Lacan, J. (1964-1965) - Seminario 12. Clase Del 5:5:1965

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Los problemas cruciales para el psicoanálisis, seminario 1964-1965.

Lección diecisiete

Si ser psicoanalista es una posición responsable, la más responsable de todas puesto que
éste es aquel a quien se le confía la operación de una conversión ética radical, aquélla que
introduce al sujeto en el orden del deseo, orden cuya posición filosófica tradicional intenta
situar todo lo que en mi enseñanza concierne a la retrospección histórica, este orden les
muestra que ha quedado en cierta forma excluido. Ha de saberse cuáles son las condiciones
que se requieren para que alguien pueda decirse “soy psicoanalista”. Si lo que aquí les
demuestro parecía desembocar claramente en que esas condiciones son tan especiales que
ese “soy psicoanalista” no pueda descender en ningún caso de una investidura que, al
beneficiario, no podría provenir i en ningún caso de ningún lugar diferente, habría entonces,
al parecer, alguna contradicción si se dice que al escucharme o por lo menos al tomar en
serio lo que digo (lo cual parece implicar que se viene a escucharme), se pueda igualmente
continuar pensando que es suficiente con recibir esta investidura, digamos, por lo menos
desde los lugares en donde lo que digo es letra muerta. Esto hace parte seguramente de las
condiciones constitutivas de lo que yo llamaré: sobre la dificultad, sobre lo serio en nuestra
materia.
Volveré sobre este preludio puesto que además mi discurso de hoy sólo será un intento de
recoger las condiciones lógicas en las que se plantea la pregunta sobre lo que podemos
concebir como el saber que se espera del psicoanalista.
Todo lo que aporté ante ustedes desde comienzos de este año, concierne a este lugar que
podemos darle a aquello sobre lo que operamos, si acaso es del sujeto de lo que se trata. Lo
que intenté que sintieran es que ese sujeto se sitúa, se caracteriza, esencialmente como
siendo del orden de la falta, mostrándoles en los dos niveles del nombre propio por una
parte, de la numeración por la otra, que el estatuto del nombre propio sólo puede articularse
no como una connotación cada vez más aproximada de lo que, en la inclusión clasificatoria
llegaría a reducirse al individuo, sino, al contrario, como la saturación de ese algo de un
orden diferente que es lo que, en la lógica clásica se oponía a la relación binaria de lo
universal y lo particular, como algo tercero e irreductible a su funcionamiento, a saber
como lo singular. Quienes tienen aquí una formación suficiente para escuchar ese repaso
que hago de ese intento de homogeneizar lo singular con lo universal, conocen también las
dificultades que ese acercamiento le oponía a la lógica clásica y el estatuto de ese singular
no solamente puede ser dado de una mejor manera en la aproximación de la lógica
moderna, sino, me parece, que sólo puede ser precisado en la formulación de esta lógica a
la que nos dan acceso la verdad y la práctica analítica, que es lo que intento formular ante
ustedes aquí y que puede invocar, que podría invocar, si lo logro, esta lógica, a formalizar
el deseo.
Por eso insistí en que esos comentarios sobre el nombre propio se completaran con esta
lógica moderna de la numeración en donde resulta también que es esencialmente en la
función de la falta, en el concepto mismo del cero que se arraiga la posibilidad de esta

i
¿no podría provenirle? [N. del T.]

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fundación de la unidad numérica como tal, y que solamente por ahí escapa a las dificultades
irreductibles que oponen a ese funcionamiento de la unidad numérica la idea de darle una
fundación empírica cualquiera en la función del último término que sería la individualidad.
Asimismo, pensaba yo que era justamente esencial llegar hasta allí para que pudieran sentir
la distinción que hay entre toda concepción de la tendencia en tanto científica, en tanto nos
lleva al orden de lo general; que la tendencia es específica y que el error de traducir Trieb
por instinto consiste precisamente en el hecho de que haría de la tendencia alguna
propiedad, algún estatuto que se insertaría en el algo vivo en tanto que es típico, que cae
bajo el orden, bajo las garras, bajo el efecto de lo general; allí donde es por una vía singular
que tenemos finalmente que invertir el asunto de saber cómo es posible que podamos
atrapar algo de lo que podamos hablar científicamente.
¿Qué es ese algo? Ya lo saben, es el objeto a. Saben ustedes que es por la vía contraria, la
de una incidencia siempre singular, y de la incidencia de una falta, que se introduce ese
resultado sobre el cual, a través de un efecto de resto, podemos operar y desde el cual queda
por saber en qué posición se requiere que estemos, que nos mantengamos, para poder
operar allí correctamente. Es así como hoy, para llegar, al final de nuestro discurso de este
año, a dar la fórmula de ese estatuto de nuestra posición, retomaré hoy ese discurso,
recogiéndolo en torno a dos posiciones fundamentales de lo que les enseño sobre nuestra
lógica, lógica de nuestra práctica analítica, lógica implicada en la existencia de lo
inconsciente:
1- El significante, a diferencia del signo (que representa algo para alguien), el significante
es lo que representa a un sujeto para otro significante.
2- ¿Qué quiere decir, en nuestro campo, en el campo que descubre el psicoanálisis, qué
quiere decir la fórmula, el sujeto supuesto saber?

