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Las ideologías de la nación

Memorias, conflictos y resiliencias


en las Américas
COMITÉ EDITORIAL

Dr. Carlos Antonio Aguirre Rojas, Universidad Nacional Autónoma de México, México
Dra. Sonia Álvarez, Universidad Nacional de Salta, Argentina
Dra. Susana Bandieri, Universidad Nacional del Comahue - Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Dr. Darío G. Barriera, Universidad Nacional de Rosario - Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Dr. Ricardo Cicerchia, Universidad de Buenos Aires - Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas, Argentina
Dra. María Silvia Di Liscia, Universidad Nacional de La Pampa - Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Dr. Nicolás Dip, Universidad Nacional de La Plata, Argentina - Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Dra. María Luisa Femenías, Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Dra. Sandra Fernández, Universidad Nacional de Rosario - Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Dr. François Godicheau, Universidad de Toulouse - Francia
Dra. Miriam S. Moriconi, Universidad Nacional de Rosario, Argentina
Dra. Carolina A. Piazzi, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Argentina
Dra. Irina Podgorny, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Lic. M. Paula Polimene, Universidad Nacional de Rosario, Argentina
Dr. Darío Pulfer, Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina
Dra. Ana María Rigotti, Universidad Nacional de Rosario - Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Lic. Gloria Rodríguez, Universidad Nacional de Rosario, Argentina
Dra. Laura G. Rodríguez, Universidad Nacional de La Plata - Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Dr. José Javier Ruiz Ibáñez, Universidad de Murcia - Red Columnaria, España
Dr. Germán F. Soprano, Universidad Nacional de La Plata - Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Dra. Daniela Zaikoski Biscay, Universidad Nacional de La Pampa - Sociedad Argentina de
Sociología Jurídica, Argentina
Las ideologías de la nación
Memorias, conflictos y resiliencias
en las Américas

Frédérique Langue y María Laura Reali


(coordinadoras)

Rosario, 2022
Las ideologías de la Nación : memorias, conflictos y resiliencias en las Américas /
Frédérique Langue ... [et al.] ; coordinación general de Frédérique Langue ;
María Laura Reali. - 1a ed. - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2022.
274 p. ; 23 x 16 cm. - (Historia y Antropología de América Latina / 22)

ISBN 978-987-809-040-5

1. Historia. 2. Historia de América. 3. Populismo. I. Langue, Frédérique, coord. II. Reali, María
Laura, coord.
CDD 320.5662098

Publié avec le concours de l’Institut d’Histoire du Temps Présent-CNRS.


Avec le support de: Université Paris Cité.
HISTEMAL (IRH-IHTP)

Maquetación de interiores: Estudio XXII


Maquetación de tapa: Estudio XXII

Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por reconocidos
especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.

TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOS


HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11723

©Frédérique Langue
© de esta edición:
Email: admin@prohistoria.com.ar
www.prohistoria.com.ar

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y de por-
tada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin expresa autori-
zación del editor.

Este libro se terminó de imprimir en Fervil SRL, Rosario, Argentina,


en el mes de diciembre de 2022.

Impreso en la Argentina
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ....................................................................... 9

Republicanismo y populismo: ¿expansión de la democracia


liberal o forja del democratismo plebeyo?
por Armando Chaguaceda e Ysrrael Camero ............................... 17

Demonios y minotauros del tiempo presente venezolano


De la lucha armada al mito revolucionario
por Frédérique Langue ................................................................. 41

Populismo, nación y participación popular: el caso boliviano


por Federico Tarragoni ................................................................. 67

Alquimia de un populismo trunco


Sobre Podemos y su recepción de la obra de Ernesto Laclau
por Julián Melo y Javier Franzé ................................................... 85

Herrerismo internacional
De la conflagración mundial al orden bipolar (1939-1959)
por María Laura Reali y Matías Borba Eguren ............................ 105

El movimiento carapintada en Argentina


Las fijaciones estratégicas como condicionantes del proyecto
político, rémoras de la Guerra Fría
por Edgardo Manero .................................................................... 141

Las derechas argentinas en el siglo XXI


Entre la nueva política y el anti-izquierdismo radicalizado
por Sergio D. Morresi, Ezequiel Saferstein y Martín Vicente ..... 177
8 Las ideologías de la nación

Destruir y mover estatuas


Dos ejemplos de disputas memoriales en torno a los monumentos
y héroes nacionales en el Chile reciente (2019-2021)
por Manuel Gárate Chateau ......................................................... 201

Venezuela bajo la égida de la epopeya y la nostalgia


por Jo-Ann Peña-Angulo ............................................................. 221

Duelo, mesianismo e iconocracia


en el latinoamericanismo de la Guerra Fría
por Rafael Rojas........................................................................... 261

LOS AUTORES y LAS AUTORAS ............................................ 271


INTRODUCCIÓN

Frédérique Langue y María Laura Reali

R
eveladores de la vida política, los tiempos de crisis ponen en evidencia
fenómenos intelectuales y políticos considerados como “atípicos” en
Europa, pero inscritos en una temporalidad de largo alcance en América
Latina, y en un relato histórico que se remonta a los tiempos “heroicos” de
la Revolución de Independencia y a la fundación de las jóvenes repúblicas y
naciones. Una de sus manifestaciones surge también en el caso de las conver-
gencias ocasionales o duraderas tanto a nivel nacional como transnacional, que
se observarían entre los extremos de un tablero político generalmente pensado
en términos de derecha(s) e izquierda(s) pese a la herencia del muy republicano
siglo XIX. El escenario político latinoamericano del tiempo presente despliega
por lo tanto un movimiento permanente de interacciones, de tensiones y de
combinaciones entre diversas tradiciones (democrática-autoritaria, universa-
lista-localista, conservadora-liberal, modernizadora-tradicionalista, centralis-
ta-federalista) que distan sin embargo de limitarse a esa interpretación binaria.
Las circulaciones de ideas y de actores que se desprenden de dichas convergen-
cias colaboran en efecto en poner en evidencia que aquella dicotomía, clásica,
no resulta siempre necesariamente pertinente para dar cuenta de las experien-
cias políticas latinoamericanas, en particular a partir del siglo XX. Así, desde
Tierra del Fuego al Río Bravo, no solamente organizaciones ideológicamente
incompatibles coinciden en sus representaciones políticas y estratégicas, sino
que también militantes de extrema derecha se incorporan a organizaciones que
se declaran marxistas, sectores del trotskismo o del comunismo participan en
movimientos nacionalistas, miembros de organizaciones revolucionarias inte-
gran grupos paramilitares e intelectuales transitan del socialismo al fascismo o
se desempeñan como consejeros entre gobiernos antagónicos en el plano ideo-
lógico. De ahí la naturaleza contrastada de los vínculos entre memorias colec-
tivas e historias oficiales en una movida e incluso convulsa historia del tiempo
presente, que aparece centrada, precisamente, en las relaciones dialécticas entre
el presente y un pasado, más o menos lejano, pero con singulares ecos en el pre-
sente –el “pasado que no pasa”– y sus correspondientes registros normativos.1

1 Eugenia Allier Montaño, César Iván Vilchis Ortega, Vicente Ovalle (coord.), En la cresta de la
ola. Debates y definiciones en torno a la historia del tiempo presente, UNAM/IIS-Bonilla Artigas
Editores, México, 2020. Luc Capdevila, Frédérique Langue (coord.), Entre mémoire collective et
histoire officielle. L’histoire du temps présent en Amérique latine, PUR, Rennes, 2009.
10 Las ideologías de la nación

La relación con la nación como idea y proyecto en general y con el na-


cionalismo(s) como “ideología” de amplia circulación, funda esa especificidad
regional. Las tensiones y las filiaciones entre nación y revolución/restauración,
en las que se inscriben los diferentes movimientos políticos, constituyen un
terreno de análisis privilegiado. Los alineamientos frente al mundo “bipolar”
en el marco de la Guerra Fría y el ejemplo de la lucha armada, impulsada a raíz
de la mítica Revolución Cubana (1959), apuntan hacia la conformación de un
imaginario y de unas prácticas difundidas a escala continental, con sus debidas
derivaciones locales y, por lo tanto, expresiones de nacionalismos sui generis y
ocasionalmente conflictivos en la medida en que no dejan de cuestionar el mo-
delo inicial. Múltiples formas de circulación y de alianzas dentro del espectro
político, a primera vista improbables, se nutren de una lógica que encuentra
en el antiimperialismo, tópico recurrente, su manifestación más evidente. Las
relaciones civiles-militares se inscriben dentro de este paradigma que cobra
singularidad propia en los distintos países abordados en este libro, de Venezuela
al Cono Sur, con una vertiente violenta que sigue hasta hoy –y encuentra jus-
tificaciones en varios discursos oficialistas o provenientes de la sociedad civil.
Este aspecto resulta indisociable de las representaciones del pasado producto
del revisionismo histórico como expresión de un proyecto cultural de marcadas
tendencias hegemónicas.
Si bien esta dinámica se expresa bajo diversas formas de lo político, los
populismos contestatarios latinoamericanos2 constituyen el caso paradigmático
que se declina en el tiempo hasta las configuraciones de hoy. Al abordar conjun-
tamente la cuestión social y la cuestión nacional, conforman un tipo particular
de nacionalismo característico de la región, en el que la dimensión identitaria y
las variables escalas de análisis tienden a acompañar un aspecto protestatario.
Al derivarse de la “seducción” o “razón” populista, este aspecto se ha analiza-
do o abordado en una perspectiva binaria e incluso antagónica por las mismas
ciencias sociales (Populism Studies), pese al éxito granjeado por el tema de las
relaciones entre populismo y democracia.3 Esto constituye una diferencia im-
portante en comparación con otras experiencias designadas “nacionalistas” y/o
“populistas”, tanto en Europa como en América Latina.4 La reflexión en torno
a la relación de la nación con la contestación social apunta entonces a generar
conocimiento sobre la heterogeneidad de las formas de ejercicio del poder, las
circulaciones, representaciones y prácticas políticas generalmente percibidas
como “atípicas” en las sociedades de Europa occidental. Como lo demuestran

2 Edgardo Manero, Nacionalismo(s), Política y Guerras en la Argentina plebeya (1945-1989),


UNSAM Editora, Buenos Aires, 2014.
3 Jacques Revel (dir.), Jeux d’échelles. La micro-analyse à l’expérience, Hautes Etudes/Galli-
mard/Le Seuil, París, 1996.
4 Edgardo Manero, “Populismo (s), una lectura plural y compleja del concepto infame”, Desig-
nis, Núm. 31, Rosario, 2019, pp. 15-45.
Frédérique Langue y María Laura Reali 11

las contribuciones reunidas en este libro, hay a veces más afinidades socioló-
gicamente hablando –con los debidos matices históricos– entre regímenes au-
toritarios, sean cuales sean sus modalidades de legitimación política, que entre
un régimen autoritario que pretende representar al “pueblo” en contra de élites
corruptas y opresoras y un movimiento social que aspira a fundar un régimen
alternativo en contra de las élites gobernantes. En última instancia, esta re-
flexión contribuye al cuestionamiento del modelo tradicional dicotómico entre
periferias “unificadas” del Sur y al conocimiento de modelos políticos.5
La tensión entre historia y memoria participa de los imaginarios señalados y
de las tensiones entre las representaciones de la nación y sus expresiones en el
espacio público, evidenciando el papel de los lugares de memoria y sus debidos
héroes, revolucionarios y guerrilleros de otros tiempos –aunque bien presentes
en el recuerdo colectivo– y otros símbolos expresivos de un pensamiento polí-
tico que oscila constantemente entre dos escalas: local/nacional en la mayoría
de los casos, y continental e incluso más allá si consideramos los intercambios
de militantes e ideas en el siglo XX y principios del XXI, dentro del renacer de
ideologías cuestionadas por los defensores de la democracia en regímenes auto-
ritarios.6 De ahí el hecho de que, en determinados “regímenes de historicidad”
–en cuanto experiencias del tiempo y relaciones peculiares que las sociedades
tejen con su pasado, su presente y su futuro–, las emociones desempeñen asi-
mismo un papel clave en la conformación de una memoria colectiva o, dicho
de otra forma, de las “comunidades emocionales”. Éstas apoyan o, al contrario,
son adversas al proceso considerado, a sus planteamientos ideológicos y a su
expresión institucional desde el aparato de Estado e, in fine, se instrumentalizan
desde el discurso público y desde los poderes fácticos. El hecho mismo de que
el término “memoria” se refiera ahora a todo tipo de relación entre pasado y
presente, y de que la interpretación de la misma se haga a veces por fuera de
consideraciones propiamente históricas (tema de la historia oficial promovida
por los gobiernos de turno), tiene como consecuencia formas inéditas de rei-
vindicaciones sociales y programas políticos. Convertida en “valor cardinal de
nuestro tiempo” en las palabras de Henry Rousso, ese elemento clave de las
identidades colectivas de hoy se aúna a la larga lista de las reivindicaciones por
los derechos humanos y es una característica mayor de las sociedades democrá-
ticas contemporáneas, en su búsqueda de reparación del pasado –y por lo tanto

5 Federico Tarragoni, “Populisme et démocratie; Les impasses d’une polarisation scientifique”,


Raisons politiques, Núm. 86, 2022, pp. 113-129.
6 Gisela Kozak, Armando Chaguaceda (ed.), La izquierda como autoritarismo en el siglo XXI,
Cadal/Universidad de Guanajuato/Centro de Estudios Constitucionales Iberoamericanos AC/
Universidad Central de Venezuela, Facultad de Humanidades y Educación, Buenos Aires,
2019. Ernesto Bohoslavsky y Magdalena Broqueta, “Las derechas en América Latina tras la
salida de las últimas dictaduras”, Contemporánea, Historia y problemas del siglo XX, 11, ju-
lio-diciembre de 2019 http://revistacontemporanea.fhuce.edu.uy/index.php/Contemporanea/
article/view/135/118
12 Las ideologías de la nación

afán de justicia, cuando de pasados traumáticos y trágicos se trata (dictaduras,


guerras, dicho de otra forma, violencias de masa o violencias políticas)–.7
La actual crisis sanitaria, devenida social, ha dado mayor visibilidad a esta
dimensión militante de lo político aún escasamente pensada por las ciencias so-
ciales, en la que posturas revisionistas (especialmente en la percepción de una
historia militante, o de políticas públicas sobre temas “unificadores”) van de la
mano con renovadas cuestiones conceptuales y políticas, en el marco de una
memoria globalizada de los aconteceres históricos.8 Esta recopilación, fruto de
nutridas discusiones entre sus autores, aborda además el posicionamiento ideo-
lógico de los intelectuales, a la vez mediadores y portavoces de determinados
programas políticos, especialmente en su dimensión reivindicativa, “orgánica”
y hasta “revolucionaria”. Así, varios textos se hacen eco de problemáticas desa-
rrolladas por otros, incluso desde el punto de vista de unas ciencias humanas y
sociales comprometidas con la democracia, lo que es el caso de varios de estos
historiadores. Es obvio que la diferenciación entre compromiso (democrático)
y militancia resulta a veces tenue, obviado por una actualidad sobrecogedora y
avasallante. En ese sentido, quisimos sin embargo ofrecerle al lector no sólo un
análisis desde las ciencias sociales sino ilustraciones e incluso planteamientos
teóricos de estos desfases del pensamiento impulsado desde las ciencias socia-
les haciendo hincapié en varios escenarios continentales: Argentina y Venezuela
principalmente, pero también Cuba, Bolivia, Chile y España. Se abordan así fe-
nómenos intelectuales y políticos de convergencia de los “extremos”, poniendo
en evidencia sus configuraciones, “atípicas” desde la perspectiva europea pero
que cobran sentido en la temporalidad larga del continente latinoamericano, al
evidenciar la relación entre la nación como proyecto y el nacionalismo como
ideología en tiempos de conflictos pero también de resiliencia ante un pasado
reciente marcado por la violencia, ya sea real o bien simbólica, entre pasados y
futuros. Tal fue la hipótesis que se planteó en este libro, derivada de la “urgen-
cia del presente” y del estatuto del “científico social” como observador, pero
también como ciudadano inmerso en los debates de su tiempo y confrontado
con el protagonismo mediático. Esta reflexión a varias manos también es fruto

7 Juan Manuel Zaragoza y Javier Moscoso, “Comunidades emocionales y cambio social”, Re-
vista de Estudios Sociales, Núm. 62, 2017, pp. 2-9 https://journals.openedition.org/revestud-
soc/936
8 Henry Rousso, Face au passé. Essais sur la mémoire contemporaine, Belin, París, 2016. Del
mismo autor, La última catástrofe. La historia, el presente, lo contemporáneo, Centro de Inves-
tigaciones Diego Barros Arana/DIBAM/Editorial Universitaria, Santiago, 2018. Luc Capdevi-
la, Frédérique Langue (coord.), Le Passé des émotions. D’une histoire à vif Espagne-Amérique
latine, PUR, Rennes, 2014. Frédérique Langue, “Memoria y emociones del tiempo presente la-
tinoamericano”, en Eugenia Allier et al (coord.), En la cresta de la ola. Debates y definiciones
en torno a la historia del tiempo presente, México, UNAM/IIS, 2020, pp. 135-152. François
Hartog, Régimes d’historicité. Présentisme et expériences du temps, Le Seuil, París, 2003 ; del
mismo autor: Croire en l’histoire, Flammarion, París, 2013.
Frédérique Langue y María Laura Reali 13

de los debates que se dieron en el marco de una Jornada de estudios que tuvo
lugar los días 20 y 21 de abril de 2021: “Circular entre los ‘extremos’. El nacio-
nalismo (s) como denominador común. Américas-Europa (siglos XX-XXI)”.9

El texto de Armando Chaguaceda e Ysrrael Camero abre un primer con-


junto conformado por trabajos de alcance continental en sus hipótesis y plan-
teamientos, primero respecto a las formas de representación y prácticas de la
democracia, incluso en su vertiente autoritaria (democratura), luego acerca de
los avatares y las derivas de la “seducción populista” –una expresión forjada
por Carlos de la Torre en base a sus investigaciones sobre Ecuador– desde los
años noventa (los populismos refundadores a nivel nacional, entre promesas de-
mocratizadoras y autoritarismos en aras de un pueblo mitificado), y, finalmente,
en torno a la difusión del modelo –y mito– revolucionario en el continente a
raíz de la Revolución Cubana y su expresión en la Venezuela bolivariana de
Hugo Chávez.10 El artículo de Armando Chaguaceda e Ysrrael Camero aborda
–desde una perspectiva teórica e histórica– la discusión sobre el republicanismo
y el populismo, en conexión con diferentes formas de concebir la modernidad
política. Ubica al republicanismo y al populismo en el marco de las democra-
cias contemporáneas en el contexto latinoamericano, observando la interacción
recíproca entre estas tradiciones políticas, y su relevancia para entender los
desafíos actuales del modelo liberal en América Latina. Parte para ello de un
recorrido por el desarrollo histórico de la tradición republicana, sus migracio-
nes y transformaciones a lo largo del tiempo, sus relaciones con la tradición
liberal y con la democrática, estableciendo semejanzas y diferencias entre sí
e incorporando un análisis de su interacción con los fenómenos populistas. A
continuación, Frédérique Langue propone un ensayo sobre la tensión historia/
memoria en sus distintas escalas en el caso de la Venezuela del siglo XX y
principios del siglo XXI, de las reminiscencias de la “lucha armada”, especial-
mente durante el régimen chavista, cuando esta relación se vio trastornada por
el propósito ideológico de la “Revolución” y malversada por la historia oficial
y las creencias políticas afines. Tomando como punto de partida las reflexiones
y trayectorias de intelectuales y militantes que tuvieron participación desta-
cada en estos procesos, apunta a resaltar la capacidad de resiliencia de estos
actores comprometidos en esa historia globalizada de la “última catástrofe”.
A partir de una perspectiva que pone el acento en la historicidad del fenómeno
populista, Federico Tarragoni considera esta filosofía de la acción pública que,
luego del giro neoliberal de los años 1980 y 1990, ha vuelto a ponerse de moda

9 Evento organizado por el IHTP, l’EHESS y la Universidad París Cité y coordinado por Frédé-
rique Langue, Edgardo Manero y María Laura Reali.
10 Carlos de la Torre, “Los populismos refundadores. Promesas democratizadoras, prácticas auto-
ritarias”, NUSO-Nueva Sociedad, Núm. 267, 2017, pp. 129-141 https://static.nuso.org/media/
articles/downloads/9._TC_De_la_Torre_267.pdf
14 Las ideologías de la nación

con las revoluciones rosas de principios del siglo XXI: la revolución bolivaria-
na en Venezuela, la revolución indígena en Bolivia y la revolución ciudadana
en Ecuador. Entre estos “neopopulismos”, el estudio se centra en el caso de
Bolivia, país en el que la historia política es sintomática de la prevalencia de
la ideología populista en el imaginario nacional, desde el primer experimento
llevado a cabo por el Movimiento nacional revolucionario (MNR) de Víctor P.
Estenssoro en los años 50, hasta el nuevo movimiento surgido en torno al MAS
de Evo Morales. El artículo apunta, en particular, a comprender las causas de la
crisis actual de este último proyecto.
Los cuatro textos siguientes tienen la peculiaridad de centrarse en el espacio
del Cono Sur y en las miradas en espejo –en una dimensión transatlántica y Sur-
Sur‒, a partir de reflexiones epistemológicas/metodológicas como de estudios
de casos, anclados a veces en un pasado menos reciente, pero de singulares
ecos en un tiempo presente globalizado. El bloque se abre con una aproxima-
ción teórico metodológica de Julián Melo y Javier Franzé sobre la lectura de
Ernesto Laclau propuesta por parte de los principales dirigentes de la formación
española Podemos. Los autores apuntan a discernir qué se esperaba encontrar
en una teoría sobre la política, la hegemonía y, especialmente, el populismo,
haciendo foco en la relación entre teoría y práctica. La hipótesis de los autores
es que esa lectura estuvo dominada por la esperanza de encontrar una suerte
de “fórmula ganadora” que debía ser “bien traducida” a la práctica, con toda la
carga de descontextualización y de intérpretes privilegiados que ello conlleva.
Los tres trabajos que siguen se centran en estudios de casos, analizando movi-
mientos y fenómenos complejos y multifacéticos, a partir de abordajes que no
se limitan a su simple ubicación en la derecha del espectro político. Se asume
entonces que, lejos de agotar la reflexión sobre esas experiencias, los enfoques
que las reducen mecánicamente al clásico clivaje, aún frecuentes en las ciencias
sociales, presentan el riego de limitar su potencial explicativo. En primer lugar,
María Laura Reali y Matías Borba se interesan en el pensamiento del político e
historiador Luis A. de Herrera (1873-1959) en materia internacional, desde una
perspectiva en la que la experiencia uruguaya sólo cobra sentido a partir de su
inserción en diversas escalas espaciales y en la que el discurso histórico ocupa
un papel fundamental. El estudio pone en evidencia que las definiciones del
herrerismo en un mundo bipolar, su declarado “tercerismo”, su posición frente
al acontecer latinoamericano –desde el régimen peronista hasta la intervención
de 1954 en Guatemala o la posterior Revolución Cubana‒, reflejan las tensiones
de una doctrina en la que tanto el conservadurismo social como el nacionalismo
y el antiimperialismo, constituían componentes irrenunciables. A continuación,
el trabajo de Edgardo Manero analiza el movimiento carapintada, concebido
como expresión de la profunda crisis de identidad militar de la Argentina de los
años 80. Más allá de esta dimensión, su acción expresó tanto la lógica constitu-
tiva del conflicto durante la Guerra Fría como nuevas problemáticas emergen-
Frédérique Langue y María Laura Reali 15

tes con la globalización. Este espacio destaca el sincretismo entre las distintas
formas que ha adoptado el pensamiento nacionalista en Argentina, ilustrando
la permanencia de vasos comunicantes entre “derechas” e “izquierdas”, las cir-
culaciones entre nacionalismos, peronismos e izquierdas y, en particular, sus
límites. Manero sostiene que, a diferencia de otros movimientos palingenésicos
como el chavismo, al no lograr superar el condicionamiento de sus representa-
ciones políticas o, en otros términos, trascender el peso de sus fijaciones estraté-
gicas, los carapintadas no lograron constituirse en un movimiento contestatario
que expresara demandas populares. Avanzando en la cronología, el artículo de
Sergio D. Morresi, Ezequiel Saferstein y Martín Vicente analiza los diversos
posicionamientos de las derechas argentinas durante las primeras décadas del
siglo XXI, tras el quiebre operado por la crisis de 2001. Con ese propósito, se
focaliza en el abordaje de movimientos generales dentro del amplio universo
derechista argentino, en base a un recorrido en tres tiempos. El primero, el de
las críticas, durante los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner como
“setentista” primero y “hegemónico” luego. El segundo, el de la oposición “po-
pulismo”-“república” durante los gobiernos de Cristina Fernández. El tercero,
el de los reclamos al gobierno de Mauricio Macri para enfatizar su posición
de centro-derecha. Analizando estos momentos consecutivos, el estudio busca
demostrar que, en ese camino, las derechas argentinas ganaron presencia, hete-
rogeneidad y radicalidad.
El último apartado y grupo de ensayos contempla los imaginarios en su
vertiente social y política, las representaciones culturales a que dan lugar, los
símbolos y la percepción reflexiva en el orden patrimonial, dentro de la cons-
trucción de historias nacionales insertas en una dinámica continental e incluso
global: las experiencias del tiempo y las emociones –aquí más bien negativas y
dolorosa por el recuerdo que conlleva de un “pasado que no pasa” o de una ex-
periencia vivencial inmersa en lo trágico– desempeñan un papel fundamental.
En su trabajo sobre las luchas recientes por la memoria en torno a los monu-
mentos y los héroes nacionales en Chile, Manuel Gárate Chateau presenta un
estudio de caso a partir de la degradación de estatuas y de los enfrentamientos
en el espacio público durante el llamado “estallido social” de 2019, presen-
tándolo como un buen ejemplo del grado de virulencia que pueden alcanzar
estas disputas y del papel que puede jugar la historia reciente en estos debates.
Su reflexión parte de la premisa de que las disputas memoriales en torno a las
estatuas y monumentos nacionales suelen acentuarse en momentos de crisis
política, social y económica –como ha ocurrido en América Latina desde me-
diados de la segunda década del siglo XXI– y también como respuesta a un
fenómeno global de juicio al pasado colonial. Refiriéndose a la cuestión de
los imaginarios nacionales en el tiempo largo, Jo-Ann Peña Angulo centra su
análisis en dos ideas, por no decir emociones: la epopeya y la nostalgia, rela-
cionadas de forma estrecha con la figura del salvador y del liderazgo mesiánico
16 Las ideologías de la nación

contemplado en capítulos anteriores, su carga simbólica y discursiva tal como


se expresa a través del “proceso” liderado por Hugo Chávez en su vertiente na-
cional. Revisionismo histórico e ideologización del debate participarían en este
aspecto de la creación de una especie de nacionalismo latinoamericano. Para
cerrar este libro a varios manos y, posiblemente, algo del debate iniciado por
este conjunto de ensayos, Rafael Rojas regresa a los orígenes de buena parte de
las políticas de memoria en el continente: la Guerra Fría, que relaciona con tres
elementos característicos de una “gramática” que se vino difundiendo a raíz de
la Revolución Cubana y no dejó de influir en las izquierdas del continente, tanto
a nivel del discurso como de los símbolos y de las imágenes. Concluye insis-
tiendo en una de sus consecuencias en el orden político, la forja de un latinoa-
mericanismo teleológico, que no deja de reforzar la narrativa épica asociada al
populismo y al nacionalismo revolucionario de finales del siglo XX-principios
del siglo XXI, ambos fundamentalmente adversos al paradigma de la anhelada
democracia constitucional.
Republicanismo y populismo:
¿expansión de la democracia liberal o forja del
democratismo plebeyo?
Armando Chaguaceda e Ysrrael Camero

L
as tradiciones políticas interactúan a lo largo de la historia: se mezclan
entre sí a lo largo de una serie de escenarios de conflictos y de coo-
peración, intercambian repertorios y reivindicaciones. Viejas nociones
parecen desaparecer durante largos períodos de tiempo, para retornar, trans-
formadas, en nuevos contextos históricos. En esta transformación se pierden
antiguos significados, al haber desaparecido el marco de prácticas e ideas que
les daban sentido, y emergen nuevos sentidos que dotan a la misma palabra de
una dirección diversa.
Para comprender la relación contemporánea entre republicanismo y popu-
lismo debemos acercarnos a la interacción entre dos tradiciones de antigua pro-
sapia –el republicanismo clásico y la democracia– así como el abono que dos
cosmovisiones propias de la modernidad –el socialismo y el liberalismo– hacen
a aquella interacción. Debemos explorar los modos específicos en que estas
tradiciones confluyen o se contraponen dentro del marco sintético –institucio-
nal, societal y cultural– de las “repúblicas liberales de masas”. A su vez, todo
el análisis debe remitir a los desarrollos histórico políticos recientes, para no
reducirse a meras elucubraciones o descalificaciones sustentadas en visiones
normativas de los conceptos y procesos republicanos y populistas. Son estas
reflexiones, arriba enunciadas, las que procuramos desarrollar en el presente
texto.

Republicanismo: promesa y tradición


La poliédrica tradición republicana hunde sus raíces en la antigüedad clásica,1
abriéndose desde su aparición una brecha entre la República realmente existen-
te y la República pensada por los filósofos. El pensamiento republicano pasa a
través del tamiz de aquellos autores, muchos de los cuales veían a la República

1 Se inició como una manera de organizar el poder en la ciudad de Roma, tras la revolución que
derrocó al último monarca etrusco en el 509. Proceso cuya institucionalización sufrió modi-
ficaciones derivadas del conflicto entre patricios y plebeyos, en la medida en que el dominio
romano se extendía primero por el Lacio, luego por toda la Península italiana hasta dominar y
unificar el mundo mediterráneo.
18 Las ideologías de la nación

con la nostalgia de lo perdido. Pese a las invocaciones puramente nostálgicas


y normativas al fenómeno, podemos encontrar elementos que han sobrevivido
desde los primeros pensadores republicanos hasta el republicanismo contempo-
ráneo. En primer lugar, la centralidad del gobierno de la ley por encima del go-
bierno de los hombres, de donde deviene un tipo específico de igualdad ante la
ley. En segunda instancia, la noción de la comunidad política como una unidad,
fundamentalmente homogénea, constituida alrededor de un derecho común y
de unas tradiciones compartidas. En tercer lugar, la importancia de las institu-
ciones como garantía para la libertad de la República, que es consustancial a la
libertad de sus ciudadanos, entendida como no-dominación por parte de ningún
poder ilegítimo.
Dentro de esta comunidad republicana ha de guiar la acción pública del
ciudadano la búsqueda del bien común, o interés general, expresado en la cosa
pública (res publica), que se coloca por encima de los intereses particulares.
Donde el liberalismo posterior percibe individuos, con derechos y libertades,
el republicanismo reivindica ciudadanos, con deberes que le hacen partícipe a
una libertad compartida, la de no ser dominados por ningún poder ilegítimo.
Las virtudes republicanas, o virtudes cívicas, imprescindibles para asegurar una
convivencia dentro de un proyecto común con afán de permanencia, son atri-
butos de los ciudadanos sobre los que se sostiene la República. La República
obliga, tanto a los gobernantes como a los gobernados, a practicar estas virtudes
cívicas y a perseguir el bien común y el interés general.
La división de poderes, dentro del republicanismo moderno, es primero fun-
cional, y luego se establece como garantía para evitar el descenso a la tiranía.
El horror a la tiranía, es decir, al poder despótico que no reconoce más límites
que su propia voluntad, vincula al republicanismo con el liberalismo, aunque el
primero hace énfasis en la ley y el segundo en el individuo. El liberalismo en-
fatiza en la necesidad de proteger al individuo del ejercicio abusivo del poder,
estableciendo instituciones que garanticen su autonomía, y dado que un poder
solo puede ser detenido por otro poder, la lógica liberal defenderá la idea de
contrapesos entre poderes.
El republicanismo va modificando su repertorio a lo largo de la historia. El
republicanismo del medioevo tardío y del Renacimiento, en las ciudades mer-
cantiles del norte de Italia, se desarrolla, tanto contra el trono imperial, contra
la monarquía, como contra el dominio papal, reivindicando el autogobierno de
la ciudad, de sus corporaciones e instituciones, como garantía para la autono-
mía de sus ciudadanos, donde se incorpora como figura central al mercader, al
comerciante. La idea de una república comercial, como la que desarrolló el re-
publicanismo comercial holandés, implicará un desplazamiento trascendental,
incorporando las virtudes comerciales al repertorio republicano, aspecto que
sería luego reconocido por Montesquieu. La radicalización, es decir, la conver-
sión del ideal republicano en un reto al orden establecido, empieza a expresarse
Frédérique Langue y María Laura Reali 19

con vigor en el puente que se establece entre la lucha por la independencia


holandesa y la revolución inglesa, contando todos estos procesos una mezcla
de liderazgos aristocráticos, medios y bajos, lo que señala que no fue exclusiva-
mente el elemento plebeyo el que desató el impulso republicano.
En principio, la aparición de un Estado republicano en las Provincias Uni-
das, representó “para la Europa monárquica y de tendencias absolutistas […]
un auténtico desafío”.2 Los vínculos entre activistas y pensadores holandeses e
ingleses eran múltiples y cercanos; el republicanismo holandés tendrá conexio-
nes con el posterior republicanismo inglés, que tendrá un carácter más igualita-
rio, como lo podemos seguir en el papel de los llevellers y en los debates de la
abadía de Putnam durante la Revolución inglesa de 1648, elementos trabajados
por Christopher Hill.3 De esta manera, la lucha contra el Antiguo Orden monár-
quico, absolutista o feudal, colocó al pensamiento republicano en la ruta de la
revolución, que conduce desde Londres en 1648 a París en 1789, pasando por
Boston, al otro lado del mar, en 1776.
En los trabajos de Jonathan Irvine Israel4 podemos seguir la migración de
las ideas y de los repertorios de lucha entre las elites europeas y angloamerica-
nas, desde las revoluciones en los Países Bajos, pasando por el debate ilustra-
do, hasta llegar a las ideas democráticas durante la Revolución Francesa y la
primera mitad del siglo XIX. El enfrentamiento contra las arcaicas jerarquías
feudales, contra la dominación monárquica y contra la nobleza, en lucha por
una progresiva universalización de la ciudadanía, que se irá ampliando con
cada nueva oleada de conflictos, establecerá un puente entre el republicanismo
moderno y el contemporáneo, transformándolo en su interacción, tanto con el
relato nacionalista, como con el ideal democrático, es decir, el gobierno popu-
lar, y con la novedosa propuesta socialista.
La revolución de independencia de las colonias inglesas en Norteamérica,
y el nacimiento de los Estados Unidos de América, son expresión de una tra-
dición republicana que puede vincularse con las propuestas más radicales de

2 Alberto Tenenti, De las revueltas a las revoluciones, Crítica, Barcelona, 1999, p. 73.
3 Christopher Hill, La revolución inglesa, 1680, Anagrama, Barcelona, 1978; Los orígenes in-
telectuales de la revolución inglesa, Crítica, Barcelona, 1980; Un mundo trastornado: ideario
popular extremista en revolución inglesa, Siglo XXI, Madrid, 1983; El siglo de la revolución,
1603-1714, Endymion, Madrid, 1992.
4 Jonathan Irvine Israel, Radical Enlightenment: Philosophy and the Making of Modernity,
1650–1750, Oxford University Press, Oxford, 2001; Enlightenment Contested: Philosophy,
Modernity, and the Emancipation of Man, 1670-1752, Oxford University Press, Oxford, 2006;
A Revolution of the Mind: Radical Enlightenment and the Intellectual Origins of Modern De-
mocracy, Princeton University Press, Princeton, 2009; Democratic Enlightenment: Philoso-
phy, Revolution, and Human Rights 1750-1790. Oxford University Press, Oxford, 2011; Re-
volutionary Ideas: An Intellectual History of the French Revolution from The Rights of Man
to Robespierre. Princeton University Press, Princeton, 2014; The Expanding Blaze: How the
American Revolution Ignited the World, 1775-1848, Princeton University Press, Princeton,
2017.
20 Las ideologías de la nación

las revoluciones inglesas previamente derrotadas, así como se soportan sobre


la lectura que los redactores de la Constitución americana de 1787 hicieron
del republicanismo clásico. Thomas Paine, por ejemplo, con la publicación de
Common Sense, en 1776 incorporó la reivindicación de la tradición republicana
como parte del repertorio del enfrentamiento de los colonos contra la Coro-
na británica, haciendo énfasis en que un nuevo orden republicano nacería más
como un fruto del despliegue de la razón humana que de la reforma de las ins-
tituciones existentes. Trabajos como los de Bernard Bailyn5 y Gordon Wood6
hacen hincapié en este carácter republicano de la revolución americana.
Por su parte, durante la Revolución Francesa se abrió paso –bajo el lema de
“libertad, igualdad y fraternidad”– un republicanismo más radical, vinculado a
la lectura jacobina, que condujo a un republicanismo democrático en la Consti-
tución de 1793. En la medida que se transfigura el Tercer Estado en la expresión
de la nación soberana, y del pueblo en armas, la ruptura republicana se articula
con la emergencia de una república democrática, que emerge de la soberanía
popular, y se levanta contra la nobleza, al considerarla ajena a la comunidad
política, es decir, como antítesis al pueblo. Pierre Nora,7 en su artículo sobre
la República durante la Revolución Francesa, señala que, aunque su identidad
más profunda, dada su plasticidad política, se debe a una larga tradición, emer-
gió en Francia sobre una abstracción, oponiendo la soberanía nacional a la mo-
nárquica, avivada por una “poderosa aspiración a la igualdad ciudadana”.8 Esta
pasión igualitaria impulsaría el deslizamiento político hacia la experimentación
constitucional con el gobierno popular, es decir, con la democracia. Rechaza-
da esta última como concepto, por radical e inestable, terminó consagrada en
la Constitución jacobina de 1793. De este modo, siguiendo las reflexiones de
Nora, la democracia republicana francesa derivó, tanto de un principio como
de una historia.
Marcada la república democrática, entre 1793 y 1794 por la existencia de
un régimen de excepción, que supeditó muchos de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano a la guerra y al terror de la guillotina, muchos pensadores que
habían apoyado a la Revolución en su primera etapa comenzaron a rechazarla.
En este debate sobre el devenir de la Revolución y de su práctica republicana,
encontraremos la génesis de las corrientes políticas que le darían forma al mun-
do contemporáneo, desde el conservadurismo y el pensamiento reaccionario al

5 Bernard Bailyn, The Ideological Origins of the American Revolution. Harvard University
Press, Harvard, 1967.
6 Gordon S. Wood, The Creation of the American Republic, 1776–1787, University of North Ca-
rolina Press, Chapel Hill, 1969; The Radicalism of the American Revolution, Alfred A. Knopf,
New York, 1992; The American Revolution: A History, Modern Library, New York, 2001.
7 Pierre Nora, “República” en François Furet y Mona Ozouf, Diccionario de la Revolución
Francesa, Alianza, Madrid, 1989, pp. 680-691.
8 Pierre Nora, “República”, cit., p. 681.
Frédérique Langue y María Laura Reali 21

liberalismo, tanto en su agenda radical como en la prudencia de sus sectores


moderados, hasta aquellas que desembocarían en la democracia y el socialis-
mo. Emergía entonces, tanto en América como en Europa, sobre el legado de
dos revoluciones trascendentales,9 la idea moderna de República. Revestida de
dos fundamentaciones, una primera de carácter histórico, anclada incluso en
elementos del derecho romano, y una segunda, claramente enlazada con el ra-
cionalismo y la Ilustración, que la hacía derivar directamente de los dictados de
la justa razón, del mandato de la razón pública.

Hispanoamérica como laboratorio republicano


Desde 1810 la América hispana ha sido campo extraordinario de experimenta-
ción para el republicanismo, sea oligárquico, liberal o democrático. La amplia-
ción de la ciudadanía republicana hasta su universalización, así como la tardía y
difícil estructuración del Estado liberal, con garantías que protejan los derechos
ciudadanos, y la consolidación del gobierno popular, de carácter democrático,
le ha llevado, con falencias y limitaciones, doscientos años de avances, con
ensayos y errores.
La densidad del Antiguo Régimen era mucho mayor en la América hispana
que en las colonias británicas del norte. Las instituciones inglesas permitían un
nivel mayor de autonomía y en las colonias británicas se habían recibido algu-
nos elementos de la tradición republicana derrotada en las islas. La gruesa den-
sidad institucional del Imperio español implicaba la existencia de unas redes de
dominio más complejas que vinculaban a los funcionarios metropolitanos con
la elite criolla, junto a la inmensa población mestiza, a las comunidades indí-
genas y a los esclavos, en relaciones de dominio y subordinación amparadas en
la legislación indiana. La centralización y modernización, impulsada por los
monarcas Borbones en América, especialmente desde el inicio del reinado de
Carlos III, había fortalecido el control metropolitano sobre América, pero había
incrementado las tensiones con la elite criolla, y con la red de relaciones que
había mantenido atado al Imperio durante los tres siglos previos.
Desde mediados del siglo XVIII diversas rebeliones asaltaron al orden colo-
nial, el levantamiento de Juan Francisco de León (1749-1751), y la rebelión del

9 Hannah Arendt, quien también es considerada una pensadora republicana contemporánea, se-
ñala en Sobre la Revolución que la reivindicación de lo público vincula a ambas revoluciones,
la felicidad pública americana y la libertad pública francesa, agregando, al reflexionar sobre
el sistema de distritos en Estados Unidos, que “nadie puede ser feliz sin participar en la feli-
cidad pública, que nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y que nadie,
finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder público.” (H. Arendt,
Sobre la Revolución, Alianza, Madrid, 2004, p. 352). Para Hannah Arendt, el legado de la
revolución republicana americana “fueron las libertades civiles, el bienestar individual del
mayor número y la opinión pública como la fuerza más importante que gobierna la sociedad
democrática e igualitaria.” (H. Arendt, Sobre la Revolución, cit., p. 305).
22 Las ideologías de la nación

Negro Guillermo (1769-1771) en Venezuela, una serie de rebeliones en Qui-


to entre 1760 y 1803, la revuelta en Potosí en 1767, o los levantamientos en
La Paz o Urubamba en 1777, hasta desembocar en la gran revuelta de Tupac
Amaru II que se inició en 1780 y la de los Comuneros en la Nueva Granada
de 1781. La mayor parte de estas rebeliones pretendían defender o restaurar un
viejo orden trastornado por las reformas borbónicas. Muchos de estos rebeldes
consideraban que las nuevas disposiciones violentaban antiguos pactos estable-
cidos con la monarquía hispana. Estaban alejadas del debate republicano que se
encendería durante la crisis finisecular.
Las elites criollas que se habían formado en el imperio hispanoamericano
recibieron el legado republicano de fuentes distintas. También estaban influi-
das por doctrinas contractualistas y del bien común, por la bibliografía jurídica
castellana medieval y por obras de los escolásticos españoles, como Francisco
Suárez, que sostenían la idea de la soberanía popular, a la que tuvieron acceso
gracias a la formación de los jesuitas. En medio de una lucha entre innovadores
y tradicionalistas, las ideas ilustradas fueron penetrando, estando las universi-
dades americanas más abiertas que las españolas.10
Incluso antes de la crisis española de 1808, acontecimiento desencadenante
de las independencias hispanoamericanas, las elites americanas, así como algu-
nos miembros alfabetizados de la población mestiza, habían recibido los ecos
de una disputa entre dos formas de entender y vivir la libertad, la inglesa y la
francesa. La libertad de los ingleses era fruto de la conservación y perfecciona-
miento de prácticas antiguas. Mientras que la libertad de los franceses, aquella
revolucionaria que había encendido a la población esclava de Saint Domingue,
era una libertad nueva y abstracta, a construir a partir de un modelo ideal. La
elite cultural es la principal receptora de las noticias, provenientes tanto de la
Francia revolucionaria como de los Estados Unidos que iniciaban su caminar
republicano. Altos cargos de la administración, el alto clero, los profesores y
estudiantes de seminarios y universidades, algunos profesionales liberales y la
aristocracia criolla, empiezan a vincular las nuevas ideas revolucionarias con el
deseo de una mayor autonomía.
Las nuevas conspiraciones ya tenían los elementos republicanos que carac-
terizaban a las revoluciones atlánticas. En 1793 Antonio Nariño, en la Nueva
Granada, imprimió una traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudada-
no. En 1797 Manuel Gual y Juan Bautista Picornell, en Venezuela, conspiran
para levantar a los pardos, proclamando la vigencia de los Derechos del Hom-
bre. Son denunciados por los mismos blancos criollos que, trece años después,
darían inicio al camino republicano hispanoamericano. Coexistían las influen-
cias de la nueva república americana y de la Revolución Francesa, mostrando
paisajes distintos. El revolucionario Francisco de Miranda en carta a Manuel

10 John Elliott, Imperios del mundo atlántico. España y Gran Bretaña en América, Taurus, Ma-
drid, 2006.
Frédérique Langue y María Laura Reali 23

Gual, del 31 de diciembre de 1799, alertaba que “dos grandes exemplos [sic]
tenemos delante de los ojos: la Revolución Americana y la Francesa. Imitemos
discretamente la primera; evitemos con sumo cuidado los fatales efectos de la
segunda”.11
Pronto las ideas republicanas se fueron abriendo paso entre los revoluciona-
rios hispanoamericanos, expresándose en las Constituciones, en las actas de In-
dependencia y en los programas de los primeros partidos políticos, coexistien-
do con las ideas liberales, con las cuales entrarían en prolíficos debates en las
primeras décadas posteriores a la independencia.12 Las experiencias venezolana
y neogranadina hacían una temprana “reivindicación explícita del republica-
nismo”.13 Sin embargo, la relación entre republicanismo, liberalismo e iusnatu-
ralismo no era de oposición en estos discursos revolucionarios americanos, ya
que “las tres corrientes se articulan sin mayor fricción”.14
En la creación de un nuevo orden político, tras la ruptura con la metrópoli
hispana se desarrollaron, en paralelo, cuatro procesos de transformación socio-
cultural. En primer lugar, la construcción de un nuevo Estado, reformando mu-
chas instituciones heredadas, en la vía de constituir un Estado fundamentalmen-
te liberal, es decir, aquel que permitiera el libre desarrollo de los individuos. En
segundo lugar, la estructuración de un relato nacional, que brindara legitimidad
al nuevo orden establecido y a sus elites, la nacionalización de la experiencia
política. En tercer lugar, el desarrollo y ampliación de un proyecto republicano
representativo, que implicaba un ejercicio novedoso de ciudadanía y la creación
de una opinión pública, así como el uso de la educación para formar ciudadanos
republicanos. Por último, se insistía en la búsqueda de una nueva articulación
con las naciones del mundo atlántico.

11 Francisco de Miranda, América Espera, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1984, p. 253.


12 Sobre la tensión entre el republicanismo y el liberalismo en el siglo XIX iberoamericanos es
útil revisar los trabajos agrupados por José Antonio Aguilar y Rafael Rojas, El republicanismo
en Hispanoamérica. Ensayos de historia intelectual y política, CIDE / FCE, México, 2014; o
por Antonio Annino y François-Xavier Guerra, Inventando la Nación. Iberoamérica siglo XIX,
FCE, México, 2003, donde se evidencia el contraste entre aquellos que impulsaban el cultivo
de las virtudes cívicas republicanas alrededor de una idea armónica de bien común, frente a
nociones más individualistas, incluso utilitaristas, que impulsaban los liberales. Luis Barrón
señala que: “Aunque es innegable que la ideología liberal jugó un papel muy importante en la
erosión de las estructuras coloniales, en los primeros años después de la Independencia hubo
un rico y muy importante debate ideológico entre los que yo llamaría republicanos modernos,
y no entre liberales y conservadores… (Luis Barrón, “La tradición republicana y el nacimiento
del liberalismo en Hispanoamérica después de la Independencia: Bolívar, Lucas Alamán y el
‘Poder Conservador’, en Rafael Rojas (coord.), El republicanismo en Hispanoamérica: ensa-
yos de historia intelectual y política, José Antonio Aguilar, 2002, p. 134).
13 Clément Thibaud, “La coyuntura de 1810 en Tierra firme: confederaciones, constituciones,
repúblicas”, en Historia y Política, 24, 2010, p. 25.
14 Clément Thibaud, “La coyuntura de 1810…”, cit., p. 27.
24 Las ideologías de la nación

En el proceso de construcción y ampliación de la ciudadanía republicana


se enfrentaron importantes dificultades, que determinaron la diferencia entre
lo proclamado por las Constituciones y la realidad práctica. Obstáculos de-
rivados de la existencia de patrones jerárquicos y relaciones de dominación,
fruto de instituciones sociales y económicas heredadas del Antiguo Régimen,
incluyendo la presencia de la Iglesia Católica. Esto estableció una recurrente
tensión y conflicto, entre una nueva lógica moderna y una previa comunitaria,
aspecto que ha sido explorado por François-Xavier Guerra en su clásico Mo-
dernidad e Independencias.15 La pervivencia de relaciones corporativas previa-
mente asentadas, de la que no solo las elites llegaban a ser beneficiarias, marcó
las limitaciones y características de la implantación republicana en el mundo
hispanoamericano. Coexistían formas de socialización tendientes a preservar
y reproducir viejas instituciones de dominación, con aquellas novedosas que
tendían a configurar formas de ciudadanía moderna y republicana.16
En la región, la construcción incompleta del orden republicano derivó en
Repúblicas representativas oligárquicas y en la presencia del caudillismo como
fenómeno catalizador, tal como señala Georges Lomné, al referirse a la deriva
política, entre 1830 y 1840, tanto en la Nueva Granada, como en Venezuela,
Ecuador y México, donde se enfrentaron “dos conceptos del ser republicano:
uno aferrado al civilismo de los ‘togados’, otro, al caudillismo militar heredado
de las luchas de independencia”.17 A lo largo del siglo XIX vemos una presión
por la ampliación de la ciudadanía de la mano de los sectores más radicales del
liberalismo, muchas veces promoviendo la idea federal, y bordeando las fron-
teras de la política democrática.
El proyecto democrático puede ser comprendido, en el contexto americano,
como aquel que completa la construcción de un orden republicano que se había
iniciado en el siglo XIX, en la medida en que implicará la universalización de
la ciudadanía, tanto en lo que se refiere a la entrada a la vida pública como en la
sacralización del ciudadano, ampliando las fronteras y alcances de la institución
de la representación. No es esta una visión teleológica, en la medida en que no
hay un destino marcado, sino que fue fruto de un siglo de conflictos sociales y
políticos, de emergencia de nuevos actores sociales que vinieron a disputar el
espacio público, a reconfigurarlo, pero cabalgando finalmente sobre la estructu-
ración de los patrones del Estado Liberal y de la política republicana. No eran

15 François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispá-


nicas, Encuentro, Madrid, 2009.
16 Los trabajos recopilados por Hilda Sabato (Ciudadanía política y formación de las naciones.
Perspectivas históricas de América Latina, FCE, México, 1999) muestran la complejidad de
los avances en la construcción de ciudadanía, así como de formas de representación y partici-
pación durante el siglo XIX.
17 Georges Lomné, en Fernández Sebastián, (dir.). Diccionario político y social del mundo ibe-
roamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850. [Iberconceptos-I], Fundación Carolina /
Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales / CEPC, Madrid, 2009, p. 1268.
Frédérique Langue y María Laura Reali 25

los republicanos y los liberales del siglo XIX unos demócratas, rechazando
ambos dicho término, pero la política democrática emergió sobre el tipo de
socialización que hicieron posible.
Este proceso pasa por un cambio en el concepto de pueblo, presente en el
lenguaje republicano y en el democrático, que los vincula como puente con el
fenómeno populista. Así como lo hacen los conceptos de “derechos”, “ciudada-
nía” y “opinión pública”, que caracterizan la irrupción republicana, la noción de
pueblo se mueve de la periferia al centro del lenguaje político, tanto en España
como en el mundo iberoamericano, desde la primera mitad del siglo XIX, como
refiere Fátima Sá e Melo Ferreira.18 Por un lado, vemos el paso, conflictivo y
sinuoso, del uso del plural, “pueblos”, al singular, “pueblo”, que expresa la
consolidación de la idea unitaria de la República y de la Nación, que dejó atrás
las teorías pactistas pre-modernas. Al mismo tiempo, vemos el conflicto entre el
uso peyorativo del término “pueblo”, como “plebe”, “bajo pueblo” o “canalla”,
y un acercamiento más sociopolítico, como expresión integrada de la comu-
nidad política, es decir, como el depositario de la soberanía nacional. Señala
Melo Ferreira la existencia de un desplazamiento “de la invocación urgente al
‘pueblo’ como fuente de legitimidad política del periodo de las independencias,
[…] a la desconfianza y al debate sobre quién puede incluirse en esa categoría
base del sistema representativo”.19
Este uso dividirá a liberales y conservadores en algunos contextos, a radi-
cales de moderados en otros. La separación entre “ciudadanos activos” y “ciu-
dadanos pasivos”, tan común en el siglo XIX, se vincula con la concepción del
“pueblo” (plebe, canalla) como amenaza al orden. Sin embargo, en la medida
en que emergían fuerzas democratizadoras, vinculadas a los sectores más radi-
cales del liberalismo, se fue consolidando una noción más amplia e integradora
del término. Desde mediados del siglo XIX vemos la apelación al pueblo como
un actor específico que se presenta en el espacio público sobre un marco bina-
rio, muy parecido a la lógica populista, en oposición al orden conservador.
Pero en el orden republicano decimonónico, incluso en aquel discurso que
podía reivindicar al gobierno popular, la noción de democracia estaba cargada
de connotaciones negativas, que la enlazaban al igualitarismo radical, al caos y
a la anarquía. Fue un término usado para denostar del adversario, a quien se le
imponía el mote de “demócrata” para evidenciar su propensión anárquica y el
peligro de disolución de la paz republicana que representaba su presencia en la
esfera pública. La consolidación de la institución de la representación parecía
ser contradictoria con una idea de democracia que apelaba a la participación
directa del pueblo en los asuntos públicos.20

18 Fátima Sá e Melo Ferreira en Fernández Sebastián, (dir.). Diccionario político..., cit., p. 1117
19 F. Sá, en Diccionario político..., cit., p. 1132.
20 Gerardo Caetano, “La reconceptualización política de la voz ‘democracia’ en Iberoamérica
antes y después de las independencias” en Crítica Contemporánea. Revista de Teoría Política,
26 Las ideologías de la nación

Fue a través de la idea de la democracia representativa que volvió la política


democrática a contener una connotación positiva, siendo admitida dentro de
los proyectos liberales y republicanos. Ese contraste entre el gobierno popular
representativo y la democracia tendería a resolverse, no solo por la expansión
del sufragio, sino por la aparición de nuevos sectores sociales en medio de un
proceso de modernización, por los avances en materia de organización de la
acción colectiva, con la aparición de las asociaciones de productores, sindicatos
obreros, etc., hasta el paso de los partidos de elites a los partidos de masas.
En este proceso es clave, tanto la aparición de los movimientos radicales en
el Cono Sur, a finales del siglo XIX, como la de los movimientos nacional-po-
pulares en el siglo XX. Ambos serían los sujetos centrales de la lucha por la
democracia en América Latina, en la construcción de las repúblicas liberales de
masas, que articulan, no sin tensiones, aspectos de la tradición republicana, de
la política liberal y de la representación democrática.

De la lucha democrática emerge la simiente democrática


Partiendo de semejantes antecedentes históricos, en el siglo XIX el emergente
liberalismo político se encontrará con el republicanismo. Partiendo el primero
de la defensa de los derechos individuales, de la limitación del poder y del
reconocimiento de la existencia de intereses diversos dentro de la comunidad
política. Partiendo el republicanismo de la reivindicación de los pactos funda-
cionales que constituyen la República, que se expresan en la Constitución, en
la ley y el derecho, desembocando en una noción de ciudadanía. El liberalismo
puede coexistir con la monarquía, al meterla dentro del orden constitucional,
sometiéndola al imperio de la ley, diseñada para permitir el libre desarrollo de
los individuos. Liberales y republicanos se encontrarán, en su horror al despo-
tismo y al poder arbitrario, en la defensa de las instituciones y de la legalidad,
del Estado de Derecho moderno.
Sin embargo, ambos harán frente a la irrupción del nuevo pensamiento de-
mocrático. De alguna manera, la idea de democracia, entendida como gobier-
no popular, yacía potencialmente inserta dentro de la tradición republicana. El
acercamiento a la democracia que realiza el pensamiento republicano no parte
del individualismo liberal, sino de la constitución del gobierno popular repre-
sentativo que parte de lo colectivo. Pero el gobierno popular, desde una pers-
pectiva republicana, no constituye una fuerza despótica desatada, sino que se
expresa en la ley y en las instituciones, incluyendo los cuerpos intermedios que
funcionan allí como fuerza moderadora, como se puede percibir con claridad en
el pensamiento de los Padres Fundadores de los Estados Unidos.
Pero la transición del mundo rural hacia el moderno mundo industrial, cons-
tituye no solo una revolución en términos tecno-económicos, sino que se trasla-

Núm.1, Nov. 2011, pp. 93-114.


Frédérique Langue y María Laura Reali 27

da a un giro en la manera de organizar el trabajo y la vida social. La emergencia


de la clase obrera altera el paisaje del campo y la ciudad. De esta realidad emer-
gerá el movimiento obrero y luego el moderno pensamiento socialista. He aquí
el cuarto elemento que se incorpora al debate precedente, articulándose con la
tradición democrática, por su carácter igualitario y expansivo, pero también con
los ideales más radicales del republicanismo, que coexistían con la democra-
cia, en su énfasis en las ideas de bien común y su reivindicación de los valores
comunitarios, en crítica al individualismo burgués donde se había refugiado un
liberalismo conservador.
Esta articulación histórica de tradiciones políticas distintas puede verse con
claridad en Francia, donde el republicanismo democrático radical coincidirá
en repetidas ocasiones con los socialismos, como lo podemos ver en la acción
política de líderes como Jean Jaurés (1859-1914) y Léon Blum (1872-1950).
Donde el liberalismo mantenía reivindicaciones democráticas contra el con-
servadurismo también hallaría el movimiento obrero alianzas y banderas co-
munes. Los radicales liberales encontrarían en los sindicatos un apoyo para la
expansión del ejercicio de la ciudadanía, como lo vemos en Inglaterra con los
lib-labs, que funcionaría como una facción dentro del Partido Liberal hasta la
aparición del Partido Laborista. En España también percibimos una migración
progresiva, de banderas y repertorio, entre republicanos, radical-liberales y so-
cialistas, como lo podemos ver en líderes como Pablo Iglesias (1850-1925),
fundador del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
En la medida en que el consenso democrático liberal ha empezado a mostrar
fisuras, hemos visto el retorno de un pensamiento republicano, que intervino
en el debate que, partiendo de la obra de John Rawls, se generó entre liberales
y comunitarios, para presentar una tercera propuesta. En esta dinámica se han
incorporado trabajos históricos como los de Quentin Skinner y J. G. A. Pocock,
o político-normativos como los de Philipp Petit, en la escuela anglosajona, o
el de Etienne Balibar como referencia del marxismo francés, o los de Maurizio
Viroli, desde la perspectiva italiana, tratando de reintroducir las nociones repu-
blicanas de ciudadanía, participación, deliberación, bien común e interés públi-
co dentro de un debate donde el individualismo liberal había sido dominante.
La reivindicación de la libertad como no-dominación es eje central alrede-
dor del cual se ha desarrollado este “neorrepublicanismo”, colocando el énfasis
en que ningún ciudadano debe estar sometido a un dominio arbitrario, bien sea
político o económico, reivindicando la autonomía de agencia para el desarrollo
pleno de las capacidades de cada ciudadano. Pero la acción ciudadana que se
privilegia, como corresponde a la idea republicana de virtud cívica, deriva de
la participación en lo público, alrededor del interés público o bien común, por
encima de la articulación de agendas privadas; en este acercamiento podemos
encontrar también las ideas de democracia deliberativa de Habermas y otros
pensadores contemporáneos.
28 Las ideologías de la nación

Es a través del vínculo construido entre la tradición republicana y la demo-


crática, a través de la idea del gobierno popular, así como en su común rechazo
al individualismo liberal, que podría deslizarse la relación del republicanismo
con el artefacto populista.

Populismo: ¿una alternativa plebeya?


El populismo, como fenómeno contemporáneo, emerge en medio de un mundo
trastornado por la modernización industrial, que se expresa como una diso-
lución de las identidades y comunidades tradicionales, con un debilitamiento
de los vínculos de legitimidad entre gobernantes y gobernados. El populismo
aparece, como fenómeno político, en medio de las tensiones derivadas de la
aparición de la sociedad de masas, la licuación de las comunidades tradicio-
nales. Esta ruptura de la relación entre las elites, bien sea políticas, sociales o
económicas, y el resto de la población, entendida como masas o como ciudada-
nos, crea la ocasión para la constitución y movilización de nuevas identidades
políticas: la reaparición de la idea de pueblo, ya desnudo de sus atributos tradi-
cionales, pero dotado de una nueva capacidad de incidencia sobre una realidad
que muta a gran velocidad.
Desde sus orígenes en el mundo antiguo, las nacientes democracias de la
Grecia clásica lidiaron con la periódica emergencia de liderazgos de corte po-
pulista, en la figura de los demagogos. Estos –mencionados por Aristóteles en
su Política y otros pensadores de la época– corrompían la vida democrática; al
punto que la asamblea de la polis condenó a varios de aquellos personajes al
ostracismo por considerar su presencia un grave daño a la comunidad y proceso
políticos. Con posterioridad –y antes del advenimiento de la forma moderna
del populismo, a fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX–21 el mun-
do conoció diversas formas de acción política que podríamos identificar como
protopopulistas.22

21 Guy Hermet, “Del populismo de los antiguos al populismo de los modernos”, en Guy Hermet,
Jean-Francois Prud’homme, Soledad Loaeza (Comp.). Del populismo de los antiguos al popu-
lismo de los modernos, El Colegio de México, México, 2001.
22 Para Rosanvallon (Le Siècle du populisme. Histoire, théorie, critique, Le Seuil, París, 2020)
la idea moderna populista ha aparecido en tres contextos diferentes, no relacionados entre sí y
con el presente: en Rusia (1870-1880) con base campesina y enfrentada al despotismo zarista y
la occidentalización; en EUA (1890-inicios del siglo XX) con pequeños propietarios opuestos
a la burguesía industrial-financiera y en Francia, como el movimiento artístico literario que
toma lo popular como objeto de inspiración. Es posible comprender mejor al populismo con-
temporáneo atendiendo a los momentos o regímenes que, sin haber reivindicado su nombre,
expresan mejor sus componentes y dinámicas. Estos abarcan tanto el Segundo Imperio francés
–con sus formas de democracia plebiscitaria, autoritaria y polarizada–, las modalidades lati-
noamericanas de mediados del siglo XX –con el peronismo como caso ejemplar– y las formas
contemporáneas.
Frédérique Langue y María Laura Reali 29

La producción reciente en torno a la problemática del populismo ha tenido,


tan sólo en los últimos años, una notable profusión de autores, textos e ideas.23
Existen varias aproximaciones24 capaces de dar cuenta del fenómeno populista
en sus distintas dimensiones y acercamientos históricos, politológicos y norma-
tivos. Desde nuestra perspectiva, más que considerarlo una propuesta radical
para la solución de los déficits –de diseño o funcionamiento– de la democracia
liberal, concebimos el populismo contemporáneo como una forma diferente
de imaginación y quehacer político, ubicado en el tránsito entre dos modos/
momentos de aquella. Momentos que corresponderían a lo que Urbinati25 de-
fine como la democracia constitucional, en paso de la variante de “partidos”
a la de “audiencia”; Keane26 como salto de la democracia representativa a la
monitorizada y Rosanvallon27 como democracia electoral-representativa y su
aggiornamiento contrademocrático.28
Desde su emergencia contemporánea, se configuran los rasgos que han he-
cho del populismo un modo específico de “entender” –mediante las polaridades
Líder-Masa, interna, y Pueblo-Enemigo, exógena–; de “ejercer” –con estilo de-
cisionista, movilizativo y conflictivo– y en menor medida, de “estructurar” –en
formas movimientistas antes que en instituciones estables– la política moder-

23 Entre las sugerentes miradas colectivas contenidas en monográficos y dossiers temáticos re-
cientes se encuentran: Camil Ungureanu e Ivan Serrano (coord.) “¿La nueva era del populis-
mo? Perspectivas teóricas, empíricas y comparativas”, CIDOB d’afers internacionals, N. 119,
septiembre 2019. Bertrand Badie y Dominique Vidal (dir.), “Le retour des populismes”, L’état
du monde 2019, La Découverte, París, 2019; Alain Dieckhoff, Christophe Jaffrelot et Elise
Massicard (dir.), Populismes au pouvoir, L’Enjeu mondial, Les Presses de Sciences Po, París,
2019; “Double Special Issue: Populism(s) and Lunch with Bauman”, Thesis Eleven, Núm. 149,
diciembre de 2018.
24 John Keane, “The pathologies of populism” en The Conversation, 28 de septiembre de 2017,
en https://theconversation.com/the-pathologies-of-populism-82593; Cass Mudde y Cristóbal
Rovira, Populismo. Una breve introducción, Alianza Editorial, Madrid, 2019; Pierre Rosanva-
llon, Le Siècle..., cit.; Nadia Urbinati, Me the People: How Populism Transforms Democracy,
Harvard University Press, Harvard, 2019.
25 Nadia Urbinati, Me the People..., cit.
26 John Keane, Vida y muerte de la democracia, FCE / Instituto Nacional Electoral, México,
2018.
27 Pierre Rosanvallon, La contrademocracia: la política en la era de la desconfianza, Manantial,
Buenos Aires, 2007.
28 En ese marco –posterior a 1945– toman cuerpo las primeras formas contemporáneas de po-
pulismo, entendido como forma autoritaria –y posfacista– de democracia, cuya primera con-
creción a escala nacional/institucional fue el peronismo argentino (Federico Finchelstein, Del
fascismo al populismo en la historia, Taurus, México, 2018), pero que luego se expandió, coin-
cidiendo con episodios periódicos de crisis económica y política (María Esperanza Casullo,
¿Por qué funciona el populismo?, Siglo XXI, Buenos Aires, 2019) –generadores de demandas
ciudadanas insatisfechas– bajo el manto de disímiles ideologías y sobre el suelo de diversos
países del mundo (Ángel Rivero; Javier Zarzalejos y Jorge del Palacio (coord.), Geografía del
populismo. Un viaje por el universo del populismo desde sus orígenes hasta Trump, Segunda
Edición Revisada, Tecnos, Madrid, 2018), entre estos los de Latinoamérica.
30 Las ideologías de la nación

na. Dimensiones estas que remiten al “modo de vida, movimiento, proceso” y,


de manera muy restringida, “régimen”,29 con que abordamos más adelante la
complejidad democrática. Así, el populismo sería una especie híbrida –en lo
constitutivo– y transicional –en lo procesual– dentro del catálogo de formas
políticas contemporáneas.30
Entre sus principales rasgos destacan la construcción -discursiva y organi-
zacional- de un “nosotros” –mayormente “popular” y/o “nacional”– versus un
“otros”, señalado a menudo como antinacional y oligárquico. Construcción esta
que expande la real polarización (social) –prexistente a la irrupción del populis-
mo– en la dirección de una polarización (política) inducida y potenciada desde
el Poder populista, que le alimenta para fortalecerse. También el ser portador
el populismo de cierta ambigüedad permanente ante el fenómeno democrático.
Una que oscila entre la preservación de instituciones y libertades básicas de
la república –al menos hasta arrivar a una coyuntura crítica, donde mutaría en
franco autoritarismo– y la erosión sistemática de aquellas.
De tal suerte, la concepción democrática del populismo se sustenta en una
preferencia por la democracia directa –ilustrada por la sacralización del refe-
réndum–; una visión polarizada e hiperelectoral de la “soberanía del pueblo”
–que rechaza los órganos intermediarios y apuesta a domesticar instituciones
como los tribunales constitucionales y las autoridades independientes– y una
concepción de “voluntad general” factible de expresarse espontáneamente.31 En
tal sentido, la fisiología de la política populista incubaría dentro de la anatomía
del régimen democrático,32 desfigurando –sin suprimir– aquellos principios y
mecanismos que –especialmente centrados en lo electoral– usufructúa como
fuente de legitimidad.
La concreción del populismo como forma de concebir la política incluye
un liderazgo populista –basado en el carisma–, un movimiento social populista
–heterogéneo, dependiente del líder y poco estructurado– y, en ciertos casos
con mayor desarrollo, un partido político populista, dotado de mayor coheren-

29 Urbinati (Me the People..., cit.) define al populismo como una transformación y forma de
gobierno representativo compatible con la democracia de audiencias, no un régimen por sí
mismo. De ahí que, según la autora, el populismo en el poder sería endógenamente precario y
sujeto a dos escenarios/desenlaces límites: derivar hacia un gobierno representativo común o
mutar en dictadura.
30 De hecho, Rosanvallon (Le Siècle..., cit.) concibe al populismo cómo una forma límite, polari-
zada, del proyecto democrático, la cual, al devenir régimen, revela una pulsión democratista y
autoritaria, dotada de una capacidad (variable) de reversibilidad.
31 Pierre Rosanvallon, Le Siècle..., cit.
32 Siguiendo con las metáforas biológicas –atendibles en tiempos de pandemia– el populismo
sería, para John Keane (“The pathologies of populism” en The Conversation..., cit., 28 de
septiembre de 2017 en https://theconversation.com/the-pathologies-of-populism-82593) una
enfermedad autoinmune y recurrente, que daña los órganos del sistema democrático.
Frédérique Langue y María Laura Reali 31

cia ideológica y organizativa.33 Al combinarse, estos tres factores dan impulso a


la agenda política populista, la cual puede orientarse a la democratización o la
autocratización de un régimen político nodriza. En el primer sentido, al exhibir
los déficits de las repúblicas liberales de masas –déficits que abarcan la crisis de
representación, el elitismo solipsista y el secuestro oligárquico de las institucio-
nes– bajo en su actual modelo democrático de audiencia34 o monitorizado,35 el
populismo puede representar el papel del pariente incómodo que llega a la fies-
ta, develando los conflictos ocultos y jamás procesados en el seno de la familia
política. Transparentando, al público, aquello que lastra la buena convivencia.
Sin embargo, al sustituir una (mal procesada) polarización social por una
(reforzada) polarización político-partidaria, minimizar los derechos y canales
de participación de la oposición, someter las instituciones que operan como
contrapeso del Poder ejecutivo y caricaturizar/deshumanizar discursivamente
al Otro, la narrativa y praxis del populismo refuerzan rutas iliberales democra-
tizadoras,36 las que pueden llegar, pasado cierto umbral, a la autocratización
abierta del sistema político y de la sociedad.
El estilo pseudodemocrático de hacer política del populismo niega el plura-
lismo constitutivo de las sociedades contemporáneas, fomenta un exclusivismo
(grupal o nacional) ficticio, desarrolla patologías políticas como el culto al Jefe
–de cuyo mando el Pueblo no podrá desmarcarse y mucho menos emanciparse
de modo autónomo– y promueve una mentalidad simple, hostil a lo complejo
y a lo diverso. Así, puede decirse que al populismo lo define su némesis: la
definición del “otro” puede ser tanto o más importante que el “nosotros”, pues
contribuye a concebir la identidad y la agenda propia (populista) como un es-
pejo invertido de lo adversado. Ello facilita que, como se mencionó arriba, el
populismo pueda aparecer con una doble naturaleza: cuando confronta regíme-
nes oligárquicos muestra una faz democratizadora, cuando desafía regímenes
liberal-democráticos porta tendencias claramente autoritarias.

Republicanos y populistas: ¿confluencia virtuosa?


Aunque Rosanvallon37 reconoce al populismo como la “ideología ascendente
del siglo XXI”,38 aquí consideraremos ambigua la relación populista con las

33 C. Mudde y Cristóbal Rovira, Populismo..., cit.


34 N. Urbinati, Me the People, cit., 2019.
35 J. Keane, Vida y muerte de la democracia, cit.
36 Yascha Mounk, El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro y
cómo salvarla, Paidós, Barcelona, 2018.
37 Pierre Rosanvallon, Le Siècle..., cit.
38 Rosanvallon, en Le Siècle..., identifica cinco pilares de la cultura política populista: una con-
cepción del pueblo, una teoría de la democracia, una modalidad de representación, una política
y filosofía de la economía, un régimen de pasiones y emociones.
32 Las ideologías de la nación

ideologías. Siendo portador de lo que ha sido definida39 cómo una ideología


delgada –mínima, poco elaborada, maleable– que escinde la sociedad en dos
bloques antagónicos –el popular, preterido y el elitista, corrupto– el populis-
mo requiere de hospedarse/nutrirse/articularse con otras cosmovisiones más
coherentes y perdurables, como el socialismo o el conservadurismo. De tal
suerte, hibridez y heterogeneidad parecen ser rasgos estables de un fenómeno
esencialmente volátil como el populismo. Por tanto resultan comprensibles los
recientes –e insistentes– intentos de aproximar el populismo a las perspectivas
republicanas, con pedigrí académico.

Tabla 1
Republicanismo, populismo y liberalismo: contrastes fundamentales
Aspecto Republicanismo Populismo Liberalismo

Punto de partida Base comunitaria Base colectiva Base individual

Proceso de gene- Bien común Principio mayo- Articulación de intereses


ración de la acción Consensos ritario y partici- particulares. Competen-
política pación cia recurrente y acotada
Conflictos

Visión de la comu- Unida alrededor Homogénea y uní- Pluralidad atemporal,


nidad / sociedad de un mismo voca: una voluntad basada en la libre asocia-
derecho, de unas popular, asediada ción de los individuos.
mismas costumbres por amenazas.
e instituciones,
históricamente
constituidas.

Papel del gobierno Gobierno de las Gobierno del pue- Gobierno limitado,
leyes, con vocación blo, con vocación árbitro neutral frente a
moralizante y pater- movilizadora y la sociedad, protector de
nalista, que protege protectora de los derechos individuales
la libertad de la propios, frente a
República y evita la los ajenos. El Gobierno debe prote-
dominación sobre El Gobierno debe ger el ejercicio personal
los ciudadanos. proteger al pueblo de la ciudadanía y habli-
El Gobierno y la soberanía na- tar espacio para compe-
debe promover cional frente a los tencia y pluralismo
el desarrollo de diversos enemigos
potencialidades de internos y foráneos
los ciudadanos que
contribuyan al bien
común.

39 C. Mudde y C. Rovira, Populismo..., cit.


Frédérique Langue y María Laura Reali 33

Lugar de la ley Ley como expre- La voluntad del La ley existe para
sión del interés pueblo se encuen- proteger los derechos
general y del bien tra por encima de individuales.
común, que desa- la ley.
rrolla y protege.
Rol de las institu- Centralidad de las Enfrentamiento Instituciones protectoras
ciones instituciones, como contra las institu- de los derechos, con
garantes del bien ciones que limitan funciones limitadas.
común. la voluntad del
pueblo
Rol del individuo / Ciudadano autóno- Ciudadano movili- Individuos con derechos
ciudadano mo, participativo zable que participa y libertades que se
y deliberante, con individualmente ejercen desde la sociedad
deberes frente a integrado a partir civil y deben ser protegi-
la República, y de una identidad das y garantizadas por el
con derechos que colectiva. Escasa Estado.
derivan de su perte- autonomía frente
nencia a ella. al gobierno.
Libertad / Igualdad Libertad entendida La libertad es un Libertad como ausencia
como no-domina- atributo colectivo. de interferencia.
ción. Igualdad dentro Igualdad ante la ley.
Igualdad ante la ley, de los bloques La desigualdad, más
pero hay jerarquías identitarios: pueblo allá de la ley, es natural
que derivan de las versus no pueblo. y beneficiosa para el
virtudes y de los La desigualdad y progreso social.
méritos. diversidad como
La desigualdad expresiones anti-
como amenaza a populares
la armonía de la
República.

Relaciones de con- Consenso alrededor Conflicto entre las Articulación de intereses


senso o conflicto de los pactos elites corrompi- contrapuestos en una
fundacionales de das y el pueblo competencia regulada y
la comunidad, virtuoso acotada
búsqueda de la
armonía dentro de
la comunidad

Rol de las elites Elite virtuosa es La elite concebida La elite es el resultado de


responsable ante los como el enemigo una competencia abierta
ciudadanos. corrompido a
vencer o como
vanguardia del
pueblo movilizado
34 Las ideologías de la nación

Concentración de Separación funcio- El poder del pue- Todo poder ha de estar


poder nal del poder, coo- blo no admite me- limitado y controlado,
peración alrededor diación, tendencia disperso en grupos
del bien común. hacia la concentra- sociales y estructuras
Terror frente al des- ción personalista políticas.
potismo y la tiranía, del poder. Equilibrio (regulado
el poder ilegítimo y Terror frente a por la ley) de poderes
frente al cesarismo, la traición de las para evitar la tiranía y el
como perversión elites al pueblo despotismo.
de las instituciones
republicanas. Aversión al plura- Temor al despotismo, el
Miedo a la anarquía lismo. El Gobier- populismo, la anarquía y
y a la disolución de no, encarnación la “tiranía (democrática)
la comunidad: la del Pueblo, debe de la mayoría”
República tiene de- defenderse frente a
recho a defenderse. sus enemigos inter-
nos y externos.

Pluralismo Político Acotado, dentro Anti-pluralismo. Pluralismo, limitado por


de consensos Toda disidencia es las leyes que defienden
fundacionales de sospechosa los derechos individuales
la comunidad, sus
leyes e instituciones

Diversidad Cul- Tendencia hacia Tendencia hacia Aceptación de la diversi-


tural la homogeneidad la homogeneidad dad cultural: libre desa-
cultural: vocación cultural: vocación rrollo de los individuos
centrípeta centrípeta

La Tabla 1 nos permite reflexionar sobre las diferencias que existen entre el
republicanismo y el fenómeno populista, pero marcando también la relación
que ambos tienen con el liberalismo. Este se convierte en el tercer elemento en
disputa, y nos permite marcar justamente los canales de enlace entre populistas
y republicanos, quienes guardan semejanzas al enfrentarse al individualismo
liberal.
Sin embargo, los contrastes son marcados. No teniendo el populismo una
propuesta ideológicamente densa, construye su identidad a partir del conflicto
contra el otro, desplegándose como un espejo inverso de la elite que pretende
enfrentar, nutriendo su repertorio de lucha, de las acciones colectivas que otras
tradiciones habían venido desarrollando. El populismo tiene puntos en común
con el republicanismo radical, en su énfasis colectivo en la conformación de
las identidades políticas, así como en su reivindicación de una identidad fun-
damentalmente homogénea que subsume y anula al pluralismo, que tanto el
liberalismo como la democracia representativa reivindican.
Sin embargo, su noción de lo público, del bien común y del interés general,
lo pone en ruta de confrontación contra los consensos fundantes de la comuni-
dad, contra las instituciones y contra la ley, que tan caras son al republicanismo.
Frédérique Langue y María Laura Reali 35

En la conformación de la tradición republicana, el terror al despotismo, al ce-


sarismo, coexiste con el horror que produce la anarquía y la posibilidad de una
guerra civil, la stasis griega, que destruye a la comunidad. Para el pensamiento
republicano la noción de una comunidad bien constituida, internamente armó-
nica, que se organiza alrededor de una idea de bien común, donde cada uno de
los ciudadanos se encuentra sometido al Imperio de la ley, constituye una pieza
casi sacralizada.
En el pensamiento republicano la libertad, entendida como no-dominación,
se opone a cualquier ejercicio arbitrario del poder, pero la legitimidad, deri-
vada de la ley, se expresa en un conjunto de instituciones, que regulan la vida
en sociedad. No hay vida republicana fuera de la ley y de las instituciones. Es
a través de la ley que se regulan las relaciones entre las elites y el resto de la
sociedad.
No es el pensamiento republicano anti-elitista. De hecho, el patriciado ro-
mano era constructor del orden republicano,40 y para Maquiavelo la relación
entre el pueblo y los grandes no estaba puesta en duda bajo las repúblicas del
Norte de Italia, sino que es exigente, tanto ante las elites como ante el pueblo,
respecto a deberes cívicos y virtudes ciudadanas. Sin embargo, querer abar-
car el pensamiento republicano desde una perspectiva exclusivamente plebeya,
nos ofrece una visión incompleta e incomprensible, dado que el régimen repu-
blicano no entiende la relación entre elites y pueblo en términos de conflicto
existencial, aunque sea recurrente su crítica frente al efecto corrosivo que la
desigualdad genera en la armonía que requiere una comunidad republicana. El
énfasis con que el pensamiento republicano se relaciona con la Ley y con las
Instituciones y las tradiciones, lo separa por completo de la irrupción populista,
que es, por definición, desacralizadora y rupturista, que parte del diagnóstico
de una comunidad amenazada y dividida, postula la ruptura de los antiguos
consensos y la inutilidad de las viejas instituciones.
Siendo la democracia el elemento sobre el que operan –en un modo restric-
tivo o expansivo– las promesas neorrepublicanas y populistas, se impone aquí
una definición mínima sobre aquella. En nuestra perspectiva, concebimos la
democracia contemporánea como la conjunción de un “ideal normativo” –un
“modo de vida” que cuestiona las asimetrías de jerarquía y poder dentro del
orden social–, un “movimiento social” –conjunto de actores, luchas y reclamos
“democratizadores” expansivos de la ciudadanía–, un proceso socio-históri-
co41 –las fases y horizontes de “democratización”– y un orden político –ré-
gimen “democrático”– que institucionaliza los valores, prácticas y reglas que

40 En la República Romana el Senado y el pueblo de Roma constituían, en conjunto, una entidad


articulada en torno a un derecho común.
41 Proceso que reúne ideales y promesas incumplidos, conflictos intelectuales y luchas sociales en
torno a sus principales instituciones, normas y sujetos (P. Rosanvallon, Le Siècle du populisme,
cit.).
36 Las ideologías de la nación

hacen efectivos los derechos a la participación, representación y deliberación


políticas y la renovación periódica de los titulares del poder estatal. Se trata de
una democracia que adquiere hoy la forma poliárquica de “república liberal de
masas”;42 en los marcos de un Estado nación en cuyo seno el populismo emerge
y se despliega. La institucionalidad de estas “repúblicas liberales de masas”
rebasa el formato liberal clásico, abarcando los mecanismos de innovación de-
mocrática y los nuevos movimientos sociales autónomos.
Ante estas, las propuestas del populismo no solo entran en tensión con los
elementos de la democracia por su reticencia al pluralismo y al disenso, por su
propensión a concentrar poder en el Ejecutivo y a deslegitimar a la oposición,
sino también por el costo de seguir sus propias reglas y contentar a una opi-
nión pública volátil. Es decir: el populismo no solo adversa el legado liberal,
sino la base misma –popular– de su legitimidad y el entramado institucional
–republicano– desde el que se procesa todo el quehacer político dentro de la
sociedad de masas del Estado Nación. La preeminencia del gobierno de la ley
por encima del gobierno de los hombres, la comunidad con normas y tradicio-
nes compartidas y la importancia de las instituciones como garantía para la
libertad, elementos todos del republicanismo, sufren un ataque en los procesos
populistas realmente existentes. Partiendo de esa perspectiva, aproximémonos
a continuación a algunas de las propuestas que buscan acercar las matrices re-
publicana y populista, desde una apelación a lo plebeyo orientada a la realidad
histórico política de la región.
Los liderazgos, movimientos y partidos populistas43 portadores de una re-
tórica de empoderamiento popular más destacados de los últimos años (Boli-
via, Ecuador, Venezuela) han derivado en claros aunque desiguales procesos de
conflictividad política, engrandecimiento del Ejecutivo44 y desdemocratización.
Las decisiones tomadas por sus liderazgos han precipitado procesos de dete-
rioro institucional (los tres casos, en varios momentos), conflictividad política
(Bolivia 2019) o quiebre de la democracia (Venezuela post 2015). Como re-
cuerda una autora45 la legitimidad de los populismos contemporáneos latinoa-
mericanos –hijos de nuestros accidentados procesos de democratización– ha
sido electoral. Los líderes populistas se reconocen en el apoyo mayoritario va-
lidado en las urnas.
Sin embargo, la heterogeneidad y dinamismo de expectativas, opiniones e
intereses dentro del pueblo “realmente existente” le ponen frenos endógenos al

42 Pérez-Liñan, “¿Podrá la democracia sobrevivir al siglo XXI?” en Nueva Sociedad, 267, Bue-
nos Aires, enero-febrero 2017.
43 C. Mudde y C. Rovira, Populismo..., cit.
44 Pablo Stefanoni, “Posneoliberalismo cuesta arriba. Los modelos de Venezuela, Bolivia y Ecua-
dor en debate” en Nueva Sociedad, Núm. 239, mayo-junio, Buenos Aires, 2012.
45 María Victoria Murillo, “La historicidad del pueblo y los límites del populismo”, en Nueva
Sociedad, Núm. 274, Buenos Aires, marzo-abril 2018.
Frédérique Langue y María Laura Reali 37

proyecto de experiencia populista. Cuando la deriva tendencial del populismo


lo lleva a culpar al pueblo por su ingratitud, etiquetando la alternancia como
golpismo, pasa las fronteras al mundo tiránico. La concepción del Pueblo Uno,
la visión de una democracia directa y polarizante –sin contrapesos al ejecutivo
ni órganos intermedios– y la modalidad de representación encarnada en el Lí-
der Órgano46 están presentes en la visión populista de los recientes liderazgos,
movimientos y gobiernos latinoamericanos. Nada de eso es cónsono con la
naturaleza diversa del pueblo realmente existente, con la necesidad de combi-
nar instituciones y principios democráticos complementarios –representativos,
participativos, deliberativos– y con el hecho comprobado del engrandecimiento
solipsista de los caudillos populistas.
Cuando se reconoce que socialismo y populismo comparten “asumir la cri-
sis de la oligarquía como la oportunidad para activar y organizar a los sectores
populares bajo la forma de una voluntad colectiva y para que el pueblo recupere
el sentido y la percepción de la nación que había sido capturada bajo la forma
Estado-nación”47 se invoca la imagen de un Pueblo Uno que parece negar, des-
de una homogeneidad normativa, la heterogeneidad constitutiva de lo popular
realmente existente. Además, al señalar que “Si el Estado oligárquico era la
expresión elitista de una determinada forma estatal, eso no significa que toda
forma estatal se reduzca a esto”,48 se desconoce la experiencia histórica –acu-
mulada en el siglo XX, con el caso cubano como ejemplo vivo– de la posibili-
dad permanente de nuevas oligarquías posrevolucionarias o progresistas.

El planteo de la interrogante “¿No es posible hablar de una institucionalidad


populista que no coincida ni con el Estado oligárquico ni con el Estado libe-
ral-conservador europeo?”,49 al tiempo que empobrece –y caricaturiza– el ca-
tálogo histórico de experiencias democráticas contemporáneas, debiera remitir
a la historia reciente de autocratización de matriz populista en Latinoamérica.
Postular que “la dialéctica entre poder instituyente y poder instituido, algo que
atravesó las experiencias populistas de los países andinos de esta última déca-
da, abriría las puertas para desarrollar una matriz de institucionalidad diferente
de la clásica liberal y podría generar un marco de análisis para pensar el juego
entre lo instituido y lo instituyente en las instituciones populistas”50 para luego
preguntarse “por qué la ampliación de derechos que propicia el populismo no
puede ser leída como una forma de autonomía, en los términos de capacidad
de autodeterminación de un pueblo a partir de sí mismo mediante el uso del

46 Pierre Rosanvallon, cit.


47 Valeria Coronel y Luciana Cadahia, “Populismo republicano: más allá de ‘Estado versus pue-
blo’” en Nueva Sociedad, Núm. 273, Buenos Aires, enero-febrero 2018.
48 V. Coronel y L. Cadahia, “Populismo republicano”, cit.
49 V. Coronel y L. Cadahia, “Populismo republicano”, cit.
50 V. Coronel y L. Cadahia, “Populismo republicano”, cit.
38 Las ideologías de la nación

derecho”51 resulta un planteo idealista, desdicho por la evolución política de


los países latinoamericanos que vivieron el giro populista –en especial bajo su
variante más radical, dentro de la “alternativa bolivariana”– durante la última
década.
Comprender –y ponderar– el advenimiento populista por su rol como motor
de la representación de identidades y sujetos preteridos, dentro del entramado
institucional de la democracia representativa y las políticas públicas del Estado
nación, es problemático. Si bien es cierto que en casos como el boliviano lo
indígena ganó visibilidad con el gobierno de Evo, en países como Venezuela la
inclusión social y la democratización política se habían producido antes y de
modo simultáneo. No consideramos que, como regla, el “populismo” está des-
tinado a introducir empírica y legalmente el elemento plebeyo52 dentro de la de-
mocracia contemporánea. Pues ese elemento se encuentra ya incorporado –de
modo imperfecto, pero real– en el seno de las “repúblicas liberales de masas”,
desde el advenimiento del voto universal y la extensión/reconocimiento de los
partidos y movimientos de masas en el siglo pasado. Plebeyismo y elitismo son
dos componentes en tensión de las democracias contemporáneas; cuyas ex-
presiones políticas degradadas serían la oligarquización institucional de matriz
liberal y el decisionismo personalista de factura populista.
Vergara53 propone recuperar el legado republicano mediante una constitu-
ción híbrida que permita a la élite seleccionada gobernar dentro de ciertos lí-
mites junto con instituciones plebeyas en las que los ciudadanos comunes, em-
poderados, puedan contrapesar a aquella e incidir en el proceso político. Esto
último se conseguiría a través de una red descentralizada de asambleas locales,
facultadas para legislar, vigilar, acusar e, incluso, ejercer el poder constituyen-
te, todo ello al margen de las instancias –parlamento y partidos– de gobierno
representativo. Esta propuesta guarda semejanzas con otras provenientes de la
tradición socialista, que apuntan a una alternativa de democracia semidirecta,
capaz de combinar instituciones representativas con otras instancias de parti-
cipación y democracia directa.54 Sobre estas miradas, coincidimos normativa-
mente con su énfasis ciudadanizante y expansivo de los formatos y experimen-
tación democráticas.
Pero todo ello, a nuestro juicio, es procesable únicamente dentro del plura-
lismo democrático, sociológicamente multiclasista, de la “república liberal de
masas”. Pues es dentro de este régimen –y no desde el liberalismo oligárquico

51 V. Coronel y L. Cadahia, “Populismo republicano”, cit.


52 Camila Vergara, “Populism as Plebeian Politics: Inequality, Domination, and Popular Em-
powerment”, The Journal of Political Philosophy, Volume 28, 2, 2020.
53 Camila Vergara, República plebeya. Guía práctica para constituir el Poder Popular, Sangría
Editora, Santiago de Chile, 2020.
54 Luciano Cavini, Conselhos e democracia. Em busca da participaçao e da socializaçao, Ex-
pressao Popular, Sao Paolo, 2011.
Frédérique Langue y María Laura Reali 39

y los populismos autoritarios– donde los sectores populares, a través de una


dialéctica ciudadanizante que abarca los momentos de lucha social, reconoci-
miento legal e incorporación política pública, han conseguido beneficios per-
manentes y derechos universales.55 Incluso si consideramos con Vergara56 que
los gobiernos representativos liberales padecen de procesos de corrupción –in-
herentes al funcionamiento mismo del sistema– y oligarquización del poder –
con minorías que abusan de las reglas del juego para perpeturar sus privilegios–
dentro de un respeto general por el Estado de Derecho, la experiencia nos indica
que estos son contrarrestables dentro de las repúblicas liberales de masas.
Tomemos, por ejemplo, la situación de los plebeyos de la India y China: dos
naciones gigantescas, sacudidas por miles de acciones de protesta popular. Sin
embargo, sólo la existencia en la primera de un régimen democrático liberal
permite la diferencia para que las reivindicaciones particulares –por vivienda,
servicios, corrupción– puedan ser articuladas y transformadas en candidaturas,
programas y partidos políticos que disputen el poder. Mientras, en la China de
leninismo de mercado, solo es posible negociar, con el todopoderoso Partido
Comunista único, mejoras parciales que no empoderan políticamente a la ciu-
dadanía.
Comparemos también la situación de los trabajadores venezolanos, antes y
después de Chávez y Maduro. Contrastemos los derechos de todo tipo –socia-
les, civiles, políticos, económicos y culturales– que pueden gozar y, más clara-
mente, reivindicar, los subalternos de Costa Rica y Cuba. Evaluemos el decurso
de las protestas ciudadanas de los últimos dos años contra las élites y régimenes
en el Chile y la Nicaragua actuales: en el primero, la movilización fue canali-
zada, vía deliberación parlamentaria y ejercicio de la democracia directa, a una
refundación constitucional; en la segunda se aplastó toda posibilidad de ejer-
cicio cívico y resolución democrática del conflicto. La ventaja de disponer de
un régimen republicano liberal –simultáneamente contentivo de instituciones y
derechos para el ejercicio de la política popular, institucionalizada o de calle–
resulta, para las masas de todos esos países, decisiva.
Aquí creemos, como señala Keane57, que la tarea histórica no es sólo imagi-
nar nuevas formas de política democrática, inmunizadas ante el virus del popu-
lismo, sino fortalecerlas con mayor participación ciudadana en la vida pública
y con la invención de nuevos mecanismos de monitorización del poder. Lo cual
podrá acotar –aunque no neutralizar– el componente oligárquico de la demo-
cracia representativa. Una soberanía multiplicada del pueblo, opuesta al Pueblo

55 D. Rueschemeyer, E. H. Stephens, J.D. Stephen, Capitalist development y democracy, Univer-


sity Of Chicago Press, Chicago, 1992.
56 C. Vergara, República plebeya, cit.
57 J. Keane, “The pathologies of populism” en The Conversation..., cit. , 28 de septiembre en
https://theconversation.com/the-pathologies-of-populism-82593, 2017.
40 Las ideologías de la nación

Uno, que enriquece la democracia en lugar de simplificarla oligárquicamente o


polarizarla según el discurso populista.58
La república liberal de masas reformada admite la articulación con las ins-
tituciones representativas de mecanismos participativos que expandan las mo-
dalidades contrademocráticas59 y las redes de confianza60 que ciudadanizan la
cosa pública. Puede acoger nuevos dispositivos de deliberación y rendición de
cuentas socioestatales, fértiles para redistribuir y organizar más equitativamen-
te el poder social e institucional. Modalidades todas que expongan a la luz la
falaz democraticidad del populismo, en tanto “gobierno para el pueblo sin el
pueblo”, así como las utopías de republicanismo exclusivamente plebeyo, de
regusto monista. Lo que necesitamos es nuevas –y reformadas– instituciones
de representación, que democraticen efectivamente el principio de soberanía
popular; aceptando la heterogeneidad de las personas y comunidades que con-
forman nuestras sociedades de masas, en los marcos del Estado Nación. Un re-
publicanismo abierto a la diversidad real de lo popular; sin agotarse en el corsé
diseñado, desde arriba, por el populismo.

