
Mi semental.
Debió sentir mi mirada, porque levantó la vista justo antes de que Bertie
entrara corriendo a la habitación y saltara sobre Cary, lamiéndole la mano.
Amaba a mi perro, pero odiaba su lengua babeante. El inteligente perro
tenía la lección aprendida y esta vez eligió a Cary para saltar sobre él.
Una vez que estuvimos fuera, miré hacia arriba, hacia las nubes grises
abigarradas a la deriva, tragadas por otras negras que se movían
rápidamente. —¿Lluvia?
Asintió. —Haremos una caminata rápida.
Hice una pausa y me giré para mirarle con una sonrisa. —Tengo una idea
mejor.
Empujó su cuerpo contra el mío y me besó el cuello. —Eres una
descarada. Una muy sexy.
Me reí mientras me alejaba de sus brazos.
Un ceño interrogativo apareció en su frente. —¿Por qué el lado oscuro de
la ciudad?
Por muy discordante que fuera ese repentino cambio de tema, elegí el
silencio.
Capítulo 11

Cary

CAROLINE NOS HIZO UN gesto para que continuáramos el ascenso hacia


esa impresionante vista que me había encandilado tanto, como para haber
dejado de extrañar las vistas al lago Como. De pie en el borde del
acantilado, contemplando un mar despiadado e inquieto, la inspiración
bombeaba por mis venas.
—¿Por qué ese hotel al este de Londres? —pregunté.
—Todos tenemos nuestros pequeños pecadillos. —Ella siguió mirando
hacia delante.
Mis labios sabían a sal y el rocío me humedeció la cara mientras el mar
golpeaba contra la pared del acantilado.
—Entonces, ¿una de tus fantasías es que te obliguen? —persistí.
—Parece que tú también lo disfrutas.
No podía negarlo, a pesar de sentirme un poco perturbado por ello. —Es
la primera vez que me piden que juegue tan duro.
Con el viento en el pelo y esos ojos casi negros, esta mujer me tenía.
Tenía todo de mí.
Pero ¿casarnos?
¿Cómo pude haber permitido que me convencieran para ello?
Al menos Caroline no había insistido en el tema. El hecho de que no
hubiera podido fijar una fecha fue bastante sorprendente. No estaba
dispuesto a ello.
—¿Te van los tríos? —pregunté.
—No. Soy demasiado posesiva para eso. —Volvió su mirada al océano
rugiente.
La tomé por la cintura y la rodeé con mis brazos, acariciando sus labios
suaves y carnosos, como un hombre que le roba un beso a una mujer que
está fuera de su alcance y que había estado anhelando durante mucho
tiempo. —Volvamos.
—Mmm... Pareces hambriento. —Me miró a los ojos y sonrió.
—Siempre lo estoy cuando estás cerca. Incluso la otra noche, a pesar de
haber discutido. —Empezamos a alejarnos, pero me detuve—. ¿Alguna vez
me dirás por qué?
—Oh, Cary, por favor permíteme tener algunos secretos.
Un suspiro silencioso, más resignación que frustración, salieron de mi
boca. No podía negarle eso teniendo en cuenta lo que yo escondía.

AL DÍA SIGUIENTE, ESTABA en Londres haciendo algunas compras,


una actividad que se había convertido en un hábito desde que Caroline,
mientras una noche me besaba apasionadamente, deslizó una tarjeta de
crédito en mi mano.
Cuando esa tarjeta estuvo en mi poder, la miré, sin palabras, porque sabía
lo que significaba: estaba a punto de convertirme en un mantenido.
—Caroline, no estoy aquí por tu dinero.
Al principio tal vez. Pero eso se había desvanecido rápidamente una vez
que mis sentimientos por esta hermosa y complicada mujer crecieron sin
medida.
En ese momento se desabrochó el vestido y se lo quitó, quedándose frente
a mí con una combinación de seda y sus grandes senos desbordándose; ella
me conocía bien. Me quedé sin palabras cuando la sangre se vació de mi
cerebro, y todo lo que pude hacer fue tomarla a ella y a su dinero.
No pasó mucho tiempo antes de que adquiriera el hábito de visitar mi
librería anticuaria favorita o el encantador sastre italiano que entendía mi
cuerpo como lo haría un buen escultor.
Con una primera edición de Un mundo feliz, paré un taxi y guardé el libro
en mi cartera de cuero.
Diez minutos después llegué a mi destino: la parte sórdida de la ciudad.
El conductor me miró extrañado. Con mi chaqueta deportiva hecha a
medida y mis caros zapatos de cuero, seguramente parecía fuera de lugar.
—¿Es este el lugar correcto, amigo? —preguntó—. Esta zona es un poco
peligrosa.
Le di un billete de cincuenta. —Quédese con el cambio.
Pronto abandonó el papel paternalista y su rostro se iluminó. Mi misión
era apoyar a los mal pagados, porque no había olvidado mis orígenes.
Caminar por esa calle adoquinada, irregular y sombría, era como viajar en
el tiempo. Probablemente había sido el refugio de Conan Doyle y Jack el
Destripador. No había cambiado mucho en su larga historia, ya que,
escondidos en rincones oscuros, proxenetas y traficantes se frotaban las
manos en medio del frío.
Entré en un pub oscuro y mohoso que imaginé había visto su parte de
humanidad en todos los tonos de oscuridad. Y mientras estaba en la barra
pidiendo, leí un cartel manchado que se jactaba de que Dickens había
bebido allí, lo que endulzó un poco mi visita. Si esta choza era lo
suficientemente buena para el célebre escritor, entonces estaba bien para mí.
Antes de conocer a Caroline y sus clubes exclusivos con sus asombrosos
mosaicos y techos con frescos, me sentía más a gusto en un pub que atendía
a los caídos de la sociedad, que en uno frecuentado por la élite blanqueada.
Después de pedir una pinta, una rubia con gafas oscuras y un abrigo de
piel de leopardo se sentó en un taburete a mi lado y pidió una ginebra.
Asentí a modo de saludo.
Sus labios pintados de rojo se curvaron ligeramente a cambio.
—¿Una noche tranquila? —pregunté.
—¿Para ti o para mí?
—Solo he venido a tomar una copa o dos y disfrutar del ambiente. —Miré
alrededor. El lugar estaba lleno de almas solitarias y sin palabras. Incluso la
música tenía una retorcida sensación de no encajar, como si la hubieran
encendido en los años cincuenta y la hubieran dejado funcionando.
Chasqueó los dedos para pedir otro trago de ginebra y, después de
bebérselo de un trago, me hizo un gesto para que la siguiera. Mientras
caminábamos por ese escenario sombrío, prostitutas callejeras de todas las
formas, tamaños y géneros salían de las sombras.
Acababa de llegar la noche y los coches avanzaban lentamente, mientras
las criaturas nocturnas hacían su espectáculo.
Llegamos a un hotel en ruinas que probablemente tenía suficiente ADN
esparcido para mantener ocupados a varios equipos forenses. Si bien la
fachada del establecimiento podría haber hecho salivar a algunos
promotores ante la perspectiva de unos buenos apartamentos, el interior
mostraba el triste abandono de una remodelación barata de los años
ochenta.
Seguí a la mujer por el pasillo y, a pesar del ascensor, subió las escaleras.
Sus tacones resonaban con fuerza en el suelo cuando llegamos al segundo
piso.
Abrió una puerta y entramos en una habitación que olía a descomposición
y perfume.
—Vaya, ¿aquí te alojas? —pregunté.
—A veces. —Una luz de neón al otro lado de la calle brilló en la
habitación, facilitando la visión del interior.
Fui a encender la luz cuando ella me detuvo. —Ah…—dije—. ¿Prefieres
la oscuridad?
—Hay suficiente luz.
Se quitó las gafas oscuras, pero todavía no pude verle los ojos.
Fui a quitarle la chaqueta cuando me dio una palmada en la mano.
—Ni se te ocurra —espetó.
—Eh... pensé que me habías traído aquí para follarte.
—Tal vez solo quiera algo de compañía. —Cogió una botella de ginebra.
—Al menos quítate el abrigo y déjame mirarte.
—No estoy segura de si eres mi tipo —dijo con un marcado acento
cockney.
El pulsante letrero de neón rojo y amarillo del exterior tiñó su rostro con
un cálido brillo antes de que el tono amarillento bañara su rostro
fuertemente maquillado.
Ella no se apartó cuando mis labios se posaron en su nuca; el sabor de su
perfume rebotó en mi lengua.
Le quité la chaqueta, que cayó al suelo. Iba vestida con una minifalda y
una blusa ajustada y escotada, y cuando iba a acariciarle los pechos, me
abofeteó.
—Que no toques…
Casi me reí, pero mantuve la calma.
En respuesta, pasé mis manos por sus piernas y en su lugar toqué su
trasero. Ella tenía las curvas que me volvían loco. El tamaño perfecto para
agarrarse a ellas. No me iban mucho las mujeres delgadas. El gimnasio
había moldeado su figura. Prefería curvas suaves y voluptuosas, y esta
mujer tenía muchas.
Quería estar dentro de ella, montarla con fuerza.
Pasé mi dedo por su entrepierna, para descubrir unas braguitas
empapadas. Al parecer, ella tenía la misma idea. O eso pensé.
Girándose hacia mí, me empujó. —Que no...
—Me estás poniendo jodidamente cachondo, nena.
Se encogió de hombros. —Ese es tu problema.
—A mí no me lo parece. —Toqué la humedad de sus bragas de encaje
nuevamente.
—¿Cómo sabes lo que quiero? —Sonrió.
Saqué algunos billetes arrugados de mi bolsillo y los arrojé sobre la mesa.
—Déjame acariciarte esas grandes tetas.
Inclinó la cabeza y la luz intermitente en su rostro me mostró a una mujer
plagada de contradicciones.
—Sabes que tú también lo quieres… —La empujé contra la pared y la
besé bruscamente. Su amplia boca permitió que mi lengua entrara antes de
alejarme.
Ese pequeño tiro y afloja era una forma tortuosa de juego previo, pero
emocionante, especialmente después de sentir sus bragas empapadas.
—¿A quién más te has follado esta noche? —pregunté, frotando mi
cuerpo contra el de ella.
—No es asunto tuyo. —Se zafó de mi agarre.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Piensa lo que quieras.
Tiré más billetes arrugados.
Moviendo los dedos, hizo un gesto pidiendo más.
Anhelando verla completamente desnuda, le di todo lo que tenía.
Metió los billetes en su bolso. —¿Por qué no estás en los suburbios
follándote a tu esposa?
—No vivo en los suburbios. Y no tengo esposa.
Era mentira. Pero esto era un juego. Ya no era un hombre que intentaba
reescribir su vida, sino alguien anónimo.
—Ni siquiera sé tu nombre.
—¿Cómo te gustaría que me llamara? —Tenía una sonrisa provocativa
que solo aumentaba su atractivo. Ella goteaba sexo. Olía a eso. Y necesitaba
probarla.
—Druscila.
Ella se rio. Aunque fue más bien una risa oscura, eso fue lo más cercano a
diluir la tensión que había tenido. —Es feo.
—¿Y Suadela?
—Complicado.
—Como tú —dije—. Es una seductora romana mitológica. —Tomé su
mano y la acerqué—. Basta de hablar. —Tiré de su falda hasta que terminó
a sus pies.
Mientras sus ojos llenos de lujuria sostenían los míos, me permitió
quitarle la blusa. Sus grandes y desnudos pechos quedaron al descubierto y
mis pantalones se tensaron.
Mordí sus pezones suavemente y los excité. Agarrando su trasero, me
arrodillé para que su coño tocara mi boca. Ella trató de alejarse, pero esta
vez, la abracé fuerte y la destrocé.
Su aroma almizclado y oscuro hizo cosas en mí que enviaron una
ardorosa necesidad a mi polla. Necesitaba sentirla entera.
Su angustia. Su misterio. Su hambre.
Su cuerpo convulsionado pronto desató un sabor adictivo por toda mi
lengua. Se apoyó contra mí y sentí latir su corazón acelerado contra mi
cuerpo, luego se soltó y se paró frente a la ventana, gloriosamente desnuda
para que todos la vieran.
Eso era lo suyo, pensé. Para mí, el voyeurismo solo era algo más de esta
aventura erótica.
Me quité los pantalones y me bajé los calzoncillos, mi pene palpitaba de
deseo mientras la lubricación goteaba en la punta. Froté mi polla contra su
cálido culo mientras pasaba mis manos por sus tetas. Ella se suavizó un
poco, su respiración se entrecortaba cada vez que la tocaba.
Su coño húmedo y cálido parecía listo y dispuesto, y su cabeza cayó hacia
atrás. Pero entonces su cuerpo se puso rígido y me empujó.
—¿Cuál es el problema?
Sus ojos estaban en mi polla, que estaba completamente lista,
provocándome mientras se pasaba la lengua por los labios. Luego se sirvió
un trago antes de volver su atención a mi dura polla.
Era todo parte del juego.
Su juego. Ya no el mío.
Me acerqué a esta mujer de pocas palabras y puse a un lado su vaso.
Luego la agarré bruscamente.
Y ella finalmente sonrió.
Sí. Sabía lo que quería.
No era lo mío, yo era un pacifista. Odiaba todo lo vagamente violento,
especialmente si involucraba a las mujeres, pero estaba loco por ella.
La empujé contra la pared junto a la ventana, para que cualquiera que
estuviera en la calle pudiera vernos. Aunque ella luchó, la sostuve allí con
los brazos en alto contra la ventana.
Levantó su trasero y lo empujó contra mi polla, como recordatorio de que
todo esto era solo una actuación, porque ella también lo quería.
Empujé mi rodilla entre sus muslos para abrirla y me acerqué. —Te gusta
esto, ¿no?
Gimió. La primera señal de rendición.
Entré en ella con un fuerte empujón. La fricción y la tensión actuaron
como un elástico apretado alrededor de mi polla. Me deslicé dentro de ella,
profundamente, y ella gimió mientras tomaba los veinte centímetros de mi
polla engrosada.
Sus gemidos se intensificaron cuando la embestí. La euforia amenazaba
con reventar alguna de mis venas con cada embestida.
Empujé y empujé con ella contra la ventana, retorciéndose y gimiendo.
Nunca sabría decir si sentía dolor o placer.
Bajo el hechizo de un placer profundo y peligroso, juntos bailamos al
compás del otro. Encajábamos a la perfección. Su respiración era pesada,
como la mía.
Mientras gritaba, sus músculos se contrajeron.
—Sí —jadeé—. Córrete sobre mi polla. —Seguí golpeando hasta que
tuve un orgasmo como un trueno, una corriente interminable me inundó
mientras gruñía. Nuestros cuerpos se mantuvieron unidos.
Un cóctel de tensión y deseo nadaba dentro de ella.
Le solté los brazos y casi cae al suelo. Luego se giró y me abofeteó.
—¿No te ha gustado? —No estaba seguro de si alarmarme o divertirme.
Me incliné por esto último, porque no pude evitar reírme.
—¿Tú qué opinas? —Sus labios se curvaron ligeramente. Y con esa nota
enigmática, recogió su ropa y se dirigió al baño.
Capítulo 12

Caroline

—ES HERMOSA —DIJE, MECIENDO a la recién nacida de Manon en


mis brazos. Mis muchos nietos habían traído alegría a mi mundo.
Toqué la naricita de Evangeline y aspiré su olor como si fuera una rosa.
Manon tomó a su hija de mis brazos para poder alimentarla. Era una
mañana encantadora, cálida y soleada, y las mujeres de nuestra familia se
unieron a mí y se sentaron afuera, junto a la piscina, donde Julian nadaba
con brazadas vigorosas.
—A ese ritmo se convertirá en un nadador olímpico —dijo Savanah con
una sonrisa.
—Incluso le está preguntando a Declan si puede ir a Londres a hacer las
pruebas para menores de trece años. —Por alguna razón, Theadora me miró
—. Pero aún es demasiado joven, ¿no crees?
Me tomé un momento para responder. —No estoy segura. Quizás Cary
sea el más indicado para responder eso, ya que él es nadador.
—Le preguntaré. —Se giró hacia Manon, que estaba amamantando—.
Entonces, ¿cuándo es la boda?
Manon limpió la boca de su hija y la volvió a colocar en su canastilla. —
Todavía no hemos fijado una fecha.
—Te vas a casar, ¿no? —pregunté.
—Creo que sí.
Savanah estudió a su sobrina. —¿Es que tienes dudas?
—Oh, Dios, no. Estamos muy enamorados.
Le sonreí a mi nieta. Su contagioso optimismo siempre me animaba, que
era lo que necesitaba en ese momento. Aunque yo también estaba tan
perdidamente enamorada que ya no estaba segura de nada.
Declan llegó junto con Charlotte, que estaba encantadora con su tutú rosa.
Besó a Theadora, que miró con adoración a su pequeña antes de darle un
abrazo.
—¿Acabas de llegar de tus clases de ballet? —pregunté.
—Estaba espléndida. —Declan sonrió orgulloso—. Llegué a ver el último
baile. —Dirigió una mirada amorosa a su hija, que era la viva imagen de
Theadora—. Natural. Es igualita que su madre.
—Oh, no lo sé, Dec, tú eres un bailarín bastante bueno —dijo Savanah.
Él se rio entre dientes. —Te estás pasando de amable.
—¿Cómo te fue con las negociaciones de la franquicia? —pregunté.
Declan estaba a punto de responder cuando Ethan entró saltando, llevando
una caja de pasteles cubiertos con un glaseado rosa.
—Esto requiere té —dije.
Janet, que estaba al alcance de mi oído en la sala común llenando jarrones
con flores frescas, me miró y asintió. —Haré que Tracy lo prepare ahora
mismo.
Después de servir el té, y los niños habiendo tomado su dosis de azúcar,
mientras corrían persiguiendo a los perros, deposité mi atención en Declan.
Una pregunta sobre su reciente golpe de suerte estaba a punto de salir de
mis labios cuando llegó Cary, increíblemente guapo después de su paseo.
Con su cabello color pimienta alborotado por el viento, y su hermoso rostro
sonrojado, hizo que mis rodillas se debilitaran. Incluso después de un año
juntos, todavía me desmayaba al verle.
¿Alguna vez dejaría de desearle? Era como si me hubiera convertido en
una adolescente. No obstante, me seguían molestando las preguntas sin
respuesta sobre su vida, algo que me reservaba.
Ethan se giró hacia Declan. —Creo que firmaste el contrato ayer.
Declan se frotó el cuello y miró a Theadora antes de responder. —Sí.
Claro que sí.
—La friolera de dos mil millones de libras. —Ethan silbó—. ¿Quién lo
hubiera pensado?
Declan asintió pensativamente. —Ha sido toda una sorpresa.
—Para empezar, van a implementar el modelo agrícola exacto y estudiar
los mercados orgánicos de la Provenza y otros puntos turísticos de Francia,
Suiza y Alemania —dijo Theadora, con una sonrisa orgullosa de una esposa
cuyo marido estaba a punto de conquistar el mundo.
Mientras procesábamos el sorprendente resultado de un proyecto que en
su día consideré frívolo y un desperdicio de los recursos de mi hijo, Julian,
de nueve años, regresó y saltó a la piscina para mostrarles a su padre y a
Cary su progreso.
—Mide el tiempo que hace —le dijo Julian a Cary, quien se había
convertido en el entrenador de natación del niño.
Cary sacó su teléfono y le indicó a Julian que comenzara.
Cuando Julian terminó sus cuatro vueltas, se subió al borde de la piscina.
Sus ojos azules, como los de su padre y los de mi difunto esposo, rebosaban
expectación mientras miraba a Cary.
—Es un récord —declaró Cary con entusiasmo, como si él mismo lo
hubiera batido—. Treinta segundos. Tienes una mejora de diez segundos.
Julian se frotó el cabello con una toalla y agarró un pastel de hadas,
luciendo una amplia sonrisa de satisfacción.
Cary le dio unas palmaditas en el hombro. —A este ritmo, podría ingresar
a los nacionales de menores de trece años.
Julian miró fijamente a su padre y a su madre, pidiendo descaradamente
su permiso.
Declan se encogió de hombros. —Claro, ¿por qué no?
Theadora no parecía tan contenta.
—¿No te hace feliz la idea? —tuve que preguntar.
Declan rodeó a su esposa con el brazo. —Ella quiere que todos nuestros
hijos se dediquen a las artes.
Cary asintió, pero dijo: —No se puede forzar la creatividad. O naces con
ella o no. El deporte emociona y entretiene.
—Pero es algo momentáneo —argumentó Theadora.
—Supongo que es temporal, como el baile —admitió Cary—, pero sin el
deseo como principal impulsor, el arte no puede existir.
Me miró por alguna razón, lo que me hizo preguntarme si se refería a algo
más.
Julian le miró con los ojos muy abiertos, regocijándose en las palabras de
su instructor, como si contar con el apoyo de Cary lo significara todo.
—Sabias palabras —dijo Declan, besando a Theadora una vez más. Había
perdido la cuenta. Su demostración pública de afecto, al igual que los
intercambios amorosos de Ethan y Mirabel, eran algo bastante fuera de lo
común en mi opinión.
Si bien mi cínica interior, algo atenuada por la edad, alguna vez se habría
opuesto a intercambios tan dulces, encontré consuelo al saber que todos
estaban enamorados y prosperando.
Los nietos, para mi deleite, también habían acogido a Cary, a pesar de que
al principio se sentía un poco incómodo con ellos. Incluso les había leído
libros de C. S. Lewis y Enid Blyton en la biblioteca. Con esa voz profunda
y sonora, siempre los absorbía, y a mí también, ya que me había perdido
aquellas historias mientras crecía.
Carson llegó y abrazó a Savanah, luego se dirigió hacia los gemelos. Los
levantó a ambos de sus cunas y los acunó amorosamente entre sus
musculosos brazos.
Habían elegido quedarse en Merivale, lo que me animó. La propiedad era
lo suficientemente grande como para albergar a todos, y al mismo tiempo
mantener el nivel de privacidad de cada uno. Eso era lo bello de las paredes
de doble ladrillo.
También me hubiera encantado que Declan e Ethan estuvieran allí, pero
parecían felices viviendo en sus cabañas, como solía referirme a sus
hogares, a pesar de que ellos no estaban complacidos con ello. Pero claro,
sus casas se me hacían pequeñas en comparación con la majestuosidad de
Merivale.
A pesar de que la floreciente agencia de seguridad de Carson lo llevaba a
menudo a Londres, Savanah insistió en vivir en Merivale. Manon también
quería quedarse. Sentí que Drake todavía estaba un poco indeciso, pero
Manon se mantuvo firme. Merivale se había apoderado de su corazón, así
que prometió quedarse hasta su último aliento.
Me giré hacia Declan. —¿Podemos hablar un momento?
Me lanzó una de esas miradas de ¿Y ahora qué sucede? Habíamos tenido
mucho con lo que lidiar en los últimos años, así que no podría culparle por
ese tipo de respuesta cautelosa.
Me acerqué a Cary y le susurré: —¿En media hora?
Casi me guiñó un ojo, lo que me hizo retroceder y sonreír al mismo
tiempo.
Declan entró en la biblioteca.
—Cierra la puerta —le ordené.
—Lo has arreglado. —Cerró la puerta—. Por fin.
Asentí, exhalando.
—Entonces, ¿qué novedades hay? —preguntó.
—Creo que te debo una disculpa.
—Ah…
—Bueno, no te di exactamente mi apoyo con lo de la granja orgánica.
—Está bien, mamá. Como padre ahora, entiendo ese concepto de las
expectativas familiares, y tú tenías las tuyas. De todos modos, parece que
todos hemos encontrado nuestra vocación. —Sostuvo mi mirada por un
momento—. Pareces feliz con Cary. Hemos notado un cambio en ti.
—Como dijiste una vez, el amor nos cambia.
Declan asintió. —Entonces, ¿cuándo es la boda?
—No estoy segura. Cary lo sigue evitando. —Puse una débil sonrisa—.
No es que le esté acosando.
—Pero él está loco por ti. —Frunció el ceño—. Y a todos nos agrada.
—Eso es alentador, supongo. —Suspiré—. Uno pensaría que él querría
formar parte de todo esto. Hacerlo oficial.
—¿Vais a firmar un acuerdo prenupcial? Ya vive aquí, al fin y al cabo.
Crucé las manos y negué con la cabeza. Su mirada de sorpresa fue un
recordatorio de que había quitado la vista de la carretera.
—El abogado también quiere que lo haga —dije.
—Hablando de abogados, cuéntame lo de la investigación policial.
El frío que flotaba en el aire al hablar de vagos planes de matrimonio se
volvió aún más gélido.
Tomé una respiración profunda. —No hay mucho que contar. Les he
dicho todo lo que sé.
—Claramente ese detective tenía algo que ver con eso. La colilla de
cigarro encontrada en el lugar del entierro lo demuestra. ¿Y qué hay de
Crisp?
—Se ha distanciado de nosotros, cariño. —Ante la mención de mi
némesis, una racha de frío recorrió mi columna vertebral, haciéndome
moverme en el asiento. Temía que Reynard irrumpiera en mi vida en
cualquier momento y me viniera con exigencias.
—No puedo decir que esté descontento con ello.
—Al menos Elysium atrae a una mejor clase de invitados desde que la
cohorte rusa de Crisp dejó de venir —dije.
—He oído que Manon y Savanah se han hecho cargo de la dirección del
lugar.
Asentí. —Manon está demostrando ser muy competente.
—No solo se parece a ti, sino que actúa como tú.
Le estudié antes de responder. —Está evolucionando. —Jugueteando con
mi bolígrafo, busqué las palabras adecuadas—. Te he hecho venir para
discutir un asunto delicado que debe quedar entre nosotros.
No estaba dispuesta a llenar los espacios en blanco y señalar la
desafortunada inclinación de Theadora por los chismes.
Leyendo mis pensamientos, Declan puso una sonrisa de arrepentimiento.
—Mi esposa puede guardar algunos secretos. Simplemente no es una
experta, como tú.
Touché.
Entrelacé los dedos. —Se trata de Cary.
Sus cejas se arquearon ligeramente.
—Creo que tú y tu hermano le investigasteis una vez, ¿no?
Se frotó el cuello. —Bueno, sí. Después de verle en aquel coche con esa
mujer.
—Lilly, su difunta esposa.
—Eso, sí. —Respiró hondo—. No profundizamos mucho. Según
recuerdo, sus antecedentes no fueron fáciles de rastrear. Creo que nos
desviamos un poco y lo dejamos.
—¿Qué dejasteis el qué? —presioné.
—Nadie había oído hablar de él en Eton. Eso es todo lo que pudimos
descubrir. —Su frente se arrugó—. ¿Por qué?
—Falló en Oxford.
—Bueno, puede que no sea mucho. Parece una buena persona. Julian le
adora.
Sonreí. —Es agradable oírte decir eso. Creo que significaría mucho para
Cary saberlo.
—Todos le hemos recibido bien. No creo que dude de nuestros buenos
sentimientos hacia él.
Asentí lentamente y exhalé la tensión en mi pecho.
Desviándome del tema de Cary, agregué: —Estoy muy orgullosa de ti. —
Elegí mis palabras con cuidado—. Hace años yo no fue exactamente
acogedora con Theadora, pero ella se ha convertido en un excelente activo
para la familia.
Se levantó. —Hablas de ella como si fuera una mercancía.
—Sí. Tienes razón. Disculpa. —Sonreí—. Tiene un porte regio. Encaja
bien en nuestro grupo.
Su ceño se desvaneció. —Lo tomaré como un cumplido. —Mientras
estaba en la puerta, pude ver en él a ese joven que siempre ganaba en el
cricket y enorgullecía a su padre—. Quizás deberías decírselo alguna vez.
—Creo que ella lo entiende. Compartimos nuestra pasión por la música
clásica.
—También está Mirabel. Te tiene bastante miedo. —Se rio entre dientes.
—¿De verdad? Estoy haciendo lo mejor que puedo. Ya me conoces...
estoy acostumbrada a nuestras desgracias.
—Ese es el punto, madre. Ella no es parte de nuestras desgracias.
Asentí. Estaba en lo cierto. Necesitaba sonreírle más a mi nuera, a pesar
de mi profunda aversión por el sándalo.
Después de irse Declan, caminé hacia la ventana. El océano permanecía
inmóvil, un espejo reluciente del cielo. Los pensamientos inquietos se
alejaron mientras pensaba en Cary esperándome arriba, y después de
desabrocharme un par de botones de la camisa, fui a unirme con él.
Capítulo 13

Cary

—LO LAMENTO. SU TARJETA de crédito ha sido rechazada —dijo el


dependiente.
Sintiéndome como un idiota de primera, miré la primera edición de Sons
and Lovers. —Oh, mis disculpas —dije, antes de salir de la antigua librería
con la cabeza llena de preguntas.
Entré desde el móvil en la app del banco, y descubrí que mi tarjeta de
crédito había llegado a su límite.
Sacudí la cabeza con incredulidad. Había gastado cincuenta mil libras en
un mes. ¿En qué, exactamente?
No tenía remedio con el dinero y el libro que llevaba escribiendo durante
treinta años seguía siendo un trabajo en curso. De hecho, se estaba
volviendo un tema bastante embarazoso en los eventos sociales que a
Caroline le encantaba organizar o frecuentar. Cuando me preguntaban cómo
iba mi novela histórica sobre Carlos II era como si me interrogaran sobre
por qué no funcionó mi primer matrimonio. Bueno, quizás no fuese algo tan
sumamente personal como por qué escapé de Elise, pero igualmente
inquietante.
No podía seguir con la triste excusa del bloqueo del escritor, ni culpar a la
biblioteca de Merivale y sus tesoros, tachándolos de distracciones. Al
parecer, una edición original era aún más atractiva. Ni siquiera la fascinante
máquina de escribir de los años sesenta que Caroline me había regalado,
logró despertar mi pasión por escribir.
Llamé al abogado encargado de la venta de la villa de Como. No podía
seguir pidiéndole dinero a Caroline.
—Tengo buenas y malas noticias —dijo con su fuerte acento italiano.
—Dame la mala primero. —Me apoyé en la fachada de paredes negras de
la librería.
—La propiedad tiene muchos agujeros.
—¿Te refieres a que tiene deudas?
—Sí. Las deudas son sustanciales, signore.
—Bien. Entonces, ¿de cuánto estamos hablando?
Podría haber hecho esto en mi última visita a Como, pero con Caroline
allí, lo único que tenía en mente era sexo, comida y ella.
Además, el dinero, al igual que mi pasado, no era un tema del que me
gustara discutir.
—Una vez que todo esté arreglado, y con la generosa oferta que nos han
hecho, te quedarán diez mil euros limpios.
Mi corazón se hundió. —Ah… ya veo. —Esperaba al menos medio
millón. Sabía que Lilly tenía algunas deudas, pero nunca me había contado
nada acerca de ellas.
—Les informaré una vez que se complete el acuerdo. Depositaré el dinero
en la cuenta de Markus Reiner que figura aquí, ¿verdad?
—Sí. Esa es.
Terminé la llamada.
¿Por qué no había facilitado otra cuenta?
Subí a mi coche y me dirigí a Whitechapel.
Caroline me aumentaría el límite de crédito en un abrir y cerrar de ojos,
pero no era algo con lo que me sintiera a gusto.
La amaba más de lo que podría haber imaginado, lo cual era sorprendente.
Mi historia con las mujeres siempre se había tratado de sexo y, sí, lo admito,
cuanto más ricas, mejor.
Después de que Elise y su encantador acto de espíritu libre me quitaran la
razón, viví una vida de indigencia, subsistiendo con migajas, y también tuve
que lidiar con sus estados de ánimo extremos, incluso a veces violentos.
Me escapé y construí esta nueva versión de mí mismo, decidido a evitar a
todos esos niños abandonados que necesitaban ser salvados. Sin embargo,
pronto fui yo quien necesitaba una salvación.
Estaba a punto de marcharme cuando recibí una llamada de la mujer que
todavía hacía que mi corazón diera un vuelco. —Caroline.
—Cambio de planes. ¿Podemos encontrarnos en Mayfair? Estoy aquí
ahora.
—Yo estoy en Oxford Street, voy para allá ahora. ¿Quieres que te lleve
algo?
—No.
Se hizo un silencio helador, al igual que su tono. Mi columna se puso
rígida y contuve el aliento.
Treinta minutos más tarde, después de quedar atrapado en un atasco en el
que un monje budista se dedicó a gritar obscenidades, llegué a su
encantadora y palaciega casa de Mayfair, que contaba con una espléndida
vista de Grosvenor Square.
Una nueva cara abrió la puerta.
—Hola, soy Cary, he venido a ver a Caroline.
—Sí, señor, ella le está esperando.
Crucé la puerta y, al entrar al salón, la encontré hablando por teléfono.
—Bueno. Si es necesario… —dijo y colgó, parecía bastante seria.
La besé en los labios, pero esa sutil curva en su boca hizo poco para
calentar la atmósfera.
Miró al nuevo mayordomo. —Eso es todo, Vance.
—¿Es nuevo? —Me hundí en un sillón.
—Sí. —Permaneció alejada y sentí que algo estaba a punto de
derrumbarse.
—¿Algo va mal?
Mientras me miraba, sonó el timbre y, desde la distancia, escuché la voz
de un hombre.
Vance llegó para anunciar al nuevo visitante, Reynard Crisp, y le
acompañó hasta la puerta.
Caroline le hizo un gesto a Crisp para que entrara.
El hombre alto y altivo me miró con un breve movimiento de cabeza.
Compartíamos una aversión mutua que ninguno de nosotros intentaba
ocultar.
Ese hombre significaba problemas y, a pesar de mis preguntas ocasionales
sobre su extraña relación, no me había dado cuenta. Al igual que los juegos
eróticos de Caroline, la relación con ese canalla residía en esa parte de su
vida sobre la que no se podía preguntar.
Me levanté. —Bueno, creo que saldré a dar un paseo.
Caroline me dedicó una de sus enigmáticas y forzadas sonrisas que
podrían interpretarse como una disculpa o algo más. Cuanto más la conocía,
más misteriosa se volvía.
Sin embargo, el misterio estaba resultando ser un afrodisíaco, según fui
descubriendo, porque la deseaba más que nunca.
Capítulo 14