Para reanudar el hilo con lo que les propuse de un modelo para aclarar una cierta
tripartición de ese campo durante mi curso del 7 de abril, les recuerdo lo que aquí se
reproduce a la derecha, para ustedes, de este tablero, la señal en la ventana, hecha por
nuestra hipotética amante, a aquel a quien ella le ofrece su acogida. La cortina recogida a la
izquierda, sola, y las cinco materitas de flores, a las cinco.

¿Por qué diremos que en este caso se trata de significantes? Lo dije la última vez, se trata
de significantes (aún cuando parezca tratarse únicamente de elementos semiológicos),
porque esto no tiene efecto si no es traducible en lenguaje; sin duda se trata de un código,
pero ese código se traduce (esto es particularmente notable a nivel del primer término, del
sola), se traduce en algo cuyo carácter ambiguo fundamentalmente, si no resbaloso, les
manifesté. ¿Qué es estar sola sino articular ese término que hace surgir, en el hueco que lo

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sigue inmediatamente, la ambigüedad de lo que se articulará bajo el deseo de ser la sola ii ,


para la cita a la que es llamado “el solo”, bajo el movimiento donde se crea, en los dos
sentidos, de la dirección que indica la línea en la que se articula esa pareja significante, por
una parte la cita para el encuentro, y por la otra el deseo que lo subtiende, que surge de la
formulación misma?
No es todo; el estatuto de lo que se articula ahí es en cierta forma independiente de
cualquier hecho; se ofrece ante todo como algo significado, como ese más allá que yo llamé
con el término con el que los estoicos lo designan, el lektÒn, así como fue de los estoicos
que tomé el término de tugc£nw18 para designar lo que se produce en la dirección hacia la
derecha donde se constituye el llamado al solo para las cinco. Que se pueda dar este
ejemplo, ese modelo, en cierta forma rudimentario, o tal vez somero, les permite captar que
podría seguir abierta la discusión sobre el estatuto que hay que darle a este encuadre de la
ventana, que ahí es lo que recubre lo real en su movimiento, en su multiplicidad, que le da
forma, que constituye sujeto de frase.

Esta frase es frase en la medida en que por lo menos apreciablemente en el primer término,
en ese sola, algo emerge que no es sino del orden del sujeto, que, en cierta forma, no tiene
ningún respondiente real. Como les dije, ¿qué es estar solo, en lo real? ¿Qué es solo? Ese
sola podría en rigor evocar la suficiencia, pero es precisamente lo que es, ahí, no solamente
por no evocar sino por evocar lo contrario, a saber, la falta.
Si se lo toma en ese nivel de lógica donde se muestra lo primordial del deseo respecto a
toda repartición, vemos, en cierta forma, invertirse lo que la lógica clásica nos presenta en
el registro de la necesidad, se necesita y basta. Es en el orden inverso que se presenta aquí,
que a lo que aparentemente se anuncia como bastarse, le falta esencialmente, le falta algo
que surgirá entre el solo y la hora. En otras palabras, el nivel en que tenemos que captar
todo lo que concierne a nuestro campo se distingue por una repartición fundamental que
voy a intentar una vez más subrayar con otros ejemplos.
En una referencia que llamaremos, para simplificar, por convención, la del conocimiento
tradicional, la función del signo (al igual que en ciertas lógicas de hecho, y particularmente,
les ruego que lo miren, quienes puedan verse tentados por la cosa, en lo que le concierne al
nivel de la enseñanza búdica sobre la lógica), la función del signo es puesta de relieve de
manera admirable. El signo es, esencialmente, no hay humo sin fuego, como lo saben
ustedes, e igualmente, de hecho, no hay nada mejor que el humo para ocultar el fuego. El
fuego, referente real, el humo, signo que lo cubre, y por ahí en alguna parte el sujeto,
inmóvil, receptáculo universal de lo que detrás de los signos hay por conocer de supuesto
real.
¿En qué se oponen la función del significante y lo que de ahí resulta para el estatuto del
sujeto? No es fácil hacer que lo sepan con una especie de deletreo y además, si es posible,
sólo lo sería en un proceso mayéutico en cierta forma en el que, en cada encrucijada, sólo
habría demasiadas ocasiones para que se evadan ustedes de la cadena. Por eso, rogándoles