58 Pierre Rosanvallon, Le Siècle du populisme, cit.


59 Pierre Rosanvallon, La contrademocracia: la política en la era de la desconfianza, Manantial,
Buenos Aires, 2007.
60 Charles Tilly, Democracia, Akal, Madrid, 2010.
Demonios y minotauros del tiempo presente venezolano
De la lucha armada al mito revolucionario

Frédérique Langue

F
ebrero de 2022: dentro del caos globalizado creado por la crisis sanitaria
y de las desventuras de una diplomacia internacional venida a menos, in-
capaz de contrarrestar siquiera los rumores/asomos de guerra, el arraigo
de autocracias y otros tantos regímenes adversos a la democracia, una noticia
pasó algo desapercibida fuera del continente latinoamericano: el fallecimiento
de Américo Martín, abogado, escritor, parlamentario y dirigente político vene-
zolano; en pocas palabras, una figura legendaria de la segunda mitad del siglo
XX criollo. Pese a los estragos del tiempo para la generación de luchadores y
militantes que hicieron historia en los años sesenta y setenta, luego del retorno
a la democracia de “una nación llamada Venezuela” (entre los recién desapare-
cidos figuran Teodoro Petkoff y Douglas Bravo), Américo Martín no fue sólo
un escritor y político sino también un personaje carismático, ex guerrillero, que
nunca dejó de reflexionar y de escribir sobre las realidades de su país. Inició su
carrera política a los 15 años, como líder estudiantil comprometido en la lucha
contra la dictadura de Pérez Jiménez, luego miembro de Acción Democrática,
antes de enfrentarse nada menos que con Rómulo Betancourt y de pasarse a la
disidencia. En los años sesenta, tiempos convulsos para la democracia vene-
zolana recién restablecida, eligió el camino de la lucha armada, participó en
la fundación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un partido
que tendría réplicas en todo el continente latinoamericano, bajo influencia del
castrismo y de una “pasión revolucionaria” de que fue dirigente hasta el umbral
de los setenta. Luego de la “pacificación” llevada adelante por el presidente
Rafael Caldera, varios fueron los guerrilleros que se incorporaron a las filas de
la democracia. Américo Martín fue uno de ellos, sin por eso dejar de defender
sus ideales de izquierda, particularmente desde el Congreso de la República de
Venezuela, donde fue parlamentario (1978 y 1983). Fue “el país democrático”
el que se despidió de quien fuera negociador de la oposición venezolana desde
la Coordinadora Democrática.1
El carismático ex comandante guerrillero se había convertido para aquel en-
tonces en un crítico acérrimo de la lucha armada, siendo luego el candidato de

1 “El país democrático despidió al dirigente Américo Martín”, Tal Cual, 18/2/2021 https://tal-
cualdigital.com/el-pais-democratico-despidio-al-dirigente-americo-martin/
42 Las ideologías de la nación

un MIR minado por las divisiones internas (antes de la creación del Movimien-
to al socialismo, MAS, donde coincidieron varios compañeros de lucha), en
varias elecciones, incluso presidenciales. El escritor e intelectual se hizo pensa-
dor socialdemócrata, acercándose de nuevo al movimiento Acción Democrática
(AD) durante la segunda y frustrada presidencia de Carlos Andrés Pérez, y pese
a la represión desencadenada en los años anteriores con motivo del “Caracazo”
(1989) que no dejó de condenar. Luego de la caída de la IV República y durante
los primeros tiempos de la Revolución Bolivariana, su estatuto político e inte-
lectual fue el de un opositor al gobierno de Hugo Chávez (1999-2013), llegando
a ser dirigente y negociador de la llamada Coordinadora Democrática, y con-
tribuyendo desde el primer momento con sus lúcidos escritos en la resistencia
contra el gobierno chavista y luego madurista, amén de su acerada denuncia del
autoritarismo y del militarismo a lo largo y ancho del hemisferio. Poco tiempo
antes de su partida, había caído otro símbolo de la democracia puntofijista, con
la expropiación de la sede caraqueña del diario opositor El Nacional –fundado
en 1943 por el escritor Miguel Otero Silva– en un contexto dictatorial de cre-
ciente autoritarismo, censura de los medios de comunicación no oficialistas y
represión de las voces disidentes.2

Este itinerario político –y semblanza intelectual– resume por sí solo las evo-
luciones y desventuras de la democracia venezolana en el segundo siglo XX,
luego de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez y del Pacto de Puntofijo
(1958) así como en las primeras dos décadas del siglo XXI marcadas por la
herencia ideológica asumida por el presidente Hugo Chávez. Otros persona-
jes de perfil similar, militantes, luchadores, escritores y periodistas llegaron a
ejemplificar ese periodo contrastado de anhelos y sombras con sus recelos ante
un proceso adverso a la práctica de la democracia. Tal es el caso, en especial,
de Teodoro Petkoff, director del periódico Tal Cual, sobre el cual volveremos
en el transcurso de este ensayo. Estos recorridos intelectuales permiten por lo
tanto analizar no sólo una historia intelectual y política de Venezuela teniendo
en cuenta el contexto latinoamericano, con sus “mitos y realidades”, “del buen
salvaje al buen revolucionario” de acuerdo con Carlos Rangel en los años seten-
ta, apreciar por lo tanto el grado de influencia ideológica en partidos, militantes
e intelectuales y la impronta de aconteceres mayores en la historia reciente

2 El Nacional, 17/2/2022 https://www.elnacional.com/venezuela/fallecio-el-politico-escritor-vene-


zolano-americo-martin/ Tal Cual, 17/2/2022 https://talcualdigital.com/a-los-84-anos-fallecio-es-
te-17feb-el-abogado-escritor-y-dirigente-politico-americo-martin Thread de Tomás Straka
en Twitter (18/2/2022, 2.39 AM) https://twitter.com/thstraka/status/1494486428318941184
“Miguel Henrique Otero sobre la expropiación de El Nacional: ‘Es una toma militar, no un
embargo’”, El Nacional, 17/05/2021, https://www.elnacional.com/venezuela/miguel-henri-
que-otero-sobre-la-expropiacion-de-el-nacional-es-una-toma-militar-no-un-embargo/ Andrés
Cañizález, 20 años de censura en Venezuela (1999-2018), Editorial Alfa, Caracas, 2019. Amé-
rico Martín, La pesada planta del paquidermo, Rayuela Taller de Ediciones, Caracas, 2005.
Frédérique Langue y María Laura Reali 43

del continente (i.e. la Revolución cubana y la relación mimética que se llegó a


establecer con ella), sino también vislumbrar genealogías contrapuestas de la
izquierda in situ. Permiten en especial identificar el papel del “discurso salva-
je” señalado por J. M. Briceño Guerrero, un pensamiento mítico asentado en
una omnipresencia del pretorianismo criollo e incluso del militarismo para un
periodo más reciente, caracterizado por el ocaso del denominado control civil,
amén de las consabidas relaciones entre guerrilla y Revolución Bolivariana y
del innegable trasfondo nacionalista presente hasta en las revoluciones conti-
nentales.3
El imaginario de la lucha armada y de una izquierda de cuño autoritario, un
imaginario enarbolado –o, al revés, combatido– por intelectuales y militantes
(incluso después de llegar al poder, cfr. el periodo de gobierno iniciado por
Rómulo Betancourt, ninguneado por la historia oficial) se fue convirtiendo en
efecto en un referente clave en la guerra de las memorias que se abrió a raíz
de la llegada de Hugo Chávez al poder y del proyecto bolivariano enmarcado
en el “Socialismo del siglo XXI” y arraigado en el pasado glorioso, heroico y
mitificado de la revolución de Independencia. Revisitar el contrastado “siglo
de la revolución” (Rafael Rojas), especialmente el contexto de los años sesenta
en el marco de la guerra Fría, las actuaciones y escritos de intelectuales com-
prometidos en pro de la democracia y en contra de un autoritarismo difuso y
globalizado, así como de la violencia política afín, tal es el propósito de este
ensayo que contemplará asimismo la capacidad de resiliencia de los mismos y
el manejo de memorias encontradas en esta historia de las ideas de izquierda
y del poder enfocada desde el tiempo presente, una relación que hasta ahora
no se ha profundizado mayormente, pese a la globalización memorial de dicha
problemática.4

3 Carlos Rangel, Del buen salvaje al buen revolucionario. Mitos y realidades de América Latina,
Fundación FAES, Madrid, 2007 (1976). José Manuel Briceño Guerrero, El laberinto de los tres
minotauros, Ediciones La Castalia, Mérida (Venezuela), 2008 (1994). Hernán Castillo, Manuel
Alberto Donís Ríos, Domingo Irwin (Comp.), Militares y civiles. Balance y perspectivas de las
relaciones civiles-militares venezolanas en la segunda mitad del sigo XX, USB-UCAB-UPEL,
Caracas, 2001. Domingo Irwin, Hernán Castillo, Frédérique Langue (coord.), Pretorianismo
venezolano del siglo XXI. Ensayo sobre las relaciones civiles y militares venezolanas, UCAB,
Caracas, 2007. Domingo Irwin, Frédérique Langue, Domingo Irwin: “Militares y democracia
¿El dilema de la Venezuela de principios del siglo XXI?”, Revista de Indias, Núm. 231, 2004,
pp. 549-559. http://revistadeindias.revistas.csic.es/index.php/revistadeindias/article/view/426/494
4 Véanse los testimonios publicados por Alberto Garrido, como por ejemplo Guerrilla y Revo-
lución Bolivariana, Ediciones del autor, Caracas, 2003. Rafael Rojas, El árbol de las revo-
luciones. Ideas y poder en América Latina, Turner Publicaciones, Madrid, 2021. Frédérique
Langue, “La historia exacerbada. Venezuela y la ‘memoria globalizada’ del tiempo presente”,
en Presente y Pasado (ULA), Núm. 51, 2021, pp. 43-74 http://erevistas.saber.ula.ve/index.
php/presenteypasado/article/view/17184, “Bolivarianismos de papel”, Revista de Indias, Núm.
270, 2017, pp. 357-378 http://revistadeindias.revistas.csic.es/index.php/revistadeindias/article/
view/1047/1119 y “Rómulo Betancourt. Liderazgo democrático versus personalismo en tiem-
44 Las ideologías de la nación

Del buen salvaje al mito bolivariano: genealogías de una izquierda autoritaria


Unos cuantos textos, de los ya mencionados, bastan para entender el contexto
formativo de los años sesenta y setenta, de la izquierda local y sus pares a
escala del continente. Quizás sea el más sugerente el del ensayista, periodista,
diplomático y profesor universitario Carlos Rangel, Del buen salvaje al buen
revolucionario, publicado en 1976. Este libro, en muchos aspectos profético,
lo escribió un crítico de los mitos continentales arraigados en el proceso de
Independencia desde las primeras décadas del siglo XIX. La Independencia
misma se convirtió en un "mito genésico", parte integrante de la construcción
memorial de la nación así como de los cultos heroicos enaltecidos por las his-
torias nacionales. Como se evidenció a lo largo de la historia de las últimas
décadas y especialmente en cuanto a relaciones interamericanas se refiere, los
mitos que fundaron el imaginario latinoamericano en su versión izquierdista
siguen vigentes y no es baladí si la narrativa chavista insistió en una “Segunda
Independencia” ante el imperio de turno, en el marco de una verdadera gue-
rra de las memorias. Los usos políticos del pasado se asientan en ese afecto
clave de las “revoluciones”, de sus líderes mesiánicos y otras movilizaciones
colectivas violentas surgidas “desde abajo” en busca del “Hombre Nuevo”, el
resentimiento. Se ejerce en este caso hacia Estados Unidos, como lo puntualizó
E. Burgos con motivo de la Cumbre de la Unidad del Grupo de Río (febrero de
2010 en Cancún), cual certera ilustración del libro de Carlos Rangel.5
El discurso antiimperialista tan valorado en periodo de crisis, y tan preciado
de los mandatarios del continente para tapar problemas internos, no tiene otro
cimiento, “entre falsas revoluciones y dictaduras, entre corrupción y miseria”,
pese a la creación de organismos de “integración” regional propiciada por la
ola de gobiernos de izquierda, aunque bajo el signo de la confrontación y de
la exclusión en la línea castrista. La misma autora señaló en el mismo texto la
clarividencia manifestada por el presidente saliente de Costa Rica, Oscar Arias
respecto a esta manifestación recurrente del pensamiento mágico. Analizando
las anomalías de un continente afincado en el pasado, el político denunció el

pos de celebraciones”, Araucaria, Universidad de Sevilla, Núm. 21, 2009, pp. 226-238. http://
www.institucional.us.es/araucaria/nro21/nro21.htm
5 Para la cuestión de la “primera Independencia” y de la “segunda”, cfr. Frédérique Langue,
“La Independencia de Venezuela. Una historia mitificada y un paradigma heroico”, Anua-
rio de Estudios Americanos, 2009, vol. 66-2, pp. 245-276; “Usos del pasado y guerra de las
memorias en la Venezuela de la “Segunda Independencia”, Polis, Revista Latinoamericana
(Chile), Núm. 34, abril 2013. http://polis.revues.org/8953245-276 http://estudiosamericanos.
revistas.csic.es/index.php/estudiosamericanos/issue/view/22 Elizabeth Burgos, “Del buen
salvaje al buen revolucionario”, Webarticulista.net, 3/7/2010 http://webarticulista.net.free.fr/
eb201007031717+Elizabeth-Burgos+Carlos-Rangel.html Marc Ferro, Le ressentiment dans
l’histoire, París, Odile Jacob, 2007. Frédérique Langue, “Ressentiment et messianisme du
temps présent vénézuélien”, en Luc Capdevila, Frédérique Langue (coord.), Le Passé des émo-
tions. D’une histoire à vif en Espagne et Amérique latine, PUR, Rennes, 2014, pp. 121-142.
http://books.openedition.org/pur/42596
Frédérique Langue y María Laura Reali 45

encierro en “las “trincheras ideológicas que dividieron al mundo durante la


Guerra Fría”, subrayando la necesidad de no confundir “el origen democrático
de un régimen con el funcionamiento político de un Estado”.6
Dentro de la religión republicana que se vino forjando a raíz de la Revolu-
ción de Independencia venezolana, la práctica política e intelectual adquirió es-
pecial relevancia. No insistiremos mayormente en antecedentes y circunstancias
ya abordados en otros trabajos para hacer hincapié más bien en la conformación
de un imaginario de izquierdas plurívoco y en la actuación de intelectuales
comprometidos en defensa de la democracia, teniendo en cuenta el peculiar
contexto de la “lucha armada” durante el retorno a la democracia partidista en
Venezuela.7 En las entrevistas que Carlos Rangel dio a raíz de la publicación
del Buen salvaje… y luego de El Tercermundismo –una acérrima crítica al So-
cialismo marxista-leninista– amén de las controversias a que dieron pie ambos
libros, reconoció ir en contra de las falsedades y de los criterios ideológicos
(tercermundistas, felicidad de la revolución comunista incluida) comúnmente
admitidos. Del Buen Salvaje se publicó por primera vez en París (1976) y luego
en Venezuela (diez ediciones para la fecha de la entrevista, 1982) así como en
varios países de Latinoamérica. En una entrevista concedida en 1977 (Venevi-
sión), acerca de este ensayo político celebrado y controvertido a la vez acerca
de las realidades de América Latina, recordó la “virulencia” del mito en Améri-
ca española (y no “latina”, “invención francesa y anglosajona” de acuerdo con
CR), “perfectamente encarnado por el ‘Che’ Guevara” o Camilo Torres, dentro
de la proyección de mitos europeos sobre América, de Colón a Montaigne y To-
más Moro o Rousseau. Asimismo hizo hincapié en la relación amor-odio en que
se fundamenta el antiamericanismo (el amor “no correspondido”) y más aún el
antimperialismo, y el “genio político” de Fidel Castro al aprovecharse de esta
“grieta”: “el buen revolucionario actual es el guerrillero”, dentro de un reper-
torio que denuncia las “invasiones” de ayer y las de hoy (de España a Estados
Unidos: el “buen salvaje” y paradójicamente, el “hombre nuevo”, es el ancestro
de los pueblos latinoamericanos de hoy, junto… a los conquistadores) y pro-
mueve el espíritu de “venganza”, al dividir la humanidad entre buenos y malos

6 Rogelio Altez, “Independencia, mito genésico y memoria esclerotizada”, en Inés Quintero


(coord.), El relato invariable. Independencia, mito y nación, Ed. Alfa, Caracas, 2011, pp. 19-
56. E. Burgos, “Del buen salvaje...”, cit. Sobre el “hombre nuevo” en el caso venezolano, véase
Rosaura Guerra Pineda, “El ‘Hombre Nuevo’ en la Revolución Bolivariana”, en Luis Alberto
Buttó, José Alberto Olivar (coord.), El Estado Cuartel en Venezuela: radiografía de un pro-
yecto autoritario, NSB, Caracas, 2016 (2ª ed. 2018), pp. 119-139 https://www.unimet.edu.ve/
wp-content/uploads/2018/05/El-Estado-Cuartel-en-Venezuela-pub-1.pdf
7 Frédérique Langue, “De panteones cívicos e imaginarios políticos. Los usos del pasado en la
Revolución bolivariana”, en Ramos Pismataro, Francesca, Romero, Carlos A. Ramírez Arcos,
Hugo Eduardo, Hugo Chávez: una década en el Poder, Universidad del Rosario/Centro de Es-
tudios Políticos e Internacionales/Observatorio de Venezuela, Bogotá, 2010, pp. 761-781. Elías
Pino Iturrieta, El divino Bolívar. Ensayo sobre una religión republicana, Catarata, Madrid,
2003.
46 Las ideologías de la nación

(“gusanos), junto a la dicotomía héroes/traidores y a la búsqueda del paraíso


terrenal, junto al resorte nacionalista y a la sobrevalorización del componente
indígena en la cultura latinoamericana. Una reflexión parecida en su crítica de
lo revolucionario, aunque diferenciada tanto por la experiencia –guerrillera– y
el largo compromiso político e intelectual la adelantó Teodoro Petkoff en Pro-
ceso a la izquierda: o de la falsa conducta revolucionaria (1978).8
El ejemplo de Teodoro Petkoff, sobre el que volveremos más adelante, es
revelador hasta cierto punto de la naturaleza de la izquierda, en cuanto práctica
política e intelectual, circunstancia debidamente subrayada por Gisela Kozak
ante la “emergencia de una izquierda autoritaria”.9 Ante el desmoronamiento
de la Unión Soviética, los fracasos del modelo socialista y su deriva antidemo-
crática, ajena a la aspiración inicial de igualdad, justicia y cambio social, no
fueron unánimes los representantes del pensamiento de izquierda en adoptar
una perspectiva crítica. Ahora bien, la apremiante realidad latinoamericana es
la de constantes violaciones al Estado de derecho por varios gobiernos llegados
al poder a fines del siglo XX o en la primera década del siglo XXI (la “marea ro-
sada”). El rescate del populismo como política de izquierda por Ernesto Laclau,
quien enalteció la figura del líder carismático en su libro La razón populista
(2005), es prueba del auge de esa izquierda de cuño autoritario. Son varios los
elementos que dificultan esta toma de conciencia, desde su persistente conte-
nido antiliberal, su vertiente moral (ser de izquierda equivale a ubicarse del
lado “bueno” de la historia), las convergencias entre populismo (la reiterada
“seducción populista” como conjunto de valores nacionalistas, no pluralistas,
la afirmación de un poder constituyente y de una “segunda independencia”,
con su dimensión mesiánica y la reivindicación del “pueblo” y del pasado in-
dígena: casos de H. Chávez en Venezuela, E. Morales en Bolivia, R. Correa en
Ecuador, o AMLO en México) y autoritarismo en el continente e incluso en
Europa (cfr. las prácticas de gobierno o los programas de partidos llamados de
ultraizquierda, tipo Podemos en España o Insumisos en Francia), la ceguera de
los intelectuales “progresistas”, especialmente de quienes viven fuera ante la
destrucción de sistemas democráticos desde adentro, y terminan silenciando la
convergencia de los extremos hasta en el ámbito parlamentario (caso Europa).
En esa postura complaciente radicaría “el auge de una izquierda que se vale de

8 Archivo Digital Sofia Ímber y Carlos Rangel, Universidad Católica Andrés Bello (UCAB,
Caracas), http://200.2.12.132/cic/sofiadigital/paginas/archivodigital.html (https://www.elcato.
org/gran-archivo-de-carlos-rangel-y-sofia-imber Entrevistas del 23/05/1977 y 25/10/1982. C.
A. Rangel, Tercermundismo, Monte Avila Editores, Caracas, 1982 (prólogo Jean-François Re-
vel). Teodoro Petkoff, Proceso a la izquierda: o de la falsa conducta revolucionaria, Editorial
Mosaico, Caracas, 1978.
9 Gisela Kozak, Armando Chaguaceda (ed.), La izquierda como autoritarismo en el siglo XXI,
Cadal/Universidad de Guanajuato/Centro de Estudios Constitucionales Iberoamericanos AC/
Universidad Central de Venezuela, Facultad de Humanidades y Educación, Buenos Aires,
2019, p. 151.
Frédérique Langue y María Laura Reali 47

las armas de la democracia para destruirla”. Resulta de gran interés el análisis


de Miguel Ángel Martínez Meucci al respecto. Retoma en efecto “una genealo-
gía de la idea de progreso, subrayando el énfasis de la izquierda en la igualdad
frente a la libertad y el cómo esta tendencia política asume la representación
de los intereses de las mayorías, en términos de patente de corso que autoriza
cualquier acción en nombre de la revolución”.10
Sin embargo, indagar acerca de una genealogía de las ideas de izquierda
nos lleva sin lugar a dudas a reconsiderar el impacto de la cuestión social des-
de el mismísimo siglo republicano (s. XIX), hasta el auge del marxismo y los
primeros enfrentamientos con el liberalismo político en aras del progreso y de
alguna que otra supremacía en lo moral, más que de casual ubicación en el es-
pacio (asamblea nacional gala, 1789). No fue sino hasta los años sesenta cuan-
do América Latina empezó a contribuir de forma notable en la forja de ideas
de izquierdas, en el cuestionamiento de los privilegios heredados en pro de los
derechos de unos iguales y de la justicia, y en el convencimiento de un bien no
sólo común sino superior, y de una filosofía racional y moderna de la historia
asentada en la transformación de la sociedad, al compaginar éstas con la teoría
de la dependencia. Poco a poco, las luchas sociales y los derechos humanos
se convirtieron en temas clave, al lado del modelo conformado por la Revo-
lución Cubana, de la aceleración de la “historia”, y en pro de una redefinición
continental más crítica hacia “el Occidente” que cundió hasta en los medios
universitarios, oscilando entre posturas radicales y opciones más moderadas.11
La división de las izquierdas se plasmó a escala mundial, entre anhelos re-
volucionarios y opciones social-demócratas de cambio, desembocando en divi-
siones partidistas e itinerarios contrapuestos. De este deslizamiento e inconfor-
midad hacia un proyecto y una narrativa autoritarios atestigua la configuración
partidista de la izquierda en Venezuela, entre el PCV (1931) y Acción Democrá-
tica (1941), fruto de la influencia del marxismo en sus diversas declinaciones
en el conjunto de las fuerzas políticas “progresistas”, antes de que el MAS,
Movimiento al Socialismo (1971, impulsado por buena parte de la dirección
nacional del PCV, Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff, Eloy Torres, Freddy

10 Miguel Ángel Martínez Meucci, “El callejón sin salida de las izquierdas antiliberales”, en Gi-
sela Kozak Rovero, Armando Chaguaceda (ed.), La izquierda como autoritarismo en el siglo
XXI, CADAL-Universidad de Guanajuato-UCV-CECI, Buenos Aires, 2019, pp. 25-52. Ernesto
Laclau, La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2005. Carlos de la Torre, Populist seduction
in Latin America. The Ecuadorian Experience, Ohio University Press, 2000 y Populismos:
una inmersión rápida, Tibidabo Ediciones, Barcelona, 2018. Frédérique Langue, “¿Encanto
populista o revolución continental? El proyecto bolivariano de Hugo Chávez entre dos siglos”,
en Castillo, Hernán, Irwin, Domingo, Langue, Frédérique, Problemas Militares Venezolanos.
FANB y Democracia en los inicios del siglo XXI, Universidad Pedagógica Experimental Liber-
tador y Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2009, pp. 133-165.
11 Walter Mignolo, La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial, GEDI-
SA, Barcelona, 2005.
48 Las ideologías de la nación

Muñoz, etc.), retome la bandera de una izquierda democrática. Esta se alejó for-
malmente del marxismo del PCV, para luego distanciarse del momento álgido
de la lucha armada en la década de los sesenta, mientras integrantes de los gru-
pos de izquierda de la guerrilla, como el Movimiento de Izquierda Revolucio-
naria (MIR) fusionaron con el MAS (1983). La trayectoria de las otrora fuerzas
radicales de la izquierda resulta, de hecho, mucho más complejo, y más si se
le añade el componente militar –mejor dicho pretoriano–, con la acción de las
logias militares como el Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR-200)
y la temprana vinculación de Chávez con Cuba (visita La Habana en 1994).12
Ahora bien, se subraya con creces que la victoria de Hugo Chávez en 1998
(uno de los fundadores del MBR-200, devenido en Movimiento Va República
en una perspectiva cívico-militar) no contribuyó poco en el debate entre las
“dos izquierdas” en los primeros tiempos de la Revolución. Hasta que el año
2000 y los “sucesos de abril” (golpe de Estado en su contra, de acuerdo con la
versión oficializada) consagraran el inicio de otra era: ésta, extremadamente po-
larizada, cada día más violenta, se dio bajo el sello de la solidaridad con Cuba y
otros países amigos (oportunamente reunidos en el ALBA- Alianza Bolivariana
para las Américas en 2004), en un contexto además de auge electoral de la iz-
quierda latinoamericana y de regreso de la “seducción populista” –aunque fuera
en su vertiente “revolucionaria” y de discurso excluyente, con sus “zonas grises
entre autoritarismo y democracia” como lo puntualizó Carlos de la Torre–, en
varios países (Venezuela, Ecuador, Bolivia), en todo caso profundamente anti-
liberales. No fue baladí si el mismo año se volvió a dividir el MAS, entre parti-
darios de seguir apoyando al gobierno de Chávez y una mayoría que se pasó a
la oposición. De esta secuencia nacieron nuevos partidos escindidos del MAS,
la agrupación Izquierda Unida liderada por Félix Jesús Velásquez y Efrén Cal-
derón, y el partido Podemos (Chávez hasta 2007) que iban a repetir según mo-
dalidades similares el esquema divisorio entre “dos izquierdas”, entre nuevos
partidos como el indeciso Vamos, o el Polo Democrático (2005-2007) que a
su vez se disolvió para integrar el partido opositor Un Nuevo Tiempo, junto a
exdirigentes de Acción Democrática. La división de Podemos, para mencionar
tan sólo ésta, desembocaría años después en otro escenario, con el movimiento
Patria para Todos (PPT, 1997) que se dividió en 2007 ante la perspectiva de
desaparecer en el PSUV (Partido Socialista Unificado de Venezuela) y en 2012
al respaldar la nueva candidatura de Chávez e integrar el Gran Polo Patriótico
que lo apoyó a Maduro, hasta 2020, año de nuevas discrepancias internas. La
democracia, representativa o más directa, con sus desencantos o plebiscitos,

12 Domingo Irwin, Hernán Castillo, Frédérique Langue, Pretorianismo venezolano del siglo XXI.
Ensayo sobre las relaciones civiles y militares venezolanas, Universidad Católica Andrés Be-
llo, Caracas, 2007. Frédérique Langue, Hugo Chávez et le Venezuela. Une action politique au
pays de Bolívar, L’Harmattan, París, 2002.
Frédérique Langue y María Laura Reali 49

siguió siendo la línea divisoria entre parte de la oposición y los partidarios del
llamado “Socialismo del siglo XXI”.13
Como lo puntualizó en términos similares Carlos de la Torre, desde que en
1999 Chávez llegó al poder, la lucha hegemónica se articuló alrededor del tér-
mino “democracia”. Hugo Chávez fue construido como su esencia o negación.
Para sus partidarios, Chávez transformó la democracia representativa liberal,
burguesa y corrupta en una democracia participativa, con varios experimentos
participativos (i.e. los consejos comunales). En cambio, para sus opositores,
incluso a la izquierda, el “Comandante”

“fue un autócrata, que concentró todos los poderes, atacó liber-


tades básicas como las de expresión, criminalizó la protesta y
atentó en contra del bienestar de la nación politizando la política
petrolera. Independientemente de cómo se construyó la figura de
Chávez, sus seguidores y opositores compartieron la noción de
que la verdadera democracia se vivió en las calles”.

Otra consecuencia mayor para la polarización del país fue el hecho de que el
discurso presidencial u oficialista no dejó de estigmatizar a sus “enemigos”,
siguiendo la lógica populista de un pueblo y de su líder e incluso caudillo ca-
rismático, mesiánico y redentor, movilizando constantemente emociones nega-
tivas (odio, miedo, resentimiento). Uno está a favor, o está en contra, como lo
indicó reiteradamente el mismo Chávez. Un proyecto que enarboló la profundi-
zación de la democracia en Venezuela derivó en su contrario absoluto, un fraca-
so económico y social y en la tragedia que conocemos: un régimen autoritario y
hasta tildado de dictatorial en sus últimos tiempos: luego de un proyecto parti-
cipativo y protagónico, “un régimen tiránico con rasgos totalitarios y sultánicos
[en el caso del régimen madurista], que determina un futuro incierto para el
país”, como lo señaló también Margarita López Maya. Silencio, represión, cen-
sura, exilio fueron la respuesta dada a quienes trataron de incentivar el debate,
creyendo en una solución democrática y electoral más que en la “calle”, aunque
sí hubo defensores de esa opción entre los opositores al proyecto bolivariano.14

13 Juan Elman (entrevista), “Carlos de la Torre: ‘Los populismos actuales crearon regímenes
híbridos: zonas grises entre democracia y autoritarismo’”, Clarín, 20/05/2018, https://www.
clarin.com/opinion/carlos-torre-populismos-actuales-crearon-regimenes-hibridos-zonas-gri-
ses-democracia-autoritarismo_0_SJq-CDiRz.html Margarita López Maya, Democracia para
Venezuela: ¿representativa, participativa o populista?, Editorial Alfa, Caracas, 2021.
14 Carlos de la Torre, “La izquierda seducida por el populismo”, en Gisela Kozak Rovero, Arman-
do Chaguaceda (ed.): La izquierda como autoritarismo en el siglo XXI..., cit., pp. 121-148 (p.
128 para la cita). Margarita López Maya, Democracia para Venezuela..., cit., p. 218.
50 Las ideologías de la nación

Resabios de la lucha armada


La memoria de los años sesenta, si bien se borró en muchos casos de la historia
oficial, sigue presente en las reflexiones tanto de quienes defendieron las ideas
de izquierda en su forma radical –i.e. el marxismo-leninismo, tales avatares
de una revolución promovida por sus jóvenes militantes y hasta mitificada, de
sus rupturas y desentendimientos– como de los historiadores que indagaron en
ese pasado incómodo y violento, en ese lapso de tiempo donde la democracia
se estrenaba (de 1958 en adelante). No deja de esclarecer las desventuras del
tiempo presente, especialmente las relaciones entre revolución y violencia con
el advenimiento de la Revolución cubana (1959) y el discurso a la vez legitima-
dor y mesiánico de la “Revolución”, junto a la idealización de la violencia. El
contexto de las luchas anticolonialistas/“de liberación nacional” de la década
de los sesenta (guerras de Argelia, Vietnam ...) también desempeño un papel de
referente, aunque de menor impacto que la retórica universalizante de la Revo-
lución mundial dada a conocer desde la vecina isla en los tres continentes del
subdesarrollo (América Latina, Asia, África) aunque ésta llegó a desempeñar
un papel de “bisagra” ante el resto del llamado tercer mundo, siempre en el
contexto de la Guerra Fría y de un creciente antiimperialismo exacerbado en
contra de EEUU, que cundió como ningún otro movimiento revolucionario en
el medio académico a escala mundial. De ahí el episodio de la Conferencia de
Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina, “internacional
castrista” cuyo primer y único encuentro se celebró en La Habana en 1966. La
Tricontinental tuvo la peculiaridad de ser “la primera –y única– vez que se le
diera espacio, entre otras cosas, a la posibilidad de discutir abiertamente las fór-
mulas armadas aplicadas o aplicables en distintas latitudes del tercer mundo”.
Fue percibida asimismo como una mayor amenaza a la seguridad del hemisfe-
rio desde la “crisis de los misiles” en Cuba (octubre de 1962).15
La “historia insurgente” de hoy, tal como la reivindican ya no tanto los
herederos del marxismo y de los activistas revolucionarios de los sesenta sino
los defensores del chavismo y sus testaferros, especialmente desde sitios oficia-
listas o medios afines (y fuera del ámbito nacional, en los foros sociales alter-
mundialistas de principios del siglo XXI), se nutre en efecto de esa memoria
compleja, reconfigurada en aras del culto al Bolívar del siglo XXI y a su mentor
–o mejor dicho “padre”, de acuerdo con el señalamiento del interesado– Fidel
Castro. La tesis insurreccional, tal como la maneja la historia oficial dispensada
desde el Centro Nacional de Historia (2007) –adscrito al Ministerio del Poder
Popular para la Cultura– y su revista Memorias de Venezuela, “plantea una
historiografía de la liberación”. La Independencia misma se escribe “desde la
insurgencia”, resaltando un protagonismo popular adverso a los “vencedores”,

15 Edgardo Mondolfi Gudat, La insurrección anhelada. Guerrilla y violencia en la Venezuela de


los años sesenta, Editorial Alfa, Barcelona, 2017, pp. 10, 31, 34 (referencia a Antonio Sánchez
García), pp. 298, 305.
Frédérique Langue y María Laura Reali 51

por ser la “insurgencia” –y no la insurrección…–“descolonizadora y libera-


dora”: “se escribe desde el lugar del oprimido, se conoce para desmitificar,
desideologizar, descolonizar y por tanto para liberar la conciencia histórica,
liberando la conciencia de clase, la raza y el género” (en contradicción con lo
que Chávez y sus compañeros idearon cuando crearon el MBR-200, al tratar
precisamente de superar la “desideologización” por la que atravesaba la po-
lítica venezolana).16 Pese a que muy a menudo se dé el salto grande entre el
periodo mitificado de la Independencia y el periodo “revolucionario” de hoy y
la figura de Hugo Chávez, aparecen testimonios de la lucha armada de los años
sesenta; por ejemplo, en este mismo texto al que nos referimos, se publica una
fotografía de ex guerrilleros Gregorio Lunar Márquez, Fabricio Ojeda, Luben
Petkoff y Enrique P. La “memoria” de esos años marcados por el protagonismo
(armado) de partidos como el PCV y el MIR resulta sin embargo selectiva:
a los intelectuales críticos de hoy escasamente se menciona, para privilegiar
referencias a otra gesta revolucionaria, la del “Che”, con base al expediente
militar que desde fines de los años 1940 se le levantó al “combatiente revolu-
cionario” Fabricio Ojeda, periodista y dirigente político, “diputado insurrecto”,
adversario del “puntofijismo” y admirador de Fidel Castro. El número especial
dedicado por la revista a la lucha armada en los sesenta no deja de recordar, más
que los ensayos democráticos de los años sesenta (en el contexto además de la
guerrilla urbana, de las insurrecciones militares entre 1960 y 1962 y del aten-
tado en contra de R. Betancourt, y luego del auge de la guerrilla rural durante
el gobierno de Raúl Leoni entre 1964 y 1969), las “medidas antipopulares de
Rómulo Betancourt” y de su gobierno “represivo”, enalteciendo los distintos
focos de la guerrilla en el país y el “faro de la Revolución Cubana” en cuanto
avanzada y vitrina de la URSS, pese a la crisis de los misiles (octubre de 1962)
y a varios momentos de tensión generados por el repetido apoyo castrista a los
movimientos insurreccionales del tercer mundo.17

16 “La historia insurgente plantea una historiografía de la liberación”, en Memorias de Vene-


zuela https://memoriasdevenezuela.wordpress.com/2017/11/03/la-historia-insurgente-plan-
tea-una-historiografia-de-la-liberacion, 3/11/2017 https://memoriasdevenezuela.wordpress.
com/2017/11/03/la-historia-insurgente-plantea-una-historiografia-de-la-liberacion Juan Carlos
Rey, “Mito y Política: el caso de Hugo Chávez en Venezuela”, en “Actualidad de las formas
irracionales de integración política”, Cuadernos del Centenario Núm. 3, Fundación Manuel
García-Pelayo Caracas, Caracas, 2009, pp. 5-59 https://www.academia.edu/9326847/_Mi-
to_y_Pol%C3%ADtica_el_caso_de_Hugo_Chávez_en_Venezuela
17 “El expediente de Fabricio Ojeda indica una posible misión del Che en Venezuela en 1965”,
Memorias de Venezuela, 21/11/2017 https://memoriasdevenezuela.wordpress.com/2017/11/21/
el-expediente-de-fabricio-ojeda-indica-una-posible-mision-del-che-en-venezuela-en-1965/
“Lucha armada venezolana en los 60”, en Memorias..., Núm. 16 (2021)- https://issuu.com/
centronacionaldehistoria/docs/memorias16c Sobre el atentado en contra de R. Betancourt, cfr.
Edgardo Mondolfi Gudat, El día del atentado: El frustrado magnicidio contra Rómulo Be-
tancourt, Editorial Alfa, Caracas, 2013, y Temporada de golpes. Las insurrecciones militares
contra Rómulo Betancourt, Editorial Alfa, Caracas, 2015.
52 Las ideologías de la nación

Dicho de otra forma, la justificación de la violencia subyace constantemente


en este tipo de discurso, de ayer como de hoy. El periodo de la lucha y de los
frentes guerrilleros (tanto en su vertiente urbana, que hubiera sido la más sen-
sata habida cuenta de la población urbana de Venezuela, en un 65/70% como
lo señaló Pompeyo Márquez, como rural, en “las montañas”, o “del campo a
la ciudad”) para llamarlo de otra forma, dista de ser objeto de consenso pese a
las numerosas publicaciones de testimonios y por lo tanto de fuentes sobre esta
historia del tiempo presente venezolano. Remitimos en este aspecto a la ex-
tensa serie de entrevistas realizadas con los “comandantes” de Agustín Blanco
Muñoz, para mencionar tan sólo esta ingente fuente de conocimiento sobre el
período, o los trabajos de Alberto Garrido, especialmente su Historia secreta
de la Revolución Bolivariana (2000), tal “pasado que no pasa” en las últimas
décadas en Venezuela, por sus repetidos ecos, compartidos o no, ocultados o
al contrario reivindicados. El presente se percibe por lo tanto no tan alejado de
esa peculiar forma de memoria que es el denominado “resentimiento histórico”
(en cuanto motor de enfrentamientos e incluso de guerras). Por esta razón, no
se asemeja para nada a la “justa memoria” ejemplificada por P. Ricœur. Esta se
origina en el conocimiento, es factor de justicia al ser una memoria plurívoca
y no lineal a diferencia de los discursos de cuño ideológico que no permiten
librarse del pasado por más remoto que resulte, sino que se anclan precisamente
en una visión estereotipada del mismo.18
En uno de los mayores ensayos interpretativos sobre el período, y cuidadosa
indagación acerca de un período maltrecho por las ideologías de ambos lados y
de sus ecos en el tiempo presente, el libro de Edgardo Mondolfi Gudat, La in-
surrección anhelada. Guerrilla y violencia en la Venezuela de los años sesenta
(2017), subraya esa “marcada propensión a enaltecer y rendirle culto a la diná-
mica insurgente que tuvo lugar durante la década de 1960”. En el contexto de

18 Henry Rousso, “Desarrollos de la historiografía de la memoria”, Aletheia, vol. 8, Núm. 16,


junio 2018 http://aletheiaold.fahce.unlp.edu.ar/numeros/numero-16/conferencia Del mismo
autor: La última catástrofe. La historia, el presente, lo contemporáneo, Centro de Investigacio-
nes Diego Arana/DIBAM/Editorial Universitaria, Santiago (Chile), 2018. Frédérique Langue,
“Desafíos y retos de la historia del tiempo presente”, en Gabriela Dalla Corte, Ricardo Pique-
ras, Meritxell Tous Mata (coord.), Construcción social y cultural del poder en las Américas,
UB, Casa América Catalunya, Barcelona, 2015, pp. 12-32. http://www.americat.cat/es/cons-
truccion-social-y-cultural-del-poder-en-las-americas_es Agustín Blanco Muñoz, La Lucha
Armada: hablan 5 jefes, Ediciones FACES-UCV, Caracas, 1980; La Lucha Armada: hablan 6
comandantes, Ediciones FACES-UCV, Caracas, 1981; La Lucha Armada: la izquierda revolu-
cionaria insurge, Ediciones FACES-UCV, Caracas, 1981. Alberto Garrido, La Historia secreta
de la Revolución Bolivariana. Conversaciones con Harold, Puerta Aponte y Camilo, Edito-
rial Venezolana, Mérida, 2000 y Guerrilla y Revolución Bolivariana. Documentos, Ediciones
del Autor, Mérida, 2003; La lucha armada: la Izquierda revolucionaria insurge, Ediciones
FACES/UCV, Caracas, 1981, Serie Testimonios violentos vol. 5. Agustín Blanco Muñoz, La
lucha armada: hablan 3 comandantes de la izquierda revolucionaria, FACES/UCV, Caracas,
1982, Serie Testimonios violentos, vol. 6. Henry Rousso, “Desarrollos de la historiografía de
la memoria”, cit.
Frédérique Langue y María Laura Reali 53

la Guerra Fría en el Caribe y con apoyos internacionales (sic), dos son los pro-
pósitos que se asocian a esta tendencia: cuestionar una democracia fundada en
un debido proceso electoral, “para demeritar de la actuación de las autoridades
democráticas durante las presidencias de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni”, y
‘buscar en la llamada ‘lucha armada’ la cuna genésica que sirva para vincular
las tesis insurreccionales de un pasado no tan remoto con los avatares revolu-
cionarios del presente”, en un escenario sumamente mediatizado además por la
propaganda oficialista, en una suerte de avatar del internacionalismo proletario
y de la solidaridad revolucionaria de antaño.19
Esa experiencia frustrada de la izquierda revolucionaria a finales de cuentas
relativamente corta y espacialmente delimitada de la lucha armada se benefició
de esa valoración idealizada entre intelectuales fuera de Venezuela en aras de
la lucha antiimperialista. En la estrategia castrista de apoyo a los movimien-
tos insurreccionales y a las actividades subversivas de izquierda, en el caso
de Venezuela, terció ya el factor geopolítico o mejor dicho petrolero como lo
subrayaron tempranamente intelectuales como Carlos Rangel o Antonio Sán-
chez García: de ahí esa “complicidad temprana” –en términos de E. Burgos–, el
interés estratégico de Castro y su decisión de intervenir política y militarmente
en el conflicto interno venezolano durante los años 1960-1970, los campos de
entrenamientos organizados al efecto y el intento de desembarco de guerrille-
ros en Machurucuto. Este intento de intervención militar en Venezuela ideado
desde Cuba, en mayo de 1967, fue objeto de una seguida celebración por el
gobierno bolivariano de acuerdo con el sitio (entonces) chavista Aporrea, me-
diante los “centros de formación ideológicas” y “caravanas ideológicas” del
año 2006, dentro de un “programa de reivindicación antiimperialista” llevado
por el ideólogo William Izarra. Según estimaciones del Departamento de Es-
tado norteamericano, Venezuela fue el país del cual salió “el mayor grupo de
jóvenes” con destino a La Habana desde 1962, lo que se relaciona asimismo
con la intensidad de las acciones dirigidas en contra del régimen de Betancourt.
No carece de interés recordar, en la mente de varios actores del periodo (i.e. el
Comandante cubano Manuel Piñeiro alias “Barba Roja”), la importancia estra-
tégica del país, y consiguientemente, el grado de conflictividad alcanzado du-
rante la presidencia de Rómulo Betancourt. Habría que mencionar asimismo las
fuerzas publicitadas por la guerrilla (PCV, PIR) y el tema del petróleo, sendas
características asemejarían a Venezuela a un “nuevo Vietnam” en el continente.
El análisis fue compartido por tantos personajes tan disímiles como Antonio
García Ponce, miembro de la Dirección Nacional del PCV en los años 60 (mé-
dico, historiador, profesor universitario, escritor, y desde un principio opositor
al chavismo), y el mismo “Che” Guevara (a quien se intentó colocar al frente
de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional/FALN venezolanas), como por

19 E. Mondolfi Gudat, La insurrección anhelada..., cit., p. 10 y ss.


54 Las ideologías de la nación

los servicios de seguridad de Estados Unidos. Junto al tema clave del recurso
petrolero y de los paralelismos que se establecieron entre la Revolución cubana
y la Revolución bolivariana, se consideraba además a la misma “cultura petro-
lera” como más permeable a las influencias ideológicas.20
Estos tempranos nexos entre Cuba y Venezuela, que Antonio García Pon-
ce hace remontar al año 1946 y al Congreso de Unidad de los Comunistas,
contemplan en efecto la participación de figuras claves del poder en Cuba, de
cuadros importantes del Ejército revolucionario cubano, “importantes no sólo
por lo que fueron, sino por lo que llegarían a ser”. Fungirían en efecto como
jefes de Estado Mayor en las guerras libradas en África durante los años setenta
y ochenta o como miembros del PCC y de las instancias dirigentes de la isla
(Raúl Menéndez, Ulises Rosales del Toro, Silvio García Planas...), llegando a
conformar “un grupo de élite”. A juicio de Juan Bautista Fuenmayor, dirigente
del grupo conformado por el PCV junto con Ricardo A. Martínez, la participa-
ción de los cubanos “se convirtió en una franca imposición de la fusión de las
tres corrientes partidistas” en aras del “internacionalismo proletario” (aparte del
PCV, el PCVU de los hermanos Gustavo y Eduardo Machado y Luis Miquile-
na, y el Grupo No, de Miguel Otero Silva). Esta participación ostensible contó
con la presencia en Caracas del Secretario General del PSP de Cuba (el Partido
Socialista Popular, que había abandonado las viejas siglas del PCC durante
la Segunda Guerra mundial), Blas Roca. Más adelante, Cuba se convirtió en
uno de los principales santuarios de la guerrilla venezolana. Con sus coman-
dantes o comisarios, participó asimismo en las dos expediciones guerrilleras a
Venezuela, la de las costas de Machurucuto ya mencionada (mayo de 1967) y
otra a las costas de Falcón (1968), anticipando de forma nítida la organización
impuesta durante el chavismo (ingeniería ideológica, a través de instructores y
especialistas en deportes, medicina, educación, etc., amén del entrenamiento
militar). Esta estrecha “colaboración” se llevó a cabo en nombre no de la im-
posición de un modelo sino del internacionalismo como lo puntualizó Luben
Petkoff y se apoyó en una extensa red de seguridad y espionaje. La ruptura de
Fidel Castro con los comunistas venezolanos se dio cuando éstos adoptaron la
llamada táctica de la Paz Democrática o proceso de pacificación –lo que equi-
valía a abandonar la lucha armada– adelantado durante el primer gobierno de
Rafael Caldera. Para Elizabeth Burgos, los nexos de sectores de la izquierda

20 E. Mondolfi Gudat, La insurrección anhelada..., cit., pp. 59-60, 72. Elizabeth Burgos, “Para-
lelismos cubanos en la revolución bolivariana”, en Revista Venezolana de Ciencia Politíca,
29 (2006), pp. 39-71 http://www.saber.ula.ve/handle/123456789/24889 Un breve recuento del
episodio en Ángel Bermúdez, “Cómo fue el ‘desembarco de Machurucuto’, el intento de inter-
vención militar en Venezuela ideado en Cuba por Fidel Castro”, BBC News Mundo, 16 febrero
2019, https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-47263573 “CFI Miranda rindió
homenaje a Antonio Briones luchador cubano que desembarcó en Machurucuto”, 10/07/2006,
Aporrea.org, https://www.aporrea.org/actualidad/n80593.html William E. Izarra, “La Carava-
na de la Ideología”, 27/3/2006, Rebelión https://rebelion.org/la-caravana-de-la-ideologia
Frédérique Langue y María Laura Reali 55

venezolana con la revolución cubana son un poco más tardíos, del año 1958,
tras la caída de la dictadura de Pérez Jiménez y durante los primeros años de la
Revolución cubana. La presencia de cubanos exiliados en Caracas, el asesora-
miento de parte de Venezuela (cuyo Ejército le envió armas a Fidel Castro en la
Sierra Maestra, por decisión del presidente de la junta de gobierno civil militar,
el Contralmirante Wolfgang Larrazábal) confortaron las relaciones establecidas
por la izquierda venezolana con sus pares cubanos. El mismo origen militar de
la Revolución bolivariana (desde el MBR-200, logia militar en sus inicios) y la
“peculiar y tradicional complicidad de sectores de la izquierda venezolana con
el estamento militar –la ‘simbiosis militar-civil y político-militar’ señalada por
Domingo Irwin–, facilitaron la ‘fusión del ‘bolivarianismo’’ con el castrismo”.
Esta conjunción abarca un período largo aunque significativo, de la Revolución
de Independencia al samán de Güere y al “divino Bolívar” tan preciado de la
historia oficial y de la teleología bolivariana reunidas, y del “bolivarianismo”,
que la necesidad de los héroes había convertido ya en “religión republicana” e
incluso en “culto por y para el pueblo” de acuerdo con Germán Carrera Damas.
A estas circunstancias se le añade la marcada y latente tendencia a la conspira-
ción del pretorianismo criollo a lo largo del siglo XX a pesar de la moderniza-
ción del Ejército en los años treinta –durante el gomecismo (1908-1935)– tal
como la evidenció también Domingo Irwin.21

La anamnesis de la “guerra trágica”


Varias fueron las razones del fracaso de la lucha armada y de la “subversión” en
el caso de Venezuela: el rechazo de la “violencia revolucionaria”, junto a “una
sucesión de errores estratégicos y tácticos” según Germán Carrera Damas, en
un calco de una experiencia cubana no siempre válida para Venezuela, aparte
de la represión llevada a cabo por las Fuerzas armadas institucionalistas y de
la estrategia de defensa de la República liberal democrática impulsada por R.
Betancourt. La respuesta del Estado a los embates del “extremismo” en estos
años combinó represión policial, enfrentamiento militar y apertura política, en
respuesta a los discursos y proclamas cada vez más violentos de Fidel Castro

21 Antonio García Ponce, Adiós a las izquierdas, Alfadil Ediciones, Caracas, 2003, pp. 120-122.
E. Burgos, “Paralelismos cubanos...”, cit. F. Langue, Hugo Chávez y le Venezuela..., cit., pp.
55 y ss. y “Bolivarianismos de papel...”, cit. Domingo Irwin, Hernán Castillo, Frédérique Lan-
gue (coord.), Pretorianismo venezolano del siglo XXI: ensayos sobre las relaciones civiles y
militares venezolanas, UCAB-UPEL, Caracas, 2007; Domingo Irwin e Ingrid Micett, “Logias
Militares Venezolanas y Conspiración, 1972-febrero de 1992”, Argos, Núm. 54, Caracas, 2011,
http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0254-16372011000100003 D. Irwin
con Frédérique Langue, “Militares y democracia. ¿El dilema de la Venezuela de principios del
siglo XXI?”, Revista de Indias, Núm. 231, 2004, pp. 549–560 https://revistadeindias.revistas.
csic.es/index.php/revistadeindias/article/view/426 Elías Pino Iturrieta, El divino Bolívar. Ensa-
yo sobre una religión republicana, Catarata, Madrid, 2003. Germán Carrera Damas, El culto a
Bolívar, Grijalbo, Caracas, 1989.
56 Las ideologías de la nación

–así el 2 de enero del 63, con motivo del cuarto aniversario de la Revolución, y
que sería conocido como la Segunda Declaración de La Habana–, y en defensa
de una revolución calificada por aquel “transformador social” (G. Carrera) de
“democrática” y “evolutiva”–. El mismo discurso presidencial llegó a cobrar un
tono belicista y durante el gobierno de R. Leoni existiría una política expresada
desde el punto de vista civil y, paralelamente, otra de tipo represivo, violen-
ta y asumida por los militares. El enfrentamiento tuvo como consecuencia un
paulatino debilitamiento del poder civil durante la presidencia de Leoni (Luis
Alberto Buttó). Sin embargo, esta “década trágica” (en los términos de A. Blan-
co Muñoz) y violenta, y “guerra prolongada” (de acuerdo con las proclamas
del MIR fundamentalmente, por lo menos de los partidarios intransigentes de
la línea insurreccional, y de los disidentes del PCV que se asemejaban ya a un
sector “duro”) y derrota no por eso significó el quiebre de la estrecha y solida-
ria relación con Cuba: los sectores civiles irreductibles siguieron manteniendo
relaciones con la isla (siendo muchos de ellos militantes de la juventud comu-
nista del PCV, hasta participar en la fallida invasión de República Dominicana
organizada por Cuba en junio 1959), se incorporaron en la labor conspirativa
antes mencionada para terminar integrados al chavismo.
Al carecer de modelo propio y en medio de desavenencias internas, la iz-
quierda llevada al poder por la elección de Chávez no hubiera tenido más al-
ternativa que seguir un modelo cubano disfrazado de “bolivarianismo”, con la
colaboración de ideólogos como la chileno-cubana Marta Harnecker, autora de
un manual de marxismo-leninismo de amplia difusión en las jóvenes genera-
ciones de militantes radicales latinoamericanos. A este fin apuntarían de forma
similar la presencia de los servicios de inteligencia cubana, la centralización
absoluta del poder del Estado, desvirtuando incluso mecanismos democráti-
cos, con el respaldado por las Fuerzas Armadas (milicias populares incluidas)
y el Ministerio del Interior, y una amplia red de “solidaridad” internacional.
La “pasión cubana” y sus avatares violentos, sus imágenes y procedimientos,
sus mitos discursivos también y la consiguiente carga emocional que conlle-
van (i.e. el magnicidio, al igual que para Fidel Castro), su temprana estrategia
continental (llevada en especial por el “Che” Guevara), el intento de politizar
el sector militar, el control férreo de los medios de comunicación, su presencia
en Venezuela y la constante injerencia en la política nacional otrora aceptados
o silenciados en nombre de internacionalismo tendrían como consecuencia la
pérdida por Hugo Chávez del apoyo de la clase media, de no pocos intelectua-
les de izquierda así como de casi todos sus colaboradores en la primera fase de
su gobierno: un “adiós a las izquierdas”, para retomar el título de otro libro de
Antonio García Ponce.22

22 E. Burgos, “Paralelismos cubanos...”, cit. A. García Ponce, Adiós a las izquierdas..., cit. E.
Mondolfi Gudat, La insurrección anhelada..., cit., pp. 77, 92-93, 142. Germán Carrera Da-
mas, Rómulo histórico, Editorial Alfa, Caracas, 2013, pp. 326-328, 402-403, 410-411. Agustín
Frédérique Langue y María Laura Reali 57

En este “adiós” contribuyeron asimismo las divisiones internas a la izquier-


da radical y guerrillera a partir del año 1966, cuando la lucha armada la asu-
mieron dos grupos: los partidarios de Douglas Bravo (en el occidente del país,
en las montañas del Estado Falcón), y los integrantes del MIR. Desde Oriente,
éstos se negaron a dejar la lucha armada, apostando por el concepto de “frente”
y se salieron por lo tanto de las filas del PCV, respaldados en ambos casos por
efectivos cubanos bajo el lema revivido del internacionalismo. Las siguientes
décadas fueron las de un “extremismo pacificado y enfrentado”, tal como lo
caracterizó Agustín Blanco Muñoz. Se asemejarían a la evolución del escenario
continental, o sea un reflujo de la lucha insurreccional, “ese camino de nihilis-
mo y regresión guerrillera, de crueldad estéril y aventurerismo irresponsable” –
de acuerdo con el escritor Juan Liscano–, con base a un imaginario recompues-
to en aras de la política nacional(ista) y de la democracia representativa, junto al
revivir pretoriano que desembocaría en las logias militares y en la actuación de
las mismas en el año 1992. En este último caso, se pudo comprobar contactos
seguidos con los representantes de la extinguida e idealizada “lucha armada”.
Luego de la “pacificación del extremismo”, el regreso de la influencia cubana
se dio con la llegada de Hugo Chávez a la Presidencia de la República (eleccio-
nes de diciembre 1998), devenida Bolivariana en virtud de la Constitución de
1999, una orientación que se radicalizaría a partir de 2002 y de los “eventos de
abril” (el multifacético intento de golpe de Estado en contra de Chávez) hasta
desatar una violencia no siempre controlada por el mismo gobierno.23
De tal forma que el imaginario reivindicador nació junto a una memoria
selectiva por no decir sesgada, salpicada de alguna que otra “información”
respecto a la herencia violenta y muy a menudo excesiva (según sus mismos
protagonistas) de la lucha armada: en 1977, H. Chávez no se fue a la guerrilla
desde Cumaná porque estaba enamorado... Aunque en la realidad, resultaron
ampliamente comprobadas las conexiones entre exguerrilleros y oficiales, entre

Blanco Muñoz, Venezuela 1968-1971. El extremismo pacificado y enfrentado, UCV-Cátedra


Pío Tamayo, Centro de Estudios de Historia Actual, Proyecto La Violencia en la Venezue-
la reciente, 1958-1980, Vol. IX. Luis Alberto Buttó, “La Doctrina de Seguridad Nacional en
Venezuela, 1958-1998”, en Alejandro Cardozo Uzcátegui (dir.) Venezuela y la Guerra Fría,
Universidad Simón Bolívar/Editorial Nuevos Aires/Centro Latinoamericano de Estudios de
Seguridad (USB) y Consorcio Geo, Caracas, 2014, pp. 125-150.
23 A. García Ponce, Adiós a las izquierdas..., cit. E. Mondolfi Gudat, La insurrección anhelada...,
cit., pp. 321, 335 (cita de Juan Liscano, “¡Recapacitar! ¡Tender puentes!”, en El Nacional,
21/11/6. 4), 359, 362. Ángel Dámaso Luis León, “Tiempos de revolución. Medio siglo de inci-
dencia cubana en Venezuela (1958-2013)”, Tesis de doctorado de la Universidad de La Laguna,
Tenerife, 2020, inédita. Del mismo autor: “Un modelo cubano en Venezuela: el Movimiento
de Izquierda Revolucionaria”, Izquierdas, Núm. 50, 2021, pp. 1-21 https://portalciencia.ull.es/
documentos/609b2853e23f3603fa9de6d3?lang=fr F. Langue, “Bolivarianismos de papel”...,
cit., Agustín Blanco Muñoz, Venezuela 1968-1971. El extremismo pacificado y enfrentado,
Universidad Central de Venezuela, Caracas, Proyecto La Violencia en la Venezuela reciente,
1958-1980, 2004, tomo IX. E. Mondolfi Gudat, La insurrección anhelada..., cit., pp. 166-168.
58 Las ideologías de la nación

la oficialidad joven (i.e. William Izarra, Hugo Chávez) y los sectores de la ex-
trema izquierda (Douglas Bravo). Aprovecharon el auge de las logias militares
ya citadas: ARMA (Acción Revolucionaria de Militares Activos), M-83 (Mo-
vimiento 83) y MBR-200 (Movimiento Bolivariano Revolucionario 200), pero
también los contactos tejidos dentro del mundo universitario e, in fine, con la
sociedad civil y ciertos partidos (Causa R., con Alfredo Maneiro y Pablo Me-
dina). De la formación de células conspirativas –y de cuadros militares– junto
a los centros de enseñanza militar, se encargaría Douglas Bravo. Luego de la
ruptura entre partidarios de la lucha armada y “pacifistas” en el PCV, D. Bravo
terminó dejando la dirección de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional
(FALN) para crear su propio partido, el Partido de la Revolución Venezolana
(PRV, 1966), un partido que reivindicaba el marxismo-leninismo y pregonaba
el lema de la liberación nacional. El resultado de estas múltiples conexiones y
de sus avatares en términos de poderes fácticos desembocó en un entramado
civiles-militares y en un pretorianismo latente, con repetidas tendencias cons-
piradoras que se expresarían en los sucesos de febrero y noviembre de 1992 (se
ubica en el año 1977 la incorporación de Chávez en un primer grupo conspira-
tivo). Sentaría por lo tanto las bases del proyecto bolivariano y de su expresión
ya no exclusivamente militar sino política y electoral –aunque en perjuicio del
llamado control civil sobre la institución castrense, tema escasamente o nunca
mencionado, al igual que el profesionalismo militar, en el Parlamento vene-
zolano durante el chavismo–, como sucedió a raíz de la llegada de Chávez al
poder (1999). A los testimonios de no pocos actores, debidamente recogidos en
las recopilaciones de Agustín Blanco Muñoz y Alberto Garrido, se añaden evi-
dencias testimoniales como las del exguerrillero Douglas Bravo o de Américo
Martín, convertidos al igual que otros actores de la lucha armada en críticos
acérrimos del chavismo. Hay que señalar además el impacto que tuvo en las
memorias colectivas y en las representaciones sociales el fallido golpe del 4
de febrero de 1992, capitaneado por H. Chávez y sobradamente mediatizado
(el “por ahora”): sigue siendo la “rebelión de los ángeles”, de acuerdo con el
libro testimonial de la periodista y exguerrillera Ángela Zago (otrora cercana a
H. Chávez), contribuyendo con esta denominación sobradamente simbólica en
legitimar el uso “progresista” de la violencia insurreccional.24

24 Sobre la cuestión del “control civil”, remitimos a los estudios reunidos en: Domingo Irwin G.,
Luis Alberto Buttó, Frédérique Langue, Control Civil y Pretorianismo en Venezuela, UCAB,
Caracas, 2006. Domingo Irwin, Ingrid Micett, Caudillos, militares y poder. Una historia del
pretorianismo en Venezuela, UPEL/UCAB, Caracas, 2010, pp. 240 y ss., 253, 259. Hernán
Castillo, Militares y control civil en Venezuela, Mérida, Universidad de los Andes/USB, Mé-
rida, 2013, p. 322. Cristina Marcano, Alberto Barrera Tyszka, Hugo Chávez sin uniforme, De-
bate, Caracas, 2004, pp. 77-79. Angela Zago, La Rebelión de los Ángeles, Fuentes Editores,
Caracas, 1992. Sobre el particular, véanse F. Langue, Hugo Chávez et le Venezuela..., cit., pp.
65 y ss. Paula Vázquez Lezama, “Les “Anges rebelles”: la légitimation de la violence insurrec-
Frédérique Langue y María Laura Reali 59

De la guerra de estas memorias encontradas que afloraron en las últimas


décadas, ya fuesen radicales de cuño autoritario y violentas (en término de
justificación y hasta de reivindicación de la violencia) o bien decididamente
democráticas, no se eximieron tanto militantes como intelectuales, ante el “es-
pectáculo de ideas” propiciado por las revoluciones “exóticas” (en el caso de
los europeos y norteamericanos y de sus “fantasías” acerca de la Revolución.
De este des(encuentro) y aparatoso fracaso de la unidad in situ –y a escala con-
tinental incluso– hemos tenido la oportunidad de identificar otra expresión, en
otros escenarios que no fueran los de Venezuela. Importa aquí la aguda toma de
conciencia de quien fuera un historiador afecto a la “militancia” ante las nuevas
creencias de los intelectuales europeos (Sartre entre otros para mencionar tan
sólo este ejemplo), con su debida carga emocional derivada en muchos casos
de un pasado anclado en un “antes” de la Revolución (imágenes color sepia,
grabaciones diversas, música, cine), dando pie a una cierta “condescendencia
de la izquierda occidental hacia América Latina” según E. Burgos, del fervor
al resentimiento y a la cólera, y la cuidadosa escenificación de la Revolución y
de sus teatrales representaciones/mediaciones en una instrumentación desarro-
llista y antiimperialista.25 Edgardo Mondolfi Gudat señaló a ciencia cierta que
la Revolución cubana tuvo entre sus más tempranas características el hecho de
verse marcada por un fuerte tono de confrontación generacional, una caracte-
rística que encontramos asimismo con los actores de la lucha armada y en las
sucesivas rebeliones de izquierda.26 El toque generacional, el entusiasmo revo-
lucionario, el papel de las emociones (negativas pero también positivas en estos
primeros tiempos de la “lucha armada”), el “fervor por la montaña” tal como lo
caracterizó Pompeyo Márquez, la exaltación incluso del sector campesino, de
la “violencia ejemplar” que fundaría la memoria gloriosa de la lucha armada.
El ser “de izquierda” y la defensa de la “Revolución” orientada por la propa-
ganda oficial convergen hacia una suerte de deber de memoria trastornado en

tionnelle dans la Révolution bolivarienne”, Problèmes d’Amérique latine, Núm. 79, 2011, pp.
119-132.
25 Frédérique Langue, “El laberinto del historiador. Militancia y revolución en el espejo del tiem-
po presente”, Los mundos de Juan Carlos Garavaglia, Illes i Imperis, Barcelona, Universitat
Pompeu Fabra, Núm. 21, 2019, pp. 261-276 https://www.raco.cat/index.php/IllesImperis/arti-
cle/view/10.31009-illesimperis.2019.i21.11/452536 Sobre la Revolución cubana, el papel de
los intelectuales y el manejo de las emociones, cfr. Rafael Rojas, “Anatomía del entusiasmo”,
Encuentro de la Cultura Cubana, Núm. 45-46, 2007, pp. 3-15 https://rialta.org/wp-content/
viewer/encuentro/2007-N45-46/index.html#page=1. Frédérique Langue, “Fidel Castro stratè-
ge de l’image ou la mise en scène de la Révolution”, Carnet de l’IHTP, 9/1/2017, https://ihtp.
hypotheses.org/2457#more-2457 “¿Quién fue Douglas Bravo, el icónico guerrillero que falle-
ció por covid-19?”, Eldiario, 10/7/2021, https://eldiario.com/2021/01/31/douglas-bravo-uerri-
llero-fallecio-covid-19
26 Edgardo Mondolfi Gudat, La insurreccion anhelada..., cit., p. 70. Elizabeth Burgos, “Fantasía
Roja”, Webarticulista.net, 6/7/23007, http://webarticulista.net.free.fr/eb200708071210+Eliza-
beth-Burgos+Ivan-de-La-Nuez+Fantasia-Roja+Cuba.html
60 Las ideologías de la nación

sus principios: la militancia “académica” oscila, como Paula Vázquez bien lo


señaló respecto al “chavismo francés” y que encontramos con algunas variantes
en el caso español (Podemos y la “filosofía política del socialismo en el siglo
XXI” de acuerdo con Juan Carlos Monedero), entre confusión entre lo émico
y lo ético y creencia revolucionaria. Así, las fascinaciones de tipo “jacobino”
propias del medio intelectual se nutrirían no de una investigación minuciosa,
sino de un posicionamiento ideológico etnocéntrico y binario/maniqueo, ajeno
a las complejas realidades de los distintos países que conforman el continente
soñado y más aún a la necesidad de una izquierda anclada en principios demo-
cráticos pluralistas.27

Militancia, las “dos izquierdas” y el legado de Teodoro


A años luz de esa desinformación asumida y de esa visión teleológica y unívoca
de la historia, dicho de otra forma de esa aproximación militante a la historia
reciente de Venezuela y de sus avatares en Europa (Francia, España), Las dos
izquierdas de Teodoro Petkoff reflejan el itinerario de quien interpretaría tem-
pranamente los sucesos de Checoslovaquia (la primavera de Praga en su libro
Checoslovaquia: el socialismo como problema, publicado luego de la invasión
de 1968 y que tuvo una enorme difusión en el continente latinoamericano más
que en la propia Venezuela, por lo menos en un primer momento) y luego de
su propio país con el mismo rigor intelectual y político. En un libro posterior,
Proceso a la izquierda, Petkoff profundizaría la crítica hacia el modelo sovié-
tico, realizando una autocrítica hacia su propio pasado político y abogando por
una tercera vía: la del socialismo democrático, alejada del “socialismo real”.
La desaparición en 2018 –coincidiendo con el sesenta aniversario del Pacto de
Puntofijo– del economista de formación, ex líder guerrillero desencantado, ex
militante del PCV, fundador del MAS (1971, con el apoyo de Gabriel García
Márquez y junto a otros dirigentes del PCV), ex candidato presidencial (por el
MAS), periodista, fundador y director del diario Tal Cual (2000), ministro (de
planificación durante el segundo mandato de Rafael Caldera en un Gobierno
de coalición de socialistas y democratacristianos, a mediados de los noventa) y
opositor desde los inicios del chavismo abrió paso a la revisión de una militan-
cia ejemplar en términos de defensa de la democracia. T. Petkoff, al ser galar-

27 E. Mondolfi Gudat, La insurrección anhelada..., cit., p. 70. Paula Vázquez, “Fascinaciones


jacobinas: la revolución bolivariana y el chavismo francés”, en G. Kozak, A. Chaguaceda (ed.),
La izquierda como autoritarismo en el siglo XXI..., pp. 227-248, y Gisela Kozak, “Venezuela
revolucionaria: una ficción de la academia militante”, en G. Kozak, A. Chaguaceda (ed.), La
izquierda como autoritarismo en el siglo XXI..., cit., pp. 249-266. F. Langue, “La historia
exacerbada. Venezuela y la “memoria globalizada” del tiempo presente”..., cit. Sobre Pompe-
yo Márquez, véase el dossier de El Nacional, “Papel literario”, 12/6/2022 y especialmente
“El siglo de Pompeyo”, por Rafael Guerra Ramos https://www.elnacional.com/papel-literario/
el-siglo-de-pompeyo
Frédérique Langue y María Laura Reali 61

donado con el premio Ortega y Gasset (2015) sin poder ir a recoger su premio,
se convirtió incluso en el símbolo de las contrastadas aspiraciones democráticas
de izquierda tal como las expresó la generación de Puntofijo. El observador
más agudo de los procesos políticos y de la tragedia venezolana pertenecía, en
efecto, a una generación cuyo compromiso se confundió como tuvimos la opor-
tunidad de reseñarlo con los inicios de la democracia venezolana (1958), en el
preciso momento en que la Revolución Cubana ejercía su notable influencia
entre la juventud del continente. Entró en política por no decir en resistencia du-
rante la dictadura de Pérez Jiménez, y luego durante la presidencia de Rómulo
Betancourt –al abrir frentes guerrilleros junto a otros dirigentes del PCV y del
MIR. Al igual que muchos políticos de izquierda a finales de los años sesenta,
se acogió a los términos de la pacificación propuesta por los gobiernos de Raúl
Leoni y Rafael Caldera, y eligió la vía del socialismo democrático. Rechazó el
dilema entre el dogmatismo que opuso la Revolución Cubana a la experiencia
de Allende, como lo puntualiza en Dos izquierdas. Ahora bien, otra ruptura se
produjo cuando Teodoro se separó del MAS luego de que el partido decidiera
apoyar la primera candidatura de Hugo Chávez a las elecciones presidenciales
(1998): “Esa mezcolanza de autoritarismo militar con el izquierdismo más pri-
mitivo no podía sino producir un desastre”, aparte de la ausencia de un proyecto
político verdadero en torno a un Chávez rodeado de náufragos de esa izquierda
marxista-leninista, como recordó en una entrevista con Rafael Uzcátegui. Con
la fundación de Tal Cual se inició la segunda etapa de su vida como intelectual,
de escritor (una docena de libros sobre el pensamiento político y la defensa de
la democracia) y periodista de renombre y hombre público, convirtiéndose en
un crítico acérrimo del presidente H. Chávez, aunque dentro de un respeto a la
vez mutuo y lejano, muy distinto al “encono de la militancia bolivariana” como
lo subrayó a ciencia cierta el diario El País. Son célebres sus tomas de posición
acerca de esa izquierda “falsamente radical” que calificaba asimismo de “bor-
bónica” (en Dos izquierdas) –e incluso “périférica”, en el caso del gobierno
Kirchner y de los Montoneros– una izquierda que

“se alejó de las principales corrientes sociales”, especialmente


de la “izquierda latinoamericana residual, de estirpe marxista-le-
ninista, que en el caso venezolano sobrevive a Chávez, y que
sólo a través de él respira para ejercer [...] una influencia bastante
negativa en todo el continente” (entrevista con A. López Ortega).

Indicó sin embargo que, antes de que desembocara en “un problema” (ver su
libro El chavismo como problema, 2010), una “respuesta demagógica supues-
tamente de izquierda” y una polarización extremada, en ausencia de un centro
opositor reformista con capacidad de contrarrestar los extremos, la “experien-
cia de Chávez” (más que de su sucesor) se fundó en un liderazgo capaz de
62 Las ideologías de la nación

encarnar una movilización social y una identificación con este tipo de líder
providencial, y más adelante, en el convencimiento de que “la conflictividad
permanente y la agudización de las contradicciones, como reza la vieja conseja
marxista-leninista, le han dado resultados y lo animan a seguir por ese camino”.
Ahora bien, el director de Tal Cual no vaciló en recordar, en contra de “una
manifiesta tendencia en la opinión pública mundial a considerar a Hugo Chávez
como un gobernante y líder político de izquierda”, que esta apreciación no era
más que una “tautología”, a menos –prosiguió–, “que aceptemos el supuesto de
que el estalinismo y el fidelismo constituyen la izquierda por antonomasia”. El
defensor de un socialismo democrático (a través de vías electorales) recordó
asimismo la similitud, en su discurso, en su comportamiento y en el movimien-
to social que lideró, con algunos “elementos fascistas, en todo caso de extrema
derecha, pertenecientes a la tipología que Umberto Eco denomina ‘Ur Fascis-
mo’” (manipulación de la historia y el hecho de apelar a determinadas tradicio-
nes históricas, el culto hacia cierta versión de la misma, el culto a la violencia y
a la muerte, el lenguaje belicista y las posturas militaristas, el negarle legitimi-
dad a la oposición, el llamado a aniquilar al “otro”, la falta de término medio,
un está a favor o en contra, la disyuntiva amigo-enemigo, etc.). Aunque ciertos
rasgos del fascismo “banal” lo sean también de regímenes comunistas, como
lo precisó, al considerar estos rasgos de la teleología revolucionaria/bolivariana
y de la narrativa acerca del “segundo Bolívar” y de la “fe bolivariana”, dicho
de otra forma, de ese “desenfrenado y fastidioso personalismo autoritario” que
desmenuzó en sus crónicas de Tal Cual. Así dio a conocer un temprano testi-
monio vivencial de esta “revolución de las oportunidades perdidas” y su aleja-
miento no sólo estratégico sino de fondo, respecto a la izquierda encarnada por
el chavismo. En el mismo rubro de siniestra convergencia de los extremos, hay
que recordar ciertas reacciones a su desaparición, cuando la esposa de un gene-
ral representativo de una derecha nacionalista y de cierta parte de la oposición,
lo calificó de “extranjero”, “terrorista” y “comunista”, una actitud que Teodoro
siempre combatió en todos sus escritos, incluso cuando se referían a chavistas.28

28 Entrevista con Teodoro Petkoff, candidato presidencial del Movimiento al Socialismo MAS,
Venevisión, 11/4/12983, Archivo Digital Sofía Ímber y Carlos Rangel http://cic1.ucab.edu.
ve/cic/php/buscar_1reg.php?Opcion=leerregistro&Formato=w&base=imber&cipar=imber.
par&Mfn=3909&Expresion=_(!BPetkoff,_Teodoro Alonso Moleiro, “Muere el intelectual y
opositor venezolano Teodoro Petkoff. El fundador del diario venezolano ‘Tal Cual’ y Premio
Ortega y Gasset de 2015 ha muerto a los 86 años”, 31/10/2018, El País, https://elpais.com/in-
ternacional/2018/10/31/america/1541009780_526001.html Antonio López Ortega, “Teodoro
Petkoff:” El antivirus del chavismo está en el reformismo avanzado”, Encuentro, 24-25, 2004-
2005, pp. 152-160. Tomás Straka, “Teodoro y la tragedia de la democracia venezolana”, Pro-
davinci, 5/11/2018 https://prodavinci.com/teodoro-y-la-tragedia-de-la-democracia-venezola-
na/ Entrevista con Rafael Uzcátegui, Teodoro Petkoff: “El papel de una izquierda después de
Chávez es ver como sobrevive”, Perdido en Itaca. La bitácora de Rafael Uzcátegui, 1/11/2018
https://rafaeluzcategui.wordpress.com/2018/11/01/teodoro-petkoff-el-papel-de-una-izquier-
da-despues-de-chavez-es-ver-como-sobrevive/ Teodoro Petkoff, El Chavismo como problema,
Frédérique Langue y María Laura Reali 63

Las persecuciones hacia quien se enfrentó reiteradamente a los abusos del


chavismo (demanda en su contra por difamación, arresto domiciliario y pre-
sentación una vez a la semana ante el tribunal, prohibición de salir del país,
hasta examen siquiátrico condenado por Luis Almagro, secretario general de
la Organización de Estados Americanos (OEA)), y en contra del periódico Tal
Cual no acabaron con el compromiso de “un político excepcional” en pro de la
democracia y de los derechos humanos. “Tengo Venezuela por cárcel”, decía al
no poder viajar a España para recoger el premio Ortega y Gasset homenaje a su
trayectoria periodística (2015). Para la “pequeña historia”, fue el segundo gana-
dor del Ortega y Gasset que no pudo acudir a la entrega, después de la cubana
Yoani Sánchez (2008).29 Cuando el escritor Antonio López Ortega lo entrevistó
para la revista Encuentro dirigida desde Madrid por el narrador cubano Jesús
Díaz y le preguntó por los “riesgos de la fatiga democrática”, la respuesta de
Teodoro fue, sin embargo, la siguiente:

“Si en democracia no haces las reformas necesarias a tiempo, le


estás abriendo el camino a las respuestas aventureras, demagógi-
cas y hasta dictatoriales. De modo que el antivirus de la democra-
cia está en el reformismo avanzado”.30

Libros Marcados, Caracas, 2010, pp. 145 y ss. Teodoro Petkoff, Hugo Chávez, tal cual, Los
libros de la Catarata, Madrid, 2002. Marcel Gascón, “Entrevista a Xabier Coscojuela [nuevo
director de Tal Cual]: “Teodoro Petkoff tuvo claro desde el primer día que Chávez no le con-
venía a Venezuela”, 29/11/2018 https://letraslibres.com/politica/entrevista-a-xabier-coscojue-
la-teodoro-petkoff-tuvo-claro-desde-el-primer-dia-que-chavez-no-le-convenia-a-venezuela/
Alonso Moleiro, Sólo los estúpidos no cambian de opinión. Conversaciones con Teodoro Pe-
tkoff, Editorial Alfa, Barcelona, 2018.
29 Ewald Scharfenberg, “Un juez cierra la causa contra el periodista venezolano Teodoro Pe-
tkoff por difamar a un dirigente chavista”, El País, 14/9/2017 https://elpais.com/inter-
nacional/2017/09/14/america/1505355744_798244.html “Teodoro Petkoff, al recibir el
premio: “Tengo Venezuela por cárcel (con vídeo), El País, 6/5/2015 https://elpais.com/
elpais/2015/05/06/videos/1430933776_616525.html “Califican como violación de DDHH
examen psiquiátrico a Teodoro Petkoff”, Analítica, 2/9/2017 https://www.analitica.com/ac-
tualidad/actualidad-nacional/califican-como-violacion-de-ddhh-examen-psiquiatrico-a-teo-
doro-petkoff/ “Sigue el hostigamiento contra Teodoro Petkoff”, Tal Cual, 1/9/2017 https://
talcualdigital.com/sigue-el-hostigamiento-contra-teodoro-petkoff/ “Luis Almagro rechazó
hostigamiento a Teodoro Petkoff”, El Nacional, 2/9/2017 https://www.elnacional.com/vene-
zuela/politica/luis-almagro-rechazo-hostigamiento-teodoro-petkoff_201772/
30 Antonio López Ortega, “De la mano de Teodoro Petkoff”, El País, 1/11/2018 https://elpais.
com/internacional/2018/11/01/actualidad/1541080644_821217.html?rel=buscador_noti-
cias Del mismo autor: “Teodoro Petkoff:” El antivirus del chavismo está en el reformismo
avanzado”, cit. Democracia y derechos humanos. Teodoro Petkoff, un político excepcional,
Fundación Friedrich Ebert Stifnung, Caracas, de 2022 https://library.fes.de/pdf-files/bueros/
caracas/18886-20220221.pdf Teodoro Petkoff, Dos Izquierdas, Alfa, Caracas, 2000 y el texto
sobre el mismo tema publicado en Nueva Sociedad, Núm. 197, 2005, pp. 114-128 https://nuso.
org/articulo/las-dos-izquierdas
64 Las ideologías de la nación

El itinerario de Venezuela a lo largo de las últimas décadas se confunde a todas


luces con el imaginario violento que se forjó durante un proceso sin embargo
modélico desde las primeras décadas de consolidación de la democracia, o sea a
raíz del pacto de Puntofijo y de la caída de la dictadura (1958): una democracia
pactada, posibilitada por la renta petrolera junto a la modernización del sistema
de partidos iniciada durante el gomecismo, gracias al “pacto populista de con-
ciliación de las élites” (de acuerdo con la formulación del politólogo J. C. Rey)
y a la simbiosis militares-civiles que prevaleció́ entre 1960 y los años noventa
del siglo XX (D. Irwin), devenida precisamente en “alianza cívico-militar” al
final del siglo XX. Varios autores han utilizado por cierto la denominación “Re-
pública Civil” para insistir en esta especificidad ante otros regímenes militares
–y caudillistas– predominantes desde el siglo XIX, en un continente avasallado
por dictaduras o guerras civiles. De ahí el hecho de que la inversión del “ex-
cepcionalismo” democrático venezolano a finales del siglo XX desembocó en
el cuestionamiento actual hacia el monopolio de la violencia por el Estado, en
un contexto de demandas ciudadanas y descontentos sociales, especialmente
a finales del siglo XX, con fuerzas políticas dividas o quebradas y un sector
militar que seguía conspirando.31
Más aún: la instrumentación del mito revolucionario –siendo el mito un
“arma letal” de acuerdo con J. C. Rey– ese culto a la violencia en el conjunto de
la sociedad venezolana se valdría de un mecanismo hasta ahora poco estudiado
por las ciencias sociales: el contagio emocional, uno de los fundamentos de
las llamadas “comunidades emocionales” y por lo tanto ingrediente clave de
muchas movilizaciones sociales e “indignaciones” políticas, especialmente en
su vertiente (neo)populista. Se ha podido comprobar en el caso de emociones
negativas (odio, resentimiento, miedo) o no (fervor revolucionario) de lo más
presentes en la Venezuela de Chávez, con base a la nostalgia de los años sesenta
y a un contexto de crisis y malestar social, y en su proyección idealizada fuera
de las fronteras nacionales. No se trata de zanjar aquí el tema de las continui-
dades y rupturas entre la lucha armada, de sus dilemas, de su relativa aunque
cuestionable impronta en el proyecto de formación de unas Fuerzas Armadas
“progresistas” tal como las idearon en sus primeros tiempos ideólogos afectos
al “proceso” –aunque también desde la convergencia caudillo-ejército-pueblo
enaltecido por el otrora consejero revisionista Norberto Ceresole– y la Revolu-
ción bolivariana, sino de resaltar la instrumentalización de las memorias propi-
ciada por el rescate de un pasado a la vez violento e idealizado con visos ideo-

31 Miguel Ángel Martínez Meucci, “De Puntofijo al post-chavismo. Transición a la democracia


en la Venezuela de ayer y de hoy”, en José Alberto Olivar, Miguel Ángel Martínez Meucci
(coord.), Transiciones políticas en América Latina. Desafíos y experiencias, Universidad Me-
tropolitana, Caracas, 2020, p. 267. Domingo Irwin, Relaciones civiles-militares en el siglo XX,
El Centauro, Caracas, 2000, pp. 180 y ss. D. Irwin, F. Langue, “Militares y democracia ¿El
dilema de la Venezuela de principios del siglo XXI?”, cit.
Frédérique Langue y María Laura Reali 65

lógicos, y, por lo tanto la cuestión de la supervivencia de la izquierda después


de Chávez, tal como lo planteó Teodoro Petkoff32.
En este sentido, los demonios de hoy no serían exactamente, en el caso
venezolano, los de otro pasado reciente continental –un clima de violencia po-
lítica fomentado por dos extremos ideológicamente hablando, dicho de otra
forma la construcción política y memorial asentada en una metáfora de lo más
variable además en el tiempo: una extrema derecha, a través del Estado terro-
rista y de grupos para-militares, y una extrema izquierda, a través de la violen-
cia revolucionaria, como fue el caso en la Argentina de la transición a partir
de 1983–. Las dos violencias –y demonios: aquí represión estatal y violencia
revolucionaria que llegan a fusionar en el discurso y la actuación gubernamen-
tales– en el pasado reciente de Venezuela no desembocaron sino en una trágica
reviviscencia de ideologías en desuso, posibilitada por el descalabro de lo que
tenía que haber sido una cultura democrática, de una violencia generalizada en
el espacio público y en las redes sociales y de una represión protagonizada por
Fuerzas Armadas bajo control del régimen y cuerpos de seguridad, de un acérri-
mo control social –consiguientemente de la opinión pública y criminalización
de la protesta– amplificado por la crisis del Covid e incluso un “terrorismo de
Estado” en menosprecio de los derechos humanos como lo puntualizó en varias
oportunidades la experta en temas militares Rocío San Miguel.33
Lejos de convertir la memoria de estas últimas décadas en un elemento
positivo, en un factor de progreso, de conocimiento, de transparencia, la expe-
riencia chavista muestra que las referencias históricas pueden ser utilizadas por
un poder que no es necesariamente progresista sino regresivo en sus plantea-
mientos, de índole fundamentalmente nacionalista, expresivo de un populismo
punitivo (vinculado ya no con un líder sino con una dinámica), para lograr
exactamente lo contrario. En semejante caso, los dispositivos memoriales des-
plegados en el espacio público (con base a leyes y símbolos, así respecto a la fi-
gura patrimonial del Libertador) y su consiguiente deber moral no actúan como

32 Javier Moscoso, “Contagio emocional”, ABC, 24/3/2020 https://www.abc.es/opinion/abci-ja-


vier-moscoso-contagio-emocional202003232325_noticia.html?ref=https:%2F%2Fwww.goo-
gle.com%2F Juan Manuel Zaragoza y Javier Moscoso, “Comunidades emocionales y cambio
social”, Revista de Estudios Sociales, Núm. 62, 2017, pp. 2-9 https://journals.openedition.org/
revestudsoc/936 Norberto Ceresole, Caudillo, ejército, pueblo. La Venezuela del Comandante
Chávez, Estudios Hispano-Arabes, Madrid, 2000. J. C. Rey, “Mito y Política: el caso de Hugo
Chávez en Venezuela”, cit.
33 Marina Franco, “La ‘teoría de los dos demonios’: un símbolo de la posdictadura en la Argen-
tina”, A Contracorriente: una revista de estudios latinoamericanos, Vol. 11, Núm. 2, 2014
https://acontracorriente.chass.ncsu.edu/index.php/acontracorriente/article/view/806 Marina
Franco, Claudia Feld, Democracia, hora cero. Actores, políticas y debates en los inicios de
la posdictadura, FCE, Buenos Aires, 2015. Rocío San Miguel, “Venezuela está expuesta a
niveles alarmantes de guerra psicológica y terrorismo de Estado, El Nacional, 3/5/2020 https://
www.elnacional.com/venezuela/rocio-san-miguel-venezuela-esta-expuesta-a-niveles-alar-
mantes-de-guerra-psicologica-y-terrorismo-de-estado/
66 Las ideologías de la nación

normas que permitan un mayor conocimiento del pasado e impidan alguna que
otra forma de negacionismo sino más bien lo contrario: el imaginario de la Re-
volución en los inicios del siglo XXI da pie no sólo a una memoria sesgada y
a un “bolivarianismo de papel” sino a una dictadura asentada en una ingeniería
ideológica que hunde sus raíces en la historia todavía mitificada del continente.
La “comunidad emocional” que surge en este caótico tiempo presente y que
se deriva del imaginario de esas décadas violentas, aunque idealizadas, y del
“proceso” de las últimas décadas, dicho de otra forma, de la “Revolución” por
lo menos en tiempos de H. Chávez no contribuye poco en esa aprensión sin
matices de un pasado vinculado a la acción política. Se le añadiría una suerte
de teoría conspirativa de la historia, ya señalada por Teodoro Petkoff y am-
pliamente difundida por el discurso chavista. En ese aspecto, el manejo de las
emociones sigue siendo una vía todavía poco explorada por el análisis del fenó-
meno revolucionario en su dimensión mítica, así como la “ingeniería utópica”
que conlleva –en cuanto factor de consenso entre sus seguidores, pero también
instrumento de mayor control social–, y constituye por lo tanto una apuesta
epistemológica para futuras investigaciones. En otras palabras: lejos de ser una
“nueva virtud”, esta “memoria larga” de la “insurgencia” tal como la pregona la
historia oficial dista de ser la memoria “justa” puesta de relieve por el filósofo
Paul Ricœur, sino que es una fuente de resentimiento social e individual y por lo
tanto de conflicto permanente, en perjuicio de la democracia pregonada (o no)
que tanto necesita de una historia no militante sino comprometida.34

34 F. Langue, “Bolivarianismos de papel ...”, cit. H. Rousso, “Desarrollos de la historiografía


de la memoria”..., cit.; H. Rousso, Face au passé..., cit., pp. 296-298. Alejandro Nava Tovar,
Populismo punitivos, INACIPE-ZELA Grupo Editorial, México-Lima, 2021. J. M. Zaragoza,
J. Moscoso, “Comunidades emocionales y cambio social”, cit. J. C. Rey, “Mito y Política: el
caso de Hugo Chávez en Venezuela”, cit.
Populismo, nación y participación popular:
el caso boliviano
Federico Tarragoni

“Servidores del pueblo, no asumáis el falso aire de


soberanos [...] No os apresuréis a juzgar y decidir
en nombre del Pueblo. Permanezcan en su papel de
simples empleados [...]. El pueblo está cansado de
los salvadores; a partir de ahora pretende discutir
sus actos” (Le Prolétaire, periódico del club Am-
broise del 11º Arrondissement parisino, 19 de mayo
de 1871).

L
a literatura contemporánea sobre populismo, marcada por el auge de la
demagogia y del ultranacionalismo xenófobo en Europa y Estados Uni-
dos, se caracteriza cada vez más por el olvido de la historicidad. Sin
embargo, los regímenes nacional-populares en América Latina, junto con el na-
rodnichestvo ruso y el People’s Party estadounidense, fueron las experiencias
fundadoras de un populismo que ha dejado legados en la política contemporá-
nea, lejos de la demagogia y de la extrema derecha. El caso latinoamericano
es aún más ejemplar en la medida en que el populismo constituye una tradi-
ción política continental, una de las singularidades del subcontinente que más
impactaron las ciencias sociales. En América Latina, el populismo marca la
entrada en la modernidad política, a la vez estatal, nacional y democrática. En
el siglo XX, el populismo latinoamericano fue una ideología de acción pública
con matices específicos, cuyos objetivos eran la modernización económica, la
integración social de las masas populares y la democratización de las socie-
dades nacionales. Derrotada por las dictaduras militares, y luego por el giro
neoliberal de los años 1980 y 1990, esta ideología de acción pública ha vuelto
a ponerse de moda con las revoluciones rosas de principios del siglo XXI: la
revolución bolivariana en Venezuela (1998), la revolución indígena en Bolivia
(2006) y la revolución ciudadana en Ecuador (2007). Entre estos “neopopulis-
mos”, nuestra contribución aborda el caso de Bolivia: su historia política desde
la Revolución Nacional del 1952 es sintomática de la prevalencia de la ideo-
logía populista en el imaginario nacional. Este país andino se construyó como
Estado-nación democrático tras un primer experimento populista, el del Movi-
miento nacional revolucionario (MNR) de Víctor P. Estenssoro en los años 50.
68 Las ideologías de la nación

El sujeto social de este populismo “fundacional” era el minero blanco. Tras el


creciente compromiso del MNR con el neoliberalismo, un nuevo populismo se
ha formado en torno al Moviemiento al socialismo (MAS) de Evo Morales, que
ha politizado la identidad indígena (invisibilizada por el MNR) y ha sustituido
el papel integrador del trabajo por el de la participación local (en el marco de
las Juntas vecinales).
Es este proyecto neopopulista que ahora está en crisis en el país. El artículo
tratará de comprender su lógica política y, de este modo, algunas de las razones
que explican su crisis actual. En la primera sección, estudiaremos el populismo
“fundacional” del MNR, que se centró en la figura social del obrero, y fue un
actor clave de la Revolución Democrática del 1952. En la segunda sección, exa-
minaremos el nuevo populismo “participativo” de Evo Morales: las condicio-
nes de su génesis y de su éxito político, sus políticas económicas y sociales y, en
particular, su interés creciente en las organizaciones populares y comunitarias
locales. En un tercer apartado, examinaremos las dinámicas de polarización
que el neopopulismo del MAS ha activado en el país, sobre todo a partir de
la secesión cruceña: la oposición entre dos referentes simbólicos que aspiran
a monopolizar la identidad de la nación, la “nación indígena” y la “sociedad
civil”. En un cuarto apartado, situaremos las políticas participativas del MAS
en la historia de las relaciones entre el Estado y las organizaciones populares.
Finalmente, en una quinta sección, estudiaremos la experiencia popular de este
neopopulismo participativo, mostrando cómo los actores populares reaccionan
práctica y políticamente a sus tensiones y contradicciones internas.

El populismo fundacional del Movimiento nacional revolucionario


Fundado en 1942 por jóvenes intelectuales y activistas contra la dictadura, el
MNR pretendía crear un sistema democrático estable en un país que había sido
gobernado durante décadas por el caudillismo militar, ejerciendo una fuerte
violencia política contra las clases populares. Este fue el caso del Sexenio con-
servador (1946-52), que surgió de las ruinas de un intento embrionario de de-
mocratización –el Trienio cívico-militar– que había terminado con una nota
trágica, la defenestración de su líder Gualberto Villaroel. Tras varias huelgas
obreras y un golpe de Estado apoyado por una fuerte movilización popular,
Víctor Paz Estenssoro, figura central del MNR, llegó al poder en 1952. Se plan-
tea entonces la cuestión de la estabilización democrática en un país marcado
por una “construcción estatal inacabada”.1 ¿Cómo evitar el retorno de las dic-
taduras militares? La respuesta fue el populismo. El MNR impulsó la creación
de un nuevo modelo de Estado, encargado de intervenir activamente en una
sociedad desigual y en una economía saqueada por las oligarquías nacionales e

1 Jean-Pierre Lavaud, L’instabilité politique de l’Amérique latine: le cas bolivien, L’Harmattan,


París, 1991.
Frédérique Langue y María Laura Reali 69

internacionales. El populismo fue la ideología de acción pública que dio cohe-


rencia a este proyecto de Estado: las instituciones se pusieron al servicio de un
proyecto de democratización de la esfera política (a través de la organización
de elecciones libres y competitivas), de la sociedad (a través de la reducción
de las desigualdades y de la visibilización de las clases trabajadoras) y de la
economía (a través de la redistribución de los recursos estratégicos nacionaliza-
dos). Este mismo proyecto tridimensional se encuentra en otras realidades lati-
noamericanas: el peronismo argentino (1946-1955) es el prototipo continental
de la ideología populista. El populismo latinoamericano pretende fundar una
República más inclusiva e igualitaria. Sin embargo, produce varias tensiones
internas, principalmente por el hecho de que el Estado es el agente privilegiado
de la democratización, y que poniendo a todas las organizaciones sociales al
servicio de este noble proyecto, de hecho las pone a “su” servicio. Muchos ob-
servadores, como Gino Germani en Argentina y René Zavaleta en Bolivia, sub-
rayan esta dimensión más o menos “corporativista” del Estado populista.2 En
el caso boliviano, este corporativismo estatal es una de las principales razones
del carácter relativamente efímero de las transformaciones sociales impulsadas
por la Revolución del 1952: al igual que el Estado boliviano, una revolución
nacional “inacabada”.3
La intención de Estenssoro era impedir el regreso de los militares y evitar
estallidos sociales. En primer lugar, el MNR pretendía regular los procedimien-
tos electorales en un país marcado por golpes de Estado regulares: el mismo
Estenssoro había sido privado de su victoria electoral en 1951 por el general
Hugo Ballivián, provocando la Revolución de Abril. Cuando llegó a la presi-
dencia en 1952, introdujo el sufragio universal, como lo había hecho Perón
en Argentina en 1949. La lucha contra el fraude electoral, la proclamación de
nuevas constituciones y la introducción del sufragio universal directo son regu-
laridades estructurales del populismo latinoamericano: se encuentran, además
del peronismo, en el varguismo brasileño (el Código Electoral de 1932) o el
velasquismo ecuatoriano (Velasco Ibarra fue candidato de la Junta nacional del
sufragio libre en 1933). La segunda misión que se impuso el MNR fue convertir
al Estado en el principal agente del desarrollo económico, tras la nacionaliza-
ción de las minas de estaño en 1952 y la reforma agraria. En fin, para que el
Estado pudiera estabilizar la democracia nacional, el MNR puso bajo su control
al sindicato que había dirigido la movilización popular del 1952, la Federación
Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), incorporándolo a una
nueva plataforma nacional: la Central obrera boliviana (COB). Al penetrar gra-

2 Gino Germani, Authoritarianism, Fascism, and National Populism, Transaction Books, Lon-
don/New Brunswick, 1978; René Mercado Zavaleta, Lo nacional popular en Bolivia, Plural,
La Paz, 2010.
3 James M. Malloy, The Uncompleted Revolution, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh,
1972.
70 Las ideologías de la nación

dualmente en todos los espacios sociales, la COB se convirtió en el agente del


partido gobernante. Sin embargo, a diferencia de otros regímenes populistas
latinoamericanos, como el priismo en el México posrevolucionario, la COB se
mantuvo parcialmente independiente del Estado4, y al sindicalismo nacional se
asoció muy rápidamente un sindicalismo local orientado hacia las comunidades
campesinas-indígenas.5 A pesar de sus esfuerzos de estabilización, el “movi-
mientismo” boliviano (así llamado por el MNR), como la inmensa mayoría
de los populismos latinoamericanos, se derrumbó debido a la intervención del
Ejército. En 1964, tras ser elegido con el 98% de los votos, Estenssoro fue
depuesto por su propio vicepresidente, el general René Barrientos, que temía
que el país se volviera comunista como consecuencia de las reformas sociales
emprendidas.
Siguieron dos décadas de dictaduras militares, una de las cuales, paradóji-
camente, involucró al mismo MNR: en 1971, el general Hugo Banzer asoció a
Estenssoro y a la Falange Socialista Boliviana, un movimiento anticomunista
ultranacionalista, en su gobierno. Este fue el inicio de un proceso de derechi-
zación del MNR, que desembocó en el último gobierno de Paz Estenssoro del
1985. Si el “movimientismo” como experiencia populista llegó a su fin en 1964,
en el sentido de que el modelo de Estado nacido en 1952 se derrumbó, el año
1985 marcó la lenta muerte del MNR como actor de la política boliviana.