Caroline

REYNARD OBSERVÓ A CARY alejarse, y puso una de sus sonrisas


mojigatas. Esperó hasta que la puerta se cerró antes de hablar. —Ya veo que
todavía está por aquí…
—Estamos comprometidos.
—Ya lo sé. Estuve en aquella fiesta. —Su ceja se arqueó y su rostro
dibujó la misma expresión de ‘no haces nada más que tonterías´ que
recordaba cuando tenía diecinueve años. Me trajo recuerdos de él
insultándome cada vez que actuaba impulsivamente.
—Eso fue hace algún tiempo —añadió—. ¿Estáis tardando tanto en
redactar el acuerdo prenupcial?
Le miré fijamente. —¿Qué quieres?
Él sonrió ante mi tono brusco. Rey era la única persona que conocía que
se deleitaba en provocar respuestas de enfado. —Ya que estamos hablando
de nupcias, eres la primera en enterarte de mi próximo matrimonio.
—Una tarjeta de invitación habría sido suficiente.
Se rio de mi tono seco y caminó hacia la licorera. Cuando asentí, sirvió
whisky en un vaso de cristal, me pasó la bebida y luego se sirvió otro para
él.
Se sentó. —Me gustaría que la recepción se llevara a cabo en Elysium.
Resoplé ruidosamente. —¿Por qué?
—¿Por qué, qué? —preguntó, hojeando la revista Time de manera
desenfadada.
—¿Por qué te casas? Pensé que habías jurado no hacerlo.
—¿Por qué no? Tú, más que nadie, sabes de los beneficios de tener una
pareja íntima a quien abrazar.
—¿Pero Natalia? ¿Una niña criada por matones? No importa cuánta ropa
de diseñador use, no puede ocultar el agujero de donde vino.
Su boca se curvó casi con deleite, como si acabara de describir un caballo
preciado. —Oh, Carol, no todo el mundo posee tu porte regio y elegante, a
pesar de tu antigua relación con ese mismo agujero. Recuerda de dónde
vienes antes de atacar a nadie con ese tacón puntiagudo.
—Tengo curiosidad. ¿Por qué ella?
—Porque ella me entiende y es buena en lo que hace.
—¿No querrá formar una familia?
—Tal vez.
Mi frente se frunció.
—He cambiado, Caroline. Me he calmado un poco. Y unos cuantos niños
pequeños y agradables, especialmente una niña o dos, no estarían tan mal.
Negué con la cabeza. —Espero que no te refieras a lo que parece.
—Tienes una mente oscura, Carol. Eres más parecida a mí de lo que te
gustaría admitir.
Me levanté de mi asiento y me dirigí a la ventana. —No me parezco en
nada a ti.
—Entonces, haré que Natalia hable con Manon para reservar Elysium.
¿De acuerdo? —Rey se rio entre dientes—. Es extraño cómo se desarrollan
las cosas. Manon alguna vez fue mi prometida y ahora es ella quien
supervisará la ceremonia.
—Ella nunca aceptaría gestionar el evento de tu boda. Además, es madre
primeriza.
—No me importa quién vaya a gestionar el evento. —Me volví para
responder, pero sus ojos se oscurecieron cuando añadió—: La boda se
llevará a cabo en Elysium y los Lovechilde asistirán.
—No puedo obligar a mis hijos a hacer nada, Rey. No eres exactamente
su tío favorito, por así decirlo.
Me miró fijamente a los ojos. —No aceptaré un no por respuesta,
Caroline.
Sí, lo sabía bastante bien. El hombre podía mover montañas y lanzar
rayos como un dios mítico malévolo. Solo que Rey era de carne y hueso.
Resignada a darle lo que me exigía, suspiré. —Envíanos los detalles y
veré qué puedo hacer. Estoy segura de que Manon y Drake se negarán.
—Esas no las cuento como pérdidas. Solo quiero que asistan los nuestros.
—Manon es una de nosotros. Más de lo que te gustaría admitir. Recuerda
tus raíces, Reynard.
—Eso está enterrado desde hace mucho tiempo, como lo tuyo. —Bebió
un trago de su bebida y sirvió dos más, esta vez sin preguntarme, como si
me estuviera preparando para más malas noticias—. Lo que nos lleva al
tema de los huesos exhumados.
Cogí el vaso y bebí como una mujer condenada. —Ese detective
maloliente sigue husmeando.
Rey no respondió.
—Se supone que te habías encargado de aquello para que nunca volviera a
atormentarnos. —Mi garganta se contrajo mientras controlaba un batallón
de emociones. Quería gritarle por haber sido un desastre y ponerme en una
penosa situación.
—Sí, bueno, Jim era un fumador empedernido. Supongo que ni se le pasó
por la cabeza que yo algún día construiría en ese mismo sitio.
—¿Por qué lo hiciste?
Rey se encogió de hombros. —El edificio estaba en ruinas. Me vi forzado,
en cierto modo.
—Pero debiste saber que esto podría suceder. —Hasta el comienzo de esta
investigación, casi había dado por cerrado aquel espantoso capítulo.
Excepto cuando Alice hacía una aparición inquietante en mis pesadillas,
acusándome con su dedo, como lo había hecho aquella fatídica noche.
—La cuestión es esta, Caroline: tú eres la principal sospechosa.
—No lo soy. Es tu difunto amigo Reilly, que todo el mundo sabe que
estaba relacionado contigo.
—Puedo hacer que todo eso desaparezca. —Agitó los dedos como si
estuviéramos hablando de algo ligero y frívolo.
Mientras observaba a Rey llenar su vaso una vez más, sentí una repentina
necesidad de echarle de casa, de liberarme de él para siempre.
—Bueno, entonces, a ver cómo te las apañas —dije.
—Quiero Elysium y esa propiedad en ruinas que hay al lado —dijo—. Me
han dicho que no pueden pagar el alquiler. Están arruinando la granja y no
está produciendo nada en absoluto.
—Ya estoy informada. Declan ha expresado interés en trabajar con el
agricultor para hacer la transición a productor orgánico. —Cuando asimilé
lo que me estaba pidiendo, negué con la cabeza—. Mi familia no se quedará
de brazos cruzados, no te lo permitirá.
—Entonces Elysium, por ahora. Firma eso y podré hacer que esta
investigación desaparezca.
Me mordí el labio y, respirando profundamente, finalmente pregunté: —
¿Por qué? Tienes todas las tierras que hay detrás.
—Pero Elysium es una tierra privilegiada. Las vistas son inigualables. Tú
lo sabes.
—Sé que quieres llenarlo con tu chusma de traficantes de drogas y tener
un lugar para tu club de hombres de mala muerte. Me enferma. La
proximidad a Merivale y los niños…
—Teníamos un trato, Carol, y ahora he venido a cobrar.
—Sí —dije con amargura—. Mi pesadilla mefistofélica.
Se rio entre dientes. —Oh, Carol, mira dónde estás. —Señaló la
impresionante vista de Grosvenor Square—. No tendrías nada de esto. No
habrías conocido a Cary, de quien veo que estás perdidamente enamorada.
Puse los ojos en blanco. No podía decir qué me perturbaba más, que mi
pasión por Cary fuera tan obvia o que Reynard tuviera razón.
De repente se me ocurrió una idea. —¿Mandaste derribar el edificio a
propósito?
Rey se encogió de hombros. —Siempre ves oscuridad en todo, ¿no?
—Cuando uno está lidiando con el mismísimo diablo, ¿qué puede
esperar?
—La respuesta larga es que era necesario derribar el lugar —dijo después
de un momento—. Se necesitan apartamentos y aproveché una oportunidad.
Eso es lo que hacemos. Ampliamos nuestros imperios. Tú, mejor que nadie
deberías saber eso. —Ladeó la cabeza—. Sin embargo, no estoy muy
seguro de cómo estás expandiendo tu imperio, parece que te has distraído
un poco.
—No me trates con condescendencia. —Mi ira había llegado a mis
cuerdas vocales y me froté las uñas con fuerza. Necesitaba desahogarme
pronto o acabaría gritándole.
—¿Pero un autor sin un centavo que ni siquiera ha publicado nada…?
Carol, podrías haberlo hecho mejor que eso.
—No es asunto tuyo. No está en la ruina. Es propietario de una
encantadora villa en Como, que tiene una vista idílica al lago. La tierra vale
millones, si se vende. Aunque espero que no lo haga. —Resoplé. Ojalá estar
en ese espléndido lago, tomando un aperitivo, en lugar de mirando al
mismísimo Satán.
—Mmm… —Se acercó a una estatuilla Art Déco de una bailarina y la
acarició como lo haría con una mujer viva.
—¿Y la respuesta corta? —pregunté, volviendo al delicado tema de la
demolición del edificio.
Distraído, Reynard me frunció el ceño inquisitivamente antes de que una
sonrisa astuta suavizara sus arrugas. —Oh, no la hay. Es simplemente un
hecho desafortunado que los huesos de Alice hayan salido a la luz.
—Pero ese detective, Harding, está decidido. Nunca dejará pasar esto por
alto, incluso aunque yo aceptara tus términos.
—Oh, lo hará. —Parecía complacido, como si acabara de hacerme jaque
mate.
Por supuesto. Conocía a alguien superior. ¿Cómo podría no hacerlo?
Reynard Crisp era un Maquiavelo moderno cuando no interpretaba a
Mefistófeles.
Suspiré. —Déjame pensármelo.
—No pienses tanto. No querrás que ese detective siga husmeando por ahí.
—Ya lo ha hecho. Creo que hay un informe forense.
—Eso también puede desaparecer.
Negué con la cabeza. —¿Cuándo te has convertido en Dios?
—Mientras tú buscabas migajas, Carol.
Cansada de su suntuosa presencia, me levanté y dije repentinamente: —
Bueno, ya nos veremos.
—Ah, y Natalia quiere una gran boda.
—Allí estaremos. Mis hijos, sin embargo, lo dudo.
Cuando abrí la puerta del salón, vi a Cary subiendo las escaleras y, a pesar
de mi anterior petulancia por su falta de voluntad para hablar de
matrimonio, sonreí. Él era ese rayo de sol que penetraba a través de las
nubes oscuras.
Reynard pasó junto a Cary sin ni siquiera mirarle.
Una vez que estuvimos solos, Cary se giró hacia mí. —Pareces un poco
nerviosa —dijo—. Quiero decir, también lo estabas antes de que él
apareciera.
Le cogí de la mano, casi atrayéndolo hacia mí. —Vamos arriba.
Llamé a Vance y le pedí que nadie nos molestara, luego seguí a Cary hasta
mi dormitorio. Una vez allí, puse algo de música. Este no era el momento
para tener sexo tierno.
Cary sonrió. —Eso es bastante estridente.
Señalé sus pantalones. —Enséñamelo.
El hombre estaba tan bien dotado que nunca tenía suficiente de su gran
pene. Se bajó los calzoncillos, ya medio erecto.
Era solo insinuar algo de sexo, y Cary se encendía.
Me quité la blusa y jugué con mis senos. Quería verle esforzarse. Luego
me acerqué a él y, haciendo mi papel de chica inexperta, ronroneé: —¿Qué
le gustaría, señor?
—Quiero que me chupes la polla. —Sus ojos se habían oscurecido por la
lujuria, porque, aunque sentí su duda, su polla parecía encantada cuando
interpretaba el papel de chica inocente y despistada. Era un juego al que una
vez jugué con Gregory.
Tomé la dura polla de Cary en mi boca. Fingiendo inseguridad, apreté con
los dientes para lograr que se pusiera más dura.
Después de lo que acababa de pasar con Rey, necesitaba sexo salvaje.
—Ay.
Me mordí el labio. —Lo siento señor.
Agarró mi cabeza y la empujó hacia su polla. —Mmm... Eso está mejor
—gimió mientras yo subía y bajaba por su grueso eje.
—Estás mejorando, pequeña. —Dejó escapar un gemido, luego me
desabrochó el sujetador y acarició mis pechos—. Quiero follarme estas
tetas.
Frotó su polla entre mis pechos y la cabeza llena de sangre asomó hasta
mi barbilla.
Luego me quitó las bragas y me tocó. —Estás jodidamente empapada.
¿Quieres mi polla dentro de ti?
—No señor. Podría doler.
—Te voy a follar de todos modos. —Levantándome, me puso sobre la
mesa Luis XIV y me penetró con un fuerte empujón, y siguió empujando
mientras yo gemía y gemía. El placer y el dolor se extendieron hasta los
dedos de mis pies.
Continuó golpeando hasta que una liberación eufórica me recorrió y Cary
llegó al clímax como si estuviera poseído.
Capítulo 15

Cary

—¿POR QUÉ? —PREGUNTÉ, LIMPIÁNDOME con una toalla.


—¿Por qué, qué? —Caroline descansaba sobre una cabecera acolchada de
terciopelo rojo.
—He ido muy fuerte. ¿Te he hecho daño?
—No. Estaba muy excitada, como siempre. Seguro que lo has sentido…
—Ella arqueó una ceja—. No finjo esos orgasmos. —Sus labios se curvaron
ligeramente.
¿Estaba siendo sarcástica?
Realmente no la conocía tan bien. Nuestras conversaciones siempre
giraban en torno a cuestiones intelectuales como filosofía, literatura o
política, lo que me resultaba estimulante. Las conversaciones triviales no
eran uno de mis fuertes, ni tampoco lo era hablar de emociones.
Caroline fue la primera mujer que conocí que no hablaba de nuestra
relación, lo cual era refrescante y frustrante al mismo tiempo. Quería
conocerla a un nivel mucho más profundo.
—Pero, ¿por qué te gusta tanto el sexo por la fuerza? —persistí—. Tengo
curiosidad. —Más que eso, nuestro juego sexual dejaba un regusto que
comparé con un edulcorante artificial.
—Bueno, realmente no me estás obligando, ¿verdad? —Tenía una sonrisa
tímida que la volvía inescrutable otra vez.
Fruncí el ceño. —No estoy acostumbrado a esa forma de hacer el amor,
eso es todo.
—¿Estás insatisfecho con nuestra vida sexual?
Serví un vaso de agua y se lo ofrecí, luego me serví otro. Las
conversaciones incómodas siempre me dejaban la boca pastosa. —No. Todo
lo contrario. Pensaba que era obvio.
Envuelto en una toalla, me senté en mi sillón favorito junto a las puertas
francesas que daban al parque. La escultura de los amantes enmascarados a
caballo me llamó la atención, y cuando dejé que mi mente divagara, esa
creación caprichosa pasó a ser Caroline y yo, ocultándonos bajo aquellas
máscaras.
En realidad, nunca había hablado de su infancia. Yo tampoco, así que no
tenía nada que exigir en ese aspecto.
¿Era mi historia peor que la de ella?
—Todos tenemos derecho a nuestros pequeños secretos oscuros, Cary. —
Dio unas palmaditas en la cama—. Ahora ven aquí y bésame.
Me acosté con ella, la tomé en mis brazos y la besé con tanta ternura,
como nunca había besado a nadie.
Sus labios sabían a sexo y mi polla se endureció. Los hombres de mi edad
normalmente necesitaban la ayuda de pastillas para conseguir una erección
tan pronto después de follar. También me había pasado.
Pero nunca antes había conocido a nadie como Caroline.
Todo había cambiado. Ya no era ese hombre.

DESVIÉ MI ATENCIÓN DE la página en blanco de la pantalla del


ordenador, hacia la ventana. Aquella sala verde, como se la conocía, se
había convertido en mi favorita por sus meditativas vistas al mar. Era allí
donde pasaba horas escribiendo algún que otro párrafo inconexo antes de
volver a mirar el cielo o la masa de agua en constante cambio, imaginando
los muchos viajes que había realizado.
Caroline entró. —Ocupado trabajando, ya veo.
—No tanto. Simplemente hago lo que mejor sé hacer. —Me reí—. Mirar
por la ventana.
—Sí, las vistas aquí distraen bastante, ¿verdad?
La estudié y busqué en sus ojos un juicio. A Caroline se le pasaban pocas
cosas por alto y había notado que yo prefería caminar o leer en lugar de
escribir.
—Ya he visto que has alcanzado el límite de tu tarjeta de crédito. —
Caminó hacia el sofá y tomó asiento.
Me olvidé de respirar por un minuto. —Sí, bueno… —El dinero y esa
tarjeta de crédito al máximo que tan generosamente me había dado, era un
tema que prefería evitar—. He tenido algunos gastos de más.
Sus ojos atraparon los míos como lo haría una clarividente para una de
esas evaluaciones intensas. —La he recargado. No hay necesidad de
preocuparse.
—Eres muy amable. Yo… —¿Qué podía decir? ¿Que estaba esperando un
acuerdo insignificante?
Casi leyéndome el pensamiento, me dedicó una sonrisa comprensiva, que
solo me hizo sentir peor. —No pienses en ello. —Apoyó su mano en mi
hombro—. ¿Por qué no nos casamos?
Asentí lentamente, como si esa idea apenas hubiera aparecido en mi
mente, que no era el caso. No había pensado en otra cosa.
—Si nos casamos, podrás disponer de la fortuna de los Lovechilde.
Fruncí el ceño. —No estoy aquí por tu dinero, Caroline.
Ella me miró. —Tendremos que firmar un acuerdo prenupcial, ¿te parece
bien?
Me encogí de hombros. —Era predecible. —No podía ocultar mi
resentimiento por ser visto como un holgazán codicioso, a pesar de no haber
hecho nada para demostrar lo contrario—. ¿Cuándo quieres que lo
firmemos?
Caroline tenía una sonrisa forzada, como la que una madre le pondría a un
niño petulante. —Oh, Cary, por favor. No te ofendas. Tengo una familia que
proteger. Tienes que entenderlo.
—¿Por qué quieres casarte conmigo entonces? —pregunté—. ¿Por qué no
seguimos como estamos?
Se dio unos golpecitos con sus largas y rojas uñas. Con el pelo recogido
en un moño y un vestido floral ajustado, Caroline parecía mucho más joven
de lo que era. Sabía que se había hecho algún retoque, a pesar de que
siempre lo negaba, pero eso no mitigaba el efecto que tenía en mí y en mi
libido.
—Prefiero el matrimonio. Supongo que soy un poco anticuada. —Me
miró con una rara y tímida sonrisa.
—Oh, no te describiría así. —Me recosté en mi silla y crucé las piernas.
Escudriñándome de cerca, como si intentara darle un significado más
profundo a mis palabras, Caroline permaneció en silencio.
—Eres conservadora por fuera —continué—, pero por dentro eres de todo
menos tradicional.
—Una defensora de los convenios no tiene por qué ser una mojigata, mi
amor.
—Se puede interpretar de esa manera, aunque a menudo, los dos son
sinónimos.
—De todos modos —soltó un suspiro—, tengo la sensación de que te
estás guardando algo. Puedes contarme cualquier cosa, lo sabes, ¿no?
Su perfume floral flotó hasta mí, y todo lo que quería hacer era quitarle
ese vestido ajustado, que enfatizaba una figura con curvas que la mayoría
de las mujeres de la mitad de su edad solo podían anhelar, y hacerla gritar
mi nombre otra vez.
—Y eso me lo dice la reina de los secretos. —Respiré.
Apartándose de mi mirada inquisitiva, como si mis ojos fueran la intensa
luz del sol, se miró las manos. —¿No es algo que todos hacemos? Es lo que
mantiene el mundo civilizado. Imagínate si todos compartieran lo que
realmente sucede dentro de sus complicadas cabezas con todas y cada una
de las personas.
—No me refería a eso, Carol.
Su mirada me traspasó. —No me llames así.
Hice una mueca. —Disculpa.
Una leve sonrisa conciliadora ahuyentó su ceño fruncido. —Volviendo a
lo anterior, me gustaría casarme. Contigo.
Crucé las piernas por enésima vez y asentí como si me hubiera olvidado
por completo de su propuesta.
—¿Es por lo del acuerdo prenupcial? ¿O es porque no estás seguro de
nosotros como pareja? —Su tono suave liberó parte de la inquietud que
tensaba mis músculos.
—¿Te he dicho lo preciosa que te pones cuando sonríes?
—Bueno, sí. —Sus ojos se suavizaron hasta adquirir un color marrón
miel.
La atraje hasta mi regazo y ella se rio.
—Mmm… —Sus párpados se volvieron pesados por la lujuria—. Puedo
sentirte. —Se levantó y se arregló el vestido—. Pero no puedo,
lamentablemente. Estoy esperando a Drake.
—¿Está investigando algo? —Sabía que el tema de esos huesos y los
detectives tenían preocupada a Caroline, pero como era de esperar, no me
dio más detalles cuando la pregunté. —¿Por qué no confías e mí? Me siento
como un extraño.
Resopló. —Tengo un pasado complicado, cariño.
—¿No lo tenemos todos? —Caminé hacia la mesa de café y cogí una
revista—. En todo caso, no sé nada sobre ti, pero aquí estamos, a punto de
casarnos.
—¿Lo estamos? ¿Es esa tu forma indirecta de aceptar? —Su rostro se
inclinó ligeramente.
—Quiero conocerte, Caroline. Quiero decir, hace un momento, cuando te
he llamado por tu diminutivo, has tenido una respuesta brusca.
—Estás exagerando. Es solo que me gusta que digan mi nombre
completo.
Solté un suspiro de frustración. —Basta de tonterías, Caroline. Si vamos a
casarnos, necesito entenderte, especialmente nuestros extraños encuentros
en lugares tan oscuros y barriobajeros.
—Parece que esas situaciones te ponen igual que a mí —me desafió.
Suspiré. —Es porque estoy contigo. Iría al mismo infierno si me lo
pidieras.
Sus cejas se alzaron bruscamente.
Lamentablemente, era cierto, y odié lo débil que soné de repente. Me
acerqué a ella y la tomé en mis brazos, besando su cálido y suave cuello. —
Nunca me había sentido tanta excitación. Eres muy seductora, Caroline.
—Entonces cásate conmigo.
Busqué una pizca de ironía, pero ella se mantuvo seria. —¿No se trata el
matrimonio de dos almas bailando como una sola?
Resopló con desdén. —Esa es la versión del poeta, cariño. La mayoría de
los matrimonios son un acuerdo comercial.
—¿Como tu matrimonio con Harry?
Ella asintió, ligeramente triste. —Él era además mi mejor amigo.
—Y gay.
Se encogió de hombros. —No hace falta decirlo.
—No. Terminaste saliendo con su socio.
Su suave frente casi se arrugó mientras me estudiaba por un momento,
antes de suavizarse nuevamente. —Mira, sabes algunas cosas sobre mi
pasado. —Pasó sus manos por mi muslo, pero no llegó a acariciar mi polla.
—Aunque no lo suficiente. —Me mantuve firme, a pesar de su intento de
convertirme de inquisidor, en amante devastador, y aparté su mano antes de
perder otro round—. ¿Por qué ese detective está husmeando? ¿Y por qué
sigues teniendo a esa serpiente de Crisp tan cerca?
Envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y me acercó aún más a él. —
¿Por qué no nos vamos a Como una semana? Podemos desnudar nuestras
almas allí, si quieres.
Me perdí en la fragancia de su sedoso cabello azabache, y mientras mis
manos recorrían sus contornos, casi inconscientemente, su sugerencia de
repente me cayó como un jarro de agua fría. Esta vez me alejé
abruptamente de ella.
Me mordí el labio y miré el licor, dorado al sol. Me surgió la tentación de
tomar un trago o dos y, como era media tarde, eso fue exactamente lo que
hice.
Parecía herida. —¿Qué pasa?
—¿Quieres uno? —Levanté la botella antes de servirme una medida
generosa.
Ella sacudió la cabeza.
Tomé un trago y me aclaré la garganta. —Hemos vendido Como.
Sus ojos se abrieron como si le hubiera dicho que un miembro de la
familia había sido asesinado. —Ni siquiera sabía que estaba en el mercado.
¿Por qué no me lo dijiste? Lo habría comprado.
—Eso habría sido extraño.
—Debiste decírmelo. Habría pagado el doble o el triple del precio que se
pedía. ¿Por qué no lo me lo contaste? —Parecía enfadada de repente.
—Pero era demasiado pequeño. Recuerdo que te quejaste del tamaño del
baño. Por no hablar del dormitorio.
—Lo habría derribado y reconstruido algo más grande.
Bebí un trago de mi whisky y me serví otro trago, frustrado por su tono y
conmigo mismo por ser tan complaciente con ella. Normalmente, era lo
mejor que podía hacer. —Era mío, podía hacer lo que quisiera, Caroline.
Caminé hacia la ventana y le di la espalda.
—Nadie lo cuestiona, cariño. ¿Pero por qué no me lo dijiste? Era una joya
única. —Parecía que fuera a llorar.
Me giré para mirarla. —Es solo una villa, Caroline. No es la vida de
nadie.
Ella permaneció perdida en sus pensamientos y su ceño se intensificó
antes de volver a mirarme. —Dime la verdadera razón, Cary.
La razón, sin embargo, era más complicada que el hecho de que yo
estuviera en quiebra. Habría descubierto a Markus Reiner y eso habría
abierto la caja de Pandora.
—Oh, Cary. —Se tumbó en el sofá—. Me encantaba esa villa. Incluso nos
visualicé viviendo allí parte del año.
Suspiré. Sí. Realmente nuestra estancia en Como había sido mágica.
Perfecta. —Lo hice con el corazón apesadumbrado, te lo aseguro.
Necesitaba el dinero.
—¿Por qué no hablaste conmigo?
—Por la misma razón por la que no me dejas entrar en tu mundo,
supongo.
Ella caminaba de un lado a otro. —Ponme en contacto con tu abogado y
duplicaré la oferta del comprador.
—No creo que eso funcione. Es un famoso actor de Hollywood que ha
jurado guardar el secreto a todos. Es demasiado tarde.
Resopló ruidosamente.
—Hay más villas alrededor.
—No en esa ubicación privilegiada. Ya lo he mirado. —Se sentó en el
sofá y se cogió la barbilla con una mano; parecía abatida.
Me uní a ella y la rodeé con el brazo. Era como si la estuviera consolando
por haber perdido a un ser querido. —Lo siento, Caroline.
Capítulo 16

Caroline

EL BAUTIZO DE EVANGELINE me ofreció un descanso de los


acontecimientos de mi vida de los que perdía el control. Tuve dos escapadas
en familia y con Cary, solo que este último se mostró bastante retraído
después de tener una larga conversación sobre el matrimonio.
Sentí que estaba ocultando algo. Había demasiadas preguntas en el aire.
Entonces hice algo radical y contraté a un investigador privado.
Tenía que saber qué había detrás de la máscara de Cary. Quizás entonces,
incluso podría compartir mi historia. Una historia que cada día se hacía más
cruda y me mantenía en vela. Si no hubiera sido por Cary y la pasión
devoradora que compartíamos, habría sido un desastre total, especialmente
con las absurdas exigencias de Rey para entregarle Elysium.
¿Cómo le explicaría eso a mi familia?
También quería que ese detective desapareciera de mi vida. No eran solo
las preguntas que hacía constantemente, sino las pesadillas que habían
regresado con fuerza. Cary había mencionado mi ocasional llanto nocturno.
Me acerqué a mi hija, a quien encontré charlando y riendo con Mirabel.
—Madre, aquí estás —dijo Savanah, besándome en las mejillas. Miró por
encima de mi hombro y puso los ojos en blanco—. Bethany ha llegado.
Sabe cómo hacer una entrada. ¿Qué lleva puesto?
—Púrpura, rosa fuerte y cuero rasgado. Vaya, llamativo… —bromeó
Mirabel con una sonrisa.
—Se llama 'ninguna cantidad de dinero compra el sabor' —dijo Savanah
—. Oh Dios, mamá, ¿ha venido con él?
Permanecí en silencio, a pesar del ruido en mi pecho. Bethany, viniendo
con ese chico desaliñado de su brazo, había bajado el tono del evento.
—No sabía que estaba saliendo con Sweeney Knight —dijo Mirabel.
—¿Has oído hablar de él?
Mi nuera se rio de la expresión de asombro de Savanah. —No vivo
atrapada en una burbuja campechana, ¿sabes? Ethan también es fan de su
banda. Ambos lo somos. Son refrescantemente progresivos.
No tenía ni idea de lo que eso significaba, y Mirabel me lanzó una sonrisa
de disculpa del tipo que una mujer joven podría tener con una anciana que
no se había puesto al día con las últimas tendencias.
—Rock progresivo —dijo—. Ya sabes, como...
—Sé lo que es el rock progresivo, Mirabel. Yo era fan de bandas como
Pink Floyd. Puede que te sorprenda saberlo.
Savanah se giró hacia mí, sorprendida. —Estás de broma... ¿En serio?
Pensé que solo escuchabas música clásica.
—Ahora sí. Pero durante mi juventud, me iban bastante grupos como Pink
Floyd, Génesis y similares, que creo que entran en esa categoría de rock
progresivo —miré a Mirabel—, como tú lo llamas.
Ethan llegó y me besó, luego a su hermana, antes de ir hacia su esposa y
rodearla con el brazo. Formaban una extraña pareja, pero pude ver que
estaban muy enamorados. A la genética le encantaba la variedad, como
había revelado la ciencia, y Cian era una maravilla para la vista con su porte
regio y sus habilidades virtuosas, mientras que Ruby podía convertirse en
nuestra nueva Margot Fonteyn.
Todos mis nietos me habían hecho sentir orgullosa y solo por eso me
sentía bendecida. Si tan solo pudiera sacar a Crisp de mi vida… finalmente
se aliviaría la pesada carga que me llevaba agobiando durante más de treinta
años.
—Sweeney Knight, dios mío. ¡Con Bethany! ¿Puedes creerlo? —dijo
Ethan.
—Parece drogado —dije.
Los tres se giraron a mirarme. —Oye, es una estrella de rock. No va a
beber precisamente manzanilla. —Ethan se rio. Echó otra mirada furtiva—.
Debo decir que Bethany ha perdido algo de peso. Está casi demacrada. Y
tatuada.
Hice una mueca. —Sí, ya lo he visto.
—No hay nada malo en los tatuajes —dijo Savanah.
—Oh, cariño, ¿por favor dime que no…? —supliqué.
Savanah se rio. —Tengo uno pequeño. Pero no en el brazo. No como
Beth. Oh Dios mío... Realmente se ha vuelto un poco tiradilla, ¿no? ¿Qué
será lo siguiente? ¿Un vestido sujeto con imperdibles?
Tuve que reírme. —Puede que haya funcionado para Liz Hurley y
Versace, pero ahora se consideraría anticuado. No se puede subvertir lo que
ya ha sido subvertido.
Las cejas de Ethan y Savanah se alzaron al mismo tiempo.
—Vaya, me encanta cómo suena eso, a pesar de no entenderlo en
absoluto… —dijo Mirabel.
Savanah se rio. —Uno de sus mamaísmos.
Sacudí la cabeza ante lo ridículo que sonaba y Ethan se rio entre dientes
mientras asentía con la cabeza.
—Pero en realidad, ¿qué quieres decir? —preguntó Mirabel.
—Subvertir es corromper o, en este caso, escandalizar. Una vez que eso
sucede, los actos repetidos se diluyen, en el mejor de los casos y, en el peor,
son pretenciosos.
—Ya entiendo, como ropa rasgada por la que la gente paga sumas
ridículas —dijo Mirabel, lanzándole a su marido una mirada mordaz.
Levantó las manos en defensa.
Asentí. —El movimiento punk hizo que eso pareciera de famosos.
—Vivian Westwood, Dios bendiga su alma —añadió Savanah con
estrellas en los ojos.
—Y así, estas reivindicaciones con la moda que solo buscan atención se
transmiten a las masas y pierden su valor e impacto —concluí.
—Me gustan mis vaqueros desgastados —dijo Ethan.
Mirabel puso los ojos en blanco.
Ethan se rio y besó su cabello. —Mi querida esposa piensa que soy
superficial y pretencioso.
Mirabel se giró en señal de protesta. —Yo nunca he dicho eso.
Me alejé, dejándolos en su pequeño mundo, y me acerqué a Manon y
Drake.
A diferencia de su madre, Manon había engordado, se vestía cada día más
como yo, y articulaba sus palabras sin el más mínimo indicio de su antiguo
acento cockney.
—Abuela. —Sonrió alegremente y me abrazó.
Drake, el epítome de un padre cariñoso, estaba a su lado, acunando a
Evangeline.
Acaricié la mejilla sonrosada de la hermosa niña y la bebé me devolvió la
sonrisa. —Es un encanto.
Drake tenía adoración en sus ojos. —Sí que lo es.
Manon miró con cariño a su pareja y luego a mí. —Hemos fijado una
fecha para el próximo mes. ¿Te importa si nos casamos aquí?
—Por supuesto. Merivale es tu hogar. —Miré a Drake.
La risa chillona de Bethany cortó el aire y todas las cabezas se giraron en
su dirección.
—Espero que no monte una escena. —Manon sonaba como si fuera una
madre, lamentándose del comportamiento de un niño rebelde.
Le puse una sonrisa comprensiva. —No sería la primera en portarse mal
en una de nuestras recepciones.
—Voy a hablar con ella. Creo que va drogada. —Manon se inclinó y besó
a Drake—. ¿Por qué no pones a Evie en su cuna? Nuestra pequeña parece
tener sueño.
Estiré los brazos. —Ven, déjame abrazarla. —Tomé a mi bisnieta y la
acuné—. ¿Has tenido alguna noticia? —pregunté a Drake en voz baja sobre
nuestro delicado acuerdo.
—Están trabajando en ello. Te lo haré saber.
Asentí. —Voy a llevar a Evangeline a la habitación de los niños. Parece
agotada por toda esta atención. Janet está para cuidarla.
Parecía preocupado, como si su bebé estuviera a punto de correr peligro.
Le lancé una sonrisa tranquilizadora. —No te preocupes. Janet cuida de
todos los niños. Le sale natural.
Después de acostar a Evie, regresé a la fiesta y Bethany vino con su nuevo
novio a su lado.
—Madre, has engordado —dijo Bethany—. Tal vez deberías ir al
gimnasio de Carson.
—No me interesan los gimnasios. Seguiré con mis caminatas. —Lo que
Bethany nunca sabría es que el sexo me mantenía en forma.
—Me gustaría presentaros a Sweeney. —Hizo un gesto a su joven y
nervioso novio; imaginé que se había metido suficiente cocaína como para
comenzar su propia fiesta.
Asentí, él se inclinó y me besó. Apestaba a alcohol y a una colonia fuerte
y repugnante que probablemente era la mezcla característica de algún
futbolista famoso.
—Encantado de conocerla, señora.
Hizo una reverencia y casi me reí. No sabría decir si hablaba en serio.
Bethany me miró. —Entonces, eres bisabuela. ¿Cómo te hace sentir eso?
—No es diferente de ser madre o abuela.
—Es demasiado hermosa para ser bisabuela —añadió Sweeney.
Le devolví una sonrisa tensa ante su cumplido lleno de adornos cockney.
—Ha sido un placer conocerte. Debo ir a saludar a algunos de los recién
llegados.
Les dejé antes de que Bethany, que estaba claramente drogada hasta las
cejas, pronunciara otra palabra. El murmullo sin sentido sobre drogas me
ponía de los nervios.
Cary estaba hablando con una mujer joven, rubia y tetona. Su rostro se
iluminaba mientras él hablaba. Una repentina punzada de celos me invadió
al observar lo volcado que parecía estar con esa conversación.
Los invitados charlaron conmigo, pero apenas escuché lo que decían.
Simplemente asentía y sonreía en automático, algo a lo que me había
acostumbrado gracias a los años de práctica.
Cary apenas me vio, pero finalmente capté su mirada; pareció disculparse,
y luego se acercó. —Estás bella, como siempre —dijo, en lo que sonó como
una broma simbólica.
—¿Quién es esa? —pregunté, sin devolver el cumplido.
—Oh, es la hija de alguien. La verdad que no la he preguntado.
—Parecías fascinado.
Después de sostener mi mirada como si buscara las palabras adecuadas,
sonrió. —Oh, Caroline, solo estás tú. Lo sabes, ¿verdad?
—Es bonita y te tocaba de vez en cuando la manga.
Inclinó la cabeza. —¿Estás celosa?
—Deja de tontear. —Le di la espalda y me alejé.
Capítulo 17

Cary

ESA NOCHE, LLAMÉ A la puerta de Caroline, algo que nunca hacía, ya


que su dormitorio también era el mío.
Después de darme la espalda durante la mayor parte de la noche, Caroline
se ausentó de la fiesta tan pronto como la mayoría de los invitados se
fueron. Su hija mayor, junto con su novio estrella del rock, fueron
expulsados después de casi destruir el estante entero de cristal de Murano
tras tropezarse borracho perdido. El personal iba detrás de él, apartando las
cosas de su camino como lo harían con un niño pequeño curioso, lo cual me
pareció bastante divertido. Su ruidosa presencia había animado un poco las
cosas, aunque Caroline no lo veía de esa manera. Al contrario, puso los ojos
en blanco y le susurró algo a los de seguridad, quienes les invitaron a irse
de la fiesta. Bethany que tampoco se había quedado en silencio, gesticuló y
gritó: —¡Sois todos un montón de engreídos y lameculos!
Entré al dormitorio y, como estaba un poco borracho, ignoré el humor
irritable de Caroline. Skye, la joven rubia, era bastante inofensiva, a pesar
de su descarado coqueteo. Y no la seguí el juego cuando me invitó a volver
a su casa.
Había sido infiel demasiadas veces y el pensamiento de mi malvado
pasado me enfermaba.
Con Lilly, ser infiel se volvió una necesidad después de que su libido
disminuyera. Incluso ella misma hacía la vista gorda ante mis coqueteos
ocasionales, lo que hacía que el acto de seducción fuera más sencillo, sobre
todo, con la joven vecina italiana que, aburrida de su marido, se había
convertido en mi secreto.
Tal como estaban las cosas ahora, no necesitaba engañar a nadie porque
Caroline me satisfacía en todos los sentidos.
La encontré recostada en la cama, leyendo y con una de sus batas de
encaje. Si alguna vez necesitaba una imagen erótica, estaba ahora ante mí:
Caroline, sus grandes pechos apenas cubiertos por encaje blanco, su espeso
cabello azabache suelto y absorta en Proust.
Para algunos hombres, sería pornografía. Para mí, era Caroline vestida de
encaje sosteniendo una novela.
—Me gustaría poder fotografiarte —dije, desabrochándome la corbata.
Miró por encima de sus gafas de lectura y luego se las quitó. —Pensé que
habrías salido por ahí.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Me has humillado. —Intensa y penetrante, su mirada sin pestañear me
mantuvo cautivo.
Me quité la chaqueta. —Oh, Caroline, por favor. Somos adultos. No podía
pedirle a esa chica que se alejara sin más.
—Estuviste hablando con ella durante media hora. Y la gente se dio
cuenta.
Cuando me desnudé y me quedé en calzoncillos, su atención abandonó mi
rostro y se dirigió hacia mi ingle, que bien podrían haber sido sus manos
acariciando mi polla, porque se engrosó con anticipación.
—¿Quieres que duerma en la habitación de invitados? —pregunté.
—No. Túmbate. Ahora.
Me quité los calzoncillos y sonreí mientras ella miraba mi creciente
erección. Al meterme en la cama, encontré su mirada. —Eres irresistible.
Sus ojos se suavizaron un poco cuando deslicé mis manos sobre su brazo
hasta su nuca.
—Si me vuelves a hacer eso, Cary, será la última vez.
—Prometo no volver a hablar con jóvenes rubias tetonas.
Su ceño se hizo más profundo y, antes de que pudiera responder, agregué:
—Prefiero las morenas tetonas con predilección por los escritores franceses
postrados en cama.
Su risa me inspiró a continuar. —Caroline, ¿por qué estaría con alguien
como ella cuando te tengo a ti? Nadie se te puede comparar.
Antes de que pudiera responder, enterré mi cabeza entre sus muslos y le
mostré lo mucho que significaba para mí.

