04 Comunion

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Sesión

04
28/01/13

Lumen Gentium: LA IGLESIA MISTERIO DE


COMUNIÓN
La fuente, el origen, el modelo y el sentido de la misión de la Iglesia es el Misterio de Dios revelado en Jesús
de Nazaret. El Dios cristiano es un Dios amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que viven en la más perfecta y
sublime comunión. Desde esta comprensión de Dios, la eclesiología de
“comunión” es la idea fundamental y central.

ACERCA DEL TÉRMINO COMUNIÓN


El concepto “comunión” es un concepto globalizante ya que define a
Dios, a la persona humana, a la comunidad-Iglesia; también define la
relación entre Dios y el hombre y entre el hombre y los demás seres de
la creación y define el futuro de la humanidad: la “plena comunión”,
donde Dios habitará con la humanidad y ellos serán su pueblo y él será
el Dios con ellos (Cf. Apoc. 21, 1-14; I Corint.15,28).
Comunión también es un concepto “radical”. Como quiere reflejar la
expresión “misterio de comunión” y esto es así porque la raíz, el origen
de la Iglesia, no es un nuevo código de leyes o moral más perfecta,
tampoco un ideal sublime de virtud, ni un pacto para ser más eficaces
en transformar el mundo y ser más felices. La raíz de la Iglesia está en el amor gratuito y misericordioso
de Dios revelado en Jesús.
El Vaticano II utiliza en 122 ocasiones el término comunión (en el Vaticano I no pasó de cinco) y, aunque
no define a la Iglesia como “comunión”, en diversas ocasiones usa dicho término: “el Espíritu Santo
unifica la Iglesia en comunión y ministerio” (LG 4; AG 4); habla de comunión jerárquica, de comunión en
la fe, de comunión de las iglesias.
Las reflexiones postconciliares primaron la categoría “Pueblo de Dios” como exponente de la
eclesiología conciliar, siendo escasos los estudios que se dedicaron al tema de la comunión. Pero
progresivamente se fue recibiendo la idea de comunión como expresión auténtica y genuina de la
empresa conciliar, y el Sínodo de los obispos de 1985 señaló que: “la eclesiología de comunión es una
idea central y fundamental en los documentos del concilio”.

RAÍCES DE LA COMUNIÓN EN EL CONCILIO VATICANO II


Como vimos en el tema anterior el Dios cristiano es comunión (trinidad). Dios no es sólo el yo solitario
del Padre, tampoco es el yo-tú del Padre-Hijo; es el nosotros del Padre, el Hijo y el Espíritu. De ahí que
Lumen Gentium presente a la Iglesia como fruto de la Trinidad (LG 2.3.4) “Es un pueblo reunido en la
unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 3). Pero en el concilio la visión de comunión subyace
también en otros aspectos:
El hombre y la mujer, abiertos a la comunión. El Concilio Vaticano II comprende a la persona como un
ser abierto a la comunión, hecha para la comunión con otras personas (GS 14) que tiene necesidad de la
vida social para alcanzar su realización personal. El mandamiento de Jesús “amaos los unos a los otros”
es consustancial a esa naturaleza humana; el hombre nuevo es un hombre comunitario: vive en
comunión con Dios y con sus hermanos.
La comunión, sentido último de la misión de Cristo. Esta
comunión, rota por el hombre con respecto a sí mismo, a Dios, a
los otros hombres y a la misma naturaleza, será reconciliada por
Cristo (2 Cor. 5,18-21) que vino para realizar la “reunión de todos
los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52), verdadero
objetivo y sentido último de la misión de Cristo.
La comunión en la iglesia, imagen del Cuerpo de Cristo. San
Pablo utiliza la imagen de cuerpo de Cristo para expresar la
estrecha relación de la Iglesia con Cristo. Como miembros del
cuerpo humano, aunque sean muchos, constituyen un solo
cuerpo, en el que hay variedad de miembros y de tareas (1 Cor.
12,13). Para hablar de la Iglesia como comunión, el Concilio ha
querido centrarse en una revelación transcendental: no sólo el
hombre es un ser comunitario, también Dios lo es.
El Vaticano II pone de relieve la naturaleza trinitaria del misterio de la Iglesia: decisión del Padre
realizada por Cristo en la fuerza del Espíritu. La comunión es el fruto de la manifestación del amor de
Dios que se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da para hacer de todos nosotros
“un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32).