De un populismo a otro: el neopopulismo “participativo” del MAS


Al inaugurar la transición democrática tras veinte años de dictadura militar, Es-
tenssoro tuvo que conjurar una gran crisis económica y una hiperinflación entre
1982 y 1985. Lo consiguió con el Decreto 21060, conocido como el decreto
de “desmovilización obrera”, que marcó el término del partido fundado con
Hernán Siles Suazo casi medio siglo antes. El Decreto incluía la congelación
de los salarios de los funcionarios, la privatización de las empresas nacionales
(la petrolera), el aumento de las tarifas de los servicios públicos (especialmente
el transporte, un servicio de primera necesidad para las clases trabajadoras) y,
sobre todo, “la reubicación parcial de 23.000 mineros y 45.000 trabajadores
textiles en los valles tropicales del país, que se convirtieron en pequeños agri-
cultores de hoja de coca (cocaleros) y pronto formaron poderosos sindicatos”.6
Las reformas neoliberales continuaron bajo el primer gobierno MNR de Gon-

4 Guillermo Lora, A History of the Bolivian Labour Movement, 1948-1971, Cambridge Univer-
sity Press, Cambridge, 1977.
5 Christine Delfour, “La gouvernance politique: des acteurs partenaires et concurrents. Le cas
du Mouvement Nationaliste Révolutionnaire (1952-1964)”, en Denis Rolland y Joëlle Chassin
(dir.), Pour comprendre la Bolivie d’Evo Morales, L’Harmattan, París, 2007.
6 Laurent Lacroix, “Changements de modèles, changements d’acteurs (1982-2005)”, Pour com-
prendre..., cit., p. 80.
Frédérique Langue y María Laura Reali 71

zalo Sánchez de Lozada (1993-1997), que promulgó una ley de capitalización


del sector público, y luego bajo su segundo gobierno (2002-03), que puso en
marcha un proyecto de exportación del gas boliviano a Chile, el “enemigo na-
cional” por excelencia desde la Guerra del Pacífico (1879-1883), que había
privado al país de su acceso al mar.
Las protestas populares contra estas reformas no tardaron en surgir, encon-
trando su impulso en una tradición sindical comunitaria: los trabajadores des-
pedidos o deslocalizados se organizaron rápidamente bajo los sindicatos coca-
leros aymara. Estos sindicatos se beneficiaron de la Ley 1551 de Participación
Popular (1994) aprobada bajo el primer gobierno de Sánchez de Lozada, que
dio reconocimiento institucional a una serie de organizaciones comunitarias
locales (como las Juntas vecinales) y transformó a Bolivia en una “democracia
representativa y participativa”.7
En 1986, una gran movilización obrera, la “Marcha por la Vida”, se opuso al
Decreto 21060, lo que llevó al Estado a llamar al Ejército. En 2000, la “guerra
del agua” enfrentó a los movimientos populares con los proyectos de privatiza-
ción del Estado, lo que conllevó la creación de una Comuna autogestionada en
la región de Cochabamba. En 2003, se formó una comuna popular en la ciudad
de El Alto (La Paz) contra el proyecto de exportación y privatización del gas, lo
que produjo un largo y costoso enfrentamiento entre los movimientos populares
y el Ejército (la “primera guerra del gas”). El resultado fue la huida del presi-
dente Sánchez de Lozada en octubre, tras unos enfrentamientos que dejaron
80 muertos. Su sucesor, Carlos Mesa, retomó la cuestión de los hidrocarburos
proponiendo un referéndum cuyo marco político dudaba entre profundizar la
privatización o volver a una nacionalización gradual: con sus vacilaciones, dio
un gran protagonismo al principal portador de la opción nacionalista, el MAS
de Evo Morales. Este “partido de los movimientos sociales”8 rompía con la
tradición del sindicalismo boliviano encarnado por la COB y, por ende, por el
“movimientismo”. El MNR convertía al minero sindicalizado en el referente
simbólico del pueblo-nación: los trabajadores se veían obligados a invisibilizar
su cultura indígena para compartir una identidad de clase. Además, la reforma

7 En su artículo 2, la Ley de 1994 reconoce la personalidad jurídica de las organizaciones territo-


riales de base urbanas y rurales y las pone en relación con las instituciones públicas. Según una
encuesta realizada por el Centro de Investigación Social (CISOR) en 1998, la “sociedad civil
popular” estaba formada en 1989 por 25.000 organizaciones.
8 Álvaro García Linera, La potencia plebeya. Acción colectiva e identidades indígenas, obreras
y populares en Bolivia, CLACSO/Siglo del Hombre Editores, Buenos Aires, 2009, pp. 423-
446 y 501-525. El primer nombre completo del MAS, respondiendo a su función de “partido
de los movimientos sociales”, era MAS-IPSP (Movimiento al socialismo-Instrumento político
para la Soberanía de los Pueblos). Esta definición de “partido de los movimientos sociales”, y
luego del proyecto político de Evo Morales como “Estado de los movimientos sociales”, fue
formalizada por García Linera, sociólogo y vicepresidente de la República desde 2006. Este
intelectual y político boliviano fue reclutado por el MAS tras una experiencia en el movimiento
guerrillero indígena EGTK (Ejército guerrillero Túpac Katari) y una larga estancia en prisión.
72 Las ideologías de la nación

agraria de 1953 había ratificado el despojo de las tierras comunales indígenas


adquiridas entre 1880 y 1920. Del mismo modo, la narrativa nacional del MNR
confirmaba los viejos tópicos del imaginario político elitista del siglo XIX9: el
Indio no había participado ni en las tres guerras nacionales (la Guerra del Pa-
cífico, la Guerra Federal y la Guerra del Chaco), ni en la Revolución del 1952;
era, en palabras de Antonio Gramsci, objeto de un “colonialismo interno”.10 Por
ello, el movimiento de Evo Morales se estructura sobre lo políticamente impen-
sable del populismo anterior: la exclusión política, socioeconómica y simbólica
del 40% de la población nacional (según datos de un referéndum de 2012).
Al sindicalismo “asimilacionista” de la COB, el MAS opone un sindicalismo
indígena y comunitario, cuyos orígenes se encuentran en el katarismo de los
años 1970, un movimiento de protesta sindical que retomó la figura indígena de
Tupac Katari, líder aymara de una rebelión contra el dominio español en 1781.
Convertido en portavoz de las protestas populares, a pesar de su relativa au-
sencia en el campo de las luchas sociales11, el MAS logró capitalizar su victoria
política tras la huida de Sánchez de Lozada en octubre de 2003, y luego de las
dimisiones de Mesa en mayo de 2005. Al mismo tiempo que esta deslegitima-
ción de la clase política, se creó una fractura, como durante la Revolución del
1952, dentro de las Fuerzas Armadas entre “leales” y “revolucionarios”. Como
modernizadores de las regiones del Oriente y del Alto Beni durante el “movi-
mientismo”, los militares encarnaban tradicionalmente el Estado-nación a los
ojos de las masas desfavorecidas, a pesar de sus reveses caudillistas. De ahí el
significado democrático de su insubordinación hacia Carlos Mesa en 2005, en
un momento de renovada tensión social. Todos estos factores participaron en
que las elecciones de diciembre consagraran al líder del MAS, que ganó con el
54% de los votos en la primera vuelta.
El nuevo gobierno fue inaugurado el 22 de enero de 2006 y abogó por la
creación de una nueva Asamblea Constituyente para redactar una nueva Cons-
titución para el Estado “plurinacional” de Bolivia. El programa social y eco-
nómico de Morales muestra la transformación de un populismo a otro. En el
ámbito social, medidas como la “renta dignidad”, los complementos de pensión
o el “bono Juacinto Pinto” para la escolarización de las clases populares, pre-
tenden paliar la exclusión social y la precariedad que se habían hecho masivas
desde el Decreto 21060. La política económica del gobierno, que combina el
apoyo al sistema productivo local y a las pequeñas empresas populares con el

9 John Crabtree, George Gray Molina y Laurence Whitehead (ed.), Tensiones irresueltas. Boli-
via, pasado y presente, Plural, La Paz, 2009.
10 Silvia Rivera Cusicanqui, Violencias (re)encubiertas en Bolivia, Ediciones La mirada salvaje,
La Paz, 2010.
11 Hervé Do Alto, “Le MAS-IPSP d’Evo Morales, à la croisée des politiques institutionnelle et
contestataire”, en D. Rolland y J. Chassin (dir.), Pour comprendre la Bolivie d’Evo Morales…,
cit., p. 103.
Frédérique Langue y María Laura Reali 73

desarrollo de las infraestructuras nacionales, pretende generar empleo para ar-


ticular producción económica y protección social. Este programa de desarrollo
endógeno se basa, al igual que el del “movimientismo”, en la nacionalización
de los recursos estratégicos enajenados al capital extranjero: los hidrocarburos
fueron nuevamente nacionalizados en mayo de 2006, para “socavar uno de los
pilares fundamentales del poder y la dominación neocolonial”, como lo afirma
Morales en su discurso de posesión. A pesar de la retórica desarrollista, que el
populismo de Morales hereda de su antecesor “movimientista”, su proyecto po-
lítico queda muy lejos de la política industrial de 1952. Mientras que el antiguo
populismo había creado una apariencia de “burguesía nacional” en torno a la
industrialización del estaño, el nuevo no persigue ningún proyecto de moderni-
zación productiva a gran escala y se limita a organizar la redistribución social
de la renta petrolera y gasífera. De hecho, cada vez que el MAS emprende
proyectos productivos a gran escala, como el TIPNIS12 en 2011, la oposición de
parte de su base social actúa como un veto a la toma de decisiones. Su proyecto
de modernización de la economía local choca también con la incompatibilidad
de las categorías de la economía popular –artesanal y comunitaria– con las ne-
cesidades de la productividad nacional.13
Esta es una profunda diferencia entre los neopopulismos que surgen en
América Latina en la ola de las “revoluciones rosas” de principios del siglo
XXI (la “revolución bolivariana” en Venezuela, la “revolución indígena” en
Bolivia y la “revolución ciudadana” en Ecuador), y los populismos “clásicos”
de los años 1930 a 1960, de un Perón o un Estenssoro. Su objetivo era moder-
nizar sus países para crear una clase obrera que, mediante su participación en
los frutos del desarrollo productivo, se adhiriera al ideal nacional. En el neopo-
pulismo, por el contrario, se trata de socializar las rentas estratégicas a través
de una política redistributiva en la que, esencialmente, las masas populares son
copartícipes. Los habitantes de los barrios populares, organizados en forma de
nuevos comités de participación, reciben una parte de la renta, que deben rea-
signar a sus necesidades sociales colectivas. El populismo clásico integraba a
las masas populares a través del trabajo y del sindicato. El nuevo populismo
lo hace a través de la política social y de los comités de participación local:
antiguas organizaciones comunitarias a las que el partido populista en el poder
otorga una función realmente política e ideológica.

12 El TIPNIS (Territorio Indígena del Parque Nacional Isiboro Secure) es un proyecto de carretera
que une las principales ciudades bolivianas con Brasil. El gobierno de Morales ha dado marcha
atrás varias veces en este proyecto de infraestructura vial, financiado en gran parte por Brasil,
debido a la oposición de las principales organizaciones indígenas. Robin Cavagnoud, “La Bo-
livie et la révolte des indigènes du TIPNIS”, Courrier international, 02/01/2011.
13 Desde una perspectiva de largo plazo, véase el fracaso del proyecto del presidente boliviano
Manuel Isidoro Belzu (1848-55) de crear una república de artesanos y terratenientes. Guiller-
mo Lora, “Non contractual Relations in Business: A Preliminary Study”, en Marc Granovetter
y Richard Swedberg, The sociology of economic life, Westview Press, Boulder, 1967.
74 Las ideologías de la nación

Una polarización creciente


La llegada de Evo Morales al poder ha activado, como lo hizo el “movimientis-
mo” en los años 1950, una lógica de polarización social propia del populismo
como modo de politización. Al valorizar simbólicamente dos figuras sociales
del pueblo –el campesino y el minero– en oposición a las “élites militares trai-
doras” o a las “oligarquías depredadoras”, el MNR había contribuido a escindir
la sociedad boliviana generando una especie de guerra civil latente. En una
perspectiva schmittiana, por un lado estaban los “amigos” y por otro los “ene-
migos” del pueblo nación: por un lado la “rosca” que, en los años 1930 y 1950,
tenía el control de las minas de estaño, por el otro los campesinos y mineros
bajo su control. El efecto había sido, entre otras cosas, provocar una especie de
Némesis política: en cuanto volvieron al poder en 1964, las élites militares, eco-
nómicas y políticas renovaron e incluso amplificaron su represión de las clases
populares. Con el neopopulismo de Evo Morales, esta dinámica polarizadora
se ve hipertrofiada, sobre todo por el alcance identitario de la nueva revolución
populista. Con la llegada al poder del MAS, la sociedad boliviana se debate en-
tre, por un lado, los indígenas que pretenden monopolizar el espacio simbólico
de la nación por su condición de “pueblos originarios” y, por otro, los grupos
sociales que se estiman lesionados económicamente por el programa de Mora-
les. Los estereotipos del indio irracional, violento, incompetente e indolente se
convierten en armas políticas; irrumpen en el espacio público al mismo tiempo
que el mundo aymara de Morales recoloniza la esfera del Estado.14
Por otro lado, la oposición al gobierno también empieza a pensarse en tér-
minos etno-culturales. En marzo de 2006, paralelamente a la convocatoria de
una nueva Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Morales organiza un refe-
réndum sobre las autonomías regionales para regular la representación de cada
departamento en la nueva ANC. Los resultados del referéndum y la elección
de los constituyentes del 2 de julio de 2006 confirman la evidencia de un país
dividido: los departamentos de la Media Luna en el este del país (Santa Cruz,

14 Pablo Mamani, El rugir de las multitudes. Microgobiernos barriales, Ediciones La Mirada


salvaje, La Paz, 2010, pp. 31-32. En realidad, la génesis del racismo público antiindio se re-
monta a la radicalización del movimiento indígena en 2000-2001 y a la explosión de nuevas
formas de acción colectiva como los bloqueos y cortes de ruta. En los medios de comunicación
nacionales, y especialmente en el periódico liberal-conservador La Razón, se multiplican los
artículos abiertamente racistas. Así el periodista Kempff se pregunta: “¿Cómo es posible con-
cebir un bloqueo de las carreteras nacionales? ¡Estos bloqueos son irracionales! Los bloqueos
son una expresión de la incultura indígena” (La Razón, 13/06/2001). En un artículo titulado
“Lengua global, mentes estrechas”, el periodista Brockmamm afirma que las lenguas indígenas
“son exactamente como las describió el padre Eduardo Pérez, lenguas de analfabetos, estúpi-
damente orales y gravemente limitadas a la hora de expresar conceptos o ideas” (La Razón,
14/06/2000). El estereotipo de la violencia indígena también está omnipresente, como en el
paralelismo que establece el periodista Sanginés entre el bloqueo de la carretera de Achakachi
en 2000 y la masacre de 1899, cuando el líder indígena L. Ramírez decidió con sus compañeros
ejecutar a los terratenientes de la región (La Razón, 23/04/2000).
Frédérique Langue y María Laura Reali 75

Beni, Tarija y Pando), que concentran los principales recursos estratégicos –gas
y petróleo– quieren separarse del Estado central y boicotean la ANC, que queda
completamente paralizada. Al igual que los “pueblos indígenas” despertados
políticamente por el MAS, estos departamentos se ven entonces como una “na-
ción dentro de la nación”. A una “falsa” nación indígena (“colla”), una nación
de retrógrados, irracionales e indolentes, oponen una “auténtica nación” (“cam-
ba”), formada por trabajadores honestos y patriotas que luchan a diario contra
los excesos autoritarios del MAS.
A esta polarización racista, el MAS responde radicalizando su polarización
populista. Los partidarios de la nación “camba” no son más que los viejos oli-
garcas disfrazados: los comités cívicos secesionistas de Santa Cruz “quieren
apropiarse de los recursos estratégicos del país, y siempre han luchado contra
el pueblo, desde las primeras nacionalizaciones revolucionarias”.15 La voluntad
de Morales de garantizar, en su discurso de posesión, que “el movimiento indí-
gena no es vengativo”, señala algo de los temores y frustraciones sociales que
el populismo genera políticamente: la transformación de su pueblo de utopía
democratizadora en sujeto de eterna venganza, llamando a sus enemigos a ha-
cer lo mismo, hasta la destrucción mutua. Es una de las paradojas políticas del
populismo: un modo de politización que, aspirando a refundar la democracia,
acaba reduciendo el espacio público a una guerra fratricida.

Populismo y participación popular


Como hemos dicho supra, la singularidad del neopopulismo boliviano, frente
a los populismos clásicos, es que otorga un papel político central a la partici-
pación popular. Este es el caso de las Juntas vecinales (JV) en Bolivia, un pilar
de la organización social comunitaria, particularmente en esta “ciudad popular”
que es El Alto, uno de los barrios más importantes del país en la periferia de la
capital. Aunque aparezcan desde los años 1940 en relación al problema de la
urbanización salvaje, las JV asumen un papel más directamente político, como
instituciones de apoderamiento popular, a partir de tres dinámicas posteriores.
La primera es la proliferación de organizaciones locales no sindicales en
la década de 1970, tras el acto fundador de la “Asamblea Popular” creada en
1971 por Juan Lechín Oquendo, secretario general de la COB y antiguo vice-
presidente de Estenssoro. Esta “Asamblea” debía impulsar nuevas formas de
representación a nivel local (como contrapeso a la representación política del

15 Palabras de Evo Morales recogidas por La Razón, 18/06/2006. Los comités cívicos, reactiva-
dos por el “Diálogo Nacional” del presidente Hugo Banzer entre 1997 y 2002, están dirigidos
por representantes de la élite industrial de forma corporativa. Desde su feroz oposición al
proyecto de nacionalización atemperada de Carlos Mesa, se oponen a todo intervencionismo
estatal y ensalzan las virtudes de la “sociedad civil”.
76 Las ideologías de la nación

Congreso), y movilizar las masas populares contra el régimen de Banzer. Las


JV heredan esta misión de auto-organización local y de politización popular.
La segunda dinámica surge en los años 1980: la gran migración campesina y
obrera de 1985-1989, tras el Decreto 21060. Con la deslocalización del trabajo
desde el altiplano andino y los llanos orientales, regiones con fuerte presencia
indígena, los referentes de la organización social aymara penetran en los ba-
rrios de las metrópolis. Como resultado de esta gran “migración económica”,
el sistema indígena del ayllù se convierte en la clave organizativa del mercado
informal de El Alto (la “Feria”), que emplea al 70% de la población activa.16
¿Qué es el ayllù? Se trata de un modelo de organización política aymara basado
en la articulación de varios clanes y familias dentro de un mismo territorio (el
“ayllu” precisamente), y que se caracteriza por una distribución horizontal del
poder entre portavoces designados por rotación (los ayni y los jilaqatas, repre-
sentantes de cada ayllù, y los mallku, representantes de varios ayllù). En este
sistema tradicional, cercano a la cultura guayaquí observada por Pierre Clastres
o a la organización zapatista analizada por Jérôme Baschet, el momento polí-
tico central es la asamblea, donde las deliberaciones se llevan a cabo mediante
un “consenso regulado”.17 Su modelo fue retomado por las JV en los años 90,
y luego por las Comunas auto gestionadas de los años 2000, estos “micro go-
biernos” populares que gestionan colectivamente las necesidades locales y la
conducción de la guerrilla contra el Estado neoliberal18. La hibridación de refe-
rentes organizativos –indígenas, sindicales, comunitarios– es una de las princi-
pales características de los espacios populares bolivianos, particularmente en El
Alto19. Sin esta creatividad local, la transformación “participativa” del populis-
mo en el poder no hubiera sido posible: en realidad, esta transformación radica

16 Al mismo tiempo que la población de El Alto se dispara: el 90% de sus 800.000 habitantes en
2005 vienen de la migración de los 80. Raúl Zibechi, Dispersar el poder, Abya Yala, La Paz,
2007, p. 45. Debido a la pirámide demográfica específica de El Alto, el trabajador medio es
joven, de sexo femenino, muy pobre y graduado de los primeros años de la escuela secundaria
(8 % de analfabetismo y 52 % de la población con un segundo año de estudios). Para cifras
detalladas sobre la demografía de El Alto, véase Rafael Indaburu, Evaluación de la ciudad de
El Alto, USAID, 2007.
17 Felix Patxi, Sistema communal, una propuesta alternativa al sistema liberal, CEA, La Paz,
2004.
18 P. Mamani, El rugir de las multitudes…, cit., pp. 192-193.
19 Las identidades geográficas y/o profesionales de los inmigrantes también intervienen en esta
hibridación. Así, el barrio Villa Ingenio de El Alto está poblado únicamente por migrantes de
las regiones de Achacahi y Warisata; Villa Esperanza y Villa Santiago son barrios de ex-mine-
ros (sus plazas centrales albergan estatuas de mineros, y el sindicato de mineros CSUTCB tiene
una fuerte presencia); Villa Tunari fue creada por trabajadores “desmovilizados” del aeropuer-
to central, y Primero de Mayo por herreros.
Frédérique Langue y María Laura Reali 77

en la afinidad profunda entre la “forma comunidad” de los espacios populares y


del sindicalismo aymara del MAS.20
La tercera dinámica nace en los años 90 y es el resultado de la acción pú-
blica estatal: la dinámica participativa local desencadenada por la Ley de Parti-
cipación Popular de 1994. Aunque las JV adquieren su autonomía política con
la independencia municipal (en el caso de El Alto en 1986), es la Ley de 1994
que les da sus principales prerrogativas administrativas. La Ley crea el estatus
de OTB (organización territorial básica) que reconoce el “derecho a la partici-
pación” de los habitantes y habilita las JV para orientar las políticas públicas
municipales desde el ámbito local. A partir de entonces les JV participan en la
planificación pública, hasta convertirse, a finales de los años 90, en el epicentro
de la protesta popular contra las políticas publicas neoliberales. Así, en 1996, el
Ayuntamiento de La Paz encomienda a una ONG (Estrategias para el Desarro-
llo Internacional) la tarea de supervisar la creación de 480 nuevas JV “recono-
cidas por el Estado”, cada una de las cuales reúne a un mínimo de 200 familias
de vecinos. Cada Junta se rige por tres habitantes elegidos: un Presidente, un
Secretario y un Tesorero. Sin embargo, su poder es muy limitado. Por un lado,
el trabajo de identificación de las necesidades sociales es asumido en gran me-
dida por unos vecinos no elegidos, considerados como los portavoces de una
parte del barrio, de un clan o de una porción del mercado informal que reúne a
varias familias. Por otro lado, la aprobación de las decisiones se hace rigurosa-
mente en asamblea, en presencia de todos los vecinos. La llegada de Morales
al poder en 2006 se acompaña de un reconocimiento del papel político de estas
organizaciones locales. Reciben más financiación para sus actividades: tras la
“vuelta participativa” de 2008, el Estado decide destinar 5% del impuesto sobre
los hidrocarburos, recién nacionalizados, a las Juntas. Sin embargo, al mismo
tiempo que adquieren una nueva centralidad política, las JV se debilitaban en el
ejercicio de su autonomía. Los sindicatos cercanos al MAS (la Confederación
Sindical Única de Trabajadores Campesinos - CSUTCB) y sus filiales locales
en El Alto (las Centrales Obreras Regionales - COR), muy presentes en el mer-
cado informal, interfieren progresivamente en las decisiones locales, actuando
como mediadores no oficiales entre las JV y el Estado. Esta injerencia sindical
genera una contradicción propia al neopopulismo boliviano: la verticalidad y el
corporativismo de los sindicatos cercanos del Estado y del MAS colisionan con
la horizontalidad y el principio del “primus inter pares” característicos del ayllù
(y más generalmente de la cultura política meso-andina).21
Esta contradicción, radicada en la cultura política aymara, puede explicar
en parte el golpe de Estado de octubre-noviembre de 2019. Tras ganar las elec-

20 Alvaro Garcia Linera, Pour une politique de l’égalité. Communauté et autonomie dans la
Bolivie contemporaine, Les Prairies ordinaires, París, 2008.
21 Jo-Marie Burt, Philip Mauceri, Politics in the Andes: Identity, Conflict, Reform, University of
Pittsburgh Press, Pittsburgh, 2004, pp. 12-25.
78 Las ideologías de la nación

ciones, Evo Morales se enfrenta a una fuerte movilización social opuesta a


su reelección para un cuarto mandato presidencial (ignorando el resultado del
referéndum de inelegibilidad de 2016). Las tensiones sociales llevan al Ejército
a exigir la dimisión de Morales y, posteriormente, a emitir una orden de arresto
contra él. En un país marcado por una fuerte tradición golpista, la burguesía
cruceña y el Ejército se alían en un gobierno, dirigido por la senadora ultracon-
servadora Jeanine Áñez, cuyo único proyecto es liquidar el populismo del MAS
y su base social. Este trágico y violento derrocamiento conservador fue pro-
ducto tanto de una removilización política de las élites burguesas (en particular
los Comités Cívicos de Santa Cruz), como de una creciente desafección de las
bases populares del MAS (y especialmente los movimientos indígenas organi-
zados). Esta desafección se explica por el conflicto creciente entre verticalidad
partidaria y sindical y horizontalidad comunitaria e indígena. En el momento de
nuestra investigación22, en 2012, la contradicción estaba a punto de convertirse
en explosiva: los habitantes de El Alto la señalaban regularmente durante las
entrevistas, y buscaban resolverla de forma práctica.

La experiencia popular del populismo


La narrativa que surge con más frecuencia en las entrevistas articula estrecha-
mente dos observaciones: la valorización de las clases populares desde que el
MAS llegó al poder y la “guerra de intereses” que amenaza los espacios popula-
res y los priva de su autonomía. El Estado populista ha apoderado las clases po-
pulares, haciéndolas participar activamente en la toma de decisiones políticas:
las JV nunca han tenido tanto poder político y financiación. Pero este proceso
lleva aparejado un efecto perverso: el Estado nunca ha interferido tanto en la
organización popular. Para muchos encuestados, esta presencia se manifiesta en
forma de “guerra de intereses”:

“Desde que el MAS está en el poder, todos piensan que los Alte-
ños han encontrado su voz. Pero no es nada evidente, porque la
gente es mucho más codiciosa ahora. Lo ves en todas partes: las
otras JV se vuelven locas por el dinero que les da el gobierno y se
prostituyen ante el partido, ante el sindicato. Todo para conseguir
un poco de poa [dinero para proyectos], un poco de financiación
para supuestamente reconstruir la carretera, o una pequeña sub-
vención para dar a su familia. Pero nunca se sabe dónde acabará
el dinero. Es grave.” [Habitante anónimo, JV “12 de octubre” (El
Alto), Diario de campo].

22 La investigación se realizó en dos JV de El Alto, durante el primer semestre de 2012, y permitió


recoger 20 entrevistas además de la observación de una decena de asambleas semanales y de la
Feria Alteña.
Frédérique Langue y María Laura Reali 79

Muchos vecinos comparan esta “guerra” con la creciente elitización de los es-
pacios populares y la pérdida de impulso del “proceso revolucionario” que lle-
vó a Evo a la presidencia:

“Es evidente que la JV ha sido infiltrada por las lógicas del go-
bierno. Este problema de los gremios [sindicatos] de comercian-
tes informales que invaden nuestros espacios vitales y nos obli-
gan a transitar por los callejones de nuestras casas, que a veces
amenazan de muerte a los vecinos, es un problema nacional. Esta
es la corrupción del proceso revolucionario en los últimos años.
Evo se ha alejado de su base, como nuestro presidente de la JV se
ha alejado de nosotros” [Néstor F., JV “12 de octubre” (El Alto)].

La creciente infiltración del Estado produce una fuerte sensación de depen-


dencia23, lo que lleva a los actores populares a aclarar la “división del trabajo”
entre el Estado y las organizaciones comunitarias. Es lo que hace el líder de un
pequeño sindicato de transportistas no motorizados, durante su reunión men-
sual en El Alto:

“Evo nos dice que tenemos que organizarnos, que la democracia


vendrá de los barrios, de El Alto especialmente. Así que me pre-
gunto: ¿qué podemos aportar al país, con nuestros conocimien-
tos, nuestra propia experiencia, compañeros? Tenemos que orga-
nizarnos para luchar contra el cambio climático. Evo dice: muy
bien. ¿Qué significa eso para El Alto? Significa que si no hace-
mos nada contra el cambio climático nuestras casas caerán. Otro
problema demográfico: la población se dispara. Lo que los sabios
llaman “urbanización”. Lo ves todos los días en El Alto. Ya no
se puede caminar por las calles, hay mucha gente por todas par-
tes, son nuestros vecinos al mismo tiempo. Para evitar todo esto,
tenemos que mejorar el transporte ecosostenible, ya que somos
transportistas no motorizados. Somos transportistas ecológicos,
no lo olvidemos. Pero si el Estado no nos da apoyo financiero,
¿cómo podemos mostrarles lo que podemos hacer para mejorar
la situación del país, en nuestro pequeño jardín, con nuestro pe-
queño conocimiento? Si el Estado no hace lo que dice que quiere
hacer, la ecología, la demografía, la urbanización, nuestras casas

23 Esta dinámica se puede observar en otros neopopulismos participativos de la región, como el


chavismo venezolano. Para una comparación, véase Federico Tarragoni, “Entre dépendance et
rêve d’autonomie: les usages populaires de l’État au Venezuela contemporain”, Politix, vol. 29,
num. 110, 2015, pp. 171-193.
80 Las ideologías de la nación

caerán sobre nosotros queridos compañeros” [Asamblea sindical


d’ATLT, El Alto, Diario de campo].

Todos los proyectos de Morales para la nación requieren el aporte intelectual y


organizativo de las clases populares, incluso de un pequeño sindicato de treinta
y dos miembros como ATLT. Pero a falta de medios financieros, centralizados
por las JV, el ámbito local será engullido por los problemas nacionales. Por eso,
en el debate, los habitantes insisten tan a menudo en la necesidad de “recoloni-
zar el Estado” y de cambiar profundamente sus mecanismos. Estas aspiraciones
de autonomía pueden traducirse a veces en conflictos sociales reales. Los tres
últimos extractos se refieren a un conflicto entre residentes y sindicatos del mer-
cado informal (cercanos de la COR y del MAS) que he observado en la JV “12
de octubre”. Provienen de tres residentes muy implicados en la JV, cada uno de
los cuales informa del conflicto desde su propia perspectiva política y biográfi-
ca. El primero es el secretario de la JV, el segundo un residente que lleva mucho
tiempo involucrado en las políticas sociales del barrio, y la tercera una residente
que ha sido víctima de las violencias de los gremios:

“El Estado trata constantemente de ponernos obstáculos. Inten-


tan controlar cada vez más los negocios, que son nuestro pan
de cada día, nuestra principal fuente de vida, aquí en El Alto.
Verías cómo la organización de la Feria ha sido infiltrada por los
sindicatos vinculados al Estado, la COR y todo eso. Aquí había
toda una tradición de auto-organización y ahora sólo hay intentos
dispersos de resistencia. Tenemos el mismo problema con la JV:
en primer lugar, todos estos problemas burocráticos, porque allí
también el Estado trata de controlarnos, de infiltrarse en la vida
orgánica [vida comunitaria]. Así que, si queremos pedir poas,
tenemos que pasar por la FEJUVI [Federación de Juntas Veci-
nales] que nos autoriza a presentar el proyecto al Ayuntamien-
to. Y luego está el Ayuntamiento, donde todos los del MAS y
los sindicatos deciden, según sus amigos, a quién dar el dinero,
a quién tener en cuenta y a quién no. Por eso, el mes pasado
organizamos una marcha para protestar contra esta situación de
profunda desigualdad. Así que hay dos opciones: o protestamos
o protestamos, ya sabes. No tenemos otra opción” [Pedro L., JV
“12 de octubre” (El Alto)].
“Como podrás leer en este extracto [me muestra un artículo de un
periódico local], intentamos dar a conocer a la prensa esta situa-
ción de violencia sindical. Yo, personalmente, tengo que decirte
que siempre he sido apático. Nunca me ha interesado el trabajo
comunitario. Pero aquí hay un problema muy importante. Porque
Frédérique Langue y María Laura Reali 81

se trata de hacer cumplir la ley y respetar a nuestros vecinos. Lo


que ocurre es que los sindicatos del mercado informal de nuestra
zona han sido culpables de mucha violencia hacia nuestros ve-
cinos [...] No sólo amenazas sino también violencia física. ¿Por
qué todo esto? Porque quieren ocupar toda la calle, su sueño es
que nos vayamos a vivir no sé dónde. Pero el problema es que
vivimos allí, frente a su lugar de trabajo. Y hacen un ruido in-
soportable, no podemos ni caminar por nuestras aceras. Porque
también son nuestras aceras, no sólo las suyas. La ley codifica
claramente el reparto del espacio entre comerciantes y residentes,
pero estos no lo respetan. Y ni siquiera es culpa de ellos: es culpa
de los sindicatos que venden más espacio del que podrían y les
alquilan espacio en las aceras sin respetar la normativa. Así que
ya ves, aquí tienes el decreto municipal, que dice en su artículo
segundo que esta gente se tiene que ir y que no pueden seguir
haciéndonos la vida imposible. Detrás de todo esto está también
el poder, el ayuntamiento y el gobierno, porque estos sindicatos
son la principal institución del gobierno en las zonas populares.
El sindicato y el MAS han sido algo bueno para nuestro país,
por supuesto no lo niego. Pero hay algo perverso en su funcio-
namiento. Por ejemplo, antes, en las organizaciones de base de
Bolivia, sobre todo en las zonas rurales, cuando se llegaba a ser
dirigente, se hacía por decisión colectiva, y nadie quería asumir
esa responsabilidad. Solíamos decir “te toca el cargo”. Con la
invasión de estos sindicatos, ahora en El Alto todos quieren ser
líderes para entrar en política” [Néstor L., JV “12 de octubre”
(El Alto)].
“Estos sindicatos se creen dueños de las calles, pero llevamos
20 años viviendo aquí. Lo que debería ser una calle, algo bonita,
con tiendas, pero también espacio para pasear a los niños, ya no
lo es. Es un desastre. Verás [me dibuja un mapa]. Esta es la Ave-
nida Tiahuanacu, Villa Dolores. En la calle, los comerciantes han
ocupado todo este espacio, todo este espacio en el centro. Aquí
hay tiendas que venden artículos de lujo, como ves, y enfrente
hay tiendas que venden diferentes productos. A la derecha y a la
izquierda hay casas, aquí ves que es mi casa. Vivo justo en medio
de la calle. Como ves, no hay espacio para los coches ni para las
personas. Protestamos, me dijiste que conocías a Néstor [ver ex-
tracto anterior], pues es mi hermano en esta lucha, porque la JV
francamente, cada vez que les decimos que firmen la petición, el
Presidente no está del todo de nuestro lado. Y encima hay veci-
nos que tienen puestos de venta, y no quieren perderlos firmando
82 Las ideologías de la nación

peticiones contra los sindicatos que les dieron ese mismo puesto,
cuesta millones alquilar uno, pero bueno. Como ves, aquí viven
vecinos que se han aliado con los comerciantes. La calle es nues-
tro espacio, es nuestro espacio común. Si la comunidad quiere
defenderla, tiene que unirse a nosotros. Si somos un pueblo, te-
nemos que estar unidos para defender la calle de los sindicatos”
[María Elena B., JV “12 de octubre” (El Alto)].

Estos tres extractos muestran la génesis de un conflicto dentro de la JV. Había


percibido su importancia durante la última Asamblea semanal del barrio: la
petición contra los gremios había recibido una amplia aprobación popular. ¿Por
qué? Porque es una instantánea de la relación contradictoria entre el Estado
populista y la organización popular: lo que estaba en juego en la petición iba
mucho más allá de la visión que cada habitante hubiera tenido de los gremios.
“El Estado siempre intenta ponernos obstáculos”, empieza Pedro en el pri-
mer extracto: ¿por qué hablar del Estado? El presidente de la JV quiere señalar
que la distribución de dinero público sigue las redes de los sindicatos, porque el
MAS tiene una organización sindical. Esto crea un problema de “desigualdad”.
La palabra es central en la narrativa del conflicto porque, lejos de traducir un
repliegue “victimista” en un fracaso del que se niega a entender las razones,
presupone una equivalencia de problemas del mismo tipo y la aspiración a un
principio de justicia24. En el resto de la entrevista, Pedro aportará la evidencia
de esta injerencia estatal-sindical en la organización comunitaria al rastrear el
conjunto de interrelaciones “mafiosas” entre la CSUTCB y la COR por un lado,
y el MAS por otro, dentro de la Alcaldía de El Alto.
En el segundo fragmento, Néstor comienza definiéndose como “apático”,
una palabra muy cargada en la organización comunitaria boliviana, ya que se
refiere a un profundo desinterés por el trabajo colectivo. A pesar de su inclusión
en el mundo despolitizado de la “apatía comunitaria”, Néstor es, sin embargo,
uno de los habitantes más comprometidos de la JV. De hecho, sitúa lo político
en el centro de su relato: hace una reclamación de justicia elaborada con las ca-
tegorías del derecho y basada en pruebas (el texto del decreto municipal, el ar-
tículo de prensa). En la génesis de su denunciación25, al igual que el Presidente
de la JV, articula estrechamente particularidad y universalidad. Los verdaderos
culpables de la violencia de los sindicatos son las instituciones que han corrom-
pido el trabajo comunitario, poniendo la competencia y la verticalidad donde
antes prevalecía la autonomía y la igualdad: el partido, el sindicato, el Estado.

24 Luc Boltanski, L’amour et la justice comme compétences. Trois essais de sociologie de l’ac-
tion, Métailié, París, 1990.
25 Luc Boltanski, Yves Darré, Marie-Ange Schiltz, “La dénonciation”, Actes de la recherche en
sciences sociales, num. 51, mars 1984, pp. 3-40.
Frédérique Langue y María Laura Reali 83

El último extracto añade otra pieza a la elaboración del conflicto. Mientras


que el populismo del MAS tiende, al centrarse en la organización sindical, a
privilegiar las identidades sociales centradas en el trabajo, la experiencia de
cada habitante de los barrios es plural. Uno no es sólo un trabajador, sino tam-
bién un habitante. Habitar un espacio común significa protegerlo de las garras
de los grupos que pretenden someterlo a sus propias lógicas económicas. En la
entrevista, María Elena no sólo cuenta su historia, sino que se convierte en por-
tavoz de una indignación más general de todos los que sienten que han cedido
el control social de la calle a los gremios: es el “pueblo” que ella defiende. Tras
su apelación a un “pueblo” universal, María Elena muestra que el populismo
siempre habla de un “pueblo” particular: no sólo un conjunto de grupos sociales
particulares, sino también las categorías a través de las cuales los individuos se
constituyen como “pueblo”. Para el sindicalista campesino Morales, esta cate-
goría es el trabajo; pero el pueblo es una cuestión de pluralidad: es la pluralidad
de experiencias la que forja la conciencia de un común compartido. Sin esta
pluralidad, no hay pueblo, y no hay comunidad política.

Conclusiones
La relación ambivalente que las clases populares bolivianas tienen con el “Es-
tado de los movimientos sociales” remite, en última instancia, a un mandato
paradójico en el corazón del populismo latinoamericano: ¿cómo emanciparse
frente a un Estado que proporciona las condiciones –institucionales y discur-
sivas– para hacerlo, pero que tiende a expropiar a las clases populares de su
autonomía?
Esta pregunta nos lleva a una observación final. El caso boliviano, al igual
que otras experiencias neopopulistas del mismo tipo muestra claramente que
cuando el Estado se abre a la participación popular, se puede constituir un pue-
blo entre los subalternos. Así, la democracia está atravesada por una línea de
fuga: por un lado, sigue designando una modalidad de dominación del Estado
en el sistema social, refiriéndose a las instituciones representativas, los proce-
dimientos delegativos y los dispositivos de políticas públicas. Por otro lado, se
redefine totalmente como modo de gubernamentalidad al surgir un conflicto
sobre quién tiene los títulos para gobernar. El pueblo que se forja en las JV es
el principal operador de este conflicto. Lejos de definir a una población que ya
“está ahí”, compartiendo una tradición, una lengua y una cultura claramente
identificables, este pueblo no es más que el otro nombre de un conflicto llevado
a cabo por quienes no tienen títulos para gobernar, dentro de una comunidad
política determinada26. Es este pueblo político, portador de un conflicto demo-
crático, que hizo posible el éxito, ya lejano, de parte de la izquierda latinoame-
ricana de principios del siglo XX.

26 Jacques Rancière, La mésentente. Politique et philosophie, Galilée, París, 1995, pp. 60-61.
Alquimia de un populismo trunco
Sobre Podemos y su recepción de la obra de Ernesto
Laclau
Julián Melo y Javier Franzé

“Nunca podremos repetir suficientemente a nues-


tros lectores que especialmente ellos tienen el deber
de hacer concordar la teoría con la práctica”
Antonio Gramsci, La ciudad futura

La presentación de un libro publicado por Íñigo Errejón y Chantal Mouffe hacia


comienzos de 2015 reza:

“La irrupción de Podemos en el tablero político español ha sido


algo nunca antes visto. La novedad viene dada por la fuerza, ra-
pidez y urgencia de su irrupción pero también por otro factor
fundamental no tan aparente a simple vista: el trabajo teórico que
existe detrás de Podemos es algo también excepcional”.1

Más allá de la vehemencia que imponen a la lectura palabras como rapidez o


urgencia, un elemento que aquí emerge con vivacidad es la idea de “trabajo
teórico” que se encuentra por “detrás”, o quizás podríamos decir en la base de
amalgama de un movimiento político de fuerte impacto como fue Podemos. En
este texto, con diversos matices, abordaremos justamente qué significa o cómo
se interpreta la idea de “trabajo teórico” cuando se piensa en la política de una
determinada coyuntura. Más específicamente, cuál y cómo fue ese trabajo en
el caso de quienes acometieron la tarea de poner en discusión las bases, los co-
lores y las fichas del tablero político español.2 ¿A quiénes leyeron? ¿A quiénes

1 Íñigo Errejón y Chantal Mouffe, Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democra-


cia, Icaria editorial, Barcelona, 2015, p. 17.
2 Vale aclarar que, por razones de espacio, en este trabajo nos vamos a concentrar en varias
intervenciones de Pablo Iglesias y de Íñigo Errejón, entendiendo incluso varios matices en las
interpretaciones de ellos dos. No obstante, otras intervenciones de dirigentes fundacionales de
Podemos irán apareciendo en diversas notas y en trabajos citados. En cualquier caso, y no es-
perando ningún tipo de exhaustividad, podrá colegirse que esas interpretaciones y sus matices
condensaron durante buen tiempo la amplitud de lecturas de aquellos dirigentes fundacionales.
86 Las ideologías de la nación

citan? ¿Cómo los leyeron? ¿Cuál fue específicamente aquel trabajo teórico?
¿Por qué sería una marca distintiva o excepcional?
Nuestro énfasis estará colocado en interrogar cómo leyeron los dirigentes
centrales de Podemos a determinados autores, y no tanto en qué leyeron. Nos
preguntaremos también qué esperaban de esa teoría que estaban leyendo, qué
creían que les podía proveer. ¿Quizá la certeza en que se podía superar la vieja
política de la Transición Española precisamente porque Podemos estaba mejor
equipado teóricamente? Vayamos buscando pistas.
El párrafo siguiente de la presentación recién citada dice:

“Es imposible entender el proyecto impulsado por Pablo Iglesias,


Íñigo Errejón o Juan Carlos Monedero sin la teorización realiza-
da por ellos y muchos más. En el fenómeno Podemos se aprecia
ese momento clave y crucial en los movimientos políticos donde
la teoría y la práctica se combinan ágilmente. Esta conexión entre
teoría y práctica demuestra el acierto de su análisis y su conexión
con las demandas de una mayoría de la ciudadanía”.3

En línea con la frase de Gramsci que abre este texto, pareciera que no se trataba
sólo de un trabajo teórico entendido –quizás de manera brusca– como algo pu-
ramente especulativo, sino que el foco se colocaba en la combinación de teoría
y práctica. Y aunque no queda del todo claro por qué esa “ágil conexión” de-
mostraría el acierto del análisis que Podemos hacía, sí se ve que se parte de una
concepción que diferencia la teoría de la práctica. De la misma forma, se deja
en evidencia que ese rasgo combinatorio podría distinguir a Podemos (o al gru-
po que lo impulsó) de otras formaciones políticas (supongamos que el PSOE
o el PP) en las que no sólo estaría ausente la combinación de teoría y práctica
sino, más directamente, la reflexión teórica como motor de ese ensamblaje.
Ahora bien ¿es posible hacer una nómina de los referentes teóricos (inte-
lectuales) que abonan la hipótesis Podemos? Con seguridad sería muy amplia
pero, como la misma presentación que citábamos expresa, Ernesto Laclau y
Chantal Mouffe son dos de sus puntos de apoyo más determinantes.4 Y aquí
mismo, continuando con la búsqueda de pistas reflexivas, podemos iniciar
nuestra interrogación.

3 Íñigo Errejón y Chantal Mouffe, Construir pueblo…, cit., p. 7. El énfasis nos pertenece.
4 Por supuesto, otra referencia central e ineludible de Podemos, que está clara y linealmente
atada a la de Laclau y Mouffe, es la de Antonio Gramsci. Puede verse por ejemplo una muy
interesante entrevista que le realiza Jorge Alemán a Pablo Iglesias donde las referencias son
claras y múltiples sobre todo en lo que respecta a la relación del intelectual con lo político y lo
social: Jorge Alemán, “Conversación con Pablo Iglesias”, 23/11/2018, disponible en: https://
www.youtube.com/watch?v=b2w5LXpHH4Q
Frédérique Langue y María Laura Reali 87

Influencias
¿Qué significa que un autor o una autora influyen en otro autor? ¿Basta con
que alguien afirme que leyó tal o cual texto para determinar esa influencia?
¿Basta con que los cite? Yendo un poco más en profundidad: cuando hablamos
de influencia teórica o intelectual, ¿es posible definir distintas intensidades y
distintos momentos? Para ser más claros respecto de nuestro caso de estudio: no
es lo mismo afirmar que se ha recibido la influencia de Hegemonía y estrategia
socialista que la de La Razón populista.5 Esto porque aun el autor más coheren-
te reconoce meandros y matices en su obra, porque nunca es igual a sí mismo y
porque incluso sus preocupaciones históricas (de coyuntura) varían, se mueven,
se mezclan, cambian. No es lo mismo el Marx del Manifiesto Comunista que el
del Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, y así podríamos seguir.
Incluso más, cabría decir –con Borges, Foucault y Derrida– que no hay
autor, ni mucho menos su intención, sino más bien textos, que además no coin-
ciden con el libro como unidad de medida, ni son propiedad de quien los firma,
sino que forman parte de un caudal discursivo heterogéneo que los incluye,
constituye y desborda. Lo único que tenemos es la lectura, sede de toda pro-
ducción de sentido. Por eso es más relevante cómo se lee, el contrato de lectura
que se establece e imagina, y no tanto su resultado. Éste, en buena medida, está
prefigurado epistemológicamente en aquél. Si esto es así, parece difícil pensar
que quepa encontrar en cualquier texto un secreto escondido que resuelva, por
ejemplo, los dilemas de lo político. Ya no porque la práctica sea concreta y la
teoría, abstracta, ni porque la realidad sea pedestre y la reflexión, elevada. No,
la clave es que nunca podemos acceder a la teoría en puridad, como tal, preci-
samente porque la estamos leyendo.
En todo caso, la reflexión laclausiana es una presencia inesquivable para
entender los núcleos intelectuales de Podemos.6 Además, como decíamos, La-
clau no es uno,7 no sólo porque él mismo redefinió preocupaciones y búsquedas
(incluso su propia retórica) sino porque las lecturas de sus textos son múltiples.
Entonces ¿cuál Laclau es el que se avizora debajo de las intervenciones de
Podemos? ¿Cómo lo leyeron? ¿Hay efectivamente uno solo aun en Podemos?8

5 Las referencias a Laclau por parte de la dirigencia de Podemos en distintas instancias es más
que profusa. Como una muestra mínima de esa profusión, véanse: Jorge Alemán, “Conversa-
ción con Íñigo Errejón”, 26/12/2018, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=oV-
G8e7QO4E0; Jorge Alemán, “Conversación con Pablo Iglesias”, cit.; e Íñigo Errejón y Chantal
Mouffe, Construir pueblo…, cit.
6 Esto lo hemos trabajado también en Javier Franzé, “La trayectoria del discurso de Podemos:
del antagonismo al agonismo”, Revista Española de Ciencia Política, 44, 2017, pp. 219-246.
7 Un posible itinerario acerca de la no-unicidad de la obra de Laclau puede verse en Julián Melo
y Gerardo Aboy Carlés, “La democracia radical y su tesoro perdido. Un itinerario intelectual
de Ernesto Laclau”, PostData, Vol. 19, Núm. 2, 2014, pp. 395-427.
8 Esto lo observaremos más hacia el final cuando, por ejemplo, veamos ciertos matices en la
forma en que Errejón e Iglesias interpretan la relación entre populismo e institucionalismo
88 Las ideologías de la nación

Responder de manera taxativa estas preguntas es imposible. Podríamos afir-


mar, por innumerables referencias mediáticas de los líderes de Podemos, que
esa obra seminal ha sido La Razón populista. En cualquier caso, habría que
recuperar un interrogante: ¿por qué Laclau?
Podemos se presentó a sí mismo, en buena medida, como una operación
política fundada en un trabajo intelectual. En ese sentido, el pensamiento la-
clausiano arrojó elementos señeros para una operación política que pretendía
desmontar los amarres (los puntos nodales, dicho en términos de Laclau) de
una formación política como la española tras la crisis del 15M y al calor de una
incipiente discusión sobre el consenso democrático de la Transición. A saber:
las identidades políticas no son compartimentos estancos, no son fijas, sino pre-
carias y contingentes; toda totalidad política es necesaria pero siempre fallida;9
la política pensada sin esencias (“la Clase no existe”, sería la frase), dotada de
una dinámica abierta a un juego plural de construcción conflictiva de fronteras,
etc. Todas estas nociones laclausianas envigaron la intervención inicial de Po-
demos.
Pero cabe decir que al menos los dirigentes más determinantes de Podemos
fueron todavía más allá de eso, pretendiendo de alguna manera operacionalizar
la formalización teórica laclausiana, tratando de transformarla en una “fórmu-
la” de construcción de poder político “concreto” (electoral, pero no solamente).
El problema de fondo, en primera instancia, no será tanto el del éxito electoral
o no de esa traducción o conversión de una formalización en estrategia política
sino que, al margen de que la formalización teórica laclausiana es-ya-en-sí-
misma una estrategia política, el acto de traducción ofrece trampas difíciles de
evadir. La principal de esas trampas, para entender a Podemos, ya estaba en el
propio Laclau: de la misma forma que no hay fundamento último de lo social,
tampoco hay voluntad ni alquimia posible que pueda siquiera determinar so-
bre la base de un análisis qué significante será el que estructure una identidad
colectiva. Esto lo desarrollaremos más hacia el final. Avancemos ahora con la
idea de traducción.

aunque, por supuesto, los dos compartiesen, junto a Laclau, que se trata de lógicas distintas
o antitéticas. Para un desarrollo de dicha temática, no solo en referencia a Podemos, pueden
verse: Javier Franzé, “Un hogar para (la muerte de) la política: el institucionalismo en Laclau”,
Andamios, vol. 18, nro. 46, mayo/junio 2021; Julián Melo, “¿Dividir para reinar? La política
populista en perspectiva federal”, Revista SAAP. Publicación de Ciencia Política de la Socie-
dad Argentina de Análisis Político, vol. 3, Núm. 1, agosto 2007, pp. 103-122; Julián Melo,
“Fronteras populistas. Populismo, peronismo y federalismo entre 1943 y 1955”, Tesis doctoral,
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2009.
9 Nos referimos a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia
una radicalización de la democracia, Siglo XXI editores, Madrid, 1987.
Frédérique Langue y María Laura Reali 89

Traducción y mimesis
Como sugerimos antes, la idea misma de traducción ofrece múltiples pliegues y
dificultades; es decir, la traducción perfecta no existe, sencillamente porque la
traducción como tal no existe. Pero, además, el punto de nuestra discusión no es
el de la “imperfección” de la traducción de Podemos del idioma laclausiano al
de la concreción política. Afirmar tal cosa implicaría, por un lado, sostener que
somos nosotros los que tendríamos entre las manos esa perfección traductora;
supondría que somos capaces de haber hallado ese mensaje homogéneo y pre-
claro que se “encontraría” entre las líneas escritas por un autor. Por otro lado,
significaría también que estamos en condiciones de definir una relación entre
teoría y práctica que ya rechazamos, pues sólo concebimos posible distinguir
ambos planos analíticamente. El punto tampoco sería intentar descubrir por
cuáles motivos los fundadores de Podemos se colocaron, o colocaron su ope-
ración política, en ese lugar de traducción. Antes, y más primariamente, la idea
es tratar de entender qué sería la traducción y cómo realizaron esa operación.
En una entrevista realizada en 2018, Jorge Alemán interroga a Íñigo Errejón
sobre los modos en que se lleva adelante el trabajo para quienes combinan la
experiencia política directa con la reflexión intelectual. Errejón afirma:

“Eres preso de un permanente inmediatismo. No te puedes per-


mitir introducirte en reflexiones que no vayan a acabar inmedia-
tamente en una acción, en una transformación o en una iniciati-
va para la próxima semana […]. Es verdad que cuando revisitas
algunas de las cosas que han inspirado mi forma de pensar la
política, la democracia, la militancia en los años anteriores, y no
sólo en el trabajo académico sino en el trabajo teórico-militante,
cuando lo revisitas, lo revisitas con un ojo que tiene que hacer
permanentemente el viaje de ida y vuelta […] desearías conver-
tirte en una especie de traductor, en el cual intentas transformar
permanentemente lo que son inspiraciones teóricas o conceptua-
les en aplicaciones prácticas […] es un terreno como que requie-
re criaturas anfibias y por tanto la capacidad permanente de ida
y vuelta”.10

Resulta significativa la forma en que las ideas se van concatenando. En primer


lugar, al separar epistémicamente de modo tajante el registro teórico (especu-
lativo) del de la acción (concreta) se puede comprender, al menos en parte,
un modo de concepción de la política que sí puede resultar algo particular. Es
decir, si se trata de dos registros separados que pueden sobrevivir por su cuenta
¿por qué sería necesaria una traducción de la especulación a lo concreto? ¿Por

10 Jorge Alemán, “Conversación con Íñigo Errejón”, cit. El énfasis nos pertenece.
90 Las ideologías de la nación

qué sería necesaria la tarea anfibia? ¿Podrá pensarse que una de las dos activi-
dades, la especulativa, eleva a la otra, la concreta? Suponiendo que tal formato
podrá realizarse ¿en qué lugar de lo político coloca eso al traductor?
Una respuesta posible a la primera pregunta se ata a la segunda: no hay
necesidad en el acto de traducción más allá del lugar de poder en el que se
coloca el traductor, pues es quien al fin y al cabo sabe y conoce lo que otros
no y, además, tiene la capacidad (tampoco común) de nivelar (se entiende que
hacia quienes no acceden a ese lugar), volviendo concreta la especulación. En
segundo lugar, en la epistemología de la traducción así concebida se oye el eco
de reflexiones que no parecen poder inscribirse en un marco de pensamiento
posestructuralista. Si la imagen no existe, esto es, no hay reflejo ni mímesis
posible, pues siempre media una interpretación, resulta relativamente confuso
suponer que hay-algo-allí-que-traducir, es decir, que no sería claro para todos
pero que está efectivamente allí. Todo intento de traducir supone ya una nueva
obra, un nuevo texto, que no tiene más validez por el hecho de provenir de “la
teoría”. En ese sentido, y aun aceptando que en Podemos (al menos sus funda-
dores) se remarca que lo importante es el lazo entre teoría y práctica (sin cues-
tionar lo necesario del mismo), termina por quedar claro que ese lazo depende
de quien tiene acceso a su retórica. El lugar del traductor, que no está explici-
tado siquiera como el de un intérprete, es al fin y al cabo el de hacer política
concreta amparando ese accionar en la palabra de un autor, en el entramado de
una obra, en la cita de un texto al que ese traductor ha accedido y, justamente,
traducirá para quien no puede entender. Esta primera noción de traducción es
muy bien explicada por Pablo Iglesias:

“Y luego está Laclau, que en esto yo estoy un poco enfadado. La-


clau, como sabéis, murió hace poco y yo creo que hay veces que
se revuelve en su tumba porque últimamente Laclau sirve para
una cosa y para su contrario. Y hay legiones ya de seguidores de
Laclau que jamás han leído a Laclau o que incluso si lo han leído
no le han entendido, lo cual es normal porque no es nada fácil de
entender a Laclau”.11

En este recorrido que proponemos, vale la pena detenerse siguiendo la con-


ceptualización de la idea de traducción y en el lugar en el que el traductor se
coloca. En efecto, se parte de una concepción en la que dicho traductor posee
un lugar cuasi único de lectura. Iglesias afirma con vehemencia que hay segui-
dores de Laclau que no lo han leído (sin mencionar que tal cosa es imposible
de verificar) pero, además, agrega con potestad mayestática que quienes lo han

11 Pablo Iglesias, “Intervención Acto Presentación del libro ‘Horizontes neoliberales en la sub-
jetividad’, de Jorge Alemán, en La Morada”, 5/10/2016. Disponible en: https://www.youtube.
com/watch?v=J2W1JM5nP-s El énfasis nos pertenece.
Frédérique Langue y María Laura Reali 91

leído no lo han entendido, y que no lo han entendido porque entender a Laclau


no es fácil. Más allá de que en estas intervenciones no hay casi ninguna inte-
rrogación sobre las afirmaciones propias (las del traductor), queda claro que
su lugar es el de venir a explicar lo que tal o cual autor en verdad dicen, y que
quien viene a explicar sabe lo que ese autor dijo y que para el resto sería difícil
de comprender. No obstante, avancemos un poco más con esta intervención de
Iglesias. Dice:

“No sé si conocéis una película genial de Woody Allen, que se


llama Annie Hall, en la que está Woody Allen en la cola del cine
y hay un profesor, enormemente pedante, que está hablando de
Marshall McLuhan. La escena la quiso rodar (Woody Allen) ini-
cialmente con Buñuel pero no le salió Buñuel y lo pudo hacer con
Marshall McLuhan que es un teórico de la comunicación. Y está
ahí el profesor pontificando, hablando a su acompañante sobre
Marshall McLuhan; Woody Allen no lo puede soportar y dice:
¿y si me traigo a Marshall McLuhan? Y, efectivamente, se trae
a Marshall McLuhan, y aparece Marshall McLuhan que le dice
al profesor: Usted no tiene ni puta idea de lo que está diciendo!
(el profesor responde) Pero cómo que no! Si yo soy profesor de
comunicación en la universidad! (dice ahora Marshall McLuhan)
Ya, pero si yo soy Marshall McLuhan y lo que está usted di-
ciendo de mí, de mi obra, es mentira y es una estupidez! Enton-
ces, Woody Allen mira la cámara y dice: ojalá pudiéramos hacer
esto siempre! Y a mí me encantaría (recupera la palabra propia
Iglesias) que por esa puerta saliera Ernesto Laclau y le dijera a
algunos: no tenéis ni puta idea de lo que estáis diciendo de mi”.12

Esta cita, aunque a primera vista quizá parezca banal, resulta importante para
definir nuestro punto. En primera instancia, resulta sumamente demostrativo
(sintomático, podríamos decir) que la instancia de (des)legitimación sea un pro-
fesor universitario. En segundo término, resulta curioso (aun en Woody Allen)
la concepción que define que un autor (el que firma un texto, supongamos) es
el propietario o dueño de lo que esa obra dice (independientemente de si el
profesor de la cola del cine estaba o no diciendo tonterías). Lo que resulta muy
llamativo es suponer que el autor no se interpreta a sí mismo, o que sabe lo que
dijo como si de una verdad incontrastable se tratara. Por otra parte, aplicando
el criterio de Iglesias, deberíamos dejar de enseñar a Rousseau o a Maquiavelo
porque ellos no están para venir a decirnos qué es lo que efectivamente dijeron.
En tercera instancia, Iglesias continúa esa intervención citando dos párrafos de

12 Pablo Iglesias, “Intervención Acto Presentación…”, cit.


92 Las ideologías de la nación

Laclau que atribuye a La Razón populista, cuando en verdad el segundo perte-


nece a “Populismo: Qué nos dice el nombre” (más concretamente, a la página
69;13 el primero sí se encuentra en la página 195 de La Razón populista). Igle-
sias dice que aunque estos textos suenen difíciles, él hará el esfuerzo para que
quienes están escuchando, entiendan. Es decir, compone el lugar del profesor
de la cola del cine que justamente Woody Allen quería deslegitimar pero Igle-
sias, a diferencia del cineasta, no reclama que Laclau aparezca al menos para
intentar desmentirlo o ratificarlo a él sino, en el mejor de los casos, a los que no
pudieron o no quisieron entender.
Hasta aquí, creemos, se explicita una forma de entender el rol político de
un grupo de dirigentes que hacen de su condición de universitarios (de inte-
lectuales, en esa misma jerga) un lugar de mayor legitimidad para discutir un
consenso partidario, por caso, o incluso social. No deja de ser paradójico que
ese rol supone un modo muy tradicional de concebir la lectura, al punto que
se acerca notablemente a la forma que recomienda Leo Strauss: interpretar al
autor “tal como él se interpretó a sí mismo”; esto es, decir no más que lo que el
autor quiso decir.
No obstante, el rol de la traducción, o de la auto-determinada capacidad de
traducción, tiene otra dimensión fundamental: la geográfica o geopolítica. Esto
es, no se trata sólo de traducir para otros desde la teoría a la política concreta
sino, también, de la inspiración en experiencias históricamente recortadas des-
de una región a otra. Y, aquí, América Latina juega un rol fundamental.
En Construir pueblo dice Errejón:

“En mi caso, ha sido decisivo en mi forma de pensar la políti-


ca el conocimiento de los procesos populares y constituyentes
o de transformación política y reforma del Estado en América
Latina. Se trata en todo caso de procesos imposibles de conocer
en España porque lo que ves en los medios de comunicación es
un continuo desastre terrorífico que trata a sus sociedades como
infantiles porque los siguen votando. Para algunos de nosotros
nos ha ayudado a conocer experiencias que son capaces de tra-
ducir el descontento en una voluntad colectiva, nacional popular
nueva, que impacta en el Estado. No lo puede todo pero hay un
proceso de reforma del Estado y de transición”.14

Aquí, de nuevo, puede observarse cierta tonalidad similar a lo que veníamos


discutiendo. El dirigente político se coloca en un lugar de distanciamiento, qui-
zás por encima, del espacio en el que opera. Ese distanciamiento se produce

13 Ernesto Laclau, “Populismo: Qué nos dice el nombre”, en Francisco Panizza (ed.), El populismo
como espejo de la democracia, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2009, pp. 55-70.
14 Íñigo Errejón y Chantal Mouffe, Construir pueblo…, cit., p. 70. El énfasis nos pertenece.
Frédérique Langue y María Laura Reali 93

cuando se afirma que lo que uno conoce no puede ser conocido en España a
raíz de la actividad condenatoria de los medios de comunicación. De ese modo,
quien ha podido estar y presenciar la Bolivia de Evo Morales o la Venezuela de
Chávez aparece munido otra vez de una capacidad distinta. Y el interés que esas
experiencias despiertan, y otras más también, radica en que fueron capaces de
traducir demandas sociales excluidas o heterogéneas por obra de movimientos
que alcanzaron el poder del Estado. La idea de traducción vuelve a aparecer,
aunque con ciertos matices destacables.15
En esa intervención, Errejón afirma:

“En cualquier caso, una cosa es que sean procesos que ayuden
a testear las categorías, y otra es que sean modelos a imitar. No
son referentes para nuestra situación por evidentes e inmensas
diferencias culturales, geopolíticas y económicas. Ni nuestras so-
ciedades están rotas, ni los niveles de empobrecimiento han sido
tan brutales como en Latinoamérica al borde del siglo XX, ni un
proceso progresista tiene en nuestro caso el reto de construir, casi
de la nada, un Estado nacional”.16

Errejón determina con claridad que aquellas experiencias políticas latinoame-


ricanas no son un modelo imitable, pues las condiciones sociopolíticas, econó-
micas y culturales no lo permiten.17 No obstante, expresa con igual claridad que
una “realidad” política determinada ayuda a “testear categorías”. Aquí parece
pensarse la política como una suerte de experimento del cual podrá obtenerse

15 Lo que parece claro es que, a partir de la mirada sobre esas experiencias sobre todo latinoame-
ricanas, la función de traducción que el dirigente político reclama para sí (que será también la
función determinada para la política como tal cosa) es la de amalgamar heterogeneidades que
sí o sí deben estar excluidas, es decir, fuera de lo político. Sobre la cuestión de la exclusión
y la heterogeneidad puede verse el debate entre Barros y Aboy Carlés: Gerardo Aboy Carlés,
“Populismo y Democracia en la Argentina contemporánea. Entre el hegemonismo y la refun-
dación”, Estudios Sociales, 28 (1), 2005, pp. 125-149; y Sebastián Barros, “Espectralidad e
inestabilidad institucional. Acerca de la ruptura populista”, Estudios Sociales, 30 (1), 2006, pp.
145-162.
16 Íñigo Errejón y Chantal Mouffe, Construir pueblo…, cit., p. 71. El énfasis nos pertenece. Otra
cuestión que podremos abordar en futuros trabajos tiene que ver, justamente, con los modos
de esa comprensión de experiencias que, al fin y al cabo, resultarían inimitables. Nótese que
entre las diferencias contextuales que remarca Errejón se encuentra la idea de “sociedades
rotas”. Quizás, para reflexionar sobre el devenir político de Podemos, podríamos pensar que la
ausencia de esa condición es lo que explicaría las dificultades de intentar una fórmula política
populista en un país atravesado por el recuerdo traumático de la guerra civil, que hace que se
conciba a sí mismo, a pesar del consensualismo imperante en su cultura política, como una
comunidad siempre al borde de recaer en el cainismo.
17 Aunque no tenemos espacio aquí, convendría hacer la distinción entre la noción de imitación y
la de traducción.
94 Las ideologías de la nación

una fórmula exitosa.18 Si bien la traducción no sería directa desde una experien-
cia en América Latina hacia otra en Europa, lo que vuelve a resultar lineal (mi-
mético si se quiere) es la idea de que lo político puede (y quizás debe) reflejar
(traducir, en los términos que venimos debatiendo) lo social.19
Retomando entonces nuestro eje principal, estas cuestiones nos permiten
tener una idea aproximada respecto de cómo se posicionó Podemos frente a
la lectura de la obra laclausiana, a la que pareció comprender como conjunto
de categorías “testeables” y potencialmente maleables para hacer política con
algún viso de productividad social. Esa política, esa forma de hacer política, de-
termina lugares: el del traductor (el intelectual que conoce y tiene la capacidad
de traducir lenguajes) y el del sujeto receptor/recipiente. Así vista, la actividad
política se asemeja mucho a la del trabajo de la alquimia, que va probando
sustancias en distintas proporciones, hasta llegar a una fórmula determinada
potencialmente exitosa. Aquí, en lugar de sustancias, los objetos serían signifi-
cantes, palabras.
Nuestra próxima estación es intentar comprender qué Laclau leyó Podemos,
cómo lo interpretó, en qué lugar se colocó esa interpretación. Algo de ello ya
hemos sugerido. No obstante, avancemos un poco más.

El Laclau de Podemos20
Unas páginas atrás, nos preguntamos: ¿cómo leyó Podemos a Laclau? ¿Todos
los dirigentes de Podemos leyeron al mismo Laclau? En la intervención que co-
mentábamos más arriba, Iglesias recorta dos párrafos del autor argentino sobre
el concepto de populismo que pueden servir para ver cómo leyeron esa porción
de la obra laclausiana. Dice el dirigente de Podemos:

“¿El populismo es una ideología? No. ¿El populismo es un movi-


miento político? No. ¿El populismo es un paradigma de interpre-
tación de la realidad? No, ni de coña, no, no es eso. El populismo
es lo político que se construye mediante fronteras antagonistas

18 Aquí puede verse de nuevo uno de los problemas subyacentes que venimos destacando, rela-
tivo al uso de la teoría para explicar no sólo grandes líneas o conceptos, sino casi la política
cotidiana, el movimiento diario de una comunidad, con todos los riesgos y complejidades que
ello acarrea.
19 Esta cuestión reconoce matices aun en el propio Errejón. Para un desarrollo más extenso de
ello nos remitimos a Javier Franzé, “Podemos: ¿regeneración democrática o impugnación del
orden? Transición, frontera política y democracia”, Cahiers de civilisation espagnole contem-
poraine, 15, 2015.
20 En este apartado nos centraremos principalmente en argumentos que ya hemos desarrollado
más extensamente en otras publicaciones. Véanse: Javier Franzé, “Podemos: ¿regeneración
democrática o impugnación del orden?..., cit.; y Javier Franzé, “La trayectoria del discurso de
Podemos…”, cit.
Frédérique Langue y María Laura Reali 95

en lo social, lo de cavar trincheras, lo de librar batallas ideoló-


gicas convocando a nuevos sujetos que estaban excluidos, que
estaban fuera, para el cambio. ¿Cómo se hace? Con significantes
vacíos y cadenas de equivalencias de demandas heterogéneas”.21

Cabe destacar un par de elementos que ya comienzan a prefigurar un principio


de lectura teórica y una forma de acción política. Un rasgo cardinal, ligado
quizás a la brevedad de la presentación citada, es que el principio de lectura es
profundamente a-crítico. Se cita a Laclau ya no sólo como marca de autoridad
indiscutible, sino que esa “indiscutibilidad” viene sostenida sencillamente en
la repetición textual, casi como si en esa reiteración se estuviese revelando una
complejidad inaccesible –según el que habla– al común de la ciudadanía. Y ese
rasgo, repetido con matices por gran parte del núcleo fundador de Podemos,
provee esquemas de crítica que habría que desarrollar.
Además de este modo singular de vincularse a la lectura teórica, como veía-
mos antes con Errejón, esta breve nota muestra cierto mecanicismo (y tam-
bién voluntarismo) para concebir el juego político. Ese mecanicismo no sólo se
muestra en el uso, algo laxo por cierto, de la idea de “cavar trincheras” –más
cara quizás al lenguaje gramsciano que al laclausiano–, sino que se observa
también en el modo de limitar las interrogaciones teóricas cuando se piensa el
juego político. Es obvio que Iglesias no está pidiendo que la gente salga con
palas a cavar pozos en las calles de Madrid para guarecerse del ataque neolibe-
ral. No obstante, tras definir las variables laclausianas que él mismo elige aislar
(antagonismo y heterogeneidad), procede a preguntar: “¿cómo se hace esto?”.
La propia pregunta indica la pretensión de pasar de ese lenguaje “raro” a la
acción política concreta, como decía Errejón al referirse al camino del anfibio.
El problema quizá es que nunca se preguntó qué es un significante vacío, o qué
supone la heterogeneidad, y mucho menos qué dice la palabra antagonismo en
su mirada. Interrogar sobre cómo se hace antes de qué es revela un punto clave.
La forma de resolver este pequeño dilema que elige Iglesias es dar un ejemplo.
Dice:

“Se explica con un ejemplo clásico. Una señora argentina trata


de interrumpir su embarazo, llega a una clínica, no le dejan, se
quita el zapato, lo tira contra el cristal y dice: “Viva Perón, hijos
de puta!” Eso es lo que explica lo que es un significante vacío.
Perón, y una demanda, su derecho a interrumpir su embarazo que
es una demanda heterogénea que se incluye en una cadena de
equivalencias que se dirige hacia ese señor, y que a lo mejor el
señor Perón no estaba a favor del aborto libre y gratuito pero que

21 Pablo Iglesias, “Intervención Acto Presentación…”, cit. El énfasis nos pertenece.


96 Las ideologías de la nación

sirve para construir toda esa red de demandas que, de repente,


se hacen demandas dependientes a pesar de ser heterogéneas.”.22

Este ejemplo clásico, que ya se ha contado por cierto de mil maneras distintas,
resume el dejo mecanicista que venimos destacando. El ejemplo busca mostrar
qué se entiende por significante vacío. Pero aquí se da por supuesta una serie
de argumentos clave. Según nuestra interpretación, en primer lugar, falta men-
cionar que un significante se vacía tendencialmente de contenido en un proceso
que no está bajo control de ninguna voluntad de carne y hueso, pues se trata
de un juego simbólico y, como tal, de efectos inmanejables. Eso es lo que para
nosotros muestra justamente el ejemplo: el modo en que un significante (en este
caso “Perón”) se desparticulariza hasta el punto en que escapa ya al gobierno
del poseedor –si se quiere– del título singular de ese significante (el propio Juan
Domingo Perón). Esto significa entonces que el proceso de vaciamiento de un
significante no sería decidible. No es posible ingresar en el “laboratorio políti-
co” para definir cuál sería el significante a vaciar. Mucho menos se podrá hacer
alquimia en ese proceso de desparticularización; o sea, definir a priori el rumbo
que adquirirá su sentido. En segundo lugar, si bien se entiende la mecánica
que Iglesias quiere extraer del ejemplo, en ningún lugar determina por qué esa
demanda (la de la señora argentina en la clínica) sería heterogénea23 y, mucho
menos, por qué tal demanda se incorporaría a una cadena equivalencial. Pero
además, en tercer lugar, en ese propio mecanicismo voluntarista aparece una
frase, quizás a modo de lapsus: “de repente” esa demanda se hará dependiente.
Podríamos interrogar: ¿“dependiente” puede ser sinónimo de “equivalencial”,
en términos de Laclau? En todo caso, resulta curioso que, de repente, se pasa
del máximo voluntarismo posible al azar total. En cuarto lugar, otro fragmento
más que curioso es que en esta cita de Iglesias se afirma que la demanda “se
dirige hacia el significante vacío”. Esta idea de “direccionalidad” no supone un
simple detalle. En efecto, en términos laclausianos amplios,24 una demanda no
se dirige hacia el significante que la equivale sino hacia el significante o lugar

22 Pablo Iglesias, “Intervención Acto Presentación…”, cit. El énfasis nos pertenece.


23 El propio concepto de heterogeneidad en Laclau es variable, múltiple. No hay una sola forma
de heterogeneidad. Puede reconocerse, entre líneas, que el modo de heterogeneidad que está
pensando Iglesias es el del “afuera” (sin explicar por qué afuera significaría “nuevo”, dado que
el afuera, por el hecho de ser “afuera”, ya está significado por el “adentro”). En todo caso, ese
es sólo uno de los tres niveles de heterogeneidad que define Laclau. Para discusión magistral de
esta cuestión, véase: Sebastián Barros, “Polarización y pluralismo en la teoría de la hegemonía
de Ernesto Laclau”, Latino@merica, 67, 2018, pp. 15-38.
24 Decimos “términos laclausianos amplios” pues, como venimos afirmando, Laclau no es uno
solo. Aun así, en la obra de nuestro autor pueden reconocerse ciertas continuidades. Una de
ellas, es la de significante vacío. Para un desarrollo crítico de los desniveles y las continuidades
de la obra laclausiana, véase: Julián Melo y Gerardo Aboy Carlés, “La democracia radical y su
tesoro perdido…”, cit.
Frédérique Langue y María Laura Reali 97

que la niega. Lo que permite justamente la equivalencia (o sea, la desparticula-


rización nunca definitiva de demandas flotantes) es la negatividad, no la posi-
tividad. Dicho de otro modo: en ese ejemplo, “Perón” significa el lugar que la
mujer no atendida construye como vacío para definir lo que la niega en tanto su-
jeto de demandas. Así, “Perón” se convierte en un significante “tendencialmen-
te” vacío porque en él convergen por la negativa todas las demandas frustradas,
que en el caso de esta mujer es lo que la clínica le niega. La demanda no “bus-
ca” un recipiente vacío donde habitar, sino que equivale con otras igualmente
frustradas en el mismo proceso de vaciado tendencial de un significante. Si se
quiere, el significante vacío es más un pararrayos que un confortable hogar. En
todo caso, si nuestra argumentación es correcta, lo que estaría mostrando –y es
nuestro principal propósito– es que no hay una sola lectura posible de Laclau,
mucho menos cuando es ofrecida como si fuese “la” lectura por provenir de una
voluntad de mímesis.
La obra de Laclau, como dijimos, ha sido clave para la mirada política de
Podemos.25 Como ya hemos apuntado, no se trata por nuestra parte de mostrar
“errores” en esa interpretación sino, mucho más modestamente, indicar al me-
nos que se trata de eso, de una lectura posible entre muchas. Nuestro intento
también sugiere que las singularidades de ese modo de leer y traducir tienen
algunas consecuencias más que llamativas y determinantes. Esto podrá verse
a propósito de la diferencia entre Iglesias y Errejón en torno a la relación entre
populismo e institucionalismo.26

Pueblo e instituciones, política y administración


Continuando con la intervención que veníamos citando, Iglesias dice:

“El populismo termina con el fin de la política, termina con el fin


del antagonismo o lo que Chantal Mouffe llama política agonísti-
ca. Esto quiere decir que el populismo termina cuando la política
se convierte en administración, cuando la política se convierte
en decisiones administrativas que se toman desde dispositivos
administrativos, el Estado, un Ayuntamiento, una comunidad au-

25 Por supuesto, y como habrá quedado claro ya con nuestras interrogaciones, sería más que in-
teresante desarrollar una investigación de otra índole para tratar de interpretar hasta qué punto
la obra laclausiana excedió a la oferta reflexiva de la dirigencia de Podemos impregnando o no
otro tipo de debates en la estructura de dicho partido político.
26 Lo que sigue lo hemos desarrollado más extensamente en otros textos: Julián Melo, “Fron-
teras populistas. Populismo, peronismo…”, cit.; Julián Melo, “¿Dividir para reinar?...”, cit.;
Gerardo Aboy Carlés, “Las dos caras de Jano: acerca de la compleja relación entre populismo
e instituciones políticas”, Pensamento Plural, Núm. 7, 2010, pp. 21-40; Gerardo Aboy Carlés,
“Populismo, regeneracionismo y democracia”, Postdata, 14, agosto, 2010; y Javier Franzé,
“Un hogar para (la muerte de)…”, cit.
98 Las ideologías de la nación

tónoma, o un partido… La clave por lo tanto del populismo es


el afuera, los sujetos excluidos, la relación entre afuera-adentro
es esencial para entender no solo al populismo sino también los
debates que tenemos nosotros, después iré con eso…”.27

Estas líneas provienen del mismo gesto analítico de Laclau por el cual (en La
Razón populista y en “Populismo: Qué nos dice el nombre”) política, hege-
monía y populismo son considerados como sinónimos.28 En esta intervención
citada, esa sinonimia es tomada “a la letra”, sin críticas. De la misma forma,
la relación entre populismo e institucionalismo, que en La Razón populista ad-
quiere una relevancia poderosa, también es tomada “a la letra” pero, en este
caso, obviando incluso algunas matizaciones que su autor realiza sobre esa re-
lación. Es decir, resulta a todas luces “una letra” algo difuminada. No obstante,
vayamos a los elementos clave.
La lectura que hace Iglesias, y Podemos, toma a populismo e instituciona-
lismo como polos perfectamente antitéticos, a tal punto que el segundo supo-
ne la muerte del primero. En las instituciones, tal como lo afirma Iglesias, no
habría política porque hay mera administración. Lo cual ofrece un campo de
interrogantes más que extenso y potencialmente fructífero. ¿Qué se entiende
por política? ¿Y por administración? ¿Tenemos que tomar esas explicaciones
directamente del último Laclau? Es posible inferir que, a la usanza de nuestro
autor, administración suponga un modo no antagónico de gestión de deman-
das (aquí podríamos asimilar antagónico a conflictivo). Ergo, política vendría
a significar ese momento en que se plantea el antagonismo, cuando se ancla la
imposibilidad de administración numérica de la demanda.
Si esto es así, los problemas teoréticos fluyen por sí solos. Una mirada de
este tipo da por sentado, por ejemplo, que toda institución es específicamente
institucionalista,29 esto es, en términos laclausianos, un lugar (el Estado, dice
Iglesias) en el que prima la lógica de la diferencia y no la de la equivalencia.30
Esta asociación inexplicada entre institución e institucionalismo (lugar y lógi-
ca) recorta las posibilidades de análisis y de comprensión de lo político como
tal cosa. Pero el problema que Podemos, quizás por hacer una lectura un tanto
literal, arrastra del propio Laclau es que las lógicas de lo político (equivalencia
y diferencia) siempre son co-implicadas, esto es, el puro institucionalismo y el

27 Pablo Iglesias, “Intervención Acto Presentación…”, cit.


28 Una crítica aguda y certera de esta triple sinonimia puede verse en: Benjamín Arditi, “El popu-
lismo como periferia interna de la democracia”, en Francisco Panizza (ed.), El populismo como
espejo…, cit., pp. 97-132; Gerardo Aboy Carlés, “Las dos caras de Jano…”, cit.
29 Véase aquí los desarrollos detallados de este cuestionamiento en Javier Franzé, “La trayectoria
del discurso de Podemos…”, cit.
30 Las lógicas de la equivalencia y la diferencia son definidas por Ernesto Laclau y Chantal Mou-
ffe en su obra seminal Hegemonía y estrategia socialista, cit.
Frédérique Langue y María Laura Reali 99

puro populismo son, como tales, polos antitéticos analíticos, pero no casos que
se puedan encontrar en la realidad. En un ejemplo histórico particular invaria-
blemente vamos a encontrar una co-habitación de distintas intensidades de am-
bas lógicas. En el último Laclau, una de ellas siempre primará, es decir, no cabe
un equilibrio perfecto entre ambas.31 Ahora bien, lo que Laclau no explica es
por qué, analíticamente, la primacía de la lógica diferencial (institucionalista)
es no-política. Si el antagonismo es inerradicable de la constitución de lo social,
la lógica diferencial aleja el sentido del antagonismo por fuera de la gestión de
demandas, pero no puede excluirlo de ninguna manera de la totalización de la
social. Esto tampoco puede explicarlo Podemos y por ello, en su proceso de
traducción, aflora la falta de crítica y la comprensión lineal incluso del conflicto
interno del Partido. Leamos a Iglesias nuevamente:

“Al loro, porque nadie negará que Podemos es la mejor aplica-


ción de estas malvadas técnicas de Laclau, pero Podemos se de-
dica básicamente durante dos años a presentarse a elecciones;
las campañas electorales son campos de batallas ideológicos
cojonudos pero eso termina siempre pues convirtiéndote en una
organización que básicamente participa en procesos para tener
cargos públicos en instituciones que toman decisiones adminis-
trativas y que de alguna manera destrozan, limitan, destruyen el
antagonismo de la política. Es nuestra gran contradicción: utili-
zar el discurso para tener centenares de cargos públicos que es lo
que tenemos ahora… el debate que tenemos, lo que tenemos que
discutir en estos meses, lo que se discute en todos los procesos
independientemente de su escala, es si Podemos tiene que seguir
siendo populista o no…”.32

Por supuesto, aquí no se trata de criticar, ni de avalar la postura de Iglesias en


el debate interno partidario. El punto es continuar el análisis de “cómo una
forma de leer impacta en (¿anuncia?) una manera de pensar (y por tanto de ha-
cer) la política”. El debate que desarrolla este dirigente expone con claridad un
elemento que para nosotros es central: ser o no populista depende, en primera
instancia, de una decisión, personal o colectiva –da igual– pero deja a las claras
que tal cosa es una decisión33 relativamente tangible y racional. Como hemos
sugerido antes, cierto voluntarismo mecanicista se observa prístinamente en
especial en la frase “utilizar el discurso”.

31 Sobre el significante privilegiado, véase Ernesto Laclau, La Razón populista, Siglo XXI, Bue-
nos Aires, 2005, pp. 107-110.
32 Pablo Iglesias, “Intervención Acto Presentación…”, cit.
33 Aquí no estamos tomando la palabra “decisión” en sentido schmittiano, sino de manera más
simple, como una elección entre alternativas que ya están allí.
100 Las ideologías de la nación

Un segundo problema tiene que ver con otro gesto de análisis lineal que, en
este caso, reconoce una historia mundial de larguísima data: ¿por qué participar
de elecciones y ganar cargos llevaría a la muerte de la política? ¿Tomar deci-
siones administrativas supone matar la política?34 Esta cuestión, que a nuestro
parecer excede quizás a Laclau, resulta interesante porque exhibe la modalidad
de lectura de la que hablamos. Si, de un lado, Laclau afirma la contraposición
entre populismo e institucionalismo nada sugiere que, del otro lado, se haga una
interpretación mimética de esa porción del escrito sin cargar las alforjas propias
con todos los matices y ampliaciones que ese mismo escrito derrama. En efecto,
lo que se deja de lado es que el problema no es la administración como tal cosa
sino, antes bien, el modo de gestión (administración) de demandas. Es decir, en
términos del último Laclau, la muerte de la política en todo caso ocurriría cuan-
do esa gestión se da de manera no antagónica, esto es, considerando a todas las
diferencias (demandas, en el discurso de Podemos) como igualmente válidas.35
Pero, claro está, ésa no es la única forma de administración posible, ni analítica,
ni mucho menos históricamente.
La tercera instancia, quizás no tan irrelevante por su carácter político con-
creto, es que la linealidad mimética de la lectura laclausiana de Podemos podría
explicar buena parte de los dimes y diretes que su propia interna contuvo. El
binarismo conceptual, populismo versus institucionalismo en este caso, puede
ser claramente una trampa. Una trampa porque implica renunciar a explotar
los matices de aquel corpus teórico y suponer que, por ejemplo, en el campo
simbólico o discursivo se puede pasar de “fase” al modo de proyectos o mo-
vimientos políticos de antaño. Esto remite otra vez al elemento que destaca-
mos pocas líneas atrás respecto de la capacidad de decisión. Cuestión que, para
seguir con la propuesta que citamos, se puede ver con un ejemplo: cualquier
persona puede elegir qué palabras va a usar, pero jamás va a poder controlar
los juegos metonímicos en los que esas palabras se van a involucrar. Dicho con
más claridad, Perón nunca se lanzó a la carrera política para convertirse en un
significante vacío. Mucho menos será concebible que aletargó su pluma sobre
el papel “inventando” las palabras “pueblo” y “oligarquía” para testearlas, al
uso de una medición de marketing, y saber que con eso podría generar un anta-
gonismo donde no lo había y explotarlo política o electoralmente.