—RECUÉRDAME POR QUÉ ESTAMOS aquí —dije—. No es que me


importe veros a todos disfrazados, estás deslumbrante. —Besé la mano de
Caroline y sus labios se curvaron ligeramente.
De repente parecía bastante incómoda en el impresionante salón de baile
del Elysium, rodeada de grupos de alborotadores de Europa del Este. Era la
boda de Crisp, y los invitados, que aparentemente habían hecho fortuna de
manera cuestionable, formaban parte del grupo de la novia.
Las damas de honor parecían venir de una convención de Barbie, todas
vestidas de rosa brillante. Sus peinados esculpidos, como los de las famosas
muñecas, brillaban bajo las lámparas en forma de araña. Su maquillaje era
tan espeso que casi se podía quitar con una espátula.
Mientras tanto, los hombres se apiñaban y, cuando no estaban forzando
unas risas, fruncían el ceño.
—Si estallara una guerra, cualquiera querría que todos estos estuvieran de
su lado —dije refiriéndome al grupo de hombres altos y corpulentos con
trajes mal ajustados y peinados al más puro estilo de la Primera Guerra
Mundial.
—Completamente de acuerdo. —Caroline suspiró.
Tomé su mano. —¿Estás bien?
—Estoy bien. Simplemente no estoy acostumbrada a un espectáculo de
semejante naturaleza. Al menos no aquí, en Elysium. Y en respuesta a tu
pregunta anterior, Rey me ha obligado a venir. Después de todo, es su boda.
Estaba a punto de decir algo cuando un grito desgarrador dividió el aire y
llamó mi atención. Parecía que la reacción exagerada de la mujer estaba
dirigida al gran diamante de la novia y no a ningún tipo de peligro
inminente.
Un camarero pasó con una bandeja de champán y, siguiendo el ejemplo de
Caroline, tomé una copa. Las burbujas me hicieron cosquillas en la nariz
mientras tomaba un sorbo. —Al menos el champán es de categoría.
Un hombre se acercó y le susurró algo a Caroline, y ella me miró de reojo
con una de esas miradas que hablaban de desinterés. Como era muy versada
en sutilezas, puso una sonrisa falsa, y ahí se quedó mientras el voluble
invitado llenaba su oído con muchas palabras.
Después de que él se fuera, me reuní con ella nuevamente. —¿Algún
Lord?
—Mmm… Sí, ¿cómo lo has adivinado?
—Oh, se les ve a la legua. —Exhalé, tratando de no parecer aburrido, lo
cual, por supuesto, lo estaba. Todo lo que quería era regresar a Merivale y
sumergirme en Ovidio con una excelente botella de whisky de malta a mi
lado.
La novia continuó rodeada por un grupo de mujeres efusivas,
maravillándose con su anillo de diamantes y acariciando su ceñido y
brillante vestido de novia, como si fuera una obra de arte milagrosa.
—Vuelvo en un momento —dijo Caroline.
Decidí salir a fumar un cigarro, una actividad que disfrutaba en este tipo
de ocasiones. Mientras caminaba hacia la puerta, en el aire resonaban frases
en serbio. Podría haber estado en un partido de la Copa del Mundo. No es
que fuera un gran hincha del fútbol. El tenis era mi único interés en lo que
respectaba al deporte.
Mientras encendía mi cigarro, escuché mi nombre y me volví para
encontrar al novio parado junto a la fuente.
—Debe haberte costado algún tiempo acostumbrarte a esto —dijo
Reynard Crisp. Nada de 'qué tal estás' ni ningún tipo de saludo similar.
—¿A qué te refieres? —Me alejé de la fuente, donde en lugar de Bach o
Debussy sonaba el himno nacional serbio. Caroline estaba tan consternada
cuando llegamos, que llamó a Manon para decirle que apagara el himno que
sonaba áspero antes de la medianoche.
—Eso es llevar el patriotismo un poco lejos, ¿no crees? —Señalé la
fuente.
Él respiró. —Mi querida esposa está en deuda con sus orígenes. No hay
nada malo en tener un poco de orgullo patrio, ¿no? A menos, por supuesto,
que uno esté tratando de escapar del suyo.
Me lanzó una mirada penetrante.
En lugar de alejarme, lo que normalmente haría para evitar sucumbir a los
instintos animales y romperle un vaso en la cabeza, no pude evitar
preguntar: —¿A qué me tengo que acostumbrar?
—A tu nombre.
En medio de innumerables pensamientos en colisión, elegí el silencio.
—Háblame de ese tipo, Markus Reiner.
Mis piernas se debilitaron y su sonrisa se hizo más amplia.
Di una calada a mi cigarro, como un condenado.
—Fui a Australia el año pasado —continuó Crisp—. Melbourne, para el
Gran Slam. Un lugar interesante. La chusma tiene una obsesión casi
enfermiza con el tenis, lo consideran casi cultura. —Se rio entre dientes—.
Pero Sydney es agradable. Rodeado por el puerto. Me gustó Sídney.
También le gustaba el sonido de su propia voz, porque dejé de escucharle
ante la mención de Australia.
Mi antiguo hogar.
La casa de la que hui.
Me miró. —Debo decir que has eliminado muy bien ese desafortunado
acento.
—¿Qué quieres, Crisp? —Le miré fijamente a la cara mientras aferraba
mi vaso como si fuera su cuello.
—Sé quién eres y cómo lograste llegar al santuario interior de los
Lovechilde.
—Mi relación con Caroline no es asunto tuyo.
—Pero esto sí lo es. —Llevaba la sonrisa victoriosa de alguien que tiene
una jugada de póquer inmejorable—. Verás, soy dueño de Caroline
Lovechilde. Se ha vuelto débil desde que llegaste. Imagínate su sorpresa
cuando se entere de que está enamorada no solo de un farsante, sino
también de un impostor.
Le agarré por el cuello. —Ya basta de tus malditos insultos.
Se alejó y se rio. —Ah, Markus Reiner finalmente ha salido a flote con
toda su brutalidad teutónica. Creo que me gusta más que el petimetre con
todas sus frivolidades librescas.
—¿Qué quieres? —pregunté bruscamente.
—Déjala. Encuentra cualquier excusa. Estoy seguro de que se te ocurrirá
algo. Tienes talento para las invenciones.
—¿Y si no lo hago? —Le desafié.
—Entonces Markus Reiner se convertirá en realidad, y Carrington
Lovelace encontrará su hogar natural como personaje bidimensional en una
de esas novelas cursis e ilegibles de los aeropuertos. —Rio entre dientes—.
¿En qué estabas pensando? ¿Carrington Lovelace?
Su burla me apuñaló.
Le di un puñetazo en la cara justo cuando Caroline se acercaba a nosotros
corriendo.
—¡Quiero saber qué está sucediendo! —exigió. Sus hermosos ojos
estaban muy abiertos y llenos de sorpresa.
Crisp se tapó la nariz. —Creo que dejaré que tu tendero especialista en
gangas te lo explique.
Y se fue.
Capítulo 18

Caroline

CARY RESPIRÓ HONDO. —HIZO un comentario insinuante y, perdiendo


la noción de donde estábamos, le di un puñetazo.
Para escapar de la estridente música, le aparté hacia el estacionamiento
donde los BMW y los Mercedes SUV negros habían reemplazado a los
antiguos Aston Martin, Jaguar y otros vehículos elegantes que siempre
había admirado en esta zona. Mirase donde mirase, todo era
alarmantemente de mal gusto y carente de refinamiento.
Elysium nunca fue ideado para gente tan grosera.
—Me voy. —Cary se giró y me tocó el brazo—. Tú puedes quedarte, pero
es que yo no puedo seguir aquí.
—Pero Cary… —Mientras le veía irse, me debatí si ir tras él, pero me
recordé que nunca habría actuado de ese modo. Además, considerando que
solo llevaba allí treinta minutos, me causaría todo tipo de problemas. Pobre
de mí.
Regresé adentro en busca de Rey y le encontré saliendo del baño, con un
pañuelo en la nariz.
—¿Qué le has dicho a Cary? Se acaba de ir.
—Le dije que no era lo suficientemente bueno para ti, eso es todo.
—¿Y quién mierdas eres tú para decirle eso?
—Baja la voz, Carol. Hablas como esa chica poco refinada del Eastend
que una vez conocí.
—Me importa un comino. —Le di un golpe en el pecho y sus ojos se
enfurecieron, pero enseguida se suavizaron al mirar a un invitado por
encima de mi hombro.
—Oh, Damian, ¿ya conoces a la ilustre Caroline Lovechilde?
Respiré hondo y me giré para saludar al invitado de Rey. El hombre me
besó la mano por más tiempo del normal, aunque mi cerebro estaba
demasiado ocupado para asimilar aquel gesto.
Después de irse, miré a Rey. —Me ha dado dolor de cabeza. Tengo que
irme.
Sus ojos volvieron a oscurecerse. —Carol.
—Mi nombre es Caroline. —Y me fui antes de que pudiera seguir
mofándose de mí con sarcasmo.
Mientras me alejaba, pude sentir su furiosa mirada sobre mí.
Cuando llegué a Merivale, no encontré a Cary. El salón estaba vacío.
Savanah y Carson estaban en Francia y Manon estaba en Londres con
Drake y Evangeline, visitando a la madre de Drake. Incluso los sirvientes
parecían no estar en ningún lado.
Finalmente encontré a Cary fuera, junto a la piscina, fumando.
—Pensé que lo habías dejado —dije, tomando asiento a su lado.
—Lo había dejado. —Se giró para alejar el humo de mi cara.
—¿Qué ha pasado con Crisp?
Se tomó un momento para responder, acariciando mi rostro mientras me
miraba profundamente a los ojos. —Nada que valga la pena estropear este
momento. Estás tan hermosa ahora mismo, a la luz de la luna.
No pude evitar sonreír, a pesar de su evasión.
—Ven, Caroline, vamos a la cama. —Se levantó, me tomó en sus brazos
y, cuando sus cálidos y suaves labios encontraron los míos, la vulgar
recepción nupcial de la que acabábamos de huir se borró por completo de
mi cabeza.
La luna estaba llena, la noche era clara y el aire salado y tonificante
acariciaba mis mejillas, recordándome que estar en los brazos de este
misterioso y hermoso hombre, era lo único que me importaba.
Esa noche hicimos el amor lentamente y de manera tierna.
Cary seguía acariciándome y diciéndome cuánto me amaba, y aquella
detestable función nupcial se hizo cada vez un recuerdo más lejano, como
una enfermedad espantosa que una vez curada se olvida rápidamente.
A la mañana siguiente me desperté de un largo y profundo sueño. Al
encontrar la cama vacía, supuse que Cary estaba fuera organizando el
desayuno, como solía hacer, para tener una bandeja a mi lado cuando
despertara.
Sonreí, pensando en sus dulces palabras y su tierno acto sexual. Rey tenía
razón sobre el paraíso que había encontrado. Si eso significaba perder
Elysium, era un pequeño precio a pagar por una vida con Cary. La familia
era más rica que nunca, en gran parte gracias a los esfuerzos de Declan e
Ethan.
Cuando, pasado un buen rato, entendí que no iba a haber desayuno ni
Cary, me duché y bajé las escaleras.
Me encontré con Janet en el camino.
—¿Has visto a Cary? —pregunté.
—Eh… se fue. Alrededor de las ocho. Llevaba una maleta.
—¿Cómo…? —Sostuve su mirada mientras buscaba qué decir—. ¿Dijo
adónde iba?
—No, simplemente me dio un beso en la mejilla y me dio las gracias.
Mis cejas se contrajeron. —¿Normalmente hace eso?
Ella sacudió la cabeza. —Ósea, normalmente es agradecido y muy amable
en todo, pero... eso me pareció extraño.
La dejé atrás y fui a buscar el móvil, que me lo había dejado en la oficina.
Cuando llegué encontré un sobre con mi nombre.
Percibí ese sobre como si se tratara de una bomba a punto de amenazar mi
vida.
Levantando el teléfono, llamé a la cocina. —¿Puedes traerme un té?
—Sí, por supuesto. ¿Su desayuno habitual también?
—No. Solo el té.
Respiré hondo y esperé mirando el sobre. Me temblaban las manos y
apenas podía respirar.
Janet llevó el té a mi oficina y lo dejó sobre mi escritorio, mientras yo
sostenía el sobre en la mano, como si diera verdadero miedo.
—Gracias. ¿Podrías cerrar la puerta al salir?
Asintió y me miró con simpatía. Ella lo sabía. Janet había estado conmigo
desde hacía muchos años. Me conocía bien.
Respiré hondo y bebí un sorbo de té; la taza temblaba en mi mano.
Necesitaba algo más fuerte, así que vertí un poco de whisky.
Era algo que mi madre adoptiva solía hacer, anticipándose a su malvado
marido. Me lanzaba una de sus débiles sonrisas y luego se ponía el dedo en
la boca para que yo permaneciera tranquila y apacible. Ambas teníamos que
hacernos invisibles para no despertar la ira de aquel hombre bestial.
Abrí el sobre y la nota cayó. Con dedos temblorosos, la desdoblé y leí:
Querida Caroline,
Es temprano, así que mi cerebro de escritor aún no se ha despertado del
todo, por eso seré breve.
Me voy con el corazón apesadumbrado. Es como si me estuvieran a punto
de extirpar un órgano vital y volver al mundo como medio hombre.
En ti he encontrado un alma gemela.
Nunca pensé que eso le pasaría a alguien como yo: un hombre impetuoso
arrastrado a un mundo de poesía, mientras esquivaba el mundo real.
Al principio, tu lujoso estilo de vida me deslumbró. Pero todo eso se
volvió insignificante en el mismo momento en que te besé.
Juntas, nuestras almas bailaron entre las estrellas. Antes de conocerte,
pensaba que este tipo de amor solo existía en la ficción.
Quería pasar mi vida contigo.
Quería darte todo de mí.
Pero no pude, porque verás, no soy el hombre que pensabas que era.
Fue todo una mentira.
Yo soy una mentira.
Lo que no es mentira es que te amo con cada célula de mi cuerpo. Por
favor, créeme.
Me voy como un hombre que ha probado el elixir de la perfección, y
ahora está condenado a una vida de recuerdos.
Los recuerdos nunca me permitirán volver a saborear tus labios, ni sentir
tu cuerpo cálido y suave en mis brazos mientras nuestros corazones laten al
unísono. Los recuerdos nunca me escucharán hablar apasionadamente de
algún libro que haya leído. Los recuerdos nunca caminarán conmigo y me
cogerán de la mano mientras se maravillan ante el cambiante color del
océano.
Te llevo conmigo a donde me lleve mi próximo viaje.
Siempre estarás en mi corazón, alma y espíritu.
Cary.
Aturdida e incapaz de procesar ninguna línea de pensamiento clara, miré
la nota escrita a mano, ahora manchada con mis lágrimas.
Caminé por aquella habitación que lo había visto todo, desde la confesión
de Harry al haberse enamorado de un hombre, Bethany revelando que era
mi hija perdida hacía mucho tiempo y mis hijos anunciando sus
matrimonios con mujeres que no eran de nuestra clase.
La realidad era que, sin mi máscara, yo tampoco formaba parte de esa
clase, ni el hombre del que me había enamorado perdidamente. Todo era
intolerancia desenfrenada, enredándome en una red de contradicciones.
Sí, esa habitación lo había visto todo. Pero siempre mantuve cierto
control. Por dentro podría estar hirviendo de ira o tristeza, pero por fuera
solo me mostraba rígida, como un témpano de hielo. Siempre bajo control.
Caminé y caminé. Una erupción dentro de mí surgió como ácido
disparado hacia todos lados desde un caldero de emociones burbujeantes.
Esa versión fría, tranquila y serena de mí, ya no existía más, era
completamente irreconocible.
Acabé cogiendo un jarrón y lo rompí. El agua de su interior corrió por las
paredes de color amarillo mantequilla como las lágrimas lo hacían por mi
cara. Los lirios cayeron al suelo formando un triste montón.
Fui hacia las figuras que Harry tanto había admirado y destrocé todas, una
a una. Aun así, no logré apaciguar la violenta necesidad de desahogarme,
así que comencé a golpear la pared. Un dolor punzante me subió por la
muñeca, desviando mi atención de la presión sofocante que mi corazón
albergaba.
Manon entró corriendo. —¡Abuela!
Me giré y mi boca se abrió, pero solo salió un fuerte suspiro.
Me desplomé en el sofá una vez que noté como la crisis descendía su
intensidad, me cubrí la cara con las manos y lloré como un bebé. Las
lágrimas brotaban de mí como nunca antes.
Torrentes de veneno salieron de mí mientras mi vida anterior pasaba ante
mis ojos.
Vi los ojos borrachos de mi padre adoptivo inundados de deseo criminal,
y luego a Reynard Crisp haciendo promesas por una suma invaluable que
superaba incluso la chequera de un multimillonario.
¿Cuál es el precio de un alma?
Ninguna cantidad podría llenar el agujero negro que queda a su paso.
—Dios mío, ¿qué ha pasado? —preguntó Manon, sentándose cerca y
colocando su brazo alrededor de mis hombros.
Poco a poco recuperé la compostura, a medida que la tormenta que
sacudía mis cimientos amainaba. Estudié a mi nieta, viéndome desde su
posición y edad, ella recién casada y yo al frente de una dinastía.
De las cenizas de la desesperación y la indigencia había nacido esa
brillante y hermosa chica, y no podría haberme hecho sentir más orgullosa.
Había algo gratificante, incluso milagroso, en ver a alguien ascender de la
nada a la grandeza. Como una flor única que crece en una mancha de
suciedad.
Manon me sirvió un whisky y, después de bebérmelo de un trago, le conté
todo sobre la repentina partida de Cary.
Manon frunció el ceño. —Entonces tienes que hablar con Crisp y
descubrir lo que sabe.
—Él quiere quedarse con Elysium. —Verbalizar aquello en voz alta fue
como si una plancha de acero cayera sobre mí. La idea de tener que pelear
de nuevo, me hizo querer hacerme una bola y dormir.
Se quedó boquiabierta. —Pero no puedes. Savvie y yo nos lo estamos
pasando genial transformando ese lugar en un sitio sofisticado y moderno.
Tuve que sonreír ante su determinación. —Ya me he dado cuenta.
Dejando de lado la desolación que había caído sobre mí, miré a Manon y
vi la ambición en sus ojos, un recordatorio alentador de que el imperio
Lovechilde estaba en excelentes manos.
Agradeciendo cualquier distracción, pregunté: —Sobre esa discoteca de
música techno… ¿No será ruidosa para algunos de los invitados más
mayores?
—Tenemos previsto montarla en la sala de actos de atrás, que está
insonorizada. Solo una vez al mes, eso sí, y Elysium está lleno de gente
joven y rica. Tenemos que pensar en el futuro, abuela. No siempre serán
jóvenes, pero la mayoría siempre serán inmensamente ricos y necesitarán
visitar un lugar como Elysium; además, ya les encanta el spa. Todo encaja.
—¿Y qué pasará con las drogas? ¿Cocaína…?
—Oh, eso ya sucede… Los viejos beben como cosacos y yo a menudo
fumo hierba. Sin mencionar las interminables rayas blancas que decoran
casi cualquier rincón.
Suspiré. —Bueno, cariño, me temo que Elysium pronto dejará de estar en
nuestras manos. Podrías intentar asegurar tu posición allí hablando con Rey.
—¿Qué? —Su rostro se arrugó con horror, como si le hubiera sugerido
que demoliésemos la propiedad.
Le expliqué cómo me tenía contra las cuerdas, sin entrar en los detalles
más finos. Nadie los conocía.
—Pero eso es una mierda. —Se mordió el labio—. Lo siento.
—Estoy de acuerdo. Es una mierda. —Resoplé y me retorcí las manos.
—¿No puedes hacer algo?
Sacudí la cabeza lentamente.
Oh, podría hacer algo, pero no estaba dispuesta a airear la siniestra
solución que se estaba desarrollando en mi cabeza. Un plan que, con cada
respiración, se había convertido en una mala hierba invasora, asfixiando
cualquier rastro de bondad de mi persona.
—Lo siento, no debería estar hablando de discotecas después de lo que te
acaba de pasar... —Los ojos de Manon se llenaron de simpatía.
—Viviré. —Forcé una sonrisa. Levantándome, me pasé las manos por el
cabello, que había perdido su forma durante mi crisis—. Espero que el
personal no se pregunte qué ha pasado. —Me quedé mirando los trozos de
cerámica rotos en el suelo.
—Oh… has roto los caballos.
—Sí, Harry se gastó una fortuna en eso. Eran únicos. —Me encogí de
hombros—. Pero son solo posesiones. Y no habría sido bueno romper algo
barato.
La atención de Manon cambió de los pedazos esparcidos a mí, y sus
labios se curvaron. —Eso es muy cierto. Aunque sería difícil encontrar
alguna porquería sin valor en Merivale.
Se levantó a inspeccionar los daños. —Tal vez se puedan volver a pegar
los trozos. Voy a ver si puedo arreglarlos.
Sonreí y agradecí a mi estrella de la suerte tenerla cerca. —Tenemos
armarios llenos de cosas bonitas. —Volvió a sentarse y le acaricié la mejilla
—. Cariño, gracias. Me has hecho sentir orgullosa.
Ladeó la cabeza y sus ojos se nublaron. —¿De verdad? ¿Incluso después
de todos los problemas que he causado?
Acaricié su cabello largo, oscuro y lustroso. —¿Qué problemas?
Manon me abrazó. —Haré cualquier cosa por esta familia. Lo sabes, ¿no?
—Me miró fijamente a los ojos, muy seria—. Vamos a deshacernos de él.
Contuve el aliento. —Seríamos las primeras sospechosas. La policía no es
tan estúpida. Y tiene amigos en las altas esferas, cariño.
—¿Entonces, ¿qué vamos a hacer?
—No estoy segura. Pero todo lo que hemos hablado, incluida la repentina
partida de Cary, no saldrá de esta sala.
—Pero, ¿qué digo si alguien me pregunta?
—Solo diles que no te di detalles, ni nada por el estilo. A estas alturas
todo el mundo está acostumbrado a mis elusiones.
—Ni siquiera sé lo que eso significa. —Tenía una sonrisa triste.
—Significa que soy buena sorteando problemas.
Capítulo 19

Cary

EL ESPEJO DE MI triste apartamento reflejaba a un hombre del que había


estado escapando durante treinta años. Ni siquiera me reconocí con aquella
andrajosa chaqueta de tweed que había comprado hacía mucho tiempo en
alguna tienda de segunda mano australiana, cuyo forro desgarrado revelaba
su desventurado estado de abandono.
Gracias al apoyo de Lilly, seguido de la considerable generosidad de
Caroline, no había necesitado volver a usar esa chaqueta durante años. Tal
vez por algún tipo de sentimentalismo retorcido, la había conservado. Por
suerte para mí, porque, junto a mi corazón, dejé todas las refinadas
chaquetas que había acumulado durante los últimos dos años en Merivale.
Quité la pelusa de la chaqueta y me estudié un poco más. Había
envejecido al menos diez años en un mes. Dicen que el dinero no puede
comprar la felicidad, un tópico inventado para aplacar a muchos que a
diario luchan con la vida. Sin embargo, en mi opinión, un excelente vino o
una visita a Venecia, ayudaban a aliviar la carga de la depresión.
Ciertamente la riqueza me había debilitado. Había pasado de sábanas de
seda a sábanas sintéticas ásperas; de bistec tierno a carnes de inferior
calidad.
A mi sensibilidad estética le había ido igual de mal. Después de veinte
años en el lago de Como, seguidos del esplendor de Merivale, de repente
me encontré rodeado por la fealdad fabricada de una ciudad a punto de
estallar.
Afortunadamente, los diez mil euros llegaron justo cuando había agotado
el resto de mi límite de crédito. No podía seguir usando el dinero de
Caroline, especialmente ahora que lo había dejado todo atrás.
La primera semana fue la más dura. Había utilizado la tarjeta para
alojarme en un hotel de tres estrellas en el corazón de Londres, que aun así
tenía un precio elevado. Había estado tan mimado durante los dos últimos
años, que había olvidado lo cara que podía ser la ciudad.
Entonces quedó disponible un pequeño dormitorio en el corazón de
Whitechapel, y aproveché la situación para intentar sacar provecho de mi
dinero.
No eran las chaquetas elegantes ni las primeras ediciones que dejé atrás lo
que apesadumbraba mi corazón. No me importaba nada de eso. Era
Caroline a quien extrañaba cada segundo.
Me había convertido en la sombra de un hombre. Casi entumecido, como
si la sangre ya no bombeara a través de mí.
Mi espíritu se había vuelto tan pesado que algunos días apenas podía
enfrentarme a mí mismo, y mucho menos a la humanidad, a esa masa
ingente que caminaba por pavimentos agrietados como en una adaptación
moderna de una novela de Dickens. Más piel a la vista que tapada, géneros
indefinidos, y un elenco familiar de personajes que, sin tener culpa alguna o
siguiendo ciegamente sus corazones, iban de camino hacia un callejón sin
salida.
Para mí, revolcarme en mi pesadumbre era mejor que afrontar el día, y la
autocompasión rápidamente se convirtió en mi edredón, una especie de
manta apolillada a la que aferrarse. De repente, mi cerebro produjo prosa
púrpura a montones: una sentencia de muerte para cualquier escritor
moderno. Pero eso no importó, porque el ensueño de mi ‘invierno del
descontento’ permaneció enterrado en mi interior y, como un buen amigo
disfuncional, la tristeza me hizo compañía.
Audrey, mi casera, sabía escucharme y parecía gustarle. Me acababa de
mudar cuando ella me contó la historia de su vida, mientras bebíamos tazas
de té y vino barato. A medida que los días se mezclaban, ella compartió
conmigo sus guisos saludables o bollos caseros mientras hablaba de su vida
o de cualquier otra cosa que le viniera a la cabeza.
No me importó, porque la interminable charla de aquella dulce y
bondadosa alma, me dio un descanso de mis propios pensamientos
inquietos.
A las dos semanas de vivir en casa de Audrey, encontré trabajo enseñando
literatura en una universidad y poco a poco comencé a descongelarme.
Una semana más tarde, justo cuando salía del campus, me encontré con
Theadora, para mi horror.
—Cary. —Theadora parecía perpleja, como si yo fuera la última persona
que esperaba ver.
Combiné una sonrisa incómoda con un saludo nervioso. Tampoco
esperaba cruzarme con ningún miembro de la familia. Whitechapel no era
exactamente el tipo de zona que frecuentaran los Lovechilde, aparte de
Caroline en alguna de sus extrañas aventurillas en las que me involucraba a
mí y a mi polla.
—¿Qué te trae por aquí? —pregunté.
—Estoy enseñando piano en la universidad. —El ceño fruncido no había
desaparecido de su rostro. Sentí que tenía mil preguntas—. Vengo de
voluntaria una vez al mes para ayudar a los jóvenes talentosos con la teoría,
para que puedan aprobar los exámenes.
—Oh, claro, por supuesto. Hay un curso de música aquí. Recuerdo haber
visto un recital de violonchelo a la hora del almuerzo.
—¿Y tú? —Inclinó la cabeza.
—Estoy enseñando inglés.
Ella asintió. —Caroline no es la misma. Ha perdido peso y apenas habla.
Ni si quiera con Declan.
Familiarizado con la propensión de Theadora a charlar sobre asuntos
familiares, que era lo último que necesitaba en esos momentos, dudé
mientras buscaba la respuesta correcta. —Me entristece escuchar eso.
Fue lo mejor que se me ocurrió. No podía decirle exactamente lo
miserable que se había vuelto mi mundo sin Caroline, ya no tenía a nadie
que calentara mi cama, ni mi alma.
Toqué su brazo. —Debo darme prisa. Tengo otra clase que impartir.
Me incliné y le di un beso en la mejilla. Sentí que quería decir más cosas,
así que, antes de que ella dijera nada más, me apresuré a marcharme.
Capítulo 20

Caroline

—CONCÉDEME ESE TERRENO, JUNTO con Elysium, y te diré todo lo


que sé sobre Cary. Es una historia fascinante, debo añadir. —Reynard
sonrió—. Y, por supuesto, el caso Alice Ponting también desaparecerá.
Me quedé inexpresiva, a pesar de haberme quedado helaba por el poder y
la corrupción que representaba Rey. Sus dedos largos y exangües se cernían
sobre un botón que, de presionarlo, podría destruirme.
Allí estaba yo en Pengilly, su desgarbada propiedad, donde un interior
chillón pintado con colores llamativos me lastimaba la vista. El dinero no
había contribuido en nada a mejorar sus gustos, y mucho menos el papel
pintado carmesí estilo burdel de aquella sala de estar.
Al fondo, su nueva esposa, Natalia, le gritaba a uno de los miembros del
personal, y Rey puso una sonrisa simplona, como si su arrebato petulante
fuera una pequeña y adorable peculiaridad.
Natalia entró furiosa, vestida con ropa deportiva del mismo color de su
piel, marcándole cada contorno y tendón. Con tanto maquillaje, podría
decirse que se preparaba para salir de marcha.
—Tienes que hablar con ella —exigió, sin mirarme o quizás
ignorándome.
—Está bien, la despediré y buscaré a otra persona. Ahora, vete de aquí.
Natalia puso los ojos en blanco y nos dejó.
—Está demostrando ser toda una señora de su casa —dije, con la lengua
en la mejilla.
Los ojos de Rey se entrecerraron. Toqué hueso. —Ese sarcasmo es muy
refinado, viniendo de alguien que casi se casa con un picapleitos.
Me levanté y me alisé la falda. No había nada que ganar con este
encuentro más que un asalto a mis sentidos. Además, el persistente y
enfermizo perfume floral que Natalia dejó a su paso, me provocó náuseas.
Rey estaba a punto de acercarse, pero levanté una mano. —No hay
necesidad. Puedo salir por mí misma.
—Hablaremos pronto sobre el papeleo. ¿De acuerdo?
Después de dejar Pengilly, le pedí a mi conductor que me llevara a casa de
Declan. El miedo me atenazaba. ¿Cómo le iba a contar el asunto de la
granja a mi hijo?
Declan me dejó entrar y me dio un beso en la mejilla. Rara vez visitaba su
casa, una antigua iglesia gótica. En marcado contraste con el ajetreado
horror de la mansión de Rey, Declan y Theadora habían creado una
atmósfera ingeniosa y de buen gusto.
—Es raro verte aquí, mamá. —Sonrió—. ¿Té?
Asentí y le seguí hasta la cocina, que se abría desde la sala de estar.
—¿No tienes ayuda? —pregunté, dándome cuenta de que no había
preparado una taza de té en treinta y tantos años.
—Sí. Pero Mary ha llevado a los niños a jugar.
Después de preparar el té, nos sentamos en una habitación de la planta de
arriba con un ventanal con vistas al mar.
—Una habitación impresionante —dije.
—Nos encanta. —Sonrió.
Todavía increíblemente guapo, si no más, Declan había logrado el éxito,
principalmente gracias a sus propios esfuerzos, lo que me llenaba de
orgullo. Era algo inusual entre los círculos de gente adinerada, cuyos únicos
grandes desafíos para sus hijos era enseñarles a hacer encaje de bolillos con
la apretada agenda social o tratar de decidir qué ponerse.
Si bien teníamos el tipo de riqueza que podría permitir a una familia
numerosa disfrutar de una existencia ociosa, había algo admirable en mis
hijos y su impulso para contribuir a la sociedad.
Respiré profundamente y comencé: —Te quería hablar sobre la granja
Curtis.
—¿Qué pasa con eso? —Las cejas de Declan se fruncieron—. Estoy a
punto de ampliar el ala lechera de Gaia con Paul Curtis a cargo de la
producción.
La opresión en mi pecho me produjo un dolor agudo. —Reynard quiere
apoderarse de esas tierras.
Su ceño se hizo más profundo. —Pero no puede. Es nuestra tierra. Y
sobre mi cadáver acaban en manos de esa serpiente.
Entrelacé los dedos y miré por la ventana hacia el mar turbulento, un
reflejo perfecto de mis emociones.
Declan me miró fijamente. —¿Qué diablos tiene contra ti, madre? Esto es
una locura.
Theadora entró y, antes de verme allí, preguntó: —¿Qué es una locura? —
Luego se detuvo en seco y, con una sonrisa de sorpresa, mi nuera me saludó
con un gesto de la mano.
Sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco. —Ese idiota de Crisp está
haciendo de las suyas otra vez. Está tratando de apoderarse de más tierras.
Perdida en mis pensamientos, no escuché la respuesta de su esposa.
La pregunta que seguía carcomiéndome era: ¿Debería contarle lo que
realmente pasó aquella noche con Alice?
Pero claro, Declan podría pensar que orquesté su muerte para casarme con
su padre.
Ya había perdido demasiado. Sin el amor y el respeto de mis hijos, me
desmoronaría. La familia significaba todo para mí. Me mataría convertirme
en una figura triste y solitaria.
Respiré profundamente y mantuve mi respuesta lo más breve y cuidada
posible. —Me presentó a tu padre y, al hacerlo, me hizo prometerle pagarle
algún día, por eso ahora exige las tierras.
Declan comenzó a caminar, frotándose el cuello. —No va a suceder. No
hay nada por escrito. Que se joda.
—Cuida ese lenguaje —dije, como si todavía fuera un joven adolescente
que estuviera rompiendo el corazón de alguna chica.
Mientras tanto, Theadora había permanecido callada, lo cual no era propio
de ella. Siempre era muy habladora, y en ese momento, no me habrían
importado algunos cotilleos. Habría hecho cualquier cosa por retroceder un
mes y tenernos a todos sentados alrededor de la piscina, con Cary
tomándome de la mano, como siempre lo hacía, mientras las esposas
charlaban sobre las últimas tendencias.
Mientras el silencio se apoderaba del aire, Theadora se giró hacia mí. —
Emm... vi a Cary el otro día.
Me tomó un momento procesar su comentario, luego me giré bruscamente
para mirarla. —¿Dónde?
—Fue en Londres. Me encontré con él en la universidad donde soy
voluntaria. Está enseñando allí, por lo que me dijo.
—¿Y qué tal? Quiero decir, ¿cómo estaba? —Mi corazón se aceleró.
Quería ir inmediatamente a Londres a buscarle.
¿Pero él querría que hiciera eso? Fue él quien me dejó, recordé.
—Parecía un poco cansado.
—¿Qué dijo?
—Poco. Creo que quería escabullirse rápidamente. No parecía muy feliz
de verme. —Se rio entre dientes—. Quiero decir, no me pareció que
estuviera muy feliz y había perdido un poco de peso.
Mi corazón lloró por el hombre que había amado.
—¿Por qué se fue? —preguntó Declan.
Resoplé. —Es una historia larga y triste. En pocas palabras, parece que no
es quien dice ser.
Declan se sentó a mi lado en el sofá y me tomó la mano. —Lo siento,
mamá. Estaba claro que él lo significaba todo para ti.
Tragué para deshacer el nudo que se había formado en mi garganta.
Usando toda mi fuerza interior, contuve las lágrimas que ardían detrás de
mis ojos.
—Bueno, ¿y quién es en verdad? —preguntó Theadora.
Negué con la cabeza. —Ni idea. Pero Rey lo sabe.
—Si él puede descubrirlo, tú también puedes —dijo Declan.
—Lo sé. Pero, para ser honesta, si Cary no encuentra fuerzas para
decírmelo él mismo, entonces realmente no vale la pena, ¿verdad?
Declan asintió pensativamente.
Me levanté. —Será mejor que me vaya.
Declan me siguió escaleras abajo. —Crisp no se quedará con la granja,
madre. ¿Sería tan malo que todos supieran que fue él quien te presentó a
papá? ¿O es que hay algo más?
Permanecí en silencio y salí por la puerta antes de que mi hijo pudiera
presionarme más.
Sabía lo que tenía que hacer.
Tenía que ir a la policía y contarles toda la desafortunada historia, aunque
solo fuera por el futuro de mis hijos, porque Reynard Crisp era como un
cáncer, no se detendría, y la idea de que sus actividades criminales se
desarrollaran tan cerca de mis nietos, me partía el alma.
Era entregarme a la ley o tomar una ruta más oscura, tal como Manon
había sugerido.
Le envié un mensaje de texto a Theadora, preguntándole la dirección de la
universidad.
Ella me respondió inmediatamente.