ALGUNOS RASGOS, VALORES Y ACTITUDES DE ESTA IGLESIA COMUNIÓN


1. Lo místico, frente al predominio de las cosas, de la técnica, del legalismo, de la acción, del
ritualismo, del moralismo. Lo místico es la experiencia del Dios de vivos, no de muertos, que quiere
que el hombre viva con los demás seres de la creación. El místico acentúa el ser sobre el hacer y el
tener: ser hijos de Dios y hermanos por encima de todo tipo de grupos, carisma, ministerio,
parroquia...; armoniza lo uno, lo común, lo que es esencial a todos, pero, a la vez, respeta y valora lo
concreto, lo particular, lo diverso. Mística es la persona universal y cósmica, que puede sanar y
salvar sin dividir ni destruir, ya que pone en juego la forma más elevada de energía: el amor.

2. La justicia. La comunión exige justicia, ya que sin justicia no puede haber comunión. Esta justicia
designa:
• Relación con Dios, que es amor y único Señor: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt. 6, 24).
• Relación con uno mismo, esto es, ser íntegro, no dividido.
• Relación con los demás, que implica reconocimiento y respeto de la dignidad intrínseca de todos
los miembros y de sus derechos fundamentales; de su dignidad como miembro de Cristo y templo
del Espíritu, como hijos de Dios y hermanos. Exige la creación de cauces que posibiliten el
desarrollar las cualidades (talentos) de cada uno y respeto de las legítimas diferencias...
• Relación con el mundo, con la naturaleza.
Se oponen a la justicia y, por tanto, a la comunión, la opresión, la desigualdad, las discriminaciones y
marginaciones, los privilegios, los escalafones, el elitismo, los intereses insolidarios de los grupos, el
predominio, el menospreciar y excluir al débil, al pequeño (Cf. I Corint. 1, 18-25; Mt. 18, 1-14).

3. Libertad y solidaridad. Reconocer y respetar la dignidad de la persona y del pueblo implica


reconocerla y respetarla como sujeto responsable, creando condiciones en orden a tener libertades
y que pueda ejercer su protagonismo. No respetarlo va contra la dignidad del cristiano como
persona-sujeto y contra el Espíritu que sopla donde quiere (Cf. Jn. 3, 7) y que oculta su misterio a los

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sabios y entendidos y se lo revela a los sencillos (Cf. Mt. 11, 25). Es fundamental que la comunión se
haga desde la libertad, no desde una voluntad forzada (Cf. GS. 17; VS. 38; 86), porque sin libertad no
puede darse comunión verdadera.
En Cristo se nos revela el verdadero y pleno sentido de la libertad; libertad para la comunión;
libertad de integración, no de división, ya que rompe las barreras entre judíos y gentiles, entre
judíos y samaritanos, al abolir todo privilegio, dominio o poder
explotador (Cf. Mt. 20, 25-28).
En la cruz de Cristo aparece la libertad en todo su significado. Es una
libertad, que no es huida, ni evasión, sino una libertad que se hace siervo
del pueblo y mártir por él, para que nazca la comunidad de hijos y de
hermanos. El auténtico camino de la libertad es la pobreza evangélica y
la opción y solidaridad con la causa de los últimos.
“Hermanos, habéis sido llamados a ser libres. Pero no uséis esta libertad
para dar rienda suelta a vuestros instintos. Más bien servíos por amor los
unos a los otros” (Gal.5, 13).
Ahora bien, para ser libres necesitamos ser liberados: “Cristo nos ha
liberado para que disfrutemos de la libertad” (Gal. 5, 1). Necesitamos ser
liberados:
• De la libertad autosuficiente, para vivir una libertad que camine
junto con los demás en coordinación, diálogo, colaboración..
• De la mentira, engaño, falsedad, para vivir en la verdad. Ser libre
es un servicio a la verdad y, de este modo, ser profetas, que anuncian y
denuncian.
• De la solidaridad con el pecado del mundo, para vivir la alianza salvadora de Dios en Cristo con
el pueblo de Dios, con la humanidad y con el cosmos...
• Del individualismo, indiferencia, insensibilidad, para vivir el amor según el Sermón de la
Montaña.
• Del miedo que nos paraliza, nos ciega, nos arrastra a la defensiva, para vivir el abandono, la
confianza en el Padre.
• Del poder impositivo y opresivo, del particularismo, del culto a la personalidad, de todo tipo de
fuerza y violencia, para vivir el servicio humilde.
• De la esclavitud de la ley y de la religión de las obras, para vivir la ley del Espíritu y de la gracia.