34 En otro lugar lo hemos expresado así: “En definitiva, pareciera que Podemos no pudiera pensar
la impugnación del orden desde sus propias instituciones, sino que la vigencia de éstas obligara
sólo a regenerarlas. Solo desde fuera de ellas, y por la vía de un “asalto” rápido, cabría la lucha
hegemónica. Lo que enseña la experiencia de Podemos, como señalan sus autores de referen-
cia –Gramsci, Laclau, Mouffe– es que no hay hegemonía sin guerra de posiciones, ni poder sin
hegemonía” (Javier Franzé, “La trayectoria del discurso de Podemos…”, cit., p. 240).
35 Este podría ser un rasgo definitivo del individualismo a ultranza, o del neoliberalismo para
decirlo con más claridad.
Frédérique Langue y María Laura Reali 101

Conclusiones
La trama de Podemos estuvo ligada a una lectura singular de la obra laclausiana
y con seguridad muy atada a un momento en que dicha obra, y su autor, tuvie-
ron una relevancia mundial inusitada. Sin embargo, lo reiteramos una vez más:
ése no ha sido nuestro objetivo argumental aquí. Lo que hemos querido resaltar,
como también ya dijimos, es nuestra interpretación de las condiciones y los
modos de una forma singular de leer, como fue la de Podemos, y cómo ésta im-
pactaba en y anticipaba una forma de hacer política. Páginas atrás preguntamos:
¿por qué Laclau? Desarrollemos esa idea para finalizar.
La obra laclausiana, con sus múltiples meandros, ofreció durante décadas
(y no sólo a Podemos) una matriz reflexiva que permitía discutir las determi-
naciones más acendradas del pensamiento político contemporáneo –incluido el
marxismo, por supuesto–. Nociones como totalidad fallida, heterogeneidad, an-
tagonismo, equivalencia, diferencia, identidad, necesidad y contingencia, entre
tantas más, ofrecían (y ofrecen) muchos caminos para reinterpretar lo político,
en especial, si se quiere, luego de la caída del muro de Berlín. En cualquier
caso, las respuestas fueron y son múltiples.
Creemos que Laclau ofreció a Podemos una forma de entender lo político
que le permitía desentramar y releer “el consenso español” de una forma nove-
dosa, para tratar de actuar sobre él. Claro que no es nuestro objetivo determinar
el éxito o no de Podemos en esa traducción operativa. Mucho menos determi-
nar esa falta de éxito responsabilizando de ese demérito a una lectura “equivo-
cada” de Laclau. El punto más bien es que en esas lecturas de Podemos, por
diferentes que fueran, aparecen –según nuestra interpretación– determinadas
antes que por una serie de reflexiones críticas, por una pretensión de encontrar
allí una “fórmula política y socialmente ganadora”. La idea de “fórmula” nos
resulta sintomática de un modo de leer. Por eso, para nosotros, el problema no
es qué se interpretó, sino cómo se leyó. Casi como si hubiesen inventado una
criatura teórica y práctica pero que al fin siempre iba y venía de los mismos
lugares, las mismas superficies, los mismos materiales.
En otras palabras, muchas de esas lecturas parecieron haber sido hechas
para su aplicación táctica. Y esas lecturas para la táctica encerraban –por dife-
rentes que fueran– una idea muy similar acerca de qué se espera de la teoría.
Para nosotros, el problema que encierra esa perspectiva es confiar en que la teo-
ría puede atrapar y anticipar la fluidez incontenible de lo político, como si fuera
capaz de proporcionar un mapa de los obstáculos e imprevistos de la lucha por
la hegemonía. Así, una teoría sería buena al “acertar” en “registrar” cómo es
el mundo. Y a causa de ese acierto, sería eficiente. Ahí hay, quizás, un modo
especial de pensar la relación entre teoría y práctica, como si la primera fuese
la notaria de un referente externo “que existe” y, entonces, si “acierta tiene”
que ser “eficiente”. Esto, a nuestro criterio, tendría lógica si no fuera porque la
teoría es una ficción con coherencia interna que construye el mundo que va a
102 Las ideologías de la nación

explicar, sin saber nunca si es así, ni si va a seguir siendo tal. La teoría constru-
ye porque necesita analizar, entender, vislumbrar. Es la performatividad de ésa,
su práctica, la que la lleva a transformar el mundo, no porque conozca los fines
ni los medios eficaces para hacerlo. Además, ese tipo de esperanza depositada
en un texto le concede todo el poder al escritor, como si fuera el único autor y
el principal creador, cuyo mensaje por tanto debe ser descifrado. Se corre el pa-
radójico riesgo, así, de situar al lector en un rol de receptor pasivo –el auditorio
que imaginaba Iglesias–, no como el auténtico autor, en tanto que intérprete de
un texto antes mudo, de la producción de pensamiento.
Si bien teoría y práctica sólo pueden distinguirse analíticamente, siguiendo
a Bourdieu cabe decir que la teoría prima sobre la práctica en tanto todo co-
mienza con una pregunta: el mundo no habla solo porque, en verdad, en tanto
objeto de conocimiento no existe como tal. Sin reconstruir la realidad a partir
de lo real, no hay modo de tener objetos de estudio. Esto no obsta para sostener
que hay una lógica de la (práctica de la) teoría y otra de la práctica (o, mejor, de
la lucha) política, ya que la primera ni se propone ni puede anticipar o duplicar
la lógica de la segunda. Afirmar que la teoría debe “aplicarse” o ser “práctica”
recuerda la manida noción peyorativa del intelectual en su “torre de marfil”,
pues ambas presuponen la separación tajante entre teoría y práctica, con la con-
secuente reducción de la práctica a una suerte de simple acción físico-muscular
visible y de la teoría a una especie de mentalismo quietista. Para nosotros, en
cambio, no hay teoría sin práctica ni viceversa, pues la teoría es performativa y
toda práctica –o lo que así se denomina habitualmente– supone una representa-
ción del mundo. Y esto no depende de la voluntad de nadie, sino que son lógicas
inherentes al lenguaje y a la acción social.
En este sentido, es como si la teoría fuera la obra de teatro escrita y la prác-
tica, su representación por unos actores, en un momento determinado y ante
un público particular. En efecto, una obra de teatro representada noche tras
noche por los mismos actores en una misma ciudad y en una misma temporada,
nunca es la misma, jamás se repite. Como alguien dijo ya, nadie ha leído nunca
el mismo libro, ni siquiera una misma persona. Cabría decir entonces que no
existe libro alguno como unidad de sentido fijo. Si no hay sentido cerrado, no
hay traducción posible. Sólo hay interpretación, ahora pasada a otro idioma.
Traduttore traditore.
La inevitabilidad del lector como autor impide toda traducción y convierte
al texto en objeto difuso, heterogéneo de interpretación. “Hegemonía”, “discur-
so”, “política”, “populismo”, “significante vacío” son antes categorías analíti-
cas, y por tanto productivas, que conceptos predictivos del devenir social, pues
están sometidas al juego de articulación. Si lo político no puede ser definido
más que como una lógica, es porque hay en él un vacío que no puede ser nunca
adivinado: el de su irremediable creatividad y contingencia.
Frédérique Langue y María Laura Reali 103

Para nosotros, la noción misma de hegemonía indica que nadie dirige el


proceso social. La hegemonía, en tanto proceso de lucha por el sentido, no se
“fabrica” y ni siquiera se “hace”. No admite fórmulas, ni laboratorios, ni formas
privilegiadas. La hegemonía es el efecto de una lucha entre voluntades colecti-
vas de poder: de poder significar lo social. Por lo tanto ocurre, aparece, se da.
No por conocerla conceptualmente los actores políticos la controlan, ni están
por eso en condiciones de usarla mejor que aquellos que –supuestamente– no
la conocen o, mejor, no la han conocido por los libros. Más bien conocerla
implica saber que no sirve para planificar estrategias porque no hay ninguna
acción –la populista incluida– en la que anide una potencia única más eficaz
para alcanzarla. Laclau no podía contener –tampoco Gramsci, ni Lenin… ni
Hayek– todo lo político.
Postular lo populista no puede ser presentado como un derivado de la ne-
cesidad de hacer política –como ciertamente invita el Laclau de La Razón po-
pulista– o de construir una nueva hegemonía. Es a la inversa: la hegemonía es
en todo caso una resultante, no inmediatamente buscada, de esa lucha por el
sentido que es la política. El objetivo de la lucha política no es proponer lo que
de antemano se cree “ganador”, sino luchar por volver valiosos para el conjun-
to unos valores que no pueden sino ser inicialmente particulares. El pasaje de
lo particular a lo general suele demorarse. No casualmente, ha sido pensado a
través de metáforas geológicas: “horadar unas tablas duras”, “genealogía de la
moral”, “arqueología del saber”.
La teoría de la hegemonía, en especial en su vertiente constructivista, enfa-
tiza la particularidad y la frónesis, y por tanto el carácter creativo, intraducible,
artístico y procesual de lo político, que hace estéril toda traducción, toda litera-
lidad y toda repetición. Todo modelo.
El constructivismo no supone el descubrimiento del lugar verdadero donde
reside el secreto de lo social, que ya no sería “lo material” sino lo discursivo.
Lo que postula, en cambio, es un giro epistemológico radical, según el cual lo
social carece de legalidad y queda abierto como significado a la fluidez de la
significación. Por eso la clave es el juego de articulaciones y la dislocación. Si
lo político está hecho de mitos, relatos y narrativas, no cuentas matemáticas ni
deducciones lógicas, entonces no está en ningún lado, ni es uno. También por
eso la política es una apuesta, y tiene un contenido heroico. En definitiva, no
hay secreto de lo social porque lo político está condenado a ser un arte desde el
momento en que es creación irrepetible en un contexto particular. Intraducibi-
lidad es la palabra de lo político: inédito no original, la historia es su nervio y
la frónesis, su cadencia.
Las formas de leer afectan los modos de hacer porque leer ya-es una forma
de hacer y, como toda operación política, aun la de la escritura, conlleva ries-
gos y efectos que nadie puede controlar, pues el sentido se produce en múlti-
ples lugares y de diversas maneras. Siempre resulta tentador tratar de separar
104 Las ideologías de la nación

esas formas de hacer y producir sentido para encontrar al fin, en nuestro caso
de estudio, la fórmula definitiva de la acción política. En ese sentido, Laclau
le brindó a Podemos una plataforma creativa y movilizadora en la búsqueda
de patear un tablero que se consideraba fallido y anquilosado. Pero, al mismo
tiempo, Laclau –como firma de un texto que es– tendió asimismo las trampas y
las ciénagas que ralentizaron todas las potencias iniciales. Quizás, parafrasean-
do a José María Aricó, se trataba de ir con Laclau más allá de Laclau. Nadie lo
puede saber.
Herrerismo internacional
De la conflagración mundial al orden bipolar
(1939-1959)
María Laura Reali y Matías Borba Eguren

Herrera y el herrerismo
En el período que abarca este trabajo,1 Luis Alberto de Herrera (1873-1959)2
fue la principal figura de uno de los partidos políticos uruguayos tradicionales:
el Partido Nacional.3 Abogado de profesión, proveniente de una familia de des-
tacada actuación en esta fuerza política,4 comenzó su militancia tempranamen-
te, participando de los levantamientos armados de Diego Lamas y de Aparicio
Saravia (1897 y 1904). En las primeras décadas del siglo XX se presentó como

1 El presente artículo es fruto del trabajo de investigación realizado por los autores para la co-
lección Historia de los conservadores y las derechas en Uruguay: Laura Reali y Matías Borba
“Herrerismos de posguerra: la lucha por el poder y el antiimperialismo”, en Magdalena Bro-
quetas, Gerardo Caetano, (coord.), Historia de los conservadores y las derechas en Uruguay.
Guerra fría, reacción y dictadura, tomo II, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2022,
pp. 65-84. Se trata allí de una versión más sintética del tema, enfocado principalmente en el
período de posguerra.
2 En relación con la trayectoria de Luis A. de Herrera puede verse: Carlos Zubillaga, Herrera:
la encrucijada nacionalista. Arca, Montevideo, 1976; Carlos Real de Azúa, Herrera, la cons-
trucción de un caudillo y de un partido, Cal y Canto, Montevideo, 1994; María Laura Reali,
Herrera. La revolución del orden. Discursos y prácticas políticas (1897-1929), Ediciones de
la Banda Oriental, Montevideo, 2016; Gerardo Caetano, El liberalismo conservador. Genealo-
gías, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2021.
3 El sistema político uruguayo de la época se estructuraba en torno al Partido Colorado –en el
gobierno hasta 1958– y al Partido Nacional. Este último, creado en las décadas finales del siglo
XIX, retomó en parte, progresivamente y en el marco de una dinámica no exenta de conflictos,
la herencia del antiguo Partido Blanco. Desde las primeras décadas del siglo fueron surgiendo
otras agrupaciones minoritarias que lograron representación parlamentaria como el Partido So-
cialista a partir de 1910 y el Partido Comunista uruguayo fundado en 1920 como una escisión
del primero.
4 Su padre, Juan José de Herrera, desempeñó funciones diplomáticas en Brasil en la década
de 1850 y luego, en Paraguay. Fue Ministro de Relaciones Exteriores durante los gobiernos
de Bernardo P. Berro (1860-1864) y de Atanasio Cruz Aguirre (1864-1865). Posteriormente,
fue miembro del Parlamento uruguayo; participó en las revoluciones de 1870, 1886 y 1897 y
presidió el Directorio del Partido Nacional en el decenio de 1890. Inicialmente partidario de
la “fusión”, desempeñó luego un papel relevante en el surgimiento del Partido Nacional, cuyo
programa de principios fue sancionado en julio de 1872.
106 Las ideologías de la nación

uno de los principales modernizadores de las estructuras de su partido, y su ac-


ción política contribuyó al proceso de ampliación de la ciudadanía a través de la
vía electoral. Al mismo tiempo, fomentó y contribuyó a la organización de los
gremios patronales rurales y, en particular, de la Federación Rural. Durante lar-
gos períodos ocupó la presidencia del Directorio del Partido Nacional y lideró
su propio sector, conocido como herrerismo. Éste se fue perfilando como el ala
conservadora del partido y constituyó su fracción más votada, accediendo a dis-
tintas posiciones en sucesivos gobiernos, desde las que ejerció una férrea oposi-
ción a las reformas sociales y económicas propuestas durante las administracio-
nes del sector batllista, corriente principal del otro partido tradicional uruguayo,
el Partido Colorado. El liderazgo de Herrera comenzó a ser cuestionado en la
década de 1920. En la interna de su partido surgieron nuevas corrientes que,
en ocasiones, terminaron escindidas del núcleo inicial; es el caso del Partido
Nacional Independiente, cuyo distanciamiento, producido en 1921, se acentuó
a partir del apoyo brindado por Herrera al golpe de Estado de Gabriel Terra en
1933, y a sus definiciones internacionales. En la década de 1950, apareció una
dirigencia renovada que planteó una disputa en la interna partidaria, procurando
desplazar a Herrera de la posición preeminente que ocupara hasta entonces.
El Movimiento Popular Nacionalista de Daniel Fernández Crespo surgido en
1954, así como su posterior alianza con los nacionalistas independientes para
conformar la Unión Blanca Democrática en 1956, son muestras de estas pujas
que se produjeron dentro y fuera del lema.5
En la esfera intelectual, Herrera se desempeñó como redactor y director de
distintas publicaciones periódicas como El Nacional, La Democracia y El De-
bate, las cuales fungieron como voceros de su plataforma política, pero también
como vías de circulación de su producción sobre el pasado y de sus reflexiones
de teoría política y en materia de relaciones internacionales. Desde el punto de
vista doctrinario, el pensamiento de Herrera se enmarca en el liberalismo con-
servador, cuya matriz aparece asociada a la tradición decimonónica europea. En
su faceta de historiador se sitúa en los orígenes de las corrientes revisionistas
que buscaban cuestionar la denominada “historia oficial”, asociándola con la
visión del pasado elaborada desde la antigua capital del virreinato platense y,
en particular, con la lectura propuesta por Bartolomé Mitre en Argentina.6 La
producción de Herrera se caracterizó por una mirada que trascendía las fronte-
ras nacionales, procurando observar las dinámicas regionales y los condiciona-

5 Ver Germán D’Elía, El Uruguay Neo-Batllista. 1946-1958, Ediciones de la Banda Oriental,


Montevideo, 1982.
6 En relación con este primer revisionismo en su proyección transnacional, ver María Laura
Reali, “Al margen de ‘El Relato’. Circulación transnacional de lecturas revisionistas sobre el
pasado en América Latina (1900-1930)”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Collo-
ques, mis en ligne le 07 juillet 2016. URL: http://nuevomundo.revues.org/69313. Consultado
el 28/07/2022.
Frédérique Langue y María Laura Reali 107

mientos internacionales que pesaban sobre los procesos históricos rioplatenses.


Su atención se detuvo, en particular, en las consecuencias del colonialismo de-
cimonónico y en la intervención de las potencias extranjeras en los asuntos de
las naciones más débiles, ejemplos que recuperó sistemáticamente en las luchas
de su presente, desde una perspectiva que ponía el acento en las enseñanzas de
la historia como maestra de vida. Desde esta óptica estudió los conflictos arma-
dos del período de la “organización nacional” y, en particular, la denominada
Guerra Grande (1839-1951), considerando, en particular, la trayectoria de Ma-
nuel Oribe, el gobierno de Bernardo P. Berro en Uruguay (1860-1864) y la Gue-
rra de la Triple Alianza (1864-1870). En el presente trabajo se procura observar
los distintos posicionamientos de Herrera, y de su sector político, en torno a las
definiciones del Uruguay en materia internacional, entre las décadas de 1930 y
1950. Se analizan las declaraciones públicas de los integrantes de esta corriente
política y, en particular, de su principal dirigente, así como las manifestaciones
privadas de este último, a través de sus intercambios epistolares con corres-
ponsales en el ámbito regional y local. Se recurre principalmente al discurso
emitido desde las páginas de El Debate, principal periódico del herrerismo,
señalando los argumentos esgrimidos y readaptados durante el período. En este
sentido, se identifica como denominador común de su postura la prédica antiim-
perialista y la defensa del principio de no intervención, sostenidas con distintos
énfasis y connotaciones en función del momento y de los acontecimientos in-
ternacionales que interpelaron el lugar de Uruguay en el mundo.

Los posicionamientos del herrerismo en un mundo en guerra


Durante la Segunda Guerra mundial, Herrera intentó articular, en una dinámica
no exenta de conflictos, sus simpatías por la Italia fascista y su adhesión al fran-
quismo con una posición neutralista frente al conflicto bélico internacional. Se
opuso a las políticas de defensa hemisféricas promovidas por Estados Unidos
en el continente americano, percibiendo el panamericanismo como una forma
de penetración imperialista, no solamente en el terreno económico, militar y
social, sino también en el ámbito cultural hispanoamericano.
Desde el período de entreguerras, en el marco del ascenso de los regímenes
fascistas en Europa, el líder nacionalista había dirigido una mirada atenta y ad-
mirativa a la Italia de Mussolini. En 1937, fue designado Embajador extraordi-
nario y plenipotenciario del Uruguay en el marco de los actos de coronación del
Rey Jorge VI. En ocasión de ese viaje a Inglaterra visitó Italia. En su calidad de
huésped oficial, fue recibido en audiencia por el Ministro de Negocios Extranje-
ros, Conde Ciano, así como por el Duce, mientras que el Rey lo condecoró con
la Gran Cruz de la Orden de la Corona de Italia.7 Durante su estadía pronunció

7 Informe del Encargado de Negocios de Uruguay en Roma, Federico Grünwaldt Cuestas, al


Canciller José Espalter. Roma, 21/07/1937. Citado en Ana María Rodríguez Ayçaguer, Un
108 Las ideologías de la nación

un discurso transmitido a Uruguay desde la radio de Roma donde presentaba la


experiencia fascista en términos de “resurrección”, del “nuevo Risorgimento”
de una “comunidad en masa y en marcha abriendo su propia ruta”, conducida
en ese “formidable movimiento anímico, cívico, patriótico y social” por “la
figura extraordinaria de Benito Mussolini”.8 La visita se produjo en el contexto
delicado de los debates internacionales motivados por la anexión de Etiopía a
Italia, cuestión a la que Herrera no aludió explícitamente en su alocución, pese
a su conocido posicionamiento en favor del principio de no intervención y del
respeto de la soberanía de los Estados, en particular los más débiles. La clave
de esta omisión podría encontrarse en los límites impuestos por el protocolo y
por la necesaria adhesión, en su carácter de huésped oficial, a los lineamientos
establecidos por la Cancillería uruguaya sobre esta cuestión. De hecho, el pe-
riódico El Debate, vocero del herrerismo, había manifestado una opinión crítica
frente a la agresión al país africano, aunque esta prédica apuntaba, en particular,
a descalificar la acción de la Liga de las Naciones, pronunciándose, como en
otras ocasiones, por el retiro de Uruguay de dicha organización.9 Más allá de la
suerte que tocó a Etiopía, el núcleo de la cuestión se hallaba –desde una pers-
pectiva realista de las relaciones internacionales– en la inoperancia demostrada
en este tipo de episodios por los organismos supranacionales, cuya acción se
consideraba condicionada por la asimetría en la relación de fuerzas.
El ascenso del nazismo habría concitado menos entusiasmo entre sus co-
rresponsales. En agosto de 1939, Adolfo Sienra, Encargado de Negocios de la
Legación uruguaya en París, manifestaba su reticencia frente a la alianza de
Alemania con la Rusia soviética, considerando que “no hay que casarse ni con
unos ni con otros: huir de los extremismos”.10 Sin embargo, desde las páginas
de El Debate existieron pronunciamientos afines a Hitler y al nazismo, carga-
dos de contenidos tanto antisemitas como xenófobos.11 Los papeles personales
de Herrera aportan igualmente testimonios indirectos, pero irrefutables, de su

pequeño lugar bajo el sol. Mussolini, la conquista de Etiopía y la diplomacia uruguaya (1935-
1938), Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2009, pp. 424-425.
8 Discurso pronunciado por el senador Dr. Luis Alberto de Herrera en la E.I.A.R el 13 de julio de
1937. Citado en Ana María Rodríguez Ayçaguer, Un pequeño lugar bajo el sol…, cit., p. 426.
9 Ver Ana María Rodríguez Ayçaguer, Un pequeño lugar bajo el sol…, cit., pp. 90-91 y pp.
254-256.
10 Carta de Adolfo Sienra a Herrera. Museo Histórico Nacional (en adelante MHN) - Uy, Archivo
Luis A. de Herrera (en adelante Archivo Herrera), Correspondencia 1939, carpeta XLVIII,
París, 22/08/1946, f. 46.
11 Ver Fernando Adrover, “Antisemitismo y xenofobia en los años treinta”, en Magdalena Bro-
quetas, Gerardo Caetano (coord.), Historia de los conservadores y las derechas en Uruguay.
De la contrarrevolución a la Segunda Guerra Mundial, tomo I, Ediciones de la Banda Orien-
tal, Montevideo, 2022, pp. 259-273; y María Magdalena Camou, “Influencia y presencia
del nazismo en el Uruguay de los años treinta”, en Magdalena Broquetas, Gerardo Caetano
(coord.), Historia de los conservadores y las derechas en Uruguay.., cit., pp. 275-291.
Frédérique Langue y María Laura Reali 109

filo franquismo, corroborado por visitas periódicas a la sede montevideana de


organizaciones falangistas como la FET (Falange Española Tradicionalista) y
de la JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), a la que estaba afiliado
en calidad de simpatizante.12 Mientras que la contemplación admirativa de la fi-
gura del Duce en los años de ascenso del fascismo se inscribe en un cierto clima
de época, la adhesión de Herrera al franquismo parece haber respondido a afi-
nidades más hondas aunque parciales, pero también a factores coyunturales. La
aprensión frente al avance del comunismo que amenazaba su concepción tradi-
cionalista y conservadora del orden social habrían inclinado la balanza frente
a otros aspectos del régimen con los que seguramente no comulgaba, como el
catolicismo integrista, la invasión de la esfera privada por parte del Estado y la
perpetuación de las prácticas de masacre como forma de gestionar la relación
con el vencido. En ese sentido, su formación lo mantuvo a cierta distancia de las
tendencias hispanistas más radicales, dentro de las que se inscriben trayectorias
de figuras relevantes de su agrupación como es el caso de Felipe Ferreiro.13
Desde el momento del “alzamiento” (movimiento insurreccional comanda-
do por Franco) hasta la consolidación del nuevo régimen en España, las páginas
de El Debate dieron cabida a discursos militantes en favor de la falange, presen-
tándola como la protectora de las tradiciones, las creencias, la patria y la familia
hispana, amenazada por “la triste tentativa soviética que culminó en la madre
patria con asaltos, asesinatos, incendios, robos, hambre, miseria, desvastación
[sic] y ruina”.14 Según el periódico herrerista, el triunfo de Franco adquiría
particular significación en el panorama local, ya que de haberse concretado
la “España soviética, con la enorme facilidad que le presta el idioma común
y la idéntica cultura, habría lanzado sobre el Sur la más formidable ofensiva
disolvente de que haya recuerdo”.15 La posibilidad de que se constituyera un
“Frente Popular” en el Uruguay, contribuyó a justificar la adopción de ciertas
medidas durante el régimen inaugurado en marzo de 1933 por el Golpe de Es-
tado del presidente Gabriel Terra, que contó con el apoyo del herrerismo.16 La

12 Carlos Zubillaga, Una historia silenciada. Presencia y acción del falangismo en Uruguay
(1936-1955), Ediciones Cruz del Sur, Montevideo, 2015, p. 153.
13 Ver María Laura Reali, “Usos políticos del pasado. Dos discursos históricos para un proyecto
político en Uruguay, en la primera mitad del siglo XX”, en Antonio Gutiérrez Escudero, Ma-
ría Luisa Laviana Cuetos, Estudios sobre América: siglos XVI-XX. La Asociación Española
de Americanistas en su vigésimo aniversario, Asociación Española de Americanistas, Sevilla,
2005, pp. 1675-1692.
14 El Debate, “El ‘frentismo’ y sus consecuencias”, Montevideo, 03/02/1939, p. 5.
15 El Debate, “Repercusiones de un triunfo”, Montevideo, 19/02/1939, p. 5.
16 Con el terrismo, y la Constitución de 1934, el herrerismo obtuvo espacios de gobierno en
el Consejo de Ministros (integrado por seis representantes de la lista más votada del partido
ganador, y tres para la lista más votada del segundo partido más votado), así como la mitad de
las bancas en el Senado (quince senadores para la lista más votada del lema ganador, y quince
para la más votada del segundo lema). Cabe señalar el peso del herrerismo en la Corte Electo-
110 Las ideologías de la nación

nueva legislación electoral, conocida como “Ley de Lemas”, apuntaba a evitar,


entre otras cosas, la formación de agrupaciones “accidentales” o coaliciones
que reunieran a los sectores opositores. De igual forma, el riesgo de infiltración
de ideologías “extremas” a través de la inmigración, se utilizó para sustentar la
instrumentación de políticas restrictivas. Las críticas involucraron principal-
mente la acción del Partido Comunista –se llegó incluso a proponer su exclu-
sión del sistema político– pero también, en un sentido más amplio, el rechazo
de todas las ideologías “foráneas”, mediante la prohibición de actuar dentro del
territorio uruguayo a partidos nazis o fascistas.17 En esta línea, un artículo de
El Debate aparecido en enero de 1939 bajo el título “Nacionalismo verdadero”,
expresaba:

“Identificados con la patria desde los albores de la nacionalidad,


el bien del pueblo uruguayo está para nosotros por encima de to-
das las cosas. No deseamos discutir problemas puramente inter-
nos de países europeos, ni concebimos que la opinión uruguaya
se divida siguiendo banderas extranjeras. Sólo nuestros propios
problemas merecen que por ellos se discuta y se luche”.18

En base a la recuperación de los principales lineamientos históricos de su pro-


grama en materia internacional, sostuvo los principios de autodeterminación de
las naciones, de no intervención y de rechazo a las pretensiones imperialistas de
ciertos Estados. Esta posición se tradujo en la afirmación de la neutralidad fren-
te al conflicto europeo y de rechazo, en el ámbito continental, de las políticas de
defensa conjunta que pudieran encubrir relaciones asimétricas, en un contexto
pautado por la sustitución de la hegemonía británica por la norteamericana.
La posición que sustentaría esta agrupación comenzó a hacerse notoria me-
ses antes de desencadenarse el conflicto, frente a la concreción de la iniciativa
estadounidense de crear un Comité de carácter permanente. En un artículo pu-
blicado en El Debate en abril de 1939, se cuestionaban los intentos de imponer
“hegemonías políticas o económicas en los dominios continentales, aduciendo
una revivificación de la anacrónica y hoy más inaceptable que nunca doctrina
monroista”.19 En el curso de ese mismo mes, el Senador Carmelo L. Cabre-
ra presentó, con el consenso de su bancada, un proyecto de ley tendiente a
desafiliar al Uruguay de la Sociedad de Naciones. Sostuvo que la institución

ral; para 1938, tras sucesivas renuncias, obtuvo la mayoría de su integración. Tras el golpe de
estado de Baldomir, y la nueva Constitución de 1942, se eliminó este sistema representativo en
el Ejecutivo y el Senado “del medio y medio”.
17 Ver El Debate, “Nativismo”, Montevideo, 12/05/1939, p. 5; y El Debate, “Uruguayos”, Mon-
tevideo, 14/05/1939, p. 5.
18 El Debate, “Nacionalismo verdadero”, Montevideo, 19/01/1939, p. 5.
19 El Debate, “Teoría y práctica del panamericanismo”, Montevideo, 21/04/1939, p. 5.
Frédérique Langue y María Laura Reali 111

respondía a los intereses de las grandes potencias, sin capacidad de respuesta


frente a los abusos de poder contra los Estados débiles;20 a su vez, su compañero
de bancada, Eduardo V. Haedo, sugirió que la permanencia en ese organismo
suponía un alineamiento tácito con la causa aliada, y con los compromisos para
el país que de allí podían derivarse.
Al estallar el conflicto europeo, la Conferencia Consultiva de Panamá re-
unida en setiembre se saldó con declaraciones de solidaridad continental y de
neutralidad, coincidentes con la posición asumida por la cancillería uruguaya.
El herrerismo apoyó estas decisiones, pero opuso reparos a la propuesta de
la “zona de seguridad” y rechazó la libre circulación de “listas negras”.21 En
los primeros meses de 1940, comenzó a hacerse evidente la inclinación del
gobierno uruguayo hacia los aliados,22 instrumentándose diversas medidas in-
ternas para prevenir la gestación de “conspiraciones” totalitarias en el territorio
nacional. En ese sentido, el 15 de mayo la Cámara de Representantes creó la
Comisión investigadora de actividades antinacionales.23 Se organizó un sistema
de “listas” que señalaría a las personas supuestamente vinculadas con el eje y,
el 18 de junio, se aprobó la ley sobre asociaciones ilícitas.
Al mes siguiente, en una circular remitida a las Comisiones Departamen-
tales, el Directorio nacionalista emitió declaraciones de rechazo a toda posible
injerencia extranjera en el continente, inscribiendo sus propuestas contempo-
ráneas en una línea de continuidad histórica con el pasado de su colectividad
política:

“El Partido Nacional tiene, entre sus tradiciones más honrosas,


haber defendido el país, en su integridad espiritual y material,
frente a las intervenciones europeas [...] Seguiremos siendo,
pues, tan irreductibles enemigos, como hace un siglo, de quienes
pretendan avasallar nuestra soberanía material, como de los que
[...] intenten desmedrar la autonomía de nuestro pensamiento de

20 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores (en adelante, DSCS), “6° Sesión ordinaria, abril
12 de 1939”, Tomo 168, pp. 108-109. La propuesta de desafiliación fue defendida desde las
páginas de El Debate. El proyecto fue aprobado en la Cámara de Senadores el 7 de diciembre
de 1939. Cfr. DSCS, “88° Sesión ordinaria (extraordinaria), diciembre 7 de 1939”, Tomo 170,
pp. 98-112.
21 Cfr. Carlos Lacalle, (Ordenación, notas y prólogo): El Partido Nacional y la política Exterior
del Uruguay, Directorio del Partido Nacional, Montevideo, 1947, pp. 26-31.
22 La acción de la Cancillería uruguaya en torno al episodio del Graf Spee, ocurrido en diciembre
del año anterior, ya había puesto de manifiesto esta orientación.
23 Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes (en adelante, DSCR), “16ª Sesión ordina-
ria, mayo 15 de 1940”, Tomo 434, pp. 123-147.
112 Las ideologías de la nación

pueblo libre, o disolver el sentimiento patrio [...], por prédicas


corrosivas de la fuerza moral de la nacionalidad...”.24

Algunos días más tarde, el 21 de julio, ante el sostenido avance alemán en Eu-
ropa y sus posibles repercusiones americanas se realizó una reunión de consulta
en La Habana, a fin de evaluar la situación y coordinar esfuerzos defensivos en
caso de agresión externa al continente. En ese contexto, el herrerismo denunció
el manejo estadounidense de la coyuntura para efectuar avances imperialistas
en el terreno político y económico. Se opuso a la anunciada formación de un
“Cartel Económico” en América y rechazó el establecimiento de un régimen
de mandatos colectivos sobre las colonias europeas del continente. Más allá de
las implicancias del panamericanismo en términos económicos, políticos y de
cooperación militar, esta política fue percibida desde filas herreristas como “un
modo de penetración [...] en el orden cultural. [...]. Esa hegemonía tiene que
tener sello anglo-sajón como signo racial: [...] ha de excluir los rasgos hasta
hoy característicos de nuestra cultura [...] de raíz hispánica que nos da carácter,
personalidad y alcurnia”.25
A medida que Estados Unidos acrecentaba sus compromisos con el bloque
aliado, aumentó la presión sobre los países americanos con relación a la polí-
tica de defensa hemisférica, lo que se tradujo en la iniciativa norteamericana
de instalar bases militares en distintos puntos del continente.26 Las tratativas
tendientes a concretar estas acciones en territorio uruguayo, emprendidas en la
segunda mitad de 1940 –y reiteradas cuatro años más tarde–, suscitaron inten-
sas campañas de oposición desarrolladas en la prensa y en el parlamento por el
sector herrerista. En ellas se parangonaba la posición del líder nacionalista con
aquella asumida cien años antes por figuras históricas como Juan Manuel de
Rosas y Manuel Oribe, en el marco de la injerencia europea en el Río de la Pla-
ta. Herrera había sustentado esta posición en el terreno historiográfico a partir
de un conjunto de escritos publicados en la prensa a fines de los años treinta, y

24 Circular Núm. 181/940, de 16 de julio de 1940, remitida por el Directorio del Partido Nacio-
nal a las Comisiones Departamentales. Citada en Carlos Lacalle, El Partido Nacional…, cit.,
pp. 59-61. Según se advertía en El Debate, el documento había sido redactado por Martín R.
Echegoyen, perteneciente a la fracción herrerista de la agrupación. Ver El Debate, “La voz de
la historia”, Montevideo, 18/07/1940, p. 5.
25 El Debate, “Una actitud frente a Estados Unidos”, Montevideo, 18/11/1941. Citado en Lacalle,
Carlos, El Partido Nacional…, cit., p. 177.
26 Antonio Mercader, El año del león: Herrera, las bases norteamericanas y el “complot nazi” en
el Uruguay de 1940, Aguilar, Montevideo, 1999. Sobre la cuestión de las bases, resulta intere-
sante la polémica mantenida por Antonio Mercader y las historiadoras Esther Ruíz y Ana María
Rodríguez Ayçaguer durante el mes de mayo de 1999. Ver Ana María Rodríguez Ayçaguer,
Esther Ruíz, “Herrera, las bases yanquis y el ‘crimen’ de Uruguay”, Semanario BRECHA,
Montevideo, 07/05/1999, pp. 22-23; Ana María Rodríguez Ayçaguer, Esther Ruíz, “Pruebas
insuficientes y politización excesiva”, Semanario BRECHA, Montevideo, 28/05/1999, p. 23.
Frédérique Langue y María Laura Reali 113

reunidos luego en Los Orígenes de la Guerra Grande (1941).27 En las páginas


finales del texto, fechadas en octubre de 1940, aludía directamente a los sucesos
de la actualidad política, señalando que “Cien años después, sólo variadas las
formas, ¿acaso no se asiste en el estuario a similar litigio? ¿Acaso no asaltan a
los criollos de ahora muy parecidas ansiedades?... ¿No repiten el espectro ‘las
bases’ malditas?...”.28
Esa coyuntura motivó la organización de actos públicos de los que parti-
ciparon un grupo de intelectuales, políticos y militares argentinos de filiación
nacionalista.29 La delegación se trasladó a Montevideo el 29 de diciembre del
mencionado año, siendo recibida por un comité local que presidía el intelectual
y político herrerista Felipe Ferreiro. Los homenajes incluyeron la colocación de
una ofrenda floral en el Monumento a Artigas; una ceremonia en honor a Ma-
nuel Oribe en la Iglesia de San Agustín, donde se conservaban sus restos –que
culminó con la celebración de una misa– y un acto de reconocimiento a Herrera
por su actuación pública. Las vinculaciones existentes entre la situación con-
temporánea y la resistencia de los Estados platenses a la injerencia extranjera
cien años atrás, constituyó una referencia ineludible de los oradores. Frente a
la tumba de Manuel Oribe, el historiador argentino José María Rosa señaló que

“...los destinos de ambas naciones del Plata se encuentran es-


trechamente unidos, y que en 1940, como en 1840, la amenaza
foránea nos hiere por igual a uruguayos y argentinos. Y que como
lo hicieran Oribe y Rosas en su tiempo, debemos estar dispues-
tos a defender encarnizadamente nuestra soberanía, a combatir
cualquier imperialismo, del viejo o del nuevo continente, que
amenace nuestra integridad territorial, espiritual o económica”.30

27 El acento puesto en la intervención de factores exógenos en el inicio y desarrollo de los conflic-


tos del continente americano aparece manifiesta durante la gestación de la obra. En una carta
dirigida a Juan E. O’Leary durante una estadía en Europa, Herrera señalaba a su corresponsal
paraguayo: “Por aquí, yo he procurado antecedentes sobre los orígenes europeos de la Guerra
Grande, que trataré de ordenar ¡Qué distintas fueron las cosas de como las han pintado!”.
Carta de Luis A. de Herrera a Juan E. O’Leary, Nauheim, 09/08/1939. Biblioteca Nacional del
Paraguay (en adelante, BN-Py), Colección Juan O’Leary (en adelante, Colección O’Leary),
Correspondencia privada y oficial, carpeta LXXX.
28 Luis Alberto Herrera, Los orígenes de la Guerra Grande, Vol. 2, Montevideo, Cámara de Re-
presentantes, 1989, p. 214. En cursivas en el original.
29 Ver Olga Echeverría, María Laura Reali, “Encuentros y disidencias políticas, ideológicas e
historiográficas en los revisionismos rioplatenses (décadas de 1930 y 1940)”, en João Fábio
Bertonha, Ernesto Bohoslavsky (comp.), Circule por la derecha. Percepciones, redes y contac-
tos entre las derechas sudamericanas, 1917-1973, UNGS, Buenos Aires, 2016, pp. 65-91.
30 El Debate, “Discurso pronunciado por el Doctor José María Rosa (h). Ante la tumba del Gene-
ral Manuel Oribe”, Montevideo, 30/12/1940, p. 5.
114 Las ideologías de la nación

El mismo espíritu rememorativo inspiró la intervención del presidente de la


delegación argentina, Coronel Natalio Mascarello. El militar argentino ocupaba
esta posición en sustitución del General Juan Bautista Molina, quien, según las
páginas de El Debate, había sido designado inicialmente para estar al frente de
la comitiva.31 El interés suscitado en el círculo de Molina por la actuación de
Herrera aparece corroborado algunos años más tarde, por el contacto que esta-
bleciera con ese último la Alianza de la Juventud Nacionalista.32 De hecho, la
articulación del nacionalismo de Herrera con sus definiciones antiimperialistas
en materia internacional, fue el denominador común que lo convirtió en inter-
locutor válido para un conjunto de actores argentinos y latinoamericanos de
muy diversas orientaciones políticas y filiaciones doctrinarias. En el terreno in-
telectual, este panorama heterogéneo se refleja en sus intercambios epistolares
con escritores argentinos como Manuel Gálvez y Julio Irazusta, pero también
con publicistas latinoamericanos como Rufino Blanco Fombona –temprano
promotor de la unidad continental hispanoamericana frente a los avances del
imperialismo norteamericano– con quien había entablado, por intermedio de
Juan O’Leary, en las primeras décadas del siglo, una relación personal que se-

31 Según lo anunciado en ese medio de prensa, la integrarían, además: Dr. Manuel Gálvez, Coro-
nel Natalio Mascarello, Tnte. Coronel Tesandro Santana, Dr. Guillermo Zorraquín, Sr. Homero
Guglielmini, Dr. Juan Carlos Moreno, Dr. José María Rosas (hijo), Prof. Lis A. Chaves, Sr.
Ricardo Font Ezcurra, Sr. Emilio Roldán, Tnte. Coronel Leopoldo Casavega, Dr. Carlos Matías
de la Torre, Dr. Ernesto Palacio, Dr. Teótimo Otero Oliva, Ing. Alfredo Ortiz de Rosas, Dr.
Julián Alberto Martínez, Rodolfo Irazusta, Dr. Samuel Gradín, Br. Jorge Echebarne Romero,
Dr. Daniel Castro Cranwell, Dr. Alberto Bernaudo, Luis A. Camartino, Armando Cascella,
Dr. Héctor Bernardo, Tnte. Coronel Alberto Casavella, Oscar Serantes Peña, y Juan Queraltó.
Cfr. El Debate, “Bienvenidos los Mensajeros De La Historia Hermandad Rioplatense”, Mon-
tevideo, 29/12/1940, p. 5. Un discurso de ocasión confirma la presencia de Manuel Gálvez,
con quien Herrera mantenía un nutrido intercambio de correspondencia en ese período. Ver
Discurso transcrito en Carlos Lacalle, El Partido Nacional…, cit., pp. 126-127. No estuvo en
cambio presente en el acto Carlos Ibarguren, enviando sin embargo un mensaje de adhesión al
acto. Ver Olga Echeverría, María Laura Reali, “Encuentros y disidencias políticas, ideológicas
e historiográficas en los revisionismos rioplatenses (décadas de 1930 y 1940)”, en João Fábio
Bertonha, Ernesto Bohoslavsky (comp.), Circule por la derecha…, cit., pp. 65-91.
32 En carta fechada en Buenos Aires el 22 de abril de 1943, Juan Queraltó, Jefe de la Alianza,
invitaba a Herrera a concurrir en calidad de invitado especial a la Marcha de la Soberanía
organizada por la institución para el día 1° de mayo. MHN-Uy, Archivo Herrera, Correspon-
dencia, 1943, f. 21. En julio de 1944, la Alianza Libertadora Nacionalista –nombre adoptado
por la organización a partir de mayo de 1943–, reprodujo una declaración conjunta emitida
por el Directorio y la Bancada Parlamenta del Partido Nacional uruguayo donde repudiaba el
intervencionismo, solidarizándose con la República Argentina. En la introducción agregada a
la declaración –documento que era definido como una respuesta “a la situación internacional
creada a nuestro país por el intervencionismo yanki”–, se sostenía que “En todos los países
hispano-americanos, los sectores más representativos de la población comprenden y admiran
la posición argentina de dignidad”. “7 senadores y 23 diputados uruguayos afirman la herman-
dad rioplatense”, Montevideo. MHN-Uy, Archivo Herrera, Correspondencia 1944, f. 59. La
declaración está fechada en Montevideo, 31/07/1944, reproducida por la Alianza Libertadora
Nacionalista argentina en una hoja suelta con el título indicado.
Frédérique Langue y María Laura Reali 115

guía activa a comienzos de 1940.33 Aunque en el caso de Fombona, la prédica


contra Estados Unidos aparecía combinada a las simpatías que manifestara por
la España republicana, otros interlocutores de Herrera aparecían asociados al
régimen franquista o incluso a los totalitarismos europeos por sus simpatías con
las fuerzas del eje, al punto de que su presencia en el acto de homenaje por su
resistencia a las bases norteamericanas pudo ser percibida como inconveniente.
La exclusión del evento, por decisión de sus organizadores, de figuras como
la del periodista argentino Enrique P. Osés34 –quien, según Felipe Ferreiro, ha-
bía sido “catalogado por la brutalidad ambiente de ‘nazi’”– no impidió, sin
embargo, que las polémicas se desataran en el ámbito local.35 Al día siguiente,
se planteó un debate en la Cámara de Diputados, promovido por el representan-
te socialista Emilio Frugoni, ante lo que definía como el “acto lamentable que
pudo presenciar ayer la ciudadanía” cuando “delegados fascistas” de la Repú-
blica Argentina “nos traían la noticia de que el país se halla bajo el inminente
peligro de ser entregado al imperialismo yanki; de que se encuentra seriamente
amenazada la independencia nacional no por obra del desenfreno del nazismo
[...], sino por obra de esas bases aeronavales que se proyectan, precisamente,
con el fin de defender el continente americano...”, manifestaciones que fueron
“recogidas y hechas suyas [...] por todos los nazis, por todos los fascistas y por
todos los falangistas del país que actualmente encabezan para su deshonra, el
herrerismo”.36 Desde filas coloradas, Julio César Canessa atribuyó al encuentro
un “carácter estrictamente proselitista”.37
Este tipo de manifestaciones pone en evidencia que, en el período conside-
rado, los postulados del herrerismo en materia internacional desempeñaron un
papel relevante a la hora de dirimir las disputas políticas inter e intra partidarias.
Ya en vísperas de la guerra europea, en un editorial de El Debate del 21 de
mayo de 1939, Herrera había intentado refutar “la aserción absurda que preten-
de atribuirnos ideas tendenciosas en la contienda de las doctrinas contemporá-
neas”, expresando: “ANTES QUE TODO Y SOBRE TODO, ORIENTALES,

33 Herrera da cuenta de sus frecuentes encuentros con Fombona en una carta dirigida a Juan E.
O’Leary y fechada en Montevideo, 30/04/1940. BN-Py, Colección O’Leary, Correspondencia
privada y oficial, carpeta LXXXI.
34 Osés fue director de la Revista católica Criterio en 1930-1931 y desde 1931 y hasta mediados
de la década de 1940 editó Crisol, Pampero y el Federal. Desempeñó un papel destacado en el
nacionalismo argentino, desde una perspectiva de fuerte tinte hispano-criollo.
35 Carta de Felipe Ferreiro a Manuel Gálvez, 23/12/1940. MHN-Uy, Archivo Felipe Ferreiro,
Correspondencia (1937-1940), f. 90.
36 Intervención del Diputado Emilio Frugoni, DSCR, “3° Sesión ordinaria, diciembre 30 de
1940”, Tomo 441, p. 238.
37 Intervención del Diputado Julio César Canessa, DSCR, “3° Sesión ordinaria, diciembre 30 de
1940...” cit., p. 239.
116 Las ideologías de la nación

tanto fuera de América como en América misma”.38 Sin embargo, las campañas
opositoras que apuntaban a establecer “ocultas vinculaciones” entre el sector
nacionalista y los totalitarismos de derecha, se sucedieron mientras se desarro-
llaba el conflicto internacional. La posibilidad de injerencias nazi-fascistas en
el país fue movilizada con fines político-partidarios, a través del desarrollo de
virulentas campañas de prensa contra figuras políticas uruguayas y, en particu-
lar, contra Herrera. Dos episodios violentos que involucraban su agrupación,
ocurridos en el primer semestre de 1941,39 pusieron de manifiesto el aumento
de las tensiones sociales, en relación directa con el desarrollo de los sucesos
internacionales. En ese contexto, el sector nacionalista denunció la utilización
del conflicto europeo con fines de política local, acusando al Partido Comunista
de organizar una campaña calumniosa alentada por la pasividad cómplice del
gobierno.40 La propaganda desarrollada en vísperas de las elecciones de no-
viembre de 1942, procuró demostrar la participación de su sector en un complot
totalitario contra el país. En ese período, los intercambios epistolares de Herre-
ra con su amigo paraguayo Juan O’Leary dan cuenta de este clima enrarecido,
que afectaba incluso la expresión del pensamiento en el ámbito privado. En el
mes de abril, ese último advierte sobre el envío de su correspondencia a “la
dirección de la comadre [en referencia a la esposa de Herrera], para que los
[bandidos] demócratas de esa factoría norteamericana no lean mis palabras”.41
Herrera, por su parte, refiere en varias oportunidades a la dificultad de expresar-
se libremente “cuando se supone violada la intimidad” por la correspondencia
“intervenida”.42 Esto no impidió, no obstante, a su interlocutor paraguayo, pro-
nunciarse sobre cuestiones de actualidad local o internacional. En relación con
la guerra del pacífico, señalaba el 16 de junio de 1942:

38 El Debate, “Sobre sistemas y razas”, Montevideo, 21/05/1939, p. 5. Las mayúsculas son del
original. Desde las hojas de El Debate, se realizan diversas aclaraciones, intentado neutra-
lizar los efectos de la campaña contra Herrera y su agrupación. Cfr., El Debate, “Algunas
verdades oportunas”, Montevideo, 01/07/1939; “Campaña calumniosa y criminal. La realiza
el comunismo contra el Dr. Herrera”, Montevideo, 03/07/1939, p. 5; “Es demócrata la juven-
tud nacionalista”, Montevideo, 09/07/1939, p. 5; y “Demócratas como siempre”, Montevideo,
01/09/1939, p. 5.
39 El 29 de junio, se produjo un enfrentamiento en Durazno que culminó con un muerto y varios
heridos. Un mes antes, había sido atacado el edificio de El Debate. Al respecto, ver Carlos
Lacalle, El Partido Nacional…, cit., p. 151.
40 Cfr. El Debate, “La técnica del mal”, Montevideo, 18/09/1941, p. 5. En este artículo, se refería
a la “Santa Alianza demo-comunoide” que pretendía restaurar un régimen “demagógico” en el
país.
41 Carta de Juan E. O’Leary a Herrera, Asunción, 24/04/1942. MHN-Uy, Archivo Herrera, Co-
rrespondencia 1942, carpeta LI, f. 17. La palabra “democráticos” aparece subrayada en el ori-
ginal.
42 Carta de Luis A. de Herrera a O’Leary, Montevideo, 11/07/1943. BN-Py, Colección O’Leary,
Correspondencia privada y oficial, carpeta LXXXII.
Frédérique Langue y María Laura Reali 117

“Me consuelo contemplando el papelón que hace el el [sic] Co-


loso del Norte, el ‘Mastodonte con Dientes de Plata’, que decía
Rubén Dario. Sus costas batidas por el enemigo, su navegación
muerta, palos en todos los mares… Mientras el Paralítico habla
como un charlatán de feria y grita que va… Y se queda en casa.
Pobre América nuestra, enredada en las redes de oro del Pirata!
Cuánta humillación estúpida e innecesaria. Democracia!!! Linda
democracia la que gastamos”.43

Con la salvedad del énfasis y de las adjetivaciones típicas de su discurso, su


posición frente a Estados Unidos conocía puntos comunes con la de Herrera.
Un año antes, las propuestas norteamericanas en materia de política exterior
habían merecido el siguiente comentario crítico por parte de este último: “E.
Unidos explota, a maravillas, lo de ‘panamericanismo’, traducido, en los he-
chos, con lo de ‘América para los americanos’… del Norte ¡Se repite lo de hace
cien años!...”.44
En febrero de 1942, el cambio en el equilibrio de fuerzas provocado por el
golpe de Estado de Alfredo Baldomir en Uruguay se tradujo en una confirma-
ción de la orientación precedente en materia de relaciones exteriores, acentuada
por la pérdida de peso del herrerismo en el gobierno y la consiguiente dismi-
nución de su capacidad de negociación en ese terreno. A mediados de 1943,
se hizo notoria la declinación de las fuerzas del eje en la guerra europea. En el
correr del año siguiente, la progresiva definición del conflicto en favor de los
aliados disminuyó sustancialmente la posibilidad de agresiones al continente
americano por parte de los Estados totalitarios. Esta circunstancia no atenuó,
sin embargo, las tratativas para encauzar la política continental en el marco de
las directivas panamericanas, instrumentando mecanismos supranacionales de
control que procuraron una injerencia cada vez mayor en la política interna de
los Estados. Cabe mencionar, en ese sentido, la acción del Comité Consultivo
de Emergencia para la Defensa Política del Continente, destinado a coordinar
las medidas de vigilancia para prevenir y reprimir actividades subversivas de
inspiración extracontinental que atentaran, dentro de los respectivos Estados,
contra sus instituciones democráticas, su integridad o su soberanía. Instalado
desde 1943 en Montevideo, su actuación mereció diversas críticas en el ámbito
continental.

43 Carta de Juan E. O’Leary a Herrera, Asunción, 16/06/1942. MHN-Uy, Archivo Herrera, Co-
rrespondencia 1942, carpeta LI, f. 27.
44 Carta de Luis A. de Herrera a O’Leary, Montevideo, 13/07/1941. BN-Py, Colección O’Leary,
correspondencia privada y oficial, carpeta LXXXI. Aunque resulten escasas en este período –y
en ciertos momentos condicionadas por el temor a la falta de privacidad–, estas misivas con-
servadas por su corresponsal paraguayo revisten particular interés ya que el archivo de Herrera
alberga, únicamente, las cartas recibidas, lo que dificulta considerablemente la reconstrucción
de su pensamiento a partir del corpus de su producción epistolar.
118 Las ideologías de la nación

MHN-Uy, Archivo Herrera, Carpeta 4314, 02 – Fotografías


“Fotografía cartel ‘Al Crimen Nazi Incita Herrera’”.

Mientras el herrerismo reafirmaba sus postulados en materia internacional, re-


crudecía la propaganda que lo vinculaba a las potencias del eje y los gobiernos
totalitarios, presentando su prédica como una acción contraria a la solidaridad
americana. En marzo de 1945, el Nacionalismo Independiente –agrupación es-
cindida del Partido Nacional– denunciaba la posición del herrerismo desde el
periódico El País, estableciendo un paralelismo entre los totalitarismos euro-
peos y los regímenes autoritarios que el nacionalismo había combatido en el
Uruguay durante el siglo XIX. Las figuras de los caudillos Diego Lamas y
Aparicio Saravia, dirigentes de esos movimientos armados en nombre del su-
fragio libre, habían sido incorporadas a la tradición partidaria por sus diversas
fracciones. Acusando al sector liderado por Herrera de traicionar este legado, se
sostenía que esta agrupación:

“...quiere ser un refugio para nazis, quiere [que] a sus fuerzas


electorales se una todo lo que sea nazi, pues aún en esta hora
de derrota la masa nazi que adhiera a sus fuerzas constituiría un
aporte muy apreciable para las raleadas fuerzas del personalismo
blanco.
Frédérique Langue y María Laura Reali 119

El hecho es extraño. Que un partido que recuerda con frecuencia


los esfuerzos nacionalistas por la libertad; que cada poco tiempo
nos presenta la efigie de hombres caídos heroicamente en lucha
magnífica del Partido Nacional contra el despotismo del rojismo
uruguayo; que ha entrado en la historia en su espléndida apostura
de mantenedor de las libertades públicas en la paz y en la guerra,
contra los Santos, los Latorre, los Borda, los Flores –remedos
miniaturescos de los Hitler y los Mussolini– se venga, a fin de
tanta depredación, defendiendo al binomio trágico que ha vertido
tal caudal de sangre y de dolor, pareciera una fábula si no tuvié-
ramos a mano, los testimonios más inequívocos.
Los idólatras de Diego Lamas y Aparicio Saravia, son los ac-
tuales defensores de los Borda, los Santos, la serie de despoti-
llas que hicieron en pequeño, lo que realizaron en proporciones
monstruosas los insanos que han infligido tantos horrores a la
humanidad contemporánea.
Y no contentos con la lastimosa obra realizada, mantienen uni-
da a ella la calumniosa e incesante acusación contra los Estados
Unidos de Norte América para negar su desinterés y grandeza,
esta hora histórica llena por la suprema generosidad de esa na-
ción gloriosa”.45

Uno de los puntos irreconciliables que generaba fracturas en el seno del Partido
Nacional era, precisamente, el posicionamiento de sus diversas tendencias en
el terreno internacional. Así, en noviembre del mismo año, el herrerismo se
contó entre los más vehementes opositores al documento enviado por Eduar-
do Rodríguez Larreta, miembro del Nacionalismo Independiente y titular de
la cancillería uruguaya, a sus homólogas americanas, proponiendo la posibi-
lidad de una “acción colectiva multilateral” ante los regímenes autoritarios
atentatorios de los derechos del hombre y del ciudadano. Ella fue percibida,
por amplios sectores de opinión, como una medida dirigida contra el régimen
de Edelmiro Farrell y Juan Domingo Perón en Argentina. En ese sentido, el
sector liderado por Herrera sostuvo que era inoportuno generar enemistades
con el gobierno de la república vecina, además del carácter atentatorio contra
el principio de “no intervención” que implicaba la doctrina promovida por el
diplomático uruguayo en materia internacional; ella se consideraba además ins-
pirada por el Departamento de Estado norteamericano. Ya en julio de 1944, el
Directorio del Partido Nacional y la Bancada parlamentaria, había emitido una
declaración conjunta en la que acordaron “Hacer público su completo repudio
del ‘intervencionismo’”, que “hiere el principio sagrado de las nacionalidades”,

45 El País, “Nazi-Herrerismo”, Montevideo, 14/03/1945, p. 5.


120 Las ideologías de la nación

y “Extender sus cálidas simpatías como expresión de invariables afectos de


origen, a la hermana República Argentina, a la que tan inicuamente se intenta
extrangular [sic], en detrimento del derecho imprescriptible de los pueblos, y
del verdadero americanismo”.46 Entre los firmantes se encontraba en primer
lugar Luis Alberto de Herrera, a quien se aludía en el documento como Jefe del
Partido Nacional uruguayo.
En resumidas cuentas, a partir de la Segunda Guerra mundial, la percep-
ción de Estados Unidos como una amenaza concreta –y ya no latente– en el
extremo sur del continente, implicó, en cierta medida, una reorientación de la
percepción geopolítica de Herrera. En sus escritos de las primeras décadas del
siglo XX, había presentado a la república del Norte como un modelo de orga-
nización política y social para los países sudamericanos. El autor uruguayo no
desconocía las miras expansionistas de esta potencia en ascenso,47 pero, desde
su perspectiva realista de las relaciones de poder en el sistema internacional,
las percibía como un riesgo aún lejano y difuso para su país; incluso, concebía
a aquel Estado como un posible contrapeso frente a la pujanza amenazante de
las potencias vecinas, en particular Argentina. Posteriormente, en el contexto
de los conflictos bélicos mundiales, se pronunció por la neutralidad, en vez de
sostener el campo aliado, y su anticomunismo no lo condujo luego, durante la
Guerra Fría, a un alineamiento incondicional con Estados Unidos. Este último
aspecto representa una particularidad de Herrera que lo distingue de otros auto-
res anglófilos de filiación conservadora de ambas márgenes del Plata.

46 Declaración fechada en Montevideo, el 31 de julio de 1944, reproducida por la Alianza Li-


bertadora Nacionalista argentina en una hoja suelta con el título. “7 senadores y 23 diputados
uruguayos afirman la hermandad rioplatense”, Montevideo. MHN-Uy, Archivo Herrera, Co-
rrespondencia 1944, carpeta LIII, f. 59.
47 Frente a las acusaciones emitidas desde otros sectores de su partido relativas a una inflexión en
la posición de Herrera en relación con la política exterior estadounidense, un artículo publicado
en Montevideo el 18 de marzo de 1945 trascribía algunas de las comunicaciones remitidas
desde Washington al Ministro de Relaciones exteriores uruguayo por el dirigente nacionalista
a principios del siglo XX, cuando se desempeñaba como Encargado de Negocios en la Repú-
blica del Norte. En relación, por ejemplo, con las tratativas para la construcción del Canal de
Panamá, Herrera señalaba en diciembre de 1902: “V.E. comprende bien lo que significará el
canal proyectado, nueva costilla de acero del organismo yankee en los futuros destinos interna-
cionales de Centro América. Con la nueva vía de comunicación se clava la bandera estrellada
en el Istmo y ella jamás saldrá de allí. Por lo contrario, apunta el origen de una absorción fatal
y rápida, que sólo detendrá sus avances voraces en la frontera de México, y eso mismo quién
sabe por cuantos lustros”. En enero del año siguiente, culminaba su nota sobre el conflicto ve-
nezolano con Gran Bretaña, Alemania y el Reino de Italia por cobro de deudas señalando: “El
gobierno norteamericano empieza a atribuirse ya, de manera pública y oficial, facultades inter-
nacionales, que él resolverá cuando deberán adquirir color práctico, sobre todas las repúblicas
de Centro y Sud América. Remoto o no, el peligro del Norte va adquiriendo perfil”. Recorte de
prensa, 1945. MHN-Uy, Archivo Herrera, Correspondencia 1945-1946, carpeta LV, f. 20.
Frédérique Langue y María Laura Reali 121

Antiimperialismo y tercera posición en un mundo bipolar


En esta nueva etapa, el neutralismo pregonado por Herrera frente a las confla-
graciones europeas, articulado no sin conflictos con sus simpatías por la italia
fascista y con su adhesión al franquismo, derivó hacia una posición tercerista,
hostil hacia el expansionismo estadounidense, pero de un convencido antico-
munismo. Desde esa lógica, mantuvo su cercanía con el régimen de Franco, a
la vez que reivindicaba la tradición hispánica como argumento antiimperialista.
A su oposición a la implantación de las bases norteamericanas en territorio
uruguayo durante la década de 1940 y a las críticas de su sector político a los
tratados de cooperación y defensa con Estados Unidos, se sumaron, en el dece-
nio siguiente, las denuncias de intervenciones militares en países del continente
americano.

A partir de la inmediata posguerra, la posición internacional de Herrera fue


interpretada, por sus adversarios políticos, no solamente como una adhesión al
totalitarismo nazi-fascista, sino también como una forma de favorecer –indirec-
tamente– al bloque soviético, oponiéndose a la política de defensa hemisférica
estadounidense. El vocero batllista El Día sostuvo, por ejemplo, que existía una
continuidad entre la neutralidad pregonada por el herrerismo durante el conflic-
to bélico y su no alineamiento posterior al panamericanismo, lo que implicaba
defender, implícitamente, “el imperialismo de los soviets”.48 Al igual que en
otros aspectos del itinerario de Herrera, sus definiciones en materia internacio-
nal desafiaban las tipologías de un mundo bipolar; sus postulados lo colocaron
en un lugar particular que pudo ser asociado, por momentos, con una “tercera
posición”. La misma da cuenta, por un lado, de su temor frente a los avances del
comunismo en el continente americano. Más allá de las declaraciones públicas,
esta inquietud aparece manifestada en su correspondencia con O’Leary desde
fines de 1944. A comienzos del año siguiente, pide insistentemente a su corres-
ponsal que le “diga cómo se plantea la agresión comunoide ahí” y le envíe notas
sobre la cuestión para reproducir en Uruguay.49 Por otro lado, la idea de que el
imperialismo norteamericano constituía el otro frente de combate se acentuó en
el período posbélico y se tradujo en las resoluciones adoptadas en el seno de
su agrupación política. Así, en el marco de los acuerdos para la conformación
de un sistema de cooperación militar para la defensa del continente, el direc-
torio del Partido Nacional declaró su rechazo al Acta de Chapultepec suscrita

48 Carolina Cerrano, “El impacto de la doctrina Larreta en la política interna uruguaya (1945-
1946)”, en Revista de la Facultad de Derecho, Núm. 47, Montevideo, julio-diciembre 2019,
p. 10.
49 Carta de Luis A. de Herrera a O’Leary, Montevideo, [06]/05/1945. BN-Py, Colección O’Leary,
Correspondencia privada y oficial, carpeta LXXXIV. La cuestión ya aparecía planteada en las
misivas enviadas al mismo corresponsal el 14 de enero del mismo año y en noviembre del año
anterior.
122 Las ideologías de la nación
Frédérique Langue y María Laura Reali 123

MHN-Uy, Carpeta de Antecedentes 4100, Afiche “‘Herrera es nazi’ pero...”, 1942


Papel impreso, tinta, 35 x 49 cm.

MHN-Uy, Carpeta de Antecedentes 4100


Detalle del Afiche “‘Herrera es nazi’ pero...”, 1942

Agradecemos al MHN, especialmente a su Director, Mag. Andrés Azpiroz y la Lic. Clara von
Sanden, así como a todo el equipo técnico de la institución, que facilitaron el acceso a este docu-
mento y su digitalización.
124 Las ideologías de la nación

en 1945.50 Esta se completó en 1947 con el TIAR (Tratado Interamericano de


Asistencia Recíproca) y el surgimiento de la OEA (Organización de Estados
Americanos) en 1948, en el marco de la estrategia estadounidense para asentar
su hegemonía continental. En ese contexto, Herrera realizó declaraciones que
confirmaban su orientación en materia internacional:

“En el [horizonte] de nuestra América, asoma una Tercera Posi-


ción –no incompatible con otras que alumbren en otros cielos– la
de los pueblos que, sin pactos, sin “actas”, sin compromisos, pue-
den unir sus movimientos espirituales en torno a una misma fe
en el hombre, a un mismo anhelo de justicia social, a una misma
esperanza de vida vivida en paz; unidad moral de pueblos libres
y soberanos que han puesto sello personal y criollo al culto de
las virtudes que en sus tierras acunaron las mismas majestuosas
madres latinas de la cristiandad”.51

Desde este nacionalismo atípico en el ámbito uruguayo, que conoció correlatos


más frecuentes del otro lado del Plata, en las primeras décadas del siglo había
establecido vínculos estrechos con Hipólito Yrigoyen y con otras figuras del
radicalismo argentino. En el plano interno, la identificación entre ambos mo-
vimientos políticos residía en que fueron situados, a partir de manifestaciones
públicas y privadas de sus integrantes, en el origen del sufragio libre y de la
ampliación de la ciudadanía en ambas repúblicas platenses. Pero Herrera reco-
nocía asimismo afinidades en el terreno internacional. En diciembre de 1941,
al pronunciarse en el Senado por el mantenimiento de la neutralidad uruguaya
en el contexto de la guerra del Pacífico –ocasión en que pronunció su conocida
sentencia “¡allá los amarillos contra los rubios!”–, evocó la posición “profunda-
mente equidistante de la lucha europea” sostenida por Yrigoyen en el conflicto
anterior. En el curso de esa intervención parlamentaria expresó su admiración
por la resistencia del mandatario argentino, “materialmente acosado por mani-
festaciones pro-guerra” en un país donde el “sentimiento aliado” era dominan-
te. Rememorando una visita a la Casa Rosada, afirmaba haber emitido una opi-

50 Pacto de solidaridad recíproca entre las naciones americanas, que establecía la posibilidad de
sancionar e incluso atacar países del continente, en caso de que se considerara en peligro el
régimen democrático.
51 Manifestaciones de Herrera para la Agencia Reuter, 04/06/1947. Citado en Carlos Lacalle,
E1 Partido Nacional…, cit., pp. 759-761. Como ha señalado Adrover, quien remite a su vez a
Carlos Real de Azúa y a Aldo E. Solari: “El tercerismo, carente de unidad ideológica clara, fue
un posicionamiento político muy extendido entre la intelectualidad uruguaya y el estudiantado,
pero también ofrecía un punto de contacto, espacios de diálogo e incluso de militancia com-
partida en ocasiones con sectores de la derecha nacionalista, particularmente el herrerismo”.
Ver Fernando Adrover, “El peronismo y las derechas uruguayas (1947-1955)”, pp. 75-99 en
Anuario IEHS, vol. 35, Núm. 1, Tandil, 2020, p. 85.
Frédérique Langue y María Laura Reali 125

nión recibida con beneplácito por su interlocutor: “Presidente: a usted le cabe


el mérito inmenso de haber culminado la obra de la independencia Argentina,
que tuvo después de sus fundadores, su principal obrero, en el brigadier general
don Juan Manuel de Rosas”.52 La posición de Herrera frente a la nueva confla-
gración internacional aparecía inscripta en una línea de continuidad histórica y
se pensaba legitimada, una vez más, por los sucesos del pasado.
Desde esta misma lógica de solidaridad internacional manifestó, posterior-
mente, opiniones favorables en relación con el régimen de Juan Domingo Pe-
rón. Esta posición lo colocó en una situación compleja durante las coyunturas
críticas en las que el alineamiento de la cancillería uruguaya con Estados Uni-
dos había provocado fuertes tensiones con el gobierno argentino.53 La proyec-
ción regional del proyecto peronista y la injerencia en los gobiernos vecinos,
desarrollada en paralelo con las declaraciones de repudio a las intervenciones
extranjeras y con la defensa del principio de no intervención, ha sido puesta de
manifiesto por autores como Juan Oddone. Este historiador sostiene igualmente
que muchas de las denuncias que se hicieron a ese respecto –con mayor o me-
nor fundamento– apuntaban a incentivar el refuerzo de las acciones de conten-
ción hacia aquel régimen por parte de Estados Unidos.54 En ese sentido, las res-
puestas de los intelectuales y políticos latinoamericanos del campo nacionalista
frente al proceso político argentino fueron variadas. En el caso paraguayo, por
ejemplo, Natalicio González se convirtió en un destacado detractor de Perón,
a quien consideraba responsable por el derrocamiento de la Presidencia de su
país en enero de 1949.55 Su posición se distanciaba en este punto de la sostenida

52 Hoja suelta con discurso de Herrera pronunciado en la Cámara de Senadores el 9 de diciembre


de 1941, Montevideo, 09/12/1941. MHN-Uy, Archivo Herrera, Correspondencia 1941, f. 44.
53 Ver Juan Oddone, Vecinos en discordia. Argentina, Uruguay y la política hemisférica de los
Estados Unidos. Selección de documentos. 1954-1955, UdelaR-FHCE, Montevideo, 2003; Ca-
rolina Cerrano, “El impacto de la doctrina …”, cit.
54 Ver Juan Oddone, Vecinos en discordia…, cit.; cfr. también Ernesto Bohoslavsky, “Los ananás
de Evita o el extraño caso de los peronistas brasileños (1945-1957)”, en João Fábio Bertonha,
Ernesto Bohoslavsky (comp.), Circule por la derecha..., cit. , pp. 171-187. Sobre la política
exterior de Perón y la promoción del justicialismo en América Latina ver Edgardo Manero,
Nacionalismo (s), política y guerra (s) en la Argentina plebeya (1945-1989), UNSAM, Buenos
Aires, 2014, en particular pp. 281-319.
55 Resulta interesante constatar que muchos políticos del Partido Liberal paraguayo exiliados en
Argentina, Brasil y Uruguay durante este período, compartían la postura antiperonista de Na-
talicio –así como su anticomunismo–, a pesar de su pertenencia al Partido Colorado paraguayo
y de haber formado parte del gobierno de Higinio Morínigo. La diferencia radicaba en que los
liberales entendían que la dictadura de aquel era la representación del fascismo americano, y
que Perón estaba ligado a esta posición antidemocrática. La correspondencia de Carlos Pastore
–abogado, político e intelectual liberal exiliado en Montevideo entre 1942 y 1974–, permite
reconstruir la desconfianza y la percepción de peligro ante la “política imperialista” del pero-
nismo para estos paraguayos en el destierro. Ver Matías Borba Eguren, “Carlos Pastore: breve
relato del exilio en Montevideo”, El Nacional, Asunción, 22/05/2022, Recuperado de: https://
www.elnacional.com.py/cultura/2022/05/22/carlos-pastore-breve-relato-del-exilio-en-monte-
126 Las ideologías de la nación

por Herrera, con quien se hallaba sin embargo vinculado intelectual y personal-
mente desde su temprana juventud por intermedio del ya mencionado político
colorado y escritor revisionista Juan E. O’Leary.56
En diciembre de 1949, tuvo lugar un debate en la Cámara de Representan-
tes57 con motivo de un mural colocado en las paredes de la capital y por un artí-
culo periodístico publicado en el semanario socialista El Sol. En ellos se soste-
nía la existencia de un “entendimiento” entre Herrera y Perón que hacía peligrar
la independencia y el régimen democrático en Uruguay. En el curso de la sesión
parlamentaria, el diputado socialista Arturo J. Dubra calificaba a esta tendencia
política uruguaya como “un partido auténticamente antidemocrático”, situando
en una misma línea de continuidad el apoyo al golpe de Estado de 1933, la ad-
hesión al franquismo y la definición de neutralidad en el marco de la Segunda
Guerra mundial. Sostenía además que las “evidentes preferencias totalitarias”
de aquel movimiento lo ponían en sintonía con el peronismo, régimen político
que tenía su “epicentro” en Argentina pero cuyo “programa de acción” se ex-
tendía a toda América Latina, para desempeñar en este continente “el papel me-
siánico” que anteriormente se había atribuido Hitler en Europa. Para el repre-
sentante herrerista Atilio Arrillaga Safons, esta interpretación –que consideraba
errónea– provenía de que la adscripción incondicional al nacionalismo del líder
de su agrupación había sido juzgada desde “una perspectiva internacionalista
y cosmopolita” que veía egoísmo en “la convicción de que toda beligerancia
del Uruguay en el ámbito internacional, impuesta desde afuera, configuraba
una quijotesca aventura en la que sería pisoteada nuestra nacionalidad”. Esta
posición, “consustancial a su personalidad política” le había valido el califica-
tivo de “vende patrias” y la “vocinglería de ‘Herrera a la cárcel’”, cuando en
realidad constituía una garantía de su compromiso en defensa de la soberanía de
su país. Era justamente en esta cuestión, así como en la adhesión al principio de
no intervención, en la que el diputado situaba el punto de coincidencia entre su
corriente política y la representada por Perón en la vecina orilla. Por otro lado,
si bien Arrillaga Safons reconocía la existencia de vínculos personales entre el

video/. Para saber más sobre el exilio de Pastore, ver Matías Borba Eguren, “Entre Paraguay y
Uruguay. El archivo de Carlos Pastore. Redes intelectuales e investigación histórica”, Revista
Electrónica de Fuentes y Archivos, Año 11, Núm. 11, Centro de Estudios “Prof. Carlos A.
Segreti”, Córdoba, 2020, pp. 151-175; y Matías Borba Eguren, “Carlos Pastore y el Instituto
Histórico y Geográfico del Uruguay: redes intelectuales y homenajes en el Centenario de Ar-
tigas”, Cuadernos de Historia. Serie economía y sociedad, Núm. 26/27, 2021, pp. 353-387.
56 Marcela Cristina Quinteros, Carlos David Suárez Morales, “Estrategias de lucha del antipero-
nismo latinoamericano. Juan Natalicio González y Germán Arciniegas”, en João Fábio Berton-
ha, Ernesto Bohoslavsky (comp.), Circule por la derecha..., cit., pp. 189-208.
57 DSCR, “138° Sesión, diciembre 12 y 13 de 1949”, Montevideo, 12/12/1949, pp. 276-293.
Frédérique Langue y María Laura Reali 127

líder justicialista y el senador Eduardo V. Haedo, desautorizó las versiones que


señalaban a Herrera como un amigo y admirador de Perón.58
No era la primera vez que se aludía a los vínculos entre ambas agrupacio-
nes. En 1946, por ejemplo, se había denunciado un presunto apoyo financiero
del gobierno argentino a la campaña electoral del herrerismo.59 En trabajos re-
cientes, Fernando Adrover a estudiando las relaciones entre las derechas uru-
guayas60 y el régimen peronista, analizando las tentativas de este último por
incidir en la vida política del vecino país a través de la propaganda y de la pro-
moción de organizaciones sociales y sindicales filoperonistas. En ese sentido,
señala los contactos establecidos a partir de 1948 entre la CGT argentina y los
sindicatos uruguayos, a través de las actividades desplegadas por el exmilitante
de la Juventud Herrerista, Omar Díaz, en el contexto de la creación del Comi-
té de Unidad Sindical Latinoamericano (CUSLA) y, posteriormente, mediante
la fundación del periódico La Escoba, afín a la corriente sindical justicialista.
También destaca la existencia de vínculos entre figuras del herrerismo y del
movimiento peronista, ya advertidos anteriormente por historiadores urugua-
yos como Juan Oddone y Esther Ruiz.61 En lo que respecta al propio Herrera,
su archivo conserva trazas que van en el sentido de postular la existencia de
vínculos personales desde el período previo al primer mandato constitucional
del militar argentino. Es el caso de la petición formulada en marzo de 1945 por
José León Suárez –probablemente hijo del homónimo jurista argentino– de que,
en nombre de la relación que mantenía su padre con Herrera, este último inter-
cediera frente al coronel Perón para resolver una cuestión laboral. En el curso
de la misiva, daba por sentado que, “sabiendo la amistad que lo une a Vd. y al
senador Haedo con el Vice Presidente”, un pedido de su parte “sería de inme-

58 Para el caso brasileño, Ernesto Bohoslavsky señala que Perón y Getulio Vargas “...nunca se
vieron personalmente, pero diversas figuras políticas y diplomáticas se encargaron de mantener
lazos entre ellos, así como de actuar de traductores políticos entre las realidades argentina y
brasileña”. Ver Ernesto Bohoslavsky, “Los ananás de Evita…”, cit., p.177.
59 La proyección regional del proyecto peronista y la injerencia en los gobiernos vecinos, desa-
rrollada en paralelo con las declaraciones de repudio a las intervenciones extranjeras y con
la defensa del principio de no intervención, fue puesta de manifiesto por Juan Oddone. Éste
sostiene que muchas denuncias –con mayor o menor fundamento– apuntaban a incentivar el
refuerzo de las acciones de contención hacia el régimen de Perón por parte de Estados Unidos.
Juan Oddone, Vecinos en discordia…, cit., pp. 23-30.
60 En este estudio, el autor sostiene que, “Dentro del universo de las derechas se considerará a
sectores partidarios, movimientos sociales y organizaciones gremiales incluidas en un marco
ideológico heterogéneo que abarca tendencias liberal-conservadoras y vinculadas al naciona-
lismo católico y castrense, que guardaban como rasgo común un virulento anticomunismo con-
siderado en sentido amplio”. Fernando Adrover, “El peronismo y las derechas uruguayas…,
cit., p. 77.
61 Ver Juan Oddone, Vecinos en discordia…, cit.; Esther Ruiz, “El ‘Uruguay próspero’ y su crisis,
1946-1964”, en Ana Frega, et al, Historia del Uruguay en el siglo XX (1890-2005), Ediciones
de la Banda Oriental, Montevideo, 2008, pp. 123-162.
128 Las ideologías de la nación

diato atendido”. 62 Reforzaría esta hipótesis un telegrama posterior –formulado


en términos coloquiales– en el que el entonces General y Primer Magistrado
argentino felicitaba al político uruguayo en ocasión de su cumpleaños.63 La
recepción brindada a Eva Duarte a su regreso de Europa en 1947 o la asistencia
de Herrera a sus exequias en julio de 1952 constituyen otros indicios de estas
vinculaciones.64 En los últimos meses del mencionado año, la movilización he-
rrerista contraria a la ratificación del tratado militar entre Uruguay y Estados
Unidos volvió a acercarlos en torno a una causa con la que ambas corrientes
políticas se sentían identificadas.
Sin embargo, los últimos años del segundo gobierno de Perón habrían esta-
do marcados por un relacionamiento menos fluido; El Debate no dejó de rea-
lizar observaciones críticas sobre asuntos bilaterales susceptible de vulnerar la
soberanía uruguaya, como la firma del Convenio bilateral de Salto Grande para
la construcción de una usina hidroeléctrica en 1953 o la espinosa cuestión de
la isla Martín García.65 Este distanciamiento fue puesto en evidencia en ciertos
momentos y episodios particulares, como el “bombardeo de la Plaza de Mayo”,
en junio de 1955; el silencio inicial del vocero herrerista fue seguido por una
declaración un tanto ambigua en la que, evocando el principio de no interven-
ción en los asuntos internos de los países vecinos, se hacía referencia a esos
“lamentables sucesos” como una contienda “fraticida [sic]”, añadiendo: “se ha
derramado sangre de militares y del pueblo, en una lucha que hubiera sido
preferible se solucionara en el terreno pacífico...”.66 Al producirse un debate
parlamentario sobre la caída del régimen, algunos meses más tarde, las expre-
siones vertidas por representantes del Partido Nacional que habían comenzado
su militancia en filas del Herrerismo, como Francisco Rodríguez Camusso y
Dardo Ortíz, pusieron el acento en el viraje operado por el gobierno del vecino
país en el terreno internacional, sin objetar no obstante el carácter antidemocrá-
tico y la corrupción del régimen, principales argumentos avanzados por otros
miembros de la Cámara para celebrar su derrota. Según Rodríguez Camusso,
los lineamientos en política exterior que habían conducido a numerosos polí-
ticos nacionalistas uruguayos, años atrás, a repudiar “abierta y decididamente
el intervencionismo de Braden, sin importar en absoluto que coincidiéramos

62 Carta de José León Suárez a Luis A. de Herrera por José León Suárez, Baradero, 20/03/1945.
MHN-Uy, Archivo Herrera, Correspondencia 1945-1946, carpeta LV, f. 22.
63 El documento está inserto en la correspondencia de 1945-1946, al comienzo de la carpeta,
pero debe corresponder a 1946 o a un período posterior, ya que Perón firma como General y se
establece en el encabezado del documento que se trata de un “Saludos del Presidente Argenti-
no”. Telegrama de Juan D. Perón a Luis A. de Herrera, Montevideo, [22]/07/[1946]. MHN-Uy,
Archivo Herrera, Correspondencia 1945-1946, carpeta LV, f. 8.
64 Fernando Adrover, “El Peronismo y las derechas uruguayas…”, cit., p. 87.
65 El Debate, “Los ‘Soplones’ son Filoperonistas?”, Montevideo, 1953/03/19, p. 3
66 El Debate, “Los sucesos argentinos”, Montevideo, 1955/06/20, p. 3
Frédérique Langue y María Laura Reali 129

o no, simpatizáramos o no con el régimen que en el momento gobernaba a la


Argentina”, eran los mismos que justificaban, ahora, el derrumbe de Perón,
quien “había dado por el suelo con toda traza de nacionalismo y de respeto a
la soberanía de su patria al aceptar el intervencionismo económico extranjero
en sus negocios sobre el petróleo, dando con ello un rotundo mentís a toda su
prédica anterior”.67 Además de esta diferencia de énfasis en los aspectos que
juzgaban condenables, la disidencia entre estos ex dirigentes herreristas –inte-
grados ahora al Movimiento Popular Nacionalista (en delante, MPN) liderado
por Daniel Fernández Crespo– y las otras tendencias políticas expresadas en las
Cámaras, radicaba en una mayor reticencia frente a la “recuperación democráti-
ca de la República Argentina”, como versaba el texto de la citación a la reunión
extraordinaria del cuerpo. La continuidad de una injerencia militar en la vida
política del vecino país, sumada al hecho de que algunos integrantes del nuevo
gobierno habían sido figuras connotadas del régimen anterior, alimentaba estas
inquietudes. Dentro del Partido Nacional Uruguayo, la figura más comprometi-
da con el régimen depuesto fue Eduardo V. Haedo; para 1954 su incorporación
al MPN, significó el distanciamiento de uno de los dirigentes históricos del
herrerismo. Sobre su figura se concentró la actividad de la Comisión Investiga-
dora de Actividades Antinacionales en la Cámara de Representantes –creada a
instancias del herrerismo, y activa a partir de septiembre de 1954–, lo que fue
presentado por integrantes de la fracción escindida como una actitud oportunis-
ta y revanchista.68
Durante la década de 1950, el herrerismo recuperó y readaptó algunos de
sus clásicos argumentos para la definición del Uruguay a nivel internacional. El
mundo de posguerra significó una hegemonía cada vez mayor de Estados Uni-
dos sobre los países americanos, a la par de la amenaza del bloque soviético y
su “infiltración comunista”. En este sentido, Herrera y el herrerismo mantuvie-
ron su posición tercerista; denunciaron los distintos tratados e intervenciones
estadounidenses, así como recrudecieron su postura anticomunista.
En julio de 1953, El Debate señalaba que, dado los acontecimientos de los
últimos veinte años, la izquierda y la derecha “no se distancian en línea recta,
sino curvándose”, donde “los extremos se juntan”. De esta manera, quienes
levantan la bandera de la defensa contra el “expansionismo soviético”, recupe-
ran los argumentos “esgrimidos por Berlín y Roma en su encarnizada lucha de

67 Intervención del diputado Francisco Rodríguez Camusso. DSCR, “Sesión extraordinaria del 5
de octubre de 1955”, Montevideo, 05/10/1955. Agradecemos el acceso a este material a Fer-
nando Adrover.
68 Sobre este punto Fernando Adrover precisa que la Comisión tenía como objetivo la “inves-
tigación de los vínculos sostenidos por ciudadanos uruguayos con agentes del nazismo en
Argentina, amparados por el GOU y vinculados a Perón”. Fernando Adrover, “El peronismo y
las derechas uruguayas…”, cit., pp. 90-91.
130 Las ideologías de la nación

anteguerra contra las huestes comunistas”. Por esta razón, explica el editorial,
ha nacido una tercera posición:

“De esa desconfianza legítima ante los abanderados mundiales de


un anticomunismo con tan sospechosos antecedentes, ha nacido
lo que ha dado en llamarse la tercera posición. A esa desconfianza
se suma la resistencia de los bloques sanamente nacionalistas de
muchos países a tomar partido por uno de dos expansionismos
parecidamente peligrosos [...]
A la hora de las realidades y de los hechos tan peligrosos son el
comunismo como el anticomunismo de etiqueta. Ambos a dos
extremos de hoy, como los extremismos de derecha e izquierda
de la anteguerra, pueden llegar a entenderse muy bien. Contra
ellos y entre ellos, se levantan quienes no quieren constituirse en
fuerzas de choque de Washington ni de Moscú”.69

Su distanciamiento “con los extremos”, como señalaba El Debate, explica el


decidido apoyo que mantuvo hacia el gobierno de Francisco Franco.70 Si bien
Herrera públicamente no avaló las opciones más radicales del falangismo o del
catolicismo integrista, es menester señalar la existencia de estas posturas den-
tro del herrerismo. En el plano internacional, el apoyo a la España franquista
mantuvo su elogio al orden y freno de la amenaza comunista. Para la década de
1950 –y a pesar de que España ya estaba encaminada en un acercamiento hacia
Estados Unidos, posición que distaba de una equidistancia de los polos–, el he-
rrerismo elogió su “habilidad” de mantener la independencia. El 1º de julio de
1953, El Debate recogía las palabras del periódico londinense The Economist,
donde se comentaba la actitud de Franco en las negociaciones con Norteaméri-
ca. El diario herrerista comentaba que, a pesar del aislamiento y sanciones im-
puestas por Washington, Londres y París, España había salido adelante “contra
todo y contra todos”; ahora, Estados Unidos buscaba el concurso del gobierno
franquista para sus planes defensivos, pero las negociaciones no habían llegado
a nada concreto. En este sentido, expresaba:

“Mientras España no logre las máximas garantías para su sobe-


ranía y dignidad nacionales, no habrá pacto con toda seguridad.
En esto España sigue su línea de conducta tan inalterable como

69 El Debate, “Izquierdas y Derechas y la Tercera Posición”, Montevideo, 08/07/1953, p. 3.


70 Como indica Adrover, desde El Debate, también se apoyaron otros movimientos de muy de
diversa índole, cuyo denominador común era su carácter nacionalista, como los casos de la
Revolución boliviana de 1952, la dictadura de Salazar en Portugal, o los movimientos antico-
lonialistas en Indochina, Irán y Egipto. Ver Fernando Adrover, “El Peronismo y las derechas
uruguayas…”, cit., p. 98.
Frédérique Langue y María Laura Reali 131

incomprendida [...] El gobierno de Madrid, que no es antico-


munista de ayer, y que se enfrentó a los partidarios de Moscú
cuando Moscú se repartía el mundo con Washington, no tiene
mucho apuro en comprometer su soberanía en aras de una alianza
anti-comunista de tan discutible procedencia. Madrid tiene buena
memoria. Con Rusia ya sabe a qué atenerse. Pero con Estados
Unidos, que fortaleció hasta ayer a Rusia y le regaló una tercera
parte del planeta, prefiere medir los pasos.
Por lo tanto, habrá o no acuerdo hispano-norteamericano, pero lo
probable es que España, que se halló sola en los peores momen-
tos de su historia y que sola salió a flote del marasmo, prefiere tal
vez seguir estando sola... a mal acompañada.
El neo anticomunismo de Washington tendrá que trabajar mucho
antes de que el mundo olvide que Rusia le debe a Estados Unidos
su formidable poder de hoy”.71

La reivindicación de España para este período mantuvo su postura de defensa


frente al avance comunista, a la par de denunciar las imposiciones estadou-
nidenses. No obstante, la mirada favorable hacia lo hispánico insistió en el
argumento histórico para el caso americano, desarrollando un discurso rei-
vindicativo del origen y tradiciones comunes. En el mes de julio de 1953, el
gobierno paraguayo de Federico Chávez dispensó distintos homenajes a Herre-
ra en Asunción, en el marco de su 80 aniversario, invocando su labor histórica
favorable a la causa paraguaya y su participación en la Guerra del Chaco.72 La
cobertura de El Debate fue extensa, recordando los antecedentes que unían al
caudillo nacionalista con Paraguay. El 6 de julio, bajo el título “Aquel crimen
de lesa América”, destacaba la dimensión del acto en términos de “fraternidad
hispanoamericana” y explicaba que, durante la Guerra –“la más odiosa, la más
tremenda y aniquiladora del historial americano”–, Paraguay fue víctima de
“...los complejos determinantes históricos que llevaron a Hispano América a la
desunión y al mutuo hostigamiento”. Y agregaba:

“Lo que hoy padece Hispano América, su debilidad actual, esos


amputamientos, esos vasallajes y esa subordinación económica
irremediable, todo el triste contraste, en suma, de su precariedad
y anarquía frente a la fuerza y la unidad del vecino norteño, se

71 El Debate, “España y Estados Unidos de igual a igual”, Montevideo, 01/07/1953, p. 3.


72 Ver Liliana María Brezzo, María Laura Reali, Combatir con la pluma en la mano. Dos in-
telectuales en la Guerra del Chaco: Juan E. O’Leary y Luis Alberto de Herrera, Servilibro,
Asunción, 2017. Por el Decreto 7475, firmado en Asunción el 14 de diciembre de 1936, le
había sido ya conferida la “Cruz de Defensor” por los servicios prestados a Paraguay, país del
que era ciudadano honorario, durante la Guerra del Chaco.
132 Las ideologías de la nación

forjó en una serie de episodios desgraciados entre los que la gue-


rra del Paraguay se destaca con más negros perfiles [...]
Hoy, desde afuera, se les impone a los países de la América Espa-
ñola, uno a uno, las mil formas de vasallaje que conoce el fuerte;
la explotación lisa y llana como en Puerto Rico, la explotación
inicua y humillante, como en Panamá y su canal; el doblega-
miento por la presión económica, los monopolios y la piratería
del todopoderoso dólar - divisa; y, en última instancia, el vasalla-
je y la subordinación por los tratados militares y la ayuda bélica;
vergonzantes instrumentos, estos últimos, de otro posible crimen
de lesa patria hispanoamericana”.73

El 22 de julio, el Gobierno paraguayo llevó a cabo una ceremonia donde se


descubrió un busto de Herrera, quien no pudo trasladarse hasta Asunción. El
mismo día, el periódico herrerista señalaba que “hoy el centro de la América
Hispana, lo más meridional, late como un corazón” ante el homenaje de Pa-
raguay, para rendir tributo “al primer internacionalista de América”. En este
sentido, expresaba que:

“El americanismo sano, el americanismo que no busca preponde-


rancias ni teje taimadamente hegemonías, vive hoy un gran día.
Un día de comunión fraternal que, en verdad, ha sido elaborado
por un solo hombre inclinado con amor sobre la historia doliente
de un pueblo hermano. Por eso decimos que hoy late el corazón
de Hispanoamérica”.74

La idea de un “americanismo” que sirviera como contrapunto al peso creciente


de Estados Unidos a nivel continental, tiene sus antecedentes desde principios
de siglo –se percibe en autores con los que Herrera pudo compartir ciertos pos-
tulados, como el mencionado Fombona o el uruguayo José Enrique Rodó– y,
en el caso del político uruguayo, adquiere una orientación definidamente más
hispánica a partir de los años 1930, en el contexto de la Guerra Civil española
y, luego, de la Segunda Guerra mundial.75 En la década de 1950, en los primeros
momentos de la Guerra Fría, el herrerismo retomó este argumento en el marco
de las intervenciones estadounidenses. Apeló al origen común de las repúblicas
hispanoamericanas, señalando las tradiciones compartidas a las que la nación
norteamericana resultaba ajena; en paralelo, apelando al recuerdo de la Guerra

73 El Debate, “Aquel crimen de lesa América”, Montevideo, 06/07/1953, p. 3.


74 El Debate, “Late el Corazón de América Hispana”, Montevideo, 22/07/1953, p. 3.
75 Carta de Luis A. de Herrera a O’Leary, Montevideo, 30/04/1940. BN-Py, Colección O’Leary,
Correspondencia privada y oficial, carpeta LXXXI.
Frédérique Langue y María Laura Reali 133

de la Triple Alianza, puso el foco en los desastres que generaban las interven-
ciones extranjeras en los asuntos internos de cada país.
Este argumento también fue sostenido por el herrerismo frente a la crisis
política de Guatemala, en junio de 1954. Antes de concretarse la invasión desde
Honduras, El Debate señaló en reiteradas ocasiones las operaciones de Estados
Unidos en la propaganda contra el gobierno de Jacobo Arbenz, así como la
injerencia de la United Fruit Company. El 12 de junio sostuvo que la agresión
a Guatemala repite “el crimen de América” realizado por la “diplomacia mi-
trista”:

“Foster Dulles quiere la guerra contra Guatemala y la provoca-


rá enviando soldados de otras naciones vecinas a invadirla. [...]
Compárese la decisión del 1° de mayo de 1865 con lo resuelto
en Caracas y las sugestiones de Foster Dulles. Hay similitud no-
table. La historia se repetirá. Los ejércitos que harán la guerra
detrás de la ‘cortina de banana’, bajo inspiración estratégica nor-
teamericana, marcharán por sobre ruinas, porque el pueblo gua-
temalteco no regalará del balde su libertad y su soberanía.
Y detrás de ellos, recogiendo los despojos de la victoria, la Uni-
ted Fruit Company”.76

Una vez concretada la intervención, denunció como una farsa los argumentos
sobre la amenaza comunista que representaba el gobierno de Arbenz, calificán-
dolo como el “...único régimen verdaderamente democrático de América Cen-
tral”.77 En ese mismo mes, el expresidente Juan José Arevalo visitó Montevi-
deo, buscando contrarrestar la propaganda contra su país.78 En esa oportunidad,
recibió la visita del propio Herrera, interpretada en las páginas de El Debate
como un gesto de solidaridad “...con la causa, altivamente sostenida por su
pueblo en instante crucial, ratificando así su convicción plena sobre el derecho
de soberanía, jamás irrenunciable”.79
Más allá de esta sistemática oposición a la hegemonía estadounidense, el
herrerismo mantuvo su firme posición anticomunista. Señala Adrover que la
“amenaza comunista” todavía era considerada una realidad distante para el
Uruguay, durante el período inmediato de posguerra (1947-1953). Su esfera de
influencia se consideraba circunscripta a Europa del Este y a Asia. No obstan-

76 El Debate, “Designio Perverso de Foster Dulles”, Montevideo, 12/06/1954, p. 3.


77 El Debate, “América libre está de luto”, Montevideo, 20/06/1954, p. 3.
78 Ver Robert García Ferreira, “Junio de 1954: Juan José Arévalo en Montevideo”, en Revista
Política y Sociedad, N° 44, Instituto de Investigaciones Políticas y Sociales de la Escuela de
Ciencias Políticas, Guatemala, pp. 104-115.
79 El Debate, “Herrera al expresar su solidaridad con Guatemala al Dr. Arévalo, ratifica su con-
vicción del Derecho de Soberanía”, Montevideo, 12/06/1954, p. 3,
134 Las ideologías de la nación

te, el autor da cuenta de la presencia de un intenso anticomunismo en prensa,


libros, cine y conferencias.80 El riesgo de las conspiraciones comunistas fue
denunciado desde las primeras décadas del siglo XX por el herrerismo, particu-
larmente durante el gobierno de Terra, período en el que la agrupación acentuó
sus críticas frente al imperialismo soviético. Si se observan las páginas de El
Debate, resulta interesante constatar que, en la segunda mitad del siglo, las
referencias al comunismo se centraron en la Unión Soviética pero, principal-
mente, en la lucha de Estados Unidos para contrarrestar su avance. En marzo
de 1953, el periódico herrerista informaba sobre la iniciativa presentada por
Rafael Trujillo –en calidad de representante dominicano frente a las Naciones
Unidas– al Secretario de Estado norteamericano, John Foster Dulles, de cele-
brar una reunión interamericana de cancilleres. La misma tenía por objetivo la
adopción de medidas contra el comunismo en el hemisferio occidental. Desde
El Debate se planteaba que,

“Por más benevolencia que se tenga respecto de los hombres y


por más realista que sea el criterio con que se valoren los sucesos
de la política internacional, siempre habrá un impedimento insu-
perable para aceptar la figura del ex dictador dominicano como
personero de la lucha de las democracias contra los totalitaris-
mos”.81

Se señalaba que no se podía olvidar los crímenes de Trujillo, “bajo la presión de


las circunstancias”, sin traicionar los principios que se procuraba defender. Se
entendía, en definitiva, que la política internacional tiene sus exigencias, pero
si los Estados Unidos quieren

“presentarse como los campeones de una cruzada contra el co-


munismo, lo menos que se les debe pedir es que con sus actos
no minen la confianza que sus admiradores han depositado en
ellos. Son pasos como éste de que nos ocupamos, los que están
rodeando con una atmósfera de descrédito toda la actual política
norteamericana, a la que se la ve demasiado comprometida con
las corrientes reaccionarias de la hora”.82

Para 1954, tras la invasión a Guatemala, la supuesta amenaza comunista que se


esgrimía como justificación de la intervención en el país centroamericano fue

80 Fernando Adrover, “Ecos de un peligro aún lejano: el anticomunismo en el Uruguay de la


primera Guerra Fria (1947-1953)”, en Magdalena Broquetas (coord.), Historia visual del anti-
comunismo (1947-1985), CSIC-UdelaR, Montevideo, pp. 14-53.
81 El Debate, “Conferencia de Cancilleres que patrocina Trujillo”, Montevideo, 02/03/1953, p. 3.
82 El Debate, “Conferencia de Cancilleres…, cit.
Frédérique Langue y María Laura Reali 135

denunciada como falsa por el herrerismo. El 20 de junio, El Debate indicaba


que el ataque al gobierno de Arbenz es un problema que involucra a todo el con-
tinente, e insistía en que no se puede aceptar “el pseudo problema político del
comunismo, cuando la verdadera cuestión es totalmente de orden económico”.
Daba cuenta de las implicaciones de la United Fruit Company en los sucesos, y
de la injerencia norteamericana, diciendo que “No podemos mencionar al im-
perialismo yanqui porque somos terceristas o filo comunistas, pero sí podemos
y debemos hablar a cada instante del imperialismo ruso”.83
Sin embargo, las referencias al comunismo fueron utilizadas también en las
disputas de la política interna uruguaya, recordando las posiciones pro aliadas
durante la Segunda Guerra mundial. Al producirse la confirmación de la muerte
de Stalin, el 6 de marzo de 1953 El Debate criticó la necrológica publicada por
el periódico del Partido Nacional Independiente, El País. Si bien coincidía en
los términos en que estaba formulado el artículo, indicaba que, desde sus pági-
nas se había pronunciado ese juicio con anterioridad, “en momentos en que ha-
blar mal de Stalin y de la Unión Soviética era considerado como un crimen, y en
que por hacerlo, debimos afrontar las turbas desorejadas que pedían la clausura
de EL DEBATE y la cárcel para Herrera”. A continuación, cuestionaba los cam-
bios de actitud del periódico del nacionalismo independiente, señalando que
anteriormente había afirmado que era un mito el peligro comunista; desde las
columnas de El País se “mofaban”, en ese entonces, de la ruptura de relaciones
con Rusia durante el gobierno de Terra y reclamaban el respeto a la URSS como
una nación en pie de igualdad con los demás aliados en lucha contra el Eje. Si
bien El Debate señalaba que el vocero del nacionalismo independiente recono-
cía esta variación en su apreciación sobre Stalin y su gobierno, se preguntaba:

“¿Acaso la Unión Soviética no ha sido la misma antes de la gue-


rra, durante la guerra y después de la guerra? ¿Por ventura Stalin
borró de su biografía sus ATENTADOS Y CRÍMENES, su SE-
LLO PERSONAL y TRÁGICO, la SUPRESIÓN DESPIADA-
DA DE SUS ADVERSARIOS, su FÉRREA DICTADURA IM-
PERIALISTA? Nada de eso. Todo estaba como antes –peor que
antes– y todo siguió igual. El único que cambió fue El País. Y
tan violento y brusco resultó el cambio, que quedó con la camisa
al aire como bandera”.84

Las referencias presentadas permiten indicar algunos aspectos interesantes de


este período de posguerra con respecto al discurso anticomunista del herreris-
mo. En primer lugar, una crítica constante al imperialismo soviético enmarcado

83 El Debate, “Los problemas económicos de América”, Montevideo, 20/03/1954, p. 3.


84 El Debate, “Cosas de la vida. Stalin”, Montevideo, 06/03/1953, p. 3.
136 Las ideologías de la nación

en su expansión en Europa oriental y en Asia. A diferencia de lo ocurrido a


principios de siglo, los reparos con la Unión Soviética pusieron el foco en su
ambición de intervenir y de influir en naciones satélites, más que en el sistema
de gobierno. En segundo lugar, la mayoría de estas críticas tenían su contrapun-
to en los cuestionamientos a la política internacional de Estados Unidos, seña-
lando que, en su antigua alianza durante la Segunda Guerra mundial, quedaba
demostrado que ellos tenían parte de la responsabilidad en el avance comunista.
Como puntualiza Magdalena Broquetas, en el marco de la contienda contra las
potencias del Eje, la postura aliadófila de América Latina generó una mirada
favorable a la Unión Soviética. Sin embargo, iniciado el período de posguerra,
la política estadounidense buscó mantener su hegemonía en el continente de-
nunciando el peligro comunista.85 En ocasiones, las posturas antiimperialistas
o terceristas fueron tildadas de “pro comunistas”, argumento que se aprecia en
las citas de El Debate.
Paralelamente, podría pensarse que la creciente preocupación del herreris-
mo en torno a las condiciones de vida de la población americana no fue ajena a
sus temores de una posible expansión de ideologías soviéticas en el continente.
Si bien este aspecto requeriría una mayor investigación, es posible encontrar in-
dicios de que la preocupación por los precios, el bienestar y la “justicia social”,
reivindicaciones que la agrupación integró de manera creciente en esta etapa,
podría estar relacionada con el temor de mantener condiciones favorables para
la “incubación” de tendencias comunistas.
La postura antiestadounidense del herrerismo fue seguida por la inteligencia
americana durante este período. Un informe de la CIA del 23 de octubre de
1954, que reportaba la situación política de Uruguay de cara a las próximas
elecciones, señalaba a Herrera como “líder ultraconservador”, hostil hacia Es-
tados Unidos, favorable a Franco y a Perón. El Partido Nacional era presentado
como un partido conservador, haciendo énfasis en su oposición al Partido Colo-
rado y en los lazos establecidos por este último con organismos interamericanos
durante su gestión.86 Cuatro años más tarde, en las elecciones de 1958, el he-
rrerismo se presentó con opciones reales de triunfo, estableciendo una alianza
con la Liga de Acción Ruralista, gremio de propietarios y trabajadores rurales
liderados por Benito Nardone.87 A la par, otra novedad fue la reunificación del
nacionalismo bajo un solo lema, con el retorno del Partido Nacional Indepen-
diente, ahora aliado al MPN, conformando el sector Unión Blanca Democrática