AL DÍA SIGUIENTE ESTABA en Londres. No tuve que invertir mucho


tiempo en encontrar a Cary, que acababa de salir de la universidad
aproximadamente a la misma hora que Theadora había mencionado.
Caminando con la vista fija en el suelo, no me vio esperando en la puerta.
Mi pulso latía con fuerza. Me sentí como una adolescente a punto de
entablar una conversación incómoda con el chico que le gusta.
¿Y si me dice que me vaya?
Enderezando mis hombros, respiré profundamente.
Cary miró hacia arriba y dejó de caminar. Parecía sorprendido de verme
allí. Su mirada vacilante transmitía una sensación de cautela, como si yo
fuera alguien peligroso.
Después de un largo silencio, dijo: —Caroline.
Tomé su mano, que estaba más huesuda de lo que recordaba. —Por favor,
¿podemos hablar en algún lado?
Apartó la mirada, como si mirarme doliera. —¿Supongo que Thea te lo ha
dicho?
Asentí.
Se frotó la mandíbula, que hacía tiempo que no veía una navaja de afeitar.
—Sé que tengo un aspecto terrible. Con esta chaqueta y esta ropa…
—No me importa. Vayamos a algún lugar privado.
Suspiró y asintió. Señalando un parque, preguntó: —¿Qué tal si nos
sentamos allí? ¿O quieres tomar una copa en algún lugar?
—No. Ahí estará bien.
Cruzamos la calle en un silencio incómodo y nos sentamos en un banco
del parque bajo el dosel de un sauce.
Al cabo de un rato, habló. —No es nada bonito, Caroline.
—No. El mío tampoco.
Se giró bruscamente para estudiarme, sosteniéndome la mirada como si
intentara leer más en mis palabras.
—Por favor, Cary, déjame conocerte realmente.
Él respiró. —No estoy seguro de conocerme realmente, Caroline.
Suspiré. —No me refiero al sentido filosófico, o las cosas que te motivan,
ya conozco a ese hombre.
Su frente se contrajo. —¿Le conoces?
—No se puede fingir inteligencia. No se puede fingir sensibilidad. He
conocido a suficiente gente para entender eso. He visto cómo eras con
Bertie.
Resopló con desdén. —Los perros siempre sacan a relucir el lado amable.
—No siempre sucede así. —Pensé en Reynard y en cómo le había visto
patear a algún perro en más de una ocasión—. Y cómo tratabas a mis
nietos. Cómo estabas siempre a mi lado... Ese tipo de farsa es difícil de
mantener.
—Nada de eso fue una farsa, Carol. —Me lanzó una sonrisa de disculpa
—. Lo siento.
Negué con la cabeza. —No. Soy ella, está bien. Hoy más que nunca, soy
ella.
Su frente se frunció mientras me estudiaba. Se rascó la mandíbula
ensombrecida, normalmente bien afeitada. Era aún más atractivo de esta
manera. —Me he descuidado un poco. Por favor, disculpa mi aspecto.
Tomando su mano, sonreí. —Estás guapo. Bello, como siempre, Cary.
Retiró su mano con suavidad. —Mi nombre real es Markus. Markus
Reiner. Mis amigos de Australia me llamaban Mark.
Fruncí el ceño. —¿Australia?
—Ahí es donde nací. Mi familia emigró de Berlín a Sydney. Salí de allí a
los veinticinco años y me mudé aquí.
—Pero no tienes el acento —dije, totalmente perpleja.
—No. Aprendí a disimularlo. Era bastante pretencioso en mis años
universitarios, un poco anglófilo. Detestaba Australia y sus aires retros.
—Entonces, ¿lo de Oxford era mentira?
Sacudió la cabeza. —Lo averiguaste rápido, ¿no? Me sorprende que no
me hicieras investigar.
Desconcertada, me quedé sin palabras. Una leve sonrisa creció y, después
de digerir ese asombroso nuevo detalle, dije: —¿Sabes? Prefiero a Markus.
Él suspiró. —Aún no conoces a Markus.
—Pero tengo que conocerlo. Es lo que estoy tratando de decir. Te amo.
Amo el hombre que eres. Es solo un nombre. Y aunque tengo curiosidad
por tu vida, aun así, no me importa.
Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, como si estuviera buscando
algo. —Todavía estoy casado, Caroline.
Capítulo 21

Markus

ME DETUVE. —NO SÉ tú, pero yo necesito un trago.


La pobre Caroline se quedó con la boca abierta. —Bueno. Siempre y
cuando me expliques esa desconcertante revelación.
—Oh, lo hare. Escucharás toda la historia de mierda de mi vida anterior.
—Mantuve mi tono seco y sin emociones, a pesar del tsunami de agitación
interior.
Mientras caminábamos en silencio, señalé un pub que ya había visitado
varias veces para comer algo y tomar una cerveza a la hora del almuerzo. —
¿Este sitio servirá? No es muy bonito, que digamos.
—Oh, Cary… quiero decir, Markus. No soy tan pusilánime. —Sus labios
se curvaron en una sonrisa de satisfacción.—. He estado en sitios peores. Tú
mejor que nadie lo sabes.
Su frente arqueada me arrancó una rara sonrisa en respuesta. Cierto era
que nos habíamos conocido en establecimientos aún más turbios.
Mientras sus ojos oscuros y magnéticos me atrapaban, casi me olvidé de
por qué estábamos allí, como si esos treinta años previos a nuestro
encuentro nunca hubieran sucedido.
Ojalá.
Pero también toda esta historia de engaños dio un giro irónico. De no
haberla llevado a cabo, Caroline y yo nunca nos hubiésemos conocido.
Eso era lo que más me importaba.
Sostuve la puerta y, cuando ella pasó, aspiré su fragancia característica y
me entregué al recuerdo de ella recostada en mis brazos. Fueron tiempos
más agradables, cuando éramos solo nosotros, sin ese montón de asuntos
embarazosos que había aparcado y que estaba a punto de estallar.
Después de sentarnos ya con las bebidas en una mesa escondida en un
rincón tranquilo, le di un trago al whisky antes de comenzar con la pinta.
No contemplaba la moderación en esta situación. Necesitaba toda la ayuda
que pudiera conseguir.
Gracias al alcohol mi pecho se desanudó un poco. Observé distraídamente
a un hombre y una mujer teniendo una acalorada discusión, lo cual no era
inusual en ese pub de clase trabajadora.
Tomé otro trago de cerveza y lentamente se me fue quitando la máscara.
—Aunque no fui a Oxford, hice un Máster en Literatura Inglesa en la
Universidad de Sydney.
—No me importan tus días universitarios. Me interesa más lo de esa
esposa tuya. —Sus ojos estaban muy abiertos y expectantes.
Tuve que sonreír. Su impaciencia estaba justificada, especialmente porque
la pareja del bar seguía insultándose a viva voz. —¿Quieres ir a otro lugar?
Sacudió la cabeza. —He oído cosas peores.
Di otro trago a la pinta y continué. —Conocí a Elise mientras enseñaba
literatura inglesa.
—¿La conociste en la universidad? —preguntó.
Negué con la cabeza. —En secundaria. Ella estaba en su último año.
Tenía dieciocho años en aquel momento.
—Ah… ¿Y tú?
—Veintitrés. Estudié la licenciatura de educación antes de embarcarme en
el máster, que acabé mientras enseñaba.
—Bien.
—Me adelanté un par de cursos cuando era estudiante —agregué—. De
todos modos, no quedábamos en la época en la que yo enseñaba, por
razones obvias. Pero después de ella graduarse, salimos.
Hice una pausa. —Elise era una bailarina de origen adinerado y también
escribía poesía. Supongo que su naturaleza creativa y de espíritu libre me
deslumbró. O al menos confundí su trastorno bipolar, del que no era
consciente en aquel momento, con que fuera una chica salvaje, intrépida y
expresiva. La danza era su pasión, y tenía talento, pero se peleaba con todo
el mundo y apenas aguantaba la temporada completa de actuaciones.
Tomé otro trago antes de continuar. —De todos modos, me casé con ella.
Llevábamos seis meses saliendo y me amenazó con dejarme si no me
casaba. —Haciendo una pausa por un momento, evoqué aquellos episodios
inquietantes de mi vida de joven adulto—. Pronto se hizo evidente que Elise
no se encontraba bien. Sus cambios de humor eran severos y era propensa a
la paranoia. Se volvió violenta conmigo. Tuve que irme, aunque solo fuera
por mi propia seguridad. Intentó apuñalarme una vez y en otra ocasión
prendió fuego a nuestra cama.
Caroline frunció el ceño. —¡Oh dios!
Asentí y suspiré, recordando esa dramática noche. —La casa se quemó.
Incluso tengo el recorte del artículo del periódico para probarlo.
—¿Conservas eso? —Parecía sorprendida.
—Sí. —Exhalé profundamente.
—¿Su familia la acabó internando?
Asentí. —Estuvo tres meses en un hospital psiquiátrico y, después de que
el litio hiciera efecto, Elise se convirtió en una mujer diferente. Pasó de ser
una persona incapaz de quedarse quieta, que bailaba en lugar de caminar, a
una adicta al azúcar que pasaba la mayor parte de sus días desplomada en el
sofá. Como resultado, Elise ganó peso, lo que le provocó mucha ansiedad.
Hice todo lo posible para apoyarla, pero al poco tiempo dejó de tomar la
medicación y volvió su antigua volatilidad. Incapaz de lidiar con su
temperamento y temiendo por mi vida, me fui.
Bebí un sorbo de mi pinta antes de continuar. —Aquello resultó ser un
drama. Elise llamó a la escuela donde yo enseñaba y les dijo que la había
violado, así que perdí mi trabajo.
—¿La creyeron sin más? —preguntó Caroline.
—Me suspendieron sin paga mientras iniciaban las investigaciones, pero
el director, en ese momento, sugirió que sería más fácil para todos si yo
renunciaba. —Reviví la montaña rusa—. Regresé con ella porque era más
fácil que llamar a mis amigos y hacer acusaciones destructivas sobre cómo
la había tratado.
—¿Y sus padres?
—Eran empresarios muy ricos que realmente no tenían tiempo para ella.
Siempre la habían descuidado, emocionalmente hablando. Simplemente
pasaron a ver a Elise como mi problema. Y desde luego que lo era.
—¿Por qué no te divorciaste?
—Lo intenté, pero ella se cortó las venas.
—¡Oh dios mío! —Suspiró.
—Fue una experiencia desgarradora. Sus padres me culparon, al igual que
nuestro círculo íntimo. Y durante un tiempo, incluso yo tuve pensamientos
suicidas. Perdí mi trabajo y de repente tenía que vivir de Elise, que tenía un
generoso estipendio. Me sentí atrapado. Acepté un trabajo en un bar y
ahorré todo lo que pude mientras planeaba mi fuga, ya que no podía ni
mencionar el divorcio.
—¿Tuvisteis niños?
—Afortunadamente, ninguno.
—Entonces, ¿te cambiaste la identidad y viniste a Inglaterra? —Sus labios
formaron una sonrisa tensa y comprensiva, del tipo que una madre le
pondría a su hijo después de haber sufrido una lesión.
—Primero compré una nueva identidad, encargué un pasaporte y luego
desaparecí; hice que pareciera que me había ahogado en un viaje de pesca.
Su cabeza se inclinó hacia atrás. —¿Pesca?
Tuve que sonreír ante su sorpresa. —Solía pescar. El mar rodea Sydney y
siempre fue una actividad que me encantó. Mi padre solía llevarme cuando
era niño. Supongo que asocié la pesca con un período inocente, pero alegre,
de mi vida mientras crecía junto a la playa. En realidad, era un niño feliz y
evolucioné hasta convertirme en alguien que soñaba con hacer grandes
cosas en su vida. Entonces sucedió todo lo de Elise y mi vida cambió.
—Pero nunca te has interesado por pescar en Bridesmere.
—Dejé atrás a Markus. Carrington no pesca.
Una leve sonrisa asomó a sus labios. —Entonces, después de fingir tu
desaparición, ¿adónde fuiste?
—Terminé en Asia. Mi desaparición salió en el periódico. Vi una
publicación en un quiosco de Tailandia.
—¿Tienes esos recortes?
—Están en internet, en artículos de periódicos. Si quieres comprobarlo…
—Sigue.
—De Tailandia viajé a Estados Unidos y, mientras estaba en Nueva York,
conocí a Lillian. Diez años mayor que yo, era increíblemente brillante. —
Sonreí fuertemente—. Supongo que me enamoré de su cerebro.
Las cejas de Caroline se alzaron. —¿Y como mujer?
Negué con la cabeza. —No tanto. Pero después de Elise, anhelaba
estabilidad. Y también me estaba quedando sin dinero rápidamente.
—¿Así que te uniste a ella para sobrevivir?
Me mordí la mejilla y asentí.
Ella asintió. —¿También empezaste conmigo por ese motivo?
A pesar de su previsibilidad, esa pregunta me dolió.
La cogí de la mano. —Al principio, tal vez a nivel inconsciente. Sabía
que, con Lilly enferma, mis días en Como estaban contados, por así decirlo.
—¿No te dejó nada?
—Lilly me dejó Como, pero estaba endeudada hasta los ojos, como ya
sabes.
—¿Y lo sabías cuando me conociste?
Negué con la cabeza. —Eso fue un shock. De hecho, solo vendí Como
para poder tener mi propio dinero. Antes de que todo esto estallara, estaba
pensando en solicitar un trabajo en una editorial de Londres.
—Nunca me hablaste de eso. —Parecía herida.
Me encogí de hombros. —Estaba atrapado en la burbuja romántica,
supongo. Y la vida en Merivale era como estar en un cuento de hadas.
Irreal, pero maravillosa. —Jugué con sus dedos largos y delgados—. Desde
el momento en que nos conocimos, me deslumbraste. Tu belleza me robó el
aliento. Debías notarlo. Los hombres no pueden fingir ese deseo voraz que
yo sentía por ti, y que todavía siento. —Bebí un sorbo de mi cerveza
pensativamente.
El relato de ese capítulo incómodo de mi vida, aunque agotador, me había
ayudado a aliviar una pesada carga. Sentí como si me hubieran abierto un
forúnculo purulento.
Caroline sonrió. —Yo también tengo un apetito voraz por ti. —Dijo
arqueando una ceja oscura y perfecta.
—Me enamoré la primera noche. —La miré a los ojos—. Pedí que me
presentaran después de comprobar que también me mirabas.
Frunció el ceño. —¿Era tan obvio?
—Creo que nos atrajimos mutuamente. Eres una mujer muy hermosa,
Caroline. —Levanté las cejas—. Y luego, una vez que hablamos y descubrí
más sobre ti, me enamoré. Esa es la verdad.
Sus ojos oscuros sostuvieron los míos mientras asimilaba mis palabras.
A diferencia de en mi vida anterior, esta vez no estaba fingiendo. Esas
palabras contenían una verdad más profunda que cualquier otra que jamás
hubiera expresado.
—Bueno… ¿y qué sabes ahora de Elise y su vida? —preguntó finalmente
Caroline.
—Poco. Quiero decir, cuando hablaste de matrimonio, busqué su perfil de
Facebook y pensé en acercarme a ella para pedirle el divorcio, pero no
pude, por razones obvias. —Bebí lo que me quedaba de cerveza.
—¿Y seguirás casado? ¿No deseas regresar y rectificar la situación?
—Es un atolladero. —Me froté la mandíbula—. Si regreso, me arrestarán
por fingir mi desaparición y luego tendré que lidiar con Elise.
—¿Ella no ha encontrado a alguien más después de todos estos años?
—No estoy seguro. Realmente no he investigado. Pero espero que ahora
puedas entender por qué tuve que irme.
Tocó mi mano. —Podrías habérmelo dicho. No soy tan cerrada de mente.
Y sé lo que es vivir una mentira.
El brillo serio en su mirada me llevó de nuevo a mis propias preguntas
sobre su pasado. Sabía que Caroline tenía algo oscuro dentro de ella. Tal
vez también había visitado el infierno, y con ese pensamiento filtrándose
nuevamente, mi curiosidad se reavivó.
—¿Y ahora qué? —preguntó—. Puedo vivir con todo lo que me has
dicho.
—¿Puedes? —Fruncí el ceño—. Aunque soy yo el que no puede seguir
fingiendo tonterías. Ahora que he reclamado mi nombre, quiero ser Mark y
no Cary.
—Estoy feliz de tener a Mark en mi vida. —Sostuvo mi mirada.
—Haré lo que tú quieras que haga, Caroline. Si me pides que regrese a
Sydney y limpie mi nombre, lo haré.
—¿Incluso con la posibilidad de ir a prisión?
Ni siquiera perdí un suspiro. —Sí. Porque una vida sin ti, sería como estar
en prisión.
Capítulo 22

Caroline

DESPUÉS DE LANGUIDECER EN mi propio infierno, extrañando al


hombre con el que había imaginado pasar mis últimos años, permití que mi
corazón estuviera completamente abierto.
Terminé mi bebida y rompí el silencio opresivo diciendo: —Prefiero a
Markus que a Carrington.
Sus cejas se fusionaron. —¿Como nombre?
Mis labios se curvaron en una verdadera sonrisa, lo que ayudó a aliviar
algo de la tensión entre nosotros. —Me refiero como persona. Finalmente te
he visto. Pero también prefiero el nombre de Markus.
—Ahora me siento desnudo. —Hizo un gesto—. Y tú ahí, mirándome con
tu túnica de multimillonaria.
—No te estoy mirando, Cary... quiero decir, Markus.
—Llámame Cary, si quieres. Puedes llamarme como quieras.
Simplemente estar aquí contigo… lo es todo. —Tenía una sonrisa triste que
tocó la fibra sensible de mi corazón.
Pasé de desearle, a querer abrazarle y acariciarle. Amaba a este hombre, y
aún más después de escuchar su historia. Siempre había preferido los
diamantes defectuosos. Apenas podía sentir mi corazón palpitar, a pesar de
que mi vida pareciese perfecta en la superficie.
Markus tenía razón. Él se había desnudado, mientras que yo todavía me
escondía detrás de un mundo de fantasía.
Respiré. —Yo también tengo un pasado oscuro.
Se levantó y recogió su vaso vacío. —Eso ha sido obvio para mí desde
hace mucho tiempo. —Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, buscando
mi alma, solo que esta ya estaba hipotecada con Crisp.
Tocando su mano, le pregunté: —¿Podemos ir a otro sitio? —Mi ceja lo
dijo todo. Me entendía mejor que la mayoría, especialmente mis
necesidades que no habían hecho más que aumentar desde que le conocí.
—Si es lo que quieres… —Me devolvió una media sonrisa desconcertada,
como si estuviera desafiado por una decisión difícil.
—¿Tú no quieres?
Soltó un suspiro entrecortado. —Oh, quiero, en serio. Pero no vivo en un
lugar muy bonito.
—Realmente no me importa —dije, muriéndome por saber dónde se había
estado quedando.
Parecía avergonzado. —Es un dormitorio pequeño. Y mi casera es muy
habladora.
—Ah… ¿Es guapa?
Apoyó su mano en medio de mi espalda cuando salimos.
—Audrey no es ese tipo de mujer. Ella es más como la tía dulce y
cariñosa de alguien. —Sonrió y estaba tan guapo que quise que me hiciera
el amor hasta que me doliera.
Mi vibrador había resultado ser un sustituto frustrante e inadecuado de él.
No me abrazaba mientras regresaba a la tierra después de un clímax que me
llevaba a alturas estratosféricas. Mi vibrador tampoco me besaba, desatando
impulsos eléctricos por todo mi cuerpo e inundándome de deseo urgente.
Incliné mi rostro hacia el suyo. —¿Tienes privacidad?
Se rio entre dientes. —¿Por qué? ¿Qué tenías en mente?
—Cualquier cosa que implique que estés desnudo.
Me aplastó contra su cuerpo alto y firme. —Siempre y cuando me dejes
ver qué hay debajo de esa bonita blusa.
Me reí por primera vez en semanas. —Tengo el coche aparcado allí.
Nos subimos a mi Mercedes y condujimos un poco más por la carretera
antes de llegar a un bloque de ladrillo rojo de dos pisos.
Jóvenes, grandes y pequeños, llenaban las calles, pateando pelotas,
ensimismados en sus teléfonos o empujándose unos a otros. Era una ruidosa
chusma que despertaba recuerdos de mi infancia. Había crecido en una calle
muy similar.
Un grupo de adolescentes mayores, vestidos con sudaderas con capucha y
ropa de gimnasia descuidada, se dieron vuelta cuando detuve el coche,
fijando su atención en él.
—Creo que quizás quieras aparcar en otro lugar, Caroline. Por aquí hay
bandas de drogas.
—Bueno… No me importa. Si lo roban, que así sea.
—Pero, ¿cómo dices eso? ¿Y cómo volverás a Merivale?
Me reí. —Tenemos un montón de vehículos. Siempre hay conductores
pendientes. Eso no me preocupa.
Salimos del coche entre una fanfarria de silbidos. En respuesta, Markus
les saludó con la mano.
—¿Les conoces? —pregunté, tratando de no parecer crítica.
—No como para hablar con ellos, pero les veo aquí todo el tiempo y si les
sonrío parece que les aplaca. —Se rio entre dientes—. Probablemente estén
acostumbrados a que les enseñen las nalgas y el dedo medio.
—Supongo que esa es una manera de lidiar con una amenaza potencial.
—No son una amenaza, Caroline. Nosotros lo somos para ellos.
Puse los ojos en blanco ante su comentario socialista. Políticamente,
estábamos en lados opuestos de la escala social, lo que hacía que nuestros
debates fueran bastante estimulantes y, a veces, un poco acalorados; pero
siempre seguidos de sexo apasionado. Cuando se trataba de conversar, una
mente rebelde era mucho más estimulante que la de un conservador, a pesar
de identificarme como tal.
Aquella mujer sustancial a la que había moldeado meticulosamente se
había convertido en una mujer de contradicciones. Este hecho nunca fue tan
evidente como en ese momento, mientras contemplaba la desgastada casa
de posguerra donde se hospedaba.
—Me temo que no tengo mi propia entrada. —Parecía disculparse—.
Podemos ir a otro sitio. ¿Te gustaría ir a tu hotel?
—No. Me gustaría ver dónde has estado viviendo.
—No es bonito.
—Pues siempre puedo admirar tu hermoso rostro —dije.
Sonrió a medias y me abrió la puerta.
Audrey estaba allí para recibirnos con una cara amable, que se iluminó de
sorpresa al verme. Me imaginé que le parecía un poco extraña con mi
vestido de diseñador y mis tacones altos.
—Oh, has traído a una invitada —dijo, mirando a Markus y luego a mí.
—Ella es Caroline. —Hizo un gesto—. Caroline, te presento a Audrey.
La boca de Audrey se abrió. —¡Oh dios! Eres Caroline Lovechilde. He
leído sobre ti en el Hola.
Ese artículo de mal gusto. Había vuelto para atormentarme.
—¿De verdad? No sabía que hubieran publicado nada. —Markus sonrió
de una manera que mostraba su verdadero yo; Cary nunca se habría
burlado, pero Markus sabía cuánto odiaba esas revistas superficiales.
Le tendí la mano a Audrey, quien, por alguna extraña razón, estaba
haciendo una reverencia.
Markus asintió. —Vamos a subir un momento.
Hizo otra reverencia y los ojos de Markus brillaron con diversión, lo que
casi me hizo reír.
Señalando las escaleras, agitó el brazo y susurró: —Después de usted,
alteza.
Me dejó entrar a su habitación, que tenía casi el tamaño de un armario de
Merivale. Al menos el pequeño balcón que daba al jardín, lleno de verduras
y hierbas, la hacía parecer menos claustrofóbica.
—¿Té? —Entró en una habitación contigua con una mesa pequeña y una
tetera—. Lo siento, no esperaba a nadie. Eres la primera persona que ha
venido aquí. —Levantó una botella de whisky—. Esto es incómodo. —Una
media sonrisa de disculpa apareció en su mejilla.
Dejó la botella y dio un paso hacia mí. Mientras caíamos en los brazos el
uno del otro, nos besamos como si fuera nuestra primera vez. Sus labios
suaves y carnosos masajearon mi boca, explorando cada centímetro. El
calor entre nosotros se intensificó. Me acarició contra la pared y me
entregué a él.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —preguntó, alejándose.
—Sí, quiero sentir tu gran polla dentro de mí. —Le bajé la cremallera de
los pantalones y metí la mano en sus calzoncillos, envolviendo mi mano
alrededor de su grueso miembro, que se alargó en mi palma.
Me apartó la mano. —No duraré. —Sus ojos se entrecerraron mientras me
quitaba la ropa con tal velocidad que algunos botones saltaron.
Me llevó hasta la cama deshecha y me empujó suavemente sobre ella,
separando mis piernas. Enganchó sus dedos en mis bragas de encaje, ya
húmedas.
Nuestras bocas se encontraron en un arrebato de pasión mientras sus
dedos exploraban mi vagina empapada.
—Te he echado muchísimo de menos. —Sonaba sin aliento.
Bajó entre mis muslos e hizo cosas con su lengua que nunca antes había
experimentado. Me corrí violentamente, pero él me sujetó, como si quisiera
atormentarme con más orgasmos.
Mientras me estremecía y gemía, él lamió cada liberación, como una
persona hambrienta lo haría con la comida, hasta que me rendí a un clímax
que casi me hizo sangrar los labios.
Luego me abrió bruscamente las piernas.
—Fóllame fuerte —murmuré.
Cuando entró en mí, llenándome hasta el punto de estallar, gemí por el
intenso y placentero estiramiento, que me dolió hasta en los dedos de los
pies.
—Joder, me encanta. —Sus dientes estaban en mi cuello, mordisqueando
suavemente, mientras seguía acariciando mis pechos—. Quizás tengamos
que ir un poco más lento.
—No. Duro. Necesito sentirte completamente.
Su barba incipiente me rascaba en la mejilla. Mientras nuestros cuerpos
calientes y pegajosos se fusionaban, inspiré su aroma. Olía a la colonia que
le había regalado y a sexo, un olor que alteraba mis feromonas como el
canto de sirena afectaba a los marineros.
Los empujones crecientes se intensificaron cuando el dolor se convirtió en
placer. La fricción envió ondas de calor que recorrieron mi cuerpo, como si
su polla fuera una masa palpitante de impulsos eléctricos.
Me aferré a su tonificado trasero, empujándolo profundamente hacia
dentro, mientras cada embestida me enviaba más cerca del límite. Su aliento
entrecortado humedeció mi cuello y mis pechos se presionaron contra su
pecho firme y masculino.
—Necesito que te corras ya —murmuró, como si estuviera en agonía.
Atormentada por el placer, aflojé mis músculos y en sus brazos me perdí.
Aferrándose a mí con fuerza, rugió y gruñó, derramando un chorro casi
interminable de semen, mientras yo experimentaba un orgasmo tras otro.
Nos caímos de espaldas en la cama y allí nos quedamos un buen rato.
Esperando que mis sentidos regresaran, miré hacia el techo y todas sus
grietas, preguntándome si acabábamos de aumentarlas con nuestro
estruendoso acto sexual.
—Espero que Audrey no lo haya escuchado —dije riéndome—. Quizás
no me haga una reverencia la próxima vez.
Se rio entre dientes. —De realeza a mujer caída. Qué escandaloso.
Después de abrazarnos un rato, volvimos a hacer el amor, esta vez lento y
tierno.
—Recuperemos el tiempo perdido. —Se rio entre dientes mientras yo
colocaba mi cabeza sobre su pecho; su corazón acelerado masajeaba mi
oreja.
Más tarde, Markus se levantó y nos preparó una bebida que no fue fácil de
beber; después recogí mi ropa.
—Me temo que la ducha está suelta. Está al final del pasillo. —Hizo una
mueca—. Lo siento.
Negué con la cabeza. —Está bien, de verdad. —Le lancé una sonrisa
tranquilizadora. Una vez vestida, me arreglé frente al espejo—. No puedes
quedarte aquí.
Sentado en la cama, vestido solo con una toalla, no respondió.
—¿Quieres quedarte? —pregunté—. Merivale es tu hogar. Nuestra casa.
Frunció el ceño. —¿Quieres que regrese?
—Bueno, sí. Quiero que lo hagas. —Me arreglé el pelo con las manos.
—Pero no puedo casarme contigo. —Su boca se torció en una sonrisa
burlona—. Y luego está la cuestión de mi nombre. Quiero ser Markus.
Quiero recuperar mi verdadera identidad. Abrirme a ti me ha quitado un
peso inmenso.
—Mi familia es muy comprensiva.
—¿Pero no me verán como un cobarde? ¿Alguien que huyó ante la
adversidad? No es así como quiero que me vean.
Asentí lentamente. Nadie entendía eso mejor que yo. Compartíamos esa
necesidad, solo que yo era aún más débil porque había tirado a propósito la
llave de mi caja de Pandora.
Markus se abrochó la camisa, se puso los pantalones y se paró frente al
espejo para alisarse el pelo. Incluso con ropa normal, alardeaba de ser más
sofisticado que todos los hombres de mi mundo privilegiado juntos.
Entonces quédate en Mayfair. Está vacío y podemos encontrar la manera
de hacer que funcione. Mi familia es de mente abierta
—Me quedaré aquí por ahora. Quiero seguir trabajando, ahorrar algo de
dinero y luego regresar a Australia para limpiar mi nombre.
—Pero no puedo perderte de nuevo. —Las lágrimas se acumularon en mis
ojos.
—Podemos vernos aquí —dijo, acariciando mi mejilla.
—No. Las sábanas son horribles. Los grifos están oxidados. No puedo.
—No estabas pensando en eso cuando nos conocimos en Whitechapel. —
Me lanzó una de esas miradas complicadas, del tipo que usaba cuando le
arrastraba a una de mis sórdidas fantasías.
Un sabor amargo se apoderó de mi boca, no solo por el odio hacia mí
misma, sino también por la creciente tensión ante la idea de no salirme con
la mía. —Te necesito cerca. Quiero compartir comidas, ver películas y
tenerte cerca, leyendo y hablando de libros. Y nuestros paseos. ¿Qué pasa
con nuestros paseos?
Caminé como alguien que ha encontrado algo precioso y está a punto de
perderlo. —¿Qué hace falta para que vengas conmigo? Al menos a Mayfair.
Puedo entender tus dudas sobre Merivale.
Mi teléfono sonó y, aunque quería ignorarlo, miré hacia abajo y descubrí
que Reynard estaba llamando.
Sacudí la cabeza y me dejé caer en el sofá, sollozando.
Markus me rodeó con el brazo. —Sucede algo más, ¿no? —preguntó,
alejándose para mirarme.
Me incliné hacia su cálido cuerpo, aunque solo fuera para ocultar mi
rostro manchado de lágrimas.
—Eso también es un problema —continuó—. Yo ya no escondo nada,
mientras que tú todavía llevas la ropa de otra persona.
Le miré fijamente. —¿Y eso a qué viene?
—Porque estás ocultando algo. Y ahí está Crisp. ¿Qué tiene en contra
tuyo? ¿Cómo puedes esperar que me involucre totalmente en esta relación
si no puedes confiar en mí?
Capítulo 23

Markus

SUS OJOS OSCUROS, NORMALMENTE protegidos, se ahogaron en


lágrimas. Una emoción tan cruda, la de alguien a la deriva y desesperada, la
hacía parecer una extraña y no la mujer segura y cautelosa de la que me
había enamorado.
No es que estuviera desconectado, al contrario, su vulnerabilidad me
atraía más profundamente, intensificando nuestra conexión. Quería
convertirme en su ancla, ofrecerla un apoyo inquebrantable.
—Estoy aquí para ti, Caroline. No me importa lo que hayas hecho, tienes
que saberlo. Pero debes dejarme entrar. Completamente.
Se secó los ojos y sonrió con tristeza. —Realmente te has convertido en
otro hombre.
—No. Solo estás viendo mi verdadero yo. Lejos de las chaquetas
elegantes y los adornos asombrosos que rodean tu vida; estoy aquí ante ti,
en este dormitorio destartalado. El verdadero hombre. El único hombre que
puedo ser.
—¿Qué tal una taza de té? —preguntó ella, en un tono de rendición.
—Por supuesto, con placer. Incluso tengo un poco de pastel. —Sonreí.
—No. Con el té está bien. Tal vez una gota de ese whisky.
—De inmediato, madame.
—Oye... —Su frente se arrugó—. Somos iguales.
—Solo estoy bromeando, Carol.
Sostuve su mirada. Sabía que no le gustaba su diminutivo, pero esta vez,
me mantuve firme.
Mientras preparaba el té, noté que Caroline se movía inquieta. —Perdón
por los muelles de ese sofá.
Sus ojos me siguieron mientras removía el azúcar en su taza.
—Si te lo cuento, ¿te mudarás a Mayfair? ¿O me dejarás comprarte un
apartamento, algo más de tu agrado? —Sonó vacilante, como si aceptar su
dinero fuera un favor. Casi me reí de lo ridículo que parecía. Cualquiera
aceptaría esa oferta, y aquí estaba ella, caminando sobre cáscaras de huevo
para no ofenderme.
—Me parece bien lo de Mayfair. Pero todavía quiero regresar a Australia
para enfrentarme a Elise y mi pasado.
Asintió pensativamente. —¿Me permitirás contratarte al mejor equipo
legal?
Tomé su mano y la besé. —Si tengo que ir a prisión, lo haré.
Probablemente te dejaré de gustar después de eso.
—Me encantarías, aunque estuvieras cavando trincheras, Mark.
Sonreí. —Es agradable escuchar que me llames por mi nombre real.
—Te pega mucho. —Me acarició la cara y bajé la mejilla para sentir su
suave mano.
Luego ella se levantó.
—¿Adónde vas?
—No estoy segura de poder hacer esto aquí —dijo, pareciendo
repentinamente perturbada.
—¿Y la taza de té?
Se dejó caer en el sofá y hundió la cabeza entre sus manos.
Me arrodillé a su lado y le hablé en voz baja. —Lo siento si te estoy
presionando demasiado, Caroline.
—No eres tú. Es todo lo demás. —Resopló—. Oh… estoy metida en un
buen lío, como tú, llevo más de treinta años huyendo y estoy cansada.
Me reuní con ella en el sofá, la acerqué y esperé a que su cuerpo se
suavizara en mis brazos. Con un sobresalto, me di cuenta de que ya era de
noche. —¿Por qué no vamos a algún lugar a cenar?
—Entonces vayamos a Mayfair. Solo por esta noche. Le diré a uno de los
conductores que te lleve al trabajo mañana.
Ante la sonrisa suplicante de Caroline era imposible negarse.
—Bueno. Pero solo si después de cenar me lo cuentas todo. ¿De acuerdo?
Exhaló un suspiro entrecortado y asintió con cautela.
La besé en la mejilla. —No hay nada de qué preocuparse, Caroline. Nada
de lo que hagas o digas hará que deje de amarte.
Sonrió suavemente y me besó en los labios. —Gracias.
—¿Por qué? —tuve que preguntar.
—Por dejarme entrar.
Permanecimos en ese sofá, lleno de bultos, un rato más, con las manos
entrelazadas, disfrutando del calor del otro.

