Sor Juana Inés de La Cruz

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Sor Juana Inés de la Cruz (1651

[¿1648?]-1695)
Juana Ramírez de Asbaje nació el 12 de noviembre de 1651 (o de 1648) en
San Miguel Nepantla en una hacienda ubicada al pie de los volcanes, fue
criolla probablemente de ascendencia vasca. En un texto autobiográfico, la
poeta cuenta que su amor por las letras se dio –y así lo dice– “desde que me
rayó la primera luz de la razón”/1, y que a la edad de tres años, siguiendo a
su hermana, tomó lecciones y aprendió a leer.

La curiosidad siempre la motivó a leer y a estudiar. A la edad de siete años,


y al enterarse de la existencia de la Universidad de México, solicitó a su
madre que la enviara a estudiar allá, disponiéndose a cambiar el vestido por
uno masculino si fuese necesario. Ante la negativa materna, se consoló
devorando los libros de la biblioteca de su abuelo. Se armó de constancia y
disciplina, a tal grado que, niña aún, se abstuvo por ejemplo de comer
queso, puesto que había oído decir “que hacía rudos”/2, es decir, que
entontecía a las personas. Empezó a estudiar gramática con tal dedicación
que cortaba su cabello imponiéndose el aprendizaje de una lección
determinada mientras crecía, volviendo a cortarlo si aún no dominaba lo que
se había propuesto aprender, ya que para ella “no parecía razón que
estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias,
que era más apetecible adorno”/3. Según el Padre Calleja, primer biógrafo
de Sor Juana, a los ocho años compuso una loa para la fiesta del Santísimo
Sacramento.

Tras la muerte de su abuelo en 1655, fue enviada a la ciudad de México, a


vivir con su tía materna, María Ramírez, quien estaba casada con Juan de
Mata, hombre acaudalado que gozaba de influencia en la corte del virrey
Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera. La joven entró a la
corte, vivió ahí entre los dieciséis y los veinte años, y fue respetada por su
prodigiosa inteligencia, a tal punto que el virrey, admirado por su erudición,
sometió a la joven a un examen ante cuarenta hombres de letras: teólogos,
filósofos, matemáticos, historiadores y poetas. Ante la muestra de sabiduría
en sus respuestas, impresionado dijo de la joven “la manera que un galeón
real se defendería de pocas chalupas, que la embistieran, así se
desembarazaba Juana Inés de las preguntas, argumentos y réplicas, que
tantos, que cada uno en su clase, la propusieron”/4.

Con la total negación que tenía al matrimonio, e influida por el padre


Antonio Núñez de Miranda, que era confesor de los virreyes, Juana decidió
profesar. Tomó la decisión por parecerle que era “lo menos
desproporcionado y lo más decente que podía elegir”/5. Contrario al
matrimonio, la vida conventual le aseguraba “no tener ocupación obligatoria
que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que
impidiese el sosegado silencio de mis libros”/6. Ingresó en primera
instancia al convento de Carmelitas Descalzas en agosto de 1667 y fue
acompañada por los virreyes. Abandonó el convento poco tiempo después,
probablemente por la rigidez de su regla. Finalmente, se decidió a ingresar
en la Orden de las jerónimas, tomando los hábitos en febrero de 1669.

En la soledad de su celda se dedicó al estudio, que consideraba como su


descanso “en todos los ratos que sobraban a mi obligación... sin más
maestro que los mismos libros”/7. El amor por las letras la llevó a estudiar
diversas materias, “sin tener para alguna particular inclinación, sino para
todas en general”/8, siendo su meta el estudio de la Teología;
considerando que para llevarlo a cabo era necesario primero “subir por los
escalones de las ciencias y artes humanas”/9. Estudió a los clásicos
griegos y romanos; así como lógica, retórica, física, música, aritmética,
geometría, arquitectura, historia y derecho.

Era de carácter afable y se ganó el afecto de sus hermanas de religión.