85 Magdalena Broquetas, La trama autoritaria. Derechas y violencia en Uruguay, Ediciones de


la Banda Oriental, Montevideo, pp. 60-61.
86 CIA, Offices of Current Intelligence, Uruguayan Elections of 28 Novembre 1954, OCI N°
0328, 23/10/1954, Recuperado de: https://www.cia.gov/readingroom/docs/CIA-RDP-
91T01172R000300030021-4.pdf [consultado 18/03/2022].
87 Ver Raúl Jacob, Benito Nardone: el ruralismo hacia el poder (1945-1958), Ediciones de la
Banda Oriental, Montevideo, 1981.
Frédérique Langue y María Laura Reali 137

(en adelante, UBD). Si bien este sector se esgrimió como férreo opositor a He-
rrera, al participar dentro del lema permitió un importante caudal de votos que
contribuyeron al triunfo nacionalista en noviembre de 1958.
Tras la victoria electoral, el boletín de la agencia norteamericana destacó
que la difícil transición del Partido Colorado al Partido Nacional se debía a su
inexperiencia en el gobierno y a la falta de un programa específico. Agregaba
que, según la embajada estadounidense en Montevideo, la facción de Herrera
se presentaba “más demagógica”, y contaba con “menos líderes de habilida-
des probadas que la UBD”. Concluía, indicando, sin embargo, que el nuevo
gobierno nacionalista no traería cambios en su política exterior para con Esta-
dos Unidos.88 Esta observación de la agencia norteamericana tuvo un correlato
inmediato, particularmente con el triunfo de la Revolución Cubana. Desde El
Debate se siguió con simpatía el proceso revolucionario, cubriendo incluso las
actividades de exiliados en Montevideo, y reconociendo a sus representantes
diplomáticos. No obstante, en enero de 1959, una vez derrocado Fulgencio Ba-
tista, el periódico mostraba su preocupación por las supuestas palabras de Fidel
Castro donde se ordenaba el fusilamiento de los enemigos. Señalaba que este
espíritu de venganza “...hace que pierda el movimiento triunfante, todo calor y
apoyo, bien ganados en el momento de la lucha, por lo que representaba como
esperanza de afianzamiento democrático y de restauración de libertades”.89 Ex-
presaba que este tipo de episodios terminan por “desdibujar” y hacen “descon-
fiar” del “verdadero espíritu democrático”, como ha ocurrido en otras regiones
de América. Reclamaba la necesaria reflexión sobre estas acciones, pues, así
como fueron rápidamente reconocidas las autoridades revolucionarias por los
distintos pueblos americanos, también debía ser escuchada la condena de estos
últimos frente a los fusilamientos. Concluía El Debate señalando que

“La victoria no da derecho a la venganza. Menos aún, a crear lo


que seguramente ya está creado en Cuba. Y que no es otra cosa,
que perpetuar el odio y ambicionar una nueva revancha que per-
mita futuras represiones sangrientas. Fieles a nuestra invariable
conducta no intervencionista, ambicionamos que la voz de Amé-
rica entera, llegue hasta los vencedores de la hora en Cuba, para
que de esa unanimidad sean sacadas las consecuencias. Porque
están en juego, en la emergencia, no solo la vida de seres huma-
nos, sino también los principios más hermosos consolidados a
costa de muchos sacrificios”.90

88 CIA, “Uruguayan elections”, en Central Intelligence Bulletin, 03/12/1958, p. 8, Recuperado


de: https://www.cia.gov/readingroom/docs/CENTRAL%20INTELLIGENCE%20BULL%-
5B15777436%5D.pdf /[consultado 19/03/2022].
89 El Debate, “Ante la matanza en Cuba”, Montevideo, 17/01/1959, p. 3.
90 El Debate, “Ante la matanza en Cuba”, cit.
138 Las ideologías de la nación

Estas puntualizaciones señalan la preocupación del herrerismo ante el desborde


de los revolucionarios. Si bien el reconocimiento al nuevo gobierno cubano no
estaba en duda, sí se manifestaba el distanciamiento frente a los excesos del
movimiento. En efecto, desde los levantamientos saravistas de comienzos de
siglo, el pensamiento liberal conservador de Herrera había combinado el dere-
cho de los pueblos a rebelarse contra la tiranía –es decir, desde su conceptuali-
zación del término, la revolución por las libertades políticas y la instauración de
un gobierno legítimo según el principio de soberanía popular–, con la idea de
que estos movimientos debían encauzarse en una vía que incluía el respeto del
orden social, así como la tolerancia frente al adversario vencido. La orientación
que tomó el movimiento liderado por Fidel Castro luego del triunfo atentaba,
de hecho, contra esta idea última.91 Esta postura conservadora bien pudo ser
interpretada como una cierta garantía por parte de Estados Unidos, en relación
con posibles modificaciones del orden interno.
La hostilidad de Herrera hacia el imperialismo norteamericano era puntua-
lizada en el citado boletín; sin embargo, su presencia en el Consejo Nacional
de Gobierno fue breve debido a su fallecimiento, en abril de 1959. El nuevo
gobierno no presentó modificaciones sustanciales en sus relaciones exteriores;
en los años consecutivos apostó por un modelo económico liberal, acercándose
a las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial,
y virando hacia los lineamientos estadounidenses.92

Consideraciones finales
En el período abordado, el carácter de las “ideologías” como principio orga-
nizador de un orden global aparece particularmente evidenciado, tanto en la
experiencia de los contemporáneos como en la observación retrospectiva. En el
continente americano, en particular, el posicionamiento frente a los grandes “is-
mos” sirvió para legitimar políticas de amplio alcance territorial, pero también
aquellas concebidas en escalas más reducidas, que involucraban algunos países
o quedaban restringidas al ámbito nacional. Al considerar programas de acción
y trayectorias personales en el terreno político, este ángulo de mira parece tan
ineludible como insuficiente si se prescinde de la articulación entre esas diver-
sas escalas; si se omiten los cruces entre los alineamientos internacionales y las
estrategias locales de los actores. Restituir esta complejidad resulta imprescin-
dible para analizar las posiciones sustentadas por Luis A. de Herrera y por los
integrantes de la corriente política que lleva su nombre; para comprender la mi-
rada favorable que dirigieron tanto al franquismo como a los primeros momen-
tos de la Revolución cubana, al yrigoyenismo y, posteriormente, al peronismo

91 Ver María Laura Reali, Herrera. La revolución del orden. Discursos y prácticas políticas
(1897-1929), Banda Oriental, Montevideo, 2016.
92 Magdalena Broquetas, La trama autoritaria…, cit., p. 51.
Frédérique Langue y María Laura Reali 139

en Argentina, entre otros muchos ejemplos. Este enfoque contribuye también


a explicar convergencias puntuales o duraderas entre figuras del ámbito políti-
co, militar e intelectual que, desde definiciones ideológicas diversas e incluso
opuestas o antagónicas frente a los clivajes que dominaban el panorama inter-
nacional –democracia/totalitarismo, capitalismo/comunismo–, se reconocieron
en otros principios doctrinarios, como el nacionalismo o el antiimperialismo.
En el caso de Herrera, estos postulados en materia internacional aparecían com-
binados con una visión conservadora del orden social, lo que contribuye a deli-
near de una manera más clara el horizonte posible de sus afinidades, así como
sus límites. Este aspecto podría constituir también un factor explicativo de las
ambigüedades en la recepción de su legado por distintas tendencias políticas
uruguayas, así como las representaciones divergentes en relación con la percep-
ción de su figura entre el ámbito nacional y regional.
Por otra parte, a esas orientaciones el dirigente nacionalista sumaba su des-
confianza –anclada en los postulados de la escuela realista– frente a todo cuerpo
estructurado de principios que pudiera servir de sustento y legitimación de cau-
sas “universales”. Desde su perspectiva, la experiencia demostraba que, en los
hechos, estas manifestaciones idealistas funcionaban como cortinas de humo;
una vez disipadas, exponían a la luz encubiertos intereses concretos. Las rela-
ciones de fuerza que aparecían veladas detrás de la defensa de esos ideales de
supuesto valor universal se vieron reflejadas, a su criterio, en la conformación
de los organismos internacionales. Desde las primeras décadas del siglo XX,
la gestión de diversas coyunturas en las que les había tocado intervenir daba
cuenta de esa asimetría. De esta convicción se desprendió al mismo tiempo
su prédica de una necesaria y constante vigilancia interna, en particular en el
caso de los pequeños Estados de los que el suyo formaba parte. De ella también
derivó su visión desencantada de una posible protección exterior basada, exclu-
sivamente, en afinidades doctrinarias o civilizacionales.
Como historiador, pero igualmente como representante de una tradición po-
lítica que asociaba sus principales derrotas a la injerencia extranjera, Herrera
recurría permanentemente al pasado para fundamentar sus posiciones contem-
poráneas. En sus escritos sobre la Guerra del Paraguay y el conflicto que la
precedió en territorio uruguayo, recordaba que, en la década de 1860, la legiti-
midad del gobierno de Bernardo Berro –fusionista pero asociado a la tradición
blanca– y su apego a los preceptos del derecho internacional no habían logrado
preservarlo frente a la conjunción de intereses internos y externos: sus rivales
políticos habían contado con el apoyo directo o encubierto de ciertos sectores
de los países fronterizos, resueltos a intervenir en los asuntos uruguayos y a
instaurar un gobierno favorable a sus miras en el ámbito regional. Un episodio
ocurrido en épocas anteriores, la intervención franco-británica a la que habían
hecho frente común las fuerzas de guerra de Juan Manuel de Rosas –dirigiendo
a la Confederación argentina y coaligado con el ex presidente uruguayo Manuel
140 Las ideologías de la nación

Oribe– constituyó otro ejemplo privilegiado por Herrera; éste fue movilizado,
en el marco de la Segunda Guerra mundial, para fundamentar sus posiciones en
materia internacional y, en particular, su rechazo a la instalación de bases aero-
navales en territorio uruguayo. Estos acontecimientos, marcados a fuego en la
memoria de su agrupación político-partidaria, alimentaron constantemente su
reflexión retrospectiva; en el terreno de su actividad política, fueron ejemplos
predilectos a la hora de establecer paralelismos con el presente, recordando
las lecciones de la historia. En ese plano ambos aspectos, el pensamiento y las
prácticas del político y del historiador aparecían como elementos indisociables;
se inscribieron, en permanencia, en un juego de escalas en el que la nación,
punto de partida y de llegada, sólo podía ser comprendida si se la miraba en
función de su inserción en el terreno regional e internacional.
El movimiento carapintada en Argentina
Las fijaciones estratégicas como condicionantes del
proyecto político, rémoras de la Guerra Fría
Edgardo Manero

La redefinición de la institución militar en América Latina, entre la Guerra


Fría y el desorden global
El fin de la Guerra Fría evidenció en América Latina un debilitamiento político
de las Fuerzas Armadas que se acompañó de nuevas formas de participación en
la vida pública. Los militares dejaron de ser ese actor político que cuestionaba
periódicamente el orden constitucional, característico de la cultura política lati-
noamericana. La crisis de las instituciones militares se reflejó en una búsqueda
identitaria que trascendió los cambios doctrinarios y la formulación de nuevas
hipótesis de conflicto. La redefinición del rol de la institución militar participó
de proyectos políticos muy diversos. La globalización profundizó la crisis que
golpeaba, de manera desigual, a los militares latinoamericanos desde los años
1980 y el fin de los Estados burocrático-autoritarios. Ella significó para éstos
un cuestionamiento, ya que la existencia y la razón de ser de las Fuerzas Ar-
madas estaban estrechamente relacionadas con una concepción tradicional del
Estado nacional, de la soberanía, del territorio y de la defensa. En este marco,
los detentores del monopolio del conocimiento guerrero –en tanto que saberes
técnicos que implican el hecho militar–, tratan de ocupar un lugar diferenciado
en la sociedad, buscando construir un sentido por la vía de una misión de acuer-
do con su autopercepción como grupo singular y élite tecnócrata. Las Fuerzas
Armadas, organismo corporativo más o menos autónomo según las socieda-
des, tienden a adoptar un comportamiento correspondiente al papel de agente
especializado en la protección del aparato estatal y de la sociedad. Este papel
responde al militar profesional propio de la tradición de la democracia liberal
en Occidente. Ahora bien, algunos objetivos establecidos por la búsqueda de
un sentido, como la participación en la seguridad interior o el compromiso con
proyectos políticos, crean tensiones con esta tradición. En este contexto, se de-
sarrollaron proyectos que, si bien retomaban tradiciones arraigadas en la región
que iban del control social al desarrollismo, pasando por la asistencia social o
la refundación nacional, estaban condicionados por el nuevo escenario marcado
por la globalización y el neoliberalismo.
142 Las ideologías de la nación

El ajuste de la economía, las crisis de gobernabilidad, la corrupción, la


inexistencia de alternativas de oposición al modelo de democracia liberal-eco-
nomía de mercado, las nuevas formas de conflictividad, la injerencia de Estados
Unidos y las privatizaciones de los complejos industriales militares crearon
una situación en la que la relación de los militares con la política se expresó
de formas diferentes a las de los años de la Guerra Fría. En el desorden global,
parte de las Fuerzas Armadas latinoamericanas pasaron del conservadurismo
liberal al neopopulismo contestatario. En virtud de su dimensión política re-
gional, el chavismo es el paradigma de este modelo, pero no agota la cuestión.
Desde finales del siglo XX, el fenómeno tiene un carácter continental, aunque
es más evidente en la América andina. Por sus características ideológicas, el
ethnocacerismo peruano es un ejemplo del sincretismo de estos movimientos.
En sus postulados, el marxismo de Isaac Humala rencuentra la búsqueda de una
doctrina contrainsurgente autónoma para enfrentar a Sendero luminoso.
Las modificaciones experimentadas, han supuesto un cambio significativo
para Fuerzas Armadas como las latinoamericanas que, tradicionalmente, habían
tenido un papel ideológico conservador, definiéndose en la lucha contra los
populismos y los movimientos de izquierda. En América Latina, la dinámica de
la intervención militar en política posterior a la Guerra Fría volvió a plantear la
cuestión del “nacionalismo”, componente central en los procesos de recompo-
sición política vividos en la región a partir de las transformaciones de la década
de 1990.
En Argentina, los años 1980 se caracterizaron por una profunda crisis de
identidad militar que planteó ciertos interrogantes: ¿cuál es la razón de ser de la
profesión? ¿qué significa ser militar? Se trataba, en última instancia, del modo
o de los modos de ser soldado.1 Las Fuerzas Armadas argentinas se encontraban
en una situación de crisis de legitimidad y desprestigio producto del historial de
la dictadura militar. El fracaso en la Guerra de Malvinas, el terrorismo de Esta-
do y la crisis económica afectaron profundamente a la institución castrense. El
caso argentino tiene una particularidad que ha permitido el avance del control
civil. A diferencia de otros procesos militares, como el chileno y el brasileño,
los militares argentinos perdieron una guerra externa. El comportamiento en
el Atlántico Sur fue cuestionado por los propios militares con el Informe Rat-
tenbach. El movimiento carapintada, como actor político, con sus diferencias
y contradicciones, es la expresión de esta crisis. Más allá de sus diferencias
internas, ese movimiento puede tratarse como una unidad.

Los levantamientos, el momento fundacional


En el marco de la racionalización del presupuesto de defensa y del Juicio a las
Juntas por terrorismo de Estado, se produjeron una serie de acciones militares

1 Ver Ernesto López, El último levantamiento, Legasa, Buenos Aires, 1988.


Frédérique Langue y María Laura Reali 143

en abril de 1987 y enero de 1988 (Aldo Rico) y en diciembre de 1988 y de


1990 (Mohamed Alí Seineldín) contra el gobierno de Raúl Alfonsín y Carlos
Menem.2 Las acciones fueron realizadas por una fracción del Ejército que em-
pezó a denominarse comúnmente “carapintadas”. Más allá de lo generalmente
admitido, los levantamientos no son uno; responden a lógicas y coyunturas
diferentes y expresan múltiples cuestionamientos y demandas. La frustración
por la derrota de Malvinas, la ausencia de una valoración social de la lucha anti-
subversiva que trasciende la exigencia de una solución política para los juicios,
la cuestión de la autonomía militar y el desprestigio de la institución, las res-
ponsabilidades al interior de las Fuerzas Armadas y la crítica a su conducción
convergen. Estas cuestiones que impulsaron en conjunto al movimiento cara-
pintada aparecen formuladas de manera diferente en las cuatro sublevaciones.
Estas manifestaron una “crisis de identidad” y “profesional” en el Ejército,3
evidenciando, en la quiebra de la cadena de mandos, una fractura horizontal
que implicó la desarticulación y ruptura del sentido de unidad y solidaridad
corporativa o del “espíritu de cuerpo” castrense.4
El levantamiento militar protagonizado durante la Semana Santa de 1987 es
el punto constitutivo. Condicionó al alfonsinismo licuando su capital político y
estigmatizándolo, como se desprende del recuerdo colectivo de las expresiones
del Presidente R. Alfonsín “la casa está en orden” y “felices pascuas”. La rebe-
lión tuvo no solo como objetivo presionar a su gobierno para que encontrara una
solución a los enjuiciamientos por los crímenes de lesa humanidad cometidos
por miembros de las Fuerzas Armadas durante la represión en la dictadura mili-
tar, sino que también cuestionó al “generalato de escritorio” invocando nuevos
modelos institucionales y liderazgos castrenses.5 La acción desembocará en la
decisión de acelerar la sanción de la ley de “Obediencia Debida” por la cual la
mayoría de los militares responsables de la represión clandestina durante la dic-
tadura militar quedaron impunes hasta la declaración de inconstitucionalidad de
esa norma por la Corte Suprema de la Nación en 2005.

2 Sobre los levantamientos ver Ernesto López, El último levantamiento…, cit.; Marcelo Sain,
Los levantamientos carapintada. 1987-1991, CEAL, Buenos Aires, 1994; Germán Sopra-
no, “Carapintadas” en Andreína Adelstein, Gabriel Vommaro (eds), Diccionario del léxico
corriente de la política argentina. Palabras en democracia (1983-2013), Universidad Na-
cional de General Sarmiento, Los Polvorines, 2014, pp. 75-79; Guillermo Martín Caviasca,
“Carapintadas, ni ángeles ni demonios”, Radio Gráfica, 16/04/2022. https://radiografica.org.
ar/2022/04/16/carapintadas-ni-angeles-ni-demonios/
3 Ernesto López, El ultimo levantamiento…, cit.
4 Marcelo Sain, Los levantamientos carapintada..., cit.
5 Sobre las tensiones en el contexto de crisis institucional del Ejército ver Germán Soprano,
“La educación militar en la transición democrática argentina. Tensiones entre concepciones
tradicionales y reformistas en el contexto de crisis profesional e institucional del Ejército.
1984-1986”, Páginas, año 9, Núm. 19, enero-abril, pp. 98-121. http://revistapaginas.unr.edu.
ar/index.php/RevPaginas
144 Las ideologías de la nación

El levantamiento se pareció poco a las anteriores sublevaciones. Se trató de


militares atrincherados y de reducidos grupos cívico-militares que realizaron
acciones puntuales con repercusión en los medios de comunicación, sin cues-
tionar abiertamente el sistema democrático, evocando la búsqueda de objetivos
definidos como corporativos. Atrás parecían quedar las imágenes de soldados,
armados y uniformados, controlando las calles y ocupando los puntos estra-
tégicos buscando destituir al gobierno. Estas volvieron en diciembre de 1990
con actos de violencia inusitada, ya en potencia en Villa Martelli en 1988, en-
tre militares argentinos. A medida que los levantamientos pierden legitimidad
entre los miembros del Ejército aumentan las violencias intramilitares. La po-
litización que implicaba el seineldinismo percibido como un intento de forzar
los cambios e imponer una visión determinada de lo político-militar generaba
resistencia en los cuarteles, principalmente en la oficialidad. El Ejército con-
ducido por Cáceres, pasó a retiro a Seineldín y dio de baja a Rico y a otros
oficiales carapintadas.
Lo que hasta el levantamiento de Villa Martelli era fundamentalmente una
“interna” militar, cambia. Ya no se trata de denunciar la ineptitud de los jefes
de Estado Mayor sino de evitar –según Seineldín– el desmantelamiento de las
Fuerzas Armadas y la anarquía. La sublevación de 1990 presentaba caracte-
rísticas que la distinguían de las anteriores. Las declaraciones objetaban las
políticas implementadas por el menemismo. El incumplimiento de las prome-
sas menemistas de reconstrucción de un Ejército “Nacional” –Menem6 habría
prometido a Seineldín, a quien calificó de “brillante”, injerencia en la política
de defensa y la reorganización de las Fuerzas Armadas–, pesa más que el juicio
sobre el pasado. El levantamiento formó parte de la negación del principio de
pacta sunc servanda que caracterizó al menemismo. Seineldín siempre afirmó
haber llegado a un acuerdo con Menem antes de las elecciones.7 Éste, negado
por Menem, consistía en que Seineldín garantizara la abstención de los milita-
res. Seineldín aparecía como un garante de la posibilidad de un gobierno pero-
nista. Durante la campaña electoral, el discurso de Menem tuvo un componente
nacionalista afín al relato revisionista. Su reivindicación de la causa de Malvi-
nas llegó a los militares malvineros y generó desconfianza tanto en las elites
como en los militares “liberales” o que reivindican el profesionalismo militar.
El alzamiento del 3 de diciembre de 1990 se produjo en otro tiempo, el del
proyecto del Presidente Menem, lo que explica que fuera fuertemente reprimi-
do; se evocó incluso el fusilamiento de los cabecillas rebeldes. Independien-
temente de la decisión de “no combatir” sostenida por miembros del Ejército
“leal”, el levantamiento implicó muertos y heridos, incluso civiles, y fue segui-
do de encarcelamientos. La resolución definitiva de la cuestión militar debe ser

6 La familia de la esposa de Carlos Saúl Menen mantuvo un vínculo político permanente con
Seineldín.
7 ABC, 8/6/2003
Frédérique Langue y María Laura Reali 145

pensada en el marco de la “refundación civilizacional” menemista,8 de la cual


las “relaciones carnales” con Estados Unidos –el levantamiento ocurrió en el
marco de la llegada de George Bush a la Argentina– y la política de “reconci-
liación nacional” eran la pieza central. Entender el “último levantamiento” de-
manda también considerar el sistema internacional, en particular la globaliza-
ción como proceso y como ideología. El seineldinismo siempre afirmó haberse
levantando porque el presidente estadounidense venía a concluir “la entrega del
país”. En lo militar implicaba, en el frente externo, la incorporación de las Fuer-
zas Armadas argentinas al dispositivo estratégico estadounidense de la mano
de las “nuevas amenazas” y de las intervenciones humanitarias. Su primera
expresión, la participación en la Primera Guerra del Golfo, generó molestias en
miembros de las Fuerzas Armadas.
Componente del “realismo periférico” promovido por Carlos Escudé,9 la
nueva doctrina militar del menemismo requería terminar con los carapintadas.
Es un contexto nacional diferente en relación con la cuestión militar, caracte-
rizado por la resolución del conflicto con los sectores liberales de las Fuerzas
Armadas –el beso del Presidente Menem al almirante Isaac Rojas, expresión
misma del antiperonismo, es simbólicamente significativo– y, en particular,
con los militares procesistas a través de los indultos. Las consecuencias de la
represión ilegal no orientaron las demandas seineldinistas. No sólo porque los
carapintadas eran críticos del indulto a la cúpula del Proceso, sino también
porque, tras el mismo, no podían contar ni con el apoyo de los acusados por
los delitos cometidos durante la dictadura cívico-militar ni aún con el de sus
soportes sociales.
Los levantamientos fueron protagonizados por oficiales subalternos que
habían participado activamente en el conflicto del Atlántico Sur y contaron
con el importante apoyo de suboficiales; tanto la represión como la Guerra de
Malvinas habían implicado la participación de cuadros medios y bajos. En un
contexto de desprestigio de lo militar y de deterioro salarial y de las condicio-
nes de trabajo, los carapintadas supieron interpretar sus reclamos, en particular
de los suboficiales. Lo que explica que la rebelión de diciembre de 1990 fuera
protagonizada básicamente por estos últimos.10 A fines de los años 80 el arraigo
de los carapintadas en los sectores subalternos se evidenciaba en la instrucción,
donde les hacían pintar la cara a los soldados.
La Guerra de Malvinas estructuró el imaginario carapintada, otorgando le-
gitimidad a su causa. Los carapintadas han alimentado de leyendas la reputa-

8 Ver Edgardo Manero, L’Autre, le Même et le bestiaire. Les représentations stratégiques du na-
tionalisme argentin, ruptures et continuités dans le désordre global, L’Harmattan, París, 2002.
9 Carlos Escudé, Realismo periférico: fundamentos para la nueva política exterior argentina
Planeta, Buenos Aires, 1992.
10 Al respecto ver el artículo “La hora de los zumbos”, El Porteño, año X, Núm. 109, enero de
1991, pp. 17-19.
146 Las ideologías de la nación

ción de los oficiales que lucharon en el Atlántico Sur. La construcción de un


vínculo de fraternidad a partir de Malvinas intentó establecer signos de reco-
nocimiento que trasciendieran una identidad articulada básicamente en torno a
una definición muy precisa: ejército-infantería-comandos. Utilizando el valor
de la fraternidad, los carapintadas le hablaron a la sociedad como veteranos, a
través de evocaciones recurrentes de la guerra. Apelaron al sentimiento patrió-
tico de cada uno buscando un compromiso perenne de todos. Seineldín sostenía
que, si Menem lo enviaba Malvinas, se olvidaba de Menem y apoyaba la causa.
11
Esencialistas (los carapintadas), la causa de Malvinas es evocada como la
continuación del espíritu de innumerables luchas y batallas de una guerra de
emancipación. Los discursos sobre los conflictos que han construido la historia
argentina permiten hacer de la guerra y de la lucha un símbolo del esfuerzo que
hace el “Pueblo” por defender esta idea de Patria que les es querida y de la que
se hacen los protagonistas y defensores más tenaces. La historia contemporánea
de la Argentina estaría marcada por tres conflictos. Seineldín sostenía que Rico
y él cargaban con la guerra contra la subversión, la de Malvinas y el conflicto
con Chile.12
Los insurgentes se levantaron no sólo contra su jerarquía, a la que acusaban
de inmovilismo e incompetencia profesional, sino también contra las autorida-
des civiles, independientemente de la calificación de motín, rebelión o golpe
de Estado que pueda merecer su acción. Tanto Rico como Seineldín negaron
reiteradamente todo intento golpista, reivindicándose constitucionalistas.13 Para
Rico los levantamientos eran la única forma de darle una señal a la dirigencia;14
implicaban el intento, como sostenía, de una solución política para un hecho
político como es la guerra. El contexto abierto en 1983 implicó una reorganiza-
ción de la forma de relacionarse de los guerreros con la política. En este marco
los carapintadas presionaron al poder político para la búsqueda de una salida
negociada a conflictos que no eran sólo corporativos; la rebelión les permitía
perseguir sus objetivos de seguir siendo un actor político armado, la recupera-
ción del protagonismo político perdido tras el colapso de la dictadura.15
Estos levantamientos militares estaban socialmente condenados al fracaso.
Para la sociedad nacional e internacional, eran la expresión del pasado. Las
proclamas y los programas eran obsoletos, las acciones percibidas como un
anacronismo, porque se oponían a un sistema político democrático ampliamen-
te aceptado y compartido. Aunque el retorno de los militares carecía de los
consensos internos y externos necesarios, en una sociedad sensibilizada a la

11 Página/12, 28/6/1998.
12 Página/12, 28/6/1998.
13 Entrevista a M. Seineldín, La Nación, 10/12/1997.
14 Entrevista a Aldo Rico, Debate, Núm. 4, marzo de 1990, p. 11
15 Marcelo Sain, Los levantamientos carapintada…, cit., pp. 11-12.
Frédérique Langue y María Laura Reali 147

autonomía militar –y, para decirlo en términos de N. Bobbio, preocupada por


“la penetración de los intereses de carácter militar en el tejido social y su amplia
aceptación”–, los “planteos” fueron generalmente reducidos a intentos de gol-
pes de Estado. La idea de la existencia de un sector militar decidido a terminar
con la democracia fue conducida al paroxismo en el copamiento de la Tablada,
justificado como acto necesario para impedir un golpe de Estado carapintada.16
Al reintroducir la figura del “enemigo interno”, esta acción cambió el eje de in-
terpretación establecido tras los alzamientos y modificó los términos del debate
en torno a cómo enfrentar la reivindicación de la guerra sucia y la posibilidad
de una amnistía, lo que condujo a sospechar de una acción de los servicios de
inteligencia.
Salvo raras excepciones, la debilidad política de Fuerzas Armadas fragmen-
tadas –el golpe solo podría ser el resultado de militares unidos– fue ignorada,
no aparecía en las interpretaciones. La importancia de la fractura producida en
el Ejército fue subestimada, reducida a la oposición entre un Ejército “leal” y
uno “autoritario”. La contradicción alfonsinista “democracia-dictadura” orien-
tó –y sigue orientando– la percepción de los levantamientos.17 Presentada la
situación de esta forma, no sólo el sistema político, sino también la sociedad
civil se veía obligada a sostener la figura presidencial.18 Legitimada por el pa-
radigma de la “teoría de la democracia” tanto en la política como en la acade-
mia, esta interpretación es producto de la centralidad de una cuestión militar
reducida a la protección del orden institucional considerada como pendiente
o irresuelta. Lejos de la formulación de una política de defensa integral, esta
cuestión buscaba básicamente limitar el poder militar reduciendo su autonomía.
Paradójicamente, las concesiones efectuadas por el gobierno radical para for-
talecer a las Fuerzas Armadas “leales” consolidó un liderazgo identificado con
una tradición militar: la hegemónica desde 1955. Expresión de su importancia
en la sociedad argentina, el desmantelamiento de las Fuerzas Armadas operado
durante el menemismo, que fue más allá del fin del servicio militar obligatorio y
de la reducción del complejo industrial-militar, en parte por las privatizaciones,
será compartido, por razones diferentes, por sectores de izquierda y de derecha.
Incapaces de reunir a todas las Fuerzas Armadas en sus acciones de protesta,
los carapintadas permanecieron relativamente aislados. Las tensiones al interior
de las Fuerzas Armadas se resolvieron con purgas en el Ejército; con la derrota
del proyecto nacionalista, los militares argentinos rechazaron un modelo que

16 Hacemos referencia al intento de ocupación de la guarnición del Ejército, el 23 y 24 de enero de


1989, por un comando del Movimiento Todos por la Patria. La interpretación generalizada es
que buscaban provocar una insurrección popular mediante la excusa de un golpe carapintada.
17 Un buen ejemplo es el artículo de Sergio Kiernan en Página/12, 3/9/2009.
https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/131094-42245-2009-09-03.html
18 Se atribuye el diseño al publicista David Ratto, director de la campaña presidencial y asesor en
comunicación del Presidente.
148 Las ideologías de la nación

implicaba la politización de la institución. Sin desafíos de seguridad o políticos


trascendentes en una coyuntura de mutación estratégica, la evaluación del re-
chazo social a las Fuerzas Armadas las ancló en la “profesionalización”, conce-
bida como la búsqueda de una mayor eficiencia a través de una reestructuración
técnica. Esto reforzó el profesionalismo liberal y el “apoliticismo”. La repre-
sión terminó con el ciclo de intervenciones militares en política permitiendo,
en términos huntingtonianos, el control objetivo del poder civil, un acatamiento
a normas antes que la identificación con liderazgos o doctrinas. Represión, am-
nistía y participación en las operaciones de paz, con sus viáticos internaciona-
les, terminaron garantizando la subordinación militar al poder civil. Como lo
recordaba un spot publicitario de 1999, “Menem lo hizo”.

La Nación. ¿Qué Nación?


Los carapintadas implicaron más que sus levantamientos. No pueden ser re-
ducidos a una mezcla de catolicismo preconciliar y Doctrina de la Seguridad
Nacional (DSN), última expresión del “partido militar”. Trascendiendo lo cor-
porativo, generaron un debate político en torno del nacionalismo que proyec-
tó a la sociedad una característica de la política argentina: las convergencias
ocasionales y duraderas que se observan entre derecha(s) e izquierda(s) y la
consecuente dificultad en el empleo de dichas categorías. A lo largo del país,
en las actividades de difusión realizadas por Rico y Seineldín confluían perfiles
políticos diversos y antagónicos.
Tempranamente, los carapintadas tuvieron el sostén del nacionalismo inte-
grista y de los nostálgicos del fascismo, pero también de sectores del peronismo
y de la izquierda. Así, en los levantamientos de 1987 y 1988, coincidían en de-
nunciar la complicidad alfonsinista con los generales procesistas, en contrastar
la movilización de la “pequeña burguesía” con el escepticismo del “Pueblo”
frente a la propaganda oficial y en la constitución de dos campos opuestos arti-
culados en torno de lo nacional y lo antinacional. Detrás de Alfonsín se habrían
alineado los “enemigos de la patria”: Mitterrand, Reagan, Gorbachov y la par-
tidocracia el Movimiento al Socialismo, la Unión del Centro Democrático, el
Partido Comunista, el Partido Intransigente y el peronismo renovador.
El énfasis puesto en las diversas demandas carapintadas evoca diferencias
sustanciales. Si bien coincidían en la prédica nacionalista y en la acérrima opo-
sición al gobierno radical y, posteriormente, al menemista, se diferenciaban en
que, desde la extrema derecha, se sostenía una defensa explícita de la represión,
reivindicando la “lucha antisubversiva”. El tratamiento editorial que la revis-
ta Cabildo –órgano de mayor difusión del pensamiento nacionalismo católico
argentino en las décadas de 1970 y 1980‒19 y Alerta Nacional –expresión del

19 Sobre el tratamiento de Cabildo ver Jorge Saborido y Marcelo Borrelli, “Por la ‘dignidad Mili-
tar’: la revista Cabildo y el levantamiento carapintada en la Semana Santa de 1987”, La Trama
Frédérique Langue y María Laura Reali 149

neo-fascismo local–, otorgan a los carapintadas, lo ilustra. Mientras los nacio-


nalistas integristas celebraron los levantamientos castrenses con argumentos
vinculados a la reivindicación del “honor militar”, los sostenedores de un na-
cionalismo popular lo hicieron desde la valorización de la soberanía nacional
que implicaba la causa de Malvinas. Para este espacio, la pérdida de la confian-
za de la potencia hegemónica regional en los militares tras la experiencia de
Malvinas, y la asimilación del peronismo por la democracia liberal, hicieron
que los cuestionamientos al statu quo nacional e internacional resultaran de un
nacionalismo militar antimperialista, del cual Muamar Kadhafi era el paradig-
ma.
Si bien no hubo experiencias de alianzas políticas concretas de importancia,
los contactos entre militantes del “campo nacional y popular” y los miembros
del movimiento carapintada iban más allá de los diálogos de Rico con militan-
tes de la JP, el reconocimiento de puntos en común con la propuesta de Patria
Libre para las elecciones de 1999 o la participación de carapintadas en encuen-
tros de izquierda, como la adhesión de Seineldín a actividades organizadas por
el Movimiento Patriótico de Liberación (MPL) como el III Congreso Nacional
de delegadas del Sindicato de Amas de Casa de la República Argentina. El
discurso carapintada tenía un componente antiimperialista que se expresó en el
anti-neoliberalismo de los años 90 y que sedujo no sólo a parte del peronismo
sino también a sectores de la izquierda nacional y del maoísmo. Así, el Partido
Comunista Revolucionario (PCR) consideraba a los carapintadas como un ala
nacionalista del Ejército que debía ser sostenida en sus demandas. La relación
establecida entre el dirigente sindical Carlos Santillán, de origen maoísta, y
Aldo Rico20 es un ejemplo: lo consideraba “compañero” y “amigo”, tal como
se desprende de una carta cursada al jefe del Movimiento por la dignidad y la
Independencia (MODIN). En general, “la” izquierda, más allá de sus múltiples
expresiones, estimaba que, en los temas esenciales que hacían a la relación con
la sociedad civil, había uniformidad entre los militares. Los acuerdos, como
el establecido entre Seineldín y el titular del Ejército durante el gobierno de
Alfonsín, José Caridi, tras el levantamiento de Villa Martelli, los mostrarían
unidos para reivindicar la represión y reclamar la amnistía. Los alzamientos
habrían fortalecido el poder militar.
Los sectores de la Izquierda nacional nucleados alrededor de Jorge A. Ra-
mos se alinearon rápidamente con los carapintadas. Otros, como los estructura-
dos alrededor de Norberto Galasso eran escépticos. Percibían Fuerzas Armadas
preocupadas por justificar la represión o la inclinación golpista del naciona-
lismo reaccionario, recordando que, más allá de las similitudes en las repre-
sentaciones políticas, el “nacionalismo” no es igual a la “izquierda nacional”.

de la Comunicación, Vol. 18, enero-diciembre de 2014, pp. 293-311.


20 Clarín, 27/11/1994.
150 Las ideologías de la nación

Para Ramos, la crisis militar de Semana Santa puso de manifiesto la aparición,


en las Fuerzas Armadas, de una corriente de oficiales con espíritu nacional,
opuestos por igual al gobierno alfonsinista y al Proceso. Aldo Rico encarnaba
tendencias patrióticas. La campaña contra los militares buscaba “destruir hasta
el recuerdo” la alianza entre una parte del Ejército y el pueblo; la política de los
enemigos de la soberanía nacional intentaba mantener la división.21 A un año de
la crisis castrense, en la publicación La Patria Grande se sostenía que el enfren-
tamiento de las Fuerzas Armadas con el colonialismo anglosajón puso en evi-
dencia la falsedad de los esquemas geopolíticos que se inculcaban a los oficia-
les. La discusión sobre el rol de las Fuerzas Armadas y el papel desempañado
en el conflicto hacía imposible consolidar la influencia del imperialismo sobre
los militares para utilizarlos como fuerza de ocupación e implantar regímenes
como el Proceso jaqueando la estrategia de democracia colonial bipartidista.
En el artículo se invocaba el desmantelamiento de las Fuerzas Armadas, la falta
de hipótesis de conflicto y de una política que pusiera fin a las consecuencias
del terrorismo de Estado.22 En el mismo número se publicó una declaración
del Movimiento Patriótico de Liberación (MPL), reclamando la libertad y la
reincorporación al servicio activo de los oficiales y suboficiales veteranos de
Malvinas que se encontraban presos. Se proponía suspender el pago de la deuda
a Inglaterra y confiscar sus propiedades en el país como parte de la recupera-
ción de la soberanía nacional. Para este movimiento, mantener en prisión a los
héroes de Malvinas –como también a quienes comandaron su recuperación–,
habría significado un acto de traición a la Patria.23 Meses más tarde, criticaron la
pretensión de bloquear al ascenso de Seineldín durante el gobierno de Alfonsín.
Destinada a desterrar del Ejército a los veteranos de Malvinas y a privilegiar
a los burócratas, dicha acción habría formado parte, según ellos, de la política
de “desmalvinación” y de defensa del sistema semicolonial.24 La gesta de Mal-
vinas simbolizaba la lucha de la Argentina semicolonial por su soberanía. El
enemigo era el mismo: quienes combatían al nacionalismo popular denigraban
la guerra de 1982 y a la oficialidad que combatió al colonialismo.25 A partir de
la Guerra de Malvinas, las preocupaciones de este espacio pasaron principal-
mente por sostener el no pago de la deuda externa, la expropiación de la ban-
ca, la nacionalización del comercio exterior y la revisión de la historia oficial.
Desconociendo su trayectoria, en particular su posicionamiento sobre el rol de
los ejércitos en las semicolonias, según sus términos, sus críticos sostienen que

21 La Patria Grande, año VII, segunda época, Núm. 16, Buenos Aires, julio de 1987, pp. 6-7.
22 La Patria Grande, año VIII, segunda época Núm. 25, Buenos Aires, abril de 1988, p. 4.
23 Sobre la posición de J. A. Ramos con respecto a Leopoldo F. Galtieri ver la entrevista en Mar-
cha, año 1, Núm. 1, Buenos Aires, pp. 14-15.
24 La Patria Grande, año VIII, segunda época, Núm. 31, Buenos Aires, octubre de 1988, p. 3.
25 Ver el artículo de Alberto Guerberof en La Patria Grande, año IX, segunda época, Núm. 37,
Buenos Aires, abril de 1989, p. 5.
Frédérique Langue y María Laura Reali 151

Ramos fue suprimiendo, progresivamente, toda referencia al marxismo, para


centrarse en la cuestión nacional.
El fundador del Frente de Izquierda Popular (FIP) confiaba en 1989 en una
alianza entre M. Seineldín y C. Menem. El éxito de un gobierno peronista de-
mandaba Fuerzas Armadas nacionales. La unidad del pueblo y de aquellas ha-
bría constituido la única garantía de triunfo efectivo. Posteriormente, Ramos
establecerá una diferencia entre los referentes de los carapintadas:

“Rico no es un hombre de confiar. Alguien que da la espalda a


su jefe no puede ser leal a nadie. Y su jefe es Seineldín, que cua-
lesquiera sean los errores que se le puedan atribuir, sin duda es
un hombre decente. Por otra parte, Rico ha quemado la bandera
chilena en la calle y quien hace eso es enemigo de la unidad lati-
noamericana y de la Argentina”.26

En términos institucionales, el peronismo criticó y repudió los levantamientos,


apelando a defender el sistema democrático y la estabilidad institucional y par-
ticipando de la redacción del “Acta de Compromiso Histórico en Defensa de
la Democracia”. Tras el primer levantamiento sostuvo la necesidad de resistir
a la presión militar, considerando la política radical como “antimilitarista en lo
formal e inocua en lo esencial”.27 La no resolución del tema militar constituía
un problema para un futuro gobierno peronista. Buscando diferenciarse del an-
timilitarismo hegemónico post dictadura, postulaba la necesidad de una política
“nacional” hacia las Fuerzas Armadas, sin dejar de cuestionar a los militares
que sostuvieron proyectos antinacionales y antipopulares. Hizo referencia a la
necesidad de reformular las Fuerzas Armadas, comprometiéndolas con un pro-
yecto de nación y de asignarles un rol acorde a una concepción integral de la
defensa heredera de la “Nación en armas”, inherente al peronismo. Así, Luis
Brunati, referente de los sectores más críticos, sostenía la posibilidad de una
hipótesis de conflicto a partir de las consecuencias de una moratoria de la deuda
externa. Para este sector del peronismo, los que percibían a los carapintadas
como comprometidos con los intereses nacionales eran marginales, considera-
dos como nostálgicos del Ejército nacional que creían que se podían reeditar
las condiciones que permitieron la emergencia del peronismo, desconociendo
los cambios en la sociedad. Por su parte, la CGT acompañó la movilización y
anunció un paro general en caso de no resolución. La espera de la llegada del
militar salvador, importante en ciertos momentos de la historia del peronis-
mo(s), particularmente durante la “Resistencia”, se debilitó tras el golpe de
Estado de 1976 y la institucionalización del peronismo bajo las pautas de la

26 Clarín, 11/9/1994, “El peronista colorado”, artículo de Alejandro Caravario. Citado en https://
sepaargentina.com/2020/03/29/jorge-abelardo-ramos-1921-1994/#_ednref4
27 Reportaje a Luis Brunati, Crisis, Núm. 67, enero-febrero de 1989, p. 8.
152 Las ideologías de la nación

democracia representativa a partir de 1983. A fines de los 80, en el marco de la


oposición al radicalismo en el gobierno, se produjo un acercamiento de sectores
carapintadas que se reivindicaban peronistas con el peronismo institucional en
particular en el gran Buenos Aires, participando activamente en las campañas
electorales como en el partido de la Matanza. Paralelamente, Rico y Seineldín
mantenían contactos con dirigentes gremiales, contando con el apoyo del sindi-
calismo liderado por Saúl Ubaldini, referente central de la oposición a Alfonsín.
El afán de los sectores peronistas que percibían a la “Renovación” como
una forma de socialdemocracia por recuperar las viejas banderas llevó a la ten-
tación de buscar en los carapintadas al “Coronel del Pueblo” emergente del
“Ejército nacional”. La repetición de 1943 como paso necesario a un nuevo
1945 era una idea debilitada pero todavía presente; un acuerdo entre las Fuerzas
Armadas y el “Pueblo” articulado por un líder carismático. La figura de M. Sei-
neldín se prestaba a ello. Desde distintos sectores del peronismo, no sólo entre
sus simpatizantes, fue percibido y presentado como un combatiente y no como
un represor28; su profesionalismo y su conducta como militar en Malvinas par-
ticularmente destacada. Seineldín era considerado un “nacionalista auténtico”,
peronista o cercano al peronismo, crítico del Proceso, que se opuso al golpe de
estado de 1976. Independientemente de su anticomunismo, era visto como un
hombre que quería al país, que tenía la conducta de un verdadero nacionalista.29
Desde la revista Línea, criticando la interpretación de la interna militar
como un golpe de Estado, se sostuvo la existencia de un plan pergeñado por el
gobierno radical para que las posiciones enfrentadas en el Ejército concluye-
ran en un enfrentamiento cruento que terminara de desprestigiar a las Fuerzas
Armadas y debilitarlas. El conflicto habría estado alimentado. Fue presentado
como un golpe para desatar purgas desnacionalizadoras en las Fuerzas Arma-
das. La oficialidad media y joven no respondió a la conducción jerárquica. Ha-
ciendo referencia al copamiento de Morón y aeroparque, los sectores nucleados
alrededor de esta revista cuestionaban al nacionalismo antiperonista nostálgico
del Proceso, que habría buscado montarse sobre el conflicto del Ejército. Los
definían como provocadores que terminaban sirviendo a las reacciones liberales
antipopulares. Para el espacio que expresa Línea, la dirigencia peronista, como
resultado del vaciamiento doctrinario producido en el peronismo, carecía de

28 Seineldín había estado destinado en Tucumán durante el Operativo Independencia, hacién-


dose posteriormente cargo de los grupos Halcón en Mendoza. Declaró que había organizado
la Unidad Especial Antisubversiva, que funcionó para el Mundial de fútbol de 1978. A pesar
de los esfuerzos, no se probaron vínculos con desapariciones o torturas, argumento central en
quienes lo defendían en el peronismo. Los organismos defensores de los derechos humanos
lo denunciaron por la desaparición de A. Giorgi, Seineldín nunca admitió su participación, y
desde Panamá se lo responsabilizó de los grupos de tarea montados por Noriega.
29 La opinión de Hugo Chumbita puede ser considerada como representativa de gran parte del
peronismo(s). Ver Seineldín por Hugo Chumbita. https://www.youtube.com/watch?v=8kKkI-
WPfERE
Frédérique Langue y María Laura Reali 153

una política respecto de las Fuerzas Armadas; se “sumó como furgón de cola”
de la izquierda y del liberalismo con su antimilitarismo. El resultado sería la
reivindicación de los generales del Proceso, la “gorilización” de la cúpula del
Ejército, el tutelaje sobre la voluntad popular y la amenaza de golpe si triunfaba
el peronismo en 1989.30
Los carapintadas generaron expectativas y debates en el peronismo no sólo
entre los “ortodoxos”, sino también entre sectores que se reivindicaban de la
experiencia de la “tendencia revolucionaria”, en particular de Montoneros.
Los rumores sobre la visita de dirigentes de ese espacio a Rico31 y a Seineldín
en prisión32 acompañaban la participación de ex miembros de Montoneros en
marcha por su libertad. A pesar de la dictadura, la tríada clausewitziana Go-
bierno, Fuerzas Armadas y Pueblo continuaba arraigada en este espacio.33 En
un editorial de la revista Jotapé,34 se sostenía la necesidad de “terminar con el
antimilitarismo imbécil” y se apeló, desarrollando el discurso tradicional del
peronismo en relación con lo militar, a la necesidad de predicar el nacionalismo
popular revolucionario en las Fuerzas Armadas.35 En el mismo número, en el
artículo “La defensa como parte de una política nacional”, el Coronel retira-
do Cesar Díaz hacía referencia a desprofesionalización, revanchismo, parálisis
operacional, desmovilización profesional de los cuadros, reducción presupues-
taria –la crisis salarial más profunda de la historia según el autor– para juzgar
la política de los radicales hacia las Fuerzas Armadas. A contracorriente de una
coyuntura caracterizada por la búsqueda del control civil, evocaba un irracional
civilismo que dejó sin conducción a los militares y criticaba la transferencia
de inteligencia a los civiles y su rol en Fábricaciones Militares y en la Escuela
Nacional de Defensa. También reprobaba el concepto de defensa, establecido
en la nueva ley que excluía a las Fuerzas Armadas del marco interno, cuestio-
nando la separación con la seguridad. Según el autor, “el desastre que significó
el intervencionismo militar no justifica esa exclusión”. El artículo cuestionaba
la existencia de la DSN como cuerpo doctrinario y el fijar como objetivo militar
una ideología, subrayando la ausencia de una concepción política nacional en
los militares tras el gobierno peronista, quienes asumieron la política del libe-
ralismo y de la OTAN, haciendo abstracción de la realidad geopolítica. En este
marco, Díaz criticaba a los Estados Unidos y reivindicaba la actitud de la polí-
tica militar de Brasil. Hacía referencia al antimilitarismo radical, mencionaba

30 Revista Línea, año IX, Núm. 96, marzo de 1988, pp. 6-7.
31 Es el caso de la visita de Rodolfo Galimberti a la cárcel de Campo de Mayo.
32 Dirigentes políticos y cuadros sindicales de distintos gremios solía visitarlos.
33 Al respecto ver Edgardo Manero Nacionalismo(s), política y guerras en la Argentina plebeya,
Unsam Edita, Buenos Aires, 2014.
34 Publicación vinculada a una ruptura de Montoneros próxima de Rodolfo Galimberti que tras-
cendía en su difusión largamente ese espacio.
35 Revista Jotapé, segunda época, septiembre de 1988, p. 5.
154 Las ideologías de la nación

desprolijidades en los juicios –“oficiales subalternos aparecen como paradigma


del crimen en tanto oficiales superiores con público protagonismo en la guerra
sucia ni siquiera son citados”– al tiempo que cuestionaba a quienes insistían en
reivindicar la guerra sucia, subrayando que por sus características el “triunfo
militar” no constituía un “galardón”.36
Lejos de las representaciones políticas condicionadas por la cosmogonía
progresista, resultado de la centralidad de la cuestión de los derechos humanos
como principio “ideológico” organizador, instalada en parte del peronismo tras
la experiencia kirchnerista, las últimas décadas del siglo XX estuvieron toda-
vía caracterizadas por la vigencia de representaciones políticas asentadas en el
“realismo”37 propio de la cultura política peronista, lo que participó de la per-
cepción de los carapintadas. Si en los 80 el influjo carapintada tiene que ver con
la oposición al alfonsinismo y a lo que se percibe como su influencia en el pero-
nismo –la Renovación–, en los 90 el peso de su prédica en sectores del peronis-
mo es inseparable de las consecuencias identitarias del intento de refundación
civilizacional operado por el menemismo. Criticando la transformación ideoló-
gica del peronismo, los carapintadas atacaron la política neoliberal, la apertura
a los capitales y el condicionamiento impuesto desde el exterior.38 En un con-
texto caracterizado por la firma de la rendición y la reformulación doctrinaria
en las Fuerzas Armadas, profundizaron las denuncias de “desmalvinización”
de la sociedad instaladas desde el alfonsinismo. Buscaron una recuperación del
imaginario del peronismo histórico, en particular de sus tres banderas: justicia
social, independencia económica y soberanía política. Esta situación se tradujo
en un apoyo parcial de sectores peronistas desencantados que fracasaron en
hacer de Rico o Seineldín la referencia de las clases populares.
En los 90 los carapintadas sostienen su oposición a los modelos definidos
como “neoconservador” (menemismo) y “socialdemócrata” (UCR y Frente
Grande), en la crítica al internacionalismo de estas tendencias ideológicas y
en el rechazo de toda ideología foránea. El internacionalismo aparece como la
negación absoluta de lo que la tradición nacionalista llama “lo Nacional”. Rei-
vindican el papel del Estado como motor de la economía y árbitro del conflicto
distributivo, sosteniendo un modelo de acumulación sustentado en el mercado
interno que no implique la salida de excedentes al exterior. El Estado argentino
es visto como un Estado cautivo, usurpado por una “oligarquía” esencialmente
corrupta y traidora, representada por la clase política, al servicio de intereses
transnacionales.

36 Revista Jotapé, cit., pp. 66-68.


37 Seineldín solía sostener que la paz no existe, sería un anhelo, pues el hombre y las naciones
están en lucha permanente.
38 Isidoro Cheresky, “La innovación política”, Documento de Trabajo, Núm. 1, Instituto de In-
vestigaciones Universidad de Buenos Aires, 1995, p. 8.
Frédérique Langue y María Laura Reali 155

La idea de traición –de fuerte influencia, con su antónimo lealtad, en el


discurso peronista– ocupa un lugar central en el pensamiento carapintada. Se
materializa ya no sólo en los generales procesistas y en la conducción de las
Fuerzas Armadas, sino también en la clase política y en las figuras de Alfonsín
y Menem. Así, Seineldín afirmaba permanentemente que Menem traicionó a
la Patria. Según Rico: “Hoy el amor a la Patria se enfrenta a la traición a la
Patria”.39
Los carapintadas trataron de distanciarse de la jerarquía militar –“el genera-
lato”– a la que consideraban responsable de la burocratización de la institución
castrense y de la derrota de Malvinas, diferenciándose a partir de la praxis mili-
tar. La actitud de los carapintadas se caracterizó por una distinción tajante entre
los altos mandos responsabilizados de los errores, para quienes se reclamaba
castigos, y los oficiales subalternos, generalmente asociados a “combatientes”.
En esto coinciden todas las corrientes del nacionalismo, como se desprende de
revistas disimiles como Cabildo, Alerta nacional, Línea, Jotapé, Debates o la
Patria Grande.
Los carapintadas mantuvieron la tradicional concepción dicotómica del
nacionalismo argentino, acentuada por el peronismo tras el golpe de Estado
de 1955. Había dos Ejércitos: uno “nacional” y otro, considerado “apátrida” o
“cipayo” representado por los oficiales superiores. Este último estaría ligado a
ideologías foráneas como el liberalismo y la socialdemocracia. Para Seineldín,
el Ejército argentino había abandonado la bandera nacional para servir a la
ONU, convirtiéndose en un Ejército internacional.40 Según Rico, no había un
sector liberal en el Ejército, este estaba en manos de los seguidores de Lanusse,
quien habría empezado con la social democracia y el deterioro del Ejército.41
Frente a la traición, reivindicaban la constitución de un grupo de hombres
íntegros –los carapintadas consideraban que rescataban la tradición sanmarti-
niana– y la figura del líder, percibido –y autopercibido como lo evidencia el
discurso de Seineldín–, como el elegido en un doble papel de profeta y guía.
La figura del líder carismático genera trasferencia. Los carapintadas establecie-
ron una continuidad con un elemento central de la tradición peronista: el líder
interpreta al Pueblo y encarna a la Nación. Considerando que la política es una
misión, el líder establece los criterios de verdad conduciendo a los que son ca-
paces de sacrificarse por la causa, ejerciendo el poder a través de un partido cí-
vico-militar como intermediario entre la voluntad del líder y el pueblo. Portador
de un proyecto político diferente, el chavismo expresará posiciones similares.
La referencia a un sistema de creencias y el uso de un vocabulario propio
del nacionalismo tradicional, pero también del peronismo, permitió a un buen

39 Entrevista a Aldo Rico Canal 3 de Rosario, Argentina, 23/4/1995.


40 Entrevista a M. A. Seineldín, Página/12, 28/6/1998.
41 Entrevista a Aldo Rico Debate…, cit., p. 12.
156 Las ideologías de la nación

número de auditores situarse en un mundo de símbolos y discursos que les era


familiar. Generó certezas, tanto para la movilización como para la transmisión
de la ideología. Así, fue común ver en las paredes grafitis como: “Seineldín es
la Patria”; “Seineldín con el Pueblo”; “Seineldín con los trabajadores”. Ahora
bien, el extremismo de los discursos, en particular el mesianismo y la exacer-
bación de la religiosidad, no se correspondía con la cultura política peronista.
No sólo limito la empatía; también recordaba que el nacionalismo integrista era
otra cosa.

Un universo discepoleano, la Biblia junto al calefón


Como actor político, los carapintadas deben diferenciarse de los protagonistas
de los levantamientos militares. No se reducen a militares como el vice como-
doro Horacio Ricciardelli, partícipe de la rebelión de 1988. Constituyeron la
expresión más acabada del nacionalismo en los 80 y 90. Buscaron construir,
agrupados en torno a viejos mitos nacionalistas, un espacio político que ex-
presara un descontento que no era sólo militar. Seineldín hablaba de un mo-
vimiento cívico-militar, enfatizaba la participación de los civiles en su movi-
miento y relativizaba la capacidad de los militares para hacer política. Sostenía
que su movimiento es 80% peronista: hay una izquierda conformada por ex
miembros del Frente de Izquierda Popular (FIP) y una derecha conformada
por conservadores populares. También indicaba la presencia de miembros del
MID, radicales yrigoyenistas e illiaístas.42 Así, los Centros Cívicos Patrióticos
afirman estar integrados por nacionalistas católicos y peronistas “ortodoxos”.
En sus filas carapintadas se encontraban ex-funcionarios de dictaduras como S.
Cahill, alcalde de Morón durante el Proceso; figuras vinculadas con organiza-
ciones de ultraderecha condenadas por violar la ley antidiscriminatoria por la
difusión de propaganda antisemita, como E. Cañete y H. Nuñez; militantes de
organizaciones nacionalistas de los años 60 y 70 como Tacuara, el Movimiento
Nacionalista de Restauración y la Concentración Nacional Universitaria; lec-
tores de Cabildo; fundamentalistas católicos. Lógicamente, fueron acusados de
“fascistas”.
Los carapintadas intentaron diferenciarse de los grupos neonazis. Para los
sectores cercanos a Seineldín, el hecho de que había una mayoría de católicos
en su partido contrastaba con el nazismo.43 El carácter esencialmente pagano y
su divinización de la figura del líder perturbaba una visión del mundo fundada
en el catolicismo. Sin embargo, la relación con sectores que reivindican las ex-
periencias fascistas ha sido constante, como se desprende, a fines del siglo XX,

42 Página/12, 28/6/1998.
43 Página/12, 26/8/1999.
Frédérique Langue y María Laura Reali 157

de la estética de algunos militantes en los actos carapintadas y, posteriormente,


de lo expresado en las redes sociales, en particular de los perfiles en Facebook.44
Militantes vinculados a la publicación Alerta Nacional, reivindicaban las
rebeliones carapintadas y organizaron manifestaciones para exigir la libertad de
Rico en marzo de 1988.45 En los 90, el Partido Nuevo Triunfo (PNT) y el Par-
tido Nuevo Orden Social Patriótico (PNOSP) solían coincidir en reivindicar el
movimiento carapintada, aunque manifestaban sus diferencias “políticas” con
Seineldín y con Rico particularmente, a quien acusaban de traición. El PNOSP
desarrolló una relación de apoyo mutuo con el jefe del cuerpo de élite de la
prefectura, los Albatros, Raúl De Sagastizabal, miembro de las sublevaciones
dirigidas por Seineldín. En 1995, el Centro de Estudios Argentina en el Mundo,
la entidad encabezada por De Sagastizábal –quien había viajado a Venezuela–,
46
invitó a H. Chávez a la Argentina. El diario Ámbito financiero titula la entre-
vista que le realizo: “Carapintada venezolano se candidatea desde Argentina”.47
Posteriormente, De Sagastizabal se distanció por diferencias ideológicas de
Chávez y de Seineldín.
Los carapintadas terminarán estableciendo una relación de subordinación
frente al peronismo. Rico terminó integrándose al Partido Justicialista. Fue in-
tendente de la ciudad de San Martín; luego, Ministro de seguridad de la pro-
vincia de Buenos Aires. Obligado a dimitir, recuperó la intendencia, donde se
rodeó de oficiales carapintadas. Se podía leer en la puerta de la intendencia en
un cartel: ¡Viva la Patria!48 Tras la cooptación duhaldista, se acercó al kirchne-
rismo, siendo designado presidente del PJ de San Miguel, apoyado por Carlos
Kunkel, ex cuadro montonero. Posteriormente, se volvió crítico del kirchneris-
mo. Como la mayoría de los sectores que continuaron reivindicando a los cara-
pintadas, su posicionamiento frente a los procesos de cambio experimentados a
principio del siglo XXI fue de rechazo.
Los sectores seineldinistas apelaron al imaginario peronista, recurriendo a
su liturgia: las referencias al “Frente Nacional y Popular” rencuentran la icono-
grafía de San Martín, Rosas y Perón. El nombre de las organizaciones, como
sus panfletos, están llenos de términos propios del discurso tradicional del pero-

44 Tras los fracasos de institucionalización como fuerza autónoma, los sectores “fascistas” ocu-
paron un lugar marginal en diversos proyectos políticos construidos a partir de la reivindica-
ción nacional. Tras el fin de la Segunda Guerra, en un contexto internacional de descrédito,
oscilaron regularmente entre las dictaduras militares, el nacionalismo integrista y el peronismo
ortodoxo.
45 Los artículos de la revista Alerta Nacional ilustran sobre el apoyo. Ver en particular el Núm.
11, año V, Segunda Época, febrero de 1988.
46 Busca biografías. https://www.buscabiografias.com
47 Ámbito Fianciero, 30/3/1995.
48 Página/12, 23/8/1998.
158 Las ideologías de la nación

nismo. Por su parte, M. Seineldín49 asumió la presidencia honorífica del coman-


do superior peronista.50 La celebración del 17 de octubre, fecha fundacional del
peronismo, por parte de los seineldinistas, es otro ejemplo del intento de iden-
tificación. Subrayan el paralelismo entre octubre de 1945 y el presente, entre el
coronel Perón y Seineldín, habiendo estado ambos en prisión por haber querido
salvar a la Patria. Intentan demostrar la simetría entre Perón y Seineldín: “Ayer
fue Braden o Perón, hoy es Seineldín o el modelo”.51 Ahora bien, afiches con
la imagen de la Virgen María o con consignas religiosas como “Por la Fe y por
Patria”, la ejecución de marchas militares o la presencia de jóvenes rapados con
uniformes verde oliva y botas negras52 enraízan este espacio en una tradición
nacionalista diferente a la populista. Mientras en los carapintadas la diferencia-
ción entre “nosotros” y “ellos” se basa en argumentos “étnicos” y “culturales”
devenidos por momentos “morales”, en el peronismo(s) de Perón a los Kirch-
ner, como en los populismos contestarios latinoamericanos en general, las ra-
zones dadas son claramente sociales y/o geopolíticas. Los carapintadas parecen
no comprender que, con el peronismo, el nacionalismo paso a la “izquierda”. El
Cóndor evocado por el seineldinismo es el de un tiempo proto-peronista.

Bifurcaciones frente a la política


A partir de 1990 se produjo una ruptura entre Seineldín y Rico, usualmente
interpretada a partir de la idea de traición de este último. Esta situación se ma-
nifestó principalmente a través de dos comportamientos. Por un lado, Rico se
distanció de las actitudes antisistema; por otro lado, buscó fortalecer su imagen
como actor político dentro del marco del sistema democrático, alejándose del
objetivo inicial de la conducción del Ejército. Rico buscó su institucionaliza-
ción política con el MODIN, originalmente llamado Movimiento por la dig-
nidad Nacional.53 A nivel nacional, expresó un electorado compuesto no sólo
por militares y sectores vinculados a las fuerzas de seguridad, principalmen-
te suboficiales, sino también por electores que provenían del justicialismo. A
principios de la década de 1990, Rico contaba con apoyos en lugares donde la
concentración de la pobreza era importante, como en el gran Buenos Aires, pero

49 Su relación con el peronismo duró hasta su muerte. Se descompuso cuando llegaba a una
fundación a la que asesoraba para escuchar una disertación del gobernador de San Luis, A.
Rodríguez Saá.
50 Ver “Seineldín asume la presidencia del comando Superior peronista (Discurso)”, https://www.
youtube.com/watch?v=ahiHAB4m_5c
51 Página/12, 10/7/1998.
52 La Capital, 19/10/1998.
53 Los puntos de vista de Aldo Rico están expuestos en El desafío argentino. Una propuesta para
el año 2000, Ediciones del Bicentenario, Buenos Aires, 1995; El retorno al Proyecto nacional,
Ediciones del Modin, Buenos Aires,1997.
Frédérique Langue y María Laura Reali 159

también en una zona donde el Estado había dejado un vacío como consecuencia
de las privatizaciones. Es el caso de la región de San Nicolás y Ramallo, princi-
pal centro siderúrgico del país privatizado por el menemismo. La reacción con-
tra los despidos favoreció votos significativos para el MODIN en las elecciones
legislativas de 1993 y en la constitutiva de la asamblea constituyente en 1994.
Por su parte, Seineldín rechazaba la actividad electoral. En prisión, inha-
bilitado legalmente para hacer política, fundó el Movimiento por la Identidad
Nacional e Integración Iberoamericana en 1992. Mientras Seineldín reivindi-
caba una idea de la autoexclusión del sistema política que presenta similitudes
con las concepciones de J. A. Primo de Rivera en la España de los años 30, sus
partidarios trataron de institucionalizarse con diferentes grupos. El Movimiento
“Patria y Pueblo” fundado en 1987, que apoyó el alzamiento militar de 1990,
fue seguido por el Partido Popular de la Reconstrucción creado a mediados de
los 90 por militares como Gustavo Breide Obeid y Enrique Graci Susini, que
participaron de los levantamientos. A finales de la década se buscó instalar la
idea de un “Frente Nacional” alrededor de la figura de Seineldín.54
En términos generales, los carapintadas desarrollaron una “campaña anti-
sistema”, buscando posicionarse fuera de la estructura política tradicional y
diferenciarse de la “clase política”. Sin explicar claramente el papel de los par-
tidos políticos ni hablar de su reemplazo, plantean la cuestión de la legitimidad
popular como opuesta a la electoral y reivindican al “movimiento” por sobre los
“partidos”. Rico, inclusive, hablaba de democracia participativa cuestionando
la lógica de la representación.55 Según él, los partidos no cumplirían su función,
relacionándolo con la falencia de la dirigencia, la corrupción y la ineficacia de
las instituciones en general. La crisis vivida en el Ejército no fue un fenómeno
aislado.56 En la campaña contra el pacto PJ-UCR, en el marco de la reforma
constitucional de 1994, los sectores que apoyaban a Rico argumentaban no que-
rer ser un partido político sino un conjunto de fuerzas nacionales nacidas de la
indignación que generaba la decadencia argentina y la desintegración nacional.
Consecuentes con el tradicional discurso nacionalista, los sectores seinel-
dinistas despreciaron las campañas electorales y la clase política. Los Centros
Cívicos Patrióticos llamaron a la abstención en las elecciones de 1995, 1999 y
2003. A fines del siglo XX, el desprecio por los políticos “profesionales” impli-
ca tanto el rechazo a que la legitimidad del poder deba convalidarse electoral-
mente como la expresión de la debilidad electoral.57 La concepción del Estado

54 Grupos minoritarios diversos, como la Alianza Social Cristiana del 3° Milenio, han recurrido a
la figura de Seineldín para legitimarse.
55 Entrevista a Aldo Rico, Debate…, cit., p. 11.
56 Entrevista a Aldo Rico, Debate…, cit., p. 10.
57 En el contexto de las elecciones presidenciales de 1999, grupos nacionalistas minoritarios
como el Partido Criollo proclamaron que “los peronistas y las fuerzas nacionales votan en
blanco”.
160 Las ideologías de la nación

y de la sociedad se basa en una idea organicista poco apropiada al pluralismo


político del sistema democrático representativo. A partir de una concepción an-
tiliberal propia de la encíclica Rerum Novarum de finales del siglo XIX, los
carapintadas critican a la democracia representativa a la que denominan “par-
tidocracia liberal”, considerándola una expresión de la decadencia de la civili-
zación occidental. Reivindican la idea de república por sobre la de democracia;
se inscriben en una tradición anclada en el nacionalismo argentino, según la
cual república y democracia se diferencian.58 Dos textos significativos de dicha
tradición fueron La Patria fuerte de L. Lugones y Mito y Política en Nimio de
Anquín.
Los carapintadas se dan en un marco regional, que nos recuerda que el
nacionalismo también es transnacional. La circulación de representaciones
políticas y estratégicas es una característica de este espacio. En el siglo XX,
el anticomunismo había conducido a establecer vínculos que se diversifican
progresivamente, acompañando el carácter global que toman los conflictos.59
Herencia directa del “espíritu de Occidente”, una parte importante del nacio-
nalismo en América Latina generó vínculos con los movimientos contrarrevo-
lucionarios, esencialmente católicos, surgidos en Europa a comienzos del siglo
XIX, con los que compartía los ideales de jerarquía, así como una aversión
hacia la representación por sufragio universal y la democracia en general.
A fines del siglo XX, Seineldín se relaciona con expresiones políticas crí-
ticas de la globalización. Forma parte de una red que lo vincula con militares
latinoamericanos como el contralmirante brasileño Grúber, el general venezo-
lano Visconti o el general panañemo Noriega.60 Este espacio es parte de un mo-
vimiento más amplio, que en la década de 1990 incluyó a Lyndon La Rouche y
Jacques Cheminade, del cual la revista americana Executive Intelligence es el
denominador común.61 Considerado peligroso para la democracia, este espacio
fue denunciado en 1993 por diputados que realizaron un pedido de informes al
gobierno argentino sobre el régimen carcelario de Seineldín y otros jefes cara-

58 Según Cristian Buchrucker, este punto es uno de los seis temas recurrentes en el pensamiento
militar argentino entre las décadas de 1960 y 1980. “Las formas autoritarias del nacionalismo y
el conservadurismo latinoamericanos”, Ciclos, año IV, vol IV, Núm. 7, segundo semestre 1994
p. 197.
59 Durante los 70 y 80, con precedentes en la década de 1960, hubo una fuerte cooperación tran-
satlántica entre miembros de la dictadura cívico-militar argentina, organizaciones europeas
neofascistas vinculadas con la logia P2, los gobiernos de Rhodesia y Sudáfrica y elementos de
extrema derecha estadounidense.
60 Seineldín fue instructor de las Fuerzas de Defensa Panameñas. En la reivindicación de Manuel
Noriega coincidían los carapintadas con la izquierda nacional y el peronismo.
61 Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia, habría viajado a Argentina a
principios de la década del 90 para reunirse con un enviado de Aldo Rico para comprar armas.
Clarín, 8/8/1999.
Frédérique Langue y María Laura Reali 161

pintadas.62 En un contexto donde H. Chávez es acusado de intentar organizar


una “internacional”, donde confluyen militares y organizaciones revoluciona-
rias como las FARC, las relaciones entre carapintadas y chavismo desaparecen.
La exportación de la revolución bolivariana que acompañaba el mesianismo
revolucionario del proyecto de H. Chávez responde a otra lógica. Seineldín,
expresando la divergencia de proyectos, busca diferenciarse del comandante
venezolano, a quien considera perteneciente a una línea castrista, pero también
de Pinochet, quien representaría una tercera línea. 63

Nacionalismo integrista y nacionalismo militar, necesariamente diferentes


El movimiento carapintada terminó formando parte de una corriente del nacio-
nalismo argentino que calificamos como “integrista”.64 En lo fundamental, el
término remite a la actitud de rechazo del cambio y de defensa de la tradición.
Comportando connotaciones predominantemente negativas y peyorativas, el
campo semántico del vocablo integrismo se extendió en su uso, trascendiendo
la dimensión religiosa a la que tradicionalmente se adscribía. Si bien es evi-
dente que la defensa del orden, la jerarquía y los valores morales permiten la
analogía de esta forma de nacionalismo con los movimientos religiosos que se
oponen a toda transformación, rechazando la adaptación o la renovación doctri-
naria, la selección del adjetivo no radica sólo en dicha semejanza.
La corriente integrista hace referencia a un espacio político caracteriza-
do por una actitud de conservadurismo intransigente construido a partir de la
creencia en verdades estructuradas sobre un único principio de legitimación,
generalmente de carácter metasocial. El recurso al adjetivo “integrista” para
calificarlos tiene que ver con el hecho de tratar de explicar y dar respuestas a
problemáticas –sociales, políticas, económicas– a partir de una posibilidad úni-
ca y definitiva, profundamente arraigada en la tradición. La no aceptación del
pluralismo como elemento constitutivo de la sociedad, las definiciones esen-
cialistas o una intransigencia extrema con vistas a imponer reglas jerárquicas
a la totalidad de la sociedad, son características perennes de este espacio. La
conceptualización de la política como misión propia del discurso carapintada
remite a un sistema de certezas absolutas. La convicción de poseer la verdad y
la ausencia de cuestionamientos orienta su acción política, como lo ilustra uno
de las referentes de los carapintadas (Aldo Rico) en el marco de la sublevación
militar en Monte Caseros. Durante una rueda de prensa, el 16 de enero de 1988,

62 Se trataba de los diputados peronistas disidentes C. Alvarez y J. P. Cafiero, los radicales L. Mo-
reau, G. González Gass, G. Ortiz Maldonado y J. P. Baylac y el socialista A. Bravo. El Tiempo
8/6/1993. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-156998
63 Página/12, 28/6/1998.
64 Para una tipología del nacionalismo argentino ver Edgardo Manero, L’Autre, le Même et le
bestiaire…cit.
162 Las ideologías de la nación

sostenía: “Los soldados no dudan. La duda es una jactancia de los intelectua-


les”.
Ahora bien, si los carapintadas como actores políticos se inscriben en la
tradición del nacionalismo integrista argentino, se encuentran condicionados
por un tipo de nacionalismo diferente: el “militar”. Si a lo largo de todo el si-
glo XX los militares compartieron con los integristas valores y objetivos tales
como la defensa del orden, la renovación del espíritu nacional, la apología del
catolicismo o del anticomunismo, su nacionalismo es de una naturaleza dife-
rente. La estrecha relación establecida entre los nacionalismos integristas y las
Fuerzas Armadas y de Seguridad, la circulación de representaciones políticas
y estratégicas y el hecho de que el nacionalismo integrista haya sido un pe-
renne proveedor de identidad a los militares hace difícil percibir la diferencia.
Esta diferencia de naturaleza era ya destacada por intelectuales vinculados con
el peronismo y con la izquierda nacional, como J. J. Hernández Arregui o A.
Ramos, en un contexto, los años sesenta y setenta, donde las interpretaciones
hegemónicas, de matriz sociológica e influidas por el marxismo, reducían la
intervención militar a la defensa de intereses de clase. El nacionalismo militar
sería el resultado del rol geopolítico e histórico centralizador de la institución.
Razón de ser de la misma, el nacionalismo es inherente a la función social de
las Fuerzas Armadas, a su oficio de salvaguardar la patria. Esta función social
puede adquirir características peculiares que trascienden lo estrictamente mili-
tar en sociedades periféricas como la argentina, donde las Fuerzas Armadas han
tenido un rol desarrollista. Esto puede ser pensado como una derivación de la
consideración de los militares como fuerza “modernizadora” de la sociedad y
del Estado, un postulado que aparece en trabajos como los de S. Huntington.
Como en otras naciones de la región en las cuales las Fuerzas Armadas tu-
vieron un papel protagónico, en el interior de éstas se reflejaba lo que sucedía
en otros campos de la sociedad. Las intervenciones militares en política impli-
caron mucho más que el intento de contener la participación política popular
y/o la defensa de los intereses de la “oligarquía” o de los sectores medios. El
Ejército constituyó tanto una institución disciplinaria como un elemento central
del dispositivo de control social, pero no puede asimilarse mecánicamente al
“brazo armado” de la oligarquía ni reducirse al “pretorianismo”. Si bien a partir
del Centenario el nacionalismo auspiciado por las elites impregnó progresiva-
mente a las Fuerzas Armadas, el nacionalismo de la institución no se reduce al
oligárquico.
Es ese nacionalismo inherente a las Fuerzas Armadas como institución pa-
triótica por excelencia lo que permitió su reivindicación por las diversas y an-
tagónicas corrientes nacionalistas. Con matices, en la “apología” de las Fuerzas
Armadas terminaron por converger, con contadas excepciones, todas las ver-
tientes. Si para los integristas los militares son el único grupo capaz de defender
el interés nacional y ocuparse de la cosa pública, para los populistas contes-
Frédérique Langue y María Laura Reali 163

tatarios, incluidos los sectores jacobinos como Montoneros, son un elemento


necesario en los países dependientes para el desarrollo o la liberación nacional.
La visión idílica de Fuerzas Armadas, supuestamente compuestas de jóvenes
patriotas y voluntaristas, especie de reserva moral de la nación, era una realidad
para algunos y una aspiración para otros.
Símbolo de la soberanía y de la independencia, instrumento de la defen-
sa, las Fuerzas Armadas se corresponden con la representación de la sociedad
ideal que se hacen los carapintadas. La sociedad militar, ejemplo de jerarquía
y de respeto, fundada en un auténtico sentido orgánico, aparece como la contra
imagen de la sociedad exterior fragmentada, en la cual reinan los privilegios,
la falta de justicia y las prebendas.65 Las Fuerzas Armadas no tienen vida pro-
pia, son el espacio cerrado donde se reiteran los valores de origen, que son los
valores de la patria misma. Para el nacionalismo(s), el militar se ubica fuera de
la sociedad y evita intervenir en los conflictos mezquinos de la “politiquería”.
Sin embargo, por esos compromisos con la “Patria”, está a la escucha de las
demandas que vienen de la sociedad y responde a ese clamor interviniendo
para cumplir su deber patriótico.66 Las Fuerzas Armadas, son un elemento pa-
lingenésico. Para los carapintadas, esta vieja idea67 toma un sentido particular
en el contexto de la Guerra de Malvinas. Como en España en 1898, la derrota
militar implicaba una posibilidad regeneradora no solo para la institución. En
la crítica al “generalato” se puede ver la búsqueda purificadora por la purga de
los sectores considerados corruptos e ineficientes.
En el mundo ibérico en general, y en América Latina en particular, la inter-
vención de los militares en política ha sido tradicionalmente percibida como
un elemento regenerador de la sociedad. La idea de que se puede reconstruir la
nación y la patria a partir de las Fuerzas Armadas aparece como una reconfigu-
ración de un imaginario clásico, modelado en Roma y ampliamente difundido
en Occidente, que considera que el Ejército en cuanto Legión moderna puede
reconstruir la Cité.68 Fuertemente presente en los países ibéricos, dicho imagi-
nario fue por ellos divulgado en América Latina. Los militares se consideran y
son percibidos como el sujeto a partir del cual la sociedad puede reconstituirse,
precisamente haciendo que vuelva a su pureza originaria y devolviéndole sus
cualidades perdidas. Esta concepción es indisociable de una visión profunda-

65 Silvia Sigal y Eliseo Verón, Perón o Muerte, Hyspamérica, Buenos Aires, 1988, p. 37.
66 Al respecto ver Silvia Sigal y Eliseo Verón, Perón o Muerte, cit.
67 En el Diario de G. Quiroga, M. Gálvez sostuvo que la salvación de la República reside en la
guerra con Brasil. Si bien subraya razones, como las económicas, que favorecerían a la Argen-
tina, ésta sería batida por la falta de un espíritu nacional que los brasileños poseían. La unión de
los corazones se restauraría sobre la vecindad amenazante. La guerra reuniría a los argentinos
en una idea común y despertaría en el país el sentimiento de nacionalidad. Para M. Gálvez,
Brasil era ese “otro” que hace posible la constitución de un “nosotros”.
68 Ver Alain Joxe, Voyage aux sources de la guerre, Presses Universitaires de France, París, 1991,
p. 172.
164 Las ideologías de la nación

mente teleológica de la historia. Si el golpe de Estado fue su expresión más


común, el principio regenerador se presenta de maneras diversas. De Perón
a Humala, pasando por Velazco Alvarado o Chávez, los movimientos cívi-
co–militares, impregnados de una concepción palingenésica, asumen formas
múltiples y representan intereses divergentes. Así, en Brasil, durante los años
1925-1927, la “Rebelión de los tenientes”, dirigida por Luis C. Prestes, recorre
el país, esperando ganar a los campesinos a la causa y provocar la regeneración.
Prestes ha quedado en la memoria de la gente como un militar defensor de los
oprimidos.
A pesar de su heterogeneidad ideológica y de la variedad de sus expresio-
nes, ese tipo de intervención militar posee una unidad dada por el deseo de re-
fundación de una nación que ha sido destruida o alterada en su telos, en general
por la incidencia extranjera. En el rol tradicional palingenésico de los militares
latinoamericanos se combinan elementos desemejantes, incluso antagónicos.
La palingenesia legitima tanto a actores “progresistas” como a garantes del
orden social. Es tan funcional para el pretorianismo como para el hoplitismo
en tanto actualización de la antigua tradición resultante de una identificación
manifiesta de los objetivos de la Nación y la Patria con la institución militar en
el marco de una visión teleológica de la Historia.69 Esta percepción tuvo una
fuerte influencia en el nacionalismo argentino. La idea de los militares como
instrumento de regeneración, única fuerza sana en una sociedad contaminada
por la democracia y la demagogia, guiará al nacionalismo integrista desde la
época de Yrigoyen.70 Los militares participan de un propósito sostenido por
todas las corrientes del nacionalismo, la refundación de la Nación y el conse-
cuente fin del país liberal. Ahora bien, en Argentina, la mayoría de las interven-
ciones militares que proclamaron querer refundar o regenerar la sociedad no
procuraron construir una sociedad nueva, ni instaurar un nuevo orden. Trataron
fundamentalmente de preservar la interpretación que tenían del orden vigente.
Para eso, les era necesario eliminar las causas del desorden existente antes de
devolver el poder a las elites civiles. Todos los golpes de Estado proclamaron
su objetivo de terminar con el desorden propio de la vida política. Ahí donde los
nacionalistas observan un renacimiento de las sociedades, podemos ver tam-
bién la otra acepción de la palabra, el sentido dado a “palingenesia” por los es-
toicos, el retorno periódico y eterno de los mismos acontecimientos: los ciclos
de autoritarismo y dictadura; el hecho de que, en América Latina, las Fuerzas
Armadas se han constituido, más allá de los discursos, en garantes del orden y
de un cierto modelo de acumulación.

69 Ver Edgardo Manero, “La reconversión de identidades militares en América Latina en los 90
o el atemporal tema del traidor y del héroe”, en Arturo Fernández (coord.), Globalización,
fragmentación social y violencia, Homo Sapiens, Rosario, 1997.
70 Ver Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, Emecé, Buenos Aires,
1983, tomo I, p. 187.
Frédérique Langue y María Laura Reali 165

Entre pasado y presente


Los carapintadas hacen referencia a la necesidad de un nuevo modelo o proyec-
to de nación, tratando de aglutinar múltiples tradiciones políticas consideradas
nacionales –radicalismo yrigoyenista, peronismo, desarrollismo–, para intentar
construir una nueva representación de la Nación. Pretenden ser una síntesis del
pensamiento nacional cuyo objetivo es salvar a la Nación y reposicionarla en
el sistema internacional. La tradición excepcionalista argentina es movilizada.
Para Rico, es hora de que la Argentina tenga los delirios de grandeza que se me-
rece y como le corresponde.71 Los carapintadas creen que la clave para alcanzar
la reconciliación es la creación de nuevas identidades nacionales y, en algunos
casos, nuevos mitos que guíen a la nación. Según Rico:

“...nosotros dejamos de hablar de nacionalismo y hablamos de lo


nacional. Todo aquel que quiera adherir a un proyecto nacional
y que no esté atado a una internacional extranjera y que quiera
participar en el proyecto debe incorporarse […]. Acá la guerra ha
terminado, por lo tanto hay nuevas pautas de convivencia, nuevas
pautas de acción y de relación y eso es lo nosotros tenemos que
buscar”.72

La Patria está en el centro del sistema de valores defendidos. Todos los inte-
grantes de esta corriente se definen como parte de un proyecto político enca-
minado a la recuperación de la Patria y a la reconquista de la independencia
nacional. Seineldín sostenía:

“Somos patriotas constitucionalistas, no me llamo nacionalista


porque la Patria está por encima de la Nación [...] La Patria es la
herencia que recibimos de los mayores”. 73

Los carapintadas siguen evocando la clásica dicotomía que opone proyectos


nacionales y antinacionales, recurriendo a la coyuntura internacional para re-
cuperar los discursos tradicionales del nacionalismo sobre la falta de sentido
de la división izquierda-derecha. Sus militantes solían sostener “ni derecha ni
izquierda, argentinos”.74 Como para todo el nacionalismo argentino incluido
el peronismo, esta clasificación política responde a cuestiones específicamente
europeas. Así, Rico afirmaba:

71 Clarín, 20/4/1987.
72 Entrevista a Aldo Rico, Debate…, cit., p. 11.
73 Página/12, 28/6/1998.
74 En Francia, la consigna de fines de la década del 90 del Front National era “ni derecha ni iz-
quierda, franceses”.
166 Las ideologías de la nación

“El mundo poscomunista no es unipolar y hegemonizado por Es-


tados Unidos. Sino multipolar y dividido. Hoy el capitalismo y el
comunismo no se enfrentan, no tiene sentido hablar de izquierda
y derecha”.75

Sostiene que los conflictos se resolverán sólo cuando haya un proyecto “nacio-
nal” y llaman a la unidad nacional para salvar a la Patria:

“...la patria la salvamos entre todos o no la salvamos, todos vamos


a ser escasos para hacer el proyecto y llevarlo adelante, porque el
enemigo es poderoso y nos ha infiltrado. Ese enemigo no quiere
una Argentina poderosa, quiere una Argentina de rodillas”.76

La búsqueda de la unidad nacional implica una mirada sobre el pasado reciente,


en particular sobre la reconciliación. Seineldín hablaba de “errores mutuos” que
provocaron “enfrentamiento entre sectores nacionales” y de una “guerra civil
sangrienta”, lo que no le impide, enfatizando que se opuso al golpe de 1976,
sostener que la sociedad argentina de la década de 1970 era una sociedad en
guerra donde el no juzgar y fusilar al enemigo fue un error estratégico.77 Para
Rico, quien también hace referencia a una “guerra civil”, hay que evitar que
vuelva el tiempo de la sangre: “ha habido combatientes que se jugaron por una
idea y deben ser respetados por uno y otro bando, todos los combatientes hemos
perdido, los combatientes hemos sido usados”.78 Esto parece dejar ver el intento
de apartarse de una de las premisas de la Doctrina de la contrainsurgencia: el
“terrorista” como un ser oculto sin uniforme que no puede ser considerado un
combatiente y al que no se le debe aplicar la ley.79
La idea de una “guerra civil” constituye un denominador común entre los
carapintadas y sectores del peronismo con proyectos políticos antagónicos. Por
su importancia en relación con la Historia y sobre todo a la memoria y a sus
usos no es un hecho menor. Esta mirada compartida debe considerar que en el
nacionalismo(s) argentino, durante la Guerra Fría, una línea de fractura política
de carácter ideológico opuso, en la más compleja de las configuraciones –el
conflicto interno–, una misma cultura estratégica.80 Así, al eslogan “Patria o

75 Entrevista a Aldo Rico, Canal 3 de Rosario, Argentina, 23/4/1995.


76 Entrevista a Aldo Rico, Debate…, cit., p. 12.
77 Página/12, 28/6/1998.
78 Entrevista a Aldo Rico, Debate…, cit., p. 12.
79 Ver Roger Trinquier, La Guerre moderne, Económica, París, 2008.
80 Entre las diferentes formas del nacionalismo argentino hay una axiología, una teleología e
incluso una estética diferente, en ciertos casos antagónica, resultantes de otra moral, de otra
concepción de la política y, sobre todo, de diferentes intereses sociales. Sin embargo, existe una
cultura estratégica común al conjunto, cuya manifestación más evidente es el compartir una
Frédérique Langue y María Laura Reali 167

Muerte” de Montoneros corresponde el “Dios y Patria o Muerte” de los ca-


rapintadas vinculados con Seineldín, reapropiación de la divisa de los grupos
comandos del Ejército argentino.
En la “guerra civil” como interpretación de la violencia política post 1955
los carapintadas coincidían no sólo con los sectores nucleados alrededor de
la revista El Caudillo81 sino también con el Peronismo Revolucionario. Este
último, haciendo referencia a una “propuesta política de autocrítica y reconci-
liación nacional dentro del pacto para la transición democrática”, sostenía en
1987:

“El problema argentino, en resumidas cuentas, es una guerra ci-


vil intermitente cuyos campos enfrentados han variado a lo largo
del tiempo por el hecho de que tal guerra civil no se dio sobre
la contradicción principal, sino sobre falsas antinomias azuzadas
por una minoría oligárquica que alienta la guerra de todos contra
todos y manipula a las Fuerzas Armadas en su provecho, aplican-
do así el famoso divide y reinaras”.

En el mismo documento se afirmaba: “Así consolidaremos la pacificación na-


cional arrancando las raíces de la guerra de todos contra todos y uniendo al
campo nacional y popular con un pacto explícito contra la antipatria y el anti-
pueblo”.82 Esta interpretación se mantiene como lo muestra la solicitada apare-
cida en el día del Montonero en 2020.83
Ahora bien, más allá de los discursos, los carapintadas como colectivo po-
lítico se mostraron incapaces de configurar nuevas identidades políticas. Aun-
que hacen referencia a aspectos novedosos como la ecología, el narcotráfico,
el control de la natalidad, la deuda externa, las transferencias de tecnología,
interpretando incluso antes que otros espacios políticos las características del
mundo en gestación, en particular los rasgos negativos de la globalización, el
nacionalismo reivindicado no rompe con el que caracterizaba a las formas más
tradicionales de la corriente integrista. Su mirada de las nuevas problemáticas
de la agenda política tales como los derechos de las minorías está condicionada
por su lectura del pasado inmediato. En las redes sociales hacen referencia a la
necesidad de enfrentar la revolución anticristiana, reivindicar la lucha antiterro-
rista y combatir el separatismo territorial asociado al indigenismo. Como gran

“lógica de guerra”. Les contradicciones en el modelo de sociedad ocultan una misma matriz
estratégica, una misma respuesta a la amenaza de muerte y a la supervivencia del nosotros.
81 Ver El Caudillo, año XII, segunda época Núm. 1, 11/9/1985, p. 16.
82 Peronismo revolucionario, “Bases para la alianza constituyente de la Nueva Argentina. Un
proyecto nacional revolucionario para el país que queremos”, 20/6/1987.
83 Infobae, 7/9/2020. https://www.infobae.com/politica/2020/09/07/con-una-solicitada-militan-
tes-y-simpatizantes-reivindican-su-lucha-en-el-50-dia-del-montonero/
168 Las ideologías de la nación

parte de la extrema derecha, durante la pandemia reivindicadores de Seinaldín


desarrollaron argumentos negacionistas y complotistas.
Los carapintadas siguen estableciendo un carácter “estático” de la identi-
dad nacional, sin rupturas sustanciales con las lógicas anteriores constitutivas
de ese espacio. Terminan presentando un programa político confuso fundado
en aspectos tradicionalmente presentes en el nacionalismo integrista argentino
como el hispanismo, el catolicismo, las teorías conspirativas, el anticomunis-
mo, el antiliberalismo y antiimperialismo. Hay una continuidad que es fácil de
advertir en el lenguaje. La mayoría de los carapintadas se mantienen anclados
en las representaciones políticas formateadas durante la Guerra Fría, mostrando
el peso de las fijaciones estratégicas. La percepción de la política y la sociedad
está contenida en la fórmula habitual de la modernidad en general y de la Gue-
rra Fría en particular: divisiones políticas precisas, identidades claras, ideolo-
gías contrastantes, elección de campo necesaria, compromiso obligatorio. La
persistencia de un discurso anticomunista es reveladora. Se expresa en términos
tradicionales de la Guerra Fría. Para los carapintadas, la guerrilla fue la res-
ponsable de iniciar la guerra. Adeptos de las teorías de la conspiración, para
ellos la “subversión” fue financiada por el establishment angloamericano.84 La
visión conspirativa de la historia estructurada en la alianza “judeo-marxista-an-
glosajona” se mantiene arraigada.85 Sus representaciones están particularmente
condicionadas por las concepciones anti insurreccionales, en particular las que
fueron desarrolladas bajo la influencia militar francesa a partir de las experien-
cias elaboradas en los conflictos coloniales, durante las guerras de Indochina y
Argelia:86

“Hicimos aquí lo que hicieron los franceses durante la Guerra


de Argelia. Sangramos a una generación de jóvenes. Usamos el
mismo método, ellos lo hicieron en una colonia de ocupación,
nosotros lo hicimos con nuestros compatriotas. Nunca debería
pasar entre hermanos, por eso llevamos años hablando de restau-
rar la armonía”.87

La tendencia a comparar el conflicto en Argentina con los conflictos coloniales


franceses ha sido permanente en los militares argentinos. El libro del Gral. R.
Díaz Bessone es un ejemplo.88 Lo que nos habla de las circulaciones estraté-

84 Veintitres, 7/2/2002.
85 Al respecto ver Edgardo Manero, L’Autre, le Même et le Bestiaire.., cit.
86 El peso de la influencia francesa desde la segunda década del 50 fue tempranamente destacado
por Ernesto López en sus trabajos.
87 Entrevista a Hugo Vercellotti, director de Seguridad de San Miguel, Página/12, 23/8/1998.
88 Ramón Díaz Bessone, Guerra revolucionaria en Argentina 1959-1978, Editorial Fraterna,
Buenos Aires, 1986.
Frédérique Langue y María Laura Reali 169

gicas características de una época. La Doctrina de la contrainsurgencia o de la


Guerra revolucionaria impulsada por los militares franceses tras la derrota de
Argelia formateó las representaciones políticas y estratégicas de los carapinta-
das. Su difusión trascendió los manuales orientados a la guerra no convencio-
nal, los asesores militares y las conferencias de expertos. Así, las novelas de
Jean Lartéguy fueron un vector de circulación. Populares a partir del principio
de los 60 entre las Fuerzas Armadas, éstas forman parte en los 70 de las lecturas
de diversos sectores de la extrema derecha.89
Tempranamente, la influencia francesa en las Fuerzas Armadas tuvo un co-
rrelato en los vínculos entre los sectores nacionalistas integristas argentinos con
grupos de la Cité catholique o de la revista La France catholique y con miem-
bros de la Organisation de l’Armée Secrète (OAS). La tortura se justificaba con
argumentos teológicos.90 Como en otras sociedades –por su influencia la rela-
ción entre el nacionalismo maurrasiano y el catolicismo integrista en Francia
debe ser particularmente subrayada– esta corriente une, a través de la tradición,
el nacionalismo con el catolicismo integrista. Si los integristas se identifican
en primer lugar con la cristiandad, es lógico que, para ellos, la religión sea el
criterio para pensar la organización de la sociedad e inclusive de considerar y
describir a los “otros”.