EL SUCULENTO BISTEC SE derritió en mi boca y lo saboreé como lo


haría alguien que come su primera comida en una semana. Había olvidado
el sabor del bistec tierno, la cocina de calidad, y la opulencia de Mayfair y
ese comedor de paredes carmesí que albergaba estatuas de mármol dignas
de un museo romano, lo hacían más agradable.
Mientras contemplaba un cuadro de Gainsborough de una mujer que
podría haber salido de una novela de Jane Austen, recordé las galas y la
estética que proporcionaba una vida de rico. Un estilo de vida que, a pesar
de abrazarlo con los brazos abiertos, me había debilitado antes, al igual que
en ese momento, porque mi determinación de regresar al húmedo
dormitorio de Audrey disminuía con cada jugoso bocado.
Después de cenar, nos reunimos en el salón y Caroline se puso inquieta.
—¿Qué pasa? —pregunté—. Apenas has comido y esa última llamada de
Declan te ha dejado pálida.
Repasó los últimos mensajes de Crisp y concluyó: —De Elysium, casi
puedo prescindir de él, pero esa tierra es importante. Es el futuro de mis
nietos. —Soltó un suspiro entrecortado y empezó a caminar.
—Sigue el consejo de Declan y dile a Crisp que se vaya a la mierda.
Sus ojos se posaron en mi rostro. Sabiendo cuánto odiaba el lenguaje
grosero, le devolví una sonrisa tímida. —Lo siento.
Sacudió la cabeza. —Eso es exactamente lo que me encantaría hacer. Pero
no conoces a Rey.
Nos sirvió una bebida y me pasó un vaso. Tomé un sorbo agradecido de
ese licor suave y de calidad, otro excelente recordatorio de la vida
privilegiada.
—Sí conozco a Crisp —respondí—. Es malvado. Solo hay que mirar sus
ojos de serpiente.
Perdida en sus pensamientos, Caroline asintió.
Le di unas palmaditas al cojín del sofá. —Siéntate aquí, puedo masajearte
los hombros.
Su ceño fruncido desapareció y se formó una leve sonrisa. Hice un barrido
de esa encantadora habitación y de la belleza que me rodeaba. Había un
libro sobre la antigua Grecia en la mesa de café y me imaginé disfrutando
de un buen whisky de malta con ese libro en mi regazo.
No sería fácil regresar a Australia. Podría seguir siendo Carrington
Lovelace y nadie se daría cuenta, aparte de Caroline y Crisp. Pero algo
dentro de mí anhelaba ser liberado. A pesar de la inmutable tristeza que me
había ensombrecido durante las últimas semanas, también había apreciado
la ligereza de no tener que fingir.
Demasiado agitada para un masaje, Caroline empezó a caminar de nuevo,
y esta vez esperé a que hablara.
Después de retorcerse las manos mientras miraba a través de la ventana la
noche iluminada por la luna, Caroline finalmente se giró hacia mí. —Maté a
alguien.
Habló tan suavemente que no estaba seguro de haber oído bien.
—¿Qué acabas de decir? —pregunté.
—Que maté a alguien. —Parecía atormentada. Tenía una cara diferente.
No la de Caroline Lovechilde, sino la de otra persona.
—¿Cuándo? Quiero decir… —Una montaña de preguntas me dejó sin
palabras.
—No tenía ni veinte años cuando sucedió. Fue un accidente. Un jodido
accidente. —Se miró las manos—. Ella era la prometida de Harry.
Capítulo 24

Caroline

LE CONTÉ A MARK la historia de la noche que cambió mi vida para


siempre.
Frunció el ceño. —Pero eso fue solo un desafortunado accidente. No fue
deliberado, ni premeditado de ninguna manera.
—Lo sé. —Suspiré—. Estaba tan abrumada por la emoción, que no podía
pensar con claridad. Mientras iba en busca de un teléfono, Crisp me detuvo
y me dijo que él se encargaría de todo. Luego me explicó que nadie me
creería, que me condenarían y que mi futuro quedaría arruinado.
—¿Estaba muerta? —preguntó.
—Reynard me dijo que había muerto en el acto.
—Pero… eso fue lo que él te dijo. Por lo que sabes, podría haber seguido
viva.
Asentí lentamente. —No he pensado en nada más desde aquella noche.
Fui cómplice, Mark. Así que la maté.
—Por todo lo que has dicho, y conociendo a Crisp como le conozco, no
puedes confiar en su palabra, cariño.
Le miré al escuchar ese cariño, y una cálida ráfaga de sol masajeó mi
espíritu tembloroso, un descanso momentáneo de las preguntas inquietantes
sobre la muerte de Alice, que no dejaban de atormentarme. Si hubiera
llamado a la policía, tal vez todavía estuviera viva, porque Mark tenía
razón: nadie podría creer a Reynard Crisp.
Al escuchar a Rey sin considerar las repercusiones, no solo me habían
entregado la llave del paraíso, sino también las visitas nocturnas al infierno.
—¿Me odias? —pregunté con voz fina y patética.
Sacudió la cabeza resueltamente. —Oh no, no te odio. Creo que te amo
más.
Busqué sus ojos. —¿Por qué?
—Porque entiendo lo que se siente al tomar decisiones sobre la marcha,
cuando el corazón late tan fuerte que no puedes oírte pensar. Y tú eras
joven, Caroline. Crisp es el culpable aquí. Se aprovechó de tu situación.
—Sí, bueno, Reynard se aprovechó de mi desesperación para atraerme a
su círculo perverso. —Me detuve allí. No me atreví a contarle a Mark lo de
todos los clientes ricos y cómo Reynard Crisp también se había convertido
en mi proxeneta.
—No la asesinaste intencionadamente. Ese es el punto. Fue un accidente.
Y probablemente yo habría hecho lo mismo.
—¿Per permitir que otro limpie tu estropicio?
Se encogió de hombros. —Probablemente. A esa edad somos un manojo
de nervios. A menudo a expensas del buen sentido y del buen juicio. Más
interesados en escuchar donde es la próxima fiesta, que en trabajar en algún
tipo de plan a futuro.
—Pensé en mi futuro cuando tenía dieciocho años —admití, pensando en
cómo había hecho ese pacto conmigo misma de nunca volver a enfrentarme
al hambre ni a los hombres depravados—. Por eso me acerqué a Harry
Lovechilde.
Él se estremeció, lo que me hizo sentir curiosidad.
—¿Te parece inmoral? Los Ponting no quedaron ciertamente
impresionados cuando se anunció nuestro matrimonio.
—Eso lo puedo entender. —Él torció sus labios mientras me estudiaba—.
¿Le amabas?
Asentí. —No en el sentido verdadero y apasionado. No como lo que
siento por ti. No hacía que mi corazón diera un vuelco, como me ocurre
contigo.
Sonrió tímidamente. —Sentí que las rodillas me flaqueaban la primera
noche que te vi.
—¿Y ya no lo sientes? —Incliné la cabeza, agradeciendo la distracción.
—Te he echado locamente de menos. Ahora, contigo aquí cerca, me
siento como si estuviera sentado junto a un fuego cálido después de quedar
atrapado en una tormenta de nieve.
—¿Pero no sientes la pasión de antes? —pregunté.
—Creía que eso era evidentemente obvio. —Ladeó ligeramente la cabeza,
luciendo tan juvenil que quise desvestirme y follármelo allí mismo, en el
sofá—. Me encanta estar dentro de ti, Caroline.
El deseo latente me dio un respiro muy necesario cuando la sangre volvió
a viajar por mis venas.
—¿Has visto el informe forense? —preguntó, sacándome de ese
interludio romántico.
—No. No porque no hayamos intentado conseguirlo. —Suspiré. Drake
me había informado de que Billy había dejado de intentarlo por temor a ser
descubierto.
—Los abogados están al tanto de los informes policiales, creo —dijo—.
Al igual que la familia.
—Mostrar cualquier tipo de interés sería autoincriminarse.
—Cierto. Pero tal vez puedas hablar con alguien que conozca a su familia.
Supongo que todavía están vivos. Es una opción más fácil que irrumpir en
los sistemas policiales. Ahora bien, eso sería peligroso.
—Tienes mucha razón. El horror de revivir aquella noche, ha nublado mi
juicio.
—Es comprensible. —Mark apretó mi mano suavemente.
—Tengo que andarme con cuidado, ya que los Ponting me consideran
persona non grata. Están convencidos de que fui yo. Por eso la policía sigue
rodeándome.
Me senté en el sofá y me volví hacia Mark. —Así que ahora ya sabes por
qué Rey me ha estado extorsionando estos años. Por qué dice que es mi
dueño.
Su cálida mano aterrizó sobre la mía. —Entonces tendremos que obligarle
a desposeerte, ¿no?
Frunciendo el ceño, le escudriñé. —No puedo recurrir a eso, Mark. Lo he
pensado bastante a menudo. A él le encantan los hongos alucinógenos.
—Eso funcionaría bien.... Y nadie se daría cuenta.
—No. La policía vendría. Y conociendo a Reynard, probablemente tenga
algún expediente oculto preparado para exponerme en caso de sucederle
algo.
—Entonces contrata a un profesional. —Parecía serio.
—Eso me lo han sugerido. Pero ya tengo una mancha a mi nombre,
después de lo que le pasó a Harry y cómo el hombre con el que estaba
teniendo una aventura planeó su asesinato. No puedo involucrarme, Mark.
Sacudió la cabeza mientras una leve sonrisa crecía. —Tienes suerte de
que sea un escritor vago y poco ambicioso, porque la saga Lovechilde sería
una gran historia.
Contraje mi frente. —No te atreverías.
—No te preocupes, Caroline. —Se rio entre dientes—. Todavía estoy
atrapado en los anales de Carlos II. Es un tema igualmente fascinante.
—Eso es porque era un réprobo.
—Así es. Nadie quiere leer sobre petimetres célibes.
Me reí. Necesitaba eso.
—Así que Crisp te ha estado utilizando para entrar en las arcas de los
Lovechilde. —Markus negó con la cabeza—. Qué viejo idiota tan astuto.
—Y vulgar, además —murmuré.
Su frente se frunció. —¿Te ha obligado a algo?
No estaba dispuesta a admitir que una vez sentí pasión por ese hombre
deplorable. —No. Yo le resultaba demasiado mayor y con demasiada
experiencia.
Parecía desconcertado. —¿Cómo?
—Le gustan jóvenes y virginales.
—Ah, sí, me contaste lo de ese lugar vulgar.
Mark se puso de pie y levantó la botella. Asentí. No era el momento de
moderarse con el alcohol, y esta charla con el hombre al que estaba
decidida a hacer mío para siempre, me había ayudado más allá de lo
imaginable.
Me entregó el vaso.
—Gracias, Markus.
—De nada. —Sonrió encantadoramente.
—No, quiero decir... gracias.
Me acarició la mejilla. —No, debería ser yo quien te agradezca que me
hayas venido a buscar. Eres mucho más valiente que yo. Me habría hundido
en la autocompasión escuchando a Audrey hablar de por qué su única hija
prefiere la compañía de hombres malos.
Respiré. —¿Eso significa que te quedarás aquí?
—Sería un idiota, como dirían nuestros buenos amigos los
estadounidenses, si me negara.
Mi mundo se iluminó nuevamente. —Podemos arreglarlo todo. No es
necesario que vayas a Australia. Odiaría perderte. O, al menos, déjame
conseguir al mejor equipo legal disponible.
—Ya veremos. —Bebió un trago y su estado de ánimo se ensombreció un
poco—. ¿No tienes nada sucio sobre Crisp? Quiero decir, su predilección
por las chicas jóvenes parece una buena baza.
Mientras sostenía su mirada, recordé un comentario que hizo Helmut la
noche que conocí a Gregory por primera vez. —Recuerdo haber oído que
Rey sentía algo por su hermanastra. Que se acostó con ella cuando ella tenía
trece años y que a los dieciséis desapareció.
Markus abrió las manos. —Ahí está. Encuentra a esa hermanastra y
tendrás tu moneda de cambio, por así decirlo.
Asentí lentamente. —Ni siquiera puedo recordar su nombre.
—Utiliza un investigador privado.
Asentí. —Solo que... Reynard Crisp no es su verdadero nombre.
Rio. —Reynard Crisp. ¿Por qué no me sorprende? Parece que no soy el
único bueno inventando nombres de personajes de clase B.
—¿Cómo? —pregunté.
—Ah, es un insulto que Crisp me lanzó la noche que le di un puñetazo en
la nariz. —Rio—. Reynard Crisp es el título que le daría a un canalla astuto
si alguna vez escribiera un thriller sobre un aeropuerto.
Tuve que reírme de eso.
—Sabes, realmente tienes un as en la manga, Caroline. Encuentra a la
hermana y podrás ser libre.
—Brillante idea. —Le besé—. Me has dado una salida. No sé por qué
nunca se me ocurrió.
—A veces basta con un oyente objetivo. —Me lanzó una de sus largas y
perplejas miradas—. Entonces, ¿quién es Carol?
Había sido demasiado fácil contarle mi principal secreto, pero la idea de
hablar sobre mi vida antes de Rey y el nacimiento de Caroline, me petrificó.
—¿No podemos dejarlo así? ¿No es suficiente? —pregunté.
—Por supuesto. Ha sido intenso. Pero me gustaría que me lo contaras
pronto, porque todavía me quedan algunas preguntas.
—En otro momento. —Acaricié su hermoso rostro. Su mandíbula
ensombrecida le hacía aún más deseable cuando recordé cómo me había
raspado suavemente los muslos.
Al compartir nuestros secretos, nos habíamos acercado aún más, y
deseaba a este hombre más que mi próximo aliento. —Por ahora, quiero
que me folles. —Me desabroché la blusa y acaricié su creciente polla con la
otra mano.
Sí, Markus tenía razón: no se podía fingir el deseo.
Capítulo 25

Mark

DESPUÉS DE UNA NOCHE haciendo el amor apasionadamente, me


quedé durmiendo hasta tarde y, como resultado, me incorporé en la cama
bruscamente y asustado cuando me desperté.
—Pero no puedes irte tan deprisa. No hemos desayunado —protestó
Caroline—. ¿Por qué no dejas ese trabajo y te contrato yo?
Hice una pausa mientras recogía mi ropa. —Estás de broma, ¿no?
—Estoy segura de que podemos encontrar algo que puedas hacer y lo
disfrutes. —Su sonrisa se desvaneció—. Por favor, acepta esta oportunidad.
Tengo mucho dinero. Puedo permitirme apoyar a mis allegados. ¿Por qué
pasar por toda la presión de trabajar para otros?
Me froté la barba cada vez más espesa. —Siento si te raspé con la barba.
Caroline se sentó en la cama, desnuda; sus grandes pechos invitaban a mi
polla a activarse nuevamente. Esta mujer me tenía constantemente
esclavizado por la lujuria.
Ella se estremeció. —No te burles.
Reí. —¿Por qué crees que me estoy burlando?
—Te has puesto a hablar de sexo oral.
Tuve que sonreír. El contraste entre la bien definida personalidad pública
de esta mujer y su personalidad privada, era inmenso. —Es que… me gusta
mi nuevo trabajo. —Me vestí lo más rápido que pude, haciendo una mueca
mientras me ponía los calzoncillos.
—¿No te vas a duchar? —preguntó, mirando directamente a mi erección
y, ya sea inconscientemente o no, pasándose la lengua por sus labios de una
manera del todo provocadora.
—Llego tarde, Caroline.
—Entonces deja que Jason te lleve.
—Eso podría ser útil. —Dejé mi ropa en el sillón—. Entonces me daré esa
ducha.
Me siguió al baño turquesa con suelo de calefacción radiante, bañera
incrustada y una ducha lo suficientemente grande como para albergar a
cuatro personas juntas.
—Caroline, de verdad, tengo que darme prisa —dije, haciendo todo lo
posible para evitar sus curvas. Caroline tenía mejor cuerpo que las mujeres
de la mitad de su edad.
Ella se rio. —¿Qué crees que voy a hacerte?
—Bueno, comerme entero. —Levanté una ceja—. Lo cual me encanta,
por supuesto.
Abrí el grifo y no solo salió un chorro, sino cuatro. —Después de la
maltrecha ducha de Audrey, esto era como estar bajo las cataratas del Rin.
Se rio entre dientes mientras entraba a la gran ducha. —¿No puedes decir
que estás enfermo por un día? Puedo escribirte una nota.
Negué con la cabeza. —Hablaba en serio cuando decía que me encanta mi
trabajo.
—¿Por qué? —Me escudriñó con esa mirada inquisitiva y sin pestañear
—. ¿Hay alumnas muy jóvenes prendadas de ti?
—No que yo sepa, y de todos modos no me interesarían. —Pasé mis
manos por sus curvas—. No son como tú.
Sus ojos se suavizaron, la tomé en mis brazos y la besé.
—No eres tan fácilmente reemplazable, Caroline. —Acaricié su mejilla
—. Me voy ya a la facultad, así que deja de distraerme, mujer lasciva.
Cinco minutos más tarde, salí de la ducha y Caroline me pasó una toalla
calentita del toallero.
Sí, sería difícil resistirse al lujo de los multimillonarios.

HABÍA OLVIDADO CUÁNTO ME encantaba interactuar con los


estudiantes maduros interesados y comprometidos que estaban en mi clase
simplemente porque amaban los libros. No se me ocurría una mejor manera
de pasar el tiempo que analizando narraciones magistrales, pasajes sencillos
y hablando de personajes famosos como si fueran entidades vivas y
coleando.
Pero tenía que tomar una gran decisión que requería algo de tiempo a
solas. Por muy tentador que fuera mudarme a Mayfair, tenía que pensar en
el futuro, y había dos personas que, tanto Caroline como yo, teníamos que
apartar si queríamos ser felices para siempre.
Ya no podía andar por ahí y volver a mi antiguo estilo de vida acomodado.
A pesar de hacerme gracia la oferta de Caroline de contratarme, un
profundo estruendo de disensión me invadió.
Ya no era ese hombre.
Quizás Carrington Lovelace podría ser ese hombre petulante que siempre
decía que sí, pero no Markus Reiner. Él era más duro que eso. Un hombre
que construía su propio camino. Quería estar con Caroline, pero con mis
condiciones, para variar.
Inquieto por la perspectiva de que la familia de Caroline viera quien era
en realidad, necesitaba tiempo para prepararme. Si la situación hubiera sido
al revés, me habría puesto furioso, especialmente teniendo en cuenta cómo
me acogieron en su familia desde el principio. La tensión por sí sola haría
insostenibles las reuniones familiares. No estaba del todo preparado para
eso, mi vida ya era bastante complicada por ahora.
Cuando Audrey abrió la puerta, algo que hacía a menudo mientras yo
buscaba las llaves en la cartera llena de libros, se me ocurrió mi próximo
movimiento. En lugar de enterrar la cabeza en los libros, necesitaba hacer
algunos cambios radicales.
No sería tan sencillo como Caroline se pensaba, pero lejos de ella, podría
pensar de forma un poco más racional.
Capítulo 26

Caroline

SE ESTRENABA UNA FUNCIÓN en nuestro hotel en Londres, así que


tuve que asistir y socializar entre invitados familiares y desconocidos, a
pesar de que era lo último que deseaba. Sin embargo, necesitaba apoyar a
Ethan, que estaba a punto de abrir un nuevo Lovechilde’s en Los Ángeles.
No había visto a Markus en tres días y mi humor irritable lo reflejaba.
Este apego a él me abrumaba, y aunque era comprensible su reticencia a
reencontrarse con la familia mientras seguía aparentando ser Cary, todavía
suspiraba por él. No estaba acostumbrada a no salirme con la mía, pero me
había perdido en este hombre, algo que me había prometido que nunca
pasaría.
Ya lo habíamos hablado, pero su obstinación en cuanto a dónde quedarse
a dormir casi provoca una discusión entre nosotros. Sin embargo, como me
recordaba una y otra vez, con tiempo y un poco de paciencia, podríamos
hacer que esto funcionara.
Su exesposa de Australia había despertado mi curiosidad, así que hice que
la investigaran para saber más sobre ella, algo que me había guardado para
mí.
Ethan me besó en las mejillas. —Madre.
Sonreí a Mirabel, que sostenía las manitas de Cian y Ruby. Mis nietos
eran tan hermosos que todas mis preocupaciones se desvanecieron en ese
momento.
A medida que avanzaba la noche, me encontré acorralada por el director
ejecutivo del nuevo hotel de Los Ángeles. Forcé una sonrisa mientras él
hablaba efusivamente de cómo las celebridades de Hollywood iban a adorar
el lujo clásico de la marca Lovechilde’s.
—¿Pero no viven ya en Los Ángeles? —pregunté.
—Ni Daniel y Rachel, ni Idris, ni George y Amal, y además, los actores
británicos son la moda del mes en Hollywood.
—¿No lo han sido siempre? —Todos mis actores favoritos eran
británicos. Pero me lo guardé para mí y antes de que pudiera refutar ese
comentario nacionalista, me excusé.
Mirabel, que había estado de pie al alcance del oído, me siguió hasta el
tocador. —Hablaba como si les conociera.
—Oh, solo está tratando de impresionarnos —dije mientras entramos en
la habitación con aroma a rosas.
Mirabel se paró frente al espejo y se inclinó para arreglarse el maquillaje.
—Han invitado a Cian a actuar con la King's Orchestra. Al parecer tienen
una sección juvenil.
—¡Anda! —Sonreí como lo haría un padre orgulloso de un genio—. Eso
es maravilloso.
Asintió, reflejando mi alegría, con sus ojos brillando con anticipación. —
No podría estar más feliz. También muestra interés por el jazz.
—Oh, no. —Hice una mueca.
—¿No te gusta el jazz?
—Me encantan los clásicos del jazz, pero… ¿ser músico de jazz? ¿No es
eso sinónimo de un estilo de vida bohemio y sumido en la drogadicción?
—Solo tiene ocho años, Caroline.
Exhalé. —Así es. Me encanta la idea de tener a Debussy o Bach en
nuestras reuniones familiares. Y tiene mucho talento.
—Sí. Al parecer, da el tono perfecto. —Sonrió.
—Me han dicho que es un talento poco común.
—También tengo oído absoluto —dijo, tan suavemente como el que
presume de dentadura perfecta. Solo que tener oído absoluto era tan
impresionante como poseer un alto coeficiente intelectual, al menos para un
músico.
Estudié a Mirabel. Tenía flores en el pelo y vestía con un vestido verde
con rosas, lo cual no pegaba en absoluto, pero ella siempre hacía que
funcionara.
—No lo sabía. —Miré su hermoso rostro y lamenté la forma en que había
rechazado a esta mujer en el pasado—. Entonces lo ha heredado de ti.
—Seguramente, porque su padre está totalmente sordo. —Rio.
Tuve que sonreír. —Ethan tiene muchos talentos, pero la música no es
uno de ellos.
Ella asintió. —Cary no está aquí, ya veo.
—No. Está ocupado. —dije de manera breve y concisa con la esperanza
de que no hubiera más preguntas, lo mantuve.
—Me caía bien.
—Todavía está con nosotros, Mirabel. —Le lancé una breve sonrisa antes
de alejarme, mientras el caviar negro que acababa de comer se revolvía en
mis entrañas.
Theadora estaba rodeada de niños y, cuando pasé junto a ella; me saludó
con la mano.
—Eres la niñera, ya veo —dije.
—Algo así. —Se rio entre dientes—. Realmente no puedo imaginarme
esto en Los Ángeles. —Señaló la suntuosa sala color burdeos adornada con
candelabros de cristal y antigüedades.
Declan se unió a nosotros. —Yo tampoco puedo. —Tomó la mano de su
esposa.
—Entonces, ¿va a venir Cary? —preguntó Theadora.
—Está ocupado. —Intenté permanecer impasible.
Los ojos de Declan brillaron con una pizca de preocupación. Con su típica
percepción aguda, debió notar que cambiaba mi peso de una pierna a la
otra.
Mientras veíamos a Theadora llevar a los niños a la sala de juegos,
preguntó: —¿Al menos os habláis?
—Estamos juntos de nuevo. Lo único es que la historia se ha vuelto un
poco más complicada.
Respiró. —¿No ha sido así siempre?
—Siempre nos las arreglamos, ¿no? —Sonreí fuertemente.
—Tal vez, pero ¿qué vamos a hacer con las últimas demandas de Crisp?
Ethan llegó justo cuando Declan terminaba de decir aquella frase. —Lo
he escuchado por ahí, quiere hacerse con Elysium y las tierras adyacentes.
—Su rostro se agrio—. ¿Qué diablos, madre?
Puse los ojos en blanco. —Estoy trabajando en ello.
—¿Cómo? —Ethan extendió las manos—. Savanah está desolada.
Mi hija se unió a nosotros. —Sí, lo estoy, —dijo.
Esta familia mía tenía la gran habilidad para llegar en los momentos clave
de las conversaciones, encajando como un juego de Scrabble, en el
momento perfecto y presionando para obtener detalles que harían
tartamudear incluso al político más experimentado.
Miré a mi hija con frialdad. —Baste decir que estoy trabajando en ello.
Me guardé para mí que estaba tratando de encontrar el coraje para
entregarme a la policía, p encontrar una manera de deshacerme de Reynard.
Esto último no era algo que me resultara fácil de contemplar, porque la
idea de organizar la muerte de alguien había convertido mis ya ligeros
patrones de sueño, en insomnio.
No, entregarme era la única manera. Y al hacerlo, arrastraría a Crisp
conmigo; era lo único bueno de esta opción, porque de otro modo sería
continuar con esta relación sombría y eventualmente inconcebible.
Si no hubiera sido madre, tal vez podría haber vivido con esta maldición
fáustica sobre mí.
—¿Dónde está Carson? —pregunté, desviando la conversación.
—Está allí, negociando un contrato de seguridad para el nuevo hotel en
Los Ángeles. —Savanah se volvió hacia Ethan—. Vaya… finalmente has
hecho realidad tu sueño de tener un Lovechilde’s en Los Ángeles. Me
muero de ganas por verlo.
Ethan brillaba de orgullo.
Sí, lo había hecho bien. Todos mis hijos. A pesar de sus excesos
adolescentes, habían encontrado su lugar en el mundo y me habían hecho
sentir orgullosa.
UNOS DÍAS DESPUÉS DE ordenar la investigación de la exesposa
australiana de Mark, recibí un informe sobre Elise Whitely.
El expediente contenía imágenes de una joven hermosa, de ojos oscuros y
largo cabello castaño. Se parecía un poco a mí a su edad, lo cual no me
sorprendió, dado que las personas a menudo se sentían atraídas por el
mismo tipo.
Harry no se parecía en nada a Mark, por supuesto. Pero me casé con
Harry por razones distintas a la pasión. La supervivencia a menudo nos
hace elegir la practicidad sobre la pasión. Ésa era la belleza de la riqueza.
Una podía darse la libertad de amar a quien quisiera. Solo que no era tan
fácil cuando el tipo de hombres que hacían que mi corazón latiera de deseo,
solían traer consigo un montón de complejidades.
Mientras leía sobre Elise, descubrí que Mark me había dicho la verdad
sobre su batalla contra la enfermedad mental. Hojeé el archivo,
deteniéndome en una foto de Mark con unos veinte años, artículos
relacionados con su desaparición e investigaciones policiales.
A los cincuenta años, Elise no parecía ser la misma que antes. Se había
abandonado y parecía inexpresiva, casi remota. Una punzada de simpatía
me invadió mientras escrutaba su foto.
¿Cómo afrontaría Mark todo esto?
Hablé con mi abogado contándoselo como si fuera una situación
hipotética. Sin embargo, creo que sospechó que estaba hablando de Mark,
ya que el abogado de la familia había sugerido redactar un acuerdo
prenupcial durante los días que duró nuestro compromiso.
Advirtió que había dos posibilidades: o la esposa abandonada podía
demandar por daño emocional o, a pesar de que no se infringió ninguna ley,
las autoridades podrían penalizarle por el tiempo perdido investigando su
desaparición.
Esa misma tarde, Mark se reunió conmigo en Mayfair. Después de un día
de enseñanza, parecía cansado y rápidamente le preparé una bebida.
—¿Por qué no te quedas? —imploré.
—Audrey necesita compañía —dijo, con una sonrisa descarada.
—Oh, Mark, por favor —dije, caminando hacia él. Este hombre me estaba
obligando a rogar demasiado últimamente—. En cualquier caso, ¿te das
cuenta de que no es ilegal fingir tu muerte según la ley australiana?
Me lanzó una de sus largas y perplejas miradas. —¿A quién se lo has
contado? —Su tono cortante me hizo estremecer.
—A nadie. Pero he hecho mis propias averiguaciones y nunca he
mencionado ningún nombre. Solo quiero que estemos juntos. —Odiaba lo
débil que sonaba.
—Yo también lo quiero. —Bebió un trago de whisky—. Tú sabes todo
sobre mí, pero yo sé muy poco sobre ti.
Se quedó mirando a una de las pelucas que solía utilizar y que había
olvidado en la silla, como si quisiera dejar claro ese punto.
Lamenté entonces haberme olvidado ponérmela, pero con tantos
pensamientos dispersos agotando mis neuronas, me había vuelto
descuidada.
—Esto, por ejemplo. —Cogió la peluca, que le arrebaté en seguida de las
manos y la guardé.
—Nunca te has quejado —le dije.
—Pero es retorcido, ¿no crees? —Su mirada punzante me mostró otra
cara de Mark—. Necesito saber por qué.
Entrelacé mis dedos mientras miraba por la ventana. ¿Cómo podría
explicar algo que ni yo misma entendía? —No hay necesidad de volver a
hacerlo.
—¿Has consultado con alguien al respecto?
Mi cara se contrajo. —No me hace ningún mal, Mark. Es simplemente un
juego de roles pervertido, al que tú también respondiste con entusiasmo,
debo agregar.
—Todo en ti me calienta, Caroline. No es una cuestión de ver o que nos
excita o no, solo estoy tratando de entender. Ahora me ves tal y como soy
realmente, pero tú sigues siendo un misterio total para mí. Y mientras yo
fingía ser otro, no tenía derecho a pedirte que te quitaras tu máscara, pero
ahora siento que lo nuestro no está equilibrado.
Me senté en la cama, me quité los zapatos y me masajeé los dedos de los
pies, mientras mi mente vagaba hacia algo tan trivial como necesitar una
pedicura.
—Prometiste hablarme sobre tu vida antes de Reynard Crisp. —Su tono
se suavizó mientras se sentaba a mi lado en la cama y me rodeaba con el
brazo—. Puedes ponerte peluca y hacerme fingir que te fuerzo, o cualquier
cosa que te ponga caliente. —Hizo una pausa—. Pero supongo que me
gustaría saber cuándo empezó esto. Y no sé nada sobre tu infancia.
Un suspiro salió de mi boca. —¿Cuándo empezó todo esto? Oh Mark, por
favor, no quiero que esto se convierta en un psicoanálisis.
Se levantó de la cama, nos sirvió otra copa y me pasó el vaso. —No estoy
tratando de meterme en tu cabeza. Solo me gustaría saber algo de tu vida
antes de todo esto. —Señaló el Monet en la pared—. Por ejemplo, ¿quiénes
eran tus padres?
Bebí solemnemente de la copa.
Mis manos temblaron. La única vez que eché la vista atrás a mi infancia,
fue después de que Bethany expusiera su verdadera identidad, obligándome
a explicar su existencia a mis hijos. La ansiedad de ese día y la conmoción
en los rostros de mis hijos cuando supieron cómo fue concebida su media
hermana, todavía estaba grabada profundamente en mi corazón. De vez en
cuando, sentía un dolor agudo, como una herida que se abriría con el clima.
Finalmente dije: —No conozco a mis padres. Nunca los conocí. Intenté
buscarles hace un tiempo, pero recientemente me di por vencida. Otras
cosas, concretamente tú y tu identidad falsa, me han estado distrayendo, y
ahora Crisp viene a cobrar su pago.
—¿Su pago?
—Mis deudas mefistofélicas.
—Ah sí. —Su boca se levantó en un extremo—. Eso no sucederá. Me
encargaré de ello.
Mis cejas se contrajeron. —Markus, por favor. Mantente alejado. Es
demasiado poderoso y peligroso. No puedo perderte.
—Sé cómo protegerme. —Se mantuvo serio—. ¿Qué estabas diciendo?
¿Sobre lo de buscar a tus padres?
De un tema feo a otro. Solté un suspiro entrecortado. —Mi madre
adoptiva no conocía sus identidades. Seguí preguntando, pero fue en vano.
La agencia no quiso divulgar nada, ya que habían jurado guardar el secreto.
Probé con investigadores, incluso les pedí que examinaran minuciosamente
los registros hospitalarios de la época de mi nacimiento.
—Pero entonces, ¿sabías que no eran tus verdaderos padres?
—Lo descubrí con unos quince años. —Aquello se reprodujo en mi mente
como una película de terror, el día en que aquella mujer, que yo pensaba
que era mi madre, me dijo que realmente no teníamos ningún lazo de
sangre. Me lo dijo después de que su marido me violara, como si esa
información, de alguna manera, mejorara las cosas.
—A veces hay ciertas cosas que deben permanecer ocultas.
—Me lo he dicho a mí misma muchas veces. —Suspiré—. Pero a veces,
como ahora, desde que lo mencionamos, la idea de no saberlo me persigue.
Deben haber sido personas terribles, de lo contrario, ¿por qué se
esconderían?
—Puede que no estén vivos. Tu madre podría haber sido tan joven que no
pudo soportarlo. Posees una mente inteligente, un empuje envidiable y una
familia fabulosa que te ama y te apoya.
Asentí lentamente. —Esta familia es la razón por la que me lo guardo
todo aquí. —Me golpeé el pecho—. Pero eso no me impide preguntarme
sobre mis antepasados.
Asintió con simpatía.
—Tal vez a un nivel más profundo, tengo miedo de lo que pueda
encontrar. ¿Qué clase de padres entregan a sus hijos? —Puse los ojos en
blanco ante mi hipocresía—. Lo que es aún más irónico, y algo trágico, es
que yo acabara haciéndole lo mismo a Bethany. —Me miré las uñas rojas
—. Por lo menos esa historia ha acabado bien, aunque mira cómo es
ahora…
—No puedes culparte por su personalidad. Es un poco la mezcla de la
naturaleza y la crianza.
—La naturaleza, seguro… —murmuré en voz baja, ya que había aspectos
de Bethany que siempre me recordaban a su padre. Y precisamente esa fue
una de varias razones por las que me resultó difícil permanecer en su
compañía por mucho tiempo.
Mark debió haber leído mis pensamientos y bajó la ceja. —Oye… ¿Y el
padre?
—¿Realmente lo quieres saber? —pregunté.
—Bueno, hemos llegado hasta aquí y nada de lo que me digas me
sorprenderá. Incluso si admitieras haber cometido un asesinato en primer
grado, probablemente aún estaría deseando sentir los latidos de tu corazón
contra el mío.
Tuve que reírme, aunque fuera de forma oscura. —Dices unas cosas tan
bonitas…
Captó mi sequedad.
Agradecí el respiro y, sin poder permanecer sentada, me levanté para
acercarme a la ventana, donde me llamó la atención una pareja de ancianos
que caminaban cogidos del brazo. ¿Llegaremos a ser así algún día?
—¿Y el padre de Bethany? —preguntó suavemente.
—El padre de Bethany era mi padre adoptivo. Espero que se esté
pudriendo en el infierno.
Sus cejas se arrugaron. —¿Consensuado?
Sacudí la cabeza violentamente, como alguien a punto de ser ejecutado
por un asesinato que no cometió. Quizás exageré, pero me generó angustia
escuchar la más mínima sugerencia de que podría haber aceptado acostarme
con ese monstruo.
—Me violó. —Miré a Mark a los ojos y, de repente, un torrente de
lágrimas brotó de mí, como si hubiera reventado una arteria de la
desesperación.
Tuve que darme la vuelta mientras convulsionaba entre sollozos y las
lágrimas brotaban. Por más que intenté reprimir el exceso de angustia, no
pude. Mi cuerpo se estremecía mientras me aferraba al dintel de la ventana
y hundía la cara en la otra mano.
Ni siquiera después de que aquel detestable padre postizo hubiera
cometido aquella barbaridad, había llorado así. A partir de ese día lo había
reprimido todo, aprendiendo a mantener la compostura, ya que siempre nos
habían adoctrinado. Y con razón, porque las lágrimas nos debilitaban.
No quería enfrentarme a Mark. Quería esconderme bajo una manta.
Nunca antes me había sentido tan desnuda.
Pero lo enfrenté, lo hice, y vi su rostro contraído por el horror y el
disgusto, cegándome de lástima.
El silencio amplificó mis sollozos ahogados, colocando una brecha entre
nosotros y me sentí sola.
Después de un largo y tenso intervalo, me limpié la nariz y miré el
desconcierto congelado en su rostro. —¿Por qué sigues mirándome así?
Extendió las manos. —Me he quedado sin palabras. Menudo hijo de puta.
—Se mordió el labio—. Perdón por la grosería. Pero Caroline, lo siento.
—No necesito tu lástima, Mark. —Las palabras se pegaron a mi paladar
superior, dándoles un sabor amargo—. Querías saber sobre mi infancia,
pues ya lo sabes.
Las lágrimas cesaron y me limpié la cara mientras él miraba al vacío.
Capítulo 27