ii
Como sustantivo y como adjetivo [N. de T.]

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notar que no haré uso enteramente hoy de éste, les doy la función completa en la que se
distingue la relación del sujeto en el estatuto del significante.
Hemos de [?], nos dice la fórmula que planteé ante ustedes: que el significante es lo que
representa a un sujeto para otro significante. ¿Qué se nos sugiere con esta fórmula? ¿Y por
qué no la llave y la cerradura? En cuanto a la cerradura, no se trata de lo que nos permitirá
descubrir cuando haya caído el pestillo o la clavija, sino de su relación con algo que la hace
funcionar. ¿Pero qué es la llave iii ? Entre la llave y la cerradura todavía está la cifra; aquí la
llave es engañosa. Lo que nos interesa en esto, una cerradura, que es una composición
significante, es la internidad de esta composición con la polivalencia, la elección, el enigma
para el caso de la cifra, lo que le permitirá funcionar.
En un cierto estado de la cerradura, sólo hay una cifra que puede operar, ese uno de la cifra
que supone un sujeto reducido a este uno de una combinación. Ahí no hay juego; el sujeto
no es el receptor universal: tiene la cifra o no la tiene. Y el rol de la llave es bien sugestivo,
es bastante divertido para representarnos que es en efecto un resto, una cosilla operatoria,
un desecho en el asunto, pero sin duda indispensable que, a fin de cuentas, representa el
soporte efectivo y real donde intervendrá el sujeto. En otras palabras, en la fórmula que ven
aquí segunda [figura XVII- 3b] que se sustituye a la primera [figura XVII-3a] en tanto que
la primera nos designa el S1 que representa ante el S2 al $ que es el sujeto; pueden ver por
debajo del S que si quieren en este caso es la cifra, representando ante el S de la cerradura
lo siguiente: [1/a] que es el uno del sujeto, en la medida en que está reducido a ser o no la
llave que hay que proveer.

Esta pequeña presentación, preámbulo, es esencial para plantear lo que debe cuestionarse.
¿Cuál es, en ese primer nivel (en la medida en que sea aquel en que hemos de operar en
análisis), cuál es, cuál debe ser, cómo se presenta lo que llamaremos el estatuto del saber?
Porque a fin de cuentas lo hemos dicho, y aún si no lo hubiéramos dicho, es claro que el
psicoanalista es llamado, en la situación, como siendo el sujeto supuesto saber.
Lo que él ha de saber no es saber de clasificación, no es saber de general, no es saber de
zoólogo. Lo que ha de saber se define por ese nivel primordial en que hay un sujeto que es
llevado, en nuestra operación, a ese tiempo de surgimiento que se articula: yo no sabía. O
bien yo no sabía que ese significante que está ahí, que ahora reconozco, estaba allí donde
yo estaba como sujeto, o bien que ese significante que está ahí que usted me designa, que
usted articula para mí era para representarme ante él que yo era esto o aquello.
Esto es lo que descubre el psicoanálisis. Y aquí subrayaré para ustedes, tomando casi al
azar ejemplos en las primeras articulaciones de Freud, hasta qué punto es así como debe
expresarse, de una manera apropiada, lo que se llama la estructura del síntoma. La afonía de
Dora51 sólo reconocida, sólo es reconocible, para representar al sujeto Dora, respecto a ese
significante que no tiene otro estatuto que el de significante, si se apunta correctamente al
funcionamiento del síntoma, y que se articula, “sola con ella”, sola con ella, es decir, la

iii
clé, llave, clave.