Las premisas simplistas que giran alrededor de la oposición entre el bien


y el mal y la existencia de un orden natural que caracterizaban la doctrina se
perpetúan en una coyuntura muy distinta. Así, para Seineldín, la Guerra Re-
volucionaria busca alterar los valores impuestos por Dios. Las referencias a la
lucha de los “Hijos de la Cruz” contra los “Hijos de las Tinieblas”, a Cristo y al
Anticristo eran parte de su discurso. El maniqueísmo siguió geopolíticamente
presente: “La guerra entre Dios y el Demonio, que ayer se dio en Malvinas y
hoy se da entre Estados Unidos y China”.91
Los carapintadas interpretan la lucha antisubversiva como una guerra gana-
da militarmente pero políticamente perdida. Ese discurso, que los trasciende,
como se refleja en declaraciones como las de Diaz Bessone o las publicadas en
el correo de lectores del periódico Tiempo militar, es similar en otras socieda-
des no sólo latinoamericanas. En Francia, las Fuerzas Armadas pretendían ha-

89 Sobre la recepción por los carapintadas de Lartéguy ver Jérémy Rubenstein, “La doctrina mili-
tar francesa popularizada. La influencia de las novelas de Jean Lartéguy en Argentina”, Nuevo
Mundo Mundos Nuevos, 6/6/2017. https://journals.openedition.org/nuevomundo/70524
90 Sobre el tema ver Mario Ranalletti, “Contrainsurgencia, catolicismo intransigente y extremis-
mo de derecha en la formación militar argentina. Influencias francesas en los orígenes del
terrorismo de Estado (1955-1976)”, en Daniel Feierstein (comp.) Terrorismo de estado y geno-
cidio en América Latina, Prometeo, Buenos Aires, 2009, pp. 249-281.
91 La Nación, 25/5/2009.
170 Las ideologías de la nación

ber Ganado la batalla de Argel; la derrota habría sido producto de una decisión
política, de la traición del general de Gaulle.
Para los carapintadas, los militares vencieron militarmente a la subversión
impidiendo la implantación de un régimen marxista-leninista, pero fueron de-
rrotados a nivel político-cultural. Su discurso expresa “resentimiento” frente a
una sociedad que no reconoce la importancia de las acciones de los militares.
Como para todo el nacionalismo integrista, el conflicto continúa, aunque la
naturaleza de la guerra habría cambiado. Vieja interpretación, en la estrategia
de la “subversión” – inspirada en los postulados de Gramsci –, la paz es una
forma de guerra. La sociedad debe hacer frente a un nuevo tipo de conflic-
to de carácter ideológico que hace de los productos culturales armas y de las
instituciones objetivos. Desde los años ochenta, la referencia a las estrategias
gramscianas de la subversión ha sido constante entre los carapintadas. En busca
de venganza, los “subversivos” actuarían en los medios de comunicación y en
la educación; deformando los hechos y manipulando la historia engañan a la
sociedad, principalmente a la juventud. Pretenden, por la mentira, reescribir el
pasado, reemplazar la historia por una memoria. Para Seineldín, las organiza-
ciones de derechos humanos buscan venganza.92 Estas descalificaron, según él,
la legitimidad ética de la acción represiva contra los “subversivos”.
Para Seineldín, el país tiene dos instituciones básicas: la Iglesia y las Fuer-
zas Armadas. Las dos habrían y son atacadas por un enemigo que busca debi-
litarlas. La existencia de la Patria estaría vinculada a dichas instituciones. Para
los carapintadas, la Iglesia –que no es la de la opción por los pobres– y las
Fuerzas Armadas, conformarían un sólo núcleo. Se inscriben en una tradición
de la que participaron en otras coyunturas M. Domecq García y J. Bruno Genta,
según la cual las Fuerzas Armadas y la Iglesia serían las únicas instituciones ca-
paces de hacer frente a amenazas que resultan de una democracia que conduce
al marxismo. Considerando a la religión católica como elemento fundante de la
identidad nacional, los carapintadas se inscriben en la tradición que promueve
la “nación católica” en tanto modelo alternativo al liberal93; se trata de una vieja
cuestión del nacionalismo argentino.
Los años 1930, época de crisis terminal de la hegemonía liberal y preludio
a la entrada definitiva en escena de las masas, dejan ver la consolidación de un
bloque articulado en torno a la Iglesia y a las Fuerzas Armadas. Consideradas
como depositarias de los valores tradicionales por los integristas, se trata de dos
instituciones disciplinarias, coercitivas y organizadoras de las fuerzas sociales,
de “masas artificiales” en el análisis freudiano,94 que habían sido la base del

92 Página/12, 28/6/1998.
93 El reconocimiento de la religión católica como un elemento importante en la construcción de
la identidad nacional va más allá del marco del nacionalismo integrista.
94 Sigmund Freud, “Psychologie des foules et analyse du moi”, en sus Oeuvres complètes, vol.
16. PUF, París, 1991, pp. 31-32.
Frédérique Langue y María Laura Reali 171

orden colonial y poscolonial respectivamente.95 El sincretismo entre Fuerzas


Armadas, Iglesia y nacionalismo posee en los años 30 un momento fundacio-
nal.96 Como lo manifiesta Loris Zanatta, la cristianización de las instituciones
armadas en el contexto de un proyecto de “vía militar hacia la cristiandad” está
en el origen de un actor influyente, el “Ejército cristiano”, y de un objetivo, “un
nuevo orden cristiano”. La militarización extrema y la confesionalización de la
vida política y del debate ideológico son elementos que surgen de este proceso.
Expresión de una Iglesia que avanza sobre la sociedad por la vía de la Acción
Católica y de los Círculos Católicos de Obreros, en nombre de una nación esen-
cialmente católica, se promueve la reorganización del Estado y la sociedad de
acuerdo con los principios cristianos. Paradójicamente, el desarrollo de uno de
los movimientos católicos más fuertes y conservadores de América Latina se
produce en un país que, junto con Uruguay, fue uno de los más secularizados
de la época.
El golpe militar de 1943 constituye el punto culminante. Sin embargo, los
resultados no fueron los esperados. El proyecto católico y el peronismo sólo
coinciden en parte. La “nación católica” que se expresa con el peronismo es
antiliberal, pero también antioligárquica y antiimperialista y hace de la justicia
social su razón de ser. El nuevo orden social termina enfrentado abiertamente
a la Iglesia, como sucedió en los años 1950. La movilización antiperonista de
los católicos en 1954 alimentó el nacionalismo integrista. A mediados de los
años 60, con Onganía, el trinomio Fuerzas Armadas, Iglesia y nacionalismo
ocupó nuevamente el Estado y buscó formatear la sociedad. Si bien dirigentes
gremiales de extracción peronista se mostraron próximos al gobierno, ya nada
era lo mismo.
En una sociedad donde la pertenencia religiosa es un sentimiento más rela-
cionado con la cultura y con la tradición que con un compromiso personal, en
la década de 1990 todavía se puede encontrar en Buenos Aires, aunque de ma-
nera marginal, grafitis referentes a la “Patria Católica”. En este marco, sectores
católicos radicales y conservadores que han visto menguar su influencia bajo la
democracia encontraron en Seineldín un lugar y una posibilidad de repercusión
en lo político que no tenían dentro de ningún otro partido. En una sociedad laica
y con una democracia cristiana inexistente, el nacionalismo integrista constitu-
yó un espacio referencial para sectores católicos, particularmente para los que

95 El catolicismo argentino salió del proceso independentista y de la formación del Estado posco-
lonial en mejores condiciones que otras sociedades latinoamericanas.
96 La cuestión de los grupos católicos en los regímenes militares en Argentina fue abordada tem-
pranamente por Alain Rouquié, Intégristes et militaires: les tentatives du national-catholicisme
en République Argentine. Fondation Nationale des Sciences Politiques, París, 1972. Sobre el
tema ver Loris Zanatta, Del Estado liberal a la Nación católica. Iglesia y Ejército en los orí-
genes del peronismo. 1930-1943, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1996. Para
una visión del catolicismo argentino ver los trabajos de Fortunato Mallimaci.
172 Las ideologías de la nación

valoran la dimensión religiosa en la construcción de una identidad política. Los


carapintadas parece ser el último capítulo de una historia del siglo XX.

El componente religioso, un arcaísmo


Los carapintadas no solo rechazan una visión laica de la sociedad; la religión
articula sus representaciones políticas y en parte sus prácticas. Así, la concep-
ción política del MODIN se desarrolla a partir de dos principios fundamentales:
1) Dios es la fuente de toda razón y justicia, 2) la independencia y la sobera-
nía nacional son inalienables. Por su parte, entre los rasgos que distinguen al
seineldinismo, se encuentra el catolicismo tradicional. El “Frente Nacional y
Popular” a fines de los años 90 se basa en los tres principios característicos del
nacionalismo integrista: Dios, Patria y Hogar.
La corriente integrista desarrolla un principio de razonamiento según el cual
el hombre y la sociedad estarían regidos por una fuerza o una autoridad superior
que dicta las leyes: Dios. Los elementos, ya sean del orden de la naturaleza o
del orden de la historia, que aparecen en el discurso, dan prueba no sólo de la
existencia de un ente superior, sino sobre todo del compromiso divino con la
causa nacionalista. A diferencia de Rico y el MODIN, donde la relación con lo
religioso es más ambigua, en Seineldín la religión está permanentemente pre-
sente en el discurso, independientemente del tema abordado. Los seineldinistas
reconocen que son esencialmente católicos,97 presentándose como hombres de
armas al servicio de Dios y de la Patria, patriotas intransigentes con fe en Cristo
y en la resurrección de la Patria. Seineldín se define como cristiano, patriota,
marianista y tradicionalista. Para él, la Guerra de Malvinas debía dar lugar a
una nueva Argentina capaz de llevar a cabo los designios de la Virgen. Según el
Estatuto Constitucional que acompaña el levantamiento de diciembre de 1990,
el objetivo del “gobierno revolucionario” era “el vigor de la identidad nacional
tradicionalista y cristiana frente a la decadencia de los valores de la argentini-
dad”.98 Los carapintadas se refieren a valores tales como la patria, la religión, la
familia y el trabajo. Existe el sentimiento, entre los carapintadas, de la falta de
reconocimiento de la religión y de sus valores en una sociedad que, detrás del
laicismo, esconde una concepción atea y materialista. Estos toman posiciones
sobre temas sociales como el aborto, la relación Iglesia-Estado, la educación,
etc. La dimensión moral ocupa un lugar central en su concepción del mundo.
La clásica referencia del nacionalismo integrista a la decadencia moral de la
sociedad y la negativa al divorcio va acompañada de críticas a las prácticas

97 Página/12, 26/8/1998.
98 Ámbito Financiero, 13/12/1990.
Frédérique Langue y María Laura Reali 173

sexuales definidas como “antinaturales” como la homosexualidad, considerada


como una enfermedad o un defecto.99
El vínculo que los carapintadas establecen entre ideología y religión es del
orden del compromiso. El pensamiento teológico tiene una doble función: la de
legitimación y la de movilización. Una forma de mesianismo instituye la obli-
gación de actuar. Los garantes meta sociales, como Dios y la Patria, instituyen
absolutos que obligan al cumplimiento del deber político. El nacionalismo, y
la concepción de la Nación y de la sociedad que esta corriente desarrolla, pone
en entredicho los valores del mundo moderno y la herencia de la Ilustración,
valores que acompañaron la construcción de la Nación en Occidente: la secula-
rización, la democratización, la ciudadanía, etc.
La crítica a una Modernidad pensada como autonomía de la razón y antro-
pocentrismo los conduce a reivindicar otro componente tradicional del nacio-
nalismo argentino: el hispanismo. Desde fines del siglo XIX, frente al proyecto
liberal y positivista de la elite se desarrolló la reivindicación de las raíces his-
pánicas en la identidad nacional. A lo largo del siglo XX, la tradición hispá-
nica nutrió al antiimperialismo tanto por izquierda como por derecha. En los
sectores integristas, las críticas hacia el mundo moderno se yuxtaponen con la
nostalgia por el orden feudal europeo en general y por la España de la conquista
en particular, expresado en la preeminencia de lo religioso y de lo militar, como
testimonia el himno de la organización nacionalista Restauración: “Con la cruz
convertida en espada restauraremos la fe nacional”.100 En su forma más extre-
ma, la cruz y la espada son acompañadas por la imaginería medieval, la exal-
tación de las axiologías propias de las Órdenes de Caballería y la invocación
de los temores clásicos de Occidente.101 La estética y el trato recíproco en los
primeros momentos de Tacuara102 –pelo corto y brazalete con la Cruz de Mal-
ta– o los estandartes de Tradición, Familia y Propiedad, son buenos ejemplos.103
Nostálgicos de la tradición católica y de la España realista, entre cruzados y
conquistadores, los carapintadas recuperan el discurso hispanista. El adelan-
tado español con la espada y la cruz vino para convertir a los aborígenes, para
hacerles conocer la verdad: “...su espada recta y firme en forma de cruz, ase-
guraba que eran los herederos del orden sociocultural de los griegos, del orden
político-cultural de los romanos, del orden religioso de los cruzados y que por

99 Veintitrés, 7/2/2002.
100 Manuel de Lezica, Recuerdos de un nacionalista,Astral, Buenos Aires, 1968, p. 10.
101 Sobre el temor y la amenaza en la Edad Media europea ver Jean Delumeau, La peur en Occi-
dent, Pluriel–Hachette, París, 1978.
102 Ver Daniel Gutman, Tacuara. Historia de la primera guerrilla urbana argentina, Javier Verga-
ra, Buenos Aires, 2003.
103 Comisión de Estudios de la Sociedad Argentina de Defensa de la Tradición, Familia y Propie-
dad, El Nacionalismo: Una incógnita en constante evolución. Buenos Aires, 1970.
174 Las ideologías de la nación

medio de la empresa española expandieron maravillosamente el plan de Dios


de difundir la fe hasta los hombres más humildes del planeta.”104

Las fijaciones estratégicas como límites


Los carapintadas buscaron expresar al pueblo y a la nación. Sin embargo, a
diferencia del chavismo, con quien más que la figura de N. Ceresole los unía
un conjunto de representaciones políticas próximas estructuradas a partir de la
interrelación del Ejército y del pueblo en un movimiento cívico-militar, el na-
cionalismo, el antimperialismo y la concepción agonista de lo político, los cara-
pintadas no constituyeron en un movimiento contestario expresando demandas
populares. Los carapintadas no lograron trascender el condicionamiento de sus
representaciones políticas. En particular, el peso de las fijaciones estratégicas
condicionó su comprensión del mundo en gestación.
Las fijaciones estratégicas designan el modo de inscripción de ciertos con-
tenidos representativos que persisten de modo inalterado en la evaluación de
las relaciones internacionales e intergrupales. El uso de la noción de fijación es-
tratégica hace referencia a la idea de una persistencia de esquemas anacrónicos
de comportamiento y de interpretación.105 El anacronismo tendría un aspecto
doble: se trataría, por un lado, de la institución de representaciones fuera de una
temporalidad precisa, que consistiría en no situar el acontecimiento en su fecha
o en su época. Por otro lado, refiere a una cierta invariabilidad en la percepción
del objeto vinculada al hecho de que la variable tiempo no tendría consecuencia
sobre las representaciones. En estas condiciones, la percepción no cambiaría.
El objeto estratégico sería inmutable y atemporal. Ahora bien, las amenazas en
general son ampliamente evolutivas. No obstante, su evolución se inscribe en
tendencias lentas que afectan de modo diferente a los diversos sujetos políticos.
Las nuevas problemáticas estratégicas coexisten con la memoria histórica, con
el recuerdo de amenazas atávicas que sobreviven en el imaginario de las socie-
dades al mismo tiempo que sus condiciones de producción habrían desapareci-
do. Las sociedades constituyen realidades históricas y la gestión de la amenaza
de muerte y la pregunta por cómo garantizar la supervivencia está inscripta en
el tiempo largo. La memoria desempeña allí un papel crucial. Las fijaciones
estratégicas no pueden ser separadas ni de la memoria histórica, ni del arraigo
de ciertas representaciones. Todas las sociedades no mantienen el mismo tipo
de relación con su historia. Hay representaciones que quedan relativamente sin
modificar, aun cuando se hayan producido transformaciones concernientes a
las identidades y a las capacidades de los actores que componen la fuente de
la amenaza o al modo según el cual la amenaza era ejercida a lo largo de la

104 Mohamed A. Sineldín, Lyndon H. LaRouche, et al., El complot para aniquilar a las Fuerzas
Armadas y a las naciones de Iberoamérica, Ed. EIR, Mexico, 1993, p. 14.
105 Edgardo Manero, Nacionalismo(s), política y guerras en la Argentina plebeya…, cit., p. 79.
Frédérique Langue y María Laura Reali 175

historia. Ahora bien, las relaciones de enemistad, al igual que toda relación,
llevan siempre en sí la posibilidad de la transformación. Están inscriptas en una
temporalidad específica y quedan abiertas al cambio. Los seres humanos no
están condicionados por ningún determinismo. Tienen siempre la posibilidad
de actuar sobre sus relaciones con el “otro”, lo cual permite que una hostilidad,
aunque esté arraigada en la historia, se modifique.

Conclusión
El movimiento carapintada no se reduce al actor militar. En él converge la cana-
lización de demandas varias, inclusive antagónicas. La heterogeneidad se ma-
nifiesta no sólo en puntos doctrinales divisorios o en recorridos disimiles. Los
oportunistas de la política bajo sus diferentes formas cohabitan con militantes
y simpatizantes convencidos. En los carapintadas se expresó tanto la lógica
constitutiva del conflicto durante la Guerra Fría, construida bajo la influencia
de la Doctrina de la Seguridad Nacional, como los nuevos problemas emergen-
tes con la post-Guerra Fría y la globalización como proceso y como ideología.
Este espacio destaca el sincretismo entre las distintas formas que ha adoptado
el pensamiento nacionalista en la Argentina ilustrando la permanencia de vasos
comunicantes entre “derechas” e “izquierdas” y las circulaciones entre nacio-
nalismos, peronismos e izquierdas, y en particular sus límites. El nacionalismo,
el antiimperialismo, el antiliberalismo, la tercera posición y, en el caso del pe-
ronismo, una cultura estratégica común, habilitaron espacios de circulación e
inclusive reconversiones militantes.
Desde fines del siglo XX, el escenario político latinoamericano tiene la par-
ticularidad no sólo de fusionar viejas tradiciones de protesta social con actores
sociales y políticos forjados en los conflictos propios del ciclo “neoliberal”,
sino también de convocar nuevamente a la nación como espacio de resistencia.
La globalización generó, paralelamente a la descomposición de las formas tra-
dicionales adoptadas por los colectivos de identificación propios de períodos
históricos anteriores, nuevas reivindicaciones identitarias, incluso en relación
con el nacionalismo. En los años 90, los movimientos de resistencia al neolibe-
ralismo han desarrollado formas originales de pensar el conflicto y sus actores,
que en muchos casos no marcaron una ruptura, sino una cierta reformulación,
aunque con novedades importantes respecto a luchas y proyectos políticos an-
teriores. Es el caso de los militares en ruptura con la promoción de representa-
ciones estratégicas transnacionales por parte de Estados Unidos.
En este marco, la experiencia de los carapintadas contrasta dejando ver su
arcaísmo. Mas allá de los discursos críticos del neoliberalismo y de sus análisis
en muchos aspectos premonitorios sobre la globalización como proceso y como
ideología, el nacionalismo de los carapintadas poco tienen que ver con los mo-
vimientos que procuraron la apropiación de soberanía nacional y popular. Más
176 Las ideologías de la nación

que canalizar demandas de soberanía, esta forma de nacionalismo continuó


desarrollando una reivindicación nacional excluyente, enraizando la cuestión
nacional en elementos culturales y territoriales. Los carapintadas constituyeron
un movimiento complejo, formateado alrededor, en muchos casos, de intereses
individuales, incluidos los negociados políticos y económicos que llevaron a
cambios de posiciones. Fueron un movimiento incapaz, por un lado, de reunir
a las masas y de instituirse como representante de los sectores nacionales y
populares a los que se remite, aunque los constituya en entes abstractos, sin
contenidos sociales. Y, por otro lado, no logró imponerse como un actor político
independiente, no sólo de los militares sino también del peronismo(s). En la
relación con este los carapintadas evidenciaron todo su anacronismo. No sólo
la legitimidad social adquirida por la democracia representativa condicionaba
las representaciones políticas compartidas por peronistas y sus aliados con los
carapintadas. Tras la experiencia de 1976, la figura del militar como salvador
se marginalizó. Resuelto el conflicto por el modelo de sociedad tras el golpe de
Estado de 1976, la inestabilidad posterior a 1955 fundada en la exclusión del
peronismo del sistema político desapareció.
Herederos de una concepción esencialista de la identidad que data de fines
del siglo XIX,106 como el resto del nacionalismo integrista, los carapintadas
continuaron persiguiendo un mismo objetivo, a saber, una “Revolución Nacio-
nal”, estructurada sobre ideales jerárquicos y un ejercicio autoritario del poder,
legitimada por una tradición nacional hipotética desarrollada a partir del sus-
trato “católico e hispano” convertido en “occidental y cristiano” en el contexto
de la Guerra Fría. Su proyecto político nunca pudo trascender su origen condi-
cionado más por la resistencia a los juicios a los militares que por la voluntad
de rectificar el papel que había cumplido el Ejército no sólo en Malvinas sino,
fundamentalmente, bajo la dictadura.

106 Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas: la construcción de la nacionalidad


argentina a fines del siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001; Fernando
Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia,
Siglo XXI, Buenos Aires, 2002.
Las derechas argentinas en el siglo XXI
Entre la nueva política y el anti-izquierdismo
radicalizado
Sergio D. Morresi, Ezequiel Saferstein y Martín Vicente

E
l año 2001 implicó un quiebre en la historia argentina reciente en diver-
sos planos. Una crisis política y económica de grandes dimensiones aca-
bó con el gobierno de la Alianza entre la Unión Cívica Radical (UCR)
y el Frente País Solidario (FREPASO), que había asumido a fines de 1999.
La sociedad argentina se sacudió a lo largo de varias semanas en protestas de
todo tipo y la arquitectura institucional tambaleó, tal como graficó una frase
que devino referencia en medios de comunicación de distintos países: “cinco
presidentes en una semana”. Sin embargo, luego de ese tiempo de zozobra, una
parte mayoritaria del peronismo, en vínculo con actores partidarios diversos
(incluyendo sectores del radicalismo y del casi desintegrado FREPASO), logró
avanzar en una transición ordenada hacia las elecciones de 2003. La lenta nor-
malización de la política institucional no implicó, sin embargo, la remoción de
muchas ideas que habían entornado aquel punto de ruptura.
En diversas áreas del universo político y cultural argentino, los debates so-
bre qué dinámicas habían conducido a la debacle se prolongaron, impactando
paulatinamente en la construcción discursiva e identitaria de las principales
fuerzas políticas, sus referentes sociales y entornos intelectuales y culturales,
que devendrían líneas maestras de sus interpretaciones con la normalización del
sistema político luego de 2003. Para muchos sectores de la política y también
para grupos de la ciudadanía que se activaron en medio de la crisis, apareció
como imperioso comprender y narrar no sólo el momento de la emergencia,
sino también sus vínculos con la historia nacional para pensar el lugar que la
Argentina tenía en el mapa internacional del nuevo siglo, lo cual extendió los
debates sobre el ciclo de la poscrisis hacia la historia del país y los recentró en
una lectura sobre el mundo: el país había colapsado y por ello debía atenderse
a cómo se había llegado a ese quiebre.
La asunción de Néstor Kirchner en mayo de 2003 levantó voces de alerta
entre diversos actores de las derechas casi de inmediato. Las referencias elogio-
sas del presidente a la izquierda peronista fueron leídas por distintos analistas
a la derecha del espectro ideológico como una reminiscencia a los violentos
años setenta, e incluso un liso y llano retorno de la guerrilla más importante
de aquella facción justicialista: Montoneros, ahora con ropaje institucional. La
178 Las ideologías de la nación

acusación de iteración de la agrupación insurgente peronista en el gobierno


había sido lanzada durante la campaña por el principal rival de Kirchner, el
también peronista Carlos Menem, presidente entre 1989 y 1999, quien para
diferenciarse subrayaba: “me gusta la derecha”.1 La acusación de izquierdistas
para Kirchner y sus funcionarios apareció, con matices, en sectores diversos:
en círculos amplios que se expresaban desde programas televisivos y radiales
de debate político2 o periódicos tradicionales del liberalismo-conservador como
el diario La Nación3 hasta actores que transitaban los márgenes de la derecha
nacionalista, como los cercanos a la revista Cabildo y ciertos referentes de las
derechas peronistas sin proyección nacional.
Sin embargo, en la medida en que el nuevo presidente se mostraba capaz
de concitar un importante apoyo popular y enviar señales de liderazgo fuerte
a pesar de la escasez de votos con los que llegó al poder (asumió con el 22%
de sufragios, pues Menem renunció a disputar el balotaje), la idea de un “go-
bierno de montoneros” fue derivando en una caracterización más suave pero
también más elástica: la de “setentismo”. En el término (recuperado por el pro-
pio Kirchner para contraponerlo al “noventismo”, en referencia a la década de
reformas pro-mercado lideradas por Menem) había cierta duplicidad: estaban
quienes la entendían como una efectiva reivindicación de los objetivos de la
izquierda peronista tanto como aquellos que preferían comprenderla como una
reivindicación de un peronismo plural (el de Perón abrazando a sus adversarios
históricos) y un combate contra las formas corruptas e insensibles en las que se
habían llevado adelante las ideas neoliberales durante los años noventa. En ese
punto, Kirchner parecía ofrecer una ambigüedad que varios (aunque no todos)
de sus críticos por derecha rechazaron.4
Esa fue la primera crítica de efecto articulatorio que permite recorrer di-
versas estaciones donde las lecturas de actores del universo partidario, el es-
pacio intelectual o la prensa leyeron a la experiencia kirchnerista como parte
de la “ola rosa” regional que comenzaba a desplegarse en torno a gobiernos
de centro-izquierda. Ello implicó un peso central en las derechas locales en
tanto impactó sobre las discursividades públicas, los modos de articulación
político-partidaria y la circulación de productos culturales. En las páginas que
siguen, trataremos de ofrecer un panorama de los distintos modos en los que

1 Clarín, 5/5/2003.
2 Página/12, 16/5/2003.
3 La Nación, 10/8/2003.
4 Noticias, 12/7/2003 y 30/8/2003. No eran sólo las derechas las que, en los primeros tiempos
del kirchnerismo, tanteaban un panorama confuso. Lo mismo ocurrió con sectores que, desde
las izquierdas, el progresismo y la hasta allí no renovada tradición nacional-popular miraban
al gobierno sin definir posiciones. Una tira de Miguel Rep en Página/12, lo graficaba cuando
su autor se quejaba de no poder hacer “humor oficialista”. Esta ambivalencia en los sectores
progresistas se extendió al menos hasta el final del mandato de Kirchner, cfr. Nicolás Casullo
“El conflicto de las interpretaciones”, Página/12, 10/12/2007.
Frédérique Langue y María Laura Reali 179

las derechas argentinas se posicionaron en las primeras décadas del siglo XXI
ante lo que interpretaron como una peculiar versión local de aquella dinámica
regional. El objetivo no es dar cuenta acabada de todas las posiciones de los
múltiples actores del heterogéneo campo derechista en cada momento, sino tra-
tar de desentrañar movimientos generales que expresan un arco amplio, aunque
centrándonos en la familia ideológica de mayor peso en las derechas argentinas:
la liberal-conservadora.5
Así, mostraremos que en un primer momento las derechas buscaron influir
en el escenario político a partir de cuestiones puntuales (reclamos sobre las
políticas económica, de seguridad o de Derechos Humanos) que se tramaron
sobre el pliego de la idea de “setentismo” con la cual criticaban al gobierno,
pero muy pronto se fue conformando una agenda que puso en primer plano
la cuestión del afán “hegemónico” y poco pluralista de un gobierno peronista
inclinado hacia la izquierda.
En un segundo punto, las críticas contra los impulsos hegemónicos del kir-
chnerismo fueron consolidándose y adquiriendo los contornos de un lenguaje
tradicional en las derechas argentinas: el de la oposición entre populismo (ca-
racterización para el oficialismo) y república (entendida como su contracara
deseable), especialmente con el contexto abierto a principios de 2008, con el
“conflicto de la 125”. Sin embargo, no se trató apenas de una reposición de vie-
jas discusiones sino del despliegue de un nuevo entramado en el que se yuxta-
pusieron tópicos de largo recorrido con una propuesta de “nueva política” capaz
de superar ese populismo que se narraba como atávico, que fue articulado por
la principal oposición partidaria, PRO, un espacio de centro-derecha formado
en tiempos de la crisis de 2001. Esta consistía en reemplazar las categorías de
derecha e izquierda y las narrativas épicas por un gobierno del hacer cotidiano,
cercano a “la gente” (vocabulario que había reemplazado a los términos de pue-
blo y ciudadanos durante los años previos),6 técnicamente capacitado e inmune
a las veleidades de un progresismo que hablaba mucho, pero hacía poco o, peor
aún, se acercaba demasiado a formas autoritarias (e incluso totalitarias, como
se subrayaría años luego).
Finalmente, nos detendremos en un tercer momento: con ese partido de cen-
tro-derecha en el gobierno, en la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019),
discursos y actores ubicados a la derecha de esa experiencia encontraron espa-
cio para expresar posturas radicalizadas. Si bien hubo una suerte de apoyo tác-

5 Ver Ernesto Bohoslavsky, Olga Echeverría y Martín Vicente, “Las derechas argentinas en el si-
glo XX: presentación e itinerarios de un problema”, en Ernesto Bohoslavsky, Olga Echeverría
y Martín Vicente, Las derechas argentinas en el siglo XX. Tomo I. De la era de las masas a la
guerra fría, UNICEN, Tandil, 2021.
6 Ver Gabriel Vommaro, “Lo que quiere la gente”. Los sondeos de opinión y el espacio de la
comunicación política en Argentina (1983-1999), UNGS-Prometeo, Buenos Aires-Los Polvo-
rines, 2008.
180 Las ideologías de la nación

tico al gobierno de la coalición Cambiemos,7 fueron aumentando el volumen de


las voces que entendían que se trataba de un gobierno tibio y endeble, incapaz
de reformar la sociedad y ponerle freno al populismo (e incluso el comunismo),
que no tomaba suficientemente en cuenta los reclamos de sus propias bases o
que incluso operaba como otro progresismo indolente, que no osaba decir su
nombre.
Al final del recorrido, tratamos de mostrar un escenario en el que distintas
derechas políticas e intelectuales ocupan en la actualidad un lugar sensiblemen-
te mayor al que tenían al iniciar el siglo XXI. Manifestado en el crecimiento
de agrupaciones político– partidarias, así como en expresiones y sociabilidades
culturales, editoriales y mediáticas que se involucraron en la discusión pública,
se trató de un tránsito vinculado con las dinámicas abiertas tras aquel quiebre
de 2001. La estructura del texto presenta a esos momentos como estaciones en
la dinámica de las derechas argentinas tras la crisis, enfatizando que los posi-
cionamientos ante el kirchnerismo permitieron una serie de heterogeneidades
(como compartir ciertos diagnósticos con sectores progresistas), de lecturas en
plano regional (a tono con el despliegue de la “ola rosa”) y de reformulación
de ideas y terminología que impactó en las dinámicas internas de los diversos
espacios y referentes derechistas, reformulando el perfil de ese sector del espa-
cio ideológico.

Primera estación: del setentismo a la hegemonía


Los primeros días del gobierno de Kirchner estuvieron marcados por expre-
siones polémicas de referentes periodísticos de las derechas, que activaron crí-
ticamente frente a la nueva gestión y el discurso de sus referentes, pasando a
formar parte de las narrativas de época rápidamente. En la portada del matutino
La Nación, el periodista Claudio Escribano, actor central del medio centenario,
publicó un listado de pautas para el gobierno que fue leído por diversos funcio-
narios y voces cercanas al oficialismo como “un pliego de condiciones” (como
lo definió el periodista Horacio Verbitsky, quien se haría paulatinamente más
cercano al oficialismo).8 Mariano Grondona, otra pluma relevante del periódi-
co, expresó sin tapujos que “la Argentina decidió darse gobierno por seis me-

7 Juntos por el Cambio es el nombre que desde 2019 adoptó la coalición Cambiemos, forma-
da en 2015 por el partido Propuesta Republicana (PRO), la Unión Cívica Radical (UCR), la
Coalición Cívica (CC), el Partido Demócrata Progresista (PDP) y partidos menores. Para las
elecciones de 2021, llevó diversas denominaciones según los distritos.
8 Página/12, 18/05/2003. Ver las versiones de Escribano y Verbitsky, respectivamente, en Hugo
Caligaris y Encarnación Ezcurra, Escribano. 60 años de periodismo y poder en La Nación,
Planeta, Buenos Aires, 2021 y Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark, Vida de perro. Balance
político de un país intenso, del 55 a Macri, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.
Frédérique Langue y María Laura Reali 181

ses” al elegir a Kirchner por sobre el experimentado Menem.9 Desde el diario


de negocios Ámbito Financiero, por su parte, el director Julio Ramos identificó
una y otra vez al gobierno con una izquierda tan genérica como insustancial
y atávica. A esas voces aludió el presidente en diversas ocasiones, pidiendo
a la sociedad estar alerta ante “la derecha irracional”: es decir, un colectivo
derechista genérico que pensaba con categorías fuera de eje. Kirchner no trepi-
dó en identificar a sus retadores con dos momentos que en su gobierno serían
colocados como ejes de crítica histórica: la última dictadura y los años '90, el
pasado represivo y el inmediato ayer desregulador, unidos desde esa mirada
por el neoliberalismo que el oficialismo pedía superar (aunque la trayectoria
de diversas de sus figuras se hubiera dado en el esquema noventista y varias
de sus políticas mostraran continuidades con aquellas). Muchas de las críticas
de Kirchner fueron compartidas por periodistas, intelectuales y otros analistas,
rompiendo una suerte de progresismo genérico que había ligado al universo de
publicaciones políticas masivas durante la década previa, proceso que luego se
daría en torno del propio fenómeno kirchnerista.10
Las citadas ideas de Grondona, un intelectual central en las derechas li-
beral-conservadoras que en los años previos había ampliado su perfil hacia el
diálogo con actores progresistas, no eran privativas de espacios derechistas,
sino que se encastraban con las de Elisa Carrió, una dirigente progresista de
extracción radical y gran protagonismo en la crisis de 2001 como crítica de la
dirigencia radical y peronista: para ambos, el peligro era que Kirchner llevara
a nivel nacional el tipo de gobierno “hegemónico” que habría construido en su
gestión en Santa Cruz. Sin replicar la definición gramsciana, el uso del concep-
to tenía que ver con una reformulación de líneas que en los '90 entornaba la idea
de “hiperpresidencialismo”, centrando en lo político-institucional lo que en el
autor sardo era político-cultural. Sin embargo, el término cobró centralidad en
los debates del momento y fue desplazando lentamente a la idea del “setentis-
mo”, la cual sin embargo reaparecía una y otra vez como manera de marcar
críticamente los modos en los que el gobierno miraba la política de maneras
ya caídas en el pasado, antes que la referencia estricta a la militancia violenta,
que sin embargo rodeaba muchas de esas intervenciones como una sombra, y
se harían explicitas años luego.

9 En el mismo tono que muchas notas editoriales, Grondona señalaba sin cortapisas que “en
el acto de la ESMA el presidente declaró que venía a continuar las ideas de Montoneros, La
Nación, 11/04/2004. Sobre su figura, ver Martín Vicente y Mauricio Schuttemberg, “De la
ética capitalista al posliberalismo: Mariano Grondona y una lectura culturalista-política del
desarrollo liberal en democracia (1983-1999)”, en PostData, vol. 26, Núm. 1, 2021.
10 El cruce de Kirchner con periodistas llamó la atención de analistas que buscaron colocarse por
fuera de ese conflicto, como las revistas Noticias o Tres Puntos. Ver Eduardo Minutella y María
Noel Álvarez, Progresistas fuimos todos. Del antimenemismo a Kirchner, cómo construyeron
el progresismo las revistas políticas, Siglo XXI, Buenos Aires, 2019.
182 Las ideologías de la nación

Por lo antedicho, “setentismo” se prolongó para marcar un grado de ro-


manticismo o atavismo abstruso, fuera de tiempo, que podía ir del atraso de
ciertas ideas económicas a una estetización de la política alejada de la que había
dominado los años del retorno democrático. También allí las críticas no eran
solamente vertidas desde las derechas: antes de cumplirse el primer año de
gobierno de Kirchner, su discurso en la entrega de la ESMA (un ex centro de
detención clandestino durante la última dictadura) a la sociedad civil fue dura-
mente criticado por identificar su voz con la del Estado y no dar centralidad a
la política de juzgamiento de la transición. Desde el progresismo, la ensayista
Beatriz Sarlo retomó la idea memorialista de Nunca Más y llamó a aplicarlo al
“discurso único”,11 que plasmaría la voluntad hegemónica del gobierno. Ese
uso de la consigna señera fue reapareciendo como modo de retomar aquella
frase fundante de la democracia y hacer de ella un modo de conminar lo que se
presentaba como los peores rasgos del gobierno, lo cual apareció una y otra vez
en intervenciones de políticos o intelectuales, en manifestaciones callejeras o
en editoriales que por derecha marcaban una serie de “Nunca Más” a lo que en-
tendían ejes negativos del gobierno y que abarcarían ejes heterogéneos: desde
la corrupción al verticalismo institucional, pasando por el clientelismo.
Sólo dos días antes de ese acto, el secuestro seguido de asesinato del joven
estudiante Axel Blumberg operó como un catalizador de diversas posiciones
críticas al gobierno y puso en el centro de la agenda las posiciones securitistas
de sectores heterogéneos. Su padre, Juan Carlos, un empresario textil, se trans-
formó velozmente en referencia para críticos del gobierno. Su presencia me-
diática desembocó en la creación de una Fundación con numerosos adherentes
políticos, empresariales, sociales y una dinámica de movilización en pos de le-
yes securitistas y punitivistas que fue rápidamente aprobada por parlamentarios
oficialistas y opositores. En torno del movimiento desarticulado que rodeó a
Blumberg, sectores progresistas vallaron ese heterogéneo fenómeno señalando
a sus voceros como promotores de “la mano dura” y, en ciertos casos, ligán-
dolos directamente con políticos vinculados al pasado represivo o conductas
patibularias, que estarían reescribiendo los reclamos más duros en términos de
desapego democrático. Ello evidenció que determinados sectores progresistas,
que se referenciaban en el gobierno o que aun siendo opositores compartían
cierta agenda (como en Derechos Humanos), tenían dificultades para enfrentar
las miradas más duras sobre la problemática: esto se visibilizó tanto en el trata-
miento de un paquete de leyes que se conocieron como “leyes Blumberg” (ca-
lificado de express por diversos analistas que señalaron que el gobierno había
reaccionada sin densidad institucional), como también en las dificultades para
analizar el fenómeno que expresaron diversas voces. Por ejemplo, la revista
XXIII (un ejemplo de “progresismo para las masas” atento a la agenda pública

11 Beatriz Sarlo, “Nunca más el discurso único”, Página/12, 28/04/2004.


Frédérique Langue y María Laura Reali 183

antes que a problemas de orden ideológico) tituló “Padre coraje” su primera


tapa sobre el discurso de Blumberg, pero se fue alejando de sus posiciones
en medida que estas se volvían más duras, del mismo modo en que el diario
de centro-izquierda Página/12 eligió primero destacar las críticas al aparato
policial realizadas por el empresario pero luego llegó a presentarlo (con escaso
tino) como “el arcángel de la mano dura”.12
La centralidad que el problema de la inseguridad representaba para sectores
progresistas no era nueva: antes de la crisis, medios, candidatos y analistas
habían mostrado claras limitaciones a la hora de buscar superar las posiciones
que consideraban “manoduristas” o “amarillas”. Sobre ellas, diversas voces
derechistas se montaron una y otra vez durante el ciclo kirchnerista, muchas
veces desde la oposición y otras desde las propias filas de la amplia construc-
ción oficialista, como modo de atender al reclamo y explotar su visibilidad: la
problemática tuvo gran protagonismo en medios, en discursos de legisladores
y campañas electorales durante la siguiente década.13 Si bien Kirchner había
habilitado un giro a posiciones más duras, a sus críticos no les convencieron ni
en el sentido práctico ni en el trasfondo: las vieron como salidas de compromiso
de un progresismo que ninguneaba una problemática honda y de auténtico cala-
do social, que no remitía a una mera construcción de escándalos mediatizados.
El entrecruce de sentidos que se vio en ese momento reperfiló un debate más
amplio. La asunción de Kirchner, sus primeras medidas de gobierno, su discur-
so desenfadado, el apoyo que revelaban las encuestas, fue materia de interés
entre analistas diversos: periodistas, académicos, intelectuales o encuestadores
fueron demandados desde medios, universidades y otros espacios de consulta,
bajo la idea de que el gobierno era un arcano a explicar. Dos experiencias cen-
trales allí fueron las entrevistas que los periódicos La Nación y Página/12, de
opuestas posiciones político-editoriales, comenzaron a publicar regularmente,
que recogían no sólo los universos de referencia de cada espacio, sino que mos-
traban también circulación de nombres, categorías o análisis entre uno y otro:
ese fenómeno, paulatinamente, comenzó a hacerse más extraño, al tiempo que
los espacios se cerraban sobre sí mismos.14 Ello se alineó con una dinámica
más amplia: en el mercado editorial, las discusiones sobre la salida de la cri-
sis de 2001 y las derivas políticas que asumiría el gobierno tomaron forma en
una serie de ensayos e investigaciones periodísticas que, además de convertirse

12 Sobre el “caso Blumberg”, ver Gabriel Kessler y Sandra Gayol, Muertes que importan. Una
mirada sociohistórica de los casos que marcaron la Argentina reciente, Siglo XXI, Buenos
Aires, 2018.
13 Ver Gabriel Kessler, El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito, Siglo XXI,
Buenos Aires, 2009.
14 Una selección de esas notas se publicó, respectivamente, en La Nación, Los intelectuales y
el país de hoy. Treinta entrevistas sobre el país en crisis, La Nación-Sudamericana, Buenos
Aires, 2004; y José Natanson, El presidente inesperado. El gobierno de Kirchner según los
intelectuales argentinos, Homo Sapiens, Rosario, 2004.
184 Las ideologías de la nación

en best sellers, posicionaron a sus autores y temas en la agenda intelectual y


política. La crisis de inicios de siglo y la vuelta del peronismo al poder con
un discurso progresista redundó en una literatura política de no ficción que se
preguntaba por la identidad y el ser nacional argentino, las razones del fracaso
de las opciones de poder no peronistas y los peligros para la república que el po-
lítico en el poder suponía. Esta dinámica editorial fue poniendo en circulación
una tematización que apareció una y otra vez en los debates político-culturales,
donde las voces derechistas tuvieron un gran protagonismo y desplegaron ideas
que se harían centrales poco tiempo después.
En ese marco, la lectura bajo las pautas de la hegemonía que vimos previa-
mente se revistió de credenciales académicas con la publicación de Poder y he-
gemonía, un libro del politólogo e historiador Natalio Botana, en 2006. El texto
advertía que las mejoras económicas obtenidas por el gobierno de Kirchner
debían comprenderse también como la génesis de un proceso potencialmente
peligroso y volátil, ya que abrían el camino para que el gobierno instalase un
sistema político similar al que había regido en México, de modo tal que el jus-
ticialismo se convirtiese en una mayoría natural con un discurso de izquierda
–de modo similar al Partido Revolucionario Institucional (PRI)– capaz de dar
un espacio reducido apenas a una coalición de derecha que ocuparía un lugar
subordinado –como lo había hecho el Partido Acción Nacional (PAN) hasta
el año 2000–.15 Según Botana, que aquí retomaba algunos tópicos usuales del
pensamiento liberal-conservador y de las posiciones anti-peronistas clásicas, la
voluntad hegemónica del kirchnerismo era una fuerza contra-republicana que
no solo colocaba en peligro al pluralismo político, sino que tendía a apuntalar
una “dialéctica de la enemistad” similar a la que se estaba desplegando en Vene-
zuela.16 Como veremos, la mención al país caribeño operará más adelante como
modo de leer la realidad local, en un proceso que con sus diversas inflexiones
se experimentó en diversos países de la región.
Las comparaciones entre el peronismo kirchnerista y el PRI mexicano estu-
vieron a la orden del día al tiempo que comenzó a ganar espacio, como una acu-
sación, un término que desde la década anterior tenía un lugar de importancia
en el debate: el de clientelismo. Para diversas voces de las derechas, el gobierno
asentaba sus triunfos electorales sobre un aparato político que ligaba Estado y
relaciones de clientela con los sectores populares, y también aquí una parte del
progresismo refractario al gobierno compartió esas inquietudes. En esta línea,

15 Natalio Botana, Poder y hegemonía. El régimen político después de la crisis, Emecé, Buenos
Aires, 2006, pp. 212-213. Estas preocupaciones estaban presentes en las entrevistas de La
Nación y Página/12, con sentidos diversos.
16 Natalio Botana, Poder y hegemonía…, cit., pp. 88-98 y 216. En este sentido, resulta claro que
el miedo “para no caer en el chavismo” que será clave en la conformación de PRO tuvo tras
de sí una historia afianzada en la década que medió entre este momento y su llegada al poder
nacional. Ver Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Belloti, Mundo PRO. Anatomía
de un partido fabricado para ganar, Planeta, Buenos Aires, 2015, pp. 262-264.
Frédérique Langue y María Laura Reali 185

pero orientado hacia un público más amplio que el de Botana, el escritor y


ensayista Marcos Aguinis, con diversos best sellers de ficción y ensayo en su
carrera, resaltaba y alertaba sobre el poder coercitivo del Estado bajo mandato
de Kirchner, tanto en sus textos periodísticos como en sus libros de ensayo.
Aguinis alertaba sobre lo que presentaba como pretensiones autoritarias del
gobierno, escondidas detrás de un “falso progresismo”, cuyas medidas habrían
derivado en anomia y debilitamiento de las instituciones.17 En línea con los
imaginarios del liberalismo conservador, su narrativa construía un pasado de
grandeza nacional ubicado en la generación del '80 para luego contraponerlo
al presente caótico y corrupto que sería, en gran parte, consecuencia de los
gobiernos peronistas:18 del individualismo católico y la etapa colonial se habría
pasado a una cultura de intolerancia, de “viveza” y de dependencia del poder,
agravada en el siglo XX por liderazgos personalistas, autoritarios y carentes de
horizonte.19
Esta perspectiva, como se había advertido en diversos best sellers tras la
caída de 2001, colocaba la responsabilidad en “los argentinos” como colectivo
y cultura, pero en este caso Aguinis marcaba que la sociedad también tenía la
oportunidad de dejar esa estampa en la medida en que pudieran desprenderse de
esos valores arcaicos y modernizarse. Ello debía hacerse abrazando ideas libe-
rales en las que el individualismo no apuntase a la autocomplacencia, sino que
fuera la piedra de toque de una sociedad plural, respetuosa de las instituciones y
profundamente solidaria. En este sentido, la lectura que presentaba Aguinis por
derecha, bajo una mirada moral y cultural, era replicada desde el progresismo
por el exitoso periodista Jorge Lanata en ADN.20 El autor, que había publicado
también el best seller post-crisis Argentinos, que cruzaba una narrativa revisio-
nista con la centralización de una serie de problemáticas como la corrupción o
la falta de horizonte de los referentes políticos como ejes de la historia nacional,
buscaba en estos textos relevar una visión identitaria de lo que presentaba como
una historia del fracaso nacional21. El libro, así, elaboraba una descripción del
“ser nacional” según la cual los argentinos no pensaban la democracia como
valor, sino como un medio para llegar al poder, un rasgo que se encriptaba en
la identidad nacional y que estaba en el eje de sus críticas a Kirchner. Aguinis

17 Adrián Pulleiro, Liberales, populistas y heterodoxos. Estudios sobre intelectuales, cultura y


política en la Argentina reciente, Batalla de Ideas, Buenos Aires, 2017.
18 Pablo Semán, Bajo continuo. Exploraciones descentradas sobre cultura popular y masiva,
Gorla, Buenos Aires, 2008.
19 Los textos de Aguinis de esos años pasaron de la preocupación por una mirada global a la
denuncia abierta y activista del kirchnerismo. Ver Marcos Aguinis, ¿Qué hacer? Bases para
el renacimiento argentino, Planeta, Buenos Aires, 2005; El atroz encanto de ser argentinos 2,
Planeta, Buenos Aires, 2007; Pobre patria mía. Panfleto, Sudamericana, Buenos Aires, 2009.
20 Jorge Lanata, ADN. Mapa genético de los defectos argentinos, Planeta, Buenos Aires, 2004.
21 Jorge Lanata, Argentinos. Tomo 1: desde Pedro de Mendoza hasta la Argentina del Centenario;
Tomo 2: desde Yrigoyen hasta la caída de De la Rúa, Ediciones B, Buenos Aires, 2003.
186 Las ideologías de la nación

y Lanata abrevaban en el género de la sociodicea argentina que, si bien trazaba


hondas y profusas raíces con el siglo XIX, había experimentado un reverdecer
tanto en clave progresista como en clave liberal-conservadora tras la crisis de
2001. Ese efecto fue estructural y definió cómo diversas voces se fueron acer-
cando a cada uno de los márgenes de esa narrativa, así como permitió que voces
progresistas como las de Lanata se acercasen paulatinamente a sectores de las
derechas, desde una oposición en común al kirchnerismo que comenzaba a uni-
ficar, así, una gramática compartida.
En la campaña que llevaría a la presidencia a Cristina Kirchner, senadora
de importante trayectoria legislativa y esposa del presidente, una de las claves
de la oposición fue la promoción de pautas institucionalistas amplias que se
presentaban como contrarias a “la demasía” del oficialismo, una idea donde
podían coincidir Botana, Aguinis y Lanata. Leída en términos de antirepubli-
canismo, esta dinámica era descrita como avasallamiento institucional, corrup-
ción o construcción de un falso pluralismo por vía de “la chequera oficial” que
captaba con el aparato estatal a referentes políticos, sociales o culturales. En tal
sentido, el periodista Joaquín Morales Solá, desde La Nación, calificó como “la
política de la desmesura” al estilo del kirchnerismo.22 El oficialismo fue atento
a esas críticas, lo que marcaba la centralidad de ellas en el discurso público, por
lo que en torno del gobierno se dejaba claro que el período siguiente sería “el
de las instituciones”. El pleno ascenso de la llamada “ola rosa” de gobiernos
de centro-izquierda en la región ingresó de lleno en el debate público y, des-
de diversos referentes de las derechas, el caso argentino fue equiparado antes
con el venezolano que con otros vistos con mayor empatía, como el chileno o
brasileño, leídos como progresismos “inteligentes”, “pragmáticos” y “moder-
nos”, capaces de llevar adelante una agenda también compartida por sectores de
centro-derecha (en ejes como el respeto institucional o la moderación pública).
Ante las voces que identificaban al kirchnerismo con el chavismo, Fernández
de Kirchner contestaba que su modelo era Alemania, pero, sin embargo, allí el
neologismo “chavización” marcó una articulación del sitio de Venezuela en una
lectura antipopulista que compartieron las derechas regionales.23
El triunfo de Fernández de Kirchner en las elecciones mostró que la oposi-
ción por derecha no había logrado constituir un polo nacional, pero sí ejes que
serían de importancia en lo venidero, especialmente con el triunfo del PRO en
la CABA. Asimismo, se expuso que ideas y lecturas nacidas en las derechas y

22 Joaquín Morales Solá, Los Kirchner. La política de la desmesura (2003-2008), Sudamericana,


Buenos Aires, 2008.
23 Entre los nombres de mayor relevancia, el mexicano Enrique Krauze se ocupó en diversos artí-
culos y publicaciones del líder venezolano y su figura análoga en México, el futuro presidente
Andrés Manuel López Obrador, así como el peruano Mario Vargas Llosa alertaba sobre una ola
populista regional. Ver Enrique Krauze, El poder y el delirio, Tusquets, Buenos Aires, 2008,
y Mario Vargas Llosa, Sables y utopías. Visiones de América Latina, Aguilar, Buenos Aires,
2009.
Frédérique Langue y María Laura Reali 187

circuladas desde allí a espacios más amplios tenían una centralidad en el debate
que llevaba a sectores progresistas, dentro y fuera del oficialismo, a implicarse
en los debates respectivos. Ambos factores resultaron clave en lo sucesivo.

Segunda estación: entre el populismo y la república


El inicio del gobierno de Fernández de Kirchner abrió un conflicto que marcaría
época: la dinámica lanzada por la medida gubernamental de retenciones mó-
viles a las exportaciones agropecuarias implicó un doble movimiento: por un
lado, permitió la reformulación del espacio oficialista mientras que por el otro
articuló lentamente las condiciones de posibilidad de una línea de convergencia
de la galaxia opositora con los sectores de centro-derecha en el eje. De las pan-
tallas mediáticas a las movilizaciones citadinas, de los discursos de políticos a
las intervenciones de activistas, de las lecturas de analistas a los cortes en rutas
de las zonas del agronegocio, “la 125” fue reconocida de inmediato como un
mojón, un evento que implicó articulaciones heterogéneas impensadas apenas
meses antes y llevó a reformular el mapa del debate político.24
En diversas ocasiones y en medio del clima de agitación y polarización, la
presidenta enfatizó que quienes criticaban la política de retenciones en realidad
estaban contra las políticas de Derechos Humanos del gobierno: mutatis mutan-
di, la reinscripción de las movilizaciones securitistas en el terreno de una vin-
dicación de la última dictadura se reformulaba en esta operación con quienes
circulaban el leit motiv “Yo apoyo al campo”, que llevó a diversos opositores
a acusar más enfáticamente al gobierno de una mirada agonal y antitética a los
modos republicanos. En torno de esa dinámica se articuló una importante trama
simbólica que iba de remeras y gorras a etiquetas en vehículos y leyendas en
las cada vez más visibles redes sociales: en un punto, parte de la discursividad
anti-kirchnerista por derecha tuvo allí un eje visible, estridente e incluso pop
que sería retomado y reformulado más adelante por nuevas expresiones dere-
chistas, algunas de las cuales, por su virulencia, fueron incluso impugnadas
por opositores al kirchnerismo. Dentro de las más resonantes se destacaron las
reminiscencias al pasado, tales como el insulto a organismos de Derechos Hu-
manos cercanos al gobierno o vindicaciones de la última dictadura.
Esta reacción que proponía una relectura del pasado tenía un anclaje en su
recolocación como tema de debate público a partir de la política de Derechos
Humanos del gobierno de Kirchner, que había ganado terreno en las industrias
culturales, reperfilando su lugar público. Especialmente desde la reapertura de
los juicios por delitos de lesa humanidad en 2005, en el mercado editorial emer-

24 Ricardo Aronskind y Gabriel Vommaro (Comp.), Campos de batalla. Las rutas, los medios
y las plazas en el nuevo conflicto agrario, UNGS-Prometeo, Buenos Aires-Los Polvorines,
2010; Roy Hora, Cómo pensaron el campo los argentinos. Y cómo pensarlo hoy, cuando ese
campo ya no existe, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.
188 Las ideologías de la nación

gió una literatura que revisitaba los acontecimientos de los '70, referidos a la
violencia política, la lucha armada y a la represión militar, principalmente des-
de una óptica contraria a la extendida por parte de los organismos de Derechos
Humanos históricos (así como en los '80 y '90 hubo una fuerte impronta favo-
rable a esas miradas). Libros autoeditados o editados por pequeñas editoriales
derechistas, de autores como el abogado conservador Nicolás Márquez y el pro-
fesor de Historia nacionalista Sebastián Miranda, habían expuesto una defensa
de la visión militar de la dictadura, sin cosechar un mercado fecundo ni reper-
cusión mediática.25 Sin embargo, esto cambió cuando las grandes editoriales y
sus editores –principalmente, Pablo Avelluto al frente de Sudamericana– vieron
allí la chance de un mercado fecundo. Entre los más representativos, se destaca
la trilogía sobre los años '70 del periodista y político Juan Bautista Yofre y los
textos del periodista y politólogo Ceferino Reato, que se transformaron en best
sellers y abrieron un ciclo donde los libros sobre los años setenta se convirtie-
ron en un éxito editorial motorizado por la propia Sudamericana.26 La idea de
“setentismo” era retomada de manera peyorativa por estos autores, para definir
tanto al accionar de las organizaciones armadas e identificar su espíritu con el
gobierno kirchnerista, como también para referirse a una modalidad utilitaria
del espíritu revolucionario, que escondía una voluntad de acaparar poder bajo
una discursividad y narrativa falsamente comprometida. Al mismo tiempo, es-
tos autores subrayaban que el matrimonio Kirchner no había tenido un interés
especial por el tema antes de su presidencia, lo que dejaría en claro la impostu-
ra.27 Esa lectura compartía con las que se presentaron en el segmento previo una
mirada sobre el kirchnerismo como una fuerza que se basaba en ideas de los '70
o acaparaba poder de modo cínico.
Durante ese ciclo, además, se editaron diversos textos que anticipaban el
final del tiempo kirchnerista a la luz de la dinámica abierta por el conflicto de
2008, tanto de autores noveles (especialmente periodistas políticos o de investi-
gación) como de ensayistas consagrados, que también tomaban la problemática
de la década de los setenta para hilarla al presente, donde se enfatizaba que el

25 Por ejemplo, Nicolás Márquez, La otra parte de la verdad: la respuesta a los que han ocultado
y deformado la verdad histórica sobre la década del '70 y el terrorismo, edición del autor,
Buenos Aires, 2004; La mentira oficial. El setentismo como política de Estado, edición del
autor, Buenos Aires, 2007. Sebastián Miranda, La guerra contra el terrorismo en la Argentina.
De los uturuncos a la muerte de Juan D. Perón, Unión, Buenos Aires, 2016.
26 Respectivamente, Juan B. Yofre, Fuimos todos (Sudamericana, Buenos Aires, 2010); Nadie
fue (Sudamericana, Buenos Aires, 2011); Volver a matar (Sudamericana, Buenos Aires, 2011).
Ceferino Reato, Operación Traviata. ¿Quién mató a Rucci? La verdadera historia, Sudameri-
cana, Buenos Aires, 2008; Operación primicia. El ataque de Montoneros que provocó el golpe
de 1976, Sudamericana, Buenos Aires, 2010; Disposición final. La confesión de Videla sobre
los desaparecidos, Sudamericana, Buenos Aires, 2012.
27 Ver un análisis de esta literatura, sus autores y editor en Ezequiel Saferstein, ¿Cómo se fabrica
un best seller político? La trastienda de los éxitos editoriales y su capacidad de intervenir en
la agenda pública, Siglo XXI, Buenos Aires, 2021.
Frédérique Langue y María Laura Reali 189

kirchnerismo tenía su suerte echada ante el descontento social. En este últi-


mo espectro, intelectuales insertos en la derecha liberal-conservadora de larga
trayectoria como Grondona y Rosendo Fraga publicaron con pocos meses de
diferencia, respectivamente, El poskirchnerismo y Fin de ciKlo. Sin embargo,
más allá de la coincidencia en los títulos, Grondona llamaba antes a construir
una opción superadora que a analizar un tiempo terminado, como hacía Fra-
ga.28 Pero la mirada de este ensayista, sin embargo, era parte de un entramado
interpretativo que había crecido en las derechas. A la luz de esa dinámica, para
ciertos sectores la apabullante reelección de la presidenta en 2011, tras eleccio-
nes de medio término en 2009 con diversos resultados negativos para el oficia-
lismo, fue una sorpresa: el mismo día de las elecciones primarias, Morales Solá
finalizaba su columna en La Nación señalando que esa jornada el kirchnerismo
vería el rechazo social abierto.29
Ese tipo de intervenciones grafica que para diversos sectores opositores por
derecha el triunfo kirchnerista era un arcano, pero también muestra la densidad
del universo político cultural que se había formado en ese cuadrante político,
donde esa lectura era no sólo plausible sino estructurante de posicionamientos
públicos. Voces identificadas con el oficialismo criticaron esas lecturas seña-
lando que se trataba de visiones ortodoxas que no podían entender “la anomalía
kirchnerista”, como la definió el ensayista Ricardo Forster.30 La gran cantidad
de libros y publicaciones cercanas al kirchnerismo que subrayaban dicha cues-
tión mostraba que mientras sectores opositores elegían enfatizar su distancia de
“el sentido común” (nuevamente, el vocabulario gramsciano en usos libres),
desde las cercanías al gobierno se veía en ello una marca de dinamismo y crea-
tividad ante visiones rutinizadas e inapelablemente derechistas. Desde las dere-
chas, a su vez, ese veredicto se daba vuelta: se trataba de meras justificaciones
letradas de un kirchnerismo cuya realidad estaba en otra parte: la acumulación
de poder. En un punto, los autores de los dos grandes best sellers políticos de
la época grafican esa dinámica: si en 2009 Aguinis publicó un autodenominado
panfleto que llamaba con urgencia al escándalo ante lo que consideraba los des-
manejos oficialistas, en 2015 el periodista Luis Majul, que había publicado un
exitoso libro sobre Kirchner, identificó el cierre de la etapa kirchnerista como
el paso de la locura a la normalidad.31

28 Mariano Grondona, El poskirchnerismo. La política de las nuevas generaciones, Sudameri-


cana, Buenos Aires, 2009; Rosendo Fraga, Fin de CiKlo: ascenso, apogeo y declinación del
poder kirchnerista, Ediciones B, Buenos Aires, 2010.
29 La Nación, 14/8/2011.
30 Ricardo Forster, La anomalía kirchnerista. La política, el conflicto y la innovación democráti-
ca, Planeta, Buenos Aires, 2010.
31 Marcos Aguinis, Pobre patria mía..., cit. y Luis Majul, El dueño. La historia secreta de Néstor
Kirchner, el hombre que maneja los negocios públicos y privados de la Argentina, Planeta,
Buenos Aires, 2010; El final. De la locura a la normalidad, Planeta, Buenos Aires, 2015.
190 Las ideologías de la nación

Ello redimensionó y resignificó movimientos previos, que en parte también


aceleró: una visible literatura “anti-K” ganó presencia en el mercado editorial,
con textos periodísticos coyunturales y ensayos de diverso tenor, pero también
por medio de reconsideraciones históricas y evaluaciones políticas sobre el pe-
ronismo clásico, los años setenta o el progresismo, donde la “ola rosa” regional
también aparecía considerada a la luz de la experiencia kirchnerista. Si bien
posteriormente el mercado editorial se normalizó y dio lugar a una suerte de
dinámica de “libros de(sde) la grieta”, que operaba en torno a la polarización
política, las relaciones entre industria libresca, periodismo y discurso político
se hicieron patentes en una discursividad que cruzaba el sector derecho de la
oposición por medio de una serie de tópicos regulares. El retorno fuera de lugar
de las ideas de los setenta y la corrupción operaron como ejes centrales que
fueron reposicionados por la axialidad que cobró una palabra que comenzó a
estar en el centro del debate pero que, como vimos, no era nueva en las pujas
de la poscrisis: populismo.
Desde los sectores opositores por derecha, justamente, esa mirada fue uno
de los modos en que el clivaje populismo-república pasó a ser un ordenador
central de las interpretaciones de la vida pública, en tanto no sólo implicó un
modo de moverse en la política de coyuntura, sino que dentro de cada uno
de los términos de esa fórmula podían caber construcciones heterogéneas en
planos diversos pero convergentes, que permitió reposicionar en términos de
sentido común-extravagancia o normalidad-locura. Esa lectura fue haciéndose
más dura a medida que la polarización avanzaba, donde incluso las versiones
extremas colaboraron en la erección de una lectura en la que el populismo podía
contener dentro las desvirtudes más diversas y operar como término aglutina-
dor.
En esa dinámica, una literatura polémica y variopinta sobre populismo pasó
a ganar lugar en la industria editorial, desde textos académicos a intervenciones
activistas a favor o en contra de los fenómenos populistas, y se vio reflejada
en el vocabulario periodístico, en las intervenciones de referentes políticos y
en la velocidad de las redes sociales, que comenzaban a ganar espacio en los
debates públicos. Entre las derechas, este último eje fue notorio. En 2015, el
mismo año en que Cambiemos alcanzaría la presidencia, el periodista y polí-
tico Fernando Iglesias publicó Es el peronismo, estúpido, que llevó al cénit la
literatura “anti-K” y aquellas lecturas aparecían sedimentadas y tamizadas por
las ideas liberal-conservadoras sobre la oposición populismo-republicanismo.
Iglesias, cuya trayectoria comenzó en el trotskismo y se condujo hacia el libe-
ralismo, presentaba un texto que, a diferencia de otros anclados en argumen-
tos derechistas, recogía posicionamientos de diferentes perspectivas, fueran el
antiperonismo clásico, las oposiciones coyunturales al kirchnerismo, ciertos
análisis académicos o datos de dudosa procedencia, todo con el fin de golpear
sobre su objeto. Esta operación no era, sin embargo, propiedad exclusiva de ese
Frédérique Langue y María Laura Reali 191

trabajo: diversos actores entre las derechas rescataron las críticas progresistas al
kirchnerismo para mostrar que no se trataba de una cuestión derecha-izquierda
sino de un acuciante momento liminar que ponía en riesgos los cimientos de las
formas demoliberales. Por eso, el foco de Iglesias no estuvo puesto solamente
sobre el kirchnerismo y su supuesta corrupción, sino en una crítica al populis-
mo, pensado en línea con un autoritarismo que habría tenido su punto de partida
con el golpe de 1930 en el que la participación de Perón (entonces un joven
oficial justista) se agigantaba para servir de prólogo a décadas de iliberalismo,
retroceso y violencia.32
En parte por compartir lecturas similares acerca de los problemas derivados
del populismo, diversas figuras representativas del liberalismo progresista se
acercaron, en distintos momentos, a las filas de un nuevo partido político que
se presentó a sí mismo como ubicado “más allá de la izquierda y la derecha”.
“Compromiso para el Cambio” (que luego devendría Propuesta Republicana,
PRO), nacido al calor de la crisis y que proponía ocupar el espacio dejado va-
cante por la desaparición y la marginalización de las experiencias de derecha
y centro-derecha anteriores. En alianza con algunos núcleos liberal-conserva-
dores como la Unión del Centro Democrático, el Partido Federal y el Partido
Demócrata, se presentó con un discurso político que sumaba tópicos del neo-
liberalismo, retomaba la cuestión moral puesta en juego por experiencias par-
tidarias de centroderecha que tuvieron su auge en los '90 (como Acción por la
República y Nueva Dirigencia) y sumaba, aunque de modo más bien estético,
una veta de sensibilidad social que se emparentaba con el “conservadurismo
compasivo” con el que George W. Bush había ganado las elecciones en Estados
Unidos. En el nuevo partido convergían, además de políticos con trayectorias
derechistas, otras figuras provenientes del radicalismo y el peronismo de la Ciu-
dad de Buenos Aires, así como cuadros empresarios cercanos al grupo econó-
mico SOCMA (el holding familiar del líder del emprendimiento partidario, Ma-
cri), militantes sociales (en general provenientes del mundo católico) y jóvenes
que provenían de diferentes ONGs y think-tanks que se activaron políticamente
en el contexto de la crisis de 2001.
Si bien en los primeros años PRO se mostró orientado hacia la derecha
(estableciendo un marco de alianzas hacia ese sector, desplegando una agenda
cercana al neoliberalismo y mostrando su acuerdo con valores culturalmente
conservadores), a partir de 2007 fue cambiando de estrategia. Así, se distanció
de varios de sus socios políticos más claramente identificados con las ideas
derechistas (como el gobernador neuquino Jorge Sobisch o el economista neoli-
beral Ricardo López Murphy), exigió la renuncia a funcionarios propios (como
el ministro de Educación porteño Abel Posse, por declaraciones culturalmente

32 Fernando Iglesias, Es el peronismo, estúpido. Cuándo, cómo y por qué se jodió la Argentina,
Galerna, Buenos Aires, 2015. El éxito del libro llevó a Iglesias a publicar otros textos de simi-
lar tenor y re-editar éste en versión ampliada.
192 Las ideologías de la nación

conservadoras) para presentar una imagen de “nueva política” más preocupada


por la gestión que por la ideología. Por otra parte, PRO tomó como un eje arti-
culador la política de cercanía que fue fundamental en un proceso de “des-de-
monización” y “humanización” del propio Macri, que permitió al partido un
crecimiento que trascendió ampliamente al voto tradicional de derecha.33
En 2015 Macri logró acceder a la presidencia con una campaña centrista,
haciendo hincapié en que no volvería a las políticas de los '90 como privatizar
empresas públicas, que no tocaría aquellas cosas que, a su entender, el gobierno
de Cristina Fernández de Kirchner había hecho bien (por ejemplo, mantuvo
en funciones al ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, y políticas
sociales lanzadas por el kirchnerismo) y que incluso pensaba rescatar parte de
la herencia del mandato de Néstor Kirchner (en referencia a procurar superávits
fiscal y comercial). No obstante, junto a este “giro al centro”, el acercamiento
de PRO a la UCR y a otros partidos menores para formar la alianza “Cambie-
mos” (desde 2019, Juntos por el Cambio) reforzó una narrativa anti-populista
centrada en la denuncia de la corrupción gubernamental, la defensa de valores
liberales y republicanos con respecto al correcto funcionamiento del Estado y la
promoción de un “cambio cultural” refundacional con ejes en una visión merca-
docéntrica, un realineamiento internacional de la Argentina y la promoción del
emprendedorismo y de un orden social jerárquico en base a la meritocracia.34
Esas ideas corrieron la frontera del debate populismo-republicanismo tal
lo hasta aquí analizado y esa agenda se articuló con las dinámicas que se mar-
caron previamente en pos de insertar las posiciones del nuevo gobierno en un
marco normalizador que ya no era, por ello, el de las ideas previas a 2015. En
la medida en que Cambiemos encontró dificultades para desplegar una agenda
de reformas de acuerdo con sus propios proyectos, y a pesar de haber ganado
las elecciones de medio término en 2017, se fue produciendo una radicalización
de los discursos anti-populistas y, de este modo, funcionarios de primera línea
(incluyendo al presidente) pasaron a adoptar posiciones más confrontativas con
el objetivo de abroquelar el voto duro. Pero en tanto desde Cambiemos se optó
por polarizar, se abrieron las puertas para que otras expresiones del campo de

33 Sobre estos temas, ver sobre el crecimiento de PRO, Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Ale-
jandro Belloti, Mundo PRO…, cit. y Sergio Morresi, “¿Cómo fue posible? Apuntes sobre la
prehistoria y el presente del partido PRO”, en Mónica Arredondo y Atilio Borón, Clases me-
dias argentinas: un modelo para armar, Luxemburg, Buenos Aires, 2017; sobre la política de
cercanía, ver Isidoro Cheresky y Rocío Annunziata, Sin programa, sin promesa. Liderazgos y
procesos electorales en Argentina, Prometeo, Buenos Aires, 2013 y, sobre el caso PRO, Rocío
Annunziata, “´Si viene, yo lo voto´: la proximidad en timbreos y visitas de Mauricio Macri du-
rante la campaña electoral y su primer año de gobierno (2015-2016)”, Austral Comunicación,
vol. 7, 2018.
34 Gabriel Vommaro y Mariana Gené, “Argentina: el año de Cambiemos”, Revista de Ciencia
Política, vol. 37, Núm. 2, 2017; Paula Canelo, ¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido
común de los argentinos, Siglo XXI, Buenos Aires, 2019.
Frédérique Langue y María Laura Reali 193

la derecha, que hasta ese momento eran marginales, encontrasen un resquicio


de acción, en parte aupadas por esa dinámica. Así, desde finales de 2018 neo-
liberales libertarianos, nacionalistas de derecha, conservadores ultramontanos
o peronistas ortodoxos se convirtieron velozmente en actores significativos, al
punto que desde el oficialismo se los empezó a cortejar y a atacar al mismo
tiempo, reforzando así su propia radicalización y también su ensimismamiento,
que se patentizaron en el final de su ciclo gubernamental, que enmarcó la co-
yuntura en la que este texto se publica.

Tercera estación: la república y sus otros


A la derecha del gobierno de coalición comenzó a cobrar fuerza un sector mul-
tiforme donde libertarianos, neoconservadores o nacionalistas de derecha ope-
raron un triple movimiento: por un lado, estos sectores se manifestaron como
opositores de la oposición, cercando lo que veían como ataques desestabiliza-
dores del kirchnerismo fuera del poder al gobierno; en segundo término y como
parte del movimiento anterior, reclamando una derechización más enfática al
gobierno; finalmente, como modo de dirimir relaciones al interior de ese mismo
espacio heterogéneo y de él con el gobierno, en especial en la relación con sus
sectores más desembozadamente identificados con las derechas.
A pocos meses de iniciada la gestión cambiemita, el triunfo de Donald
Trump en las elecciones de los Estados Unidos acabó por reperfilar un deba-
te internacional sobre las nuevas derechas, que tuvo un evidente impacto en
la Argentina. Macri tenía una relación cercana a Trump desde la década de
1980, pero sin embargo muchos referentes de su espacio habían apostado a
una continuidad demócrata en el gobierno y fueron en general actores satelita-
les quienes buscaron identificarse con el magnate, lo cual no impidió que las
comparaciones surcaran, en general de modo ligero, el debate público. Así, la
dinámica local condicionaba las lecturas interesadas sobre el fenómeno trum-
pista: para parte de los sectores progresistas de la órbita kirchnerista, Trump
indudablemente era un espejo para leer al gobierno: un empresario llegado a la
política, caracterizado por una posición derechista y escasa sensibilidad con las
agendas progresistas. Sin embargo, voces identificadas con Cambiemos veían
en “el populismo” de Trump la versión norteamericana del kirchnerismo: lide-
razgo fuerte, escasa filiación republicana, votos de sectores sub-urbanos poco
dinámicos. En un punto, entonces, el ariete internacional que reposicionó el
debate sobre las nuevas derechas fue leído en la Argentina con el interesado (y
por eso deformante) lente de la política local, con consecuencias que continúan
presentes en el debate actual.35

35 Ernesto Ocampo, “El peligroso populismo de Trump”, La Nación, 20/02/2017; Sergio Berensz-
tein, “Donald Trump, la ola populista y la ‘recesión democrática’”, La Nación, 30/03/2018;
Joaquín Morales Solá, “Cuando el futuro es el pasado”, La Nación, 10/01/2021.
194 Las ideologías de la nación

Por fuera de la dinámica polarizada, diversos actores derechistas se identi-


ficaron sin cortapisas con el fenómeno Trump. En primer lugar, referentes que
habían tenido relaciones sinuosas con esos espacios: políticos peronistas de
paso polémico por los gobiernos kirchneristas, como el economista Guillermo
Moreno, legisladores aliados circunstancialmente a Cambiemos como el dipu-
tado Alfredo Olmedo, comunicadores que buscaban una versión “no progresis-
ta” del peronismo como el periodista nacionalista Santiago Cúneo o activistas
que militaban contra las leyes pro-legalización del aborto o las políticas de
género, dentro y fuera del oficialismo y la oposición, rescataron la mirada an-
ti-izquierdista de Trump y su nacionalismo. Al mismo tiempo, la articulación
entre derechas nacional-populistas, neoliberales y neoconservadoras comenzó
a hacerse visible en torno a fenómenos de gran relevancia entre jóvenes, bajo
el eje de una serie de identificaciones desde lo negativo, por ejemplo, en las
versiones de antifeminismo y antiprogresismo como claves de antiizquierdis-
mo políticamente incorrecto, visibilizado en manifestaciones callejeras, redes
sociales y otros modos de intervención pública.
Así como las estaciones previas habían visto sus heterogéneos trabajos edi-
toriales de referencia y la creación de climas de debate que recorrían espacios
diversos, este momento tuvo el suyo en El libro negro de la nueva izquierda.
Allí, los ensayistas Agustín Laje y el ya citado Nicolás Márquez unían dis-
tintos argumentos y registros disciplinares para denunciar que, caído el muro
de Berlín, la izquierda se habría dedicado a una lucha de trincheras culturales
coordinada por el Foro de São Paulo y con el objetivo de apuntalar una “Unión
Soviética Latinoamericana” (del modo en que para seguidores de Trump el co-
munismo acechaba en las pautas culturales demócratas), que era necesario leer
en sentido gramsciano (aunque con preocupaciones ideológicas contrarias). En
esa “batalla cultural” las posiciones feministas y la “ideología de género” serían
el ariete principal,36 por lo que el combate contra el feminismo aparecía en el
centro del libro, aun cuando para ello se movilizaran líneas interpretativas que
distaban de ser las habituales en este tipo de textos, como por ejemplo el pensa-
miento de autores como Ludwig Mises, Milton Friedman y Murray Rothbard.
Estos autores, junto a otros ligados a la Escuela Austríaca de Economía y sus
receptores y difusores en España, otros países de Europa y en las Américas son
además los protagonistas principales del catálogo de la editorial que lo lanzó,
Unión, fundada en España y con una sede local con cierto dinamismo y autono-
mía, como lo muestra la publicación de Márquez y Laje, que pasó a las vidrieras
de las grandes cadenas y volvió a sus autores parte de redes derechistas visibles
y activas.
Más allá de la cercanía con los valores reaccionarios y sus representantes,
el uso de pensadores como Mises y Friedman facilitó, en parte, enlazar pro-

36 Agustín Laje y Nicolás Márquez, El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o
subversión cultural, Unión, Buenos Aires, 2016.
Frédérique Langue y María Laura Reali 195

puestas como las de El libro negro… con figuras que provenían de la tradición
liberal-conservadora. Así, Laje y Márquez comenzaron a compartir espacios
de socialización y difusión con Javier Milei, un economista matemático que se
había acercado a las ideas de la escuela de Austria y las posiciones anarcoca-
pitalistas. Milei solía presentarse en programas de televisión, espectáculos de
stand-up, participaba activamente en las redes sociales y había publicado varios
volúmenes sobre los peligros que encerraba la economía en los gobiernos kir-
chneristas con prólogos escritos por economistas mainstream como Juan Carlos
de Pablo, Ricardo López Murphy y José Luis Espert, algunos de ellos también
editados por Unión.37 Su acercamiento al anarcocapitalismo y al minarquismo
lo aproximaron al paleolibertarismo, ideas que explicaba ante sus variopintas
audiencias con histrionismo y virulencia, construyendo un visible personaje pú-
blico. Tal como lo muestra Pablo Stefanoni,38 abrevando en la obra más tardía
de Murray Rothbard,39 Milei articuló la conexión con posiciones culturalmente
reaccionarias (por ejemplo, contrarias al feminismo), manteniendo la centrali-
dad de las ideas económicas hayekianas y miseanas y la política de tipo nozic-
kiano y randiano. Asimismo, tal matriz le permitió una visión positiva, siquiera
en sentido instrumental, del populismo de derecha, la adopción de la agenda
de la alt-right estadounidense y el establecimiento de vínculos fluidos tanto
con la derecha brasileña de Jair Bolsonaro como con la radical y nacionalista
española de Vox o la chilena de José Kast, que lo colocaron en diálogo con el
nacionalismo derechista.
La reunión entre un autor de libros que, desde una perspectiva nacionalista y
castrense, reivindican el accionar militar durante la última dictadura como Már-
quez, un politólogo cuya producción intelectual abrevaba de las teorías críticas
posestructuralistas para delinear un programa de “batalla cultural” contra el
izquierdismo como Laje y un economista mediático que se posicionó desde la
escuela austríaca como Milei, se dio en un escenario de confluencias novedosas
en el campo político y cultural argentino. La institución organizadora del prin-
cipal evento en donde confluyeron estas figuras, Cruz del Sur, funciona como
un centro de estudios liderado por jóvenes nacionalistas-reaccionarios que ac-

37 Javier Milei et al., Lecturas de economía en tiempos del kirchnerismo, Unión, Buenos Aires,
2014; Javier Milei y Diego Giacomini, Otra vez sopa. Maquinita, infleta y devaluta, Ediciones
B, Buenos Aires, 2016; Javier Milei, Desenmascarando la mentira keynesiana. Keynes, Fried-
man y el triunfo de la Escuela Austríaca, Unión, Buenos Aires, 2018.
38 Pablo Stefanoni, ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo y la antico-
rrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería
tomarlos en serio), Siglo XXI, Buenos Aires, 2021.
39 Ver Murray Rothbard, “A Strategy for the Right”, Rothbard Rockwell Report, III (3), vol. 1,
Núm. 16, 1992; “Right-Wing Populism: A Strategy for the Paleo Movement”, Rothbard Roc-
kwell Report, III (1), vol. 5, Núm. 14, 1992; Egalitarianism as a revolt against nature, and
other essays, Ludwig von Mises Institute, Auburn-Ala., 2000; The betrayal of the American
right, Ludwig von Mises Institute, Auburn-Ala., 2007.
196 Las ideologías de la nación

túan junto a la Fundación Libre, think-tank autodenominado libertario y presi-


dido por Laje. Ese ariete fue uno de los principales de un entramado visible en
eventos e instancias de encuentro y socialización donde se amalgaman distintas
corrientes derechistas que fueron articulando una convivencia que, si bien no
exenta de tensiones, dio cuenta de una reconfiguración del mapa político creci-
do a la derecha de las posiciones mainstream de PRO y que expresó Márquez
en un dictum que devino bandera estratégica: “Necesitamos liberales que crean
en la vida desde la concepción, conservadores que crean que la tradición tenga
que estar al servicio del progreso y nacionalistas que no confundan el amor a la
patria con el amor al Estado”.40
Cuando Milei decidió lanzarse a la arena política para las legislativas de
2021, lo hizo como culminación de un proceso que había comenzado cuando
tanto él como otras figuras del espacio (algunas de las cuales venían de ser
funcionarios del gobierno de Macri como el ex militar Juan José Gómez Centu-
rión), desarrollaron un distanciamiento de la experiencia fallida de Cambiemos
(a la que veían como tibia, insuficientemente derechista y hasta encubiertamen-
te socialista, como señalamos) y un acercamiento de las propias corrientes que
crecieron a la derecha de ese gobierno. En efecto, ya en 2019 se presentaron
como candidatos presidenciales, por fuera de Cambiemos, el propio Gómez
Centurión (con una agenda nacionalista y culturalmente reaccionaria, pero cer-
cana a las posiciones de libremercado) y el economista José Luis Espert (con un
programa económico neoliberal y guiños claros al conservadurismo cultural).
Esta confluencia entre corrientes de derecha tradicionalmente opuestas duran-
te el siglo XX se profundizó luego del triunfo del peronismo, particularmente
durante distintas manifestaciones públicas de oposición al gobierno de Alberto
Fernández en el marco de la pandemia de COVID-19.41
En 2021, el buen desempeño electoral de Milei y Espert a nivel sub-nacio-
nal colocó a los sectores derechistas en el centro de atención y, si bien obtuvie-
ron un resultado inferior al que en 1989 había alcanzado la derechista Alianza
de Centro (que llegó a ser la tercera fuerza política y a elegir más de diez dipu-
tados nacionales contra cuatro ahora), sin embargo, hay al menos tres razones
que llevan a pensar que este avance electoral de las derechas debería ser tenido
en cuenta, a la luz de lo hasta aquí analizado.
En primer lugar, las derechas que en 2021 se presentaron a elecciones como
una convergencia entre valores culturales conservadores, formatos populistas e
ideas neoliberales muestran una capacidad de crecimiento en un contexto muy

40 Márquez citado en Analía Goldentul y Ezequiel Saferstein, “Los jóvenes lectores de la derecha
argentina. Un acercamiento etnográfico a los seguidores de Agustín Laje y Nicolás Márquez”,
Cuadernos del CEDC, Núm. 112, 2021.
41 Sergio Morresi, Ezequiel Saferstein y Martín Vicente, “Ganar la calle. Repertorios, memorias
y convergencias de las manifestaciones derechistas argentinas”, Clepsidra, vol. 8, Núm. 15,
2021.
Frédérique Langue y María Laura Reali 197

distinto de aquel en el que lo hicieron las derechas liberales en los años '80. En
ese entonces, los partidos mayoritarios (peronismo y radicalismo) pugnaban
por representar de modo cabal a la centro-izquierda, mientras que la Unión del
Centro Democrático (UCeDé) y la Alianza de Centro crecían como los únicos
representantes de la derecha partidaria, reivindicando esa pertenencia. Incluso
en los años '90, cuando la derecha nacionalista tuvo un breve resurgimiento a
través del Movimiento por la Dignidad y la Independencia (MODIN), lo hizo
acusando de derechismo neoliberal al gobierno de Menem y sus aliados libera-
les. Hoy, en cambio, las ofertas de candidatos liberal/libertarios crecen no sólo
autopresentándose abierta y orgullosamente como derechistas, incorporando
pautas conservadoras, reaccionarias y nacionalistas, sino también cuando la
coalición Juntos por el Cambio atrae (con sus propuestas o con los perfiles de
algunos de sus candidatos) a una parte sustancial de ese electorado inclinado a
la derecha.
Por otro lado, aun con un caudal de votos que dista de la puja principal,
las propuestas de derecha tuvieron la fuerza suficiente para moldear al menos
en parte las agendas de otros actores políticos argentinos. En este sentido, Ar-
gentina es ilustración de una tendencia global, ya que son varios los países en
los que las fórmulas de derecha encuentran techos que les impiden crecer pero
también pisos que les permiten correr los parámetros de la discusión pública,
algo que Milei explicitó en varias oportunidades como un triunfo en la “batalla
de ideas”.42 Por ello en Argentina, al contrario de lo que sucede en Europa, la
derecha mainstream (en este caso la de Juntos por el Cambio) parece lejos de
impulsar un “cerco sanitario” que mantenga a raya a las derechas extremas y se
inclina más bien por tomar como propia parte de la agenda de sectores extre-
mos, reformularla y cortejar a sus principales dirigentes para buscar integrarlos.
En esa línea, son elocuentes los contactos públicos entre el ex presidente Macri
y la presidenta del partido PRO, Patricia Bullrich, con dirigentes como el pro-
pio Milei y otros referentes libertarianos.
Debe prestarse atención, por lo antedicho, al modo en que las fuerzas de
derecha se vienen desarrollando en Argentina. Si en el siglo XX, cuando este
tipo de propuestas se presentaban a elecciones acudían principalmente a ar-
gumentos instrumentales y economicistas, hoy esas cuestiones se entrelazan
con una retórica reaccionaria en la que la moral (expuesta de modo maniqueo
y extremo) ocupa el centro del escenario. Así, y a pesar de que para muchos
progresistas está arraigada la idea de que por detrás de toda política de derecha
solo hay intereses pecuniarios o conspiraciones, hay razones para indicar que
en esta dinámica se está afianzando un discurso que no se derrumbará aun si
desde un gobierno de centro o centro-izquierda se obtuvieran mejores resulta-
dos económicos en el mediano plazo. En este punto también cabe subrayar que

42 https://www.infobae.com/politica/2021/09/09/javier-milei-logramos-correr-el-eje-del-deba-
te-nosotros-terminamos-ganando-la-batalla-de-las-ideas/
198 Las ideologías de la nación

hay una relación tensa entre esas propuestas “morales” y la democracia formal/
procedimental, por lo que no debería perderse de vista que al menos una parte
de los dirigentes autodenominados liberales/libertarios han expresado reservas
serias con respecto a la democracia, a la que perciben como un modelo subóp-
timo de distribución de recursos, un juego amañado entre elites e incluso una
amenaza para la libertad individual de potencial totalitario.43
A los puntos expuestos, finalmente, debe sumarse la progresiva activación
de estas miradas derechistas en un impacto de corte socialmente transversal,
por ende, mostrando capacidad de replicarse en sectores populares, estratos
medios y altos. Por momentos unidas por una concepción moral de la política,
en otros por las aversiones comunes, también en sentido etario existe una pauta
que recorre de modo parejo actores de extracciones y edades disímiles, lejos de
la narrativa que se enfoca a los sectores medios y los jóvenes (sí los más visi-
bles y con prevalencia activista masculina) como ejes del fenómeno: en el cie-
rre de este texto, una heterogénea crítica al progresismo como cultura política
gana lugar entre las derechas y más allá de esas como ejemplo de esa dinámica.

Conclusiones en tránsito
La política argentina posterior a la crisis de 2001 estuvo marcada por el signo
de ese quiebre y por la centralidad que los gobiernos kirchneristas tuvieron
en los debates políticos y culturales, incluso tras su derrota a manos de Cam-
biemos en 2015. Como pudo verse, si bien determinados sectores derechistas
criticaron desde su origen la experiencia del kirchnerismo, no fueron los úni-
cos críticos, sino que por momentos coincidieron con sectores progresistas, así
como encontraron eco en peronistas críticos del oficialismo desde las derechas
del movimiento. El antikirchnerismo permitió articular voces muchas veces
disímiles en torno a una serie de grandes ejes narrativos que tenían diferente
significado en cada crítica. Como expusimos, ello permite presentar a las opo-
siciones derechistas al kirchnerismo dentro de una serie de marcos diversos
contextualizados como lecturas sobre la versión local de “la ola rosa”, pero
que no se redujeron a ello, sino que esta crítica en tono regional fue parte de
una dinámica más amplia, que aquí analizamos a través de tres estaciones de
polémicas político-culturales.

43 Ver, respectivamente, las declaraciones de Javier Milei en “Verdad/Consecuencia”, TN,


12/08/2021, que tuvieron una importante repercusión, así como la integración de sus listas con
activistas que reivindican el accionar militar en la última dictadura; en el mismo sentido, Gó-
mez Centurión expresó una relativización de los alzamientos carapintadas y la reivindicación
de la represión militar. Por su parte, Espert propuso que “el totalitarismo” que perfilaba el kir-
chnerismo era del mismo cuño que el del primer peronismo. Ver José Luis Espert, La Argentina
devorada. Cómo sindicatos, empresarios prebendarios y políticos sabotean el desarrollo del
país y cómo vencerlos para despegar, Galerna, Buenos Aires, 2017.
Frédérique Langue y María Laura Reali 199

El primer momento de críticas tuvo como ejes el “setentismo” como pri-


mer gran término que ligaba al gobierno con visiones caducas e incluso con
la agrupación insurgente Montoneros, subrayando su carácter presuntamente
izquierdista y una concepción verticalista de la política que negaba el pluralis-
mo y abría lugar a la hegemonía. Este término no era leído desde el enfoque
gramsciano (como lo sería luego desde las derechas más duras que analizamos
en el tercer eje) sino como un modo de marcar la híper-centralidad del gobierno
y su comportamiento vertical, que llegó a su punto más alto cuando, a raíz de la
Resolución 125, se leyó la naciente gestión de Cristina Fernández como la de
un proyecto que venía a cambiar las condiciones político-económicas de la so-
ciedad. A ese tipo de proyecto se lo comenzó a señalar como “populista”, en un
uso terminológico donde esa palabra podía contener en sí una serie de disvalo-
res diversos (demagogia, clientelismo, entre los principales) pero básicamente
aparecía como el otro de la democracia liberal y del ordenamiento republicano.
Fue ese uso terminológico el que encastró con el crecimiento de una opo-
sición político-partidaria que fue mutando sobre sí misma, con el PRO como
eje para articular un espacio más amplio que el de sus comienzos, sumando a
otros partidos, referentes intelectuales y culturales que hizo del clivaje popu-
lismo-república el centro de una narrativa donde el kirchnerismo remedaba la
versión local de la Venezuela chavista. El éxito de PRO lo colocó en el eje de
la alianza Cambiemos, que logró acceder al gobierno en 2015, lo que implicó
otro movimiento en las dinámicas consideradas: a la derecha del espacio del
nuevo gobierno, creció un movimiento heterogéneo y dispar donde una serie
de dinámicas deben subrayarse. En primer lugar, cómo las fronteras entre el
universo de Cambiemos y las derechas más duras fueron (y son) porosas. En
segundo término, cómo las propias lógicas operantes en la oposición al kirchne-
rismo marcaron pautas centrales para ese comportamiento. Como tercer punto
y especialmente atendible en la actualidad, es destacable que desde Juntos por
el Cambio se buscó acercar narrativas y cortejar actores de ese espacio hetero-
géneo, a la vista del impacto socio-cultural y los resultados electorales de sus
principales figuras.
Esta última dinámica está presente al cierre de este texto, donde diversos
actores derechistas ganaron visibilidad alta y accedieron a bancas legislativas
nacionales. El marco polarizado de la política argentina y la centralidad de PRO
entre las opciones partidarias marca sin embargo un límite claro al crecimiento
de esos proyectos, pero al mismo tiempo estos condicionan a ese proyecto de
derecha mainstream, corriendo una y otra vez los bordes de lo decible, traba-
jando sobre los límites ligeros entre espacios, validando modos altisonantes de
ejercer la actividad política y, finalmente, ejerciendo un efecto sistémico que
debe mirarse a la luz de dinámicas internacionales. En una mirada regional, en
la Argentina el proceso de radicalización de las derechas tiene un límite por esa
centralidad que la centro-derecha mainstream posee en el sistema político, por
200 Las ideologías de la nación

su lugar en el clivaje rector de la política y por una representación fuertemente


consolidada, que acercan su caso al del Uruguay, a diferencia del caso de Brasil
donde Jair Bolsonaro alcanzó la presidencia y de Chile, donde José Kast llegó
a disputarla en segunda vuelta. Sin embargo, esto no debe hacer perder de vista
una serie de datos de importancia: desde que hay mediciones de preferencia
ideológica reiteradas (finales de los años '60), las derechas argentinas tienen un
20% de adhesión, y hoy ese sector se ha hecho dominante en el no-peronismo.
De cómo evolucionen una serie de puntos centrales que este trabajo repasó de-
penderán los trazos finales de un cuadro en movimiento pero que en el período
cubierto ha visto engrosar la densidad del espacio derechista. Hay, así, un punto
final que interesa destacar en el cierre: a 20 años de la crisis de 2001, las dere-
chas ocupan en la Argentina un sitio de mayor importancia que en los primeros
años del siglo, y sus contornos están en un proceso de heterogeneización, donde
han ganado lugar versiones radicalizadas.
Destruir y mover estatuas
Dos ejemplos de disputas memoriales en torno a los
monumentos y héroes nacionales en el Chile reciente
(2019-2021)
Manuel Gárate Chateau

D
esde el año 2019, Chile ha vivido, al igual que otros países de la región,
protestas sociales masivas cuyas causas son múltiples, pero que se han
visto potenciadas por la pandemia del virus SARS COVID-19, la cual
ha aumentado las ya enormes diferencias sociales y económicas estructurales
de nuestro continente. El descontento social ha tomado diversas formas, y una
de esas expresiones ha sido la destrucción de estatuas y monumentos patrios a
lo largo de todo el territorio.1 El malestar se ha dirigido contra las elites de todos
los colores políticos, y especialmente a los valores tradicionalmente asociados
a ella: la nación, el orden socioeconómico, el Estado y los próceres que han
formado parte del panteón nacional. Podríamos decir, casi como en un juego de
palabras, que los monumentos son invisibles hasta que dejan de serlo. Y son las
luchas por el presente y la interpretación del pasado las que vuelven a darles un
protagonismo del cual carecieron durante décadas.
Este trabajo indaga en el surgimiento de discursos e interpretaciones que se
oponen al relato de las elites y cómo éstos se enfrentan en el espacio público
a través de la destrucción o desplazamiento de los monumentos y estatuas, en
tanto objetos memoriales. Unos las destruyen y otros las rescatan e incluso las
trasladan a otros barrios considerados “protegidos”. El llamado estallido social
chileno ha tomado como uno de sus símbolos principales la lucha por una plaza
de Santiago y también por su referente principal: la estatua del general Manuel
Baquedano, militar de la Guerra del Pacífico (1879-1883). Pero también ve-
mos que procesos comparables se producen en otras partes del mundo, donde
se cuestionan monumentos de héroes confederados en Charleston, o bien de
próceres con un pasado esclavista en Barcelona, Bruselas o Liverpool. En este
sentido, el artículo apunta a relacionar el descontento y la tensión social con una
disputa por el espacio público entre quienes defienden una cierta concepción
de la historia nacional y sus símbolos, y quienes se oponen radicalmente a ella.

1 Paula Huenchumil, “Derribar símbolos coloniales: Un nuevo acto político que se suma en las
protestas en Chile”, Interferencia, 08/11/2019. Disponible en: https://interferencia.cl/articulos/
derribar-simbolos-coloniales-un-nuevo-acto-politico-que-se-suma-en-las-protestas-en-chile
202 Las ideologías de la nación

A nivel internacional, las repercusiones del movimiento Black Lives Mat-


ter, surgido tras la muerte del ciudadano estadounidense afroamericano George
Floyd, a manos de la policía de Minneapolis, aceleró el fenómeno de la des-
trucción de estatuas que representaban a personajes de la historia (generalmente
hombres) vinculados a la tenencia de esclavos, al comercio triangular o incluso
a la ocupación del continente americano por los europeos desde el siglo XVI en
adelante.2 Siguiendo este análisis, la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de
la Universidad de Chile (FAU), publicó a mediados de 2020 un artículo en línea
donde justamente se hacía alusión al fenómeno como una suerte de reescritura
de la historia en modo de pregunta “Monumentos derribados: ¿reescribiendo o
destruyendo la historia?”

