Cuentos

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“Cuento policial”, de Marco Denevi

Rumbo a la tienda donde trabajaba como vendedor, un joven pasaba todos los
días por delante de una casa en cuyo balcón una mujer bellísima leía un libro. La
mujer jamás le dedicó una mirada. Cierta vez el joven oyó en la tienda a dos clientes
que hablaban de aquella mujer. Decían que vivía sola, que era muy rica y que
guardaba grandes sumas de dinero en su casa, aparte de las joyas y de la platería.
Una noche el joven, armado de ganzúa y de una linterna sorda, se introdujo
sigilosamente en la casa de la mujer. La mujer despertó, empezó a gritar y el joven se
vio en la penosa necesidad de matarla. Huyó sin haber podido robar ni un alfiler, pero
con el consuelo de que la policía no descubriría al autor del crimen. A la mañana
siguiente, al entrar en la tienda, la policía lo detuvo. Azorado por la increíble
sagacidad policial, confesó todo. Después se enteraría de que la mujer llevaba un
diario íntimo en el que había escrito que el joven vendedor de la tienda de la esquina,
buen mozo y de ojos verdes, era su amante y que esa noche la visitaría.

EL CUENTO DEL LOBO

El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y me gustaba mucho. Siempre trataba de


mantenerlo ordenado y limpio. Un día soleado, mientras estaba recogiendo las
basuras dejadas por unos excursionistas, sentí pasos. Me escondí detrás de un árbol y
vi venir una niña vestida en forma muy divertida: toda de rojo y su cabeza cubierta,
como si no quisiera que la vieran. Andaba feliz y comenzó a cortar las flores de
nuestro bosque, sin pedir permiso a nadie, quizás ni se le ocurrió que estas flores no le
pertenecían. Naturalmente, me puse a investigar. Le pregunté quién era, de dónde
venía, a dónde iba, a lo que ella me contestó, cantando y bailando, que iba a casa de
su abuelita con una canasta para el almuerzo. Me pareció una persona honesta, pero
estaba en mi bosque, cortando flores. De repente, sin ningún remordimiento, mató a
un zancudo que volaba libremente, pues también el bosque era para él. Así que decidí
darle una lección y enseñarle lo serio que es meterse en el bosque sin anunciarse
antes y comenzar a maltratar a sus habitantes.

La dejé seguir su camino y corrí a la casa de la abuelita. Cuando llegué me abrió la


puerta una simpática viejecita, le expliqué la situación y ella estuvo de acuerdo con
que su nieta merecía una lección. La abuelita aceptó permanecer fuera de la vista
hasta que yo la llamara y se escondió debajo de la cama.

Cuando llegó la niña la invité a entrar al dormitorio donde estaba yo acostado, vestido
con la ropa de la abuelita. La niña llegó, sonrojada, y me dijo algo desagradable
acerca de mis grandes orejas. He sido insultado antes, así que traté de ser amable y le
dije que mis grandes orejas eran para oírla mejor. Ahora bien, me agradaba la niña y
traté de prestarle atención, pero ella hizo otra observación insultante acerca de mis
ojos saltones. Ustedes comprenderán que empecé a sentirme enojado. La niña tenía
bonita apariencia, pero empezaba a serme antipática.

Sin embargo, pensé que debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos me ayudaban
a verla mejor. Pero su siguiente insulto sí me encolerizó. Siempre he tenido problemas
con mis grandes y feos dientes y esa niña hizo un comentario realmente grosero. Sé
que debí haberme controlado, pero salté de la cama y le gruñí, enseñándole toda mi
dentadura y diciéndole que eran así de grandes para comerla mejor. Ahora, piensen
ustedes: ningún lobo puede comerse a una niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa
niña empezó a correr por toda la habitación gritando y yo corría detrás de ella tratando
de calmarla. Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para correr, me
la quité, pero fue mucho peor. La niña gritó aún más. De repente, la puerta se abrió y
apareció un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo lo miré y comprendí que corría
peligro, así que salté por la ventana y escapé.

Me gustaría decirles que éste es el final de la historia, pero desgraciadamente no es


así. La abuelita jamás contó mi parte de la historia y no pasó mucho tiempo sin que se
corriera la voz que yo era un lobo malo y peligroso. Todo el mundo comenzó a
evitarme. No sé qué le pasaría a esa niña antipática y vestida en forma tan rara, pero
sí les puedo decir que yo nunca pude contar mi historia. Ahora ustedes ya lo saben.

Tomado de materiales educativos del Instituto Interamericano de Derechos Humanos

HISTORIA DE LOS DOS QUE SOÑARON

Cuentan hombres dignos de fe que hubo en El Cairo un hombre poseedor de


riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su
padre, y que se vio FORZADO a trabajar para ganarse el pan.
Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y
vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le
dijo: "Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla". A la madrugada siguiente
se despertó y EMPRENDIÓ el largo viaje y AFRONTÓ los peligros del desierto, de las
naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres.
Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se
tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por
decreto de Alá Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se
metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el ESTRUENDO de
los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de
los serenos de aquel distrito ACUDIÓ con sus hombres y los bandoleros huyeron por
la azotea.
El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y le
MENUDEARON tales AZOTES con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte. A
los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo:
"¿Quién eres y cuál es tu patria?" El otro declaró: "Soy de la ciudad famosa de El
Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí". El Capitán le preguntó: "¿Qué te trajo a
Persia?" El otro optó por la verdad y le dijo: "Un hombre me ordenó en un sueño que
viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa
fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste".
Ante semejantes palabras, el capitán se rio hasta descubrir las muelas del juicio y
acabó por decirle: "Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa
en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y
después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente
un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de
mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu
sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete."
El hombre las tomó y regresó a su patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era
la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Alá le dio bendición y lo
recompensó.

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