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señora K. Ella ya no puede hablar en la función misma en la que ella está sola con ella, y la
afonía representa a Dora, de ninguna manera ante la señora K., con quien habla ella y tal
vez demasiado abundantemente, en las circunstancias comunes, sino cuando ella está sola
con ella cuando el señor K. está de viaje.
La tos de Dora. ¿Dónde ubica Freud la tos de Dora? Lean el texto. Cuando él designa allí
un síntoma es en función del momento en que esta tos toma función de significante, de
advertencia diría yo, dada por Dora a algo que surge en esta ocasión y que no habría
surgido de otra manera. Y hay que leer el texto de Freud para seguir el recorrido puramente
significante […] de juego de palabras en torno al padre, que es un hombre “de recursos”, lo
cual quiere decir, dice Freud, sin recursos, en el sentido en que la palabra recurso quiere
decir también en alemán potencia sexual. No hay Vermögen iv , ¿qué puede ser más
puramente significante que ese juego de palabras homonímico y además la inversión
negativa de lo que quiere decir, sin lo cual nada de la tos de Dora tendría el sentido que
Freud le da, que es también el que tiene ese síntoma, que es también el del sustituto que la
pareja de su padre y la señora K. le aporta a esta impotencia, particularmente lo que Freud
articula, de hecho sin llevar para nada las cosas hasta sus últimas consecuencias, de la
relación genitobucal?
Tomen a Juanito, la extravagante historia de la partida de Gmunden con no sé qué, la
gobernanta a caballo sobre la montura del carruaje. ¿Cómo nos la interpreta Freud? A
saber, bien puedo contarles invenciones así, si ustedes me cuentan otras. Les pregunto
cómo nacen los niños y ustedes me hablan de la cigüeña. El significante vale por el
significante. La única persona que no lo sabe hasta que se lo dicen es el sujeto, es Juanito.
De hecho, no es de ninguna manera lo mismo porque ahí la función significante es de una
molécula mucho más grande; es una gran fábula a la que se entrega Juanito.
Y para tomar un tercer ejemplo y completar nuestra histérica y nuestro fóbico con el
obsesivo, recuerden en El hombre de las ratas, lo que sucede en esos intentos desesperados
por adelgazar a los que se entrega el Hombre de las ratas, ¿en función de qué? En función
de que en el mismo momento, ante su bien amada está un tal Dick; es para no ser dick que
él quiere adelgazar. Todo su esfuerzo por adelgazar… él se esfuerza por adelgazar hasta el
punto de no poder más, ¡muy precisamente para significarse ante el significante Dick y
nada más!
Pero, pero, pero, algo que, que yo sepa, nunca se ha subrayado en sus rasgos generales, y
sin embargo esa era la ocasión, ya que aquí nos hallamos, más a nuestras anchas, para
apropiárselo, es lo que resulta al hacer un examen sencillamente ingenuo, a partir del
momento en que la categoría va en tren, si puede decirse, la categoría del saber, y es que es
ahí donde yace lo que nos permite distinguir radicalmente la función del síntoma, si acaso
es que al síntoma podemos darle su estatuto como definitorio del campo analizable. La
diferencia de un signo, de una matidez por ejemplo, que nos permite saber que hay
hepatización de un lóbulo, y de un síntoma en el sentido en que debemos entenderlo como
síntoma analizable y que justamente define y aísla como tal el campo psiquiátrico y que le
da su estatuto ontológico, es que siempre hay en el síntoma la indicación de lo que se debe
iv
“Cuando insistió otra vez en que la señora K. sólo amaba al papá porque era «ein vermógender Mann» {un
hombre de recursos, acaudalado},[…] por ciertas circunstancias colaterales de su expresión yo noté que tras
esa frase se ocultaba su contraria: que el padre era ein unvermögender Mann {un hombre sin recursos}”; p.
42, vol. VII, traducción de José Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1976 [N. de T.].