“En el Reino Unido, la estatua de Edward Colston, un comer-


ciante de esclavos que entre 1672 y 1689 sus barcos transporta-
ron unos 80.000 hombres, mujeres y niños desde África al con-
tinente americano, fue derribada y lanzada al agua. En Bélgica,
la estatua del antiguo rey de los Belgas, Leopoldo II, figura del
pasado colonial, fue dañada. En Estados Unidos un monumento
de Cristóbal Colón, fue decapitado en la ciudad de Boston. En
Richmond, Virginia, fue vandalizado un monumento del general
confederado Jefferson Davis”.3

Según Helen Frowe, las autoridades de los Estados nacionales tienen el deber
de repudiar todos aquellos actos del pasado que hayan atentado contra los dere-
chos de las personas, y por lo tanto remover los monumentos que representan a
quienes hayan perpetrado estas violencias.4 Pero si la remoción del monumento
genera más violencia que su presencia, las autoridades deberían priorizar la
protección de la población por sobre el deber ético. Esta posición niega toda
posibilidad de contextualización de los acontecimientos (sin por ello justificar-
los) y arriesga la aplicación de criterios contemporáneos al pasado tanto remoto
como cercano (una forma clásica de anacronismo). La justificación del derribo
o destrucción de estatuas sería una cuestión sujeta a permanente evaluación
según criterios del presente:

2 Andrea Rincón, “Rebelión contra las estatuas: Los símbolos que suscitan choques en todo el
mundo”, France 24, 11/06/2020. Disponible en: https://www.france24.com/es/20200611-re-
beli%C3%B3n-contra-las-estatuas-los-s%C3%ADmbolos-que-suscitan-choques-en-to-
do-el-mundo
3 Roxana Alvarado, “Monumentos derribados: ¿reescribiendo o destruyendo la historia?”, No-
ticias FAU, 26/06/2020. Disponible en: http://www.fau.uchile.cl/noticias/164647/monumen-
tos-derribados-reescribiendo-o-destruyendo-la-historia
4 Helen Frowe, “The Duty to Remove Statues of Wrongdoers”, Journal of Practical Ethics,
Volume 7 Núm. 3, 06/12/2019. Disponible en: https://ssrn.com/abstract=3533061
Frédérique Langue y María Laura Reali 203

“The problematic statues are built precisely because, at the time


they are built, most people do not believe that the subject is a
serious wrongdoer. But the fact that statues have these evaluati-
ve connotations supports not only refraining from building new
statues of wrongdoers, but also taking existing statues of wrong-
doers down”.5

Hacemos mención de lo anterior, pues esta mirada ha ido ganando adeptos, y


para el caso chileno, supera largamente el momento de las violencias perpetra-
das durante la última dictadura militar y se extiende hasta el periodo colonial.

Plaza Italia – Santiago de Chile


Instalación de esculturas con motivos de pueblos originarios de Chile frente al monu-
mento del General Baquedano
Fotografía de Manuel Gárate, 01-10-2020

Para el historiador del arte y experto en patrimonio Erin L. Thompson, una


constante en la historia del mundo ha sido más bien la destrucción que la con-
servación de los monumentos, por lo tanto no estaríamos frente a algo radical-
mente nuevo. Todo monumento es una apuesta por la posteridad (¿vana?). Hay
registros de destrucción de estatuas en el reino asirio que datan del año 2500
AC. En la mayoría de los casos se ha tratado de rebeliones contra un poder

5 Helen Frowe, “The Duty to Remove Statues…”, cit., p. 5.


204 Las ideologías de la nación

establecido (temporal y/o religioso) y las imágenes e ideas que lo representan,


y su reemplazo por nuevos monumentos que a su vez ensalzan la imagen de los
nuevos héroes o dioses. Thompson sostiene además que las estatuas son ataca-
das en las partes más vulnerables de la anatomía humana: ojos, manos, cuello,
pubis, agregando un elemento de humillación a la propia destrucción. Esto tam-
bién pone en riesgo a los manifestantes que participan de estos actos, pues se
exponen a represalias y a atentados mortales como los ocurridos en la ciudad
de Charleston, Estados Unidos, en 2017, perpetrados por supremacistas blan-
cos. Según su punto de vista una estatua en un lugar público es una declaración
sobre la historia, pero también respecto de una posición política del presente.
En este caso, la violación de los derechos civiles de la minoría afroamericana
en los Estados Unidos, y de la violencia de la policía respecto de este grupo:

“It’s not the statues themselves but the point of view that they
represent. And these are statues in public places, right? So these
are statues claiming that this version of history is the public ver-
sion of history”.6

El análisis de Thompson plantea que la historia del arte, al menos en el espacio


público, es la del reemplazo de unas obras por otras y de la construcción que
nace de la destrucción de lo anterior. Según esta perspectiva, el mundo occiden-
tal ha vivido más de medio siglo de relativa paz, desde 1945, por lo que existe
en la ciudadanía (de Estados Unidos y Europa principalmente) la falsa ilusión
de que el patrimonio es imperecedero, cuando lo habitual es que las guerras,
las revoluciones, las guerras civiles y el paso del tiempo terminan deteriorando
y finalmente destruyendo lo que algunos erigieron para durar eternamente. Sin
embargo, el autor hace una diferencia entre la destrucción de monumentos por
parte del Estado Islámico (ISIS), el cual está dirigido contra un pasado de tole-
rancia visto como decadente e infiel, mientras que la destrucción de personajes
ligados a la trata de esclavos o a la conquista de territorios indígenas tendría un
sentido liberador respecto de un pasado opresor.
Pero la cuestión va más allá de la destrucción de las estatuas y plantea tam-
bién el problema de la interpretación histórica que se puede hacer de aquello
que a simple vista aparece como simple vandalismo y descontrol. ¿Habían in-
terpretaciones históricas en juego? Si las hubo, ¿cómo se vincularían entonces
estas las ideas con quienes llevan a cabo materialmente la destrucción de esta-
tuas? ¿No será que se trata de actos espontáneos que más que dar cuenta de una
mirada histórica, se dirigen en contra de los símbolos más visibles del Estado

6 Entrevista a Erin Thompson en: Jonah Bromwich, “What Does It Mean to Tear Down a Statue?
We asked an art historian who studies the destruction of cultural heritage”, The New York Ti-
mes, 11/06/2020. Disponible en: https://www.nytimes.com/2020/06/11/style/confederate-sta-
tue-columbus-analysis.html
Frédérique Langue y María Laura Reali 205

y de la historia nacional? En principio, creemos que ambas actitudes no son


necesariamente excluyentes, y que la protesta social contiene tanto acciones
espontáneas como dirigidas. Y si bien sería mucho suponer que lo que está en
juego son discursos históricos elaborados, al menos sí creemos que respecto de
juicios, no pocas veces maniqueos, respecto del pasado.
La destrucción o desplazamiento de estatuas y monumentos deben ser ana-
lizados dentro de un fenómeno mayor de crisis de representación y de la demo-
cracia. Existen numerosos antecedentes de acontecimientos similares ocurridos
con posterioridad a grandes cambios o revoluciones: desde la Revolución Fran-
cesa, pasando por la Revolución Rusa o Cubana e incluso tras el derrocamiento
del Shah de Irán, en 1979 o del régimen iraquí de Saddam Hussein en 2003 o
de Joseph Stalin en 1991. Sin embargo, hoy vemos que las estatuas y monu-
mentos nacionales están siendo cuestionados y vandalizados en diversas partes
del mundo de manera simultánea (y no solamente en reacción a las figuras
de dictadores y líderes autoritarios). En buena medida, esto se debe a que las
instituciones tradicionales de la nación, se han visto menoscabadas por su falta
de credibilidad y por los escándalos que las han sacudido en los últimos años.
En el caso chileno, nos referimos particularmente a los partidos políticos, a
la Iglesia Católica, pero también al Estado en su conjunto, a las policías, las
fuerzas armadas, el sistema judicial, el parlamento, y a todo aquello que haga
referencia a los poderes económicos y políticos de nuestra sociedad. En Chile,
este fenómeno, si bien no tiene un hito inicial claro, podemos rastrearlo al me-
nos desde mediados de la década de los 2000; y con más fuerza a partir de las
grandes movilizaciones estudiantiles de 2011. A esto último debe agregarse la
agudización del conflicto territorial de las comunidades mapuche de la región
Araucanía con las empresas forestales privadas y el Estado chileno, cuestión
que se remonta no sólo a las políticas anti reforma agraria de la dictadura mi-
litar, sino que a la ocupación de dicho territorio por el Ejército chileno desde
la década de 1870. Si el Estado y sus élites son apuntados como los grandes
responsables del descontento social, entonces la protesta apunta a sus símbolos
y lugares de memoria; en este caso, los llamados próceres de la nación, y espe-
cialmente aquellos vinculados con la Araucanía, es decir, el territorio habitado
tradicionalmente por el pueblo Mapuche al sur del río Bío Bío. A lo anterior,
al menos para el caso chileno, deben agregarse quienes representan al mundo
militar (Manuel Baquedano) y a los ideales del orden republicano.
Dicho lo anterior, es importante destacar que muchas de las consignas y afi-
ches de la protesta hacían referencia a los últimos treinta años de la historia del
país, es decir, al periodo inmediatamente posterior a la dictadura militar enca-
bezada por el General Augusto Pinochet. En otras palabras, es posible detectar
una suerte de rebelión generacional contra quienes condujeron la transición
democrática chilena (1990-2010), y de cómo se instaló un modelo económico
heredado de la dictadura militar, que siendo exitoso a nivel macroeconómi-
206 Las ideologías de la nación

co, consolidó una de las sociedades más desiguales del mundo en términos
de ingreso familiar y repartición de la riqueza.7 Las espectaculares cifras de
crecimiento económico de la década de 1990 y el posterior boom de las expor-
taciones de materias primas (cobre principalmente) de la década siguiente, no
pudieron ocultar ni aminorar las gigantescas brechas de ingreso y de calidad
de vida que se estaban incubando en la sociedad chilena. Sin negar que los
diferentes grupos sociales vieron aumentar sus ingresos y capacidad de con-
sumo durante estas tres décadas, los sectores medios y populares lo hicieron
principalmente a expensas de un altísimo endeudamiento y de una promesa de
ascenso social que se vio truncada entre los años 2010 y 2019. A esto puede
agregarse que la “seguridad social” en Chile es prácticamente inexistente, pues
tanto las pensiones como la salud y la educación deben ser pagadas por las pro-
pias personas, y la atención gratuita está reservada sólo para los sectores más
pobres y suele ser deficiente. Los grupos medios, hoy mayoritarios en Chile,
están sujetos a una precariedad estructural tanto en el empleo como en acceso a
prestaciones sociales autofinanciadas. Sin tener en cuenta este contexto, resulta
difícil comprender por qué una sociedad que había sido puesta como ejemplo
de desarrollo en América Latina, vivió por meses en una espiral de malestar y
violencia callejera como pocas veces se había visto en el continente.

El “estallido social” de 2019 y la destrucción de espacios públicos


Si hablamos de un cuestionamiento internacional a los monumentos que repre-
sentan a personajes masculinos ligados a la trata de esclavos, al dominio sobre
los pueblos originarios o a las guerras expansionistas del siglo XIX, el caso chi-
leno no representaría ninguna novedad. Sin embargo, lo que nos llama la aten-
ción tras lo acontecido el 18 de octubre de 2019 en Chile, no se debe tanto a la
naturaleza del fenómeno (de por sí comparable a otros casos contemporáneos),
como a su amplitud, violencia y profundidad. Hasta aquella fecha, Jonathan
Lukinovic había registrado no más de 30 casos de destrucción de monumentos
en toda Latinoamérica en la última década. Sin embargo, durante el llamado
“estallido social” chileno fueron registrados más de 300 eventos de este tipo
a lo largo y ancho del territorio chileno, en un lapso de sólo tres meses.8 En
esta investigación nos concentraremos en dos casos bien documentados, que
además tuvieron una amplia cobertura mediática y fueron sujeto de polémicas,

7 El informe del PNUD del año 2018 (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), daba
cuenta de los límites alcanzados por la desigualdad social y económica en Chile Ver: Varios au-
tores, “DESIGUALES. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile”, Programa
De Las Naciones Unidas Para El Desarrollo PNUD, 2018 [en línea].
8 Jonathan Lukinovic ha documentado más de 300 casos de destrucción o intervención de mo-
numentos en todo Chile en los meses inmediatamente posteriores a octubre de 2019. Jonathan
Lukinovic, La guerra de los monumentos, Editorial Camino, Santiago, 2021, 290 p.
Frédérique Langue y María Laura Reali 207

reportajes de televisión, radio y diversas columnas de opinión en los principales


medios escritos chilenos. Nos referimos específicamente al monumento ecues-
tre del General Manuel Baquedano (militar de la Guerra del Pacífico) ubicado
en la céntrica Plaza Italia de Santiago y, en segundo lugar, a la estatua de Pedro
de Valdivia (teniente y primer gobernador de Chile en 1541), ubicada en la ciu-
dad de Concepción en el sur del país, y en el que fue además el límite histórico
con la zona poblada por el pueblo Mapuche (río Bio Bio). En ambos ejemplos
no sólo se trata de la destrucción y resignificación de los monumentos por parte
de los manifestantes, sino que también de un desplazamiento (ambos debieron
ser retirados para su restauración), aunque el segundo fue derribado antes de ser
rescatado por las autoridades.

Derribo de la estatua de Pedro de Valdivia en Concepción, Chile


14 de noviembre de 2019. Crédito fotográfico: “Monumentos Incómodos”.

A partir de octubre de 2019, la sociedad chilena se ha visto profundamente


sacudida por una ola de protestas sólo comparables a las ocurridas durante la
dictadura militar en la primera mitad de la década de 1980. Los momentos
más álgidos de las movilizaciones se vivieron durante los meses de octubre y
diciembre de 2019, los cuales cubrían todo el territorio del país y especialmente
sus centros urbanos. La destrucción o vandalización de estatuas y monumentos
fue uno de los acontecimientos que más nos han llamado la atención, pues no
formaban parte del repertorio tradicional de la protesta popular en Chile, al
menos desde la primera mitad del siglo XX. Además del ataque a los símbolos
208 Las ideologías de la nación

tradicionales del capitalismo y endeudamiento crónico de las personas, (ca-


denas de comida rápida, farmacias, supermercados, tiendas por departamento,
sucursales bancarias), distintos grupos de manifestantes en todo el país descar-
garon su rabia contra estatuas y memoriales que estaban vinculados a la historia
colonial y nacional, y sobretodo a quienes dieron forma al Estado de Chile a
través de la expansión de sus fronteras internas y externas. Se podía escuchar en
los gritos y cánticos una protesta dirigida en contra del relato histórico apren-
dido en las escuelas y liceos del país; una suerte de rebelión contra la historia
denominada “oficial”, pero, sobre todo, respecto de sus héroes y principales
gestores. Al mismo tiempo, todo aquello que representara al mundo militar o a
las policías, también fue objeto de ataques por parte de manifestantes espontá-
neos y, también, de grupos organizados. En diferentes puntos de las principales
ciudades de Chile la policía no pudo ingresar durante semanas debido a la re-
sistencia violenta de algunos manifestantes y también, según distintas fuentes,
a grupos de narcotraficantes que poseen armas de fuego.

Avenida Alameda Bernardo O’Higgins – Principal arteria de Santiago de Chile


Intervención del espacio público
Fotografía de Manuel Gárate, 01-10-2020

La destrucción de los espacios públicos no estuvo únicamente dirigida contra


los símbolos del Estado y la nación. El mobiliario urbano así como el comer-
cio, edificios, fachadas y las propias calles y veredas sufrieron igualmente de
esta rabia social contenida durante décadas. Pocas veces en la historia de Chile
Frédérique Langue y María Laura Reali 209

se habían visto escenas de destrucción urbana de esta magnitud que no estu-


vieran relacionadas con catástrofes naturales (terremotos, maremotos, aludes
e inundaciones). La acción de las policías tampoco ayudó a que la situación
tomara un cauce menos violento, y, por el contrario, fue un factor que exacerbó
el descontento por el uso indiscriminado de armas de fuego para contener la
protesta (principalmente escopetas antidisturbios). Los muros de los edificios
de las zonas que concentraron la protesta en el país, reflejaron las huellas del
malestar social transformadas en consignas, grafitis y otras tantas formas de
expresión popular callejera.
Tanto las autoridades nacionales como locales se vieron completamente
sobrepasadas por la masividad de la protesta y por el grado de destrucción de
zonas completas de las principales ciudades del país. El gobierno decretó en-
tonces el estado de emergencia y el toque de queda a pocas horas de iniciados
los mayores disturbios y la quema de varias estaciones del metro de Santiago.
Según cifras oficiales del Ministerio del Interior, entre el 19 de octubre de 2019
y el 31 de marzo de 2020, se contabilizaron 5.885 eventos de desorden público,
4.302 manifestaciones, 1.090 saqueos e incendios y 441 cortes de caminos. La
Región Metropolitana de Santiago concentró más del 50% de los casos. El Ins-
tituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) contabilizó 3.203 víctimas de
vulneraciones graves a los derechos de las personas, entre los que se contaban
327 con daño ocular. Estas cifras corresponden a hechos ocurridos entre el 18
de octubre de 2019 y el 18 de marzo de 2020, principalmente atribuibles a las
policías y las fuerzas armadas.9 El nivel de violencia alcanzado por la protesta
y el choque con las fuerzas de orden y seguridad, puso en peligro la estabilidad
democrática del país, al punto que la noche del 15 de noviembre de 2019, el
Presidente de la República, Sebastián Piñera, solicitó al Congreso Nacional la
firma de un Acuerdo por la paz social y una nueva constitución, que le diera
una salida democrática e institucional a la crisis. Esto descomprimió en parte
la situación y bajó los niveles de violencia, si bien la protesta social continuó
de manera ininterrumpida hasta que el gobierno decretó la crisis sanitaria del
COVID-19 y la cuarentena total durante los primeros días de marzo de 2020.
El acuerdo político del 15 de noviembre permitió conducir el malestar social
dentro de marcos institucionales a través de la creación de una convención
constituyente y las posteriores consultas ciudadanas que le dieron forma. En el
intertanto, la crisis sanitaria y económica producto del coronavirus ha ocultado
la tensión sociopolítica en el país, la cual podría estallar nuevamente en cual-
quier momento, a pesar de contar actualmente con un gobierno de izquierda

9 El detalle de las cifras de víctimas del estallido social pueden ser consultadas en: https://www.
indh.cl/indh-entrega-balance-a-un-ano-de-la-crisis-social/; y respecto de los daños materiales
y a las policías en: https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2020/10/02/a-casi-un-ano-del-18-
de-octubre-las-cifras-del-gobierno-sobre-los-dd-hh-en-el-estallido-social-3-443-personas-he-
ridas-y-347-con-trauma-ocular/
210 Las ideologías de la nación

que se identifica plenamente con las demandas de la protesta social, pero cuyas
promesas de campaña se podrían ver afectadas por las restricciones económicas
del país después de tres años de crisis sucesivas.
La afectación del espacio público, y de los monumentos, en particular, pue-
de ser interpretada como una huella de la protesta, pero también como una
suerte de manifiesto de ciertos sectores de la población contra el modelo econó-
mico, las élites del poder (político y económico), pero también, tras un análisis
histórico, respecto a una concepción de la historia de Chile centrada en la cons-
trucción del Estado y el predominio de la capital (Santiago) sobre el resto de
las regiones. La destrucción de estatuas y monumentos, a nuestro parecer, no es
únicamente el resultado de una rabia espontánea contra los símbolos del poder
tradicional, sino de diversas lecturas de la historia de Chile que rápidamente
se han extendido a través de las redes sociales; y cuyos detentores llaman a la
acción y a la intervención radical del espacio público.
Durante la última década una serie de libros de divulgación histórica y gran
éxito de ventas, han insistido en el carácter elitista de la historia de Chile que
se enseña en las escuelas, colegios y liceos del país. Algunos de estos autores10
(con éxito importante en televisión y radio), han puesto el acento en la discri-
minación y la violencia ejercida en la construcción del Estado chileno, negando
las diferencias étnicas, regionales, sociales y de género, y que además habrían
ocultado una sociedad mucho más diversa de lo que los textos escolares expo-
nen.11 En ningún caso creemos que este fenómeno sea, por sí solo, una causa de
la destrucción de monumentos. Sin embargo, pensamos que ha ejercido cierta
influencia, al menos en el ámbito discursivo, respecto de la crítica acérrima a
varios de los personajes masculinos tradicionales de la historia de Chile, y por
ende a todo aquello que haga alusión a su memoria en el espacio público (mo-
numentos, memoriales, estatuas, bustos, nombres de calles, etc.).

10 Nos referimos, entre otros, a la obra del escritor y comentarista de televisión, Jorge Bara-
dit, quien ha tenido un enorme éxito de ventas con su colección “Historia secreta de Chile”.
Para más detalles, ver: https://www.penguinlibros.com/cl/historia/84966-libro-historia-secre-
ta-de-chile-1-9789563254792#
11 La serie “Historia secreta de Chile” también fue llevada a la televisión abierta por la señal
Chilevisión (2019-2020). Algunos capítulos completos están disponibles en YouTube: https://
www.youtube.com/watch?v=6aSKYQtT1H0
Frédérique Langue y María Laura Reali 211

El monumento ecuestre del General Manuel Baquedano en Santiago de Chile12


Uno de los casos más recordados tanto en Chile como en el exterior, fue la
intervención creciente de la estatua del General Manuel Baquedano,13 ubicada
en el centro de Santiago y en el epicentro de la protesta (sector de Plaza Italia,
como se la conoce popularmente)14. Durante semanas, este punto de la capital
fue el lugar donde se concentraron las principales manifestaciones y también
los choques más duros y constantes con las fuerzas especiales de la policía
chilena (Carabineros). La situación llegó a un grado de paroxismo tal, que se
produjo una rutinización de la protesta, sobre todo los días viernes por la tarde,
concentrando a miles de personas en un mismo lugar. Las luchas con la policía
fueron volviéndose cada vez más violentas, al punto de adoptar la forma de
una verdadera batalla callejera, cuyo objetivo principal era conservar o bien
desalojar el monumento del general Baquedano, y defenderlo como una suerte
de trofeo de guerra. Semana a semana vimos por la televisión y las redes socia-
les como cientos de manifestantes se enfrentaban a Carabineros por el control
de unos pocos metros de terreno, pero cuyo simbolismo tomó la forma de una
suerte de lucha por el control del espacio público.15 La violencia de los enfren-
tamientos fue tal que varios manifestantes perdieron alguno de sus ojos como
consecuencia del uso de escopetas con perdigones de metal, así como varios
policías gravemente heridos por bombas molotov y golpes de piedras u otros
tipos de proyectiles.
En el centro de esta batalla por la Plaza Italia, o Plaza Dignidad, como fue
rebautizada por los propios manifestantes, y que no es más que un cruce de ca-

12 El General Manuel Baquedano (1823-1897) fue un militar chileno que participó activamente
durante la guerra contra Perú y Bolivia de 1879, así como en la fase final de la ocupación de la
Araucanía entre 1881 y 1883.
13 Descripción del monumento al General Baquedano según archivo de la DIBAM (Chile) “Mo-
numento al General Manuel Baquedano: Escultura y relieves realizados en bronce y piedra
verde; obra del escultor chileno Virginio Arias y Gustavo García, arquitecto. Conmemora los
hechos acaecidos durante la Guerra del Pacífico. Sobre la base y en sus costados figuran: una
escultura de mujer que levanta una guirnalda de copihues, relieves que recrean batallas de Cho-
rrillos y Miraflores y un soldado en posición de guardia. Bajo el pedestal, se encuentra la tumba
del Soldado Desconocido, cuya lápida dice: ‘Aquí descansa uno de los soldados con que el Ge-
neral Baquedano forjó los triunfos del heroísmo chileno’ y una placa conmemorativa que seña-
la: ‘Homenaje de la caballería en servicio activo en retiro y de reserva 1943’. Erigido en ‘Plaza
Italia’, que pasó a denominarse ‘Plaza Baquedano’. Inaugurado el 18 de septiembre de 1928.”
Disponible en: http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/bnd/629/w3-article-612141.html
14 En la Plaza Italia (oficialmente Plaza Baquedano desde 1928) se cruzan dos de las principales
arterias de la ciudad de Santiago que van de este a oeste y de norte a sur, siendo además un
punto emblemático de la Línea 1 del Metro de Santiago; la más importante y antigua de la
ciudad.
15 Uno de los medios no tradicionales más utilizados para apreciar en vivo y en directo la protesta
en Plaza Italia fue el sitio web de la galería de arte CIMA, que hasta el día de hoy posee una cá-
mara internet que transmite al mundo 24x7 lo que sucede en este lugar. Disponible es: https://
galeriacima.cl/en-vivo/
212 Las ideologías de la nación

lles en forma de gran circunvalación, estaba la estatua de Manuel Baquedano.


Este imponente monumento ecuestre de casi 10 metros de altura se transformó
en el punto neurálgico y en el principal trofeo de guerra de los manifestantes.
Todos los viernes por la tarde y hasta altas horas de la noche, la figura de Ba-
quedano y su caballo fueron transformados en objetos performáticos, siempre
cambiantes, de la protesta. Pintados, cercenados, adornados, vestidos, monta-
dos, los bronces verdes de Baquedano y su caballo se hacían irreconocibles,
mientras miles de fotografías de celulares registraban cada una de las itera-
ciones de esta transformación permanente del monumento nacional en objeto
de mofa, pero también de exaltación y paroxismo de la protesta social. Entre
banderas que representaban diferentes grupos (anarquistas, mapuches y de la
diversidad sexual, regionalistas y clubes de fútbol) apenas podía reconocerse la
vieja estatua que alguna vez fue el símbolo del nuevo Santiago que se expandía
hacia la zona oriente junto con sus elites y familias más pudientes. Durante
décadas, la Plaza Italia ha sido una suerte de frontera socioeconómica invisible
entre una élite pujante en el oriente y las clases medias y populares que se ex-
tienden hacia el oeste, el norte y el sur de la ciudad. Además, ha sido por años
un lugar emblemático de celebración y protesta popular (triunfos deportivos,
manifestaciones políticas, marchas por distintas causas).16
La ocupación de la estatua de Baquedano y su caballo fueron interpretadas,
desde el mundo progresista, como símbolo del triunfo de la protesta por sobre
las policías y las fuerzas del Estado, mientras que desde la derecha y otros sec-
tores de centro, como una inaceptable profanación de un monumento patrio, así
como de la impotencia del gobierno y del Estado para imponer su soberanía y
orden apenas a un par de kilómetros del palacio presidencial. Pero este espacio
circunscrito a unos pocos cientos de metros, si bien tuvo la mayor cobertura
mediática durante la protesta, fue sólo uno de los tantos lugares donde miles
de manifestantes se reunieron a lo largo del país. Generalmente ello ocurrió en
plazas públicas y lugares reconocibles de la ciudad cercanos a las instituciones
del poder central. La estatua de Baquedano, como se la conoce popularmente
fue, sin duda, el más reconocible de estos lugares de la protesta, tanto por su
espectacularidad como por la rutinaria protesta de los días viernes, que aún en
junio de 2022, sigue siendo un lugar de reunión regular para quienes desean
reavivar las movilizaciones de 2019.

16 Monasterio, Fernanda, “Más de 4 mil manifestaciones y 25 mil detenidos: El balance del esta-
llido social”, Pauta, 30/08/2020. Disponible en: https://www.pauta.cl/nacional/carabineros-en-
trega-banance-final-cifras-detenidos-estallido-social-saqueos
Frédérique Langue y María Laura Reali 213

Plaza Italia, Santiago de Chile


Venta de banderas mapuche y del “perro matapaco”, símbolo popular de la revuelta
Fotografía de Manuel Gárate, 01-10-2020

En un recorrido realizado por la denominada zona cero del estallido social chi-
leno, durante los primeros días de enero de 2020, pude comprobar con mis
propios ojos y una cámara fotográfica en mano, el grado de intervención, alte-
ración y destrucción del espacio público en las cuadras circundantes a la Plaza
Italia. Pocas semanas antes de que la pandemia del COVID 19 se expandiera
por el mundo, fue una ocasión bastante única para hacer un registro visual del
monumento de Baquedano y de las expresiones estéticas que lo rodeaban en
aquel momento (no debemos olvidar que las alteraciones fueron permanentes
y siempre cambiantes semana tras semana). Una de las cosas que más llamaba
la atención era el colorido iconoclasta de la estatua y la estética andrógina que
se le había impuesto a través de pintura en el rostro, el uso de prendas de ropa
femenina, además de las grandes manchas con pintura roja que simbolizaban la
sangre atribuida a la acción de los militares chilenos desde el siglo XIX en ade-
lante.17 Se trataba también de atacar a uno de los símbolos más recurrentes de la
virilidad castrense (un militar erguido y triunfante sobre un imponente caballo)
y de lo que algunos manifestantes definían como la imagen del “poder patriar-

17 En las distintas jornadas de protesta surgió la bandera mapuche como símbolo del descontento
y en contraposición a la bandera de Chile, cuestión que no se había visto con anterioridad, dado
el uso tradicional de la bandera chilena en diversas manifestaciones populares.
214 Las ideologías de la nación

cal”. En otras palabras, el contenido multiforme de la protesta (muchas causas


y reivindicaciones diversas) se pueden subsumir en un monumento alterado de
forma radical y con el objetivo de demostrar una voluntad de acción y al mismo
tiempo escandalizar a los sectores más conservadores de la sociedad chilena.18
Al respecto, el historiador mapuche Claudio Alvarado Lincopi sostiene que:

“Claro, hay ciertos “combates por la historia” que se han abierto,


un cisma que devela que lo nuevo no termina de nacer cuando
lo viejo no termina de morir. Lo destituyente y constituyente en
su contingencia estética: eso es finalmente la batalla de brocha
gorda que se desenvuelve sobre el escultórico Baquedano. Una
pequeña pero trascendente lucha por los sentidos de la historia,
por lo que prevalecerá y por lo que emerge, en esa agonía habi-
tamos”.19

Durante meses la estatua de Baquedano fue repintada y parcialmente recupera-


da por funcionarios del Consejo de Monumentos Nacionales, para ser nueva-
mente intervenida cada viernes por la tarde, y cada vez de manera más intensa.
Esta especie de juego del gato y el ratón resultaba particularmente extraña,
pues era evidente que cada mini restauración incitaba a los manifestantes a
actuar con más fuerza sobre el monumento. Lo que realmente estaba en juego
no era la estatua en sí, sino la capacidad del Estado, y de las autoridades del
momento, de “ganar” ese espacio a los manifestantes y de restaurar el orden pú-
blico, cuestión que aparecía de manera constante en los medios de prensa entre
octubre de 2019 y marzo de 2021. La llamada zona cero de la protesta social
chilena también estuvo marcada por las acusaciones de violencia desmedida de
la policía, e incluso de tortura (aunque esto último nunca pudo ser verificado).
Esto también quedó reflejado en las marcas de la ciudad, como fue el caso de
la entrada principal de la estación Baquedano del Metro (Línea 1), que hasta el
día de hoy permanece clausurada por los daños sufridos.

18 En al menos en dos ocasiones entre 2019 y 2020, grupos conservadores y de derecha se diri-
gieron al sector de Plaza Italia y al monumento de Baquedano, y en horarios donde no había
manifestantes para realizar actos públicos de desagravio y de reparación.
19 Claudio Alvarado Lincopi, “Baquedano barroco, desafíos para los monumentos del futuro”,
CIPER Chile, 22/10/2020. Disponible en: https://www.ciperchile.cl/2020/10/22/baqueda-
no-barroco-desafios-para-los-monumentos-del-futuro/
Frédérique Langue y María Laura Reali 215

Entrada principal de la estación Baquedano del metro – Plaza Italia, Santiago de Chile
Fotografía de Manuel Gárate, 01-10-2020

Entrada secundaria de la estación Baquedano del metro – Plaza Italia, Santiago de


Chile
Fotografía de Manuel Gárate, 01-10-2020
216 Las ideologías de la nación

Monumento del General Manuel Baquedano – Plaza Italia, Santiago de Chile


Fotografía de Manuel Gárate, 01-10-2020

Pocos días antes del retiro definitivo de la estatua ecuestre de Baquedano (12-
03-2021), el Ejército de Chile emitió una declaración oficial (06-03-2021) de-
plorando el incendio del que había sido objeto el monumento sólo días antes, y
argumentando que se trataba de “un deleznable atentado al pueblo de Chile”.20
Esta y otras manifestaciones públicas de rechazo a la vandalización de la es-
tatua de Baquedano, obligaron a las autoridades del Consejo de Monumentos
Nacionales a retirar la efigie de bronce de dos toneladas para su restauración
y posterior reubicación en un lugar resguardado.21 Finalmente el Ejército de
Chile reubicará el monumento en alguno de sus recintos y probablemente en el
Museo Militar. Resulta difícil imaginar que la estatua del General Baquedano
pueda volver a su lugar original, al menos en el corto plazo, debido a que su
simple presencia genera inmediatas reacciones y reaviva las pasiones en torno a
las disputas por el espacio público y a las imágenes históricas que evoca.

20 La declaración completa del Ejército puede ser vista en línea en la siguiente dirección: https://
www.ejercito.cl/prensa/visor/comunicado-oficial-ataque-incendiario-al-monumento-del-gene-
ral-baquedano
21 Comunicado oficial del Consejo de Monumentos Nacionales anunciando el retiro de la estatua
del General Baquedano (12/03/2021). Disponible en: https://www.monumentos.gob.cl/prensa/
noticias/culmina-exito-retiro-temporal-monumento-general-baquedano-su-restauracion
Frédérique Langue y María Laura Reali 217

La estatua de Pedro de Valdivia en la ciudad de Concepción


Resulta difícil pensar en un personaje más ligado a los comienzos de la historia
del Chile colonial que el de Pedro de Valdivia (1497-1553). Este soldado de la
región de Extremadura y combatiente experimentado de las guerras del imperio
español en Europa, lugarteniente de Francisco Pizarro en el Perú, fue el funda-
dor de las dos principales ciudades del país, Santiago y Concepción, además de
ser considerado como el “conquistador” de Chile. Su figura y la interpretación
histórica de su legado, han sufrido una transformación considerable en los últi-
mos años, especialmente desde que el conflicto con las comunidades Mapuche
en la zona sur del país ha crecido en intensidad y extensión desde mediados
de la década de 1990. De ser descrito como una figura heroica y representante
del espíritu español de conquista y cristianización de América, nuevas lecturas
contemporáneas de la historia suelen mostrarlo como un sujeto codicioso, faná-
tico y un fiel representante de la falta de escrúpulos al momento de someter y
destruir a quienes se interpusieran en la empresa de conquista de los territorios
al sur del Perú con el objetivo final de llegar al Estrecho de Magallanes. La avi-
dez por el oro, las tierras y el trabajo forzado de los indios, aparecen hoy en día
como rasgos que se asocian a su figura. Siguiendo esta lógica, el escritor Jorge
Baradit se refiere al estallido social y a la figura de Valdivia como una suerte
de antepasado directo de las élites actuales que gobiernan Chile, retrocedien-
do mucho más en el tiempo que la referencia tradicional a la última dictadura
militar:22

“Este movimiento destruyó monumentos históricos recordatorios


de la opresión, del poder, de las élites. Cuando yo pongo la ca-
beza de Pedro de Valdivia, lo que yo quiero decir es que la inter-
pelación histórica de este movimiento va mucho más allá de 30
años y mucho más allá de 47 años, es una interpelación histórica
profunda. Puse a Pedro de Valdivia en el afán de incluir también
el conflicto original: el aterrizaje de estos alienígenas al territorio
y la instalación de una colonia europea, en la que todavía los se-
ñores de Las Condes piensan que viven, ¿no? Una colonia euro-
pea. Pero la verdad es que, como tú bien dices, esta interpelación
es a la élite y a la manera en cómo han administrado, primero, la
colonia y luego cómo construyeron Estado en República”.23

No es casualidad que mencionemos nuevamente a este autor en la medida que


sus libros han tenido un éxito de ventas inmenso, así como sus programas de

22 En la portada del libro Rebelión (Editorial Sudamericana 2019) de Jorge Baradit, aparece la
cabeza decapitada de Pedro de Valdivia.
23 Camilo Pérez, “Derribando estatuas: una entrevista con Jorge Baradit”, Pousta.com,
23/04/2020. Disponible en: https://pousta.com/derribando-estatuas-jorge-baradit/
218 Las ideologías de la nación

televisión, además de participar como convencional electo para redactar la nue-


va constitución de Chile. Su voz es escuchada y sus interpretaciones históricas
ampliamente difundidas, donde se mezclan datos obtenidos de investigaciones
serias con elucubraciones propias y más de algún anacronismo. Esto no quiere
decir que las manifestaciones de protesta no tengan sus propias dinámicas y
objetivos, pero no puede desestimarse el efecto que tales discursos históricos
altamente mediatizados pueden ejercer en la población.24
Existen numerosos monumentos y estatuas en Chile dedicados a la figura de
Pedro de Valdivia. Uno de los más importantes se encuentra en el costado noro-
riente de la Plaza de Armas de Santiago, el cual también fue intervenido durante
las manifestaciones del estallido social. Sin embargo, el más afectado y recor-
dado fue el ubicado en la Plaza Independencia de la ciudad de Concepción, al
sur del país. Este monumento de bronce fue derribado el día 14 de noviembre
de 2019 a las 19 hrs. mediante el uso de cuerdas ante los vítores y cánticos de
los manifestantes que lo rodeaban. Es importante recordar que aquel día se
recordaba un año de la muerte del comunero mapuche Camilo Catrillanca a
manos de la policía de Carabineros en un confuso incidente en la localidad de
Temucuicui, en la Araucanía.
La estatua fue regalada por el gobierno español a la ciudad en 1950 con mo-
tivo de los 400 años de la fundación de Concepción por el propio gobernador
Valdivia, y había sido ubicada originalmente en la Plaza España. Una década
más tarde fue reubicada en un lugar más céntrico de la urbe, en la Plaza Inde-
pendencia, donde permaneció por casi 60 años. Su caída no sólo representaba el
malestar de una población frente a un gobierno y a una élite política desconec-
tada de la realidad social del país, sino que probablemente también el desahucio
de una lectura histórica que ensalzaba la ocupación de la Araucanía, primero
por el Imperio Español y después por el Estado chileno. La estatua de Valdivia,
una vez derribada de su pedestal, fue golpeada con distintos objetos contunden-
tes, además de pintada e intervenida intensamente. Las autoridades municipales
y el Consejo de Monumentos Nacionales tras rescatar la estatua, han estimado
que su restauración costaría entre 30 y 40 mil dólares, y que además habría que
construir otra espada, pues la original fue robada. Al respecto, el secretario de
la corporación patrimonial de la ciudad e historiador, Armando Cartes, sostiene
que el retorno del monumento no podría llevarse a cabo sin antes realizar algu-
nas modificaciones que, según sus palabras: “Lo que se ha hecho en otro países,
es que a veces se le pone una placa distinta con un contenido que refleje mejor

24 Para una visión desde España sobre la destrucción de monumentos en Chile, ver: Cervera,
César, “La leyenda negra del conquistador español cuyas estatuas están decapitando en Chile
los manifestantes”, ABC de España, 06/11/2019. Disponible en: https://www.abc.es/historia/
abci-leyenda-negra-conquistador-espanol-cuyas-estatuas-estan-decapitando-chile-manifestan-
tes-201911060116_noticia.html
Frédérique Langue y María Laura Reali 219

la mirada moderna hacia el pasado”.25 De lo que se trata entonces es de volver


a contextualizar el monumento, es decir, reconfigurarlo con un nuevo discurso
que explique su presencia en el espacio público, pero que además se haga cargo
de las críticas y nuevas interpretaciones sobre el personaje en cuestión. En otras
palabras, ya no sería un monumento que se impone por su significado original,
sino que debe ser explicado, y de alguna manera, justificado ante un sector
importante de la población que ya no lo considera como parte integrante de su
patrimonio cultural, ni menos con un carácter heroico.
Si siguiéramos el argumento esgrimido por el historiador Enzo Traverso,
la destrucción de monumentos y estatuas nos permitiría ver la historia de una
manera más clara, o al menos sin los sesgos propios atribuibles a las lecturas
tradicionales hechas por las élites. Según Traverso:

“...allí donde la iconoclasia de los movimientos de protesta es


auténtica, siempre despierta reacciones indignadas. Los comu-
neros fueron presentados como “vándalos” y Gustave Courbet,
uno de los responsables de derribar la columna, fue encarcelado.
En cuanto a los anarquistas españoles, fueron condenados como
feroces bárbaros. Una indignación similar ha florecido en las úl-
timas semanas.”26

En relación con la cita anterior, nos cuesta imaginar la manera en que podría-
mos ver la historia más claramente sólo a través del acto destructivo o perfor-
mático, pues sus reverberaciones sólo podrían ser apreciadas años o décadas
más tarde. El acto de intervención o destrucción refleja más una voluntad de
actuar que un discurso propiamente tal, si bien éste puede estar subyacente.
Basta, por ejemplo, con ver los registros fotográficos y audiovisuales del derri-
bo de la estatua de Valdivia en Concepción para notar que estamos frente a una
celebración popular y menos respecto de una lectura histórica27. Ahora bien, el
argumento anterior no niega que las acciones en el espacio público puedan ser
leídas históricamente, pero dudo que esto no sea más bien el resultado de la
mediación del lector o investigador que accede indirectamente a los aconteci-
mientos, como suele suceder con el trabajo de los historiadores. Efectivamente
podemos apreciar en los manifestantes un sentimiento anti élites, y contra los

25 Nicolás Díaz, “Hasta $40 millones costaría restaurar estatua de Pedro de Valdivia derribada
en plaza de Concepción”, Bio Bio Chile, 24/12/2019. Disponible en: https://www.biobiochile.
cl/noticias/nacional/region-del-bio-bio/2019/12/24/hasta-40-millones-costaria-restaurar-esta-
tua-de-pedro-de-valdivia-derribada-en-plaza-de-concepcion.shtml
26 Enzo Traverso, “Derribar estatuas no borra la historia, nos hace verla con más claridad”, Nueva
Sociedad. Democracia y política en América Latina, 29/06/2020, Disponible en: https://nuso.
org/articulo/estatuas-historia-memoria/
27 Extracto de video del derribo de la estatua de Pedro de Valdivia en la ciudad de Concepción
(14/11/2019). Disponible en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=ji37k81iXRg
220 Las ideologías de la nación

representantes del poder y sus símbolos “patrios”, pero de ahí a considerar que
mediante el acto performático podemos acceder a una visión más clara de la
historia, me parece un argumento al menos discutible.

Conclusión
La cuestión de la destrucción, intervención y desplazamiento de monumentos,
como hemos sostenido a lo largo de este capítulo, no es un fenómeno local y
tampoco nuevo. Probablemente lo inusual es el grado de sincronía entre sucesos
que han ocurrido en Europa, Estados Unidos, y algunos países de Latinoaméri-
ca en los años recientes, y ante lo cual queda suponer que el efecto de Internet
y las redes sociales sirve de catalizador para estos fenómenos. El denominado
estallido social chileno de 2019-2020, representa un momento interesante para
estudiar las causas y efectos de la destrucción de estatuas y monumentos patrios
en el espacio público, pues tenemos numerosos casos a lo largo del país que dan
cuenta de distintas situaciones con características y ubicaciones diferentes. Sin
embargo, todos los casos comparten la expresión de un rechazo hacia los per-
sonajes históricos que la historia escolar ha consagrado como los forjadores de
la nación chilena y de su territorio. Si esto es el resultado de una interpretación
histórica más profunda, lo ponemos en duda, pues estamos ante situaciones que
combinan acciones espontáneas con planificación, lo cual también se hace mu-
cho más fácil a través de la coordinación rápida que permiten las redes sociales.
La respuesta de las autoridades frente a la destrucción y derribo de monu-
mentos también es una cuestión que nos interesa, pues en los dos casos anali-
zados, las estatuas fueron recuperadas por las autoridades encargadas del pa-
trimonio cultural y sometidas a intensos procesos de restauración. La pregunta
que queda en el aire, es si es posible imaginar el regreso de tales monumentos
a sus emplazamientos originales o bien se ha instalado una nueva conciencia
histórica que lo hace imposible, y obliga al estado a buscar lugares protegidos
o bien abrirse a una posible musealización de estas obras como huellas de un
pasado que está en constante disputa.
Venezuela bajo la égida de la epopeya y la nostalgia

Jo-Ann Peña-Angulo

D
os elementos fundamentales destacan en la construcción de los imagi-
narios nacionales: la idea de epopeya y nostalgia. De ambos se puede
decir que vienen asociados intrínsecamente a la imagen del héroe y
mesías latinoamericano. Este ensayo busca comprender los vínculos emocio-
nales y redes que se establecen a partir de sus representaciones simbólicas y
discursivas y por lo tanto considerar la idea trágica de la historia como anhelo
y sentimiento, junto a la relación indisoluble entre las emociones y la política.
Este entramado se analiza a partir de la experiencia contemporánea del llamado
proyecto revolucionario inaugurado por Hugo Chávez Frías. Revisar el pasa-
do y con qué objetivo es otra de las interrogante que intentaremos responder,
teniendo en cuenta el papel de la epopeya en la construccción de la nostalgia
hacia el pasado anhelado. Mostraremos cómo la nostalgia aparece como fuente,
mediación y mecanismo ideológico del chavismo y su proyecto nacionalista.
En efecto, las ideologías de la nación “desnudan” la emergencia de los nacio-
nalismos. En este contexto, el chavismo hizo suyo un programa emocional a
partir del cual se encaminó desde el año 1999, en una especie de nacionalismo
latinoamericano. Este trabajo se desarrollará entonces en torno a tres ejes inter-
pretativos: el pasado nacional, memoria y nacionalismo; el papel de los histo-
riadores, su relación al pasado nacional y al nacionalismo, y el cóctel explosivo
conformado en la actualidad por el nacionalismo, las emociones y la ideología.

Pasado nacional, memoria y nacionalismo


En la densa historiografía sobre los usos del pasado encontramos los funda-
mentos de los proyectos políticos e ideológicos y su papel como agitadores del
pasado nacional. Sin importar su naturaleza, estos han sido y son conscientes
de la fuerza emocional que implica un origen común en la construcción de la
memoria social y colectiva, la historia patria y la sumatoria de simpatías. En
este proceso, el pasado no sólo es definido por lo que ya aconteció sino princi-
palmente por la forma como lo ocurrido traza en el tiempo presente las virtudes
de un otrora proyecto nacional, cuyo contenido es susceptible de atribuciones
semánticas e históricas, por parte de grupos políticos e ideológicos.
El pretérito se comporta como una especie de vacío que hay que llenar cons-
tantemente con significados que recuerden la grandeza de la patria. Es un po-
deroso mecanismo emocional que desencadena los más recónditos sentimien-
222 Las ideologías de la nación

tos, cohesionando en torno a ellos, diversos grupos identificados con el llamado


nostálgico del pasado nacional, a la vez memoria social. Scot French la define
como: “...is a concept used by historians and others to explore the connection
between social identity and historical memory. It asks how and why diverse
peoples come to think of themselves as members of a group with a shared
(though not necessarily agreed upon).”1
Preguntarse así sobre las razones o motivos que nos congregan como grupo,
se convierte al mismo tiempo en el ritual iniciático que nos asegura la pertenen-
cia a éste como impronta histórica. Hacemos una precisión semántica: lo nacio-
nal se circunscribe a un país o nación mientras el nacionalismo2 se refiere en su
sentido primario a un movimiento centrado en el pasado nacional, que mediado
por una doctrina o ideología específica, exacerba las pasiones colectivas. Todo
nacionalismo comienza en un proyecto nacional. Se comprende en este con-
texto, la necesidad histórica de vincular a los individuos con un origen y hogar
común como sinónimo identitario nacional. En éste, las hojas por escribir es-
tarán destinadas a la re-construcción de la patria –la tierra de los padres– aque-
llo que fue desvirtuado por enemigos y traiciones. Es la línea radical de todo
nacionalismo, pero también de los romantizados proyectos nacionales. Ambos
en sus modos y prácticas han hecho uso –y hacen uso– de distintos niveles de
exaltación del pasado para lograr los objetivos ideológicos del presente. En
estas circunstancias, la reflexión de Francisco Zapata nos permite ir despejando
el camino al describir la relación entre nacionalismo, pacto social e ideología:

“El nacionalismo no es sólo la afirmación de la nación en función


de la identidad cultural sino también un proyecto de constitución
de una unidad que parte de la formulación de objetivos comunes
a una estructura social heterogénea. Trata de desarrollar un pro-
yecto que incorpore a diversos grupos sociales en forma jerar-
quizada. La idea del pacto social, de moda hoy en día en muchos
países, puede originarse en la filiación nacionalista, impidiendo
que las diferencias ideológicas corrompan la puesta en práctica
del proyecto nacional que debe ser aceptado por todos.”3

En la función cohesionadora del nacionalismo, el pasado está cada vez más


lejos –lo ocurrido–. Las hazañas parecen desdibujarse en una especie de fi-
nitud-infinitud, tensión temporal y emocional que juzga necesario atajarlas y

1 Scot A. French, “What is Social Memory?” in Southern Cultures, vol. 2, Núm. 1, 1995, p. 9,
[consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en: https://www.jstor.org/stable/26235387
2 Hay una amplia bibliografía sobre los nacionalismos. No es objeto de este trabajo exponer las
distintas teorías que desde el campo de las ciencias políticas se han planteado sobre los mismos.
3 Francisco Zapata, Ideología y política en América Latina, Colegio de México, México, 1990,
p. 15.
Frédérique Langue y María Laura Reali 223

rescatarlas para no olvidarlas. Se unen epopeya y nostalgia en los proyectos


nacionales pero también nacionalistas. Sus laberintos escudriñados y por des-
cubrir impregnan la memoria colectiva, la resiliencia4 y los conflictos no sólo
en América Latina. Otra observación resulta de lo más importante: los proyec-
tos nacionales son programas y planes a futuro, tienen fines prácticos como
fundadores de la nación. Desde el pasado hasta la contemporaneidad se les
ha considerado como garantes legales, materiales y simbólicos de las nuevas
epopeyas, que en nuevos contextos y desafíos globales, son necesarios para la
cohesión nacional y la conformación de la nación.
Sobre esto hay una opinión muy extendida que afirma que los proyectos
nacionales contienen exclusivamente una planificación a futuro, que no tienen
ninguna filiación ideológica, pues están hechos con el único objetivo de organi-
zar y re-institucionalizar las bases de la nación. No obstante, el concepto mismo
de nación no sólo implica la organización política, económica y social en torno
a una determinada doctrina o ideología sino la cohesión social por elementos
culturales comunes. En ambas facetas, el camino semántico está dado para que
muchos proyectos nacionales se conviertan en nacionalismos, movimientos que
se comportan de manera distintas dependiendo de los contextos en y de los que
surjan. Es pertinente entonces recordar la definición de la ideología:

“Ideology manifests itself in artefacts, belief systems, concepts,


ideas, institutions, meanings, phrases, practices, representations,
sentences, systems, texts, thoughts, and words that are employed
to misrepresent or distort reality. Ideology is a reified and mysti-
fied semiotic representation of the world.”5

Dicho de otra forma, la ideología no puede prescindir de la creación de sus


artefactos culturales y de sus mecanismos de acción. Son éstos los vehículos y
justificadores de su representación del mundo, tal como lo menciona Christian
Fuchs. En el caso venezolano, el chavismo creó desde sus inicios un importante
sistema de representaciones discursivas y simbólicas.6 Su objetivo: apelar a lo

4 El psiquiatra francés Boris Cyrulnik es uno de los creadores del concepto de resiliencia.
5 Christian Fuchs, Communication and Capitalism: A Critical Theory, University of Westmins-
ter Press, London, 2020, p. 15.
6 Es importante destacar que desde los mismos grupos chavistas emergieron también represen-
taciones vinculadas a dicho movimiento. Por ejemplo: la oración Padre Nuestro a Chávez.
Sobre la manipulación simbólica por parte del chavismo puede leerse en Jo-Ann Peña Angulo,
“El imaginario instituyente Dios y el Diablo: entre el ocaso y la gestación de una nueva reali-
dad venezolana (1990-2006)” en Revista Venezolana de Ciencia Política, Núm. 34. Julio-di-
ciembre, 2008, pp. 113-114, [consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en: http://www.
saber.ula.ve/bitstream/handle/123456789/31959/articulo7.pdf?sequence=1&isAllowed= “...la
relación vital de la política, la ideología y los imaginarios, juega un papel fundamental en las
representaciones simbólicas, surgidas a partir del 4 de febrero del 1992, como observamos en
224 Las ideologías de la nación

emocional y aglutinar desde allí a una comunidad ideológica, receptora perma-


nente de la exacerbación retórica nacionalista pero también justificadora de su
poder y sus abusos, muchos de los cuales están signados por la violencia y la
represión. Recordemos la frase de Fuchs citada arriba: “La ideología justifica
el poder de un grupo o individuo, la forma en que los grupos o individuos ex-
plotan o dominan a otros.” El nacionalismo construido por el chavismo incluyó
desde el principio la violencia en su programa ideológico. Es radical en su na-
cionalismo. Con el pasar de los años se fue agudizando siendo hoy Venezuela,
un “estado violador de los DDHH”7 y en “emergencia humanitaria”.8 Hablamos
entonces de la institucionalización de la violencia en Venezuela. El chavismo
estableció su propio itinerario a través de las redes de la violencia, con el único
objetivo de mantener el poder. En su constante apelación al pasado heroico se
articula un “atractivo” caldo de cultivo, caldo emocional, en este caso, nostál-
gico y violento.
En realidad, los discursos nacionalistas además de tener un largo trayecto
histórico, son atravesados por la ideología como una especie de torrente sanguí-

la oración del Padre Nuestro, hecha por simpatizantes a Chávez: ‘Chávez nuestro [que estás en
la cárcel, Santificado sea tu golpe, Venga (vengar) a nosotros, tu pueblo, Hágase tu voluntad
la de Venezuela, la de tu ejército [...]’. Está práctica de asociar al presidente de turno con la
oración del Padre Nuestro no es nueva, pues existe incluso una versión –hecha por los oposi-
tores al régimen gomecista–, dedicada a Juan Vicente Gómez. Congreso de la República de
Venezuela (documentos), 1983, p. 57.
7 Dicha documentación emanada de organismos internacionales testimonia la crisis en Venezue-
la. Su contenido jurídico demuestra la violación de los DDHH en Venezuela. “Informe de la
Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre Venezuela insta a adoptar de
inmediato medidas para detener y remediar graves violaciones de derechos”, 4/7/2019, [con-
sultado el 15 de agosto 2021]: disponible en: https://www.ohchr.org/SP/NewsEvents/Pages/
DisplayNews.aspx?NewsID=24788&LangID=S
Ver la “Resolución Aprobada por el Consejo de Derechos Humanos,” 27/09/ 2019, 42/24 sobre
Situación de Derechos Humanos en la República Bolivariana de Venezuela.
Posteriormente Bachelet como Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos (ACNUDH) actualiza dicho Informe, incluyendo el período entre el 1 de junio de
2020 y el 30 de abril de 2021. Ver “Resolución Aprobada por el Consejo de Derechos Huma-
nos”, 45/20 sobre Situación de Derechos Humanos en la República Bolivariana de Venezuela,
06 de octubre de 2020, [consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en: https://undocs.org/
es/A/HRC/RES/45/20
8 “Consejo Permanente de la OEA aprueba resolución sobre Ayuda Humanitaria en Venezuela”,
27 de marzo de 2019, [consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en: https://www.oas.org/
es/centro_noticias/comunicado_prensa.asp?sCodigo=C-017/19 “El Consejo Permanente de la
Organización de los Estados Americanos (OEA) aprobó hoy la resolución ‘Ayuda Humanitaria
en Venezuela’” en la cual anima a los Estados Miembros, a los Observadores Permanentes y a
las organizaciones internacionales ‘a continuar apoyando e implementando medidas para aten-
der la crisis humanitaria en Venezuela’. El documento insta además a las instituciones públicas
de Venezuela en especial las fuerzas militares y de policía ‘a que se abstenga de bloquear el
ingreso de ayuda humanitaria a Venezuela, dando el debido respeto a los principios humani-
tarios de humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia operativa de la asistencia
humanitaria, así como el respeto de los derechos humanos.’”
Frédérique Langue y María Laura Reali 225

neo y la ideología se baña a su vez, en el discurso nacionalista. Ambas dimen-


siones las manejó y maneja el chavismo para sus objetivos. Ha sabido combinar
el pasado común, la idea la patria, las proezas independentistas, la imagen del
héroe incomprendido y su sacrifico, el desagradecimiento posterior de su va-
lentía y especialmente la idea central de que somos tributarios de sus sueños
de grandeza, labor que corresponde hacer constantemente en el presente. Los
proyectos nacionales y nacionalistas lo recuerdan en sus narrativas y discursos
volviéndose en algunos casos en una práctica política intemporal. De allí que
el culto sustituya nuestra deuda histórica con ellos. Su eterno homenaje y ad-
miración no sólo nos acerca al pasado sino que nos conecta emocionalmente
con una deuda que debemos saldar. Las conmemoraciones y rituales patrios
con toda su simbología conducen a esto. Son los ciudadanos tributarios de este
poder por tal razón también son ellos los responsables de mantener en el pre-
sente la memoria social y colectiva como espacios del recuerdo y delimitación
de otredad.
Bajo la égida de la epopeya se construye la nostalgia hacia el pasado an-
helado, pero también tergiversado. En este contexto, en el caso de Venezuela,
el chavismo hizo suyo un programa ideológico a partir del cual se encaminó
mucho antes de 1999. En su idea de un nacionalismo venezolano, la memoria
social y colectiva son caldo de cultivo de sus intenciones ideológicas e ima-
ginarios. ¿Pero de qué trata la memoria? Los profesores de la Universidad de
Columbia, Jeffrey K. Olick and Joyce Robbins nos acercan a su recorrido his-
toriográfico: “Memory, of course, has been a major preoccupation for social
thinkers since the Greeks. Yet it was not until the late nineteenth and earlier
twentieth centuries that a distinctively social perspective on memory became
prominent…”9
Sobre la memoria, la psicóloga alemana y profesora Astrid Erll10 al señalar
su transdisciplinariedad, sus propiedades centrífugas o disociadoras, centrípe-
tas o unificadoras, nos ofrece una síntesis de su recorrido conceptual, tomando
en cuenta los aportes fundamentales de Maurice Halbwachs sobre la memoria
y los estudios culturales. La investigadora resume:

“Si seguimos una tosca cronología que va desde los años veinte
hasta nuestros días, los conceptos más influyentes en este campo
son mémoire collective, Mnemosine, storia e memoria, lieux de
mémoire, memoria cultural, memoria comunicativa, lugares del

9 Jeffrey Olick and Joyce Robbins, “Social Memory Studies: From Collective Memory to the
Historical Sociology of Mnemonic Practices” in Annual Review of Sociology, vol. 24, 1998, p.
106, [consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en: https://www.jstor.org/stable/223476
10 Autora de diversas obras. En el caso del libro trabajado en este artículo, el mismo fue publicado
originalmente en alemán bajo el título Kollectives Gedächtnis und Erinnerungskulturen, en el
año 2005.
226 Las ideologías de la nación

recuerdo, social memory, culturas del recuerdo, memoria social,


cultural memory y olvido social.”11

Podemos afirmar que en todas ellas, el pasado es el origen semántico y factual


que dispara los distintos horizontes de significados en el presente y el porvenir.
Scot French resume su funcionamiento luego de algunos datos importantes:

“In 1989, the Journal of American History devoted an entire is-


sue to the theme of ‘Memory and American History,’ noting the
recent surge of scholarly interest in the subject. After surveying
the literature in other disciplines, editor David Thelen laid out a
research agenda for historians. “The historical study of memory,”
he wrote, “would be the study of how families, larger gatherings
of people, and formal organizations selected and interpreted iden-
tifying memories to serve changing needs. It would explore how
people together searched for common memories to meet present
needs, how they first recognized such a memory and then agreed,
disagreed, or negotiated over its meaning, and finally how they
preserved and absorbed that meaning into their ongoing.”12

En el pasado como memoria social, el rol de los elementos comunes compar-


tidos conlleva a su vez la configuración grupal en torno a determinadas emo-
ciones y sentimientos. Se mezclan aquí desde los sueños y anhelos infanto-ju-
veniles hasta el resentimiento de haber sido o sentirse excluido. Siguiendo a
French, los recuerdos comunes satisfacen necesidades del presente, se aprueban
o desaprueban sus significados hasta negociarlos en el devenir. Partiendo de
esta definición introducimos el papel de la memoria colectiva, que de acuerdo
a Astrid Erll es un:

“...concepto que de hecho reúne bajo el mismo techo fenóme-


nos tan heterogéneos como las conexiones neuronales, el diálogo
cotidiano y la tradición. La memoria colectiva es un concepto
que cobija todos aquellos procesos de tipo orgánico, medial e
institucional, cuyo significado responde al modo como lo pasado
y lo presente se influyen recíprocamente en contextos sociocul-
turales.”13

11 Astrid Erll, Memoria colectiva y culturas del recuerdo. Estudio introductorio (Johana Córdoba
y Tatjana Louis; trad.), 2012, p. 7, [consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en: https://
elibro--net.us.debiblio.com/es/ereader/bibliotecaus/96813
12 Scot French, “What is Social…”, cit., p. 9.
13 Astrid Erll, Memoria colectiva…, cit., p. 8.
Frédérique Langue y María Laura Reali 227

No puede entonces entenderse la memoria colectiva sin la presencia de las


relaciones entre los fenómenos individuales de la cultura del recuerdo.14 De
acuerdo a la autora, esta memoria parte y abarca un contexto total que inclu-
ye las distintas expresiones y manifestaciones del pasado. En otras palabras,
la relación que se establece por ejemplo entre los manuscritos, fuentes docu-
mentales, testimonios, literatura, representaciones y cualquier otro vestigio de
cultura material crean el universo de la memoria colectiva. Erll afirma: “quien
pretenda dejar por fuera de la memoria colectiva, el recuerdo individual, la
historia o el texto ficticio [...] no podrá reconocer los vínculos que existen entre
tales fenómenos.”15
Partiendo de esta característica de totalidad a la que refiere Erll, es intere-
sante preguntarnos sobre si la memoria colectiva tiene pretensiones totalizantes.
Es una interrogante sobre la cual indagaremos en otro estudio. En este punto
no debemos olvidar que la memoria colectiva sirve de fundamento para la ins-
titución de los imaginarios nacionales, pero también de los nacionalismos. En
el caso del chavismo y su re-construcción de la memoria colectiva, los textos
escolares y los programas educativos preparan el terreno del pasado nacional
para el porvenir ideológico venezolano. El sociólogo Tulio Ramírez en uno de
sus escritos explica el uso del texto escolar venezolano como arma política. El
autor plantea “la ideologización”16 como estrategia educativa de Hugo Chávez
y el uso de los textos escolares como soportes de un proyecto político. Además
de los elementos de carácter jurídicos, el autor menciona las intenciones “ideo-
logizadoras” e “ideologizantes del chavismo”, en cuya construcción se entrevé
algunas emociones como la nostalgia. Allí nos dice:

“El caso que nos ocupa, la Venezuela de Hugo Chávez, no ha


escapado a la tentación de recurrir a los libros de texto para ‘ven-
der’ la imagen del líder del denominado Socialismo del Siglo
XXI en el año 2011. Sin embargo, es bueno aclarar que si bien
se trata de un régimen profundamente sesgado hacia la ideologi-

14 Palabras textuales de Erll para señalar su categorización.


15 Astrid Erll, Memoria colectiva…, cit., p. 9.
16 Tulio Ramírez, “El texto escolar como arma política. Venezuela y su gente: ciencias sociales
6to. Grado” en Investigación y postgrado, vol. 24, Núm. 1, 2012, s/p, [consultado el 15 de agosto
2021]: disponible en: http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-00872012000100007
“Desde el año 2007 el gobierno encabezado por el Presidente Chávez ha presentado un Diseño
Curricular para la Educación Básica (ahora primaria y media según la Ley Orgánica de Educa-
ción vigente desde el año 2009), sin embargo, organizaciones de la sociedad civil, expertos en
educación y padres y representantes han ofrecido resistencia ante tal propósito. La preocupa-
ción fundamental ha sido que a través de ese Diseño se intenta introducir contenidos que, entre
otras cosas, tergiversan la formación que tradicionalmente se les ha impartido a los estudiantes,
por valores de carácter socialista que en lo absoluto tienen que ver con los de democracia y
tolerancia previstos en la Constitución Nacional aprobada en 1999.”
228 Las ideologías de la nación

zación, fue sólo hasta el año 2011 cuando asumió como política
pública la elaboración y distribución gratuita de los textos es-
colares para la educación primaria y media de las instituciones
dependientes del Estado.”17

En el conjunto de conclusiones hechas por la sociedad civil sobre la propuesta


curricular del chavismo del año 2006, citada en pie de página, se expresa:

“4. Se utilizó un lenguaje cargado de retórica política que adu-


ce afirmaciones como la siguiente: ‘El Sistema Educativo Boli-
variano está concebido para romper las actuales estructuras de
aprendizaje que persisten en la fundamentación teórica de mode-
los exógenos.’ Comentario aparte merece la visión nostálgica del
mito del Buen Salvaje. El pensamiento pedagógico venezolano
es bueno por naturaleza, pero fue contaminado por las influen-
cias de teorías exógenas. Esta concepción es inconcebible porque
desconoce intencionalmente los aportes de la sociedad del cono-
cimiento en materia pedagógica.
5.– Se asumía como orientación epistemológica que el ‘cono-
cimiento lo construyen los actores sociales comprometidos con
el hecho educativo a partir de los saberes y sentires del pueblo.’
Esta afirmación le atribuye al pueblo ser la fuente originaria de
cualquier tipo de conocimiento.
6.– Hay una tendencia militarista y no civilista en la propuesta.
Para el 4to. y 5to. años de bachillerato se privilegian los temas li-
gados a la seguridad externa e interna y a la formación premilitar.
En el área de Ciencias Sociales y Ciudadanía en vez de formar a
los estudiantes en los mecanismos alternativos para la resolución
de conflictos, se forman en ‘la parada militar, orden cerrado, mo-
vimiento pie firme, movimiento sobre la marcha. En este compo-
nente el 80% de los contenidos son de orden militar.’”18

En este contexto no debemos olvidar que las élites o en su defecto las que así
sean entendidas en cada país, pueden cumplir en este proceso, el de ideologi-
zación, dos acciones: servir de contención o ser mediadores para su estable-
cimiento y consolidación. Incluso pueden tener diferencias con las pretensio-
nes del proyecto nacionalista; sin embargo pueden unirlo a este sentimientos
y emociones animadas desde la “deuda con el pasado”. Aunque sea incómodo
decirlo, debemos tomar en cuenta estos aspectos de la condición humana, para

17 Tulio Ramírez, “El texto…”, cit., s/p.


18 Tulio Ramírez, “El texto…”, cit., s/p.
Frédérique Langue y María Laura Reali 229

historiar y comprender la recepción emocionada y eufórica –al menos inicial,


pero también a pesar de sus desastrosas consecuencias– de los nacionalismos
en estos círculos. Sobre esto, Francisco Zapata expresa:

“Nociones como nación, nacionalismo, antimperialismo, desa-


rrollismo, colonialismo interno, nacionalismo revolucionario
y socialismo ocupan un lugar destacado en el discurso político
latinoamericano. En distintos países y por diversas razones, di-
chas nociones se convierten en elemento esencial de la retórica
con la que distintos regímenes buscan legitimarse, recurriendo a
la carga ideológica que ellas tienen en el subconsciente popular.
Además, como esas nociones van asociadas a personalidades del
mundo político o intelectual que figuraron o figuran en forma
preeminente en los procesos de constitución de los regímenes
que recurren a ellas para legitimarse, es difícil separarlas de
aquellos políticos o ideólogos que les dieron su contenido básico.
Es decir, esas nociones, además de servir como representaciones
del mundo sociopolítico, son también instrumentos de moviliza-
ción social.”19

Para el chavismo, ser tributario del pasado implica obligatoriamente resarcir


la deuda histórica. Es el comienzo y la finalidad de su proyecto. Reiteran ser
deudores del sacrificio de Bolívar y como tales, les corresponde resarcir tal
compromiso en el presente. Para esto, valiéndose de la construcción nostálgica
del pasado asignan a su retórica encendida la idea del injusto pretérito, período
recordado con dolor e impotencia. En el fondo desde las tribunas ideológicas
se transmite la idea de ser víctimas de todo ese pasado y de todos aquellos que
lo hicieron posible. Esta ha sido una idea central del discurso del chavismo
desde el propio Hugo Chávez, de allí que sus principales voceros hagan cons-
tantemente uso de esta. Podemos verlo en estas palabras de Delcy Rodríguez
del año 2018:

“Sabemos que (estar en la revolución bolivariana) esa es nues-


tra venganza personal de esa época oscura donde muchos jóve-
nes fueron asesinados torturados desaparecidos. Fue la herencia
política de una en la cuarta República no comprometida con el
pueblo donde las élites gobernaban. 20 La llegada de Hugo Chá-

19 Francisco Zapata, Ideología y política…, cit., p. 11.


20 Dentro de la historiografía venezolana: La primera república (1810-1812), segunda república
(1813-1814), tercera república (1817-1819), la Gran Colombia (1819-1830). La cuarta repú-
blica es el período luego de la disolución de la Gran Colombia hasta nuestros días. Fuera del
230 Las ideologías de la nación

vez fue nuestra venganza personal, la inclusión, la democracia, la


igualdad. Para nosotros es redimir a nuestros mártires.”21

La intención resume claramente la satisfacción que produce saldar en el pre-


sente la deuda por los daños recibidos en el pretérito. Ese es el principio de
toda venganza y planteamiento común en todos los nacionalismos, en cuyos
hilos constitutivos se narran episodios –reales y ficticios– de un pasado injusto,
descrito perennemente bajo la adjetivación negativa. Luego del sufrimiento se
dibujan los nuevos tiempos gracias al arribo del mesías político o ideológico,
quien personificará a través de un futuro proyecto, las virtudes y las esperanzas
de las víctimas históricas. Como un planteamiento reiterado, en el 2020 la idea
de la venganza se romantiza desde la inocencia de la niñez: “Significa nuestra
venganza en revolución, porque fue lo que nosotros siempre soñamos cuando
niños: vivir en la posibilidad de construir un mundo distinto.”22 El profesor
Jon Elster23 nos dice que la venganza esconde en sus entrañas la idea central
del honor. Según el autor, un fenómeno psicológico universal. Resulta lógico
que así sea pues de este deriva el reconocimiento y la virtud ante los otros. Po-
dríamos decir que todos los nacionalismos se entretejen a partir de la relación
venganza-honor y de esta diseñan sus programas ideológicos-emocionales.
En el caso del chavismo, los distintos significados atribuidos a la deuda
histórica le permitió y le permite desplazarse en un crisol de construcciones
ideologizadas e ideologizantes que calan y tienen recepción en distintos niveles
sociales y culturales. De esta forma, convierte en instrumentos –instrumentali-
za– a los héroes civiles y militares de la historia venezolana y latinoamericana,
al cristianismo,24 a las comunidades indígenas, a los desvalidos y excluidos.
Entre horizontes de significados agilizan las posibilidades de su recepción.

contexto historiográfico, es una categoría re-semantizada desde Hugo Chávez hasta el presente
dentro del chavismo.
21 Ana Ramos, “Delcy Rodríguez, nuestra venganza personal es estar en la revolución” en Agen-
cia Carabobeña de Noticias, 2018, s/p, [consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en:ht-
tps://www.acn.com.ve/delcy-rodriguez-venganza-revolucion/
22 Prensa MPPC, “Vicepresidenta Rodríguez: La Ley Antibloqueo es una convocatoria a la unión
nacional para derrotar las sanciones” en el programa “Aquí estamos”, 2020, [consultado el
15 de agosto 2021]: disponible en: http://www.mincultura.gob.ve/detalles.php?meta=NT-
M0OA==
23 Filósofo y teórico social. Ha dedicado gran parte de su obra a la teoría de la elección racional.
Tomamos en este trabajo su idea básica sobre la venganza y el honor para insertar una línea de
estudio sobre ésta y los nacionalismos.
24 Puede leerse en “El imaginario instituyente Dios y el Diablo…”, cit., p. 119: “De manera tal
que podríamos afirmar que la vinculación discursiva y simbólica entre Cristo y en este caso la
llamada Revolución Bolivariana, es semejante a aquella hecha por los poetas rusos, en el con-
texto histórico europeo del siglo XIX y XX. Esta vinculación le permitirá al Gobierno Venezo-
lano, persuadir a una población eminentemente católica-cristiana, con fines muy concretos, re-
lacionados con la difusión de sus ideales bolivarianos-revolucionarios a través de la persuasión
Frédérique Langue y María Laura Reali 231

Propios y extraños –incluyendo a las élites– se identifican en algún momen-


to con estos llamados, a pesar de ser conscientes de que debajo de estos actúa
el nacionalismo y su mecanismo manipulador. Al intervenir el pasado nacional,
el chavismo se asegura que los ciudadanos crucen el puente emocional que les
brinde no solo años en el poder político sino esa especie de fanatismo que in-
cluso a pesar de las circunstancias negativas, los vincula a sus simpatizantes en
una defensa apasionada de su proyecto ideológico. ¿Cómo definir este proceso?
¿Cómo comprenderlo? El populismo como el nacionalismo disparan un crisol
de significaciones en el inconsciente colectivo. De allí el éxito de su recepción
en Venezuela aun después del fallecimiento de Hugo Chávez. Se manipula la
historia, el pasado y con ella también la memoria colectiva. Esta última circula
en sus múltiples formas especialmente fuera de Venezuela convirtiéndose en
artefactos culturales de propaganda.
Desde el extranjero empiezan a identificarse con el chavismo, un proyecto
que en realidad no conocen o que en su defecto representa el anhelo, la utopía
que ven poco realizable en sus propios países. Lejos de Venezuela, esos grupos
romantizan al chavismo y hacen suyo el discurso del culto a Bolívar, de los
héroes de la independencia, del pasado oscuro, la leyenda negra y la exclu-
sión durante la democracia –sistema político imperfecto–. Justifican de esta
manera su proceder. ¿Por qué muchos intelectuales contribuyen a esto?, es una
buena pregunta. La historia deja de serlo y se convierte en narrativa ideologi-
zada e ideologizante. En ella, el pasado es un tiempo presente ideologizado.
El nacionalismo construido por el chavismo aprovechó también los errores de
la democracia, –por cierto, un sistema político imperfecto pero perfectible–.

de elementos católicos-cristianos. Esto resulta evidente en el programa Aló Presidente Núm.


166 del día domingo 5 de octubre del 2003, en el cual Hugo Chávez Frías, hace referencia
explícita al Cristo de boina roja, es decir al Cristo cuya misión redentora es similar a la lucha
emprendida por la Revolución Bolivariana Venezolana: ‘Esta es la lucha de Dios, esta es la ba-
talla de Cristo. Si Cristo, Cristo anda por ahí, no tengo dudas, cada día me siento más cristiano,
aquí, pero aquí, no sólo de palabra, aquí, en el corazón, me siento cada día más cristiano. Si
Cristo apareciera físicamente aquí ahorita, en Venezuela, y mirara por un instante la realidad,
estoy seguro que se pondría una boina roja (aplausos) estoy completamente seguro. (Chávez,
2003, programa Aló Presidente, Núm. 166).’” Otro ejemplo dentro del mismo artículo: “En el
programa Aló Presidente Núm. 252 del día domingo 9 de Abril del 2006, queda demostrada
fehacientemente la expresa relación Cristo-Revolución, con la vinculación de tres elementos
importantes: la entrada triunfante de Jesucristo a Jerusalén el Domingo de Ramos, su misión
‘revolucionaria’ y la magnanimidad del Monumento Heroico de Carabobo escenario de pro-
mulgación de la Ley de los Consejos Comunales: “En su borriquito, Cristo en su borriquito
entró a Jerusalén el Domingo de Ramos, recibamoslo con júbilo en nuestra alma; abramos las
puertas, abramos nuestra casa a la palabra y al ejemplo de Cristo, el Redentor de los pueblos.
Cristo, el revolucionario; Cristo, el humanista; Cristo, el justiciero; Cristo, el Padre; Cristo, el
Hijo y el Espíritu Santo. Bueno, estamos en el Campo de Carabobo porque quisimos venir aquí
hoy especialmente a promulgar la Ley de los Consejos Comunales. Y son muy simbólicos y
significativos el sitio y la fecha, coincidencia, coincidencias; felices coincidencias, cristianas
coincidencias.”
232 Las ideologías de la nación

Al insistir sobre éstos, trae al presente, dolorosas circunstancias personales y


familiares, individuales y colectivas. El objetivo: transformarlas en causas na-
cionales que igualmente instrumentalizadas ofrezcan la sensación de inclusión
política y social. He aquí un punto fundamental: las emociones derivadas de
estas circunstancias tienden el vínculo para la cohesión social en torno a ellos.
La percepción de ser tomados en cuenta activa anímicamente la lucha por estos
ideales. Es otro rasgo común de todos los nacionalismos.
En este punto, la historia ha sido ya sustituida por la memoria colectiva
dentro del imaginario nacional. Para el chavismo la receta parece ser simple:
acudir al pasado nacional. Desde allí penetra los espacios de la memoria social
y colectiva. Intervenida ésta, altera el recuerdo del pasado desde el presente.
Desde su constante exaltación articula las imperfecciones de la democracia y la
insatisfacción social en su proyecto ideológico, que definido desde la nostalgia
y la epopeya los hace tributarios de la esperanza nacional. Volvamos a Astrid
Errl: “La memoria colectiva no es otra manera de llamar a la historia; tampoco
es el polo opuesto del recuerdo individual, sino que representa el contexto total,
dentro del cual surgen dichos fenómenos culturales diversos.”25
El pasado como memoria social se transforma en memoria colectiva. En
una como en otra, el chavismo supo cimentar su legado emocional en la cons-
trucción nacionalista. El vínculo política-emoción es punto de partida para la
construcción de escenarios políticos, que una vez materializados serán testimo-
nios y laboratorios de la influencia de las emociones en su proyecto ideológico
marxista. A esta relación nos dedicamos en la última parte de esta investigación.
No obstante, es un buen momento para exponer el papel de la nostalgia dentro
del marco de gestación y posterior consolidación del nacionalismo cimentado
por Chávez desde su tiempo en el cuartel militar y luego como militar insu-
rrecto. Las palabras de Sara Hidalgo García sobre el estudio de Reddy y los
regímenes emocionales son el mejor proemio:

“Es decir, cualquier propuesta programática en política o cual-


quier régimen político están basamentados por regímenes emo-
cionales, cuyos cambios afectan al ámbito político. [...] La ex-
presión emocional de un determinado régimen ha de evocar de
manera exitosa en los y las participantes respuestas que ellos
reconozcan que garantizan estas expresiones. Este éxito es algo
que ni la cultura ni el discurso pueden garantizar, y por ello tiene
un gran significado político e histórico.”26

25 Astrid Erll, Memoria…, cit., p. 9.


26 Sara Hidalgo García, “La historia de la historia de las emociones: mapeo de debates en proce-
so” en Revista Brasileira de História. São Paulo, vol 40, Núm. 83, 2020, p. 228, [consultado el
15 de agosto 2021]: disponible en:https://www.scielo.br/j/rbh/a/zZBGR5kZHBPTNtZHfkfkh-
qL/?lang=es
Frédérique Langue y María Laura Reali 233

Acudiendo a la nostalgia, el chavismo transmitió el sentimiento de pérdida y


ausencia. A la primera atribuyó el extravío de la grandeza de la patria y a la
segunda, el recuerdo de lo perdido y el dolor padecido. En ambos casos identi-
fica discursivamente a los responsables: los conquistadores europeos, la cuarta
república, la burguesía, la oligarquía, la derecha, el imperialismo, el capita-
lismo, los partidos políticos venezolanos del siglo XX especialmente Acción
Democrática, empresarios, el clero y cualquier político o grupo que se oponga
a su proyecto ideológico. Siempre hay y habrá un responsable: el otro. A todos
los enfrentó y los enfrenta con amenazas cotidianas y constantes. Luego de la
muerte de Chávez y el ascenso político de Nicolás Maduro, las frases “Los
enemigos de la patria” y “Los traidores de la patria” –usadas frecuentemente
por Chávez– siguen siendo raíces temáticas y emocionales de su narrativa hasta
el día de hoy. Ambas sentencias son parte del repertorio nacionalista del cha-
vismo. Para intentar comprender esto, remitimos algunos episodios de Hugo
Chávez tomados directamente de sus alocuciones políticas. Veamos su argu-
mento definido por los enemigos de la patria y la forma de enfrentarlo a través
de amenazas a lo largo de sus gobiernos.
Los párrafos citados a continuación dejan constancia del entramado argu-
mental y justificador del nacionalismo chavista. En sus intentos de aglutinar
una comunidad en torno a ellos, el pasado es tiempo central. Ese pretérito, fue
el espacio y lugar vivencial de los enemigos identificados y reiterados en sus
discursos. Desde allí causaron dolor y sufrimiento. Hacer uso del sufrimiento
recuerda lo perdido o lo que nunca se ha tenido, pero se ha anhelado. En esta
discursiva se hilan algunos de los fundamentos de este nacionalismo. El modelo
a seguir es el cubano. Lo decía el mismo Chávez en el año 1994, en su primera
visita a Cuba: “Primera vez que vengo físicamente porque en sueños vinimos
muchas veces los jóvenes latinoamericanos. En sueños a Cuba vinimos infini-
dad de veces los soldados bolivarianos del Ejército venezolano.”27
El recorrido temático que sigue expone discursivamente a los enemigos del
proyecto nacionalista chavista. Contrincantes y enemigos hilados por la ideo-
logía. Comencemos entonces no sin antes pedirle al amable lector, la lectura y
reflexión de los 6 pasajes narrativos reseñados. Sirvan estos para mostrar algu-
nos argumentos, significados y recursos retóricos de su trama nacionalista. La
llamada derecha es enemiga originaria de este proyecto nacionalista marxista.
En sus propias palabras en el 2006, en un encuentro con trabajadores de PDV-
SA,28 Chávez la define bajo su concepción ideológica:

27 “Discurso del Comandante Chávez en La Habana, Cuba (1994)” en TeleSUR, 8 de diciembre


de 2014, [consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en: https://www.youtube.com/watch?-
v=CmOKUqEjeK8
28 Empresa estatal Petróleos de Venezuela.
234 Las ideologías de la nación

“La derecha no cree en la democracia, hermanos. No cree en la


democracia. La derecha tiene una naturaleza fascista, solo piensa
en sus intereses, no le importa nada el dolor de nadie. En cambio
nosotros, la izquierda somos el camino, la zurda pues. Hasta la
naturaleza me hizo zurdo a mí. Por la zurda es el camino, vámo-
nos por allí todos. Los que tengan dudas vengan, vamos, discu-
tamos. Socialismo ese es el camino. Democracia, socialismo. El
capitalismo es contrario a la democracia. La derecha es contraria
a la democracia. Es por la izquierda rumbo al socialismo.”29

Observemos además la caracterización negativa del capitalismo, patrón común


dentro del marxismo. En el 2008, en un acto político en el Poliedro de Caracas,
previo a las elecciones regionales, Chávez teje el entramado de personificar en
el yo –es decir en él– a toda una comunidad política identificada constantemente
como pueblo. Esta práctica es también común en estos proyectos ideológicos:

“Así se lo dije a todos los candidatos a gobernadores y alcaldes


hace pocas semanas allá en el palacio: miren yo invito al pue-
blo, a todos y al partido a tomar una consigna, el que traicione a
Chávez se muere políticamente, se muere políticamente, el que
traicione a Chávez no es a Chávez es al pueblo no es a mí en lo
personal, que me importa y si alguien tiene duda espere unos días
na más, espere hasta el 23 de noviembre. Aquel que se monte
sobre los hombros de Chávez para tratar de engañar al pueblo y
después que llegue a gobernador o alcalde haga un acuerdo con
la oligarquía, con los negocios, con los empresarios corruptos
hay que matarlo políticamente.”30

En el año 2009,31 Chávez aprovecha para describir la genealogía de su proyecto


nacionalista, tema sobre el que ya había hablado en otras oportunidades:

“...soy socialista, bolivariano, cristiano y también marxista aun


cuando no tengo formación marxista pero en la medida que leo a
Carlos Marx más me identifico con su pensamiento. Tenía razón

29 “Comandante Chávez: Por la zurda se hizo el camino del socialismo y democracia “en en el
programa Con el Mazo Dando, 2006, [consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en:https://
www.youtube.com/watch?v=zQuDzLgBOQQ
30 “Comandante Invicto: ¡El que traicione a Chávez se muere políticamente!” en en el programa
Con el Mazo Dando, 2008, [consultado el 15 de agosto 2021]: disponible en:https://www.
youtube.com/watch?v=y3YTPGRoE_o
31 VIII Cumbre de la Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA). Pala-
cio de Convenciones de La Habana, Cuba.
Frédérique Langue y María Laura Reali 235

Carlos Marx y tiene razón Carlos Marx. [...] Se podrán discutir


muchas cosas. Nosotros por tanto revolucionarios, bolivarianos,
socialistas, marxistas no creemos en las figuras predestinadas por
la historia. Sin embargo allí están las circunstancias y aquella
frase de Marx los hombres hacen la historia en el marco que les
impone la historia pero sin hombres no hay historia más aun sin
líderes no hay, qué proceso histórico se puede conseguir sin lide-
razgo y Fidel es un gigante, uno de esos líderes que nacen qué sé
yo una vez cada cien años.”32

En el 2012 al hacer referencia a un escrito de Brito García como parte del libro
prologado por Federico Ruíz Tirado “Un día para siempre: treinta y tres ensa-
yos del 4F”33 afirma:

“No hay ejército sin pueblo pero tampoco pueblo sin ejército
para llevar adelante grandes empresas y esto es bueno resaltarlo
para recordárselo a los enemigos de la patria y a los que siempre
andan a la caza de cualquier oportunidad y haciendo planes para
tratar de regresar aquí a Miraflores a tomar el poder por vía vio-
lenta, por vía de la desestabilización, hay que recordar yo se los
dije siempre, yo le hablé a la burguesía muy claro cuando me dí
cuenta que venían por la vía violenta, les dije esta no es una re-
volución desarmada y se los vuelvo a decir, recuerdo aquí mismo
cuando hablé con Fidel, aquí mismo como a esta hora [...] y me
dijo: Chávez tú no mueres hoy tú eres un soldado.”34

En ese mismo año, en un acto de masas en Anzoátegui en medio de su campaña


presidencial, cuya imagen identificaba la “v” de Chávez con un corazón bajo
el eslogan “Chávez corazón de mi patria” le decía a los asistentes: “...eso no
significa que van a apoyar a la burguesía porque eso es traición a la revolución.
Uno puede criticar a la revolución pero este es el camino de la salvación de la
patria, somos libres, somos libres...”35 Luego más adelante:

32 “Chávez: Soy socialista, bolivariano, cristiano y también marxista” en Cuba Hoy, 2009, [con-
sultado el 15 de agosto 2021]: disponible en:https://www.youtube.com/watch?v=fqV1BpDxy-
6c&t=8s
33 Editado por Red Nacional de Escritoras y Escritores Socialistas de Venezuela, 2012.
34 “Chávez a los enemigos de la Patria: Esta no es una Revolución desarmada” en el programa
Con el Mazo dando, 11 de abril de 2012, [consultado el 20 de agosto 2021]: disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=NK1LJLyzJkQ&t=133s
35 “Comandante Chávez: La revolución es el camino a la salvación de la patria” en el programa
Con el Mazo dando, 25 de noviembre de 2015, [consultado el 20 de agosto 2021]: disponible
en: https://www.youtube.com/watch?v=xeuye-IxRnA
236 Las ideologías de la nación

“Cuando yo los veo cuando ustedes me ven yo ya siento algo que


me dice: Chávez ya tú no eres Chávez, tú eres un pueblo. Chávez
se hizo pueblo...yo me siento encarnado en ustedes. Como dije y
lo voy a repetir: Tú también eres Chávez, muchacha venezolana,
tú también eres Chávez trabajador, trabajadora, abuela Chávez
en verdad se hizo pueblo por eso doy gracias a nuestro Señor.”36

Claras las líneas ideológicas de su discurso, Maduro ha intentado –sin el mismo


resultado ni carisma– hacer suya la temática emocional del discurso chavista
desde tiempos de Chávez. Frecuentemente en sus redes sociales, propagandas
y alocuciones refiere las dos frases ya señaladas: “Los enemigos de la patria”
y “Los traidores de la patria”.37 En el folleto “Chavismo, Amor y Patria” del
año 2015, en su definición de chavismo38 no expresa nada distinto a la narra-
tiva “amorosa” conjugada de elementos cristianos y bolivarianos propios del
chavismo. Con Maduro en el poder, las frases sobre la guerra económica y el
bloqueo se han hecho cotidianas:

“Señores oligarcas, como se los dijo Chávez mil veces, no es un


hombre, no es un chofer, no es un obrero, es un pueblo el que
es presidente, es un pueblo que está en el poder, son la juventud
rebelde, es la clase obrera, son las mujeres patriotas. Ellos creye-
ron que una vez que por la enfermedad se diera la partida física
del Comandante Chávez, la Revolución Bolivariana se acababa.
Chávez me dejó a mí encargado del pueblo, pero no sólo a mí.
Chávez dejó encargado de su pueblo y de su Revolución a todos

36 “Comandante Chávez: La revolución es el camino…”, cit.


37 Nicolás Maduro no solo la usa para identificar a los enemigos tradicionales del chavismo sino
también para denunciar a los traidores dentro de las filas del chavismo. Nicolás Maduro: “A
los traidores los utilizaron y los desecharon” en TeleSUR, 02 de mayo 2019, [consultado el
24 de agosto 2021]: disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=wA21hnp2XaE “Pero
dolorosamente así es la historia. ¿Cuántos traicionaron a Bolívar? y nadie los recuerda. Solo
se recuerda un nombre, Simón Bolívar. ¿Cuántos traicionaron a Chávez, nuestro Comandante
Supremo y quién los recuerda? ¿Dónde están los traidores?, los usaron y los desecharon en su
momento y solo se recuerda un nombre, que lo recuerden los pueblos del mundo, Hugo Rafael
Chávez Frías...”
38 Nicolas Maduro, Chavismo, Amor y Patria, Ministerio del Poder Popular para la Información
y la Comunicación, 2015, pp. 18-19: “El chavismo es el bolivarianismo auténtico. El chavismo
es el cristianismo practicado con el amor a nuestro Señor Jesucristo y al pueblo de Cristo. El
chavismo es el proyecto más humanista y justo que jamás haya existido en la historia política
de nuestra Patria. El chavismo es el orgullo de nuestra generación. [...] Si tuviéramos que sin-
tetizar qué es el chavismo, qué es bolivarianismo del siglo XXI, tendríamos que decir que es la
máxima expresión de amor que jamás se haya sentido y se haya practicado por nuestra Patria
venezolana en toda su historia; ese es el chavismo, es amor, amor, amor y solo amor en todas
sus expresiones y magnitudes.”
Frédérique Langue y María Laura Reali 237

sus hijos, a todas sus hijas, a todo el pueblo que somos hermanos
y hermanas en Chávez, en Bolívar, esa es la verdad.”39

Se repite la figura retórica hombre-pueblo usada por Chávez en el 2012. ¿Qué


elementos definen la nostalgia construida desde el chavismo? Se ha hecho cos-
tumbre en el marxismo apelar a la nostalgia y a sentimientos como la rabia
o incluso el resentimiento. Es común en toda ideología, pero también suele
hacerse en la política. No olvidemos –como lo explicamos en otro escrito– que
los hombres del pasado en su enfado con el presente son presas fáciles de los
nacionalismos, de los egos autoritarios y totalitarios. Podemos afirmar entonces
que hay dos amantes del pasado, unos son inofensivos y otros altamente peli-
grosos y nocivos. Estos últimos se aprovechan y otros son usados para hacer del
presente nacional una representación autoritaria y totalitaria del poder político.