Mark

ERA COMO SI UNA entidad sobrenatural hubiera hecho retroceder el


tiempo y Caroline fuera ahora esa chica cuya inocencia había sido
arrancada por un demonio.
—Todavía me sigues mirando de esa manera. —Sus ojos, empapados de
lágrimas, me atravesaron.
Me froté los labios. —Lo lamento.
—¿Por qué tengo la sensación de que ya no me verás de la misma
manera? ¿Que ahora me verás como si estuviera manchada?
Exhalé. —Eso no es cierto.
—¿Te he dejado de resultar atractiva? —Sus llamamientos me hicieron
retroceder. Cuando se trataba de hablar de sentimientos, todo mi ser trataba
de huir.
—Eso no tiene sentido. Solo me he quedado sin palabras, eso es todo.
Sin embargo, fue como si ella pudiera leerme la mente, pero no podía
compartir en alto lo que se me había pasado por la cabeza. Ahora que se
había sincerado sobre su pasado, no podía evitar preguntarme por ese lado
oscuro de su sexualidad.
Al realizar todos aquellos perturbadores juegos conmigo, ¿Caroline
estaba, de alguna manera inconsciente, tratando de normalizar el sexo
forzado? ¿Quizás de esa manera su mente diluía la gravedad de su propia
violación?
A pesar de mis esfuerzos por dejar a un lado estas preguntas, siguieron
apareciendo en mi mente.
—¿Por qué sigo teniendo la sensación de que algo te pasa? —presionó.
Contuve el aliento mientras buscaba las palabras adecuadas, dado su
delicado estado. —Reflexionando sobre lo que me has confiado, no puedo
evitar preguntarme sobre esos intensos encuentros que hemos tenido en
hoteles de mala calidad.
Se dio la vuelta, como si intentara esconderse de nuevo. Caroline
Lovechilde no se desmoronó.
Pero yo no era simplemente un espectador: la amaba incondicionalmente.
Cuanto más frágil y expuesta parecía estar, más fuerte se hacía mi afecto
inquebrantable y mi determinación de apoyarla.
Su aliento rompió el tenso silencio. —No sé por qué soy como soy.
Gregory sacó de mí este alter ego.
—¿Le has puesto un nombre? —le pregunté, recordando cómo se había
negado a darme uno.
—No. No quería convertirla en una mujer real. Solo quería que fuera una
criatura anónima de la noche, perdida en sí misma. Probablemente esa sea
la mejor manera de describirla.
—¿Siempre le gusta que la tomen por la fuerza?
Asintió. —Principalmente. —Girándose, me miró; pude ver a esa niña
perdida frente a mí nuevamente—. Creo que deberías irte. Necesito estar
sola, Mark.
Yo también necesitaba espacio. Había sido una conversación intensa y yo
tenía mi propia epifanía sobre la que reflexionar.
Caminamos en silencio hasta la puerta.
—Te amo, Markus. Decidas lo que decidas, lo entiendo.
Fruncí el ceño y la estudié de cerca. —Nada ha cambiado. En todo caso,
te amo aún más. —Mi boca se curvó ligeramente—. Solo necesitaba
entenderte un poco mejor.
—¿Y tú? —preguntó, sus ojos se enternecieron un poco.
Asentí pensativamente. —Eso creo.
—Si no deseas quedarte aquí, déjame comprarte alguna casa cómoda y
acogedora cerca de tu universidad.
—No puedo pensar en eso ahora, Carol. —Puse una sonrisa de disculpa.
Se encogió de hombros. —Llámame como quieras. —Se inclinó y me
besó.
Bajé las escaleras y salí al camino de aquella frondosa calle. Decenas de
casas eduardianas blancas se alzaban orgullosamente frente a un parque
verde y luminoso, donde todo y todos estaban en el lugar que les
correspondía.
Mientras regresaba al lado peligroso de la ciudad, sabía lo que tenía que
hacer. Tenía que reclamar mi libertad para poder casarme con Caroline,
porque nunca había querido otra cosa más que esto en mi vida.
Capítulo 28

Caroline

DESPUÉS DE COMPARTIR MIS oscuros secretos con Mark, me sentí más


ligera, a pesar de los muchos desafíos que tenía por delante. Incluso había
estado durmiendo mejor que de costumbre.
Sin embargo, para mi disgusto, Mark insistió en quedarse en el
apartamento de Audrey. No podía entenderlo, pero me lo tomé lo mejor que
pude. Por más desesperada que pareciera, era aceptar eso, o no verlo.
Así que allí estábamos juntos, en esa habitación destartalada con el papel
de pared floral descolorido y deprimente.
Me cogió de la mano. —Una vez que haya resuelto todo, volveré a la vida
ociosa que tanto deseas que adopte.
Fruncí el ceño. —¿Capto un indicio de sarcasmo en tu voz?
Sacudió la cabeza y me dedicó una de sus irresistibles sonrisas. Caí en sus
brazos y sobre su cama deshecha.
Esta obstinada necesidad de Mark de que dividiéramos nuestro tiempo
entre mi entorno opulento y el suyo lúgubre, sacudía mis sentidos. El
contraste era tan intenso que siempre necesitaba mentalizarme,
especialmente con Audrey haciéndome una reverencia cada vez que me
recibía de manera dulce y aduladora.
—Mientras me violes, no me importa, supongo —dije con el suspiro
resignado de una mujer enamorada. Pero mientras estábamos recostados en
su incómoda cama, no pude evitar quejarme. —¿Cómo puedes dormir aquí?
Se rio. —Lo sé. Es bastante malo. Mi espalda se resiente. Pero necesitaba
algo de espacio para pensar. Para planificar.
—Ah… ¿es que te planificas?
—Planeo ser libre. Y que te conviertas próximamente en la señora Reiner.
Al recordar su deseo de casarse pronto, mi corazón se calentó. —Bueno,
puede que tenga que ser Lovechilde-Reiner.
—Lo que sea. —Me tomó en sus brazos.
Presioné mi cara contra su cuello y respiré su embriagadora masculinidad,
lo que hizo que mis hormonas se aceleraran, como siempre. —Solo desearía
que no estuvieras a punto de irte.
Una nube oscura volvió a flotar sobre mí y me solté de sus brazos. —¿Por
qué no me dejas ir contigo a Australia?
—No te gustaría, créeme. Sydney es húmeda y su idea de tomar el té
implica una bolsita de té y un porro.
Su broma me hizo reír. —Me adapto bastante bien. Siempre que esté
contigo, no me importa dónde esté. Mírame ahora en esta… —Hice una
pausa, no queriendo usar la palabra 'miseria'.
—Entonces me quedaré en Mayfair —dijo con resignación, como si
intentara privarle de placer.
—Mira, Mark, no estoy tratando de obligarte a hacer nada, solo digo que
esto es un poco incómodo.
Me acarició la mejilla con amor y al instante me relajé. Este hombre
podría lograr que hiciera cualquier cosa cuando sus ojos irradiaban tanta
calidez y amor.
¿O simplemente era un buen actor?
No, no cuando follábamos o hacíamos el amor. No se podían fingir esos
clímax cataclísmicos. Y dos años después de nuestra relación, nuestra
lujuria debería haberse diluido, pero el apetito de Mark resultó tan fuerte
como siempre.
—Con tantos adornos selectos compitiendo por mi atención, no podía
pensar con claridad. Incluso ahora, estando en Mayfair, sigo vagando entre
tus preciosos ojos y ese glorioso Monet de la pared de tu dormitorio.
Me reí. —Entonces tendré que quitarlo para que puedas admirarme.
Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido. —Hay algo que también me
preocupa.
—¿El qué?
—¿Sigues pensando en entregarte a las autoridades?
Casi me había olvidado de esa decisión que me revolvía el estómago; la
había archivado en lo más recóndito de mi mente. —¿Qué más podría
hacer?
—A mí también me gusta la idea del envenenamiento —dijo, con
indiferencia, como un anfitrión que discute los arreglos del menú para una
cena.
—No se puede matar al diablo. Es demasiado poderoso. —Suspiré—. Y
espero que le dejes en paz. —Le lancé una mirada fija.
—Pero no puedes acudir a las autoridades, Caroline, por muy noble que
sea el sacrificio. Piensa en tu familia y en lo que eso les hará.
—He pensado en todo eso, Mark. ¿Pero entregarle todas esas tierras y
tenerle de vecino, contaminando el futuro de mis nietos? —Negué con la
cabeza—. Es un criminal feo y enfermo que es necesario derribar.
—Sí. Estoy de acuerdo. Por eso sugiero que pensemos en alguna manera
de eliminarle.
Condené cualquier forma que implicara quitarle del medio, sacudí la
cabeza y resoplé ruidosamente.

EN ELYSIUM, MANON SEÑALABA los muebles y le indicaba a la criada


cómo quería que se hicieran las cosas. Tuve que sonreír porque así había
sido yo antes.
Su rostro se iluminó al verme.
Sonreí. —Pensé en pasar y ver las nuevas adquisiciones de arte de las que
Savanah no ha dejado de hablar.
Manon se rio entre dientes. —Savanah está contenta, y así debería estar.
Espera a verlos, son preciosos. No puedo dejar de mirarlos. —Manon me
llamó con el dedo—. Ven, míralos por ti misma.
La seguí al salón principal, que también hacía las veces de salón de actos
de Elysium.
Examiné los grandes lienzos con temática marina que representaban
sirenas, entre algunas otras criaturas marinas fantásticas, y hombres
enamorados. —Son impresionantes —dije, notando cómo las tres pinturas
grandes contaban una historia de amor con los mismos personajes
apareciendo en cada cuadro.
—Creo que fue la canción de sirena de Mirabel la que inspiró a Savvie.
Me encantan, ¿a ti no?
—Mucho. Hay un poco de Marc Chagall en ellos, aunque creo que son
más representativos.
Manon asintió lentamente. —No sé quién es, pero me alegra que te
gusten. Estamos pensando en hacer una inauguración, como una fiesta, para
celebrar su exposición.
—Eso suena colorido. Ha pasado tiempo desde que tuvimos un evento.
—Así es —afirmó entusiasmada—. Pensé que Mirabel podría actuar con
Theadora e incluso hacer que Cian tocara algo.
—Ah, como una representación familiar —dije.
Se rio y entrecerró los ojos. —¿Te estás burlando?
—Tal vez. Pero mira, es una buena idea.
La nueva criada entró y quitó el polvo mientras nos sentábamos y
conversábamos.
—No he visto a Crisp por aquí últimamente —dijo Manon.
Mi humor se agrió instantáneamente al oír su nombre. —Se ha ido. Pero
estoy segura de que pronto tendremos noticias suyas. —Exhalé un suspiro
entrecortado.
—No puede quedarse con Elysium, abuela. No puedes dárselo. Me gusta
esto. A todos nos gusta.
Miré de reojo a la criada, que podía oírnos claramente. —No hablemos de
esto ahora.
La criada se unió a nosotras justo cuando estábamos a punto de irnos.
—¿Sí, Mary? —preguntó Manon.
—He terminado de quitar el polvo —dijo Mary.
—Tómate un descanso. Toma una taza de té. Jonathon, que debería llegar
pronto, te dirá con qué continuar.
Mary asintió y salió de la habitación.
—¿Es nueva? —dije.
—He tenido que contratar más personas. Los empleados van y vienen más
que nunca.
—Estás haciendo un gran trabajo. Y Elysium seguirá siendo nuestro, no te
preocupes.
—Mi misión es garantizar que eso suceda.
Sostuve su mirada acerada. —Rey no es alguien con quien te puedas
meter. Ya deberías saberlo.
—Claro que sí. —Me mostró una sonrisa tensa.
Después de todo, el trauma que Manon había soportado a causa de
Reynard, había encontrado su equilibrio. En lugar de hundirse en la
depresión, mi nieta se remangó y se puso a trabajar, aprendiendo todo lo
que pudo sobre cómo administrar Merivale y Elysium.
Sin embargo, dado que compartíamos rasgos similares, que se hacían más
evidentes a medida que Manon maduraba, esperaba que no estuviera
reprimiendo todas esas cosas. Le había preguntado bastante a menudo si le
estaba yendo bien y ella generalmente declaraba con una alegre sonrisa que
la vida era estupenda.

LA FIESTA EN ELYSIUM estaba en pleno apogeo. Manon se había


asegurado de que todo fuera perfecto para la gran reunión.
Miré a nuestro alrededor. —Has invitado a la mitad de Londres, por lo
que veo.
—Pensé que sería una excelente manera de mostrar el resort. —Manon
tenía una sonrisa orgullosa.
Drake se unió a ella, comiéndose un canapé. —Están deliciosos.
Manon puso los ojos en blanco, como cualquier esposa que se lamenta de
las idiosincrasias de su marido. —Terminará comiéndoselo todo. Tiene un
apetito insaciable.
—Debe ser por correr tanto. —Le sonreí a Drake.
—Eso es lo que siempre le digo —dijo.
—De cualquier manera, no te comas todo lo que traigan los camareros —
respondió Manon.
Se rio. —Intentaré controlarme. Pero bueno, este servicio de catering es,
con diferencia, el mejor.
—Lo es, ¿no? —Manon me miró buscando aprobación, como siempre.
—La comida está deliciosa, estoy de acuerdo. —Miré y le lancé a Mark
una pequeña sonrisa mientras hablaba con uno de los invitados mayores y
amantes de los libros, cuyo nombre siempre se me escapaba.
La actuación comenzó y Mirabel cantó una canción acompañada por
Cian. De pie a mi lado, Ethan estaba como el orgulloso esposo y padre.
—Cian se ha convertido en un pequeño intérprete con confianza —dije.
Ethan, con los ojos llenos de ilusión, asintió con la cabeza.
La canción mantuvo a la sala hipnotizada mientras Mirabel cantaba en sus
tonos dulces, capturando la magia del mar.
—El arte y la música son magníficos —dijo Theadora mientras caminaba
con Declan a su lado.
—Los niños están muy callados —susurré.
Ethan se rio entre dientes. —Ruby se muere por bailar.
Vestida como un hada, mi nieta bailarina se ponía de puntillas sobre sus
pies y practicaba sus ejercicios de barra. Ruby iba vestida con un vestido
rosa tipo tutú con estrellas brillantes y una tiara que brillaba en diferentes
colores.
—¿Alguna vez se pondrá ropa de niños? —susurré.
Él se rio. —Espero que no. Está adorable, ¿no crees?
Sonreí. —Parece salida de una película de Disney.
El público aplaudió y Mirabel hizo una reverencia. —Gracias por venir
aquí para celebrar las impresionantes pinturas nuevas. Mi cuñada tiene un
ojo brillante para el arte. Creo que todos podemos estar de acuerdo.
Todos aplaudieron. Savanah, bastante tímida, hizo una reverencia y
Carson la besó en la mejilla.
Mi corazón se calentó al ver a todos mis hijos con sus matrimonios felices
y llenos de alegría. La única manzana de la discordia era cierta figura
pelirroja que acechaba en un rincón. Excepto por la extraña mecha gris, el
cabello de Rey era exactamente el mismo que cuando tenía veinte años.
Reflexioné que, si alguien me hubiera preguntado en aquel entonces,
antes de conocerle, qué aspecto tenía un demonio, lo habría descrito como
Reynard Crisp.
Se había autoinvitado, como siempre. Cuando se trataba de eventos de los
Lovechilde, tenía un sexto sentido. No recordaba que le hubieran enviado
ninguna invitación para ninguno de nuestros eventos, pero aun así siempre
asistía, como si fuera su derecho de sangre.
Manon había contratado a un DJ y el evento pronto se convirtió en una
fiesta de baile.
—Es una gran noche —dijo Savanah—. Si ese no estuviera aquí… —Le
lanzó a Rey una mirada de reojo.
—Sí, bueno… —esbocé una sonrisa tensa.
—No puedes dejar que se quede con todo esto —imploró—. Natalia anda
por ahí diciéndole a la gente que están a punto de hacerse cargo.
Miré a Mark, que estaba a mi lado, y fruncí el ceño. —¿Eso va diciendo?
—Mamá, tienes que hacer algo.
—No dejaré que eso suceda. No te preocupes.
Salí a tomar un poco de aire y Mark se unió a mí. La brisa nocturna era
fresca y me despertaba, y para calmar el presentimiento que se
arremolinaba a mi alrededor, como si estuviera ebria de melodrama, medité
en el océano plateado iluminado por la luna.
Suspiré. —Este es nuestro lugar.
Mark me apretó la mano.
—Tengo que hacerlo. —Hacer esa confesión, incluso en voz baja, fue
como meterse en agua fría y animarse, a pesar de los escalofríos de miedo.
Había estado dando vueltas por un tiempo, pero ahora que se había corrido
la voz sobre la adquisición de Reynard, posponer las cosas ya no era una
opción.
La frente de Mark se frunció. —No puedo perderte.
—Tú eres el que insiste en arriesgarlo todo al regresar a Australia.
—Solo me arriesgo a que me demanden, mientras que tú… incluso si
encontraran pruebas sobre la muerte de Alice serían circunstanciales, solo
podrían acusarte de no informar a las autoridades.
Negué con la cabeza. —No he pensado en otra cosa. Pero debo hacerlo.
¿Es que no lo ves?
Justo cuando estaba a punto de responder, Mark miró por encima de mi
hombro y allí estaba Rey, encendiéndose un cigarro.
Nadie sabía nada de Mark excepto Reynard, por supuesto, así que todavía
respondía al nombre de Cary. Esa era otra conversación incómoda que
tendría que tener con mi familia.
—Hablando del maldito diablo… —murmuró.
Rey debió haberlo escuchado, porque su rostro se iluminó de alegría.
Llevaba a gala ese apodo como jefe de un imperio criminal, disfrutaba de su
propio poder.
—Es todo un acontecimiento —dijo—. Cuando todo esto sea nuestro, es
posible que acabe contratando a Savanah. Está demostrando ser una gestora
de eventos talentosa.
—No recuerdo haberte enviado una invitación —dije.
Él me ignoró. —Mi abogado ha redactado los documentos del traspaso.
—Si me disculpas. —Me fui.
Mark me siguió. —No puedes confesar, Caroline —suplicó de nuevo—.
Retrasaré mi viaje, pero debes prometer que no te entregarás.
Extendí las manos. —Pero, ¿qué más puedo hacer?
—Déjamelo a mí. —Parecía decidido, lo que me hizo querer correr a
algún lado y gritar.
—Es demasiado poderoso, cariño. Demasiados amigos en las altas
esferas. Es intocable.
Declan se acercó. —¿Ha pasado algo?
—Sí. Reynard Crisp —dijo Mark.
—¿Qué hace aquí? —preguntó Declan.
—Ha venido a por sus treinta monedas de plata —respondió Mark
secamente.
Declan parecía desconcertado y molesto al mismo tiempo. No podía
culparle, considerando lo vagas que habían sido mis respuestas a sus
preguntas. —¿Y qué si te presentó a nuestro padre? Esas tierras son una
recompensa demasiado elevada.
—Dadme un momento —dije, con el corazón acelerado—. Y solo tú.
Nadie más.
Declan miró a Mark antes de volver su atención a mí. —Con eso, ¿te
refieres solo a nosotros dos?
Mark tocó mi mano y sus ojos se abrieron ligeramente.
Solté un suspiro entrecortado. —Tiene derecho a saberlo —le dije a Mark.
—Sí, tengo derecho a saberlo —intervino Declan.
Me giré hacia mi hijo. —Solo dame cinco minutos. Iremos a algún lado y
te lo explicaré.
Declan asintió y nos dejó.
El ceño de Mark se hizo más profundo. —No puedes contarle lo de Alice.
Complicará la relación con tu familia.
—Pero tú lo entendiste. Me has perdonado, ¿no? —pregunté, odiando lo
patética que me había vuelto.
—Pero te amo incondicionalmente. —Sus ojos ardieron en los míos y una
lágrima se deslizó por mi mejilla.
Una combinación de temor, frustración y amor intenso, se apoderó de mí.
—Son mis hijos. Tendrán que entenderlo.
—¿Que estuviste involucrada en la muerte de una mujer con la que su
padre estaba comprometido? ¿No lo ves? Generará todo tipo de preguntas y
dudas.
—Pero tú me crees. —Sentí como si alguien me hubiera metido la mano
en el pecho y estuviera estrujándome el corazón.
Él estaba en lo cierto. Después de esto, ¿cómo podría saber mi familia si
yo les decía la verdad?
Besó mi mano y sus ojos penetraron los míos, no de esa manera sugerente
y sexy, sino con un apoyo inquebrantable que en ese momento necesitaba
mucho más que propuestas románticas.
—Por supuesto que te creo —dijo.
Cuando entramos, la risa chillona de Natalia recorrió la gran sala y los
invitados giraron la cabeza hacia ella. Estaba en la pista de baile con sus
amigas, todas agitando los brazos.
—Esto cada vez va a peor. —Negué con la cabeza—. Elysium está
bajando su caché a una cloaca de nuevos ricos.
—Regreso en un minuto. —Mark sostuvo mi mirada como si quisiera
decirme algo importante antes de darse vuelta. Le vi alejarse y las mujeres
se giraron para contemplar su hermosa figura al pasar.
Como una bienvenida distracción del terror de lo que me esperaba, me
permití reflexionar sobre cómo habíamos hecho el amor antes de llegar a la
fiesta.
No le había visto desde hacía dos días, y me llevó apresuradamente al
dormitorio de Merivale, prácticamente me arrancó el vestido nuevo y me
penetró con una embestida dura y profunda que hizo que mis ojos se
llenaran de lágrimas. Su pasión era inquebrantable, como siempre.
Mi corazón estaba lleno de Mark, y por un momento, abandoné mi
creciente angustia para disfrutar de la calidez de nuestra profunda conexión,
aún más profunda ahora que habíamos compartido nuestros oscuros
secretos.
Tomé otra copa de champán mientras reunía el coraje para hablar con
Declan.
Bethany, que había estado inusualmente silenciosa en un rincón con su
novio estrella de rock, eligió ese momento para hacerse notar empujando a
una mujer.
Acababa de pasar junto a Carson mientras iba a hablar con Declan,
cuando él me miró y sacudió la cabeza. —Será mejor que vaya a ver qué
está pasando.
En ese momento, la mujer, que parecía una supermodelo con su buena
apariencia habitual y su figura alta y esbelta envuelta en un vestido de
diseñador, tropezó y cayó al suelo.
Savanah corrió hacia nosotros, casi sin aliento. —Bethany acaba de pegar
a Olivia.
—Ya lo he visto —dije.
—Había estado tan callada y luego pah.
Vimos con horror cómo Carson arrastraba a Bethany lejos de Olivia.
Bethany señaló el rostro de la desventurada Olivia y gritó: —¡Es una
puta!
Puse los ojos en blanco. Por suerte, la música continuó.
Carson llevó a Bethany afuera, mientras su novio Sweeney seguía
bebiendo y charlando como si este tipo de alboroto violento fuera parte de
la fiesta. Tal vez en su ambiente, pero si no hubiera estado agobiada por mis
propias cargas, yo misma habría llevado a Bethany afuera.
Cuando Carson regresó, Bethany intentó volver a entrar, pero la seguridad
le bloqueó el paso.
—Será mejor que hables con su chico —le dije a Carson.
Él asintió. —Aparentemente, Olivia estaba coqueteando con él.
Savanah negó con la cabeza. —Qué cliché. —Miró alrededor de la sala,
donde la gente seguía de fiesta, riendo y bailando, como si nada hubiera
pasado—. ¿Has visto a Manon?
Negué con la cabeza. Mark también parecía tardar un poco en regresar.
Declan se puso a mi lado. Puso los ojos en blanco ante el alboroto.
Mientras Bethany seguía despotricando y delirando, Natalia y sus amigas
suburbanas se apiñaban alrededor del novio estrella de rock de Bethany.
—Es como estar en una discoteca de tres al cuarto —dijo Declan, sonando
más parecido a mí de lo habitual, lo que me hizo sonreír—. Dejémosles así,
¿de acuerdo? —Ladeó la cabeza.
Entramos en una sala de recepción más pequeña, lejos de la multitud.
Me senté en el sofá y me pasé el pulgar por la uña mientras las náuseas
volvían a bailar en mi vientre.
—Conocí a Reynard cuando era extremadamente pobre —comencé—.
Me ayudó a terminar mis estudios y le acompañaba a fiestas donde me
presentaba a algunos miembros de la élite de Londres.
Declan frunció el ceño. —¿Te obligó a prostituirte?
Negué con la cabeza. —No me obligaron a hacer nada que no quisiera
hacer.
Resopló. —Solo necesito saber por qué se considera tu dueño y cómo
podemos evitar que extorsione a nuestra familia.
El sudor se deslizó entre mis omóplatos. No había salida.
Mientras buscaba las palabras adecuadas, un fuerte y desgarrador grito
resonó en el aire.
Los hombros de Declan se desplomaron. —¿Ahora qué?

LA COMISARÍA TENÍA ESA atmósfera fría y hostil a la que


lamentablemente ya me había acostumbrado. Me habían llamado una vez
más para dar otra declaración sobre lo que había sucedido en el Elysium. Y
sin Mark, no tenía a nadie con quien compartir mi angustia. Me había
vuelto muy dependiente de su sabiduría y apoyo.
La mañana después de aquella fatídica fiesta, Mark se fue a Australia,
aunque le rogué que no lo hiciera.
—Iba a ir de todas maneras, Caroline —respondió mientras preparaba su
maleta de viaje.
—¿Adónde te fuiste anoche? Desapareciste…
—No podría permitir que la policía investigara mi vida mientras mi
identidad estuviera en duda —dijo.
—¿Pero no ves que irte deprisa y corriendo a Australia te hace parecer
culpable?
—Me tengo que ir. De lo contrario, perderé mi vuelo. —Me apretó la
mano—. Al menos ya no está. Ahora eres libre, Caroline.
Un suspiro tenso salió de mis labios. —Pero, ¿a qué precio? Estoy a punto
de perderte.
—No he tenido nada que ver con esto. —Me miró profundamente a los
ojos.
Busqué respuestas en su mirada, solo para encontrar sus hermosos ojos
oscuros brillando con un afecto reconfortante. Si creía en Mark era
irrelevante, ¿por qué no podía imaginarme la vida sin él?
Me besó apasionadamente. —Te amo.
—¿Qué le digo a la policía cuando me pregunten por qué te fuiste a toda
prisa a Australia? Alguien les dirá que estuviste en la fiesta.
—Diles la verdad.
—¿La verdad? ¿Cómo fingiste tu desaparición hace tantos años?
—Si eso es lo que quieres… —Su boca se curvó en un extremo. Parecía
que nada le importaba. En cambio yo… estaba hecha un nudo.
A un nivel muy profundo, admiraba su determinación y paciencia. A
diferencia de mí y de mi angustiosa autocompasión, Mark aceptaba la
humillación con aplomo y calma.
Sonrió. —Esta vez, quiero mirar a la cara a mis malas decisiones.
—Malas decisiones que nos unieron.
Asintió lentamente. —La vida está llena de giros extraños. —Luego se
fue.
Un detective trajeado me sacó de mis reflexiones y me hizo señas para
que le acompañara, justo cuando llegaba mi abogado.
Le seguimos a una habitación anodina que era tan gélida como aquel
hombre con ese traje que no le quedaba nada bien, y que me hizo un gesto
para que me sentara.
Mi abogado susurró: —No tienes que decir nada.
—No tengo nada que esconder. —Cuadré mis hombros, metiéndome en
mi papel de mujer dura, que desplegaba cuando me enfrentaba a la
adversidad.
Aunque no estaba segura de adónde nos llevaría este interrogatorio. Me
había ahorrado la tarea casi imposible de admitir la muerte de Alice, dados
los extraordinarios acontecimientos que se desarrollaron como si alguien lo
hubiera coordinado deliberadamente, viniendo a rescatarme de la manera
más espantosa y salvándome de tener que decírselo a mi hijo. Ahora era un
secreto que podía llevarme a la tumba, a pesar de la cicatriz supurante que
pesaba sobre mi conciencia.
—¿Puedes por favor relatar lo sucedido aquella noche? —preguntó el
detective.
—Ya he dado mi declaración a la policía —dije.
—El proceso será más sencillo si simplemente respondes a mi pregunta.
Me estremecí ante su tono brusco. —Estaba en la fiesta del Elysium
cuando mi angustiada nieta vino a mí con la noticia de que Reynard Crisp
había sido apuñalado.
Al darse cuenta de lo sospechoso que parecería todo (Declan y yo
llegamos y encontramos a Mark y a Manon junto al cuerpo sin vida de
Reynard), Declan pautó que deberíamos contar que Manon vino a
contárnoslo primero.
—¿Dónde estabas en ese momento?
—Estaba con mi hijo, Declan.
—¿Alguien puede corroborar eso?
—No estoy segura de si alguien nos vio entrar a la sala de conferencias.
—¿Por qué estabas a solas con tu hijo?
Mi columna crujió levemente mientras me enderecé. —Quería hablar de
negocios familiares lejos del ruido.
—Creo que la víctima era propietaria de parte del terreno contiguo y
dirigía un casino que tenía su propio historial de delitos.
—Salon Soir nunca fue algo que la familia aprobara. Todas sus
actividades estaban relacionadas con Rey y con nadie más.
Me miró fijamente a los ojos, aparentemente tratando de leer más
profundamente entre mis palabras, luego tomó notas. —Entonces tu nieta te
alertó y ¿qué pasó entonces? ¿Fue ella la primera persona en encontrarle?
¿Había otras personas alrededor del cuerpo?
Había hablado extensamente de esto con Manon y Declan aquella noche
mientras esperábamos a que llegara la policía. Sabiendo cómo se verían las
cosas, rápidamente se me ocurrió una versión aceptable de los hechos. Le
pedí a Manon que no mencionara que Mark estaba allí debido a su repentina
desaparición. Declan, gracias a Dios, pudo ver que nada bueno resultaría de
implicar a ninguno de los dos.
Manon mantuvo la cabeza fría y me aseguró que contaría nuestra historia.
¿Lo habría hecho así?
Incliné la cabeza. —Creo que mi nieta fue la primera persona en
encontrarle, sí.
—¿Fue su grito el que escuchaste? ¿Después del cual fue corriendo a
buscarte?
Asentí.
—¿Y entonces qué pasó?
—Encontramos a Reynard en el suelo, sangrando. Declan comprobó el
pulso y descubrió que estaba muerto. Y entonces llamé a la policía.
—Sé que no es una tarea agradable recordar el espantoso estado de su
cuerpo, pero ¿puedes decirme exactamente lo que viste?
—Estaba boca arriba, y creo que la sangre manaba alrededor de su
corazón. —Respiré profundamente, reviviendo cómo había encontrado a
Rey en un charco de color rojo oscuro, oliendo al nauseabundo hedor de la
sangre, un olor parecido al del hierro.
—Sufrió múltiples puñaladas en el pecho, sí. —El hombre tomó otra nota
—. Necesitaremos una lista completa de sus invitados para interrogarles.
—Mi nieta, que organizó el evento, puede proporcionársela.
Me dispuse a levantarme cuando el detective dijo: —Usted también
estuvo implicada en el caso de Alice Ponting.
Un aliento entrecortado raspó mi garganta mientras intentaba mantener
una cara neutra.
Mi abogado susurró: —No tienes que hablar de eso.
Asentí. —Como he dicho repetidamente, no tuve nada que ver con su
desaparición.
La mirada del detective penetró en mí tan profundamente, que sentí que
podía leer la ansiedad que se arremolinaba en mi interior, mareándome.
Abrió otro archivo.
—Lo siento, pero ¿este interrogatorio no era por lo sucedido a Reynard?
—pregunté.
—Creo que está relacionado. Su familia es consciente de su conexión con
la víctima.
Mis palmas se humedecieron. Siguió un silencio sofocante mientras el
detective estudiaba el informe. Tuve que recordarme a mí misma que debía
respirar.
Quería darme un largo baño caliente, luego tomar dos sedantes y dormir.
El dolor de no tener a Mark ahí para apoyarme era peor de lo que había
imaginado.
¿Lo había hecho él? ¿Por qué llegar a extremos tan brutales?
El detective me miró. —El informe muestra que fue asesinada.
Me estremecí. —¿Cómo?
Mi abogado me dio unos golpecitos en el brazo y sacudió levemente la
cabeza.
Sin embargo, por mi propia salud mental, necesitaba saberlo.
—Al parecer, fue estrangulada, según el informe forense. —Me miró con
una leve sonrisa, la más cálida hasta ahora—. Yo no te he dado esta
información.
¿Estrangulamiento?
Finalmente pregunté: —Ah… ¿pueden deducir eso con los restos óseos?
—Hoy en día se pueden deducir muchas cosas.
Una vez más, me miró fijamente y, mientras intentaba mantenerme
aparentemente neutral, los pensamientos y emociones daban vueltas y
chocaban dentro de mí.
Luego vino el alivio.
Saber que no había matado a Alice era como desabrocharme un corsé
asfixiante que había llevado puesto durante toda mi vida. Podía respirar de
nuevo. No lo había notado hasta ese momento, pero realmente nunca había
respirado correctamente. Siempre habían sido respiraciones cortas y agudas
o largas y contenidas, pero nunca una respiración regular.
El detective cerró su cuaderno. —Eso es todo por ahora.
Capítulo 29