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saber. Nunca se ha subrayado suficientemente hasta qué punto, en la paranoia no se trata


únicamente de los signos de algo que recibe el paranoico, es el signo de que en alguna parte
se sabe qué quieren decir esos signos, que él no conoce.
Esta dimensión ambigua, por el hecho de que hay algo por saber y que está indicado, puede
ser extendida a todo el campo de la sintomatología psiquiátrica en la medida en que el
análisis introduce allí está dimensión nueva, que es precisamente que su estatuto es el del
significante. Miren hasta qué punto (por supuesto no pretendo agotar en estas pocas
palabras la infinita multiplicidad, el brillo en cierta manera tornasolado del fenómeno) hasta
qué punto en la neurosis, está implicado, dado, en el síntoma original, que el sujeto no llega
a saber, y que el estatuto de la perversión está también estrechamente ligado con algo, ahí,
que se sabe, pero que no se puede hacer saber.
Es de la indicación definida, en el síntoma mismo, de esta dimensión, de esta referencia al
saber, de donde quisiera ver partir, en una reunión que anuncié para el fin del seminario
cerrado y que tendrá lugar, no como lo dije el 20 de junio sino el 27 de junio, por invitación
de un grupo (que la gente calificada recibirá y que quienes no están calificados no tienen
más que darse a conocer para recibirla), que me gustaría que parta una cierta revisión
propiamente hablando nosológica, que me gustaría verla partir al nivel del elemento que es
el síntoma, la puesta en valor de esta dimensión, de esta instancia y su variedad, su
variabilidad, su diversidad que la última vez manifesté como tripartita (debo decir que lo
hice a título introductorio, de introducción a esta materia) diciendo que ese saber en
cuestión, en la medida en que también es falta, hasta fracaso, se diversifica en los tres
planos aquí aislados del lektÒn, del tugc£nw y del deseo según las tres variedades:
- de la psicosis que sabe que hay un significado, hasta diría que vive allí, es un lektÒn,
pero que no por ello está segura de nada,
- la neurosis con su tugc£nw ¿para cuándo el encuentro? ¿Cuándo tendré, no la llave,
sino la cifra?
- y del perverso para quien el deseo mismo se sitúa, propiamente hablando, en la
dimensión de un secreto poseído, vivido como tal, y que como tal desarrolla la
dimensión de su goce.

Pero qué ha de decirse además de ese saber, que se inscribe primero en esta subjetividad del
yo no sabía, donde es el yo [je] proseguido de la vibración de ese no, que no es la simple
negación sino el “se requiere que yo no sepa”, el “antes que yo no sepa”, “ruego al cielo
que yo no haya sabido”, que es la prolongación del yo [je] mismo al que hay que dejar
pegado, donde ese yo [je] tiene un estatuto muy diferente al del shifter. No es el mismo yo
[je] que dice “yo te hablo” puesto que el (yo)te hablo no es más que un recordarle a la
actualidad una articulación que en sí misma sigue siendo ambigua en su valor, aún cuando
se proponga siempre como instituyendo una relación. Ese yo [je] del yo no sabía, ¿dónde
estaba y qué era antes de saber? Es justamente aquí donde se encuentra el momento