Sobre el papel de los historiadores, pasado nacional y nacionalismo


Podemos afirmar que hay dos dimensiones interpretativas en la reconstrucción
del pasado nacional. En ellas, los hechos y procesos históricos –mediados por el
hombre– adquieren distintas valoraciones en cuanto forma y contenido. Desde
el pasado, las circunstancias que moldearon la génesis de una nación recorren
diversos significados no sólo como parte de lo ya ocurrido sino como posibi-
lidad de porvenir en la construcción presente de una nación. Sin importar cual
sea, uno y otro, se convierten en soporte emocional de su historia y memoria.
Desde el pasado, un mismo hecho tiene un largo camino histórico y semántico.
Tenemos así un pretérito elástico y un pasado fijo. En el primero, su naturaleza
adaptativa crea espacios conceptuales y de acción, que le permite “reinventar-
se” según las circunstancias políticas, ideológicas y culturales. En este pasado,
Bolívar por ejemplo, personaje fundamental de la historia venezolana, se ha
transformado desde el culto inaugurado por Antonio Guzmán Blanco, de héroe
de la independencia en el siglo XIX, a paladín de un encarnado proyecto ideo-
lógico contemporáneo. En el segundo, el pasado fijo refiere a la inmovilidad
histórica de lo ocurrido. El pasado fijo se divulga y difunde como verdad única
e inmutable, demostrada por las fuentes y la documentación histórica. Es el re-
medio y amalgama que permite la cohesión inicial de los individuos a un grupo.
Se diferencia del pasado elástico por su capacidad de ser contado sin aspavien-
tos al menos en su narrativa primaria. Por ejemplo, Bolívar es el “Libertador
de Venezuela”, no hay punto de discusión. Es el “padre de la patria” dentro del
imaginario nacional desde su fundación decimonónica hasta su viaje temporal
y semántico a lo largo de los siglos XX y XXI.
En dicho trayecto, los significados en torno a él, han sido expresados en
mayor o menor medida –por parte del poder político de turno– dependiendo

39 Nicolas Maduro, Chavismo, Amor y…, cit., p. 54.


238 Las ideologías de la nación

de los niveles de exaltación y perenne recordatorio. “Ese es nuestro pasado, y


no hay posibilidad de cambiarlo.” No hay dudas, es el pasado materialmente
ocurrido. Lo demuestran los documentos, testimonios y fuentes. No obstante,
sirve el lugar histórico del pasado para el encuentro del pretérito elástico y fijo.
En él se concentra no sólo el conocimiento histórico demostrado científicamen-
te sino las tradiciones orales, los traumas, los mitos y leyendas que pasan de
generación a generación. En dicha dinámica se deslizan creencias individuales,
familiares y su respectiva proyección dentro del imaginario nacional. Así, Bolí-
var es el cimiento de la nación venezolana, de su proyecto nacional republicano
y democrático, pero es también en la construcción ideológica del chavismo, sin
dejar de serlo, pilar de un nuevo proyecto nacionalista en cuya narrativa se di-
buja la presencia simbólica de Cristo-Hombre40 y Cristo-Bolívar personificadas
en Chávez y sus permanentes referencias religiosas41 como vimos anteriormen-
te. En esta nueva atribución de sentidos, Bolívar se vincula al militarismo y al
llamado socialismo del siglo XXI, posteriormente.
Si hacemos una historia de los imaginarios sociales y políticos en Vene-
zuela encontraremos que la referencia y el culto a Bolívar42 aunado a la tríada

40 Puede leerse en el artículo ya citado, “Imaginario Instituyente…”, p. 115: “Las figuras de


Bolívar, Chávez y Dios se conjugan así oficialmente a partir del Discurso del 2 de febrero del
año 1999 ante la Asamblea Nacional en ocasión de la toma de posesión presidencial. ‘Si por la
verdad murió Cristo y si por la verdad tiene que morir uno más, pues aquí estoy a la orden…’
(Chávez, 1999, Discurso) En el mismo discurso y evocando aquel Delirio sobre el Chimborazo
de Simón Bolívar, Chávez afirma: ‘Bolívar deliró y subió y tocó al Eterno y el Eterno le dijo
Tú, pequeño mortal, qué te crees, anda allá y di la verdad a los hombres. La verdad es esa,
Venezuela está herida en el corazón, estamos al borde de un sepulcro… resulta queridos com-
patriotas, que más allá de toda esta catástrofe inmensa, hoy en Venezuela estamos presenciando
una verdadera resurrección.’”
41 La historiadora Elizabeth Manjarrés en su escrito “Uso de referentes religiosos en el discurso
político de Hugo Chávez” en Política y Cultura, julio-diciembre, 2020, p. 87, [consultado el
24 de agosto 2021]: disponible en: https://www.redalyc.org/journal/267/26766598004/html/
expresa: “...catalogamos los extractos discursivos por temática y por el contenido simbólico
religioso que presentaba cada uno. Se establecieron seis categorías de análisis; enunciados: a)
En los que Chávez se presenta a sí mismo como mesías. b) En los que hay una interpretación
socialista del mensaje de Cristo. c) En los que se emplea la retórica maniquea: mal/capitalismo
y bien/socialismo. d) En los que legitima el proyecto político chavista basándose en la voluntad
divina. e) En los que se compara el Reino de Dios con la Venezuela Bolivariana. f) En los que
condena a la burguesía eclesiástica.” Manjarrés reseña las obras de Angelina Pollak-Eltz, “Re-
ligión y política en Venezuela”, en Carlos Vladimir, Confesionalidad y política: confrontacio-
nes multiculturales por el monopolio religioso, Universidad Nacional de Colombia así como a
Honegger Molina, “Resimbolizar el chavismo religioso”, Comunicación, Núm. 141, 2007.
42 Algunos ejemplos son citados en la investigación “Sacralización y Satanización Política. El
Imaginario Cultural en Venezuela, 1990-2006”, 2008, pp. 22-23: “En la Alocución hecha por
Medina al tomar posesión de la Presidencia de la República, el 5 de mayo de 1941 puede leer-
se: “Con el pensamiento puesto en Dios y en el Libertador asumo las funciones de Presidente
de los Estados Unidos de Venezuela para el periodo constitucional de 1941 a 1946”. Más ade-
lante en la misma Alocución: “Asumo el poder en un momento luminoso de nuestra historia
política; en una era fecunda de dignidad, de decoro y de desenvolvimiento en todos los órdenes
Frédérique Langue y María Laura Reali 239

Bolívar-Patria-Nación ha sido reiterativa en menor o mayor grado. El discurso


nacional y nacionalista ha tenido en él, un motivo central incluso mucho antes
del establecimiento de la democracia venezolana. Lo que hizo el chavismo fue
exacerbarlo, usarlo cotidiana y nominalmente en organizaciones militares, so-
ciales, civiles y civiles-militares. La historiadora Frédérique Langue lo resume:

“La propaganda oficialista, dentro y fuera de las fronteras nacio-


nales, fomentó una interpretación peculiar del culto al héroe fun-
dador de la nación y de la revolución de Independencia (1810-
1821) –el “bolivarismo” propiamente dicho– y al Libertador del
siglo XX/XXI a la par que integró elementos exógenos que poco
tienen que ver con la idiosincrasia criolla sino con el espejismo
bien conocido de “la luna y del caudillo”, y más cuando de los
medios de comunicación y de la (seudo) intelectualidad afín se
trata.”43

No nos detendremos en el caso de Bolívar44 pues no es el objetivo de esta inves-


tigación. Queda claro entonces que el pasado se re-construye pero también se
construye con la asignación de significados y significaciones. Históricamente
se ha hecho uso de él con alguna intención, directa o indirecta, abierta o solapa-
da. No es un secreto la densa bibliografía sobre el tema con la finalidad de dar

institucionales, lo cual es obra única del Régimen Bolivariano fundado por el Ilustre Presidente
General López Contreras, cuya actitud republicana ha devuelto a Venezuela el imperio de la
justicia, de la concordia y del progreso honesto y perdurable.” (Énfasis en el original). En el
mismo trabajo, pp. 38-39: “Podemos observar en su Discurso en el Congreso de la República
de Venezuela en noviembre de 1957 que Pérez Jiménez después de enumerar las obras y los
objetivos alcanzados durante los 4 años de gobierno expresa este imaginario nacionalista en
una retórica que asocia El Nuevo Ideal Nacional: ‘Todos ellos, en conjunto, obedecen al cum-
plimiento de los objetivos del Nuevo Ideal Nacional fundamentado en el ideal del Padre de la
Patria, Simón Bolívar, el Libertador, y que en resumen, puede concretarse en tres índices de
indiscutible aliento: Venezuela es la primera potencia económica de la América; Venezuela es
el país de mayor crecimiento industrial de la América Latina; y, Venezuela es el país de más
alta rata de crecimiento demográfico en el mundo.’”
43 Frédérique Langue, “Bolivarianismos de papel” en Revista de Indias, vol. LXXVII, Núm. 270,
2017, p. 358, [consultado el 24 de agosto 2021]: disponible en: https://revistadeindias.revistas.
csic.es/index.php/revistadeindias/article/view/1047/1119
44 Son innumerables las obras sobre Simón Bolívar desde distintos enfoques interpretativos. La
más conocida es el texto de John Lynch: “‘Levántate Simón, que no es tiempo de morir’. Rein-
vención del Libertador e historia oficial en Venezuela", Araucaria, 25, 2011, pp. 26-45. Dentro
de la historiografía venezolana tenemos entre otros, El culto a Bolívar de Germán Carrera
Damas, El divino Bolívar de Elías Pino Iturrieta, De la patria boba a la teología bolivariana
de Luis Castro Leiva. Igualmente hay importantes artículos como: “La reinvención del Liber-
tador e historial oficial de Venezuela”, “Bolivarianismo de papel” de la historiadora Frédérique
Langue y recientemente el libro del historiador Carlos Malamud El sueño de Bolívar y la
manipulación bolivariana, entre otros. En estos puede verse el uso político e ideológico de la
imagen de Bolívar.
240 Las ideologías de la nación

contenido a la idea de nación y a los nacionalismos. En este recorrido, es nece-


sario distinguir entre nacionalismo historiográfico e historiografía nacionalista,
tal como lo plantea el historiador español Juan Pérez Garzón, en uno de sus
escritos. El autor prefiere hablar de “nacionalismo historiográfico”, resaltando
la diferencia entre la historiografía como cualidad del nacionalismo y de este
como una condición de la historiografía, planteando en este último caso, otra
forma de historiar. Efectivamente, el nacionalismo requiere del medio escrito
para configurarse y darse a conocer, entendiendo el saber histórico como his-
toriografía.
Sin embargo, hay un aspecto que debemos aclarar: la historiografía es ante
todo conocimiento escrito sobre el devenir del hombre. No debe comprenderse
como simple escritura, pues en este ejercicio, hay planteamientos, cosmovisio-
nes e interpretaciones del mundo. Los nacionalismos recurren a ella, en su claro
objetivo emocional de apelar al recuerdo y a la exaltación del grandioso pasado
común de una nación. Es decir, remiten constantemente a la memoria social y
colectiva. El pasado escrito se convierte en pasado oral, usado en las arengas y
programas políticos, como parte de los mecanismos de acción destinados a la
cohesión e identidad nacional en el presente. Como repositorio semántico, el
pretérito como historia no escapa de las ficciones y tergiversaciones. Ha ocurri-
do así y nada parece indicar que sea distinto en el porvenir. En ese lugar que es
el pasado, la historia suele confundirse con la memoria. Sin importar lo que sea
una o la otra, el nacionalismo en su carácter utilitario se sirve de ambas. Queda
claro en este punto, que fuera de los espacios académicos, el pasado también se
construye. Incluso como producto de la memoria social y colectiva suele tener
una mayor repercusión cultural. Se cuelan a través de ella, creencias, emociones
y sentimientos, bien recibidos y de gran acogida dentro del público receptor. Un
ejemplo claro de esto: la exaltación de la leyenda negra ¿con qué intención se
difunde y divulga en el presente? ¿Cuál es el objetivo de rememorar solo una
parte de la historia de los europeos en América? El proceso psicológico que se
dispara con el señalamiento constante a dicha leyenda, ha sido un argumento
común en los nacionalismos latinoamericanos. Hacernos estas preguntas nos
permite aproximarnos nuevamente al punto sobre la construcción del pasado
y sus usos políticos e ideológicos, pero especialmente nos anima a plantear la
necesidad de estudiar los nacionalismos latinoamericanos desde el estudio de
las historias conectadas y la historia cultural.
En este contexto, la idea del nacionalismo incipiente en los historiadores
coloniales45 –en el caso de México– de la historiadora Gloria Grajales puede
darnos una idea. Desde los escritos producidos por la mirada indígena, mestiza
y criolla, la autora caracteriza el discurso de Carlos Sigüenza y Góngora como
origen del nacionalismo mexicano. Dicha obra muy bien puede invitarnos a

45 El título de la obra es: Nacionalismo incipiente en los historiadores coloniales: estudio histo-
riográfico.
Frédérique Langue y María Laura Reali 241

reflexionar sobre la relación entre algunas ideas de las crónicas coloniales y las
posteriores historias derivadas de éstas, en cada uno de nuestros países. En estas
últimas, es válido preguntarse hoy sobre su caracterización como historiografía
nacionalista o nacionalismo historiográfico. Una aclaratoria: este ejercicio pue-
de ser acusado de presentismo. No obstante, no puede considerarse presentimos
histórico o historiográfico, el trabajo de lectura e interpretación rigurosa de los
textos partiendo de su marco espacio temporal de producción. Lejos de cual-
quier menosprecio por el devenir temporal, pasado-presente-futuro, resaltamos
aquí la labor imprescindible de estudiar la dinámica conceptual que conlleva
consigo toda elaboración intelectual. Y en este caso particular, indagar sobre
cierta narrativa de la historia colonial, la leyenda negra y sus usos por los na-
cionalismos, es tarea obligatoria dentro del ámbito académico. Vemos que el
pasado no es sólo lo materialmente sucedido. Ese lapso temporal yace en los
documentos y testimonios escritos, en la oralidad perdida y re-semantizada, en
la memoria, ficciones, mitos y leyendas construidas a lo largo del devenir. En
todo caso, reposa como raíz emocional de la memoria colectiva de una nación.
Fuera de las manos del historiador y de la rigurosidad de la ciencia histórica,
el pasado existe y se construye, hay que repetir estas líneas. Pero ¿cómo es esto
posible si los historiadores se esfuerzan por lograr la objetividad disciplinar
en el estudio del pasado? En este punto debemos advertir, una objetividad mal
entendida incluso por los mismos historiadores. Por tal razón siempre es bueno
volver a la explicación de Paul Ricoeur: “La objetividad debe tomarse aquí
en su sentido epistemológico más estricto: es objetivo lo que el pensamiento
metódico ha elaborado, ordenado, comprendido y lo que de este modo puede
hacer comprender.”46 Observemos ahora en las líneas que siguen, la relación
planteada entre ésta y la subjetividad:

“...esperamos del historiador cierta calidad de subjetividad, no ya


una subjetividad cualquiera, sino una subjetividad que sea pre-
cisamente adecuada a la objetividad que conviene a la historia.
Se trata por tanto de una subjetividad implicada, implicada por
la objetividad esperada. Vislumbramos por consiguiente que hay
una buena y una mala subjetividad y esperamos una separación
entre la buena y la mala subjetividad mediante el ejercicio mismo
del oficio de historiador.”47

Entre la primera y la segunda, se transita de la epistemología a la filosofía, nos


dice Ricoeur. De allí, que al no comprenderse dicho proceso, algunos historia-
dores consideren que toda investigación histórica debe ser tratada desde la más

46 Paul Ricoeur, Historia y Verdad, Ediciones Encuentro, España, 1990, p. 23.


47 Paul Ricoeur, Historia…, cit., p. 24.
242 Las ideologías de la nación

absoluta clínica, entendiendo por ésta, una especie de sanidad absoluta, que
evite “contaminar” el texto con cualquier intento de reflexión filosófica o in-
terpretativa, así sea rigurosa. Las palabras de Ricoeur, nos ayudaran a despejar
las dudas:

“Bajo el título de subjetividad esperamos algo más grave que


la buena subjetividad del historiador; esperamos que la historia
sea una historia de hombres y que esa historia de hombres ayude
al lector, instruido por la historia de los historiadores, a edificar
una subjetividad de alto rango, la subjetividad no solamente de
mí mismo, sino del hombre. Pero este interés, esta esperanza de
una transición –mediante la historia– del yo al hombre, ya no es
exactamente epistemológica, sino propiamente filosófica, porque
es ciertamente una objetividad de reflexión lo que esperamos de
la lectura y de la meditación de las obras del historiador; este
interés no afecta ya al historiador que escribe la historia, sino al
lector –singularmente al lector filosófico–, a ese lector en el que
culmina todo libro, toda obra, con todos sus riesgos y peligros.”48

Pero ¿qué relación tiene esto con el pasado y el nacionalismo? ¿por qué debe
ser tema de nuestro interés? Partimos de un punto básico: cuando se estudian
los procesos o fenómenos políticos, tiende a verse peyorativamente en ellos, el
papel de los sentimientos y emociones, del bien y el mal. Se intenta despojar
a la historia paradójicamente de la condición humana, condición precisamente
a la que apelan todos los nacionalismos y populismos. Esto bajo el argumento
que el objetivo de la historia es la búsqueda de la verdad en el pasado. Una
verdad a la cual le hemos llamado una verdad deshumanizada en un pasado
que siempre se hace presente. No ahondaremos aquí sobre las dos dimensiones
irrenunciables del trabajo de historiar, la heurística y la hermenéutica, campos
que a su vez plantean al historiador la necesaria revisión del andar intelectual
y teórico de su propia disciplina, especialmente cuando la historia como pala-
bra y oficio no ha estado exenta ni lo estará de tergiversaciones e imposturas
semánticas incluso aceptadas como disciplina histórica. Parece olvidarse enton-
ces que la historia es la ciencia de los hombres en el tiempo, tal como lo expresa
Marc Bloch. En este tejido sensible, ¿cuál es el papel del historiador en la re-
construcción del pasado? ¿Acaso, la memoria ha sustituido a la historia en este
proceso? Nos preguntamos en este punto: ¿qué es la memoria de los pueblos a
la que tanto se refieren los nacionalismos? ¿qué sentimientos y emociones se
apelan en ella y sobre todo quiénes hacen uso de ella? ¿Los historiadores se han
prestado para la construcción ideológica del pasado?

48 Paul Ricoeur, Historia…, cit., p. 24.


Frédérique Langue y María Laura Reali 243

En todos estos procesos e interrogantes, el pasado elástico y el pasado fijo,


siempre en plena tensión suelen encontrarse. En la línea temporal del preté-
rito nacional, son oportunas las palabras de Astrid Erll. La investigadora al
reflexionar sobre el viejo debate49 de la memoria y sus posibilidades resumidas
en historia y memoria, historia o memoria y la definición de la historia como
memoria, expresa:

“En el centro se encuentra la pregunta acerca de si la historia


escrita no es en sí una forma de recuerdo colectivo. Las fuentes
históricas son, en última, artefactos culturales que no reflejan la
realidad pasada, sino que siempre proponen una interpretación de
los hechos pasados desde perspectivas diversas. A esto se le suma
el hecho de que al hacer del historiador no está en capacidad
de ajustarse al ingenio ideal de objetividad, ideal que fue justo
el fundamento de la contraposición que Halbwachs hizo entre
historia no compartida y memoria axiológica. Los historiadores
están determinados por el lugar histórico en el que viven y por su
perspectiva personal.”50

Nos detenemos en dos ideas: las fuentes históricas como artefactos culturales
que plantean una determinada interpretación y la pretendida objetividad del
historiador. Ambas derriban los mitos conservados hasta hoy en día. Muy li-
gadas entre sí, las fuentes históricas suelen ser vistas exclusivamente como so-
porte físico, sobre el cual predomina la frase decimonónica historia es lo que
digan las fuentes, entendiendo que el trabajo del historiador en muchos casos
se basa exclusivamente en la elaboración de resúmenes o las llamadas minutas.
Esta tarea fundamenta entonces la objetividad de la disciplina. Entender que las
fuentes históricas no necesariamente traducen lo ocurrido objetivamente puede
considerarse una afrenta51; sin embargo lo importante es comprender que las
mismas son contenedoras de una visión del mundo. Es esta subjetividad la que
hay que estudiar rigurosamente y evitar caer así en los errores del revisionismo
histórico-historiográfico entendido principalmente por sus fines ideológicos y
negacionistas. Examinar y revisar es parte del trabajo del historiador, el asunto
es que debe quedar claro con qué objetivos se hace. En el caso del chavismo,
ha acudido al revisionismo histórico como fundamento legitimador de su pro-
yecto. El objetivo: cambiar y modificar los contenidos históricos del devenir

49 Iniciado en los años 70 del siglo XX.


50 Astrid Erll, Memoria …, cit., p. 54.
51 Muchos historiadores rechazan estos planteamientos. Quizás por esto insistan con “cierto fa-
natismo” sobre la objetividad –mal entendida– de la historia. Ahora bien, en este terreno hay
diversos grupos. Propician una suerte de censura justificada en respuestas como: “falta de
rigurosidad,” “un trabajo no académico,” “presentismo,” “anacronismos” entre otros.
244 Las ideologías de la nación

y adaptarlos intencionalmente a la institución del imaginario nacional y a una


nueva memoria colectiva. Para esto se creó, por ejemplo, el Centro Nacional
de Historia (CNH) en el año 2007. En su presentación se justifica la relación
entre la historia nacional y la memoria colectiva venezolana. Allí puede leerse:
“Su función esencial es la reivindicación de la historia nacional como fuente de
identidad y conciencia.”52 Veamos las ideas que exponen más adelante:

“Vivimos una revolución que no sólo está llamada a salvar a los


hombres del hambre y la injusticia, sino, sobretodo, a reivindicar
su identidad (valores, tradición, cultura) dándose identidad a sí
misma y concibiéndose como un reencuentro con su propia histo-
ria, única forma de auténtica e imperecedera liberación. Si no nos
apropiamos como pueblo de nuestro propio pasado, no tenemos
futuro alguno. Se trata de una tarea colectiva, en la que el estudio
serio y sistemático es fundamental, pero en la que poco puede
hacer el estudioso por sí mismo como individuo aislado. Como
pueblo tenemos pleno derecho a un mundo mejor. En el oscuro
y retorcido camino que es preciso transitar para ello, la única
manera de alcanzar algo en esa dirección es iluminar el pasado y,
al mismo tiempo, ser iluminado por él.”53

Confundir la historia con la memoria es otro elemento común de los naciona-


lismos. Atribuirle significados que no le corresponden es un acto deliberado y
exitoso para sus fines. En el entramado ideológico del chavismo, las funciones
de la revolución están asociadas con su misión salvadora y su argumentación
identitaria –que en realidad es ideológica– definida por la sinonimia entre revo-
lución e historia. Esta última como única forma de liberación. Apropiarse del
pasado de forma colectiva, iluminar el pasado y ser iluminado por este como
se expresa en dicha presentación, pueden fácilmente conformar los pilares que
sostienen el uso político y la tergiversación de la historia por parte del chavis-
mo.
Este no es el papel ni el objetivo de la historia ni de la disciplina histórica.
Se incluyen tres conceptos que pueden fungir a su vez como “categorías” y que
tienen una gran recepción en algunos circuitos académicos: la descolonización
de la memoria, la historiografía y la historia insurgente, todas como parte de
los mecanismos que el chavismo asume como apropiación del pasado por el
pueblo. En la misma presentación del Centro Nacional de Historia, se lee:

52 “Presentación” en Centro Nacional de Historia, s/a, s/p, [consultado el 24 de agosto 2021]:


disponible en: http://cnh.gob.ve/index.php/site-map/presentacion
53 “Presentación”, cit., s/p.
Frédérique Langue y María Laura Reali 245

“Un pueblo sin historia, es un pueblo castrado política, cultural e


ideológicamente. La descolonización de la memoria es la única
vía a la liberación de los pueblos. A una historiografía amurallada
en las frías mazmorras del academicismo, la filosofía del CNH
antepone una historiografía insurgente, ocupada en una historia
que es conciencia de sí misma como instrumento de cambio y
transformación. La historia insurgente no es el descubrimiento
de la utopía según la cual otro mundo mejor es posible. Pero sí
la conciencia y representación historiográfica de ella, del pueblo
como voluntad de poder hacia las realizaciones concretas y posi-
bles –históricas– de ella.”54

Concebida la historia como descolonización de la memoria y la historia insur-


gente como la representación de la utopía resulta fácil comprender la recepción
cultural de la concreción de futuro como principio nacionalista del chavismo.
Sirva aquí como recordatorio la reflexión del joven historiador Jhonaski Rivera:

“La política, en este sentido, no deja de ser esencialmente utópi-


ca, porque en su acepción clásica, este discurso termina siendo
un modo de comunicación con el futuro, ¿acaso el pensamiento
utópico no? En su temporalización, la utopía logró esta comuni-
cación. Es así como este pensamiento termina definiendo un tipo
específico de racionalidad política.”55

¿Qué significa descolonizar la memoria? ¿Separarnos históricamente de lo his-


pano bajo la justificación de la leyenda negra? En esta categoría o concepto
subyacen dos ideas, una propiamente ideológica y otra pragmática. En la pri-
mera, por ejemplo, el empleo de la leyenda negra y el imperialismo estadou-
nidense son señalados como las raíces de la tragedia en Venezuela. En pocas
palabras, todo lo que ocurrió, el pasado venezolano, debe servir para valorar el
nuevo proyecto mesiánico encarnado en el chavismo. Será éste el encargado de
iluminar el pasado para darlo a conocer en el presente. El pasado oprobioso de
esta forma da sentido a su proyecto nacionalista ante las masas.
La segunda es el vehículo para la desinstitucionalización no sólo desde el
propio poder político sino desde otros espacios, como por ejemplo, intentar
omitir 2000 años de tradición jurídica occidental que van desde el derecho ro-

54 “Presentación”, cit., s/p.


55 Jhonaski Rivera, “El momento genésico de una utopía democrática” en Papel Literario, 27 de
agosto de 2021, s/p, [consultado el 24 de octubre 2021]: disponible en: https://www.elnacional.
com/papel-literario/el-momento-genesico-de-una-utopia-democratica
246 Las ideologías de la nación

mano hasta el presente.56 A esto se han prestado muchos entornos académicos.


¿Qué emociones y sentimientos impulsan a esta memoria? Volvemos a la histo-
riadora Frédérique Langue, quien viene trabajando desde hace tiempo sobre la
memoria y los usos políticos de la historia en Venezuela. Langue nos dice sobre
el Centro Nacional de Historia:

“Hacer memoria es hacer historia, reza en 2008 el editorial del


primer número del boletín del Centro Nacional de Historia, Me-
morias, con visos ideológicos obvios. En este sentido, la “guerra
de las memorias”, el manejo de fetiches ideológicos, la designa-
ción de un enemigo para el “pueblo bolivariano “y su Revolu-
ción, junto a la imposición de una “cultura militar”, convierten a
la Venezuela de hoy en una ilustración más del uso de la historia
por el poder y de la contradicción señalada por Paul Ricœur: en-
tre la labor pacificadora de la historia y la desunión que procede
de memorias enfrentadas y sumamente simplificadoras, expresi-
vas de creencias y mitos para el uso y provecho exclusivos de los
gobernantes de turno.”57

En esta “guerra de las memorias” la asignación de significados a la memoria,


recurrimos nuevamente al trabajo de Astrid Erll. La investigadora expresa que
al hablar de memoria no siempre se alude a las metáforas pero siempre se hace
referencia a los tropos, es decir “expresiones que tienen un significado moti-
vado.”58
Este proceso nos permitirá entender la creación y construcción simbólica de
la memoria por parte del chavismo como nacionalismo. En el caso de la memo-
ria colectiva, Erll distingue entonces la memoria colectiva en cuanto metáfora
y la memoria colectiva en cuanto metonimia. La primera es definida “como la

56 Dicho intento no sólo es común en el plano político sino también académico. Por ejemplo en
“Por un Derecho autóctono: aproximación arqueológica al pensamiento jurídico venezolano,
desde una perspectiva decolonial” en Revista Insurgentes, Núm. 3, 2020, p. 87, [consultado
el 24 de agosto 2021]: disponible en: http://erevistas.saber.ula.ve/index.php/insurgentes/arti-
cle/view/17203/21921928353 se lee: “Desde un enfoque arqueológico se busca desenterrar la
ideología subyacente en el pensamiento jurídico venezolano mediante la develación del lugar
de enunciación del discurso jurídico hegemónico, obtenido genealógicamente mediante un
preliminar rastreo de la ‘herencia’ filosófica existente en la formación jurídica universitaria. Se
finaliza planteando la necesidad de arraigar filosóficamente el pensamiento jurídico autóctono
en una ecología de saberes que genere una justicia cognitiva y una ética transformadora, desde
el pluralismo jurídico y cultural.”
57 Frédérique Langue, “La historia de un tiempo presente latinoamericano: ‘oscuro pasado’ y
‘enemigos’ de la Revolución.” en Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y
Humanidades, vol. 17, num. 34, 2015, p. 62, [consultado el 24 de agosto 2021]: disponible en:
https://www.redalyc.org/pdf/282/28242302003.pdf
58 Astrid Erll, Memoria colectiva…, cit., p. 133.
Frédérique Langue y María Laura Reali 247

memoria individual socioculturalmente determinada.”59 y la segunda como “la


memoria de la sociedad social/cultural, que se establece a través de los medios
e instituciones.”60 Erll aclara que a pesar de que pueden separarse analíticamen-
te hablando, la memoria colectiva necesita de la interacción entre ambas. Por
eso se habla de símbolos, significados, instituciones sociales, discursos y otros
soportes de la cultura material y sensorial.
En este contexto, retomamos el tema sobre los héroes y su asignación de
significados. Como sabemos, de ellos se alimentan los nacionalismos y el cha-
vismo no fue ni ha sido la excepción, como lo hemos visto. No sólo lo fue y es
Chávez. Nicolás Maduro lo ha intentado igualmente en el presente. Aquí una
síntesis de estos últimos. En el 2019 afirmó: “Señor Iván Duque, no es Maduro,
porque ellos me echan la culpa a mí –dicen que muevo el bigote, el superbigo-
te–, y que junto al Foro de Sao Paolo somos culpables de que el pueblo está en
las calles.”61 En el semanario 4F fundado por Maduro en el 2014, puede leerse:
“Después de todo, 2019 fue el año de Superbigote, de Maduro...”62 en un escrito
de Geraldine Colotti titulado “El año de superbigote cuando Venezuela hizo
historia” En este mismo contexto, en el año 2021, Maduro expresaba:

“Me han subestimado, yo no soy supermán, eso no existe, algu-


nos dicen que soy ‘superbigote’, pero eso tampoco, es el super
pueblo de Venezuela que en las raíces de Bolívar y el legado de
Chávez es capaz de dar las batallas y construir las victorias a lo
largo de 22 años de Revolución, dijo este sábado, el presidente de
la República, Nicolás Maduro Moros.”63

Describir a este nuevo héroe del chavismo es ver la representación de Maduro,


personificando y simulando la fuerza y fortaleza física del recordado Superman.
Su imagen intenta recordar el eslogan del presidente obrero. De allí, el casco en
su cabeza. Recordar su oficio, ya no con palabras sino con imágenes, posibilita
la comunicación con sus iguales y asegura la repetición del mensaje intencio-
nado: él es un obrero y ahora es el presidente obrero. En sus palabras del 2018:
“Necesitamos que la clase obrera sea el motor completo y real para que se logre

59 Astrid Erll, Memoria…, cit., p. 134.


60 Astrid Erll, Memoria…, cit., p. 134.
61 “Presidente Maduro, el pueblo colombiano despertó exigiendo ¡No más Duque!” en Venezo-
lana de Televisión, VTV, 23 de noviembre de 2019, [consultado el 24 de noviembre 2021]:
disponible en: https://www.vtv.gob.ve/pueblo-colombiano-desperto-no-mas-duque/
62 Geraldine Colotti, “El año de superbigote cuando Venezuela hizo historia” en 4F, num. 228, 25
de diciembre de 2019, p. 8.
63 “Presidente Maduro desde el Balcón del Pueblo: Derrota de la oligarquía ha sido por el súper
pueblo de Bolívar y Chávez” en Venezolana de Televisión, VTV, 23 de enero de 2021, [consul-
tado el 24 de noviembre 2021]: disponible en: https://www.vtv.gob.ve/presidente-maduro-de-
rrota-oligarquia-superpueblo-bolivar-chavez/
248 Las ideologías de la nación

la estabilización del país, la clase obrera debe tener consciencia de esto y venir
a defender este programa.”64 Esto se configura con la línea ideológica del mar-
xismo y su lucha de clases.
En realidad, no es una novedad dentro del chavismo. Este tipo de caracte-
rizaciones las implementó anteriormente: en el año 2003 con los empaques de
alimentos de la red MERCAL65 y en el 2014 con la historia gráfica del “Nuevo
Reto de Florentino y el Diablo” –inspirada en la obra del poeta Alberto Arvelo
Torrealba– y distribuida en forma de librillo66 en el marco de la campaña polí-
tica llamada “La Batalla de Santa Inés”. Esta vez, Nicolás Maduro caracteriza
al superhombre de capa roja pero esta vez bajo los ideales del chavismo. Es
una imagen destinada a cautivar a las generaciones más jóvenes. En ella, las
situaciones y personajes animados avalan y respaldan la imagen del discurso
chavista y sus sempiternos enemigos. El 30 de noviembre de 2021, Venezolana
de Televisión, VTV, transmite el cómic animado “Superbigote y su mano de
hierro”. Sobre ésta puede leerse en el diario estatal y medio propagandístico del
chavismo, Últimas Noticias:

64 Ministerio del Poder Popular para el Proceso Social del trabajo, “Maduro: A mí me dicen Presi-
dente Obrero porque yo soy de la clase obrera”, 23 de agosto de 2018, [consultado el 24 de no-
viembre 2021]: disponible en: http://www.mpppst.gob.ve/mpppstweb/index.php/2018/08/23/
maduro-a-mi-me-dicen-presidente-obrero-porque-yo-soy-de-la-clase-obrera/
65 En J. A. Peña Angulo, “Sacralización y Satanización Política. El Imaginario Cultural en Vene-
zuela, 1990-2006”, cit., p. 104, puede leerse: “Bajo una hábil y singular estrategia simbólica
comienza el gobierno venezolano a difundir entre los consumidores de los productos de la ‘red
de mercados de alimentos’ MERCAL bajo el lema: ‘MISIÓN MERCAL PROFUNDIZA LA
SOBERANÍA ALIMENTARIA’, todo un conjunto de representaciones culturales-simbólicas,
emanadas no solo de los momentos de necesidades y dificultades que atravesaron los vene-
zolanos para disponer de los alimentos básicos –en momentos del paro petrolero– sino que
eficazmente bajo formas de historietas, se definieron dichas necesidades como manifestaciones
del Diablo, representado esta vez, por el capitalismo y las políticas neoliberales relacionados
ambos con la llamada cuarta república; demonio de destrucción cultural que hay que comba-
tir.” “...mientras en los empaques de los productos alimenticios de primera necesidad como la
harina de maíz, el azúcar, el arroz y la leche –expedidas y vendidas en el Mercado de Alimentos
(MERCAL)– las historietas representadas siguen mostrando un apego continuo a los héroes
de la patria, a la sacralización del gobernante y a la satanización del pasado reciente, el Estado
comienza a justificar, esta vez en ocasión de la inauguración de la segunda fase de la Misión
Mercal el 26 de junio del 2005, la retórica ‘Esto es socialismo: el capitalismo es el reino de la
desigualdad, y en nuestro país debe haber igualdad para todos.’”
66 “Sacralización y Satanización Política…”, cit., pp. 112-114: “Está estrategia de masas se apo-
yó a su vez en todo un despliegue de propaganda expresada en “pintas” en las paredes y en
cómics en tv, en los que caricaturas del Diablo y de Florentino, dialogaban sobre el destino del
país.” Más adelante “El ‘enemigo’ del pueblo cae rendido a los pies de este nuevo Florentino,
asociado al ‘buen gobierno’, al Estado paternalista de Florentino en liquilique, que recordaba
al Juan Bimba popularizado por Andrés Eloy Blanco en La JuanBimbada como representación
del pueblo y de Acción Democrática.”
Frédérique Langue y María Laura Reali 249

“Se trata del primer capítulo de una serie de micros o cápsulas


animadas llamada Súper Bigote que en un minuto y cuatro se-
gundos mostró a un villano ‘en alguna parte del planeta tierra’ y
generó caos eléctrico en un país, pero fue vencido por este nuevo
superhéroe que tiene mano de hierro y a la vez lleva mensajes de
diálogo y paz.”67

Su creador anónimo niega que el personaje central sea Nicolás Maduro y res-
ponde a las preguntas:

“¿Cuáles? ¿Dónde suceden? –Él vive en Venezópolis. No es ve-


nezolano ni es latinoamericano. Allí ocurren situaciones como
apagones, guarimbas, marchas, protestas, e incluso falta de ser-
vicios públicos. Todo lo que puede ocurrir en cualquier ciudad.
–¿Hablamos de un superhéroe o antihéroe?
–Ni superhéroe ni antihéroe. Es un personaje de historieta de
ficción que solo existe en las personas tolerantes y de buen hu-
mor.”68

Esta nueva representación se inserta dentro de la amplia producción ideológica


del chavismo. En esta animación hay una clara delimitación entre buenos y
malos. Se repite la narrativa: el pueblo que sufre los abusos del imperialismo
estadounidense con el apoyo de algunos políticos opositores venezolanos. Esta
vez la desdicha –las fallas eléctricas en Venezuela– se origina en un “ataque
electromagnético” ideado por Donald Trump desde la Casa Blanca. Entre sím-
bolos, narrativas, imágenes, discursos, colores, el chavismo fue moldeando –
objetivo desde sus inicios– la memoria colectiva como metáfora y metonimia.
En todo este recorrido, el pasado nostálgico se define no sólo por la necesidad
imperiosa de un héroe sino por la pérdida de un pretérito que pudo haber sido
grande, pero que no lo fue por culpa del otro, los eternos enemigos. Una y otra
vez, los venezolanos son víctimas históricas. En este pasado representado por
el comic, el chavismo aparece no como responsable del sufrimiento sino como
salvador de una situación que se repite hasta el presente, a pesar que en ese
pretérito y presente, es el chavismo el detentador del poder.

El nacionalismo requiere divulgarse y difundirse. Las historietas y comics,


son otros medios para hacerlo. En conjunto con las demás representaciones

67 Rocío Cazal, “Súper Bigote, el animado que revoluciona las redes” en Diario Últimas Noti-
cias, 3 de diciembre de 2021, [consultado el 28 de diciembre 2021]: disponible en:
https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/especial/super-bigote-el-animado-que-revoluciona-las-re-
des/
68 Rocío Cazal, “Súper Bigote, el animado que revoluciona…”, cit.
250 Las ideologías de la nación

discursivas y simbólicas constituyen la memoria colectiva diseñada por el cha-


vismo. Sobre sus mensajes, símbolos y funciones, Frank Bramlett expresa:

“Comics communicate in a “language” that relies on a visual


experience common to both creator and audience.… In its most
economical state, comics employ a series of repetitive images
and recognizable symbols. When these are used again and again
to convey similar ideas, they become a language –a literary form,
if you will. And it is this disciplined application that creates the
“grammar” of Sequential Art.”69

De allí el empeño del chavismo en la elaboración de sus representaciones y la


circulación cultural ideológica de estos, dentro y fuera de Venezuela. Las redes
sociales70 cumplen aquí un rol crucial como medio transmisor pero también de
control social. Se han convertido para el chavismo en una herramienta de gran
potencial propagandístico y de ideologización. Lo expresaba Nicolás Maduro
en el año 2017, luego que Twitter Inc. suspendiera algunas cuentas vinculadas
al chavismo: es “...‘una expresión de fascismo’ [...] La batalla en las redes so-
ciales es muy importante, ellos saben que es muy importante y utilizan las redes
sociales para la guerra psicológica permanente.”71 Reiterando la narrativa del
conflicto constante, característica del chavismo, Maduro recoge aquí otra de las
acciones genésicas del discurso chavista: culpar a los contrincantes y enemigos

69 Frank Bramlett, “Why There Is No “Language of Comics” in The Oxford Handbook of comic
book studies (Frederick Aldama, ed.), Oxford University Press, 2020, p. 2, [consultado el 24
de octubre de 2021]: disponible en: https://www--oxfordhandbooks--com.us.debiblio.com/
view/10.1093/oxfordhb/9780190917944.001.0001/oxfordhb-9780190917944
70 En la siguiente cita observamos la reiterada línea discursiva del nacionalismo chavista sobre
los enemigos de la patria, así como sus intentos de descolonización, tal cual como lo explica-
mos anteriormente. Iria Puyosa en “Control político de internet en el contexto de un régimen
híbrido Venezuela 2007-2015” en Revista Teknokultura, Núm. 15, vol.12, 2015, p. 515, [con-
sultado el 24 de noviembre 2021]: disponible en: https://revistas.ucm.es/index.php/TEKN/
article/view/50392/47838 “Los cambios en la política para internet del Estado venezolano
alcanzan expresión institucional en el II Plan Socialista de Desarrollo Económico y Social
de la Nación 2013-2019, conocido como Plan de la Patria. Entre las secciones del Plan de la
Patria, la más importante para nuestro objeto de estudio es el Gran Objetivo Histórico N°4.
De allí se deriva el Objetivo Nacional. 4.4. ‘Desmontar el sistema neocolonial de dominación
imperial” que da paso al Objetivo Estratégico 4.4.2. ‘Reducir el relacionamiento económico y
tecnológico con los centros imperiales de dominación a niveles que no comprometan la inde-
pendencia nacional’. Dentro de este objetivo estratégico se derivan los Objetivos Generales:
4.4.2.3. ‘Llevar a niveles no vitales la conexión de Venezuela con las redes de comunicación
e información dominadas por las potencias neocoloniales’ .4.4.2.4. ‘Eliminar la dependencia
de sectores estratégicos para el desarrollo nacional de redes de comunicación e información
controladas por las potencias neocoloniales.’”
71 JOV, “Venezuela: Bloqueo de Twitter es limpieza étnica del chavismo” en DW, 19 de junio de
2019, [consultado el 24 de noviembre 2021]: disponible en: https://www.dw.com/es/venezue-
la-bloqueo-de-twitter-es-limpieza-%C3%A9tnica-del-chavismo/a-39319594
Frédérique Langue y María Laura Reali 251

Fuente: “Superbigote” en Rocío Cazal, “Súper Bigote, el animado que revoluciona


las redes” en Diario Últimas Noticias, 3 de diciembre de 2021, [consultado el 24 de
noviembre 2021]: disponible en: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/especial/su-
per-bigote-el-animado-que-revoluciona-las-redes/
252 Las ideologías de la nación

políticos e ideológicos de fascistas. Con relación a esta misma situación, Er-


nesto Villegas, el entonces Ministro de Comunicación e Información de Vene-
zuela, escribía en su cuenta personal de twitter: “No sólo contra RNV y Radio
Miraflores: ‘Limpieza étnica’ contra el chavismo en Twitter es equivalente a la
quema de personas en la realidad.”72 Cualquier soporte físico, oral y medial les
ha servido para este objetivo. En todos y cada uno de ellos están presentes las
emociones y su manipulación. En todos, son visibles la influencia de los regí-
menes emocionales en la política. Así han construido la memoria colectiva. En
realidad, todo nacionalismo lo hace o al menos lo intenta. La nostalgia señala
la tristeza por la felicidad perdida. En el caso del chavismo, la felicidad pre-
térita está definida por Bolívar y todos los que lucharon por la independencia.
De allí en adelante todo es deshonroso. En su relato siempre hay responsables,
aquellos cuyas acciones condujeron a Venezuela a la pérdida de la felicidad.
La nostalgia construida por el chavismo tiene entonces dos caras. Sobre estas
hablamos en el apartado que sigue.

Un cóctel explosivo: nacionalismo, emociones e ideología


A lo largo de esta investigación hemos planteado distintas interrogantes, algu-
nas de ellas han conseguido respuestas en el desarrollo mismo del escrito, otras
seguramente abren el espacio para la reflexión e indagaciones futuras. El atento
lector habrá notado, en este punto, la presencia sempiterna de la epopeya en el
nacionalismo chavista y su vínculo emocional con la nostalgia. Su programa
ideológico incluye un repertorio emocional, en el cual la epopeya es el contra-
peso al sufrimiento pretérito.
Sobre las emociones delineamos algunas líneas reflexivas, especialmente
nos preguntamos y enunciamos la relación entre emoción y política y comenta-
mos la tesis de los regímenes emocionales de William Reddy. La narrativa y las
representaciones simbólicas elaboradas por el chavismo evocan constantemen-
te a las emociones que disparan el recuerdo nostálgico del pasado. Para dicho
proyecto, los venezolanos son una especie de víctimas de su propio devenir.
En esta “impronta histórica” el chavismo concentró todo su arsenal simbólico.
El objetivo: conformar una comunidad emocional en torno a la nostalgia. Este
planteamiento es central para la construcción de su nacionalismo venezolano.
De allí, su empeño en llenar de significaciones la memoria colectiva de todo un
país y sus redes de circulación cultural.
En este contexto, el nacionalismo es ideología. En torno a él, se reúne la
idea totalizante de unidad. Sus valores deben ser compartidos en los espacios
públicos y privados. En el caso del chavismo, volver a los orígenes, a la pureza
de los orígenes, es uno de los fundamentos que se desliza en su nacionalismo.

72 Ernesto Villegas, [@VillegasPoljak]. (17 de junio de 2017). Twitter. https://twitter.com/Ville-


gasPoljak/status/876144483179606016?ref_src=twsrc%5Etfw
Frédérique Langue y María Laura Reali 253

En su construcción ideológica, hemos fracasado al olvidarlo. Descolonizar la


historia, la memoria y el pensamiento aseguran entonces el camino a ellos. No
olvidemos que la ideología moviliza las emociones y se moviliza a través de
conceptos y palabras. Los crisoles emocionales viajan en ellos. En el trasfondo,
las emociones van tejiendo y son tejidas a su vez por la ideología en búsqueda
de un objetivo común. Emociones hechas palabras y convertidas en hechos, es
el mecanismo para poder llegar y penetrar en la sociedad. Es el puente que los
une y los unirá. En realidad, su papel ha sido subestimado en muchos campos
de las ciencias sociales. La justificación para esto: estudiar las emociones es
subjetivo. Es el típico argumento. Sobre este tema, comparto con el lector un
testimonio personal, que en el fondo refleja las experiencias de muchos histo-
riadores que intentan historiar las emociones. Recuerdo así en este instante, a
un connotado colega e historiador venezolano, quien me increpó sobre una obra
que coordiné sobre el mal y la política: “¿Cómo vas a estudiar el mal si el mal
es subjetivo y es además un concepto filosófico?”
Sin enfatizar sobre éste, recordemos en este punto, el rol de la interdisci-
plinariedad de la historia, naturaleza que permite, por ejemplo, el estudio de la
conexión entre política y emoción. Dejando a un lado este testimonio, la his-
toriadora Barbara Rosenwein nos recuerda que “Historians have always talked
about emotions which help spice up narratives and explain motivations.”73 En
efecto, el estudio de las emociones tiene una larga tradición que se remonta a
la Grecia clásica. Nuestro asunto aquí es preguntarnos sobre las emociones,
su relación con la política, la ideología y el significado de la nostalgia para el
chavismo en su proyecto nacionalista. Emociones, nacionalismo e ideología se
convierten así en un cóctel explosivo. La historiadora expresa que la definición
de historia de las emociones depende de lo que se entienda por emoción. Más
allá del sobresalto o perturbación anímica que produce y sus efectos somáticos,
¿qué es una emoción? Rosenwein sobre los aportes de Reddy, nos dice: “Reddy
defined ‘emotions’ as ‘goal-relevant activations of thought material that exceed
the translating capacity of attention within a short time horizon’.”74 Agrega que
cuando dicho historiador afirma “supera la capacidad de traducción de la aten-
ción en un corto horizonte temporal” plantea su hipótesis de los emotives. Para
explicarlo, nos remitimos nuevamente a Rosenwein:

“Consider the utterance ‘I love you.’ For Reddy, this statement


is the result of the activation of thought material that we have
‘translated’ into an emotional speech act. In fact, when we make
that utterance, we have a whole array of feelings that saying ‘I
love you’ barely expresses. Unable to attend to all of them (since

73 Barbara Rosenwein and Riccardo Cristiani, What is the History of Emotions?, Polity Press,
UK, 2018, p. 22.
74 Barbara Rosenwein and Riccardo Cristiani, What is…, cit., p. 26.
254 Las ideologías de la nación

they ‘exceed the translating capacity of attention’), we focus on


‘love,’ at least during the ‘short time horizon’ in which we are
putting it into an utterance. But as we do so, we activate other
goal-relevant feelings.”75

Efectivamente no es lo mismo una expresión que un acto del habla. El horizon-


te temporal que este último conlleva comparte improntas emocionales, que se
despliegan con éste. De allí, que sea fundamental para los nacionalismos, no
sólo las líneas narrativas sino la retórica apasionada sincopada. De esta forma,
el oscuro pasado se hace continuo presente. La fuerza enunciativa al vocalizar
“patria”, “enemigos”, “traidores”, ‘’capitalismo”, “Dios”, “burguesía”, “Fidel”,
“derecha”, “revolución” entre otras, no sólo conceptualiza su valoración se-
mántica sino el repositorio emocional del emisor.
En este contexto, emerge la figura del emotive –en español, emotivo– cuyo
significado nos recuerda la idea performativa de Austin, de acuerdo a Ro-
senwein. Es decir, “utterances with transformative effect.”76 La historiadora lo
explica: las emociones se convierten y transforman, actuando de dos maneras,
cambiando a aquellos a quienes van dirigidas y alterando a la persona que las
emite. Añade además:

“Reddy argued that it was possible to judge societies by how


fully they permitted emotives. Societies that allowed for ‘emotio-
nal freedom’, welcoming emotives and tolerating their ambiguity
and volatility, were better than those that induced ‘emotional su-
ffering’ by limiting emotives.”77

De la emoción transitamos a los emotives, de estos a los estados emocionales,


y a los regímenes emocionales. Todas como categorías teóricas de William Re-
ddy. Veamos su conexión: “Emotives –emotions enacted in speech– are there-
fore, different from other utterances. They describe an emotional state. They
altered their object and they call up a whole panoply of feelings in the person
making the utterance.”78 Las emociones expresadas en el habla, es decir los
emotives, describen un estado emocional. Al tener una función auto-explorato-
ria, despliegan en el emisor un amplio conjunto de sentimientos, que pueden ser
compartidos por otros y están sujetos a los regímenes emocionales.

75 Barbara Rosenwein and Riccardo Cristiani, What is…, cit., p. 26.


76 Barbara Rosenwein and Riccardo Cristiani, What is…, cit., p. 26.
77 Barbara Rosenwein and Riccardo Cristiani, What is…, cit., p. 27.
78 Barbara Rosenwein and Riccardo Cristiani, What is…, cit., p. 27.
Frédérique Langue y María Laura Reali 255

“‘The set of normative emotions and the official rituals, practi-


ces, and emotives that express and inculcate them.’ Reddy elabo-
rated on this: ‘Emotional control is the real site of the exercise of
power: politics is just a process of determining who must repress
as illegitimate, who must foreground as valuable, the feelings
and desires that come up for them in given context and relations-
hip. ’ Because the emotional regime, almost by definition, does
not allow emotives their full potential, it creates the conditions
for an emotional refuge: ‘a relationship, ritual, or organization...
that provides safe release from prevailing emotional norms and
allows relaxation of emotional effort...which may shore up or
threaten the existing emotional regime.’”79

Se convierte la política y la ideología en las vías del control emocional, este


último como el verdadero lugar del ejercicio del poder. En este tejido, los regí-
menes emocionales impiden que los emotives –emociones representadas en el
acto del habla– desplieguen todo su potencial y por tal razón, crean pequeños
espacios para la relajación emocional, llamados refugios emocionales y evitar
de esta forma, cualquier amenaza o peligro para el régimen emocional existen-
te. El chavismo ha hecho uso del control emocional y de estos espacios, como
vías de escapes emocionales. En ellos, los distintos grupos drenan frustracio-
nes, demandas, denuncias y derechos. Algunos ejemplos nos permiten ilustrar
dichas circunstancias. Tradicionalmente, el alto número de protestas80 sociales

79 Barbara Rosenwein and Riccardo Cristiani, What is…, cit., p. 27.


80 Puede leerse: “Informe OVCS. Conflictividad social en Venezuela 2018” en PROVEA, 18 de
enero de 2019, [consultado el 24 de noviembre 2021]: disponible en: https://provea.org/ac-
tualidad/informe-ovcs-conflictividad-social-en-venezuela-2018/ “El Observatorio Venezolano
de Conflictividad Social (OVCS) registró entre enero y diciembre de 2018 al menos 12.715
protestas, equivalente a 35 protestas diarias en todo el país. Esta cifra representa un aumento
de 30% con respecto a 2017, cuando se documentaron 9.787 manifestaciones, con un promedio
diario de 27. Esta cifra representa el mayor número de protestas registradas durante la gestión
de Nicolás Maduro. Además, este año superó el índice de las dos grandes olas de protestas
desarrolladas en Venezuela, en los años 2014 y 2017, en las cuales se documentaron 9.286 y
9.787 manifestaciones, respectivamente. En los últimos ocho años, el OVCS ha documentado
59.787 protestas en todo el país, lo que equivale a un promedio de 7.473 manifestaciones al
año. Bajo el mandato de Nicolás Maduro se han generado las mayores protestas sociales y
en el período de Gobierno 2013-2018 se registraron al menos 48.966 manifestaciones”, en
“Situación de la conflictividad social en septiembre 2021” en Observatorio Venezolano de
Conflictividad Social, 26 de octubre de 2021, [consultado el 24 de noviembre 2021]: disponible
en: https://www.observatoriodeconflictos.org.ve/destacado/3872 “El Observatorio Venezolano
de Conflictividad Social (OVCS) registró 568 protestas durante el mes de septiembre de 2021,
equivalente a un promedio de 19 diarias. Esta cifra representa una disminución de 52% en
comparación con el mismo mes del año pasado. Se documentaron 462 protestas en septiem-
bre por Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales (DESCA), 81% de la cifra
total. Los principales reclamos siguen siendo sociales y económicos, y guardan relación con
el colapso de los servicios de agua potable, electricidad, gas doméstico y la crisis de gasolina.
256 Las ideologías de la nación

en contra del chavismo o como demandas de derechos en Venezuela, han sido


definidas en el período del chavismo en el poder: como producto de una mala
gestión estatal y gubernamental, como rechazo y debilidad, como un signo de
inestabilidad política, como una muestra del sufrimiento colectivo, como mues-
tra de la corrupción estatal, entre otras conceptualizaciones. Efectivamente hay
razones suficientes para dichas protestas. Son una muestra y fungen como ter-
mómetro de la tensión permanente que significa vivir en Venezuela. En muchas
de ellas, la represión y la violencia estatal han estado presentes.
Sin embargo, estos espacios han servido y siguen sirviendo a su vez como
refugios emocionales para los venezolanos. Incluso dentro de sus mismas redes
políticas e ideológicas, el chavismo ha cedido espacios para sus grupos violen-
tos,81 sea violencia física, emocional y simbólica. En el fondo de todos estos
mecanismos, la ideología es el medio de transmisión emocional y viceversa.
Chávez fue consciente de su potencial y alcance:

Destacaron las protestas del sector educativo y fueron protagonizadas por maestros, padres
y representantes ante el anuncio de reinicio de clases presenciales sin contar con garantías
sobre el derecho a la salud y a la vida. Los manifestantes argumentaron ausencia de protocolos
contra la Covid-19, problemas de infraestructura en centros educativos que han estado aban-
donados durante la pandemia y la exigencia de reivindicaciones salariales.” En “En Venezuela
ha habido casi 8.000 protestas sociales en medio de la pandemia” en DW, s/f, [consultado
el 24 de noviembre 2021]: disponible en: https://www.dw.com/es/en-venezuela-ha-habido-ca-
si-8000-protestas-sociales-en-medio-de-la-pandemia/a-56353005 “Venezuela registró 7.789
protestas callejeras entre marzo y diciembre de 2020, pese al estado de alarma que las prohíbe,
dice el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS).”
81 Los llamados en un principio Círculos Bolivarianos, luego Tupamaros y Colectivos. Tam-
bién la violencia ejercida por instrumentos como la Lista Tascón, listado público por internet
de firmas recolectadas en apoyo al Referéndum Revocatorio en contra de Hugo Chávez, la
Ley Constitucional contra el odio, por la convivencia pacífica y la tolerancia, 2017. “Están
armados, controlan barrios enteros en Venezuela y defienden la revolución bolivariana: los
Tupamaro (en realidad, Movimiento Revolucionario Tupamaro, MRT), el grupo violento que
atacó a balazos el martes a los estudiantes que protestaban en Mérida, es uno de los numerosos
colectivos chavistas que aterrorizan a la sociedad civil del país sudamericano. Para llegar a los
orígenes de estos movimientos, muchos de los cuales se autodenominan político-sociales, hay
que remontarse a los grupos guerrilleros venezolanos de los años 60, explica a El Comercio el
sociólogo Roberto Briceño León, director del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV).
Agrupados en las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, varios de esos movimientos op-
taron por participar en la pacificación, aunque otros permanecieron con la idea de la lucha ar-
mada como medio para llegar al poder. El vínculo de estos grupos con el chavismo se remonta
al intento de golpe de Estado de 1992 encabezado por el entonces comandante Hugo Chávez
contra el presidente Carlos Andrés Pérez. ‘Como parte de su estrategia para tomar el poder,
muchos de estos grupos se habían infiltrado en el Ejército. Entonces, cuando Chávez intenta el
golpe, no solo estaba apoyado por militares, también había un componente civil compuesto por
estos colectivos’, sostiene Briceño León.” En Ger Zuzunaga Ruíz, “Los Tupamaro, la fuerza
de choque del chavismo”, en Observatorio Venezolano de Violencia, 12, 02, 2014, [consultado
el 24 de noviembre 2021]: disponible en: http://observatoriodeviolencia.org.ve/news/los-tupa-
maro-la-fuerza-de-choque-del-chavismo/
Frédérique Langue y María Laura Reali 257

“Las ideologías son ayudas de navegación para surcar los tiem-


pos y los espacios, dándole rumbos precisos a las sociedades y a
las naciones. Y es, precisamente, en este marco desideologizado
y con el propósito de hallar recursos válidos para que nuestro
pueblo avance por el mapa intrincado y complejo del futuro que
nos hemos atrevido a invocar un modelo ideológico autóctono y
enraizado en lo más profundo de nuestro origen y en el subcons-
ciente histórico del ser nacional.”82

Todo este tejido, nos permite interrogarnos ¿por qué hablamos de la nostalgia
como emoción radical del proyecto nacionalista chavista? Recordemos que en
líneas anteriores mencionamos el mecanismo de la nostalgia en el caso del cha-
vismo, proceso que nos permite distinguir sus dos caras. Ahora bien, la nostal-
gia no sólo es sinónimo de tristeza por la felicidad perdida. En su interior, esta
emoción se transforma como parte del acto del habla en emotive, siguiendo la
teoría de Reddy. Desde esa posición, el recuerdo de un pasado feliz que pudo
ser, es la utopía no realizada para el proyecto chavista. El pretérito es un pe-
ríodo de abusos y traiciones a los orígenes: entendido como la pureza bucólica
indígena y el proyecto bolivariano. Esto último puede leerse en el llamado Li-
bro Azul de Chávez:

“¿Cuál es la razón por la que estamos aquí y ahora anunciando


y promoviendo cambios profundos al comenzar la última década
de este siglo perdido? Pudieran enunciarse infinidad de causas,
pequeñas y grandes, pasadas y presentes, estructurales y coyun-
turales, para exponer a los hombres de esta hora tal razón. Sin
embargo, todas las que aquí pudieran señalarse serían tributarias
de una misma corriente, cuyo cauce viene de muy lejos y cuyo
lecho aparece y desaparece de manera intermitente en los reco-
vecos y vueltas, casi siempre oscuros, de la historia patria. Existe
entonces, compatriotas, una sola y poderosa razón: es el proyec-
to de Simón Rodríguez, El Maestro; Simón Bolívar, El Líder;
y Ezequiel Zamora, El General del Pueblo Soberano; referencia
verdaderamente válida y pertinente con el carácter socio-históri-
co del ser venezolano, que clama nuevamente por el espacio para
sembrarse en el alma nacional y conducir su marcha hacia la vi-
gésimo primera centuria […] Este proyecto ha renacido de entre
los escombros y se levanta ahora, a finales del siglo XX, apoyado
en un modelo teórico-político que condensa los elementos con-
ceptuales determinantes del pensamiento de aquellos tres precla-

82 Hugo Chávez, Libro Azul, Gobierno Bolivariano de Venezuela, Caracas, 2013, p. 2.


258 Las ideologías de la nación

ros venezolanos, el cual se conocerá en adelante como Sistema


EBR, el Árbol de las Tres Raíces: la E, de Ezequiel Zamora; la B,
de Bolívar y la R, de Robinson. Tal proyecto, siempre derrotado
hasta ahora, tiene un encuentro pendiente con la victoria.”83

La nostalgia no sólo es un documento escrito sino especialmente un acto de


transmisión oral. En este último, llega a compartirse con los otros. Se transfor-
ma así en raíz del régimen emocional. La cultura material, la propaganda y las
redes de circulación ideológica, le permite llegar a todos. El chavismo desde
sus inicios invirtió una gran cantidad de recursos para tal fin. Instituir valo-
res, a través de las emociones. El régimen emocional de la nostalgia se apoya
en otros sentimientos y emociones. En realidad, es un rasgo común de todos
los nacionalismos. Desde la nostalgia, el chavismo intentó moldear la forma
de convivencia y organización social, a través de lo que Chávez denominó, el
modo de vida solidario84. Desde su proyecto. Veamos:

“El Proyecto Nacional Simón Bolívar visualiza la situación-ob-


jetivo en un horizonte máximo de veinte años, partiendo de la
situación a largo plazo, la cual lleva implícita la estrategia mi-
cropolítica de transformación. La situación-objetivo constituye
al mismo tiempo una realidad global, un escenario integral: el
modelo de sociedad original y el modo de vida solidario, hacia
los cuales se orientará el esfuerzo nacional. ‘Original’ fue el tér-
mino utilizado por el maestro Simón Rodríguez para definir el
modelo de sociedad que debe perseguir la América latina: ‘¿Dón-
de iremos a buscar modelos? La América española es original.
Original han de ser sus instituciones y su gobierno. Y originales,
los medios de fundar unas y otro. O inventamos o erramos.’”85

La idea de la utopía, de lo no sucedido, acompaña su programa emocional. En


este entramado, la nostalgia tiene dos caras definidas en el anhelo de un pasado
feliz que pudo haber sido, pero no lo fue y en el recuerdo de un pasado oscu-

83 Hugo Chávez, Libro…, cit., p. 2.


84 Hugo Chávez, Libro…, cit., p. 5 “La definición de modo de vida es una tarea sumamente
compleja. El Proyecto Nacional Simón Bolívar enfrenta la propuesta en un nivel de alta ge-
neralización, con la intención de abrir el compás para la participación de la sociedad civil
venezolana en el difícil proceso de la definición y construcción del modo de vida solidario.
El modo de vida solidario es el producto social resultante del modelo de sociedad original,
y en su construcción deben enfocarse tres amplios campos de condiciones determinantes: 1.
Determinaciones económicas (condiciones de vida y de trabajo). 2. Determinaciones ideoló-
gicas (sistema de normas socioculturales). 3. Determinaciones políticas (sistema de decisión
económico-político.”
85 Hugo Chávez, Libro…, cit., p. 5
Frédérique Langue y María Laura Reali 259

ro y desdichado. Esta es la nostalgia del chavismo. A partir de aquí, delineó


su nacionalismo y su idea de nación. Un nacionalismo totalizante que busca
una unidad ideológica pero también una identidad nacional ideologizada. No
se trata del inocente llamado a las raíces y al pasado común de una nación.
Es un proyecto nacionalista por sus dispositivos políticos, ideológicos, físicos,
simbólicos, morales y culturales– En éste, la violencia ha estado presente en sus
diversas formas. De allí, que retomemos lo dicho en otro artículo:

“Al hacer de la nostalgia una institución política, normaliza la


vida de los apesadumbrados ciudadanos. Narrativa e iconografía
son puntales en la remembranza nacional. ‘Aquí no se habla mal
de Chávez’, se convierte, por ejemplo, en la mirada vigilante de
la nostalgia estatal86, que impone reglas y manuales de conducta.
La nostalgia totalitaria prohíbe el olvido a sus ciudadanos. Para
evitar que esto ocurra, llena de propaganda con vistosas pancar-
tas, calles y avenidas, recordando con frases y mensajes, la ina-
movilidad de la clase gobernante, única capaz de lograr la gran-
deza nacional. El recuerdo se hace ritual oficial y su política, la
nostalgia.”87

Desde esta emoción, atribuyó significados al pasado, presente y futuro. “El Li-
bro Azul es un libro de mandatos y profecías” se lee en el epílogo de dicho
escrito. Es el mismo transitar semántico que el chavismo le adjudicó a la me-
moria colectiva. En ese camino, la nostalgia va marcando la ruta. Mientras ella
sea una emoción compartida, así será. Al agotarse seguramente otra emoción la
sustituirá, cambiando de esta forma el régimen emocional, tal como lo plantea
William Reddy. Queda claro cómo operan los mecanismos de ideologización
en las operaciones retóricas sobre las emociones.

86 Citamos las palabras de Earle Herrera, en el año 2016, sobre la imagen de los ojos de Chávez.
“Opinión. En víspera de tus ojos” en Venezolana de Televisión, VTV, 27 de junio de 2020,
[consultado el 24 de noviembre 2021]: disponible en: https://www.vtv.gob.ve/opinion-en-vis-
pera-de-tus-ojos-por-earle-herrera/ Las mismas nos recrean el rol de la ideología y las repre-
sentaciones simbólicas del chavismo: “Aquella mayoría ensoberbecida no escucharía argu-
mentos. Cuando me tocó la palabra, decidí provocarla en su terreno e irritarla. En el podio, me
desabroché la camisa y les mostré los ojos de Chávez. Perdieron el control, empezaron a gritar,
se olvidaron de lo que iban aprobar y salieron del hemiciclo maldiciendo. Hoy les confieso
que yo mismo me sorprendí con el impacto que causaron (y causan) en esa derecha los ojos de
Chávez.”
87 Jo-Ann Peña Angulo, “Totalitarismo en nombre de la nostalgia” en Ideas en Libertad, 23 de
junio de 2019, [consultado el 24 de noviembre 2021]: disponible en:http://ideasenlibertad.net/
totalitarismo-en-nombre-de-la-nostalgia/
Duelo, mesianismo e iconocracia
en el latinoamericanismo de la Guerra Fría
Rafael Rojas

E
n su libro La invención de Nuestra América (2021), el historiador argen-
tino Carlos Altamirano propone algunos momentos de la historia conti-
nental, como las independencias a principios del siglo XIX, el ascenso
del antimperialismo en el contexto de la guerra hispano-cubano-estadounidense
en 1898 o las décadas revolucionarias y populistas de los 20 a los 40 del pasado
siglo, como plataformas de proyección y reorientación de la identidad latinoa-
mericana.1
Momento ineludible de la reinvención del latinoamericanismo sería uno
posterior: el de la Guerra Fría y, específicamente, la Revolución Cubana y la
reproducción de guerrillas marxistas en la región. Un reciente estudio de Kurt
Weyland argumenta que la desproporcionada expectativa de que la Revolución
Cubana podía repetirse en toda América Latina, sostenida tanto por la izquierda
como por la derecha, y alentada desde los grandes poderes geopolíticos y sim-
bólicos de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética, propició una
expansión continental del autoritarismo, en forma de dictaduras militares, entre
los años 60 y 70.2
Weyland identifica unos veinte regímenes militares, entre 1962 y 1980, que
apelaron para su legitimación al tópico de la “amenaza cubana”.3 Tres en Ar-
gentina, las dictaduras de 1962, 1966 y 1976, dos en Perú (1962 y 1968), dos en
Ecuador (1963 y 1972), la brasileña de 1964, la chilena y la uruguaya de 1973
y seis en Bolivia, que abarcan casi las dos décadas completas. El estudio, por
estar centrado en Suramérica, deja fuera las dictaduras centroamericanas, en
Nicaragua, Guatemala, El Salvador u Honduras, la haitiana de los Duvalier y la
dominicana de 1963, que siguió al golpe contra el presidente Juan Bosch, que
también recurrieron al mismo argumento.
Que la expectativa de la repetición del modelo cubano era desproporcionada
pudo advertirse, dentro del propio campo de la izquierda, desde los debates en
torno al ensayo ¿Revolución en la Revolución? (1967) del marxista francés

1 Carlos Altamirano, La invención de Nuestra América. Obsesiones, narrativas y debates sobre


la identidad de América Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2021, pp. 15-21.
2 Kurt Weyland, Revolution and Reaction. The Difussion of Authoritarianism in Latin America,
Cambridge University Press, New York, 2019, pp. 4-8 y 131-173.
3 Kurt Weyland, Revolution and Reaction, cit., p. 5.
262 Las ideologías de la nación

Regis Debray y, sobre todo, a partir de 1971, cuando se superponen la integra-


ción de Cuba al bloque soviético y la breve experiencia de Salvador Allende y
Unidad Popular en Chile. Un componente fundamental de la idea de una repro-
ducción de la vía cubana, tal y como la planteara el Che Guevara en su texto
“Cuba, excepción histórica o vanguardia de la lucha contra el colonialismo”
(1961), era su distanciamiento del modelo soviético.4 Después de la muerte de
Guevara en Bolivia y la aceleración del alineamiento de Cuba con la URSS, la
ascendencia cubana sobre las izquierdas latinoamericanas perdió intensidad,
pero no se agotó.
Como sostiene Weyland, el referente cubano siguió gravitando sobre el
campo izquierdista latinoamericano, sin que la sovietización de la isla lo obs-
truyera seriamente. No sólo eso, como han observado Aldo Marchesi, Vera
Carnovale y otros autores, aunque las guerrillas marxistas latinoamericanas
objetaran diversos aspectos del modelo cubano, como el papel de la lucha rural
y el campesinado en la etapa insurreccional, la estatalización absoluta de la
economía y la ideología marxista-leninista de corte soviético, participaban de
una cultura política común.5
Incluso a mediados de los 70, cuando se completa la institucionalización
soviética del socialismo cubano y el gobierno de la isla abandona gradualmente
su respaldo a las guerrillas suramericanas, si bien mantiene su apoyo a las cen-
troamericanas, esa cultura política se preserva e, incluso, se refuerza. Sobrevi-
ve, de hecho, esa cultura política al avance de la normalización diplomática del
gobierno cubano con sus vecinos latinoamericanos, especialmente con México
y Venezuela y, de manera más superficial y casuística, con las dictaduras argen-
tina, brasileña y uruguaya.
Cuando hablamos de cultura política nos referimos, siguiendo autores como
John A. Booth y Patricia Bayer Richard, a un entramado de prácticas y dis-
cursos que produce sentidos, valores y afectos comunes.6 Los debates sobre el
modelo cubano o la vía chilena, sobre el marxismo occidental y el soviético o
sobre la lucha armada y la democrática tenían lugar en los circuitos ideológicos
o letrados de las izquierdas. Pero la cultura política de la izquierda latinoame-
ricana, durante la Guerra Fría, no sólo rebasaba al campo intelectual sino a la
propia masa militante, y compartía no pocas zonas de la propia cultura popular
continental.

4 Rafael Rojas, El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina, Turner, Madrid,
2021, pp. 207-230.
5 Vera Carnovale, Los combatientes. Historia del PRT-ERP, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011, pp.
92-120; Aldo Marchesi, Hacer la Revolución. Guerrillas latinoamericanas de los años 60 a la
caída del Muro, Siglo XXI, Buenos Aires, 2019, pp. 42-70.
6 John A. Booth, Patricia Bayer Richard, Latin American Political Culture. Public Opinion and
Democracy, SAGE/CQPRESS, Los Angeles, 2014, pp. 4-18.
Frédérique Langue y María Laura Reali 263

En diversos documentos de aquella cultura política –la poesía de Roque


Dalton, las novelas de Mario Benedetti, el ensayo Las venas abiertas de Amé-
rica Latina (1972) de Eduardo Galeano, el cine de Tomás Gutiérrez Alea y
Humberto Solás, la gráfica de las publicaciones y editoriales de izquierda (Era,
Siglo XXI, Biblioteca Ayacucho, Casa de las Américas…), Silvio Rodríguez,
Pablo Milanés y la Nueva Trova Cubana, la pintura de Guayasamín o Raúl
Martínez, la Nueva Canción Latinoamericana en todas sus variantes, Violeta
Parra, Victor Jara, Quilapayún e Inti-Illimani en Chile, Mercedes Sosa, Charly
García, Suigéneris, Serú Girán en Argentina, Daniel Viglieti y Alfredo Zitarrosa
en Uruguay, Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil y el tropicalismo en
Brasil– se ven, leen y escuchan los himnos de la resistencia contra las dicta-
duras militares.7 En los 80, cuando se extienden las transiciones democráticas,
esa cultura política, lejos de desaparecer, es reivindicada como testimonio del
autoritarismo y la represión.
Enunciado central de ese discurso fue el duelo. Las dictaduras habían pro-
ducido decenas de miles de muertos y desaparecidos y la cultura de la transición
democrática se daba acompañada de un inventario de la represión autoritaria.
En los debates sobre la teoría literaria latinoamericana de fin de siglo, emble-
máticamente en la polémica sobre Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació
la conciencia (1983) de Elizabeth Burgos, a partir de las críticas del antropólo-
go David Stoll y el crítico Mario Roberto Morales a la veracidad del testimonio
de Menchú, se llegó a sostener la tesis esencialista de que la literatura que más
plenamente correspondía a la identidad latinoamericana era la testimonial.8
La cultura política del latinoamericanismo de la Guerra Fría gravitaba pode-
rosamente hacia el testimonio de las víctimas del autoritarismo. Ese testimonio
contenía también, como se desprende de la lectura de otro ensayo central de
aquel reportorio, Calibán (1971), de Roberto Fernández Retamar, cuyas tesis
eran similares a las de Las venas abiertas de Galeano, una narrativa de la histo-
ria regional que presentaba a los guerrilleros marxistas de los años 60 y 70 (el
Che Guevara, Camilo Torres, Turcios Lima, Fabricio Ojeda, Luis de la Puente)
como continuadores, no sólo de los nacionalistas revolucionarios de la prime-
ra mitad del siglo XX (Zapata, Villa, Sandino, Guiteras, Arbenz) sino de los
próceres republicanos y liberales del siglo XIX (Bolívar, San Martín, Hidalgo,
Morelos, Juárez y Martí).
Probablemente, más que en algún pasaje de Las venas abiertas o Calibán,
aquella genealogía se socializó en la “Canción por la unidad latinoamericana”
(1975) de Pablo Milanés. El texto de Milanés partía de la idea de que la uni-
dad latinoamericana propuesta por Simón Bolívar, desde la Carta de Jamaica,

7 Ver, por ejemplo, Dorian Lynskey, 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta,
Malpaso, México, 2011, pp. 335-355.
8 John Beverly, Subalternidad y representación, Vervuert-Iberoamericana, Madrid, 2004, pp.
103-126.
264 Las ideologías de la nación

había sido frustrada por la labor divisionista del imperialismo. Durante siglo y
medio, hasta el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, se había “aplazado el
nacimiento de un mundo”. Parecería mucho tiempo, pero Milanés señala que se
trataba un “breve lapso”, “del universo, un segundo”.
Con las revoluciones y guerrillas de los años 60 y 70 se rehacía aquel hilo
roto. Los versos de “lo que brilla con luz propia/ nadie lo puede apagar/ su brillo
puede alcanzar/ la oscuridad de otras costas” aludían tanto a la propia Revo-
lución Cubana y su efecto de contagio en la región como a la alianza tercer-
mundista que, a través de la OSPAAAL y el Movimiento de los No Alineados,
podía generar el latinoamericanismo de izquierda con los procesos socialistas
de descolonización en Asia y África.
Al final de la canción, el estribillo de Milanés confirmaba la genealogía
básica de aquel latinoamericanismo: “Bolívar lanzó una estrella/ que junto a
Martí brilló/ Fidel la dignificó/ para andar por estas tierras”. La continuidad era
secular y estaba coronada, en la Guerra Fría, por liderazgos que apostaban a la
inscripción en el bloque soviético pero que, a la vez, cultivaban una reinvención
de la identidad latinoamericana. Aquel renacimiento del latinoamericanismo,
ligado a la experiencia de la revolución y la guerrilla, pudo congeniar con la
alianza soviética y, de hecho, abrió un campo para el latinoamericanismo dentro
del propio bloque soviético.
Otras canciones de aquellos, como “Yo pisaré las calles nuevamente”
(1976) de Milanés o “Fusil contra fusil” (1968) y “Santiago de Chile” (1975)
de Silvio Rodríguez, proyectaban el duelo por la muere de Guevara o Allende
sobre una justificación de la lucha armada. Otras canciones de Rodríguez en
los años 80, como “Canción urgente para Nicaragua (1982) y “El tiempo está
a favor de los pequeños” (1984), reafirmaban aquel procesamiento armado del
duelo y rehacían la misma teleología liberal-socialista de la historia latinoame-
ricana por medio de invocaciones a los “espectros” de Simón Bolívar, el Che
Guevara y Salvador Allende. Estos espectros se atribuían a “tres caminantes”,
que siguieron el “mismo camino”, corrieron una “idéntica suerte”, “se hicieron
gigantes” y “burlaron la muerte”.
Si la revolución y la guerrilla fueron señas de la identidad continental, las
dictaduras y el autoritarismo también impondrían una lógica regional. La cola-
boración entre esas dictaduras, a través de la Operación Cóndor y la estrategia
de Seguridad Nacional, muestra un entendimiento básico, puesto en función de
la represión, en la que intervinieron activamente los servicios de inteligencia de
Estados Unidos. Desde un punto de vista ideológico, el eje de aquellas alian-
zas era el anticomunismo.9 Un anticomunismo que, significativamente, también
apelaba al nacionalismo latinoamericano e, incluso, al monroísmo, que algunos
remontaban a Bolívar. Aunque hubo críticas a las dictaduras y raras confluen-

9 Patrick Iber, Neiher Peace nor Freedom. The Cultural Cold War in Latin America, Harvard
University Press, Cambridge, Massachusetts, 2015, pp. 116-144.
Frédérique Langue y María Laura Reali 265

cias con la Nueva Izquierda marxista, ese latinoamericanismo anticomunista


puede constatarse en las labores del Congreso por la Libertad de la Cultura,
el Instituto Latinoamericano de Relaciónes Internacionales (ILARI), la revista
Mundo Nuevo y la obra de autores como el colombiano Germán Arciniegas o el
peruano Luis Alberto Sánchez.10
Desde el arranque de la Guerra Fría, a fines de los 40, el macartismo y las
dictaduras reforzaron la matriz narrativa de que el autoritarismo formaba parte
constitutiva de lo latinoamericano desde el siglo XIX.11 Esa narrativa se reforzó
con las juntas militares y las dictaduras de “seguridad nacional” entre los años
60 y 70, como advirtiera un temprano ensayo del chileno Luis Maira.12 Con las
guerrillas marxistas, en aquellas mismas décadas, la identificación de la región
desde la lógica autoritaria se vio poderosamente desplazada por un latinoameri-
canismo que postulaba el cambio revolucionario como eje del sentido histórico
del continente.
Es posible identificar algunos elementos discursivos de aquel latinoame-
ricanismo de izquierda, durante la Guerra Fría. Dispositivos que tienden po-
derosamente a un tipo de representación del cuerpo en el contexto de la lucha
social. Uno de ellos, ya mencionado, tiene que ver con el duelo por las muertes
y desapariciones de los regímenes militares. En Chile se contabilizan más de 3
200 y en Argentina no menos de 30 000. Siendo presidente José Mujica, el go-
bierno uruguayo identificó 485 víctimas. Durante el último mandato de Dilma
Rousseff, la Comisión Nacional de la Verdad, que encabezaba Rosa Cardoso
reconoció 431 entre muertos y desaparecidos.
Las cifras aumentan si nos trasladamos a las dictaduras centroamericanas en
los años 80. En la guerra civil salvadoreña se calculan 75 000 muertos y 15 000
desaparecidos, mientras que en la de Guatemala se llega a las máximas cifras
con 200 000 personas, en su mayoría indígenas asesinados, y 45 000 desapare-
cidos. Estas cifras las ha aportado recientemente el Informe de Esclarecimiento
Histórico, promovido por el Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos
y basado en una investigación exhaustiva en archivos militares. De acuerdo con
esa investigación el 93% de esos crímenes fueron cometidos por el Ejército.
La escritora haitiana Edwidge Danticat, conocedora de las masacres y tira-
nías de su país, ha definido el duelo como “una enseñanza cruel”, en la que se
aprende de golpe “lo lleno de rabia que estás”, “lo insustancial que puede ser
el pésame” y “lo mucho que tiene que ver la pena con el lenguaje, con la inca-
pacidad del lenguaje y con la necesidad del lenguaje”.13 Por su parte, la estu-

10 Marta Ruiz Galbete, “Los trabajos intelectuales del anticomunismo: el Congreso por la Liber-
tad de la Cultura”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Núm. 13, 2013, https://journals.openedi-
tion.org/nuevomundo/66101?lang=es
11 Daniel Cosío Villegas, Extremos de América, FCE, México, 2004, pp. 230-234.
12 Luis Maira, Las dictaduras en América Latina, CESOC, Santiago de Chile, 1986, pp. 13-36.
13 Edwidge Danticat, Sobre el duelo, Random House Mondadori, México, 2020, p. 8.
266 Las ideologías de la nación

diosa Jean Franco sostiene que el duelo es un componente central del lenguaje
político latinoamericano de fines del siglo XX y principios del siglo XXI.14
Una manifestación evidente de esto último sería la experiencia zigzagueante e
inconclusa de los procesos de memoria, justicia y verdad, en cada uno de los
países de la región. Procesos de duelo que, ahora, se reactivan con fenómenos
generalizados de violencia, de naturaleza distinta a los de la Guerra Fría.
El duelo ha formado parte, tradicionalmente, de la tradición revolucionaria
y populista latinoamericana. Algunos de los dramas centrales de la política re-
gional están ligados a episodios reconocibles de esa tradición como el asesinato
de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, la muerte de Evita Perón en 1952, el suicidio
de Getulio Vargas en 1954, la ejecución del Che Guevara en 1967 y la inmola-
ción de Salvador Allende en 1973. El martirologio de la izquierda latinoameri-
cana, en la Guerra Fría, alienta resortes afectivos en los que el cuerpo del héroe
sacrificado adquiere una connotación sagrada.
El mesianismo recorre toda aquella cultura política latinoamericana de fines
del siglo XX. En la Teología de la Liberación de pensadores como Gustavo
Gutiérrez y Leonardo Boff, después del Concilio Vaticano II, observamos una
resemantización cristiano-marxista de arquetipos como el “pobre”, la “vícti-
ma” y el “sacrificado”, que ilustran esa representación del cuerpo. El sacerdote
colombiano Camilo Torres y el guerrillero argentino Ernesto Guevara serían
dos referentes visibles de aquel mesianismo. El sacrificio del líder implicaba la
promesa de una reparación y un regreso, protagonizados por las nuevas genera-
ciones de revolucionarios latinoamericanos.
En el clásico Caminos de utopía (1950), Martin Buber distinguía dos tipos
de escatologías providenciales, la “profética”, que depende de la “preparación
para la redención”, y la apocalíptica, que prefigura un fin ineluctable.15 Curio-
samente, Buber asociaba el marxismo con la variante apocalíptica y reservaba
la dimensión profética a distintas ramas teológicas de la tradición judeo-cris-
tiana. En el mesianismo latinoamericano de la Guerra Fría parece predominar
la corriente profética, dados los constantes llamados al cumplimiento de una
promesa o a la realización de una profecía. Los revolucionarios cubanos busca-
ron realizar la profecía de José Martí, los guerrilleros colombianos la de Gaitán,
buena parte de la Nueva Izquierda latinoamericana se propuso ser como el Che
Guevara y la causa del socialismo democrático, todavía hoy, tiene como a uno
de sus mártires primordiales a Salvador Allende.
David Brading exploró ese imaginario profético en el caso mexicano, en
su libro Mito y profecía en la historia de México (1988). Siguiendo a John
Womack y Jean Meyer, sostenía que el carácter profundamente popular y espe-
cíficamente campesino de la Revolución Mexicana conectaba con un trasfondo

14 Jean Franco, Una modernidad cruel, FCE, México, 2013, pp. 6-13.
15 Martin Buber, Caminos de utopía, FCE, México, 2014, pp. 20-21.
Frédérique Langue y María Laura Reali 267

de representaciones milenaristas y quiliásticas del tiempo mexicano, en los que


pesaban la profecía y la revelación.16 Advertía también Brading que filósofos y
poetas, como José Vasconcelos y Octavio Paz, a pesar de sus respectivas apro-
ximaciones al liberalismo y al socialismo, tuvieron que recurrir al mito para
explicar la historia política del siglo XX mexicano.
La cultura profética de la Guerra Fría latinoamericana también se coloca
en la misma tensión o paradoja. Tras el predominio de izquierdas heterogénea-
mente marxistas, la reconfiguración ideológica y simbólica de la región se de-
cantó por una apelación al repertorio populista o nacionalista revolucionario del
siglo XX. El determinismo marxista de la sucesión de modos de producción,
entre la comunidad primitiva y la sociedad comunista, que había alentado de-
bates tan intensos como el de la naturaleza feudal o capitalista de las economías
latinoamericanas, fue reemplazado por una teleología ideológica, que perfecta-
mente podía reclamar el legado del liberalismo decimonónico, contra el que se
movilizaron las revoluciones y los populismos del siglo XX.
Aquella cultura profética pudo sobrevivir a las transiciones a la democracia
que descontinuaron, por la vía institucional, la posibilidad de la revolución y,
de hecho, produjeron la desmovilización casi generalizada de las guerrillas,
por medio de políticas de la memoria que reproducían el duelo. No sólo las
comisiones de verdad y justicia, que se instalaron en muchos países: también
los memoriales y monumentos a las víctimas de las dictaduras militares se es-
tablecieron como esos lugares de la memoria, donde se escenificaba la liturgia
cívica de las nuevas democracias latinoamericanas.
El Nuevo Cine Latinoamericano de los 80 –La historia oficial y La noche de
los lápices en Argentina, los documentales de Estela Bravo y Patricio Guzmán
sobre Chile, Héctor Babenco, Nelson Pereira dos Santos y Bruno Barreto en
Brasil–, que se produjo durante los años de despegue de las transiciones demo-
cráticas, desarrolló aún más el lenguaje del duelo. Al nivel del Estado, las tran-
siciones democráticas introducían normas y leyes para asegurar la competencia
electoral, la división de poderes y el pluralismo político, pero la sociedad civil
y la cultura política seguían girando, en buena medida, en torno a un reclamo
de justicia restaurativa frente al periodo dictatorial.
Aquel latinoamericanismo de la Guerra Fría chocaría muy pronto con las
plataformas de integración regional de los años 90, que convocaban a demo-
cracias, regidas por gobiernos que aplicaban políticas económicas fuertemente
orientadas a la expansión del mercado. Los foros de integración de entonces,
las Cumbres Iberoamericanas y las de las Américas, organizadas respectiva-
mente por la Secretaria General Iberoamericana y el gobierno de España, y el
de Estados Unidos y la OEA, muy pronto resultaron limitadas para dar cabida al
latinoamericanismo de la izquierda regional. La crisis de la Cumbre de Mar del

16 David Brading, Mito y profecía en la historia de México, Vuelta, México, 1988, pp. 167-171.
268 Las ideologías de la nación

Plata en 2005, el surgimiento de la Alianza Bolivariana y, poco más tarde, de


UNASUR, impulsadas por Hugo Chávez y sus aliados en el Caribe y Suramé-
rica, fueron buenas evidencias de aquella contradicción.
El bolivarianismo hizo perceptible otro componente de la reinvención de la
identidad latinoamericana en el cambio de siglo: la iconocracia. Este término,
formulado por el historiador, crítico y ensayista de Barcelona, Iván de la Nuez,
alude a un repertorio simbólico en el que las ideas y los valores son reificados
encarnados en símbolos e imágenes. Las revoluciones y los populismos, sus
héroes y sus mártires, acaban representados como íconos que funcionan como
marcas publicitarias. El cuerpo del mártir sufre una nueva metamorfosis, que
podría condensare en el paso de la foto del cadáver de Guevara, en el lavadero
de la escuelita de La Higuera, al Che de Korda, publicitado por el editor italiano
Giangiacomo Feltrinelli.
El panteón heroico en el latinoamericanismo de la post-Guerra Fría traspasó
las fronteras ideológicas y generó galerías de mártires, en las que se superpo-
nían los perfiles de los próceres. Los murales de la cultura popular chavista
colocan los rostros de Guevara, Allende, Chávez y Fidel en una misma pared.
Otras veces son Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y
Nicolás Maduro, las figuras destacadas en relieve. Uno de los más famosos
murales, en un barrio popular de Caracas, representa una última cena en la que
aparecen Jesucristo, Simón Bolívar, Simón Rodríguez, el guerrillero venezola-
no Fabricio Ojeda y el líder comunitario Alexis González.
La iconocracia produce una visión muralista de la historia que, por fuerza,
es unidimensional y homogeneizante. Los rostros de los héroes, uno al lado
del otro, uniforman tradiciones ideológicas diversas y experiencias políticas
distintas. Iván de la Nuez encuentra en el muralismo mexicano del periodo
revolucionario la estructura gramática fundacional de una representación visual
de la historia, que se renueva con la fotografía, la gráfica y el cine cubanos de
los años 60 y 70.17 La iconocracia bolivariana, por tanto, traza una línea de
continuidad con las estrategias de legitimación simbólica de las izquierdas de la
Guerra Fría, pero se coloca más claramente en una perspectiva post-ideológica
a través de la consagración de la imagen.
El abandono práctico de los resortes ideológicos de la Guerra Fría tiene
sentido en el contexto de la uniformación iconocrática del latinoamericanismo
en las últimas décadas. Esa ficticia homogeneidad “nuestramericana”, como
le han llamado Mauricio Tenorio y Luis Roniger, entra en contradicción con
algunas demandas centrales del nuevo constitucionalismo latinoamericano, que
impulsaron protagónicamente los gobiernos bolivarianos en la primera década
del siglo XXI. Demandas como la del estado plurinacional en Bolivia o las
de los derechos de las comunidades afrodescendientes y pueblos originarios

17 Iván de la Nuez, Iconografía, Turner, Madrid, 2016, pp. 36-37.


Frédérique Langue y María Laura Reali 269

suponían el tránsito del discurso de la identidad al de la diversidad cultural. Un


tránsito que se movía en dirección contraria al latinoamericanismo identitario
continental.18
En un libro reciente, Luis Roniger observa que la retórica y la práctica
geopolítica “nuestramericana”, al entrar en tensión con las agendas multicultu-
rales y plurinacionales domésticas, contribuyeron a la “erosión” de la solidari-
dad continental.19 No sólo eso, de la investigación de Roniger se desprende que
el geopoliticismo bolivariano también tuvo un efecto negativo sobre las propias
estrategias de inclusión de minorías y sectores marginados y vulnerables que
habían catalizado el ascenso de aquellos proyectos de izquierda al poder.
A manera de cierre, podría sugerirse la hipótesis de que los tres elementos
del lenguaje político latinoamericanista de la Guerra Fría, duelo, mesianismo
e iconocracia, aquí analizados, tienen un recorrido previo y posterior al mundo
bipolar. Lo que significa que pueden reproducirse en diversos contextos de la
historia continental. Pero, tal vez, sus fricciones con la dinámica de los Estados
y las sociedades civiles de la región, en el periodo de la generalización demo-
crática de los últimos treinta años, se vuelven más agudas. La constatación de
esos desencuentros nos coloca, nuevamente, ante la disyuntiva de que ese lati-
noamericanismo siga reproduciendo sus mismas pautas o renueve su narrativa
y la acomode a la creciente complejidad del siglo XXI.
El soporte épico del discurso latinoamericanista, que apela constantemente
al legado de las gestas emancipatorias de los siglos XIX y XX, no es irrecon-
ciliable con la forma democrática de gobierno. Sin embargo, en las narrativas
de legitimación de los Estados emerge, con frecuencia, como testimonio de
una era perdida de heroísmos nacionales, como si la democracia fuera un tiem-
po sin memoria ni duelo, desconectado de la identidad histórica latinoameri-
cana. Esa perspectiva, que recae en viejas identificaciones de América Latina
con tradiciones autoritarias, se ve diariamente confrontada por la realidad de
la post-Guerra Fría y de los procesos democráticos de la región. El presente
de nuestras naciones ilustra las enormes dificultades de una reinvención de la
identidad latinoamericana desde el paradigma generalizado de la democracia
constitucional.
Los estallidos sociales que se produjeron en América Latina y el Caribe,
entre 2017 y 2021, colocaron en el centro de la escena de la interpelación y la
contestación al poder a nuevos actores, como las mujeres, los jóvenes, los acti-
vistas ambientalistas, los pueblos originarios y las comunidades indígenas. El
lenguaje de esas protestas recurrió a símbolos e íconos muy distintos a los del
latinoamericanismo de la izquierda tradicional.

18 Mauricio Tenorio, Larin America. The Allure and Power of an Idea, University of Chicago
Press, Chicago, 2017, pp. 7-15.
19 Luis Roniger, Transnational Perspectives on Latin America. The Entwined Histories, Oxford
University Press, New York, 2022, pp. 181-204.
LOS AUTORES y LAS AUTORAS

Armando Chaguaceda
Investigador en Gobierno y Análisis Político AC. Experto país del proyecto
V-Dem (Universidad de Gothemburg). Especializado en el estudio de los proce-
sos de democratización y en la relación estado-sociedad civil en Latinoamérica
y en Rusia.

Edgardo Manero
Doctor en sociología por la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales
(EHESS) Francia. Investigador del Centro Nacional de Investigaciones Cientí-
ficas de Francia (CNRS) y docente de la EHESS de París. Director de la revista
Apuntes Estratégicos. Sus investigaciones se centran en las transformaciones
del/en el pensamiento estratégico, las violencias estatales e infraestatales, las
problemáticas de seguridad y defensa, las identidades y las alteridades, los na-
cionalismos y los populismos latinoamericanos. Entre sus publicaciones más
recientes se encuentran Nacionalismo(s), Política y Guerras en la Argentina
plebeya, 1945-1989 (2014) y Sécurité et désordre global. Les Amériques: un
terrain d’expérimentation (2020).

Ezequiel Saferstein
Doctor en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires), Investigador Asis-
tente del CONICET con sede en el CEDINCI-UNSAM. Es docente de grado y
posgrado en UBA, UNSAM e IDES-UNGS. Su área de trabajo es la sociología
de la cultura, especialmente las relaciones entre el mundo de la edición y la po-
lítica. Ha publicado trabajos en la Argentina y diversos países y el libro Cómo
se fabrica un best-seller político (2021). Es editor de Edición y revolución en
la Argentina, en prensa.

Federico Tarragoni
Agrégé de ciencias económicas y sociales, sociólogo y profesor asociado de la
Université París Cité. Es el fundador del Centro de Investigaciones Interdisci-
272 Las ideologías de la nación

plinarias sobre lo Político (CRIPOLIS) y codirige el Laboratorio de Cambio


Social y Político (EA 7335).

Frédérique Langue
Doctora y HDR en historia, directora de investigación en el CNRS e investiga-
dora en el Instituto de Historia del Tiempo Presente (IHTP), profesora invitada
en varias universidades europeas y latinoamericanas. Fundadora y directora
editorial de la primera revista americanista en línea Nuevo Mundo Mundos Nue-
vos (2001-2012). Especialista en historia cultural de América Latina, especial-
mente Venezuela –donde ha sido profesora de universidad– y España, historia
del tiempo presente, historia de las sensibilidades y emociones, y humanidades
digitales. Coordinadora (PI) del International Research Network HISTEMAL
(CNRS-InSHS), "Historia del tiempo presente, memoria y emociones en Amé-
rica Latina y España". Miembro correspondiente de la Academia Nacional de
la Historia de Venezuela.

Javier Franzé
Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, Espa-
ña, donde se desempeña como profesor e investigador. Sus líneas de investiga-
ción son la historia del concepto de política, con especial atención a la relación
entre la política, lo político, la ética y la violencia, y los problemas históricos y
epistemológicos de la "recepción" de pensamiento "internacional" en América
Latina, enfocados centralmente en la discusión de nociones como "lo propio" y
"lo ajeno", "lo auténtico" y "la copia".

Jo-Ann Peña Angulo


Licenciada en Historia, Magister en Ciencias Políticas y Doctorando en His-
toria Contemporánea, Universidad de Sevilla. Autora de diversos artículos en
revistas y libros. Profesora de la Escuela de Historia, Universidad de Los An-
des, Venezuela.

Julián Melo
Licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad de Buenos Aires y Doctor
en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad
de Buenos Aires. Actualmente es investigador adjunto del Conicet y profesor
adjunto de IDAES de la Universidad Nacional de San Martín. Sus líneas de
investigación se concentran en temáticas relativas a las identidades políticas, el
populismo y el análisis del discurso.
Frédérique Langue y María Laura Reali 273

Manuel Gárate Chateau


Académico del Instituto de Historia de la P. Universidad Católica de Chile.
Doctor en Historia y Civilizaciones de la EHESS, París y Magíster en Cien-
cia Política. Es además investigador asociado del IHTP. Sus investigaciones se
han concentrado en la historia reciente de Chile. Extiendo mis agradecimientos
al Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social - COES - ANID/FON-
DAP/15130009

María Laura Reali


Doctora en Historia (EHESS, París, 2005), docente e investigadora titular en
la Universidad de París. Miembro del Comité de redacción de Nuevo Mundo,
Mundos Nuevos. En el espacio geográfico rioplatense (Uruguay, Argentina y
Paraguay) y desde una perspectiva transnacional, estudia el revisionismo histó-
rico y, en particular, los discursos y prácticas políticas de integrantes del Partido
Nacional uruguayo. Analiza la producción y circulación de prácticas políticas
y guerreras: alteridades, violencia política, exilio, combatientes y veteranos de
guerra en los últimos decenios del siglo XIX y comienzos del siguiente.

Martín Vicente
Doctor en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires), Investigador Ad-
junto del CONICET en la UNCPBA y docente en UNMdP. Ha dictado cursos
de posgrado en diversas universidades y publicado trabajos sobre historia po-
lítico-intelectual en la Argentina, Brasil, Estados Unidos, Francia entre otros
países. Es autor de De la refundación al ocaso (2015) y co-coordinador de Las
derechas argentinas en el siglo XX (tomo I, 2021 y tomo II en prensa) y La
Argentina y el siglo del totalitarismo (2022).

Matías Borba Eguren


Licenciado en historia (FHCE-UdelaR, Uruguay, 2019) y estudiante de la
Maestría en Historia Rioplatense (FHCE-UdelaR). Docente grado 1 del De-
partamento de Historiología, del Instituto de Historia de la FHCE. Integrante
de los Grupos de Investigación Autoidentificado CSIC “Claves del siglo XIX
en el Río de la Plata” y “Tendencias y debates historiográficos en Uruguay y la
región (siglos XIX y XX)”. Responsable del proyecto de Iniciación a la Investi-
gación, financiado por CSIC, “Carlos Pastore: resistencia, exilio y escritura de
la Historia en el Paraguay autoritario”.
274 Las ideologías de la nación

Rafael Rojas
Doctor en Historia y profesor e investigador del Centro de Estudios Históricos
de El Colegio de México. Miembro de la Academia Mexicana de la Historia,
director de la revista Historia Mexicana y miembro del comité editorial de las
revistas Istor. Revista de Historia Internacional (CIDE) y Cuban Studies (Har-
vard University). Premio Matías Romero (2001), Anagrama de Ensayo (2009)
e Isabel de Polanco (2009). Sus últimos libros son El árbol de las revoluciones.
Ideas y poder en América Latina (Madrid, Turner, 2021) y La epopeya del sen-
tido. Ensayos sobre el concepto de Revolución en México (Ciudad de México,
El Colegio de México, 2022).

Sergio Morresi
Doctor en Ciencia Política (Universidad de San Pablo), Investigador Adjunto
del CONICET con sede en la Universidad Nacional del Litoral, donde es do-
cente. Publicó La nueva derecha argentina (2008) y es co-autor de Mundo PRO
(2015) y co-coordinador de Saber lo que se hace (2013) y Hagamos equipo
(2014). Publicó trabajos en Argentina y otros países sobre temas de teoría polí-
tica, historia intelectual e historia y análisis político.

Ysrrael Camero
Historiador en la Universidad Central de Venezuela, Máster en Sociedades
Históricas y Formas Políticas en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona,
España. Docente de historia y relaciones internacionales en el Instituto de Hu-
manidades Francesco Petrarca de Madrid.

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