4. La gratuidad. La comunidad cristiana en su raíz es gracia. Somos justificados gratuitamente por la fe,
no por la obras. La experiencia originaria y profunda de la comunidad creyente es la experiencia del
amor gratuito de Dios-Padre, que en Cristo por el Espíritu nos hace hijos y hermanos.
A la luz de Cristo, el Hijo de Dios, don gratuito del Padre, el otro es una llamada permanente a la
fraternidad, incluso cuando el ambiente lo rechaza, cuando los amigos lo abandonan, cuando el
mismo avanza por un camino equivocado, cuando su rendimiento disminuye y otros lo sustituyen,
cuando ya no resulta útil para nadie. Ni siquiera el hombre de negocios, ni la divorciada, ni la
prostituta envejecida, ni el preso, ni el enfermo del SIDA pierden su calidad de hermanos.
Desde la gratuidad el hombre nace sólo nace como hermano, cuando se afirma por lo que es y no
por lo que hace. Sin gracia no es posible la fraternidad.

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5. Entrañas de misericordia. La misericordia es ese amor que brota ante el sufrimiento ajeno, sobre
todo, cuando se trata de un sufrimiento injustamente infligido, a fin de erradicarlo juntos. El
hombre misericordioso encarna la aflicción del pueblo. Misericordia, que ante el fallo del otro se
hace perdón, acogida y estímulo para la conversión.
La experiencia del pasado y de nuestro tiempo demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente
para crear la “comunión entre los hermanos”. Más aun, la sola invocación de la verdad, de la justicia
y los derechos nos pueden inmovilizar y terminar estando más oprimidos y marginados los
pequeños, los débiles, los indefensos, pues a las razones y derechos de estos se le opondrán las
razones y los derechos de los más fuertes que saldrán triunfando y además de modo legítimo según
la ley.
Para crear la comunión en nuestro mundo conflictivo es preciso emprender de difícil camino de la
misericordia revelada en la cruz de Cristo. Esto no supone enmascarar las situaciones conflictivas y
tensas, pues querer ocultarlas supondría incapacitarnos para transformar la realidad, pues nada
puede ser transformado, si primero no es aceptado y asumido.
Sin embargo, aparecen signos esperanzadores y creadores de novedad allí donde los hombres están
dispuestos a confrontarse en el interior de una misma comunidad, conscientes de que la Iglesia
puede ser un lugar en el mundo donde, a causa del evangelio, es posible vivir unidos a pesar de los
conflictos, emprendiendo así el camino del amor misericordioso y
compasivo.
Esta visión comunitaria no excluye el que toda institución tenga
sus exigencias y se necesiten también criterios de selección en
ciertos aspectos y tareas, ya que, de lo contrario, se caería en un
uniformismo igualitario y conformista pernicioso: “todo da igual”;
“todos sirven para todo”...El igualitarismo uniformista lleva
consigo la negación de la persona, de sus cualidades y
capacidades y negación también del amor, que incluye
reconocimiento y respeto del otro en cuanto distinto.
Hay que aceptar las legítimas diferencias en la caridad y
complementariedad. Cada uno y cada grupo ha de tener
conciencia de los límites y de su función específica, sabiendo que
el plan es comunitario. La buena salud comunitaria resultará, si las funciones realizan aquello para
lo que están y si todas ellas tienen la visión de conjunto y, teniendo igual trato unos con otros, se
camina al paso de la gente sencilla (Cf. Rom. 12, 1-16).

PARA PENSAR Y DIALOGAR

Cómo suele entenderse la comunión en nuestros ambientes, en nuestra parroquia…. ¡Como


uniformidad? ¿Cómo obediencia a la jerarquía?...

Cómo reconciliar a la familia humana si no somos capaces de reconciliarnos en la comunidad


eclesial.

Cómo crees que se puede conciliar amor, comunión, conflicto.

De qué necesitamos ser liberados para poder amar y servir.

Qué consideras necesario para poder vivir la corresponsabilidad en la Iglesia

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