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propicio para evocar la dimensión en que culmina y cambia toda la tradición clásica en la
medida en que ahí acaba un cierto estatuto del sujeto.
Son numerosos, no obstante, aquellos de ustedes que saben dónde propone Hegel el
acabamiento de la Historia en ese mito increíblemente irrisorio del Saber absoluto. ¿Qué
puede querer decir esta idea de un discurso totalizador? ¿Totalizador de qué? De la suma de
las formas de la alienación por las cuales habría pasado un sujeto, de hecho lo saben
ustedes, bien ideal, puesto que igualmente no puede concebirse que sea realizado como tal
por ningún individuo. ¿Qué puede querer decir este extraño mito? Y a decir verdad ¿no es
evidente que sería postergado desde hace largo rato a la manera de un sueño de pedante, si
no estuviese justamente articulado por una dialéctica muy diferente a la del conocimiento y
si no se nos dijera que es el ser de deseo lo que allí se perfecciona y en la medida en que los
caminos a través de los cuales ese deseo ha pasado son astucias de la razón? ¿Pero quién es
el astuto? Es aquel que se perfecciona v en ese domingo de la vida, como un humorista lo
articuló bastante bien, del saber absoluto puesto que es aquel que dirá “yo siempre hablo
paja” vi o aquel que podrá decir “a partir de ahora yo fornico”. ¿Dónde está la astucia? ¿En
el deseo o en la razón? El análisis está ahí para enseñarnos que la astucia está en la razón
porque el deseo está determinado por el juego del significante. Que el deseo es lo que surge
de la marca, de la marca del significante sobre el ser vivo y que a partir de entonces, lo que
se trata de que articulemos es ¿qué puede querer decir la vía que trazamos del retorno del
deseo a su origen significante?
¿Qué quiere decir que haya hombres que se llaman psicoanalistas y a quienes interese esta
operación? Es del todo evidente que en ese registro el psicoanalista, ante todo, se
introduce… introduciéndose como sujeto supuesto saber, es él mismo, recibe él mismo,
soporta él mismo el estatuto del síntoma. Un sujeto es psicoanalista, no erudito amparado
tras categorías en medio de las cuales intenta arreglárselas para hacer cajones en los que
tendrá que organizar los síntomas que registra, de su paciente, psicótico, neurótico u otro,
sino en la medida en que entra en el juego significante. Y es por eso que un examen clínico,
una presentación de enfermo no puede de ninguna manera ser la misma en los tiempos del
psicoanálisis o en los tiempos que lo preceden.
En los tiempos que lo preceden, independientemente de la genialidad que le haya puesto el
clínico (sabe dios que hace poco pude refrescar mi admiración por el estilo deslumbrante de
Kraepelin cuando describe sus diversas formas de paranoia) ha de distinguirse radicalmente
de lo que, por lo menos teóricamente, en potencia, de lo que ha de exigirse de la relación
del clínico con el enfermo, así fuera en el plano de la primera presentación. Si el clínico, si
el médico que presenta no sabe que una mitad del síntoma (como acabo de articulárselos
recordándoles esos ejemplos de Freud), que de una mitad del síntoma está a cargo, que no
hay presentación de enfermos sino del diálogo de las dos personas y que sin esta segunda
persona no habría síntoma acabado, está condenado, como sucede para la mayoría, a dejar

v
achever: culminar, finiquitar, terminar, perfeccionar, acabar; aquí lo intraducible no concierne a que el uso
antitético de esta palabra es, como en español, tanto perfeccionar algo como que “algo se acabe”, sino porque
está el sentido del “acabar” sexual (eyacular).
vi
“je jaspine toujours”, donde jaspiner incluye una connotación sexual; a pesar de querer decir bavarder,
causer [charlar, parlotear], se usa rara vez y muy indirectamente para evocar una situación sexual y que
podría entonces hallar traducción en expresiones colombianas como “hablar paja”, “mamar gallo”, “joder”,
etcétera [N. de T.].

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la clínica psiquiátrica estancarse en el camino del cual debería haberla sacado la doctrina
freudiana.
El síntoma tenemos que definirlo como algo que se señala como un saber ya ahí, para un
sujeto que sabe que eso le concierne, pero que no sabe lo que es. ¿En qué medida podemos,
los analistas, decir que estamos a la altura de esta tarea de ser aquel que, en cada caso, sabe
lo que es? Sólo a ese nivel, ya ahí donde está ubicada, se plantea la pregunta por el estatuto
del psicoanalista.
La pregunta está facilitada por la evolución de las concepciones de la ciencia misma
respecto al saber. Pudimos creer durante mucho tiempo que el problema de la apariencia y
de lo real estaba bien planteado; que todo el estatuto de la ciencia dependía de la puesta a
prueba, del tanteo de la percepción. ¿Pero qué quiere decir esta oposición del yerro a lo
real, sino que lo real en cuestión, así sea el de la ciencia más antigua, es lo real del sabio? Y
lo que no se ve es que, ese real del erudito, a saber lo que es un saber ¡es nada más y nada
menos que un cuerpo de significantes y ninguna otra cosa! Si la noción de información
pudo tomar esta forma anónima que permite cuantificarla en términos de lo que se llama
bit, es en la medida en que el almacenamiento, el storage de elementos de información se
basta a sí mismo ante nuestros ojos para constituir lo que se llama un saber… Salvo por
supuesto que eso sólo comienza a tener sentido si ustedes hacen circular en alguna parte, no
importa donde, y no pueden evitar su sombra, a un sujeto sin duda infinitamente móvil. Si
les place escribir en términos de información el funcionamiento interno de un organismo
biológico por ejemplo, significa que, independientemente de lo que tengan, en alguna parte
pondrán, al igual que Descartes (no necesariamente en la glándula pineal, sino donde
quieran ponerlo, se encontrará bien siempre en alguna parte, en cualquier otra glándula de
secreción interna), a un sujeto, un sujeto que se escabulle, un sujeto huidizo.
Por ese saber, tal como hemos de darle un estatuto, ya no es una lógica aristotélica la que
pueda responder, puesto que, ya lo verán, basta con plantear la pregunta al nivel de la
ciencia, de una ciencia moderna, de una ciencia que es la nuestra, para hallarnos ante
problemas muy curiosos en impasse que son los que llamaron la atención de Aristóteles. En
su caso, se trataba del contingente. Un acontecimiento que tendrá lugar mañana ¿es verdad
ahora que tendrá lugar o que no tendrá lugar? Si es verdad ahora, entonces es que se juega
ahora. Por supuesto, Aristóteles era un espíritu con demasiado buen sentido como para no
evadirse de tal coerción, y esto es para que subrayemos que no siempre es cierto que una
proposición debe ser verdadera o falsa.
Esta solución, sea buena o mala, ha sido discutida. No es esto lo que nos interesa; es darnos
cuenta de que podemos plantearnos la pregunta de saber si la doctrina newtoniana era cierta
antes de que la formulara Newton. Pues bien, ¡me gustaría saber como se las arregla la
asamblea al respecto! Pero para mí, con gusto mostraré mis cartas diciendo que me parece
poco verosímil decir que el saber newtoniano era cierto antes de haberse constituido por
Newton, por la simple razón de que ahora ya no lo es. ¡No lo es en absoluto! En la
necesidad misma del saber, de la articulación significante, está esta contingencia de no ser
más que una articulación significante, una cerradura montada.
Nosotros, los analistas, ni siquiera tenemos que ir tan lejos; simplemente este entechado
está hecho para que no nos hallemos tan desorientados por tener que vérnosla con una
exigencia tan diferente. ¿Cuál es esta exigencia? Se sitúa en el nivel de la incidencia