Aunque no podía escapar del todo de la convivencia en el convento, se
impuso la disciplina de “no entrar en celda alguna si no me obligase a ello la
obediencia o la caridad”/10 para no robar tiempo al estudio, tomando de
vez en cuando un día, a fin de que no la tomaran por “áspera, retirada e
ingrata al no merecido cariño de mis carísimas hermanas”/11. Atendió
diligentemente sus obligaciones y entre los muros del convento floreció su
obra. Fue ampliamente reconocida como escritora, aunque ella misma
declaró en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, que siempre escribió por
encargo.

Escribió obras de teatro, como Los empeños de una casa (1683) y Amor es
más laberinto (1689); autos sacramentales como El divino Narciso (1689) y
abundante poesía. Preparó villancicos para las catedrales de México,
Puebla y Oaxaca. En 1680, con la llegada a Nueva España de Tomás Antonio
de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y marqués de la Laguna, Sor Juana
redactó el arco triunfal que preparó la catedral de México para recibir al
gobernante. En el Neptuno alegórico aludía a las virtudes del gobernante,
relacionándolo con el dios Neptuno, idealizando en esta figura “el ideal
político de un príncipe católico: sabio, prudente, poderoso y justiciero”/12.
Parte de su obra fue reunida y publicada en Madrid, en 1689, con el título de
Inundación Castálida. Su poema más importante, Primero sueño, fue
publicado en 1692.

Sor Juana contó con el respeto y admiración de virreyes y cortesanos,


escritores y monjas. Armó una magnífica biblioteca que llegó a contar 4 mil
volúmenes. En 1690 se publicó la Carta Atenagórica, en la que hizo una
crítica a un sermón del jesuita portugués Antonio Vieira y años después
apareció en Madrid una obra autobiográfica, la Respuesta a Sor Filotea de la
Cruz.
Hacia 1693 dejó de escribir y se dedicó más a los oficios religiosos,
situación que no ha sido convincentemente explicada por sus biógrafos.
En 1695 una epidemia azotó con particular fuerza al convento de San
Jerónimo, se dice que “de diez religiosas que enfermasen, apenas
convalecía una”/13. Sor Juana se dedicó sin fatiga al cuidado de sus
hermanas enfermas, se contagió y murió el 17 de abril de dicho año.

1/ “Apéndice 3. Respuesta de la poetisa a la muy ilustre sor Filotea”, en Sor


Filotea y sor Juana. Cartas del obispo de Puebla a sor Juana Inés de la Cruz,
Alejandro Soriano Vallés (edición, introducción, estudio liminar y notas),
Toluca, Fondo Editorial del Estado de México, Secretaría de Educación del
Estado de México, 2014, p. 291.

2/ Ibídem, p. 292.

3/ Ibídem, p. 293.

4/ Nervo, Amado, Juana de Asbaje, Madrid, 1910, p. 30.

5/ “Apéndice 3. Respuesta de la poetisa a la muy ilustre sor Filotea”, op. cit.,


p. 293.

6/ Ibídem, pp. 293-294.

7/ Ibídem, p. 294.

8/ Ibídem, p. 297.

9/ Ibídem, p. 295.

10/ Ibídem, p.300.

11/ Ídem.
12/ Chiva Beltrán, Juan, El triunfo del virrey. Gloriras novohispanas: origen,
apogeo y ocaso de la entrada virreinal, Castelló de la Plana, Publicacions de
la Universitat Jaume I, 2012, p. 164.

13/ Nervo, op. cit., p. 166.

Fuentes:

“Apéndice 3. Respuesta de la poetisa a la muy ilustre sor Filotea”, en Sor


Filotea y sor Juana. Cartas del obispo de Puebla a sor Juana Inés de la Cruz,
Alejandro Soriano Vallés (edición, introducción, estudio liminar y notas),
Toluca, Fondo Editorial del Estado de México, Secretaría de Educación del
Estado de México, 2014, pp. 283-330.

Chiva Beltrán, Juan, El triunfo del virrey. Glorias novohispanas: origen,


apogeo y ocaso de la entrada virreinal, Castelló de la Plana, Publicacions de
la Universitat Jaume I, 2012.

Montes Doncel, Rosa Eugenia, Pragmática de la lírica y escritura femenina.


Sor Juana Inés de la Cruz, Cáceres, Universidade da Coruña, 2008.

Nervo, Amado, Juana de Asbaje, Madrid, 1910.

Paz, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, México,
Planeta, 1993.

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