Mark

ELISE ESTABA CASI IRRECONOCIBLE. Se había hecho mucha cirugía


estética en la cara, pero en lugar de revertir los estragos del tiempo, la
cirugía le había dejado con un rostro inmutable que hacía difícil mirarla a
esos ojos envejecidos. Cuanto más suave era la piel, más viejos parecían sus
ojos.
Monstruosa era la mejor manera de describirla. Sentí que estaba tomando
alguna medicación potente, dado su estado casi sin vida. Aunque triste, su
catatonia límite significaba que podíamos tener una conversación civilizada.
—Entonces, ¿fingiste tu desaparición para alejarte de mí? —arrastraba las
palabras.
Con una sonrisa tensa, asentí. El sol entraba a raudales por su ventana,
que era de suelo a techo, y fuera brillaba el puerto azul.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —Se levantó con dificultad del sofá y
recogió a su lánguido gato de donde estaba tomando sol.
Me quité la chaqueta. Acostumbrado al aire fresco de Londres, me había
abrigado demasiado. La mayoría de los hombres iban con pantalones cortos
hasta las rodillas, camisetas y gorras de béisbol, intercambiables e
indistinguibles de sus uniformes informales. Esa actitud relajada y
deportiva me resultaba ahora tan ajena como lo podría ser el golf para un
poeta.
—Aún estás muy bien —dijo Elise con un toque de resentimiento.
Busqué en su rostro a la bailarina bonita y de espíritu libre de la que me
había enamorado treinta y tantos años atrás, y en su lugar encontré a una
completa desconocida.
—Gracias. —Acaricié al gato, que saltó del sofá y regresó a la ventana
soleada.
—¿Y por qué ahora, después de todos estos años?
—Quiero el divorcio. Tengo intención de casarme de nuevo.
Sonó mi teléfono y cuando vi que era Caroline, le puse a Elise una sonrisa
de disculpa. —¿Puedes disculparme un momento?
—Tómate tu tiempo. —Encendió un cigarrillo.
Salí al balcón de Manly. A lo lejos vi barcos, botes, yates, surfistas y
nadadores. Allí siempre había más actividad dentro del agua que fuera, a
pesar del interminable flujo de runners. La vida estaba en pleno apogeo.
Parecía que el sueño no pasaba por esta ciudad.
Respondí a la llamada. —Hola.
—Oh, Markus. —Ella suspiró.
La atractiva voz de Caroline hizo maravillas con mi estado de ánimo, que
hasta ahora había estado estancado entre el miedo y el desconcierto.
—¿Pasa algo? —pregunté.
Exhaló ruidosamente. —¿Por qué no estás aquí?
—¿Ha ido la policía por allí?
—Acabo de salir de la comisaría.
—¿Más preguntas sobre la muerte de Crisp?
—Sí. Sin embargo, he descubierto algo que me ha animado un poco. Solo
desearía tenerte aquí para contártelo en persona.
—¿El qué?
—Prefiero no hablar de esto por teléfono. Pero baste decir que me acabo
de quitar un gran peso de encima. ¿Cuándo volverás a casa?
—Pronto. Lo prometo, mi amor.
—¿Soy eso? —preguntó, sonando infantil y excitante al mismo tiempo.
—Eres más que eso, Caroline. —Hice una pausa—. Estoy ahora con
Elise.
—Ah… —Siguió una larga pausa—. ¿Sigue siendo atractiva?
—No. Para mí solo existes tú. Y solo estarás tú. Quiero estar contigo para
siempre y espero que tú todavía quieras lo mismo.
—Quiero que me entierren junto a ti, Mark.
Las lágrimas brotaron de mis ojos. Había sido una semana muy intensa.
—Tengo que dejarte. ¿Podemos hablar esta noche por Zoom?
—Oh, me encantaría. Dime hora, tu noche es mi día.
—Lo haré.
—Espero que no te encierren —dijo.
—No. No tienen nada contra mí.
Resopló un poco. —Te refieres a las autoridades australianas, ¿no?
—¿A quién si no?
—Hablemos más tarde.
—De acuerdo, mi amor. —Colgué y respiré profundamente aspirando el
aire del mar, mientras el sol de la tarde me quemaba la cara.
Me fui de Inglaterra a la mañana siguiente de que Reynard apareciera
muerto. La policía me llamó y me dejó un mensaje, pero no me atreví a
devolverles la llamada.
Capítulo 30

Caroline

—LA POLICÍA ME TOMÓ las huellas dactilares y creen que fui yo —dijo
Manon, paseando por mi oficina.
Agité la mano. —Siéntate. Me estás poniendo nerviosa.
Ella se desplomó en el sillón. —Me estoy volviendo paranoica. Todavía
estoy luchando con las secuelas de verle tirado en ese charco de sangre.
Drake, que estaba sentado en el sofá, dijo: —Deberías hablar con ese
psicólogo del que te hablé. —Me miró—. He estado tratando de
convencerla para que vea uno.
Manon frunció el ceño. —No. Los odio. Me preguntarán sobre mi pasado
y ya no hablo de eso. La abuela está mejor. Y tú también. —Ella le dedicó
una sonrisa amorosa.
—A mí también me tomaron las huellas dactilares —dije con seriedad.
—¿De verdad? Pero estabas con Declan en ese momento —dijo Manon.
Me encogí de hombros. —Es un procedimiento estándar, cariño. Les
ayuda a aislar el ADN.
—Pero mi ADN podría estar ahí. El cuchillo era de la cocina. Cualquiera
podría haberlo tocado.
Asentí. Este caso estaba lejos de terminar, a pesar de mi alivio al saber
que yo no había sido responsable de la muerte de Alice. Al menos no
directamente. Pero con la policía merodeando y las crecientes preguntas
sobre Mark, volví a tener insomnio.
—Natalia ni siquiera derramó una lágrima —continuó Manon—. Sin
embargo, va diciendo por ahí que es la legítima propietaria de Salon Soir.
Sí, aún tenía que lidiar con la joven y fogosa viuda de Rey. Recordé con
gran disgusto el vulgar vestido que dejaba al descubierto su trasero
redondeado de colágeno que había usado en la fiesta de Elysium aquella
noche
Sin embargo, aunque Rey había estado protegido en sus muchas
actividades ilegales, imaginé que Natalia no disfrutaría del mismo
privilegio. Una vez que las aguas se calmaron, eliminar aquel antiestético
casino (y sus clientes de mala muerte e incultos que pululaban por Elysium)
pasó a la parte superior de mi lista de tareas.
Me giré hacia Drake. —¿Qué has averiguado sobre los hermanos de
Natalia?
—Todos son legales. Las autoridades son conscientes del tráfico de
drogas, pero todo es cuestión de pillarles con las manos en la masa. Creo
que es solo cuestión de tiempo.
—Bien. Quiero que ese lugar desaparezca.
—No puedo creer que les hayan permitido funcionar durante tanto tiempo
—dijo Drake.
—¿Qué tenemos? —Declan había llegado, seguido por Ethan y Savanah.
Me levanté. —¿Por qué no vamos a la sala familiar y tomamos el té de la
tarde?
Cuando salí de la habitación, Declan me llevó aparte. —¿Lo arreglaste tú
o lo hizo Mark?
Lo estudié de cerca. —¿Cómo sabes que se llama Mark?
—Nos contó toda la historia.
—A 'nos', ¿te refieres a Ethan, Savanah y Manon?
—A todos nosotros. —Alzó la ceja.
—Espero que no se lo reproches.
—Si tú le aceptas a pesar de las mentiras, ¿quiénes somos nosotros para
juzgarle?
Noté un atisbo de condena en su tono. —Pues no suenas muy convencido.
Exhaló. —Madre, todo esto ha sido una montaña rusa para ti. Primero,
Will implicado en el asesinato de nuestro padre y luego Cary se convierte
en Mark, un hombre que fingía su identidad. ¿Qué opinas?
—Lo sé. —Suspiré—. La vida nunca ha sido un camino recto para mí.
Los obstáculos a veces se convierten en ventajas y viceversa.
—¿Estás hablando de esa misteriosa deuda que tenías con Crisp?
—Ven. Vamos por un poco de té. —Una sonrisa tensa tembló en mis
labios.
¿Mi familia necesita saberlo todo?
Justo cuando esa pregunta se filtraba en mis pensamientos, un tornado con
la forma de Natalia arrasó el pasillo. Agitando una carta, empujó a Janet y
casi tira al suelo a la pobre mujer.
—¡Oye! —espetó Declan con autoridad—. Cálmate.
—No me calmaré hasta haber hablado con ella. —Natalia me señaló con
el dedo.
—Entonces será mejor que entres y bajes el tono —dije.
Después de dirigir a la agitada mujer a mi oficina, me giré hacia Declan.
—Quédate.
Manon, que estaba cerca, entró también.
—Ella no —exigió Natalia.
Asentí a mi nieta, quien puso los ojos en blanco y se fue.
—¿No quieres sentarte? —Señalé el sillón junto a mi escritorio.
Natalia se sentó y cruzó las piernas, que llevaba algo apretadas dentro de
una falda ceñida. Si bien podría haber heredado un imperio, Natalia aún
tenía que aprender el código de vestimenta de los súper ricos.
Dejó caer una carta sobre mi escritorio. —Estoy segura de que usted hizo
que lo asesinaran —anunció.
—Creo que eso lo deciden las fuerzas del orden —dijo Declan.
Se giró y le lanzó una mirada penetrante antes de volver a prestarme
atención. —Él escribió esto, y estoy segura de que a la policía le interesará.
He hecho copias.
Había traído el original, lo cual no fue nada inteligente, pero no estaba
dispuesta a educarla sobre cómo administrar un imperio.
La carta decía:
A quien pueda interesar.
En caso de que me asesinen, ya que imagino que hay algunos que quieren
verme muerto, esta carta póstuma revela algunas verdades ocultas sobre
Caroline Lovechilde.
Respiré e hice una pausa. Al parecer, ese bastardo había decidido
arrastrarme con él.
Caroline Lovechilde, o Carol Lamb, como se la conocía, mató a Alice
Ponting. Yo la ayudé a limpiar aquel desastre. Este trágico acontecimiento
le permitió casarse con un miembro de una de las familias más ricas del
Reino Unido. Alice era la prometida de Harry Lovechilde.
Siendo yo una persona que no deja pasar una oportunidad, hice un pacto
con la recién casada Caroline Lovechilde para que me legase una parcela de
tierra, concretamente el terreno donde ahora se encuentra el complejo
Elysium, y las tierras de cultivo contiguas, a cambio de mi silencio.
Me comprometo a que la transferencia continúe en consecuencia a
nombre de mi legítima esposa. O, como portadora de esta carta, que
contiene fechas y detalles necesarios como prueba, Natalia Crisp tiene
pruebas suficientes para que Caroline Lovechilde sea acusada del asesinato
de la iba a ser esposa de Harry Lovechilde.
Dejé la carta y miré a Natalia a la cara. —Será su palabra contra la mía.
Natalia se levantó y se puso junto a mi escritorio. —Eso es una tontería y
lo sabes. Lo hiciste, tal como él dijo.
—Cálmate —dijo Declan, antes de mirarme con interrogación en sus ojos.
Natalia frunció el ceño. —No eres mejor que cualquiera de nosotros. Peor
aún, porque asesinaste a la prometida de tu difunto marido y por eso has
estado viviendo la gran vida aquí, en Downton Abbey, todos estos años.
Sus palabras actuaron como un látigo sobre piel desnuda. Hice una mueca
cuando ella expuso mi secreto, largamente guardado, y desató un monstruo
a pesar de la versión falsa de los acontecimientos de Reynard Crisp. El ateo
confeso claramente no creía en el juicio final y se llevó sus mentiras a la
tumba.
Declan se había quedado pálido. Se giró hacia Natalia. —Necesito hablar
con mi madre. A solas.
Levantando la barbilla con insolencia, se tambaleó sobre sus tacones altos
hasta la puerta. —El traspaso continuará y luego destruiré la carta.
Me dejé caer en mi silla, obsesionada con la carta que tenía ante mí,
garabateada por un hombre educado en la calle en lugar de en una escuela,
donde la escritura limpia era tan fundamental como el alfabeto básico.
Todo tipo de pensamientos inundaron mi cerebro, sobre cómo me habían
engañado cuando era adolescente, haciéndome creer que aquel hombre era
educado y sofisticado, cuando su único talento era hacerse pasar por un
hombre de mundo.
—¿Es eso verdad? —preguntó Declan.
—Yo no maté a Alice. —Me acerqué a la ventana, donde un cielo
amenazador revelaba el malestar de la naturaleza. Las gaviotas luchaban a
través de vientos turbulentos, al igual que las emociones del vendaval que
se arremolinaba en mi interior.
Respiré hondo y encaré a mi hijo. —Tenía veinte años. Ella había estado
bebiendo y me acusó de coquetear con Harry. Alice me estaba señalando a
la cara y actuando agresivamente, así que la empujé. Tropezó, cayó al suelo
y perdió el conocimiento.
—¿Por qué no llamaste a una ambulancia?
—Rey me hizo creer que estaba muerta. Acabo de descubrir que me
mintió. —Contuve el aliento—. Pensé que estaba muerta, Declan.
—Si hubieras llamado a la policía, como deberías haber hecho, todavía
seguiría viva.
—Pero tú no existirías, entonces —respondí.
Nuestros ojos se encontraron. Sí, era una maraña de contradicciones.
Manon llamó a la puerta y entró.
—Ahora no —dijo Declan.
Suspiré. —No, déjala quedarse.
—Está todo en esa carta, imagino… —preguntó.
Asentí, retorciéndome, con la esperanza de que no me pidiera leerla.
—Entonces es incriminatoria. Será tu palabra contra la de un muerto.
—Un hombre muerto que dirigía un imperio criminal. —Mi boca formó
una línea apretada—. Ha traído la carta original, de la que ahora estoy en
posesión.
—Entonces quémala y dile que se vaya a la mierda. —La boca de Manon
se torció ligeramente—. Lo siento.
—No. Probablemente no sea mala idea. —Declan suspiró—. No sé qué
pensar. Siempre sospechamos algo, pero no de este calibre.
No podía soportar la idea de que mi hijo me viera como una asesina. —
Alice fue estrangulada —dije al fin.
—¿Cómo sabes eso? —Frunció el ceño.
—El detective que me interrogó me dijo el resultado del informe forense.
No soy una asesina, Declan. Fue simplemente un terrible accidente. —
Negué con la cabeza—. Confié en Reynard cuando dijo que Alice estaba
muerta. Yo era joven y estaba asustada. Me convenció de que marcharme
era mi única opción, que de lo contrario mi nombre y mi reputación
quedarían manchados para siempre.
Siguió un largo y doloroso silencio.
—¿Me crees? —Mi voz se quebró—. He tomado algunas decisiones
terribles en mi vida, pero nunca he recurrido al asesinato.
—Te creo, abuela. —Manon me rodeó con el brazo—. Podemos resolver
esto. Destruye la carta. Estoy segura de que podemos encontrar trapos
sucios de Natalia. —Su rostro se iluminó—. Se me ocurre algo. Las niñas
menores de edad. Yo estaba allí, tengo imágenes.
—¿Pero eso no te implicará? —preguntó Declan.
El aliento atrapado en mi pecho salió al desviarnos del tema de la muerte
de Alice.
Manon frunció el ceño. —No me importa. Si eso acaba con Natalia y sus
hermanos, entonces vale la pena acudir a los tribunales. Además, los
hermanos trafican con drogas. Drake todavía tiene las imágenes del tiroteo.
No puedo entender cómo Crisp se salió con la suya.
—Rey tenía una extensa red de hombres poderosos de su lado —dije.
—Entonces tendremos que echarles toda la mierda posible, porque no hay
manera de que consigan esas tierras —dijo Declan, levantándose—. Creo
que es mejor que nos guardemos esto para nosotros, por ahora.
Me volví para mirar a mi hijo. —Por favor, di que me crees. —Mi boca
tembló mientras las lágrimas ardían en el fondo de mis ojos.
Su leve asentimiento ayudó a aliviar parte de la tensión en mis hombros.
Le había forzado al borde de lo moral y no podía culpar a Declan por tener
que lidiar con este nuevo conflicto.
Declan agregó: —Creo que debemos convocar una reunión con Drake y
Carson para encontrar una manera de atrapar a los hermanos con las manos
en la masa.
—¿Qué pasa con Natalia? Es heredera de una enorme fortuna. No se irá
tan fácilmente —dije.
—Déjamela a mí —dijo Manon—. Tengo algunas ideas. Recuerdo a un
par de niñas que eran menores de edad. Revisaré mis archivos.
—¿Guardaste notas? —pregunté, impresionada por el ojo de mi nieta para
los detalles.
—Me quedé con todo. —Sonrió—. Como un seguro.
—¿Por qué no usaste eso contra Crisp cuando todo explotó contra Drake?
—preguntó Declan.
Manon se encogió de hombros. —Se me acaba de ocurrir. Y no quería
lidiar con la ley. Pero ahora no me importa. Haré cualquier cosa para
mantener a la abuela a salvo y deshacerme de esa escoria.
Declan asintió. —Haremos una reunión mañana. Trae lo que tengas y
trabajaremos para deshacernos de esa familia. —Me miró—. ¿Alguna
información sobre quién le asesinó?
Negué con la cabeza.
—Me interrogaron —dijo Manon—. Ojalá la tuviera.
—Y Cary... quiero decir, ¿Mark? —Declan me miró.
Fruncí los labios. —Él no habría usado un cuchillo. Ni siquiera puede ver
películas violentas sin apartar la mirada.
—Ya veo… —Declan se frotó el cuello—. ¿Un sicario?
—No lo sé, Declan. Estoy segura de que tenía muchos enemigos.

SE ORGANIZÓ UNA CENA familiar para celebrar el cumpleaños de


Carson y el comedor resonó con charlas, risas, niños enérgicos y niños
pequeños curiosos. La vida continuaba, a pesar de las investigaciones
policiales y del chantaje que pesaba sobre mi cabeza.
Mientras observaba a mi familia hablando unos con otros y burlándose,
como siempre hacían, casi llegué a creer que el último mes no había
existido.
Todo había quedado arrasado en una sola noche.
Si tuviera alguna manera de hacerle comprender eso a la disonancia que
zumbaba en mi interior y que ni siquiera el vino de calidad podía acallar…
De hecho, nada parecía vencer mi incesante retorcimiento, exacerbado por
la ausencia de Mark.
—¿Quién le ha dado a los niños bebidas azucaradas? —preguntó
Savanah, corriendo detrás de su hijo, que se contoneaba para evitar que
destruyera un jarrón oriental.
—¿Cuándo volverá Mark? —preguntó Ethan.
—No estoy segura. —Di una breve respuesta. Mi familia no necesitaba
saber cuánto le echaba de menos. Esas pocas semanas sin él me habían
parecido ya un año entero.
Incluso había contemplado viajar a Sydney. Si no hubiera estado tan
consumida por las investigaciones policiales, los abogados y los complots
para sacar a la luz el pasado de Natalia y sus hermanos, lo habría hecho.
—¿Qué está haciendo en Australia? —preguntó Theadora.
—Está recuperando su identidad.
Mirabel asintió. —Es tan radical, desaparecer así.
—Sucede más de lo que piensas —dijo Ethan—. Hace poco leí que
después de grandes catástrofes, algunas personas, principalmente hombres,
escapan de sus vidas fingiendo la muerte.
—Supongo que es la salida de alguien que tiene miedo —añadió Savanah.
Me quedé en silencio. Sí, sabía lo que parecía, pero como había
descubierto, las decisiones tomadas en los momentos desesperados, rara vez
parecían motivos claros cuando uno reflexionaba sobre las razones detrás
de ellas.
Al día siguiente, concerté una reunión para hablar sobre la vigilancia las
24 horas del día de Salon Soir y qué medidas podríamos tomar para hacer
cumplir la ley.
—¿Viste el material que te envié? —preguntó Manon.
Asentí y dirigí mi atención a Declan, a quien se lo había pasado.
—Las autoridades preguntarán por qué no les informaste en ese momento
—dijo, mirando a Manon.
Drake tomó su mano, mostrando su apoyo. Ella asintió
tranquilizadoramente. —He decidido limpiar mi conciencia, imagino…
—Podría meterte en problemas —reiteró Declan.
—No me importa. —Cuadró los hombros y me mostró lo que era el
coraje.
Drake no compartía su determinación, al parecer, por lo que pude deducir
al ver su ceño fruncido.
Carson se unió. —Savvie mencionó que la policía estaba husmeando en
Elysium. Han estado hablando con todo el personal.
—Eso era de esperar —dije.
Después de hablar extensamente los diferentes métodos de vigilancia,
todos se fueron, menos Manon, a quien le había pedido que se quedara.
Drake le susurró algo a su esposa, probablemente expresando sus
preocupaciones, antes de irse.
—Realmente no tienes que implicarte de esta manera —le dije.
—Estoy decidida a hacerlo. He contactado con una de las chicas que
estaba ilegalmente, pero ya ha regularizado su situación. —Sonrió a medias.
Jugueteé con mi bolígrafo dorado. —¿Cómo la has localizado?
—Recordé que me había contado algo sobre que quería trabajar en un
salón de manicura de Londres.
—Ah… Aunque te lo diría hace bastante tiempo.
—Lo sé. De todos modos, me puse en contacto con todos los centros de
manicura de Londres y sus alrededores y la encontré.
Impresionada por la tenacidad de Manon, sonreí. —Has desperdiciado tu
vocación como detective.
—Me encantó hacerlo. —Se encogió de hombros—. Entonces, encontré a
Tania. Los hermanos de Natalia la habían introducido clandestinamente en
Inglaterra. Natalia la conoció en Serbia y le prometió un viaje seguro y una
nueva vida aquí. Le dijo que una amiga tenía un negocio de uñas, lo cual
era cierto. —Hizo una pausa—. Pero luego Tania se vio obligada a subastar
su virginidad en Rouge. Tramitaron sus papeles, pero a un costo enorme.
Todavía tiene cicatrices emocionales, no puede acercarse a los hombres.
Aunque pagó por ella, el hombre que la compró la violó repetidamente.
—¿Y ella testificará después de todo eso? —pregunté, perturbada por lo
que había escuchado.
—Le ofrecí montar su propio negocio de uñas.
—Pero si Natalia se entera de eso, podría conseguir que la deporten.
—No quiere oír hablar de eso. Tania me ha prometido que esperará hasta
que echen a Natalia.
—¿Qué la echen? Es la viuda de Rey. Las autoridades no la deportarán.
—Es una criminal, abuela. Sus hermanos no solo trafican con drogas, sino
también con personas. Y es más, Tania tiene muchas ganas de denunciarles.
—¿Por qué no lo ha hecho antes? —pregunté.
—Tenía miedo de que la deportaran.
—¿Y no podría ser una posibilidad?
—He hablado con un abogado de inmigración y, aparentemente, si a ella
se le ha otorgado la ciudadanía a través de los canales adecuados, no pueden
hacerlo, a menos que se haya cometido un delito.
—¿Y cómo consiguió los papeles? Pensaba que el hombre que la compró
se los habría facilitado.
—No. El dueño del negocio de uñas lo hizo al ver que era una buena
trabajadora.
—Bueno, entonces está a salvo. —Asentí lentamente—. Buen trabajo. Lo
único... ¿estás segura de que quieres pasar por todo esto?
—Sí.
Me acerqué a ella y le di un cálido abrazo. —Eres una mujer
impresionante, Manon. Astuta, de fiar y más inteligente que la mayoría de
las personas de tu edad.
Ella se separó, sus ojos brillaban de emoción. —Gracias, abuela. Eres mi
heroína.
Compartimos una sonrisa conmovedora y la cogí de la mano. Sí, ella se
había convertido en mi favorita, de acuerdo.
Capítulo 31

Mark

LA COMISARÍA DE POLICÍA de Sydney daba al puerto, lo que no era


inusual en aquella ciudad. Al menos las vistas panorámicas al mar fueron
uno de los placeres que estaba disfrutando de este viaje, junto con el aire
limpio, el cielo soleado y la arena suave donde hundir los pies.
Sin embargo, extrañaba Inglaterra como extrañaría a un amigo erudito,
ocasionalmente cascarrabias e ingenioso. También extrañaba a Caroline
como nunca hubiera imaginado que fuera posible. Antes de conocerla,
siempre me había identificado como alguien independiente y que disfrutaba
de su soledad.
El agente me condujo a una habitación. —Entra ahí, por favor.
Llegó un hombre trajeado, murmuró su nombre, encendió una cinta y
atacó directamente. —Saliste de Inglaterra cuando te aconsejaron
expresamente que no lo hicieras.
Le miré a los ojos. —No me acusan de nada.
—No. Pero estuviste presente la noche de un asesinato. —Miró sus notas
—. En un evento organizado por la familia Lovechilde, a la que estás
afiliado como socio de Caroline Lovechilde. ¿Es eso correcto?
Asentí.
—Se le pidió que proporcionara muestras de ADN y querían tomarle las
huellas dactilares, pero creo que huyó a Australia a la mañana siguiente.
—Tenía reservado ya el billete. No estaba dispuesto a perder mi asiento.
—Es una señal de alerta para las autoridades que se vayas con tanta prisa.
—Como ya he dicho, tenía reservado el pasaje antes del evento.
—Las autoridades de Londres me han ordenado que le tome el ADN y las
huellas dactilares. —Me inmovilizó con una mirada prolongada, buscando
perfilarme, imaginé.
Me rasqué el brazo donde me habían atacado los mosquitos. La humedad
y los mosquitos eran cosas que no echaba de menos de Sydney.
—Eres el principal sospechoso, ¿te das cuenta?
Ignorándolo como si acabara de acusarme de una infracción de tráfico,
extendí las manos. —Me imagino que asistieron muchos invitados que
calificarán como posibles sospechosos. Reynard Crisp no era precisamente
muy querido por allí.
El detective me miró de nuevo, otra mirada larga y dura, esperando que
yo flaqueara. Pero no lo hice. Lo único que me inquietaba era que Elise
jugara conmigo, negándose a firmar los papeles del divorcio.
Finalmente dijo: —Está bien, eso es todo por ahora. Te tomarán esas
muestras en un momento, después de lo cual deberás informar sobre todo
tus movimientos.
—Tengo la intención de regresar a Inglaterra el fin de semana —dije.
El asintió. —Eso será todo por ahora.
Después de que me tomaran una muestra de la mejilla y me estamparan
las huellas dactilares, me fui con la cabeza llena de pensamientos
dramáticos.
Elise había exigido que la viera en persona, a pesar de mi sugerencia de
que a partir de ese momento me comunicaría a través de un abogado.
La factura legal era otra cuestión. Caroline había insistido en que usara
esa generosa línea de crédito que ella me había proporcionado. Si bien mi
identidad anterior podría haber sido capaz de enterrar su cabeza en un libro,
ahora que me había despojado de esa farsa, todo este acuerdo de hombre
mantenido no me sentaba tan bien.
Entré en un pub, pedí una pinta fría y me senté en la terraza para poder
tomar el sol y disfrutar de la vista de postal del ondulante puerto.
Un enorme crucero se dirigía a atracar y fantaseé con estar en él.
¿Cuándo se volvió la vida tan complicada?
Justo cuando ese pensamiento flotaba sobre mí, como el yate deslizándose
en el agua, un par de hombres muy tatuados se detuvieron en una mesa
junto a la mía.
Mientras seguía bebiendo mi cerveza, perdido en mis pensamientos,
escuché a uno de ellos decir: —Entonces, amigo, ¿crees que le expulsarán
tres semanas? ¿Solo por una jodida entrada?
Y ahí estaba, Australia y sus obsesivos fanáticos del fútbol. Los
londinenses tenían una fijación similar por el fútbol, pero creo que los
aficionados más bestias eran sin duda los de mi antiguo país de residencia.
—No sé, amigo. Para mí es una puta broma, si te digo la verdad.
Podría haberme cambiado de mesa, y me entraron muchas ganas de
hacerlo, pero eran tipos grandes y corpulentos. Sus cuellos eran tan gruesos
como sus cabezas y no estaba dispuesto a ofender a nadie.
Un par de chicas se unieron a ellos. También tenían tatuajes y olían como
un mostrador de perfumes baratos. Con sus labios carnosos, pantalones
cortos diminutos y blusas escotadas, parecían un anuncio con patas de
cosméticos. Imaginé que se habían enterrado en tanto producto, que incluso
sus almas estaban recubiertas de polímeros.
Y ahí estaba mi cínico interior. Era yo el que tenía mucho por lo que
sentirse oscuro.
Elise.
¿Por qué no firmaba los putos papeles? Si quería, podía prolongar todo
esto como forma de represalia.
Las chicas se rieron a carcajadas. —Eso es jodidamente cierto. Y ni
siquiera es heterosexual.
Tenía que dejar de escuchar sus conversaciones, pero ¿cómo podría no
hacerlo cuando estaba literalmente al lado de unos personajes tan
importantes? Todos en este lugar parecían ir con un letrero de neón. Por la
noche, la zona daba sensación de peligro, como si el partido de fútbol
hubiera salido del estadio y se estuviera desarrollando en las calles.
Por ahora, tenía que enfrentarme a Elise. No literalmente, ya que el
contacto físico era lo más alejado que tenía en mente. Solo había una mujer
a la que no me habría importado abordar (de la manera más amigable) y esa
era Caroline.
—Ella se va a casar con él. ¿Te lo puedes creer? —dijo la chica rubia—.
¿Después de la orden de alejamiento? Pero si acabó en el puto hospital.
—Aunque es atractivo —dijo la otra chica.
Tuve que irme antes de que el día se volviera más sombrío, a pesar del
brillante sol.
De una escena dantesca a otra, me dirigí a la casa de Elise, en Manly. El
viaje en ferry fue agradable mientras me tomaba otra cerveza.
Mi teléfono sonó. Caroline.
—Oh, Mark, esto es una locura.
—Por allí siempre suceden locuras. Ese es uno de los muchos encantos de
Merivale. —Me reí.
—La policía nos merodea como buitres sobre un cadáver.
—Está bien, buena metáfora. ¿Supongo que no estamos hablando del
funeral?
—Eso es el sábado. No quiero ir, pero debo hacerlo. Habrá alguien allí a
quien espero ver.
—Ah…
—Un viejo conocido que viene de Alemania para asistir al funeral.
—Bueno. ¿Y qué significa eso?
—Significa que podría tener respuesta a una pregunta que podría llevar a
la policía en otra dirección, o al menos eso espero.
—Hablando de eso, me acaban de tomar las huellas dactilares. Al parecer,
soy sospechoso.
—Todos lo somos, cariño. —Suspiró.
—Es agradable escuchar tu voz. —Su tono refinado era música para mis
oídos.
—Después de escuchar el dichoso acento australiano durante los últimos
días, escucharte es como escuchar el canto nocturno de un mirlo.
—Dices unas cosas tan bonitas. —Se rio entre dientes—. Te echo de
menos, Markus. ¿Habéis firmado los papeles del divorcio?
—No exactamente.
—¿Ella no está cooperando?
—No estoy seguro. Me voy a visitarla ahora.
—¿Volverás el sábado? ¿Aunque ella no firme?
—Vuelvo enseguida. Lo dejaré en manos del abogado.
—He aumentado tu límite de crédito, cariño.
Resignado a aceptar su dinero a pesar de mis dudas, suspiré. —Gracias,
Caroline. No sé cómo te lo voy a devolver.
—Oh, se me ocurren algunas formas. —Una sonrisa brilló a través de sus
palabras.
Me reí. —Soy un poco mayor para ser tu juguete.
—Nada de eso. Eres más viril que los hombres que tienen la mitad de tu
edad.
—¿Ah sí? ¿Y cómo sabes tú eso? —pregunté.
—¿Son celos lo que escucho?
—Normalmente no soy celoso, pero odiaría que otro hombre te tocara.
—Entonces será mejor que regreses.
Caroline y su considerable apetito sexual. No podía imaginarla sin
actividad por mucho tiempo. —¿Y si no? —tuve que preguntar.
—O nada, cariño. Después de ti, no puedo imaginarme a ningún hombre
haciéndome sentir como tú lo haces.
Exhalé. Sentía lo mismo. —Sí, encajamos bien, ¿verdad?
—Oh, lo hacemos. En gran medida.
Me reí.
—Por favor, vuelve rápido.
—Hasta el sábado.
—No puedo esperar.
No pude resistirme a agregar: —Asegúrate de llevar ese conjunto rojo de
encaje que llevabas antes de que me fuera. —Mis pantalones se ajustaron,
pensando en ella con la escasa lencería.
—Tengo algo aún mejor.
—Me estás poniendo muy caliente.
—Y tú a mí.
Le lancé un beso al teléfono y sonreí por primera vez en ese día.

ELISE ABRIÓ LA PUERTA en camisón.