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significante original, aquélla donde el sujeto resulta al mismo tiempo surgir y al mismo
tiempo alienarse por el hecho de esta incidencia significante. De ese significante al que se
le exige que, para representar al sujeto, se dirija, en tanto significante, sea el representante
diplomático del sujeto ante otro significante, ¿va a exigirse de nosotros que lo hallemos en
toda ocasión? ¿Cuál sería la paradoja de una exigencia y de un deber que no sería aquel que
siempre ha asumido el erudito, como el sofista, que es el de tener respuesta para todo?…
para todo lo que se ha organizado como discurso, para todo lo que se ha montado como
combinación significante; estar siempre a la altura del discurso, no de ese algo
absolutamente original que es o que sería ese significante único y supuesto ese ×noma
primordial donde el sujeto se especificaría respecto al mundo entero del significante. Lo
absurdo de esta posición se demuestra suficientemente, y ahí está el punto de vértigo que
conlleva incluso la idea de interpretación; es a la vez lo que nos permite escapar de ahí, eso
es lo que la relativiza. No es con eso con lo que tenemos que vérnosla, no más de lo que
nuestro conocimiento de psicoanalista podría desembocar en esa especie de fatalismo de
saber según el cual la respuesta ya estaría en nosotros y no por el hecho de que de nosotros
se espere la respuesta.
Las posibilidades del reencuentro, que es de lo que se trata en el llamado del deseo, son en
sí mismas más que improbables, e igualmente el horizonte de signos, de significados sobre
los que se despliega la experiencia subjetiva es por su naturaleza enigmática y se anuncia
como tal al nivel del lektÒn. En lo que concierne al deseo, no será hoy que avance el
término, salvo para decir que se trata de lo real del deseo y de su estatuto en la operación
analítica. Digamos simplemente que en primer lugar y fenomenológicamente, se nos
anuncia como siendo el campo de lo imposible.
Henos aquí bien cercados. ¿Acaso efectivamente la posición del analista se resumiría en ese
algo que llamaríamos, no fatalismo del saber sino fetichismo; que de un saber imposible de
sostener, el analista sería algo como el borne o la pequeña viga?
Ahí está el punto de impasse donde entiendo concluir hoy, para intentar, la próxima vez que
nos veamos, volverlo a abrir.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y


de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ
LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO
GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania
ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones,
correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes
agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a
este correo.
Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión
serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica:
pioeduardo.sanmiguelardila@gmail.com

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