Miré mi reloj. Eran las seis de la tarde. —Acabas de levantarte de la
cama.
—No. Pero voy a irme pronto a dormir. —Me lanzó una sonrisa pícara y
tuve una sensación de angustia.
No necesitaba ser demasiado perspicaz para ver sus intenciones.
—Bueno, ¿querías verme? —pregunté.
Elise encendió un porro, dio una calada profunda y me lo pasó. Negué con
la cabeza.
Parecía decepcionada. —Nunca despreciabas uno en el pasado.
—No lo hacía, no. Pero ya no hago esas cosas.
—Según recuerdo, eras un hedonista de cabo a rabo.
Me reí de esa ridícula exageración. —Sí, recuerdo muchos días sin comer.
—No me refiero a la comida. Me refiero a coños, drogas, alcohol... Nunca
tenías suficiente. ¿Recuerdas esa noche que te la chupé debajo de la mesa
de una elegante discoteca?
¿De esto iba la cosa? ¿De recordar el pasado?
Me encogí de hombros. —Bueno, éramos jóvenes y salvajes.
—Pero fue divertido. Nos divertimos, ¿no?
—Claro.
Continuó fumando, perdida en sus pensamientos por un momento.
—¿Qué quieres, Elise? —Fui directo al grano. Quería que esta fuera mi
última visita.
—Quería verte de nuevo. Charlar. Ya sabes, hablar de los momentos
divertidos.
Sus ojos tenían una pizca de picardía. Reconocí ese aire que emanaba,
como el que tenía en el pasado durante sus episodios, cuando pasaba de la
risa al baile, y a ofrecerme su cuerpo de cualquier manera, a montar un
berrinche en un suspiro.
Se levantó. —¿Puedo ofrecerte algo?
—No. Estoy bien. ¿Por qué me has hecho venir aquí, Elise?
Bajó los labios e hizo un puchero como un niño al que regañan. —¿No
estás feliz de verme?
Puse los ojos en blanco. —Elise, ¿firmarás los papeles del divorcio?
—Tal vez lo haga, tal vez no.
Suspiré. —Está bien, lo entiendo. No me fui de la mejor de las maneras.
Se rio sarcásticamente. —Eh… sí. Podría decirse así. Fingiendo tu
muerte… Lloré hasta la saciedad, joder.
—Lo siento mucho. ¿Qué puedo hacer para reparar el daño? —Si alguna
vez me arrepentí de haber hablado de más, fue en ese momento. ¿En qué
estaba pensando al preguntar eso?
Dejó caer su camisón y se quedó completamente desnuda delante de mí.
—Puedes empezar follándome, supongo.
Puse los ojos en blanco. —Estoy con alguien.
Su risa chirriante me arrastró. —Eso nunca te ha detenido. ¿Recuerdas la
noche que te encontré acariciando las tetas de Belinda? ¿Y luego en la cama
con mi prima de diecisiete años? ¿Recuerdas eso?
—Lo sé. No fue mi mejor momento.
—Eras un jodido maníaco sexual. Entonces, fóllame. ¿O es que esa gran
polla tuya ya no funciona?
Antes de que pudiera decir algo, se puso de rodillas, me bajó la cremallera
y empezó a frotar mi pene.
La aparté. —Oye, no.
—Oh. Te has vuelto un frígido.
Caminé hacia la puerta. —Me voy.
—Entonces no firmaré.
—Bien.
Cuando llegué a la puerta del edificio, Elise gritó desde su balcón: —Voy
a demandarte por daños emocionales.
Una pareja que entraba en esos momentos, me miró como el que mira a
un monstruo.
Les lancé una sonrisa tímida y me alejé.
Lo intenté y fallé. Tendría que recurrir al dinero. Y tendría que ser muy
generoso, imaginé, en efectivo.
Capítulo 32

Caroline

COMO ERA DOMINGO, HABÍA organizado un almuerzo junto a la


piscina para que la familia celebrara el regreso de Mark. Una distracción
necesaria, dada la tensión que nos rodeaba.
Los detectives continuaban rodeando a la familia, prolongando la agonía
del escrutinio mediático que este caso había atraído. Y ahora que Mark
había regresado a Inglaterra, la policía tenía una molesta tendencia a llegar
sin avisar para realizar más interrogatorios.
Finalmente, no había conseguido el divorcio, pero podía vivir con eso.
¿Qué era el matrimonio, al fin y al cabo?
—Podría probar con el soborno —dijo Mark mientras nos vestíamos para
el almuerzo.
—No. Parece que está desquiciada y solo conseguiríamos provocarla más
con eso.
—Me ha demandado, ¿sabes? Recibí un correo electrónico al llegar aquí.
—Se mordió el labio y todo en lo que pude pensar era comérmelo a besos.
Este hombre tenía alteradas mis hormonas. Incluso con todo el drama que
estábamos viviendo, mi cuerpo se aceleraba al tenerle cerca.
—No dejes que esto te preocupe. —Sonreí—. Es un placer tenerte de
vuelta.
—Ahora que he vuelto, me gustaría volver a dar clases.
Fruncí el ceño. —¿De verdad quieres volver a vivir en Londres? —Mi
corazón se hundió al pensar que no estaría en Merivale.
Como si leyera mi mente, añadió: —Había pensado en solicitar una plaza
en alguna universidad cercana a Bridesmere.
—Pero no es necesario, Mark. ¿Por qué no te centras en terminar el libro?
Me encantó lo poco que leí. De verdad…
—¿Lo has leído? Pensé que solo intentabas persuadirme para atraerme a
tu cama.
Capté el brillo de picardía en sus ojos y se lo devolví con una sonrisa. —
Creo que fuiste tú quien inició aquel juego de seducción.
Me tomó en sus brazos y me besó. —Y así fue.
Manon y el resto de la familia ya estaban en la gran sala soleada cuando
nos reunimos con ellos. Los niños correteaban por todos lados con los
perros persiguiéndoles. Bertie estaba ocupado familiarizándose con el
nuevo cachorro de border collie de Carson, al que habían llamado Charlie.
El lindo cachorro blanco y negro había hecho que todos se volvieran locos,
incluido Mark, quien se inclinó y le hizo cosquillas en la tripa.
—¿Ya está entrenado para estar dentro de casa? —pregunté.
—Claro que lo está —dijo Carson—. Charlie aprende todo muy rápido.
Es una de las razas más inteligentes.
Los niños estaban ensimismados con la nueva distracción mientras
Freddie y Bertie miraban.
Mirando todo con perspectiva, aunque parecía que todo era un caos entre
niños, perros y tanta gente, me resultaba una reunión alentadora, y no
podría haber pedido nada más. Se respiraba ligereza en el aire,
especialmente sin Rey.
Manon abrazaba a su hermosa hija y la acunó, haciéndole cosquillas en la
nariz y haciéndola reír. Lilly y Gabriel, los gemelos de Savanah, caminaban
contoneándose mientras sus padres observaban con brillantes sonrisas. Cian
y Julian jugaban a la pelota, y Theadora y Mirabel charlaban sobre ropa y
música, como hacían a menudo, mientras Mark hablaba sobre Australia con
Drake.
Declan me llevó a un lado. —¿Sabemos algo nuevo de Natalia?
—No. Ya destruí la carta.
—Estoy seguro de que nos llegarán más noticias. No va a desaparecer así
como así.
Manon debió intuir que estábamos hablando del Salon Soir y se unió a
nosotros. —Tengo la declaración de Tania lista para enviar.
Asentí. —Bien hecho.
Interrumpiendo muy oportunamente, porque realmente no estaba de
humor para hablar sobre la viuda de Rey, Ruby hizo una voltereta. Eso
revolucionó a Bertie y Freddie, mientras Charlie correteaba a sus pies.
—Esto parece un circo —dijo Mark con una sonrisa.
Me reí. —Sí. Una familia multitudinaria y bulliciosa. —Me giré hacia él
—. ¿Es demasiado para ti?
Sacudió la cabeza. —No. Me he encariñado bastante con todos. Niños,
caninos y adultos por igual.
Compartimos una cálida sonrisa.
Fue un día perfecto. El sol brillaba sobre el jardín lleno de coloridas flores
que rodeaban un estanque con nenúfares, parecía una estampa digna de
Monet.
Todos miramos con asombro cómo Ruby realizaba impresionantes
movimientos de baile.
—Está mejorando muchísimo, ¡vaya! —dije, girándome hacia Ethan, que
tenía un brillo especial en los ojos.
—Fuimos a una actuación que prepararon en la escuela y estaba radiante.
—Miró a su esposa.
Mirabel asintió, igualmente orgullosa. —No hay marcha atrás. Está
totalmente obsesionada con el baile.
—Toda familia debería tener una Terpsícore —dijo Mark.
—¿Qué es eso? —dijo Theadora, uniéndose a nosotros mientras
observábamos a Ruby girar sin cesar—. Me está mareando. —Se rio entre
dientes.
—Terpsícore era la musa de la danza en el panteón griego.
Después del almuerzo, nos sentamos fuera, junto a la piscina, para que los
niños pudieran correr libremente con los perros. Janet llegó y parecía
preocupada.
—¿Ahora qué sucede? —Resoplé. Ya había tenido suficiente drama por el
momento.
Las mujeres gritaban de risa por algo, mientras Declan e Ethan lanzaban
una pelota y Mark se recostaba con The Guardian.
Antes de que Janet pudiera hablar, entraron un par de agentes.
Todos se quedaron paralizados y sentí un ligero mareo. Rápidamente
supuse que estaban allí por Mark, quien levantó la vista del periódico. Sus
ojos se oscurecieron y yo me quedé rígida.
Todo se volvió borroso, así que cuando el oficial de policía habló, me
llevó un tiempo darme cuenta de que lo que estaba diciendo era: —Estamos
buscando a Manon Winter.
Manon me miró con miedo en sus ojos, luego agarró a su bebé y la abrazó
como una madre tratando de esconder a su recién nacido del peligro.
—Queda arrestada por el presunto asesinato de Reynard Crisp.
Drake parecía estar a punto de explotar. Claramente en shock, parecía
aturdido, antes de coger a Evangeline de los brazos de su madre.
—¿De qué va todo esto? —preguntó, cambiando la atención de Manon al
oficial de policía, pero el oficial se limitó a leer a Manon sus derechos
mientras el otro agente se la llevaba esposada.
—Yo no lo hice, abuela. —Me miró mientras les seguíamos.
—No digas nada —le dije—. Voy a llamar a nuestro abogado ahora
mismo.

UNA VEZ QUE LE concedieron la libertad bajo fianza, Manon fue puesta
en libertad. Temblando y con aspecto demacrado, abrazó a Drake, que había
estado todas esas horas dando vueltas en la comisaría.
—¿Estás bien? —pregunté. Llevaba sin dormir dos noches, muy
preocupada.
—Estoy bien, pero ha sido horrible. No puedo volver a entrar ahí. —Su
voz se quebró—. Me vendría muy bien una taza de té y algo dulce.
Drake le dedicó una sonrisa triste y le rodeó la cintura con el brazo.
Fuimos a una cafetería cercana y, después de pedir al camarero, pregunté:
—¿Qué pasó exactamente, Manon?
Estaba a punto de responder cuando alguien le hizo una foto.
—Los malditos medios no pierden el tiempo —dijo Drake, alterado y
exhausto.
—Llamé a mi abogado para ver qué se podía hacer. Según él,
aparentemente nada. —Suspiré—. Era una desventaja de ser un Lovechilde.
Bebimos el té rápidamente y nos preparamos para salir atravesando la
multitud de reporteros que se amontonaban fuera.
—Excelente. —Manon escondió la cara entre sus manos—. Estoy terrible.
—No muestres ninguna emoción —dije, mientras nos adentrábamos entre
la multitud—. Aparenta dignidad. Vamos a darnos prisa.
Luchamos a través todos los medios allí congregados, con Drake actuando
como guardaespaldas mientras empujaba a los ansiosos reporteros, alejando
sus cámaras y despejándonos el camino.
Una vez que estuvimos montadas en el coche, Manon lloró en el hombro
de Drake durante todo el camino de regreso a Bridesmere.
A pesar de mi avalancha interna de preguntas, le di el espacio que
necesitaba.
En el momento en que llegamos a casa, Manon corrió a la guardería
donde Janet cuidaba de Evangeline. Salió de la habitación abrazando a su
hija mientras seguía sollozando, y Drake la rodeó con los brazos, tratando
de asegurarle que todo estaría bien.
Los dejé solos y me fui en busca de Mark, quien a menudo prefería la sala
familiar, también conocida como la sala amarilla. Cuando entré, me recibió
toda la familia. Todos me miraron al mismo tiempo, obviamente ansiosos
por recibir noticias.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Declan.
—Le han concedido la libertad bajo fianza. Estaban allí todos los medios
de comunicación. Algunos incluso nos han seguido hasta aquí.
—Oh, mierda —dijo Ethan—. Ahora tendremos que aguantar un frenesí
en los medios.
—¿Dónde está Manon ahora? —preguntó Savanah.
—Se ha ido a su habitación con Drake y Evie.
—Pobre.
—¿Ha hecho alguna declaración? —preguntó Declan.
Asentí, y un suspiro entrecortado salió de mi boca. Mark llegó y se sentó
a mi lado, cogiéndome de la mano. —Ella insiste en que no lo hizo.
—¿Qué tienen contra ella? —preguntó Ethan.
—Encontraron el arma del crimen en una papelera con sus huellas
dactilares y otras diferentes.
—Bueno, eso significa algo —dijo Savanah.
—¿Quizás alguien del personal de la cocina? —preguntó Declan.
—Han sido descartados. Al parecer, era un arma extranjera.
—¿Han tomado las huellas de todos los que estuvieron en el evento?
—Están trabajando en ello.
Mark se removió un poco en su sitio y le miré, notando la manera en que
apretaba los labios.
Volví mi atención al resto de la familia. —En su declaración, Manon ha
dicho que cuando encontró a Reynard sangrando en el suelo, sacó el
cuchillo de su cuerpo sin pensar. Al darse cuenta de lo que había hecho,
salió corriendo y lo arrojó a la basura.
—Pero eso es una locura —dijo Declan.
—Fue el shock al verle así. Su instinto le llevó a quitar el cuchillo.
—Pero, ¿por qué no nos lo dijo? Quiero decir, es que no cuadra… La van
a destrozar por eso en el juicio —dijo Declan.
Mark se levantó y empezó a caminar. —Yo estaba allí.
La atención de todos se volvió bruscamente hacia él.
—¿Qué? —pregunté.
—La vi sosteniendo el cuchillo.
—¿La viste hacerlo? —preguntó Declan.
Él negó con la cabeza. —Cuando llegué, ella estaba parada junto al
cuerpo, pálida como un fantasma y sosteniendo el arma. Le dije que se
deshiciera de él y que actuara como si nada hubiera pasado.
—Pero podría habérnoslo contado —dije, dolida porque no me lo
hubieran dicho—. Lo habría entendido.
Mark se encogió de hombros. —Creo que esperaba que todo se quedara
ahí y no quería implicarte.
—Pero te implica a ti. Eres cómplice al haberlo presenciado —dijo
Declan.
Markus asintió. —Me entregaré y les daré mi declaración.
—¿Es eso necesario? —pregunté.
Él suspiró. —Si queremos ayudar a Manon, creo que lo es.
Nuevas dificultades se avecinaban. Sacudí la cabeza con frustración.
Capítulo 33

Mark

EL ACOSO DE LOS medios se había vuelto insoportable, especialmente


para Caroline, que protegía su privacidad como un pájaro protege sus
huevos.
Estaba en libertad bajo fianza y, mientras estábamos sentados en la
biblioteca, todos de mal humor, Manon llegó con Drake y le pasó un
expediente a Caroline.
Caroline miró la carpeta.
—¿Qué es eso? —pregunté.
Caroline pasaba las páginas de manera compulsiva. —Información sobre
la red de contrabando de las niñas menores de edad de Natalia y su
hermano.
—Esto se está convirtiendo en algo sin fin —dije, intentando restarle
importancia a una situación difícil que iba cobrando más peso a cada
minuto.
Carson llamó a la puerta y entró, mirándome y asintiendo. —Tenemos
algo interesante.
Ella frunció el ceño. —¿Sí?
—Imágenes de furgonetas que llegan y entregan bolsas de deporte llenas.
—Hay que pillarles con las manos en la masa —afirmó.
El asintió. —Al menos sabemos que las operaciones han comenzado
nuevamente. Puedo pasar este material a Scotland Yard.

LOS MEDIOS SE HABÍAN instalado en Bridesmere durante toda la


semana, estacionando fuera de Merivale. Lo único que podíamos hacer era
disfrazarnos y ocultarnos lo máximo posible cuando salíamos de casa.
Me puse una gorra de béisbol y me miré en el espejo. —Odio estas cosas.
Caroline me lanzó una sonrisa comprensiva. —Lo sé. Desearía poder
deshacerme de ellos.
Salimos a dar un paseo por Chatting Wood con Bertie correteando a
nuestros pies.
A nuestro regreso, un detective, tan llamativo como nosotros, con gafas y
sombrero oscuro, nos esperaba en la habitación roja.
En tiempos felices, esa sala había acogido a una gran cantidad de
invitados de círculos exclusivos. Parecía poco probable que esos tiempos
regados con champán y comida de calidad regresara a Merivale, dados los
recientes y oscuros acontecimientos.
—¿Y ahora qué? —murmuró Caroline.
Después de acompañar al detective a su oficina, Caroline se giró hacia mí.
—Llama a Manon, si no te importa. Probablemente esté en la guardería.
Ahí es donde la encontré, sosteniendo a su hija junto a Janet. —Caroline
te solicita.
La pobre muchacha parecía pálida y desamparada.
—¿Estás bien? —pregunté.
—No precisamente. Mira toda la mierda que no para de acumularse.
Asentí con simpatía y me dirigí a la habitación amarilla para tomar un
café y leer las reseñas de los últimos libros del Times. A pesar de tener una
reunión dentro de poco, no pensaba más allá de ese día. Concentrarme en
vivir el momento me mantenía cuerdo, y lo último que Caroline necesitaba
era que los dos viviéramos ansiosos al mismo tiempo.
Caroline necesitaba que me mantuviera fuerte y positivo. Parecía más
preocupada por una posible condena, que yo mismo. Tal vez finalmente
pudiera escribir, y vendería muchas primeras ediciones que me ayudarían a
seguir adelante durante años. Aunque no quería ni imaginarme cuál sería la
duración de mi estadía.
Al menos eso esperaba.
Caroline se reunió conmigo media hora más tarde y, en lugar de sentarse,
se puso a recolocar un cuadro. Era algo que hacía a menudo. Su aversión
por las pinturas ligeramente torcidas, que a veces ni siquiera se notaba,
rozaba el TOC.
Sin embargo, siguió mirando la naturaleza muerta como si estuviera a
punto de decirme algo importante.
Consciente de que dar la espalda para Caroline significaba tener que
hablar de problemas, pregunté: —¿Qué ha pasado ahora?
Ella comenzó a hablar sin moverse. —Alguien ha admitido haber
asesinado a Reynard Crisp.
Capítulo 34

Caroline

—DIME EXACTAMENTE QUÉ PASÓ aquella noche —le pregunté a


Manon, que había heredado mi hábito de retorcerse las manos.
Drake estaba con ella, tan desconcertado como yo. La policía nos había
comunicado que alguien se había presentado en la comisaría y había
admitido el asesinato.
—¿Dijeron quién era? —preguntó Manon.
Negué con la cabeza. —Supongo que tú tienes alguna idea.
Manon miró a Drake, cuyo leve movimiento de cabeza me dijo que sabía
algo más.
Continué. —Aún te enfrentarás a cargos por complicidad después de todo
esto, aunque ojalá podamos reducir o conmutar las penas con buenos
abogados. Pero tienes que contárnoslo todo.
Manon siguió jugueteando con el botón de su cárdigan. Llevábamos allí al
menos una hora y todo lo que había hecho era negar con la cabeza,
expresando incredulidad de que el verdadero asesino se hubiera entregado.
—Parece que no estás contenta de haber sido exonerada —dije.
—No. Me siento aliviada.
—¿Entonces qué te sucede? Tienes un niño. Una reputación.
—Me tienes a mí —intervino Drake, mientras se giraba hacia su esposa.
Ella le acarició la mejilla con cariño, como una madre, porque él parecía
más angustiado que ella. Entonces Manon respiró hondo y dijo—: Lo
siento, abuela. Lo hice por ti.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Traté de impedir que admitiera haberlo hecho, porque pensé que podría
sacar a la luz tu pasado.
Negué con la cabeza. —¿A quién te refieres?
Manon continuó inquieta mientras caminaba por la habitación, otro hábito
que sin duda había heredado de mí.
—Manon, siéntate y cuéntanos exactamente qué pasó —dijo Drake
suavemente.
—Está bien, esto es lo que pasó. —Sus ojos brillaron con aprensión, lo
que me tenía inquieta en el asiento, preparándome para cualquier cosa que
pudiera pasar.
—Cuando salí del tocador, escuché a Crisp en la parte de atrás pidiendo
ayuda. Entré corriendo y le estaban apuñalando continuamente en el pecho.
—Parecía atormentada e hizo una pausa. Me quedé helada. Podría haberla
detenido, pero no lo hice.
Ella sollozó. —La vi matarlo. Dejó caer el cuchillo y, mirándome a los
ojos, dijo: ‘Él me violó. He querido hacer esto durante cuarenta años'.
Manon lloró y Drake la cogió de la mano mientras las lágrimas corrían
por su rostro. —Fue jodidamente horrible. Toda esa sangre. Todavía tengo
pesadillas. Debería haberla detenido, ¿verdad?
—Estabas en shock. Y ella podría haberte apuñalado si lo hubieras
intentado —dijo Drake.
—Estoy de acuerdo —agregué—. ¿Por qué tocaste el arma entonces?
Ella resopló y puso los ojos en blanco. —No lo sé. Supongo que no quería
que la atraparan.
—¿Entonces te incriminaste a ti misma a posta? —preguntó Drake,
extendiendo las manos.
—No pensaba con claridad. Fue un gran shock. Solo le dije que corriera.
Y lo hizo. Y ahí estaba yo con ese cuchillo, y… bueno, lo tiré.
—Deberías haberlo limpiado, Mannie —dijo Drake.
—Debería haber hecho muchas cosas. —Parecía molesta—. Como he
dicho, no sé por qué hice lo que hice.
—Bueno. Ya ha pasado. No nos detengamos en eso. ¿Qué les has contado
a las autoridades ahora que todo esto ha salido a la luz?
Manon frunció el ceño. —Aún no han contactado conmigo.
Asentí, reflexionando sobre la mejor manera de afrontar todo esto.
—Tienes que decirles lo que nos has contado a nosotros.
—Pero de esa manera será condenada por ocultar información e
interrumpir la investigación —dijo Drake.
—Cierto. —Suspiré—. Déjame hablar con el abogado. Debe estar
presente si te vuelven a interrogar.
Ella asintió, mirándose las manos.
Dudé en preguntar. —¿Quién fue, Manon?
Los gritos interrumpieron ese tenso momento de espera y, antes de darme
cuenta, Natalia irrumpió en mi oficina.
Señaló a Manon. —Eres una maldita perra. Tú también estabas allí con
esas chicas.
—Cálmate. —Drake impidió el paso a Natalia mientras ella se lanzaba
hacia Manon.
—¡Te haré pagar por esto, perra! —Natalia señaló el rostro desconcertado
de Manon, mientras Drake tomaba a la viuda del brazo mientras seguía
gritando insultos, y la sacó de la estancia.
Declan y Theadora llegaron justo cuando Natalia se estaba soltando de
Drake.
—¡Suéltame! Me voy. —Natalia hizo una pausa y volvió a señalar—.
Pero aún no he dicho la última palabra.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Declan.
Manon habló por fin. —Les pasé a las autoridades información y
fotografías sobre el tiempo que compartimos en el bar Cherry. Una de las
menores de edad ha declarado, y ahora Natalia está acusada de trata de
blancas y de complicidad en pedofilia.
—¿Eso significa que no tiene derecho a reclamar las tierras? —Declan
parecía esperanzado.
—Yo diría que sí. Sin duda será un banquete para los abogados —dije.
—¿Pero eso no te implicará? —Theadora preguntó a Manon.
Manon se encogió de hombros. —No era yo quien las llevaba en autobús,
¿verdad?
—Podemos solucionar todo esto —dije—. Nuestro abogado tiene mucho
entre manos en este momento.
Declan rodeó a Manon con el brazo. —Buen trabajo.
Ella asintió, parecía agotada. Pobre chica. Seguía procesando el intenso
shock que debió haber experimentado al ver a Rey asesinado.
—Carson también tiene material de archivo de calidad. Creo que esta vez
los atraparemos, madre —dijo Declan.
—Creo que sí.
Él frunció el ceño. —¿Estás bien?
—Tenemos que procesar mucho, pero esa es una pregunta que deberías
hacerle a Manon. La pobre muchacha ha sido sometida a una situación muy
estresante. —Manon se había escabullido, dejándonos a solas.
Mientras nos sentábamos a tomar el té de la tarde, Declan preguntó:
—Entonces, ¿te ha dicho finalmente quién lo hizo?
—Aún no me lo ha dicho. Creo que está tratando de proteger a la víctima.
—¿La víctima? Te referirás a la asesina… —preguntó Declan.
—Como ella ha apuntado, Crisp la violó.
Su rostro se arrugó de horror. —Menudo infierno.
Suspiré. —Ese es el lugar donde pertenece. Ojalá los nueve anillos del
infierno de Dante fueran reales… Estaría ardiendo allí ahora mismo.
Capítulo 35

Mark

CAROLINE Y YO CAMINAMOS hacia los acantilados, cogidos de la


mano, con Bertie correteando a nuestro lado. Para mí, las cosas no habían
mejorado mucho. Tal vez fuera cosa de la edad, pero los placeres simples se
habían vuelto los más conmovedores. Aquellos acantilados vertiginosos, el
viento fuerte y un mar inquieto, sumado a la cálida y suave mano de
Caroline junto a la mía, mientras compartíamos el esplendor de la
naturaleza.
—Me han ofrecido un puesto de profesor —dije.
—Si es lo que quieres, entonces me alegro por ti. Al menos está cerca de
Merivale. —Hizo una pausa—. ¿Realmente es lo que quieres? Sabes que no
es necesario que te pongas a trabajar.
—Lo sé. Pero realmente disfruté impartiendo clases en Londres. —Dejé
de caminar y me giré hacia ella—. Lamento no poder seguir adelante con
todo el asunto del matrimonio. Tendré que pagarle a Elise esa ridícula suma
de dinero.
—Ya está resuelto —dijo Caroline en tono práctico.
—¿En serio? —Fruncí el ceño.
—No lo mencionemos de nuevo. Solo abrázame.
Besé su mejilla fresca y respiré su fragancia de rosas, que siempre se
mezclaba perfectamente con el aire salado. Si pudiera describir el olor del
paraíso, sería ese. El aire del mar junto al de Caroline. —Encontraré la
manera de devolvértelo.
—Oh, Mark, no hablemos más de dinero. Con ese horrible casino cerrado
y nuestras tierras de nuevo en nuestro poder, la familia es más rica que
nunca.
—Entonces, ¿por qué te noto apesadumbrada?
—Saber acerca de la asesina de Rey me ha afectado profundamente.
—Pero la has proporcionado los mejores abogados.
—Por supuesto. Es necesario que consigan la menor sentencia posible.
Aquel hombre era un monstruo.
—¿Ha aceptado testificar?
—Estoy tratando de convencerla. Mañana por la mañana voy a Londres.
—Caroline, ya has pagado su fianza. Has hecho todo lo que has podido.
Tal vez deberías dejarla decidir.
—No estoy segura de que esté en el estado psicológico adecuado para
decidir. Quiero que sepa que la apoyaré en todo esto. De lo contrario, se
enfrentaría a una larga estancia en la cárcel. No podría vivir con eso.
—Te está afectando profundamente…
Suspiró y asintió lentamente.
De repente caí en la cuenta de que Caroline compartía la experiencia de
esa pobre mujer. —Ella era una víctima, al igual que tú.
El repentino y remoto brillo en sus ojos me hizo arrepentirme de haber
sacado a relucir ese capítulo violento de su adolescencia.
—Lo siento —dije—. No debería habértelo recordado.
Sacudió la cabeza. —No. Tienes razón. Cuando escuché lo que le pasó a
Meghan, o Mary, como se hace llamar ahora, fue como si me clavaran un
cuchillo en el estómago.
—Entonces visítala y comparte tu experiencia con ella. Podría ayudarla.
Caroline asintió. Una sonrisa triste asomó en sus labios. —Gracias.
—¿Por qué? —pregunté.
—Por entenderlo. Y por ser el amor de mi vida. Pensé que estaba
demasiado rota para tener un alma gemela.
Un águila se elevó por encima y el momento no pudo ser más perfecto.
Señalé la magnífica criatura. —Así es como me siento. Nunca he sido más
feliz. Me siento libre por primera vez en treinta y tantos años y yo tampoco
esperaba sentirme así con nadie. Pensé que el amor era simplemente un
idilio hollywoodense creado para atraernos a una existencia complaciente y
servil.
Ella se rio. —Eso es bastante cínico. —Sostuvo mi mirada y volvió a
ponerse seria—. Para conectarnos con alguien a un nivel más profundo,
primero debemos conocernos a nosotros mismos y ser lo suficientemente
valientes como para quitarnos la máscara.
Asentí pensativamente. —Gracias por ayudarme a hacer precisamente
eso.
Caroline apretó mi mano. —Igualmente.
Nuestras miradas se encontraron en una especie de reconocimiento
profundo que desafiaba las palabras.
—Y usted es toda una filósofa —agregué—. Una muy sexy. Vamos,
volvamos. Tengo que hacer una llamada.
Ella me rodeó con sus brazos, abrazándome con fuerza. —Me alegro
mucho de tenerte aquí. Por favor, no te vayas más.
—No tengo motivos para hacerlo —dije—. Sabemos todo el uno del otro,
¿no?
—Oh, sí… lo sabemos. —Sus ojos se llenaron de sugerencia—. ¿Qué tal
una pequeña siesta después de esa llamada?
Sonreí. —Creo que estoy disponible.
Capítulo 36

Caroline

EL APARTAMENTO ESTABA OSCURO y era deprimente; estaba sentada


en un sillón andrajoso con un muelle clavándoseme en la espalda.
Mary me entregó una taza de té. —Lo siento, no es todo el servicio
completo.
Sonreí. —Está bien.
—Realmente no tienes porqué hacer esto. Ya has hecho suficiente. Me
estaría pudriendo en prisión ahora mismo si no hubieras pagado la fianza.
—Soltó una risita amarga—. Supongo que simplemente hemos retrasado lo
inevitable, de todas maneras.
Negué con la cabeza. —He estado hablando con algunos expertos que han
defendido y ganado casos como el tuyo. Como mínimo, tienes muchas
posibilidades de que tu sentencia se reduzca a cinco años.
—Todo lo que quiero es que Manon no sea condenada. —Mary suspiró—.
La pobre chica me encubrió y me siento como una mierda por arrastrarla a
esto. No debería haber dejado tocar ese puto cuchillo. —Se mordió el labio
—. Perdón por el lenguaje.
—No importa.
Ella sostuvo mi mirada. Aunque solo tenía cincuenta y tantos años, tenía
bastantes canas y el rostro lleno de arrugas, lo que hablaba de una vida
dura.
—Conocías bien a Duncan, ¿no? —preguntó.
Un dedo helado acarició mi columna. —Sí. —Todavía estaba procesando
el verdadero nombre de Reynard, Duncan Marwood. Un nombre que había
compartido con Meghan, su hermanastra y asesina.
—¿Sabías que asesinó a un niño cuando solo tenía diez años?
Mi corazón dio un vuelco. —¿Cómo?
Ella asintió. —También era un personaje oscuro y retorcido en aquel
entonces. Cuando nuestros padres se juntaron y yo me mudé a vivir con
ellos, solía cazar ranas y pisotearlas. Se reía y decía que eso era lo que haría
con cualquiera que se interpusiera en su camino.
—¿Qué edad tenías entonces?
—Mi padre empezó a salir con su madre cuando yo tenía seis años y nos
mudamos juntos cuando cumplí siete. Él era tres años mayor que yo.
—¿Y a quién mató? —pregunté.
—Ewen, un niño de la escuela. Solía intimidar a Duncan, siempre
burlándose de su cabello pelirrojo. —Hizo una pausa—. Ewen apareció
ahogado en un estanque de la zona. Cuando nos enteramos, Duncan me
miró fijamente y me lanzó una de esas miradas que pone alguien cuando ha
hecho algo de lo que está orgulloso.
—Pero entonces… ¿nunca lo supiste con seguridad?
—Oh sí, lo acabó admitiendo. Después de violarme me lo contó todo.
Hice una mueca al oírle decir aquello como si tal cosa. —¿Tu madre no
intentó detenerle? ¿Se lo contaste a tus padres?
—Me amenazó con matarme. —Entrelazó sus dedos—. Me violó durante
tres años. Todos los sábados por la noche, cuando mis padres salían. Le
dejaban allí para cuidarme. Intenté huir, pero él siempre me encontraba.
—¿Qué hay de tu familia? ¿Por qué nunca se lo dijiste?
—Fallecieron poco después de que yo me fuera de casa a los dieciséis
años. Cambié mi nombre a Mary y me convertí en Mary Childs cuando me
casé. Viví en Escocia durante treinta años.
Su boca se endureció. —Pero luego regresé aquí para matarle. Había
soñado con ello durante cuarenta años. Cargaba con un demonio a mi
espalda. Él me arrebató poder disfrutar de una buena vida. No podía seguir
casada. Lo intenté, pero tenía pesadillas. Fui una esposa terrible. Odiaba a
mi marido, no podía dejar que me tocara.
—Y, ¿tuviste niños?
—Ninguno. —Suspiró—. Cuando me enteré de las contrataciones para
Elysium vine y esperé el momento adecuado. Vi una oportunidad y la
aproveché.
Lo que no le llegué a confesar a Mary fue que yo misma estuve buscando
a Meghan Marwood. En el funeral de Reynard, vi a Helmut y le pregunté
sobre la hermanastra de Rey.
Helmut me dio finalmente el nombre y, con el ceño fruncido, preguntó: —
¿Por qué rebuscar en su mierda? El hombre ya está muerto.
Saliendo de ese recuerdo, agregué: —Quiero brindarte todo el apoyo que
pueda. Verás… —Entrelacé las manos—. Pasé por una experiencia muy
similar.
Mary, cuyo rostro había permanecido inexpresivo, incluso al contar su
inquietante infancia, hizo una mueca.
Mientras le contaba mi historia, ella negaba con la cabeza. —¿Le
mataste?
Negué con la cabeza. —No, creo que murió de cáncer.
—Mmm. Espero que fuera lento y doloroso.
Nos miramos la una a la otra y sonreímos, por sombrío que fuera aquel
sentimiento.
—Quiero apoyarte en todo —dije—. Y con eso me refiero a comprarte
una buena casa y abrirte una cuenta para tus gastos.
Su frente se arrugó. —No tiene porqué hacer todo eso, señora Lovechilde.
—No volvamos a hablar de ello. Entonces, ¿hablarás con mi equipo legal?
Ella me lanzó una sonrisa triste y asintió.

TAN PRÍSTINO, BAÑADO POR el sol y espléndido como siempre, el


lago estaba tranquilo y ajeno a la montaña rusa de la vida. Mientras
deambulaba por aquel lago de cuento de hadas con el brazo de Mark
entrelazado al mío, me sentí completa.
Había vuelto a comprar la villa de Como en la que Mark había vivido con
su ex pareja.
—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó mientras caminábamos de regreso a
nuestro nuevo hogar.
—Simplemente les hice una oferta que no pudieron rechazar.
Se detuvo. —¿No te preocupa que haya vivido aquí con Lilly durante
todos aquellos años?
Negué con la cabeza. —Los fantasmas ya no me preocupan.
—¿Y realmente estás segura de querer vivir aquí? ¿Lejos de Merivale? —
presionó.
—Podemos ir y venir. Hay un bonito y gran yate familiar anclado en
Cannes que no piso desde hace años. —Incliné la cabeza—. Tal vez un
viaje a Venecia. Un viaje tranquilo. ¿Qué opinas?
Una amplia sonrisa apareció en su hermoso rostro. —Soy feliz
dondequiera que tú estés, Caroline, de verdad. Si quisieras vivir en la
habitación de Audrey durante un año, también sería feliz allí.
Arrugué la cara. —Ni de broma se daría esa situación.
Me tomó la mano y entramos.
—Me vendría bien una siesta —dijo, con esa sugerente sonrisa suya.
Mi cuerpo se encendió, ardiendo con anticipación de hacer el amor lenta y
amorosamente.

TRES MESES DESPUÉS

Un gondolero pasó remando, cantando una melodía a un par de turistas


divertidos, mientras yo me sentaba fuera a disfrutar del sol en un balcón con
vistas al Grande Canale.
Justo cuando cerré el libro de Mark, él se unió a mí y le hice un gesto de
agradecimiento. —Es maravilloso.
Mark, una de esas raras criaturas a las que les resultaba difícil aceptar los
elogios, frunció el ceño y sonrió con fuerza al mismo tiempo. Sus ojos a la
luz del sol eran del color de la miel. —¿No lo dices solo por decir? —Ni
siquiera quería que leyera su libro, temiendo que lo odiara.
—Mark, realmente me ha encantado. —Sonreí—. No podía parar de
leerlo.
Él se rio. —Ese es el mayor cumplido que se le puede hacer a un escritor,
supongo.
—Captaste muy bien la emoción y la extravagancia del reinado de Carlos
II. Qué hedonista tan descarado era, deleitándose con excesos que, incluso
según los estándares actuales, llamarían la atención.
—Ese era su encanto, supongo. Aunque hacienda no habría estado de
acuerdo.
Me reí entre dientes y sentí el tipo de orgullo que uno siente cuando un ser
querido logra algo fuera de lo común. —Es realmente genial.
Se sentó a mi lado. —Eres mi inspiración. —Hizo una pausa—. ¿Has
leído la dedicatoria?
Nuestros ojos se encontraron con esa profunda comprensión que solo los
amantes conectados desde el alma podrían tener. Nunca había
experimentado todo esto antes.
—¿Cómo podría habérmelo saltado? —Fui a la página de dedicatorias y
leí:
A mi esposa y el amor de mi vida, Caroline, sin la cual este libro nunca
podría haberse materializado. Su confianza en mí me ha dado ese empujón
que necesitaba para llegar al final.
Dejé el libro y acaricié su hermoso rostro. —Me has hecho sentir muy
orgullosa.
Me puso una de sus sonrisas sexys. —¿Por qué no entramos? —Ladeó la
cabeza hacia la cama.
Más tarde, mientras estábamos sentados disfrutando del resplandor de
haber hecho el amor, pregunté: —Entonces, esposo, ¿qué te apetece que
hagamos hoy?
—Hace calor. ¿Te apetece ir a Lido a nadar?
—¿Por qué no pasamos una noche o dos en el Excelsior? —Sugerí.
Mi teléfono sonó y, al ver que era Declan, rápidamente atendí la llamada.
—Querido.
—Madre. Lamento llamarte en tu luna de miel, pero pensé que querrías
saber que han condenado a Mary Childs a dos años de cárcel.
Solté un suspiro de alivio. —Eso es mejor de lo que podríamos haber
esperado. ¿No crees?
—Sí. Estuve allí en representación tuya. Ella lo apreció.
—Me alegra mucho que hayas llamado. Me has quitado un peso de
encima. —Suspiré—. Pensé que serían cinco años, pero realmente es un
gran resultado.
—Mary me pidió que te diera las gracias por todo.
—Me aseguraré de que esté cómoda y de que se mantenga en contacto,
para que cuando sea liberada tenga su propia casa y todo lo que necesite
para llevar una vida cómoda.
Terminé la llamada y sonreí.
Nunca me había sentido tan ligera y feliz. Mi familia estaba bien. Mis
nietos estaban sanos y espléndidos. Estaba casada con el amor de mi vida,
por fin era libre. Ya no era propiedad de un villano multimillonario.
Gracias por leer!! Desplácese hacia abajo para ver mis otros libros.
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